Fray Pedro de Aguado. Recopilación historial. Primera parte. LIBRO PRIMERO, LIBRO SEGUNDO, LIBRO TERCERO, LIBRO CUARTO.

Fray Pedro de Aguado. Recopilación historial. Primera parte. LIBRO PRIMERO, LIBRO SEGUNDO, LIBRO TERCERO, LIBRO CUARTO.
Монах Педро де Агуадо. Исторический сборник. История Колумбии, Венесуэлы.

Edición original: Bogota, Empresa Nacional de Publicaciones. 1956-1957
Notas: En este libro de Recopilación Historial, Fray Pedro de Aguado describe como el emperador Carlos V le dió la gobernación de Santa Marta a don Pedro Fernández de Lugo.

INDICE

Introducción

CAPITULO I
Fray Antonio Medrano

CAPITULO II
Fray Pedro Aguado

CAPITULO III
Medrano y Aguado

CAPITULO IV
Medrano, Aguado y su época

CAPITULO V
Fuentes de la Recopilación Historial

CAPITULO VI
Títulos de las obra

CAPITULO VII
Historias o compendios

CAPITULO VIII
La tabla

CAPITULO IX
Los manuscritos de la versión final

CAPITULO X
La censura
Anexos

PRIMERA PARTE
Recopilación historial resolutoria…
Tabla de la primera parte

LIBRO PRIMERO- CAPITULO I-II-III-IV
En el libro primero…-Que trata de quién fue…-Que trata de quién fue…-Que trata de cómo el gobernador…-Que trata de cómo los amotinados…

CAPITULO V-VI-VII
De lo que al capitán amotinado…-Que trata de cómo la Audiencia…-De cómo los dos gobernadores…

CAPITULO VIII-IX-X
De cómo fue proveído en España…- De cómo el gobernador Lerma…-En que se cuenta cómo el gobernador Lerma…

CAPITULO XI
De cómo el capitán San Martín…

LIBRO SEGUNDO- CAPITULO I-II
En el segundo libro se escribe…-En que se escribe cómo…-De cómo el adelantado…

CAPITULO III-IV-V-VI
De cómo después de…-De lo que a don Alonso Luis de Lugo…-De la gran mortandad…-En que se escribe la fortuna…

CAPITULO VII-VIII-IX-X
Que trata de cómo el general…-En que se escribe cómo…-Es que se escribe lo que le sucedió…-En que se escribe cómo el general…

CAPITULO XI-XII
En que se escribe cómo el general…-En que se escribe la vuelta…

LIBRO TERCERO- CAPITULO I-II-III
En el tercer libro se escribe…-En el cual se escribe…-En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO IV-V-VI
En el cual se declaran…-En que se escribe…-En que se escribe…

CAPITULO VII-VIII-IX
En que se escribe…-En que se escribe…-En que se escribe …

CAPITULO X-XI-XII
En que se escribe…-En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO XIII-XIV
En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

LIBRO CUARTO- CAPITULO I-II
En este cuarto libro…-En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO III-IV
En que se escribe…-En que se escribe…

CAPITULO V-VI-VII
En el cual se escribe…-En que se escribe…–En que se escribe…

CAPITULO VIII-IX-X
En el cual se escribe…-En que se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO XI-XII
En el cual se escribe…-De cómo Hernán Pérez de Quesada…-

CAPITULO XIII-XIV
En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO XV-XVI
En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO XX-XXI-XXII
En el cual se escribe…-En que se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO XXIII
En el cual se escribe…-

LIBRO QUINTO- CAPITULO I-II-III
En el libro quinto…-De cómo al capitán…-Que trata de otra salida…-Que trata del asiento…

LIBRO SETIMO- CAPITULO I-II-III
En el libro sétimo…-Cómo fue nombrado…-De cómo los españoles…-Cómo los indios…

CAPITULO IV-V
Que trata de cómo…-Que trata de una rebelión…-

LIBRO OCTAVO- CAPITULO I-II-III
En el libro octavo…-En el cual se escribe…-En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO IV-V-VI
En el cual se escribe…-En el cual se escriben…-En el cual se escribe…

CAPITULO VII-VIII-IX
En el cual se escribe…-En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO X-XI-XII
En el cual se escribe…-En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO XIII-XIV
En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

LIBRO NOVENO- CAPITULO I-II-III
En el libro nono…-En el cual se escribe…-En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO IV-V
En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO VI-VII-VIII
En el cual se escribe…-En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO IX-X
En el cual se escribe…-En el cual se escribe…

CAPITULO XI-XII
En el cual se escribe…- En el cual se escribe…

INTRODUCCIÓN

AL LECTOR

La “Recopilación Historial”, meritoria obra que fray Pedro Aguado, fraile franciscano de la Provincia de Santafé, redactó a base de sus propias anotaciones y los tratados históricos y apuntes que dejó otro fraile de la misma Provincia, fray Antonio Medrano, constituye una obra básica, indispensable para el estudio de la época de la conquista y población de las tierras de la actual Colombia y de una parte de las de Venezuela, algunos de cuyos territorios estaban unidos en aquel tiempo al Nuevo Reino de Granada por lazos económicos, políticos y administrativos.

La suerte no favoreció el manuscrito de esta “Historia”, que para la época de su confección es la primera que se ha escrito en tierras colombianas. Obtenida la licencia para su impresión ya en 1582, la obra quedó inédita y olvidada, pasando los manuscritos de unas manos a otras, impresores, libreros, bibliófilos, conventos, hasta parar a fines del siglo XVIII a, las de Juan B. Muñoz, cronista del rey de España y gran recopilador de documentos referentes a su imperio colonial. Al granadino coronel Joaquín Acosta (“Historia de la Nueva Granada”, París, 1848) se debe el mérito de haber “redescubierto” la obra de Aguado para la moderna ciencia Histórica americana. Aun cuando no la publicó, la utilizó para su trabajo, por lo cual se reveló su gran importancia como fuente primordial de nuestro conocimiento de los albores de la ocupación española en esta porción de la América Meridional.

Es a la Academia Colombiana de Historia a la que cabe el honor de haber emprendido por Primera vez su publicación. La institución, que estaba entonces recientemente fundada con medios económicos limitados, no pudo hacer tal publicación ni en forma completa ni con el esmero necesario para la transcripción de más de mil folios de un manuscrito del siglo XVI, cuya conservación deja mucho que desear en algunas partes. Se publicaron tan sólo los primeros nueve libros | 1 y la copia, hecha por paleógrafos no muy expertos, adolecía de grandes fallas. Pero la publicación demostró al mundo la importancia de la obra, tanto como documento de primera mano para la historia política y administrativa del Nuevo Reino como para los estudios antropológicos, geográficos, económicos y sociales de estos primeros tiempos de la nacionalidad.

Posteriormente, en 1914, el Gobierno de Venezuela editó una transcripción esmerada de la segunda parte de la “Historía” | 2 , que trata principalmente de los territorios de la vecina República, lo que una vez más llamó la atención del mundo científico sobre la importancia de tan extraordinaria fuente histórica; sin embargo, quedaron inéditos los siete últimos libros de la primera parte que tratan de varias regiones de las actuales Colombia y Venezuela.

La publicación completa la emprendió en cuatro volúmenes la Real Academia de la Historia, Madrid, bajo la dirección de Jerónimo Becker, en 1916-1918 | 3 . Con la esmerada transcripción del manuscrito, amplia dotación de notas y copia de algunos documentos procedentes de la Colección Muñoz que reposa en los archivos de aquella institución, Jerónimo Becker prestó un señalado servicio a la historiografía de América, aunque algunas de sus conclusiones no son aceptables a la luz de los conocimientos actuales.

La edición se agotó rápidamente, y en 1930 apareció en la casa Espasa-Calpe una edición popular incompleta y sin ninguna clase de anotaciones | 4 , donde se reprodujeron los primeros diez y seis libros de la primera parte, referentes principalmente al Nuevo Reino de Granada, con lo cual se remedió sólo parcialmente la necesidad que sentían los estudiosos de Colombia y Venezuela y otros países de consultar estas primeras fuentes de la historia americana.

No es, pues, de extrañar que la Biblioteca de la Presidencia, una serie de publicaciones que se inició bajo la experta dirección del doctor Jorge Luis A rango, optó por reeditar la obra de Aguado, reanudando la labor de la Academia Colombiana de Historia, cuando con su primicia llamó la atención sobre la excepcional importancia de la “Recopilación”. Con ocasión de la presente edición se aprovecharon los hallazgos documentales recientemente hechos por el suscrito y la nueva interpretación que estos hallazgos permiten.

La presente edición no se hace desde un ángulo crítico. Su objeto no es hacer resaltar los datos históricos errados contenidos en la “Recopilación”, a la luz de documentos hallados recientemente y que los autores no tuvieron la más remota posibilidad de conocer. Tampoco se criticarán opiniones de varios historiadores modernos que, a base de los pocos documentos conocidos hasta ahora, se esforzaron, según su leal parecer, en interpretar los intrincados problemas que surgen del estudio de la “Recopilación” y de la incógnita en que están envueltos sus autores, Medrano y Aguado, tejiendo gratuitas y contradictorias teorías que el lector interesado podrá consultar utilizando la bibliografía que se inserta al final | 5 .

No entramos asímismo en la crítica de las ediciones anteriores de la “Recopilación Historial”, ni iremos descubriendo faltas cometidas en la transcripción del manuscrito o fallas en su interpretación. Nuestra edición es, esencialmente, una versión revisada, puesto que el manuscrito mismo no ha sido fielmente reproducido por los editores anteriores, aunque en algunos casos, como en el de la Real Academia de Historia, por ejemplo, la transcripción material se hizo con todo el esmero posible. Se quiere, esencialmente, rehacer, hasta donde sea posible, a base de documentos a veces nuevos o a veces tan sólo mejor estudiados, la versión original tal como salió de la pluma de sus autores antes de sufrir las vicisitudes que se produjeron por la intervención de terceros. Si como base se tomó la transcripción paleográfica de Jerónimo Becker, se añadieron al original las partes tachadas o suprimidas (que aparecen impresas en bastardilla) y se anotaron aquellos cambios o enmiendas que parecían de interés, por tergiversar, y a veces en forma substancial, el espíritu y el texto del manuscrito.

La presente versión se hizo modernizando la ortografía y dotándola de puntuación, a fin de facilitar la lectura. La razón principal de este procedimiento obedece a la circunstancia de que el manuscrito conocido de la “Recopilación” no se debe a la mano de fray Pedro Aguado, sino acusa la intervención de varios amanuenses, que no usan una ortografía uniforme, quizá por su procedencia regional o educación recibida (véase nota 11, parte 1ª, libro 4º), por lo cual una transcripción literal no tiene objeto alguno. Por el contrario, la transcripción moderna contribuirá a la popularidad que merece una tan extraordinaria e importante obra como es la presente.

La edición va acompañada de sendos estudios documentales tanto sobre la vida de fray Antonio Medrano como la de fray Pedro Aguado, y también del análisis de la obra misma y del camino que recorrió desde su condición de un relato escrito en Santafé, en el Nuevo Reino de Granada, hasta recibir la sanción oficial en 1582 en el Consejo del Rey.

|

|JUAN FRIEDE

|

|Archivo General de Indias, Sevilla.

1 Bib. 12.
2 Bib. 13.
3 Bib. 14 y 15
4 Bib. 16.
5 Bib. 1 a 11.

FRAY ANTONIO MEDRANO

Dice fray Pedro Aguado, en el proemio al lector, que escribió su “Historia” durante los ratos de recreación y, en parte, “porque un religioso de mi Orden que se llamaba fray Antonio Medrano tenía comenzado este trabajo, por cuya muerte se quedará por salir a luz…” | 1

A base de una interpretación de esta frase, un tanto frágil, se sostiene generalmente que Medrano sólo recogió datos y, en el mejor de los casos, apuntes para la historia del Nuevo Reino de Granada, y que el mérito de la “Recopilación Historial” pertenece íntegramente al propio Aguado.

Tal interpretación es, a nuestro modo de ver, arbitraria. Si se tratase verdaderamente de una simple recopilación de apuntes y datos sueltos, o sólo del “comienzo” de un libro, no cabría alusión a la posibilidad de una publicación. La frase arriba transcrita indica más bien que la obra que dejó Medrano estaba en estado muy avanzado, casi para ser publicada. Esto no excluye que Aguado hiciera en ella correcciones, omitiera algunos párrafos o añadiera otros, ni que ordenase lo compuesto a su gusto y que completase aquellos trozos que así lo exigían. Pero todos estos trabajos eran esencialmente de redacción, de forma, y esto lo confirma tácitamente el propio Aguado cuando teme que su aportación personal no sea bastante apreciada por el futuro lector. “No quiero tampoco -dice- que se deje de entender la mucha parte que tengo, si tengo de decir verdad, en el trabajo de este reverendo Padre, pues no me costó a mí poco, al principio, despertar muchas cosas y recopilar otras, para hacer de todas ellas un cuerpo y un discurso”. La forma: “No quiero tampoco que se deje de entender, etc…” sólo puede interpretarse como temor de verse acusado de apropiación indebida de un trabajo ajeno. Además, no menos significativo es el final de la misma frase, donde se dice: “Y lo que de él -es decir, del ‘discurso’, de la obra- restaba, procuré perfeccionar, después de cumplir con la obligación que tenía al oficio y gobierno de mi Provincia”. Aguado indica aquí claramente que una vez hecho un “discurso” con los papeles que dejó Medrano, quedaron otros papeles y notas que tuvo que perfeccionar. La única interpretación posible es que la herencia literaria de Medrano consistía en libros tan elaborados que con ellos se puede formar, aunque “con trabajo”, un solo cuerpo listo para publicar; y otros, menos elaborados, que Aguado tuvo que “perfeccionar”.

No en forma distinta se debe interpretar lo que dice otro historiador franciscano, fray Pedro Simón, que sólo unos años después llegó a Santafé, a la misma Provincia de la Purificación a que pertenecieron Medrano y Aguado. Cuando habla de los dos, dice del último que “prosiguió la historia y la perfeccionó en dos buenos tomos que andan escritos de mano” | 2 La cita es aún de mayor interés cuando se sabe que Simón no pudo encontrar, como él mismo lo declara, la “primera parte” de la Recopilación, donde Aguado en el proemio hace sus declaraciones respecto a Medrano. De manera que la aseveración de Simón se debía a los dichos de otros frailes que encontró en el convento, de los cuales algunos de los más ancianos hubieran podido haber recogido noticias directas, aun, tal vez, de boca del mismo Aguado.

No es pura arbitrariedad de que Antonio de León Pinelo, quien publicó su “Biblioteca” en 1629, indica a fray Antonio Medrano como |único autor de la “Historia del Nuevo Reino de Granada”, y sigue:

“Fray Pedro Aguado, franciscano, prosiguiendo lo antecedente, escribió |Descubrimiento y Pacificación de Santa Marta y Nuevo Reino; con este título, sacó privilegio para la impresión en el Real Consejo de Indias” | 3

Por fortuna, la investigación del acervo documental que nos dejó Aguado y que forma la base del presente estudio, confirma plenamente la paternidad intelectual de Medrano sobre, si no toda, por lo menos la gran porción de la “Recopilación Historial”; por lo cual se le debe considerar a él, y no a Aguado, como primer historiador, primero que se ocupó exclusivamente del Nuevo Reino de Granada, y por consiguiente, de la actual Colombia. Se trata ciertamente de un enorme plagio, cometido por Aguado, si lo juzgásemos bajo conceptos modernos. Pero no es con nuestra mentalidad con la que se debe entender un hecho acaecido en el siglo XVI. Medrano y Aguado fueron miembros de una misma comunidad religiosa. El deseo de lucirse y destacar su importancia personal era extraño en la mente de aquellos religiosos que, enclavados en la alta Cordillera Andina, se ocupaban, antes que de cualquier otra cosa, de la obra evangelizadora entre los indios. Sus palabras en la dedicatoria al Rey, en que dice “no pretendo… ilustrar mi nombre ni engrandecer mi fama…” no es | pura retórica. Del texto de la petición al Consejo de Indias, a la cual Aguado adjuntó el índice de la “Recopilación Historial” | 4 , se desprende claramente que no lo hizo para lograr distinciones o mercedes personales o jactarse de historiador, sino tan sólo para dar peso a su personalidad, como representante venido especialmente a España a fin de seguir los negocios de su Provincia en la Corte. Virtualmente el libro era propiedad de la comunidad. En esta circunstancia y de acuerdo con la moral y uso de la época no existía un plagio propiamente dicho, ni el deseo de cometerlo al presentar la “Recopilación” como obra suya y no de un fraile ya muerto y cuya intervención era pues imposible; y más cuando él había trabajado en la obra personalmente. Su recta conciencia y amor a la verdad le hicieron incluir la noticia sobre las labores históricas de su antecesor, fray Antonio Medrano, en la forma correcta tal como lo hizo.

Los datos biográficos referentes a Medrano son sumamente escasos. Se desconoce el lugar y fecha de su nacimiento y tampoco se sabe cuándo y desde dónde se trasladó al Nuevo Reino. Lo que sí podemos afirmar es que su llegada allí fue mucho anterior a la de Aguado, quien aportó al Reino hacia 1562. Algunos libros tratan de acontecimientos anteriores a esta fecha con tal minuciosidad y cúmulo de detalles, que invitan a creer que fueron escritos por un testigo presencial que sólo podría ser fray Antonio Medrano. En el libro 1º, capítulo 1º, de la primera parte, habla el autor del descubrimiento de Santa Marta en 1498 (sic) por Juan (sic) de Ojeda, “por dicho de personas muy antiguas que aún hoy viven”. Aunque los datos son errados, pues ni el nombre del descubridor ni la fecha son exactos, no es posible suponer que testigos presenciales de tal hecho viviesen en la época en que Aguado estuvo en el Reino. La confección de este libro hay qué situarla a más tardar entre 1550 y 1555 para que el dato fuese verosímil; su autor sólo podría ser, pues, Medrano.

Pruebas inequívocas de la temprana llegada de Medrano al Nuevo Reino de Granada son cuatro libros de la primera parte cuyo texto indica claramente haber sido escritos antes de 1562, y que por consiguiente sólo podrían ser obra de Medrano. Así, el libro séptimo, la historia de Ibagué, fue escrito, según se declara, durante la época en que había prohibición de nuevos descubrimientos y conquistas, prohibición que se levantó por Cédula Real del 15 de julio de 1559 | 5 . En el mismo caso se encuentra el libro 8º, sobre Mariquita, y el libro 10, sobre la fundación de la ciudad de Vitoria, donde hablando de la prohibición de nuevas expediciones dice: “y esta suspensión dura hasta hoy.. .” Exactamente lo mismo sucede con el libro 14, de la ciudad de los Remedios.

Es obvio que si hacia 1558-59 Medrano tenía ya redactados estos 4 libros, que debido a varias razones y alusiones a libros anteriores no pueden considerarse como los primeramente escritos, su llegada al Reino tuvo que ocurrir varios años antes. La Provincia, o más exactamente la custodia franciscana, se fundó en 1550 y se despobló prácticamente en 1553. En aquel año entró a Santafé el obispo fray Juan de Barrios, a quien, según parece, Medrano profesaba entrañable amistad. La carta que escribe en compañía de otros frailes | 6 y que es la primera que conocemos donde se contiene su firma, elogia en gran manera al entonces ya arzobispo. Medrano pudo haber venido con Juan de Barrios como uno de los 12 frailes que lo acompañaron y cuyos nombres no conocemos. Pero la fecha exacta de su llegada es aún una incógnita que espera comprobación documental.

Dice fray Pedro Simón que si Medrano no hubiese muerto en la expedición al Dorado, habría “sacado a luz muchas y buenas cosas” | 7 , apoyándose posiblemente al emitir este concepto en la fama que de él había como concienzudo historiador. Otro escritor antiguo | 8 informa que Medrano escribió un libro sobre “arte del idioma de los indios Moscas”; afirmación que hasta ahora no ha podido comprobarse con un hallazgo documental, pero que es verosímil, dado el largo tiempo de su permanencia en el Nuevo Reino y su celo misionero que demostró acompañando al licenciado Jiménez de Quesada en la desgraciada jornada al Dorado.

En la carta del 27 de diciembre de 1567, arriba citada, firma Medrano con otros frailes, como definidor de la Provincia franciscana en Santafé. El documento en sí carece de directo valor biográfico, pues es una carta que versa sobre la contienda entre el arzobispo y los dominicos. De asuntos generales trata otra carta donde también se contiene su firma, que es la del 1º de enero de 1568 | 9 . Pero el hecho de haber sido definidor de su orden indica la posesión de prendas intelectuales que permitieron elevarlo a esta dignidad.

En 1569 sale fray Antonio Medrano con la expedición de Jiménez de Quesada. Dice Aguado, su compañero de religión, y estante por entonces en el Nuevo Reino, que lo hizo “con celo y ánimo de convertir almas” | 10

Unos decenios más tarde fray Pedro Simón atribuye el alistamiento del fraile al deseo “de ver esta jornada y las tierras y escribirlas por vista de ojos” | 11 . Parece más verosímil la aseveración de Aguado, teniendo en cuenta que ambas opiniones estaban emitidas bajo épocas y conceptos diferentes. Medrano, así como su compañero Aguado y otro historiador franciscano, fray Esteban de Asensio, eran ante todo religiosos-misioneros y sólo en segundo plano historiadores. Basta decir que en 1585, Asensio, amigo personal de Aguado -pues éste le dejó como sustituto al viajar a España- no enumera siquiera las actividades históricas de aquél -presente por entonces en el Nuevo Reino- en el extenso elogio que le dedica en el memorial histórico que escribiera sobre la orden franciscana | 12 . Aguado mismo, en su petición al Rey | 13 , menciona la “tabla” de su “Recopilación Historial” en último término, después de hablar largamente de sus actividades como misionero. Por dos veces consecutivas | 14 trata de justificar sus ocupaciones de historiador, a pesar de ser fraile, como si tal ocupación tuviese algo de reprochable. Donde reinaba tal ambiente, es difícil suponer que un religioso se alistase a una expedición conquistadora con el fin principal de ver y hacer historia, como lo supone fray Pedro Simón, situado ya dentro del ambiente del siglo XVII.

En esta jornada, que tres años después, en 1572, llegaba desbaratada a Santafé, quedando con vida 50 españoles de los 800 que salieron, y de los 1.500 indios sólo 30 | 15 , murió fray Antonio Medrano, sin que conozcamos detalles de su muerte.

Quedó injustamente en el olvido. Su nombre no aparece en ninguna historia de la orden franciscana antigua o moderna | 16 , ni en enciclopedias hispánicas, como la de Espasa-Calpe, por ejemplo; ni aun en la Enciclopedia Hispano-Americana se le menciona.

1 Proemio a la primera parte
2 Bib. 39 IV. 124-125
3 Bib. 29 II, 692
4 Doc. 5
5 Doc. 23
6 Doc 7
7 Bib. 39, IV 124-125
8 Bib. 31; Bib. 29, II, 731 y 919
9 Doc 8
10 Proemio al lector. Primera parte.
11 Bib. 39, IV, 124-125
12 Bib. 20
13 Doc. 5.
14 Proemio al lector, primera parte y libro 4º, cap 12, primera parte
15 Doc. 9.
16 Bib. 6.

FRAY PEDRO AGUADO

Había nacido en Valdemoro, a cuatro leguas de Madrid, y bautizado el 23 de enero de 1513. Pertenecía a una familia solariega cuyos miembros ocupaban una importante posición social y económica en la floreciente ciudad | 1 . No se sabe dónde y cuándo tomó el hábito y casi nada sobre su vida antes de viajar a América. Ni en la iglesia de Valdemoro | 2 , su ciudad natal, ni en el archivo del cabildo de aquella ciudad | 3 hemos podido encontrar señales de sus actividades. Al volver a España en 1575, se alojó en el convento de San Francisco en Madrid | 4 . Es posible que fuese allá donde tomó sus hábitos o en alguna otra casa de la Provincia franciscana de Castilla, que Asensio menciona como la suya | 5.

Nada sabemos sobre sus estudios, aunque Simón sostiene que fue docto en teología y matemáticas | 6 . El mismo (¿o será Antonio Medrano?) no se alaba en este sentido. Nada encontramos en su obra que indique conocimientos de matemáticas, astronomía u otras ciencias, salvo ideas vulgares, generalmente aceptadas en su época, como por ejemplo que algunos “por tener conocimiento de la cosmografía y astrología”, certificaban que en las cabeceras del río Magdalena hay tierras riquísimas | 7 ; que existe una influencia de la “fatal constelación de alguno de los planetas o estrellas” sobre la fertilidad de la tierra | 8 y el carácter de sus habitantes | 9 ; la influencia “del movimiento natural de los elementos y planetas”, para producir lluvias | 10 ; la existencia de tierras “que por los malos aires que en ellas corren, mediante los corruptos vapores que de las tierras anegadizas y lagunas se levantan y congelan”, producen gentes desasosegadas | 11 ; o de tierras donde hay indios tan bárbaros -pues que comen hormigas- que “no pueden producir buenos aires ni vapores” | 12 ; que los vapores que producen fiebres y calenturas salen de algunas montañas | 13 ; que el rayo es “aire que sube en lo alto.., donde se congela aquel fuego que llamamos rayo” | 14 , etc.

Tampoco faltan en Aguado las creencias vulgares, arraigadas en la sociedad de su época, de que la naturaleza reacciona frente a las actitudes buenas o malas de los hombres. Así, un gusano no invade las tierras de los indios que rehúsan unirse a sus vecinos en la celebración de sus fiestas y borracheras | 15 ; y un frondoso árbol se seca cuando cuelgan de él a Juan de Carvajal | 16 . El caudal de un río baja, después de una promesa a la Virgen | 17 , etc.

En materia de historia universal cita apenas unos pocos pueblos de la antigüedad, como babilonios, sodomitas, hebreos, egipcios, griegos y romanos; algunos emperadores y héroes (Héctor, Pirro, Ulises, Alejandro, Julio César, Pompeyo, Trajano, Octaviano, Behemyfaces) y varios historiadores (Tito Livio, Suetonio, Herodoto, Frigio, Fretulfo y Polibio); citas que demuestran una educación que corresponde a la capa social a que pertenece, pero que no permite equipararlo a un verdadero escolar. Y con referencia a la teología y al derecho canónico expone algunas ideas generales en boga en las esferas eclesiásticas sobre la encomienda, conquista, evangelización de indios, etc., pero no encontramos citas de teólogos o juristas. Al contrario, a veces admite su ignorancia con una sinceridad que es característica de este buen fraile. Ciertamente, al explicar con algún detalle la realidad de la conquista, y los daños que se hacen a los indios, dice sinceramente: “Y si esto es bien o mal hecho, o justo o injusto, júzguenlo los teólogos y canonistas y personas doctas que lo entienden, porque aquí mi intención no es de aprobar ni reprobar ninguna cosa de éstas” | 18.

Acerca de su estilo literario no emitimos nuestro parecer ante la circunstancia de que el manuscrito no sólo fue el resultado de una obra conjunta en la cual intervinieron dos personajes diferentes, sino porque posteriormente enmiendas y tachaduras por manos de terceros modificaron la redacción original. Para algunos su estilo “no es cervantino. En parte es redundante, gongórico, monótono y pesado”. Lo cierto es que no podemos juzgar la educación general de Medrano y Aguado por el estilo que emplearon en su “Historia”, pues la forma literaria no era su preocupación. La “Recopilación Historial” narra los acontecimientos llanamente, sin retorcimientos, salpicando el relato a veces con sabrosos dichos populares que reproducen a la maravilla el ambiente de la época. Salvo en la dedicatoria al Rey, en la cual se observa un esfuerzo por decir las cosas “con elegancia”, con el consiguiente retorcimiento retórico, lo escrito es sencillo, exacto, no exento de emoción; encontramos frases de admiración y ternura y, a veces, de ira e indignación.

Pasó Aguado a América a fines de 1561, formando parte del grupo de 50 religiosos que llevó fray Luis Zapata, nombrado entonces comisario-reformador de la orden franciscana para el Perú. Su nombre aparece en la cuenta que hace el 4 de febrero de 1561 el contador de la Casa de Contratación de Sevilla, con ocasión de los gastos de mantenimiento para estos religiosos | 19 .

De este grupo, 6 frailes | 20 , entre ellos Aguado, se quedan en Cartagena y suben por el río Magdalena al Nuevo Reino.

No conocemos documentos sobre su actividad en Cartagena. Ya en la carta que varios franciscanos escriben desde Santafé el 12 de junio de 1562 | 21 , Aguado estampa su firma, por lo cual es de suponer que en Cartagena no permaneció más tiempo que el necesario para preparar su viaje, río Magdalena arriba, para llegar a Santafé.

De sus actividades misioneras en la época comprendida entre 1562, fecha de su llegada, y el 1575, cuando abandonó el Nuevo Reino para trasladarse a España, hablan algunas “probanzas”.

Fue doctrinero de Cogua, Nemeza y Peza, encomiendas de Luis López Ortiz | 22 , durante dos años; de Zipaquirá y Pacho, encomiendas de Juan de Ortega, situadas no muy lejos de allí | 23 . “Unos pocos días” estuvo en Chocontá, encomienda de Andrés Vásquez de Molina. Fue también doctrinero de Bosa, según se desprende de un documento recientemente encontrado | 24 . Consta que conoció la provincia de los Panche | 25 y probablemente visitó otras doctrinas y también la ciudad de Cartagena, pero sin duda, ya como provincial de su orden.

Es cierto que en el proemio al lector habla de haber presenciado varias conquistas y fundaciones. Pero en el texto mismo de la obra no encontramos ninguna indicación o detalles sobre este hecho.

La doctrina en que tuvo más éxito y que presenta como su obra cumbre en la probanza de servicios que hizo antes de ausentarse para España, fue de Cogua, donde generalmente logró la conversión de todos los indios, incluyendo caciques, mujeres y niños. Este hecho, “que ha sido cosa nueva” (declaración del chantre de la Catedral, Gonzalo Mexia), llamó poderosamente la atención, pues a pesar de las cuatro décadas que duraba ya la dominación española y el acopio de religiosos que llegaron durante este tiempo al Nuevo Reino, no se había logrado cosa semejante en otros pueblos indígenas; los indios Muisca se mostraron muy aferrados a las creencias de sus antepasados. Fray Pedro Aguado logró la conversión de los Cogua, produciendo así, como se creía, “la levadura para que todos los indios de los demás pueblos de este Reino se dispongan y animen a hacer lo mismo Compuso una tabla o “numeración” de todos los indios cristianos | 26 , y logró que accediesen a hacer bautizar a todos los niños recién nacidos, concluir matrimonios según el rito católico y morir recibiendo absolución.

A sus oraciones y las de los indios recién convertidos se debía aquel hecho milagroso que destacan los declarantes de la “probanza”. Un gusano negro había invadido los terrenos de los indios paganos de Nemocón, destruyéndoles sus maizales. Convidados los de Cogua a acompañarles en su “beber y tirar y hacer otros ritos malos, según su antigua costumbre, que es todo encaminado al demonio”, los de Cogua, recogidos por el fraile doctrinario en la iglesia, rechazaron la invitación. El gusano negro no pudo franquear un riachuelo que dividía ambos terrenos, los de Nemocón y Cogua, ahogándose en él por millares.

Casi milagrosa fue también la conversión de un mohán quien delató a fray Pedro el lugar donde los indios tenían sus santuarios para hacer ofrecimientos a sus dioses. El fraile convirtió al mohán al catolicismo, rompió los ídolos a la vista de todo el pueblo y “allí predicó a los indios que se hallaron presentes muchas cosas en loor a Nuestra Santa Fe Católica…” | 27 .

Fueron los indios de Cogua quienes, apoyándose en el hecho de haber sido el primer pueblo indio convertido, levantaron el 10 de junio de 1569 una larga información ante la Real Audiencia | 28 , pidiendo distinciones especiales. Su testigo principal era su doctrinero fray Pedro Aguado. Declaraba que residió en la doctrina de Cogua y Nemeza quince meses, y que a cabo de siete meses de predicación los indios allegaron a él para pedir el bautizo, declarando “que querían dejar sus ritos, casarse y dejar las muchas mujeres que tenían”. Aguado los bautizó, inscribió en un libro y dio a cada uno una especie de pasaporte, una “carta”, donde constaba que el portador era casado y convertido (“doméstico” dice Aguado).

Los indios de Cogua tomaron muy en serio su conversión. Con gran regocijo de indios y españoles iban en procesión las 9 leguas que distaba su pueblo del de Santafé, especialmente los días de Corpus Christi y la noche del Jueves Santo, desplegando banderas, llevando en andas la imagen de la Virgen, y el cacique con “su cruz de alquinia grande, y manga de raso carmesí bordada, y un pendón de tafetán de colores… Y otros nueve pendones medianos llevaron los dichos capitanes…” La gente que los veía pasar quedaba “edificada” y los naturales “maravillados”.

Las dos iglesias, que fueron construidas bajo la dirección de fray Pedro Aguado, eran de piedra, con techo de teja y muy adornadas en su interior. Tenían imágenes esculpidas y pintadas “de bulto y pincel, en tablas y lienzos”. Cuatro frontales y doseles de guadamecí servían al culto divino y cuatro campanas tañían cuando se alzaba el Santo Sacramento.

El ornamento era de raso azul con cenefas de seda y con “muy galanas” hijuelas para poner el cáliz, especialmente una que, como se declara, “está sembrada de estampas de oro y perlas de valor, y con su guarnición a la redonda de oro..”

Con estos méritos consiguieron los indios una resolución favorable del Consejo de Indias. Se ordenó que la Real Audiencia “les favorezca y tenga cuenta en honrar a estos indios y mire por ellos atentos las causas que refieren”. Se les concede la gracia de ir delante de otros indios en todas las procesiones y otros actos públicos | 29 .

Todos los testigos de la “información de servicios” concuerdan en declarar que fray Pedro Aguado fue desinteresado en su labor misionera, no exigiendo de los encomenderos más que el mero sustento. “No se concertó de llevarle -declara Juan Suárez de Cepeda- estipendio alguno, como otros religiosos suelen pedir”; y Juan de Ortega atestiguaba que le preguntaba “muchas veces que si quería oro u otra cosa alguna de tienda, y nunca el dicho Fray Pedro Aguado quiso tomar cosa alguna”.

De sus demás actividades, antes de su viaje a España, sabemos que fue por dos veces guardián del convento en Santafé y tal vez Tunja | 30 . Durante el ejercicio de este oficio recogió los frailes que andaban dispersos entre los indios e introdujo reformas en su vida monástica, dando siempre buen ejemplo personal, como hombre de un carácter entero. Reformó el convento, lo dotó con “imaginería y ornamentos” e hizo “un arco de madera labrada” | 31 .

1 Bib. 5. Esta fecha parece mas verosímil que el año 1538 que dan algunos historiadores (Bib. 10 y 19)
2 AEV
3 ACV
4 Doc. 15. Resumen de la petición hecha por Aguado el 6 de abril de 1576
5 Bib. 20, 85
6 Bib. 39. IV, 124-125
7 Primera parte libro 4º, cap 12
8 Ibíd.
9 Ibíd., Libro 8º, cap. 1º
10 Ibíd. Libro 1º, cap. 5º
11 Ibíd. Libro 3º, cap 7º
12 Segunda parte, libro 3º, cap. 2º
13 Ibíd.
14 Primera parte, libro 4º, cap. 14.
15 Doc. 14.
16 Segunda parte, libro 3º. Cap 9º
17 Primera parte, libro 4º, cap 12 Naturalmente ignoramos si los renglones referentes a estas creencias pertenecen a la pluma de Medrano o de Aguado; pero el hecho que este último fue el redactor final de la obra y dejó pasar estos apartes, sin enmendarlos o tacharlos, demuestra que se trataba de temas generalmente aceptados.
18 Primera parte, libro 9º, cap 2º.
19 Doc. 10.
20 Bib. 20.
21 Bib. 11, 84
22 Doc. 5.
23 Ibíd.
24 ANC, Conventos de Franciscanos, papeles en clasificación
25 Primera parte, libro 4º, cap 7º
26 Doc. 5.
27 Doc. 14.
28 Ibíd.
29 Sea dicho aparte que la conversión de los Cogua no tuvo el carácter trascendental ni fue tan durable como lo creía Aguado. Ya en su memorial de 1573 (Doc. 309) decía el arzobispo fray Luis Zapata: “porque el presente en esta tierra no hay pueblo de indios cristianos, ni aun indio que lo sea, y es lastima ver la doctrina que se tiene en los indios y las confusiones y estorbos que hay para haberla…” Sucedió entre los indios de Cogua, precisamente , el caso contado por fray Pedro Simón, unos decenios más tarde (Bib. 39, II, 253), cuando el fraile, llamado por un cacique que estaba en su lecho de muerte, encontró admirado que dentro de las palmas de crucifico que sostenía el moribundo entre las manos estaba escondido Bochica, ídolo de los Chibcha.
30 Bib. 20.
31 Doc. 5 (Testimonios de Gonzalo Mejía, Pedro de Bolívar y otros).

El 29 de junio de 1573 fue elegido provincial de su orden | 32 , en un capítulo presidido por el entonces arzobispo fray Luis Zapata, aquel antiguo reformador de su orden en el Perú, bajo cuya conducta, diez años antes, había llegado al Nuevo Reino el mismo Aguado. Como provincial hizo “lo que es obligado a hacer cualquier buen provincial y buen religioso, así en visitar sus conventos, como en la clausura y buen ejemplo que en ello está obligado a dar” | 33 .

Los problemas con que se enfrentó como provincial fueron muchos. En la carta que conjuntamente con el provincial dominicano fray Antonio de La Peña escribe el 10 de septiembre de 1573 | 34 , se habla de “muchos inconvenientes y poca devoción de los encomenderos de los indios”, por lo cual viven los conventos en necesidad. Habla de la carestía de la vida, del salario que se da a los doctrineros y con el cual no se pueden sostener, etc.

Pero no ejerció su oficio de provincial durante largo tiempo. Ya el 2 de noviembre de 1574 fue designado por los frailes para viajar a España en calidad de su procurador | 35 , con el fin de pedir en el Consejo de Indias varias mercedes y resolver otros problemas que se le presentaron a su orden, después de que cinco procuradores enviados anteriormente no habían logrado nada, como declara en su petición | 36 .

Fidedignos documentos demuestran que el viaje de Aguado, a quien acompañaba el provincial de los dominicos fray Antonio de La Peña, no fue hecho contra las reglas de la orden, como lo dice fray Pedro Simón, | 37 ni se debía al deseo de ver publicada su “historia”, como afirman algunos historiadores modernos. Aguado viajó como procurador de sus compañeros, “por que -como dicen los frailes en su carta del 17 de febrero de 1575- | 38 a nuestra noticia ha venido haber ocupado los oídos de Vuestra Magestad y de vuestro Real Consejo de España una desigual fama”. Declara Aguado en una de sus peticiones que el mismo arzobispo le indujo a aceptar esta misión. Ciertamente, la amistad y compaginación ideológica unían al arzobispo y al provincial. Fray Pedro llevaba a España no sólo una instrucción detallada sobre lo que debía pedir para sus conventos, sino también un memorial del mismo arzobispo dirigido al Consejo de Indias | 39 . Como comisario especial designó en su lugar a fray Esteban de Asensio, su compañero.

La licencia del viaje la obtuvo de la Real Audiencia el 13 de enero de 1575 | 40 . Del texto se desprende que el viaje emprendido por fray Pedro no fue del agrado de los oidores, ya que recalcan medite la conveniencia u oportunidad del mismo. Se habían dado a conocer, hacía poco tiempo, las nuevas leyes del Patronazgo Real que concedían al poder civil la durante años anhelada autoridad en asuntos eclesiásticos. Basándose en estas nuevas disposiciones, la Audiencia había reunido una junta que comprendía a los miembros del Cabildo de la ciudad, a los Oficiales Reales, a los vecinos de más prestancia y a los cabezas del clero secular y regular, para decidir sobre la forma más adecuada de proceder a la obra evangelizadora entre los indios. Fue la primera vez que en Santafé estas cuestiones, anteriormente de incumbencia exclusiva de las autoridades eclesiásticas, se trataban por la autoridad civil.

El viaje de fray Pedro tenía precisamente por objeto tratar de las dificultades que se presentaron con la introducción de esas leyes, materia sobre la cual trataba igualmente el memorial del arzobispo que llevaba Aguado.

Es comprensible la mala voluntad con que los oidores de la Real Audiencia veían el viaje de ambos provinciales a España: temían su intervención en contra de las leyes del Patronazgo. Por esto declaran en el texto mismo de la licencia “que primero que os partáis de ella, miréis mucho lo que más conviniere, así en razón de si conviene que vais a los dichos nuestros Reinos de España o os quedéis en la dicha provincia a dar orden en lo que conviniere, sobre lo cual vos encargamos la conciencia…” Y cuando, a pesar de todo, los dos provinciales emprenden su viaje a España, escriben cartas al Rey, donde se les acusa de hacerlo para no dar cuenta de sus actividades, para llevar oro y perlas clandestinamente, etc.

En la carta arriba citada, del 17 de febrero de 1575 | 41 , no aparece la firma de Aguado, por lo cual debemos suponer que fue por esta época cuando abandonó a Santafé.

Al llegar a la Península presenta fray Pedro una extensa petición al Consejo, apoyado por el comisario general de la orden, fray Francisco de Guzmán | 42 . Pide que se envíen a la provincia de Santafé por lo menos 20 religiosos; que se les asigne asientos en los pueblos de los naturales; que no se permita a los encomenderos poner clérigos a su gusto en sus encomiendas; que se dé licencia de enterrar los indios en los cementerios de los monasterios, sin cobrarles nada por ello; que se dé una limosna para 8 o 10 estudiantes; otra para edificar monasterios; otra para vino y aceite, etc.

Comienza la larga espera para ser llamado ante los señores del Consejo, espera que se prolongó por ocho años enteros. Una vez parecía que su “negocio” iba a ser ventilado por ante aquella alta autoridad colonial y, entonces, presenta una petición cuyo texto no hemos encontrado, pero sí su resumen, que reza:

6 de abril de 1576. Fray Pedro Aguado, provincial del Nuevo Reino de Granada dice que está en San Francisco en esperanza; y porque ha venido a su noticia haberse visto su negocio, y él está sujeto a su prelado, suplica se mande al Comisario le dé licencia para que venga a tratar su negocio | 43 .

¿Habíanse cambiado las relaciones entre el provincial de Santafé y el Comisario General; como parece sugerir el texto de la petición? ¿Le fue quitada a Aguado la representación de su comunidad? ¿Fue tratado sin él el asunto en cuyo seguimiento vino expresamente de Santafé? El resumen que hemos transcrito parece afirmarlo. De todos modos, las cosas en el Nuevo Reino habían cambiado rápida y radicalmente poco después de haberse ausentado Aguado. Fray Esteban de Asensio, su compañero y sustituto en la prelacía, ha sido destituido violentamente de su cargo por otros frailes, y otro provincial elegido ocupó su lugar, sin preocuparse del hecho de que el cuatrienio para el cual Aguado fue elegido no había llegado aún a su término. Amargamente se queja éste al Consejo de que hay un religioso “que pretende ser prelado” | 44 . Lo cierto es que de hecho cesa nuestro fraile de ser provincial, y por lo mismo apoderado de su orden. Ya en 1578 encontramos a otro fraile, fray Diego de Castillo, en España, gestionando ante el Consejo los intereses de la provincia 45; mientras sobre Aguado pesa la prohibición general de que frailes venidos de América regresen a sus provincias ultramarinas | 46 .

Las desesperadas solicitudes que presenta a fin de que se le autorice retornar a Santafé quedan sin contestación. En una petición cuenta cómo vino en la flota pasada urgido por sus compañeros y el arzobispo, y no sólo no negoció nada, sino que se le impide la vuelta. “En recompensa -dice- se me hace afrenta”; y refiriéndose al decreto que no permite volver a frailes venidos de América, declara: “y pues yo vine a otra cosa, suplico… que se vea el memorial y se me mande despachar…” | 47 .

Pero nada logra nuestro fraile. La vuelta al Reino le está vedada. Es entonces, según nuestro parecer, cuando Aguado completa, redacta, ordena y pule los libros y notas que dejó fray Antonio Medrano en la provincia, y que él trajo a España, y sus propias anotaciones sobre la historia del Nuevo Reino de Granada. En los largos años que estuvo con los brazos cruzados tuvo tiempo y ocio para sus ocupaciones históricas.

Pocas son las huellas, dejadas en el manuscrito, que permiten fijar la fecha de estas labores de redacción. Una, es la enmienda conténida en el texto tachado del capítulo 23 del libro 49, donde hablando del estado primitivo de los indios durante la conquista, el texto original decía que esto sucedía “ahora treinta años”, siendo tachada la palabra “treinta” y puesto por mano diferente la palabra “cuarenta” (véase nota 73 a aquel libro). Esto quiere decir que Aguado revisaba aquella parte del manuscrito hacia 1578; pero que el texto mismo procedía del año 1568. Cambios en el empleo del tiempo de algunos verbos (véase nota 2 al libro 5 de la primera parte) también permiten llegar a la conclusión de que en estos casos se trataba de enmiendas hechas a un texto escrito muy anteriormente a aquella redacción final.

Hacia 1579, la “Recopilación Historial”, dividida en dos partes, está lista para ser presentada al Consejo de Indias a fin de conseguir la licencia para su impresión. Comienza la ardua tarea en las antesalas del Consejo hasta lograr la satisfacción de sus empeños | 48 . En septiembre de 1581 y julio de 1582 obtiene Aguado los dos permisos para imprimir un manuscrito, aunque severamente mutilado. Posiblemente hizo algunas diligencias para su impresión. No lo sabemos a ciencia cierta, aun cuando consta que dejó su manuscrito en España, pues fue visto por Garcilaso de la Vega en una casa impresora en Córdoba | 49 , y León Pinelo dice que se encontraba en la librería de don Juan de Saldierna | 50 .

La época, sin embargo, no era propicia para la publicación de libros sobre la historia americana, escritos por frailes “amateurs”, y no cronistas oficiales; ni tuvo, tal vez, nuestro religioso fondos suficientes para hacer la impresión de su propio peculio; o, tal vez, los sustanciales cortes que hizo la censura menguaron su entusiasmo de ver su libro publicado. De todo esto nada nos dicen los documentos. Lo que consta es que ya al año siguiente, en 1583, estaba en Santafé, pues dice Asensio | 51 : “y el dicho Fray Pedro Aguado, después de haber estado en España en su provincia de Castilla ocho años, ocupado con oficios honrosos, volvió a la Provincia del Nuevo Reino por algunos fines de más servir a Dios, donde está morador del Convento de Santafé”; sin indicar cosa de sus trabajos de historiador.

Después de lo cual son escasos los datos sobre Aguado. Su nombre no aparece en la lista de frailes enfermos que fray Esteban de Asensio presentó en su pleito con el fiscal por los medicamentos que se les debía pagar | 52 , ni en la que el Arzobispo presentó en 1586 en el Consejo de Indias donde proponía varios frailes para doctrineros | 53 . El 31 de enero de aquel año la presenta el provincial de la Orden a la doctrina de Cajicá (AGI, Aud. Santafé 234) con ocasión de su propuesta de servir gratuitamente las doctrinas de indios pertenecientes a la Corona; sin que tal propuesta fuese aceptada.

En 1589, ya anciano, lo encontramos en Cartagena, donde firma como comisario de la Orden una carta de recomendación en que los franciscanos de aquel convento alaban al gobernador Lodeña | 54 . Ningún documento habla del manuscrito que compuso, y tampoco conocemos alguno en que se nos dé la fecha y el lugar de la muerte de su autor.

32 Doc. 21.
33 Doc. 5 (Varios informes).
34
Doc. 31.
35 Doc. 24.
36 Doc. 5.

37
Bib. 39, IV, 125.
38
Doc. 20.
39 Doc. 32.
40 Doc. 25.
41 Doc. 20.
42
Doc. 27.
43 Doc. 15.
44 Doc. 6.
46
Doc. 16. Petición del 29 de octubre de 1578.

47
Doc. 6.
48 Véase cap. 10.
49 Bib. 28, 6.
50 Véase cap. 9.
51 Bib. 20, 85.
52 Doc. 33.
53 Doc. 34
54 Doc. 26.

MEDRANO Y AGUADO.

Historiadores, Sociólogos y Antropólogos. |

Una de las características de todas las obras históricas referentes a América escritas en España durante los dos siglos que siguieron al Descubrimiento, son los prólogos dirigidos al Rey y al lector, donde -salvo rarísimas excepciones- los autores declaran sinceramente los objetivos inmediatos que perseguían.

Esto lo encontramos también en la “Recopilación Historial”: en la dedicatoria al Rey, en los dos proemios al lector y en una especie de introducción, que es el comienzo del primer capítulo de la primera parte de la “Recopilación Historial”, enumera el autor los objetivos que se propone alcanzar:

1º Hacer memoria de los hechos de los españoles en la conquista y población del Nuevo Reino de Granada.

2º Informar al Rey sobre los indios que fueron subyugados.

3º Lograr una mejor eficacia de la obra misionera en América.

a) |Aspecto sociológico de la “Recopilación”.

La característica sobresaliente de la obra que estudiamos es su carácter crítico. Ni Medrano ni Aguado fueron conquistadores como Cieza de León o Bernal Díaz del Castillo, ni funcionarios a sueldo del Rey como Martín Fernández de Enciso o Gonzalo Fernández de Oviedo. Eran dos religiosos, misioneros, a quienes el proceso de la conquista en sí no pudo deslumbrar desmesuradamente, como fue el caso de otros muchos. Conocían la conquista “por dentro”. Observaban los estragos que causó en la población indígena y las dificultades que a veces surgían, debido a las prácticas de los soldados, en relación con la obra evangelizadora. Es cierto que el dualismo de los autores, Medrano-Aguado, dio origen a ciertas contradicciones y apreciaciones contrapuestas de unos mismos hechos; también es cierto que ni el uno ni el otro pudieron sustraerse en forma completa al hechizo que aún hoy produce la idea de un puñado de hombres conquistando todo un continente, vadeando ríos, atravesando selvas, páramos nevados y desiertos abrasadores; pero con todo, su planteamiento ante los problemas que suscitó la conquista, es reposado, desapasionado, crítico.

La obra de estos frailes no contiene ni lisonjas cortesanas ni alabanzas desmesuradas del Monarca por su papel en el descubrimiento y conquista de América, como lo hace, por ejemplo, Gonzalo Fernández de Oviedo | 1 . Y aunque en la carta dedicatoria al Rey se pide indulgencia para el estilo y escasa preparación científica del autor, y un amparo Real para realzar el valor del libro a los ojos de los coetáneos, hay para el Rey y sus Reales Audiencias también muy severas críticas.

Tampoco se realzan los méritos de aquellos que habiendo descubierto y conquistado un mundo para España esperaban o alegaban el derecho de ser gratificados. El autor de la “Recopilación” no cree procedente, como lo hace Oviedo, de recordar al Presidente del Consejo de Indias “…de continuar las mercedes que a las Indias hace…” | 2 ; ni que el descubrimiento de América es un servicio “…de los mayores que ningún vasallo pudo hacer a su príncipe, y tan útil a sus Reinos, como es notorio” | 3 . La obra abunda en acusaciones contra conquistadores y encomenderos, critica las instituciones coloniales y generalmente carece de elogios desmesurados de la conquista como tal. Frases como las de Gomara cuando dice: “La mayor cosa, después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte de El que lo creó, es el descubrimiento de Indias” | 4 , son inconcebibles en la boca de los autores de la “Recopilación”.

La causa de escribir la historia -declara el autor- es ante todo el |amor a la Patria | 5 |, un concepto que aunque no enteramente nuevo en la segunda mitad del siglo XVI, lo es inédito en la historiografía americana. Y esta “Patria” no abarca solamente Castilla o España, ni se identifica con la idea de un poderoso imperio español, ni con la gloria de los que lo forjaron, sino con la sociedad, con las gentes que pasaron y se asentaron en América. La Patria, dice el proemio, no permite dejar en el olvido. los hechos del pasado. Las gentes en América y en España quieren conocer la obra de sus antepasados. La escritura, dice, preciosa invención que permite conocer lo acaecido más allá de los “setenta escasos años” que dura la vida del individuo, sirve para calmar el ansia de saber, que como gracia, Dios misericordioso dejó al hombre a pesar de su pecado original. Alaba a los griegos, que cantaban las hazañas de sus héroes, inmortalizándolos para la posteridad, y exclama: “Si en tiempo de los griegos las Indias Occidentales fueren descubiertas, pobladas y pacificadas, yo soy cierto que la memoria de los que las han descubierto y poblado estuviera más fresca y clara de lo que está” | 6 .

El autor se lamenta de que la historia ha pasado en silencio sobre muchos descubrimientos menores, aquellos que, “por defecto de ser pobres y sin riqueza”, no encontraron quien quisiere escribir sobre ellos. La consecuencia es que ya en su época muchas fundaciones de ciudades y descubrimientos de provincias han quedado en el olvido o sin la claridad necesaria. Como persona que ha vivido muchos años en América y presenciado la mayoría de los acontecimientos, quiere remediarlo y recoger datos históricos, antes de que se pierdan en la nebulosa del pasado.

Y no sólo en esta ocasión lo declara. En el texto mismo del, libro | 7 vuelve a afirmar que aunque para la generalidad de la gente la lectura de la historia es agradable, para él, “especialmente siendo yo del hábito y profesión”, no es pequeño el trabajo de recopilar datos históricos; “pero -continúa- como otras veces he dicho, el amor a la Patria y el ver que hasta ahora ninguna persona ha escrito la población del Reino, breve ni larga”, le obliga a ello.

Tales conceptos son novedosos en la concepción de la historiografía americana. No se escribe una historia por lo peregrino de las cosas del Nuevo Mundo, ni por brindar agradable pasatiempo al lector, ni se escogen hechos sobresalientes, ni descubrimientos de tierras “riquísimas”. Son palabras de un historiador independiente que no dedica su pluma al culto de héroes ni canta las glorias de los conquistadores ni del Rey o sus emisarios, sino que recoge también las obras menudas de toda la masa de pequeños y grandes pobladores, con todos sus aciertos y equivocaciones, buenas obras y crueldades, cuyos hechos, en cierto modo anónimos, constituyen la espina dorsal, la base social de la conquista y colonización de América.

De acuerdo con este concepto histórico, que acerca mucho la “Recopilación” a investigaciones modernas, traza el autor un plan para su libro, cuya estructura es nueva. Se abandona la “crónica” propiamente dicha, es decir, aquella historia que sigue las hazañas de un individuo, lo acompaña al lugar donde actúa, se preocupa de su evolución e influencia sobre los acontecimientos, lo toma, en fin, como epicentro de los sucesos; también se abandona aquella “historia”, que toma el |elemento tiempo como guía de la narración, ordenando cronológicamente hechos históricos y aun acaecidos en diversos lugares sólo porque sucedían simultáneamente. La estructura de la obra es distinta. Su explicación contiene aquella frase en que el autor, hablando de la ciudad de Pamplona, dice que de ella tratará adelante con mayores detalles, “y lo mismo se hará de cada ciudad y pueblo por su antigüedad” | 8 . Con esto se traza el plan general: se harán historias separadas e independientes, especie de monografías de cada una de las ciudades que componen el Nuevo Reino de Granada, que se ordenarán cronológicamente, de acuerdo con las fechas de sus fundaciones.

La innovación introducida en la historiografía americana con esta forma de escribir historia es significativa. Se produce una descentralización del relato histórico, pues los acontecimientos giran en torno de los conglomerados humanos en cuyo ámbito se produjeron; se abandona al “héroe”, y la atención se dedica a las ciudades, a los municipios, a aquellos núcleos de la población cuyo decisivo papel en la historia americana, tanto en la época colonial como aun después, durante las Guerras de Independencia, no está aún hoy día suficientemente estudiado.

Tal forma de escribir la historia no conocieron anteriormente ni Las Casas, ni Gomara, ni Fernández de Oviedo, ni posteriormente López de Velasco, Juan de Castellanos, o Antonio de Herrera. La historia de todos ellos sigue al “héroe” o a la cronología de los hechos; el tiempo o el individuo solamente es el elemento regulador; por lo cual todos son realmente “cronistas”. Nuestros autores ya no pueden llamarse “cronistas” en el puro sentido de la palabra, sino historiadores de la vida social del pueblo, que se desdobla en la de sus ciudades o núcleos de población, con las dificultades, problemas, aciertos y fallos que permiten observar la similitud de sus problemas, mutuas conexiones, similares influencias del medio ambiente, idénticas causas de evolución: todo lo cual se traduce en una historia social, cuyos primeros autores son Medrano y Aguado; lo que constituye un aporte de incalculable valor para la general historia de la conquista de América.

La idea de narrar la historia de las ciudades, y no la de los caudillos de las conquistas, corresponde precisamente a la admitida intención de escribir no sólo de los “grandes”, sino de todos aquellos que, aunque con menos espectacularidad, tuvieron su parte en la historia. Tal intención se observa en toda la obra. Se patentiza en aquel párrafo en que, con ocasión de la fundación de Mariquita, hablando de la expedición del capitán Pedroso, se dice que el relato de tal expedición sólo se incluye porque al conquistador le sucedieron “por esta misma ocasión de poblarla, algunos trabajos y desasosiegos…” | 9 El autor justifica, pues, el ocuparse con el capitán Pedroso, el “héroe”, sólo por la conexión que esta expedición tuvo en la fundación de una ciudad, Mariquita. En parecida forma se justifica lo escrito sobre la rebelión de los indios de Mariquita e Ibagué, con decir que “no es cosa perteneciente a este lugar, más de para dar claridad del origen y ocasión que la ciudad de Vitoria tuvo para poblarse” | 10 , Esta rebelión no interesa, salvo en la medida que aportó a la fundación de una ciudad, Victoria. No se escribe la historia indígena, sino la de las ciudades. Y tampoco de los caudillos de las expediciones. Y así, la vida de varios conquistadores aparece fragmentariamente, según el papel que jugaron en la fundación de varias ciudades y pacificación de varios territorios.

El plan de escribir monografías de ciudades se sigue al pie de la letra en los 16 libros de la primera parte de la “Recopilación Historial” | 11 . Muchas veces se hace alusión directa a estas monografías separadas. Así sucede, por ejemplo, cuando se nombra al oso hormiguero que atacó a Juan Tafur, y se dice: “De la manera y condición de este animal se dirá adelante, en la población de San Juan de los Llanos; por eso no será necesario tratarlo aquí” | 12 .

Lo mismo sucede cuando se habla de la expedición del capitán Maldonado a la provincia de los Palenque, cuyos pormenores “tratando de las poblazones de Vitoria y Los Remedios, que en ellas están pobladas, se dirán” | 13 .

No en distinta forma sucede cuando el historiador menciona la ciudad de Tocaima, y dice | 14 : “de cuya fundación y conquista se tratará particularmente adelante”; o al escribir someramente de la fundación de Victoria | 15 y “el que lo quisiere ver… -dice- lo hallará copioso en las poblazones y pacificaciones de las ciudades de Mariquita e Ibagué…”

Lo mismo se hace cuando se menciona la ciudad de Trinidad | 16 , Pamplona | 17 e Ibagué | 18 . En todos estos casos remite el autor al lector a los “compendios” o “libros” que tratan por extenso de la historia de cada una de estas ciudades.

Es cierto que en la segunda parte de la obra observamos algunas discrepancias de este plan general, una contradicción que trataremos de explicar. Pero también en esta parte se encuentran compendios separados que tratan de las ciudades Cartagena y Coro, por ejemplo.

Siguiendo el plan preconcebido, la “Recopilación” dedica páginas enteras a la descripción de cada una de las fundaciones españolas, su situación geográfica, los traslados que sufrió, su economía, población española e india, el repartimiento de indios entre los vecinos, tasación de tributos, las divergencias que hubo entre varias ciudades por límites, etc. Es comprensible que en una obra de tal carácter no podría faltar una minuciosa descripción de las ciudades más importantes y antiguas fundadas en el Nuevo Reino, Santafé, Tunja y Vélez. Sin embargo, llama la atención el hecho de que en el manuscrito que ha sido tantas veces publicado, sólo encontremos menciones esporádicas sobre estas tres poblaciones; por lo cual algunos historiadores, desconociendo la realidad, acusan a los autores de la “Recopilación” de negligencia u omisión. Pero tal acusación es infundada. Estudiando el final del libro IV de la primera parte observamos que acabada la relación de lo sucedido con ocasión de la tasación de tributos por el licenciado Villafaña en 1564, la respectiva página está cortada en su parte inferior. Al reverso del trozo que quedó en el manuscrito se encuentra un texto tachado, en que Aguado justifica una vez más sus ocupaciones históricas, a pesar de ser fraile, y anuncia un relato de cosas edificantes para los españoles. Observamos que fueron también cortadas las páginas siguientes que contenían cinco capítulos que trataban justamente de las tres ciudades cuya descripción aparentemente falta en la obra | 19 .

No hubo, pues, ni negligencia ni omisión por parte de nuestros historiadores, quienes dedicaron varios capítulos de su obra a Santafé, Tunja y Vélez. Con todo derecho pueden ser considerados como los primeros que trataron la conquista de América por su aspecto social.

1
Bib. 23, I, CIX
2 Ibíd.
3 Bib. 24, I, 77.
4 Bib. 32. Dedicatoria al Rey.
5 Primera parte, Proemio al lector.
6 Primera parte, Libro 1º, capítulo 1º
7 Primera parte, libro 15, capítulo 1º.
8 Ibíd., libro 4º, capítulo 15
9 Ibíd., libro 8º, capítulo 1º
10 Ibíd., libro 10, capítulo 1º
11 Véase capítulo 7º
12 Primera parte, libro 2º, capítulo 9º
13 Ibíd., libro 4º, capítulo 9º.
14

Ibíd., capítulo 14
15 Ibíd., libro 10, capítulo 1º
16 Ibíd., libro 4º, capítulo 14
17 Ibíd., capítulos 15 y 17.
18 Ibíd., capítulo 17
19 Véase primera parte, libro 4º, capítulos tachados 24 a 28

b) Aspecto antropológico de la “Recopilación”

El concepto de la historia, como historia social, obliga a los autores de la “Recopilación” a reservar en su historia un lugar preponderante a la descripción de los indios -grupo numeroso e importante dentro de la sociedad colonial del siglo XVI- y también a los problemas que su presencia suscitaba. En la dedicatoria al Rey se hace resaltar el hecho de que Su Majestad “muchas veces ha enviado a mandar avisen de los ritos y ceremonias y sacrificios con que aquella gente, por idolatría a sus jeques y mohanes, sirven a los demonios como a sus dioses, y las demás cosas que pasan en deservicio de Dios y desacato a la Corona Real”. Tan importante parece esta parte de la “historia”, que se la ofrece espontáneamente, sin habérselo pedido el Rey, por el solo hecho de ser el autor conocedor de las costumbres y ritos de los naturales de la tierra, y porque nadie, se añade, lo hizo hasta entonces.

Naturalmente, aquí hay una exageración. Cortas y esporádicas descripciones de una que otra tribu de las que habitaban el Nuevo Reino habían llegado a España con anterioridad a la “Recopilación Historial”. Son escasas las relaciones, si son algo extensas, donde no haya mención de alguna que otra para los europeos extraña costumbre o creencia. Pero en todos estos casos se trataba de relatos generales, esporádicos, que se comunicaban al Rey por ser hechos extraños para los europeos. La “Recopilación Historial” revela una para aquella época sorprendente y desusada actitud: antes de terminar cada “compendio” o libro sobre la conquista de una región o fundación de una ciudad, se recogen sistemáticamente -a medida que esto fuere posible- todos los datos habidos sobre los indios comarcanos. No sólo se describen sus creencias y supersticiones y las armas que empleaban -cuestiones todas que, dada la época, interesaban antes que cualquier otra cosa-, sino también las costumbres de la vida íntima de la tribu, las relaciones familiares y sociales, la vida económica, las relaciones con los españoles, etc.

En la obra encontramos extensas descripciones antropológicas de aguda observación, y una desenvoltura y falta de prejuicios que la asemeja a las investigaciones modernas y que sorprenden y aun chocan, a veces, la sensibilidad puritana de algunos historiadores contemporáneos 20. Varias veces en el transcurso de la narración se revela la preocupación por no haber logrado recoger mayores detalles 21,

No menor importancia se da a los problemas sociales que suscitaba la presencia del indio. Muchas páginas están dedicadas a la esclavitud indígena, a los diversos repartimientos y encomiendas que se hicieron entre los españoles, a las tasaciones de tributos y otros problemas que aparecieron con la conquista. Basta decir que capítulos enteros se reservan a la minuciosa transcripción de las tasaciones de tributos, en una obra donde transcripciones documentales son escasísimas. Gran importancia se da a las consecuencias que los sucesivos “repartimientos” tuvieron en las relaciones, muchas veces animosas, entre los pobladores de las distintas ciudades, y de éstos con las autoridades coloniales.

La constancia que se observa en la descripción de las distintas tribus y la importancia que a lo largo de la “Recopilación” se da a estas descripciones y a todo lo relacionado con los indios, transforma a los autores de la “Recopilación” en verdaderos antropólogos, primeros que pisaron las tierras actualmente colombianas.

Naturalmente, no es posible esperar que hombres del siglo XVI, y más religiosos, misioneros, observen, anoten e investiguen las costumbres indígenas por el solo interés científico que en sí mismo encierran. Mucho se llama barbaridad, primitivismo y “mano del demonio”. Pero si hacemos caso omiso a estas críticas, en sí explicables, nos admira la minuciosidad de las observaciones y el cuidado en no caer en las deplorables generalizaciones de que se hicieron culpables la mayoría de sus coetáneos. Estas cualidades colocan a los autores de la “Recopilación” muy por encima de aquellos para quienes estas “cosas del demonio” eran despreciables, valiendo la pena de ser denunciadas pero no estudiadas. Nuestros frailes observan personalmente y recogen observaciones ajenas. La “Recopilación” constituye una fuente antropológica extraordinaria, siempre y cuando se tomen en cuenta la época y el carácter confesional de los autores. Y aunque el objetivo inmediato pudiera haber sido facilitar y activar la conversión de los naturales, este objetivo ni se declara ni impide la descripción de muchos detalles que carecen de relación directa con la labor evangelizadora.

Una vez más, a base de la publicación de un manuscrito considerado otrora como versión original, se acusa injustamente a los autores de la “Recopilación” de haber dejado en el olvido la tribu o “nación” principal que habitaba el territorio del Nuevo Reino de Granada, los Muisca (Moscas), de la familia lingüística chibcha, una tribu numerosa y avanzada, la cual constituía al mismo tiempo uno de los más importantes núcleos culturales que hubo en la América precolonial, y en cuyo territorio se fundaron las tres principales ciudades, Santafé, Tunja y Vélez, y posteriormente se estableció una Real Audiencia.

Y ciertamente, ¿cómo explicar el hecho incomprensible de que en una obra donde abundan largas y minuciosas descripciones antropológicas de varias tribus menores que habitaban el territorio del Nuevo Reino de Granada y sus confines, como los Goahibo, Pantágora, Páez, Pijao, Panche, se hubiera dejado completamente en el olvido esa tribu principal? Sin embargo, es el hecho de que falta en la “Recopilación” tal descripción, salvo noticias generales y esporádicas. Pero, la “tabla” conservada en Sevilla demuestra que todo un libro, el libro 59, con 28 capítulos, fue suprimido en su totalidad, libro que contenía, precisamente, la minuciosa descripción de los indios Muisca 22. Allí se describían las ideas de los indios sobre el origen del mundo 23, sus ceremonias 24, sus ritos religiosos 25, la forma de sus enterramientos 26, el ejercicio de la justicia 27, sus fiestas y regocijos 28, su calendario y modo de contar 29, su comercio e industria 30, la caza y pesca 31, la forma de sus casamientos 32, sus comidas 33 y sus vestidos 34.

No hubo, pues, descuido por parte de los autores. Varias frases del texto se refieren a este libro suprimido 35; por lo cual fueron tachadas. Tan minuciosas son las descripciones antropológicas de nuestros frailes, que aun en relatos que por su extensión parecen completos, hay varios renglones tachados y hasta páginas arrancadas 36 enmiendas de que no hay constancia en las versiones publicadas.

Todo esto confirma la “Recopilación Historial” como una obra antropológica de gran alcance y a sus autores como agudos y concienzudos observadores.

c) La “Recopilación” como historia eclesiástica.

La carencia de datos sobre las misiones y, en general, sobre los principios de la Iglesia en el Nuevo Reino es otra de las características más sorprendentes en la obra de los dos frailes. Algunos historiadores atribuyen este hecho al posible deseo de escribir una historia eclesiástica aparte o al disgusto que una historia de las misiones hubiera ocasionado en una época en que reinaban serias desavenencias entre el clero y frailes y aun entre los miembros de la misma orden religiosa 37. Otros suponen que la omisión se debe al pesimismo que produjo en el autor el escaso éxito de la obra evangelizadora, por lo cual prefirió el silencio. Otros simplemente acusan a Aguado de negligencia.

Sin embargo, no es fácil explicar la omisión de ocuparse de la historia de la Iglesia, en una obra histórica, que ya por su aspecto social tenía que incluirla, necesariamente, en una época en que los religiosos formaban un numeroso grupo dentro de la sociedad colonial y que jugó un papel importante tanto en la conquista misma como en las generales relaciones entre indios y españoles.

Mucho más difícil aún es explicar la falta de datos sobre las órdenes religiosas en una obra en que se declara sin ambages que uno de sus principales objetivos es producir un mejor entendimiento de la importancia inherente a la obra misionera, conseguir para ella mayor apoyo oficial y una más cabal dotación de religiosos. Fray Antonio Medrano era definidor de la provincia; fray Pedro Aguado fue varias veces guardián, después provincial y procurador a España para defender los intereses de su orden. Es imposible creer qué tales personas se despreocupasen de la historia eclesiástica. Además, en el proemio al lector, Aguado insiste sobre la importancia de la obra misionera. Se defiende vigorosamente del cargo que se le pudiera hacer por haberse ocupado “con escribir historias y dar cuenta de vidas ajenas”, en vez de dedicarse a su propia profesión. Da mucha importancia a la tarea de convencer al lector del buen celo que puso siempre en su tarea proselitista y la constancia que caracterizaba sus esfuerzos para lograr este fin.

“Quien con claros ojos y desapasionada voluntad revolviere mi libro -escribe- hallará en él, cómo no solamente me he ocupado en la conversión de esta miserable gente, procurando el aumento de su cristiandad, con muchas vigilias y con ordinarios trabajos, sino que… no ha habido religioso en las partes a donde a mí me cupo la suerte, que con más cuidado haya servido a la Majestad Divina y haya procurado el aumento de la Iglesia”.

No se contenta con declararlo tan sólo en el prólogo; en la parte tachada del libro 49 considera necesario, una vez más, hacer hincapié sobre su integridad como religioso 38. Las obras de los conquistadores, cuya “temeridad rayaba en la locura”, nunca le parecieron tan valiosas por lo que fueron servicios hechos al Rey sino como empresas que hacían posible la catequización.

Para defender la obra misionera ataca abiertamente la política de Felipe II, lamentándose del poco éxito que tienen los religiosos debido a la falta de un decidido apoyo oficial. Recordando al Monarca que el Papa Alejandro encargó expresamente a los Reyes Católicos la evangelización de la población americana, y que existe un vasto campo para tal obra, exclama con una temeridad que le honra: “¡Si sus personas -es decir, los Reyes Católicos- se pudieren hallar presentes, con más cuidado y con menos trabajo y aun con menos ofensa de Dios, se hiciera mayor fruto en la viña del Señor!”

Es imposible creer que una persona que escribe en tales términos no aprovechase su “historia” para dar larga cuenta sobre la actividad de los religiosos, fundación de monasterios, bautizos de indios, y más, siendo testigo y autor de muchos sucesos ligados a la historia eclesiástica.

Las acusaciones contra nuestros frailes en este sentido se basan al descuidado estudio del manuscrito original y de los documentos correlativos a la “Recopilación”. Pues si los investigadores hubiesen analizado esta documentación, habrían notado que también en este caso las aparentes omisiones y lagunas sólo obedecen a la mutilación del manuscrito original, donde fueron suprimidos muchos renglones y cortadas páginas enteras que se refieren al tópico 39. Medrano y Aguado sí son los primeros historiadores de la Iglesia en el Nuevo Reino de Granada, y los recortes y mutilaciones por terceros no pueden quitarles tal mérito.

20 Bib. 14, II, 711, 790.
21. Véase capítulo 5º
22 Véase primera parte , libro 5º, suprimido
23 Ibíd., capítulo 2º.
24 Ibíd., capítulo 3
25 Ibíd., capítulos 6º y 7º
26 Ibíd., capítulos 21 a 23
27 capítulo 11
28 Ibíd., capítulo 17
29 Ibíd., capítulo 20
30 Ibíd., capítulos 12 y 13
31 Ibíd., capítulo 19
32 Ibíd., capítulos 9º y 10
33 Ibíd., capítulo 26
34 Ibíd., capítulo 8º
35 Véase nota 2 a la primera parte, libro 3º; y nota 7 a la primera parte, libro 4º, etc.
36 Véase primera parte, libro 9º, capítulo 6º, libro 10, capítulo 14, etc.
37 Bib. 20.
38 Primera parte. Proemio al lector; y libro 4º, capítulo 23
39 Véase primera parte, libro 4º, capítulos 17 y 21

MEDRANO, AGUADO Y SU EPOCA

Al cuidadoso lector de la “Recopilación” no se le ocultan las contradicciones que existen en el texto con referencia a varios problemas americanos, como son el de los indios, el de los conquistadores “antiguos” (Jiménez de Quesada y otros), etc. A veces el autor trata a los indios con marcada simpatía y muestra admiración aun hacia grupos antropófagos. Otras veces tiene contra los “bárbaros” expresiones despreciativas. Aquí ensalza el valor de los conquistadores como verdaderos héroes; allá formula tan acres acusaciones contra ellos que los censores del Consejo, vigilantes de la buena fama del nombre español, se vieron obligados a tachar párrafos enteros.

Estas inconsecuencias y la falta de un criterio uniforme que subsistieron, pese a la unificación ideológica que emprendió Aguado como su redactor final, es una de las características de la obra.

Estas discrepancias se deben a la dualidad de los autores de la “Recopilación”, Medrano y Aguado, que pertenecían a distintas corrientes ideológicas en que se dividían los franciscanos del Nuevo Reino, las cuales se revelan al estudiar la historia de la orden en aquella época.

Dentro del marco del presente trabajo no será posible llevar a cabo tal investigación exhaustivamente, a pesar de ser ella de especial e indudable interés para conocer los movimientos intelectuales en los albores del Nuevo Reino de Granada. Nos limitaremos a exponer los lineamientos generales de este proceso para mejor comprender la parte que en estas luchas ideológicas corresponde a los dos frailes.

Cuando Aguado llegó al Reino, en 1562, ya se había formado un fuerte grupo de aquellos frailes que se calificaban de “antiguos”. Una evolución paralela observamos entre los conquistadores, entre los cuales, por aquella época también se destacó un grupo de los “antiguos”, arraigados en América, que iniciaron una lucha contra muchos “nuevos” recién venidos quienes estaban tratando de desplazarlos de las posiciones sociales adquiridas (encomiendas, cabildos, oficios públicos) mediante el favor que muchas veces encontraban en las autoridades coloniales.

En la misma situación se encontraron los frailes “antiguos”. En la época de la Conquista el fraile lo era todo: misionaba a los indios, servía de cura a los españoles, acompañaba a los conquistadores en sus jornadas; los principales obispos en las tierras actualmente colombianas eran frailes. El decidido favor que las órdenes religiosas encontraron en la Corte durante el reinado de Carlos V; su libertad de acción dentro de una organización universal que, debido a distancias y falta de vías de comunicación, no pudo ser muy rígida; el desarrollo del sentido de responsabilidad individual frente a problemas que variaban de aspecto con cada tribu o pueblo por evangelizar; la necesidad de adaptarse a distintos climas y ambientes, establecieron una comunidad entre el fraile y el conquistador-soldado, por una parte, y entre él y el indio, por otra. Tales condiciones contribuyeron a afianzar su posición dentro de la sociedad hispanoamericana que estaba en formación. Tanto por el ejercicio de curatos en pueblos indios y españoles como por su calidad de evangelizador de la población aborigen, el fraile se “americanizó”, es decir, se integró a la vida americana.

De aquí que aparece la personalidad del fraile que en documentos de aquella época llaman “soberbio”, fraile con inclinaciones políticas que se inmiscuía en todas las actividades de la vida civil, que critica las relaciones entre españoles e indios, la forma como se otorgan las encomiendas, que se opone al cercenamiento de sus derechos por las autoridades coloniales y trata en forma despectiva sus mandamientos. Algunos eran simpatizantes del movimiento indigenista | 1 ; otros, por el contrario, de los encomenderos, conquistadores “antiguos”; pero todos estaban en una u otra forma ligados a su nueva patria e influidos por las específicas condiciones americanas.

Contra estos frailes “antiguos” empezaron muy pronto a llegar nutridas quejas al Consejo de Indias, que les acusaban de indisciplina hacia las autoridades civiles y eclesiásticas, de intromisión en jurisdicciones ajenas, ser “reyes y papas”, como se decía | 2 , sin reconocer a ningún superior.

El Consejo de Indias prestó oído a estas quejas, enviando a América frailes “nuevos”, con objeto de reemplazar a los “antiguos”, o “reformarlos”. Tal reforma, aunque abarcaba muchos aspectos de la vida de los frailes, tenía por objeto principal doblegar su “soberbia”, encauzar sus intromisiones en los problemas americanos por una vía más sosegada, quitarles la vehemencia y falta de moderación con que trataban a las autoridades, encomenderos y conquistadores, cuando sus actividades no correspondían a lo que ellos consideraban ser justicia. Esto no quiere decir que los frailes “nuevos” se doblegaban incondicionalmente a las autoridades justificando todos sus hechos. Los religiosos en el siglo XVI constituían un grupo intelectual independiente dentro de la sociedad hispanoamericana, y a él debemos las críticas más penetrantes de las condiciones reinantes; pero no eran “americanizados”; su arraigo no era ni tan fuerte ni tan decisivo como en los “antiguos”.

Para explicar las contradicciones que se observan en la “Recopilación Historial”, una obra de conjunto de los frailes Medrano y Aguado, hay que tener en la mente que fray Pedro era uno de los “nuevos”, mientras Medrano pertenecía a los “antiguos”. Aguado había llegado al Nuevo Reino en 1562 como uno de los seis frailes que dejó en Cartagena fray Luis Zapata, hombre de confianza del Monarca, quien le eligió para “reformar” los frailes del Perú, donde se presentaba un caso similar al del Nuevo Reino de Granada. Aguado no tomó parte en la propia conquista, pues vino cuando sus fases principales ya estaban concluidas. Pero Medrano sí fue un fraile “antiguo”, llegado muchos años antes que aquél. Fue acompañante de los conquistadores, compañero de Jiménez de Quesada en su jornada al Dorado y simpatizante de éste, especialmente por cuanto el licenciado fue el caudillo de los “antiguos conquistadores”.

La idea de Medrano sobre la conquista es caballeresca: alaba a los indios cuando son valientes; los desprecia cuando huyen, tachándolos de “cobardes”. Acepta las crueldades cometidas por los conquistadores cuando le parecen necesarias para amedrentar a los indios y subyugarlos definitivamente; aunque no acepta tales crueldades cuando no son necesarias para conquistar una tribu. No cavila sobre “derechos a la conquista” ni sobre la justificación de la encomienda. No siente reverencia desmesurada hacia las autoridades civiles y eclesiásticas, y menos cuando impiden o restringen los derechos de los “antiguos” conquistadores. Medrano, el “americano”, muestra vivo interés por los indios, como todos los conquistadores. Su interés por el indio sobrepasa el de un fraile “nuevo”, pues forma parte del mundo que él y sus compañeros descubrieron e incorporaron al suyo. Parece Medrano un hombre que procede del pueblo, uno de esos frailes que se trasladaban a América para acompañar a los soldados, llevados en parte por el espíritu de aventura, en parte animados por la curiosidad que despertó el Nuevo Mundo, y también por su vocación de misionero.

Aguado es, al contrario, un hombre cultivado, de una educación más esmerada, perteneciente a una familia solariega de Valdemoro, tal vez un “segundón” que emprendió la carrera eclesiástica como era de uso y costumbre en tales familias. Para algunas tribus, que tenazmente se aferran a las creencias de sus antepasados, y más aún cuando persisten en sus aberraciones -antropofagia, pecado nefando, etc.-, tiene sólo frases de desprecio. Para otras tribus pacificas, injustamente atacadas o esclavizadas por los españoles, tiene piedad y las defiende contra los conquistadores. Su relación con los indios es más personal, regida por las normas morales que dictan su religión y la época en que vive.

Al cuidadoso lector no le será difícil observar cómo se entrelazan las dos posiciones contradictorias. No se trata de falta de consecuencia, como erróneamente tacharon a Aguado aquellos historiadores para los cuales la “Recopilación” era su obra exclusiva. Eran los autores dos personalidades distintas que representaban diferentes corrientes ideológicas. Eran dos franciscanos que, aunque planteaban diferentemente los problemas americanos, tenían en común el celo misionero y el amor por la historia.

1 . Bib. 26
2 Doc. 35.

FUENTES DE LA “RECOPILACION HISTORIAL”

Dice Aguado en su dedicatoria al Rey que él ha sido testigo de vista y que se halló presente “a todo o a la mayor parte en los trabajos que los españoles han pasado en el Nuevo Reino de Granada, a donde yo he vivido” | 1 . Esta aseveración, si es suya y no de Antonio Medrano, es cierta sólo en parte, pues habiendo venido al Nuevo Reino en 1562 | 2 , no pudo naturalmente estar presente en la mayoría de los importantes hechos acaecidos con anterioridad a su llegada, y que relata con lujo de detalles.

La fecha del arribo de fray Antonio Medrano al Reino no está fijada con seguridad, pero el texto del manuscrito no contiene alusiones a su presencia en alguna jornada, salvo en un solo caso que es en el de la expedición a los indómitos Panche | 3 . Por los detalles que ofrece la “Recopilación” sobre los Pantágora y Goahibo se podría suponer que el autor habla acompañado alguna expedición hacia esas provincias; pero en la obra misma no encontramos de ello testimonios.

Por el contrario, abundan citas que se refieren a testigos presenciales, cuyos relatos sirvieron como fuente principal para confeccionar la obra: Así, por ejemplo, al hablar del descubrimiento en 1498 de las costas de Santa Marta | 4 hay una referente al “dicho de personas muy antiguas que aún hoy viven..”

El fuego que abrasó el templo indígena de Sogamoso lo certifican “los antiguos que lo vieron y se hallaron presentes” | 5 . La expedición de Hernán Pérez al Dorado fue acompañada de 8.000 indios, “según afirman algunos de aquel tiempo” | 6 . De que los españoles de los tiempos antiguos daban muerte a los indios a mansalva y por causas baladíes lo atestiguan “los que hoy están vivos” | 7 . La muerte de Juan de la Cosa, dada por los indios de Turbaco, sucedió “según lo relatan y cuentan algunos españoles que hay de aquel tiempo” | 8 . Lo acaecido en Muzo lo afirman “algunos de los que presentes se hallaron” | 9 , etc.

Cuando los informantes discrepan en detalles, el autor constata este hecho, dejando que el lector acepte lo que crea más verídico. Así, por ejemplo, cuando habla de los intentos de Jiménez de Quesada de aprovecharse de las disensiones habidas entre los zipas Bogotá y Tunja | 10 , declara: “Podría ser que Jiménez no lo tratase, pero así me lo certificaron”. La jornada de Montalvo de Lugo | 11 , “según algunos”, fue organizada para dar noticia a Federmann sobre la ruta que debía tomar, “aunque otros dicen” que fue a poblar Tocuyo y Barquisimeto. Sobre las jornadas para el descubrimiento de la provincia “Entre los Dos Ríos” | 12 , algunos decían que se trataba del Cenú, y otros que de Antioquia, perteneciente a la gobernación de Popayán. Escribe sobre la fundación del Tocuyo | 13 , de acuerdo con lo que “me han informado algunas personas que en aquella tierra están, aunque otros ancianos de los que en aquel tiempo se hallaron allí certifican, etc….” O: “Este desbarate de Ordaz cuentan otros de otra manera, porque aunque ha pocos años que pasó no dejan de variar con el dar relación…” | 14 .

En algunos casos de controversia no se limita a dar las noticias que recibió directamente de los propios interesados, y cree necesario dar las opiniones de terceras personas. Así, sobre lo acaecido entre el capitán de Federmann, Martínez, y los capitanes Alderete y Nieto, recoge lo que “algunos me contaron…, y -continúa- según la noticia que los propios Alderete y Nieto dan, etc…” | 15 .

A veces no consigue el autor recoger detalles sobre algunas fundaciones de pueblos, como sucede, por ejemplo, en la de Burburata, cuando dice: “porque, aunque en haber la relación y noticia de ello he puesto toda la diligencia a mí posible, no he podido tener de ella más claridad de lo que he dicho” | 16 . Varias veces, para explicar la escasez de las noticias que da sobre la flora o fauna de una región o las costumbres de los indios, declara que esto obedece “por defecto de no hallar yo quién me diese claridad de ellas…” | 17 ; y a veces añade: “en habiéndolas, se escribirán” | 18 . Cuando habla de los indios Muzo dice: “De las naturalezas y propiedades de los indios no daré tan larga noticia como quisiera, porque en las continuas guerras no ha habido lugar de investigarse y saberse estas cosas con la curiosidad que se requiere; así sobre esto será poco lo que escribiré” | 19 No habla de la fundación de Nueva Valencia en Venezuela, “por no haber habido relación” | 20 ; tampoco describe algunos animales que hay en los Llanos “de quien aún no se tiene entera noticia, por lo cual no van aquí escritos” | 21 , Lo acaecido a Diego de Ordaz, declara, sucedió entre los años 1530 y 1534, y “no se pusieron -dice- los tiempos en que señaladamente sucedió cada cosa de las dichas, por no tener memoria de ello los que lo vieron y se hallaron presentes a ello” | 22 , Al escribir su relación sobre los indios de Maracapana y Cubagua se lamenta que ésta “no será tan cumplida como yo quisiera, a causa de que los que en aquel tiempo andaban por ellas, más curiosidad y diligencia ponían en cómo se habían de aprovechar de las haciendas y personas de aquellos naturales, que en enmendar y reparar sus costumbres | 23 .

