Ruy Díaz de Guzmán. Anales del Descubrimiento, Población y Conquista del Río de la Plata.
Руй Диас де Гусман. Летопись Открытия, Заселения и Завоевания Рио де ла Платы.
INDICE GENERAL
TRES ESTUDIOS SOBRE RUY DÍAZ DE GUZMÁN Y SU OBRA
I Ruy Díaz de Guzmán el hombre y su tiempo, por Roberto Quevedo.
II Ediciones y manuscritos en la Historia de Ruy Díaz de Guzmán, por Miguel Alberto Guérin.
III Notas sobre la lengua de Ruy Díaz de Guzmán, por Germán de Granda.
ANALES DEL DESCUBRIMIENTO, POBLACION Y CONQUISTA DEL RÍO DE LA PLATA
Dedicatoria
Prólogo y argumento al benigno lector
LIBRO I
De la descripción y descubrimiento de las provincias del Río de la Plata desde el año 1512 y 1515 que la descubrió Juan Díaz de Solís hasta que por muerte del general Juan de Ayolas quedó con la superior gobernación el capitán Domingo Martínez de Irala.
Capitulo I
Quien fué el primer descubridor de esta provincia
Capitulo II
De la descripción comenzando de la costa del mar
Capítulo III
De lo que contiene dentro de sí éste territorio
Capitulo IV
En que se acaba la descripción del Río de la Plata
Capitulo V
De una entrada que cuatro portugueses del Brasil hicieron por tierra, hasta los confines del Perú
Capítulo VI
De la armada con que entró a esta provincia del Río de la Plata Sebastián Gaboto
Capitulo VII
De la muerte de don Nuño de Lara y su gente, con lo demás sucedido por traición de indios amigos
Capítulo VIII
De lo que sucedió a la gente del bergantín y como apresaron los españoles a un navío francés, y ganaron una victoria a los portugueses
Capítulo IX
Del descubrimiento de César y sus compañeros
Capítulo X
Como don Pedro de Mendoza pasó por adelantado y gobernador de estas provincias y armada que trajo
Capítulo XI
De como entró la armada en el Río de la Plata y muerte de don Diego de Mendoza
Capítulo XII
De la hambre y necesidad que padeció la armada
Capítulo XIII
De la jornada que don Pedro mandó hacer al general Juan de Ayolas y al capitán Domingo de Irala
Capítulo XIV
De las cosas que sucedieron en estas provincias después de la partida de don Pedro de Mendoza
Capitulo XV
De lo que sucedió al capitán Domingo de Irala y la muerte de Juan de Ayolas
Capítulo XVI
De lo que sucedió después de la muerte de Juan de Ayolas en la gobernación de esta provincia
Capítulo XVII
Como se despobló el puerto de Buenos Aires juntándose los conquistadores en el de la Asunción
Capítulo XVIII
De la traición que intentaron los indios contra los conquistadores juntos en la Asunción
LIBRO II
De lo que acaeció en esta provincia desde que vino a ella por adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca el año 1540 hasta la venida del primer obispo don fray Pedro de la Torre.
Capitulo I
De como salió con su armada el adelantado y de lo que acaeció en este viaje
Capítulo II
De lo que hizo el adelantado después que llegó a la Asunción y de lo que sucedió en la tierra
Capitulo III
De lo que hizo el adelantado en el puerto de los Reyes y de algunas discordias que después se ofrecieron
Capítulo IV
Como los oficiales reales y otros caballeros y capitanes prendieron al adelantado
Capitulo V
De la remisión del adelantado a Castilla y de los tumultos que después hubieron.
Capítulo VI
Como llegó a estas provincias de las del Perú Francisco de Mendoza con la compañía de Diego Rojas
Capitulo VII
De la entrada que hizo Domingo de Irala hasta los confines del Perú de donde envió ofrecerse al presidente Gasca para el real servicio
Capitulo VIII
De lo que sucedió en la Asunción de la elección del capitán Diego de Abreu, y como cortaron la cabeza al capitán don Francisco de Mendoza
Capitulo IX
Como el capitán Abreu despachó a España a Alonso Riquelme y como se perdió, y la vuelta del general Domingo de Irala
Capitulo X
De como en este tiempo salió del Perú el capitán Juan Núñez de Prado a la población de la provincia del Tucumán
Capitulo XI
De la jornada que hizo Domingo de Irala llamada la Mala Entrada
Capitulo XII
De la población del río de San Juan y de como no pudo mantenerse y de la pérdida de la Galera
Capítulo XIII
De una entrada que hizo Domingo de Irala a la provincia de Guairá y lo que sucedió
Capítulo XIV
De la población de la villa de Ontiveros en la provincia de Paraná, donde algunos se retiraron a vivir
Capítulo XV
Del proveimiento que Su Majestad hizo de este gobierno en Juan de Sanabria
Capítulo XVI
De la entrada de don fray Pedro de la Torre primer obispo de esta provincia y lo que proveyó Su Majestad
LIBRO III
En que se prosigue la conquista desde el año de 1555, en que Su Majestad hizo merced de esta gobernación a Domingo Martínez de Irala hasta la prisión del general Felipe de Cáceres, y fundación de la ciudad de Santa Fe.
Capitulo I
De la publicación de las cédulas de Su Majestad y de lo que en su virtud hizo el gobernador Domingo Martínez de Irala
Capitulo II
De como el capitán Pedro de Segura Zavala fué enviado al despacho de la nao que vino de Castilla y quedó en el puerto de San Gabriel
Capítulo III
De las poblaciones que en este tiempo hizo el gobernador y las cosas que en ella acaecieron
Capitulo IV
De la salida del capitán Nuflo de Chaves a la población de los Xarayes y sucesos de ellos
Capitulo V
Como en este tiempo murió el gobernador Domingo de Irala y lo que sucedió a Nuflo de Chaves
Capítulo VI
De lo que sucedió al general Nuflo de Chaves después de la división de la armada
Capítulo VII
De la vuelta de los soldados que se dividieron de Nuflo de Chaves hasta su llegada
Capitulo VIII
En que se trata del general levantamiento de los indios de la provincia del Paraguay y Paraná
Capitulo IX
Del levantamiento de los indios del Guairá contra el capitán Melgarejo a cuyo socorro fué el capitán Alonso Riquelme
Capitulo X
De la venida de Ruy Díaz MeIgarejo a la Asunción y como se quemó una carabela que se había de enviar de aviso a España
Capitulo XI
De la salida que hizo el gobernador para el reino del Perú
Capítulo XII
De como se libraron preso a la real audiencia a Francisco de Aguirre gobernador del Tucumán
Capitulo XIII
De lo que sucedió a Francisco de Vergara en el Perú y de la vuelta del Obispo
Capitulo XIV
Del castigo que hizo don Diego de Mendoza por la muerte de Nuflo de Chaves y de los encuentros que tuvo el general y su compañía
Capitulo XV
De la guerra que los indios dieron a Felipe de Cáceres en el camino
Capitulo XVI
De un tumulto que se levantó contra el capitán Alonso Riquelme y del socorro que se le hizo
Capítulo XVII
Del viaje que hizo Felipe de Cáceres a Buenos Aires y de la vuelta de Alonso Riquelme a la provincia del Guairá y su prisión
Capítulo XVIII
De las disensiones que hubieron en la Asunción entre el obispo y el general Felipe de Cáceres hasta su prisión
Capítulo XIX
Como fué llevado Felipe de Cáceres a Castilla. La población de Santa Fe y de como los pobladores se toparon con el gobernador de Tucumán
Mapa de Ruy Díaz de Guzmán
Poema “Para Ruy Díaz de Guzmán”, de José-Luis Appleyard
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Índice de Nombres
Índice de Lugares
TRES ESTUDIOS SOBRE RUY DÍAZ DE GUZMÁN Y SU OBRA
I. El Hombre y su Tiempo
por Roberto Quevedo
Ruy Díaz de Guzmán en su historia del Río de la Plata crea el génesis de su formación y con grandeza requerida, narra con sentido histórico y evocativo de acuerdo a una cronología hecha por primera vez, los sucesos acaecidos a cuatro mil españoles, que acabaron sus días en aquella tierra con las mayores miserias, hambres y guerras, de cuantos se han pasado en las Indias, nos dice, no quedando de ellos mas memoria, que una fama común y confusa de su lamentable tradición…
Su obra fue la base de toda la historiografía del Plata por más de doscientos años. Hoy día el común de los paraguayos no la conocen, y por ello preparamos esta edición, en base al códice de Asunción, puesta en grafía moderna, ya que texto original de Guzmán no ha llegado a nosotros.
La obra histórica de Ruy Díaz de Guzmán permaneció inédita hasta el año 1835. Su autor escribió su dedicatoria al duque de Medinasidonia, el 25 de junio de 1612 en La Plata. Como dijimos el original no se conoce y copias de época de Guzmán tampoco llegaron a nuestros días. De los varios códices o copias que existen ninguno está completo. La obra está dividida en tres libros, faltando en todos el cuarto que anuncia su autor. Todas las copias salieron de un manuscrito y, que habría sido mutilado después del fallecimiento de Guzmán en 1629. Efraim Cardozo supone lo mismo pero que fue en vida del autor y por razones políticas. El fin de la parte conocida narra los sucesos hasta 1573, y el cuarto libro habría historiado el gobierno del adelantado Torres de Vera y su actuación en el Guairá, Ñuarás y el Tucumán. No olvidemos la enemistad con Hernandarias, quien a partir de esos años tiene todo el poder político durante sus largos gobiernos y, que Guzmán se expatría a Charcas.
Durante el período colonial, se conoció a la obra de Ruy Díaz de Guzmán como Argentina manuscrita. El historiador jesuita Pedro Lozano en el tomo tercero de su Historia de la conquista del Paraguay, dice textualmente: Ruy Díaz de Guzmán, capitán igualmente diestro en el manejo de las armas que en el de la pluma, porque éste fue el que con estilo claro y apacible, consagró a la posteridad las memorias de estas conquistas, en la historia llamada vulgarmente la “Argentina”, que hemos varias veces citado.
En el Epítome de la Biblioteca de León Pinelo, ordenada y publicada por el marqués de Torre Nueva en 1738, en el apéndice II, título X, entre las obras sobre el Paraguay leemos: El Capitán Ruy Díaz de Guzmán, La Argentina, que escribió el año 1608 (sic), según el mismo folio 23; autor y título que Torre Nueva toma de una cita. El paraguayo Pedro Vicente Cañete y Domínguez en su Guía Histórica de la Provincia de Potosí de 1786, describiendo a los Chiriguanás afirma: Esta relación es conforme a un manuscrito muy celebrado que escribió Ruy Díaz de Guzmán natural del Paraguay, en el año 1612 y corre con el título de “Argentina”, con crédito y autoridad en todas las cosas tocantes al descubrimiento y conquista del Paraguay y Río de la Plata… En el Archivo Nacional de Asunción el investigador Alfredo Viola halló un inventario del año 1836, donde figura la argentina manuscrita, sin nombrar al autor.
Paul Groussac implacable crítico de Guzmán, reconoce y afirma que el título es como la llama su autor en su prólogo, “anales del descubrimiento”; y en otro lugar afirma: él tituló llanamente “Historia del descubrimiento y conquista del Río de la Plata”. Lozano y Cañete sostienen que el nombre de Argentina, se le dio posteriormente, por asimilación a la crónica rimada de Centenera, por haberse perdido el manuscrito original. Ricardo Rojas rechaza las afirmaciones de Groussac. Y Enrique de Gandía afirma: La tituló “Anales del descubrimiento”…, y enseguida agrega: no se trata realmente de unos anales, sino de una historia…
Las referencias que hace el autor a su obra, son dos: En el capítulo Xll, del libro III, puede leerse: “dejamos en suspensión el hilo de la historia del Río de la Plata”, la otra referencia al título que da su autor, es lo expresado en el prólogo cuando afirma: tomando la pluma para escribir estos anales del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata… Por ello y las argumentaciones expuestas, sostenemos que el título que corresponde es Anales del descubrimiento…, mientras no aparezca su original o manuscrito completo y que afirme lo contrario.
Literatos e historiadores, panegiristas y detractores, pretenden que Guzmán escribió los Anales, en la ciudad de La Plata, Santiago del Estero o alguna otra, para así convertir a la obra de neto origen altoperuano, u obra clásica de la Argentina. La realidad es que no hay pruebas para sostener tales afirmaciones, lo único cierto es que su dedicatoria escribió en La Plata en 1612. Cardozo en una prueba documental indirecta cree factible que haya iniciado la redacción hacia 1598. Nosotros creemos que no pudo haberla escrito en pocos años, fue una labor larga y paciente, tuvo que recopilar declaraciones orales y escritas, copiar documentos, organizar la cronología y la habría redactado en su deambular por diferentes ciudades y países.
Para nuestra edición, homenaje a Ruy Díaz de Guzmán en los trescientos cincuenta años de su fallecimiento, nos pareció más correcto usar el códice de Asunción que se guarda en el Archivo Nacional, en su forma original, sin las enmiendas de estilo y ortográficas, agregados del siglo XIX, que tiene la edición de 1845 y las que le siguieron. El manuscrito usado está retocado y tiene deficiencias propias del traslado de copias. Es una refundición que sobre el texto del XVIII, con letra del siglo XIX, hicieron numerosas correcciones de estilo, de ortografía y de nombres propios. Observamos que en la edición de López erraron nombres que en el códice están bien escritos. Esta edición no va destinada a eruditos, filólogos o historiadores, sino a posibles lectores, por ello se han desarrollado las abreviaturas, los nombres propios están escritos con mayúsculas y la grafía puesta al día, respetándose el texto original del códice. Para facilitar su estudio preparamos un índice onomástico y otro geográfico y no se ha puesto ninguna cita al texto.
Para ilustrar la descripción de las tierras y provincias que historiará, Ruy Díaz de Guzmán, confeccionó un mapa que incluyó en su manuscrito original. En el capítulo IV, del libro I, afirma: como parece por la traza y descripción de este mapa que aquí pongo en este lugar advirtiendo que si no lleva puntualidad de las graduaciones y partes que se le debían dar, porque no fue más mi intento que el hacer una demostración de lo que contienen aquellas provincias y costas de mar y ríos de que trato en el discurso de este libro… Un mapa original conocido está en el Archivo General de Indias y al dorso está apuntada la paternidad de Guzmán y es la reproducción del original que trajimos de Sevilla y que acompaña a esta edición.
No dudamos de la paternidad de Guzmán, de este mapa, pero no es el mismo puesto en el manuscrito original de la obra histórica. Para nosotros el mapa conocido habría acompañado al acta de fundación de Santiago de Jerez, o a otros papeles sobre la actuación de Ruy Díaz, enviado al Consejo de indias.
Ruy Díaz de Guzmán no hubiera imaginado que sus Anales, fueron la base de toda la historiografía que se escribió en el Río de la Plata, hasta cerca de 1870. El relato histórico guzmaniano es utilizado con devoción por los historiadores jesuitas; para Techo, Lozano y Guevara es primer testimonio para sus historias, a veces citan a Cabeza de Vaca o Schmidel, en cambio no pueden prescindir de Guzmán. Lo mismo el deán Gregorio Funes en su Historia Civil del Paraguay. A Juan Francisco Aguirre le es indispensable para historiar la conquista y en su Diario lo confiesa; en cambio Félix de Azara afirma que Guzmán es inescrupuloso en sus noticias y lo utiliza sin nombrarlo. A raíz de la impresión del libro en 1835 y 1845 la obra de Guzmán alcanzó aún mayor difusión. El historiador Bartolomé Mitre, revistando la historiografía del siglo XIX sobre el período de la conquista, reconoce que nadie supera a Guzmán como autoridad.
Por los años 1878 surgen estudiosos y divulgadores de documentos inéditos de archivos de España y América, que pretenden una revisión completa, rectificando los hechos históricos narrados por los primitivos historiadores: son ellos Trelles, Pelliza, Garay, Lamas y Madero. Nos dice Cardozo que la primera arremetida contra el capítulo más famoso de la literatura rioplatense, el episodio de Lucía Miranda que narra Guzmán, fue lanzado por el chileno José Toribio Medina, en su estudio sobre Sebastián Gaboto, donde pretende demostrar mediante documentos, que los personajes mencionados por Guzmán no existieron y que fue pura novela. En defensa de Ruy Díaz escribió Manuel Domínguez, aportando pruebas sobre la veracidad del episodio.
Paul Groussac en 1914 dedica un voluminoso estudio en una edición crítica, publicando el texto del códice Segurola, Efraím Cardozo comenta que Groussac, se propuso echarlo abajo…, en forma estruendosa sin piedad ni compasión. Mordaz hasta el sarcasmo sangriento en la ironía, el fino literato que era Groussac se convirtió en polemista de violencia desconocida en los anales de la historia americana, para atacar en forma personal, con verdadero encono, sin perdonar detalle a Díaz de Guzmán y a su obra. Para Gandía, Groussac llegó a una supercrítica que cae a menudo en un exceso de suspicacia y sus errores muchos más graves que los que pretendía corregir. Es lamentable la crítica del literato francés, tan llena de adjetivos y enconos, que nada bueno pudo encontrar en la sencillez de Guzmán, llegando a afirmar que todo lo ignoraba en el arte de escribir.
Su primer editor Pedro de Angelis dice, que habiéndose criado Guzmán en medio de la selva, privado de estudios intelectuales, sin maestros y sin modelos no tuvo más estimulo que la actividad de su genio, ni más guía que una razón despejada. Con peso y autoridad de crítico literario Ricardo Rojas afirma: Su prosa es tersa, castiza, eufónica: pero impersonal y fría. Compensa ese sencillo atributo de la corrección gramatical, que es como la ropa limpia del pobre, el no haber incurrido sino por excepción, en presunciones de gran estilo, en máquinas retóricas, en tentaciones conceptistas… Debo considerar este libro como un fenómeno en sí mismo; como expresión del alma de su autor y pintura de su tiempo. Hallo hasta en sus errores y sus fábulas motivos de deleite, de movimiento, de color.
Quien se dedica con pasión y conocimientos a difundir su obra es Enrique de Gandía, destacando su valor filológico. Afirma que Ruy Díaz de Guzmán es el primero que escribió una obra orgánica, con espíritu de investigación y de critica, de narración cronológica y temática, como corresponde a una historia perfectamente construida. No comparte la opinión de Pedro de Angelis y sostiene: no se improvisa ni inventa una historia como la Díaz de Guzmán sin excelentes modelos, y sugiere que habrían sido consultados en la ciudad de la Plata. Para Natalicio González: El cronista se muestra feliz al pintar la rica y variada naturaleza de su patria…, parece sentir cierto placer en estas descripciones. En “Historia de las Letras Paraguayas”. Carlos R. Centurión comenta: es un libro ameno, pleno de sabor legendario de la conquista. Lleno de noticias traídas desde sus propias fuentes, escrito en estilo espontáneo y fresco, matizado por descripciones jugosas.
El último estudioso de su obra Efraím Cardozo afirma: Es la primera autoreflexión que surge en la mente de un nativo, en la recién constituida provincia, acerca de sus orígenes. Alejandro OImos Gaona en un reciente trabajo genealógico sobre el conquistador RiqueIme de Guzmán, aporta nuevos conocimientos y rectifica algunos personajes primeramente estudiados por Ricardo de Lafuente Machaín. Miguel Alberto Guérin estudia desde hace años los códices individualizados por él para una edición crítica. Las presentes y futuras generaciones paraguayas estudiarán la obra de Guzmán y comprenderán la grandeza de aquellos hechos heroicos, narrados en un clásico castellano, de prosa sencilla y clara, compuesto durante una vida dura y creadora de la nacionalidad paraguaya.
Notas biográficas de Guzmán
A principios del siglo XVI los españoles lanzaron sus armadas descubridoras al reconocimiento del litoral atlántico en carrera con las naves lusitanas que tomaron posesión del Brasil en el año 1500. Penetraron en el estuario del Plata y navegaron por primera vez por los grandes ríos Paraná y Paraguay, llegando Sebastián Gaboto en 1528 hasta la Angostura (1). En mayo de 1534 el cortesano don Pedro de Mendoza obtenía una capitulación del emperador para la conquista del Río de la Plata y con lucida armada toma posesión definitiva de la tierra a principios de 1536. El 15 de agosto de 1537 el castellano Juan de Salazar de Espinoza funda el fuerte de Asunción, reservando el destino a Domingo Martínez de Irala, ser el primer actor en la conquista del Paraguay y Río de la Plata.
Establecidos los conquistadores españoles en la tierra y, asentados sus reales en este puerto de los Carios, construyeron una empalizada y un fuerte que luego fue pueblo y, más tarde se fundó un consejo o cabildo y se creó la ciudad. En ésta primera ciudad del Río de la Plata se da una sociedad peculiar, diferente a las que se iban fundando en América. Un buen puerto sobre el río, con altas barrancas, rodeado de bosques y poblado de indios agricultores. La ciudad recién estrenada tenia recinto amurallado de palo a pique y foso, con torres o mangrullos para vigilar el Chaco en la ribera opuesta. Su traza no está ordenada en damero, fue creciendo espontáneamente.
Así la vio el mismo Guzmán: al principio no se hizo el ánimo de fundar ciudad en aquel sitio, el tiempo y la nobleza de sus fundadores la perpetuaron… Ocupaba antiguamente la población más de una legua de largo y una milla de ancho, aunque el día de hoy ha venido a mucha disminución (2). Al sur dos pequeños cerros, Tacumbú v Lambaré con sus chacras, hasta la Frontera con su valle de Guarnipitán con dehesas para el pastoreo de la ganadería, al norte el puerto de Tapuá también con chacras y rozados, al este Ñu-Guazú o Campo Grande y Ñemby con tierras de sembradíos, y al oeste el río Paraguay que los protegía del asedio de los feroces Guaicurús y Payaguás. De sus cercanos valles y tierras de pan llevar, salía el abasto que pudo sustentar el resto de la armada mendocina y las que llegaron hasta los años 1570.
En sus plazas y calles se libraron batallas con la aparición de las banderías entre comuneros y leales; un conquistador jerezano Pedro de Fuentes, escribe en aquellos días: “Acá quedamos en grandes bandos: unos son Avilas y otros Villavicencios”, refiriéndose a los bandos que conmovieron a Jerez de la Frontera, los duques de Medinasidonia y de Arcos desde el siglo XV. Asunción fue cuartel de todas las entradas que se hicieron en aquel siglo, la capital de la conquista es ciudad fronteriza y esto fue una pesada realidad. Por eso su vida intelectual fue nula, carecía de la tranquilidad y el bienestar que se requieren para el estudio y la sosegada reflexión. La actividad guerrera fue la primordial de su vida, y Asunción fue desde su inicio fortaleza y mercado, como en su tiempo lo fueron las ciudades andaluzas cuando la reconquista a los muslimes. Estas características perdurarán hasta fin del período hispano, con variantes de auge en el XVI y decadencia posterior por el gran esfuerzo fundacional y su desmembración.
Durante el siglo XVI todo partió de Asunción, reclutamiento de futuros pobladores, armas, bastimentos y barcos y; con la sangre paraguaya se pudo cimentar las ciudades del Río de la Plata. El conquistador español llegado a nuestra tierra fue un hombre lleno de fortaleza, violencia y agudeza. Su cualidad más destacable, aparte de su fe, fue su sobriedad, siempre encontró conformidad y alegría en las necesidades y estrecheces. Fue de costumbres sencillas y mantuvo su espíritu altivo y glorioso. Quizá inconstante y falto de previsión, un maestro de historia española nos dice: gran parte de la colonización americana y de la historia de España no es sino una serie de aventuradas improvisaciones (3). Ambiciosos y modestos, llanos y familiares, imponían su porte de nobleza y dignidad, de poco hablar, amantes de la libertad y de la aventura.
El hombre guaraní del siglo XVI fue guerrero y practicaba la antropofagia y a cargo de sus mujeres dejaban la agricultura y alfarería. La conquista platense por su extendida geografía y las diferentes parcialidades y naciones indígenas, fue lenta y difícil, y el sometimiento fue tribu por tribu. Para poder realizarla como ya dijimos, fijaron su centro sobre el río Paraguay y de allí avanzaron en busca de la sierra de la plata, hacia el norte, al poniente y al este, y luego volvieron a bajar al sur. Afirmada las relaciones con los Carios sellóse la amistad por la unión con sus mujeres, y en aquella regalada tierra, al decir de la época, dónde se daba toda clase de carnes, frutas y demás bastimentos, se dio un regalado vivir, entre el hombre viril y fuerte que fue el conquistador y las jóvenes y suaves guaraníes.
La atracción habría sido mutua, el amor que le dio el europeo fue diferente al conocido por ellas. Cada español por pobre que haya sido, tenía cuatro o cinco mancebas criadas. De aquel mestizaje Alberto M. Salas nos dice: Un aire de desenfado y de desvergüenza, de candor y de inocencia parece presidir este intenso proceso de población en el Paraguay. Cierta compensación de vida fácil tuvieron aquellos buscadores de fortunas en medio de tantas penurias. Algunos clérigos callaron y otros denunciaron y nuestra ciudad fue llamada el paraíso de Mahoma. Alonso Riquelme de Guzmán en 1545 escribe a su padre, los guaraníes sírvennos como esclavos y nos dan sus hijas para que nos sirvan en casa y en el campo, de las cuales y de nosotros hay más de cuatrocientos mestizos entre varones y hembras, irónicamente comenta: para que vea vuestra merced si somos buenos pobladores lo que no conquistadores… (4)
EL mestizo asunceno se crió libre y vivió en ambiente muy diferente al resto de las Indias. Fueron acusados de ser mal inclinados, difamadores y rebeldes a la justicia, pero la historia y los viejos memoriales y relaciones, cuentan que fueron individuos activos, sagaces, astutos, de claras luces, resistentes a la fatiga y de una sobriedad igualitaria que fue característica de aquella sociedad (5). Amaron la libertad como sus padres y fueron celosos defensores de sus derechos, prueba de ello las revoluciones comuneras de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Del mestizaje, nos dice AIberto M. Salas, el más galano de sus historiadores: Este fue el comienzo, libre, libérrimo, de la sociedad paraguaya. Un mestizaje poderoso y fecundo dio la característica fundamental a la población de Asunción, una imagen en la que poco colaboraron las mujeres españolas. Por el contrario la mujer guaraní domina en este panorama social que acaba siendo uno de los más notablemente bilingües del continente. Los cuatro mil mestizos que había cuando la colonización buscó nuevamente el Río de la Plata y la salida al mar, son la prueba más concluyente de este tumultuoso crecimiento de la población, que escandalizó inútilmente a Alvar Núñez. En su inmensa mayoría las uniones mixtas fueron irregulares, carentes de la formalidad matrimonial. Las que se casarán serán las hijas mestizas de los conquistadores, que como las de Irala llevan ya nombres de heroínas de novelas de caballería (6).
Nació Ruy Díaz de Guzmán en Asunción por 1560, (7), fue su padre el conquistador Alonso Riquelme de Guzmán (1523-1577) hidalgo jerezano llegado en la armada de su deudo el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y su madre la paraguaya doña Ursula de Irala, noble mestiza hija del célebre conquistador y gobernador Domingo de Irala y de la india Leonor. El casamiento de Alonso Riquelme y de doña Ursula de Irala fue celebrado en 1552, como concierto de paz entre los dos bandos en que estaban divididos los conquistadores en Asunción. Riquelme tenía casi treinta años y doña Ursula era aún una niña. El hijo primogénito fue Ruy Díaz que nació ocho años después de celebrado el matrimonio.
Hijos de ambos fueron: Ruy Díaz de Guzmán nacido en 1560; Diego Ponce de León, nació por 1564 y fue casado con Beatriz de Espínola con sucesión, tuvo destacada actuación en la fundación de Corrientes donde fue vecino hasta los primeros años del siglo XVII, confianza y apoderado de su hermano mayor; fray Gabriel de la Anunciación, nació por 1569, profesó en 1590 en la orden franciscana, lengua y evangelizador en el Guairá, con Bolaños y los frailes San Buenaventura y San Bernardo, guardián del convento de Buenos Aires y Concepción del Bermejo, en 1627 estaba en Caazapá; doña Brianda de Guzmán mujer de Juan de Valderas, con sucesión; doña Catalina de Vera casada con Gerónimo López de Alanls, apoderado de Santiago de Jerez y hombre de confianza de Ruy Díaz en Tucumán y Charcas; doña Blanca de Guzmán casada con García Venegas de Hoces, con destacada actuación en el Guairá y Asunción, con descendientes.
De sus antepasados siempre se preció, su linaje paterno por Riquelme es de buena y antigua casa de Jerez de la Frontera, entroncado con los Guzmanes y Ponce de León, de los mayores y más antiguos linajes de Castilla y Andalucía. Ruy Díaz es tataranieto del segundo conde de Arcos, don Juan Ponce de León (+1469). Quinto abuelo suyo fue don Pero López de Ayala (1332-1407), canciller mayor de Castilla, buen poeta y mejor e indiscutido historiador. Octavo abuelo de Ruy Díaz de Guzmán fue Alonso Pérez de Guzmán llamado el “Bueno” (1256-1309), el legendario defensor de Tarifa, que en su tierra sevillana después del rey, no reconocían sino a él (8).
Del origen de la india Leonor nada se conoce, Irala en su testamento declara entre otros por una de sus hijas a doña Ursula hija de Leonor mi criada. En sus papeles Ruy Díaz no hace referencia a la abuela india. Nos llama la atención que siendo Guzmán tan breve y parco cuando describe a los indios guaraníes y otras parcialidades, se explaya en elogios y detalles con los Xarayes, dice nación de la más policía y razón de cuantas en aquella provincia se han descubierto… Han sido siempre leales amigos de los españoles tanto que llegando a este puerto Domingo Martínez de Irala con toda su armada, fue de ellos bien recibido… Desea mucho esta gente emparentar con los españoles, y así le daban de buena gana sus hijas y hermanas para que hubiesen de ellos generación (9). Con un poco de fantasía nos preguntamos si no sería nuestra Leonor de aquella nación de los Xarayes y, recibida en prenda de amistad por Irala?
La biografía de Guzmán es la de un guerrero más que de un hombre de letras, el mismo nos dice: me moví a un intento tan ajeno de mi profesión, que es militar, tomando la pluma para escribir estos anales. Su niñez transcurre entre Asunción y Ciudad Real, situada sobre los saltos del Guairá. Seguramente su padre, antiguo paje de a casa de Medinasidonia y secretario del duque, fuese su maestro de letras y latines, además de iniciarle en el ejercicio de las armas y de la jineta. Adolescente participó en aquella vida guerrera, tumultuosa y llena de banderías que caracterizó a la sociedad paraguaya del XVI, conviviendo entre conquistadores hispanos, los primeros mestizos y el mundo indígena, en aquella atmósfera más medieval que renacentista. Nos dice Ricardo Rojas, que el indiano Ruy Díaz, cultivaba con afán cortesano, los prejuicios de la raza, de la casta y de la época: lealtad al rey, amor a Dios, culto a la iglesia, devoción a las jerarquías nobiliarias: todo ello heredado de su padre hijodalgo (10).
Joven se inicia en las lides guerreras, a los diez y seis años es testigo del asentamiento definitivo de Villa Rica en 1577, participa con su tocayo Melgarejo en las campañas de la provincia del Campo, en la guerra contra los Birayaras, y en otras jornadas que llegaron hasta los confines del Brasil (11). Bien mancebo contrae matrimonio con doña Juana de Oviedo, mujer de temple que le acompañó siempre y en sus largas ausencias sustentó su familia en Ciudad Real y en Santiago de Jerez (12).
En 1582 pasa a Tucumán y es uno de los fundadores de la ciudad de Salta, dónde fue alguacil mayor y alférez real, hizo las guerras a los Casabindos y Cochinocas, y fue a las jornadas contra los Choromoros y Guachiapas. Vuelve a Asunción en 1584 con el teniente de gobernador Juan de Torres Navarrete, quien le envía al socorro de Ciudad Real del Guairá, y con el general don Antonio de Añazco va al descubrimiento de la provincia de los Ñuarás o Ñuguarás o Miarás, hacia el noreste en la banda derecha del río Paraná (13).
Desde 1585 estuvo a cargo de la provincia paranaense, el adelantado Torres de Vera le confirma como su lugarteniente y gobernador el 6 de junio de 1588. Al año siguiente socorre al capitán portugués Gerónimo Leiton, a quien tenían sitiado los indios, y sostiene encuentros sangrientos y memorables, con centenares de indígenas que estuvieron por exterminar a los cristianos (14). Por pedido de sus vecinos y acuerdo de sus cabildos, traslada en 1591 Ciudad Real y Villa Rica, de lugares insalubres a mejores sitios (15).
En 1593 inicia una de sus obras más preciadas. En el río Muney, actual Ivineima, afluente del Paraná, en el asiento del real de Santa Cruz el 1º de febrero de aquél año, Ruy Díaz de Guzmán capitán general de la provincia de los Ñuarás, en nombre del adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón, y ante el escribano Bartolomé García, por reiterados requerimientos de Mateo, Juan, Saras, Diego, Gonzalo, Manuel y Francisco, caciques principales, y con acuerdo del cabildo de Ciudad Real, cabeza de la provincia del Guairá, y a pedido del bachiller Rafael de Castro, juez visitador de la iglesia para la conversión de los infieles, toma solemne posesión en nombre del rey Felipe, de todas las provincias de Ñuarás y las comarcas de Cutaguás, Cumimas y otras (16).
Durante un mes recorre y pacifica la tierra, haciendo entradas para castigar a ciertos indios rebeldes. En los primeros días de marzo llego a una cordillera y serranía alta que divide los llanos de esta tierra de los Ñuguaras, de la tierra y habitación de los guaraníes que están en la otra parte de la dicha cordillera y serranía que dista del río Muney veinticinco leguas. Los indios son agricultores y sus caciques son: Perico, Miguel, Juan, Andrés, Pitiendí y Tinimbú. En esa cordillera fija los límites y mojones de la provincia.
El miércoles 24 de marzo de 1593 a orillas del río Muney, a media legua del puerto de San Matías, leemos en él acta, que Ruy Díaz de Guzmán en nombre de Dios y de la Virgen de la Anunciación, su particular abogada, funda la ciudad de Santiago de Jerez, teniendo en su mano derecha la vara de justicia con insignias de capitán de guerra. Hizo erigir un madero en medio de la traza de la plaza, echó mano a la espada, señalando horca y cuchillo, y con su espada cortó un ramo de un árbol y mandó limpiar el lugar, ordenando penas a los que abandonaran la nueva población (17).
Seguidamente eligieron el cabildo y regimiento. Fueron electos por alcaldes ordinarios el capitán Bernabé de Contreras y Andrés Díaz, y como regidores el capitán Pedro Hurtado de Mendoza, persona de buen consejo. Domingo Machado, Juan de Alvear de Zúñiga y Francisco de Escobar; como procurador Francisco Morínigo. Luego Ruy Díaz de Guzmán nombró alguacil mayor al alférez Juan de Guzmán, como caballero hijodalgo y hombre de confianza. Puso a la nueva provincia bajo la jurisdicción de la ciudad de Asunción. En agosto del año siguiente ya estaban repartidos solares y tierras, y encomendados los indios a los primeros pobladores. En la reseña de soldados y armas vemos que en 1594 eran más de treinta vecinos con armas y caballos (18).
El fundador cifra en el porvenir de Santiago de Jerez grandes esperanzas, de acuerdo al proyecto de poblaciones del adelantado Torres de Vera, que pretende poner puerto en la Cananea sobre el Atlántico, para poblar así todo el este del Paraguay, las tierras paranaenses de los grandes ríos, que era el viejo proyecto de Domingo de Irala. Por influencias de Hernandarias, el cabildo de Asunción pretende desautorizar la fundación y colonización de Jerez, a quien no otorga ninguna ayuda, pero gracias al esfuerzo y tenacidad de sus vecinos pudo subsistir casi cuatro decenios, hasta que fue asolada y destruida por los bandeirantes.
Volviendo a Ciudad Real a fines de aquél año 93 es herido de una estocada, Diego de Zúñiga le apresa y le tiene en una mazmorra durante tres meses, hasta que el gobierno de Asunción, envía a Diego González de Santa Cruz con veinte soldados a imponer orden, devolviéndole su libertad y reponiéndole en el gobierno. Está en Asunción en 1596, y hace una entrada al Chaco para castigar a los Guaicurús que amenazaban la ciudad. El gobernador Ramírez de Velasco le confirma en su gobierno de la provincia de la Nueva Andalucía y hasta 1599 permanece en Jerez.
Viaja a Buenos Aires donde queda hasta 1603 sirviendo oficios militares con el gobernador Interino Beumont y Navarra. Es uno de los fundadores con su hermano fray Gabriel de la Anunciación, de la cofradía de la Concepción en el convento de San Francisco. Regresa a Asunción donde Hernandarias le sigue juicio de residencia, obligándole a volver a Jerez (19). Las relaciones con su paisano estaban muy tirantes y a principios del año 1604 se expatría y ya está en Tucumán camino de Charcas, de donde escribe al rey defendiendo su actuación y un memorial acusatorio contra Arias de Saavedra (20).
En 1605 inicia en La Plata su información de servicios, allí cuenta con el apoyo de algunos amigos: el adelantado Torres de Vera, Juan López de Cepeda, de la audiencia, su pariente Diego Cabeza de Vaca y Fernando de Zárate. Permanece en Charcas hasta enero de 1607 (21). La audiencia de La Plata le nombra contador de la real hacienda de la provincia de Tucumán y reside por algunos años en Santiago del Estero y Córdoba. Luego se traslada nuevamente a Charcas dónde termina de escribir sus Anales del descubrimiento y conquista, que dedica al duque de Medinasidonia el 25 de junio de 1612. Su obra histórica fue una labor paciente y de varios años, la habría escrito en su largo ambular por las dilatadas tierras en que sirvió más de treinta y cinco anos.
En 1614 Ruy Díaz de Guzmán capituló con el marqués de Montesclaros la conquista y pacificación de los Chiriguanás, que vivían a cincuenta leguas al este de Charcas, entre los ríos Pilcomayo, Parapití y Guapay, eran tierras de los confines del Chaco y las estribaciones andinas, al sudeste de las fronteras de los corregimientos de Mizque, Tomina, Pazpaya y Tarija, que asaltaban y asolaban los sangrientos Chiriguanás, de origen guaraní. El virrey Francisco de Toledo al frente de un gran ejército, en 1572 había pretendido sojuzgar a los Chiriguanás y tuvo que abandonar su empresa vencido por los indios. En los primeros meses del año 1616, en la villa de San Juan de Rodas de Tomina, camino real de la cordillera de los Chiriguanás, Guzmán ya tenía formada su hueste compuesta de ochenta soldados y casi quince oficiales, entre ellos varios deudos: Pedro López de Zavala, Luis de Vera Guzmán, Juan Martínez de Irala, Francisco de Valderas y Martín de Irala. Como capellán de la armada nombró a Marcos de Hontón, sacerdote virtuoso y de ejemplo, conocedor de la lengua guaraní y nacido en Tomina, era nieto de un conquistador del Paraguay, y fue hombre clave para la captación de los infieles (22).
Levantó el fuerte de la Magdalena como base y origen de la villa de San Pedro de Guzmán, centro de su conquista y de allí realizó entradas a los pueblos de indios de Charagua y Pirity, situados a diez y doce leguas del fuerte. Hizo una larga jornada para castigar a los Chiriguanás del Pilcomayo, donde atrajo a doscientos indios Chanés y con ellos estableció la reducción del Palmar. Estos “chanés” servían como esclavos a los Chiriguanás, agricultores y laboriosos, sojuzgados por la parcialidad guaraní. Los belicosos Chiriguanás, dieron una guerra sin cuartel a la expedición de Guzmán, quién con su experiencia habría desarrollado una penetración semejante a la realizada en el Guairá, pero en territorio mucho más abrupto y montañoso, muy diferente a los montes paranaenses.
En la noche del 24 de marzo de 1618, indios de Charagua, Pirity y Guapay asaltaron el fuerte de Magdalena para asolar y matar a todos los cristianos, que estaba emplazado sobre una antigua fortificación incaica. Unos comenzaron a minar las paredes y otros pretendieron forzar puertas que no consiguieron, el combate duró varias horas, y luego del amanecer, ante la resistencia se retiraron, quedando muchos muertos y heridos. Luego de este sitio la audiencia envió una ayuda a Guzmán, pero el nuevo virrey Esquilache cuestionó el envío de armas y alimentos.
Escasa fue la pacificación que Guzmán pudo conseguir, una labor de seis meses, los Chiriguanás, desbarataban en un día. Por falta de estímulo y ayuda sus proyectos quedaron en el papel, dos años antes de iniciar esta conquista había escrito al rey que pretendía unir Charcas a través de los Chiriguanás con el Río de la Plata y el Brasil, ardua empresa hasta hoy no realizada (23). Terrible y sangriento fue el año 1619 para su población, volvieron a sitiar el fuerte de Magdalena. Por el corregidor de la frontera de Tomina, sabemos que en ese tiempo todos los indios están de paz en las poblaciones que el dicho Ruy Díaz de Guzmán había hecho en la dicha cordillera, principalmente los indios del Palmar, Pirity y Charagua, que confederados atacaron el fuerte, teniéndoles cercados más cantidad de dos mil indios, y entró este testigo por orden de la real audiencia, a socorrerles ya que hacia más de dos meses, estaban a puerta cerrada, y con la fuerza de socorro pudo levantarse el cerco y salvar sus vidas (24).
Enterado del asedio y casi exterminio de la hueste de Guzmán y negándole más ayuda, el príncipe de Esquilache en 1619 escribe a la audiencia: no se pueden hacer entradas y poblaciones nuevas a costa de su majestad, y así se le dirá a Ruy Díaz de Guzmán y si fuere menester compélelle en la forma que pareciere justa (25).
Al año siguiente en 1620 los Chiriguanás asolaron y dieron muerte a todos los españoles e indios del pueblo del Palmar. Sabemos por el presidente de la audiencia Diego de Portugal, que aquel año fue retirada toda la gente de Ruy Díaz de Guzmán, quién abandonó definitivamente los confines del Chaco, volviendo al Paraguay con amarguras y cargado de heridas.
Definitivamente se establece en Asunción y sus últimos ocho años vivió en su tierra natal junto a su familia. A fines del año 1628 el gobernador Céspedes Xeria, mandó celebrar el primero de enero cabildo abierto para la elección de autoridades. Los vecinos de Asunción reunidos en la plaza mayor, realizaron la elección de capitulares y pretendió un regidor turbar la paz. Hecha la votación. por ciento setenta vecinos fue electo el general Ruy Díaz de Guzmán por alcalde ordinario del primer voto. Fue un postrer homenaje de su ciudad al viejo guerrero que presta a su comunidad un último servicio. Atendió a su oficio regularmente asistiendo a diez y siete sesiones.
Habría fallecido repentinamente el día 14 de junio de 1629. Leemos en el acta capitular del día 15 de junio: por cuanto Dios nuestro señor ha sido servido de llevarse de esta presente vida al general Ruy Díaz de Guzmán alcalde ordinario por su majestad, y para que no falte justicia cumpliendo expresas disposiciones, nombraron en su reemplazo al alférez real y regidor más antiguo Martín de Orué de Zárate” (26).
De la familia de Ruy Díaz sabemos que su mujer doña Juana de Oviedo le sobrevivió algunos años y fue sepultada en la iglesia catedral. Tuvieron varios hijos, el mayor fue el maestre de campo Alonso Riquelme de Guzmán, quién en cláusula testamentaria declara: mi padre el señor Ruy Díaz, difunto, conoció en su vida por hija suya a doña Ursula de Guzmán y como tal la recogí por ser como es mi hermana, virtuosa de buena vida y ejemplo y me ha servido mucho y ayudándome a criar mis hijos, y el dicho mi padre por cláusula de su testamento me la dejó encargada y así la he tenido siempre en mi compañía… (27). El testamento de Guzmán ni el de su mujer no conocemos, así como el nombre de sus otros hijos.
Alonso Riquelme de Guzmán nació en Asunción por 1580 y tuvo destacada actuación en Santiago de Jerez, el Guairá y Asunción donde fue alguacil mayor. Testó en 1638 y fue casado con doña Ana de Espínola, fueron padres de: Ruy Díaz de Guzmán, muerto niño; Diego; Alonso, sacerdote; don Gabriel Riquelme de Guzmán, casado con María González de Santa Cruz, con sucesión; doña Juana, casada con Marcos García de Roa, c.s.; doña Leonor casada con Antonio González Freire, c.s.; doña María casada con Pedro Valdés c.s.; doña Bernardina mujer de Diego de Olavarri; y doña Ana de Espínola. Su hija natural fue doña Micaela de Guzmán c.c. Juan de Vela.
A través de doña Leonor Riquelme de Guzmán y de Antonio González Freire estudiamos su descendencia por su hija doña María González de Guzmán casada con Juan de Encinas y Mendoza, hijo de José de Encinas y de doña Isabel de Irala y Mendoza, padres de doña María Josefa de Encinas y Mendoza casada con Francisco Cavallero Bazán padres de Alonso Cavallero Bazán casado con doña María Josefa de León y Zárate, hija de José de León y Zárate y de Agueda de Valdivia y Brizuela, nieta del gobernador Sebastián de León y Zárate y de María Ponce de Guzmán, biznieta de Diego Ponce de León y de Beatriz de Espínola.
Doña María Josefa Cavallero Bazán hija de Alonso y de María Josefa, fue mujer de Salvador Pérez de la Rosa, padres de Pedro José Pérez Cavallero casado con María del Carmen Corvalán, padres a su vez de Josefa Ignacia Pérez Corvalán casada con Francisco Xavier de Vera y Aragón, cuyas hijas: 1– María Antonia casada con Antonio Demetrio Pérez Ordóñez; 2– Rosa Isabel casada con Juan de Dios Valdovinos; y 3– Juana Ventura Vera y Aragón casada con Francisco de Quevedo Magallanes, dejaron numerosos descendientes hasta nuestros días, entre ellos Juan Francisco Pérez Acosta, Alberto Nogués Pérez, José W. Colnago Valdovinos, y quien escribe estas líneas, historiadores e investigadores que pudieron haber heredado la afición a la historia de su lejano abuelo.
Ruy Díaz de Guzmán fue áspero, recio y macizo, lo que se dice un hombre entero. De sorprendente vitalidad, pudo alternar la vida dura y magra de los campamentos, como hacer justicia y administrar la real hacienda. Gran servidor de su patria y de su rey, quizá le faltó perspectiva política y servilismo cortesano, pero fue arquetipo de hombre viril, lleno de dignidad y honor. Como herencia no dejó nada material, dejó sus hijos, nos legó su sangre, el recuerdo de sus conquistas, sus hazañas y desventuras que hicieron realidad algo de la “provincia gigante de las Indias”.
Asunción, mayo de 1979.
BIBLIOGRAFIA Y DOCUMENTACION CITADA
1- Julián María Rubio: Exploración y Conquista del Río de la Plata, Barcelona 1953, pág. 67 y Enrique de Gandía: Historia del Gran Chaco, pág. 78.
2- Ruy Díaz de Guzmán: La Argentina, Libro II cap. XIV, pág. 207, Bs. Aires 1974.
3- Ramón Menéndez Pidal: Historia de España, introducción. Madrid 1947.
4- Carta de Alonso Riquelme de Guzmán a su padre Ruy Díaz de Guzmán, Asunción 1545, en R. de Lafuente Machaín: Alonso Riquelme de Guzmán, documento de Colección García Viñas de A.G. de I. Nº 975-1, pág. 81 Bs. Aires 1942.
5- Carta de Domingo Martínez al emperador don Carlos, Asunción 2 de julio 1556, original en el Archivo Histórico Nacional, Madrid. Publicada en Cartas de Indias, pág. 622 a 628; y en Relación Varia de Hechos, Hombres y Cosas de Estas Indias Meridionales, selección de Alberto M. Salas y Andrés R. Vázquez, Bs. Aires 1963. Existe copia en la Colección García Viñas bajo en Nº 1257 pág. 9.
6- Alberto M. Salas: Crónica Florida del Mestizaje de las Indias, Bs. Aires 1960.
7- Paul Grossac afirma que nació por 1558. R. de Lafuente Machaín: Conquistadores del R. de la Plata, dice nació por 1554 y en: Alonso Riquelme de Guzmán, por 1560. Enrique de Gandía afirma nació entre 1558 y 1560. Roberto Quevedo: Ruy Díaz de Guzmán, biografía inédita, sostiene nació por 1560, apoyándose en tres afirmaciones del mismo Guzmán: 1ra. declaración en su probanza de Ciudad Real en 1592; 2da. declaración ante el teniente de gobernador, Asunción agosto de 1588; y 3ra. declaración en la información de servicios de Juan Alonso de Vera y Zárate, La Plata agosto de 1606.
8- R. de Lafuente Machaín: Alonso Riquelme de Guzmán, Bs. Aires 1942. Alejandro Olmos Gaona: Alonso Riquelme de Guzmán, aportes para el conocimiento de su genealogía, Bs. Aires 1977. María I. Rojas Panelo de Firpo: Ascendencia del Conquistador Alonso Riquelme de Guzmán, Bs. Aires 1977 y Roberto Quevedo, biografía do Ruy Díaz de Guzmán.
9- Ruy Díaz de Guzmán: La Argentina, libro I, cap. IV.
10- Ricardo Rojas: Historia de la Literatura Argentina, Los Coloniales, Bs. Aires 1948.
11- Informaciones de servicios de Ruy Díaz de Guzmán, Ciudad Real 1592 y La Plata 1605 en Anales de la Biblioteca, tomo IX, pág. 375 a 448. Información de servicio de Ruy Díaz de Guzmán, Asunción 1601, A.N.A.
12- Testamento de Alonso Riquelme de Guzmán, Asunción 10 de abril 1638, Vol. 286 folio 16 a 79, Sec. N.E. en A.N.A. y Vol. 13, Nº 3 Sec. Hist. A.N.A.
13- Informaciones de Servicios de R.D. de G., obra citada.
14- Informaciones de Servicios de R. D. de G., obra citada.
15- Colección García Viñas, copia de documentos de A. G. de la Biblioteca Nacional Bs. Aires.
16- Colección García Viñas de A. G. de I.
17- Colección García Viñas de A. G. de I.
18- Idem Nº 17.
19- Anales de la Biblioteca, tomo IX, pág. 407 y 408, Bs. As. 1914.
20- Colección García Viñas de A. G. de I.
21- Información de servicios de Ruy Díaz de Guzmán y Colección García Viñas de A. G. de I.
22- Colección García Viñas de A. G. de I.
23- Carta de Ruy Díaz de Guzmán al rey, fuerte de Magdalena, 20 de septiembre 1616, Anales de la Biblioteca tomo IX, pág. 449 a 450
24- Colección García Viñas, ídem Nº 22.
25- Colección García Viñas, ídem Nº 22.
26- Actas Capitulares del Cabildo y Regimiento de la ciudad de Asunción, A.N.A.
27- Testamento en Alonso Riquelme de Guzmán, citado Roberto Quevedo: Biografía de Ruy Díaz de Guzmán. inédita.
II. Ediciones y Manuscritos
de la historia de
Ruy Díaz de Guzmán
por Miguel Alberto Guérin
En torno a 1801, después de diecisiete años de trabajosos viajes, llegó a Buenos Aires don Félix de Azara con numerosos manuscritos en los que había recogido noticias sobre “la naturaleza del suelo /…/, la geografía, los vegetales, aves y cuadrúpedos…” del Río de La Plata y Paraguay. En Buenos Aires “completó la historia de sus viajes” con un estudio sobre La conquista de las provincias del Río de la Plata. Este trabajo fue sometido por él a Julián de Leiva, quien desempeñaría, en los primeros días de la revolución, el cargo de síndico procurador de Buenos Aires.
Este hombre, gran conocedor de la historia regional, tenía una “bien provista” biblioteca que Azara pudo consultar y en la que se encontraban, entre otros tesoros, el único ejemplar por ese entonces existente en Buenos Aires de la Historia de la conquista… del padre Pedro Lozano, y una copia de la Historia… de Ruy Díaz de Guzmán, en letra moderna e inteligible, en cuyos grandes márgenes Leiva había agregado, de su propia mano, “algunas correcciones y variantes, a más de otros apuntes reunidos en un pequeño apéndice al fin del volumen”.
El escrito de Azara mereció, por parte de Julián de Leiva, unas Notas al cuaderno intitulado la conquista de las provincias del Río de la Plata, publicadas por Juan María Gutiérrez en el número 32 de La Revista de Buenos Aires, (1) correspondiente a diciembre de 1865. “Convencido Azara de la lealtad del juez y de la equidad de sus fallos – nos dice Gutiérrez – fue dócil, e introdujo en su bosquejo histórico, algunas variaciones, que se notarán a primera vista, después de conocer el escrito del doctor Leiva, en la edición francesa de / 1808 / y primera de las obras de Azara”.
Pero no deseamos en esta oportunidad subrayar la imponente autoridad de Leiva ni el frecuentísimo y siempre analítico uso que en sus notas hace de la Historia… de Ruy Díaz de Guzmán. Nos interesa ahora recordar que en un pasaje del citado escrito, Leiva mencione las notas con que pretende ilustrar a nuestro historiador “cuando llegue el tiempo de imprimir su apreciable historia”.
Esta es, según nuestras noticias, la primera referencia explícita a la intención de publicar la Historia… de Ruy Díaz de Guzmán, que se produce, y esto no nos extraña, en el ámbito de los finos eruditos de las últimas décadas del siglo XVIII. Para ese entonces habían transcurrido casi dos siglos desde el momento en que Guzmán pusiese fin a su historia y faltaban todavía más de treinta años para que el propósito de Leiva se viese cumplido.
Pretendemos realizar aquí una exposición sumaria, pero vaIorativa y actualizada, de la etapa édita de la obra de Ruy Díaz de Guzmán, aludiendo también a los códices que alcanzaron la luz y al tratamiento que merecieron.
Para ello agruparemos las distintas ediciones no por su sucesión cronológica, como suele hacerse, sino en base a las copias que reprodujeron.
I. Ediciones surgidas del códice Río de Janeiro
1. Buenos Aires, 1835
A partir de octubre de 1835 comenzó a aparecer en La gaceta mercantil (2) de Buenos Aires el Prospecto de la futura Colección de obras y documentos inéditos relativos a la historia antigua y moderna del Río de la Plata que Pedro de Angelis se proponía, editar en cuadernos quincenales de 30 pliegos y por suscripción.
Esta Colección… y los problemas bibliográficos que presenta, han sido ya considerados por Enrique Arana hijo (3), por Teodoro Becú (4) y por nosotros mismos (5). Sólo recordaremos ahora que este importantísimo conjunto documental, ya conocido, utilizado y consignando en las bibliografías europeas del último tercio del siglo XIX, “fue publicado en 23 cuadernos que aparecieron entre el 15 de noviembre de 1835 y octubre de 1839” hasta integrar seis tomos que recogen 69 textos, además de numerosos prólogos, tablas e índices debidos al propio Pedro de Angelis.
La Colección… se inicia con lo que de Angelis considera “la historia más completa que nos queda del descubrimiento y conquista del Río de la Plata”, que él titula, no sabemos si respetando el manuscrito que le sirve de base para su edición.. Historia argentina del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, escrita por Rui Díaz de Guzmán en el año 1612. La portada propia de esta obra lleva pie de imprenta de 1835, pues terminó de publicarse en la segunda entrega, correspondiente a diciembre de ese año. Pero el Indice geográfico e histórico con que de Angelis la acompañó no se distribuyó entre los suscriptores hasta la octava entrega, es decir en abril de 1836. Como la portada general del primer tomo de la Colección… está fechada en 1836, tanto uno como otro año aparece en los asientos bibliográficos; según vemos con razones suficientes en ambos casos.
Repasemos brevemente los problemas específicos que esta primera edición presenta a los estudiosos de Ruy Díaz de Guzmán.
En 1914, Paul Groussac, en su estudio Ruy Díaz de Guzmán. Noticia sobre su vida y su obra (6), “siguiendo según parece una nota marginal de Angel Justiniano Carranza a su ejemplar de la compilación de Pedro de Angelis”, señaló que algunos volúmenes del primer tomo de la Colección… incorporan una reimpresión de la Historia… de Ruy Díaz de Guzmán”.
“Basándose en que el volumen anómalo por él consultado carecía de la dedicatoria a Rosas y de la lista de suscriptores”, Groussac explicó esta particularidad afirmando que la reimpresión se debía al propio de Angelis, quien la habría realizado “poco después de la caída de Rosas” para sustituir la primera “y, en lo posible, borrar de la memoria las condiciones harto características en aquélla realizadas”.
Arana y Becú aceptaron en términos generales la explicación de Groussac, aunque el primero se negó a aceptar que la reimpresión fuese tan tardía.
Más tarde Efraím Cardozo en su Historiografía paraguaya (7) propuso otra explicación. Según él la impresión original habría aparecido “antes de lanzar de Angelis la idea de su Colección…”, y la reimpresión sería tan sólo una adecuación de la primera hecha con el propósito de poder incorporarla.
Por nuestra parte hemos creído comprobar que esta circunstancia bibliográfica responde a razones más simples. En efecto, la nota que el editor agrega a la cubierta de su tercera entrega, a mediados de diciembre de 1815, anuncia que “por haber estado ocupada la imprenta de la reimpresión del primer cuaderno, cuya primera edición se ha agotado, le ha sido absolutamente imposible publicar en este número la lista de los señores suscriptores. Es decir que, superados los cálculos más optimistas del editor – recordemos que la Colección… comenzó con la nada despreciable cifra de 488 suscriptores – éste se vio obligado a reimprimirla en todas sus partes, excepto en el Discurso preliminar del editor, que sólo había sido distribuido con la entrega.
Debemos hablar entonces de dos versiones de la Historia… de Guzmán, impresas por de Angelis; la primera, que llamaremos A, consta de 140 páginas, la segunda, que llamaremos B, tiene 156 páginas.
Pero nos interesa particularmente señalar que ambas impresiones presentan numerosas divergencias entre si.
El primer grupo de variantes, por afectar a lo formal, resulta poco relevante. Se trata de cambios en la grafía, puntuación, uso de mayúsculas y despliegue de abreviaturas, a los que podemos incorporar la corrección de los errores tipográficos cometidos en A y consignados en su Fe de erratas que, por cierto, B omite.
Pero el segundo grupo de variantes de B resulta mucho más significativo; comprende diferencias que afectan al contenido y que se hacen más importantes y frecuentes en los últimos capítulos. En principio no parecen erratas sino modificaciones voluntarias, aunque circunstanciales, introducidas por el compositor para tornar más inteligible la lectura del texto, pero su verdadero carácter sólo puede ser descubierto mediante el cotejo con el o los códices que de Angelis utilizara para su edición.
En consecuencia nos dedicaremos ahora a analizar dichos códices.
En su Prospecto de una colección de obras y documentos inéditos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata, de Angelis anuncia a sus eventuales futuros suscriptores que la Historia… de Guzmán es la primera obra que se propone editar y que “El manuscrito de que nos valdremos en esta edición perteneció al finado doctor don Julián de Leiva, cuyas notas marginales descubren los infinitos errores que afean las demás copias existentes”.
Pero en su Discurso preliminar del editor, que, como hemos dicho, se repartió con la tercera entrega, es decir a mediados de marzo de 1836, cuando, según creemos, ya se habían realizado las dos impresiones de la Historia…, de Angelis señala, con mayor vaguedad y circunspección, que sólo había podido procurarse tres copias, que enumeró así, sin indicar cuál le había servido para su edición.
