Agustín de Zárate. Historia del descubrimiento y conquista de la provincia del Perú (1555).

Agustín de Zárate. Historia del descubrimiento y conquista de la provincia del Perú (1555).

HISTORIA

DEL DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DE LA PROVINCIA DEL PERÚ
Y DE LAS GUERRAS Y COSAS SEÑALADAS EN ELLA, ACAECIDAS
HASTA EL VENCIMIENTO DE GONZALO PIZARRO Y DE SUS SECUACES,
QUE EN ELLA SE REBELARON CONTRA SU MAJESTAD

por
AUGUSTIN DE ÇARATE.
Contador de mercedes de la majestad cesárea.

En Sevilla

MDLXXVII

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DEDICATORIA

A LA MAJESTAD DEL REY DE INGLATERRA, PRÍNCIPE NUESTRO SEÑOR, AUGUSTIN DE ÇARATE CONTADOR DE MERCEDES DE LA MAGESTAD CÆSAREA
SACRA CATÓLICA REAL MAJESTAD: Sirviendo yo el cargo de secretario en el real consejo de Castilla, donde habia quince años que residia, en fin del año pasado de 1543 me fué mandado por la majestad del Emperador Rey nuestro señor, y por los del su consejo de las Indias, que fuese á las provincias del Perú y Tierra-Firme á tomar cuenta á los oficiales de la Hacienda real del cargo de sus oficinas y á traer los alcances que della resultasen. Y así, me embarqué en la flota donde fué proveido por visorey del Perú Blasco Nuñez Vela. Llegados allá, vi tantas revueltas y novedades en aquella tierra, que me pareció cosa digna de ponerse por memoria, aunque, después de escrito lo de mi tiempo, conoscí que no se podia bien entender si no se declaraban algunos presupuestos, de donde aquello toma su origen; y así, de grado en grado fui subiendo hasta hallarme en el descubremiento de la tierra; porque van los negocios tan dependientes unos de otros, que por cualquiera que falte no tienen los que se siguen la claridad necesaria; lo cual me compelió á comenzar (como dicen) del huevo trojano. No pude en el Perú escribir ordenadamente esta relacion (que no importara poco para su perfecion), porque solo haberla allá comenzado me hubiera de poner en peligro de la vida con un maestre de campo de Gonzalo Pizarro, que amenazaba de matar á cualquiera que escribiese sus hechos, porque entendió que eran mas dignos de la ley de olvido (que los atenienses llamaban amnistía) que no de memoria ni perpetuidad. Necesitóme á cesar allá en la escriptura, y á traer acá para acabarla los memoriales y diarios que pude haber, por medio de los cuales escribí una relacion que no lleva la prolijidad y cumplimiento que requiere el nombre de historia, aunque no va tan breve ni sumaria, que se pueda llamar comentarios, mayormente yendo dividida por libros y capítulos, que es muy diferente de aquella manera de escribir. No me atreviera á emprender el un estilo ni el otro si no confiara en lo que dice Tulio, y después de él Cayo Plinio, que, aunque la poesía y la oratoria no tienen gracia sin mucha elocuencia, la historia, de cualquier manera que se escriba, deleita y agrada, porque por medio della se alcanzan á saber nuevos acontecimientos, á que los hombres tienen natural inclinacion, y aun muchas veces se huelgan en oirlos contar á un rústico por palabras groseras y mal ordenadas. Y así no siendo el estilo de esta escriptura tan elocuente como se requería, servirá de saberse por él la verdad del hecho, quedando licencia y aun facilidad á quien quisiere tomar este trabajo para escrebir la historia de nuevo con mejores palabras y orden, como vemos que acontesció muchas veces en las historias griegas y latinas, y aun en las de nuestros tiempos. Lo que toca á la verdad, que es donde consiste el ánima de la historia, he procurado que no se pueda enmendar, escribiendo las cosas naturales y accidentales que yo vi sin ninguna falta ni disimulacion, y tomando relacion de lo que pasó en mi ausencia, de personas fidedignas y no apasionadas; lo cual se halla con gran dificultad en aquella provincia, donde hay pocos que no estén mas aficionados á una de las dos parcialidades de Pizarro ó de Almagro que en Roma estuvieron por César ó Pompeyo, ó poco antes por Sila ó Mario. Pues entre los vivos ó los muertos que en el Perú vivieron, no se hallará quien no haya reci¬bido buenas ó malas obras de una de las dos cabezas ó de los que dellas dependen. Si hubiere alguno que cuente diferentemente este negocio, será cuanto á la primera de las tres partes en que las historias se dividen, que es de los intentos ó consejos, en lo cual no es cosa nueva diferir los historiadores; pero cuanto á las otras dos partes, que contienen hechos y sucesos, he trabajado lo que pude por no errar. Cuando acabé esta relacion salí de la opinion, en que hasta entonces estuve, de culpar á los historiadores porque en acabando sus obras no las sacan á luz, creyendo yo que su pretension era que el tiempo encubriese sus defectos, consumiendo los testigos del hecho; pero agora entiendo la razon que tienen para lo que hacen en esperar que se mueran las personas de quien tratan, y aun algunas veces les venia bien que peresciesen sus descendientes y linaje; porque en recontar cosas modernas hay peligro de hacer graves ofensas, y no hay esperanza de ganar algunas gracias, pues el que hizo cosa indebida, por livianamente que se toque, siempre quedará quejoso de haber sido el autor demasiado en la culpa de que le infama, y corto en la desculpa que él alega. Y por el contrario, el que merece ser alabado sobre alguna hazaña, por perfectamente que el historiador la cuente, nunca dejará de culparle de corto, porque no refirió mas copiosamente su hecho hasta hinchir un gran volúmen de solas sus alabanzas. De lo cual procede necesitarse el que escribe a traer pleito, ó con el que reprende, por lo mucho que se alargó, ó con el que alaba, por la brevedad de que usó. Y así, seria muy sano consejo á los historiadores entretener sus historias, no solamente los nueve años que Horacio manda en otras cualesquier obras, pero aun noventa, para que los que proceden de los culpados tengan color de negar su descendencia, y los nietos de los virtuosos queden satisfechos con cualquier loor que vieren escrito dellos. El temor deste peligro me habia quitado el atrevimiento de publicar por agora este libro, hasta que vuestra majestad me hizo á mí tanta merced, y á él tan gran favor, de leerle en el viaje y navegacion que prósperamente hizo de la Coruña á Inglaterra, y recebirle por suyo y mandarme que le publicase y hiciese imprimir. Lo cual cumplí en llegando á esta villa de Ambers, los ratos que tuve desocupados de la labor de la moneda de vuestra majestad, que es mi principal negocio. A vuestra majestad suplico resciba en servicio mi trabajo, y tenga por suyo este libro, como lo es el autor dél, porque desta manera estará seguro de las mormuraciones, que pocas veces faltan en semejantes obras. En lo cual rescebiré señalada merced de vuestra majestad, cuya real persona nuestro Señor guarde, con acrescentamiento de mas reinos y señoríos, como por sus triados es deseado. De Ambers, 30 de marzo año 1555.

DECLARACION DE LA DIFICULTAD QUE ALGUNOS TIENEN EN AVERIGUAR POR DONDE PUDIERON PASAR AL PERU LAS GENTES QUE PRIMERAMENTE LE POBLARON.
La duda que suelen tener sobre averiguar por dónde podrían pasar á las provincias del Perú las gentes que desde los tiempos antiguos en ella habitan, parece que está satisfecha por una historia que recuenta el divino Platon algo sumariamente en el libro que intitula Timeo ó De Natura, y después muy á la larga y copiosamente en otro libro ó diálogo que se sigue inmediatamente después del Timeo, llamado Atlántico, donde trata una historia que los egipcios recontaban en loor de los atenienses, los cuales dicen que fueron partes para vencer y desbaratar ciertos reyes y gran número de gentes de guerra, que vino por la mar desde una grande isla llamada Atlántica, que comenzaba desde las columnas de Hércules; la cual isla dicen que era mayor que toda Asia y Africa. Contenia diez reinos, los cuales dividió Neptuno entre diez hijos suyos, y al mayor, que se llamaba Atlas, dió el mayor y mejor. Cuenta otras muchas y muy memorables cosas de, las costumbres y riquezas desta isla, especialmente de un templo que estaba en la ciudad principal, las paredes, techumbres, cubiertas con planchas de oro y plata y laton, y otras muchos par¬ticularidades que serian largas para referir, y se pueden ver en el original, donde se tratan copiosamente; muchas de las cuales costumbres y ceremonias vemos que se guardan el dia de hoy en la provincia del Perú. Desde esta isla se navegaba á otras islas grandes que estaban de la otra parte della, vecinas á la tierra continente, allende la cual se seguía el verdadero mar. Las palabras formales de Platon en el principio del Timeo son estas, hablando Sócrates con los atenienses: «Tiénese por cierto que vuestra ciudad resistió en los tiempos pasados á innumerables número de enemigos que, saliendo del mar Atlántico, habian tomado y ocupado casi toda Europa y Asia, porque entonces aquel estrecho era navegable, teniendo á la boca dél y casi á su puerta una ínsula que, comenzaba desde cerca de las columnas de Hércules, que dicen haber sido mayor que Asia y Africa juntamente, desde la cual habia contratacion y comercio á otras islas, y de aquellas islas se comunicaba con la tierra firme y continente que estaba frontero deltas, vecina del verdadero mar, y aquel mar se puede con razon llamar verdadero mar, y aquella tierra se puede justamente llamar tierra firme y continente». Hasta aquí Platon, aunque poco mas abajo dice que nueve mil años antes que aquello se escribiese sucedió tan gran pujanza de aguas en la mar de aquel paraje, que en un dia y una noche anegó toda esta isla, hundiendo las tierras y gentes, y que después aquel mar quedó con tantas ciénagas y bajíos, que nunca mas por ella habian podido navegar, ni pasar á las otras islas ni á la tierra firme de que allí se hace mencion. Esta historia dicen todos los que escriben sobre Platon que fué, cierta y verdadera, en tal manera que los mas dellos; especialmente Marsilio Ficino y Platino, no quieren admitir que tenga sentido alegórico, aunque algunos se lo dan, como lo refiere el mismo Marsilio en las Anotaciones sobre el Timeo, y no es argumento para ser fabuloso lo que allí dice de los nueve mil anos; porque, segun Eudoxo, aquellos años se en¬tendian, segun la cuenta de los egipcios, lunares, y no solares; por manera que eran nueve mil meses, que son setecientos y cincuenta años. Tambien es casi demostracion para creer lo desta isla, saber que todos los historiadores y cosmógrafos antiguos y modernos llaman al mar que anegó esta isla Atlantico, reteniendo el nombre de cuando era tierra. Pues sobre presupuesto de ser historia verdadera, ¿quién podrá negar que esta isla Atlantica comenzaba desde el estrecho de Gibraltar, ó poco después de pasado Cádiz, y llegaba y se extendia por ese gran golfo, donde, así norte sur como leste hueste, tiene espacio para poder ser mayor que Asia y Africa? Las islas que dice el texto que se contrataban desde allí, paresce claro que serian la Española, Cuba y San Juan y Jamáica, y las demás que, están en aquella comarca. La tierra firme que se dice estar frontero destas islas, consta por razon que era la misma Tierra-Firme que agora se llama así, y todas las provincias con quien es continente, que, comenzando desde el estrecho de Magallanes, contiene corriendo hácia el norte la tierra del Perú y la provincia de Popayan y Castilla del Oro, y Veragua, Nicaragua, Guatemala, Nueva-España, las Siete Ciudades, la Florida, los Bacallaos, y corre desde allí para el septentrion hasta juntar con las Noruegas; en lo cual sin ninguna duda hay mucha mas tierra que en todo lo poblado del mundo que conosciamos antes que aquello se descubriese, y no causa mucha dificultad en este negoció el no haberse descubierto antes de agora por los romanos ni por las otras naciones que en diversos tiempos ocuparon á España; porque es de creer que duraba la maleza de la mar para impedir la navegacion, y yo lo he oído, y lo creo, que comprendió el descubrimiento de aquellas partes debajo de esta autoridad de Platon; y así, aquella tierra se puede claramente llamar la tierra continente de que trata Platon, pues quedaron en ella todas las señas que él da de la otra, mayormente aquella en que dice que es vecina al verdadero mar, que es el que verdaderamente llamamos del Sur, pues por lo que dél se ha navegado hasta nuestros tiempos consta claro que, respecto de su anchura y grandeza, todo el mar Mediterráneo y lo sabido del Océano, que llaman vulgarmente del Norte, son ríos. Pues si todo esto es verdad, y concuerdan tambien las señas dello con las palabras de Platon, no sé por qué se tenga dificultad entender que por esta via hayan podido pasar al Perú muchas gentes, así desde esta gran isla Atlántica como desde las otras islas para donde desde aquella isla se navegaba, y aun desde la misma tierra firme podían pasar por tierra al Perú, y si en aquello habla dificultad, por la misma mar del Sur, pues es de creer que tenian noticia y uso i de la navegacion, aprendida del comercio que tenian con esta gran isla, donde dice el texto que tenia grande abundancia de navíos, y aun puertos hechos á mano para conservacion dellos, donde faltaban naturales. Esto es lo que se puede sacar por rastro cerca desta materia, que no es poco para cosa tan antigua y sin luz, mayormente teniendo respecto á que en el Perú no hay letras con qué conservar memoria de los hechos pasados, ni aun las pinturas, que sirven por letras en la Nueva-España, sino unas ciertas cuerdas de diversas colores, añudadas. De forma que por aquellos nudos, y por las distancias dellos se entienden, pero muy confusamente, como se declara mas largo en la historia que yo tengo hecha en las cosas del Perú. Puedo decir lo que Horacio en una carta:
Si quid novisti rectus istis,
Candidus impirti, si non vis, utere mecum.
Cerca del descubrimiento desta nueva tierra, parece que le cuadra un dicho á manera de profecía, que hace Séneca en la tragedia Medea, por estas palabras:
Venient annis secula seris,
Quibus Occeanus vincularerum
Laxet, novosq; typhis detegatorbes,
Atq; ingens pateat tellus.
Neofit terris ultima Thyle.
La principal relacion deste libro, cuanto al descubrimiento de la tierra, se tomó de Rodrigo Lozano, vecino de Trujillo, que es en el Perú, y de otros que lo vieron.
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CENTRO DE ESTUDIOS Y DIFUSIÓN DE LA CULTURA ANDINA
BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

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LIBRO PRIMERO
HISTORIA DEL DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DE LA PROVINCIA DEL PERÚ Y DE LAS GUERRAS Y COSAS SEÑALADAS EN ELLA, ACAECIDAS HASTA EL VENCIMIENTO DE GONZALO PIZARRO Y DE SUS SECUACES, QUE EN ELLA SE REBELARON CONTRA SU MAJESTAD
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CAPITULO PRIMERO.
De la noticia que se tuvo de Perú, cómo se comenzó
á descubrir.
En el año del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo de 1525 años, tres vecinos de la ciudad de Panamá (que es puerto de la mar del Sur), en la provincia de Tierra-Firme, llamada Castilla del Oro, se juntaron en compañía universal de todas sus haciendas, que fueron don Francisco Pizarra, natural de la ciudad de Trujillo, y don Diego de Almagro, natural de la villa Malagon, cuyo linaje nunca se pudo bien averiguar, porque algunos dicen que fué echado á la puerta de la iglesia, y que un clérigo llamado Hernando de Luque le crió. Y como estos fuesen los mas caudalosos de aquella tierra, pen¬sando ser acrecentados y servir á su Majestad del Emperador don Carlos, nuestro señor, propusieron descubrir por la mar del Sur la costa de levante de la Tierra-Firme, hácia aquella parte que después se llamó Perú; y tomando licencia don Francisco Pizarro de Pedro Arias de Avila, que á la sazon gobernaba aquella tierra por su majestad, aderezó un navío con harta dificultad, y se metió en él con ciento y catorce hombres; y descubrió una pequeña y pobre provincia, cincuenta leguas de Panamá, que se llama Perú, de donde después impropriamente toda la tierra que por aquella costa se descubrió, por espacio de mas de mil y docientas leguas, por luengo de costa se llamó Perú; y pasando adelante, halló otra tierra que los españoles llamaron el Pueblo-Quemado, donde los indios le daban tan continua guerra y le mataron tanta gente, que le fué forzado volverse mal herido á la tierra de Chinchama, que era cerca de Panamá; y en este medio tiempo don Diego de Almagro, que allí habia quedado, hizo otro navío, y en él se embarcó con setenta españoles, y fué en busca de don Francisco Pizarro por la costa hasta el rio que llamó de San Juan, que era cien leguas de Panamá; y como no le halló, se tornó buscando, basta que por el rastro conoció haber estado en el Pueblo-Quemado, donde desembarcó; y como los indios quedaron victoriosos por haber echado de la tierra á don Francisco Pizarro, se le defendían animosamente, y aun le hacian harto daño, hasta que un dia los indios le entraron un fuerte donde se defendían, por descuido de aquellos á quien tocaba la defensa por aquella parte, y desbarataron los españoles, y á don Diego le quebraron un ojo, y le trajeron á términos, que le fué forzado acogerse á la mar, y se volvió costeando hácia Tierra-Firme, y llegando á Chinchama, halló allí á don Francisco Pizarro, y se vió con él, y juntando los ejércitos y enviando por mas gente, se rehicieron de hasta docientos españoles, y tornaron á navegar la costa arriba en los dos navíos y en tres canoas que habian hecho; en la cual navegacion pasaron muchos y muy grandes trabajos, porque toda la costa es anegada de los esteros de muchos ríos que en ella entran en la mar, con abundancia de lagartos, que los naturales llaman caimanes, que son unas bestias que se crían en las bocas de aquellos ríos, tan grandes, que comunmente tienen á veinte y á veinte y cinco piés de largo, y en sintiendo en el agua cualquiera personó ó bestia, le muerden y llevan debajo de agua, donde le comen, y especialmente huelen mucho, los perros. Salen á desovar en la arena, donde entierran gran cantidad de huevos, y los crian en seco, y ellos andan por la arena no muy ligeros, y después se acogen al agua; en lo cual, y en otras particularidades que en ellos se hallan, parescen muy semejantes á los cocodrillos del Nilo. Y asimesmo padecian mucha hambre, porque no hallaban comida sino la fruta de unos árboles llamados mangles, de que hay abundancia en aquella ribera, que son muy recios y altos y derechos, y por criarse, en el agua salada, la fruta es tambien salada y amarga; pero la necesidad les hacia que se sustentasen con ella y con algun pescado que tomaban, y con marisco y cangrejos, porque en toda aquella costa no se cría maíz; y así, andaban remando en las canoas contra la gran corriente del mar, que siempre corre hácia el norte, y ellos iban al sur. Por toda la costa salían á ellos indios de guerra, dándoles gritos y llamándolos desterrados, y que tenian cabellos en las caras, y que eran criados del espuma de la mar, sin tener otro linaje, pues por ella habian venido, y que para qué andaban vagando el mundo; que debían ser grandes holgazanes, pues en ninguna parte paraban á labrar ni sembrar la tierra. Y por habérseles muerto á estos capitanes mucha gente, así de hambre como en las refriegas de los indios, se acordó que don Diego volviese á Panamá por gente, donde trajo ochenta hombres, y con ellos y con los que habian quedado vivos pudieron llegar hasta la tierra que se llamaba Catamez, que era ya fuera de aquellos manglares; tierra de mucha comida y medianamente poblada, donde todos los indios que salian de guerra traian sembradas las caras con clavos de oro en agujeros que para ello tenian hechos; y por ser la tierra tan poblada, no pasaron adelante hasta que don Diego de Almagro tornó á Panamá por mas gente; y entre tanto sé volvió don Francisco Pizarro á le esperar á una pequeña isla que estaba junto á la tierra, que llamaron la isla del Gallo, donde quedó padesciendo harta necesidad de todo lo necesario.
CAPITULO II.
Cómo quedó don Francisco Pizarro aislado en la Gorgona, y cómo
con la poca gente navegó, pasando la línea Equinocial.
Cuando don Diego de Almagro volvió á Panamá por socorro, halló que su majestad habia proveído por gobernador della un caballero de Córdoba, llamado Pedro de los Rios, el cual le impidió la vuelta, porque los que quedaron con don Francisco Pizarro en la isla del Gallo le enviaron secretamente á pedir que no permitiese que fuese mas gente á morir en aquella peligrosa jornada, sin ningun provecho, como habian muerto los pasados; y á ellos les mandase volver. Por lo cual Pedro de los Rios envió un teniente con su mandamiento para que todos los que quisiesen se pudiesen volver á Panamá libremente, sin que forzasen á ninguno á quedarse. Pues como la gente supo este mandato, se embarcaron luego con gran alegría, como si escaparan de tierra de moros de forma que solos doce hombres se quisieron quedar con don Francisco Pizarro, con los cuales, por ser tan pocos, no osó quedar allí, y se fué á una isla despoblada, seis leguas dentro en la mar, que, por ser toda llena de fuentes y arroyos, la llamaron la Gorgona, donde se sostuvieron comiendo cangrejos, exaivas y grandes culebras, de que allí hay abundancia, hasta que el navío volvió de Panamá, y en llegando, sin traer mas gente, salvo comida, se metió en él con solos sus doce compañeros, cuya constancia y virtud fué causa del descubrimiento de la tierra del Perú; uno de los cuales se llamaba Nicolás de Ribera, natural de Olvera; y Pedro de Candía, natural de la isla de Candía, en Grecia; y Juan de Torre, y Alonso Birceño, natural de Benavente; y Cristóbal de Peralta, natural de Baeza; y Alonso de Trujillo, natural de Trujillo y Francisco de Cuellar, natural de Cuellar; y Alonso de Molina, natural de Ubeda. Y guiándolos un piloto, llamado Bartolomé Ruiz, natural de Moguer, navegaron con harto trabajo y peligro contra la fuerza de los vientos y corrientes, hasta que llegaron á una provincia llamada Motupe, que está en medio de dos pueblos que los cristianos poblaron, y nombraron al uno Trujillo y al otro San Miguel; y no osando pasar adelante por la poca gente que tenia, á la vuelta, en el rio que llaman de Puechos ó de la Chira, tomó cierto ganado de las ovejas de la tierra y algunos indios que sirvieron de lenguas, y volviendo á la mar, hizo saltar en el puerto de Túmbez, de donde se trajo noticia de una casa muy principal que el señor del Perú allí tenia, con una poblacion de indios ricos, que era una de las cosas señaladas del Perú hasta que los indios de la isla de la Puna lo destruyeron, como adelante se dirá; y allí se quedaron tres españoles huidos, que después se supo haber sido muertos por los indios, y con esta noticia se tornó á Panamá, habiendo andado tres años en el descubrimiento, padesciendo grandes trabajos y peligros, así con la falta de comida como con las guerras y resistencia de los indios, y con los motines que entre su mesma gente habia, desconfiando los mas dellos de poder hallar cosa de provecho. Lo cual todo apaciguaba y proveía don Francisco con mucha prudencia y buen ánimo, confiado en la gran diligencia con que don Diego de Almagre le iria siempre proveyendo de mantenimientos y gente y caballos y armas. De manera que, con ser los mas ricos de la tierra, no solamente quedaron pobres, pero adeudados en mucha suma.
CAPITULO III.
De cómo don Francisco Pizarro vino á España á dar noticia á su majestad del descubrimiento del Perú, y de algunas costumbres de los naturales dél.
Hecho el descubrimiento, como arriba está dicho, don Francisco Pizarro se vino á España y dió noticia á su majestad de todo lo acaescido, y le suplicó que en remuneracion de sus trabajos le hiciese merced de la gobernacion de aquella tierra, que él quería tornar á descubrir y poblar; lo cual su majestad hizo, capitulando con él lo que se acostumbraba con los otros capitanes á quien se había encomendado el descubrimiento de otras provincias; y con tanto, se volvió á Panamá, llevando consigo á Hernando Pizarra y á Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro y á Francisco Martin de Alcántara, sus hermanos; entre los cuales solos Hernando Pizarro y Juan Pizarro eran legítimos y hermanos de padre y madre, hijos de Gonzalo Pizarro el Largo, vecino de Trujillo, que fué capitan de infantería en el reino de Navarra; don Francisco era su hijo natural y Gonzalo Pizarro lo mesmo, aunque de diferentes madres, y Francisco Martin era hermano de don Francisco, de madre solamente; y demás destos, llevó consigo otra mucha gente para el descubrimiento, que los mas dellos eran naturales de Trujillo y Cáceres y de otros lugares de Extremadura. Y así, llegado á Panamá, comenzaron á aderezar las cosas necesarias para el descubrimiento debajo de la mesma compañía, caso que hubo algunas disensiones entre don Francisco y don Diego; porque habia sentido mucho don Diego que don Francisco hubiese negociado en España con su majestad todo lo que á él tocaba, trayendo título de gobernador y adelantado mayor del Perú, sin hacer mencion de cosa que á él tocase, como quien que en todos los trabajos y costas del descubrimiento había puesto la mayor parte. De todo esto le consoló don Francisco, diciendo que su majestad no habia sido servido por entonces de darle para él cosa ninguna, caso que se lo había pedido; pero que él le prometia y daba su palabra de renunciar en él el adelantamiento, y le enviaría á suplicar que le pasase en él. Y con esto quedó algo satisfecho don Diego y así, los dejarémos poniendo en órden la armada y las otras cosas necesarias al descubrimiento, por contar el sitio de la provincia del Perú y las cosas señaladas y costumbres de las gentes.
CAPITULO IV.
De la geste que habita debajo de la linea Equinocial, y otras cosas
señaladas que allí hay.
La tierra del Perú, de que se ha de tratar en esta historia, comienza desde la linea Equinocial adelante hacia el mediodía. La gente que habita debajo de la linea y en las faldas della tienen los gestos ajudiados, hablan de papo, andaban tresquilados y sin vestidos, mas que unos pequeños refajos, con que cubrian sus vergüenzas. Y las indias siembran y amasan y muelen el pan que en toda aquella provincia se come, que en la lengua de las Islas se llama maíz, aunque en la del perú se llama zara. Los hombres traen unas camisas cortas hasta el ombligo y sus vergüenzas defuera. Hacense las coronas casi á manera de frailes, aunque adelante ni atrás no traen ningun cabello, sino á los lados. Précianse de traer muchas joyas de oro en las orejas y en las narices, mayormente esmeraldas, que se hallan solamente en aquel paraje, aunque los indios no han querido mostrar los veneros dellas; créese que nascen allí, porque se han hallada algunas mezcladas y pegadas con guijarros, que es señal de cuajarse dellos. Atanse los brazos y piernas con muchas vueltas de cuentas de oro y de plata, y de turquesas menudas, y de contezuelas blancas y coloradas, caracoles, sin consentir traer á las mujeres ninguna cosa destas. Es tierra muy caliente y enferma, especialmente de unas bérrugas muy enconadas que nacen en el rostro y otros miembros, que tienen muy hondas las raíces, de peor calidad que las bubas. Tienen en esta provincia las puertas de los templos hacia el oriente, tapadas con unos paramentos de algodon, y en cada templo hay dos figuras de bulto de cabrones negros, ante las cuales siempre queman leña de árboles que huelen muy bien, que allí se crian, y en rompiéndoles la corteza, distila dellos un licor, cuyo olor trasciende tanto, que da fastidio, y si con él untan algun cuerpo muerto y se lo echan por la garganta, jamás se corrompe. Tambien hay en los templos figuras de grandes sierpes, en que adoran; y demás de los generales, tenia cada uno otros particulares, segun su trato y oficio, en que adoraban: los pescadores bien figuras de tiburones, y los cazadores segun la caza que ejercitan y así todos los demás; y en algunos templos, especialmente en los pueblos que llaman de Pasao en todos los pilares dellos tenian hombres y niños, crucificados los cuerpos, ó los cueros tan bien curados, que no olian mal, y clavadas muchas cabezas de indios, que con cierto cocimiento las consumen, hasta quedar como un puño. La tierra es muy seca, aunque llueve á menudo; es de pocas aguas dulces, que corren, y todos beben de pozos ó de aguas rebalsadas, que llaman jagueyes; hacen las casas de unas gruesas cañas que allí se crian; el oro que allí nasce es de baja ley; hay pocas frutas; navegan la mar con canoas falcadas, que son cavadas en troncos de arboles, y con balsas. Es costa de gran pesquería y muchas ballenas. En unos pueblos desta provincia, que llamaban Caraque, tenian sobre las puertas de los templos unas figuras de hombres con una vestidura de la mesma hechura de almática de diácono.
CAPITULO V.
De los veneros de pez que hay en la punta de Santa Elena,
y de los gigantes que allí hubo.
Cerca desta provincia, en una punta que los españoles llamaron de Santa Elena, que se mete en la mar, hay ciertos veneros donde mana un betun que paresce pez ó alquitrán, y suple por ellos. Junto á esta punta, dicen los indios de la tierra que habitaron unos gigantes, cuya estatura era tan grande corno cuatro estados de un hombre mediano. No declaran de qué parte vinieron; manteníase de las mesmas viandas de los indos, especialmente pescado, porque eran grandes pescadores; á lo cual iban en balsas, cada uno en la suya, porque no podian llevar mas, con navegar tres caballos en una balsa; apeaban la mar en dos brazas y media; holgaban mucho de topar tiburones ó bulbos, ó otros peces muy grandes, porque tenían mas que comer; comía cada uno mas que treinta indios; andaban desnudos por la dificultad de hacer los vestidos; eran tan crueles, que sin causa ninguna mataban muchos indios, de quien eran muy temidos. Vieron los españoles en Puerto-Viejo dos figuras de bulto destos gigantes, una de hombre y otra de mujer. Hay memoria entre los indios, descen¬diendo de padres en hijos, de muchas particularidades destos gigantes, especialmente del fin dellos; porque dicen que bajó del cielo un mancebo resplandesciente como el sol, y peleó con ellos, tirándoles llamas de fuego, que se metian por las peñas donde daban, y hasta hoy están allí los agujeros señalados; y así , se fueron retrayendo á un valle, donde los acabó de matar todos. Y con todo esto, nunca se dió entero crédito á lo que los indios decian cerca destos gigantes, hasta que siendo teniente de gobernador en Puerto Viejo el capitan Juan de Olmos, natural de Trujillo, en el año de quinientos y cuarenta y tres, y oyendo todas estas cosas, hizo cavar en aquel valle, donde hallaron tan grandes costillas y otros huesos, que si no parescieran juntas las cabezas, no era creible ser de personas humanas; y así, hecha la averiguacion y vistas las señales de los rayos en las peñas, se tuvo por cierto lo que los indios decian; y se enviaron á diversas partes del Perú algunos dientes de los que allí se hallaron, que tenia cada uno tres dedos de ancho y cuatro de largo. Tiénese por cosa cierta entre los españoles, vistas estas señales, que por ser, como dicen que era, esta gente muy dados al vicio contra natura, la Justicia divina los quitó de la tierra, enviando algun ángel para ello, como se hizo en Sodoma y en otras partes; y así para esto como para todas las otras antigüedades que en el Perú se saben, se ha de presuponer la dificultad que hay en la averiguacion; porque los naturales ningun genero de letras ni escritura saben ni usan, ni aun las pinturas, que sirven en lugar de libros en la Nueva-España, sino solamente la memoria que se conserva de unos en otros; y las cosas de cuenta se perpetúan por medio de unas cuerdas de algodon, que llaman los indios quippos, denotando los números por nudos de diversas hechuras, subiendo por el espacio de la cuerda desde las unidades á decenas, y así dende arriba, y poniendo la cuerda del color que es la cosa que quieren mostrar; y en cada provincia hay personas que tienen cargo de poner en memoria por estas cuerdas las cosas generales, que llaman quippo camaios; y así, se hallan casas públicas llenas destas cuerdas, las cuales con gran facilidad da á entender el que las tiene á cargo, aunque sean de muchas edades antes dél.
CAPITULO VI.
De las gentes y cosas que hay pasada la linea Equinocial hácia
el mediodía, por la costa de la mar.
Pasada la linea Equinocial, hácia el mediodía hay una isla de doce leguas de bojo, muy cerca de la Tierra-Firme, la cual isla llaman la Puna, abundante de mucha caza de venados y pesquería y de muchas aguas dulces. Solia estar poblada de mucha gente, y tenían guerras con todos los pueblos comarcanos, especialmente con los de Túmbez, que están doce leguas de él. Vestian camisas y pañicos; eran señores de muchas balsas, con que navegaban. Estas balsas son hechas de unos palos largos y livianos; atados sobre otros dos palos, y siempre los de encima son nones, comunmente cinco, y algunas veces siete ó nueve, y el de en medio es mas largo que los otros, como piértego de carreta, donde va sentado el que rema; de manera que la balsa es hechura de la mano tendida, que van menguándose los dedos, y encima hacen unos tablados por no mojar-se. Hay balsas en que caben cincuenta hombres y tres caballos; navegan con la vela y con remos, porque los indios son grandes marineros dellas, aunque algunas veces ha acaescido, yendo españoles en las balsas, desatar los indios muy sotilmente los palos, y apartarse cada uno por su cabo, y así perecer los cristianos y salvarse los indios sobre los palos, y aun sin ningun arrimo, por ser grandes nadadores. Peleaban los desta isla con tiraderas y hondas, y con porras y hachas de plata y cobre. Tenian muchas lanzas con hierros de oro bajo, y hombres y mujeres traian muchas joyas y anillos de oro. Servíanse con vasijas de oro y plata, y el señor de aquella isla era muy temido de sus vasallos, y tan celoso, que todos los servidores dé su casa y guardas de sus mujeres traian cortadas las narices y miembros ge¬nitales. Y en otra pequeña isla, junto á ella, se halló en una casa el retrato de una huerta con los arbolicos y plantas de plata y oro. Frontero desta isla, y en la Tierra-Firme, habia unos pueblos que, por cierto enojo que hicieron al señor del Perú, les dió por pena que se sacasen los dientes de la mejilla alta; y así, hasta el dia de hoy hombres y mujeres andan desdentados.
En pasando de Túmbez hácia el mediodía, en espacio de quinientas leguas por luengo de costa, ni en diez leguas la tierra adentro, no llueve ni truena jamás, ni cae rayo, caso que pasadas las diez leguas ó algo mas ó menos, como la sierra dista de la mar, llueve y truena, y hay invierno y verano á los tiempos y de la manera que en Castilla, y al tiempo que en la sierra es invierno en la costa es verano, y así por el contrario; y por todo el espacio descubierto de la tierra del Perú, que es desde la ciudad de Pasto, donde comienza, hasta la provincia de Chili, que agora está descubierta, hay mas de mil y ochocientas leguas, mas largas que las de Castilla; y en todas ellas va á la larga una cordillera de sierras muy ásperas, que unas veces distan de la mar quince y veinte leguas, y otras se meten los ramos de la sierra por la tierra y hacen menor la distancia por manera que todo lo descubierto del Perú se entiende por dos nombres, que toda la distancia que hay desde las montañas á la mar, agora diste poco ó mucho, se llaman los llanos, y todo lo demás se llama la Sierra. Estos llanos son muy secos y de muy grandes arenales, porque no llueve jamás en ellos, ni se halla fuente ni pozo ni otro ningun manantial, sino cuatro ó cinco jagueyes que, por estar junto á la mar, el agua es muy salobre. Mantiénense del agua de los ríos que descienden de la sierra, y se juntan de las nieves y lluvias que allí caen porque tampoco en la sierra se hallan sino muy pocas fuentes. Estos ríos están apartados unos de otros al¬gunas veces doce y quince y veinte leguas, pero lo mas ordinario es á siete y á ocho leguas; y así, los caminantes hacen comunmente jornada en ellos, porque no tie¬nen otra agua que beber. Por las orillas destos ríos, una legua en ancho, y á veces mas ó menos, como lo sufre la disposicion de la tierra, hay muy grandes fres-curas de arboledas y frutales y maizales, que los indios siembran; y después que los españoles fueron á aquella tierra, tambien siembran trigo, lo cual todo riegan con las acequias que sacan destos ríos, en que tienen muy grande experiencia é industria; porque algunas veces, para desmentir los valles que se ofrescen en medio, acontesce rodear con la acequia siete y ocho leguas, con no tener el tal valle media legua de distancia de punta á punta. La frescura destos valles tura de largo, como viene el rio desde la mar á la sierra; corren los ríos con tanto ímpetu por venir de tan alto, que muchos dellos, como son el de Santa y el de la Barranca, y otros semejantes, no los podrian pasar los españoles á caballo sin ayuda de los indios, que les defienden la cor¬riente, poniéndose hácia la parte baja asidos con varales y otros palos; aun con todo esto, pasando los ríos, no es seguro detenerse á dar agua ni otra cosa, porque la furia del agua desbarata al caballo y al que va enci¬ma, y le hace perder los sentidos, y el principal peligro, consiste en que si cae el caballo ó el hombre, la gran corriente los lleva abajo sin dejarlos levantar, porque es tan furiosa, que ordinariamente lleva tras sí piedras bien grandes. Los que caminan por los llanos van siempre por la orilla de la mar, que casi no se apartan del agua, ó á lo menos pocas veces la pierden de vista, y en los inviernos es peligroso camino, porque vienen los ríos tan crescidos, que no se pueden pasar sino en las balsas que arriba están dichas, ó en otras que hacen hinchiendo unas redes de calabazas, y sobre ellas va tendido de pechos el que ha de pasar, y un indio va delan¬te, asida la balsa, á nado con una cuerda, y otro detrás echándola hácia adelante. Y asimismo en las riberas destos ríos hay frutales de diversas maneras y algodonales y salces y cañas y carrizos y juncos, y juncia y espadañas y otros géneros de yerbas. Es tierra muy fértil, y en todo el año se siembra, y se coge el trigo y el maíz sin esperar tiempo cierto para ello.
Los indios no viven en casas, sino debajo de árboles, ó de ramadas. Las mujeres visten unos hábitos de algodon hasta los piés, á manera de lobas; los hombres traen pañetes y unas camisetas hasta la rodilla, y encima unas mantas; y aunque la manera del vestir es comun á todos, difieren en lo que traen en las cabezas, segun el uso de cada tierra porque unos traen trenzas de la¬na, y otros un solo cordon de lana y otros muchos cor¬dones de diversas colores; y no hay ninguno que no traiga algo en la cabeza, y en cada provincia es diferentemente. Divídense en tres géneros todos los indios destos llanos, porque á unos llaman yungas y á otros tallanes y á otros mochicas; en cada provincia hay di¬ferente lenguaje, caso que los caciques y principales y gente noble, demás de la lengua propria de su tierra, saben y hablan entre si todos una misma lengua, que es la del Cuzco, por causa que el rey del Perú, llamado Guaynacaba, padre de Atabaliba, paresciéndole que era poco acatamiento de sus vasallos, especialmente de los caciques y gente principal, que mas de ordinario con él trataban, haber de negociar por intérprete, man¬dó que todos los caciques de la tierra y sus hermanos y parientes enviasen sus hijos á servirle en su corte, so color que aprendiesen la lengua, aunque principalmente su intento era asegurar la tierra de todos los principales con tenerles sus hijos en rehenes. Como quier que sea, por esta forma consiguió que toda la gente noble de su reino supiese y hablase la lengua de su corte, de la manera que en Frándes se introdujo que los caballeros y nobles hablasen la lengua francesa de manera que el español que supiere la lengua del Cuzco puede pasar por todo el Perú, en los llanos y en la sierra, entendiendo y siendo entendido de los principales.
CAPITULO VII.
Del viento que corre en los llanos del Perú, y la razon
de la sequedad dellos.
Con razon podrían dudar los que leyeren esta histo¬ria de la causa por que no llueve en todos los llanos del Perú, como arriba está dicho, habiendo razones de que en ellos hubiese de haber grandes lluvias, pues tienen tan cerca de la una parte la mar, que comunmente engendra humedades y vapores, y de la otra las altas sierras, de que hemos hecho relacion, donde nunca faltan nieves y aguas; y la razon natural que hallan los que con diligencia lo han inquirido es, que en todos estos llanos y costa de la mar corre todo el año un solo viento, que los marineros llaman sudueste, que viene prolongando la costa, tan impetuoso, que no deja parar ni levantar las nubes ó vapores de la tierra ni de la mar á que lleguen á congelarse á la region del aire; y de las altas sierras que exceden estos vapores ó nubes se ven abajo, que paresce que son otro cielo, y sobre ellos está muy claro, sin ningun nublado; y este viento causa tambien correr las aguas de aquella mar hácia la parte del norte, como corren, aunque algu¬nos dan para ello otra causa, que como la mar del Sur va á embocar por el estrecho de Magallánes, y por ser tan angosto, que no tiene mas de dos leguas, no puede caber por él tan gran pujanza de agua, especialmente encontrándose allí con las aguas del mar del Norte, que le estorban la entrada; y así, no pudiendo caber toda el agua por allí, necesariamente tiene de hacer refluxion y retraerse hácia atrás; y asi, es causa de que las corrientes vuelvan atrás contra el norte; de donde nace otro inconveniente, que es ser por esta razon tan dificultosa la navegacion de Panamá para el Perú, porque siempre tienen el viento contrario, y mucha parte del año tambien las corrientes, que si no van á la bolina y forcejando contra el viento, no es posible navegar.
En toda esta costa del Perú hay grandes pesquerías de todos géneros de peces y muchos lobos marinos. Desde el rio de Túmbez arriba no se hallan lagartos; algunos dicen que lo causa ser la tierra mas templada, porque ellos son amigos de calor; pero por mas cierto se tiene causarlo la furia con que corren los ríos, que no los dejan criar, porque ellos ordinariamente crian en las rebalsas de los ríos. En toda la largura de los lla¬nos hay pobladas de cristianos cinco ciudades. La primera se llama Puerto-Viejo, que está muy cerca de la línea Equinocial. Esta tiene pocos vecinos, porque es tierra pobre y enferma, aunque hay algunas esmeraldas, como arriba está dicho. Cincuenta leguas mas arriba, quince leguas la tierra adentro, está otra ciudad que se llama San Miguel, y en lengua de los indios se llamaba Piura; lugar fresco y bien proveido, aunque sin minas de oro ni de plata. Allí hay una enfermedad natural de la tierra, que da en los ojos á los mas que por allí pasan. Sesenta leguas adelante, la costa arriba, está una ciudad en un valle que llaman Chimo, y la ciudad se llama Trujillo; está dos leguas de la mar, aunque el puerto es peligroso; está asentada en un llano á la orilla de un rio; es muy abundante de aguas, y fértil de trigo, maíz y ganado. Está la poblacion hecha por mucha órden y razon, y en ella hasta trecientas casas de españoles. Ochenta leguas mas arriba hay otra ciudad, dos leguas de un puerto de mar muy bueno y seguro, asentada en un valle que se dice Lima, y la ciudad se dice los Reyes, porque se pobló día de la Epifanía. Está en un llano junto á un rio caudaloso; la tierra es muy abundante de pan y de todo género de frutas y ganados. Está la ciudad poblada de suerte que todas las calles van á dar á la plaza á cordel, y por cualquiera se paresce el campo por dos partes. Es de muy apacible vivienda por causa de su templanza, que en todo el año no hay frio ni calor que dé pesadumbre; los cuatro meses del estío de España hace en ella alguna mas diferencia de frio que en el otro tiempo. Estos cuatro meses cae en ella hasta el mediodía un rocío menudo como las nieblas de Valladolid, salvo que no es dañoso para la salud; antes los que tienen enfermedad de cabeza la lavan con este rocío. Dase muy bien toda fruta de Castilla, especialmente naranjas, cidras, limones, toronjas, dulce y agro, y higos y granadas, y aun de uvas hubiera abundancia si las alteraciones de la tierra hubieran dado lugar, porque algunas hay nascidas que se pusie¬ron de granos de pasas. Tambien hay grande abundancia de verdura y legumbres de Castilla y gran aparejo para criallas, porque en cada casa hay una acequia de agua sacada del rio, que podria hacer moler un molino. Hay en el rio muchas paradas de molinos de Castilla, donde los españoles muelen su trigo; por manera que esta ciudad se tiene por la mas sana y apacible vivienda de la tierra, por ser el puerto de gran comercio y contratacion, y que para proveerse de lo necesario acuden á él de todas las ciudades que están la tierra arriba, en cuyas minas se halla tanta abundancia de oro y plata como de aquella provincia se trae; y tambien por estar en medio de la tierra, y haber su majestad mandado por esta razon que resida allí la audiencia real, cuya causa acuden todos los vecinos de la tierra á pedir allí justicia; y es de creer que cada dia se irá aumentando mas la vecindad. Terná agora quinientas casas, aunque toma muy mayor sitio que una ciudad de España que tenga mil y quinientas, así por ser las calles muy anchas y la plaza, como porque cada casa ocupa un solar de ochenta piés de delantera, y doblado el largo. Los edilicios no se pueden hacer de mas de un sue¬lo, porque no hay madera en la tierra que sufra hollarse, y á tres años se come decarcoma; y con todo esto, las casas son muy suntuosas y de grande autoridad y muchos aposentos; los cuales edifican haciendo las paredes de los cuartos de adobes, con cinco piés de ancho, y en medio lo hinchen de tierra todo lo necesario para subir el aposento, hasta que las ventanas que salen á la calle queden bien altas del suelo. Las escaleras están descubiertas en los patios, y van á dar en unos terrados que sirven de corredor ó antecuarto para entrar desde allí á los aposentos. Las techumbres se hacen y cubren con unos tirantes toscos, y encima dellos se pone un cielo de unas esteras pintadas como las de Almería, que cubren tambien las mesmas tirantes, ó de unos lienzos pintados; y encima de todos se hacen ramadas, y así quedan los aposentos muy altos y frescos y defendídos del sol, porque del agua no hay necesidad defenderlos, pues, como está dicho, nunca llueve. Ciento y treinta leguas desta ciudad, la costa arriba, está otra villa que se intitula la villa hermosa de Arequipa, que será pueblo de hasta trecientas casas, muy sano, y abundante de todo género de comida. Está doce leguas de la mar, de cuya causa se espera que se poblará mucho, porque suben á él los navíos con ropa y vino y otros mantenimientos, de donde se provee la ciudad del Cuzco y la provincia de los Charcas, adonde acude la mayor parte de la gente de la tierra por causa de la contratacion de las minas de Potosí y Parco; y tambien se trae dellas á esta villa gran abundancia de plata para embarrar en los mismos navios, y llevarlo por mar á la ciudad de los Reyes ó á Panamá, con que se excusa llevallo por tierra, con gran peligro y riesgo y trabajo, después que, en ejecucion de la ordenanza real, no se cargan los indios. Desde esta ciudad pueden ir por tierra junto á la costa de la mar, por espacio de cuatrorientas leguas, á la próvincia que descubrió y pobló el gobernador Pedro de Valdivia, que se llama Chili, que en lengua dé indios quiere decir frío, por causa de los grandes frios que para llegar á ellos se pasan, como la historia lo declarará adelante, cuando tratare de la jornada que hizo el adelantado don Diego de Almagro. Este es el sitio y poblacion de la parte del Perú en los llanos dél; con que se debe presuponer que la mar es tan bonanra y limpia en toda aquella costa, por tanto espacio de tierra como hemos dicho, que jamás hay tormenta ni maleza ni bajío, ni otro impedimento para que las naos no puedan surgir seguramente con sola una áncora en toda la costa.
CAPITULO VIII.
De la calidad de la sierra del Perú, y de la poblacion della
de indios y cristianos.
Los indios que habitan en la sierra son muy diferentes de los de los llanos en fuerzas esfuerzo y razon, y viven mas políticamente, en casas cubiertas de tierra, y visten camisas y mangas de lana de las ovejas que allí se crian; andan en cabello con unas vendas atadas á las cabezas; las mujeres visten unos há-bitos sin mangas, muy sajadas con unas cintas de lana por todo el cuerpo, con que se hacen los talles largos; traen cobijadas unas mantellinas de lana prendidas al cuello con unos grandes alfileres de oro ó plata, como cada una alcanza, los cuales, en su lengua se llaman topos, que tienen las cabezas grandes y llanas, y tan agudas, que les sirven de cuchillas. Ayudan mucho á sus maridos en las labores y trabajos del campo y en los caseros, y aun casi lo trabajan ellas todo. Son comunmente blancas y de muy buenos gestos y faciones, mucho mas que las de los llanos. Y asimesmo la tierra es muy diferente de los llanos, porque todo está cubierta de yerba, y con gran abundancia de arroyos y aguas muy frias; de las cuales, juntándose, se hacen los ríos que van por los llanos. Hay muchas flores por los campos, y verduras como las de Castilla. Hay por todas partes berros y mastuerzo y almirones y verbe¬na y zarzamoras y hacederas, y hay otras yerbas que echan unas flores amarillas, y las hojas como apio, que en poniéndola en cualquier llaga, aunque esté corrom¬pida, luego la limpia, y si la ponen sobre la carne sana, la come asta el hueso. Hay muchos géneros de árboles de la tierra, con gran diversidad de frutas, tan sabrosas como las de Castilla. Hay alisos y nogales silves¬tres. Tienen los indios muchas ovejas silvestres y otras domésticas. Hay venados y corzos, y otros géneros de animales menores, y abundancia de raposas. De todos estos animales hacen los indios una caza de gran regocijo, que ellos llaman chaco, desta manera: que se juntan cuatro ó cinco mil indios, mas ó menos, como lo sufre la poblacion de la tierra, y pónense apartados uno de otro en corro; tanto, que ocupan dos ó tres leguas de tierna; y después se van juntando paso á paso al son de ciertos cantares, que ellos saben para aquel propósito, y vienense á juntar hasta trabarse de las manos, y aun hasta cruzar los brazos unos con otros, y así vienen á juntar gran número de caza, como en corral, de todos géneros de animales, y allí toman y matan lo que les parece; y son tan grandes las voces que dan, que, no solamente espantan los animales, mas baten caer entre ellos aturdidas muchas perdices y neblís y otras aves, que, embarazadas con la mucha gente y grandes gritos, se dejan tomar á manos, y algunas dellas con redes. Hay por los montes leones y osos negros y gatos, y monos de diversas maneras, y otros muchos géneros de salvajismos, y las aves que hay en los llanos y en la sierra son águilas y palomas, tórtolas, pitos, codornices, papagayos, alcaudones, mochuelos, patos y gallaretas, garzas blancas y pardas, ruiseñores, y otras diversidades de hermosas aves; y entre ellas hay unas tan pequeñi¬tas, que un cigarron es mayor, y tienen unas plumas largas romo un tornasol verde. Hay por las costas tan grandes buitres, que, tendidas las alas, tienen quince ó diez y seis palmos de punta á punta; estos se mantie¬nen de lobos marinos, y cuando los ven en tierra, uno dellos hace presa en los pies ó cola, y otro le saca los ojos, y así otros le pican hasta matarle y cebarse en él. Hay otras aves, que llaman alcatraces, que son de hechura de gallinas, aunque muy mayores, porque les puede caber en el papo tres celemines de trigo, y son tan generales en toda la costa de la mar del Sur, que por espacio de mas de dos mil leguas nunca faltan; mantiénese de marisco, y cuando sienten hombre muerto entran á buscarle la tierra adentro treinta y cuarenta leguas. Es la carne dellas tan hedionda y mala, que algunos que con necesidad la han comido mueren como con ponzoña. Ya está dicho que en toda esta sierra llueve y graniza y nieva y hace gran frío, aunque hay en ella valles tan hondos, que no se sienten por la mucha calor; y allí se puede criar una yerba, que los indios tienen en mas que oro ni plata, llamada coca, cuya hoja es casi de hechura de la del zumaque; y tiénese experiencia que el que trae esta hoja en la boca no ha sed ni hambre. En algunas partes desta sierra no hay ningunos árboles, y los que caminan por ellas hacen lumbres de unos céspedes que por allí se crian. Hay veneros de tierra de diversas colores, y venas de oro y plata, las cuales los indios conoscian y fundian muy mejor y con menos trabajo y costa que los cristianos; porque en las sierras mas altas hacían unos hornillos con las puertas hácia el mediodía, de donde hemos dicho que siempre sopla el viento, y allí echan el metal con estiércol de ovejas; y encendiendo el viento el carbon, se derrite y cen¬dra la plata y oro; y aun agora se ha visto en la gran abundancia de plata que se saca en las minas de Potosi que no se puede fundir con fuelles, sino que los indios lo funden en estos hornillos, que ellos llaman guairas, que quiere decir viento, porque se enciende con él. Es tan abundante y fertil esta tierra de cualquier cosa que en ella se siembra, que de una hanega de trigo salen ciento y cinquenta, y á veces decientas, y lo ordinario es ciento, con no haber arados con que labrar la tierra, sino unas palas agudas con que los indios la revuelven; y siembran los granos de trigo haciendo un agujero con un palo y metiendolos allí, como hacen en España cuando siembran habas. Danse las verduras y legumbres en tanta abundancia, que se vió en la ciudad de Trujillo nascer rábanos tan gruesos como un hombre, muy tiernos y macizos y que las hojas ocupaban dos pasos al derredor, y lo mesmo las lechugas y coles y otras hortali¬zas que se sembraron de la simiente que se llevó de Castilla pero la que nació después en la tierra no cresció tanto. Las viandas que en aquella tierra comen los indios son maíz cocido y tostado en lugar de pan, y carne de venados cecinada, á manera de moxama, y pescado seco, y unas raíces de diversos géneros, que ellos llaman yuca, y ajís y zamotes y papas, y otras de otras maneras, y altramuces, y otras legumbres. Beben un brebaje en lugar de vino, que hacen echando, maíz con agua en unas tinajas que guardan debajo de tierra, y allí hierve; y demás del maíz crudo, le echan en cada tinaja cierta cantidad de maíz mascado, para la cual hay hombres y mujeres que se alquilan, y sirven como levadura. Tiénese por mejor y mas recio lo que se hace con agua embalsada que con la que corre. Este brebaje se llama comunmente chicha en lenguaje de las islas, porque en lengua del Perú se llama azúa es blanco ó tinto, como la color del maíz le echan, y emborracha mas fácilmente que vino de Castilla, aunque si los indios lo pudiesen haber, segun son aficionados á ello, dejarian lo de su tierra. Tambien hacen otra bebida de una frutilla que nasce en unos árboles, que llaman mulles, aunque no es tan presciada como la chicha.
CAPITULO IX.
De las ciudades de cristianos que hay en la sierra del Perú.
En la sierra del Perú hay algunas poblaciones de cristianos, que comienzan desde la ciudad de Quito, la cual está en cuatro grados, poco mas ó menos, allende de la linea Equinocial. Solia ser lugar muy apacible y abundante de pan y ganados, y mucho mas por los años de 44 y 45, que se descubrieron muy ricas minas de oro, y iba poblándose y acrescentándose el lugar de mucha gente, hasta que la furia de la guerra acudió allí, que fué causa que muriesen casi todos los vecinos de aquella ciudad á manos de Gonzalo Pizarro y de sus capitanes, porque habian servido y favorecido al visorey Blasco Nuñez Vela el tiempo que allí residió, como adelante mas particularmente se dirá. Desde esta ciudad no hay poblacion de cristianos por la sierra hasta un descubrimiento de la provincia de les Bracamoros, que el capitán Juan Porcel por una parte y el capitan Vergara por la otra descubrieron, y hicieron en ellas unas pequeñas poblaciones para desde allí entrar á descubrir mas adelante, conquistando y descubriendo la tierra, y aun estas poblaciones se deshicieron, porque Gonzalo Pizarro trajo consigo estos capitanes con su gente, para ayudarse dellos en sus guerras; y este descubrimiento se hizo por órden del licenciado Vaca de Castro, siendo gobernador de aquella provincia; que por la parte de San Miguel envió al capitan Porcel, y mucho mas arriba, por la provincia de los Chachapoyas, envió á Vergara, creyendo que iban por diversas entradas, caso que ellos después se toparon, y aun tuvieron diferencia sobre á quién pertenescia; y viniendo llamados por Vaca de Castro para dar entre ellos asiento, se hallaron al principio de la guerra en la ciudad de los Reyes, en servicio del Visorey; y des¬pués de él preso, se quedaron con Gonzalo Pizarro, y cesó el negocio de la entrada. Está este descubrimiento á ciento y sesenta leguas de la ciudad de Quito, por la sierra. Mas adelante otras ochenta leguas hay una provincia que se dice de los Chachapoyas, donde hay una poblacion de cristianos que se intitula Levanto, tierra fértil de comida y de razonables minas; es la provincia muy fuerte y segura, porque está cercada casi por todas partes de un muy hondo valle, por el cual va un rio que le cerca por la mayor parte, que cortando las puentes dél habria mucha dificultad de conquistarla; esta provincia pobló de cristianos el mariscal Alonso de Albarado, á quien estaba encomendada. Mas adelante por espacio de sesenta leguas hay otra poblacion de cristianos que se llama Guanuco, hecha por mandado del licenciado Vaca de Castro, que la llamó Leon por ser natural de la ciudad de Leon, en España. Es tierra de mucha comida, y créese que hay en ella abundancia de minas, especialmente hácia la parte que tiene ocupada el Inga, que está alzado y de guerra en la provincia de los Andes, como adelante se declarará; y desde esta ciudad no hay en la sierra lugar de cristianos hasta la villa de Guamanga, que por los cristianos se nombra San Juan de la Vitoria, que hay distancia de sesenta leguas; esta villa es de poca poblacion de cristianos, aunque se cree que se acrescentaria mucho si el inga viniese de paz, porque está muy cerca della, y les tiene ocupada á los vecinos la mejor tierra, donde hay muchas minas y abundancia de coca, que es una yerba de mucho provecho, como arriba está dicho, Desta villa de Guamanga al Cuzco hay distancia de ochenta leguas, en las cuales hay grande aspereza de caminos, por las muchas sierras y quebradas, que son causa de grandes peligros. La ciudad del Cuzco antes de los cristianos era el asiento y corte de los reyes de aquella provincia, y desde ella se gobernaba tanta distancia de tierra como está declarado y se declarará. Y allí acudian los caciques de todas partes, así á traer los tributos del señor como á tratar sus negocios y á pedir su justicia unos contra otros; y en toda la provincia no habia otro lugar poblado de indios ni que tuviese forma de ciudad, sino esta, donde hay una muy buena fortaleza, labrada de piedras cuadradas tan grandes, que causa admiracion haberse podido traer allí á fuerza de indios, sin ayuda de bueyes ni mulas ni otros animales; porque hay muchas piedras que no las moverán diez pares de bueyes cada una dellas. Las casas y edificios en que hoy viven los cristianos son las mesmas que los indios tenian, aunque algunas reparadas y otras acrescentadas; la ciudad se divide en cuatro estancias, en cada una de las cuales tenia mandado el Rey, que en lengua de los indios se llama inga, que viviesen y se aposentasen los indios de hácia la parte que correspondia á aquel cuartel desta manera que él que tira hácia el mediodia: se llama Collasuyo, por una provincia que está hácia aquella parte, llamada Collao; y el que está hácia la parte del norte, contrario de este, se llama Chinchasuyo, por causa de una provincia muy nombrada que cae en aquel derecho, llamada Chincha, que agora es de su majestad, harto pobre y despoblada segun lo que solia; y así, desta manera se nombran los otros dos cuarteles de oriente y poniente, Andesuyo y Condesuyo; y ningun indio podia vivir en el aposento diferente del que estaba señalado á su tierra, sin gran pena. La tierra comarcana á esta ciudad es muy abundante de toda comida, y es tan sana, que en entrando en ella un hombre sin enfermedad, pocas ó ninguna vez adolesce. Está cer¬cada de muchas y ricas minas de oro, en las cuales se ha sacado tanto como á España ha venido aunque agora, después que se descubrieron las minas de Potosí, se han despoblado las del oro, así porque se halla muy mayor ganancia en la plata, como porque es con muy menor peligro de los indios y aun de los cristia¬nos que tratan en ello. Desde esta ciudad del Cuzco á la villa de Plata, que es en la provincia de las Charcas, hay ciento y cinquenta leguas, y mas, y en medio hay una provincia muy grande y llana, que se llama el Collao, que dura mas de cincuenta leguas, y la principal parte, que se llama Chiquito, es de su majestad; y por haber tan gran distancia despoblada de cristianos, el licenciado de la Gasca el año de 49 mandó poblar un lugar en esta provincia del Callao, que se nombra Nuestra Señora de la Paz. La villa de Plata es lugar de mucho frio, mas que ninguna otra de la sierra; hay en ella pocos vecinos, pero muy ricos; y aun estos que hay, la mayor parte del año residen en el asiento de las minas que hay en el cerro de Parco, y después en el de Potosí, cuando se descubrió, como adelante se dirá. Desde esta villa de Plata, entrando la tierra aden¬tro, la mano izquierda, hácia la parte del oriente, se descubrió por mandado del licenciado Vaca de Cas¬tro, que envió á ello al capitan Diego de Rójas y á Filipe Gutierrez, una provincia que se llama de Diegó de Rójas, que dicen ser muy buena y sana tierra, y abundante de comida, aunque no se ha hallado en ella tanta riqueza como se tenia creído que hubiera; y por ella han venido al Perú el capitan Domingo de Icala y sus compañeros en el año de 49, por manera que han andado toda la tierra que hay entre la mar del Sur y la del Norte, cuando subieron por el rio de la Plata, descubriendo la tierra por el mar del Norte. Este es el sitio de todo lo que está descubierto y poblado en toda la provincia del Perú, hácia la mar del Sur, ima-ginando la tierra por luengo de costa, sin haber entrado á descubrir la tierra adentro, porque hallan en ello gran dificultad, á causa de la aspereza de las sierras, que son tan dobladas, que no se pueden pasar sin gran dificultad y frios y falta de comida; y á todo esto ven¬ciera la industria y buen ánimo de los españoles, si no desconfiasen ser delante la tierra rica.
CAPITULO X.
Del origen de los reyes del Perú, que llaman ingas.
En todas las provincias del Perú habia señores prin¬cipales, que llamaban en su lengua curacas, que es lo mismo que en las islas solian llamar caciques; porque los españoles que fueron á conquistar el Perú, como en todas las palabras y cosas generales y mas comunes iban amostrados de los nombres en que las llamaban de las islas de Santo Domingo y San Juan y Cuba y Tierra-Firme, donde habian vivido, y ellos no sabian los nombres en la lengua del Perú, nombrábanlas con los vocablos que de las táles cosas traian aprendidos, y esto se ha conservado de tal manera, que los mismos indios del Perú cuando hablan con los cristianos nombran estas cosas generales por los vo¬cablos que han oido dellos, como al Cacique, que ellos llaman curaca, nunca le nombran sino cacicua, y aquel su pan de que está dicho, le llaman maíz, con nombrarse en su lengua zara, y al brebaje llaman chicha, y en su lengua azúa, y así de otras muchas cosas. Estos señores mantenían en paz sus indios, y eran sus capitanes en las guerras que tenian con sus comarcanos, sin tener señor general de toda la tierra, hasta que de la parte del Collao, por una gran laguna que allí hay, llamada Titicaca, que tiene ochenta leguas de bojo, vino una gente muy belicosa, que llamaron ingas; los cuales andan trasquilados y las orejas hora-dadas, y metidos en los agujeros unos pedazos de oro redondo con que los van ensanchando. Estos tales se llaman ringrim, que quiere decir oreja. Y al principal dellos llamaron Zapalla inga, que es solo señor, aunque algunos quieren decir que le llamaron inga Viracocha, que es tanto como espuma ó grasa de la mar; porque, como no sabian el origen de la tierra donde vino, creian que se había criado de aquella laguna, que desagua por un gran rio que corre hácia la parte del occidente, que tiene en parte media legua de ancho, el cual entra en otra pequeña laguna que está cuarenta leguas de la grande; así se consume sin que haya otro desaguadero, con gran admiracion de los que consideran cómo en tan pequeño sumidero desaparesce tan gran cantidad de agua; aunque en esta pequeña nunca se halló suelo, créese que va por debajo é la mar, como lo hace el rio Alfeo en Grecia. Estos ingas co¬menzaron á poblar la ciudad del Cuzco, y desde allí fueron sojuzgando toda la tierra y la hicieron tributaria; y de ahí adelante iba sucediendo en este señorío el que mas poder y fuerzas tenia, sin guardar órden legítima de succesion, sino por via de tiranía y violencia; de manera que su derecho estaba en las armas. La insignia ó corona que estos ingas traian para mostrar su señorío era una borla de lana colorada que les tornaba desde una sien hasta la otra, y casi les cu¬bria los ojos, y con un hilo de esta borla entregado á uno de aquellos orejones gobernaban la tierra y proveían lo que querian, con mayor obediencia que en ninguna provincia del mundo sé ha visto tener á las provisiones de su rey; tanto, que acontescia enviar á asolar una provincia entera y matar cuantos hombres y mujeres en ella habia, por mano de uno solo destos orejones, sin que llevase otro poder de gente ni de comision mas de uno de aquellos hilos de la borla, y enviéndole, ofrescerse todos de muy buena gana á la muerte. Por la succesion destos ingas vino el señorío á uno dellos que se llamó Guaynacaba (que quiere decir mancebo rico), que fué el qué mas tierras ganó y acrescentó á su señorío, y el que mas justicia y razon tuvo en la tierra, y la redujo á policía y cultura; tanto, que parescia cosa imposible una gente bárbara y sin letras regirse con tanto concierto y órden, y tenerle tanta obediencia y amor sus vasallos, que en servicio suyo hicieron dos caminos en el Perú tan señalados, que no es justo que se queden en olvido; porque ninguna de aquellas que los autores antiguos con¬taron por las siete obras mas señaladas del mundo se hizo con tanta dificultad y trabajo y costa como estas. Cuando este Guaynacaba fué desde la ciudad del Cuzco con su ejército á conquistar la provincia de Quito, que hay cerca de quinientas leguas de distancia, como iba por la sierra, tuvo grande dificultad en el pasaje por causa de los malos caminos y grandes quebradas y despeñaderos que habia en la sierra por do iba. Y así, paresciéndoles á los indios que era justo hacerle camino nuevo por donde volviese vitorioso de la conquista, porque había sujetado la provincia, hicieron un camino por toda la cordillera de la sierra, muy ancho y llano, rompiendo é igualando las peñas donde era menester, y igualando y subiendo las quebradas de mampostería; tanto, que algunas veces subian la labor desde quince y veinte estados de hondo; y así dura este camino por espacio de las quinientas leguas. Y dicen que era tan llano cuando se acabó, que podia ir una carreta por él, aunque después acá, con las guerras de los indios y de los cristianos, en muchas partes se han quebrado las mamposterías destos pasos por detener á los que vienen por ellos, que no puedan pasar. Y verá la dificultad desta obra quien considerare el trabajo y costa que se ha empleado en España en allanar dos leguas de sierra que hay entre el espinar de Segovia y Guadarrama, y como nunca se ha acabado perfectamente, con ser paso ordinario, por donde tan conti¬nuamente los reyes de Castilla pasan con sus casas y corte todas las veces que van ó vienen del Andalucía ó dél reino de Toledo á esta parte de los puertos. Y no contentos con haber hecho tan insigne obra, cuando otra vez el mismo Guaynacaba quiso volver á visitar la provincia de Quito, á que era muy aficionado por haberla él conquistado, tornó por los llanos, y los indios le hicieron en ellos otro camino de casi tanta dificultad como el de la sierra, porque en todos los va¬lles donde alcanza la frescura de los ríos y arboledas, que, como arriba está dicho, comunmente ocupan una legua, hicieron un camino que casi tiene cuarenta piés de ancho, con muy gruesas tapias del un cabo y del otro, y cuatro ó cinco tapias en alto, y en saliendo de los valles, continuaban el mismo camino por los arenales, hincando palos y estacas por cordel, para que no se pudiese perder el camino ni torcer á un cabo ni á otro; el cual dura las mismas quinientas leguas que el de la sierra; y aunque los palos de los arenales es¬tán rompidos en muchas partes, porque los españoles en tiempo de guerra y de paz hacian con ellos lumbre, pero las paredes de los valles se están el dia de hoy en las mas partes enteras, por donde se puede juzgar la grandeza del edificio, y así, fué por el uno y vino por el otro Guaynacaba, teniéndosele siempre por donde habia de pasar, cubierto y sembrado con ramos y flores de muy suave olor.
CAPITULO XI.
De las cosas señaladas que Guaynacaba hizo en el Perú.
Demás de la obra y gasto destos caminos, mandé Guaynacaba que en el de la sierra, de jornada á jornada, se hiciesen unos palacios de muy grandes anchuras y aposentos, donde pudiese caber su persona y casa, con todo su ejército, y en el de los llanos otros semejantes, aunque no se podían hacer tan menudos y espesos como los de la sierra, sino á la orilla de los ríos, que, como tenemos dicho, están apartados ocho ó diez leguas, y en partes quince y veinte. Estos aposentos se llaman tambos, donde los indios en cuya jurisdicion caian, tenían hecha provision y depósito de todas las cosas que en él habia menester para proveimiento de su ejército, no solamente de mantenimiento, mas aun de armas, vestidos y todas las otras cosas necesarias; tanto, que si en cada uno de estos tambos queria renovar de armas ó vestidos á veinte ó treinta mil hombres en su campo, lo podia hacer sin salir de casa. Traia consigo gran número de gente de guerra con picas y alabardas y porras y hachas de armas, de plata y cobre, y algunas de oro, y con hondas, tiraderas de palma, tostadas las puntas. En los rios tenian hechas puentes de madera donde alcanzaban, y donde no, echando maromas gruesas de una yerba que llaman maguey, que es mas recio que cáñamo, de un cabo á otro del rio, entretejiéndolas con unos tamujos, que es cosa de admiracion ver la orden con que hacen tan altos edificios, que en parte hay mas de quince estados de alto y mas de docientos pasos de largo; y donde no se podian hacer puentes pasaban poniendo una maroma larga de un cabo al otro, y tirando por ella una gran canasta con las asas de madera, porque no se rozase, tirando la tal canasta desde la otra parte con una soga. Y estas puentes sustentaban á su costa los indios en cuyos términos caian. El Rey andaba siempre en una litera de planchas de oro. Traia mas de mil señores principales para solo llevarlo en los hombros, y estos eran de su consejo y los mas pri¬vados. Tambien los caciques andaban en literas, que traían en los hombros sus vasallos. Tenian gran subjecion al señor; tanto, que ninguno, por principal que fuese, le entraba á hablar sino descalzo y llevando á cuestas una manta, envuelta en ella alguna cosa, que presentaba al señor en reconocimiento; lo cual se guardaba tan estrechamente, que si cien veces al dia le iban á hablar, tantas habia de ser con nuevo servicio. Tenian por muy gran desacato mirar al rostro del señor, y si cuando llevaban la litera alguno tropezaba de forma que cayese, le cortaban luego la cabeza. Tenia puestas postas por toda la tierra, de media á media legua, las cuales corrian los indios muy mas lige¬ramente que los caballos de las postas. En conquis¬tando alguna provincia, la primera cosa que hacia era pasar todos los vasallos, ó los mas principales, á otra poblacion antigua, á poblar aquella tierra de los indios ya sujetos, y desta manera lo aseguraba todo. Y esta tal gente que remudaba de unas tierras en otras lla¬maban mitimaes. De todas las provincias de su señorío le traían cada año tributo de lo que en la tierra nascia; tanto, que en algunas tierras tan estériles, que no se criaba ningun fruto, le enviaban cada año ciertas cargas de lagartijas; con estar mas de trecientas leguas del Cuzco. Este Guaynacaba reedificó el templo del sol que en el Cuzco habia, y aforró las paredes y techum¬bre de tablones de oro y plata que hizo. Y porque un señor que habia en los llanos, que se llamó Chimo-cappa, que tenia mas de cien leguas de tierra, se le rebeló, fué sobre él y le venció y mató y mandó, que, en pena del delito, ningun indio de los llanos trajese armas; lo cual guardan hasta el dia de hoy; caso que al sucesor deste rebelado le dejó en que viviese la provincia de Chimo, donde agora es Trujillo. Guaynacaba y su padre dieron órden para tener abundancia de ganados en su tierra, cómo de aquellas ovejas de la tierra se echasen en los campos cada año cierta cantidad dedicadas al sol por via de diezmo; y de es-tas multiplicaban en gran número; porque, sino era el mismo Guaynacaba para su ejército, tenian por sa¬crilegio llegar ninguno á ellas, y cuando él las habia menester, con mandar hacer una caza de las que arriba tenemos dicho que llaman chacos, en un dia po¬dia tomar veinte y treinta mil dellas. Tenian en gran estima el oro, porque dello hacia el Rey y los principales vasijas para su servicio y joyas para su atavío, y lo ofrecian en los templos. Y traia el Rey un tablon en que se sentaba, de oro de diez y seis quilates, que valió de buen oro mas de veinte y cinco mil ducados, que es el que don Francisco Pizarro escogió por su joya al tiempo de la conquista; porque, conforme á su capitulacion, le habían de dar una joya que él escogiese, fuera de la cuenta comun. Al tiempo que le nació el primer hijo mandó hacer Guaynacaba una maroma de oro tan gruesa (segun hay muchos indios vivos que lo dicen), que asidos á ella mas de seiscientos indios orejones, no la levantaban muy fácilmente. Y en memoria desta tan señalada joya llamaron al hijo Guascar (que en su lengua quiere decir soga), con el sobrenombre de inga, que era de todos los reyes, como los emperadores romanos se llamaban augustos. Esto se ha trauido aquí por desarraigar una opinion que comunmente se ha tenido en Castilla entre la gente que no tiene plática en las cosas de las Indias, de que los indios no tenian en nada el oro ni conoscian su valor. Tambien tenia muchos graneros y trojes hechos de oro y plata, y grandes figuras de hombres y mujeres y de ovejas y de todos los otros animales, y de todos los géneros de yerbas que nacían en aquella tierra, con sus espigas y bastigas y nudos hechos al natural, y gran suma de mantas y hondas entretejidas con oro tirado, y aun cierto número de leños, como los que habia de quemar, hechos de oro y plata.
CAPITULO XII.
Del estado en que estaban las guerras del Perú al tiempo
que los españoles llegaron á ella.
Aunque el intento principal desta historia sea contar las cosas en ella sucedidas á los españoles que la conquistaron, entonces y después acá del descubrimiento pero, porque esto no se podria bien entender sin tocar algo del estado en que los negocios de los indios que la gobernaban estaban en aquella sazon, y tambien para que se vea claramente cómo fué perrnision divina que los españoles llegasen á esta conquista al tiempo que la tierra estaba dividida en dos parcialidades, y que era imposible, ó á lo menos muy dificultoso, poderla ganar de otra manera, diré en suma los términos en que hallaron la tierra en aquella coyuntura, para que haya mas claridad en la historia.
Guaynacaba, después de haber sujetado á su impe¬rio gran número de provincias por espacio de quinientas leguas, contando desde el Cuzco hacia el occidente, determinó ir en persona á conquistar la provincia de Quito, en cuyas entradas se acababa su señorío; y así, sacó su ejército y fué, y hizo la con quista, y por ser la calidad de la tierra muy apacible á su condicion, residió allí mucho tiempo, dejando en el Cuzco algunos hijos y hijas suyos, especialmente á su hijo mayor, llamado Guascar inga, y á Mango inga y Paulo inga, y otros muchos; y en Quito tomó nueva mujer, hija del señor de la tierra, y della bubo un hijo, que se llamó Atabaliba, á quien él quiso mucho; y dejándole debajo de tutores en Quito, tornó á visitar la tierra del Cuzco, y en esta vuelta le hicieron el camino tan trabajoso de la sierra, de que está hecha relacion; después de haber estado en el Cuzco algunos años, determinó volverse á Quito, así porque le era mas agradable aquella tierra como por el deseo de ver á Atabaliba, su hijo, á quien él quería mas que á los otros; y así, volvió á Quito por el camino que hemos dicho de los llanos donde vivió y tuvo su asiento lo res¬tante de la vida hasta que murió; y mandó que aquella provincia de Quito, que él habia conquistado, quedase para Atabaliba, pues habia sido de sus abuelos. Muerto Guaynacaba, Atabaliba se apoderó de su ejército y de las riquezas que consigo traía, aunque las principales, como mas pesadas, las habia dejado en su recámara en el Cuzco, en poder de su hijo mayor, al cual Atabaliba envió embajadores haciéndole saber la muerte de su padre, y dándole la obediencia, suplicándole que le dejase aquella provincia de Quito, pues su padre la habia ganado y era fuera de su estado y mayorazgo; y sobre todo, que habia sido de su madre y abuelo. Guascar le respondió que él se viniese al Cuzco y le entregase el ejército, y que él le daría tierra donde se mantuviese muy honradamente; pero que á Quito no se le podia dar por ser el fin de su reino, y que de allí habia de hacer sus entradas contra los enemigos y tener gente como en frontera; y que si no venia, que iría sobre él y ternia por enemigo. Atabaliba hubo su consejo con dos capitanes de su padre muy esforzados y cursados en la guerra, el uno llamado Quizquiz y el otro Cilicuchima; los cuales le aconsejaron que no esperase á que su hermano viniese sobre él, sino que él fuese primero, pues con el ejército que tenia era parte para enseñorearse de todas las provincias por do pasase, y ir cada dia acrecentándole; de manera que su hermano tuviese por bien de confederarse con él. Tomando su consejo, salióse de Quito, y fuése apoderando de la tierra poco á poco, y tambien Guascar envió un gobernador ó capitan suyo con cierta gente á la ligera; y llegando á gran priesa á una provincia que se dice Tumibamba, que es mas de cien leguas de Quito, y sabido como Atabaliba habia ya salido con su ejército, despachó una posta al Cuzco haciendo saber lo que pasaba á Guascar, para que le enviase dos mil hombres de los capitanes y gente práctica en la guerra, porque con ellos juntaría treinta mil hombres de una provincia que se llama los Cañares, gente muy belicosa, que estaba por él; y él lo hizo así; y despachados los dos mil hombres á gran priesa, se juntaron con ellos los caciques de Tumibamba, y los chaparras y paltas y cañares que estaban en aquella comarca. Y sabido por Atabaliba, salió contra ellos y pelearon tres dias, muriendo mucha gente de ambas partes; hasta, que, desbaratados los de Quito, Atabaliba fué preso sobre la puente del rio de Tumibamba. Y estando haciendo la gente de Guasear grandes fiestas y borracheras por la victoria, Atabaliba, con una barra de cobre que una mujer le dió, rompió una gruesa pared del tambo de Tumibamba y se fié huyendo á Quito, que es veinte y cinco leguas de allí, y tornó á juntar su gente, y haciéndoles entender que su padre le habia convertido en culebra y héchole salir por un pequeño agujero, y le habia prometido la victoria si tornase á pelear, los animó tanto, que volvió sobre sus enemigos y peleó con ellos, y los venció y desbarató, habiendo muerto mucha gente de ambas partes en estas dos batallas; tanto, que hasta hoy duran los corrales y montones que allí están llenos de huesos de hombres. Continuando y siguiendo Atabaliba la victoria, determinó ir sobre su hermano, y llegando á la provincia de los Cañares, mató sesenta mil hombres dellos porque le habian sido contrarios, y metió á fuego y á sangre y asoló la poblacion de Tumibamba, situada en un llano ribera de, tres grandes ríos; la cual era muy grande; y de allí fué conquistando la tierra, y de los que se le defendian no dejaba hombre vivo, y á los que salian de paz los juntaba consigo, y desta manera iba multiplicando su ejército; y ido á Túmbez, quiso conquistar por mar la isla de la Puna, que arriba está dicha; mas el Cacique salió con muchas balsas y se le defendió; y porque á Atabaliba pareció que aquella conquista requería mas espacio, y supo que su hermano Guascar venia sobre él con su ejército, continuó su camino hácia el Cuzco; y quedándose él en Caxamalca, envió delante sus dos ca¬pitanes, con hasta tres ó cuatro mil hombres, que fuesen ti descubrir el campo á la ligera; y llegando cerca del ejército de Guascar, por no ser sentidos se desviaron del camino por un atajo, por el cual acaso se habia tambien apartado el mismo Guascar con sietecientos hombres de sus principales, por salir del ruido del ejército; y topándole, pelearon con él y le desbarataron la gente y le prendieron; y teniéndole preso, venia ya todo el ejército sobre ellos y los cercaron por todas partes, donde no dejaran ninguno vivo, porque habia unas de treinta para uno, si los capitanes de Atabaliba no dijeran á Guascar, viendo venir su gente, que los mandase volver; si no, que luego le cortarian la cabeza. Y Guascar, con temor de la muerte; y con lo que le dijeron, que su hermano no quería dél otra cosa sino que le dejase en la tierra de Quito, reconosciéndole por señor, mandó á su gente que no pasase de allí, sino que luego se volviese al Cuzco, y ellos lo hicieron. Y salida tan buena ventura como acaso sucedió por Atabaliba, envió á mandar á sus capitanes que le trajesen á su hermano preso allí á Caxamalca, donde les esperaba. Y en esta coyuntura llegó el gobernador don Francisco Pizarra con los españoles que llevaba á la tierra del Perú, y tuvo lugar de hacer la conquista que en el libro siguiente se dirá; porque el ejército de Guascar era desbaratado y huido, y el de Atabaliba estaba la mayor parte despedido por la nueva victoria.

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CENTRO DE ESTUDIOS Y DIFUSIÓN DE LA CULTURA ANDINA
BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