Todo esto y más ejemplos que se podrían citar demuestra que la historia de Aguado está escrita principalmente a base de relatos de testigos presenciales, salvo naturalmente de lo que él mismo o fray Antonio Medrano pudo conocer personalmente durante su estada en el Nuevo Reino. Documentos originales transcribe Aguado sólo muy pocos (tasaciones de tributos, capitulaciones con los alemanes, consulta sobre Hortal, etc.), y una tan sola vez se refiere de una relación escrita que vio sobre el levantamiento de Lope de Aguirre y que cita en forma un tanto burlona | 24 , aunque la utiliza para algunas descripciones.

La utilización de relaciones de testigos presenciales y de observaciones personales, como fuentes exclusivas para su “historia”, es la característica de la obra que le da valor y relieve. Nuestro historiador no utiliza ni copia a otros historiadores. Siempre, cuando no le consta personalmente algún hecho, lo declara o remite al lector a las obras de otros historiadores que han tratado el tema, lo que constituye una ética profesional poco común en el siglo XVI. Así, por ejemplo, al hablar de la Congregación de letrados y teólogos que hubo en España para decidir sobre la legalidad de la esclavitud indígena, remite a la “Historia General de Indias”, de López de Gomara | 25 . Al mencionar la trata de esclavos indios en Cartagena, no la describe, sino que se refiere a lo que escribió Gomara “en la Historia General muy sumariamente, y a la primera y cuarta parte de las historias que escribió del Perú, Cieza de León”. Al último se remite también al mencionar la expedición de Juan de Vadillo a Cali. Sólo la menciona “porque tiene escrita esta misma jornada, Cieza en la cuarta parte de su Historia. El que quisiere ver, allá la podrá leer” | 26 .

También admite el autor algunos casos en que por falta de preparación científica se considera personalmente incapacitado para “dar entera relación”. Ruega al lector, en este caso, “reciba por servicio lo que hallare escrito” | 27 : una sinceridad y entereza moral que buscaríamos en vano en los historiadores americanos coloniales, muchos de los cuales acostumbraban, por falta de informaciones directas, copiar trozos enteros de obras ajenas, sin nombrar su autor, para el solo fin de completar su propia obra.

Naturalmente las fuentes que utilizó Aguado -y Medrano- son imperfectas. Informantes no son siempre fuentes fidedignas; y así aparecen en la “Recopilación” algunas fechas erradas y varias discrepancias con documentos históricos que conocemos actualmente, en especial cuando se trata de los que se remontan en el pasado | 28 , En el transcurso de la narración se observan también marcadas simpatías o antipatías contra uno u otro conquistador, gobernador, visitador y oidor de la Real Audiencia, lo que influye naturalmente la objetividad del relato. En el caso de nuestros frailes no se trata de investigadores de documentos históricos que, además, reposaban en archivos no accesibles fácilmente en aquella época.

Sin embargo, teniendo en cuenta la época en que se escribía la “Recopilación Historial” y el carácter de los autores como frailes profesos, no podemos ocultar nuestra admiración ni por el arduo trabajo que emprendieron en la planeada ordenación de los numerosos y dispersos datos que recibían, como se desprende de las citas arriba señaladas; ni por el justo y esencialmente objetivo relato de los hechos de la Conquista; ni por la franca, minuciosa y casi impersonal descripción de las costumbres de los indios, si hacemos abstracción, naturalmente, de aquellas frases en que aparecen apreciaciones y críticas personales que se explican tanto por el ambiente de la época como por ser los autores religiosos, frailes misioneros. Por su condición de escritos, basados en relatos y observaciones personales, “lo que he visto, oído y entendido”, la obra forma un magnífico documento representativo de su época y del ambiente reinante en la sociedad neogranadina.

1
Primera parte. Dedicatoria al Rey
2 Véase capítulo 2º
3 Primera parte, libro 5º, capítulo 3º
4 Ibíd., libro1º, capítulo 1º
5 Ibíd., libro 3º, capítulo 10
6 Ibíd., libro 4º, capítulo 11
7
Ibíd., capítulo 15
8 Segunda parte, libro 1º, capítulo 2º
9 Primera parte, libro 12, capítulo 8º
10 Ibíd., libro 3º, capítulo 3º
11 Ibíd., libro 4º, capítulo 11
12 Ibíd., libro 8º, capítulo 2º
13 Ibíd., Segunda parte, libro 3º, capítulo 10.
14 Ibíd., libro 4º, capítulo 18.
15
Ibíd., libro 6º, capítulo 9º.
16 Ibíd., libro 3º, capítulo 11.
17 Primera parte, libro 12, capítulo 9º
18 Ibíd., libro 11, capítulo 17.
19 Ibíd., libro 12, capítulo 26
20 Segunda parte, libro 3º, capítulo 22.
21 Primera parte, libro 9º, capítulo 5º
22
Segunda parte, libro 4º, capítulo 28

23 Ibíd., libro 7º, capítulo 2º
24 Ibíd., libro 10, capítulo 86.
25 Primera parte, libro 4º, capítulo 15.
26 Segunda parte, libro 8º, capítulo 11.
27 Primera parte, libro 9º, capítulo 5º.
28 Si los informantes no son ciertamente fuentes muy fidedignas, tampoco podemos aceptar la critica que a Aguado hace Fernández de Piedrahita por no haber consultado, como él lo hizo “informaciones antiguas de servicios que se habían remitido a la corte” (Bib. 25, prólogo), informaciones que pecan gravemente de parcialidad, pues perseguían un fin definido en la mayoría de los casos, cual era el de obtener mercedes del Rey. La critica que a la obra de Aguado hizo Jiménez de Quesada, según Piedrahita, por haber fundado su historia en “relaciones vulgares” (Ibíd..) se debe mas a la animosidad entre fraile y conquistador que a una verdadera y ecuánime apreciación. El detalles interesante por cuanto revela una vinculación entre los historiadores de aquella época, que estaban al corriente de los trabajos de sus compañeros de oficio.

TITULOS DE LA OBRA

Hay cierta dificultad en adoptar un título adecuado para la historia que escribieron nuestros frailes. El primer volumen del manuscrito que reposa en la Real Academia | 1 lo encabeza el título: “Primera parte de la recopilación historial resolutoria de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada de las Indias del Mar Océano, en la cual se trata etc.”, con indicación del número de los libros que componen el volumen.

El título del segundo volumen | 2 reza: “Segunda parte de la historia que compuso fray Pedro Aguado etc… en la cual se trata etc.”, sin repetir la palabra “Recopilación” ni indicar el número de los libros.

Como se puede observar, los títulos de las dos partes de la obra no concuerdan entre sí; uno se refiere a una recopilación, es decir, a una reunión de varias historias sueltas, sin firme conexión entre sí; el otro, a una “historia”, que es la relación de uno o varios hechos.

De estos títulos difieren aquellos que nombra el autor en su petición al Consejo de Indias para solicitar el permiso de volver a Indias y los contenidos en las dos licencias concedidas para la impresión | 3 . En la petición aludida, fray Pedro llama a su obra “La historia del Nuevo Reino de Granada y de su pacificación, población y descubrimiento, dividida en dos partes”; la licencia concedida el 3 de septiembre de 1581 versa sobre un libro cuyo título es: “Descubrimiento, pacificación y población de las provincias de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada, etc.”; y la del 6 de julio de 1582 habla de un libro: “Primera y segunda parte del descubrimiento del Nuevo Reino de Granada”. Se observa, pues, una anarquía en los títulos, que es una de las numerosas contradicciones que nos presenta la obra de Aguado.

Con todo, es indiscutible que el título primitivo de la obra, así como lo concibieron los autores desde un principio, y también el más ajustado al carácter general de su historia, es el de “Recopilación historial”, es decir, la unión en uno o varios volúmenes de “historias” independientes o casi independientes entre sí | 4 . Estas “historias” las llama a veces el autor “libros” y, a veces, ‘compendios”, aunque no hay duda en cuanto a que su intención primitiva fue llamarlas “epetomios” (forma antigua de la palabra “epítomes”), palabra que se lee en la “tabla” de Sevilla | 5 y que quedó, sin duda por descuido, en la redacción final del manuscrito, cuando el autor, al referirse al sexto libro, escribe: “…como en el siguiente epetomio en suma se verá” | 6 ,

La intención de llamar su obra “Recopilación” se desprende no sólo del título de la primera parte del manuscrito, sino también de la “tabla” de Sevilla (véase el capítulo 89). Así leemos en el encabezamiento de la primera página (que está tachado):

“Primera parte de la |Recopilación Historial de… etc.”; en el recorte de papel que fue pegado con lacre encima de esta tachadura y que era el título definitivo se lee: “Tabla de la primera parte de la |Recopilación Historial… etc.”; también en el resumen, igualmente tachado, de la misma tabla está escrito: “En el presente libro de la |Recopilación Historial… etc.”.

Este carácter de la obra como una recopilación de “historias” separadas, escritas en diversas épocas, explica por qué el autor remite, a veces, al lector a un “libro” o “compendio” anterior o posterior y, a veces, no lo hace, repitiendo hechos cuya narración detallada se encuentra en otros “compendios”. La obra, como totalidad, no observa una unidad de criterio frente a hechos y personas, ni tampoco sigue un estricto orden cronológico. La duplicidad del autor, Medrano-Aguado, ayuda a comprender la desunión que acusan los diversos libros, cuya ordenación no es forzosa sino deliberada, lo que permite suprimir o añadir libros a voluntad sin menguar la comprensión de las otras partes de la “historia”. Ciertamente, en su proemio al lector anuncia el autor una tercera parte donde se seguirán escribiendo, dice, “otras conquistas y poblaciones… con otras muchas cosas no menos dignas de memoria”. Por otra parte, un libro entero de 28 capítulos fue suprimido | 7 , sin que sufra la obra como tal; pues cada libro en sí es una “historia”, representa una unidad por sí y puede leerse sin conocer los libros anteriores o posteriores.

Dado este carácter de la obra de Aguado, es obvio que las denominaciones arbitrarias introducidas en algunas ediciones anteriores son inexactas y se prestan a graves confusiones. Llamar la primera parte “Historia de Santa Marta y del Nuevo Reino de Granada” | 8 es improcedente, pues no corresponde a su contenido. La primera parte de la Recopilación se ocupa |exclusivamente del Nuevo Reino de Granada, y la historia de Santa Marta es tratada apenas como introducción a la del Descubrimiento del Nuevo Reino, cesando de interesar al historiador con la salida del licenciado Jiménez de Quesada de aquella ciudad a su memorable jornada. Los gobiernos de Santa Marta posteriores a esta efemérides, como fueron los de Jerónimo Lebrón, del licenciado Miguel Díez de Armendáriz o del capitán Luis de Manjarrés, están tratados someramente y sin detalles y sólo en la medida en que fue necesario para la comprensión de los acontecimientos ocurridos en Nuevo Reino.

Varias citas en el mismo texto de esta “primera parte” demuestran palpablemente la intención del autor de escribir únicamente la historia del Nuevo Reino de Granada, y no la de Santa Marta u otras gobernaciones. Así, por ejemplo, cuando se dispone a narrar la elección de Jerónimo Lebrón por la Audiencia de Santo Domingo para la gobernación de Santa Marta, dice específicamente que lo hace “aunque sea fuera del propósito de la historia del Nuevo Reino, de quien vamos tratando” | 9 . Cuando describe la jornada de Hernán Pérez al Dorado, territorio que por desconocido no estaba incorporado a lo que se llamaba entonces Nuevo Reino, pide perdón al lector “por haber salido tan de golpe de la provincia e historia del Nuevo Reino” | 10 . Sugiere que el impaciente lector omita lo escrito referente a esta jornada y pase adelante en su lectura, donde encontrará de nuevo el hilo de la propia historia del Nuevo Reino. Asimismo se cree obligado a justificar su libro sobre la fundación de San Vicente de Páez (que pertenecía a la gobernación de Popayán), porque fue poblado desde el Nuevo Reino e incorporado a aquella gobernación sólo después de su fundación | 11 , etc.

Aún más inexacto es llamar “Historia de Venezuela” la segunda parte | 12 , pues sólo tres de los diez libros tratan de Venezuela, mientras que los otros siete se dedican a la gobernación de Cartagena (libro 8º), a la isla de Trinidad (libro 4º), a la gobernación del Marañón y Paria (libros 5º, 6º y 7º), a la historia de Pedro de Orsúa en Santa Marta y Panamá (libro 9º) y a la de Lope de Aguirre en el Amazonas (libro 10); territorios que todos, inclusive Trinidad y Paría, no formaban entonces parte de la propia gobernación de Venezuela.

De todo lo que antecede se ve a las claras que el único título valedero para la obra de Aguado es el de “Recopilación Historial”, así como con muy buen criterio lo adoptó la Academia Colombiana de Historia al editar los primeros nueve libros de la primera parte | 13 .

1
Doc 1.
2 Doc. 2.
3 Véase capítulo 10.
4 Véase capítulo 7º.
5 Véase capítulo 8º.
6 Segunda parte, libro 6º, capítulo 10.
7 Primera parte, libro 5º.
8 Bib. 14 y Bib. 16.
9 Primera parte, libro 4º, capítulo 8º.
10 Primera parte, libro 4º, capítulo 11.
11 Ibíd., libro 16, capítulo 16.
12 Bib. 13 y Bib. 15.
13 Bib. 12.

HISTORIAS O COMPENDIOS|

En el caso de la “Recopilación Historial” se trata de la unión de libros sueltos, monografías de ciudades, escritas en épocas diferentes y reunidas después en un solo volumen. Para decidir la época en que pudieron ser escritas no tenemos otra documentación que los datos contenidos en los libros mismos. Desgraciadamente la redacción final a que procedió Aguado introdujo muchas referencias de unos libros a otros que dificultan la investigación en tal sentido. Con todo, quedaron en el texto algunos gazapos que permiten, aunque no con toda certeza, ensayar un ordenamiento cronológico, ensayo que no debe considerarse definitivo.

a) |Primera Parte (16 libros)

|1ª Historia.- La conquista y la fundación de Santafé, Tunja y Vélez, en el Nuevo Reino de Granada, ocupan los primeros cuatro libros con un total de 60 capítulos. Lo confiesa el mismo autor cuando dice que en ellos tratará “sólo de lo sucedido en las ciudades de Santafé, Vélez y Tunja, hasta este tiempo -año 1568- como creo lo tengo dicho atrás” | 1 . No lo ha dicho en ninguna de las muchas referencias a una parte del manuscrito suprimidas posteriormente, pero el contenido de estos primeros cuatro libros confirma lo dicho, pues ciertamente sólo trata de la conquista de los territorios adyacentes a las tres ciudades (la meseta chibcha) y la fundación de éstas. Territorios más lejanos, como los de Santa Marta, Venezuela y a veces Popayán, están tratados someramente y sólo en el grado necesario para la comprensión del objetivo principal. Y así los primeros 17 capítulos (primer libro y parte del segundo) están dedicados a Santa Marta, el punto de salida de la expedición descubridora. Se narran los acontecimientos sucedidos en los diez años que transcurrieron desde la llegada de su primer gobernador Rodrigo de Bastidas, hasta la salida de Jiménez de Quesada para su expedición al río Magdalena, en abril de 1536, y cesa después completamente.

La historia pormenorizada del propio descubrimiento, conquista y pacificación del Nuevo Reino ocupa todo el resto del segundo libro, la totalidad del tercero y los primeros quince capítulos del cuarto. Son 24 años de la historia narrada en 35 largos capítulos, historia que acaba en 1550, fecha en que fue asentada en Santafé la Real Audiencia.

Menos explícita -en sólo cinco capítulos- es la historia de los 18 años posteriores, del 1550 hasta 1568 (capítulos 16 al 20), y donde en forma lacónica, a veces desordenada, se enumeran hechos sueltos, nombres de oidores y visitadores, sin ofrecer pormenores ni observaciones propias del autor. Estos cinco capítulos forman, como lo declara el propio autor, apenas una “digresión general” | 2 , y parecen apuntes hechos a la ligera, que tal vez esperaban una redacción posterior.

Los últimos tres capítulos del 4º libro (capítulos 21 a 23) forman por sí un “compendio” aparte. Se trata de la tasación de los tributos hecha por el licenciado Villafañe en 1564 para los indios de la provincia de Santafé y de los graves incidentes que produjo esta tasación. Se describen pormenorizadamente las diligencias de la tasación y la oposición que a esta “descripción” hicieron los conquistadores y otros vecinos de Santafé en sus “juntas”. Se copian textualmente la antigua tasación hecha por el obispo fray Juan de Barrios en 1556 y las que hicieron el licenciado Villafañe para Santafé y el licenciado Angulo de Castrejón para Tunja y Vélez, respectivamente.

Sobre la fecha en que fueron escritos estos libros no hay ningún dato directo en el texto mismo. Podemos observar dos épocas diferentes. En la primera se escribieron los tres primeros libros y parte del cuarto, que es una historia minuciosa de los acontecimientos, llena de detalles. Suponemos que a esta época pertenecía también el libro 5º, suprimido.

A la segunda época perteneció el resto del libro 4º, que es la historia de varios años, tratada sumariamente; una especie de recordatorio que el autor quizás tendría en mientes desarrollar más ampliamente.

Los libros de la primera época fueron, sin duda, los primeros cuya redacción comenzó el autor. Varias citas lo comprueban directamente. Al mencionar las ciudades de Vitoria y Los Remedios se declara: “lo cual se dirá tratando de Vitoria y Remedios” | 3 ; de este texto se desprende que tales libros aún no estaban escritos. Lo mismo sucede al referirse a Tocaima: “de cuya fundación y conquista se tratará más adelante” | 4 . Cuando se habla de la fundación de Trinidad de los Muzos se agrega: “como adelante se dirá” | 5 ; o sobre Pamplona: “de cuya población y conquista trataré más largamente” | 6 ; o sobre Ibagué: “de cuya población y conquista asímismo trataremos adelante” | 7 .

Al hablar de otros sucesos, tratados largamente en otros libros, no se mencionan los últimos, ni la intención de escribirlos. Así sucede cuando se describen las jornadas de Sedeño | 8 y no se menciona el libro de Trinidad y Uriapari | 9 ; de Lope de Aguirre | 10 sin nombrar los libros 9º y 10º de la segunda parte, que tratan tan por extenso de este capitán. Cuando se habla sobre las discordias de los vecinos de Mérida | 11 no se menciona el libro que trata de esa ciudad, ni los libros respectivos a San Cristóbal y La Palma | 12 o San Juan de los Llanos | 13 , cuando se refiere a estas ciudades.

Es posible que esta diversidad de procedimientos se deba al hecho de que en la época en que se escribía la historia del descubrimiento del Nuevo Reino, que abarca precisamente los cuatro primeros libros, el autor pensaba sólo en el Occidente (Vitoria, Remedios, Tocaima, Trinidad, Pamplona e Ibagué), sin incluír el Oriente (San Cristóbal, Mérida, Trinidad y Orinoco).

|2ª Historia.-La fundación y conquista de la ciudad de Tocaima, acaecida en 1546, ocupa el 5º libro. Comienza con la comisión dada a Juan de Céspedes para poblar una ciudad en las tierras de los Panche, y su reemplazo por Hernán Venegas; le sigue la descripción de las expediciones que se hicieron, desde la nuevamente fundada ciudad, al mando de varios capitanes, para lograr la pacificación de los indios comarcanos; se describen la fundación de la ciudad, su situación geográfica y el repartimiento de los indios encomendados entre los vecinos. Finaliza esta historia con la minuciosa descripción de las costumbres de los indios Panche.

El único dato que poseemos sobre la fecha de confección de esta historia es aquel en el que cita el libro 4º de la “Recopilación” | 14 , por lo cual podemos colegir que fue escrito con posterioridad a éste.

3ª |Historia.-La fundación de Pamplona, acaecida en 1550, ocupa el libro 6º. Comienza con la comisión dada al capitán Hortún Velasco por el licenciado Armendáriz para poblar un pueblo en la Cordillera Oriental, y su reemplazo por Pedro de Orsúa. Siguen las diligencias de la fundación de la ciudad, la descripción de su situación geográfica y el repartimiento de los indios.

Después del relato de los usos, creencias y costumbres de los indios comarcanos y de las “salidas” de varios capitanes para su pacificación, se describen las minas de oro que se descubrieron desde 1561 hasta 1568, y se menciona el año 1574 (la única vez en que se da una fecha tan adelantada en la obra de Aguado) para decir que hasta aquel año se sacaron de las minas de Pamplona más de cien mil pesos oro.

Se desprende de los datos citados que esta historia fue completada en 1569, e indudablemente la mención del año de 1574 escrita al final del libro, es un dato suelto añadido en una redacción posterior.

Parece que este libro se comenzó a escribir antes de redactar los libros de Venezuela (2ª parte), pues no los menciona al nombrar el valle de Chinácota | 15 , lugar donde tan espectacularmente fue muerto Ambrosio Alfinger.

|4ª Historia.-La historia de la ciudad de Ibagué, fundada en 1550, ocupa el libro 7º: se relata la salida de Andrés López de Galarza al Valle de las Lanzas por orden de la Real Audiencia, sus expediciones a varias provincias, la fundación de la ciudad y la encomienda de los indios comarcanos entre sus vecinos. Sigue después la historia de varias expediciones hechas para pacificar a los indios y una breve descripción de sus costumbres y creencias.

La fecha en que fue redactado este libro se desprende de un dato preciso, por cuanto se dice | 16 que a la fecha no estaban permitidas nuevas conquistas, lo cual lo coloca en una época anterior a 1559, cuando tales conquistas fueron nuevamente autorizadas | 17 , De otra cita podemos colegir | 18 que este libro fue escrito antes que el de Mariquita, pues al nombrar esta ciudad se dice:

“como en la jornada de Mariquita se dirá”.

|5ª Historia.-Lafundación de San Sebastián de Mariquita ocupa el libro 8º. Comienza con la comisión dada en 1549 por el licenciado Armendáriz a Francisco Núñez Pedroso para poblar un pueblo en la banda opuesta del río Magdalena, su decisión de ir a buscar el Pancenú, la travesía de la provincia de los Palenque hasta los llanos de Aburrá, y la primera efímera fundación de la ciudad de San Sebastián. Siguen después los incidentes de su encuentro con el capitán Hernando de Cepeda, salido desde Popayán al descubrimiento de la provincia de Antioquia, y la fundación de San Sebastián de Mariquita en 1552. Se describe el general alzamiento de los Panche en 1556 y su pacificación. La historia de la ciudad llega hasta el año 1567.

Esta historia fue comenzada a escribirse en la época en que no eran permitidas nuevas conquistas, como se desprende de una cita al principio del libr | 19 , es decir, una fecha anterior al año 1559, aunque después de la de Ibagué (véase más arriba).

Al nombrar las ciudades de Vitori | 20, La Palm | 21 y los Remedio | 22 , no se refiere a las historias de estas ciudades, por lo cual se puede suponer que tales historias no estaban aún escritas.

6ª |Historia.- La historia de la fundación de San Juan de los Llanos ocupa el libro 9º Comienza con la comisión dada por la Real Audiencia, en 1555, a Juan de Avellaneda Temiño para descubrir minas de oro en la provincia de Guayupes y la fundación con este pretexto del pueblo de San Juan de los Llanos en 1556. Después de narrar varios traslados que sufrió la ciudad, sigue una descripción muy minuciosa de los indios Guayupe y sus vecinos, los Saes. La historia concluye con la jornada que emprendió Avellaneda al río Guaviare y la efímera fundación de una ciudad, la de Nueva Burgos, hasta la salida del ejército al valle de Neiva, en 1562.

Su confección parece remontarse a una época anterior a aquella parte de la historia que describe la entrada de Federmann al Nuevo Reino, es decir, al 4º libro de la misma parte, pues el autor dice al hablar de este acontecimiento: “como más largamente adelante se dirá, donde trataremos de la jornada de este Federmann”. Este mismo hecho se confirma con otra cita, en que se habla del valle de Sibundoy | 23 , sin nombrar la famosa expedición de Hernán Pérez que llegó allí desbaratada en 1543, descrita igualmente en el libro 4º de la misma parte. Pero los tres primeros libros de la historia del Nuevo Reino parecen haber sido ya redactados, pues hablando de la expedición de Jiménez de Quesada al valle de Neiva, declara el autor: “según en su lugar queda escrito largo” | 24 .

El único dato que se refiere a la época en que la historia de San Juan de los Llanos fuera escrita es aquella cita donde se dice que Avellaneda “hoy vive y reside” en San Juan de los Llanos | 25 .

|7ª Historia.-La conquista y fundación de la ciudad de Vitoria ocupa el libro 10. Se describe la rebelión general de los indios Panche y su pacificación por Juan de Salinas en 1557, con la cual ocasión fue fundada la ciudad. Se relatan varias expediciones hechas para pacificar a los indios comarcanos y su rebelión general acaecida en 1561. Esta historia concluye con una pormenorizada descripción de la tierra, su flora y fauna y los usos y costumbres de los indios Pantágora y Amaní.

El libro fue escrito posteriormente al de la fundación de Ibagué y al de Mariquita | 26 , y antes del de Nuestra Señora de los Remedios, pues no se hace referencia a ningún libro cuando se habla de esta ciudad | 27 . Sobre la fecha en que fue escrito sólo hay un dato indirecto, y es cuando se declara que las nuevas conquistas y jornadas están suspendidas, “y esta suspensión dura hasta hoy”, lo que permite ubicarla cronológicamente en una fecha anterior al año 1559. (Véase más arriba).

|8ª Historia.-La fundación de la ciudad de Mérida ocupa el libro 11. Se cuentan las expediciones que emprendieron varios capitanes desde Pamplona, y la fundación de la ciudad por el capitán Juan Rodríguez, en 1558, quien había salido con pretexto de buscar minas de oro. Se relatan las muchas mudanzas que sufrió la ciudad, hasta poblarse en lugar definitivo; la fundación de otro pueblo, el de Santiago de los Caballeros, y su traslado a Mérida. Se describen los incidentes habidos con los conquistadores de la vecina ciudad de Trujillo, los distintos repartimientos de los indios comarcanos hechos por diferentes comisionados de la Real Audiencia. Esta historia llega hasta el año 1566.

Lo único que podemos colegir de las citas del texto, respecto a la historia de la ciudad de Mérida, es que ésta fue escrita anteriormente a la historia de San Cristóbal | 28 y probablemente de Pamplona | 29 , pues al nombrar esta ciudad no se hace referencia al libro respectivo, y por las mismas causas debemos suponer que fue redactada antes de las historias de los Llanos de Venezuela | 30 , de la ciudad de Trujillo | 31 y de la rebelión de Lope de Aguirre en el Amazonas | 32 .

9ª |Historia.-La | historia de la fundación de la ciudad de Trinidad de los Muzos ocupa el libro 12. Comienza con el descubrimiento de la provincia por Luis Lanchero en 1543. Se relata la historia de varias expediciones que en vano trataron de sujetar a los indios, la efímera fundación de la ciudad de Tudela y las sucesivas fundaciones de Trinidad de los Muzos hasta 1560, en que se asentó definitivamente. Se describe el alzamiento general de los Muzo y los inútiles esfuerzos que se hicieron para pacificarlos. Siguen después las desavenencias con los vecinos de la ciudad de La Palma, el descubrimiento de las minas de esmeraldas y la repartición de los indios entre los vecinos de la ciudad. El libro finaliza con la descripción de las minas de esmeraldas y de las costumbres y ritos de los indios.

Esta historia, según parece, pertenece a la misma época en que se escribía el 4º libro de la historia del Nuevo Reino de Granada, pues en una cita se nombra al adelantado Alonso Luis de Lugo, y se dice: “como de lo escrito y sucedido al tiempo del adelantado Alonso Luis de Lugo constará” | 33. Para este tiempo es posible estuviera escribiéndose ya el “compendio” sobre Pedro de Orsúa, por mencionarse | 34 , y el referente a Jerónimo de Ortal, que también se menciona | 35 . Sin embargo, al nombrar a Pamplona | 36 , Mérida | 37 , Páez | 38 y Palma | 39 no son citados los libros referentes a estas ciudades, por lo cual es posible suponer que no había dado término a su redacción final.

La época en que esta historia de Trinidad fue escrita sólo se puede desprender de un dato indirecto en que se habla del capitán Melchor de Valdés, “que ahora es vecino de Ibagué”. Parece que este libro no ha sido acabado del todo por el autor, pues promete escribir sobre el reparto de las minas de oro entre los vecinos | 40 , pero no lo hace.

1
Primera parte, libro 4º, capítulo 15.
2 Ibíd., libro 4º, capítulo 20.
3 Ibíd., libro 4º, capítulo 20.
4 Ibíd., libro 4º, capítulo 10.
5 Ibíd, capítulo 14.
6 Ibíd., capítulo 14.
7 Ibíd., capítulo 15.
8 Ibíd., capítulo 17.
9 Ibíd., capítulo 11.
10 .
Primera parte, libro 4º, capítulo 21
11 Ibíd., capítulo 20.
12 Ibíd.
13 Ibíd., capítulo 18.
14 Ibíd., libro 5º, capítulo 1º.
15 Ibíd., libro 6º, capítulo 3º.
16 Ibíd., libro 7º, capítulo 1º.
17
Doc. 23.
18 Primera parte, libro 7º, capítulo 1º.
19 Ibíd., libro 8º, capítulo 1º
20 Ibíd., capítulo 14.
21 Ibíd
22 Ibíd.
23 Ibíd., libro 9º, capítulo 11.
24 Ibíd., capítulo 12.
25 Ibíd.
26 Ibíd., libro 10, capítulo 1º.
27 Ibíd., capítulo 3º.
28
Ibíd., libro 11, capítulo 3º.
29 Ibíd., capítulo 1º.
30 Ibíd., capítulo 10.
31 Ibíd., capítulo 13.
32 Ibíd.., capítulo 17
33 Ibíd., libro 12, capítulo 1º.
34 Ibíd., capítulo 5º.
35 Ibíd., capítulo 3º
36 Ibíd., capítulo 5º.
37 Ibíd., capítulo 14.
38 Ibíd., capítulo 15.
39 Ibíd., capítulo 16.
40 Ibíd., capítulo 20.

|10ª Historia.-Lafundación de la ciudad de San Cristóbal ocupa el libro 13. Después de relatar el descubrimiento del valle de Santiago por los vecinos de Mérida, se cuenta la salida del capitán Maldonado desde la ciudad de Pamplona y la fundación por éste de la ciudad de San Cristóbal en 1561. Sigue después la descripción de las disensiones que por causa de la fundación surgieron entre los vecinos de Pamplona y de Mérida con la ciudad recientemente fundada. Después de la descripción geográfica del valle de Santiago y de las costumbres de los indios comarcanos se relatan las expediciones que se hicieron para su pacificación, la rebelión de los indios y su castigo, llegando la historia hasta el año 1569.

Sobre la época en que fue escrito el libro de San Cristóbal no hay datos en el texto que lo relacionen con otros libros, salvo el año 1569, que se menciona en el texto.

|11ª Historia.-Lahistoria de la ciudad de Nuestra Señora de los Remedios ocupa el libro 14. Comienza con la salida desde Vitoria del capitán Francisco de Ospina, nombrado por el cabildo de aquella ciudad repartidor y tasador de los tributos de indios, y la fundación por éste, con aquella ocasión, de la ciudad de los Remedios, en 1561, con todas las mudanzas que sufrió la ciudad posteriormente. Sigue después la historia de las intervenciones de varios jueces de residencia y sucesivos corregidores enviados por la Real Audiencia, con la efímera fundación de la ciudad de Guadalupe y su pronta despoblación. Este libro finaliza con graves acusaciones contra los conquistadores por los malos tratos dados a los indios, y relata acontecimientos anteriores a 1566.

No hay referencias sobre cuándo se comenzó a escribir la historia, salvo la de ser en la época en que estaban prohibidas las nuevas entradas | 41, lo que indica una fecha anterior al año 1559.

|12ª Historia.-La historia de la ciudad de La Palma ocupa el penúltimo libro de la primera parte. Comienza con la salida del alcalde de Mariquita, Antonio de Toledo, por orden del cabildo, bajo el pretexto de visitar la provincia, con la cual ocasión se puebla la ciudad de La Palma en 1561 y se reparten los indios entre los soldados. Siguen después loa incidentes que produjo la intervención de la Real Audiencia y la historia de los sucesivos corregidores que fueron enviados, siguiendo el alzamiento general de los indios y su pacificación. Se describe la animosidad entre los vecinos de la ciudad de Trinidad de los Muzos y los de La Palma, y varios traslados del último pueblo, hasta el año 1563, cuando ocupó su asiento definitivo. El libro finaliza con la descripción de la situación geográfica de la ciudad y las costumbres y ritos de los indios, llegando hasta el año de 1566.

La historia de la ciudad de La Palma fue escrita inmediatamente después de la de Los Remedios | 42 y de la de Trinidad de los Muzos | 43 . Aunque en este libro se nombra a Mariquita | 44 a Tocaima, Ibagué y Vitoria | 45, no se refiere a los libros que corresponden a sus historias, por lo cual la debemos considerar anterior a los que tratan de aquellas ciudades.

Sobre la época en que fue escrito sólo podemos decir que era posterior a 1564, pues se dice 46 que don Antonio de Toledo fue, en 1561, a dar cuenta al Presidente de la Real Audiencia, sobre la fundación de la ciudad. En 1561 la Audiencia no tuvo aún presidente, quien sólo vino en 1564.

|13ª Historia.-Lahistoria de la fundación de San Vicente del Páez ocupa el último libro, 16. Comienza con la conducta dada por la Real Audiencia a Domingo Lozano en 1562 para la pacificación de los indios, y se describe largamente su expedición por el país de los Páez, llena de incidentes. Se relatan los choques con el gobernador de Popayán y la guerra civil entre los Páez, de la cual se aprovechaba Lozano. Sigue después la descripción de la fundación de la ciudad, acaecida en 1563, y las muchas expediciones que se emprendieron desde la ciudad para doblegar las frecuentes sublevaciones.

No tenemos referencia sobre la época en que fue escrito este libro. Sólo sabemos que fue acabado cuando se despobló San Vicente de los Páez, sin que conste la fecha de tal acontecimiento.
b) |Segunda Parte (10 libros)

La segunda parte de la obra de Aguado sigue el plan de compendios o historias aisladas.

|1ª Historia.-La historia de la gobernación de Venezuela ocupa los libros 1º, 2º y 3º, De la totalidad de 53 capítulos que contienen estos libros, 42 se ocupan de Venezuela bajo el gobierno de los alemanes, es decir, desde el año 1528, en que fue otorgada la gobernación a Enrique Ehinger y Jerónimo Sailer, hasta 1544 cuando el licenciado Tolosa llegó a Venezuela. Se copian las capitulaciones hechas por los alemanes con el Rey, se describen las expediciones de Alfinger, Federmann, Espira, Hutten, etc., el nombramiento del obispo Bastidas por gobernador, y del licenciado Tolosa por Juez de Residencia.

Mucho menos detallada es la historia de lo que sucedió desde esta fecha hasta 1552, la muerte de Tolosa, que se narra tan sólo en 7 capítulos del tercer libro; y sólo los 4 últimos capítulos abarcan los 15 años que transcurrieron desde 1552 hasta 1567, fecha en que Coro fue atacado por los corsarios franceses.

Al igual de lo observado con respecto a la historia del Nuevo Reino, también en ésta se destacan dos épocas diferentes: la primera, más antigua, en que el relato es muy minucioso y trata de Venezuela bajo el gobierno de los alemanes; y la segunda, en la que los datos son someros | 47 .

Los dos primeros libros parecen haber sido escritos, en sus partes principales, muy al principio de la empresa, y simultáneamente, sin duda, con los libros del Nuevo Reino de Granada. De otra manera no se entendería cómo aparecen nuevamente definiciones de palabras ya tan profusamente utilizadas en la primera parte, como “macanas | 48 , “isleños” | 49 ; o descripciones de lo que es una canoa | 50 , “guazabara” | 51 , etc. Por la misma razón contiene el libro 1º varios capítulos sobre la esclavitud indígena | 52 , cuyo lugar lógico debiera ser Santa Marta, descrita en la “primera parte”, ya que su economía (y la de Venezuela) se basaban esencialmente en aquella época en esta esclavitud, y el principal artículo de su comercio era precisamente la trata de esclavos indios.

La antigüedad de los dos primeros libros de la historia de Venezuela se patentiza, además, con varias citas. Así, en aquella en que, hablando de los vecinos de Vélez | 53 , el autor declara: “de quien trataremos más particularmente a su tiempo”; lo que demuestra que, al tiempo de escribir estas líneas, todavía no estaba escrita aquella parte de la historia del Nuevo Reino que trata de Vélez, es decir, el libro 4º de la primera parte. Asimismo, hablando del doctor Infante, de la jornada del descubrimiento del Nuevo Reino, o del encuentro entre el capitán Rivera y Nicolás Federmann, el autor no menciona la primera parte de la “Recopilación” donde se describen detalladamente tales acontecimientos, lo que hubiera hecho lógicamente si tal parte hubiera sido ya escrita. En la misma forma cuando declara que en el Nuevo Reino cesaron ya los inhumanos castigos a los indios, como se hacían en Venezuela, dice | 54 : “como en su lugar más largamente diré”; lo cual demuestra definitivamente que esta parte de la historia de Venezuela fue escrita antes de acabar la historia del Nuevo Reino de Granada. De todo esto se deduce que los dos primeros libros sobre Venezuela son antiguos, escritos muy al principio, cuando el autor -Medrano- comenzaba su obra histórica. Además, la mención que se hace en el libro 4º de la primera parte (capítulo 19) de la “historia” de Micer Ambrosio es otro indicio de la antigüedad de estos libros sobre Venezuela.

El tercero y último libro sobre Venezuela parece haber sido escrito muy posteriormente. Juzgando por las referencias en él contenidas, ya estaba escrito el libro de Mérida | 55 , el “compendio” sobre Orsúa | 56 , pero aún no estaban redactados los libros sobre Pamplona y San Cristóbal | 57 . Faltan referencias a otros libros de la “Recopilación”.

Sobre el año exacto en que fue concluído este libro hay un dato bastante preciso. Al finalizar su historia | 58 , dice el autor que está escribiendo durante el gobierno de Pedro Ponce de León, “que es al presente gobernador”. Ponce de León fue nombrado en 1563 y residenciado en 1569. De manera que la última parte da la historia de Venezuela fue concluida antes de esta fecha. Este dato corresponde a algunas citas que se encuentran en su texto, como por ejemplo cuando habla de una tierra “a donde ahora dicen Llanos de Cúcuta” | 59 , o “a donde ahora está poblado San Juan de los Llanos” | 60 , citas que confirman la fecha anterior.

|2ª Historia.-Lahistoria del oriente venezolano ocupa los libros 4º, 5º, 6º y 7º, Este compendio lo llama Aguado mismo “Historia de la isla de Trinidad y del río de Uriaparia” | 61 , Es la historia de Trinidad y de la parte oriental de la actual Venezuela, que por entonces formaban gobernaciones separadas de la de Venezuela. Abarca los años desde 1525 hasta 1540, es decir, desde el nombramiento de Antonio Sedeño para la gobernación de Trinidad, hasta la llegada de Lope Montalvo de Lugo al Nuevo Reino de Granada. No contiene ningunas noticias anteriores o posteriores de estas fechas. Trata de las expediciones de Sedeño, Ordaz y Hortal al Orinoco.

La historia no contiene referencia alguna a otros libros, por lo cual no se pueden colegir datos con relación a éstos. Se mencionan muchos acontecimientos largamente descritos en la primera parte de la obra | 62 ; pero no se hace referencia alguna a los libros respectivos. Tampoco se nombra el libro sobre Lope de Aguirre al mencionar a éste | 63 . Sólo una vez, cuando se habla de Federmann | 64 , se cita: “de la cual en esta historia y parte se hace particular y larga relación”, refiriéndose a los primeros dos libros de la misma segunda parte.

La única fecha que podría conectarse con la época en que esta historia fue escrita es aquella cita en que se dice que “pocos años ha” se levantó Francisco Hernández Girón | 65 , levantamiento que se produjo en el año 1555, por lo cual la época de la confección de esta historia se puede ubicar como un poco posterior a la llegada de Aguado en 1562.

41
Ibíd., libro 14, capítulo 2º.
42 Ibíd., libro 15, capítulo 1º.
43 Ibíd., capítulo 2º.
44 Ibíd., capítulo 1º.
45
Ibíd., capítulos 1º, 5º, 7º, 10, 12 y 15.
46 Ibíd., capítulo 6º.
47 Segunda parte, libro 3º.
48 Ibíd., libro 2º, capítulo 18.
49
Ibíd.
50 Ibíd., libro 1º, capítulo 1º.
51 Ibíd.
52 Ibíd., capítulo 4º.
53 Ibíd., capítulo 10.
54 Ibíd., libro 2º, capítulo 18.
55 Ibíd., libro 3º, capítulo 19.
56 Ibíd., capítulo 20.
57 Ibíd., capítulo 12.
58 Ibíd., capítulo 19.
59 Ibíd., libro 1º, capítulo 11.
60 Ibíd., libro 2º, capítulo 11.
61 Ibíd., libro 8º, capítulo 2º.
62
Ibíd., libro 4º, capítulos 8º, 14 y 15; libro 5º, capítulo 1º; libro 6º, capítulos 4º y 7º; libro 7º, capítulos 5º y 6º.
63 Ibíd., libro 7º, capítulo 6º.
64 Ibíd., libro 6º capítulo 9º.
65 Ibíd., libro 7º, capítulo 3º.

|3ª Historia.-Laconquista y fundación de Cartagena ocupa el libro 8º. Abarca sólo el primer período del gobierno de Pedro de Heredia y la visita de su juez de residencia, el licenciado Juan de Vadillo. Trata, pues, sólo de la época comprendida entre 1532 y 1538. Sobre lo que pasó anteriormente, verbigracia sobre la esclavización de los indios, Aguado se refiere a las historias de López de Gomara y Cieza de León | 66 ; y omite la historia de la expedición de Vadillo hasta llegar a Cali, remitiendo al lector a la cuarta parte de la historia de Cieza | 67 .

Se describe la llegada de Heredia a su gobernación, la desavenencia con los vecinos de Castilla de Oro a causa de la jurisdicción sobre el golfo de Urabá, las expediciones al Cenú y Pancenú, y la llegada de Juan de Vadillo, juez de residencia, enviado por la Real Audiencia de Santo Domingo.

Esta historia también parece haber pertenecido a la primera época de la confección de la “Recopilación”. El haberla incluído Aguado en la segunda parte resulta un disparate, pues la historia de Cartagena llega tan sólo hasta el año 1538, y la gobernación de Cartagena ni siquiera lindaba con la de Venezuela, por encontrarse la de Santa Marta entre una y otra. También aquí encontramos, una vez más, explicaciones de lo que son “chapetones” | 68 , “guazabaras” | 69 , “isleños” | 70. Además, la muerte de Juan de la Cosa, acaecida en 1508, y escrita “según lo relatan algunos españoles que hay de aquel tiempo” | 71 , invita a creer que las noticias de este acontecimiento las había recogido el autor casi al tiempo de llegar al Nuevo Reino, cuando es posible que aún vivieran algunos que formasen parte en aquella remota expedición de Alonso de Ojeda. En otra cita, cuando menciona el encuentro de Belalcázar y Federmann en Santafé, se declara | 72 : “y pasaron lo que en su lugar yo escribo de ellos”. El emplear el verbo escribir en el tiempo presente parece también indicar que esta parte de la historia se escribía al mismo tiempo que los libros del Nuevo Reino de Granada. Una cita sobre los libros de Trinidad y Uriapari, como ya escritos | 73 , podría obedecer a una referencia posterior hecha por Aguado, cuando ya estaba ordenada la parte segunda.

4ª |Historia.- La | historia de lo acontecido a Pedro de Orsúa desde su salida de Santafé en 1555 hasta su llegada al Perú en 1558, ocupa el libro 9º, Se describen sus actuaciones en Santa Marta y Panamá. Sólo hay referencias vagas sobre otros libros, como por ejemplo, al tratar del capitán Melchor de Valdés, desbaratado por los Muzo, se dice: “según largo se ha tratado en la primera parte de esta historia, en el libro trece o doce o décimo” | 74 . Dos veces se menciona a García de Arce, muerto por Aguirre | 7 | 5 , sin hacer referencia al libro 10, donde se describe su muerte.

El libro 10, sobre la propia rebelión de Aguirre en el Amazonas, no contiene referencia alguna a libros anteriores. Comienza con el nombramiento de Orsúa como caudillo de la expedición, y finaliza con la muerte de Aguirre en 1562. Al hablar de Gonzalo Jiménez de Quesada | 76 no se menciona siquiera que fue fundador y descubridor del Nuevo Reino. El autor tiene más elogios para Hernán Venegas, Gonzalo Suárez, Juan Tafur y otros conquistadores, a quienes califica de conquistadores y descubridores, que para Jiménez. Todo parece como si este libro careciera de conexión alguna con la “Recopilación”.

Tales son las historias reunidas por fray Pedro Aguado en las dos partes de su “Recopilación Historial”. Es cierto que el historiador promete que “si otros sucesos particulares (después de 1568) a mi pluma ocurriesen, que sean dignos de escribirse, también los iré escribiendo adelante” | 77 , y habla en su proemio al lector, de una tercera parte que se propone escribir; tales casos no ocurren desgraciadamente. La “Recopilación” se mantiene principalmente dentro de los años anteriores a 1562 y en muchos casos no llega a esta fecha; relativamente poco se ocupa de la historia, y esto sin entrar en detalles, hasta el año 1568, y sólo una vez y ocasionalmente aparecen los años 1569 y 1574 | 78 .

También parece que algunas “historias” no fueron llevadas hasta su final. Así el libro de la Trinidad de los Muzos, en que el autor promete escribir sobre el repartimiento de las minas de oro entre los vecinos | 79 , pero no lo hace. Asimismo sucede en el libro de la ciudad de Mérida | 80 .

A base de estos un tanto embrollados datos y salvando posibles errores que han podido ocasionar referencias posteriores introducidas por Aguado al redactar la versión que presentó al Consejo de Indias, o enmiendas hechas por manos de terceros que se consideraron como parte del texto original, podemos establecer el siguiente orden cronológico en cuanto a las épocas en que fueron confeccionadas las partes esenciales de los libros:

1ª |época:

Libros 1º y 2º de la segunda parte: Historia de Venezuela.

Libros 1º, 2º y 3º de la primera parte: Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada.

Libro 8º de la segunda parte: Historia de Cartagena.

Libro 9º de la primera parte: San Juan de los Llanos.

2ª |época:

Libro 4º (últimos capítulos) de la primera parte: Historia del Nuevo Reino.

Libro 12 de la primera parte: Historia de Trinidad de los Muzos.

Libro 5º de la primera parte: Historia de Tocaima.

Libro 14 de la primera parte: Historia de Los Remedios.

Libro 15 de la primera parte: Historia de La Palma.

Libro 7º de la primera parte: Historia de Ibagué.

Libro 8º de la primera parte: Historia de Mariquita.

Libro 10 de la primera parte: Historia de Vitoria.

Libro 3º de la segunda parte: Historia de Venezuela.

Libros 4º, 5º, 6º y 7º de la segunda parte: Historia de la Trinidad y Uriapari.

Libro 11 de la primera parte: Historia de Mérida.

Libro 6º de la primera parte: Historia de Pamplona.

Libro 13 de la primera parte: Historia de San Cristóbal.

Historias escritas aparte:

Libro 16 de la primera parte: Historia de San Vicente de los Páez.

Libros 9º y 10 de la segunda parte: Compendio sobre Orsúa y Aguirre.

66 Ibíd., libro 8º, capítulo 1º.
67 Ibíd., capítulo 11.
68 Ibíd., capítulo 1º.
69 Ibíd., capítulo 2º.
70 Ibíd., capítulo 3º.
71 Ibíd., capítulo 2º.
72 Ibíd., capítulo 11.
73 Ibíd., capítulo 2º.
74 Ibíd., libro 9º, capítulo 1º.
75 Ibíd., capítulos 2º y 9º.
76 Ibíd., libro 10, capítulo 64.
77 Ibíd., Primera parte, libro 13, capítulo 7ª.
78 Ibíd., libro 6º, capítulo 6º; y libro 13 capítulo 8º
79 Primera parte, libro 12, capítulo 2º.
80 Ibíd., libro 11, capítulo 17.

LOS MANUSCRITOS DE LA VERSION FINAL

Conocemos actualmente dos manuscritos de la “Recopilación Historial”: uno se encuentra en la Real Academia de la Historia, de Madrid, y consta de dos volúmenes. Son los tomos 68 y 69 de la Colección Muñoz; el otro se conserva en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid, en cuatro volúmenes | 1 , que también proceden originariamente de la Colección Muñoz (antiguos tomos 23 a 26).

a) |Los manuscritos del Palacio.

Los cuatro volúmenes que se encuentran en el Palacio son una fiel transcripción de los dos de la Academia, copia muy cuidadosa, mandada hacer, sin duda, por el mismo Juan B. Muñoz | 2. El primer volumen y el segundo contienen los 16 libros de la primera parte (que corresponde al tomo 68 de la Colección Muñoz), y el tercero y último contienen los 10 libros de la segunda parte (que corresponde al tomo 69 de la Colección Muñoz) | 3 .

Tratándose de una copia efectuada en el siglo XVIII (lo que además se comprueba fácilmente por la letra, por la forma y calidad del papel utilizado), hecha de un manuscrito más antiguo, el que reposa en la Academia, su estudio no aporta ningunos hechos nuevos que podrían facilitar nuestra investigación. No así sucede con los dos volúmenes conservados en la Academia.

b) |Los manuscritos de la Real Academia de la Historia

Estos manuscritos pertenecen indudablemente al siglo XVI, y los dos volúmenes demuestran grandes diferencias entre sí. El segundo, tomo 69 (que contiene los 10 libros de la segunda parte que llaman indebidamente la “Historia de Venezuela”), está escrito de corrido, nítidamente, y no demuestra tachaduras o enmiendas, salvo aquellas que se deben obviamente a pequeños errores del copista o a las enmiendas durante el cotejo con otro manuscrito o borrador. No se deja espacios entre los diversos libros, salvo los necesarios para mantener una clara división. La foliación es única y corre desde el 1 hasta 326. Tanto la primera página con el título, dentro de un marco adornado, como también las dos licencias para la impresión, y el corto proemio al lector, que siguen, parecen escritas de la misma mano que escribió el resto del texto. El primer cambio del amanuense se observa a partir del folio 70 vuelto.

La característica sobresaliente de este segundo volumen es que, a diferencia del primero, carece de rúbricas. Sólo hay una al final del primer libro | 4 , que es la misma que se encuentra en la “tabla” de Sevilla. Este segundo volumen no está, pues, rubricado por Zapata del Mármol, aquel Secretario del Consejo de Castilla que según el texto de la 2ª licencia, debiera haberlo rubricado página por página, como lo hizo con el primer tomó.

Se puede pues constatar: el volumen que reposa actualmente en la Real Academia de la Historia, y que contiene la “segunda parte” de la obra de Aguado, no es el presentado al Consejo para pedir licencia de su impresión. Puede ser que se presentó una copia distinta, desconocida hasta ahora. Pero también es posible que la “segunda parte” nunca fue presentada en el Consejo. Y esta es la conclusión a que llegamos, como se verá más adelante.

Muy distinto es el aspecto de la “primera parte” de la Recopilación, volumen 68 de la Colección Muñoz.

Ya a primera vista se observa que no se trata de un libro escrito de corrido, como la “segunda parte”, sino de varios trozos de manuscritos unidos después en un solo volumen, trozos escritos no sólo por varios amanuenses (que no es una cosa desusual en manuscritos antiguos) sino sobre papel de diferente clase, utilizando cuadernillos aparte, que después, cortando las hojas que quedaban en blanco, se cosieron unos a otros para encuadernarlos en un solo volumen. Ya en la página, con el título de la obra, se observa que el texto procede de otro libro que fue recortado y pegado después sobre una hoja en blanco. En cuadernillos sueltos están escritos todos los 16 libros, más la “tabla-índice”, el proemio al lector y la dedicatoria al Rey; a veces cada libro en un cuadernillo aparte, y a veces un grupo de libros en uno o varios cuadernillos. En una palabra, se trata de una verdadera unión material de varios manuscritos o trozos de éstos.

En muchos libros, a lo largo del manuscrito, abundan recortes, tachaduras, largas enmiendas y notas marginales con las señales respectivas que indican deben ser incluidas en el texto. Cada una de las hojas de manuscrito, desde la hoja con el título, y casi todas las enmiendas y notas marginales, están rubricadas por Zapata del Mármol, lo que indica que este volumen sí fue presentado al Consejo. Además, desde el folio 150 en adelante aparecen dos rúbricas más, fuera de la del Mármol: una, que pudimos identificar como la del mismo fray Pedro Aguado, y otra, que es la misma que se encuentra en la “tabla” de Sevilla, que parece ser de Juan López de Velasco, uno de los censores de la obra | 5 .

Otra de las características de este volumen es su múltiple foliación, que permite llegar, como veremos, a insospechables resultados.

Se comprenderá la extraordinaria fuente de información que tenemos, pues no se trata tan solamente del propio manuscrito presentado al Consejo sino de un manuscrito donde pueden verse una gran parte de las tachaduras, enmiendas y cortes hechos posteriormente a su presentación, debidos a circunstancias que estudiaremos.

Hay algunos libros que, a pesar de ser rubricados, parecen ser copias de versiones más antiguas; pero hay otros que son indudablemente originales, y la nutrida intervención de manos extrañas les da apariencia de borradores, en que las enmiendas, tachaduras y añadiduras están visibles, pues, por fortuna, Aguado, por una u otra razón, no los pasó en limpio, es decir, no los copió o hizo copiar por un amanuense; pues en tal caso hubieran desaparecido, como sin duda desaparecieron en aquellos libros del mismo volumen que fueron pasados en limpio antes de entregarlos, para ser rubricados, al Consejo (véase más adelante), y en toda la segunda parte de la obra, que tampoco contiene enmiendas algunas. Hubiéramos tenido una copia limpia, parecida a la que se conserva en la Biblioteca del Palacio Real, que no hace sospechar la cantidad de enmiendas que tiene el original del cual fue hecha.

Estas enmiendas y recortes son de extraordinario interés, pues con paciencia hemos logrado descifrar casi todo o por lo menos gran parte de lo tachado y enmendado. No son, como erróneamente creen algunos, tachaduras de lectores inconsiderados u otras personas irresponsables, sino que revelan intervenciones menores que parecen obedecer, a veces, al propio Aguado, y a veces, a algún editor; pero en la mayoría de los casos se trata de substanciales cambios que hizo la censura, de acuerdo con la política vigente en aquella época.

La confrontación de la forma primitiva del manuscrito de la “Recopilación”, con lo que quedó después de haber pasado por estas vicisitudes, demuestra cuán erróneo es considerar muchos manuscritos como originales, siendo apenas copias de versiones primitivas, en las que se habían introducido cambios a veces muy importantes, por manos y mentes ajenas a su autor, y aun contra sus ideas y voluntad.

c) |La foliación.

El tomo que estamos estudiando tiene una foliación principal que se destaca en lo alto de la esquina derecha, con letra cuidadosa, en tinta oscura, y que corre desde la primera página hasta la última, incluyendo las blancas que quedaron al final del libro. Esta foliación | 6 es la definitiva, hecha por un posible editor posterior o, lo que es más probable, por un amanuense de Juan de Muñoz, dado los rasgos modernos de los números. A esta numeración nos referiremos al citar los folios de este manuscrito.

Aparte de esta foliación moderna aparecen foliaciones parciales más antiguas. Así hallamos en el folio 21, donde comienza el primer capítulo del primer libro, otra foliación, en tinta amarillenta, también en lo alto de la esquina derecha. Esta foliación deja fuéra de numeración la página con el título (sacada, como vimos, de otro libro), la dedicatoria al Rey, el proemio al lector y una “tabla-índice” del libro (que fue omitida en los libros impresos, sin mencionar tal omisión).

Tal numeración está hecha con caracteres más descuidados, y no llega hasta el final del libro, terminando con el folio 213 | 7 .

No cabe duda de que esta numeración es la que comenzó a hacer Aguado o su amanuense, cuando ni la dedicatoria al Rey, ni el proemio al lector, ni la “tabla-índice”, estaban hechos. Anotemos que en esta “tabla” se dejó en blanco la indicación de los folios para después llenar los espacios con los números correspondientes a las páginas. Finalmente no se hizo esto, como tampoco se llevó la numeración hasta el final.

Hasta el folio 149, que es el final del capítulo 2º del 4º libro, el manuscrito observa uniformidad en lo que se refiere a la mano del escribiente, ortografía, nitidez, pocas enmiendas y tachaduras, y la rubricación en cada página, de Zapata del Mármol. Está escrito de corrido, en cuadernillos que se siguen, sin dejar grandes espacios, aun en el caso de separar los libros uno del otro. Pero desde el folio 150, que comienza con varias líneas tachadas y después con el capítulo 3º del mismo libro 4º, cambia completamente el aspecto. Se trata obviamente de un cuaderno aparte adherido a los anteriores.

No sólo cambia el amanuense, la ortografía, etc., sino a la vista está el hecho de haber sido recortadas varias hojas (19 en total), que pertenecieron originariamente al comienzo de este cuaderno. El texto de las líneas tachadas en la parte superior de la primera página corresponde exactamente al final del capítulo II. Se ve, pues, que en vez de seguir copiando un manuscrito (probablemente tan tachado, enmendado y confuso, que exigía una nueva transcripción), se optó por añadir simplemente un trozo de este manuscrito a la nueva copia que se estaba haciendo, pues este trozo, aunque lleno de enmiendas y tachaduras, permite una correcta lectura.

El hecho material evidente de que se trata de un trozo de otro manuscrito de la “Recopilación” lo comprueba también la aparición de una nueva foliación, fuéra de las dos foliaciones ya nombradas (la moderna negra, y la antigua amarillenta). Esta nueva numeración, de aspecto mucho más arcaico (procesal, donde el número 1 se escribe como una “i” larga puntuada), comienza con el número 164. Se encuentra tanto en la parte superior de cada página como en la inferior, en el centro, y continúa en todo el resto del libro terminando en 610, que corresponde al folio 508. Para mejor entendimiento sirvan los siguientes ejemplos: el folio 150 del manuscrito tiene |tres foliaciones: 150 negra, la moderna, 123 la amarillenta más antigua, y 164 la aún más antigua, que llamaremos, para distinguirla de las otras, arcaica; la última página del manuscrito tiene dos numeraciones: 508 negra, la moderna, y 610 la arcaica, pues la numeración amarillenta cesó, como dijimos, en el folio 229.

Aunque esta numeración arcaica está casi siempre tachada -para no confundirla con las más modernas- demuestra un hecho evidente: existían (y tal vez aún existan en algún archivo) 163 folios de un manuscrito original de la “Recopilación Historial”, que fueron utilizados para hacer aquella nueva copia de los tres primeros libros, y dos capítulos del libro 4º, que Aguado pasó en limpio antes de presentar el volumen al Consejo para su aprobación.

Hay otra característica significativa de este trozo del manuscrito añadido: mientras que hasta entonces el texto (más la dedicatoria, proemio y la tabla) están rubricados sólo por Zapata del Mármol, aparecen desde aquí en adelante hasta el fin del manuscrito dos rúbricas más: en el reverso, al lado de la del Mármol, la rúbrica que pudimos identificar como la de fray Pedro Aguado, y en el anverso de cada página, una nueva que parece ser la de López de Velasco y que es idéntica a la que contiene la “tabla” conservada en el Archivo de Indias de Sevilla.

Esto demuestra la antigüedad de la parte dotada con la numeración arcaica, es decir, la parte del manuscrito desde el folio 150 en adelante, que está conectada directamente con la “tabla” que Aguado adjuntó a su petición al Consejo de Indias, a raíz de su llegada a España en 1575. Se trata pues de la versión primitiva del manuscrito traído por Aguado desde Santafé; pero no es este el caso de los primeros 149 folios del manuscrito, que no tienen aquellas rúbricas, ni la numeración arcaica, habiendo sido tan sólo rubricados por Zapata del Mármol, secretario del Consejo de Castilla.

Es casi seguro que la “tabla” de Sevilla era índice del manuscrito dotado con la numeración arcaica, es decir, de la versión primitiva; pero no podemos comprobarlo directamente, pues la indicación de folios en aquella “tabla” solamente llega al capítulo 3º del libro 2º, es decir, corresponde a la parte reemplazada por la nueva copia. Otra característica del trozo del manuscrito provisto de la numeración arcaica es la aparición en sus márgenes de resúmenes del respectivo texto, resúmenes que faltan en el trozo anterior.

La numeración arcaica que corre a lo largo del libro tiene un interés excepcional. Pues si las tachaduras y enmiendas pudieron ser descifradas en parte, la foliación arcaica permite apreciar la extensión de los cortes que se efectuaron en la versión original. Así, por ejemplo, al llegar al folio 208 salta la numeración arcaica del 221 al 224. Faltan, pues, dos folios, que son cuatro páginas, y las tachaduras al finalizar de las páginas anterior y posterior demuestran que se trataba de las fundaciones de monasterios de San Francisco y de otros asuntos de la historia eclesiástica | 8 .

Al llegar al folio 211 salta una vez más la antigua numeración de 226 a 228, lo que patentiza la falta de otras dos páginas, que tratan, como se desprende de las tachaduras, de la rebelión del licenciado Juan de Montaño.

El corte más extenso y más lamentable es el que se observa al llegar al folio 226, que corresponde al arcaico 243. Aquí salta la numeración arcaica al 322 (folio 227). Esto quiere decir que han sido suprimidos 79 folios, igual a 158 páginas, que corresponden precisamente a los capítulos 24 al 28 del antiguo libro 4º, y a los 28 capítulos del antiguo libro 5º, según ya pudimos constatar al estudiar la “tabla” de Sevilla | 9 , es decir, a todo lo que se refiere a la situación geográfica, política, social y económica de las ciudades Santafé, Tunja y Vélez, y todo el libro sobre la antropología de los Muisca, 158 páginas de antropología americana, escritas en los primeros decenios de la Conquista, que cayeron víctimas de las condiciones reinantes. Un hecho que la ciencia difícilmente podrá olvidar. Pero por lo menos sabemos que existieron, y, tal vez aún existen en los anaqueles de algún oscuro archivo.

Los libros antiguos 6º, 7º y 8º (que, suprimido el libro 5º, corresponden al 5º, 6º y 7º de la versión definitiva) forman una vez más un solo grupo, escrito de corrido, uniformemente en cuadernillos sucesivos, dejando apenas un corto espacio en blanco, necesario para dividir los distintos libros. También ellos están rubricados con las tres señales (Mármol, Aguado y López de Velasco) y la numeración arcaica sigue su curso. También demuestran algunas tachaduras y añadiduras. Pertenecen, pues, indudablemente al manuscrito presentado en el Consejo de Indias. Sin embargo, también aquí no se trata de la verdadera versión original sino de una copia o nueva redacción de otra versión más primitiva, como lo demuestran circunstancias y características que explicaremos más adelante.

Los libros posteriores, comenzando por el 9º antiguo (que corresponde al 8º moderno) y finalizando por el 15º (que corresponde al 14º), son escritos cada libro en un cuaderno separado. Este hecho se constata materialmente al observar la obra de encuadernación. Además, donde quedaban hojas blancas éstas fueron simplemente cortadas, siendo visibles los bordes recortados. Así sucede en los libros 8º, 9º, 12º, 14º y 15º (numeración antigua). Los últimos dos libros de la primera parte, 16º y 17º (numeración antigua), están una vez más escritos uniformemente en cuadernos sucesivos.

Todos estos cuadernos fueron reunidos y encuadernados para formar un solo volumen. Algunos libros, como ocurre en el libro 10º (antiguo), tiene un título: “San Juan” (corresponde a San Juan de los Llanos) ; y en el interior (folio 300 del manuscrito) una anotación tachada que dice: |”Libro décimo de la primera parte”. Lo mismo sucede en el libro 13º (antiguo), donde hay también una anotación, luégo tachada, que dice: |”Libro trece de la primera parte”. Además, casi todos estos libros tienen, fuéra de las numeraciones moderna y arcaica que corren a lo largo del volumen, foliaciones particulares que comienzan con el folio 1. Así, en el libro 9º (fol. 1 a 16, sin que se la sigue) ; el libro 10º (fol. 1 a 29) ; el libro 11º (fol. 1 a 51) ; el libro 13º (fol. 1 a 52) y el libro 16º (fol. 1 a 27).

Estos nueve libros, también rubricados por las tres rúbricas, están llenos de tachaduras, notas marginales y cortes que estudiaremos más adelante. Sin embargo, tales enmiendas no impiden el que el texto sea perfectamente legible; por lo cual Aguado pudo dejarlos como partes integrantes del volumen presentado al Consejo. Esto apoya la tesis de que los tres libros anteriores (libros 6, 7 y 8), escritos de corrido y no en tres cuadernos separados, son solamente copias hechas a base de manuscritos más antiguos, y cuyo texto, por lo corregido, cambiado o añadido, resultó tan confuso que exigió una nueva transcripción. Se trata pues de la repetición del caso de los tres primeros libros, aunque en la fecha anterior a la presentación del manuscrito al Consejo de Indias, por lo cual podemos suponer la eventual existencia en algún archivo de estos tres libros del antiguo manuscrito de la “Recopilación Historial”. Es en el libro 7º donde en el texto, al final, aparece año 1574, única vez en toda la obra, que bien pudiera haber sido una simple añadidura al texto original hecha por Aguado.

Las tijeras del censor no dejaron de hacer estrago también en estos nueve libros. Fuéra de grandes trozos tachados, parte de los cuales, por fortuna, están aún legibles aunque con dificultad, hay cortes esenciales de páginas enteras, que sólo la suerte podría devolvernos.

En el libro 10º (que corresponde al 9º moderno) faltan dos páginas enteras, que corresponden al folio 384 arcaico. Dos páginas de descripciones antropológicas de los Guayupes.

En el libro 11º (moderno 10º), al llegar al fol. 322, salta la numeración arcaica de 418 a 424. Son diez páginas del texto que correspondían a los capítulos 7º, 8º y 9º del mismo libro, cuya emisión pudimos constatar al estudiar la “tabla” | 10 ; supresión que mutiló una gran parte de la historia de la conquista del actual Departamento de Antioquia, en la República de Colombia.

En el libro 15º (que corresponde al 14º moderno) hay otra página cortada.

1 Doc. 3.
2 Bib. 22.
3 Sobre estos tomos dice Fuster (Bib. 27, II, 206): “El autor de esta obra fue Fray Pedro Aguado, fraile menor. La escribió antes del año 1575 en cuatro volúmenes, y trata los descubrimientos del nuevo reino de granada y Tierra Firme. Están estos cuatro tomos divididos en dos partes, todos sin foliar y no se sabe de dónde se copiaron”.
4 Fol. 13 vuelto.
5 Véase capítulo 10.
6 De 1 a 512.
7 Folio 229.
8 Véase capítulo 10.
9 Véase capítulo 8º.
10 Ibíd.

La cuidadosa revisión del volumen que estudiamos reveló una nueva numeración, que no fue tomada en cuenta por otros investigadores y que es de suma importancia.

Estudiando el manuscrito vemos que algunos libros indican su número dentro del texto, y algunos carecen de numeración, siendo que el número correspondiente les fue añadido posteriormente por otra mano. Es fácil observar que en el primer caso están los libros 1º, 2º, 3º, 4º, 6º (ant.), 7º (ant.) y 8º (ant.), es decir, aquellos que hemos marcado como nuevas copias hechas a base de versiones más antiguas enmendadas; mientras que en el segundo caso están todos los libros que hemos comprobado como versiones originales, lo que concuerda una vez más con la “tabla” de Sevilla, cuyos libros o epítomes no estaban originariamente provistos de numeración, siendo la misma una añadidura posterior.

En las primeras páginas de estos últimos libros, no numerados, se observan en la esquina inferior derecha unas gruesas letras latinas, así:

Libro 4º, está señalado en fol. 16º con G.

Libro 9º, está señalado con M (fol. 259).

Libro 10, está señalado con N (fol. 282).

Libro 11, está señalado con O (fol. 310).

Libro 12, está señalado con P (fol. 356).

Libro 13, está señalado con Q (fol. 374).

Libro 14, está señalado con R (fol. 426).

Libro 15, está señalado con S (fol. 437).

Libro 16, está señalado con T (fol. 451).

Libro 17, está señalado con U (fol. 478).

Se ve a las claras que este señalamiento con letras del abecedario corresponde a un orden alfabético y hace suponer la existencia de una serie de |veinte libros, desde la letra |A hasta la letra |U, libros, compendios o epitomes que formaron, sin duda, el primer conjunto de la “Recopilación Historial”. Ciertamente, al señalamiento con las letras |H, I, J, L correspondería a los libros 5º, 6º, 7º y 8º, letras que no podemos encontrar en el manuscrito que reposa en la Real Academia de la Historia, por razones ya explicadas: el libro 5º fue suprimido, y en el caso de los tres libros restantes, se trata, como hemos visto, de copias de versiones más antiguas, copias donde cada libro fue señalado con el número correspondiente y no con la letra respectiva, como lo estaba antiguamente.

Observamos que de los primeros seis libros señalados originariamente con letras |A, B, C. D, E y F, conocemos tan sólo tres, los libros 1º, 2º y 3º, que igualmente, por tratarse de copias, están numerados y no provistos de letras. Faltan, pues, tres libros entre los primeros de la “Recopilación”. ¿Cuáles fueron estos libros? En torno a ellos solamente podemos forjar conjeturas, pero existen muchos indicios de que éstos fueron los dos primeros, sobre Venezuela, y el libro sobre Cartagena, que Aguado incluyó en la segunda parte de su “Historia”. De su antigüedad ya se ha hablado | 11. Un indicio más de que éstos formaron parte del primitivo ordenamiento de la “Recopilación” en veinte compendios, son las propias declaraciones del autor en que, hablando de Pamplona, dice que dará detalles más adelante y “que lo mismo se hará de cada ciudad y pueblo |por su antigüedad” | 12 . Si tal fue el plan del autor, los dos primeros libros, sobre Venezuela, que constituyen propiamente un compendio histórico de la ciudad de Coro, tendrían que estar colocados después de los referentes a Santa Marta, y a éstos seguiría el libro sobre Cartagena.

Con todo, de que precisamente los tres libros indicados fueron parte del primer ordenamiento de la “Recopilación” en 20 libros, es una suposición que necesitará tal vez mayor comprobación. Pero es un hecho que tal agrupación de 20 libros existía, y que tratándose de “epetomios”, epítomes, no fueron numerados sino señalados con letras del alfabeto. Y estos 20 libros corresponden, a nuestro modo de ver, a la obra de Medrano, obra ya redactada y lista para ser publicada, aunque es patente en ellos la intervención posterior de Aguado en arreglarlos, enmendando algunas palabras y párrafos antes de presentarlos al Consejo; intervención que tenía por objeto principalmente una mejor redacción. Aguado sería así solo el autor de los 7 libros restantes hechos, por lo menos algunos de ellos, a base de anotaciones sueltas que le dejó Medrano y de otros datos que, como consta, solicitaba con alguna insistencia de varios conquistadores | 13 . Aceptando esta hipótesis, fray Antonio Medrano sería autor de toda ha Historia del Nuevo Reino de Granada, incluyendo la historia primitiva de Venezuela, propiamente la historia de la ciudad de Coro, íntimamente ligada a la de Santa Marta y, por consiguiente, con el Nuevo Reino; mientras que Aguado sería historiador de la actual Venezuela y de la rebelión de Lope de Aguirre, unida con ella, pues la expedición, comenzada fuéra del territorio venezolano, sí concluye con la muerte de Aguirre en aquel territorio.

d) |La primera, segunda y tercera partes de la “Recopilación”.

Una anotación tachada y no vista por los investigadores da una luz sobre las controversias que observamos con referencia a la división de la obra en primera, segunda, y la anunciada en el proemio, tercera parte.

La “tabla” que se encuentra en Sevilla y que pertenece a la versión primitiva, no contenía, como vimos, una anotación que le calificaba de “primera parte”, ni como tal es llamada por Aguado en la petición que presentó al Consejo. Aguado habla de “un libro”, y no de la primera parte de un libro. Los títulos que la llaman “primera parte” son posteriores, y cuando pide ha de impresión, algunos años después, la pide para la primera y segunda partes, y tal se le otorga.

Generalmente se cree que al solicitar esta , Aguado presentó los dos volúmenes conocidos actualmente como primera y segunda partes. Sin embargo, existen fundadas dudas sobre la validez de esta suposición. Ya vimos que el manuscrito de esta segunda parte no está rubricado por Zapata del Mármol; es decir, la otorgada no se pudo referir a este volumen preciso, y hasta ahora no se ha localizado en ningún archivo un volumen rubricado.

La clave de todo este problema parece darla un texto tachado al final del último libro de la primera parte, es decir, del libro 17 antiguo (que corresponde al 16 moderno) y que pudimos descifrar en parte. Pues el final de aquel libro, así como está reproducido en las ediciones impresas, no es original, sino una añadidura posterior escrita al margen. El texto original no acaba con la frase: “… y despoblaron un pueblo, de donde tan poco provecho han habido, hasta que al presente, por no poder sufrir tánta calamidad de hambre, se despobló”; sino con una frase que, a pesar de ser bien tachada, se lee así:

|…y despoblaron un pueblo de donde tan poco provecho han habido, hasta que al presente… |(tachado ilegible) Gutiérrez salió in continenti… |(tachado ilegible) y despoblado, por no poder sufrir la hambre, por no poder andar de día y de noche con las armas a cuestas. De otras poblaciones y conquistas que se han hecho y hacen en el Reino se tratará en la tercera parte de esta historia. Finis.

Naturalmente, es imposible suponer que un autor, al finalizar la |primera parte, habla de la |tercera, donde seguirá escribiendo los acontecimientos. Es lógico suponer que se trataba del final de la |segunda parte, es decir, que los mismos 17 libros ya estaban divididos en dos partes, y que la tercera estaba en pers pectiva para narrar lo que seguía ocurriendo. A tal circunstancia se debe el hecho de hablar el autor en su proemio al lector de la |tercera parte, sin mencionar la segunda.

Lo que pasó en realidad nunca lo sabremos a ciencia cierta, mientras no se encuentren nuevos documentos. Pero, a base de los conocidos, podemos afirmar lo siguiente:

La primera ordenación de la “Recopilación” tuvo veinte libros o epítomes, monografías sueltas, señaladas con letras del abecedario. De ellos se separaron 17 libros, por ser tal vez los más adelantados en su redacción, dividiéndolos en dos grupos, “partes”. De acuerdo con el uso de la época, tal división en dos o más partes no implicaba, en absoluto, la necesidad de interrumpir la numeración de los libros. Se trataba de un tomo en dos volúmenes, de la misma manera como se publicó en 1575 la obra “Repúblicas del Mundo”, de fray Jerónimo Román y Zamora, en dos partes -y así se llama-, mientras continuaba la numeración corrida de los libros señalados con los números, del 1 al 27. Aguado, al presentar la “tabla” en el Consejo, pudo con perfecto derecho referirse a “un libro”, y no hay evidencia de haber presentado el manuscrito mismo, ni mucho menos haber solicitado para su impresión. Al contrario, tal se pidió sólo hacia 1579, es decir, cuatro años después, y a nuestro modo de ver solamente se presentaron estos diez y siete libros que habían sido arreglados por él, provistos de una numeración, presentándolos como divididos en dos partes en razón de su extensión. Posiblemente, al Suprimir la censura el extenso libro 5º y otros trozos del manuscrito original se encuadernaron los libros restantes en un solo volumen, encuadernación que, naturalmente, no implica cambio alguno del texto y de la división del libro en partes.

La única cita que podría poner en duda nuestra aseveración es aquella donde el autor, refiriéndose en el libro 12 | 14 a la muerte de Lope de Aguirre declara que de ello “he hecho particular compendio en la segunda parte”, con la cual cita nombraría el último libro de la “Recopilación” (el libro 10 de lo que hoy llamamos “segunda parte”) como perteneciente a la segunda parte y no a la “tercera”, como habría de esperarse. Sin embargo, aunque la edición de la Real Academia no lo anota, la frase arriba transcrita es una añadidura marginal | 15 , hecha posteriormente y que no perteneció al texto original; por lo cual no contradice nuestro argumento, que los 17 libros que hoy llamamos “primera parte” fueron las dos partes que se presentaron al Consejo para obtener la de impresión.

Queda por resolver el problema de si al presentar Aguado este manuscrito al Consejo, también presentó los 10 últimos libros, es decir, la llamada después “segunda” parte. Por supuesto, la suposición de algún historiador de que la omisión de rubricar la segunda parte se debió a la pereza del secretario Zapata del Mármol, es insostenible. Del Mármol no era, como supone aquél, otro de los censores, sino aquel secretario que según la pragmática vigente | 16 tenía que rubricar mecánicamente cada hoja y enmienda de cualquier libro presentado y aprobado por los censores del Consejo.

La única evidencia de haber presentado Aguado la “segunda parte” en el Consejo de Castilla sería el hallazgo de un manuscrito provisto de las rúbricas de Zapata del Mármol. Mientras no la encontremos sólo son posibles conjeturas.

Sin poderlo asegurar en forma absoluta, nosotros nos inclinamos a creer que las s Reales sólo amparan los primeros 16 libros, que llamamos “primera parte”, constituyendo ellos, en realidad, las dos partes de que tratan las licencias. La “segunda parte” nunca fue presentada al Consejo, porque Aguado regresó con ella y con los papeles y datos para confeccionarla, a Santafé en 1583, y allá mismo la escribió posteriormente.

Hay varias razones que inducen a suponerlo. Según la pragmática vigente, el ejemplar censurado y rubricado por el secretario del Consejo tenía que ser presentado a éste junto con los ejemplares impresos del libro, para el cotejo, tasa del precio de venta del libro impreso, después de lo cual pasaba al archivo. Esto explicaría por qué el volumen |rubricado de la obra de Aguado -la primera parte- quedó en España, no pudiendo encontrarlo fray Pedro Simón en Santafé, a pesar de las diligencias que hizo para tal fin | 17 . El volumen que contenía la “segunda parte” sí lo encontró en Santafé. Este hallazgo, por sí solo, es un indicio de que tal volumen no fuese el destinado para la impresión, pues en tal caso hubiera debido también quedarse en España para que sirviera posteriormente para su eventual cotejo con el libro impreso. No consta que el volumen estaba rubricado por Zapata del Mármol, pues la aseveración de Simón de que tales escritos estaban “autorizados del secretario del Rey” se referían probablemente a las dos licencias copiadas que preceden el texto.

Una extraña cita contenida en la “segunda parte” parece confirmar la suposición de que Aguado la estaba redactando en el Nuevo Reino, sin tener presente la “primera parte”. Así, al escribir sobre el capitán Melchor de Valdés, desbaratado por los Muzo | 18 , dice textualmente: “… según largo se ha tratado en la primera parte de esta historia en el libro trece, doce o décimo”. ¡Una cita bien extraña, no sólo por la forma impersonal que se emplea sino por la enumeración de varios libros, como si se tratase de un autor que se refiere a una obra que no tenía a mano! Además, es fácil observar de que en los libros que forman la “segunda parte”, Aguado no menciona nunca concretamente el número del libro al aludir las ciudades o hechos sobre los cuales trató, a veces extensamente, en la “primera parte”; lo cual confirma la impresión arriba expuesta.

Pero hay otra anotación ya francamente sospechosa. La “segunda parte” (tomo 69 de la Colección Muñoz) está escrita, como se dijo, de corrido, por el mismo amanuense, desde la página titular hasta el folio 70 del texto. Sin embargo, es fácil notar que en la página del título, las últimas palabras: “Con licencia y privilegio Real de Castilla y las Indias”, están escritas fuéra del texto original, añadidas por una mano distinta, circunstancia importante, no señalada en las ediciones impresas hasta ahora.

No nos embarcaremos en indagatorias sobre los autores de la tal añadidura, ni vamos a adelantar teorías cuando falta la base documental. Sólo señalamos el hecho como prueba adicional de nuestra hipótesis de que la segunda parte de la “Recopilación” fue redactada en forma definitiva en Santafé y, posiblemente, nunca fue presentada al Consejo.

Existen algunos datos, aunque incompletos, que permiten fijar la trayectoria de los manuscritos de las dos partes de la “Recopilación” hasta el momento en que ingresaron en la famosa Colección Muñoz de la Real Academia de la Historia, de Madrid.

La “primera parte”, rubricada por Zapata del Mármol, quedó en España. La vio, a principios del siglo XVII, el inca Garcilaso de la Vega en un taller de impresión en Córdoba | 19 . Junto con él estaban papeles, apuntes y relaciones escritas por algunos conquistadores, que reunía Aguado para proseguir su historia. Probablemente allá se hallaban también los trozos del manuscrito original suprimidos por la censura y los borradores que dejó Aguado cuando hizo o mandó hacer nuevas copias, lo cual dio un aspecto de papeles liados, comidos por la polilla y roídos de ratones, así como lo consigna el Inca.

Varios datos confirman la continua permanencia de esta “primera parte” de la Recopilación en España. La incluye el cronista don Tomás Tamayo de Vargas en la segunda parte de su “Junta de Libros”, escrita hacia 1624 | 20 , y el título, salvo algunos errores en los números, corresponde exactamente al del manuscrito que reposa actualmente en la Real Academia de la Historia: “Primera parte de la Recopilación Historial resolutoria de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada, en que se trata de lo sucedido hasta el año de 18 (sic) en 19 (sic) libros, manuscrito original, folio” | 21 .

Para este dato Tamayo de Vargas no pudo tener otra fuente que la del manuscrito mismo, pues aunque conociera el manuscrito de las Noticias Historiales de fray Pedro Simón (cuya primera parte fue publicada en 1627), no hubiera podido conocer el texto exacto del título transcrito, no contenido en la obra de Simón, quien sólo tuvo en sus manos la “segunda parte” de la obra de Aguado, titulada diferentemente.

Unos años más tarde, en 1629, incluye Antonio Pinelo en su “Biblioteca”, nuevamente tal manuscrito | 22 . Anota Pinelo que el fraile escribió un libro titulado “Descubrimiento, pacificación y población de la Provincia de Santa Marta y Nuevo Reino. Con este título -dice- sacó privilegio para la impresión en el Real Consejo de Indias”; dato este que pudo haber obtenido durante sus tareas de recopilar las leyes de Indias, pues tal es el título con el cual Aguado sacó las s de impresión para su obra. “Pero en la librería de don Juan de Saldierna -continúa León Pinelo-, donde se hallaba esta historia manuscrita, le tenía diferente”. No indica este título; pero habiendo conocido personalmente, como consta, al cronista Tamayo de Vargas, no puede haber duda de que se refiere al manuscrito que aquél incluyó en su “Junta de Libros”. El manuscrito de la “primera parte” estaba pues hacia 1625 en España, en la librería de Saldierna.

La “Biblioteca” que escribió Nicolás Antonio hacia 1668 | 23 incluye también el manuscrito en cuestión, y el título indicado de la obra es el mismo que ofrece Tamayo de Vargas. Nicolás Antonio transcribe los datos traídos por Tamayo de Vargas, fray Pedro Simón y León Pinelo, y declara que el volumen estuvo en la biblioteca del Conde-duque de Olivares.

A esta misma “primera parte” de la Recopilación se refiere también don Lucas Fernández Piedrahita en su obra que escribió en España hacia 1668 | 24 , aunque no indica si la tuvo en sus manos. Pero no así el cronista de Indias, Pedro Fernández del Pulgar, a fines del siglo XVII. En su “Introducción” a la Década novena enumera entre las obras que utilizó para su historia, la “Historia de Santa Marta y el Nuevo Reino de Granada, por fray Pedro Aguado, de la Orden de San Francisco, provincial de Santafé, manuscrito, de la librería del Ilustrísimo señor Marqués del Carpio, rubricada por Zapata del Mármol…” Este dato lo repite en el proemio al libro cuarto de la misma década, donde indica que tal manuscrito contenía |dieciséis libros, “que la hube -continúa- de la librería del Ilustrísimo señor Marqués del Carpio”. Se trata, pues, de la conocida “primera parte” de la “Recopilación”, cuya continua permanencia en España no ofrece así duda alguna.

El volumen de la “segunda parte” tardó más de cien años en llegar a España, aunque ignoramos el camino que tomó. El mismo Fernández del Pulgar lo enumera en la “Introducción” arriba mencionada, y declara en el proemio al libro cuarto: “Y también vino a mis manos la segunda parte de esta historia, de la librería del Príncipe Astillano, que fenece en la muerte del traidor Lope de Aguirre, que está escrita con todas sus circunstancias”. Se trata, pues, de los 10 libros de la conocida “segunda parte” de la “Recopilación Historial” que a fines del siglo XVII estaba en la librería del Príncipe Astillano, ingresando después a la biblioteca del Cronista. Es necesario recalcar el hecho de que nada dice el Cronista sobre estar rubricada o refrendada por Zapata del Mármol, así como lo hace expresamente al nombrar la “primera parte”.

“Y la tercera parte -continúa Fernández del Pulgar- que ofrece el mismo padre Aguado, no he visto”.

El dato traído por Fernández del Pulgar es el primero que afirma la existencia del manuscrito de la “segunda parte” en España. Posiblemente se trataba del mismo volumen consultado anteriormente por Simón en Santafé, manuscrito enviado en cualquier ocasión a España y que no estaba rubricado por Zapata del Mármol.