“Copia número uno. Un tomo en folio perteneciente al señor doctor don Paulino Ibarbaz, de una letra moderna e inteligible, con grandes márgenes, en que su anterior dueño, el finado doctor don Julián de Leiva, ha agregado de su puño algunas correcciones y variantes; a más de otros apuntes, reunidos en un pequeño apéndice al fin del volumen”.
“Copia número dos. Perteneciente al señor doctor don Saturnino Segurola, canónigo de la Santa Iglesia de Buenos Aires /… / El manuscrito de que hablamos es el más antiguo de los que hemos consultado, y por el abuso que en él se hace de duplicar consonantes, contra las reglas de la ortografía castellana, inferimos que sea la obra de algún jesuita italiano. La letra es bien formada, pero el tiempo ha apagado el color de la tinta y a veces cuesta trabajo interpretarlo”.
“Copia número tres. De propiedad del señor don José Nadal y Campos”. A esta descripción de Angelis agrega que “Las muchas anomalías que encierran estas tres copias, comprueban que ninguna de ellas ha sido formada sobre las demás.
¿Qué ha sido de estos tres códices? Ignoramos el paradero del de Nadal y Campos o quizás no sabemos, por la falta de referencias precisas del editor, cómo identificarlo con alguno de los subsistentes. La copia de Segurola quedó incorporada, a su muerte, a la Biblioteca Pública de Buenos Aires, desde donde pasó al Archivo General de la Nación de la República Argentina que lo conserva actualmente.
En la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro existen dos códices que Groussac pudo consultar. Con escaso fundamento atribuyó uno al que el propio de Angelis vendiera en 1853 al Brasil, según consta en la segunda parte de su catálogo denominado Colección de obras impresas y manuscritas que tratan principalmente del Río de la Plata (8), y lo identificó, no con total seguridad, con el que perteneciera a Julián Leiva.
El otro, del que se ignora cómo puede haber llegado a Río de Janeiro, se debería, según Groussac a la copia de José Prudencio Gigena Santisteban, alcalde de Córdoba hacia 1780, y habría sido el seguido por de Angelis para su primera edición de la Historia…, introduciéndole tan sólo variantes de tipo gráfico.
En consecuencia sabemos, y nos consta personalmente, que de AngeIis en su versión A repite con variantes uno de los códices de Río de Janeiro. Pero al no poder identificar el manuscrito de Nadal y Campos no estamos en condiciones de saber si las variantes de B son caprichosas o responden a la versión del códice mencionado.
Continuar más adelante y tratar de averiguar con certeza, como lo hiciera Groussac, qué códice vendió de Angelis, cual es el que perteneciera efectivamente a Leiva o dónde se encuentra al de Nadal y Campos nos parece una tarea inacabable e inconducente. Para nosotros el estudio de las ediciones de la Historia… de Guzmán debe llevarnos, fundamentalmente, a establecer qué confianza merecen las diversas ediciones de dicha obra y a guiarnos hacia el hallazgo de códices actualmente existentes, con miras a lograr una edición que supere las anteriores.
2. Buenos Aires, 1854
En 1854 se publica en Buenos Aires, por la imprenta de La Revista, la primera reedición parcial de la Colección… de Pedro de Angelis. Se trata de tres tomos en dos volúmenes que comprenden once textos, ocho de los cuales fueron transcriptos, íntegra o fragmentariamente, de la mencionada Colección…, pero sus editores, cuyos nombres se omiten, borraron sistemáticamente – la fecha lo explica – toda huella que revelase el momento político en que se produjo la primera edición. Omitieron así la dedicatoria y todos los prólogos, índices y notas debidos a de Angelis.
El texto de la Historia… de Guzmán indica que se utilizó para las transcripciones un ejemplar de la impresión B, siguiéndolo con gran fidelidad.
Interesa recordar que en 1868, Juan María Gutiérrez, según Becú presunto editor de esta compilación, incorporó esta obra a su Catálogo de libros didácticos que se han publicado o escrito en Buenos Aires desde el año 1867 (9). En efecto, como lo señala Rómulo D. Carbia en su Historia crítica de la historiografía argentina (10), hasta la publicación por Luis L. Domínguez de su Historia argentina (11), a partir de 1861, la Historia… de Guzmán resultaba a todas luces la mejor síntesis de los acontecimientos ocurridos en la zona del Río de La Plata hasta 1573. Sólo podía comparársela, por ese entonces, al Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán, del Deán Gregorio Funes, publicado en Buenos Aires entre 1816 y 1817 y reeditado en 1856, poco después, como vemos, de la reedición didáctica de Guzmán. Pero como el Ensayo… de Funes seguía muy de cerca a Lozano, el cual a su vez se basaba en Guzmán, la ventaja de contar con la obra original resultaba a todas luces evidente.
Los propósitos didácticos de esta edición hacen que la obra del padre Guevara, Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, sea “explícitamente alterada en su orden y mutilada en su extensión para hacerle continuar más coherentemente” la Historia… de Guzmán.
El carácter de la reedición también se advierte en el título, que en primer tomo coincide con el asignado por de Angelis a la obra de Guzmán, y en los tomos segundo y tercero se transforma leve y sutilmente, para adecuarlo mejor a su contenido en Historia argentina desde el descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata hasta mediados del siglo XIX.
Los editores salvaron con poco éxito el problema de hacer continuar las historias de Guzmán y Guevara hasta mediados del siglo XIX, mediante una serie de agregados relativamente poco funcionales: testimonios y romances referidos a las invasiones inglesas, tablas de latitudes y longitudes de los principales puntos del Río de la Plata, tomadas de la expedición de Alejandro Malaspina, listas de medidas de extensión, volumen y capacidad vigentes en la provincia de Buenos Aires y de los principales frutos de extracción de la misma.
3. Buenos Aires, 1969-1972
La primera reedición total de la Colección… de Pedro de Angelis se publicó en Buenos Aires entre 1900 y 1910. Debido, quizás, a las diversas dificultades por las que pasó la impresión de esta obra, que retardaron su proceso de publicación completa por 10 años, pero sin ningún tipo de justificación aceptable, en ella no se reproduce el texto de Guzmán editado por de Angelis, sino otro, debido a Pelliza; lo que nos obliga a mencionar esta reedición más adelante.
Entre 1969 y 1972, Andrés M. Carretero publicó en Buenos Aires, para la editorial Plus Ultra, la segunda edición completa de la Colección… de Pedro de Angelis, en 8 tomos que integran nueve volúmenes.
En otra oportunidad nos hemos ocupado de la falta de criterio editorial y de la desprolijidad general que impera en esta reedición. Bástanos recordar ahora que “los siete primeros tomos de esta colección reproducen, en un orden completamente nuevo, los textos de los tomos primero a quinto de la edición de 1836 en su variante “A” y que “el tomo octavo, que consta de dos partes, sigue el tomo quinto de la edición de 1910 y respeta puntualmente su ordenamiento”.
La variante “A” de la Historia… de Ruy Díaz de Guzmán ha sido transcripta, como todo el resto de la obra, modernizando, aún en los nombres propios, “la ortografía, la acentuación y el uso de las mayúsculas”; “también se ha alterado la puntuación y se ha desplegado, sin indicarlo, la mayor parte de las abreviaturas”. Estas modificaciones han sido realizadas sin dejar constancia del criterio que las inspira.
Pero además, y esto es lo más importante, el editor se ha tomado numerosas libertades en la transcripción que no pueden ser explicadas ni como modernizaciones ni como erratas. Se trata de verdaderas alteraciones del texto, totalmente injustificable. Para dar un ejemplo de la magnitud de las mismas recordamos que en el capítulo séptimo de la primera parte de la Historia… de Guzmán se transcribe además por a más, a lo que por a que, sigilo por silencio, guardias por guardas, flechas por flechería, soprenderlos por cogerlos, etcétera.
Las características apuntadas nos obligan a advertir sobre los inconvenientes que encierra el uso de esta segunda reedición completa para los estudiosos de Guzmán.
Resumiendo lo apuntado hasta ahora digamos entonces que el códice seguido por de Angelis se encuentra actualmente en Río de Janeiro y que la edición de la Historia… que encabeza la Colección… presenta dos versiones, A y B, con variantes sobre las que es imposible afirmar al presente si se deben a la composición tipográfica o se respaldan en la confrontación de otro códice.
La variante B fue reimpresa, con prolijidad que permite confiar en ella, en Buenos Aires en 1854, y la variante A, a pesar de haber inspirado la reedición de 1969, debe ser consultada en la edición original.
II. Ediciones surgidas del códice Asunción
1. Asunción, 1845
En 1845 se publicó en Asunción, por la imprenta de la República del Paraguay, la primera edición del códice que se conserva en el Archivo Nacional de Asunción.
También entonces por primera vez la Historia… de Guzmán recibía el título de Argentina con el que ya la llamara el padre Pedro Lozano en su Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, compuesta en el primer tercio del siglo XVIII, el cual quedaría definitivamente vinculado a los destinos de esta obra. En la portada de la edición de 1845 se lee, en efecto: Argentina. Historia del descubrimiento, conquista y población del Río de la Plata. Escrita por Ruy Díaz de Guzmán, conquistador, el año de 1612, habiendo pasado 82 años desde que empezó esta conquista.
Enrique Arana hijo señala que esta edición “reúne el alto valor tipográfico de haber sido la primera obra reimpresa durante la presidencia de Don Carlos Antonio López, fundador de la Imprenta de la República del Paraguay y redactor de su primer periódico”. Ya en 1846 Los editores del Comercio del Plata, de Montevideo – probablemente Florencio VareIa – habían aclarado que “si hemos de estar a los informes que nos dio el impresor de Asunción, el mismo señor López, presidente de la República paraguaya, cuidó de la corrección de aquellos nombres indígenas”.
De esta edición conocemos una impresión en papel común y otra en papel de hilo con filigrana Gior Magnani que se conserva en la Biblioteca Nacional de la República Argentina. Ambas idénticas en su contenido.
Recordemos algunas de las características, en parte ya señaladas por Efraím Cardozo, del códice asunceño. Consta de 158 folios, recto y verso. A partir del folio 137, fin del capítulo séptimo de la tercera parte parecería según nuestra fotografía, recopiado por otra letra similar y aparentemente no muy separada en el tiempo de la primera. Esto se vería confirmado por el fuerte estado de deterioro que presentan los folios inmediatamente anteriores a éste. Ambas letras constituyen lo que denominaremos la primera mano que, del folio 90 vuelta, es decir del capítulo XVII de la primera parte, se ve corregida por una segunda, posterior, que tacha e interlínea o enmienda directamente sobre lo escrito. Esta segunda mano interviene muy activamente hasta el folio 155 vuelta, capitulo XIX del libro tercero, en que prácticamente desaparece.
La edición de 1845 sigue la segunda mano invariablemente, pero introduce variantes que afectan la ortografía original, incluso de los nombres propios y guaraníes, el uso de las mayúsculas y las abreviaturas, las que se despliegan sin indicarlo. Pero más afectan la fidelidad de la edición ciertas omisiones, reubicaciones y agregados, todos ellos debidos, según parece, al propósito de facilitar la mejor inteligibilidad del texto.
Esta edición, de infidelidades explicables dentro del marco de la época en que fue realizada, estaba destinada a tener un éxito excesivo.
2. Montevideo, 1846
El diario Comercio del Plata, publicado en Montevideo por la Imprenta del Comercio del Plata entre 1845 y 1857, tuvo como principal redactor, hasta su muerte a Florencio Varela.
Bajo su conducción el periódico convertía normalmente sus páginas 3 y 4 en 4 páginas integrantes de alguna obra referida “a la historia y la geografía de la América del Sur”.
Estas obras constituyeron, luego de encuadernadas, la famosa colección de la Biblioteca del Comercio del Plata, que la imprenta vendía separadamente por tomos.
Así, en 31 entregas no consecutivas, aparecieron entre el 3 de diciembre de 1846 y el 31 de enero de 1847 las 122 páginas correspondientes a la Argentina… de Ruy Díaz de Guzmán. En la Noticia preliminar los editores anuncian que “Parece ahora que en los Archivos de Asunción se ha hallado el original que se creía robado; así nos lo afirman positivamente personas caracterizadas del Paraguay, como también el impresor que dirigió la edición”. Esta es la razón que alegan para reeditar la edición asuncena, corrigiendo “por enteramente obvias” las que ellos denominan “numerosas faltas tipográficos que no aparecen, salvadas”, aunque las correcciones efectuadas no resultan significativas, pues sólo afectan el plano formal.
3. Buenos Aires, 1882
En 1882 Mariano A. Pelliza, firmando con sus iniciales, realizó, como segundo tomo de la Biblioteca Argentina de Carlos Casavelle, una nueva edición de la Argentina…, que precedió de una introducción y acompañó con catorce notas tendientes a rectificar la información de Guzmán en base a autoridades éditas muy conocidas, como Ulrico Schmidel, Martín Fernández de Navarrete, Antonio de Herrera, Antonio de Alcedo, Félix de Azara y Pedro Lozano. También utilizó las obras historiográficas contemporáneas de Robertson, Zinny, Barros Arana y Mariano Molas.
En su Introducción, Pelliza, que evidentemente no simpatizaba con la Historia… de Guzmán pues en nombre de una “crítica severa” considera muy “sospechosa /… / la narración de Guzmán en diversos pasajes”, declara que “Para la presente edición hemos consultado la que publicó don Pedro de Angelis en su Colección…, un manuscrito antiguo que posee el Editor, copia probablemente sacada en presencia de Ruidíaz, y la curiosa edición en 8º hecha en la Asunción del Paraguay en 1845, bajo la dirección del presidente don Carlos Antonio López”.
No pocos investigadores posteriores parecen haber creído en tales afirmaciones, de donde surgieron numerosos desaciertos en las ediciones siguientes. Pero lo cierto es que, como lo advirtiera Enrique Arana hijo, y contra la opinión, entre otros, de Groussac y de Cardozo, la edición de Pelliza es una copia muy ceñida de la del Comercio del Plata, a la que, exceptuando algún despliegue de abreviaturas y alguna actualización de acentos, nunca sistemática, reproduce textualmente.
Nos interesa particularmente recordar este aspecto de la edición de Pelliza porque todas las ediciones posteriores del códice Asunción se basan, directa o indirectamente, en ella.
4. Asunción, 1895
La primera edición en basarse en la de Pelliza es la publicada por la Revista de la Universidad Nacional de Asunción, en cinco entregas sucesivas correspondientes a los tomos IV y V del año 1895, segundo de su publicación (t. IV, p. 115-169 y 265-285; t. V, p. 65-82, 157-187 y 285-300).
5. Buenos Aires, 1900-1910
Ya hemos aludido a la primera reedición completa de la Colección… de Pedro de Angelis. Los dos primeros tomos de la misma fueron publicados en 1900 por la imprenta editora de V. Colmegna, el tercero, que se publicó en 1901, cambió de pie de imprenta, indicando como tal la Biblioteca histórica y geográfica de Augusto Pinzeni, el cuarto quizás pertenezca al mismo fondo editorial, pero cuando se publicó el quinto y último tomo, en 1910, la colección completa ya había sido comprada por la Librería Nacional de J. Lajouane y Compañía, que reemplazó las portadas de los primeros volúmenes para darle unidad a los pie de imprenta, consignando en todos los tomos el suyo propio, sin alterar en absoluto el contenido de los mismos. Se trata pues de una sola edición, y no de dos como ciertos autores han afirmado.
En esta edición, inexplicablemente, la obra de Guzmán fue tomada de la de Pelliza y no de la original de Pedro de Angelis, pero se conservaron el Prólogo de su primer editor y su Indice geográfico e histórico que se reproduce al final del primer tomo, adaptándolo a la nueva composición tipográfica, además de las Tablas cronológicas y geográficas. Se omitieron por el contrario y también inexplicablemente, el Prólogo y argumento al benigno lector, de Guzmán y el Indice de los capítulos. No aparece, como era lógico, la Fe de erratas.
6. Buenos Aires, 1943
Con introducción y notas de Enrique de Gandía, la Editorial Estrada de Buenos Aires, publicó en 1943 una nueva edición de la obra de Guzmán.
En la página XI de su Introducción Gandía afirma que “Esta edición repite la impresión feliz y cuidada hecha en 1845 del texto más perfecto y antiguo, a nuestro juicio, de La Argentina de Ruy Díaz de Guzmán”. Antes había señalado que “No hemos querido, en esta edición, reproducir, paleográficamente, textos con ortografía y puntuación original”. En modo alguno podría haberlo hecho pues es evidente, por varias afirmaciones que lo delatan, que Gandía no conocía entonces el manuscrito Asunción. Tampoco utilizó la edición asuncena de 1845, pues su edición reproduce con total fidelidad la de Pelliza de 1882.
Esta edición integra numerosas notas de carácter histórico en las que se confrontan las afirmaciones de Guzmán con los datos recogidos por Gandía en su fecunda labor como historiador de los primeros tiempos de la colonización del Paraguay y Río de la Plata.
7. Buenos Aires, 1945
En 1945, en la Colección Austral de la Editorial Espasa-Calpe Argentina, Gandía volvió a publicar el texto de Guzmán, esta vez sin notas y precedido solamente de una Noticia preliminar en la que se advierte al lector que se reproduce el texto de 1943 “con ortografía y puntuación modernas”. Y así resulta, pues el texto de Pelliza ha sido modernizado en su grafía, mayúsculas y, en ciertos casos, en la puntuación.
8. Buenos Aires, 1974
En 1974 Enrique de Gandía publica por tercera vez La Argentina. Esta edición incluye una Introducción, en la que se mencionan con no pocos errores y omisiones las ediciones anteriores, y numerosas notas. Algunas de estas últimas reproducen el contenido esencial de las de la edición de 1943, variando, por cierto, su redacción, otras muchas han sido redactadas expresamente, pero carecen de autorización y sólo constituyen un comentario genérico hecho por un muy buen conocedor del tema tratado.
En la página 24 de la Introducción el editor vuelve a aclarar que “El texto que hemos adoptado en nuestras ediciones es el del códice de la Asunción del Paraguay” y agrega: “Aconsejamos al editor no ajustarse a la grafía antigua que, por otra parte, no es la del propio Díaz de Guzmán, sino la de un copista”. A pesar de estas afirmaciones y como en las anteriores ocasiones, el texto sigue siendo el de Pelliza, aunque en esta oportunidad y contra lo “aconsejado” al editor, se reproduce casi perfectamente la grafía de la edición de 1943, con el solo cambio de algún agregado de acentos.
De lo anterior se deduce que cuando en la Introducción que acabamos de citar Gandía se ufana de que “En treinta años hemos publicado tres veces La Argentina de Díaz de Guzmán”, lo que en realidad debe entenderse es que durante treinta años reimprimió un solo texto, inicialmente viciado y por lo tanto de escasa utilidad para los estudios historiográficos.
Resumiendo diremos que hasta el presente sólo contamos con una versión, aceptable en su momento pero insuficiente para los requisitos metodológicos actuales, de una de las manos del códice Asunción, sobre la cual se han realizado ocho ediciones que sólo logran acumular errores, alejándose cada vez más del texto original.
III. Edición surgida del códice Segurola (Buenos Aires).
En 1914, en el tomo IX de los Anales de la Biblioteca Nacional de la República Argentina, Paul Groussac, por entonces su director, dio a conocer la única versión hasta el día de hoy existente del códice que había pertenecido a Saturnino Segurola (12). Como hemos visto dicho códice fue conocido por Pedro de Angelis y se conserva actualmente en el Archivo General de la Nación de la República Argentina.
La Argentina, que por primera vez se edita así, sustantivando el adjetivo por medio del artículo, fue precedida entonces por un estudio que Groussac denominó Noticias sobre Ruy Díaz de Guzmán y su obra (13) y acompañada de un voluminoso cuerpo de Notas que, aunque fundamentalmente basadas en las copias de documentos del Archivo de Indias, realizadas por el humilde y muy laborioso Gaspar García Viñas – circunstancia que Groussac calla sistemáticamente – están teñidas de erudición jactanciosa y de poca comprensión, no solo de la obra de Guzmán, sino también, y esto es lo más grave, de! problema filológico que su texto implica.
A tal punto llegó la incomprensión de Groussac, que improvisó un aparato crítico no con el de otros códices, sino con el de las anteriores ediciones de Pedro de Angelis y de Asunción, cuando él mismo se había encargado previamente de indicar los problemas que la edición de de Angelis encerraba.
Groussac fue el editor que más códices tuvo a su alcance en el momento de realizar su tarea. Contaba con cuatro, dos provenientes de Río de Janeiro y dos de Buenos Aires, y todos contemporáneamente a la vista. Sin embargo dejó escapar la oportunidad de realizar un cotejo de variantes entre ellos y prefirió editar, como hemos dicho, un sólo códice y compararlo con ediciones que no le merecían su entera fe.
El volumen editado en 1914 se completa con un apéndice documental y con otros dos estudios de Groussac: El desamparo de Corpus Christi y El mapa atribuido a Guzmán y facsímil de él, en los que se ponen de manifiesto una vez más las singulares dotes del erudito francés, tan poco sensible, sin embargo, a las características propias de la cultura hispanoamericana.
El códice Segurola fue reproducido en ese momento según lo que hoy llamaríamos una transcripción textual extrema, tratando de imitar, tipográficamente, todas las características del original manuscrito. Aun dejando de lado las graves objeciones que los filólogos de nuestros días hacen a tal tipo de tarea (pensamos, por ejemplo en las advertencias debidas a Agustín Millares, Carlo y José Ignacio Mantecón (14) – es necesario señalar lo que ya señalara, tan acertadamente, Efraím Cardozo (15): a pesar de su exterior erudito, la transcripción es en realidad deficiente, pues presenta, con respecto al original, numerosísimas variantes: agregados, reposición de acentos, actualización eventual e indiscriminada de mayúsculas y alteraciones en los nombres propios.
Sea como fuere, la tarea realizada por Groussac, quizás por la fecha de su emprendimiento y seguramente también por la particular formación de quien la llevara a cabo, representa el primer intento serio de acercarse a la Historia… de Guzmán con una real preocupación filológica.
El breve panorama de las ediciones de la Argentina que hemos expuesto arroja el siguiente balance: trece ediciones completas que reproducen sólo tres códices y que, por su marcada tendencia a copiarse unas a otras – aunque así lo nieguen, más se alejan de los originales cuanto más recientes son.
Tal situación implica todo un desafío para los interesados en la obra de Guzmán.
En efecto, Cardozo dio noticias ciertas de 10 códices y referencias de otros más, Julio Caillet-Bois (16), en 1942, anunció el encuentro de otro en Lima. Juan Bautista Avalle-Arce (17) informó sobre otro en 1966. Por nuestra parte hemos encontrado manuscritos completos o fragmentarios, de los que creemos se carecía de referencias en el Archivo General de la nación de la República Argentina, en Madrid y en Londres, y las noticias con que contamos harían ascender el número de manuscritos conocidos a casi una veintena.
Tal cantidad de códices y las actuales posibilidades de reproducción facilitan y alientan la realización de una edición crítica.
¿Se justifica la tarea? No pocos lingüistas, literatos e historiadores así lo reclaman. Recordemos que Avalle-Arce lo ha señalado con cierta exigencia al decir que es vergonzoso que tal edición no exista al presente.
Pero nosotros queremos recordar la importancia que revista para el campo historiográfico una tarea de semejantes magnitudes.
Es conocida al respecto la carta que Bartolomé Mitre – uno de los iniciadores de la historiografía colonial con base documental, enviara a Barros Arana en 1875 con motivo de la publicación por Andrés Lamas de la Historia… del padre Lozano (18). En esos momentos Mitre afirmaba: “La publicación del libro de Lozano ha venido a comprobar que hasta hoy ningún escritor antiguo ni moderno ha reemplazado todavía a nuestro primitivo cronista Ruy Díaz de Guzmán, nacido en América, descendiente inmediato de los conquistadores, de los que tomó sus noticias, las cuales llevan el sello de la autoridad que falta a las demás, cualesquiera que sean sus defectos y deficiencias”.
“Esa publicación demuestra, además – agrega Mitre – lo que ya sabíamos, y es que la historia del Río de la Plata está por ’hacerse y rehacerse’, como ya se lo he manifestado otra vez. Es indispensable para ello acudir a los documentos contemporáneos que no estudiaron los cronistas y fundar nuestro edificio sobre bases nuevas…”.
Las afirmaciones de Mitre, que conservan plena vigencia en su sentido, apuntan a dos planos que trataremos de analizar.
En primer lugar resulta evidente que hasta la aparición de la historiografía documental la Argentina… fue la fuente de mayor caudal y mejor calidad de información para el conocimiento de la historia de estas regiones desde la llegada de los españoles hasta 1573. Así lo demuestra el muy asiduo uso que de ella hicieron los eruditos historiadores de la Compañía de Jesús y los demarcadores del siglo XVIII. Así lo demuestra el hecho de que haya servido de fuente de información fundamental a los autores que se ocuparon de la historia argentina durante el período independiente. Estudiar la Argentina… es entonces, además, esclarecer el panorama de la historiografía colonial del Paraguay y Río de la Plata. No se puede prescindir de ella si se quiere comprender y valorar adecuadamente la obra de Lozano, de Guevara, de Azara, de Aguirre, del Deán Funes, de Domínguez, de Pelliza, de Magariños…
Pero nos interesa particularmente subrayar que, además, Ruy Díaz de Guzmán forjó, con la estructuración temática que dio a los hechos del Siglo XVI, modelos y categorías de exposición historiográfica que historiografía documental no pudo aceptar. Pensemos por ejemplo en nociones regionales como Paraguay, Tucumán y Río de La Plata, pensemos en la organización del tiempo en base a “entradas”, pensemos en la importancia que Guzmán asigna a las expediciones llegadas desde la metrópoli.
Es decir que si bien la propuesta de Mitre – rehacer la historia en base a documentos – se encuentra ya en parte realizada, la historia de Guzmán conserva al presente el carácter de un testimonio que configuró durante mucho tiempo, y sigue configurado hasta hoy, la imagen que nosotros y nuestros antecesores, como habitantes de una porción del suelo americano, nos hacemos de nuestro pasado.
Por otra parte es preciso tener en cuenta que la Historia… de Ruy Díaz de Guzmán se basa fundamentalmente en la tradición oral y por lo tanto da testimonio del conocimiento que un conjunto de españoles y mestizos tenían, a fines del siglo XVI, de los casi cien años de agitada vida transcurridos desde el comienzo de la instalación. En este sentido toda la información suministrada por la Historia… y no sólo la corroborable mediante otros documentos, adquiere significativo valor. Episodios como los muy famosos de Lucía Miranda o de la Maldonada, aunque puedan ser legítimamente analizados como el origen de una vasta tradición literaria, son esencialmente el testimonio vivo de la imagen que los conquistadores del Paraguay tenían de su propio pasado americano.
Volviendo ahora a la edición critica de la obra de Ruy Díaz de Guzmán, conviene recordar que nos encontramos ahora en mejores condiciones para realizarla que los estudiosos de las generaciones precedentes. No me refiero exclusivamente a los medios de reproducción que nos proporciona la técnica, sino al conocimiento de documentos hasta hace poco desconocidos que constituyen una excelente guía para la valoración de los manuscritos que están a nuestro alcance.
En este sentido me parece fundamental el aporte realizado por Juan Bautista Avalle-Arce en su trabajo Dos relaciones inéditas de Ruy Díaz de Guzmán, publicado en 1966 en la revista Filología del Instituto de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires.
La segunda de estas dos relaciones conservadas en la Biblioteca Nacional de París, originales de Guzmán y con su firma autógrafa, está fechada en San Pedro de Guzmán e1 12 de enero de 1618 y constituye un verdadero diario de la expedición de Ruy Díaz de Guzmán contra los chiriguanás”, resultando en consecuencia un aporte de singular valor para el conocimiento de un período capital de la vida del historiador.
En la primera, fechada en el mismo lugar unos meses antes – el 1º de octubre de 1617 – Guzmán pasa revista con puntualidad y detalle a los “diversos y sangrientos rebatos que los chiriguanás dieron contra los españoles hasta 1617”. En este sentido esta relación se torna valiosísima pues muestra una serie de puntos de contacto con la Historia… en cuyos capítulos V y VI del libro primero se narran esos mismos acontecimientos. Al cotejar ambas versiones se advierte, como ya lo señalara Avalle-Arce, que Guzmán debió tener presente su texto, que confronta, transcribe y a veces amplía. Similitudes y discrepancias entre esta relación y la Historia… resultan vaIiosísimas para juzgar sobre el grado de autenticidad de los diversos manuscritos que han llegado hasta nosotros.
Durante los dos primeros siglos de la presencia española en América se perfilan pautas indelebles, comunes a todo el continente, y al mismo tiempo surgen rasgos diferenciatorios locales en un proceso que es la característica sobresaliente de Hispanoamérica: individualidad y diversidad dentro de la unidad. La obra de Guzmán, que es ejemplo y fuente de conocimiento de ese proceso, no ha recibido hasta el presente un tratamiento acorde a sus merecimientos.
NOTAS
1) Julián de Leiva, Notas del Dr. D…. a la historia del Río de la Plata por D. Félix de Azara. (Primera edición). Editor: Juan María Gutiérrez. (En: La Revista de Buenos Aires… Buenos Aires, año III, Nº 32, t. VIII p. 400 – 436, diciembre de 1865).
2) La gaceta mercantil. Buenos Aires, a. 13, Nº 3720, p. 3, 23-X-1835.
3) Enrique Arana (hijo), Bio-bibliografía de Don Pedro de Angelis, 1784-1859. Labor histórica, periodística y literaria. Separata del Boletín de la Biblioteca de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Buenos Aires, a. 1, Nº 5, junio de 1933.
4) Teodoro Becú. La colección de documentos de Pedro de Angelis, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Publicaciones del Instituto de Investigaciones Históricas, Nº LXXV, 1941.
5) Miguel A. Guérin, Las ediciones de la Colección… de Pedro de Angelis. (En: Revista del Instituto Nacional Superior del Profesorado Joaquín V. González, Buenos Aires, a. 1, fascículo 1, enero – diciembre 1974).
6) En: Anales de la Biblioteca. Buenos Aires, t. IX, 1914.
7) Efraím Cardozo, Historiografía paraguaya I. El Paraguay indígena, español y jesuita. México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1959.
8) Pedro de Angelis, Colección de obras impresas y manuscritas que tratan principalmente del Río de la Plata, formada por:.. Buenos Aires, s. e., 1853.
9) En: Juan Maria Gutiérrez, Noticias históricas sobre el origen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos Aires… Buenos Aires, Imprenta del Siglo, 1868.
10) Rómulo D. Carbia, Historia critica de la Historiografía argentina
11) Luis L Domínguez, Historia argentina. Buenos Aires, 1861.
12) páginas 1-246.
13) páginas IX – LIII.
14) Agustín Millares Carlo y José Ignacio Mantecón, Album de Paleografia Hispanoamericana de los siglos XVI y XVII. México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1955. 3 v.(desde sus orígenes en el siglo XVI). Buenos Aires, 1940.
15) E. Cardozo, Historiografía…, p. 202 – 203.
16) Julio Caillet-Bois, Otro manuscrito de Ruy Díaz de Guzmán. (En: Revista de Filología Hispánica, Buenos Aires – Nueva York, a. IV, Nº 4, octubre – diciembre de 1942).
17) Juan Bautista Avalle-Arce, Dos relaciones inéditas de Ruy Díaz de Guzmán. (En: Filología, Buenos Aires, a. XII, 1966-67).
18) Bartolomé Mitre, /Carta a Diego Barros Arana, Buenos Aires, 20-X-1875 /. (En: Bartolomé Mitre, Archivo. Buenos Aires, t. XX, p.
III. Notas sobre la Lengua
de Ruy Díaz de Guzmán
por Germán de Granda
Las características de la lengua empleada por Ruy Díaz de Guzmán en su obra Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata, común (y erróneamente) denominada La Argentina, no han sido, hasta el presente, estudiadas.
Varias son, a mi parecer, las razones de este hecho. En primer término el lugar, indudablemente secundario, que ocupa nuestro autor entre los historiadores y cronistas de Indias, lo que explica, si no justifica, el que, careciéndose aún de trabajos exhaustivos (aunque no de estudios parciales) sobre las obras de escritores como Bernal Díaz del Castillo, Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara, Francisco de Jerez o Pedro Cieza de León, no hayan atraído todavía a los especialistas en español de América las peculiaridades del volumen escrito por Ruy Díaz de Guzmán.
Por otra parte, el original del cronista que nos ocupa ha llegado a nosotros solamente a través de copias realizadas en el siglo XVIII lo que, sin duda, disminuye el interés que puede suscitar en el filólogo ya que, cuando menos, elimina la posibilidad de acometer el examen de uno de los niveles lingüísticos más interesantes en un escritor de fines del siglo XVI y principios del XVII, el fonético. Y, además, el texto de Ruy Díaz de Guzmán parece ofrecer a una lectura apresurada, un atractivo más bien escaso en lo que a lenguaje y estilo se refiere, sobre todo si lo comparamos con el rigor y desembarazo que se encuentran, por ejemplo, en los Comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Adelantado y Gobernador de la Provincia dei Río de la Plata.
A pesar de todas estas razones, creo que no carece de justificación el intentar delinear, cuando menos, las características y peculiaridades de la prosa de Ruy Díaz de Guzmán no sólo porque, a través de ellas, podremos conocer mejor su personalidad histórica y sus perfiles humanos sino, y sobre todo, porque, mediante su estudio, podremos tener acceso, no por parcial menos interesante, a la variedad de lengua española que podría manejar en medio de las selvas paraguayas, prácticamente incomunicadas con los principales focos de cultura de la América española, aprovechando los breves descansos entre empresas bélicas o colonizadoras, un representante de aquellos “mancebos de la tierra” hispano – guaraníes que, en una increíble proeza colectiva, dejaron su huella fundacional desde las regiones atlánticas del Guairá histórico hasta las llanuras del Chaco y desde Santa Cruz de la Sierra hasta Santa Fe y Buenos Aires.
Limitando nuestro examen de la lengua de Ruy Díaz de Guzmán, por la circunstancia que antes mencioné, a la morfosintaxis y al léxico encontramos en ella, como primera impresión, dos características generales no por difusas menos perceptibles, que podríamos designar con los conceptos de modernidad y naturalidad.
Evidentemente, la primera de estas cualidades, atribuibles a la prosa de nuestro autor, se debe al abandono, a partir de las primeras décadas del siglo XVI, de una gran cantidad de rasgos lingüísticos medievales que aún abundan en el siglo XV y en los años iniciales de la siguiente centuria y entre los que se cuentan, por ejemplo, las oscilaciones vocálicas (sufrir – sofrir), la existencia de F – inicial ante vocal (fecho), la conservación del grupo consonántico – BD – (cobdo, cobdicia), las formas verbales del tipo poneldo, tomallo, el futuro aún no totalmente amalgamado (escribirte he), los presentes so, vo, estó (soy, voy, estoy), el pronombre personal nos, el demostrativo aqueste/aquese, el uso del artículo ante posesivo (la mi casa), la persistencia de ge lo por se lo etc. Ninguno de estos fenómenos, que sin duda prestan a los textos castellanos en que aparecen una fisonomía poco familiar al lector no lingüista, se dan ya en la prosa de Díaz de Guzmán lo que contribuye, desde luego, a su fácil comprensión y a la sensación de proximidad y familiaridad que despierta hoy en nosotros su lectura.
Bien es cierto que aún encontramos en La Argentina algunos rasgos lingüísticos no existentes en el castellano actual y, por el contrario, comunes durante los siglos XVI y XVII pero son relativamente escasos y de fácil aprehensión por el lector común de nuestro siglo. Así, por ejemplo, el uso del artículo femenino ante sustantivos que hoy lo exigen masculino como en las centinelas (1), la hambre (2), la canal (3), algunos empleos preposicionales o conjuncionales no actuales, entre los que se podrían citar por con valor de para (4), de que equivalente a por lo que (5), etc., la vigencia de un cuádruple sistema de pronombres personales de segunda persona constituido por tu (6), vos (7), vuestra merced (8) y vuestra señoría (9), diferenciados por su gradación en cuanto a la intimidad y al respeto que se experimenta por el interlocutor, etc.
Si la prosa de Ruy Díaz de Guzmán no es ya, lógicamente, medieval (aunque, como veremos más adelante, preserve todavía algunos razgos ya arcaicos en el siglo XVII) tampoco es, aún, barroca, lo que contribuye apreciablemente a producir en el lector la sensación de sencillez y naturalidad de que hemos hablado con anterioridad.
No existen, en efecto, en La Argentina los artificios que caracterizan el estilo de los prosistas castellanos conceptistas como Quevedo o Gracián. No hay, en Ruy Díaz de Guzmán, salvo algún muy raro caso, ni juegos de palabras ni contraposiciones semánticas violentas ni rasgos especificadores como la aposición de sustantivos ni neologismos forzados ni, sobre todo, la ordenación sintáctica compleja y la sentenciosidad modelada sobre el latín de Tácito.
El lenguaje de Díaz de Guzmán, carente de afectación en general, es empleado por el autor, cumpliendo con ello los preceptos de Juan de Valdés (10), para decir lo que desea con las menos y más sencillas palabras que le son posibles.
Su prosa es, si cabe la expresión, predominantemente funcional y, por lo tanto, está desprovista de refinamientos formales que, desviando la atención hacia el ornato estilístico, impidan, por su inadecuación al tema que se trata, la atención exclusiva a la línea narrativa lineal característica de su obra.
Ahora bien, es cierto que esta naturalidad funcional carente de artificio, que hemos destacado hasta aquí como cualidad positiva de la obra de Ruy Díaz de Guzmán, tiene también su aspecto negativo, al ser manejada por un autor que no es, desde luego, un prosista de condiciones artísticas excepcionales.
La monotonía en la ordenación sintáctica, la reducción de los esquemas oracionales posibles a sólo unos pocos (los más simples) entre los que destaca la coordinación copulativa (11), la reiteración de paradigmas de frase y la restricción de léxico son, indudablemente, peculiaridades poco felices que individualizan, de modo escasamente brillante, el estilo de nuestro autor.
Sin embargo, sería insuficiente reducir las notas caracterizadoras de la prosa de Ruy Díaz de Guzmán a la mera naturalidad, rayana a veces en el desaliño expresivo. Hay otro rasgo en su obra que merece, en justicia, ser considerado y valorado. Me refiero al constante y bien perceptible esfuerzo del autor por conseguir, dentro de la funcionalidad de su lenguaje, una selección, distinguida y aristocrática, de los elementos formales que maneja.
Este rasgo se manifiesta claramente, por ejemplo, en la adopción de conscientes latinismos léxicos (12) y sintácticos, entre los que destacan, por su reiteración, las oraciones subordinadas de infinitivo (13) y las que calcan la construcción clásica de ablativo absoluto (14).
También puede ser incluida dentro de la misma tendencia estilística la actitud de Díaz de Guzmán respecto al léxico designador de realidades, físicas o sociológicas, americanas.
Nuestro autor emplea, con exclusividad, americanismos léxicos, procedentes ya del taíno (15) ya del quéchua (16), incorporados ya, desde la primera mitad del siglo XVI, al español del Nuevo Continente. En los demás casos, reemplaza, sistemáticamente, las designaciones indígenas de flora (17) y fauna (18) por sus equivalentes, más o menos felices, en el castellano peninsular y, salvo dos excepciones aisladas (19), no usa en su lenguaje ningún tipo de guaranismos que no sean los, inevitables, de índole toponimica (20) o antroponímica (21).
Esta actitud ante los indigenismos de Ruy Díaz de Guzmán, radicalmente contrapuesta a la adoptada por otros historiadores de Indias, también de origen mestizo, como el inca Garcilaso de la Vega, parece indicar en el autor que estudiamos no solamente una postura lingüística descalificadora de la aportación léxica nativa al castellano americano sino, más ampliamente, su adopción de un modelo literario (y también ideológico) totalmente español europeo para su obra histórica, dato interesante, sobre todo, para cooperar a la delineación de los rasgos psicológicos que definirían al grupo humano al que pertenecía el propio Ruy Díaz de Guzmán, el de los “mancebos de la tierra” paraguayos.
Un rasgo lingüístico que, como creo haber demostrado en otra ocasión (22), puede ser atribuido a causas varias y concurrentes pero que en este caso particular, parece proceder, con exclusividad, de la consciente voluntad de estilo de Ruy Díaz de Guzmán es el del leísmo (utilización del pronombre personal átono le no solamente en el objeto indirecto sino también en el directo). Nuestro autor emplea un tipo de leísmo limitado al singular, mientras que en el plural la distribución de les / los coincide con la normativa, y, además, solo maneja le como objeto directo en los casos de interés personalizado mientras que, para los que carecen de este rasgo semántico (23), hace uso de la forma lo (24). Estas notas distintivas, muy diferentes de las que se hallan en el español paraguayo actual (25), coinciden, en cambio, con las que se dan en el leísmo propio de los autores peninsulares de Castilla La Vieja y León en el siglo XVI y, más tarde, en las obras de escritores como Cervantes, Lope, Quevedo y Calderón.
Por ello, creo que se impone el considerar la modalidad de leísmo utilizada por Ruy Díaz de Guzmán no como una manifestación dialectal paraguaya, precursora de la que hoy encontramos en el país sino, por el contrario, como uno de los resultados lingüísticos del deseo, bien patente en el autor que estudiamos, de seleccionar los elementos y rasgos lingüísticos de su prosa con el ánimo de conseguir un matiz distinguido y elegante dentro de su básica naturalidad expresiva. En esta ocasión Díaz de Guzmán espera lograr su intento mediante la utilización sistemática de la modalidad leísta empleada por los escritores leoneses y castellanos viejos del siglo XVI, rasgo que, si bien pudo ser importado a tierras paraguayas por los conquistadores y primeros colonizadores de aquella procedencia geográfica, nunca debió ser usado por los que, como su propio padre, Alonso Riquelme de Guzmán, eran originarios de Andalucía, donde ni en el siglo XVI ni en la actualidad es conocido el leismo pronominal.
Me referiré a continuación, con la máxima brevedad posible, a la tercera característica perceptible, junto con las de naturalidad y selección, en la prosa de Ruy Díaz de Guzmán: su matiz ligera pero perceptiblemente arcaico, conservador, propio no de los primeros años del siglo XVII, en que fue escrita (al parecer), sino de la mitad del siglo XVI, es decir de una generación anterior a aquella con la que, en cronología absoluta, debería identificarse.
No es, en realidad, extraña esta peculiaridad en la lengua de un autor como el que nos ocupa ya que en él se dan, sobrada y coincidentemente condicionamientos de toda índole que justifican este retraso respecto a los rasgos medios del lenguaje literario castellano de principios del siglo XVII. Entre ellos figuran, destacadamente, el aislamiento, casi absoluto, de los enclaves hispánicos del Paraguay con respecto a la lejanísima metrópoli e, incluso, a los focos importantes de la cultura virreinal (México, Lima), la imposibilidad, derivada del factor anterior, de tener acceso a las nuevas modalidades barrocas de la literatura peninsular y, en último lugar, la propia trayectoria vital de Ruy Díaz de Guzmán, “de profesión militar” como él mismo afirma con orgullo.
No sería, en efecto, de esperar de quien pasó su vida combatiendo (en el Guairá, en Santa Fe, en Salta, en el Chaco), fundando ciudades (Villa Rica del Espíritu Santo, Santiago de Xerez), trasladándolas de un emplazamiento a otro (Ciudad Real, Villa Rica) o gobernando (Buenos Aires, Santiago del Estero) que, al mismo tiempo, se mantuviese al tanto de las novedades estilísticas y cambios en la norma lingüística acaecidos, mientras tanto, en la España peninsular o en sus brillantes sucursales limeña y mexicana.
Más fácil y, también, más congruente con su biografía personal es pensar que Ruy Díaz de Guzmán formó sus usos lingüísticos sobre la norma manejada por la generación de los conquistadores y primeros pobladores del Río de la Plata y, en primer lugar, sobre la de su propio padre, Alonso Riquelme de Guzmán, llegado a Asunción en 1540 con la expedición del Adelantado y Gobernador Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Su lenguaje parece, en efecto, corresponder, como hemos avanzado anteriormente, por sus rasgos morfosintácticos y léxicos, a esta época y aunque, probablemente, su permanencia durante su edad madura en La Plata (Charcas) pudo ponerle en contacto con modalidades más actualizadas de habla y, también, con obras literarias recientes no es fácil que, salvo algún rasgo aislado de estilo, se modificaran por ello apreciablemente sus principales características lingüísticas individuales, forjadas, lógicamente, durante su infancia y primera juventud.
La peculiaridad, aquí señalada, del lenguaje de Díaz de Guzmán, es decir su perceptible carácter arcaizante respecto a la fisonomía media de la prosa realizada en España contemporáneamente a la realización de su obra (1612) se puede apoyar tanto en consideraciones lingüísticas como de estilo.
En cuanto a las primeras, nuestro autor emplea, de modo constante, varios rasgos que ya, a principios del siglo XVII, están prácticamente en desuso o, al menos, en decadencia en la España metropolitana. Entre ellos destacan, por su relevancia gramatical, la persistencia del esquema de colocación de los pronombres inacentuados respecto al verbo (postpuestos a principio de frase o tras pausa, antepuestos en los demás casos) (26), el valor, plenamente pasivo, no impersonal, de la construcción con se, en la que no se emplea, por lo tanto, la preposición a con el sujeto paciente (27), el uso de la forma verbal en – RA como pluscuamperfecto de subjuntivo y no como imperfecto de subjuntivo, función para la que se utiliza la forma – SE (28), y, finalmente, la vigencia, aún, del futuro de subjuntivo (29).
En otros casos Ruy Díaz de Guzmán alterna el empleo de estructuras lingüísticas arcaizantes y el de las más evolucionadas y modernas.
Así, por ejemplo, ocurre en lo que se refiere a los complementos directos de persona, que pueden llevar a, al uso moderno, o no requeriría (30), al uso de haber, con significación incoativa o plena de tener, alternando con este último verbo con valor durativo o pleno (31), a la utilización de ser como equivalente al actual estar (32), al empleo del complemento agente con la preposición de (33), a la existencia de locativos sin preposición (34), a la persistencia de las formas verbales con – D – desinencial aunque solamente cuando dichas formas son esdrújulas (35) y, finalmente, al valor “de donde” atribuido a donde (36).
En cuanto a las consideraciones estilísticas que justifican la inclusión de la obra de Ruy Díaz de Guzmán entre las influidas por la prevalencia de los rasgos renacentistas, propios de la época de Carlos V, podemos resaltar, entre otras, las que se centran en la presencia en su prosa de recursos tan identificados con los esquemas retóricos de dicho período como son las parejas o tríos de vocablos, frecuentemente sinónimos o cuasisinónimos (37), la contraposición de oraciones o cláusulas oracionales (38), el realce de determinadas cualidades de los objetos mencionados por medio de epítetos (39) y, en ocasiones, la búsqueda de la simetría retórica a través de la combinación de oposiciones de componentes sintácticos y de elementos léxicos (40).
Frente a estos rasgos de estilo, claramente renacentistas, poco significa algún caso aislado de usos identificables con la modalidad barroca de prosa, como el zeugma (41), el cual, por otra parte, se utiliza también en la prosa literaria de la época del Emperador (42).
Existen, finalmente, en la obra de Ruy Díaz de Guzmán algunos otros elementos, tanto léxicos como morfosintáticos, que ofrecen indudable interés como testimonios del origen hispánico tradicional de fenómenos actualmente vivos en el castellano rioplatense o, más restringidamente, paraguayo.
Así ocurre, por ejemplo, con el sintagma constituido por el sujeto singular de una acción unido a otro por la preposición con, el cual lleva, frente al uso peninsular actual pero coincidiendo con el de amplias zonas del español americano (Paraguay, Argentina, Chile, Perú, Colombia, América Central), el verbo en plural (43), con el abundante uso de voces de origen marinero, características del léxico castellano de América ya desde su formación (44) y, finalmente, con el empleo con valor de superlativo, no de exceso, de demasiado, uso actual paraguayo que se ha querido relacionar, erróneamente, con el contenido semántico del guaraní etereí y que deriva, sin duda, del fondo lingüístico tradicional castellano (45).
Son interesantes también, por diversas razones, algunas otras peculiaridades de la prosa de Ruy Díaz de Guzmán entre las que citaré solamente, a modo de reducida muestra, el empleo de la voz sertón, paralela al portugués brasileño sertao (46), el uso de quien con antecedente no personal (47), la utilización del sustantivo postverbal multiplico (48), etc.
Como resumen final de todo lo hasta aquí expuesto, creo que del análisis (aún somero como el realizado en este breve trabajo) de los rasgos lingüísticos de la prosa de nuestro autor, pueden extraerse algunas líneas de fuerza que me parecen significativas para la caracterización, vital e intelectual, de Ruy Díaz de Guzmán quien a su vez, por supuesto, debe ser considerado como representante de los valores vigentes entre una buena parte de los conquistadores y primeros pobladores del Río de la Plata y de los “mancebos de la tierra”, descendientes de aquéllos y de sus compañeras guaraníes.
Ruy Díaz de Guzmán se nos muestra, en primer lugar, como un autor literario rezagado, estilística y lingüísticamente, respecto a las normas vigentes, en estos aspectos, en la metrópoli española en las fechas en que, probablemente, redactó su obra (1605-1612).
Este retraso, atribuible tanto a factores colectivos, socioculturales y geográficos, como a condicionamientos individuales, hace que, formalmente, se ubique literariamente con toda claridad, a pesar del aparente desfase temporal, no dentro de la generación llamada por José Juan Arrom (49) de 1564 (a la que, sin embargo pertenece cronológicamente), caracterizada por su enfoque “criollista” de la realidad americana y de la que forman parte autores como el Inca Garcilaso, Blas Valera, Fray Diego Durán, Juan de Tovar y Fray Martín de Murúa, sino de la anterior, la de los narradores de la conquista, espiritual o material, de los hombres y las tierras americanas por la Corona de Castilla. Es en este grupo literario, del que forman parte también Francisco de Jerez, Agustín de Zárate, Pedro Cieza de León, Juan de Castellanos, Fray Toribio de Benavente, Fray Bernardino de Sahagún y Fray Diego de Landa, en el que se debe incluir, por su modo de ver la realidad americana que le circunda, a Ruy Díaz de Guzmán.
Al igual que la mayor parte de sus homólogos generacionales (y ello es especialmente notable en alguno de ellos, como Fray Jerónimo de Mendieta) nuestro autor es, formalmente, renacentista pero, psicológica e ideológicamente, medieval. Su renacentismo, estilístico y lingüístico, puede apreciarse en la adopción, como ideal expresivo, del binomio naturalidad – selección (50), en sus recursos retóricos y en sus rasgos de lenguaje. Su medievalismo, que obedece a una constante de la sensibilidad colectiva de los conquistadores y colonizadores españoles de América como ha visto con claridad Antonio Tovar (51), queda patente, entre otros, en episodios de su obra como el referente a las supuestas apariciones, en el campo de batalla, de Santiago o San Blas, quienes, del mismo modo que en la Reconquista peninsular, acaudillan a las tropas de españoles y de indios “amigos” en el combate.
Finalmente, Ruy Díaz de Guzmán manifiesta una total adhesión a los modelos artísticos, ideológicos y vitales, que configuran la “morada vital” hispánica (52) del siglo XVI. No significa esto, en modo alguno, que ignore o menosprecie los valores, estructuras y peculiaridades del entorno indígena en el que se injerta históricamente pero sí que, a diferencia de lo que se trasluce en los enfoques, intelectuales o afectivos, del mundo aborigen realizados en las obras del Inca Garcilaso, del P. José de Acosta o, incluso, de Alonso de Ercilla, los considera como elementos totalmente auxiliares, subordinados a la visión del mundo que, en lo religioso, en lo social y en lo político, caracterizó al ideario imperial español y, en manera alguna, autónomos o válidos por sí mismos.
Esta actitud global ante los temas y problemas planteados por la conquista y colonización de la América hispánica, tan diferente de la sustentada, por ejemplo, por la línea ideológica derivada de los escritos del P. Las Casas, es especialmente significativa en un personaje en el que, como en Ruy Díaz de Guzmán, confluían las sangres españolas e indígena.
Es evidente que, tanto en este caso individual como en el del grupo humano de los llamados “mancebos de la tierra” hispano – guaraníes, el ethos paterno se impuso finalmente, a través, con seguridad, de complicados y dolorosos cambios psicológicos, al materno, constituyendo este proceso uno de los más notables, peculiares e influyentes factores en el desarrollo histórico del área territorial paraguaya y en la formación de su personalidad colectiva.
Desearía que estas líneas, a veces forzosamente técnicas, pudieran representar, no obstante, un intento de acercamiento, exigente y entrañable al mismo tiempo, en el 350 aniversario de su muerte a la personalidad de Ruy Díaz de Guzmán, guerrero, gobernante, fundador de ciudades, historiador, nieto del Gobernador Domingo Martínez de Irala, hijo del caballero jerezano Alonso Riquelme de Guzmán, entroncado con los nobilísimos linajes de los Ponce de León y los Guzmán, y de la mestiza doña Ursula de Irala y, probablemente, por todo ello, símbolo vivo de una de las raíces más vitales y trascendentes de la sociedad paraguaya de ayer y de hoy mismo (53).
NOTAS
1) “A su salvo mataron a las centinelas” (pág. 81). Cito los textos de la obra de Ruy Díaz de Guzmán por su última edición, realizada por Enrique de Gandía (Buenos Aires, Librería Huemul, 1974), en la que se toma como base el llamado “códice de Asunción”, al parecer el más perfecto de todos los conservados y, como todos ellos, copiado en el siglo XVIII de un prototipo desaparecido. La grafía está modernizada.
2) “Con los cuales sucesos y la hambre que sobrevino, estaba la gente muy triste y desconsolada” (pág. 107).
3) “Dio con la carabela en una encubierta laja, que está en la misma canal que hoy llaman la laja del ‘Inglés’, (pág. 185).
4) “Concedióseles lo pedido por justificar más la causa de la guerra, ofreciéndoles perdón si voluntariamente viniesen a la real obediencia” (pág. 150).
5) “Adoleció de una calentura lenta que poco a poco le consumirá quitándole la gana de comer ‘de que le resultó un flujo de vientre’ (pág. 230).
6) “No te tengas por mi esclava sino por mi querida mujer y como tal puedes ser señora de todo cuanto tengo y hacer a tu voluntad uso de ello de hoy para siempre y junto con esto te doy lo principal, que es mi corazón” (págs. 83-84).
7) “Muy contento estáis con vuestra nueva mujer más ella no lo está con vos, porque estima más al de su nación y antiguo marido que a cuanto tenéis y poseéis” (pág. 85).
8) “Sucedió un día que andando el Maestre de Campo Juan de Osorio paseándose con el Factor don Carlos de Guevara por la playa llegó a él Juan de Ayolas, Alguacil Mayor, y le dijo… V. md. (Vuestra Merced) sea preso, señor Juan de Osorio, a lo cual, entendiendo el Maestre de Campo que se burlaba, se retiró empuñando su espada, y entonces le dijo el Alguacil Mayor diciendo téngase V. md. (Vuestra Merced) que el señor Gobernador manda que vaya preso” (pág. 99).
9) “Adelantándose el Alguacil Mayor fue a dar aviso al Gobernador, que estaba almorzando, diciendo, ya, señor, está preso ¿que manda V.S. (Vuestra Señoría) que se haga? (pág. 99).
10) “El estilo que tengo me es natural y sin afectación ninguna escribo como hablo” (pág. 154); “Todo el bien hablar castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos palabras que pudiéredes” (pág. 158). Cito por la edición del Diálogo de la lengua de Juan de Valdés realizada por Juan M. Lope Blanch (Madrid, Editorial Castalia, 1969).
11) “Y con esta resolución dio facultad al Capitán García Rodríguez de Vergara para que con 60 soldados fuese a hacer esta fundación y, tomando los pertrechos necesarios, salió de la Asunción el año 1554 y con buen suceso llegó al Paraná y pasó de la otra parte, donde fue bien recibido de los indios de la comarca y, considerando el puesto más acomodado para el asiento de su fundación, tuvo por conveniente el hacerla una legua poco más o menos más arriba de aquel gran salto” (pág. 205).
12) Por ejemplo: “lo cual visto por los indios, que habían sido agresores de su muerte” (pág. 70); “despavoridos, salían de sus aposentos a la plaza de armas, sin poderse incorporar unos con otros” (pág. 81); “aunque todo el pueblo acudió al socorro, no se pudo comprimir el incendio, porque lo fomentaba la abundancia de pez y resina” (pág. 252); “no es fuera de propósito describirlas con sus partes y calidades y lo que contiene en latitud y longitud, con los caudalosos ríos que se reducen en el principal” (pág. 41).
13) “Es cosa cierta haber gran multitud de naturales” (pág. 62) ; “por este suceso se ve no haber merecido el castigo a que la expusieron” (pág. 117); ‘los indios decían ser fácil bajar en canoas por aquel río’ (pág. 201); “parecióle a García Rodríguez ser, por entonces, aquel sitio el mejor (pág. 205).
14) “Hallándole dormido le mataron a puñaladas y hecho, se volvieron al Perú” (pág. 175); “esta fundación fue llamada la Villa de Ontiveros, a similitud de la de que era natural García Rodríguez, y, hecha su población, se mantuvo en ella algún tiempo” (pág. 205).
15) “Les acometieron gran número de canoas de indios llamados Agaces” (pág. 112); “enviaron ciertos caciques al Capitán disculpándose de lo sucedido (pág. 121); “se mandó llevar en una hamaca a la Asunción” (pág. 162).
16) “A la sazón se hallaba escasa de bastimentos por causa de una plaga general de langostas que habían talado todas las chacras” (pág. 118).
17) Determinaron hacer más celada, metiendo sus canoas debajo de grandes embalsados de eneas y cañahejas” (pág. 228).
18) ‘Son grandes labradores y tienen todas las legumbres de las Indias, muchas gallinas, patos, ciertos conejillos y puercos, que crían dentro de sus casas’ (pág. 63); “a la parte del sudoeste residían ciertos indios vestidos que tenían muchas ovejas de la tierra” (pág. 110); “donde, de ordinario, viven muchos tigres, onzas, osos y algunos leopardos pero no muy carnívoros” (pág. 208).
19) “Viene este río a pasar por una población muy grande de indios guaraníes, la cual llaman Tape o Tava que quiere decir Ciudad” (pág. 48); “ha quedado hasta ahora el estilo de llamar a los indios de su encomienda con el nombre de tobayá, que quiere decir Cuñado ’ (pág. 136).
20) Por ejemplo, “en la jornada que hizo en la reducción y visita de los pueblos de Ibiturusú, Tebicuarí y Mondaí” (pág. 135).
21) “En el pueblo de los indios sujetos al Cacique Canendiyú, que era muy amigo de los españoles” (pág. 205); “acometieron el real de los nuestros en gran número, a persuasiones de un hechicero, que ellos tenían por santo, llamado Cutiguará” (pág. 224); “dos mancebos hermanos llamados don Pablo y don Nazario, hijos de un principal de aquella tierra que se llamaba Curupiratí” (pág. 243).
22) Véase mi trabajo Origen y formación del leísmo en el espanol del Paraguay.
23) Para estos conceptos teóricos véase Francisco Marcos Marín Estudios sobre el pronombre, Madrid, 1978.
24) Compárense los ejemplos siguientes: “haciendo montón de todo el despojo para repartirle entre toda !a gente de guerra” (pág. 83); “De este trance se escapó el general Juan de Ayolas, pero al otro día le hallaron metido a unos matorrales de donde le sacaron, le llevaron a la mitad del pueblo, le mataron e hicieron pedazos” (pág. 128); “a sus principios, en las fiestas que hacían, los comían” (pág. 71); “pelearon con los franceses, los rindieron y tomaron el navío” (pág. 88).