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LIBRO SEGUNDO
DE LA CONQUISTA QUE HICIERON EN LA PROVINCIA DEL PERU DON FRANCISCO PIZARRO Y SU GENTE.
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CAPITULO I
Ya tenemos dicho en el libro precedente cómo don Francisco Pizarro estaba en Panamá, habiendo vuelto de España, aderezando las cosas necesarias para la con¬quista del Perú, aunque don Diego de Almagro no pro¬veia con tanto calor como solia de lo que era necesario, porque la hacienda principal y el crédito estaba en él; y la causa de su tibieza fué el descontento que tenia de que don Francisco Pizarro no le habia traido ninguna merced de su majestad; pero en fin, dándole sus dis¬culpas, se redujeron en amistad, aunque nunca los hermanos de don Francisco quedaron en gracia de don Diego, especialmente Fernando Pizarro, de quien él tenia la principal queja. En fin, Hernando Ponce de Leon fletó un navío que allí tenia á don Francisco Pizarro, en el cual se metió él con sus cuatro hermanos y la mas gente de pié y de caballo que pudo allegar, con harta dificultad, por le mucha desconfianza que tenian las gentes desta conquista, á causa de los grandes reveses que en ella habia habido los años pasados; y él se hizo á la vela en principio del año de 31, y por ser los vien¬tos contrarios tomó la costa de la tierra del Perú, mas de cien leguas mas atrás de donde la habia de tomar; y así, le fué forzado desembarcar la gente y caballos, yendo su camino por la costa arriba, pasando grandes tra¬bajos y falta de comida, por causa de los esteros que habia en las entradas de los ríos, tan grandes, que les era forzado pasarlos á nado los hombres y los caballos; en lo cual valia mucho la industria y ánimo con que don Francisco los regia, y los peligros en que ponia su per¬sona, pasando muchas veces él mismo á cuestas los que no sabian nadar, hasta que llegaron á un pueblo que estaba junto á la mar, que se llama Coaque, asaz rico de mercaderías, bien poblado y bastecido de comida, donde pudo reformar su gente, que muy flaca la traia, y de allí envió á Panamá y á Nicaragua dos navíos, y en ellos mas de treinta mil castellanos de oro, que habia tomado en Coaque, para acreditar la tierra y poner co¬dicia á la gente que pasase á ella. En este pueblo de Coaque se hallaron algunas esmeraldas, y muy buenas, porque están debajo de la línea, y muchas se perdieron y quebraron, porque los que allí iban eran tan poco prácticos en este género de piedras, que les paresció que para ser finas las esmeraldas no se habian de quebrar con martillo, como los diamantes; y así, creyendo que los indios los engañaban con algunas piedras falsas, las daban con una piedra; y así destruyeron grandísimo va¬lor destas esmeraldas; y Luego les sobrevino una enfer¬medad de berrugas, de que arriba tenemos hecha mencion, tan general en todo el ejército, que pocos se li¬braron della; no embargante lo cual, el Gobernador, per¬suadiendo la gente que lo causaba la mala constelacion de la tierra, pasó adelante con ellos hasta la provincia que llamaron Puerto-Viejo, conquistando y pacificando toda aquella comarca; y allí le alcanzó el capitan Be¬nalcázar y Juan Flores, que vinieron de Nicaragua con un navío y alguna gente de pié y de caballo.
CAPITULO II.
De lo que al gobernador le acontesció en la isla de Puna
y su conquista.
Pacificada la provincia de Puerto-Viejo, el Goberna¬dor con su gente caminó al puerto de Túmbez, y de allí determinó pasar en balsas que para ello hizo á la isla de Puna, que, como arriba hemos dicho, está fron¬tero de aquel puerto, y pasó los caballos y la gente aquel brazo de mar con gran peligro, porque los indios tenían concertado entre sí de cortar las cuerdas de las balsas y anegar los cristianos que en ella llevaban. Y sabido por el Gobernador, mandó que todos fuesen muy sobre aviso y las espadas desenvainadas, sin que perdiesen de ojo á ningun indio; y llegados á la isla, los indios les salie¬ron de paz y los rescibieron muy bien, aunque los tenian armada celada para los matar todos aquella noche. Y sabido por el Gobernador, dió sobre ellos y los desbara¬tó y prendió al cacique principal, y otro dia el real ama¬neció cercado de gente de guerra. Muy animosamente el Gobernador y sus hermanos apriesa cabalgaron, repartiendo los españoles todas partes, y envió á socorrer los navíos que cerca de tierra estaban, porque los indios daban sobre ellos por la parte del mar con balsas, y tanto los españoles pelearon, que los desbara¬taron, matando y hiriendo muchos dellos; y solos dos ó tres españoles allí murieron, aunque otros quedaron mal heridos, especialmente Gonzalo Pizarro, de una pe¬ligrosa herida que le dieron en una rodilla. Y después desto, llegó el capitan Hernando de Soto con mas gente de pié y de caballo que de Nicaragua traia, y á causa que todos los indios de aquella isla andaban en muchas balsas por entre los anegados manglares, no se les po¬dia hacer la guerra, el Gobernador acordó pasar en Túm¬bez, después que hizo repartimiento del oro que allí le dieron, á causa que adolescia la gente en aquella isla, que es muy enferma, porque está cerca de la linea Equi¬nocial.
CAPITULO III.
De como el Gobernador pasó á Túmbez, y de la conquista
que hizo hasta que pobló á San Miguel.
En esta isla de la Puna, que hemos dicho, habia mas de seiscientos indios y mujeres de Túmbez captivos, con un principal de Túmbez que tambien estaba captivo, y todos los libertó el gobernador Pizarro, y les dió bal¬sas para que se fuesen á sus tierras. Y al tiempo que él se embarcó en los navíos para pasar á Túmbez, envió con unos indios de aquellos de Túmbez tres cristianos en una balsa, que primero llegó á Túmbez que los navíos, y en llegando sacrificaron aquellos tres españoles á sus ídolos en pago del beneficio que del gobernador Pizarro habian rescibido en los sacar de captivos, y lo mismo hicieran al capitan Hernando de Soto, que en otra balsa iba con indios de aquella tierra, con un solo criado suyo, entrando ya por el rio de Túmbez arriba, si no fuera por Diego de Aguero y por Rodrigo Lozano, que ya habian desembarcado, y corriendo la ribera del rio arriba, le avisaron, y dió la vuelta luego; y por estar toda la tierra alzada no hubo balsas para ayudar á desembarcar la gente y caballos; y á esta causa no salieron aquella tarde con el Gobernador en tierra sino Hernando Pizarro y su hermano Juan Pizarro, y el obispo don fray Vicente de Valverde y el capitan Soto, y otros dos espa¬ñoles que en toda la noche no se apearon de los caba¬llos, y bien mojados, que, como la mar andaba brava, se trastornó la balsa con ellos al salir, á causa que no la supieron meter los españoles sin indios, como no los habia; y quedó haciendo desembarcar la gente Hernan¬do Pizarro, y mas de dos leguas el Gobernador anduvo sin poder haber habla con indio ninguno, que todos andaban por los cerros con las armas en las manos; y ya que á la mar se volvía, toparon con el capitan Mena y con el capitan Juan de Salcedo, que á buscar al Gober¬nador venian con alguna gente de caballo que ya habia desembarcado; y recogida toda la gente, el Gobernador asentó el real en Túmbez, y en tanto llegó el capitan Benalcázar, que en la isla habia quedado con la gente, que en los navíos no pudo venir en la primera barcada, y hasta que los navíos tornaron por él, siempre los indios le dieron guerra, y mas de veinte dias el Goberna¬dor estuvo en Túmbez haciendo mensajeros al señor de aquella tierra, y jamás á las paces quiso venir, y contino hacia mucho daño en la gente servil del real cuando por comida iban, sin que los españoles le pudiesen ofender, porque estaban de la otra parte del rio, hasta que el Gobernador hizo traer balsas de la costa allí sin que los indios lo supiesen. Y una tarde, con sus herma¬nos Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, y con el capitan Soto y Benalcázar, pasaron mas de cincuenta de caballo el rio en las balsas, y dando una trasnochada muy tra¬bajosa, por ser el camino muy angosto y de espesos montes y de espinos, dieron cuando amanesció sobre el real de los indios, y haciendo cuanto daño pudieron en él, hicieron todos aquellos quince dias cruda guerra á fuego y á sangre por los tres españoles que sacrificaron, hasta que el principal señor de Túmbez vino á las paces con algun presente de oro y plata; y luego se partió el Gobernador con la mayor parte de la gente, y con la otra dejó al contador Antonio Navarro y al tesorero Alonso Requelme; y cuando llegó treinta leguas de Túmbez, al rio de Poechos, hizo de paz á todos los pueblos y caciques que en la ribera de aquel rio vivian, y hizo buscar y descubrir el puerto de Paita, que era el mejor de aquella costa, y envió al capitan Hernando de Soto á los pueblos y caciques que en la ribera de aquel rio vivian, donde, después que algun reencuentro con él hubieron, le vinieron de paz; y por allí llegaron al Gobernador mensajeros del Cuzco, que Guascar le enviaba, haciéndole saber la rebelion de su hermano Atabaliba, que en aquel tiempo no lo habian aun preso, como después lo prendieron, como ya hemos dicho, y le enviaba a decir lo socorriese y le diese favor para se defender dél. El Gobernador envió á Hernando Pizarro á Túmbez para que trajese toda la gente que allí ha¬bia quedado, y después que volvió por ella pobló la ciu¬dad de San Miguel en un pueblo de indios, llamado Tangarara, en la ribera del rio de la Chira, cerca de la mar; porque los navíos que viniesen de Panamá halla¬sen puerto seguro, porque ya algunos habian venido. Y repartido el oro y plata que allí hubieron, dejando en la ciudad solos los vecinos, el Gobernador se partió con toda la otra gente á la provincia de Caxamalca, porque supo que estaba allí Atabaliba.
CAPITULO IV.
De cómo el Gobernador fué á Caxamalca, y de lo que acaesció allí.
Partido el Gobernador para Caxamalca, pasó con todo su ejército gran necesidad de sed en un despoblado de veinte leguas, en que no hay agua ni árboles, sino toda arena seca y muy calurosa, que es desde donde agora está poblada la ciudad de San Miguel hasta la provin¬cia de Motupe, en la cual halló unos frescos valles y bien poblados, donde pudo bien reformar la gente con la abundancia de comida que allí habia; y subiendo por allí á la sierra, topó con un mensajero de Atabaliba, que le traía unos zapatos pintados y unos puñetes de oro, y le dijo que cuando ante él llegase fuese calzado con aquellos zapatos y puestos los puños, para que en ellos le conosciese. El Gobernador lo recibió alegremente y respondió que así lo baria, y que él no venia a hacerle mal, ni se le haria si él no le daba muy notoria ocasion para ello; porque el emperador y rey de Castilla, por cuyo mandado él iba, no permitia que á nadie se hicie¬se daño contra razon. Y como el mensajero se partió, el Gobernador fué tras él, caminando con mucho aviso, porque los indios no viniesen al camino á dar sobre su gente, y cuando llegó á Caxamalca topó otro mensajero, que le vino á decir que no se aposentase sin mandado de Atabaliba. Y á esto ninguna cosa respondió el Go¬bernador mas que hacer su aposento, y después de hecho, envió al capitan Soto con hasta veinte de á caballo al real de Atabaliba, que estaba una legua de allí, á le hacer saber su venida; y cuando Soto llegó al real, en presencia de Atabaliba arremetió el caballo, y algunos indios, con miedo, se desviaron de la carrera, por lo cual Atabaliba los hizo luego matar; y Atabaliba no le habia querido dar respuesta ninguna hasta que llegó Hernando Pizarro, á quien el Gobernador habia envia¬do tras Hernando de Soto, con otra cierta gente de ca¬ballo, sino que hablaba con otro cacique, y aquel caci¬que con la lengua, y la lengua con Soto, y en Llegando Hernando Pizarro luego habló con él derechamente por medio de solo el intérprete, y Hernando Pizarro le dijo cómo el Gobernador, su hermano, venia a él de parte de su majestad, que para le dar á entender su real voluntad deseaba verse con él y ser su amigo. A lo cual respondió Atabaliba que él seria contento de su amis¬tad con que volviese á los indios todo el oro y plata que en su tierra habia tomado, y se fuese luego della, y que para dar órden en esto otro dia se iria á ver con el Gobernador al tambo de Caxamalca. Y después de haber visto Hernando Pizarro el real poblado de tantas tiendas y gente de guerra, que parescia una ciudad, se volvio con aquella respuesta al Cobernador; y dandosela, y contándole particularmente lo que habia visto, le puso algun temor, porque para cada cristiano habia cien indios; pero, como el Gobernador y todas los demás de su real eran de grande ánimo, aquella noche se esforzaron unos á otros, considerando que no tenian otro socorro sino el de Dios, en cuya ayuda esperaban, ha¬ciendo lo que en sí era, como hombres animosos; y en toda aquella noche estuvieron guardando el real y ade¬rezando sus armas, sin dormir en toda ella.
CAPITULO V.
Cómo se dió la batalla contra Atabaliba, y cómo fué preso.
Luego, otro dia de mañana, el Gobernador ordenó su gente, partiendo los sesenta de á caballo que habia en tres partes, para que estuviesen escondidos con los capitanes Soto y Benalcázar; y de todos dió cargo á Hernando Pizarro y á Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, y él se puso en otra parte con la infantería, prohibiendo que nadie se moviese sin su licencia ó hasta que dispa¬rase la artillería. Atabaliba tardó gran parte del dia en ordenar su gente, y señalando lugar por donde cada capitan habia de entrar, y mandó que por cierta parte secreta, hacia la parte por donde habian entrado los cris¬tianos, se pusiese un capitan suyo, llamado Ruminagui, con cinco mil indios, para que guardase las espaldas á los españoles y matase á todos los que volviesen hu¬yendo. Y luego Atabaliba movió su campo tan despacio, que mas de cuatro horas tardó en andar una pequeña legua. El venia en una litera, sobre hombres de señores, y delante dél trecientos indios vestidos de una li¬brea, quitando todas las piedras y embarazos del cami¬no, hasta las pajas, y todos los otros caciques y señores venían tras él en andas y hamacas, teniendo en tan poco los cristianos, que los pensaban tomar á manos; porque un gobernador indio habia enviado á decir á Atabaliba cómo eran los españoles muy pocos, y tan torpes y para poco, que no sabían andar á pié sin cansarse; y por eso andaban en unas ovejas grandes, que ellos llamaban ca¬ballos; y así, entró en un cercado que está delante del tambo de Caxamalca; y como vió tan pocos españoles, y esos á pié (porque los de á caballo estaban escondi¬dos), pensó que no osarian parecer delante dél ni le esperarian; y levantándose sobre las andas, dijo A su gente : «Estos rendidos están»; y todos respondieron que si. Y luego llegó el obispo don fray Vicente de Valverde con un Breviario en la mano, y le dijo cómo un Dios en Trinidad habia criado el cielo y la tierra y todo cuanto habia en ello, y hecho á Adan, que fué el primero hom¬bre de la tierra, sacando á su mujer Eva de su costilla, de donde todos fuimos engendrados, y como por desobediencia destos nuestros primeros padres caimos todos en pecado, y no alcanzábamos gracia para ver á Dios ni ir al cielo, hasta que Cristo, nuestro redentor, vino á nascer de una virgen por salvarnos, y para esté efecto rescibió muerte, pasion; y después de muerto, resuscitó glorificado, y estuvo en el mundo un poco de tiempo, hasta que se subió al cielo, dejando en el mun¬do en su lugar á san Pedro y á sus sucesores, que resi¬dían en Roma, á los cuales los cristianos llamaban papas; y estos habian repartido las tierras de todo el mundo entre los príncipes y reyes cristianos, dando á cada uno cargo de la conquista, y que aquella provin¬cia suya habia repartido á su majestad del emperador y rey don Carlos, nuestro señor, y su majestad habia enviado en su lugar al gobernador don Francisco Pi¬zarro para que le hiciese saber de parte de Dios y suya todo aquello que le habia dicho; que si él quería creerlo y rescibir agua de baptismo y obedecerle, corno lo hacia la mayor parte de la cristiandad, él le defenderia y ampararia, teniendo en paz y justicia la tierra, y guardándoles sus libertades, como lo solía hacer á otros reyes y señores que sin riesgo de guerra se le sujetaban; y que si lo contrario hacia, el Gobernador le daría cruda guerra á fuego y sangre, con la lanza en la ruano; y que en lo que tocaba á la ley y creencia de Jesucristo y su ley evangélica, que si, después de bien informado delta, él de su voluntad la quisiese creer, que haria lo que convenia á la saIvacion de su Anima; donde no, que ellos no le harian fuerza sobre ello. Y después que Ata¬baliba todo esto entendió, dijo que aquellas tierras y todo lo que en ellas habia las habia ganado su padre y sus abuelos, los cuales las habian dejado á su hermano Guasear inga , y que por haberle vencido y tenerle preso á la sazon eran suyas y las poseía, y que no sabia él cómo san Pedro las podia dar á nadie; y que si las ha¬bia dado, que él no consentia en ello ni se le daba nada; y á lo que decía de Jesucristo, que habia criado el cie¬lo y los hombres y todo, que él no sabia nada de aque¬llo ni que nadie criase nada sino el sol, á quien ellos tenian por dios, y á la tierra por madre, y á sus guacas; y que Pachacamá lo habia criado todo lo que allí habia, que de lo de Castilla él no sabia nada ni lo habia visto; y preguntó al Obispo que cómo sabria él ser verdad todo lo que habia dicho, ó por dónde se lo daria á entender. El Obispo dijo que en aquel libro estaba escrito que era escriptura de Dios. Y Atabaliba le pidió el Breviario ó Biblia que tenia en la mano; y como se lo dió, lo abrió, volviendo las hojas á un cabo y á otro, y dijo que aquel libro no le decia á él nada ni le hablaba palabra, y le arrojó en el campo. Y el Obispo volvió adonde los españoles estaban, diciendo: «A ellos, á ellos;» y como el Gobernador entendió que si esperaba que los indios le acometiesen primero, los desbaratarian muy fácilmente, se adelantó, y envió á decir á Hernando Pizarro que hiciese lo que habia de hacer. Y luego mandó dis¬parar el artillería, y los de caballo acometieron por tres partes en los indios, y el Gobernador acometió con la infantería hacia la parte donde venia Atabaliba; y lle¬gando á las andas, comenzaron á matar los que las lle¬vaban y apenas era muerto uno, cuando en lugar dél se ponian otros muchos á mucha porfía. Y viendo el Go¬bernador que si se dilataba mucho la defensa los desbaratarian, porque aunque ellos matasen muchos indios, importaba mas un cristiano, arremetió con gran furia á la litera, y echando mano por los cabellos á Ata¬baliba (que los traia muy largos), tiró recio para sí y le derribó, y en este tiempo los cristianos daban tantas cuchilladas en las andas, porque eran de oro, que hirieron en la mano al Gobernador; pero en fin él le echó en el suelo, y por muchos indios que cargaron, le pren¬dió. Y como los indios vieron á su señor en tierra y preso, y ellos acometidos por tantas partes y con la furia de los caballos, que ellos tanto temian, volvieron las es¬paldas y comenzaron á huir á toda furia, sin aprovecharse de las armas, y era la la presa, que con huir los unos derribaban los otros; y Tanta gente se arrimó hacia una esquina del cercado donde fue la batalla, que derribaron un pedazo de la pared, por donde pudieron salirse; y la gente de caballo continuo fue en el alcance hasta que la noche les hizo volver. Y como Ruminagui oyó el sonido de la artilleria y vió que un cristiano despeño de una atalaya abajo al indio que le habia de ha¬cer la seña pare que acudiese, entendió que los espa¬ñoles habian vencido, y se fué con toda su gente huyen¬do, y no paró hasta la provincia de Quito, que es mas de docientas y cincuenta leguas de alli, como adelante se dirá.
CAPITULO VI.
De como Atabaliba mandó matar á Guascar, y como Hernando
Pizarro fue descubriendo la tierra.
Preso Atabaliba, otro día de mañana fueron á coger el campo, que era maravilla de ver tantas vasijas de plata y de oro como en aquel real habia, y muy buenas, y muchas tiendas y otras ropas y cosas de valor, que mas de sesenta mil pesos de oro valia solo la vajilla de oro que Atabaliba traia, y mas de cinco mil mujeres á los españoles se vinieron de su buena gana de las que en el real andaban. Y después de todo recogido, Atabaliba dijo al Gobernador que, pues preso lo tenia, lo tratase bien, y que por su liberacion él le daria una cuadra que allí habia, llena de vasijas y de piezas de oro y tanta plata, que llevar no la pudiese. Y como entendió que de aquello que decía el Gobernador se admiraba, como que no lo creia, le tornó á decir que mas que aquello le daria; y el Gobernador se le ofresció que él lo trataria muy bien, y Atabaliba se lo agradescio mucho, y luego por toda la tierra hizo mensajeros, especialmente al Cuzco, para que se recogiese el oro y plata que habia prometido para su rescate, que era lento, que parescia imposible cumplirlo, porque les habia de dar un portal muy largo que estaba en Caxamalca, hasta donde el mismo Atabaliba estando en pié pudo aIcanzar con la mano todo el derredor lleno de vasijas de oro, segun he dicho; y para este efecto hizo señalar esta altura con una línea colorada al derredor del portal; y aunque des-pués cada dia entraba en el real gran cantidad de oro y plata, no les paresció á los españoles tanto, que fuese parte para solamente comenzar á cumplir la promesa. Por lo cual mostraron andar descontentos y murmu¬rando, diciendo que el término que habia señalado Ata¬baliba para dar su rescate era pasado, y que no vian aparejo ellos de poderse traer; de donde inferian que esta dilacion era á efecto de juntarse gente para venir sobre ellos y destruirlos. Y como Atabaliba era hombre de tan buen Juicio, entendió el descontento de los cristianos, y preguntó al Marqués la causa dello, el cual se la dijo, y él le replicó que no tenia razon de quejarse de la dilacion, pues no habia sido tanta que pudiese cau¬sar sospecha, y que debian tener eonsideracion á que la principal parte de donde se habia de traer aquel oro era la ciudad del Cuzco, y que desde Caxamalca á ella habia cerca de docientas leguas muy largas y de mal camino, y que habiendose de traer sobre hombros de indios, no debian tener aquella por tardanza largo, y que ante todas cosas, ellos se satisfaciesen si les podia dar lo que les habia prometido ó no, y que hallando que era verdadera la posibilidad, les hacia poco al caso que dasen mes mas ó menos; y que esto se podria hacer con darle una ó dos personas que fuesen al Cuzco á lo ver, y que les pudiesen traer muevas. Muchas opiniones hubo en el real sobre si se averiguaria esta determinacion que Atabaliba pedia, porque se tenia por cosa peligrosa fiarse nadie de los indios para meterse en su poder; de lo cual Atabaliba se rio mucho, diciendo que no sabia él por qué habia de rehusar ningun español de confiarse de su palabra y ir al Cuzco debajo della, quedando él allí atado con una cadena, con sus mujeres y hijos y hermanos en rehenes. Y así, con esto se determinaron á la jornada el capitan Hernando de Soto y Pe¬dro del Barco, á los cuales envio Atabaliba en sendas hamacas, con mucha copia de indios que los llevaban en hombros casi por la posta, porque no es en mano de los indios ir despacio con las hamacas; y aunque no son mas de dos los que las llevan, todo el número de los hamaqueros (que por lo menos serian cincuenta ó sesenta para cada uno) van corriendo y en andando ciertos pasos se mudan otros dos, en lo cual tienen tanta destreza, que lo hacen sin pararse. Pues desta manera caminaron Hernando de Soto y Pedro del Barco la via del Cuzco, y á pocas jornadas de Caxamalca toparon los capitanes y gente de Atabaliba que traian preso á Guascar, su hermano; el cual, como supo de los cristianos, los quíso hablar y habló, y informado muy bien dellos de todas las particularidadcs que quiso sa¬ber, como oyó que el intento de su majestad, y del Marqués en su nombre, era tener en justicia así á los cristianos como á los indios que conquistasen, y dar á cada uno lo suyo, les contó la diferencia que habia entre él y su hermano, y como, no solamente le queria quitar el reino (que por derecha sucesion le pertenescia, como al hijo mayor de Guaynacaba), pero que para este efec¬to le traia preso y le queria matar, y que les rogaba que se volviesen al Marques y de su parte le contasen el agravio que le hacian, y le suplicasen que, pues ambos estaban en su poder, y por esta razon el era señor de la tierra, hiciese entre ellos justicia, adjudicado el reino á quien pertenesciese, pues decian que este era su principal intento; y que si el Marqués lo hacia, no solamente cumpliria lo que por su hermano se habia proferido de dar en el tambo ó portal de Caxamalca un estado de hombre lleno de vasijas de oro, pero que le hinchiria todo el tambo hasta la techumbre, que era tres tanto mas; y que se informasen y supiesen si él podia hacer mas fácilmente aquello que su hermano lo otro; porque para cumplir Atabaliba lo que habia prometido le era forzoso deshacer la casa del sol del Cuz¬co, que estaba toda labrada de tablones de oro y plata igualmente, por no tener otra parte donde haberlo; y él tenia en su poder todos los tesoros y joyas de su pa¬dre, conque fácilmente podia cumplir mucho mas que aquello; en lo cual decia verdad, aunque los tenia todos enterrados en parte donde persona del mundo no lo sabia, ni después acá se ha podido hallar, porque los llevó á enterrar y esconder con mucho número de indios que lo llevan á cuestas, y en acabando de enter¬rarlos mató á todos para que no lo dijesen ni se pudiese saber, aunque los españoles, después de pacificada la tierra y agora, cada dia andan rastreando con gran di¬ligencia y cavando hácia todas aquellas partes donde sospechan que lo metió; pero nunca han hallado cosa ninguna. Hernando de Soto y Pedro del Barco respon¬dieron á Guascar que ellos no podian dejar el viaje que llevaban, y á la vuelta (pues habia de ser tan presto) entenderian en ello; y así, continuaron su camino, lo cual fué causa de la muerte de Guascar y de perderse todo aquel oro que les prometía; porque los capitanes que le llevaban preso hicieron luego saber por la posta á Atabaliba todo lo que habia pasado, y era tan sagaz Atabaliba que consideró que si á noticia del Goberna¬dor venia esta demanda, que así por tener su hermano justicia como por la abundancia de oro que prometia (á lo cual tenia ya entendido la aficion y codicia que te¬nían los cristianos), le quitarian á él el reino y le darian á su hermano, y aun podría ser que le matasen por qui¬tar de medio embarazos, tomando para ello ocasion de que contra razon habia prendido á su hermano y alzá¬dose con el reino. Por lo cual determinó de hacer matar á Guascar, aunque le ponia temor para no lo hacer haber oido muchas veces á los cristianos que una de las leyes que principalmente se guardaban entre ellos era que el que mataba á otro habia de morir por ello; y así, acordó tentar el ánimo del Gobernador para ver qué sentiría sobre el caso; lo cual hizo con mucha indus¬tria, que un dia fingió estar muy triste y llorando y so-llozando, sin querer comer ni hablar con nadie; y aunque el Gobernador le importunó mucho sobre la causa de su tristeza, se hizo de rogar en decirla; y en fin le vino á decir que le habian traído nueva que un capitan suyo, viéndole á él preso, habia muerto á su hermano Guascar, lo cual él habia sentido mucho, porque le tenia por hermano mayor y aun por padre; y que si le habia hecho prender no habia sido con intencion de hacerle daño en su persona ni reino, salvo para que le dejase en paz la provincia de Quito, que su padre le habia mandado después de haberla ganado y conquistado, siendo cosa fuera de su señorío. El Gobernador le consoló que no tuviese pena; que la muerte era cosa natu¬ral, y que poca ventaja se llevaran unos á otros, y que cuando la tierra estuviese pacífica él se informaria quié¬nes habian sido en la muerte y los castigaria. Y como Atabaliba vió que el Marqués tomaba tan livianamente el negocio, deliberó ejecutar su propósito; y así, envió á mandar á los capitanes que traían preso á Guascar que luego le matasen. Lo cual se hizo con tan gran presteza, que apenas se pudo averiguar después si cuando hizo Atabaliba aquellas apariencias de tristeza habia sido antes ó después de la muerte. De todo este mal suceso co¬munmente se echaba la culpa á Hernando de Soto y Pe¬dro del Barco por la gente de guerra, que no están informados de la obligacion que tienen las personas á quien algo se manda (especialmente en la guerra) de cumplir precisamente su instruccion, sin que tengan libertad de mudar los intentos segun el tiempo y ne¬gocios, si no llevan expresa comision para ello; dicen los indios que cuando Guascar se vide matar dijo: «Yo he sido poco tiempo señor de la tierra, y menos lo será el traidor de mi hermano, por cuyo mandado muero, siendo yo su natural señor.» Por lo cual los indios, cuando después vieron matará Atabaliba (como se dirá en el capítulo siguiente), creyeron que Guascar era hijo del sol, por haber profetizado verdaderamente la muerte de su hermano; y asimismo dijo que cuando su pa-dre se despidió dél le dejó mandado que cuando á aque¬lla tierra viniese una gente blanca y barbada se hiciese su amigo, porque aquellos habian de ser señores del reino, lo cual pudo bien ser industria del demonio, pues antes que Guaynacaba muriese ya el Gobernador andaba por la costa del Perú conquistando la tierra. Pues en tanto que el Gobernador quedó en Caxamalca, envió á Hernando Pizarro, su hermano, con cierta gente de caballo á descubrir la tierra; el cual llegó hasta Pacha¬camá, que era cien leguas de allí, y en tierra de Gua¬macucho encontró á un hermano de Atabaliba, llamado Illéscas, que traía mas de trecientos mil pesos de oro para el rescate de su hermano, sin otra mucha canti¬dad de plata; y después de haber pasado por muy pe¬ligrosos pasos y puentes, llegó á Pachacamá, donde supo que en la provincia de Jauja, que era cuarenta leguas de allí, estaba el capitan de Atabaliba de quien arriba se ha hecho mencion, llamado Cilicuchima, con un gran ejército, y él le envió á llamar, rogándole que se viniese á ver con él. Y como no quiso venir el indio, Hernando Pizarro determinó de ir allá y le habló, aunque todos tuvieron por demasiada osadía la que Her¬nando Pizarro tuvo en irse á meter en poder de su enemigo bárbaro y tan poderoso; en fin, le dijo y prome¬tió tales cosas, que le hizo derramar la gente é irse con él á Caxamalca á ver á Atabaliba, y por volver mas presto vinieron por las cordilleras de unas sierras nevadas, donde hubieran de perecer de frío; y cuando Cilicuchi¬ma hubo de entrar á ver á Atabaliba se descalzó y Ilevó su carga ante él, segun su costumbre, y le dijo llo¬rando que si él con él se hallara no le prendieran los cristianos. Atabaliba le respondió que habia sido juicio de Dios que le prendiesen, por tenerlos él en tan poco, y que la principal causa de la prision y vencimiento ha¬bia sido huir su capitan Ruminagui con los cinco mil hombres con que habia de acudir al tiempo de la nece¬sidad.
CAPITULO VII.
De cómo mataron á Atabaliba porque le levantaron que queria matar á los cristianos, y de cómo fué don Diego de Almagro al Perú la segunda vez.
Estando el gobernador don Francisco Pizarro en la provincia de Poechos, antes que llegase á Caxamalca (como está dicho), rescibió una carta sin firma, que después se supo haberla escrito un secretario de don Diego de Almagro desde Panamá, dándole aviso como don Diego habia hecho un gran navío para con él y con otros embarcarse con la mas gente que pudiese, y irle á tomar la delantera, y á posesionarse en la mejor parte de la tierra, que era pasados los límites de la goberna¬cion de don Francisco; la cual, conforme á las provi¬siones que habia llevado de su majestad, duraba desde la línea Equinocial docientas y cincuenta leguas ade¬lante norte sur; de la cual carta el Gobernador á nadie dió parte; y así, se dijo y creyó que don Diego se habia embarcado en Panamá con ciertos navíos y gente, y hecho á la vela para el Perú con este intento, aunque to¬cando en la tierra de Puerto-Viejo. Y sabido el buen suceso del Gobernador, y cómo tenia tanta cantidad de oro y plata, de lo cual le pertenescia la metad, mudó el propósito (si es verdad que le traía). Y porque tuvo no¬ticia del aviso que se habia dado al Gobernador, ahorcó su secretario, y con toda aquella gente se fué á juntar con el Gobernador á Caxamalca, donde halló ya junta gran parte del rescate de Atabaliba, con grande admiracion de los unos y de los otros, porque no se creía haberse visto en el mundo tanto oro y plata como allí habia; y así, el dia que se hizo el ensaye y fundicion del oro y plata que llamaban de la compañía, se halló montarse en el oro mas de seiscientos cuentos de maravedis; y esto con haberse ensayado el oro muy depriesa, y con solamente las puntas, porque no habia agua fuerte para afinar el ensaye; de cuya causa siempre se ensayaba el oro dos ó tres quilates menos de la ley, que después paresció tener por el verdadero ensaye, en que se acrecentó la hacienda mas de cien cuentos de maravedis. Y cuanto á la plata, hubo mucha cantidad; tanto, que á su majestad le per¬teneció de su real quinto treinta mil marcos de plata, blanca, tan fina y cendrada , que mucha parte della se halló después ser oro de tres ó cuatro quilates; y del oro cupo á su majestad de quinto ciento y veinte cuen¬tos de maravedis; de manera que á cada hombre de á caballo le cupieron mas de doce mil pesos en oro, sin la plata, porque estos llevaban una cuarta parte mas que los peones, y aun con toda esta suma no se habia con¬cluido la centésima parte de lo que Atabaliba habia prometido dar por su rescate. Y porque á la gente que vino con don Diego de Almagro, que era mucha y muy prin¬cipal, no le pertenescia cosa ninguna de aquella ha¬cienda, pues se daba por el rescate de Atabaliba, en cuya prision ellos no se habian hallado, el Gobernador les mandó dar todavía á mil pesos para ayuda de la costa, y acordóse de enviar á Hernando Pizarro á dar noticia á su majestad del próspero suceso que en su buena ventura habia habido. Y porque entonces no se ha¬bia hecho la fundicion y ensaye, ni se sabia cierto lo que podria pertenescer á su majestad de todo el mon¬ton, trajo cien mil pesos de oro y veinte mil marcos de plata; para los cuales escogió las piezas mas abultadas y vistosas, para que fuesen tenidas en mas en España; y así, trajo muchas tinajas y braseros y atambores, y carneros y figuras de hombres y mujeres, con que hin¬chió el peso y valor arriba dicho, y con ello se fué á embarcar, con gran pesar y sentimiento de Atabaliba, que le era muy aficionado y comunicaba con él todas sus cosas; y así, despidiéndose dél, le dijo: «Vaste, capitan, pésame dello; porque en yéndote tú, sé que me han de matar este gordo y este tuerto;» lo cual de¬cia por don Diego de Almagro, que, como hemos dicho arriba, no tenia mas de un ojo, y por Alonso de Requel¬me, tesorero de su majestad, á los cuales habia visto murmurar contra él por la razon que adelante se dirá. Y así fué, que, partido Hernando Pizarro, luego se tra¬tó la muerte de Atabaliba por medio de un indio que era intérprete entre ellos, llamado Filipillo, que ha¬bia venido con el Gobernador á Castilla; el cual dijo que Atabaliba quería matar á todos los españoles secretamente, y para ello tenia apercibida gran cantidad de gente en lugares secretos; y como las averiguaciones que sobre esto se hicieron era por lengua del mesmo Filipillo, interpretaba lo que quería, conforme á su in¬tencion. La causa que le movió nunca se pudo bien averiguar, mas de que fué una de dos: ó que este indio tenia amores con una de las mujeres de Atabaliba, y quiso con su muerte gozar della seguramente, lo cual habia ya venido á noticia de Atabaliba; y él se quejó dello al Gobernador, diciendo que sentia mas aquel de¬sacato que su prision ni cuantos desastres le habian venido, aunque se le siguiese la muerte con ellos; que un indio tan bajo le tuviese en tan poco y le hiciese tan gran afrenta, sabiendo él la ley que en aquella tierra habia en semejante delito; porque el que se hallaba culpado en él, y aun el que solamente lo intentaba, le quemaban vivo con la mesma mujer, si tenia culpa, y mataban á sus padres é hijos y hermanos y á todos los otros parientes cercanos, y aun hasta las ovejas del tal adúltero; y demás desto, despoblaban la tierra donde él era natural, sembrándola de sal y cortando los árboles, y derribando las casas de toda la poblacion, y haciendo otros muy grandes castigos en memoria del delito. Otros dicen que la principal causa de la muerte de Atabaliba fué la gran diligencia y maña que tuvieron para encaminarla esta gente que fué con don Diego de Almagro por su interés particular; porque les de¬cian los que habian hecho la conquista que, no solamente no tenian ellos parte en todo el oro y plata que hasta entonces estaba dado, pero ni en todo lo que de allí adelante se diese, hasta que fuese cumplida toda la suma del rescate de Atabaliba, que parecia no poderse hinchir aunque se juntase para ello todo cuanto oro habia en el mundo, pues resultaba todo ello del rescate de aquel príncipe, cuya prision se habia hecho con su industria y trabajo, sin que los de don Diego intervi¬niesen en ello; y así, les paresció á los de don Diego que les convenia encaminar la muerte de Atabaliba, porque mientras él fuese vivo, todo cuanto oro ellos alle¬gasen dirian que era rescate, y que no habian de participar los otros en ello; y como quier que fuese, le con¬denaron á muerte, de lo cual él se admiraba mucho, diciendo que él nunca tal cosa habia pensado como se le levantaba, y que le doblasen las prisiones y guardas ó le metiesen en uno de sus navíos en la mar. Y dijo al Gobernador y á los principales señores: «No sé porque me tenéis por hombre de tan poco juicio, que penséis que os quiero hacer traicion; pues si creeis que esta gente que decis que está junta viene por mi mandado y permision, no hay razon para ello, pues estoy en vues¬tro poder atado con cadenas de hierro, y en asomando la tal gente, ó sabiendo que viene, me podeis cortar la cabeza. Y si pensais que viene contra mi voluntad, no estáis bien informado del poder que yo tengo en esta tier¬ra, y con la obediencia con que soy temido de mis vasa¬llos; pues si yo no quiero ni las aves volarán, ni las hojas de los árboles se menearán en mi lierra.» Todo esto no le aprovechó, ni ofrescer á dar muy grandes rehenes por el primero español que muriese en la tierra. Porque, demás desta sospecha, se le acumuló la muerte de Guascar, su hermano; y así, le sentenciaron á muerte y ejecutaron la sentencia, yendo él siempre llamando á Hernando Pizarro, y diciendo que si él allí estuuviera no le mataran. Y al tiempo de la muerte se baptizó, por persuasion del Gobernador y Obispo.
CAPITULO VIII.
De cómo Ruminagui, capitan de Atabaliba, se alzó en la tierra
de Quito, y cómo el Gobernador se fué al Cuzco.
Aquel capitan de Atabaliba llamado Ruminagui, que arriba dijimos que huyó de Caxamalca con cinco mil indios, en llegando á la provincia de Quito tomó en su poder los hijos de Atabaliba, y se apoderó en la tierra, haciéndose obedescer por señor della; y después Ata¬baliba, poco antes que muriese, envió á su hermano Illéscas á la provincia de Quito para traer sus hijos, y el Ruminagui lo mató y no se los quiso dar; y después desto, algunos capitanes de Atubaliba, conforme á lo que él dejo mandado, llevaron su cuerpo á la provincia de Quito á enterrar con su padre Guaynacaba, los cuales Ruminagui rescibió muy honrada y amorosamente, é hizo enterrar el cuerpo con gran solemnidad, segun la costumbre de la tierra, y después mandó hacer una borrachera; en la cual, estando borrachos los capitales que habian traido el cuerpo, los mató á todos, y entre ellos aquel Illéscas hermano de Atabaliba, al cual hizo desollar vivo, y del cuero hizo un atambor, quedando la cabeza colgada en el mismo atambor.
Después desto, habiendo el Gobernador repartido todo el oro y plata que hubo en Caxamalca, porque supo que uno de los capitanes de Atabaliba, llamado Quizquiz, andaba con cierta gente alborotando la tierra, partió contra él, y no le osó aguardar en la provincia de Jauja; por lo cual envió delante al capitan Soto con cierta gente de caballo, yendo él en la retaguarda, y en la provincia de Viscacinga dieron de súbito tantos indios sobre el capitan Soto, que estuvo muy cerca de ser desbaratado, Matándole cinco ó seis españoles; y como vino la noche, los indios se retrajeron á la sierra, y el Gobernador envió á don Diego de Almagro con cierta gente de caballo al socorro, y cuando otro dia amanesció, que tornaron á pelear, los cristianos se fueron ma¬ñosamente retrayendo para sacar los indios al llano, por excusarse de las piedras que les tiraban desde lo alto de las cuestas. Y los indios, entendiendo el engaño, no salieron y pelearon allí, sin reconocer el socorro que habia venido, porque con la mucha niebla que aquella mañana hizo no le pudieron ver; y así, pelearon aquel dia tan animosamente los cristianos que desbarataron los indios y mataron muchos dellos. Y de ahí á poco lle¬gó el Gobernador con toda la retaguarda, y allí le sa¬lió de paz un hermano de Guascar y de Atabaliba, que por su muerte habian hecho inga ó rey de la tierra, y dandole la borla, que era la inisignia ó corona real, llamado Paulo inga; y este le dijo como en el Cuzco le estaba aguardando mucha gente de guerra, y llegando por sus jornadas cerca de la ciudad, vieron salir della grandes humos; y creyendo el Gobernador que los indios la que¬maban, envió ciertos capitanes á gran presa á lo defender con alguna gente de caballo, y en llegando á la ciudad salió sobre ellos gran número de indios, y co¬menzaron á pelear con los cristianos, tiríndoles tantas piedras y tiraderas y otras armas, que, no pudiéndolos sufrir los españoles, se retrajeron á toda furia mas de una legua hasta un llano donde se jurtaron con el Go¬bernador, y alli envió sus dos hermanos Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, con la mas gente de caballo, y dieron en los indios por la parte de la sierra tan animosamente, que los hicieron huir, y ellos los siguieron, matando en el alcance muchos dellos. Y como la noche vino, el Go¬bernador hizo recoger todos los españoles y los tuvo en arma; y cuando otro dia pensaron que en la entrada de la ciudad tuvieran alguna resistencia, no hallaron hom¬bre que se la defendiese; y así, entraron pacificamente, y de ahi á veinte dias tuvieron nueva como Quizquiz andaba con mucha gente de guerra robando y destru¬yendo una provincia llamada Condesuyo, y envió á lo estorbar el Gobernador al capitan Soto con cincuenta de caballo, y Quizquiz no le aguardó, antes se fué la via de Jauja á dar sobre algunos español es que alli supo haber quedado guardando su fardaje y haciendas, y con la hacienda real, que tenia á cargo el tesorero Alonso de Requelme. Los cristianos, sabiéndolo, aunque eran pocos, se defendieron animosamente en un lugar fuerte que para ello escogieron. Y asi, Quizquiz se pasó adelante la via de Quito, y tras él envió el Gobernador otra vez al capitan Soto con cierta gente de caballo, y después envio en su socorro á sus hermanos, y todos siguieron á Quizquiz mas de cien leguas; y no le pudiendo alcanzar, se volvieron al Cuzco, y allí hubieron tan gran presa como la de Caxamalca, de oro y de plata, la cual el Gobernador repartió entre la gente y pobló la ciudad, que era la cabeza de la tierra entre los indios, y así lo fué mucho tiempo entre los cristianos; y repartió los indios entre los vecinos que allí quisieron quedar, porque á muchos no les pareció poblar en la tierra sino venirse con lo que les habia cabido en Caxamalca y Cuzco a gozarlo en España.
CAPITULO IX.
De cómo el capitan Benalcázar fué á la conquista de Quito.
Ya dijimos arriba cómo al tiempo que el Gobernador entró en el Perú pobló la ciudad de San Miguel, en la provincia de Tangarara junto al puerto de Túmbez, por que los que viniesen de España tuviesen el puerto seguro para desembarcar; y porque le paresció que ha¬bian quedado allí pocos caballos después de la prision de Atabaliba, envió por su teniente desde Caxamalca i San Miguel al capitan Benalcazar con diez de caballo; al cual por este tiempo se le vinieron á quejar los indios cañares que Ruminagui y los otros indios de Qui¬to les daban muy continua guerra; lo cual fué á coyun¬tura que de Panamá y de Nicaragua habia venido mucha gente, y dellos tomó Benalcázar docientos hombres, los ochenta de caballo, y con ellos se fué la via del Qui¬to, así por defender á los cañares, que se le habian dado por amigos, porque tenia noticia que en Quito habia gran cantidad de oro, que Atabaliba habia dejado. Y cuando Ruminagui supo la venida de Benalcázar salió á defenderle la entrada, y peleó con él en muchos pa¬sos peligrosos con mas de doce mil indios; y tenia hechos sus fosados, lo cual todo contraminaba Benal¬cázar con grande astucia y prudencia; porque quedán¬doles él haciendo cara, enviaba en las trasnochadas un capitan con cincuenta ó sesenta de caballo, que por arriba ó por abajo, de cada mal paso se lo tenia ganado cuando amanescia; y desta manera los hizo retraer hasta los llanos, donde no osaron esperar, por el mucho daño que les hacian los de caballo, y cuando aguardaban era porque tenian hechos hoyos anchos y hondos, sembrados dentro de palos y estacas agudas, y cubiertos con céspedes y yerba sobre muy delgadas cañas, casi de la forma que escribe César en el sétimo comentario que los de Alexia le pusieron para defensa de la ciudad, en otra cava secreta, que llaman Lirios. Pero con todo cuanto hicieron, nunca pudieron engañar á Benalcázar para que cayese ni rescibiese daño en alguna destas cavas, porque nunca los acometia por aquella parte donde los indios le hacian rostro; antes rodeaba una ó dos leguas para darlos por las espaldas ó por los lados, yendo siempre con gran aviso de no pasar sobre yerba ni tierra que no fuese natural y criada allí. Y demás desto, tuvieron otra astucia los indios, viendo que la pasada no les aprovechaba, que por todas las partes por donde se sospechaba que habian de pasar los caballos, hacian unos hoyos tan anchos como la mano de un caballo, muy espesos, sin que hubiese en medio casi ninguna distancia; pero con ninguno destos ardides pudieron engañar á Benalcázar, y les fué ganando toda la tierra hasta la principal ciudad de Qui¬to, donde supo que un dia dijo Ruminagui á todas sus mujeres (de que tenia en gran número): «Agora habréis placer, que vienen los cristianos, con quien os podréis holgar;» y ellas, pensando que se lo decia por donaire, se rieron; y costóles tan caro la risa, que á casi todas las hizo descabezar, y determinó de huir de la ciudad, po¬niendo primero fuego á una sala llena de muy rica ropa, que allí tenia desde el tiempo de Guaynacaba, y se huyó, aunque primero una noche dió sobre los españoles de sobresalto, sin hacer en ellos ningun daño; y así, Benalcázar se apoderó de la ciudad. Y en este tiempo envió el Gobernador á don Diego de Almagro con cierta gente hacia la costa de la mar y á la ciudad de San Miguel, para informarse verdaderamente de una nueva que le habia venido de cómo don Pedro de Albarado, gober¬nador de Guatemala, se habia embarcado la via del Perú con una gruesa armada y gran número de caballos y gente para descubrir el Perú, como se dirá en el ca¬pítulo siguiente. Y llegado don Diego á San Miguel sin hallar nueva cierta de lo que buscaba, sabido que Benalcázar estaba sobre Quito, y la resistencia que Ruminagui le hacia, determinó irle ayudar; y así, fué aquellas ciento y veinte leguas hasta Quito, donde se juntó con Benalcázar y se apoderó de la gente, conquistando algunos pueblos y palenques que hasta entonces se habian defendido; y visto que no habia en aquella tierra el oro ni riqueza de que habian tenido; noticia, se volvió al Cuzco, dejando por gobernador de la provincia de Quito á Benalcázar, como antes lo era.
CAPITULO X.
De cómo don Pedro de Albarado pasó al Perú, y de lo que
le acaesció.
Después que don Hernando Cortés, marqués del Valle, conquistó y pacificó la Nueva-España, tuvo noticia de una tierra que con ella se contenia, llamada Guatimala, y para la descubrir envió un capitan suyo, llamado don Pedro de Albarado, el cual con la gente que llevaba la conquistó y ganó, pasando en ella muchos trabajos y peligros, cuya remuneracion su majestad le proveyó de la gobernacion della. Y desde allí tuvo noticia de la tierra del Perú, y pidió cierta parte de la conquista de¬lla á su majestad, y le fué concedida y hecho sobre ello sus capitulaciones; por virtud de las cuales él envió un caballero de Cáceres, llamado García Holguin, que con dos navíos fué á descubrir y tomar lengua en la costa del Perú. Y como le trajo tan buena nueva de la gran cantidad de oro que el gobernador don Francisco Pizarro habia habido, determinó de pasar allá, paresciéndole que entre tanto que don Francisco Pizarro y su gente se desembarazaban de lo que ternian que hacer en Ca-xamalca, él podria llegar la costa arriba, á ganar la ciudad del Cuzco, que conforme á lo que arriba está dicho, tenia entendido que caia fuera de las docientos y cincuenta leguas de los límites de la gobernacion de don Francisco Pizarro. Y para poder mejor efectuar su propósito, temiendo que desde Nicaragua podria des¬pués ir socorro á don Francisco Pizarro, fué una noche á la costa de Nicaragua; y tomó por fuerza dos ó tres grandes navíos que allí se estaban aderezando, para ir cargados de gente y caballos al Perú en socorro del Go¬bernador; y en ellos y en los que traía de Guatimala embarcó quinientos hombres de pié y de caballo, y na¬vegó hasta tomar la tierra en la provincia de Puerto-Viejo, y de allí caminó la via de Quito, en el paraje de la línea Equinocial, por las faldas de unos llanos y espesos montes que llaman Arcabucos, y en el camino pasó su gente gran trabajo de hambre y muy mayor de sed, porque fué tanta la falta del agua, que si no topa¬ran con unos cañaverales de tal propriedad, que en cor¬tando por cada nudo, se halla lo hueco lleno de agua dulce y muy buena; las cuáles cañas son tan gruesas or-dinariamente como la pierna de un hombre, de tal suer¬te, que en cada cañuto hallaban mas de media azumbre de agua, que dicen recoger estas cañas por particular pro¬priedad y naturaleza que para ello tienen, del rocío que de noche cae del cielo, como quier que la tierra sea seca y sin fuente ni agua ninguna. Con esta agua se separó el ejército de don Pedro de Albarado, así hombres como caballos, porque dura grande espacio, aunque todavía la hambre los llegó á tales términos, que comieron mu¬chos caballos, con valer cada uno cuatro y cinco mil castellanos, y en la mayor parte del camino les iba cayendo encima tierra muy menuda y caliente, que se averiguó salir de un alto volcan que hay cerca de Qui¬to, de tan gran fuego, que mas de ochenta leguas al¬canza la tierra que dél sale, y da tan grandes truenos algunas veces, que suenan mas de cien leguas. Y en todos los pueblos por donde pasó don Pedro de Albara-do debajo de la linea Equinocial halló gran copia de esmeraldas; y después de haber pasado tan trabajoso camino, que lo mas dél fueron abriendo á mano con hachas y machetes, topó delante sí una cordillera de sierras nevadas, donde de contino nevaba y hacia muy gran frio; y la hora que le paresció mas conveniente determinó pasar por un portezuelo que allí habia, donde se le quedaron helados mas de sesenta hombres, aunque todos para pasar se vistieron cuantas ropas traían, iban corriendo sin esperar ni socorrerse los unos á los otros. Donde acontesció que, llevando un español consigo á su mujer y dos hijas pequeñas, viendo que la mujer y hijas se sentaron de cansadas, y que él no las podia socorrer ni llevar, se quedó con ellas, de manera que todos cuatro se helaron; y aunqué él le pudiera sal¬var, quiso mas perecer allí con ellas. Y con este trabajo y peligro pasaron aquella sierra, teniendo á gran buena ventura haber podido verse de la otra parte; porque, aunque la provincia de Quito está cercada de muy al¬tas sierras y muy nevadas, en medio hay unos valles muy templados y frescos, donde las gentes viven y hacen sus sementeras; y en aquel tiempo se derritió la nieve de una de aquellas sierras, y bajó tan gran cantidad de agua y con tanto ímpetu, que hundió y anegó un pue¬blo que se llamaba la Contiega. Y vióse llevar el agua en la corriente piedras tan grandes como dos piedras de lugar, con tanta facilidad como si fueran de corcho.
CAPITULO XI.
Cómo se toparon don Diego de Almagro y don Pedro de Albarado,
y de lo que allí acaesció
Ya dijimos arriba cómo don Diego de Almagro, dejando en la provincia de Quito por gobernador al capi¬tan Benalcázar, y no teniendo nueva de la venida de don Pedro de Albarado, se volvió al Cuzco, y á la vuel¬ta conquistó algunos peñoles y fortalezas donde los indios se habian hecho fuertes, en lo cual se detuvo tanto, que hubo lugar de venir don Pedro de Albarado, y lle¬gar á la provincia de Quito, sin que don Diego pudiese saber cosa ninguna, por haber mucha distancia de camino, y en él ningun comercio de indios ni de cristianos. Pues andando un dia conquistando una provincia lla¬mada Liribamba, pasó un caudaloso rio della por un vado harto peligroso, porque los indios le habian que¬mado las puentes, y á la otra parte del rio halló gran copia dellos que le esperaban de guerra, y él los venció con harta dificultad, porque tambien peleaban las mu¬jeres tirando muy diestramente con hondas, y fué preso el señor principal dellos, el cual le dió nueva cómo don Pedro de Albarado andaba ya corriendo la tierra, y estaba quince leguas de allí sobre un peñol, donde se ha¬bia hecho fuerte un capitan indio llamado Zopazopagui. Y sabiendo esto don Diego, envió siete de caballo á descubrir lo que habia, los cuales fueron presos por la gente de don Pedro, aunque después los tornó á soltar y se vino á aposentar cinco leguas del real de don Die¬go. Y sabido por don Diego de Almagro, se determinó, viendo la gran ventaja que su enemigo le tenia, de se volver al Cuzco con solos veinte y cinco de caballo, y dejar los demás con el capitan Benalcázar en defensa de la tierra. Y en esta sazon aquel indio lengua, llamado Filipillo (de que arriba está hecha mencion que fué causa de la muerte de Atabaliba, temiendo el castigo que por esto sabia merecer), se huyó del real de don Diego al de don Pedro, y llevó consigo un cacique prin¬cipal, dejando concertado con los demás que seguían á don Diego, que enviándolos él á llamar se le pasasen. Y como Filipe llegó adonde don Pedro de Albarado estaba, se le ofresció de traerle de paz toda aquella tierra, y le dijo cómo don Diego se queria ir al Cuzco, y que si le queria prender, yendo sobre él lo podrian hacer fá¬cilmente, porque no tenia mas de docientos y cincuenta hombres, los noventa de caballo. Y como don Pedro de Albarado tuvo este aviso, luego fué sobre don Diego de Almagro, al cual halló en Liribamba con determinacion de morir defendiendo la tierra. Y así, don Pedro de Al¬barado ordenó su gente, y con las banderas tendidas le acometió, y don Diego, por tener poca gente de á ca¬ballo, le aguardó á pié entre unas paredes, é hizo su gente dos escuadrones, con el uno estaba él y con el otro el capitan Benalcázar. Y como estuvieron á vista unos de otros, hubieron su habla de paz, y por aquel dia y noche pusieron treguas, y en tanto los concertó un licenciado Caldera desta manera: que don Diego de Almagro diese á don Pedro de Albarado cien mil pesos de oro por los navíos y caballos y otros pertrechos del armada, y que viniesen juntos hasta donde el goberna-dor Pizarro estaba, para pagárselos allí. El cual concierto se hizo y guardó con mucho secreto, porque sa¬biéndolo la gente de don Pedro de Albarado (entre la cual habia muchos caballeros y personas principales) no se alterasen, viendo que no se trataba de remune¬racion ninguna para ellos; y así, publicaron que iban de compañía la tierra arriba, para que desde allá don Pedro de Albarado continuase por mar con su armada el descubrimiento, dando licencia á todos los que quisiesen quedar en Quito con el capitan Benalcázar, para lo po¬der hacer, pues ya estaban todos unidos en paz y conformidad; y así, muchos de los que vinieron con don Pedro se quedaron en Quito, y don Diego y él y toda la otra gente se fueron á Pachacamá, donde supieron que les habia venido á rescebir el Gobernador desde Jauja, donde estaba, y antes que don Diego partiese de Quito quemó vivo al Cacique, que se le fué la noche que hemos dicho, y quiso hacer lo mismo á Filipillo si no rogara por él don Pedro de Albarado.
CAPITULO XII.
De cómo don Diego de Almagro y don Pedro de Albarado
se toparon con el Quizquiz, y lo que les acaesció.
Yendo don Diego de Almagro y don Pedro de Albarado desde Quito para Pachacamá, el cacique de los Cañares les dijo cómo el Quizquiz, capitan de Atabali¬ba, venia con un ejército de mas de doce mil indios de guerra, y traia recogida toda cuanta gente de indios y ganado había hallado desde Jauja abajo, y que él se lo por¬nia en las manos si lo querian aguardar. Y no dando don Diego crédito á esto, continuó su camino sin detenerse. Y ya que llegaban á una provincia llamada Chaparra, vieron á deshora sobre dos mil indios, que venian dos ó tres jornadas delante del Quizquiz, con un capitan que se llamaba Sotaurco, porque el Quizquiz tenia esta ór¬den en su camino, que delante enviaba aquel capitan y gente, y á la parte izquierda iban otros tres mil indios, recogiendo comida por los pueblos comarcanos, y en la retaguardia, dos jornadas de sí, traia otros tres ó cua¬tro mil indios, y él iba en medio con el cuerpo del ejér¬cito y con el ganado y gente presa; de manera que ocu¬paba su campo quince leguas de término y mas. Y yendo Sotaurco á tomar un paso por donde pensó que los españoles vinieran, don Pedro de Albarado llegó pri¬mero y le prendió, y supo dél toda la órden del Quiz¬quiz, y dió una trasnochada con la gente de caballo (que le pudo seguir) sobre él, aunque les convino dete¬nerse parte de la noche, porque á la bajada de un rio se les desherraron los caballos en los grandes pedregales que en él habia, y se detuvieron á herrarlos con lumbre; y todavía continuaron su camino á gran priesa, porque alguna de la mucha gente que topaban no volviese á dar mandado al Quizquiz de su venida, y nun¬ca pararon hasta que otro dia tarde llegaron á la vista del real de Quizquiz. Y como él los vido, se fué por una parte con todas las mujeres y gente servil, y por a otra, que mas áspera era, echó á su hermano de Atabaliba, que se llamaba Guaypalcon, con la gente de guerra; con los cuales fué á topar don Diego de Almagro en la .subida de una cuesta, y por una ladera tomaron las espaldas á Guaypalcon; y como él se vió cercado por todas partes, hizo fuerte con su gente en unas ásperas peñas, donde se defendió hasta la noche, que don Diego y don Pedro recogieron todos los españoles y los indios; con la escuridad se salieron y fueron á buscar al Quizquiz, y hallaron después que los tres mil indios que iban á la parte izquierda habian descabezado catorce españoles, que tomaron por un atajo. Y así, procediendo por su camino, toparon con la retaguardia de Quizquiz, y los indios se hicieron fuertes al paso de un rio, y en todo aquel dia no dejaron pasar á los españoles; antes ellos pasaran por la parte de arriba, adonde los españoles estaban, á tomar una alta sierra, y por ir á pelear con ellós hubieran de res¬cibir mucho daño los españoles; porque, aunque se querian retraer, no podian por la maleza de la tierra; y así, fueron muchos heridos, especialmente el capitan Alon¬so de Albarado, á quien pasaron un muslo, y á otro co-mendador de San Juan; y toda aquella noche los indios tuvieron mucha guardia mas cuando amanesció te¬nian desembarazado todo el paso del rio, y ellos se habian hecho fuertes en una alta sierra, donde se quedaron en paz, porque don Diego de Almagro no se quiso mas allí detener; y toda la ropa que los indios no pudie¬ron subir á la sierra la quemaron aquella noche, quedando en el campo mas de quince mil ovejas y mas de cuatro mil indias y indios que se vinieron á los españo¬les, de los que llevaba presos el Quizquiz. Y llegados los cristianos á San Miguel, don Diego de Almagro envió al Puerto-Viejo al capitan Diego de Mora, á que por él se entregase de la armada de don Pedro de Albarado, el cual para ello envió de su parte á García de Holguin que se la hiciese dar. Y después que don Diego dió allí en San Miguel muchos socorros de armas y dineros y vestidos, así á su gente como á la de don Pedro de Albarado, continuaron su camino la via de Pachacamá, y á la pasada dejó poblando la ciudad de Trujillo al capi¬tan Martin Astete, como el gobernador don Francisco Pizarro lo habia mandado. En este tiempo llegando el Quizquiz cerca de Quito, un capitan de Benalcázar le desbarató la gente que llevaba en el avanguardia, por lo cual estuvo en grande afliccion, sin saber qué se ha¬cer, porque sus capitanes le decian que se diese de paz á Benalcázar, por lo cual él los amenazó de muerte y los mandó apercibir para volver atrás. Y como la gente no tenia comida para dar la vuelta, fueron á él ciertos capitanes, llevando por cabeza á Guaypalcon, y le dijeron que era mejor morir peleando con los cristianos que no volver á morir de hambre en el despoblado. A lo cual no le dió buena respuesta el Quizquiz, y por ello Guay¬palcon le dió con una lanza por los pechos, y luego le acudieron otros capitanes, y con porras y hachas le hi¬cieron pedazos, y derramaron la gente, dejando ir á cada uno donde quiso.
CAPITULO XIII.
De cómo el Gobernador pagó á don Pedro de Albarado los cien mil pesos del concierto, y cómo don Diego se quiso hacer rescebir por gobernador en el Cuzco.
Llegados don Diego y don Pedro á Pachacamá, el Go¬bernador, que allí habia venido desde Jauja, los recibió alegremente, y pagó á don Pedro los cien mil pesos que se habia concertado con él de darle por el armada, aunque de muchos fué aconsejado que no sé los pagase, di¬ciendo que la armada no valia cincuenta mil, y que aquel concierto habia hecho don Diego de temor, por no romper con don Pedro, que le tenia mucha ventaja, y que seria mejor enviarlo preso á su majestad; y aunque el Gobernador pudiera hacer aquello muy fácilmente sin peligro, quiso mas cumplir la palabra de don Diego de Almagro, su compañero, y le pagó liberalmente los cien mil pesos en buena moneda, y le dejó ir con ellos á su gobernacion de Guatirnala, y él se quedó poblando la ciudad de los Reyes pasando allí la poblacion que tenia hecha en Jauja, porque le pareció lugar mas apa¬cible y aparejado para todo género de contratacion, por ser puerto de mar. Desde allí se fué don Diego con mu¬cha gente al Cuzco, y el Gobernador bajó á Trujillo á reformar la poblacion y á repartir la tierra. Y allí le llegó nueva cómo don Diego de Almagro se habia que¬rido alzar con la ciudad del Cuzco, porque habia sabido que su majestad, con la nueva que le llevó Hernando Pizarro, le habia proveido de la gobernacion de otras cien leguas, pasados los límites de la de don Francisco, que decian acabarse antes del Cuzco. Y á esto resistie¬ron Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, hermanos del Go¬bernador, con mucha gente que les acudió, y cada dia andaban á lanzadas con don Diego y con el capitan Soto, que era de su parte; pero á la fin no pudo salir con ello, porque la mayor parte del cabildo acostó á la parte del Gobernador y de sus hermanos. Y como el Gobernador esta nueva supo, se fué por la posta al Cuzco, y con su presencia lo apaciguó todo, y perdonó á don Diego, que muy confuso estaba por lo que había hecho sin tener titulo ni provision para ello, salvo que le dijeron solamente que le estaba concedido. Y allí de nuevo tornaron á firmar nueva concordia y compañía en esta manera: que don Diego de Almagro fuese á descubrir por la tierra hácia la parte del sur, y que si buena tierra hallase pediría la gobernacion á su majestad para él, y no la habiendo tal, partirian la gobernacion de don Fran¬cisco entre ambos y después desto juraron en la Hostia consagrada, de no ser el uno contra el otro. Y algunos dicen que Almagro juró de no tocar en el Cuzco ni en ciento y treinta leguas adelante, aunque su majestad se lo diese en gobernacion, y que hablando con el Santo Sacramento, dijo así: «Plega á tí Señor, que cuando este juramento quebrantare tú me confundas cuerpo y alma.» Y hecho esto, don Diego se aderezó y se fué su jornada con mas de quinientos hombres que le siguie¬ron, y el Gobernador se volvió á la ciudad de los Reyes, y envió á Alonso de Albarado á conquistar la tierra de los Chachapoyas, que es á sesenta leguas de la ciudad de Trujillo, la sierra adentro; en la cual conquista pasó mucho trabajo él y los que con él fueron, hasta que po¬blaron y pacificaron aquella tierra, quedándole á él en¬comendada la gubernacion y justicia della.

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CENTRO DE ESTUDIOS Y DIFUSIÓN DE LA CULTURA ANDINA
BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

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LIBRO TERCERO
DE LA JORNADA QUE DON DIEGO DE ALMAGRO HIZO Á CHILI, Y DE LAS COSAS QUE EN ESTE MEDIO SUCEDIERON
EN EL PERÚ, Y CÓMO LOS INDIOS SE ALZARON CON LA TIERRA.
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CAPITULO PRIMERO.
De cómo don Diego de Almagro se partió para Chili.
Don Diego de Almagre se partió en descubrimiento de su conquista con quinientos y setenta hombres de pié y de caballo bien aderezarlos, y algunos vecinos de¬jaron sus casas y repartimientos de indios, y se fueron con él, con la gran suma de oro que en aquellas partes habia, y envió adelante á Juan de Sayavedra, natural de Sevilla, con cien hombres, que en la provincia que después llamaron los Charcas topó con ciertos indios que venian de Chili á dar la obediencia al inga. Llevó consigo el Adelantado hasta docientos hombres de pié y de caballo, con que fué conquistando por espacio de decientas y cincuenta leguas, hasta la provincia de Chi¬coana, donde tuvo noticia que le seguian otros cin¬cuenta españoles, y les escribió que se viniesen á él, trayendo por capitan á Noguerol de Ulloa, y con todos fué conquistando hasta la provincia de Chili, que son otras trecientas y cincuenta leguas; y allí quedó con la mei¬tad de la gente, y con la meitad envió á descubrir á Go¬mez de Albarado, el cual descubrió hasta sesenta leguas, y por las aguas del invierno se volvió á don Diego.
Cuando el Adelantado partió del Cuzco, Mango inga dejó concertado con Villaoma, su hermano, que en un dia señalado matasen á los cristianos que estaban en el Perú, y que él mataria á don Diego y á los suyos; lo cual no pudo efectuar, y el hermano hizo el levantamiento que adelante se dirá. Del real de don Diego se huyó aquel indio llamado don Felipe, que era lengua, porque sabia el trato, y don Diego envió tras él, y preso, le hizo descuartizar, y él confesó al tiempo de la muer¬te, que habia sido causa de la injusta muerte que se dió á Atabaliba, por gozar de su mujer. Habiendo dos meses que el Adelantado estaba en Chili, llegó allí un capitan suyo, llamado Ruy Díaz, con cien hombres de socorro, y certificó haberse rebelado todos los indios del Perú y haber muerto la mayor parte de los cristianos que allí habia; la cual nueva Almagro sintió mucho, y determinó volver sobre los indios y reducir la tierra al servicio de su majestad, para enviar (después de haberlo hecho) un capitan suyo con gente para poblar á Chili. Y así, se partió, y en el camino rescibió cartas de Rodrigo Orgoños, que venia en rastro suyo con veinte y cinco hombres. Y poco después le alcanzó Juan de Her¬rada, que tambien venia en su socorro con cien hom¬bres, y traía las provisiones reales por donde su majes¬tad le hacia gobernador de decientas leguas mas ade¬lante, acabados los límites del Marqués, llamando su gobernacion la Nueva-Toledo, porque la del Marqués se llamaba la Nueva-Castilla. Y aunque al principio deste capítulo se dice que don Diego llevó á este descubri¬miento quinientos y setenta nombres, aquellos son los que se pensó que fueran; caso que en realidad de verdad no partieron mas de los decientes hombres y los otros socorros que después le vinieron, de que arriba so trata.
CAPITULO II.
De los trabajos que pasó don Diego de Almagro y su gente
en el descubrimiento de Chili.
Grandes trabajos pasó don Diego de Almagro y su gente en la jornada de Chili, así de hambre y sed, como de reencuentros que tuvieron con los indios de muy crescidos cuerpos, que en algunas partes habia muy grandes flecheros y que andaban vestidos con cue¬ros de lobos marinos; y sobre todo, les hizo gran daño el demasiado frio que pasaron en el camino, así del aire tan helado como después al pasar de unas sierras neva¬das, donde acaesció á un capitan que iba tras don Diego de Almagro, llamado Ruy Díaz, quedársele muchas personas y caballos helados, sin que bastasen ningunos vestidos ni armas á resistir la demasiada frialdad del aire, que los penetraba y helaba. Y era tan grande la frialdad de la tierra, que cuando dende á cinco meses don Diego volvió al Cuzco halló en muchas partes al¬gunos de los que murieron á la ida en pié arrimados á algunas peñas, helados, con los caballos de rienda tambien helados, y tan frescos y sin corrupcion co¬mo si entonces acabaran de morir; y así, fué gran parte de la sustentacion de la gente que venia los caba¬llos que topaban helados en el camino y los comian. Y en todos estos despoblados donde no habia nieve era grande la falta del agua, la cual suplieron con llevar cueros de ovejas llenos de agua; de tal manera, que cada oveja viva llevaba á cuestas el cuero de otra muer¬ta, con agua; porque, entre otras propriedades que tienen estas ovejas del Perú, es una de llevar dos y tres arrobas de carga, como camellos, con quien tienen mucha semejanza en el talle, si no les faltase la jiba de los camellos; y tambien las han impuesto los espa¬ñoles en que lleven una persona cabalgando cuatro y cinco leguas en un dia, y cuando se sienten cansadas y se echan en el suelo ningun medio basta para levantarlas, aunque las hieran y ayuden, sino es quitándoles la carga; y cuando llevan alguno cabalgando, si se cansan y las apremian á andar, vuelven la cabeza al que va encima y le rucian con una cosa de muy mal olor, que paresce ser de lo que traen en el buche. Es animal de gran fruto y provecho, porque tiene finísima lana, especialmente las que llaman pacos, que tienen las vedi¬jas largas; son de poco mantenimiento, especialmente las que trabajan, y comen maíz, que sé pasan cuatro y cinco días sin beber. La carne dellas es tan saborosa y sana como los carneros muy gordos de Castilla. Y des¬tas hay ya, por toda la tierra carnicerías públicas, porque á los principios no eran menester, sino que, como cada español tenia ganado propio, en matando una oveja enviaban los vecinos por lo que habian, menester á su casa, y así se proveian á veces. En cierta parte de Chili, en unos campos rasos, hay avestruces que para las matar se ponian los de caballo en postas, corriendo tras ellas los unos hasta donde estaban los otros, porque de otra manera no las podía alcanzar un caballo, segun vuelan á pié, saltando á trancos, casi sin levantar del suelo. Tambien hay por aquella costa muchos ríos que corren de dia, y de noche no traen gota de agua; lo cual causa gran admiracion á los que no entienden que aque¬llo procede de que se derrite de dia la nieve de las sier¬ras con el calor del sol, y entonces corre el agua, lo cual de noche; con la frialdad, se reprime y no corre. Y pa¬sadas quinientas leguas por luengo de costa, que son treinta grados de aquel cabo de la línea Equinocial há¬cia la parte del sur, llueve y ventan todos los vientos que en España y otras partes de oriente. Es toda aque¬lla tierra de Chili bien poblada y algo doblada, tanto rasa como montuosa; y aunque por los golfos y ancones que la mar hace la tierra se corre por diversos rumbos y viajes, pero la mar por luengo de costa se considera norte sur, que es de mediodía á septentrion, desde la ciudad de los Reyes hasta en cuarenta grados, y es tierra muy templada, y hay en ella invierno y verano, aunque en los tiempos contrarios de Castilla. El norte que allí parescia que debe corresponder á nuestro nor¬te, no se paresce en aquella tierra ni se conosce mas de por una sola nube chica y blanca que entre noche y dia da una vuelta á aquel lugar, donde verisímilmente se cree que está aquel norte que los astrólogos llaman polo Antártico. Y asimismo se paresce un crucero con otras tres estrellas que tras él andan, que por todas son siete, á la manera de las siete estrellas que rodean nues¬tro norte, que los astrólogos llaman Trion, y están pues¬tás al compás de las nuestras, sin diferir mas de que las cuatro que hácia el mediodía hacen cruz están mas juntas allí que en nuestro polo. El nuestro norte se pierde de vista de todo púnto poco menos de decientas leguas de Panamá, llegando debajo la línea, y entonces se ven desde allí estos dos triones ó guardas del norte cuando están mas altas sobre las cabezas de los mismos nortes, aunque por grande espacio del polo Antártico no se parecen mas de las cuatro estrellas que hacen el crucero por el cual se gobiernan los mareantes; y después, metiéndose de treinta grados para arriba, vienen á descubrir todas siete. En esta tierra de Chili hace di¬ferencia el dia de la noche y la noche del dia, segun el tiempo, que es por la órden que en Castilla, aunque trocados los tiémpos, como está dicho. En tierra del Perú y en la provincia de Tierra-Firme y en todas las tierras vecinas á la línea Equinocial la noche es igual con el dia todo el año, y si algun tiempo cresce ó men¬gua en la ciudad de los Reyes, no es distancia que se eche de ver notablemente. Los indios de Chili visten como los del Perú, son hombres y mujeres de buenos gestos, y comen las viandas que en el Perú; y adelante de Chili, en treinta y ocho grados de la línea, hay dos grandes señores que traen guerra, el uno contra el otro, y cada uno saca en campo decientes mil hombres de guerra; el uno dellos se llama Leuchengorma, que tiene una isla dos leguas de la Tierra-Firme dedicada á sus ído¬los, donde hay un gran templo que lo sirven dos mil sa¬cerdotes. Y los indios deste Leuchengorma dijeron á los españoles que cincuenta leguas mas adelante hay entre dos ríos una gran provincia toda poblada de mu¬jeres, que no consienten hombres consigo mas del tiem¬po conveniente á la generacion; y si paren hijos los en¬vian á sus padres, y si hijas, las crian. Están sujetas á este Leuchengorma; la reina dellas se llama Gaboimi¬lla, que en su lengua quiere decir cielo de oro, porque en aquella tierra diz que se cría gran cantidad de oro; y hacen muy rica ropa, y de todo pagan tributo á Leuchengorma. Y aunque muchas veces se ha tenido muy cierta noticia de todo esto, nunca ha habido apa¬rejo de poderlo ir á descubrir, por no haber querido po¬blar don Diego de Almagro, y porque don Pedro de Valdivia, que después fué enviado á poblar esta tierra, nunca tuvo tanto número de gente con que pudiese ir á descubrir y dejar poblados los pueblos que tiene hechos. La poblacion deste capitan está treinta y tres grados de aquel cabo de la línea hácia el sur y de ser toda la costa bien poblada hasta mas de cuarenta grados de costa dió noticia un navío del armada que envió don Gutierre de Carvajal, obispo de Plasencia, que embocó por el estrecho de Magallánes, y desde allí vino costeando la tierra hácia el norte, hasta llegar al puerto de la ciudad de los Reyes. En este navío fueron los primeros ratones que en el Perú hubo, porque antes no los habia, y des¬pués acá han acudido en gran número por todas las ciu¬dades del Perú; créese que yendo las crías entre cajas ó fardeles de mercaderías que van de unas partes á otras; y así, los llaman los indios ococha, que quiere decir cosa salida de la mar.
CAPITULO III.
De la vuelta de Hernando Pizarro al Perú, y de los despachos
que llevó, y del alzamiento de los indios.
Después que don Diego de Almagro partió del Cuzco, vino de Castilla Hernando Pizarro, á quien su majestad habia dado el hábito de Santiago y hecho otras mercedes, y trajo prorogacion por ciertas leguas en la go¬bernacion de don Francisco Pizarro, su hermano, y la provision que hemos dicho para la nueva gobernacion de don Diego de Almagro. Y en este tiempo. Mango inga, señor del Perú, estaba preso en la fortaleza del Cuzco por los conciertos que arriba tenemos dicho, que hizo con Paulo inga y con Villaoma, su hermano, de ma¬tar los cristianos; escribió á Juan Pizarro rogándole lo mandase soltar, porque Hernando Pizarro no lo hallase preso; y Juan Pizarro, que en el collado andaba conquis¬tando un peñol de indios, lo mandó soltar. Pues llegado Hernando Pizarro al Cuzco, tomó gran amistad con el Inca y le trataba muy bien, aunque siempre le hacia guardar. Creyóse que esta amistad era á fin de pedirle algun oro para su majestad ó para sí mismo. Y dende á dos meses que llegó al Cuzco, el Inga le pidió licencia para ir á la tierra de Yucaya á celebrar cierta fiesta, prometiéndole traer de allá una estatua de oro macizo, que era al natural de su padre Guaynacaba. Y ido allá, dió conclusion en el camino á lo que concertado tenia desde que don Diego partió para Chili; y desde allí hizo luego matar á algunos mineros y gente de servicio que andaban por el campo en las estancias y minas; y en¬vió de sobresalto un capitan con mucha gente que se apoderó de la fortaleza del Cuzco, de manera que en seis dias los españoles no se la pudieron tornar á ga¬nar; y en la toma della mataron á Juan Pizarro una noche, de una pedrada que le dieron en la cabeza; porque, á causa de otra herida que antes tenia, no se habia podido ponerla celada; la cual muerte fué gran pérdida en la tierra, porque era Juan Pizarro muy valiente y experimentado en las guerras de los indios, y bienquisto y amado de todos. Y así, vino el Inga con todo su poder sobre el Cuzco y la tuvo cercada mas de ocho meses, y cada lleno de luna la combatia por muchas partes, aunque Hernando Pizarro y sus hermanos la defendian va¬lientemente con otros muchos caballeros y capitanes que dentro estaban, especialmente Gabriel de Rójas y Hernan Ponce de Leon, y don Alfonso Enriquez y el tesorero Riquelme, y otros muchos que allí habia, sin quitar las armas de noche ni de dia, como hombres que tenían por cierto que ya el Gobernador y todos los otros españoles eran muertos de los indios, que ténian noticia que en todas las partes de la tierra se habían alzado. Y así, peleaban y se defendían como hombres que no tenian mas esperanza de socorro sino en Dios y en el de sus propias fuerzas, aunque cada dia los dismi¬nuian los indios, hiriendo y matando en ellos. Y du¬rante esta guerra y cerco Gonzalo Pizarro salió con veinte de caballo á correr la tierra hasta la laguna de Chinchero, que es á cinco leguas del Cuzco, donde tanta gente vino sobre él, que, por mucho que peleó, ya los indios le traían casi rendido, si Hernando Pizarro y Alon¬so de Toro no lo socorrieran con alguna gente de ca¬ballo, porque él se habia metido mas adentro en los ene¬migos de lo que convenía, segun la poca gente que lle¬vaba, con mas ánimo que prudencia.
CAPITULO IV.
De cómo vino don Diego de Almagro sobre el Cuzco y prendió
á Hernando Pizarro.
Ya dijimos arriba cómo, después que Juan de Herra¬da llevó á Chili la provision que su majestad dió para que don Diego de Almagro fuese gobernador pasada la gobernacion de don Francisco Pizarro, se determinó de volver al Perú y apoderarse de la ciudad del Cuzco; para lo cual le daban gran priesa los caballeros principales que con él andaban, especialmente Gomez de Albarado, hermano del adelantado don Pedro de Albarado, y su tio Diego de Albarado y Rodrigo Orgoños, los unos con codicia de poseer los repartimientos de la tierra del Cuzco, y los otros por ambicion de quedar solos en la gobernacion de Chili. Y así, para salir con su intento trataban con las lenguas que dijesen cómo el goberna¬dor Pizarro y los demás españoles que en el Perú que¬daron habian sido muertos por los indios que se habian rebelado; porque ya la noticia del alzamiento de los indios habia llegado á aquellas partes. Pues con la instancia que toda esta gente hizo á don Diego, se volvió; y cuando llegó á seis leguas del Cuzco, sin hacer saber nada á Hernando Pizarro, se carteó con el Inga, prometién¬dole de perdonarle todo lo que habia hecho si fuese su amigo y le favoresciese, porque aquella tierra del Cuzco era de su gobernacion, y que volvía á apoderarse della. Y el Inga cautelosamente le envió á decir que se fuese á ver con él; lo cual don Diego hizo, no recelándose de engaño ninguno, dejando alguna parte de su gente con Juan de Sayavedra, y llevando él toda la demás. Mas cuando el Inga vió su tiempo, dió sobre don Diego con tanta furia, que le hizo mucho daño. Y entre tanto, habiendo sabido Hernando Pizarro la venida de don Diego de Almagro y cómo Juan de Sayavedra quedaba en el pueblo de Hurcos con la gente, salió del Cuzco con ciento y setenta hombres á punto de guerra; de lo cual siendo avisado Juan de Sayavedra, apercibió su campo, que era de trecientos españoles, y alojólos en un sitio fuerte. Y llegado Hernando Pizarro, envió á rogar á Juan de Sayavedra que se viesen solos, para tratar de medios en los negocios. Juan de Sayavedra aceptó las vistas, en las cuáles se dijo que Hernando Pizarro habia ofrescido á Juan de Sayavedra mucha cantidad de pesos de oro porque le entregase la gente; lo cual Juan de Sayavedra no aceptó, ni era de creer que aceptara, por ser caballero de muy buena casta, de quien no se podia esperar que haria cosa que no debie¬se, aunque, por ser estas cosas que pasaron en secreto, no se puede afirmar la certidumbre dellas mas de lo que las partes dijeron y el vulgo sospechaba, y algunos indicios en que se fundaban. Don Diego de Almagro volvió del reencuentro que arriba está dicho que tuvo con el Inga, y juntando su gente con la de Juan de Sa¬yavedra, se vino la vuelta del Cuzco, y en el camino hizo prender cuatro hombres de caballo con una emboscada que les echó, porque tuvo aviso que se los enviaban por espías, y dellos supo muy por extenso todo lo que habia pasado en la tierra con el levantamiento de los indios, los cuales habian muerto mas de seiscientos españoles y quemado gran parte de la ciudad del Cuzco, de lo cual mostró gran sentimiento; y luego envió á re¬querir al cabildo del Cuzco con las provisiones reales, para que le rescibiesen por gobernador de aquella ciudad, por ser acabados mucho antes della los límites de la gobernacion del Marqués. Oida por los del cabildo esta embajada, le respondieron que hiciese medir el término de la gobernacion del Marqués, y que cons¬tando que aquella ciudad caia fuera della, le rescibirian por su gobernador. La cual averiguacion, ni entonces ni después se hizo caso, que se juntaron á medir la tierra hombres diestros en ello; pero nunca se confor¬maron en la forma de la medida, porque unos decían que se habían de medir las leguas que estaban señaladas para la gobernacion de don Francisco por la costa de la mar, segun iban haciendo ancones y caletas, ó por el camino real con todos sus rodeos, porque en cualquiera destas dos maneras la gobernacion del Marqués se acababa, no solamente antes del Cuzco, mas (segun algunos) aun antes de los Reyes. El Marqués pretendia que sus leguas se habian de medir por el aire, echando la cuerda derechamente sin ningun rodeo ni torcedu¬ra, ó por la línea superior del cielo, midiendo la gradua¬cion por la altura del sol y dando tantas leguas á cada grado.
Pues tornando á la historia, Hernando Pizarro envió á decir á don Diego que él le haria desembarazar cierta parte de la ciudad donde se aposentase él y su gente seguramente, entre tanto que enviaban relacion de lo que pasaba á don Francisco Pizarro, que estaba en la ciu¬dad de los Reyes, para que se diese algun medio entre ellos, pues eran amigos y compañeros. Y algunos dicen que para tratar desto se pusieron treguas, debajo de las cuales teniéndose por seguro Hernando Pizarro, hizo á todos los vecinos y gente de guerra que se fuesen á reposar á sus casas, porque muy cansados estaban de andar armados dias y noches, sin dormir ni reposar un punto. Y como don Diego desto fué avisado, con la os¬curidad de la noche, especialmente por un gran nublado que sobrevino, dió asalto en la ciudad. Mas cuando Hernando y Gonzalo Pizarro sintieron el ruido se ar¬maron á gran priesa, y como fué su casa la primera so¬bre que dieron, con sus criados se defendieron fuertemente, hasta que por todas partes les pusieron fuego y los prendieron. Y luego otro dia don Diego hizo que el cabildo le rescibiese por gobernador, y echó en prisio¬nes á Hernando Pizarro y á su hermano, y aunque mu¬chos le aconsejaron que los matase, no lo quiso hacer, por lo mucho que se lo defendió y le aseguró dellos Diego de Albarado. Y túvose por cierto que á don Diego de Almagro dieron ocasion de quebrantar las treguas cier¬tos indios y aun españoles que le trajeron nuevas que Hernando Pizarro mandaba quebrar las puentes y se fortalescia en el Cuzco; lo cual paresció claro, porque cuando él entraba en la ciudad dijo á grandes voces: «¡Oh, cómo me habeis engañado; qué sanas hallo todas las puentes!» De todas estas cosas ninguna sabia el Go¬bernador por entonces, ni lo supo de ahí á muchos dias, como adelante se dirá. Don Diego de Almagro hizo inga y dió la borla del imperio á Paulo, porque su hermano Mango inga, visto lo que habia hecho, se fué huyendo con mucha gente de guerra á unas muy ásperas montañas que llaman los Andes.
CAPITULO V.
De cómo mataron los indios muchos socorros que el Gobernador
envió á sus hermanos al Cuzco.
Entre otras cosas que el gobernador don Francisco Pizarro envió á suplicar á su majestad, en remuneracion de los servicios que habia hecho en la conquista del Perú, fué una que le diese veinte mil indios per¬petuos para él y sus descendientes en una provincia que llaman los Atabillos, con sus rentas y tributos y ju¬risdicion, y con título de marqués dellos. Su majestad le hizo merced de darle el título de marqués de aquella provincia, y en cuanto á los indios, le respondió que se informaria de la calidad de la tierra, y el daño ó perjui¬cio que se podía seguir de dárselos, y le haria toda la merced que buenamente hubiese lugar; Y así, desde en¬tonces en aquella carta le intituló marqués y mandó que se lo llamasen de ahí adelante, como se lo llamó, y por este dictado le intitularémos de aquí adelante en esta historia. Pues entendida por el Marqués la rebelion de los indios por lengua dellos mismos, no pensando que á tanto riesgo hubiese llegado, comenzó á enviar socorro de gente á Hernando Pizarro al Cuzco, poco á poco, como se iba juntando, un dia diez y otro quince, y así dende en adelante, segun la posibilidad se ofrescia. Y entendido los indios que habia de hacerse este socor¬ro, proveyeron de mucha gente de guerra en los pasos angostos y peligrosos del camino, para estorbar la jor¬nada á los que fuesen; y así, todos cuantos el Marqués envió en diversas veces los desbarataron y mataron los indios; lo cual no hicieran si aguardara á enviarlos to¬dos juntos. Y habiendo ido á visitar las ciudades de Trujillo y San Miguel, envió á un Diego Pizarro con se¬tenta de caballo para este socorro, los cuales todos mataron los indios en un muy áspero paso que se llama la cuesta de Parcos, que es cincuenta leguas del Cuzco, y lo mismo hicieron á un cuñado suyo, llamado Gonzalo de Tapia, que después envió con ochenta hombres de caballo. Y tambien desbarataron al capitan Morgovejo y al capitan Gaete, con la gente que llevaron en diver¬sos dias, sin que de toda su gente se escapase casi nin¬guno, y sin que los que lo seguian supiesen el desbarate los que iban adelante; teniendo tal forma, que los deja¬ban entrar en un valle muy hondo y angosto, y tomándo¬les la entrada y la salida con gran cantidad de indios, eran tantas las piedras y galgas que les echaban desde las cuestas, que casi sin venir á manos los mataban to¬dos; y á toda esta gente, que fueron mas de trecientos hombres de caballo, les tomaron gran cantidad de jo¬yas y armas y ropas de seda. Y viendo el Marqués que no respondía ninguno destos socorros, envió á Fran¬cisco de Godoy, natural de Cáceres, con cuarenta y cinco de caballo, y topando á solos dos hombres de los de Gaete, que se habian escapado, y habiendo sabido de¬llos lo que pasaba, se volvió á gran priesa, aunque ya le tenian tomados los pasos por donde habian entrado. Y le siguieron los indios mas de veinte leguas, dándole grande guerra por delante y por la retaguardia, que no le dejaban caminar sino de noche; y así llegó á la ciu¬dad de los Reyes, donde tambien vino el capitan Diego de Aguero con cierta gente que se habian escapado á uña de caballo, porque en sus mismos pueblos los indios los habian querido matar. Y porque tuvo nueva el Marqués que tras Diego de Aguero venia gran copia de indios de guerra, envió á un Pedro dé Lerma con mas de setenta de caballo y con muchos indios amigos, que salieron al reencuentro á la gente del Inga, con los cua¬les pelearon gran parte del dia, hasta que en un peñol los indios se hicieron fuertes y los españoles los cercaron por todas partes, y aquel dia quebraron los dientes al capitan Lerma y hirieron otros muchos españoles, aunque no mataron mas de uno de caballo. Y los cris¬tianos los pusieron en tal aprieto, que si el Marqués no los mandara recoger, aquel dia se diera fin á la guerra, porque los indios estaban muy apretados en aquella pequeña sierra, y no tenian lugar de pelear. Y así, cuando los españoles se retrajeron, dieron muchas gracias al Señor porque los habia escapado, haciéndole oracion y sacrificio. Y levantando de allí el real, se fueron á poner sobre una alta sierra que está junto á la ciudad de los Reyes, el río en medio, peleando á la continua con los españoles. El caudillo destos indios era un señor lla¬mado Tizoyopangui, y con aquel hermano del Inga que el Marqués envió con Gaete. En esta guerra que los indios en la ciudad de los Reyes acaesció que mu¬chos indios, criados de los españoles, que llamaban yanaconas, iban de dia á ganar sueldo, de los indios, y de noche venian á cenar y dormir con sus señores.
CAPITULO VI.
De como el Marqués envió á pedir socorro á diversas partes, y
cómo el capitan Alonso de Albarado le fué á socorrer.
Viendo el Marqués tanta multitud de indios sobre la ciudad de los Reyes, tuvo por cierto que Hernando Pizarro y todos los del Cuzco eran muertos, y que ha¬bia sido tan general este levantamiento, que habrían en Chili desbaratado á don Diego y á los que con él iban. Y porque los indios no pensasen que por temor detenian los navíos para huir en ellos, y tambien porque los españoles no tuviesen alguna confianza en poderse salir de la tierra por la mar, y por esto peleasen menos animosamente de lo que debían, envió á Panamá los navíos, y de camino envió al visorey de la Nueva-España y á todos los gobernadores de las Indias, pidiéndoles socorro y dándoles á entender el grande aprieto en que quedaba, significándolo con palabras de no tanto áni¬mo como solia mostrar en otras cosas; las cuales él puso por persuasión de algunas personas de poco corazon, que se lo aconsejaron. Y asimismo envió á mandar á su teniente de Trujillo que despoblase la ciudad, y que en un navío que para ello les envió embarcasen sus mujeres é hijos y haciendas, y los enviasen á Tier¬ra-Firme, y ellos se viniesen con sus armas y caballos solamente á le ayudar; porque él tenia por cierto que tambien habian de acudir los indios sobre ellos y no estaba en tiempo de los poder socorrer; y así, era mejor que todos se hiciesen un cuerpo, aunque mandó que la venida fuese secreta, creyendo que, no sabiéndola los indios, por ir sobre ellos se dividirían, y ellos así, lo hi¬cieron, aunque, estando para se partir, les llegó el capitan Alonso de Albarado, con toda la gente que traia en el descubrimiento de los Chachapoyas, porque el Marqués les habia enviado á mandar que, dejada la con¬quista, los viniese á socorrer. Y así, poniendo alguna gente de guerra de la que traia en defensa de la ciudad de Trujillo, él con lo restante se fué á la ciudad de los Reyes en socorro del Marqués. Y como llegó, le hizo su capitan general, en lugar de Pedro de Lerma, que hasta entonces lo habia sido; por el cual desabrimiento Pe¬dro de Lerma hizo el motin que Adelante se dirá. Y así, viéndose él Marqués con pujanza de gente, le paresció socorrer á lo mas peligroso, y envió al capitan Alonso de Albarado con trecientos españoles de pié y de caba¬llo, que fué talando y conquistando la tierra. Y á cuatro leguas de la ciudad de Pachacamá tuvo una recia ba¬talla con los indios, los cuales desbarató,y mató muchos dellos, y prosiguió su camino la via del Cuzco. Y ade¬lante, al pasar de un despoblado, padesció gran trabajo, porque se le murieron mas de quinientos indios de servicio, de sed; y si los de caballo no corrieran, y con va¬sijas llenas de agua volvieran á socorrer los de á pié, créese que todos perecieran, segun estaban fatigados. Y yendo así conquistando, le alcanzó en la provincia de Jauja Gomez de Tordoya, natural de Villanueva de Barcarota, con otros decientes hombres de pié y de caballo que tras él envió. Y con todos quinientos hom¬bres Alonso de Albarado caminó hasta la puente de Lumichaca, donde los cercaron los indios por todas partes, y hubo con ellos batalla, en que los venció, y mató muchos dellos, y de ahí adelante siempre fueron pe¬leándo con él hasta la puente de Abancay, donde fué certificado de la prision de Hernando y Gonzalo Pizarro, y de todo lo mas que en el Cuzco habia pasado, y propuso no pasar adelante hasta tener mandado de lo que habia de hacer. Y como don Diego de Almagro supo la venida de Alonso de Albarado, envió á Diego de Albarado con otros siete ó ocho caballeros á notificarles sus provisiones; los cuales en llegando, Alonso de Alba¬rado prendió, y respondió que enviase á notificar aque¬llas provisiones al Marqués, porque él no era parte para tratar de aquel negocio. Y como don Diego vió que sus mensajeros no volvian, temiendo que Alonso de Alba¬rado por otro camino se iria á entrar en el Cuzco, se volvió á gran priesa, porque ya habia salido tres leguas de la ciudad, y desde á quince días sacó su gente sobre Alonso de Albarado, porque supo que Pedro de Lerma tenia ordenado un motin para pasársele con mas de ochenta hombres. Y cuando don Diego llegó cerca de Alonso de Albarado, sus corredores prendieron á Pedro Alvarez Holguin, que adelante iba descubriendo el campo, con una celada que le echó. Y sabiendo Alonso de Albarado la prision, quiso él tambien prender á Pe¬dro de Lerma por la sospecha que dél ya tenia; el cual se le huyó aquella noche, llevando las firmas de todos aquellos con quien dejaba hecho concierto. Y don Die¬go una noche llegó á la puente, porque supo que Gomez de Tordoya y un hijo del coronel Villalba le estaban aguardando, y mucha parte de su gente envió por el vado, donde supo que los conjurados con Pedro de Ler¬ma guardaban el paso; los cuales se le dieron, y aun los animaban para que pasasen sin miedo, y se supo cómo algunos destos conjurados habían hecho el trato de tau buena gana, que, haciendo la guardia aquella noche, hurtaron mas de cincuenta lanzas á los de Alonso de Albarado y las echaron por el rio abajo. Pues cuando Alonso de Albarado quiso acometer, faltáronle los del motin y otra mucha gente de su ejército que por buscar sus lanzas no acudieron; y así, muy fácilmente don Diego los desbarató, sin muerte de españoles y allí que¬braron los dientes con una pedrada á Rodrigo Orgo¬ños. Y después de saqueado el real y preso Alonso de Albarado, se volvió al Cuzco, haciendo algunos malos tratamientos á los vencidos y quedando tan soberbios, que decian que no habia de quedar en todo el Perú pi¬zarro en que tropezar, y que el Marqués y sus herma¬nos se habian de ir á gobernar á los manglares, bajo de la línea Equinocial.
CAPITULO VII.
De como el Marqués iba en socorro de sus hermanos al Cuzco, y sabido el vencimiento de Alonso de Albarado, se volvió á los Reyes.
Con las victorias que Alonso de Albarado hubo de los indios yendo camino del Cuzco, así en Pachacamá como en Lumichaca (segun arriba está dicho), el Inga y Tizoyopangui tuvieron por bien alzar el real de sobre la ciudad de los Reyes. Y viéndose el Marqués libre y con mucha gente, se partió para el Cuzco en socorro de sus hermanos, llevando consigo mas de sietecientos hombres de pié y de caballo; el cual socorro él pensa¬ba que hacia contra los indios, porque ninguna cosa sabia de la vuelta de don Diego de Almagro ni de lo que dello habia resultado; y mucha parte desta gente le habia enviado don Alonso de Fuen-Mayor, arzobispo y presidente de la isla dé Santo Domingo, con Diego de Fuen-Mayor, su hermano, y el licenciado Gaspar de Espinosa habia traído alguna parte della desde Panamá; y asimismo un Diego de Ayala (á quien el Marqués en¬vió á Nicaragua) habia acudido con cierto socorro. Y yendo el Marqués con este ejército por el camino de los llanos, en la provincia de la Nasca, á veinte y cinco le¬guas de los Reyes, le vinieron nuevas de la vuelta de don Diego y de todas las otras particularidades que después della habian sucedido (segun arriba se ha con¬tado), lo cual sintió con el pesar que era razon; y pa¬resciéndole que su gente iba adereszada, como quien habia de pelear con indios, determinó volverse á la ciu¬dad de los Reyes y proveerse como contra españoles; y así lo hizo, enviando al Cuzco al licenciado Espinosa para que diese algun corte entre él y don Diego, atra-yéndole á ello con que si su majestad sabia lo que ha¬bia pasado, y que ellos no estaban conformes, enviarla otro en lugar de ambos, que gozase lo que ellos hablan ganado con tanto trabajo; y que cuando otra cosa no pudiese, acabase con don Diego que soltase sus her¬manos y él se estuviese en el Cuzco sin bajar de allí abajo, hasta que consultado, su majestad proveyese y mandase lo que cada uno dellos habia de gobernar. Y con esta embajada fué el licenciado Espinosa; aunque ningun medio pudo tomar, y sin concluir el negocio fallesció. Y don Diego bajó con su gente á los llanos, de¬jando en el Cuzco por su teniente al capitan Gabriel de Rójas, y presos en su poder á Gonzalo Pizarro y Alonso de Albarado, y llevando consigo preso á Hernando Pi¬zarro; y así continuó su camino hasta la provincia de Chincha, qúe es veinte leguas de los Reyes, y allí hizo un pueblo en lugar de posesion de gobernador.
CAPITULO VIII.
De cómo el Marqués hizo gente y se soltaron de la prision Alonso
de Albarado y Gonzalo Pizarro, y de lo que pasó con ellos.
Como el Marqués llegó á la ciudad de los Reyes, lue¬go hizo tocar atambores y dió paga á la gente y engroso su ejército, con título de defenderse de don Diego, que decía venirle ocupando su gobernacion; y en pocos dias juntó mas de sietecientos hombres de pié y de caballo, y entre ellos muchos arcabuceros; porque en la compa¬ñía de Diego de Fuen-Mayor habia venido un capitan Pedro de Vergara (á quien arriba tenemos dicho que se encomendó el descubrimiento de los Bracamoros), el cual traia de Flándes, donde era casado, gran copia de arcabuces y de toda la municion dellos; porque hasta entonces no habia tantos en el Perú que se pudiese juntar compañía ni número cierto de arcabuceros. Y á este Vergara y á Nuño de Castro nombró el Marqués por capitanes de arcabuceros, y á Diego de Urbina, na¬tural de Orduña, sobrino del maestre de campo Juan de Urbina, nombró por capitan de piqueros, y de gente de caballo á Diego de Rojas y á Peranzúres y Alonso de Mercadillo, y hizo maestre de campo á Pedro de Valdivia, y sargento mayor á Antonio de Villalva, hijo del coronel Villalva. En este tiempo Gonzalo Pizarro y Alon¬so de Albarado (que, como dijimos, quedaron presos en el Cuzco) se soltaron, y se vinieron con mas de setenta hombres al Marqués, habiendo prendido á Gabriel de Rójas, teniente de don Diego. Con su venida holgó mu¬cho el Marqués, así por verlos fuera de peligro como porque con ellos tomó grande ánimo toda la gente; y luego hizo á Gonzalo Pizarro capitan general y Alonso de Albarado capitan de gente de á caballo. Y como don Diego supo la soltura de los presos y la gran pujanza de gente que el Marqués tenia, determinó tomar algun partido con él, y aun de moverle él por su parte, en¬viando á ello con su poder á don Alonso Enríquez y al factor Diego Nuñez de Mercado y al contador Juan de Guzman, para que se viese con don Diego. Y después de haber pasado entre ellos grandes tratos, el Marqués lo dejó todo por via de compromiso en manos de fray Francisco de Bobadilla, provincial en aquellas partes de la orden de la Merced, y lo mismo hizo don Diego. Y fray Francisco, usando de su poder, dió entre ellos sen-tencia, por la cual mandó que ante todas cosas fuese suelto Hernando Pizarro y restituida la posesion del Cuzco al Marqués, como primero la tenia, y que se deshiciesen los ejércitos, enviando las compañías, así como estaban hechas, á descubrir la tierra por diversas partes, y que diesen noticia de todo á su majestad para que proveyese lo que fuese servido. Y para que en presencia se viesen y hablasen el Marqués y don Diego, trató que con cada doce de caballo se viniesen á un pueblo que se llamaba Mala, que estaba entre los dos ejércitos; y así, se partieron á las vistas, aunque Gonzalo Pizarro, no se fiando de las treguas ni palabra de don Diego, se partió luego en pos dél con toda la gente, y se fué á poner secretamente junto al pueblo de Mala, y mandó al capitan Castro que con cuarenta arcabuceros se ern¬boscase en un cañaveral que estaba en el camino por donde don Diego habia de pasar, para que si don Diego trajese mas gente de guerra de la concertada, disparase dos arcabuces, y él acudiese á, la seña dellos.
CAPITULO IX.
De cómo se vieron los gobernadores, y fué suelto
Hernando Pizarro.
Cuando don Diego partió de Chincha para ir á Mala con sus doce caballeros, dejó mandado á Rodrigo Or¬goños, que era su general, que estuviese á mucho re¬caudo y tuviese su gente á punto, para que si el Mar¬qués trajese mas gente acudiese él luego, y hiciese de Hernando Pizarro lo mismo que él viese que se hacia dél en las vistas; y así, cuando llegaron á juntarse, se abrazaron ambos amorosamente, y después de haber pasado algunas pláticas sin tocar en el negocio princi¬pal, un caballero de los del Marqués se llegó á don Diego al oído, y le dijo: «Váyase vuestra señoría de aquí, que le cumple; porque yo, como su servidor, le aviso dello;» lo cual decia teniendo noticia de la venida de Gonzalo Pizarro. Y como don Diego lo entendió, pidió á gran priesa su caballo. Y como algunos caballeros del Mar¬qués sintieron que se quería ir, le persuadieron que le prendiese, pues lo podía hacer tan fácilmente con los arcabuceros que Nuño de Castro tenia en la emboscada; y el Marqués nunca lo permitió, por haber venido debajo de su palabra, ni creyó que se volviera sin con¬cluir á lo que habia venido. Y como don Diego, al tiem¬po que se fué, vió la emboscada, tuvo por cierto el avi¬so que le habian dado; y vuelto á su real, se quejaba del Marqués, diciendo que lo habian querido prender sin querer rescibir las disculpas que para ello el Mar¬qués le daba. Y después desto, por medio é intercesion de Diego de Albarado, don Diego de Almagro soltó á Hernando Pizarro debajo de cierta pleitesía que entre ellos hubo, para qué el Marqués le daria navío y puerto seguro para enviar y rescibir despachos de España, y que hasta tanto que nuevo mandado de su majestad vi¬niese, no iria el uno contra el otro. Esta soltura de Her¬nando Pizarro contradijo mucho Rodrigo Orgoños, porque había visto algunos malos tratamientos que en la prision se le hicieron, pensando que se querría vengar dellos teniendo poder, y su voto siempre fué que le cortasen la cabeza; pero valió mas el parecer de Diego de Albarado, confiado en el concierto que se habia hecho. Y suelto Hernando Pizarro, don Diego le envió al Marqués acompañado de su hijo y de otros caballeros. Y aun apenas era partido, cuando don Diego se arre¬pintió de lo hecho, y se cree que lo volviera á la pri¬sion; sino que se dió tanta priesa á salir de su poder, que en breve tiempo habia andado la mayor parte del camino, hasta que topó con la gente mas principal del Marqués, que le salia á rescebir.
CAPITULO X.
De cómo el Marqués fue sobre don Diego, y él se retiró hácia
el Cuzco.
Ya cuando se hicieron aquellos conciertos el Mar¬qués tenia provision y mandado de su majestad, que ha¬bia traido Pedro Anzúres, para que ambos gobernadores se estuviesen en la tierra que cada uno tuviese descubierta, poblada y conquistada al tiempo de la notificacion, aunque fuese en los limites de la gobernacion del otro, hasta tanto que su majestad proveyese en el negocio principal lo que de justicia se debiese hacer. Y con esta provision, después que el Marqués tuvo en su poder á Hernando Pizarro, envió á requerir á don Diego para que se saliese de la tierra y pueblos que él había descubierto y poblado, como su majestad lo man¬daba. Don Diego respondió que él estaba presto de guardar y cumplir la provision y lo que en ella se contenia, que era que cada uno se estuviese en la tierra y pueblos de la forma y manera en que los tómase la noti¬ficacion de la provision, y que antes, con la mesma pro-vision, él requería al Marqués que le dejase estar sin guerra ni contienda alguna, como se estaba á la sazon, con protestacion de obedescer y cumplir otra cualquiera cosa que sobre ello su majestad les enviase á mandar. El Marqués replicó que él tenia primero aquellos pue¬blos y ciudad y tierra del Cuzco, y la habia descubierta y poblado, y que él le habia desposeido della por fuer¬za; por tanto, que se saliese de la tierra conforme á lo que su majestad mandaba; donde no, que él le echaria della, pues ya era cumplido el plazo y pleitesía que ha¬bian hecho, con el nuevo mandado de su majestad. Y como don Diego esto no quiso hacer, el Marqués fué so¬bre él con toda su gente; y don Diego se fué retrayen¬do hácia el Cuzco, y se hizo fuerte en una muy alto sierra que se llama de Guaytara, cortando todos los pa¬sos de aquel áspero camino; y Hernando Pizarro le iba siguiendo con cierta gente, y subió una noche la sierra por un secreto camino, y con los arcabuceros le ganó el pasó, de tal manera, que á don Diego le convino huir; y porque él iba enfermo; se adelantó, dejando en la re¬taguardia á Rodrigo Orgoños, que muy ordenadamente se fuese retirando. El cual, sabiendo de dos de caballo de los del Marqués, á quien prendió una noche, que le iban siguiendo, apresuró el camino, aunque los mas de su ejército decían que volviese sobre ellos, porque ya sabia que todos los que subian de los llanos á la sierra, los primeros dias se mareaban y estaban sin sentido, como los que comienzan á navegar; lo cual Rodrigo Orgoños no quiso hacer, por no ir contra la órden de su gobernador; aunque se cree que le sucediera bien si lo hiciera, porque la gente del Marqués iba mareada y maltratada de las muchas nieves que habia en la sierra, y recibiria mucho daño; y por ir tales, el Marqués se volvió con el ejército á los llanos, y don Diego se fué al Cuzco quebrando siempre las puentes, porque creia que le iban siguiendo. Don Diego estuvo en el Cuzco mas de dos meses haciendo gente y otras municiones y aparejos de guerra, y haciendo armas de plata y co¬bre, y fundiendo artillería y todo lo demás que le era necesario.
CAPITULO XI.
De cómo Hernando Pizarro fué al Cuzco con su ejército y se dió la batalla de las Salinas y prendieron á don Diego de Almagro.
Estando el Marqués con todo su ejército en los lla¬nos, de vuelta de la sierra, halló entre su gente diver¬sos pareceres de lo que debla hacer; y al fin se resumió en que Hernando Pizarro fuese con el ejército que te¬nia hecho por su teniente á la ciudad del Cuzco, llevando por capitan general á Gonzalo Pizarro, su hermano; y que la ida fuese con título y color de cumplir de jus-ticia á muchos vecinos del Cuzco que con él andaban, que se le habian quejado que don Diego de Almagre les tenia por fuerza entradas y ocupadas sus casas y re¬partimientos de indios, y otras haciendas que tenian en la ciudad del Cuzco; y así, partió la gente para allá, y el Marqués se volvió á la ciudad de los Reyes; y llegado Hernando Pizarro por sus jornadas á la ciudad una tar-de, todos sus capitanes quisieron bajar á dormir al lla¬no aquella noche; mas Hernando Pizarro no quiso sino asentar real en la sierra. Y cuando otro dia amanesció, ya Rodrigo Orgoños estaba en campo aguardando la batalla con toda la gente de don Diego, por capitanes de los de á caballo á Francisco de Chaves y á Juan Te¬llo y Vasco de Guevara. Y por la parte de la sierra tenia con algunos españoles muchos indios de guerra para se ayudar dellos; y dejó presos en dos cabos de la for¬taleza del Cuzco todos los amigos y servidores del Mar¬qués y de sus hermanos, que en la ciudad estaban, que eran tantos y el lugar tan angosto, que algunos se aho¬garon. Y otro dia de mañana, habiendo oido misa Gon¬zalo Pizarro y su gente, bajaron al llano, donde orde¬naron sus escuadrones, y caminaron hácia la ciudad con intento de se ir á poner en un alto que estaba sobre la fortaleza; porque creian que viendo don Diego la pu-janza de gente que tenian, no le osaria dar la batalla; la cual ellos deseaban excusar por todas vías, por el da¬ño que della esperaban. Mas Rodrigo Orgoños estaba en el camino real con toda su gente y artillería, aguardando muy fuera deste pensamiento, creyendo que no le podrían entrar por otra parte, á causa de una ciénaga que allí habia. Mas como Hernando Pizarro lo descu¬brió, mandó al capitan Mercadillo que con su gente de caballo estuviese por sobresaliente, así para pelear con los indios de guerra si acometiesen, como para socor¬rer en la mayor priesa de la batalla; y antes que rom¬piesen se mezcló una pelea entre los indios que iban con Hernando Pizarro y los de don Diego. Los de caba¬llo de Pizarro tentaron la ciénaga, y entre tanto los ar-cabuceros sobresalientes entraron por ella adelante, y tiraron de tal manera á un escuadron de don Diego, de los de caballo, que le hicieron retraer. Y cuando Pedro de Valdivia, maestre de campo del Marqués, los vió retraer, certificó la victoria por su parte. Y los de don Diego tiraron un tiro, que llevó cinco hombros de los del Marqués. Y cuando Hernando Pizarro y su gente tuvieron pasada la ciénaga y un arroyo que allí había, fueron muy ordenadamente contra los enemigos, avi¬sando á cada capitan de lo que había de hacer al tiempo del romper, y esforzando la gente cuanto podia. Y porque vió Hernando Pizarro que los piqueros de don Diego tenian arboladas las picas, mandó á los arcabuceros que tirasen por alto, de manera que dos ruciiadas le llevaron mas de cincuenta picas. Y Rodrigo Orgoños, viendo esto, mandó á sus capitanes que rompiesen; y como vió que se detenían, arremetió con su batalla hácia la parte siniestra, donde había visto que Hernando Pizarro iba muy señalado delante los escuadrones, y Orgoños iba diciendo á voces: «¡Oh Verbo divino! síganme los que quisieren; que yo á morir voy.» Como Gonzalo Pi¬zarro y Alonso de Albarado vieron el través que Orgo¬ños les mostró, rompieron por los enemigos de manera que derribaron mas de cincuenta hombres en el suelo. Y cuando Rodrigo Orgoños acometió le hirieron con un perdigon de arcabuz por la frente, habiéndole pasado la celada; y él con su lanza, después de herido, ma¬tó dos hombres y metió un estoque por la boca á un criado de Hernando Pizarro, pensando que era su amo, porque iba muy bien ataviado. Y como ambos ejércitos se mezclaron, pelearon tan fuertemente, que los capi¬tanes y gente del Marqués hicieron volver las espaldas á los de don Diego, matando é hiriendo muchos dellos. Y cuando don Diego los vió huir desde un alto donde los estaba mirando (Porque á causa de estar enfermo no entró en la batalla), dijo: «Por nuestro Señor, que pensé que á pelear habiamos venido.» Y teniendo dos caballeros rendido á Rodrigo Orgoños, llegó otro que dél habia recebido cierta injuria, y le cortó la cabeza; y de aquella manera mataron á algunos rendidos, sin que fuesen parte para lo estorbar Hernando Pizarro y los capitanes, aunque lo procuraban con harta diligen¬cia; porque, como los de Alonso de Albarado estaban afrentados de la rota que habian rescibido en la puente de Abancay, procuraban de se vengar como podian; tanto, que llevando uno tendido en las ancas de su ca¬ballo al capitan Ruy Díaz, llegó otro, y de un golpe de lanza le mató. Pues viendo don Diego vencida su gente, se fué huyendo á meter en la fortaleza del Cuzco, donde le prendieron Alonso de Albarado y Gonzalo Pizarro, que iban en su seguimiento. Los indios, viendo la ba¬talla fenescida, ellos tambien se dejaron de la suya, yendo los unos y los otros á desnudar los españoles muertos y aun algunos vivos que por sus heridas no se po¬dian defender; porque, como pasó el tropel de la gente siguiendo la victoria, no hubo quien se lo impidiese; de manera que dejaron en cueros á todos los caidos. Y los españoles, vencedores y vencidos, escaparon tales del reencuentro, que muy fácilmente los indios los pudieran vencer si tuvieran ánimo para dar sobre ellos, como lo tenian concertado. Este reencuentro se dió á 26 de abril de 1538 años.
CAPITULO XII.
De lo que sucedió después de la batalla de las Salinas, y cómo
se vino á España Hernando Pizarro.
Fenescida esta batalla, Hernando Pizarro trabajó mu¬cho de venir en gracia con los capitanes de don Diego que habian quedado vivos, y como no pudo acabarlo, muchos desterró del Cuzco. Y porque vió que no tenia posibilidad de satisfacer los que le habian servido, porque cada uno pensaba que con darle toda la gobernacion no quedaba pagado, acordó de deshacer el ejérci¬to, enviando la gente á nuevos descubrimientos, de que ya se tenia noticia con lo cual hacia dos cosas la una remunerar sus amigos, y la otra desterrar sus enemi¬gos. Y así, envió al capitan Pedro de Candía con tre¬cientos hombres suyos y de los de don Diego, para que entrase á cierta conquista de cuya riqueza sé tenia mu¬cha fama. Y como por aquella parte Pedro de Candía no pudo entrar por la aspereza de la tierra, se volvió hácia el Collao con toda la gente casi amotinada; porque un Mesa, que habia sido capitan de la artillería del Marqués, habia dicho que, aunque pesase á Hernando Pizarro, pasaria por la tierra del Collao. A lo cual se atrevió por el favor que le daba la gente de don Diego que allí habia, porque nunca acababan de allanar los pensa¬mientos. Y así, Candía envió preso á este Mesa, con el proceso y averiguaciones que contra él hicieron, á Her¬nando Pizarro. Y como él entendió que mientras don Diego fuese vivo nunca acabaria de quietarse la tierra ni sosegarse la gente, porque en esta probanza y en otras que Hernando Pizarro hizo halló en diversas partes motines de gente conjurada para venir á sacar de la prision á don Diego y alzarse con la ciudad; por todo lo cual le pareció que convenía matar á don Diego, justiticando su muerte con las culpas que había tenido en todas las alteraciones pasadas, de que arriba se ha hecho mencion, diciendo que él habia sido causa y fundamento dellas, por haber al principio entrado con gente de guerra en la ciudad y ocupándola por su propria au¬toridad, y muerto mucha gente de los que le resistie¬ron, y llegado con ejército y banderas tendidas á la pro¬vincia de Chincha (que no habia duda ser de la gober¬nacion del Marqués); y así, le sentenció á muerte. Y como don Diego oyó la sentencia, hacia y decia muchas lástimas á Hernando Pizarro, trayéndole á la memoria que él habia sido la causa que él y su hermano hubie-sen subido en el estado en que estaban, y les habia dado hacienda para ello; y que se acordase cómo le habia él soltado graciosamente de la prision en que le tuvo, no queriendo tomar el consejo de sus capitanes, que le persuadían á que le matase; y que si algun mal tratamiento habia rescebido en la prision, ni él lo habia mandado ni sido, sabidor dello; y que considerase que era muy viejo, y que, aunque entonces no le matase, la misma edad y tiempo le condenaria á muerte en breve. Y á esto Hernando Pizarro le respondió que no eran aquellas palabras para que una persona de tanto ánimo como él las dijese ni se mostrase tan pusilánime; y que pues su muerte no se podia excusar, que se conformase con la voluntad de Dios, muriendo como cristiano y como caballero. Y á esto le satisfizo don Diego con que no se maravillase de que él temiese la muerte como hombre y pecador, pues la humanidad de Cristo la ha¬bia temido. Y en fin, Hernando Pizarro, en ejecucion de su sentencia, le hizo degollar. Y luego fué al Collao sobre la gente del capitan Candía, é hizo justicia de Mesa, que habia sido el inventor del motin; y con los trecientes hombres tornó á enviar al capitan Pedro An¬zúres á una entrada, donde pensaron perecer todos de hambre, por las muchas ciénagas y maleza de la tierra; y, en tanto quedó conquistando la tierra del Collao, que es una tierra llana y muy poblada de minas de oro, y por ser muy fria no se cria maíz en ella; y los indios comen unas raíces que llaman papas, que son de hechura y aun casi sabor de turmas de tierra; y hay en ella mucho ganado de las ovejas que hemos dicho. Y como Hernando Pizarro supo que el Marqués, su her¬mano, era venido al Cuzco, se vino á ver con él, dejando en su lugar, para que continuase la conquista, á Gonzalo Pizarro, su hermano, que llegó á descubrir hasta la provincia de los Charcas, donde le cercaron muchos indios de guerra que sobre él vinieron, y le pu¬sieron en tanto aprieto, que fué forzado Hernando Pi¬zarro á volverlo á socorrer desde el Cuzco con mucha gente de caballo; y porque mas presto les llegase el socorro, fingió el Marqués qué él en persona iba á ello, y salió de la ciudad dos ó tres jornadas. Y como Hernan¬do Pizarro llegó adonde Gonzalo Pizarro estaba, halló que los indios eran ya todos desbaratados. Y anduvie¬ron algunos dias conquistando aquella tierra, donde hubieron muchos reencuentros con los indios, hasta que prendieron á Tizo, capitan dellos; y así, volvieron ambos al Cuzco, donde fueron graciosamente rescebidos del Marqués, el cual dió de comer en la tierra á todos los que hubo lugar, y á los otros envió á ciertas conquistas con los capitanes Vergara y Porcel (que arriba hemos contado), y por otra parte envió al capitan Alonso Mer¬cadillo y al capitan Juan Perez de Guevara. Y al maes¬tre de campo Pedro de Valdivia envió á la tierra de Chili, donde don Diego se habia vuelto. Y todo esto hecho, y asentada la tierra y derramada la gente, Hernan¬do Pizarro se partió para España á dar cuenta á su ma¬jestad de todo lo sucedido, aunque de muchos fué acon¬sejado que no lo hiciese, porque no sabían cómo se habría tomado la muerte de don Diego. Y cuando vino, aconsejó al Marqués, su hermano, que no se liase de los de don Diego, que comunmente llamaban los de Chili, ni los dejase juntar, y que cuando viese que de seis arriba estaban juntos, supiese que le trataban la muerte.
CAPITULO XIII.
De lo que acaescio al capitan Valdivia en el viaje de la provincia
de Chili y después de llegado.
Pedro de Valdivia llegó con su gente á la provincia de Chili, donde los indios le rescibieron de paz caute¬losamente, porque tenian sus sementeras por coger, que aun no estaban de sazon; y después que las cogiéron se alzó toda la tierra y dieron sobre algunos españoles que andaban fuera de la poblacion, y mataron catorce de¬llos. Y Valdivia los fué á socorrer; y andando en esta guerra, se quisieron alzar contra él algunos españoles, que él ahorcó en sabiéndolo, especialmente al capitan Pedro Sancho de Hoz, que habia ido con él casi á títu¬lo de compañero. Y en tanto que él andaba en el cam¬po, por otra parte vinieron sobre la ciudad mas de siete mil indios de guerra, que pusieron en mucho estrecho á los pocos españoles que para la guarda della habian quedado con los capitanes Francisco de Villagran y Alonso de Monroy, que no tenian mas de treinta hom¬bres de caballo, los cuales salieron al campo y pelearon valerosamente con los indios flecheros desde la mañana hasta que los despartió la noche, que todos quedaron muy cansados y heridos. Y los indios tuvieron por bien de se retirar por las muertes y gran daño que en aquel dia rescibieron. Y de ahí adelante toda la mas desta tierra estuvo de guerra por mas de ocho años, y en todos ellos Valdivia y su gente le resistieron sin desamparar la tierra; antes hacia á sus soldados que sembrasen y arasen, y cogian frutos para mantenerse, por no se poder servir de los indios en la labor, y así se sostuvo hasta que volvió al Perú, en tiempo que el licenciado de la Gasca estaba haciendo gente contra Gonzalo Pizarro, en todo lo cual él le sirvió y ayudó, como adelante se dirá.