A principios del siglo XVIII tenemos, pues, reunidas las dos partes de la “Recopilación” en manos del cronista de Indias, Pedro Fernández del Pulgar. La primera parte pasó de manos de un impresor de Córdoba a las de Juan de Saldierna, Conde-duque de Olivares y Marqués del Carpio, sucesivamente; y la segunda la tuvo el Cronista de la biblioteca del Príncipe Astillano. Los fondos de la riquísima biblioteca que reunió Fernández del Pulgar pasaron a ser propiedad de la Catedral de Palencia, a la cual los donó en vida. Los dos manuscritos de la “Recopilación” formaron seguramente parte de tal donación. Allí los encontraría Juan B. Muñoz cuando unos decenios más tarde, en 1781, se trasladaba a Palencia a fin de buscar en los archivos de la Catedral documentos que le sirviesen para escribir la historia de América | 25 . Tal vez en esta ocasión ingresaron los dos volúmenes a su famosa colección.

11 Véase capítulo 7º.
12 Primera parte, libro 4º, capítulo 15.
13 Bib. 28, II, 6.
14 Según numeración antigua corresponde al libro 13.
15 Véase nota 5 al libro 12.
16 Véase capítulo 10.
17 Bib. 39, IV, 124.
18 Segunda parte, libro 9º, capítulo 1º.
19 Bib. 28, II, 6.
20 Bib. 40, letra P.
21

El año 1618 es obviamente un error de interpretación de un número puesto en el original de la obra de Nicolás Antonio (Bib. 18, II, 131), pues allí se lee: “…lo sucedió hasta el año de XVIII”. Se trata de la contradicción de la fecha 1568 por supresión de las primeras cifras “MDL”. Error llamativo es el señalamiento de que la obra componen “XIX” libros y no los diez y seis que integran el manuscrito de la versión final. Sin hacer deducciones de ninguna clase, es interesante observar que estos diez y nueve libros corresponden por su número, exactamente a los veinte libros de la ordenación original que tuvo la “Recopilación”, según hemos constatado, menos el libro 5º, que fue suprimido.

22 Bib. 29, II, 632.
23 Bib. 18, II, 131.
24 Bib. 25, Introducción.
25 Bib. 22, XIX.

DILIGENCIAS DE PUBLICACION. LA CENSURA |

Dentro del marco del presente trabajo no será posible dar un estudio detallado de la importancia que tuvo la intervención de la censura estatal española en las obras referentes a América. Así, sólo se hará una reseña general para demostrar que la mayoría de las tachaduras, cortes, añadiduras y enmiendas que se observan en la obra de Aguado no obedecen sino a una política censorial definida, cual era la de España en la segunda mitad del siglo XVI.

|a) Disposiciones legales.

La primera disposición legal que intervino en las obras referentes a América fue la pragmática de los Reyes Católicos, del año 1502, que declaraba sujetas a todas las obras que se publicasen en España, cualquiera que fuere el idioma en que estuvieren escritas | 1 .

Como causa de tal medida se invocó la necesidad de controlar libros “de lecturas apócrifas y supersticiosas y reprobadas y cosas vanas y sin provecho”. Las licencias las otorgaban los presidentes de las reales audiencias establecidas en Valladolid y Ciudad Real, los arzobispos de Toledo, Sevilla y Granada, y los obispos de Burgos, Salamanca y Zamora. Los censores eran letrados juramentados a quienes se les estipulaba un sueldo moderado, y los cuales, una vez impreso el manuscrito, debían cotejar los textos antes de dar su aprobación para la venta del libro.

Estas disposiciones fueron reforzadas por una nueva pragmática de Felipe II, expedida en 1558 | 2 , que acrecentó considerablemente las medidas de seguridad. Se hace hincapié sobre el hecho de que algunos libros, tanto de los impresos en España como fuéra de ella, contenían “muchas herejías, errores y falsas doctrinas, sospechosas y escandalosas, y de muchas novedades contra nuestra Santa Fe católica y religión, y que los herejes que en estos tiempos tienen pervertida y dañada tanta parte de la cristiandad procuran con gran astucia, por medio de los dichos libros, sembrando con cautela y disimulación en ellos sus errores, derramar e imprimir en los corazones de los súbditos y naturales de estos Reinos … sus herejías y falsas opiniones”. Se añade que otros libros tratan “de materias vanas, deshonestas y de mal ejemplo”.

Las medidas acordadas por la pragmática son drásticas. Por ella, ni los arzobispos, ni los obispos, ni los presidentes de las reales audiencias podrían expedir licencias de impresión, aunque fueran para libros de contenido religioso. Este derecho se reservaba exclusivamente a los consejos reales que designarían los censores correspondientes. Para impedir que el manuscrito presentado lo alteraren antes o durante la impresión se ordenaba que cada hoja del original aprobado estuviese rubricada por un escribano de cámara. Este secretario firmaría, además, la última página del libro con su nombre completo, señalaría la cantidad de hojas del manuscrito censurado y rubricaría cada enmienda, haciendo la correspondiente salvedad. Una vez hechas tales diligencias, el manuscrito rubricado se entregaría al impresor, quien, impreso el libro, estaba obligado a entregarlo nuevamente al Consejo, junto con uno o dos ejemplares impresos para el correspondiente cotejo. El manuscrito original quedaría en el archivo. Todas las s otorgadas se inscribirían en un libro especial encuadernado, que se conservaría en eh archivo del Consejo.

En esta forma quedó reglamentada la impresión de libros, y prácticamente se mantuvo en vigencia durante todo el período de la dominación española en América.

b) |La práctica censorial.

Las disposiciones legales, aunque basadas en el peligro de la herejía, de la deshonestidad e inutilidad, pusieron bajo la censura real la totalidad de los libros que se imprimían y leían en España, por lo cual libros de carácter diferente de los enumerados, como precisamente los de historia americana, cayeron bajo la misma; pero los censores nombrados por el Consejo no censuraban los libros referentes a América por su “vanidad”, “falta de provecho” o por difundir herejías, que eran nominalmente las causas de tan drásticas medidas, sino por aspectos muy diferentes, como veremos más adelante.

La política española ante los problemas americanos no se caracterizaba por la continuidad; pero, hacia el último tercio del siglo XVI, época en la que Aguado presentó su “Recopilación” para obtener la de impresión, la política de la censura estaba bien definida, política que podemos estudiar en algunos documentos conservados en el Archivo General de Indias.

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En 1575 aparece la obra de fray Jerónimo Román y Zamora, fraile agustino, intitulada: “Repúblicas del Mundo”, dividida en dos tomos. Ambos volúmenes llevan la licencia del Consejo de Castilla, fechada el 25 de enero de 1574, otorgada después de que por el mandado del Rey se hicieron “las diligencias que la pragmática por Nos hecha sobre la impresión de los libros, dispone…”; es decir, de acuerdo con la pragmática de 1558. Dentro de la extensa obra que trata de las sociedades primitivas existe en el tomo 29, folios 352-423, un libro sobre los Estados precoloniales de México y Perú y sus dos últimos capítulos (caps. XIV y XV) contienen críticas de la conquista, dignas de la pluma de un Las Casas.

En relación con la conquista de México decía el fraile agustino que hubo muchas muertes “por avaricia de los españoles”.

Empero lo que más se ha de sentir -continuaba -es ver un poderoso Rey [Montezuma] preso y con grillos y echados por mano de un hombre particular, cual fue Hernán Cortés, que aunque valeroso y digno de inmortal nombre, no podía él, según las leyes divinas y humanas, tratarlo de esta manera, aunque lo quiera matar, pues la tierra era suya …

Sostenía que Cortés puso a tormento a Cuauhtemoc sólo por saber dónde fueron escondidos los tesoros de Montezuma, “cosa la más mala y más cruel, que ningún hombre hizo en el mundo, y por tal la pongo yo aquí para memoria de los venideros”.

Más graves son aún sus acusaciones contra los hermanos Pizarro, “los más malos hombres que salieron de otra alguna nación y más deshonra ganaron los Reyes de España con ellos y sus compañeros, que lo que se les interesa de tan grandes Reinos…”

Hablando de la ejecución de Atahualpa, describe cómo “los avarientos, codiciosos del oro, daban prisa a que se muriese, porque decían que mientras viviese, nunca gozarían del oro y riquezas que había en aquella tierra”. Dios castigó a Atahualpa, continuaba,

… pero Francisco Pizarro no tenía jurisdicción sobre él, ni el Papa Alejandro, ni el Rey Don Fernando, ni el Emperador, hubieran mandado que entrasen así en la tierra ajena.

La censura del Consejo de Castilla dejó pasar estos párrafos severos, imbuidos de la ideología de fray Bartolomé de las Casas, los cuales demuestran una vez más la enorme influencia que ejercieron las ideas del gran dominico sobre la vida intelectual española en el siglo XVI; influencia no limitada a la orden dominica, como erróneamente se sostiene, puesto que en el presente caso se trataba de un fraile agustino.

No sabemos si aquella omisión se debió a descuido o a la general mala voluntad que reinaba en el Consejo de Castilla contra los conquistadores americanos y sus descendientes. Lo cierto es que el Consejo de Indias objetó vigorosamente las acusaciones contenidas en estos dos capítulos. Se conserva la protesta que con motivo de la publicación del libro hizo esta alta entidad administrativa, alegando que contenía “muchas cosas al contrario de lo que son… especialmente en los dos últimos capítulos… donde se trata muchas cosas en deshonor de los primeros conquistadores, y poniendo duda en el señorío, y otras cosas indecentes, insolentes…” | 4 . Pide el Consejo de Indias que las cosas tocantes a Indias se remitan siempre a él que, como mejor informado, puede resolver con más seguridad lo conducente.

Ignoramos el fin que tuvieron estas diligencias. Lo cierto es que la obra publicada incluye el libro y los dos capítulos objetados; aunque la resolución real al pie de la petición del Consejo dice: “Que ya se procedió”. El incidente demuestra, sin embargo, la tendencia general que reinaba referente a la censura en el Consejo de Indias: con referencia a la historia de la Conquista no se permitía macular el honor de los primeros conquistadores para no indisponer a sus descendientes y revivir las rebeliones pasadas; tampoco se permitía poner en tela de juicio el derecho del Rey al señorío sobre las Indias, ejercido en su nombre por gobernadores y reales audiencias.

En 1572, para conseguir la de impresión, fue presentada al Consejo de Indias la “Historia del Perú”, escrita por Diego Hernández de Palencia. A la publicación se opuso el primer censor, licenciaddo Santillán, tachando muchas partes de la obra de inexactitud histórica. Las objeciones fueron rechazadas a su vez por el autor en largos alegatos. El asunto pasó a la consideración de Juan López de Velasco.

Se conservó el “parecer” emitido por éste | 5 , que es característico y significativo por varios aspectos.

Declara Velasco que una obra de historia como la presentada necesita minuciosa averiguación, pues se trata de “muchos reprehendidos en infamia y nota de deslealtad de algunos cabildos de ciudades y personas públicas y particulares…” Los cargos por deslealtad son demasiado graves para que se hagan a la ligera; por otra parte, la controversia que surgió entre el licenciado Santillán y Diego Hernández de Palencia, con referencia a los hechos que narraba la historia, demostraba que era imposible averiguar brevemente la verdad, por lo cual se ha de suspender el otorgamiento de la licencia de impresión.

Hasta aquí Lopez de Velasco se mantiene en una posición que puede justificarse. Ciertamente, una obra de historia en la que se calumnia sin pruebas no debe ser impresa. Pero así sigue Velasco su razonamiento:

Dado caso que la dicha averiguación se pueda hacer sin inconvenientes, aun parece que se debe considerar si será justicia, ahora nuevamente, que habiendo ya pasado aquellos desasosiegos y castigados los desleales y rebeldes.., ahora de nuevo se venga a inquirir y verificar la intención que tuvieron… etc.

En otras palabras: lo que importa no es el averiguar la verdad de lo acontecido, sino mantener en calma la sociedad evitar desasosiegos por despertar problemas que ya habían recibido sanción oficial por el Estado, y castigo los culpables. La historia no debe removerles ni ponerlos nuevamente a prueba. Y sigue:

Demás de esto, cuando se pueda averiguar lo susodicho y sea justo y todo sea verdad, parece que se debe mirar si será servido Vuestra Alteza y convendrá para la fidelidad que se debe esperar en lo porvenir… dejar en historia pública y aprobada por Vuestra Alteza, declaradas por desleales o sospechosos… etc.

Así dice Velasco. Aunque fuesen verídicas toda las acusaciones, si ellas están en pugna con los intereses del estado no se debe perpetuarlas en una “historia pública”; al perpetuación no conviene en este caso porque peligra la lealtad que en el futuro se puede esperar de los súbditos.

Como conclusión pide López de Velasco que se suspenda la publicación de la “Historia del Perú”, se recojan los ejemplares eventualmente publicados, y ruega “que este parecer mío no venga a noticia de ninguna de las partes”.

En 1571 son presentadas al Consejo de Indias unas tablas geográficas sobre México, y se solicita el permiso de publicación correspondiente 6. El censor

c) |Diligencias de publicación.

Incluidas en el manuscrito de la 2ª parte | 7 están las copias de las dos licencias concedidas a Aguado para imprimir y vender su obra. Por contener como última firma las palabras “Yo, el Rey”, sin nombrar al secretario ni a los consejeros que señalaban las cédulas, no resalta con bastante claridad el hecho de que la del 3 de septiembre de 1581 fue dada para imprimir y vender el libro en “nuestras Indias”, es decir, en América; mientras que la segunda, la del 6 de junio de 1582, se refiere a la impresión y venta del libro en “estos nuestros Reinos”, es decir, en España y Portugal. Como no fue observado el carácter diferente de ambas cédulas, sostienen algunos historiadores gratuitamente que la primera cédula adolecía de defectos que ha hicieron inválida, por lo cual Aguado tuvo que conseguir una nueva licencia. Está claro que si la primera no hubiese sido válida, Aguado no la hubiera copiado en su manuscrito. Además, a base de esta primera licencia, precisamente, le fue concedido a Aguado, unos pocos meses después, el permiso de volver al Nuevo Reino. Se trataba de una práctica que se utilizaba generalmente en estos casos: las diligencias para la consecución de la para vender e imprimir libros en España se hacían ante el Consejo de Castilla y, para las Indias, en el Consejo de Indias; condición que se desprende también del texto de las dos licencias.

El Archivo General de Indias conserva algunos documentos que dan detalles sobre el procedimiento seguido por Aguado para obtener la licencia para la impresión y venta de su obra en América.

Ya en 1575, al saber la violenta destitución de fray Esteban de Asensio, substituto que dejó al ausentarse para España, incluyó Aguado en su petición, implorando remedio a tal situación, junto con la información de servicios, la “Tabla” (índice) “de un libro que en él -es decir, en el Nuevo Reino-, yo, ocioso, he hecho, conque entiendo Vuestra Alteza ha sido servido, que todo pido a Vuestra Alteza mande se vea, que visto y entendido mi celo y voluntad, con lo que Vuestra Alteza me mandare, recibiré merced” | 8 . No se trataba, pues, de pedir licencia para imprimir su libro: la “Tabla”, junto con la probanza de servicios, debía servir para afianzar su posición frente a lo que pasaba en el Nuevo Reino. No hay, pues, razón alguna de creer que tal le fuera negada y que esta fue la causa por la cual Aguado trabajó los años sucesivos en una nueva versión de su obra para presentarla al Consejo. Al contrario; nuestro fraile sigue obstinadamente sus esfuerzos -aunque vanos- para retornar al Nuevo Reino lo más pronto posible, y no indica nada que pudiera dar a entender solicitaba para la impresión de su obra | 9.

De esta impresión habla por primera vez una petición hecha por Aguado al Consejo de Indias en el mes de febrero de 1580 | 10 , de la cual quedó constancia, y de ella se desprende que el manuscrito de la obra estaba en manos del cronista y cosmógrafo Juan López de Velasco.

Esta constancia reza:

Fray Pedro Aguado de la orden de san Francisco pide se le mande al cronista Juan López de Velasco que dé luégo su parecer, como le está mandado, cerca de los libros 1ª y 2ª parte que ha escrito sobre el descubrimiento del Nuevo Reino de Granada, atento que ha muchos días que los tiene en su poder y de la dilación recibe daño.

La decisión del Consejo dice: “Dé su parecer Velasco”.

No sabemos cuándo comenzó Aguado su diligencia para la consecución de tal licencia; lo que se desprende de esta petición es únicamente que tal diligencia ya estaba comenzada y que en 1579 el manuscrito lo tenía Juan López de Velasco para su examen.

No pudimos encontrar la resolución misma del Consejo en que se pide a Velasco entregue los manuscritos a su autor “para que se puedan publicar y se gratifique su trabajo” | 11 . Lo dice un fidedigno historiador, aunque sin indicar la fuente de este dato, por lo cual lo consignamos aquí. Sin embargo, parece inverosímil que se quisiera gratificar realmente a Aguado por su trabajo, pues otros documentos demuestran que ya por entonces Aguado no gozaba de favor alguno ni en el Consejo ni ante su General franciscano.

Unos meses después, el 5 de junio de aquel año de 1580 | 12 , encontramos la constancia de una nueva petición, donde se declara:

Fray Pedro Aguado de la orden de San Francisco dice que los libros de la 1ª y 2ª parte que escribió sobre el descubrimiento del Nuevo Reino de Granada, los tiene vistos Gessio, a quien se cometió que los viese, y suplica se le mande que dé su parecer en ellos, y a él se le dé para que los pueda imprimir.

La resolución del Consejo dice: “Dé su parecer”.
Se ve, pues, que de López de Velasco el manuscrito pasó a Juan Bautista Gessio, otro cosmógrafo en la Corte del Rey.

Pero, para conseguir la de su impresión no bastaban en aquellos tiempos los pareceres de los dos cronistas cosmógrafos; y, así, el 15 de enero del año siguiente | 13 hay otra petición de nuestro fraile, que reza:

Fray Pedro Aguado dice que se proveyó que el licenciado Hinojosa viese los pareceres que Juan López de Velasco y Juan Bautista de Gessio dieron sobre los dos libros del descubrimiento del Nuevo Reino de Granada, y así los ha visto. Suplica se le dé para imprimirlos…

Resolución del Consejo: “Llévese al señor do Hinojosa” | 13a.

Esta licencia es la acordada el 3 de septiembre de aquel año de 1581, publicada juntamente con la segunda parte en la Historia. Su copia se encuentra en el cedulario correspondiente | 14 y el texto corresponde al que se publicó. La cédula está refrendada por Antonio de Erazo, secretario, y señalada de los señores del Consejo de Indias.

En posesión del permiso de impresión pide fray Pedro Aguado el 10 de enero del año siguiente | 15 licencia para viajar al Nuevo Reino. Declara que “a él se le ha dado permiso para imprimir un libro en las Indias, titulado |la Historia del Nuevo Reino de Granada y de su pacificación, población y descubrimiento, y por ser la primera vez que se imprime, tiene necesidad de hallarse presente. Suplica se le dé para pasar a aquella tierra para el dicho efecto; demás del bien que ha de resultar de lo que se ha de emplear en la doctrina de los naturales de aquella tierra…”

Resolución del Consejo: “Como tenga de su prelado”. De acuerdo con esta resolución se le concede la licencia solicitada para volver al Nuevo Reino, de la cual quedó constancia en los siguientes términos | 16 :

El dicho día, mes y año y en el mismo lugar -Lisboa, 5 de febrero de 1582- se despachó cédula de su Magestad en que se mandó al presidente y oficiales de Sevilla que dejen volver al Nuevo Reino de Granada a Fray Pedro de Aguado, de la Orden de San Francisco, que vuelve a aquella tierra a hallarse presente a la impresión de un libro que ha compuesto; teniendo de su prelado.

Ambos documentos son muy significativos, pues presentan como motivo principal del permiso otorgado para regresar a América el deseo del autor de vigilar la impresión de su libro. Pero ¿hubo ya por entonces imprenta en Santafé? Según la más generalizada opinión, tal imprenta sólo fue introducida por los jesuitas en el siglo XVII | 17 ; y, sin embargo, ya en 1582 pide Aguado el permiso no sólo para imprimir su libro en el Nuevo Reino, sino el de volver a su provincia para vigilar tal impresión; un dato nuevo sobre los orígenes de la imprenta en el Nuevo Reino de Granada que vale una investigación suplementaria.

Naturalmente no sabemos hasta qué punto la declaración de tal motivo de viaje obedecía al deseo de obviar la general prohibición que regía por entonces de que frailes venidos de América volviesen a sus provincias, pero no es posible suponer que se trataba de un engaño, una evidente mentira al tratar con los censores del Consejo de Indias, ellos mismos cronistas, cuya ignorancia en este caso no es fácil de suponer. Las diligencias emprendidas demuestran constancia en la prosecución de sus fines: Aguado pide para la impresión de su obra en América, por lo cual el asunto se ventila en el Consejo de Indias. El manuscrito pasa para su aprobación a los cosmógrafos Velasco, Gessio y al licenciado Hinojosa, consejero. El permiso de imprimir su obra en las Indias se le concede y se le da licencia para volver al Nuevo Reino a fin de vigilar la impresión de su obra en aquella tierra. El ciclo lógico parece concluído.

Con todo y lo anterior, Aguado sigue sus gestiones en el Consejo de Castilla, y obtiene el 6 de julio de 1582 el permiso para imprimir y vender su obra |en España, con las condiciones que se contenían en la “nueva pragmática” (es decir, la de 1558). Se exige que el manuscrito original sea rubricado por el secretario de Cámara del |Consejo de Castilla, Pedro Zapata del Mármol, y que el ejemplar impreso, antes de ser puesto a la venta, sea cotejado con el manuscrito rubricado, y su precio tasado por el mismo secretario.

¿Cuándo presentó Aguado su manuscrito al Consejo de Castilla para obtener la de imprimirlo en España? Pudiera ser que lo hiciera con la petición que presentó el 23 de noviembre de 1581, cuando juntamente con su General, fray Tomás de Viniegra, pide nuevamente de impresión, ya que “había gastado más de dos mil ducados para ponerlos -los manuscritos- en el estado en que están” | 17a . Está claro que esta no fue dada por el Consejo de Indias (ni su texto se encuentra en el cedulario correspondiente), sino por el Consejo de Castilla. Nuestras investigaciones en el Archivo General de Simancas, donde reposan los papeles de este Consejo, ni la búsqueda en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, produjeron datos conectados con fray Pedro Aguado y la que se le otorgó para publicar su libro en España | 18 .

¿Aprovechó la licencia en España? ¿Volvió a Santafé e hizo allá sus gestiones? ¿Por qué quedó su libro inédito? Todas incógnitas que quedan aún por despejar.
d) |La censura.

Hay en el manuscrito de Aguado enmiendas y tachaduras que obedecen indudablemente al deseo de aclarar y modernizar el texto o de corregir la ortografía. Aún se encuentran, a veces, enmiendas hechas a fin de reemplazar la letra procesal y los signos y contracciones utilizados por signos o letras de más fácil lectura. No nos atrevemos, como lo hace algún historiador, a declarar autoritariamente cuáles son las enmiendas y tachaduras antiguas y cuáles las recientes, pues ciertamente falta para ello -a nuestro entender- cualquier base científica. La ortografía popular de aquella época tendía a una transcripción fonética, que más dependía de la pronunciación o costumbre regional del amanuense que de verdaderas y universales reglas gramaticales. Estas, aunque impresas, no se habían divulgado por todo el ámbito castellano. Lo mismo ocurría con la escritura. Al lado de una letra fácil, cuidadosa y nítida, se encuentran formas arcaicas, salpicadas de contracciones y abreviaturas. No podemos, pues, utilizar las enmiendas que se encuentran en el manuscrito de Aguado como una prueba de la intervención de los censores, aunque no excluímos tal posibilidad | 19 .

Existen, sin embargo, numerosos cambios que sí corresponden a la tendencia que hemos tratado de esbozar con documentos y hechos estudiados y que obedecen a la censura.

Así, encontramos la supresión de los dos primeros capítulos del primer libro, con una extensión total de 14 páginas, donde se trata del origen de los indios y descubrimiento de América, que, tal vez, se ceñían a las ideas tradicionales; pero, posiblemente, también contuvieran elementos nuevos e interesantes | 20 .

No conociendo el texto de estos capítulos es difícil explicar a cuál causa se debió la supresión de ambos. Probablemente contenían informes sobre la geografía americana cuya divulgación no convenía a la política española, o tal vez el autor emitió opiniones en torno al descubrimiento, que no cuajaban dentro de la tendencia oficial; es hasta posible que algo se dijera sobre las noticias que pudo haber recogido Colón en Portugal, y su publicación tampoco resultase conveniente cuando mediaba un diferendo de límites con Portugal.

En el manuscrito observamos que todas las palabras como “conquistar”, “conquista”, “guerra”, etc., están enmendadas o tachadas y reemplazadas por “poblar”, “pacificar”, “guazabara”, “jornada”, etc. | 21 , lo cual constituye otra intervención censorial que aplicó a la obra de Aguado el famoso precepto de Felipe II (Ordenanzas sobre las nuevas poblaciones del año 1573. Leyes de Indias, Ley 6, título I, libro 4º) que prohibió emplear tales palabras en conexión con problemas americanos. Al leer la versión enmendada -así como aparece en las ediciones impresas- se produce muchas veces el curioso hecho de que expediciones emprendidas a territorios jamás visitados por españoles, o habitados por tribus de reconocida sumisión, se hicieron con el objeto de “pacificar” a sus pobladores, y no para conquistarlos o hacerles guerra.

Otra intervención de la censura consiste en la supresión del título de “don” al mencionar a Jiménez de Quesada | 22 , un título que se encuentra en el manuscrito y cuya eliminación se hace de acuerdo con el estatuto legal, ya que Jiménez de Quesada nunca tuvo ese título ni tenía derecho a él. El título de “don” se obtenía por herencia o por merced del Rey. Pero en América todos cuantos se consideraban “hijos de algo” empleaban el “don”. Y ¿quién no se consideraba como tal en América?

El empleo de “don”, anteponiéndolo al nombre de Jiménez de Quesada, demuestra que el manuscrito fue confeccionado en América, lo mismo que la “tabla” de Sevilla, como lo hemos mencionado. Jiménez de Quesada nunca recibió el “don”, aunque fue mariscal, adelantado y regidor más antiguo de Santafé. La corrección hecha por la censura ponía en su lugar un abuso que se cometía en América.

7 Bib. 2.
8 Doc. 5.
9 Doc. 6.
10 Doc. 22.
11 Bib. 8, 195.
12 Doc. 22.
13 Ibíd.
13a
En el libro de Schaefer (Bib. 38) se contienen los datos conocidos sobre los cosmografos Juan Lopez de Velasco y Juan Bautista Gessio. Hemos reunido los siguientes datos sobre el licenciado Gedeon de Hinojosa (ANS, Quitaciones de Corte, leg. 21):
El 20 de febrero de 1580 fue asignado al consejo de Indias en lugar del licenciado Gamboa, que paso al Consejo del Rey. El 14 de septiembre de 1586 fue nombrado presidente de la Casa de Contratación, en remplazo del licenciado Diego de Zúñiga. El 20 de agosto de 1594 fue nombrado Concejero de Castilla en lugar del licenciado Ximénez Ortiz, y el 8 de abril de 1595 fue nombrado Consejero de Cámara en lugar del doctor Amézquita.
14 Doc. 36.
15 Doc. 22.
16 Doc. 37.
17 Bib. 34.
17a Bib. 21, tomo XXXII, año 1945, números 363-364, página 107.
18 En el archivo de Simancas buscamos esta Cédula en varios legajos, sin poder encontrarla. El Consejo de Castilla no compilaba las Cédulas en un solo libro como el de Indias, los “Cedularios”, por lo cual la Búsqueda es difícil. Se han examinado los siguientes legajos correspondientes al año de 1582: Inventario Negociaciones España. Patrimonio Real Quitaciones de Corte. Diversos de Castilla. Registro General del Sello.
19 Sabido es que Juan López de Velasco publicó en 1582 una “Ortografía y pronunciación castellana” (citado por Angel Rosenblat: Prólogo a los “Estudios Gramaticales” de Andrés Bello, p. XLV, Caracas, 1951).
20 Primera parte, libro 1º, nota 2.
21 Ibíd., nota 6 a la “tabla”; nota 3 al libro 1º, etc.
22 Ibíd., nota 7 al libro 2º; nota 6 al libro 4º, etc

Igualmente, a todo lo largo del manuscrito encontramos tachados muchos renglones donde se expresan simpatías por el licenciado Jiménez de Quesada y su hermano Hernán Pérez de Quesada | 23 . No podríamos señalar los autores de tales tachaduras con seguridad, pues podrían deberse tanto a la mano de fray Pedro Aguado como a la de los censores. Medrano era allegado a la casa de Jiménez -lo demuestra su participación en la jornada al Dorado-, y las palabras benévolas que encontramos en el texto tanto para él como para su hermano Hernán Pérez pertenecen sin duda a su pluma. Es fácil observar que tales frases se encuentran precisamente en aquellos libros que son versiones originales, formando parte de los diez y siete libros que Aguado trajo a España y escritos por aquel fraile. Aguado, como fraile “reformado”, nuevo, no pudo abrigar las mismas simpatías hacia Jiménez, el antiguo conquistador, y pudo haber tachado aquellos párrafos. Sabemos que contra Jiménez existen cartas y documentos acusatorios emanados de los frailes precisamente.

También el Consejo de Indias tenía sus razones para no dejar pasar en una “historia pública y aprobada por Su Magestad”, como decía López de Velasco, las frases laudatorias contenidas en el original, especialmente aquellas en que Medrano se lamentaba de las pocas rentas que tenía el Adelantado y de la menguada recompensa que recibiera por sus servicios al Rey al descubrir el Nuevo Reino. La aceptación de estos renglones podía interpretarse como tácito reconocimiento de tal situación en época en que el anciano fundador seguía reclamando adecuada recompensa a sus servicios y cuando aún estaba pendiente el famoso pleito por $13.000 oro que Hernán Pérez de Quesada le dio de las cajas reales en 1539, antes del viaje a España. Por otra parte, contra Hernán Pérez de Quesada gravitaba una seria acusación por su no autorizada jornada al Dorado, en la cual perecieron tantos españoles e indios, y que dio lugar a que lo apresara el adelantado Alonso Luis de Lugo. Sólo la prematura muerte le libró de una cierta condenación.

Afirmaciones como las de Medrano, a favor de ambos conquistadores, no concordaban con los intereses del Estado, por lo cual fueron tachadas.

Obedecían a la censura otras enmiendas, tales como tachar el apellido de los tres caudillos en la rebelión contra Rodrigo de Bastidas, primer gobernador de Santa Marta, en la cual perdió la vida. | 24 Si sólo tuviéramos a nuestra disposición la “Historia” de Aguado en su versión censurada, el hecho de la sublevación en Santa Marta hubiera quedado en el anonimato. Sólo la “tabla” de Sevilla, el manuscrito original y naturalmente otros documentos, revelan los nombres de algunos sublevados.

La censura tachó todas las alusiones contrarias a Alonso Luis de Lugo | 24 , cuyos turbios manejos, tanto en vida de su padre don Pedro Fernández de Lugo como ya de gobernador del Nuevo Reino, no estaban de acuerdo con el deseo de ensalzar el nombre español; por otra parte, se quería guardar consideración hacia una familia de alcurnia.

También suprimió opiniones tan atrevidas como aquellas en que el autor decía, refiriéndose a las injusticias que cometía Lugo, que

si los españoles que en el [Nuevo Reino] residían fuera gente insufrible y deseosa de novedades, les había puesto y ofrecido ocasión [Lugo] en las manos con que, con quitarle a él la vida y librarse de su deméstica tiranía, se enciendieran…

una idea peligrosa, especialmente en la revoltosa América, cuando se justifica el empleo de la violencia para reparar la injusticia | 25 .

Asímismo trata de eliminar o, por lo menos, suavizar el relato de cualquier alboroto contra las autoridades acaecido en el Nuevo Reino, y, especialmente, eludir alusiones al empleo de la violencia. Así lo hace con aquel motín que hubo en Santafé con ocasión de la tasación de tributos y del servicio personal de los indios, por el licenciado Villafañe | 26 , cuando el pueblo atacó la sede de la Real Audiencia, amenazando al licenciado en una abierta rebelión. En esta ocasión se tachó la comparación de este motín con uno acaecido en la antigüedad.

En esta forma prevalece la tendencia que demostró López de Velasco al oponerse a la publicación de la “Historia del Perú” de Diego Hernández de Palencia, de velar para que el nombre de españoles cubiertos por una u otra razón de infamia no pasen a la posteridad, y que desaparezcan, en lo posible, rastros de las sublevaciones contra la legítima autoridad, que sucedieron con alguna frecuencia en América.

Un caso semejante es el del licenciado Juan de Montaño, oidor de la Real Audiencia, a quien se acusó de actividades subversivas e intento de substraer el Nuevo Reino del dominio de España. Toda una página fue arrancada y varias tachaduras se hicieron en el texto para que desapareciera completamente esta “rebelión” | 27 .

Encontramos cortes y tachaduras con los cuales se quisieron suprimir los relatos de las crueldades cometidas por los españoles para con los indios durante la conquista y, en general, los detalles de esta desigual lucha | 28 . El corte más importante es aquel del libro 10 por el que tres capítulos, el VII, VIII, IX, fueron completamente suprimidos, capítulos que trataban de detalles de una expedición a tierras pertenecientes actualmente al Departamento de Antioquia, en la República de Colombia, donde, según consta por otros documentos, los españoles se excedieron en cometer crueldades por el carácter indómito de los aborígenes. Por fortuna, trozos de los capítulos VII y IX, aunque tachados, son aún legibles e ilustran el carácter de tales capítulos.

A todo lo largo de la obra hay tachaduras y enmiendas cuyo plausible objeto era el de suprimir las noticias sobre las crueldades cometidas y los detalles generales de la lucha contra los indios, supresiones aparentemente dictadas por el bien de la política interna española y, en cierto grado, la conservación del buen nombre español en el extranjero. Al mismo tiempo se tachaban las voces de los autores de la “Recopilación”, voces también españolas, que criticaban acérrima y temerariamente tales procedimientos, clamaban por un ejemplar castigo, denunciaban con nombres propios a los que cometían crueldades, sin temer las posibles represalias de los arrogantes conquistadores (algunos todavía vivos al tiempo en que Medrano y Aguado escribían su “Historia”) y sus inquietos y orgullosos descendientes. Se tacharon las temerarias frases con que se exigía la suspensión de las encomiendas de los conquistadores de Mérida, las críticas que Aguado hace a los visitadores demasiado condescendientes y las penas que imponía la Real Audiencia, representante de la Corona, a los que cometían esas crueldades | 29 .

A la censura se deben también los cortes esenciales que se observan en aquellas partes del manuscrito que tratan acerca de la historia eclesiástica | 30 . Tal actuación sorprende a quienes desconocen la turbulenta historia de los orígenes de la Iglesia en el Nuevo Reino, el antagonismo que reinaba entre los poderes eclesiástico y civil, entre el clero secular y regular y aun entre frailes de la misma orden. De estos desasosiegos hablan muchos documentos históricos, aunque los callan más o menos completa­mente las historias oficiales. El deseo de no revelar estas luchas en los albores de la Iglesia del Nuevo Reino explica la supresión efectuada por quienes velaban de que la historia de América y de la Conquista se escribiese en una forma que diese la impresión de que los hechos sucedieron en forma más apacible de lo que fueron en realidad.

También se explica la omisión de mencionar los nombres de los frailes y clérigos que tomaron parte en juntas convocadas por la Real Audiencia o en cabildos abiertos en que se discutían problemas atañentes a la población indígena, si tomamos en cuenta que al tiempo en que se censuraba la “Recopilación Historial” se introducían las nuevas leyes del Patronazgo Real sobre la Iglesia en América, leyes que a pesar de la larga y tenaz oposición de los poderes eclesiásticos, quitaron a la competencia de la Iglesia en América asuntos que tradicionalmente les estaban encomendados, especialmente los relacionados con la tributación, servicio personal de los indios, etc. A la misma tendencia obedeció el tachar aquellas partes del manuscrito que referían las intervenciones de los frailes de Santo Domingo en la elaboración de las leyes referentes a la esclavización de los indios.

Por otra parte, es indudable que las páginas donde se trataba la historia eclesiástica, escritas por un fraile que se trasladó a España para luchar por los fueros de la Iglesia amenazada por la expansión de la potestad civil, no sólo contenían frases de elogio a la obra eclesiástica, sino también acres acusaciones contra las autoridades civiles, así como sucede generalmente en cartas de eclesiásticos escritas en aquella época. Esta circunstancia, más el deseo de ver reducida la importancia del papel que jugó la Iglesia en la época de la Conquista, lo cual pudo obedecer a la línea política de Felipe II de realzar la intervención de la potestad civil, fueron probablemente las principales causas de la supresión. En esta forma, la censura oficial privó a la ciencia histórica de datos recogidos de primera mano, sobre todo lo que se refiere a los principios mismos de la Iglesia en el Nuevo Reino de Granada, un hecho que todos los investigadores no dejarán de lamentar.

La supresión de cinco capítulos del libro 4º, donde la “Recopilación” se extendía sobre las fundaciones de las ciudades de Santafé, Tunja y Vélez, se debe también exclusivamente a la intervención de la censura oficial. Por no conocer el contenido de estos cinco capítulos sólo son posibles conjeturas más o menos vagas sobre las causas de tal supresión. ¿Sería la agitada historia de los primeros años de la Conquista la que hizo aconsejable a los ojos de la censura tal corte? ¿Sería la causa los desmanes de los conquistadores contra indios y autoridades reales y los desaciertos de los jueces de residencia enviados sucesivamente? ¿Habrían sido suprimidos estos cinco capítulos para quitar una prueba palpable de los servicios que hicieron al Rey los conquistadores, cuyos descendientes orgullosos, inquietos y exigentes, demandaban con insistencia por aquella época, precisamente, nuevas y crecidas mercedes al Rey en largos y arrogantes alegatos ante el Consejo? Personalmente creemos que fue esta última la causa principal de la supresión; pero, sea cual ella fuere, la lamentable consecuencia está a la vista, ya que justamente estas fundaciones están aún hoy rodeadas de incógnitas.

El corte más sensible para la ciencia antropológica americana es la supresión de todo un libro, el 5º, donde en 28 capítulos y 170 páginas se trataba no solamente de las creencias y artes belicosas de los Muisca sino todo lo referente a su vida económica, social y familiar, supresión que nunca podrá lamentarse suficientemente, por tratarse de datos recogidos de primera mano, casi a raíz de la conquista y sobre una tribu que desempeñó papel preponderante en el mestizaje del actual pueblo colombiano.

No sabremos decir, ya que el texto del libro es desconocido, a qué circunstancias especiales se debe tan dolorosa supresión. Es posible que ésta se debiera a la descripción de la notable organización social de los Muisca, con sus leyes hereditarias bien definidas y la centralización del poder político en cabeza de dos “reyes”, el Zipa de Bogotá y el Zaque de Tunja, pruebas palpables -ante los mismos españoles- de que no se trataba de una tribu “salvaje” que podría justificar a los ojos de terceros la encomienda y las severas medidas adoptadas, sino de una nación bien organizada, con propias tradiciones culturales y cierta civilización. Tal organización social podría despertar dudas en algunos teólogos y juristas, aun españoles, sobre la legitimidad con que el Rey de Castilla se había apoderado simple y llanamente del señorío de aquel territorio, reemplazando los “señores naturales” por sus gobernadores. Hacia esta misma época Felipe II trataba de legalizar su dominio sobre otras partes de América, esforzándose por obtener la cesión legal de los derechos que podrían reclamar los descendientes de Atahualpa y Montezuma, procedimiento que no podía seguirse con respecto a los herederos de los últimos zipa y zaque, por haberse extinguido las dinastías durante la Conquista.

En general, la época no era propicia para que apareciera publicado un extenso tratado sobre indios. La obra evangelizadora iba a pasos lentos, y podía aparecer poco aconsejable permitir la publicación de una obra donde se escribían detalladamente las “herejías” que se quería combatir y costumbres y creencias todavía muy arraigadas en la población aborigen. La Real Cédula de 22 de abril de 1577, dirigida al virrey de Nueva España, en que se le ordena enviar las obras de fray Bernardino de Sahagún, “sin que de ellas quede original ni traslado alguno”, para que se vean en el Consejo; la declaración “que no conviene que este libro se imprima ni ande de ninguna manera en esas partes, por algunas causas de consideración”; y el final de la Cédula, cuya parte dispositiva reza: “Y estáis advertido de no consentir que por ninguna manera, persona alguna escriba cosas que toquen a supersticiones y manera de vivir que estos indios tenían, en ninguna lengua, porque así conviene al servicio de Dios, Nuestro Señor, y nuestro” | 31 , explica el ambiente que reinaba en la Corte con referencia a libros sobre indios.

Todas estas circunstancias, más la tendencia general que regía en la segunda mitad del siglo XVI, de tender un velo sobre la realidad americana, produjeron un ambiente adverso a la inclusión en un manuscrito que iba a ser publicado en una “historia pública y aprobada por Vuestra Alteza”, como decía Juan López de Velasco, de apartes que trataban de la historia indígena.

e) |De la versión primitiva al texto definitivo.

Es difícil, dado el embrollo que presentan las enmiendas y correcciones que se observan a lo largo del manuscrito, descubrir con exactitud el camino que recorrió el mismo desde su principio, como obra de fray Antonio Medrano, hasta recibir su forma definitiva, aprobada por los Consejos del Rey.

Es indudable que Aguado intervino en la redacción antes de presentar la obra a la consideración del Consejo de Indias. Hemos constatado que tres de los diez y siete libros de la primera parte (libros 6º, 7º y 8º de la numeración antigua) fueron por él reelaborados con anterioridad. Se trataba de los libros sobre Tocaima, Pamplona e Ibagué, territorios inmediatos a Santafé y conocidos indudablemente por Aguado de propia experiencia. Del texto mismo del manuscrito se desprende que uno de ellos (Tocaima, territorio Panche) fue por él visitado.

Su intervención está patente a lo largo de la obra al explicar, en notas marginales, algunos americanismos o en correcciones a nombres indígenas, sea enmendándolos en el texto, sea repitiéndolos al margen. Asimismo debemos considerar como hechas de su mano todas aquellas correcciones y explicaciones que completan el texto original, como por ejemplo, las indicaciones sobre el lugar de nacimiento de algunos oidores, etc. Es decir, Aguado es el autor de todas las enmiendas que exigían conocimiento de las condiciones locales.

A ello tenemos que añadir aquellos cambios que introdujo de acuerdo con su condición de fraile “reformado”, alabando los acuerdos e intervenciones de las autoridades contra los desmanes de los encomenderos. De su pluma son, sin duda, algunas divagaciones en torno a la “justicia” de la guerra, la esclavitud indígena, encomienda, etc. Probablemente también se debe a él el profuso empleo de comparaciones con sucesos acaecidos en la Antigüedad, cuando cita héroes e historiadores de tiempos pasados.

La obra de Medrano, enmendada y en parte nuevamente redactada por Aguado, fue presentada, entonces, al Consejo de Indias. La primera intervención visible es la supresión de los dos primeros capítulos del libro 1º, que trata del origen de los indios y descubrimiento de América, y de los tres capítulos del libro 11 (10 moderno), sobre las crueldades cometidas por Beltrán. Indudablemente en esta ocasión se suprimieron, tacharon o recortaron otras alusiones sobre excesos llevados a cabo por los conquistadores, y se tacharon todas las palabras como “conquistar”, “guerra”, etc., reemplazándolas por “pacificar”, “allanar”, etc. Se tacharon los renglones que trataban de detalles de guerras con indios, de rebeliones contra las autoridades establecidas, entrando así el manuscrito en una segunda etapa.

Todas estas correcciones podemos considerarlas como hechas en el Consejo de Indias, pues corresponden a la política censorial que hemos constatado.

Considerando los cambios introducidos como definitivos, Aguado confecciona la tabla-índice que añade al manuscrito. Es fácil observar que en esta tabla faltan los 5 capítulos que fueron suprimidos. Copia o hace copiar, además, los primeros tres libros y los dos capítulos del libro cuarto de la primera parte, por haber quedado, sin duda, un tanto confusos, bien por las supresiones y tachaduras hechas por la censura, bien por las enmiendas que había hecho el propio Aguado, tratándose en estos libros del territorio conocido ampliamente por él. Esto explica por qué estas partes del manuscrito no llevan sino la rúbrica del secretario del Consejo de Castilla, Zapata del Mármol, quien, sin duda, antes de rubricarlas, las cotejó con los originales censurados. Después comienza Aguado la nueva foliación (la amarillenta) y añade los prólogos y la dedicatoria.

El manuscrito entra en su tercera etapa. La censura del Consejo (¿será el licenciado Hinojosa?) suprime los cinco capítulos del libro 4º, que tratan de las fundaciones de las ciudades de Santafé, Tunja y Vélez, y todo el libro 5º, que trata de los Muisca. Igualmente son tachados ahora, probablemente, los elogios hechos a Jiménez de Quesada, Hernán Pérez y otros conquistadores, como también muchos detalles y observaciones antropológicas que encajan dentro de este criterio. Se observa que la “tabla” (índice), por ser escrita anteriormente a estas supresiones, contenía tanto los capítulos suprimidos en el libro 4º como los del libro 5º, los cuales fueron cortados de acuerdo con los cortes hechos al manuscrito mismo.

Con esto concluyen las vicisitudes que sufrió el manuscrito durante la permanencia de Aguado en España. Los originales rubricados quedan en poder de un impresor.

La última y más reciente etapa se patentiza en la nueva foliación, que hemos llamado “moderna”, y que corre a lo largo de todos los folios del manuscrito, incluyendo las hojas en blanco. A esta redacción final pertenecen, probablemente, los arreglos gramaticales para modernizar el texto, hojas o renglones repasados con tinta negra cuando la escritura del original estaba desvanecida, la resolución de algunas contracciones y la substitución de letras antiguas de difícil lectura por sus correspondientes modernas. Faltan documentos para identificar quiénes fueron los autores de estas correcciones.

23 Ibíd., libro 4º, capítulos 20, 22, etc.
24 Ibíd., nota 1 a la “tabla”; nota 7 al libro 1º, etc.
25 Ibíd., libro 4º, capítulo 22.
26 Ibíd., libro 4º, capítulo 20
27 Ibíd., libro 4º, nota 50.
28 Ibíd., nota 16; nota 7 al libro 11, etc.
29 Ibíd., libro 10, nota 11; libro 11, capítulo 16, etc.
30 Ibíd., libro 4º, capítulos 17 y 21, etc.
31 Publicado en Garcia Icazbalceta, Códice franciscano, siglo XVI. Colección de documentos ineditos, tomo II, México, 1944.

ANEXOS

Archivos utilizados:

AGI – Archivo General de Indias, Sevilla.

ANB – Archivo Nacional de Colombia, Bogotá.

ANS – Archivo Nacional de Simancas, Simancas.

AHN – Archivo Histórico Nacional, Madrid.

AEV – Archivo Eclesiástico de Valdemoro, España.

ACV – Archivo del Cabildo de Valdemoro, España.

Documentos mencionados en el texto:

Doc. 1. Colección Muñoz, tomo 68.

” 2. Colección Muñoz, tomo 69.

” 3. Mss. 2016 a 2019 del Palacio Real, Madrid (Biblioteca).

” 4. Tabla de la “Recopilación Historial” (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 233).

” 5. Petición de fray Pedro Aguado con la “tabla” (Doc. 4) y “probanza de servicios hecha en Santafé a 13 de enero de 1575 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 233, y ANB, Historia Civil”, vol. 7, fol. 159).

” 6. Petición de fray Pedro Aguado, sin fecha, que incluye su memoria sobre asuntos de la provincia; presentada al Consejo el 9 de febrero de 1576 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 233).

” 7. Carta de los frailes franciscanos, Santafé a 27 de diciembre de 1567 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 188, fol. 666).

” 8. Carta de los mismos, Santafé a 19 de enero de 1568 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 188, fol. 697).

” 9. Carta del doctor Venero de Leiva, Santafé a 19 de junio de 1572 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 16).

” 10. Cuenta del contador de la Casa de Contratación sobre los gastos de mantenimiento de los frailes que llevó fray Luis Zapata. 4 de febrero de 1562 (AGI, Indiferente general, legajo 2985).

” 11. Carta de los frailes franciscanos, Santafé a 12 de junio de 1562 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 188, fol. 455).

” 12. Carta de los mismos, Santafé a 8 de noviembre de 1567 (AGT, Audiencia de Santafé, legajo 188, fol. 629).

” 13. Probanza hecha por fray Esteban de Asensio sobre las necesidades de los conventos de la Orden franciscana. Santafé a 20 de noviembre de 1574 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 233).

” 14. Petición y probanza de los indios de Cogua (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 82).

” 15. AGI, Indiferente general, legajo 1085.

” 16. AGI, Indiferente general, legajo 1086.

” 17. Carta del do Francisco de Briceño, Santafé a 7 de abril de 1575 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 16).

” 18. Carta de la Real Audiencia, Santafé a 10 de abril de 1575 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 16).

” 19. Carta de fray Luis Zapata, Santafé a 22 de abril de 1575 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 226).

” 20. Carta de los frailes franciscanos, Santafé a 17 de febrero de 1575 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 233).

” 21. Acta de elección de fray Pedro Aguado como provincial, en latín; (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 283).

” 22. AGI, Indiferente general, legajo 1087.

” 23. Real Cédula del 15 de julio de 1559 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 533, libro II, fol. 104).

” 24. Acta del nombramiento de fray Pedro Aguado como procurador de la provincia (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 283).

” 25. Licencia otorgada a fray Pedro Aguado para viajar a España, Santafé a 13 de enero de 1575 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 233).

” 26. Carta de los frailes franciscanos, Cartagena a 2 de agosto de 1589 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 234).

” 27. Petición de fray Francisco de Guzmán con memorial en conexión con la llegada de fray Pedro Aguado (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 288).

” 28. Carta de los frailes franciscanos, Santafé a 20 de agosto de 1573 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 283).

” 29. Carta de los mismos, sin fecha, sobre el viaje de fray Pedro Aguado (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 234).

” 30. Memorial de fray Luis Zapata, Santafé 20 de agosto de 1573 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 226).

” 31. Carta de los provinciales de Santo Domingo y San Francisco, Santafé a 10 de septiembre de 1573 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 233).

” 32. Carta de fray Luis Zapata, Santafé a 22 de abril de 1575 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 226).

” 33. Pleito entre fray Esteban de Asensio como Guardián del Convento, con el Fiscal, sobre medicamentos (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 235).

” 34. Memorial de fray Luis Zapata, año de 1586 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 226).

” 35. Carta de fray Juan de Barrios, Santafé, a 10 de junio de 1561 (AGI, Audiencia de Santafé, legajo 188, fol. 337).

” 36. AGI, Indiferente general, legajo 426, libro 27, fols. 2-3.

” 37. AGI, Indiferente general, legajo 2869, libro 1, fol. 15.

” 38. AGI, Indiferente general, legajo 838, Informe del 30 de septiembre de 1575.

” 39. AGI, Patronato, legajo 171, Ramo 26.

” 40. AGI, Ibid., legajo 259, Ramo 79, del 18 de enero de 1571.

Bibliografía sobre fray Pedro Aguado:

Bib. 1. Becker, Jerónimo. Introducción a la primera y segunda parte de la “Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada, de fray Pedro de Aguado”. Publicaciones de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1916-1917.

” 2. Becker, Jerónimo. Introducción a la primera y segunda parte de la “Historia de Venezuela, por fray Pedro de Aguado”. Publicaciones de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1918-1919.

” 3. Falls-Borda, Orlando. Fray Pedro Aguado, The forgotten Chronicler of Colombia and Venezuela. “The Americas”. Vol. XI, April 1955, Washington, D. C.

” 4. Falls-Borda, Orlando. Odyssey of a Sixteenth Century Document: Fray Pedro Aguado’s. Recopilación Historial. Hispanic American Review. Vol. XXXV, Nº 2, mayo de 1955. Los dos artículos fueron traducidos últimamente al castellano y editados bajo el título: Fray Pedro de Aguado, el cronista olvidado de Colombia y Venezuela. Editorial Franciscana de Colombia, Cali, 1956.

” 5. Friede, Juan. New Documents on fray Pedro Aguado. “The Americas”, Vol. XI, Nº 6. September 1955. Washington, D. C.

” 6. López, O. F. M., Fray Atanasio. Fray Pedro Aguado, historiador de Venezuela y Colombia. Archivo Ibero-Americano. Tomo VIII, Nº 46, julio-agosto 1921, Madrid.

” 7. Otero D’Costa, Enrique (E. de Saldanha). Fray Pedro Aguado. Boletín Historial, T. I, Nº 12, Cartagena, abril 1916.

” 8. Otero D’Costa, Enrique. Alabanza de fray Pedro Aguado. Boletín de Historia y Antigüedades. Tomo XXXIII, Nº 383-384, Bogotá, septiembre-octubre 1946.

” 9. Otero Muñoz, Gustavo. Fray Pedro Aguado. Boletín de Historia y Antigüedades. Tomo XXI, Nº 243, Bogotá, agosto de 1934.

” 10. Parra, Caracciolo. Analectas de la Historia Patria, Caracas, 1930.

” 11. Posada, Eduardo. Introducción a la “Recopilación Historial”. Biblioteca de la Academia Colombiana de Historia. Tomo y, Bogotá, 1906.

Ediciones de la obra de Aguado:

Bib. 12. Recopilación Historial. Biblioteca de la Academia Colombiana de Historia. Tomo y, Bogotá, 1906.

” 13. Historia de Venezuela. Publicación del Gobierno Nacional, Caracas, 1914.

” 14. Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada. Publicaciones de la Real Academia de la Historia, con prólogo, notas y comentarios de Jerónimo Becker. Vols. I y II. Madrid, 1916-1917.

” 15. Historia de Venezuela, con prólogo, notas y apéndices, por Jerónimo Becker. Publicación de la Real Academia de la Historia. Tomos I y II, Madrid, 1918-1919.

” 16. Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada. Espasa­Calpe, Madrid, 1930.

Obras citadas en el texto:

Bib. 17. Acosta, Joaquín. Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en el siglo décimosexto. París, 1848.

” 18. Antonio, Nicolás, Hispalensi:. Bibliotheca hispana nova; sive hispanorum scriptorum qui ab anno MD. ad MDCLXXIV flourere notitia. Madrid, 1788.

” 19. Arcila Robledo, fray Gregorio. Provincia franciscana de Colombia. Las cuatro fuentes de su historia. Bogotá, 1950.

” 20. Asensio, fray Esteban de. Memorial histórico. Archivo Ibero­Americano. Año VIII, enero-febrero 1921, y en Bib. 15.

” 21. Boletín de Historia y Antigüedades. Organo de la Academia Colombiana de Historia. Bogotá.

” 22. Catálogo de la colección de don Juan Bautista Muñoz. Tomo I. Publicaciones de la Real Academia de la Historia. Madrid, 1954.

” 23. Fernández de Oviedo, Gonzalo. Historia general y natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano. Madrid, 1851-55.

” 24. Fernández de Oviedo, Gonzalo. Sumario de la natural historia de las Indias. México, 1942.

” 25. Fernández de Piedrahita, Lucas. Historia general de las conquistas del Nuevo Reino de Granada. Amberes, 1668.

” 26. Friede, Juan. Las Casas y el movimiento indigenista en España y América en el siglo XVI. Revista de Historia de América. México, 1952.

” 27. Fuster, D. Justo Pastor. Biblioteca valenciana de los escritores que florecían hasta nuestros días y de los que aún viven, con adiciones y enmiendas a la de D. Vicente Ximeno. Valencia, 1838.

” 28. Garcilaso de la Vega, inca. La Florida del Inca, historia del Adelantado Hernando de Soto. Lisboa, 1605.

” 29. León Pinelo, Antonio de. Epítome de la biblioteca oriental y occidental, náutica y geográfica, etc. Madrid, 1629.

” 30. Libro de las Cortes de Valladolid, etc. Impreso en Valladolid, 1559 (Sección “Raros”, de la Biblioteca Nacional de Madrid, Sig. R 15431).

” 31. López, Atanasio, O. F. M. Historiadores franciscanos de Venezuela y Colombia. Archivo Ibero-Americano, tomo XIV, año 1920. Madrid.

” 32. López de Gomara, Francisco. Hispania Victrix. Primera y segunda parte de la Historia General de Indias. Madrid, 1852.

” 33. López de Velasco, Juan. Geografía y descripción de las Indias. Madrid, 1894.

” 34. Medina, José Toribio. La imprenta en Cartagena. Bogotá, 1950.

” 35. Pragmáticas del Reino, recopilación de las Bulas, etc. Madrid, 1540 (Sección “Raros”, de la Biblioteca Nacional, Madrid. Sig. R 9261).

” 36. Pragmáticas, etc. (Sección “Raros”, de la Biblioteca Nacional, Madrid. Sig. R 22920).

” 37. Román y Zamora, fray Jerónimo. Repúblicas del mundo. Medina del Campo, 1575 (Sección “Raros”, de la Biblioteca Nacional, Madrid. Sig. R 4782-88).

” 38. Schaefer, Ernesto. El Consejo Real y Supremo de las Indias; su historia, organización y labor administrativa hasta la terminación de la Casa de Austria. Sevilla, 1935.

” 39. Simón, fray Pedro. Noticias historiales. Bogotá, 1953.

” 40. Tamayo, Tomás de Vargas. Junta de Libros, la mayor que España ha visto hasta 1623 (Manuscrito en la Biblioteca Nacio­nal. Madrid. Sig. Ms. 9753).

Primera parte|

|de la recopilación historial resolutoria de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada de las Indias del Mar Océano, en la cual se trata del primer descubrimiento de Santa Marta y Nuevo Reino, y lo en él sucedido hasta el año de 68; con las guerras y fundaciones de todas las ciudades y villas de él. Hecho y acabado por el reverendo padre fray Pedro de Aguado, fraile de la orden de San Francisco, de la regular observancia, ministro provincial de la provincia de Santafé del mismo Nueva Reino de Granada; el cual va repartido en 16 libros. Dirigido a la S. C. R. M. del rey don Felipe, nuestro señor segundo de este nombre | 1.

A la S.C.R.M. Don Felipe segundo de este nombre, rey de las Españas, monarca universal del Nuevo Mundo. Fray Pedro Aguado, fraile menor, y el menor y más humilde de todos sus criados, salud y gloria inmortal desea.

La necesidad natural ha enseñado, S. M., a los hombres de poco ser, para ser algo, y para que se eche menos de ver su menos ser, ampararse de quien con el valor que Dios les comunicó, y con el que han adquirido por sus personas, quedando su ser entero, puedan dar valor y ser a los que tuvieren la necesidad que yo tengo de él, y porque nadie en la tierra le puede dar a mi persona ni a mis trabajos sino sólo V. M. ni a otro esta historia y verdadera recopilación se debe: pareciome fuera desatino, aunque sea atrevimiento, no procurar lo que el derecho me da y la necesidad me pide, y puesto caso que yo conozca la pobreza y penuria que tenga de favor: para que no se eche de ver lo poco que soy, no pretendo con el de V. M. ilustrar mi nombre ni engrandecer mi fama, sino que esta relación que procuro dar de las cosas que he visto con los ojos y tocado con las manos, y con tanto cuidado he sacado a luz, sea amparado y favorecido, para que tenga el ser que es necesario para ser vista con amor y leída con afición, pues con ella yo no pretendo sino hacer lo que debo como cristiano y fiel servidor de V. M.; porque en el discurso de quince años, los mejores de mi vida, que me empleé en la predicación y conversión de los idólatras, que como bestias vivían en el Nuevo Reino de aquellas Indias en servicio del demonio, entendí por muchas cédulas que vi de V. M. el celo que tiene tan católico del aprovechamiento y conversión de aquellas ánimas, con el cual no solamente provee de personas eclesiásticas y seglares, para que las unas en el ministerio de la justicia y las otras en el de las conciencias, pongan en ejecución lo que con tanta cristiandad y tan costosos medios V. M. procura, que es la multiplicación de los cristianos y aumento de la Iglesia, y fe de ella; he visto también que con mucho cuidado muchas veces ha enviado a mandar le avisen de los ritos, y ceremonias y sacrificios con que aquella gente por industria de sus jeques y mohanes sirven a los demonios como a sus dioses, y las demás cosas que pasan en deservicio de Dios y desacato de la corona real, para proveer en ello lo que convenga a la gloria de Dios nuestro Señor y al servicio de la majestad católica; y por parecerme que nadie puede mejor que yo quitar el deseo de V.M. por no haber puesto ninguno aquel trabajo, ni tenido aquel cuidado que para semejante aviso era necesario, me determiné en el presente discurso, aunque a mí no se me mandaba, obedecer a V. M. haciéndole este pequeño servicio y ofrecérsele como verdadero, por haber sido testigo de vista, y halládome a todo o a la mayor parte, presente en los trabajos que los españoles han pasado en el Nuevo Reino de Granada, donde yo he vivido; bien veo que para hablar a V. M. tenía necesidad de otro ingenio que el que aquí mostrare, y de otro estilo que el que aquí hablare, pero si el ingenio es torpe y el estilo tosco, el deseo es vivo, y la voluntad limada, que supliendo la falta que tanto descubre la mía, suplico a V. M. con la humildad que debo, reciba este servicio con la clemencia y amor que suele recibir a los que con mayor amor le desean servir, pues ninguno en esto me puede hacer ventaja; en premio del cual, aunque no ha sido pequeño trabajo, no quiero otra cosa sino entender ha sido grato a V. M., pues con esta esperanza he podido tener menos dificultad en acabarle, si pareciere atrevimiento, ninguno puede ser mayor que dejar de emprender los hombres cosas grandes y dejar de tratar con personas grandes, en especial si trata cosas de su servicio y por ser este mi intento, está mi culpa fuera de pena.

Vasallo y capellán de V. C. R. M. que sus reales manos besa.

Premio al lector |

La obra más señalada y más heroica que Dios hizo cuando hizo el mundo fue criar al hombre, retrato y semejanza de su divino ser, y señor universal de todo lo creado, al cual, por haber de ser idea de todas las cosas que el mundo tenía, y por haber de resplandecer en él más que en otra criatura el poder y sabiduría de Dios, no confió su creación a los elementos como les confió la creación de las demás cosas, sino determinó que las Tres Divinas Personas, juntas en una voluntad, cada una le diese lo que era necesario para ser hechura y obra de tan soberano Artífice, con lo cual también le dieron sabiduría para que supiese elegir lo bueno y apartarse de lo malo y para que con ella supiese hacer la voluntad de su Señor y proveer en las cosas que a su dignidad y estado convenía, en testimonio de lo cual le mandó Dios que pusiese nombre a todas las cosas animadas, y púsole tan al justo y natural, que aprobándole la sabiduría divina, dijo el nombre que puso Adán es el propio y el que a cada una le conviene, pues con él abraza la calidad y propiedad de la cosa que nombra. Duróle tan poco esta merced que Dios le había hecho y súpola tan mal conservar, que obedeciendo al demonio y traspasando el precepto divino, no solamente dejó de ser sabio, pero fue por ignorancia comparado a las bestias, y fue semejante a cualquiera de ellas; verdad es que aunque Dios le castigó con tanta justicia, y su pecado mereció tanto rigor, hízolo con tanta misericordia que le dejó el deseo natural de saber lo que con ignorancia había perdido, y de lo que por el pecado había sido despojado; y porque esto no se puede hacer aunque más solicitud se ponga, con la brevedad de vida que el tiempo nos concede, por ser tan poca que no pasa de setenta años, y si más se vive es con dolor y trabajo; proveyó la divina misericordia que la industria humana hallase remedio para poner en ejecución su deseo, dando los hombres presentes noticia a los que en los siglos venideros vinieren, de las cosas de fama o infamia que en los suyos sucediesen, y de aquí es que los que ahora vivimos sabemos lo general y mucho de lo particular que ha sucedido desde la creación del mundo hasta nuestros tiempos, y esto con tanta certidumbre como si presentes nos halláramos; porque los escritores divinos y curiosos historiadores tuvieron particular cuidado de darnos el aviso que bastaba aquietar nuestro deseo y corregir nuestras vidas, por ser las cosas pasadas, o tan acompañadas de virtud o tan vestidas de vicios que basten a enseñar a los que las oyeren, lo que basta para abrazar la virtud y huír el vicio.

Y por ser la historia y lección de las escrituras un ejemplo tan vivo de hombres virtuosos o viciosos, y una escuela de cosas señaladas y prodigiosas, pareciome que con justicia pudiera ser reprendido si fuera negligente en semejante trabajo, por faltar quien así le pudiera sacar a luz y por dar con él a los siglos venideros verdadera noticia de la memoria y fama de mis naturales, por cuyo trabajo y aventajados hechos, es el valor de la Majestad Católica temido, su esfuerzo y ánimo en todo el mundo celebrado, la santa madre Iglesia aumentada y el nombre y gloria de nuestro Redentor Jesucristo conocida; y pues nuestros antepasados no hallaron otro remedio para enseñar a los que ahora vivimos y a los que vivirán después de nosotros, la soberbia de los babilonios, el pecado de los sodomitas, la ingratitud de los hebreos, la idolatría de los egipcios y la sabiduría de los griegos, sino la escritura, por ser ella el dibujo más cierto donde se esculpieron la fortaleza de Héctor, la crueldad de Pirro, las mañas de Ulises, la sed de Alejandro, el valor de César, la justicia de Trajano y las virtudes de otros muchos varones a quien el mundo, por sus prodigiosas hazañas y heroicas obras, el día de hoy tiene particular respeto; y así fue cosa justa y necesaria ocuparme en semejante ejercicio, no solamente porque no quedasen sepultadas las cosas que en la presente historia con tanta necesidad se verán escritas, por el amor que tengo a mi propia patria, que ha sido la que con tanta franqueza, como madre, ha proveído al Nuevo Mundo de gente que, por fuerza o por industria, ha traído a los moradores que en él como bestias vivían en servicio del demonio, unas veces con armas, otras veces con doctrina al conocimiento de Dios y al yugo de la fe; y porque obras tan señaladas no pueden dejar de animar a los que en semejante ejercicio quisieren emplear sus personas, pues no es de menos nombre que lo que más nombre ha dado a los que el día de hoy más fama tienen, porque tan aventajados trabajos y tan merecidos premios no quedasen en las tinieblas que han quedado otras cosas de mucho lustre, que en nuestra España han sucedido, no es fuera de razón darle la honra que como a madre debo, y perpetuar la memoria de sus hijos que también la tienen merecida; pues vemos que con sus aventajadas plumas Tito Livio renueva cada día la de los romanos; Suetonio, la de los Césares; Herodoto, la de los reyes de Egipto; Frigio, la de Troya; Fretulfo, la de los asirios; Polibio, la de los ptolomeos, y así podríamos decir de otros muchos que han sido despertadores de los hechos y dichos de muchos varones ilustres que el tiempo, como voracísimo comedor, con sus muertes trabaja consumir.

Bien veo que algunos, o con envidia o con algún otro color que buscaron para dorar su intención, podrían decir es fuera de mi estado y profesión ocuparme en escribir historias y dar cuenta de vidas ajenas, por parecerles fuera más justo, siendo la vida tan breve, la muerte tan incierta y mi hábito de tanta perfección, ocuparme en el oficio apostólico y evangélica predicación entre gente tan tierna en la fe y tan dura en la idolatría, pues este era el mejor aparejo que podría hacer para acabar mi vida y dar cuenta a Dios de mis pecados; pero quien con claros ojos y desapasionada voluntad revolviere mi libro me hallará fuera de culpa, porque hallará en él cómo no solamente me he ocupado en la conversión de esta miserable gente, procurando el aumento de su cristiandad, con muchas vigilias y con ordinarios trabajos, sino como a gloria y honra de Dios, de quien nos viene toda suficiencia, virtud y bondad, como de verdadera fuente, por espacio de quince años no ha habido religioso, en las partes adonde a mí me cupo la suerte, que con más cuidado haya servido a la Majestad Divina y haya procurado el aumento de la Iglesia.

Bien veo que la gente donde yo me ocupaba en este ministerio es gente que, o por los malos ejemplos de los españoles, o por el poco cuidado con que son doctrinados, o por el excesivo trabajo con que los molestan los que van de España, no ha recibido el provecho que fuera razón ni se ha hecho en ellos el fruto que fuera justo, habiendo tanto tiempo que tiene noticia de la doctrina evangélica; pero consuélome que soy uno de los que con mayor frecuencia y con mayor cuidado, y no se diga el que más, se ha ocupado en aquellas partes en sembrar la semilla apostólica, que por la misericordia de Dios hace y espero que hará fruto de ciento; y no es pequeña lástima, ni pequeña compasión que siendo la mies tan grande y el campo tan fértil, sean los obreros tan pocos y tan descuidados, en especial habiendo la santa madre Iglesia romana, y en su nombre el Papa Alejandro, de gloriosa memoria, cometido y encargado en el tiempo que los católicos reyes de España, Don Fernando y Doña Isabel, la gobernaban, la predicación y conversión de aquellas gentes a los dichos reyes y sus sucesores, dándoles en señal de premio el dominio temporal de aquellos reinos; bien creo yo que si sus personas se pudieran hallar presentes, que con más cuidado y con menos trabajo, y aun con menor ofensa de Dios, se hiciera mayor fruto en la viña del Señor; pero pues no puede ser, por ser los hijos de Adán tal mal inclinados, no tenemos de qué maravillarnos, cuando entendiéremos se hace menos de lo que sería justo. Con todo esto confieso no me he aprovechado lo que debía aprovecharme de los monásticos ejercicios, que tan ordinarios en nuestra sagrada religión tenemos, ni de las inspiraciones divinas que de la mano de Dios tengo recibidas para dar cuenta de mi alma, cuando parezca el día de mi muerte delante la Divina Justicia; pero también confieso que la relajación y tibieza de que puedo ser acusado, no me ha provenido por la ocupación que he tenido en recopilar esta historia; parte porque los ratos que la necesidad natural me compelía recrearme para vivir, me ocupaba en escribir y recopilar las cosas que más necesarias me parecían, parte porque un religioso de mi orden que se llamaba fray Antonio Medrano tenía comenzado este trabajo, por cuya muerte se quedará por salir a luz, el cual murió en la jornada que el adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada hizo desde el Nuevo Reino al Dorado, por ir en compañía suya con celo y ánimo de convertir almas y dar a la Iglesia nuestra madre nuevos hijos; de manera que el que quisiere ocupar su lengua en reprenderme como a negligente, me hallará con menos culpa de la que es necesaria para ejecutarme la pena.

No quiero tampoco que se deje de entender la mucha parte que tengo, si tengo de decir verdad, en el trabajo de este reverendo padre, pues no me costó a mí poco al principio despertar muchas cosas y recopilar otras para hacer de todas ellas un cuerpo y un discurso, y lo que de él restaba procuré perfeccionar, después de cumplir con la obligación que tenía al oficio y gobierno de mi provincia, y esto procurando no hacer en él ninguna falta. Si todo esto no basta para dejar de condenarme, consuélome que otros muchos santos de muy escogido y aventajado espíritu, han tenido semejante ocupación, gastando en ella mucha, o la mayor parte de su vida; y pues ellos, estando llenos de Dios tuvieron este ejercicio por bueno, no sé yo por qué se podrá decir ser en mí digno de reprensión, teniendo yo en escribir la intención y fin que ellos tuvieron, sino es por faltarme a mí el espíritu y santidad de que ellos estaban tan bien proveídos; pero si esta mi falta, sé que no me falta la gana de acrecentar a servir a Dios y de despertar los ánimos de los buenos cristianos, y animosos soldados, para que vayan a emplear su vida en jornada tan católica, pues al fin de ella le tiene Dios aparejada la corona de la gloria.

Aunque el proceso de esta historia parece algo largo, será sabroso al gusto del lector.

Va esta primera parte repartida en diez y seis 2 libros, porque sea menos penosa, en los cuales se trata del principal intento, el descubrimiento de Santa Marta poblada en tierra firme, ribera del Mar Océano, que fue principal causa de descubrirse el Nuevo Reino de Granada en el cual ha habido y hay tanta abundancia de riquezas y tan escogidos tesoros espirituales y corporales, que ninguno se ha descubierto que le pueda hacer ventaja. Los espirituales son tantos, por tener el demonio las almas de tantos indios ocupados en su servicio con tan diversos ritos y tan infernales ceremonias, que parecía imposible apartarlas de su voluntad, lo cual se ha hecho no con pequeño trabajo, ni con pequeño favor de Dios, en algunas partes de aquella tierra, y así espero se hará en todas; de manera que podemos decir que no es pequeña riqueza ganar las almas que estaban perdidas, habiendo Cristo dado por ellas la vida en precio a su Padre. Las corporales de que los hombres tienen tanta sed, son tantas que con dificultad se podrá creer lo que de ellas se dijere. ¿Quién podrá decir el mucho oro que allí se ha hallado, la mucha cantidad de piedras y esmeraldas, que aunque en los siglos pasados eran de tanta estima, en los nuestros, por la mucha abundancia que se ha hallado de ellas, han venido a ser de poco valor? Todo esto he dicho para que a los que no llevare en aquella tierra el deseo de ocuparse en la conversión de los infieles, los lleve la codicia de los bienes. Trata también de la fundación y poblaciones de las ciudades Santafé, Tunja, Vélez y todas las demás ciudades y villas que en el Reino se han edificado, desde su principio hasta nuestros tiempos. Otras conquistas y poblaciones que se han hecho, y van haciendo en este Reino, se dejan para la tercera parte de esta historia, con otras muchas cosas no menos dignas de memoria que las aquí puestas.

1 En la “tabla” conservada en Sevilla no existia originariamente un título para la obra. Como tal sólo se lee: “Tabla del presente libro” y abajo se agregó con letra y tinta distinta: “Hecha por Fray Pedro Aguado”; y más abajo las palabras “Libro primero”, con tinta y letra diferente de las anteriores. En el espacio en blanco que dejó el amanuense entre el título (“Tabla del presente libro”), que esta escrito en la parte superior de la primera hoja, y el capítulo primero que comienza en la parte inferior, hay un resumen comenzado y tachado, cuyo texto reza: |…En el presente libro de la Recopilación Historial de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada se contienen diez y siete libros y epetomios (por epítomes)… En el mismo espacio hay otro resumen tambien tachado, que dice asi: |Primera parte de la Recopilación Historial de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada que trata de su descubrimiento y poblazón, con las conquistas y fundaciones de todas las ciudades y villas que hasta este tiempo se han poblado de españoles en él; escrita y compuesta por el Padre fray Pedro Aguado, de la orden de San Francisco, ministro provincial de la Provincia de Santafé, en el Nuevo Reino de Granada, dirigida… Sobre estos renglones aplicaron con lacre un trozo de papel, hoy desprendido, donde se lee un título que no esta tachado y cuyo texto es el siguiente: |Tabla de la primera parte de la Recopilación Historial de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada, que trata de su descubrimiento y poblazón, con las conquistas y fundaciones de todas las ciudades y villas que hasta este tiempose han poblado de españoles, hecha por Fray Pedro Aguado, maestro provincial del dicho Reino, de la Orden de San Francisco.
2 La palabra “seis” está colocada entre lineas y reemplaza a |siete, tachada en el texto original del manuscrito. Esta enmienda se debe a la circunstancia de que la “Recopilación” tuvo primitivamente diez y siete libros, reducidos luego a diez y seis. Vease nota 1 al libro 5º. Tanto esta corrección como las otras que seguiremos reseñando son añadiduras al texto original, hechas por mano y con tinta diferentes, aunque no lo anotemos en cada caso. Estas añadiduras son de diferentes autores y su identificación es poco menos que imposible dada la diversidad de rasgos que ofrecen las distintas correcciones.

TABLA DE LA PRIMERA PARTE DE ESTA HISTORIA |

| LIBRO PRIMERO

Capítulo I, que trata de quién fue el primer descubridor de Santa Marta y valle de Tayrona.

Capítulo II, que trata de quién fue el primer fundador y gobernador de la ciudad de Santa Marta y de la gente que vino y se halló en su fundación.

Capítulo III, que trata de cómo el gobernador Bastidas se fue a visitar las poblaciones de los naturales y de cómo ciertos capitanes y personas principales ordenaron de matarle, y aunque el motín se descubrió no lo quiso remediar, por lo cual intentaron darle la muerte, y aunque lo hicieron, no salieron con ello.

Capítulo IV, que trata de cómo los amotinados, con cierta cautela, intentaron de acabar de matar al gobernador Bastidas y, como no salieron con ello, se metieron la tierra adentro.

Capítulo V, de lo que a los amotinados | 1 y a sus secuaces les sucedió en el tiempo que entre indios anduvieron, y del suceso y fin que los más del motín tuvieron, y de cómo el teniente Palomino salió a pacificar algunas provincias de Santa Marta, y de la opinión en que era tenido entre los indios.

Capítulo VI, que trata da cómo el Audiencia de Santo Domingo, por muerte de Bastidas, proveyó por gobernador de Santa Marta a Juan de Vadillo; todo que en Santa Marta sucedíó.

Capítulo VII, de cómo loo das gobernadores, Palomino y Vadillo, salieron a conquistar las provincias del Valle de Hupar y de otras partes, y de cómo Palomino se ahogó.

Capítulo VIII, de cómo fue proveído en España por gobernador de Santa Marta, García de Lerma, el cual tomó residencia a Juan de Vadillo.

Capítulo IX, de cómo el gobernador Lerma fue a visitar la provincia de Posigueica y fue rebatido y echado de ella por los naturales.

Capítulo X, en que se cuenta cómo el gobernador Lerma, por temor de que la gente que en Santa Marta tenía no se le fuese a Perú con la fama de las riquezas que en él se habían descubierto, hizo hacer la jornada y descubrimiento del Zenu.

Capítulo XI, de cómo el capitán Sant Martín, yendo en demanda de Tamalameque, fue desbaratado de los indios y le mataron muchos españoles.

| LIBRO SEGUNDO

Capítulo I, en que se escribe cómo el Adelantado de Canaria hubo del Emperador y Rey Don Carlos la gobernación de Santa Marta por dos vidas.

Capítulo II, de cómo el Adelantado, llamado algunos soldados y capitanes viejos, les preguntó lo que de la paz de aquellos indios les parecía, y lo que le respondieron.

Capítulo III, de cómo después de haber estado con todo su campo el Adelantado en los llanos de Bonda, envió a su hijo Don Alonso Luis de Lugo a la sierra a buscar oro, y lo que en toda la jornada hasta llegar a la Ramada le sucedió.

Capítulo IV, de lo que a Don Alonso Luis de Lugo, hijo del Adelantado, le sucedió en el camino con los indios que en él había poblados.

Capítulo V, de la grande mortandad que de hambre y calenturas sobrevino en la gente que en Santa Marta había.

Capítulo VI, en que se escribe la fortuna que sobre los bergantines vino a la boca del Río Grande, y cómo fueron desbaratados.

Capítulo VII, que trata de cómo el general Don Gonzalo Jiménez de Quesada salió de Chiriguaná, y lo que le sucedió hasta llegar a la provincia de Sompallon.

Capítulo VIII, en que se escribe cómo el general Don Gonzalo Jiménez de Quesada salió de la provincia de Sompallon con su gente, y de las calamidades, muertes, hambres y otros trabajos que a él y a su gente les sucedieron en el camino.

Capítulo IX, en que se escribe lo que le sucedió al capitán Juan Tafur yendo a caza de venados, con un oso hormiguero, y cómo el general Don Gonzalo Jiménez de Quesada con toda la gente llegó a los cuatro brazos.

Capítulo X, en que escribe cómo el general Don Gonzalo Jiménez envió al capitán S. Martín a descubrir en canoas por un río que de la sierra bajaba.

Capítulo XI, en que se escribe cómo el general Jiménez de Quesada envió los capitanes Zéspedes y Lázaro Fonte a descubrir por las sierras de Opón adelante.

Capítulo XII, en que se escribe la vuelta que los capitanes Zéspedes y Lázaro Fonte hicieron adonde su general estaba, y los españoles que en el camino dejaron, y de cómo el general se volvió al pueblo de la Tora.
| LIBRO TERCERO

Capítulo I, en el cual se escribe la diferencia y altura que de la ciudad de Santa Marta al Nuevo Reino de Granada hay, y cómo los naturales del valle de La Grita tomaron las armas y vinieron sobre los españoles y fueron rebatidos, los cuales teniendo puesto cierta manera de cerco sobre los españoles, se fueron ahuyentados con sola la vista de algunos caballos que sueltos se fueron hacia su alojamiento.

Capítulo II, en el cual se escribe cómo el general Don Gonzalo Jiménez salió con su gente del valle de La Grita y entró por la tierra del Nuevo Reino adelante por muchas poblaciones, hasta llegar al pueblo de S. Gregorio, con todo lo que con los naturales de este pueblo les sucedió.

Capítulo III, en el cual se escribe la salida del general y su gente del pueblo de S. Gregorio, llamado de sus moradores Guacheta. Trátase aquí la división de la tierra del Nuevo Reino y cómo la poseían y tenían divisa entre sí y tiranizada Tunja y Bogotá, dos principales caciques.

Capítulo IV, en el cual se declaran dos puntos para ser mejor entendida esta historia y conquista del Nuevo Reino; escríbese como el tirano de Bogotá tuvo noticia de los españoles y determinó hacerles guerra.

Capítulo V, en que se escribe cómo los indios, visto que la gente de Bogotá había sido vencida, continuaron su paz, y Bogotá, porque los españoles se acercaban a su pueblo, procuraba entretenerlos unas veces con paz y amistad, y otras con las armas.

Capítulo VI, en que se escribe las continuas guazabaras que Bogotá daba a los españoles por echarlos de su tierra, y cómo el general, descontento de la tierra en que estaba, envió a los capitanes Zéspedes y S. Martin a descubrir por diferentes caminos.

Capítulo VII, en que se escribe cierto ardid que Bogotá usó para que los españoles se fuesen de su tierra, y cómo el general salió de ella en demanda de las minas esmeraldas, y cómo envió a descubrir los llanos de Venezuela.

Capítulo VIII, en que se describe cómo el general Don Gonzalo Jiménez de Quesada tuvo noticia del cacique Tunja y de sus riquezas, y cómo, temiendo que no se alzase y rebelase y juntase de sus gentes y armas contra los españoles, se partió, y a grandes jornadas fue con parte de sus soldados al pueblo de Tunja.

Capítulo IX, en que se escribe cómo los soldados persuadieron al general Jiménez que secuestrase el oro que Tunja tenía dentro de su cercado, el cual le fue tomado, y cómo el día siguiente Tunja dio licencia que tomasen y buscasen el oro que en el pueblo habla.

Capítulo X, en que se escribe cómo el general Don Gonzalo Jiménez de Quesada, estando para visitar la tierra de Tunja, tuvo noticias de las riquezas del señor de Sogamoso, en cuya demanda fue, al cual halló alzado con todas sus riquezas.

Capítulo XI, en el cual se escribe cómo el cacique e indios de Tunja dieron noticia al general Quesada de cuán gran señor era Bogotá y de las muchas riquezas que poseía, y cómo el general fue por la posta con cierta gente a prenderlo.

Capítulo XII, en el cual se escribe cómo, estando en Tunja los españoles, trataron de permanecer en la tierra del Reino, y cómo el general, teniendo noticia de la mucha riqueza que en Neiva había, fue allá con parte de su gente, y lo que en la jornada le sucedió.

Capítulo XIII, en el cual se escribe cómo el general tuvo noticia de que un capitán general que fue de Bogotá se había alzado con el oro y esmeraldas del cacique Bogotá, que en la casa del monte fue muerto, y cómo procuró atraerlo a su amistad para haber de él aquella riqueza.

Capítulo XIV, en el cual se escribe cómo fue repartido entre los españoles todo el oro y esmeraldas que en el Nuevo Reino habían habido, y cómo la ciudad de Santa Fe fue poblada.
| LIBRO CUARTO

Capítulo I, en el cual se escribe la salida de los capitanes Sebastián de Velalcázar y Fredeman, de Perú y de Venezuela, a descubrir nuevas tierras, y cómo vinieron entrambos con su gente en un mismo tiempo a dar en el Nuevo Reino de Granada, después de haber un año que la había descubierto y estado en él el general Don Gonzalo Jiménez de Quesada.

Capítulo II, en el cual se escribe cómo el general Jiménez de Quesada mandó hacer bergantines para en que él y los demás capitanes se fuesen el río abajo a Cartagena, y cómo el Velalcázar tomó a intentar de quedarse con la tierra.

Capítulo III, en que se escribe cómo Hernán Pérez de Quesada salió con gente en descubrimiento de la Casa del Sol, y pasando por las provincias de los Laches llegó a las provincias de los Chitareros donde ahora está poblada la ciudad de Pamplona.

Capítulo IV, en que se escribe la falta de mantenimientos que en Santa Fe hubo, y la causa de ello, y cómo, por haber quedado en ella poca gente española, se quisieron rebelar los naturales, y fue atajada y castigada su rebelión.

Capítulo V, cómo por razón y temor del castigo que Hernán Pérez de Quesada hizo en el cacique y principales de Tunja, se alzó y rebeló el señor y cacique de Guatabita, en cuya tierra anduvo Hernán Pérez de Quesada cierto tiempo pacificándola, y Zéspedes y Ribera.

Capítulo VI, en que se escribe cómo salió el capitán Zéspedes de la ciudad de Vélez con su gente, y se entró en el rincón de Vélez a castigar los rebeldes que en él había, y cómo a cabo de cierto tiempo y después de haber andado pacificando por algunas partes, se volvió a alojar a la laguna de Tinjaca.

Capítulo VII, en que se escribe cómo la tierra se acabó de pacificar mediante el rigor de que usaron los españoles y capitanes que a ello salieron de Santa Fe y Tunja, y algunos particulares sucesos de españoles e indios, y la toma de los españoles de Seminjaca y Susa y Jausa, donde mucha cantidad de naturales se habían recogido y fortalecido.

Capítulo VIII, en el cual se escribe cómo, habiendo sido proveído Jerónimo Lebron por gobernador de Santa Marta, tuvo noticia que el general Don Gonzalo Jiménez de Quesada bajó del Reino a Cartagena y de allí se fue a España, y cómo, pretendiendo Jerónimo Lebrón que el Nuevo Reino fuese de su gobernación, juntó gente y hizo bergantines y subió al Reino y lo que le sucedió en su jornada.