25) En el español del Paraguay, en sus estratos más populares, le se utiliza, como forma única, para representar el objeto átono directo e indirecto de tercera persona del pronombre personal, tanto en singular como en plural. Véase mi trabajo citado en la nota 22.
26) “Dentro y fuera se le pusieron guardas a su costa; secuestráronle todos sus bienes, dejándole sólo para sustentarse muy escasamente” (pág. 276).
27) “Todos los que pudieron ser habidos se cogieron y se ajusticiaron los motores de los insultos” (pág. 159).
28) “El cual, a no ser avisado del trompeta, cayera como el General en manos de aquellos enemigos” (pág. 261); “fue mandado ejecutar, habiendo ofrecido antes dos hijas que tenía, una a Diego de Abreu y otra a Ruy Díaz Melgarejo, para que las tomasen por esposas” (pág. 184).
29) “Corriendo la vista por toda aquella gente, atendió a don Juan Francisco de Mendoza, a quien llamó y dio su espada, diciendo a vmd. señor don Francisco, entrego mis armas y ahora hagan de mí lo que quisieren” (pág. 161).
30) “Visitó los indios que allí había” (pág. 224); “atacaron a los españoles” (pág. 225).
31) “Con esto Gaboto llegó a haber con facilidad algunas piezas de plata, manillas de oro, manzanas de oro y otras cosas” (pág. 78); “habiendo llegado Juan de Ayolas a los últimos pueblos de los Samócocis y Sibócocis… dio vuelta cargado de muchos metales que había habido de los indios de toda aquella comarca” (pág. 127) ; “acabó su vida como verdadera cristiana, pidiendo a Dios Nuestro Señor hubiese misericordia de ella” (pág. 85); “fue Dios Nuestro Señor servido de que se descubriese la tramoya por medio de una india, que tenía en su servicio el capitán Salazar” (pág. 135); “hizo revista a la gente y halló que tenía 600 hombres” (pág. 134).
32) “Dejando en su lugar por Teniente a Hernando de Salazar, que era casado con la hermana de su mujer” (pág. 238).
33) “Tenía Hurtado los ojos puestos en su Lucía y ésta en su verdadero consorte, de manera que fueron notados por algunos de la casa y en especial de una india” (pág. 84); “cerraron todos a un tiempo llegando a la palizada donde fueron recibidos de los enemigos” (pág. 150).
34) “Se embarcaron en sus navíos toda la gente que cupo y caminaron el río arriba” (pág. 118]; “y, dándole aviso al General de lo sucedido, que aún no estaban muchas leguas de la ciudad” (pág. 195).
35) “El Cacique, viendo tan impensada acción, dijo: Capitán Mendoza, como me habéis engañado, quebrantando vuestra palabra y el juramento que habéis hecho, pues matadme ya o haced de mí lo que quisiéredes” (pág. 173).
36) “Sobreviniéndole una tormenta en aquel paraje, encalló el navío en parte donde no pudo salir más” (pág. 75); “volvieron a su asiento con algunos de los mismos portugueses, que al disimulo los favorecieron, donde, metidos todos en dos navíos, desampararon la tierra y se fueron a la isla de Santa Catalina” (pág. 89); “los llevaron a las naos, de donde se les huyeron dos” (pág. 39).
37) “Con cuyos vínculos vinieron a tener aquellos tumultos el fin y la concordia que convenía, con verdadera paz y tranquilidad, en que fue S. M. bien servido con gran aplauso del celo y cristiandad de Domingo de Irala” (págs. 189) ; “Este era un mozo mal inclinado y de peor intención, que, por haber sido castigado del General por sus excesos y liviandades, estaba sentido y agraviado” (pág. 201); “En este tiempo tenía a los naturales de aquella provincia con mucha paz y quietud y tan a su devoción y obediencia que cualquier cosa por grave que fuese, siéndoles mandada de orden del General por cualquier español o indio, era ejecutada puntualmente” (pág. 207).
38) “De modo que estaba la República tan aumentada, abastecida y acrecentada en su población, abundancia y comodidad que desde entonces hasta hoy no se ha visto en tal estado” (pág. 207).
39) “Y, caminando por un apacible llano, de más distancia de una legua divisó las cristalinas aguas de aquel río a cuya playa llegó, con grande admiración de todos en ver la hermosura del ancho río, de tan dulces como diáfanas aguas, muchas islas pobladas de muy espesos sauces, sus márgenes de vistosas y varias arboledas… en este ancho y apacible sitio sentaron su real” (pág. 172).
40) “Por cuya causa no se guardaba el orden que convenía porque unos se quedaban atrás con sus deudos y amigos y otros marchaban adelante con sus mujeres e hijos” (pág. 254).
41) “Moviéronse a esta novedad, aunque no lo es para ellos (págs. 243-244); “Respondióles que se vería más despacio y se resolvería lo más acertado al real servicio; pero, habiendo tardado en la resolución, tomaron la de prender al Capitán y a algunos de su parte una noche” (pág. 268).
42) Cfr. Manuel García Blanco La lengua española en la época de CarIos V, Sander, 1958.
43) “Luego que el Cacique saltó a la tierra, se abrazaron con el Capitán” (pág. 173).
44) “Con tal velocidad que, cogida una vez cualquier cosa, es casi imposible largarla” (págs. 202-203); “dio con ellos una madrugada y, quemándoles sus ranchos, mató gran cantidad” (pág. 119).
45) “Y, saltando en tierra con demasiada determinación, tomando los capitales la vanguardia y peleando cara a cara con el enemigo a espada y rodela, le rompieron” (pág. 122).
46) “El cual, caminando por sus jornadas por el sertón, adentro con los demás compañeros, vinieron a salir al río del Paraná” (pág. 67).
47) “No me parece fuera de propósito tratar en este libro algunas cosas de las que acaecieron en el gobierno de Tucumán, con quien confina esta gobernación” (pág. 170).
48) “El día de hoy ha llegado a tanto el multiplico que han salido de esta ciudad para las demás que se han fundado en aquella gobernación ocho colonias de pobladores” (pág. 137).
49) José Juan Arrom. Esquema generacional de las letras hispanoamericanas. Ensayo de un método, 2da. edición, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1977.
50) Véase Ramón Menéndez Pidal El lenguaje del siglo XVI, en Cruz y Raya (Madrid), setiembre de 1933.
51) Antonio Tovar Lo medieval en la conquista y otros ensayos americanos, Madrid, 1970.
52) Utilizo aquí, aunque con reservas sobre su aplicación uniforme extensiva a la totalidad de la historia medieval y moderna de España, el concepto teórico forjado por Américo Castro.
53) Este texto ha sido escrito para ser incluido, como introducción, en la edición que sale bajo la dirección del historiador paraguayo don Roberto Quevedo. Dada la índole no especializada y la finalidad, divulgativa y popular, del volumen en que aparece, he prescindido en mi trabajo, casi totalmente, de citar la bibliografía específica en que apoyo mis afirmaciones así como de presentar éstas de modo excesivamente técnico. Todo ello sin perjuicio de preservar, en todo momento, un nivel adecuado de exigencia y rigor científico.
Dedicatoria
Don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno mi señor Duque de Medina-Sidonia, Conde de Niebla, y Marqués de Gibraleón, etc.
Aunque el discurso de largos años suele causar las más veces en la memoria de los hombres mudanza, y olvido de las obligaciones pasadas no se podrá así decir de Alonso Riquelme mi padre hijo de Ruy Díaz de Guzmán mi abuelo vecino de Jerez de la Frontera, antiguo servidor de esa antigua casa tan ilustrísima en la cual habiéndose criado mi padre desde su niñez hasta los veinte años de su edad, sirvió de page y secretario al excelentísimo señor don Juan Alonso de Guzmán, y a mi señora la Duquesa doña Ana de Aragón dignísimos abuelos de vuestra excelencia de donde el año 1540 pasó a las Indias con el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca de gobernador del Río de la Plata, a quien sucedieron las cosas más adversas, que favorables: fue preso, y llevado a España; quedando mi padre en esta provincia, le fue forzoso asentar casa tomando estado de matrimonio con doña Ursula de Irala, y continuando el real servicio al cabo de 50 años falleció de esta vida, dejándome en ella con la misma obligación como a primogénito suyo, la cual de mi parte he tenido siempre presente en el reconocimiento de su memorable fama con más amor y afición que de apartado criado; y no es mucho que el valor del linaje y genealogía tan antigua tire para sí a los que nacimos con esta deuda; pues se lleva consigo las aficiones y voluntades de los más extraños del mundo mayormente a los que tienen como yo con el deseo, y voluntad de mostrarlo con mis pocas fuerzas de donde vine a tomar atrevimiento de ofrecer a vuestra excelencia este humilde y pequeño libro, que compuse en medio de las vigilias que se me ofrecieron del servicio de Su Majestad en que siempre me ocupé desde los primeros años de mi puericia hasta ahora. Y puesto que el tratado es de cosas menores, y falto de toda erudición y elegancia al fin es cosa que trata de nuestros españoles que con valor y suerte emprendieron aquel descubrimiento, población, y conquista en la cual sucedieron a las personas cosas dignas de memoria, y aunque en tierra miserable y pobre ha sido Dios Nuestro Señor servido de extender tan largamente en aquellas provincias la predicación evangélica con gran fruto y conversión de sus naturales, que es el principal intento de los Católicos Reyes nuestros señores; a vuestra excelencia humildemente suplico de recibir y aceptar este pobre servicio como fruta primera de tierra tan nueva esteril, y falta de erudición, y disciplina no mirando la bajeza de su quilate sino la alta fineza de la voluntad con que de mi parte es ofrecida para ser amparado debajo del soberano nombre de vuestra excelencia a quien la majestad divina guarde con la felicidad que merece y yo su menor viador desee. Que es fecha en la ciudad de La Plata provincia de los Charcas a 25 de Junio de 1612 años.
Ruy Díaz de Guzmán
Prólogo y Argumento al Benigno Lector
No sin falta de consideración discreto lector me moví a un intento tan ajeno de mi profesión, que es militar tomando la pluma para escribir estos anales del descubrimiento, población, y conquista de las provincias del Río de la Plata, donde en diversas armadas pasaron más de cuatro mil españoles, y entre ellos muchos nobles, y personas de calidad, todos los cuales acabaron sus vidas en aquella tierra con las mayores miserias, hambres, y guerras de cuantas se han padecido en las Indias no quedando de ellos más memoria que una fama común, y confusa de su lamentable tradición, sin que hasta ahora haya habido quien por sus escritos nos dejase alguna noticia de las cosas sucedidas en 82 años, que hace comenzó esta conquista, de que recibí tan afectuoso sentimiento, como era razón por aquella obligación que cada uno debe a su patria, que luego me puse a inquirir los sucesos de más momento, que me fue posible tomando relación de algunos antiguos conquistadores, y personas de crédito con otras que yo fui testigo, hallándome en ellas en continuación de lo que mis padres y abuelos hicieron en acrecentamiento de la Real Corona, con que vine a recopilar este pequeño libro tan corto y humilde como lo es mi entendimiento y bajo estilo solo con celo de natural amor, y de que el tiempo no consumiese la memoria de aquellos que con tanta fortaleza fueron merecedores de ella dejando su propia quietud y patria por conseguir empresa tan dificultosa. En todo he procurado satisfacer esta deuda con la narración más fidedigna que me fue posible aunque entiendo que algunos quedaron del con más sentimiento que gratitud por no poder satisfacerles según lo que merecen y otros cuyos pasados no anduvieron tan ajustadamente como debían. Más como el alma de la historia es la pureza y verdad será fuerza pasar adelante con el fin de ella. Por lo cual suplico humildemente a todos los que la vieren reciban mi buena intención, y suplan con discreción las muchas faltas que en ella se ofrecen.
LIBRO I
De la descripción y descubrimiento de las provincias del Río de la Plata desde el año 1512 y 1515 que la descubrió Juan Díaz de Solís hasta que por muerte de Juan de Ayolas quedó con la superior gobernación el capitán Domingo Martínez de Irala.
CAPITULO I
Quien fue el primer descubridor de esta provincia
Después que el adelantado Pedro de Vera mi rebisabuelo por orden de los reyes católicos don Fernando y doña Isabel conquistó las islas de la Gran Canaria, que antiguamente se dijeron Fortunadas, luego el rey de Portugal mandó poblar las Islas de Cabo Verde, que están de aquel cabo de la equinoccial y, cursar el comercio de la Mina en Guinea por el consiguiente el año de 1493 salió de Lisboa un capitán llamado Américo Vespucio por orden del mismo rey don Juan a hacer navegación al occidente al mismo tiempo que Cristóbal Colón volvía a España del descubrimiento de las Indias. Este capitán Américo llegó a Cabo Verde y, continuando su jornada pasó la equinoccial de este cabo del polo antártico hacia el oeste y mediodía, de manera que llegó a reconocer la tierra y costa, que hoy llaman del Brasil junto al cabo de San Agustín, que está 8 grados de esta parte de la línea, de donde corriendo aquella costa, descubrió muchos puertos y, ríos caudalosos toda muy poblada de gente caribe y carnicera: los más septentrionales se llaman Tobayaras y Tamayos; los australes se dicen Tupisnambás y Tupinascis, son muy belicosos y, hablan todos casi una lengua aunque con alguna diferencia, andan todos desnudos en especial los varones así por la calor de la tierra, como por ser su antigua costumbre. Y como de este descubrimiento naciese entre los reyes de Castilla, y Portugal cierta diferencia, y controversia el Papa Alejandro VI hizo nueva división entre las dos coronas señalando cierta línea y marcación, para que cada uno de los reyes continuase sus navegaciones y conquistas, los cuales aprobaron la dicha concesión en Tordesillas en 7 de Junio de 1494 y con esta demarcación los portugueses pusieron su padrón y término en la isla de Santa Catalina plantando allí una columna de mármol con las quinas y armas de su rey que está en 28 grados poco más o menos de la equinoccial distante cien leguas del Río de la Plata para el Brasil y, así comenzaron los portugueses a surcar esta costa, por haber en aquella mucho palo de brasil, malageta y algunas esmeraldas que hallaron entre los indios de donde llevaban para Portugal mucha plumería de diversos colores, papagayos y monos, diferentes de los de Africa. Demás de ser tierra muy fértil y saludable de buenos y seguros puertos. Quiso el rey don Manuel dar orden que se poblase y, así el año de 1503, dio y repartió esta costa a ciertos caballeros concediéndoles la propiedad y capitanía de ellas como fue la que le cupo a Martín Alfonso de Sosa que es la que hoy llaman San Vicente la cual pobló el año de 1506 y repartiéndose lo demás a otros caballeros hasta dar vuelta a la otra parte del cabo de San Agustín se le dio y cupo en suerte a un caballero llamado Alfonso de Alburquerque donde pobló la villa de Olinda que es la que hoy llaman Pernambuco por estar situadas en un brazo de mar que los naturales llaman Paranambú, de donde se le dio esta denominación: está de la equinoccial 8 grados, el más populoso y rico lugar de todo el Brasil en comercio y contratación. Hay muchos reinos y provincias así de naturales como de extranjeros, después de lo cual el año de 1512 salió de Castilla Juan Díaz de Solís, vecino de la villa de Lebrija con su licencia, aunque a su costa siguió esta navegación, que entonces llamaban de los Pinzones por dos hermanos, que fueron compañeros de Cristóbal Colón en el descubrimiento de las Indias, y continuando su derrota llegó al cabo de San Agustín y costeando la vía meridional vino a navegar setecientas leguas hasta ponerse en 40 grados, retrocediendo a mano derecha descubrió la boca de este gran Río de la Plata a quien los naturales llaman Paraná Guasú que quiere decir río como mar a diferencia de otro de este nombre Paraná así este lo es de forma de que es uno de los más caudalosos del mundo, por el cual Juan Díaz de Solís entró algunas jornadas hasta tomar puerto en su territorio, donde pareciéndole muy bien, puso muchas cruces como que, tomaba posesión de los árboles que en aquella tierra son muy grandes y tenido comunicación con los naturales le recibieron con buen acogimiento, admirándose de gente tan nueva y extraña. Y al cabo de pocos días sobreviniendo una tormenta, por no haber acertado a tomar puerto conveniente, salió derrotado al ancho mar y se vino a España con la relación de su jornada, llevando de camino mucho palo brasil y otras cosas de aquella costa de que fue cargado. Y el año de 1519, Hernando Magallanes por orden de Su Majestad salió a descubrir el estrecho que de su nombre se dice de Magallanes para entrar en la mar del sur en busca de las islas Molucas, ofreciéndose este eminente piloto de nación portugués descubrir diferente camino del que los portugueses habían hallado, que fue más breve y atravesó con buen viaje al cabo de San Agustín entre el poniente y sur donde estuvieron muchos días, comiendo él y sus soldados caña de azúcar y unos animales como vacas aunque no tienen cuernos que llaman antas. De aquí partió el mismo año a último de marzo para el mediodía, y llegó a una bahía que está en 40 grados haciendo allí su invernada y reconociendo el Río de la Plata fueron costeando lo que dista para el estrecho hasta 50 grados donde saltando en tierra siete arcabuceros hallaron unos gigantes de monstruosa magnitud y, trayendo consigo tres de ellos los llevaron a las naos de donde se les huyeron los dos y metiendo el uno en la capitana fue bien tratado de Magallanes aceptando algunas cosas aunque con rostro triste. Tuvo temor de ver en un espejo y, por ver las fuerzas que tenía le hicieron que tomase a cuestas una pipa de agua el cual se la llevó como si fuese una botija y queriendo irse cargaron él ocho o diez soldados y tuvieron bien que hacer para atarle de lo cual se disgustó tanto, que no quiso comer y de puro coraje murió. Tenía de altura 13 pies otros dicen, que 15. De aquí pasó adelante Magallanes a tomar el estrecho, haciendo aquella navegación tan peregrina en que perdió la vida, quedando en su lugar Juan Sebastián Cano natural de Guetería el cual anduvo según todos dicen catorce mil leguas en la nao Victoria de donde se le dio por armas un globo en que tenía puestos los pies con una letra que decía – “Primus circum dedisti me” – Y no pudiendo conseguir, en esta larga jornada Alvaro de Mezquita dio vuelta al mar del Norte para España donde llegado dio noticia de lo que hasta allí se había descubierto y navegando de manera, que de lo dicho se colige haber sido Américo Vespucio el primero que descubrió la costa del Brasil, de quien le quedó a esta cuarta parte de mundo su nominación. Y Solís el que halló la boca del Río de la Plata y el primero que navegó y entró por él. Magallanes el primer descubridor del estrecho y costeó lo que hay desde el Río de la Plata hasta 56 grados de estas tierras y sus comarcas.
CAPITULO II
De la descripción comenzando de la costa del mar
Habiendo de tratar en este libro las cosas sucedidas en el descubrimiento y, población de las provincias del Río de la Plata, no es fuera de propósito describirlas con sus partes y calidades y la contiene en latitud, de indios naturales de diversas naciones, costumbres y lenguajes, que en sus términos incluyen para lo cual es de saber que esta gobernación, es una de las mayores que Su Majestad tiene y posee en las Indias porque de más de haberle dado de costa al mar océano donde sale con tan gran anchura, cuatrocientas leguas de latitud, corre de largo más de ochocientas hasta los confines de la gobernación, por medio del cual corre este río hasta el mar océano donde sale con tan gran anchura, que tiene más de 55 leguas de boca haciendo un cabo de cada parte el que está a la del sur mano izquierda, como por el que tratamos se llama Cabo Blanco y el otro que es la del norte se dice cabo de Santa María junta a las islas de los Castillos, que son unos médanos de arena que de muchas leguas parecen de la mar. Está este cabo en 55 grados poco más y, el otro en 37 y medio lo cual para el estrecho de Magallanes hay 18 grados. Corre esta navegación a esta parte según lo que Su Magestad le concede 200 leguas toda aquella costa muy rasa; falta de leña y de pocos puertos y ríos, salvo uno que se dice del Inglés a la primera vuelta del cabo; y otro muy adelante que llaman la Bahía sin Fondo, que está de esa otra parte de un gran río que los de Buenos Aires descubrieron por tierra el año de 1605 saliendo en busca de la noticia que se dice de los Césares, sin que por aquella parte descubriesen cosa de consideración, aunque se ha entendido haberla más arrimado a la cordillera que va de Chile para el estrecho y, costa de la mar por donde fueron descubriendo y, más adelante el de los Gigantes; hasta el de Santa Ursula que está en 5 grados hasta el estrecho. Y vuelto a esto otro cabo para el Brasil hay otras doscientas leguas por lo menos, a la Cananea donde el adelantado Alvar Nuñez Cabeza de Vaca puso sus armas por limite y término de su gobierno. La primera parte de esta costa que contiene con el Río de de la Plata es llana y, desabrigada hasta la isla de Santa Catalina con dos o tres puertos para navíos pequeños. El primero es junto a los Castillos, el segundo en el río Grande que dista 60 leguas del de la Plata, este tiene dificultad en la entrada, por la gran corriente con que sale al mar frontero de una isla pequeña, que le encubre la boca, y entrando dentro, es seguro, y anchuroso, y se extiende como lago, a cuyas riberas de una y otra parte están poblados más de 20 mil indios guaranís, que los de aquella tierra llaman Arechanes, no porque en las costumbres y lenguaje se diferencien de los demás de esta nación, sino porque traen el cabello revuelto y encrespado para arriba, es gente muy dispuesta y corpulenta y, tiene guerra ordinaria con los indios Charrúas del Río de la Plata y, con otros de tierra adentro que llaman Guirás, aunque este nombre dan a todos los que no son Guaranís, puesto que tengan otros propios. Está este puerto y río en 32 grados y, corriendo la costa arriba hay algunos pueblos de indios de esta misma nación. Es toda ella de muchos pastos para ganados mayores y menores y, por la falda de una cordillera, no muy distante de la costa que viene del Brasil se dan caña de azúcar y algodonales de que se visten y aprovechan. Es cosa cierta haber en esta tierra oro y plata por lo que han visto algunos portugueses que han estado entre estos indios y por lo que se ha descubierto de minerales en aquel mismo término a la parte de San Vicente donde don Francisco de Sosa está poblando y de este río 40 leguas más adelante hacia el norte está otro puerto que llaman La Laguna de los Patos que tiene a la entrada una barra dificultosa; es de buen cielo y temple y fertilísima para mantenimientos y comodidades para hacer ingenios de azúcar, dista de la equinoccial 28 grados y medio. Hay en este asiento y comarca poblados como mil indios guaranís tratables y amigos de los españoles. De aquí al puerto de Don Rodrigo habrá 40 leguas es acomodado para el comercio de esta gente. Y seis leguas más adelante está la isla de Santa Catalina uno de los mejores puertos de aquella costa; porque entre la isla y tierra firme hace algunos cerros y bahías muy grandes, y espaciosísimas de tener seguros muchos navíos. Hace dos bocas, una al sureste y otra al norte. Fue esta isla muy poblada de indios guaranís y en este tiempo está desierta porque se han ido los naturales a tierra firme dejando la costa, se han metido adentro en los campas y pinales de aquella tierra. Tiene la isla más de 7 leguas de largo y más de 4 de ancho, toda ella de grandes bosques y montañas, de muchas aguas y muy buenas y caudalosas para ingenios de azúcar. Desde allí adelante es toda la costa áspera y montuosa de grandes arboledas y muchas frutas de la tierra y, cada 4 ó 5 leguas un río y puerto para navíos en especial el de San Francisco que es tan seguro que puede dar fondo muy gruesos navíos y llegar con los espolones en tierra. De aquí a la Cananea hay 32 leguas adonde caen las barras del Paraguay y la de Ara-rapira con otros puertos y ríos. El de la Cananea está poblado de indios caribes del Brasil tienen un río caudaloso que sale al mar con un puerto razonable en la boca con tres islas pequeñas de frente, de donde hay otras 30 a San Vicente. Es toda esta costa de mucha pesquería y caza, así de jabalís y puercos monteses, antas, venados y otros diversos. animales, como de monos y, papagayos, aves de tierra y agua. Hállanse en muchas partes de esta costa perlas gruesas y menudas en conchas y ostiones en cantidad y mucha ámbar que la manda con ella en la costa que la comen las aves y animales. Fue antiguamente muy poblada de naturales, los cuales con las guerras que unos con otros tenían se destruyeron y, otros dejaron sus tierras y, se fueron a meter por aquellos ríos, hasta salir en lo alto donde hoy están poblados en los campos, que corren hasta confinar con el Río de la Plata o Paraná del Guairá.
CAPITULO III
De lo que contiene dentro de sí este territorio
En el capítulo pasado comencé a describir lo que hay en el término y costa de aquella gobernación. En éste lo haré lo más breve que me sea posible de lo que hay a una y otra parte del Río de la Plata hasta el mediterráneo, por lo cual es de suponer que en este territorio hay muchas provincias y poblaciones de diversas naciones por medio de las cuales corren muy caudalosos ríos que todos vienen a parar como en madre principal a este de la Plata que por ser tan grande lo llaman los naturales guaranís Paranaguasú como tengo dicho y, así tomaré por márgenes de esta descripción el mismo río desde la mar comenzando primero por la parte de la mano derecha, como por el extremo que está el Cabo de Santa María del cual hay una isla y puerto que llaman de Maldonado, hay 10 leguas toda zarza y llana dejando a vista dentro en el mar la de los Lobos. Este de Maldonado es buen puerto y tiene en tierra firme una laguna de mucha pesquería córrenla todos los indios Charrúas de aquella costa, que es una gente muy dispuesta y crecida, que no se sustenta de otra cosa sino de caza y pesquería: son muy osados en el acometer y crueles en pelear y después muy buenos y piadosos con los cautivos: tiene fácil entrada, por cuya causa no tendrían seguridad siendo acometida por mar. Más adelante está Montevideo llamado así por los portugueses donde hay un puerto muy acomodado para una población porque tiene extremadas tierras para pan y pastos para ganados, perdices y avestruces. Lleva no muy distante de la costa una cordillera que viene costeando desde el Brasil y, desviándose de ella se mete tierra dentro, cortando la mayor parte de esta gobernación extendiéndose hacia el norte, se entiende que vuelve a cerrar a la misma costa abajo de la bahía. De aquí a la isla de San Gabriel hay 30 leguas dejando en medio el puerto de Santa Lucía. Esta isla es pequeña, y de mucha arboleda, está de tierra firme poco más de dos leguas donde hay un puerto razonable por no tener tanto abrigo como convenía a los navíos que allí han estado. En este paraje desemboca el río muy caudaloso del Uruguay de que tengo ya hecho mención el cual tiene allí de boca cerca de 3 leguas y dentro de él un pequeño río que llaman de San Juan, junto a otro de San Salvador puerto muy acomodado: diez leguas de él adelante uno que llaman río Negro, del cual arriba a una y otra mano están infinitos, en especial uno caudaloso que tiene por’ nombre Pipiri, donde es notoria fama haber mucha gente que poseen oro en cantidad, que trae este río entre sus menudas arenas: este río tiene su nacimiento del río Uruguay, de las espaldas de la isla de Santa Catalina y recorriendo hacia el mediodía se aparta de la laguna de los Patos para el occidente por muchas naciones y tierras pobladas de indios que llaman Guayanas, parte Chovacas, que son casi todos de una lengua, aunque hasta ahora no ha visto españoles ni entrado estos a sus tierras más de las relaciones que de los guaranís se han tomado. Y corriendo muchas leguas viene este río a pasar por una población muy grande de indios guaranís que llaman Tape, que quiere decir ciudad. Esta es una Provincia de las mejores y más pobladas de este gobierno; la cual dejando aparte por el Río de la Plata arriba 150 leguas a la misma mano se va por muchas naciones y pueblos de diferentes costumbres y lenguajes, que la mayor parte de ellos no son labradores hasta las Siete Corrientes donde se juntan dos ríos caudalosos, el uno llamado Paraguay, que viene de la siniestra y, el otro Paraná que sale de la derecha este es el principal, que recibe todos los ríos que salen de la parte del Brasil, tiene de ancho por todo lo demás de su navegación una legua, en partes dos. Baja al pie de 300 leguas hasta juntarse con este río del Paraguay en cuya boca está fundada una ciudad que llaman de San Juan de Vera de las Corrientes, que está en altura de 28 grados de la cual su fundación y conquista en su lugar haremos mención. Luego que por este río se entra es apacible para navegar y, antes de 40 leguas descubre muchos bajíos y arrecifes donde hay una laguna a mano izquierda del río que llaman de Santa Ana muy poblada de indios guaranís, va todo muy poblado hasta donde entra otro muy caudaloso a la misma mano que llaman Yguazú, que significa río grande, viene de las espaldas de la Cananea y, corre 200 leguas por mucha suma de naciones de indios los primeros y, más altos son todos guaranís y bajando por el sur entra por los pueblos de los que llaman Chovas, Munas y Quis o Chiquis tierra fría de grandes pinales, hasta entrar en este Paraná por el cual subiendo 30 leguas está aquel extraño Salto que es la más maravillosa obra de naturaleza por la furia y velocidad con que cae toda el agua de este río de más de 200 estados por once canales, haciendo todos ellos un humo espesísimo en la región del aire de los vapores, que causan los despeñaderos de las aguas por los canales que digo. De aquí abajo es imposible poderse navegar con tantos batientes y rebatientes que hace con grandes remolinos y borbollones que alzan como nevados cerros, cae toda el agua de este salto en una como caja guarnecida de duras rocas y, peñas en que se estrecha todo el río en un tiro de flecha, tomando por lo alto del salto más de 2 leguas de ancho de donde se reparte en estos canales, que no hay ojos ni cabeza humana que lo pueda mirar sin desvanecerse y perder la vista. Oyese el ruido de este salto ocho leguas, y se ve el humo y vapor de los caídos más de 6 como una nube blanquísima. Tres leguas más arriba está fundada la ciudad que llaman Puerto Real en la boca de un río que se dice Pequiri. Está en el mismo trópico de Capricornio por cuya causa es lugar enfermísimo y, lo es todo lo demás del río y provincia que comúnmente le dicen de Guairá tomando el nombre de un cacique de aquella tierra. Doce leguas más adelante están dos ríos el uno a mano derecha que se dice Ubay y el otro a la izquierda llamado Muñey que baja de la provincia de Santiago de Jerez de la cual y su población a su tiempo se hará mención, el otro viene hacia el este donde está fundada 50 leguas por el adentro la Villa del Espíritu Santo en cuya jurisdicción y comarca hay más de 200 mil indios guaranís poblados, así por ríos y montañas como dentro campos y pinales, que corren hasta San Pablo de Brasil. Y corriendo río arriba del Paraná hay otro más caudaloso, que viene de hacia el Brasil llamado el Paranapané en el cual están muchos, que todos ellos son muy poblados en especial el que dicen Altibuira, que tiene por el adentro poblados más de cien mil indios de esta nación. Nace de una cordillera que llaman Socan, poco distante de San Pablo y juntándose con otros se hace caudaloso y rodea el cerro de Nuestra Señora de Monserrate, que tiene de circuito 5 leguas por cuyas faldas sacan los portugueses de aquella costa mucho oro rico de 23 quilates, y en lo alto de él se hallan muchas vetas de plata cerca del cual don Francisco de Sosa, caballero de esta nación fundó un pueblo que hoy día permanece, y se va continuando su efecto y el beneficio de las minas de oro y plata; y volviendo al principal de este río entra otro en el muy grande, aunque de muchos arrecifes y saltos, que los naturales llaman Añemby: este nace de las espaldas de Cabo Frío y pasa por la villa de San Pablo, en cuya ribera está poblada. No tiene indios ninguno, porque los que había fueron echados y, destruidos de los portugueses por una rebelión y alzamiento que contra ellos intentaron, poniendo cerco a esta villa para asolarla con que no salieron con su intento. El día de hoy se comunican por este río los portugueses de la costa con los castellanos de esta provincia de Guayrai. Más adelante por el Paraná arriba otros muchos por una y otra mano, en especial el Paraná Ybabuy y otro que dicen que sale de la laguna del Dorado, que viene de la parte del norte, donde han entendido algunos portugueses, que cae aquella laguna tan mentada. Los moradores de ella poseen muchas riquezas, del cual adelante, viene este poderoso río por grandes poblaciones de naturales hasta donde se disminuye en muchos brazos y fuentes, de que viene a tomar todo su caudal, según hasta donde le tengo navegado; el cual dicen los portugueses, tiene su nacimiento en el paraje y altura de la Bahía, cabeza de las ciudades del Brasil.
CAPITULO IV
En que se acaba la descripción del Río de la Plata
Bien se ha entendido, como tenemos declarado en el capítulo pasado, que entrando por el Río de la Plata a mano derecha caen los ríos y provincias de que tengo hecha mención. Este diré lo que contiene sobre mano izquierda a la parte del sur, tomando la costa del Río de la Plata arriba en esta forma: desde el Cabo Blanco para Buenos Aires es tierra muy rasa, hoy desabrigada de malos puertos, falta de leña, de pocos ríos, salvo uno que está 20 leguas adelante que llaman de Tubicha-mirí nombre de un cacique de aquella tierra. Este río baja de la cordillera de Chile y es el que llaman el Desaguadero de Mendoza que es una ciudad de aquel gobierno, que cae de esta parte en los llanos que va continuando a Buenos Aires adonde hay desde la boca de este río otras 20 leguas. Toda aquella tierra es muy llana y los campos muy anchurosos y extendidos que no hay en todos ellos un árbol. Es de poca agua, de mucha caza de venados, avestruces y gran copia de perdices aunque de pocos naturales: los que hay son belicosos, grandes corredores y alentados, que llaman Querandis no son labradores y se sustentan de sola caza y pesquería. Así no tienen pueblos fundados ni lugares ciertos más de en cuanto se les ofrece la comodidad de andar de ordinario esquilmando los campos; estos corren desde el Cabo Blanco hasta el río de las Conchas, que dista de Buenos Aires 5 leguas arriba, y tomando más de otras 60 tierra dentro hasta la cordillera que va desde la mar boqueando para el norte entrando por la gobernación del Tucumán. Estos indios fueron repartidos en los demás de la comarca a los vecinos de la Trinidad que es el mismo que llaman Buenos Aires. Está situada en 36 grados abajo de la Punta Gorda, sobre el propio Río de la Plata, en el cual tiene el puerto muy desabrigado, que corren mucho riesgo los navíos estando surtos, donde llaman los Pozos, por estar distante de la tierra; mas la Divina Providencia, proveyó de un Riachuelo, que tiene la ciudad por la parte de abajo como una milla tan acomodado y seguro, que metidos dentro por él los navíos, no siendo grandes pueden estar sin amarras con tanta seguridad, como si estuviesen en una caja. Este puerto fue poblado antiguamente de los conquistadores, y por causas forzosas, que se ofrecieron le vinieron a despoblar, donde parece que dejaron 5 yeguas, y 7 caballos de los cuales el día de hoy ha venido a tanto multiplico y menos de 60 años que no se pueden numerar, porque son tantos los caballos y yeguas que parecen grandes montañas y tienen ocupado desde el Cabo Blanco hasta el Fuerte de Gaboto, que son más de 80 leguas y llegan adentro hasta la cordillera. De esta ciudad arriba hay algunas naciones de indios, que aunque tienen diferentes lenguas, son de la misma manera en costumbres de los Querandis enemigos mortales de los españoles y, todas las veces que pueden ejecutar su traición no lo dejan de hacer, otros hay más arriba que llaman Timbús y Caracarás, 40 leguas de Buenos Aires en Buena Esperanza que son más afables y de mejor trato y costumbres que los de abajo, son labradores y tienen sus pueblos fundados sobre la costa del río. Tienen las narices horadadas, donde sientan por gala en cada parte una piedra azul o verde, son muy ingeniosos y hábiles y aprenden muy bien la lengua española. Fueron más de ocho mil indios antiguamente y ahora han quedado muy pocos. Y dejando atrás el río de Luján y de los arrecifes hasta el Fuerte de Gaboto lugar nombrado por los muchos españoles que allí fueron muertos y pasando adelante para la ciudad de Santa Fe de donde hay a ella 40 leguas con algunas poblaciones de indios, que llaman Gualachos. Por bajo de esta ciudad, 12 leguas, está un río que llaman el Salado: es caudaloso que viene por toda la gobernación de Tucumán, y nace de las cordilleras de Salta y Calchaquí, y baja a las Juntas de Madrid, y Esteco, y pasa 12 leguas de Santiago del Estero regando muchas tierras y pueblos de indios que llaman Tonocotes y otras naciones de aquel gobierno, hasta que viene a salir donde desagua en este de la Plata.
Tiene este distrito muchos indios que fueron repartidos a los pobladores de esta ciudad la cual fue fundada a los 32 grados al este con la de Córdoba, los demás indios de esta jurisdicción no son labradores y tienen por pan cierto género de barro del que hacen unos bollos, y metidos en el rescoldo los cuecen, y luego para comer los empapan en aceite de pescado y así los comen y no les hacen daño alguno. Su costumbre es todas las veces que se les muere un pariente, se cortan una coyuntura del dedo de la mano, de manera que muchos de ellos están sin dedos por la cantidad de deudos que se les han muerto. De aquí adelante salen otros ríos poblados de indios pescadores hasta una laguna que llaman de Las Perlas, por haberlas ahí finas y de buen lustre con ser de agua dulce, aunque hasta ahora no se han dado en pescarlas, más de las que los indios traen a los españoles, aunque por ser todas cocidas pierden mucho su buen lustre y estima. De aquí a la ciudad de San Juan de Vera hay 6 leguas, de la cual en el capítulo pasado hice mención donde tiene frontero de si el puerto de la Concepción, ciudad del río Bermejo, que está distante del río 44 leguas hacia el poniente; tiene esta ciudad en su provincia muchas naciones de indios que llaman comúnmente Frentones; aunque cada nación tiene su nombre propio, están divididas en 14 lenguas distintas. Viven entre lagunas por ser la tierra toda anegadiza y llana; por medio de la cual corre el río Bermejo que es muy caudaloso y sale 9 leguas más arriba de la boca del Paraguay, el cual tiene su nacimiento en los Chichas del Perú, juntándose en uno el río de Tarija, el de Toropalca, y el de San Juan en el Humahuaca y Jujuí, en cuyo valle está fundada la ciudad de San Salvador en la Provincia del Tucumán, viene a salir a los llanos por muchas naciones bárbaras, dejando a la parte del norte en la falda de la cordillera del Perú los indios Chiriguanos que son los mismos que en el Río de la Plata llamamos Guaranís que toman las fronteras del corregimiento de Mizque, Tomina, Paspaya y Tarija. Esta gente es averiguado ser advenediza de la provincia del Río de la Plata, (como en su lugar haremos mención) de donde venidas señorearon esta tierra, como hoy día la poseen destruyendo gran parte de ella excepto la que cae con fines a la gobernación del Tucumán por ser montuosa y cerrada. Los indios que por allí viven son belicosos, y todos los más de ellos son Frentones del distrito de la Concepción, la cual como dije está poblada sobre el río Bermejo y dejándole aparte siguiéndole el Paraguay arriba a la misma mano hay algunas naciones de gente muy bárbara que llaman Mahomas, CaIchinas, Mogolas y otras más arriba que se dicen Guaicurús, muy belicosos, los cuales no siembran ni cojen ningún fruto ni semillas de que se puedan sustentar, sino de caza y pesquería. Estos Guaicurús dan continua pesadumbre a los vecinos de la Asunción que es la ciudad más antigua y cabeza de aquella gobernación, y con ser mucha gente de españoles e indios, con la comarca muy poblada han sido poderosos de apretar esta república de forma que han despoblado más de 80 chacaras, y haciendas buenas de los vecinos, y muértoles mucha gente como en el último libro se podrá ver. Abajo de esta ciudad 4 leguas entra de la parte del poniente otro río, que llaman los de aquella tierra Araguay, y los Chiriguanás de los cordilleras le dicen Ytiyá, y los indios del Perú, Pilcomayo, nace de las Charcas de entre las tierras que distan de Potosí y Porco para Oruro juntándose con él muchas fuentes sobre el río de Tarapayá, que es la ribera donde están fundados los ingenios de la Plata de la Villa de Potosí, y volviendo al este va a juntarse con el río Cachimayo, que es el de la ciudad de la Plata y boqueando al mediodía hacia el valle de Oroncota, que entra por el corregimiento de Paspaya dejando a mano izquierda el de Tomina, y cortando la gran cordillera general sale a los llanos, donde va por muchas naciones de indios, los más de ellos labradores aunque los pueblos de la parte del norte, que comúnmente llaman de los llanos de Manso los han consumido y acabado los Chiriguanás, y corriendo derecho al este viene a entrar a este del Paraguay habiendo dos bocas por bajo de la Frontera del distrito de la Asunción 4 leguas de ella en cuya comarca hay muchos pueblos de indios guaranís, donde los españoles antiguos tuvieron puerto, comunicación y amistad con ellos. Esta ciudad está fundada sobre el mismo río del Paraguay en 25 grados de la equinoccial. Es tierra muy fértil, y muy buen temperamento, abundante de pesquería, caza y de mucho género de aves. Es sano en todo el año excepto en los meses de marzo y abril, que hay algunas calenturas y mal de ojos. Dánse en esta tierra todo género de frutas de Castilla, y mucha de la tierra en especial viñas y cañaverales de azúcar, de que tienen mucho aprovechamiento. Empadronáronse en la comarca de esta ciudad 24.000 indios guaraníes que fueron encomendados por el gobernador Domingo Martínez de Irala a los conquistadores antiguos. Van poblados los naturales encomendados de este distrito a la misma mano río arriba, hasta la provincia de Jerez, gozando de muchos ríos caudalosos que entran en este del Paraguay, como son el Jejuí, Ypané, Piray, donde en esta distancia mano izquierda como vamos hay otras naciones de indios que llaman Parus y Payaguás que navegan en canoas, grande parte de aquel río hasta el puerto de San Fernando, donde comúnmente tienen su asistencia en una laguna que llaman de Juan de Ayolas, 120 leguas de la Asunción y arriba de ella está el paraje de la Sierra, gobernación distante, aunque esta ciudad fue poblada de los conquistadores del Río de la Plata, cuya provincia el primero que la descubrió fue Juan de Ayolas, y después la sojuzgó el Capitán Domingo de Irala donde halló en aquella tierra mucha multitud de indios labradores en grandes pueblos, aunque el día de hoy todos los demás son acabados y consumidos. Esta ciudad de Santa Cruz está con la de Jerez, este oeste 60 leguas, 30 a mano derecha, la cual está 100 y tantas leguas de la Asunción tiene su fundación sobre río navegable y caudaloso que llaman los naturales Botetey. Está de la equinoccial 20 grados, tiene muy buenas tierras. Está dividida en alta y baja, y hay en ambas muchas naciones de indios que todos son labradores. En lo alto llaman Citanguasy, Curuniasy, todos de una costumbre y lengua gente bien inclinada, y no muy corvada que no tienen ningún género de brebaje que los embriague, aunque los de abajo tienen muchos. Poseen diferentes lenguas, y están poblados entre ríos y lagunas, los cuales además de las cosechas de legumbres que cogen, tienen por verano de las lagunas tanto arroz silvestre, que hacen muy grandes trojes y silos que es gran sustento. Cogen en toda aquella provincia mucho algodón que sin beneficio alguno se da en gran cantidad, y es tanta la miel de abeja silvestre, que todos los montes y árboles tienen sus colmenas y panales de que sacan gran cantidad de cera y se aprovechan de ella, en las gobernaciones del Paraguay y Tucumán. Es abundante de pastos donde se cría todo género de ganados, y muy fértil de pan y vino, y todas las legumbres y semillas de Castilla. Finalmente es una provincia de mucha estima y de las nobles y ricas de aquella gobernación porque a la falda de una cordillera que parte a aquella tierra en alta y baja, y viene boqueando desde el Brasil, se han hallado minerales de oro, con muchas muestras de metales de plata. De esta provincia que va al este se sabe haber pigmeos, que habitan de bajo de tierra y salen en los campos rasos. Y a la parte del norte, van continuando muchos pueblos de naturales, hasta la provincia de los Colorados, junto con los que llaman los Partis, que descubrieron los de Santa Cruz de la Sierra, que está distante de Jerez 130 leguas donde es cosa cierta haber gran multitud de naturales divididas en 14 comarcas muy pobladas hacia la parte del norte, como a la del este y mediodía con fama de mucha riqueza. Y volviendo a proseguir el río Paraguay arriba, desde el paraje de Santa Cruz, hasta el Puerto que llaman de los Reyes hay algunos pueblos de indios llamados Orejones, los cuales viven dentro de una isla, que hace este río de más de 10 leguas y dos o tres de ancho que es una floresta amenísima, abundante de todo género de frutas silvestres, entre ellas peras y aceitunas. Tienen a los indios todos ocupados en sementeras y chacras y en todo el año siembran y cogen sin hacer diferencia de invierno ni verano, que es un perpetuo temple y calidad sin mutación. Son los indios de aquella isla de buena voluntad y amigos de españoles. Llamáronles Orejones por tener las orejas horadadas, en donde tienen metidas ciertas ruedecillas de madera o puntas de mates, que ocupan todo el agujero. Viven en galpones redondos, no en forma de pueblos, sino cada parcialidad de por sí, conservándose unos con otros en mucha paz y amistad. Llamaron los antiguos a esta isla el Paraíso Terrenal, por su abundancia y maravillosas calidades. En este paraje están los Xarayes que hay 60 leguas río arriba, que es una gente de más policía y razón, que cuantas en aquella provincia se han descubierto. Están poblados sobre el mismo río del Paraguay. Los de la parte de Jerez se dicen Jerabayanes y los de Santa Cruz los llaman Maneses, y todos se apellidan Xarayes donde hay pueblo de estos indios de 6.000 casas, porque cada indio vive en la suya con su mujer e hijos. Tienen sujetas a sus dominios otras naciones circunvecinas, hasta los que llaman Turtugueses son grandes labradores y tienen todas las legumbres de las Indias, muchas gallinas y patos y ciertos conejillos, y puercos que crían dentro de sus casas. Obedecen a un cacique principal, aunque tienen otros muchos particulares, y todos están sujetos al Manes que así llaman a estos señores. Viven en toda forma de república donde son castigados de sus caciques los ladrones y adúlteros. Tienen aparte las mujeres públicas, que ganan por sus cuerpos, porque no se mezclen con las honestas, aunque de allí salen muchas casadas y no por eso son tenidas en menos. No son muy belicosos aunque prudentes y recatados y por su buen gobierno temidos y respetados de las más naciones. Han sido siempre leales amigos de los españoles, que llegando a este puerto el capitán Domingo de Irala con toda su armada, fue de ellos bien recibidos, y dieron huéspedes a cada soldado para que los proveyesen de lo necesario y siéndoles forzoso hacer su entrada de allí por tierra, les dejó en su confianza todos los navíos, balsas y canoas, que llevaban con las jarcias, áncoras y bergas, y otros pertrechos que no podían llevar por tierra y al cabo de 14 meses que tardaron en dar vuelta de su jornada, no les faltó la menor cosa de las que dejaron en su poder. Desean mucho emparentar con los españoles y así les daban de buena voluntad sus hijas y hermanas para que hubiesen de ellos generación.
Hablan una lengua muy cortada y fácil de aprender, por manera que sin dificultad serían atraídos a la conversión y conocimiento de Dios. De esta provincia delante hay otras poblaciones de otras gentes y naciones hasta el Calabrés, que es un cacique guaraní que está muchas leguas donde se juntan dos ríos, uno que viene de la parte del este y otro del poniente. De aquí adelante no se ha navegado, puesto que hasta estos ríos han llegado bergantines y barcos y por ser estos ríos pequeños y de poca agua no han entrado por ellos los españoles, lo que de noticia se ha sabido es que por aquella parte hay muchas naciones de indios, que poseen oro y plata, en especial hacia el norte donde entienden, cae aquella laguna que llaman del Dorado. También se ha sabido que hacia el Brasil hay ciertos pueblos de gente muy morena y belicosa, la cual se ha entendido son negros retirados de los portugueses de aquella costa y se han mezclado con los indios de aquella tierra, la cual es extendida y larga hasta el Marañón, que coge en sí todos los ríos, que nacen del reino del Perú desde el corregimiento de Tomina de donde sale el río de San Marcos, y se junta en el río Grande que llaman Chunguri y luego cerca de los llanos del río de Parapití y corriendo al norte va por la ciudad de San Lorenzo, gobernación de Santa Cruz, adonde llaman Guapay, que quiere decir río que todo lo bebe, así bajando por aquellos llanos va recibiendo en sí todos los ríos que salen de las faldas y serranías del Perú, que son el de Pocona, Cochabamba, Chuquiabo y los del Cuzco y Chuquito hasta el otro cabo de Quito el nuevo reino, que se viene a hacer el más caudaloso río de todas las Indias, que sale al Mar del Norte en el primer grado de la equinoccial, sin otro muy caudaloso que sale más al Brasil, que llaman las Amazonas, como parece por la traza y descripción de este mapa, que aquí pongo en este lugar, advirtiendo que no lleva puntualidad de las graduaciones y partes, que se le debían dar, porque no fue más mi intento que el hacer por ella una demostración de lo que contienen aquellas provincias y costas de mar y ríos, de que trato en el discurso de este libro como en su descripción se contiene.
CAPITULO V
De una entrada que cuatro portugueses del Brasil hicieron por tierra, hasta los confines del Perú
No me parece fuera de propósito decir ante todas cosas en este capítulo de una jornada que ciertos portugueses hicieron del Brasil para esta Provincia del Río de la Plata hasta sus confines del Perú y los demás, que les sucedió, por ser eslabón de lo que se ha de tratar en este libro sobre el descubrimiento y conquista, que en ella hicieron nuestros españoles, que es el caso que el año 1526 salieron de San Vicente cuatro portugueses por orden de Martín Alonso de Sosa, señor de aquella capitanía a que entrasen por aquella tierra adentro y descubriesen lo que había, llevando en su compañía algunos indios amigos de aquella costa. El uno de los cuatro portugueses se llamaba Alejo García, estimado en aquella costa, por su gran lenguarás, así de los Carijos, que son los Guaranís, como de los Tupis y Tamayos, el cual caminando por sus jornadas por el sertón adentro con los demás compañeros vinieron a descubrir o salir al río del Paraná atravesando la tierra por pueblos de indios Guaranís, llegaron al río del Paraguay, donde siendo recebidos con buen acogimiento de los habitadores de aquella provincia convocaron toda la comarca para que fueren juntamente con ellos a la parte de poniente a descubrir y, reconocer aquellas tierras de donde traerían mucha ropa de estima y cosas de metal, así para el uso de la guerra, como para la paz y como gente codiciosa inclinada a la guerra se movieron con facilidad a salir con ellos y juntos más de dos mil indios, hicieron su jornada por el puerto que llaman de San Fernando, que es un alto promontorio que se hace sobre el río del Paraguay. Otros dicen que entraron un poco más arriba de la ciudad de la Asunción por un río que llaman Paray y caminando por los llanos de aquella tierra encontraron muchos pueblos de indios de diversas lenguas y naciones con quienes tuvieron grandes encuentros y peleas, ganando con unos y perdiendo con otros, y al cabo de muchas jornadas llegaron a reconocer las cordilleras y serranías del Perú y, arrimándose a ellas entraron por las fronteras de aquel reino entre la distancia, que hoy llaman Mizque y el término de Tomina, y hallando algunas poblaciones de indios vasallos del poderoso Inga, rey de todo aquel reino dieron con ellos y robando y matando cuanto encontraron y pasaron adelante más de 40 leguas hasta cerca de los pueblos de Presto y Tarabucos donde les salió al encuentro mucha multitud de indios Charcas. Por lo cual dieron vuelta con tanta buena orden que se salieron de la tierra sin daño alguno dejando la puerta en gran temor y, toda la provincia de Charcas en armas, por cuya causa los Ingas mandaron con gran cuidado fortificar todas aquellas fronteras así de grandes fuertes como de gruesos presidios como el día de hoy se ve que van quedando por aquellas cordilleras, que llaman del Cuzco-toro, que es la general, que corre por este reino más de dos mil leguas. Salidos los portugueses a los llanos con toda su compañía cargados de despojos de ropa, vestidos y muchos vasos, vajillas y coronas de plata y otros metales de cobre dieron vuelta por los mismos caminos y, por otros más cómodos que hallaron, padeciendo muchas necesidades, hambre y guerras, que tuvieron hasta que llegaron al Paraguay, sus tierras y pueblos de donde Alejo García determinó despachar al Brasil sus dos compañeros a dar cuenta al capitán Martín Alonso de Sosa de lo que habían descubierto en aquella jornada hasta donde habían entrado con la muestra de los metales y piezas de oro y plata, que habían traido de aquellas partes, quedándose Alejo García en aquella provincia del Paraguay aguardando la correspondencia de lo que en esto se ordenase y; pasados algunos días se congregaron algunos indios de la tierra para matarlo, y así lo pusieron en efecto los mismos que fueron con él a la jornada. Una noche estando descuidado le acometieron donde él y sus compañeros fueron muertos sin dejar ninguno a vida excepto a un niño hijo de Alejo García, que por ser de poca edad no le quisieron matar, al cual yo conocí y comuniqué llamado como su padre Alejo Garcia. Fueron movidos estos de su mala inclinación, que es naturalmente hacer mal, sin perseverar en bien y amistad, por la codicia de robarles lo que tenian como gente sin fe ni lealtad. Llegados los dos compañeros al Brasil dieron relación de lo que habían descubierto y de la mucha riqueza que habían visto en el poniente, en los confines de los Charcas que hasta entonces no estaba descubierto de los españoles a cuya causa se determinaron a salir del Brasil una compañía de soldados con su capitán llamado José Sedeño a la demanda de esta tierra; y así partieron de San Vicente 60 soldados con copia de amigos, y bajando por el río de Paraná, llegaron por 61 sobre el Salto, donde tomando puerto dejaron sus canoas, y atravesaron la tierra, que va para el poniente llevando su derrota para el río del Paraguay donde Alejo García había quedado: lo cual visto por los indios que habían sído agresores de su muerte convocaron los comarcanos a tomar las armas contra los portugueses, o impedirles su jornada y camino juntando para ello muy grande parte de los indios de aquella tierra, y dando muchos asaltos a los portugueses en campo raso donde mataron al capitán Sedeño, con cuya muerte fueron constreñidos sus soldados a retirarse con pérdida de muchos compañeros y tornando al paraje de este río Paraná los indios de aquel distrito con la misma malicia y traición, que los otros se ofrecieron a darles pasaje en sus canoas para cuyo efecto les trajeron horadadas con rumbo disimulados y barrenados, para que con facilidad fuesen rompidos. Y metiéndose en las canoas con los portugueses en medio del río las abrieron y anegaron y en este paso todos los demás se ahogaron, y algunos, que cogieron vivos los mataron a flechazos sin dejar ninguno con vida, lo cual pudieron hacer con facilidad por ser ellos grandes nadadores, y creados en la navegación de aquel río sin embargo, que les impida vestido ninguno por ser como es gente desnuda. De esta manera fueron acabados todos los de esta jornada después de lo cual los indios de la provincia del Paraguay se juntaron con sus caciques determinados de hacer una entrada, y tornar a la parte donde Alejo García había hecho su jornada, y convocándose muchos indios de la provincia salieron por tercios y parcialidades a este efecto. Los demás abajo, que son los indios del Paraná entraron por el río del Paraguay, que es el que tengo dicho llamarse Pilcomayo, estos son los fronterizos del corregimiento de Tarija, y los que están poblados donde hoy es la Asunción entraron sobre el río Paraguay por aquélla de resera hacia Caaguazú, y los indios del río arriba Yeruquisapa, y Carayateperá entraron por San Fernando. Estos son los que están poblados en el río de Guapay 20 leguas de la ciudad de San Lorenzo Gobernación de Santa Cruz de la Sierra. Llegadas estas compañías a las faldas de las sierras del Perú cada una de ellas procuró de fortificarse en lo más áspero de aquellas sierras, y de alli comenzaron a hacer cruda guerra a los naturales comarcanos con tanta inhumanidad, que no dejaban a vida persona alguna, teniendo por mantenimiento a los miserables que cautivaban, y prendían. Con que vinieron a ser tan temidos de todas aquellas naciones, que muchos pueblos se les rindieron y sujetaron sin violencia alguna, conque venían a tener esclavos que los servían, y muchas mujeres de quienes vinieron a tener generación poblando cada uno en la parte que le pareció mejor de aquellas fronteras, que son los indios que hoy llaman Chiriguanas en el Perú que como tengo dicho son los Guaranís del Río de la Plata, y advenedizos de aquella provincia, de donde nunca más salieron, ahora por la imposibilidad, y gran riesgo del camino, rehusando la vuelta de tanta dificultad; ahora por la codicia de la tierra, que hallaron acomodada a su condición y naturaleza, que es toda fertilisima de grandes y hermosos valles, más cálidos que fríos, y de buenos y caudalosos ríos, que salen de las provincias de los Charcas, a la cual tiene por vecina. Aprontaron aquella tierra haciendo por ella algunas entradas y asaltos con nuevo daño de aquellas fronteras de más del que tienen hecho después, acá en los llanos a la parte septentrional, y al este y mediodía, que han destruido más de cien mil indios de aquella tierra con las continuas guerras y asaltos, que las han hecho, en que han sido muertos cautivos y traídos a esclavitud, puesto que al principio todos los demás comían en sus fiestas y borracheras, de muchos años a esta parte, los venden a los españoles, que entran con rescates del Perú para el efecto teniendo por útil el venderlos por lo que han menester que comerIos como solían. Y de esta manera la codicia, que en esto les ha crecido, que no hay alguno que dejen de salir a la guerra por todos aquellos llanos con gran trabajo y riesgo de su vida, por hacer presa, y traer cautivos que venden a los españoles. Y hay indios tan rigurosos y prósperos que a más de los vestidos de paño y seda poseen muchos caballos ensillados y enfrenados, espadas y lanzas, y todo género de armas con muchas vajillas de pura plata, tanto que hay indio, que tienen de servicio más de 500 marcos, y todo lo han adquirido de sus robos, presas y asaltos en tan perniciosa tirania o injusta guerra, sin que esta ahora se haya puesto algún freno a tanta crueldad, ni remedio a las insolencias y desórdenes de esta gente, habiendo cometido otros delitos con desacato a la Real potestad, tomando armas contra su Virrey, cuando lo fue de este reino Don Francisco Toledo, de más de las muertes y robos que han hecho a los españoles, despoblando los pueblos matando y asaltando las chácaras y hacienda de los vasallos de Su Majestad que residen en estas fronteras de Tarija, Paspaya, Tomina y Mizque, y la gobernación de Santa Cruz de la Sierra.
CAPITULO VI
De la armada con que entró a esta provincia del Río de la Plata Sebastián Gaboto.