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CENTRO DE ESTUDIOS Y DIFUSIÓN DE LA CULTURA ANDINA
BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

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LIBRO CUARTO
QUE TRATA DEL VIAJE QUE GONZALO PIZARRO HIZO AL DESCUBRIMIENTO DE LA PROVINCIA DE LA CANELA
Y DE LA MUERTE DEL MARQUÉS.
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CAPITULO PRIMERO.
De como Gonzalo Pizarro se aderezó para la jornada de la Canela.
Después desto, se tuvo noticia en el Perú que en la tierra de Quito, hácia la parte del oriente, habia un descubrimiento de una tierra muy rica y donde se cria¬ba abundancia de canela, por lo cual se llamó vulgarmente la tierra de la Canela. Y para la conquistar y po¬blar determinó el Marqués enviar á Gonzalo Pizarro, su hermano; y porque la salida se habia de hacer desde la provincia de Quito, y allí habian de acudir y proveerse de las cosas necesarias, renunció la gobernacion de Quito en Gonzalo Pizarro, en confianza que su majestad le haria merced della; y así, se partió para allá Gonzalo Pi¬zarro con mucha gente que para este descubrimiento llevaba, y en el camino le convino pelear con los indios de la provincia de Guanuco, que le salieron de guerra, y le pusieron en tanto aprieto, que fué necesario que el Marqués enviase en su socorro á Francisco de Chaves; y así llegó Gonzalo Pizarro á Quito. Y en este tiempo el Marqués envió á Gomez de Albarado á conquistar y poblar la provincia de Guanuco, porque della habian ido ciertos caciques llamados los conchucos, con mu¬cha gente de guerra, sobre la ciudad de Trujillo, y mátaban cuantos españoles podían, y aun robaban y hacian mucho daño en los mismos indios sus comarcanos, y los que mátaban y lo que robaban lo ofrescian todo á un ídolo que consigo traían, que llamaban la Cataquilla. Y así anduvieron hasta que de la ciudad de Trujillo salió Mi¬guel de la Serna, vecino della, con la gente que pudo sacar, y juntándose con Francisco de Chaves, pelearon con los indios hasta que los vencieron y desbarataron.
CAPITULO II.
De cómo Gonzalo Pizarro partió de Quito y llegó á la Canela,
y de lo que acaesció en el camino.
Habiendo aderezado Gonzalo Pizarro las cosas nece¬sarias para su viaje, partió de Quito, llevando consigo quinientos españoles bien aderezados, los ciento de caballo con dobladura, y mas de cuatro mil indios amigos, y tres mil cabezas de ovejas y puercos. Y después que pasó una poblacion que se llamaba Inga, llegó á la tierra de los Quixos, que es la última que conquistó Guaynacaba hacia la parte del septentrion, donde los indios le salieron de guerra, y en una noche desaparecieron to¬dos, que nunca mas ninguno pudieron haber. Y después de haber allí reposado algunos dias en las poblaciones de los indios, sobrevino un tan gran terremoto con tem¬blor y tempestad de agua y relámpagos y rayos y grandes truenos, que, abriéndose la tierra por muchas partes, se hundieron mas de quinientas casas; y tanto cresció un rio que allí habia, que no podían pasar á buscar comida, á cuya causa padescieron gran necesi¬dad de hambre. Y después de partidos destas poblacio¬nes, pasó unas cordilleras de sierras altas y frias, donde muchos de los indios de su compañía se quedaron helados. Y á causa de ser aquella tierra falta de comida, no paró hasta una provincia llamada Zumaco, que está en las faldas de un alto volcan, donde, por haber mucha comida reposó la gente, en tanto que Gonzalo Pizarro, con algunos dellos, entró por aquellas montañas espe¬sas á buscar camino y como, no le halló, se fué á un pueblo que llamaron de la Coca, y de allí envió por toda la gente que habia dejado en Zumaco, y en dos meses que por allí anduvieron, siempre les llovió de dia y de noche, sin que les diese el agua lugar de enjugar la ropa que traían vestida. Y en esta provincia de Zumaco, y en cincuenta leguas al derredor, hay la canela de que llevaban noticia, que son unos grandes árboles con ho¬jas como de laurel, y la fruta son unos racimos de fruta menuda que se crian en unos capullos y aunque esta fruta y las hojas y corteza y raíces del árbol tienen sa¬bor y olor y sustancia de canela, pero la mas perfecta es aquellos capullos que son de hechura (aunque ma¬yores) de los capullos de bellotas de alcornoque; y aunque en toda la tierra hay muchos deste género de árboles silvestres que nascen y fructifican sin ninguna labor, los indios tienen muchos dellos en sus heredades y los labran, y así nasce dellos mas fina canela que de los otros; y tiénenla ellos en mucho, porque la rescatan en las tierras comarcanas por los mantenimientos y ropa y todas las otras cosas que han menester para su sustentacion.
CAPITULO III.
De los pueblos y tierras que pasó Gonzalo Pizarro hasta que
llegó á la tierra donde hizo un bergantín.
Pues dejando Gonzalo Pizarro en esta tierra de Zu¬maco la mayor parte de la gente, se adelantó con los que mas sanos y recios estaban, descubriendo el cami¬no segun los indios le guiaban, y algunas veces por los echar de sus tierras les daban noticias fingidas de lo de adelante, engañándolos, como lo hicieron los de Zu¬maco, que le dijeron que mas adelante estaba una tier¬ra de gran poblacion y comida, lo cual halló ser falso, porque era tierra mal poblada, y tan estéril, que en ninguna parte della se podia sustentar, hasta que lle¬gó á aquellos pueblos de la Coca, que era junto á un gran rio, donde paró mes y medio, aguardando la gente que en Zumaco habia dejado, porque en esta tierra les vino de paz el señor della. Y de allí caminaron todos juntos el rio abajo, hasta hallar un saltadero que en el rio habia de mas de docientos estados, por donde el agua se derriba con tan gran ruido, que se oia mas de seis leguas, y dende á ciertas jornadas se recogia el agua del rio en una tan pequeña angotitura, que no habia de una orilla á otra mas de veinte piés, y era tanta la altura desde las peñas hasta llegar al agua, como la del saltadero que hemos dicho, y de una parte y de otra era peña tajada, y en cincuenta leguas de camino no hallaron por donde pasar sino por allí, que les defen¬dian los indios el paso, hasta que, habiéndolo ganado los arcabuceros, hicieron una puente de madera, por donde seguramente pasaron todos. Y así, fueron cami-nando por una montaña hasta la tierra que llamaron de Guema, que era algo rasa y de muchas ciénagas y de algunos ríos, donde habia tanta falta de comida, que no comia la gente sino frutal silvestres, hasta que llegaron á otra tierra donde habia alguna comida y era medianamente poblada. Y los indios andaban vestidos de algodon, y en todas las otras tierras que habian pasado andaban en cueros, ó por el demasiado calor que á la continua habia, ó porque no alcanzan ropa; solamente traían atados los prepucios con unas cuerdas de algodon por entre las piernas (que sé iban á atar á unas cintas que traen ceñidas por los lomos), y las mu¬jeres traían pañetes, sin otro ningun vestido. Y allí hizo Gonzalo Pizarro un bergantin para pasar á la otra parte del rio á buscar comida y para llevar por el rio abajo la ropa y otros fardajes y á los enfermos, y aun para caminar él por el rio, porque en las mas partes, á causa de ser la tierra tan anegada, que aun con machetes y hachas no podían hacer el camino. Y en hacer este bergantin pasaron muy gran trabajo, porque hubieron de cimentar fraguas para el herraje, en lo cual se aprovecharon de las herraduras de los caballos muertos, porque ya no habia otro hierro, y hicieron hornos pa¬ra el carbon. Y en todos estos trabajos hacia Gonzalo Pizarro que trabajasen desde el mayor hasta el menor, y él por su persona era el primero que echaba mano de la hacha y del martillo; y en lugar de brea se apro-vecharon de una goma que allí distilan los árboles, y por estopa usaron de las mantas viejas de los indios y de las camisas de los españoles, que estaban podridas de las muchas aguas, contribuyendo cada uno Segun podía. Y así, finalmente, dieron cabo en la obra y echaron el bergantin al agua, metiendo en él todo el fardaje; y juntamente con él hicieron ciertas canoas, que llevaban con el bergantin.
CAPITULO IV.
De cómo Francisco de Orellana se alzó y fué con el bergantin,
y de los trabajos que sucedieron á causa desto.
Gonzalo Pizarro cuando tuvo hecho el bergantín pensó que todo su trabajo era acabado, y que con él descubriria toda la tierra; y así, continuó su camino, llevando el ejército por tierra, por las grandes ciénagas y atolladares que habia por la orilla del rio y espesu¬ras de montes y cañaverales, haciendo el camino á fuerza de brazos con espadas y machetes y hachas, y cuando no podian caminar por la una parte del rio se pasaban á la otra en el bergantin; y siempre caminaban con tal órden, que los de tierra y los del rio todos dormian juntos. Y cuando Gonzalo Pizarra vió que mas de docien¬tas leguas habían caminado el rio abajo, y que rio hallaban que comer sino frutas silvestres y algunas raíces, mandó á un capitan suyo, llamado Francisco de Orellana, qúe con cincuenta hombres se adelantase por el rio á buscar comida, con órden que si la hallaba cargase della el bergantín, dejando la ropa que llevaba á las juntas de dos grandes ríos que tenia noticia que estaban ochen¬ta leguas de allí, y que le dejase dos canoas en unos ríos que atravesaban, para que en ellas pasase la gente. Pues partido Orellana, era tan grande la corriente, que en breve tiempo llegó á las juntas de los rios, sin hallar ningun mantenimiento; y considerando que lo que en tres dias había andado no lo podia subir en un año, segun la furia del agua, acordó de se dejar ir el rio aba¬jo, donde la ventura le guiase, aunque se tuviera por medio mas conveniente esperar allí. Y así, se fué sin dejar las dos canoas, casi amotinado y alzado; porque muchos de los que con él iban le requirieron que no excediese de la órden de su general, especialmente fray Gaspar de Carvajal, de la órden de los predicadores, que porque insistia mas que los otros en ello, le trató muy mal de obra y palabra. Y así siguió su camino, haciendo algunas entradas en la tierra, y peleando con los indios que se le defendian, porque salian á él machas veces en el rio gran número de canoas, y por ir tan apretados en el bergantin no podian pelear con ellos como convenia. Y en cierta tierra donde halló apa¬rejo se detuvo, haciendo otro bergantin, porque los indios le salieron de paz y le proveyeron de comida y de todo lo mas necesario. Y en una provincia mas adelan¬te peleó con las indios y los venció; y allí tuvo dellos, noticia que algunas jornadas la tierra adentro habia una tierra en que no vivian sino mujeres, y ellas se de-fendian de los comarcanos y peleaban; y con esta noticia, sin hallar en toda la tierra oro ni plata, ni rastro della, caminó por la corriente del rio hasta salir por él á la mar del Norte, trecientas y veinte y cinco leguas de la isla de Cubagua; y este rio se llama el Marañon, porque el primero que descubrió la navegacion dél fué un capitan llamado Marañon. Nasce en el Pe¬rú, en las faldas de las montañas de Quito; corre por camino derecho (contándole por la altura del sol) sete¬cientas leguas, y con las vueltas y rodeos que el rio hace, yéndolas siguiendo, hay dende su nascimiento hasta que entra en la mar mas de mil ochocientas le¬guas, y en la entrada tiene de ancho quince leguas, y por todo el camino á veces se ensancha tres y cuatro leguas. Y así llegó Orellana á Castilla, donde dió noticia á su majestad deste descubrimiento, echando fama que se habia hecho á su costa é industria, y que habia en él una tierra muy rica donde vivían aquellas mujeres, que comunmente llamaron en todos estos reinos la con¬quista de las Amazonas; y pidió á su majestad la gober¬nacion y conquista della, la cual le fué dada; y habiendo hecho mas de quinientos hombres de caballeros y gente muy principal y lucida, se embarcó con ellos en Sevilla; y habiendo malas navegaciones y faltas de comidas, desde las Canarias se le comenzó á desbaratar la gente, y poco adelante se deshizo de todo punto, y él murió en el camino; y así, se derramó la gente por las islas, yén¬dose á diversas partes, sin que llegasen al rio, de lo cual le quedó gran queja á Gonzalo Pizarro, así porque con irse le puso en tan gran aprieto, por falta de comida y por no tener en qué pasar los ríos, como porque llevó en el bergantin mucho oro y plata y esmeraldas, con lo cual tuvo; que gastar todo el tiempo que anduvo demandando y aparejando esta conquista.
CAPITULO V.
De cómo Gonzalo Pizarro volvió á Quito, y de los trabajos
que pasó en la vuelta.
Llegando Gonzalo Pizarro con su gente adonde ha¬bia mandado á Orellana que le dejase las canoas para pasar ciertos ríos que entraban en aquel rio grande, y no las hallando, tuvo gran trabajo en pasar la gente de la otra parte; y le fué forzado hacer nuevas balsas y ca¬noas para ello, en que pasó muy gran trabajo. Y des¬pués, llegando á la junta de los dos ríos, donde Orellana le habia de esperar, y no le hallando, tuvo nueva de un español (que Orellana habia echado en tierra porque le contradecia el viaje) de todo lo que pasaba, y cómo Orellana, teniendo intencion de hacer el descubrimiento en su propio nombre, y no como teniente de Gonzalo Pi¬zarro, se desistió del cargo que llevaba, y hizo que de nuevo la gente lo hiciese capitan. Y viéndose Gonzalo Pizarro desamparado de toda forma de navegacion, que era la via por donde se proveian de mantenimien¬tos, y no hallando sino muy poco por rescate de cas¬cabeles y espejos, fué tanta la desconfianza en que ca¬yeron, que determinaron volverse á Quito, de donde estaban alejados mas de cuatrocientas leguas de tan mal camino y montañas y despoblados, que no pensa¬ban llegar allá, sino morir de hambre en aquellos mon¬tes, donde perecieron mas de cuarenta dellos, sin que hubiese forma de ser socorridos, sino que, pidiendo de comer, se arrimaban á los árboles, y se caían muertos de la mucha flaqueza y desmayo que la hambre les causaba; y así, encomendándose á Dios, se volvieron, dejando el camino por donde habian venido, porque en aquel habia á la continua muy malos pasos y falta de comida; y así, á la ventura buscaron otro que no estaba mejor proveido que el de la venida, y se pudieron sustentar con matar y comer los caballos que les quedaban, y algunos lebreles y otros géneros de perros que llevaban; y tambien se ayudaron de unos bejucos, que son como sarmientos de parra, y tienen sabor de ajos. Y llegó á valer un gato salvaje ó una gallina cincuenta pesos, y un alcatraz de aquellas gallinazas de la mar que arriba hemos contado, diez pesos. Así continuó Gon¬zalo Pizarro su camino la via de Quito, donde mucho tiempo antes avisó de su tornada, y los vecinos de Quito habian proveido de mucha copia de puercos y ovejas, con que salieron al camino, y algunos pocos caballos y ropas para Gonzalo Pizarro y sus capitanes, el cual socorro los alcanzó mas de cincuenta leguas de Quito, y fué recebido dellos con gran alegría, espe¬cialmente la comida. Gonzalo Pizarro y todos los de su compañia venian, desnudos en cueros, porque mucho tiempo habia que, con las continuas aguas, se les habian podrido todas las ropas solamente traian dos pellejos de venados, uno delante y otro atrás, y algunos mus¬los viejos, y calzadas unas antiparas del mismo venado y unos capeletes de lo mismo; y las espadas venian todas sin vainas y tomadas de orin; y todos á pié, llenos los brazos y piernas de los rasguños de las zarzas y arboledas; y tan desemejados y sin color, que apenas se conocian. Y segun ellos mesmos dijeron, uno de los mantenimientos cuya falta mas tuvieron fué la sal, que en mas de docientas leguas no hallaron rastro della; y así, rescibieron el socorro y comida en la tierra de Quito, besaron la tierra, dando gracias á Dios, que los habia escapado de tan grandes peligros y trabajos, y entraban con tanto deseo en los mantenimientos, que fué necesario ponerles tasa, hasta que poco á poco fuesen habituando los estómagos á tener qué digerir. Y Gonzalo Pizarro y sus capitanes, viendo que en los caballos y ropas que les habian traido no habia mas de para los capitanes, no quisieron mudar traje ni su¬bir á caballo, por guardar en todo igualdad, como bue¬nos soldados; y en la forma que hemos dicho entraron en la ciudad de Quito una mañana, yendo derechos á la iglesia á oir misa y dar gracias á Dios, que de tantos males los habia escapado; y después cada uno se aderezó segun su posibilidad. Esta tierra donde nasce la canela está debajo de la línea Equinocial, en el mismo paraje donde están las islas de Maluco, que crian la canela que comunmente se come en España y en las otras partes orientales.
CAPITULO VI.
De cómo los de Chili trataron la muerte del Marqués.
Cuando Hernando Pizarra tuvo preso en el Cuzco y justició al adelantado don Diego de Almagro, envió á la ciudad de los Reyes un hijo que habia habido ea una india, que tambien se llamaba don Diego de Almagro, mancebo virtuoso y de grande ánimo y bien enseñado; y especialmente se habia ejercitado mucho en cabalgar á caballo, de ambas sillas, lo cual hacia con mucha gracia y destreza; y tambien en escrebir y leer, lo cual hacia mas liberalmente y mejor de lo que requería su profesion. Deste tenia cargo, como ayo, Juan de Herrada (de quien arriba hemos tratado), y á este le habia dejado encomendado su padre. Y estando con él en la ciudad de los Reyes, se juntaban en su casa, y daban de comer á algunos de su parcialidad que an-daban por la tierra desamparados, porque nadie los quería acoger, como á vencidos. Pues viendo esto Juan de Herrada, que Hernando Pizarro era venido á Espa¬ña y Gonzalo Pizarro era ido al descubrimiento de la Canela; y habiendo sido puesto en libertad por el Mar¬qués (porque hasta entonces, siempre habia estado en su nombre preso), comenzaron á juntar armas y ade-rezarse para poner en ejecucion la venganza de la muer¬te de su padre y tanta destruicion de su gente, cuya memoria conservaban en sus corazones con gran senti¬miento y dolor; de manera que, aunque el Marqués mu¬chas veces procuró de hacerlos amigos, nunca lo pudo acabar de forma que quedara satisfecho lo cual le dió causa de quitarle ciertos indios que tenia, porque no tuviese con que sustentar la gente que se le ayun¬taba. Pero todo no aprovechó, porque estaban entre sí tan aliados, que lo que poseian era comun, y cuanto jugaban ó barataban todo lo traian á poder de Juan de Herrada para que dello hubiese despensa comun; y cada dia se iba juntando mas gente y armas; y aunque dello muchas personas avisaron al Marqués, era tan confiado y de buena condicion y conciencia, que res¬pondía que dejasen aquellos cuitados, que harta mala ventura tenian viéndose pobres y vencidos y corridos. Y así, confiado don Diego y su gente en la buena con¬dicion y paciencia del Marqués, le iban perdiendo la vergüenza; tanto, que algúnas veces los mas principa¬les pasaban por delante dél sin quitarse las gorras ni hacerle otro acatamiento ninguno; y una noche ama¬nescieron atadas en la picota tres sogas tendidas, la una hacia casa del Marqués, y la otra á la de su teniente, y la otra á la de su secretario; todo lo cual el Marqués disimulaba, excusándolos conque estaban vencidos y que de corridos hacian todas aquellas cosas. Y usando ellos desta disimulacion, se juntaban ya tau sin recelo, que de docientas leguas venian algunos desta parciali¬dad que andaban desterrados; y acordaron entre sí de matar al Marqués y alzarse con la tierra, como lo hi-cieron, aunque querían aguardar primero lo que se pro¬veia en España, porque era venido á acusar sobre lo pasado á Hernando Pizarro el capitan Diego de Albarado, á cuya instancia Hernando Pizarro estaba preso y se seguia el negocio contra él. Y como supieron que su majestad habia proveido al licenciado Vaca de Castro que fuese á haber informacion sobre todas las altera¬ciones pasadas, sin proveer en el negocio con el rigor y aspereza que ellos quisieran, tuvieron intento de hacer lo que después hicieron algunos dellos, aunque todavía querian esperar á saber la intencion de Vaca de Castro; el cual designio no fúé general entre todos los desta parcialidad en que hubo muchos caballeros que, aunque sintieron la muerte del Adelantado, no procuraban vengarla mas de cuanto fuese por términos ju¬rídicos, y sin exceder la voluntad y servicio de su ma¬jestad. Y así; se juntaron en la ciudad de los Reyes los mas principales dellos, que fueron Juan de Sayavedra, don Alonso de Montemayor, el contador Juan de Guzman, el tesorero Manuel de Espinar, el factor Diego Nuñez de Mercado, don Cristóbal Ponce de Leon, Juan de Herrada, Pero Lopez de Ayala, y otros algunos; entre los cuales eligieron á don Alonso de Montemayor para que fuese en nombre de todos á dar la buena venida á Vaca de Castro, por ser don Alonso caballero principal y de muy buen entendimiento. Rescebida por él la creencia y otros despachos, se partió en busca de Vaca de Castro en principio del mes de abril del año de 41, y anduvo hasta toparle, y después de haberle dado embajada, sucedió la muerte del Marqués, como adelante se dirá; por lo cual don Alonso y los que no habian sido en ella se quedaron con Vaca de Castro, siguiéndole y acompa¬ñándole hasta que venció á don Diego de Almagro el mozo, en la batalla que le dió en el valle de Chupas, donde se halló en acompañamiento del estandarte real el mismo don Alonso y otros que fueron aficionados al Adelantado, posponiendo la aficion que tenian á sus cosas, por seguir la voz de su majestad, en cuyo nombre Vaca de Castro trataba el negocio.
CAPITULO VII.
De cómo fué avisado el Marqués del concierto que estaba hecho para matarle.
Era tan público en la ciudad de los Reyes el conciero que estaba hecho para matar al Marqués, que mu¬chos le avisaron dello. A los cuales él respondia que las cabezas de los otros guardarian la suya; y decia á los que le aconsejaban que trajese gente de guarda, que no quería que paresciese que se guardaba del juez que su majestad enviaba. Y un dia Juan de Herrada se que¬jó al Marqués, diciendo que era fama que los quería matar. El Marqués le juró que nunca tal intencion ha¬bia tenido. Juan de Herrada le dijo que no era mucho que lo creyesen, viéndole comprar muchas lanzas y otras armas. Lo cual oído por el Marqués, los aseguró con amorosas palabras, diciendo que no habia com¬prado las lanzas para contra ellos. Y luego él mismo cogió unas naranjas, y se las dió á Juan de Herrada, que entonces por ser las primeras se tenían en mu¬cho, y le dijo al oido que viese de lo que tenia necesi¬dad, que él le proveeria. Y Juan de Herrada le besó por ello las manos; y dejando tan seguro y confiado al Mar-qués, se despidió dél y se fué á su posada, donde con los mas principales de los suyos concertó que el domingo siguiente le matasen, pues no lo habian hecho el dia de San Juan, como lo tenian concertado. Y el sába¬do antes el uno dellos lo descubrió en confesion al cura de la iglesia mayor; y el lo fué á decir aquella noche á Antonio Picado, secretario del Marqués, y le rogó que le pusiese con él. Y el secretario le llevó en casa de Fran¬cisco Martin, hermano del Marqués, donde estaba ce¬nando con sus hijos; y levantándose de la mesa, le dijo el cura todo lo que pasaba, y el Marqués se alteró algo dello á la sazon; pero dende á poco dijo al secretario que no creía tal cosa; porque pocos dias antes le habia venido hablar con muy grande humildad Juan de Her¬rada, y que aquel hombre que habia dado el aviso al cura le debia querer pedir algo, y que por echarle cargo habia inventado aquello. Y con todo, envió á lla¬mar al doctor Juan Velazquez, su teniente, y porque á causa de estar mal dispuesto no pudo venir, el Marqués fué aquella noche á su casa, acompañándole solo su secretario con otros dos ó tres, y una hacha delante. Y como halló al teniente en la cama, le dió cuenta de to¬do lo que pasaba; y él le aseguró, diciendo que no tuviese su señoría temor, que en tanto que él tuviese aquella vara en la mano no se osaria revolver nadie en toda la tierra; en lo cual no parece haber quebran¬tado su palabra, porque después huyendo (como ade¬lante se dirá) al tiempo que quisieron matar al Mar¬qués, se echó de una ventana abajo á la huerta, llevando la vara en la boca.
CAPITULO VIII.
De la muerte del Marquez don Francisco Pizarro.
Con todos estos seguros el Marqués andaba tan tur¬bado, que el domingo siguiente no quiso ir á oir misa á la iglesia, y hizo decir misa en casa, hasta proveer lo que convenia á su seguridad. Y cuando el doctor Juan Velazquez y el capitan Francisco de Chaves (que era á la sazon el principal de la tierra, después del Mar¬qués) salieron de misa, se fueron con otros muchos á la casa del Marqués, y después de haberlo visitado los mas vecinos, se fueron á sus casas, y el doctor y Fran¬cisco de Chaves se quedaron á comer con el Marqués; y acabado de comer, que seria entre las doce y la una del mediodía, entendiendo que toda la gente de la ciudad estaba sosegada y los criados del Marqués eran idos á comer, Juan Herrada, y otros once ó doce con él, acometieron desde su casa, que seria mas de trecien¬tos pasos de la del Marqués, porque en medio hay todo el largo de la plaza y buena parte de la calle, y desde que salieron desenvainaron las espadas y fueron di¬ciendo á voces: «Muera el tirano traidor, que ha hecho matar al juez que ha enviado el Rey.» La causa que dieron para no ir encubiertos, sino haciendo tan gran ruido, fué para que todos los de la ciudad creye¬sen que habia gran gente de su parte, pues se atre¬vian á acometer aquel hecho tan públicamente, pues por presto que viniesen á socorrer, no podian llegar á tiempo que, ó no hubiesen salido con su empresa, ó fuesen muertos. Y así llegaron á la casa del Marqués, y dejaron uno dellos á la puerta con la espada desnu¬da (que habia ensangrentado en un carnero que estaba en el patio), dando voces: «Muerto es el tirano, muer¬to es el tirano.» Lo cual fué causa de que, oyéndolo al¬gunos vecinos que querian acudir, se tornasen á sus ca¬sas, creyendo ser verdad lo que aquel hombre decia. Y así, Juan de Herrada arremetió por una escalera arriba con su gente; y el Marqués habia sido avisado de cier¬tos indios que estaban á su puerta, que mandó á Francis¬co de Chaves que mientras él entraba á armarse cerrase la puerta de la sala y cuadra; el cual se turbó en tal manera, que sin cerrar ninguna dellas, salió por el escalera, preguntando qué era aquel ruido. Y uno dellos le dió una estocada; y él, viéndose herido, puso mano á la espada, diciendo: «¡Cómo! ¿A los amigos tambien?» Y todos los demás le dieron muchas heridas. Y dejándole muerto, corrieron hasta la cuadra del Marqués, que mas de doce españoles que allí habia huyeron, saltando por unas ventanas á la huerta, y entre ellos el doctor Juan Velazquez con la vara en la boca, cómo tenemos dicho, para desembarazar las manos para descolgarse por la ventana. Y el Marqués, que estaba armándose dentro en su cámara, con su hermano Francisco Martin y otros dos caballeros, y dos pajes grandes, llamado el uno Juan de Várgas, hijo de Gomez de Tordoya, y el otro Escandon, viendo los enemigos tan cerca , sin acabarse de atar las correas de las coracinas, con una espada y una adarga acudió á la puerta, donde él y su gente se defendieron tan valientemente, que gran rato pelearon sin poderlos entrar, diciendo á voces el Marqués: «A ellos, hermano, mueran, que traidores son.» Y tanto los de Chili pelearon, que mataron á Francisco Martín, y en su lugar se puso uno de los pajes. Y como los de Chili vie¬ron que se les defendian tanto, que les podria venir socorro, y tomándolos en medio, matarlos fácilmente, determinaron aventurar el negocio con meter delante sí un hombre de los suyos, que mas bien armado estaba, y por embarazarse el Marqués en matar aquel, hubo lugar de entrarle la puerta, y todos cargaron sobre él con tanta fu¬ria, que de cansado no podia menear la espada. Y así, le acabaron de matar con una estocada que le dieron por la garganta, y cuando cayó en el suelo pedia á voces con¬fesion; y perdiendo los alientos, hizo una cruz en el suelo y la besó, y así dió el ánima á Dios; muriendo asimis¬mo allí los dos pajes del Marqués, y de parte de los de Chili murieron cuatro, y quedaron otros heridos. Y en sabiendo la nueva en la ciudad, acudieron mas de docientos hombres en favor de don Diego; porque, aunque estaban apercebidos, no se osaban mostrar hasta ver cómo sucedía el hecho. Y luego discurrieron por la ciudad, prendiendo y quitando las armas á todos los que acudian en favor del Marqués. Y como salieron los matadores con las espadas sangrientas, Juan de Her¬rada hizo subir á caballo á don Diego y ir por la ciudad, diciendo que en el Perú no habia otro gobernador ni rey sobre él. Y después de saquear la casa del Marqués y de su hermano y de Antonio Picado, hizo al cabildo de la ciudad que rescibiese por gobernador á don Die-go, so color de la capitulacion que con su majestad se habia hecho al tiempo del descubrimiento, para que don Diego tuviese la gobernacion de la Nueva-Toledo, y después dél, su hijo ó la persona que él nombrase; y mataron algunos vasallos que sabian que eran criados y servidores del Marqués. Y era grande lástima oir los llantos que las mujeres dé los muertos y robados hacían. Al Marqués llevaron unos negros á la iglesia casi arras¬trando, y nadie lo osaba enterrar, hasta que Juan de Barbaran, vecino de Trujillo (que habia sido criado del Marqués), y su mujer sepultaron á él y á su hermano lo mejor que pudieron, habiendo primero tomado li¬cencia de don Diego para ello. Y fué tanta la priesa que se dieron, que apenas tuvieron lugar para vestirle el manto de la órden de Santiago, segun el estilo de los caballeros de la órden, porque fueron avisados que los de Chili venian con gran priesa para cortar la cabeza del Marqués y ponerla en la picota. Y así, Juan Barba¬rán le enterró, haciendo luego las honras y obsequias, poniendo toda la cera y gastos de su casa. Y dejándolo en la sepultura, fueron á poner en cobro sus hijos, que andaban escondidos y descarriados, quedando los de Chili apoderados de la ciudad. Donde se pueden ver las cosas del mundo y variedades de la fortuna, que en tan breve tiempo un caballero que tan grandes tierras y reinos habia descubierto y gobernado, y poseido tan grandes riquezas, y dado tanta renta y haciendas, como se hallará haber repartido (respecto del tiem¬po) el mas poderoso príncipe del mundo, viniese á ser muerto sin confesion, ni dejar otra órden en su ánima ni en su descendencia, por mano de doce hombres en medio del dia, y estando en una ciudad donde todos los vecinos eran criados y deudos y soldados suyos, y que á todos les habia dado de comer muy prósperamen¬te, sin que nadie le viniese á socorrer; antes, le hu¬yesen y desamparasen criados que tenia en su casa, y que le enterrasen tan ignominiosamente como está dicho, y que de tanta riqueza y prosperidad como ha¬bia poseido, en un momento viniese á no haber de toda su hacienda con que comprar la cera de su enterra¬miento, y que todo esto le sucediese sobre estar avisado por todas las vías que arriba hemos dicho, y otras muchas de los tratos que sobre esto habia. Esta muer¬te sucedió á 26 días de junio de 541 años.
CAPITULO IX.
De las costumbres y calidades del marqués don Francisco Pizarro y del adelantado don Diego de Almagro.
Pues toda la historia, y el descubrimiento del Perú, de que trata, tiene origen de los dos capitanes de que hasta agora hemos hablado, que son el marqués don Francisco Pizarro y el adelantado don Diego de Almagre, es justo escrebir sus costumbres y calidades, comparándolos entre sí, como hace Plutarco cuando escribe los he¬chos de dos capitanes que tienen alguna semejanza. Y porque de su linaje está ya dicho arriba lo que se puede saber, en lo demás ambos eran personas ani¬mosas y esforzados y grandes sufridores de trabajo, y muy virtuosos y amigos de hacer placer á todos, aunque fuese á su costa. Tuvieron gran semejanza en las inclinaciones, especialmente en el estado de la vida, porque ninguno dellos se casó, aunque cuando murieron el que menos tenia era de edad de sesenta y cinco años. Ambos fueron inclinados á las cosas de la guerra, aunque el Adelantado todavía, faltando la ocasion de las armas, se aplicaba muy de buena gana á las granjerías. Ambos comenzaron la conquista del Perú de mucha edad, en la cual trabajaron, como arriba está dicho y declarado, aunque el Marqués sufrió grandes peligros, y muchos mas que el Adelantado, porque mientras el uno anduvo en la mayor parte del descubrimiento, el otro se quedó en Panamá proveyéndole de lo necesa¬rio, como está contado. Ambos eran de grandes áni¬mos y que siempre pretendieron y concibieron en ellos altos pensamientos, lo cual hacian compadescer con ser muy humanos y amigables á su gente. Igualmente fueron liberales en la obra, aunque en las apariencias llevaba ventaja el Adelantado, porque era muy amigo de que sonase y se publicase lo que daba; lo cual tenia al contrario el Marqués, porque antes se indignaba de que se supiesen sus liberalidades, y procuraba de las encubrir, teniendo mas respeto á proveer la necesidad de aquel á quien daba que á ganar honra con la dádiva. Y así, aconteció saber que á un soldado se le habia muerto un caballo, y bajando él al juego de la pelota de su casa, donde pensó hallarle, llevaba en el seno un tejuelo de oro que pesaba quinientos pesos para dársele de su mano; y no hallándole allí, concertóse entre tanto un partido de pe¬lota, y jugó el Marqués sin desnudarse el sayo, porque no le viesen el tejuelo, ni osó sacarle del seno por es¬pacio de mas de tres horas, hasta que vino el soldado á quien le habia de dar, y secretamente le llamó á una pieza apartada, y se lo dió, diciéndole que mas quisie¬ra haberle dado tres tanto que sufrir el trabajo que habia padecido con su tardanza; y otros muchos ejemplos que se podrian traer desta calidad y por esta cau¬sa, por maravilla el Marqués daba nada que no fuese por su propia mano, casi procurando que no se supie¬se. Y por esta razon fué siempre tenido por mas largo el Adelantado, porque con dar mucho tenia formas có¬mo paresciese mas. Pero en cuanto á esta virtud de magnificencia pueden justamente ser igualados pues (como decia el mismo Marqués) por razon de la compa¬ñía que tenian de toda la hacienda, no daba ninguno nada en que el otro no tuviese la mitad; y así, tanto hacia el que lo permitia dar, sabiéndolo, como el que lo daba baste para comprobacion desto que, con ser am¬bos en sus vidas de los mas ricos hombres, así de dinero como de rentas, y que mas pudieron dar y retener que ningun príncipe sin corona que en muchos tiem¬pos se haya visto, murieron tan pobres, que no solamen¬te no hay memoria de estados ni haciendas que hayan dejado, pero que apenas se hallase en sus bienes con que enterrarlos, como escriben de Caton y de Sila y de otros capitanes romanos, que fueron enterrados del público. Ambos fueron muy aficionados á hacer por sus criados y gente, y enriquecerlos y acrecentarlos y librarlos de peligro; pero era tanto el exceso que en esto te¬nia el Marqués, que acontesció, pasando un rio que llaman de la Barranca, la gran corriente llevarle un indio de su servicio de los que llaman yanaconas, y echarse el Marqués á nado tras él, y sacarle asido de los cabe¬llos, y ponerse á peligro, por la gran furia del agua, es que ninguno de todo su ejército, por mancebo y valien¬te que fuera, se osara poner. Y reprendiéndole su de¬masiada osadía algunos capitanes, les respondió que no sabian ellos qué cosa era querer bien un criado. Aunque el Marqués gobernó mas tiempo y mas pacíficamente, don Diego fué mucho mas ambicioso y deseoso de tener mando y gobernacion; y el uno y el otro con¬servaron la antigüedad, y fueron tan aficionados á ella, que casi nunca mudaron traje del que en su mocedad usaban, especialmente el Marqués, que nunca se vistió, de ordinario sino un sayo de paño negro con los faldamentos hasta el tobillo y el talle á los medios pechos, y unos zapatos de venado, blancos, y un sombrero blan¬co, y su espada y puñal al antigua. Y cuando algunas fiestas, por importunacion de sus criados, se ponía una ropa de martas que le envió el marqués del valle, de la Nueva-España, en viniendo de misa la arrojaba de si, quedándose en cuerpo, y trayendo de ordinario unas to¬bajas al cuello, porque lo mas del dia, en tiempo de paz, empleaba en júgar á la bola ó á la pelota, y para limpiarse el sudor de la cara. Entrambos capitanes fueron pacientísimos de trabajos y de hambre, y particu¬larmente lo mostraba el Marqués en los ejercicios destos juegos que hemos dicho, que habia pocos mance¬bos que pudiesen durar con él. Era mucho mas incli¬nado á todo género de juego que el Adelantado tanto, que algunas veces se estaba jugando á la bola todo el dia, sin tener cuenta con quién jugaba, aunque fuese un marinero ó un molinero, ni permitir que le diesen la bola ni hiciesen otras ceremonias que á su dignidad se debian. Muy pocos negocios le hacian dejar el juego, especialmente cuando perdia, sino eran nuevos alza¬mientos de indios, que en esto era tan presto, que á la hora se echaba las corazas, y con su lanza y adarga sa¬lía corriendo por la ciudad y se iba hécia donde habia la alteracion, sin esperar su gente, que después le al¬canzaban, corriendo á toda furia. Eran tan animosos y diestros en la guerra de los indios estos capitanes, que cualquiera dellos solo no dudaba romper por cien indios de guerra. Tuvieron harto buen entendimiento y juicio en todas las cosas que se hacian de proveer, así de guerra como de gobernacion, especialmente siendo per¬sonas, no solamente no leidas, pero que de todo punto no sabian leer ni aun firmar, que en ellos fué cosa de gran defecto porque, demás de la falta que les hacia para tratar negocios de tanta calidad, en ninguna cosa de todas sus virtudes é inclinaciones dejaban de pares¬cer personas nobles sino en solo esto, que los sabios an¬tiguos tuvieron por argumento de bajeza de linaje. Fué el Marqués tan confiado de sus criados y amigos, que todos los despachos que hacia, así de gobernacion como de repartimientos de indios, libraba haciendo él dos señales, en medio de las cuales Antonio Picado, su se¬cretario, firmaba el nombre de Francisco Pizarro. Pué¬dense excusar con lo que excusa Ovidio á Rómulo de ser mal astrólogo, de que mas sabia las cosas de las armas que de las letras. Y tenia mucho cuidado de vencer los comarcanos. Ambos á dos eran tan afables y tan comu¬nes á su gente y ciudad, que se andaban de casa en casa solos, visitando los vecinos, y comiendo con el primero que los convidaba. Fueron igualmente abstinentes y templados, así en comer y beber como en refrenar la sensualidad, especialmente con mujeres de Castilla, porque les parecia que no podian tratar desto sin perju¬dicar á sus vecinos, cuyas hijas ó mujeres eran. Y aun en cuanto á las mujeres indias del Perú, fué mucho mas templado el Adelantado, porque no se le conoció hijo ni conversacion con ellas; como quiera que el Marqués tuvo amistad con una señora india, hermana de Atabaliba, de la cual dejó un hijo llamado don Gonzalo, que murió de edad de catorce años, y una hija llamada doña Francisca. Y en otra india del Cuzco tuvo un hijo lla¬mado don Francisco; y el Adelantado, aquel hijo de quien dijimos que mató al Marqués, le habia habido en una india de Panamá. Rescibieron entrambos mercedes de su majestad, porque á don Francisco Pizarro (como está dicho) le dió título de marqués y de gobernador de la Nueva-Castilla, y le dió el hábito de Santiago. Y á don Diego de Almagro le dió la gobernacion de la Nueva-Toledo y le hizo adelantado. Particularmente el Marqués fué muy aficionado y temeroso del nombre de sus majestades; tanto, que se abstenía de hacer muchas cosas en que tenia poder, diciendo que no quería que dijese su majestad que se extendia en la tierra. Y mu¬chas veces, hallándose en las fundiciones, se levantaba de su silla á alzar los granitos de oro y plata que se caian de lo que faltaba del cincel con que cortaban los quintos reales, diciendo que con la boca, cuando no hubiese otra cosa, se habia de allegar la hacienda real. Vinieron á ser semejantes hasta en las muertes y en el género dellas, pues al Adelantado mató el hermano del Marqués, y al Marqués mató el hijo del Adelantado. Tambien fué el Marqués muy aficionado de acrescentar aquella tierra, labrándola y cultivándola. Hizo unas muy buenas casas en la ciudad de los Reyes; y en el rio della dejó dos paradas de molinos, en cuyo edificio empleaba todos los ratos que tenia desocupados, dando industria á los maestros que los hacían. Puso gran diligencia en hacer la iglesia mayor de la ciudad de tos Reyes y los monesterios de Santo Domingo y de la Merced, dándo¬les indios para su sustentacion y para reparo de los edificios.
CAPITULO X.
De cómo don Diego de Almagre hizo gente de guerra y mató algunos caballeros, y cómo Alonso de Albarado alzó bandera por su majestad.
Después de haberse apoderado don Diego de la ciudad y quitado las varas á los alcaldes, y puéstolas de su mano, prendió al doctor Velazquez, teniente del Mar¬qués, y á Antonio Picado, su secretario; y nombró por capitanes á Juan Tello, vecino de Sevilla, y á un Fran¬cisco de Claves y á Sotelo; y á la fama desta gente vi¬nieron cuantos vagabundos y gente perdida andaba por la tierra, por tener facultad de robar y vivir á su placer. Y para hacer paga tomó los quintos reales y las haciendas de los defuntos y los depósitos de los que estaban ausen¬tes; pero después comenzaron á nacer entre ellos di¬sensiones, porque algunos de los principales, movidos con envidia, quisieron matar á Juan de Herrada, vien¬do que, aunque don Diego tenia el nombre de gober-nador y capitan general, él era el que lo hacia y gober¬naba todo. Por lo cual, sabido el motín, mataron algu¬nos dellos, especialmente á Francisco de Chaves, y tam¬bien cortaron la cabeza á Antonio de Orihuela, vecino de Salamanca, porque viniendo de Castilla habia dicho que eran tiranos. Luego despachó don Diego mensajeros para todas las ciudades de la gobernacion para que le recibiesen por gobernador en los cabildos; y aunque en las mas fué rescebido por el miedo que dél se tenia, en los Chachapoyas, donde era teniente Alonso de Alba¬rado, en llegando los mensajeros los prendió, y se alzó é hizo fuerte en la tierra, confiando en la fortaleza della y en cien hombres que tenia, y levantó bandera por su majestad, sin que fuesen parte para hacerle torcer las promesas ni amenazas que don Diego le envió á hacer por sus cartas, á las cuales respondia que no le recibí¬ria por gobernador hasta que viese para ello expreso mandado de su majestad; antes esperaba, con la ayuda de Dios y de aquellos caballeros que en su compañía estaban, de vengar la muerte del Marqués y castigar el desacato que á su Majestad se habia hecho en todo lo pasado. Por lo cual luego don Diego despachó al capi-tan García de Albarado con mucha gente de pié y de caballo, que fuese sobre él, y de camino llegase á la ciudad de San Miguel y tomase las armas y caballos de todos los vecinos del pueblo, y de vuelta hiciese lo mesmo en la ciudad de Trujillo, y con todo el ejército fuese sobre Alonso de Albarado. Y así, partió García de Albarado, yendo por mar hasta el puerto de Santa, que es quince leguas de Trujillo, donde topó al capitan Alonso Cabrera, que venia huyendo con toda la gente del pueblo de Guanuco á juntarse con los de la ciudad de Trujillo contra don Diego, y le prendió á él y algu¬nos de los suyos. Y en llegando á la ciudad de San Mi¬guel, le cortó la cabeza á él y á Vozmediano, y á Villegas, que con él venia.
CAPITULO XI.
De cómo el Cuzco se alzó por su majestad, y hicieron capitan á Pedro Alvarez Holguin, y de lo que él hizo.
Cuando los mensajeros y provisiones de don Diego llegaron á la ciudad del Cuzco eran alcaldes delta Diego de Silva, hijo de Feliciano de Silva, natural de Ciudad-Rodrigo, y Francisco de Carvajal, que después fué maes¬tre de campo de Gonzalo Pizarro. Y ellos y los del cabildo determinaron de no le rescibir, aunque tampoco se atre¬vieron á denegárselo claramente hasta ver si tenia gente ó aparejo para poder llevar adelante la defensa; y así, dieron por expediente en el negocio que don Diego en¬viase mas bastante poder del que habia enviado, y luego lo rescibirian. Y porque Gomez de Tordoya era hombre tan principal en el cabildo, y no se habia hallado allí porque era ido á caza, le enviaron á hacer saber todo lo que pasaba. Y topando los mensajeros cerca de la ciu¬dad en sabiendo el suceso, torció la cabeza á un ne¬blí muy preciado que traia en la mano, diciendo que de allí adelante era mas tiempo de pelear que no de cazar, y entró de noche en la ciudad, y secretamente trató con los del cabildo lo que se habia de hacer, y aquella misma noche se salió y fué donde estaba el capitan Cas¬tro, y hicieron sobre ello mensajeros á Pedro Anzúres, que era teniente de los Charcas, el cual luego alzó ban¬dera por su majestad. Y asirnesmo se partió luego Go¬mez de Tordoya en seguimiento del capitan Pedro Alvarez Holguin, que con mas de cien hombres era ido á una entrada contra indios, y alcanzándole, le contó todo lo acaescido, y le suplicó se quisiese encargar de tan justa y honrosa empresa, tomando cargo de aquel ejér¬cito, y para atraerle mas, se ofreció de ser su soldado y el primero que le obedesciese. Y así, Pedro Alvarez lo aceptó, y alzó bandera por su majestad. Y desde allí con¬vocaron la gente de la ciudad de Arequipa, y todos juntos acudieron al Cuzco, donde ya mucha gente estaba por don Diego; y sabida la venida destos capita¬nes, se huyeron mas de cincuenta hombres para don Diego, tras los cuales salieron el capitan Castro y Her¬nando Bachicao con algunos arcabuceros, y dándoles asalto una noche, los prendieron y tornaron al Cuzco, y el cabildo del Cuzco, en conformidad de todos los ca¬pitanes extranjeros, rescibieron y nombraron y juraron á Pedro Alvarez Holguin por capitan y justicia mayor del Perú, hasta que su majestad otra cosa mandase. Y luego pregonó guerra contra don Diego, y los vecinos del Cuzco se obligaron á pagar todo lo que Pedro Al¬varez gastase de la hacienda real con los soldados si su majestad no lo hubiese por bien gastado; y para ayu¬da desta guerra, todos los vecinos que allí se hallaron del Cuzco, Charcas y Arequipa ofrescian sus per¬sonas y haciendas, y en breve tiempo se juntaron mas de trecientos y cincuenta hombres, los ciento y cin¬cuenta de caballo, y cien arcabuceros y cien piqueros. Y porque Pedro Alvarez tuvo noticia que don Diego te¬nia mas de ochocientos hombres de guerra, no le osó esperar en el Cuzco, antes se fué por la sierra para jun¬tarse con Alonso de Albarado, que ya sabia que estaba por su majestad, y tambien para que en el camino se le juntasen los amigos y servidores del Marqués que por los montes estaban escondidos. Y caminó siempre lle¬vando su gente en órden, con propósito de dar la bata¬lla á don Diego si le salia al camino. Y cuando salió del Cuzco dejó para guarda y defensa de la ciudad la gente que bastaba, y nombró por maestro de campo á Gomez de Tordoya, y por capitanes de gente de á caballo á Garcilaso de la Vega y á Pedro de Anzúres, y dió cargo de la infantería al capitan Castro, y hizo al¬férez de estandarte real á Martín de Robres.
CAPITULO XII.
De cómo don Diego fué en busca de Pedro Alvarez,
y por no le alcanzar pasó al Cuzco.
Sabido por don Diego lo que en el Cuzco había pasado, y cómo Pedro Alvarez habia salido de la ciudad con la gente de guerra que tenia, luego entendió que de¬bía ir por la sierra á juntarse con Alonso de Albara¬do, pues no tenia cantidad de gente para que se cre¬yese que venia contra él; y así, determinó salirle al camino y defenderle el paso, aunque no lo pudo hacer con la priesa que él quisiera, por esperar á García de Albarado, á quien por la posta habia enviado á llamar, y él se vino á juntar con él, sin detenerse en ir sobre Alonso de Albarado, que entonces era el intento de aquella jornada; y al tiempo que pasó por Trujillo quiso bajar á dar sobre él Alonso de Albarado, si no se lo es¬torbara el pueblo de Levanto, que es en los Chachapoyas. Pues llegado García de Albarado á la ciudad de los Reyes, luego don Diego se partió contra Pedro Alvarez con trecientos de caballo y cien arcabuceros y ciento y cincuenta piqueros, y antes que saliese echó de la tierra á los hijos del Marqués, y degolló á Antonio Picado después de haberle dado muy bravos tormentos sobre que declarase donde tenia el Marqués sus tesoros. Y en saliendo de la ciudad, antes que llegase dos leguas della, vinieron secretamente unas provisiones del li¬cenciado Vaca de Castro, que enviaba desde la tierra de Quito, dirigidas á fray Tomás de San Martin, pro¬vincial de la órden de Santo Domingo, y á Francisco de Barrio-Nuevo, para que entendiesen en la gobernacion de la tierra entre tanto que llegaba. Y secretamente en el monasterio de Santo Domingo se juntó el cabildo de la ciudad y las obedesció rescibiendo al licenciado Vaca de Castro por gobernador, y á Hierónimo de Aliaga, escribano mayor de la gobernacion, por su teniente, porque tambien venian para él las provisiones; y aca¬bado de hacer esto, los regidores se fueron huyendo á la ciudad de Trujillo, y otros muchos vecinos con ellos; lo cual no se pudo hacer tan secreto, que aquella noche no lo supiese don Diego, y quiso revolver á saquear la ciudad, y no le dió lugar á ello el miedo que tenia que se le pasase Pedro Alvarez, y tambien porque su gente no se certificase de que habia nuevo gobernador en la tierra, y por esto siempre fué caminando, aunque co¬mo se entendió que el Gobernador estaba en la tierra en el real de don Diego, se le huyeron muchos, espe¬cialmente el provincial de santo Domingo y Diego de Aguero, y Juan de Sayavedra y Gomez de Albarado y el factor Illan Suarez de Carvajal; y en este camino, á causa que adoleció Juan de Herrada del mal de que mu¬rió, no pudo dejar de detenerse don Diego, de suerte que se le pasó Pedro Alvarez por el valle de Jauja, donde él tenia determinado de aguardalle, aunque todavía le siguió; y estando muy cerca unos de otros, y enten¬diendo Pedro Alvarez que no tenia gente para defen¬derse de don Diego, segun la gente que él traía, usó de una astucia con que le engañó desta manera: que en¬comendó á veinte de caballo que procurasen una noche de dar en la delantera del real de manera que pren-diesen los mas que pudiesen, lo cual fué hecho así; y traidos tres hombres presos, ahorcó los dos dellos, y al otro le prometió de soltarle y darle mil pesos de oro porque fuese al real de don Diego y tuviese apercebidos algunos amigos suyos, porque la noche siguiente él acometeria al real por la parte de la mano derecha; y para esto tomaron juramento al soldado y pleitomenaje, fingiendo que hacian dél muy gran confianza, para que no lo descubrirla; y así, el mancebo, con codicia de los mil pesos, se partió luego, yendo muy seguro por ser él soldado de don Diego. Y viendo don Diego que á los otros habian ahorcado, y que aquel soltaban sin que hu¬biese causa conoscida para ello, sospechó lo que pasaba, y sobre esta sospecha le hizo dar tormento; el cual luego declaró todo lo que habia pasado, y creyendo que era verdad se fué á poner con la mas de su gente en aquel través por donde la espía le dijo que Pedro Alva¬rez habia de acometer; y Pedro Alvarez estaba tan lé¬jos de lo hacer, que á la hora que despachó la espía, siendo de noche y escuro, levantó el real, continuando su camino con la mayor priesa que pudo, dejando los enemigos aguardando, hasta que cayeron en la burla que les habia hecho; y todavía don Diego los siguió á la ligera, y entendiéndolo Pedro Alvarez, hizo una posta á Alonso de Albarado para que le viniese á socorrer, el cual luego salió en favor de Pedro Alvarez con toda su gente y con algunos de los de Trujillo, y anduvo por sus jornadas hasta juntarse con él. Y como don Diego (que ya iba muy léjos) entendió que estaban juntos, dejó de seguirlos, y con su gente se fué al Cuzco, y Pedro Alvarez y Alonso de Albarado enviaron un mensajero la via de Quito, haciendo saber á Vaca de Castro lo que pasaba, aconsejándole que se diese gran priesa, porque ellos le darian la tierra, segun el buen principio llevaba su negocio. En Jauja murió Juan Herrada, y don Diego envió cierta parte del ejército por los llanos para que recogiese la gente que habia en Arequipa; adonde fueron sus capitanes y robaron todo cuanto en la ciudad pudieron haber, y aun cavaron todo el monasterio de Santo Domingo, porque les dijeron que muchos veci¬nos tenían enterradas allí sus haciendas.
CAPITULO XIII.
De cómo llegó Vaca de Castro á los reales de Pedro Alvarez y Alonso de Albarado, y le rescibieron por gobernador, y de le demás que allí hizo.
Ya está dicho arriba la mala navegacion que tuvo Vaca de Castro viniendo de Panamá para el Perú, causa de perder una ancla con que el navío se amarraba; y cómo arribó al puerto de la Buenaventura, y de allí fué por tierra á la gobernacion de Benalcázar, y entró en el Perú, en el cual camino trabajó y, padesció mucho, así por ser los caminos muy largos y faltos de comida, como porque él iba muy enfermo y no estaba habituado á semejantes necesidades; y con todo esto, porque ya se sabia en Popayan la muerte del Marqués y muchas de las cosas sucedidas en el Perú, no dejó de caminar á la continua, porque con su presencia se pu¬siese mano en el remedio; y es á saber, que aunque el licenciado Vaca de Castro iba principalmente á haber informacion sobre la muerte de don Diego de Almagro, y las demás cosas acaescidas por causa della, sin suspender de la gobernacion al Marqués, allende desto, llevaba una cédula secreta para que si entre tanto que él fuese ó presidiese allá sucediese la muerte del Marqués, tomase en sí la gobernacion y la ejercitase hasta que su majestad proveyese otra cosa. Por virtud de la cual cédula fué rescebido después de ser llegado á los reales de Pedro Alvarez y Alonso de Albarado, trayendo consigo mucha gente que en el Perú habia bajado á rescebirle y acompañarle, y especialmente traía consigo al capitan Lorenzo de Aldana, que era gobernador en Quito por el Marqués, y envió delante al capitan Pedro de Puelles, para que comenzasen á aderezar lo necesa¬rio á la guerra; y despachó á Gomez de Rójas, natural de la villa de Cuéllar, con sus poderes para que le res¬cibiesen en el Cuzco, el cual se dió tan buena maña y diligencia, que antes que don Diego llegase al Cuzco, ya él habia llegado y las habia notificado y estaban rescibidas. Y cuando Vaca de Castro pasó por las espaldas de los Bracamoros, salió á él el capitan Pedro de Ver¬gara, que andaba conquistando aquella provincia (como está dicho), y para venirse con Vaca de Castro despo-bló el lugar que tenia poblado, donde estaba hecho fuerte para no rescebir á don Diego de Almagro. Llegado Vaca de Castro á la ciudad de Trujillo, halló allí á Go¬mez de Tordoya, que se habia venido del real por cier¬tas palabras que habia pasado con Pedro Alvarez, y con él estaba Garcilaso de la Vega y otros caballeros; y cuando Vaca de Castro salió de Trujillo para ir al real de Pedro Alvarez llevaba ya consigo mas de docientos hombres de guerra bien aderezados; y llegado al real, Pedro Alvarez y Alonso de Albarado lo rescibieron ale¬gremente; y presentando la provision real, le entregaron las banderas, y él las tornó á los mesmos que las tenian, excepto el estandarte real, que le guardó en sí, é hizo maestre de campo a Pedro Alvarez Holguin, y le envió con todo el campo á Jauja para que le aguardase allí entre tanto que él bajaba á la ciudad de los Reyes para recoger toda la gente y armas y municiones que pudiese llevar della, y para dejar en órden aquella ciu¬dad. Y mandó al capital Diego de Rójas que con treinta de caballo fuese siempre veinte leguas delante de Pedro Alvarez, corriendo la tierra; y envió á la ciudad de Tru¬jillo por su teniente de gobernador al capitan Diego de Mora, proveyendo con mucha destreza todas las otras cosas necesarias para la empresa que tenia entre las manos, como si toda su vida se hubiera criado en la guerra.
CAPITULO XIV.
De cómo don Diego mató á García de Albarado en el Cuzco,
y cómo sacó su gente contra Vaca de Castro.
Ya habemos dicho cómo después que don Diego no pudo alcanzar á Pedro Alvarez, se fué al Cuzco, y cuando llegó, ya Cristóbal de Sotelo, á quien habia enviado delante, tenia tomada la posesion de la ciudad y puesto la justicia de su mano, quitando la que estaba por Vaca de Castro. Y llegado don Diego, se comenzó á pertre¬char de mucha artillería y pólvora, porque en el Perú hay muy buen aparejo para hacer artillería á causa de la abundancia del metal; y tambien habia ciertos maes¬tros levantiscos que la sabian muy bien fundir; y para hacer pólvora hay gran facilidad, por razon del mucho salitre que en las mas partes se halla. Y demás desto, hizo armas para la gente de su real que no las tenia, de pasta de plata y cobre mezclado, de que salen muy buenos coseletes; habiendo corregido, demás des¬to, todas las armas de la tierra; de manera que el que menos armas tenia entre su gente era cota y coracinas ó coselete y celadas de la rnesma pasta, que los indios hacen diestramente por muestras de las de Milan. Y así pudo aderezar decientes arcabuceros, y ordenó algunos hombres de armas por el buen aparejo que tenia, como quier que hasta entonces en el Perú peleaban los de caballo á la jineta, y pocas ó ninguna vez habia ca¬ballos ligeros. Estando en estos términos, sucedieron ciertas diferencias entre los capitanes García de Alba-rado y Cristóbal de Sotelo, en las cuales Sotelo fué muerto; de que hubiera de suceder muy gran daño en el ejército, porque ambos tenian muchos amigos, y estaba todo el campo dividido; de manera que si don Diego con amorosas palabras no los apaciguara, se mataran unos á otros, caso que entendiendo García de Albarado que don Diego tenia mucha aficion á Sotelo y que habia de procurar de satisfacerse dél, anduvo á recaudo de ahí adelante, no solamente para defensa de su persona, pero para matar á don Diego, lo cual quiso poner en obra convidándole un dia á comer, con determinacion de matarle en la comida; y recelándose don Diego dello, fingió estar mal dispuesto después de ha¬ber aceptado el convite. Y como aquesto vió García de Albarado, que todo lo necesario tenia puesto á punto, determinó ir bien acompañado de sus amigos á impor¬tunar á don Diego que fuese al convite, y en el camino le sucedió que, diciendo él á un Martin Carrillo á lo que iba, le respondió que no fuese, de su parescer, allá, porque entendia que lo habían de matar, y otro soldado le dijo casi lo mismo; lo cual todo no bastó para que dejase de ir. Y don Diego estaba echado sobre una ca¬ma, y dentro del aposento tenia ciertos caballeros ar¬mados secretamente. Y como García de Albarado en¬tró con su gente en la cámara le dijo: «Levántese vuestra señoría, que no será nada la mala disposicion, é irse ha á holgar un rato, que aunque coma poco, ha¬rános cabeza.» Y don Diego dijo que le placía, y pi¬diendo su capa, se levantó, porque estaba echado en cuerpo con su cota y espada y daga; y comenzando á salir por la puerta de la cámara toda la gente, cuando llegó García de Albarado, que iba delante de don Die¬go, Juan Balsa, que tenia la puerta, la cerró, que era de golpe, y se abrazó con García de Albarado, y dijo: «Sed preso.» Y don Diego echó mano á su espada, y le hirió diciendo: «No ha de ser preso, sino muerto.» Y luego salieron Alonso de Sayavedra y Diego Mendez, hermano de Rodrigo Orgoños, y otros de los que esta¬ban en reguardia, y le dieron tantas heridas, que le acabaron de matar; y sabido por la ciudad, comenzó á haber algun alboroto; pero, como don Diego salió á la plaza, apaciguó la gente, caso que se huyeron algunos amigos de García de Albarado. Y luego sacó su gente del Cuzco para ir sobre Vaca de Castro, que ya habia sa¬bido cómo se juntó con Pedro Alvarez y Alonso de Al¬barado, y venia la via de Jauja en demanda suya; y en toda esta jornada sirvió á don Diego, Paulo hermano del Inga, á quien el Adelantado, su padre, habia hecho inga, cuya ayuda era de muy gran importancia, porque iba delante del ejército, y con muy pocos indios que lle¬vase, todas las provincias de la tierra proveian de comi¬da y indios para llevar las cargas, y de todo lo demás que era necesario.
CAPITULO XV.
De cómo Vaca de Castro fué desde la ciudad de los Reyes
á Jauja, y de lo que hizo allí.
Llegado Vaca de Castro á la ciudad de los Reyes, hizo muchos arcabuces con él buen aparejo de maestros que allí halló, y se aderezó de todo lo necesario, tomando prestados de vecinos y mercaderes mas de setenta mil pesos de oro, porque toda la hacienda real habia tomado y gastado don Diego. Y dejando Vaca de Castro en la ciudad de los Reyes por su teniente á Francisco de Bárrio-Nuevo, y por capitan de la mar á Juan Perez de Guevara, se partió con toda la mas gente que pudo para Jauja, dejando orden en la ciudad que si don Diego bajase por otro camino á la ciudad de los Reyes, como se decía, todos los vecinos con sus mujeres y hacíendas se acogiesen á los navíos, hasta que él viniese en seguimiento de don Diego. Llegado á Jauja, Pedro Al¬varez le estaba aguardando con toda su gente y aderezo de armas y picas, y mucha pólvora que allí se habia hecho. Y Vaca de Castro repartió la gente de caballo que traía en las compañías de Pedro Alvarez y Pedro Anzúres y Garcilaso de la Vega, que eran capitanes de caballo; y la gente de pié, parte della repartió en las compañías de Pedro de Vergara y Nuño de Castro, que eran capitanes de infantería; é hizo otras dos compañias de nuevo, la una de caballo, que encomendó á Gomez de Albarado, y otra de arcabuceros, que enco¬mendó al bachiller Juan Vélez de Guevara, que, con ser letrado, era muy buen soldado y hombre de tanta indus¬tria, que él mismo habia entendido en hacer aquellos arcabuces con que se hizo la gente de su compañía, sin que por esto dejase de entender en las cosas de las letras; porque, así en este tiempo como en las revuel¬tas de Gonzalo Pizarro, de que abajo se tratará, acontesció ser nombrado por alcalde, y hasta mediodía an¬duvo en hábito de letrado honestamente, y hacia sus audiencias y libraba los negocios, y de mediodía abajo se vestia en hábito de soldado, con calzas y jubon de colores, recamado de oro y muy lucido, y con plu¬mas y cuera, y su arcabuz al hombro, ejercitándose él y su gente en tirar. Desta manera ordenó Vaca de Cas¬tro su ejército, en que habia por todos setecientos hom¬bres, los trecientos y setenta de caballo y ciento y se¬tenta arcabuceros; é hizo sargento mayor de todo el campo al capitan Francisco de Carvajal, aquel que des¬pués fué maestre de campo de Gonzalo Pizarro, por cuya órden se regia el ejército, porque tenia gran expe¬riencia de la guerra en mas de cuarenta años que ha¬bia sido soldado y teniente de capitan en Italia. En este tiempo llegaron á Vaca de Castro mensajeros de Gon¬zalo Pizarro, que habia salido á Quito del descubri¬miento de la Canela (como arriba está contado), hacién¬dole saber cómo venia en su ayuda con la gente que ha¬bia sacado. Y Vaca de Castro le escribió agradescién¬doselo, y mandándole que se estuviese quedo en Quito sin venir al ejército, porque siempre tuvo esperanza de hacer algun concierto con don Diego, y que él vernia de paz; lo cual le pareció que seria parte para estorbar la presuncion de Gonzalo Pizarro, así porque de su parte, con el deseo de la venganza, se estorbarían los conciertos, como porque don Diego no se osaria meter en su poder, sabiendo que Gonzalo Pizarro allí estaba, que necesariamente habia de ser mucha parte en su real por los amigos que tenia. Otros dicen que temió que si Gonzalo Pizarro venia, le alzarian por general, por ser tan bienquisto á la sazon de todos, y quería que paresciese que aquella guerra se hacia mas por via de justicia que de venganza. Y demás desto, envió á mandar á los que tenian cargo de los hijos del Marqués que se estuviesen como estaban en las ciudades de San Miguel y Trujillo, sin venir á la ciudad de los Reyes hasta que otra cosa mandase, colorando esta provision con que estaban mas seguros y pacíficos allá que no en Lima.
CAPITULO XVI.
De cómo Vaca de Castro fué con su ejército desde Jauja á Guamanga, y lo que pasó con don Diego.
Después que Vaca de Castro tuvo ordenada su gente en Jauja, caminó la via de Guamanga, porque le vino nueva cómo don Diego venia á gran priesa á meterse en la villa ó á tomar un paso de un rio, que en cobrar lo uno y lo otro habría gran dificultad si primero se lo ocupaba el enemigo, porque la villa está cercada de unos hondos valles ó quebradas que la fortifican mu¬cho. Y el capitan don Diego de Rójas, que con su gente iba delante á correr el campo, se habia entrado en ella, y porque tambien supo desta venida de don Diego, había hecho una torre para se defender hasta que Vaca de Castro llegase; y á esta causa partió luego á gran priesa Vaca de Castro para allá, enviando en la delantera al capitan Castro con sus arcabuceros, que fuesen á apoderarse de un mal paso que está cerca de Guaman¬ga, llamado la cuesta de Parco, y cuando Vaca de Cas¬tro llegó dos leguas de Guamanga, una tarde tuvo nueva que don Diego entraba aquella noche en la villa; lo cual sintió mucho porque no era llegada toda su gente, ni llegara tan presto si Alonso de Albarado no volviera á la recoger; y junta toda, se partieron luego muy en ór¬den, con haber caminado aquel dia algunos de los postreros cinco leguas, armados y muy apercebidos, y pasaron mucho trabajo por la aspereza del camino y quebradas dél; y pasando por la villa, estuvieron de la otra parte toda la noche en arma, porque no tenian lengua de sus enemigos, hasta que otro dia se aseguró el campo por los corredores, que descubrieron mas de seis leguas. Y sabiendo que don Diego estaba nueve leguas de allí, le escribió don Francisco de Idiaquez, hermano de Alonso de Idiaquez, secretario de su majestad, que de su real habia venido, y le envió á rogar y requerir de parte de su majestad se viniese á meter debajo del estandarte real, y que con esto, y con deshacer el ejér¬cito, le perdonaria todo lo pasado, y si de otra manera lo hacia, procederia contra él por todo rigor de justicia, como contra traidor y vasallo desleal á su príncipe; y en tanto que estos mensajaros iban, envió por otra parte un peon muy diestro en la tierra, en hábito de indio, con cartas para muchos caballeros del real de don Diego, y no pudo ir tan secreto, que por un campo nevado no le hallasen el rastro, el cual siguieron hasta que, prendiéndole don Diego, le mandó ahorcar, que¬jándose mucho de la cautela que con él usaba Vaca de Castro, pues por una parte trataba partidos y por otra le enviaba á amotinar el real; y en presencia de los mensajeros apercibió y ordenó todos sus capitanes y gente para dar la batalla, prometiendo que cualquiera que matase vecino, le daria sus indios y hacienda y mujer; y así, don Diego respondió á Vaca de Castro con el mismo Idiaquez y con Diego de Mercado, que en nin¬guna manera le obedescerian en tanto que fuese acom¬pañado de sus enemigos, que eran Pedro Alvarez Holguin y Alonso de Albarado y los de su valía, y que no desharia su ejército hasta ver perdon de su majestad, firmado por su real mano, y no con la del cardenal de Sevilla, don fray García de Loaysa, á quien él no conocia por gobernador ni sabia que tuviese poder de su majestad para cosa ninguna de las Indias; y que se en¬gañaba mucho en lo que tenia pensado y le hacian creer, que se le habia de pasar ninguna gente de la suya, sino que muy animosamente le daria la batalla y defenderia la tierra á todo el mundo, como lo veria por experien¬cia si le aguardaba, porque él se partia luego en su busca.
CAPITULO XVII.
De cómo Vaca de Castro sacó la gente á campo para dar
la batalla, y de lo que le acaesció.
Oido Vaca de Castro la embajada de don Diego, y vista su pertinacia, sacó la gente en campo á un llano que se llama Chupas, saliendo del término de Guamanga, que era muy áspero para pelear, y allí en Chupas estuvo tres dias sin cesar de llover, porque era en medio del in¬vierno, y siempre la gente estaba armada y apercebida, porque tenian cerca los enemigos; y determinó de dar la batalla, pues no se tomaba otro medio. Y porque sintió que mucha de su gente estaba escandalizada desde la batalla de las Salinas, diciendo que su majestad no la ha¬bia tenido por buena, pues por haberla dado tenia pre¬so á Hernando Pizarra, le paresció justificar la causa y satisfacer la gente; con que en presencia de todos fir¬mó y pronunció sentencia contra don Diego, dándole por traidor y rebelde, y condenándole á muerte y per¬dimiento de bienes á él y á todos los que con él venian, y con esta sentencia requirió á todos los capitanes, mandándoles que para lo ejecutar le diesen favor y ayuda. Y otro dia sábado, á hora de misa, dieron al arma los cor¬redores, porque ya los enemigos venian muy cerca y habian dormido dos pequeñas leguas de allí y camina¬ban desviado por la parte izquierda del real, para unas lomas llanas, por desechar unas ciénagas que estaban delante del real de Vaca de Castro, y llevaban intento de tomar la villa de Guamanga antes que rompiesen la batalla, porque tenian por cierta la victoria, segun la gran pujanza de artillería traían, y llegando tan cerca, que los corredores se pudieron hablar y aun tirarse con los arcabuces, Vaca de Castro envió al capitan Castro con cincuenta arcabuceros, que con ellos trabase esca¬ramuza en tanto que las banderas subian por unos re¬cuestos que habian de pasar con gran temor, porque si don Diego revolviera les hiciera muy gran daño con la artillería, porque allí descansó toda la infantería; y porque no se detuviesen, y subiese presto la gente á tomar lo alto, Francisco de Carvajal, sargento mayor, ordenó que cada bandera por si arremetiese la cuesta arriba, sin guardar órden hasta estar en lo alto, porque detenién¬dose en el camino no le hiciese daño, y así se hizo; y llegaron á lo alto al tiempo que ya los arcabuceros de Castro habian trabado escaramuza con la retaguardia de don Diego, que todavía no cesó de caminar hasta asentar el real y ponerse en órden para dar la batalla.
CAPITULO XVIII.
De cómo Vaca de Castro movió los escuadrones contra don Diego
para dar la batalla.
Después que Vaca de Castro vido toda su gente en lo alto del recuesto, y que no habia mas de una pequeña lo¬ma, mandó al sargento mayor que ordenase los escua¬drones, y él lo hizo. Y Vaca de Castro los fué requirien¬do y les dijo que mirasen quiénes eran y dónde venian y por quién peleaban, y que la fortaleza de aquel reino estaba en sus fuerzas y esfuerzo, y que si fuesen venci¬dos no podian escapar de la muerte él y ellos, y que si vencian, demás de hacer lo que eran obligados como leales y servidores de su rey, quedarian señores de sus ha¬ciendas y repartimientos, y que los que no los tenian, él en nombre de su majestad se los encomendaria, y que para eso quería el Rey la tierra, para la dar á los que lealmente le sirviesen, y que bien veia que á tan nobles ca¬balleros y esforzada gente como allí estaba no habia me¬nester abonarlos y darles esfuerzo; antes tomarle él dellos, como le tomaba, de manera que él iria en la de¬lantera á romper la primera lanza. Y á esto todos le res¬pondieron muy animosamente que así lo harian y que primero quedarian hechos pedazos que se dejasen ven¬cer, porque cada uno tomaba este negocio por suyo; y los capitanes hicieron grande instancia con Vaca de Cas¬tro que no fuese en el a vanguardia, porque en ninguna manera lo consentirian y que se quedase en la retaguar¬dia con treinta de á caballo, para poder socorrer adon¬de viese mayor necesidad, y así lo hizo; y viendo que no habia sino hora y media hasta la noche, quisiera que la batalla se dilatara para otro dia; mas el capitan Alonso de Albarado le dijo que si aquella noche no se daba, que se perderla, y que pues ya la gente estaba determi¬nada, que no aguardase á que tomase otro segundo acuerdo. Y así, Vaca de Castro siguió su parescer, te¬miendo todavía la falta del dia, y dijo que quisiera te¬ner el poder de Josué para detener el sol. Y estando en esto comenzó á disparar la artillería de don Diego, y porque para acometerle no podia bajar la gente camino de¬recho sin rescibir mucho daño en la bajada, poniéndose como en terrero, el sargento mayor y Alonso de Alba¬rado buscaron por la parte izquierda una segura entrada que bajaba á un valle, por donde pudieron ir á los enemigos sin que la artillería los cogiese, porque toda pasaba por alto; y los escuadrones bajaron ordenados desta manera: que la parte derecha llevaba Alonso de Albarado que con su compañia guardaba el estandarte real, de que era alférez Cristóbal de Barrientos, natu¬ral de Ciudad-Rodrigo y vecino de la ciudad de Truji¬llo, y á la parte izquierda iban los cuatro capitanes Pe¬dro Alvarez Holguin y Gomez de Albarado y Garcilaso de la Vega y Pedro Anzúres, llevando cada uno muy en órden sus estandartes y compañías, yendo ellos en la primera hilera; y en medio de ambos escuadrones de á caballo iban los capitanes Pedro de Vergara y Juan Vé¬lez de Guevara con la infantería, y Nuño de Castro coa sus arcabuceros salió adelante por sobresaliente, para trabar la escaramuza y recogerse en su tiempo al escua¬dron. Vaca de Castro quedó en la retaguardia con sus treinta de caballo, algo desviado de la gente; de mane¬ra que podía ver dónde habia mas necesidad en la bata¬lla, para socorrer, como lo hizo.
CAPITULO XIX.
De cómo se rompió la batalla de Chupas.
En tanto que la gente de Vaca de Castro iba caminando hácia los enemigos, y á vista dellos siempre le tira¬ban con la artillería, aunque los tiros pasaban por alto; tanto, que don Diego sospechó que el capitan Candía, que llevaba á cargo el artillería, habia sido sobornado, y que adrede subia al punto; y así, arremetió á él, y él mis¬mo por su mano le mató. Y asentando el un tiro, le metió en el escuadron y mató alguna gente; lo cual viendo el capitan Carvajal, y considerando que la artillería que ellos llevaban no podía andar tanto como la necesidad demandaba, acordaron de dejarla sin aprovecharse della, y alargaron el paso; y á aquella hora don Diego, sus capitanes Juan Balsa y Juan Tello y Diego Mendez, y Malaver y Diego de Hoces, Martin de Bilbao y Juan de Olea, y los demás, tenían su gente de caballo en dos escuadrones, y en medio el de la infanteria, y delante el ar¬tillería, asestada hácia la parte por donde Vaca de Cas¬tro los habia de acometer. Y paresciéndoles que era flaqueza estar parados, movieron los escuadrones y el artillería hácia la parte donde venia Vaca de Castro, con¬tra voluntad de Pedro Suarez, su sargento mayor, que, como hombre práctico en la guerra, era de parescer contrario; y en viendo mudar el artillería, los juzgó por perdidos, porque donde primero la tenian habia delan¬te campo en que podian jugar y hacer mucho daño á los enemigos hasta que llegasen á ellos; y yéndose metien¬do adelante, acortaban el campo y la ocasion que te¬nian de poder jugar y hacer daño en los contrarios; y así, se fueron á poner junto á la asomada por donde se habia de mostrar Vaca de Castro, de manera que hasta que llegasen muy cerca la artillería no los pudiese co¬ger, por ser mas bajo el sitio por donde venían, y defen¬derles la tierra que estaba en medio. Y así, Pedro Sua¬rez, sargento mayor, viendo que no tomaban su pares¬cer, arremetiendo con su caballo, se pasó á la parte de Vaca de Castro. En este tiempo Paulo, el hermano del Inga, acometió á la gente de Yacido Castro por la parte izquierda, con muchos indios de guerra, tirándoles muchas piedras y varas. Mas, como los arbuceros sobresalientes mataron algunos dellos, luego huyeron; y por aquella parte salió Martin Corte, capitan de arcabuce¬ros de don Diego, con su compañía, y trabóse entre él y los del capitan Castro una escaramuza; y así, fueron los escuadrones paso á paso al son de los atambores hasta á asomada, donde estuvieron parados en tanto que disparaban la artillería, que tiraba tan apriesa, que no daba lugar á que rompiesen, y aunque estaba bien cer¬ca della, les pasaba por alto, y si veinte pasos fuera mas adelante, les diera de lleno; pero todavía la infantería de Vaca de Castro rescibió mucho daño, porque estaba en parte mas alta, donde les cogian las pelotas, porque un tiro llevó toda una hilera é hizo abrir el escuadron, y los capitanes pusieron gran diligencia en hacerlo cerrar, amenazando de muerte á los soldados con las espadas desenvainadas, y se cerró. En esta sazon el sargento mayor Francisco de Carvajal estorbaba á los capitanes que rompiesen hasta que hubiese disparado el artille¬ría, y subiendo un poco el recuesto los de caballo, los sobresalientes de don Diego mataron á Pedro Alvarez Holguin y á Gomez de Tordoya con dos pelotas, y herian y mataban otros. Y viéndose el capitan Pedro de Verga-ra herido de un arcabuz, comenzó á dar voces contra los escuadrones de caballo, diciendo que rompiesen antes que peresciese toda la infantería que estaba puesta al terrero; y luego los trompetas hicieron señal de rom¬per, y arremetieron los escuadrones de á caballo de Vaca de Castro contra los de don Diego, que los salieron á rescebir animosamente, y los unos y los otros se encon¬traron de suerte, que casi todas las lanzas quebraron, quedando muchos muertos y caidos de ambas partes; y dejadas las lanzas, se mezclaron los unos con los otros, hiriéndose muy crudamente con las espadas y con porras y hachas, y aun algunos peleaban con hachas de partir leña, dando á dos manos tales golpes, que donde alcanzaban no bastaba defensa ninguna. Y así pelearon hasta que, desfalleciéndoles los alientos, descansaron un poco. Los capitanes de infanteria de Vaca de Castro arremetieron con los de don Diego, metiéndose por la ar¬tillería, yendo delante animándolos el capitan Carvajal, y diciéndoles que no hubiesen miedo al artillería, pues no le daba á él, siendo tan gordo como dos dellos; y porque no pensasen que lo hacia en confianza de las armas, se quitó de presto una cota de malla y una celada que llevaba, y la arrojó en el campo; y quedando en un jubon de lienzo, con una partesana arremetió delante contra el artillería, y todos le siguieron; de suerte que la ganaron, matando muchos de los que la guardaban; y arremetieron con los contrarios, haciéndolo tan valero¬samente, que la mayor parte de la victoria se les atribu¬yó. Y cuando esto pasaba la noche escuresció, y casi no se conoscian sino por el apellido, y los de caballo tor¬naron á su pelea y ya la victoria se iba mostrando por Vaca de Castro, cuando él con los treinta de caballo arremetió hácia la parte izquierda, donde estaban dos banderas firmes de don Diego, y aun gritando por si la victoria; caso que todas las otras banderas y gente de don Diego se iban retrayendo de vencida. Y como Vaca de Castro rompió en ellas, se trabó de nuevo una pelea, adonde hirieron y derribaron algunos de aquellos treinta, y mataron al capitan Jimenez y á N. de Mon¬talvo, natural de Medina del Campo, y otros caballeros; y como los de Vaca de Castro porfiaron tanto, don Die¬go y su gente volvieron las espaldas de arrancada, y los de Vaca de Castro fueron hiriendo y matando en ellos, y los del capitan Bilbao y un Cristóbal de Sosa, de la parte de don Diego, fué tanto lo que sintieron ver volver las espaldas á los suyos, que se arrojaron en los ene¬migos como desesperados, hiriendo á todas partes, diciendo cada uno por su nombre: “Yo soy Fulano, que maté al Marqués;» y así anduvieron hasta que los hicie¬ron pedazos; y muchos de los de don Diego se salvaron con la escuridad de la noche, tomando de algunos muertos la seña, porque los de Vaca de Castro llevaban bandas coloradas y los de don Diego bandas blancas; y así, quedó la victoria conoscidamente por Vaca de Cas¬tro, como quier que antes que llegasen á las manos mu¬rió mucha mas gente de parte de Vaca de Castro; tanto, que don Diego tuvo por suya la victoria; y á todos los españoles que huyeron por un valle los mataron los indios, y á ciento y cincuenta de caballo de don Diego, que se fueron huyendo á Guamanga, que estaba dos le¬guas de allí, los desarmaron y prendieron los pocos ve¬cinos que en la villa habian quedado. Y don Diego y Diego Méndez se fueron huyendo al Cuzco, donde los prendió Rodrigo de Salazar, vecino de Toledo, que era su mesmo teniente, y Anton Ruiz de Guevara, que era alcalde ordinario de la ciudad. Y así fenesció el mando y gobernacion de don Diego, que en un dia se vió señor del Perú y en otro le prendió su mesmo alcalde de su propria autoridad. Y esta batalla se dió á 16 dias de sep¬tiembre de 1542 años.
CAPITULO XX.
De como Vaca de Castro dió gracias á su gente por la victoria que
habían habido.
En gran parte, de la noche no se pudo acabar de recoger el ejército, porque andaban ocupados en saquear las tiendas de los de don Diego, donde hallaron mucho oro y plata, y mataron algunos que se habian escondido ó estaban heridos. Mas, después de todos recogidos, pensando que los de don Diego se tornaran á rehacer, estu¬vo toda la infantería apercebida, y asimesmo la gente de á caballo. A Vaca de Castro se le pasó la mayor parte de la noche en alabar toda la gente y ejército en general, y dando particulares gracias á cada soldado porque tan bien lo habia hecho. En esta batalla hubo muchos capi-tanes y soldados que grandemente se señalaron, especialmente don Diego, que por salir con aquella empresa, que tan justa le parescia, por ser en venganza de la muerte de su padre, hizo mas que su edad requería, porque seria de edad de veinte y dos años, y con él algunos de su ejército; y tambien se señalaron muchos de Vaca de Castro por vengar la muerte del Marqués, con quien tanta fe tuvieron, que respecto de hacerlo valientemen¬te ningun peligro dejaba de acometer. Murieron de am¬bas partes cerca de trescientos hombres, y entre ellos muchos capitanes y personas señaladas, especialmente Pedro Alvarez Holguin y Gomez de Tordoya, que por mostrar señaladamente sus hechos en aquella batalla iban con unas ropas de terciopelo blanco, llenas de chaperias de oro, sobre las armas, en que fueron luego conoscidos y muertos por los arcabuceros, como está dicho. Y tambien se señalaron Alonso de Albarado y el capitan Carvajal, el cual, sin temer ningun peligro, se metió por el artillería, donde eran tan espesas las pelotas de los arcabuceros que le aguardaban, que parescia impo¬sible dejarle de acertar alguna y así, menospreciando la muerte, paresce que huyó dél, como suele acaescer en todos los peligros y seguir al que mas la teme, como se vió en aquella batalla, que un mancebo, no osando en¬trar en ella, de temor, se fué á esconder tras una peña, y saltando un pedazo della del golpe de una pelota, le hizo piezas la cabeza, de que murió. Los principales que se señalaron, así en esta batalla como en los otros ne¬gocios donde dependió, fueron el licenciado Carvajal, Francisco de Godoy, Diego de Aguilera, Nicolás de Ri¬bera, Hierónimo de Aliaga, Juan de Barbaran, Miguel de la Serna, Lope de Mendoza, Diego Centeno, Mel¬chior Verdugo, Cristóbal de Barrientos, Gomez de Al¬barado, Gaspar Rodriguez, don Gomez de Luna, Pedro de Hinojosa, Francisco de Carvajal, don Pedro Puer¬tocarrero, Alonso de Cáceres, Diego Ortiz de Guzman, Sebastian de Merlo, Francisco de Ampuero y otros mu¬chos; demás de los cuales se señalaron algunos de la parcialidad del Adelantado, que, como está dicho, si¬guierón á Vaca de Castro por tratar en nombre de su majestad este negocio; los principales de los cuales fueron Pedro Alvarez Holguin, don Alonso de Montemayor, Juan de Sayavedra, Martin de Robles, Lorenzo de Al¬dana, don Cristóbal Ponce de Leon, Pablo de Meneses, Vasco de Guevara, el contador Juan de Guzman, Diego Nuñez de Mercado, Pero Lopez de Ayala, Diego Becer¬ra, Diego Maldonado, Juan García, Diego Gallego, Fran¬cisco Gallego, Pero Ortiz, Alonso de Mesa, Dionisio de Bobadilla, Luis García de San-Mames, Garci Gutierrez de Escobar, Márcos de Escobar, Juan de Hórbaneja, Diego de Ocampo, y otros muchos; á los cuales, ó á los mas dellos, Vaca do Castro dió de comer al tiempo que repartió la tierra, porque decía que aquellos lo habian merescido señaladamente, pues habian dejado sus par¬ticulares pretensiones y aficion por seguir á sú majestad y su real voz y servicio.
CAPITULO XXI.
De la justicia que hizo Vaca de Castro de los de don Diego.
Aquella noche de la victoria sobrevino tan grande helada, que muchos de los heridos murieron de frio; porque á solo Gomez de Tordoya, que no era muerto, y á Pedro Anzúres, que estaba herido, se les pudieron dar tiendas porque aun no era llegado el carruaje. Otro dia de mañana Vaca de Castro mandó curar mas de cuatrocientos heridos que habia, é hizo enterrar los muertos y llevar los cuerpos de Pedro Alvarez y Go¬mez de Tordoya á sepultar á la villa de Guamanga sun¬tuosamente; y aquel mismo dia hizo degollar algunos de los presos que habian sido en la muerte del Marqués; y cuando otro dia fué á Guamanga, el capitan Diego de Rójas habia degollado á Juan Tello y á otros capitanes. Y Vaca de Castro cometió la ejecucion de la justicia de los demás al licenciado de la Gama, el cual ahorcó y degolló cuarenta personas de los mas culpados, y á otros desterró, y á todos los demás perdonó por manera que serian justiciados hasta sesenta personas. Dióse licen¬cia á todos los vecinos que se fuesen á sus casas, y Vaca de Castro se fué al Cuzco, donde hizo nuevo proceso contra don Diego, y dende algunos dias le degolló; y Diego Mendez se soltó de la cárcel con otros dos de los presos, y se fueron con el Inga á aquellas montañas que llaman los Andes, que por la aspereza de la entrada son inexpugnables. El Inga los rescibió alegremente, mostrando mucho sentimiento de la muerte de don Diego, porque le era muy aficionado, y como tal le envió al camino, cuando supo que pasaba, muchas cotas de malla y coseletes y coracinas, y otras armas de las que habia tornado á la gente que venció y mató de los cristianos cuando iban en socorro de Gonzalo Pizarro y Juan Pizarro al Cuzco, enviados por el Marqués (co¬mo arriba hemos dicho); y siempre trajo indios disfra¬zados en el campo, que le avisasen del suceso de la ba¬talla.
CAPITULO XXII.
De cómo Vaca de Castro envió á descubrir la tierra
por diversas partes.
Vencida la batalla de don Diego, y pacificada la tierra, le paresció á Vaca de Castro que no se podia derramar la gente de guerra; ni habia con qué gratificarlos á todos, si no fuese enviándolos á conquistas y entradas por la tierra; y así, mandó al capitan Vergara que con la gente que habia traido se tornase á su conquista de Bracamo¬ros; y envió al capitan Diego de Rójas y á Felipe Gu¬tierrez, con mas dé trecientos hombres, hácia la parte de oriente á descubrir la tierra, que después poblaron, que corresponde al rio de la Plata; y con un Monroy envió un socorro á la provincia de Chili al capitan Pedro de Valdivia; y envió al capitan Juan Perez de Guevara á con¬quistar la tierra de Mullobamba, que él habia descubier¬to; y es una tierra mas montuosa que rasa, y nascen de las faldas de las montañas della dos grandes ríos que tienen las vertientes á la mar del Norte; el uno es de Ma¬rañon (de quien tanto arriba hemos tratado), y el otro el rio de la Plata. Los moradores de aquella tierra son caribes que comen carne humana, y es la tierra tan ca¬liente, que andan desnudos, con solas unas mantas revueltas al cuerpo. Y allí tuvo noticia Juan Perez de otra gran tierra que hay pasadas las últimas cordilleras ha¬cia el septentrion, donde hay ricas minas de oro y se crian camellos y gallinas como las de la Nueva-España, y ovejas algo menores que las del Perú; y todas las sementeras son de regadío, porque llueve poco en la tierra, donde hay un lago que tiene las riberas muy pobladas de gente, y en todos los ríos hay unos peces de la he¬chura y tamaño de grandes perros; y así, comen y muer¬den á los indios que entran ó pasan cerca de los ríos, porque ellos salen tambien por las orillas. Esta tierra tiene al rio Marañon hácia la parte del septentrion, y al oriente la tierra del Brasil, que poseen los portugueses, y al mediodía el rio de la Plata; y tambien dicen que hay allí aquellas mujeres amazonas de que Orellana tuvo noticia; pues habiendo despachado Vaca de Cas¬tro sus capitanes á estas conquistas, estuvo en el Cuzco mas de año y medio repartiendo los indios que estaban vacos y poniendo en órden la tierra, é hizo ordenanzas en gran utilidad y conservacion de los indios. En este tiempo se descubrieron en las comarcas del Cuzco las mas ricas minas de oro que en nuestros tiempos se ha¬bian visto, especialmente en un rio que se llama Carabaya; tanto que acontescia á un indio coger en un dia cincuenta pesos. Y toda la tierra estaba muy quieta, y los indios muy amparados y reparados de las grandes fatigas que rescibieron en las guerras pasadas. Y en este tiempo fué Gonzalo Pizarro al Cuzco, porque hasta entonces no se le habia dado licencia para ello. Y des¬pués de haber estado allí algunos dias se fué á las Char¬cas á entender en sus granjerías, hasta que vino el vi¬sorey Blasco Nuñez Vela, como en el siguiente libro se declarará.