Capítulo IX, en el cual se escribe cómo Jerónimo Lebrón, después de haber descansado y ser recibido en la ciudad de Vélez por gobernador, en las de Tunja y Santa Fe no lo quisieron recibir, por inducimiento de Hernán Pérez de Quesada.

Capítulo X, en el cual se escribe cómo Hernán Pérez de Quesada, para aprovechar a los muchos españoles que en el Reino había, envió al capitán Baltasar Maldonado que descubriese las sierras nevadas de Carthago con ciento y cincuenta hombres.

Capítulo XI, en el cual se escribe cómo | 2 la entrada de Montalbo de Lugo en el Reino, y cómo persuadió a Hernán Pérez de Quesada que hiciese la jornada del Dorado, el cual salió a ella con gente, y lo que le sucedió hasta llegar al río Papamene

Capítulo XII, en el cual se escribe la fundación del Audiencia Real gente que llevaba, por las montañas de Papamene, donde perdiendo mucha de ella, fue a salir desbaratado a la villa de Pasto, gobernación de Popayán.

Capítulo XIII, en el cual se escribe cómo ido en España el general Don Gonzalo Jiménez de Quesada trató de comprar la gobernación de Santa Marta al adelantado Don Alonso Luis de Lugo, y cómo estuvieron concertados sobre ello y se deshizo el concierto, por cierta ocasión, y cómo el adelantado se partió de España para las Indias y llegó al cabo de la Vela, con lo que le sucedió hasta que llegó al Nuevo Reino.

Capítulo XIV, en el cual se escribe lo que el adelantado hizo e intentó durante el tiempo que en el Reino estuvo para sacar de él muy gran cantidad de oro, lo cual sacado, se volvió a España. Trátase aquí qué cosa es dejación de indios y del vender los repartimientos.

Capítulo XV, en el cual se escribe la venida del licenciado Miguel Díaz a Cartagena y la subida de Pedro de Orsúa al Reino, y las nuevas leyes hechas en favor de los naturales; escríbese en suma el discurso del gobierno de Miguel Díaz.

Capítulo XVI, en el cual se escribe la fundación del Audiencia Real en el Nuevo Reino y los primeros oidores que a ella vinieron, y cómo mandaron visitar la tierra de Tunja y el orden que en la visita se tuvo, y los naturales que se halló haber en los términos de aquella ciudad en este tiempo.

Capítulo XVII, en el cual se escriben los monasterios que hay de frailes de Santo Domingo y de San Francisco en este Reino, y todo lo demás sucedido en tiempo de los dos oidores.

Capítulo XVIII, en que se escribe la entrada de los licenciados Brizeño y Montano por oidores en el Reino, y el discurso de su gobierno en suma.

Capítulo XIX, de un traslado de la tasa que el obispo del Nuevo Reino y el licenciado Francisco Brizeño hicieron de los naturales del Nuevo Reino, año de cincuenta y cinco.

Capítulo XX, en el cual se escribe en suma todos los Jueces y otros sucesos notables que ha habido en el Audiencia y ciudad de Santa Fe, desde el año de cincuenta y ocho hasta el año de sesenta y ocho.

Capítulo XXI, en que se escribe la congregación que en el Nuevo Reino hubo sobre el quitar del servicio personal, por mandado del Doctor Venero, presidente, y lo que en ella se determinó.

Capítulo XXII, en el cual se escribe la alteración que hubo en Santa Fe entre el licenciado Villafaña, visitador de los indios, y los vecinos, sobre la retasa que el propio oidor hizo de los tributos que los naturales habían de pagar.

Capítulo XXIII, en el cual se escribe la forma y manera como el licenciado Villafaña retasó los indios de Santa Fe y el licenciado Angulo de Castejón los de Tunja y Vélez | 3 .
| LIBRO QUINTO | 4.

Capítulo I, de cómo al capitán Venegas Manosalbas, que al presente es Mariscal de este Reino, le fue dada conducta para que fuese a poblar un pueblo en las provincias de los indios Panches, y de cómo salió con gente y llegó a la provincia de Tocayma, y envió a Martiniañez Tafur a ver la tierra y traer de paz los naturales de ella.

Capítulo II, trata de otra salida que hizo Martiniañez Tafur, y cómo trajo de paz a los indios de la provincia de Xaqmina y de Guataquí, y de la fundación de la ciudad de Tocayma.

Capítulo III, trata del asiento y temple de la ciudad de Tocayma y de algunas costumbres de los naturales de aquella provincia.
| LIBRO SEXTO | 5.

Capítulo I, que trata de cómo fue dada al general Pedro de Orsúa licencia y conducta para ir a poblar a sierras nevadas, por el licenciado Miguel Díaz de Admendraris.

Capítulo II, que trata de la disposición del valle de Zulia y cómo Pedro de Orsúa pobló en él la ciudad de Pamplona, y de la disposición de la tierra y condición de los naturales de ella.

Capítulo III, en el cual se escribe la salida que hizo el general Pedro de Orsúa a allanar | 6 y apaciguar la tierra, y lo que en esta salida pasó hasta volver a Pamplona.

Capítulo IV, en el cual se tratan otras salidas que el capitán Pedro de Orsúa hizo, y del apuntamiento que hizo de los indios de Pamplona.

Capítulo V, que trata de las salidas que se hicieron en la ciudad de Pamplona por mandado del capitán Velasco.

Capítulo VI, en que se trata cómo fueron descubiertas las minas de oro del río de Oro y de Zurata y páramo y vetas en la ciudad de Pamplona.

1 La palabra “los Amotinados” esta escrita entre líneas y reemplaza la palabra tachada |Villafuerte.
2 La palabra “como” está enmendada.
3 Desde aquí el folio fue cortado para concordarlo con el corte que se le hizo al manuscrito. Al reverso de este folio se leen los trozos de los encabezamientos que correspondian a los capítulos XI, XII, XVIII, XIX, XX, XXI, XXIV, XXV y XXVI del libro 5º, los cuales no transcribimos por reproducirlos en el texto del libro.
4 La palabra “quinto” reemplaza la palabra tachada |sexto, enmienda que obedece a la supresión del libro 5º, Véase nota 3.
5 La palabra “sexto” procede de la enmienda de la palabra “séptimo”, que se encuentra en el texto original. Véase nota 3.
6 La palabra “allanar” reemplaza la palabra |conquistar, tachada en el texto.

LIBRO SEPTIMO | 7 .

Capítulo I, cómo fue nombrado por el Audiencia del Nuevo Reino el capitán Galarza para que pacificase y poblase el valle de Las Lanzas, y los demás indios que hay entre Tocayma y Carthago, y las causas de ello, y la gente que juntó, y salida que hizo.

Capítulo II, de cómo los españoles saliendo del alojamiento del valle de Las Lanzas se metieron la tierra adentro hasta llegar al pueblo del cacique llamado Laembiteme. Cuéntase la bestialidad que estos indios usan de comerse unos a otros.

Capítulo III, cómo los indios prosiguieron su paz y Galarza su descubrimiento y pasó al valle de Anayma donde tuvieron cercado a Salcedo los indios de Buga y Gorrones; escríbese el modo de las armas con que esta gente pelea.

Capítulo IV, que trata de cómo Galarza entró en la provincia de Yvague y pobló en ella la ciudad de Yvague que hasta hoy permanece, y cómo repartió la tierra entre sus soldados.

Capítulo V, que trata de una rebelión o alzamiento que los indios de Yvague hicieron y ordenaron, y del socorro que al capitán Galarza le vino de Santa Fe.
| LIBRO OCTAVO | 8a .

Capítulo I, en el cual se trata y escribe cómo por el licenciado Miguel Díaz fue dada comisión al capitán Pedroso para ir a poblar las provincias de Mariquita, y cómo entró en ellas y determinó pasar al Zenu.

Capítulo II, en el cual se escribe cómo el capitán Pedroso y sus soldados se salieron de las provincias de Mariquita y entraron por la de los Palenques, donde tuvieron ciertas refriegas con los indios del Palenque, de Ingrina y de la población llamada Guacona.

Capítulo III, en el cual se escribe cómo el capitán Pedroso con treinta y cinco soldados fue a dar en una población que estaba sobre una loma, cuyos naturales se defendieron e hicieron fuertes en sus casas, en las cuales perecieron todos quemados.

Capítulo IV, en el cual se escribe cómo Pedroso pasó adelante con su gente y entró en los valles de Zamana y Panchina, que fue llamado valle de Corpus Christi, en cuyo río le resistieron los indios el pasaje, y cómo a la noche pasaron los españoles el río e hicieron una emboscada, donde cayeron muchos indios.

Capítulo V, en el cual se escriben dos guazabaras que los indios del valle de Corpus Christi dieron a los españoles en las riberas del río del propio valle llamado Guatape, y el valor con que los españoles pelearon.

Capítulo VI, en el cual se escribe cómo el capitán Pedroso entró en las sabanas de Abura, donde tuvo noticia del capitán Hernando Cepeda que con gente andaba en ellas, y a esta causa pobló allí un pueblo y envió a requerir a Cepeda que se saliese de la tierra.

Capítulo VII, en el cual se escribe cómo el capitán Cepeda fue avisado de la poca gente que Pedroso tenía, y cómo vino con su compañía sobre el alojamiento de Pedroso y le prendió y quiso cortar la cabeza.

Capítulo VIII, en el cual se escribe cómo el capitán Cepeda salió a descubrir con ochenta hombres, y de la grande hambre que en el camino se padeció, y las muertes que los indios dieron a Juan Portugues y a Limpias.

Capítulo IX, en el cual se escribe cómo Cepeda envió por los dos españoles muertos y los mandó enterrar, y los indios juntándose vinieron sobre el alojamiento y les hirieron muchos soldados, de los cuales murieron algunos; quedando los nuestros victoriosos se tomó a salir Cepeda y se volvió a juntar con Pedroso.

Capítulo X, en el cual se escribe cómo algunos soldados de los de Pedroso, con consejo de su capitán, se salieron de noche la vuelta del Reino, y cómo Cepeda envió tras ellos a Narbaez, su maese de campo, con cuarenta hombres y los alcanzó, y matando algunos en cierta refriega que tuvieron, volvió a los demás a poder del capitán Cepeda.

Capítulo XI, en el cual se escribe cómo Pedroso quiso matar a Cepeda por la muerte y prisión de sus soldados presos, y cómo fue aplacada esta sedición por mano e industria de los sacerdotes y otras personas, y Narbaez volvió las armas a los que estaban presos para que se soltaran y huyesen.

Capítulo XII, en el cual se escribe cómo Cepeda, para asegurarse, envió a Pedroso a Carthago y él se quedó con toda la gente, y cómo después los soldados de Pedroso, tomando por caudillo a Narbaez, maese de campo, quisieron matar a Cepeda y apalearon a su alcalde mayor Prado, y se salieron la vuelta del Reino, y el gran temor que los pueblos de la gobernación tuvieron de que Narbaez anduviese rebelado.

Capítulo XIII, en el cual se escribe cómo vuelto Pedroso al Nuevo Reino pidió comisión al Audiencia para ir a poblar en las provincias de Gualiguasquida y Mariquita, donde pobló la ciudad de San Sebastián de Mariquita, y lo que sucedió en el ínterin que en ella estuvo Pedroso.

Capítulo XIV, en el cual se escribe cómo en el alzamiento general que hubo el año de cincuenta y seis, se alzaron también los indios de Mariquita y los de la isleta del Río Grande, y cómo fueron todos pacíficos.
| LIBRO NONO | 8 .

Capítulo I, en el cual se escribe cómo el capitán Juan de Avellaneda, teniendo por comisión que el audiencia del Nuevo Reino le dio para buscar minas de oro, entró con ciertos españoles en la provincia de los Guayupes.

Capítulo II, en el cual se escribe la principal causa por que los indios Guayupes no tuvieron guerras con el capitán Avellaneda y con los que con él entraron, y las causas por qué entre otros naturales después de dada la paz intentan novedades, y cómo Avellaneda envió un caudillo a descubrir minas de oro y fueron descubiertas.

Capítulo III, en el cual se escribe cómo el capitán Avellaneda dió noticia de las minas y tierra de los Guayupes al audiencia del Nuevo Reino y le fue dada comisión para que poblase, el cual pobló la ciudad de S. Juan de los Llanos, y cómo fue mudada diversas veces hasta ponerla donde al presente está, y la venida de Avellaneda al audiencia a dar cuenta de lo que habla hecho y a pretender comisión para hacer otra jornada.

Capítulo IV, en el cual se escribe la diversidad y monstruosidad de culebras, tigres, osos y otros animales que en esta tierra se crían, y de algunas aves y de su proporción; trátanse algunos daños que tigres e indios han hecho.

Capítulo V, en el cual se escribe la manera de la gente Guayupe y sus casamientos, y lo que hacen con los primeros hijos que les nacen, y las ceremonias de que usan y la manera de curarse y las preeminencias de los médicos y otras particularidades que entre ellos se usan.

Capítulo VI, en el cual se escribe la manera de los entierras y sucesión de los caciques de los indios Guayupes, con algunas opiniones que tienen acerca del haber Dios, y de la creación del hombre y de la luna y sol y temblor de tierra y otras particularidades.

Capítulo VII, en el cual se escribe algunas costumbres que en los casamientos y enterramientos tienen los indios Saes, que son en esta provincia de S. Juan, diferentes a los Guayupes.

Capítulo VIII, en el cual se escribe cómo el capitán Avellaneda volvió a la ciudad de Santa Fe a pedir nueva conducta para poblar otro pueblo; la cual le fue concedida, y juntando sesenta hombres se volvió a S. Juan de los Llanos, de donde salió a su jornada y descubrimiento. Cuéntase todo lo que le sucedió hasta pasar el río Oma, en donde se alojó y envió a Hernando de Alcalá a descubrir cierta noticia.

Capítulo IX, en el cual se escribe cómo el capitán Avellaneda se partió del alojamiento del río Oma y pasó con su gente el río Guayare y se alojó a las riberas de él y de allí fue con algunos de sus soldados a ciertos pueblos de indios, donde le dieron algunas guazabaras; las cuales escribiré aquí.

Capítulo X, en el cual se escribe cómo el capitán Avellaneda con toda su gente se partió del alojamiento del río Guaviare y se metió la tierra adentro por montañas hasta llegar al valle de S. Jerónimo, donde pobló la ciudad de Burgos. Cuéntase aquí todo lo que en la dicha ciudad sucedió durante el tiempo que los españoles estuvieron en ella.

Capítulo XI, en el cual se escribe cómo por no poderse sustentar el capitán Avellaneda con su gente en la ciudad de Burgos que había poblado, la desamparó y caminó hasta llegar a un algo páramo. Trátase de la facilidad con que en las Indias pueblan y despueblan un pueblo, por no mirar al principio las circunstancias que se deben mirar.

Capítulo XII, en el cual se escribe cómo Avellaneda atravesó el páramo y cordillera del Reino hacia la parte de Neyba sin saber por dónde iba, y fue a dar al valle de la Tristura, que es en Neyba, y allí se esparcieron sus soldados, y cada cual se fue por su parte, donde tuvo fin su jornada.
| LIBRO DECIMO | 10 .

Capítulo I, en el cual se escribe en suma las causas y ocasión por donde estando prohibido por cédula del Rey el hacerse nuevas poblaciones, los licenciados Brizeño y Montano dieron licencia a Asensio de Salinas, vecino de Tocayma, que hiciese cierta gente y pacificase ciertas provincias de naturales rebeldes y poblase un pueblo de españoles.

Capítulo II, en el cual se escribe cómo después de haber pacificado el capitán Salinas los indios que había rebeldes en las provincias de Ybague, Tocayma y Mariquita, se metió en la tierra de los Palenques, saliendo de términos de Mariquita y pobló la ciudad de Victoria con aditamento de que se pudiese mudar, y las causas de ello.

Capítulo III, en el cual se escribe cómo después de haber poblado la ciudad de Victoria, el capitán Salinas con toda la gente que tenía se metió la tierra adentro de los Palenques a buscar sitio en que fijar el pueblo, y lo que a él y a sus soldados les sucedió hasta llegar al río de la Miel, y lo que los naturales hicieron desde que vieron que los españoles entraban por su tierra, y por qué causas.

Capítulo IV, en el cual se escribe cómo queriendo el capitán Salinas pasar el río de la Miel con su gente, los naturales se lo defendieron, y cómo hallando parte cómoda, asentó y fijó la ciudad de Victoria donde al presente está. Escríbese aquí la manera y modo como estos españoles curaban las heridas que con flechas y puyas herboladas recibían de los indios.

Capítulo V, en el cual se escribe cómo los indios, demás de las puyas, hacían para la defensa de sus alojamientos, trampas y hoyos y otras invenciones con que ofender a los españoles, los cuales sin embargo de todo esto los siguieron mucho tiempo con gran trabajo hasta que los forzaron a ser amigos.

Capítulo VI, en el cual se escribe cómo hecha la paz, el capitán Salinas envió a Francisco de Ospina a descubrir puerto al Río Grande y que fuese por socorro de cosas de que tenían necesidad, a Mariquita; con lo que le sucedió en el camino, y cómo los indios debajo de la paz que tenían dada quisieron dar en el pueblo y matar los españoles.

Capítulo VII, en el cual se escribe qué es lo que llaman los españoles haber dado la paz y el dominio los indios al Rey, y cómo usan de ella y cómo el capitán Salinas y Hernando de Zafra salieron a pacificar ciertas poblaciones de indios con los cuales se acabó de pacificar la provincia y región de Victoria y naturales de ella.

Capítulo VIII, en el cual se escribe cómo los indios Amanies después de algunos años por inducimiento de un indio ladino se rebelaron y mataron muchos españoles y esclavos e indios que en las minas estaban sacando oro, sin que escapasen más de cuatro españoles con la vida.

Capítulo IX, en el cual se escribe cómo la justicia de Victoria nombró a Lorenzo Rufas, soldado que se escapó de las manos de los indios, por caudillo y comisario para que fuese a castigar la traición y rebelión de los indios, y cómo se alojó a vista del palenque de mercado donde estaban recogidos los indios. Escríbese la forma y traza y fortaleza de este palenque.

Capítulo X, en el cual se escribe cómo en el siguiente día, después de haber hecho los españoles ciertos requerimientos a los indios, les quisieron asaltar el palenque, lo cual no pudieron hacer, y fueron rebatidos, y luégo otro día con harto riesgo y trabajo le pegaron fuego mediante lo cual lo tomaron, hallándolo desamparado de los indios. Trátase de la orden de los requerimientos que los españoles a los indios hacen cuando van a poblar.

Capítulo XI, en el cual se escribe el gran temor que en Victoria tuvieron de que los naturales persuadidos del indio Don Alonso se juntasen y viniesen a dar sobre el pueblo, y cómo teniendo noticia de cierta junta y borracheras que en Amani el de afuera, se hacían, enviaron allá a Hernando Quijada con ciertos españoles para que los desbaratase. Escríbese aquí lo que en semejantes borracheras cantan los indios.

Capítulo XII, en el cual se escribe cómo después de haber estado los españoles algunos días alojados en el palenque de la loma de mercado se pasaron al pueblo de Juan de Llano, de donde enviaron por socorro de gente y munición a Victoria, y después de venido el socorro fueron sobre el fuerte de Juan de la Peña, el cual hallaron sin ninguna gente que lo defendiese.

Capítulo XIII, en el cual se escribe cómo Rufas y los demás españoles se pasaron del palenque de Peña a un pueblo de indios llamado Carara, donde se estuvieron hasta que atrajeron a sí a los indios pacíficos y los dejaron de paz y se volvieron a Victoria. Escribese aquí algunos sucesos acaecidos en el interin que los indios daban la paz.

Capítulo XIV, en el cual se escribe la disposición de la tierra de los términos de Victoria y los Remedios por ser toda una gente y lengua; escribese la manera de los naturales de ella y la diferencia de gente que hay, y algunas generales costumbres que a todos los Patangoras se extienden, y la causa por qué son llamados Patangoras.

Capítulo XV, en el cual se escribe los modos y maneras cómo los indios Patangoras celebran sus casamientos, y del parentesco que entre ellos se guarda por parte de las madres, con muchas ceremonias y particularidades de que estos bárbaros usan tocantes a estos casamientos y parentescos.

Capítulo XVI, en el cual se escribe la elección que el demonio hace entre estos bárbaros de médicos y mohanes e intérpretes para que con él hablen, y la manera de curar, y cómo son enterrados y llorados los muertos, y las opiniones que tienen sobre la inmortalidad del alma y del lugar donde van a parar.

Capítulo XVII, en el cual se escribe algunas varias opiniones que los indios Patangoras tienen acerca del diluvio y creación del hombre, y de los pactos y tratos que con el demonio tienen y han tenido.

Capítulo XVIII, en el cual se escribe algunas diferencias de costumbres que los indios Amanies tienen allende de las referidas en los Patangoras, así en los casamientos y adulterios y penas que en ellos se dan, como en su orden de vivir.

Capítulo XIX, en el cual se escriben los árboles fructíferos que en esta provincia ha habido, así domésticos como agrestes, y los que después que Vitoria se pobló han puesto y plantado.

Capítulo XX, en el cual se escribe de algunos animales y todo género de reptilia que en esta provincia se crían, y de alguna diversidad de culebras ponzoñosas y sus efectos y propiedades y el remedio o cura que para ellas se hace.

Capítulo XXI, en el cual se escriben y notan algunas sabandijas ponzoñosas que en esta tierra se crían, y de los remedios que contra su ponzoña usan, y algunas cosas que en los ríos se hallan, y la tierra cría y produce.

7 La palabra “séptimo” reemplaza la palabra |octavo, tachada, Véase nota 3.
8a La palabra “octavo” reemplaza |nono, tachada.La palabra “nono” reemplazaba la palabra |décimo, tachada. Véase nota 3.
8 Al margen hay una anotación que dice: “Ojo al libro nono”.
10 La palabra “décimo” procede de la enmienda de “undécimo” por haber sido tachado “un”. Véase nota 3.

LIBRO UNDECIMO | 11 .

Capítulo I, en el cual se escribe cómo vinieron en la ciudad de Pamplona a tener noticia de la provincia de sierras nevadas y cómo salieron en demanda de ella Juan Maldonado y Andrés de Acevedo con junta de soldados.

Capítulo II, cómo Juan Rodríguez Xuarez fue elegido por caudillo para ir a buscar minas de oro y juntó gente y se alojó con ella en el llano de Cúcuta, de donde envió a descubrir camino para subir a la loma verde.

Capitulo III, en el cual se escribe cómo Juan Rodríguez y la demás gente salieron del alojamiento de Cúcuta y fueron al valle de Santiago, y lo que en el camino les sucedió, hasta alojarse en el pueblo de los Corrales.

Capítulo IV, en el cual se escribe cómo desde el pueblo de los Corrales envió el capitán Juan Esteban a descubrir con gente, y descubrió el valle de S. Bartolomé, donde le mataron a Cisneros, español, y el valle de La Grita, al cual se fue a alojar Juan Rodríguez con toda su gente.

Capítulo V, en el cual se escribe cómo Juan Rodríguez descubrió desde el Valle de La Grita las sierras nevadas y fue caminando hacia ellas hasta llegar al río de Chama, y lo que en el camino le sucedió. Trátase aquí de los nacimientos de este río y de donde le vino este nombre.

Capítulo VI, en el cual se escribe cómo atravesando los españoles el río de Chama entraron en el pueblo de los estanqes, y de allí fueron al pueblo quemado, del cual volviendo el valle arriba, fueron a dar a la población de la lagunilla.

Capítulo VII, cómo el capitán Juan Rodríguez se mudó adelante y pobló la ciudad de Mérida y envió a dar noticia de ello y a pedir socorro al audiencia del Nuevo Reino y una guazabara que las indios de la lagunilla le dieron.

Capítulo VIII, cómo Juan Rodríguez por sí y por sus caudillos se dio a hacer algunas correrías por tierra, usando de alguna severidad con los indios, y cómo mudó el pueblo de Mérida más arriba de donde estaba, y de allí se fue a descubrir y ver a la laguna de Maracaybo.

Capítulo IX, en el cual se escribe cómo a pedimiento del fiscal fue proveído el capitán Juan Maldonado que fuese a prender a Juan Rodríguez, y lo que le sucedió hasta ser preso Juan Rodríguez Xuarez.

Capítulo X, en el cual se escribe cómo el capitán Juan Maldonado envió preso al capitán Juan Rodríguez Suarez al audiencia, y él por una parte y Pedro Brabo de Molina por otra salieron con gente a descubrir lo que en la provincia había.

Capítulo XI, en el cual se escribe cómo el capitán Maldonado con la más de la gente fue al valle de Aricagua y estuvo en él cierto tiempo, después del cual, por no hallar los naturales que quisiera, se volvió a Mérida, y de cómo el comendador Martín Lopez mudó el pueblo una legua más arriba de donde estaba.

Capitulo XII, en el cual se escribe cómo el capitán Maldonado salió de Mérida con cincuenta hombres el valle de Chama arriba, y desbaratando un fuerte de indios que en el camino había, descubrió el valle de la sal y de allí vino a la laguna de Maracaybo, a la cual envió un caudillo con gente.

Capítulo XIII, en el cual se escribe cómo Maldonado salió del valle de la sal y fue descubriendo hasta encontrarse con el capitán Ruiz, que con cierta gente había salido del Tocuyo a reedificar un pueblo que entrambos hicieron.

Capítulo XIV, en el cual se escribe cómo el capitán Maldonado pobló en los Cuycas, que es una provincia, la ciudad de Santiago de los Caballeros, y después de haber estado en ella tres meses, la mudó y trasladó a la ranchería de S. Juan de las Nieves, que es donde hoy está Mérida.

Capítulo XV, cómo el audiencia proveyó por Justicia mayor a Pedro Brabo de Molina, de Mérida, el cual repartió los indios de Mérida, y cómo el capitán Juan Rodríguez Xuarez se huyó de la cárcel, y por cobrar fama de alzado o amotinado envió el audiencia tras él a prenderlo a Alonso de Esperanza, vecino de Pamplona.

Capítulo XVI, en el cual se escribe cómo el audiencia envió a Mérida a Alonso de Esperanza a que repartiese de nuevo a los indios, y cómo no confirmaron lo que Alonso de Esperanza había repartido, y los propios oidores hicieron de nuevo el repartimiento.

Capítulo XVII, en el cual se escribe cómo los oidores enviaron a Ortún Velasco que tornase a repartir los naturales y cómo el presidente Venero que a la sazón vino, los encomendó y los corregidores que después hubo en Mérida; con la manera de los naturales y temple de la tierra.
| LIBRO DUODECIMO | 12 .

Capítulo I, en el cual se escribe la situación de la provincia de los Musos donde al presente está poblada la ciudad de la Trinidad, y cómo fue descubierta por el capitán Lanchero y después entró en ella el capitán Martínez y se pasó de largo, sin hacer ningún efecto bueno ni poblar.

Capítulo II, en el cual se escribe cómo dende a poco tiempo que Martínez salió de Muso, en la provincia entró el capitán Melchor de Valdes, por comisión de los oidores Góngora y Galarza.

Capítulo III, en el cual se escribe cómo Valdes envió a Machin de Oñate con gente para que diese en donde los indios estaban congregados y los desbaratase, y cómo por el mal gobierno de este caudillo fueron heridos muchos soldados y puestos todos en grande aprieto de los indios, y él fue muerto de los indios y los demás soldados escapados.

Capítulo IV, en el cual se escribe cómo Valdes ordenó la gente de su alojamiento para recibir la furia de los bárbaros, de los cuales estuvieron cercados y fueron acometidos diversas veces, y cómo, temiendo ser muertos de los indios, se retiraron y salieron de Muso al Reino.

Capítulo V, en el cual se escribe el daño que en el Reino se siguió de la retirada de Valdes y cómo los oidores Galarza y Góngora enviaron al general Pedro de Orsua con gente que fuese a poblar y pacificar la provincia de Muso, y cómo en ella pobló Pedro de Orsua un pueblo llamado Tudela, el cual dende a pocos días se despobló.

Capítulo VI, en el cual se escribe cómo por respeto de los daños que los indios Musos solían hacer en los indios Moscas y en la provincia de Velez, fue nombrado por el audiencia por capitán para poblar y pacificar a Muso, el capitán Lanchero, el cual entró por la vía de Vélez y se alojó en el pueblo de Paja. Escríbese lo que allí le sucedió.

Capítulo VII, en el cual se escribe cómo, estando Lanchero alojado en el pueblo de Cazacota, forzó a los indios a que viniesen de paz y los dejó pacíficos, y de allí se fue al pueblo de Tomungua, donde le tuvieron cercado los indios ciertos días; la ocasión por qué alzaron el cerco. Escríbese aquí la diferencia que hacen estos indios del rincón de Velez a los otros Moscas.

Capítulo VIII, en el cual se escribe cómo, salido Lanchero y los demás españoles de Tuningua y caminando, tuvieron algunas refriegas con los indios y se fueron a alojar a la loma que llamaron de S. Sebastián, de donde salieron al Reino por municiones. Escríbese aquí lo sucedido durante el tiempo que estuvieron alojados en esta loma de S. Sebastián.

Capítulo IX, en el cual se escribe cómo Lanchero pasó adelante, siendo siempre seguido de los indios, y fue en el camino herido de un flechazo de que estuvo muy malo, por lo cual pobló la ciudad de la Trinidad en la loma de la Trinidad donde estaba alojado, y lo que allí le sucedió a los españoles con los indios.

Capítulo X, en el cual se escribe cómo Lanchero y sus soldados salieron de la loma de la Trinidad y caminaron teniendo algunos debates con los indios, hasta alojarse en el volcán de Capacapi, en donde se determinaron otra vez enviar a pedir socorro al Reino, de gente y municiones.

Capítulo XI, en el cual se escribe cómo el capitán Lanchero envió la segunda vez a pedir socorro al audiencia y fue enviado en su favor con gente el capitán Ribera, el cual, después de haber entregado a Lanchero la gente que llevaba, se volvió a salir, y cómo los indios Musos, debajo de paz y cautela, pretendieron matar los indios Moscas que con Ribera habían entrado.

Capítulo XII, en el cual se escribe cómo Lanchero envió a ver ciertas vegas que en las comarcas del río Ascoma había, en las cuales asentó y fijó la ciudad de la Trinidad. Escríbese el gran aprieto en que los indios pusieron a los españoles, y cómo Morzillo y Saaveara salieron a buscar comida, el uno a Susa y el otro a Tapi, pueblo de indios Musos.

Capítulo XIII, en el cual se escribe cómo por la prisión del cacique de Ascoma se efectuó la paz en Muso, y Lanchero salió a Santa Fe y volvió con comisión para repartir los indios, y los repartió. Escríbese la entrada de Melchor Ramírez en Muso, que fue causa de la muerte de Alcántara y Fuentes y casi del alzamiento general de Muso.

Capítulo XIV, en el cual se escribe cómo, tornados a rebelar, los indios venían a guerrear al pueblo, y la manera cómo fueron ahuyentados y el castigo que Morzillo fue a hacer, donde mataron a Alcántara y Fuentes, y cómo los indios volvieron a dar la paz y Lanchero comenzó a maltratar algunos soldados y a hacerse malquisto; los cuales se fueron a quejar de él al audiencia Real y dende a pocos días se salió él tras ellos y no volvió más a entrar.

Capítulo XV, en el cual se escribe cómo los oidores proveyeron por Juez de residencia contra Lanchero y Morzillo a Juan de Olmo, y dieron una provisión particular para que Morzillo fuese preso; con el suceso de su prisión, y cómo, conclusa la residencia, proveyeron por corregidor de Muso a Don Lope de Horozco que por vía de Tunja entró en Muso.

Capítulo XVI, en el cual se escribe cómo Don Lope salió de Muso y fue sobre la villa de La Palma y se apoderó de ella, y dejando un teniente de su mano, se volvió a la ciudad de la Trinidad, de donde tornó a salir con gente a visitar la provincia y pueblos de ella, para hacer discreción de la población que en la tierra había, y después de haberla hecho y llegado a términos de Mariquita y haber hallado despoblada la villa de La Palma, se volvió a la ciudad de la Trinidad. Cuéntase en suma el suceso de la jornada.

Capítulo XVII, en el cual se escribe cómo Don Lope de Horozco, pretendiendo edificar y poblar la villa de La Palma que se había despoblado, salió con gente del pueblo de la Trinidad y cuando llegó a los Colimas halló a Don Gutierre de Ovalle con gente dentro, que la habían ya reedificado, lo cual visto por Don Lope se salió al Reino por la vía de Mariquita.

Capítulo XVIII, en el cual se escribe cómo a pedimiento del cabildo de Muso fue segunda vez proveído Don Lope de Horozco por corregidor, y cómo después de haber estado algunos días en Muso fue proveído Antonio de Hoyos para que le tomase residencia y le enviase por corregidor a la villa de La Palma, y cómo después se salió Hoyos y quedó el pueblo sin corregidor y los alcaldes enviaron a deshacer cierta junta de indios, que en Topo se hacía para venir sobre el pueblo.

Capítulo XIX, en el cual se escribe cómo por la gran pobreza y necesidad que en Muso había, no quería ir ningún corregidor allá, y cómo el doctor Venero, presidente, proveyó por corregidor a Cepeda de Ayala y dio orden de que entrasen soldados a ayudarla a sustentar, y cómo en este tiempo fueron descubiertas las minas de las esmeraldas.

Capítulo XX, en el cual se escribe cómo por la divulgación de las esmeraldas que se habían descubierto, fue proveído Penagos por corregidor de Muso, y cómo Cepeda de Ayala entró en Muso y repartió las minas, y dende a poco tiempo entró Penagos en su lugar, y cómo fue a sacar esmeraldas de comunidad y cómo, por matar los indios a Valdelamar y a Zerrona, se tornaron generalmente a rebelar.

Capítulo XXI, en el cual se escribe cómo Juan de Penagos se salió de Muso y cómo Morzillo, a quien Penagos dejó por su teniente, salió con gente a pacificar los naturales de la parte y poblaciones de Topo.

Capítulo XXII, en el cual se escribe cómo Penagos tornó a entrar en Muso con más cumplidas comisiones que de antes, y halló los indios obstinados en su rebelión; los cuales no pudo pacificar, y cómo fue proveído segunda vez Cepeda de Ayala por corregidor y juez de residencia contra Penagos; el cual, entrado en Muso, fue a la villa de La Palma y hizo que los términos de los dos pueblos se echasen y amojonasen.

Capítulo XXIII, en el cual se escribe cómo Cepeda de Ayala repartió los indios de este pueblo de la Trinidad y fueron encomendados por el presidente, y cómo después de esto se entendió en la pacificación de los naturales por medio de Benito de Poveda y del propio corregidor, que los redujeron a servidumbre que algunos llaman paz o dominio del Rey.

Capítulo XXIV, en el cual se escribe cómo Poveda, entendiendo que los naturales de las poblaciones de Topo se habían rebelado, fue a ellos con gente y los halló pacíficos, y cómo Cepeda de Ayala, después de haber venido última vez del Reino, pobló las minas de las esmeraldas y salió tras Juan Patiñon, que había ido de su autoridad con gente a buscar minas de oro.

Capítulo XXV, en el cual se escribe cómo Cepeda de Ayala salió en busca de minas de oro y fue a dar a la ciudad de Vélez y de allí se volvió a entrar en Muso y fueron descubiertas minas de oro por Poveda. Conclúyese aquí la guerra y conquista de los españoles y dícese los muchos que en esta tierra han sido muertos.

Capítulo XXVI, en el cual se escribe la manera de las vetas y tierra donde se sacan y crían y hallan las esmeraldas de Muso, y algunas ceremonías y costumbres de los naturales de esta provincia.
| LIBRO DECIMOTERCIO | 13 .

Capítulo I, en el cual se escribe cómo los vecinos de Pamplona pidieron en el audiencia que se les diese licencia para poblar una villa en el valle de Santiago, y cómo les fue dada y nombrado por capitán para el efecto por el audiencia al capitán Juan Maldonado, vecino de Pamplona.

Capítulo II, en el cual se escribe cómo Maldonado salió de Pamplona con gente, y pasando por el valle de Cúcuta fue a Cania, población de antigua fama, y de allí, enviando primero a descubrir, se pasó al valle de Quenemari y le salieron los indios de paz.

Capítulo III, cómo los españoles y su capitán salieron de Quenemari y pasando por Asna entraron en el valle de Santiago, donde poblaron la villa de S. Cristóbal. Trátase de la manera de gente y fertilidad de este valle de Santiago.

Capítulo IV, en el cual se escriben algunas bárbaras costumbres de los indios del valle de Santiago.

Capítulo V, en el cual se escribe cómo los españoles para su seguridad hicieron en la villa un fuerte de tapias donde se recogían, y cómo el capitán Maldonado con veinte y cinco hombres fue a descubrir los valles del Spiritu Santo y Corpus Christi y se volvió a la villa.

Capítulo VI, en el cual se escribe las discordias que entre los vecinos de Pamplona y la villa de S. Cristóbal hubieron sobre la jurisdicción y términos, y lo que sobre ello se hizo, y cómo el capitán Maldonado descubrió el valle de S. Agustín.

Capítulo VII, en el cual se escribe cómo Hernán Martín Peñuelas fue con gente a descubrir las poblaciones de Burba por mandado de Maldonado y fue rebatido y desbaratado de los indios.

Capítulo VIII, en el cual se escriben las crueles muertes que los indios dieron a Medina y a Baracaldo, sus encomenderos, y el castigo que por ello se hizo.
| LIBRO CUARTODECIMO | 14.

Capítulo I, en el cual se escribe cómo Ospina salió a contar ciertas casas de indios por mandado del cabildo de Victoria, y metiéndose la tierra adentro con gente que la llevaba, pobló la ciudad de nuestra Señora de los Remedios.

Capítulo II, cómo el audiencia teniendo noticia de la poblada de los Remedios, envió a prender al capitán y oficiales del pueblo, y a que despoblasen, y cómo después fue proveído el capitán Sauzedo que mudó el pueblo al valle de S. Blas.

Capítulo III, en el cual se escribe cómo a pedimiento de algunas personas, se le tomó residencia al capitán Sauzedo, en cuyo lugar fue proveído Gabriel de Vega, y después de esto a Pedro Pablo de Salazar, vecino de Arma.

Capítulo IV, en el cual se escribe cómo Bernardo de Loyola salió de los Remedios con gente, por comisión de Antonio Bermúdez, corregidor de aquel pueblo y pobló la ciudad de Guadalupe.

Capítulo V, en el cual se escribe cómo los españoles que poblaron a Guadalupe pasaron adelante en busca de gente y naturales que les pudiesen sustentar, y dieron en unas montañas despobladas donde hubieran de perecer de hambre, y lo que les sucedió hasta alojarse en un buhío donde hallaron comida.

Capítulo VI, en el cual se escribe cómo, pasando adelante Loyola con los españoles, llegó al río de la Cimitarra, donde le mataron tres soldados y otros tres escaparon nadando, y cómo los naturales alzaron y quemaron las comidas que tenían, por lo cual se volvieron a salir de las montañas, al sitio y lugar donde se había poblado la ciudad de Guadalupe.

Capítulo VII, en el cual se escribe cómo Don Diego de Carvajal, por comisión del audiencia, fue a Guadalupe y prendió los alcaldes y corregidores, y cómo, volviéndose a salir y enviando por su teniente a Juan Velasco, por consejo del mismo Carravajal se volvieron los españoles al río de la Cimitarra. Cuéntase lo que allí les sucedió hasta la víspera de Santiago.

Capítulo VIII, en el cual se escribe lo demás que sucedió a los españoles en el palenque donde estuvieron alojados en las riberas de la Cimitarra hasta que se volvieron a salir y | despoblaron de todo punto la ciudad de Guadalupe.

Capítulo IX, en el cual se escribe y prosigue y da fin a las cosas de la ciudad de los Remedios y suceso de ella.
| LIBRO QUINTODECIMO | 15 .

Capítulo I, en el cual se escribe cómo Don Antonio de Toledo, siendo alcalde de Mariquita, salió con gente cautelosamente con título y color de que iba a correr los términos de este pueblo y se metió por la tierra de los Colimas con designio de poblar un pueblo; escríbese la causa del correr de estos términos y cómo o por qué son llamados Colimas los indios de esta provincia de la villa de la Palma, y lo que sucedió a Don Antonio en el ínterin que estuvo alojado en la loma de Caparrapi.

Capítulo II, en el cual se escribe cómo Don Antonio, bajando al valle de Carrapi, se empuyó, de que estuvo muy malo y se tornó a retirar a la loma donde antes había estado, hasta que mejoró y se quiso salir y volver a Mariquita, y a ruego de los soldados lo dejó de hacer. Trátase la causa por que muchos indios comarcanos de este Reino no se han convertido ni convirtieron con la facilidad que los del Perú y Nueva España lo hicieron y han hecho.

Capítulo III, en el cual se escribe la muchedumbre de los bárbaros que vinieron sobre el alojamiento de los españoles a dar guazabara y cómo fueron desbaratados y ahuyentados con pérdida y daño suyo, y cómo Don Antonio salió por cierta parte de la provincia y le salieron de paz algunos indios y hubo a las manos a un cacique indio Panche retirado entre los naturales, lo cual hecho, se volvió al alojamiento de Calamoyna.

Capítulo IV, en el cual se escribe cómo después de haber andado Don Antonio toda la mayor parte de la provincia de los Colimas y haberles salido de paz los indios y naturales de ella, entró con toda la gente a la loma de Minipi, donde pobló la villa de la Palma.

Capítulo V, en el cual se escribe cómo Don Antonio se salió de la villa de la Palma a dar cuenta al audiencia de lo que había hecho, donde fue preso y en su lugar proveído a Juan de Otálora. Escríbese cómo los indios de la Palma se alzaron y mataron muchos indios ladinos y después hirieron y mataron algunos de los españoles que les fueron a castigar.

Capítulo VI, en el cual se escribe cómo Juan de Otálora envió españoles a hacer el castigo de los indios que habían sido matadores, y cómo los indios se juntaron y dieron en los españoles y hirieron algunos de ellos y los forzaron a que de noche se retirasen, y cómo Juan de Otálora con toda la gente se retiró y dejó desierto el pueblo de la Palma.

Capítulo VII, en el cual se escribe cómo Don Antonio de Toledo y Don Gutierre de Ovalle volvieron a la provincia de los Colimas y fue por mano de Don Antonio reedificada la villa, y del estrago que Pedro Fernández Higuera hizo en los indios, hasta que se encontró con Don Lope de Horozco.

Capítulo VIII, en el cual se escribe cómo Don Gutierre mudó el pueblo o villa a Itoco y envió a Pero Fernández con gente a pacificar tierra. Escríbese aquí lo que un indio hizo y dijo desque los españoles le prendieron hasta que fue muerto.

Capítulo IX, en el cual se escribe cómo los españoles y Pero Fernández, caudillo, prosiguieron su pacificación, en la cual fue muerto el caudillo y fue por ellos elegido por caudillo Alonso Molina, que siguió la conquista hasta que se volvió al pueblo donde estaba Don Gutierre. Escríbese el suceso de la guerra.

Capítulo X, en el cual se escribe cómo Don Gutierre visitó lo que faltaba de la tierra y le salieron de paz los indios, y de la segunda traslación del pueblo que hizo adonde ahora está, y cómo repartió los indios de la provincia y le fue quitado el cargo de corregidor de la villa.

Capítulo XI, en el cual se escribe cómo Don Lope de Horozco fue por corregidor a la villa de la Palma y el poco tiempo que gobernó, y lo que en él sucedió y se hizo en esta villa.

Capítulo XII, en el cual se escribe cómo Cepeda de Ayala fue por corregidor a la villa de la Palma y de allí á Muso y dende a poco tiempo le fue quitado el cargo de Muso y volvió a la Palma y fue en descubrimiento del desembarcadero del Río Grande, y lo que en ello le sucedió.

Capítulo XIII, en el cual se escribe cómo Cepeda de Ayala fue a buscar minas de esmeraldas, y después de esto quiso volver a descubrir el puerto del Río Grande y se volvió del camino y se salió al Reino, y cómo los vecinos o el cabildo enviaron a Juan Esteban con gente a pacificar los rebeldes.

Capítulo XIV, en el cual se escribe cómo Don Antonio fue proveído por corregidor de esta villa y entró en ella y entendió en la pacificación de los indios que estaban rebeldes, y dejándolos casi a todos de paz se volvió a Mariquita, donde era vecino.

Capítulo XV, en el cual se escribe cómo Don Antonio volvió a la villa y repartió los indios y el presidente los encomendó, y después fue por corregidor Hernán Velasco a la villa de la Palma.

Capítulo XVI, en el cual se escribe la disposición de la tierra y temple de la Palma y algunos de los ritos y ceremonias que los naturales tienen y usan.
| LIBRO SEXTODECIMO | 16 .

Capítulo I, en el cual se escriben los daños que los indios Pyjaos hacían en los pueblos comarcanos, y cómo para castigarlos y poblar un pueblo fue por el audiencia Real nombrado por capitán Domingo Lozano, vecino de Ibagué.

Capítulo II, en el cual se escribe cómo de Tocayma e Ibagué salieron los soldados de Domingo Lozano y se juntaron en el río de Saldaña y de allí, marchando por las faldas del cerro nevado de Páez, fueron a salir a los altos del valle de Neyba.

Capítulo III, cómo hallando camino los españoles bajaron de los órganos de Neyba y caminando por la falda de la cordillera y castigando los indios, se alojaron en la loma de las Carnicerías donde tuvo noticia el gobernador de Popayán de ellos y pretendió estorbarles la jornada. Escríbese quién fue el primer descubridor de Páez y lo que en ellos ha pasado.

Capítulo IV, cómo los españoles y Lozano, su capitán, llegaron a Guanaca, repartimiento de la villa de la Plata, y de allí pasaron a la sabana de la puente de las piedras y tuvieron de paz los caciques Anaucyma y Esmiqua y sus sujetos, y cómo fueron a dar vista cuarenta soldados a la población de Auirama.

Capítulo V, cómo los españoles pasaron a Esmisa y de allí entraron en Abirama y saquearon la población sin recibir daño alguno, y lo que en el camino les sucedió con unos indios Abiramaes.

Capítulo VI, en el cual se escribe cómo fue poblada la ciudad de S. Vicente de Páez, y algunos reencuentros que los indios tuvieron con los españoles, y la muerte de un muchacho que tomaron a manos, y el castigo que sobre ello se hizo.

Capítulo VII, en el cual se escribe el temor que los españoles cobraron de la guazabara pasada, y cómo fueron reprendidos de ello por su capitán y algunas emboscadas que se hicieron, y cómo Pedro Gallegos fue con gente a las poblaciones de la otra banda del río Páez y lo que en ella le sucedió.

Capítulo VIII, en el cual se escribe cómo un indio, señor de las salinas de Páez, salió de paz, y la entrada del capitán Narbaez en esta tierra, y cómo los españoles levantaron sus toldos y caminaron la vía de Páez a buscar sitio para fijar el pueblo, y lo que en el alojamiento de Tarabira les sucedió.

Capítulo IX, en el cual se escribe cómo el capitán Lozano se partió del alojamiento de Tarabira, y bajando con grande peligro de su gente al río de Páez, caminó por las riberas de él y se fue a alojar a la mesa de Páez donde el pueblo se había de fijar.

Capítulo X, en el cual se escribe las propiedades y condiciones del sitio donde se pobló la ciudad de San Vicente de Páez, y cómo fue fijada por el capitán Domingo Lozano, y otras cosas que sucedieron hasta que Juan de Olmo salió a pedir socorro a Popayán.

Capítulo XI, en el cual se escribe algunas muertes de españoles que comenzaron a haber en esta provincia por la desorden de algunos soldados y la hambre y necesidad que de comida se padecía entre los españoles, por no ser parte para correr la tierra por falta de municiones y gente.

Capítulo XII, en el cual se escribe cómo les entró socorro a los de Páez por mandado del licenciado Valverde y luego salió el capitán Domingo Lozano a correr la tierra y a pacifícarla, y lo que en esta salida le sucedió hasta que llegó a la población de Abuguima.

Capítulo XIII, de cómo Juan de Olmo volvió a Páez con socorro que el gobernador de Popayán le dio, y como con él entró el cacique de Guambia Don Diego con muchos de sus sujetos, y el castigo que el capitán Lozano salió a hacer por la tierra, por temor del cual se efectuó la paz de aquella provincia. Escríbese aquí un convite que el señor de Guambia hizo a lo españoles.

Capítulo XIV, en el cual se escribe el guerrear de los indios de Páez y cuán favorable les es la tierra para ello, y cómo el capitán Domingo Lozano por su persona y por medio de Juan de Olmo, su caudillo, acompañado de los españoles, hicieron muchas salidas por la provincia a apaciguar y asegurar los amigos y castigar los rebeldes. Escríbese lo sucedido hasta la subida del morro de Quiminche.

Capítulo XV, en el cual se escribe cómo el capitán Domingo Lozano repartió los naturales entre los soldados que lo habían trabajado, y de cómo por no quitar ocasiones y desórdenes se comenzaron a alzar y rebelar lo indios y vino a haber rebelión general de los naturales en la provincia.

Capítulo XVI, cómo Domingo Lozano envió a pedir socorro de gente y municiones y comida a Popayán y el gobernador Don Alvaro envió Don Francisco de Velalcázar con ello y lo hizo su teniente de aquel pueblo, y lo que en él hizo Don Francisco hasta la toma del peñol de Suya. Escríbese cómo fue dado este pueblo por de la gobernación de Popayán.

Capítulo XVII, en el cual se escribe cómo los indios de Suyn hubieran de matar los españoles a la bajada del peñol y cómo, vueltos al pueblo, Don Francisco se fue a Popayán, y Domingo Lozano pacificó la tierra y trajo la paz | 17 .

11 La palabra “undécimo” procede de la enmienda hacha a la palabra “duodécimo”. Véase nota 3.
12 La palabra “duodécimo” reemplaza a |décimo tercio, tachada en el original. Véase nota 3.
13 La palabra “décimotercio” procede de la enmienda de “décimocuarto”. Véase nota 3.
14 La palabra “cuartodécimo” reemplaza a |décimo quinto, tachada en el texto. Véase nota 3.
15 La palabra “quintodécimo” reemplaza a |décimo sexto, tachada en el texto. Vease nota 3.
16 La palabra “sextodécimo” reemplaza a |décimo séptimo, tachada en el texto. Al margen, la palabra: “ojo”. Véase nota 3.
17 Al comparar el texto de estos capítulos con los encabezamientos que contiene el manuscrito se observan varias discrepancias menores. Demuestra también algunas enmiendas y correcciones, que no indicamos por su poca importancia.

LIB | RO PRIMERO
En el libro primero se trata del descubrimiento y primer fundación de la ciudad de Santa Marta y de su primer gobernador, con los demás gobernadores que en ella hubo hasta el doctor Infante, en cuyo tiempo fue dada al Adelantado de Canaria, y de muchas y particulares jornadas y descubrimientos que se hicieron en tiempo de los Gobernadores; y de la tierra y valle de Tayrona, y otras provincias que se descubrieron; con la declaración de lo que significa y es el título y nombre de encomienda y encomendero, y apuntamiento y repartimiento, etc., y de muchos capitanes y personas señaladas que en Santa Marta hubo en el tiempo dicho | 1 .

|Capítulo primero que trata de algunas opiniones que hay y ha habido acerca del origen de los indios y gentes naturales del Nuevo Mundo de las Indias y de donde proceden. Folio 1.

Capítulo segundo. De cierta opinión que hay acerca de haber tenido noticia don Cristóbal Colón, de las Indias y de cómo y en qué tiempo fueron por él descubiertas y en vida de qué pontífice romano y rey de España y emperador romano. Folio 4 | 2 .

|Capítulo primero |Que trata de quién fue el primer descubridor de Santa Marta, y de la calidad de la tierra y valle de Tayrona.

En nuestros tiempos, más que en ninguno de los siglos pasados, se halla estar las letras más encumbradas y subidas que nunca jamás estuvieron, así por ser muchos los que a ellas se han dado, como, por florecer excelentes y famosos varones en todo género de letras, especialmente en nuestra España, donde personas principales y poderosas han fundado muchos y diversos colegios, donde no sólo los naturales puedan ser a poca costa enseñados, pero los extranjeros que con virtuoso celo quisieren darse al estudio de las letras. Y ya que en esto con justa causa podamos decir que los de nuestra España excedieron a los griegos, los griegos les hicieron ventaja en tener cuenta con los militares hechos de sus naturales, los cuales perpetuaron con la memoria de sus versos, con los cuales no sólo hicieron notorias las hazañas de los que descubrían nuevas provincias y sujetaban nuevos reinos, pero a los que inventaban cualquier arte, aunque fuese de poca suerte. Y si en tiempo de los griegos las Indias Occidentales fueran descubiertas, pobladas y pacificadas 3, yo soy cierto que la memoria de los que las han descubierto y poblado | 4 estuviera más fresca y clara de lo que está, porque es verdad, y así lo afirmo de parte de lo que he visto y entendido, que son y han sido muchos más los descubrimientos que en silencio se han pasado, por defecto de ser pobres y sin riquezas, y no haber habido quién quisiese hacer memoria de ellos, que los que se han escrito, y sal, no se halla memoria de quien fueron los primeros descubridores de muchas provincias que en las Indias se han descubierto.

Esto he venido a tratar por la provincia y ciudad de Santa Marta, de cuyo origen me es necesario escribir con todos sus sucesos, por saber salido de ella, y por mano de su gobernador, la gente que pobló al Nuevo Reino de Granada, de quien particularmente es esta historia, del cual, aunque con toda diligencia lo he procurado saber, no he hallado cosa cierta, sino diversas y varias opiniones entre los antiguos que en esta provincia estuvieron y anduvieron, y esto es en cuanto toca al primer descubridor de esta provincia, porque unos atribuyen su primer descubrimiento a don Rodrigo de Bastidas, poblador y fundador de Santa Marta, diciendo que éste, como persona poderosa o rica, que residía en la Isla española de Santo Domingo, viniendo o pasando a tierra firme a hacer esclavos, la descubrió, y en ella rescató con los naturales, de donde le quedó codicia mediante el oro que de rescates hubo de procurarla por gobernación y poblarla. Otros lo atribuyen a Pedrarias de Avila, que el año de catorce pasó por gobernador de Castilla del Oro, que era en las provincias del Darién, y llevando consigo mil quinientos hombres los envió a poblar a diversas partes, y que una parte de ellos fueron, o aportaron a Santa Marta y la descubrieron.

Pero la más cierta y probable opinión, por dicho de personas muy antiguas que aún hoy viven, es que no sólo esta provincia de Santa Marta, mas todo lo que hay de costa desde Cartagena hasta el Cabo de la Vela, fue descubierto el año de noventa y ocho, por un Juan de Ojeda, que vivía de hurtar o rescatar esclavos, saliendo con sus navíos de Santo Domingo de la Isla española, y corriendo toda esta costa y tierra que he dicho, de la cual le pareció más rica y acomodada para sus rescates la provincia de Santa Marta, y para rescatar más seguramente con los naturales hizo cierta fortaleza de tierra más arriba de donde está hoy poblada Santa Marta, donde dicen el Anconcito, cuyas ruinas y paredones a manera de antigualla se parecieron y vieron mucho tiempo después; y con este Juan de Ojeda se halló Bastidas en este descubrimiento de Santa Marta, de donde después de muerto Ojeda, vino él a darse a los rescates, y a cursar el viaje de Santa Marta, y a tener más claridad y noticia de lo que la tierra era, por donde, como he dicho, vino después a pretenderla por gobernación y a poblana.

Está esta provincia de Santa Marta en la costa de tierra firme, veinte o veinticinco leguas apartada del río grande de la Magdalena, hacia la parte del sur, o por más claridad, del Cabo de la Vela. En esta provincia, donde caen las sierras y valles que dicen de Tayrona, famosas por la mucha riqueza de oro que afirman los antiguos poseer los naturales de estas sierras, y por la mucha belicosidad de los propios naturales, los cuales mediante sus ardides de guerra y bríos obstinados con que han defendido sus tierras y patrias, se han conservado y conservan en su libertad y gentilidad. A los cuales ha favorecido y favorece mucho la fortaleza de que naturaleza acompañó aquella serranía. De suerte que si no es por donde dicen el valle de Upar, no pueden subir caballos a lo alto donde están las poblaciones, de quien adelante en su lugar trataremos más particularmente.

Es Santa Marta lo bajo donde los españoles poblaron tierra caliente y seca, aunque llana, y no bien sana; tiene muy buen puerto y, surgidero para los navíos. Está esta provincia a poco más de once grados. La gente es de buena disposición y bien agestada, y andan vestidos con ciertas mantas de algodón que ellos mismos hacen, de los cuales asimismo iremos tratando en el discurso de la historia; y acerca de los indios quiero advertir aquí de una cosa a los que lo ignoren, porque muchos han estado en Indias y lo saben, y con los tales yo no hablo; y es que por la mayor parte, y aun casi generalmente, todos los indios de las Indias son lampiños, sin barba ninguna en el rostro, y si algunos la tienen, es muy poca, o ninguna, y a los que les nace o nacía antes que tuviesen trato con los españoles, se la pelaban sin que dejasen crecer pelo de ella; ahora algunos viendo el mucho caso que los españoles hacen de la barba, si alguna les nace la dejan crecer y no se desprecian de traerla, y toda es gente muy morena, aunque en unas partes más que en otras, y lo mismo es en las disposiciones de los cuerpos, que los de unas provincias son más crecidos y más robustos que los de otras, de lo cual también se irá apuntando por su orden, como fuéremos tratando de las poblaciones de los pueblos, y descubrimiento de las provincias.

|Capítulo segundo Que trata de quién fue el primer fundador y gobernador de la ciudad de Santa Marta, y de la gente que vino y se halló en su fundación.

De cualquiera de las maneras que he referido que la provincia de Santa Marta se descubrió, Rodrigo Bastidas tuvo entera noticia de ella por su particular trato y rescates, de donde, como he dicho, vino a tomarle afición y a procurar poblarla y gobernarla. En efecto, él vino a ser gobernador de ella el año de veinte conducto del emperador, o por el Consejo Real de las Indias, o por la Audiencia Real de Santo Domingo, porque de esto no hay ninguna evidencia más de que, estando Bastidas en Santo Domingo, como vecino de aquella ciudad y uno de los primeros pobladores, aunque, como he dicho, se aprovechaba de los rescates, fue nombrado por gobernador de la provincia de Santa Marta, y para haberla de poblar aderezó un navío y metió en él ochenta hombres bien aderezados, y nombrando por capitán de ellos a un capitán Samaniegos, los envió a que le esperasen en la provincia de Santa Manta, porque él se quedaba haciendo y juntando más gente para ir luégo en su seguimiento.

Samariegos, con sus ochenta hombres, llegó al puerto de Santa Marta, donde surgió y saltó en tierra con su gente y compañeros, a los cuales los indios recibieron amigablemente, creyendo que no hubiera más conversación que la de hasta allí, que después de hechos sus rescates luégo se iban, y así los hospedaron y proveyeron de lo necesario a su sustento, hasta que vino Rodrigo de Bastidas, el cual armó en Santo Domingo otro navío grande, o nao, y juntó doscientos hombres y se proveyó de muchas cosas necesarias a su jornada, que fueron causa de empenarse y endeudarse en cantidad de pesos de oro, así de la hacienda real como de particulares; por lo cual la Audiencia Real no le quería dar licencia ni consentir que saliese de la ciudad, y viendo esto Rodrigo de Bastidas, deseando que el trabajo que hasta allí había puesto, no fuese en vano sino que hubiese efecto, aunque fuese por mano de tercera persona, determinó de enviar la gente que tenía hecha a Santa Marta, y encargarla toda a Samaniegos, a quien antes había enviado para que poblase o hiciese lo demás que le pareciese; y poniéndolo por obra, embarcó toda su gente en el navío que estaba surto en el río de Santo Domingo llamado Orzama. Y ya que se querían hacer a la vela, llegose Bastidas al muelle o ribera del río a despedir o despedirse de su gente, que ya estaba embarcada, los cuales, como le viesen, saltaron algunos de ellos en el batel, y llegándose a tierra adonde Bastidas estaba, dando a entender que se venían a despedir de él, le tomaron los que en el batel iban, y forzosamente le metieron dentro y se lo llevaron al navío, y luégo, sin detenerse punto, se hicieron a la vela, antes que la Audiencia pudiese enviárselo a quitar. Porque esta gente, deseosa de ganar fama y honra, parecíales, y con mucha razón, que si no llevaban consigo a su gobernador y capitán general, que en poder de ningún mercenario no harían ni efectuarían lo que deseaban; antes se les representaba una diversidad de discordias y diabólicas contiendas por los inquietos ánimos de algunos bulliciosos soldados que consigo llevaban (según que después sucedieron) con llevar y te­ner presente la persona de su gobernador Rodrigo de Bastidas, el cual con próspero tiempo, llegó a la provincia de Santa Marta, donde halló la demás gente que antes había enviado, y echando los soldados que consigo llevaba, en tierra, dio con el navío al través, porque la gente perdiese la esperanza de volver a la mar, y el navío que primero había venido a Santa Marta con el capitán Samaniegos, envió con el propio capitán y cierta gente a hacer esclavos a la costa del Nombre de Dios, para enviar algún oro a sus acreedores a Santo Domingo, y luégo hizo reseña de la gente que en tierra le quedaba, la cual repartió por compañías y escuadras de cincuenta en cincuenta hombres, encargándolas a personas principales como capitanes de aquellas compañías, y luégo fundó y pobló la ciudad de Santa Marta, según algunos, año de dos, y otros, año de veinte y dos, nombrando sus alcaldes y regidores, y los otros ministros de justicia y republica necesarios para la administración y buen gobierno de la ciudad, lo cual concluido y efectuado, determino el gobernador de dan orden en aquella tierna y pueblos de los naturales que se viesen y visitasen porque si se hubiesen de repartir y encomendar en los vecinos y pobladores de aquel pueblo se supiese lo que a cada uno se había de dar.

|Capítulo tercero |Que trata de cómo el gobernador Bastidas se fue a visitar las poblaciones de los naturales, y de cómo ciertos capitanes y personas principales ordenaron de matarle, y aunque el motín se descubrió no lo quiso remediar, por lo cual intentaron darle la muerte; y aunque lo hicieron no salieron con ello.

Poniendo en efecto el gobernador Bastidas, según que ya lo tenía determinado, el salir a visitar los pueblos y naturales comarcanos a Santa Marta, tomó consigo la mitad de la gente española que allí había, y metiose a la tierra adentro por los pueblos de los indios, los cuales lo recibieron de paz y amigablemente, y le ofrecían y daban de presente de las riquezas que tenían y poseían, cantidad de diez y ocho mil pesos de oro fino.

Entre algunos de los que en el pueblo habían quedado, reinando en ellos la envidia, mal diabólico, fue concertado y tratado de dar la muerte al gobernador, porque les parecía que demás de ser indignamente Rodrigo de Bastidas gobernador de una provincia y tierra tan rica, que ellos no participarían ni habrían parte del tesoro que al gobernador habían ofrecido los naturales; y teníalos tan ciegos la avaricia y codicia de ver en su poder alguna parte de aquellas riquezas, que entendían no poder haber efecto su malvada avaricia si no fuese con la muerte de su gobernador.

Hubo un soldado, persona de quien se hacía mucho caso, y aun algunos afirman que lo dejaba, o había dejado por su teniente y capitán | 5 en la ciudad de Santa Marta el gobernador Bastidas, y que tenía muy particular cuenta con su persona, honorificándola como era razón; éste convocó y atrajo a su opinión la más de la gente ociosa que en Santa Manta había quedado, para que luégo que el gobernador Bastidas fuese vuelto, lo matasen y se alzasen con la tierra y riquezas de ellas. Esta conspiración permitió Dios Todopoderoso que fuese descubierta, aunque no fue creída ni remediada por el gobernador con la severidad y diligencia que era necesario, lo cual le hubiera de costar la vida, porque como uno de los Conspiradores, que era alcalde en Santa Marta, cayese enfermo y se viese en lo último de su vida, movido con celo cristiano para estorbar el daño y muertes futuras, manifestó el motín y conjuración a cierta persona amiga y familiar de Rodrigo de Bastidas, el cual luégo dio aviso de todo ello al gobernador, que aún todavía andaba en su visita la tierra adentro, y recibiendo las cartas, no hizo caso de lo que por ellas le avisaban, creyendo que ningún género de envidia ni codicia fuese ni pudiese ser parte para interrumpir el vínculo de amistad que entre él y sus amigos (en especial de aquel que decían lo intentaba) había; de suerte que por mano de aquel en quien él tánta confianza hacía, esperase recibir la muerte. Echando de sí semejante sospecha el gobernador Bastidas como cosa fabulosa, no hizo caso del aviso que se le había dado, según he dicho, y desde a pocos días se volvió sin ningún recelo de recibir daño, a Santa Marta, donde estaban, no habiendo perdido punto de su primer acuerdo, deseaban verle ya en el pueblo para darle una muerte tan miserable y trabajosa cual se la tenían ordenada y tramada.

Llegado a Santa Marta Rodrigo de Bastidas; acerca de su opinión hizo de menos crédito que de antes el aviso que se le había dado del motín que contra él había, en hallar toda la gente del pueblo muy sosegada y reposada, y sin señal de bullicio ni tumulto alguno. Porque como este gobernador era de ánimo sencillo y sosegado y reposado, y de mucha confianza, parecíale que los ánimos de todos los hombres se debían juzgar por las apariencias y ceremonias exteriores, y que debajo de aquéllas no podía haber otro doblez ni cosa fingida en contrario de lo que cada uno exteriormente mostraba, lo cual le significaban y daban a entender los que procuraban su muerte interiormente, cursando con más continua familiaridad su casa que de antes, hasta que la fortuna les ofreciese tiempo ocasionado para poner en efecto sus designios, no mirando en esto el riesgo que el secreto de los casos arduos corre con la dilación y tardanza en el efectuarlos.

Mas como el gobernador Bastidas tuviese costumbre de que a la puerta de su casa se hiciese vela de soldados o guardia cada noche, cupo su tiempo a la gente que a su cargo tenía un capitán que era uno de los de la liga, el cual, como con los demás del motín hubiese comunicado la orden que en efectuarlo se había de tener, y el tiempo les hubiese puesto la ocasión en las manos, sucedió que una noche echó de vela dos soldados de poca suerte, para más disimuladamente matar al gobernador. Porque estos perversos hombres, aunque estaban obstinados en efectuar esta maldad, pretendían hacerla por mano ajena, y con cierta color, de suerte que ya que el gobernador muriese, no se entendiese que ellos le habían dado la muerte; y así concertaron con tres soldados, hombres de desvergonzado atrevimiento, que dándoles lugar entrasen y diesen de puñaladas al gobernador, y sin ser sentidos saliesen, y se echaría fama y pondría sospecha, en diversas personas, de suerte que ellos no peligrasen. Yendo, pues, el capitán la noche que tenían señalada a visitar las velas, halló que una dormía, y la otra velaba, a la cual envió a su posada con título que le hiciese traer de beber; porque como la tierra es cálida a cualquier hora de la noche incita a beber, con lo cual tuvieron lugar de entrar, sin ser vistos ni sentidos los tres soldados a quien estaba cometida la muerte del gobernador, el cual como era ya hombre mayor, y cargado, y la tierra cálida, dormía descubierto y descuidadamente. El uno se quedó guardando una puerta, porque si hubiese ruido y acudiese gente, pudiese defenderles la entrada, y los otros determinaron entre sí de degollar al gobernador por parecerles que con menos ruido lo podrían matar de aquella suerte que apuñalado, y como para este efecto pusiesen un puñal o daga bota, y que cortaba mal, en la garganta del gobernador, fue primero sentida que pudiese cortar los gaznates y guarguero, y acudiendo con las manos a favorecer el detrimento en que estaba la garganta, asió con fuerza la daga, de suerte que con ella no le pudieron hacer daño, aunque con otra que el otro compañero llevaba le dieron ciertas heridas, de que creyeron haberle muerto, porque como el gobernador y algunas indias de servicio, que en su propio aposento dormían, diesen voces y apellidasen el socorro de la gente del pueblo, y con la presteza necesaria no le favoreciesen por ser ya medianoche y estar todos durmiendo, fingiendo estar muerto de las heridas que le habían dado, se dejó caer de la cama abajo, y creyendo ser cierta su muerte, se salieron los tres soldados del aposento, y porque ya acudía alguna gente con hachas encendidas, se escondieron tras de una puerta de las de la calle, cubriéndolos con sus espaldas el dicho capitán, que fingía llegar a socorrer 6 al gobernador, aunque él y los demás de la liga bien creyeron que quedaba muerto, y así no dejaban entrar a nadie a donde don Rodrigo de Bastidas estaba, hasta que casi toda la gente del pueblo fue junta, y fingiendo ignorancia en el negocio, entraron todos de tropel, leales y desleales, y alzaron al gobernador del suelo donde le hallaron caído y poniéndolo sobre la cama, luégo procuraron poner sospechas en particulares personas, diciendo que por entrar a dormir con las criadas del gobernador habían intentado aquella maldad; y así sobre ello prendieron a algunos que de todo punto ignoraban la maldad. Un soldado llamado Palomino, y otros principales amigos del gobernador, que no habían sido consentidores de esta maldad, luégo convocaron y juntaron algunos amigos suyos, personas sin sospecha, presumiendo la traición de los principales del motín 7 y de los otros sus aliados, y poniendo competente guarda en la persona del gobernador, le procuraron curar las heridas que le habían dado, no consintiendo que le entrase a ver ninguna de aquellas personas contra quien había presunción y sospecha que eran en la traición.
| Capítulo cuarto | Que trata de cómo los amotinados con cierta cautela intentaron de acabar de matar al gobernador Bastidas, y como no salieron con ello se metieron la tierra adentro | 8 .

Como fuesen pasados tres días después de haber herido al gobernador Rodrigo de Bastidas, y los que procuraban su muerte entendiesen y supiesen que era vivo, reinaba en ellos mayor maldad y deseo de acabarle de matar, pareciéndoles que si vivía los podría castigar con rigor, conforme a como su maldad lo merecía; y así con este tirano deseo, el capitán intentó otro nuevo modo de traición, con el cual pensó enlazar o enredar toda la gente del pueblo, y fue que publicando que deseaba la salud y vida del gobernador Bastidas, hizo llamamiento y junta de toda la más de la gente que en el pueblo había, diciendo que era justo y necesario que se juntasen y congregasen todos los del pueblo para que con ánimos devotos se hiciesen procesiones y rogaciones a Dios nuestro Señor por la salud y vida del gobernador; y como la gente en alguna manera ignorase la maldad de este hombre, fácilmente con esta color fueron juntos en su propia casa con los demás sus secuaces, donde mudando la plática primera y convirtiéndola en otra nueva y revocada ponzoña, les dijo: que él los había llamado con santo celo y propósito de que todos juntos, y de conformidad fuesen en procesión a suplicar a nuestro Señor Dios por la salud y vida de su gobernador, el cual después había sido certificado por muchas personas que verdaderamente era muerto y pasado de esta presente vida, y que algunos se fingían ser muy amigos y servidores al gobernador malvadamente publicando estar vivo, a fin de en teniendo navíos de embarcarse con todo el oro que en aquella tierra se había habido, de lo cual dignamente merecían su parte cada uno de los que presentes estaban, pues lo habían trabajado y sudado, como los que en su poder lo tenían; por tanto, que le parecía cosa acertada, y aun necesaria, que todos juntos como estaban se fuesen con las armas en las manos a casa del gobernador y sacasen el oro de poder de los que lo tenían usurpado tiránicamente y tan en perjuicio y daño de todos los que presentes estaban.

Muchos, o los más de los que oyeron lo que el capitán les había dicho, entendiendo o creyendo ser así verdad, no les pareció mal lo que les decía, y los que sabían su maldad holgábanse de que no contradijesen los demás aquel parecer, porque pensaban y tenían determinado de ir con todo el común que presente estaba, con título de que era muerto el gobernador, y que les diesen el oro, y entrando todos de tropel con el alboroto de saquear la casa los a quien estaba cometido, tendrían cuidado de acabar de matar al gobernador. Pero estos malvados amotinados fueron frustrados de sus designios, porque como todos juntos saliesen de casa del capitán, dando voces y diciendo “muerto es el gobernador, dadnos el oro”, fueron oídos por los amigos y aliados del gobernador, y otros soldados fieles que en su guarda estaban, los cuales, presumiendo la maldad que los amotinados llevaban pensada, tomaron las armas en las manos y pusiéronse a la puerta para defender la entrada, lo cual hicieron valerosamente, dando a entender a los que iban libres de la traición que su gobernador era vivo, apellidando en su nombre el auxilio del rey; y como el capitán viese que su maldad descubiertamente era manifestada y la entrada se le había resistido, se fue con toda presteza a entrar o tirar por cierta ventana baja con una ballesta al gobernador para acabarle de matar; pero, como lo demás, le salió en vano, porque como en aquel paso se hallase un soldado llamado Pedro Guerrero con un arcabuz, no dio lugar a que hiciese ni efectuase lo que quería, y así fue defendido el gobernador con buen ánimo de los que le guardaban, y eran sus amigos.

En estos alborotos, Palomino, que era hombre de fuerzas, arremetió con brío de buen soldado a uno de los amotinados, y abrazándose con él lo metió dentro del aposento donde el gobernador estaba, diciéndole que viese cómo era falso lo que él y sus secuaces publicaban. Al cual como el gobernador viese, ninguna cosa le dijo más de con buenas palabras significarle cuán ingratos le habían sido él y todos los demás, rogándole que le atrajese a su voluntad al capitán, y así lo despidió de sí. Pero los soldados que en guardia del gobernador estaban despojaron a este soldado de las armas y vestidos que sobre su persona llevaba, de suerte que casi desnudo se volvió a salir, que no lo tuvo a poca ventura, pues pensó que aquellos sus enemigos le quitaran la vida, y así se fue derecho a donde el capitán estaba, diciendo que ya no era tiempo de detenerse más en Santa Marta, porque el gobernador iba ya prevaleciendo y mejorando, y la gente se le iba allegando, y que en pocos días, si allí se detenían, recibirían la pena que su atrevimiento y deslealtad merecían, demás de que ellos se hallaban ya desamparados de todos los demás soldados y gentes que al principio les habían seguido. El capitán y los demás capitanes sus colegas, viendo cuán declinante iba su bando y parcialidad, y que la compañía y gente del gobernador prevalecía, y se acrecentaba cada momento, determinaron de meterse a la tierra adentro, tomando consigo violentamente algunos soldados que casi con puras amenazas de muerte los sacaban de sus casas, y caminando hacia la parte de la Ramada, iban con una lengua, o intérprete que llevaban, diciendo a los indios y naturales por do pasaban | 9 que estuviesen sobre el aviso porque dende ha pocos días habían de venir por donde ellos iban, muchos españoles de los que estaban en Santa Marta, a cautivarlos y tomarlos para esclavos, y llevarlos a Veragua y a Santo Domingo y a otras partes; incitando a los indios a que estuviesen con las armas en las manos, porque si de Santa Marta saliese algún capitán con gente tras de ellos, los indios, entendiendo que les iban a hacer los males y daños que ellos les decían, les estorbasen el paso y los hiciesen volver atrás; y fue así en efecto, que como en esta sazón hubiese llegado a Santa Marta el capitán Samariegos, que había ido a hacer esclavos, como atrás queda dicho, y supiese la maldad que contra el gobernador Bastidas habían intentado el capitán y los demás, deseando que esta iniquidad no quedase sin castigo, rogó muy ahincadamente al gobernador que le diese licencia para ir en seguimiento de él y los demás, y traerlos a que recibiesen el castigo que su traición merecía, lo cual le fue concedido por el gobernador; y como con cien hombres saliese en seguimiento y busca de esta gente, luégo que llegó a la población del cacique de Bonda, le fue resistido el paso, porque los indios estaban con las armas en las manos, por la indignación en que los había puesto el amotinado y los demás, y salieron a pelear con Samariegos, los cuales en la primera refriega se hirieron veinte y cinco hombres con flechas de hierba muy ponzoñosa y mortal, lo cual, y el entender que toda la tierra estaba puesta en defenderle el paso, fue causa que dejando de seguir a los enemigos se volviese a Santa Marta.

El gobernador Bastidas, viéndose ya mejor de sus heridas y pareciéndole que para un hombre ya anciano como él no pertenecía el gobierno de gente de guerra, ni los bullicios de la soldadesca, determinó de salirse de Santa Marta y despoblarla e irse, o volverse a su casa a Santo Domingo, a vivir en ocio y descanso, ese poco de tiempo de vida que por su buena industria y favor de sus amigos había adquirido, y para de todo punto ganar la gracia de la gente que consigo tenía, hizo manifestar por pregón público su ida, y que él hacía gracia y donación a los soldados de cualquier cantidad de pesos de oro que le debiesen, y les daba libertad para que fuesen donde quisiesen; los cuales mostrando gran sentimiento de que el gobernador se quisiese ir y desamparar una tierra tan próspera como Santa Marta, pareciéndoles que con facilidad no podían hallar otra tal, se fueron a él y le agradecieron la liberalidad y esplendor de que con ellos usaba en largarles lo que le debían, y le suplicaron que, pues tan determinado estaba de salirse de Santa Marta, que ellos pretendían sustentar la ciudad y permanecer en ella; que les hiciese merced de darles y nombrarles un teniente o sustituto que les administrase y tuviese en justicia. El gobernador se holgó muy mucho de ver que la gente quería sustentar aquella ciudad que él había poblado, y se lo agradeció mucho, y les dejó y nombró por su teniente de gobernador al capitán Palomino, persona afable y bien quista entre los soldados, los cuales lo aceptaron, y se holgaron de ello, y poniendo por obra el gobernador su partida, se embarcó en un navío que poco antes había tomado en la costa de Santa Marta, que de la isla de Cuba había salido por comisión de los oficiales de ella a hacer esclavos, y como supiese que la gente de este navío habían rescatado o tomado esclavos, en lo que él tenía por su jurisdicción, armó otro navío y enviélo con pujanza de gente a prender a los de Cuba, y así fueron despojados los unos de los otros; pero este robo le causó harto daño a Bastidas, porque como se embarcase en el navío para irse a Santo Domingo y se gobernase por el mismo piloto que en él venía, o había venido de Cuba, fue cautelosamente guiado por el piloto, y llevado a la propia isla de Cuba, donde había antes salido; y sabido por los oficiales lo que el gobernador Bastidas había hecho con su navío y gente y hacienda, lo prendieron para que les diese cuenta con pago de lo que les había tomado; donde fue gravemente molestado, y murió en prisión, sin volver más a Santo Domingo.

1 En la “tabla” de Sevilla hay un resumen tachado que se lee así: “En el libro primero se trata de ciertas opiniones que hay acerca de la antigüedad y origen de los naturales de las Indias, y de cómo se trataron en tiempos antiguos, y de su primer y más próximo descubrimiento hecho por don Cristóbal Colón y del descubrimiento y primera fundación de Santa Marta y primer gobernador que en ella hubo, con los demás gobernadores hasta el doctor Infante, en cuyo tiempo fue dada al adelantado de Canaria, y sus muchas y particulares jornadas y descubrimientos que se hicieron en tiempo de los gobernadores. Tratase de la tierra y valle de Tayrona y otras provincias que se descubrieron, con la declaración de lo que significa y es el título y nombre de encomienda y encomendero y apuntamiento y repartimiento, y de muchos capitanes y personas señaladas que en Santa Marta hubo en el dicho tiempo”. Obsérvese las diferencias entre este texto y el contenido en el manuscrito.
2 Estos dos capítulos proceden de la tabla de Sevilla y se suprimieron en el manuscrito.Por consiguiente, el capítulo primero del manuscrito corresponde por su texto al tercero de la “tabla” de Sevilla.
3 “Pobladas y pacificadas”, puestas entre líneas, reemplazan |conquistadas, tachada.
4 “Poblado”, puesto entre líneas, reemplaza |conquistado, tachado.
5 “y capitán” está añadido en el texto por mano de tercero.
6 “a socorrer” ha sido añadida por mano ajena. El texto conserva el giro más antiguo: que fingía llegar (por allegar) al gobernador.
7 “los principales de motín” están entre líneas y reemplazan las palabras tachadas Villafuerte y… (ilegible).
8 En el encabezamiento y texto de este capítulo y siguientes las palabras “capitán”, “los amotinados”, etc., están escritas entre líneas y reemplazan el apellido |Villafuerte, que se encuentra siempre tachado. Para no entorpecer la lectura no lo seguiremos anotando en cada caso.
9 Las palabras “diciendo a los indios y naturales por donde pasaban” están añadidas al margen del manuscrito con letra distinta. El texto original reza: “…iban con una lengua o intérprete que estuviesen sobre aviso”.

|Capítulo quinto De lo que al capitán amotinado y a sus secuaces les sucedió en el tiempo que entre indios anduvieron, y del suceso y fin que los más del motín huvieron, y de cómo el teniente Palomino salió a pacificar algunas provincias de Santa Marta, y de la opinión en que era tenido entre los indios.

En tanto que en Santa Marta y Cuba pasaban las cosas que he dicho acerca del gobernador Bastidas, sus émulos y enemigos, el capitán y los demás, llegaron a la provincia y población del cacique Tapiparabona, el cual los recibió de paz y en su amistad por respecto de ciertas guerras que tenía con otro cacique principal, llamado Videburare, pretendiendo aquel bárbaro ayudarse del favor de estos españoles para haber de hacer guerra a sus contrarios, y así les rogó Tapiparabona que se fuesen con él a hacer cierta cabalgada o correría en tierra de su contrario, los cuales lo hicieron así, que juntos con los vasallos y sujetos al cacique, su confederado, fueron a dar de noche en tierras del adversario, y haciendo el daño que pudieron se retiraron luégo, temiendo no se juntasen los enemigos y viniesen a dar sobre ellos; pero su presteza les aprovechó poco porque luégo que el cacique Videburare sintió a sus enemigos en su tierra, tomó las armas, y saliendo a ellos dio antes que amaneciese con su gente, en los españoles, y les hirieron algunos, entre los cuales fue a uno de los tres que entraran a matar al gobernador Bastidas, al cual dieron con una flecha por la garganta, de que incontinenti murió sin hablar palabra, y vueltos a tierra del cacique amigo, que en su favor los había llevado, fueron de él despedidos con ingratitud de bárbaros diciéndoles secamente que no querían que estuviesen más tiempo en su territorio, sino que se fuesen donde quisiesen y les pareciese.

El capitán y sus secuaces caminaron por la costa de la mar la vuelta del Cabo de la Vela, para de allí ir en demanda del valle de Upar; y sucedió un día que yendo caminando la gente por orilla y ribera de la mar, cúpole la retaguardia al segundo de los tres que entraron a matar al gobernador Bastidas, el cual, como se quedase un poco trasero, apartado de la demás gente, fue de improviso tragado de alguna fiera o tigre, porque aunque luégo incontinenti le buscaron con mucha solicitud Y cuidado, no pudieron hallar más de solamente un relicario de oro que solía traer al cuello; y así empezaban a recibir estos alterados, por justo juicio de Dios, el castigo que merecían sus maldades, porque dende a pocos días, estando esta gente alojados ribera del río que dicen de la Hacha, iba con ellos un Porras, persona principal, y había sido teniente y justicia mayor por Bastidas, el cual llevaba a su cargo todo el oro que los indios les habían dado de presente, y era de los que habían sido en que matasen al gobernador; el cual llevaba consigo ciertos indios naturales de Santo Domingo, los cuales habían visto un navío que andaba por la mar, y también habían topado una canoa en el río de la Hacha, y hallando estas ocasiones tan a la mano que parecía que la fortuna se las ofrecía para su perdición, le dijeron a su amo Porras que si quería ir al navío que ellos le llevarían en la canoa, el cual con codicia de aviarse y quedarse con el oro, se embarcó de noche en la canoa sin ser sentido, y se fue por la mar adelante, gobernando los indios, y llegó al navío que iba a Santo Domingo, donde fue llevado el propio Porras después de amanecido.

Visto por el capitán que Porras se le había ido con el oro, caminó la tierra adentro en demanda del valle de Upar, e yendo marchando por tierra muy llana permitió Dios Todopoderoso que a uno | 10 que había sido tesorero por el rey en Santa Marta, y era de los de la liga y motín, se le quebrase una pierna, lo cual visto por el capitán Villafuerte, haciéndose ya ejecutor de la Justicia Divina, puso al tesorero dicho | 11 en una hamaca o sábana de algodón y colgándolo entre dos palos se lo dejó allí, donde miserablemente murió, y él caminó adelante con su gente, hasta que llegó al valle de Upar, donde ya los soldados iban desabridos con él porque los trataba mal, y aunque padecían hambre y necesidades, no sólo no les dejaba que fuesen a buscar lo que habían menester para su sustento, pero ni aun les quería dar de los mantenimientos que los indios traían de su voluntad, por lo cual atravesando las sierras que dicen de Posigueyca, los soldados, pareciéndoles que el tercero de los que entraron a matar al gobernador privaba mucho con su capitán, le rogaron que le hablase y le dijese que no les tratase de la suerte que los trataba, sino que si quería les diese o repartiese con ellos alguna parte de la comida que los indios traían. El, pareciéndole ser cosa fácil alcanzar aquello del capitán, le debió hablar algo más familiarmente de lo que debiera, por lo cual otro día de mañana mandó el capitán que marchase la gente del campo, y quedándose él en el alojamiento con ciertos soldados, hizo dar garrote a este tercero, y dejóselo allí muerto. Porque como había sido uno de los que se ofrecieron a matar al gobernador Bastidas, por contemplación del capitán y de los demás del motín, y lo había intentado, jactábase de ello, y aun se lo daba en cara al capitán, diciendo que por servirle y ser su amigo se había puesto a lo que se puso; pero el capitán tenía, siempre que veía a este soldado, en la memoria aquel apotegma de Octaviano César Augusto, que jactándose Rehemytaces, rey de Tracia, que había negado y dejado la parcialidad de Marco Antonio y pasádose a la del propio Octaviano, dijo el Augusto volviendo la cabeza a ciertos reyes otros que con él estaban: “la traición bien me place, mas el que la hace no me satisface”, y así se certifica que si el capitán mató a esta amotinado, fue por no estar confiado de su lealtad.