Pocos años después por orden del rey Enrique VII de Inglaterra el famoso piloto llamado Sebastián Gaboto descubrió los Bacalaos con intento de hallar por aquella parte un estrecho por donde supiese navegar a las islas de las Especerías vino a España, y como hombre que también entendía la cosmografía, propuso al emperador Nuestro Señor descubrir fácil navegación y puerto, para que con más facilidad, se pudiese entrar al rico reino del Perú y al poderoso Inga, que entonces llamaban los españoles Rey Blanco de quien Francisco Pizarro había traído de Castilla muy larga relación. Admitida su pretensión se le mandaron dar para este descubrimiento cuatro navíos, con 300 hombres y algunas personas de calidad que quisieron ir con él a esta jornada, con los cuales salió de la bahía de Cádiz el año de 1530. Y navegando con diversos tiempos pasó la equinoccial y llegó a ponerse en altura de 35 grados y reconocida la costa vino a tomar el cabo de Santa María y conociendo ser aquel golfo la boca del Río de la Plata, que aún entonces, no se llamaba sino de Solís, embocó por él y navegando a vista de la costa de mano derecha, procuró luego algún Puerto para meter sus navíos y buscándolo, se fue hasta la isla de San Gabriel donde dieron fondo, y no le pareciendo tan seguro y acomodado se arrimó a aquella costa de hacia el norte y entró por el ancho y caudaloso río del Uruguay y dejando atrás la Punta Gorda, tomó un riachuelo que llaman de San Juan y hallándole muy hondable metió dentro de él sus navíos y de allí lo primero que hizo fue enviar a descubrir alguna parte de aquel caudaloso río, y procurar tener comunicación con algunos indios de aquella costa, para lo cual envió al capitán Juan Alvarez Ramón, que fuese con un navío por él arriba y reconociese lo que había, con el cuidado y diligencia conveniente, el cual habiendo navegado tres jornadas dio en unos bajíos arriba de dos islas muy grandes, que están en medio de aquel río y sobreviniéndole una gran tormenta en aquel paraje encalló el navío en parte donde no pudo más salir cuya armazón el día de hoy allí perece. Con este suceso el capitán Ramón echó gente a un bergantín o bajel, y como pudo se salió a tierra con ella, lo cual visto por los indios que por allí hay llamados Yaros y Charrúas los acometieron yendo caminando por la costa por no poder ir todos en el bajel y peleando con ellos mataron al capitán Ramón y algunos soldados de su compañía y los demás se vinieron en el bajel donde estaba Sebastián Gaboto, el cual dejando allí la nao capitana, tomó una canoguela, y un bergantín con la gente que había y se fue con ella por el Río de la Plata arriba, y atravesando aquel golfo entró por un brazo, que llaman río de las Palmas, y saliendo de él tuvo plática con los indios de las islas de quienes se proveyó de alguna comida con rescate que les dio, y pasando adelante llegó al río de Carcarañal que es nombre antiguo de un cacique de aquella tierra, que cae a la costa de la mano izquierda, que es al sudoeste, donde Sebastián Gaboto tomó puerto y le llamó de Sancti Spiritus, el cual visto la altura y comodidad de esta escala, fundó allí una fortaleza de madera terraplenada con dos torreones y cubos bien cubiertos, y corriendo a la redonda tuvo comunicación con los indios de la comarca, con algunos de los cuales trató amistad y pareciéndole muy conveniente reconocerlo más adelante, digo adentro de la tierra para el fin que pretendía de descubrir por aquel camino entrada para el reino del Perú. Despachó cuatro españoles con uno llamado César, que fuese a este efecto por aquella provincia y entrase caminando por su derrota, entre el mediodía y Occidente y topando con alguna gente de consideración, se informasen de la tierra y con lo que descubriesen dentro de cuatro meses volviesen a darle cuenta de lo que había. Con esta orden se despachó César y sus compañeros de los cuales en su lugar haremos mención por decir lo que hizo Sebastián Gaboto. En este tiempo habiendo arrasado los dos navíos y puéstoles remos para correr el río se metió en ellos con 120 soldados, y dejando en la fortaleza 60, con el capitán Diego de Bracamonte se fue por el Río de la Plata arriba a remo y vela con mucho trabajo, por no saber las partes y lugares del río, hasta que por sus jornadas llegó donde el Paraná, y el río del Paraguay se juntan, habiendo andado hasta aquel paraje desde la fortaleza más de cien leguas siguiendo el Paraná por parecerle más caudaloso, y acomodado para navegar llegó a la laguna dicha de Santa Ana y allí estuvo algunos días rehaciéndose de comida de los indios de la tierra de quienes tomó lengua de lo que por allí había, y de la poca comodidad de poder navegar en sus navíos, por aquel río por los muchos bajíos y arrecifes que tiene. Por cuya causa dio vuelta y tomó el río del Paraguay, por el cual hizo su navegación hallándole muy hondable y apacible y así se fue por él más de 40 leguas hasta un paraje que llaman la Angostura, donde un día le salieron al encuentro más de 300 canoas de indios que llaman Agaces que entonces señoreaban todo aquel río, puesto que el día de hoy son acabados, con las ocasiones de guerras que han tenido con los españoles. Estos se pusieron en tres escuadrones y cometiendo a los navíos, que iban a la vela. Sebastián Gaboto prevenido, asestó los versos que llevaba y llegando a tiro de cañón mandó disparar en los escuadrones de las canoas, las cuales muchas de ellas fueron fundidas de los tiros y acercándose más a los enemigos pelearon con ellos, los españoles con ballestas y arcabuces y ellos con gran suma de flechería, vinieron casi a las manos y al llegar a los costados de los navíos, donde con lanzas, picas y otras armas mataron gran cantidad de indios, de tal manera que allí fueron desbaratados, y puestos en huida, con cuyo suceso los españoles salieron victoriosos con pérdida de sólo tres soldados que huían en un batel, que fueron presos y cautivos los dos que después de muchos años vinieron a ser habidos y sacados del cautiverio con mucho bien, que de ellos redundó, porque salieron grandes lenguas, y prácticos en la tierra. Estos se llamaban Juan de Fustes y Héctor de Acuña, que fueron encomenderos en la ciudad de la Asunción. Y pasando adelante Sebastián Gaboto, llegaron a un término que llaman la Frontera, por ser limite de los indios Guaranís de aquella tierra y término de las otras naciones. Donde tomando puerto procuró con toda diligencia de tener con ellos comunicación, y con dádivas y rescates que dio a los caciques que le vinieron a ver asentó paz y amistad con ellos proveyéndoles de toda la comida que hubo menester. Con esto vino Sebastián Gaboto con facilidad a haber algunas piezas de plata y manijas de oro, macanas de cobre y otras cosas de las que Alejo García había sacado y ávido en suponer en la entrada que hizo a las fronteras de las Charcas los cuales metales cuando lo mataron los indios de aquella tierra, le robaron. Con esto Sebastián Gaboto mostró mucho contento con la esperanza, que de allí adelante seria la tierra muy rica, según la forma y relaciones que de los indios tuvo, aunque todo redundaba del Perú. Vino a persuadirse serian de aquella misma tierra, conque dio vuelta a su fortaleza, donde llegado se determinó luego a partirse para Castilla, a dar cuenta a Su Majestad de lo que había visto y descubierto en aquellas provincias, y bajando donde estaba la nave, que dejó en el río San Juan se metió en ella con algunas personas que él quiso, dejando en la fortaleza de Sancti Spiritus 110 soldados con el capitán don Nuño Lara y alférez Mendo Rodríguez de Oviedo y el sargento Luis Peres de Vargas, y el capitán Ruy García Mosquera y Francisco de Ribera y otros muchos hidalgos, soldados honrados, que quedaron con el capitán don Nuño en aquella fortaleza.
CAPITULO VII
De la muerte de don Nuño de Lara y su gente, con lo demás sucedido por traición de indios amigos
Partido Sebastián Gaboto para España con mucho sentimiento de los que en la tierra dejaba por ser un hombre muy afable, de mucho valor y prudencia, muy sabio y experto en la cosmografía, como de él se cuenta. Luego el Capitán don Nuño procuró de conservar la paz que tenía con los naturales circunvecinos en especial con los indios Timbús de buena masa y voluntad, con cuyos dos principales caciques siempre la tuvo y ellos acudiendo a la buena correspondencia de ordinario proveían a los españoles de comida, que como gente labradora no le faltaba. Estos caciques eran dos caciques digo hermanos, el uno llamado Mangoré, y el otro Ziripó, mancebos ambos de 30 a 40 años, valientes y ejercitados en las cosas de la guerra y así de todos muy temidos y obedecidos en especial al Mangoré el cual en esta sazón se aficionó de una mujer española que estaba en la fortaleza llamada Luisa de Miranda, mujer de Sebastián Hurtado, de Ecija. A esta señora hacia este cacique muchos regalos y socorros de comida, y ella con muestra de agradecimiento le hacía amorosos tratamientos conque vino el bárbaro a tomarla tanta afición y tan desordenado amor, que intentó robarla por los medios a él posibles. Convidando a su marido que se fuese algún día a entretener a su pueblo ofreciéndole buen hospedaje y muestras de su amistad: se le negó con buenas razones y visto que por aquella vía, no se le facilitaba su intento, por el continuo recato de su marido y la honestidad y compostura de ella, vino a perder la paciencia con indignación y mortal pasión. Ordenó contra los españoles de bajo de amistad una alevosía y traición, por parecerle que por este camino le sucederían las cosas, de manera que aquella mujer viniese a su poder para cuyo efecto persuadió al otro cacique su hermano que no les convenía dar la obediencia con tanta subordinación a los españoles porque con estar en sus tierras, eran tan señores, y absolutos en sus cosas que en pocos días vendrían a sujetarlo todo como lo comenzaban a hacer. Y si con tiempo no se remediaba el inconveniente, después cuando quisiesen no lo podrían hacer ni excursar de ser sujetos a servidumbre. Para cuyo efecto él era de parecer que los españoles fuesen desterrados y muertos, y asolado el fuerte donde estaban, no perdiendo la ocasión cuando el tiempo la ofreciese. A las cuales razones el Ziripo respondió, que como era posible tratar cosa semejante contra los españoles habiendo él sido amigo de ellos y muy aficionado. Que él de su parte no tenía tal intento, porque de más de buen tratamiento y amistad que les hacían, no había recibido el menor agravio, por donde tuviese causa de tomar las armas contra ellos. A lo cual el Mangoré vino a replicar, que así convenía se hiciese por el bien común y por el particular gusto suyo, a que como buen hermano debía corresponder. De tal forma persuadió a su hermano que vino a conformarse con él dejando el efecto entre sí tratado para tiempo más cómodo y oportuno. El cual no mucho después se les ofreció como pretendían y fue como habiendo necesidad de comida en la fortaleza despachó el capitán don Nuño 40 soldados en un bergantín en compañía del capitán Ruy García, que fuesen por aquellas islas a buscarla y con la brevedad posible volviesen con todo lo que hubiesen recogido. Tuvo el Mangoré esta buena ocasión juntamente por haber salido en esta compañía Sebastián Hurtado marido de Luisa Miranda y así luego fueron juntos por orden de los caciques más de 4.000 indios y se fueron con ellos a poner media legua de la fortaleza en un sauzal la costa del río; y para que el asalto fuese de más efecto, y la entrada de la fortaleza se les facilitare, salió el indio Mangoré con 30 mancebos muy robustos cargados de carne y pescado, miel, manteca y mucho maíz y se fue con todo a la fortaleza, donde con muestras de amistad dio la mayor parte de ello al capitán, y el resto repartió a los soldados y oficiales con que fue muy bien recibido y agasajado de todos y se mandó a aposentar dentro de la fortaleza y aquella noche cuando todos dormían, excepto la guardia, que estaba en la puerta el Mangoré y los suyos hicieron cierta seña a los de afuera como estaba concertado, y llegándose al muro de la fortaleza pegaron fuego a la casa de la munición, y hecho esto dieron repentinamente en las guardias, y en un punto tomaron la puerta de la fortaleza, por donde entraron matando los que hacían el cuarto, y todos los que encontraban. Los españoles despavoridos con el arma salían a la plaza, y topando con ellos los herían y mataban sin darles lugar a que se pudiesen juntar, de forma que dentro de sus casas y en sus mismas camas los degollaban y mataban. Algunos pelearon varonilmente en este trance en especial don Nuño de Lara, que salió a la plaza con su rodela y espada y entrando por los escuadrones hería y mataba mucha gente, de forma que no había indio que le llegase, viniendo que por sus manos eran muertos muchos caciques e indios valientes así apartarlos le tiraban con dardos y lanzas que andaba bañado de su sangre. Por otra parte el sargento mayor salió con una alabarda, corazina y zelada en su persona, y se fue a la puerta de la fortaleza rompiendo las escuadras entendiendo poderles resistir la entrada de que ya estaban señores y llegando al umbral de la puerta dio muchas heridas y golpes a los que las tenían ocupada y ellos le recibieron de la misma suerte matando mucha gente de la que le seguía. Y apretados de la fuerza de los indios con gran número de flechas fue atravesado de crueles heridas, de los cuales cayó muerto. También Alvarez que acudió con varios soldados de su compañía, que salieron con sus armas al tropel de los enemigos acudieron a la casa de munición por socorrerla, cerraron con los escuadrones y peleando con ellos con mucho valor fueron mortalmente heridos y despedazados, hasta dar la vida en tan cruel batalla, el capitán don Nuño procuraba acudir a todas partes sin poder remediar la ruina y general perdición, andaba desangrado de las muchas heridas que tenía, se metió a la fuerza de los enemigos donde encontrando en el Mangoré le dio una gran cuchillada que le derribó y asegurando los golpes le quitó la vida y a otros muchos indios caciques y, muy cansado y cubierto de sangre de las crueles heridas cayó en el suelo donde los indios le acabaron de matar con gran contento de buena suerte en que consistía el gran efecto de su intención, y así con la muerte de este gran capitán fue luego ganada la fortaleza y toda ella destruida sin dejar en ella hombre a vida excepto cinco mujeres, que allí había con la muy cara Luisa Miranda y algunos tres o cuatro muchachos, que por ser niños no los mataron, y fueron presos y cautivos haciendo montón de todo el despojo para repartirse entre toda la gente de guerra, aunque esto más se hace por las ventajas y recompensas a los valientes y para que los caciques y principales, cojan y tomen para sí lo que mejor le pareciere. Lo cual hecho y visto por el Ziripó la muerte de su hermano y la dama que tan caro le costaba, no dejó de derramar muchas lágrimas considerando el ardiente amor que le había tenido y él que en su pecho iba sintiendo tener a esta española, y así de todos los despojos que aquí se ganaron no quiso de su parte otra joya sino tomar por su esclava a la que por otra parte era su señora y de los otros, la cual puesta en su poder no podía disimular el sentimiento de su gran miseria derramando gran copia de lágrimas, sin embargo de ser bien tratada, y servida de los criados siempre vivía con mucho desconsuelo, tanto que un día por consolarla la habló con muestras de mucho amor de esta manera: De hoy adelante Luisa, no te tengan por mi esclava y sierva sino por mi querida mujer y, como tal puedes ser señora de todo cuanto tengo y, hacer a tu voluntad, de lo que hoy te entrego para siempre, pues te doy lo principal que es mi corazón. Cuyas palabras afligieron tanto más el alma de esta cautiva viéndose sujeta al poderío y voluntad de un bárbaro. Pocos días después se le acrecentó mucho más el sentimiento con la ocasión que de nuevo se le ofreció y fue que en este tiempo trajeron los indios corredores preso ante Ziripó a Sebastián Hurtado, el cual habiendo con los demás del bergantín vuelto al sitio de la fortaleza asaltando en tierra la vio asolada y destruida con todos los cuerpos de los que allí se mataron, y no hallando entre ellos el de su mujer consideró lo que fue y, sin otra resolución determinó de meterse por entre aquellos bárbaros y quedarse él también cautivo con su mujer o morir en su compañía. Y sin dar a nadie parte de su determinación se metió por aquella vega donde el otro día fue habido y preso por los indios que tengo referido llevando ligadas las manos a presentar a su cacique y principal, el cual luego que fue conocido, mandó quitarlo de su presencia, para que ejecutaran con él la muerte. A cuya sentencia su tierna mujer, con innumerables lágrimas pidió y rogó a su nuevo marido, no se ejecutase su mandato, antes le rogaba le otorgase la vida, para que ambos se empleasen en servirle como verdaderos esclavos de que siempre serian muy gratos, a cuya súplica e intercesión condescendió el Ziripó que en tanta instancia deseaba agradarla: pero poniendo por condición un riguroso precepto, que pena de su indignación por ningún modo pudiesen comunicarse, ni tener mutua correspondencia, porque de lo contrario los mataría y que a Sebastián Hurtado le haría dar otra mujer con quien viviese con mucho gusto y, de quien fuese muy bien servido, haciéndole en todo muy bien tratamiento como sino fuera su esclavo, sino su verdadero vasallo. Ellos le prometieron guardar en todos sus preceptos, y así se estuvieron por algunos días sin nota alguna, mas como quiera que para los amantes no hay leyes que les obliguen a dejar de seguir el rumbo donde les lleva la violencia del amor no perdían la ocasión, siempre que había oportunidad, porque de ordinario tenía Hurtado los ojos puestos en Miranda, y ésta en aquél de modo que fueron notados con algunos de la casa y, especialmente de una india mujer que había sido muy querida del Ziripó, la cual por su nueva esposa había sido requerida.
Esta india movida de rabiosos celos le dijo al Ziripó con grande denuedo: muy contento estáis con la española, tu nueva mujer, mas ella no lo está contigo, porque aprecia y estima más al de su nación y antiguo marido, que todo cuanto tienes y posees. Por cierto, lo has muy bien merecido pues dejar a la que por naturaleza y amor estabas obligado, a tomar una extranjera adúltera por mujer. El Ziripó se alteró con estas razones, y sin duda alguna ejecutaba su pasión con las dos amantes, sino fuera por examinar la verdad del caso, y disimulando por entonces andaba con cuidado por cogerlos en el hurto, hasta que un día fueron cogidos juntos, donde con una rabia y cruel ira mandó luego quemar en una hoguera a la buena Luisa, la cual a la ejecución de la sentencia se mantuvo con gran firmeza y valor de ánimo, padeciendo aquella cruel muerte con la constancia de verdadera cristiana pidiendo a Dios Nuestro Señor misericordia. Luego por el consiguiente mandó el cruel bárbaro que Sebastián Hurtado fuese asaeteado, para lo cual fue sacado al campo de muchos mancebos donde atado de pies y manos a un algarrobo padeció el rigor de las agudas flechas de aquella inhumana gente con tan crueles heridas que por ellas exhaló el alma con muestras de verdadera contrición: créese que Dios Nuestro Señor llevaría por su infinita misericordia para sí estas dos almas, que constante sufrieron el martirio: esto sucedió por el año del Señor de 1532.
CAPITULO VIII
De lo que sucedió a la gente del bergantín y como apresaron los españoles un navío francés y, ganaron una victoria a los portugueses
Vuelto que fue el capitán Mosquera y sus 40 soldados que con él salieron en el bergantín a buscar que comer por aquel río, entraron en la fortaleza con el llanto y sentimiento que se puede imaginar, viendo todo asolado y los cuerpos de sus hermanos y compañeros hechos pedazos y derramando muchas lágrimas, con entrañable dolor les dieron sepultura, lo mejor que pudieron, y no sabiendo lo que podían determinar, tuvieron sobre ellos consejo, en el cual resolvieron en irse de costa a costa al Brasil en el mismo bergantín que tenían, pues no podían hacer otra cosa y aunque quisieron ir a Castilla lo dificultaban por haberse arrasado el navío de las obras muertas, para navegar aquel río a remo y vela como galera. Y puéstolo en efecto, se hicieron al punto a la vela bajando por las islas de las Hermanas entraron por el río de las Palmas y atravesaron el golfo del Paraná a la isla de Martín García y de allí a San Gabriel y fueron a desembocar por punto a la de los Lobos saliendo al ancho mar, y costeando al nordeste llegaron a Santa Catalina y, pasando de San Francisco a la barra de Paranaguá llegaron a la Cananea, y corriendo la costa tomaron un brazo y bahía de mar que allí hace llamado Ygua, 24 leguas de San Vicente donde se surgieron, y tomaron tierra por ser de buena disposición vista y calidad. Determinaron de hacer allí asiento trabando amistad con los naturales que había en aquella costa y con los portugueses circunvecinos con quienes tenían comunicación y correspondencia. Hechas sus casas y sementera pasaron dos años en buena conformidad, hasta que un hidalgo portugués llamado el bachiller Duarte Peres se le vino a meter con hijos y criados en su compañía, con disgusto, y queja que traía de su nación, por haber sido desterrado de Portugal para esta costa por el rey don Manuel adonde había venido a padecer innumerables trabajos, por lo cual hablaba con más libertad de la que debía de que resultó notificarle por el capitán de aquella costa, que fuese a cumplir su destierro a la parte y lugar donde por su Rey le fue mandado y, por el consiguiente fueron los castellanos que allí estaban requeridos por si querían permanecer en aquella tierra diesen luego la obediencia a su Rey y Señor cuyo era aquel terreno y jurisdicción y en su nombre al gobernador Martín Alfonso de Sosa de donde no dentro de 30 días se saliesen a la tierra y, dejasen el lugar desembarazado y libre so pena de muerte y perdimiento de sus bienes. Los castellanos respondieron que no conocían ser aquellas tierras de la corona de Portugal sino de la de Castilla, y como tal estaban allí poblados en nombre del emperador don Carlos, cuyos vasallos eran ellos, de estas demandas y respuestas vino a resultar entre los unos y los otros disconformidad y enemistad. Sucedió que en este tiempo llegó a aquella costa un navío de franceses corsarios, los cuales entraron luego en aquel puerto y siendo de ellos los castellanos avisados fueron todos determinados a cometer el navío, y cogiendo en tierra a los marineros franceses que habían salido a tomar provisión de los indios una noche muy obscura rodearon el navío con muchas canoas y balsas en que iban más de 200 flecheros y llegando a los franceses le dijeron que venían con el refresco que habían salido a buscar y que no había de quien recelar, porque estaba todo muy quieto, con lo cual los que estaban en el navío se aseguraron y, les echaron sus cabos en tanto, que tenían lugar de llegar las canoas y, echar las escalas por donde subir y, saltando dentro los castellanos e indios repentinamente pelearon con los franceses y los rindieron y, tomaron el navío con muchas armas y municiones y cuantas cosas traían con cuyo suceso estaban los españoles bien pertrechados para cualquier acontecimiento. Y pasando muy adelante la discordia que con ellos tenían los portugueses, determinaron de echarlos de aquel puerto por fuerza de armas y, castigar con rigor correspondiente a sus libertades. Y avisados de esta determinación los castellanos hicieron consejo del modo con que habían de defenderse y resistirlos y, resultas en lo que debían hacer fueron noticiados como venían sobre ellos dos capitanes portugueses con 80 soldados y muchos indios por mar y tierra, a lanzarlos de aquel asiento, quitándoles su haciendas y prendiendo sus personas para lo cual en conformidad de sus acuerdos, hicieron unas trincheras y reparos por la parte del mar donde plantaron cuatro cañones de artillería y entre el puerto y el lugar se hizo una emboscada de 20 soldados y 150 indios flecheros para cuando viniesen a las manos y con los de las trincheras acometerles por aquel lado de sobre salto y desembarcarse en la playa, puestos en buena orden marcharon para el lugar donde asistían los castellanos con sus banderas tendidas pasando por la emboscada llegaron a reconocer las trincheras, de donde se comenzó a disparar la artillería y, abriendo sus escuadrones a una y otra mano, a la sombra y resguardo de una montaña, en un punto los españoles salieron de sus estancias con los indios de su servicio y les dieron una rociada de flechería y otra carga de arcabucería con que los portugueses se desordenaron y disparando algunos arcabuzazos comenzaron a retirarse: lo cual visto por los de la emboscada salieron de ella hiriendo y matando los que había, en un paso estrecho que allí hacía un arroyo, prendieron algunos de ellos y al capitán muy mal herido de un arcabuzazo con cuyo suceso fueron desbaratados y rompidos, continuando los castellanos la victoria por no perder la ocasión llegaron a la villa de San Vicente donde entrados en las atarazanas del rey las saquearon de cuanto había. Hecho este desconcierto volvieron a su asiento con algunos de los mismos portugueses, que al disimulo los favorecieron, donde metidos todos en dos navíos desampararon la tierra y se fueron a la isla de Santa Catalina que es 80 leguas más para el Río de la Plata, por ser conocidamente demarcación y término de la corona de Castilla, y allí hicieron asiento por algunos días, hasta que el capitán Gonzalo de Mendoza topó con ellos, como adelante se dirá. Pasó este suceso el año de 1534 el cual entiendo que fue el primero que hubo entre cristianos en estas partes de las indias occidentales.
CAPITULO IX
Del descubrimiento de César y sus compañeros
En el Capítulo VI de este libro dije como Sebastián Gaboto había despachado a descubrir las tierras australes y occidentales, que por aquellas partes pudiesen reconocer según le pareció al dictamen de su entendimiento y cosmografía, que por allí era más breve y fácil camino para entrar al rico reino del Perú y sus confines para lo cual dijimos haber enviado a César y sus compañeros a este efecto desde la fortaleza de Sancti Spiritus, de donde saliendo a su jornada se fueron por algunos pueblos de indios y atravesando una cordillera, que viene de la costa del mar y va corriendo hacia el poniente y septentrión hasta juntarse con la general y alta cordillera del Perú y Chile, habiendo entre la una y la otra muy grandes espacios y valles poblados de muchas naciones. Pasaron de aquel cabo corriendo su derrota por muchos lugares de indios que les dieron pasaje con razonable tratamiento y continuando sus jornadas resolvieron hacia el sur y, entraron a una gran provincia de mucha multitud de gente, muy rica de plata y oro, que tenían mucha suma de ganados, carneros de la tierra de cuya lana labraban grandísima cantidad de ropa bien tejida. Estos naturales obedecían a un gran señor que los gobernaba, y pareciéndoles más seguro a los españoles meterse bajo de su amparo determinaron de irse derecho a este señor, ante quien llegados con la reverencia y acatamiento debido le dieron su embajada por las mejores señas que les fue posible. Dándoles satisfacción de su venida, y pidiéndole amistad de parte de Su Majestad que era un poderoso príncipe que tenía sus reinos y señoríos de la otra parte del mar, no porque tenía necesidad de adquirir más tierras y señoríos ni interés alguno de amistad de otro príncipe. Anduvieron los españoles con gran tiento en tratar de otra religión con aquel gran señor por no caer en su desgracia y, así fueron de él humanamente recibidos haciéndoles buen tratamiento y hospedaje, gustando mucho de la conversación y costumbres de los españoles, teniéndolos en su casa muchos días, hasta que César le pidió licencia para poblarse con sus compañeros, y siendo otorgada mandó dar a cada uno muchas piezas de oro y plata, y toda cuanta ropa muy buena pudiesen traer y algunos indios que los acompañasen y viniesen sirviendo por orden de su señor. Atravesando por toda aquella tierra vinieron por sus derrotas, hasta llegar a la fortaleza de donde salieron la cual hallaron desierta y asolada con el desdichado suceso de don Nuño de Lara y, los demás que con él murieron lo cual visto por César determinó volverse a aquella provincia y puesto en ejecución salieron de aquel sitio del cual caminaron por muchas regiones y comarcas de indios de diferentes lenguas y costumbres, hasta que vinieron a subir una cordillera altísima y áspera, de la cual mirando al hemisferio vinieron una parte del mar del Norte, y a otra el del Sur, aunque a esto no me he podido persuadir por la distancia que hay de un mar a otro, porque tomando lo más angosto podría ser el rincón del estrecho de Magallanes, y hay desde la boca de la parte del norte hasta la que está a la del sur más de cien leguas y así entiendo fueron engañados de unos grandes lagos que por noticia se sabe caen a la parte del norte, y que mirados de lo alto juzgaron ser el mismo mar, de donde caminando por la costa del sur muchas leguas salieron hacia Atacama y tierra de los Lipez, y dejando a la mano derecha los Charcas, se fueron en demanda de la del Cuzco, y entraron en el reino al tiempo que Francisco Pizarro acababa de prender a Atahualpa en los campos de Cajamarca, como consta de su historia. De forma, que con este suceso atravesó toda esta tierra este César, de cuyo nombre comúnmente llaman a esta tierra. La conquista de los Césares según me certificó el capitán Gonzalo Sánchez Garzon, vecino del Tucumán y conquistador antiguo del Perú, el cual me dijo haber conocido, comunicado a este César, en la ciudad de los Reyes, de quien tomé las relaciones para expresarlas en este capítulo.
CAPITULO X
Como don Pedro de Mendoza pasó por adelantado y gobernador de estas provincias y armada que trajo
Llegado Sebastián Gaboto a Castilla el año 1533 dio cuenta a Su Majestad de lo que había descubierto y visto en aquella provincia la buena disposición, calidad y temple de la tierra, la multitud y calidad de los naturales con las noticias y muestras de plata y oro que traía, de tal forma encareció este negocio, que algunos caballeros de caudal pretendieron esta conquista y gobernación, en especial un criado de la casa real y gentil hombre del Emperador Nuestro Señor llamado don Pedro de Mendoza, deudo muy cercano de doña María de Mendoza, mujer del secretario don Francisco de los Cobos, el cual tuvo negociación de que Su Majestad le hiciese merced de aquella gobernación con título de adelantado haciendo asiento de poblarla, conquistar y pasar con su gente y armada aquella tierra con cargo de que habiéndola poblado se le haría merced del título de marqués, con cuya fama y buena opinión se movieron en España diversas personas, ofreciéndose al gobernador con cuanto tenían; de manera que estimaban y tenían a buena suerte los que en esta empresa eran admitidos y así no hubo ciudad de donde no saliese para esta empresa mucha gente y, entre ellos algunos hombres de calidad. Y juntos todos en Sevilla se embarcaron y salieron a la barra de San Lúcar de Barrameda en 14 navíos el año de 1535 a 24 de agosto y navegando con buen tiempo por su derrota llegaron a Canarias a la isla de Tenerife. El adelantado hizo reseña de su gente y halló que llevaba 2.200 hombres entrando en este número la oficialidad. De estos haré aquí mención en parte para la inteligencia de los sucesos que adelante se contarán. Iba por maese de campo un caballero de Avila llamado Juan de Osorio que había sido en Italia capitán de infantería española, que por su excelente valor y afabilidad era estimado de todos. Por almirante de la armada iba don Diego de Mendoza hermano del adelantado. Por su alguacil mayor Juan de Ayolas que a más de la privanza que con él tenía era su mayordomo. Por proveedor de Su Majestad, un hermano del Obispo de Plazencia llamado don Francisco de Alvarado, y don Juan de Caravajal su hermano. Los capitanes que llevaba demás cuenta y satisfacción eran Domingo Martínez de Irala natural de la villa de Vergara provincia de Guipúzcoa, Francisco Ruis Galán de la ciudad de León, el capitán Salazar de Espinosa, de la villa de Pomar, el capitán Gonzalo de Mendoza, de Baeza y don Diego de Avalos. Iba en aquella armada un caballero gentil hombre del rey llamado don Francisco de Mendoza mayordomo de Maximiliano rey de romanos, el cual por cierta desgracia que le sucedió en España pasaba a las Indias a servir a Su Majestad, Juan de Cáceres natural de Madrid, Felipe de Cáceres su hermano. Y por tesorero García Venegas, de la ciudad de Córdoba la llana con Hernando de los Ríos, Andrés Hernández el Romo. Iba por factor de Su Majestad don Carlos de Guevara y, por alcalde de la primera fortaleza que se fundase don Nuño de Silva. Por sargento mayor de la armada Luis de Rojas y Sandoval, demás de los caballeros particulares como eran Perafan de Ribera, don Juan Manrique, el capitán Diego de Abreu, Pedro Ramírez de Guzmán, naturales de Sevilla, don Carlos Dubrin hermano colactáneo del Emperador. El capitán Juan de Ortega, Francisco de Avalos Puina, de Pamplona; Hernando Arias de Mansilla, don Gonzalo de Aguilar, el capitán Medrano, de Granada, Don Diego Barba, caballero del Orden de San Juan, Hernando Ruis de la Cerda, el capitán Agustín de Ocampos, de Almodovar, el capitán Luján, don Juan Ponce de León, de Osuna, el capitán Juan Romero, y Francisco Fernández de Córdoba, del marquesado de Priego, Antonio de Mendoza, y don Bartolomé de Bracamonte, naturales de Salamanca, Diego de Estopiñán, el capitán Figueroa. Alonso Suárez de Ayala, Juan de Vera, de Jerez de la Frontera, Bernardo de Centurión, genovés cuatralvo de las galeras del príncipe Andrea Doría. El capitán Simón Jaques de Ramua, natural de Flandes, Luis Pérez de Cepeda hermano de la bienaventurada Santa Teresa de Jesús, sin otros muchos caballeros hijosdalgo, y hombres nobles, alférez, sargentos y oficiales, que iban en esta armada. La cual partida de Canarias continuando su viaje pasó por la línea equinoccial, donde una noche se dividió de la armada don Diego de Mendoza con dos navíos de modo que no se supo más de él, sino sólo se juzgó que así se hubiese practicado por orden del mismo don Pedro. Y tomando hacia el meridional para la boca del Río de la Plata la armada, fue hacia la costa del Brasil donde llegado tomó puerto en el Río Janeiro, y otros de aquella costa. Obligóles a esta arribada la necesidad, que traían de rehacerse de agua y víveres. Y estando en este puerto sucedió un día que andando el maese de campo Juan de Osorio paseándose en la playa llegó a él Juan de Ayolas con el capitán Salazar y Diego Luján de Medrano y le dijo: Vuestra Merced sea preso; a lo cual entendiendo el maese de campo que era en chanza se retiró empuñando su espada. Y entonces le replicó el alguacil mayor: Téngase Vuestra Merced; que el Señor Gobernador manda que vaya preso. A lo cual replicó Juan de Osorio; hágase lo que su Sa. manda, que yo estoy pronto a obedecerlo; y con esto todos se fueron con él para la tienda de don Pedro que estaba en aquella sazón en la playa, rodeado de su gente de guardia. Adelantóse Juan de Ayolas y le dijo: ya está preso, qué manda V.S. que se haga? Don Pedro respondió dando de mano y dijo: Hagan lo que han de hacer. Y vuelto donde estaba el maese de campo, luego de improviso le dieron de puñaladas, de modo que le mataron sin confesión. Hecho esto pusieron el cuerpo sobre un repostero a vista de todo el campo con un título, que decía: Por traidor y alevoso. El adelantado dijo: Este hombre tiene su merecido, que su soberbia y arrogancia lo han traído a este punto. Todos sintieron en el alma la muerte de tan principal y honrado caballero, y así andaban tristes y desconsolados, particularmente sus deudos y amigos. Vino a entenderse, que algunos ambiciosos le malquistaron con don Pedro, diciendo que Juan de Osorio le amenazaba, que en llegando al Río de la Plata había de hacer que las cosas corriesen por diferente orden. Sus razones fueron tomadas a mal fin de cuya muerte vino el castigo de la mano de Dios con las muchas desgracias, muertes y guerras que después sucedieron, como se dirá en el capítulo siguiente.
CAPITULO XI
De como entró la armada en el Río de la Plata y muerte de don Diego de Mendoza
Estaba toda la gente tan desconsolada con el suceso de la muerte de Juan de Osorio, que muchos estaban derminados de quedarse en aquella costa como lo hicieron y habiéndolo entendido el gobernador mandó salir luego la armada de aquel puerto y engolfándose en el mar vinieron a ponerse en 28 grados sobre la laguna de los Patos donde tocaron y más adelante de unos bajíos que llaman los arrecifes de don Pedro; corrieron la costa y reconocieron el cabo de Santa María y fueron a tomar la boca del Río de la Plata y, habiendo entrado, subieron por él hasta dar en la playa de la isla de San Gabriel donde hallaron a don Diego de Mendoza, que estaba haciendo tablazón para bateles y barcos para pasar el río hacia la parte que llaman hoy de Buenos Aires. Saludados unos y otros, supo don Diego la muerte de Juan de Osorio, la cual sintió mucho y dijo públicamente: Plegue a Dios que la causa, o falta de este hombre y, su muerte no sea motivo de la común perdición. Y ordenando de pasar a aquella parte, fueron algunas personas a ver la disposición de las tierras y, el primero que saltó del batel, fue Sancho del Campo, cuñado de don Pedro; vista la fuerza de aquel temple y su calidad dijo: qué buenos aires son los de este suelo; de donde le quedó este nombre para siempre. Considerado el sitio y lugar por personas de experiencia hallaron ser el más acomodado para escala de aquella entrada y así fue decretado por don Pedro a ser allí asiento, para lo cual mandó pasar toda la gente a aquella parte así por asegurarla de que no huyese hacia el Brasil, como por la comodidad de poder algún día abrir camino para el reino del Perú. Y dejando en aquel puerto los mayores navíos con la guardia competente pasó los demás a Buenos Aires entrándolos a aquel riachuelo, que allí sale de que antes he hecho mención y cerca de él hizo un fuerte con nombre de Santa María el año 1536; hízose el fuerte de tapias en poco más de un solar de terreno, para que pudiesen recogerse en él y defenderse de los indios de la tierra, los cuales luego que sintieron a los españoles, vinieron a darles algunos asaltos por impedirles su población y, no habiéndola podido escusar se retiraron sobre el Riachuelo de donde salieron un día y mataron 8 ó 10 españoles, que estaban haciendo carbón y leña y, escapando algunos de ellos vinieron al fuerte a dar aviso de lo acaecido, de que resultó que mandase don Pedro poner gente en armas y mandada por su hermano don Diego saliese a castigar al enemigo. A este fin salieron 300 soldados de infantería y 12 a caballo con los capitanes Perafan de Ribera, Francisco Ruiz Galán, y don Bartolomé de Bracamonte. Iban con él a caballo don Juan Manrique, Pedro Ramírez de Guzmán, Sancho del Campo y el capitán Luján, con los cuales caminó 3 leguas hasta una laguna donde halló algunos indios pescando y, habiéndolos acometido mataron y prendieron más de 30, con un hijo del cacique de aquella tierra. Venida la noche se alojaron en la vega del río de donde despachó don Diego algunos de los presos a decirle a su principal que viniese a verle seguramente, porque no prendía de ellos otra cosa sino la amistad y, que esta era la voluntad del adelantado su hermano; y al día siguiente determinaron pasar adelante hasta verse con los indios y, hablar con ellos y, llegados a un desaguadero de la laguna descubrieron de la otra parte más de tres mil indios, que por medio de sus espías habían sabido que los españoles iban en demanda de ellos y, así estaban muy a punto en forma de guerra con mucha flechería, dardos, macanas y bolas arrojadizas y, al tañer de sus bocinas o cornetas ordenaron sus escuadrones lo cual visto por don Diego dijo: señores pasemos a la otra parte y rompamos con estos bárbaros. La infantería iba adelante haciendo frente dándoles una rociada para que los de a caballo pudiesen sin dificultad salir a trabar con ellos la escaramuza y desbaratarlos. Algunos capitanes dijeron que sería mejor aguardar a que ellos pasasen, como mostraban en su denuedo, pues tenían el puesto aventajado, sin el riesgo y dificultad del vado, que por delante se les ofrecía. El peor acuerdo fue pasar el desaguadero, como se hizo en cuyo tiempo los indios se estuvieron quedos, hasta que hubieron salido muchos de los de a pie y; entonces se movieron con furia y velocidad repentina puestos en forma de media luna y, así acometieron sin dar a los nuestros mucho lugar para usar de las ballestas y arcabuces. Los capitanes que llevaban la vanguardia no perdieron terreno por dar lugar a que saliesen los de a caballo a tiempo que la infantería estaba ya desbaratada toda y muerto don Bartolomé de Bracamonte, siguiendo Perafán de Ribera, que peleaba con espada y rodela con toda la fuerza de los enemigos, que acompañado de su alférez Marmolejo herían y mataban con grande esfuerzo, hasta que fatigados de las heridas, faltos de sangre y fuerza rindieron sus vidas. Don Diego con los de a caballo salió al raso y, acometiendo a los enemigos no pudo romper a los escuadrones porque como los caballos venían flacos del mar no tenían fuerzas, ni valor para arrojar con la furia que era menester y, así resolvió cada uno por su parte y prosiguieron la escaramuza hiriendo y matando los que podían y, con los dardos y bolas derribaron los indios muchos caballos; don Juan Manrique se metió en lo recio del combate y peleando cayó del caballo y acudiendo don Diego a socorrerle, no pudo ser tan presto, que primero no llegase a él un feroz bárbaro que le cortó la cabeza, a quien don Diego luego le atravesó el cuerpo con una lanza. Poco después recibió él un fuerte bolazo en el pecho, que le forzó a caer desatinado en tierra vomitando mucha sangre. Pedro Ramírez de Guzmán rompiendo el escuadrón de los indios fue a socorrerle en este aprieto, llegando donde estaba le pidió la mano, para subirle a las ancas de su caballo, pero no lo pudo conseguir por estar muy desmayado de las heridas y sangre que le salía; sin embargo se esforzó a levantarse pero luego dio consigo en tierra en tiempo que los cercaron los indios y dieron crueles lanzadas en el pecho de Ramírez con dardos arrojadizos de modo que ambos caballeros quedaron allí muertos. Luján y Sancho del Campo andaban más afuera muy mal heridos pero siempre escaramuceaban a los indios los cuales desbaratando la infantería entraron por el desaguadero a una y otra mano, hiriendo y matando a los españoles haciendo cruel carnicería, de modo que si hubiesen seguido el alcance no hubiera quedado hombre con vida. Luján y otro compañero fueron sacados a la disparada de sus caballos, que agitados de las heridas no pudieron detenerlos, hasta que los llevaron a la costa de un río que hoy llaman de Luján donde murieron ambos ó de las heridas ó de hambre, porque algunos días después del suceso se hallaron los huesos de ambos y un caballo vivo. Algunos dicen que estos fueron causadores de la muerte del maese de campo; sea como fuese, este fue el fin que tuvieron. Sancho del Campo y Francisco Ruiz recogieron la gente que quedó y hallaron 140 de a pie y 5 a caballo y, como los más venían heridos y, desangrados caminando aquella noche salieron por los caminos sin poder pasar adelante los cuales por la falta de agua y sin el conocimiento de la tierra murieron de sed por manera que todas estas compañías no escaparon más de 80 personas.
CAPITULO XII
De la hambre y necesidad que padeció la armada
Sabido por don Pedro el suceso y la muerte de su hermano y, de los demás caballeros y soldados que fueron en su compañía, recibió tanto sentimiento que estuvo en punto de perder la vida, doblándose la pena con haber acaecido a este mismo tiempo, que hallaron al capitán Medrano muerto en su cama con 5 puñaladas, sin haberse podido saber quien fuese el agresor, no obstante las diligencias, que para ello se hicieron prendiendo algunas personas, que por parientes y amigos de Juan de Osorio parecían sospechosas; con estos sucesos la hambre y necesidad que ya era grande y tanta que se llegó a estrechar la ración a 6 onzas de harina ya podrida que era más ocasión a corromper la gente en pestilencial contagio de que morían muchos que de sustentarlas y en remedio de ello determinó don Pedro enviar al capitán Gonzalo de Mendoza con una nao a la costa del Brasil en busca de algún refresco. Y salido al efecto hizo su jornada. Asimismo fue resuelto a Juan de Ayolas que descubriese lo que había el río arriba con título de teniente general de aquel gobierno. Hízose a la vela en dos bergantines y una barca, siguieron esta expedición el capitán Alvarado y otros caballeros con orden de volver a dar cuenta dentro de 40 días de lo que hubiesen descubierto, para que conforme a su relación se determinase lo que más convenía. Habiéndose pasado algunos días de esta marcha, y al término asignado, estaba don Pedro con mucho cuidado y pena por no saber lo que les hubiese acaecido y viendo que crecía cada día más la pestilencia y hambre de la tropa y, así determinó irse al Brasil llevando consigo la mitad de la gente que allí tenía, y habiendo hecho suficiente provisión de bastimentos, volver después a seguir su conquista. Aunque por otra parte se decía que su intención era irse a Castilla. Aparejados los navíos y embarcados en ellos los soldados que habían de acompañarle con la prisa correspondiente al deseo, que todos tenían del viaje, la noche antecedente al día de la partida llegó Juan de Ayolas, haciendo muy grande salva en señal del gozo, que tenía por haber hallado cantidad de bastimentos y muchos indios amigos, que dejaba de paz y amistad llamados Timbús y Caracarás en el puerto de Corpus Christi, donde había quedado el capitán Alvarado con 100 soldados. Con este socorro y buena noticia mudó don Pedro de dictamen y se resolvió de ir personalmente a ver lo que le decían, llevando consigo la mayor parte de la gente con algunos caballeros y oficiales dejando por su lugarteniente en Buenos Aires al capitán Francisco Ruiz y, en su compañía a don Nuño de Silva y por capitán de los navíos a Simón Jaques Ramua. Tardó don Pedro en el camino por causa de la mucha flaqueza de la gente que llevaba, que a cada paso se le moría, tanto que ya le faltaba más de la tercia parte cuando llegó donde estaba Alvarado a quien halló con la mitad menos de soldados que se le habían muerto, por no haber podido arribar de la gran flaqueza y hambre que habían padecido. Y sin embargo de que entonces se padecía ya la misma escasez determinó don Pedro hacer allí su asistencia y vista la comodidad del sitio, mandó hacer una casa para su vivienda y recibiendo más consuelo con la amistad y comunicación de los naturales se informó de ellos de lo que había en la tierra y, era que a la parte del sud oeste había una nación de indios vestidos, que poseían muchas ovejas y lana de la tierra y, que estos tenían trato y comunicación con otras naciones muy ricas de oro y plata y, que para llegar a ellas habían de pasar por unos pueblos de indios que vivían bajo de la tierra llamados Comechingones que son los que hoy día están repartidos a los vecinos de la ciudad de Córdoba. Con esta relación se ofrecieron a don Pedro dos soldados para ir a ver aquellas tierras y traer razón de ellas y deseando satisfacerse condescendió con la oferta y, habiendo salido al efecto no volvieron más, ni se ha sabido cosa cierta del fin que tuvieron, aunque algunos han dicho que atravesaron la cordillera y salieron al Perú de donde se fueron a Castilla. En este tiempo padecían en Buenos Aires la más cruel hambre que jamás se ha visto porque faltando ya las ordinarias raciones, comían sapos, culebras y cueros cocidos, de modo que aun las mismas reses que unos digerían tenían otros por sustento. Vino a tanto extremo la necesidad que como allá cuando Tito y Vespaciano pusieron cerco a Jerusalén, comieron los sitiados carne humana, sucedió acá porque los vivos se alimentaban de los que morían de hambre sin reservar de ello cosa alguna, y tal hubo que sacó de las entrañas de su hermano muerto la asadura para sustentar su vida. Finalmente fue tal que murió casi toda la gente. En este tiempo sucedió que una mujer española desesperada de la necesidad que la constreñía salió del real para irse con los indios, donde pudiese vivir con sus mantenimientos, y tomando la costa arriba llegó cerca de la Punta Gorda a la cercanía del Monte Grande y, siendo ya tarde buscó donde albergarse y, topando con una cueva que estaba en la barranca de la misma costa entró por ella y, repentinamente topó dentro con una fiera leona, que estaba en el conflicto de su parto, la cual vista por esta mujer quedó como muerta tendida a sus pies del espanto, al tiempo que la leona saltaba de su cuevilla a hacerla pedazos y viéndola tendida tuvo con su real naturaleza piedad de la que estaba humildemente rendida y, depuso la furia y velocidad conque la había acometido, con muestras de blandura y halago, como que admitía a la nueva huésped en su compañía, ella tomando más aliento y ánimo la cuidó en el parto en que actualmente estaba, y de que dio a luz dos leonillos en cuya compañía estaba algunos días sustentada de la leona con la carne de los animales que mataba, con que bien agradecida con tal hospedaje al oficio de comadre que había hecho. Hasta que corriendo los indios aquella costa a tiempo que ella salía a la playa a beber toparon con ella y la cogieron y llevaron a su pueblo tomándola uno de ellos por mujer de cuyo suceso y lo demás que pasó adelante se dirá.
CAPITULO XIII
De la jornada que don Pedro mandó hacer al general Juan de Ayolas y al capitán Domingo de Irala
Algunos días después que don Pedro de Mendoza llegó a Corpus Christi determinó de enviar a descubrir el Río de la Plata arriba y tomar razón de la tierra, para lo cual mandó a su teniente general se aprestase para el viaje el cual se hizo el año 1537, en tres navíos y bateles en que iban 300 soldados y llevaba en su compañía al capitán Domingo de Irala, al factor don Carlos de Guevara, a don Juan Ponce de León, Luis Peres de Cepeda, don Carlos Dubrin y otros caballeros con instrucción y orden del gobernador que dentro de 4 meses volviesen a darle cuenta de lo sucedido y descubierto. Salido a su jornada navegaron muchas leguas con grandes trabajos y necesidades hasta que llegaron donde se juntan los dos ríos Paraná y Paraguay y, como hizo Gaboto se entró por el primero por más caudaloso y tocándolos los mismos bajíos que el referido retrocedió y entró por el río Paraguay, con los remos en las manos y así iba caminando de día y de noche con esperanzas de llegar a algunos pueblos donde pudiesen hallar refrigerio de bastimentos y, con esta determinación yendo navegando por un paraje del río que llaman la Angostura fueron acometidos de una multitud de canoas de aquellos indios llamados Agaces con quienes pelearon muy reciamente, de manera que muertos muchos de ellos se retiraron los otros y, fueron forzados a salir a tierra, y desamparar sus canoas, en las que hallaron mucha carne del monte y pescado; y con este poco socorro pudieron cómodamente llegar a la Frontera de los Guaranís con quienes hicieron luego amistad y se proveyeron de los mantenimientos necesarios para pasar adelante, habiendo sido de ellos informados que hacia el occidente y mediodía había cierta gente que poseía muchos metales. Y prosiguiendo su camino llegaron al puerto que dicen de Nuestra Señora de la Candelaria donde Juan de Ayolas mandó desembarcar la gente dejando en los navíos 100 soldados bajo la orden de Domingo de Irala y prosiguió su camino con 200 hombres. Dio principio a su marcha el día 12 de febrero de 1537 años dejando dispuesto que le aguardasen en aquel sitio 6 meses, y si dentro de ellos no volviese, no fuesen obligados a esperarle más, porque la imposibilidad de algún contrario suceso le podría acaso impedir la venida. Y con esta determinación tomó su derrota al poniente caminando por los llanos de aquella tierra llevando en su compañía el factor don Carlos Dubrin, Luis Peres de Cepeda y otros caballeros donde los dejaremos por ahora, y volvamos a don Pedro de Mendoza, que impaciente deseaba la vuelta y relación de Juan de Ayolas. Y viendo su tardanza bajó a Buenos Aires con resolución de irse a Castilla; llegó en tales circunstancias que halló mucha gente menos y la que escapó de tal suerte débil que se juzgaba no escaparía alguno con vida. A toda esta aflicción fue Dios servido proveer de alivio con la llegada de Gonzalo de Mendoza, que venía del Brasil con la nao bien proveída de víveres y con otros dos navíos que traía en su compañía de aquella gente que quedó de Sebastián Gaboto y, los demás que se le agregaron después de la derrota de los portugueses, que estaban como queda dicho retirados en la isla de Santa Catalina donde los halló Gonzalo de Mendoza, a cuyas persuasiones vinieron, circunstancia muy importante para esta conquista; porque a más de ser ya prácticas de la tierra traía consigo muchos indios del Brasil y muchos de ellos venían con mujeres e hijos, como Hernando de Ribera, el capitán Ruy García, Francisco Ribera y otros así españoles como portugueses que venían pertrechados de armas y municiones. Tanto fue el consuelo que don Pedro de Mendoza recibió con este socorro que gozó, y de placer derramó muchas lágrimas, dando gracias a Nuestro Señor por tan impensado beneficio. Con esto determinó saber de Juan de Ayolas y, para el efecto despachó al capitán Salazar y al mismo Gonzalo de Mendoza con 140 soldados en dos navíos y luego que hicieron a la vela por el río arriba determinó don Pedro la ejecución de sus designios, que eran irse a España, y así se embarcó en una nave llevando consigo al contador Juan de Cáceres y, dejando por su lugarteniente en Buenos Aires al capitán Francisco Ruiz; y haciendo su viaje con tiempos contrarios y larga navegación vino a faltarle el bastimento en la mar, y con esta necesidad estando don Pedro muy debilitado de hambre mataron una perra que llevaba en la nave, la cual en aquella sazón andaba salida y luego que comió de la carne empezó a desasosegarse, de tal manera que parecía que rabiaba, y así murió dentro de dos días. Lo mismo pasó con otros que comieron de aquella carne. Llegó este navío a España al fin del año 1537. Dióse luego cuenta a Su Majestad de todo lo acaecido en la conquista. Y volviendo al Capitán Salazar y Gonzalo de Mendoza, que iban caminando en busca de Juan de Ayolas, subieron hasta el paraje de la Candelaria donde hallaron a Domingo de Irala, con los navíos en los pueblos de los indios Payaguás y Guayarapos, que son los más traidores e inconstantes que hay en aquel río. Aquí estaba como queda dicho esperando a Juan de Ayolas. Viendo los capitanes la mala intención de aquellos indios, que aunque la disimulaban proveyéndoles de algún bastimento, no perdían ocasión en que pudiesen hacerles algún daño y la mucha demora del general determinaron hacer una correduría por aquellas tierras por ver si podían tener alguna noticia de los de la entrada y así determinados acordaron de dejar en aquel puerto una tabla en que se escribiese todo cuanto se les ofreció a avisar a los que pudiesen llegar por allí siéndolo primero, que no se fiasen de aquella gente que era revelada de mala intención y traidora. Hecho esto se volvió río abajo Salazar dejando a Domingo de Irala un navío que llevaba por otro muy cascado y llegado al puerto que es hoy de la Asunción determinó dejar en una casa fuerte a Gonzalo de Mendoza, por parecerle aquel puerto bueno y escala para aquella navegación y dejó con él 60 soldados, lo cual hecho prosiguió su camino para Buenos Aires a dar cuenta a don Pedro del efecto de su expedición. Llegado a su destino halló que se había ido a España y que el teniente Francisco Ruiz estaba muy malquisto con los soldados por su áspera condición y riguroso trato, tanto que por una lechuga hizo cortar a uno las orejas y a otro mandó afrentar por un rábano y, finalmente a todos trataba con igual aspereza, de que todos estaban muy disgustados, mucho más con haber sobrevenido una furiosa plaga de tigres y leones, que apenas se descuidaba alguno a salir fuera del fuerte que luego le acometían y lo despedazaban, de tal suerte que era necesaria una compañía de gente para que pudiesen salir a sus ordinarias necesidades. Sucedió en este tiempo una cosa muy digna de admiración y memoria, y así no quiero pasarla en silencio: fue el caso que habiendo salido un capitán a una corrida a los pueblos comarcanos trajo aquella mujer española que antes dije había salido de la fortaleza por fuerza de la hambre y; se había pasado a los indios y, habiéndola traído ante Francisco Ruiz fue condenada por él a que la atasen fuera del fuerte a unos árboles donde la dejasen para pasto de las fieras, como a distancia de una milla de la población porque así pagase su delito. Hízose como se había ordenado y acudiendo aquella noche las fieras, vino entre ellas la leona a quien esta mujer había ayudado al parto en su cueva y, habiéndola conocido no la hizo daño, sino que la defendió de las demás fieras de que la matasen y, guardándola aquella noche y siguiente no dejó llegar a ella animal alguno, hasta que al tercero día fueron allá ciertos soldados del capitán a ver el efecto que se creía haber sucedido y hallaron viva a la mujer y, sin lesión alguna con la leona a sus pies acompañada de sus leoncillos y, sin acometer a la gente, se apartó algún tanto, dando lugar a que se llegasen a ella quedando admirados los soldados del instinto y humanidad de aquella fiera, que parecía movida de superior impulso y, habiendo desatado aquella miserable mujer la trajeron consigo. La leona quedó dando tales fieros bramidos, que parecía que hacía sentimiento de la ausencia de su amiga, dando testimonio de su real instinto con más gratitud y piedad que los mismos hombres. De esta manera quedó libre aquella afligida mujer a quien después conocí llamábase Maldonada, aunque a la verdad se la debía haber dado el renombre de Biendonada después de tan extraño suceso que manifestó la impunibilidad del hecho en haberse salido del fuerte, a que la obligó la intolerable hambre que padecía, con la debilidad de su sexo! Algunos atribuyen este riguroso castigo al capitán Alvarado y no a Francisco Ruiz, como quiera que ella sea, no carece de crueldad casi inaudita.