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CENTRO DE ESTUDIOS Y DIFUSIÓN DE LA CULTURA ANDINA
BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

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LIBRO CUARTO
QUE TRATA DEL VIAJE QUE GONZALO PIZARRO HIZO AL DESCUBRIMIENTO DE LA PROVINCIA DE LA CANELA
Y DE LA MUERTE DEL MARQUÉS.
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CAPITULO PRIMERO.
De como Gonzalo Pizarro se aderezó para la jornada de la Canela.
Después desto, se tuvo noticia en el Perú que en la tierra de Quito, hácia la parte del oriente, habia un descubrimiento de una tierra muy rica y donde se cria¬ba abundancia de canela, por lo cual se llamó vulgarmente la tierra de la Canela. Y para la conquistar y po¬blar determinó el Marqués enviar á Gonzalo Pizarro, su hermano; y porque la salida se habia de hacer desde la provincia de Quito, y allí habian de acudir y proveerse de las cosas necesarias, renunció la gobernacion de Quito en Gonzalo Pizarro, en confianza que su majestad le haria merced della; y así, se partió para allá Gonzalo Pi¬zarro con mucha gente que para este descubrimiento llevaba, y en el camino le convino pelear con los indios de la provincia de Guanuco, que le salieron de guerra, y le pusieron en tanto aprieto, que fué necesario que el Marqués enviase en su socorro á Francisco de Chaves; y así llegó Gonzalo Pizarro á Quito. Y en este tiempo el Marqués envió á Gomez de Albarado á conquistar y poblar la provincia de Guanuco, porque della habian ido ciertos caciques llamados los conchucos, con mu¬cha gente de guerra, sobre la ciudad de Trujillo, y mátaban cuantos españoles podían, y aun robaban y hacian mucho daño en los mismos indios sus comarcanos, y los que mátaban y lo que robaban lo ofrescian todo á un ídolo que consigo traían, que llamaban la Cataquilla. Y así anduvieron hasta que de la ciudad de Trujillo salió Mi¬guel de la Serna, vecino della, con la gente que pudo sacar, y juntándose con Francisco de Chaves, pelearon con los indios hasta que los vencieron y desbarataron.
CAPITULO II.
De cómo Gonzalo Pizarro partió de Quito y llegó á la Canela,
y de lo que acaesció en el camino.
Habiendo aderezado Gonzalo Pizarro las cosas nece¬sarias para su viaje, partió de Quito, llevando consigo quinientos españoles bien aderezados, los ciento de caballo con dobladura, y mas de cuatro mil indios amigos, y tres mil cabezas de ovejas y puercos. Y después que pasó una poblacion que se llamaba Inga, llegó á la tierra de los Quixos, que es la última que conquistó Guaynacaba hacia la parte del septentrion, donde los indios le salieron de guerra, y en una noche desaparecieron to¬dos, que nunca mas ninguno pudieron haber. Y después de haber allí reposado algunos dias en las poblaciones de los indios, sobrevino un tan gran terremoto con tem¬blor y tempestad de agua y relámpagos y rayos y grandes truenos, que, abriéndose la tierra por muchas partes, se hundieron mas de quinientas casas; y tanto cresció un rio que allí habia, que no podían pasar á buscar comida, á cuya causa padescieron gran necesi¬dad de hambre. Y después de partidos destas poblacio¬nes, pasó unas cordilleras de sierras altas y frias, donde muchos de los indios de su compañía se quedaron helados. Y á causa de ser aquella tierra falta de comida, no paró hasta una provincia llamada Zumaco, que está en las faldas de un alto volcan, donde, por haber mucha comida reposó la gente, en tanto que Gonzalo Pizarro, con algunos dellos, entró por aquellas montañas espe¬sas á buscar camino y como, no le halló, se fué á un pueblo que llamaron de la Coca, y de allí envió por toda la gente que habia dejado en Zumaco, y en dos meses que por allí anduvieron, siempre les llovió de dia y de noche, sin que les diese el agua lugar de enjugar la ropa que traían vestida. Y en esta provincia de Zumaco, y en cincuenta leguas al derredor, hay la canela de que llevaban noticia, que son unos grandes árboles con ho¬jas como de laurel, y la fruta son unos racimos de fruta menuda que se crian en unos capullos y aunque esta fruta y las hojas y corteza y raíces del árbol tienen sa¬bor y olor y sustancia de canela, pero la mas perfecta es aquellos capullos que son de hechura (aunque ma¬yores) de los capullos de bellotas de alcornoque; y aunque en toda la tierra hay muchos deste género de árboles silvestres que nascen y fructifican sin ninguna labor, los indios tienen muchos dellos en sus heredades y los labran, y así nasce dellos mas fina canela que de los otros; y tiénenla ellos en mucho, porque la rescatan en las tierras comarcanas por los mantenimientos y ropa y todas las otras cosas que han menester para su sustentacion.
CAPITULO III.
De los pueblos y tierras que pasó Gonzalo Pizarro hasta que
llegó á la tierra donde hizo un bergantín.
Pues dejando Gonzalo Pizarro en esta tierra de Zu¬maco la mayor parte de la gente, se adelantó con los que mas sanos y recios estaban, descubriendo el cami¬no segun los indios le guiaban, y algunas veces por los echar de sus tierras les daban noticias fingidas de lo de adelante, engañándolos, como lo hicieron los de Zu¬maco, que le dijeron que mas adelante estaba una tier¬ra de gran poblacion y comida, lo cual halló ser falso, porque era tierra mal poblada, y tan estéril, que en ninguna parte della se podia sustentar, hasta que lle¬gó á aquellos pueblos de la Coca, que era junto á un gran rio, donde paró mes y medio, aguardando la gente que en Zumaco habia dejado, porque en esta tierra les vino de paz el señor della. Y de allí caminaron todos juntos el rio abajo, hasta hallar un saltadero que en el rio habia de mas de docientos estados, por donde el agua se derriba con tan gran ruido, que se oia mas de seis leguas, y dende á ciertas jornadas se recogia el agua del rio en una tan pequeña angotitura, que no habia de una orilla á otra mas de veinte piés, y era tanta la altura desde las peñas hasta llegar al agua, como la del saltadero que hemos dicho, y de una parte y de otra era peña tajada, y en cincuenta leguas de camino no hallaron por donde pasar sino por allí, que les defen¬dian los indios el paso, hasta que, habiéndolo ganado los arcabuceros, hicieron una puente de madera, por donde seguramente pasaron todos. Y así, fueron cami-nando por una montaña hasta la tierra que llamaron de Guema, que era algo rasa y de muchas ciénagas y de algunos ríos, donde habia tanta falta de comida, que no comia la gente sino frutal silvestres, hasta que llegaron á otra tierra donde habia alguna comida y era medianamente poblada. Y los indios andaban vestidos de algodon, y en todas las otras tierras que habian pasado andaban en cueros, ó por el demasiado calor que á la continua habia, ó porque no alcanzan ropa; solamente traían atados los prepucios con unas cuerdas de algodon por entre las piernas (que sé iban á atar á unas cintas que traen ceñidas por los lomos), y las mu¬jeres traían pañetes, sin otro ningun vestido. Y allí hizo Gonzalo Pizarro un bergantin para pasar á la otra parte del rio á buscar comida y para llevar por el rio abajo la ropa y otros fardajes y á los enfermos, y aun para caminar él por el rio, porque en las mas partes, á causa de ser la tierra tan anegada, que aun con machetes y hachas no podían hacer el camino. Y en hacer este bergantin pasaron muy gran trabajo, porque hubieron de cimentar fraguas para el herraje, en lo cual se aprovecharon de las herraduras de los caballos muertos, porque ya no habia otro hierro, y hicieron hornos pa¬ra el carbon. Y en todos estos trabajos hacia Gonzalo Pizarro que trabajasen desde el mayor hasta el menor, y él por su persona era el primero que echaba mano de la hacha y del martillo; y en lugar de brea se apro-vecharon de una goma que allí distilan los árboles, y por estopa usaron de las mantas viejas de los indios y de las camisas de los españoles, que estaban podridas de las muchas aguas, contribuyendo cada uno Segun podía. Y así, finalmente, dieron cabo en la obra y echaron el bergantin al agua, metiendo en él todo el fardaje; y juntamente con él hicieron ciertas canoas, que llevaban con el bergantin.
CAPITULO IV.
De cómo Francisco de Orellana se alzó y fué con el bergantin,
y de los trabajos que sucedieron á causa desto.
Gonzalo Pizarro cuando tuvo hecho el bergantín pensó que todo su trabajo era acabado, y que con él descubriria toda la tierra; y así, continuó su camino, llevando el ejército por tierra, por las grandes ciénagas y atolladares que habia por la orilla del rio y espesu¬ras de montes y cañaverales, haciendo el camino á fuerza de brazos con espadas y machetes y hachas, y cuando no podian caminar por la una parte del rio se pasaban á la otra en el bergantin; y siempre caminaban con tal órden, que los de tierra y los del rio todos dormian juntos. Y cuando Gonzalo Pizarra vió que mas de docien¬tas leguas habían caminado el rio abajo, y que rio hallaban que comer sino frutas silvestres y algunas raíces, mandó á un capitan suyo, llamado Francisco de Orellana, qúe con cincuenta hombres se adelantase por el rio á buscar comida, con órden que si la hallaba cargase della el bergantín, dejando la ropa que llevaba á las juntas de dos grandes ríos que tenia noticia que estaban ochen¬ta leguas de allí, y que le dejase dos canoas en unos ríos que atravesaban, para que en ellas pasase la gente. Pues partido Orellana, era tan grande la corriente, que en breve tiempo llegó á las juntas de los rios, sin hallar ningun mantenimiento; y considerando que lo que en tres dias había andado no lo podia subir en un año, segun la furia del agua, acordó de se dejar ir el rio aba¬jo, donde la ventura le guiase, aunque se tuviera por medio mas conveniente esperar allí. Y así, se fué sin dejar las dos canoas, casi amotinado y alzado; porque muchos de los que con él iban le requirieron que no excediese de la órden de su general, especialmente fray Gaspar de Carvajal, de la órden de los predicadores, que porque insistia mas que los otros en ello, le trató muy mal de obra y palabra. Y así siguió su camino, haciendo algunas entradas en la tierra, y peleando con los indios que se le defendian, porque salian á él machas veces en el rio gran número de canoas, y por ir tan apretados en el bergantin no podian pelear con ellos como convenia. Y en cierta tierra donde halló apa¬rejo se detuvo, haciendo otro bergantin, porque los indios le salieron de paz y le proveyeron de comida y de todo lo mas necesario. Y en una provincia mas adelan¬te peleó con las indios y los venció; y allí tuvo dellos, noticia que algunas jornadas la tierra adentro habia una tierra en que no vivian sino mujeres, y ellas se de-fendian de los comarcanos y peleaban; y con esta noticia, sin hallar en toda la tierra oro ni plata, ni rastro della, caminó por la corriente del rio hasta salir por él á la mar del Norte, trecientas y veinte y cinco leguas de la isla de Cubagua; y este rio se llama el Marañon, porque el primero que descubrió la navegacion dél fué un capitan llamado Marañon. Nasce en el Pe¬rú, en las faldas de las montañas de Quito; corre por camino derecho (contándole por la altura del sol) sete¬cientas leguas, y con las vueltas y rodeos que el rio hace, yéndolas siguiendo, hay dende su nascimiento hasta que entra en la mar mas de mil ochocientas le¬guas, y en la entrada tiene de ancho quince leguas, y por todo el camino á veces se ensancha tres y cuatro leguas. Y así llegó Orellana á Castilla, donde dió noticia á su majestad deste descubrimiento, echando fama que se habia hecho á su costa é industria, y que habia en él una tierra muy rica donde vivían aquellas mujeres, que comunmente llamaron en todos estos reinos la con¬quista de las Amazonas; y pidió á su majestad la gober¬nacion y conquista della, la cual le fué dada; y habiendo hecho mas de quinientos hombres de caballeros y gente muy principal y lucida, se embarcó con ellos en Sevilla; y habiendo malas navegaciones y faltas de comidas, desde las Canarias se le comenzó á desbaratar la gente, y poco adelante se deshizo de todo punto, y él murió en el camino; y así, se derramó la gente por las islas, yén¬dose á diversas partes, sin que llegasen al rio, de lo cual le quedó gran queja á Gonzalo Pizarro, así porque con irse le puso en tan gran aprieto, por falta de comida y por no tener en qué pasar los ríos, como porque llevó en el bergantin mucho oro y plata y esmeraldas, con lo cual tuvo; que gastar todo el tiempo que anduvo demandando y aparejando esta conquista.
CAPITULO V.
De cómo Gonzalo Pizarro volvió á Quito, y de los trabajos
que pasó en la vuelta.
Llegando Gonzalo Pizarro con su gente adonde ha¬bia mandado á Orellana que le dejase las canoas para pasar ciertos ríos que entraban en aquel rio grande, y no las hallando, tuvo gran trabajo en pasar la gente de la otra parte; y le fué forzado hacer nuevas balsas y ca¬noas para ello, en que pasó muy gran trabajo. Y des¬pués, llegando á la junta de los dos ríos, donde Orellana le habia de esperar, y no le hallando, tuvo nueva de un español (que Orellana habia echado en tierra porque le contradecia el viaje) de todo lo que pasaba, y cómo Orellana, teniendo intencion de hacer el descubrimiento en su propio nombre, y no como teniente de Gonzalo Pi¬zarro, se desistió del cargo que llevaba, y hizo que de nuevo la gente lo hiciese capitan. Y viéndose Gonzalo Pizarro desamparado de toda forma de navegacion, que era la via por donde se proveian de mantenimien¬tos, y no hallando sino muy poco por rescate de cas¬cabeles y espejos, fué tanta la desconfianza en que ca¬yeron, que determinaron volverse á Quito, de donde estaban alejados mas de cuatrocientas leguas de tan mal camino y montañas y despoblados, que no pensa¬ban llegar allá, sino morir de hambre en aquellos mon¬tes, donde perecieron mas de cuarenta dellos, sin que hubiese forma de ser socorridos, sino que, pidiendo de comer, se arrimaban á los árboles, y se caían muertos de la mucha flaqueza y desmayo que la hambre les causaba; y así, encomendándose á Dios, se volvieron, dejando el camino por donde habian venido, porque en aquel habia á la continua muy malos pasos y falta de comida; y así, á la ventura buscaron otro que no estaba mejor proveido que el de la venida, y se pudieron sustentar con matar y comer los caballos que les quedaban, y algunos lebreles y otros géneros de perros que llevaban; y tambien se ayudaron de unos bejucos, que son como sarmientos de parra, y tienen sabor de ajos. Y llegó á valer un gato salvaje ó una gallina cincuenta pesos, y un alcatraz de aquellas gallinazas de la mar que arriba hemos contado, diez pesos. Así continuó Gon¬zalo Pizarro su camino la via de Quito, donde mucho tiempo antes avisó de su tornada, y los vecinos de Quito habian proveido de mucha copia de puercos y ovejas, con que salieron al camino, y algunos pocos caballos y ropas para Gonzalo Pizarro y sus capitanes, el cual socorro los alcanzó mas de cincuenta leguas de Quito, y fué recebido dellos con gran alegría, espe¬cialmente la comida. Gonzalo Pizarro y todos los de su compañia venian, desnudos en cueros, porque mucho tiempo habia que, con las continuas aguas, se les habian podrido todas las ropas solamente traian dos pellejos de venados, uno delante y otro atrás, y algunos mus¬los viejos, y calzadas unas antiparas del mismo venado y unos capeletes de lo mismo; y las espadas venian todas sin vainas y tomadas de orin; y todos á pié, llenos los brazos y piernas de los rasguños de las zarzas y arboledas; y tan desemejados y sin color, que apenas se conocian. Y segun ellos mesmos dijeron, uno de los mantenimientos cuya falta mas tuvieron fué la sal, que en mas de docientas leguas no hallaron rastro della; y así, rescibieron el socorro y comida en la tierra de Quito, besaron la tierra, dando gracias á Dios, que los habia escapado de tan grandes peligros y trabajos, y entraban con tanto deseo en los mantenimientos, que fué necesario ponerles tasa, hasta que poco á poco fuesen habituando los estómagos á tener qué digerir. Y Gonzalo Pizarro y sus capitanes, viendo que en los caballos y ropas que les habian traido no habia mas de para los capitanes, no quisieron mudar traje ni su¬bir á caballo, por guardar en todo igualdad, como bue¬nos soldados; y en la forma que hemos dicho entraron en la ciudad de Quito una mañana, yendo derechos á la iglesia á oir misa y dar gracias á Dios, que de tantos males los habia escapado; y después cada uno se aderezó segun su posibilidad. Esta tierra donde nasce la canela está debajo de la línea Equinocial, en el mismo paraje donde están las islas de Maluco, que crian la canela que comunmente se come en España y en las otras partes orientales.
CAPITULO VI.
De cómo los de Chili trataron la muerte del Marqués.
Cuando Hernando Pizarra tuvo preso en el Cuzco y justició al adelantado don Diego de Almagro, envió á la ciudad de los Reyes un hijo que habia habido ea una india, que tambien se llamaba don Diego de Almagro, mancebo virtuoso y de grande ánimo y bien enseñado; y especialmente se habia ejercitado mucho en cabalgar á caballo, de ambas sillas, lo cual hacia con mucha gracia y destreza; y tambien en escrebir y leer, lo cual hacia mas liberalmente y mejor de lo que requería su profesion. Deste tenia cargo, como ayo, Juan de Herrada (de quien arriba hemos tratado), y á este le habia dejado encomendado su padre. Y estando con él en la ciudad de los Reyes, se juntaban en su casa, y daban de comer á algunos de su parcialidad que an-daban por la tierra desamparados, porque nadie los quería acoger, como á vencidos. Pues viendo esto Juan de Herrada, que Hernando Pizarro era venido á Espa¬ña y Gonzalo Pizarro era ido al descubrimiento de la Canela; y habiendo sido puesto en libertad por el Mar¬qués (porque hasta entonces, siempre habia estado en su nombre preso), comenzaron á juntar armas y ade-rezarse para poner en ejecucion la venganza de la muer¬te de su padre y tanta destruicion de su gente, cuya memoria conservaban en sus corazones con gran senti¬miento y dolor; de manera que, aunque el Marqués mu¬chas veces procuró de hacerlos amigos, nunca lo pudo acabar de forma que quedara satisfecho lo cual le dió causa de quitarle ciertos indios que tenia, porque no tuviese con que sustentar la gente que se le ayun¬taba. Pero todo no aprovechó, porque estaban entre sí tan aliados, que lo que poseian era comun, y cuanto jugaban ó barataban todo lo traian á poder de Juan de Herrada para que dello hubiese despensa comun; y cada dia se iba juntando mas gente y armas; y aunque dello muchas personas avisaron al Marqués, era tan confiado y de buena condicion y conciencia, que res¬pondía que dejasen aquellos cuitados, que harta mala ventura tenian viéndose pobres y vencidos y corridos. Y así, confiado don Diego y su gente en la buena con¬dicion y paciencia del Marqués, le iban perdiendo la vergüenza; tanto, que algúnas veces los mas principa¬les pasaban por delante dél sin quitarse las gorras ni hacerle otro acatamiento ninguno; y una noche ama¬nescieron atadas en la picota tres sogas tendidas, la una hacia casa del Marqués, y la otra á la de su teniente, y la otra á la de su secretario; todo lo cual el Marqués disimulaba, excusándolos conque estaban vencidos y que de corridos hacian todas aquellas cosas. Y usando ellos desta disimulacion, se juntaban ya tau sin recelo, que de docientas leguas venian algunos desta parciali¬dad que andaban desterrados; y acordaron entre sí de matar al Marqués y alzarse con la tierra, como lo hi-cieron, aunque querían aguardar primero lo que se pro¬veia en España, porque era venido á acusar sobre lo pasado á Hernando Pizarro el capitan Diego de Albarado, á cuya instancia Hernando Pizarro estaba preso y se seguia el negocio contra él. Y como supieron que su majestad habia proveido al licenciado Vaca de Castro que fuese á haber informacion sobre todas las altera¬ciones pasadas, sin proveer en el negocio con el rigor y aspereza que ellos quisieran, tuvieron intento de hacer lo que después hicieron algunos dellos, aunque todavía querian esperar á saber la intencion de Vaca de Castro; el cual designio no fúé general entre todos los desta parcialidad en que hubo muchos caballeros que, aunque sintieron la muerte del Adelantado, no procuraban vengarla mas de cuanto fuese por términos ju¬rídicos, y sin exceder la voluntad y servicio de su ma¬jestad. Y así; se juntaron en la ciudad de los Reyes los mas principales dellos, que fueron Juan de Sayavedra, don Alonso de Montemayor, el contador Juan de Guzman, el tesorero Manuel de Espinar, el factor Diego Nuñez de Mercado, don Cristóbal Ponce de Leon, Juan de Herrada, Pero Lopez de Ayala, y otros algunos; entre los cuales eligieron á don Alonso de Montemayor para que fuese en nombre de todos á dar la buena venida á Vaca de Castro, por ser don Alonso caballero principal y de muy buen entendimiento. Rescebida por él la creencia y otros despachos, se partió en busca de Vaca de Castro en principio del mes de abril del año de 41, y anduvo hasta toparle, y después de haberle dado embajada, sucedió la muerte del Marqués, como adelante se dirá; por lo cual don Alonso y los que no habian sido en ella se quedaron con Vaca de Castro, siguiéndole y acompa¬ñándole hasta que venció á don Diego de Almagro el mozo, en la batalla que le dió en el valle de Chupas, donde se halló en acompañamiento del estandarte real el mismo don Alonso y otros que fueron aficionados al Adelantado, posponiendo la aficion que tenian á sus cosas, por seguir la voz de su majestad, en cuyo nombre Vaca de Castro trataba el negocio.
CAPITULO VII.
De cómo fué avisado el Marqués del concierto que estaba hecho para matarle.
Era tan público en la ciudad de los Reyes el conciero que estaba hecho para matar al Marqués, que mu¬chos le avisaron dello. A los cuales él respondia que las cabezas de los otros guardarian la suya; y decia á los que le aconsejaban que trajese gente de guarda, que no quería que paresciese que se guardaba del juez que su majestad enviaba. Y un dia Juan de Herrada se que¬jó al Marqués, diciendo que era fama que los quería matar. El Marqués le juró que nunca tal intencion ha¬bia tenido. Juan de Herrada le dijo que no era mucho que lo creyesen, viéndole comprar muchas lanzas y otras armas. Lo cual oído por el Marqués, los aseguró con amorosas palabras, diciendo que no habia com¬prado las lanzas para contra ellos. Y luego él mismo cogió unas naranjas, y se las dió á Juan de Herrada, que entonces por ser las primeras se tenían en mu¬cho, y le dijo al oido que viese de lo que tenia necesi¬dad, que él le proveeria. Y Juan de Herrada le besó por ello las manos; y dejando tan seguro y confiado al Mar-qués, se despidió dél y se fué á su posada, donde con los mas principales de los suyos concertó que el domingo siguiente le matasen, pues no lo habian hecho el dia de San Juan, como lo tenian concertado. Y el sába¬do antes el uno dellos lo descubrió en confesion al cura de la iglesia mayor; y el lo fué á decir aquella noche á Antonio Picado, secretario del Marqués, y le rogó que le pusiese con él. Y el secretario le llevó en casa de Fran¬cisco Martin, hermano del Marqués, donde estaba ce¬nando con sus hijos; y levantándose de la mesa, le dijo el cura todo lo que pasaba, y el Marqués se alteró algo dello á la sazon; pero dende á poco dijo al secretario que no creía tal cosa; porque pocos dias antes le habia venido hablar con muy grande humildad Juan de Her¬rada, y que aquel hombre que habia dado el aviso al cura le debia querer pedir algo, y que por echarle cargo habia inventado aquello. Y con todo, envió á lla¬mar al doctor Juan Velazquez, su teniente, y porque á causa de estar mal dispuesto no pudo venir, el Marqués fué aquella noche á su casa, acompañándole solo su secretario con otros dos ó tres, y una hacha delante. Y como halló al teniente en la cama, le dió cuenta de to¬do lo que pasaba; y él le aseguró, diciendo que no tuviese su señoría temor, que en tanto que él tuviese aquella vara en la mano no se osaria revolver nadie en toda la tierra; en lo cual no parece haber quebran¬tado su palabra, porque después huyendo (como ade¬lante se dirá) al tiempo que quisieron matar al Mar¬qués, se echó de una ventana abajo á la huerta, llevando la vara en la boca.
CAPITULO VIII.
De la muerte del Marquez don Francisco Pizarro.
Con todos estos seguros el Marqués andaba tan tur¬bado, que el domingo siguiente no quiso ir á oir misa á la iglesia, y hizo decir misa en casa, hasta proveer lo que convenia á su seguridad. Y cuando el doctor Juan Velazquez y el capitan Francisco de Chaves (que era á la sazon el principal de la tierra, después del Mar¬qués) salieron de misa, se fueron con otros muchos á la casa del Marqués, y después de haberlo visitado los mas vecinos, se fueron á sus casas, y el doctor y Fran¬cisco de Chaves se quedaron á comer con el Marqués; y acabado de comer, que seria entre las doce y la una del mediodía, entendiendo que toda la gente de la ciudad estaba sosegada y los criados del Marqués eran idos á comer, Juan Herrada, y otros once ó doce con él, acometieron desde su casa, que seria mas de trecien¬tos pasos de la del Marqués, porque en medio hay todo el largo de la plaza y buena parte de la calle, y desde que salieron desenvainaron las espadas y fueron di¬ciendo á voces: «Muera el tirano traidor, que ha hecho matar al juez que ha enviado el Rey.» La causa que dieron para no ir encubiertos, sino haciendo tan gran ruido, fué para que todos los de la ciudad creye¬sen que habia gran gente de su parte, pues se atre¬vian á acometer aquel hecho tan públicamente, pues por presto que viniesen á socorrer, no podian llegar á tiempo que, ó no hubiesen salido con su empresa, ó fuesen muertos. Y así llegaron á la casa del Marqués, y dejaron uno dellos á la puerta con la espada desnu¬da (que habia ensangrentado en un carnero que estaba en el patio), dando voces: «Muerto es el tirano, muer¬to es el tirano.» Lo cual fué causa de que, oyéndolo al¬gunos vecinos que querian acudir, se tornasen á sus ca¬sas, creyendo ser verdad lo que aquel hombre decia. Y así, Juan de Herrada arremetió por una escalera arriba con su gente; y el Marqués habia sido avisado de cier¬tos indios que estaban á su puerta, que mandó á Francis¬co de Chaves que mientras él entraba á armarse cerrase la puerta de la sala y cuadra; el cual se turbó en tal manera, que sin cerrar ninguna dellas, salió por el escalera, preguntando qué era aquel ruido. Y uno dellos le dió una estocada; y él, viéndose herido, puso mano á la espada, diciendo: «¡Cómo! ¿A los amigos tambien?» Y todos los demás le dieron muchas heridas. Y dejándole muerto, corrieron hasta la cuadra del Marqués, que mas de doce españoles que allí habia huyeron, saltando por unas ventanas á la huerta, y entre ellos el doctor Juan Velazquez con la vara en la boca, cómo tenemos dicho, para desembarazar las manos para descolgarse por la ventana. Y el Marqués, que estaba armándose dentro en su cámara, con su hermano Francisco Martin y otros dos caballeros, y dos pajes grandes, llamado el uno Juan de Várgas, hijo de Gomez de Tordoya, y el otro Escandon, viendo los enemigos tan cerca , sin acabarse de atar las correas de las coracinas, con una espada y una adarga acudió á la puerta, donde él y su gente se defendieron tan valientemente, que gran rato pelearon sin poderlos entrar, diciendo á voces el Marqués: «A ellos, hermano, mueran, que traidores son.» Y tanto los de Chili pelearon, que mataron á Francisco Martín, y en su lugar se puso uno de los pajes. Y como los de Chili vie¬ron que se les defendian tanto, que les podria venir socorro, y tomándolos en medio, matarlos fácilmente, determinaron aventurar el negocio con meter delante sí un hombre de los suyos, que mas bien armado estaba, y por embarazarse el Marqués en matar aquel, hubo lugar de entrarle la puerta, y todos cargaron sobre él con tanta fu¬ria, que de cansado no podia menear la espada. Y así, le acabaron de matar con una estocada que le dieron por la garganta, y cuando cayó en el suelo pedia á voces con¬fesion; y perdiendo los alientos, hizo una cruz en el suelo y la besó, y así dió el ánima á Dios; muriendo asimis¬mo allí los dos pajes del Marqués, y de parte de los de Chili murieron cuatro, y quedaron otros heridos. Y en sabiendo la nueva en la ciudad, acudieron mas de docientos hombres en favor de don Diego; porque, aunque estaban apercebidos, no se osaban mostrar hasta ver cómo sucedía el hecho. Y luego discurrieron por la ciudad, prendiendo y quitando las armas á todos los que acudian en favor del Marqués. Y como salieron los matadores con las espadas sangrientas, Juan de Her¬rada hizo subir á caballo á don Diego y ir por la ciudad, diciendo que en el Perú no habia otro gobernador ni rey sobre él. Y después de saquear la casa del Marqués y de su hermano y de Antonio Picado, hizo al cabildo de la ciudad que rescibiese por gobernador á don Die-go, so color de la capitulacion que con su majestad se habia hecho al tiempo del descubrimiento, para que don Diego tuviese la gobernacion de la Nueva-Toledo, y después dél, su hijo ó la persona que él nombrase; y mataron algunos vasallos que sabian que eran criados y servidores del Marqués. Y era grande lástima oir los llantos que las mujeres dé los muertos y robados hacían. Al Marqués llevaron unos negros á la iglesia casi arras¬trando, y nadie lo osaba enterrar, hasta que Juan de Barbaran, vecino de Trujillo (que habia sido criado del Marqués), y su mujer sepultaron á él y á su hermano lo mejor que pudieron, habiendo primero tomado li¬cencia de don Diego para ello. Y fué tanta la priesa que se dieron, que apenas tuvieron lugar para vestirle el manto de la órden de Santiago, segun el estilo de los caballeros de la órden, porque fueron avisados que los de Chili venian con gran priesa para cortar la cabeza del Marqués y ponerla en la picota. Y así, Juan Barba¬rán le enterró, haciendo luego las honras y obsequias, poniendo toda la cera y gastos de su casa. Y dejándolo en la sepultura, fueron á poner en cobro sus hijos, que andaban escondidos y descarriados, quedando los de Chili apoderados de la ciudad. Donde se pueden ver las cosas del mundo y variedades de la fortuna, que en tan breve tiempo un caballero que tan grandes tierras y reinos habia descubierto y gobernado, y poseido tan grandes riquezas, y dado tanta renta y haciendas, como se hallará haber repartido (respecto del tiem¬po) el mas poderoso príncipe del mundo, viniese á ser muerto sin confesion, ni dejar otra órden en su ánima ni en su descendencia, por mano de doce hombres en medio del dia, y estando en una ciudad donde todos los vecinos eran criados y deudos y soldados suyos, y que á todos les habia dado de comer muy prósperamen¬te, sin que nadie le viniese á socorrer; antes, le hu¬yesen y desamparasen criados que tenia en su casa, y que le enterrasen tan ignominiosamente como está dicho, y que de tanta riqueza y prosperidad como ha¬bia poseido, en un momento viniese á no haber de toda su hacienda con que comprar la cera de su enterra¬miento, y que todo esto le sucediese sobre estar avisado por todas las vías que arriba hemos dicho, y otras muchas de los tratos que sobre esto habia. Esta muer¬te sucedió á 26 días de junio de 541 años.
CAPITULO IX.
De las costumbres y calidades del marqués don Francisco Pizarro y del adelantado don Diego de Almagro.
Pues toda la historia, y el descubrimiento del Perú, de que trata, tiene origen de los dos capitanes de que hasta agora hemos hablado, que son el marqués don Francisco Pizarro y el adelantado don Diego de Almagre, es justo escrebir sus costumbres y calidades, comparándolos entre sí, como hace Plutarco cuando escribe los he¬chos de dos capitanes que tienen alguna semejanza. Y porque de su linaje está ya dicho arriba lo que se puede saber, en lo demás ambos eran personas ani¬mosas y esforzados y grandes sufridores de trabajo, y muy virtuosos y amigos de hacer placer á todos, aunque fuese á su costa. Tuvieron gran semejanza en las inclinaciones, especialmente en el estado de la vida, porque ninguno dellos se casó, aunque cuando murieron el que menos tenia era de edad de sesenta y cinco años. Ambos fueron inclinados á las cosas de la guerra, aunque el Adelantado todavía, faltando la ocasion de las armas, se aplicaba muy de buena gana á las granjerías. Ambos comenzaron la conquista del Perú de mucha edad, en la cual trabajaron, como arriba está dicho y declarado, aunque el Marqués sufrió grandes peligros, y muchos mas que el Adelantado, porque mientras el uno anduvo en la mayor parte del descubrimiento, el otro se quedó en Panamá proveyéndole de lo necesa¬rio, como está contado. Ambos eran de grandes áni¬mos y que siempre pretendieron y concibieron en ellos altos pensamientos, lo cual hacian compadescer con ser muy humanos y amigables á su gente. Igualmente fueron liberales en la obra, aunque en las apariencias llevaba ventaja el Adelantado, porque era muy amigo de que sonase y se publicase lo que daba; lo cual tenia al contrario el Marqués, porque antes se indignaba de que se supiesen sus liberalidades, y procuraba de las encubrir, teniendo mas respeto á proveer la necesidad de aquel á quien daba que á ganar honra con la dádiva. Y así, aconteció saber que á un soldado se le habia muerto un caballo, y bajando él al juego de la pelota de su casa, donde pensó hallarle, llevaba en el seno un tejuelo de oro que pesaba quinientos pesos para dársele de su mano; y no hallándole allí, concertóse entre tanto un partido de pe¬lota, y jugó el Marqués sin desnudarse el sayo, porque no le viesen el tejuelo, ni osó sacarle del seno por es¬pacio de mas de tres horas, hasta que vino el soldado á quien le habia de dar, y secretamente le llamó á una pieza apartada, y se lo dió, diciéndole que mas quisie¬ra haberle dado tres tanto que sufrir el trabajo que habia padecido con su tardanza; y otros muchos ejemplos que se podrian traer desta calidad y por esta cau¬sa, por maravilla el Marqués daba nada que no fuese por su propia mano, casi procurando que no se supie¬se. Y por esta razon fué siempre tenido por mas largo el Adelantado, porque con dar mucho tenia formas có¬mo paresciese mas. Pero en cuanto á esta virtud de magnificencia pueden justamente ser igualados pues (como decia el mismo Marqués) por razon de la compa¬ñía que tenian de toda la hacienda, no daba ninguno nada en que el otro no tuviese la mitad; y así, tanto hacia el que lo permitia dar, sabiéndolo, como el que lo daba baste para comprobacion desto que, con ser am¬bos en sus vidas de los mas ricos hombres, así de dinero como de rentas, y que mas pudieron dar y retener que ningun príncipe sin corona que en muchos tiem¬pos se haya visto, murieron tan pobres, que no solamen¬te no hay memoria de estados ni haciendas que hayan dejado, pero que apenas se hallase en sus bienes con que enterrarlos, como escriben de Caton y de Sila y de otros capitanes romanos, que fueron enterrados del público. Ambos fueron muy aficionados á hacer por sus criados y gente, y enriquecerlos y acrecentarlos y librarlos de peligro; pero era tanto el exceso que en esto te¬nia el Marqués, que acontesció, pasando un rio que llaman de la Barranca, la gran corriente llevarle un indio de su servicio de los que llaman yanaconas, y echarse el Marqués á nado tras él, y sacarle asido de los cabe¬llos, y ponerse á peligro, por la gran furia del agua, es que ninguno de todo su ejército, por mancebo y valien¬te que fuera, se osara poner. Y reprendiéndole su de¬masiada osadía algunos capitanes, les respondió que no sabian ellos qué cosa era querer bien un criado. Aunque el Marqués gobernó mas tiempo y mas pacíficamente, don Diego fué mucho mas ambicioso y deseoso de tener mando y gobernacion; y el uno y el otro con¬servaron la antigüedad, y fueron tan aficionados á ella, que casi nunca mudaron traje del que en su mocedad usaban, especialmente el Marqués, que nunca se vistió, de ordinario sino un sayo de paño negro con los faldamentos hasta el tobillo y el talle á los medios pechos, y unos zapatos de venado, blancos, y un sombrero blan¬co, y su espada y puñal al antigua. Y cuando algunas fiestas, por importunacion de sus criados, se ponía una ropa de martas que le envió el marqués del valle, de la Nueva-España, en viniendo de misa la arrojaba de si, quedándose en cuerpo, y trayendo de ordinario unas to¬bajas al cuello, porque lo mas del dia, en tiempo de paz, empleaba en júgar á la bola ó á la pelota, y para limpiarse el sudor de la cara. Entrambos capitanes fueron pacientísimos de trabajos y de hambre, y particu¬larmente lo mostraba el Marqués en los ejercicios destos juegos que hemos dicho, que habia pocos mance¬bos que pudiesen durar con él. Era mucho mas incli¬nado á todo género de juego que el Adelantado tanto, que algunas veces se estaba jugando á la bola todo el dia, sin tener cuenta con quién jugaba, aunque fuese un marinero ó un molinero, ni permitir que le diesen la bola ni hiciesen otras ceremonias que á su dignidad se debian. Muy pocos negocios le hacian dejar el juego, especialmente cuando perdia, sino eran nuevos alza¬mientos de indios, que en esto era tan presto, que á la hora se echaba las corazas, y con su lanza y adarga sa¬lía corriendo por la ciudad y se iba hécia donde habia la alteracion, sin esperar su gente, que después le al¬canzaban, corriendo á toda furia. Eran tan animosos y diestros en la guerra de los indios estos capitanes, que cualquiera dellos solo no dudaba romper por cien indios de guerra. Tuvieron harto buen entendimiento y juicio en todas las cosas que se hacian de proveer, así de guerra como de gobernacion, especialmente siendo per¬sonas, no solamente no leidas, pero que de todo punto no sabian leer ni aun firmar, que en ellos fué cosa de gran defecto porque, demás de la falta que les hacia para tratar negocios de tanta calidad, en ninguna cosa de todas sus virtudes é inclinaciones dejaban de pares¬cer personas nobles sino en solo esto, que los sabios an¬tiguos tuvieron por argumento de bajeza de linaje. Fué el Marqués tan confiado de sus criados y amigos, que todos los despachos que hacia, así de gobernacion como de repartimientos de indios, libraba haciendo él dos señales, en medio de las cuales Antonio Picado, su se¬cretario, firmaba el nombre de Francisco Pizarro. Pué¬dense excusar con lo que excusa Ovidio á Rómulo de ser mal astrólogo, de que mas sabia las cosas de las armas que de las letras. Y tenia mucho cuidado de vencer los comarcanos. Ambos á dos eran tan afables y tan comu¬nes á su gente y ciudad, que se andaban de casa en casa solos, visitando los vecinos, y comiendo con el primero que los convidaba. Fueron igualmente abstinentes y templados, así en comer y beber como en refrenar la sensualidad, especialmente con mujeres de Castilla, porque les parecia que no podian tratar desto sin perju¬dicar á sus vecinos, cuyas hijas ó mujeres eran. Y aun en cuanto á las mujeres indias del Perú, fué mucho mas templado el Adelantado, porque no se le conoció hijo ni conversacion con ellas; como quiera que el Marqués tuvo amistad con una señora india, hermana de Atabaliba, de la cual dejó un hijo llamado don Gonzalo, que murió de edad de catorce años, y una hija llamada doña Francisca. Y en otra india del Cuzco tuvo un hijo lla¬mado don Francisco; y el Adelantado, aquel hijo de quien dijimos que mató al Marqués, le habia habido en una india de Panamá. Rescibieron entrambos mercedes de su majestad, porque á don Francisco Pizarro (como está dicho) le dió título de marqués y de gobernador de la Nueva-Castilla, y le dió el hábito de Santiago. Y á don Diego de Almagro le dió la gobernacion de la Nueva-Toledo y le hizo adelantado. Particularmente el Marqués fué muy aficionado y temeroso del nombre de sus majestades; tanto, que se abstenía de hacer muchas cosas en que tenia poder, diciendo que no quería que dijese su majestad que se extendia en la tierra. Y mu¬chas veces, hallándose en las fundiciones, se levantaba de su silla á alzar los granitos de oro y plata que se caian de lo que faltaba del cincel con que cortaban los quintos reales, diciendo que con la boca, cuando no hubiese otra cosa, se habia de allegar la hacienda real. Vinieron á ser semejantes hasta en las muertes y en el género dellas, pues al Adelantado mató el hermano del Marqués, y al Marqués mató el hijo del Adelantado. Tambien fué el Marqués muy aficionado de acrescentar aquella tierra, labrándola y cultivándola. Hizo unas muy buenas casas en la ciudad de los Reyes; y en el rio della dejó dos paradas de molinos, en cuyo edificio empleaba todos los ratos que tenia desocupados, dando industria á los maestros que los hacían. Puso gran diligencia en hacer la iglesia mayor de la ciudad de tos Reyes y los monesterios de Santo Domingo y de la Merced, dándo¬les indios para su sustentacion y para reparo de los edificios.
CAPITULO X.
De cómo don Diego de Almagre hizo gente de guerra y mató algunos caballeros, y cómo Alonso de Albarado alzó bandera por su majestad.
Después de haberse apoderado don Diego de la ciudad y quitado las varas á los alcaldes, y puéstolas de su mano, prendió al doctor Velazquez, teniente del Mar¬qués, y á Antonio Picado, su secretario; y nombró por capitanes á Juan Tello, vecino de Sevilla, y á un Fran¬cisco de Claves y á Sotelo; y á la fama desta gente vi¬nieron cuantos vagabundos y gente perdida andaba por la tierra, por tener facultad de robar y vivir á su placer. Y para hacer paga tomó los quintos reales y las haciendas de los defuntos y los depósitos de los que estaban ausen¬tes; pero después comenzaron á nacer entre ellos di¬sensiones, porque algunos de los principales, movidos con envidia, quisieron matar á Juan de Herrada, vien¬do que, aunque don Diego tenia el nombre de gober-nador y capitan general, él era el que lo hacia y gober¬naba todo. Por lo cual, sabido el motín, mataron algu¬nos dellos, especialmente á Francisco de Chaves, y tam¬bien cortaron la cabeza á Antonio de Orihuela, vecino de Salamanca, porque viniendo de Castilla habia dicho que eran tiranos. Luego despachó don Diego mensajeros para todas las ciudades de la gobernacion para que le recibiesen por gobernador en los cabildos; y aunque en las mas fué rescebido por el miedo que dél se tenia, en los Chachapoyas, donde era teniente Alonso de Alba¬rado, en llegando los mensajeros los prendió, y se alzó é hizo fuerte en la tierra, confiando en la fortaleza della y en cien hombres que tenia, y levantó bandera por su majestad, sin que fuesen parte para hacerle torcer las promesas ni amenazas que don Diego le envió á hacer por sus cartas, á las cuales respondia que no le recibí¬ria por gobernador hasta que viese para ello expreso mandado de su majestad; antes esperaba, con la ayuda de Dios y de aquellos caballeros que en su compañía estaban, de vengar la muerte del Marqués y castigar el desacato que á su Majestad se habia hecho en todo lo pasado. Por lo cual luego don Diego despachó al capi-tan García de Albarado con mucha gente de pié y de caballo, que fuese sobre él, y de camino llegase á la ciudad de San Miguel y tomase las armas y caballos de todos los vecinos del pueblo, y de vuelta hiciese lo mesmo en la ciudad de Trujillo, y con todo el ejército fuese sobre Alonso de Albarado. Y así, partió García de Albarado, yendo por mar hasta el puerto de Santa, que es quince leguas de Trujillo, donde topó al capitan Alonso Cabrera, que venia huyendo con toda la gente del pueblo de Guanuco á juntarse con los de la ciudad de Trujillo contra don Diego, y le prendió á él y algu¬nos de los suyos. Y en llegando á la ciudad de San Mi¬guel, le cortó la cabeza á él y á Vozmediano, y á Villegas, que con él venia.
CAPITULO XI.
De cómo el Cuzco se alzó por su majestad, y hicieron capitan á Pedro Alvarez Holguin, y de lo que él hizo.
Cuando los mensajeros y provisiones de don Diego llegaron á la ciudad del Cuzco eran alcaldes delta Diego de Silva, hijo de Feliciano de Silva, natural de Ciudad-Rodrigo, y Francisco de Carvajal, que después fué maes¬tre de campo de Gonzalo Pizarro. Y ellos y los del cabildo determinaron de no le rescibir, aunque tampoco se atre¬vieron á denegárselo claramente hasta ver si tenia gente ó aparejo para poder llevar adelante la defensa; y así, dieron por expediente en el negocio que don Diego en¬viase mas bastante poder del que habia enviado, y luego lo rescibirian. Y porque Gomez de Tordoya era hombre tan principal en el cabildo, y no se habia hallado allí porque era ido á caza, le enviaron á hacer saber todo lo que pasaba. Y topando los mensajeros cerca de la ciu¬dad en sabiendo el suceso, torció la cabeza á un ne¬blí muy preciado que traia en la mano, diciendo que de allí adelante era mas tiempo de pelear que no de cazar, y entró de noche en la ciudad, y secretamente trató con los del cabildo lo que se habia de hacer, y aquella misma noche se salió y fué donde estaba el capitan Cas¬tro, y hicieron sobre ello mensajeros á Pedro Anzúres, que era teniente de los Charcas, el cual luego alzó ban¬dera por su majestad. Y asirnesmo se partió luego Go¬mez de Tordoya en seguimiento del capitan Pedro Alvarez Holguin, que con mas de cien hombres era ido á una entrada contra indios, y alcanzándole, le contó todo lo acaescido, y le suplicó se quisiese encargar de tan justa y honrosa empresa, tomando cargo de aquel ejér¬cito, y para atraerle mas, se ofreció de ser su soldado y el primero que le obedesciese. Y así, Pedro Alvarez lo aceptó, y alzó bandera por su majestad. Y desde allí con¬vocaron la gente de la ciudad de Arequipa, y todos juntos acudieron al Cuzco, donde ya mucha gente estaba por don Diego; y sabida la venida destos capita¬nes, se huyeron mas de cincuenta hombres para don Diego, tras los cuales salieron el capitan Castro y Her¬nando Bachicao con algunos arcabuceros, y dándoles asalto una noche, los prendieron y tornaron al Cuzco, y el cabildo del Cuzco, en conformidad de todos los ca¬pitanes extranjeros, rescibieron y nombraron y juraron á Pedro Alvarez Holguin por capitan y justicia mayor del Perú, hasta que su majestad otra cosa mandase. Y luego pregonó guerra contra don Diego, y los vecinos del Cuzco se obligaron á pagar todo lo que Pedro Al¬varez gastase de la hacienda real con los soldados si su majestad no lo hubiese por bien gastado; y para ayu¬da desta guerra, todos los vecinos que allí se hallaron del Cuzco, Charcas y Arequipa ofrescian sus per¬sonas y haciendas, y en breve tiempo se juntaron mas de trecientos y cincuenta hombres, los ciento y cin¬cuenta de caballo, y cien arcabuceros y cien piqueros. Y porque Pedro Alvarez tuvo noticia que don Diego te¬nia mas de ochocientos hombres de guerra, no le osó esperar en el Cuzco, antes se fué por la sierra para jun¬tarse con Alonso de Albarado, que ya sabia que estaba por su majestad, y tambien para que en el camino se le juntasen los amigos y servidores del Marqués que por los montes estaban escondidos. Y caminó siempre lle¬vando su gente en órden, con propósito de dar la bata¬lla á don Diego si le salia al camino. Y cuando salió del Cuzco dejó para guarda y defensa de la ciudad la gente que bastaba, y nombró por maestro de campo á Gomez de Tordoya, y por capitanes de gente de á caballo á Garcilaso de la Vega y á Pedro de Anzúres, y dió cargo de la infantería al capitan Castro, y hizo al¬férez de estandarte real á Martín de Robres.
CAPITULO XII.
De cómo don Diego fué en busca de Pedro Alvarez,
y por no le alcanzar pasó al Cuzco.
Sabido por don Diego lo que en el Cuzco había pasado, y cómo Pedro Alvarez habia salido de la ciudad con la gente de guerra que tenia, luego entendió que de¬bía ir por la sierra á juntarse con Alonso de Albara¬do, pues no tenia cantidad de gente para que se cre¬yese que venia contra él; y así, determinó salirle al camino y defenderle el paso, aunque no lo pudo hacer con la priesa que él quisiera, por esperar á García de Albarado, á quien por la posta habia enviado á llamar, y él se vino á juntar con él, sin detenerse en ir sobre Alonso de Albarado, que entonces era el intento de aquella jornada; y al tiempo que pasó por Trujillo quiso bajar á dar sobre él Alonso de Albarado, si no se lo es¬torbara el pueblo de Levanto, que es en los Chachapoyas. Pues llegado García de Albarado á la ciudad de los Reyes, luego don Diego se partió contra Pedro Alvarez con trecientos de caballo y cien arcabuceros y ciento y cincuenta piqueros, y antes que saliese echó de la tierra á los hijos del Marqués, y degolló á Antonio Picado después de haberle dado muy bravos tormentos sobre que declarase donde tenia el Marqués sus tesoros. Y en saliendo de la ciudad, antes que llegase dos leguas della, vinieron secretamente unas provisiones del li¬cenciado Vaca de Castro, que enviaba desde la tierra de Quito, dirigidas á fray Tomás de San Martin, pro¬vincial de la órden de Santo Domingo, y á Francisco de Barrio-Nuevo, para que entendiesen en la gobernacion de la tierra entre tanto que llegaba. Y secretamente en el monasterio de Santo Domingo se juntó el cabildo de la ciudad y las obedesció rescibiendo al licenciado Vaca de Castro por gobernador, y á Hierónimo de Aliaga, escribano mayor de la gobernacion, por su teniente, porque tambien venian para él las provisiones; y aca¬bado de hacer esto, los regidores se fueron huyendo á la ciudad de Trujillo, y otros muchos vecinos con ellos; lo cual no se pudo hacer tan secreto, que aquella noche no lo supiese don Diego, y quiso revolver á saquear la ciudad, y no le dió lugar á ello el miedo que tenia que se le pasase Pedro Alvarez, y tambien porque su gente no se certificase de que habia nuevo gobernador en la tierra, y por esto siempre fué caminando, aunque co¬mo se entendió que el Gobernador estaba en la tierra en el real de don Diego, se le huyeron muchos, espe¬cialmente el provincial de santo Domingo y Diego de Aguero, y Juan de Sayavedra y Gomez de Albarado y el factor Illan Suarez de Carvajal; y en este camino, á causa que adoleció Juan de Herrada del mal de que mu¬rió, no pudo dejar de detenerse don Diego, de suerte que se le pasó Pedro Alvarez por el valle de Jauja, donde él tenia determinado de aguardalle, aunque todavía le siguió; y estando muy cerca unos de otros, y enten¬diendo Pedro Alvarez que no tenia gente para defen¬derse de don Diego, segun la gente que él traía, usó de una astucia con que le engañó desta manera: que en¬comendó á veinte de caballo que procurasen una noche de dar en la delantera del real de manera que pren-diesen los mas que pudiesen, lo cual fué hecho así; y traidos tres hombres presos, ahorcó los dos dellos, y al otro le prometió de soltarle y darle mil pesos de oro porque fuese al real de don Diego y tuviese apercebidos algunos amigos suyos, porque la noche siguiente él acometeria al real por la parte de la mano derecha; y para esto tomaron juramento al soldado y pleitomenaje, fingiendo que hacian dél muy gran confianza, para que no lo descubrirla; y así, el mancebo, con codicia de los mil pesos, se partió luego, yendo muy seguro por ser él soldado de don Diego. Y viendo don Diego que á los otros habian ahorcado, y que aquel soltaban sin que hu¬biese causa conoscida para ello, sospechó lo que pasaba, y sobre esta sospecha le hizo dar tormento; el cual luego declaró todo lo que habia pasado, y creyendo que era verdad se fué á poner con la mas de su gente en aquel través por donde la espía le dijo que Pedro Alva¬rez habia de acometer; y Pedro Alvarez estaba tan lé¬jos de lo hacer, que á la hora que despachó la espía, siendo de noche y escuro, levantó el real, continuando su camino con la mayor priesa que pudo, dejando los enemigos aguardando, hasta que cayeron en la burla que les habia hecho; y todavía don Diego los siguió á la ligera, y entendiéndolo Pedro Alvarez, hizo una posta á Alonso de Albarado para que le viniese á socorrer, el cual luego salió en favor de Pedro Alvarez con toda su gente y con algunos de los de Trujillo, y anduvo por sus jornadas hasta juntarse con él. Y como don Diego (que ya iba muy léjos) entendió que estaban juntos, dejó de seguirlos, y con su gente se fué al Cuzco, y Pedro Alvarez y Alonso de Albarado enviaron un mensajero la via de Quito, haciendo saber á Vaca de Castro lo que pasaba, aconsejándole que se diese gran priesa, porque ellos le darian la tierra, segun el buen principio llevaba su negocio. En Jauja murió Juan Herrada, y don Diego envió cierta parte del ejército por los llanos para que recogiese la gente que habia en Arequipa; adonde fueron sus capitanes y robaron todo cuanto en la ciudad pudieron haber, y aun cavaron todo el monasterio de Santo Domingo, porque les dijeron que muchos veci¬nos tenían enterradas allí sus haciendas.
CAPITULO XIII.
De cómo llegó Vaca de Castro á los reales de Pedro Alvarez y Alonso de Albarado, y le rescibieron por gobernador, y de le demás que allí hizo.
Ya está dicho arriba la mala navegacion que tuvo Vaca de Castro viniendo de Panamá para el Perú, causa de perder una ancla con que el navío se amarraba; y cómo arribó al puerto de la Buenaventura, y de allí fué por tierra á la gobernacion de Benalcázar, y entró en el Perú, en el cual camino trabajó y, padesció mucho, así por ser los caminos muy largos y faltos de comida, como porque él iba muy enfermo y no estaba habituado á semejantes necesidades; y con todo esto, porque ya se sabia en Popayan la muerte del Marqués y muchas de las cosas sucedidas en el Perú, no dejó de caminar á la continua, porque con su presencia se pu¬siese mano en el remedio; y es á saber, que aunque el licenciado Vaca de Castro iba principalmente á haber informacion sobre la muerte de don Diego de Almagro, y las demás cosas acaescidas por causa della, sin suspender de la gobernacion al Marqués, allende desto, llevaba una cédula secreta para que si entre tanto que él fuese ó presidiese allá sucediese la muerte del Marqués, tomase en sí la gobernacion y la ejercitase hasta que su majestad proveyese otra cosa. Por virtud de la cual cédula fué rescebido después de ser llegado á los reales de Pedro Alvarez y Alonso de Albarado, trayendo consigo mucha gente que en el Perú habia bajado á rescebirle y acompañarle, y especialmente traía consigo al capitan Lorenzo de Aldana, que era gobernador en Quito por el Marqués, y envió delante al capitan Pedro de Puelles, para que comenzasen á aderezar lo necesa¬rio á la guerra; y despachó á Gomez de Rójas, natural de la villa de Cuéllar, con sus poderes para que le res¬cibiesen en el Cuzco, el cual se dió tan buena maña y diligencia, que antes que don Diego llegase al Cuzco, ya él habia llegado y las habia notificado y estaban rescibidas. Y cuando Vaca de Castro pasó por las espaldas de los Bracamoros, salió á él el capitan Pedro de Ver¬gara, que andaba conquistando aquella provincia (como está dicho), y para venirse con Vaca de Castro despo-bló el lugar que tenia poblado, donde estaba hecho fuerte para no rescebir á don Diego de Almagro. Llegado Vaca de Castro á la ciudad de Trujillo, halló allí á Go¬mez de Tordoya, que se habia venido del real por cier¬tas palabras que habia pasado con Pedro Alvarez, y con él estaba Garcilaso de la Vega y otros caballeros; y cuando Vaca de Castro salió de Trujillo para ir al real de Pedro Alvarez llevaba ya consigo mas de docientos hombres de guerra bien aderezados; y llegado al real, Pedro Alvarez y Alonso de Albarado lo rescibieron ale¬gremente; y presentando la provision real, le entregaron las banderas, y él las tornó á los mesmos que las tenian, excepto el estandarte real, que le guardó en sí, é hizo maestre de campo a Pedro Alvarez Holguin, y le envió con todo el campo á Jauja para que le aguardase allí entre tanto que él bajaba á la ciudad de los Reyes para recoger toda la gente y armas y municiones que pudiese llevar della, y para dejar en órden aquella ciu¬dad. Y mandó al capital Diego de Rójas que con treinta de caballo fuese siempre veinte leguas delante de Pedro Alvarez, corriendo la tierra; y envió á la ciudad de Tru¬jillo por su teniente de gobernador al capitan Diego de Mora, proveyendo con mucha destreza todas las otras cosas necesarias para la empresa que tenia entre las manos, como si toda su vida se hubiera criado en la guerra.
CAPITULO XIV.
De cómo don Diego mató á García de Albarado en el Cuzco,
y cómo sacó su gente contra Vaca de Castro.
Ya habemos dicho cómo después que don Diego no pudo alcanzar á Pedro Alvarez, se fué al Cuzco, y cuando llegó, ya Cristóbal de Sotelo, á quien habia enviado delante, tenia tomada la posesion de la ciudad y puesto la justicia de su mano, quitando la que estaba por Vaca de Castro. Y llegado don Diego, se comenzó á pertre¬char de mucha artillería y pólvora, porque en el Perú hay muy buen aparejo para hacer artillería á causa de la abundancia del metal; y tambien habia ciertos maes¬tros levantiscos que la sabian muy bien fundir; y para hacer pólvora hay gran facilidad, por razon del mucho salitre que en las mas partes se halla. Y demás desto, hizo armas para la gente de su real que no las tenia, de pasta de plata y cobre mezclado, de que salen muy buenos coseletes; habiendo corregido, demás des¬to, todas las armas de la tierra; de manera que el que menos armas tenia entre su gente era cota y coracinas ó coselete y celadas de la rnesma pasta, que los indios hacen diestramente por muestras de las de Milan. Y así pudo aderezar decientes arcabuceros, y ordenó algunos hombres de armas por el buen aparejo que tenia, como quier que hasta entonces en el Perú peleaban los de caballo á la jineta, y pocas ó ninguna vez habia ca¬ballos ligeros. Estando en estos términos, sucedieron ciertas diferencias entre los capitanes García de Alba-rado y Cristóbal de Sotelo, en las cuales Sotelo fué muerto; de que hubiera de suceder muy gran daño en el ejército, porque ambos tenian muchos amigos, y estaba todo el campo dividido; de manera que si don Diego con amorosas palabras no los apaciguara, se mataran unos á otros, caso que entendiendo García de Albarado que don Diego tenia mucha aficion á Sotelo y que habia de procurar de satisfacerse dél, anduvo á recaudo de ahí adelante, no solamente para defensa de su persona, pero para matar á don Diego, lo cual quiso poner en obra convidándole un dia á comer, con determinacion de matarle en la comida; y recelándose don Diego dello, fingió estar mal dispuesto después de ha¬ber aceptado el convite. Y como aquesto vió García de Albarado, que todo lo necesario tenia puesto á punto, determinó ir bien acompañado de sus amigos á impor¬tunar á don Diego que fuese al convite, y en el camino le sucedió que, diciendo él á un Martin Carrillo á lo que iba, le respondió que no fuese, de su parescer, allá, porque entendia que lo habían de matar, y otro soldado le dijo casi lo mismo; lo cual todo no bastó para que dejase de ir. Y don Diego estaba echado sobre una ca¬ma, y dentro del aposento tenia ciertos caballeros ar¬mados secretamente. Y como García de Albarado en¬tró con su gente en la cámara le dijo: «Levántese vuestra señoría, que no será nada la mala disposicion, é irse ha á holgar un rato, que aunque coma poco, ha¬rános cabeza.» Y don Diego dijo que le placía, y pi¬diendo su capa, se levantó, porque estaba echado en cuerpo con su cota y espada y daga; y comenzando á salir por la puerta de la cámara toda la gente, cuando llegó García de Albarado, que iba delante de don Die¬go, Juan Balsa, que tenia la puerta, la cerró, que era de golpe, y se abrazó con García de Albarado, y dijo: «Sed preso.» Y don Diego echó mano á su espada, y le hirió diciendo: «No ha de ser preso, sino muerto.» Y luego salieron Alonso de Sayavedra y Diego Mendez, hermano de Rodrigo Orgoños, y otros de los que esta¬ban en reguardia, y le dieron tantas heridas, que le acabaron de matar; y sabido por la ciudad, comenzó á haber algun alboroto; pero, como don Diego salió á la plaza, apaciguó la gente, caso que se huyeron algunos amigos de García de Albarado. Y luego sacó su gente del Cuzco para ir sobre Vaca de Castro, que ya habia sa¬bido cómo se juntó con Pedro Alvarez y Alonso de Al¬barado, y venia la via de Jauja en demanda suya; y en toda esta jornada sirvió á don Diego, Paulo hermano del Inga, á quien el Adelantado, su padre, habia hecho inga, cuya ayuda era de muy gran importancia, porque iba delante del ejército, y con muy pocos indios que lle¬vase, todas las provincias de la tierra proveian de comi¬da y indios para llevar las cargas, y de todo lo demás que era necesario.
CAPITULO XV.
De cómo Vaca de Castro fué desde la ciudad de los Reyes
á Jauja, y de lo que hizo allí.
Llegado Vaca de Castro á la ciudad de los Reyes, hizo muchos arcabuces con él buen aparejo de maestros que allí halló, y se aderezó de todo lo necesario, tomando prestados de vecinos y mercaderes mas de setenta mil pesos de oro, porque toda la hacienda real habia tomado y gastado don Diego. Y dejando Vaca de Castro en la ciudad de los Reyes por su teniente á Francisco de Bárrio-Nuevo, y por capitan de la mar á Juan Perez de Guevara, se partió con toda la mas gente que pudo para Jauja, dejando orden en la ciudad que si don Diego bajase por otro camino á la ciudad de los Reyes, como se decía, todos los vecinos con sus mujeres y hacíendas se acogiesen á los navíos, hasta que él viniese en seguimiento de don Diego. Llegado á Jauja, Pedro Al¬varez le estaba aguardando con toda su gente y aderezo de armas y picas, y mucha pólvora que allí se habia hecho. Y Vaca de Castro repartió la gente de caballo que traía en las compañías de Pedro Alvarez y Pedro Anzúres y Garcilaso de la Vega, que eran capitanes de caballo; y la gente de pié, parte della repartió en las compañías de Pedro de Vergara y Nuño de Castro, que eran capitanes de infantería; é hizo otras dos compañias de nuevo, la una de caballo, que encomendó á Gomez de Albarado, y otra de arcabuceros, que enco¬mendó al bachiller Juan Vélez de Guevara, que, con ser letrado, era muy buen soldado y hombre de tanta indus¬tria, que él mismo habia entendido en hacer aquellos arcabuces con que se hizo la gente de su compañía, sin que por esto dejase de entender en las cosas de las letras; porque, así en este tiempo como en las revuel¬tas de Gonzalo Pizarro, de que abajo se tratará, acontesció ser nombrado por alcalde, y hasta mediodía an¬duvo en hábito de letrado honestamente, y hacia sus audiencias y libraba los negocios, y de mediodía abajo se vestia en hábito de soldado, con calzas y jubon de colores, recamado de oro y muy lucido, y con plu¬mas y cuera, y su arcabuz al hombro, ejercitándose él y su gente en tirar. Desta manera ordenó Vaca de Cas¬tro su ejército, en que habia por todos setecientos hom¬bres, los trecientos y setenta de caballo y ciento y se¬tenta arcabuceros; é hizo sargento mayor de todo el campo al capitan Francisco de Carvajal, aquel que des¬pués fué maestre de campo de Gonzalo Pizarro, por cuya órden se regia el ejército, porque tenia gran expe¬riencia de la guerra en mas de cuarenta años que ha¬bia sido soldado y teniente de capitan en Italia. En este tiempo llegaron á Vaca de Castro mensajeros de Gon¬zalo Pizarro, que habia salido á Quito del descubri¬miento de la Canela (como arriba está contado), hacién¬dole saber cómo venia en su ayuda con la gente que ha¬bia sacado. Y Vaca de Castro le escribió agradescién¬doselo, y mandándole que se estuviese quedo en Quito sin venir al ejército, porque siempre tuvo esperanza de hacer algun concierto con don Diego, y que él vernia de paz; lo cual le pareció que seria parte para estorbar la presuncion de Gonzalo Pizarro, así porque de su parte, con el deseo de la venganza, se estorbarían los conciertos, como porque don Diego no se osaria meter en su poder, sabiendo que Gonzalo Pizarro allí estaba, que necesariamente habia de ser mucha parte en su real por los amigos que tenia. Otros dicen que temió que si Gonzalo Pizarro venia, le alzarian por general, por ser tan bienquisto á la sazon de todos, y quería que paresciese que aquella guerra se hacia mas por via de justicia que de venganza. Y demás desto, envió á mandar á los que tenian cargo de los hijos del Marqués que se estuviesen como estaban en las ciudades de San Miguel y Trujillo, sin venir á la ciudad de los Reyes hasta que otra cosa mandase, colorando esta provision con que estaban mas seguros y pacíficos allá que no en Lima.
CAPITULO XVI.
De cómo Vaca de Castro fué con su ejército desde Jauja á Guamanga, y lo que pasó con don Diego.
Después que Vaca de Castro tuvo ordenada su gente en Jauja, caminó la via de Guamanga, porque le vino nueva cómo don Diego venia á gran priesa á meterse en la villa ó á tomar un paso de un rio, que en cobrar lo uno y lo otro habría gran dificultad si primero se lo ocupaba el enemigo, porque la villa está cercada de unos hondos valles ó quebradas que la fortifican mu¬cho. Y el capitan don Diego de Rójas, que con su gente iba delante á correr el campo, se habia entrado en ella, y porque tambien supo desta venida de don Diego, había hecho una torre para se defender hasta que Vaca de Castro llegase; y á esta causa partió luego á gran priesa Vaca de Castro para allá, enviando en la delantera al capitan Castro con sus arcabuceros, que fuesen á apoderarse de un mal paso que está cerca de Guaman¬ga, llamado la cuesta de Parco, y cuando Vaca de Cas¬tro llegó dos leguas de Guamanga, una tarde tuvo nueva que don Diego entraba aquella noche en la villa; lo cual sintió mucho porque no era llegada toda su gente, ni llegara tan presto si Alonso de Albarado no volviera á la recoger; y junta toda, se partieron luego muy en ór¬den, con haber caminado aquel dia algunos de los postreros cinco leguas, armados y muy apercebidos, y pasaron mucho trabajo por la aspereza del camino y quebradas dél; y pasando por la villa, estuvieron de la otra parte toda la noche en arma, porque no tenian lengua de sus enemigos, hasta que otro dia se aseguró el campo por los corredores, que descubrieron mas de seis leguas. Y sabiendo que don Diego estaba nueve leguas de allí, le escribió don Francisco de Idiaquez, hermano de Alonso de Idiaquez, secretario de su majestad, que de su real habia venido, y le envió á rogar y requerir de parte de su majestad se viniese á meter debajo del estandarte real, y que con esto, y con deshacer el ejér¬cito, le perdonaria todo lo pasado, y si de otra manera lo hacia, procederia contra él por todo rigor de justicia, como contra traidor y vasallo desleal á su príncipe; y en tanto que estos mensajaros iban, envió por otra parte un peon muy diestro en la tierra, en hábito de indio, con cartas para muchos caballeros del real de don Diego, y no pudo ir tan secreto, que por un campo nevado no le hallasen el rastro, el cual siguieron hasta que, prendiéndole don Diego, le mandó ahorcar, que¬jándose mucho de la cautela que con él usaba Vaca de Castro, pues por una parte trataba partidos y por otra le enviaba á amotinar el real; y en presencia de los mensajeros apercibió y ordenó todos sus capitanes y gente para dar la batalla, prometiendo que cualquiera que matase vecino, le daria sus indios y hacienda y mujer; y así, don Diego respondió á Vaca de Castro con el mismo Idiaquez y con Diego de Mercado, que en nin¬guna manera le obedescerian en tanto que fuese acom¬pañado de sus enemigos, que eran Pedro Alvarez Holguin y Alonso de Albarado y los de su valía, y que no desharia su ejército hasta ver perdon de su majestad, firmado por su real mano, y no con la del cardenal de Sevilla, don fray García de Loaysa, á quien él no conocia por gobernador ni sabia que tuviese poder de su majestad para cosa ninguna de las Indias; y que se en¬gañaba mucho en lo que tenia pensado y le hacian creer, que se le habia de pasar ninguna gente de la suya, sino que muy animosamente le daria la batalla y defenderia la tierra á todo el mundo, como lo veria por experien¬cia si le aguardaba, porque él se partia luego en su busca.
CAPITULO XVII.
De cómo Vaca de Castro sacó la gente á campo para dar
la batalla, y de lo que le acaesció.
Oido Vaca de Castro la embajada de don Diego, y vista su pertinacia, sacó la gente en campo á un llano que se llama Chupas, saliendo del término de Guamanga, que era muy áspero para pelear, y allí en Chupas estuvo tres dias sin cesar de llover, porque era en medio del in¬vierno, y siempre la gente estaba armada y apercebida, porque tenian cerca los enemigos; y determinó de dar la batalla, pues no se tomaba otro medio. Y porque sintió que mucha de su gente estaba escandalizada desde la batalla de las Salinas, diciendo que su majestad no la ha¬bia tenido por buena, pues por haberla dado tenia pre¬so á Hernando Pizarra, le paresció justificar la causa y satisfacer la gente; con que en presencia de todos fir¬mó y pronunció sentencia contra don Diego, dándole por traidor y rebelde, y condenándole á muerte y per¬dimiento de bienes á él y á todos los que con él venian, y con esta sentencia requirió á todos los capitanes, mandándoles que para lo ejecutar le diesen favor y ayuda. Y otro dia sábado, á hora de misa, dieron al arma los cor¬redores, porque ya los enemigos venian muy cerca y habian dormido dos pequeñas leguas de allí y camina¬ban desviado por la parte izquierda del real, para unas lomas llanas, por desechar unas ciénagas que estaban delante del real de Vaca de Castro, y llevaban intento de tomar la villa de Guamanga antes que rompiesen la batalla, porque tenian por cierta la victoria, segun la gran pujanza de artillería traían, y llegando tan cerca, que los corredores se pudieron hablar y aun tirarse con los arcabuces, Vaca de Castro envió al capitan Castro con cincuenta arcabuceros, que con ellos trabase esca¬ramuza en tanto que las banderas subian por unos re¬cuestos que habian de pasar con gran temor, porque si don Diego revolviera les hiciera muy gran daño con la artillería, porque allí descansó toda la infantería; y porque no se detuviesen, y subiese presto la gente á tomar lo alto, Francisco de Carvajal, sargento mayor, ordenó que cada bandera por si arremetiese la cuesta arriba, sin guardar órden hasta estar en lo alto, porque detenién¬dose en el camino no le hiciese daño, y así se hizo; y llegaron á lo alto al tiempo que ya los arcabuceros de Castro habian trabado escaramuza con la retaguardia de don Diego, que todavía no cesó de caminar hasta asentar el real y ponerse en órden para dar la batalla.
CAPITULO XVIII.
De cómo Vaca de Castro movió los escuadrones contra don Diego
para dar la batalla.
Después que Vaca de Castro vido toda su gente en lo alto del recuesto, y que no habia mas de una pequeña lo¬ma, mandó al sargento mayor que ordenase los escua¬drones, y él lo hizo. Y Vaca de Castro los fué requirien¬do y les dijo que mirasen quiénes eran y dónde venian y por quién peleaban, y que la fortaleza de aquel reino estaba en sus fuerzas y esfuerzo, y que si fuesen venci¬dos no podian escapar de la muerte él y ellos, y que si vencian, demás de hacer lo que eran obligados como leales y servidores de su rey, quedarian señores de sus ha¬ciendas y repartimientos, y que los que no los tenian, él en nombre de su majestad se los encomendaria, y que para eso quería el Rey la tierra, para la dar á los que lealmente le sirviesen, y que bien veia que á tan nobles ca¬balleros y esforzada gente como allí estaba no habia me¬nester abonarlos y darles esfuerzo; antes tomarle él dellos, como le tomaba, de manera que él iria en la de¬lantera á romper la primera lanza. Y á esto todos le res¬pondieron muy animosamente que así lo harian y que primero quedarian hechos pedazos que se dejasen ven¬cer, porque cada uno tomaba este negocio por suyo; y los capitanes hicieron grande instancia con Vaca de Cas¬tro que no fuese en el a vanguardia, porque en ninguna manera lo consentirian y que se quedase en la retaguar¬dia con treinta de á caballo, para poder socorrer adon¬de viese mayor necesidad, y así lo hizo; y viendo que no habia sino hora y media hasta la noche, quisiera que la batalla se dilatara para otro dia; mas el capitan Alonso de Albarado le dijo que si aquella noche no se daba, que se perderla, y que pues ya la gente estaba determi¬nada, que no aguardase á que tomase otro segundo acuerdo. Y así, Vaca de Castro siguió su parescer, te¬miendo todavía la falta del dia, y dijo que quisiera te¬ner el poder de Josué para detener el sol. Y estando en esto comenzó á disparar la artillería de don Diego, y porque para acometerle no podia bajar la gente camino de¬recho sin rescibir mucho daño en la bajada, poniéndose como en terrero, el sargento mayor y Alonso de Alba¬rado buscaron por la parte izquierda una segura entrada que bajaba á un valle, por donde pudieron ir á los enemigos sin que la artillería los cogiese, porque toda pasaba por alto; y los escuadrones bajaron ordenados desta manera: que la parte derecha llevaba Alonso de Albarado que con su compañia guardaba el estandarte real, de que era alférez Cristóbal de Barrientos, natu¬ral de Ciudad-Rodrigo y vecino de la ciudad de Truji¬llo, y á la parte izquierda iban los cuatro capitanes Pe¬dro Alvarez Holguin y Gomez de Albarado y Garcilaso de la Vega y Pedro Anzúres, llevando cada uno muy en órden sus estandartes y compañías, yendo ellos en la primera hilera; y en medio de ambos escuadrones de á caballo iban los capitanes Pedro de Vergara y Juan Vé¬lez de Guevara con la infantería, y Nuño de Castro coa sus arcabuceros salió adelante por sobresaliente, para trabar la escaramuza y recogerse en su tiempo al escua¬dron. Vaca de Castro quedó en la retaguardia con sus treinta de caballo, algo desviado de la gente; de mane¬ra que podía ver dónde habia mas necesidad en la bata¬lla, para socorrer, como lo hizo.
CAPITULO XIX.
De cómo se rompió la batalla de Chupas.
En tanto que la gente de Vaca de Castro iba caminando hácia los enemigos, y á vista dellos siempre le tira¬ban con la artillería, aunque los tiros pasaban por alto; tanto, que don Diego sospechó que el capitan Candía, que llevaba á cargo el artillería, habia sido sobornado, y que adrede subia al punto; y así, arremetió á él, y él mis¬mo por su mano le mató. Y asentando el un tiro, le metió en el escuadron y mató alguna gente; lo cual viendo el capitan Carvajal, y considerando que la artillería que ellos llevaban no podía andar tanto como la necesidad demandaba, acordaron de dejarla sin aprovecharse della, y alargaron el paso; y á aquella hora don Diego, sus capitanes Juan Balsa y Juan Tello y Diego Mendez, y Malaver y Diego de Hoces, Martin de Bilbao y Juan de Olea, y los demás, tenían su gente de caballo en dos escuadrones, y en medio el de la infanteria, y delante el ar¬tillería, asestada hácia la parte por donde Vaca de Cas¬tro los habia de acometer. Y paresciéndoles que era flaqueza estar parados, movieron los escuadrones y el artillería hácia la parte donde venia Vaca de Castro, con¬tra voluntad de Pedro Suarez, su sargento mayor, que, como hombre práctico en la guerra, era de parescer contrario; y en viendo mudar el artillería, los juzgó por perdidos, porque donde primero la tenian habia delan¬te campo en que podian jugar y hacer mucho daño á los enemigos hasta que llegasen á ellos; y yéndose metien¬do adelante, acortaban el campo y la ocasion que te¬nian de poder jugar y hacer daño en los contrarios; y así, se fueron á poner junto á la asomada por donde se habia de mostrar Vaca de Castro, de manera que hasta que llegasen muy cerca la artillería no los pudiese co¬ger, por ser mas bajo el sitio por donde venían, y defen¬derles la tierra que estaba en medio. Y así, Pedro Sua¬rez, sargento mayor, viendo que no tomaban su pares¬cer, arremetiendo con su caballo, se pasó á la parte de Vaca de Castro. En este tiempo Paulo, el hermano del Inga, acometió á la gente de Yacido Castro por la parte izquierda, con muchos indios de guerra, tirándoles muchas piedras y varas. Mas, como los arbuceros sobresalientes mataron algunos dellos, luego huyeron; y por aquella parte salió Martin Corte, capitan de arcabuce¬ros de don Diego, con su compañía, y trabóse entre él y los del capitan Castro una escaramuza; y así, fueron los escuadrones paso á paso al son de los atambores hasta á asomada, donde estuvieron parados en tanto que disparaban la artillería, que tiraba tan apriesa, que no daba lugar á que rompiesen, y aunque estaba bien cer¬ca della, les pasaba por alto, y si veinte pasos fuera mas adelante, les diera de lleno; pero todavía la infantería de Vaca de Castro rescibió mucho daño, porque estaba en parte mas alta, donde les cogian las pelotas, porque un tiro llevó toda una hilera é hizo abrir el escuadron, y los capitanes pusieron gran diligencia en hacerlo cerrar, amenazando de muerte á los soldados con las espadas desenvainadas, y se cerró. En esta sazon el sargento mayor Francisco de Carvajal estorbaba á los capitanes que rompiesen hasta que hubiese disparado el artille¬ría, y subiendo un poco el recuesto los de caballo, los sobresalientes de don Diego mataron á Pedro Alvarez Holguin y á Gomez de Tordoya con dos pelotas, y herian y mataban otros. Y viéndose el capitan Pedro de Verga-ra herido de un arcabuz, comenzó á dar voces contra los escuadrones de caballo, diciendo que rompiesen antes que peresciese toda la infantería que estaba puesta al terrero; y luego los trompetas hicieron señal de rom¬per, y arremetieron los escuadrones de á caballo de Vaca de Castro contra los de don Diego, que los salieron á rescebir animosamente, y los unos y los otros se encon¬traron de suerte, que casi todas las lanzas quebraron, quedando muchos muertos y caidos de ambas partes; y dejadas las lanzas, se mezclaron los unos con los otros, hiriéndose muy crudamente con las espadas y con porras y hachas, y aun algunos peleaban con hachas de partir leña, dando á dos manos tales golpes, que donde alcanzaban no bastaba defensa ninguna. Y así pelearon hasta que, desfalleciéndoles los alientos, descansaron un poco. Los capitanes de infanteria de Vaca de Castro arremetieron con los de don Diego, metiéndose por la ar¬tillería, yendo delante animándolos el capitan Carvajal, y diciéndoles que no hubiesen miedo al artillería, pues no le daba á él, siendo tan gordo como dos dellos; y porque no pensasen que lo hacia en confianza de las armas, se quitó de presto una cota de malla y una celada que llevaba, y la arrojó en el campo; y quedando en un jubon de lienzo, con una partesana arremetió delante contra el artillería, y todos le siguieron; de suerte que la ganaron, matando muchos de los que la guardaban; y arremetieron con los contrarios, haciéndolo tan valero¬samente, que la mayor parte de la victoria se les atribu¬yó. Y cuando esto pasaba la noche escuresció, y casi no se conoscian sino por el apellido, y los de caballo tor¬naron á su pelea y ya la victoria se iba mostrando por Vaca de Castro, cuando él con los treinta de caballo arremetió hácia la parte izquierda, donde estaban dos banderas firmes de don Diego, y aun gritando por si la victoria; caso que todas las otras banderas y gente de don Diego se iban retrayendo de vencida. Y como Vaca de Castro rompió en ellas, se trabó de nuevo una pelea, adonde hirieron y derribaron algunos de aquellos treinta, y mataron al capitan Jimenez y á N. de Mon¬talvo, natural de Medina del Campo, y otros caballeros; y como los de Vaca de Castro porfiaron tanto, don Die¬go y su gente volvieron las espaldas de arrancada, y los de Vaca de Castro fueron hiriendo y matando en ellos, y los del capitan Bilbao y un Cristóbal de Sosa, de la parte de don Diego, fué tanto lo que sintieron ver volver las espaldas á los suyos, que se arrojaron en los ene¬migos como desesperados, hiriendo á todas partes, diciendo cada uno por su nombre: “Yo soy Fulano, que maté al Marqués;» y así anduvieron hasta que los hicie¬ron pedazos; y muchos de los de don Diego se salvaron con la escuridad de la noche, tomando de algunos muertos la seña, porque los de Vaca de Castro llevaban bandas coloradas y los de don Diego bandas blancas; y así, quedó la victoria conoscidamente por Vaca de Cas¬tro, como quier que antes que llegasen á las manos mu¬rió mucha mas gente de parte de Vaca de Castro; tanto, que don Diego tuvo por suya la victoria; y á todos los españoles que huyeron por un valle los mataron los indios, y á ciento y cincuenta de caballo de don Diego, que se fueron huyendo á Guamanga, que estaba dos le¬guas de allí, los desarmaron y prendieron los pocos ve¬cinos que en la villa habian quedado. Y don Diego y Diego Méndez se fueron huyendo al Cuzco, donde los prendió Rodrigo de Salazar, vecino de Toledo, que era su mesmo teniente, y Anton Ruiz de Guevara, que era alcalde ordinario de la ciudad. Y así fenesció el mando y gobernacion de don Diego, que en un dia se vió señor del Perú y en otro le prendió su mesmo alcalde de su propria autoridad. Y esta batalla se dió á 16 dias de sep¬tiembre de 1542 años.
CAPITULO XX.
De como Vaca de Castro dió gracias á su gente por la victoria que
habían habido.
En gran parte, de la noche no se pudo acabar de recoger el ejército, porque andaban ocupados en saquear las tiendas de los de don Diego, donde hallaron mucho oro y plata, y mataron algunos que se habian escondido ó estaban heridos. Mas, después de todos recogidos, pensando que los de don Diego se tornaran á rehacer, estu¬vo toda la infantería apercebida, y asimesmo la gente de á caballo. A Vaca de Castro se le pasó la mayor parte de la noche en alabar toda la gente y ejército en general, y dando particulares gracias á cada soldado porque tan bien lo habia hecho. En esta batalla hubo muchos capi-tanes y soldados que grandemente se señalaron, especialmente don Diego, que por salir con aquella empresa, que tan justa le parescia, por ser en venganza de la muerte de su padre, hizo mas que su edad requería, porque seria de edad de veinte y dos años, y con él algunos de su ejército; y tambien se señalaron muchos de Vaca de Castro por vengar la muerte del Marqués, con quien tanta fe tuvieron, que respecto de hacerlo valientemen¬te ningun peligro dejaba de acometer. Murieron de am¬bas partes cerca de trescientos hombres, y entre ellos muchos capitanes y personas señaladas, especialmente Pedro Alvarez Holguin y Gomez de Tordoya, que por mostrar señaladamente sus hechos en aquella batalla iban con unas ropas de terciopelo blanco, llenas de chaperias de oro, sobre las armas, en que fueron luego conoscidos y muertos por los arcabuceros, como está dicho. Y tambien se señalaron Alonso de Albarado y el capitan Carvajal, el cual, sin temer ningun peligro, se metió por el artillería, donde eran tan espesas las pelotas de los arcabuceros que le aguardaban, que parescia impo¬sible dejarle de acertar alguna y así, menospreciando la muerte, paresce que huyó dél, como suele acaescer en todos los peligros y seguir al que mas la teme, como se vió en aquella batalla, que un mancebo, no osando en¬trar en ella, de temor, se fué á esconder tras una peña, y saltando un pedazo della del golpe de una pelota, le hizo piezas la cabeza, de que murió. Los principales que se señalaron, así en esta batalla como en los otros ne¬gocios donde dependió, fueron el licenciado Carvajal, Francisco de Godoy, Diego de Aguilera, Nicolás de Ri¬bera, Hierónimo de Aliaga, Juan de Barbaran, Miguel de la Serna, Lope de Mendoza, Diego Centeno, Mel¬chior Verdugo, Cristóbal de Barrientos, Gomez de Al¬barado, Gaspar Rodriguez, don Gomez de Luna, Pedro de Hinojosa, Francisco de Carvajal, don Pedro Puer¬tocarrero, Alonso de Cáceres, Diego Ortiz de Guzman, Sebastian de Merlo, Francisco de Ampuero y otros mu¬chos; demás de los cuales se señalaron algunos de la parcialidad del Adelantado, que, como está dicho, si¬guierón á Vaca de Castro por tratar en nombre de su majestad este negocio; los principales de los cuales fueron Pedro Alvarez Holguin, don Alonso de Montemayor, Juan de Sayavedra, Martin de Robles, Lorenzo de Al¬dana, don Cristóbal Ponce de Leon, Pablo de Meneses, Vasco de Guevara, el contador Juan de Guzman, Diego Nuñez de Mercado, Pero Lopez de Ayala, Diego Becer¬ra, Diego Maldonado, Juan García, Diego Gallego, Fran¬cisco Gallego, Pero Ortiz, Alonso de Mesa, Dionisio de Bobadilla, Luis García de San-Mames, Garci Gutierrez de Escobar, Márcos de Escobar, Juan de Hórbaneja, Diego de Ocampo, y otros muchos; á los cuales, ó á los mas dellos, Vaca do Castro dió de comer al tiempo que repartió la tierra, porque decía que aquellos lo habian merescido señaladamente, pues habian dejado sus par¬ticulares pretensiones y aficion por seguir á sú majestad y su real voz y servicio.
CAPITULO XXI.
De la justicia que hizo Vaca de Castro de los de don Diego.
Aquella noche de la victoria sobrevino tan grande helada, que muchos de los heridos murieron de frio; porque á solo Gomez de Tordoya, que no era muerto, y á Pedro Anzúres, que estaba herido, se les pudieron dar tiendas porque aun no era llegado el carruaje. Otro dia de mañana Vaca de Castro mandó curar mas de cuatrocientos heridos que habia, é hizo enterrar los muertos y llevar los cuerpos de Pedro Alvarez y Go¬mez de Tordoya á sepultar á la villa de Guamanga sun¬tuosamente; y aquel mismo dia hizo degollar algunos de los presos que habian sido en la muerte del Marqués; y cuando otro dia fué á Guamanga, el capitan Diego de Rójas habia degollado á Juan Tello y á otros capitanes. Y Vaca de Castro cometió la ejecucion de la justicia de los demás al licenciado de la Gama, el cual ahorcó y degolló cuarenta personas de los mas culpados, y á otros desterró, y á todos los demás perdonó por manera que serian justiciados hasta sesenta personas. Dióse licen¬cia á todos los vecinos que se fuesen á sus casas, y Vaca de Castro se fué al Cuzco, donde hizo nuevo proceso contra don Diego, y dende algunos dias le degolló; y Diego Mendez se soltó de la cárcel con otros dos de los presos, y se fueron con el Inga á aquellas montañas que llaman los Andes, que por la aspereza de la entrada son inexpugnables. El Inga los rescibió alegremente, mostrando mucho sentimiento de la muerte de don Diego, porque le era muy aficionado, y como tal le envió al camino, cuando supo que pasaba, muchas cotas de malla y coseletes y coracinas, y otras armas de las que habia tornado á la gente que venció y mató de los cristianos cuando iban en socorro de Gonzalo Pizarro y Juan Pizarro al Cuzco, enviados por el Marqués (co¬mo arriba hemos dicho); y siempre trajo indios disfra¬zados en el campo, que le avisasen del suceso de la ba¬talla.
CAPITULO XXII.
De cómo Vaca de Castro envió á descubrir la tierra
por diversas partes.
Vencida la batalla de don Diego, y pacificada la tierra, le paresció á Vaca de Castro que no se podia derramar la gente de guerra; ni habia con qué gratificarlos á todos, si no fuese enviándolos á conquistas y entradas por la tierra; y así, mandó al capitan Vergara que con la gente que habia traido se tornase á su conquista de Bracamo¬ros; y envió al capitan Diego de Rójas y á Felipe Gu¬tierrez, con mas dé trecientos hombres, hácia la parte de oriente á descubrir la tierra, que después poblaron, que corresponde al rio de la Plata; y con un Monroy envió un socorro á la provincia de Chili al capitan Pedro de Valdivia; y envió al capitan Juan Perez de Guevara á con¬quistar la tierra de Mullobamba, que él habia descubier¬to; y es una tierra mas montuosa que rasa, y nascen de las faldas de las montañas della dos grandes ríos que tienen las vertientes á la mar del Norte; el uno es de Ma¬rañon (de quien tanto arriba hemos tratado), y el otro el rio de la Plata. Los moradores de aquella tierra son caribes que comen carne humana, y es la tierra tan ca¬liente, que andan desnudos, con solas unas mantas revueltas al cuerpo. Y allí tuvo noticia Juan Perez de otra gran tierra que hay pasadas las últimas cordilleras ha¬cia el septentrion, donde hay ricas minas de oro y se crian camellos y gallinas como las de la Nueva-España, y ovejas algo menores que las del Perú; y todas las sementeras son de regadío, porque llueve poco en la tierra, donde hay un lago que tiene las riberas muy pobladas de gente, y en todos los ríos hay unos peces de la he¬chura y tamaño de grandes perros; y así, comen y muer¬den á los indios que entran ó pasan cerca de los ríos, porque ellos salen tambien por las orillas. Esta tierra tiene al rio Marañon hácia la parte del septentrion, y al oriente la tierra del Brasil, que poseen los portugueses, y al mediodía el rio de la Plata; y tambien dicen que hay allí aquellas mujeres amazonas de que Orellana tuvo noticia; pues habiendo despachado Vaca de Cas¬tro sus capitanes á estas conquistas, estuvo en el Cuzco mas de año y medio repartiendo los indios que estaban vacos y poniendo en órden la tierra, é hizo ordenanzas en gran utilidad y conservacion de los indios. En este tiempo se descubrieron en las comarcas del Cuzco las mas ricas minas de oro que en nuestros tiempos se ha¬bian visto, especialmente en un rio que se llama Carabaya; tanto que acontescia á un indio coger en un dia cincuenta pesos. Y toda la tierra estaba muy quieta, y los indios muy amparados y reparados de las grandes fatigas que rescibieron en las guerras pasadas. Y en este tiempo fué Gonzalo Pizarro al Cuzco, porque hasta entonces no se le habia dado licencia para ello. Y des¬pués de haber estado allí algunos dias se fué á las Char¬cas á entender en sus granjerías, hasta que vino el vi¬sorey Blasco Nuñez Vela, como en el siguiente libro se declarará.