Marchó el capitán con la gente que llevaba, ya tan sujeta a su tiranía que no había hombre que se le osase descomedir, y metiose por la serranía adelante de Posigueyca, donde tuvo muchos recuentros y guazabaras con los naturales, los cuales le mataron toda la más de la gente que consigo llevaba, y lo hicieron retirar y volver atrás con solos catorce hombres, con los cuales se volvió a la costa de la mar y de allí caminó la vuelta de Santa Marta, atravesando por entre muchas poblaciones de indios, muy belicosos, y ya que se vio cerca de Santa Marta se procuró informar de ciertos indios ladinos que encontró, y halló quién gobernaba la tierra, de los cuales supo cómo el gobierno de Santa Marta estaba a cargo del capitán Palomino, a quien antes él había tenido por muy grande amigo, y pareciéndole que por la amistad pasada no le haría ningún desabrimiento el teniente Palomino, se entró en el pueblo osadamente; pero su conjetura fue yana, porque Palomino, haciendo lo que era obligado a buen juez, luégo que supo que este capitán amotinado Villafuerte | 12 había entrado en el pueblo con algunos de los que le habían seguido, los prendió a todos, y al capitán, como a más culpado, y porque no intentase novedades en la tierra, no lo quiso castigar de su mano, mas enviolo a la Audiencia de Santo Domingo, preso y a muy buen recaudo, donde llegó un día después de haber muerto por justicia a Porras (el que en el río de la Hacha dije que se metió en una canoa con el oro y se fue a tomar un navío que andaba en la mar, donde pagó su delito), y lo mismo hizo este amotinado capitán, porque luégo otro día de como llegó, sabido por la Audiencia que él había sido el movedor del motín, hicieron públicamente justicia de él, dándole la muerte natural, con que pagó las que él a otros había dado, y a su gobernador intentó dar. Otros algunos que en Santa Marta se prendieron con este capitán, asimismo fueron enviados a Santo Domingo por el teniente Palomino, donde cada cual fue castigado conforme a la culpa que tuvo, y así todos cuantos fueron participantes en esta traición fueron castigados justamente por permisión divina.

En tanto que los alterados andaban en los trabajos dichos, y habían los fines y muertes que he referido, el teniente Palomino procuró pacificar algunas provincias de las comarcanas a Santa Marta, que estaban rebeladas, y así fueron ciento y cincuenta hombres a pacificar los naturales de la Ciénaga de Santa Marta con los cuales tuvo muchas refriegas y guazabaras, en que le hirieron alguna gente, pero con todo eso salió victorioso, y sujetó a los naturales de ella, y hubo el cacique y señor en su poder, y de allí llevando consigo y por guía al propio cacique y señor de la Ciénaga, se fue a pacificar las provincias y pueblos llamados de Betunia y Pasibueyca, con propósito de asaltarlos y saquearlos; pero desde que llegaron a vista de ellos parecioles tan grande la población que si en ella se metían, con dificultad saldrían, y así por lo que vieron, como por consejo del cacique de la Ciénaga que consigo llevaban, dieron la vuelta y se tornaron a Santa Marta, donde luégo el teniente Palomino, con cien hombres, se embarcó en un galeón que en el puerto estaba y se fue a la vuelta de la Ramada y saltando en tierra en un pueblo llamado Cazareba, de muchos naturales y muy ricos, hubo en él y entre otros comarcanos más de cuarenta mil pesos de buen oro.

De este Palomino se dice que asímismo fue muy temido y en cierta forma querido de los indios, porque usaba con ellos de rigor y amor, y con la una mano les castigaba y con la otra los halagaba, y tenía un caballo llamado Matamoros, de gran brío y fuerzas, en el cual Palomino hacía algunas cosas de que los indios se admiraban grandemente, como era saltando arroyos, ríos y peñascos, y subir por partes muy ásperas y agrias en alcance de indios, de los cuales en guerras y guazabaras mató muchos, por lo cual y porque habiendo sobrevenido seca en la tierra, de suerte que a sus naturales se les perdían sus sementeras y labranzas, los cuales por tener a Palomino por persona que les parecía a ellos que por ser más poderoso y fuerte y valiente guerrero, era más cabido con Dios, le dijeron que pues les había dicho que el Dios de los cristianos era el que criaba y había criado y hecho todas las cosas, y el que enviaba las lluvias a la tierra, que le rogase que enviase agua para que sus labranzas no se perdiesen. El Palomino debía de conocer algo del movimiento natural de los elementos y planetas | 13 , por donde le pareció que llovería presto y así respondió a los indios que aquella noche propia llovería, y fue así que, o por permisión divina, o por el natural curso, haciendo los vapores de la tierra su oficio, sobrevino muy grandes aguaceros sobre la tierra, como Palomino lo había dicho a los indios, los cuales son gente que fácilmente se mueven a supersticiosas religiones, y no a seguir la verdadera, comenzaron a poner entrañablemente a Palomino en opinión de divino, de suerte que lo colocaron ellos entre sí por uno de sus ídolos y dioses, y hoy en día lo tienen en sus santuarios, puesto en estatuas de oro, caballero en su caballo Matamoros, armado según andaba en la guerra, con la lanza en la mano, dándole la honra o veneración que a los demás sus dioses o simulacros, y nombrarles hoy a Palomino a estos bárbaros, es nombrarles una cosa muy santa y religiosa, y es tan contumaz esta bárbara gente en las cosas de su falsa y vana religión, que lo que una vez toman entre sí en opinión de religión, después no es bastante ningún adverso suceso, ni señal competente, a desarraigárselo ni quitárselo del corazón, porque aunque después les certificaron y dijeron el infeliz suceso y muerte de Palomino, y como había sido ahogado en un río donde nunca más pareció, no por eso se apartaron de su idolatría y supersticiosa opinión de tener por inmortal y divino a Palomino, antes el haber muerto de la suerte que murió les fue causa de confirmarse en su error y vanidad, diciendo que por aquella vía de haberse desaparecido en el agua se había subido a donde ellos creen que están los demás sus ídolos y dioses.
| |Capítulo sexto Que trata de cómo la Audiencia de Santo Domingo, por muerte de Bastidas, proveyó por gobernador de Santa Marta a Juan de Vadillo, y de lo que en Santa Marta sucedió.

Gobernando el teniente Palomino tan a gusto de los españoles e indios que en la provincia de Santa Marta habitaban, la Audiencia Real de Santo Domingo tuvo noticia de cómo el gobernador Bastidas había muerto en la Isla de Cuba, adonde engañosamente había sido llevado, y luégo proveyó por gobernador de Santa Marta a otro vecino de Santo Domingo, llamado Juan de Vadillo, hombre rico y poderoso, el cual haciendo cantidad de trescientos hombres, se vino la vuelta de Santa Marta en sus navíos; y habiendo surgido en el puerto, envió a tierra a Pedro de Heredia, a quien traía por maestre de campo o teniente general, que después fue adelantado de Cartagena, a hacer saber a Palomino y a los demás que en Santa Marta estaban, cómo él venía por gobernador de aquella tierra, enviado por la Audiencia de Santo Domingo, con propósito de que se le hiciese el recibimiento que como a gobernador era razón que se le hiciese; pero como los de Santa Marta generalmente estuviesen bien con el gobierno de Palomino, el cual no tenía aborrecido el mandar ni deseaba ver sobre sí superior, concertáronse fácilmente de no recibir por gobernador a Vadillo, con esperanza de que, o por costumbre, o por particular merced del rey, se quedaría Palomino con el gobierno perpetuo de aquella tierra, y así despidieron a Pedro de Heredia diciéndole que no estaban de propósito de recibir nuevo gobernador, contentándose con el que tenían, y que dijese a Juan de Vadillo que no curando de saltar en tierra se volviese a su casa, porque si otra cosa quisiese o pretendiese hacer, con las armas en las manos se lo defenderían y sería causa de muchos daños y muertes, que por querer con violencia hacerse gobernador, forzosamente habían de sobrevenir; y diciendo esto, y volviéndose Heredia a los navíos, los de Santa Marta, con toda presteza, se pusieron a punto de guerra, poniendo en la playa de la mar ciertas piezas de artillería que tenían, con que pretendían echar a fondo los que pretendiesen o quisiesen saltar en tierra.

El gobernador Juan de Vadillo, vista la respuesta que Heredia le llevó, no creyendo que era tan de veras el propósito de los que en Santa Marta estaban, ni que fueran parte para resistirle la entrada en tierra, comenzó a saltar con su gente armada en los bateles, lo cual le fue fácilmente estorbado e impedido, porque como los de tierra empezasen a disparar, con ánimo de damnificarle, contra él las piezas de artillería que tenían, le forzaron y constriñeron a que tomándose a meter en los navíos se hiciese a la vela, y saliesen con brevedad de aquel puerto; el cual se fue a surgir al Ancón de Concha, dos leguas apartado de Santa Marta, y echando allí toda su gente en tierra sin controversia de nadie, pretendía irse por tierra en ordenanza de guerra, con las armas en las manos a Santa Marta, y por fuerza o de grado hacerse obedecer por gobernador, fortificando, ante todas cosas, su alojamiento con un gran palenque de madera que alrededor de él hizo en la propia ribera marítima donde había surgido, porque los enemigos, como hombres diestros en la tierra, y que sabían bien todas las entradas y salidas, no les diesen algún asalto por parte no pensada.

Sabido por Palomino y los demás cómo Juan de Vadillo había echado su gente en tierra y se había fortificado, determinaron de salirle al encuentro, o irlos a buscar a donde estuviesen; y tomando las armas con buen concierto y orden, marcharon hacia donde Vadillo estaba alojado, y se alojaron ellos asímismo a vista de los contrarios, con propósito de otro día representarles la batalla, y poner todas sus pretensiones en mano de la fortuna, para lo cual se citaron los unos a los otros, ofreciéndose para el siguiente día a darse la batalla; y aquella noche cada cual veló su campo muy recatadamente, teniendo contrarias cautelas y ardides de guerra, y llegado el día ninguno fue perezoso en sacar su gente de su alojamiento, y ponerla en orden para arremeter y darse la batalla, la cual no dejara de ser bien sangrienta y calamitosa, por estar los ánimos de los soldados encendidos en furor, y con obstinada determinación de conservar y defender los unos su libertad y la tierra que poseían, los otros el pundonor de meter a su gobernador en la posesión de su gobernación, de lo cual a ellos asímismo se les seguía, demás de la honra, particular interés y codicia de haber y participar de las riquezas de aquella tierra. Pero como estuviesen los unos y los otros esperando señal de sus capitanes para arremeter, algunos devotos y cristianos sacerdotes, viendo el grandísimo daño que presente estaba, en que se ofrecían a morir tanta cantidad de españoles, que por la mayor parte suele ser cruelísima la guerra que los unos a los otros se hacen, suplicando a Dios que no permitiese que llegasen a efectuarse los males y daños que tan próximos estaban, tomando algunas imágenes del crucifijo y de la bienaventurada Virgen Santa María, nuestra Señora, se pusieron en medio de las dos compañías, rogando y suplicando a los capitanes que por honra y reverencia del Todopoderoso, Dios y hombre Jesucristo y de su madre Santa María, cuyas imágenes tenían en las manos, se reportasen y dilatasen aquella batalla para otro día, en el cual tiempo Dios Todopoderoso proveería de concordia entre ellos; y como los capitanes eran cristianos y los soldados también, olvidando las pasiones o interés particular, fueron promovidos a tener reverencia y acatamiento a su Dios, cuyas figuras tenían presentes como gente que seguían y tenían verdadera religión, y así, de común consentimiento, suspendieron por entonces el darse la batalla, y se recogieron a sus alojamientos. Los sacerdotes, no perdiendo tan buena ocasión como Dios Todopoderoso les ofrecía, no cesaron de tratar la paz y concordia entre estos dos capitanes y sus gentes para que la guerra no pasase adelante, y finalmente permitiéndolo y queriéndolo Dios así, para que las muertes de tantas gentes como se esperaba que en el conflicto de la batalla podrían morir, se evitase, fueron concertados y confederados el gobernador Vadillo y el teniente Palomino por mano de los sacerdotes y religiosos, en que ambos con igual jurisdicción gobernasen la tierra, y fuesen gobernadores de ella, hasta que el rey en España proveyese otra cosa, sobre lo cual hicieron sus escrituras y juramentos, y fueron, para más firmeza de su amistad, confederados espiritualmente, recibiendo juntos el santísimo sacramento de la Eucaristía, por ceremonia más firme, estable y verdadera de perpetua hermandad y confederación. Porque aunque eran estos capitanes cristianos y habían hecho juramentos y escrituras sobre su coligancia, parecíales que por mandar se podían quebrantar cualesquier leyes y juramentos, como dijo Eurípides, y después de él, Julio César lo recibía muy comúnmente cuando empezó las competencias con Pompeyo, como lo escribe de él Marco Tulio Cicerón, y por esta causa quisieron como cristianos poner a su Dios en medio, a quien no se debía hacer ningún desacato, so pena de ipso facto recibir temporal y espiritual castigo; y hechas estas amistades, juntos y conformes se volvieron a Santa Marta, donde conforme al pacto hecho, usaban entrambos de oficios de gobernadores, de quien más propiamente podemos decir ser gobierno de Cónsules, porque los romanos, después de haber echado los reyes de Roma, para la administración pública de la justicia nombraban cada año dos personas o gobernadores, que eran llamados Cónsules, los cuales, con igual jurisdicción, hacían todo lo que al gobierno público convenía y tocaba.

|Capítulo séptimo De cómo los dos gobernadores, Palomino y Vadillo, salieron a pacificar | 14 las provincias del valle de Upar y de otras partes, y de cómo Palomino se ahogó.

La gente que con Villafuerte anduvo amotinada por las provincias y valle de Upar, habían dado gran noticia y nueva de los muchos naturales que por aquella tierra por do habían andado vieron, y cuán rica era toda, por lo cual acordaron los cónsules o gobernadores Vadillo y Palomino de ir con la gente que tenían a pacificar aquella tierra, y participar de las riquezas que en ella había; y mandando para ello apercibir sus gentes, fue entre ellos concertado que el gobernador Vadillo saliese delante a recoger y juntar la gente a un pueblo de indios llamado Guachaca, y que el gobernador o teniente Palomino se quedase en Santa Marta, despidiendo y echando fuéra los soldados que con ellos habían de ir, porque no se detuviesen ociosamente en el puerto.

Salido de Santa Marta Vadillo con toda la más de la gente, por parecerle que se sustentarían y entreternían mal en Guachaca, se pasó adelante a otro pueblo de indios llamado Buya, en la provincia de la Ramada, donde esperaba a Palomino. Es de saber que estos dos gobernadores, para que mejor se hiciesen las cosas de la guerra, de conformidad nombraron por sus capitanes de la gente que llevaban, de la cual hicieron cuatro compañías, al capitán Juan de Céspedes y al capitán Juan de Escobar, que habían de ir con Palomino, y con el gobernador Vadillo, salieron delante los capitanes Juan Muñoz, natural de Medina del Campo, y Antonio Ponce, natural de Carrión de los Condes, y Hernando de la Peña, natural del Condado, y Alonso Martín, capitán de gastadores, natural de Sanlúcar, y por su teniente general Pedro de Heredia; los cuales todos eran personas calificadas, y cuales convenían en experiencia para las cosas de la guerra.

El gobernador Palomino, con unos pocos amigos que con él quedaron en Santa Marta, se partió como por retaguardia de la gente y caminó hasta el pueblo de Guachaca, donde creyó hallar al gobernador Vadillo con la gente, y como llegado a Guachaca, no sólo no hallase a Vadillo, pero ni aun aviso de dónde estaba, o la derrota que llevaba, recibió alguna alteración, a la cual encendían algunos amigos suyos, diciéndole que Vadillo cautelosamente y a fin de alzarse con la gente y quedarse con el gobierno de toda ella, se había salido de aquel pueblo, y caminaba apresuradamente por alejarse y apartarse de Santa Marta y de Palomino que en ella había quedado. Aunque jamás el gobernador Vadillo tuvo tal intención, no deja de atribuírsele culpa por no avisar con tiempo a su compañero de lo que pretendía hacer o hacía para extirpar las sospechas nocibles que contra él se podían presumir y engendrar. Palomino, no deteniéndose punto en Guachaca, caminaba a grandes jornadas y con apresuración por dar alcance a Vadillo, creyendo que era, como le habían figurado; y habiendo pasado el paso que dicen de Marona, llegó a un río que sale a la mar y baja de las sierras nevadas de Santa Marta, riberas del cual se puso a almorzar con bien poco reposo, porque deseaba verse ya con Vadillo; y temiéndose de alguna celada, iba armado con una cota y otros aderezos de hombre de guerra, y antes que los compañeros acabasen de almorzar, pidió Palomino su caballo Matamoros para pasar el río, que iba muy crecido, y aunque los que con él estaban le decían que no lo pasase, ciego de la cólera y enojo que contra Vadillo llevaba, propuso y determinó de pasarlo, no embargante que el caballo lo rehusaba y se volvía a salir del agua; pero como Palomino estuviese tan obstinado en seguir aquel su propósito, contra toda fortuna, hirió reciamente de las espuelas al caballo, y haciéndole que se metiese en lo más hondo y caudaloso del río, fue sumido debajo del agua, sin que pareciese más. Su caballo salió por la mar a la otra banda, y el capitán Juan de Céspedes, y el capitán Juan de Escobar, con otros seis de a caballo que iban en la compañía del gobernador o teniente Palomino, tomaron el caballo Matamoros y lo llevaron encubertado de luto adonde el gobernador Vadillo estaba; y así pereció este hombre que en fortuna y bondad de costumbres, y afable gobierno, había excedido a todos los que en su tiempo estuvieron en Santa Marta, y por este infeliz suceso fue llamado este río, el río de Palomino, el cual nombre le dura hasta hoy.

Los demás soldados que en su compañía iban, escarmentando en cabeza ajena, no quisieron echarse al agua; mas procuraron canoas de indios que por allí cerca estaban y pasaron el agua más seguramente y dieron aviso al gobernador Vadillo de la muerte de Palomino, el cual mostró pesarle mucho, y procuró honrar su muerte con funerales obsequias aunque algunos no dejaron de decir que a Vadillo le había placido de la muerte de su colega y compañero, por no tener igual en el mandar, y luégo conclusas sus obsequias, se partió el gobernador Vadillo con su gente del pueblo de Buya al de Tapiparaguana, donde Villafuerte estuvo con sus compañeros, cuyo cacique y moradores, viendo la mucha gente que Vadillo consigo traía, le salieron y recibieron de paz y amigablemente, y le dieron de presente, se­gún que en aquel tiempo lo acostumbraban estos bárbaros, por conservar sus vidas, cantidad de oro fino.

De esta población pasó adelante Vadillo con su gente, y llegó a un pueblo de indios llamado Amaracaroto, poblado en las riberas del río que comúnmente suelen llamar en este tiempo, de la Hacha, y de allí se llegaron a un estero o lago que la mar y el río hacen, que llamaron Las Cebellinas, junto al cual se alojaron, y estando allí llegó un navío de España con cosas de refresco y frutas y otras bujerías y mercadería para vender. Los soldados, con deseo de haber de estas cosas para su contento, persuadieron al gobernador Vadillo que les diese sus partes de oro, que hasta allí habían habido, para comprar lo que quisiesen; el cual lo hizo así, y con esto ganó de todo punto loa y fama de buen gobernador entre los soldados, que les parecía que en darles en tal tiempo el oro, se lo daba graciosamente.

Después de haberse holgado la gente en este alojamiento algunos días, caminaron la vuelta del valle de Upar, que se toma desde este paraje el más derecho camino para él, llevando siempre de paz toda la gente o indios naturales por do pasaban; que en esto fue bien afortunado este gobernador Vadillo, que después de haber salido de Santa Marta, hasta que a ella volvió, con haber caminado por entre infinitas gentes y naturales, ningunas tomaron las armas para ofenderle ni resistirle el pasaje, antes todos le ofrecían, con muestras de verdadera amistad, de las comidas y vituallas que tenían necesarias para el sustento de su gente, y parte de las riquezas y oro que poseían.

Con esta buena fortuna llegó el gobernador Vadillo al Valle de Upar, y a la provincia de los Pacabueyes, cuyos naturales y moradores le recibieron con todas muestras de buena voluntad, y le proveían de la comida necesaria y ofrecían mucha cantidad de oro, sin que para ello se les hiciese fuerza alguna. La orden que estos bárbaros tenían en venir a ver a los españoles y ofrecerles y darles lo que les querían dar, era ésta: después de alojado el campo, y puesto sus toldos y tiendas, los indios que en aquella comarca había se juntaban por sus familias o pueblos, Según el número que en cada pueblo o familia había, y venía cada uno cargado de maíz, o auyamas, o pescado, o patos, que los hay en esta provincia, o de lo que en su casa tenían, que fuese cosa de mantenimiento, y preguntando quién era el capitán o principal de los españoles, les era luégo enseñada su tienda y su persona; a la cual ofrecían y ponían delante todas aquellas cosas de comer que traían, para que él las repartiese entre sus gentes y soldados, y luégo cada indio llegábase al gobernador y tocábale con la mano en la rodilla, abajando la cabeza, que es manera de saludar entre ellos a sus mayores, le ofrecían cada uno el oro que traía, y para recibirlo tenía allí el gobernador un plato grande de plata, en que lo echaban. Habiendo, pues, con esta buena fortuna corrido el gobernador Vadillo y su gente toda la provincia del valle de Upar y de los Pacabueyes, en donde se les ofreció y dio de presente gran cantidad de oro, dio la vuelta a Santa Marta, con gran contento de todos los que consigo llevaba, y halló la gente que en el pueblo había quedado muy pacífica y conforme; y él luégo ordenó de partir y partió el oro entre los soldados que con él habían ido, muy en conformidad de todos, de suerte que nadie se quejó de él, y propuso descansar algunos días. En este tiempo, sucedió que un contador del rey, llamado el comendador Ojeda, de su propia autoridad, hizo fundición y marcación de oro, por lo cual el gobernador lo quiso castigar con el rigor que su delito merecía, y al fin, por ruegos de muchos, lo remitió y envió preso a España.

Era este Vadillo tan amigo de que no se les hiciese agravio a los naturales, que porque ciertos indios se quejaron de un Hernando Bermejo, que les había tomado ciertas cosas y menudencias, que ellos por principal hacienda tenían, lo condenó a muerte, y no bastaron los ruegos de todos los capitanes que en el pueblo había para estorbar que se conmutase la pena de muerte en otra cosa, sino que por satisfacer a los indios lo hubo de ahorcar. Este gobernador Vadillo fue el segundo que con gente entró en el valle de Upar y provincia de Pacabueyes y río de la Hacha y Ramada, porque antes de él había entrado el capitán Villafuerte y sus compañeros, cuando huyendo del gobernador Bastidas por el delito de motín | 15 que contra él habían cometido, se metieron la tierra adentro y anduvieron todas estas provincias. De esta jornada salió tan próspero y rico el maese de campo o teniente general Pedro de Heredia, que se fue a España, y con el oro que llevó, procuró haber y hubo la gobernación y adelantamiento de Cartagena, e hizo gente y volvió y pobló aquella gobernación.

10 Las palabras “a uno” estan añadidas y reemplazan las palabras tachadas a |un fulano de Montesion (o |Montesinos?).
11 Las palabras “tesorero dicho” están añadidas y reemplazan la tachada |Montesion.
12 El texto original reza: “luego que supo que Villafuerte había entrado…” La palabra |Villafuerte fue tachada como en casos anteriores y reemplazada por “este capitán amotinado”, puesta entre líneas. Luego, con letra diferente fue añadido “Villafuerte”, por lo cual aparece el texto asi como se lee. Se observa, pues, la mano de dos correctores, lo cual explica por qué aparece el apellido Villafuerte.
13 “Y planetas” estan añadidas entre líneas al texto.
14 El texto del encabezamiento de esta capítulo en la “tabla” de Sevilla reza: “…salieron a conquistar…”, verbo reemplazado por “pacificar”. En general la palabra |conquista y sus derivadas están tachadas y reemplazadas por “pacificar”, “poblar”, “jornada”, etc., salvo en raras ocasiones donde tales palabras se conservaron por descuido u omisión. No las anotaremos en cada caso para no distraer al lector.
15 “Motín” está añadida y reemplaza la palabra tachada |traición.

|Capítulo octavo De cómo fue proveído en España por gobernador de Santa Marta García de Lerma, el cual tomó residencia a Juan de Vadillo.

Como en España se tuvo nueva de la muerte del gobernador Bastidas, el rey y los del Consejo Real de Indias proveyeron por Gobernador de Santa Marta a García de Lerma, persona principal, natural de Burgos, el cual para las jornadas y descubrimientos que pretendía hacer juntó en España cuatrocientos hombres, con los cuales vino a Santa Marta y halló en el gobierno de ella a Juan de Vadillo, que, como se ha dicho, estaba descansando de los trabajos pasados; al cual tomó residencia, y con ella lo envió, unos dicen que a España, en el cual camino pereció ahogado, y otros que lo envió a Santo Domingo, donde después vivió mucho tiempo, y al fin murió allí.

En este tiempo los naturales o indios que había en la provincia de Santa Marta no estaban, ni habían sido repartidos, ni encomendados en ningunas personas, y así recibían más comúnmente daño, porque los soldados y gente que en Santa Marta residían, visto que los indios no tenían quién volviese por ellos, ni los defendiese, iban muchas veces a sus pueblos a tomarles lo que tenían y a inquietarlos, por lo cual los vecinos de Santa Marta rogaron al gobernador Lerma que los repartiese y encomendase, así entre ellos, como en los que él consigo habla traído de España; el cual para mejor hacer el repartimiento de los indios, salió de Santa Marta con la gente que le pareció, llevando consigo algunos capitanes Y personas señaladas que estaban ya diestros en la tierra, y entrando por las provincias circunvecinas a Santa Marta, hasta el valle de Coto, y viendo que todos los naturales estaban pacíficos y sin hacer ni dar muestras ni señal de alboroto ni rebelión, dio la vuelta a Santa Marta para hacer su repartimiento; y para que fuese hecho a Contento de todos, quiso y ordenó que el cabildo de la ciudad se hallase presente, y que la demás gente de la república nombrase una persona que asímismo en su nombre asistiese al hacer el repartimiento, los cuales nombraron a un capitán Juan de Céspedes, persona entre ellos principal, que después fue de los descubridores y pobladores del Nuevo Reino; y como del repartimiento que se había de hacer había de redundar el contento o descontento de muchos, para que mejor fuesen guiados y encaminados, usaron, ante todas cosas, de lo que como cristianos era razón que hiciesen, invocando el auxilio divino, mediante el sacrificio de una misa del Espíritu Santo, que se les dijo, votando y prometiendo acerca de ello de hacer lo que debían, y en sus conciencias les pareciese que era razón, y hecho esto hicieron sus repartimientos de los naturales o indios que había en el valle de Coto y otros pueblos a él comarcanos, y valles de Buritaca, Bondigua y valle Hermoso. y en otras muchas poblaciones que cerca o comarcanas a estos valles había; dando a cada capitán y vecino y soldado conforme a lo que merecía y había trabajado.

Y porque no todos los que estas historias leyeren, por ventura entenderán qué cosa sea repartimiento de indios ni encomiendas, ni lo que de ello procede, pues no todos han estado en Indias, paréceme que no será fuera de propósito tratarlo y declararlo en este lugar, así por la materia que se ha ofrecido como forzosamente se había de tratar y repetir adelante muchas veces este nombre de repartimiento y encomienda, y encomendero, y depósito, y administración de indios.

Ha sido costumbre muy usada en las Indias que cualquier capitán que ha ido o va a descubrir tierras nuevas, con poder real o sin él, después de haber descubierto alguna rica provincia, y pacificado los naturales de ella, y poblado su pueblo, para que los que con él han entrado en la tal jornada se puedan mejor sustentar y permanezcan en la tierra y la conserven en amistad, señala a cada uno tanta cantidad de indios cuanta le parece que bastaran a darle sustento conforme a la calidad de la tierra y aun de la persona, y este señalamiento unas veces es por persona diciendo: yo os doy y señalo tantos indios casados, que se entiende con sus mujeres e hijos; y otras veces por casas y bohíos, señalándole tantas casas pobladas de visitación, que se entiende que han de tener moradores, porque hay, en algunas partes, indios que tienen a dos y tres casas, y todas son de un solo dueño, y éstas no se cuentan más de por una. Otras veces se da por señores o principales, nombrando el principal o señor de tal parte con todos sus sujetos y datarios; y otras veces por términos de tal parte a tal parte los indios que hubiere, o tal valle. Esto que este capitán hace, si no tiene poder real para encomendar, llámase solamente repartimiento y apuntamiento, de lo que a cada uno señala; pero no tiene más fuerza de cuanto fuere la voluntad del rey, o de la persona a quien el rey da poder para encomendar los indios; y por respecto de llamarse aquella primera división de indios repartimiento, les ha quedado y queda después el nombre de repartimiento a aquella población o suerte dé indios que a cada un vecino le cupo, y así comúnmente a los indios que cada español tiene a su cargo le llaman el repartimiento de fulano. Este primer repartimiento o apuntamiento, hecho generalmente de los naturales de la provincia nuevamente descubierta y poblada, es traído al presidente o gobernador, que son los a quien el rey suele dar poder para que encomienden, y estos superiores, si ven que el apuntamiento o repartimiento hecho por el capitán está sin agravio ni perjuicio de los más españoles que con el fueron, confírmalo, encomendando los indios en aquellas personas en quien antes estaban señalados y apuntados, o remueve de unos en otros, como le parece que es justicia.

Este nombre de encomienda es una merced hecha por ley antigua de los Reyes de Castilla a los que descubrieren, pacificaren y poblaren en las Indias, en que les hacen merced de que aquellos indios que en su título o cédula se contienen, los tengan en encomienda (que es tanto como decir a su cargo) todos los días de su vida, y después de él su hijo, o hija mayor, y por defecto de hijos su mujer no más; y estos tales son llamados encomendadores, y es a su cargo el mirar por el bien espiritual y temporal de los indios de su encomienda, y a darles doctrina, y los indios, supuestas las condiciones de la encomienda, son, por respecto de ellas, obligados a dar a sus encomenderos, cada un año, cierta cantidad de oro y otras cosas en que están tasados por los jueces y visitadores, para el sustento de los encomenderos; y este tributo en unas partes es llamado demora, como en la provincia del Nuevo Reino de Granada y Santa Marta y Cartagena y en Perú y en Nueva España; y estos tributos y demoras han sido enmendados en mucha parte por los jueces que el rey ha enviado, y leyes que cristianísimamente sobre ello ha hecho, como adelante más particularmente lo diremos; porque antiguamente cada encomendero sacaba todo lo que podía a sus indios, y les hacia .que les proveyesen de muchas cosas que no podían, sin excesivo trabajo, dar ni cumplir los indios, y metían en esta demora o tributo lo que llamaban y llaman servicio personal, que era por vía de feudo, haber de dar a sus encomenderos tanta cantidad de cargas de leña cada un año, cierta cantidad de cargas de hierba para sus caballos, tanta cantidad de madera para hacer casas o bohíos. Todo lo cual habían de traer a cuestas a casa del encomendero, con más todo el trigo, maíz y cebada y otras cosas que en el repartimiento se consiguen; que podrá ser adelante, donde trataremos de la moderación que en todo se ha puesto, especificarlas más particularmente.

Estas encomiendas no pueden ser removidas ni quitadas a los que justamente las tienen, sino es por traición, o por malos tratamientos de indios, o por herejes, que en todos los otros casos aunque el primer encomendero cometa algún delito, por donde merezca pena de muerte, no por eso se le quita a su sucesor el derecho y merced que el rey le ha hecho y hace por la encomienda. Hay otro título llamado depósito, y otro que se dice administración, y es de poca fuerza, que cada y cuando que el superior quiere removerlo, lo remueve, y lo mismo la administración; y así se tendrá por avisado el lector que dondequiera que nombraremos encomendero o encomenderos, se entiende por aquellos a quienes han sido repartidos y encomendados los indios y que los tienen y poseen a su cargo.

Pues de esta manera el gobernador García de Lerma fue el primero que en Santa Marta, en la forma dicha, hizo repartimiento de los indios y naturales que en la provincia había, y luégo como gobernador los encomendó y dio encomiendas de ellos a los vecinos; y porque quedaba alguna gente sin suerte de indios envió a descubrir y ver el valle de Tayrona, que es junto a las sierras nevadas de Santa Marta, al cual efecto fueron los capitanes Juan Muñoz y Juan de la Feria con doscientos hombres, los cuales entraron con tan buena fortuna en Tayrona, que demás de no moverse los naturales de aquel valle, que es gente belicosísima e indómita, con las armas a defenderles la entrada, les dieron de presente más de ochenta mil pesos de oro fino, y sin dejar confirmada la paz ni rota la guerra se tornaron a salir, y se volvieron a Santa Marta, contentos con sus riquezas.

El gobernador Lerma, luégo que repartió y encomendó la tierra en naturales de ella, para que los encomenderos y los indios entendiesen lo que habían de hacer, nombró dos personas principales, que fueron los capitanes Antonio Ponce y Juan de Céspedes, a los cuales dio libertad que por el trabajo que en hacer esto habían de tener, pudiesen recibir y llevar lo que los indios y caciques les quisiesen dar de su voluntad, que llamaban Tamaigira, como joya o presente, después de haber cumplido con sus encomenderos, porque luégo en la primera vista les habían de pagar el tributo o demora, que por el gobernador les fue señalado;. y así sin lo que los indios dieron a sus encomenderos, hubieron los dos capitanes buen pedazo de oro; porque el Ponce hubo de su parte cuatro mil pesos de oro fino, con los cuales, y con otros dos mil que al gobernador ganó a los naipes, se fue a España, y vive en ocio y quietud en Carrión de los Condes; y Céspedes hubo siete mil pesos de oro fino. Apunto aquí esto por manera de antigüedad y cosa que en aquel tiempo se hacía y permitía, y no lo tenían por cosa escrupulosa, según la gran ceguedad en que todos vivían, lo cual en este nuestro tiempo no sólo no se permitirá, pero fuera castigado agriamente el que lo pretendiera hacer, por la mucha rectitud de los jueces y justificación y moderación de nuevas leyes, hechas por los cristianísimos Reyes de Castilla en favor de los míseros indios, y buen gobierno de las Indias; de las cuales, como he dicho | 15a no dejaré de ir apuntando algunas en esta historia, según que la materia me ofreciere y pusiere delante la ocasión.
|Capítulo noveno De cómo el gobernador Lerma fue a visitar la provincia de Posigueyca, y fue rebatido y echado de ella por los naturales.

Como el gobernador García de Lerma había andado visitando las provincias conjuntas a Santa Marta, y los naturales estaban pacíficos, y le habían salido de paz y ofrecídole muchos presentes, entendió tener el mismo suceso y fortuna en otros que vivían más apartados algo; y así determinó de ir a visitar las provincias de Posigueyca y Buritaca, que están hacia la parte de Cartagena, entre Santa Marta y el río grande de la Magdalena, que aun en este tiempo no se había entrado en él; y tomando consigo seiscientos hombres, y a los capitanes Berrío, Villalobos, Juan Muñoz y Juan de Escobar, y por capitán de su guarda a Hernando de la Feria, se partió la vuelta de Buritaca, llevando consigo toda su recámara y servicio de palacio como si su caminar y jornada fuera por tierra muy asentada y reposada, y de muy cordiales amigos; y entrado que fue en el valle de Buritaca, los primeros indios de él lo recibieron amigablemente y le dieron de presente cuarenta libras de oro fino, y le dijeron que no curase de pasar de allí, antes se volviese a salir con brevedad, porque los naturales y moradores de aquellas provincias era gente muy belicosa y guerrera, y que usaban de muy ponzoñosa y fina hierba en las flechas, los cuales se andaban convocando y juntando para tomar las armas en las manos y resistirles la entrada y aun rebatirles si pudiesen; pero García de Lerma como llevaba consigo tanta y tan lucida compañía de soldados, no hizo caso del aviso que los indios le daban, antes los amenazó diciendo que él traía tanta y tan buena gente que bastaban a domarlos y sujetarlos por muchos y muy belicosos que fuesen, a los cuales si con obstinación tomasen las armas contra él y su gente, castigaría tan áspera y cruelmente que por entero quedaren castigados de su atrevimiento y domados de su soberbia; y luégo otro día envió al capitán Berrío, con cien hombres, a que viese cierta parte de aquella provincia y reconociese las poblaciones y gente que en ellas había; pero no habiéndose apartado Berrío dos leguas de donde el gobernador Lerma estaba, salieron a él mucha cantidad de naturales a punto de guerra, según su usanza, y dando en los españoles no sólo les impidieron y estorbaron el pasar adelante, pero fueron rebatidos con daño y pérdida de algunos soldados que los indios le mataron, y sin hacer ningún efecto se volvieron a donde el gobernador estaba, muy confiado en la gentalla que consigo tenía; el cual, lleno de cólera del mal suceso que Berrío había habido, hizo luégo apercibir doscientos hombres para que con el capitán Muñoz fuesen otro día siguiente a castigar la desvergüenza y atrevimiento de aquellos bárbaros, que con tanta osadía habían, el día antes, ahuyentado a Berrío y a los que con él iban.

Pero los indios que con la victoria pasada no perdieron punto de tiempo, se habían juntado con gran cantidad, para dar sobre el alojamiento del gobernador, y estando ya para salir del alojamiento el capitán Muñoz y los que con él habían de ir, halláronse cercados de los naturales, los cuales arremetiendo con furia y brío de animosa gente, comenzaron a herir en los nuestros, de suerte que los echaron de su alojamiento y mataron setenta u ochenta hombres, sin otros muchos que quedaron heridos, y fue forzado el gobernador a retirarse con toda presteza, y a salirse de aquel valle o provincia, porque le habían herido los indios en la primera arremetida, y así se volvió a Santa Marta, con pérdida de mucha gente y de toda su recámara en que había tapicería de paños de corte, reposteros, camas de campo, vajilla de plata y generalmente todas las cosas del servicio de su casa, que era muy de señor, sin escapar cosa alguna, y desde aquí no curó más el gobernador García de Lerma salir a descubrimientos; mas estándose en Santa Marta gobernando la tierra en ociosa quietud, hizo por mano de un sobrino suyo, llamado Pedro de Lerma, diversas entradas y descubrimientos; el cual envió con obra de doscientos hombres en descubrimiento del río grande de la Magdalena, por tierra, con el cual iba el obispo de Santa Marta, llamado don Juan Ortiz, para estorbar o impedir con celo pastoril que a los indios no se les hiciese algunas demasías, ni fuerzas, ni malos tratamientos, sino que por bien y con regalo fuesen traídos a la amistad y servidumbre de los españoles, pero este su buen propósito no le tuvo mucho tiempo, aunque habían sido bien persuadidos a ello por él los españoles; porque como fuesen entrando por gente de guerra, que por su ferocidad acostumbran a comer carne humana, por lo cual son llamados comúnmente Caribes, y llegasen a un pueblo cuyos moradores se habían ausentado, y escondido de prima faz, después vinieron con sus armas, que son arcos y flechas, y comenzaron a flechar, de suerte que el señor obispo estuvo en riesgo y aventura de ser mal herido de sus propias ovejas a quien defendía, o por quien volvía, por lo cual mudó de improviso parecer, y comenzó a inducir o decir a los soldados que hiriesen en ellos, y los persiguiesen y sujetasen con las armas, que él los absolvería; tanto puede el temor de la muerte; y prosiguiendo su descubrimiento, llegaron a un pueblo de indios, que por poseer y tener sus moradores muchas argollas de oro, fue dicho el pueblo de las argollas; en el cual dieron de noche, y robaron y rancharon todo lo que pudieron y cautivaron todos los más de los moradores de él; y algunos que escaparon huyendo, juntándose, vinieron otro día con sus armas en las manos a dar sobre los españoles; pero como eran pocos y amedrentados, fueron fácilmente rebatidos y arruinados y pasando adelante con su descubrimiento, llegaron a vista de otro pueblo que por su grandeza y buen parecer fue llamado Sevilla, cuyos moradores estaban con las armas en las manos, esperando a los nuestros, para resistirles la entrada, lo cual hicieron animosamente, porque por defender a los nuestros que no entrasen en su tierra, les mataron quince españoles y cuatro caballos, y les hirieron otros soldados; pero al fin fueles entrado el pueblo por fuerza y saqueado, y ellos ahuyentados de él, y de allí pasó al pueblo llamado Chimila, donde no hubo ninguna resistencia ni pendencia con los naturales; y después de haber el capitán Lerma descubierto la provincia de los Caribes, y la de la gente blanca y el río grande, y parecerle que toda era gente pobre y de poco oro ni provecho, y que de andar entre ella no se podía adquirir sino las muertes de algunos soldados, dio la vuelta a Santa Marta, y este fue el primer descubrimiento de Chimila y los Caribes y gente blanca y por tierra el río grande de la Magdalena.

Es, como se ha dicho, todas las gentes de estas provincias de los Caribes y gente blanca, gentes que comen carne humana, y pensaban que asimismo la comían los españoles, por lo cual como en un pueblo por fuerza de armas constriñesen los soldados a los indios a que se retrujesen en sus casas, con el temor que tenían se subían en unas barbacoas y lechos altos, que dentro en los techos de sus casas tenían, y de allí arrojaban a los que los entraban a buscar sus propios hijos para que los comiesen; aunque otros dicen que habiéndoseles acabado las armas, los tiraban a los españoles desde lo alto, para ofenderlos y | defenderse de ellos, y era tan grande la fiereza de estos bárbaros, que faltándoles las armas para pelear, sus mujeres les arrojaban y tiraban a los enemigos las criaturas y niños hijos propios que a los pechos tenían, para ofenderlos y defenderse.

Todos estos indios de estas provincias referidas, y generalmente todos los comarcanos a Santa Marta y a sus serranías y provincias, es gente que usan y acostumbran poner en las flechas hierba ponzoñosa y pestilencial, con que matan la gente, de suerte que de los a quien hieren con las flechas que están untadas de esta hierba, muy pocos o ningunos escapan, y por la mayor parte mueren rabiando y envarados, yertos y pasmados, y mediante el usar de esta hierba pestilencial para su defensa, se conservan y han defendido siempre de los españoles, y nunca han sido enteramente sujetos, ni domados de ellos.

Desde pocos días que Pedro de Lerma hubo descansado, intentó hacer otra jornada, y nuevo descubrimiento, a las espaldas de las sierras de Santa Marta, porque como en algunas provincias de las que la gente de Santa Marta se hubiesen hallado algunas piedras esmeraldas, daban por noticia los indios que las tenían, que habían bajado de ciertas gentes que habitaban muy apartadas de su región, hacia la parte del sur de aquella provincia. Era esta tierra de a do se traían las esmeraldas, lo que ahora llaman el Nuevo Reino de Granada.

El capitán Pedro de Lerma, habida licencia y comisión del gobernador García de Lerma, se partió de Santa Marta con doscientos hombres, y entre ellos los capitanes Lebrija y Sanmartín, Céspedes y Juan Tafur, y Juan Muñoz, y caminando la vuelta de la Ramada y río de la Hacha, fueron a dar al valle de Upar, y de allí por el río de Cesare | 16 a las riberas del río grande de la Magdalena, por cuyas riberas caminaron con excesivos trabajos, hasta llegar al río que dijeron de Lebrija, donde les empezó a estorbar el camino la aspereza y maleza de la tierra, que era la más arcabuco y de raras poblaciones; y demás de esto entraba el invierno, que les causaba ser los trabajos doblados, porque como los soldados y aun capitanes no tenían indios que les sirviesen, eran ellos mismos forzados a hacer lo que habían menester, y a servirse a sí y a sus caballos, cogiéndoles la hierba, y lo que habían de comer, por lo cual fueron constreñidos a dejar la demanda que llevaban, e iban a descubrir, y dar la vuelta a Santa Marta, donde se hallaron dentro de pocos meses que dieron la vuelta, con cantidad de oro que los indios del río grande y de otras provincias por do habían pasado, les habían dado de presente, y alguna parte de ello que habían tomado y ranchado en algunos pueblos.

Llegados a Santa Marta, hallaron que algunas poblaciones de indios se habían rebelado y alzado, como fueron los de Marona y valle de Coto, y Valle Hermoso, y no querían acudir con el feudo y tributo a sus encomenderos, por lo cual le fue encargado al capitán Pedro de Lerma que los fuese a pacificar y traerlos a la sujeción y servidumbre que de antes tenían. El cual tomando consigo ciento veinte hombres, se fue a la vuelta de Marona, con cuyos naturales tuvieron cierta refriega y guazabara bien reñida, y sin poderlos traer a confederación y amistad, dieron la vuelta hacia la mar, a dar al valle que dicen de Coronado, y de allí se vinieron a Santa Marta; y prosiguiendo su castigo y pacificación, fueron al valle de Coto, y llegando a un pueblo grande y de muchos moradores, halláronlos puestos en armas para defenderse; y acometiéndoles, fueron de ellos resistidos algún tiempo, aunque les hicieron al fin desamparar el pueblo, pero con daño de los nuestros, porque les mataron treinta españoles e hirieron otros algunos; pero los indios no dejaron de recibir harto daño en sus personas, demás de que les quemaron el pueblo; y pretendiendo haber entera venganza de los españoles que les habían muerto, quisieron los nuestros pasar a quemar un pueblo de más de cuatrocientas casas que estaba de la obra banda del río de Coto, y yendo marchando con ese propósito, al pasar del río les salieron al encuentro los indios con las armas en las manos, y no sólo les estorbaron el paso, pero les tomaron a manos dos escuadras llamadas Bartolomé García y García de Citiel, con otros españoles, y les mataron e hirieron otros muchos, y los hicieron retirar al pueblo que habían quemado, donde hallaron obra de quinientos indios que los estaban esperando a punto de guerra, de los cuales asimismo fueron acometidos y constreñidos a retirarse a Tamaca, pueblo de indios amigos, y de allí se volvieron a Santa Marta, con pérdida de hartos españoles que fueron muertos en el conflicto de las guazabaras o reencuentros, sin los que los indios llevaron vivos en su poder, a los cuales dieron más crueles y prolijas muertes.

Viendo los indios del Valle Hermoso las victorias que habían habido los de Coto, acordaron rebelarse y no obedecer como antes solían, a los españoles, por lo cual el gobernador Lerma envió a que los castigasen a los capitanes Céspedes y Escobar y Bueso, con doscientos hombres, los cuales dividieron la gente entre sí para dar en tres pueblos principales que en aquel valle había, y quemarlos y arruinarlos. Los dos capitanes, Escobar y Bueso, quemaron y arruinaron los dos pueblos que en suerte les cupieron, y el capitán Céspedes no quemó el que en suerte le cupo por haberse ido la gente de él, y desamparándolo y recogiendose a un alto para de allí ofender y defenderse de quien les pretendiese damnificar; y como el capitán Céspedes con su gente quisiese subir al cerro donde los indios estaban hechos fuertes, parecióle que era temeridad dejar solo un peligroso paso que a las espaldas tenía, al cual si los indios le tomaran, peligrara él y su gente, y volviendo con presteza a reformar y guardar con su gente aquel paso, se estuvo en él hasta que los otros dos capitanes, Escobar y Bueso, llegaron allí, y quedando en guarda de aquel peligroso paso, el capitán Céspedes subió con sus soldados, y resistiendo valerosamente la furia de los bárbaros, les ganó el alto y alojamiento donde estaban, y dando en ellos fueron muertos muchos, y los demás ahuyentados, y hecho este castigo se volvieron a Santa Marta; y desde ha pocos días, el gobernador Lerma, queriendo ver si la gente y naturales del valle de Tayrona estaban domésticos, y si los podrían atraer a su amistad, envió tercera vez gente a ellos, yendo por capitanes su sobrino Pedro de Lerma y Alonso Martín, y con ellos más de doscientos hombres, los cuales llegando al paraje, donde antes había llegado el capitán Villalobos, fueron acometidos de los indios y forzados a retirarse con pérdida de algunos españoles y daño de sus propias personas, porque a entrambos capitanes hirieron los indios, y así sin hacer ningún buen efecto se volvieron a Santa Marta.

|Capítulo décimo En que se cuenta cómo el gobernador Lerma, por temor de la gente que en Santa Marta tenía, no se le fuese al Perú, con la fama de las riquezas que en ellas se habían descubierto, hizo hacer la jornada y descubrimiento del Sinú.

En este tiempo, que sería por el año de treinta y uno, vino a Santa Marta la nueva del descubrimiento del Perú, y de sus riquezas, por lo cual fueron muchos soldados promovidos a dejar la vivienda de Santa Marta e ir a participar de las riquezas nuevamente descubiertas. Porque en esta sazón estaban muchos de camino para ir a poblar a la gente blanca y de los Caribes, la cual es gente desnuda, pobre y belicosa; por los cuales respectos los soldados que estaban para ir a ella, la dejaron y no se curaron de ello, por irse, como he dicho, a Perú.

El gobernador Lerma, pretendiendo amplificar su gobernación y entretener la gente que no se le fuese, determinó que se hiciese una jornada en descubrimiento del Sinú, de quien en aquellos tiempos había gran noticia de muchas e infinitas riquezas de oro sobre la tierra. Es esta noticia y provincia de la otra banda del río grande de la Magdalena, hacia la parte de Cartagena, entre el mismo río grande y el río de Cauca, que nace en la gobernación de Popayán; y demás de esto en la propia sazón había hombres en Santa Marta que por tener algún conocimiento de la cosmografía y astrología certificaban al gobernador que por conjeturas alcanzaban a saber y conocer que el río grande arriba, de la una y otra parte de él, había tierras riquísimas y muy pobladas. Con estas cosas fue algún tanto sosegado el ánimo de los soldados para dejar de ir a Perú, y seguir el nuevo descubrimiento que el río grande arriba quería hacer, y así fueron juntos doscientos hombres y nombrados por capitanes y administradores de todo lo criminal los capitanes Céspedes y Juan de San Martín, y por teniente general y superior de todos éstos un licenciado o bachiller Torres, canónigo de Santa Marta, clérigo y sacerdote de misa, y por capitán de gastadores, que son macheteros y azadoneros, a un Santos de Sayavedra, natural de Cáceres. Todos los cuales juntos salieron de Santa Marta la vuelta de los Caribes y gente blanca, para por allí arrimarse al río grande y proseguir su viaje, como lo hicieron. En estas poblaciones de los Caribes y gente blanca, dio cierta enfermedad al canónigo y licenciado Torres, de que murió luégo. Los capitanes Céspedes y San Martín se hicieron publicar y obedecer por tenientes de gobernador, iguales en jurisdicción, y como eran personas de notable esplendor y virtud, nunca se desconformaron en el mandar, regir y gobernar, antes con toda afabilidad y modestia llevaron sus compañías pacíficamente sin sucederles cosa próspera ni adversa, hasta el pueblo y provincia llamada Sompallon, que es más arriba de donde ahora está poblado el pueblo y ciudad de Tamalameque, en la ribera del río grande a la parte de Santa Marta. Este Sompallon es donde antiguamente estuvo poblado un pueblo de españoles llamado Santiago de Sompallon. En esta provincia estuvieron estos dos capitanes esperando ciertos bergantines que por el río habían de subir, para que los pasasen de la otra parte.

Porque pasa de esta manera: que al tiempo que el licenciado Torres y los capitanes Céspedes y San Martín, con la demás gente salieron de Santa Marta, el gobernador Lerma hizo aderezar ciertos bergantines, en los cuales iban por capitanes Luis de Manjarrés y Alonso Martínez, natural de Huelva, y los envió con cien hombres para que entrasen por la boca del río grande y fuesen en seguimiento de los que iban por tierra. Salidos de Santa Marta al tiempo del embocar por el río grande, les sobrevino un poco de tormenta, que fue causa que el bergantín o fragata en que iba Manjarrés se hundiese y toda la gente de él pereciese, sin escapar más de sólo el capitán Manjarrés, que por ser diestro y animoso nadador pudo soportar el ímpetu de la tormenta, y siendo favorecido de su buena fortuna fue recogido en uno de los otros bergantines, los cuales navegaron el río arriba, y donde a poco tiempo, no sin falta de trabajos, a causa de las grandes corrientes del río y algunos acometimientos que los indios en canoa les hacían por el agua, con que no dejaban de damnificarles, llegaron a Sompallon, donde la demás gente estaba esperando, y allí se regocijaron de verse los unos a los otros.

El capitán Santos de Sayavedra, siendo algo bullicioso y de ánimo mal reposado, mediante la pujanza de amigos que con su cargo había cobrado, entremetíase con libre desenvoltura en más negocios de los que le eran permitidos, dando a entender que no debía de obedecer a los capitanes San Martín y Céspedes como ellos pretendían ser obedecidos, los cuales se temieron, por insignias que vieron, que se les había de alzar o amotinar algún día con parte de la gente, y esta presunción confirmó el capitán Sayavedra, con que al tiempo que los bergantines llegaron a Sompallon, de su propia autoridad, con algunos amigos suyos, se metió en uno de ellos, y echó fuéra al que los traía a cargo, y sin decir nada a los tenientes y capitanes, comenzó a pasar de la otra banda del río a los que tenía por amigos. Pero disimulando con esta desenvoltura los capitanes Céspedes y San Martín, fingiendo no hacer caso de ello, ni haberlo visto, con alegre demostración fingieron cierto convite y recreación otro día para por el río, entre los tenientes y capitanes que en los bergantines habían venido, y otras personas principales del campo, y convidando entre los demás al capitán Sayavedra, lo hicieron confesar, y le dieron garrote en un varón del bergantín, y con esto se sosegaron los bullicios que entre la gente que llevaban se iban levantando.

Muerto Sayavedra, los tenientes acabaron de pasar toda su gente de la otra parte del río, y como tenían por tan cierta su noticia, despidieron los bergantines, y volviéronse a Santa Marta, y metiéndose ellos la tierra adentro, comenzaron a dar en algunas poblaciones de indios, que ahora sirven a la villa de Mompós, no muy abundantes de riquezas, ni ellas en tanta cantidad como los españoles quisieran. Las cuales pasadas, luégo dieron en grandes arcabucos y manglares despoblados, y muy trabajosos de caminar, los cuales rompieron y anduvieron hasta llegar a las riberas del río de Cauca, en las cuales, aunque había algunas poblaciones, no se trataban ni caminaban por agua, y así demás de ser trabajoso el buscarlas y descubrirlas, hacíanlas tan oscuras las espesuras de las montañas y manglares, que ningún trabajo de hombres era tolerable para descubrirlas. Visto esto y que la gente empezaba a enfermar, acordaron dar la vuelta sobre el río grande, y en pocos días volvieron al propio puerto do habían desembarcado, donde no menos trabajo pasaron, por no tener bergantines en que volver a pasar el río, que les fue forzoso ir a buscar por los pueblos comarcanos canoas en qué pasar, en las cuales con harto trabajo pasaron, y con mucho riesgo de sus personas, así por la grandeza e ímpetu del río, como por no saber los españoles gobernar ni navegar aquel género de navíos pequeños, de quien en otra parte trataremos más largamente, declarando su proporción y manera de navegación. Pasada toda la gente de la otra parte del río, hacia la banda de Sompallon, hallaron toda la gente anegada, porque era ya entrado el invierno y habían cargado las aguas muy de golpe; y partidos de Sompallon se arrimaron todo lo que pudieron a la tierra, hasta llegar al paraje de un pueblo llamado Sopati | 17 , donde los dos tenientes se dividieron, y partieron entre sí la gente para ir por diferentes caminos, o a diferentes efectos; porque el capitán San Martín pretendía ir a dar en el pueblo y poblaciones de Tamalameque para haber algún oro; el capitán Céspedes pretendía ir a dar en cierto bohío o santuario que tenía fama de muy grande y rico, por tener en él el demonio sus particulares y familiares coloquios con los indios de algunas poblaciones del valle de Upar; y así cada cual tomó su camino y derrota con la gente que le cupo.

15a La referencia trata sin duda de algún otro texto suprimido, pues es la primera vez que se habla de las Nuevas Leyes de 1542 en la “Recopilación”.
16 El texto del manuscrito dice: “Zazare” y al margen dice “Cesare”.
17 En el texto dice “Sopatín”, habiéndose después tachado la “n” y puesto al margen “Sopatí”.

Capítulo undécimo De cómo el capitán San Martín, yendo en demanda de Tamalameque, fue desbarato | 18 de los indios, y le mataron muchos españoles.

El capitán San Martín, aunque toda la tierra que caía hacia la parte de Tamalameque que estaba cubierta de agua, con la mucha codicia que en él reinaba, no le parecía cosa dificultosa el atravesar los lagos que por delante tenía, y así, con algunas canoas que allí hubo, pasó con su gente al pueblo de Sopatín, que estaba todo cercado de agua, aunque no era mucha la distancia que de él a la tierra firme o enjuta había, y de allí, como estaba obstinado en aquel propósito, de no irse sin ver a Tamalameque, propuso y determinó por entero de pasar adelante con su gente, la cual opinión le fue contradicha por el capitán Juan Tafur y por otros capitanes y personas principales, poniéndole por delante la gran temeridad que quería hacer en llevar la gente suya caminando por agua, donde fácilmente podían ser damnificados de los naturales de aquellas provincias, que con canoas los podían cercar y sojuzgarlos muy fácilmente; porque el capitán San Martín, no considerando bien los daños que le podían sobrevenir, pretendía pasar en las canoas un golfo pequeño y muy hondable que por delante tenía, hasta llegar a la tierra que de verano suele estar enjuta y descubierta, que eran unas largas campiñas y cabañas, y allí echar su gente, y pasar los caballos a nado hasta este propio lugar, y después de tenerlo todo pasado, irse caminando por el agua a pie y en los caballos hasta Tamalameque.

Pero aunque San Martín había dicho a algunas personas que no se metería en aquel peligro tan evidente, todavía lo hubo de efectuar para daño suyo y muerte de muchos españoles que por su loca y atrevida obstinación se mataron; y fue así que metiendo todo el carruaje que tenía en las canoas con los demás españoles se pasó de la otra banda del lago a lo menos hondable, que como he dicho, de verano suele estar descubierto, y los soldados tomaron las sillas de los caballos, y apartáronse con ellas a ponerlas encima de algunos árboles. Algunos españoles, buenos nadadores, que en Sopatín habían quedado para pasar a nado los caballos, jamás los pudieron hacer navegar por el agua, sino que entrando, luégo se volvían a salir, y así nunca los pudieron pasar a donde San Martín estaba con los demás españoles convertidos en pescados. Porque es cierto que estaban en el agua hasta los sobacos, y todo lo que habían de caminar era de la propia hondura. Los indios de Sopatín que no se descuidaban punto en atalayar y mirar cómo podían damnificar a los nuestros, hallaron la ocasión como la deseaban, y viniendo con gran cantidad de canoas, llenas de indios, armados con gran cantidad de flechas, dieron en el capitán San Martín y en los que con él estaban e hiriendo de la primera arremetida a muchos, los constriñeron a desamparar, con gran daño y pérdida de los propios españoles, las canoas que tenían, y arrojándose al agua eran muchos ahogados, por no saber nadar, y otros con las heridas que tenían, bañando o tiñendo el agua con su sangre, se les entraba la frialdad en el cuerpo, de que asimismo se quedaban muertos en el agua. Algunos fueron socorridos yendo caminando por el agua, como fue el propio San Martín y Juan Tafur, y otros en una canoa que el capitán Cardoso, que había quedado en el pueblo de Sopatín, les envió, y éstos más escaparon por negligencia de los indios que no por la mucha diligencia que ellos pudieron poner en defender ni guarecer sus personas. Porque estos bárbaros, en la hora que vieron que los españoles desampararon las canoas, diéronse a robar y tomar lo que en ellas había, y dejaron de seguir la entera victoria que de los españoles podían haber, pero con todo eso les quedó la laguna o ciénaga bien teñida en sangre, y acompañada de cuerpos de españoles, y convertido aquel lago en un triste espectáculo para los demás españoles que desde el pueblo de Sompatín los estaban mirando.

Los indios luégo se fueron derechos en sus canoas, y como el pueblo donde los que vivos habían quedado se recogieron, estaba cercado de agua, cercáronlos ellos de tal suerte que no podían pasar a la tierra firme, y en este cerco los tuvieron ciertos días en gran riesgo de acabarlos de matar y consumir a todos, porque ningún género de comida tenían, salvo cierta frutilla de la tierra, amarilla, que parecía ciruelas, y no les quedaba ya qué comer si no eran los caballos.

Entre estos españoles habían quedado algunos soldados animosos y buenos nadadores, los cuales, para remedio de todos los demás, determinaron de echarse de noche al agua, y salir nadando a la tierra firme, e ir a llamar al capitán Céspedes, que pocos días antes se había apartado de San Martín, como arriba se dijo, los cuales lo hicieron tan bien, que sin recibir daño ni ser sentidos de los indios, pasaron al agua y caminaron tan apresuradamente que alcanzaron al capitán Céspedes, el cual como supiese la aflicción y cerco en que San Martín y los demás estaban, dio la vuelta al pueblo de Sompatín, y mediante su llegada se apartaron los indios del cerco y tuvieron lugar de pasar los españoles que aislados y cercados estaban, a la parte de tierra firme, y de allí se fueron todos juntos la vuelta del valle de Upar, y del valle de Upar a la Ramada y costa de la mar, y de allí a Santa Marta, después de haber veinte meses que habían salido de Santa Marta, donde hallaron que gobernaba el doctor Infante, oidor de Santo Domingo, porque en el ínterin que esta gente andaba en la jornada y descubrimiento dicho, murió el gobernador García de Lerma de cierta enfermedad que le dio, y la Audiencia de Santo Domingo, por su fin y muerte, proveyó en el gobierno de Santa Marta al doctor Infante, aunque otros dicen que antes que Lerma muriese había venido Infante a tomarle residencia y que estándola dando murió.

Habíase en esta sazón quemado la mitad del pueblo y casas de Santa Marta, en que se perdió gran cantidad de pesos de oro y mercadurías y otras cosas que el fuego abrasó y consumio.

El doctor Infante gobernó pacífica y quietamente y pasó su gobierno casi en silenció, sin haber sucedido ni hecho cosa notable, más de haber enviado un navío o carabela con cincuenta hombres a hacer esclavos a la provincia de la Ramada, con un capitán Francisco Méndez Valenciano, y con el capitán Rivera, a los cuales prendió el capitán Nicolás Federmán, teniente de gobernador de Venezuela, que en la propia sazón andaba por las provincias del Cabo de la Vela y río de Macomite, según que más largamente se escribe en el libro donde tratamos de esta jornada de Federmán, en la segunda parte.

También en tiempo de este gobernador, el doctor Infante, un caballero portugués llamado Jerónimo Melo entró con ciertos bergantines y gente por la boca del río grande de la Magdalena, y navegando por él arriba llegó hasta donde ahora está poblado el pueblo de Tamalameque, y de allí se volvió a Santa Marta, donde murió; y así gobernó la tierra el doctor Infante hasta que vino y entró en ella el adelantado de Canaria, don Pedro Fernández de Lugo, a quien el emperador y rey de España hizo merced de la gobernación de Santa Marta, según en el siguiente libro se tratará.

18 En la “tabla” de Sevilla se lee correctamente “fue desbaratado”; pero, en la transcripción de este texto al manuscrito encontramos “fue desbarato”. Trátase de una de las tantas y frecuentes equivocaciones ortográficas que demuestran el poco valor que tiene la transcripción literal de un documento cuando en la mayoría de los casos se trata de simple ignorancia o descuido de los amanuenses, lo cual no permite inves

LIBRO SEGUNDO | 1 |

En el segundo libro se escribe y cuenta cómo el emperador don Carlos quinto dio la gobernación de Santa Marta al adelantado de Canaria, don Pedro Fernández de Lugo, el cual venido que fue a su gobernación por su persona y la de su hijo y otros capitanes, intentó algunas jornadas y entradas a pacificar a la sierra de Santa Marta y Bonda, y a otras partes y provincias, en que la más insigne fue la que encargó al licenciado don Gonzalo Jiménez de Quesada, su teniente general, en descubrimiento de los nacimientos del río grande de la Magdalena. |

|Cuéntase la salida de este capitán y de su gente de Santa Marta y la prosecución y sucesos de su jornada hasta que llegó al valle de la Grita, principio de la tierra del Nuevo Reino de Granada, que descubrió. Hácese particular mención de todo lo sucedido en Santa Marta todo el tiempo que este adelantado la gobernó hasta que murió, que serían diez meses, y de la hierba que usan los indios de esta provincia y de otras a ella comarcanas, con que mueren rabiando los hombres que de ella son heridos, y de otras particularidades de las Indias y naturales y valles de estas provincias, y guerras que con ellos los españoles tuvieron durante el tiempo de gobierno del dicho adelantado | 2 .
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Capítulo primero En que se escribe cómo el adelantado de Canaria hubo del emperador | 3 don Carlos la gobernación de Santa Marta por dos vidas.

Don Alonso de Lugo, primer adelantado de las islas de Canaria, conquistó las islas de Tenerife y la Palma, por lo cualel Rey Católico Don Fernando le dio el señorío de aquellas dos islas por dos vidas, de las cuales era adelantado, y aunque su título era adelantado de Canaria, no por eso su jurisdicción y señorío se extendió a la isla de Canaria que siempre fue realenga, ni a ninguna de las otras cuatro islas; al cual después de sus días sucedió don Pedro Fernández de Lugo, su hijo. Este, viendo que en él se acababa el adelantamiento y señorío de aquella tierra, procuró dilatar y extender su estado con tratar con el Rey Don Carlos, emperador quinto de este nombre, señor universal que en aquel tiempo era de los reinos de Castilla, y del imperio de las Indias, que le diese la gobernación de Santa Marta por ciertas vidas, para él y para sus sucesores, con lo que él descubriese debajo de cierta demarcación norte-sur, y que le dejaría el señorío de las islas de la Palma y Tenerife, que él entonces poseía. El emperador tuvo por bien de hacer cualquier concierto con él, porque llevaban principio aquellas islas de ser de mucha utilidad a la corona y estado real, y así le dio la gobernación de Santa Marta por dos vidas, que la una fuese la suya y la otra de su sucesor, en las cuales fuese señor y gobernador de todo lo que descubriese y poblase, con otras particulares condiciones que hacen poco a nuestro propósito; lo cual se efectuó y celebró en España el año de mil quinientos treinta y tres, o treinta y cuatro, y luégo el adelantado don Pedro Fernández de Lugo, así en España como en las islas de Canaria, comenzó a juntar gente para irse a su gobernación de Santa Marta, y poblana y conquistarla, en donde hizo mil doscientos hombres, con los cuales y muchas municiones y aderezos de guerra, llegó a la ciudad de Santa Marta, con dieciocho navíos por el año de treinta y cinco, donde halló que gobernaba el capitán Juan de Céspedes, por el doctor Infante, el cual dejando el gobierno, se volvió a Santo Domingo, a residir en su silla de oidor.

Traía el adelantado muchos y muy buenos aderezos de guerra, para ofender y defenderse de los indios, pero no conforme a la usanza de Indias, cuya disciplina militar él no pensaba seguir; antes burlaba de ella, como si hubiera de pelear con gente que a su similitud hubiera de usar la guerra. Trajo consigo, demás de muchos caballeros muy principales, y de mucha cuenta, a su hijo, don Alonso Luis de Lugo, y a los capitanes Lázaro Fonte, natural de Tenerife en las Canarias, y por su teniente y justicia mayor al licenciado Jiménez de Quesada; al capitán Juan de Albarracín, natural del puerto de Santa María; al capitán Luis Bernal, natural del mismo puerto de Santa María; al capitán Jerónimo Suárez, natural de Málaga, y a otro capitán que se decía Madrid, el maestre de campo Diego de Urbina, el capitán Tapia, natural de la ciudad de Ávila, el capitán don Pedro de Portugal, y demás de esta gente que el adelantado de Canaria metió en Santa Marta, había en ella de los antiguos capitanes y pobladores y conquistadores, otros quinientos hombres; y después de haberse metido en posesión de su gobernación, lo primero que pretendió hacer fue procurar pacificar la tierra, que estaba alzada y rebelada la más de ella, para sacar de los naturales y señores de ella alguna cantidad de oro con que poder pagar los fletes a los señores capitanes de los navíos, y a otras personas que le habían prestado dineros, que le fatigaban y daban priesa sobre la cobranza y paga de ellos. Para este efecto, hizo reseña general de toda la gente que en Santa Marta en esta sazón había, y que halló casi dos mil hombres, y luégo los mandó apercibir a todos los más, que no quedaron en Santa Marta cien hombres, con los cuales el adelantado comenzó a marchar hacia el pueblo del cacique o señor llamado Bonda, llevando su gente en ordenanza, y a paso de atambor, con sus banderas tendidas.

Algunos de aquellos capitanes que de tiempo más antiguo habían estado en Santa Marta y sabían el modo como se debía encaminar aquella gente para más seguridad suya, avisaban al adelantado que no curase de seguir aquellas ordenanzas ni hacer aquellas… de gentes y municiones, porque era poner toda su gente por blanco y terrero, donde los indios disparasen sus flechas, que untadas con la ponzoña y pestífera hierba solían tirar, con que en breve tiempo vería una irremediable mortandad en los suyos, porque por muy pequeñas heridas que con las enherboladas flechas tiradas por la furia de aquellos bárbaros recibiesen, no sería parte ninguna antigua experiencia de cirujanos, ni letras de médicos que en su campo trajese a remediar las vidas de los que fuesen heridos.

Pero de estas cosas burlaba el adelantado pareciéndole que eran fabuloeas o inventadas por aquellos hombres, que se lo decían a fin que se hiciese particular cuenta y caso de ellos, y que él fuese necesitado a tomar su consejo; pero el tiempo le constriñó después a que él viniese a pedir con ruegos y halagos lo que al principio de voluntad le ofrecían, porque como con su gente y campo marchase por junto a la sierra que era tierra llana, y los indios desde los altos se pusiesen a ver aquel escuadrón de lucida gente caminar tan a compás, y por tan nueva orden, seguramente les arrojaban algunas flechas con que herían muy a su salvo, desde lo alto, algunos de aquellos bisoños soldados que muy despacio iban caminando, al son de sus atambores, sin que de toda aquella multitud de soldados pudiesen damnificarlos.

La pretensión de los capitanes viejos y experimentados en aquella milicia era que aquellos indios indómitos bárbaros, que ya diversas veces habían sido traídos por halagos y por temores y fuerzas a la amistad de los españoles, se usase con ellos de rigor, pues no tenían ningún agradecimiento, anticipándose, sin que de ellos fuesen sentidos, a ir a sus pueblos de noche y cogerlos descuidados, sin que pudiesen enteramente tomar las armas en las manos, con el cual ardid y con otros semejantes se suelen domar estos muy belicosos indios, los cuales, si antes de ser asaltados y sujetos de la suerte dicha, sienten a sus contrarios los españoles, ninguna fuerza de armas será parte a sujetarlos y domarlos; porque como es gente tan suelta y hecha a andar por aquella áspera y montuosa tierra, y la saben toda, y tienen para su defensa el remedio de la ponzoñosa hierba que en las flechas ponen, cuyas pequeñas heridas, como se ha dicho, son irremediables, hacen muy a su salvo la guerra, y en tomando una vez las armas en la mano, procuran haber entera victoria, dando sobre los españoles a horas no pensadas, confiados en el daño que con sus flechas y hierba les han de hacer, y que cuando los españoles más victoriosos fueren contra ellos y muy de vencida los llevaren, los han de andar a tomar y prender como fieras por los espesos bosques, porque como estos bárbaros vengan desnudos a la guerra y no traigan peso de armas, ni ropa que los estorbe, fácilmente cuelan por cualquier espeso matorral y arcabuco, y así pocas veces los ofenden los españoles, sino es como he dicho, asaltándolos de noche, con mucha presteza, lo cual no pensaba hacer el adelantado, sino usar con ellos de todo comedimiento y modestia, llamándolos con halagos y buenas palabras y por vía de dádivas y resgates atraerlos a su amistad, pareciéndole que, pues aquellos bárbaros era gente que poseían tanta riqueza de oro, y tenían capacidad y entendimiento para conocer la grandeza de aquel metal, que es el más subido de los metales, que también lo tendrían para conocer los halagos y buenos tratamientos que él les pretendía hacer, y que ya que esto no bastase, con el temor de ver en su tierra tanta multitud de gente, por evitar los daños que la guerra suele traer, le saldrían con algún partido.

De todas estas consideraciones estaban bien apartados el señor y moradores de Bonda, y de otros pueblos de él sujetos y comarcanos, teniendo, como he dicho, puesta toda su esperanza en la aspereza y en la fuerza de sus armas y en la ligereza de sus personas. El adelantado, marchando con su campo, llegó a los llanos de Bonda, que está cuatro leguas de Santa Marta, donde los indios tenían muchas labranzas y sementeras para su sustento, en donde hizo y situó su alojamiento, muy por su orden, y puso sus tiendas y pabellones y toldos. Estos alojamientos, se suelen comúnmente, a lo menos en el Nuevo Reino, llamar rancherías, y lo mismo llaman a cualquier sitio o fortaleza donde los indios, dejada su antigua población, se recogen con el miedo de los españoles, y al saquear algún pueblo y tomar todo lo que en él hay, llaman ranchear, y al oro que de esta suerte se ha habido, llaman oro de rancheo, y de esta suerte van colorando los actos de la avaricia y rapiña con vocablos exquisitos e inusitados.

Los indios de Bonda, desde que vieron alojados el campo y la gente del adelantado, oyeron sonar una nueva orden de música que el adelantado llevaba, como eran trompetas, chirimías y sacabuches, eran incitados a dar muestra de su muchedumbre por los altos de los cerros, y aun de su desvergonzado atrevimiento, pues sin ningún temor se acercaban al alojamiento de los españoles, sin querer llegar a dar la obediencia. El gobernador, luégo que se hubo alojado, envió una lengua o intérprete bien instructa a hablar al señor de Bonda, y a que le dijese cómo su majestad le había enviado a aquella tierra para ser gobernador y señor de ella; que le viniese a ver y reconocer, y que él le guardaría la paz y amistad y le haría todo buen tratamiento, y no consentiría que ningunos españoles le damnificasen, antes que si hasta allí algunos daños se le habían hecho, que él le satisfaría de ellos, y castigaría a los delincuentes, y otras cosas favorables para atraer a su amistad aquellos bárbaros.

La guía o intérprete que fue era un indio natural de aquellas provincias de Santa Marta, y donde a poco volvió y trajo consigo un indio, que dijo ser principal y capitán de los sujetos a Bonda, con el cual venían otros tres indios, y todos cuatro desnudos, en cueros, sin traer cosa sobre sí, sino era mucha bija, betún colorado con que se tiñen todo el cuerpo en tiempo de sus regocijos o de guerras, y algunas plumas y plumajes de guacamayos y sus arcos y flechas en las manos. El adelantado los recibió muy bien y alegremente, pareciéndole que era principio de venir de paz toda la demás gente, y les dijo lo que antes había dicho al intérprete que los envió a llamar, y con quien hablan venido, añadiendo que fuesen a su cacique Bonda y le dijesen lo que he referido, y que demás de esto su principal venida había sido a que fuesen cristianos y se convirtiesen a la ley de Jesucristo, en cuya ley él y los demás que con él venían, vivían, y otras santas exhortaciones, de las cuales, aunque los indios las escuchaban y prestaban atención a ello era por verse casi presos, pero no porque en sus corazones jamás ha reinado voluntad de dejar sus idolatrías y llegarse al camino de salvación; y conclusa su plática, en pago del presente que los indios le trajeron, que fue, casi por vía de escarnio, un poco de maíz blanco y un cataure o cepillo blanco y unas pocas de guamas que es cierta fruta común y de poca estimación, les dio el adelantado muchas cuentas de España, que es rescate preciado entre ellos, y camisas de ruan, y otras cosas de vestir, y tomándolos a enviar les dijo que en todo caso volviesen otro día con su cacique de paz. Los indios, despidiéndose del adelantado, dijeron que otro día volverían de la suerte que verían, y así se volvieron a su tierra y serranía.

|Capítulo segundo De cómo el adelantado, llamando algunos soldados y capitanes viejos, les preguntó lo que de la paz de aquellos indios les parecía, y lo que le respondieron.

Como el adelantado, con el contento dicho, despidió los indios que habían venido de paz, mandó luégo llamar algunos de los soldados y capitanes viejos, para informarse y saber de ellos como de hombres más expertos y cursados en aquella tierra, lo que les parecía de aquella gente y de la paz que habían principiado, la cual él tenía por muy firme y segura; y luégo que fueron juntos y platicaron sobre el caso, hubo entre ellos diferentes y dudosos pareceres, en que algunos, con poco fundamento, decían sin falta vendrían de paz aquellos bárbaros, aunque no fuese más de a ver muy por entero y particularmente aquel gran aparato de la gente y municiones que tan osadamente se les había puesto delante; pero otros, que presente tenían la dudosa y mala fe de estos bárbaros, y su desenvoltura y rústica desvergüenza, como fueron los capitanes San Martín y Céspedes y soldados viejos que a su opinión se arrimaron, declararon que no debía haber ningún descuido en el campo, guardias, velas y centinelas de él, porque claramente daban y habían dado los indios a entender sus designios y mal propósito, pues solamente habían enviado cuatro indios con las armas en las manos, casi dando a entender lo poco en que estimaban la potencia de los españoles, lo cual no solían ni acostumbraban hacer, cuando enteramente venían a confederarse con españoles, y que el siguiente día antes se debían esperar los enemigos con las armas en las manos que los amigos con quietud.

De esto se alteró algo el adelantado, y mostró pesarle de que tan claramente tuviese ningún atrevimiento de decir al contrario de lo que él en su opinión e imaginativa tenía, y así respondió a los que esto le dijeron: “vosotros, como estáis acostumbrados a derramar y verter la inocente sangre de estos míseros indios, y a robarles lo que en SUS casas tienen, querríades que viniesen con las armas en las manos a ofreceros ocasión con que ejercitar vuestros actos y géneros de avaricia, y por eso claramente dais a entender con palabras dobladas, lo que en el corazón tenéis; pues entended que precio más la paz de este cacique, que la administración y señorío de una gran ciudad”; y menospreciando lo que le decían, los despidió, y encargó a los que tenían cargo de poner guardas y velas en el campo, que tuviesen especial cuidado de velar. Aquella noche se les apartó la claridad del día, y refrescó el aire con algún frío, porque como está cerca de allí la sierra nevada, aunque de día hace muy gran calor, las noches hace muy frescas y deseosas de ropa y abrigo.

Estaba el alojamiento del adelantado y su gente puesto junto a la propia sierra, en el paso y camino por do bajaban y subían al pueblo de Bonda, en el cual paso los indios, al tiempo que tuvieron noticia de la salida de los españoles de Santa Marta, hicieron cierta palizada y palenque fuerte que atravesaba el paso y camino de la sierra, por donde se temía que habían de bajar indios, si hubiesen de venir de guerra, y de la parte de arriba de este palenque y palizada, fueron puestos cien hombres de guardia, con sus arcabuces, como por centinelas, y en el cuerpo del alojamiento pusieron otras muchas velas y rondas de a pie y de a caballo, de suerte que si fuesen acometidos, no los hallasen descuidados, aunque no preparados para dejar de recibir daño. Ya que la mayor parte de la noche era pasada y que el día se acercaba, algunos de los capitanes viejos comenzaron calladamente a apercibir su gente y armar sus personas, porque enten­dían que era más cierta la guerra que la paz de aquellos bárbaros, y con el bullicio de la gente don Alonso Luis de Lugo, hijo del adelantado, se vino a la tienda del capitán Céspedes a ver y saber de qué dependía el levantarse los soldados tan de mañana, al cual halló que se estaba armando con las armas de que siempre había usado para defenderse de los indios; y como fuese admirado de una tan nueva manera de armas, llevole a donde el adelantado, su padre, estaba, para que le viese, e idos a la tienda o toldo del adelantado, pareciéndole cosa muy rústica y basta aquella manera de armas, comenzó a reírse y burlar de ellas porque le parecía que era cosa más fuerte un coselete y una cota, y otras armas ofensivas y defensivas que los españoles y otras muchas naciones han inventado y usado, que las que los de Indias habían inventado; y según parece el adelantado se engañaba en esta su opinión.

Porque para la guerra de los indios y contra indios está ave­riguado ser muy mejores armas las de algodón que las de hierro ni acero, por muchas razones que para ello se dan, y las más principales, porque con este género de armas que de algodón hacen, los soldados en las Indias preparan y defienden sus personas y caballos desde la cabeza hasta la cola, sin que en ninguna parte les puedan herir, y esto no se podría tan en general ni fácilmente traer de España, y con armas livianas y que las sufre a llevar caminando el soldado, y siempre le sirven de cama y lecho.

Pues la materia me ofrece ocasión para decir la manera de estas armas, en este lugar tratarlo he, aunque tenía propósito de escribirlo más adelante, en el discurso del descubrimiento del Nuevo Reino. De anjeo o de mantas delgadas de algodón se hacen unos sayos que llaman sayos de armas; éstos son largos, que llegan debajo de la rodilla o a la pantorrilla, estofados todos de alto abajo de algodón, de grueso de tres dedos, puesto el algodón muy por su orden, entre dos lienzos que para cada cuarto del sayo se cortan, y luégo, después de apuntarlo, lo colchan con cairos, que son unos torzales de hilo de algodón, y estas colchaduras van, para más fortaleza del sayo, anudadas de suerte que en cada puntada dan un nudo. Colchado cada cuarto del sayo por sí, lo juntan sin que en las costuras quede nada vacío, y de esta suerte y por esta orden hacen las mangas del sayo y su babera, de la propia suerte que se hacen la de los arneses o coseletes, y los morriones o celadas asimismo se hacen de algodón colchados, aunque otros o algunos los hacen de cuero de danta o de cuero de vaca, con su estofado debajo, y el que para la cabeza puede haber un morrión o celada de acero, no lo rehusa, por los macanazos que al entrar en algunos bohíos o casas se suelen dar. De este propio metal, que es el algodón y lienzo, en la forma dicha, se hace testera para el caballo, que le cubre rostro y pescuezo, y pecho, que le ampara toda la delantera, y faldas, que desde el arzón delantero van ciñendo los lados y cubriendo las ancas y piernas del caballo. Púesto un hombre encima de un caballo, y armado con todas estas armas, parece cosa más disforme y monstruosa de lo que aquí se puede |figurar, porque como va tan aumentado con la grosedad e hinchazón del algodón, hácese de un jinete una torre o una cosa muy desproporcionada, de suerte que a los indios pone muy grande espanto ver aquella grandeza y ostentación que un hombre armado encima de un caballo de la manera dicha hace, demás que si no es por la visera no le pueden herir por ninguna parte. Porque las piernas y estriberas van cubiertas con las faldas del caballo, las Cuales el jinete lleva atadas o ceñidas al cuerpo. También se hacen de la manera que las demás armas, grebas o antiparras o medias calzas para los pies y piernas, y éstas solamente se hacen para tierra, donde los indios acostumbran poner puyas por los caminos, para que se empuyen o hinquen los que fueren a conquistarlos.

Volviendo a la historia, ya que el adelantado se había holgado de ver esta invención de armas, la aurora empezaba a dar señal, y los viejos capitanes a decir que ya se acercaba la hora en que si los indios habían de hacer daño, empezarían a disparar sus flechas; y estando en estas palabras oyeron gran alboroto entre los cien soldados que estaban haciendo guardia en el camino que bajaba de la sierra, donde estaba el palenque hecho. Porque como los indios supieron por sus espías que en aquel paso había gente de guardia, bajaron con mucho silencio de lo alto de la sierra, y dejando el camino principal se metieron por cierta. senda que ellos sabían, y viniendo a tomar por un lado los que en el palenque hacían la guardia, sin ser sentidos de ellos, dispararon de repente una multitud de flechas con ponzoñosa hierba untadas, las cuales arrojaron con tanta furia que de los que con ellas hirieron, quedaron allí muertos treinta hombres, sin otros muchos que después desde ha poco se iban muriendo con cruel rabia que la ponzoña de la hierba les causaba.

Los soldados, como se sintieron herir de los indios, dieron arma en el Real, pretendiendo ser socorridos; pero los indios, con el silencio con que hicieron el daño, con ese se retiraron, sin recibir daño ninguno, y desque en salvo se vieron puestos en lo alto, oyendo la gran grita y alboroto que los españoles tenían sobre el armarse y juntarse a sus compañías, y ponerse a punto de guerra, ellos comenzaron a imitar el alboroto de los españoles, mostrando sus personas embijadas o untadas con betún colorado, y muy emplumajados, dando muy grandes voces y griterías, tocando muchas cornetas y fotutos, y haciendo muchos y muy grandes ademanes y visajes con sus personas, dando por todas vías señal del contento que habían recibido con el asalto que hecho habían, del cual estaban satisfechos que habían damnificado a los nuestros.