CAPITULO XIV
De las cosas que sucedieron en estas provincias después de la partida de don Pedro de Mendoza
Habiendo llegado el capitán Salazar al puerto de Buenos Aires y, dando razón de lo que se había descubierto río arriba, se determinó que el mismo Francisco Ruiz con la más gente que se pudiese se fuese adonde estaba Gonzalo de Mendoza, en el puerto de la Asunción a rehacerse de bastimentos por haber informado Salazar que allí los había en abundancia y que los indios de aquella tierra estaban de paz y amistad con los españoles para lo cual se embarcaron en los navíos todos los que cupieron y caminaron el río arriba y llegados a Corpus Christi se sacó la mitad de la gente que allí había y prosiguieron unos y otros el viaje en que también iba el contador Felipe de Cáceres, el tesorero García Venegas y otros caballeros y capitanes quedando de interino en Buenos Aires el capitán Juan de Ortega y, siendo su derrota con grandes trabajos y necesidades llegaron a la casa fuerte donde hallaron al capitán Gonzalo de Mendoza en grande amistad con los indios Guaranís de aquella tierra que a la sazón estaba muy falta de mantenimientos por una general plaga de langosta, que había asolado todas las sementeras, con cuyo accidente Francisco Ruiz y todos los demás de su compañía quedaron muy contristados. Poco después llegó de arriba Domingo de Irala con sus navíos que habiendo esperado al general Juan de Ayolas más de ocho meses fue forzado de la gran necesidad de retirarse a buscar forma de rehacerse de víveres y reparar sus navíos, que estaban ya muy maltratados. Y así le fue forzoso llegar a este puerto donde tuvieron algunas competencias con Francisco Ruiz de que le resultó haberle prendido éste; pero habiendo mediado algunos caballeros se consiguió luego su libertad y, con la mayor brevedad se volvió río arriba a saber si había noticia de Juan de Ayolas en cuya diligencia le dejaremos por ahora, volviendo al capitán Francisco Ruiz que estaba recogiendo algún bastimento entre los indios, determinó volverse a Buenos Aires, y llegado a la fortaleza de Corpus Christi que estaba al comando del capitán Alvarado propuso resueltamente de asaltar a los indios Caracarás sin causa ni razón alguna con el color de que favorecían a unos indios rebelados contra los españoles, y sin acuerdo de los capitanes habiéndose asegurado con buenas palabras le dio un albazo quemándole sus casas y matando mucha gente con prisión de muchas mujeres y niños que repartió a los soldados y, hecho esto se fue con su gente a Buenos Aires, llevando en su compañía al capitán Alvarado, substituyendo en su lugar Antonio de Mendoza, que quedó en aquella fortaleza con 100 soldados y, llegados a su destino, hallaron que había llegado de Castilla el veedor Alonso Cabrera en un navío, por orden de Su Majestad. En este navío llamado la Marañona venia socorro de armas, municiones y ropa y muchas mercaderías, que despacharon ciertos mercaderes de Sevilla que se habían obligado a hacer este proveimiento a don Pedro de Mendoza. Venían también algunos caballeros hijosdalgos, en especial Antonio López de Aguilar de Perasa y Antonio Cabrera, sobrino del veedor. Desembarcados de la nao se determinó luego despachar la gente con Felipe de Cáceres y Francisco de Alvarado los cuales siguiendo su viaje llegaron a la casa fuerte de Corpus Christi a tiempo que el capitán Antonio de Mendoza estaba en el mayor aprieto, por haber muerto los indios Caracarás a un mayordomo de Alvarado con otros soldados agraviados del hecho de Francisco Ruiz y en desagravio determinaron de vengarse en forma. Con esta cautela enviaron ciertos caciques a pedir a Antonio de Mendoza favor y auxilio de algunos soldados contra 300 indios enemigos, que venían a sitiarlos y destruirlos contra los cuales ellos que eran sus amigos tenían obligación de favorecerles en aquel conflicto porque de otra suerte no pudiendo resistir a la fuerza de sus contrarios, les sería forzoso hacerse del mismo bando contra los españoles, sin que por ello se les pudiese atribuir culpa. De tal manera supieron encarecer este negocio con disimulada malicia, que el capitán Mendoza condescendió con su petición despachando para ello 50 soldados con su alférez Alonso Suárez de Figueroa, que caminó con ellos en buen orden hasta ponerse a vista del pueblo de los indios, que estaba poco más de dos leguas de la fortaleza y, entrando por un bosquecillo, que antes de él estaba, sintieron ruido de una fuerte emboscada que allí les tenían puesta. Diéronles por las espaldas una tan furiosa arremetida que los echaron al campo de la otra parte, donde les dieron una gran rociada de flechas de la que se quedaron muchos heridos. Y resolviendo sobre los indios con mucho esfuerzo, mataron muchos de ellos. A este tiempo llegaron otros muchos escuadrones de la parte del pueblo, que cogieron a los nuestros en medio, con que hirieron y mataron muchos soldados y el residuo no pudiendo resistir la fuerza de tanta gente, comenzaron a retirarse desordenadamente con cuya ocasión lograron los indios desbaratarlos con menos riesgo, matando e hiriendo a los españoles con dardos y montantes de pescado, de modo que no pudiéndose defender fueron todos muertos a manos de aquellos crueles bárbaros de quienes hasta lo último se defendieron con más fuerza y vigor que cabía en su debilidad. Y procurando los indios llevar al fin la victoria, juntaron más de 2000 de ellos y vinieron a poner cerco a la fortaleza, batiéndola por todas partes al que resistieron los españoles rigurosamente. Alojáronse los indios alrededor del fuerte continuando el cerco y al otro día dieron terrible asalto en el cual atravesaron al capitán Mendoza con una pica por la ingle, continuaron el asedio con tal constancia, que si Dios no hubiere proveído de remedio aquel día hubieran señoreádose del fuerte y sus defensores. Estando en lo más ardiente del asalto apuntaron dos bergantines en que venían el capitán Simón Jaques y Diego Alvarado, quienes por la vocería y bocinas de los indios, reconocieron lo que podía ser y así desde afuera comenzaron a disparar los versos y artillería a los escuadrones de los indios, con que mataron muchos de ellos y luego saltaron a tierra con grande determinación, tomando la delantera los capitanes a la testa de sus tropas y pelearon frente a frente con los indios, que igualmente vigorosos los resistían; pero a espada en mano y guardados de las rodelas los nuestros rompieron a los enemigos, que fueron forzados a perder terreno, de modo que dieron lugar a que pudiesen salir los que estaban dentro del fuerte a incorporarse con los de afuera y juntos pelearon hiriendo y matando a cuantos encontraran de manera que los pusieron en desordenada huida, mostrando en aquella ocasión muchos soldados su gran valor en especial Juan de Paredes, extremeño y, Adame Olaverriaga, vizcaino, un tal Campuzano y otros muchos. Fueron muertos en el campo más de 400 indios. Y si entonces los españoles no hubiesen estado tan rendidos y fatigados, sin duda siguen el alcance y, no dejan uno con vida, según el desorden con que huían los indios, que estaban tan perdidos, que sin dificultad se rendían y; fácilmente se mataban. Decían asombrados los indios, que vieron sobre un torreón de la fortaleza, en lo más fuerte del combate, un hombre vestido de blanco con una espada en la mano, con tanto resplandor que al verle caían como ciegos y atónitos en el suelo. Esto sucedió el día 3 de Febrero que es el de la fiesta del Bienaventurado San Blas y, así se creyó que este glorioso santo hizo a los nuestros este socorro como otras muchas veces lo ha hecho después en aquella tierra en que se tiene con él, tal devoción, que le han jurado por Patrón y Abogado. Recogidos los españoles, se recibieron mutuamente con tanto amor, que se les caían las lágrimas de gozo. Y entrando en la fortaleza hallaron a Antonio de Mendoza en las agonías de la muerte a quien Dios Nuestro Señor fue servido dar tiempo para que se confesase con un clérigo que venía en los bergantines y, luego que recibió la absolución pasó de esta vida. Y porque el orden que traían de Francisco Ruiz los capitanes de los bergantines era que en caso que conviniese llevasen en ellos la gente que allí había por haberse sospechado algún mal suceso de ciertos indios, que se cogieron en el río de Luján, donde hallaron una vela de navío, armas y vestidos ensangrentados, que había sido de los que iban y venían de Buenos Aires a Corpus Christi en un bergantín, del cual habían cogido los indios una noche y, muerto toda la gente que en él iba y, con esta ocasión fueron despachados estos dos bergantines con los capitanes referidos que llegaron a tan buen tiempo y hicieron un tan importante socorro.
CAPITULO XV
De lo que sucedió al capitán Domingo de Irala y la muerte de Juan de Ayolas
Después que Domingo de Irala partió del puerto de la Asunción con sus navíos a saber del general Juan de Ayolas, llegó al puerto de la Candelaria y habiéndose desembarcado, buscó a la redonda algún vestido y no pudiendo divisar cosa alguna o señal de haber llegado gente española pegó fuego al campo, por ver si venían algunos indios, por lo que estuvo aquella noche con mucho cuidado y también por no haber hallado la tabla que allí dejó escrita Salazar. Al otro día por la mañana se hicieron afuera y subieron a otro puerto que llaman de San Fernando. Corrieron la tierra y hallaron unas rancherías, como que hubiese sido alojamiento de gente de guerra, por lo cual se fue con sus bergantines a una isla que estaba en medio del río y, allí le vinieron cuatro canoas de indios que llaman Guayarapos y preguntándoles si tenían noticia de la gente de Juan de Ayolas respondieron, que no sabían cosa alguna y, porque la tarde antes habían salido a pescar dos soldados y un clérigo llamado Aguilar y no habían vuelto, estaban con mucha pena, por lo que este día habían salido a buscarlos y no los hallaron, y en esta diligencia cogieron un indio y una india de nación Payaguás que andaban pescando y preguntados si habían visto a los españoles que buscaban respondieron que no. Y así los trajeron consigo a la isla; de donde despacharon al indio a llamar a su cacique que con su gente no distaba mucho de aquel paraje sobre la laguna que llaman de Juan de Ayolas. Al otro día a las 2 vinieron 2 canoas de Payaguás de parte de su cacique con mucho pescado y carne y estando hablando con ellos, vieron venir de la otra banda 40 canoas con más 300 indios y, tomando tierra en la misma isla a la parte de abajo, mandó luego el capitán aprontar la gente a punto de guerra; a este tiempo llegaron los indios al real sin armas algunas, estos serían como 100 y desde lejos dijeron que no se atrevían entrar al real de temor de los arcabuces que tenían en las manos y que pues ellos no traían armas, por venir de paz no era razón que los españoles las tuviesen. El capitán por asegurar esta gente mandó a sus soldados arrimar las armas; pero que estuviesen con cuidado por si intentaban alguna traición. Luego llegaron los indios a hablar con Domingo de Irala, quien por intérprete les preguntó si sabían de Juan de Ayolas. Y ellos comenzaron a decir muchas cosas diversas unas de otras y muy atentos al movimiento de todos se fueron despacio arrimando a los españoles, como que querían contratar con ellos y pareciéndoles que ya estaban asegurados y que ya era tiempo hicieron una seña tocando corneta, a cuyo sonido echaron garra a los españoles acometiendo primero a Domingo de Irala 12 indios dando grandes alaridos y lo mismo hicieron con cada soldado procurando derribarlos y rendirlos. Y como el capitán siempre había recelado esta traición valerosamente se desenvolvió con su espada y rodela hiriendo y matando a los que le cercaron derribando a sus pies siete de ellos, hizo plaza socorriendo a sus soldados que ya estaban asidos de los indios, y llegando al alférez Vergara, que ya estaba en el suelo, le libró del peligro y lo mismo hizo con Juan de Vera a quien tenían cercado y con ellos fue socorriendo a los demás a tiempo que don Juan de Caravajal y Pedro Sánchez Maduro se habían ya mejorado con los indios, de modo que casi todos estaban ya libres cuando llegaron por tierra toda la fuerza de los enemigos, disparando muchas flechas con grande vocería que atronaban toda la isla y haciéndoles rostro nuestra gente le impidieron la entrada. A este mismo tiempo fueron acometidos por el río de 20 canoas los navíos hasta echar mano de las amarras, y áncoras para meterse dentro, a los cuales resistieron Céspedes y Almaraz, y otros soldados que estaban dentro. Algunos que se arrojaron a entrar en ellos fueron muertos a cuchilladas y; desviados del peligro dispararon dos o tres versos y algunos arcabuces, con que trastornaron y hundieron algunas canoas, con cuyo efecto comenzaron a huir y lo mismo hicieron los de tierra, que fueron seguidos de los españoles con grande empeño, en que mataron a su cacique principal y siguiendo al alcance don Juan de Caravajal fue herido en la garganta con una flecha de cuya herida murió al tercer día. Llegaron tras ellos hasta donde tenían sus canoas, en que luego se embarcaron y pasaron a la otra banda donde estaban los demás aguardando el fin de este suceso. Recogidos los nuestros a su alojamiento hallaron muertos dos soldados y 40 heridos, entre los cuales estaba numerado el capitán con tres muy peligrosas heridas. Luego dijeron gracias a Dios que fue servido librarles del peligro de tan gran traición. Esto sucedió en el mismo año de 1538. Algunos indios que en la refriega fueron cogidos dieron noticia que el padre Aguilar y sus compañeros habían acabado a manos de estos traidores. El día siguiente partió Domingo de Irala con sus navíos a otro puerto que está más arriba y saltando en tierra hizo inspección por todas partes por ver si había señas de haber llegado alguna gente española y, hecho se tornó a embarcar en los navíos, fondeándose distante de tierra, donde estuvo aquella noche con bastante vigilancia. Cerca de la aurora oyeron unas voces como hacia el poniente, como que llamaban y para ver lo que era mandó el capitán un batel con cuatro soldados, los que llegados cerca de tierra con el recato posible, reconocieron un indio, que en lengua española pedía que le embarcasen y mandándole subir más de un tiro de ballesta arriba porque no hubiese allí alguna celada le metieron en el batel y traído ante Domingo de Irala, comenzó a derramar muchas lágrimas y preguntándole quien era, y como allí había venido, comenzó a hablar de esta manera: “Señor yo soy un indio natural de los llanos, de una nación llamada Chane; llevóme de mi pueblo por su criado el desventurado Juan de Ayolas: Púsome por nombre Gonzalo y habiéndole seguido en toda su jornada vino a parar a este río en busca de sus navíos, donde a traición y con engaño lo mataron estos indios Payaguás con todos los españoles que traía en su compañía”. Y dicho esto, no pudo pasar adelante hasta que lo vio desahogado, le dijo el Capitán que le contase por extenso de la manera que sucedió; a lo cual prosiguió que habiendo llegado Juan de Ayolas a los últimos pueblos de los Amocosis y Sibocosis, que es una nación la más política de aquellas partes, abundante de comida, poblada a la falda de la cordillera del Perú dio vuelta cargado de muchos metales que había habido de los indios de aquellos pueblos y sus comarcas, por los cuales fue bien recibido, pasando en paz y amistad con los de otras naciones, que admirados de ver tan buena gente les daban sus hijos e hijas para que les sirviesen, de los cuales yo fui uno y, caminando felizmente llegó a este puerto donde no halló los navíos que había dejado, que sería en tiempo que vosotros bajasteis; de lo cual quedó el general muy triste. Vinieron a visitarle los indios Payaguás y otros de este río y le proveyeron de víveres. Estando en esta espera le dijeron que se fuese a descansar con toda su gente a sus pueblos en tanto que volviesen los navíos o que ellos le avisarían, e ínterin ellos le proveerían de todo lo necesario y, persuadido de estas razones, mandó luego alzar su campo y mudarlo a los pueblos que de aquel sitio distaban dos leguas y; formando allí su real se estuvieron algunos días, con más confianza y satisfacción que la que debían porque los indios disimulando su maldad los agasajaban con mucha puntualidad y pareciéndoles sería tiempo de ejecutar su maldad, cercaron el real con mucha gente de guerra en tiempo que dormían los españoles, sobre quienes dieron de sobresalto de tal manera que los mataron a todos sin dejar ninguno, repartiéndose a tantos indios para cada soldado. Y así con facilidad les dieron fin aquella noche, de cuyo trance se escapó Juan de Ayolas, a quien al otro día hallaron metido en unos matorrales de donde lo sacaron y llevaron a la mitad del pueblo donde lo mataron e hicieron pedazos. De este hecho quedaron los indios ricos y victoriosos de los despojos de los españoles y, nombrando algunos de aquellos infieles caballeros dio fin a su lamentable cuento. De todo lo que dijo este indio se hizo información que fue comprobada con lo que dijeron otros indios payaguás que fueron presos en la refriega pasada como consta por testimonio de Juan de Valenzuela ante quien pasó.
CAPITULO XVI
De lo que sucedió después de la muerte de Juan de Ayolas en la gobernación de esta provincia
En cuanto que las cosas sobredichas pasaban en el río arriba, no cesaba la cruel hambre que padecían en el puerto de Buenos Aires, pues de los que allí estaban muriendo muchos y otros se fueron al Brasil en unos bateles en que atravesaron aquel golfo y tomaron la tierra que va hacia el norte, en cuyo viaje algunos fueron muertos de los indios y, otros de la flaqueza, y cansancio que les causó la hambre, que fue tal que dicen públicamente que uno mató a su compañero para mantener su vida de sus carnes. Este se llamaba Baytos a quien yo conocí. Y vista esta gran necesidad tomaron consejo los capitanes de aquel puerto de tomar parte de la gente y llevarla río arriba, donde estaba Gonzalo de Mendoza, de más que convenía saber el suceso del teniente general y su compañía y así salió luego Francisco Ruiz con el veedor Alonso Cabrera, Juan de Salazar de Espinoza, al tesorero García Venegas y otros caballeros dejando por cabo de la gente que quedó en Buenos Aires al capitán Juan de Ortega y, tomando los navíos necesarios caminaron río arriba, y haciendo el viaje con diversos sucesos llegaron a la fortaleza de Nuestra Señora donde hallaron a Domingo de Irala que había bajado con sus navíos, como queda dicho e informados por él de la muerte de Ayolas con suficiente justificación. Ninguno de los capitanes quiso reconocer a otro por superior, hasta que el veedor Alonso Cabrera vista la conjunción y competencia acerca del Gobierno sacó una Cédula de Su Majestad que para ese efecto traía, que por parecerme necesaria para la inteligencia de esta historia la pondré aquí a la letra.
“Don Carlos por la Divina Clemencia Emperador siempre Augusto Rey de Alemania: Doña Juana su madre y el mismo don Carlos por la misma gracia del Señor Reyes de Castilla, de Granada, etcétera. Por cuanto a vos Alonso de Cabrera nuestro veedor de fundaciones de la Provincia del Río de la Plata vais por nuestro capitán en cierta armada a la dicha provincia al socorro de la gente que allá quedó, que provee Martín de Orduña, que podría ser que al tiempo que allá llegaseis fuese muerta la persona que dejó por su Teniente General don Pedro de Mendoza gobernador de las dichas Provincias ya difunto, y este al tiempo de su fallecimiento o antes no hubiese nombrado gobernador a los pobladores y conquistadores no lo hubiesen elegido: os mandamos, que en tal caso y, no en otro hagáis junta de los dichos pobladores y los que nuevo fueren con vos para que habiendo primeramente jurado de elegir persona que a él convenga y, a nuestro servicio y al bien de la dicha tierra: elijáis en nuestro nombre por gobernador y capitán general de aquella provincia la persona que según Dios y sus conciencias pareciere más suficiente para el dicho cargo y el que así eligieren todos en conformidad o la mayor parte de ellos use y tenga dicho cargo al cual por la presente damos poder cumplido, para que lo ejecute en cuanto nuestra merced y voluntad fuere y si aquél falleciere, se torne a proveer en otro por la orden susodicha, lo cual os mandamos, que así se haga con toda paz y sin bullicio ni escándalo alguno, apercibiéndoos que de lo contrario nos tendremos por de servidos y lo haremos castigar con todo rigor. Y mandamos que en cualquiera de dichos casos que hallaredes en dichas tierras la persona nombrada por Gobernador de ellas le obedezcáis y cumpláis sus mandamientos y le deis todo favor y ayuda y mandamos a nuestros oficiales de la ciudad de Sevilla, que sienten esta, nuestra carta en nuestro libro, que ellos tienen, y que den orden, que se publique a las personas, que llevaredes con vos en dicha armada: Dada en la villa de Valladolid a 12 de Septiembre de 1537 años. Por la Reina el doctor Sebastián Beltrán, licenciado Juan de Caravajal el doctor Bernal, el licenciado Gutiérrez Velázquez, Juan Vázquez de Molina secretario de su Cesárea Majestad Católico la hice escribir por su mandato con acuerdo de su Consejo”.
Vista y leída la provisión por los capitanes y oficiales reales y, conferida con los títulos y conducta de su comisión y oficios en cuya virtud los usaban de modo que considerando el que tenía Domingo Martínez de Irala, se halló ser el más bastante y el que Su Majestad corroboraba en su Real Provisión, por razón de ser el que Juan de Ayolas por vida o muerte dejó para el gobierno de los conquistadores; por lo cual unánimes le reconocieron por su capitán general en nombre de Su Majestad hasta que otra cosa proveyese. Lo cual sucedió el año de 1538.
CAPITULO XVII
Como se desdobló el puerto de Buenos Aires juntándose los conquistadores en el de la Asunción
Recibido por los capitanes en el superior gobierno de esta provincia a Domingo Martínez de Irala, luego consultó con ellos lo que se debía hacer para la conservación de los españoles que habían quedado en el puerto de Buenos Aires y, en acuerdo fue decretado deliberadamente que atento a la imposibilidad de sustentarse en él por entonces, se desamparase y retirase la gente en un cuerpo, donde juntos pudiesen hacer efectos convenientes al bien común de la provincia y real servicio. Y pues aquel puerto en que el presente se hallaban, era acomodado viniesen todos a él, lo más breve que fuese posible. Lo cual siendo de común acuerdo se ejecutó, despachando para su cumplimiento el capitán Diego de Abreu y, al sargento mayor con tres bergantines y, algunos bateles para el transporte de la gente, la cual a su llegada halló tan sumamente enflaquecida que se temió perderla todo, porque había más gente en aquella ocasión, que sustentarse con el motivo de los que habían venido de la Italia del puerto de Barese, que está en la inmediación de Génova con empleo de más de 50 mil ducados con intento de entrar por el estrecho al Callao y emplear a los Reyes sus mercadurías y, habiendo emboscado por el estrecho navegaron hasta avistar el mar del sur en tiempo que las aguas corrían al del norte con tanta furia que no pudieron romper y fueron forzados a retroceder y tomar tierra en aquella costa, a hacer aguada y hallaron ser poblaba de gente muy corpulenta y dispuesta y; costeando la tierra hacia el Río de la Plata, determinaron entrar por él porque sabían que estaban a su costa poblados los españoles. Venía por capitán de la nao un fulano Panchaldo que dio nombre a la nao Panchalda. Asimismo otros nobles italianos, como eran Perantonio de Aquino, Tomás Rizo, Bautista Troche y otros extranjeros, que todos llegaron a este puerto con no pequeño peligro, porque al entrar en el Riachuelo, tocó el navío en un banco, que estaba a la entrada y se abrió con pérdida de gran parte de lo que traían, salvándose toda la gente, la cual con la que existía en el fuerte, padecieron igual necesidad y penuria y; aunque el socorro que daban los bergantines en víveres era grande, con la agregación de tanta gente, hicieron el viaje de río arriba con bastante trabajo por la larga navegación en cuyo medio tuvieron otro socorro enviado por el general con que pudieron cómodamente llegar al puerto de la Asunción. Llegados que fueron se hizo la agregación de unos y otros en forma de república: situáronse cerca de la casa fuerte dentro de un fuerte de madera que el general mandó hacer para defenderse en cualquiera acontecimiento que los indios hiciesen, proveyéndose de todo lo que convenía al bien común de la república a cuyo efecto acudía el general con su gran prudencia en el gobierno con toda solicitud procurando la paz y buena correspondencia con los naturales de todas aquellas comarcas y, así vino a poner las cosas en el mejor estado que le fue posible manteniendo la amistad de los caciques principales del país.
CAPITULO XVIII
De la traición que intentaron los indios contra los conquistadores juntos en la Asunción
Habiendo el general Domingo de Irala asentado la república de los españoles con la orden y comodidad posible y más conveniente a su conservación hizo revista de la gente y halló que tenía 600 soldados, residuo de 2400 que había entrado en la conquista, inclusas las reliquias de los de Sebastián Gaboto y, aunque estaban muy flacos de vestidos y municiones al fin gozaban de mejor pasadía que nunca con el buen orden que había supliendo el general con su propia hacienda a los necesitados. Con la amistad y gracia de los indios comarcanos a los cuales llamó el general para empezarlo a imponer en las cosas de la fe y buena política como en la subordinación al Rey Nuestro Señor a quien debían toda lealtad, reconociéndolo por su soberano señor. Lo cual recibieron los indios con buena voluntad ofreciendo hacer cuanto en su real nombre se les ordenase, como lo mostraron en las ocasiones que ocurrieron en adelante, especialmente en la guerra, que el general hizo a unos indios llamados Yapirues, antiguos enemigos de los guaraníes y españoles y, en la jornada que hizo a la vista y reducción de los indios del Ybytyrusú, Tebicuary, y Monday con los del río arriba, dejando a todos en asentada amistad hasta el año 1539 en que se conjuraron contra los españoles, tomando por ocasión el habérseles hecho ciertos agravios y, por algunos intérpretes españoles, todo procedido de su natural inconstancia y poca lealtad, con la que se dispusieron a quebrantar la paz y, así en jueves santo de aquel año, estando los españoles en la iglesia ya para salir a la procesión de sangre, determinaron acometerlos repentinamente creyendo que en esta ocasión serían fácilmente vencidos. Con este acuerdo disimuladamente fueron entrando cada día varias partidas al pueblo con el color de venir a tener la semana santa con los españoles, de modo que insensiblemente se juntaron en la ciudad más de 8000 indios. Estando en este punto, fue Dios nuestro señor servido que se descubriese la tramoya, por medio de una india, que tenía en su servicio el capitán Salazar, la cual era hija de un cacique principal, la que habiendo entendido lo que los indios determinaban, dio de ello aviso a Salazar sucintamente al punto lo participó al general, el cual viendo el gran peligro en que se hallaban si se diese lugar a esperar el suceso, determinó atajarlo luego, dando una arma falsa que venían sobre el pueblo los indios Yaripues o Yapirues, y que ya estaban como dos leguas de allí y habían asaltado un pueblo de indios que así convenía hacerles rostro y acometerlos, para lo cual llamó a los caciques principales y demás indios que habían concurrido a la conspiración y así que fueron llegando los fue prendiendo sin que los unos supiesen de los otros hasta que la mayor parte de los caciques fueron puestos en prisión contra los cuales se fulminó causa y hecha averiguación del delito fueron ahorcados y descuartizados los cabezas principales de esta conjuración y los demás fueron perdonados. Con este hecho quedaron los unos castigados y los otros escarmentados y, gratos con el indulto y, los españoles temidos y respetados para lo sucesivo, llevando el general el merecido lauro de su gran valor y rectitud en no dejar sin castigo a los malos y sin el merecido galardón a los buenos, por lo que fue igualmente temido y amado y; así voluntariamente los caciques le ofrecieron a él y a los demás capitanes sus hijas y hermanas, para que les sirviesen, estimando por este medio tener con ellos dependencia y afinidad llamándolos a todos cuñados, de donde ha quedado hasta ahora el estilo de llamar a los indios de su encomienda con el nombre de Tobayá que quiere decir cuñado y; en efecto sucedió que los españoles tuvieron en las indias que les dieron muchos hijos e hijas que, crearon en buena doctrina y educación, tanto que Su Majestad ha sido servido honrarlos con oficios y cargos y aun con encomiendas de aquella provincia, y ellos han servido a Su Majestad con mucha fidelidad en sus personas y haciendas, de que ha resultado gran aumento a la Real Corona, porque el día de hoy ha llegado a tanto el multiplico, que han salido de esta ciudad para las demás que se han fundado en aquella gobernación ocho colonias de pobladores, correspondiendo a la antigua nobleza de que descienden. Son comúnmente buenos soldados y, de gran valor y ánimo, inclinados a la guerra, diestros en el manejo de toda especie de armas, y con especialidad en la escopeta, tanto que cuando salen a sus malocas, se mantienen con la caza que hacen con ella y es común en aquella gente matar al vuelo las aves que van por el aire a bala rasa y no tenerse por buen soldado el que con una bala no se lleva una paloma, o un gorrión: son diestros en gobernarse a caballo de ambas sillas de modo que no hay quien no sepa domar un potro, adiestrarlo con curiosidad en lo necesario para la jineta y brida. Y sobre todo son muy obedientes y leales servidores de Su Majestad. Las mujeres de aquel país son por lo común de nobles y honrados pensamientos, virtuosas, hermosas y bien dispuestas; dotadas de discreción, laboriosas y expeditas en todo labrado de aguja, en que comúnmente se ejercitan, con la cual ha venido a aquella gobernación a tanto aumento y policía como se dirá adelante.
LIBRO II
Ruy Díaz de Guzmán
Anales del Descubrimiento, Población y Conquista del Río de la Plata
De lo que acaeció en esta provincia desde que vino a ella por adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca el año 1540 hasta la venida del primer obispo don fray Pedro de la Torre
CAPITULO I
De como salió con su armada el adelantado y de lo que acaeció en este viaje
Suelen a veces ser a los hombres tan adversos los sucesos en lo que emprenden que, entendiendo salir de ellos con honra y acrecentamiento salen por el extremo opuesto. Así fue lo que sucedió a nuestros españoles en la conquista del Río de la Plata de donde pensaron salir muchos ricos y aprovechados y fue tan al contrario que no ha habido alguno que hubiese vuelto a su patria, antes acabaron muchos sus vidas miserablemente, como se ha visto en lo que está referido en el antecedente libro en el cual hice mención de haberse despachado de Buenos Aires a España la nao Marañona, en que vino Alonso Cabrera al socorro de los conquistadores de estas provincias la cual llegó a Castilla en tiempo que acababa de venir de la Florida, Alvar Núñez, y porque en este libro trataremos de lo que le sucedió, diré brevemente lo que pueda necesitarse para su perfecta inteligencia.
Era este caballero de Jerez de la Frontera y vecino de Sevilla, nieto del adelantado Pedro de Vera, el que conquistó las islas de la Gran Canaria y, habiendo gastado en esto su patrimonio, por no faltar al servicio de su Monarca, empeñó dos hijos suyos a un moro, hasta que los Reyes Católicos los desempeñaron. Estos fueron Padre y tío de este caballero, como lo hizo patente en el Real Consejo. Pasó Alvar Núñez a la Florida por tesorero de Su Majestad con el gobernador Pamphilo de Narvaes y habiendo en la conquista perecido con parte de su gente y parte caído en manos de los indios de aquella tierra que son crueles caribes reservaron prisioneros a él, y al negro, estando entre estos bárbaros fue Dios servido obrar por él tales milagros que sanaran enfermos y dar vista a ciegos, tanto que llegar a resucitar un muerto lleno de fe sola la acción de tocarle al tiempo que decía: en el nombre del Padre, del Hijo y de Espíritu Santo convino a ser tan estimado de los indios que fue tenido por santo y, le eligieron capitán trocándole de esclavo en señor y viéndose con tal aceptación determinó atravesar aquella tierra por muchas leguas hasta la Nueva España, donde había ya españoles y después se fue hasta la ciudad de México al cabo de diez años de peregrinación y cautiverio, sin que en todo este tiempo hubiese perdido la letra dominical, ni la cuenta de los días del calendario, prueba de su gran memoria y cristiandad. Luego se embarcó para Castilla donde llegó este año y hizo pretensión que Su Majestad le hiciese merced de esta gobernación con título de adelantado, lo cual le fue concedido con condición de haberse de obligar a continuar el descubrimiento, población y conquista de aquellas tierras, para lo que se hizo de gente y nombró capitanes. Embarcándose en 5 navíos se hizo a la vela en el puerto de San Lúcar de Barrameda el año de 1540 y, en su navegación llegó a Canarias y después a Cabo Verde y, en la línea tuvo grandes calmas y habiendo refrescado el tiempo tomó su derrota al austro y, montó el cabo de San Agustín y de allí siguió hasta los 28 grados, desde donde prosiguió al este hasta tomar puerto en la isla de Santa Catalina donde habiéndose desembarcado, pasó revista a su gente. Entre la cual venían varios caballeros hijosdalgos, de los cuales nombrare algunos como eran un primo del adelantado, llamado Pedro de Estopiñán, a quien comúnmente decían Pedro Vaca, Alonso Riquelme de Guzmán, su sobrino, Alonso Puentes hijo de un regidor de Jerez, Antonio Navarrete, don Martín de Villavicencio y Francisco Peralta, jerezanos; de la ciudad de Sevilla Ruy Díaz Melgarejo y Francisco de Vergara su hermano, Martín Suárez de Toledo, Hernando de Saavedra hijo del correo mayor de dicha ciudad, Pedro de Esquivel y Luis de Cabrera de Córdoba, Alonso de Valenzuela, Lope de los Ríos, Pedro de Peralta, Alonso de Angulo, don Luis de Ribera. De Castilla la vieja, el capitán García Rodríguez de Vergara, hermano de Fray Domingo de Sotomayor, confesor de la Serenísima Emperatriz y, el Factor Pedro de Orantes; venía por contador Felipe de Cáceres, madrileño. El capitán Camargo y Juan Delgado y, el Capitán Agustín de Ocampo de Almodovar. De Valencia, Jaime Resquín. De Trujillo, Nuflo de Chaves, Luis Pérez de Vargas y Herrera, Francisco de Espínola, hijo del alcayde del castillo de San Lúcar de Barrameda. Y de Vizcaya y provincia de Guipúzcoa Martín de Orué de Ochoa y Aguirre, Miguel de Rutia y Estigarribia. Venía por alcayde mayor Juan Pavón, de Badajoz y por teniente Francisco Lopes, el Indiano natural de Cádiz, sin otros muchos caballeros hijosdalgos y hombres llanos. Halló el adelantado en esta costa dos españoles de los de la armada de don Pedro, que con la hambre y malos tratamientos de los capitanes de Buenos Aires habían desertado. El uno era de quien se decía que había comido a su compañero. De estos se informó el adelantado del estado de la provincia. Y acordando de lo que debía hacer en su entrada fue resuelto por los capitanes que fuese por tierra desde aquella costa hasta la Asunción donde estaban juntos todos los conquistadores. Y que los navíos con la gente impedida y mujeres prosiguiesen hasta tomar el Río de la Plata, dejando los dos más gruesos en San Gabriel. Y con este acuerdo envió el adelantado a Pedro de Orantes, a que descubriese el camino, el cual habiendo salido a los rasos y pinales, halló mucha gente con quien trabó amistad. Y reconocida la tierra dio vuelta a dar cuenta al adelantado y, con su relación se puso en práctica la entrada por esta vía tomando por un río llamado Yrabuco llevando por él algunas canoas hasta un puerto donde desembarcó y junto con los que iban por tierra prosiguió su viaje por unos bosques asperísimos de grandes arboledas, que fue rompiendo con mucho trabajo y al cabo de 40 días salió a lo alto de la tierra en unos espaciosos campos, que llaman de Tatúa, donde les salieron los indios a recibir y confirmaron la amistad hecho con Orantes, sirviendo a los españoles muy gustosos y proveyéndoles de los víveres necesarios a 500 soldados y 20 oficiales y habiendo caminado 20 jornadas adelante, llegaron a un río grande llamado Yguazú el cual atravesaron con mucho trabajo por ser muy corriente y hondable. Después de otras 6 jornadas llegaron a otro río que los naturales llaman Latibajiba donde está un gran pueblo de Guaraníes con su cacique principal llamado Abapajé con cuyo motivo determinó el adelantado a sentar allí una fragua para labrar algún rescate, como hachuelas, cuñas, escoplos, cuchillos, anzuelos y agujas, cosas muy apreciables de los indios, para lo cual mandó llevar 16 quintales de fierro repartidos entre los soldados a 4 libras cada uno, de lo cual quedaron los indios muy gustosos y proveída la armada de todo lo necesario prosiguió su viaje del este a oeste en demanda del río Ubay, donde fueron bien recibidos de los indios, que estaban poblados a sus riberas. Y pasando adelante muchas jornadas, por tierra áspera y montuosa llegaron al río Pequirí donde hicieron mansión algunos días y, tornaron a armar la fragua para proveerse de los rescates para los naturales, desde aquí siguió otras dos jornadas hasta el río Paraná 30 leguas más abajo de aquel gran salto de que hablamos en el primer libro. Luego se informó latamente de los naturales del sitio donde tenían su asiento los españoles, con cuya relación determinó despachar algunos enfermos e impedidos por el río con el capitán Nuflo de Chaves en unas canoas y balsas con orden que entrasen por el río del Paraguay y caminasen río arriba, hasta que se juntasen con él en la Asunción y habiendo regalado a los indios con los efectos de la fragua que hemos dicho, tomó su camino rumbo al oeste basta el río Monday y cortando por aquella tierra llegó a la comarca de Ybytyrusú, cuyos naturales le salieron a recibir muy obsequiosos. Y habiendo llegado a los pueblos de Acahay, envió sus cartas a Domingo de Irala, dándole aviso de su llegada y de los despachos que traía de Su Majestad para el gobierno de aquellas provincias, los cuales vistos por los capitanes determinó el capitán general que saliesen al camino a cumplimentarle los capitanes Juan de Ortega, Alonso Cabrera y Juan de Salazar de Espinoza, la cual diligencia fue puesta en ejecución con general aplauso y habiéndose encontrado con la solemnidad competente y conferido con el adelantado fueron a dar cuenta al general Domingo de Irala del efecto de su comisión. Luego el general mandó disponer las cosas para el recibimiento después de algunas circunstancias que pasaron. Entró el adelantado a la ciudad, lo cual pasó el año 1541 con gusto universal de la gente, porque la afabilidad, buena conducción y prendas del adelantado le granjearon el común aprecio, teniéndoles todo por hombre de excelente gobierno y conducta como se había experimentado en tan larga y trabajosa jornada, en que anduvo más de 400 leguas sin haber perdido un hombre de su armada, en que fue tan feliz como desgraciado en las cosas que después acaecieron.
CAPITULO II
De lo que hizo el adelantado después que llegó a la Asunción y de lo que sucedió en la tierra
Luego que por toda la república fue recibido el adelantado y su armada, con el amor y aplauso que hemos dicho, y examinadas, obedecidas, y cumplidas las cédulas de Su Majestad por los capitulares y demás personas, se determinó despachar socorro a los que venían por el río, con el capitán contador Felipe de Cáceres, para lo cual fue enviado el capitán Diego de Abreu, que encontró los navíos más abajo de las Siete Corrientes, tan a buen tiempo que venían ya muy necesitados, manteniéndose con yerbas, maíz y algunos mariscos, que hallaban en la costa, trabajando día y noche con el remo y sirga que con la ayuda de Dios habían llegado todos a buen puerto de la Asunción donde se juntaron más de 1300 españoles, de quienes nombró el Adelantado por maestre de campo al capitán Domingo de Irala, cuyo nombramiento fue aceptado de todos. Luego fue despachado con 300 soldados río arriba con orden de pasar adelante del puerto de Juan de Ayolas y descubrir otro más cómodo del cual pudiese haber entrada al reino del Perú como lo habían tratado en España con Vaca de Castro y habiendo salido a esta expedición en un navío, subió por el río Paraguay más de 250 leguas, 100 adelante de la laguna de Ayolas en los pueblos de indios llamados Orejones, cuyo puerto llamaron de los Reyes. Y procurando por los medios posibles atraer aquella gente a buena amistad, tomó de ellos relación de la multitud de naturales que había tierra adentro con lo que dio vuelta a dar cuenta al adelantado de lo descubierto con esperanza de buen suceso en lo que se pretendía. En este tiempo se ofreció en la Asunción hacer otra salida al castigo de unos indios rebeldes de la provincia de Ypané, que tomaron las armas, contra los españoles con motivo de haber enviado el adelantado unos mensajeros al pueblo de Tabaré, donde estaba aquel hijo de Alejo García, portugués, de que en el primer libro hice mención, diciendo a los caciques de aquel pueblo le hiciesen el placer de despachar prontamente, quedando a su cuidado la satisfacción; lo cual no solo no quisieron hacer los indios, sino que luego con gran osadía y poco respeto prendieron los mensajeros, y al día siguiente los mataron públicamente, diciendo así cumplimos lo que ese capitán nos manda. Y si los españoles se conocen agraviados, que vengan a satisfacerse que aquí los esperamos en este pueblo; lo cual enviaron a decir por uno de los mensajeros que para este efecto dejaron vivo. Y visto por el adelantado este atrevimiento de los indios, despachó a su castigo al capitán Alonso Riquelme su sobrino con 300 soldados y más de 1000 amigos; y habiendo llegado a este pueblo, halló juntos en un gran fuerte de maderas mas de 8000 indios; y habiéndoles ofrecido la paz, y que se redujesen al real servicio como lo habían ofrecido, no lo quisieron hacer, antes dieron en los españoles un albazo repentino, con tal determinación que fue sangrienta la pelea con muerte de muchos indios, hasta que al cabo se pusieron en huida, mostrando los españoles el valor que debían. Luego salió el capitán Camargo con una compañía de soldados y 400 amigos a las chacras vecinas a proveerse de víveres, donde le acometieron los indios, que habían tomado un paso estrecho por donde volvían los nuestros, aquí pelearon unos con otros con gran porfía, hasta que un soldado llamado Martín Benzon mató de un arcabuzazo a un indio principal y muy valiente, que regía los escuadrones; con esta muerte desampararon el puesto y se pusieron en huida con muerte de mucha gente de ambas partes. Con esto se determinó poner cerco y valerse de la fuerza de las armas y previniendo lo necesario, hicieron algunas pavesadas a cuya sombra pudiesen llegar a las trincheras y torreones que los indios tenían hechos. Hicieron rodelas de higuerones para que con ellas y las adargas se esforzasen los soldados a romper la palizada y, estando haciendo estas prevenciones, salieron de improviso los indios por dos puertas a derecha en nuestro real con tan gran denuedo que entraron por hasta la plaza de armas, donde los españoles resistieron con tanto vigor que los echaron fuera. Este día el Comandante mostró su valor y pericia: Ordenó que saliesen dos mangas de españoles y amigos a pelear con ellos y, tomándoles el paso se trabó una sangrienta escaramuza en que murieron mas de 300 indios, hasta que con la fuerza del sol se retiraron los nuestros a su real y los indios a su palizada. El día siguiente enviaron los sitiados a decir al comandante que les diesen tres días de término para consultar entre sí acerca de la paz, que se pretendía. Concedióseles lo pedido por justificar más la causa de la guerra ofreciéndoles perdón, si voluntariamente viniesen a la real obediencia. En este tiempo entraron en el pueblo muchos socorros de gente y víveres; y cumplido el plazo, viendo que nada resolvían, fue de común acuerdo determinado no darles más tiempo para reforzarse y darles un recio asalto, para lo cual hicieron dos castilletes sobre ruedas, de modo que excediesen en alto a la palizada. Estaban tejidos de varas y cañas con sus puertezuelas, por donde pudiesen disparar los arcabuces. Con estas prevenciones antes de aclarar el día se empezó el asalto por tres partes, dejando libre la del río por la incomodidad de la altura de la barranca. En la una parte mandaba Ruy Díaz Melgarejo; en la otra el capitán Camargo y, en la parte del campo Alonso Riquelme. Con esta orden cerraron todos a un tiempo y llegando a la palizada, donde fueron recibidos de los enemigos, que se defendían desde sus cubos y trincheras con grave daño de los nuestros, que arrimaron sus castilletes a las trincheras, desde donde arcabuceaban a los indios, que andaban dentro y los de las adargas empezaron con hachas y machetes a romper la palizada, por cuyas brecha entraron con gran determinación, los soldados; aunque por la parte de Camargo andaban los enemigos avanzados, porque habiéndole muerto dos soldados y a él herido le fue preciso retirarse. A este tiempo llegó a socorrerle el alférez Juan Delgado que rompiendo la palizada, se avanzó dentro con algunos soldados y ganó un cubo en que tenían los indios la mayor fuerza. Por el lado opuesto estaba el capitán Melgarejo con bastante trabajo por tener que pasar un ancho foso, para lo que le fue preciso echar dentro alguna madera para pasar a atacar el fuerte. A este tiempo salieron por la parte del río dos mangas de indios que cargaron a ambos lados del capitán Camargo y Melgarejo y tomándolos por la retaguardia les dieron una rociada de flechas que dejó a los nuestros muy heridos. Y volviendo cara al enemigo por espalda el fuerte de donde también los perseguían con las flechas, dieron una descarga en los indios con toda furia que los obligaron a retirarse y también con aviso que tuvieron que por la parte del campo entraban ya la fuerza de los españoles mandados por Alonso Riquelme, que cubierto de su cota y celada, con la espada y rodela iba por delante de los suyos, haciendo gran carnicería en los indios. A tiempo que Camargo con su gente pegaba fuego a las casas cercanas al fuerte, de modo que el incendio ya iba a gran prisa alcanzando la plaza, donde estaba la mayor parte de los indios, defendiendo la casa del cacique y entradas de las calles y rompiendo los nuestros por medio de ellos llegaron y la ganaron con muerte de muchos indios que allí estaban en un trozo más de 4000, haciendo tal resistencia que no los pudieron romper, hasta que llegó Melgarejo con su compañía y los empezaron a desbaratar y, los indios acometieron con tal vigor, que mataron dos soldados e hirieron a muchos y, de allí fueron retirándose a la marina a guarecerse de las barrancas. Luego que se ganó la plaza, prosiguió Alonso Riquelme, siguiendo el alcance hasta acabar de echarlos a huir por todas partes. Unos se arrojaron al río y otros tomaron algunas canoas que allí estaban y pasaron a la otra banda. Y vuelto al pueblo halló que todavía se peleaba dentro de la casa del cacique, que era muy grande y fuerte y, tomando todas las puertas, entraron dentro y mataron a cuantos en ella había, con que vinieron a conseguir una victoria completa aunque sangrienta. Al mismo tiempo los indios amigos no dejaban cosa que saquear, ni mujer o niño con vida de que era la grita y clamor en tal que no se oían. Los soldados andaban con tanta saña y coraje que no daban cuartel a nadie. Los capitanes recogieron sus soldados y mandaron poner en montón en media plaza todo el despojo y cautivos, para hacer de todo igual repartición a los soldados y amigos, hallaron más de 3000 mujeres y niños y más de 4000 muertos. De los nuestros murieron cuatro de la compañía de Camargo, uno de la de Melgarejo y otro de la del comandante y, cerca de 150 heridos. Esta victoria dio Dios a los nuestros el año 1541 a 24 de Julio víspera del Apóstol Santiago. Con esto los demás pueblos vinieron a dar la obediencia al Rey por medio de sus caciques comarcanos, pidiendo perdón de la pasada rebelión, lo cual se les concedió en nombre del adelantado y; quedaron sujetos al real servicio y escarmentados con este castigo.
CAPITULO III
De lo que hizo el adelantado por el puerto de los Reyes y de algunas discordias que después se ofrecieron
Acabada la guerra de Tabaré con tan buen suceso, estaba el adelantado muy obedecido y respetado de los indios de la tierra, aunque por otra parte estaba en grandes diferencias con los oficiales reales en razón de gobierno sobre que decían ellos que no hiciese cosa alguna, sin su parecer como lo mandaba Su Majestad. A lo cual el adelantado respondía que en las cosas de gobierno de poco momento y ordinarias no tenía necesidad de consultar porque de otro modo sería haber muchos gobernadores, sobre cuyo asunto se hicieron varios exhortos y requerimientos con grandes protestas, que estaban muy encontrados con gran disgusto del adelantado, que los toleraba con más paciencia de la que convenía a su estado, cediendo siempre de su parte cuanto era posible por llevar al cabo sus intentos. Estando en estas diferencias fue resuelto de común acuerdo hacer una entrada a descubrir por la tierra algunas riquezas de las que tenían noticia, para cuyo fin alistó 400 hombres con los capitanes Salazar, Francisco Ruiz y Juan de Ortega, y de los que recién vinieron de España ese año, Nuflo de Chaves, García Rodríguez Valenzuela y otros caballeros. Púsose en marcha el adelantado, dejando en la Asunción a su maestre de campo Domingo de Irala. El día 3 de Setiembre del año 1541 en cuatro bergantines, 6 barcas, 20 balsas, con mas de 200 canoas, en que llevaba algunos caballos, y muchos indios amigos, así Guaranís como Agaces y Yapirues. Iban en su compañía el contador Felipe de Cáceres, el veedor Alonso Cabrera, y el factor Pedro de Orantes, con los cuales navegó el río arriba, llegando a los pueblos de Yeruquizaba y otros que están en aquella costa hasta el puerto de San Fernando y después el de la Candelaria y dejando atrás la laguna de Ayolas, fue recibido de los indios Payaguás con muestras de amistad. Sucedió que un día quedaron atrás unas canoas por muy pesadas y cargadas y las acometieron los Payaguás y las tomaron sin mucha contienda y desde allí adelante siempre que se ofrecía alguna ocasión, no la malograban robando, y matando siempre que podían. Hasta que al cabo el adelantado determinó hacerles una celada en esta forma. Que después que hubiese caminado la armada se quedase una partida de canoas con buena gente en un anegadizo donde estaban ocultos, y que al tiempo que pasaban las canoas de Payaguás que siempre iban distantes siguiendo la marcha les saliesen repentinamente por la retaguardia como así se ejecutó, acometiendo los nuestros a los indios tan repentinamente, que no les dieron lugar a dar vuelta sus canoas, ni tomar tierra de modo que toda aquella escuadra de canoas no escapó indio alguno que no fuese muerto o preso, sin embargo de haber hecho bastante resistencia. Luego el gobernador mandó ahorcar a todos los caciques cabezas de aquellos insultos. Y prosiguiendo adelante, llegaron a los pueblos de los Guayarapos, que estaban a la mano izquierda y, a los de los Guatos que estaban a la derecha del río Paraguay, con quienes tuvieron comunicación y, desde allí fueron a reconocer aquella tierra que llaman el Paraíso, que es una gran isla, que está en medio de los brazos en que se divide el río, tierra tan amena y fértil como queda referido. Y habiendo reconocido los españoles la afabilidad de aquella gente, desearon poblarse en aquel sitio y lo hubieran puesto en práctica, si el adelantado, cuyos pensamientos eran descubrir las tierras del occidente, les hubiera permitido. Y siendo de ellos instado, respondió: señores, corramos la tierra y después haremos asiento, donde más nos convenga después de haber visto y descubierto lo que hay adelante, que no es razón que a la primera vista de este buen terreno nos quedemos en él, que podrá acaso poco más adelante haber mejores. De aquí nació el quedar en desgracia de muchos y en particular de los antiguos, que tenían ya algunas raíces en la tierra. Prosiguió su viaje por aquel río hasta que llegó al puerto de los Reyes, en el cual se desembarcó y proveyéndose de lo necesario, determinó su viaje por tierra, dejando en las embarcaciones la gente competente y por cabo de ella a Pedro de Estopiñán, su primo. Y tomando su derrota rumbo al norte, fue pasando por varios pueblos de indios labradores, que los más de ellos los recibían de paz y si algunos tomaban las armas para impedirles el pasaje, eran castigados por los nuestros con moderación y después de muchas jornadas llegaron a un pueblo grande de más de 8000 casas de donde salieron como 5000 indios a distancia de dos leguas a atajarles el paso, aunque por lo que después se supo, no era sino por entretenerlos hasta poner sus familias en salvo y retirados con mucha pérdida de gente, llegó la nuestra al pueblo que hallaron ya desamparado de indios. Todas las casas estaban proveídas de bastimentos y alhajas, muchas mantas de algodón, listadas, otras pieles de tigres cibelines, cangiles y nutrias, muchas gallinas, patos, y cierto género de conejillos domésticos que fue grande refrigerio y abasto para toda la tropa. Y habiendo corrido todo el pueblo, hallaron en la plaza principal una casa muy formidable en un círculo de un fuerte de madera en figura piramidal con tejedumbre de hojas de palmas, dentro de la cual estaba encerrada una monstruosa culebra o serpiente de tan horrible figura, que a todos causó espanto; era muy gruesa y llena de escamas de diversos colores con unos como ojos rubicundos que la añadían más fealdad; cada escama era del tamaño de un plato, la cabeza muy grande y chata, con unos colmillos tan grandes, que sobrepujaban y salían fuera de la boca, los ojos pequeños aunque tan encendidos que parecían centellas de fuego; tenía de largo más de 25 pies y de grueso en medio del cuerpo como un novillo; la cola era en forma de tabla de un hueso duro y negro. Al fin era tan horrible y monstruosa, que a todos llenó de horror. Los españoles con arcabuces y los amigos con saetas comenzaron a herir a este feroz dragón, que echaba gran copia de sangre y revolcándose dentro del palenque hacía estremecer todo el suelo, dando al mismo tiempo tan espantosos silbos que a todos tenía aterrados, en fin quedó muerta y averiguando lo que era dijeron los naturales, que todos los de aquella comarca tenían a este monstruo en grande veneración y culto, porque el demonio se hallaba dentro de él y les respondía a todo lo que preguntaban, sustentábase de carne humana, para cuyo efecto movían guerra entre sí los indios de aquella comarca por cojer cautivos para su diario pasto. Este día fue Dios Nuestro Señor servido de que cesase el motivo de esta horrible carnicería en que el infernal dragón ocupaba aquella engañada gente. Recogido por los soldados el despojo, los oficiales reales pidieron de todo el quinto que pertenecía a Su Majestad haciendo para ello varios requerimientos al adelantado, según lo habían hecho en otras ocasiones sobre el caso hicieron tanta instancia y tan importunamente que llegaron a pedir el real derecho de lo mas mínimo y tanto que hasta de 5 peces que cogían decían se le debía dar el uno con lo cual quedó toda la gente muy disgustada y dijeron al adelantado que no querían pasar adelante por no experimentar más agravios de los oficiales reales en cosas tan mínimas cuanto sería si descubriesen algún tesoro. El adelantado por aplacar a la gente mandó a los oficiales reales no tratasen más de aquella materia que Su Majestad no era servido de cosas de tan poca sustancia y que en recompensa de aquel corto interés por excusar molestias a los soldados, daría a Su Majestad de su propio caudal cuatro mil ducados anuales. Con lo cual se atajó el intento que por entonces tenían los oficiales reales que guardaron de ello y de otras cosas pasadas muy sentidos y, así por su parte y la de otros capitanes y soldados requirieron al adelantado se volviese a la Asunción donde tenían que hacer cosas de su oficio en servicio de Su Majestad a quien querían dar cuenta del estado de la tierra. Y viendo que no podía hacer más progreso con sumo desconsuelo se vio precisado a dar la vuelta sin conseguir el fin del descubrimiento que intentaba. Luego que llegó a sus embarcaciones, se metió dentro de ellas y bajó con toda la gente a la Asunción, logrando de su expedición haber traído más de 3000 cautivos de todas edades y sexos y alguna porción de víveres, con que los españoles tuvieron con que pasar con más comodidad. Poco después de llegado determinó el adelantado reprimir la insolencia de los indios Yapirúes, que molestaban aquella república a cuya diligencia salió personalmente con 300 soldados y con más de 1000 amigos. Y habiéndose información del lugar donde estaban recogidos en un cuerpo, lugar muy acomodado defendido por un lado del río Paraguay y por el otro de una laguna que lo rodeaba, quedando sola una puerta en que tenían una fortificación de madera, habiéndolos sitiado por aquella parte, empezó a batirlos y al mismo tiempo hizo pasar a nado a los amigos la laguna y que con resolución se apoderasen del sitio, haciendo el daño que pudiesen con lo cual los españoles entraron con más facilidad por las trincheras y a fuego y sangre rindieron el pueblo, sin embargo de la vigorosa defensa, que hicieron los indios en que murieron muchos de ellos: todos los que pudieron ser habidos se cogieron y se ajusticiaron los motores de los insultos y los restantes se llevaron a la Asunción y, fueron puestos cuatro leguas de la ciudad con otros indios mas benévolos, llamados Mogolas, con lo cual quedó muy gustoso el adelantado, aunque llegó enfermo de unas cuartanas que días antes le tenían muy quebrantado. Esto sucedió el año de 1542.
CAPITULO IV
Como los oficiales reales y otros caballeros y capitanes prendieron al adelantado
Después que el adelantado volvió de la guerra de los indios Yapirus se ofreció despachar al maestre de campo a la provincia del Acahay, a la pacificación de los indios de aquella comarca, que andaban bastantemente turbados y alborotados, para cuyo efecto partió de la Asunción con 250 soldados muchos más indios amigos y los capitanes correspondientes, en este tiempo los oficiales reales determinaron poner en ejecución sus designios, convocando para ello a los que tenían de su satisfacción diciéndoles que convenía al servicio de Su Majestad que prendiesen al adelantado que gobernaba como tirano, por los excesos de sus órdenes o instrucciones, a las que trate del real consejo añadiendo otras razones aparentes de los apasionados como Felipe de Cáceres, que con su altivez y ambición fomentaba estas novedades, tomando por motivo, que en cierta consulta que se había ofrecido, le había tratado mal de palabras y que en este acto su sobrino Alonso Riquelme le había tirado una puñalada; y de tal manera supo persuadir a la gente que redujo a su voluntad la mayor parte de los capitanes y así procuraron lograr la ocasión de la ausencia del maestre de campo y otros amigos del adelantado, que a la sazón se hallaba en cama purgado. Dícese que fueron sabedores de esta conjuración algunos criados del gobernador en particular Antonio Navarrete y Diego de Mendoza su maestresala. Juntáronse en la casa del contador más de 200 hombres a quienes mandaban el veedor Alonso Cabrera, el tesorero García Venegas y el factor Pedro de Orantes, siguiéndole Nuflo de Chaves, Jaime Resquín, Juan de Salazar de Espinoza, Alonso de Valenzuela, el capitán Camargo, Martín de Orué, Agustín de Ocampos, Martín Suárez de Toledo, Andrés Fernándes el Romo, Hernando Arias de Mansilla, Luis de Osorio, el capitán Juan de Ortega y otros oficiales y caballeros y, tomando armas una mañana fueron a casa del adelantado, el cual fue avisado de la venida de esta gente antes que entrasen en el patio y dejándose caer en la cama, se armó de su cota y celada y tomando una espada y rodela, salió de la sala, a tiempo que entraba toda la gente, a quien dijo en alta voz: “Qué traición es ésta que hacen contra su Adelantado”, ellos respondieron: “No es traición, que todos somos servidores de Su Majestad a cuyo servicio conviene que vuestra señoría sea preso y vaya a dar cuenta a su real consejo de sus delitos y tiranías. A lo cual dijo el adelantado, cubriéndose con su rodela y espada: “Antes moriré hecho pedazos que permitir tal traición”. Al punto todos lo acometieron, requiriéndole se rindiese sino quería morir hecho pedazos y; cargando sobre él a estocadas y golpes, llegó Jaime Resquín con una ballesta armada y poniéndola al pecho del adelantado le dijo: Ríndase, o le atravieso con esta jara y, él le respondió con semblante grave dándole de mano de suerte que le apartó la jara. Desvíense Uds. un poco, que yo me doy por preso y, corriendo la vista por toda aquella gente atendió a don Francisco de Mendoza, a quién llamó y dio su espada diciendo: “A Ud. Señor don Francisco entrego mis armas y otrora hagan de mi lo que quisieren”. Al punto le echaron mano y le pusieron dos pares de grillos y puesto en una silla le llevaron a la casa de García Venegas rodeado de soldados y lo metieron en una cámara ó mazmorra fuerte y obscura, poniéndole 50 soldados de guardia. Al mismo tiempo dieron orden de prender al alcalde mayor Pedro de Estopiñán, Melgarejo, Alonso Riquelme, Francisco de Vergara, al capitán Diego de Abreu y otros caballeros, quitándoles las armas y asegurando sus personas, con cuyos hechos vineron a usurpar la jurisdicción real, mandando cuanto les pareció así por bandos, como por órdenes por escrito y de palabra de modo que no había alguno que osase contradecirles sin el peligro de ser severamente castigados y despojados de sus bienes. Luego los oficiales reales escribieron al maestre de campo, avisándole de lo sucedido, sobre que no quisiese innovar cosa alguna, ni hacer algún tumulto pues había sido ejecutado de común acuerdo y por convenir al real servicio y utilidad de la república. Fue muy sensible al maestre de campo este suceso y mucho más por no estar en su mano el remedio, por estar en la coligación los más principales capitanes y sobre todo por hallarse él vastamente enfermo de modo que no podía venir ni a pie ni a caballo hasta que se mandó llevar en una hamaca a la Asunción donde se agravó tanto su enfermedad que estuvo con mucho riesgo de perder la vida. Juntos los oficiales reales y capitanes determinaron elegir sujeto que los gobernase en nombre de Su Majestad y hecho los juramentos y solemnidades necesarios, dieron sus votos por cedulillas como por real cédula estaba ordenado. Y conferidos los votos hallaron la mayor parte a favor del maestre de campo y habiéndole hecho saber su elección, se excusó afectuosamente con el motivo de su enfermedad, de que decía estaba más para ir a dar cuenta a su criador, que para tomar a su cargo cosas temporales y que había muchos caballeros principales que merecían aquel empleo y, así que no había necesidad de ponerle con un hombre ya moribundo. Con estas instancias y respuestas pasó gran parte del día hasta que a instancias del veedor Alonso Cabrera de los capitanes Salazar y Nuflo de Chaves y Gonzalo de Mendoza y otros amigos y deudos del adelantado, condescendió y aquel mismo día que fue el 15 de Agosto del año 1542 fue sacado a la plaza pública en una silla y allí fue recibido al gobierno de esta provincia con título de capitán general, habiendo primero jurado sobre un misal de mantener en paz y justicia a los españoles y naturales de aquella tierra en nombre de Su Majestad hasta que por él otra cosa se mandase y, de despachar al adelantado con todo lo procesado a su real y supremo consejo. Y hechas las demás solemnidades, quedó recibido de la suprema autoridad de aquella provincia. En la misma elección se acordó de hacer una carabela de buen porte para el transporte del adelantado a Castilla, la cual luego se puso en astillero a costa del real erario aunque se acabó en mucho tiempo, pasando en todo el aquel buen caballero las mayores inhumanidades en la prisión, en que no le permitían tinta ni papel ni otra cosa de consuelo, pero en todo mostraba su grande paciencia. Y como fue consiguiente a su prisión el embargo y depósito de todos sus bienes sólo le daban de ellos lo muy preciso para sustentarse. Sufrió esta penalidad poco más de diez meses dentro de los cuales algunos amigos suyos intentaron sacarle de la prisión, lo cual había de efectuarse precisamente a sabiendas de los de la guardia que tenía dentro, con los cuales fue concretado el negocio. Y estando ya para ponerse en práctica, fue descubierto por los oficiales reales y como éstos en todo tenían autoridad en la república proveyeron de remedio e hicieron que el general castigase a los motores de esta determinación. De aquí nació otra violenta determinación que fue, que si por algún acometimiento sacasen de la prisión al adelantado luego le diesen de puñaladas y muerto lo arrojasen al río y que lo mismo se hiciese con el general Irala si prontamente no concurría a reducirlo otra vez a la prisión. De aquí dimanaron muchas diferencias y discordias entre los principales y, hubo de llegar a términos de rompimiento y común perdición si la mucha prudencia y buen celo del general no acudiese al remedio como adelante se verá.