CENTRO DE ESTUDIOS Y DIFUSIÓN DE LA CULTURA ANDINA
BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

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LIBRO QUINTO
DE LAS COSAS QUE SUCEDIERON EN EL PERÚ AL VISOREY BLASCO NUÑEZ VELA.
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CAPITULO PRIMERO.
De las ordenanzas que su majestad mandó hacer para el gobierno de las Indias, y cómo Blasco Nuñez Vela fué por visorey al Perú para ejecutarlas.
En esta sazon, y algunos tiempos antes, hubo perso¬nas religiosas que, paresciéndoles moverse con buen celo, vinieron á informar á su majestad y á los señores de su real consejo de los grandes agravios y crueldades que los españoles generalmente hacían en los indios, así maltratando y matando sus personas, como lleván¬doles sus haciendas é imponiéndoles demasiados tri¬butos, y echándolos á las minas y en pesquerías de perlas, donde perescian todos; y se iban disminuyendo y apocando de tal manera, que en breve tiempo no que¬daria ninguno dellos en la Nueva-España ni en el Perú y en las otras partes donde los habia, como habian pereci¬do en las islas de Santo Domingo y Cuba y San Juan de Puerto-Rico y Jamáica y en otras islas, donde ya no ha¬bia memoria de ninguno de los naturales; diciendo, para persuadir esto á su majestad, algunas crueldades que los españoles habian hecho en los indios, y aun aña¬diendo otras que no se tiene noticia haber acontescido. Y como una de las principales causas de donde se se¬guia esta destruicion era las cargas que á los indios se hacian llevar, por la poca moderacion que en ello se tenia, y que los que principalmente habian excedido en todas estas cosas eran los gobernadores y sus tenientes, y los oficiales de su majestad, y los obispos y los monjes y otras personas favorescidas y privilegiadas, que, confiando en que no se habia de hacer justicia contra ellos, habian señaládose en todas estas cosas. Y el que principalmente insistió en esta informacion fué un reli-gioso de la órden de Santo Domingo, llamado fray Bar¬tolomé de las Casas, á quien su majestad proveyó del obispado de Chiapa. Oidas por su majestad todas estas cosas, y queriendo remediarlas, entendiendo que convenia así al descargo de su real consciencia, sobre está informacion que le fué hecha mandó juntar con los de su consejo de las Indias otros muchos letrados y personas de consciencia, y habiendo tratádose entre ellos, y plati¬cado y mirado con gran diligencia, se hicieron ciertas ordenanzas, con que les paresció que se remediaban to-dos los daños é inconvenientes que fray Bartolomé ha¬bia propuésto, mandando que ningun indio se pudiese echar en las minas ni á la pesquería de las perlas ni se cargasen, salvo en aquellas partes que no se pudiese ex¬cusar, y entonces pagándoles su trabajo, y que se tasa¬sen los tributos que habian de dar á los españoles, y que todos los indios que vacasen por muerte de los que á la sazon los tenían, se pusiesen en la corona real, y que quitasen las encomiendas y repartimientos de indios que tenian los obispos de todas las Indias y los mones terios y hospitales, y los que hubiesen sido gobernado res ó sus lugartenientes y los oficiales de su majestad, sin que los pudiesen retener aunque dijesen que querian dejar los oficios. Y particularmente se quitasen los indios en la provincia del Perú á todos aquellos que hubiesen sido culpados en las pasiones y alteraciones de entre don Francisco Pizarro y don Diego de Almagre; y que todos estos indios que de una manera ó otra se quitasen, y los tributos dellos se pusiesen en cabeza de su majestad y con esta última ordenanza era claro que ninguna persona en el Perú podia quedar con indios, pues (como se puede colegir de toda esta historia) nin¬gun español, de grande ni pequeña calidad, habia que no estuviese mas apasionado por una destas dos parcia-lidades que si sobre ello le fuese su vida y hacienda; lo cual se habia entendido aun hasta los mesmos indios de la tierra, que muchas veces acontescia haber entre ellos grandes batallas y diferencias y otras contiendas particulares á título destas opiniones, que ellos llamaban á los de don Diego los de Chili y á los del Mar¬qués los de Pachacamá. Y entre otras muchas cosas demás de las arriba declaradas, que se proveian por las ordenanzas y parescian convenir para el buen gobierno de aquellas provincias, era una, que porque la provin¬cia del Perú, que era la mas rica y principal cosa de las Indias, estaba sujeta á la audiencia real que residia en la ciudad de Panamá, donde no habia mas de dos oido¬res y habia muy gran dilacion y mal despacho en los negocios, por estar tan léjos el Perú de Panamá, espe¬cialmente porque (como tenemos dicho arriba) la ma¬yor parte del año no podian navegar ni ir al Perú, y á esta causa no se habian remediado desde allí todos los daños é inconvenientes sobredichos, ni se podrian re-mediar los que adelante succediesen, se proveyó y man¬dó que la audiencia de Panamá se deshiciese, y se orde¬nase otra de nuevo en los confines de Guatimala y Ni¬caragua, de la cual fuese por presidente el licenciado Maldonado, oidor de Méjico, y que á esta audiencia quedase sujeta la provincia de Tierra-Firme, y que en el Perú se proveyese nueva audiencia, y en ella cuatro oidores y un presidente con título de visorey y capitan general, porqué se entendió que la importancia de las cosas del, Perú lo requería.
Estas ordenanzas se hicieron. y publicaron en la villa de Madrid en el año de 542, y lego se enviaron los traslados dellas á diversas partes de las Indias, de que se rescibió muy gran escándalo entre los conquistadores dellas, especialmente en la provincia del Perú, donde mas general era el daño, pues ningun vecino quedaba sin quitársele toda su hacienda y tener necesidad de buscar de nuevo qué comer; y decian que su majestad no habia sido bien informado en aquella provision, pues si ellos hablan seguido estas dos parcialidades, habia sido paresciéndoles que las cabezas dellas eran gober¬nadores y se lo mandaban en nombre de su majestad, y que no podian dejar de cumplir por fuerza ó por grado sus mandamientos; y así, no era aquella culpa por que debiesen ser despojados de sus haciendas; y que, demás desto, al tiempo que ellos á su costa descubrieron la provincia del Perú, se habia capitulado con ellos que se les habian de dar los indios por sus vidas, y después de muertos habian de quedar á su hijo mayor, ó á sus mu¬jeres no teniendo hijos; y que, en confirmacion desto, pocos días antes su majestad habia enviado á mandar á todos los conquistadores que dentro de cierto tiempo se casasen, so pena de perdimiento de los indios, y que en cumplimiento dello, los mas se hablan casado; y que no era justo que, después que estaban viejos y cansados y con mujeres, pensando tener alguna quietud y reposo, se les quitasen sus haciendas, pues no tenían edad ni salud para ir á buscar nuevas tierras y descubrimientos Y así, acudieron de diversas partes al Cuzco á hacer re¬lacion de todo esto al licenciado Vaca de Castro, que allí estaba, y él les dijo que tenia por cierto que, siendo su majestad informado de la verdad, que lo mandaria remediar; y que para esto convernia que se juntasen los procuradores de todas las ciudades, y se nombrasen al-gunos dellos que en nombre, de todo el reino viniesen á su majestad y á su real consejo á suplicar por estas ordenanzas. Y para que mas cómodamente se pudiesen juntar, él bajarla á la ciudad de los Reyes, porque estuviesen mas en comarca las ciudades de los llanos y las de la sierra para venir á tratar deste negocio, compar¬tiendo el trabajo del camino. Y así, se partió de la ciu¬dad del Cuzco para los Reyes, trayendo consigo procu¬radores de todas las ciudades de aquellas comarcas, y otros caballeros y gente principal que le venian acompañando.
CAPITULO II.
De la provision y jornada de Blasco Nuñez Vela, visorey del Perú,
y de los oidores y otros oficiales que con él fueron.
En el año de 543, casi por el mismo tiempo que lo contado en el capítulo antes deste pasaba en la provin¬cia del Perú, su majestad, en cumplimiento y ejecucion de la ordenanza que tenemos dicho, proveyó por visorey y presidente de la provincia del Perú á Blanco Nu¬ñez Vela, vecino de la ciudad de Avila, que á la sazon era veedor general de las guardas de Castilla, porque tenia experiencia en lo que dél habia conoscido, y así en este cargo como en otros corregimientos que antes dél habia tenido en las ciudades de Málaga y Cuenca, que era caballero recto y que hacia justicia sin ningun respecto, y que ejecutaba los mandamientos reales con todo rigor, sin ninguna disimulacion; y proveyó por oi¬dores al licenciado Cepeda, natural de la villa de Tordesillas, que á la sazon era oidor en las islas de Canaria, y al doctor Lison de Tejada, natural de la ciudad de Logroño, que era alcalde de los hijosdalgo de la au¬diencia real de Valladolid, y al licenciado Alvarez, abo¬gado en la mesma audiencia, y al licenciado Pedro Or¬tiz de Zárate, natural de la ciudad de Orduña, que era alcalde mayor en Segovia; y proveyó asimesmo por contador de cuentas de aquella provincia y de la dé Tierra-Firme á Agustin de Zárate, secretario de su real consejo, que es el autor desta historia, porque después del descubrimiento de aquellas provincias no se habia tomado cuentas á los tesoreros y otros administradores de la hacienda real. Y todos se hicieron á la vela en el puerto de Sanlúcar de Barrameda el 4.° dia del mes de noviembre del año de 43, y llegaron al puerto de Nombre de Dios con buena navegacion, y allí se detu¬vieron, aderezando las cosas necesarias para la navegacion de la mar del Sur, algunos días. Y el Visorey dió gran priesa en su despacho; y en un navío que hizo, aprestar se embarcó y hizo á la vela mediado el mes de hebrero del año de 43, sin querer esperar á llevar en su compañía ninguno de los oidores, aunque le fué pedi¬do, y dello quedaron algo resabiados, demás de haber pasado entre ellos algunas ocasiones de poca impor¬tancia, por donde comenzaban á declarar los unos y los otros sus ánimos. Antes que el Visorey partiese comen¬zó á ejecutar en aquella provincia (caso que no era de su gobernacion) una de las ordenanzas que llevaba, por donde se mandaba que los indios se volviesen á sus na-turalezas, estando fuera dellas por cualquier manera. Y así, comenzó á recoger todos los indios que en aquella provincia habia naturales del Perú, y por el gran co¬mercio estas dos gobernaciones se habian traido mu¬chos, y á costa de sus amos los fletó en su navío, y llegó muy brevemente al Perú; y desembarcando en el puer¬to de Túmbez, hizo su viaje por tierra, y comenzó á ejecutar las ordenanzas en cada lugar por do pasaba, á unos tasándoles los tributos, y á otros quitándoles de todo punto los indios y poniéndolos en cabeza de su majestad. Y caso que algunas personas particula¬res, á quien tocaba, y en general las dos ciudades de San Miguel y Trujillo, parescieron ante él suplicando destas ordenanzas, á lo menos haciendo grande ins¬tancia en que sobreseyese la ejecucion dellas hasta que, junta toda la audiencia, ellos paresciesen en Lima á seguir su justicia sobre esta suplicacion, pues la eje¬cucion por una de las mesmas ordenanzas venia come¬tida al que fuese visorey y oidores juntamente, y no lo podia hacer él solo. Ninguna cosa destas quiso admitir, diciendo que aquellas eran leyes generales y hechas para buena gobernacion, y que por esto no admitia su¬plicacion; y así, continuó la ejecucion hasta que llegó á la provincia de Guaura, que es diez y ocho leguas de la ciudad de los Reyes.
CAPITULO III.
De lo que pasó en la ciudad de los Reyes sobre el rescebimiento
del Visorey.
Después que el Visorey llegó al puerto de Túmbez, envió adelante á gran priesa á notificar al licenciado Vaca de Castro sus poderes, para que se desistiese de la gobernacion; y así por el mensajero que las llevó co¬mo por otros que después dél se siguieron, se tuvo no¬ticia en la tierra del rigor con que el Visorey ejecutaba las ordenanzas, y como no admitia ninguna suplicacion dellas; y para indignar mas la gente sobre lo que el Visorey hacia, añadian algunos otros mas rigores y co¬sas que no le habian pasado á él por pensamiento. Y causaron tanto alboroto estas nuevas en los ánimos de la gente que venia con Vaca de Castro, que unos le decían que no rescibiese al Visorey, sino que suplicasen de las ordenanzas y de la provision que dél se habia hecho, y que no le rescibiesen á la gobernacion, pues él se habia hecho indigno dello no queriendo oir á justi¬cia los vasallos de su majestad, y mostraba tanto rigor en la ejecucion. Otros le decian que si él no aceptaba esta empresa no faltaria en el reino quien la aceptase. Pero con todo esto, Vaca de Castro los apaciguaba, diciendo que tuviesen por cierto que, después de llegados los oidores y asentada la audiencia, siendo informados de la verdad, otorgarian la suplicacion, y que él no podia dejar de obedescer lo que su majestad mandaba. Yen cumplimiento dello, cerca desta provincia de Gua¬dachili, que es á veinte leguas de la ciudad de los Reyes, donde le fueron notificadas las provisiones, él se desistió del cargo de gobernador, aunque primero proveyó á algunas personas ciertos repartimientos de indios que estaban vacos, y parte dellos en su cabeza. Y viendo los principales que con él venian que no quería hacer lo que ellos le importunaban, se volvieron á la ciudad del Cuzco; y aunque el color que daban para la vuelta era que no osarian aguardar al Visorey solo, y que cuando la audiencia estuviese junta volverian; pero con todas estas excusas se entendia bien dellos que iban alterados y no con buenas intenciones, las cuales dende á pocos dias declararon porque, llegando á la vílla de Guamanga con grande alboroto, sacaron de poder de Vasco de Guevara toda la artillería que el licenciado Vaca de Castro allí habia dejado al tiempo quo venció á don Diego, y la llevaron á la ciudad del Cuzco, juntando gran copia de indios para ello. Vaca do Castro continuó su camino hasta llegar á los Reyes, donde halló gran confusion en toda la ciudad sobre res¬cebir el Visorey; porque unos decian que su majestad por las provisiones no mandaba que fuese rescebido si no viniese personalmente; otros decian que en caso quo viniese, vistas las ordenanzas que traía y el rigor con que las habia comenzado á ejecutar, sin admitir dellas suplicacion, no convenia dejarle entrar en la tierra. Y con todo esto, Illan Suarez, factor de su majestad y re¬gidor de aquella ciudad, trabajó y negoció tanto para que fuese rescebido, que en fin se obedescieron las provisiones y las pregonaron con toda solemnidad. Y luego fueron muchos vecinos y regidores á rescebir, y besar las manos al Visorey a Guaura, y de allí vinieron con él hasta la ciudad de los Reyes, donde fué resce-bido con gran fiesta, metiéndole debajo de un palio de brocado y llevando los regidores las varas, vestidos con sus ropas rozagantes de raso carmesí, forradas en damasco blanco, y le llevaron á la iglesia y á su posáda. Y entendido por él el alboroto de los que se fueron al Cuzco, luego otro dia mandó prender en la cárcel pú¬blica al licenciado Vaca de Castro, teniendo sospecha que habia entendido en aquel motin y sido el origen dél y los de la ciudad, caso que no estaban todos bien con Vaca de Castro, fueron á suplicar al Visorey no per-mitiese que una persona como Vaca de Castro, que era del consejo de su majestad y habia sido su gobernador, fuese echado en cárcel pública; pues, aunque le hu¬biesen de cortar otro dia la cabeza, se podia tener en prision segura y honesta; y así, le mandó poner en la casa real, con cien mil castellanos de seguridad, en que le fiaron los mesmos vecinos de Lima, y le mandó se¬crestar sus bienes. Y visto todos estos rigores, la gente andaba desabrida y haciendo corrillos, y saliéndose pocos á pocos de la ciudad la via del Cuzco, adonde el Visorey no estaba rescebido.
CAPITULO IV.
De cómo Gonzalo Pizarro vino al Cuzco y lo nombraron por
procurador general de la tierra.
En este tiempo Gonzalo Pizarro, hermano del mar¬qués don Francisco Pizarro, estaba (como dicho es) en sus repartimientos en la provincia de los Charcas con hasta diez ó doce hombres, amigos suyos; y sabidas las nuevas de la venida del Visorey y la razon della, y las ordenanzas que venia á ejecutar, de que ya había tenido noticia, determinó de venirse al Cuzco debajo de ocasion de saber nuevas de Castilla y proveer en los despachos que enviaba Hernando Pizarro, su hermano. Y andando recogiendo dineros de sus haciendas, le venian cartas de todas partes, así de los cabildos como de particula¬res, persuadiéndole cómo, á él le convenia tomar esta empresa de suplicar de las ordenanzas y procurar el remedio dellas, así porque era á quien principalmente to¬caban, como porque de derecho le pertenescia la go¬bernacion de aquella provincia; y algunos le ofrescian sus personas yhaciendas; otros le escribian que el Vi¬sorey habia dicho que le habla de cortar la cabeza; de manera que por diversas vias le procuraban indignar y hacerle venir al Cuzco, para resistir la entrada del Vi¬sorey. Visto todo esto, y conformándose con el deseo que él siempre habla tenido de ser gobernador del Pe¬rú, recogió ciento y cincuenta mil castellanos de sus haciendas y de las de Hernando Pizarro, y vínose al Cuzco, trayendo consigo hasta veinte personas. Todos le salieron á recebir y mostraron holgarse con su ve¬nida, y cada dia llegaba al Cuzco gente que se huía de la ciudad de los Reyes, de la que el Visorey hacia, aña¬diendo siempre algo para que mas se alterasen los ve¬cinos. En el cabildo del Cuzco se hicieron muchas jun¬tas, así de los regidores como de todos los vecinos en general, tratando sobre lo que se debia hacer cerca de la venida del Visorey; y algunos decian que se resci¬biese, y que en lo tocante á las ordenanzas se enviasen procuradores á su majestad para que las remediase; otros decian que rescibiéndole una vez, y ejecutando él las ordenanzas como lo hacia, les quitaría los indios, y que después de desposeidos dellos, con gran dificul¬tad se les tornarían; y últimamente se determinó que Gonzalo Pizarro fuese elegido por procurador del Cuz¬co, y que Diego Centeno, que estaba allí con poder de la villa de Plata, le sostituyese, y que desta manera fuese con título de, procurador general á la ciudad de los Reyes á suplicar de las ordenanzas en el audiencia real. Y á los principios hubo diversos paresceres sobre si llevarla gente. de guerra consigo, y en fin se determinó que la llevase, dando diversos colores en ello, y el primero era que ya el Visorey habla tocado atambores en los Reyes so color de venir á castigar la ocupación de la artillería; y tambien que decían que era hombre áspero y riguroso, y que ejecutaba aquellas ordenanzas sin ad¬mitir las suplicaciones que dellas ante él se interponian, y sin esperar la audiencia real, á quien tambien venia cometida la ejecucion; y que habia dicho el Visorey muchas veces que traía mandato de su majestad para cortar la cabeza á Gonzalo Pizarro sobre las alteracio¬nes pasadas y muerte de don Diego. Y otros, que mas honestamente trataban este negocio, daban por excusa de la junta de la gente que para ir Gonzalo Pizarro á la ciudad de los Reyes habia de pasar por las tierras donde estaba el Inga alterado y de guerra, y que para de¬fenderse dél habia menester llevar gente; y otros tra¬taban mas claramente el negocio, diciendo que se ha¬cia la gente para defenderse del Visorey, porque era hombre de recia condicion, y que no guardaba térmi¬nos de justicia ni habla seguridad para seguida ante él, y con hacer informacion de testigos sobre todas es¬tas razones, no faltaron letrados que fundaban y les hacían entender cómo en todo esto no había ningun desacato, y que lo podian hacer de derecho, y que una fuerza se puede y debe repeler con otra, y que el juez que procede de hecho puede ser resistido de hecho. Y desta manera se resumieron en que Gonzalo Pizarro alzase banderas y hiciese gente, y muchos de los veci¬nos del Cuzco se le ofrescian con sus personas y ha¬ciendas, y aun algunos hubo que decían que perderian las ánimas en esta demanda. Y así, para en cuanto á la jornada de la suplicacion, se dió á Gonzalo Pizarro tí¬tulo de procurador general de la tierra, y en cuanto á la defensa del Inga, le nombraron por capitan general del ejército, y sobre todo esto se hicieron ciertos autos con que se suele dar color á semejantes negocios; y así, se comenzó á hacer gente, tomando dineros para la pa¬ga della de la caja del Rey y de los bienes de difuntos y otros depósitos, con color de empréstido; y enviaron al capitan Francisco de Almendras con cierta gente á guardar los pasos, para que en la ciudad de los Reyes no se pudiese tener noticia destas determinaciones; y por via de indios, Paulo, hermano del Inga, proveyó có¬mo no pudiese pasar nadie á dar el aviso, y el cabildo del Cuzco escribió al de la villa de Plata, diciéndole los grandes inconvenientes y daños que se seguirían si las ordenanzas se ejecutasen, y lo que hablan proveido para el remedio dello, pidiéndoles por merced que, pues tambien aquello se habia hecho con su poder, que te¬nia el capitan Diego Centeno, lo tuviesen por bien y les favoresciesen cómo se llevase adelante la empresa, y que todos viniesen á ella con sus armas y caballos. Demás desto, Gonzalo Pizarro escrebia cartas particula¬res á todos los vecinos, induciéndolos á este propósito. A la sazon estaba en la villa de Plata por teniente de gobernador en nombre de Vaca de Castro un vecino della, llamado Luis de Ribera, y por alcalde ordinario otro vecino llamado Antonio Alvarez; los cuales, visto lo que en el Cuzco se habia hecho, luego revocaron el poder á Diego Centeno, y en nombre de cabildo respondieron al regimiento del Cuzco que, aunque su majestad les quitase las haciendas y vidas, habían de obedecer sus provisiones, diciendo que aquella villa siempre le habia servido contra los que habian querido lo contrario, y que así lo entendían hacer agora; diciéndoles tam-bien que el poder que habia llevado Diego Centeno ha¬bla sido para hacer aquello que cumpliese al servicio de su majestad y buena gobernacion de aquellos reí nos y conservacion de los naturales; y que visto que en la eleccion de Gonzalo Pizarro ni en todo lo demás que se habia acordado no concurrian ninguna destas razo¬nes, no se podia decir hecho por virtud del poder, pues no era conforme á él; aunque esta carta no se es-cribió con parescer de todos los regidores, porque al¬gunos amigos y aficionados de Gonzalo Pizarro anda¬ban haciendo juntas de gentes y atrayéndoles á su fa¬vor, y muchas veces determinaron de matar á Luis de Ribera y Antonio Alvarez, y no lo pudieron ejecutar, por andar ellos siempre muy á recaudo, esperando las provisiones del Visorey, que, por ser tan léjos, no habian podido llegarles; y mandaron, so graves penas, que ninguna persona saliese de la ciudad, aunque, sin embargo dello, muchos se fueron al Cuzco.
CAPITULO V.
De lo que el Visorey hizo en los Reyes, sabida la alteracion
de la tierra.
Siendo entrado y rescebido el Visorey en la ciudad de los Reyes con la solemnidad que hemos dicho, por el mes de mayo del año de 44, nadie le hablaba en la suspension de las ordenanzas; porque, aunque por el cabildo de la ciudad le habia sido interpuesta la supli¬cacion dellas, dándole muchas razones para que se de¬biesen suspender, no lo habia querido hacer, caso que les prometia que, después de ejecutadas, él escrebiria á su majestad, informándole cuánto convenia á su servicio y á la conservacion de los naturales que las or-denanzas fuesen revocadas; porque llanamente él con¬fesaba que, así para su majestad como para aquellos reinos, eran perjudiciales, y que si los que las ordenaron tuvieran los negocios presentes, no aconsejaran á su majestad que las hiciera y que le enviase el reino sus procuradores, y juntamente con ellos él escrebiria á su majestad lo que conviniese, y que él confiaba que lo mandarla remediar; pero que él no podia tratar de suspenderla ejecucion, como lo habia comenzado, porque no traia poder para otra cosa. En este tiempo lle¬garon los licenciados Cepeda y Alvarez y doctor Teja-da, oidores, dejando al licenciado Zárate enfermo en la ciudad de Trujillo. Y luego el Visorey mandó hacer audiencia, y para ello se ordenó un solemne réscibi¬miento para el sello real, como en audiencia que nue¬vamente entraba en la tierra, y se rescibió llevándole en una caja sobre un caballo muy bien aderezado, cu¬bierto con un paño de tela de oro, debajo de un palio de brocado, llevando las varas dél los regidores, con ro-pas rozagantes de terciopelo carmesí, de la forma que en Castilla se rescibe la persona real, llevando de dies¬tro el caballo Juan de Leon, regidor, que iba nombrado por chanciller por el marqués de Camarasa, adelantado de Cazorla, que tenia la merced del sello. Y luego se asentó el audiencia y se comenzaron á librar negocios; y en los primeros dias sucedió uno con que se renova¬ron las disensiones que se habian comenzado á mostrar entre el Visorey y los oidores, y fué, que llegando el Visorey al tambo de Guaura, donde hemos dicho que estuvo en la determinacion de su rescebimiento, halló escrito en la pared del tambo un mote, cuya sentencia era: «A quien me viniere á echar de mi casa y ha¬cienda, procuraré de echarle del mundo.» Leido por el Visorey, disimuló por entonces, persuadiéndose que lo habia escrito á hecho escrebir Antonio de Solar, ve¬cino de Medina del Campo, cuya era aquella provincia de Guaura, porque conoció no tenerle buena voluntad en que cuando allí llegó halló despoblado el tambo, sin que hubiese cristiano ni indio en él, y tuvo por cierto que Antonio de Solar lo habia ordenado así; y disimu¬lando por entonces, en llegando á los Reyes, pocos dias después de rescebido, hizo llamar á Solar, y tratando con él á solas sobre el mote, dijo el Visorey que le ha-bia dicho ciertas palabras muy desacatadas; por lo cual mandó cerrar las puertas de palacio, y llamó un capellan suyo que le confesase, queriéndole ahorcar de un pilar de un corredor que salia á la plaza. Solar no se quiso confesar; y duró esta porfía tanto, que se divulgó por la ciudad, y vino el arzobispo de los Reyes, y con él otras personas de calidad, suplicando al Visorey que suspendiese aquella justicia, lo cual no se podia acabar con él; y en fin, concedió de dilatarla por aquel dia, mandando llevar á Solar á la cárcel y echarle muchas pri¬siones. Y aquel dia, habiéndosele pasado algo la altera¬cion, le paresció que no era bien ahorcarle; y así le tuvo en la cárcel por espacio de dos meses, sin hacerle cargo por escrito de su culpa ni formar otro proceso, hasta que, venidos los oidores, yendo un sábado á visitar la cárcel, y estando bien informados y rogados so¬bre el caso, visitaron á Solar, preguntándole la causa de su prision, y él dijo, que no la sabia, ni se halló proceso contra él entre todos los escribanos, ni el alcaide de la cárcel supo decir mas de que el Visorey se le habia enviado preso, mandándole que le echase aquellas prisiones. Y el lúnes siguiente los oidores dijeron al Visorey en el acuerdo que no hallaban causa ni proceso para la prision de Solar, mas de que se decia haberse hecho por su mandado, y que si no habia informa¬cion por donde se justificase la prision, conforme á jus¬ticia, no podian hacer menos de soltarle. El Visorey les respondió que él le habia mandado prender, y aun le habia querido ahorcar, así por aquel mote que estaba en su tambo como por ciertos desacatos que en su mes¬ma persona le habia dicho, de lo cual no habia habida testigos, y que él por via de gobernacion, como visorey, le podia prender y aun matar sin que fuese obligado á darles á ellos cuenta por qué lo hacia. Los oidores le respondieron que no habia mas gobernacion de cuanto fuese conforme á justicia y á las leyes del reino. Y así, quedaron diferentes; de manera que el sábado siguiente en la visita de la cárcel los oidores mandaron soltar á Solar, dándole su casa por cárcel, y en otra visita le dieron por libre. Lo cual todo sintió el Visorey mucho, y halló ocasion para vengarse de los oidores en que todos tres se fueron á posar cada uno en casa de un vecino de los mas ricos de la ciudad, y los daban de comer y todas las otras cosas necesarias á ellos y á sus criados; y aunque al principio se habia hecho con pérmision del Vi¬sorey, fué por poco tiempo y mientras buscaban casas en que posar y las aderezaban; y viendo que pasaba adelante, el Visorey les envió á decir que buscasen ca¬sas en que posar y no comiesen á costa de los vecinos, pues no sonaría bien delante su majestad, ni ellos lo po¬dian hacer; y que tampoco estaba bien que anduviesen acompañados con los vecinos y negociantes. A todo esto respondian que no hallaban casas en que posar hasta que saliesen los arrendamientos, y que comerian á su costa de ahí adelante. Y cuanto al acompañamien¬to, que no era cosa prohibida, antes muy conveniente, y que lo usaban en Castilla en todos los consejos de su majestad, porque los negociantes, yendo y viniendo, acordaban sus negocios á los oidores y les informaban sobre ellos. Y así, se quedaron siempre diferentes, y, mostrándolo todas las veces que se ofrescia coyuntura tanto, que un dia el licenciado Alvarez tomó juramento á un procurador sobre queso decía que habia dado á Diego Alvarez de Cueto, cuñado del Visorey, cierta cantidad de pesos de oro porque le hiciese nombrar al oficio por el Visorey; lá cual averiguacion él sintió mucho.
CAPITULO VI.
De las cosas que proveyó el Visorey para la guerra.
En todo este tiempo estaba tan cerrado el camino del Cuzco, que ni por via de indios ni de españoles te¬nia nueva de lo que allá pasaba, salvo saberse que Gon¬zalo Pizarro habia venido al Cuzco, y que toda la gente que se habia huido de la ciudad de los Reyes y de otras partes, habia acudido allí á la fama de la guerra. Y en esto el Visorey y audiencia despacharon provisiones, mandando á todos los vecinos de la ciudad del Cuzco y de las otras ciudades que rescibiesen á Blasco Nuñez por Visorey, y acudiesen á le servir á la ciudad de los Reyes con sus armas y caballos; y aunque todas las provisiones se perdieron en el camino, aportaron á la villa de la Plata los que para allí se habian despachado. Y por virtud dellas, Luis de Ribera y Antonio Alvarez, juntamente con el cabildo, rescibieron á Blasco Nuñez por visorey con gran solemnidad y alegrías; y en cum¬plimiento de lo mandado, salieron veinte y cinco de caballo, que se pudieron juntar, muy bien aderezados, y llevando por capitan á Luis de Ribera, se fueron la via de Lima, caminando por despoblados y lugares secre¬tos, porque Gonzalo Pizarro no los enviase á atajar el camino. Y tambien aportaron á poder de algunos vecinos particulares del Cuzco las provisiones que para este efecto les habia enviado, por virtud de las cuales se vi¬nieron algunos dellos á servir al Visorey, como adelan¬te se dirá. Estando en estos términos vinieron nuevas ciertas al Visorey de lo que en el Cuzco pasaba. Lo cual le dió ocasion á que con grande diligencia hiciese acrescentar su ejército con el buen aparejo que halló de dineros, porque el licenciado Vaca de Castro habia hecho embarcar hasta cien mil castellanos que habia traido del Cuzco para enviar á su majestad, los cuales sacó de la mar, y en breve tiempo los gastó en la paga de la gente. Hizo capitan de gente de caballo á don Alonso de Montemayor y á Diego Alvarez de Cueto, su cuñado; y de infantería á Martin de Robles y á Paulo de Meneses, y de arcabuceros á Gonzalo Diaz de Piñera y á Vela Nuñez, su hermano, capitan general, y á Die¬go de Urbina, maestre de campo; y sargento mayor á Juan de Aguirre, y entre todos hubo seiscientos hom¬bres de guerra, sin los vecinos, los ciento de caballo y docientos arcabuceros, y los demás piqueros. Hizo ha¬cer gran copia de arcabuces, así de hierro como de fun¬dicion, de ciertas campanas de la iglesia mayor, que para ello quitó, y con su gente hacia muchos alardes, y daba armas fingidas para ver cómo acudia la gente, porque tenia creído que no andaban de buena voluntad en su servicio; y porque tuvo sospecha que el licenciado Vaca de Castro (á quien ya habia dado la ciudad por cárcel) traía algunos tratos con criados y gente que le era aficionada, un dia á hora de comer, dió una arma fingida, diciendo que venia Gonzalo Pizarro cerca; y junta la gente en la plaza, envió á Diego Alvarez de Cueto, su cuñado, y prendió á Vaca de Castro, y otros alguaciles prendieron por diversas partes á don Pedro de Cabrera y á Hernan Mejía de Guzman, su yerno, y al capitan Lorenzo de Aldana y á Melchior Ramirez, y Baltasar Ramirez, su hermano; y á todos juntos los hi¬zo llevar á la mar, metiéndolos en un navío de armada, y nombró por capitan á Hierónimo de Zurbano, natural de Bilbao, y dende á pocos dias soltó á Lorenzo de Aldana, y desterró á don Pedro y á Hernan Mejía para Pa¬namá, y á Melchior y Baltasar Ramirez para Nicaragua, y á Vaca de Castro le dejó todavía preso, en la misma nao, sin que á los unos ni á los otros jamás diese traslado ni declarase culpa por que procediese contra ellos, ni haber rescebido informacion della.
CAPITULO VII.
De cómo Alonso de Cáceres y Hierónimo de la serna se alzaron
coa dos navíos en Arequipa, y los trajeron al Visorey.
Cuando se comenzó esta alteracion de la tierra habian subido al puerto de Arequipa dos navíos cargados de mercaderías, los cuales Gonzalo Pizarro hizo dete¬ner, y aun los compró con intento de enviar desde el Cuzco, para meter en ellos toda la artillería, así por ex¬cusar la gran dificultad que habia de traerla por tierra tan largo camino, como para tomar el puerto de la ciu¬dad de los Reyes y desposeer de los navíos que en ella habia al Visorey, porque entendia (y así es cierto) que el que es señor de la mar en toda aquella costa tiene la tierra por suya y puede hacer en ella todo el daño que quisiere, desembarcando en todos los lugares que ha¬llare desapercebidos y proveyéndose de armas y caba¬llos de los navíos que las llevan al Perú, y no dejando llegar á la tierra ningunos bastimentos y ropa de los que de Castilla se llevan. Y sabiendo esto el Visorey, estaba muy temeroso del suceso, porque no tenia resis¬tencia por mar contra la artillería que esperaba, y acor¬dó, desque lo supo, de buscar el remedio que buenamente pudo y este fué, que hizo armar una nao de las que estaban en el puerto con ocho tiros de bronce y ciertos versos de hierro, y algunos arcabuces y ballestas, y le puso en el puerto para defensa dél y resisten¬cia de los navíos que esperaba, y nombró por capitan dél al dicho Hierónimo de Zurbano. Y acontesció que, sabido el intento de Gonzalo Pizarro por los capitanes Alonso de Cáceres y Hierónimo de la Serna, vecinos de Arequipa, una noche entraron en los navíos que espe¬raban la venida del artillería, y pagándoselo muy bien al maestre y algunos marineros que dentro se hallaron, se alzaron con ellos; dejando sus casas y indios y ha¬ciendas, se vinieron con los navíos á la ciudad de los Reyes, y llegando al puerto, siendo avisado el Visorey de su venida por las atalayas que tenia en una isla, cre¬yendo que venían de guerra, salió al puerto con mucha gente de caballo, donde Hierónimo Zurbano les comen¬zó á tirar con su artillería, y ellos amainaron las velas y salieron en el batel y le entregaron los navíos, con gran placer suyo y de toda la ciudad, por haberse asegurado del peligro que dellos recelaban.
CAPITULO VIII.
De lo que hizo en este tiempo Gonzalo Pizarro en el Cuzco.
En este tiempo Gonzalo Pizarro estaba en el Cuzco haciendo y pagando la gente con gran diligencia, y pro¬veyendo las otras cosas necesarias para la guerra, y pudo juntar hasta quinientos hombres, de los cuales hizo maestre de campo al capitan Alonso de Toro, y de los de caballo hizo capitan á don Pedro Puertocarrero, y to¬mó para sí parte dellos debajo de su estandarte; é hizo capitanes de piqueros al capitan Gumiel y al bachiller Juan Vélez de Guevara, y nombró por capitan de arca¬buceros á Pedro Cermeño. Llevaba tres estandartes, el uno de las armas reales, en poder de don Pedro Puer¬tocarrero, y el otro de la ciudad del Cuzco, que fué entregado á Antonio Altamirano, regidor de aquella ciu¬dad, natural de Ontiveros, á quien después degolló Gonzalo Pizarro por servidor de su majestad, como ade¬lante se dirá. Y otro estandarte de sus armas traia su alférez, y después le entregó al capitan Pedro de Puelles. Nombró por capitan de artillería á Hernando Bachicao, que juntó veinte piezas de campo muy buenas, y las aparejó de pólvora y balas y toda la otra municion ne¬cesaria; y teniendo junta su gente en el Cuzco, gene¬ral y particularmente justificaba ó coloraba la causa de aquella tan injusta empresa con que él y sus hermanos habian descubierto aquella tierra y puéstola debajo del señorío de su majestad á su costa y mision, y enviado della tanto oro y plata á su majestad como era notorio; y que después de la muerte del Marqués, no solamente no habia enviado la gobernacion para su hijo ni para él, como habia quedado capitulado, mas aun agora les en¬viaba á quitar á todos sus haciendas, pues no habia nin¬guno que por una vía ó por otra no se comprendiese debajo de ordenanzas, enviando para la ejecucion de¬llas á Blasco Nuñez Vela, que tan rigurosamente las ejecutaba, no otorgándoles la suplicacion, y diciéndoles palabras muy injuriosas y ásperas, como de todo esto y de otras muchas cosas ellos eran testigos. Y que, so¬bre todo, era público que le enviaba á cortar la cabeza sin haber él hecho cosa en de servicio de su majestad, antes servídole tanto como era notorio. Por tanto, que él habia determinado, con parescer de aquella ciudad, de ir á la ciudad de los Reyes y suplicar en el audien¬cia real de las ordenanzas, y enviar á su majestad procuradores en nombre de todo el reino, informándole de la verdad de lo que pasaba y convenia, y que tenia es¬peranza que su majestad lo remediaria; y donde no, que después de haber hecho sus diligencias, obedescerian pecho por tierra lo que su majestad mandase. Y que por no estar seguro del Visorey, por las amenazas que les habia hecho y por la gente que contra ellos habían jun¬tado, acordaron que tambien él fuese con ejército para sola su seguridad, sin llevar intento de hacer con él da¬ño alguno no siendo acometido. Por tanto, que les ro¬gaba que tuviesen por bien de ir con él y guardar órden y regla militar, que él y aquellos caballeros les gratificarian su trabajo, pues iban en justa defensa de sus haciendas. Y con estas palabras persuadia aquella gente á que creyesen la justificacion de la junta, y se ofrescieron de ir con él y defenderle hasta la muerte y así, salió de la ciudad del Cuzco, acompañándole todos los vecinos. Y puesta su gente en órden, aunque hubo algunos dellos entre los cuales estaba ya hecho concierto, que le demandaron aquella noche licencia para volver al Cuzco á aderezar algunas cosas de su viaje. Y otro dia de mañana se juntaron hasta veinte y cinco personas de las principales de la ciudad, que, aunque á los principios habian dado consentimiento en que vi¬niesen á suplicar de las ordenanzas, después, viendo có¬mo se iba dañando el negocio y encaminándose en de servicio de su majestad y alteracion de la tierra, deter¬minaron de apartarse de Gonzalo Pizarro y irse á servir al Visorey, como se fueron, haciendo muy grandes jor-nadas por despoblados y caminos apartados, porque sa¬bian que Gonzalo Pizarro los habia de enviar á seguir, como lo hizo. Y los principiantes deste concierto fueron Gabriel de Rójas, Gomez de Rójas, su sobrino, y Garcilaso de la Vega y Pedro del Barco, y Martin de Florencia y Hierónimo de Soria, y Juan de Sayavedra y Hierónimo Costilla, y Gomez de Leon y Luis de Leon, y Pedro Manjares y otros, hasta número de veinte y cinco personas; llevando consigo las provisiones que del audiencia real habian rescebido, en que se les man¬daba que, so pena de traidores, acudiesen luego. Y cuando Gonzalo Pizarro otro dia lo supo tuvo tan alterado el ejército, que muchas veces estuvo en determinacion de tornarse á los Charcas con cincuenta de caballo ami¬gos suyos, y hacerse allí fuerte; pero en fin, ninguna cosa halló de menos peligro para su vida que seguir el viaje comenzado y animar su gente, diciendo que si aquellos caballeros se habian ido era por no saber el es¬tado en que estaban los negocios de los Reyes, porque habia rescebido cartas de los principales vecinos della, en que le certificaban que con cincuenta hombres de caballo que él allí llevase concluiría el negocio comen¬zado sin riesgo ninguno, porque todos estaban de su opinion. Y así continuó su camino, aunque muy des¬pacio, porque no sufria otra cosa el grande embarazo de la artillería, que la llevaba en hombros de indios, con unos palos atravesados en los tiros, quitados de las cu¬reñas y carretones, y cada tiro llevaban doce indios, que no andaban con él mas de cien pasos, y luego entraban otros doce, y así remudaban trecientos indios que iban diputados para cada cañon, porque, á causa de la aspereza de los caminos, no se podian tirar en los carreto¬nes. Y así, iban mas de seis mil indios para solamente llevar el artillería y las municiones della.
CAPITULO IX.
De cómo Gaspar Rodríguez y otros del real de Gonzalo Pizarro se quisieron pasar á servir al Visorey, y enviaron por salvocon¬ducto.
Muchos caballeros y personas particulares venían en compañía de Gonzalo Pizarro (como está dicho en el capítulo precedente), que aunque á los principios fueron de parescer que viniesen á suplicar de las orde¬nanzas, y para ello ofrescieron sus personas y hacien¬das, después, visto cómo el negocio se iba enconando, y poco á poco á Gonzalo Pizarro iba usurpando señorío y mando, y que por su autoridad quebró la caja de su majestad, y sacó della los dineros que habia contra voluntad de los oficiales y justicias, antes que saliesen del Cúzco se arrepintieron de haberse entremetido en estas cosas, que daban de si muy ciertas señales del mal suceso que habían de tener; y así, siendo el prin¬cipal del concierto Gaspar Rodriguez de Camporedondo (hermano del capitan Pedro Anzúres, cuyos indios le habian sido encomendados por su muerte), se trató entre algunas personas principales del ejérci¬to de dejar á Gonzalo Pizarro, y pasarse á servir al Visorey, aunque por otra parte no lo osaban hacer, di-ciendo que era de muy áspera condicion, y que no los dejaria de castigar por lo pasado, aunque se viniesen á su servicio; y así, determinaron de hacer lo uno y pre¬venir en lo otro, enviando por caminos muy secretos y apartados á Baltasar de Loaysa, clérigo natural de la villa de Madrid, con cartas y despachos suyos para el Visorey y audiencia, diciéndoles que si les enviaban perdon de lo pasado, y salvoconducto, se pasarían á su campo, y que pasándose ellos, por ser capitanes y personas tan principales, todos sus amigos y criados se huirian, y así podria ser que se deshiciese el campo de Gonzalo Pizarro. Los principales que escribieron esto fueron Gaspar Rodríguez y Felipe Gutierrez, y Arias Maldonado y Francisco Maldonado, y Pedro de Villa-Castin y otros, hasta veinte y cinco personas. Bal¬tasar de Loaysa vino á los Reyes, caminando con gran diligencia, y por procurar de esconderse no topó con Gabriel de Rójas y Garcilaso, y con los demás que hemos dicho que se huyeron del Cuzco. Llegado á los Reyes, muy secretamente dió los despachos al Visorey y audiencia, y ellos le dieron el salvoconduto que pe¬dia, del cual luego en toda la ciudad se tuvo noticia, y muchos vecinos y otras personas que secretamente eran aficionados á Gonzalo Pizarro y á la empresa que traia, por lo que á ellos les importaba, lo sintieron, teniendo por cierto que con la venida de aquellos ca¬balleros se desharia el campo, y así quedaria el Visorey sin ninguna contradicion para ejecutar las orde-nanzas.
CAPITULO X.
De cómo Pedro de Puelles, teniente de Guanuco, se pasó á Gon¬zalo Pizarro, y tras él la gente que el Visorey envió en su se¬guimiento.
Cuando el Visorey fué rescibido en la ciudad de los Reyes le vino á besar las manos Pedro de Puelles, na¬tural de Sevilla, que era á la sazon teniente de gober¬nador en la villa de Guanuco por el licenciado Vaca de Castro, y por ser tan antiguo en las Indias era tenido en mucho; y así, el Visorey le dió nuevos poderes para que tornase á ser teniente en Guanuco, mandándole que le tuviese presta la gente de aquella ciudad, para que si cresciese la necesidad, enviándole á llamar, le acudiesen todos los vecinos con sus armas y caballos. Pedro de Puelles lo hizo como el Visorey se lo mandó, y no solamente tuvo aparejada la gente de la ciudad, mas aun detuvo allí ciertos soldados que habian acudido de la provincia de los Chachapoyas, en compañía de Gomez de Solis y de Bonifaz; y estuvo esperando el mandado del Visorey, el cual cuando le paresció tiem¬po envió á Hierónimo de Villegas, natural de Búrgos, con una carta para Pedro de Puelles, que luego le acu¬diese con toda la gente; llegado á Guanuco, trataron todos juntos sobre el negocio, paresciéndoles que si se pasaban al Visorey serian parte para que tuviese buen fin su negocio, y que habiendo vencido y desbaratado á Gonzalo Pizarro, ejecutaría las ordenanzas que tan gran daño traian á todos, pues quitando los indios á los que los paseian, no solamente rescebian perjuicio los vecinos cuyos eran, mas tambien los soldados y gente de guerra, pues habia de cesar el mante¬nimiento que les daban los que tenian los indios. Y así, todos juntos acordaron de pasarse á servir á Gonzalo Pizarro, y se partieron para le alcanzar donde quiera que le topasen. Luego el Visorey fué avisado desta jornada por medio de un capitan indio llamado Illatopa, que andaba de guerra y sabido por el Visorey, sintió mucho este mal suceso y pareciéndole que ha¬bia lugar para ir á atajar esta gente en el valle de Jauja, por donde necesariamente habían de pasar, despachó con gran presteza á Vela Nuñez, su hermano, que con hasta cuarenta personas fuesen á la ligera á atajar el paso á Pedro de Puelles y su gente, y con Vela Nuñez envió á Gonzalo Diaz, capitan de arcabuceros, y llevó treinta hombres de su compañía; y porque fuesen mas presto, el Visorey les mandó comprar, de la hacienda real, treinta y cinco machos, en que hiciesen la jornada, que costaron mas de doce mil ducados; y los otros diez soldados, á cumplimiento de los cuarenta, llevó Vela Nuñez de parientes y amigos suyos y yendo bien aderezados, se partieron de los Reyes, y siguieron su camino hasta que de Guadachili (que es veinte leguas de la ciudad) diz que llevaban concertado de matar á Vela Nuñez y pasarse á Gonzalo Pizarro. Y yendo cier¬tos corredores delante cuatro leguas de Guadachili, en la provincia de Pariacaca, toparon á fray Tomás de San Martin, provincial de santo Domingo, á quien el Visorey habia enviado al Cuzco para tratar de medios con Gonzalo Pizarro; y apartándole un soldado, natural de Avila, le dijo los tratos que estaban hechos de aquella gente para que él avisase dellos á Vela Nuñez y se pu¬siese á recaudo, porque de otra manera, le matarian aquella noche. El Provincial se dió gran priesa á andar, tomando consigo los corredores del campo, porque les dijo que Pedro de Puelles y su gente habia dos dias que eran pasados por Jauja, y que en ninguna manera los podrian alcanzar. Y llegados á Guadachili, dijo le mesmo á la demás gente, y que era trabajar en vano si procedian en el camino y secretamente apercibió á Vela Nuñez del peligro en que estaba, para que se pusiese á recaudo; el cual avisó á cuatro ó cinco deu¬dos suyos que con él iban, de lo que pasaba, y en anocheciendo sacaron los caballos como que los iban á dar agua; y guiándolos el Provincial, con la escuridad de la noche escaparon; y en sabiendo que eran idos, un Juan de la Torre y Piedra-Hita, y Jorge Griego y otros soldados del concierto se levantaron á la guar¬dia de la media noche, y dieron sobre toda la gente uno á uno, poniéndoles los arcabuces á los pechos si no determinaban irse con ellos. Y casi todos lo otorgaron, especialmente el capitan Gonzalo Díaz, que aunque se le puso el, mesmo temor y le ataron las manos, y hicieron otras aparencias de miedo, se cree que era del concierto, y aun el principal dél, y así se entendió por todos los de la ciudad que lo había de hacer, porque habia sido yerno de Pedro de Puelles, tras quien le enviaban, y no era de creer que habia de prender á su suegro estando bien con él. Y así, levantándose to¬dos, y subiendo en sus machos, que tan caro habian costado, se fueron á Gonzalo Pizarro al cual hallaron cerca de Guamanga; y habia dos dias que era llegado Pedro de Puelles con su gente, y halló tan desmayado el campo con la tibieza que ya iban mostrando Gaspar Rodríguez y sus aliados, que si tardara tres dias en llegar se deshiciera la gente; pero Pedro de Puelles les puso tanta animo con su socorroy con las palabras que les dijo, que determinaron de seguir el viaje, porque se profirió que si Gonzalo Pizarro y su gente no querían ir, él con los suyos seria parte para prender al Visorey y echarle de la tierra, segun estaba mal¬quisto. Llevaba Pedro de Puelles poco menos de cua¬renta de caballo y hasta veinte arcabuceros, y los unos y los otros se acabaron de confirmar en su propósito con la llegada de Gonzalo Díaz y su compa¬ñía. Vela Nuñez llegó á los Reyes y hizo saber al Vi¬sorey, lo que pasaba, y él lo sintió como era razon, porque vela que sus negocios se iban empeorando cada dia. Otro dia llegó á los Reyes Rodrigo Niño, hijo de Hernando Niño, regidor de Toledo, con otros tres ó cua¬tro que no quisieron ir con Gonzalo Díaz. Por lo cual demás de hacerles cuantas afrentas pudieron, les qui¬taron las armas y los caballos y vestidos; y así, venia Rodrigo Niño con un jubon y con unos muslos viejos, sin medias calzas, con solos sus alpargatas, y una caña en la mano, habiendo venido á pié todo el camino. Y, el Visorey le rescibió con grande amor, loando su fide¬lidad y constancia, y diciéndole que mejor parescia en aquel hábito que si viniera vestido de brocado, atenta la causa por que le traía.
CAPITULO XI.
De la gente que salió para prender y tomar los despachos
á Baltasar de Loaysa.
Cobrados los despachos, Baltasar de Loaysa se par¬tió con ellos la via del ejército de Gonzalo Pizarro; y entendido en el pueblo que con lo que llevaba muy fácilmente se desharia la gente, y el Visorey goberna¬ría pacíficamente, y ellos rescebirian sin ningun remedio el daño que esperaban, determinaron algunos vecinos y soldados de ir muy á la ligera en segui¬miento de Loaysa, hasta alcanzarle y tomarle los des-pachos que llevaba. Y habiéndose salido Loaysa un sábado en la tarde del mes de setiembre del año de 45, y con él el cápitan Hernando de Zaballos, en sendos machos y sin ninguna otra compañía ni embarazo que los pudiese detener, el domingo siguiente en la noche salieron en su seguimiento hasta veinte y cinco de caballo muy á la ligera, con determinación de no parar dias ni noches hasta alcanzar á Loaysa. Los principales que concertaron este trato fueron don Bal¬tasar de Castilla, hijo del conde de la Gomera, y Lo¬renzo Mejía y Rodrigo de Salazar, y Diego de Carva¬jal, que llamaban el Galan, y Francisco de Escobedo y Hierónimo de Carvajal, y Pedro Martin de Cecilia y otros, hasta el número que está dicho; los cuales á prima noche comenzaron á caminar, y continuaron su camino con tanta priesa, hasta que menos de cuarenta leguas de la ciudad de los Reyes alcanzaron á Loaysa y á Zavallos, y los hallaron durmiendo en un tambo; y tomándoles las provisiones y despachos que llevaban, los enviaron á Gonzalo Pizarro con un soldado, que fué á la mayor prisa que pudo por ciertos atajos, quedando los mensajeros con Pedro Martin y sus compa¬ñeros, que los llevaban presos y á buen recaudo, continuando tambien su camino en demanda del campo de Gonzalo Pizarro; y rescebidas por él las provisiones y despachos que el mensajero le llevó, las comunicó muy en secreto con el cápitan Carvajal, á quien pocos días antes habia hecho su maestre de campo por enfermedad de Alonso de Toro, que salió del Cuzco con aquel car¬go. Y asimismo dió parte del negocio á otros capitanes y personas principales de su campo, de los que no habia sido en enviar á pedir el salvoconducto; y algu¬nos por enemistades particulares, y otros por envidias, y otros por codicia de ser mejorados en indios, aconsejaron á Gonzalo Pizarro que le convenía castigar este negocio tan ejemplarmente, que escarmentasen los demás para no inventar semejantes motines y alteraciones; y entre todos los que por el mesmo solvocon-ducto parescia haber sido participantes en este negocio se resumieron en matar al capitan Gaspar Rodriguez y á Felipe Gutierrez, hijo de Alonso Gutierrez, tesorero de su majestad, vecino de la Villa de Madrid, y á un ca¬ballero gallego, llamado Arias Maldonado, el cual con Felipe Gutierrez se habia quedado una ó dos jornadas atrás, en la villa de Guamanga, so color de aderezar ciertas cosas para el camino. Y envió Gonzalo Pizarro al capitan Pedro de Puelles, con cierta gente de ca¬ballo, que en Guamanga los prendió y cortó las cabezas. Gaspar Rodriguez estaba en el mismo campo por espitan de casi docientos piqueros, y por ser persona tan principal y rico y bienquisto no osaron ejecutar abiertamente en su persona lo que tenian acordado, y usaron desta forma: que después de tener prevenidos Gonzalo Pizarro ciento y cincuenta arcabuceros de la compañía de Cermeño, y dádoles una arma secreta, y encabalgada y puesta á punto la artillería, envió á llamar á todos los capitanes á su toldo, diciendo que les quería comunicar ciertos despachos que habia res¬cebido de los Reyes. Y viniendo todos, y entre ellos Gaspar Rodríguez, cuando entendió que estaba cer¬cada la tienda, y asestada á ella toda la artillería, él se salió, fingiendo que iba á otro negocio. Y quedando todos los capitanes juntos, se llegó el maes¬tre de campo Carvajal á Gaspar Rodriguez, y con disimulacion le, puso la mano en la guarnicion de la espada y se la sacó de la vaina, y le dijo que se confesase con un clérigo que allí llamaron, porque habia de morir luego. Y aunque Gaspar Rodriguez, lo rehuso cuanto pudo, y se ofresció á dar grandes disculpas de cual¬quier culpa que se le imputase, ninguna cosa aprovechó; y así, le cortaron la cabeza. Estas muertes ate¬morizaron mucho todo el campo, especialmente á los que sabian que eran consortes suyos en la causa por que los mataban, porque fueron las primeras que Gon¬zalo Pizarro hizo desde que comenzó su tiranía. Po¬cos dias después llegaron al campo don Baltasar y sus compañeros, que traian preso á Baltasar de Loaysa y á Hernando de Zavallos, como está dicho. Y el dia que supo Gonzalo Pizarro que habian de entrar en el real, envió al maestre de campo Carvajal por el camino por donde entendió que venían para que en topándolos hiciese dar garrote á Loaysa y Zavallos; y quiso su fortuna que se desviaron del camino real por una sen¬da; de manera que el maestre de campo los erró. Y así, llegados á la presencia de Gonzalo Pizarro, hubo tantos intercesores en su favor, que les perdonó las vidas, y á Loaysa le envió á pié y sin ningun bastimen¬to de su real, y á Hernando de Zaballos trajo consigo, hasta que desde en mas de un año, estando en la pro¬vincia de Quito, le encargó que fuese con los mineros que sacaban oro de las minas, por veedor dellos; y porque le dijeron que se habia aprovechado demasia¬damente en aquel cargo, juntándose el odio que con él tenia de lo pasado, le hizo ahorcar.
Pues tornando á la órden de la historia, pocas horas después que salieron de la ciudad de los Reyes don Bal¬tasar de Castilla y sus compañeros, que fueron en se¬guimiento de Loaysa, como está dicho, no pudo ser tan oculto, que no viniese á noticia del capitan Diego de Urbina, maestre de campo del Visorey, que andando ro¬deando la ciudad y yendo á las posadas de algunos de estos que se huyeron, ni los halló á ellos ni sus armas ni caballos, ni á los indios yanaconas de su servicio. Lo cual le dió sospecha de lo que era; y yendo á la posada del Visorey, que estaba ya acostado, le certificó que los mas de la ciudad se le habian huido, porque él así lo creia. El Visorey se alteró, como era razon, y levantán¬dose de la cama, mandó tocar arma y llamó á sus ca¬pitanes, y con gran diligencia les hizo ir discurriendo de casa en casa por toda la ciudad, hasta que averi¬guó quiénes eran los que faltaban. Y como entre los otros se hallasen ausentes Diego de Carvajal y Hieró¬nimo de Carvajal y Francisco de Escobedo, sobrinos del factor Illan Suarez de Carvajal, de quien él tenia ya concebida sospecha que favorescia á Gonzalo Pizarro y á sus negocios, teniendo por cierto que la ida de sus sobrinos se habia hecho por su mandado, ó á lo menos que no habia podido ser sin que él tuviese noticia dello, porque posaban dentro en su casa, caso que se mandaban por una puerta diferente, apartada de la principal; y para averiguacion desta sospecha envió el Visorey á Vela Nuñez, su hermano; con ciertos arca¬buceros, que fuese á traer preso al factor; y hallándole en su cama, le hizo vestir y le llevó á la posada del Visorey, que, por no haber dormido casi en toda la noche, estaba reposando sobre su cama vestido y armado. Y en entrando el factor por la puerta de su cuadra, dicen algunos de los que se hallaron presentes que se levan¬tó en pié el Visorey y le dijo: «¿Así, don traidor, que habeis enviado vuestros sobrinos á servir á Gonzalo Pi¬zarro?» El factor le respondió: «No me llame vuestra señoría traidor; que en verdad no lo soy.» El Visorey diz que replicó: «Juro á Dios que sois traidor al Rey.» A lo cual el factor dijo: «Juro á Dios que soy tan buen servidor del Rey como vuestra señoría.» De lo cual el Visorey se enojó tanto, que arremetió á él, poniendo mano á una daga; y algunos dicen que le hirió con ella por los pechos, aunque él afirmaba no haberle herido, salvo que sus criados y alabarderos, viendo cuán desacatadamente le habia hablado, con ciertas roncas y partesanas y alabardas que allí habia le dieron tantas heridas, que le mataron, sin que pudiese confesarse ni hablar palabra ninguna. Y el Visorey le mandó luego llevar á enterrar, aunque, temiendo que el factor era muy bienquisto, y que si le bajaban por delante de la gente de guerra (porque cada noche le hacian guardia cien soldados en el patio de su casa) podria haber algun escándalo, mandó descolgar el cuerpo por un corredor de la casa, que salia á la plaza, donde le rescibieron ciertos indios y negros, y le enterraron en la iglesia que estaba junto, sin amortajarle, salvo envuelto en una ropa larga de grana que llevaba vestida. Y asi, dende á tres dias, cuando los oidores prendieron al Visorey, como abajo se dirá, una de las primeras cosas que hicieron fué averiguar la muerte del factor, comenzando el proceso de que hablan sabido que á la media noche le llevaron en casa del Visorey y que nunca mas habia parescido, y le desenterraron y averiguaron las heridas. Sabida esta muerte por el pueblo, causó muy grande escándalo, porque entendian todos cuánto el factor habia favorecido las cosas del Visorey, especialmente en la diligencia que puso para que fuese rescebido en la ciudad de los Reyes, contra el parecer de los mas de los regidores. Estos sucesos acaescieron domingo en la noche, que se contaron 13 dias del mes de septiembre del año de 1544. Y luego, el lúnes de mañana el Visorey envió á don Alonso de Montemayor con hasta treinta de caballo, que fuese en seguimiento de don Baltasar y de los que (como tenemos dicho) fueron en rastro de Loaysa y Zaballos, aunque después de haber andado una jornada ó dos, entendieron que sus contrarios iban tan léjos, que era imposible alcanzallos; y así, se tornaron á la ciudad, y en el camino tuvieron noticia que Hierónimo de Carvajal, uno de los sobrinos del factor, se perdió de la compañía una noche, y no acertando el camino, se escondió en un cañaveral; y buscándole, le llevaron preso al Visorey aunque, por estar ya preso cuando volvieron, como abajo se dirá, excusó el riesgo que corriera. Después de habérsele pasado la ira y enojo al Visorey, no entendia en otra cosa sino en dar particular cuenta á todos aquellos con quien hablaba de las cosas que le habian movido á tener la sospecha que tuvo del factor, y de cómo habia sucedido su muerte; y para la justificacion dello hizo que el licenciado Alvarez rescibiese cierta informacion sobre las culpas que él imputaba al factor; la principal de las cuales era fundar, como verisímilmente se creia, que habia tenido noticia de la huida de sus sobrinos, y que no podia ser menos, por vivir dentro de su mesma casa, y que en otras muchas cosas que le habia encomendado tocantes á la guerra, no entendia con el calor y diligencia, que le parecia que era razon, fundando siempre el interés que al factor se le seguia de que no se ejecutasen las or- denanzas reales, pues por virtud de una dellas se le habian de quitar los indios que tenia como á oficial de su majestad; lo cual excusaba mientras la tierra anda¬ba alborotada. Y tambien le culpaba de que, habién¬dole dado ciertos despachos que enviase al licenciado Carvajal, su hermano, que al tiempo destas revueltas se halló en el Cuzco, para que le avisase de lo que allá pasaba, no le habia vuelto respuesta, pudiéndolo tam-bien hacer, por estar en el camino los indios de am¬bos hermanos y los de su majestad, que estaban á car¬go del factor, aunque en lo uno ni en lo otro nunca pareció culpado. Viendo el Visorey cuán mal le hablan sucedido todos estos negocios, y que por causa desta muerte la gente mostraba tanta tibieza y descontento, le paresció mudar el designo que hasta allí habia tenido de esperar á Gonzalo Pizarro y pelear con él den¬tro en la ciudad, para lo cual la habia hecho fortificar con ciertos bastiones y traveses, y determinó de reti¬rarse ochenta leguas atrás, en la ciudad de Trujillo, despoblando aquella de los Reyes, y llevando por mar los hombres viejos y impedidos y las mujeres y hadeudas, porque tenia copia de navíos para ello, y por tierra toda la gente de guerra, despoblando de camino todos los llanos y haciendo subir los indios á la sierra. El fin que tuvo en esta determinacion fué pa¬recerle que, llegando Gonzalo Pizarro á los Reyes y vi¬niendo su ejército de tan largo camino con tanta arti¬llería y impedimentos, y hallando despoblada aquella ciudad, sin ninguno de los refrigerios que en ella es¬peraba hallar, se le desharia el campo, viendo que aun le quedaba tan larga jornada como desde allí á Trujillo, y el camino despoblado y sin ninguna comida. Y demás desto, le movia ver que cada dia se le iba gente de su campo al del enemigo, por creer que estaba ya tan cerca; y así, queriendo ejecutar su determinacion, el mártes siguiente mandó á Diego Alvarez de Cueto que con cierta gente de caballo llevase á la mar los hijos del marqués don Francisco Pizarro y los metiese en un navío, y él se quedase en guarda dellos y del licen¬ciado Vaca de Castro, y por general de la armada, porque temió que don Antonio de Ribera y su mujer, que tenia á cargo á don Gonzalo y sus hermanos, se los esconderian. Lo cual causó muy gran alteracion en el pueblo, y sintieron dello muy mal los oidores, especialmente el licenciado Zárate, que con gran instancia particularmente fué á suplicar al Visorey que sacase á doña Francisca de la mar, por ser ya doncella crecida y hermosa y rica, y que no era cosa decente traerla en¬tre los marineros y soldados. Y ninguna cosa pudo aca¬bar con el Visorey, antes ya claramente él les declaró su intencion cerca de lo que tenia determinado en reti¬rarse; y los halló muy léjos de su parescer, porque le respondieron que su majestad les habia mandado residir en aquella ciudad, que por su voluntad no saldrían della hasta que viesen mandamiento en contrario. Y visto esto por el Visorey, determinó de tomar en su poder el sello real y llevarle consigo á Trujillo, porque los oi¬dores, caso que nó le quisiesen seguir, quedasen allí como personas privadas, sin que pudiesen librar ni ha¬cer audiencia. Sabido esto por los oidores, enviaron á llamar al chanciller; y quitándole el sello, le depositaron en poder del licenciado Cepeda, como oidor mas antiguo; lo cual acordaron los tres oidores sin el licenciado Zarate, y á la tarde se juntaron todos cuatro en casa del licenciado Cepeda, y determinaron de hacer un requerimiento al Visorey para que sacase de la mar los hijos del Marqués; y después de asentado el acuerdo en el libro, el licenciado Zárate se fué á su posada, porque estaba mal dispuesto, y los demás oidores quedaron tratando sobre la forma que ternian para su defensa si el Visorey quisiese ejecutar su determinacion, y embarcarlos por fuerza, como se publicaba que lo habia de hacer; y acordaron de despachar una provision, requiriendo y mandando por ella á los vecinos y capitanes y gente de guerra que si el Visorey los quisiese embarcar y sacar de aquella ciudad por fuerza y contra su voluntad, se juntasen con ellos y les diesen favor y ayuda para resistir la ejecucion del tal mandado, como cosa que se hacia de hecho y contra lo que su majestad tenia expresamente mandado por las nuevas leyes y ordenanzas y por las mismas provisiones y títulos de sus oficios; y teniendo despachada la provision, la comunicaron secretamente con el capitan Martín de Robles, rogándole que estuviese apercebido con su gente para que cuando fuese llamado acudiese á los favorescer. Martin de Robles se ofresció de hacerlo, porque estaba diferente con el Visorey, aunque era capitan suyo, y asimismo se ofrescieron á darles el mismo favor otros vecinos y personas principales de aquella ciudad con quien comunicaron su determinacion. Y así, estuvieron todos apercebidos aquella noche, y no pudo ser tan secreto lo que habia pasado, que no se entendiese ó sospechase por el Visorey. Y poco después de anochecido, Martin de Robles fué á la posada del licenciado Cepeda y le dijo que mirase lo que habia comenzado, y que si dilataban el remedio, podria ser que á todos les costase las vidas, porque ya el Visorey habia entendido el negocio. Luego el licenciado Cepeda envió á llamar al licenciado Alvarez y al doctor Tejada, y determinaron de defenderse descubiertamente del Visorey si tentase de prenderlos; y comenzaron á acudir algunos de sus amigos, y otros de la compañía de Martín de Robles que estaban apercebidos; y porque el maestre de campo Diego de Urbina, á quien tocaba la ronda de aquella noche, encontró algunos destos soldados y sospechó lo que podía ser, fué al Visorey y le dijo lo que pasaba y lo que él colegia dello, para que lo remediase. El Visorey respondió que no temiese, porque á la fin eran bachilleres, y no ternian ánimo para cometer cosa ninguna. Y con esto, Diego de Urbina se tornó á su ronda, y topó alguna gente de caballo que acudian en casa de Cepeda y visto esto, se tornó al Visorey y le dijo lo que pasaba, y le aconsejó con grande instancia que pusiese medio en ello antes que creciese el daño. El Visorey se armó y mandó tocar arma, y salió á la plaza con determinacion de irse en casa del licenciado Cepeda con cien soldados que le hacian la guarda aquella noche y con los criados y gente de su casa, y prender los oidores y castigar el alboroto y apaciguar la ciudad; y puesto en la plaza junto á su puerta, vió cómo no podia tener los soldados que por allí pasaban, que todos se iban hacia la casa de Cepeda, porque la gente de á caballo que andaba por las calles los encaminaba para allá. Y si el Visorey en aquella sazon ejecutara su determinacion, no tuviera dificultad ni resistencia, porque era mucha mas la gente que él llevaba que la que en casa de Cepeda estaba junta. Lo cual dejó de hacer porque Alonso Pa-lomino, que era alcalde en aquella ciudad, le dijo que toda la gente de guerra estaba en casa de Cepeda y querian venir sobre él; por tanto, que se hiciese fuerte en su posada, pues tenia aparejo, y le faltaba gente con que poder acometer á los oidores. Y él, dando crédito á lo que Alonso Palomino le dijo, se metió en su aposen¬to con los capitanes Vela Nuñez, su hermano, y Paulo de Meneses y Hierónimo de la Serna, y Alonso de Cá¬ceres y Diego de Urbina, y con otros criados y deudos suyos, dejando á la puerta de la calle los cien hombres de la guardia que arriba tenemos dicho, para que no dejasen entrará nadie. En este tiempo tambien les fué dicho á los oidores que el Visorey estaba en la plaza con determinacion de venir sobre ellos; y caso que tenían muy poca gente, determinaron de salir de casa, porque si el Visorey los cercaba, se les quitaria la posibilidad de juntar consigo mas gente. Y así, se fueron á la plaza, y con la que en el camino se les juntó llevaban ya número de docientos hombres; y para su justificacion hicieron pregonar la provision, la cual, con el gran ruido, fué de pocos entendida; y llegando á la plaza ya que amanes¬cia, se comenzaron á tirar algunos arcabuces desde el corredor del Visorey y ocupar toda la delantera de la plaza. De lo cual es enojaron tanto los soldados que iban con los oidores, que determinaron de entrar la casa por fuerza y matar á todos los que se lo resistiesen. Y los oidores los apaciguaron, y enviaron á fray Gaspar de Carvajal, superior de santo Domingo, y á An¬tonio de Robles, hermano de Martin de Robles, para que dijesen al Visorey que no querian dél otra cosa sino que no los embarcase por fuerza y contra lo que su majestad mandaba, y que sin ponerse en resistencia, se viniese á la iglesia mayor, donde se metieron á espe¬rarle; porque de otra manera pornia en riesgo á sí y á los que con él estaban. Y yendo estos mensajeros, los cien soldados que estaban á la puerta se pasaron á la parte de los oidores, y viendo la entrada libre, todos los soldados entraron en casa del Visorey y comenza¬ron á robar los aposentos de sus criados, que estaban en el patio. En este tiempo el licenciado Zárate salió de su posada por irse á juntar con el Visorey, y topando en el camino á los otros oidores, y viendo que no po¬dia pasar, se metió en la iglesia con ellos. Oido por el Visorey lo que le enviaban á decir, y viendo la casa llena de gente de guerra, y que la suya mesma le habia de¬jado, se vino á la iglesia donde los oidores estaban y se entregó á ellos, los cuales le trajeron en casa del licenciado Cepeda, armado como estaba con una cota y unas coracinas. Y viendo él al licenciado Zárate con los otros oidores, le dijo: «¿Tambien vos, licenciado Zárate, fuistes en prenderme teniendo yo de vos tanta confianza?» Y él le respondió que quien quiera que se lo habia dicho, que mentia; que notorio estaba quien le habia prendido, y si él se habia hallado en ello ó no. Luego se proveyó que el Visorey se embarcase y se fuese á España, porque si llegado Gonzalo Pizarro, le hallase preso, le mataría. Y tambien temian que algunos deudos del factor le habían de matar en venganza de la muerte del factor y que de cualquiera forma se echarla á ellos la culpa del daño. Y tambien les parescia que si le enviaba solo, que tornaría á saltar en tierra y volveria sobre ellos; y andaban tan confusos, que no se entendian y mostraban pesarles de lo hecho. Y hicieron capitan general al licenciado Cepeda, y todos llevaran á la mar al Visorey con determinacion de ponerle en un navío, lo cual no pudieron bien hacer, porque viendo Diego Alvarez de Cueto (que á la sazon estaba por general del armada) la mucha gente que venia, y que traian preso al Visorey, envió á Hierónimo Zurbano, su capitan de la mar, en un batel con ciertos arcabuceros y tiros de artillería, para que con él recogiese todos los bateles de las naos á bordo de la capitana, y él fuese á requerirá los oidores que soltasen al Visorey; lo cual hizo, caso que no le quisieron oir, antes le tiraron ciertos arcabuceros desde tierra, y les respondió con otros desde la mar, y se volvió. Los oidores enviaron en balsas á decir á Cueto que entregase la armada y los hijos del Marqués, y que ellos entregarian al Visorey en un navío; y que si no lo hacían, correria riesgo. La cual embajada llevó, con consentimiento del Visorey, fray Gaspar de Carvajal, que fué en una balsa á ello; y llegado á la nao capitana, dijo á lo que venia á Diego Alvarez de Cueto, en presencia del licenciado Vaca de Castro, que, como tenemos dicho, estaba preso en el mesmo navío; y viendo Cueto el peligro en que quedaba el Visorey, echó en tierra en las mesmas balsas los hijos del Marqués y á don Antonio y á su mujer, no embargante que los oidores por entonces no cumplieron lo que de su parte se habia prometido, amenazando todavía que si no entregaba la armada, cortarian la cabeza al Visorey. Y dado caso que el capitan Vela Nuñez, hermano del Visorey, fué y vino algunas veces, nunca los capitanes lo quisieron hacer. Y con esto, se tornaron los oidores con el Visorey á la ciudad con mucha guarda; y dende á dos dias, porque entendieron que los oidores y los otros capitanes que los seguian buscaban formas para entrar con balsas con gran copia de arcabuceros á tomarles los navíos, y viendo que no habia podido acabar con Hierónimo Zurbano que se los entregase, caso que le enviaron á hacer grandes ofertas sobre ello, porque vieron que era mas parte que Cueto, por tener á su voluntad todos los soldados y marineros, que eran vizcaínos, los capitanes de los navíos se determinaron en salir del puerto de los Reyes y andarse por aquella costa entreteniéndose hasta que viniese despacho ó mandamiento de su majestad sobre lo que debían hacer, considerando que habia en la ciudad y por todo el reino criados y servidores del Visorey, y otras personas que no se habian hallado en su prision y muchos servidores de su majestad que cada dia se les iban recogiendo en los navíos, los cuales estaban medianamente armados y proveídos, porque tenian diez ó doce versos de hierro. y cuatro tiros de bronce, con mas de cuarenta quintales de pólvora; y tenían, demás desto, mas de cuatrocientos quintales de bizcocho y quinientas hanegas de maíz y harta carne salada, que era bastimento con que gran tiempo se pudieran sustentar, especialmente no se les pudiendo prohibir las aguas, porque en cualquier parte de la cos¬ta podían surgir, como está dicho; y no tenian mas de hasta veinte y cinco soldados. Y considerando que no tenian copia de marineros para poder gobernar diez na¬víos que estaban en su poder, y que no les era seguro dejar allí ninguno porque no los siguiesen, otro dia después de la prision del Visorey pusieron fuego á cuatro navíos de los mas pequeños, porque no los po¬dian llevar, y á dos barcos de pescadores que estaban varados en tierra, y con los seis navíos restantes se hicieron á la vela. Los cuatro navíos se quemaron todos, porque no hubo en qué entrar á los remediar. Los dos barcos se salvaron, apagando el fuego dellos, aunque quedaron con algun daño, y los navíos se fueron á sur¬gir puerto de Guaura, que es diez y ocho leguas mas abajo del puerto de los Reyes, para proveerse allí de agua y leña, de que tenían necesidad; y llevaron consigo al licenciado Vaca de Castro, y allí en Guaura determinaron de esperar el suceso de la prision del Visorey. Y entendiendo esto los oidores, y considerando que no se apartarian los navíos mucho de aquel puerto, por dejar preso al Visorey y en tanto riesgo de la vida, determinaron de enviar gente por mar y por tierra pa¬ra tomar los navíos por cualquier forma que pudiesen; y para esto dieron cargo de reparar y aderezar los dos barcos que estaban en tierra á Diego García de Alfaro, vecino de aquella ciudad, que era muy práctico en las cosas de la mar; y teniéndolos reparados y echados al agua, se metió en ellos con hasta treinta ar¬cabuceros, y se fué la costa abajo, y por tierra envia¬ron á don Juan de Mendoza y á Ventura Beltran con otra cierta gente. Y habiendo reconoscido los unos y los otros que los navíos estaban surtes en Guaura, Diego García se metió de noche, con sus barcas, tras un farallon que estaba en el puerto muy cerca de los navíos, aunque no le podian ver, y los de tierra co¬menzaron á disparar; y creyendo cierto que eran al¬gunos criados del Visorey ó gente que se quería embar¬car, proveyó que Vela Nuñez fuese en tierra con un batel á informarse de lo que pasaba; y llegando á la costa sin sallar en tierra, dió sobre él de través Diego García con su gente y le comenzó á tirar, apretándole tanto, que se hubo de rendir y entregar el batel. Y desde allí enviaron á hacer saber á Cueto lo que pasaba, diciéndole que si no entregaba la armada matarian al Visorey y á Vela Nuñez. Y temiendo Cueto que se haría así, entregó la armada, contra el parescer de Hierónimo Zurbano, que con un navío, de que era capitan, se hizo á la vela, y se fué á Tierra-Firme, dos dias antes que viniese Diego García, porque le mandó Cueto que con su navío se viniese la costa abajo á recoger á todos los navíos que hallase, porque no los tomasen los oidores. Y ellos, desque la armada se fué de los Reyes, temiendo que los deudos del factor matarian al Visorey (como lo habian intentado de hacer), acor¬daron de llevarlo á una isla que está dos leguas del puerto, metiéndole á él y á otras veinte personas que le guardasen en unas balsas de espadañas secas, que los indios llaman enea. Y sabida la entrega de la armada, determinaron de enviar á su majestad al Visorey con cierta informacion que contra él rescibieron, y se con¬certaron con el licenciado Alvarez, oidor, para que le llevase en forma de preso, y para su saurio le dieron ocho mil castellanos; y haciendo los despachos nece¬sarios, en los cuales no firmó el licenciado Zárate, Al¬varez se fué por tierra, y al Visorey llevaron por la mar en uno de los barcos de Diego García, y se le en tregaron en Guaura al licenciado Alvarez con tres na¬víos, y con ellos, sin esperar los despachos del audien¬cia (que aun no eran llegados), se hizo á la vela, y al licenciado Vaca de Castro tornaron en un navío, preso como antes estaba , al puerto de los Reyes.
CAPITULO XII.
De cierto trato que hubo en Lima para soltar al Visorey,
y lo que sobre ello acaesció.
En el tiempo que el Visorey estaba en la isla volvie¬ron á los Reyes don Alonso de Montemayor y los demás que con él hablan ido en seguimiento de los que fueron á prender el padre Loaysa, á los cuales los oidores prendieron, y á algunos quitaron las armas y juntamen¬te con algunos capitanes del Visorey y con los que se habian venido del Cuzco, los pusieron presos en casa del capitan Martin de Robles y de otros vecinos. Y pa¬resciéndoles á estos presos que si el Visorey estuviese suelto y en su libertad seria parte para defender la ve¬nida de Gonzalo Pizarro y, la opresion y daños que se esperaban con ella, especialmente el de servido de su majestad y la alteracion de la tierra, se concertaron en¬tre si de juntarse con mano armada y sacar al Visorey de la isla y ponerle en su libertad y cargo; y si para la efectuacion deste negocio fuese necesario prender á los oidores, y aun (en caso que no se pudiese hacer de otra manera) matarlos y alzar la ciudad por su majes¬tad; y con los medios que para ello tenian dados fuera fácil cosa ejecutar su intento, si no se descubriera por un soldado al licenciado Cepeda, el cual, con sus compañeros prendió los principales deste concierto, que fueron don Alonso de Montemayor, Pablo de Meneses, Alonso de Cáceres y Alonso de Barrio-Nuevo, y otros algunos. Y haciendo diligencia sobre el negocio, dieron tormento á algunos dellos, que por tener buen áni¬mo no confesaron, caso que Alonso Barrio-Nuevo con¬fesó alguna parte del negocio, creyendo que con tanto se satisfarian los oidores y no atormentarian á mas. Y por medio desta confesion los oidores condenaron á muerte en vista á Alonso de Barrio-Nuevo, aunque des¬pués en revista le cortaron la mano derecha á don Alon¬so de Montemayor, y á los demás desterraron de la ciu¬dad y tierra. Don Alonso fué padesciendo grandes tra¬bajos hasta juntarse con el Visorey en Túmbez, como abajo se dirá. Después de lo cual, cada dia Inician saber á Gonzalo Pizarro lo que habia pasado, porque creye¬ron que con ello desharia su gente; de lo cual él estaba muy apartado, porque creía que todo cuanto habia pa¬sado sobre esta prision era ruido hechizo, á efecto de hacerle derramar su campo, y después prenderle y cas¬tigarle cuando le viesen solo; y así, caminaba siempre en ordenanza y aun mas recatadamente que antes. Des¬pués de hecho á la vela el licenciado Alvarez con el Vi¬sorey y sus hermanos, el mismo dia subió á su cámara, y queriendo reconciliarse con el Visorey de las cosas pasadas, porque él habia sido principal promovedor dellas y el que con mas diligencia entendió en su prision y en el castigo de los que le querian restituir en su li¬bertad y gobernacion; y le dijo que su intencion de poder del licenciado Cepeda, y porque no cayese en el de Gonzalo Pizarro, que tan en breve se esperaba y pa¬ra que lo entendiese asi dende entonces le entregaba el navío y le ponia en su libertad, y se metió debajo de su mano y querer, y le suplicaba le perdonase el yerro pasado de haber entendido en su prision y en las otras cosas que después habían sucedido, pues tambien lo habia emendado con asegurarle la vida y libertad. Y mandó á diez hombres que consigo llevaba para la guar¬da del Visorey que hiciesen lo que él les mandase. El Visores le agradesció lo hecho y le aceptó, y se apoderó del navío y armas, aunque poco después le comenzó á tratar mal de palabra y así, se fueron la costa abajo hácia la ciudad de Trujillo, donde les sucedió lo que ade¬lante se dirá.
CAPITULO XIII.
De como los oidores enviaron una embajada á Gonzalo Pizarro para
que deshiciese su campo, y de lo que sobre esto acaesció.
En haciéndose á la vela el licenciado Alvarez, se entendió en los Reyes que iba de concierto con el Visorey, así por algunas muestras que dello dió antes que se em¬barcase, como porque se fué sin esperar los despachos que los oidores habian de dar, que por no venir en ellos el licenciado Zárate se habian dilatado y se le habian de enviar otro día. Lo cual los oidores sintieron mucho, sabiendo que Alvarez habia sido inventor de la prision del Visorey y el que mas lo trató y dió la ordenanza para ello, y entre tanto que esperaban á saber el verdadero suceso de aquel hecho, les paresció enviar á Gonzalo Pizarro á le hacer saber lo pasado y á le requerir con la provision real, para que, pues ellos estaban en nombre de su majestad, para proveer lo que conviniese á la administracion de la justicia y buena gobernacion de la tierra, y habian suspendido la ejecucion de las orde¬nanzas y otorgado la suplicacion dellas, y enviado el Vi¬sorey á España, que era mucho mas de lo que ellos siempre dijeron que pretendian para colorarla alteracion de la tierra le mandaban que luego deshiciese el campo y gente de guerra, y si quería venir á aquella ciudad, viniese de paz y sin forma de ejército; y que si para la seguridad de su persona quisiese traer alguna gente, podía venir con hasta quince ó veinte de caballo, para lo cual se le daba licencia. Despachada esta provi¬sion, mandaron á algunos vecinos los oidores que la fue¬sen á notificar á Gonzalo Pizarro donde quiera que le topasen en el camino; y ninguno hubo que lo quisiese aceptar, así por el peligro que en ello habia como porque decian que Gonzalo Pizarro y sus capitanes les culparian, respondiéndoles que, viniendo ellos á defender las haciendas de todos, les eran contrarios. Y así, viendo esto los oidores, mandaron por un acuerdo á Agustin de Zárate, contador de cuentas de aquel reino, que jun¬tamente con don Antonio de Ribera, vecino de aquella ciudad, fuesen á hacer esta notificacion; y les dieron su carta de creencia, y con ella se partieron hasta llegar al valle de Jauja, donde á la sazon estaba alojado el campo de Gonzalo Pizarro, el cual ya habia sido avisado del mensaje que se le enviaba y temiendo que si le llegasen á notificar se le amotinarla la gente, por el gran deseo que llevaban de llegar á Lima en forma de ejército, y aun para saquear la ciudad con cualquiera ocasion que hallase y queriéndolo proveer, envió al camino por donde venian estos mensajeros á Hierónimo de Villegas, su capitan, con hasta treinta arcabuceros á caballo, el cual los topó, y á don Antonio de Ribera le dejó pasar al campo, y á Agustin de Zárate le prendió y tomó las provisiones que llevaba, y le volvió por el camino que habia venido, hasta llegar á la provincia de Pariacaca, donde le tuvo diez dias preso, poniéndole su gente todos los temores que podían á efecto de que no, dejase su embajada y así, estuvo allí hasta que llegó Gonzalo Pizarro con su campo, y le mandó llamar para que le dijese á lo que habia venido. Y porque ya Zárate estaba avisado del riesgo que corria en su vida si tra¬taba de notificar la provision, después de hablado apar¬te á Gonzalo Pizarro, y dichole lo que se le habia mandado, le metió en un toldo, donde estaban juntos todos sus capitanes, y le mandó que les dijese á ellos todos lo que á él le habiá dicho. Y Zárate, entendiendo su intencion, les dijo de parte de los oidores otras algunas cosas tocantes al servicio de su majestad y al bien de la tierra, usando de la creencia que se le habia tomado, especialmente que, pues el Visorey era embarcado, y otorgada la suplicacion de las ordenanzas, pagasen á su majestad lo que el visorey Blasco Nuñez Vela le habia gastado, como se hablan ofrescido por sus cartas de lo hacer, y que perdonasen los vecinos del Cuzco que se habian pasado desde su campo á servir al Visorey, pues habían tenido tan justa causa para ello, y que en¬viasen mensajeros á su majestad para disculparse de todo lo acaescido, y otras cosas desta calidad, á las cua¬les todas ninguna otra respuesta se le dió sino que dijese á los oidores que convenía al bien de la tierra que hiciesen gobernador della á Gonzalo Pirro, y que con hacerlo se proveería luego en todas las cosas que se les hablan dicho de su parte; y que si no lo habian, mete¬rian á saco la ciudad. Y con esta respuesta volvió Zárate á los oidores, aunque algunas veces la rehusó llevar, y á ellos les pesó mucho oir tan abiertamente el intento de Pizarro; porque hasta entonces no habia dicho que pretendía otra cosa sino la ida del Visorey y la suspen¬sion de las ordenanzas; y con todo esto, enviaron á de¬cir á los capitanes que ellos habian oído lo que pedian, pero que ellos por aquella vía no lo podian conceder ni aun tratar dello, si no parescia quien lo pidiese por es¬cripto y en la forma ordinaria que se suelen pedir otras cosas. Y sabido esto, se adelantaron del camino todos los procuradores de las ciudades que venian en el cam¬po, y juntando consigo los de las otras ciudades que es¬taban en los Reyes, dieron una peticion en el audiencia, pidiendo lo que habian enviado á decir de palabra. Y los oidores, paresciéndoles que era cosa tan peligrosa, y para que ellos no tenían comision, ni tampoco libertad para dejarlo de hacer, porque ya en aquella sazon esta-ba Gonzalo Pizarro muy cerca de la ciudad, y les tenia tomados todos los pasos y caminos para que nadie pudiese salir della, determinaron dar parte del negocio á las personas de mas autoridad que habia en la ciudad y pedirles su parescer; y sobre ello hicieron un acuer¬do, mandando que se notificase á don fray Hierónimo de Loaysa, arzobispo de los Reyes, y á don fray Juan Solano, arzobispo del Cuzco, y á don Garci Diaz, obispo del Quito, y á fray Tomás de San Martin, provincial de los dominicos, y á Agustin de Zárate y al tesorero, contador y veedor de su majestad, que viesen esto que los procuradores del reino pedian, y les dieron sobre ello su parescer, expresando muy á la larga las razones que á ello les movian; lo cual hacia, no para seguir ni dejar su parescer, porque bien entendían que en los unos ni en los otros no habia libertad para dejar de hacer lo que Gonzalo Pizarro y sus capitanes querían, sino para tener testigos de la opresion en que todos estaban; y entre tanto que se trataba deste negocio, Gonzalo Pi¬zarro llegó un cuarto de legua de la ciudad, y asentó so¬bre ella su campo y artillería; y como vió que se dilató aquel dia el despacho de la provision, la noche siguiente envió su maestre de campo con treinta arcabuceros, el cual prendió hasta veinte y ocho personas de los que se habian venido del Cuzco, y de otros de quien tenia queja porque habian favorescido al Visorey; entre los cua¬les eran Gabriel de Rójas y Garcilaso de la Vega, y Melchor Verdugo y el licenciado Carvajal, y Pedro del Barco y Machín de Florencia, y Alonso de Cáceres y Pedro de Manjares, y Luis de Leon y Antonio Ruiz de Guevara, y otras personas que eran de las principales de la tierra, los cuales puso en la cárcel pública, y apo¬derándose della y quitando el alcaide y tomando las lla¬ves, sin ser parte para se lo defender ni contradecir los oidores, aunque lo veian, porque en toda la ciudad no habia cincuenta hombres de guerra, porque todos los soldados del Visorey y de los oidores se habian pasado al real de Gonzalo Pizarro, con los cuales y con los que él antes traia tenia número de mil y decientes hombres muy bien armados. Y otro dia de mañana vinieron al¬gunos capitanes de Gonzalo Pizarro á la ciudad, y dijeron á los oidores que luego despachasen la provision; si no, que meterian á fuego y á sangre la ciudad, y serian ellos los primeros por quien comenzasen. Los oidores se excusaron cuanto podian, diciendo que no tenian poder para lo hacer; por lo cual el maestre de campo Carva¬jal en su presencia sacó de la cárcel cuatro personas de los que tenia presos, y á los tres dellos, que fueron Pedro del Barco y Machin de Florencia y Juan de Sa¬yavedra, los ahorcó de un árbol que estaba junto de la ciudad, diciéndoles muchas cosas de burla y escarnio al tiempo de la muerte, sobre no haberles dado térmi¬no de media hora á todos tres para confesarse y orde¬nar sus ánimas, y especialmente á Pedro del Barco, que fué el último de los tres que ahorcó, le dijo que por haber sido capitan y conquistador, y persona tan prin¬cipal en la tierra, y aun casi el mas rico della, le quería dar su muerte con una preeminencia señalada, que escogiese en cual de las ramas de aquel árbol quería que le colgasen; y á Luis de Leon salvó la vida un hermano suyo, que venia por soldado de Gonzalo Pizarro, y se lo pidió por especial merced. Y viendo esto los oidores, y que les amenazaba el Maestre de campo que si encontinenti no se les despachaba la provision ahorcarla los demás que estaban presos y entrarian los soldados sa¬queando, mandaron que las personas á quien se habia comunicado el negocio trajesen sus pareceres; los cua¬les, sin discrepar ninguno, los dieron luego para que se le diese la provision de gobernácion; la cual los oido¬res despacharon para que Gonzalo Pizarro fuese gober-nador de aquella provincia hasta tanto que su majes¬tad otra cosa mandase, dejando la superioridad de la audiencia y haciendo pleitomenaje de la obedescer y de poner el cargo cada y cuando que por su majestad y por los oidores le fuese mandado, y dando fianzas de hacer residencia y estar á justicia con los que dél habiese querellosos. Y habiéndose llevado y entregado la provision, entró en la ciudad, ordenado su campo en forma de guerra desta manera: que la avanguardia lle¬vaba el capitan Bachicao con veinte y dos piezas de ar¬tillería de campo, con mas de seis mil indios, que traian en hombros los cañones (como está dicho) y las mu-niciones dellos, y íbalos disparando por las calles. Lle¬vaba treinta arcabuceros para la guarda del artillería, y cincuenta artilleros. Luego iba la compañía del capitan Diego Gumiel, en que habia docientos piqueros; y tras ella la compañía del capitan Guevara, en que habia cien¬to y cincuenta arcabuceros; y tras ella la compañía del capitan Pedro Cermeño, de decientes arcabuceros; y luego se siguió el mismo Gonzalo Pizarro, trayendo delante sí los tres capitanes de infantería que están dichos, como por lacayos. El venia en un muy poderoso caballo, con sola la cota de malla y encima una ropeta de brocado. Y tras él venian tres capitanes de caballo, en medio don Pedro Puertocarrero, con el estandarte de su compañía en la mano, que era de las armas reales; y á la mano derecha Antonio Altamirano con el estandarte del Cuzco, y á la mano izquierda Pedro de Puelles, con el estandarte de las armas de Gonzalo Pizarro. Y tras ellos se seguia toda la gente de caballo armados á punto de guerra. Y en esta órden fué á casa del licenciado Zárate, oidor, donde estaban juntos los demás oidores, porque él habia fingido estar enfermo por no ir á la au¬diencia á le rescebir; y dejando ordenado su escuadron en la plaza, subió á los oidores y le rescibieron, ha¬ciendo su juramento y dando sus fianzas. Y de allí se fue á las casas de cabildo, donde estaban juntos los regi¬dores, y le rescibieron con las solemnidades acostumbradas. Y de allí se fué á su posada, y su maestre de campo aposentó la gente de pié y de caballo por sus cuarteles, en las casas de los vecinos, mandándoles que les diesen de comer. Esta entrada y rescibimiento pasó en fin del mes de octubre del año de 44, cuarenta dias después de la prision del Visorey, y de ahí adelante Gon¬zalo Pizarro se quedó ejerciendo su cargo en lo que to¬caba á la guerra y cosas dependientes della, sin intrometerse en cosa ninguna
CAPITULO XIV.
Que trata de la edad y condiciones de Gonzalo Pizarro y su maestre de campo, y de lo que hicieron los vecinos de los Charcas que venían á servir al Visorey.
Porque lo mas que de aquí adelante se tratará en esta historia es sobre lo tocante á Gonzalo Pizarro y á su maestre de campo, hasta que fueron vencidos y muertos, coaverná para mejor inteligencia dello escrebir sus edades y condiciones. Gonzalo Pizarro cuando comenzó á introducirse en esta tiranía era hombre de hasta cuarenta años; alto de cuerpo y de bien proporcionados miembros; era moreno de rostro, y la barba negra y muy larga. Era inclinado á las cosas de la guerra y gran sufridor de los trabajos della era muy buen hombre de caballo de ambas sillas y gran arcabucero y con ser hombre de bajo entendimiento, declaraba bien sus conceptos, aunque por muy groseras palabras; sabia guardar mal secreto, de que se siguieron muchos inconvenientes en sus guerras. Era enemigo de dar, que tambien le hizo mucho daño. Dábase demasiadamente á mujeres, así á indias como de Castilla.
El capitan Carvajal era natural de un lugar de tierra de Arévalo, llamado Ragama, de linaje de pecheros. Fué soldado en Italia mucho tiempo, desde el conde Pedro Navarro. Hallóse en la prision del rey de Francia en Pavía, y de allí se vino con él una mujer de buen linaje, llamada doña Catalina de Leyton, y aunque pu¬blicaban ser casados, comunmente decian que no lo eran, antes algunos afirmaban que había sido fraile y Aun de evangelio. Venido en España, residió algun tiempo en la encomienda de Heliche por mayordomo della. De allí pasó á la Nueva-España, llevando consigo esta que llamaba su mujer. Proveyóle el Visorey de un corregimiento, en aquella provincia, con que se mantuvo algun tiempo, hasta que sucedió en el Perú el izamiento de los indios, para lo cual le envió el Visorey con las armas y socorro que arriba tenemos dicho, y por llegaren tal coyuntura, el Marqués le dió unos indios en el Cuzco, donde residió hasta que vino el visorey Blasco Nuñez Vela, que estaba á punto de venirse á Castilla con hasta quince mil pesos que habia habido de sus indios, y por no tener en qué embarcarse se quedó en la tierra. Era de edad de ochenta años, segun él decía. Era hombre de mediana estatura, muy grueso y colorado, diestro en las cosas de la guerra, por el grande uso que della tenia. Fué mayor sufridor de trabajos que requeria su edad, porque á maravilla se quitaba las armas de dia ni de noche, y cuando era necesario tampoco se Acostaba ni dormia mas de cuanto recostado en una silla se le cansaba la mano en que arrimaba la cabeza. Fué muy amigo del vino; tanto, que cuando no hallaba de lo de Castilla bebia de aquel brebaje de los indios mas que ningun otro español que se haya visto. Fué muy cruel de condicion; mató mucha gente por causas muy livianas, y algunos sin ninguna culpa, salvo por parecerle que convenia así para conservacion de la disciplina militar; y á los que mataba era sin tener dellos ninguna piedad, antes diciéndoles donaires y cosas de burla, mostrándose con ellos muy bien criado y comedido, en forma de irrision ó escarnio. Fué muy mal cristiano, y así lo mostraba de obra y de palabra. Era muy codicioso y robó las haciendas á muchos; tanto, que poniéndolos en estrecho de muerte, los rescataba las vidas, y así acabó la suya tan miserablemente y sin esperanza de su salvacion, como adelante se dirá. Pues tornando á la historia, ya dijimos arriba haber salido de la villa de Plata el capitan Luis de Ribera, teniente de gobernador, y Antonio Alvarez, alcalde ordinario, con toda la gente de la villa, en busca del Visorey; los cuales anduvieron por el despoblado mucho tiempo, sin saber nueva ninguna de lo sucedido, y después supieron nuevas de la prision del Visorey y del buen suceso de Gonzalo Pizarro; lo cual sabido después de muchos acuerdos que tomaron Gis de Ribera y Antonio Alvarez, como mas principales en el negocio, no se osaron tornar á la villa de Plata, y metiéronse entre los montes con los indios, y otros se tornaron á la villa y otros se fueron á la ciudad de los Reyes, y fueron perdonados por Gonzalo Pizarro, aunque todos los repar¬timientos dellos los puso en su cabeza, y mandó que Francisco de Almendras los cobrase para los gastos de la guerra; y llegando Francisco de Almendras á los Charcas, perdonando á algunos de los huidos, se recogieron á la villa, y allí vivían, aunque desposeidos de sus haciendas, algo maltratados de Francisco de Almendras, hasta que sucedió lo que adelante harémos relacion. Tambien dijimos arriba cómo el licenciado Alvarez, después que se hizo á la vela con el Visorey y le puso en su libertad, luego se juntaron entrambos navíos, en los cuales iba su hermano y muchos criados suyos, y otros amigos que tambien echaban de la tierra con el Visorey. Y hecho esto, fueron su camino hasta que aportaron al puerto de Túmbez; y el Visorey con el licenciado Alvarez saltó en tierra, dejando guarda en los navíos, y luego en aquel puerto comenzaron á hacer audiencia y despachar provisiones por todas partes, haciendo relacion de su prision y de la venida de Gonzalo Pizarro y de todo, lo mas acontescido, mandando en ellas que todos le acudiesen las cuales pro-visiones envió á Quito y á San Miguel y á Puerto-Viejo y Trujillo. Proveyó tambien capitanes que fuesen á todas partes, entre los cuales proveyó á Hierónimo de Pereira para que fuese á los Bracamoros. Y desta manera estaba en aquel puerto, acudiéndole de todas partes gente, y fortalesciéndose lo mejor que podia, enviando á todas partes por bastimentos, mandando que le trujesen los dineros de las cajas del Rey; lo cual tambien se hacia con mucha diligencia , porque de todas partes le acudian con todo lo que habia; aunque en los pueblos adonde enviaba tambien habia discordias, porque algunos se huian á Gonzalo Pizarro á dalle las nuevas de lo que pasaba, otros se metian en los montes, huyendo de sus casas; de manera que así estaba el Visorey en el puerto de Túmbez tratando sus negocios en la formá sobredicha; la cual luego supo Gonzalo Pizarro, que estaba en la ciudad de los Reyes, y vió muchos mandamientos y provisiones de los que el Visorey hacia; y primeramente proveyó sobre este caso que el capitan Gonzalo Díaz y el capitan Hierónimo Villegas, y el capitan Hernando de Alvarado, que estaba en Trujillo por teniente de Gonzalo Pizarro, fuesen á recoger toda la gente que hallasen por aquellas partes para que no acudiesen al Visorey, y porque con ella le pudiesen estorbar que no estuviese tan despacio, y dalle algun desasosiego, y aun, segun entonces se entendió, se les mandó que aunque tuviesen copia de gente no le diese batalla.
CAPITULO XV.
Como Gonzalo Pizarro y sus capitanes acordaron de enviar al doctor Tejada á España para dar cuenta á su majestad del estado de los negocios, y cómo el licenciado Vaca de Castro se alzó con un navío en que estaba preso, en que el capitan Bachicao habia de llevar á Tierra-Firme á Tejada, y cómo Bachicao se embarcó con él en ciertos bergantines, y de camino tomó al Vi¬sorey su armada, que tenia en Túmbez, y á él y á su gente hizo retirar á Quito, y él se fué á Tierra-Firme.
Muchos dias habia que se trataba de enviar procuradores á su majestad en nombre de Gonzalo Pizarro y de todo el reino para que le diesen cuenta de lo acaeci¬do, porque esto deseaban algunos porque los negocies no fuesen desvergonzados contra su majestad; otros, especialmente el Maestre de campo y el capitan Bachicao, lo contradecian, diciendo que era mejor para cual¬quier efecto esperar que su majestad enviase á saber cómo no le enviaban dineros de su hacienda, porque entonces se le daria cuenta de todo lo acaecido, cuanto mas que el Visorey se la habría dado muy larga, porque estaba claro que su majestad le daria mas crédito que á lo que ellos le dijesen; estaban ya muy arrepentidos de no haber preso á los oidores y enviádolos á dar cuenta á su majestad de la prision del Visorey. Después de mu¬chos acuerdos que sobre lo arriba dicho se tuvieron, se determinó que el doctor Tejada fuese á España , en nombre de la audiencia, á dar cuenta de la prision del Visorey y dar relacion á su majestad de lo demás acaes¬cido, y que tambien fuese Francisco Maldonado, maes¬tresala de Gonzalo Pizarro, con algunas cartas suyas, sin que llevase otros recaudos ni poderes, considerando que en todo esto se hacían dos cosas: lo uno, cumplirse con lo que decian que enviase procuradores; y la otra, deshacer el audiencia; porque enviando al doctor Tejada, oidor (como lo pretendia hacer), el licenciado Zárate no podia hacer audiencia solo; lo cual comunicaron con Tejada, y él se concertó que dándole seis mil castellanos era contento de ir á hacerla jornada; luego entre él y el licenciado Cepeda ordenaron los despachos, los cuales ellos dos firmaron. Después de hecho todo, se determinó que en un navío que estaba en el puerto, en que el licenciado Vaca de Castro estaba preso, fuese Hernando Bachicao con buena artillería á llevar al doc¬tor Tejada y Francisco Maldonado, y que llevasen se¬senta hombres de su guarda y que tomasen todos los navíos que hallasen en la costa; lo cual determinado y puesto á punto, y el doctor Tejada asimismo para em¬barcarse, el licenciado Vaca de Castro se dió tal maña, que con un deudo suyo, llamado García de Montalvo, que le fué á visitar, sobornó los marineros, á unos por fuerza y á otros con halagos, y se hizo á la vela en el navío. Lo cual, como fué sabido por Gonzalo Pizarro, se alborotó en gran manera, así por haber estorbado aquel viaje, como porque se sospechó que algunas per¬sonas hubiesen dado ayuda al licenciado; y luego tocaron arma y empezaron á prender todos cuantos caballeros sospechosos habia en el pueblo, así de los que se habían huido del Cuzco como de los que no habian acu¬dido á Gonzalo Pizarro de otras partes; todos los echaron presos en la cárcel pública, y entre ellos llevaron al licenciado Carvajal, al cual Francisco de Carvajal, maestre de campo, mandó que se confesase y hiciese su testamento, porque ya estaba determinado que muriese. Él con buen ánimo comenzó á hacer lo que le man¬daba, y aunque le daban tanta priesa que acabase, es¬tando el verdugo presente con un cabestro y garrote en la manó, que sin duda se pensó que muriera, y considerando la calidad de su persona; que no era para ponelle en aquellos términos para dejalle vivo, tambien se entendia que, muerto el licenciado Carvajal, habia de haber gran mortandad de los demás que estaban pre¬sos, que fuera gran pérdida, por ser la mas principal gente de aquel reino y los que habian acudido al servi¬do de su majestad. Estando en estos términos el licen¬ciado Carvajal, algunos iban á hablar con Gonzalo Pi¬zarro, diciéndole que mirase la gran parte que el licen¬ciado Carvajal era en la tierra, y que , habiéndole muerto el Visorey su hermano tan sin culpa como era notorio, pues la mas principal culpa por donde decía haberle muerto era porque el licenciado Carvajal anda¬ba con Gonzalo Pizarro, lo cual estaba claro no ser así; pues, como el mismo Gonzalo Pizarra lo sabia por car¬tas del factor, se habia huido de su campo y venido á servir al Visorey; y que no era justo que le matase, con¬siderando todo esto, y que le habia de servir, aunque no fuese por mas de por vengar la muerte de su hermano; y en cuanto á la huida de Vaca de Castro, ya estaban sa¬tisfechos que él ni los otros no habían entendido en ello, sino que tras cada ocasion los prendían y molesta¬ban, sin tener consideracion mas de que era gente sospechosa en el negocio en que andaban. Gonzalo Pizar¬ro en todo esto estaba tan enojado, que á ninguno quería oir, ni le podian sacar mas palabra de que no le hablase nadie en ello. Visto esto, el licenciado Carvajal y sus amigos acordaron llevar el negocio por otra vía, y dieron al Maestre de campo un tejuelo de oro de dos mil pesos y prometiéronle mucho mas muy secretamente, lo cual aceptó; y luego comenzó aflojar en el negocio, y fué y vino á Gonzalo Pizarro; en fin, que el licenciado Carvajal y los demás fueron sueltos; y luego tornaron á aderezar la partida de Hernando Bachicao, y allegó entonces al puerto un bergantín de Arequipa, y con otros que se aderezaron, metiendo en ellos cantidad de artillería de la que Gonzalo Pizarro trajo del Cuzco, Bachicao se partió con el doctor Tejada y Francisco Maldonado y sesenta arcabuceros que se pudieron ha¬ber y quisieron ir con él. Y desta manera se fué por la costa sobre aviso que el Visorey estaba en el puerto de Túmbez. Y una mañana llegó al puerto, y luego fué visto por la gente del Visorey y dióse á arma. Y pen¬sando el Visorey que Gonzalo Pizarro venia por la mar con mucha gente, á mas priesa, con ciento y cincuenta hombres que tenia, se fué huyendo la vía de Quito, y algunos dellos se le quedaron, que rescibió Bachicao, y tomó dos navíos que halló en el puerto, y fué á Puerto-Viejo y á otras partes, y recogió ciento y cincuenta hombres en sus navíos; y el Visorey se fué sin parar hasta Quito.
CAPITULO XVI.
Cómo Bachicao llegó á Panamá, y de lo que allí hizo.