El adelantado, después que tuvo toda su gente armada y a punto de guerra, y había ya mandado llevar los enfermos o heridos a Santa Marta, envió ciertos capitanes con trescientos hombres hacia la mano izquierda dé la sierra, y que fuesen a dar al valle Hermoso, haciendo el castigo que pudiesen, y él se subió la sierra arriba, derecho al pueblo de Bonda, donde se alojó; y viendo que los indios no se le apartaban, antes se le acercaban a su gente, por emplear bien sus flechas, envió algunas compañías de arcabuceros que los ojeasen y ahuyentasen de donde estaban, los cuales fueron y comenzaron a derribar algunos indios que a tiro de arcabuz los esperaban, donde con los arcabuces, y doce lebreles que el adelantado había traído de España, mataron muchos indios, pero no tantos que amedrentasen por entero a los que vivos quedaban, de suerte que perdiesen los bríos que tenían. Porque como el adelantado, sin esperar los arcabuceros que por los altos andaban ahuyentando los indios, contra la opinión y parecer de muchos soldados y capitanes viejos, quemase el pueblo de Bonda, y se retirase a lo llano, dejando sin amparo aquel paso, los indios comenzaron a revolver sus flechas y armas contra los arcabuceros, con tanto ánimo que los hicieron retirar y los pusieron en grande aprieto por haberlos desamparado el adelantado; y verdaderamente fueran allí muertos y desbaratados si no fueran favorecidos del capitán Céspedes, que con gran riesgo de su persona y compañía los favoreció y sacó de aquel peligro en que estaban. Luégo el adelantado pretendió ir a favorecer los españoles que estaban, o habían ido al valle Hermoso, los cuales estaban en gran riesgo y trabajo; porque juntándose muy gran cantidad de aquellos bárbaros, les habían tomado los pasos y salidas, y los tenían casi cercados, haciéndoles continua guerra. Mas desque esto supo el adelantado, envioles la gente de socorro y ayuda que le pareció, y él quedose alojado en los llanos de Bonda, esperando a juntar toda su gente, y aun a ver si los indios se ablandarían con aquel poco daño que él les había hecho, y vendrían en su amistad.

Los capitanes y soldados que en el valle Hermoso estaban, aunque peleaban con valor de buenos españoles, no pudieron resistir ni romper la multitud de los bárbaros que sobre ellos estaban, hasta que les llegó la gente que en su socorro enviaba el adelantado, con los cuales tuvieron ocasión y fuerza entera para dar en los indios que los tenían cercados, y desbaratarlos y ahuyentarlos, matando muchos de ellos, con que hubieron la victoria de sus enemigos, que poco antes entendían perder; y saliéndose del valle Hermoso con poca pérdida y daño de los suyos, se volvieron al llano de Bonda, donde los esperaba el adelantado con el resto de la gente.

1 En la “tabla” se Sevilla dice el encabezamiento: |Segundo Epetomio. Estas palabras están tachadas y una anotación marginal, con mano y tinta diferentes, dice: “Libro Segundo”
2 El texto que antecede, impreso en bastardilla, proviene de la “tabla” de Sevilla.
3 En el texto de la “tabla” de Sevilla se lee “Emperador y Rey don Carlos”.

|Capítulo tercero De cómo después de haber estado con todo su campo el adelantado algunos dias en los llanos de Bonda,
envió a su hijo don Alonso Luis de Lugo a la sierra a buscar oro, y lo que en toda la jornada, hasta llegar a
la Ramada, le sucedió. | 4

Teniendo ya junto todo su campo y compañías el adelantado en el alojamiento de Bonda, determinó entretenerse allí algunos días por ver si los indios y señor de Bonda bajaban a procurar su amistad, sin querer más subir con su gente a lo alto, porque como este caballero era de singular virtud y tenía en mucho la vida y conservación de sus soldados, algunos de los cuales había visto de muy pequeñas heridas y picaduras de las flechas morir rabiando, no quiso ni consintió que se esparciese gente ni compañías de soldados por ningunas partes; pero al fin, visto la poca utilidad que de estar en aquel alojamiento se le seguía, y por otra parte las quejas que de sus acreedores le cercaban, cuyos clamores mezclados y llenos de amenazas de la justicia divina y humana a sus orejas llegaban, determinó poner a su hijo y una parte de sus soldados en aventura de lo que la fortuna con ellos quisiese hacer, y enviarlos a la sierra nevada y valle de Tayrona a que procurasen, de grado o por fuerza, con dádivas o rescates, haber algún oro para el efecto dicho; y despidiendo a su hijo, desde aquel alojamiento, con la mayor parte de los soldados, él se volvió con el resto de la gente a Santa Marta, donde a la sazón llegaron ciertos soldados, de los que en tiempo del doctor Infante habían ido con el capitán Francisco Méndez Valenciano y con el capitán Juan de Ribera a hacer esclavos a la Ramada, a los cuales había prendido el teniente Nicolás Federmán, y le dieron aviso de lo sucedido a sus capitanes, y de cómo la gente de Venezuela con su capitán general, que era el propio Federmán, habían llegado a los términos de su gobernación y andaban haciendo daños en los naturales de ella, robándolos y llevándolos cautivos; por lo cual, escribiendo el adelantado ciertas cartas a Federmán, exhortándole que se saliese de su territorio y gobernación, envió asímismo aviso a su hijo don Alonso Luis de Lugo que con la gente que tenía procurase llegarse hacia la Ramada y río de la Hacha, y como pudiese echase a los de Venezuela de su tierra; y porque la gente no se podía bien sustentar en Santa Marta, envió un sobrino suyo, llamado Alonso de Lugo, a que se entretuviese con más de doscientos hombres por los pueblos de Concha y Ancones, donde están Ganga y Gayraca, y Guacharca y Nando, y Naguange, pueblos de señores muy principales, puestos en las riberas y puertos del Mar Océano, a que demás de que entre estos indios se sustentasen algún tiempo, procurasen haber de ellos oro para ayuda a pagar sus deudas. Y aunque al tiempo que entró este capitán con su gente en las poblaciones dichas, fue afablemente recibido y hospedado de los moradores de ellos, después, al tiempo que tornaba a salirse, tomaron en algunos pueblos las armas contra él, y le hicieron salir más de prisa que entró, con pérdida de muchos soldados, que le hirieron con flechas de hierba, de que vinieron a morir todos los heridos, sin escapar ninguno.

Don Alonso Luis de Lugo, luégo que hubo el aviso que su padre le enviaba, propuso de ir en alcance y seguimiento de Federmán, conclusa la demanda que entre manos llevaba, que era tomar ciertos señores o caciques ricos, poblados en la sierra, y así atravesando por las poblaciones de Bonda, haciendo el daño que en ellas pudo, y por otras que en el camino había, cuyos moradores y naturales, no espantándose ni cobrando ningún eficaz temor que les sujetase el brío, por los daños que veían hacer en sus hermanos ni parientes, antes animándose a haber entera venganza de sus enemigos, y a procurar hacer algún sacrificio a las ánimas de los que en aquella guerra eran muertos, con la sangre y vida de algunos españoles, se les ponían delante en cerrados escuadrones, con sus muy crecidos arcos hechos conforme a la estatura de cada uno, con los cuales y con cierto artificio que para tender la cuerda usaban traer en la mano derecha, arrojaban una innumerable lluvia de flechas, con que hacían harto daño en los españoles, pero al fin como la fuerza de los arcabuces fuese tanta y tan grande, eran no con mucha facilidad ahuyentados y esparcidos la muchedumbre de los desnudos bárbaros, y no dejando de tener continuas refriegas y revueltas con los indios por do pasaba, llegó don Alonso con su gente cerca de las poblaciones de los caciques y señores llamados Arogare y Maruare, a quien otros llaman Biriburare, los cuales estaban ya con las armas es las manos, esperando a los nuestros.

Velábanse estos bárbaros de noche por sus cuartos, al son de un atambor grande que bien lejos oían, el cual tocaban al tiempo del rendir del cuarto, para que la demás gente que en el pueblo había estuviesen sobre el aviso, y con cuidado, para cuando se les hiciese señal de guerra, la cual asímismo se les había de hacer con aquel crecido atambor, pero los españoles y su capitán los descuidaron con buen ardid con que los vinieron a asaltar sin ser sentidos, porque como la jornada que habían de caminar de día la caminasen de noche, y ésta fuese tan larga que los indios no temían que los españoles la pudiesen hacer en una noche, fueron con esto asegurados, y amaneciendo los nuestros sobre las velas y guardas y dando asímismo con toda presteza en los pueblos de Arogare y Maruare, que estaban juntos, fueron presos los dos caciques y señores de ellos, en cuyo saco se hubo cantidad de oro; porque aunque estos bárbaros esperaban la venida de los españoles a su tierra, estaban tan confiados de la fortaleza del lugar y de sus bríos, fuerzas y armas, que no sólo no esperaban la ruin destrucción que por sus pueblos vieron, pero entendían y tenían por muy cierto haber una gran victoria de los españoles, a costa de muy poca sangre suya, y con esta bárbara confianza, no habían sacado las joyas de oro y otras cosas de sus personas y haciendas que en sus pueblos tenían, a ponerlas en cobro.

Don Alonso, de más del oro que los soldados hubieron por el pueblo, hubo por el rescate de los dos principales cierta cantidad de libras de oro fino, con lo cual y con lo que entre los soldados hubo y tomó, afirman que recogió y metió en su poder más de ochocientas libras de oro fino, lo cual puso en muy buen cobro, y con propósito de hacer lo que después hizo, habló a todos los capitanes y soldados del campo y les dijo y rogó que no curasen de dar parte a su padre del oro que había habido ni se promoviesen a que desposeyese de lo que con tanto trabajo y riesgo de su persona él habla habido, en lo cual le harían todo placer y contento, y serian de él gratificados y galardonados en cosas que el tiempo ofrecería, y que los que con ánimos de damnificarle otra cosa hiciesen, serian de él aborrecidos por extremo, y aun por ventura en breve castigados, pues conforme a naturaleza, su padre no podía vivir mucho tiempo sin que debilidad lo acabase de consumir, después de cuyos días él había de suceder en la gobernación y como señor absoluto haría lo que quisiese y le pareciese de sus contrarios. Con estas palabras oprimió y atemorizó el ánimo de todos los que con él iban, de suerte que aunque después volviesen a Santa Marta, nunca el adelantado tuvo noticia, ni supo del oro que su hijo había habido, hasta que con ello fue ido a España.

De esta población de Arogare y Maruare salió don Alonso con su gente, y se fue a la vuelta de la Ramada y río de la Hacha en demanda de Federmán, en el cual viaje pasó por las provincias y pueblos de Bondigua y Guachaca, donde le dieron algunas guazabaras en que le hirieron y mataron casi cuarenta hombres, y con falta de comida llegó don Alonso a la Ramada donde halló que los soldados y gente de Venezuela eran ya idos la vuelta del valle de Upar muchos días había, y pareciéndole cosa dificultosa el alcanzarles, envió con indios de la tierra las cartas que su padre había escrito a Federmán, y él dio la vuelta con su gente a Santa Marta, donde asímismo fue perseguido, como luégo diremos, grandemente de los indios que por la costa de la mar había poblados, los cuales le hacían muchas emboscadas y celadas, en que le mataron e hirieron cantidad de gente. Los naturales de esta costa, desde Santa Marta hasta la Ramada y río de la Hacha, es gente belicosa y que en sus flechas ponen hierba ponzoñosa, y es gente muy crecida y lucida, traen sus personas muy adornadas con piezas y joyas de oro: los varones traen orejeras de oro colgadas de las orejas, que cada una pesa quince y veinte pesos, y caricuries puestos en las narices colgando de la ternilla de en medio, la cual abren y hienden para este efecto, y grandes chagualas, que son como patenas, y mediaslunas en los pechos, y al cuello se ponen muchos géneros de cuentas, he­chas de huesos y de caracoles y de piedras verdes, que entre ellos son muy preciados, y cuentas y argentería hecha de oro. Las mujeres casi traen las propias joyas que he dicho traen los varones, y demás de ellas muy grandes brazaletes y ajorcas de oro, y en las piernas, por sobre los tobillos y sobre las pantorrillas, traen grandes vueltas de chaquira y cuentas de oro o de hueso, como es el posible del marido de cada una, y lo mismo traen en los molledos de los brazos y sobre los pechos, asimismo se ponen unas molduras de oro con que los traen cubiertos; y aunque entre estos indios hay y se hace alguna ropa de algodón, pocos la acostumbran traer, por ser la tierra caliente, y ser para ellos cosa más recreable el andar desnudos que vestidos. Todas estas joyas y riquezas que estos indios e indias traían, hase de entender que era en el tiempo de su libertad, antes que los españoles entrasen en sus tierras, y al tiempo que entraron las tenían y usaban de ellas, pero después que tantas veces han sido despojados de todo el oro y joyas que poseían, ya no usan de estas grandezas.

|Capítulo cuarto | De lo que a don Alonso Luis de Lugo, hijo del adelantado, le sucedió en el camino con los indios que en él había poblados.

Había entre la serranía de Santa Marta, que bajando hasta la Ramada y la Mar del Norte, muy estrechas angosturas, por las cuales habían forzosamente de pasar los españoles, cuyos pasos los naturales o indios les tenían tomados con mucha cantidad de flecheros que les estorbasen el paso; y como a los españoles les era forzoso pasar por aquellas angosturas y estrechuras cubiertas de monte, iban sujetos a todo el daño que los indios les quisiesen hacer, y así pasaron como por contadero: como iban pasando los iban los indios flechando y maltratando, y asi por asegurar algunos pasos, le era forzoso a don Alonso entretenerse en algunas partes, usando de ardides con los indios, para descuidarlos, y tener lugar de pasar con menos daño de los suyos, y en otras era con continuas arremetidas y acometimiento de los indios damnificados; todos estos daños y males causaba la ponzoñosa hierba, que en sus puntas traían las flechas que los indios tiraban, porque como algunas veces habré apuntado, so­lamente que la flecha hiciese un pequeño rasguño en la carne de que tocase o saliese sangre, era irremediable el mal y herida, porque cundiendo la ponzoña por la sangre adelante, les llegaba dentro de veinticuatro horas al corazón, donde reinando con más fuerza la ponzoña de la hierba, causa en los hombres unos temblores y alborotamiento de cuerpo y privación de juicio, que les hacia decir cosas temerarias y espantosas y de fe dudosas para hombres que sé estaban muriendo, y al fin morían con una manera de desesperación que incitaba a los vicios antes a darse ellos propios la muerte que esperarla de aquella suerte; y para remedio de este mal y cura muy principal, tomaban los españoles al herido, y luégo, incontinenti, antes que la hierba se extendiese por el cuerpo, cortábanle con bruta crueldad gran parte de la carne que cerca de la herida estaba, con la propia herida que dejaban hecho un portillo y anatomía extraña, y luégo para mitigar el dolor de esto, ponlanle gran cantidad de solimán crudo, con que no sólo le abrasaban la herida que le hablan hecho, pero lo mas intrínseco de sus entrañas, y de esta suerte inventaban mil géneros de curas y remedios, que más eran para matar animales y bestias que para dar vida a humanos hombres; de estos remedios usan hoy también en el Nuevo Reino de Granada en la provincia de los Muzos, donde la hierba no es menos mala ni ponzoñosa que la de estas provincias de Santa Marta, de quien vamos contando; y es cierto que algunos de estos malvados bárbaros han usado o inventado otro género de hierba que con el vigor de su ponzoña causa que las carnes del propio herido en vida se le van cayendo a pedazos, dejando los huesos descarnados de todo punto, y perdiendo la humana carne su propio color, se convierte en otro como azul y morado, que casi no se deja entender.

Llegado don Alonso Luis de Lugo con su gente a la provincia de Bondigua, los indios estaban tan a punto de pelear, que desde la hora que en su tierra entró le comenzaron a dar guazabaras y hacerle guerra, teniéndole tomado cierto paso muy estrecho que adelante tenía que pasar, donde lo detuvieron con continuos acometimientos cuatro días, sin poder damnificar a los indios en cosa alguna, por ser la tierra áspera y montuosa, y guerrear los indios desde sus casas, lo cual les causaba mayor daño a los españoles, porque con el continuo trabajo de la guerra les acompañaba muy grande hambre y necesidad de comida, la cual allí no podían haber por tenerla toda los indios alzada y puesta en cobro. Don Alonso viendo el aprieto en que estaba, llamó los soldados y capitanes viejos que en su compañía estaban, y les pidió parecer y consejo de lo que debían hacer, y el modo que tendrían para salir del cerco y riesgo en que estaban e irse a Santa Marta, a los cuales pareció que en anocheciendo debía salir un capitán con cien hombres a tomar y asegurar los pasos que los indios de día guardaban y que después de entrada la noche se hiciesen grandes fuegos en el alojamiento, porque los indios entendiesen que había en él gente, y que todo el campo junto marchase en seguimiento de los cien soldados que adelante habían de ir. Pareció bien esta industria de guerra a don Alonso y a los demás, y así lo pusieron por la obra. Llegada la noche salieron los cien soldados como estaba acordado, y caminando dieron en cierta trampa y celada que los indios tenían puesta, aunque rústicamente, en el camino, y era de esta suerte: que como el camino por donde iban los españoles marchando, no era muy ancho ni escombrado, porque de una parte y otra de él era arcabuco y monto espeso, tenían los indios en cierta parte del camino unas cuerdas atravesadas dentro de la montaña donde ellos estaban encubiertos, y colgados de estas cuerdas muchos calabazos huecos y vacíos y otros huesos con que al tiempo que alguna persona llegase a la cuerda, hiciese sin pensar algún estruendo y fuese sentido; con este ardid fueron sentidos los cien soldados que de la vanguardia iban marchando, de los indios que en la celada estaban puestos, de quien recibieron una buena rociada de flechas, con las cuales hirieron cuatro o cinco hombres, y finalmente vinieron a las manos los españoles y los indios, en la cual pelea era gran ventaja la que los españoles les tenían con sus espadas, e hiriendo muchos de ellos, les hicieron dejar sin estorbo el camino, y así tuvo toda la gente lugar de salir de este peligro en que los de Bondigua les tenían puestos y llegaron a Bonde, donde no recibieron daño más que de un solo indio que en un alto se les puso a flechar muy a su salvo, pero fue ahuyentado de aquel lugar por un soldado llamado Figueredo, portugués de nación, con que se aseguraron de todo punto del daño que aquel solo bárbaro les pudiera hacer con sus ponzoñosas flechas, y de allí otro día, llegaron a la ciudad de Santa Marta, donde del adelantado fueron todos recibidos con muy mucho contento, así por verlos volver a los más buenos y con salud como porque entendía que se le traería el oro que esperaba, para remedio de sus deudas.

Pero como don Alonso, con la desordenada codicia que en él había reinado, hubiese, como se ha dicho, atemorizado la gente que no diesen noticia a su padre del oro que se había rancheado, aunque visitó a su padre, no le dio a entender cosa ninguna de lo que traía, antes le comenzó a representar los trabajos y necesidades que en el camino había pasado en cuatro meses que fuéra de Santa Marta habían andado, y con toda presteza, muy secretamente, se concertó con un maestre de los que en el puerto estaban para que lo llevase a Castilla, y embarcándose con todo el oro que había habido se hizo una noche a la vela, y se fue la vuelta de España, dejando al adelantado, su padre, muy cargado de deudas.

Otro día de mañana supo el adelantado cómo su hijo se le había alzado con el oro e ido a la vuelta de España, de que recibió grande enojo y pasión, porque como el adelantado era hombre de gran verdad, sintió mucho que demás de la tiranía que su hijo había osado con él, le hubiese hecho caer en falta con los maestres y señores de los navíos, a los cuales con esperanza de su venida y socorro había entretenido mucho tiempo en el puerto de Santa Marta, a los cuales satisfizo con vender parte de la hacienda que en Santa Marta tenía, a menos precio, y con dinero que le prestaron y libranzas que hizo en sus mayordomos y factores que en las islas de Tenerife y la Palma tenía, y con esto se volvieron los navíos a España, en los cuales envió contra su hijo a un caballero llamado Diego López de Haro y a otro Diego de Cardinoso, escribiendo muy particularmente al Rey, de la maldad 5 y tiranía que su hijo había usado con él, que cierto fue cosa indigna de varones de tal linaje.
|Capítulo quinto De la gran mortandad que de hambre y calenturas sobrevino en la gente que en Santa Marta había.

El adelantado don Pedro Fernández de Lugo se quedó en Santa Marta con toda su gente, y con harta pena y descontento de la burla que su hijo le había hecho; pero como aquélla era ya pasada, y de bienes temporales, dábanle muy doblada y mayor pena el hambre y enfermedad que sobre su gente y pueblo habían sobrevenido; porque como el principal sustento era maíz, el cual no se había, por respecto de estar los naturales rebeldes, no hallaban con dineros ni sin ellos qué comer, y sobre el hambre les daban muy recias calenturas, de suerte que en breve tiempo los despachaba, y acaecía por abreviar con los oficios, echar quince o veinte hombres en un hoyo, y era tan cotidiano el morir en esta gente, que porque el clamar de las campanas no desanimase algunos enfermos que empezaban a arreciar, ni apresurase el camino de los que enfermaban, hubo de mandar el adelantado que por muerte de ninguna persona se tocasen campanas, ni tañesen, y así los llevaban con silencio a enterrar.

Muchas personas, viendo estas calamidades que en esta ciudad había, procuraban abstenerse e irse de ella para remediar sus vidas; y viendo el adelantado que por una parte la enfermedad, por otra el hambre, por otra el temor, eran causa de írsele apocando su gente, acordó con parecer de muchos antiguos, echarla fuéra del pueblo a que hiciese algún descubrimiento; porque con el ejercicio les parecía que se haría todo más remediable. Pero esta jornada no la quiso el adelantado hacer tan sin fundamento, como algunos al principio entendían que se haría, mas con toda diligencia se procuró informar qué derrota y camino se podría tomar para descubrir que fuese o pudiese ser más útil y provechoso.

Los antiguos le dijeron que no hallaban tierra que poder seguir, si no eran los nacimientos del río grande, porque hacia la parte del Cabo la Vela y laguna de Maracaibo era tierra que estaba ya toda corrida y andada por la gente de Venezuela, y por la parte del río grande la costa adelante estaba Cartagena, Y que las sierras de Santa Marta serían sin ningún fruto el pretender entrar en ellas, antes redundaría en daño de la gente española, y que por tras la serranía de Santa Marta estaba ya por ellos visto todo, que era el valle de Upar y río de Cesare, y que aunque dos veces habían llegado hasta cierta provincia que es la ribera del río llamado Sompallon, que las enfermedades los había abatido y hecho tornar abajo, y el haberse querido apartar del río, pero no la esperanza cierta que aquella grandeza de río les daba y había dado de que en sus nacimientos había alguna rica y próspera tierra.

Al adelantado y a su teniente general, el licenciado don Gonzalo Jiménez de Quesada, les pareció bien lo que los soldados y capitanes viejos decían, y ellos asimismo hallaban por buenas conjeturas que un río que iba poblado y traía en sí muestras e insignias que confirmaban las opiniones dichas, no se debía menospreciar ni tener en poco; y ofreciéndose el teniente Jiménez de Quesada, que aunque hombre criado entre las letras y sosiego y reposo del estudio, moraba en él un vigor y excelencia de ánimo y buena fortuna que le convidaba a abrazar aquesta trabajosa y dificultosa empresa, y a tomar entre manos el descubrimiento y jornada de los nacimientos del río grande de la Magdalena, y movió de todo punto el ánimo del adelantado a que haciendo nuevos gastos pusiese por obra aquesta empresa, determinando que se hiciesen bergantines y barcos que navegando el río arriba en compañía y en conserva de la gente que por tierra fuese, pudiesen ayudarse y favorecerse los unos a los otros, y en ellos pasar toda la gente las ciénagas y esteros, y otros ríos que a éste se juntan, que por ser hondables y caudalosos y aun de mucho riesgo por causa de los caimanes -pescados grandísimos de hechura de lagartos- con que excusarían las muertes y daños de muchos soldados que antes por este defecto habían peligrado y sido ahogados y muertos y arrebatados de los caimanes en las dos jornadas, que en tiempo de García de Lerma, gobernador de Santa Marta, se habían hecho; y en esto se dio tanta priesa el adelantado, que en breve tiempo hizo seis barcos y bergantines, los cuales proveyó bastantemente de todo lo necesario para la jornada y viaje; y estando éstos a pique para navegar, dio y entregó a su teniente el licenciado don Gonzalo Jiménez de Quesada, ocho compañías de infantería, en que había seiscientos hombres, con los cuales iban por capitanes Juan de Céspedes, Pero Fernández de Valenzuela, Lázaro Fonte, Juan de San Martín, Lebrija, Juan del Junco, Gonzalo Suárez, Madrid, que murió en el camino; y con esto le dio cien caballos aderezados, sin la gente que había de ir en los bergantines, que serían otros doscientos hombres, y dende arriba, y así se partió el licenciado don Gonzalo Jiménez de Quesada por tierra, la vuelta de Chimila, de la ciudad de Santa Marta, a cinco días del mes de abril, año del nacimiento de nuestro Salvador y Redentor Jesucristo, de mil quinientos treinta y seis años 6 |; y dende a diez días después se partieron los seis bergantines del puerto de Santa Marta, llevando por su general al capitán Diego de Urbina, vizcaíno; y los capitanes de los bergantines eran Antonio Díaz Cardoso y Luis de Manjarrés, Juan Chamorro, y el otro era una fusta de Diego de Urbina; salieron de Santa Marta miércoles santo, y prosiguieron su viaje; de cuyo suceso luégo se dirá.

El teniente y capitán don Gonzalo Jiménez de Quesada caminó con su gente por tierra sin detenerse en ninguna parte hasta llegar a la provincia de Chimila, de la cual aunque en algunas partes atrás he apuntado, ahora hablaré algo más familiarmente, por no haber de volver tan presto a pasar por ella.

Esta provincia está apartada de Santa Marta cuarenta leguas a la halda de la provincia de los Caribes; es tierra algo estéril de agua y oro, poblada de gente desnuda, belicosa y muy crecida y herbolaria; es gente muy traidora, que nunca acomete sino es en celadas y emboscadas, y puestos en salto, y así hacen sus hechos y daños muy a su salvo, y han recibido más daño de ellos los españoles que no los españoles les han hecho. La hierba de que usan es de la propia operación que la demás de las provincias de Santa Marta, y así se está hoy por poblar y conquistar, aunque después acá han entrado en ella diversas veces españoles.

El general Jiménez de Quesada, por las causas dichas y por entrar ya el invierno, pasó algo de prisa por esta provincia, por lo cual asimismo le fue necesario arrimarse y tenerse a la provincia de los Caribes, como a tierra más alta, por causa de algunas ciénagas e inundaciones que el río grande empezaba ya a hacer con sus avenidas, y por esta causa dejó de seguir el camino derecho que iba al río grande, que no poco trabajo le costó por haber de ir descubriendo y abriendo nuevos caminos por sierras y montañas; acrecentó el trabajo al general y su gente un caudaloso río que al remate de la provincia de Chimila se hacía; el cual por venir tan crecido y furioso los necesitó a que anduviesen algunos días a buscar paso; y al fin no pudiéndolo hallar cual convenía, pasaron con sogas y cabuyas el hato y carruaje que tenían, donde por el mal aderezo perdieron muchas armas de soldados, así ofensivas como defensivas, que después les hicieron harta falta; pero con todos estos trabajos no se detenía mucho el general, procurando caminar con toda presteza, por llegar a tomar al río grande antes que los bergantines se le pasasen adelante, porque aunque cuando salieron de Santa Marta fue concertado que se juntarían en la provincia de Sompallon, que está poco menos de cien leguas el río arriba, pretendía el general Jiménez de Quesada juntarse con ellos antes, por remediar las vidas a algunos soldados que caían enfermos, que llevándolos en los barcos sería su mal menos dañoso ni sentido y no perecerían por el camino, y así con este apresurado caminar, llegó a una pequeña población llamada Chiriguaná, donde con toda la priesa que pretendía llevar, fue forzoso entretenerse a que tomasen aliento y descansasen los enfermos.
| Capítulo sexto En que se escribe la fortuna que sobre los bergantines vino a la boca del río grande, y cómo fueron desbaratados.

Los cinco bergantines y la fusta, el día que salieron de Santa Marta que fue miércoles santo, durmieron en un ancón junto a tierra, llamado Los Dicos, y otro día, jueves santo, madrugaron antes que amaneciese, y comenzaron a navegar su viaje al río grande; y al tiempo que llegaron a la boca del río que estaba más conjunta a ellos, queriendo embocar por ella, para subir el río arriba, les sobrevino una tan repentina y recia tormenta, que los cuatro de los barcos ni les bastó alijar lo que llevaban para su mantenimiento a la mar ni usar de todos los otros remedios que los navegantes en semejantes tormentas suelen usar, y así fueron arrebatados del ímpetu y furor del viento, y con diversas fortunas que cada cual padeció, fueron arrojados a diversos lugares y playas de la costa de Cartagena, y la fusta que de respecto llevaba por suya Diego de Urbina, con cincuenta hombres, la arrojó el mar y el viento sobre el promontorio y punta de Morro Hermoso, que es en la costa de Cartagena, de la otra parte del río grande, tierra poblada de gente caribe, y que en esta sazón estaba de guerra; y como los españoles saliesen mareados y mojados y atormentados de la mar, y sin armas ningunas, y cada cual por su parte, dieron los indios en ellos, y sin que escapase ninguno con la vida, fueron miserable y cruelmente muertos, por mano de aquellos bárbaros, y sepultados en sus vientres.

Adelante de este promontorio y punta hacia donde dicen la Arboleda, dio y fue arrojada la fusta en que iba el capitán Diego de Urbina, y como su hado permitiese que su fusta diese en tierra ya que anochecía, tuvo mejor ocasión que los pasados para selibrar de las manos y vientres de los caribes, y desamparando él y toda su gente de todo punto la fusta, con lo que en ella se había escapado, caminaron con toda presteza la vuelta de Cartagena, antes de ser sentidos de los indios, y así otro día, cuando amaneció, se hallaron todos salvos fuéra de peligro de los caribes y gentes de guerra, y llegando a poblaciones de indios amigos y de paz, sujetos a Cartagena, hubieron de ellos comida y matalotaje, con que prosiguiendo su viaje y camino llegaron a Cartagena. Otro bergantín del capitán Antonio Díaz Cardoso dio en un ancón junto a Cartagena, llamado Zamba, y aunque estaba poblado de indios, eran amigos y feudatarios a Cartagena, y por eso no les hicieron daño, antes les vendieron por su rescate la comida que hubieron menester, y de allí, abonando el tiempo, se tornaron a embarcar, y se fueron en su bergantín a Cartagena. El bergantín del capitán Manjarrés aportó a la punta de Los Hicacos, que es ya muy junto a Cartagena, y aunque la mar lo echó en aquel puerto, y lo hizo encallar en tierra, no fue con tanto vigor que se quebrase el barco, y así, aplacada la tormenta, con la gente que consigo tenía, echó el barco a la mar, y metiéndose en él con su gente se fue como los demás a Cartagena. Los otros dos bergantines del capitán Juan Chamorro y de Cardoso andaban algo rezagados y traseros, y así corrieron muy diferente fortuna, porque arrebatándolos el viento con su ímpetu, los arrojó en una bahía que entre las dos bocas del río grande se hace, donde pudieron echar sus áncoras y asegurar sus navíos de la tormenta que allí no debía reinar con el ímpetu que en la mar; los cuales otro día, viernes santo, que ya la tormenta era sosegada, prosiguieron su viaje, sin saber el suceso de sus compañeros, y navegando se metieron por la boca más pequeña del río, que está hacia la parte de Cartagena, por donde subieron hasta el pueblo llamado Malambo, donde no hallando rastro de sus compañeros se estuvieron sin osar pasar de allí, porque los indios del río grande no los damnificasen con la mucha cantidad de canoas que podían juntar, y así se estuvieron en Malambo esperando que el adelantado los socorriese de más compañía. El señor de este pueblo, que se llamaba Milo, estaba de paz y era amigo de cristianos, y así proveía por su rescate a la gente de estos bergantines de lo que habían menester.

Toda la gente de los bergantines que aportó a Cartagena, visto el mal suceso de su armada, se juntaron un día para ver lo que debían hacer, si volverían a Santa Marta a dar cuenta de lo sucedido, al adelantado, y tornar a proseguir su viaje, o si irían a buscar nuevas tierras en que sustentarse. Sobre esto huno en la gente muy diversos pareceres, y así no determinaron nada, mas cada uno siguió su opinión y parecer. El capitán Diego de Urbina con todos los que quisieron seguir su opinión, se embarcó en navíos que a la sazón había para Nombre de Dios, y de allí se pasó a Perú. Los otros dos capitanes, Manjarrés y Cardoso, se metieron en una carabela que estaba de camino para Santa Marta, y dejando los bergantines en Cartagena a ciertos soldados amigos suyos, se volvieron a Santa Marta; de los cuales tuvo noticia el adelantado de la pérdida de sus bergantines y gente, y asimismo fue avisado, que si no quería haber también la misma perdición de la gente que por tierra había enviado, que con toda brevedad mandase hacer bergantines o barcos y enviárselos, porque de otra manera o en breve todos se volverían o todos perecerían, por los muchos esteros y lagunas y ríos que habían de pasar; y porque por tierra no se podían proveer de todo el bastimento de comida que era necesario para tanta gente sin ser socorridos por el río, y otros muchos efectos que la compañía de los bergantines traía a los que por tierra iban caminando.

El adelantado, con toda presteza, hizo aderezar y poner a punto dos bergantines o barcos grandes que había echados al través en la costa de Santa Marta, y desde a poco un soldado de los dos bergantines que estaba en el río grande en Malambo, con atrevimiento temerario, aunque le salió a bien, llamado Velasco de Villalpando, natural de Toro, se metió por entre muchas gentes de guerra y caribes, y vino a Santa Marta a dar aviso al adelantado de cómo los dos bergantines se habían salvado y escapado de la tormenta, y estaban en Malambo esperando el socorro y ayuda que el adelantado les había de enviar para proseguir su viaje, sin lo cual no pensaban proseguir, por las causas dichas.

En este mismo tiempo un soldado a quien en Cartagena el capitán Cardoso había dado su bergantín, que se decía Juan del Olmo, natural de Portillo, que de muchos días atrás había trabajado y conquistado en la provincia de Santa Marta, pretendiendo haber en ella entera gratificación de sus trabajos, se vino con el bergantín a Santa Marta, y se ofreció con él al servicio del adelantado, el cual se lo agradeció mucho, y hallándose en pocos días con estos tres bergantines, y pareciéndole que con los dos que en el río grande estaban, era bastante armada para seguramente navegar el río arriba e ir a socorrer la gente, nombró por capitanes de la armada al licenciado Gallegos y a Albarracín y a Cardoso, y por superior o general de todos al licenciado Gallegos, y dándoles la gente que le pareció ser menester y todos los aderezos que pudo, los despachó y despidió del puerto de Santa Marta; a los cuales corriéndoles mejor fortuna que a los primeros, entraron sin ninguna controversia por el río grande arriba, a las bocas del cual toparon con un pequeño esquife con catorce o quince hombres que habían escapado de una carabela que el propio adelantado de Canaria había enviado con matalotaje y comida, para que los bergantines se rehiciesen a la entrada del río; la cual por negligencia o ignorancia del piloto dio en un bajo y se hizo pedazos, y perdiose cuanto en ella iba, y ahogándose toda la más de la gente; solamente habían escapado estos quince hombres, los cuales fueron recogidos en los bergantines, y prosiguieron en ellos su viaje, hasta juntarse con los otros dos que en Malambo estaban, desde donde todos juntos comenzaron a navegar y proseguir su camino el río arriba, en alcance del general Jiménez de Quesada, con muy buena orden y muy recatada y cautamente, porque los indios del río, como gente belicosísima, salían muy ordinariamente con grandes armadas de canoas, todas llenas de gente flechera y herbolaria, a impedir el paso a los bergantines y ver si les podrían hacer otros daños, y algunas veces se juntaban de muy lejos los indios con sus canoas, en que venían a juntar armada de más de dos mil canoas, llenas de gente de guerra, con designio de tomar a manos los bergantines y entretenerlos, pero como aquel género de navíos que los indios usan, que es lo que yo aquí llamo canoas, sea tan bajo y terrero y de tan poca defensa ni ofensa, eran desbaratadas y aun echadas a hondo con algunas pelotas de los versos, que desde los bergantines les tiraban, aunque con sus furiosas y enherboladas flechas no dejaban de hacer daño en los españoles que en los bergantines iban.

Al tiempo que el general Jiménez salió de Santa Marta, según parece, quedó el adelantado que dentro de cierto tiempo le seguiría e iría con el resto de la gente que en Santa Marta quedaba el río arriba, y como después le sobrevino y sucedió el desbarate y pérdida de los bergantines, por donde como se ha dicho le fue necesario proveer otros de nuevo, dilatose con esto su partida, pero no perdió el propósito que tenía de seguirle porque luégo que hubo despachado al licenciado Gallegos con los tres bergantines, envió al capitán Luis de Manjarrés con provisión de dineros a Santo Domingo, para que allí como en tierra que había más copia de oficiales, y de las otras cosas necesarias, le hiciese hacer una fusta y tres bergantines y se los trajese a Santa Marta, para navegar el río arriba; pero todo esto descompuso la fortuna y la muerte, porque el capitán Manjarrés, llegado que fue a Santo Domingo, fue mandado prender, así por dineros que decían deber allí, como por cierto casamiento o palabra de casamiento que se le pedía, con lo cual ni tuvo ni le dieron lugar de poder efectuar lo que llevaba a cargo con la brevedad que se requería; y desde a un mes que el capitán Manjarrés salió de Santa Marta, le dio al adelantado don Pero Fernández de Lugo una enfermedad de que murió, y cesó la obra; pero su muerte fue muy sentida de todos los que en Santa Marta residían, por ser grandísima la virtud, afabilidad y excelencia que en él moraba, de suerte que ninguna persona recibió notable agravio ni afrenta de su mano. Muchos atribuyeron la acelerada muerte de este excelente varón al gran enojo y pasión que su hijo le causó con su desobediencia y alzamiento, cuya muerte fue desde a diez meses de como llegó a Santa Marta.

El capitán Manjarrés, desde a cuatro meses, volvió de Santo Domingo con Jerónimo Lebrón, que por muerte del buen adelantado vino a gobernar a Santa Marta, en su fusta y bergantín, y por haber cesado la peregrinación del patrón cesó la jornada y navegación que pretendían hacer el río arriba en seguimiento del general Jiménez de Quesada.

4 En la “tabla” de Sevilla, al final de cada encabezamiento de capítulo, eiste la indicación del folio correspondiente al mismo en el texto del manuscrito, lo cual demuestra que se trataba del índice de un libro provisto de foliación. El número de los folios corres­pondientes a los distintos capítulos es el siguiente: Del libro 19: Capítulo primero folio 1
Capítulo segundo folio 4
Capítulo tercero folio 7
Capítulo cuarto folio (roto en el original).
Capítulo quinto folio 12
Capítulo sexto folio 14 | (tachado en el original).
Capítulo séptimo folio 17 | (tachado en el original).
Capítulo octavo folio 22 | (tachado en el original).
Capítulo noveno folio 25 | (tachado en el original).
Capítulo décimo folio 29 | (tachado en el original).
Capítulo undécimo folio |84 (tachado en el original).
Capítulo duodécimo folio 40 (tachado en el original).
Capítulo décimotercero folio 48 (tachado en el original).

Del libro 2º: Capítulo primero folio 47 (tachado en el original).
Capítulo segundo folio 52 | (tachado en el original).
Capítulo tercero folio 58 (tachado en el original). El capítulo tercero del segundo libro el último provisto de número en la foliación, aun cuando sigue en cada capítulo la abreviatura de la palabra “folio”. seguida de un es­pacio en blanco. Cambia también el amanuense
5 El texto original reza: “de la maldad y traición y tiranía”. Fue tachado y | traición.
6 Al margen, frente a este renglón dice: “1536”

|Capítulo séptimo Que trata de cómo el general | 7 Jiménez de Quesada salió de Chiriguaná, y lo que le sucedió hasta llegar a la provincia de Sompallon.

Poco tiempo se detuvo el general Jiménez de Quesada en Chiriguaná, porque según la priesa con que caminaba y el brío y valor con que seguía su jornada, le era odioso todo ocio y reposo; y así, salido que fue de Chiriguaná, dio de repente en unos campos despoblados de naturales, donde de golpe le faltó la comida y mantenimiento, de tal suerte que si la gente de a caballo no alcanzaran y mataran algunos venados que por aquellas campiñas y cabañas había gran cantidad, ciertamente pereciera muy gran parte de la gente; aunque no dejaron de morir algunas personas que venían enfermas, a quien el hambre y falta de comida hizo irremediables sus enfermedades, y de este daño y hambre fueron causa las guías que llevaban, que eran españoles, que ya otra vez habían andado aquel camino, los cuales, por no mirar con la diligencia que era razón, al tiempo que salieron de Chiriguaná, el camino que tomaban, erraron la vía derecha y que habían de llevar, y así metieron el campo y gente donde hubiera de perecer si el camino despoblado se dilatara más, porque no duró más que hasta doce días, al cabo de los cuales sin saber dónde iban, dieron de repente, encaminados por Dios Todopoderoso, para que tanta gente no pereciese, en un lugarejo de indios, en el cual se tomaron algunos para guias, que en tres días sacaron al general y a su campo y gente fuéra de toda calamidad de hambre, y lo metieron en las poblaciones de Tamalameque y provincias de Pacabueyes, provincia grande y de muchos y ricos naturales; andase toda y sirviese por agua en canoas, así por las muchas y grandes lagunas que en ella se hacen, que hoy son llamadas las lagunas de Tamalameque, como por atravesar por esta provincia el caudaloso río de Cesar, que saliendo de todas las provincias comarcanas al valle de Upar, entra en el río grande de la Magdalena.

En esta provincia de Pacabuey, es la más señalada población la del señor y principal Tamalameque, donde los españoles se aposentaron, así por ser pueblo muy vicioso y abundante de todo género de frutas de Indias, como por el sitio y asiento de ella, que está todo cercado de agua a manera de isla, con tener de tierra firme no más de una sola entrada muy angosta, porque por la una parte la cerca el río Cesar, y por las otras las lagunas y lagos que por allí se hacen; de más de esto es famoso entre aquellos naturales de Pacabuey, este pueblo de Tamalameque, por ser de gran contrato y muy fértil y abundante de comidas, y que el señor de él es persona valerosa y temida de sus comarcanos en paz y en guerra, poseedor de muchas y muy fértiles tierras que cerca de su población están, y no menos es digno de notar el modo con que el pueblo de este señor y principal está asentado entre esta isla, el cual está dividido en tres barrios y colaciones puestas en triángulo, todos de un mismo grandor y número, y aunque este pueblo donde el principal de aquella provincia habitaba no era de excesivo grandor, sujetaba y poseía debajo de su mano otras muchas poblaciones que alrededor de sí tenía, y corría la fama y contrato de Tamalameque casi hasta Santa Marta.

Este principal, teniendo noticia de cómo los españoles se acercaban a su pueblo, juntó sus gentes de guerra y con las armas en las manos los esperó para resistirles y defenderles la entrada; pero como el general Jiménez de Quesada de atrás trajese noticia de este pueblo y principal de Tamalameque, y de su poder y grandeza, también venía apercibido con su gente para lo que se le ofreciese, y como se acercase al pueblo y lo quisiese entrar por aquella angosta entrada que por tierra firme tenía, fuele por los indios con mucha furia y ánimo estorbado el paso, el cual por su estrechura no daba lugar a que los españoles de tropel o algunos juntos pudiesen arremeter, sino que uno a uno como por contadero habían de pasar; pero al fin, mediante la buena industria del general y ánimo de sus soldados, pasó; los españoles entraron, y rebatiendo los indios que en su defensa estaban, les fueron ganando el pueblo, hasta que de todo punto entraron en él, lo cual por aquel paso hasta entonces no se había hecho por ningunos españoles de Santa Marta ni Venezuela que a este pueblo hubiesen llegado; y hallando tan buen aderezo para que la gente descansase y se reformase del trabajo y hambres pasadas, determinó el general de alojarse por algunos días en este pueblo, donde envió al capitán Juan de San Martín con gente de a pie y de a caballo a que descubriese y viese el río grande, porque hasta entonces no lo habían podido tomar.

San Martín se partió, y con harto trabajo y riesgo suyo y de los que con él iban, por causa de las lagunas y ciénagas que por delante tenía, que le eran gran estorbo o impedimento para él atravesar a buscar el río grande, dio en el dicho río de la Magdalena, y buscando paso para pasar de las lagunas para arriba, halló que no había otro más acomodado que la boca del río Cacare | 8 , donde se junta con el de la Magdalena, y también se procuró informar si venían cerca los bergantines de indios que por el río grande navegaban y habitaban | 9 , de los cuales tomó algunos y le dijeron cómo venían muy lejos el río abajo, y no llegarían tan presto a aquel paraje; de todo lo cual envió aviso al general, que estaba alojado en el pueblo de Tamalamaque, y él se quedó con la más gente que tenía guardando aquel paso del río Cesar, porque en él no les fuese puesto algún impedimento o celada por los indios.

Luégo que el general Jiménez de Quesada supo lo que su capitán San Martín le enviaba a decir, se salió del pueblo de Tamalameque con toda su gente, después de haber veinte días que en él se había alojado, y caminó no con menos trabajo del que los primeros habían llevado hasta donde San Martín les estaba esperando, y allí se alojó con su campo, pero la falta de la comida que siempre les perseguía no le dejó reposar mucho, antes luégo le constriñó a que pasasen el río Cesare, el cual pasaron en pequeñas canoas, con harto riesgo y peligro de las vidas de muchos por no tener el sostén y hueco que se requería para navegar gentes bisoñas y chapetonas. Este nombre chapetón o chapetones comúnmente se usa en muchas partes de Indias, y se dice por la gente que nuevamente va a ellas, y que no entienden los tratos, usanzas, dobleces y cautelas de las gentes de Indias, hombre que ignora lo que ha de hacer, decir y tratar.

Pasada toda la gente de la parte de arriba del río Cesare, el general caminó por las riberas del río grande arriba, sin detenerse en ninguna parte hasta llegar a la provincia de Sompallon por ser abundante de comidas y estar concertado que en esta provincia había de esperar los bergantines y barcos, y aunque parecía que el camino desde Santa Marta hasta Sompallon era cosa sabida, y por eso menos dificultosa, no dejaron de pasarse muchos y muy excesivos trabajos de hambres y enfermedades, ríos, ciénagas, arcabucos y montañas y aguas que llovían, con los cuales trabajos perdió y se le murieron al general desde que salió de Santa Marta hasta que llegó a esta provincia de Sompallon cien hombres; y después como por esperar a los bergantines forzosamente hubo de detenerse algunos días y aun meses en Sompallon, con tan largo ocio comenzole a dolecer mucha gente y muy de golpe, y a morírsele cada día; porque como toda la más de la gente que consigo llevaba era de poco tiempo venida de España y no estaban curtidos de los aires y vapores de la tierra, y después de esto la región de Sompallon donde estaban era muy malsana y de mala constelación, inficionábanse los hombres con los malos humores que todas estas cosas les atraían y fácilmente eran consumidos y muertos, sin poderlos remediar ni guarecer; lo cual visto y reconocido por el general, y que la tardanza de los bergantines le era causa de recibir mayor daño y mortandad en su gente, envió con toda presteza al capitán San Martín con cierta gente, que volviendo el río abajo caminase a grandes jornadas hasta encontrar los bergantines, a los cuales diese toda la priesa posible, para que su tardanza no fuese causa de más daños, lo cual, como con discreción militar considerase el general Jiménez, fue gran remedio para el mal y daño que en su gente había venido, porque como San Martín caminase con la presteza que le fue encargada, no deteniéndose punto en el camino, a pocas jornadas dio con los bergantines, que reposadamente y con recreación navegaban, en los cuales se metió con los que con él iban, y con más brevedad de la que se esperaba, llegaron a Sompallon; donde con la vista los unos de los otros fueron grandemente regocijados y congratulados, y los enfermos recibieron particular contento y alegría, así por algunos regalos que en los barcos se traían para su sustento y comida, como porque esperaban navegar en ellos, con menos trabajo y riesgo de sus debilitados y flacos cuerpos; los de los bergantines dieron noticia al general Jiménez de Quesada del mal suceso y pérdida que hubieron en la primer salida y de otras muchas guazabaras y batallas navales que en el río habían tenido con los indios y naturales, que a las riberas de él estaban pobladas, saliendo a ellos con poderosísimas armadas de canoas.
| Capítulo octavo En que se escribe cómo el general | 10 Jiménez de Quesada salió de la provincia de Sompallon con su gente, y de las calamidades, muertes, hambres y otros trabajos que a él y a su gente le sobrevinieron en el camino.

En ocho días que la gente de los bergantines descansó en el alojamiento y provincia de Sompallon, al general Jiménez de Quesada no le eran de tanta recreación y contento aquellos días como a los demás, porque como por ser general estuviese obligado a prevenir y proveer las cosas necesarias al bien y conservación de su gente, y a la prosecución de su jornada, y de su buena diligencia y cuidado pendiese todo, especialmente el remedio de mucha gente enferma que allí tenía, que era lo que más pena le daba, pretendiendo no gastar más tiempo y sujetarse a lo que la fortuna quisiese hacer; porque como el invierno entraba, y el río crecía, y el número de los enfermos aumentaba, y era tan grande que todos no podían ser llevados en los bergantines, pues los enfermos no los habían de navegar ni defender de las gentes que en el río habitaban, cuya principal guerra es por el agua, metió el general los más enfermos que pudo en los bergantines, e hízolos navegar el río arriba, y él con todo el resto de la gente comenzó a caminar por tierra las riberas del río arriba, poniendo gran solicitud y cuidado en que no se le quedase atrás ningún enfermo, a los cuales socorría con sus propios caballos, yéndose él a pie todo lo más del camino por favorecer y guarecer las vidas de muchos, que consumidas las fuerzas naturales de la enfermedad no podían caminar. Lo mismo hacían los demás capitanes y personas principales, usando con gran loa y alabanza de sus personas de toda misericordia con la gente enferma, poniéndose ellos en riesgo de cobrar otras tales enfermedades del trabajo del caminar a pie.

Pero ninguna cosa hacía tolerables y ligeros estos trabajos, la bondad del camino que llevaban, porque como los naturales que en las riberas de aquel río habitan su principal trato, comercio y comunicación sea por el agua en canoas y no por tierra, no hallaban | 11 ningún camino hecho ni abierto, y así eran forzados a ir rompiendo muy altos y espesos arcabucos y montañas de que está acompañada toda la mayor parte de las riberas de aquel río, y este trabajo era tan cuotidiano que si los soldados con los machetes y azadones y hachas, no iban abriendo y rompiendo lo que se había de caminar, en ninguna manera era posible pasar adelante. Por otra parte hacía más duro y excesivo el trabajo de estos españoles la inundación del río, porque como ya las aguas hubiesen comenzado a caer y el río a crecer, inundaba y anegaba muchas partes de la tierra, por donde los españoles forzosamente habían de pasar, y otros muchos ríos y crecidos arroyos que venían a dar al río grande, donde les era forzoso hacer puentes de madera y otras machina y artificios con que poder atravesar las hondables ciénagas, inundaciones y ríos que por su hondura no se podían vadear, y no sólo la creciente del río les causaba estos trabajos pero muy nocibles daños, porque como por las ciénagas que se podían vadear, entrasen algunos caimanes, que como he dicho son pescados de a diez, doce, quince, veinte y más pies de largo, de hechura de lagartos y de ferocidad de carniceras y caribes fieras eran de ellos con gran ímpetu arrebatados algunos soldados al pasar de algunas ciénagas y ríos, y sumergidos debajo del agua, sin poder ser remediados ni socorridos, y así reciben muy miserables y crudelísimas muertes. Por parte de tierra menos seguros iban y con no menor temor | 12 de recibir semejantes daños, porque como en todas aquellas riberas y tierras comarcanas al río grande había gran número de tigres, animales ferocísimos y enemicísimos de la humana naturaleza | 13 , los cuales por su bruto y desvergonzado atrevimiento jamás dudan de acometer a hacer presa entre mucha gente, aunque esté armada y sobre el aviso, y así venían a los alojamientos y caminos por do la gente caminaba, y a traición, haciendo presa en algunos españoles, se los llevaban para su mantenimiento, sin poder ser socorridos ni librados de sus uñas crueles | 14; porque al tiempo que hace la presa este animal es tan veloz y ligero en el acometer y tan cruel en el echar mano o asir del hombre, que del primer golpe queda con las manos y uñas segundando con la presa de la boca, que aunque le quiten la presa de entre las manos, no tiene remedio su vida, y por eso pocas veces los soldados y españoles procuran seguir un anmal de éstos a quitarle el hombre que ha tomado, el cual llevan a cuestas o arrastrando con tanta facilidad como un gato lleva un ratón, cuya similitud, así en el talle de la persona como en el acometer y hacer la presa, es muy grande la que el tigre | 15 tiene al gato, excepto que es de grandor de un muy crecido mastín y mayor.

La constelación del cielo no les era nada favorable a los nuestros, porque dejado aparte los corruptos aires y vapores que en la tierra influían y engendraban, causadores de muchas enfermedades y mal humor, caían unos aguaceros que por particular influencia del cielo y exhalaciones de la tierra, de las gotas de agua se engendraban en las carnes un género de gusanos extraño, aunque en las Indias es general en muchas partes, los cuales se criaban en las carnes de los hombres sin haber en ellas ninguna llaga ni postema, sino que en lo más sano del cuerpo se congelaba y engendraba sin sentir este gusano, y yéndose metiendo en la carne, deja por la parte de afuera un muy pequeño agujero como de punta de alfiler, por donde respira, y él por la parte de dentro se va rehaciendo y reformando de la substancia de la carne, y allí se hace tan grande como cualquier gusano de los que los bueyes crían, a los cuales llaman barros, y los matan con ponerles encima un parchecito de diaquilón o trementina. De esta plaga, sobre las demás, fueron asímismo perseguidos y atribulados nuestros españoles; aunque sobre la congelación y engendración de estos gusanos hay muchas y diversas opiniones, que unos lo atribuyen a los aguaceros, y otros a la constelación y vapores malos de la tierra, y por aquí van tratando, como he dicho, muchas diversidades de pareceres.

Pero como dice el vulgar castellano, todos los duelos, etc., de lo cual les sobrevino tanta falta, que les constreñía y forzaba a imitar muchas veces la brutalidad y crueldad de los tigres y caimanes; porque dejado aparte el comer los cueros unas y otras partes impúdicas de los caballos que se morían, lo cual tenían por muy particular y preciado regalo, había y hubo hombres que por conservar su vida procuraban con diligencia ver y saber si acaso se quedaba algún hombre muerto, a cuyo cuerpo acudían y cortaban y tomaban de él lo que les parecía, con lo cual oculta y escondidamente guisándolo, y aderezándolo al fuego, comían sin ningún asco ni pavor sus propias carnes, y hubo y les sobrevino tiempo en que considerando la canina hambre que entre los españoles había, miraba cada uno por su persona temiendo que el hambre no fuese causa de recibir por mano de sus propios compañeros la muerte; y aunque los bergantines iban navegando por el río para prevenir estas necesidades y hambres, no podían dar bastimento a tanta gente, porque ya en este paraje las poblaciones de los indios eran ralas, y esa comida que tenían, la ponían con tiempo en cobro, alzándola y escondiéndola en lugares ignotos, y que no podían ser hallados de españoles; y así se iban cada día muriendo de enfermos, débiles, flacos y hambrientos muchos españoles, demás de los que tigres y caimanes vivos arrebataban, y hombres hubo que con la gran aflicción y dolor que hambrientos y caminando padecian, tenían por mejor quedarse por las montañas y arcabucos y padecer con reposo que ir caminando y muriéndose, y así vivos se quedaban muchos, escondiéndose, porque la gente que el general Jiménez de Quesada llevaba puesta de retaguardia, para que con semejantes desesperados hombres tuviesen cuenta, no fuesen ni fueron vistos, y aunque después los volvían a buscar, no eran jamás hallados.

La pesadumbre y carga de estos trabajos en los que morían lo hacía más ligera el consuelo espiritual que tenían por mano de dos sacerdotes, que en el campo venían, tan sujetos a los trabajos y calamidades referidas, como los demás soldados; el uno era Antón de Lezcano, clérigo de la orden de San Pedro, natural de la villa de Mula, y el otro, fray Domingo de las Casas, fraile de la orden de Santo Domingo. Estos dos sacerdotes era el principal refrigerio que los enfermos tenían, confesándose con ellos y haciendo las otras cosas que como cristianos eran obligados, y así con más ánimo y esperanza de gozar de la bienaventuranza eterna, morían muchos enfermos y particularmente por haber salido también proveído de sacerdotes, cosa muy necesaria para el bien espiritual de las ánimas, es digno del general Jiménez de Quesada de gran loor y alabanza y premio espiritual y temporal.
| Capítulo noveno Es que se escribe lo que le sucedió al capitán Juan Tafur yendo a caza de venado, con un oso hormiguero, y cómo el general Jiménez con toda la gente llegó a los cuatro brazos.

La falta de la comida y algunas veces el deseo de recrearse, eran ocasión de que después de alojados los españoles, y algunos días que paraban y descansaban por ser festivales y por otros forzosos respectos, saliesen soldados a caza de venados, en sus caballos, en los cuales algunas veces se hacían muy buenas monterías, alcanzándolos con los caballos y alanceándolos, y esto no con mucha dificultad, porque como en toda tierra caliente, todos los venados sean de menos aliento que los de tierra fría, y los pajonales y yerbazales les sean gran estorbo e impedimento para correr, y el calor del sol les menoscabe de todo punto el anhélito, y hacíanse muy buenas monterías sin perros, más de con solos los caballos, y muchas veces a estos cazadores y monteros les sucedía adversamente, porque en lugar de venados hallaban animales feroces, como tigres, leones y osos y otras fieras que les ponían en confusión y aun detrimento de perderse o ser muertos de ellas, y esto se pareció bien en una salida que el capitán Juan Tafur hizo en compañía de otro soldado llamado Palacios, que yendo a cazar o a lancear venados, en lugar de la caza que buscaban hallaron un oso hormiguero, animal que aunque no es muy crecido de cuerpo, es espantable por la monstruosidad y terrible aspecto que en él puso naturaleza, y siguiéndole con los caballos dábanle alcances todas las veces que querían, pero heríanle poco.

Juan Tafur, que era hombre versuto y de recias fuerzas, porque el oso se les acercaba a un monte arcabuco o montaña que por delante tenían, hiriole reciamente atravesándole la lanza por el cuerpo, y con la fuerza que puso al sacarla, y el desdén que el oso hizo, la quebré por medio; pero con la rabia y coraje que este animal tuvo de verse tan mal herido, dio un salto al través, de que se juntó a la cola del caballo de Tafur, y tomándola con entrambas manos, comenzó a trepar y subir por ella arriba a las ancas del caballo, sin que las coces y corcovos que el caballo tiró pudiese echar de sí al oso, antes agarraba tan reciamente por las piernas y ancas del caballo arriba, que hincando sus crecidas uñas por el cuero y carne, lo tenía muy sajado y mal herido. Juan Tafur sacó su espada, para con ella herir y echar de si al oso, pero como ya tuviese el hocico y cabeza conjunta con sus espaldas, no le pudo hacer ningún daño, ni menos el oso hacía a Juan Tafur con la boca, por tenerla muy estrecha, y no aprovecharse de ella en ninguna manera para morder, mas toda su ofensa y defensa es con las uñas, con las cuales aún no había podido hacer presa en Juan Tafur, y verdaderamente lo pasara mal, porque ya había perdido el un estribo y la ación del otro se le habla quebrado con la fuerza que había hecho, y estaba echado sobre la cerviz y pescuezo del caballo, cuando se le acercó su compañero Palacios, el cual con la lanza que tenía hirió de otra mala lanzada al oso encima del caballo donde estaba, con la cual le forzó a que se tornase a bajar por do habla subido, y abrazando con ambos brazos y gran fuerza ambas piernas del caballo, lo tuvo así, rompiendo el cuero y carne, hasta que se apeó Juan Tafur o se arrojó del caballo, y tuvo lugar el caballo de mandarse más libre y sueltamente, y usando de todas sus fuerzas y poder echó de si a coces al oso, el cual con estar tan mal herido aún no habla perdido de todo punto su braveza y brío, antes con su bestial ímpetu se comenzó a retirar herido como estaba y a irse metiendo por un espeso pajonal. Siguiole Palacios y dióle otra lanzada con que le hizo caer de un lado, donde pretendiendo defenderse de los que le perseguían, comenzó a hacer rostro contra ellos, pero como por muchas partes y heridas respirase y perdiese por ella la furia y coraje, tuvieron lugar de llegarse más cerca y desjarretarlo y acabarlo de matar. Lleváronlo cargado al alojamiento de los demás españoles, y fue tenido en tanto como si fuera venado, porque repartiéndolo entre los más amigos y personas principales, lo comieron, sin que de él se perdiese cosa alguna. De la manera y condición de este animal se dirá adelante en la población de San Juan de los Llanos; por eso no será necesario tratarlo aquí.

Pasadas algunas jornadas de donde fue este suceso, ya el río se iba ensangostando y la sierra juntando, pobladas de muy espesas y crecidas montañas, dando evidentes muestras de ser dificultosa la subida y pasada arriba, cuando el general con la poca gente que le quedaba llegó a un pueblo de indios que de nombre de sus naturales era llamado La Tora, y los españoles le dijeron Barrancas Bermejas, y por otro nombre se llamó el alojamiento de los cuatro brazos, porque en poco compás se juntaban allí cerca cuatro ríos al río grande; y viendo el general que en aquel pueblo de La Tora habla algunas comidas, y que era acomodado sitio para descansar algunos días, y que la serranía que por delante tenía le mostraba claramente no ser cosa acertada pasar de allí con toda su gente, sin primero por el río ver lo que adelante estaba, y había alojado con todos estos presupuestos en este pueblo de La Tora, y no perdiendo punto, porque la comida que allí había era muy poca para tanta gente, envió dos bergantines, los más ligeros, con gente bien dispuesta, que navegasen lo que pudiesen el río arriba, y viesen lo que en él había y la disposición de la tierra, si era poblada y andadera para pasar adelante, y viniesen con la presteza a ellos posible, a darle aviso.

Los dos bergantines se partieron, y a pocas jornadas que navegaron el río arriba, fueron impedidos de la gran corriente del río, porque como la serranía se estrechaba y juntaba por allí, y asimismo la canal del río hacía la furia y corriente del agua muy mayor, de suerte que, como he dicho, impedía la navegación hacia arriba a los bergantines, demás de esto la tierra o barrancas del río eran muy bajas, por lo cual estaban cubiertas de agua, inundadas y anegadas todas, y en todo lo que navegaron desde que se apartaron del pueblo de La Tora para arriba, no hallaron ninguna población ni ranchería de indios, antes todo les pareció tan áspero y malo, y de muy espesas y crecidas montañas, que se les figuró que de ninguna manera podrían pasar gentes de allí para arriba, y con esto se volvieron al alojamiento de La Tora, y de ello dieron entera relación a su general.
| Capítulo décimo En que se escribe cómo el general | 16 Jiménez de Quesada envió al capitán San Martín a descubrir en canoas por un río que de la sierra bajaba.

Estaba el general Jiménez de Quesada con esta nueva que del río arriba los bergantines le trajeron penitus perplejo de todo punto, pues le habían significado y dicho que pasar adelante era imposible y el volver atrás a él no le era factible | 17 , porque le parecía cosa indigna de su persona y de otros muchos caballeros y soldados que con él estaban, dar la vuelta sin haber hecho cosa que a sus ojos pareciese memorable ni digna de ser escrita; porque los trabajos, hambres y muertes de sus soldados y compañeros y suyos que hasta allí se habían pasado y padecido, los tenían puestos en olvido y por muy extraños, con el ánimo y brío que para pasar y sufrir otros muy mayores que la fortuna les ofreciese tenían presente, y así no había cosa más odiosa a los oídos del general y de muchos de los capitanes y soldados que el tratar de volverse el río abajo.

Consideraba el general, y no sin discreción, de la cual era adornado, que en algunos pueblos de los del río, que atrás habían quedado, se hablan tomado ciertos pedazos de sal de la que en el Nuevo Reino se hace, que es muy diferente, en cuanto a la proporción, de la de la mar, que comúnmente es en grano, y estotra del Reino es en panes muy grandes, a manera de pilones de azúcar, que aquesta nueva manera de sal no era de la mar sino de alguna provincia rica de tierra, y aunque a los naturales del río se les preguntaba y había preguntado de a dónde trajesen aquella nueva manera de sal, nunca daban entera razón de lo que se les preguntaba, y sal por otra causa deseaba el general que ya que no podía subir el río arriba, ver mi podría atravesar la serranía que sobre mano izquierda tenía, y con este designio habló al capitán San Martín que de su compañia tomase la gente de mejor disposición y más sana que le pareciese, y con seis canoas navegase por un brazo o río que de aquella propia serranía bajaba y se juntaba con el río grande, hasta verle el remate, y procurase hacer por descubrir algún camino y población o claridad que los guiase y pasase de la otra banda de la cordillera que él tanto deseaba.

El capitán San Martín, con veinticinco hombres, se embarcó en sus canoas, y navegando el brazuelo arriba anduvo todo lo que pudo, hasta que la gran corriente de la sierra le estorbó el navegar de las canoas y no poder pasar adelante con ellas; y antes de llegar a este lugar había el capitán San Martín topado a la orilla de este río dos o tres bohíos como ventas y aposentos de mercaderes y pasajeros, en que los naturales que por allí contrataban dormían y descansaban; y como forzado de la gran corriente e ímpetu del agua, hubo San Martín de dejar las canoas, y con su gente se metió la tierra adentro, donde dio en un camino y senda no muy ancho, por el cual siguiendo y caminando obra de dos leguas, dio en uno o dos lugarejos de indios de hasta cinco o seis casas, cuyos moradores se habían ausentado sintiendo los españoles; en los cuales bohíos halló ciertos panes de sal, de la que he dicho que en el Nuevo Reino se hace, y asimismo ciertas mantas pintadas; y como San Martín hallase tan buenas insignias de lo que buscaba, deseó haber algún indio de los de por allí, para que le diese lumbre y claridad de lo que pretendía, pero no hallándolo, siguió un camino que hacia la sierra se enderezaba, por el cual caminando halló así mismo algunos bohíos y ventas de depósito, en que había cantidad de panes de sal, y deseando dar en la región y provincia adonde aquella sal se hacía, caminó hasta llegar al pie de la propia sierra, donde asímismo había ciertos bohíos con sal y en todos los de atrás, y estos últimos había alguna comida de maíz, aunque no mucha.

Llegado San Martín al pie de la sierra, fue inducido a pasar adelante por algunos de los soldados que con él estaban, pero no le pareció acertado hacerlo, porque demás de haber algunos días que habían salido del alojamiento de La Tora, estaban casi treinta leguas apartados de la gente, y ellos eran pocos para si hubiesen de dar en alguna población de indios belicosos; y así acordó no pasar de allí, sin volver a dar cuenta de lo que había visto y hallado al general; y haciéndolo así, se volvió adonde había dejado las canoas, las cuales halló porque dejó en ellas españoles que las guardasen, y embarcándose en ellas con sus compañeros, llegó a La Tora, donde con la buena nueva que llevó dio muy gran contento a toda la gente y especialmente al general que tanto había deseado y deseaba hallar rastro y camino por do aquella sal venía y era traída, y así el propio general Jiménez de Quesada propuso luégo por su persona ir a hacer aquel descubrimiento y proseguir aquel camino que San Martín para la sierra había hallado, y con toda presteza mandó apercibir la gente que de a pie y de a caballo habían con él de ir, y puestos todos a punto, se partió el general por tierra, llevando las canoas por el río, en tiempo de muy recias aguas que así en la sierra como en lo llano llovían; y marchando con el continuo trabajo de ir abriendo camino por ser la tierra montuosa, fue bajando por las riberas del brazuelo y río que San Martín había andado arriba; que habría desde el pueblo de La Tora hasta la primer venta o bohío que San Martín había descubierto de sal, catorce leguas, en las cuales fueron nuestros generales y españoles tan acompañados de trabajos cuanto hasta allí los habían traído, porque de más de haber de ir abriendo el camino a pura fuerza o industria de brazos, con las muchas aguas el río creció en tanta manera, que inundando mucha parte fuéra de su natural camino y corriente, constreñía a nuestros capitanes y soldados que de día anduviesen y caminasen como peces por el agua, y de noche se subiesen a dormir a los árboles, y esos pocos caballos que consigo llevaban no eran en nada reservados, porque durante el tiempo que la inundación y creciente del río tuvo, que fueron casi diez días, siempre dormían el agua a la cincha, y los soldados que a pie caminaban, todo este tiempo la llevaban casi a los pechos; y en el comer se padecía el mismo trabajo, porque como la gran creciente del río les detuvo en el camino más de lo que habían de estar hasta llegar a las ventas donde había comidas, acabóseles ese poco matalotaje que de La Tora sacaron, antes de tiempo.

Dábase por ración a cada capitán y soldado cuarenta granos de maíz tostado, por día, y así el mayor regalo que en estas catorce leguas de camino y navegación tuvieron, fue un perro que por yerro se habla venido tras de ellos de La Tora, con cuya carne se hizo un célebre convite a los principales, que entre ellos no fue menos estimado ni menos tenido que los que algunos emperadores romanos acostumbraban dar, en que gastaban gran parte de lo que las rentas de su imperio rentaban; y puédese creer, y así lo afirman algunos de los que presentes se hallaron, que pies, manos, cabeza, tripas ni pellejo del perro dejó de ser tan aprovechado como si fuera un muy gentil carnero, y aún más, porque pocas veces se aprovecha el pellejo de un carnero, si no es para efectos de poca importancia, y el de este perro aprovechó para comer.

Al cabo del dicho tiempo llegaron a la primer venta, que fue entero remedio de toda la gente que con el general iban, porque a tardarse los soldados dos días más, no pudieran llegar ni menos pudieran tornar, porque todos o los más perecieran, pues era imposible poderse sustentar muchos días, caminando por agua y sin comer. Allí hallaron algún maiz y otras raíces que debajo de tierra se crían, donde se holgaron y descansaron y reformaron algún tanto de la calamidad y trabajo pasado, y después de algunos días el general prosiguió su viaje y descubrimiento, hasta llegar a las últimas ventas y bohíos donde San Martín había llegado y vuéltose, las cuales, como se ha dicho, estaban puestas al principio de la aspereza de la sierra, por la cual era dificultoso entonces subir caballos, por no traer todo el aderezo necesario para aderezar el camino, y así determinó el general de quedarse allí con los caballos, y enviar gente de a pie que fuesen a descubrir lo que adelante había, y siguiesen obstinadamente aquel camino por do parecía bajar los panes de sal dichos.

Había antes de esto con mucha diligencia procurado el general haber algún indio de los que en aquellos bohíos habitaban, para guía, o informarse de él la derrota que debían tomar, y jamás lo pudo haber, aunque llevaba consigo muy buenos y diligentes soldados y aun rastreadores, en lo cual se había detenido ocho días, y al fin, viendo que no podía hallar lo que pretendía, se determinó, como he dicho, a enviar a descubrir gente de a pie, al cual efecto envió a los capitanes Juan de Céspedes y Lázaro Fonte y a su alférez general Antoño de Olalla, y a otros muy buenos soldados, dándoles de término y plazo solamente diez días. Pero a los capitanes pareciéndoles poco, en secreto le dijeron que eran necesarios veinte, en los cuales si no volviesen de su descubrimiento los tuviesen por muertos; el general lo tuvo así por bien, y con esto se despidieron del general a descubrir, no cierto con el aparato de mamas y chinas y chinos y otras superfluidades que en este tiempo se usan, dignas de ser reprobadas y aun castigadas, sino con sus armas a cuestas y sus mochilas al hombro, en que llevaban un poco de maíz tostado; y cuando había algún indio que por la industria de sus padres sabía moler y hacer cuatro bollos muy pajosos, esto era todo el regalo del mundo; y muchos y muy buenos escogidos y estimados soldados había que no se despreciaban de moler el maíz y hacer de ello puches otros potajes y guisados, en aquel tiempo, y entre ellos tan estimados, cuanto en otros tiempos aborrecidos; y como había muy pocos que trajesen servicio de indios, toda la demás comunidad de buenos soldados eran forzados a servirse en todas las cosas de que tenían necesidad, como era guisarse de comer, lavarse la ropa, coger la paja en que habían de dormir, y abajarse a otros más humildes oficios, y esto sin hacer falta sus personas a lo que les fuese mandado por sus capitanes y soldados; todos estos trabajos y otros que en silencio paso, me parecen dignos de todo galardón y premio, de los cuales si ahora se tratase entre soldados que a nuevas poblaciones y descubrimientos hubiesen de ir, soy cierto que aunque esperasen muy gran premio por haber de pasarlos, no lo aceptarían, antes lo dejarían de conseguir.

7 En la “tabla” de Sevilla se lee: “general don Gonzalo Jiménez de Quesada”. Así en todos los capítulos de la “tabla” y generalmente en el texto del manuscrito. Sin embargo, el “don” está casi siempre tachado, pero hay casos en que posteriormente fue añadido por otra mano. Las ediciones impresas del manuscrito transcriben o suprimen arbitrariamente el título de “don”. Para no entorpecer la lectura con repetidas notas sobre el tópico no consignaremos cada caso especial.
8 Al margen: “Cesare”.
9 Una corrección posterior al texto original y con tinta diferente encerró entre paréntesis la frase “de indios que por el Río Grande navegaban y habitaban”.
10 Véase nota 7 de este libro.
11 El texto original reza: “no llevan ningún..”; a palabra |llevan está tachada y reemplazada por “hallaban”.
12 “y con no menor temor” están añadidas y entre líneas, no perteneciendo al texto original.
13 El texto original reza: “natura”, palabra enmendada y convertida en “naturaleza”.
14 El texto original dice: “de sus manos”; las palabras “uñas crueles” están añadidas entre lineas, sin que la palabra “manos” se tachara por olvido.
15 En el texto original se lee siempre “tiguere”, palabra enmendada posteriormente en “tigre” con tachar las letras |ue
16 Véase nota 7 de este libro.
17 La palabra “factible” está tachada en el texto y reemplazada por “honroso”, entre líneas, y por mano diferente.

|Capítulo undécimo En que se escribe cómo el general Jiménez de Quesada envió los capitanes Céspedes y Fonte a descubrir por las sierras de Opón adelante.

Los capitanes Céspedes y Lázaro Fonte, con veinte hombres que les fueron dados por su general, se partieron de donde él estaba y comenzaron a caminar, con sus armas y comida a cuestas, por un estrecho y angosto camino, subiendo por una asperísima y alta sierra, toda cubierta de muy espesa y cerrada montaña, que con dificultad les dejaba ver la claridad del sol, sin llevar persona que los guiase ni encaminase y diese alguna buena esperanza, que es la que suele hacer tolerables y pasaderos cualesquier trabajos por insufribles que sean; solamente iban sujetos a donde su fortuna y el remate de aquel camino que seguían les quisiese echar.

Verdaderamente yo no hallo que enteramente se puedan escribir los trabajos, riesgos, infortunios y otras adversidades a que se sujetan y ponen los hombres que semejantes descubrimientos toman entre manos; porque los que van a guerrear de reinos contra reinos, llevan entre las manos sus premios, y venlos cada día delante de sus ojos, y puesto caso que allí van sujetos a cien mil cuentos de peligros, el galardón que de próximo esperan haber con el despojo y saco de las ciudades, los trofeos y honras de las victorias, el tener presente a sus reyes, de quien esperan grandes premios y galardones, los anima a seguir semejantes guerras; pero aquí en este descubrimiento, en la una parte como he dicho, se quedaba el compañero arrimado a un árbol, muerto de hambre; en la otra arrebataba el caimán al pariente; en la otra llevaba el tigre al amigo; en la otra morían rabiando los soldados de las heridas que con hierba les habían dado; enfermedades, hambres que suelen hacer más intolerables los trabajos, y sobre todo, sin saber a dónde van ni qué galardón habrán, si serán tomados a manos de gentes no vistas ni conocidas, y por ellos hechos pedazos se meten ahora con ánimos invictos, cargados de sus comidas, y con sus armas a cuestas por una sierra adelante, que sólo el mirarla ponía temor, sujetándose en todo y por todo a la fortuna, que pocas veces suele dar esperanza con entero contento, porque les parecía que porque por aquel caminillo que seguían, bajaban aquellos panes de sal que venían de tierra, que no podía dejar de serles muy útil y provechosa.

Caminando pues nuestros descubridores, subiendo y bajando sierras, y pasando arroyos y barrancos, dieron en un lugarejo poblado en las propias montañas, de hasta doce casas, cuyos moradores, habiendo antes sentido la gente nunca por ellos vista que a sus casas iban, las desampararon y procuraron ponerse en salvo; los capitanes, hallando allí más abundancia de comida que donde había quedado el general Jiménez de Quesada, le enviaron a decir con ciertos soldados, que podía pasarse él y la gente que consigo tenía a aquel lugar, donde podrían mejor sustentarse, y si no quisiese hacer esto, les enviase de la gente que tenía consigo, para más seguramente pasar adelante con sus descubrimientos, y ellos y sus soldados pusieron toda diligencia en procurar haber algunos de los moradores de aquellos bohíos; pero como ellos se habían puesto en cobro, y era menester andarlos a cazar por las montañas como a fieras, no pudieron haber más de sólo un indio, que admirado y espantado de ver semejante novedad de gentes que la que en su pueblo veían, estuvo dos días con sus noches sin hablar palabra, creyendo que los españoles era alguna gente fiera y que comían carne humana, por lo cual esperaba que en breve le habían de dar la muerte y comérselo; pero viendo este bárbaro que su muerte se dilataba, y que no hacían de él lo que pensaba, a cabo del tiempo dicho habló a la lengua casi como hombre desesperado y que deseaba ya ver el fin y remate de su vida, con que todo temor se acaba, y le dijo: “estos barbados que ni son gente como nosotros ni animales de los que en los arcabucos se crían, ¿qué piensan hacer de mí?; si me han de comer, ¿por qué no acaban de darme la muerte?, y si no, ¿por qué no me sueltan y dejan que me vaya donde quisiere? Visto por los capitanes lo que el indio decía tan desesperadamente, lo comenzaron a consolar y decir con el intérprete que tenían, que sosegase su espíritu y no temiese recibir daño ninguno, porque ni eran gentes que comían carne humana, ni pretendían de él más de informarse de lo que adelante había, y de dónde él o sus compañeros traían aquellos grandes panes de sal, de la cual le mostraron un gran pedazo. El indio, perdido ya el temor de perder su vida, les dijo: que con mucha alegría les llevaría a donde aquella sal se hacia, y que les era necesario hacer comida o matalotaje para tres días que habían de caminar por despobladas montañas, lo cual los españoles hicieron con mucha alegría.

El general Jiménez de Quesada, aunque los españoles le llegaron con el recado y mensaje que sus capitanes le enviaban del lugarejo donde estaban, no le pareció que el camino de la sierra ni la subida de ella era tal que por entonces la pudiesen subir los caballos, y por no desampararlos ni dejarlos en aventura de que se perdiesen y los tomasen los indios, envió toda la gente que consigo tenía a donde los dos capitanes estaban, y él con ocho compañeros se quedó en aquellos bohíos con muy gran riesgo de sus personas, así por la poca comida que tenían como por enfermedades que luégo les dieron.

Llegó el socorro que el general envió a sus capitanes, y luégo se partieron con su guía y adalid para adelante, y pasados los tres días, llegaron al valle que por nombre propio de sus naturales es dicho Opón, de donde los españoles dieron la nombradía a toda la serranía que por aquel camino hay, desde el río grande hasta la tierra rasa del reino, a la cual llamaron las sierras de Opón. La guía llevó a nuestros españoles a dar en un lugarejo y pueblo de hasta ocho o diez casas, donde por no tener los moradores noticia de los españoles, estaban algo descuidados, y se tomaron una docena de personas, varones y hembras, entre los cuales había una india que parece que con más amor que los demás se aficionó a los, españoles, y, o porque ella debía estar mal con su cacique o por la poca fe que estos bárbaros suelen tener con sus mayores y compañeros, habló con la lengua o intérprete que llevaban y le dijo: “dí a esta gente que pues nos han preso a nosotros, que vayan también a prender a nuestro principal y cacique, que bien cerca de aquí está en ciertos regocijos”.

Los capitanes enviaron luégo un escuadra llamado Juan Valenciano con ocho hombres, los cuales dieron en donde el cacique de Opón estaba celebrando unas bodas o desposorios con una nueva mujer que tomaba, y prendiéndolo con otras quince personas, interrumpieron sus regocijos y se volvieron a donde los capitanes habían quedado, los cuales se holgaron y alegraron mucho con la presencia y vista del cacique, al cual hicieron todo buen tratamiento, dándole de algunas cuentas de España y otros rescates que consigo llevaban, y le hablaron diciendo que ellos no le venían a damnificar en ninguna cosa, antes temían en mucho su amistad, la cual le conservarían y guardarían todo el tiempo que él no la quebrantase, y que al presente sólo querían que los llevase y encaminase al lugar y parte donde la sal que allí le mostraron se hacía, porque su capitán los enviaba a aquel efecto. El cacique mostró tener en mucho la amistad de los españoles, y les respondió, aunque con mal propósito, de hacer lo que le rogaban y llevarlos donde la sal se hacía. Los capitanes, visto esto, dieron luégo orden en hacer algunos alpargates con que sus españoles fuesen calzados; porque algunas jornadas habían caminado sin traer cosa alguna debajo de los pies, y así de unas hamacas o sábanas de algodón que allí hallaron, capitanes y soldados todos trabajaron dos días sin parar en hacer sus alpargates, unos haciendo suelas, otros encapellando y otros cruzando, y de esta suerte proveyeron aquella necesidad, que no era pequeña.

El cacique de Opón, pretendiendo librarse de las manos de los españoles o matarlos, había mandado que toda su gente estuviese con las armas en las manos, con propósito de meter los españoles por su población y que en ella fuesen acometidos y heridos de los suyos; pero Dios Todopoderoso estorbó que esta maldad de este bárbaro se efectuase, y fuese descubierta y remediada de esta manera. Yendo caminando los españoles y llevando por guía al cacique de Opón, la india que antes les dio aviso que prendiesen este cacique, les dijo asimismo cómo los llevaba por fuéra del derecho camino a meter en una celada o emboscada de indios que tenía puesta para matarlos; que mirasen lo que hacían, porque si lo seguían, todos serían muertos. Con esto los españoles se detuvieron, no pasando adelante por entonces, y tomando el capitán Céspedes al cacique le dijo, mediante el intérprete, que por qué era hombre de poca fe, y ésa tan mala y perversa, que habiéndoles prometido de serles amigo, y de llevarlos por camino derecho a donde la sal se hacía, les faltaba ya en todo, y torciendo la vía los llevaba a meter entre sus vasallos, que emboscados tenía puestos, para damnificarlos; que no curase de intentar aquellas novedades y maldades, sino que los llevase por derecho camino, porque si con obstinación pretendiese prevalecer en su maldad, en breve le darían una miserable muerte con que hubiese entero castigo de su locura y atrevimiento.

El cacique comenzó a negar la verdad y tropezar en sus palabras, por lo cual un soldado, de consentimiento de los capitanes, le dio un cintarazo de llano con la espada, que lo derribó en el suelo, y como el cacique viese que su persona empezaba a ser maltratada por su inconstancia y poca fe, envió luégo un indio a sus vasallos y súbditos, que dejadas las armas viniesen luégo con comidas y mantenimiento a cierto lugar, donde aquella noche habían de ir a dormir; y dejando aquel camino, guió y llevó a los españoles por su derecha derrota y vía; porque esta gente que en todo procuran imitar a los brutos animales, ninguna cosa hacen ni cumplen por virtuosos ni voluntarios respectos, sino forzados y constreñidos del castigo y cuchillo que presente tienen, y así los llevó aquel día a dormir a un alojamiento, donde sus indios acudieron, como él les había mandado, cargados de comidas, de las cuales dijo a los españoles que tomasen las que menester hubiesen para el camino de tres días que tenían de andar por aquella montuosa serranía, hasta llegar a otra población de indios, que a cabo de aquellas jornadas habían de hallar; lo cual fue hecho conforme al aviso, y los capitanes, gratificando al primer indio que tomaron en el primer pueblo, que hasta allí los había guiado, y dando algunos rescates y cosas de España, lo dejaron y enviaron a su tierra; y al cacique de Opón, porque no se les ausentase y dejase burlados, y quedasen sin ninguna claridad ni guía, le pusieron una soga al pescuezo y lo encomendaron a unos soldados que tuviesen cuenta con él y cuidado de guardarlo, y llevándolo por delante para que los guiase, caminaron por su serranía adelante, y andadas las tres jornadas de muy perverso y doblado camino, llegaron al valle que llamaron del Alférez, así por haber llegado primero a él que otro ninguno el alférez Antonio de Olalla, como porque después el propio alférez quedó en el valle con gente, como adelante se dirá.

En este valle del Alférez había más gente y naturales que atrás en el de Opón, algunos de los cuales trajeron a los españoles mucha comida, de la que en sus casas tenían, y aquí les tornó a avisar el cacique de Opón que hiciesen comida o matalotaje para otras tres jornadas que les quedaba de montaña despoblada, lo cual hecho, salieron del valle del Alférez y caminaron adelante en seguimiento de su demanda de la sal, y llegaron cumplidas las tres jornadas al valle de las Turmas, que después fue dicho el valle de la Grita, por las muchas voces y grita que dieron cuando después el general con toda la gente entró en él. Está este valle fuéra de todas las montañas y serranías de Opón, y al principio de la tierra rasa y alta del reino, cuya vista dio mucho contento a los españoles, así por los muchos caminos que de él salían, y humaredas de los naturales que veían, como porque no se les oponía por delante ninguna montaña, ni arcabuco, ni serranía que les estorbase la vista, la cual se extendía bien a lo largo. Los españoles se alojaron en unos bohíos o casas de indios que allí estaban, con abundancia de maíz y otras cosas de comer, pretendiendo descansar del trabajo pasado; y el capitán Céspedes, tomando consigo cinco hombres de los que menos habían sentido el trabajo, siguió por un camino de los que por delante tenían, y apartándose de los demás españoles obra de dos leguas, dio en un poblezuelo de indios, en el cual tomó casi treinta personas, y en un bohío que los indios tenían por templo, halló ofrecidas a sus simulacros ciertas piedras, esmeraldas pequeñas de poco valor, y un poco de oro fino, con todo lo cual dio la vuelta a donde los demás españoles habían quedado alojados.
|Capítulo duodécimo En que se escribe la vuelta que los capitanes Céspedes y Lázaro Fonte hicieron a donde su general estaba, y los españoles que en el camino dejaron, y de cómo el general se volvió al pueblo de La Tora.