CAPITULO V
De la remisión del adelantado a Castilla y de los tumultos que después hubieron
Desde el día de la prisión del adelantado y elección de Domingo de Irala, empezaron entre los conquistadores las disensiones y bandos; los que seguían el de Alvar Núñez, se llamaban leales, y los que el de los oficiales reales se decían tumultuarios. Sobre lo cual había todos los días muchas pendencias y cuestiones. Domingo de Irala con su acostumbrada prudencia no daba lugar a que pasase adelante el incendio procurando castigar a uno y otros con moderación y justicia y a ambos partidos hacia mercedes y socorros. Después de los 13 meses de la prisión de Alvar Núñez, concluida ya la carabela, se acordó que fuesen llevándolo a Castilla dos oficiales reales que fueron el veedor Alonso Cabrera y el tesorero García Venegas con los autos que le tenían hechos muy a su satisfacción. Nombraron por capitán y piloto al capitán Gonzalo de Mendoza y a Acosta portugués, y por procurador de la provincia a Martín de Orué, acompañábale también Pedro de Estopiñán y otros caballeros. Salieron de este puerto el año de 1544 y al tiempo de la marcha dejó secretamente Cabeza de Vaca un poder al capitán Salazar para que en su nombre gobernase la provincia para no ver por ese medio más disensiones entre aquella gente y aunque Salazar era del bando contrario juzgaba que ya estaría arrepentido por haberle enviado a hacer varios ofrecimientos. Luego que partió la carabela convocó éste a todos los que llamaban leales en virtud del poder para tomar en sí la real jurisdicción para lo cual juntó en su casa más de cien soldados y descubierta su intención, ocurrieron los capitanes y oficiales reales al general instándole obviase los perjuicios e inconvenientes que con esta novedad resultarían en deservicio de ambas majestades y como justicia mayor que era, y por el juramento que había hecho de mantener en paz aquella república, le tocaba sosegar este tumulto. Con lo cual mandó Domingo de Irala juntar gente y con ella se fue a la casa de Salazar, a quien requirió no turbase la paz de la república y tuviese presente el juramento que hizo en la elección de obedecerle en nombre de Su Majestad. Pero la ambición no le dio lugar a desistir de su intento y también por dar gusto a los que tenía en su compañía, y así respondió que ni podía ni debía hacer otra cosa que usar del poder que tenía del adelantado. Con lo cual determinó el general viendo su resistencia asestar cuatro cañones de artillería a la casa y con ellos la batió y derribó toda la pared de la frente por donde sin resistencia entró con sus soldados a tiempo que los que estaban dentro la habían desamparado. Prendió al capitán Salazar y con él a Ruy Díaz Melgarejo, Alonso Riquelme, Francisco de Vergara, y algunos otros que fueron puestos a buen recaudo.
Mandó el general que Salazar fuese embarcado en un bergantín a cargo de Nuflo de Chaves con todo lo actuado en el asunto y que fuese a dar alcance a la carabela, para que mudándole en ella lo llevasen también a España. Partió el bergantín con gran diligencia y llegado de la carabela dijo Salazar en voz alta: Señor García Venegas habrá lugar para un preso? Y él respondió: “sí, voto a Dios y ánimo para llevarle a él y otros 20”; y con esto lo embarcaron, y siguiendo su viaje llegaron al puerto de Sancti Spiritus donde Alonso Cabrera el capitán del navío y los demás que en él iban acordaron de volver a la Asunción y, poner en libertad al adelantado restituyéndole a su gobierno, tomándole primero juramento y homenaje que por las cosas pasadas de su prisión no les haría ningún daño. Y ellos le proponían ayudar con todas sus fuerzas hasta dar las vidas en su servicio. Sin duda esta determinación hubiera tenido efecto si a ella no se hubiese opuesta Pedro de Estopiñán, quien dijo, que de ningún modo convenía que dejasen de seguir el viaje porque de volver a la Asunción y, dejar en su libertad al adelantado resultaría muchas perniciosas consecuencias contra la paz y servicio del Rey, en cuyo nombre las protestaba, como los menoscabos de las vidas y haciendas que indubitablemente sucederían por la colusión que en la conjuración tenían los principales caballeros de aquella tierra. Y que el conocimiento de la causa solo tocaba a la real persona, en cuyo nombre habían elegido sujeto de calidad y suficiencia que los gobernare, como Domingo de Irala, quien sin duda cumpliría bien su obligación ínterin Su Majestad con relación de ellos otra cosa mandaba. Hecha esta representación y oída por los del consejo mudaron de parecer y, siguieron su viaje a España a donde llegaron a los 60 días de navegación del océano. Presentaron al consejo sus autos y mandó Su Majestad prender a Alonso Cabrera y García Venegas, perdió por él todo el juicio. La primera sentencia contra el adelantado fue ser depuesto de oficio y desterrado a Orán con seis lanzas a su costa: Y en la sentencia de revista, fue declarado libre, con sueldo de dos mil pesos, digo ducados anuales, para su sustento en Sevilla, en cuyo consulado murió después quieta y honradamente.
CAPITULO VI
Como llegó a esta provincia de las del Perú Francisco de Mendoza con la compañía de Diego de Rojas
No me parece fuera de propósito tratar en este libro algunas cosas de las que acaecieron en el gobierno del Tucumán, con quien confina esta gobernación lo cual haré con la posible brevedad. El año de 1543 luego que el licenciado Vaca de Castro derrotó y prendió a Diego de Almagro el Mozo, en la batalla de Chupas, determinó ocupar con cargos y oficios a algunos capitanes que habían servido en aquella expedición, despachándolos a nuevas conquistas y descubrimiento. De este modo hizo merced a Diego de Rojas del descubrimiento de la provincia, que confina con la de Chile abajo de la cordillera hasta los llanos que corren al Río de la Plata con título de gobernador de ella. Vinieron en su compañía Felipe Gutiérrez, Pedro de Heredia, Francisco de Mendoza y otros caballeros y soldados, que componían el número de 300 con los cuales siguió su derrota, dejando atrás la provincia de los Charcas, tierra muy áspera. Y saliendo a los llanos, encontraron algunos pueblos de indios y de ellos prosiguieron a los valles de Salta y del Calchaquí, donde hallaron mucha gente de manta y camiseta, abundantes de bastimentos y juntos con los demás de la comarca pelearon con los españoles, en cuya refriega fue muerto el capitán Diego de Rojas, de lo cual se originaron varias diferencias en razón de la superioridad en el gobierno, en especial por parte de Felipe Gutiérrez que la pretendió por compañero, y coadjutor del capitán, aunque esto era opuesto al común dictamen, de cuyo voto fue electo general Francisco de Mendoza, caballero principal y muy afable. Y como no cesaban los disturbios que fomentaba Felipe Gutiérrez, vino por ello a ser desterrado con sus amigos a la provincia de Chile. Francisco de Mendoza prosiguió su descubrimiento hasta el río del Estero que sale de la nevada cordillera, corre por unos llanos y viene a desparramarse en unos lagos y pantanos por cuyas riberas estaban varios pueblos de indios llamados Juries y el río Talcanco; de allí siguió adelante y llegó a los Comechingones, que viven en unas cuevas de la provincia de Córdoba, con los que trató de amistad y, de ellos se informó de como de allí al sur había una provincia muy poblada de gente rica de oro y plata, llamada allí Jungulo, que se juzga ser los mismos que en el Río de la Plata llaman Césares, de que hemos tratado en su lugar. También dieron noticia que a la parte del este estaban los españoles que navegaban en navíos por un anchuroso río. Con esta segunda noticia determinaron dejar otra cualquier empresa por ir a comunicar con los españoles y; atravesando por algunos pueblos de indios de paz, llegaron a un río pequeño, por cuya ribera bajaron hasta la serranía de un gran pueblo, cuyos naturales tomaron armas y salieron a encontrarlos; pero los españoles los contuvieron con buenas razones y asegurados de su amistad los proveyeron de víveres. Este río desagua en el de la Plata y se llama Carcarañal y a los indios le dicen Timbúes, gente muy corpulenta. Al otro día por la mañana divisaron los nuestros unos grandes vapores en el aire y preguntando a los indios de qué procedían, respondieron que de un gran río que por allí pasaba, por cuyo motivo el capitán Mendoza determinó ir a reconocerlo y; caminando por un apacible llano, de más distancia de una legua divisó las cristalinas aguas de aquel río, a cuya playa llegó con grande admiración de todos en ver la hermosura de aquel ancho río, de tan dulces como diáfanas aguas pobladas sus márgenes de vistosas y varias arboledas entre las que divisaron muchos humos de los fuegos con que los naturales se avisaban, de lo que se les ofrecía. En este ameno y apacible sitio sentaron su real. A las 9 del día siguiente, vinieron más de 300 canoas a reconocer a los nuestros y, llegados los indios a la derezera del real desviados de la ribera como un tiro de ballesta, así barados sobre un barco, levantaron en alto las palas, señal de amistad y, de allí empezó a hablar en voz alta un indio que decía: qué gente sois?. Qué queréis? o qué buscáis?. Lo cual fue oído con admiración de los nuestros por ver que entre ellos hubiese quien hablase nuestro idioma. Respondió el capitán Mendoza: Amigos somos y venimos a buscar vuestra amistad desde el reyno del Perú y a saber de los españoles que acá están. El indio le preguntó como se: llamaba y, él respondió que el capitán Francisco de Mendoza, caudillo de aquella gente. De lo que el indio recibió mucho contento, diciendo: Yo me alegro, señor capitán de que seamos de un nombre y apellido. Yo también me llamo Francisco de Mendoza, nombre que heredé de un caballero así llamado que fue mi padrino en el bautismo y así, señor, mirad en qué queréis que os sirva que lo haré con muy buena voluntad. Rogóle saltase a tierra, para que pudiesen comunicarse con más comodidad, ofreciendo regalarle con lo que tenía. El indio respondió que así lo haría, si otro cabo que allí estaba, se lo permitía porque desconfiaban de los españoles que en otras ocasiones debajo de amistad les habían hecho algunos tiros de que estaban bien escarmentados. El capitán le aseguró, diciendo que como hiciese lo que le pedía no recibiría daño alguno. Replicó el indio vendría en ello, con la condición que entretanto que él pasaba fuesen cuatro españoles a estar con ellos y que fuese con juramento que como caballeros harían sobre la Cruz de su espada y habiendo hecho el juramento, despachó los cuatro soldados con una secreta orden, para que de ningún modo pudiesen padecer daño. Luego que el cacique saltó a tierra se abrazaron con el capitán que luego le echó mano de los cabellos que era la seña dada a los soldados, que al punto se arrojaron de las canoas con espada en mano, hiriendo y matando a los indios que se les pusieron por delante. A este tiempo llegaron 20 hombres de a caballo a socorrerlos, con lo cual quedaron libres y sin algún daño. El cacique viendo tan impensada acción dijo: capitán Mendoza, como me habéis engañado, quebrantando vuestra palabra y el juramento que habéis hecho. Pues mátame ya, o haced de mi lo que quisiereis. El capitán lo consoló con buenas palabras, asegurándole no recibiría ningún daño, sino que sería bien tratado y regalado. Que el haberse hecho aquello no era por otra cosa, sino por la desconfianza que habían hecho de su palabra. Después que se hubo sosegado, se informó del cacique de lo que pasaba en la tierra y, de que los españoles que en ella había, estaban en el río del Paraguay arriba, mandados del capitán Vergara, que así llamaban a Domingo de Irala. Asimismo le notificó como a Juan de Ayolas le habían muerto unos indios llamados Payaguás con traición. Sobre que decían que este capitán había dormido mucho. Y que pocos días antes llevaron a España al adelantado Alvar Núñez, que había venido en socorro de los españoles que estaban en aquella tierra; de modo que se informó de todo lo que quiso saber. Regaló al indio con todo cuanto pudo con rescates, y le pidió mandase a su gente le proveyesen de comestibles. Hízolo el cacique con brevedad, trayendo a la playa tanta cantidad que puesta en un montón y clavadas dos lanzas a cada lado las excedía en altura. Con esto el capitán Mendoza regaló al cacique un vestido de grana, manta y camiseta de lana fina, y con muchas expresiones de amistad le dejó en su libertad y, el cacique partió de allí muy contento. Luego el capitán alzó su real y se fue costeando río abajo, hasta un sitio alto y llano, que está sobre la ribera de este río en cuya cumbre vio situada una fortaleza antigua que era la misma que fabricó Sebastián Gaboto en aquel puerto para escala de aquella navegación, donde pereció con su gente el capitán Nuño de Lara como queda referido. Sobre la barranca del río, vieron plantada una cruz en que estaban unas letras que decían, Cartas, y cavando al pie hallaron una botijuela en que estaba una carta muy larga del general Domingo de Irala, avisando a la gente de España de cuanto se ofrecía y de los inconvenientes que deben guardarse en aquel río, y de los indios de que se podían fiar y de los que no. Y de cierta cantidad de víveres que dejaban enterrada en una isla y otras cosas que relacionaba la carta. Luego se determinó Mendoza a pasar con la gente a la otra parte del río, creyendo que por allí podría con facilidad ir hasta dar con los españoles que estaban arriba. Sobre esta determinación se le opusieron los más de los soldados y de resultas de esto se conjuraron contra el capitán Mendoza algunos como Pedro de Heredia con sus amigos y una noche con gran determinación se entraron en su tienda y hallándole dormido, le mataron a puñaladas y hecho se volvieron al Perú bajo de las órdenes de sus capitanes, a tiempo que el maestre de campo Caravajal acababa de desbaratar al capitán Diego Centeno en la campaña de Pocona, obligándole a que se metiese en una cueva en que se escondió mucho tiempo y, por consiguiente huyendo Lope de Mendoza con algunos que le quisieron seguir, fue a dar por su dicha con los que venían de esta jornada del Río de la Plata. Y juntos todos tomaron la voz del Rey contra el tirano y en otra batalla que por no ser de mi asunto no lo refiero, fueron vencidos.
CAPITULO VII
De la entrada que hizo Domingo de Irala hasta los confines del Perú, de donde envió a ofrecerse al Presidente Gasca para el real servicio
Habiéndose ocupado Domingo de Irala todo el año de 1545 en pacificar y poner en quietud los pasados movimientos, luego se determinó a hacer una jornada al norte y descubrir aquella tierra de que tenía gran noticia haber mucha riqueza. Para este fin alistó 300 soldados con algunos caballeros y capitanes, entre los cuales iba Felipe de Cáceres, Agustín de Ocampos, Juan de Ortega, Ruy García Mosquera y otros, y más de 300 amigos, dejando en la Asunción por su lugar teniente y justicia mayor a don Francisco de Mendoza. Partió con su armada el año 1546 en 4 bergantines y cantidad de bajeles, en que iban algunos caballos. Los más de los indios iban por tierra, hasta juntarse con la armada en el puerto de Itatin, que es el que divide la jurisdicción de los Guaranís de las otras naciones, pasando adelante río arriba por el puerto de los Reyes y pueblo de los Orejones, todo lo que tenía, el río de navegable, hasta los de los Xarayes, o Jerabayanes, que es la mejor gente de estas provincias. Las mujeres de estos indios se labran cara, brazos y pechos punzándose con unas espinas y poniéndose en las cisuras ciertos colores, que hacen labores vistosas y diversas en formas de camisas y jubones con mangas y cuellos, son comúnmente blancas y de buen rostro. Tienen poblado el río por ambos lados, al de occidente reside el cacique principal a quien comúnmente llaman manés. Sus casas son curiosamente cubiertas de paja. De aquí envió el general a Francisco de Ribera y a Monroy a descubrir lo que había río arriba y habiendo caminado 60 leguas, llegó a un paraje donde se juntaron dos ríos que hacen aquel del Paraguay, y habiendo entrado por el de la derecha que viene de la parte del Brasil halló que traía poca agua, con que retrocedieron y entraron por el de la izquierda, por el cual navegó dos días, hasta llegar a un paraje en que se divide en muchos riachos y anegadizos, desde aquí dio la vuelta habiendo navegado desde la Asunción más de 400 leguas, y faltándole más de 200 para salir al mar. Determinando el general seguir su viaje por aquella parte dejó encargado a aquellos indios sus navíos, balsas y otras cosas que no pudo llevar por tierra; tomó su derrota al noroeste saliendo al camino muchos indios y llegando a unas naciones que llaman Timbués, les salieron al encuentro con armas y, tuvieron con ellos una reñida refriega y de los que hubieron prisioneros se informaron de algunas particularidades y, principalmente de un poderoso río que corre del sur al norte, que juzgaron ser el Marañón, uno de los mayores de este reino, que sale a la vuelta y costa del Brasil en el primer grado de la equinoccial. Y también que entre el Brasil, Marañón y cabeceras del Río de la Plata había una provincia de mucha gente situada a las riberas de una gran laguna y, que ésta poseía mucho oro de que se servían aquellos indios por cuya razón la llamaban los españoles la laguna del Dorado. Estos pueblos dijeron que confinaban con otros de solo mujeres, con sólo una teta al lado izquierdo, porque consumen la otra con cierto artificio, para usar sin embarazo del arco, de que son diestras y ejercitadas, como aquellas mujeres de Scitas antiguos que refieren los escritores por lo que los españoles llamaron aquella tierra de las Amazonas. Confirmóse esta noticia con la que adquirió el capitán Orellana en la jornada que hizo con Gonzalo Pizarro que baja por el Marañón donde le dieron relación de esta gente, y sus pueblos. Y dudando el General qué parte había de tomar, resolvió volver al poniente a buscar ciertos pueblos de indios que decían tenían plata y oro llamados Samocosis y Sibocosis y yendo en su demanda, llegaron al río Guapay, brazo principal del Marañón y, habiéndolo pasado, llegaron a un pueblo, que estaba las faldas de la serranía del Perú, de cuyos naturales fueron bien recibidos por ser gente amigable, doméstica y muy caritativa. Allí hallaron muchas muestras de oro y plata y a algunos indios naturales del Perú yanaconas del servicio del capitán Pero Ansures, fundador de la villa de la Plata en los Charcas, que habían venido por su mandato a estos pueblos, que eran de su encomienda: Estos le informaron al general de las diferencias y revoluciones que en aquél reino tenían los españoles contra la tiranía de Gonzalo Pizarro. Con lo cual le pareció a Domingo de Irala ocasión oportuna de ofrecerse al presidente con aquella gente de su compañía para el real servicio. A este fin despachó a Nuflo de Chaves y a Miguel de Rutia y, por parte de aquellos caballeros fue Ruy García con encargo de pedir gobernador en nombre de Su Majestad. Los cuales habiendo llegado, dieron su embajada al presidente, que estimó en mucho este comedimento y les dio por gobernador a Diego de Centeno, el cual murió antes que fuese puesto en posesión: ni tampoco sirvió el empleo el que después fue nombrado y; como Nuflo de Chaves tardase más tiempo que el que se le había asignado por haber pasado a la ciudad de los Reyes, donde estaba ya el Presidente después del vencimiento y prisión de Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijaguana con determinación de ir a Castilla. Determinó la mayor parte de los capitanes pedir a Domingo de Irala, se entrase con ellos al Perú y no les detuviese allí tanto tiempo porque se demoraba mucho la correspondencia que aguardaba. Fuéles respondido que no haría tal, sin la autoridad de la persona que gobernaba aquel reino cuya jurisdicción era muy distinta de la que él tenía y podía tenerle a mal entrar con tanta gente armada a aquella tierra en tiempo de tantas revoluciones. De aquí resultó que se amotinase la mayor parte de los soldados requiriendo al general que pues no podía ir al Perú diese, vuelta para la Asunción, a cuya instancia respondió que tampoco podía hacerlo por haber dado palabra a los enviados de aguardarlos en aquel puesto. De aquí nació negarle la obediencia y elegir por caudillo a Gonzalo de Mendoza, quien no lo habiendo querido aceptar, fue compelido a ello. Y pareciéndole menos mal dar la vuelta que entrar en un reino tan turbado, caminó con la gente por donde había entrado. Y no pudiendo Domingo de Irala hacer otra cosa, caminó con ellos acompañado de sus amigos y deudos y como caminaron con poca orden divididos en compañías, fueron asaltados de los indios de aquél camino y murieron algunos españoles, recibiendo mucho daño, de que todos recibieron gran descontento del mal gobierno y poca custodia que traían. Al fin llegaron al puerto donde habían dejado sus navíos; allí hallaron unos españoles que habían venido a dar cuenta a Domingo de Irala desde la Asunción de lo sucedido en su ausencia, como adelante se dirá. Los indios Jarayes dieron tan buena cuenta de todo lo que quedó a su cargo como lo harían los más fieles hombres del mundo. Sabida por los de la armada la turbación y tumultos de la Asunción suplicaron a Domingo de Irala fuese servido a volver a tomar su oficio y gobierno, para remedio de los escándalos y alborotos de la república, pues como que la tenía a su cargo le competía es castigo de tales excesos reduciendo a todos a una paz y común conformidad. Por estas comunes instancias aceptó lo que le pedían, con nuevos juramentos, que hicieron de obedecerle y servir a Su Majestad en cuanto le fuese ordenado y, así con mucha unión y conformidad se embarcaron y caminaron para la Asunción.
CAPITULO VIII
De lo que sucedió en la Asunción de la elección del capitán Diego de Abreu y, como cortaron la cabeza al capitán don Francisco de Mendoza
Mientras pasaba lo referido en el viaje de Domingo de Irala, sucedieron en la Asunción otras novedades que causaron muchas inquietudes. Fue el principio de ella que don Francisco de Mendoza lugarteniente de Domingo de Irala visto que había más de año y medio que se había ausentado y no volvía, propuso que los conquistadores que con él habían quedado eligiesen quien los gobernase en justicia, por haberle sugerido sus amigos y parciales, que un caballero de su calidad y nobleza no era razón fuese inferior a otro alguno y que pues en él concurrían tantos méritos, era razón lograrse aquella coyuntura de la ausencia del general y que hecha la elección, solicitase la confirmación de Su Majestad como lo ordenaba en su Real Cédula lo cual sería fácil de conseguir por medio de unos tan principales parientes que tenía en España. Resolvióse con esto a ponerlo en efecto, para lo cual mandó llamar algunas personas de parecer y, votó junto con los capitulares y regidores, propietarios como el capitán García Rodríguez de Vergara, el factor Pedro de Orantes, los regidores Aguilera, Hermosilla y otros a quienes don Francisco comunicó su intento a lo cual respondieron no haber lugar, pues no se sabía hubiese muerto el general que en nombre de Su Majestad gobernaba aquella provincia cuyo lugarteniente era en aquella república que por tal le reconocían, y obedecían. Don Francisco replicó, que por las mismas razones era necesario hacer la elección porque de la mucha demora de Domingo de Irala se debía presumir que era muerto, o estaría imposibilitado de volver, y que en caso que así no fuese se debía reputar por tal por su excesiva demora. Ellos respondieron que sólo podría hacerse en caso que don Francisco de Mendoza hiciese dejación del empleo, que de otro modo no lo permitirían. De aquí dimanó pregonarse que en el día aplazado se juntasen en la iglesia parroquial todos los conquistadores a elegir gobernador. Llegado el día al toque de una campana se juntaron 600 españoles con el padre Fonseca que era capellán del Rey, los capitanes Ruy Díaz Melgarejo, Francisco de Vergara, Alonso Riquelme de Guzmán, don Diego Barba, con los regidores y oficiales reales que habían quedado y habiendo procedido las solemnidades de derecho hicieron juramento de que darían su voto a la persona que según Dios y sus conciencias hallasen capaz de gobernar aquella república; con esto fueron dando sus cédulas y poniéndolas en un vaso; fueron sacados y leídos por los capitulares y se halló que ninguno de los nominados tenía más número de votos, que el capitán Diego de Abreu, que era un caballero natural de Sevilla, de mucha calidad y fortuna, conque luego fue recibido por capitán general y justicia mayor de aquellas provincias, habiendo hecho el juramento de fidelidad, que se requiere en la administración de justicia en nombre de Su Majestad de lo que don Francisco de Mendoza, viendo frustrada su pretensión quedó muy sentido y avergonzado y tomando sobre el asunto su acuerdo con algunos de sus amigos y parciales dijeron que la elección del capitán Diego de Abreu era nula por no haberse hecho conforme a la cédula de Su Majestad durante la vida del que gobernaba y que por su fallecimiento había de gobernar quien tuviese de él legítimo título, quedando en propiedad en el gobierno y, que él era el que tenía título de Domingo de Irala y que si había hecho dejación había sido contra derecho el admitirla, porque ésta tocaba al superior que pudiese de ella conocer, que no lo era aquel ayuntamiento ni se había actuado lo obrado en esta elección. Y con estos y otros pareceres, se resolvió don Francisco a recobrar el uso y ejercicio de su empleo, juntando todos sus amigos y aliados para prender al capitán Diego de Abreu, quien habiéndolo sabido con la mayor diligencia posible juntó gente, y con ella fue a casa de don Francisco con muy buena orden y, llegados apellidaron la voz del rey, poniendo cerco a la casa y acometiéndola por todas partes y entrando dentro, le hallaron solo y desamparado de los que con él habían estado, que a la vista de la gente con que venía Abreu le abandonaron, salvo algunos pocos hombres que permanecieron, a que todos con él fueron presos. Y procediendo judicialmente contra ellos el general salió sentenciado don Francisco que se le quitase la cabeza en público cadalzo, cuya rigurosa noticia le fue notificada y, sin embargo de su apelación y otras diligencias conducentes a librar su vida fue mandada a ejecutar, habiendo ofrecido antes dos hijas que tenía, una a Diego de Abreu y otra a Ruy Díaz Melgarejo para que las tomasen por esposas a lo que le respondieron que lo que le convenía era componer su alma y disponerse para morir, dejándose de casamientos que de nada de eso era tiempo, con otras palabras desenvueltas y libres dictadas de la pasión. Con lo cual acudió luego a lo que por cristiano debía, ajustando su conciencia. Legitimó a sus hijos don Diego, don Francisco y doña Elvira que hubo en una señora principal llamada doña María de Angulo, con quien casó; Mandó a sus hijos fuesen siempre leales servidores de Su Majestad y contra sus órdenes jamás se opusiesen, y sacándole al cadalso, rodeado de escuadras de arcabuceros y gente armada, fue llevado al que estaba aparejado en la casa de Diego de Abreu, donde con gran lástima de cuantos le vieron, por ser un caballero tan venerable por su ancianidad y nobleza, y con rostro grave y apacible, habló a todos los circunstantes, dando algunas satisfacciones de haber venido a aquel punto atribuyéndolo a justos juicios de Dios por haber tal día como aquel, muerto en España a su mujer, criados y a un clérigo su compadre y capellán, por falsas sospechas que de ambos tenía y, dijo que permitía Dios que estas muertes pagase con la suya por mano de otro compadre, que fue el verdugo llamado el Sardo.
CAPITULO IX
Como el capitán Abreu despachó a España a Alonso Riquelme y como se perdió y la vuelta del general Domingo de Irala
Luego que Diego de Abreu fue electo, como queda referido, mandó disponer una carabela que estaba en aquel puerto para despacharla a Castilla, con la elección de su nombramiento y proveyéndola de lo necesario con la posible diligencia, dispuso sus negocios para que fuese con ellos al consejo el capitán Alonso Riquelme de Guzmán, en cuya compañía también iba Francisco de Vergara y, otras personas de satisfacción. Salieron de aquel puerto el año 1548 en conserva de un bergantín del cargo de Hernando de Ribera, hasta la isla de San Gabriel y saliendo del río de las Palmas atravesando el golfo de Buenos Aires para la isla de Flores, dejando a una mano la de San Gabriel para engolfarse, despedidos unos de otros, tomaron el canal que va a Maldonado en donde aquella noche les sobrevino una gran tormenta, que dio con la carabela en una encubierta laja, que está en el mismo canal, que hoy llaman la laja del Inglés por haberse allí perdido un navío de los de esta nación, de manera que la carabela quedó montada sobre la peña, abierta por los costados, por los que entraba tanta agua que no se pudo agotar con diligencia alguna sin haber cesado la furiosa tormenta, hasta que viéndose sin otro remedio determinaron desamparar el navío y salir a tierra con peligro del río y de ser ahogados o después en tierra cogidos de los indios de aquella tierra, gente cruel y bárbara. Para este fin cortaron el mástil mayor y con tablas y maderas y el batel hicieron una balsa para atravesar y salir a tierra y; cesando un poco la tormenta tuvieron lugar de poderlo hacer y tomar la costa, a que luego acudieron los indios que corren por ella y haciendo un reparo entre el río y la barranca se pudieron guarecer de la furia. Y caminando aquella noche por la costa arriba en busca del bergantín, dieron en unas lagunas que les costó mucho trabajo atravesarlas a nado y, aquella misma noche sobrevino de la parte del sur otra mayor tormenta que dicen cogió a la carabela sobre las peñas y la arrojó a la costa hecha pedazos como lo afirmaron unos indios pescadores con quienes toparon aquella noche y se informaron de ellos de como dos leguas adelante estaba recogido el bergantín en una caleta y, por darle alcance salió luego Francisco de Vergara con un compañero en cuya diligencia fue bien sucedido y, así lo permitió Dios para que aquellos hombres tuviesen como volver a la Asunción, como lo hicieron. Llegaron al tiempo que el general Domingo de Irala había ya llegado de su expedición, de donde, como dije, venía ya otra vez reconocido por superior de los suyos con perdón de los culpados en la pasada rebelión. Estando a distancia de cuatro leguas de la ciudad salieron todos a recibirle, dándole la obediencia como a general y justicia mayor, sin que pudiese estorbarlo el capitán Abreu, quien luego determinó salirse del pueblo con sus amigos, no osando aguardarle en aquel puerto. Y entrándose por los pueblos de los indios de Ybytyrusú y sierras de Acahay donde se fortificó. Poco después llegó a la Asunción el capitán Nuflo de Chaves. Miguel de Rutia que venía del Perú de la embajada que Domingo de Irala hizo al presidente Gasca, que venían muy aderezados de vestidos, armas y demás pertrechos de sus personas con socorros y ayudas de costa, que para ello se les mandó dar. Venían de aquel reino en su compañía el capitán Pedro de Segura, hidalgo honrado de la provincia de Guipúzcoa, que había sido soldado imperial en Italia y antiguo en las Indias, Juan de Oñate Franco, don Pedro Sotelo y Alonso Martín de Trujillo y otros muchos, que en todos pasaban de cuarenta; traían algunas cabras y ovejas. Tuvieron éstos en el camino muchos encuentros y escaramuzas y rompieron por varios pueblos y llegaron a un pueblo o paraje una noche en que fueron cercados de más de 3000 indios, que estando para acometer el real y asaltarlo, no osaron hacerlo, porque entendieron ser sentidos, porque oyeron toda aquella noche los balidos de los cabrones con las cabras, que juzgaron ser los españoles puestos en armas, por cuya causa se retiraron. Recibida toda esta comitiva por Domingo de Irala fue satisfecha que no estuvo en su mano el haberles dejado de aguardar, como se lo había ofrecido como queda expresado. Pasados algunos días ciertas personas mal intencionadas se conjuraron para dar de puñaladas a Domingo de Irala, siendo autores de esta conjuración el capitán Camargo y Miguel de Rutia, el sargento Juan Delgado y otros de los de la expedición de Nuflo de Chaves. Y habiéndose descubierto fueron presos y se dio garrote a Rutia y al capitán Camargo, con perdón que se concedió a los otros. Con todo no cesaban los disturbios de la república, que los fomentaban algunos apasionados, en especial Nuflo de Chaves, que hacía mucha instancia en pedir la muerte de don Francisco de Mendoza por haberse casado en este tiempo con doña Elvira Manrique su hija y, siguiéndose la causa salieron en busca de ellos como perturbadores de la paz y tumultuarios de la república. Fueron presos Juan Bravo y Renjifo, los cuales fueron luego ahorcados y otros que después fueron habidos, puestos en estrecha prisión, en especial Ruy Díaz Melgarejo, el cual tuvo fortuna de que le hubiese dado soltura un negro esclavo del mismo Chaves. Visto por algunos caballeros que peligraban sus vidas y o poco que conseguían en andarse retirados de la obediencia de quien los gobernaba en nombre de Su Majestad acordaron de reducirse a su servicio y a la paz general que la república deseaba. Y habiéndose tratado por medio de religiosos y sacerdotes, hallaron en el general muy dispuesta la voluntad y viniendo al fin de este negocio, para su establecimiento se concertó que Francisco Ortíz de Vergara y Alonso Riquelme de Guzmán casasen con dos hijas suyas y, lo mismo hicieron con otras el capitán Pedro de Segura y Gonzalo de Mendoza, con cuyos vínculos vinieron a tener aquellos tumultos el fin y concordia que convenía, con verdadera paz y tranquilidad, en que fue Su Majestad bien servido con gran aplauso del celo y cristiandad de Domingo de Irala. Solo el capitán Diego de Abreu quedó fuera de esta confederación con algunos amigos suyos queriendo mantener su opinión, porque decía que no le convenía otra cosa ni era muy seguro por tener contra sí a Nuflo de Chaves y ser el que había mandado degollar a don Francisco de Mendoza como queda referido.
CAPITULO X
De como en este tiempo salió del Perú el capitán Juan Núñez de Prado a la población de la provincia del Tucumán
Después que el presidente de la Gasca el año 1548 venció en la batalla de Jaquijaguana a Gonzalo Pizarro. El siguiente dio facultad y comisión a Núñez de Prado para que tomase a su cargo la población y conquista de la gobernación que se había dado a Diego de Rojas. Y acudiendo a lo que para ello convenía juntó ochenta y tantos soldados y muchos indios amigos, armas y caballos y, determinó su entrada por la provincia de los Chicuanas el año 1550. Y estando con su campo con los del pueblo de Talina, llegó allí Francisco de Villagra que iba para Chile con socorro de gente a don Pedro de Valdivia, gobernador de aquel reino. Este Villagra con poco de coro sonsacó muchos soldados de los de Juan Núñez de Prado y también los indios que llevaba sin poderlo reprimir con súplicas y comedimientos. Al fin se apoderó de cuantos pudo quitarle, de que el otro capitán quedó muy sentido y prosiguió su viaje con 60 soldados que le quedaron y, con ellos entró en la provincia del Tucumán con buen suceso y fundó cerca de aquella sierra una ciudad que llamó del Barco a contemplación del licenciado Gasca, que era natural de Barco en Avila. Y habiendo hecho la planta de su población y un fuerte, en que se metió con su gente, salió con 30 soldados a la redonda de aquella tierra a conquistar algunos pueblos de la comarca y, caminando una noche al reconocimiento de unas poblaciones de indios, llegó a un río, en cuya ribera estaba un gran real de españoles con mucha gente y caballos de que quedaron confusos y reconociéndole, vieron que era Francisco Villagra que torciendo su derrota, había entrado por esta provincia por la falda de la cordillera, con ánimo de emprender por aquella parte nuevo descubrimiento, de que Juan de Núñez de Prado tomó grande enojo acordándose del mal porte que con él tuvo en los Chichas y sin más dilación determinó de prenderle, por haber entrado en su jurisdicción y gobierno y, mandó al capitán Guevara que con 15 soldados le acometiese por una parte y, que en el ínterin él acometería al real por otra parte y, que ambos procurasen ir a la tienda de Villagra a prenderle, esta acción tocó al capitán Guevara, que entró con los que estaban de guardia y por fuerza entraron dentro de la tienda de Villagra que ya estaba armado de espada y rodela y, abrazándose con el capitán Guevara, le dio un encuentro con la rodela que cayeron ambos en tierra y haciendo de la guarnición de la espada se la sacó Villagra de la mano y, él arremetiendo con un soldado que junto a él estaba; le quitó la suya, en tiempo que los unos y los otros andaban revueltos a cuchilladas y, todo el real alborotado con el arma, que por el otro lado iba dando Juan Núñez de Prado con lo cual muchos se retiraron y desampararon sus tiendas, otros acudieron al socorro de Villagra, con que vino a hacerse tan gran ruido que le convino a Juan Núñez de Prado tocar a recojer con la trompeta, que era la seña que tenía dada a su gente y con buen orden se fueron saliendo donde tenían los caballos. Esta retirada no fue difícil al capitán Guevara, sin haber hecho otra cosa que haber habido algunos heridos de ambas partes. Y junto con su capitán se fueron a gran prisa para su pueblo. Villagra quedó sentido y enojado, pareciéndole como cosa de entre sueños. Y al fin determinó seguirlos con 60 hombres a Juan Núñez del Prado, llegando a los suyos, le pareció que no podría resistirle, por lo que se resolvió irse a la sierra con algunos de su compañía y se entró a lo más áspero, dejando en la población lo más de la gente de su cargo. Villagra sin mucha contienda se apoderó del fuerte e hizo juramento de no salir más de él sin haber habido a las manos de Juan Núñez de Prado y castigarle como merecía. Entróse de por medio un honrado sacerdote que allí tenía que habló a Villagra fuese servido de remitir lo pasado por concordia y amistad, lo cual le fue otorgado, con la condición que Juan Núñez de Prado se le sometiese, dándole obediencia como a superior en nombre del gobernador don Pedro de Valdivia y, que con esto le haría toda amistad y dejaría en su tenencia y; aunque a Juan Núñez de Prado se le hizo esto difícil fue aconsejado de sus amigos lo hiciese así, pues no podía haber otro remedio. En esta conformidad él y los del cabildo se resolvieron y rindieron la obediencia como a superior en nombre de Su Majestad a don Pedro de Valdivia, como incluyéndose en el gobierno de aquella provincia a Juan Núñez de Prado y habiendo ordenado lo que le pareció conveniente se fue para Chile y, viéndose Juan de Núñez libre de la sujeción y poderío de Villagra, renunció el poder que de él tenía, diciendo que no lo necesitaba, pues lo tenía completa facultad del presidente Gasca gobernador general de estos reinos. Y usando de la comisión que antes tenía, continuó su conquista y poblaciones. Llegado Villlagra al reino de Chile, dio cuenta a don Pedro de Valdivia de lo que había pasado en la provincia de Tucumán con Juan Núñez de Prado y como quedaba sujeto a su gobierno, por lo cual despachó luego a esta provincia por su teniente general a Francisco de Aguirre hombre principal y conquistador antiguo del Perú y vecino encomendero de la ciudad de Coquimbo y, entrando en esta tierra, tomó luego posesión de ella en nombre de Valdivia como lo hicieron en adelante todos los que le sucedieron en el gobierno, quedando aquella provincia muchos años sujeta al reino de Chile. Francisco de Aguirre prendió luego a Juan Núñez de Prado y lo despachó con lo procesado a Chile, de donde después se fue a la ciudad de los Reyes, y tuvo negociación para volver a entrar a esta provincia, lo cual nunca pudo poner en efecto; en todo este tiempo Francisco de Aguirre administró el oficio de teniente general del gobernador de Valdivia y, por causas qué a ello le movieron, trasladó la ciudad del Barco, de la sierra al río del Estero llamándole de Santiago, como así hoy permanece. Está en la altura de 29 grados distante de la ciudad de la Plata 200 leguas y es cabeza de aquella gobernación. Repartió el general los naturales de aquel distrito en 56 encomenderos, empadronándose 4700 indios Juris y Tenocotes así en el Estero, como en el río Salado y en la sierra. Es tierra fértil y en especial en los bañados como queda referido. Y habiéndole sucedido en el empleo Juan Pérez de Zurita, fundó una ciudad en el valle de Calchaquí y otra en el de Conando que llamó la ciudad de Londres. A este sucedió un tal Castañeda enviado por el gobernador de Chile, y por su mal gobierno fueron estas dos ciudades destruidas de los indios con pérdida de mucha gente española, hasta que su Majestad despachó al gobierno de esta provincia a Francisco de Aguirre como más latamente se dirá adelante.
CAPITULO XI
De la jornada que hizo Domingo de Irala llamada la Mala Entrada
Pacificados por Domingo de Irala los bandos y diferencias que había entre los españoles con las amistades y casamientos, que hemos referido determinó hacer una jornada importante, en la cual pudiese descubrir algunas de las noticias que tenían en la tierra de mucha fama, pues donde tanta nobleza y cantidad de soldados había, no era razón dejar de buscar toda la conveniencia y aprovechamiento que se pudieran. El año 1550 se publicó la jornada, para que todos los que quisiesen ir a ella se alistasen, y así se ofrecieron muchas personas de cuenta, capitanes y soldados, que con todos fueron 400 y más de 4000 indios amigos, con los cuales salió de la Asunción por mar y tierra en bergantines, bateles y canoas, en que llevaban los víveres y vituallas y más de 600 caballos. Dejó el general por su lugarteniente en la Asunción al contador Felipe de Cáceres, quien luego mandó que recogiesen los que andaban dispersos y fuera de orden por la tierra por las disensiones pasadas, de cuyos bandos y parcialidades habían quedado algunas reliquias del capitán Diego de Abreu. Y aunque casi todos acudieron a dar la obediencia a la real justicia, no lo hizo Abreu con sus amigos, con que no cesaban los recelos de las turbaciones, para cuyo remedio le pareció a Felipe de Cáceres conveniente haberle a las manos, para lo cual despachó 20 soldados a cargo de un oficial llamado Escaso y saliendo al efecto llegaron a un monte muy áspero, donde estaban retirados y entrados dentro de él una noche, vieron en una espesura de grandes árboles una casa cubierta de palmas y de tapia francesa, reconociendo entre la obscuridad de la noche lo que había dentro, vieron 4 ó 5 españoles y entre ellos el capitán Diego de Abreu que estaba despierto sin poder dormir a causa del gran dolor que tenía de un mal de ojos: Viéndole Escaso por un pequeño agujero, le apuntó con la jara de la ballesta y disparándola, le atravesó con ella por el costado, de que luego cayó muerto y así le trajeron atravesado sobre un caballo a la Asunción. Y porque el capitán Melgarejo reprobó este hecho y tomó por suya la demanda con tanta turbación, fue preso y puesto a buen recaudo, de que Francisco de Vergara su hermano quedó muy sentido y habiéndole avisado de lo sucedido al general que aún no estaba muchas leguas volvió personalmente a aquietar esta turbación, que estaba y ya a punto de una gran ruina, y así despachó a Melgarejo a su real donde había quedado con la gente Alonso Riquelme, quien a sus instancias le dio lugar para que fuese hacia el Brasil con solo un soldado llamado Flores, con quien empezó su viaje atravesando por los pueblos de los Guaranís y entró a la provincia de los Tupíes, enemigos de ellos y de los españoles y amigos de los portugueses. Luego los prendieron a ambos y atándolos con fuertes cordeles, los tuvieron 3 ó 4 días y al cabo de ellos mataron a Flores y, se lo comieron con grandes fiestas diciendo a Melgarejo que al día siguiente haría con él otro tanto. De este peligro fue Dios servido librarle por haberle soltado de la prisión una india, que le guardaba. Llegado a San Vicente casó con una señora, hija del capitán Becerra llamada doña Elvira, de la armada de Sanabria, como adelante diremos. Vuelto el general a su real halló menos a Ruy Díaz Melgarejo lo que sintió bastante y así le escribió luego una carta de mucha amistad, y le envió un socorro de ropa blanca y rescate para el camino y la misma espada de su cinta, que todo recibió Melgarejo excepto la espada por la dañada intención que llevaba contra él. Hecho esto continuó el general su viaje río arriba hasta el puerto de los Reyes, donde se desembarcó con toda su gente y atrajo al real servicio todos los pueblos comarcanos y caminando por los llanos rumbo al oeste sudoeste descubrieron muchas naciones de indios, que unos les salían de guerra y otros paz, y con diferentes sucesos fueron atravesando la tierra hasta los indios Mbayás y, pasando hacia la cordillera del Perú, dieron con los indios Frentones, que también llaman Nogogayes, gente muy belicosa, los cuales les informaron como estaban metidos en los confines de la gobernación de Diego de Rojas y que a mano derecha estaban las amplísimas provincias del Perú, de donde entendieron, que por aquella parte no había más que descubrir y así resolvieron volver para el norte y prosiguieron su derrota. Amotinándoseles más de 1500 indios amigos de los del ejército, por haber tenido noticia, que no muy lejos de allí estaban poblados otros de su misma nación llamados Chiriguanás, y así se fueron en busca de ellos como lo hicieron en otra ocasión el año de 1548. Y con esto y las muchas aguas que sobrevinieron en aquel año, determinó el general buscar sitio para la invernada con intento de entrar en la provincia del Dorado y descubrir los mojones que están a la otra parte del río Guapay, que como queda dicho es uno de los brazos del Marañón; pero habiendo acudido tanto las lluvias, anegaron toda aquella tierra, ya de las vertientes del Perú, ya de las de aquellos ríos, por cuya causa y viendo que se les aniquilaron los caballos, los indios que trajeron de la Asunción y los que de nuevo habían adquirido, padeciendo los mayores trabajos y miserias que hasta aquí nunca padecieron los españoles en las Indias, con tantas enfermedades que les resultaron de que murieron no pocos, determinaron dar la vuelta a sus embarcaciones, con tanta dificultad que no fue poca felicidad haber llegado a ellas, según la inundación de toda aquella tierra, causa de tanta perdición, por lo que llamaron a esta la Mala Entrada.
CAPITULO XII
De la población del río de San Juan y de como no pudo mantenerse y de la pérdida de la Galera
Después que el general Domingo de Irala volvió de la Mala Entrada, propuso a los oficiales reales la gran importancia que había de tener un puerto para escala de las embarcaciones en la entrada del Río de la Plata y de común acuerdo determinaron se fuese a poblar y para ello nombraron al capitán Romero hombre principal y honrado con 100 y tantos soldados. Salió de la Asunción en dos bergantines hasta ponerse en el paraje de Buenos Aires y, tomando a mano izquierda a la parte del norte pasó por junto de la isla de San Gabriel y entró por el río del Uruguay donde surgió en el río de San Juan y allí determinó hacer la fundación para lo que nombró competentes oficiales y regidores llamándola la ciudad de San Juan, de que tomó nombre aquel río. Desde algún tiempo los naturales de aquella tierra procuraron impedir la fundación haciendo muchos asaltos a los españoles de modo que no les daban lugar de hacer sus sementeras. Por cuya causa y la del poco socorro que tenían, padecían grande necesidad y hambre y haciéndolo saber Juan Romero a Domingo de Irala, fue acordado despachar una persona de satisfacción para que viese y considerase el estado de ese negocio y las dificultades que se ofrecían y, a la vista, se hiciese lo que más conveniese, para lo cual salió Alonso Riquelme de la Asunción en un navío, que llamaban la Galera con 60 soldados; antes de llegar al río de las Palmas entró por el de las Carabelas, que sale al del Uruguay, poco más adelante que el de San Juan y atravesando aquel brazo, llegó a este puerto con mucho aplauso de toda la gente, la cual halló muy enflaquecida, desconfiando ya de poder salir de allí con vida por contínuos asaltos que les daban los indios, cuyas causas y otras de consideración bien vistas ocasionaron acordar desamparar el puerto y, metiéndose toda la gente en los navíos que allí tenían subieron río arriba. Una mañana aportaron en unas barranqueras altas y peinadas, donde determinaron descansar y comer y estando sobre la barranca, haciendo fuego con 15 personas, súbitamente se desmoronó y cayó al agua, llevando a todos los que estaban arriba, los cuales todos se ahogaron y murieron con tal estrépito, que alteró toda el agua del río y con tal violento movimiento, que la Galera que estaba cerca fue trastornada, como si fuera una cáscara de avellana y, quedó con la quilla para arriba y se fue por debajo del agua más de mil pasos río abajo, hasta que topó el mástil en un bajío donde en una punta se detuvo y llegada la gente la volvieron boca arriba y hallaron dentro una mujer, que quiso Dios conservarla con vida todo este tiempo. No era menos el peligro que los demás padecieron con los indios enemigos, que al mismo tiempo los acometieron, que habían estado a la mira, esperando ocasión de hacerles daño y, peleando con ellos con gran denuedo, los resistieron y rechazaron, que con el favor de Dios y la buena diligencia del capitán fueron libres de tan manifiesto peligro. Esto sucedió el día de todos los santos del año 1552. Otras veces en que el mismo día han sucedido en esta provincia grandes desgracias y muertes y por esta razón es esta una fiesta temida y muy guardada en toda la provincia y aún la víspera y el otro día siguiente, sin hacer cosa alguna, aunque sea muy precisa.
CAPITULO XIII
De una entrada que hizo Domingo de Irala a la provincia de Guairá y lo que sucedió
En este tiempo llegaron a la ciudad de la Asunción ciertos caciques principales de la provincia del Guairá a pedir al general Domingo de Irala les diese socorro contra sus enemigos los Tupíes de la costa del Brasil, que con continuos asaltos los molestaban y hacían muy graves daños y robos con favor y ayuda de los portugueses, obligándole a ello el manifestarse vasallos de Su Majestad y que como tal debían ser amparados de modo que el general había dado su acuerdo sobre una petición tan justa, determinó ir en persona a remediar estos agravios y, prevenido de lo necesario, aprestó una buena compañía de soldados y otros muchos indios amigos y caminó con su armada y pasando por muchos pueblos de aquella provincia con mucho aplauso, llegó al río Paraná a un puerto arriba del gran Salto, donde los indios de aquel río vinieron a recibir al general, proveyéndole de bastimentos y demás menesteres y con sus canoas y balsas pasó a la otra parte a un pueblo de un cacique llamado Guairá de quien fue muy bien recibido y hospedado. Convocados los indios de aquella provincia, juntó mucha cantidad de ellos, y por su parecer navegó el Paraná arriba, hasta los pueblos de los Tupies, los cuales con mucha presteza se convocaron y tomaron armas, saliéndoles a recibir por mar y tierra, y tuvieron una reñida pelea en un peligroso paso del río, que llaman el salto de Abañandaba, y desbaratados los enemigos fueron puestos en huida y entraron los nuestros al pueblo principal de la comarca, donde mataron mucha gente y pasando adelante tuvieron otros muchos encuentros, con que dentro de pocos días trajeron a su sucesión y dominio aquella gente, y después de algunos tratados de paz prometieron no hacer más guerra a los indios Guaranís de aquél gobierno ni entrar por sus tierras como antes lo habían hecho. Por aquella vía despacharon a Juan de Molina para que por aquellos puertos fuese por procurador de la provincia a la corte dando relación a Su Majestad del estado de la tierra y hecho dieron vuelta con buen suceso al río del Pequirí. Con los naturales de aquel río se trató si habría comodidad o forma de bajar por aquel Salto dejando a una parte el mayor peligro hasta salir a lo navegable a lo cual los indios pusieron muchas dificultades por medio de un mestizo lenguaraz llamado Hernando Díaz. Este era un mozo mal inclinado y de peor intención que por haber sido castigado del general por sus excesos, estaba sentido y agraviado, y así dijo: que los indios decían ser fácil el bajar en canoas por aquel río dejando arriba el salto principal, que este era imposible navegarse. Y aunque en lo demás era el peligro muy grande con todo el general se dispuso que bajasen por tierra muchas canoas y se llevasen a echar abajo del Salto y de allí con maromas fuesen poco a poco río abajo, hasta donde se pudiesen cargar para hacer su navegación. Tomaron más de 400 canoas y con muchos millares de indios las llevaron más de 4 leguas por tierra hasta ponerlas en un pequeño río, que sale al Paraná, excusándose con esto de todo cuanto juzgaron ser malo, y bajando con gran dificultad salieron a un hervidero donde armaron las balsas y las cargaron de lo que llevaban. Navegaron por este río, huyendo por una parte, y otra de los peligros, que a cada paso topaban hasta que repentinamente llegaron a un paraje donde sin poderlo remediar se hundieron más de 50 balsas y otras tantas canoas con mucha cantidad de indios y algunos españoles que iban en ellas, y quizá hubieran perecido todos, si media legua antes no se hubiera desembarcado el general con toda su compañía, los que venían por la margen del río por sobre las peñas que a una y otra mano está lleno el río. Con este suceso el general quedó en punto de perderse por ser toda aquella tierra muy áspera y desierta, donde los más de sus amigos y naturales de la provincia le desampararon, de modo que le fue forzoso salir rompiendo por los grandes bosques y montañas hasta los primeros pueblos, y porque mucha gente de la que traía venía enferma y no podía caminar por tierra, dio orden de que en algunas canoas, que habían quedado se metiesen con algunos indios amigos, y se fuesen poco a poco a la sirga río abajo, yendo por caudillo un hidalgo extremeño llamado Alonso Encinas. Este acudió con lo que se le encargó con tanto cuidado, que salió de los mayores peligros del mundo en especial de un paso peligrosísimo que hace tales remolinos que parecen grandes olas, que sorben el agua hasta el abismo sin dejar en ambas orillas, cosa que no mueva y alborote, trabucándolo dentro de su hondura con tal velocidad que cogida una vez cualquiera cosa es casi imposible largarlo de aquella ola o abertura tan grande que una nao de la India fuera hundida con tanta facilidad como una nuez. Aquí les hicieron los indios de aquella tierra una celada pretendiendo echarlos a todos con sus canoas en este remolino. Alonso Encinas proveyó con grande diligencia que todos los españoles saliesen a tierra y con las armas en las manos acompañados de algunos amigos fuesen a reconocer el paso, y descubierta la celada pelearon con los indios de tal manera que los hicieron huir y así asegurados se fueron muy sosegados a sus canoas, y amarradas de popa y proa con fuertes cordeles las pasaron el riesgo una a una, con lo que fue Dios Nuestro Señor servido de librarlos de tan gran peligro y saliendo a salvamento supieron de los indios de aquella tierra, que habían entrado en el Río de la Plata unos navíos de España, y después de este suceso tan fatal y pérdida de tanta gente prendió el general a Hernando Díaz el mestizo. Y la noche antes del día en que había de ser ahorcado se escapó de la prisión y fue de huida al Brasil, donde topó con el capitán Hernando de Trejo quien por otros delitos, que allí cometió lo condenó a destierro perpetuo a una isla desierta, de que después salió con grandes aventuras que le sucedieron.
CAPITULO XIV
De la población de la villa de Ontiveros en la provincia de Paraná, donde algunos se retiraron a vivir
No se puede negar lo mucho que esta provincia del Río de la Plata debe a Domingo de Irala, desde que en ella sirvió de capitán y soldado y muchos más después que fue electo general de los conquistadores españoles que en ella estaban, procurando el aumento y utilidad del real servicio con la comodidad y sustento de sus vasallos de suerte que como verdad se puede decir, que se le debe la mayor parte del establecimiento de la tierra y los buenos efectos de ella como se colije de lo referido en esta historia. Habiendo considerado que hasta entonces no se había podido sustentar población alguna en la entrada del Río de la Plata, siendo tan necesario para escala de navíos que viniesen de España, determinó hacer una fundación en el camino del Brasil a la parte del este sobre el río Paraná, pues era fuerza haber de cursar aquel camino, por tener comunicación con los de aquella costa para avisar por aquella vía a Su Majestad del estado de la tierra. Y también por excusar los grandes daños y asaltos que los portugueses hacían por aquella parte en los indios de esta provincia llevándolos presos y cautivos sin justa guerra, vendiéndolos por esclavos y privándolos de su libertad los sujetaban a perpetua servidumbre. Y con esta resolución dio facultad al capitán García Rodríguez de Vergara, para que con 60 soldados fuese a hacer esta población, y tomando los pertrechos necesarios, salió de la Asunción el año 1554 y con buen suceso llegó al Paraná y pasó de la otra parte, donde fue bien recibido de los indios. Y considerando el puerto más acomodado para el asiento de su fundación, tuvo por conveniente hacerla una legua poco más o menos más arriba de aquel gran salto, en el pueblo de los indios sujetos al cacique Canendiyú, que era muy amigo de los españoles. Parecióle a García Rodríguez por entonces aquel sitio el mejor y más acomodado para su pretensión, por ser en el mismo camino del Brasil, y por la muchedumbre de naturales que en su contorno había. Esta fundación fue llamada la villa de Ontiveros, a similitud de la que era natural García Rodríguez, y hecha su población se mantuvo en ella algún tiempo, hasta que Domingo de Irala le hizo llamar para otros negocios de más consideración enviando allá persona que gobernase en justicia aquella villa, el que habiendo llegado, no le quisieron recibir, ni obedecer los poderes que llevaba con desacato de la reputación del general; quien enterado de cuanto en el asunto había pasado determinó enviar al castigo de esta osadía y a recoger los españoles, que andaban dispersos, al capitán Pedro de Segura, su yerno, con 50 hombres, que salió el año 1556, y habiendo llegado al río Paraná, en la inmediación del paso, hizo señas con grandes fuegos y humaredas, para que le trajesen algunas canoas o balsas en que pasar. Y habiendo entendido los españoles que estaban en la villa acordaron los más a que no les diesen pasaje, antes procurasen impedir su entrada, porque si la consentían, les había de costar caro el no haber querido admitir las órdenes de Domingo de Irala y porque estaban en la villa, también algunos de los parciales del capitán Diego de Abreu, y de los tumultuarios que andaban por los pueblos de los indios; y así luego tomaron las armas, y entraron en sus canoas y fueron a tomar una isla, que está en el río en la travesía del paso, sobre la canal del gran Salto. Y puestos allí en armas le requirieron al capitán Segura se volviese a la Asunción porque ellos no le habían de permitir poner los pies en la otra parte del río, sin que antes arriesgasen sus vidas. De todos estos que tan descaradamente se rebelaron, fue cabeza un inglés llamado Nicolás Colmán, que aunque tenía sola una mano izquierda, por haber perdido en una pendencia la derecha, era el más resuelto y atrevido soldado de cuantos allí estaban, como siempre lo mostró de modo que viendo el capitán Pedro Segura la insolencia y libertad de esta gente, determinó pasar una noche secretamente en unas balsas que hizo de madera, trozos y tablas. Y estando en efecto ya en punto de hacerse a medio río, salieron de la isla más de 100 canoas grandes y llenas de indios, con que los acometieron estando ya embarcados en las balsas, y les dieron una rociada de arcabuces y flechas; y respondiéndoles los de las balsas, que luego se echaron a tierra mataron a un soldado y algunos indios de los contrarios, los cuales habiendo dicho muchas libertades, haciendo caracoles, se volvieron a la isla, donde a más de la fortaleza de ella está junto a la canal de la caída principal de aquel salto, correspondiendo a otra isla, que dista de ella un tiro de arcabuz, que es tan larga que tiene más de 14 leguas de longitud, por cuya causa no pueden tener otro pasaje que aquel boquerón o distancia intermedia entre ambas islas y continuando la defensa del pasaje, pasados ocho días, constreñidos de necesidad, el capitán Segura dio vuelta con su compañía a la Asunción, y habiendo dado parte de este desacato al general Domingo de Irala, recibió de ello grande indignación y enojo, e hizo propósito de castigarlo con todo rigor de justicia. En este tiempo tenía a los naturales de aquella provincia, tan a su devoción y obediencia, que cualquier cosa por grave que fuese, siéndoles mandada de orden del general por cualquiera español o indio, era ejecutada puntualmente y así edificó en esta ciudad en muy breve tiempo una iglesia, que es hoy la Catedral de aquel Obispado, hecha de buena y bien labrada madera, paredes de tapia bien gruesa, y cubierta de tejas, hechas de una dura palma, y otros edificios y casas de consideración, que ennoblecieron aquella ciudad, de modo que estaba la república tan aumentada y abastecida en su población, abundancia y comodidad desde entonces hasta hoy. Porque demás de la fertilidad, y buen temperamento del cielo y suelo, es abundante de caza, pesquería y volatería, juntando la Divina Providencia en aquella tierra tantas y tan nobles calidades que muy pocas veces se habrán visto juntas en una parte. Y aunque al principio no se hizo el ánimo de fundar ciudad en aquel sitio, el tiempo y la nobleza de sus fundadores la perpetuaron. Está fundada sobre el mismo río Paraguay al naciente en tierra llana y hermoseada de arboledas y compuesta de buenos y extendidos campos. Ocupaba antiguamente la población más de una legua de largo y una milla de ancho, aunque el día de hoy ha venido a mucha disminución. Tiene a más de la iglesia Catedral, dos parroquiales una de españoles llamada de la Encarnación y otra de naturales del glorioso San Blas, a las que Su Santidad ha concedido muchas indulgencias plenarias, hay en ellas tres casas de religión: de Nuestro Padre San Francisco, Nuestra Señora de las Mercedes y de la Compañía de Jesús y un hospital de españoles y naturales. La traza de esta ciudad no está ordenada por cuadras y solares iguales, sino en calles anchas y angostas, que salen a las principales, como algunos lugares de la Europa. Es de sano temperamento aunque caluroso, por lo que suelen padecerse algunas calenturas y mal de ojos, resultas de los vapores y ardentía del sol, que se templa con la frescura de aquel gran río abundante de todo peces. Los campos proveídos de muchas gamas, ciervos y jabalíes, que vulgarmente llaman puercos monteses y antas casi del tamaño de una vaca de muy buena carne, tienen estas una pequeña trompa y un cerviguillo alto que es la más gustosa carne de toda ella y suelen cogerse en las lagunas y ríos donde de ordinario viven muchos tigres, onzas, osos y leopardos no muy carniceros. Los montes se componen de mucha diversidad de árboles frutales de frutos dulces y agrios, hermoseados de muchas y diversas aves canoras y hermosas, que lisonjean la vista, y oído. Finalmente es abundante de todo lo necesario para el sustento de los hombres que por ser la primera fundación, que se hizo en esta provincia he tenido a bien tratar de ella en este capítulo por ser madre de los que en ella hemos nacido y de donde han salido los pobladores de las demás ciudades de aquella gobernación.