Habiéndose entregado Bachicao de la armada (cómo está dicho), prosiguió su camino para el puerto de Pa¬namá, y pasando por Puerto-Viejo, tomó consigo al¬guna gente de aquella tierra, y entre ellos á Bartolomé Perez y á Juan Dolmos, vecinos de Puerto-Viejo, y deteniéndose á tomar refrescos en las islas de las Perlas, que están veinte leguas de Panamá, fueron avisados los de la ciudad de su venida, y enviáronle dos vecinos á saber su intento y á requerirle no entrase con gente de guerra en la jurisdiccion. El cual respondió que en caso que él venia con gente de guerra, la traía para su de¬fensa contra el Visorey, y que él no venia á hacer daño ninguno en aquélla tierra, sino solamente á traer al doctor Tejada, oidor de su majestad, que con provi¬sion de su real audiencia le iba á dar cuenta de todo lo sucedido en el Perú, y que no baria mas de ponerle en tierra y proveerse de lo necesario y volverse; y con esto los aseguró de manera, que no hicieron defensa en su entrada; y llegando al puerto, dos navíos que en él es¬taban alzaron velas para irse, y al uno dellos alcanzó un bergantín y le hizo volver al puerto, trayendo ahorcados de la entena al maestre y contramaestre dél, lo cual causó muy gran escándalo en la ciudad, porque entendieron cuán diferente intento traia de lo que ha¬bia publicado, y porque les paresció ya muy tarde para la defensa, no se pusieron en ella; y así, se quedaron con harto temor, sometidos ellos y sus haciendas á la voluntad de Bachicao, que era tanto y mas cruel que el maestre de campo, y gran renegador y blasfemo, y hombre sin ninguna virtud; y así, entró en la ciudad sin que le osase esperar el capitan Juan de Guzman, que allí estaba haciendo gente por el Visorey, la cual toda se le pasó luego á Bachicao, y él se apoderó de la artillería que allí habia traido Vaca de Castro en el na¬vio con que se huyó, y comenzó á tiranizar en la república, usando de las haciendas de todos á su volun¬tad, teniendo tan opresa la justicia, que no osaba ha¬cer mas de lo que él quería, y á dos capitanes suyos que concertaron de matarle los prendió y degolló pú-blicamente, é hizo otras justicias con públicos prego¬nes, que decían: «Manda hacer el capitan Hernando Bachicao,» usando llanamente la jurisdiccion. El licen¬ciado Vaca de Castro, que á la sazon estaba en Pana¬má, en sabiendo su venida, se huyó para Nombre de Dios, y se embarcó en la mar del Norte, y lo mismo hizo Diego Alvarez de Cueto y Hierónimo Zurbano, y tambien se pasaron al Nombre de Dios el doctor Tejada y Francisco Maldonado, y todos juntos se vinieron á España, y el doctor Tejada murió en el camino, en la canal de Bahama. Y en llegando á España Francisco Maldonado y Diego Alvarez de Cueto, se fueron por la posta á Alemaña á dar cuenta á su majestad cada uno de su embajada. El licenciado Vaca de Castro se quedó en la isla Tercera de los Azores, y de allí se vino á Lisboa, y después á la corte, diciendo que no se habia atrevido á venir por Sevilla por no entrar en poder y tierra donde eran tanta parte los hermanos y deudos del capitan Juan Tello, á quien arriba hemos dicho que hizo degollar al tiempo del vencimiento de don Diego de Almagro el mozo; y en llegando á la corte fué detenido en su casa por mandado de los señores del con¬sejo de las Indias, y le pusieron cierta acusacion, y después le tuvieron preso, mientras se trató la causa, en la fortaleza de Arévalo por espacio de mas de cinco años, y después le señalaron una casa en Simancas, y de ahí , con la mudanza de la corte, le señalaron por cárcel la villa de Pinto con sus términos, hasta que se sentenció el negocio.
CAPITULO XVII.
Cómo el Visorey llegó á Quito y juntó su ejército y vino con el,
la tierra arriba, la via de San Miguel.
Habiéndose retirado el Visorey con hasta ciento y cincuenta hombres al tiempo que Bachicao le tomó la armada en Túmbez, caminó con ellos hasta que llegó á la ciudad de Quito, donde le rescibieron de buena voluntad, y allí se rehizo de hasta decientos hombres, con los cuales estaba en aquella tierra, por ser muy fértil y abundante de comida, donde determinó aguardar lo que su majestad proveeria, después de sabido de Diego Alvarez de Cueto lo que en la tierra pasaba, te¬niendo siempre buenas guardas y espías en los caminos para saber lo que Gonzalo Pizárro hacia, caso que desde Quito á los Reyes hay mas de trecientas leguas, como tenemos dicho. Y en este tiempo cuatro soldados de Gonzalo Pizarro, por cierto desabrimiento que dél tuvieron, hurtaron un barco, y con él se fueron huyendo la costa abajo, desde el puerto de los Reyes, remando hasta que le pusieron en buen paraje para ir por tierra á Quito; y llegados, dijeron al Visorey el descontento que los vecinos de los Reyes y de las otras partes tenían con Gonzalo Pizarro, por las grandes molestias que les hacia, trayendo á los unos fuera de sus casas y haciendas, y á los otros echándoles hués¬pedes y imponiéndóles otras cargas que no podian su¬frir, de las cuales estaban tan cansados, que en viendo cualquiera persona que tuviese la voz de su majestad, holgarian de salir (juntándose con él) dé tan gran tira¬nía y ópresion. Con lo cual, y con otras muchas cosas que los soldados le dijeron, le encendieron á que sa¬liese de Quito con la gente que tenia, y se viniese la via de la ciudad de San Miguel, llevando por su general un vecino de Quito, llamado Diego de Ocampo, que desde que el Visorey vino á Túmbez le habia acudido y ayu-dádole con su persona y hacienda en todas las cosas necesarias, en que gastó mas de cuarenta mil pesos que tenia suyos; y en todas estas jornadas seguia al Visorey el licenciado Alvarez, con el cual se hacia au¬diencia por virtud de una cédula de su majestad que el Visorey llevaba, para que, llegado él á los Reyes, pudiese hacer audiencia con uno ó dos oidores, los primeros que llegasen, hasta que viniesen todos, y lo mesmo en caso que los dos ó tres dellos muriesen. Y para este efecto hizo abrir un sello nuevo, el cual entregó á Juan de Leen, regidor de la ciudad de los Reyes, que por nombramiento del marqués de Camarasa, adelantado de Cazorla, que es chanciller mayor de las Indias, iba elegido por chanciller de aquella audiencia, y se habia venido huyendo de Gonzalo Pizarro; y así, despachaba sus provisiones para todo lo que le convenia por título de don Cárlos, y selladas con el sello real, firmándolas 41 y el licenciado Alvarez de manera que había dos audiencias en el Perú, una en la ciudad de los Reyes y otra con el Visorey y acontesció muchas veces venir dos provisiones sobre un mesmo negocio, una en con¬trario de otra. Cuando el Visorey quiso partir de Quito envió á Diego Alvarez de Cueto, su cuñado á España, á informar á su majestad de todo lo pasado y á pedirle socorro para tornar á entrar en el Perú y hacer la guerra á Gonzalo Pizarro poderosamente. Cueto pasó en España en la mesma armada en que vinieron el li¬cenciado Vaca de Castro y el doctor Tejada, como tene¬mos dicho arriba; y así, llegó el Visorey á la ciudad de San Miguel, que es ciento y cincuenta leguas de Quito, con determinacion de residir allí hasta ver mandato de su majestad, teniendo siempre en pié su real nombre y voz, porque le paresció muy conveniente sitio para po¬der recoger consigo toda la gente qué así de España tomo de las otras partes de las Indias viniesen al Perú; porque, como está dicho, es paso forzoso y que no se pueden excusar de pasar por él viniendo por tierra, es¬pecialmente los que traen caballos y otras bestias; y que desta manera iría cada dia engrosando su ejército cobrando nuevas fuerzas. Allí los mas de los vecinos acogieron al Visorey de buena voluntad, y le hicieron buen hospedaje, proveyéndole de todo lo necesario, segun su posibilidad; y así, iba cada dia recogiendo gente y caballos y armas; tanto, que llegó al pié de quinientos hombres medianamente aderezados, aunque algunos tenian falta de armas defensivas, y hacian coseletes de hierro y de cueros de vaca secos.
CAPITULO XVIII.
Como Gonzalo Pizarro envió ciertos capitanes á recoger gente y estar en frontera contra el Visorey.
Al tiempo que Gonzalo Pizarro envió en los bergan¬tines al capitan Bachicao para tomar la armada del Vi¬sorey, despachó asimismo dos capitanes suyos, llamados Gonzalo Díaz de Pinera y Jerónimo de Villegas, que fuesen por tierra á recoger la gente de guerra que haliasen en las ciudades de Trujillo y San Miguel, y se estuviesen en frontera contra el Visorey, y ellos con hasta ochenta hombres que pudieron juntar se estuvieron en San Miguel hasta tanto que supieron la venida del Visorey, y no le osando esperar, se metieron la tierra aden-tro hácia Trujillo, y alojaron en una provincia que se dice Collique, que es cuarenta leguas de San Miguel, y hicieron saber á Gonzalo Pizarro la venida del Visorey, y cómo juntaba gente cada dia y engrosaba su ejército, dando á entender el gran daño que le venia en no remediarlo con tiempo. Y á esta sazon supieron estos ca¬pitanes que el Visorey habia enviado un capitan suyo, llamado Juan de Pereira, á la provincia de los Chacha¬poyas á convocar y juntar todas las gentes que por aquellas partes pudiese haber, caso que en esta tierra residen pocos españoles; y paresciéndoles á estos capi¬tanes de Pizarro que Pereira y los que con él viniesen estarían muy descuidados dellos, determinaron de salirles al camino por donde venían, y una noche les pren¬dieron las centinelas y dieron sobre ellos; y tornándo¬los durmiendo y sin recelo de enemigos, á Pereira y dos principales que con él venian les cortaron las cabezas, y toda la demás gente, que eran hasta sesenta hombres de caballo, la redujeron al servicio de Gonzalo Pizarro, con temor de la muerte; y así, se tornaron á su apo¬sento; y deste acontescimiento tuvo gran pesar el Vi¬sorey, y determinó tomar ocasion en que vengarse; y así, salió muy ocultamente de San Miguel con hasta ciento y cincuenta de caballo, y se fué adonde los capi¬tanes Gonzalo Díaz y Villegas estaban con menos cui¬dado y guarda de la que debian tener, como personas que pocos dias antes habian hecho tal asalto en la gente de sus contrarios y así, llegó el Visorey á Collique una noche, y casi sin que fuese sentido, con la mucha tur¬bacion de los capitanes, no tuvieron lugar de ponerse en órden ni dar batalla; antes se huyeron cada uno como mejor pudo, tan derramados, que Gonzalo Díaz casi solo fué á dar en una provincia de indios de guerra, los cuales fueron contra él y lo mataron; y lo mesmo hizo Fernando de Albarado. Y Jerónimo de Villegas juntó después consigo alguna gente y se metió la tierra adentro hácia Trujillo, y el Visorey se fué á San Mi¬guel.
CAPITULO XIX.
Cómo Gonzalo Pizarro salió con su ejército contra el visorey Blasco Nuñez Vela, y de lo que hizo en el camino; y cómo, sa¬bida por el Visorey su venida, se retiró desde San Miguel con su gente á la via de Quito, y Pizarro le siguió mas de cien leguas, y en el alcance le tomó mas de trecientos hombres que se le quedaron rezagados.
Viendo Gonzalo Pizarro que cada dia crescia la fuerza y gente de su enemigo, y especialmente entendiendo el desbarato que en sus capitanes se habia hecho, deter¬minó de ocurrir con toda la presteza posible á deshacer las fuerzas al Visorey, por la certidumbre que tenia de que cada dia se le allegaba gente y armas y caballos que venian de España y de las otras partes de las In¬dias, que casi necesariamente desembarcaban en el puerto de Túmbez, como es dicho, y tambien temiendo que en esta sazon viniese algun despacho de su majes¬tad en favor del Visorey, lo cual seria parte para que¬brar los ánimos á la gente que con él andaba; y así, se determinó de juntar su ejército é ir á desbaratar á los enemigos, y poner el negocio á riesgo de batalla si le quisiesen esperar. Y así, ordenó sus capitanes y hizo paga, y comenzó á enviar adelante á Trujillo los caba¬llos y otros impedimentos, quedando él y los principa¬les de su campo solos para salir la postre. En esta sazon vino un bergantin de Arequipa con mas de cien mil castellanos para Gonzalo Pizarro, y tambien llegó otro navío de Tierra-Firme, de Gonzalo Martel de la Puente, el cual enviaba su mujer para que se fuese á su casa. Y con este buen suceso estaban Gonzalo Pizarro y su gente tan soberbios, que casi decian blasfemias en su opinion, y metieron en los navíos gran número de ar¬cabuces, picas y otras municiones y aderezos de guer¬ra, y se embarcaron en ellos mas de ciento y cincuenta personas principales, llevando consigo, por dar mas autoridad al negocio, al licenciado Cepeda, oidor, y Juan de Cáceres, contador de su majestad; y con la ida de Cepeda tuvo Gonzalo Pizarro ocasion de deshacer el audiencia, porque no quedaba en la ciudad de los Reyes sino solo el licenciado Zárate, de quien hacia poca cuenta, por estar enfermo, y tener casado á Blas de Soto, su hermano, con una hija suya, el cual casamiento se hizo contra voluntad del licenciado Zárate; y no embargante este deudo y la confianza que era razon que hiciera dél, por consejo de algunos de sus capitanes, por mas se asegurar, llevó consigo el sello real, y desta manera se fué por la mar, dejando por su teniente de gobernador en la ciudad de los Reyes al capitan Lorenzo de Aldana, con hasta ochenta hombres de guardia, con que estuviese segura y pacífica la ciudad, para lo cual bastaban, porque casi todos los vecinos iban fa jornada con Gonzalo Pizarro; y embarcado por marzo del año de 45, fué por mar hasta el puerto de Santa, que es quince leguas de Trujillo, y allí salió en tierra, y tuvo en Trujillo la Pascua de flores, aguardando á que se juntase la gente por quien habla enviado á diversas partes; y viendo que tardaba, por sacar su ejército de poblado, se fué á la provincia de Collique, donde estuvo algunos dias, hasta que vino la gente que esperaba; y hecha su reseña della, halló que llevaba mas de seiscientos hombres de pié y de caballo; y aunque en el número no llevaba gran ventaja al Visorey, pero teníasela cuanto á las armas y otros aparejos de guerra, y en que los que iban con Gonzalo Pizarro eran soldados viejos y muy prácticos en las cosas de la guerra, y se habian hallado en otras batallas; y sabian la tierra y los pasos dificultosos della; y los que estaban con el Visorey, los mas eran recien venidos de Castilla y no habituados en cosas de guerra, y mal armados y ron muy ruin pólvora; y allí se puso muy gran diligen¬cia por Gonzalo Pizarro en proveer de comida y cosas necesarias para el real, especialmente cerca de allí ha¬bia un despoblado que dura desde la provincia de Motupe hasta la ciudad de San Miguel, en espacio de veinte y dos leguas, que en todas ellas no hay agua ni poblado ni otro refrigerio alguno, sino arenales y mucho calor, y por ser paso tan peligroso era necesario hacerse gran diligencia en proveerse de agua y otras cosas con-venientes para el camino; y así, mandó á todos los indios comarcanos que trajesen gran cantidad de cántaros y tinajas, y dejando allí la gente de guerra todas las cargas de vestidos y ropas y camas que no les eran necesa¬rias, proveyó que los indios que habian de llevar aquellas fuesen cargados de agua para el bastimento deste despoblado, así para los caballos y bestias como para sus personas, cargando los indios y poniéndose todos á la ligera, sin llevar ningun servicio, porque el agua no les faltase; y puestos á punto, enviaron veinte y cinco de á caballo delante por el despoblado, que es lugar ordinario por donde se suele pasar, para declararse al Vi¬sorey y que las espías le dijesen que venia por allí; y todo el ejército caminó por otra parte tambien despo¬blada; desta manera caminaron, llevando la comida encima de los caballos ; y poco antes que llegase supo el Visorey la venida del ejército y mandó tocar al arma, diciendo que les quería salir al camino y dar batalla; y ya que tuvo la gente junta y fuera de la ciudad, comenzo á caminar por otra parte hasta la cuesta de Cazas, por la cual fué á muy gran priesa, y obra de cuatro horas; después que salió supo Gonzalo Pizarro su ida, y sin entrar en la ciudad de San Miguel ni tomar mas bastimentes mandó que guiasen por el camino por donde el Visorey habia huido; y caminaron aquella noche tras él ocho leguas y tomaron alguna gente en el camino; y desta manera le fué dando muchos alcances, tomándole en ellos mucha gente y todo cuanto llevaba en el real, ahorcando algunos que le parescia; y así caminaban por lugares ásperos y sin comida, tomándoles cada dia gente, y echándole cartas con indios para las personas principales del real del Visorey para que le matasen, perdonándoles Gonzalo Pizarro y prometiéndoles mu¬chas mercedes. Y desta manera fueron mas de cin¬cuenta leguas, que ni los caballos los podían llevar ni los hombres los podian seguir, así por el mucho trabajo que llevaban como por la falta de comida que habia; y así, llegaron á Ayabaca, donde se reformaron y dejaron de seguir al Visorey tan apriesa corno antes, por dejar concertada su gente, y tambien porque sabian que el, Visorey iba ya muy adelante y que en ninguna manera le podian alcanzar, juntamente con algunos avisos que tenían de algunos principales del Visorey, en que prometían á Gonzalo Pizarro de matarlo ó traérselo preso; de lo cual sucedió después que el Visorey mató á mu¬chos caballeros capitanes de los suyos, como adelante parescerá; y allí en Ayabaca se proveyó de todo lo demás necesario, y salió de allí con buena órden por las mismas pisadas que el Visorey había ido, aunque por el mucho cansancio de algunos y otros, por ir desconten¬tos, no los pudo llevar todos sin quedarse alguna gente donde le dejarémos al Visorey caminando hácia las pro-vincias de Quito, y Gonzalo Pizarro tras él, por decir lo que acontésció en este tiempo en lo de arriba.
CAPITULO XX.
Cómo en la ciudad de los Reyes hubo cierto motín y alboroto, el cual aplacó Lorenzo de Aldana, que allí era teniente, sin decla¬rarse de todo punto por su majestad, aunque los parciales de Pizarro le tenian por sospechoso.
Casi á ninguno de los soldados del Visorey que se quedaron rezagados y vinieron á poder de Gonzalo Pizarro quiso llevar consigo, así por no fiarse dellos como porque le parescia que llevaba demasiada gente, segun la poca que el enemigo tenia, especialmente yendo si¬guiendo alcance y por falta de comida, porque el Visorey les alzaba los bastimentos por donde quiera que iba, y á toda esta gente rezagada envió Gonzalo Pizarro la tierra adentro, á Trujillo y á los Reyes y á otras partes, donde cada uno quiso, aunque á algunos principales de quien tenia particular queja los ahorcó. Estos co¬menzaron á sembrar por los lugares donde iban, nue¬vas en favor del Visorey y en contradiccion de la tiranía; de Gonzalo Pizarro, á la cual muchas personas favoresciara, así por parecerles la empresa justa, como porque la gente que reside en aquella provincia son mas amigos de novedades que en otra ninguna parte, en especial-los soldados y gente ociosa, porque los vecinos y per-sonas principales siempre pretenden la paz como nego¬cio en que tanto les va , pues con la guerra son molestados y apremiados y los hacen pechar por diversas vias, y si no muestran buen rostro á ello, corren mas riesgo que los otros , porque cualquiera ocasion basta para matarlos el que gobierna, por gratificar con sus haciendas á los que los siguen pues estas pláticas no, podian ser tan secretas, que no viniesen á noticia de los tenientes de Gonzalo Pizarro, los cuales, cada uno en su jurisdicion, los castigaba como les parecia que conve¬nia para el sosiego de su opinion, y especialmente en la ciudad de los Reyes, donde la mas desta gente se aco¬gió, fueron ahorcados muchos por mano de un alcalde ordinario, llamado Pedro Martín de Cecilia, gran favo¬recedor de Gonzalo Pizarro y de sus cosas, porque Lo¬renzo de Aldana, que allí era teniente, estuvo siempre muy recatado para no entremeterse en cosa sobre que pudiese haber después querella de parte contra él; an¬tes estórbaba todo cuanto podia que no se hiciesen muertes ni daños, y así se rigió todo el tiempo que allí estuvo; que, aunque tenia la justicia por Gonzalo Pizar¬ro, nunca quiso hacer cosa tan señalada en su favor, que sus secaces le tuviesen por prendado; antes acogía con buena gracia toda la gente aficionada al Visorey. Por lo cual todos los que desta opinion residían en las otras provincias se acogian á aquella, teniéndola por mas segura; y desto mostraban tener gran queja los apasionados por Gonzalo Pizarro, especialmente un regidor de aquella ciudad, llamado Cristóbal de Búrgos, que Lorenzo de Aldana llegó á reprenderle sobre esto tan abiertamente, que le trató mal de palabra, y aun puso las manos en él y le tuvo preso cierto tiempo; y así, escribían á Gonzalo Pizarro esta sospecha, y aunque él la tuvo por cierta, nunca dejó de hacer dél toda confianza, porque estando tan léjos, no le paresció que seria parte para quitarle el cargo, á causa que tenia consigo mucha gente de guerra y ganada la voluntad á los principales vecinos de aquella ciudad; y así, los dejarémos por contar lo que en este tiempo sucedió en la provincia de los Charcas.
CAPITULO XXI.
De como Diego Centeno y otros vecinos de los Mareas mataron al teniente de Gonzalo Pizarro y alzaron bandera por su majestad.
Ya está dicho arriba cómo muchos vecinos de la villa de Plata vinieron á servir al Visorey, llamados por su provision, aunque, sabida en el camino la prision del Visorey, se volvieron á sus casas de los cuales siempre quedó muy gran queja á Gonzalo Pizarro y enviándoles por teniente á aquella villa uno de los mayores ministros de su tiranía, llamado Francisco de Almendras, hombre áspero y de mala consciencia, le dió por particular instruccion que se recatase mucho de aquellos que hablan venido á servir al Visorey, y que en los negocios que se les ofreciesen les diese á entender la queja que dellos tenia; demás que á los principales dellos les habia quitado indios y les llevaba los tributos dellos para sustentacion de la guerra. Este Francisco de Almendras guardó tan estrechamente lo que sobre este caso se le mandó, que, demás de otros muchos malos tratamientos que hizo á aquellos caballeros, porque supo que uno de los principales de aquella villa, llamado don Gomez de Luna, habia dicho en su casa que no era posible que algun dia no reinase el Rey en aquella tierra, le prendió y puso en la cárcel pública con guardas; y porque los de cabildo de aquella ciudad le rogaron un dia que soltase á don Gomez, ó á lo menos le pusiese en prision conforme á la calidad de su persona, no dándoles sobre ello buena respuesta, hubo alguno dellos que le dijo que si él no le soltaba, ellos le soltarían; el teniente disimuló, y á la media noche fué á la cárcel y dio un garrote á don Gomez, y Sacándole luego á la plaza, le hizo cortar la cabeza; lo cual sintieron mucho todos los vecinos, paresciéndoles que á cada uno tocaba aquel agravio; y especialmente lo sintió un vecino de aquella ciudad, llamado Diego Centeno, natural de Ciudad-Rodrigo, por ser muy grande amigo de don Gomez. Y aunque este Diego Centeno, en el primer levantamiento de Gonzalo Pizarro le siguió y vino con él desde el Cuzco á los Reyes , siendo de los principales votos del ejército, como procurador de la provincia de los Charcas, después viendo que la mala intencion de Gonzalo Pizarro se extendia á mucho mas de lo que á los principios había publicado, con su licencia le volvió á su casa y indios, donde residía al tiempo que acontesció esta muerte de don Gomez, la cual él se determinó vengar por la mejor via que pudo, así por la amistad que tenemos dicha, como porque entendian la poca seguridad que las vidas de todos tenian debajo de la gobernacion de hombre tan cruel y de mala consciencia y condicion como lo era Francisco de Almendras, al cual ante todas cosas determinó matar, y reducir la tierra al servicio de su majestad; lo cual comunicó con los mas principales vecinos de aquella tierra, especialmente con Lope de Mendoza y Alonso Perez de Esquivel, y Alonso de Camargo y Hernan Nuñez de Segura, y con Lope de Mendieta y Juan Ortiz de Zárate, su hermano, y otros de cuyas intenciones tuvo confianza; y hallándolos á todos prestos para emprender este hecho sobre concierto que entre si hicieron, fueron un domingo de mañana á casa del teniente para le acompañar á la iglesia, como solian, y viéndose juntos, caso que Francisco de Almendras tenia mucha gente de guardia, se llegó á él Diego Centeno. como que le quería hablar en algun negocio, y dándole ciertas puñaladas con una daga, le prendieron y públicamente le sacaron á la plaza, y le cortaron la cabeza por traidor, y alzaron bandera por su majestad, sin que hubiese dificultad en apaciguar el pueblo, segun Francisco de Almendras estaba malqúisto; y así, todos se redujeron al servicio de su majestad y se pusieron en orden de guerra, con intento de la restauracion de aquel reino; y este era el apellido que traían, y juraron por capitan general desta empresa á Diego Centeno, el cual nombró capitanes de pié y de caballo, y comenzó á juntar gente, haciendo pagas de su hacienda, porque era el mas rico hombre de aquella tierra en aquella sazon, y para ello le ayudaban los otros vecinos. Era Diego Centeno persona de muy buena casta, descendiente de aquel alcaide Hernan Centeno tan nombrado en Castilla seria en aquel tiempo de edad de treinta y cinco años, hombre gracioso y liberal y de muy buena disposicion y condicion, y muy valiente por su persona. Tenia en aquella sazon mas de treinta mil castellanos de renta, aunque dende en dos años que se descubrieron las minas de Potosi (como adelante se dirá) llegaron á rentarle sus indios de cien mil castellanos arriba, por caer muy cerca de aquellas minas. Juntó su ejército, comenzó á proveerse de armas y otras cosas necesarias, con gran diligencia, poniendo guardas en los caminos, porque no se supiese lo acaescido hasta estar bien apercebidos, y envió un capitan suyo á las minas de Porco y Arequipa, para recoger la gente que allí estaba, y prender si pudiese á Pedro de Fuentes, que allí era teniente de Gonzalo Pizarro, el cual desque supo lo que en los Charcas habia pasado, por lengua de indios, se huyó y dejó desamparada la ciudad; de manera que Lepe de Mendoza entró en ella sin contradicion alguna, y tra¬yendo toda la gente y armas y caballos, y aun los dine¬ros que allí pudo recoger, se volvió á juntar con Diego Centeno en la villa de Plata para dar órden en lo que adelante se habia de hacer.
CAPITULO XXII.
De cómo Diego Centeno acabó de juntar su gente,
y del razonamiento que les hizo.
Después de llegado Lope de Mendoza, se hallaron en la villa de Plata con hasta docientos y cincuenta hom¬bres bien aderezados, y después de habelles dado Diego Centeno de lo que tenia cumplidamente, les juntó y trajo á la memoria las cosas pasadas en lo tocante á la empresa que Gonzalo Pizarro tomó, diciéndoles haber salido de la ciudad del Cuzco con titulo de suplicar de las ordenanzas que su majestad enviaba; y después de haber muerto en el camino al capitan Gaspar Rodriguez y á Filipe Gutierrez y Arias Maldonado, y antes desto, haber tratado con los oidores y con algunos de los veci-nos que prendiesen al Visorey, y habelle ellos prendido y embarcado, y cómo en llegando á la ciudad de los Reyes, sin estar recibido en ella, envió su maestre de campo, y delante de los oidores prendió hasta veinte y cinco personas de los mas principales y mas ricos de la tierra, porque habian acudido al Visorey, y de ellos ahorcó á Pedro del Barco y á Machin de Florencia y á Juan de Sayavedra; y cómo habia quitado los oidores, enviándoles á cada uno por su parte, habiéndoles pri-mero compelido con mano armada que le enviasen pro¬vision de gobernador. Tambien les dijo haber muerto después muchas personas, sospechando dellos que ser¬virían al Visorey. Y no contento con esto, tomando todo el oro y plata que habia hallado en las cajas de su majestad, echando tributos excesivos por el reino, hasta en cantidad de ciento y cincuenta mil ducados, repar¬tiéndolos y cobrándolos de los vecinos y moradores; y no contento con esto, haber hecho segunda vez gente contra su majestad en la ciudad de los Reyes, y ido con-tra el Visorey y alborotado el reino por diversas vias. Tambien les puso delante el haber quitado tantos re¬partimientos y puéstolos sobre su cabeza, y consentido que públicamente se dijesen palabras en deservicio y perjuicio de su majestad y ¿tras muchas cosas que se¬rian largas de contar, y juntamente con traelles á la memoria la obligacion que tenian (como vasallos de su majestad) á su corona real y á servir á su rey, y el mal renombre de traidores que cobraban de hacer lo con-trario. Y con estas razones, y con otras muchas que les dijo, les inclinó á que de buena voluntad tomasen la empresa y fuesen debajo de su bandera donde quiera que les fuese mandado; y así, todos juntamente se ofres¬cieron de hacerlo de buena voluntad; con lo cual Diego Centeno envió cierto capitan con mucha parte de la gente que residiese en Chicuito, que son los pueblos del Rey, entre Orcuza y los Charcas, para que estuviese allí en el paso en tanto que él se aderezaba para salir á cumplir el fin de todo su viaje; donde lo dejarémos por decir lo que en este tiempo sucedió en el Cuzco, donde algunos dias antes habían tenido relacion de lo suso¬dicho.
CAPITULO XXIII.
Cómo el capitan Alonso de Toro, teniente del Cuzco por Gonzalo Pizarro, juntó la gente que pudo para ir contra Diego Centeno, y el razonamiento que les hizo.
No se pudo tener tan secreto en el real de Diego Cen¬teno, ni tantas guardas en el camino, especialmente después de la venida de Lope de Mendoza de Arequipa, que por indios y españoles no se tuviese muy cierta re¬lacion del alzamiento de los Charcas y cantidad de gente que el capitan Diego Centeno tenia hecha, y la suma de arcabuces y caballos y todo lo demás que en la razon se quisiesen informar. Lo cual sabido por el capitan Alonso de Toro, tomándole la nueva fuera del Cuzco con cien hombres, porque estaba cien leguas de allí guardando un paso, creyendo que el Visorey se habia subida por la sierra, porunas cartas que de Gonzalo Pizarro habian tenido sobre ello, se volvió al Cuzco y comenzó á hacer gente y juntos los vecinos y regidores de la ciudad del Cuzco, les hizo saber las nuevas que habia de los Char¬cas y el modo con que el capitan Diego Centeno se ha¬bia alterado, y diciéndoles primero que pues en el Cuzco habia gente armada y caballos para poder ir contra él, que habia determinado de tomar la empresa, porque le parecia ser justa; y para ello les dijo algunas razones en que se fundaba, especialmente que Diego Centeno habia hecho el alboroto sin título que para ello tuviese, sino de su propia autoridad, pretendiendo en ello mas particular interese que el servicio de su majestad, porque siendo, como era, Gonzalo Pizarro gobernador de aquellos reinos, y estando habido y tenido por tal, te¬niéndolos pacíficos y quietos, y estando esperando lo que su majestad sobre ello proveia, para obedecello, el levantamiento habia sido injusto, y con muy buen título se podria resistir y castigar. Tambien les trajo á la me moría haberse puesto Gonzalo Pizarro por todos á la demanda de la revocador de las ordenanzas, y aventu¬rado su persona y bienes por las de todos, pues era notorio que si las ordenanzas se cumplieran y ejecutaran, á ninguno le quedaba hacienda y que en esto, allende de habelles hecho provecho y serle todos obligados por esta razon, era notorio que no habia ido contra lo que su majestad proveia, ni declarándose contra él en nin¬guna cosa, pues yendo á suplicar de las ordenanzas, al tiempo que llegó á la ciudad de los Reyes halló que el audiencia habia prendido al Visorey y desterrádole del reino, el cual Gonzalo Pizarro como gobernador tenia, y que si habia ido contra el Visorey, habia sido por se¬guir su justicia ante el audiencia real; y para mas les justificar la causa, les ponia delante haber ido con él el licenciado Cepeda, oidor de su majestad, y el mas anti¬guo de la audiencia, diciéndoles tambien que nadie era parte para tratar si los oidores habian podido dar la go¬bernacion ó no, pues aquel era caso para que su majestad lo determinase, y que hasta entonces no habian visto cosa en contrario. Con estas cosas que les dijo, y con otras muchas que serian largas de contar, todos lo aprobaron y dijeron que parescia cosa justa, y le ofre¬cieron sus personas y haciendas; porque á la verdad el capitan Alonso de Toro habia ahorcado algunas perso¬nas desatinadamente, y habíanle cobrado gran miedo; y demas desto, porque era áspero y desabrido y mal acondicionado, y aun demasiado súbito, por lo cual no le osaban contradecir en ninguna cosa de cuantas proponia. Y visto esto, se hizo un acto por el cabildo, por el cual habiéndose hecho relacion de lo sucedido en los Charcas por medio del capitan Diego Centeno, decian que, no contento con haber muerto al capitan Fran¬cisco de Almendras, habia salido con gente armada fuera de los términos de los Charcas. Estos cumpli¬mientos mas se inician, á la verdad, para satisfacion de la gente comun, y dalles á entender que lo que se ha¬cia llevaba razon, que no porque ellos no entendiesen el negocio; porque, dejados aparte los ayuntamientos públicos y tiempos de necesidades en los cuales procuraban siempre de justificar las causas con razones coloradas, que paresciesen bastantes, fuera de allí, los que eran mas parte en los negocios delante de Gonzalo Pizarro y en su ausencia siempre decian que le habia de dar el Rey la gobernacion; si no, que no habian de obedescer ni admitir á hombre que enviase, porque esto era la voluntad y intencion de Gonzalo Pizarro.
CAPITULO XXIV.
Como Alonso de Toro salió del Cuzco con su gente contra Diego Centeno, el cual con la suya se metió la tierra adentro, y Alonso de Toro le siguió hasta la villa de Plata y de allí se tornó al Cuzco, dejando á Alonso de Mendoza en la villa de Plata con cierta gente.
Después de lo cual, con este título comenzó el capi¬tan Alonso de Toro á hacer gente, y llamándose capi¬tan general, hizo capitanes; y á la verdad, procuró de hacer mas el negocio por rigor que por dineros ni buenos tratamientos, jurando públicamente de hacer ahor¬car al que rehusase de ir á la empresa, poniéndolos á algunos al pié de la horca, y dejándolos por ruegos, diciendo palabras injuriosas á otros; de manera que con poca cantidad de dineros (porque, segun paresció por las cuentas, no gastó mas de veinte mil castellanos en el negocio), no dejó caballo en poder de hombre para ir á la jornada, y los vecinos hábiles para la guer¬ra los hacia ir personalmente; de manera que pudo allegar hasta trecientos hombres, con los cuales, me¬dianamente armados y apercebidos, se salió seis leguas del Cuzco á un asiento que se llama Urcos, adonde es-tuvo tres semanas, teniendo tan cerrado el camino, que no podía saber nueva de lo que hiciesen sus contrarios, porque todas las parcialidades de los indios ayudaban á Diego Centeno y le guardaban muy bien los caminos, con lo cual cada dia pensaban que estaban sobre ellos, guardándose muy á punto de guerra para lo que suce-diese; y si algunos hablaban palabra en contradicion ó perjuicio de los negocios, los castigaba muy ásperamente; de manera que con este miedo todos mostraban muy gran voluntad á seguirle. Y con esto alzó su real, con acuerdo de ir á buscar al enemigo, y ponién¬dolo por obra, caminó hasta llegar al puerto del Rey. Diego Centeno se retrajo, porque estaba dividida su gente en dos partes, y asentaron su real doce leguas los unos de los otros, y enviaronse mensajeros y rehenes para tratar del negocio; y viste que no tenia medio ni se podian concertar, Alonso de Toro alzó su real para ir á dar la batalla; lo cual sabido por los contrarios, acordaron entre sí que no era bien aventurar el nego¬cio, porque, á no tener buen suceso la jornada, se cobraria grande animo en el reino, y era bien que su majestad tuviese en la tierra gente presta para cualquier cosa que sucediese; y con este recaudo se retrajeron poco á poco, poniendo gran diligencia de llevar consigo gran cantidad de carneros cargados de comida y los ca¬ciques principales de la provincia. Y así, se metieron por un despoblado de mas de cuarenta leguas, hasta llegar á un sitio que se llama Casabindo, por donde Diego de Rójas entró al rio de la Plata, y Alonso de Toro los fué siguiendo hasta la villa de Plata, que son ciento y ochenta leguas de la ciudad del Cuzco, y entró dentro, y como la vió tan sola, consideró el mal aparejo que te¬nia para residir allí, por no haber comida, y estar la tier¬ra alzada por la ausencia de los caciques; y así, acordó de no seguirlos mas; y tomando consigo cincuenta hombres, se adelantó para la ciudad del Cuzco, mandando á la otra gente que poco á poco le siguiese, aunque para mayor seguridad dejó en la retaguardia á un capitan suyo, Alonso de Mendoza, con treinta hombres en muy buenos caballos, para que, si acaso sintiese que Diego Centeno volvia, recogiese la gente poco á poco hasta llegar con ella adonde él estaba.
CAPITULO XXV
De cómo Diego Centeno volvió sobre Alonso de Toro y le tomo
mucha gente, y recogió su campo en la villa de la Plata.
La vuelta de Alonso de Toro no pudo ser tan secreta, que por lengua de indios no viniese luego á noticia de Diego Centeno, el cual, vista tan gran novedad, y como Alonso de Toro se volvía tan de priesa y desconcertada su gente, consideró que no podia ser aquello sin que hubiese sentido en los suyos desconfianza ó mala volun¬tad, y parescióle que, siendo esto así, con facilidad, yendo él sobre ellos, se le pasarian muchos; y así, envió luego al capitan Lope de Mendoza con cincuenta hom¬bres bien encabalgados, á la ligera, el cual llegó en breve tiempo al Collao; y dado caso que el capitan Alon¬so de Toro y la mas parte de su gente habia ya pasado, atajó hasta cincuenta hombres de los suyos y les tomó algunos caballos y armas, aunque después se los tornó con cada quinientos pesos de oro, porque juraron y prometieron de le servir en la jornada; y algunos que le parescieron demasiadamente sospechosos y amigos de Alonso de Toro, los ahorcó; y de allí se volvió con su gente á la villa de Plata sobre Alonso de Mendoza, el cual, sabido el suceso, se volvió por otra camino á gran priesa, y dende á poco vino allí Diego Centeno con el resto de su ejército, y se juntaron todos, y asentaron su campo, pertrechándose cada dia mas de todos los aparejos necesarios para la guerra, especialmente de arcabuces, que cada dia se hacian. Y Alonso de Toro llegó al Cuzco con harto temor de que viniesen sobre él; porque si lo hicieran con gran facilidad se apode¬raran de la ciudad; pero Diego Centeno tomó acuerdo de residir de asiento en la villa de Plata, allegando cada dia mas gente y dineros; lo cual podia hacer en abun-dancia, á causa de la mucha plata que habia en aque¬lla provincia; y así, le dejarémos por contar lo que pasó en esta sazon en los Reyes.
CAPITULO XXVI.
De cierto movimiento que hubo en los Reyes, y cómo le aplacó
Lorenzo de Aldana.
En la ciudad de los Reyes se supo luego todo lo que arriba habia sucedido y como allí estaban juntos mu¬chos soldados, y dellos aficionados al Visorey, ya casi en público trataban de irse á juntar con Diego Centeno; y aun viendo la poca diligencia que Lorenzo de Aldana ponia en castigarlo, se temia que habia de ser él la ca¬beza, y lo mismo se sospechaba de don Antonio de Ri¬bera, que, aunque era cuñado de Pizarro, y hacia algu¬nas muestras, como los demás, de seguirle, bien se en¬tendia ser servidor de su majestad en lo secreto, como después lo mostró y con este temor los amigos de Pi¬zarro andaban muy alterados; por manera que este motivo en favor de su majestad la gente lo dejaba de intentar, creyendo que se haria á menos costa y con mejor órden, porque sentian favor en Lorenzo de Al¬dana, que, segun era bienquisto, sabian que saldria con cualquier cosa en que se pusiese, aunque él estaba tan cerrado, continuando siempre el buen tratamiento que hacia á todos, que ninguno podia tener certidumbre de su determinacion. Y en este tiempo llegaron á los Reyes nuevas de cómo el Visorey se habia retirado con la poca gente que le pudo seguir hasta la provincia de Popayan, y que en el camino habia muerto algunos capitanes y personas señaladas de su campo, especialmente á Rodrigo de Ocampo y á Hierónimo de la Ser¬na, y á Gaspar Gil y á Olivera y á Gomez Estacio; unos porque se querían huir de su campo, otros porque se carteaban con Gonzalo Pizarro y le querian matar, so¬bre las cuales culpas hizo sus averiguaciones, y por ellas le paresció que se les debia dar aquella pena; con las cuales nuevas se sosegó algo la gente que desea¬ba servir á su majestad en la ciudad de los Reyes, y los amigos de Gonzalo Pizarro, y que favorescian su opinion y tiranía, tomaron tanto ánimo viendo los bue¬nos sucesos que le avenian, que les paresció que se po¬dian ya declarar con Lorenzo de Aldana, y le dijeron que en aquella ciudad habia personas sospechosas y que no se querian quietar, por lo cual convernia dester¬rarlos y aun castigarlos de algunas palabras escandalosas que habian dicho. De lo cual se ofrescieron á dar informacion, y le pidieron que hiciese sobre ello las diligencias necesarias. Y él respondió que no habia venido á su noticia tal cosa, porque lo hubiera castigado, y que sabido quiénes eran, haria lo que conviniese. Y con este acuerdo, poniéndose en órden los principales, prendieron hasta quince personas sos¬pechosas, y entre ellos á Diego Lopez de Zúñiga, y presos, les quisieron dar tormento y hacer dellos jus¬ticia por mano del alcalde Pedro Martín, y corrieran todos gran riesgo si Lorenzo de Aldana no acudiera á sacárselos de entre las manos, llevándolos á su posada, so color que en ella estarian mejor guardados. Y allí les dió todo lo que habian menester, y sobre concierto que con ellos hizo, les dió un navío, con que se salieron del Puerto; quedando harto descontentos los regidores porque no habian visto mas castigo en aquel negocio, y que no quiso Lorenzo de Aldana que sobre ello se hiciese ninguna averiguacion, y les quedó gran sospecha de que se hubiese descubierto á los presos y dejase con ellos algun trato, y daban dello noticia á Gonzalo Pizarro por sus cartas, avisándole que prove¬yese en ello, aunque él nunca quiso hacer novedad ni enviar contra Lorenzo de Aldana, temiendo que no sal¬dría con ello, como arriba está dicho.
CAPITULO XXVII.
Cómo Gonzalo Pizarro envió contra Diego Centeno al capitan
Carvajal, su maestre de campo.
Sabida por Gonzalo Pizarro la alteracion de la provin¬cia de los Charcas y el levantamiento de Diego Centeno y las cosas que le habían sucedido, le paresció que no debia diferir el remedio ni dejar cobrar mas fuerzas al enemigo, porque no le faltaba otra cosa sino deshacer á Diego Centeno para quedar de todo punto señor en el reino pacíficamente; y tratóse entre los principales de su campo la órden que se ternia en la provision; y después de muchos acuerdos, atenta la importancia del negocio, y que Gonzalo Pizarro no podia ir en persona á ello por no tener concluidas las cosas del Visorey, y que lo de arriba requería brevedad, proveyeron que el capitan Carvajal fuese á hacer esta jornada; y así, fué despachado con las comisiones y poderes de Gonzalo Pizarro que le parescieron necesarias, aunque las prin¬cipales eran para recoger dineros y hacer gente, en cuya confianza Carvajal aceptó el cargo, porque le pa¬resció negocio en que fácilmente podia ser aprovechado; y así, se partió de Quito con solas veinte personas de su confianza que le acompañaron, aunque en está deter¬minacion hubo otras muchas cosas que ayudaron, porque los principales del campo de Gonzalo Pizarro hicie¬ron en ello gran instancia, los unos por gobernar ellos á solas, y los otros por el gran temor que tenian de la mala y cruel condicion de Francisco de Carvajal, que por cualquier sospecha mataba á quien le parescia que no le estaba muy sujeto, aunque los unos y los otros coloraban estos pareceres con decir que la calidad del negocio requería la experiencia y consejo de tal persona como el Maestre de campo. Y así, se partió de Qui¬to, y llegó á la ciudad de San Miguel, donde le salieron á rescebir los principales del pueblo; y llevándole á su posada que le tenian señalada, él hizo apear á seis regidores principales del pueblo, diciendo que les quería comunicar una creencia del Gobernador; y estando en su aposento, y cerradas y guardadas las puertas de la casa con gente de guerra, les dijo la gran queja que de¬llos tenia Gonzalo Pizarro por haber sido tan contrarios suyos en todas las cosas pasadas, especialmente en ha¬ber recogido y favorescido al Visorey, y proveídole con tanto calor de las cosas necesarias á su ejército; por lo cual habia determinado de meter á fuego y á sangre la ciudad y no dejar hombre á vida; pero que después, considerando que los que habian hecho aquel daño eran regidores y gente principal, á quien por fuerza ó de grado habia de seguir la gente plebeya, se habia resu¬mido en que se castigasen los principales sin hacer cuen¬ta de los demás, y aun de aquellos le habia parescido disimular con algunos por causas que á ello le movían; y habia escogido los que allí estaban presentes como á cabezas en quien hacer el castigo, para dar ejemplo á los demás de todo el reino; y así, les mandó que se con¬fesasen, porque todos habian de morir luego; y aunque ellos daban sus disculpas, ninguna cosa aprovechaba; y así, hizo dar garrote á uno dellos, de quien él tenia muy gran queja, porque habia ayudado y dado indus¬tria cómo se abriese el sello real con que el Visorey des¬pachaba, porque era práctico en aquella arte; y entre tanto se divulgó por la ciudad lo que pasaba, y las mu-jeres de los regidores juntaron consigo los clérigos y frailes del lugar, y fueron á la posada de Carvajal, y entrando en ella por una puerta falsa que su gente no habia visto para guardarla, subieron al aposento, y echándose á los piés del Maestre de campo, le pidieron las vidas de sus maridos con grandes lágrimas y senti¬miento, y al fin se las hubo de otorgar con condicion que reservó en sí la facultad de castigarles en lo demás á su voluntad; y así lo hizo, porque los desterró de la provincia, y los condenó en privacion de sus indios y en cada cuatro mil pesos para ayuda de la guer¬ra. Y habiéndolo ejecutado todo, se pasó á la ciudad de Trujillo, recogiendo siempre por donde iba toda la gente y los dineros que en cualquier manera podia haber; y allí llevaba determinacion de matar un vecino llamado Melchior Verdugo, porque se habia siempre mostra¬do por el Visorey, y él, siendo avisado, se habia aco¬gido á la provincia de Caxamalca, que eran los indios de su encomienda; y por la prisa que el Maestre de campo llevaba, no se quiso detener á seguirle; y echando cierto empréstido y cobrándole, se pasó á la ciudad de los Reyes, juntando siempre la mas gente que podia; á los cuales ninguna paga daba mas de los caballos y armas que robaba donde quiera que los hallaba, usur¬pando para sí todo el dinero, robando las cajas del Rey y de los defuntos y los depósitos públicos; y en los Reyes se acabó de aparejar con cerca de decientes hombres bien aderezados y con mas de cincuenta mil pesos que hasta entonces se habian recogido; y se partió la via del Cuzco por la sierra, y llegó á la villa de Guamanga, donde tambien echó tributo y le cobró; y siete ú ocho dias después de él partido se descubrió cierta conjuracion que en la ciudad de los Reyes se trataba, sobre lo cual fueron presos hasta quince personas, los principa¬les de los cuales eran un Juan Velazquez, Vela Nuñez, sobrino del Visorey, y otro caballero de su casa, llamado Francisco Jiron, y Francisco Rodriguez, natural de Villalpando; y habiéndoles dado muy crueles tormentos, se averiguó el negocio, y que tenian concer-tado con Pedro Manjares, vecino de los Charcas, de matar á Lorenzo de Aldana y al alcalde Pedro Martin y á otros amigos de Gonzalo Pizarro, y alzar la ciu¬dad por el Rey, creyendo que la mas gente que iba con el capitan Carvajal, por ir tan descontentos dél, les acudirian, y todos juntos se irian á juntar con el capitan Diego Centeno. Y luego dieron garrote á Jiron y á otro, y á Juan Velazquez por intercesion de mu¬chos le perdonaron la vida y le cortaron la mano dere¬cha, y á los demás dieron tan bravos tormentos, que perpetuamente quedaron mancos. Manjares se huyó, anduvo mas de un año escondido por los montes, aunque después vino á poder de los capitanes de Gonzalo Pizarro y le ahorcaron y sospechando todavía Pedro Martin que eran en estos tratos algunos de los que iban en el campo del capitan Carvajal, dió sobre ello tor-mento á Francisco de Guzman, que era uno de los pre¬sos, y no confesando nada, le preguntó Pedro Martin señaladamente si un soldado que iba con Carvajal, lla¬mado Perucho de Aguirre, natural de Talavera, y otros amigos suyos sabian de aquel trato; el cual Guzman, por librarse de los tormentos, dijo que sí; y con tanto, Pedro Martin de Sicilia le condenó, por sentencia públi¬ca, que se metiese fraile en el monasterio de la Merced; y así lo ejecutó, y le hizo tomar el hábito, y pidió al es¬cribano ante quien habia pasado aquel proceso cautelo-samente, que le diese por fe cómo de la confesion de Guzman resultaban culpados en aquel motín Perucho de Aguirre y los demás que le nombró; y creyendo el escri¬bano que era para otro fin, se le dió; y Pedro Martin le en¬vió por via de indios á Carvajal, que á la sazon llegaba una jornada antes de Guamanga; y en rescibiéndole, sin otra diligencia ni averiguacion ninguna, ahorcó á Perucho de Aguirre y á otros cinco con él en un mismo árbol; caso que, poco después, visto por el escribano el yerro que habia hecho en dar aquel testimonio, le envió el traslado de la confesion que Guzman habia hecho, y la revocacion della, diciendo que lo habia hecho por li¬brarse del tormento, aunque fué de poco fruto, por estar ya ejecutado el castigo; y en las escaleras protestaron que morian sin culpa, y los confesores lo dijeron á voces al Maestre de campo.
CAPITULO XXVIII.
Cómo, sabido por el capitan Carvajal la huida de Diego Centeno,
se volvió á los Reyes.
En tanto que estas muertes se hicieron en Guaman¬ga llegaron al capitan Carvajal las nuevas de lo que ar¬riba tenemos dicho, que Diego Centeno, rehusando la batalla con Alonso de Toro, se retrajo por el despoblado á la provincia de Casabindo. Y viendo el Maestre de campo que las cosas iban en tan buenos términos, le paresció que su presencia era excusada; y así por esto como porque entre él y Alonso de Toro habia habido los tiempos pasados algunas diferencias sobre que cuando Gonzalo Pizarro salió del Cuzco con su gente vino por maestre de campo della Alonso de Toro, y por cierta enfermedad que tuvo en el camino dieron el cargo á Francisco de Carvajal, y así se quedó siempre con él; y temió que, hallándole victorioso y con mas gente que él llevaba, podría ser que se quisiese satisfacer de la queja que dél tenia, determinó volverse á la ciudad de los Reyes, porque tambien de allá le habian escrito algu¬nos vecinos la tibieza con que Lorenzo de Aldana trataba los negocios de Gonzalo Pizarro, y la necesidad que ha¬bia de que él viniese á darles calor; y así, se volvió luego, y pocos dias después de llegado le vino la nueva de la vuelta de Diego Centeno sobre Alonso de Toro, con la cual se tornó á apercebir y juntar su gente; y echando nuevas derramas, se partió de los Reyes, habiendo hecho bendecir sus banderas y intitulando su campo: «El felicísimo ejército de la libertad contra el tirano Diego Centeno.» Y despachando mensajeros para el Cuzco por la sierra, él se fué por los llanos la via de Arequipa, y allí sacó mucho dinero, y rescibió cartas, así del cabil¬do del Cuzco como del capitan Alonso de Toro por las cuales le pedian con gran instancia que fuese personalmente allá, porque no era razon que, siendo la ciudad del Cuzco la cabeza del reino, saliese el ejército de otra parte sino de allí, prometiéndole de ayudar con mucha gente y armas y caballos, y ir con él muchas personas principales, poniéndole tambien delante que él era ve¬cino de aquella ciudad, y que era justo que le diese aquella preeminencia. Con lo cual y con otras muchas razones le persuadieron á que fuese al Cuzco, aunque en alguna manera temía al capitan Alonso de Toro, porque le referían algunas palabras que en su ausencia ha¬bia dicho contra él; y así, se fué al Cuzco. Y cuando Alonso de Toro supo que venia se apercibió de todo lo que le paresció necesario para la jornada que Carvajal quería hacer, aunque siempre mostró gran descontento de que, habiendo él comenzado aquella guerra y tra¬bajado tanto en ella, y habido tan prósperos sucesos, hubiese proveido Gonzalo Pizarro nuevo capitan, á quien él estuviese sujeto, y que este fuese Carvajal, con quien él sabia que tenia enemistades privadas; pero todo lo disimulaba lo mejor que podia, diciendo que no pretendia otra cosa sino el buen suceso de los negocios por quien quiera que los guiase; aunque no podia estar tan recatado sobre ello, que algunas veces no se le soltasen palabras descuidadas, que manifestaban lo que en su pecho tenia. Y con saber todas estas cosas los veci¬nos, esperaban que con la venida de Carvajal habia de haber alguna novedad; y estando en estos términos, llegó nueva cómo Carvajal entraria otro dia en el Cuzco con decientes hombres arcabuceros y de á caballo, y Alonso de Toro puso gran diligencia que todos los que había en la ciudad se armasen y saliesen á punto de guerra; y así por la gran diligencia que puso en los jun¬tar; y lo mucho que procuraba que fuesen en órden, y lo mucho que sentia si salían della se creyó que lleva¬ba mala intencion, aunque él no lo habia dicho á nadie; y así, se metió en una emboscada al través del camino por donde Carvajal habia de pasar. Y sabido por Carva¬jal, ordenó su gente y mandó echar balas en los arcabuces, y Alonso de Toro le salió al través; y viendo que ninguno acometia, se llegaron á juntar; y aunque Car¬vajal sintió mucho este ademan, lo disimuló hasta lle¬gar al Cuzco, donde fué rescebido. Y poco después una tarde prendió á cuatro vecinos de los principales del pueblo, y incontinenti los ahorcó sin comunicarlo con Alonso de Toro ni dar para ello razon ninguna; y Alonso de Toro disimuló el sentimiento que desto tuvo, porque algunos eran sus amigos. Y con el temor que todos tomaron de una cosa tan súbita y cruel; ninguno rehusó ir con él; y así, sacó de la ciudad hasta cumplimiento de trecientos hombres. bien aderezados, y se partió camino del Collao hácia los Charcas, donde estaba Diego Centeno; y aunque le era superior en el número de la gente, todos pensaron que no acabara la jornada, porque los mas iban de mala gana, porque no les daba ninguna paga y les hacia muy malos tratamientos, y era muy desabrido y mal acondicionado y enemigo de buenos, y mal cristiano y blasfemo y cruel; por mane¬ra que todos pensaban que la mesma gente le habia de matar, porqúe sobre todo entendia el mal título que llevaba, y cuán mejor le tenia Diego Centeno, que era caballero virtuoso y liberal y que tenia mucho mas que dar, por la gran riqueza que en los Charcas había. Y así, le dejarémos caminando por el Collao, por contar lo que en este tiempo sucedió en Quito al visorey Blasco Nuñez Vela.
CAPITULO XXIX.
De lo que pasó Gonzalo Pizarro en seguimiento del Visorey, que se retiró a la provincia de Benalcázar, y Gonzalo Pizarro quedó en Quito en frontera contra él.
Ya tenemos dicho en los capítulos precedentes cómo Gonzalo Pizarro siguió al Visorey desde la ciudad de San Miguel, de donde se retiró, hasta la ciudad de Qui¬to, que son ciento y cincuenta leguas, llevando tan á porfía el alcance, que casi ningun dia se pasó en que no se viesen y hablasen los corredores, y sin que en todo el camino los unos ni los otros quitasen las sillas á los caballos, aunque en este caso estaba mas alerta la gente del Visorey; porque, si algun pequeño rato de la noche reposaban, era vestidos y teniendo siempre los caballos del cabestro, sin esperar á poner toldos ni á aderezar las otras formas que se suelen tener para atar los caballos de noche, mayormente por los arenales, donde no hay árbol ninguno; y la necesidad ha ense¬ñado el remedio, y es, que llevan unas talegas ó costales pequeños, los cuales, en llegando al sitio donde han de hacer noche, hinchen de arena, y cavando un hoyo grande, los meten dentro, y después de atado el caballo, se torna á cubrir el hoyo, pisando y apretando la arena. Demás desto, ambos ejércitos pasaron gran necesidad de comida, en especial de Gonzalo Pizarro, que iba á la postre, porque el Visorey ponia gran dili¬gencia en alzar los indios y caciques, para que el enemigo hallase el camino desproveido; y era tanta la priesa con que se retiraba el Visorey, que llevaba consigo ocho ó diez caballos, los mejores de la tierra que habia podido recoger, llevándolos algunos indios de diestro, y en cansándose el caballo, le desjarretaba y le dejaba, porque sus contrarios no se aprovechasen dél. En este camino juntó consigo Gonzalo Pizarro al capi¬tan Bachicao, que vino de Tierra-Firme, de la jornada que tenemos dicho, con trecientos y cincuenta hombres y veinte navíos y gran copia de artillería, y tomando la costa mas cercana á Quito, fué á salir al camino á Gonzalo Pizarro. Llegados á Quito, tuvo juntos Gonzalo Pizarro en su campo mas de ochocientos hombres, entre los cuales estaban los principales de la tierra, así vecinos como soldados, con tanta prosperidad y quietud, cuanta jamás se vió tener hombre que tiránicamente gobernase, porque aquella provincia es muy abundante de comida; y con haber descubierto muy ricas minas de oro en ella, y haber puesto Gonzalo Pizarro en su cabeza los indios de los principales de la tierra, unos porque se habian ido con el Visorey, y otros porque le habian seguido y favorescido el tiempo que allí residió, sacaba cada dia gran cantidad de oro; tanto, que de solos los indios del tesorero Rodrigo Nuñez de Bonilla sacó en ocho meses cerca de cuarenta mil pesos de oro, con haber otros muy mejores, y tener en su cabeza mas de otros veinte repartimientos tan buenos como él; y allende desto, se apoderó de todos los quintos y dineros pertenescientes á su majestad, y robó las cajas de los difuntos; y allí supo que el Visorey estaba cuarenta leguas de allí en la villa de Pasto, que entra en la gobernacion de Benalcázar, y determinó de irlo á buscar, aunque todo este alcance se hizo sucesivamente, y casi sin que hubiese dilacion entre uno y otro, porque Gonzalo Pizarro se detuvo en Quito muy poco; tanto, que, saliendo contra él de Quito, hubo refriega entre la gente de ambos campos en un sitio que se dice Rio Caliente. Y sabido el Visorey en Pasto la venida de Gonzalo Pizarro, con gran priesa se salió de la ciudad, y se metió la tierra adentro hasta llegar á la ciudad de Popayan; y habiéndole seguido Pizarro veinte leguas mas adelante de Pasto, determinó de volverse á Quito, porque de allí adelante la tierra era muy despoblada y falta de comida y así, se tornó á Quito, habiendo seguido el alcance del Visorey tanto tiempo y por tanto espacio de tierra, pues se puede afirmar que le siguió desde la villa de Plata (donde la primera vez salió con- tra él) hasta la villa del Pasto, en que hay espacio de sietecientas leguas, tan largas, que ocuparían mas de mil leguas de las ordinarias de Castilla. Y vuelto á Quito, estaba tan soberbio con tantas victorias y prósperos sucesos como habia tenido, que comenzaba á decir palabras desacatadas contra su majestad, diciendo que de fuerza ó de grado le habia de dar la gobernacion del Perú, dando razones por dónde era obligado á ello, y cómo, si hiciese lo contrario se lo pensaba resistir; y aunque él lo disimulaba algunas veces, se lo persuadian públicamente sus capitanes y le hacían publicar esta tan desacatada pretension; y así residió algun tiempo en la ciudad de Quito, haciendo cada dia grandes regocijos y fiestas y banquetes, y aun dándose él y los suyos al vicio de mujeres tan desenfrenadamente, que se tuvo por cierto haber hecho matar á un vecino de Quito, cuya mujer él tenia por manceba, dando gran cantidad de dineros al que lo mató, que fué un soldado húngaro, llamado Vincencio Pablo, á quien después los señores del consejo de las Indias mandaron ahorcar en la villa de Valladolid el año de 51. Y así, teniendo tanta gente junta, y que tan buena voluntad le mostraban, unos por fuerza y otros por temor y otros por su voluntad, le pareada imposible haber quien le hiciese contradicion, y que si su majestad algun concierto quisiese con él hacer, habia de ser enviándoselo á pedir y requerir sobre ello, hasta que le sucedió el levantamiento de Diego Centeno, á lo cual envió al capitan Carvajal, como arriba esta dicho.
CAPITULO XXX.
Cómo Gonzalo Pizarro envió á Pedro Alonso de Hinojosa
con su armada á Tierra-Firme.
Desta manera que hemos contado estuvo Gonzalo Pizarro en Quito mucho tiempo, sin saber nuevas del Visorey, ni el designio que tomaba en sus negocios, porque unos decian que se quería ir á España por la via de Cartagena, y otros, que se á Tierra-Firme, por tener tomado el paso, y juntar gente y armas para ejecutar lo que su majestad enviase á mandar; y otros, qua esperarla este mandato en la mesma tierra de Popayan, que nunca nadie pensó que allí tuviera aparejo de rehacerse de gente para innovar ninguna cosa en los negocios; y para cualquiera de todos estos fines paresció á Gonzalo Pizarro y á sus capitanes cosa conveniente estar apoderado de la provincia de Tierra-Firme, por tener tomado el paso para cualquier suceso que aviniese; y así para esto como para estorbar al Visorey que no fuese á ella, mandó volver la armada que habia traido Hernando Bachicao, y que fuese por general della Pedro Alonso de Hinojosa con hasta docientos y cincuenta hombres, y que de camino fuese costeando la tierra por la Buenaventura y rio de San Juan; y luego se partió, y desde Puerto-Viejo envió un navío, y en él al capitan Rodrigo de Carvajal, que fuese derecho al puerto de Panamá, y diese á ciertos vecinos principales della las cartas que llevaba de Gonzalo Pizarro, por las cuales les rogaba que favoresciesen á sus cosas, y daba color al enviar de la armada con decirles que él habia sabido los robos y desafueros que Bachicao hizo á los vecinos en el tiempo que allí residió, lo cual habia sido muy fuera de su voluntad, porque él, ni lo habia mandado ni habia pretendido otra cosa mas de que llana y pacíficamente llevase á aquella tierra al doctor Tejada y se volviese; y que así, enviaba agora á Pedro Alonso de Hinojosa con dineros para satisfacer á todos los agraviados de sus daños, y que si llevaba alguna forma de ejército, era por asegurarse del Visorey y de ciertos capitanes suyos que le babilla dicho que estaban haciendo gente en aquella tierra para irle á favorecer con estas cartas llegó Rodrigo de Carvajal en su navío con hasta quince personas cerca de Panamá; y tomando tierra tres leguas antes de la ciudad, donde dicen el Ancon, supo de ciertos estancieros que allí residian cómo estaban en Panamá dos capitanes del Visorey, llamados, el uno Juan de Guzman, y el otro Juan de Illanes, que habían venido con ciertas comisiones suyas para juntar allí gente y armas, y llevarlo en su socorro á la provincia de Bénalcázar, donde los esperaba, y que tenian juntos mas de cien soldados y buena cantidad de armas, y cinco ó seis piezas de artillería de campo, y que, aunque habia días que lo tenían todo apercibido, habian mudado propósito y no habian querido acudir al Visorey, sino residir en aquella ciudad, para defenderla de la gente de Gonzalo Pizarro, que tenían por cierto que habia de enviar á ocuparla; y sabido esto por Rodrigo de Carvajal, no le paresció seguro saltar en tierra, y envió aquella noche secretamente un soldado suyo para que diese las cartas á quien venian; y el soldado fué á darlas á ciertos vecinos, los cuales dieron noticia dello á la justicia y á los capitanes del Vi¬sorey; y habiendo prendido al soldado, y sabida dél la órden de la venida de Hinojosa y su intento, se puso la ciudad en arma, y armando dos bergantines, los envia-ron á tomar la nao de Carvajal; el cual, como vió la tardanza de su soldado, sospechó lo que podia ser, y se hizo á la vela la vuelta de las islas de las Perlas, á es¬perará Hinojosa que se juntase con él. Y así, los bergantines, no le pudiendo hallar, se volvieron. Y el gober¬nador de aquella provincia, llamado Pedro de Casaos, natural de Sevilla, fué con gran diligencia á la ciudad de Nombre de Dios, y mandó apercebir toda la gente que en ella estaba; y juntando todas las armas y arcabuces que pudo haber, los llevó consigo á Panamá, y se aper¬cibió de todo lo que le paresció necesario para la resis-tencia de Hinojosa, en lo cual asimesmo entendian los capitanes del Visorey; y aunque hubo entre Pedro de Casaos y ellos alguna competencia sobre la superiori¬dad, en fin se concluyó que Pedro de Casaos fuese ge¬neral y ellos tuviesen aparte su gente y bandera; y así, quedaron conformes para la resistencia, caso que antes estaban muy diferentes, porque Pedro de Casaos les prohibia algunos desórdenes que intentaban hacer, y les aconsejaba que se fuesen con su gente á servir al Visorey, pues era aquel el fin para que se habia hecho; y ellos no lo quisieron hacer, antes, como se veian ya poderosos con la gente que tenían junta, se desacata¬ban al Gobernador y no le obedescian en cosa que les mandase.
CAPITULO XXXI.
De la venida de Hinojosa á Panamá, y de los sucesos que tuvo
en el camino.
Habiendo enviado Pedro Alonso de Hinojosa al capi¬tan Rodrigo de Carvajal á Panamá, en la forma y para el efecto que tenemos dicho, él se hizo á la vela con diez navíos, y vino costeando la tierra hasta llegar á Buenaventura, que es una pequeña poblacion en la bo¬ca del rio de San Juan, por donde suben á la goberna¬cion de Benalcázar. Su designo fué saber allí nuevas de lo que el Visorey hacia, y si hubiese algunos navíos en aquel puerto, llevárselos, y quitarle todo el aparejo de poderse salir de la tierra por aquella via. Y llegado al puerto, mandó saltar en tierra ciertos soldados, y pren¬dieron ocho ó diez vecinos que habia en aquella pobla¬cion, y inquiriendo dellos lo que sabian del Visorey, ha¬lló uno que le dijo cómo el Visorey estaba en Popayan, apercibiéndose de la mas gente y armas que podia, para tomar la tierra adentro del Perú; y que viendo que Juan de Illanes y Juan de Guzman (á quien él habia enviado á Tierra-Firme para lo mismo) se tardaban tanto, determi¬nó de enviar al capitan Vela Nuñez, su hermano, con cier¬tos caporales de su campo, para que fuese á Panamá, y diese conclusion en la junta de la gente y la trajese consigo, porque el negocio se hiciese con mas autoridad, y para ello le habia dado todos los dineros que pudo juntar de la hacienda real. Y allende dellos, le entregó un hijo bastardo de Gonzalo Pizarro, que habia tomado en Quito, de edad de once ó doce años, creyendo que habría en Panamá mercaderes que, viéndole maltratado, lo rescatarian por algun interés ó favor de Gonzalo Pizar¬ro; y teniendo por cierto que la armada de Bachicao había recogido todos los navíos que hallase en aquel puerto, proveyó que los indios hiciesen y labrasen la madera que era necesaria para un bergantín, y que con la brea y estopas que se requería, lo llevasen en hom¬bros á aquel puerto, para que los calafates y carpinte¬ros en tres ó cuatro dias lo pudiesen echar al agua; y que con este aparejo se habia partido Vela Nuñez de Popayan, hasta llegar una jornada de allí, y que le ha¬bia enviado á él delante, para que espiase si tenia el puerto seguro. Sabido esto por Hinojosa, envió dos ca¬pitanes suyos con cierta gente, que fueron cada uno por su camino (segun los guió la espía) hasta que los unos toparon con Vela Nuñez y los otros con Rodrigo Mejía, natural de Villacastin, y con Sayavedra, que traian al hijo de Gonzalo Pizarro. Y los unos y los otros traian gran cantidad de dineros, los cuales fueron robados por los soldados de Hinojosa; y llevándolos todos presos á los navíos, se hicieron grandes regocijos por tan prós¬pero suceso como en tan breve tiempo les habia veni¬do porque, aunque tuvieron en mucho la prision de Vela Nuñez, y estorbarle con ella que no fuese á Pana¬má, donde, juntándose con su gente, les podia hacer tanta contradicion en su entrada, en mucho mas esti¬maban haber recobrado al hijo de Gonzalo Pizarro, por el servicio que en ello le hacian, y el cargo que le echarían con tal contentamiento; y así, se hicieron á la vela, llevando á buen recaudo los prisioneros.
CAPITULO XXXII.
De la entrada de Hinojosa en Panamá, y de lo que sobre ello
acontesció.
Navegando Hinojosa la via de Panamá, le salió al camino Rodrigo de Carvajal con su navío, y le hizo sa¬ber lo que en Panamá le habia acaescido, y cómo la ciudad se habia alborotado con su venida y estaban puestos en resistencia; por tanto, que convenía ir aper¬cebidos; y así, poniéndose en órden de guerra un dia del mes de octubre del año de 45, paresció sobre el puerto de Panamá con once navíos, y en ellos los docientos y cincuenta hombres que tenemos dicho. En la ciudad hubo gran alboroto con su venida, y todos se pusieron á punto de guerra y se recogieron á sus banderas; y llevando por general á Pedro de Casaos, acudieron al puerto á defender la salida. Habia en este campo algo mas de quinientos hombres medianamente apercebidos de armas, aunque los mas dellos eran mer¬caderes y oficiales y personas tan poco prácticas en la guerra, que ni sabian tirar ni regir los arcabuces que llevaban y entre ellos habia muchos que ninguna vo¬luntad tenian de romper, porque les parescia que de la venida de la gente del Perú ningun daño les podia re¬sultar, antes muy gran provecho, porque los mercade¬res entendian despachar sus mercaderías con mucha ventaja, y los oficiales ser muy aprovechados cada uno en su oficio y trato; y aun los mas caudalosos mercade¬res consideraban que tenian sus haciendas y factores y compañeros en el Perú; y que sabida por Gonzalo Pizarro la contradicion que allí le hiciesen, se vengaría dellos tomándoles sus haciendas y maltratando sus compañeros y factores; pero, no embargante esto, pusieron tanta diligencia los que no corrian ninguno destos riesgos en juntar y sacar la gente, que los hicieron salir y poner á punto de defensa; y los que principalmente los gobernaban eran el general Pedro de Casaos, y Arias Dacevedo y Juan Fernandez de Rebollido, y Andrés de Areiza y Juan de Zabala, y Juan de Guzman y Juan de Illanes, y Juan Vendrel y otros algunos principales de Panamá, que pretendian la defensa de la entrada, unos por ser servidores de su majestad, y otros por quedar escarmentados de los agravios que habian rescebido de Bachicao, y temiendo que Hinojosa seguiria el mismo camino. Vista por Hinojosa la resistencia, saltó en tierra en el ancon, dos leguas de Panamá, teniendo por reparo á las espaldas unas peñas que los defendian de la gente de caballo; y marchando la via de Panamá, caminaron por la costa, llevando junto á la tierra los bateles de los navíos con mucha artillería; con que descubrian los enemigos, si los acometiesen por el avanguardia. La gente de Hinojosa era hasta docientos hombres, porque los cincuenta quedaron en guarda de los navíos, con órden que á la hora que viesen romper la batalla ahorcasen á Vela Nuñez y á los otros prisioneros. Pedro de Casaos salió al encuentro con su gente; y estando los unos y los otros á poco mas de tiro de arcabuz, acudieron los clérigos y frailes del lugar, trayendo las cruces cubiertas y otras insignias de gran sentimiento y tristeza, y comenzaron á tratar entre los unos y los otros para que no rompiesen, y tentaren dar medios entre ellos; y para los tratar se pusieron treguas por aquel dia y se dieron rehenes de una parte á otra. Y Hinojosa envió de su parte, para tratar el negocio, á don Baltasar de Castilla, hijo del conde de la Gomera, y los de Panamá enviaron á don Pedro de Cabrera. De parte de Hinojosa decian que no sabían ellos la causa por que les habian de resistir la entrada, pues no venian á hacerles daño ninguno, antes á satisfacerlos del que de Bachicao habian rescebido, y á comprar por sus dineros las ropas y mantenimientos necesarios; y que traian órden de Gonzalo Pizarro para no hacer daño ni agravio ninguno á nadie, ni pelear sino fuese siendo provocados y compelidos á ello, y que no harian otra cosa mas de proveerse y reparar sus navíos, y volverse y que el intento de su venida era buscar al Visorey y compelerle que se fuese á España, como habia sido enviado por los oidores, porque andaba inquietando y alterando la tierra y que pues no le hallaban allí, no tenían para qué reparar ni hacer asiento, como ellos pensaban, y que les rogaban que no les forzasen á romper con ellos, porque hasta venir á esto harian todos los comedimientos posibles por cumplir con la órden que traian de Gonzalo Pizarro; pero que de otra manera, siendo forzados á pelear, habian de hacer su posible para no ser vencidos. De parte de Pedro de Casaos se daban otras razones, por donde fundaban la sinjusticia y mal sonido que traia entrar con forma de ejécito en aquella tierra; y aunque Gonzalo Pizarro gobernase jurídicamente, como ellos pretendian, era fuera de su jurisdiccion, donde no tenia color ninguno de entremeterse; y que lo mesmo que él decia, habia dicho Bachicao, y después de apoderado de la tierra, habia hecho los daños y robos que él decia que venia á remediar. Vistas las razones de los unos y de los otros por los comisarios que para los tratos se habian nombrado, dieron forma en los medios, ordenando á su parescer cómo se cumpliese con lo que los unos pedían y se proveyese en lo que los otros temian; y el asiento fué que Hinojosa pudiese saltar en tierra y residir en la ciudad por término de treinta dias y que para seguridad de lo susodicho pudiese tener cincuenta soldados de los suyos, y que la armada con el resto de la gente se volviese á las islas de las Perlas, y allí llevasen los maestros y materiales necesarios para el reparo della, y que pasados los treinta dias, se volviesen al Perú. Firmadas estas paces, y habiéndose hecho juramento y pleitomenaje sobre la guarda dellas por ambas partes, y dádose rehenes de un cabo á otro, Hinojosa se fué á la ciudad con sus cincuenta hombres, y tomó una casa, donde comenzó á dar de comer á todos los que venian, y á permitir que jugasen y conversasen; con lo cual, dentro de tres dias se le pasaron casi todos los soldados de Juan de Illanes y la demás gente baldía de la tierra, los cuales todos afirmaban que antes de aquello habian asegurado por sus cartas á Hinojosa que el dia de la batalla se le pasarian todos. Y esta fué la principal causa que movió á los capitanes de Panamá que viniesen en hacer los conciertos, por la poca seguridad que tenian de su gente, toda la cual sabían que estaban esperando oportunidad para pasar al Perú, y era cosa muy creible que, hallándola tan aventajada, pues le daban pasaje y sueldo y comida, lo aceptarían; y así, poco á poco de su gente y de la tierra juntó Hinojosa gran copia de soldados. Y viéndose Juan de Illanes y Juan de Guzman desamparados de su gente que ninguna; cosa de lo capitulado se guardaba secretamente tomaron un barco, y se fueron huyendo con hasta quince personas que les habian quedado y con cuatro piezas de artillería la via de Cartagena, aunque después Juan de Illanes fué preso por un capitan de Hinojosa, que le siguió por la mar, y prometió de andar en su servicio, como lo hizo, y se halló de su parte en la batalla que allí en el Nombre de Dios se dió á Melchior Verdugo, como adelante se contará; y Hinojosa quedó pacíficamente y sin ninguna contradicion en la tierra, sustentando y acrecentando su ejército, sin consentirles que hiciesen agravio á nadie ni entremeterse en otra cosa fuera dello y envió á don Pedro de Cabrera y á Hernan Mejía de Guzman, su yerno, que allí habia hallado desterrados por el Visorey (como tenemos dicho), con cierta gente al Nombre de Dios, para que estuviesen en guarda de aquel puerto y tuviesen los avisos que les convenia para su seguridad, así de España como de otras partes.
CAPITULO XXXIII.
Cómo Melchior verdugo se alzó en Trujillo por su majestad, y de lo que hizo en seguimiento de su opinion.
En la ciudad de Trujillo habia un conquistador, cuya era la provincia de Caxamalca, llamado Melchior Verdugo, natural de la ciudad de Avila, el cual, desque el visorey Blasco Nuñez Vela vino á la tierra, pretendió servirle y favorescerle, por ser natural de la mesma ciudad de Avila; y así, fué en su servicio á la ciudad de los Reyes, y estuvo allí hasta aquel día que arriba tenemos dicho que el Visorey determinó de despoblar aquella ciudad y retirarse á la de Trujillo; mandó á Melchior Verdugo que fuese delante para asegurar la ciudad y tener recogida la gente y armas que en ella hubiese, y para todo ello le dió muy bastantes comisiones; y teniendo ya embarcada Melchior Verdugo su ropa para se ir por mar, el mesmo dia que se habia de hacer á la vela sucedió la prision del Visorey; y como se embarazaron los navíos de la manera que tenemos dicho, cesó su partida; por todo lo cual á Gonzalo Pizarro y sus capitanes les quedó muy gran odio con él; y así, fué Melehior Verdugo uno de los veinte y cinco que prendió el capitan Carvajal la primera noche que entró en los Reyes, cuando ahorcó á Pedro del Barco y á los otros que hemos contado, y por estas causas estuvo muchas veces en peligro de muerte; y aunque después le redujo en su gracia Gonzalo Pizarro, nunca fué tan enteramente, que no le quedase dél sospecha, aunque nunca tuvo espacio ni oportunidad para ejecutar en él lo que hacia en los otros, hasta que el capitan Carvajal se fué de Quito contra Centeno, que en el camino le quisiera haber en su poder, si él no se recogiera á sus indios de Caxamalca, que tenemos dicho; y en pasando Carvajal, se volvió á su casa á Trujillo, teniendo entendido que cada y cuando que Gonzaló Pizarro le pudiese haber ejecutaria en él el enojo que tenia; y así, determinó salir de la tierra, haciendo de camino alguna cosa señalada en contradicion de la opinion de Gonzalo Pizarro; y esperando esta ocasion, comenzó á juntar en su casa la mas gente que podia, y comprar secretamente armas, y á un herrero que tenia dentro en su casa hizo hacer algunos arcabuces y algunas cadenas y grillos y otras prisiones; y estando esperando la oportunidad, sucedió que un navío que bajaba de Lima surgió en el puerto de Trujillo, y luego Melchior Verdugo envió á llamar al maestre y piloto dél so color que quería cargar cierta ropa en él y maíz para enviar á Panamá, y ellos vinieron luego, y metiéndolos en lo interior de sus aposentos, los hizo llevar á una cámara honda y escura que para aquel efecto tenia preparada; y dejándolos allí, se subió á su aposento, y envendándose las piernas, fingió que estaba malo de ciertas verrugas que solia tener en ellas, y desde la ventana de su posada, cerca de la cual se juntaban los alcaldes y otros vecinos cada dia, porque era en una esquina de la plaza cuando los alcaldes vinieron les rogó que subiesen á su aposento para hacer ciertos autos ante ellos, pues él no podía bajar por su indisposicion; y habiendo subido con el escribano, los metió poco á poco hasta la pieza donde tenia presos al maestre y piloto, y allí les quitó las varas y los echó en una cadena, y se tornó á su aposento, dejando guardada la puerta de la prision con seis arcabuceros; y tornando á la ventana, en viniendo cada vecino le llamaba fingiendo que quería tratar con él algun negocio, y en subiendo le metia en la prision, sin que ninguno de los que venian supiese de los que antes estaban presos; y así, en pocas horas tuvo en su poder hasta veinte personas, que eran los principales de la ciudad, porque á todos los demás había llevado consigo Gonzalo Pizarro á Quito. Y dejándolos á recaudo, salió con cierta gente por el pueblo, apellidando la voz del Rey, y algunos que se le defendieron los prendió, y entrando á los presos, les dijo la queja que dellos tenia por haber seguido la opinión de Gonzalo Pizarro, y que él habia determinado, por salir de su tiranía, irse de la tierra en busca del Visorey, y llevarle toda la gente y armas que pudiese, y que para los juntar tenia necesidad de dineros; por tanto que ellos le ayudasen cada uno como pudiese, pues era justo que contribuyesen en algo para el servicio de su majestad, pues tantas veces lo habian hecho para el de Gonzalo Pizarro, y que cada uno escribiese lo qua podia dar, con presupuesto que lo habia de dar luego; donde no, que los llevaria consigo presos; y así, cada uno se escribió en cierta cantidad, la cual pagaron luego; y concertándose con el maestre, aderezó y proveyó el navío, llevando los presos hasta la mar en carretas con sus prisiones, se embarcó con hasta veinte soldados, habiendo recogido gran copia de dineros, así del empréstido de los vecinos como de la caja del Rey y de su propria hacienda, que era hombre rico. Y salido del puerto, dejando en los carros los presos, se fué por la mar costeando, y topó con un navío en que traian al capitan Bachicao gran cantidad de ropa, de la que él habia robado en Tierra-Firme, el cual lo metió á saco y lo repartió entre sí y sus soldados; y aunque algunas veces quiso ir á la Buenaventura, para entrar par allí en busca del Visorey, no la tuvo por segura jornada, atenta la poca gente que llevaba, porque temió encontrar con el armada de Gonzalo Pizarro; y así, mudando propósito, se fué á la provincia de Nicaragua; y saltando en tierra, dió noticia de su jornada á los gobernadores de la provincia, pidiéndoles socorro para su defensa; y visto el mal aparejo que allí halló para ello, se fué á la audiencia de los confines de Nicaragua, donde pidió al Presidente y oídores la mesma ayuda y favor; y ellos se la prometieron, y enviaron á hacérsela dar al licencia- do Ramirez de Alarcon, oidor de aquella audiencia, el cual fué á Nicaragua y apercibió á los vecinos para que estuviesen prestos con sus armas y caballos. Ya en este tiempo se tuvo noticia en Panamá de lo que Verdugo habia hecho en Trujillo, y cómo habia ido la vuelta de Nicaragua; y temiendo Hinojosa no juntase gente y le hiciese alguna contradicion con ella, envió á Juan Alonso Palomino con dos navíos, y en ellos ciento y veinte arcabuceros, y con ellos fué á la costa de Nicaragua, y topando el navío de Verdugo, se apoderó dél; y queriendo saltar en tierra, halló juntos los vecinos de las ciudades de Granada y Leon, que son los principales pueblos de aquella provincia, y con ellos al licenciado Ramirez y al mesmo Verdugo, que le resistieron la entrada. Y viendo Juan Alonso Palomino que los enemigos le eran superiores, así en número de gente como en tener caballos para correr la tierra, determinó estarse quedo en la mar; y allí se detuvo algunos días, asperando oportunidad para hacer algun salto; y como no la halló, llevando consigo algunos navíos, y quemando los otros que no pudo llevar, se volvió á Panamá; y Melchior Verdugo, teniendo en su compañía hasta cien hombres bien aderezados, y considerando que toda la fuerza de Hinojosa estaba en Panama, y que si alguna gente tenia en el Nombre de Dios seria poca, y descuidado que por aquella via le pudiese venir contraste nin¬guno; y así, determinó de hacer en ellos un asalto, y aderezando tres ó cuatro fragatas, se embarcó en ellas con su gente y se fué por el desaguadero de la laguna de Nicaragua á salir á la mar del Norte, y ántes que degase al Nombre de Dios, en la boca del rio Chagre, to¬mó de un barco ciertos negros ladinos, de que se informó particularmente de todo lo que en el Nombre de Dios pasaba, y de la gente y capitanes que alli estaban y adónde posaban; y guiándole alguno ele los negros, á la media noche saltó en tierra y se fué derecho á la casa de Juan de Zavala, donde posaban los capitanes don Pe¬dro de Cabrera y Hernan Mejía con algunos soldados, los cuales, al ruido de la gente, despertaron y se pusie¬ron en defensa de la casa; y viendo aquello los soldados de Verdugo, pusieron fuego en ella y se quemó, hasta que llegando el fuego á una escalera que defendia Her¬nan Mejía con algunos soldados, les fué forzado salir rompiendo por medio de los enemigos; y así, salieron con harto peligro, ayudándoles la escuridad de la noche á salvar las vidas, y se fueron á pié camino de Panamá, y estuvieron escondidos en una espesura de montes hasta que tuvieron aparejo para irse á Panamá, donde contaron á Hinojosa todo lo que pasaba; lo cual él sin¬tió mucho, y determinó vengarse, dando color á la ven¬ganza con titulo jurídico, y esto fué, que ciertos vecinos del Nombre de Dios se quejaron al doctor Ribera, que allí era gobernador, encaresciéndole la entrada de Ver¬dugo en su jurisdiccion sin traer título ni provision para ello, y que por su propria autoridad había cobrado dineros, y tenia presos los alcaldes y asonada y albo¬rotada la ciudad, pidiéndole que él en persona lo fuese á castigar; y ofreciéndose Hinojosa de ir con su gente á le dar favor y ayuda para el castigo, pues ternia nece¬sidad de gente de guerra que le favoresciese; y resci¬biendo juramento y pleitómenaje de Hinojosa y sus ca¬pitanes que no saldrian de su mandado y le obedesce¬rían como su general, y poniendo la gente en órden, se partió de Panamá; lo cual sabido por Melchior Verdu¬go, asimismo puso en órrlen su gente y hizo aderezar los vecinos con sus armas; y hecho un escuadron en la plaza de Nombre de Dios, determinó aguardar los ene-migos; aunque después, viendo la poca gana que mos¬traban de pelear los vecinos, y que si la batalla se daba en la plaza se le meterian por las casas y le dejarian en peligro, acordó sacar su gente al campo cerca de la mar, donde hizo traer sus fragatas, y tomando por fuer¬te ciertos barcos que allí en la playa estaban varados aguardando á Hinojosa, el cual lo acometió, y se co¬menzó la batalla, y de las primeras rociadas murió al¬guna gente, y entre ellos personas señaladas. Viendo los vecinos, del Nombre.de Dios que estaban con ver¬dugo cómo venia por general de sus contrarios el doctor Ribera, su gobernador, se fueron retrayendo to¬dos á un arcabuzo que estaba junto á ellos, y los sol¬dados de Verdugo, por detener á los vecinos, se desba¬rataron, por manera que á Verdugo le fué forzado re-traerse á sus fragatas, y entrándose por el agua, se metió en una dellas y se acogió á los navíos que estaban en la mar del Norte; y tomando el mayor dellos, lo ar¬mó con la artillería de los otros y comenzó á dar bate¬ría al pueblo, aunque por estar muy hondo no podian coger las casas desde la mar; y visto aquello, y que fal¬taban bactimentos, y que la mayor parte de su gente se le había quedado en tierra, se retiró con sus fragatas y con aquel navío al puerto de Cartagena, para esperar oportunidad para dañar al enemigo. El doctor Ribera y Hinojosa, habiendo pacificado el pueblo del Nombre ale Dios, y dejando en el agua mas guarnicon de la que de antes habia, con los mesmos capitanes don Pedro de Cabrera y Hernando Mejía, ellos se volviron a Pana¬má, aguardando lo que de España su majestad pro¬veeria.
CAPITULO XXXIV.
De cómo el Visorey se rehizo de gente y vino á Quito, y dió la
batalla á Gonzalo Pizarro, en la cual fue vencido y muerto.
Después que el Visorey llegó á Popayan (como está contado), proveyó que se trajese allí todo el hierro que se pudo haber en la provincia, y buscó maestros y hizo aderezar fraguas, y en breve tiempo se forjaron en ellas docientos arcabuces con tales sus aparejos; y demás desto, se pertrechó de armas y de las otras cosas nece¬sarias para la guerra. Y sabido que el gobernador benalcazar habia enviado un capitan suyo, muy valiente y práctico en las cosas de la guerra, llamado Juan Cabre¬ra, que con ciento y cincuenta hombres conquistase una provincia de indios que estaba de guerra la tierra aden¬tro, despachó mensajeros con cartas, en que le hacia sa¬ber muy por extenso todas las cosas que se habian sucedido desde que entró en el Perú, y la tiranía y alzamiento de Gonzalo Pizarro, y cómo le habia echado de la tierra, y que estaba determinado que, en teniendo ejercito conveniente para ello, le iria á buscar; por tanto, le rogaba con toda la instancia posible que luego á la hora se vi¬niese con su gente allí á Popayan, adonde estaba, á se juntar con él para que ambos se fuesen la via de Quito en busca del tirano, encaresciéndole el grande y seña¬lado servicio que á su majestad se haria en aquella jor¬nada, y cuán mas fructuosa seria (cuanto al interese) que el descubrimiento en que él andatba, pues suce¬diéndoles los negocios de suerte que Gonzalo Pizarro fuese deshecho, se habia de repartir la tierra que él y sus secaces poseian, y les prometia de dar de comer en la mejor parte della á él y á su gente; haciéndole asimes¬mo saber cómo por la otra parte del Perú se había alzado por su majestad Diego Centeno, y la mucha gente que se le iba juntando cada día; y que haciendole contradicion por la otra parte, no padia dejar de rescebir gran detrimento Gonzalo Pizarro, de cuyas tiranías y extorsiones estaban tan cansados los vecinos de la tierra, que con cualquier ocasion se levantarian contra él; y para que de mejor voluntad la gente viniese, le envió comision para que de las cajas de su majestad de Cartago y An¬celma y Cali y Antioquía y otras partes pudiese tomar hasta treinta mil pesos de oro, y hacer con ellos so¬corro á los soldados; y demás destos recaudos, hizo que el gobernador Benalcázar, como superior suyo y que le habia enviado á la conquista, le escribiese mandándole luego venir. Y rescebidos por Juan Cabrera todos estos despachos, tomó luego los treinta mil pesos de la comision, y repartiéndolos entre sus soldados, con ellos acudió á Popayan y se juntó con el Visorey, que serian hasta cien soldados medianamente aderezados y allende desto, el Visorey envió sus despachos al nuevo reino de Granada, al mesmo tenor que los de Juan Cabrera, y otros á la provincia de Cartagena, pidiendo de todas partes socorro; y así, cada día se le iban juntando gentes; y en este tiempo supo la prision de su hermano Vela Nuñez y el desbarato de Juan de Illanes y de su gente; por manera que ya no esperaba socorro de ninguna parte. Y en esta sazon Gonzalo Pizarro deseaba haber á las manos al Visorey, no teniendo hora de seguridad mientras él fuese vivo y tuviese ejército; y para le incitar á que le viniese á buscar inventó un ardid; y este fué, que echó fama de quererse ir la tierra adentro hácia la provincia de los Charcas, á apaciguar el alzamiento de Centeno, y dejar allí en Quito al capitan Pedro de Puelles con hasta trecientos hombres que estuviesen en frontera contra el Visorey. Y esta fama la puso en ejecucion, escogiendo entre su gente y nombrando los que habian de ir y los que habian de quedar, y dando socorros á los unos y á los otros; así, de hecho se partió, haciendo alardes del campo que iba y del que quedaba, lo cual proveyó que viviese á noticia del Visorey por medio de una espía del Visorey que allí habia enviado para que le avisase de lo que pasaba; la cual se descubrió á Gonzalo Pizarro, y le manifestó la cifra que para esto traía; por lo cual le escribió todas estas nuevas. Y tambien hizo que Pedro de Puelles escribiese á ciertos amigos suyos de Popayan, diciéndoles cómo él quedaba allí con trecientos hombres, con los cuales entendia resistir al Visorey, por mucha gente que trujese; y estas cartas envió de suerte que fuesen tomadas por las guardas del Visorey, y sobre todo esto se enviaron indios que habian estado presentes al tiempo de los alardes, y vieron partir á Gonzalo Pizarro, y contaron la gente que dejó; caso que Gonzalo Pizarro se detuvo dos ó tres jornadas de Quito, fingiendo enfermedad por no pasar adelante. Rescebidos por el Visorey estos avisos, considerando la ventaja que tenia á Pedro de Puelles, y que ya no esperaba ningun socorro de ninguna parte, determinó partirse de Popayan la via de Quito, sin que en todo el camino pudiese saber nueva alguna de Gonzalo Pizarro y de su gente, por el gran recado que tenia puesto por los caminos y atajados todos los pasos, así para cristianos como para indios, caso que él tenia cada dia nuevas de las jornadas que el Visorey hacia, y dónde y cómo llegaba, por via de los indios cañares, que son muy cursados en toda la tierra; y así, cuando le paresció tiempo se vino á Quito á juntar con Pedro de Puelles, y con ambos campos salieron de la ciudad en busca del Visorey, que estaba en Otabalo doce leguas de Quito; de lo cual Gonzalo Pizarro mostraba gran contentamiento, aunque tenia relacion que traía ochocientos hombres, porque siempre se lo decian así, y aun cuanto mas se iba acercando le crescia el número del ejército; pero él tenia gran confianza en los suyos, así por ser los principales de la tierra, como por haber sido victoriosos tantas veces y por ser gente experimentada en las cosas de la guerra y en todos aquellos dias siempre les decía la razon que tenia para seguir aquella empresa, por haber conquistado la tierra él y sus hermanos; y contándoles las crueldades que el Visorey habia hecho, así en la muerte del factor Illan Suarez como en sus mesmos capitanes; y cómo, después de haber sido desterrado por los oidores, y haberlo enviado á dar cuenta á su majestad, no solamente no habia querido ir, mas aun andaba alterando la tierra y habia hecho gente en jurisdiccion extraña y otras cosas desta calidad, para indignar su gente contra el Visorey; y así, todos se ofrescieron con buen ánimo de ir contra él y darle la batalla, unos por el interés que pretendian en que no se ejecutasen las ordenanzas, y otros su propria venganza, y otros por miedo que tenian al Visorey, por haberse haliado siempre contra él, y los mas por el temor que tenian de Gonzalo Pizarro y de sus capitanes, porque le habian visto ahorcar mucho número de gentes por mostrar tibieza en su servicio. Y así, mandó ordenar su gente y asentarla por lista en sus compañías, y halló tener ciento y treinta de caballo muy bien aderezados, y docientos arcabuceros y trecientos y cincuenta piqueros, que serian por todos setecientos hombres. Tenia muy gran cantidad de pólvora bien refinada; y desta manera, sabiendo que el Visorey habia asentado el real dos leguas de la ciudad de Quito, junto al rio, salió con toda su gente de la ciudad, llevando por capitanes de arcabuceros á Juan de Acosta y á Juan Vélez de Gueva ra, y por capitan de piqueros á Hernando Bachicao, y por capitanes de caballo á Pedro de Puelles y Gomez de Albarado, y no hubo maestre de campo en esta batalla. Hizo sacar Gonzalo Pizarro su estandarte, debajo del cual iban setenta hombres de caballo; y así, se adelantó á tomar un paso que estaba en el rio, donde pensó desbaratar al Visorey, sábado á 15 de enero del año de 46. Y desta manera estuvieron allí aquella noche, teniendo muy gran recado en su real, y el Visorey tenia asentado el suyo tan cerca dellos, que se llegaron á hablar los corredores de arribas partes, llamándose traidores los unos á los otros, fundando que cada uno sustentaba la voz del Rey; y así estuvieron toda aquella noche aguardando. Y demás de los capitanes que arriba hemos dicho que traía Gonzalo Pizarro, venia con él el licenciado Benito Suarez de Carvajal, hermano del factor lllan Suarez de Carvajal, el cual habia venido de la ciudad del Cuzco desde los principios de la guerra, huyendo de Gonzalo Pizarro, parase juntar con el Visorey y llegando veinte leguas de los Reyes, supo la muerte de su hermano; y así, se detuvo sin osar entrar en la ciudad hasta que supo que el Visorey era preso y embarcado, y después Gonzalo Pizarro le prendió y tuvo á punto de degollalle, y cuando hubo de ir á la guerra de Quito le redujo en su gracia, y le aceptó ir la jornada en venganza de la muerte del factor, su hermano, llevando consigo hasta treinta personas, todos parientes y criados suyos, por compañía aparte, de que se nombraba capitan.
CAPITULO XXXV.
De cómo rompió la batalla de Quito.
Sabiendo el Visorey en un pueblo que se llama Tuza (que es veinte leguas antes de llegar á Quito) cómo Gonzalo Pizarro estaba allí con ejército de ochocientos hombres, caso que no lo descubrió sino á solos sus ca¬pitanes, dió la órden que se habia de tener en pelear. Y cuando llegó al pié de la cuesta donde estaba Pizar¬ro determinó acometerle por la retaguardia, yendo por otro camino diferente del que el enemigo guardaba; lo cual se creia que fuera de grande efecto, porque los arcabuceros y la fuerza de los de Pizarro estaban sembrados por aquella cuesta hácia el camino por donde creían que habia de venir el Visorey; y en la retaguardia estaba la caballería muy sin recelo de acome¬timiento, y para este efecto el Visorey se habia alojado tan cerca de los enemigos como está dicho. Y dejando á prima noche su campo y tiendas y perros y indios como antes estaban, con muchos fuegos, por descuidar los enemigos, él con toda la gente se partió muy sin ruido por aquel camino oculto, en que le informaron que habria cuatro leguas, aunque, como habia dias que no se hollaba, estaban en él tan malos pasos, que le amanesció primero que pudiese hacer el efecto que pen¬só. Y viendo que estaba una legua de su contrario, y que no podia dar en él sin ser sentido, acordó ir á la ciudad de Quito para juntar consigo algunos servidores de su majestad que habrían buscado ocasiones pa¬ra no ir con el tirano, y recoger las armas que él allí hu¬biese dejado; y llegada la gente á la ciudad, supieron es¬tar en el campo Gonzalo Pizarro, que era lo que con tanta diligencia se les habia encubierto. A la mañana los corredores de Pizarro, yendo á correr y no viendo ruido en el real del Visorey, entraron dentro, y sabien¬do de los indios lo que pasaba, dieron noticia dello á Pizarro, y poco después supo cómo estaba en Quito, para donde caminó con gran priesa, con intento de darle la batalla doquier que le topase. El Visorey, caso que vió la gran ventaja que el enemigo le tenia, deter¬minó con grande esfuerzo poner el negocio á riesgo de batalla; y así, salió á dársela fuera de la ciudad, y fue marchando con su campo tan animosamente como si tuviera cierta la vitoria. Los capitanes de su campo fueron don Alonso de Montemayor, de la compañía del estandarte real, al cual mandó el Visorey que todos obedesciecen aquel dia. Fueron capitanes de caballo Cepeda y Bazan; fué alférez general Ahumada; fueron de pié Sancho Sanchez de Avila, Francisco Hernandez Jiron y Pedro de Heredia y Rodrigo Nuñez de Bonilla; fué maestre de campo Juan Cabrera, que peleó á pié. Todos los principales suplicaron al Visorey que no rompiese, como quería, en los delanteros, y que se quedase atrás con quince de caballo, para socorrer en la mayor necesidad; pero al tiempo que los escuadrones se acercaron para romper, él se puso al lado de don Alon¬so delante del estandarte; y iba en un caballo rucio crescido, llevaba una ropeta de telilla blanca de indios, con unas cuchilladas largas, por donde se descubrian unas coracinas de raso carmesí con franjas de oro. Y viéndose ya junto á los enemigos, dijo á su gente: «Caballeros, bien veo que teneis ánimo para ponérme a mi y en esto haceis lo que debeis á quien sois; y por tanto, no os quiero decir otra cosa, pues sois tan leales á vues¬tro rey, sino que de Dios es la causa, de Dios es la causa, de Dios es la causa;» y luego arremetieron él y don Alonso y Bazan, que iban una pieza delante el escuadron hácia la parte donde estaba el licenciado Carvajal, el cual les salió al encuentro. Tambien Gonzalo Pizar¬ro se quiso poner en el avanguardia, y los suyos le hicie¬ron poner con siete ó ocho de caballo al un lado del escuadron. Llegó la caballería á romper las lanzas y pelear con hachas y porras y estoques. La caballería del Visorey rescibió gran daño de una manga de arcabuceros. El Visorey derribó del caballo á Montalvo y á el le encontró Hernando de Torres, y después le dió un golpe en la cabeza con una hacha, que le aturdió y dió con él en tierra, porque él y su caballo andaban tan cansados del trabajo de aquella noche, en que habian siempre caminado sin comer ni dormir, que no hubo mucha dificultad en derriballe. A esta hora la infantería estaba trabada con tantas voces y ruido, que parescia mucha mas gente, y de los primeros golpes fué muerto Juan Cabrera. Sancho Sanchez de Avila acometió al escuadron yendo delante los suyos con un montante en la mano, y hízolo tan valerosamente, que habia rompido hasta la mitad del escuadron; pero, como la gente de Pizarro era mucha mas en número, le rodearon por todas partes, hasta que le mataron á él y á los mas de los suyos. Y aunque todavía la batalla andaba bien reñida entre la infantería, en viendo caído al Visorey, los de su parte aflojaron y fueron vencidos, y mucha parte de¬llos muertos. Andando en este tiempo el licenciado Carvajal discurriendo por el campo, halló que el capi¬tan Pedro de Puelles quería acabar de matar al Visorey, aunque él estaba ya sin sentido y casi muerto de la caida y de un arcabuzazo que le habian dado. Y Carva¬jal le hizo cortar la cabeza, diciendo que era en satisfacion de la muerte de su hermano, que diz que era el fin de aquella su jornada, y no por seguir á Pizarro. Hecho esto, Gonzalo Pizarro mandó tocar las trompetas para recoger, porque andaba la gente derramada siguien¬do el alcance, en el cual y en la batalla fueron muer¬tos, de la parte del Visorey docientos hombres, poco mas ó menos, y de parte de Pizarro siete. A los muer¬tos hizo enterrar, echando siete ó ocho en cada hoyo. Mandó llevar á Quito los cuerpos del Visorey y Sancho Sanchez, y hízolos enterrar con gran solemnidad, yendo él al enterramiento y poniendo luto por ellos; y dende á pocos dias hizo ahorcar otras diez ó doce per¬sonas que se habían escondido por iglesias y otras partes. El licenciado Alvarez salió herido de la batalla, y lo mismo el capitan Benalcázar y don Alonso de Mon¬temayor. Y queriendo Pizarro cortar la cabeza é don Alonso, hubo personas en su campo que rogaron por él, por ser muy bienquisto, haciendo entenderá Pizar¬ro que no podía escapar de las heridas, caso que des¬pués Gomez de Albarado avisó á él y á Benalcázar cómo tenia acordado de matarlos con ponzoña, por lo cual ha-cian tener gran recaudo y aviso en las medicinas y man-tenimientos que les daban; y por no poder prevenir en esto al licenciado Alvarez, porque posaba en casa del Licenciado Cepeda, se tuvo por cierto que le dieron pon¬zoña en una almendrada, de que murió. Viendo Pizarro que no habia podido salir con su intento en lo que tocaba á don Alonso, y no teniendo esperanza de traerle á su amistad, acordó desterrarle para Chili, que era mas de mil leguas de allí, y con él á Rodrigo Nuñez de Bonilla, tesorero de Quito, y á otros siete ó ocho que siempre ha¬bian seguido al Visorey y halládose de su parte en todas las batallas, á los cuales no quiso matar, porque hubo muchos que rogaron por ellos, ni tan poco se lió de te¬nerlos consigo ni se contentó de desterrarlos del Pe¬rú, porque en todas partes le podian hacer daño; y así, acordó de desterrarlos para Chili, y encomendólos á un capitan llamado Antonio de Ulloa, que enviaba á Chili con gente; y habiéndolos llevado mas de cuatrocientas leguas por tierra, y muchos dellos á pié y sin acabar de sanar las heridas, acordaron entre sí de dar sobre el capitan que los llevaba y en su gente, y morir ó alcan¬zar libertad. Y encomendándose á Dios, acometieron el hecho con tanto ánimo, que les sucedió conforme á su deseo, y prendieron á Antonio de Ulloa y á los mas de los que con él iban; y poniéndolos don Alonso á recado, envió cuatro de los de su compañía al mas cercano puerto, de donde acontesció este hecho, y hallaron un navío, el cual tornaron con la buena maña y órden que sobre ello se dieron, aunque no les faltó contradicion, porque dentro dél habia personas y soldados secaces de Gonzalo Pizarro y de su opinion; y avisando á don Alfonso de lo que pasaba, él y los de su compañia, dejándolos presos en tierra, se acogieron al navío, y co¬menzaron á navegar sin piloto ni marineros que supie¬sen la navegacion, y con grandes trabajos fueron á la Nueva-España. Demás desto, envió al capitan Guevara con cierta gente á la villa de Pasto á traer presos algu¬nos de quien tenia enojo, y dellos ahorcó uno, y los demás desterró. Perdonó á Benalcázar con pleitomena¬je que le hizo de favorescerle siempre, y dióle cierta gente de la que habia traído, con que se volviese á su go¬bernacion. Recogió toda la gente del Visorey que pudo haber de los que se escaparon de la batalla, á los cua¬les propuso la razon que tenia de estar dellos quejoso; pero que él les perdonaba, atento que habian venido allí, los unos engañados y los otros forzados, prometiéndo¬les que si le seguian y hacian su deber, los tenia en el mismo lugar y reputacion que á los demás que habian andado con él, y les baria igual gratificacion; y así, los mandó quedar en su campo, prohibiendo que nadie los maltratase de obra ni palabra, aunque siempre se tuvo dellos algun recelo. Despachó mensajeros por todas partes, haciendo saber la victoria, para animar los suyos y confirmar su tiranía. Despachó el capitan Alarcón en un navío, que llevase la nueva del vencimiento á Hinojosa, y á la vuelta trajese á Vela Nuñez y á los que con él estaban presos. Algunos paresceres hubo que envia¬se su armada por las costas de Nueva-España y de Ni¬caragua á quemar y recoger todos los navíos que allí hubiese, por quitar cualquier aparejo de ser acometida por mar; haciendo después recoger toda la armada á la ciudad de los Reyes, porque viniendo despacho de su majestad á Tierra-Firme, y no hallando allí en qué ni cómo los pasar al Perú, lo tenian por bastante torce¬dor para hacer los partidos muy á su ventaja; pero, atenta la confianza que tenia Gonzalo Pizarro de Hino¬jasa y los que con él estaban, y la soberbia que le habia quedado con la vitoria del Visorey, le paresció no mos¬trar aquella flaqueza, porque entendia poder resistir abiertamente cualquiera contradicion que se le hiciese; y así, se partió Alarcon y hizo su viaje, trayendo los pre¬sos, y con ellas al hijo de Gonzalo Pizarro, y cerca de Puerto-Viejo ahorcó á Sayavedra y á Lerma, que eran dos soldados principales entre los presos, por ciertas palabras escandalosas que supo que habian dicho, y tambien quiso ahorcar á Rodrigo Mejía, el cual salvó el hijo de Gonzalo Pizarro, diciendo que aquel le trataba con muy buena crianza y comedimiento. A Vela Nuñez llevó á Quito, donde Gonzalo Pizarro le perdonó todo lo pasado, amonestándole que en lo por venir estuviese muy sobre el aviso, porque cualquiera sospecha le seria muy peligrosa; y así, le traia consigo con alguna liber¬tad, y le llevó cuando se fué á la ciudad de los Reyes. En toda esta jornada siguió y acompañó á Gonzalo Pi¬zarro el licenciado Cepeda, oidor, al cual sacó de la ciudad de los Reyes á efecto de deshacer la audiencia real; porque, de cuatro oidores que habia, el licenciado Alvarez fué con el Visorey, y al doctor Tejada envió á España (como está dicho); y llevando consigo a Cepeda, el licenciado Zárate solo no podia hacer audiencia, cuan¬to mas que estaba siempre enfermo, y se tenia del al¬guna mas confianza que antes, después que Gonzalo Pizarro le tomó casi por fuerza una hija suya y la casé con Blas de Soto, su hermano, aunque á la verdad el li¬cenciado Zárate siempre estuvo muy entero en el servicio de su majestad, caso que hacia algunas cumplimientos con el tirano, necesarios á la opresion del tiempo.