Los capitanes Céspedes y Lázaro Fonte, aunque tenían necesidad de descansar algunos días en el valle de la Grita con su gente, que iba fatigada, no les daba a ello lugar el término que su general les había dado, dentro del cual se habían de hallar en el lugar donde lo habían dejado. Así, dende a otro día, dieron la vuelta muy regocijados con la tierra que habían visto y con la gente e insignias que de ella llevaban, y llegados que fueron al valle del Alférez, les fue necesario dejar allí gente, porque a uno de los soldados se le había desconcertado una pierna y no podía caminar ni lo podían llevar cargado, y así el propio alférez Antonio de Olalla se quedó allí con ciertos soldados, y prosiguiendo su torna vuelta, llegaron al valle de Opón, donde hicieron al cacique que consigo llevaban que los proveyese de más indios y comida para hasta donde estaba el general esperando.

El cacique lo hizo así, que trayéndoles la comida que fue menester y algunos indios que la llevasen, lo dejaron en su casa con gratificación de su trabajo, y en su amistad y gracia; porque aunque lo habían llevado casi aprisionado hasta el valle de la Grita, siempre se le había hecho buen tratamiento a su persona, por donde el indio no había tomado ningún particular odio con los cristianos, antes siempre daba muestras de holgarse con su amistad. De allí se volvieron los españoles a los bohíos primeros o lugarejo que en la sierra habían hallado, donde tomaron la primer guía, en los cuales había cantidad de maíz, y porque los indios no lo sacasen de los bohíos y lo llevasen a esconder a partes donde no pudiese ser habido, que sería muy gran daño para los españoles que por allí habían luégo con su general de pasar, se quedó en los bohíos el capitán Lázaro Fonte con unos pocos soldados, y el capitán Céspedes, con el resto de la gente y los indios cargados de comida, prosiguiendo su torna vuelta, llegó donde el general Jiménez de Quesada había quedado con sus ocho compañeros, parte de los cuales estaban enfermos de enfermedades contagiosas que allí les había dado; pero con la buena nueva de la tierra descubierta, que el capitán Céspedes les trajo, se alegraron muy mucho y cobraron aliento y fuerza para proseguir su descubrimiento.

El general acordó luégo volver a La Tora, para sacar de aquel alojamiento su gente y traerla toda en descubrimiento de la nueva tierra; y dejando en aquellos bohíos al pie de la sierra a su hermano Hernán Pérez de Quesada con algunos soldados que guardasen la comida que allí quedaba, se partió para el pueblo de La Tora, y llegado que fue al río o brazuelo por do había subido, le fue forzado dejar los caballos y gente con ellos que los guardase, y él embarcándose en dos pequeñas canoas con los capitanes Céspedes y San Martín y Valenzuela y Cardoso, navegó el brazuelo o río abajo tres días, en los cuales llegó junto al propio río, donde acaeció una cosa digna de escribirse, por haber sido por ella milagrosamente librados de la muerte el general y los demás capitanes que con él iban, y fue que al tiempo que llegaron junto al río grande, el general tuvo voluntad de saltar en tierra, y poniéndolo en efecto se estuvo allí un buen rato, recreando con los que con él iban, por los cuales fue persuadido y rogado que no se detuviesen más allí, pues tan cerca estaba la demás gente, que podía haber distancia de una legua hasta el pueblo de La Tora. El general les dijo que estaba de parecer y voluntad de dormir allí aquella noche; a los demás capitanes parecioles más locura que cordura lo que su general quería hacer. Muy obstinadamente le importunaron y rogaron que no lo hiciese, sino que fuese a dar algún contento a la demás gente, donde asímismo ellos podrían descansar. El general, viéndose tan importunado de los capitanes que con él estaban, se embarcó en las canoas, y estando ya para nevegar (encaminándolo así el Todopoderoso Dios, porque no pereciesen los capitanes que allí iban, que eran los más principales del campo, con su general) se tomó a desembarcar y a saltar en tierra, diciendo que no le importunasen, que él no quería pasar de allí aquel día. De esta novedad pesó mucho a todos los que con el general estaban; pero como eran obligados a obedecer a su mayor, callaron y quedáronse allí aquella tarde y noche a dormir.

Al tiempo que estas cosas pasaban al general y a los que con él estaban, habían venido al pueblo de La Tora, a guerrear con los bergantines y gente de tierra, más de quinientas canoas de indios muy belicosos que con su enherbolada flechería estaban dando batería; y si como los capitanes le importunaban al general se hiciera, todos ellos venían a dar en las canoas y manos de sus enemigos, donde en ninguna manera podían escapar de morir heridos de sus flechas o ahogados en el río; y como todo aquel día el número de las canoas de indios dichas, anduviesen disparando sus flechas contra los españoles, sin haber de ellos ninguna victoria, venida la noche se esparcieron y volvieron a sus puertos y casas.

Otro día de mañana el general y sus compañeros se embarcó y se vino derecho a La Tora, donde lo primero que topó fue dos bergantines que andaban asegurando el río y viendo si habían quedado por allí algunas canoas rezagadas y puestas en celada; los cuales, como descubriesen las canoas en que el general iba navegando, y por verlas de lejos no reconociesen la gente que era, les tiraron una pelota con un verso de los que llevaban; que si como en todo lo demás, en esto no le fuera favorable la fortuna a nuestro general, él acababa la vida por mano de los suyos, por haber dado la pelota tan cerca de la canoa en que él iba; y con temor de que los de los bergantines no secundasen con su artillería pensando que eran enemigos, y podían ofenderles, mandó luégo el general alzar una bandera que pudiese ser vista y divisada de la gente de los bergantines, los cuales luégo que la vieron, reconocieron ser su general, y volviéndose el uno a dar aviso al campo, que estaban bien tristes y congojosos con la tardanza, que había sido de cincuenta días, el otro se fue para las canoas, y saltando en él el general y la demás gente que con él iban, con gran gozo y contento se fueron todos juntos al alojamiento de La Tora, adonde aunque de la buena tierra que habían descubierto no tenían noticia, estaban con mucha alegría todos en saber la venida de su general, al cual amaban y estimaban mucho por su gran virtud y afabilidad. El general y los que con él iban fueron muy bien recibidos de los suyos, a los cuales se les dobló el contento desde que supieron el buen suceso que habían tenido los descubridores y la buena tierra que se había descubierto.

El general, como era hombre cristianísimo y dado a la cristiana religión, que aunque andaba metido en cosas de guerra y tráfagos que suelen quitar la devoción, no se olvidaba de los particulares beneficios que Dios le hacia, y en aquel descubrimiento tan milagroso le había hecho, hallando a los sacerdotes en disposición de celebrar, les rogó que dijesen misa e hiciesen especial sacrificio a Dios Todopoderoso, dándole gracias por el gran beneficio y merced que les había hecho en depararles una tierra donde esperaban que a Su Divina Majestad se haría gran servicio en la conversión de los naturales de ella. Toda la gente del campo oyó misa con mucha devoción y contente espiritual, haciendo devotas oraciones a Dios, suplicándole les llevase adelante lo que por su bondad y misericordia les había deparado; pareciéndoles con cristiana consideración que ninguna cosa puede ser bien guiada ni encaminada si primero no es referida y atribuida y encomendada a Dios Nuestro Señor, sin cuya voluntad la hoja del árbol ni ninguna criatura, racional ni irracional, no se mueve; porque pocos días antes se habían visto ciegos de todo punto, sin remedio ninguno de pasar adelante, ni de volver atrás.

Hechas estas cosas, el general comenzó a visitar su gente y campo, como buen capitán, la cual hallé tan desmayada y falta de salud y llena de enfermedades, que sintiendo, como era razón, la mucha gente que le había muerto, no pudo dejar de dar muestras de su sentimiento; porque demás de que desde que salió de Santa Marta hasta que llegó a este pueblo de La Tora, le habían muerto y consumido, de accidente y debilidad, más de doscientos hombres, con varios acaecimientos, según atrás quedan referidos, en este pueblo se le habían muerto casi otros tantos, de hambre y de enfermedades, sin los que hallaba enfermos. El sentimiento de estas cosas y el trabajo del camino y descubrimiento de do venía causaron a nuestro general una enfermedad no menos peligrosa para su persona que dañosa para su gente, de la cual estuvo muy afligido. Algunas personas, con celo de la salud de su general, y viendo la poca gente que le había quedado, y que parecía cosa temeraria con tan pequeño número de soldados, que no llegaban a doscientos, y esos mal sanos, querer atravesar la maleza y aspereza de una montuosa serranía, y tan larga como era la de Opón, que tenía cuarenta leguas de travesia, y demás de esto meterse por tierras no sabidas y que daban muestras de tener infinidad de naturales, aconsejaban y decían al general Jiménez de Quesada que no debía pasar de allí si de todo punto no aborrecía su salud y vida y la de sus soldados, y como hombre que le fatigaba el vivir, quería meterse donde sólo la maleza y aspereza de la tierra que habían de pasar bastaba a consumir otro mayor número de gente que el que allí tenía, y más sanos.

Pero ninguna de estas cosas era suficiente a mudar al general de su opinión, que acompañada de animoso vigor, deseaba hacer y salir con alguna cosa memorable, y en que hiciese servicio a Dios y a su rey; y así respondió a los que esto le decían y aconsejaban, que aunque su celo era bueno, la obra que de él se podía seguir era contra su honor, pues juntamente se le podía decir que se había vuelto de las puertas de una felicísima tierra, por su inconstancia, y que aunque en el camino muriese, él tenía por más gloriosa la muerte en aquella demanda que la vida con infamia, que de volverse se le podía seguir, y que les suplicaba que si querían conservar su vida y amistad que no le aconsejasen semejante hecho, pues ninguna cosa podría en él más brevemente consumir y quebrar estas dos cosas, que el persuadirle que se volviese; y así encubriendo con el buen ánimo que tenía las operaciones que la enfermedad en él hacían, dejó la cama y comenzó a dar orden en proseguir su jornada y no detenerse más en aquel pueblo, y así comenzó a encaminar su gente y soldados, llevando los más con bordones en las manos, porque como habían escapado flacos de la enfermedad, no podían caminar sin esta ayuda. El general asimismo prosiguió su camino, enfermo como motaba y purgado de un día, que puso gran duda a todos de su vida, por haberse de meter por camino tan fragoso; y enfermo caminó tras su gente, y sin suceder cosa notable llegaron al pie de las sierras, donde había quedado Hernán Pérez de Quesada, al cual hallaron con dos hombres menos, que le habían muerte los indios dueños de aquellos bohíos, por defender sus casas y quitarlas de poder de los españoles, que se las tenían y en ellas estaban. Allí descansaron ciertos días, después de los cuales comenzaron a subir y caminar por la sierra, no con falta de trabajos, porque iban abriendo el camino y aderezándolo con azadones, y hubo pasos en estas sierras donde por no poderse aderezar ni desechar, echaron por ellos a rodar los caballos a la aventura de si se tuviesen bien que no trompicasen o rodasen escaparían con la vida, y si no, forzosamente se habían de hacer pedazos; y con este trabajo caminó el general con toda la gente, recogiendo los que por el camino habían quedado, hasta llegar al valle del Alférez, al cual hallaron herido con otros soldados, porque los indios de aquel valle, queriéndolos echar de su tierra y casas, habían congregádose y venido con mano armada contra ellos, los cuales peleando con ánimos varoniles, se defendieron de ellos, mediante el favor divino, y los ahuyentaron, aunque con heridas de algunos, como se ha dicho.

Alojado el general en el valle del Alférez, como iba la gente cansada y fatigada del camino pasado, fuele necesario holgar allí algunos días para que su gente se reformase, al cabo de los cuales prosiguió su viaje, y pasando toda la serranía y montaña de las sierras de Opón, llegó al valle de la Grita, donde los primeros descubridores habían llegado. Es de saber que de este valle de la Grita empieza la provincia y gentes del Nuevo Reino de Granada, y así desde él empezará su descubrimiento en el siguiente libro; y de este valle empieza otra lengua muy diferente de la de atrás; porque la gente que habla poblada por las sierras de Opón, toda hablaba la habla y lengua del río grande, de donde traían muy buenos intérpretes los españoles; y como llegados al valle de la Grita se perdiese aquella lengua, hizo más dificultosa su jornada, o a lo menos más dañosa, por no poder entender la lengua de la gente del Reino; pero un indio que al principio de las sierras de Opón se tomó, natural de las provincias del Nuevo Reino, después poco a poco vino a entender la lengua castellana, que les fue harto provecho. Esta lengua o indio fue llamado Pericón o Perico, pero más comúnmente le llamaban Pericón.

Réstame ahora decir, para acabar de todo punto esta jornada del río grande, que al tiempo que el general Jiménez de Quesada salió del pueblo y alojamiento de La Tora, dejó en él al licenciado Gallegos con los bergantines y la gente más enferma y que no podía caminar, con otros algunos soldados para su defensa y guardia, con pacto y concierto que en aquel pueblo le esperasen cierto tiempo señalado, dentro del cual le enviaría recado y aviso de la tierra y de lo que en ella hubiese, y que si el término se pasase sin que el aviso se le enviase, se volviese a Santa Marta; y como después el general entró en tierra donde no sólo no le convenía apartar de sí un soldado, pero buscar quién le ayudase, pasose el término y tiempo con que él había de dar aviso, y así el licenciado Gallegos se embarcó con la gente que con él estaba y se volvió el río abajo a Santa Marta, donde halló ya muerto al adelantado de Canaria, don Pero Fernández de Lugo.

| LIBRO TERCERO |1

En el tercer libro se escribe cómo el generar Jiménez de Quesada, desde el valle de la Grita, prosiguió el descubrimiento de la tierra y provincia del Nuevo Reino do Granada, y entrando por la provincia de Bogotá, la vieron y anduvieron, y de allí fueron en demanda de las minas donde se sacan las piedras esmeraldas, donde tuvieran noticia del cacique y señor de aquella provincia, llamado Tunja, al cual prendieron y tomaron todas sus riquezas y después de pasados algunos días, en los cuales sucedieron algunas guerras de indios y guazabaras, y haber muerto el señor de Bogotá, y haber intentado diversas veces salirse de la tierra del Reino, se volvieron a la provincia de Bogotá, donde poblaron la ciudad de Santafé, y cómo yendo el general a España, se volvió de camino por la noticia que le dieron de la casa del Sol, en la cual decían haber grandes riquezas. |
|Capítulo primero En el cual se escribe la diferencia y altura que de la ciudad de Santa Marta al Nuevo Reino de Granada hay, y cómo los naturales del valle de la Grita tomaren las armas y vinieron sobre los españoles y fueron rebatidos, los cuales, teniendo puesto cierta manera de cerco sobre los españoles, fueron ahuyentados con sólo la vista de algunos caballos, que sueltos se fueron hacia su alojamiento.

Según en el precedente libro queda escrito, hemos tratado largo los infortunios que para llegar al presente puerto, como a principio de nueva tierra, pasaron el general Jiménez de Quesada y sus capitanes y soldados, y para más claridad, así de lo que queda dicho como de lo que de aquí adelante diremos y trataremos, es de saber que esta tierra rasa, que al presente tienen por delante estos españoles, está puesta en cinco grados de equinoccial y dende abajo, y que la ciudad de Santa Marta, de donde habrá un año que partieron, está en poco más de once grados, y que en todo este tiempo que caminaron fue subir y trepar hacia arriba, llegándose a la línea a tomar la cumbre y altura de las cordilleras y sierras donde manan y salen y están puestas las fuentes y nacimientos del río grande de la Magdalena, que, como be dicho, por su gran altura están fijadas en los grados que he referido, y de esto da testimonio la frialdad y destemplanza de toda la más de la provincia del Nuevo Reino, donde habitan las gentes y naturales llamados |Moscas y Laches, y parte de los |Chitarenos, que son los de las provincias de Pamplona, cuya región es muy fría, por lo cual la conquista que al presente se les ofrece a estos españoles, es muy diferente de la pasada, cuanto en muchas cosas las calidades de las tierras y naturales de ellas difieren, y así, aunque la larga experiencia de loe pasados sucesos tenía amaestrados a los más de loe capitanes y soldados viejos en las cosas de la guerra, al presente se hallaban perplejos en lo que debían hacer y en el modo y orden que debían tener para seguir y principiar la nueva conquista que la fortuna lee ofrecía y ponía en las manos, por no haber conocido de todo punto qué gente era la que en aquesta tierra había, ni hasta dónde llegaban sus bríos y ánimos, ni el género de armas de que usaban, hasta que después de rancheados o alojados en el valle de la Grita con prosupuesto de descansar allí algunos días, y reformar así sus personas como sus jumentos y caballos de las hambres y trabajos que en el atravesar las sierras de Opón habían tenido.

Los naturales del valle de la Grita, y otros a ellos comarcanos, admirados de la nueva manera de gentes que por sus tierras tan atrevidamente se entraban, apoderándose de sus casas y labranzas y haciendas, se congregaron con designio de estorbarles el paso, y si pudiesen, hacerles volver atrás, y tomando las armas en la mano, que eran dardos pequeños de palma, tostados al fuego, cuyas heridas suelen ser ponzoñosas, y unas flechas largas que se tiran con ciertos amientos que los propios naturales llaman quizque | 2, y algunas lanzas largas de a veinte palmos y más, y otro género de armas llamadas macanas, que son también de palma, y les sirven de espadas, para cuando llegan a romper y juntarse pie a pie, las cuales son de largor de una espada de mano y media y otras mayores, y otras menores, de anchor de una mano y más y menos, y por los lados delgadas y afiladas, y que con ellas suelen cortar y aun descuartizar un indio, se vinieron muy gran cantidad de estos bárbaros a acometer y tentar las fuerzas a nuestros españoles, y arremetiendo con buen ánimo, cesó su furia al mejor tiempo, porque como los españoles, cabalgando en sus caballos, saliesen a los indios a recibir en el camino el ímpetu que traían, no siguiendo la opinión que César reprobó en Pompeyo cuando en los campos de Farsalia, estándose quedos los pompeyanos en sus escuadrones, recibieron el ímpetu de los de César, con que les fue hecho mayor daño, mas espantados los indios de la ferocidad y grandeza de los caballos y hombres armados que encima iban, que lastimados con sus lanzas, se retiraron, y volviendo las espaldas llenas de grandísimo temor y dejado el acometimiento que iban a hacer, y alejándose algo de los españoles, se pusieron en los lugares más altos, donde a manera de cerco se estuvieron algunos días intentando rústicos modos de acometer y guerrear, pretendiendo con sus flacas armas y débiles ánimos, ver el cabo y ruina de los enemigos; pero para frustrar de todo punto la bárbara determinación de esta canalla y su rústica obstinación, no fue menester el valor y fuerza de los soldados y capitanes, sino sola la vista de algunos caballos que sueltos hacia sus alojamientos vieron ir; porque como una noche algunas yeguas que en el campo se llevaban se juntasen con los caballos y fuesen movidos por su natural y bruto accidente a querer tener exceso con ellas, huyendo las yeguas de los caballos, y los caballos siguiéndolas, fueron a meterse por los alojamientos y rancherías de los indios, los cuales espantados de ver tan grandes animales, creyendo que por mano de los españoles eran enviados a que los comiesen y despedazasen, comenzáronse a alborotar, y llenos de villano temor y miedo, comenzaron ciegamente a huír por donde y como podían, desamparando sus alojamientos con todo lo que en ellos tenían.

El general y sus españoles, oyendo la vocería de los indios, creyeron que se movían para venir a dar sobre ellos y ponerles en algún aprieto, y así tomaron con toda presteza sus armas y se pusieron a punto para recibir los enemigos, sí viniesen; pero como la noche pasase, y venido el día hallasen menos las yeguas y caballos y no viesen a los enemigos en sus alojamientos, fueron a buscar los españoles sus jumentos, los cuales hallaron dentro en los propios alojamientos y rancherías de los enemigos, de donde conjeturaron que había procedido el alboroto toda la noche pasada y el haberse ahuyentado los indios y dejado el cerco que ya había días que sobre los españoles tenían puesto, en el cual tiempo, como he dicho, acometieron muchas veces a los españoles y solamente les hirieron dos soldados, y siempre quedaban ellos descompuestos y desordenados.

Con la vista de estas primeras gentes y modo de guerrear y armas que traían y ánimos que habían mostrado, conjeturaron muchos soldados viejos el poco daño que podían recibir si la muchedumbre de las gentes y naturales no los descomponía, y así su general determinó pasar adelante en demanda del pueblo o laguna donde la sal se hacía, y para guía y lumbre de su demanda tenían y traían consigo un indio, de quien atrás hemos hecho mención, llamado Pericón por corrompimiento del vocablo, tomado al principio de las sierras de Opón, que por señas les había dado relación de cómo era natural de la provincia de Bogotá, y cómo había estado y sabía dónde la sal se hacía, y por señas les daba a entender y decía cómo en aquella tierra adonde iban había muy muchos indios y grandes señores, significando por muchas maneras y señales sus riquezas y grandezas, y otras cosas que daban mucho contento con el oírlas, y después que en el valle de la Grita estuvieron, la disposición de la tierra y el principio de ella, que era el valle donde estaban, y los muchos caminos que por muchas partes atravesaban, las grandes humaredas, que de muy lejos se veían, que daban clara señal de grandes poblaciones, pareciole al general y a los demás que todas estas señales y conjeturas eran principio de lo que el indio les había dicho, y así mandó apercibir toda su gente para pasar adelante, la cual era a esta sazón bien pocos porque de casi setecientos hombres que sacó de Santa Marta, solamente metió en este valle de la Grita ciento y setenta hombres, que fue harta pérdida y destrucción de españoles; y todos los demás fueron consumidos con las calamidades y enfermedades atrás referidas.
|Capítulo segundo En el cual se escribe cómo el general Jiménez de Quesada salió con su gente del valle de la Grita y entró por la tierra del Nuevo Reino adelante, por muchas poblaciones, hasta llegar al pueblo de San Gregorio, con todo lo que con los naturales de este pueblo les sucedió.

Del valle de la Grita salió el general con su gente en buen orden y concierto puesta, y caminó por donde la guía lo llevaba, pasando por diversas poblaciones de naturales, que a una y a otra parte del camino quedaban todos, sin osar tomar armas en las manos ni resistir el paso y camino, porque como de la gente y naturales del valle de la Grita habían tenido noticia del valor y constancia que los nuestros habían tenido en guerrear, no curaban de salir a probar su fortuna.

El general, viendo que había entrado en tierra muy poblada, se alojó en un pequeño valle con su gente; y de allí envió a los capitanes San Martín y Lázaro Fonte con gente que pasaron adelante, descubriendo y dándole noticia y aviso de las poblaciones y disposición de tierra que por delante llevaban. El capitán San Martín caminó ciertas jornadas por tierra muy poblada, hasta que llegó a un valle que fue dicho y llamado el valle de San Martín, que entiendo ser el que ahora dicen de Chipatá, en cuya provincia está poblada la ciudad dé Vélez, el cual desde allí envió aviso al general que atrás quedabas diciendo que no debía andar la gente dividida en tierra tan poblada |y abundante de naturales. El general luégo marchó con el resto de la gente, y llegó a donde San Martín estaba, en el cual valle descansé ocho días con su gente, porque había en él gran abundancia de comidas, de las que los indios en aquella tierra usan para su sustento, que es maíz, turmas, frisoles y otras raíces y legumbres que entre ellos son muy preciadas, y al cabo de estos días, sin que los indios moviesen sus armas contra los españoles, ni les hiciesen ningún daño, caminaron adelante, y llegaron a un pueblo que fue llamado el pueblo de San Gregorio, por haber llegado allí el día de San Gregorio, cuyo nombre es, y en lengua de los naturales Guachetá.

La ceguedad e ignorancia de estas gentes era tan grande, Y ellos estaban tan metidos en el error y pecado de la idolatría y de adorar y respetar tanta diversidad de simulacros y dioses imaginados por ellos, y hechos por sus propias manos, que verdaderamente quisieron también tener por tales a los españoles, y aun afirmativamente con obstinación, cierto tiempo creyeron y los tuvieron en reputación de hijos del Sol, a quien ellos tenían y adoraban por su principal dios, al cual tenían dedicados templos en que ofrecían y hacían sus sacrificios de humanas criaturas, oro, esmeraldas, mantas y otras cosas. Pues de tener en la imaginación los indios, como he dicho, que los españoles eran hijos del Sol, vinieron a llamarlos |Xua; y asimismo imaginaron que por mandado del Sol venían estos sus hijos, a quien ellos tenían por inmortales, a castigarlos de sus deméritos y culpas, a los cuales hacían sacrificios como a dioses e hijos del Sol, ofreciéndoles por los caminos y poniéndoles en algunas partes de ellos, por vía de sacrificio, algunas mantas y oro y esmeraldas, y junto con esto sahumerios de moque y otros pestíferos olores, de los cuales suelen usar en sus templos los sacerdotes o jeques.

El pueblo de San Gregorio está puesto en un alto, sobre el cual hay otro alto de peñas que aquellos naturales tenían casi como por fuerza o fortaleza, donde se recogieron en la hora que vieron ir marchando los españoles por un llano adelante hacia su pueblo de Guachetá, por el cual llano asimismo había cantidad de mil casas, y los moradores de todas ellas se recogieron con los del pueblo de San Gregorio o Guachetá, al cerro más alto que, como he dicho, sobre este pueblo estaba; y como los españoles llegasen al pie de la cuesta del pueblo de Guachetá, pareciole al general que se detuviesen allí, hasta ver si podía dar a entender a los indios que en lo alto estaban, y de allí muy bien se veía, por señas que se les hiciesen, pues intérprete suficiente no había, que no les querían hacer mal ni daño ninguno, sino que procuraban su amistad para su beneficio y bien. Estando detenidos en esto el general y toda la gente, bajaron de lo más alto cinco indios, y acercándose un tiro de ballesta de los españoles encendieron lumbre e hicieron fuego, con leña que para este efecto traían, en el propio camino por donde los españoles habían de subir, y dejando un indio viejo que entre ellos venía, junto a la lumbre, se retiraron y volvieron a su alto, porque ya el general había mandado que saliesen algunos soldados ligeros y procurasen tomar aquellos indios para con ellos ver si podían atraer a su amistad a los demás; y visto que los indios se habían recogido al alto, el general caminó con toda su gente hacia el pueblo, y llegado que fue a donde los indios habían hecho la candela, hallaron el indio sentado junto a ella, al cual el principal de aquel pueblo había enviado por sacrificio a los españoles, para si lo quisiesen comer, como hijos que eran del Sol, porque estos bárbaros entre las otras supersticiones que de su religión siguen y tienen, es hacer algunos sacrificios en los templos del Sol, de hombres humanos, cuyos cuerpos, después de muertos, ponen en muy altos cerros, para que el Sol se sustente de ellos y los coma, y esta tienen por muy común opinión entre ellos; y cuando alguna seca les sobreviene, dicen que el Sol su dios está enojado, porque no le proveen de mantenimiento, y así para aplacar su furor y darle de comer, y que no retenga las lluvias, le hacen luégo muy grandes sacrificios de gente humana, según que también trataré más particularmente de estas cosas en el lugar dicho | 2a , y por estas causas, como a hijos de padre que comía carne humana y con ella se aplacaba, envió este bárbaro a los españoles el indio que junto a la candela hallaron, al cual el general tomó consigo, y lo subió al pueblo de San Gregorio, donde con toda su gente se alojó, y procuró dar a entender al indio que por señas le había dicho cómo su cacique o principal lo había enviado para que lo comiesen, que no comían carne humana ni venían a hacerles ningún daño ni mal, sino a procurar su amistad y comunicación; y estando en esto el general, los indios que en lo alto estaban, córroborados y fortalecidos, viendo que los españoles no habían muerto al indio que les habían enviado con vana consideración, pareciéndoles que por ser aquel indio viejo y de duras carnes, no lo habían querido comer los españoles, y que así se habrían airado contra ellos con más furor, comenzaron desde donde estaban a arrojar y echar por el cerro abajo criaturas pequeñas y de poca edad, hijos de los propios indios, porque comiendo de ellas, como de carne más tierna, los españoles hijos del Sol, fuesen mitigados de todo punto, si algún furor tenían.

De estas criaturas algunas llegaban muertas, y otras aturdidas, y otras vivas, y viendo el general la loca, cruel y bruta determinación y obstinación de estos bárbaros, aborreciendo de en todo en todo aquel cruel hecho, comenzó con sus soldados a darles voces y hacerles entender por señas que les hacían, que no echasen sus hijos, ni los matasen de aquella suerte, que era cosa que él mucho aborrecía, y tanta eficacia se puso en esto por parte del general, que los indios cesaron de arrojar tan bárbara y cruelmente sus hijos y muchachos, y conocieron cuánto los españoles aborrecían y abominaban lo que hacían, y luégo soltando el indio viejo con un bonete colorado y una camisa que ¡e dio y cuentas y otras cosillas, lo envió con las torpes lenguas o intérpretes que tenían a que fuesen a hablar al cacique e indios de aquel pueblo, que estaban en el peñol, y les dijesen cómo no comían carne humana, antes procuraban conservar las vidas de los indios y su amistad, y otras muchas cosas para atraerlos a paz y concordia.

El viejo se fue derecho a lo alto con mucha alegría de verse con la vida segura, y las lenguas, no osando llegar a donde los indios estaban, les hablaron de bien cerca lo que se les había mandado, con todo lo cual fueron algún tanto ablandados los indios, y quitados de su primer temor; y así abajaron cuatro indios por mandado de su cacique, con los cuales el general habló más particularmente, dándoles, aunque con dificultad por defec­to de los intérpretes, a entender lo que pretendía, así acerca de su bien y conservación espiritual como temporal; y dándoles algunas dádivas de cosas de España traídas, los tornó a enviar para que así su cacique como toda la demás gente que en aquel fuerte estaban recogidos, se bajasen a sus casas y le proveyesen de comidas para su gente. Vueltos los indios a lo alto, sucedió que dende a poco un soldado, andando con un hacho o mechón de paja encendida, buscando en un bohío oro u otras cosas de qué aprovecharse, pegó fuego al bohío, el cual se empezó a arder con gran riesgo de todos los demás que en aquel pueblo había, al cual acudieron luégo todos los españoles para apagar el fuego, porque de allí no prendiese en los demás, y se quemasen todos; y como los indios desde lo alto viesen que los españoles andaban apagando y mitigando el fuego, conocieron más claramente ser gente que no les pretendía damnificar, y así ellos bajaron de lo alto en mucha cantidad a ayudar a apagar el fuego, porque su pueblo no se quemase, y de aquí comenzaron a tratar amigablemente con los españoles, y el general les tornó a hablar sobre las cosas referidas, y volviendo algunos de ellos a donde su cacique o principal estaba, volvieron luégo enviados por él con venados muertos y gran cantidad de maíz y bollos que están hechos del propio maíz, y otras cosas de comer y mantas de algodón pintadas y blancas, y coloradas, y de otras muchas suertes que los indios de esta tierra hacen (porque lana no tienen ninguna) y oro, de todo lo cual envió el cacique un buen presente al general; y luégo comenzó toda la gente que en el peñol estaba recogida, a bajar y a tratar más sin temor con los españoles, y de aquí tuvo principio la paz entre los españoles y gentes del Nuevo Reino, y se fue prosiguiendo y dilatando por todos los pueblos dende en adelante; pero no fue cosa muy durable porque como estos naturales sea gente de fe dudosa y de verdad incierta, después se rebelaron y tomaron las armas contra los españoles, como adelante se dirá.
|Capítulo tercero En el cual se escribe la salida del general y su gente del pueblo de San Gregorio, llamado de sus moradores Guachetá. Trátase aquí la división de la duna del Nuevo Reino y cómo la poseían y tenían divisa entre sí y tiranizada Tunja y Bogotá, dos principales | 3 y caciques.

El defecto de no hallarse al presente el general Jiménez de Quesada con expertos y buenos y entendidos intérpretes y lenguas, fue causa de muchos daños e inconvenientes que sucedieron, porque aunque los indios venían a tratar de paz y amistad con los españoles, los intérpretes que tenían eran tan torpes y bozales en la lengua castellana, que ni a los españoles daban ni podían dar enteramente a entender lo que los naturales y principales de la tierra decían, ni por el contrario entendían de todo punto lo que el general pretendía darles a entender acerca de su venida y entrada en la tierra, y de otras muchas cosas que para la conservación y dilatación de la paz general por toda la provincia era menester; y así, más ciegamente de lo que yo puedo escribir ni aun se puede pensar, se metió esta gente española por una provincia que si como era muy poblada, fuera la gente beliciosa y contumaz y briosa en seguir la guerra, no pudieran dejar de peligrar todos, y ser muertos a no con brevedad tornarse a salir de ella; y así casi como quien a tiento camina, solamente con la demanda de la sal, con que hasta este paraje habían llegado, pasaron adelante del pueblo de San Gregorio, que ya también llamaban de la paz, y caminando con buen orden y recatadamente llegaron al pueblo de Lenguazaque, cuyos moradores, por la nueva que ya de atrás tenían del poco mal y daño que los españoles hacían, los esperaron de paz, sólo por ver una cosa para ellos tan hazañosa y extraña, pues ni la habían visto ni oído decir a sus mayores, cómo eran los españoles, gente vestida y blanca, y adornados los rostros con barbas, y aquella grandeza y ferocidad de los caballos, y la ligereza de los perros; que de cada cosa destas imaginaban estos bárbaros cien mil géneros de vanidades, porque como estas gentes, demás de ser tan agrestes y de muy bajos y humildes entendimientos, ninguna noticia ni lumbre de fe natural tenían, con la cual hubiesen jamás alcanzado a ver un Dios que todas las cosas crió, y estuviesen tan ciegos en la creencia y religión de sus falsos y vanos dioses, a quien ellos atribuían un poder tan limitado, que aun la creación de las cosas que tenían y poseían, en general no les atribuían, admirábanse y con mucha razón de lo que en los españoles y en sus jumentos veían, pareciéndoles que ya que en su opinión habían tenido a los españoles por hijos de su dios el Sol, que no podían acabar de conjeturar ni entender quién hubiese criado los caballos y perros, e inventado las otras cosas que traían, pues ellos habían carecido y carecían dellas, y si sus dioses hubieran sido los autores de todo esto, también ellos hubieran participado de él, o de todo ello, y con esta bárbara admiración no sólo los naturales de los pueblos que en el camino había, pero los de muy lejas poblaciones, venían llenos de admiración, y convocados con la nueva que de los españoles había penetrado, acudía mucha parte de la tierra a grandes manadas a ver lo que nunca habían visto ni oído, y para que su vista fuere agradable a los españoles, cada cual traía el presente conforme al posible que tenía, aunque de venados y otros géneros de comidas siempre trajeron en mucha abundancia.

El general, más por señas que con la plática de los intérpretes, procuraba dar a entender a los indios lo mucho en que tenían su paz y amistad, y el galardón que habrían si la conservaban con lealtad, porque para otras honduras y altezas espirituales ni aun temporales que les quisiere decir ni dar a entender, el defecto dicho lo hacía cesar todo, y dejando con todo sosiego en sus casas los moradores de Lenguazaque marchó y pasó adelante con su gente, hasta llegar al pueblo de Cucunubá, donde asimismo, más por los respetos dichos de curiosidad de ver lo nunca visto, que con buena ni entrañable y amigable voluntad de ser amigos, se estuvieron en sus casas, continuando siempre la multitud de bárbaros que apartadas tenían sus habitaciones y moradas, su venida a ver nuestros españoles, con los errores y presupuestos dichos.

El general, luégo que los indios le empezaron a dar la paz en los pueblos de atrás, conociendo el atrevimiento y codicia de los españoles, y para que mejor les fuese guardada y conservada, hizo ciertas ordenanzas y capítulos que les parecieron ser necesarios para estos efectos, entre los cuales mandó, con pena de muerte, que ningún soldado ni español de ninguna calidad entrase en los bohíos o casas de los indios que estuviesen de paz, sin su licencia y consentimiento, ni que a indio que de paz viniese se le tomase cosa alguna de lo que trajese, aunque fuesen cosas de comer, ni se les hiciese otras fuerzas ni agravios; las cuales ordenanzas procuró el general que se guardasen tan inviolablemente cuanto adelante se dirá, con el propio rigor con que las hizo.

Del pueblo de Cucunubá, pasando adelante y dejando los naturales de él pacíficos, llegó el general con su gente al pueblo de Suesca, que es del señorío de uno de dos poderosos tiranos que en la provincia del Nuevo Reino había; y para que mejor se entienda lo que vamos diciendo, es de saber que en la provincia del Nuevo Reino de Granada, que es la que al presente se va descubriendo, y por do los españoles van entrando, en que se incluyo solamente la gente Mosca, de cuyos naturales está poblada, desde su antigüedad y principio siempre fue poseída de particulares caciques y principales que por pueblos o por valles tenían sujetos así los naturales y casi se gobernaban con quietud, después de lo cual fueron creciendo por vía tiránica las fuerzas de dos de estos caciques y principales de esta provincia del Nuevo Reino, llamados Tunja y Bogotá, cada cual procurando sujetar a sí los otros caciques que en su comarca había. Poco a poco estos dos principales, que estaba el uno del otro veinticinco leguas, se hicieron poderosos en los otros señores, sujetándolos, como he dicho, por fuerza de armas.

En esta sazón que el general entró con su gente en este Nuevo Reino, de quien vamos tratando, estos dos tiranos lo tenían diviso entre si, sujetando y poseyendo el tirano y cacique Bogotá, desde un pueblo llamado Chocontá, hacia la parte del sur, todo lo que hay hasta el pueblo de Guasca, que serán veinte leguas; y el tirano y cacique Tunja poseía, desde el pueblo llamado Turmequé, hacia la parte del norte, todo lo que hay hasta el pueblo de Saboyá y Chipatá, y asímismo en esta sazón estaban estos dos tiranos enemistado y llenos de ira y furor el uno contra el otro, sobre ciertas enemistades que poco antes entre ellos se habían fraguado, y cada cual en su territorio aderezaba las aramas y hacía y juntaba grandes municiones y vituallas para hacerse la guerra, convocando sus sujetos a que les siguiesen.

Después, desde algún tiempo que los españoles estuvieron poblados y entendieron la discordia que en esta sazón tenían los dos señores y principales, les pesó mucho al general Jiménez de Quesada por no haberlo podido alcanzar ni saber, porque pretendía, si lo supiera, lllegarse a uno de los tiranos, y se le satisficiera con sus riquezas, ayudarle a guerrear, y después quedarse con la tierra y riqueza del uno y del otro, como al fin se quedó, aunque no con el oro. Podrá ser que esto Jiménez de Quesada no lo tratase, pero así me lo certificaron.

Volviendo a la historia, por la provincia del tirano Bogotá es por donde al presente han entrado el general Jiménez de Quesada, y la de Tunja al tiempo que llegó al pueblo de San Gregorio la dejó sobre mano izquierda, que pasaría apartado del propio pueblo de Tunja hasta cuatro leguas y no más; y es cierto que si entonces acertara a dar de repente en el pueblo deste bárbaro Tunja, que le hallara descuidado, que en él se podían haber infinidad de riquezas de oro, que después se escondieron. Llegado el general al pueblo de Suesca, que está puesto en un llano, casi en el propio valle de Bogotá, los naturales y moradores de él esperaron asimismo de paz, con sus dádivas y presentes, que aunque eran de mantas y oro, se pueden decir de poca importancia. Alojose en este pueblo el general por gozar de la llanura de él y de los muchos venados que los indios le traían, donde sucedió un hecho al parecer escandaloso y tirano, aunque provechoso para que la paz de los indios fuese conservada, y la justicia temida, y las leyes guardadas; y fue que antes un poco deste pueblo de Suesca, se había muerto una yegua de las que los soldados llevaban, y como un soldado llamado Juan Gordo saliese del alojamiento y fuese a proveerse de alguna carne de aquel animal muerto, en el camino encontró cuatro o cinco indios que iban hacia donde el general estaba alojado, y llevaban tres o cuatro mantas para el general, los cuales, como toparon y vieron al soldado sin que él llegase a ellos, le arrojaron las mantas en el suelo para que las tomase, y dejándoselas allí se fueron y prosiguieron su camino a donde el general estaba, y el soldado a donde la yegua se había muerto. Los indios le dijeron al general cómo traían unas mantas y las habían dado a un soldado que en el camino habían topado; el general lleno de cólera deste negocio, pareciéndole que era gran atrevimiento y desvergüenza salir al camino, y en menosprecio de lo que él tenía mandado, quitar a los indios lo que traían, procuró inquirir y saber qué soldado fuese aquél, y sabido, hizo a su alguacil que estuviese a punto y que en llegando lo prendiese, lo cual se hizo así, y por este pequeño exceso, que aún no se averiguó dello, para ejemplar castigo de todos, hizo otro día de mañana ahorcar y dar garrote a Juan Gordo, sin poderle estorbar este hecho los ruegos de todos los del campo, ni incitarle a dejarlo de hacer por la poca gente que tenía y la mucha entre quien entraba. Pero con este castigo, aunque a costa de la vida del pobre soldado, fue temido el general desde en adelante, y no hubo hombre que se le desmandase ni osase ir contra lo que tenía ordenado, y aun desde algunos días tuvo otro soldado llamado Palomo dado dos vueltas a un garrote, y casi ahogado se lo quitaron por fuerza, por haber, en compañía de otros soldados, tomado ciertos venados para su mantenimiento a los indios que los traían; mas como he dicho, de este rigor y severidad sacó quietud para su gente, porque de otra manera cada cual se descomediera y atreviera a hacer lo que quisiera y no se les diera seis blancas por su general ni por lo que mandara, por ser en las Indias los hombres más libres de lo que deben ser con sus mayores. Este castigo hizo el general al tiempo que con su gente salió del alojamiento y pueblo de Suesca.

1 Desde este libro en adelante faltan los encabezamientos en la “tabla” de Sevilla
2 En el texto original está añadida entre líneas “quesque”; al margen, |guizque, tachada.
2a Se trata de una referencia al libro 5º suprimido.
3 En la “tabla” de Sevilla se lee: “dos principales caciques”.

| Capítulo cuarto En el cual se declaran dos puntos para ser mejor entendida esta historia y conquista del Nuevo Reino; escríbese cómo el tirano | 4 Bogotá tuvo noticia de los españoles, y determinó hacerles guerra.

Dos puntos había de haber declarado y apuntado al principio de este libro; pero pues mi descuido fue tanto, tómelos el lector aquí donde los halla, que me parece que son necesarios para mejor ser entendida esta lectura, y que en algunas partes que se hallare breve y cortada no cause pesadumbre ni enojo. Hemos usado en lo escrito llamar esta provincia el Nuevo Reino de Granada, y esto no se hace así porque el propio nombre de ella puesto y usado por los naturales sea éste, que puesto caso que desde el valle de la Grita, discurriendo por toda la provincia de Bogotá, hasta los últimos fines de Tunja y sus comarcas, sea una manera de gente, y en pocas cosas, así de la lengua como de las ceremonias de su religión, difieren y varíen, y esta provincia está cercada de otras gentes, que en lenguas, trajes y supersticiones de sus idolatrías son muy diferentes y desemejables a éstos, y aun muchos do ellos muy grandes enemigos suyos, ningún nombre general que comprendiese toda esta provincia del Nuevo Reino se halla haber usado, ni tenido sus naturales, sino solamente por pueblos y valles que tomaban el apellido del señor particular que los poseía o era principal y cacique de ellos; y vista esta confusión, y que no hallaba nombre general en esta tierra de que sus naturales usasen, he usado y aprovechádome del que el general Jiménez de Quesada adelante le puso, porque menos este general en el tiempo que en esta provincia entraba, usó de ningún nombre general que la comprendiese, más de como he dicho, el cual después le puso lo que hoy se usa. Acerca de esta generalidad de nombres es que cuando dicen los Moscas se entiende por toda esta gente que estos dos tiranos Tunja y Bogotá poseían, y esta es costumbre introducida para distinguir esta gente de las otras sus comarcanas, que como he dicho, son muy diferentes de ella; porque Muexca es nombre propio del indio, al cual en su lengua maternal llaman Muexca, como decir persona 5, etc. Que estos nombres hacen diferenciarse y conocerse las naciones, y aunque aquellos a quien llaman de esta nominación, por el Reino de do son naturales, tienen otros nombres, como es en España llamar a los de Sevilla, sevillanos; y debajo de este nombre, que es de un pueblo o patria particular, tienen otro nombre que es llamarse Juan y Pedro y Martín, etc. De esta suerte esta gente, de estas dos cabezas y tiranos referidos, son llamados, como he dicho, Muexcas, y los españoles interrumpiendo el vocablo los llaman Moscas: y después viene la segunda distinción y nominación que procede de la particular y natural patria y pueblo de cada uno, y luégo sus nombres propios de cada persona.

La causa principal de haber entre los españoles llamado a esta gente moxcas, del nombre dicho, para distinción de las otras gentes sus circunvecinas, ha sido y es que después de las fundaciones de Santafé, Tunja y Vélez, pueblos de españoles, que están poblados dentro de los límites de esta gente Moxca se han poblado otros muchos pueblos de españoles, todos los cuales se incluyen al presente dentro de este término de nombre del Nuevo Reino de Granada, de los cuales, mediante Dios, trataremos adelante muy particularmente, y por la diferencia que hay de las gentes y naturales donde los demás pueblos están poblados; así de estos tres primeros hase entrado esta costumbre de llamar a los naturales de ellos Moxcas, y así si un indio natural de estas provincias y pueblos dichos, va a las demás circunvecinas y pueblos de españoles, es conocido así por este particular nombre de Moxca, como por el tratamiento de su persona, que es muy diferente en todo; y cuanto al primer punto, basta lo dicho.

Lo otro es que para que las cosas del descubrimiento y conquista del Nuevo Reino de Granada, que al presente entendemos por estas gentes Moxcas, se cuenten y escriban más claramente, y por supuesto de no entrometer en ella las cosas tocantes a las naturalezas, antigüedades, ritos y ceremonias y religión de esta gente Moxca; y con esto nos podemos volver al hilo de nuestra historia.

Al tiempo que el general Jiménez de Quesada y su gente entraron en el pueblo de Suesca, el cacique y principal de él, admirado de lo que los demás se admiraban con la vista de los españoles y de sus inventos, por su persona y de sus sujetos, procuró dar noticia al tirano Bogotá, cuyo feudatario era, de las nuevas gentes que por su tierra entraban. El designio de este bárbaro principal de Suesca que en dar este aviso a Bogotá tuvo, nunca se pudo saber más de que cómo Bogotá era un tirano bárbaro y muy arrogante e hinchado, con alguna más agudeza de le que a hombre tan rústico se puede atribuir, preguntó qué gente eran los españoles y cuántos en número y lo que comían y de qué se sustentaban y de la ligereza de los caballos que traían, y como por el mucho trato y comercio que algunos indios habían tenido con los españoles, le diesen enteras señas y relación de lo que en ellos habían visto, afirmándole ser hombres, aunque de mayores bríos y ferocidad que ellos, juntó muchos de sus capitanes y sujetos, y les dijo: “Pues como vosotros que me tomáis y traéis las aves que por el aire van volando, y los venados que en la tierra, por su mucha ligereza, no hay animal que se le compare, y soléis domar y tomar a manos otros muchos ferocísimos animales que por los montes y cavernas de la tierra se crían, y que innumerables enemigos y gentes que se me han rebelado me los habéis sujetado y traído a mi servidumbre, ¿no seréis ahora poderosos para a este poco y pequeño número de extraña gente, que por mi tierra tan atrevidamente se meten, sujetarlos y traérmelos aquí presos?”

Los indios, que con bárbaro temor respetaban a este su cacique y señor, se le ofrecieron de hacer mucho más de lo que él deseaba y pretendía, y así le dijeron que juntase gente para ello, y que en estando junta saldrían al encuentro a los españoles.

Bogotá, luégo a los capitanes que tenían cargo de semejantes oficios, mandó que juntasen toda la más gente que se pudiese juntar, con designio de venir sobre los españoles a sujetarles y resistirles la entrada, porque como he dicho, era este bárbaro tirano tan arrogante y soberbio en sí, que tenía por muy grande afrenta que contra su voluntad, y sin hacerlo saber primero, entrasen por sus tierras los españoles, y esta hinchazón causó la moderación y benevolencia del general, que queriendo en esto imitar a Octaviano, quería y preciaba más atraer a sí y a su amistad estas gentes, con reposo y sosiego y pacíficamente halagándolos, que con el rigor de la espada amedrentándolos y atemorizándolos; y es cierto que si de rigor usara y entrara atemorizando estas gentes, que ni este bárbaro se le atreviera con su soberbia a querer hollar su mansedumbre, ni aun osara alzarse con sus tesoros, como después se alzó, habiendo sido frustrado de sus designios y derribado de su soberbia.

En poner por obra Bogotá esta su determinación no se detuvo mucho, porque como en esta sazón estaba para ir a guerrear con el señor Tunja, tenía ya su gente con las armas en las manos, y así más en breve de lo que se puede pensar, la juntó y con mucha presteza caminó hacia Suesca, donde el general se había alojado, que había diez leguas.

El general se partió de Suesca con su gente la vuelta de Nemocón, que es uno de los pueblos donde la sal se hace; y por traer alguna gente enferma, dejola en la retaguardia, y seis hombres de a caballo con ellos, para que los guardasen y amparasen, porque aunque la gente y naturales salían de paz, dudaba y no entendía ni alcanzaba el general la fe de estos bárbaros, aunque sabia que generalmente los indios son gente de fe dudosa o incierta, y que pocas veces con firmeza perseveran en la amistad de los españoles, sin dejar de intentar en breve tiempo muchas novedades, y así procuraba ir recatado. Y ya que con su vanguardia había llegado al pueblo de Nemocón, los indios de Bogotá se le habían encubiertamente acercado a su gente de retaguardia, y como de repente pareciesen sobre ella y acometiesen a los españoles que allí iban, trabaron su escaramuza y guazabara, aunque con cobardes ánimos. Los españoles que allí se hallaron, que eran bien pocos, defendiendo con calor las personas de los enfermos, que no fuesen ofendidas por los indios, los entretuvieron hasta que llegó la nueva a donde el general estaba, el cual acudiendo con algunos de sus capitanes y soldados, en sus caballos, a remediar aquella necesidad y aprieto en que la multitud de los bárbaros tenía puesto a los de la retaguardia, llegaron con presteza e ímpetu, y arremetiendo a los indios hirieron en ellos, matando muchos, de suerte que en breve espacio fue la canalla de aquellos bárbaros rebatida y ahuyentada, y su cacique y señor Bogotá, que de lejos estaba a la mira, puesto sobre unas andas, en hombros de indios que lo traían, hizo lo mismo con toda presteza. Traían estos indios un cuerpo muerto, mirlado y seco, puesto en otras andas entoldadas de ricas mantas, en su escuadrón, en el cual debían venir confiados que les daría la victoria; pero como para resistir el ímpetu de los caballos en nada les ayudase la virtud de su muerto y cuerpo seco, lo soltaron y desampararon los que lo traían cargado, por guarecer sus personas.

El general se recogió al pueblo de Nemocón, donde se alojó, y algunos de los capitanes que a caballo estaban fueron siguiendo el alcance de los indios, que por un llano adelante se iban retirando hacia un pueblo llamado Cajicá, donde se había ya recogido el tirano Bogotá en unos aposentos que allí tenía hechos, cercados con ciertas cercas de paja y maderos, que aunque toscamente hechos, parecían muy bien. Estos aposentos y casas que aquí tenía Bogotá eran donde recogía las vituallas y municiones que para la guerra que contra Tunja pensaba hacer, juntaba y era necesario.

Como Bogotá supo que los españoles iban siguiendo el alcance de su gente, saliose de este cercado y púsose en huida, retirándose hacia su pueblo, donde él siempre habitaba, dicho del propio nombre Bogotá, que estaría de éste de Cajicá cinco leguas, dejando mandado a sus indios que en el cercado se entretuviesen y defendiesen con los españoles, para que no fuesen en su alcance y seguimiento. Los indios lo hicieron así, que recogiéndose en el cercado y casas de Bogotá, que allí tenía, se hicieron fuertes, de suerte que los españoles que a caballo en su alcance iban se repararon y no osaron acometerlos, ni los indios, por el contrario, a salir de su cercado; y estando así suspensos, un indio bien dispuesto se partió de entre los demás, con una lanza en la mano y ciertas tiraderas que son unas flechas largas, que se tiran con amiento, que en legua de los indios se llama |quesque, y arrostrando a los españoles dijo que si había allí alguno tan osado que quisiese pelear allí con él solo; lo cual visto por los de a caballo, uno de ellos llamado el capitán Lázaro Fonte, con consentimiento de los demás sus compañeros, aprestó su caballo, y sin que el indio tuviese lugar de aprovecharse de sus armas, arremetió, y pasando por junto a él, le asió de los cabellos, y sin detenerse, ni dejarle llegar con los pies en el suelo, lo trajo colgando del caballo a donde sus compañeros estaban; lo cual visto por los demás indios que en el cercado estaban, comenzáron­se a salir por diferentes puertas que en él había, y a huir cada cual como podía. Los españoles, que eran bien pocos, se entraron en el cercado y aposentos de Bogotá donde hallaron todo el almacén y munición de armas que Bogotá juntaba para la guerra de Tunja, y mucha abundancia de vituallas y comidas, asi de carnes de venados y maíz y turmas, como de otras cosas; y visto esto, y que allí se podía sustentar la gente muy a placer, enviáronlo a hacer saber al general, que con el resto de la gente estaba alojado en Nemocón, admirado de ver de dónde y cómo la sal de los panes, en cuya demanda venia, se hacía, que él entendía hacerse en alguna laguna grande de agua salada, y no se hace sino de unas pequeñas fuentes manantiales, de las cuales, y del modo de hacerse de la sal, adelante se dirá. El general, sabida la abundancia de la comida que en el cercado de Cajicá había, salió de Nemocón con toda su gente, otro día siguiente fuese a aposentar a él, donde se holgó algunos días.
| Capítulo quinto En que se escribe cómo los indios, visto que la gente de Bogotá habían sido vencidos, continuaron su paz, y Bogotá, porque los españoles se acercaban a su pueblo, procuraba entretenerlos, unas veces con paz y amistad y otras con las armas.

Los indios, vista la victoria que los españoles habían habido contra Bogotá y su gente, y cuán fácilmente habían sido desbaratados con pérdida de muchos de los guerreadores de Bogotá, continuaron su paz y amistad con los españoles, y vinieron al pueblo de Cajicá, donde el general estaba alojado, y trayéndole algunos presentillos de oro y mantas de poco valor, se les mostraban amigos. Asimismo el de Bogotá, visto el valor de los españoles, y que de continuar la guerra contra ellos no se les podía seguir ningún provecho, trató asimismo de paz y amistad, aunque cautelosamente y sólo con designio de ver si podría estorbar a los españoles que no fuesen a su tierra, sino que se entretuviesen a lo largo apartados de su pueblo, y así envió algunos presentes al general, y cantidad de comidas para él y sus soldados, y así en este tiempo estaba tan bastecido el campo, que había día que entraban en él ciento cincuenta venados, y cuando menos entraron fueron treinta, sin las otras vituallas.

El general recibió amigablemente a los mensajeros que Bogotá enviaba, y los abrazó y dio de lo que tenía, aunque por defecto de los intérpretes y lenguas no entendía de todo punto lo que los indios decían. El general, después de haber acariciado y recibido alegremente lo que Bogotá le enviaba, habló, aunque con la dificultad dicha de los intérpretes, a los indios que de su parte venían, y les dijo que aunque su cacique y señor lo había hecho inconsideradamente en mover sus armas contra él sin ninguna ocasión, y le había movido con esto la cólera, para hacerle una cruel guerra, que vista aquella humildad con que venían, se le había aplacado el enojo y accidente que tenía, y que de todo punto se le quitaría y quedaría en perpetua amistad suya, si Bogotá, dejando aparte la bárbara arrogancia que tenía, le venía a visitar y a dar orden y asiento en la firmeza de la paz, y a entender y saber de él muchas cosas que tenía que decirle, así tocantes a la religión como al reconocimiento del rey y señor por quien era enviado. Los indios dieron muestras de entender muy por entero lo que se les decía, y certificando que Bogotá no haría otra cosa más de lo que el general mandaba, y así se fueron; y otro día vinieron otros indios del propio Bogotá donde el general estaba, dándole vana esperanza de que su cacique vendría a verle, y con mentiras y palabras entretuvieron al general algunos días en Cajicá, y se fue a alojar al pueblo de Chía, donde por ser ya semana santa, y tiempo de disponer y aparejar sus conciencias para la confesión y despender este santo tiempo en templados ejercicios, se detuvieron hasta el domingo de quasimodo; pero Bogotá viendo que todavía, contra lo que él deseaba, los españoles se le iban acercando, tomó a mudar propósito y a mover sus armas contra los españoles, y así el tiempo de contrición se les volvió de confusión, por la inquietud que los indios con sus continuas gritas y armas y acometimientos causaban, porque como eran mandados de este tirano, a quien eran sujetos, que con obstinación pensaba seguir la guerra, aunque los indios siempre iban descalabrados, no por eso dejaban de hacer nuevos acometimientos.

El general en este tiempo, con algunos indios que de paz le venían, nunca dejaba de enviar mensajes a Bogotá, requiriéndole que dejando las armas viniese en su amistad y a entender cómo había de obedecerle en nombre del rey, cuyo vasallo y ministro era; pero el bárbaro daba buenas respuestas y hacía malas obras con sus guerreros.

En este tiempo el cacique y señor de Chía, donde estaba el general alojado, vino de paz y a la amistad del general, y le sirvió y ayudó en todo lo que pudo con sus sujetos, a los cuales mandó que fuesen siempre amigos de los españoles y les ayudasen y favoreciesen cuanto pudiesen contra Bogotá; porque este principal, por particular y antigua enemistad y odio que a Bogotá tenía, deseaba ver su ruina y que los españoles le sujetasen y domasen por ser hombre indómito, y que con demasiada elación y soberbia trataba a los demás caciques sus feudatarios, lo cual sentía mucho este cacique de Chía, que era mancebo de poca edad, alegre, regocijado, y también porque según su antigua costumbre, él sucedía en el señorío de Bogotá, después de muerto el que señoreaba y mandaba, y por verse en aquesto deseaba que Bogotá fuese muerto por los españoles.

Asímismo en este pueblo de Chía vino a congratularse y hacerse paces con el general otro cacique de un pueblo llamado Suba, el cual la guardó tan inviolablemente que jamás la quebrantó, y al tiempo de su muerte mandó a sus sujetos que siempre la conservasen y permaneciesen en la amistad de los españoles, y exhortado al tiempo de su muerte que se bautizase Y fuese cristiano si quería gozar de la bienaventuranza eterna, él estuvo en hacer lo que se le aconsejaba, y llamando uno de los sacerdotes que con el general iban, le pidió el bautismo, el cual recibió y dende a poco o luégo murió; éste se entiende haber sido el primer indio que de este Nuevo Reino se convirtió y volvió cristiano.

El general, vista la obstinación de Bogotá, pasado el domingo de quasimodo, se partió de Chía, y fue al pueblo del cacique Suba, que está arrimado a un bajo cerro y cuchilla que en medio del valle de Bogotá se hace, y allí se alojaron, desde donde vieron muy grandes cercados, así del propio señor de Bogotá como de otros muchos caciques sus comarcanos y feudatarios, cuya vista era muy apacible por la representación que de lejos hacían, de grandes ostentaciones y muestras de casas, que dentro de los cercados había, porque aunque estos cercados eran de madera y varazones de arcabuco, y groseramente hechos, estaban con tal orden trazados y cuadrados, y puestos en su perfección, que de lejos representaban ser algunos edificios suntuosos y de gran majestad; y por esta vista que de presente vieron, fue llamado este valle donde Bogotá residía, el valle de los Alcázares, y consecuente a esto, era este valle de los Alcázares de Bogotá, que así se llama hoy, tan llano y ancho y vistoso, con las muchas poblaciones que en él habla, que por él y por ser el general Jiménez de Quesada natural de la ciudad de Granada, en España, provincia de Andalucía, llamó a la provincia donde estaba, el Nuevo Reino de Granada; y desde este punto le quedó esta nominación.

En este pueblo de Suba se estuvo el general quince días, asi por estar el río que por este valle de Bogotá atraviesa y pasa, muy lleno de agua, por la mucha que llovía, como por ver si Bogotá se apartaba de su obstinada rebelión y venía de paz; al cabo del cual tiempo el general se partió derecho al pueblo de Bogotá, el cual todavía se estaba en su casa con loco pensamiento de que los españoles no irían a ella, el cual sabiendo cómo se le acercaban y temiendo ser preso, para tener lugar de huir, envió mucha cantidad de indios que en el río que atraviesa el valle por do los españoles habían de pasar, hiciesen la resistencia que pudiesen, y los entretuviesen para que él tuviese lugar de ponerse en salvo con sus mujeres y riquezas. Los indios lo hicieron como por su cacique les fue mandado, que viniendo al paso del rió, por do el general había de pasar, procuraron hacer su posible para resistir y defender la pasada a los nuestros; pero al fin fueron rebatidos de aquel lugar y ahuyentados, y los españoles pasando el río, se fueron a alojar a los propios cercados y aposentos y casa de Bogotá, donde por el rigor de las constituciones y leyes que el general había hecho, dejaron de sacar de algunos templos y bohios dedicados a sus simulacros y dioses gran cantidad de oro que aún se estaba en ellos; porque como el general había ahorcado a un hombre porque recibió unas mantas que unos indios le dieron, y por sus ordenanzas tenía vedado que no entrasen en bohíos ningunos, no había soldado que se desmandase en cosa ninguna, ni fuese tan escudriñador de lo que había en las casas de los indios como lo son los de este tiempo; y por esta causa tuvieron lugar los indios de venir de noche a los bohíos de sus sacrificios, y sacar todo el oro que en ellos había y llevarlo a esconder a otras partes; y después, cuando acordaron a buscarlo en la segunda vuelta que los españoles hicieron a esta provincia y pueblo de Bogotá, fue en vano su deseo y trabajo, porque no hallaron sino muy poco oro, que por tenerlo los indios por viejo y de poco valor y provecho, o por otras supersticiones que ellos suelen imaginar, lo dejaron.
| Capítulo sexto En que se escribe las continuas guazabaras | 6 que Bogotá daba a los españoles por echarlos de su tierra, y cómo el general | 7 descontento de la tierra en que estaba, envió a los capitanes Céspedes y San Martín a descubrir por diferentes caminos.

Al tiempo que el general Jiménez de Quesada se entró en el pueblo y cercados de Bogotá, el propio cacique y señor Bogotá se recogió con sus mujeres, que serían hasta veinte o treinta, a una casa de recreación que tenía apartada de su ordinaria habitación poco más de cuatro leguas, a la cual los españoles después llamaron la casa del monte, y de allí procuraba por todas vías damnificar a los nuestros, con enviar sobre ellos gente de guerra que con continuos acometimientos los echasen de la tierra, y así habían de estar siempre el general y los suyos con las armas en las manos; y aunque contino iban descalabrados y eran ahuyentados y rebatidos, no por eso dejaban de continuar la guerra; porque como este bárbaro por su tiranía era muy temido de los indios, nunca le faltaba gente que enviar contra los españoles. Eranles favorables a estos míseros indios, para no ver de todo punto su ruina y destrucción, unas lagunas o pantanos que cerca del pueblo de Bogotá había, en las cuales se recogían al tiempo que los españoles iban en su alcance, y allí guarecían las vidas los que escapaban, porque como aquellas lagunas fuesen de grandes cenagales y tremedales, no entraban dentro los españoles con sus caballos, por no ser sumidos en el cieno y puestos en notorio peligro.

El general, deseando siempre evitar guerra, y que no murieren tanta multitud de bárbaros como por las puntas de las lanzas y espadas ellos mismos se metían, enviaba indios que de otras partes había, que fuesen a hablar a Bogotá de su parte, y le convidasen con su amistad y con la paz, y le persuadiesen a que dejase las armas, pues tampoco se podía ganar en ellas. El cacique Bogotá, como con demasiada hinchazón estuviese confiado en la multitud de sus sujetos, que casi desnudos y con toscas armas de palo peleaban, despedía los mensajeros con sola buena esperanza de que se harían paces, pero su gente siempre continuaba la guerra con los españoles; y visto el general que este tirano siempre pretendía cumplir con vanos cumplimientos, acordó irle a buscar donde estuviese, y tomando para ello indios que le guiasen, que decían saber aquella casa de recreación donde Bogotá estaba recogido, salió al efecto muchas noches, y siempre fue burlado; porque como los guías fuesen naturales de la provincia de Bogotá, y sus sujetos no osaban llevar a los españoles donde su cacique estaba, por un abusional temor que tenían de decir que si lo descubrían que luégo se habían de morir o sus simulacros o dioses los habían de castigar; y para cumplir con el cuchillo de los españoles que sobre sí tenían, los llevaban y guiaban a diversos lugares, donde otros caciques feudatarios de Bogotá estaban recogidos con sus gentes, dando a entender que aquellos eran los alojamientos de Bogotá; pero el general viéndose burlado muchas veces de esta manera, cesó de hacer salidas en busca de Bogotá, cuya gente siempre continuaba el venirle a ofender, y acordó enviar a descubrir ciertas tierras altas, que por las partes del poniente y del sur tenía, porque como pocos años antes que de Santa Marta saliese, se había descubierto el Perú, con sus innumerables riquezas, cuya fama tenía muy hinchados y levantados los corazones de los hombres a querer que se igualasen todos los descubrimientos que hiciesen en riquezas y grandezas de las nuevas tierras, habíales parecido al general y a sus capitanes esta tierra de Bogotá, que descubierta tenían, de poca estimación, porque aunque era abundante de todos géneros de comidas, y muy poblada de naturales, no habían dado en ninguna grosedad de oro, ni habían habido más de lo que los naturales de su voluntad les habían ofrecido, y asi estaban algunos capitanes y soldados, juntamente con su general, de opinión y parecer de dejar y desamparar la tierra en que estaban e ir a buscar otra de nuevo; y para este efecto, y por las causas referidas esparció su gente por diversas partes.

Al capitán Juan de San Martín envió con veinte hombres la vía del poniente a descubrir, y al capitán Juan de Céspedes con otros tantos la vía del sur, y él se quedó alojado con el resto de la gente en el cercado y casa de Bogotá, el cual, continuando sus acometimientos y guerras, procurando poner en todo aprieto a los españoles, usó un día de un ardid que para hombre tosco y gente tan rústica fue demasiada agudeza: una noche, después de anochecido, vino un escuadrón de mucha gente de guerra a acometer al alojamiento, haciendo estruendo y ruido para que los españoles saliesen a ellos, y por otra parte venía otro escuadrón de gente con quietud y silencio, para en saliendo los españoles a hacer resistencia al primer escuadrón, entrar en el alojamiento pegar fuego a las casas y bohíos donde estaban alojados, de suerte que no pudiesen remediar ni acudir a entrambas partes, y así recibiesen notable daño ; pero como estos bárbaros demás de ser de bríos flojos y tímidos, habían cobrado un particular e intrínseco temor a los españoles, aunque intentaron el hecho y lo pusieron por obra, no salieron con él; porque como viniesen de noche e hiciesen su acometimiento, y parte de los españoles saliesen a rebatirlos, los que habían de pegar el fuego y dar por las espaldas del alojamiento, aunque comenzaron a encender los bohíos y arder con grandes llamas, y pusieron en alboroto la gente que en ellos estaban, no osaron ofenderles con las armas, antes creyendo que iban a dar en ellos, huyeron luégo, y los españoles tuvieron lugar de sacar sus caballos y lo demás que en los bohíos tenían, y así por su culpa no hicieron esta vez los indios daño alguno que fuese notable en los españoles, más de quemar las casas, que eran de paja.

Los capitanes Céspedes y San Martín salieron y siguieron sus descubrimientos, pero no hubieron entrambos igual fortuna en las cosas de la guerra, aunque en el descubrir de nueva tierra sí; porque como el capitán San Martín, que caminaba hacia al poniente, diese en ciertas gentes muy belicosas y caníbales, llamados Panches, con quien el cacique Bogotá tenía continuas guerras, y los tenía como por frontera de su tierra, fue de ellos rebatido con daño de algunos soldados, a quienes los Panches hirieron y acometieron con más audacia de la que de ellos se pensaba.

Estaban estos Panches muy hechos en la guerra, y a tener las armas en la mano, porque Bogotá como con mucha gente Moxca que debajo de su mano tenía, pretendiese también sujetar estos Panches, había poco antes tenido con ellos muy prolija guerra, y entrando con sus gentes por las provincias y tierras de loe Panches, los cuales juntándose en mucha cantidad, habían echado fuéra de sus términos a Bogotá con gran pérdida de mucha gente que le mataron, de la cual comió muy poco la tierra, porque toda ella fue consumida en banquetes y fiestas que los Panches, celebrando la victoria, se hacían unos a otros; porque por antiquísima costumbre, la cual hasta el día de hoy les dura, comen estos bárbaros carne humana, y cuando en más ocio y quietud están, se mueven guerra los unos a los otros en su propia tierra, por tener ocasión de comerse los cuerpos de los que en el conflicto de las guazabaras murieren.

El capitán San Martín, viendo que en las primeras poblaciones de los Panches le habían hecho el daño referido, y que daban muestras aquella gente de seguirle con obstinación, y haber entera victoria de él y | de sus soldados, y que la gente era desnuda y pauperrísima y la tierra muy doblada, dio la vuelta y dentro de quinto día se halló en el alojamiento de Bogotá con su general, al cual dio relación de la maleza de aquella tierra y de los naturales de ella.

El capitán Céspedes, siguiendo su descubrimiento la vía del sur, dio en unos paramos de grandísima frialdad y raras poblaciones, cuyos moradores se sustentabas con solas turmas, raíces de una hierba que la tierra producía mediante la cultivación de los indios, sin otra cosa ninguna porque los grandes y continuos hielos y fríos no daban lugar a que en ella se criasen otros mantenimientos; y visto la miseria de esta tierra, dio la vuelta el capitán Céspedes sobre la mano derecha hacia el poniente, donde los moradores de aquellos fríos páramos le decían que había muchas gentes y ricas, engañosamente, sólo por echarlo de su territorio; el cual fue a dar a una población de gentes de nación Panches, que el señor de ella se llamaba Conchima, gente tan belicosa, como la de donde había ido San Martín, y de la propia nación, que se extiende gran distancia, cuyos moradores, así por el calor del sol, que es en esta provincia grande, como por la aspereza y dobladura de la tierra, están poblados en muy angostas cuchillas y lomas; y así para subir a sus poblaciones, se sube por angostos y estrechos caminos, cuyos lados son muy derechos y de gran hondura, y como esta gente es guerrera y que acostumbra saltear y ser asaltada, tenían hecho, por los angostos caminos que a sus pueblos subían, muchos hoyos muy hondos, y en ellos puestas grandes estacas y púas, las puntas hacia arriba, para que si cayese alguien en ellos, se hincase por el cuerpo las púas y estacas.

La gente de este principal Conchima, viendo que el capitán Céspedes y sus pocos compañeros se acercaban a su pueblo, tomaron las armas, que eran arcos y flechas, lanzas y macanas, y con demasiado brío para indios, se vinieron a dar en los nuestros, bajando por dos partes o caminos. Algunos indios Moxcas, que Céspedes consigo llevaba, viendo la multitud de los Panches que sobre ellos venían, temiendo ser comidos y hechos pedazos, porque no creían que fueran parte los españoles que allí iban, defenderse ni escaparse de sus manos, comenzaban a llorar y hacer exclamaciones, como hombres que se tenían ya por ofrecidos al sacrificio de los vientres de los Panches. Pero el capitán Céspedes y los que con él estaban se dieron tan buena orden en todo, con cinco caballos que tenían, que sin recibir daño ninguno de los Panches, los desbarataron y ahuyentaron, con gran matanza que en ellos hicieron; los cuales por huir más ligeramente, soltaban y dejaban la multitud de armas que traían, derramadas por las partes por do huían. Había algunos otros escuadrones de Panches a la mira, los cuales, desque vieron el desbarate y ruina de los primeros, procuraron paz y amistad con los españoles, cautelosamente, para después de anochecido dar en ellos, y habiéndose ya alojado los españoles en unos bohíos, los indios que fingían la paz se les acercaron a su alojamiento, lo cual visto por el capitán Céspedes les envió a decir que se fuesen a sus casas, donde no que él con las armas en la mano los haría ir: ellos le respondieron que estaban en su tierra, y que no lo pensaban hacer; lo cual visto por el capitán y presumiendo su malicia arremetió con sus compañeros a uno de los escuadrones que más cerca estaba, y desbaratándolo e hiriendo y matando muchos indios, dio ocasión a que los demás se fuesen; y estando en el propio alojamiento dende a poco vino otro principal de otra provincia de allí cerca con mucha gente de la propia nación Panches, y dando al capitán Céspedes cierto presente de oro de poco valor, le dijo que él venía a ser su amigo, y que porque le diese los cuerpos de los indios muertos que por allí había, le ayudaría a hacer guerra contra los otros sus enemigos, y estaría allí aquella noche haciendo la guardia. Céspedes, temiendo no fuese algún trato doble, le dijo que tomase los indios muertos y se fuese, los cuales lo hicieron con mucho contento, porque esta gente dada a este brutal uso, tienen en más un cuerpo de un indio para comer que todas las riquezas del mundo.

Otro día de mañana el capitán Céspedes y sus compañeros caminaron la vuelta del valle de Bogotá, y en el camino, estando alojado, tuvo otra refriega con otros indios Panches, que pretendiendo desbaratarlo, y aun matarlo a él y a sus compañeros, le salieron al camino con las armas en las manos y en orden de guerra, a los cuales rebatió y desbarató con buen ánimo y ardid, de que él y los suyos usaron; y prosiguiendo su camino para donde su general estaba, fue a salir a Ciénega, pueblo de indios Moxcas que confina con los Panches, donde descansó un día, y otro día llegó a Bogotá donde su general estaba, y le dio cuenta de la mala tierra que hacia el sur había hallado, y de lo que con los Panches le había pasado.

4 En la “tabla” de Sevilla hay un espacio en blanco entre las palabras “tirano… Bogotá”, como para indicar el nombre propio del cacique.
5 El texto original dice: |español o italiano o francés. Palabras tachadas y reemplazadas por “persona, entre líneas.
6 En la “tabla” de Sevilla dice: “continuas guerras”.
7 En la “tabla” de Sevilla dice: “general don Gonzalo Jiménez”

|Capítulo séptimo | En que se escribe cierto ardid de que Bogotá usó para que los españoles se fuesen de su tierra, y cómo el general salió de ella en demanda de las minas esmeraldas, y cómo envió a descubrir los llanos de Venezuela.

Durante el tiempo que el capitán Céspedes anduvo en el descubrimiento dicho, Bogotá nunca cesó, aunque a costa de sus sujetos, de dar continuas gritas y guazabaras al general y a los que con él habían quedado, y hallando ya cansada su gente con tan continuos acometimientos como a los españoles hacían, determinó usar de otro nuevo remedio para echar los españoles de su tierra, ya que con las armas no había sido poderozo para ello, y fue que como Bogotá entendiese y supiese la mucha alegría y contento que los españoles mostraban cuando les daban y llevaban oro y piedras esmeraldas, y que con mucha instancia y ahinco preguntaban y procuraban saber dónde las esmeraldas se sacaban, lo cual jamás habían querido decir, envió un día diez o doce indios cargados de comida y con algunas piedras esmeraldas, que fingiesen y diesen a entender que venían de lejos tierras, enviados por un cacique que se decía Chocontá, que estaba cuatro jornadas de las minas donde las esmeraldas se sacaban, el cual habiendo entendido que los cristianos habían entrado en aquella tierra por partes no sabidas, y eran tenidos por hijos del Sol, y buscaban los mineros de las esmeraldas, se las quería mostrar, que estaban cerca de su tierra, en las tierras de otro cacique o señor, su circunvecino, en donde él los pondría, para el cual efecto les enviaba aquellos mensajeros.

Los indios, bien instructos en el negocio por Bogotá, llegaron a donde el general estaba, fingiendo tan al natural su embajada que quitaron toda nocible sospecha de sobre sí. Los trajes mudados, los cuerpos sudados y calurosos, y los rostros muy polvorosos, y su plática tan entera, que ninguno dejó de creer que era al pie de la letra lo que decían verdad; y como a esta sazón habían vuelto los capitanes Céspedes y San Martín de sus descubrimientos, y no habían hallado cosa que fuese tal cual la deseaban, movió con más vigor la embajada de los indios al general y a los españoles, a que dejando el pueblo y tierra de Bogotá, fuesen en demanda de las minas de esmeraldas; y por otra parte, Bogotá dio aviso al cacique de Chocontá, que era su feudatario, que los españoles irían a su tierra, mediante lo que él había ordenado, y que llegados que fuesen a ella, los llevase y encaminase a donde las minas estaban.

Movido el general con su campo, caminó con más alegría de la que se puede decir en demanda de las minas esmeraldas; porque como hasta entonces había por el mundo muchas y diversas opiniones sobre el nacimiento y creación de las esmeraldas, y no hubiese autor que diese entera noticia y relación de ellas, cuanto a si se sacaban de minas o no, deseando el general y sus soldados ver de todo punto declarada esta duda y ver esta grandeza de minas, iban, como se ha dicho, con mucha alegría a verlas y descubrirlas.

Al cabo de cuatro jornadas llegaron al valle de Chocontá, que llamaron del Espíritu Santo, por haber tenido en él la Pascua de Pentecostés, el cual, el cacique Chocontá fingió ser el que los había enviado a llamar y les dio guías y encaminó adelante al valle y pueblo de Turmequé, llamado por los españoles de la Trompeta, por haber allí aderezado o hecho de nuevo una maltratada trompeta que traían. Este valle de Turmequé es el primer pueblo del señorío de Tunja, y el de Chocontá pasado es el postrero de Bogotá. El general se alojó en el pueblo de Turmequé, para de allí ir o enviar a ver las minas, porque los guías que Chocontá le había dado y llevaban, decían que en donde las minas estaban era tierra estéril y falta de comida y no se podrían sustentar en ellas toda la gente junta, y por esta causa, quedándose él alojado con la más de la gente, en el valle de Turmequé o de la Trompeta, envió al capitán Pero Fernández de Valenzuela, con ciertos españoles, que fuesen y viesen las minas de las esmeraldas, si era verdad que las había, como los indios le habían dicho, las cuales halló en la provincia y señorío de un cacique llamado Somendoco, el cual y sus sujetos reconocían al senor de Turmequé | 8.

Están estas minas en una cuchilla o loma de largo de media legua, que sale de otras lomas y sierras más altas; es la tierra de ella algo fofa y volcanosa; no las labraban los indios estas minas todo el año, sino en tiempo de aguas o que las aguas hubiesen acabado de pasar, porque con sus avenidas robasen y llevasen la tierra que sobre las minas caía, porque como estos naturales no tuviesen con qué cultivar la tierra artificios de hierro, sino solamente los que de madera hacían para sus labores, éstos eran tan flacos que no bastaban a desmontar ni limpiar la tierra que en las minas caía; por eso esperaban el remedio del agua. Hallose en estas minas dos vetas de veneros, en que las esmeraldas se criaban, y hallaban el uno de cristal, y el otro azul color del cielo. Valenzuela procuró sacar de estas vetas algunas esmeraldas para muestras, y trabajando en ello harto, sacó ciertas piedras de toda suerte buenas, y no tales y muy ruines, y viendo el gran trabajo con que se sacaban, y la mucha flema que para ello era menester, y al cabo el poco provecho que de ello redundaba, se volvió a donde el general estaba.

De este sitio de las minas, por cierta quiebra que la sierra y cordillera hacía, vieron estos españoles una anchura y llanura de tierra apacible a sus ojos, y que con el deseo y codicia que tenían de haber otra cosa mejor y más rica que la que la fortuna les había puesto en las manos, se les figuraba que lo que veían no podía dejar de ser tierra muy próspera y de mucho valor. Era esta llanura, que desde estas minas veían, los llanos que ahora dicen de Venezuela, tierra toda anegadiza y de raras y pauperrimas poblaciones, y muy enferma, por los malos aires que en ella corren, mediante los gruesos y corruptos vapores que de las tierras anegadizas y lagunas se levantan y congelan.

El general, sabida la certidumbre de las minas esmeraldas, y la relación que le traían de la llanura y valle que de ellas habían visto, se partió de Turmequé y valle de la Trompeta la vuelta de Somendoco, donde las minas estaban, con dos prosupuestos: el uno de con azadones y otros artificios labrar y seguir las dichas minas y ver si podía sacar de ellas alguna riqueza notable, y lo otro, en el ínterin que esto se hacía, enviar a descubrir y ver aquel llano valle y ancho que de allí se parecía. Caminando con su campo el general vino a dar al valle de Teansucha, que llamó de San Juan, por haber estado en él su natividad, que estaría del pueblo del cacique Somendoco, señor de las minas esmeraldas, cuatro leguas, y de las propias minas siete; en el cual valle se alojó por ser abundante de comida, aunque en ella era bien proveído, así del señor de Turmequé | 9, como de otros muchos caciques | 10 , que a fin de que los españoles necesitados de la falta de la comida, no los fuesen a buscar a sus casas ni a otras partes, donde tenían escondidas sus mujeres e hijos y haciendas, procuraban tener el real de los españoles bien proveido de comidas, así de carnes de venados como de maíz y otros mantenimientos que en sus tierras se dan.

Alojado el general en este valle de Teansucha, determinó desde allí hacer lo que de atrás traía determinado, y así envió al capitán San Martín, con gente de a pie y de a caballo, que fuese a descubrir y ver lo que era la tierra llana, que desde las minas había visto Valenzuela, y asímismo envió gente con buenos aderezos y que labrasen las minas, segunda vez, los cuales fueron y sin hacer cosa memorable en ellas se volvieron, por ser cosa muy prolija el haber de esperar a topar con las bolsas y mineros, en que las esmeraldas se crían, las cuales siguiendo las vetas de ellas se hallan a trechos; lo cual visto por el general, quiso por su persona certificarse de este secreto de naturaleza, y ver por sus ojos lo que muchos grandes autores habían dudado haber, y así fue a las minas, y hallándose presente las hizo labrar, y sacó esmeraldas de ellas y tomó de ello entera fe y testimonio, para satisfacción de los que dudasen las esmeraldas sacarse de minas y vetas debajo de la tierra; y con esto se volvió al valle de San Juan donde dejaba alojada su gente.

El capitán San Martín siguió su descubrimiento, y viendo la mala disposición de la tierra por do iba, envió a decir al general que no curase de seguirle, porque no había disposición de tierra por donde iba, para poder pasar con su gente, porque demás de ser tan agría y doblada, era muy estéril y falta de comida, y prosiguiendo él su descubrimiento, bajó hasta junto a los propios llanos, donde halló una gente tan paupérrima y faltos de todas las cosas necesarias para el humano sustento, que solamente comían y se sustentaban de un género de hormigas gruesas, las cuales criaban aposta junto a sus casas, y de ellas y de otras silvestres raíces hacían ciertas tortas y comidas, con que se sustentaban; y viendo esta monstruosidad de naturaleza no curó pasar de allí, y también por ver que toda la tierra llana, que por delante tenía, eran anegadizos; y con esto dio la vuelta a donde el general estaba, el cual con su gente había ya salido del valle de San Juan, y alojádose en el valle que llamaron de Venegas, por haberlo descubierto Hernando Venegas, natural de Córdoba, a quien el general había enviado con gente al propio efecto. Es este valle, por otro nombre dicho Vaganing, donde por irse el general con su gente apartando de la población y grosedad de la gente y tierra del Reino, no era tan proveído de mantenimientos, ni visitado de naturales como de antes, y así se padecía a esta sazón necesidad de comidas entre los españoles.
|Capítulo octavo En que se escribe cómo el general Jiménez de Quesada tuvo noticia del cacique Tunja y de sus riquezas, y cómo temiendo que no se alzase y rebelese, y juntase sus gentes y armas contra los españoles, se partió, y a grandes jornadas fue con parte de sus soldados al pueblo de Tunja.

Como el general Jiménez de Quesada, y algunos de sus capitanes y soldados, que tenían los ojos puestos más en las riquezas que en los naturales, estuviesen tan descontentos de la tierra del Reino que ya diversas veces hubiesen intentado salir de ella, y últimamente habla respondido el capitán San Martín que por la vía que llevaba no se podía caminar, procuraban y deseaban con gran instancia haber algunas guías que los llevasen a alguna buena tierra, y con este designio el general envió de su alojamiento, que al presente era en el valle de Venegas, diferentes capitanes y escuadras que le tomasen algunos indios para guías y adalides de lo que pretendía. Aunque la gente anduvo por todo aquel valle y sus comarcas todo un día, no se pudo tomar ningunos naturales, excepto dos indios que hubo un escuadra, llamado Serrano, los cuales, estando hablando con otra india, criada del propio Serrano, le preguntaron qué era lo que andaban a, buscar los españoles de una parte a otra, sin tener sosiego ni asiento, que han dejado las tierras ricas y pobladas y de mucha comida atrás, y se vienen por aquí, donde ellos, ni nosotros, ni nuestros hijos y mujeres tenemos qué comer; y como la india le respondiese que lo que ella había entendido era que andaban a buscar oro, lo cual deseaban hallar más que otra cosa ninguna, los indios le replicaron que porque no iban, pues oro buscaban, a donde estaba el señor y principal de todas aquellas provincias, llamado Tunja, que tenía y poseía muy gran cantidad de oro él y sus indios, los cuales a las puertas de los bohíos tenían unos pedazos grandes de oro que sonaban y hacían son dándose los unos con los otros. La india, sabida esta nueva, dio de ella noticia y relación a su amo, y su amo la dio al capitán Céspedes, y Céspedes la dio al general, que ya estaba estomagado y colérico del movimiento y mudamiento que los indios de aquella provincia de Tunja habían hecho en no continuar su paz y proveerlos de lo necesario, y tenía presunción o indicios muy grandes de que el principal y señor de aquella tierra, que aún en esta sazón no era conocido por su nombre, hacía gente para venir sobre él y hacerle guerra; y como se le diese esta noticia, y el indio se ofreciese de guiarle y llevarle en breve a donde este cacique estaba y tenía su habitación, determinó de ganarle por la mano en el acometer y ser con él en breve, antes que tuviese lugar de juntar su gente y tomar las armas en las manos y con ellas hacerle daño, y así con toda presteza de la gente que tenía consigo hizo apercibir y aderezar diez y seis hombres de a caballo y treinta peones, y poniéndose en camino, marchó la vía del pueblo de Tunja, guiándolo el indio que le había dado la noticia, por la altura de unos páramos de extrema frialdad, en los cuales le fue forzoso hacer jornada y dormir, donde hubiera de ser más el daño que el frío y hielo de aquel alto puerto les causara, que el que los indios con sus armas les podían hacer; porque penetraba tanto las carnes de los españoles el frío que les constreñía a no apartarse del calor de la candela y fuego que habían hecho, y hombre hubo entre ellos, que fue un Gómez de Corral, que aunque la ropa que encima del cuerpo tenía y la camisa pegada a raíz de las carnes se le ardía, no lo sentía por tenerle el frío comunicado y recogido en lo intrínseco de su cuerpo el calor natural, y fue necesario proveerle de nuevos vestidos.