CAPITULO XV
Del proveimiento que Su Majestad hizo de este gobierno en Juan de Sanabria
Después que Alvar Núñez Cabeza de Vaca llegó preso a Castilla y se vio en el consejo su causa, como queda referido, algunos caballeros pretendieron este gobierno, de esto fue un noble valenciano hombre de caudal que lo consiguió; pero luego se le opuso otro caballero vecino de Trujillo, llamado Juan de Sanabria, quien por sus méritos y calidades pidió a Su Majestad le hiciese merced de esta gobernación, de que resultaron entre ambos algunas diferencias pasiones y desafíos. Al fin tuvo Su Majestad a bien conceder al segundo la merced del gobierno con título de adelantado, como los demás lo habían tenido, y estando en la ciudad de Sevilla previniéndose de lo necesario para su armada, murió quedando disipada su hacienda en los gastos del apresto. Y por su fallecimiento quedó en la sucesión su hijo Diego de Sanabria, respecto de haber sido concedida a su padre por dos vidas; y porque en este tiempo le convino pasar a la Corte a algunos negocios que de nuevo se le ofrecieron determinó que caminase la armada del puerto de San Lúcar, de donde se hicieron a la vela el año 1552, una nao y dos carabelas en que venían doña Mencia Calderón, viuda del adelantado Juan de Sanabria difunto y dos hijas suyas llamadas doña María y doña Mencia. Venía por cabo de gente de esta armada Juan de Salazar de Espinoza, que por negociación que tuvo por medio del duque de Braganza de quien había sido criado, consiguió licencia de Su Majestad para volver a esta provincia con un hijo que se le dio en Portugal. Vinieron asimismo otros muchos caballeros hidalgos, entre los cuales venía Cristóbal de Saavedra, natural de Sevilla, hijo del corregidor mayor Hernando de Trejo y el capitán Becerra, que traían mujer e hijos en su navío y caminando por su derrota con felicidad, apartaron a la costa del Brasil y de allí vinieron a la de Santa Catalina a la laguna de los Patos y a la entrada de la barra se perdió el navío de Becerra con todo cuanto traía, excepto la gente, que toda salió a salvamento y habiendo llegado a tierra por algunas pendencias que se ofrecieron entre Salazar y el piloto mayor de la armada, fue depuesto del empleo y oficio, y eligieron por superior y cabeza al capitán Hernando de Trejo, con cuyas revueltas se disgustó mucha parte de la gente y se fue al Brasil. Y viéndose Hernando de Trejo desamparado de ella por hacer algún servicio a Su Majestad, determinó hacer una población en aquella costa y trayendo los soldados que pudo, fundó el año 1553 un pueblo en el puerto de San Francisco poniéndole su nombre. El puerto más capaz y seguro que hay en toda aquella costa, está en 25 grados poco más o menos de 30 leguas de la Cananea y otras tantas de Santa Catalina, que queda a la parte del Río de la Plata. Toda la costa es muy montuosa y de grandes bosques. Continuóse esta población con la asistencia de su fundador, que en este tiempo se casó con doña María de Sanabria de cuyo matrimonio hubieron el reverendísimo señor don Fray Fernando de Trejo, obispo de Tucumán. Puesta en efecto la población se dio luego aviso a Su Majestad de lo sucedido de que se dio por muy bien servicio por ser aquella una escala muy conveniente para la conquista de aquella tierra, y tránsito para el reino del Perú y demás partes occidentales. El año siguiente padecieron los pobladores muchas necesidades y trabajos y como toda la gente era de poca experiencia, no se daba maña a proveerse de lo necesario por aquella tierra, siendo tan abundante de caza y pesquería. Quienes más sintieron la penuria fueron las señoras doña Mencia y sus hijas, y otras que estaban en aquella población, de cuyos continuos ruegos se movió Hernando de Trejo a desamparar aquel puesto y dejar la fundación que tenía hecha: y conformándose todos en ello, se puso en efecto determinando ir por tierra a la Asunción, para donde caminaron mitad por el río con las mujeres por el río Ytabusú, mitad por tierra hasta la falda de la sierra, con orden de juntarse cada noche en su alojamiento, y así caminaron muchas jornadas por el mismo camino de Cabeza de Vaca, hasta que un día los que iban por tierra con el capitán Saavedra se apartó de ella una compañía de soldados por buscar algunas hierbas, palmas y otras cosas de comer, y apartándose más de lo que debían, no se pudieron juntar más. Y habiendo salido a buscarlos por aquellos bosques los hallaron muertos a los pies de los arbolitos cuyas raíces habían querido sacar para comer, murieron en esta ocasión 32 soldados y los que quedaron con el capitán Saavedra, se juntaron con los del río del cargo de Hernando Trejo. Y dejadas las canoas, subieron por una alta y áspera sierra de cuya cumbre descubrieron unos muy extendidos campos, todos poblados de indios, de quienes fueron muy bien recibidos, en especial de un cacique de aquella tierra llamado Tatuá y atravesando aquel territorio al río Yguazú, y de allí pasaron al de Atibagua provincia muy poblada de indios Guaranís, donde hicieron mansión muchos días, y prevenidos de los mantenimientos necesarios continuando su derrota por unos grandes llanos y fueron a salir a un pueblo de indios del cacique Sarabaña, que los recibió con mucha amistad y buen hospedaje. Y allí prosiguieron al río Ubay a un pueblo de indios que llamaron puerto de la Iglesia, por haber edificado en él Trejo una casa de oración para decir misa y doctrinar algunos indios. De aquí bajaron en balsas y canoas hasta otro pueblo llamado Aguaraes, arriba del pueblo de Roque donde hallaron muy buen acogimiento, abundancia de víveres, por lo cual determinaron pasar allí algún tiempo, y aún hacer una fundación. En este tiempo avisó a Domingo de Irala de lo que se le ofrecía en aquella ocasión. Ya Irala estaba noticiado por el Brasil como Su Majestad le tenía hecha merced de aquel gobierno. Pasados algunos meses habiendo tenido correspondencia de la Asunción se dispusieron a seguir su derrota y después de una larga peregrinación atravesaron aquella tierra y llegaron a la Asunción, donde Domingo de Irala pidió a Hernán de Trejo le diese razón porque había despoblado el puerto de San Francisco; y no habiéndole dado bastante satisfacción, le prendió y tuvo recluso, hasta tanto que llegase disposición de Su Majestad en este asunto. Al mismo tiempo llegaron por el río Paraná abajo, cierta gente de la que estaba en el Brasil, y con ella el capitán Salazar y Ruy Díaz Melgarejo marido de doña María digo de doña Elvira Contreras, hija del capitán Becerra, como queda referido y otros hidalgos portugueses y españoles, como Scipión Goes y Vicente Goes, hijos de un caballero de aquel reino llamado Luis Goes; éstos fueron los primeros que trajeron vacas a esta provincia, haciéndolas caminar muchas leguas por tierra, y después por el río en balsas, eran siete vacas, y un toro a cargo de un fulano Gaete, que llegó con ellas a la Asunción con grande trabajo solo por interés de una vaca que se le señaló por salario de donde quedó en aquella tierra un proverbio más caras que las vacas de Gaete. Llegados ante el general el capitán Ruy Díaz Melgarejo y Salazar fueron muy bien recibidos, sin hacer memoria de las antiguas diferencias, que entre ellos habían tenido.
CAPITULO XVI
De la entrada de don fray Pedro de la Torre primer Obispo de esta provincia y lo que proveyó Su Majestad
Muchos días había que se tenía noticia por los indios de abajo, como habían llegado de España ciertos navíos, que estaban en la boca del Río de la Plata. Estando Domingo de Irala ausente de la ciudad, en este tiempo de donde había salido con destino de hacer tablazón y madera para construir un navío de buen porte para enviarle a España para cuyo efecto llevó los oficiales y gente necesaria. En este tiempo llegó a la ciudad una canoa de indios llamados Agaces con aviso de que en la Angostura de aquel río, quedaban dos navíos, uno grande y otro pequeño a cuya noticia salieron algunas personas al reconocimiento de quienes eran los que venían. Encontraron 6 leguas de la ciudad y vieron al Ilustrísimo Señor don fray Pedro de la Torre, a quien a tal Príncipe con toda veneración besaron las manos, traía perdón general de Su Majestad. Venia también Martín de Orué, que había ido a la Corte de procurador de la provincia y volvía a costa de Su Majestad trayendo tres navíos de socorro con armas, municiones y demás menesteres con el nuevo prelado. Toda la gente de aquella ciudad recibió de ella mucha alegría, previniendo un solemne recibimiento a su pastor, que entró en la ciudad el año 1555, víspera del Domingo de Ramos con grandes regocijo y común aplauso de toda la república. Traía el Ilustrísimo cuatro clérigos sacerdotes y otros diáconos y de menores órdenes y muchos criados de casa que venía muy proveída por haberle mandado Su Majestad dar una ayuda de costa para el viaje y más de cuatro mil ducados en ornamentos, pontificales, campanas y otras cosas necesarias para el culto divino, que todo sirvió de ornato y lustre para aquella república. Venía también algunos hidalgos y hombres nobles, que todos fueron bien recibidos y hospedados. El buen pastor con paternal amor y cariño tomó a chicos y grandes bajo su protección y amparo con sumo contento de ver tan ennoblecida aquella ciudad, con tantos caballeros y nobles, de modo que dijo, que no debía cosa alguna a la mejor de España. Halláronse once clérigos sacerdotes muy honrados: el padre Miranda, Francisco González Paniagua, que después fue deán de aquella iglesia, el padre Fonseca, capellán de Su Majestad, el bachiller Hernán Carrillo de Mendoza, padre racionero que lo era de la ciudad de Toledo, Antonio Escalera, el padre Martín González. El licenciado Andrada y otros de quien no hago mención, con dos religiosos de San Francisco llamados fray Francisco de Armenta, y fray Juan de Salazar y otros dos mercenarios los cuales juntamente con los ciudadanos nobles y caballeros de la república recibieron con la debida solemnidad a su nuevo Obispo, de que luego enviaron a dar aviso al general, que recibió igual gozo y con él luego partió a la ciudad donde humildemente se postró a los pies de su pastor, vertiendo lágrimas de gozo y recibió su bendición, dando gracias a nuestra Señora por tan gran merced, como todos recibían aquella república. Luego el capitán Martín de Orué le entregó el pliego que traía cerrado y sellado de Su Majestad duplicado de otro que por la vía del Brasil se le había despachado con Esteban de Vergara su sobrino, de quien ya se tenía noticia cierta de como venía por tierra y llegó pocos días después con los mismos despachos, y otros que Su Majestad y real Consejo enviaban para el gobierno de esta provincia como adelante se expresara en los sucesos siguientes.
LIBRO III
En que se prosigue la conquista desde el año de 1555, en que Su Majestad hizo merced de esta gobernación a Domingo Martínez de Irala hasta la prisión del general Felipe de Cáceres y fundación de la ciudad de Santa Fe.
CAPITULO I
De la publicación de las cédulas de Su Majestad y de lo que en su virtud hizo el Gobernador Domingo Martínez de Irala
Aunque las cosas de esta provincia, y los sucesos han sido tan diferentes y adversos he procurado reducirlos a un breve compendio cuanto me ha sido posible, y por no haberlo podido conseguir algunas veces, me ha sido forzoso alargarme algo más por dar alguna noticia que ocurre conducente al sentido de mi historia por manifestar algo de lo mucho que el tiempo ha borrado de la memoria, tanto de lo que ha acaecido en esta provincia, como en las otras comarcas, que más de una vez hacen a mi propósito, y así me ha sido preciso en la narración a veces hacer algunas interrupciones, ya de las circunstancias, ya de los tiempos en que acaecieron hasta que concluida vuelvo al hilo de la historia.
Luego que Domingo de Irala recibió los pliegos, cédulas y demás providencias de Su Majestad convocó a los oficiales reales y demás capitulares de la república y en presencia de todos fue leída la cédula de Su Majestad en que le hacía merced del gobierno de aquella provincia en cuyo obedecimiento luego fue recibido al ejercicio de tal empleo y demás privilegios que se le concedían con aplauso universal. Leyéronse asimismo otras cédulas y provisiones que venían a favor de los conquistadores como era habérseles de encomendar los indios, nombrar personas suficientes para el consejo, oficiales de real hacienda y finalmente para hacer todas las ordenanzas necesarias, al provecho y utilidad así de los españoles, como de los indios de la jurisdicción para encomendarlos como estaba dispuesto, para lo que se determinó que saliesen cuatro personas a empadronar los indios de toda aquella jurisdicción con toda distinción tomando cada uno diferente camino; y habiendo vuelto se halló número de 27000 indios de armas situados en 50 leguas circulares al norte y sur etc., hasta el río Paraná, excepto los que estaban al oeste que por ser de diferentes naciones, tan bárbaras no se pudieron empadronar y repartir por entonces, por cuya causa y la de ser muchos los conquistadores no pudo acomodarlos, sino en poca cantidad de que se lastimó no poco el gobernador por no haber podido complacer su genio que era naturalmente largo y generoso, inclinado a hacer bien a todos con que vino a ceñirse a gratificar a los que pudo según las ventajas de sus méritos, estos fueron 400 dando a unos 30 a otros 40 y dejando a los demás para beneficiarlos en otras poblaciones y conquistas, que en adelante ocurriesen, porque con el corto número de indios, no le fue fácil gratificar a todos a proporción de los grandes trabajos, que les había visto pasar, y de modo que pudiesen darles los indios necesarios para una regular congrúa; y hecho el repartimiento hizo para el buen régimen de indios y encomenderos ciertas ordenanzas que hasta hoy se observan, por haberlas confirmado Su Majestad. Hizo asimismo alcaldes ordinarios que fueron Francisco Ortíz de Vergara y el capitán Juan de Salazar Espinoza regidores y alcaldes de la hermandad. Nombró por alguacil mayor de la provincia a Alonso Riquelme de Guzmán, por su teniente general al capitán Gonzalo de Mendoza. Con estas elecciones y estatutos estaba la república en este tiempo en mejor establecimiento que jamás se había visto y con aquel régimen y buen gobierno cada uno procuraba contenerse en los limites de su esfera, a proporción de su calidad y obligación. Señaláronse también diputados y examinadores para cada agencia de artes y oficios necesarios a la república. Señaláronse dos maestros de navíos a cuya escuela iban más de 2000 personas, teniendo particularísimo cuidado en su enseñanza, que recibían con mucha aplicación. Estaban al fin todas las cosas en tan buen estado, que aquel Ilustrísimo Prelado varias veces dijo en el púlpito que estimaba en más aquel obispado de que Su Majestad le había hecho merced, que el mejor de Castilla. Determinóse asimismo cuidar de lo espiritual con tanto fervor y caridad del prelado y demás sacerdotes, que todos parecían uno solo en sus dictámenes y voluntad, haciendo cuanto a este santo era conducente. A todo concurría el gobernador y cabildo puntualmente al común beneficio espiritual de españoles e indios de toda la provincia, de modo que con grande uniformidad, y general aplauso, y aplicación se dedicaron al culto divino, exaltación de Nuestra Santa Fe y enseñanza de la doctrina cristiana.
CAPITULO II
De como el capitán Pedro de Segura Zavala fue enviado al despacho de la nao que vino de Castilla y quedó en el puerto de San Gabriel
Pocos días después de la llegada de Martín de Orué con el Obispo llegó también del Brasil Esteban de Vergara con el duplicado del pliego de Su Majestad que antes dijimos; traía también otras cédulas y reales ordenanzas en conformidad de la nuevamente hecha por Su Majestad en Barcelona para el buen gobierno de las Indias con algunas bulas pontificias, e indulgencias concedidas a las iglesias, y cofradías de esta ciudad en especial a la Santa Lucia o Encarnación, de que recreció en todos los fieles suma devoción y consuelo. Y habiendo de dar cuenta a Su Majestad del estado de la tierra, en la nao que quedó en la boca del Río de la Plata, en la isla de San Gabriel, fue enviado el capitán Pedro de Segura Zavala con los pliegos que se enviaban al Rey, y a su real consejo y para que bajo de su orden fueron los pasajeros, que debían de ir a Castilla y que trajese todo lo que Su Majestad había enviado de socorro para esta conquista, como armas y municiones que habían quedado en la nao. A este fin salió de la ciudad en un bergantín con buena compañía de soldados, llevaba en su compañía al capitán García Rodríguez y don Diego de Barba, del orden de San Juan que iban a España; el primero del orden del Rey y el segundo llamado de su gran maestre, para lo cual y todo lo demás, que de la real hacienda se había de traer se le dio por el gobernador y oficiales reales a Pedro de Segura comisión bastante, en cuya virtud habiendo llegado donde estaba la nao embarcó en ella la gente y pasajeros entre los cuales iba Jaime Resquín, de quien en otro lugar hicimos mención. Este luego que llegó a Castilla consiguió despacho para gobernar esta provincia y por ciertos sucesos que tuvo en la mar no llegó con su armada, siendo una de las más numerosas, que habían salido para esta conquista. Despachada la nave volvió el capitán Segura con su bergantín río arriba trayendo consigo los sujetos que habían venido de Castilla, que quedaron en guardia de la nao, de éstos era el capitán Gonzalo de Acosta que traía dos hijas de las cuales casó una con el contador Felipe de Cáceres. Este portugués había ido a Castilla por capitán de la carabela en que llevaron preso a Alvar Núñez Cabeza de Vaca y por orden de Su Majestad volvió de piloto mayor de la armada del Obispo. Llegado que fue el capitán Pedro de Segura a la Asunción con las armas y municiones de cuenta de Su Majestad fueron repartidas muchas de ellas a los soldados y personas que las hubieron menester en precios moderados con acuerdo del gobierno y oficiales reales. Después determinó el gobernador despachar a Nuflo de Chaves a la provincia del Guairá a reducir aquellos naturales y remediar los contínuos asaltos de los portugueses del Brasil que los venían a llevar para esclavizarlos. Caminó Nuflo de Chaves con una compañía de soldados que llegó al Paraná procurando conservar la paz con aquellos naturales. Pasó adelante y entró por otro río que viene de la costa del Brasil llamado Paranapané, que es muy poblado de indios de quienes fue bien recibido; y dejando este río navegó otro que entra a mano derecha llamado Latibajiba que es muy caudaloso y rápido con muchos saltos y arrecifes y pasando por los pueblos que están a sus márgenes, llegó a los fronterizos que estaban cercados con fuertes palizadas a precaución de sus enemigos los Tupíes y Tobayaraes del Brasil y de los portugueses de aquella costa; habiéndoles asegurado con cartas y papeles que les dio para aquella gente, dio vuelta por otro río y saltando en tierra en aquellos pinales visitó los indios que allí había y puso freno a la libertad y malicia de sus enemigos. Hecho esto, dio vuelta por otro camino y llegó a una comarca de indios llamados Peabiyues: éstos cierto día acometieron al real de los nuestros en gran número a persuasiones de un hechicero, que ellos tenían por santo llamado Cutiguará que les dijo que los españoles traían consigo pestilencia y mala doctrina, por lo cual se habían de perder y consumir y que toda su pretensión era quitar a los indios sus mujeres e hijas y reconocer aquellas tierras para poblarlas después con lo cual se determinaron para el asalto con tanta confianza del vencimiento que descubiertamente se pusieron en campaña y atacaron a los nuestros, acometiéndolos con tanta furia, que a no haber estado en tan buen sitio y tan fortificados, aquel día los hubieran acabado, más defendiéndose los nuestros con igual valor, fue Dios servido sacarlos de aquel aprieto, en que murieron muchos indios y algunos pocos de los nuestros que solo fueron muertos 3 soldados españoles. Saliendo de este distrito bajaron a unos grandes palmares en que habitaban muchos indios con quienes tuvo algunos encuentros, y pacificándolos con buenas razones y dádivas los redujo a quietud trayendo consigo algunos principales a la ciudad de la Asunción donde todos fueron muy bien recibidos del gobernador.
CAPITULO III
De las poblaciones que en este tiempo hizo el gobernador y las cosas que en ellas acaecieron
Habiendo considerado Domingo de Irala la mucha gente española, que tenía y la poca comodidad en las encomiendas que les repartió en aquella ciudad: acordó de lo que sobre el asunto debía hacer y consultado con el prelado, oficiales reales y demás capitulares, fue resuelto se hiciesen algunas poblaciones, donde se pudiesen acomodar los que habían quedado sin parte, con esto se determinó hacer una población en la provincia de Guairá por ser escalón para el camino del Brasil, reduciendo a un cuerpo la poca gente que allí había quedado de la villa de Ontiveros con la que de nuevo se despachase para esta fundación, lo cual fue cometida al capitán Ruy Díaz Melgarejo. Otra fundación se dispuso hacer en la provincia de los Xarayes en el río del Paraguay arriba, 300 leguas de la Asunción por ser tan escogidos territorios y tan cercano al Perú y a las otras partes de que se tenía noticia haber mucha riqueza. Esta fue encargada a Nuflo de Chaves. Para poner estas disposiciones en efecto se alistaron los vecinos y dispuestas las cosas partió el capitán Melgarejo con 100 soldados y llegado felizmente al Paraná, pasó a la otra parte a los pueblos de Guairá y habiendo especulado la disposición del terreno, hizo su fundación 3 leguas mas arriba de la villa de Ontiveros, con título de Ciudad Real, donde agregó toda la gente que antes había quedado en la cercanía de aquel peligroso Salto, por haber contemplado ser mejor el sitio en que se hacía esta fundación que el de la villa de Ontiveros. Empezóse esta fundación a los principios del año 1557 en sitio rodeado de grandes bosques y arboledas sobre el propio río Paraná en la boca del río Pequirí. Es el temperamento poco sano, porque a más de los vapores que salen de los montes, está bajo el trópico de Capricornio por cuya causa es muy nocivo el calor del sol, y causa en el otoño fiebres agudas y pesadas modorras, aunque estas molestias pocas veces padecen los naturales. Es paraje abundante de caza y pesquería y todo género de volatería. Algunos de aquellos pueblos llegado el tiempo de las enfermedades, se retiran a otros ríos, que vienen de tierra adentro, que también están poblados de otros indios y es temperamento más benigno, por ser terreno más alto. Empadronáronse en esta comarca 40.000 indios con sus mujeres e hijos, los cuales fueron encomendados a setenta vecinos, que por algunos años los tuvieron con gran sosiego, siendo tratados los encomenderos con gran respeto de los naturales y tan abastecidos de los frutos de la tierra, como azúcar, algodón, lienzo y cera: siendo los telares de aquellos indios tenidos en mejor reputación que todos los de la gobernación con el transcurso del tiempo fue faltando el servicio de los indios por causa de los contínuos asaltos que les daban otros indios enemigos por el río, con que vino la ciudad a gran disminución y miseria como adelante se dirá.
CAPITULO IV
De la salida del capitán Nuflo de Chaves a la población de los Xarayes y sucesos de ellos
Habiéndose aprontado el capitán Nuflo de Chaves para la fundación que se había encomendado con la gente que se ofreció ir acompañándole, salió de la Asunción el año 1557 con 220 soldados, y más de 1500 amigos, buen número de caballos y bien proveído de armas y municiones, la armada del río iba en 12 barcos de velas y remos y muchas canoas, y balsas, que navegaron felizmente. Los demás fueron por tierra, siguieron su viaje hasta el puerto de Itatín, donde se embarcaron juntamente con los indios amigos que llevaban hasta reconocer la tierra de los Guayarapos, los cuales salieron de paz en sus canoas y pasando adelante, llegaron a las bocas de dos o tres ríos o lagunas y entraron por una llamada Araguay, río poblado de muchos indios de nación Guatos, los cuales logrando la comodidad determinaron hacer una celada, metiendo sus canoas debajo de grandes embalsados y encubriéndose mucha cantidad de indios, aguardaron que pasase la fuerza de la armada y repentinamente salieron de la celada y acometieron por la retaguardia, donde mataron 11 españoles, y más de 80 indios amigos con que se trabó una muy reñida pelea entre unos y otros. Los enemigos se retiraron victoriosos del combate que fue el día 1º de Noviembre. Y tornando la armada a tomar el río principal, prosiguieron adelante con contínuos asaltos que les daban aquellas naciones, principalmente los Payaguás. Pasaron el puerto de los Reyes y llegaron a la isla de los Orejones donde descansaron algunos días y de allí prosiguieron al puerto de los Peravayanes provincia de los Xarayes, y saltaron a tierra muy contentos de su buen temple, y disposición, aunque no hallaron sitio tan acomodado como convenía. Y así fue determinado por Nuflo de Chaves correr primero aquella tierra y buscar planta para su fundación. Salió con toda la gente de su armada a tierra adentro dejando al cuidado de los indios Xarayes todas las embarcaciones, pertrechos y vituallas que no pudieron comodamente llevar. Y entrando por aquel territorio, llegaron a un pueblo muy grande llamado Paysurí, nombre del indio principal de aquella comarca el cual salió a recibirle de paz y prosiguiendo su camino, llegaron a los pueblos de los Jaramasis donde se detuvieron algún tiempo, hasta la cosecha del maíz y después saliendo de este distrito, fueron revolviendo al poniente por algunos lugares y pueblos de naturales, de quienes tomaron lengua, y algunas noticias de riquezas, mucho oro y plata, y que por aquella frontera y serranías del Perú había indios guaranís, llamados Chiriguanás, con cuya noticia caminó el general con su campo por unos bosques muy ásperos en demanda de los llamados los Trabasicosis, por otro nombre Chiquitos, gente muy belicosa e indómita con quienes tuvieron varios reencuentros y escaramuzas, procurando impedir el paso a los nuestros y se les antepusieron en una fuerte palizada convocándose para ello todos los indios de aquella comarca y visto por el general y demás capitanes, determinaron atacarlos y ganarles el fuerte, dominando su soberbia para ejemplo de las demás naciones, sin embargo de saber la muchedumbre de gente y flechería de palos venenosísimos, teniendo también emponzañadas las puntas de sus dardos y picas hechas de palos tostados y muchas y agudas puntas clavadas en la tierra alrededor de la palizada, circulada de fosos y trincheras bien dispuestas. Y determinado el asalto, llegaron los nuestros hasta la palizada a pie y a caballo, matando a cuantos toparon y rompiendo la palizada por muchas partes hasta ponerse dentro, donde fue sangriento y obstinado el choque que se tuvo con aquellos feroces indios, que al cabo de larga resistencia fueron vencidos y salieron muchos huyendo a otros pueblos vecinos. Hízose una grande presa de hombres y mujeres aunque a mucha costa, porque a más de los indios y españoles que allí quedaron muertos salieron muchos heridos, como también la mayor parte de los caballos, que poco después murieron rabiando del veneno. Por cuya causa y la de estar muy distante el puerto donde habían dejado las embarcaciones, trataron de retroceder, hacia los Xarayes como al lugar que se les había señalado para la población, como se lo propusieron y pidieron a Nuflo de Chaves, quien de ningún modo quiso asentir a ella por pasar a los confines del Perú con intento según se entendió de dividirse del gobierno del Río de la Plata y hacer otra distinta provincia en que él fuese superior.
CAPITULO V
Como en este tiempo murió el gobernador Domingo de Irala y lo que sucedió a Nuflo de Chaves
Luego que partió de la Asunción Nuflo de Chaves para su destino, salió el gobernador a ver lo que hacia la gente que trabajaba en la madera y tablazón en un pueblo de indios para acabar una hermosa iglesia y sagrario, que se hacia para Catedral, y estando en esta diligencia adoleció de una calentura lenta, que poco a poco le consumía quitándole la gana de comer, de que le resultó un flujo de vientre, que le forzó venir a la ciudad en una hamaca, porque no podía de otro modo; y habiendo llegado, se le agravó el achaque, tanto que luego trató de disponer las cosas de su conciencia, lo mejor que pudo y era menester, y recibidos los Santos Sacramentos con grandes muestras de su cristiandad, murió a los siete días que llegó a la ciudad, teniendo a su cabecera al obispo y otros sacerdotes, que le ayudaron en aquel trance. Fue general el sentimiento en toda la ciudad y su comarca de modo que todos así españoles como indios gritaban: “Ya murió Nuestro Padre ahora quedamos huérfanos”. Hasta los que eran contrarios al gobernador hicieron demostraciones no esperadas de sentimiento. Dejó por su muerte teniente general a su yerno Gonzalo de Mendoza, que luego después del entierro fue recibido por tal en el cabildo con común aplauso por ser un caballero muy honrado, afable, discreto, imparcial y querido de todos. Este procuró con gran cuidado llevar adelante las cosas empezadas por el gobernador. A los capitanes pobladores despachó cartas de lo que se debía hacer, ofreciéndoles el socorro y ayuda conveniente. Nuflo de Chaves había dispuesto exceder a las instrucciones que le había dado el gobernador de modo que le habían entendido sus soldados, por lo que estaban resueltos a volver a los Xarayes, de que resultaron no pequeñas diferencias, hasta que la muy mayor parte de la gente que estaba dividida de él hizo un requerimiento que por ser a nuestro propósito lo quise copiar.
“Los vecinos y moradores de la Asunción y los demás que ella salimos para la Provincia de los Xarayes y en nombre de los ausentes y heridos que aquí no parecen, por los cuales a mayor abundamiento prestamos voz y caución por ser lo de suso contenido en servicio de Dios Nuestro Señor, de Su Majestad y bien general de este campo, en la forma que más en derecho haya lugar, pedimos a vos Bartolomé Gonzales, escribano público del número en estas provincias del Río de la Plata, nos deis por fe y testimonio, en manera que haga fe, lo que en este escrito pedimos y requerimos al muy magnífico señor capitán Nuflo de Chaves que está presente, como ya su merced sabe y a todos es notorio como por acuerdo y parecer del reverendísimo señor Don fray Pedro de la Torre, obispo de estas provincias y de los muy magníficos señores oficiales reales de Su Majestad que residen en dicha ciudad de la Asunción el ilustre señor gobernador Domingo de Irala le dio facultad y comisión para que saliese a poblar la provincia de los Xarayes y por su merced aceptada nos ofrecimos con nuestras personas, armas, y haciendas a servir a Su Majestad en tan justa demanda como más largamente se contiene en los testimonios y capitulaciones que se hicieron a que nos remitimos en razón de lo cual por servir a Dios Nuestro Señor y a la Real Majestad fuimos movidos a salir de la dicha ciudad de la Asunción con el dicho señor general en nuestros navíos y canoas, armas, municiones, caballos, e indios de nuestros repartimientos, con las demás cosas necesarias, para sustento de la dicha población. Y habiendo navegado por el río arriba del Paraguay después de muchos trabajos, muertes, pérdidas, y desgracias, llegamos con su merced a los 29 del mes de Julio del año próximo pasado de 1557 a los dichos Xarayes y puerto de los Peravayanes, donde creímos se hiciese dicha población y después de vista y considerada la tierra y el tiempo estéril y necesidades, que se representaron por acuerdo y parecer que el dicho señor general tomó fue resuelto se buscare sitio y lugar conveniente para el sustento y perpetuidad de dicha población. Y así salió con este intento con toda la armada por fin del mes de Agosto dejando en el dicho puerto 15 navíos, 8 anegados y 7 varados, y todas las canoas y demás pertrechos que se traían con cantidad de ganados mayores, bajo de la confianza y recomendación de los Xarayes por la satisfacción y antigua amistad que con ellos se ha tenido y puestos en camino con diversos sucesos, llegamos al pueblo del Paysurí, indio principal que nos recibió de amistad y de allí al de Povocoigi, hasta los pueblos Saramacosis, donde estuvimos hasta tanto que los mantenimientos sembrados granasen en el cual asiento su merced tomó relación de los indios Guaranís y de otros que habían sido sus prisioneros de las secretas disposiciones de la tierra y de la que comúnmente llamamos la gran noticia, en cuyas fronteras se decían estaban poblados los dichos Guaranís, donde todos entendieron sería la población en los términos de los indios Travasicosis que por otro nombre llamamos Chiquitos, no porque ellos lo sean, sino porque viven en casas pequeñas y redondas concurrían las calidades que convenían a la dicha fundación por lo cual su merced informándose del camino, vino con toda la gente en demanda de los pueblos Guaranís y del cacique, que se dice Ybiraipí, y el más principal Peritagua. Y de donde llevando los dichos indios por guías llegamos a este territorio, donde al presente estamos, reformando la gente española indios amigos y caballos de los trabajos y peligros pasados, y por ser los naturales de este partido la más mala gente, feroz, indómita, de cuantas hasta ahora se han visto, no han querido jamás venir a ningún medio de paz, ante los mensajeros, que para ello les han enviado, se los han muerto, despedazado y comido, procurando por todas las vías posibles echarlos de la tierra, inficionando las aguas, sembrando por todas las partes púas y estacas emponzoñadas de yerba mortal, con que nuestra gente ha sido herida y muerta. Y así mismo han hecho juntas y llamamientos y venido sobre nosotros con mano armada, a los cuales hemos resistido con la ayuda de nuestro señor no sin notable daño ni perjuicio nuestro y de los caballos e indios, que traemos nuestros amigos, de manera que su merced el señor general por salir de la contienda de esta gente informado que más adelante había otras poblaciones de indios más benévolos, llamados Caguaimbucú, dando lado a los enemigos de esta comarca y con guías que para ello se buscaron partió con todo el campo. Y habiendo caminado dos días por despoblado, creyendo todos, que íbamos dando lado a los inconvenientes de la guerra, al tercero día los que venían de vanguardia, se hallaron dentro de una gran población y en un camino raso vieron un fuerte rodeado de un gran foso y lanzas y púas venenosas sembradas alrededor, con gran número de gente para su defensa y resistencia, donde tomando alojamiento se les envió a requerir de parte de Su Majestad con la concordia y amistad, que no quisieron admitir; mas antes por oprobio e injuria nuestra mataron a los mensajeros, y salieron fuera de la palizada y fuerte, y retaban a pelear y escaramuzar, tirando muchas flechas con amenazas y fieros por lo cual su merced y los demás capitanes, fueron de parecer romper con ellos y castigar la indómita fiereza de esta gente, porque de otra forma crecerían en soberbia y atrevimiento y en cada paso nos saldrían a los caminos, recibiendo mucho daño de ellos, y así llegó el día de acometerlos a pie y a caballo, puesto en efecto con gran riesgo de los españoles y violencia de los enemigos, les ganamos su fortificación y rompimos la palizada, de donde lanzados con muerte de mucho número de ellos fueron puestos en sujeción y dominio tan a costa de nuestra parte que demás de los que allí murieron fueron heridos más de 40 españoles y más de 100 y tantos caballos y 700 indios de los cuales heridos por ser (roto) y mortal en doce días fallecieron diez y nueve españoles y trescientos indios y cuarenta caballos, sin que se haga juicio de los que en adelante corren este peligro si la majestad de Dios no lo remedia. Por cuyas causas y por las que cada día pueden suceder si en esta cruelísima tierra nos detuviésemos y por ellas caminásemos siendo como todos dicen. Y habiendo noticia que los de la comarca eran peores y de peor condición, habiendo venido nuestro campo en grande disminución, de que se presume que pasando adelante, nos desampararían los indios amigos que traemos en nuestra compañía, de que puede resultar total ruina y perdición de todos los que a esta jornada hemos venido. Por tanto unánimes y conformes requerimos al señor general unas dos y tres veces, y tantas cuantas en el caso se requiere, que con toda la brevedad posible se retiren y salga de esta tierra con la mejor orden y seguridad que convenga v vuelva por el camino que vino y se vaya, y asiente en tierra pacífica y segura, como son las que antes hemos dejado, para que convalecidos y reforzados de los trabajos, riesgos pasados se pueda consultar con deliberado consejo lo que más convenga al servicio de Dios y de Su Majestad y si con todo su merced perseverase en pasar adelante como se ha entendido, le protestamos las muertes, daños y pérdidas y menoscabos, que en tal caso se siguieron y recibieren así los españoles como los indios amigos y naturales y ponemos nuestras personas, haciendas, feudos y encomiendas que de Su Majestad tenemos debajo de la protección de su Real amparo y cumplimiento de la orden e instrucción que le fue dada, y cometida para el efecto de la población y sustento de ella para lo cual todos estamos dispuestos conformes a observar y cumplir lo que en este caso debemos y estamos obligados todo lo cual que de dicho es pedimos al presente escribano nos lo deis por testimonio en pública forma de manera que haya fe para presentarla a Su Majestad y en los demás tribunales donde viéramos que más nos convenga y a los presentes nos sean testigos y lo firmamos de nuestros nombres – Rodrigo Osuna – Lope Ramos – Melchor Díaz – Pedro Méndez – Diego de Zúñiga – Francisco Díaz – Diego Bravo de la Vega – Juan Hurtado de Mendoza – Andrés López – Martín Notario – Francisco Alvarez Gaitán – Rodrigo de Grijalva – Francisco Rodríguez – Anton Conejero – Juan Riquelme – Bernabé González – Juan de Pedraza – Pedro de Sayas Espeluca – Antonio de Sanabria – Vasco de Solis – Julián Jiménez – Antonio de Castillo – Diego de Peralta – Juan Viscaíno – Diego Bañuelos – Gabriel Logroño – Nicolás Verón – Juan de Quintana – Bartolomé Justiniano – Cristóbal de Alzate – Baltazar García – Alonso Hernández – Pedro Coronel – Diego de Tobalina – Juan Ruiz – Bartolomé de Vera – Juan Barrado – Bernardo Genovés – Juan Campos – Alonso López de Trujillo – Francisco Sánchez – Pedro Campuzano – Alonso Portillo – Juan Calabrés – Francisco Bravo – Pedro Cabezas – Alonso Parejo – Pantaleón Martínez – Alonso Fernández – Blas Antonio – Juan de Lopes – Hernando del Villar – Antonio Roberto – Francisco Delgado – Diego Díaz Adorno – Juan Salgado – Gonzalo Casco – Pedro de Segura“.
Hecho este requerimiento al general Nuflo de Chaves como va expresado, no fue bastante a persuadirlo a hacer lo que los más de su comitiva le pedían y requerían ante con gran indignación respondió determinadamente que de ninguna manera daría vuelta para el puerto sino continuar el descubrimiento de aquella tierra pasando adelante como pretendía, de aquí nació el que la gente se dividiese luego en dos partes: La una y más principal bajo de las órdenes de Gonzalo Casco a quien nombraron por caudillo, y se le agregaron más de 140 soldados poco más de 60 quedaron a las órdenes del general a quien no quisieron desamparar.
CAPITULO VI
De lo que sucedió al general Nuflo de Chaves después de la división de su armada
La provincia de Santa Cruz de la Sierra fue descubierta primeramente por Juan de Ayolas y después pasaron por ella otras muchas armadas de la provincia del Río de la Plata como queda expresado en esta historia, hasta esta última vez en que hizo su viaje Nuflo de Chaves lo que por ser perteneciente a esta historia y donde más se consumieron las fuerzas, armas y naturales de aquel gobierno trataré esta materia con la posible brevedad.
Partidos los soldados del campamento de Nuflo de Chaves bajo la conducta de Gonzalo de Casco hacia el puerto donde había dejado sus navíos, el capitán Nuflo de Chaves caminó con el resto de la gente hacia la parte del occidente con tanto valor y determinación, como si llevase un poderoso ejército y pasando por varios grandes pueblos de indios llegó al río Guapay y pasando a la otra parte a los llanos de Guilguerogota envió a llamar a los Guaranís o Chiriguanás al tiempo que había llegado del Perú un capitán llamado Andrés Manso con buena compañía de soldados, con orden y comisión de poblar aquella tierra por orden del marqués de Cañete, virrey que fue del Perú. Este con la noticia de la entrada de Nuflo de Chaves caminó a largas jornadas hasta dar con él, donde tuvieron grandes diferencias sobre el derecho de conquista diciendo Andrés Manso que toda aquella tierra pertenecía a su gobierno concedida por el excmo. señor virrey de aquel reino. El capitán Nuflo de Chaves alegaba que le pertenecía este derecho, así que la antigua posesión que los de Río de la Plata tenían de aquella conquista como por la comisión y facultad, que traía de poblarla y conquistarla en estas competencias estuvieron ambos capitanes algunos días, hasta que la real audiencia de La Plata avisada del caso dio orden de componerlos para lo cual fue enviado, Pedro Ramírez de Quiñónez regente de aquella Audiencia y les puso término y límite para que cada uno conociese lo que le tocaba la jurisdicción, con que estuvieron muchos días los dos capitanes no muy distantes entre sí. En este tiempo determinó Nuflo de Chaves pasar al Perú, y de allí a la ciudad de los Reyes a verse con el virrey, dejando por su lugarteniente a Hernando de Salazar, que era casado con la hermana de su mujer, el cual habiendo adquirido la voluntad de los soldados de Andrés Manso y trabando amistad con ellos mañosamente le prendió en cierta correduría, y preso le despachó al Perú, agregando a su campo los soldados de Andrés Manso, de modo que estaba este campo bien aventajado para cualquier efecto. Llegado Nuflo de Chaves a la ciudad de los Reyes dio cuenta al marqués de Cañete del estado de aquella conquista, que decía era muy rica y abundante de gente que le obligó a que diese el gobierno a don García de Mendoza su hijo el cual nombró por su teniente general a Nuflo de Chaves así por sus méritos y servicios como por estar casado con doña Elvira de Mendoza hija de Don Francisco por cuyo pariente se trataba. Y ayudándole con toda la costa necesaria para su entrada se volvió a esta tierra, donde fundó la ciudad de Santa Cruz en medio de sus términos al pie de una sierra y a la ribera de un vistoso río poblado de muchísimos naturales que se empadronaron más de 70.000. Está a la parte septentrional del Río de la Plata, como a la de Andrés Manso, que a este tiempo volvía a entrar con algunos soldados en prosecución de su manda, por la frontera de Tomina y en la serranía de una sierra llamada Cuzcotoro y en un acomodado valle fundó una población en que nombró regidores y oficiales de que después tuvo contradicción por la ciudad de la Plata, que despachó a Diego Pantoja a impedir la población y prender a Andrés Manso, por intruso en su jurisdicción y habiéndole éste esperado en un peligroso y estrecho paso le arcabuceó con sus soldados, de modo que el alcalde Diego Pantoja no pudo pasar adelante y a persuasiones de Martín de Almendras y Cristóbal Barba se volvió a la ciudad. Poco después Andrés Manso alzó su gente, y se fue a un pueblo de Chiriguanás llamado Zapirin y saliendo a los llanos a Tarinquí distante 12 leguas sobre un arroyuelo asentó su real e hizo su población en que le acudieron de paz todos los indios comarcanos, dándole obediencia. En este tiempo los Chiriguanás despoblaron un pueblo que estaba sobre la barranca del río Guapay, 40 leguas de Santa Cruz, y muerto al capitán Pedraza, Antonio Cabrera, y los demás pobladores y hecho este daño vinieron sobre la población de Andrés Manso, poniéndole cerco una noche y la quemaron por todas partes y como tomaron las puertas, fácilmente mataron a los que salieron fuera y sin mucha resistencia los mataron todos sin que de este desgraciado suceso escapase uno y solo quedó el nombre de los llanos de Manso, que es un territorio dilatado, que se extiende hasta el río del Paraguay que está al este: Al sur de él está la gobernación del Tucumán, al poniente las tierras del Perú, donde nace el río llamado Yticá, en que están situados los Chiriguanos, el mismo también llaman Pilcomayo: esta provincia antiguamente fue muy poblada de naturales y al presente se sabe se han extinguido, así por los continuos asaltos que les daban los españoles que se servían de ellos, como por las crueles y sangrientas guerras de los Chiriguanás, que con sola su sed carnicera de humana sangre han destruido varias naciones de esta provincia como queda dicho.
CAPITULO VII
De la vuelta de los soldados que se dividieron de Nuflo de Chaves hasta su llegada
Divididos los soldados de la compañía de Nuflo de Chaves dieron vuelta al puerto de los Xarayes bajo el mando de Gonzalo de Casco, y pasando por algunos pueblos antiguos llegaron a los de los Xarayes sin controversia alguna: allí fueron recibidos con mucho aplauso y hallaron cuanto en poder de estos nobles indios habían dejado sin la menor falta, y echa al agua las embarcaciones que habían quedado en tierra carenadas y puestas en franquía se embarcaron y tomando las balsas y canoas que allí estaban, se fueron río abajo y con feliz viaje llegaron a la Asunción en circunstancia que acababa de morir el teniente general Gonzalo de Mendoza, que no vivió en el oficio más que un año, en el cual hizo algunas cosas de consideración en beneficio de la república, como fue poner freno a los indios Agaces que señoreándose del río molestaban con ordinarios asaltos a los vecinos, matándoles los indios de su servicio, y robando sus ganados y haciendas a cuya expedición fue despachado Alonso Riquelme y Ruy García Mosquera, con otras personas de distinción, cien soldados y mil indios amigos: Y habiendo llegado a sus asientos vinieron a la pelea. Y después de varias, y sangrientas escaramuzas, fueron los más de los indios presos y rendidos. Habiendo muerto como queda dicho Gonzalo de Mendoza, quedando la provincia sin superior y gobierno y para tenerle como convenía fue acordado por todos los caballeros nombrar una persona que los gobernase en paz y justicia y hecha la publicación del consejo, se opusieron al gobierno los beneméritos, con el contador Felipe Cáceres, el capitán Salazar, Alonso de Valenzuela, el capitán Juan Romero, Francisco Ortíz de Vergara, Alonso Riquelme de Guzmán. Y llegando el día aplazado juntos los vecinos moradores y demás personas, que en aquella sazón se hallaban en aquella república con asistencia del Obispo don fray Pedro Fernández de la Torre, cada uno de ellos dieron sus cédulas en mano del prelado; habiendo precedido el juramento y solemnidad acostumbrada de elegir persona apta e idónea, fueron echando las cedulillas en un jarro, de donde se sacaron y habiéndose conferido, hallaron mayor parte de votos a favor de Francisco Ortíz de Vergara, caballero sevillano de noble nacimiento y grande afabilidad, merecedor de cualquiera honra. Hecha la elección mandó el obispo sacar una cédula de Su Majestad, que públicamente fue leída, dábase en ella facultad que en semejante caso afecta en el real nombre, persona hábil para el gobierno le diese título de gobernador o capitán general. Y entendido por todos su contexto dijo en alta voz su ilustrísima que por honra de aquella república y de los caballeros, que en ella residían nombraba y nombró en nombre de Su Majestad por gobernador y capitán general y justicia mayor a su dilectísimo hijo Francisco Ortíz de Vergara, persona que recta y canónicamente había salido electo. Y todos a una voz lo aprobaron, y aceptaron y luego habiendo hecho el juramento de fidelidad debido en razón del uso del oficio conforme a las leyes, fue recibido al uso y administración de él en conformidad de la real cédula, que habla en esta razón, y por el derecho común de las gentes, y entregádoles todas las varas de justicia, les dio y proveyó de nuevo a su arbitrio con otras cosas tocantes al servicio de Dios y del Rey. Hízose esta elección el día 22 de Julio de 1558 años en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Encarnación, siendo alcaldes ordinarios y de la hermandad en aquella ciudad Alonso de Angulo y el capitán Agustín de Campos que estuvieron juntos con los demás regidores.
CAPITULO VIII
En que se trata del general levantamiento de los indios de la provincia del Paraguay y Paraná
Estaba en este tiempo la ciudad de la Asunción en la mayor prosperidad que jamás estaba entonces ni aún después ha tenido, porque a más del lustre y buen gobierno de la república todos los encomenderos eran muy bien servidos de sus indios hasta que habiendo vuelto la gente del capitán Nuflo de Chaves a la provincia de los Xarayes hubo algunos movimientos y secretas conjuraciones por medio de algunos caciques que de este viaje venían, siendo los que más fomentaban este incendio dos mancebos hermanos llamados don Pablo y don Nasario, hijos de un principal de aquella tierra que se llamaba Curupiratí, los cuales convocaron todos los indios de la provincia a que se rebelasen, tomando armas contra los españoles, hablando de ellos con grande libertad e indecencia, que los incitaron a el efecto de esta rebelión que empezaron descubiertamente asaltando algunos lugares y pueblos circunvecinos que no eran de su opinión. Moviéronse a esta novedad (aunque no lo es para ellos tomar armas, siempre que se le proporcione ocasión) el haber traído de la entrada que hicieron con Nuflo de Chaves gran suma de flechería envenenada con que usaban los crueles indios Chiquitos, de que trajeron cuantas pudieron haber con el fin de emplearlas contra los españoles y llegados a sus pueblos mostraron con experiencia a los demás el venenoso rigor de aquella yerba, de cuya herida nadie escapaba, ni se hallaba triaca, ni remedio para contra este daño y así se animaron a declararse contra los españoles matando algunos que andaban dispersos. Para remediar este exceso determinó el gobernador depachar algunos indios principales de su confianza, para que aquietasen los tumultuarios los cuales no habiendo podido hacer algún progreso volvieron a la ciudad, a dar cuenta de lo sucedido, diciendo que iba tan adelante el contagio que hasta los circunvecinos de la ciudad estaban ya inficionados, por lo cual luego mandó el gobernador apercibir a todos los encomenderos vecinos y otros soldados nuevamente venidos con los capitanes y oficialidad correspondientes, con los cuales salió a los fines del año 1559 y puesto en campaña con 500 soldados y más de 3000 indios Guaranís y 400 Guaicurúes repartió la gente en dos cuerpos, el uno tomó el gobernador y el otro fue a cargo del contador Felipe de Cáceres, con orden de entrar por la parte de Acahay. Él tomó hacia Acarayba donde se habían de juntar para de allí hacer sus corridas y asaltos donde fuese necesario. Con esta determinación siguieron su derrota, sin otro efecto, por haber hallado desierto los pueblos de que los naturales se habían retirado a los bosques más ásperos, aunque la gente de guerra andaba siempre a la mira puesta en campaña, que les convenía no juntarse ni dejar que se uniesen estos dos cuerpos. Dos días antes que se juntasen, dieron en cada uno de ellos su alborada acometiendo con gran multitud de indios a que resistieron los nuestros con mucho daño de los enemigos, y muerte de algunos de los nuestros, y teniendo aviso el un campo del otro de lo sucedido, determinaron juntarse en lo más poblado de aquella tierra, desde donde por compañías y escuadras hacían sus corredurías, quitándoles los bastimentos de las chacras, por obligarlos por todos modos a que viniesen a tratado de paz. En estas corridas cada día se ofrecían varios choques hasta el año 1560 representaron los indios a nuestro campo una batalla en cuatro pelotones o cuerpos de a cuatro mil indios cada uno y puestos en su formación en campo llano, obligaron a los nuestros a salir de sus trincheras a hacerles frente. Dispuso el gobernador que saliese Alonso Riquelme con 80 de acaballo y los capitanes Pedro de Segura y Agustín de Campos con 200 arcabuceros infantes, 1600 amigos Guaranís y 200 Guaicurús y puestos en batalla en dos escuadrones, llevando el primer asalto la infantería, a cuya descarga había de salir la caballería, que iba a la retaguardia y costados. Los indios se movieron avanzándose hacia los nuestros, haciendo frente con dos de sus escuadrones. Los otros dos los destinaron; el uno tomó por una cañada con determinación de atacar el real por las espaldas, para que no pudiesen salir al campo a socorrer a los de la batalla y el otro se puso en un pequeño repecho como de observación para acudir donde fuese preciso. Los nuestros se movieron con buen orden hasta ponerse a distancia de tiro de arcabuz, desde donde dieron la primera rociada a los enemigos, que luego se tendieron por el suelo hasta pasar el primer fuego y después tocaron sus cornetas, y bocinas dando señal de acometer, como lo hicieron sin dilación, saliéndoles al encuentro los de a caballo en cuatro cuadrillas; la una mandada del factor Pedro de Orantes, la 2da. Peralta, cordobés; la 3ra. Pedro Esquivel y la última de Alonso Riquelme, que rompiendo por medio de los enemigos dieron vuelta, hiriendo con las lanzas y matando mucha gente, en que habiéndolos dejado desordenados, logró la infantería sin perder tiempo el de estrecharlos, degollando los que pudieron, con lo cual los indios empezaron a retirarse, hasta que visto por el otro escuadrón que estaba de observación bajó por la ladera y vino a la batalla al socorro con feroz velocidad, esforzando a los que ya huían, llegaron hasta los nuestros que ya juntos y en buen orden estaban peleando con tal valor y esfuerzo de los capitanes y soldados, que no solo los resistieron, sino también los pusieron en huida, aunque una grande parte de ellos, quedaron en una peña haciendo frente a los nuestros, que no pudieron descuadernarlos, hasta que juntos los de a caballo con el capitán Alonso Riquelme hicieron tal esfuerzo que los desbarataron y así todos se pusieron en fuga y los nuestros comenzaron a seguirlos el alcance, haciendo en ellos cruel matanza los amigos que discurriendo por el campo, acababan de matar a cuantos hallaban heridos y no heridos. Y queriendo seguir más adelante, vieron que el real estaba asaltado de los enemigos por cuya causa volvieron luego al socorro; llegaron a tiempo, que los indios y a fuerza de los que hacían tan rigurosa resistencia hicieron la retirada, en que por unos y otros se finalizó el vencimiento. Esta célebre victoria se consagró el día 3 de Mayo en que se celebra la Invención de la Santa Cruz del citado año en que murieron más de 3000 indios y solos 4 españoles, y 70 amigos, aunque hubo cantidad de heridos, sin que en ellos se experimentase el efecto de la yerba venenosa de las flechas, que quizá con el tiempo había perdido su fuerza por nuestra fortuna. Después se movió el ejército y se acampó sobre el río Aguapey desde donde despachó el gobernador Adame de Olaverriaga con 100 soldados a reconocer un fuerte, que los indios tenían, y entrando por una montaña, salieron a una campiña, donde los indios les tenían puesto una celada, que descubierta por los nuestros, luego determinaron hacer fuego con los arcabuces y ballestas y marchar en buen orden hasta pasar un ancho arroyo, de donde salieron de sus puestos los indios, los acometieron con tal denuedo que luego vinieron a las manos en reñido choque, en que por la multitud de indios, fueron los nuestros constreñidos con muerte del alférez Correa, Diego Díaz y otros soldados. Al socorro salió Alonso Riquelme con 20 soldados de a caballo y habiendo de pasar aquel arroyo, cayeron en el lodasal que había, casi todos, y no les fue fácil del modo que salió Riquelme con solo 8 hombres, los cuales con el sumo empeño que hicieron suplieron bien la falta de los otros porque en poco tiempo hicieron tal destrozo en los indios que tiñeron en sangre toda aquella campaña, y pusieron en huida a los enemigos, socorriendo a los nuestros, que unos ya caídos y todos en punto de ser despojados del bárbaro y siguiendo el alcance con otros que le fueron al socorro, cortaron más de 1000 cabezas de enemigos los Guaicurús, que les auxiliaban con lo cual quedaron los enemigos bien débiles.
CAPITULO IX
Del levantamiento de los indios del Guairá contra el capitán Melgarejo, a cuyo socorro fue el capitán Alonso Riquelme
Habiéndose logrado los buenos sucesos que quedan referidos, determinó el gobernador que saliesen cuatro capitanes con sus compañías, por distintos rumbos, que corriendo la tierra, fuesen castigando los rebeldes y obstinados, y admitiesen la paz a los que la pidiesen. Hecha esta diligencia el gobernador con lo restante del campo movió su real y fue a sentarlo, sobre otro río llamado Aguapey, que desagua en el Paraná, lugar acomodado y de bella disposición para sus designios, y habiendo desde allí hecho correr el campo halló a los indios de la comarca con mala disposición con su rebelión. A este mismo tiempo llegó al real un indio, preguntando por el gobernador, a cuya tienda fue llevado y puesto ante él dijo: “Yo soy de la provincia del Guairá, de donde vengo enviado de tu hermano el capitán Ruy Díaz por ser yo de su confianza a decirte que le socorras con gente española contra los indios de aquella tierra, que se han rebelado contra él y le tienen en grande aprieto y para poder llegar a tu presencia me ha sido preciso venir con disimulo por entre estos indios rebeldes, haciéndome uno de ellos con cuya astucia, con no pequeña suerte mía he podido llegar”. El gobernador oída su relación le respondió que no podía darle crédito sino le manifestara carta de su hermano: a que replicó el indio que la traía, cosa que admiró a todos por verle desnudo, y sin tener donde pudiese esconderla. Dicho esto alargó la mano y entregó el arco que traía en ella al gobernador diciéndole aquí hallarás la carta, creció la admiración en los circunstantes viendo que en el arco no se hallaba escrito nada ni había seña de tal carta, hasta que se llegó el indio y tomando el arco cerca de la empuñadura descubrió un ajuste, o encaje postizo en que venía escrita la carta y leída por el gobernador, halló ser cierta la relación del indio y luego comunicó con los capitanes lo que convenía hacer, de que resultó determinar dar un competente socorro a Ruy Díaz, para cuyo efecto de común acuerdo fue señalado el capitán Alonso Riquelme, como lo rogaron por hallarse este de quiebra con Ruy Díaz y habiendo condescendido dispuso luego su viaje, llevando setenta soldados y caminando a su destino, tuvo varios encuentros y oposiciones de los indios, de que siempre salió con victoria: así llegó al río Paraná en cuyo puerto recibió las canoas necesarias para el pasaje que le fueron enviadas por el capitán Ruy Díaz y luego pasó a la parte de la ciudad, donde entró sin dificultad, sin embargo del cerco de los indios y fue recibido de los citados con general alegría, tomando alojamiento en una casa fuerte que estaba dentro del recinto o palizada que tenía la ciudad. Sólo el capitán Ruy Díaz no mostró mucha complacencia con la vista de Alonso Riquelme, aunque procuraba disimular su antigua enemistad. Pidióle que saliese luego con su campamento y algunos más de la ciudad a castigar a los indios de la comarca y ponerles freno a su insolencia, excusándose él de esta fación por hallarse casi ciego de un mal de ojos. Salió Alonso Riquelme de la ciudad con 100 soldados y algunos indios amigos, aunque con no poca desconfianza. Comenzó la guerra el año de 1561 por los más cercanos que eran los del cerco de la ciudad, a los cuales castigó y dio alcance en sus pueblos en que prendió algunos principales, que ajustició y después pasó a los campos llamados de Antón en que le salieron a pedir paz los indios situados en ellos. Él la otorgó benigno y pasó el río Ubay de donde despachó mensajeros a los principales de aquel territorio tan poblado de indios que luego le salieron al encuentro, rogándole perdonase el delito pasado de aquella rebelión; y habiéndolo hecho así, y asegurado de la quietud de los indios, pasó al Paraná pacificando los pueblos que estaban a sus riberas y aunque los indios de tierra adentro trataron de llevar adelante sus designios en asolar aquella ciudad, por cuya causa pasó luego a remediar este desorden atravesando por unas asperísimas montañas hacia el pinal, donde estaban metidos los indios de esta facción, dándoles repentinos acometimientos y ligeros asaltos, los obligó a dejar los bosques y salir al campo, donde en sitio acomodado se juntaron en gran número y acometieron a los nuestros por todas partes pensando estrecharlos de modo que los pudiesen matar a todos, pero los nuestros resistieron con gran entereza, disparando sus arcabuces por una y otra parte con buena orden, y así fueron peleando hasta salir a lo llano, donde trabaron una reñida pelea en que fueron vencidos y puestos en huida los indios; y siguiendo el alcance se mataron y prendieron muchos de ellos de modo que se obligaron a pedir paz y perdón de las pasadas turbaciones disculpándose con que fueron sugeridos por otros caciques de la provincia encomendados en la Asunción. Luego prosiguió por los demás pueblos que fue pacificando, habiendo tenido en solo un encuentro en esta diligencia ocupó el resto del año en que acabó de aquietar la provincia, con lo cual volvió a la ciudad con mucha alegría por los buenos sucesos de su expedición. Luego pasó a la Asunción donde se gozaba de igual quietud, en que se conservaron algunos años, como adelante se verá.