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CENTRO DE ESTUDIOS Y DIFUSIÓN DE LA CULTURA ANDINA
BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

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LIBRO SEXTO
QUE TRATA DE LA IDA DEL LICENCIADO DE LA GASCA AL PERÚ, Y CÓMO VENCIÓ Á GONZALO PIZARRO,
Y APACIGUÓ LA TIERRA.
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CAPITULO PRIMERO.
De cómo el capitan Carvajal siguió su camino contra Diego Centeno, y le venció en diversas partes.
Ya se hizo relacion en el libro pasado cómo el capitan Carvajal salió del Cuzco con trecientos hombres y con mucho número de caballos y arcabuces y otras armas, y caminó por el Collao la via de la provincia de Paria, donde estaba Diego Centeno con hasta doscientos y cincuenta hombres, el cual cuando supo su venida le aguardó con deteminacion de darle la batalla. Pues llegado Carvajal dos leguas de Paria, Diego Centeno alzó su real, y se pasó algun trecho de la otra parte de Paria junto al rio, porque le pareció mas conveniente sitio. El capitan Carvajal asentó su campo en el mismo tambo de Paria, una legua del enemigo, y Diego Centeno el dia siguiente envió quince arcabuceros en muy buenos caballos para que representasen la batalla; los cuales corrieron hasta llegar un tiro de piedra de Carvajal, y allí se hablaron los unos á los otros, y los corredores le dijeron que Diego Centeno estaba presto de darles la batalla, en nombre de su majestad, y que si el capitan Carvajal se queria reducir á su real servicio, todos estarían al suyo, y que mirase el mal título que traia. Carvajal estaba delante los suyos riéndose mucho de lo que decían; y luego se comenzaron á decir palabras descomedidas, llamándose traidores los unos á los otros, y soltando los arcabuces, dieron una vuelta al real, y reconoscieron la gente que podia haber; y con tanto, se tornaron. Esto fué viérnes de la Cruz del año de 546. Luego Carvajal alzó su campo y fué marchando hacia sus enemigos, los cuales acordaron alzar su real y irle á asentar aquella noche donde Carvajal no los pudiese alcanzar, con intento de no esperar batalla rompida, sino darles armas y asaltos de noche; porque tenia relacion del descontento que traia la mas de la gente de Carvajal, y que de aquella manera se les pasaria muy á su salvo, y le dejarian el campo sin riesgo de batalla, dudando del suceso della por los muchos arcabuces que Carvajal traia, aunque ellos le tenian gran ventaja en la gente de caballo aunque esta determinación no fué del parecer de Diego Centeno, porque él quisiera dar la batalla, salvo que, como todos los vecinos de la villa de la Plata que con él venian fueron de opinion contraria, determinó seguirlos, aunque siempre con presupuesto de no rehusar la batalla viniendo en ocasion; y así, caminó aquel dia y noche quince leguas, siguiendo siempre sus pisadas Carvajal con la misma priesa; y asentó su real cuanto mas cerca pudo de sus contrarios, puliendo aquella noche guardas de gran confianza; y á la media noche vinieron de parte de Diego Centeno ochenta de caballo á darles arma, y les tiraron muchos arcabuces, y Carvajal ordenó su gente y la tuvo toda la noche en escuadron, sin consentir que ninguno se demandase, porque él tambien temía que se le habian de huir algunos.Y desta manera pasó aquella noche, sin que ninguno se le pasase. Y á la mañana Diego Centeno levantó su real, y caminó aquel dia diez leguas con la misma priesa que solía; y Carvajal le iba siguiendo sin perderle punto, y alcanzó en el camino un hombre que se habia quedado causado, y le ahorcó, jurando que á todos cuantos topase habia de hacer lo mesmo. Y así, le siguió hasta llegar al mismo asiento de Paria, de donde Diego Centeno se volvió á la via del Collao, siguiéndole siempre Carvajal con mas priesa que se sufre llevar gente de guerra, porque acontesció caminar algunos días doce ó quince leguas, siempre á vista los unos de los otros, hasta que llegaron á Hayohayo, donde el capitan Carvajal alcanzó doce hombres de Diego Centeno y los ahorcó todos juntos, y pasó adelante; y como las jornadas eran tan demasiadas, á los unos y á los otros se les quedaba gente escondida y cansada. Y viendo Diego Centeno que ya no era parte para resistir á Carvajal, quejándose siempre de sus capitanes y amigos por no le haber dejado dar la batalla cuando él quería; y viendo que ya toda la tierra estaba por Gonzalo Pizarro, enderezó la via de la mar á la costa de Arequipa, enviando delante al capitan Rivadeneyra, para que sí hallase algun navío por la costa le tomase por dinero ó por engaño, y le trajese á Arequipa, para embarcarse en él en llegando. El cual por gran ventura halló un navío que iba á Chili, y entrando de noche en una balsa, fácilmente le tomó, y iba bien proveído de matalotaje. Diego Centeno llegó en este tiempo á Arequipa, y poco menos de dos días después llegó Carvajal ; y Diego Centeno estaba esperando el navío, y viendo que no venia nueva dél, y que el enemigo se le acercaba y él no se hallaba con mas de ochenta hombres, determinó derramar aquellos, y él con solos dos amigos se fué á los montes y se escondió en una cueva, donde estuvo sin que pudiese ser hallado hasta la venida del licenciado de la Gasea, dándole de comer el cacique cuya era la tierra por su persona, sin descubrirlo á nadie. Carvajal llegó á la costa de Arequipa, y como supo que Centeno era escondido y su gente derramada por diversas partes, envió un capitan con veinte arcabuceros en seguimiento de Lope de Mendoza, que supo que iba cerca de allí con siete ó ocho soldados, con los cuales se dió tanta priesa á andar, que en mas de ochenta leguas que le siguieron no le pudieron dar alcance; y así se tornaron los que iban tras él, y él siguió el camino de la entrada del rio de la Plata, donde le acontesció lo que adelante se dirá; y otro dia, entrando Carvajal en Are-quipa, paresció por la costa el navío que traia Rivade¬neyra, y habiendo sabido Carvajal de algunos soldados que se quedaron á Centeno el fin para que se habia to¬mado y quién venia en él, supo tambien la seña que es¬taba concertada para recebir á Diego Centeno; y ha¬ciendo poner en una caleta escondidos veinte arcabu¬ceros, hizo hacer la mesma seña del concierto, pensan¬do apoderarse del navío; y creyendo Rivadeneyra que se hacia por mandado de Centeno, mandó ir el batel en tierra, aunque, recelando lo que podia ser, mandó á los que lo llevaban que fuesen muy sobre el aviso, y primero que llegasen á tierra reconociesen si había algun engaño; y los suyos lo hicieron así, y no quisieron saltar en tierra hasta ver á Diego Centeno; y entendiendo el en¬gaño, se hicieron á la vela y se fueron á la provincia de Nicaragua, dejando escondido á Diego Centeno con sus dos compañeros y algunos de los suyos, que huyeron y se escondieron por los montes, donde fueron muertos á manos de los indios, porque así se lo mandó el capitan Carvajal que lo Hiciesen; y así, de todo el campo de Die¬go Centeno no había de quién temer, por lo cual Car¬vajal se determinó de ir á residir á la villa de Plata, así porque supo que Diego Centeno y los que con él an¬daban habían dejado allí escondidas grandes riquezas y haciendas de granjería, como para hacer sacar y reco¬ger plata de las minas, y para proveer dello á Gonzalo Pizarro para los gastos de la guerra y aprovecharse él particularmente; porque (como hemos dicho) era hom¬bre muy codicioso. Y así, siguió su camino hasta llegar á la villa de Plata, la cual se le dió sin resistencia ningu¬na, y él se estuvo en ella algun tiempo, procurando juntar dineros de todas partes, hasta que le fué forza¬do salir della por la razon que en el capítulo siguiente se contará.
CAPITULO II.
De cómo, yendo Lope de Mendoza huyendo de Carvajal, encontró cierta gente que venia del rio de la Plata, y todos juntos vol¬vieron contra Carvajal.
Habiendo Lope de Mendoza escapado del Maestre de campo y de los que por su mandado fueron en su al¬cance, caminó con cinco ó seis vecinos de la villa de Plata, que el uno se llamaba Alonso de Camargo, y el otro Luis Perdomo, por la costa arriba algun trecho, hasta que, paresciéndoles que todo el reino estaba pací¬ficamente por Gonzalo Pizarro y que no habia en él lu¬gar seguro para ellos, determinaron meterse la tierra adentro á la gobernacion de Diego de Rójas; y así, ca¬minaron por la vía que arriba tenemos dicho que Die¬go Centeno se fué cuando le hacia la guerra Alonso de Toro, porque creían que nadie les seguiria por allí, y tambien porque en aquel término estaban los indios del mismo Lope de Mendoza y de Diego Centeno, y lle¬vaban confianza que los favorescerian y proveerian de lo necesario. Y desta manera caminando por aquellos despoblados, toparon con Gabriel Bermudez, natural de la villa de Cuellar, que habia ido en compañía del capitan Diego de Rójas cuando fué á la conquista del rio de la Plata y maravillándose de topar por allí españoles, se llegó á ellos, y habiéndose conoscido, les contó cómo yendo Diego de Rójas y Felipe Gutierrez y Pedro de Heredia á hacer aquel descubrimiento, peleando en el camino con los indios, habian muerto á Diego de Rójas, por cuya muerte habian sucedido grandes diferencias entre Francisco de Mendoza, su succesor, y los demás; de lo cual habia resultado desterrar á Felipe Gutierrez; y cómo, continuando el descubrimiento, hallaron al rio de la Plata y tuvieron noticia de la riqueza de la tierra adentro, y dónde estaban los españoles que por la mar del Norte habian entrado por el rio de la Plata, y cómo hallaron las fortalezas de Sebastian Gaboto y otras cosas maravillosas de la tierra y que estando con determinacion de pasar adelante, Pedro de Heredia mató á puñaladas á Francisco de Mendoza, por cuya muerte se recrescieron grandes disensiones en el campo, por las cuales, y por haber menos gente de la que requería tan grande conquista, se concertaron los unos y los otros de volverse al Perú, así para que por su majestad ó el que gobernase la tierra, se les diese capitan con quien fuesen en conformidad, como porque teniéndose noticia de la riqueza de la tierra se les juntaría gente que fuese bastante para hacer la conquista sin dificultad ninguna y así, se volvian dejando descubiertas seiscientas leguas de la villa de Plata adelante, de tierra muy llana y fácil de caminar y medianamente proveida de comida y aguas. Y pocos dias antes habian sabido de indios que contrataban en los Charcas la revuelta del Perú, aunque no les supieron decir la razon della ni la ocasion donde había sucedido; por lo cual él venia delante á satisfacerse de todo lo que pasaba, y traía comision de los capitanes y gente principal para ofrescer su ayuda á la parte que tuviese la voz de su majestad, si buenamente se pudiese juntar con él, diciéndoles cuán buenos caballos y abundancia de armas traian. Lo cual oido por Lope de Mendoza, le contó originalmente toda la revuelta del Perú hasta el punto en que estaba, y los sucesos que sobre ello habian habido. Y así, viendo Gabriel Bermudez la oportunidad que habia para efectuar su comision, se ofresció en nombre de todos de volver contra el Maestre de campo; y así, se tornaron hasta encontrar con la gente que cerca de allí venia; y sabido lo que pasaba, rescibieron todos alegremente á Lope de Mendoza, y se ofrescieron de tomar la empresa en nombre de su majestad contra Gonzalo Pizarro y sus secaces lo cual Lope de Mendoza les agradesció mucho, encaresciéndoles cuán bien cumplian con quien eran en favorescer la parte de su rey y señor natural, demás de lo cual, era cierto ternian de comer, pues restaurando ellos la tierra á su majestad, les daria la mejor parte della y así, lo llevó hasta el pueblo de Pocona, que es cuarenta leguas de la villa de Plata, y de allí envió á ciertos lugares ocultos donde él y Diego Centeno habian dejado enterrados mas de cincuenta mil pesos en barras de plata y traídolos, quiso repartir entre la gente, y los mas dellos no quisieron tomar cosa ninguna, así porque ellos venían ricos, como porque entre la gente de guerra del Perú, en todas las revueltas que están contadas, nunca se ha podido acabar con ningun soldado que resciba sueldo temporal señaladamente, y algunos que toman dineros es por nombre de socorro para proveerse de armas y caballos. La razon que para esto dan es, que no hay soldado, por ruin que sea, que no piense merescer por su servicio que aquel á quien sirve, saliendo con la empresa, le dé el mejor repartimiento de la tierra, segun son grandes las esperanzas que la riqueza de la tierra hace conce¬bir á los hombres. Y así, se quedó Lope de Mendoza con la gente del rio de la Plata, que eran ciento y cincuen¬ta hombres, todos de caballo, bien armados, donde se puede considerar la gran desgracia de Diego Centeno, que si no se escondiera y siguiera su camino por donde Lope de Mendoza, como era creible que lo habia de ha¬cer, como lo habia hecho antes, era cierto que tuvieran los negocios otros sucesos del que adelante se contará que les avino.
CAPITULO III.
Cómo Carvajal fué contra Lope de Mendoza y su gente, y peleó
con ellos y los venció, y mató los principales.
Yendo Carvajal por sus jornadas desde Arequipa á la villa de Plata (como hemos contado), con determinacion de residir allí, porque ya habia sabido el suceso de la muerte del Visorey, porque Gonzalo Pizarro se lo habia escrito; y como no tenia ya contradicion en todo el rei¬no, llegando á Paria, le vinieron nuevas de la gente que salia del rio de la Plata, y cómo se habia juntado con Lope de Mendoza y tuvo relacion cómo no estaban conformes ni venian juntos, sino en cuadrillas, sin obe¬descer la mayor parte dellos á capitan ni superior algu¬no; y así, le paresció que todo su buen suceso consistia en darles algun asalto con mucha brevedad antes que tuviesen lugar de conformarse y meterse debajo de ban¬deras conoscidas; y así, en dos dias adereszó su gente lo mejor que pudo, y allí se le juntaron los veinte arca¬buceros que volvian del alcance de Lope de Mendoza, y con todos juntos se partió haciendo muy demasiadas jornadas, animando su gente, y ofresciéndose que les daria la victoria en las manos sin peligro de un solo hombre de los suyos, certificándoles que tenia cartas de ofrescimientos de los principales capitanes de la en¬trada, y que todo el trabajo consistia en llegar adonde estaba el enemigo; y en los que sentia menos ánimo los amenazaba; y así caminó, recogiendo otros treinta hom¬bres en el camino, con los cuales hizo número de do-cientos y cincuenta, hasta llegar al asiento de Pocona, que está ochenta leguas de Paria. Y un dia, á hora de las cuatro de la tarde, paresció por encima de una cues¬ta en buena órden con sus banderas. Y en aquella sazon estaba Lope de Mendoza repartiendo barras de plata á quien las quería; y luego que vió á Carvajal (del cual ya tenia nuevas por via de sus corredores) apercibió la gente; y considerando que toda su fuerza consistia en los de caballo, por ser personas señaladas y de muy buenas armas y caballos, los sacó á un llano á vista del pueblo, dejando en él toda su ropa y mas de veinte mil pesos que tenia por repartir, diciendo que brevemen¬te cobrarían aquello y lo que sus contrarios traian. Y abajando Carvajal, asentó su campo en el mismo lugar donde Lope de Mendoza habia levantado el suyo, que era una plaza muy grande, cercada de paredes altas, y sus portillos hechos en algunas partes de la plaza, y allí se quedó aquella noche, porque le paresció que, aunque fuese acometido, tenia buen fuerte para no ser ofendido; aunque luego que entró la gente, teniendo noticia que Lope de Mendoza y los suyos, habiendo dejado su ropa en el pueblo, se ocuparon en irlo á robar tan desordenadamente, que no quedaron en la pla¬za ochenta hombres con las banderas; tanto, que si Lope de Mendoza les acometiera entonces, con gran facilidad los desbaratara, y hubiera sido de gran efecto la industria de dejar la ropa, por cuyo medio se han al¬canzado muchas victorias. A esta sazon Carvajal salió á la plaza, y como vió la gente tan dividida, mandó tocar un arma falsa, con la cual se juntó la mayor parte, aunque era tanta la codicia de robar, que hasta gran parte de la noche no los pudo recoger á todos. En este tiem¬po habia algunos tratos entre la gente de Carvajal para le matar, porque vian los malos tratamientos que les ha¬cia en las guerras pasadas después de las victorias. El principal deste trato era un Pedro de Avendaño, secre¬tario suyo, de quien él hacia mucha confianza, y para lo poder efectuar envió un indio ladino á Lope de Mendo¬za, avisándole del concierto, para que aquella noche acometiese con su gente para que hubiese lugar de efec¬tuarse. Lope de Mendoza apercibió su gente para dar el asalto después de puesta la luna; caso que estaba determinado de retraerse cuatro ó cinco leguas á tomar un buen llano donde se diese la batalla; y así, viendo que hacia obscuro, por evitar alguna parte del peligro de los arcabuces, se fué con su gente en órden á la parte donde estaban los contrarios, y envió sus corredores delante, los cuales prendieron uno de los de Carvajal, y dél se informaron de todo lo que les convino, y llegaron á los portillos de la plaza grande, donde estaba puesta guardia de arcabuceros y piqueros , y comenza¬ron á combatir con gran diligencia y ánimo, sin perder un punto los de dentro en la defensa; y era tanto el ruido de los arcabuces, y las voces que de ambas partes se daban, que no se entendian los unos ni los otros con la escuridad de la noche. El Maestre de campo an¬daba discurriendo por todas partes, animando su gente y proveyendo en lo necesario. Y en esto Pedro de Avendaño tomó consigo un arcabucero, con quien estaba concertado, y mostrándole á Carvajal, le hizo ti¬rar, y le dió en soslayo por una nalga; porque, como no tenia lumbre, no acertó á darle mas en lleno. Y como Carvajal se sintió herido, y entendió que le habian tirado los de su parte, disimuló; y tomando consigo á Aven¬daño, de quien él ningun recelo tenia, se retrajo entre unas paredes, y tomando una capa parda vieja y un sombrero, por manera que no lo pudiesen conoscer, se tornó allí donde se daba el combate y Pedro de Aven¬daño le tornó á mostrar á otro arcabucero, el cual le tiró y no le acertó; y en esto los de fuera daban grandes voces, preguntando si era muerto Carvajal y como no les respondieron, y veian que se defendian los por¬tillos sin dar muestra de poderlos entrar, se retiró Lope de Mendoza y los suyos, y Carvajal quedó en el cercado, hallándose muertos de ambas partes hasta catorce per¬sonas, sin otros que quedaron heridos. Carvajal disi¬muló su herida y se la curó, de suerte que no vino a noticia de la gente por entonces. En esta hora salió del campo de Carvajal un soldado llamado Palencia, y se fué donde Lope de Mendoza estaba, y le dijo todo lo acaescido, y le dió aviso cómo el capitan Carvajal deja¬ba su ropa cinco ó seis leguas de allí, en que habia can¬tidad de oro y plata, y algunos caballos y arcabuces y pólvora; y luego se partió Lope de Mendoza con su gente antes que amanesciese, adonde el soldado le guió, y llegó donde estaba la ropa sin ser sentido; y como era de noche y hacia muy escuro, se le perdieron y queda-ron rezagados mas de sesenta hombres; y él y los que consigo llevaba robaron el real sin que hubiese resis¬tencia, dando en él al cuarto del alba. Y viendo Lope de Mendoza que no tenia gente para poder esperar ni resistir á Carvajal, se determinó retirar por aquel despoblado con los que le pudieron seguir, que fueron hasta cincuenta hombres, porque todos los demás se le habían quedado; y así, llegaron á un rio, dos leguas y media de Pocona. Sabido por Carvajal lo que pasaba, le¬vantó su real y los fué siguiendo por sus mismas pisadas, y dióse tanta priesa, que los alcanzó en el rio donde habian alojado, y unos estaban durmiendo y otros comien¬do por la gran fatiga y trabajo que habian tenido aquella noche; y con solos el cuenta hombres que le pudieron seguir por la aspereza del camino, les dió el asalto á hora de mediodía y creyendo los de Lepe de Mendoza que venia sobre ellos todo el campo, se derramaron y pusieron en huida cada uno por su parte, y allí fue pre¬so Lope de Mendoza y Pedro de Heredia, y luego les cortaron las cabezas con otros seis ó siete mas princi¬pales del campo y recogiendo todo el fardaje, así lo que ellos traían como lo que habian tomado, se tornó á Pocona, prometiendo de no hacer mal á todos los que habian quedado vivos de los de la entrada, antes les hi¬zo restituir las armas y caballos, y lo demás que les ha¬bia sido tomado; y dejando á muy pocos dellos en su compañia, á los demás envió cada uno por sí á Gonzalo Pizarro, y él se partió con su campo, llevando consigo á Alonso de Camargo y Luis Perdomo, que son los que hemos dicho que huyeron con Lope de Mendoza, y los otorgó las vidas porque le descubrieron cierta plata que Diego Centeno dejó enterrada en el asiento de Paria; y hallando mas de cincuenta mil castellanos, se fué con todo ello y con su gente á la villa de Plata, con determinacion de residir allí algun tiempo, y puso los alcal¬des y regidores de su mano, y despachó mensajeros á todo el reino, dando noticia de su buen suceso, y quedó entendiendo con gran diligencia en juntar dineros de todas partes, so color de enviar socorros á Gonzalo Pi¬zarro, aunque la mayor parte dejaba para sí.
CAPITULO IV.
De cómo se descubrieron las minas de Potosi, y se apoderó
dellas el capitan Carvajal.
Habiendo sido la fortuna tan próspera al capitan Car¬vajal en todos los sucesos que hemos contado, que ya no le quedaba contradicion ninguna en aquellas partes, le ofresció con que paresciese que le habia puesto en la cumbre de la prosperidad, y esto fué, que dende á po¬cos dias andando unos indios yanaconas de Juan de Villaroel, vecino de la villa de Plata, diez y ocho leguas della, toparon un cerro muy alto asentado en un llano, y conocieron en él señales de plata, y comen¬zando á fundir la vena, hallaron tanta riqueza, que do quiera que ensayaban sacaban toda ó la mayor parte de plata fina, y donde menos les salia eran ochenta marcos por quintal, que es la mayor riqueza que se ha visto ni leido de ninguna mina seguida. Y dándose no¬ticia desto en la villa de Plata, fué la justicia al término, y comenzó á repartir por minas y estacarlas entre ve¬cinos de la villa, tomando cada uno como mejor podía; y fueron tantos los indios yanaconas que allí fueron á labrar, que en breve tiempo se pobló aquel asiento de mas de siete mil indios, los cuales entendieron tan bien el negocio, que por concierto daban á sus señores dos marcos de plata, cada uno en cada semana, con tanta facilidad, que era mucho mas lo que retenían para si que lo que daban; y la vena es de tal calidad, que no sufre fundirse con fuelles ni cendradas, como se hace en las otras minas, salvo que se funde en las guairas, que son unos hornillos pequeños encendidos con carbon y estiércol de ovejas, con la fuerza del aire, sin otro instrumento ninguno, y llamáronse las minas de Potosí, porque así se nombraba aquel término; y era tanta la facilidad y el provecho con que los indios labraban, que, con dar el concierto que está dicho, hay indio que tiene tres ó cuatro mil pesos suyos, sin poderlos echar de allí cuando una vez entran, porque cesan to¬dos los peligros que en la labor de las otras minas suele haber por causa del trabajo de los fuelles y del humo del carbon y de la misma vena que se funde. Y luego se comenzaron á proveer las minas de los mantenimien¬tos necesarios, aunque no pudieron ser tantos, segun la mucha gente acudia, que, creciendo la necesidad, no llegase á valer una hanega de maíz veinte castellanos, y otro tanto el trigo, y un costal de coca treinta pe¬sos, y aun después llegó á encarecerse mucho mas, y por la gran riqueza que se halló se despoblaron todas las otras minas de la comarca, especialmente la de Porco, donde Hernando Pizarrro tenia una suerte, de que se sacó gran riqueza; y tambien los mineros que andaban sacando oro en Carabaya y otros ríos lo dejaron todo y acudieron allí, porque hallaban, sin comparacion, muy mayor provecho; y los que entienden en aquel trato hallan grandes señales de la perpetuidad y continuacion de la mina. Con este tan buen suceso comenzo Carvajal á juntar dineros, en lo cual se dió tan buena maña, que con poner en su cabeza todos los indios yanaconas de los vecinos muertos y huidos que le habian sido contrarios, y con hacer llevar mas de diez mil car-neros cargados de comida, de los indios de su majestad y otras partes, en breve tiempo juntó mas de setecien¬tos mil pesos, sin dar parte ninguna dellos á los soldados que le habian seguido, de lo cual se comenzaron tanto á desabrir, que trataron de lo matar, y las cabezas del concierto eran Luis Perdomo y Alonso de Camar¬go y Diego de Balmaseda y Diego de Lujan; y estando juntos mas de treinta personas con determinacion de ejecutar el concierto poco mas de un mes después que Carvajal llegó á la villa de Plata, por cierto impedi¬mento que los sucedió lo difirieron para otro día; y no se sabe por qué forma llegó á su noticia, y sobre ello hizo cuartos á Luis Perdomo y á Camargo y á Orbaneja y á Balmaseda y á otras diez ó doce personas de los prin¬cipales, y á otros desterró; y con hacer tan crueles jus¬ticias en este caso de motines, andaba tan temerosa la gente, que no habia quien osase tratar de allí adelante cosa desta calidad, porque en sintiendo, no solamente determinacion, pero la mas liviana sospecha, no daba menos pena que la muerte; y así, un hermano no se osa¬ba fiar de otro; con lo cual se puede satisfacer á la cul¬pa que muchas personas principales destos reinos han imputado á los servidores de su majestad por no haber muerto á Carvajal, aunque no fuera por mas de sacar sus personas de tan dura y peligrosa servidumbre, porque nunca motín se hizo contra él de que no tuviese noticia; y así, cuatro ó cinco que averiguó costaron las vidas á mas de cincuenta personas; y con tanto, la gente andaba tan acobardada por el gran peligro de los mo¬vedores y por el gran premio que daba á los descubri¬dores, que se tenia por mas seguro contemporizar con el tirano hasta que sucediese alguna oportunidad ó co-yuntura conveniente; y así, tornó á quedar pacífico, enviando nuevas muy á menudo á Gonzalo Pizarro de los sucesos, y con ellas mucha cantidad de plata, así de su hacienda como de los quintos reales que tomaba, y de las rentas de los indios de aquellos á quien justi¬ciaba, los cuales ponia en su cabeza para ayuda de la sustentacion de la guerra.
CAPITULO V.
De como Gonzalo Pizarro vino á la ciudad de los Reyes desde Quito, y lo que allí hizo.
Desbaratado y muerto el Visorey en la ciudad de Quito en la forma que tenemos contada, Gonzalo Pi¬zarro comenzó á despedir mucha de la gente de guerra, enviando á unos con el adelantado Benalcázar (á quien perdonó y redujo en su gracia), y á otros con el capitan Ulloa, que de parte de Pedro Valdivia vino de Chili á pedir socorro de gente para conquistar la tierra, y á otros envió á otras partes; y así, se quedó con hasta quinientos hombres, donde estaba holgando y feste¬jando desde 18 de enero del año de 46, en que se dió la batalla del Visorey, hasta mediado el mes de julio de aquel año. Las razones de tan gran detenimiento se sen¬tian diversamente: unos decían que lo hacían por saber con mas brevedad lo que de España se proveía; otros por el gran provecho que se habia de las minas de oro que allí se descubrieron, y á algunos les paresció que le detenian los amores de aquella mujer de quien arriba tenemos dicho, cuyo marido mató por mano de aquel Vincencio Pablo, que fué justiciado por ello en Valla¬dolid; la cual después quedó preñada, y su padre mató un hijo que ella parió, y por ello el Pedro de Puelles ahorcó al mismo padre. Finalmente Gonzalo Pizarro determinó su partida para los Reyes para residir allí al-gun tiempo. Y decíase haberlo hecho por la sospecha que tenia del capitan Lorenzo Aldana, su teniente, que, segun estaba bienquisto, para cualquier cosa que intentara fuera parte. Y tambien se recelaba del capitan Carvajal, que se ensoberbesceria con tantas victorias, viéndose tan apartado dél; y así, se partió de Quito, dejando por teniente y capitan general á Pedro de Puelles con hasta trecientos hombres, por la gran confiansa le tenia pues demás de haber socorrido á tan buen tiempo cuando venia del Cuzco, que no yendo se le deshiciera su campo, habia metido otras muchas prendas que prometían gran seguridad, paresciéndole que si su majestad enviase alguna gente por la gobernacion de Benalcázar, seria parte Pedro de Puelles para resistirles la entrada. En todo el camino se trataba ya Gonzalo Pizarro como hombre pacífico y seguro, y que le parescia que no podia haber contradicion en sus ne¬gocios, y que su majestad haría con él partidos muy aventajados; y sus criados y gente le obedescian y aca¬taban tanto, que creían haber de vivir perpetuamente por su mano, teniendo por firmes las cédulas de indios que daba, y él y sus principales fingian y publicaban que rescibian muchas cartas de los grandes de Castilla, en que le loaban y aprobaban lo hecho, justificándolo con que no se le guardaban privilegios y cédulas, ofres¬ciéndole favor para su conservacion, aunque entre la gente entendida siempre se conosció ser falsa esta in-vencion y sin ningun fundamento de verdad. Llegando á la ciudad de San Miguel, y sabiendo que en los tér¬minos della habia muchos indios de guerra, mandó que para la conquista dellos se hiciese una nueva poblacion en la provincia de Carochamba, para hacer desde allí las entradas, y dejó por cabeza al capitan Mercadillo con ciento y treinta hombres, repartiendo entre ellos la poblacion; y despachó al capitan Porcel, que con se¬senta hombres continuase su conquista de los Bracamoros; y aunque daba á entender que lo hacia por el beneficio de la tierra, su intento principal era tener junta aquella gente para cuando la hubiese menester. Y demás desto, envió al licenciado Carvajal con ciertos soldados, que fuese por mar en los navíos que habia traido de Nicaragua el capitan Juan Alonso Palomino, de vuelta del seguimiento de Verdugo, mandándole que de camino proveyese las cosas necesarias para la segu¬ridad de la costa; y se vino á juntar con Gonzalo Pizar¬ro en la ciudad de Trujillo, y ambos juntos con hasta decientes hombres se fueron á la ciudad de los Reyes por tierra, y en la entrada hubo diversas opiniones so¬bre las ceremonias con que se haria; porque sus capi¬tanes decian que le habian de salir á rescebir con palio, como á rey, y otros, que mas comedidamente lo trata¬ban, aconsejaban que se derrocasen ciertas solares, y se hiciese calle nueva para la entrada, porque quedase memoria de su victoria, de la manera que se hacia á los que triunfaban en Roma. Gonzalo Pizarro siguió en esto el parescer del licenciado Carvajal, como lo hacia en todas las cosas de su importancia, y entró á caballo, llevando sus capitanes delante de sí, á pié y con sus ca¬ballos de diestro, llevándolo en medio el arzobispo de los Reyes y el obispo del Cuzco y el obispo de Quito y el obispo de Bogotá, que habia venido por la via de Cartagena á rescebir la consagracion al Perú; acompa¬ñándole asimismo Lorenzo de Aldana, su teniente, con todo el cabildo de la ciudad y los vecinos della, sin faltar ninguno, teniendo para este acto las calles muy bien aderezadas y enramadas, y repicándose las cam¬panas de la iglesia y monesterios, llevando delante mucha música de trompetas y atabales y menestriles; y con esta solemnidad fué á la iglesia mayor, y de allí á su casa, donde en adelante se comenzó á tratar con mucha mas estima que hasta allí, por la mucha impresion que habia hecho la soberbia en su bajo entendimiento. Traia guarda de ochenta alabarderos y otros muchos de caballo que le acompañaban, y ya en su presencia ninguno se sentaba, y á muy pocos quitaba la gorra; con las cuales ceremonias y con otros malos tratamientos de palabra, y con no dar pagas á la gente de guerra, todos andaban descontentos, y así lo quedaron hasta que vieron ocasion de mostrarlo, como adelante se dirá.
CAPITULO VI.
De cómo el licenciado de la Gasca fué proveído por se majestad para la pacificacion del Perú, y cómo se embarcó y llegó á Tierra-Firme.
Teniendo su majestad relacion de las cosas del Perú en Alemaña, donde á la sazon residia con su corte, entendiendo y desarraigando las herejías de Lutero y otros heresiarcas, y reducir los secaces dellos á la union y obediencia de la Iglesia romana; y habiéndose informado personalmente de Diego Alvarez de Cueto, cuñado del Visorey, y de Francisco Maldonado, criado de Gonzalo Pizarro, que fueron á darle cuenta de lo acaescido, caso que de la muerte y vencimiento del Visorey no sabia ni podia saber á la sazon, comenzó á tratar sobre el remedio de todo lo sucedido, aunque en la provision hubo alguna dilacion, por estar su majestad ausente de Castilla, y algunas veces impedido con enfermedades; y la resolucion fué enviar al Perú al licenciado Pedro de la Gasca, que á la sazon era del consejo de la santa y general Inquisicion, de cuyas letras y prudencia se tenían grandes experiencias en diversos negocios, especialmente en la preparacion que hizo en el reino de Valencia pocos años antes contra la armada de turcos y moros que se esperaba, y en otras cosas tocantes á los nuevamente convertidos de aquel reino, que sucedieran durante el tiempo que allí residió, entendiendo en el despacho de ciertos negocios tocantes al Santo Oficio, que por su majestad le fueron cometidos. El título que llevó fué de presidente de la audiencia real del Perú, con plenario poder para todo lo que tocase á la gobernacion de la tierra y á la pacificacion de las alteraciones della, y comision de poder para perdonar todos los delitos y casos sucedidos ó que sucediesen durante su estada. Y llevó consigo por oidores al licenciado Andrés de Cianca y al licenciado Rentería; y demás de todo esto, llevó las cédulas y recaudos necesarios en caso que conviniese hacer gente de guerra, aunque estos fueron secretos, porque no publicaba ni trataba sino de los perdones y de los otros medios pacíficos que entendia tener; y con tanto, se hizo á la vela, sin llevar mas gente de sus criados, por el mes de mayo del año de 46. Y llegando á Santa Marta, tuvo nueva cómo Melchor Verdugo habia sido vencido y desbaratado por la gente de Hinojosa, y que, con los que quedaron, le estaba aguardando en el puerto de Cartagena; y él determinó pasar al Nombre de Dios sin verse con él, considerando que si le llevaba consigo causaria gran escándalo en la gente de Hinojosa por el grande odio que con él tenían, y podria ser
que no le rescibiesen; y así, fué á surgir al Nombre de Dios, donde Hinojosa habia dejado á Hernan Mejía de Guzman con ciento y ochenta hombres, que guardase la tierra con Melchor Verdugo. El Presidente hizo sal¬tar en tierra al mariscal Alonso de Albarado, que desde Castilla habia ido con él, y habló á Hernan Mejía, y le dió noticia de la venida del Presidente, diciéndole quién era y á lo que venia, y después de largas pláticas, se despidieron sin haberse declarado el uno al otro sus ánimos, porque ambos estaban sospechosos. Alonso de Albarado se tornó á la mar, y Hernan Mejía envió á su¬plicar al Presidente que saltase en tierra, y así lo hizo; y Hernan Mejía le salió á rescebir en una fragata con veinte arcabuceros, dejando su escuadron hecho en la marina; y saltó en el batel del Presidente y le trajo hasta tierra, donde le hizo hacer muy gran salva y resci¬bimiento. Y habiéndole hablado aparte el Presidente y díchole la razon de su venida, Hernan Mejía le descu¬brió su voluntad, y le dijo la intencion que tenia de servir á su majestad, y el mucho tiempo que habia que deseaba su venida para poner en ejecucion su ánimo, y cómo, por gran ventura, se habian aparejado los tiem¬pos de manera que él lo pudiese hacer sin contradicion de nadie, por haber sido su venida á tiempo que la mas gente de Gonzalo Pizarro estaba toda junta en aquella ciudad y él solo por capitan della, porque Hi¬nojosa y los otros capitanes eran idos á Panamá; y que si quería que llanamente se alzase bandera por su ma-jestad, lo haria, y podian ir á Panamá y tomar la armada, lo cual seria fácil de hacer por las razones que le dijo, y que creia que, sabidas las particularidades de su venida, Hinojosa y sus capitanes no le harian con¬tradicion por ciertas conjeturas que él tenia para ello. De todo esto le dió gracias el Presidente, diciéndole que el negocio se debria ordenar de otra manera, porque la intencion de su majestad era pacificar la tierra sin riesgo ninguno, y que á este fin él enderezaria la ejecucion, y quería darlo á entender á todos así, porque, habida consideracion al principio y causa de la al¬teracion de la tierra, y que decían haber sucedido por el rigor con que el Visorey habia entrado en ella, era justo dar noticia del remedio que su majestad en todo mandaba poner, y que esperaba que, sabida entera-mente la seguridad que habría en el negocio, no habria quien no holgase de servir á su majestad y cumplir su mandamiento, antes que cobrar renombre de traidor, y que hasta que esto les diese á entender, no convenía que hiciese ningun alboroto ni novedad. Hernan Mejía obe¬desció su mandado, aunque le advirtió que la gente estaba allí debajo de su bandera y el negocio se podia ha¬cer sin ningun riesgo, y que idos á Panamá y puesta en poder de Hinojosa, no habia tanta seguridad del buen suceso. Y tomada por resolucion la órden del Pre¬sidente, se guardó el secreto della entre los dos hasta su tiempo, como adelante se dirá.
CAPITULO VII.
De lo que hizo Hinojosa sabida la venida del Presidente, y el
rescibimiento que Hernan Mejía le habia hecho.
Pedro Alonso de Hinojosa, general por Gonzalo Pi¬zarro en Panamá, sabido el rescibimiento que Hernan Mejía habia hecho al Presidente, lo sintió mucho, así porque él no sabia los despachos que traia, como por ha¬berse hecho sin darle parte; y así, le escribió algo ás¬peramente sobre ello, y algunos amigos de Hernan Me¬jía le avisaron que no viniese á Panamá, porque Hino¬josa estaba desabrido contra él; y no embargante todo esto, habiéndolo comunicado con el Presidente, y porque no se diese lugar á que se arraigase en los ánimos de los soldados algun mal concepto de la venida del Presidente, se acordó que Hernan Mejía se partiese luego á Panamá á comunicar con Hinojosa el negocio, pospuestos los temores de que le certificaban, confiando en la gran amistad que con Hinojosa tenia, y en que conoscia su condicion; y así, fué y trató con él la causa del rescebimiento, desculpándose con que para cualquier camino que se hubiese de seguir perjudicaba poco lo que él habia hecho; y así, Hinojosa quedó satisfecho, y Hernan Mejía se tornó al Nombre de Dios, y el Presidente se fué á Panamá, donde se trató el negocio de su venida con Hinojosa y con todos sus capitanes, con tanta prudencia y secreto, que sin que supiese uno de otro, los tuvo ganadas las voluntades de tal suerte, que ya se atrevía á hablar públicamente á todos persua¬diéndoles su opinion y intento, y proveyendo á muchos soldados de lo que habian menester, teniendo por prin¬cipal medio para su buen suceso el gran comedimiento y crianza con que hablaba y trataba á todos, que es la cosa de que mas se ceban los soldados de aquella tier¬ra, y esto hacia compadecer con no perder punto de su dignidad y autoridad; y en todos estos tratos y medios fué gran parte y ayuda la persona del mariscal Alonso de Albarado, así por los muchos amigos que allí tenia, co¬rno porque, viendo los que no lo eran que una persona tan antigua en las Indias y que tan grande obligacion y amistad habia tenido al Marqués y á sus hermanos, con¬tradecia agora su opinion, parescíales causa bastante para reprobar ellos la opinion de Gonzalo Pizarro, aunque hasta aquel punto Pedro Alonso de Hinojosa no se habia del todo allegado ni declarado por el Presidente, antes habia enviado á hacer saber á Gonzalo Pizarro la venida del Presidente; y hubo algunos de sus capitanes y gente principal que antes que el Presidente llegase á Panamá escribieron á Gonzalo Pizarro que no les pa¬rescia convenir que el Presidente entrase en el Perú, aunque después con los medios que tenemos dicho mu¬daron el parescer; y el Presidente comenzó á visitar tan á menudo y granjear á Hinojosa, que le permitió que en¬viase una persona de las que traia de Castilla con cartas á Gonzalo Pizarro, en que le diese noticia de su venida y del intento que traia, escribiéndole sobre ello la carta que en el siguiente capítulo se porná, y enviándole otra que su majestad escribió al mismo Gonzalo Pizarro, y con estos despachos se embarcó Pedro Hernandez Pa¬niagua, natural de la ciudad de Placencia, y llegado al Perú, le acontescieron diversos sucesos que abajo serán contados; los cuales dejarémos, por decir lo que hizo Gonzalo Pizarro, sabida la venida del Presidente.
La carta que su majestad escribió á Gonzalo Pizarro decía esta manera.
EL REY.—Gonzalo Pizarro, por vuestras letras y por otras relaciones he entendido las alteraciones y cosas acaescidas en esas provincias del Perú después que á ellas llegó Blasco Nuñez Vela, nuestro visorey dellas, y los oidores de la audiencia real que con él fueron, á causa de haber querido poner en ejecucion las nuevas leyes y ordenanzas por nos hechas para el buen go¬bierno de esas partes y buen tratamiento de los natu¬rales dellas. Y bien tengo por cierto que en ello vos ni los que os han seguido no habeis tenido intencion á nos deservir, sino á excusar la aspereza y rigor que el dicho visorey quería usar, sin admitir suplicacion alguna; y así, estando bien informado de todo, y habiendo oido á Francisco Maldonado lo que de vuestra parte y de los vecinos desas provincias nos quiso decir, habemos acordado de enviar á ellas por nuestro presidente al li¬cenciado de la Gasca, del nuestro consejo de la santa y general Inquisicion, al cual habemos dado comision y po¬deres para que ponga sosiego y quietud en esa tierra, y provea y ordene en ella lo que viere que conviene al servicio de Dios nuestro Señor y ennoblescimiento desas provincias, y al beneficio de los pobladores vasallos nues¬tros que las han ido á poblar, y dé los naturales dellas; por ende yo os encargo y mando que todo lo que de nuestra parte el dicho licenciado os mandare, lo hagais y cumplais como si por nos os fuese mandado, y le dad todo el favor y ayuda que os pidiere y menester hubie¬re para hacer y cumplir lo que por nos le ha sido co¬metido, segun y por la órden y de la manera que él de nuestra parte os lo mandare, y de vos confiamos; que yo tengo y terné memoria de vuestros servicios y de lo que el marqués don Francisco Pizarro, vuestro hermano, nos sirvió, para que sus hijos y hermanos res-ciban merced.—De Venelo, á 26 dias del mes hebrero de 1546 años.—Yo el Rey.—Por mandado de su majes¬tad, Francisco de Eraso.
La carta que el Presidente escribió á Gonzalo Pizarro decía desta manera.
Ilustre Señor: Creyendo que mi partida á esa tierra hubiera sido mas breve, no he enviado á vuesamerced la carta del Emperador nuestro señor, que con esta va, ni he escrito yo de mi llegada á esta tierra, pareciendo que no cumplia con el acato que á la de su majestad se debe sino dándola por mi mano, y que no se sufría que carta mia fuese antes de la de su majestad; pero viendo que habia dilacion en mi ida, y porque me dicen que vuesamerced junta los pueblos en esa ciudad de Lima para hablar en los negocios pasados, me paresció que con mensajero propio la debia enviar; y así, envio solo á llevar la de su majestad y esta á Pedro Hernandez Pa¬niagua, por ser persona de la calidad que requiere la carta de su majestad, y tan principal en aquella tierra de vuesamerced y uno de los que mucho son entre sus amigos y servidores; y lo demás que yo en esta puedo decir es, que España se alteró sobre cómo se debrian tomar las alteraciones que en esas partes ha habido des¬pués que el visorey Blasco Nuñez, que Dios perdone, entró en ellas; y despues de bien mirados y entendidos por su majestad los pareceres que en esto hubo, le paresció que en las alteraciones no habia habido hasta agora cosa porque se debiese pensar que se habian causado por deservirle ni desobedecerle, sino por defenderse los desa provincia del rigor y aspereza contra el derecho que estaba debajo de la suplicacion, que para su majestad tenian dellas interpuesta, y para poder tener tiempo en que su rey los oyese sobre su suplicacion antes de la ejecucion; y así parescia por la carta que vuesamerced á su majestad escribió, haciéndole relacion de cómo había aceptado el cargo de gobernador por habérselo encargado el audiencia en nombre y debajo del sello de su majestad, y diciendo que en aquello serviria, y que de no lo aceptar sería deservido, y que por esto ló habia aceptado hasta tanto que su majestad otra cosa mandase, lo cual vuesamerced, como bueno y leal vasallo, obedeceria y cumpliria. Y así, entendido esto por su majestad, me mandó venir á pacificar esta tierra con la revocacion de las ordenanzas de que para ante él se habia suplicado, y con poder de perdonar en lo sucedido y de ordenar y tomar el parecer de los pueblos en lo que mas conviniese al servicio de Dios y bien de la tierra, y beneficio de los pobladores y vecinos della, y para remediar y emplear los españoles á quien no se pudiesen dar repartimientos, enviándolos á nuevos descubrimientos, que es el verdadero remedio con que los que no tuvieren de comer en lo descubierto lo tengan en lo que se descubriere, y ganen honra y riqueza , como 1 hicieron los conquistadores de lo descubierto y conquistado. A vuesamerced suplico mande mirar esta cosa con ánimo de cristiano y de caballero y hijodalgo y de prudente, y con el amor y voluntad que debe y siempre ha mostrado tener al bien desa tierra y de los que en ella viven, con ánimo de cristiano, dando gracias á Dios y á nuestra Señora, de quien es devoto, que una negociacion tan grave y pesada como es en la que vuesamerced se metió y hasta agora ha tratado se haya entendido por su majestad y por los demás de España, no por género de rebelado ni infidelidad contra su rey, sino por defensa de su justicia derecha, que debajo de la suplicacion que para su príncipe se habia interpuesto tenian, y que pues su rey, como católico y justo, ha dado á vuesamerced y á los desa tierra lo que suyo era y pretendian en su suplicacion, deshaciéndoles el agravio que por ella decian habérseles hecho con las ordenanzas, vuesamerced dé llanamente á su rey lo suyo, que es la obediencia, cumpliendo en todo lo que por él se le manda. Pues no solo en esto cumplirá con la natural obligacion de fidelidad que como vasallo á su rey tiene, pero aun tambien con lo que debe á Dios, que en ley de natura y de escritura y de gracia siempre mandó que se diese á cada uno lo suyo, especial á los reyes la obediencia, so pena de no poderse salvar el que con este mandamiento no cumpliere, y lo considere asimismo con ánimo de caballero hijodalgo, pues sabe que este ilustre nombre le dejaron y ganaron sus antepasados con ser buenos á la corona real, adelantándose mas en servirla que otros que no merecieron quedar con nombre de hijosdalgo; y que seria cosa grave que le perdiese vuesamerced por no ser cuales fueron los suyos, y pusiese nota y obscuridad en lo bueno de su linaje degenerando dél. Y pues, después del alma, ninguna cosa es entre los hombres mas preciosa (especialmente en¬tre los buenos) que la honra, se ha de estimar la pér¬dida della por mayor que de otra cosa ninguna, fuera la del alma, por una persona como vuesamerced, que tan obligado á mirar por ella la dejaron sus mayores y le obligan sus deudos, cuya honra, juntamente con la de vuesamerced, rescibiria quiebra, no haciendo él lo que con su rey debe, porque el que á Dios en la fe ó al Rey en la fidelidad no corresponde como es justo, no solo pierde su fama, mas aun escurece y deshace la de su linaje y deudos. Y asimismo lo considere con ánimo y consideracion de prudente, conosciendo la grandeza de su rey y la poca posibilidad suya para poder conservarse contra la voluntad de su príncipe, y que ya que por no haber andado en su corte ni en sus ejércitos no haya visto su poder y determinacion que suele mostrar con-tra los que le enojan, vuelva sobre lo que dél ha oido, y considere quién es el Gran Turco, y cómo vino en per¬sona con trecientos y tantos mil hombres de guerra y otra muy gran muchedumbre de gastadores á dar la batalla, y que cuando se halló cerca de su majestad junto á Viena entendió bien que no era parte para darla, y que se perderia si la diese; y se vió en tan gran nece¬sidad, que olvidada su autoridad, le fué forzado retirarse, y para poderlo hacer tuvo necesidad de perder tantos mil hombres de caballo que delante echó, para que, ocu¬pado en ellos su majestad, no viese ni supiese cómo se retraia él con la otra parte de su ejército. He represen¬tado esto, porque entiendo que muchas veces se mira y tiene en mucho lo que se ve aunque sea poco, y lo que no se ha visto ni experimentado, por no se advertir, no se entiende ni tiene en lo que es, aunque sea mucho; y deseo con ánimo de buen prójimo que vuesamerced y cualquier otros de los que en esa tierra están no se en¬gañasen, teniendo en algo lo que pueden en respecta de quien es el poder de su majestad, que es tanto, que cuando se hubiese de venir á allanar esa tierra, no por el camino de clemencia y benignidad que Dios y su ma¬jestad han sido servidos se tenga en pacificarla, sino por rigor, habria mas necesidad que no se metiese en esa tierra mas gente de la que para ello fuese menester, por no la destruir, que no de procurar que fuese la que bastase. Y tambien debe vuesamerced considerar cuán otra seria la negociacion de aquí adelante de lo que ha sido hasta agora, porque en lo pasado los que á vuesa¬merced se allegaban le eran buenos por el enemigo con quien lo habia, y por la causa que trataba contra el ene¬migo, que era Blasco Nuñez, á quien cada uno de los que á vuesamerced seguian tenia por propio enemigo, por tener creido que Blasco Nuñez, no solo la hacienda, pero la vida, deseaba quitará todos los que le eran con¬trarios; y cualquiera que se ayudase de vuesamerced para defenderse de su enemigo era forzado que le fuese bueno en aquella cosa y por la causa que trataba, por¬que cualquiera de los vecinos del Perú que con vuesa¬merced se juntó, no fué por defender lo de vuesamerced, sino su propio derecho, y en tanto que para defender su cosa propia uno se ayudase de vuesamerced, forzado es que le habia de ser bueno, no por ser bueno á vuesamerced, sino á su propia negociacion; pero de aquí adelante, como á los del Perú se asegura la vida por el perdon, y la hacienda por la revocacion de las ordenanzas, y en lugar de un enemigo comun á los del Perú, se ponga el mas natural amigo que los españoles tenemos, que es nuestro rey, al cual tenemos natural obligacion de amar y guardar lealtad, porque nacimos en ella y la heredamos de nuestros padres y abuelos y antepasados de mas de mil y trecientos años á esta parte, que guardamos este amor y lealtad á nuestros reyes. Y ha vuesamerced de tener entendido y pensar que en el estado que ya las cosas tienen y han de tener, de ninguno se podria fiar, antes de su propio hermano se habria de recatar, y pensar que habria de poner en vuesamerced las manos; porque, como el padre y el hermano y cualquier otro tenga mas obligacion á mirar por su ánima y consciencia que no á la vida y voluntad de su hijo y hermano ni amigo, viendo su hermano que negando la obediencia á su rey perdia el alma, no solo en esto no le seguiria, pero le seria contrario, como lo vimos en las comunidades de España; considerando en cuánta mas oblígacion era á su honra y á la de su linaje que no á seguir el querer de vuesamerced, y dar á entender á su rey y á todo el mundo que su fidelidad y bondad bastaba para limpiar cualquier mancilla que en su linaje se hubiese puesto; y se puede pensar que con muy mayor rigor procuraria satisfacerse de vuesamerced, como estos dias acontesció á dos hermanos españoles, los cuales el uno estaba en Roma, y entendiendo allí cómo el otro, que residia en Sajonia, era luterano, vivia muy afrentado, paresciéndole que su hermano deshonraba á él y á su linaje; queriendo rémediar esto, se partió de Roma y fué hasta Sajonia con determinacion de convertir á su hermano, y cuando no pudiese, matarle, y así lo hizo; que, después de haber procurado mucho quince ó veinte dias que con él estuvo que se convirtiese y quitase la infamia que en su linaje tenia puesta, y no lo pudiendo acabar, lo mató, sin que le estorbase el deudo ni amor de hermano, ni el temor de perder la vida matando aquel por ser luterano en pueblo y tierra donde todos lo eran, porque entre buenos este apetito que á la honra se tiene es tan grande, que vence á todo deudo y al deseo de vivir, especialmente conosciendo su hermano, que, no solo á su alma y honra, mas á la conservacion de la vida y hacienda tenia mas obligacion, que no seguir la voluntad de vuesamerced, mayormente no siendo esta ordenada como debia; y conosciendo que siguiéndola, no solo perderia el alma y honra, mas al fin habria de venir á perder la persona y la hacienda; y finalmente, quien mas á vuesamerced hubiese seguido, teniéndose por ello por mas culpado, y entendiendo que para volver en gracia de su rey, y que no solo le perdonase, pero aun le hiciese mercedes, le convenía señalarse, seria el que primero y con mas diligencia procurase faltar á vuesamerced y hacer plato de su persona; de manera que seria negociacion la que vuesamerced tomase, queriendo llevar este desasosiego adelante, en que los mas amigos le serian mas peligrosos, y que ninguna palabra ni sacramento ante Dios ni el mundo ternia fuerza, pues darla seria feo en ley de cristiano, y guardarla mucho mas; y no solo los amigos, mas aun la hacienda, en tal caso le dañaria, pues por codicia della le harian con mas instancia contradicion los que pensasen que les podria caber parte della. Y considere cómo el dia que su majestad ó el que sus veces tuviere perdonare á los del Perú, si viniese á méritos de excepar alguno, cuán solo y en peligro quedaria el tal exceptado, quedando los otros perdonados y desagraviados. Y asimismo le suplico mire y considere esta cosa con el amor que debe y ha mostrado tener al bien desa tierra y vecinos della, porque con dar fin á los desasosiegos y alteraciones que hay y ha habido, dejará vuesamerced encargados á todos los vecinos della por haberles ayudado en que contra el derecho de sus suplicaciones no se ejecutasen las ordenanzas, y su majestad haya sida servido de mandarles oir y desagraviar, como lo ha hecho; y á llevar vuesamerced este desasosiego adelante, no solo pierde todo el mérito que cerca de los vecinos en lo pasado paresce haber ganado, pues queriendo que dure el desasosiego después de haberse conseguido lo que conviene al bien dellos, daria á entender que, no por el bien dellos, sino por su propia pretendencia, se puso en lo pasado; pero aun les haria tan gran daño, que con muy gran razon le ternian por enemigo, viendo que los quería tener en continua fatiga y inquietud y peligro de sus vidas y gastos de sus haciendas, y que no los quería déjar gozar dellas con el sosiego de que tienen necesidad para granjearlas y gozarlas y aprovecharse dellas, conforme á la merced que su rey les hace y aun paresce que no con menos causa, sino con mayor, le podrian tener por tal, cual tuvieron á Blasco Nuñez, pues si él les quería quitar las vidas y haciendas, quien quisiere tenerlos en continuo desasosiego y fuera de la obediencia de su príncipe, paresceria quererles hacer perder las almas y honras y vidas y haciendas. Y tambien es de considerar la causa que se daria, yendo á esa tierra gente en el número que irá, de destruir á ella y á las haciendas que los vecinos della tienen, en gran cargo de consciencia de los que á esto diesen ocasion, y no solo se haria este daño y daria vuesamerced causa de ser desamado de los vecinos y mercaderes, y de las otras personas que en esa tierra tienen oficios y granjerías, de que se hacen ricos pero aun á las gentes baldías y que no tienen repartimientos y otros tratos de que vivir se haria gran daño, porque, ocupándolos en estas disensiones y desventuras, no solo pierden la vida los que dellos en ellas mueren, pero aun los que quedan; pues habiendo venido tantas leguas desterrados de sus naturalezas y á tan diferentes climas y tan destempladas regiones, con tanto riesgo de la salud, no gastan sus vidas en aquello para que vinieron, que fué ganar con que vuelvan á sus tierras ricos y remediados, ó vivan en estas honrados; lo cual no se puede hacer sino yendo á nuevos descubrimientos, pues no caben todos en lo descubierto. Lo cual no se hace entre tanto que gastan su tiempo en el ejercicio que traen, que es de tan corto provecho, que si quisiesen volver á España, muchos dellos han de buscar para el flete y matalotaje. A vuesamerced suplico que, aunque me haya extendido á representar mas cosas de las que son necesarias para que vuesamerced, como quien es, haga en esta negociacion lo que debe á cristiano y caballero hijodalgo. y á su mucha prudencia y al amor que á los vecinos desta tierra y á las cosas della tiene, no se resciba ni atribuya lo que he dicho á desconfianza que yo tengo de la bondad cristiandad y fidelidad de vuesamerced, porque cierto, yo no tengo sino entera confianza, por haber siempre oido que todas estas partes caben en vuesamerced, sino que se eche al deseo y amor con que amo, como buen prójimo y servidor de vuesamerced, á los que en esa tierra están, y deseo su bien y acrescentamiento, y aborrezco y temo su mal y peligro; y lo resciba como quien vuesamerced es, de mí como de hombre que ninguna cosa en esta jornada pretende, sino servir á Dios, procurando la paz que su benditísimo Hijo tanto nos enco- mendó, y á mi rey, cumpliendo su mandado; y cumplir con la obligacion que como prójimo á vuesamerced y á todos los desa tierra tengo, procurándoles que vivan con estado tan seguro para las almas, honras, vidas y haciendas como es la paz, pues fuera desto, ninguna cosa que buena sea para esta vida ni para la otra puede haber. Y con este celo y amor he sido en esta negociacion el mejor solicitador que vuesas mercedes todos han tenido, y determiné de poner mi persona en trabajo para sacar dél las de vuesas mercedes, y mi vida en peligro por quitar dellos las suyas, paresciéndome que si acabase esta jornada volveria á España alegre, y cuando no, consolado de haber hecho lo que en mí era para cumplir con Dios en la deuda de cristiano, y con mi rey en la de vasallo, y con vuesas mercedes en la de prójimo y natural suyo; que si Dios en este trabajo me llevase, me llevaria sirviendo á él y á mi príncipe, y procurando de hacer bien y quitar de mal á mis prójimos; y pues tanta fe y amor debe vuesamerced y todos los desa tierra, justo es que se advierta en lo que digo, que solo en esto quiero de vuesas mercedes el pago de lo que me deben. Y tambien suplico á vuesamerced cuan afectuosamente puedo que lo que en esta he dicho lo comunique con personas celosas del servicio de Dios, pues el parescer y consejo destos es el seguro y sano, y el que se debe seguir sin sospecha que se dé por interese propio ni otro mal respeto. Nuestro Señor, por su infinita bondad, alumbre á vuesamerced y á todos los demás para que acierten á hacer en este negocio lo que conviene á sus almas, honras, vidas y haciendas; y guarde en su santo servicio la ilustre persona de vuesamerced.— De Panamá, á 26 de septiembre de 546 años.—Servidor de vuesamerced, que sus manos besa. — El licenciado, Pedro Gasca.—En el sobrescrito desta carca decia: «Al ilustre señor Gonzalo Pizarro, en la ciudad de los Reyes.»
CAPITULO VIII.
De lo que proveyó y hizo Gonzalo Pizarro en la ciudad de los Reyes y en toda la provincia del Perú, sabida la venida del Presidente.
Llegado Gonzalo Pizarro á la ciudad de los Reyes, donde era su teniente Lorenzo de Aldana (como hemos dicho), le vinieron las primeras nuevas que Pedro Alonso de Hinojosa habia despachado cuando supo la venida del Presidente, con la cual rescibió gran turbacion; y comunicándolo con sus capitanes y gente principal, hubo entre ellos diversos paresceres, porque unos decian que pública ó encubiertamente le enviase á matar, otros que le trajesen al Perú, porque venido seria fácil cosa hacerle conceder todo lo que ellos quisiesen, y que cuando esto no hubiese lugar le podrían entretener largo tiempo con decir que querian juntar todas las ciudades del reino en los Reyes, y llamar allí los procuradores de todas partes para que tratasen de recibirle, y que por haber tanta distancia de unos lugares á otros se podía dilatar esta junta mas de dos años, y que entre tanto el Presidente podia estar en la isla de Puna con soldados de confianza que le guardasen, y así excusaría de no avisar á su majestad de desobediencia ninguna, tenién- dole siempre suspenso con que la junta se hacia para rescebirle, y que no se podian juntar con mas brevedad; y los que mas mansamente aconsejaban era, que le tornasen á enviar á España; y ante todas cosas, se resumió entre ellos que se enviasen procuradores á su majestad para negociar las cosas de aquel reino y darle cuenta de las nuevamente suscedidas, especialmente para justificar el rompimiento y muerte del Visorey, echándole siempre la culpa, por haber sido agresor y venido los á buscar; y tambien para suplicar á su majestad proveyese á Gonzalo Pizarro por gobernador de aquella provincia, y que estos procuradores, para este efecto, llevasen poderes especiales de las ciudades, y que de camino se informasen con diligencia en la ciudad de Panamá de los poderes que traia el Presidente, y le requiriesen que no entrase en la tierra basta que, in- formado por ellos su majestad, enviase segunda jusion sobre lo que fuese servido proveer; y que si con todo esto, el Presidente quisiese pasar le llevasen á buen recaudo á los Reyes; unos decian que le matasen en el camino, otros que le diesen un bocado en Panamá y matasen á Alonso de Albarado y otras cosas semejantes, que por haber pasado en sus ayuntamientos secretos no se certifican. Demás desto, se acordó que se escribiese una carta con estos mensajeros al Presidente por los principales vecinos de aquella ciudad, tratando contra la determinacion que traia con palabras muy desacatadas y atrevidas. Después de haber pasado diversas determinaciones sobre señalar las personas que habian de venir á España por mensajeros, se resumieron en que viniese don fray Hierónimo de Loaysa, arzobispo de los Reyes, y Lorenzo de Aldana y fray Tomás de San Martin, provincial de la órden de santo Domingo; aunque al Provincial le tenian por sospechoso en su opinion, por haber hecho y dicho, así en sermones públicos como en pláticas y conversaciones privadas, muchas cosas en que lo manifestaba, tuvieron por cosa conveniente fiarse dél y de los demás á quien tenian en la misma posesion, por dar autoridad á su embajada, y porque no se hallaran otros en la tierra que se atrevieran á ir á la presencia real sin escrúpulo de haber ofendido gravemente en las alteraciones pasadas, y tenian el castigo dello si acá viniesen. Y tambien se consideró en esta eleccion que, caso que estos mensajeros declarasen en España sus ánimos contra ellos, si por ventura eran tales como sospechaban, tenian por cosa conveniente echarlos de la tierra con este título, porque estando presentes, si venia el negocio en riesgo, serian para hacerles mucho daño, por ser personas tan principales y calificadas. Juntamente con ellos Gonzalo Pizarro envió á Gomez de Solís, su maestresala. Unos decian que para llevar ciertos dineros y provision á Hinojosa y su gente, y otros para que viniese á España juntamente con los procuradores. Demás de los cuales, rogaron al obispo de Santa Marta que viniese á España con la misma embajada, y proveyeron á los unos y á los otros de dineros para hacer la jornada; y Lorenzo de Aldana se embarcó luego á gran priesa, entre tanto que los demás se aprestaban, llevando mandado de Gonzalo Pizarro para que con toda brevedad le avisase del suceso, paresciéndole que saliendo como salió Lorenzo de Aldana del puerto de los Reyes por el mes de octubre, á mas tardar le venia el aviso por Navidad, entrante el año de 47, y proveyó por tierra muchas postas, así de cristianos como de indios, para que en llegando la nueva á la costa del Perú se le llevase con mucha brevedad. Pocos dias después se embarcaron los obispos, y llegaron á Panamá sin haber en su viaje ninguna contradicion. Ya hemos dicho cómo Vela Nuñez, hermano del Visorey, andaba en el campo de Gonzalo Pizarro en prision tan libre, que le dejaban ir á caza y pasear por el pueblo á mula y sin armas, habiéndosele hecho grandes apercebimientos sobre el sosiego y quietud de sus pensamientos. Y en este tiempo le succedió una ocasion que le trajo á perder la vida, en esta forma: que un soldado llamado Juan de la Torre, natural de Madrid, de quien arriba hemos hecho mencion, que se pasó del Visorey á Gonzalo Pizarro con Gonzalo Díaz y su gente cuando los enviaron á prender á Pedro de Puelles y á los vecinos de Guanuco, por cierta industria que tuvo, descubrió en el valle de Hica un cierto hoyo donde los indios ofrescian oro y plata, de tiempos muy antiguos, á un ídolo que ellos llamaban Guaca; y afírmase haber sacado de allí mas de sesenta mil pesos en oro, sin mucha copia de esmeraldas y turquesas; todo lo cual entregó al guardian de San Francisco para que se lo guardase, y un dia le dijo en confesion que deseaba venir á España á gozar de aquella prosperidad que su buena ventura le habia encaminado; pero que, considerando haber sido tan parcial á Gonzalo Pizarro y haber ofendido á su majestad en casos tan señalados, no se atrevia á venir hasta hacer á su majestad servicios con que tuviese por bien de olvidar lo pasado; lo cual tenia pensado emprender desta manera: que se alzaria con uno de los navíos que habia en el puerto y se iria con todo su dinero á Nicaragua, y allí juntaria gente y armaria un navío ó dos para salir de corso contra Gonzalo Pizarro y su armada, y saltaría en tierra y haria sus correrías en los lugares que hallase desembarazados, y que para todo esto, por no tener él edad ni autoridad, le convenia buscar una persona en que concurriesen las calidades necesarias á la empresa, que fuese capitan y cabeza della, y que ninguno se le ofrescia que mas justa causa tuviese para ello que Vela Nuñez, por ser caballero tan práctico en la guerra y que era obligado á desear la venganza del Visorey, su hermano, y de tantos deudos y amigos como Gonzalo Pizarro le habia muerto; y que él le entregaria su persona y hacienda, y seria el primero que le obedesciese, y que él hablase algunos criados del Visorey que habia en aquella ciudad para llevallos consigo; y rogó al Guardian que todo esto lo comunicase con Vela Nuñez, y así lo hizo; y porque Vela Nuñez temió alguna encubierta, Juan de la Torre le satisfizo en presencia del Guardian, jurando la verdad de su determinacion sobre una ara consagrada; con lo cual Vela Nuñez aceptó el partido; y en comenzando á tratar con algunos criados del Visorey, no se sabe por qué vía se descubrió; de forma que Gonzalo Pizarro le prendió, y habiéndose hecho contra él proceso, le hizo degollar públicamente, diciendo el pregon; «Por traidor al Rey.» Causó esta muerte grande y general lástima en todo el reino, por ser Vela Nuñez muy virtuoso caballero y bienquisto de todos. Por este mismo tiempo sucedió que Alonso de Toro, teniente de gobernador del Cuzco, fué muerto á puñaladas por su mismo suegro sobre ciertas palabras que con él hubo, lo cual sintió mucho Gonzalo Pizarro por la falta que le habia de hacer, y por su muerte nombró por teniente del Cuzco á Alonso de Hinojosa, al cual ya habia elegido el cabildo; y en su tiempo sucedió cierto motin en el Cuzco, por el cual fueron muertos Lope Sanchez de Valenzuela y Diego Perez Becerra, promovedores dél, y otros fueron desterrados por el mismo Hinojosa y por Pedro de Villacastin, alcalde ordinario, que entendieron en la pacificacion de la ciudad.
CAPITULO IX.
De lo que sucedió en Panamá con la llegada de los embajadores.
Siendo señaladas las personas que habian de venir á Castilla á los negocios de la tierra, Gonzalo Pizarro despachó luego á Lorenzo de Aldana, que era uno dellos, y le dió los despachos necesarios, y se tuvo noticia que así él como algunos de sus capitanes habían escrito cartas muy desacatadas, caso que nunca parescieron, y se creyó que, como Lorenzo de Aldana llevaba buena intencion, las rompió y no quiso indignar los negocios mos¬trándolas. Llegado á Panamá, se aposentó con Hinojosa, porque tenían muy antigua amistad y algun deudo, y luego fué á besar las manos al Presidente, tratando de cosas generales en aquella visitacion, sin tocar en el negocio principal, sin descubrirse en aquellos dos dias; lo cual hizo como hombre recatado para entender las intenciones de los capitanes; y teniéndolas entendidas, se declaró con el Presidente y se ofresció al servicio de su majestad, y en su confianza se acordó que ya se tratase descubiertamente el negocio con Hinojosa; y tomándole aparte Hernan Mejía, le trajo á la memoria todas las cosas pasadas, y cómo estaban en términos de ponerse todo remedio con la venida del Presidente, favoresciéndole y sirviéndole conforme á la obligacion que tenian á su majestad, y que si se les pasaba aquella ocasion, podria ser que en muchos tiempos no la cobrasen; á todo lo cual Hinojosa respondió que él era muy servidor del Presidente y le habia dado á entender la intencion que tenia, y que si su majestad, habiendo oido lo que Gonzalo Pizarro pedia, no fuese servido de lo proveer, en tal caso él cumpliria la voluntad de su rey y señor, sin poder caer en nota de traidor; porque á la verdad Hinojosa (como hombre poco práctico en negocios de lo de la guerra) creía que todo lo pasado llevaba buen título, y que las suplicaciones que se interponian se podian hacer de derecho, y en seguimiento dellas todas las diligencias necesarias. Y no faltaban letrados que lo fundaban y sustentaban; y así, estuvo siempre muy recatado para no exceder en su cargo, fuera del intento principal, sin matar ni castigar hombre ninguno ni tomar á nadie su hacienda, como otros capitanes hacian. Hernando Mejía, entendido el engaño en que estaba, se declaró mas con él, diciéndole que, sabida la volun¬tad de su majestad, que venia cometida al Presidente, no habia para qué esperar otra nueva declaracion ni respuesta, y que le hacia saber que toda la gente estaba determinada de hacer lo que el Presidente mandase, y que él seria el primero por tanto, que no se dejase en¬gañar, colocando el mal camino en que andaban con paresceres de letrados que eran de la misma liga, pues no habia nadie que no entendiese la verdad del nego¬cio. Hinojosa le pidió término para responderle otro dia; y así, le envió á llamar y se determinó de hacer lo que le aconsejaba, y juntos se fueron á la posada del Presidente, donde Hinojosa se ofresció á su servicio en nombre de su majestad, y le entregó la obediencia, y allí fueron llamados todos los capitanes, y juntos hi¬cieron pleitomenaje de obedescer al Presidente y tener secreto de lo que pasaba hasta que les fuese mandado otra cosa y así se hizo, sin que los soldados supiesen descubiertamente lo que pasaba, aunque algunos lo entendían por conjecturas, porque vian que el Presidente proveía en todos los negocios y que los capitanes iban y venían á su casa muy á menudo, y le trataban en públi¬co y en secreto como á superior. Y viendo el Presidente los inconvenientes que podian suceder de la dilacion, determinó despachar al mismo Lorenzo de Aldana, que con tres ó cuatro navíos, y en ellos hasta trecientos hombres, fuese á correr la costa del Perú y á tomar el puerto de la ciudad de los Reyes para recoger los servi¬dores de su majestad; porque, sabido por Gonzalo Pi¬zarro lo que pasaba, no tuviese lugar de proveerse de espacio ni de matar á los que él tenia por sospechosos en favor de su majestad como muchas veces entre sus capitanes se trataba; y así, con gran presteza fueron des¬pachados cuatro navíos, yendo por general dellos Lo¬renzo de Allana y por capitanes Hernando Mejía y Juan Alonso Palomino y Juan de titanes. Y para esto se hizo reseña general, y públicamente en ella se entregaron las banderas al Presidente, y él las tomó á los mismos ca¬pitanes que las tenían, nombrándolos de nuevo por su majestad, y dejando por general de todo el ejército á Hinojosa, como antes lo era; y embarcaron los trescien¬tos hombres, y se dió paga á los que dellos fué necesa¬rio, y se hicieron á la vela, llevando consigo al provincial de santo Domingo, por ser persona tan señalada, que con sola su autoridad bastaba para que todas las perso¬nas dudosas le diesen crédito. Asimismo llevaban mu¬chos traslados de las provisiones reales y del perdon, con órden que si fuese posible no tocasen en tierra ni fue¬sen sentidos hasta que llegasen al puerto de los Reyes, por lo mucho que importaba tomar de sobresalto á Gon¬zalo Pizarro, aunque esto no se pudo hacer por la causa que adelante se dirá. Y á esta sazon llegó el arzobispo de los Reyes y Gomez de Solís, que holgaron de todo lo sucedido y se profirieron al favor y servicio del Presidente, el cual envió á don Juan de Mendoza á la Nueva España con cartas para el visorey don Antonio de Mendoza, para que le socorriese con toda la gente que se pudiese juntar en aquella provincia, y á don Baltasar de Castilla para Guatimala y Nicaragua para lo mismo, y á otras personas á Santo Domingo, para que de todas partes le viniese el socorro que fuese posible, creyendo que habia de ser necesario.
CAPITULO X.
De lo que sucedió á Pedro Hernandez Paniagua en su mensaje, y de lo que Gonzalo Pizarro proveyó sabida la entrega de la armada.
Pedro Hernandez Paniagua (á quien tenemos dicho que el Presidente despachó con cartas para Gonzalo Pizarro) llegó al Perú al tiempo que esperaba nuevas de lo que en Panamá habia sucedido con la ida de Lorenzo de Aldana, que fué mediado el mes de enero del año de 47; y tomando tierra en Túmbez, llegó á San Miguel, y un Villalobos, que allí era teniente por Gonzalo Pizarro, le prendió y tomó los despachos, y á muy gran priesa los envió á los Reyes por via de Diego de Mora, que tambien era teniente en Trujillo. Visto todo por Gonzalo Pizarro, despachó una persona de confianza que trajese consigo á Paniagua, avisándole que no le dejase hablar con nadie por el camino; el cual fué y le trajo, y dadas sus creencias y despachos á Gonzalo Pizarro en presencia de todos los capitanes, le mandó que dijese todo lo que se le habia mandado, demás de las cartas, certificándole que por cosa de las que allí pasase no rescibiria daño ni perjuicio ninguno. Y apercibiéndole con esto que si fuera de allí trataba con ninguna persona en público ni en secreto sobre cosa tocante al Presidente, cualquier indicio bastaria para le cortar la cabeza; y luego Paniagua declaró osadamente su embajada; y dicha, le mandaron salir, y hubo algunos votos para que lo matasen, porque decian que trataba con algunos de quien se fiaba las cosas de su opinion; y con todo esto, Gonzalo Pizarro no mostró á ninguno de sus capitanes la carta que el Presidente le escribió ni la que de su majestad le dieron. Todos sus parciales le decian que no convenia que el Presidente entrase en el Perú, y algunos en su presencia decian contra su majestad y contra él palabras muy desacatadas, porque desto mostraba holgarse Gonzalo Pizarro; y luego escribió á la villa de Plata al capitan Carvajal para que con brevedad se viniese á los Reyes, y trajese todo el oro y plata y arcabuces y otras armas que tenia; lo cual se proveyó, no tanto porque se entendiese que seria necesario para defensa ni aparejo ninguno de guerra (pues ni se sabia ni se podía saber la entrega del armada, ni lo demás sucedido en Panamá), como por remediar las grandes quejas que habia del capitan Carvajal en toda la tierra, por las muertes y robos que á cada paso hacia. Unos decian que era para castigarle en su persona, y otros por tomarle mas de ciento y cincuenta mil pesos suyos que habia robado en aquella conquista. En este tiempo se trataban las cosas en Lima tan estrechamente, que nadie se osaba fiar de otro ni decir palabra que tocase á los negocios; porque cualquiera ocasion, por liviana que fuese, bastaba para ser muertos. Y ya Gonzalo Pizarro andaba tan recatado, que estando enfermo el licenciado Zárate (cuya intencion habia sentido en muchos negocios ser contra él ), aunque tuvo su hija casada con su hermano, le hizo dar unos polvos para remedio de su enfermedad, con los cuales, segun se tuvo por cierto y lo dijeron después algunos criados de Gonzalo Pizarro, le mató; como quiera que sea, mostró haberse holgado con su muerte; luego Pedro Hernandez Paniagua comenzó á negociar su vuelta por medio del licenciado Carvajal, contra opinion de los otros capitanes, que no quisieran que saliera de allí, lo cual fuera para él gran peligro, especialmente si no fuera partido cuando llegó la nueva de la entrega del armada, que, aunque entonces no se sabia en los Reyes, se tenia dello muy mal concepto, por la mucha tardanza que habia en venir nuevas de Panamá; y con sola esta sospecha, Gonzalo Pizarro escribió á Pedro de Puelles, que estaba por él en Quito, y á todos los otros sus capitanes, apercibiéndoles que no se descuidasen, y tuviesen á punto su gente. Y á esta sazon llegó el capitan Carvajal de los Charcas con ciento y cincuenta soldados y trecientos arcabuces y mas de trecientos mil pesos; y el dia que entró en los Reyes se le hizo un muy solemne rescibimiento, saliendo en él Gonzalo Pizarro y todos los de la ciudad, sin faltar ninguno, con mucha música y fiesta. Y en aquel tiempo vinieron nuevas de Puerto-Viejo cómo habian visto los cuatro navíos, y que en reconosciendo la tierra, habian vuelto de otro bordo á la mar, sin tomar puerto ni proveerse de cosa ninguna, como los otros navíos lo solian hacer ordinariamente; lo cual se tuvo por mala señal, y que eran de guerra.
CAPITULO XI.
Cómo la armada del Presidente llegó al puerto de Trujillo, y la rescibieron Diego de Mora y otros, reduciéndose al servicio de su majestad.
Desde que Gonzalo Pizarro tuvo las nuevas de los navíos que tenemos dichos, pasó algun tiempo que no se pudo certificar mas de la verdad, ó porque ellos se apartaban de tierra cuanto podian, ó porque Diego de Mora, teniente de Gonzalo Pizarro en Trujillo, retenía las cartas que sobre ello se escrebian. Con lo cual ninguno en los Reyes podia atinar qué cosa fuese, aunque se puso con esto Gonzalo Pizarro en gran cuidado y de dia y de noche le hacian guardia los vecinos y los soldados, como cada uno podía, mostrando contentamiento, como si de voluntad lo hicieran. Y á este tiempo Lorenzo de Aldana llegó con los navíos al puerto que llaman de Mal-Abrigo, que es cinco ó seis leguas antes de Trujillo. Y como Diego de Mora habia sabido la venida destos navíos por el mensajero que trajo la nueva dellos de Puerto-Viejo, aunque no entendía certificadamente quién venia en ellos ni para qué efecto, con otros muchos vecinos de la ciudad de Trujillo se embarcó en un navío que estaba en su puerto, llevando muchos bastimentos de armas y comida, con designo de irá buscar los navíos, y juntarse con ellos á doquier que los hallase; porque, de cualquier opinion que fuese, lo podia hacer muy á su salvo, pues siendo de Gonzalo Pizarro, podia decir que salia á saber nuevas y llevarles bastimentos, y siendo de su majestad, cumplía mejor su voluntad juntándose sus capitanes con ellos. Y así, quiso su ventura que el mismo dia que salieron del puerto los toparon, y sabida la verdad de la jornada, con gran placer de todos se juntaron y redujeron en uno; y habiendo proveído Diego de Mora á toda la armada del refresco necesario, aquella noche se vinieron al puerto, y sin saltar en tierra, se ordenó que Diego de Mora, con toda aquella gente, se fuese á la provincia de Caxamalca, para que allí con mas seguridad pudiesen esperar el tiempo en que fuese necesaria su ayuda, y en el entre tanto recoger la gente que por allí acudiese; y despacharon mensajeros con cartas y provisiones para los Chachapoyas y á Guanuco y á Quito y á las entradas de Mercadillo y Porcel, para que todos acudiesen al servicio de su majestad. Estas nuevas de lo sucedido en Trujillo llegaron con mucha brevedad á noticia de Gonzalo Pizarro, por medio de un fraile de la Merced, que siempre se habia seguido y favorescido, diciendo solamente la salida de Diego de Mora y de los vecinos, sin afirmar ni poder saber que se habian juntado con la armada. Por lo cual Gonzalo Pizarro creyó que se iban á Panamá á juntar con el Presidente, por lo cual proveyó con brevedad por teniente de aquella ciudad de Trujillo al licenciado García de Leon, que hasta entonces habia traido consigo, y le envió en un navío con hasta quince ó veinte soldados, á los cuales proveyó de los indios de todos aquellos que se habian ido con Diego de Mora, y juntamente envió al comendador de la Merced de aquella ciudad para que en aquel mismo navío tomase consigo las mujeres de los huidos, y las llevase á Panamá á sus maridos para se las entregar; y las que había viudas enviaba señaladas personas con que se casasen; y si no quisiesen, las llevasen con las otras á Panamá; y aunque para tan desordenada provision se daban diversas razones y colores, la verdadera era quererse apoderar Gonzalo Pizarro, no solamente de los indios de los huidos, pero tambien de sus casas y granjerías, sin que estuviesen presentes las mujeres, que lo habian de defender por la mejor via que pudiesen, ó á lo menos les habian de dar del los alimentos y las cosas necesarias. Pues saliendo el licenciado Leon con el navío, dende á pocos dias toparon con el armada; y juntándose con ella, se redujeron al servicio de su majestad, unos porque deseaban esta ocasion mucho tiempo habia, otros porque no pudieron hacer menos sin que Lorenzo de Aldana los justiciase; y enviaron al comendador de la Merced, por tierra, á los Reyes, á hacer saber á Gonzalo Pizarro la razon de su venida, y para que hablase so este color á las personas particulares en quien conosciese buena intencion, avisándolos que se saliesen al puerto, porque siempre acudirian los bateles á recoger gente. Sabido esto por Gonzalo Pizarro, mandó recoger al Comendador, y que no hablase ni tratase en público ni en secreto con ninguna persona, mostrando siempre muy gran queja de Lorenzo de Aldana por la burla que le habia hecho, y diciendo que si él siguiera la voluntad de los principales de su campo le hubiera muerto mucho tiempo habia; y todos públicamente le decian que él tenia la culpa por no lo haber hecho. Y sabida tan á la clara la venida de la armada, y la necesidad que tenían de prepararse para la guerra, que esperaban que entre tanto que la ar¬mada subia desde Trujillo á los Reyes, que aunque la distancia no es mas de ochenta leguas, la navegacion dellas es de la dilacion que tenemos dicho. Gonzalo Pi¬zarro comenzó á poner en órden y juntar su gente y meterla debajo de banderas, porque hasta entonces la seguridad que pensaba tener le habia hecho descuidar; y así, nombró nuevos capitanes y les repartió la gente desta manera: señaló por capitanes de gente de caba¬llo al licenciado Carvajal y al licenciado Cepeda, porque le paresció que estos estaban muy prendados en su favor. Y señaló por capitanes de arcabuceros á Juan de Acosta y Juan Vélez de Guevara y á Juan de la Torre, y por capitanes de piqueros á Hernando Bachicao y á Martín de Robles y á Martin de Almendras, y proveyóse que Francisco de Carvajal fuese maestre de campo, como hasta allí lo habia sido, y que tuviese para su guardia cien arcabuceros de los que él habia traído de los Charcas, que todos estaban bien encabalgados. Tocáronse atambores para este efecto, y diéronse prego¬nes para que todos los estantes y habitantes de la ciu¬dad, de cualquier suerte que fuesen, se recogiesen á las banderas y fuesen á rescebir paga, so pena de muer¬te. Y repartiéronse las pagas entre los capitanes desta manera: á los dos capitanes de caballos se dieron cincuenta mil castellanos para que hiciesen cada uno cincuenta de caballo; demás de los cuales, se pusieron debajo de sus estandartes muchos mercaderes y perso¬nas pacíficas, que, aunque se entendia que no habian de pelear, se concertó con ellos que se librasen con dar cada uno unas armas y un caballo, y así las dieron; y otros que no las tenian lo reducian á dineros. A Martin de Robles se dieron veinte y cinco mil castellanos para ciento y treinta piqueros que recogió, á Hernando Bachicao se dieron otros veinte mil castellanos para ciento y doce piqueros, á Juan Vélez de Guevara se dieron otros veinte y cinco mil castellanos para ciento y cua¬renta arcabuceros, y otro tanto á Juan de Acosta para otros tantos arcabuceros, y á Juan de la Torre se dieron doce mil castellanos para cincuenta arcabuceros con que hacia guardia ordinaria á Gonzalo Pizarro, y á Martin de Almendras se dieron otros doce mil caste¬llanos para cuarenta y cinco piqueros. Nombróse por alférez general del estandarte Antonio Altamirano, vecino y regidor de la ciudad del Cuzco, con ochenta de caballo que le guardaban, y diéronsele doce mil caste¬llanos para socorro de algunas necesidades, porque la gente de ninguna paga ni socorro tenia necesidad, por ser todos vecinos y los mas ricos de la tierra. Luego sacaron todos sus banderas y hicieron reseña de la gente. El licenciado Cepeda sacó en su estandarte á nuestra Señora, el licenciado Carvajal puso á Santiago, el capitan Carvajal sacó lo misma bandera que trajo en la guerra de los Charcas; el capitan Guevara sacó unos corazones con una cifra dentro en ellos que decia «Pizarro», el capitan Bachicao sacó una cifra, que era una G grande revuelta en una P, que decia «Gonzalo Pizarro», con una corona de rey encima; y así los otros de dife¬rentes maneras; y en solo el estandarte habia las insig¬nias reales. Luego repartieron su guardia y velaron la ciudad de noche con mucha diligencia; Gonzalo Pizarro entendia por su parte en dar socorros á muchos sol-dados que no estaban debajo de bandera, y á otros que estaban daba ventajas, demás de lo que habian resce¬bido, de á mil y á dos mil castellanos, segun los méri¬tos él conoscia de cada uno. Hizo reseña general, y sa¬lió él á pié con la infantería. Juntáronse entre todos mil hombres tan bien armados y aderezados como se han visto en Italia en la mayor prosperidad, porque ningu¬no había, demás de las armas, que no llevase calzas y jubon de seda, y muchos de tela de oro y de brocado, y otros bordados y recamados de oro y plata, con mu¬cha chapería de oro por los sombreros, y especialmente por frascos y cajas de arcabuces. Habia mucha canti¬dad de pólvora; trató luego que todos los soldados se encabalgasen, y para este efecto compró todas las ye¬guas y machos y caballos que pudo haber, y muchos tomó sin paga. Gastóse en toda la costa número de mas de quinientos mil castellanos. Despachó á Martin Sil¬veira para que fuese á la villa de Plata á traer la gente y dineros que allí habia. Envió á Antonio de Robles al Cuzco para traer la gente que allí tenia Alonso de Hi¬nojosa, su teniente; escribió á Lúcas Martín, teniente de Arequipa, que luego viniese con la gente de aquella villa; envió á mandar á Pedro de Puelles, teniente de Quito, que acudiese con la gente de aquella provincia; despachó para que los capitanes Mercadillo y Porcel, dejadas las entradas en que entendían, trajesen toda la gente á Lima, y lo mismo el capitan Saavedra, que era teniente de Guamanga; y desta manera fueron mensa¬jeros á todas partes, convocando la gente y enviando instrucciones para los capitanes de la forma en que la habían de traer, mandando en suma que no dejasen en todas sus jurisdiciones armas ni caballo ni otro ningun aparejo que diese ocasion á la gente de acudir al Presidente, justificando con todos su causa por las mas co-loradas razones que él podia, diciéndoles cómo habien¬do él enviado al capitan Lorenzo de Aldana en nombre suyo y de todo el reino á informar á su majestad de todo lo sucedido en la tierra, se habia confederado con el Presidente, y venia contra él con su misma armada, con que se le habia alzado, la cual le costó mas de echenta mil castellanos; y qué, enviando su majestad al Pre¬sidente para que entendiese en la quietud y sosiego del reino, de su propria autoridad habia hecho gente, y venia con toda la que habia podido juntar á castigar los que habian excedido en los negocios pasados; y que pues todos habian entendido en ellos, mirasen que tan¬to le iba á cada uno dellos como á él, pues no habia habido nadie que no le tocase, y que el perdon que decian que traía para los que le favoresciesen, era fin¬gido, porque ya que alguno hubiese, decia que perdo¬naba lo pasado, lo cual no comprendía la batalla y muer¬te del Visorey, pues sucedió después de la partida del Presidente; y hasta que su majestad, informado de todo, proveyese de nuevo, él se determinaba resistir la entrada al Presidente, cuanto mas que él estaba infor¬mado de muchas personas que se lo habian escrito de España, que su majestad no enviaba al Presidente para quitarle la gobernacion, salvo á que presidiese en la audiencia real, y que estaba él muy cierto dello, porque Francisco Maldonado, á quien él habia enviado á su majestad, se lo habia escrito, y que lo mismo había dado á entender el mismo Presidente en la carta que le escribió con Pedro Hernandez Paniagua, sino que después sus mismos capitanes le habian engañado y héchole entrar en la tierra con mano armada; de lo cual seria su majestad muy deservido cuando lo supiese; y pre¬tendía fundar por estas y otras razones que el Presi¬dente habia cometido gran delito en detener los men¬sajeros, y que por ello se le podia hacer justamente la guerra.
CAPITULO XII.
Cómo se acordó que el licenciado Carvajal fuese á correr la costa con cierta gente, y después no lo enviaron por tenelle por sos¬pechoso.
En este tiempo Gonzalo Pizarro y su maestre de cam¬po y otros que le aconsejaban, determinaron buscar nueva forma para justificar su causa con los soldados y con el pueblo, y esta fué, que llamando todos los letrados que habia en aquella ciudad de los Reyes, les propu¬so el delito que decian haber cometido el Presidente en el detenimiento de los navíos, y entrar en la tierra con gente de guerra, contra la comision y mandato que de su majestad traía, persuadiéndoles que seria justo y conforme á justicia hacer proceso contra el Presidente y contra sus capitanes y los demás que le seguian; y los letrados, no osando contradecir la voluntad de Gonzalo Pizarro, concedieron en ella; y así, se hizo el proceso, y dende á pocos dias ordenó una sentencia, cuya sustancia era: que, vistos los delictos que resultaban de aquella informacion contra el licenciado de la Gasca y sus capitanes, hallaba que le debia conde¬nar y condenaba á que le fuese cortada la cabeza, y Lo-renzo de Aldana y Hinojosa fuesen hechos cuartos; y desta manera condenaron á cada capitan en el género de muerte que le parecia; la cual sentencia hizo firmar al licenciado Cepeda, oidor, y enviándolo á firmar á los otros letrados, uno dellos, llamado el licenciado Polo Hondegardo, natural de Valladolid, fué á Gonzalo Pizarro, y le dijo que no convenía pronunciarse aquella sentencia, porque podría ser que sus capitanes que ayudaban al Presidente se quisiesen después reducir, lo cual no osarian hacer si supiesen que estaban tan cruelmente condenados, y que, demás desto, el Presidente era clérigo de misa, y que incurrian en pena de ex¬comunion mayor los que firmasen tal sentencia. Y con estas razones se sobreseyó y no se acabó de despachar. En este tiempo tuvo Gonzalo Pizarro noticia cómo los navíos de Lorenzo de Aldana eran salidos de Trujillo y venian la costa arriba, y luego proveyó que Juan de Acosta fuese con cincuenta arcabuceros de caballo á correr la costa y estorbarles que no tomasen agua en los puertos; y así, fué hasta la ciudad de Trujillo, donde estuvo un solo día, temiendo que Diego de Mora vernia sobre él desde Caxamalca, y tambien porque supo que los navíos estaban en el puerto de Santa; y determi¬nó ir allá, y de su venida tuvo noticia Lorenzo de Alda¬na por ciertos españoles que en balsas le dieron aviso dello; y hizo una emboscada de ciento y cincuenta ar¬cabuceros, que estaban escondidos en unos cañaverales por donde Juan de Acosta habia de pasar, de lo cual él iba bien descuidado si no topara ciertas espías de la ar¬mada, y queriéndolos ahorcar, le descubrieron la celada y le avisaron que si, dejando aquel camino, tomaba el de la mar, toparia algunos marineros que estaban tomando agua, y los envió presos á Gonzalo Pizarro; y aunque los de la emboscada lo sintieron, no fueron parte para quitarles la presa, por estar á pié , y sus contrarios á caballo, y ser la tierra muy arenosa; y con tanto, se tornó Juan de Acosta al puerto de Guaura y esperó allí lo que Gonzalo Pizarro mandaba, el cual rescibió muy bien los presos, y les restituyó sus armas y los mandó dar de vestir y posadas, y los asentó á cada uno en la compañía que quiso, y dellos tuvo entera relacion de la gente que venia en la armada y de todo lo demás sucedido en Panamá, y de los socorros por que el Presidente habia enviado á diversas partes de las Indias; y dellos tambien supo cómo Lorenzo de Aldana había echado en tierra á fray Pedro de Ulloa, fraile dominico, en hábito de lego, para que publicase por todas partes el perdon; y en-viándolo á buscar, le hallaron; y traido á Gonzalo Pizar¬ro, le hizo meter en una sima que tenia hecha junto al alberca de su huerta, donde había abundancia de sapos y culebras, hasta que con la ocasion de la venida del armada se soltó, como adelante se dirá. Y luego se de¬terminó que el licenciado Carvajal fuese con trecientos arcabuceros de caballo y con la gente de Acosta la costa abajo hasta llegar á Caxamalca y deshacer á Diego de Mora. El licenciado se aderezó para ello, y teniendo toda su gente apercebida para se partir, otro dia de mañana el maestre de campo Cárvajal habló á Gonzalo Pizarro, y le dijo que en ninguna manera le convenia que el licenciado Carvajal hiciese aquella jornada, por¬que no tenia dél entera confianza, y que si hasta enton¬ces le habia seguido era para efecto de vengarse del Vi¬sorey, lo cual ya estaba hecho, para que se acordase que todos sus hermanos eran criados de su majestad, especialmente el obispo de Lugo, que le servia en cargos tan preeminentes, y que no creyese que se atre¬vería á tener la opinion contraria de todos ellos, cuanto mas que debia tener memoria cómo le tuvo preso sin causa ninguna y puesto en términos que lo hicieron con¬fesar y hacer testamento para le matar. Con las cuales razones hizo mudar de parescer á Gonzalo Pizarro, y en su lugar envió al mismo Juan de Acosta, con docien¬tos y ochenta hombres, que fuese á hacer lo que estaba cometido al licenciado Carvajal; y llegado camino de Trujillo á la Barranca, que es veinte y cuatro leguas de los Reyes, dio pasó de allí por lo que adelante se dirá. En este tiempo el capitan Saavedra, teniente de Guanu¬co, rescibió cartas de Lorenzo de Aldana, en que le persuadía se redujese al servicio de su majestad; y de¬terminado hacerlo así, so color de juntar su gente para acudir con ella á Gonzalo Pizarro (porque, como está dicho, le habia enviado á llamar con Hernando Alonso, vecino de aquella villa), y salió con ellos, diciéndo¬les su voluntad de ir á servir á su majestad, y todos se ofrescieron á lo seguir, excepto tres ó cuatro, que se le huyeron y fueron á dar noticia de lo que pasaba á Gon¬zalo Pizarro, y él envió treinta soldados con un capitan que destruyese y talase el pueblo; y cuando ellos llega¬ron, los indios de la tierra se habian alzado por man¬dado de sus amigos, y estaban de guerra, y defendieron la entrada á los españoles, los cuales se tornaron á los Reyes, recogiendo las yeguas y ganados que pudieron haber. El capitan Saavedra, con hasta cuarenta de ca¬ballo que le quisieron seguir, llegó á Caxamalca, y se juntó con Diego de Mora y con los demás que estaban allí en servició de su majestad.
CAPITULO XIII.
De como Antonio de Robles fué al Cuzco por teniente, y Diego Centeno salió de la Cueva y juntó gente, y fué sobre él y le mató, y tomó la ciudad.
Llegado Antonio de Robles al Cuzco, á quien, como arriba tenemos dicho, Gonzalo Pizarro enviaba por capitan general á aquella ciudad, Alonso de Hinojosa, que basta allí lo habia sido, le entregó la jurisdiccion y el ejército, aunque no pudo dejar de recebir desabri¬miento dello, segun se creyó; Antonio de Robles comen¬zó á recoger toda la gente y dineros que pudo, y salien¬do con ella hasta Xaquixaguana, que son cuatro leguas del Cuzco, tuvo allí nuevas cómo, después de haber es-tado Diego Centeno por mas de un año escondido en una cueva (como arriba está dicho), tuvo allí noticia de la venida del Presidente y de las cosas mas señaladas que en la tierra pasaban, por lo cual salió luego y comenzó á recoger alguna gente de los que con él ha¬bian andado, que estaban escondidos en arcabuzos por huir de la furia de Gonzalo Pizarro y de su maestre de campo; y así, se le juntaron hasta cuarenta hombres, y algunos dellos en los caballos que habían quedado, y los demás á pié y no tan bien armados como era necesa¬rio, y determinó dar un asalto en el Cuzco con tanto ánimo como si llevara quinientos hombres. Los princi¬pales que con él iban eran Luis de Libera y Alonso Pe¬rez de Esquivel y Diego Alvarez y Francisco Negral y Pedro Ortiz de Zárate y Domingo Ruiz, clérigo (á quien comunmente llamaban el padre vizcaíno), y desta ma¬nera caminó hasta llegar cerca del Cuzco. Túvose por cierto que algunos principales de la ciudad, por salir de la sujecion de Antonio de Robles, que era hombre de baja suerte y entendimiento y de poca edad, escribie¬ron á Diego Centeno que viniese á esta empresa, que ellos le harian espaldas cómo tuviese buen suceso; y otros afirmaban que el mismo Hinojósa, sentido de lo que Gonzalo Pizarro con él habia hecho, le envió á ofres¬cer su favor; y débese creer lo uno ó lo otro, porque, á no ser así, fuera gran temeridad la de Diego Centeno, acometer á tomar una ciudad en que por lo menos ha¬bia quinientos soldados á punto de guerra, sin los veci¬nos, que los mas dellos llevaban las dagas atadas en puntas de varas por falta de lanzas ó picas. Como quiera que fuese sabido por Antonio de Robles la venida de Centeno, se tornó al Cuzco y se comenzó á apercebir, y cuando supo que estaba una jornada de allí, se puso en arma, juntando un escuadron de trecientos hombres en la entrada de la plaza, y envió á correr el campo á Fran¬cisco de Aguirre, hermano de Perucho de Aguirre, á quien dijimos haber ahorcado el capitan Carvajal, y él se fué á topar con Diego Centeno, y allí se juntó con él, dándole relacion de todo lo que pasaba, y en la noche, que fué víspera de Corpus Christi del año de 47, le me¬tió por otra calle diferente, por donde estaba hecho el escuadron, y dieron en él por un lado con tanto ánimo como quien iban determinados de vencer ó morir; y co¬mo era de noche y el ruido muy grande, no se enten¬dían los unos ni los otros; tanto, que entre los del Cuzco se mataban ellos mismos, por no tener espacio de pre¬guntar el nombre. A Diego Centeno le sucedió bien pa¬ra este efecto un ardid de que usó, que fué quitar los frenos y sillas á los caballos que llevaba, y echarlos por la calle donde estaba hecho el escuadron, con indios tras ellos que los amenazasen; y como iban corriendo á toda furia, primero desbarataron y rompieron por la gente, que tuviesen lugar de matarlos ni aun de entender si venia alguno encima dellos. Lo cual paresció mu¬cho á lo que hizo aquel capitan de Cartago, que estan¬do cercado en un valle, buscó salida echando los toros delante y vacas que tenia, con haces de paja encendida atados á los cuernos; finalmente, que Diego Centeno y los suyos pelearon con tanto ánimo, que los del Cuzco se desbarataron y huyeron, quedando Centeno con tanta gloria, que pocas veces se ha visto tan pequeño número de gente vencer á tantos, especialmente dentro de su propria ciudad, que peleaban (como suelen decir los historiadores) por sus fuegos y altares. Túvose por cierto que los que primero huyeron fué alguna gente de Alonso de Hinojosa, á quien él lo habia así mandado; pero ni ellos lo dicen, por no confesar su co¬bardía, ni Centeno lo admite, por no disminuir la victo¬ria. Luego fué Diego Centeno elegido por capilan ge¬neral del Cuzco en nombra de su majestad, y otro dia cortó la cabeza á Antonio de Robles públicamente, y repartió entre la gente hasta cien mil pesos que allí halló, de Gonzalo Pizarro haciéndolos todo buen tra¬tamiento. Nombró por capitanes de infantería á Pedro de los Rios y á Juan de Várgas, hermano de Garcilaso, y de gente de caballo al capitan Negral, y hizo su maestre de campo á Luis de Ribera. Y así, salió del Cuz¬co con hasta cuatrocientos hombres la via de la villa de Plata, con intencion de requerir á Alonso de Mendo¬za, que allí tenia la tierra por Gonzalo Pizarro, que se redujese al servicio de su majestad; donde no, tomar la villa por fuerza de armas. En esta sazon Lúcas Mar¬tin, á quien Gonzalo Pizarro envió á Arequipa por la gente que allí habia, salió para le llevar ciento y treinta hombres á la ciudad de los Reyes, y cuatro leguas de Arequipa su misma gente le prendió, y tomando por capitan á Hierónimo de Villegas, siguieron su camino hasta juntarse con Diego Centeno, que estaba en el Co¬llao, aguardando los conciertos que era ido á tratar Pedro Gonzalez de Zárate, maestre escuela del Cuzco, y halló que era ya llegado á los Charcas Juan de Silvei¬ra, sargento mayor de Gonzalo Pizarro, á quien tene¬mos dicho que envió por la gente de aquella provincia, habiendo ahorcado cinco ó seis hombres en el camino de los que habian seguido á Diego Centeno, y tenia jun¬tos hasta trecientos hombres, y lo que dellos sucedió se dirá adelante.
CAPITULO XIV.
Cómo Gonzalo Pizarro envió á llamar á Juan de Acosta para que fuese sobre Diego Centeno al Cuzco, y degolló á Antonio Alta¬mirano y á Lorenzo Mejía, y el juramento que hizo hacer á los vecinos de los Reyes.
Llegando á Gonzalo Pizarro las nuevas de todo lo sucedido en el Cuzco, y el alzamiento de Centeno y muer¬te de Antonio de Robles, y viendo por algunas conjec¬turas que para ello tenia, que la gente de San Miguel habia alzado bandera por su majestad, y que los capita¬nes Mercadillo y Porcel se habían juntado con Diego de Mora en Caxamalca, por manera que no le quedaba sino solamente la gente que tenia en los Reyes y la de Pedro de Puelles, que estaba en Quito, de quien él te¬nia seguridad no le faltaria, determinó enviar sobre Diego Centeno al capitan Juan de Acosta con la gente que tenia y con la que mas fuese menester, con deter¬minacion de seguirle con todo el resto de su campo, que eran novecientos hombres, y entre ellos los vecinos mas principales de la provincia, y con ellos allanar la tierra de arriba, y después hacer la guerra á todos los demás, y cuando se viese muy apretado irse al descu¬brimiento del rio de la Plata ó al de Chili, ó á otros muchos que tenian las entradas por la parte superior de la tierra; y esto se entendia por diversas muestras que para ello daba, aunque no mostró tan poco ánimo que lo dijese á nadie; y así, envió á llamar á Juan de Acosta; y como su gente vió tan gran novedad, se albo¬rotaron, y huyeron siete ó ocho dellos, llevando por ca¬beza á Hierónimo de Soria, vecino del Cuzco, y se hu¬yeran muchos mas si no los previniera cortando la cabeza á Lorenzo Mejía, yerno del conde de la Gomera, y á otro soldado de quien tuvo sospecha que se quería ir, y á otros trajo presos á los Reyes; y pocos dias antes que llegase, paresciéndole á Gonzalo Pizarro que Antonio Altamirano, vecino y regidor de la ciudad del Cuzco y alférez general de su campo, andaba tibio en los negocios, sin que dél supiese contradicion ni sos¬pecha señalada le hizo dar garrote una noche y después le ahorcó públicamente en el Rollo, repartiendo todos sus bienes, porque era de los mas ricos de la tierra; y dió el estandarte real á don Antonio de Ribera, que poco antes habia venido de Guamanga con hasta trein¬ta hombres y algunas armas y bestias que habia reco¬gido de los vecinos que allí quedaron. Pues viendo Gon¬zalo Pizarro que sus negocios se empeoraban cada dia, y que no le quedaba ya mas fuerza de la que tenia en los Reyes, con no tener pocos dias antes contradicion en todo el reino, y que si venian á noticia de la gente que le quedaba las provisiones y el perdon y revocacion de ordenanzas que traia el Presidente (lo cual hasta entonces no habia querido mostrar á nadie), todos le dejarian, determinó buscar la mejor forma que pudo para asurarse dellos; y esto fué, que hizo juntar to¬dos los vecinos y personas señaladas en su posada, y les hizo proponer el gran cargo en que todos le eran por haberse puesto en tantas guerras y trabajos por defenderlas sus haciendas, que tenian y poseian por mano del marquéz don Francisco Pizarro, su hermano, y que mirasen cuán justificada tenían su causa con haber en¬viado mensajeros á dar cuenta á su majestad de todo lo sucedido en la tierra para esperar la provision después de ser informado de todo; los cuales mensajeros habia detenido el Presidente en Panamá, y se habia concer¬tado con sus capitanes y tomádole su armada, que le habia costado muy gran cantidad de pesos de oro; lo cual hacia por su particular interes, pues estaba natorio que si trajera provision ó órden de su majestad para hacer guerra, se la enviara con Pedro Hernandez Pa¬niagua; y que, no contento con todo aquello, le entraba en su jurisdicion y le hacia guerra y echaba por el reino cartas muy perjudiciales, como era notorio. Por lo cual él tenia determinado resistir la entrada, lo cual á cada uno de todos convenia como é él; pues estaba cla¬ro que gobernando la tierra por rigor de justicia, ha¬bia de tomar cuenta de tantas batallas y muertes y ro¬bos como habian sucedido; y conforme á esto, tanto interés le iba á cada uno dellos como á él mismo; y que hasta entonces habian tratado de la defensa de las ha¬ciendas, y que de allí adelante se trataba de las honras y personas y haciendas, y que á él le había parescido hacerlos juntar donde estaban, para que, entendido el negocio y su determinacion, cada uno le diese su pares¬cer sobre lo que pretendia hacer, libremente, porque él les prometía como caballero hijodalgo, y si menester era, lo juraba solemnemente, que no les vernia daño en sus personas ni en sus bienes por cualquier determi-nacion que tomasen, salvo dejallos ir libremente donde quisiesen, y que á quien paresciese seguirle se lo dijese claro, porque se lo habia de prometer y firmar de su nombre, y que les apercibía que mirase cada uno lo que prometia, porque el que quebrantase su palabra habiéndosela dado, ó le viese tibio en los negocios hasta la conclusion de la guerra contra quien quiera que la hiciese, le cortaría la cabeza, y que bastaria muy poca sospecha para ello. Luego todos le dijeron juntamente que le seguirían y harían todo lo que les mandase con toda su posibilidad, y que pornian en ello sus personas y haciendas y vidas; otros, pasando mas adelante, decian que perderian las ánimas por su servicio, y todos da¬ban grandes razones para fundar la justificacion de la guerra, encaresciendo la merced que Gonzalo Pizarro les hacia en tomar á su cargo esta empresa; y otros decian otras vanidades y lisonjas, no dignas de escrebirse, por contentar y asegurar al tirano. Y luego Gonzalo Pi¬zarro sacó escrita en un papel mas á la larga esta pro¬posicion, y hizo que el licenciado Cepeda jurase al pié della de la cumplir, y obedescer á Gonzalo Pizarro en todo cuanto le mandase, y se lo mandó firmar, y tras él firmaron todos los demás. Y hecho esto, se acordó que Juan de Acosta se partiese la vía del Cuzco por la sierra con tresientos hombres, de los cuales fué por maestre de campo Paez de Soto-Mayor, y por capitan de gente de á caballo Martin Dolmos, y por capitan de arcabuceros Diego de Gumiel, y de piqueros Martin de Almendras, y dieron el estandarte á Martin de Alarcon; y desta manera prosiguió su camino la vía del Cuz¬co contra Diego Centeno.
CAPITULO XV.
De cómo Juan de Acosta acabó de sacar su gente para el Cuzco, y de lo que Gonzalo Pizarro hizo en la llegada de los navíos del Presidente al puerto de los Reyes.
Teniendo Juan de Acosta su gente en órden y aper¬cebida de todo lo necesario, la sacó de la ciudad de los Reyes, y caminó la via del Cuzco por el camino de la sierra, y en este tiempo Gonzalo Pizarro tuvo nuevas que la armada de Lorenzo de Aldana habia parecido quince leguas del puerto de los Reyes; y después de haber consultado el negocio con sus capitanes, se acor¬dó que Gonzalo Pizarro sacase de la ciudad toda la gente y se fuese á poner cerca de la mar con ella, temien¬do que si una vez llegasen los navíos al puerto, habria tan grande turbacion en la ciudad por la priesa de lo que se habia de proveer, que ternian lugar los que qui¬siesen de irse á embarcar, ó que faltaria tiempo para compeler á que saliesen los que estuviesen sin determi¬narse; y así se hizo, dándose muchos pregones para que ninguno, de cualquier oficio ó edad que fuese, se quedase en la ciudad, so pena de muerte, apercibiendo que habia de cortar la cabeza á quien se quisiese quedar; y que para este efecto iria él delante, y dejaría en la ciudad al Maestre de campo con cien arcabuceros para ejecutar la pena de los pregones. Andaba la gente tan asombrada con el temor de la muerte, que no se po¬dian entender ni tenían ánimo para huir; y algunos que hallaron mejor aparejo se escondieron por los cañave¬rales y cuevas, enterrando sus haciendas. Y habiendo Gonzalo Pizarro de salir otro día con la gente que pudiese llevar, se descubrieron en el puerto de los Reyes tres velas, con lo cual se alborotó la gente y se comen¬zó á tocar arma, y Gonzalo Pizarro salió de la ciudad con todos los que pudo llevar, y asentó su real en medio del camino; por manera que estaba una legua de la mar y otra de la ciudad, por hacer rostro á que los de la mar no saltasen en tierra, y impedir que los suyos no se fuesen á embarcar, y tambien porque no paresciese que desamparaba la ciudad, y porque antes que se apartase della quería saber la intencion de Lorenzo de Aldana, y tentar si por negociacion ó cautela se podía tomar la armada, pues no habia otro remedio para resistirles que no tomasen puerto; porque uno de los capitanes de Gonzalo Pizarro habia echado á fondo cinco navíos que estaban surtos en el puerto en contradicion de los principales del real; y con esta determinacion se juntó toda la gente de pié y de caballo en la plaza de los Reyes, y Gonzalo Pizarro salió con sus banderas tendidas con hasta quinientos y cincuenta hombres, y fué á asentar su real en el asiento ya dicho, y proveyó que ocho de caballo se estuviesen en celada junto á la mar, para que ningun soldado de los navíos que hubiese sal¬tado en tierra pudiese tornar ni echar cartas ni hacer otra diligencia y así estuvieron hasta otro dia, que Gon¬zalo Pizarro proveyó que Juan Hernandez, vecino de los Reyes, fuese en una balsa á los navíos y dijese á Lo¬renzo de Aldana que le enviase un caballero de los su¬yos, y que él se quedaría en rehenes, para tratar la ra¬zon de la venida. Y como Juan Hernandez paresció solo en la costa, luego de la armada enviaron á Juan Alonso Palomino en un batel, que le rescibió y le llevó á la nao capitana, donde entendido por Lorenzo de Aldana lo que quería, envió al capitan Peña, dejando en su poder á Juan Hernandez; y Gonzalo Pizarro mandó que Peña no entrase en el real hasta de noche, porque no pudiese hablar con nadie; y entrando en su toldo, le dió el po¬der del Presidente y el perdon general que su majestad hacia, y la revocacion de las ordenanzas; y dijo de palabra lo mucho que aquel reino ganaba en obedescer lo que su majestad enviaba á mandar, y que su real vo¬luntad no era que él gobernase, y qué para ello enviaba al Presidente con poderes tan bastantes, sabiendo lo sucedido en la tierra. A lo cual le respondió que prometia de hacer cuartos á todos cuantos venian en el armada, y castigar al Presidente por su atrevimiento; encares-ciéndole la gran traicion que le habia hecho en detener sus procuradores, y tambien la de Lorenzo de Aldana en venir contra él, habiéndole él enviado y dado dine¬ros con que fuese á España. Y dicho esto y otras mu¬chas cosas, todos los capitanes se salieron fuera, y Gon¬zalo Pizarro se quedó solo con el capitan Peña; y des¬pués de haber tratado con él muy á la larga sobre la justificacion de sus negocios, le prometió cien mil cas¬tellanos si diese forma cómo pudiese tomar el galeon de la armada, en quien estaba toda la fuerza della. Peña le respondió que no era él persona que por ningun interés habia de hacer semejante traicion, ni él le de¬beria cometer sobre ello; y así, aquella noche le entre¬garon á don Antonio de Ribera para que durmiese en su toldo, sin dejarle hablar con persona ninguna; y á la mañana se tornó á la armada, y vino Juan Fernandez en tierra, con determinacion y promesa de servir á su ma¬jestad en todo lo que pudiese. Y paresciéndole á Lo-renzo de Aldana que todo su buen suceso consistia en traer á noticia de los soldados el perdon de su majestad, se dió órden cómo se hiciese por mandado de Juan Fer¬nandez con una cautela tan avisada como peligrosa, y esta fué, que Lorenzo de Aldana le dió todos sus despa¬chos duplicados, y cartas para algunas personas señaladas del campo; y escondiendo las unas en los borce¬guíes, trajo las otras á Gonzalo Pizarro, y tomándole aparte, le dijo cómo Lorenzo de Aldana le habia persua¬dido que publicase el perdon en el campo, y que él le habia tomado con todos los otros despachos, así para entretener á Lorenzo de Aldana con esperanza que él lo habia de hacer, como para traerle los despachos y que los viese; dando á entender Juan Fernandez que no sa¬bia que hasta entonces hubiesen venido á noticia de Gonzalo Pizarro, ni él lo habia dicho jamás. Gonzalo Pizarro le agradesció mucho su buen aviso, concibien¬do dél gran crédito, y luego tomó todos los despachos, haciendo grandes amenazas y juramentos de castigar muy ásperamente á quien los habia enviado, como lo habia hecho á los demás que hasta entonces le habian ofendido y luego Juan Fernandez, debajo desta segu¬ridad, pudo dar algunas de las cartas que traia, y otras hizo perdidizas, por manera que vinieron á noticia y poder de sus dueños; y así estuvo Gonzalo en el real miércoles y juéves siguiente, sin acontescer otra novedad.
CAPITULO XVI.
Cómo se huyeron algunas personas del real de Gonzalo Pizarro,
y de lo que enviando en pos dellos acontescio.
Cuando Gonzalo Pizarro salió de los Reyes para ir á asentar el real en el campo, dejó por alcalde de aquella ciudad á Pedro Martin de Cicilia, que le habia seguido desde el principio con gran aficion. Era este Pedro Martin hombre viejo, de edad de setenta años, pero muy robusto, recio, cruel y poco temeroso de Dios; villano, natural del lugar de Don Benito, tierra de Me¬dellin. A este dejó por órden que á cualquiera que ha¬llase haberse quedado en la ciudad ó que se viniese del real, no mostrando licencia suya, luego sin ninguna di¬lacion le ahorcase; lo cual él guardó tan precisamente, que á un hombre que topó, aun no aguardó á horcarle, sino que él por su propia mano le dió de puñaladas; y traia tras sí al verdugo cargado de cabestros, jurando que ninguno toparía á quien no ahorcase; y algunos ve¬nían del real con licencia de Gonzalo Pizarro á proveerse de lo necesario. En este tiempo vinieron con esta li-cencia á la ciudad ciertos vecinos á proveerse de lo que habian menester, los principales de los cuales eran Nicolás de Ribera, regidor y vecino de los Reyes, y Vas¬co de Guevara y Hernan Bravo de Lagunas, y Francis¬co de Ampuero y Diego Tinoco, y Alonso Ramirez de Sosa y Francisco de Barrio-Nuevo, y Martin de Mene¬ses y Diego de Escobar, y otros algunos salieron con sus armas y caballos la via de Trujillo, y luego que fueron vistos por las espías dieron mandado á Gonzalo Pizarro, y él proveyó que el capitan Juan de la Torre los siguiese con algunos arcabuceros á caballo; el cual los siguió por espacio de ocho leguas, hasta que topó con Vasco de Guevara y Francisco Ampuero, que se ha¬bian quedado en la retaguardia para dar aviso á los de¬lanteros de lo que sucediese; y ellos, viéndose en aprie¬to, se defendieron animosamente, y por ser de noche no los pudieron herir los arcabuceros, y al fin huyeron. Y como Juan de la Torre y los suyos traian los caballos cansados de lo mucho que habian corrido en su segui¬miento, no los pudieron alcanzar. Y así, Juan de la Torre se volvió, considerando que aunque alcanzase juntos á los huidos, seria él poca parte para dañarlos, y que eran personas de calidad, que antes se dejarian matar que venir en su poder; y volviéndose al real, topó á Hernan Bravo de Lagunas, que, por no salir junto con les demás ó por otra causa, se quedó rezagado, y lleván¬dole á Gonzalo Pizarro, le mandó ahorcar. Y sabiendo de la prision doña Inés Bravo, mujer de Nicolás de Ribe¬ra, uno de los huidos, que era su prima hermana, lle¬vando consigo á su padre, se fué al real de Gonzalo Pi¬zarro, donde se hincó de rodillas delante dél y le pidió con muchas lágrimas la vida de Hernan Bravo; y aunque al principio le fué denegada, después cargaron tanto los capitanes de Gonzalo Pizarro en el negocio, y ella hizo tan grande instancia, que al fin le fué otorgado por ser ella de las mas hermosas y honradas mujeres de la tierra. Hácese mencion deste paso, así porque lo meresció el ánimo desta señora, como para apuntar que, entre todos los que hicieron alguna cosa contra Gonzalo Pizarro du¬rante su tiranía, ninguno quedó sin castigo, sabiéndolo él, sino solo este Hernan Bravo. Y aconteció sobre el perdon otro paso digno de ser referido: que un capitan del mismo Gonzalo Pizarro, llamado Alonso de Cáceres, que se halló junto á él al tiempo que concedió la vida á Hernan Bravo, le besó en el carrillo, diciendo á grandes voces: «¡Oh príncipe del mundo, mal haya quien te negare hasta la muerte!» Como quiera que dentro de tres horas él y el mismo Hernan Bravo y otros algunos se huyeron; lo cual se tuvo por cosa maravillosa, porque parecia que aun no habia tenido tiempo Hernan Bravo para respirar del trance en que se habia visto, te¬niendo la soga á la garganta. Con la huida desta gente se causó gran alboroto en el real, porque entre ellos habia personas que habían seguido á Gonzalo Pizarro desde el principio y metido con él grandes prendas, y en que nunca se puso sospecha que le habían de faltar; y con esto Gonzalo Pizarro estaba tan alterado, que no habia nadie que se osase parar delante; y mandó á las guardas que al que tomasen fuera del real le alancen¬sen luego; y aquella misma noche el capitan Martin de Robles envió avisar á Diego Maldonado, regidor del Cuzco (llamado comunmente el Rico), que Gonzalo Pizarro le quería matar, y que así lo habia consultado con sus capitanes; lo cual él tuvo por cierto, así porque fué uno de los que se pasaron á servir al Visorey desde el Cuzco, como porque, después de perdonado sobre esto, yendo con Gonzalo Pizarro á Quito á la guerra del Visorey, le dió un muy recio tormento sobre sospecha que habia sido en escribir una carta que se echó á los piés de Gonzalo Pizarro, en que se le decian muchas verdedes de que á él le pesó, como quiera que después pares¬cieron los que entendieron en aquel negocio; y tambien, por haber muy estrecha amistad entre él y Antonio Altamirano, á quien Gonzalo Pizarro habia justiciado, co¬mo está dicho; y con esta credulidad, sin esperar á que le ensillasen caballo (caso que los tenian muy buenos), y sin decirlo á ningun criado suyo, se salió luego de su toldo con sola su capa y espada, con ser hombre de edad, y caminó á pié toda la noche hasta llegar á unos cañaverales, donde se pudo esconder, junto á la mar, tres leguas de donde estaban los navíos; y temiendo que por la mañana le irían á buscar, se descubrió á un indio con quien topó, y le hizo hacer una balsa de solo un haz de pajas, y puesto en ella con el indio, que remaba con un palo, se fué á los navíos con muy gran peligro de su vida, porque cuando llegó ya iba casi deshecha la paja y á punto de ahogarse. Luego por la mañana Martin de Robles fué al toldo de Diego Maldo¬nado, y como no le halló, se fué á Gonzalo Pizarro y le dijo cómo Diego Maldonado era huido, y que le pares¬cia que, pues via la diminucion de su campo, debia alzar de allí el real y caminar hácia donde tenia intento de ir, sin dar licencia á persona alguna para que fuese á la ciudad, porque todos se huirian; y por evitar que la gente de la compañía de Martin de Robles no se la pidiese, él quería ir con algunos dellos que estaban des¬proveidos á la ciudad, para que en su presencia se proveyese de lo necesario, sin perderlos de vista; y que de camino pensaba ir á sacar del monasterio de Santo Domingo á Diego Maldonado, porque le habian dicho que estaba allí retraido, y se le traeria para que, justiciándole públicamente, nadie se atreviese á huir. A Gonzalo de Pizarro le pareció que Martin de Robles decia bien, y confiándose dél por las muchas prendas que habia metido en aquellos negocios, le mandó que así lo hiciese; y tomando ante todas cosas los caballos de Die¬go Maldonado y los suyos propios, llevó consigo á todos los de su compañía de quien él se fiaba, y en llegando á la ciudad de los Reyes, se salió con hasta treinta de caballo la via de Trujillo, públicamente, diciendo que iba en busca del Presidente, y que Gonzalo Pizarro era tirano, y que todos debian ir á servir á su majestad. Luego llegaron estas nuevas al campo, donde fué tanto el alboroto que hubo, que parecía imposible aquel dia no huirse todos ó matar á Gonzalo Pizarro, el cual lo apaciguó lo mejor que pudo, mostrando tener en poco todos los que se le habian huido, y determinó levantar el real otro dia por la mañana, y aquella noche huyó Lope Martin, vecino del Cuzco, saliendo á vista de todo el real, y por la mañana mandó Gonzalo Pizarro que la gente caminase hasta una acequia dos leguas de allí, y puso muchas guardias y corredores para que nadie se pudiese huir, paresciéndole que toda la dificultad estaba en sacar la gente doce leguas de la ciudad de los Reyes; y mandó al licenciado Carvajal que estu¬viese en vela toda la noche para que nadie se fuese, y cuando sintió que la gente estaba sosegada, el licenciado Carvajal se fué la vuelta de la ciudad de los Reyes, y de ahí camino de Trujillo, yendo con él Polo Hondegardo y Marcos de Retamoso, su alférez, y Pedro Suarez de Escobedo y Francisco de Miranda y Hernando de Várgas, y otros muchos de su compañía. Y pocas horas después se fué el capitan Gabriel de Rójas, á quien Gonzalo Pizarro habia dado el estandarte, por dejar á don Antonio de Ribera (de quien él mucho se fiaba) en guarda de la ciudad; y con Gabriel de Rójas se huyeron Gabriel Bermudez y Gomez de Rójas, sus sobrinos, y otras muchas personas de calidad, sin que nadie lo sintiese, porque estaba desembarazado el cuartel donde velaba el licenciado Carvajal. Sabido á la mañana por Gonzalo Pizarro lo qué pasaba, lo sintió como era razon, especialmente la ausencia del licenciado Carvajal; haciendo grandes conjeturas sobre qué podria haber sido la causa de su desabrimiento, y culpábase á sí por haberle quitado la jornada adonde envió á Juan de Acos¬ta, creyendo quedar sentido desde entonces; y arre¬pentíase mucho por no haberle casado con doña Fran¬cisca Pizarro, su sobrina, hija del Marqués, como lo trató algunas veces, porque con esto le obligaria á nunca dejarle; y los soldados comenzaron á desmayar con la ida del licenciado Carvajal, considerando que, pues él se iba, sabiendo todos los secretos de Gonzalo Pizarro y habiendo metido tantas prendas en su favor, especialmente sobre la muerte del Visorey, y dejando en el campo mas de quince mil pesos en caballos y oro y plata, que luego fueron repartidos, que debia estar muy de quiebra el negocio de Pizarro, así en la fuerza como en la justificacion, y los mas determinaban irse; y llegó á tanta rotura el negocio, que otro dia, yendo marchando el campo, á vista de todos y del mismo Gon¬zalo Pizarro pusieron las piernas á los caballos dos soldados, el uno llamado Juan Lopez y el otro Villadan, dando voces y apellidando la voz de su majestad, y que muriese Gonzalo Pizarro, que era tirano lo cual hicieron confiados en llevar buenos caballos; y era tanto lo que ya se recelaba Gonzalo Pizarro de todos, que á nadie consintió que los síguies, temiéndose que todos se lo huirían; y así, se dió gran priesa á caminar por los lla¬nos la via de Arequipa, huyéndosele en el camino muchos soldados y arcabuceros, caso que en tres ó cuatro dias ahorcó hasta diez ó doce personas señaladas, de quien tuvo sospecha que se querían ir, sin dejarlos con¬fesar. Y llegó á términos, que ya no llevaba mas de do-cientos hombres, recelándose siempre no le diesen alguna arma fingida con que se le acabase de pasar toda la gente; y así llegó á la provincia de la Nasca, que son cincuenta leguas de los Reyes.
CAPITULO XVII.
Cómo la ciudad de los Reyes se alzó por su majestad,
y lo que sobre esto sucedió.
Habiendo caminado Gonzalo Pizarro con su campo en la forma que tenemos contado, don Antonio de Ri¬bera y el alcalde Martin Pizarro y Antonio de Leon y otros algunos vecinos, que por viejos y enfermos se habian quedado en la ciudad con licencia que hubieron de Gonzalo Pizarro para ello, dándole sus armas y ca¬ballos, sacaron el pendon de la ciudad de los Reyes, y juntando consigo la gente que pudieron, públicamente en la plaza alzaron la ciudad por su majestad, y pregonaron públicamente las provisiones del Presidente, que de la mar les enviaron y luego lo hicieron saber á Lorenzo de Aldana, el cual se estaba en la mar con todo buen recado, recogiendo todos los que se iban á juntar. Y para este efecto tenia en la costa al capitan Juan Alon¬so Palomino con cincuenta hombres, y los bateles á punto para recogerse, siendo necesario; porque siem¬pre temió que Gonzalo Pizarro revolveria sobre la ciu¬dad, sabiendo lo que en ella pasaba; y para ser avisado dello proveyó doce de caballo de los que se habian huido del campo, que estuviesen en el camino para venir luego á toda furia con cualquiera novedad que hubiese, y mandó que el capitan Alonso de Cáceres estuviese en la ciudad de los Reyes recogiendo la gente; proveyó que Juan de Illanes subiese en una fragata la costa arriba hasta echar en tierra en lugar seguro un fraile y un soldado que llevasen al capitan Diego Centeno los despachos del Presidente, y le hiciesen relacion de todo lo que en tierra pasaba, y lo mismo en la ciudad de Are¬quipa; y envio por tierra mensajeros, personas prácti¬cas, que fuesen á Arequipa con ciertas cartas particulares para diversas personas, y pasando mas adelante, llevasen otras al capitan Alonso de Mendoza y Juan de Silveira; proveyó por medio de los indios de Jauja, que son del mismo Lorenzo de Aldana, cómo se echa¬sen en el real de Juan de Acosta cartas para muchas personas y traslados del perdon, por manera que en todo el reino se tuviese por noticia de la clemencia de que su majestad usaba en aquel reino. Casi todas estas provisiones sucedieron bien, y resultó dellas el provecho de que adelante se hará relacion. En todo este tiempo Lorenzo de Aldana no salió de la mar, teniendo consigo los ciento y cincuenta hombres que trajo en la armada, salvo que desde allí proveia lo necesario. Y tuvo noticia cómo se enviaban avisos á Gonzalo Pizarro de todo lo que pasaba, y cada día iban y venian corredores para estorbarlo y tomar lengua de lo que se hacia en el campo. Y un dia trajeron relacion que Gonzalo Pizarro volvia con su gente, lo cual les puso en gran rebato, y paresció despues haber sido divulgada esta nueva por el mismo Gonzalo Pizarro y su maestre de campo á efecto de entretener y embarazar la gente de Lorenzo de Aldana para que no fuesen tras él, de lo cual él tenia gran temor, porque llevaba tan poca confianza de los suyos, que cualquier rebato le paresció que seria parte para huírsele todos; y luego en sabiéndolo, visto que no tenian fuerza para resistir al enemigo, los que tenían caballo se fueron la vía de Trujillo y otros se acogieron á las naos y se escondieron por los cañaverales y lugares secretes que hallaban, hasta que después supieron de cierto que Gonzalo Pizarro iba prosiguendo su camino, y aun muy de priesa; y luego todos se recogieron á la ciudad, y cada día venia gente huida, y se tenia nuevas de lo que pasaba en el real, y la última fué que Gonzalo Pizarro llevaba gran temor que su misma gente le habia de matar, y ponía grandes guardas en su seguridad y para que no se huyese nadie, y llevaba tendida la bandera de sus armas solamente; porque, desde el dia que se huyeron el licenciado Carvajal y Gabriel de Rójas, no consintieron traer armas reales. Iba matando cada dia y haciendo nuevas crueldades, de lo cual todo Lorenzo de Aldana daba noticia al Presidente por mar y por tierra, avisándole cuanto convenia apresurar su venida, por ir tan de caida el enemigo, que con cualquier novedad se desharia. Y sabida por Lorenzo de Aldana que Gonzalo Pizarro iba ya ochenta leguas desviado de la ciudad de los Reyes, á 9 de septiembre de 547 saltó en tierra con todos sus capitanes y gente de la ciudad, y le salieron á rescebir con gran solemnidad los capitanes y gente de guerra que habia allí puestos en órden; dejó el armada á cargo de Juan Fernandez, alcalde ordinario de la ciudad, con las solemnidades que se requerian; y él repartió la gente por sus compañías, apercibiéndose de todos los pertrechos y armas necesarias; donde le dejarémos por contar lo que en este tiempo sucedió en el real de Juan de Acosta.
CAPITULO XVIII.
Cómo Gonzalo Pizarro envió á mandar á Juan de Acosta que se fuese á juntar con él, y de la gente que se le huyo, y el castigo que sobre ello hizo, y cómo fué al Cuzco, y de ahí á Arequipa, donde se juntó con Gonzalo Pizarro.
Juan de Acosta salió de la ciudad de los Reyes (como tenemos contado), caminando por la sierra la via del Cuzco con trecientos hombres bien aderezados, hasta que en el camino supo la venida de Gonzalo Pizarro de los Reyes, y luego envió á fray Pedro, fraile de la Merced, para que le enviase á mandar con él lo que convenia hacer, y con el mismo fraile Gonzalo Pizarro le envió órden para que viniese á juntarse con él por cierta parte que le paresció conveniente; y llegado fray Pedro á Juan de Acosta, le dió el recado que llevaba juntamente con un Gonzalo Muñoz, y le hicieron relacion de todo lo que habia pasado en el real de Gonzalo Pizarro, y de la Mucha gente que se le habia huido; de lo cual todo no tenia noticia Juan de Acosta, y aunque lo sabían algunos soldados por cartas que los indios habian echado en el campo, no lo osaban comunicar unos con otros; y encargaron los mensajeros á Juan de Acosta que tuviese secreto hasta juntarse con Gonzalo Pizarro; y así, comenzó á publicar nuevas que dijo haberle traido fray Pedro, fingiendo sucesos prósperos de Gonzalo Pizarro y de la gente que se le juntaba, y que habia enviado personas de quien él se fiaba, para que, fingiendo que se huían y iban descontentos, se alzasen con la armada de Lorenzo Aldana; pero no pudo encubrirse tanto la verdad, que no viniese noticia de Paez de Sotomayor, maestre de campo, y del capitan Martin Dolmos; y sabido por ellos, determinaron cada uno por sí de matar á Juan de Acosta, sin osarse declarar el uno al otro hasta que por ciertos términos vinieron á entenderse; y comunicando entre ellos, dieron parte á algunos soldados de quien se fiaban, y á la hora concertada que habian de ejecutar su determinacion supo Sotomayor que Juan de Acosta estaba en su toldo hablando en secreto con dos capitanes suyos, llamado el uno Diego Gil y el otro Martin de Almendras, y que tenia doblada gente de guardia que solía; lo cual le dió ocasion de creer que hubiese venido su concierto á noticia de Juan de Acosta, por haberse comunicado con tantos; y temiéndose de lo que podria suceder, se puso á caballo con sus armas, y avisó á mucha priesa á todos los del concierto y los hizo cabalgar, y á vista de todos salieron del real hasta treinta y cinco personas, los principales de los cuales eran Paez de Sotomayor y Martín Dolmos y Martin de Alarcon , alferez general, Hernando de Albarado y Alonso Rengel y Antonio de Avila y Garcia Gutierrez y Martin Monje, y todas las demás personas señaladas y prácticas en la tierra, y así caminaron la via de Guamanga. Y viéndoles ir Juan de Acosta, envió tras ellos sesenta arcabuceros de caballo, los cuales, no pudiéndoles alcanzar, se volvieron, y Juan de Acosta hizo informacion, y ahorcó algunos que entendió que sabian del negocio, y otros prendió y con otros disimuló; y desta manera caminó la via del Cuzco, matando siempre en el campo algunos de quien tenia sospecha y á otros que se querían huir; y llegado al Cuzco, quitó las varas de la justicia que estaban puestas por Diego Centeno, y dejó allí por alcalde á Juan Vazquez de Tapia con el recado que le pareció necesario, y continuó su camino la via de Arequipa para se juntar con Gonzalo Pizarro, y entre tanto se le huyeron otros treinta hombres dos á dos y tres á tres, se¬gun les daba lugar la ocasion, y todos se vinieron á la ciudad de los Reyes á juntar con Lorenzo de Aldana. Llegado Juan de Acosta doce leguas del Cuzco, se le huyó Martin de Almendras con veinte hombres de los mejores que él llevaba, y tornando ál Cuzco con ellos y con la gente que allí quedó, fué parte para quitar las varas á los alcaldes á quien las habia dado Juan de Acosta, y envió preso al uno dellos á la ciudad de los Reyes, y puso alcaldes por su majestad. Y viendo Juan de Acosta cuánto se le disminuía cada dia su gente, tuvo por el mejor remedio alargar las jornadas y ir tan de priesa, que se entendía bien que lo hacia mas por asegurar su vida que no porque cumpliese á la negociacion; y así, llegó á Arequipa con solos cien hombres, de trecientos que había sacado de los Reyes; y halló allí á Gonzalo Pizarro con dócientos y cincuenta, con haber tenido pocos días antes en la ciudad de los Reyes, sin otros muchos que tenia derramados por el reino con diversos capitanes, mil y quinientos hombres; y estaba indeterminable en lo que haria, porque para esperar no le parecia bastante fuerza, y para huir ó esconderse era demasiada. Y así, quedará por contar lo que Diego Centeno hizo después que salió del Cuzco.
CAPITULO XIX.
De como Diego Centeno se juntó con el capitan Mendoza,
y lo que sobre ello sucedió.
Estando Diego Centeno en el Collao esperando la respuesta de la embajada que habia enviado, al capitan Alon¬so de Mendoza con Pedro Gonzalez de Zárate, maestreescuela del Cuzco, y habiendo rescebido los despachos del Presidente, los cuales Lorenzo de Aldana le habia encaminado, tuvo nuevas de todo lo que en la ciudad de los Reyes habia sucedido, y de la huida de Gonzalo Pizarro, y cómo se le habia juntado Juan de Acosta, y lo uno y lo otro envió de nuevo á hacer saber á Alonso de Mendoza con Luis García de San Mames, vecino del Cuzco, declarandole particularmente los poderes y des-pachos que el Presidente traía, y cómo, vistos aquellos, y que la voluntad de su majestad era que Gonzalo Pizarro no gobernase en el Perú, los mas caballeros y personas señaladas que con él andaban le habian desamparado, trayéndole á memoria las grandes tiranías y robos y muertes que Gonzalo Pizarro habia hecho, y sobre todo, haberse declarado contra su rey y señor na¬tural, no obedesciendo sus provisiones ni admitiendo la persona que enviaba á gobernar; y que mirase que lo que hasta entonces se habia hecho podía tener algun color, y de allí adelante ninguna cubierta se le podia dar sin caer en gran infamia y renombre de traidor siguiendo á Gonzalo Pizarro y á su dañada intencion, y no habia para qué traer á memoria ni tener cuenta con las diferencias pasadas que habian acontescido en tiempo del capitan Carvajal y Alonso de Toro, porque todos los rencores y pasiones privadas se habian de olvidar por hacer un tan señalado servicio á su majestad como se esperaba. Y con esta embajada, y con la buena intencion que ya don Alonso de Mendoza traia de seguir el nombre de su majestad (aunque no venia determinado á qué parte habia de acudir), luego alzó bandera por su majestad, y se hicieron capitulacio¬nes entre él y Diego Centeno en tal manera, que cada uno se quedase por general de su gente. Y con esta confederacion salió Alonso de Mendoza de la villa de Plata con su gente, y por sus jornadas se vino á juntar con Diego Centeno; en la cual junta de la una y de la otra parte se hicieron grandes alegrías. Viéndose con tanta pujanza, que tenian mas de mil hombres, acor¬daron ir á buscar á Pizarro y tomarle cierto paso para que no se pudiese huir, porque no les convenia pasar adelante porque había falta de comida y por otros incon¬venientes. Y en esta sazon acontesció que ya casi todos los lugares del Perú, de la ciudad de los Reyes para abajo, habian alzado banderas por su majestad, porque el capitan Juan Dolmos, que era teniente de Puer¬to-Viejo por Gonzalo Pizarro, al tiempo que vió pasar los navíos de Lorenzo de Aldana por el puerto de Manta, que es el puerto de aquella provincia, por una parte envió dello relacion á Gonzalo Pizarro con gran priesa, diciéndole que le parescia mal no haber surgido en el puerto, y que temia no viniesen de guerra, y por otra parte envió una balsa con ciertos indios á saber de los capitanes de los navíos la razon de su venida, los cua¬les fueron y trajeron la relacion de todo con cartas de Lorenzo de Aldana aconsejándole lo que habia de hacer; las cuales Juan Dolmos envió al pueblo de Santiago de Guayaquil (que comunmente llaman la Culata), á Gomez Estacio, que allí era teniente por Gonzalo Pizarro, ha¬ciéndole saber que su majestad no era servido que Gon¬zalo Pizarro gobernase, y que enviaba á ello al Presi¬dente; por tanto, que le parescia que todos le debian acudir. Estacio le respondió que cuando viniese per¬sónalmente la persona que su majestad enviaba él acu¬diría; pero que entre tanto no entendia hacer novedad, sino que cada uno se estuviese en su gobernacion. Oido esto, Juan Dolmos fué con siete ó ocho amigos á ver á Gomez Estacio, so color de tratar con él en presencia el negocio; y estando un dia descui¬dado, le dió de puñaladas y alzó bandera por su ma¬jestad en ambos pueblos. «Llegadas estas nuevas á la ciudad de Quito, y sabido por Pedro de Puelles, que allí era gobernador, la entrega de la armada y lo demás que habia sucedido, se comenzó á poner á recado, y Juan Dolmos le envio al capitan Diego de Urbina, persuadiéndole que se redujese al servicio de su majes¬tad; Pedro de Puelles le respondió que, certificándose él que su majestad mandaba que Gonzalo Pizarro no gobernase, y viendo presente la persona que enviaba para ello, estaba presto de le acudir; y pocos días des¬pués de ser vuelto Diego de Urbina con esta respuesta, Rodrigo de Salazar, natural de Toledo, de quien Pe¬dro de Puelles hacia gran confianza, concertándose con ciertos soldados amigos suyos, una mañana le dio, de puñaladas y alzó bandera por su majestad; y sacando de la ciudad trecientos hombres de guerra, se vino la vuelta del puerto de Túmbez en busca del Presidente; por manera que ya no habia en toda la provincia lugar ninguno que no tuviese la voz de su majestad antes que el Presidente llegase á la tierra.