CAPITULO X
De la venida de Ruy Díaz Melgarejo a la Asunción y como se quemó una carabela que se había de enviar de aviso a España
Estando en el estado referido las cosas de la provincia acordó el gobernador Francisco Ortíz de Vergara despachar a su hermano Ruy Díaz Melgarejo a España en una carabela que estaba al acabarse en aquel astillero, a dar cuenta a Su Majestad de su elección en el gobierno y del estado de las cosas de la tierra. Para este efecto habiendo sido llamado Ruy Díaz Melgarejo vino a la Asunción el año 1563 con toda su casa, mujer e hijos, y procuró de su parte la conclusión de la fábrica del navío de los mejores, y más grandes que se habían fabricado en aquel puerto y con la posible aceleración se acabó. Fue proveído en lugar del capitán Melgarejo, Alonso Riquelme quien luego se aprontó y caminó el mismo año, y llegó felizmente a la ciudad del Guairá, donde fue recibido con mucho gusto de los vecinos y luego determinó concluir la pacificación de los indios que aún conservaban algunas reliquias de la pasada rebelión, a imitación de los indios de la jurisdicción de la Asunción, que a este tiempo volvieron a alborotarse, dejando sus pueblos y trasponiendo sus familias a las fragosidades de aquellas montañas, a cuyo remedio salió el gobernador con 250 soldados, muchos caballos y amigos y una considerable partida de Guaicurús que hizo de la otra banda del río Paraguay, donde estaban situados por ser gente muy guerrera y enemiga de los Guaranís. Y puesto en campaña, dividido su ejército en tres cuerpos, el uno al mando del capitán Pedro de Segura con orden de entrar por la parte meridional, el otro a cargo del capitán Ruy Díaz Melgarejo, que había de ir costeando por la parte de arriba y el gobernador con el resto del campo había de marchar por la tierra dentro, y todos se habían de ir a juntarse a la costa del río Aguapey, lugar destinado para asentar el real, y hacer los acontecimientos y corredurías convenientes. Con esta orden se emprendió la marcha haciendo cada uno por su parte las facciones que ocurrieron de que quedaron los naturales bastante consumidos y constreñidos. Con este rigor fueron reducidos al real servicio y conclusa esta pacificación con leyes y poco costosas funciones, volvieron a la Asunción al tiempo que el capitán Nuflo de Chaves con su cuñado don Diego de Mendoza y otros soldados del Perú bajaban de la provincia de Santa Cruz que tenía a su cargo con separación de esta provincia por el marqués de Cañete. Venía con designios de llevar su mujer y familia a su gobierno. El gobernador le recalcó benigno y así encaminó su pretensión con buen efecto, como pretendía. Habíase ya acabado en este tiempo la carabela, y estaba lista a la marcha y señalados los que en ella se habían de embarcar y una noche sin saberse como se pegó fuego y aunque todo el pueblo acudió al socorro no se pudo comprimir el incendio porque lo fomentaba la abundancia de pez y resina con que estaba embreada, y así se acabó por el todo de abrazar y consumir con notable sentimiento de los bien intencionados por el perjuicio que de esta pérdida resultaban a la provincia de infructuoso gasto de dinero y trabajo. Hubo quien creyese que este daño fue hecho por mano de los émulos del gobernador, interesados de este gobierno. En este mismo tiempo sucedió que el capitán Ruy Díaz mató al padre Hernán Carrillo con su mujer doña Elvira Becerra, de que resultó doble sentimiento al gobernador, y así consultando con sus amigos, acordó se fuese al Perú a tratar con el viso rey del reino, sus negocios y los de la provincia, como luego se ejecutó.
CAPITULO XI
De la salida que hizo el gobernador para el reino del Perú
Nuflo de Chaves había llegado a aquella provincia con bastante recelo de no ser bien recibido por causa de los antiguos bandos que se siguieron a la prisión de Alvar Núñez, como también por no haber cumplido en su población las instrucciones que le fueron dadas, exceptuándose del gobierno de aquella provincia, por cuyas razones procuró cuanto era de su parte congratular al gobernador y demás personas de distinción. Dióse en esto tan buena maña que concluyó las voluntades de los hombres y en particular la del ilustrísimo obispo que en aquellos días había casado una sobrina suya con don Diego de Mendoza, cuñado de Chaves, y con esta relación tuvo de su parte tan poderosa protección para la consecución de sus negocios. Instábale al Gobernador que le convenía pasar al Perú a dar cuenta al viso rey y real audiencia de sus negocios y elección para su perpetuidad en el gobierno. Con estas razones y otras de menos monta se resolvió a ponerlo en efecto haciendo para ello grandes aprestos de navío, canoas, armas, caballos y municiones: ofreciéronse acompañarle muchas personas principales como el contador Felipe de Cáceres, el factor Pedro de Orantes, el capitán Pedro de Segura, Ruy Gómez de Maldonado, procurador de la provincia y otros muchos caballeros vecinos y conquistadores, y también el obispo don fray Pedro Fernández de la Torre con 8 sacerdotes clérigos y religiosos que entre todos pasaron de 300 dejando el gobernador por su lugarteniente en aquella ciudad al capitán Juan de Ortega y en la del Guairá a Alonso Riquelme. Empezó su viaje el año 1564 en 20 barcones, muchos bajeles y balsas y canoas, en que iban los más españoles con sus criados que todo pasaban de 2000 sin otros tantos indios encomenderos que iban por tierra con el capitán Nuflo de Chaves y otros soldados hasta tomar el puerto de los Guayarapos, frontero al río Aguaray provincia del Itatin, de donde sacaron más de 3 mil naturales, persuadidos de las promesas de Nuflo de Chaves por cuyo interés se resolvieron a dejar el suelo patrio y trató plantarse a extraños países. Padecieron en el largo camino muchos trabajos y murieron muchos de hambre y sed. Llegados estos indios a un sitio distante de Santa Cruz 30 leguas, se situaron con él, llamándole Itatin haciendo alusión a la provincia de donde eran naturales. Allí se fundamentaron y hicieron sus sementeras. Los españoles no dejaron de pasar las mismas necesidades en toda la larga peregrinación, porque luego que la armada aportó a la parte de Santa Cruz, Nuflo de Chaves tomó del gobierno de ella sin consentir que el gobernador ni otro alguno mandase ni en la paz ni en la guerra, de que muchos habían descontentos, eso se guardaba el orden que convenía, porque algunos marchaban atrás con sus deudos y amigos y otros adelante con sus mujeres e hijos. En esta forma llegaron a Santa Cruz, donde a la sazón había mucha escasez de comestibles, con lo que padecieron gran penuria con pérdida de gran parte de sus indios encomenderos yanaconas. Los indios encomenderos en aquella provincia también se rebelaron contra los españoles hasta los Samocosis de la otra parte del río Guapay. Con éstos y los Chiriguanás que se coligaron a estorbar la comunicación al Perú tuvieron los soldados mandados de Nuflo de Chaves varios choques con pérdida de gente de ambas partes. Dejó en la ciudad por su teniente a Hernando de Salazar, y Chaves con 50 hombres fue al remedio de estos excesos con destino de pasar adelante, habiendo ordenado que prendiesen a Francisco de Vergara y otros sus amigos y les quitasen las armas para que no pudiesen pasar adelante hacia el Perú hasta que él diese la vuelta. Así fue ejecutado sin que lo pudiesen estorbar requerimientos ni protestas. Con todo dispuso Francisco de Vergara despachar al Perú a García Mosquera mancebo de singular brío, hijo del capitán Ruiz García ambos muy leales servidores de Su Majestad a dar cuenta a la real audiencia de semejante agravio. Y habiendo llegado a la ciudad de la Plata y dada su embajada, se despachó provisión para que libremente los dejase salir de la tierra e ir a sus negociaciones al Perú. Esta provisión intimada y obedecida no tuvo el perfecto cumplimiento que debía, porque Hernando Salazar ponía algunas dificultades sin permitir que saliesen todos los que quisiesen hasta que tomaron las armas y puestos en campaña se juntaron hasta 60 soldados y algunos de ellos con sus mujeres e hijos y tomaron el camino de los llanos de Manso por no encontrarse con Nuflo de Chaves de quien se tenía noticia, que venía del Perú por la costa que dicen de la Cuchilla por excusar las precisas diferencias que entre ambos podría haber, si se encontrasen porque Nuflo de Chaves con varios informes hecho su negocio muy a su placer con el gobernador Lópe García de Castro y así fue muy acertado darle lado, aunque con el riesgo de dar con los Chiriguanás que le dieron varios asaltos por impedirles el camino, mataron algunos españoles y entre ellos y religioso mercedario Pedro al fin sacándoles Dios de la (ilegible) peligroso llegaron al Perú por el camino que dicen de Cuzcotoro que hoy es muy frecuentado por los Chiriguanás.
CAPITULO XII
De como se libraron preso a la real audiencia a Francisco de Aguirre gobernador del Tucumán
Aunque dejemos en suspensión el hilo de la historia del Río de la Plata haríamos por ahora un paréntesis por no pasar en silencio lo sucedido a Francisco Aguirre en la (roto) que obtendría en nombre de Su Majestad por, el conde de Nieva virrey del Perú que mandó hacer la población de San Miguel del Tucumán cometiéndola a Diego Villarroel su sobrino quien la efectuó el año 1554 a distancia de 25 leguas de Santiago del Estero en comarca de 4 a 5 mil indios que parte de ellos reconocieron antes por el señor al Inga rey del Perú que son los serranos. Los más tienen sus respectivos caciques a quienes están sujetos. Está situada a 28 grados y asigna de buen temperamento en tierra de bosques y arboledas muy crecidas y pastos suficientes a todo género de ganados. Pasa por esta cercanía un pequeño río que de él y otros doce se forma el río de Santiago llamado comúnmente del Estero. Concluida en la población con buen suceso determinó Francisco de Aguirre hacer una entrada a la provincia de los Comechingones que es hoy la de Córdoba y habiendo salido (roto) Diego Rojas cuando (roto) y después de algunos sucesos (ilegible) de la gente dio vuelta para Santiago. Y estando 40 leguas de la ciudad un sitio que ahora llaman los Altos de Francisco de Aguirre una noche le prendieron sus soldados a quienes hizo cabeza Diego de Heredia y Versocana con pretexto de un mandamiento eclesiástico que tenía del vicario de aquella ciudad a quien lo llevaron bien asegurado, usurpando la real jurisdicción y de su propia autoridad administraron su real justicia tomando en sí el gobierno de la tierra, prendiendo a todas las personas que podían apellidar la voz del rey, esto mismo se practicó en el Tucumán con todos los dichos a excepción del capitán Gaspar Medina que se puso con tiempo en salvo, ganando las serranías de Concho que dista 12 leguas del Estero, quedando enteramente apoderados de la tierra los tiranos. Y para colocar en algo sus depravadas operaciones determinaron hacer una población entre el poniente y setentrión del Estero en la provincia que antes descubrió el capitán Diego de Rojas en la que fundaron una ciudad que llamaron Estero, aludiendo a un pueblo de indios de la comarca de este nombre dista 45 leguas de la de Santiago: está en altura de 26 grados y medio. En este tiempo tuvo modo el capitán Gaspar de Medina teniente de gobernador de Francisco de Aguirre de convocar así varios sujetos por medio del favor y ayuda de Nicolás Carrizo, Miguel de Ardiles y el capitán Juan Pérez Moreno, y con ellos y con los que se le agregaron, prendieron a Heredia y Versocana y otros secuaces y asiéndoles causa los condenó a muerte, como se ejecutó en varias personas motoras de esta rebelión, con lo cual quedó restituida la jurisdicción real, y para obtenerla con el gobierno despachó a la real audiencia a Diego Pacheco en el interior se viese por la audiencia la causa de Francisco de Aguirre que había sido llevada a aquella ciudad y corte.
Así que Diego Pacheco fue recibido del gobierno determinóse formar algunas cosas de la provincia. Mudó el nombre de la ciudad del Estero en Nuestra Señora de Talavera y repartió los indios en 60 encomenderos. Luego la real audiencia restituyó al gobierno a Francisco de Aguirre, aunque no duró mucho en él, porque arrebatado de pasión por lo pasado, atropelló varias cosas contra justicia y cristiandad, de modo que fué acusado por la iglesia, – y después – por la Inquisición, por cuyo Santo Tribunal fue despachado de el Perú el capitán Diego de Arana a ejecutar su prisión: traía también merced del gobierno del señor virrey, que con ambas facultades dentro de la provincia y conclusas las cosas de su comisión, se fue llevando al prisionero, dejando en su lugar al capitán Nicolás Carrizo, hasta que se proveyó este empleo en don Gerónimo Luis de Cabrera.
CAPITULO XIII
De lo que sucedió a Francisco de Vergara en el Perú y de la vuelta del Obispo
Habiendo vencido las dificultades y peligros del camino llegaron al Perú el gobernador Francisco de Vergara y el obispo don fray Pedro de la Torre, oficiales reales y demás caballeros que le acompañaron el año 1565, y aún llegados no le faltaron al gobernador dificultades que vencer en cuanto a la propuesta de su pretensión al gobierno, en que tuvo fuertes oposiciones a más de los denigrativos capítulos que se le pusieron en aquella audiencia, siendo el más poderoso el haber sacado del Río de la Plata tantos españoles y naturales con tanto costo de la real hacienda con el pretexto de pedir socorro para aquella conquista que no podía ser mayor ni aun tanto como el que se había consumido en tanto perjuicio de la provincia en que el procurador general a instancia de sus émulos le formó 120 capítulos, los más de ellos dignos de remedio, en cuyo intermedio tuvo lugar de oponerse a este gobierno Diego Pantoja y Juan Ortíz de Zárate vecinos principales de La Plata con otros que fueron del Río de la Plata. Ni faltaron turbaciones en aquella corte como una querella, que puso Hernando de Vera y Guzmán sobrino de Alvar Núñez Cabeza de Vaca contra Felipe de Cáceres y Pedro de Orantes autores de su prisión, por cuya causa fueron presos y alegaron en su favor aquella causa radicada ante Su Majestad y supremo consejo de Indias. Con esto y los testimonios que presentaron se inhibieron de tan peligrosa causa y siendo libres de la prisión, se fue el contador a la ciudad de los Reyes con los otros pretendientes al gobierno, de los cuales hizo más instancias fue Juan Ortíz de Zárate, persona principal y de muchos méritos, como servidor de Su Majestad en las pasadas guerras civiles del Perú, como refiere Su Majestad en el título de adelantado de que se le hizo merced. Capituló en aquella corte con el licenciado Lope García de Castro, gobernador general de aquel reino, gastar en la conquista y población del Río de la Plata 80 mil ducados, poblando ciertas ciudades a su costa, con tal de que se le diese aquel gobierno con título de adelantado con los demás privilegios concedidos a los capitanes pobladores de las Indias, con cuyas condiciones se le dio el gobierno de aquellas provincias con cargo de traer confirmación de Su Majestad mandándose asimismo a Francisco de Vergara parecer ante la real persona en la prosecución de su causa.
El año siguiente partió Juan Ortíz de Zárate para Castilla, llevando gran suma de dinero que le robó en la mar un capitán francés, que no le dejó más que unos tejuelos de oro, que había escondido una esclava suya entre sus basquiñas. Antes de ir nombró por su teniente general a Felipe de Cáceres, a quien ayudó con suma de dinero para la restitución a su provincia a que volvieron el general dicho el obispo y demás personas que quisieron volver a aquella tierra hasta la ciudad de Santa Cruz donde fueron recibidos de Nuflo de Chaves con muestras de mucha voluntad, aunque en los negocios de su despacho les dio poco favor y puestos en buen orden salieron de aquella ciudad con el general, el obispo, 60 soldados, algunas mujeres y niños, gente de servicio y cantidad de ganado vacuno y ovejas. Salió a acompañarlos Nuflo de Chaves con otra compañía queriendo con motivo de escoltarlos llevar adelante su pasado intento, como que era bien otro del que significaba. Manifestándose con haber sacado algunas personas de la compañía de Cáceres, como un tal Muñoz famoso minero y otras que pasó a su parte hasta que llegaron a la comarca de los indios Guaranís que quedaron poblados cuando vinieron con Francisco Ortíz de Vergara, que los más eran naturales de la provincia de Itatin, que con su continua malicia se hallaban alborotados, y habían desamparado algunos pueblos que estaban en el camino, retirándose a los más lejanos recelosos de recibir algún daño de los nuestros, o deseosos de cometer alguna traición. Esto ocasionó que Nuflo de Chaves fuese apartándose del general a una y otra mano por aquietar aquellos indios, y habiendo llegado a algunos de los pueblos donde estaban muchos caciques se adelantó con 12 soldados y llegó al pueblo, donde apeándose en la plaza fue bien recibido y hospedado en una casa en que posase en la cual estaba puesta una hamaca en que se asentó y quitó la celada para refrescarse y llegó a él un cacique llamado Porrilla, que por detrás le dio una macana con tanta fuerza que le echó fuera los sesos y lo derribó en el suelo. A este tiempo todos los indios acometieron a los otros españoles que estaban a la puerta muy agenos de esta traición de modo que de esta impensada trampa no escapó con vida más que un tambor que con toda diligencia montó en su caballo ya herido y se puso en salvo y fué a dar aviso a don Diego de Mendoza que venía marchando con el resto de la gente hacia este pueblo muy ageno del suceso. Con este aviso se puso en cobro de la gran traición que le esperaba según lo tenían dispuesto los indios.
CAPITULO XIV
Del castigo que hizo don Diego de Mendoza por la muerte de Nuflo de Chaves y de los encuentros que tuvo el general de su compañía
Muerto el capitán Nuflo de Chaves intentaron los indios de la comarca de acometer a toda la compañía de Diego de Mendoza, que con el aviso que tenía del Alejandro (así se llamaba el tambor o trompeta) que se escapó, estaba con suma vigilancia, aguardando que viniesen contra él, como lo pusieron en efecto tomando un paso peligroso, por donde los españoles habían de pasar para sus pueblos en un gran pantano, tembladero o tagarate en que les era forzoso ir a pie con los caballos de diestro: hicieron una celada y así hizo buscar luego otro paso y hallándose mandó pasar por él 20 soldados arcabuceros a caballos con algunos indios amigos: y puesto en efecto acometieron al enemigo emboscado y le echaron fuera del campo raso. Desocupado del enemigo aquel paso se transportaron por él los nuestros y habiendo salido a lo llano, se trabó un reñido choque, en que salieron los nuestros victoriosos, con muerte de muchos indios, abandonando el campo los que pudieron valerse de la diligencia, y dejando presos algunos de los motores de esta rebelión, a quienes luego mandó el gobernador hacer cuartos y ponerlos en los caminos para escarmiento. Para proseguir este ejemplar castigo convocó algunos de los pueblos, que no habían tenido parte en el tumulto y juntándolos a su compañía para refuerzo, se encaminó al pueblo del Porrilla, donde se hallaban todos los autores de la muerte de Nuflo de Chaves, con prevención a esperar a los nuestros con propósito de cogerlos entre sus poblaciones teniendo para este fin juntos los más indios que pudieron. Con este apresto hicieron rostro a los españoles, con tanta audacia que los pusieron en mucho aprieto, hasta que con imponderable esfuerzo rompieron los escuadrones enemigos y entraron al pueblo, y le pusieron fuego, haciendo tal estrago con la ardentía de los soldados que no perdonaron edad, ni sexo, en que no ensangrentasen sus armas, ejecutando con la muerte de todos un tan cruel castigo, que hasta entonces no se vio igual en el reino, pues los inocentes pagaron con su muerte lo que con la de Nuflo de Chaves se hicieron delincuentes los culpados. Consiguióse con este desmedido castigo el atajar la malicia de aquellos bárbaros que ya casi estaban todos rebelados. Concluida esta función, encaminó su marcha el gobernador a la ciudad de Santa Cruz donde llegados los capitulares y demás personas de distinción, le nombraron por capitán y justicia mayor en nombre de Su Majestad entre tanto que otra cosa se demandaba por la real audiencia y excelentísimo señor virrey estando en este empleo hasta que el virrey don Francisco de Toledo despachó por gobernador de aquella provincia al capitán Juan Pérez de Zurita, hombre benemérito y que había servido a Su Majestad en varios empleos preeminentes en la conquista del reino de Chile y gobernador que fue del Tucumán. De su recibimiento se originaron las rebeliones y tumultos de que se tratará en su lugar, como de la muerte de don Diego de Mendoza, y sólo trataré en este capítulo de la jornada del general Felipe de Cáceres, y el ilustrísimo obispo hasta llegar a la ciudad de la Asunción. Habían éstos estado en cierto lugar detenidos, mientras sucedió la muerte de Nuflo de Chaves, a quien con impaciencia esperaban, bien inocentes de su desgracia, hasta que una tarde vinieron los indios que puesto en la cima de un alto cerro que cerca del real estaba, empezaron a dar voces haciendo señas con unas ramas, que traían en las manos y se les percibió que decían “españoles no tenéis necesidad de esperar más a Nuflo de Chaves, porque ya es muerto: Y nosotros no pretendemos haceros daño alguno, sino que sigáis vuestro camino en paz sin juntaros con la gente de don Diego porque no ha de ir bien de ellos”, oída esta relación se determinó que fuesen con la posible cautela dos hombres a informarse de lo que pasaba y partidos del campo, encontraron unos indios que les informaron de todo lo acaecido, y temiendo de alguna fatalidad, si proseguían adelante, retrocedieron a su real con esta relación, sobre que se hizo consejo, en que fue resuelto no demorarse más en aquel sitio, sino que con la posible brevedad siguiesen su viaje. Ejecutóse, caminando hacia el río Paraguay, pero antes se despachó a un soldado llamado Jacome con recado a los caciques comarcanos, que no se inquietasen, porque los españoles venían a hacerles toda paz y amistad. Llegó el mensajero a la provincia de Itatin, a cuyos caciques dio su embajada; pero ellos turbados tan lejos estuvieron de mantenerse en paz que luego mataron a Jacome y desampararon toda la tierra y pusieron en fuga para dar a los españoles los asaltos que se referían en adelante.
CAPITULO XV
De la guerra que los indios dieron a Felipe de Cáceres en el camino
Puesto en marcha Felipe de Cáceres con buena orden hacia el río Paraguay sin haberle sucedido cosa adversa con los indios hasta el mismo río, hasta que estando como tres jornadas de sus riberas una tarde encontraron con ocho indios con sus familias que venían de la otra parte del río a visitar a los de ésta que todos eran de una nación y parientes y esta noche unos soldados registraron la ropa que traían y entre ella hallaron en un cesto un puño de daga de plata dorada que luego se conoció haber sido del mensajero Jacome, con que luego se sospechó el mal suceso y para averiguarlo se llamaron a los indios a quienes fue preguntado de donde sacaron aquel puño, sobre que variante respondieron de que resultó poner a uno de ellos en cuestión de tormento en que confesó todo lo que pasaba y como a Jacome lo habían muerto en el pueblo de Hanguaguasu y que sus habitadores con todos los de la tierra estaban resueltos a dar una cruel guerra a los españoles y no dejarlos pasar; esta noticia causó bastante turbación en el real. Habiendo llegado del río, fueron sentidos de los indios Payaguás y Guayarapos, porque acaeció que habiendo el general enviado en dos canoas pequeñas a seis soldados a sacar de una laguna ciertas barcas y canoas que habían dejado hundidas para su vuelta, los asaltaron y prendieron los Payaguaes, que con su acostumbrada malicia habían visto en las bajas del río aquellas embarcaciones, con que creyeron tener en ellas cebo para conseguir sus malditos intentos, cuando los nuestros fuesen a sacarlas. Así fué que luego que llegó nuestra tropa, salió cantidad de canoas a ponerse a la vista de nuestro real con gente de guerra, encubriéndose con ramas y yerbas de la vega del río, así estuvieron esperando a que fuesen los nuestros a sacar las embarcaciones que allí estaban debajo del agua. De los seis soldados que cogieron cautivos, se rescataron tres y los otros fueron llevados a los pueblos de los Payaguaes, quienes no los quisieron dar a precio alguno hasta que vinieron a pedir una trompeta de plata que traía el general con otras preseas y ropa de color de que hacen grande aprecio con que fueron rescatados y sacadas las embarcaciones de donde estaban sumergidas mandó luego el general pasar a la otra banda 20 arcabuceros para señorearse del paso, el que se prosiguió con buena orden, hasta que pusieron de la otra parte todo el tren, caballos, vacas y yeguas que traían. Al tercer día que caminaron del puerto llegaron al primer pueblo de la comarca de Itatin, el que hallaron sin gente por haberse retirado sus habitadores con ánimo de poner en efecto sus depravados intentos: Y pasando adelante al pueblo principal de la comarca sintieron los nuestros en un bosque, rumor de mucha gente que estaba de celada conque todos fueron muy alertas y puestos en buen orden y en cinco columnas como a las 10 del día acometieron los indios a nuestra vanguardia, que iba mandada del general y luego inmediatamente asaltaron a los demás del batallón hasta la retaguardia hiriendo a los nuestros con tanta furia que pareció imposible poderlos resistir; más esforzándose los españoles con tan indecible brío a pie y a caballo causaron mucha mortandad en los indios enemigos, aunque en mucho rato no se pudo conocer ventaja: el obispo y demás religiosos exhortaron a los soldados, animándolos con la moderación y eficacia que les prometía su estado en circunstancia de tanto aprieto, conque los nuestros poco a poco fueron ganando tierra. Y viendo esta ventaja se empeñaron de tal modo los nuestros, que dentro de poco tiempo se pusieron en fuga los infieles en lo más ardiente de la pelea, cosa que causó gran novedad en nuestra gente. Después de pasada la refriega se supo que habían los indios huido por no haber podido sufrir el valor y esfuerzo de un valerosísimo caballero que lleno de resplandores los lanceaba con tanta velocidad que parecía un rayo. Creyóse piadosamente que fuese el apóstol Santiago, o el bien aventurado San Blas patrón de aquella tierra; sea cual fuese, lo cierto es que aquel gran beneficio vino de la misericordiosa mano del Altísimo que no quiso que allí pereciese aquel buen pastor con su rebaño, pues permitió el vencimiento de más de diez mil indios en tan ventajoso sitio. Esto sucedió a 12 de Diciembre del año 1568. De allí adelante continuaron los indios sus asaltos y celadas, aunque siempre salieron desairados sus discursos porque salieron siempre vencidos. Llegó al fin la armada a la costa del río Jejuy, que dista de la Asunción 30 leguas a donde salieron a recibirlos algunos indios de paz. Desde este paraje dieron aviso a la ciudad pidiéndoles enviasen algunas embarcaciones para bajar con más comodidad, como se ejecutaba echando por tierra la gente más ligera con los ganados hasta llegar a su destino. El capitán Juan de Ortega con los demás caballeros de la república salieron a recibir al obispo con mucho aplauso y lo mismo al general, aunque entre ambos venían discordes, si bien que por entonces lo disimularon, hasta que después con el tiempo vinieron a manifestar su enemistad. Luego que llegó el general aún sin quitarse las armas de que venía vestido ni tomar descanso, mandó convocar a cabildo y se recibió el uso y ejercicio de su empleo, quedando por entonces en pacífica posesión del gobierno; esto pasó a la entrada del año 1569: nombró por su teniente general a Martín Suárez de Toledo; y por alguacil mayor de la provincia al capitán Pedro de la Puente, acudiendo en todo lo demás a lo que convenía al real servicio y bien de la república.
CAPITULO XVI
De un tumulto que se levantó contra el capitán Alonso Riquelme y del socorro que se le hizo
Después que el capitán Alonso Riquelme hubo hallando los pasados movimientos de los indios de la provincia de Guairá, cuyo gobierno tenía por el gobernador Francisco Ortíz de Vergara estaba aquella tierra pacífica y los vecinos encomenderos con mucho descanso y comodidad hasta el año de 1569 en que hubo entre ellos ciertas novedades que principiaron en esta forma.
Descubriéndose en aquel territorio unas piedras muy cristalinas, que se crían dentro de unos cocos de pedernal tan apretadas y juntas, haciendo unas puntas piramidales, que ocupan toda aquella periferia. Son de diversos y lucidos colores, blancas, amarillas moradas, coloradas y verdes con tantas diafanidad y lustre, que fueron reputadas por piedras finísimas y de gran valor, diciendo eran rubíes, esmeraldas, amatistas, topacios y aún diamantes. Estos cocos por lo común se crían bajo de tierra, en los montes, hasta que sazonados los granos, revientan dando un grande estruendo y tanta fuerza que se han hallado cascotes de pedernal más de diez pasos de distancia de adonde reventó el coco, y que con el incremento que toman dentro de aquellas piedrecillas hacen tal estrago al reventar de abajo de tierra que parece que con la fuerza del estruendo estremecen los montes, con haber hallado estas tan lucidas piedras creyeron aquellos hombres que poseían la mayor de las riquezas del mundo con lo que resolvieron dejar la población y caminar hacia la costa del mar. Y por uno de sus puertos irse a España con sus familias lo que quisieron poner en ejecución secretamente; mas habiéndose entendido por el superior, fueron presos de su orden algunos de los seductores de esta determinación, y habiendo ofrecido éstos con juramento el aquietarse en lo sucesivo, fueron puestos en libertad. Pasados algunos días estando Alonso Riquelme muy descuidado de este tumulto llegaron a su casa 40 soldados, todos armados y le requirieron por escrito les diese caudillo para ir a los puertos de mar de aquella costa, y embarcarse a dar cuenta a Su Majestad de la gran riqueza que tenía aquella tierra y que de negárseles harían lo que más les conviniese. Respondióles que se vería más despacio y se resolvería lo más acertado al real servicio; pero habiendo tardado en la resolución, tomaron la de prender al capitán y algunos de su parte una noche, como lo ejecutaron, quitándoles las armas, con que pudieron resistir, siendo cabeza de esta rebelión el padre Escalera, clérigo. Habiéndose prevenido de lo necesario, salieron de la ciudad por el río y por tierra bajo de la conducta de un inglés llamado Nicolás Colmán, hasta que llegados a cierto puerto, dejaron sus canoas, y tomaron el camino por tierra, habiendo dejado en la ciudad al capitán Alonso Riquelme solo con algunos amigos suyos, quien habiendo dado aviso de lo que había sucedido a la ciudad de la Asunción fue a su socorro el capitán Ruy Díaz Melgarejo, que aunque por haber muerto a un clérigo había estado excomulgado, le había absuelto el provisor general de aquel obispado, el padre Paniagua, quien quiso ir en esta empresa con otros amigos que entre todos componían 50 soldados: Llegados al Paraná tuvieron, pronto lo necesario para el pasaje, con que brevemente lo facilitaron. Prosiguieron en seguir a los amotinados y habiéndolos alcanzado, los castigaron con más suavidad y benignidad que merecían sus delitos, que coloreó Ruy Díaz con secretos favores por la antigua emulación que tenía con Riquelme y conociendo éste cuanto disminuía su reputación y lo que podía seguirle de estar juntos, determinó irse a la Asunción con el provisor y el capitán Ruy García y otros 40 hombres de aquella tierra, que puesto en camino por el año de 1569 hallaron los indios de los pueblos que por allí había alzado y resueltos a estorbarles el camino, para lo cual se juntaron y pusieron emboscada en algunos sitios cómodos, en los cuales era preciso reñir con ellos los más de los días. Hallándose ya – los nuestros – a distancia de 26 leguas de la Asunción en la travesía de un asperísimo bosque llamado El Reposo tuvieron grande dificultad de pararle haber entrado más de 4000 indios el camino y aprovechándose de sitio tan ventajoso dando a los nuestros de una y otra parte grandes de flecherías de que no vinieron poco en vibrar y a fuerza de grandes descargas de arcabuz lo vencieron a los indios a lo llano del campo donde fue a escaramuzarlos Alonso Riquelme con algunos de a caballo y los atacaron de modo que les fue forzoso (ilegible) fuga. Al día siguiente llegaron a las barranqueras del río Paraguay y frontero al camino de Santa Cruz y en el que va desde allí a la Asunción en que vieron rastros y estiércol de caballos y vacas de los que había traído los españoles del Perú aunque los nuestros no pudieron saber de qué podrían ser aquellos vestigios, hasta que la noche siguiente prendieron a ciertos indios que iban desertores de la Asunción a vivir con los alzados. De estos supieron la llegada del general y del obispo y demás gente que venían del Perú. Noticia poco agradable a Riquelme con la enemistad que tenían entre sí desde la prisión del adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca su tío. No fué menos sensible para Francisco Gómes Paniagua por haber entendido que el ilustrísimo obispo no tendría a bien la absolución de Ruy Díaz Melgarejo. En tal grado puso a ambos esta confusión que a no contemplar las grandes dificultades del camino que habían andado se hubiera vuelto. Más al fin resolvieron ir a ponerse delante de quienes tanto se recelaban. Despacharon luego mensajeros a la ciudad, avisando de su ida por lo que el general envió luego a saludarlos. Al otro día entraron en la Asunción a cuyo recibimiento salió el general desde su casa hasta el puente de la catedral con grandes demostraciones de cortesía y afabilidad trabando desde aquel día nueva amistad entre sí y olvidando los agravios, como después diremos en adelante.
CAPITULO XVII
Del viaje que hizo Felipe de Cáceres a Buenos Aires y de la vuelta de Alonso Riquelme a la provincia del Guairá y su prisión
Lo primero que el General Felipe de Cáceres hizo después que llegó a la Asunción, fue mandar aparejar los bergantines y demás embarcaciones que allí había y alistar 150 soldados para ir a reconocer la boca del Río de la Plata, y ver si venía alguna gente de España en cumplimiento de la instrucción que traía de Juan Ortíz de Zárate desde la ciudad de los Reyes y habiendo hecho todos los aprestos necesarios, salió de aquel puerto y llegado a las Siete Corrientes halló muchas canoas de indios Guaraníes, con quienes tuvieron encuentros, que señorearon los nuestros a fuerza de arcabuzazos. Desde allí caminando por sus jornadas, llegaron al puerto del fuerte de Gaboto, de donde vinieron los indios a pedir paz y desde allí pasaron de las Palmas y golfo de Buenos Aires. Reconocida esta costa, pasó a la otra de San Gabriel, donde dejó escrito unas cartas metidas dentro de una botijuela al pie de una cruz. Desde allí dio vuelta río arriba hacia la Asunción sin haber tenido mal suceso alguno. Habiendo llegado, persuadió con muchas razones al capitán Alonso Riquelme para que volviese a la provincia de Guairá a gobernarla como se lo había encargado el gobernador Juan Ortíz de Zárate; y habiendo condescendido, le dio los poderes que para ello traía, y demás provisiones de la real audiencia; y habiéndose prevenido de gente y demás que era necesario, salió de la Asunción con 50 soldados. Y porque en aquel tiempo estaba la tierra alborotada y puesta en armas, salieron a acompañarle cien arcabuceros a cargo del tesorero Adame de Olaverriaga. Y habiendo llegado a distancia de 36 leguas de la ciudad sobre un gran pantano llamado Cuarepotí hallaron todos los indios juntos con intento de hacer guerra a los españoles; y habiéndolos acometido éstos por tres distintas partes, los sacaron al campo raso donde los desbarataron y vencieron con muerte de muchos indios. Hecho esto se despidieron unos para la Asunción y otros prosiguieron con el capitán Riquelme su camino, en que tuvieron otros varios encuentros hasta llegar a un pueblo de indios Mbaracayues cinco jornadas de la Ciudad Real de donde despachó ciertos mensajeros españoles a avisar al capitán Ruy Díaz de su venida y ofrecerle de su parte su amistad y gracia. Recibidas las cartas, en vez de despacharle el socorro necesario y agradecer sus ofertas, como buen caballero, convocó sus amigos y otros muchos que se juntó en su casa, vencidos unos del temor y otros del ruego y les comunicó el intento que tenía que era no recibir a Riquelme ni obedecer los poderes que traía para lo cual se hizo elegir en la junta por teniente general de Francisco Ortíz de Vergara y luego salió de la ciudad con 100 arcabuceros y se puso con ellos en el paso del río en una isla que dista de tierra un cuarto de legua sobre la canal de aquel peligroso Salto, donde asentó su real, y puso su gente en forma de guerra, con orden que nadie pasase a la parte donde estaba Alonso Riquelme con pena de la vida. Aquella noche despachó mañosamente algunos amigos suyos para que fuesen a sonsacarle la gente que pudiesen de su compañía, que como los más eran casados en la Ciudad Real, le pareció fácil persuadirlos, como con efecto sucedió, de suerte que no quedaron más con su capitán que cuatro soldados. Viéndose en este desamparo mandó suplicar a Ruy Díaz que pues no le permitía entrar, se sirviese despacharle su mujer e hijos que con ellos y los pocos soldados que le quedaba, se quería volver a la Asunción. La respuesta fue que no era tan inhumano que permitiese que los indios del camino matasen a los que no tenían culpa, como él la tenía en haberle venido a dar pesadumbre, pero como le entregase los poderes que traía, le daba palabra de no hacerle ningún agravio con cuyo seguro podría pasar a su casa sin tratar de meterse en cosa de justicia, sino vivir sosegadamente. Oído este recado y viendo sin poder hacer otra cosa se pasó Riquelme con mucha confianza a la isla, donde fue a la tienda de Ruy Díaz, quien luego le mandó quitar las armas y poner en prisión con dos pares de grillos y le mandó embarcar en una canoa, y con toda la comitiva se partió para la ciudad llevando delante de sí en una hamaca al preso formada la gente en escuadrón, tocando pífanos y tambores habiendo llegado, le metió en su propia casa en una estrecha cárcel que le tenía prevenida, donde lo puso con guardias con notable riesgo de perder la vida a mano de tanta vejación y molestia. Al cabo de un año de prisión lo desterró a una casa fuerte que tenía 40 leguas de la ciudad fabricada para este efecto, donde fue entregado a un alcayde llamado Luis de Osorio. Allí estuvo otro año con el mismo padecimiento, hasta que Dios Nuestro Señor quiso aliviarle con otros acaecimientos.
CAPITULO XVIII
De las disensiones que hubieron en la Asunción entre el obispo y el general Felipe de Cáceres hasta su prisión
En tanto que pasaron las cosas referidas en la provincia del Guairá, vinieron a tal estado las diferencias entre el general Felipe de Cáceres y el obispo que estaba toda la ciudad de la Asunción dividida en bandos: unos decían que la parte del obispo debía prevalecer por pastor; y otros que la del general por ministro del Rey, pues en lo temporal no tenía porque sugetarse al obispo. De aquí que el general castigó a algunas personas del bando opuesto, y el obispo se valió de censuras y excomuniones contra el general y sus ministros. Era tal la confusión que algunos clérigos y eclesiásticos eran contra el obispo y muchísimos seculares contra el gobernador, viviendo todos en suma inquietud y sobresalto. Habiendo entendido el general que trataban de prenderle aprisionó a algunas personas sospechosas y entre ellas al provisor Alonso de Segovia y como se llegase al tiempo de la venida del gobernador Juan Ortíz de Zárate, determinó bajar a reconocer la boca del Río de la Plata, por ver si aparecía la armada. Y habiendo prevenido los bergantines, barcas y canoas, bajó el general con 200 hombres, llevando consigo al provisor preso con ánimo de estrañarle de la provincia y pasarle a la del Tucumán, aunque hasta entonces no estaba descubierto aquel camino siguiendo su camino llegó a los anegadizos de los Mepenes, y después al riachuelo de los Quiloazas, y después a la boca del río Salado, donde tuvo comunicación con los naturales de aquella tierra y desde allí pasó al fuerte de Gaboto, y entrando por el río Varadero, salió al de las Palmas, y después fue a la isla de Martín García, donde salieron a pedir paz algunos indios Guaranís de aquellas islas. De allí atravezó aquel golfo a la de San Gabriel, desde donde despachó un bergantín a la isla de Flores y Maldonado, el cual volvió sin haber en toda aquella divisado señas de gente española. Con la llegada del bergantín se resolvió la vuelta dejando en todas partes señales, cartas y avisos para los que viniesen. En este viaje se advirtió que el general, siempre que se proporcionaba ocasión, por muy ligeras causas rompía guerra con los indios del río, con que se hizo juicio que quería cerrar la entrada del río. Resolvió despachar al provisor por el río Salado arriba hasta el Tucumán, y aunque para el efecto navegaron por él algunos días, no pudieron pasar adelante por estar muy cerrado de árboles y bancos de arena, y así retrocedieron a la armada, que pasados cuatro meses llegó a la ciudad de la Asunción, cuya república halló en peor estado, porque el obispo había llevado a su bando muchas personas principales que, trataban de prender o matar al general. Descubierto el intento, se prendieron algunas personas de sospecha, y entre ellas a un caballero llamado Pedro Esquivel, a quien luego mandó el general dar garrote y cortar la cabeza, poniéndola en la picota: acción que causó gran turbación en todo el pueblo. Mandóse por bando que ninguna persona comunicase con el obispo ni hacer junta de gente en su casa y habiéndose entendido que su lugarteniente Martín Suárez de Toledo tenía secreta comunicación con el obispo, le privó del oficio, y así muchas personas tenía por bien ausentarse a sus chácaras y haciendas de campaña. El obispo se metió al convento de Nuestra Señora de Mercedes, donde muchos días estuvo recluso temeroso del general y sus ministros, que después de estos disturbios se mantenía con 50 hombres de guardia de su persona hasta que se resolvió la parte contraria a prenderle. Convocó mucha gente, de modo que una noche se juntaron en casa de un vecino cercano a la catedral 140 hombres citados por un religioso franciscano llamado Fr. Francisco del Campo. Un lunes por la mañana, saliendo el general a oír misa en la Catedral, acompañado de su guardia entró a hacer oración fuera de la capilla mayor, desde donde oía mucho tumulto y ruido de gente que entraba por la puerta del Perdón y traviesas, con cuya vista (siendo de gente armada) se levantó el general y metiendo mano a su espada se entró en la capilla mayor, a cuyo tiempo salió de la sacristía el obispo revestido con un Cristo en la mano junto con su provisor, diciendo en altas voces: Viva la Fe de Jesucristo, “con esto el general se arrimó hacia el sagrario, donde le acometieron los soldados con tropel de golpes y estocadas, sin que la guardia los resistiese, ni hiciese defensa alguna, porque todos al oír la voz del obispo que decía: “’viva la Fe de Jesucristo”: respondieron, viva, excepto un hidalgo extremeño, llamado Gonzalo de Altamirano que se opuso al orgullo de los que venían a esta prisión, pero de tal suerte lo atropellaron e hirieron que dentro de pocos días murió. Arremetiendo al general lo desarmaron y asiéndole de los cabellos y barbas lo llevaron en volandas al convento de las Mercedes donde el obispo le tenía dispuesta una fuerte y estrecha cámara, donde le pusieron con dos pares de grillos y una gruesa cadena, que atravesaba la pared y correspondía al aposento del obispo y puesto en cepo de madera cerrado con candado, cuya llave tenía el obispo. Dentro y fuera se le pusieron guardas a su costa, secuestráronle todos sus bienes, dejándole solo para sustentarse muy escasamente. En tal estrechez estuvo este buen caballero un año, padeciendo tales inhumanidades y molestias que vino a pagar con lo mismo que él fraguó contra su adelantado Alvar Núñez. Altos e incomprensibles juicios de Dios que permite que pague en la misma quien faltó al derecho de las gentes. Al punto que se vió en la ciudad que llevaban preso al general, salió Martín Suárez de Toledo a la plaza rodeado de mucha gente armada con una vara de justicia en la mano, apellidando la voz del Rey, con que juntó así muchos arcabuceros y usurpó sin resistencia la real jurisdicción. Pasados cuatro días convocó a cabildo para que le recibiesen por capitán y justicia mayor de la provincia y habiéndose visto por los capitulares la fuerza de esta tiranía por obviar mayores escándalos, le recibieron al uso y ejercicio de este empleo, en que proveyó tenientes, capitulares, encomenderos y demás empleos, y mercedes como consta de un auto al adelantado Juan Ortíz de Zárate, que me pareció ponerle aquí a la letra que es del tenor siguiente:
“El adelantado Juan Ortíz de Zárate, caballero del orden de Santiago, capitán general, justicia mayor, y alguacil mayor de estas provincias de la gobernación del Río de la Plata, nuevamente intitulada la Nueva Viscaya por la Majestad del Rey Don Felipe Nuestro Señor. Digo que por cuanto, como es público y notario que al tiempo que los Señores D. Fr. Pedro de la Torre obispo de estas provincias y Alonso de Segovia su provisor con las demás personas que para ello se juntaron, prendieron en la Iglesia Mayor de esta ciudad de la Asunción a Felipe de Cáceres mi teniente general en estas provincias; Martín Suárez de Toledo, vecino de esta dicha ciudad, de su propia autoridad, temeraria y atrevidamente el día de la dicha prisión tomó la vara de Justicia Real en la mano donde después de tres o cuatro días el cabildo, justicia y regimiento de esta dicha ciudad, viendo que convenía al servicio de Dios Nuestro Señor obviar el grande escándalo y desasosiego de los soldados y gente que se habían hallado en la dicha prisión, nombraron al dicho Martín Suárez por mi lugarteniente y justicia mayor de todas estas provincias, usando dicho oficio sin tener poder de Su Majestad, ni mío en su Real nombre, ni menos el cabildo y regimiento de esta ciudad se lo pudieron dar de su poderío y poder absoluto dio y encomendó todos los repartimientos de indios, que estaban vacos y después vacaron, y las piezas yanaconas de indios que están vacos, encomendándolos a las personas que a él le pareció por ser sus íntimos amigos y parciales en sus negocios”. Por tanto por el presente en nombre de Su Majestad y por virtud de su real poder que para ello tengo y que por su notoriedad no van aquí expresados, doy por ninguno y de ningún valor y efecto todas las encomiendas y repartimientos de indios yanaconas, tierras y demás mercedes, que el dicho Martín Suárez de Toledo hizo, dio y encomendó a cualesquiera personas, así en el distrito de esta ciudad de la Asunción como en la Ciudad Real de la provincia del Guairá; y pronunció y declaró por vacos todos los dichos repartimientos y mercedes, para dar y encomendarlos a las personas beneméritas y a los conquistadores, que hayan servido a Su Majestad lealmente en esta tierra, conforme a la orden que tengo del rey nuestro Señor, y mando a todas las personas que así tuvieren mercedes hechas de dicho Martín Suárez de Toledo, no usen de ellas en manera alguna, directa ni indirectamente y luego que este mi auto fuere publicado dentro de tercero día, vengan manifestando los dichos indios que tuvieren con las mercedes y encomiendas de ellos, so pena de quinientos pesos de oro, aplicados para la cámara y fisco de Su Majestad la mitad de ellos y la otra mitad para la persona que denunciare, en la cual dicha pena doy por condenados a los inobedientes y transgresores de este mi auto, el cual mando se pregone públicamente en la plaza de esta ciudad; y de como así lo proveo y mando, lo firmo de mi nombre, siendo presente por testigos el capitán Alonso Riquelme de Guzmán y el tesorero Adame de Olaverriaga y Diego Martínez de Irala vecinos y residentes en esta dicha ciudad. Y es fecho hoy sábado 22 días del mes de octubre de 1575 años – El Adelantado Juan Ortíz de Zárate – Por mandado de S.S. Luis Marquez, Escribano de Gobernación“.
CAPITULO XIX
Como fue llevado Felipe de Cáceres a Castilla. La población de Santa Fe y de como los pobladores se toparon con el gobernador de Tucumán
En este estado estaban las cosas de la provincia después de la prisión de Felipe de Cáceres, cuando por orden del obispo y Martín Suárez de Toledo se despacharon mensajeros a la provincia del Guairá a llamar a Ruy Díaz Melgarejo, para que como enemigo capital suyo, le llevase a Castilla en la carabela, que ya a este tiempo se estaba haciendo a mucha prisa; y así el mismo año salió el capitán Hernán González con treinta soldados al efecto. Y llegando al puerto y paraje que está tres leguas de la otra parte de la ciudad, hicieron sus fuegos, para que les acudiese gente. Luego el capitán Ruy Díaz envió seis soldados a ver quienes eran, con orden de que no llegasen a tierra hasta haberla reconocido y con todo recato mirar qué gente era la que venía y siendo sospechosa, no embarcasen a ninguno hasta saber su voluntad. Llegada la canoa donde estaba Hernán González y sus compañeros, hablaron con ellos desde fuera, e informado de la prisión de Felipe de Cáceres, de quien era todo el recelo y asegurados que todos eran amigos embarcaron al caudillo, y otros dos con él y los llevaron al capitán Ruy Díaz con las cartas y recados que traían, quedándose los demás en aquel puerto, hasta que se les envió lo necesario para su pasaje. Visto los recados y cartas de sus amigos, se determinó de hacer lo que le pedían, y prevenido de lo necesario con buena compañía de gente salió de aquella ciudad, aunque después de puesto en camino se arrepintió; más no pudiendo hacer otra cosa, prosiguió y llegó a la Asunción, donde no fue tan bien recibido de Martín Suárez de Toledo, como algunos creían, respecto de que el uno del otro no se fiaba, ni se tenían buena voluntad: y así estuvieron algunos días no muy corrientes, hasta que el obispo tomó la mano y los conformó.
Luego que Ruy Díaz Melgarejo salió de Ciudad Real, todos los vecinos y demás personas de la tierra enviaron a sacar al capitán Alonso Riquelme de la fortaleza donde estaba preso y desterrado por Ruy Díaz y venido a la ciudad todos le recibieron por su capitán y teniente de gobernador y justicia mayor de aquel distrito. Recibido con la solemnidad debida el uso de su oficio, puso la ciudad y tierra en paz y justicia de que carecía, hasta tanto que el que tenía la superior gobernación en nombre de su Majestad otra cosa proveyese.
Acabada la carabela determinó irse personalmente en ella a Castilla, llevándose consigo preso a Felipe de Cáceres, y que fuese por capitán Ruy Díaz Melgarejo como persona que tenía necesidad de ir a Roma por el suceso pasado. Juntamente con esto se concedió facultad a un hidalgo viscaíno llamado Juan de Garay, para que hiciese y saliese con ella a hacer una población en Sancti Espíritus o donde más conviniese y hecho su nombramiento, levantó ochenta soldados todos los más hijos de la tierra y prevenidos de armas, municiones y caballos salieron de la ciudad de la Asunción el año de 1573 por tierra y por el río en un bergantín y otras embarcaciones juntos en conserva del obispo, y de los demás que iban a España, y por tierra llevaron caballos, yeguas y vacas, que llegados a la boca del río Paraguay, acordaron que los de tierra pasasen el río a la otra parte del Paraná, y por aquella costa se fuesen hasta la laguna de los Patos. Lo cual se hizo sin dificultad de enemigos a más de ir descubriendo aquel camino, que jamás se había andado por los españoles y juntos en aquel paraje los de la carabela y pobladores, se dividieron los unos para Castilla y los otros tomaron el río que llaman de los Quiloazas, atravesando a la parte del sudoeste, y sentado su real, corrió Juan de Garay aquel territorio, y vista su buena disposición determinó hacer allí una fundación, para lo cual ordenó su elección de cabildo y regidores con dos alcaldes ordinarios y su procurador. Y habiendo tomado posesión y hecho los requisitos de ella, puso por obra un fuerte de tapias de la capacidad de una cuadra con sus torreones donde se metió con su gente. Fue hecha esta fundación llamada la ciudad de Santa Fe el año referido día del bienaventurado San Jerónimo; está en un llano tres leguas más adentro sobre este mismo río que sale doce leguas abajo. Es muy apacible, y abrigado para todo género de navíos, la tierra es muy fértil de todo lo que en ella se siembra, de mucha caza y pesquería, hay en aquella comarca muchos naturales de diferentes lenguas y naciones de una y otra parte del río que unos son labradores y otros nó, por manera que concluido el fuerte, luego Juan de Garay salió a correr la tierra, empadronando los indios de la comarca así para encomendarlo a los pobladores como para el saber el número que había, para lo cual sacó cuarenta soldados en el bergantín, una barca y algunas canoas y navegando el río abajo, le salieron muchos indios de paz y para poderlos visitar fue forzoso entrasen con el bergantín por un estrecho río, que sale al mismo principal, por donde había muchos pueblos de naturales y después de haber entrado por aquel brazo y llegado a cierto pueblo de indios donde le pidieron estuviese algunos días para ver la tierra; una mañana fue llegando tanta multitud de gente que les puso en gran cuidado por lo cual mandó el capitán a su gente que estuviesen todos alerta con las armas en las manos y que ninguno dispare, hasta que el mandase, y viendo que toda aquella tierra se abrasaba en fuegos y humaredas mandó subir a un marinero a la gavia del navío para que reconociese el campo, el cual dijo que todo cuanto se veía a la redonda estaba lleno de gente de guerra, y mucha más que venían acudieron para coger los navíos en medio. El capitán se puso a punto de guerra y conociendo el peligro en que estaba por la estrechura del río y la dificultad de no poder salir de él sin gran riesgo habló a sus soldados esforzándolos animosamente cuando en este punto dijo el marinero que estaba en vigía “un hombre de acaballo veo que va corriendo tras unos indios”. “Dijéronle que mirase lo que decía, luego respondió: “otro veo que le va siguiendo” (y prosiguiendo dijo) “tres, cuatro, cinco, seis de a caballo”. Los cuales según parecía andaban escaramuzando con los indios, que venían a esta junta a dar en los nuestros; y siendo asaltados repentinamente a los de tierra, comenzaban a huir dando la voz de como había españoles de aquella parte que los herían y mataban, con lo que luego al punto se deshizo toda aquella multitud, de tal manera que por huir más a prisa dejaban por los campos arcos y flechas con que vinieron a quedar los nuestros libres de este notable riesgo. El capitán Juan de Garay escribió luego una carta a aquellos caballeros con un indio ladino, que a sirga iba revolviendo para el río de la Plata. Tiene en su jurisdicción esta comarca mucha cantidad de indios y pueblos que por no estar reducidos no se pudo entonces saber la cantidad, y así en diferentes tiempos se fueron encomendando a los pobladores. Está situada en 32 grados poco más o menos este a oeste con la ciudad de Santa Fe distante 60 leguas. Esta es otra población y ciudad. (Faltan algunas fojas, y así no se sabe la que es, solo dice que está sesenta leguas de Santa Fe), por la cuenta es esta la ciudad de Córdoba y el Gobernador el de Tucumán, y que una y otra fueron pobladas en un mismo año y día que es el que se ha dicho del Señor San Gerónimo – donde después de haber hecho un fuerte de adobes con sus cubos y terrados, en que recogió toda su gente, determinó el gobernador de salir a correr toda la provincia como lo hizo, y tomando lengua fue discurriendo por aquellos llanos hasta reconocer el Río de la Plata, donde se toparon ambos como está referido, y vuelto a su nueva ciudad, despachó a Nuflo de Aguilar con treinta soldados a requerir a Juan de Garay le entregase la tenencia y jurisdicción, que tenía de aquellas tierras, por estar en el distrito de su gobierno y conquista, y dándoles aviso de lo demás que convenía, partieron para la ciudad de Santa Fe, donde llegados hicieron sus requerimientos y protestaciones a Juan de Garay, y el cabildo de aquella ciudad, en que pasaron muchas demandas y respuestas en el caso; y respondiendo a todos ellos Juan de Garay dijo que en manera no haría tal, por que aquella población había sido hecha por él a nombre de Su Majestad y de la persona. que tenía superior gobernación de aquellas provincias a su costa y mensión y a la de los demás pobladores que allí estaban en su compañía a la cual no habían sido intrusos, porque los antiguos pobladores de aquellas provincias habían sido los primeros descubridores de ella, por cuya razón no podía pertenecer aquella jurisdicción a otro sino al gobernador del Río de la Plata. Estando en estos debates de una y otra parte llegaron al puerto de aquella ciudad tres canoas de indios Guaraníes naturales de las islas de Buenos Aires con un principal llamado Ñamandú, este traía un pliego cerrado dirigido a Juan de Garay a quien el cacique le entregó, y abierto que fue, halló que el adelantado Juan Ortíz y Zárate había entrado con su armada que venía de Castilla en el puerto de San Gabriel, donde estaba surtos con su gente a la parte de tierra firme con necesidad de comida, y apretado de los indios charrúas de aquella costa haciéndole saber le hiciese el socorro conveniente de que tanta necesidad tenía. Para lo cual se despachó nombramiento de su lugarteniente y justicia mayor en aquella ciudad con las demás provisiones y cédulas reales en que Su Majestad le hacía merced de aquel gobierno, por las cuales incluía todas las poblaciones que otros capitanes hubiesen hecho en 200 leguas del Río de la Plata al sur hasta la Gobernación del reino de Chile, por cuya demarcación la provincia del Tucumán entraba en el término y jurisdicción de este gobierno en virtud de lo cual luego el capitán Juan de Garay intimó a Nuflo de Aguilar la provisión contenida y le requirió en nombre de su gobernador al cumplimiento de ella, el cual habiéndola oído y obedecido, dio su respuesta a lo que a su derecho convenía, y sin tratar más de este negocio, aquella misma noche antes de amanecer partieron para su ciudad, donde llegados dieron cuenta al gobernador de lo que pasaba, a quien al mismo tiempo le llegaron mensajeros como le entraba sucesor en aquel gobierno por Su Majestad que era un caballero de Sevilla llamado Gonzalo de Abreu de cuyos sucesos, y de lo demás que acerca de esta provincia se ofreció, se podrá largamente dar individual noticia en el libro siguiente.