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CENTRO DE ESTUDIOS Y DIFUSIÓN DE LA CULTURA ANDINA
BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

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LIBRO SETIMO
QUE TRATA DE LA LLEGADA DEL PRESIDENTE Á LA PROVINCIA DEL PERÚ, Y DE LO QUE HIZO
HASTA EL VENCIMIENTO DE GONZALO PIZARRO Y DEJAR PACIFICA LA TIERRA.
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CAPITULO PRIMERO.
Cómo el Presidiste llegó al puerto de Túmbes y de allí prosiguió por la sierra contra Gonzalo Pizarro.
En este tiempo el Presidente se embarcó en Panamá con el resto de su ejército, habiéndose proveido con gran diligencia de todo lo necesario para su armada, así de comida como de armas y otras cosas necesarias, y llevando consigo hasta quinientos hombres, aportó con buen tiempo al puerto de Túmbez, quedándosele un solo navío, de que iba por capitan don Pedro de Cabrera, que por no ser tan buen velero, no pudo tomar la costa del Perú y decayó al puerto de la Buenaventura, y después por tierra alcanzó al Presidente, á quien, en saltando en tierra, todos escribieron ofreciéndose á su servicio, y dándole cada uno los avisos y medios que le parescian mas convenientes para el buen suceso del negocio y á todo respondía el Presidente con mucha gracia; y de todas partes le acudia tanta gente; que le paresció bastante, sin que de otras provincias le viniese ningun socorro y así, proveyó luego navíos á la Nueva-España y Guatimala y Nicaragua y Santo Domingo, dando relacion del estado de los negocios, y cómo no habia necesidad que viniesen los socorros que él habia enviado á pedir creyendo que serian necesarios. Y hecho esto, proveyó que Pedro Alonso de Hinojosa, su general, caminase con la gente hasta juntarse con los capitanes y ejército que residia en Caxamalca, para que de todos se hiciese un cuerpo; y Pablo de Meneses fué con el armada por mar, y el Presidente, con la gente que le paresció necesaria, continuó su camino por los llanos hasta llegar á la ciudad de Trujillo, donde de todas partes halló nuevas de lo sucedido; y teniendo intento de no entrar en la ciudad de los Reyes hasta dar fin en su jornada, determinó que toda la gente del reino que estaba por su majestad se fuese á juntar con él al valle de Jauja, que era sitio conveniente para desde él esperar y acometer los enemigos, y donde habia abundancia de comida. Y así, envió á mandar á Lorenzo de Aldana y á todos los que con él estaban en los Reyes, que se fuesen á Jauja, donde los esperaria; y él se subió por la sierra, y juntándose con su campo, de que ya estaba poderado su general Hinojosa, caminó con mas de mil hombres que en él habia la via de Jauja con gran placer y contentamiento de todos, esperando verse presto libres de la tiranía de Pizarro, porque aun los mas principales que le siguieron en los principios de su tiranía estaban tan escandalizados de ver muertos mas de quinientos hombres principales á horca y cuchillo; que no tenian una hora de seguridad en sin vidas.
CAPITULO II.
De lo que hizo Pizarro sabida la junta de Diego Centeno y Alonso de Mendoza.
Ya se dijo arriba cómo llegando Gonzalo Pizarro á fa villa de Arequipa, la halló despoblada, porque toda la gente della se fué á juntar con el capitan Diego Centeno después de la última entrada que hizo en el Cuzco, y allí procuró Gonzalo Pizarro de saber nuevas de todo lo que pasaba, y supo cómo Diego Centeno estaba en el Collao, cerca de la laguna de Titicaca, y se habia confederado y juntado con Alonso de Mendoza, por manera que con toda la gente del Cuzco y de los Charcas y Arequipa le estaban guardando el paso con cerca de mil hombres y así, se detuvo Gonzalo Pizarro cerca de veinte dias, esperando al capitan Juan de Acosta con la gente que traía, hasta que llegó con ciento y ochenta hombres, porque los demás se le huyeron en el camino, y otros muchos ahorcó. Y llegado Gonzalo Pizarro, hizo reseña de toda su gente, y halló que tenia quinientos hombres, y escribió al capitan Diego Centeno dándole relacion de todo lo sucedido, encareciéndole las buenas obras que le habia hecho, especialmente cómo al tiempo que mató á Gaspar Rodriguez y Felipe Gutierrez le halló á él en la misma culpa y le perdonó, contra parecer de todos sus capitanes; y que él le haria todo el partido que quisiese porque se viniese á juntar con él, y que le perdonaría lo pasado, atento que Lope de Mendoza y otros que habian sido la causa dello habian pagado su yerro. Y con estos despachos envió á un Francisco Voso, el cual los dió á Diego Centeno y se ofresció á servirle, y le avisó cómo Diego Alvarez, su alférez, se carteaba con Gonzalo Pizarro, al cual Diego Centeno dejó de castigar porque ya en aquella sazon el mismo Diego Alvarez lo habia descubierto á Diego Centeno, diciendo que lo habia hecho por otros fines; y así, Diego Centeno respondió á las cartas de Gonzalo Pizarro con gran comedimiento, agradeciéndole sus ofrescimientos, y reconosciendo las buenas obras que dél habia recebido, y diciendo que pensaría satisfacerle de todas con aconsejarle y pedirle por merced considerase el estado de los negocios y la gran merced que su majestad hacia á él y á todos en perdonarles lo pasado, y que si quisiese venir á juntarse con él y reducirse al servicio de su majestad le seria buen intercesor con el Presidente para que le hiciese los mejores y mas honrados partidos que hubiese lugar, sin que peligrase su persona ni hacienda; certificándole que si el negocio tocara á otro cualquiera que no fuera su majestad, ningun mejor amigo ni ayudador hallara que á él; y otras cosas y cumplimientos desta calidad; y con este despacho Francisco Voso se volvió al real de Gonzalo Pizarro, y le salió al camino el capitán Carvajal, y se informó de todo lo que habia pasado, y le mandó que no dijese que tenia Diego Centeno mas de setecientos hombres y llevándole al real, sabida por Gonzalo Pizarro la determinacion de Diego Centeno, sin querer leer las cartas, las quemó públicamente, y luego determinó partirse con toda su gente la via de los Charcas; unos decian que con voluntad de excusar la batalla si Diego Centeno le dejába pasar, y otros afirmaban que siempre llevó determinacion de romper con él y así, se fué derecho adonde estaban Diego Centeno y Alonso de Mendoza, llevando siempre el avanguardia el capitan Carvajal, que ahorcó mas de veinte hombres que topó en el camino, y entre ellos un clérigo de misa llamado Pantaléon, porque habia llevado ciertas cartas de Diego Centeno, al cual ahorcó con un breviario al cuello y unas escribanias al pescuezo; y así caminaron hasta que juéves, que se contaron 19 de octubre del año 47, se toparon los corredores de ambos campos y se hablaron, y volvió cada uno á dar nueva á su general, y Gonzalo Pizarro envió de nuevo un capellan suyo á requerir á Diego Centeno que lo dejase pasar y no lo necesitase á dar batalla, protestándole todo el daño que en ella sucediese; al cual capellan el obispo del Cuzco, que estaba en el campo de Diego Centeno, mandó prender y llevar á su toldo. Y Diego Centeno proveyó que su campo durmiese aquella noche en escuadron, caso que él habia mas de un mes que estaba muy malo de calenturas y sangrado seis veces de forma que ninguno pensó que escapara, y por esta causa se quedó en el toldo, y aquella noche se determinó en el real de Gonzalo Pizarro que Juan de Acosta fuese con veinte hombres muy encubiertamente rodeando hasta meterse en los toldos de Diego Centeno, de donde estaba algo desviado el escuadron, porque ya tenían noticia de Diego Centeno que estaba mal dispuesto y se quedaba en la cama; y así, se hizo con tanto tiempo, que tomó los centinelas primero que fuese sentido; y llegando á los toldos, unos negros que los vieron dieron arma, y Juan de Acosta entonces mandó disparar los arcabuces, lo cual puso tan grande alboroto en el real, que muchos del escuadron acudieron á los toldos, y otros de la gente de Valdivia huyeron, dejando las picas y al fin, Juan de Acósta se escapó sin perder ninguno de los suyos, y se tornó al real. Otro dia de mañana salieron los corredores de entrambas partes, y los reales se pusieron á vista. El capitan Diego Centeno llevaba poco menos de mil hombres, y entre ellos decientes de caballo y ciento y cincuenta arcabuceros, y los demás piqueros. Iba por maestre de campo Luis de Ribera, y por capitanes de caballo Pedro de los Rios y Hierónimo de Villegas y Pedro de Ulloa, y por alférez general Diego Alvarez, y por capitanes de infantería Juan de Várgas y Francisco Retamoso, y el capitan Negral y el capitán Pantoja y Diego Lopez de Zúñiga; y por sargento mayor á Luis García de San Mames. Gonzalo Pizarro llevó por maestre de campo á Francisco de Carvajal, y por capitanes de gente de caballo al licenciado Cepeda y Juan Vélez de Guevara, y por capitanes de infantería á Juan de Acosta y á Hernando Báchicao y á Juan de la Torre. Llevaba trecientos arcabuceros muy diestros y ochenta de caballo, y los demás, hasta cumplimiento de quinientos hombres, eran piqueros.
CAPITULO III.
Del rompimiento de la batalla que se dió entre Gonzalo Pizarro y Diego Centeno y sus campos, que comunmente se llama la de Guarima.
Desta manera se fué juntando el un ejército al otro con buena órden, con gran música que Gonzalo Pizarro llevaba de trompetas y ministriles altos, hasta que habia seiscientos pasos de distancia, y entonces el capitan Carvajal mandó hacer alto á su gente, y la de Diego Centeno marchó otros cien pasos adelante, y tambien hizo alto. Y luego del real de Gonzalo Pizarro salieron cuarenta arcabuceros sobresalientes, y se sacaron del cuerpo del ejército dos mangas de cada cuarenta arcabuceros á la una banda y á la otra; Gonzalo Pizarro se puso entre la infantería y la gente de caballo. Del real de Diego Centeno salieron treinta arcabuceros sobresalientes, y empezaron á escaramuzar los unos con los otros. Y viendo Carvajal que el campo de Diego Centeno estaba parado, pretendiendo sacarle de paso, mandó que su gente marchase diez pasos adelante con grande espacio; lo cual viendo los de Diego Centeno, hubo algunos dellos que dijeron que ganaban con ellas honra sus enemigos; y comenzaron todos á marchar, y el campo de Gonzalo Pizarro se paró. Y viendo venir los contrarios al capitan Carvajal, mandó disparar algunos pacos arcabuces para provocar al enemigo que disparase de golpe, como lo hizo; y la infantería de Centeno comenzo á marchar á paso largo caladas las picas y á disparar segunda vez los arcabuceros sin hacer ningun daño, porque habia trecientos pasos de distancia. Carvajal no pérmitió que ningun arcabucero suyo disparase hasta que tuvo los contrarios poco mas de cien pasos de sí, que mandó disparar la artillería; y los arcabuceros, que eran muchos y muy diestros, de la primera ruciada mataron mas de ciento y cincuenta hombres, y entre ellos dos capitanes; dé suerte que se comenzó á abrir el escuadron, y de la segunda vez se desbarató de todo punto y comenzaron á huir sin órden, sin que aprovechasen las voces que el capitan Retamoso daba desde el suelo, donde estaba herido con dos arcabuces; y viendo la gente de caballo el desbarate de la infantería, arremetió con sus contrarios, en los cuales hicie- ron mucho daño, y mataron el caballo á Gonzalo Pizarro, y á él derribaron en el suelo, sin hacerle otro daño; y Pedro de los Rios y Pedro Ulloa, que estaban determinados de arremeter con su gente á la infantería, rodearon al ejército por tomar por un lado el escuadron, y dieron en una de las mangas de los arcabuceros, donde rescibieron mucho daño, que de los primeros tiros fué muerto Pedro de los Rios y algunos de los suyos. Y viendo los que quedaron en pié desbaratada la infantería, y casi tambien la gente de caballo, huyeron todos, cada uno por do mejor podia. Pizarro caminó con buena órden hasta los toldos de Centeno, matando en el camino cuantos toparon; y tambien de la gente de Centeno que hu¬yó dieron muchos en el real de Gonzalo Pizarro, el cual hallaron tan solo, que seguramente podían tomar los caballos y mulas que allí habían dejado los soldados de la infanteria, y huir en ellos, robando el oro y plata que allí hallaron. El capitan Hernando Bachicao, al tiempo que los de caballo rompieron, viendo los suyos desbaratados, huyó hácia la parte de Diego Centeno, creyendo que estaria por él la victoria; lo cual no pudo ser tan secreto, que no lo supiese el capitan Carvajal, y topando con él, le ahorcó, llamándole compadre, porque en la verdad lo era, y otras palabras de burla. Diego Centeno, al tiempo que se dió la batalla, estaba fuera de ella en una hamaca, que lo llevaban seis indios muy enfermo y casi sin ningun sentido, y en el rompimiento se escapó por la buena di¬ligencia que sus amigos en ello pusieron. Y así se fene¬ció este recuentro tan sangriento, que de parte de Diego Centeno murieron mas de trescientos y cincuenta hom¬bres, con treinta que el capitan Carvajal justició des¬pués del vencimiento, y entre ellos á fray Gonzalo; fraile de la Merced, que era sacerdote, y otros principa¬les. Murió el maestre de campo Luis de Ribera y los ca¬pitanes Retamoso y Diego Lopez de Zúñiga, y Negral y Pantoja, y Diego Alvarez y otros muchos soldados. De parte de Gonzalo Pizarro murieron hasta cien hombres. El capitan Carvajal, con ciertos de caballo, fué algunas jornadas la via del Cuzco en seguimiento de los que huian, especialmente si podia alcanzar al obispo del Cuz¬co, de quien tenia muy gran queja porque habia ido con Diego Centeno y hallándose personalmente en la ba¬talla; y no lo pudiendo alcanzar, ahorcó á muchos que topó en el camino, y entre ellos á un hermano del obis¬po y á un fraile de santo Domingo, su compañero; y así, se volvió, y Gonzalo Pizarro repartió la tierra entre sus soldados, prometiéndoles que todo habia de ser para ellos; y mandó recoger y curar los heridos y enterrar algunos de los muertos; y proveyó que Dio¬nisio de Bobadilla fuese con alguna gente á la villa de Plata y á las minas á coger todo el oro y plata que ha¬llase, y Diego de Carvajal, á quien llamaban el Ga¬lan, fué á Arequipa á lo mismo; y Juan de la Torre fué al Cuzco, donde fueron justiciados Juan Vazquez de Ta¬pia, que era alcalde ordinario, y el licenciado Martel. Y tambien mandó que todos los que hubiesen sido soldados de Diego Centeno se viniesen á sentar por lista en sus banderas, so pena de muerte, y perdonólos todo lo pasado, sino fué á las personas que habían hecho co¬sas señaladas en servicio de su majestad; envió á Pedro de Bustincia con cierta gente que fuese á tomar los caciques de Andaguailas y otros comarcanos para que proveyesen de comida el campo; y pocos dias después Gonzalo Pizarro se vino al Cuzco con mas de cuatrocientos hombres, donde se comenzó á apercebir de todo lo necesario, habiendo él y su gente cobrado grande áni¬mo y soberbia con el vencimiento de la batalla de Gua¬rina por haber sido con tanta ventaja y muertes de sus contrarios, siendo el número de la gente desigual.
CAPITULO IV.
Cómo el Presidente juntó su gente en el valle de Jauja, y de lo demás que allí proveyó.
Ya se ha contado arriba cómo el Presidente, no queriendo entrar en la ciudad de los Reyes, caminó por la sierra la via del valle de Jauja, llevando consigo la gente que habia traido de Tierra-Firme y la que los capi¬tanes Diego de Mora y Gomez de Albarado y, Juan de Saavedra y Porcel y los demás tenían junta en Caxamalca, y enviando á mandar al capitan Salazar, que estaba en Quito, que caminase con la suya hasta se juntar con él; proveyendo, demás desto, que el capitan Loren¬zo de Aldana con la gente de su armada y de la ciudad de los Reyes saliese en su rastro. Desta manera llegó al valle de Jauja con hasta cien hombres, y fué el pri¬mero que entró en él, y comenzó á percebirse de todas las cosas necesarias, así de municiones como de man¬tenimientos, de que hay abundancia en aquella tierra (como hemos dicho), y el mismo dia que llegó se jun¬taron con él el licenciado Carvajal y Gabriel de Rójas, y luego vinieron Hernán Mejía de Guzman y Juan Alon¬so Palomino con sus compañías, dejando en los Reyes por justicia mayor al capitan Lorenzo de Aldana con la gente de su compañía, por la necesidad que habia de tener seguro aquel pueblo y puerto para todos los fi¬nes y así, en poco tiempo se juntaron en aquel valle mas de mil y quinientos hombres; y el Presidente po¬nia gran diligencia en juntar fraguas y herreros, y ha¬cer nuevos arcabuces y aderezar los que estaban hechos, y cortar picas y proveerse de todos géneros de armas; en lo cual entendia con tanta destreza como si toda su vida se hubiera criado en ello, poniendo gran solicitud en visitar el campo y las obras que en él se ha-cian, y en curar los soldados enfermos; tanto, que parecia cosa imposible bastar un solo hombre á tantas co¬sas; con lo cual cobró en poco tiempo el amor de toda la gente. Y en este tiempo le vinieron nuevas del desba¬rato de Diego Centeno, lo cual sintió mucho, aunque en lo público mostraba no tenerlo en nada, con grande ánimo, y todos los de su campo esperaban lo contrario de lo que sucedió; tanto, que muchas veces habian sido de parescer que el Presidente no juntase ejército, porque solo el de Diego Centeno bastaba á desbaratar á Gon¬zalo Pizarro. Y luego proveyó que los capitanes Lope Martin y Mercadillo fuesen con cincuenta hombres á la villa de Guamanga, que está treinta leguas mas adelan¬te, para tomar los caminos y saber lo que hacia el enemigo y recoger la gente que se viniese huyendo del Cuzco; y avínoles tambien que, teniendo noticia Lope Martín que Pedro de Bustincia estaba en Andaguailas haciendo lo que arriba tenemos dicho, se adelantó con quince arcabuceros, y dió una noche sobre él, y le pren¬dió y ahorcó algunos de los que con él iban, y tornóse á Guamanga, y juntó consigo todos los caciques de la comarca; y tuvieron formas para avisar por todas partes de la venida del Presidente, el cual en Jauja comenzó á ordenar su campo, y proveyó que el mariscal Alonso de Albarado fuese á la ciudad de los Reyes á traer la gente que allí habia, y algunas piezas de artillería de las de la armada, y ropa y dineros para algunos soldados; lo cual todo se efectuó en breve tiempo, y fué ordenado el campo en esta forma: Pedro Alonso de Hinojosa quedó por general, segun y de la manera que lo era al tiempo que entregó la armada en Panamá. El mariscal Alonso de Albarado fué nombrado por maestre de campo, y el licenciado Benito de Carvajal por alférez general, y Pe¬dro de Villavicencio por sargento mayor. Y por capitanes de gente de caballo don Pedro de Cabrera y Gomez de Albarado, y Juan de Saavedra y Diego de Mora, y Francisco Hernandez y Rodrigo de Salazar y Alonso de Mendoza; por capitanes de infantería á don Baltasar de Castilla, Pablo de Meneses, Hernan Mejía de Guzman y Juan Alonso de Palomino, Gomez de Solís, Francisco Mosquera, don Hernando de Cárdenas, el ade¬lantado Andagoya, Francisco Dolmos, Gomez Darias, el capitan Porcel, el capitan Pardaver, el capitan Serna. Nombró por capitan de artillería á Gabriel de Rójas. Tenia consigo al arzobispo de los Reyes y á los obis¬pos del Cuzco y Quito, y al provincial de santo Domingo, fray Tomás de San Martin, y al provincial de la órden de la Merced, y á otros muchos religiosos, clérigos y frailes. En la última reseña que mandó ha¬cer halló que tenia setecientos arcabuceros y quinien¬tos piqueros y cuatrocientos de caballo, caso que desde entonces hasta que llegó á Xaquixaguana se reco¬gieron hasta llegar á número de mil y novecientos hom¬bres; y así, salió el campo de Jauja á 29 de diciembre del año de 47, caminando en buena órden la via del Cuz¬co, para tentar por dónde habria menos peligro de pa¬sar el rio de Avancay.
CAPITULO V.
De cómo llegó Pedro de Valdivia al real del Presidente, y con él
otros capitanes.
Habiendo salido el Presidente del valle de Jauja, lle¬gó á su campo el capitan Pedro de Valdivia, que, como arriba está dicho, era gobernador en la provincia de Chili, y habia venido de allá por mar, para desem¬barcar en la ciudad de los Reyes, para llevar gente y municion y ropa con que se acabase de hacer la conquista de aquella tierra. Y como desembarcando supo el es¬tado de los negocios, se aderezó él y los que con él venian, porque traian muy gran abundancia de dineros, y se fué en rastro del Presidente hasta se juntar con él, lo cual se tuvo á buena dicha, porque aunque con el Presidente estaba gente y capitanes muy experimentados, ninguno había en la tierra que fuese tan práctico y diestro en las cosas de la guerra como Valdivia, ni que así se pudiese igualar con la destreza y ardides del capitan Francisco de Carvajal, por cuyo gobierno y industria se habian vencido tantas batallas por Gonzalo Pizarro, especialmente la que dió en Guarina contra Diego Cen¬teno, cuya victoria se atribuyó por todos al conocimien¬to de la guerra que Francisco de Carvajal tenia; por lo cual todo el campo del Presidente estaban atemorizados, y cobraron grande ánimo con la venida de Valdi¬via. Tambien llegó en aquella coyuntura el capitan Die¬go Centeno, con mas de treinta de á caballo que con él escaparon de la rota de Guarina; y así, continúaron su camino padeciendo gran necesidad de comida, hasta llegar á Andaguairas, donde el Presidente se detuvo mucha parte del invierno, que fué de muchas y mas recias aguas, que de dia ni de noche no cesaba de llover; tanto, que los toldos se pudrian por no haber lugar de enjugarse, y por estar el maíz que comían tierno con la mu¬cha humedad, adolescieron muchos, y algunos murieron del flujo del vientre, caso que el Presidente tenia es¬pecial cuidado de hacer curar los enfermos por medio de fray Francisco de la Rocha, fraile de la órden de la Santísima Trinidad, que tenia cargo y por copia mas de cuatrocientos dellos, y los proveia de médicos y medecinas, como si, estuvieran en un lugar muy bueno y bien proveido y poblado, y por su buena diligencia convalescieron casi todos; y allí estuvo el campo hasta que llegaron Valdivia y Centeno, como está dicho, en cuya venida se hicieron grandes fiestas y juegos de cañas y corrieron sortija, y de ahí adelante Valdivia co¬menzó á entender en los negocios de la guerra, juntamente con el mariscal Alonso de Albarado y el general Hinojosa y cuando se reconosció la primavera y comenzaron á cesar las aguas, partió el campo de Andaguairas, y fué asentar en la puente de Avancay, que es¬tá veinte leguas del Cuzco, donde estuvo aguardando hasta que en el río de Apurima, que es doce leguas del Cuzco, se hiciesen puentes para poder pasar. Los ene-migos tenían quebradas todas las puentes de aquel rio, de forma que parescia imposible poderle pasar si no ro¬deaban mas de setenta leguas; y así, paresció de menos inconveniente procurar de hacer las puentes; y para desvelar el Presidente los enemigos, y que no supiesen dónde habian de acudir á resistir los reparos; mandó traer materiales á tres lugares para reedificar las puentes, la una que estaba en el camino real, y la otra en el valle de Cotabamba, que era doce leguas mas arriba, y la otra en unos pueblos de don Pedro Portocarrero, que era mucho mas arriba, donde el mismo don Pedro estaba guardando el paso concierta gente; y hacíanse desta parte del rio las maromas y criznejas de que tenemos dicho arriba, en el primer libro, que se cuajan las puentes del Perú, para que cuando estuviese el campo junto, las ayudasen á echar sobre las vigas y estantes, porque de otra manera Gonzalo Pizarro y su gente defendieran el reparo; y por no saber adónde acudir á la defensa estuvieron confusos, sin tener guar¬nicion en ninguna parte, sino espías que viniesen á dar aviso dónde se comenzaba la obra para acudir luego allí á la defensa; y túvose tan secreto el lugar por donde habian de pasar, que ninguno del campo lo supo sino el Presidente y los que con él entraban en el consejo de la guerra. Y después que los materiales estuvieron hechos y aparejados, caminó el campo la via de Cotabamba, que era por donde se habia de pasar el rio, aunque en el camino habia tan malos pasos y sierras neva¬das, que algunos capitanes lo contradecian, teniendo por mas seguro ir á pasar cincuenta leguas mas arriba, aunque el capitan Lope Martin, que guardaba el paso, decia que por allí en Cotabamba era mas seguro el paso. Y en esta diferencia el Presidente envió á dar vista á los capitanes Valdivia y Gabriel de Rójas y Diego de Mora y Francisco Hernandez Aldana; y traída la relacion de lo que había, y cómo era lo menos peligroso pasar por allí, se dió gran priesa el campo; y cuando Lope Martin supo que llegaba cerca, con algunos españoles y indios que consigo tenia comenzó á echar las crizneías de la otra parte, y cuando tuvieron atadas tres dellas, llegaron los espías de Gonzalo Pizarro, y sin tener resistencia cortaron las dos. Cuando esta nueva llegó al Presidente y á todo el campo, hubo gran pesar dello, porque se tuvo por cierto que los de Pizarro defende¬rian el paso; y así, el Presidente; llevando consigo al Ar-zobispo y á su general y á Alonso de Albarado y á Val¬divia y á ciertos capitanes de infantería, se adelantó á gran priesa hasta llegar á la puente, y dióse órden có¬mo pasaron en balsas ciertos capitanes de infanatería con harto peligro, así de la furia del agua como de los enemigos que se creia estar aguardando de la otra par¬te; y uno de los primeros que pasaron fué el licenciado Polo Hondegardo, y tras él comenzaron á pasar soldados y otra gente de escuadren; en lo cual se puso tanta diligencia, que aquel día pasaron mas de cuatrocientos hombres, llevando los caballos á nado, encima dellos atadas sus armas y arcabuces, caso que se perdieron mas de sesenta caballos, que con la corriente grande se desataron, y luego daban en unas peñas donde se ha¬cian pedazos sin darles lugar el ímpetu del rio á que pu¬diesen nadar, y en comenzando á pasar la gente, las es¬pías de Pizarro le fueron á dar mandado dello, y él en¬vió al capitan Juan de Acosta con hasta docientos arca¬buceros de caballo, para que matasen á todos cuantos hubiesen pasado el rio, excepto los que nuevamente, hubiesen ido de Castilla. Lo cual entendiendo los pocos, que á la sazon habian pasado, tomaron un recuesto y hicieron subir en los caballos que consigo tenian indios y negros, porque casi, todos los caballos eran ya pasa¬dos, por hallarse mas desembarazados á la mañana; y dándoles las lanzas, hicieron un buen escuadron, cu¬briendo las haces de las primeras hileras con los espa¬ñoles; y asi, cuando Juan de Acosta envió á reconoscer la gente creyó que habia número tan desigual, que no los osó acometer y se volvió por mas gente; y entre tan¬to el Presidente hizo pasar todo el campo por la puente, que ya estaba acabada de aderezar, en lo cual se enten¬dió el gran descuido que Gonzalo Pizarro tuvo en no po¬nerse tan cerca, que pudiese estorbar la pasada, porque solos cien hombres que pusiera en cada paso fuera par¬te para defenderlo.
CAPITULO VI.,
De lo que el Presidente hizo después de pasado el rio hasta dar
la batalla.
Habiendo pasado otro dia siguiente todo el resto del ejército del Presidente, sin faltar ninguno, se ordenó que don Juan de Sandoval fuese á descubrir el campo; y viniendo con relacion que Gonzalo Pizarro ni su gen¬te no parescian en tres leguas que habia corrido, el Presidente mandó que el general Hinojosa y Pedro de Valdivia fuesen con ciertas banderas á tomar lo alto de la montaña, que habia mas de legua y media de subida, porque si Gonzalo Pizarro se adelantaba en hacerlo les pudiera hacer gran daño primero que subiesen; y así, subieron. Y en este tiempo Juan de Acosta habia envia¬do á hacer saber á Gonzalo Pizarro lo que pasaba, para que le proveyese de trecientos arcabuceros, que bastarian para desbaratar aquella gente que ya había pasado el rio, antes que todos acabasen de pasar; y al tiempo que Juan de Acosta se volvía, se le huyó un Juan Nuñez de Prado, de Badajoz, y dió aviso de todo lo que pasaba y del socorro que Juan de Acosta esperaba; y creyendo que Gonzalo Pizarro le acudiria con todo su campo, o Presidente, con mas de novecientos hombres de pié y de caballo que ya tenia en la cumbre de la montaña, estuvo en arma toda la noche; y como otro dia le llego á Juan de Acosta el socorro, los corredores del Presi¬dente le vinieron á dar mandado dello, y él proveyó que el Mariscal tornase al rio para hacer subir el artillería y recoger y traer consigo toda la gente; y como antes que el Mariscal volviese asomaron las banderas de Pi¬zarro, el Presidente, con solo novecientos hombres que con él estaban, se puso en órden de batalla para dársela en ocasion; y después cesó de su intento vien¬do que no esperarían la batalla, porque no venian sino solos trecientos arcabuceros de sócorro para Juan de Acosta, el cual se retiró viendo la pujanza de sus con¬trarios, y lo hizo saber á Gonzalo Pizarro; y el Presi¬dente estuvo allí dos ó tres dias hasta que la gente y artillería acabó de subir aquella gran cuesta, y allí le envió Gonzalo Pizarro á requerir con un clérigo que deshiciese el ejército y no hiciese guerra hasta tener nuevo mandado de su majestad; al cual clérigo prendió el obispo del Cuzco; y antes desto habia enviado otro, que de su parte ganase las voluntades del general Hino¬josa y de Alonso de Albarado; y este, lo hizo con mas prudencia, que no quiso volver, antes dejó concertado con un hermano suyo que se huyese tras él, como lo hizo. El Presidente escribió desde allí á Gonzalo Pizar¬ro, como lo habia hecho en todo el camino persua¬diéndole que se redujese á la obediencia de su majestad, y enviándole traslado del perdon, y ordinariamente cuando los corredores salian llevaban despachos y car¬tas para Gonzalo Pizarro, y las daban á sus corredores para que ellos se las entregasen. Y como Gonzalo Pi¬zarro supo que el Presidente habia pasado el rio con su campo y tomado el alto de la sierra, salió del Cuzco con novecientos hombres de pié y de caballo, los quinientos y cincuenta arcabuceros, y con seis piezas de artillería, y vino á sentar el real en Xaquixaguana, que era cinco leguas del Cuzco, en un llano al pié del camino, por donde el real del Presidente habia de bajar de la sierra; y asentó su campo en lugar tan fuerte, que no le po¬dian acometer sino por una pequeña angostura que de¬lante sí tenia; porque á la una parte tenia el rio y la cié¬naga, y por la otra la montaña, y por las espaldas una honda cava quebrada; y desde allí, aquellos dos ó tres dias antes que la batalla se diese, salían siempre ciento ó docientos hombres á trabar escaramuza con otros tantos que salian del campo del Presidente, que iba mar¬chando hasta hallar lugar seguro donde alojarse; y cuando llegó tan cerca que los de Pizarro, que estaban en lo bajo, podian bien ver sus contrarios, que pasaban por lo alto para alojarse mas adelante ó en el paraje que ellos estaban, Gonzalo Pizarro temió que su gente desfallecería viendo tanta ventaja en sus contrarios; por lo cual los mandó poner detrás un cerro que junto á su campo estaba, fingiendo que lo hacia porque, viendo el Presidente el buen aparejo y calidad de la gente que él tenia, no dejase de dar la batalla. Y en habiendo pa¬sado el Presidente y asentado su campo en un llano á la vista de los enemigos, Gonzalo Pizarro sacó toda su gente por sus escuadrones, sacadas sus mangas de ar¬cabuceros y en órden para dar la batalla, y comenzó á disparar el artillería y arcabuceria para que el Presiden¬te le viese y oyese; y aquel dia de entrambos campos hubo espías y corredores, que se topaban unos con otros por la gran niebla que sobrevino. Y el Presidente, caso que vió al enemigo á punto para dar ó esperar la batalla, la quisiera dilatar, creyendo que muchos de sus contrarios se le pasarian habiendo para ello tiempo; pero no le daba lugar el sitio de su alojamiento, por la falta de comida que en él habia, y por el gran hielo y frio, sin que hubiese alguna leña para remediarlo de suerte que no lo podian sufrir; y aun tambien les falta¬ba el agua; de todo lo cual ninguna falta padecia el campo de Gonzalo Pizarro, porque tenian por fuerte el rio y les venia abundancia del Cuzco, y el sitio era muy templado; porque, caso que estaban muy cerca del Presidente, los unos estaban en la sierra y los otros en el valle, como tenemos dicho. Y es tan notable la dife¬rencia que en esto hay en el Perú, que acontesce cada dia hallarse gente en la cumbre de una sierra, donde es tanto el frio y hielo y nieve que cae, que no se puede su¬frir y los que están en el valle, con menos de dos le¬guas de distancia, buscan remedios contra la demasia¬da calor. Y con todo esto, Gonzalo Pizarro y su maestre de campo acordaron aquella noche subir secretamente por tres partes á dar en el campo del Presidente; lo que después dejaron de hacer porque se les huyó un solda¬do llamado Nava, y creyeron que aquel daria noticia del concierto, como lo hizo. Y este Nava y Juan Nuñez de Prado aconsejaron al Presidente que dilatase lo po¬sible el dar de la batalla, porque la gente que andaba con Gonzalo Pizarro de los que escaparon de la rota de Diego Centeno tenian voluntad de le venir á servir en hallando oportunidad. Y así, estuvo el campo toda la noche en arma, desarmadas las tiendas, padesciendo muy gran frío, que no podían tener las lanzas en las ma-nos; y aguardando que amanesciese, y mostrándose el dia á gran priesa, comenzaron á tocar las trompetas y atambores, porque muchos arcabuceros de Gonzalo Pi¬zarro iban buscando camino por una loma para dar en el real, á los cuales salieron al encuentro los capitanes Hernan Mejía y Juan Alonso Palomino con trecientos arcabuceros, y con ellos Pedro de Valdivia y el maris-cal Alonso de Albarado, que fueron dándoles tanta prie¬sa hasta que los hicieron volver. Y entre tanto que pa¬saba esta escaramuza, el Presidente con todo el resto del ejército bajó por detrás de aquella loma encubierto, hácia la parte del Cuzco, caso que para desvelar el ene¬migo hizo muestra que bajaba por aquella loma donde pasaba la escaramuza, con el capitan Pardaver, con treinta arcabuceros y alguna gente de caballo; y cuan¬do Pedro de Valdivia y el Mariscal llegaron al cabo de la loma, llamaron al capitan Gabriel de Rójas para que llevase allí el artillería; el cual la hizo asentar y dispa¬rar, prometiendo á los artilleros que por cada pelota que metiesen en el escuadron de Pizarro les daria quinientos pesos de oro; y se los pagó después á uno que dió en el toldo de Gonzalo Pizarro, que era muy señalado, y le mató dentro un paje; por lo cual les hicieron abatir todas las tiendas, porque les servian de terreros. En este tiempo, de la parte de Gonzalo Pizarro jugaba tambien el artillería, y él tenia sus escuadrones en órden. De caballo iban por capitanes el mismo Gonzalo Pizarro y el licenciado Cepeda y Juan de Acosta, y de in¬fantería el maestre de campo Carvajal y Juan de la Tor¬re, y Diego Guillen y Juan Vélez de Guevara, y Fran¬cisco Maldonado y Sebastian de Vergara, y Pedro de So-ria por capitanes de artillería; y todos los indios que seguian á Gonzalo Pizarro, que eran muchos, se sa¬lieron del escuadron y se pusieron en la ladera de la cuesta.
CAPITULO VII.
De cómo se dio la batalla de Xaquixaguana, y de lo que en ella
acaesció.
En tanto que la artillería de ambos campos dispara¬ba, acabó de bajar al llano todo el campo de su majes¬tad, yendo la gente sin órden, con la mayor priesa que podia, trotando á pié y los caballos de diestro, así porque la aspereza de la tierra no sufria otra cosa, como por excusar el peligro de la artillería que no diese en el escuadron, porque jugaba al descubierto; y así como iban bajando se iban poniendo en órden con sus bande¬ras. Hiciéronse dos escúadrones de caballo y dos de in¬fantería. Del de caballo, que iba á la parte siniestra, eran capitanes Juan de Sayavedra y Diego de Mora y Rodrigo de Salazar y Francisco Hernandez Aldana. En el escuadron de la parte derecha iba el estandarte real, de que era alférez Benito Suarez de Carvajal, y en su guardia iban los capitanes don Pedro de Cabrera y Alonso Mercadillo y Gomez de Albarado. Estos dos es¬cuadrones de caballo llevaban en medio la infantería, aunque iba algo delantera. Eran capitanes el licenciado Ramirez, oidor de los confines, y don Baltasar de Cas¬tilla y Gomez de Solís, y don Hernando de Cárdenas y Pablo de Meneses, y Cristóbal Mosquera y Miguel de la Serna, y Diego de Urbina y Hierónimo de Aliaga, y Martín de Robles y Gomez Darias y Francisco Dolmos, y sin estos escuadrones, iba á la parte diestra, algo mas delantero, el capitan Alonso de Mendoza con su com¬pañía de caballo, por sobresaliente, y con él iba el capi¬tan Centeno con harto deseo de vengar la rota que le sucedió en Guarina. Fué sargento mayor deste campo Pedro de Villavicencio, natural de Jerez de la Fronte¬ra. Iba poniendo en órden la gente Pedro Alonso de Hi¬nojosa, como general della, y con él iba el licenciado Cianca, porque el Presidente y el arzobispo de los Reyes iban algo delanteros hacia la montaña, por donde bajaba el mariscal Alonso de Albarado y Pedro de Val¬divia con el artillería y con los trecientos arcabuceros, de que eran capitanes Hernan Mejía y Juan Alonso Pa¬lomino, los cuales, en bajando á lo llano, hicieron de su gente dos mangas. Hernan Mejía sacó la suya por la parte derecha hácia el rio, y con él se puso el capitan Pardaver, y hácia la parte izquierda de la montaña sacó su manga Juan Alonso Palomino, y cuando el artillería iba bajando se pasó del campo de Gonzalo Pizarro al del Presidente el licenciado Cepeda, oidor que habia sido del audiencia real, y Garcilaso de la Vega y Alonso de Piedrahita y otros muchos caballeros y soldados, en alcance de los cuales salió Pedro Martin de Cicilia con cierta gente, y hirió algunos y alanceó el caballo de Cepeda, y á él le hirió de suerte, que si no fuera socorri¬do por mandado del Presidente, peligrara. Entre tanto Gonzalo Pizarro se estaba parado en su campo, creyendo que los enemigos se le habían de ir á meter en las manos, como lo hicieron en Guarina. El general Hinojosa caminó con su campo paso á paso hasta se poner en un si¬tio bajo, á tiro de arcabuz de sus enemigos, donde el artillería no le podia coger, que toda pasaba por alto, aunque habian abajado mucho los carretones. En este tiempo las mangas de arcabuceros de ambos campos disparaban con gran diligencia, y el Mariscal y Pedro de Valdivia andaban sobresalientes haciendo dar priesa á sus arcabuceros. El Presidente y el Arzobispo, que iban en delantera, fatigaban los artilleros que tirasen á gran priesa haciendo mudar los tiros como era nece¬sario. Y viendo Diego Centeno y Alonso de Mendoza que hácia la parte donde ellos estaban se huian muchos de Gonzalo Pizarro, y él mandaba seguirles el alcance, donde peligraban algunos, parecióles salir con su gente hasta el rio para hacer reparo á los que se huían, los cuales rogaban mucho al General no rompiese ni mo¬viese los escuadrones, porque sin ningun riesgo los desbaratarian y se le pasaria la gente y en este tiempo acontesció que, como una manga del escuadron de Pizarro, en que habia treinta arcabuceros, se halló tan cer¬ca de sus contrarios, se pasaron al campo de su majestad, y por enviar tras ellos se comenzaron á desbaratar los escuadrones, huyendo unos hácia el Cuzco y otros hácia el Presidente, algunos de sus capitanes ni tu-vieron ánimo para huir ni para pelear; y viendo esto Gonzalo Pizarro, dijo: «Pues todos se van al Rey, yo tambien;» aunque fué público que el capitan Juan de Acosta dijo á Gonzalo Pizarro: «Señor, demos en ellos; muramos como romanos.» A lo cual dicen que respondió Gonzalo Pizarro: «Mejor es morir como cristianos.» Y viendo cerca de sí al sargento mayor Villavicencio, le llamó, y sabiendo quién era dijo que se le rendia, y le entregó un estoque que traian en el ristre, porque habia quebrado su lanza en su misma gente que se le huía. Y así, fué llevado al Presidente, pasó con él ciertas razo¬nes; y paresciéndole aquellas desacatadas, le entregó á Diego Centeno que le guardase y luego fueron presos todos los capitanes, y el maestre de campo Carvajal huyó, y pensando aquella noche esconderse en unos ca¬ñaverales, se le metió el caballo e una ciénaga, donde sus mismos soldados le prendieron y le trajeron preso al Presidente.
CAPITULO VIII.
Del alcance que siguió el Presidente á Gonzalo Pizarro y á su
campo, y la justicia que hizo en ellos.
Como el Presidente desde el alto donde estaba vió huir hácia el Cuzco algunos de la retaguardia del enemigo, daba voces á la gente de caballo que arremetiese, diciendo que los enemigos iban de huida, y con todo, ninguno salió del escuadren hasta que se tocó la seña del romper, porque estaban muy avisados dello; y visto ya claro que todos iban huyendo y desbaratados, les si-guieron al alcance, hiriendo y matando ó prendiendo á los que alcanzaban. Fueron presos Gonzalo Pizarro y su maestre de campo Carvajal, y Juan de Acosta y Gueva¬ra y Juan Perez de Vergara, murió allí el capitan So¬ria. Los soldados arremetieron á saquear el campo, donde hallaron mucho oro y plata, y caballos y mulas y acémilas, donde quedaron muchos ricos, á quien cu¬pieron á cinco y á seis mil pesos de oro. Y era tanta la riqueza que allí se halló, que topando un soldado con una acémila cargada, le cortó los lazos, y dejando la car¬ga, se fué con el acémila; y antes que él se apartase veinte pasos llegaron otros soldados mas diestros, y desliando la carga, hallaron que toda era de oro y plata, aunque iba envuelta en mantas de indios por disimular lo que habia, y les valió mas de cinco mil ducados. Aquel dia reposó allí el campo, porque iban muy fatigados de tantos días como habia que no se quitaban las armas. El Presidente proveyó que los capitanes Hernan Mejía y Martín de Robles fuesen con su gente al Cuzco á estorbar que muchos de los soldados que hacia allá habian ido no saqueasen la ciudad ni matasen gente, porque era tiempo en que cada uno procuraba ven¬gar sus enemistades particulares so título de la victoria, y para que estos capitanes prendiesen los soldados de Pizarro que se hubiesen huido. Otro dia siguiente el Presidente cometió el castigo de los presos al licenciado Cianca, oidor, y á Alonso de Albarado como maestre de campo suyo, los cuales procedieron contra Pizarra por sola su confesion, atenta la notoriedad del hecho, y le condenaron á que, le fuese cortada la cabeza, la cual fuese puesta en una ventana que para ello se hicie¬se en el rollo público de la ciudad de los Reyes, cu¬bierta con una red de hierro y un rétulo encima que dijese: «Esta es la cabeza del traidor Gonzalo Pizarro, que se levantó en el Perú contra su majestad, y dió ba¬talla contra su estandarte real en el valle de Xaquixa¬guana.» Demás desto, le mandaron confiscar sus bienes y derribarle y sembrarle de sal las casas que tenia en el Cuzco, poniendo en el solar un padron con el mismo letrero; lo cual se ejecutó aquel mismo dia, muriendo como buen cristiano. Así en el tiempo de su prision co¬mo en la ejecucion de su muerte le hizo el capitan Diego Centeno, que le tenia á cargo, tratar muy honradamente, sin permitir que ninguno le dijese palabra deshonesta; y al tiempo que lo mataron dió al verdugo, toda la ropa que traia, que era muy rica y de mucha valor, porque tenia una ropa de armas de terciopelo amarillo, casi toda cubierta de chapería de oro, y un chapeo de la misma forma; y aun porque no le desnu¬dase hasta que le llevasen á enterrar rescató Centeno al verdugo todo el valor de la ropa, y otro dia le hizo lle¬var á enterrar al Cuzco muy honradamente, y la cabeza se llevó á los Reyes, donde se puso segun la forma de la sentencia. Fué descuartizado aquel dia el Maestre de campo y ahorcados ocho ó nueve capitanes de Gonzalo Pizarro, aunque tambien después, como iban prendien¬do los demás principales los justiciaban. Luego se fué al Cuzco con todo su campo, y envió al capitan Alonso de Mendoza con cierta gente á la provincia de los Charcas á prender algunos á quien había enviado allá Gon¬zalo Pizarro por dineros, y otros que se habian huido, y entendiendo que toda la mas de la gente habia de acu¬dir á las minas de Potosí, que son en aquella provincia de los Charcas, como al lugar mas rico de la tierra, en¬vió por gobernador y capitan general al licenciado Polo Hondegardo, y para que tambien castigase los que allí hallase culpados; así por haber favorecido á Pizarro como por no haber acudido á servir al Presidente al tiempo que pudieron. Y juntamente con él envió al capitan Gabriel de Rójas para que tuviese cargo en aquella provincia de recoger los quintos y tributos de su majestad; y las condenaciones que el Gobernador hiciese. De lo cual todo en breve tiempo el licenciado Polo recogió y envió un millon y decientes mil cas¬tellanos, teniendo á su cargo lo uno y lo otro, porque pocos días después dé llegado Gabriel de Rójas, fa¬lleció. Entre tanto el Presidente se estuvo en el Cuzco, ejecutando cada dia nuevas justicias, segun las culpas hallaba en los presos, á unos descuartizando y ahorcando, y á otros azotándolos y echándolos á galeras, y pro¬veyendo otras cosas necesarias y concernientes á la pa¬cificacion y quietud de la tierra; y usando del poder y comision que de su majestad tenia, perdonó á todos los que se hallaron en aquel valle de Xaquixaguana y acom¬pañamiento del estandarte real de todas las culpas que les pudiesen ser imputadas durante la rebelion de Pizarro en cuanto á lo criminal, reservando el derecho á las partes en cuanto á los bienes y causas civiles, segun se contenía en su comision. Esta batalla, de que tanta mencion quedará en aquella provincia perpetuamente, se desbarató lúnes de Cuasimodo del año de 48.
CAPITULO IX.
Del repartimiento que el Presidente hizo de la tierra después
de la victoria.
La victoria habido, y deshecha la tiranía de Pizarro, y castigados los que della resultaron culpados (en la forma que está dicho en el capítulo precedente), se proponia otra muy gran dificultad y de mucha importancia para el sosiego de la tierra, que era derramar tanta gente de guerra como estaba junta, porque no sucediesen otros inconvenientes como los pasados, unque para hacerlo era necesario mucha prudencia y tiento; y siendo el número de la gente mas de dos mil y quinientos, y los repartimientos ciento y cincuenta, estaba claro que no podia cumplir con ellos con todos los demandadores, y que habian de quedar casi todos descontentos y después de haberse tratado de la for¬ma que en el derramamiento deste ejército se ternia, por ser materia tan peligrosa y que no sufria dilacion, se acordó que el Presidente y el Arzobispo se saliesen del Cuzco á la provincia de Apurimá, que es doce le¬guas, á hacer el repartimiento, llevando consigo solo el secretario por poderlo hacer con mas libertad y evi¬tar las importunidades de la gente. Y así se acabó, dando de comer á los capitanes y gente mas señalada, segun los méritos y servicios de cada uno, mejorando á unos y dando de nuevo á otros; y valió la renta que estaba vaca y se repartió mas de un millon de pesos de oro, porque (como se puede colegir desta historia) todos los principales repartimientos de la tierra estaban vacos, porque Pizarro habia muerto so color de justicia ó en batallas á los que los tenian encoménda¬dos por su majestad, y el Presidente habia justiciado á muchos á quien los habia dado Pizarro, aunque todos los principales tenia en su cabeza para los gastos de la guerra; y á estas personas á quien dió, las encomiendas impuso pensiones de á tres y cuatro mil ducados en di¬nero, mas ó menos, segun la renta principal, para repartirlos entre los soldados, á quien no habia otra cosa que dar, para que se apercibiesen de armas y caballos y otras cosas, y enviarlos por diversas partes á descubrir la tierra; y aun con todos estos cumplimientos que hizo, le paresció al Presidente que seria mas conveniente y menos preligroso irse él á la ciudad de los Reyes, y el Arzobispo volviese en su lugar el Cuzco á publicar el repartimiento y dar los dineros segun la órden que para ello traía; y así se efectuó, aunque no dejó de haber, grandes quejas de soldados, fundando cada uno cómo tenia mas méritos para conseguir los indios que aquellos á quien se habian encomendado; y no bastaron los cumplimientos y promesas que sobre esto hizo el Arzobispo y los otros capitules, para que no hubiese motines y alteraciones entre la gente, los cuales concertaban de prender al Arzobispo y á los otros principales, y enviar al licenciado Cianca por embaja¬dor al Presidente para que revocase el repartimiento hecho, y hiciese otro de nuevo desagraviándolos; donde no, que se alzarían con la tierra; y por la buena ór¬den que en esto se tuvo, vino á noticia del licenciado Cianca, que allí habia quedado por justicia mayor, y prendió y castigó los promovedores del motín; y con esto quedó todo en paz.
CAPITULO X.
De cómo el Presidente envió á prender á Pedro de Valdivia, y de los gastos que hizo en la guerra desde que llegó á Tierra-Fir¬me hasta que la fenesció.
Antes que el Presidente saliese en la ciudad del Cuz¬co, por gratificar lo mucho que Pedro de Valdivia le habia servido en esta guerra, le conformó y dió de nuevo la gobernacion de la provincia de Chili, que hasta entonces habia administrado, y para juntar gente y proveerse de armas y caballos y otras cosas necesarias, Pedro de Valdivia se fué á la ciudad de los Reyes, por haber allí para ello mejor comodo; y después que la hubo ade¬rezado y juntado consigo la gente que pudo, lo embarcó todo, y las naos se hicieron á la vela, y él quedó; para irse por tierra hasta Arequipa. Y en este tiempo dieron noticia al Presidente cómo entre la gente que Valdivia llevaba consigo habia recogido ciertos caballeros soldados que sobre los negocios de Pizarro habian sido desterrados del Perú, y algunos para las galeras; sobre lo cual envió al general Pedro de Hinojosa para le prender, y como le alcanzó, le rogó mucho que se volviese con él al Presiente; y él no lo quiso hacer, confiado en la gente que llevaba; y creyendo que por causa della Hinojosa no se atrevería á intentar contra su voluntad, se descuidó de suerte, que con seis arcabuceros que él llevaba acómetió á prenderle, y él, visto que no podía hacer otra cosa, se fué con él al Presidente, donde, des¬pués que le satisfizo de la culpa que se le ponia, le hizo quedar los presos que consigo llevaba, y alcanzó licen¬cia para continuar su jornada; y así, dió licencia á todos los demás vecinos que cada uno se fuese á su casa á descansar y restaurarse de sus gastos pasados, y algunos capitanes envió á descubrir, y él con los que le seguian se fué á la ciudad de los Reyes, dejando por goberna¬dor de la ciudad del Cuzco al licenciado Carvajal. En este tiempo llegaron á la villa de Plata ciento y cincuenta españoles, que venían, con Domingo de Irala, del rio de la Plata, y subieron tanto por él, hasta que llegaron al descubrimiento de Diego de Rójas, y de allí determinaron ir al Perú para pedir gobernador al Pre¬sidente; y vista su demanda, les dió por gobernador al capitan Diego Centeno, que con ellos y con la demás gente que pudiesen juntar volviese á hacer el descubri¬miento y conquista, aunque después él no pudo ir, porque, teniendo casi aderezada la jornada, falleció; y el Presidente nombró en su lugar otro capítan que fuese á esta conquista del rio de la Plata; este rio nace de las cordilleras nevadas que están en el Perú, entre la ciudad de los Reyes y el Cuzco, donde salen cuatro ríos, nombrados de las primeras provincias por donde pasan, unó se llama Aparimá, otro Vilcas y otro Avancay y otro Jauja, que sale de una laguna de la provincia que se llama Bombon, que es la mas llana y mas alta tierra del Perú, á cuya causa siempre en ella graniza. La ori¬lla desta gran laguna está bien poblada de indios, y dentro en ella hay muchas isletas llenas de juncos y es¬padañas y otras yerbas, donde los indios crian sus ganados. En la expedicion desta guerra de Gonzalo Pizarro que arriba está contado gastó el Presidente mucha suma de dineros, así en hacer pago y socorros á soldados, como en darles armas y caballos y bastimentos y fletes y matalotaje y artillería, y municiones para ella; y con hacerse todo á la mayor ventaja que fué posible, desde que llegó á Tierra-Firme hasta la victoria se gas¬taron mas de novecientos mil castellanos, la mayor parte de los cuales tomó prestados de mercaderes y otras personas, porque los quintos reales todos los ha¬bia tomado y gastado Gonzalo Pizarro. Y así, después de pacificada la tierra, el Presidente comenzó á reco¬ger todos los dineros que pudo, así de los quintos reales como de los bienes confiscados y de las condenacio¬nes de personas, y de lo restante ajuntó mas de millon y medio de ducados de diversas partes de aquella provincia, aunque la principal parte se trajo de la provincia de los Charcas (como arriba lo hemos contado), y todo lo recogió en la ciudad de los Reyes. Puso gran diligencia en proveer que, conforme á las ordenanzas, no se cargasen los indios, así porque de los trabajos de las car¬gas habia perecido gran número dellos, como porque con el aparejo que con estos hallaban los españoles para caminar, no asentaban en ningun pueblo, y se andaban ociosos de unas partes á otras, sin aplicarse á oficios ni á otro género de trabajo; y demás desto, después de te¬ner el Presidente asentada la audiencia real en la ciu¬dad de los Reyes, coménzó á entender en hacer la tásacion de los tributos que los indios habian de dar á los españoles, porque hasta entonces nunca se habia hecho, por causa de las guerras y revoluciones que en aquella provincia hubo desde que se descubrió, sino que cada español tomaba de su cacique el tributo que le daba, y otros que no se habian tan templadamente les pedian mucho mas de lo que les podian dar, y se lo sacaban por fuerza; y algunos que en esto tenian mas disolucion, los sacaban con tormentos y muertes de al-gunos indios, confiados en que por causa de las guerras no se podria saber, ó si se supiese, no serian dello cas¬tigados. Y la tasacion se comenzó á hacer en conformi¬dad de los indios y de los mas españoles, informándose el Presidente y oidores de los frutos que producia la provincia que se tasaba, ó si habia en ella minas de oro ó de plata ó abundancia de ganado, haciendo la tasacion teniendo respecto á todo esto y á otras particula¬ridades que se requerian.
CAPITULO XI.
De cómo el Presidente, dejando asentadas las cosas del Perú, se embarcó para España, y de lo que en el camino le acontesció.
Viendo el Presidente que los negocios del Perú esta¬ban tan llanos y asentados como hemos contado, y que los soldados y gente de guerra estaban derramados, habiéndose enviado los mas á la provincia de Chili y á la de Diego de Rójas y á otros descubrimientos y entra-das debajo de sus capitanes; y los demás que quedaron en el Perú se habian aplicado á ganar de comer cada uno en el oficio que sabia, y otros tratando en el nego¬cio de las minas; y considerando asimismo que la audiencia real y los gobernadores por ella nombrados hacían justicia sin impedimento ni embarazo alguno, determinó venirse á estos reinos usando de la licencia que de su majestad habia llevado para que cada y cuando que le paresciese se pudiese venir; y lo que principalmente le movió fué traer consigo tanta canti¬dad de dineros como arriba tenemos dicho que tenia juntos de la hacienda real, paresciéndole que ni ella estaba segura en parte donde no habia fuerza ni seguridad para guardarse, y que so color de robarle (si á tales términos viniera) se podian levantar nuevas alte¬raciones en la tierra; y así, después que la tuvo embar¬cada, y aparejadas todas las otras cosas necesarias para su navegacion, sin dar parte á nadie, hasta entonces de su deliberacion, envió á llamar al cabildo de la ciudad de los Reyes, y les propuso lo que tenia determinado; y aunque ellos le hicieron un requerimiento propo¬niéndole los inconvenientes que podian suceder de ve-nirse hasta que su majestad proveyese nuevo presidente ó visorey en la tierra, él respondió satisfaciéndoles á todo; y así, se fué á embarcar, y desde la nao hizo segundo repartimiento de todos los indios que habian vacado después que se habia hecho el primer reparti¬miento cerca del Cuzco, que eran muchos y muy se¬ñalados, porque habian fallecido en este medio tiempo Diego Centeno y Gabriel de Rójas y el licenciado Carvajal y otras algunas personas principales y señaladas en la tierra, aunque por ser tantos los que pretendian ser próveidos y mejorados, y que no se podia cumplir con todos, le paresció no esperar á oir las quejas de los que se habían de tener por agraviados. Y así, hechas las cédulas de las encomiendas, las dejó señaladas en poder del secretario de la audiencia, con órden que no las abriese hasta que hubiese ocho días que él estu¬viese hecho á la vela. Y así, comenzó á navegar por el mes de diciembre de 1509 años, trayendo consigo al provincial de la órden de santo Domingo y á Hierónimo de Aliaga, que fueron nombrados por procuradores de la provincia para negociar con su majestad las cosas della. Y asimismó vinieron en su acómpañamiento otros muchos caballeros y personas principales, que venian á residir de asiento en estos reinos con sus haciendas, y todos llegaron con buen viaje al puerto de Panamá; donde desembarcaron, y dándose toda la priesa posible en pasar la hacienda de su majestad y la de los particulares al Nombre de Dios, ellos también se vinieron para apa¬rejar las cosas necesarias para la navegacion de la mar del Norte, teniendo todos al Presidente el mismo res¬pecto y obediencia que le tenian en el Perú, tratándolos él muy humana y comedidamente y dando de comer á todos los que querian ir á su mesa, caso que esto se hacia á costa de su majestad, porque al tiempo que el Presidente fué proveido á este cargo, considerando que los otros gobernadores habian sido notados de al¬guna codicia, por el aparejo que en la tierra hay de ser aprovechados, y la miden siendo advertido que ningun salario se le podia señalar en España, segun lo que hasta entonces se usaba, que fuese competente para tratar su persona y casa, segun los muchos gastos y carestía de las cosas que en la tierra hay, no quiso aceptar ningun salario señalado, salvo que pudiese gastar de la hacienda real, todo lo que le paresciese necesario para sú costa y mantenimiento y gastos de su casa y criados, llevando cédulas y recaudos para ello. Lo cual él guardaba tan estrechamente, que todo cuanto se gastaba y compraba en su casa, así de man-tenimientos como de otras cosas, se hacia por ante es¬cribano que para ello estaba diputado, y con fe dél se tomaba lo necesario de la hacienda real.
CAPITULO XII,
De lo que sucedió á Hernando y á Pedro de Contréras, que se hallaron en Nicaragua y vinieron en seguimiento del Presi¬dente.
En el tiempo que Pedro Arias Dávila gobernó y descubrió la provincia de Nicaragua casó una de sus hijas, llamada doña María de Peñalosa, con Rodrigo de Contréras, natural de la ciudad de Segovia, persona principal y hacendado en ella; y por muerte de Pedro Arias quedó la gobernacion de la provincia á Rodrigo de Contréras, á quien su majestad proveyó della por nombramiento de Pedro Arias, su suegro, atento sus servicios y méritos; el cual la gobernó algunos años, hasta tanto que fué proveida nueva audiencia que re¬sidiese en la ciudad de Gracias á Dios, que se, llama de los confines de Guatimala; y los oidores, no solamente quitaron el cargo á Rodrigo de Contréras, pero, ejecu¬tando una de las ordenanzas de que arriba está tratado, por haber sido gobernador, le privaron de los indios que él y su mujer tenian, y de todos los que habia encomendado á sus hijos en el tiempo que le duró el ofi¬cio, sobre lo cual se vino á estos reinas, pidiendo remedio del agravio que pretendia habérsele hecho, representando para ello los servicios de su suegro y los suyos propios; y su majestad y los señores del consejo de las Indias determinaron que se guardase la orde¬nanza, y confirmaron lo que estaba hecho por los oi¬dores. Sabido esto por Hernando de Contréras y Pe¬dro de Contréras, hijos de Rodrigo de Contréras, sin¬tiéndose mucho del despacho que su padre traia en lo que habia venido á negociar, como mancebos livianos, determinaron de alzarse en la tierra, confiados en el aparejo que hallaron en un Juan Bermejo y en otros soldados sus compañeros, que habían venido del Perú, parte dellos descontentos porque el Presidente no les habia dado de comer, remunerándoles lo que le habian servido en la guerra de Gonzalo Pizarro, y otros que habian seguido al mismo Pizarro, y por el Presidente ha-bian sido desterrados del Perú. Y estos animaron los dos hermanos para que emprendiesen este negocio, certificándoles que si con docientos ó trecientos hombres de guerra que allí se podían juntar aportasen al Perú, pues tenian navíos y buen aparejo para la navegacion, se les juntaría la mayor parte de la gente que allá estaba descontenta por no les haber gratificado el licenciado de la Gasca sus servicios; y con esta determinacion comenzaron á juntar gente y arma secretamente, y cuando se sintieron poderosos para resistir la justicia comenzaron á ejecutar su propósito; y paresciéndoles que el obispo de aquella provincia habia sido muy con¬trario á su padre en todos los negocios que se habían ofrecido, comenzaron por la venganza de su persona, y un dia entraron ciertos soldados de su compañia adónde estaba el Obispo jugando al ajedrez, y le mataron, y alzaron bandera, intitulándose el ejército de la libertad; y tomando los navíos que hubieron menester, se embarcaron en la mar del Sur con determinacion de esperar la venida del Presidente, y prenderle y ro¬barle en el camino, porque ya sabian que se aparejaba para venirse á Tierra-Firme con toda la hacienda de su majestad, aunque primero les paresció que debrian ir á Panamá, así para certificarse del estado de los nego¬cios, como porque desde allí estarian en tan buen paraje y aun mejor, para navegar la vuelta del Perú, que desde Nicaragua; y habiéndose embarcado cerca de trecientos hombres, se vinieron al puerto de Panamá, y antes que surgiesen en él se certificaron de ciertos es¬tancieros que prendieron de todo lo que pasaba; y como el Presidente era ya llegado con toda la hacienda real, y con la de otros particulares que traia, parescién¬doles que su buena dicha les habia traído la presa á las manos, esperaron que anocheciese, y surgieron en el puerto muy secretamente y sin ningun ruido, creyendo que el Presidente estaba en la ciudad, y que sin nin¬gun riesgo ni defensa podrían efectuar su intento, aunque, como ya está dicho, habia tres dias que, después de enviada casi toda la hacienda real, el Presidente y los de su compañía habían pasádose al Nombre de Dios, porque, á estar allí, se tiene por cierto que corriera gran peligro él y toda la hacienda, por estar tan seguro y sin recelo de semejante acontecimiento. Y como su¬pieron estos hermanos la ausencia del Presidente, acu¬dieron ante todas cosas á la casa de Martin Ruiz de Marchena, en cuyo poder, como tesorero de su majestad, estaba la caja de las tres llaves; y prendiéndole á él, 1e robaron hasta cuatrocientos mil pesos que allí habian quedado en plata baja de su majestad, por no haber bastado las recuas de la tierra para lo llevar; y llevaron á Marchena y á Juan de Larez y otros vecinos á la plaza, diciendo que, los habian de ahorcar si no les descuidan donde estaban las armas y el dinero de la tierra, y ningun temor bastó para que se lo descubriesen; y habiendo puesto en sus navíos todo el oro y plata y otras haciendas que robaron, les paresció que todo su buen suceso consistia en ir con brevedad al Nom¬bre de Dios, y tomar de sobresalto al Presidente antes que fuese avisado ni se puliese apercebir para la defen¬sá; y así, determinaren salir de la ciudad para hacer la tornada, y que Juan Bermejo se quedase con cien hombres en campo, junto á la ciudad de Panamá, asen¬tando el real en un recuesto, a efecto de que pudiese hacer espaldas á la gente que iba al Nombre de Dios, y recoger la presa que de allá enviasen, y prender y ma¬tar á los que de allá creian que vernian huyendo y des¬baratados, así de la gente del Presidente como de los mercaderes y vecinos de la tierra; y Pedro de Contréras, su hermano, con el resto de su campo, caminase para el Nombre de Dios, pareciéndoles que bastaba aquello para tomarlo de sobresalto, aunque les sucedió muy de otra manera que ellos lo tenían figurado; porque á la hora que Marchena sintió el negocio despachó dos ne¬gros muy diestros en la tierra, el uno por tierra y el otro por el rio Chagré, por donde habia ido el Presi¬dente en barcos; porque este rio de Chagre nace de unas cordilleras de sierra que hay entre Panamá y el Nombre de Dios, aguas vertientes á la mar del Sur, y paresciendo que corre hacia ella, se vuelve después por unas quebradas á meterse en la mar al Norte por espa¬cio de catorce leguas, por manera que para poderse navegar de una mar á otra faltan solamente de rom¬perse aquellas cuatro ó cinco leguas, aunque, por ser de sierras y tierra muy áspera y doblada, se tiene por imposible (como lo fué) romper tanto menos cantidad de tierra comó hay en el Peloponeso, entre el mar Egeo y el Jonio, donde agora se llama la Morea; caso que fué tentado por tantos emperadores con la costa y trabajo que cuentan los historiadores; y así, desde Panamá van por tierra cinco leguas, hasta una venta que llaman las Cruces, y allí se embarcan por el rio y van á salir á la mar del Norte, á cinco ó seis leguas del Nombre de Dios. Pues el mensajero que fué por el rio alcanzó al Presidente antes que llegase al Nombre de Dios, y siendo avisado de lo que pasaba, lo comunicó con el provincial y con los otros capitanes que iban en su compañía, sin mostrar ninguna alteracion de las que parescia requerir el negocio, aunque sintió mucho que saliendo á la mar le calmó el viento de manera, que no pudo navegar, y tomó por remedio enviar al capitan Hernan Nuñez de Segura con ciertos negros que le guiasen por tierra hasta el Nombre de Dios, para apercebir la gente del pueblo y poner en recado la hacien¬da real y la de los particulares. Segura caminó á pié por donde las guias le llevaban, aunque con muy gran tra¬bajo, por causa de los muchos rios, algunos de los cua¬les, por ser tan crecidos, hubo de pasar á nado, y por la dificultad de los arcabucos y anegadizas que hay, porque no es caminó cursado ni por donde pasa nadie en muchos tiempos. Pues llegado al Nombre de Dios, halló que ya se sabia allá el suceso por medio del otro mensa¬jero que habia dado el mandado por tierra; y así, esta¬ban ya apercibidos lo mejor que pudieren, sacando en tierra mucha gente de los navíos que habia en el puerto, que eran nueve ó diez. Y ya en esta sazon llegó por mar el Presidente, y con buena industria se habia aca¬bado de poner en órden la gente, y salieron con el me¬jor apercebimiente que les fué posible del Nombre de Dios, la vuelta de Panama por tierra, yendo por cabeza el Presidente, y en su lugar Sancho de Clavijo, gobernador por su majestad de aquella provincia, que acaso había venido en su acompañamiento desde Panamá por el rio de Chagre.
CAPITULO XIII.
Cómo Hernando y Pedro de Contréras fueron vencidos y desbaratados por la gente de Panamá.
Habiendo robado estos dos hermanos la ciudad de Panamá, y muerto alguna poca gente que se les puso en resistencia, se acordó (como arriba está dicho) que Pedro de Contréras se quedase en la mar en guarda de los navíos y de la presa que se habia hecho, y para recoger lo que se le enviase, dejándole alguna parte de la gente que paresció ser necesaria; y que Juan Berme¬jo con la mitad de su campo asentase el real en una estancia junto á Panamá para el efecto que está dicho; y que Hernando de Contréras con el resto del ejército, se fuese al Nombre de Dios; y así se ejecutó todo; y en viendo Martín Ruiz de Marchena y Juan de Larez, regidor del Nombre de Dios, que se habia dividido la gente de estos hermanos, parescioles que serian parte para desbaratar á Juan Bermejo y á los que con él quedaban; y así, poniendo en ello diligencia, con mas brevedad de la que parescia posible recogieron toda la gente de la ciudad, que andaba huida por el monte, y los negros de las recuas y estancias, y armándolos lo me¬jor que pudieron, y dejando en la ciudad alguna guarda, y tomadas las calles con baluartes de tierra y fagina, porque no saliesen los de las naos á hacer nuevos daños ó á socorrer á los suyos, ellos salieron en cam¬po contra Juan Bermejo y su gente, y pelearon los unos y los otros hasta que Juan Bermejo fué desbaratado y muertos y presos todos los suyos. Y luego determinó Marchena de irse derecho al Nombre de Dios, sospe¬chando lo que fué, que, teniendo noticia Hernando de Contréras en el camino que no solamente los del Nom¬bre de Dios estaban apercibidos para la defensa, sabida la entrada de Panamá, pero que venian contra él en campo, se habia de retirar para juntarse con Juan Ber¬mejo, y ver si se sentian fuertes para la defensa; y si no, embarcarse con la presa. Pues tornándose Hernan¬do de Contreras á Panamá desde el medio camino, y sabido por algunos negros que tomó la victoria que se habia habido contra Juan Bermejo y los suyos, y que ejecutando la victoria venia contra él, se desbarató, y mandó á los suyos que cada uno se fuese por donde mejor les pareciese hasta llegar á la mar, porque allí les ternia su hermano los bateles en la playa para recogerlos en la armada y así lo hicieron, y él con algunos de los suyos se desvió del camino real, temiendo encontrar con Marchena; y como en aquella tierra hay tantas espesuras y ríos y arroyos, y él estaba poco diestro en los pasos, se ahogó en un rio, y algunos de los suyos fueron presós, y otros nunca mas se supo dellos. Los que escaparon desta rota vivos y de la de Juan Bermejo fueron llevados presos á Panamá, y teniéndolos atados en la plaza, un alguacil los mató á puñaladas con una daga. Sabido por Pedro de Contréras que estaba en la mar, el desastrado fin de su gente, paresciéndole que no ternia tiempo para hacerse á la vela, se metió en un batel él y algunos de los suyos, desamparando las naos y todo cuanto en ellas estaba; y navegó costa á costa hasta saltar en una provincia que se llama Nata, don- de nunca mas se ha sabido qué se hizo, aunque se cree que dió en indios de guerra, que por allí hay muchos, y le mataron. Siendo avisado el Presidente de todos estos sucesos, se volvió con toda su gente si Nombre de Dios, dando gracias á nuestro Señor por la señalada merced que le habia hecho en librarle de un peligro tan no pensado, y que no se habia podido prevenir con diligencia ni por otro medio alguno, salvo que á llegar cinco ó seis dias antes esta gente le prendieran, y se apoderaban sin riesgo ni peligro alguno de la mayor presa que nunca cosarios habian hecho. Pacificado este alboroto, el Presidente se embarcó, poniendo en órden y á punto de guerra los navíos en que traía la hacienda de su majestad, y llegó en salvamento á estos reinos sin que le acontesciese desgracia ninguna, sino fue que un navío que traia á cargo Juan Gomez de Añaya con cierta parte de la hacienda de su majestad, se apartó de la compañía y arribó al puerto del Nombre de Dios, aunque después llegó en salvamento á estos reinos. En entrando el Presidente con su flota por la barra de Sanlúcar, despachó por la posta al capitan Lope Martin que fuese á Alemaña, á dar noticia á su majestad da su venida, la cual le fué muy agradable nueva, y que puso grande admiracion y espanto en todas aquellas provincias donde dello se tuvo noticia, por haber tan buen suceso con nuestro Señor encaminó en la buena ventura de su majestad en negocios que tan dificultosa parecia que habian de tener la salida. Venido el Presidente á Valladolid, dende á pocos dias fué proveído del obispado de Palencia, que vacó por muerte de don Luis Cabeza de Vaca, y su majestad le envió á mandar que se partiese luego para su corte, para tornar dél relación particular de todos los negocios en que habia tratado; y él lo cumplió luego, y se partió de Valladolid llevando en su compañia al provincial de santo Domingo y al capitan Hierónimo de Aliaga, que vinieren por procuradores de la provincia del Perú, y á otros muchos caballeros y personas señaladas, que pretendian recebir de su majestad mercedes y remuneracios de lo que le habian servido en la pacificacion del Perú, y con todos ellos se embarcó el Obispo en Barcelona, en las galeras que le estaban esperando, y llevó en ellas quinientos mil escudos labrados en reales, que su majestad le envió á mandar que llevase. Y poco antes desto su majestad proveyó por visorey del Perú á don Antonio de Mendoza, que lo era en la Nueva-España, y en su lugar envió á don Luis de Velasco, veedor general de las guardas de Castilla.

FIN DE LA HISTORIA DEL DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DEL PERÚ,
POR AGUSTIN DE ZÁRATE

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KUPRIENKO