El cacique y señor de Tunja, aunque sabía que los españoles andaban por su tierra, no se había movido de su pueblo, porque andaban algo apartados de él, y como comunicaban muy poco con todo el real junto, pareciole que no podía ser asaltado ni tomado descuidado, porque forzosamente le habían de dar aviso sus sujetos; y como el general, dejando el carruaje que llevaba, caminó a la ligera, y anduvo en tres días lo que había de andar en seis, cuando Tunja vino a saber su venida fue el propio día que había de entrar el general en su pueblo, y como era hombre mayor y cargado, y lo hacían más pesado las muchas riquezas que consigo tenía, no se atrevió en tan breve tiempo como la diligencia y apresurado caminar de los españoles le daban, poner en cobro su persona y hacienda, y por esto usó de dar medios para ver si podía entretener los españoles que aquel día no llegasen a su pueblo.

El uno fue, que con gran presteza envió a mandar a los indios que había poblados por el camino donde el general iba marchando, que tomando las armas en las manos, saliesen a dar gritas al general y a los que con él iban, y procurasen entretenerlos con designio de si pudiese, según pretendía, poner en cobro su persona y hacienda aquella noche, otro día enviar sus gentes sobre los españoles, como Bogotá lo había hecho, y por otra parte enviaba algunos de sus caciques y principales a tratar de paz y amistad, diciendo que se entretuviese al general en los pueblos por do iba, y que de allí se trataría lo que se debía hacer, porque él quería ser su amigo y confederado, y haría todo lo que el general quisiese; y demás de esto venían e iban por el camino infinitos indios ligeros, a manera de postas, que por momentos llevaban a Tunja la nueva de la cantidad de españoles que iban, y los caballos que llevaban, y el paraje donde llegaban, y mientras más los españoles se acercaban a su pueblo, más mensajeros venían al general para que se detuviese y tratasen de paz y amistad.

Pero el general, que todas estas cautelas y tratos dobles de este bárbaro entendía, no sólo no se detenía con los mensajes que le venían, pero estorbaba a los soldados que no se detuviesen en acometer y ofender a los indios que en la retaguardia les venían dando gritas y haciendo acometimientos de ofender a los españoles. Ultimamente, ya que el general estaba muy cerca de Tunja, en una aldea pequeña, le salió a recibir un cacique feudatario del señor principal, con muchos indios, diciendo que Tunja lo enviaba a recibirlos, el cual se daba por su amigo, según que antes se lo había enviado a decir, y que le rogaba que aquella noche, para evitar el alboroto y escándalo de la gente de su pueblo, se quedase a dormir en aquella aldea, donde serían bien proveidos de lo necesario, y que otro día se verían y hablarían.

El general, temiéndose de las cautelas de este bárbaro, y pareciéndole que eran aquellas ostentaciones de paz muy fingidas, no curó de detenerse, aunque entre sus propios soldados hubo pareceres, que por ser ya algo tarde y no saber qué gente tuviese consigo el cacique Tunja, ni si estaría con las armas en la mano, ni de paz, debían quedarse a dormir en aquella aldea; y así prosiguieron el viaje, hasta entrar, aunque ya tarde, en el propio pueblo de Tunja. Los indios, por apartar los españoles de donde el señor principal estaba, lleváronlos a un cercado grande de un hermano suyo, dentro de la propia población, que por ser tan grande y hecho curiosamente para el modo de edificar de los indios, creyeron ser del propio cacique; pero la guía que llevaban los apartó de este engaño, y les dijo cómo no era aquel cercado y casas las del cacique, sino otras más principales, que estaban más abajo, a las cuales se fue luégo el general con toda su gente, que era nonada en comparación de la canalla que presente tenían de aquellos bárbaros, así moradores del propio pueblo como otra innumerable multitud de ellos que habían acudido a ver lo que se hacía entre los españoles y Tunja, y esto sin otras innumerables gentes que del pueblo salían, cargados de sus baratijas e hijos, a esconderlas y apartarse de la presencia y vista de los españoles, la cual tenían por muy espantable y tremenda.

Llegados los nuestros al cercado del cacique Tunja, el general se apeó de su caballo, y con su alférez Antonio de Olalla y el veedor Diego de Aguilar, mandando que los demás estuviesen a punto y apercibidos para lo que se ofreciese, se entró en el cercado, sin embargo de que los indios, con solas voces y grandes alaridos, pretendían estorbar la entrada y hacer que se detuviesen; pero como los alaridos pocas veces ofendan, el general entro en aquel cercado donde Tunja tenía sus casas, que no era menos vistoso que el de Bogotá, aunque de maderas y cañas, y bohíos y casas de paja, y esto se a de entender comúnmente en lo que trataremos de este Reino, que cuando decimos bohíos, es vocablo que los españoles llaman y tienen puesto a las casas de los indios, y que estas casas son de varas hecha la armazón y cimientos y cubiertas de paja, según más largamente lo trataremos en otra parte.

Llegado que fue el general al aposento y bohío donde Tunja estaba, según la costumbre de sus mayores, sentado en el suelo encima de un lecho de espartillo no se movió hasta que fue movido, y hablándole el general, con un torpe intérprete que traía, le dijo cómo cierto señor, por cuyo mandado él había venido a aquella tierra, le enviaba a saludar y deseaba su amistad, la cual se había de conseguir y conservar mediante otras muchas cosas que se le habían de dar a entender, para lo cual era menester espacio y tiempo en que se tratasen, todo lo cual no podía haber efecto si primero él no tenía paz y amistad con los españoles, que presentes estaban, y les hacía obras y tratamientos de amigos, lo cual, si enteramente cumpliese, él como su general haría que a él ni a sus sujetos no se les hiciese daño ninguno y fuesen tratados como verdaderos y leales amigos; a lo cual Tunja respondió que de todo lo que se le decía se holgaba muy mucho, y era contento de lo hacer y cumplir, pero que ya era tarde para dar fin y conclusión a cosa tan larga y de tanta importancia, que se fuesen a alojar a una parte del pueblo, donde él tenía proveído y aderezado. El general dijo que le placía así, y dejando en custodía y guardia de este cacique a su alférez con cuatro o cinco arcabuceros, se recogió con la demás gente que consigo tenía al alojamiento que les estaba aderezado. La causa de dejar guardia el general en la persona de Tunja era y fue de la sospecha que de antes tenía, de que este cacique o principal se pretendía ausentar.

Había acudido al propio cercado mucha cantidad de indios, que por diversas partes falsas que en él había, entraban y andaban muy inquietos de una parte a otra, dando muestras de pretender llevar fuéra de allí a su cacique, y demás de esto ciertas casas de munición que el cacique dentro de su cercado tenía prevenidas para la guerra que con Bogotá esperaba tener, se sacaban muchas armas por particulares indios, que las llevaban, los cuales, como ya fuese anochecido, y viesen que el general con la mayor parte de la gente se había ido a aposentar y que con el cacique habían quedado solos cinco españoles, movieron cierto tumulto para en él tener lugar de sacar a su cacique fuéra del cercado, lo cual principiaron con empezar a tratar mal de palabra a los españoles que allí estaban, y hablarles soberbiamente, y unos hablando, y otros tomando en peso al cacique para sacarlo fuera, y los soldados acudiendo a se lo defender, fue el tumulto encendido de suerte que oyéndolo el general acudió con toda presteza, y con él algunos soldados que se hallaron con las armas en la mano, y cuando llegaron, hallaron que ya los indios, sin haberlo podido estorbar el alférez y los que con él estaban, echando mano a sus espadas para sólo espantar la canalla de bárbaros que estaban asidos al cacique, y así se lo hicieron dejar, y lo tomó el general a meter en el cercado y casa de su morada, y viendo lo que importaba a su salud y de todos los españoles que con él estaban, que el cacique Tunja no se ausentase, pues teniéndolo los indios puesto en salvo, luégo habían de venir sobre él con las armas, echando todos los indios que dentro del cercado estaban, le puso mayores guardas, con sus rondas de a caballo y soldados a las puertas del cercado, que no dejasen entrar indio ninguno a donde el cacique estaba. |
|Capítulo noveno En que se escribe cómo los soldados persuadieron al general Jiménez de Quesada que secuestrase el oro que Tunja tenía dentro del | 11 cercado, el cual le fue tomado; y cómo el día siguiente Tunja dio licencia que buscasen y tomasen el oro que en el pueblo había.

Al tiempo que el general llegó al cercado de Tunja, como muchos soldados que con él iban llevaban el corazón puesto en donde Tunja tendría sus riquezas y tesoros, llevaban los atalayadores ojos esparcidos y derramados a todas partes, por ver si verían algún rastro de lo que pretendían, y al fin vieron que en lo alto de la casa donde habitaba, por la parte de fuéra, estaban groseramente puestos unos platos a manera de patenas de oro, y ciertas águilas de oro, y entre éstas puestos unos grandes caracoles de la mar, por tal orden que en tocando lo uno con lo otro, por el movimiento del aire, hacían un grosero sonido con que aquel bárbaro se contentaba, y de ver esto vinieron a presumir que lo que se les había dicho de la riqueza de este cacique, que era cierto, por lo cual procuraron persuadir al general, aunque no fue necesario con obstinación, que pues sus fuerzas eran pocas para tener seguro al cacique Tunja, que debía dar licencia que se buscasen sus tesoros y riquezas y fuesen secuestrados, para más seguridad suya hasta ver en lo que paraban sus amistades. Al general no le pareció mal lo que los soldados le decían, y así mandó al capitán Céspedes que en los bohíos y casas que dentro del cercado había buscase el oro que tenía y lo trajese ante sí, para que fuese guardado con el presupuesto dicho.

Céspedes no fue nada negligente en efectuar lo que se le mandaba, y aun según supe de quien presente se halló, ya lo tenía efectuado, y comenzando anduvo por los bohíos que en el cercado había; los más, como he dicho, eran de municiones, en que tenía Tunja juntas muchas vituallas y pertrechos de guerra, para lo que se le aparejaba tener con Bogotá, en los cuales había muchas diademas, patenas, águilas y otras diferencias de joyas de oro, que los indios llevaban puestas en sus personas cuando iban a la guerra y para sus regocijos y fiestas; todo lo cual fue recogido, con otra mucha cantidad de oro y joyas de la suerte dicha que en otra parte tenía Tunja del propio cercado, como puesto en depósito y guarda para su recreación y menesteres, y llevado a donde el general se había de alojar, y alojado.

La multitud de los indios, como los habían quitado de la presencia de su cacique, a quien mostraban amar mucho, en toda la noche reposaron ni durmieron; mas como gente que deseaba ver libre a su señor, se anduvieron por junto al cercado dando muy grandes voces, y viendo si podían entrar dentro, a los cuales les era defendida la entrada por los que guardaban las puertas, y por las rondas de a caballo que alrededor del cercado andaban. Venido el día, los indios no cesando sus alaridos y clamores por haber a las manos a su cacique, daban muestras de quererlo sacar por fuerza, como la noche antes lo habían intentado, pero fueron frustrados de sus designios, porque los españoles los ahuyentaron y echaron de junto al cercado y dende a poco sacaron fuéra el cacique, de suerte que pudo ser visto de todos, y les habló y mitigó, con lo cual los indios se apaciguaron mucho, y como el cacique entendiese la sed y agonía de los nuestros que de oro tenían, por la solicitud que en despojarle de sus riquezas tenían, díjoles que si oro querían que fuesen por el pueblo, donde hallarían muy gran cantidad y que lo tomasen.

Los españoles, con licencia de su general, no fueron nada negligentes en irlo a buscar, el cual hallaban en bohíos muy viejos y antiquísimos, que daban a entender ser sepulturas de muertos; porque según algunos afirman, en esta provincia de Tunja no se enterraban los indios con sus riquezas, como en la provincia de Bogotá, sino después de enterrado el indio cúyas eran, se las ponían sobre la sepultura, y así, con menos trabajo, hallaban el oro y lo traían a cargas al montón, donde el general estaba. En un bohío muy viejo e inhabitable que en él no entraba nadie, si no eran gallinazas a dormir y posar, el cual debía ser de algún antiguo y gran señor que allí debía estar enterrado de mucho tiempo, se halló un catauro hecho a manera de costal, cosido con hilo de oro, y todo él lleno de tejuelos de oro, en que afirman haber doscientas libras de oro.

Los indios viendo que los españoles recogían el oro que en su pueblo habla, ellos también procuraron recoger lo que pudieron, y así es presunción que guardaron y alzaron más que les tomaron; que según muchos certifican, fueron dos mil libras de oro, sin piedras esmeraldas, y mucha ropa fina de algodón y cuentas de mucho precio entre ellos.

Con este saco, hecho con licencia y facultad del cacique Tunja, que estaba preso, se mitigó todo el alboroto que entre los españoles y los indios había, y el general luégo envió a llamar el resto de la gente, que en el valle de Vaganing había quedado, donde ya había llegado el capitán San Martín, que habla ido a descubrir los llanos, y asímismo habló con más reposo al cacique, tratando de quietarlo y reprendiéndole de las cautelas de que había usado para matar a los españoles, el cual siempre lo negó, por lo cual le decían que tenía perdido no sólo el oro, que allí de presente se le había tomado, pero todo lo demás que con las ricas esmeraldas tenía escondido y puesto en cobro, lo cual debía entregar si quería salir de la prisión en que estaba; con lo cual Tunja se desabría tanto que aunque después le decían otras cosas de importancia, tocantes a la lealtad y vasallaje que habla de reconocer y tener a los reyes de España, daba muestras de no oírlo de voluntad, ni tener gana de hacerlo; pero con todo esto jamás el general estorbó que no fuese visitado continuamente de todos sus sujetos y feudatarios, los cuales asimismo tenían particular cuidado de proveer a los españoles de todo lo necesario para su sustento. El resto de los españoles que en Vaganique, o valle de Venegas habían quedado, dende a ciertos días, por el llamamiento que de su general les fue hecho, vinieron a Tunja, donde por ser más el número de los españoles, había ya menos temor de que se recibiría daño de la gente de Tunja.

8 Las palabras “reconocían al señor de Turmequé” están añadidas y escritas entre líneas. En el texto hay unas palabras tachadas e ilegibles.
9 La palabra “Turmequé” esta añadida entre líneas. El texto dice: |Tunja, palabra tachada. Al margen vuelve a repetir “Turmequé”.
10 En el texto dice: “caciques, sus feudatorios” |. Fueron tachadas las últimas dos palabras. Generalmente “feudatorio, feudatorios” han sido tachadas en el texto, lo cual no seguiremos indicando para no entorpecer la lectura.
11 En la “tabla” de Sevilla dice: “dentro de su cercado”

|Capítulo décimo En que se escribe cómo el general Jiménez de Quesada, estando para salir a visitar la tierra de Tunja, tuvo noticia de las riquezas del señor de Sogamoso, en cuya demanda fue, al cual halló alzado con todas sus riquezas.

El cacique y señor de Tunja, preso, viendo el mucho contento que los españoles habían mostrado con aquella cantidad de oro que habían habido y lo mucho que después de juntos los españoles se regocijaban los unos con los otros, representando la felicidad que la fortuna les había, sin pensar, puesto en las manos, pareciole y consideró que si en las manos les ponía otro tesoro, no menor que el que a él le habían tomado, que se les iría multiplicando el contento y aplacando la codicia, y así no sólo dejarían de pedir más oro del que le habían tomado, pero le soltarían de la prisión en que le tenían.

Por este respecto, acordó decir al general y a sus capitanes y soldados que por haber visto y entendido el deseo que tenían de haber más oro, y él asímismo deseaba que lo hubiesen, que ciertas jornadas de allí estaba un cacique, llamado Sogamoso, hombre de gran veneración y religión por ser tenido, mediante sus supersticiones, por hijo del Sol, el cual por ser persona de tanta estimación entre ellos, poseía grandes riquezas, las cuales no sólo tenía en su casa, pero en sus templos y oratorios, donde los presentes y sus mayores acostumbraban hacer grandes sacrificios, por ser aquel lugar tenido por más devoto y santo que otro ninguno de aquella tierra; y que si ellos usaban de presteza, y llegaban a donde el cacique Sogamoso estaba, y lo hallaban descuidado, sin que tuviese lugar de huír ni alzar sus riquezas, que hallarían en harta abundancia de lo que buscaban.

Tienen todos estos bárbaros muy poca fidelidad ni amistad los unos con los otros, y si el uno se ve preso y despojado de su hacienda, procura que de su vecino y aun hermano y padre se haga lo mismo, porque se huelgan mucho de que los otros padezcan los mismos trabajos y persecuciones que ellos.

Los españoles y su general se alegraron mucho con la buena nueva que Tunja les dio, así por las muchas riquezas que en ellas les prometía, como porque en la sazón que esta nueva se les dio, estaba el general de camino con gente para ir a visitar la tierra y comarcas de Tunja, y así con la gente que tenía apercibida, que serian veinte hombres de a caballo y treinta de a pie, se partió la vuelta de Sogamoso, dejando toda custodia y recaudo en la persona de Tunja y oro que se le había tomado.

El cacique de Sogamoso, como se ha dicho, era persona muy estimada entre los indios por su falsa religión, y así fue luégo por la posta avisado de cómo españoles caminaban hacia su pueblo, el cual habiendo tenido noticia del suceso y prisión de Tunja y de cómo para con ellos eran invencibles los españoles, no curó de fiarse de su poder, armas ni gente, ni de la autoridad de la estimación y religión de su persona, y tomando consigo todos sus tesoros y mujeres, se puso en salvo, donde no le alcanzasen los actos de la avaricia española. El general siguió su camino, y no falta quien afirma que lo llevó por el valle y poblaciones de Duitama y Paipa, donde por ser aquella gente más belicosa y atrevida que otra ninguna de los Moxcas del Reino, salieron con las armas en las manos a estorbar el pasaje a los españoles, con los cuales tuvieron ciertas refriegas y escaramuzas, de que quedaron con reputación de valientes, y con ellos se detuvo el general ciertos días, cuya tardanza fue causa que Sogamoso fuese avisado y tuviese noticia de cómo los españoles se acercaban a su tierra, y se alzase con sus tesoros; que sea de la una o de la otra manera, el general llegó a Sogamoso, y no halló gente ninguna sino todas las casas yermas y despobladas; y según algunos cuentan, un indio viejo, ya cano, de crecida barba, que fue cosa que hasta entonces no habían hallado, dentro de un santuario o templo de los que en aquel pueblo había, que según se presumió debía de ser jeque o mohán de aquel templo, al cual se le preguntó dónde estaba el señor o cacique de aquel pueblo, y la causa de haberse ausentado con su gente; y dio por respuesta que había tenido noticia de la prisión de Tunja, y de la ruina y saco que en su pueblo se había hecho, y que temiendo el mismo suceso e infortunio, se había retirado a lugares muy apartados e ignotos con su gente y haciendas.

Los españoles viéndose frustrados de sus designios, con licencia de su general, diéronse a buscar oro por el pueblo y templos que en él había, que según su grandeza y ornato daban bien a entender y conocer la particular religión que en la gente y señor de aquella tierra había. Entre los otros templos, había uno de extraña grandeza y ornato, que decían los indios ser dedicado al dios Remichinchagagua, a quien veneraban mucho con sus ciegas supersticiones e idolatrías. Este santuario, andando dentro ciertos soldados con lumbre encendida a buscar oro, porque era muy lóbrego y oscuro, por defecto de no tener lumbreras por dónde la claridad pudiese entrar y dar luz, y ser la puerta tan pequeña y baja que entraban abajados o como suelen decir, a gatas por descuido de los que con la lumbre andaban dentro, vino a encenderse el fuego, de suerte que no se pudo atajar ni remediar; porque como toda la cubierta era muy seca, de paja, hízose más irremediable el daño, y así fue consumido del fuego, pero no en tan breve tiempo como se pudiera consumir otra cosa de más fuertes materiales; porque como certifican los antiguos que lo vieron y se hallaron presentes, que tuvo el fuego en él sin acabarse de consumir más tiempo de un año, y la causa de durar tanto el fuego, dicen haber sido la mucha paja que sobre sí tenía, que conservaba después de quemada el fuego de los maderos gruesos que debajo de esta ceniza estaban.

Aunque la gente del pueblo se había alzado, y llevado consigo sus riquezas, todavía los soldados hallaron algún oro sobre algunas sepulturas de muertos, y en el suelo de algunos templos de lo que por no mirar en ello habían dejado, y de estos rezagados mendrugos se juntaron en este pueblo casi seiscientas libras de oro; y después de haber estado en este pueblo de Sogamoso el general, y visto que no podía ser habido Sogamoso, por no haber quién lo llevase ni guiase a donde estaba, dio la vuelta al pueblo de Tunja, por la propia provincia de Duitama por donde antes había pasado, cuyos naturales, como al tiempo que por ella pasaron los españoles recibieron poco daño, lo cual tuvieron por gran victoria, estaban con rústica desvergüenza aparejados con las armas en la mano, para de nuevo intentar de dar guerra al general y a los que con él iban, y así comenzaron a trabar algunas escaramuzas y guazabaras con los españoles, en las cuales, aunque siempre perdían, no dejaban de seguir con obstinación el guerrear; pero por entonces el general no curó de detenerse a domar de todo punto estos bárbaros, sino prosiguió su camino a Tunja, con designio de volver, cuando mejor ocasión hubiese, con toda su gente y hacer la guerra a estos bárbaros de la manera que ellos la deseaban; y dende a pocos días el general, después de haber andado y visitado por sus capitanes algunas poblaciones de las comarcanas y sujetas a Tunja, dio la vuelta sobre Duitama, porque aquellos bárbaros con la presunción que de sí tenían de ser más atrevidos que los demás indios de la provincia de Tunja, y por saber que el señor Tunja estaba preso, salían de sus casas con rústica desvergüenza, las armas en las manos, y corrían las tierras de los indios amigos y leales, haciendo muchos daños en sus personas y pueblos y labranzas, y ejecutando en ellos todo género de crueldad. Los leales se quejaban de estos daños que de la gente de Duitama recibían, al general, para que lo remediase y castigase con las armas, pues por respecto de conservar ellos su amistad, recibían tantos daños; e indignado de esto el general, y de la desenvoltura con que le habían seguido cuando iba a Sogamoso, tomó consigo la más gente de a pie y de a caballo que pudo, y entrose por tierra del señor de Paipa, que es un principal sujeto a Duitama, en cuyas tierras se alojó hasta descubrir y entender bien las celadas que Duitama les tenía puestas; el cual, como ninguna cosa temiese más que el acometer y ofender de los de a caballo, había hecho por los caminos y otras partes por do habían de andar, gran cantidad de hoyos anchos y hondos y dentro puestas muchas estacas y puyas las puntas arriba, en que los caballos y gente se estacasen y matasen; y para descubrir primero estos hoyos que tanto daño podían hacer, se alojó el general en el valle y tierra de Paipa, que estaba apartado de la población de Duitama legua y media, de donde corrían lo que en la comarca había; lo cual sabido por el señor o cacique de Duitama, por quejas que su sujeto Paipa le había dado diciendo que los españoles le echaban a perder las labranzas que en aquel valle había, y le comían los maizales y hacían otros muchos daños, envió al general muchos indios cargados de comida y mantenimiento de lo que en aquella tierra había, y le envió a decir que con toda presteza se saliese de la tierra y no hiciese en ella más daños de los hechos en las labranzas y maizales de los indios, si no quería ver la destrucción y ruina suya y de sus compañeros, a los cuales él con las armas en las manos, haría que fuesen más bien mirados en tierra ajena, y les daría el castigo que su demasiado atrevimiento y porfía temeraria merecían.

El general envió a decir que hasta entonces ni él ni su gente no habían hecho ningún notable daño en tierra de Paipa ni en la suya, ni él venía sino a procurar su amistad, con la cual todos los daños de la guerra cesarían, y a que reconociese por supremo y universal señor al Rey de Castilla, cuyo vasallo él era, como otros muchos caciques y principales de aquella provincia lo habían ya hecho, y vivían y estaban contentos de ello, por ser sujetos a un rey tan poderoso como debía ser y era el de los españoles, el cual tenía a su cargo la administración de todos ellos, y que haciéndolo como él se lo enviaba a rogar, le daría entera satisfacción y paga de cualquier daño que los españoles le hubiesen hecho. Los indios y mensajeros se volvieron a su cacique con esta respuesta que el general le dio, y otro día siguiente tornaron por mandado de Duitama a donde los españoles estaban, diciendo que el bárbaro respondía que no se curasen de tantas palabras ni preámbulos, como le habían enviado a decir, los cuales él ni amaba ni quería oír; mas que luégo sin más dilaciones se saliesen de su territorio, sino que abreviando y acortando pláticas, dentro de cinco días él sería allí con su gente de guerra y haría con ellos lo que antes les había enviado a decir, pues tan obstinados estaban en quererse hacer señores de lo ajeno.

El general y aun los demás, pareciéndoles que no habría efecto lo que el bárbaro Duitama enviaba a decir, le respondió que viniese, que en aquel sitio lo hallaría con su gente. Pero al quinto día Duitama, como hombre que tenía en poco a los enemigos, vino con sus gentes, que sería las que consigo traía más de ocho mil indios, puestos en tres escuadrones, y con largas lanzas y tiraderas macanas, y hondas con que arrojaban reciamente una piedra, y ellos muy embijados y emplumados, por un llano adelante, de lo cual tuvo aviso el general por una atalaya que en un alto tenía puesta; y de presto ensillaron los caballos que en el alojamiento habían, que eran bien pocos, porque los más se habían ido a caza, y estaba tan desproveído de gente, que si los indios fuera gente de obstinado brío, fuera allí la muerte del general y de los que con él estaban. Los indios se acercaron todo lo que pudieron al alojamiento de los españoles, donde con tanta facilidad fueron rebatidos cuanta aquí se dirá. Porque como un soldado llamado Antonio Bermúdez saliese de su rancho y toldo con su espada y rodela a ver por dó venían los indios, fue a dár con uno de los escuadrones, al cual luégo acudieron el general con otros dos de a caballo, y rompiendo por él, hirieron los que pudieron en la primera arremetida; lo cual visto por los demás indios que en este escuadrón estaban, que eran más de dos mil, comenzaron a abrirse y esparcirse y desamparar la ordenanza que traían; porque esta cobarde gente, en viendo a uno de sus compañeros herido, luégo les parecía que había de ser aquella propia fortuna la suya, y que si no se apartaban y huían serían muertos y heridos de la propia suerte; y asimismo dieron en otro escuadrón de otros tantos indios, el capitán Céspedes y Gómez de Corral, y fue con la propia facilidad desbaratado; y otros soldados acudieron al tercer escuadrón y lo descompusieron, y en un momento se vio aquel campo lleno de cuerpos muertos, porque como esta canalla de bárbaros era en tanta cantidad, y venían tan juntos, por huir caían unos sobre otros y se impedían y estorbaban el volver atrás, y eran alcanzados de los peones, y heridos cruelmente, a los cuales amedrentó tanto la ferocidad y presencia de los caballos, que demás de ser ellos pusilánimes de su natural inclinación, les dura hasta hoy este temor.

Habida esta victoria, el general aún no había olvidado ni perdido el deseo que de descubrir y ver aquel gran valle de los llanos de Venezuela que desde Somendoco, do estaban las minas de las esmeraldas, se había visto; porque aunque en aquella sazón envió, como se ha dicho, a San Martín a descubrirlo, no le trajo entera relación de ello, y así, queriendo ver si por esta de Duitama los podía descubrir, envió gente que lo anduviese y viese; los cuales fueron y pasando por el valle de Ceniza, donde tuvieron algunas refriegas con loe indios de él, llegaron cerca de la población de Onzaga, otro cacique y señor que ahora está en el camino que se sigue y lleva a la ciudad de Pamplona, que es casi de la propia gente Moxca en trajes y vivienda, aunque en la lengua difiere en parte; y viendo los españoles la disposición de tierra que por aquella parte iba, que era de grandes y dobladas sierras y despobladas, aunque rasas, dieron la vuelta a donde su general había quedado en el alojamiento de Paipa.

El cacique de Duitama, viendo el desbarate de su gente, se confederó con el cacique Sogamoso, y juntando ambos sus sujetos venían muy de ordinario a hacer acometimientos a los españoles, teniendo por reparo y fortaleza un pantano que hoy se dice el pantano de Duitama, que en tiempo de invierno se hace en él un ancho lago, en el cual quedan muchas islas descubiertas de agua y cubiertas de juncos, y hácese hondable que por parte cubre un hombre, y por parte para ir a estos isleos se ha de ir el agua a los pechos; y por parecerles a estos dos caciques lugar muy fuerte, ellos hicieron en las islas del pantano y lago su alojamiento, y de allí enviaban sus indios a que fuesen muertos por mano de los españoles, lo cual los indios obedecían y hacían por temer la tiranía de su cacique, que era muy grande y los oprimía a ello.

Los españoles, yendo siguiendo los alcances de los indios que desbarataban, fueron a dar en el pantano donde tenían hecho su alojamiento, el cual procuraron luégo entrar y asaltar, y poniéndolo por la obra, casi cubiertos con el agua, entraron en los isleos y junciales, haciéndoles los indios toda la resistencia que pudieron. Los dos caciques principales, en viendo la determinación de los españoles, se salieron por otra parte del lago, el cual como era ancho y los nuestros eran pocos, no se pudo guardar por todas partes para defender la salida a los indios, y así tuvieron lugar los principales de irse y no ser presos. Los españoles prendieron mucha gente que en el alojamiento hallaron, y hubieron poco oro de él, porque en otra parte más segura lo tenían guardado los indios, y se tornaron a Paipa, y viendo cuán indómita estaba toda aquella gente, se volvieron a Tunja, donde había quedado el resto de los españoles.

|Capítulo undécimo En el cual se escribe cómo el cacique e indios de Tunja dieron noticia al general Jiménez de Quesada de cuán gran señor era Bogotá | 12 , y de las muchas riquezas que poseía, y cómo el general fue por la posta con cierta gente a prenderlo.

En este tiempo el cacique e indios de Tunja, deseando ver al señor de Bogotá, su contrario y enemigo, y a sus gentes y sujetos en la misma calamidad y ruina que ellos hablan padecido, no cesaban de decir al general y a sus capitanes y soldados lo mucho que perdían en no ir a dar sobra Bogotá y sus gentes, al cual si prendían y sujetaban, juntamente con él habrían una gran suma de oro, porque como señor más poderoso y tirano, y que con más opresión trataba a sus sujetos, y los despojaba de sus riquezas, y que pocos días antes había habido particulares victorias de donde asimismo en el despojo de ellas hubo gran cantidad de oro, haciéndole señor de muchas riquezas; y en la verdad no se engañaban, según en la común opinión que hoy hay de aquel cacique Bogotá, que gobernaba la provincia cuando en ella entraron los españoles.

El general y los demás españoles, como aún hasta este tiempo les durase la indignación que contra Bogotá tenían, así por la burla que de ellos había hecho cuando en su provincia estuvieron, prometiéndoles de salir de paz, como por las guazabaras que les dio, fácilmente se determinaron de volver sobre él y usar de toda presteza en el camino, para ver si lo podían haber a las manos, hallándole descuidado, y con su prisión, demás de castigar su bárbaro atrevimiento, conseguir la paz general de aquella provincia y de sus sujetos, como se había conseguido y alcanzado con la prisión de Tunja, mediante la cual todos los más de sus sujetos se habían pacificado; y así tomando el general Jiménez de Quesada consigo cierta gente de a pie y de a caballo, dejando la demás en guarda del señor Tunja y de sus riquezas, se partió la vía de Bogotá, caminando de noche y de día, y haciendo más largas jornadas por abreviar en el camino y ver si podía haber a las manos a Bogotá, el cual en ninguna cosa vivía descuidado, porque tenía ya apercibida la gente de su provincia y territorio, y mandándoles que en la hora que los españoles entrasen por ella, hiciesen ahumadas, las cuales se fuesen continuando de pueblo en pueblo, hasta que el aviso llegase a él con presteza; y demás de esto teniendo noticia Bogotá de cómo Tunja había sido preso y se le habían tomado sus riquezas, y le pedían más, tomó él las suyas y las puso en tan buen cobro por mano de un su capitán general, hombre muy privado suyo, que hasta hoy no han aparecido, con designio de ya que a él le prendiesen, no le despojasen de su ídolo, el oro; y por estas causas fue en vano la presteza de que el general usó, porque aunque veinticuatro leguas que hay desde Tunja al pueblo de Bogotá, anduvo en poco tiempo, la mañana que llegó halló ya alzado al cacique Bogotá de su pueblo e ídose a la casa que llamaron del monte; y como para ir en su alcance no tenían guías ningunas, alojáronse en el pueblo de Bogotá, donde la primera vez se habían alojado y de alli luego el general comenzó a enviar algunos indios amigos que le fuesen a hablar y tratar de amistades y confederaciones, dondequiera que estuviese; y aunque estos mensajeros fueron y aportaron donde Bogotá estaba, la respuesta que les dio fue luégo enviar gentes e indios de guerra para que acometiesen a los españoles e hiciesen todo el daño que en ellos pudiesen, de los cuales prendían algunos los nuestros, y queriéndoles enviar con mensajes donde su cacique estaba, para ver si se podía traer a su confederación y amistad, los indios lo rehusaban diciendo que más querían estarse con los españoles que volver a la presencia de su cacique, el cual con su cruel tiranía los había luégo de hacer volver con las armas en las manos contra los españoles, donde una vez u otra habían de ser muertos.

Pero era tanta la elación y soberbia de este cacique que con recibir su gente notables daños de los españoles, no cesaba de enviarla y tener continuamente cercado con sus escuadrones el alojamiento de los españoles, haciéndoles continuos acometimientos, de tal suerte que le fue forzado al general, porque con la continua resistencia no se le cansasen los soldados y caballos, dividir la gente que consigo tenía en tres tercios o escuadrones, para que por su orden peleasen, teniendo repartidos entre sí el tiempo del día y de las noches; y verdaderamente tuvieron de esta vez puestos en grande riesgo los indios a los españoles, porque demás de ser ellos en muy mucha cantidad, favorecíalos el sitio en que se recogían, que eran unos lagos y pantanos hechos de las inundaciones del río de Bogotá, en medio de los cuales había ciertos isleos donde los indios se recogían, y desde allí salían a acometer a los españoles, y en siendo por ellos ahuyentados y rebatidos y yendo siguiéndolos, se recogían en estos lagos, que demás de ser algo hondables, porque daba el agua de ellos a los pechos, eran muy cenagosos y llenos de medaño y tierra, por lo cual los de a caballo, que eran los que desbarataban los indios y los seguían, no osaban entrar tras de ellos por el lago, porque los caballos no se sumiesen en el cieno y fuesen muertos; y así aunque los indios siempre recibían daño y eran muertos muchos, con recogerse los que quedaban a las islas que en estos lagos había, eran luégo proveídos de socorro de mucha y nueva gente que el señor Bogotá les enviaba, para que con aquellos sus bárbaros y continuos acometimientos entretuviesen a los españoles de suerte que no pudiesen irlos a buscar, amenazando a los indios que les habían de hacer la guerra, y si se apartaban de donde los españoles estaban, los había de matar y consumir a todos.

Los españoles y su general, viendo que el guerrear llanamente ni los muchos indios que habían muerto en las guazabaras y reencuentros no habían sido ni eran parte para echar de sobre sí aquella multitud de bárbaros, procuraron de usar de los agudos ardides que suelen; y así, un día, habiéndose trabado escaramuza entre ellos y los indios, fingieron estar y ser la victoria de los indios, a fin de apartarlos de los lagos, donde se recogían, y juntamente con esto propusieron de no herir en la canalla de la gente común, sino en aquellas personas que por venir más señaladas en sus trajes y hábitos, parecían ser capitanes y principales; y como los nuestros se fuesen retirando, y dando a entender a los contrarios que habían recibido daño notable, ellos propusieron de seguirlos, y así, apartándose mucha distancia de los lagos, siguieron a los españoles con designio de haber entera victoria de ellos; pero como a los nuestros les pareciese que estaban bien apartados los indios de su guarida, revolvieron sobre ellos, los cuales, volviendo las espaldas, se dieron a huir vergonzosamente, y siguiendo los españoles el alcance no herían más de en aquellas personas que parecían ser principales, y la demás gente pasaban por ella como inútil; y esto les fue de mucho provecho, porque como después la multitud de los bárbaros se tornase a juntar y recoger en los lagos, fueron asimismo allí asaltados de los nuestros, por la parte de la laguna que pareció tener mejor entrada, y faltándoles como les faltaba las cabezas y capitanes, y no teniendo al presente quién los oprimiese a entretenerse ni defenderse, diéronse a huir desamparando de todo punto aquellos sitios, donde tanto tiempo se habían defendido; y así fueron ahuyentados y echados de allí, de tal manera que nunca tan presto volvieron a dar grita a los españoles, los cuales siguieron en sus caballos tan obstinadamente, que aunque eran en gran cantidad los indios que huían, fue grande el número de los que quedaron muertos, y volviéndose de seguir el alcance, vieron los capitanes Maldonado y Lázaro Fonte estar dos indios escondidos entre unas crecidas hierbas o masiegas, que creyeron ser algunos animales del campo que allí se habían recogido, y llevándolos al alojamiento, les fue preguntado la causa de su estada allí, los cuales dijeron ser criados del cacique y señor Bogotá, el cual los había enviado a que viesen lo que pasaba y sus indios hacían con los españoles; lo cual sabido por el general procuró saber de ellos en qué lugar estaba alojado o escondido su señor Bogotá, el uno de los cuales, por ser más viejo y endurecido en su falsa fidelidad, no quiso decir ni declarar cosa alguna, por lo cual fue puesto a quistión de tormento, atento lo que importaba para la paz universal el ser preso y descubierto Bogotá; y como con obstinación este bárbaro negase, y por ello le fuesen arreciados los tormentos, fue miserablemente muerto en ellos; el otro, su compañero, que era más mozo, temiendo haber el mismo fin, declaró luégo lo que le preguntaban, y ofreciose de llevar al general y españoles donde Bogotá estaba alojado y retraído.

Y partiéndose de noche a efectuar lo que tanto deseaban, fue el suceso tan avieso, que casi en todo quedaron burlados de la fortuna, porque como caminasen toda la noche hacia la casa del monte donde Bogotá estaba recogido, y antes que fuese de día llegasen a ella y la asaltasen, los indios comenzaron a alborotarse y a huír, saltando por diversas partes del cercado que allí tenían hecho, y como entre los demás huyese el mismo Bogotá, y por ser oscuro no fuese conocido, fue herido de ciertas heridas, de las cuales fue a morir a un arcabuco o monte pequeño que cerca de allí estaba.

Esta muerte de Bogotá unos la atribuyen que la hicieron y causaron hombres de a caballo, que estaban alrededor del cercado, alanceándolo; y otros, a un Domínguez, peón y ballestero, diciendo que este Bogotá no estaba en su cercado y bohíos principales, por costumbre de sus mayores, que usaban en tiempo de guerra, para más seguridad de sus personas, estar apartados y fuéra de las casas principales, en otras comunes y menos conocidas, y que usando Bogotá de esta antigualla estaba en este tiempo y sazón fuéra del cercado principal en un pequeño, con ciertas mujeres suyas, donde llegó este soldado Domínguez y lo hirió de las heridas de que murió en efecto. El fue muerto en este asalto, según después pareció, y aunque fue saqueada la casa y alojamiento donde Bogotá estaba, en ella no se halló ninguna notable riqueza, porque como se ha dicho, este cacique, temiendo su infeliz suceso, y en lo que había de venir a parar, la tenía escondida en parte donde nunca más ha parecido, y así el general, como no halló nada de lo que buscaba, dio la vuelta a donde solía estar alojado en los antiguos cercados de Bogotá, en la cual jornada los indios, no habiendo visto ni entedido la muerte de su cacique, fueron siguiendo con sus armas a los españoles con pertinancia, procurando damnificarles y hacerles todo el mal que pudiesen, y aunque alguna gente de a caballo iba en la retaguardia para ahuyentar los indios que la seguían, no por eso dejaban de irle dando alcances, aunque recibían harto más daño que hacían, hasta que bajaron al llano, donde los caballos pudieron mejor ser señores del campo, y de todo punto echaron de sí aquella multitud de bárbaros que los seguían.

Llegados el general y sus soldados al viejo alojamiento, se estuvieron en él algunos pocos de días por ver si habría entero efecto lo de la paz que pretendía, en los cuales nunca se pudo conseguir más paz ni conformidad que la de antes, que era lo que los caciques de Chía y Suba y Tunja habían dado al principio, y conservado; lo cual visto por el general se volvió otra vez a Tunja, donde había dejado el resto de la gente.

Los indios de Bogotá, después que hallaron muerto su cacique, le hicieron enterrar con su acostumbrada solemnidad, y lo pusieron con parte de su oro donde no ha sido hasta ahora hallado, aunque dicen que la muerte de este cacique no fue tan llorada ni sentida de sus sujetos como las de otros sus antecesores, por respecto de tratarlos tan dura y tiránicamente como los trataba.

|Capítulo duodécimo En el cual se escribe cómo estando en Tunja los españoles, trataron de permanecer en la tierra del Reino; y cómo el general, teniendo noticia de la mucha riqueza que en Neiva había, fue allá con parte de su gente, y lo que en la jornada le sucedió.

Vuelto el general a Tunja, estúvose allí algunos días en ocio y recreación con sus soldados y capitanes, sin hacer ninguna salida notable, más de tratar y comunicar sobre lo que harían en la tierra, si se poblarían en ella o si buscarían salidas para los llanos (ruina y destrucción de cuantos en ellos han entrado), o si se tornarían a salir; y en efecto, considerada la calidad y condición de la tierra, y los muchos naturales que en ella parecía haber, y las buenas muestras de oro y esmeraldas que había dado, a los más no les parecía que era cosa de menospreciar ni tener en poco, sino que la debían poblar y permanecer en ella.

Y resolutos de todo punto en esto, de nuevo nació entre ellos contienda sobre en qué parte de las dos provincias poblarían, si en Tunja, donde al presente estaban, o en Bogotá, porque en este tiempo no podían dividirse a poblar dos pueblos, por ser los españoles pocos y los naturales muchos. Aunque en la tierra de Tunja habían habido mucha cantidad de oro, parecíales mejor tierra la de Bogotá, por ser más llana y apacible, y de mejor temple y de más naturales, y demás de esto, como aún no tenían noticia de la muerte de Bogotá, parecíales que estando todos juntos y de asiento de su tierra, con las continuas persuasiones que le harían y asechanzas que le pondrían, un día u otro vendría a sus manos él y sus riquezas, y se apaciguarían los que por su respecto estuviesen rebeldes; y estando en estas contenciones, dieron nueva al general cómo adelante de Bogotá, casi la vía del sur, había cierta provincia de naturales, llamada Neiva, en la cual se labraban minas de oro, y sacaban de ellas los naturales gran cantidad de este metal, y lo poseían en tal manera, que le afirmaban que ultro del mucho oro que los naturales de aquella provincia poseían, había en cierto templo o casa de idolatría un pilar y poste muy grueso y alto, todo de oro macizo; la cual nueva llegó a tan buen tiempo, que no curando perder punto los españoles que estaban en opinión de irse a poblar a tierra de Bogotá, se pusieron luégo en camino, y fueron a dar al pueblo de Suesca, que entonces llamaban de Juan Gordo (por la desgraciada muerte que a un soldado de este nombre le dio en él el general), donde se alojaron; y el general determino dejar allí una parte de la gente española que consigo traía, y con la otra ir en demanda de la provincia de Neiva.

En este pueblo el general Jiménez de Quesada, después de la larga prisión en que había tenido al cacique Tunja, lo soltó y le encomendó la paz y amistad que debía tener con él y con sus soldados, si quería vivir en quietud y sosiego, lo cual fue de harto provecho a los españoles, por conservar, como conservó después, perpetua paz y amistad este principal y sus sujetos con los españoles; y hecho esto se partió el general, con hasta diez hombres de a caballo y veinte peones, que le pareció harta gente para no más de dar vista a la tierra, si los naturales eran de la condición de los del Reino, y caminando por fríos y diversos páramos y muy trabajosos y aun peligrosos caminos, llegaron a la provincia de Neiva, donde hallaron ser más la fama y ruido y estruendo que con aquella tierra les habían hecho, que no lo que en ella había, y aunque era verdad que en ella se sacaba oro de minas de mucha calidad y quintales, era poco en cantidad, y la tierra mal poblada de naturales y algo acompañada de montes y arcabucos, que juntamente con la constelación o influencia de las estrellas y cielo y del sol, que arde con gran resplandor, la hacen enferma, en tal manera que pocos españoles de los que en ella entraron dejaron de enfermar, e indios Moxcas que con los españoles iban, de morir.

Esta provincia está asentada casi a los nacimientos del río grande de la Magdalena, que naciendo de sus maternas fuentes y manantiales poco más arriba, pasa con su corriente por medio de esta provincia, la cual está grado y medio de la línea equinoccial; lo cual es cierto que a muchos antiguos pareciera cosa fabulosa decir que en estos grados habitase gente ni estuviese la tierra poblada; pero como he dicho, esta experiencia bien la pagaron los nuestros con la poca salud que de aquí sacaron.

Habla en este valle de Neiva, de la una parte y otra del río, algunas poblaciones. Los naturales que de esta parte estaban, teniendo noticia de la ida de los españoles, dejaron sus pueblos, y se pasaron de la otra parte del río grande, y después que en su tierra vieron al general pasaron algunos a visitarlo y trajéronle de presente obra de cincuenta libras de oro muy fino y subido en quilates. El general lo recibió alegremente, y como la lengua de esta gente fuese muy diferente de la del Reino, no tuvo con quién hablar a estos indios y preguntarles algunas cosas necesarias a su descubrimiento, y así con solas muestras de buena amistad, y algunas cosas de España que les dio, les envió a su tierra a donde hablan venido.

Procuró el general por mano de los que con él iban, ver si el río arriba iban algunas poblaciones, y la disposición de la tierra; y halláronla toda tan desierta y doblada, y aparejada para enfermar, que tuvieron por muy mejor dar con brevedad la vuelta, que con esperanza de muchas riquezas detenerse más tiempo allí; porque les acaecía sentarse cuatro o cinco soldados a comer en una mesa, y levantarse todos con muy recias calenturas de ella.

La noticia que del pilar o postel de oro se les había dado, era y fue que los indios de aquella tierra, en cierto templo suyo, tenían un estante y pilar, a quien particularmente hacían veneración por sus supersticiones y vanidad de religión, al cual tenían cubierto con unas grandes chagualas y planchas de batihoja que a los que lo veían daba a entender que todo era oro cuanto relumbraba; y así en esto como en lo demás fueron frustrados los nuestros de sus designios, porque al tiempo que los indios del pueblo donde este pilar emplanchado y oro estaba, se quisieron ausentar, lo descompusieron y despojaron del oro, y se lo llevaron consigo.

Tornáronse a salir del valle de Neiva, a quien por su mala constelación y suceso llamaron el valle de la Tristura. El general y los capitanes estaban tan enfermos y maltratados, y hospedados de la tierra, que fue necesario confesarlos en el camino, y llevarlos con gran cuidado y vigilancia, porque no se les quedasen muertos en vida, hasta que entraron en la tierra fría, donde con el frescor de los sanos aires en breve tiempo recobraron su sanidad.

Vuelto el general al pueblo del cacique Bogotá, donde ya otras veces había estado alojado, se alojó alli con designio de hacer asiento en la tierra, y envió a llamar a su hermano Hernan Pérez de Quesada que con la demás gente había quedado en la provincia de Suesca; aunque algunos afirman que cuando el general viniendo de Neiva llegó a Bogotá, que ya estaba a alojado en el pueblo y bohíos Hernán Pérez de Quesada y los españoles que con él habían quedado; donde se supo de indios, que luégo Vinieron de paz muy enteramente, la muerte de Bogotá, y lo mucho que los naturales, o los más de ellos, holgaron, por verse fuéra del yugo y sujeción de aquel tirano, que con tanta severidad los había tratado en catorce años que había gobernado la tierra, como se ha dicho, en el cual tiempo no sólo traía trabajados los indios con sus guerras y bullicios, porque como este bárbaro era tan arrogante e hinchado pretendía tiranizar toda la tierra, y hacerse señor de ella, con lo cual trabajaba demasiadamente a sus sujetos; pero con nuevas imposiciones de tributos, que cada día sobre los míseros indios ponía, los despojaba absoluta y disolutamente de todo el oro y esmeraldas que tenían y poseían, dejado aparte otra infinidad de imposiciones que sobre ellos tenía puestas; pero con todo eso, como creo que he dicho, no dejó de ser su entierro celebrado con la solemnidad y ceremonias con que por la costumbre de sus mayores entierran a estos señores Bogotás.

12 En la “tabla” de Sevilla dice: “de cuan señor era Bogotá”.

|Capítulo décimotercio En el cual se escribe cómo el general tuvo noticia de que un capitán general de Bogotá, llamado Sagipa | 13 , se había alzado con el oro y esmeraldas del cacique Bogotá que en la casa del monte fue muerto, y como procuró de atraerlo a su amistad, para haber de aquella riqueza.

Certificado el general de la muerte de Bogotá, por algunos caciques e indios que se lo decían; pareciole ser cierto, sólo por ver que generalmente los indios de la provincia de Bogotá se salían de paz y procuraban su amistad, lo cual en vida de su cacique jamás habían hecho, por la opresión en que el bárbaro los tenía, de los cuales el general procuró inquirir y saber lo que se había hecho de las riquezas y oro que Bogotá en el tiempo de su tiranía había juntado y habido, los cuales le dijeron que antes que muriese había dado todo el oro y esmeraldas que tenía a un indio muy privado suyo y que en las cosas del gobierno y de la guerra era como su teniente y capitán general, el cual no sólo se habla alzado y quedado con todo ello, pero que después de muerto el cacique Bogotá se había él tiránicamente hecho señor de la tierra, y entrándose en el cacicazgo que era dé Bogotá, no viniéndole de derecho y por la costumbre que de tiempo antiguo había acerca de la sucesión de aquel cacicazgo, que era que demás de haber de ser el sucesor hijo de la hermana mayor del señor de Bogotá, había de ser primero cacique de Chía, y desde allí habla de pasar a serlo de Bogotá; y que en esta sazón, como a los españoles les era notorio, era vivo el cacique de Chía, a quien de derecho venía el cacicazgo de Bogotá, el cual desde el principio había sido amigo de los españoles y conservado su amistad hasta este tiempo; y que ese privado de Bogotá, que se había alzado con el estado, demás de no pertenecerle, era un hombre tan soberbio y tirano como el muerto Bogotá, y que siempre había seguido sus pisadas, y aun temían todos que había de ser más cruel y riguroso que el muerto, por lo cual todos en general aborrecían su gobierno y deseaban verle fuéra de él; lo cual sabido y entendido por el general procuró y supo el alojamiento de este nuevo tirano, que por su propio nombre era llamado Sagipa.

Y porque no le sucediese con él lo que con Bogotá, no quiso ir a dar en su alojamiento, mas enviole con algunos indios a decir que no estuviese obstinado en seguir la opinión de su antecesor Bogotá, si no quería haber el mismo fin, mas que luégo viniese a la amistad de los españoles y reconociese el vasallaje a su rey, como era obligado. Estaba fortificado en una alta sierra, que cae a las vertientes de las tierras de los indios llamados Panches.

Y asimismo el general entendió en atraer a sí a los demás caciques y señores principales de la provincia, porque aunque, cómo se ha dicho, los más estaban de paz, jamás por sus personas habían visitado al general, mas enviarle con sus indios y sujetos los mantenimientos necesarios, y algunos presentes de oro y esmeraldas, y aun al principio usaron de una invención graciosa, y fue que como algunos indios salían de paz, el general enviaba los que fuesen a llamar a sus caciques para verlos, y como los caciques supiesen que los enviaban a llamar, componían y adornaban de sus trajes y hábitos cacicales, que son algo diferenciados de los que tienen otros indios, a otros de aquellos bárbaros, a los cuales enviaban con título de cacique a donde el general estaba, con los cuales, en presencia de los españoles, usaban los indios inferiores de las propias ceremonias y veneraciones que si fueran los mismos principales, porque así les era mandado. El general, creyendo que lo fingido era natural, hacía todo regalo a estos falsos caciques, y dábales bonetes y camisas de España y otras cosas con que iban muy contentos, que no poco provecho hacían para que después los señores naturales viniesen de paz, porque como supiesen que el general con alguno de los suyos comenzaba ya a entrar por sus tierras para por fuerza hacerles que hiciesen lo que antes de grado no habían querido hacer, temiendo el mal suceso de Bogotá y de otros muchos que en las guerras que habían principiado fueron muertos, y viendo el buen tratamiento que a los que salían de paz se les hacía, se venían todos a congratular y a ganar por la mano antes que los españoles llegasen a sus alojamientos y rancherías donde se habían retirado, y así con algunas salidas que a diversas partes se hicieron, fueron traídos a la amistad de los españoles todos los más de los caciques y señores principales, y personalmente venían a donde el general estaba alojado, a verle.

Los mensajeros que habían ido donde Sagipa, nuevo tirano de Bogotá, estaba alojado y fortalecido, volvieron sin efectuar cosa ninguna, porque pretendía seguir las pisadas de su antecesor, y aunque después por muchas veces fue rogado por el general, mediante los mensajeros que le eran enviados, a que viniese en la amistad da los españoles y a reconocer el dominio a su rey y señor, jamás se movió, si no fuera a hacer el mal y daño que podía, enviando desde lo alto de la sierra, donde estaba, los indios de su opinión, a que hiciesen mal en los que servían a los epañoles; y así bajaban tan desvergonzadamente, que muchas veces daban en los indios que andaban a coger hierba para los caballos, y los mataban.

El general, vista la rústica desvergüenza de este nuevo tirano, determinó de irlo a buscar a su alojamiento; aunque muchas veces salió de donde estaba con gente a buscarlo, nunca pudo dar con él, porque como este Sagipa había visto que mediante el caminar de noche habían dado en el cacique Bogotá y lo habían prendido o muerto, jamás se aseguró en un lugar, mas muchas o las más noches le acontecía anochecer en una parte y amanecer en otra, y viendo que con esta diligencia y solicitud no lo podía haber, y como ya en este tiempo los más de los caciques, mediante la buena diligencia de los españoles y de su general, estuviesen de paz, les mandó el general que en ninguna manera favoreciesen a Sagipa, que se intitulaba nuevo cacique de Bogotá, con comidas, ni lo visitasen, ni en sus casas recibiesen ellos ni sus sujetos ninguno de los indios que andaban amotinados y seguían la opinión y rebelión de Sagipa.

Fue este precepto del general tan guardado y cumplido por los caciques e indios amigos, que en pocos días constriñeron al tirano Sagipa a que viniese a convidar al general su amistad, y esto lo hizo tan pesadamente, que después de haberse ofrecido de ser amigo, gastó muchos días en mensajes y perambulos, primero que quisiese venir personalmente a donde los españoles estaban; mas al fin lo hizo, constreñido de temor y necesidad, que de una a otra parte le cercaban, y con toda la más de su gente, representando aquella bárbara autoridad y rústico señorío y majestad, vino un día a donde el general estaba, el cual lo recibió con mucha alegría y contento, y dándole algunas cosas de España que entre estos bárbaros son estimadas, y muchas cuentas de valor que entre ellos se usan por moneda, lo despidió diciéndole y amonestándole que si pensaba conservar la amistad de los españoles, que no volviese a la sierra, sino que habitase en su población y en ella permaneciese.

El cacique y tirano Sagipa se volvió muy contento con el buen recibimiento que se le había hecho, y dende en adelante por algunos días no dejó de visitar al general personalmente y con mucha familiaridad, sin tener ni dar muestras de ningún resabio, porque jamás el general le habló ni trató del oro de Bogotá, con que se había alzado, porque pretendía primero con prudencia, por halagos y buenas obras, obligar a este tirano a que de su voluntad diese lo que no era suyo ni le pertenecía, pues propiamente era hacienda de Bogotá, su antecesor, que por su rebelión y obstinada alteración, que contra los españoles había tenido, en no haber querido dar la obediencia a su majestad, aunque le había sido requerido por muchas veces, se entendía haber incurrido en perdimiento de todo ello, y pertenecer al Rey o a los españoles presentes; y por esta vía pretendía el general que este Sagipa le entregase pacíficamente el oro y esmeraldas de Bogotá, dejado aparte que, como se ha dicho, este señorío y cacicazgo de derecho le venía y pertenecía al cacique de Chía, a quien por su primera paz y conservación de ella, tenían obligación de favorecer el general y sus soldados y ampararlo en su cacicazgo; pero todo esto se dejaba para mejor ocasión.

En este tiempo tuvo el cacique Sagipa necesidad de entrar a hacer guerra en la tierra de los Panches, enemigos antiquísimos de la gente Mosca; y para entrar más seguro, y haber más entera victoria, rogó al general que le fuese a ayudar con su gente, el cual para más le obligar a su amistad, y a lo que de él pretendía, fue con quince hombres de a caballo y algunos peones en compañía de Sagipa, que llevaba arriba de cinco mil indios de guerra, y entrando por las tierras y poblaciones de los Panches, hicieron en ellas todo el daño que pudieron, y después de haber corrido mucha parte de la tierra de los Panches, comarcana a la de los Moscas, y haberla arruinado toda y muerto muchos indios, se volvieron al valle de Bogotá, que llamaban de los Alcázares, y después de haber llegado al alojamiento de los españoles, el general se determinó de hablar a Sagipa, para que le entregase el oro y esmeraldas del cacique Bogotá, su antecesor, y poniendo en efecto su plática, le dijo que bien sabía cómo el señor Bogotá era muerto, el cual siempre había estado rebelde contra el servicio de su Majestad, y en señal de su rebelión y alteración había con continuas guerras perseguido los españoles, por lo cual tenía perdido el oro y esmeraldas y otra hacienda cualquiera que poseyese, todo lo cual era notorio que él lo tenía y poseía; que le rogaba que pues los españoles habían de permanecer en aquella tierra, y a él le era necesaria su amistad, que si quería conservarla les entregase todo el oro y esmeraldas que de Bogotá, el muerto, tenía en su poder.

Sagipa respondió que era verdad que él lo tenía y poseía, y que era contento de darlo y entregarlo todo, sin que quedase cosa ninguna, y porque le fue interrogado la cantidad que sería de oro y el término a que se ofrecía a entregarlo, dijo que el oro que él tenía de Bogotá que había de entregar, sería en tanto cuanto cabía en cierto aposento pequeño que allí estaba y tenía presente, que era una muy gran cantidad, y tres escudillas muy grandes llenas de finas esmeraldas, y que lo daría dentro de veinte días, sin que en ello hubiese falta; y todo esto prometía el bárbaro, creyendo que lo habían de dejar ir por el oro; pero el general, que ya entendía hasta dónde se entendía la verdad de estos bárbaros, le dijo que para que su palabra se cumpliese y hubiese efecto lo que decía, se quedase aquellos veinte días en el alojamiento, porque si se viese fuéra de él no le pareciese hacer otra cosa; pues era general costumbre entre los indios no guardar ni cumplir su palabra con integridad. El cacique y tirano Sagipa dio muestras de no pesarle lo que el general hacia en tenerle allí, respondiendo que él era muy contento de ello, y así luégo envió por sus mujeres y criados, y los tuvo allí, sirviéndose con autoridad de cacique todo el término de los veinte días; en los cuales nuestro general y españoles se hallaron los más ricos hombres del mundo, considerando las riquezas que Sagipa les había prometido de ponerles en las manos, porque si lo que este bárbaro decía que habla de dar, diera y cumpliera, para cada español había un buen quintal de oro, y aun dende arriba, sin las esmeraldas que eran de gran valor.

Pero los veinte días se pasaron y tras de ellos otros veinte, y por aquí se fueron multiplicando y acrecentando los términos y plazos, y con el no cumplir su promesa, comenzó Sagipa a perder de su autoridad y a ser menos bien tratado que de antes, porque pretendió cumplir con solas palabras, y aun lo hizo así aunque a su costa; porque pasa de esta manera, que como este bárbaro, o por no tener lo que había dicho que daría, o por no despojarse de ello, hubiese traído muchos días en palabras y mentiras al general, fue molestado con algunas prisiones, para ver si por esta vía sacarían de él virtud, y como tampoco esto aprovechase, los capitanes y soldados pusieron acusación al Sagipa ante su general, diciendo que se había alzado con aquel oro y esmeraldas de Bogotá, que por las causas arriba referidas pertenecía al fisco real y a ellos; y hechas las informaciones necesarias con los propios indios de la tierra, que dijeron todo lo que querían y sabían, fue condenado el pobre preso a quistión de tormentos, para que declarase el oro y esmeraldas de Bogotá, siendo ante todas cosas proveído de curador; y aubstanciándose el proceso muy judicialmente, de suerte que no llevase nulidades, como cosa que tanto importaba, puesto a quistión de tormento, este miserable dijo que le llevasen los españoles donde él los guiarla, y que allí estaba enterrado el oro y lo sacarían todo. Luégo fue sacado de la prisión, y encargado a buenos soldados, que con todo recaudo y custodia lo llevasen por donde él los guíase, el cual los llevó por muy ásperas sierras y despeñaderos, de uno de los cuales, como hombre desesperado, se quiso arrojar donde en poco espacío de tiempo quitara su persona de los temporales tormentos a que estaba condenado, y a sus adversarios de congoja y trabajo; pero fue detenido de los que lo llevaban por una cabuya y gruesa soga, que por fiador llevaba al pescuezo; y visto que su intención de este cacique era buscar modos cómo irse de poder de los españoles, muerto o vivo, lo volvieron a la prisión, donde le fueron renovados los tormentos para que declarase dónde tenía el oro; pero como pertinazmente lo negase todo, y por ello se le fuesen agravando las penas, dentro de pocos días murió en la prisión y tormento, sin dar más que la esperanza que al principio había dado; y así fue llevado y sepultado por sus sujetos y parientes, aunque universalmente todos los indios, como se ha dicho, aborrecían el señorío de este Sagipa, por ser tan tirano como Bogotá, y por eso no fue sentida ni llorada su muerte por todos los de las provincias sujetas a Bogotá, según lo acostumbran hacer en muertes de semejantes señores y caciques.

|Capítulo décimocuarto En el cual se escribe cómo fue repartido entre los españoles todo el oro y esmeraldas que en el Nuevo Reino habían habido, y cómo la ciudad de Santafé fue poblada.

Perdida de todo punto la esperanza de haber el oro y esmeraldas del cacique Bogotá, el general y sus capitanes y soldados determinaron que todo el oro y esmeraldas que en las contiendas y sacos pasados se habían habido, se partiese y dividiese conforme al cargo de guerreador que tenía; porque todo el oro que el general y españoles habían habido en este Nuevo Reino, desde que entraron en el valle de la Grita hasta esta sazón y punto, todo se había juntado y traído a montón, sin que ninguna persona osase defraudar un tomín, por los grandes temores que el general les tenía puestos con el rigor de sus ordenanzas; y así hechas las partes, cupo a cada peón a quinientos y veinte pesos, y al jinete u hombre de a caballo, doblado, que llamaron dos partes, y a los capitanes, doblado que a los jinetes, y el general, después de haber sacado el quinto de todo ello para el Rey, lo repartió todo por la orden dicha, entre los capitanes y soldados, todo lo demás.

En este tiempo ya había tan pocas cosas de las de España en poder de los españoles, que valían a excesivos precios. Todos o los más andaban vestidos de sayos y capas de mantas de la tierra, hechas de algodón, blancas y coloradas, y pintadas de pincel; que las hacian esta gente Mosca, muy curiosamente. Valía una herradura para herrar los caballos, treinta pesos, y un ciento de clavos de herrar, ochenta pesos, y así salía el caballo herrado de todos cuatro pies en ciento cincuenta pesos de buen oro, y así muchos tenían por mejor hacer herraduras de oro bajo, que era medio oro, y herrar con ellas sus caballos, que comprar herraduras de hierro. Un caballo común, que se suele llamar matalote, valía y se vendía en mil pesos, y dende arriba; y si era caballo de buenas obras parecer, valía dos mil pesos; y a este respecto eran los precios de las otras cosas que de España acertaban a haber, que eran bien raras, pues las hechuras de las capas y sayos y gorras que de mantas se hacían, no eran en menos moderados que los precios de las otras cosas que se vendían; y así se estuvieron nuestros españoles con estos vestidos y trajes de mantas, hasta que entró gente del Perú en la tierra con Benalcázar, que por sus dineros les proveyeron de muchas cosas para el ornato de sus personas.

Estando, pues, ya resolutos, como atrás queda dicho, el general y sus españoles en que la tierra se poblase y en ella permaneciesen, el general llamó muchos de los caciques y señores de esta provincia de Bogotá y les dijo cómo para su bien y conversación y conservación, los españoles querían permanecer en la tierra y vivir en ella, y tenían necesidad de un sitio bueno y acomodado en que hiciesen sus casas y moradas; que ellos, si de ello eran contentos, se lo señalasen y diesen de su mano, tal cual convenía. Los principales le dieron por respuesta que se holgaban de que quisiesen permanecer en su tierra los españoles, por el bien que de ello se les podía seguir, y que ellos mismos, pues había de ser el sitio para su habitación, lo buscasen, escogiesen y eligiesen en la parte y lugar que mejor les pareciese, que ellos les harían las casas en que viviesen.

El general, esto visto, envió de sus capitanes y personas principales, por dos vías, a que viesen la tierra que caía dentro del valle de los Alcázares, dicho ahora de Bogotá, y mirasen con atención el lugar más acomodado para la vivienda de los españoles. Los capitanes San Martín y Gómez de Corral fueron por parte del valle y serranía que cae hacia los Panches, que es al occidente, y los capitanes Lebrija y Céspedes, fueron por la parte del valle que cae hacia la cordillera y serranía de los llanos de Venezuela, que es al oriente; los cuales, vueltos de ver la tierra, les pareció que el mejor sitio para poblar era el donde al presente está la ciudad de Satafé, poblada, que en aquella sazon era un lugarejo de indios llamado Tensaca, que tenía a su cargo un capitán y principalejo sujeto a Tunja; y las causas por donde de los sitios del valle de los Alcázares se tuvo por el mejor este de Tensaca, era porque de más de estar bastecido de leña, hierba y agua para el servicio de los españoles, y conservación de los españoles, era lugar más corroborado y fortalecido para la defensa de los españoles y conservación de los que en la tierra quedasen; porque ya a esta sazón tenía el general determinado de irse en España a dar cuenta a Su Majestad de la tierra que había descubierto y de lo que en ella había, y había de llevar consigo sesenta hombres para su seguridad, porque había de salir por el propio camino que había entrado, y llevando toda esta gente, eran pocos los españoles que en la tierra quedaban, y tenían necesidad de residir en el lugar acomodado para resistir la furia de los indios, si en algún tiempo se rebelasen; y es este sitio un poco alto y algo escombrado y raso, y que de lo alto de la sierra no les podían ofender los indios, ni en ninguna manera se podían aprovechar en él contra los españoles; y por los respectos dichos se determinaron de que el pueblo se hiciese y fundase en el sitio y lugar que he dicho.

Y así el general al capitán Gómez de Corral con ciertos soldados, y con ellos los caciques e indios del valle, los cuales luego hicieron las casas que fueron necesarias para la habitación y vivienda de los españoles, que fueron bohíos de varas y paja cubiertos; los cuales después por muchos años les sirvieron de moradas, hasta que empezaron a hacer casas de tierra y tapias. Hechas las casas y rancheria, el general se mudó a ellas y allí fundó su pueblo, al cual llamó la ciudad de Santafé, así por ser, como he dicho, él natural del Reino de Granada, como por estar esta ciudad fundada y asentada a los remates de una ancha y larga vega muy llana y semejante a la en que está fundada la ciudad de Santafé, en la de Granada; e hizo sus alcaldes y regidores, para la administración de las cosas tocantes a la república, y repartió solares e hizo y nombró otros oficiales, que en semejantes nuevas fundaciones de pueblos se suelen hacer, y juntamente con esto repartió los naturales de la provincia de Bogotá a los vecinos y personas que con él estaban que tenían más méritos y calidades en sus personas, dando a cada un cacique y capitán con sus sujetos en depósito y encomienda, para que le diesen el sustento necesario, acerca de lo cual hay poco que tratar aquí; porque en lo que toca a la condición de estas encomiendas de indios, y otras circunstancias que les competen, y el modo de pagar de tributos, yo lo dejo declarado bastantemente en el primer libro, sobre el repartimiento que el gobernador García de Lerma hizo de los naturales de Santa Marta, donde el que lo quisiere ver podrá acudir.

Hechas todas estas cosas por el general, con las cuales le pareció que bastantemente tenía dado asiento en la perpetuidad de la tierra, puso luégo en efecto su camino e ida a España, y dejando en la ciudad de Santafé por justicia mayor a Hernán Pérez de Quesada, su hermano, y encargada la conformidad al pueblo, tan necesaria para su perpetuidad, se partió de la ciudad de Santafé, la vuelta del valle de la Grita, y en el camino acordó volver a Somendoco, a ver si podía haber algunos engastes ricos de esmeraldas de las minas do se sacaban; y dividiendo su gente, envió la una parte con todo el oro que llevaba, que le fuese a esperar a la población de un cacique llamado Tinjacá que cae en la provincia de Tunja; y él se fue con la otra parte de la gente a Somendoco, y minas de las esmeraldas, adonde se detuvo algunos días, en los cuales la gente y soldados que le estaban esperando en Tinjacá tuvieron noticia cómo adelante de Sogamoso, en cierta provincia de indios llamados Leches, había una casa que por ser tan abundante de riqueza de oro, era llamada la casa del Sol, donde muchas gentes Moscas se enterraban e iban a idolatrar, de quien adelante daremos más larga relación.

Los españoles a quien esta noticia se había dado, pareciéndoles poco oro el que a España llevaban, acordaron rogar y suplicar al general que dilatase la ida para más adelante, pues la fortuna les ofrecía aquel gran tesoro de la casa del Sol, que según los indios le figuraban era innumerable y estimado. Con este intento y alegre nueva, llegó el general de las minas de las esmeraldas por do había ido, el cual viendo el designio que todos sus soldados tenían, y cuán deseosos estaban de ir a la casa del Sol antes que a España, y lo mucho que a ello le incitaban con sus ruegos, y que si así era como se decía, a él le cabría también parte, dio la vuelta a Bogotá, para de allí más cómodamente hacer esta jornada, donde se detuvo algunos días, que no fue poca la utilidad que a sus soldados se les siguió de este impedimento y estorbo de no conseguir su ida en España, porque dentro de pocos días entraron en el Reino los capitanes Benalcázar y Federmán, con más de trescientos hombres, los cuales, si en él no hallaron al general Jiménez de Quesada con toda su gente junta, es cierto que despojaran de la posesión en que estaban de los indios y provincias del Nuevo Reino a los pocos españoles que en la ciudad de Santafé habían quedado poblados, como en el siguiente libro se tratará.

13 En la “tabla” de Sevilla dice: “un Segiba, capitán general que fue de Bogotá”. La versión del manuscrito define a Sagipa como uno de los capitanes generales del cacique, Sagipa o Saxagipa fue el sucesor del Bogotá.

| LIBRO CUARTO

|En este cuarto libro se escribe la entrada de los capitanes Benalcázar y Federmán en el Nuevo Reino, y su ida, juntamente con el general Jimenez de Quesada, a España; la población de las ciudades de Vélez y Tunja; las jornadas que Hernán Pérez de Quesada hizo en descubrimiento de la casa del Sol y del Dorado y el suceso de ellas, y la subida de Jerónimo Lebrón, gobernador proveído por Santo Domingo al Reino; la jornada que el capitán Maldonado hizo a los Palenques; la venida del adelantado don Alonso Luis de Lugo a Indias, y lo que en el Nuevo Reino hizo, y cómo para que le temas, residencia a el y a otros gobernadores fue proveido el licenciado Miguel Díaz Armendáriz, con el suceso de su gobierno, y cómo fue proveída Audiencia de presidente y oidores en el Nuevo Reino; y el tiempo en que se asentó; y los oidores que ha habido en ella hasta este tiempo, con otros muchas cosas y sucesos que ha habido en las ciudades de Santafé, Tunja y Vélez, hasta este tiempo, asi entre Indios y españoles, como los españoles solos entre sí.

|Capítulo primero En el cual se escribe la salida de los capitanes Sebastián de Benalcázar | 1 y Federmán | 2 de Perú y de Venezuela a descubrir tierras nuevas, y cómo vinieron entrambos con su gente en un mismo tiempo a dar en el Nuevo Reino de Granada, después de haber un año que lo habían descubierto y estado en él el general Jiménez de Quesada.

A esta provincia del Nuevo Reino de Granada se vinieron a juntar y salir los capitanes Federmán y Benalcázar, tenientes de gobernadores, que algunos años antes que el general Jiménez de Quesada habían salido con gente española de muy diferentes provincias a descubrir nuevas tierras, y aun casi en demanda de este Nuevo Reino, porque el capitán Nicolás Federmán, teniente de Jorge Espira, gobernador de Venezuela, saliendo de la ciudad de Coro, poblada en la costa del Mar del Norte, casi en demanda de esta propia tierra, se pasó de la otra parte de la laguna de Maracaibo, con designio de seguir un camino que pocos años antes había llevado Micer Ambrosio, gobernador de la propia provincia, por el cual había llegado a los términos que ahora tiene la ciudad de Pamplona, que confinan con la gente Mosca, donde Micer Ambrosio torció la vía y erró la tierra, como en su historia se cuenta; pero arrepintiéndose de ello, se volvió de las provincias de Pacabueyes y valle de Upar, con toda su gente, a atravesar la laguna de Maracaibo y a seguir su descubrimiento por la vía de los llanos de Venezuela, por donde su gobernador Jorge Espira había entrado a descubrir, el cual, de industria, erró en el camino, y prolongando las sierras y cordillera de la tierra del Nuevo Reino, que caen sobre estos llanos, intentó diversas veces de atravesarlas, y nunca pudo, hasta que llegó al paraje del pueblo de Nuestra Señora, donde al presente está poblada la ciudad de San Juan de los Llanos, y por hallar por allí mejor y más apacible camino para atravesar la cordillera, se metió por la serranía adelante, y pasando por grandes montañas y Sierras y frigidísimos páramos, vino a parar a las tierras de mil cacique Mosca, sufragano a la ciudad de Santafé, llamado Pasca, donde a la sazón estaba el capitán Lázaro Fonte, a quien por cierto desacato habla el general Jiménez de Quesada condenado a cortar la cabeza, y por ruego de todos los españoles le conmuté la sentencia en que estuviese con unos gruesos grillos de hierro a los pies en este pueblo de Pasca, que aún no estaba bien de paz, con rigor y apercibimiento de que si se quitaba los grillos y se le averiguaba, se ejecutarla en su persona la pena de muerte.

Este capitán Lázaro Fonte tuvo noticia de los indios naturales cómo por aquella parte de la cordillera y páramos que caen sobre los llanos entraban españoles o gentes de la propia suerte que los que en el Reino estaban, y traían caballos y perros; que esta noticia más la daban por señas que por palabras, porque no había indio en aquel pueblo que supiese hablar la lengua española o castellana 3; | y entendiendo el capitán Lázaro Fonte, por lo que los indios le daban a entender, ser españoles, dio aviso de ello a1 general Jiménez de Quesada, escribiéndoselo en un pedazo de cuero de venado, que era el papel que entonces se usaba, y la tinta era hecha del betún que llaman bija, que era colorada.

El general, recibida la carta, presumió que fuese lo que en ella venía escrito, compuesto por Lázaro Fonte, porque le diese libertad y lo mandase venir; mas con esta sospecha no dejó de enviar ciertos españoles que fuesen a certificarse si era verdad que de aquella parte de la sierra venía gente, como se le había escrito, porque al tiempo que Lázaro Fonte dio el aviso, aún no sabía qué gente era ni de dé venían, ni qué superior traían; y estando así suspenso el general Jiménez y toda su gente esperando la certidumbre de qué gente fuese la que por los páramos de Pasca entraba, le dieron otra nueva los indios de la tierra, diciendo que de la otra banda del río grande, junto a la provincia de Neiva, habla muchos españoles con caballos y gran cantidad de puercos, que fueron los primeros que entraron en el Reino; y aunque de estas cosas no sabían los indios los nombres propios, por señas lo figuraban y daban a entender. Esta gente que salió a la provincia de Neiva y después vino a entrar en este Nuevo Reino, por cierto pueblo llamado Tibacuy, era el capitán Benalcázar, que después fue adelantado de Popayán, que habiendo salido de las provincias del Perú, por comisión del gobernador de ellas, don Francisco Pizarro, que después fue marqués, venía descubriendo nuevas tierras y camino para que por tierra se tratase la provincia de Perú con la Mar del Norte, y cuando llegó a este paraje de Neiva, dejaba ya descubierta toda la gobernación que por él fue dicha de Benalcázar, y ahora se dice de Popayán.

El general Jiménez de Quesada, teniendo ya entera noticia de cómo los españoles que por Pasca entraban era gente de Venezuela, procuró saber asimismo qué gente fuese estotra, y cómo venía; porque al tiempo que salió de Santa Marta, hubo nueva en aquella ciudad que en Perú se habían amotinado ciertos capitanes, y temía no fuese alguno de ellos, que se hubiese metido huyendo la tierra adentro, y para este efecto envió a su hermano Hernán Pérez de Quesada y al capitán Céspedes con otros doce de a caballo y doce peones, para que viesen y reconociesen la gente que era, y le diesen de ello aviso, y asimismo envió al capitán Pero Fernández de Valenzuela que fuese con otros ciertos caballeros a recibir a Federmán, y a darle la enhorabuena de su llegada y a reconocer la gente que traía, y que procurasen que se juntasen todos y se sometiesen debajo de su dominio y jurisdicción. El capitán Valenzuela fue a Pasca, y vio a Federmán y a su gente, y vio cuán distraídos venían de vestidos y trabajados del camino, por respecto de haber sido tan largo; y diose tan buena orden en todo, que trajo fácilmente con su discreción y prudencia, que era mucha, a Federmán, y que haría lo que quisiese el general Jiménez de Quesada; y dejando encargada su gente al capitán Pedro de Limpias, se vino a Santafé a ver con el general Jiménez, donde fue muy bien recibido, y se confederaron los dos generales muy amigablemente, que fue asegurar un paso harto peligroso, como luégo se dirá; porque el general y teniente Federmán, como en aquella sazón la gobernación de Venezuela era de los Berzares, mercaderes alemanes, pretendió al principio que la tierra del Reino entraba en su gobernación; pero de todo esto se apartó, como he dicho, con designio y palabras de ser él y su gente amigos del general Jiménez de Quesada, y ser aprovechados todos de lo que en la tierra hubiese, y así se volvió a Pasca para traer toda su gente a la ciudad de Santafé.

Hernán Pérez de Quesada, que había ido a reconocer la gente y españoles que hablan llegado a Neiva, pasó el río grande, y luégo dio en el rastro de la gente de Benalcázar, por el cual y por las rancherías y alojamientos que hacían, reconocieron ser mucha gente, y recatadamente lo fueron siguiendo, hasta que lo descubrieron en una provincia llamada la Sabandija, llamada de este nombre por cierta manera de arañas o mosquitos que en ella se crían, que picando en la carne alzan la roncha, y queda en ella gran dolor y escocimiento por tres o cuatro horas. Hernán Pérez de Quesada, como descubrió el alojamiento de los de Benalcázar, se encubrió en una pequeña montaña con la gente que con él iba hasta ver si podía haber alguna persona de los de Benalcázar, de quien se informase y supiese lo que pretendía, y para este efecto envió seis peones por la falda del monte, que se pusiesen en salto, en parte donde hubiesen algún español o indio ladino desmandado. Los seis soldados fueron a dar a un río que pasaba por el alojamiento de los de Benalcázar, donde hallaron tres soldados pescando, y prendieron los dos y el otro se les fue por pies, los cuales trajeron donde Hernán Pérez estaba, y de ellos se informó quiénes y cuántos eran, y el capitán que traían, y la derrota que llevaban que era descubrir hasta la Mar del Norte, a los cuales Hernán Pérez dijo asimismo por quién era enviado y dónde estaban, y la tierra que tenían descubierta, y cómo no había salido de Santafé más de avisarles que iban perdidos, y con esto los solté y envió a su alojamiento, el cual hallaron muy alborotado y puesto en arma, con la nueva que el soldado que se huyó en la pesquería les había dado; y sabida la realidad de la verdad por Pedro de Puelles, que por ausencia de Benalcázar tenía a su cargo la gente que allí estaba, porque en esta sazón había ido el general Benalcázar a descubrir con gente, fue asegurado, y para más asegurar envió dos hidalgos de los principales del campo, el uno llamado Juan Cabrera y el otro el capitán Melchor de Valdés, a que hablasen a Hernán Pérez de Quesada y a los que con él estaban, y le saludasen y asegurasen de su parte que podía ir sin recelo ninguno a su alojamiento y holgarse con ellos algunos días.

Hernán Pérez de Quesada lo hizo así y fue bien recibido de Pedro de Puelles y de los que con él estaban; y aquella misma noche vino el general Benalcázar a su alojamiento, llamado de su alcalde mayor Pedro de Puelles; y el día siguiente, después de haber oído misa, se trataron y comunicaron muy familiarmente, y Hernán Pérez de Quesada fingió haber sido enviado por su hermano, el general, a avisar a Benalcázar que no se metiese en descubrir por aquella vía la Mar del Norte, que se perdería, por haber en su compañía personas que habían andado aquella tierra, y visto su maleza y espesura de montañas. Benalcázar se lo agradeció y se ofreció a él y a otras personas principales que en su compañía iban, que recibiesen de él algunas dádivas, como eran ropas de vestir, porque en su hábito daban a entender la necesidad que de ellas tenían, porque iban todos vestidos de ropa de algodón, por defecto de no tener otra cosa, y así los soldados de Benalcázar burlaban de los vestidos y hábitos que llevaban los de Jiménez; porque como ellos habían salido de Perú, tierra muy rica y próspera, iban bien pertrechados de todo lo necesario de cosas de España, para el ornato de sus personas, como eran ricos vestidos de sedas y finos paños, vajillas de plata, cotas de malla, y gran servicio de indios de Perú, y mucha cantidad de puercos para su sustento, y en todo hacían gran ostentación, y muestra de no padecer ninguna necesidad; y como he dicho, Hernán Pérez y los que con él iban, si no eran los caballos y sus personas, espadas y hierros de lanzas, otra cosa no podían decir que llevaban, ni tenían de España; y con toda esta necesidad, jamás pudieron abatir a los del Reino que recibiesen de ellos alguna cosa de las muchas que les ofrecían, y concluyendo en todo Hernán Pérez de Quesada, recibió palabra y fe de Benalcázar, que no pasaría del río grande hacia el Reino, pues le constaba que juntamente el general Jiménez y su gente poseían aquella tierra, y con esto se volvió muy contento a Santafé, donde su hermano estaba, y le dio entera relación de todo lo que pasaba; pero Benalcázar no pudo cumplir su palabra, porque fue forzado a quebrantarla por sus soldados que tuvieron deseo de ver qué tierra era el Reino, en la cual pretendían permanecer los del general Jiménez de Quesada, y así pasando luégo el río grande, se vino con su gente a alojar a un pueblo de indios Moscas de la provincia de Bogotá, llamado Tibacuy, donde tuvo noticia de cómo la gente de Federmán estaba en Pasca alojada; y a esta sazón había ido el mismo Federmán, según he dicho, a Santafé a verse con el general Jiménez.

Benalcázar, sabida esta nueva, y habiéndole parecido bien a él y a sus soldados la tierra donde estaba, y principio que de ella había visto, deseando apoderarse en ella, escribió una carta a Federmán induciéndole a que entrambos juntasen su gente, que eran cada ciento sesenta hombres, y apoderándose de toda la tierra del Reino, echasen de ella al general Jiménez de Quesada. Esta carta llegó a poder de Pedro de Limpias, a quien con su gente había dejado Federmán, el cual se holgó mucho de verla, y deseé que lo que Benalcázar escribía, se efectuase; pero como Federmán estuviese ya, según se ha dicho, confederado con el general Jiménez, y fuese hombre de pundonor y amigo de cumplir su palabra, no se curó de lo que Benalcázar le escribía, ni de lo que su capitán Limpias deseaba; y así tomó toda su gente y se fue la vuelta de Santafé, donde le fue hecho a toda su gente muy buen recibimiento, saliendo todos los de la ciudad en orden de guerra fuéra de ella a recibirlos, para más obligarlos a su amistad.

En este ínterin supo el general Jiménez de Quesada cómo Benalcázar, contra lo que había prometido, se había entrado por la tierra del Reino, y estaba alojado en Tibacuy, adonde le envió a decir con el capitán Céspedes y otras personas principales, que por qué iba contra lo que había prometido, y que se debía abstener de no pasar adelante por la tierra que él tenía ya conquistada y pacificada, si no quería inventar y ser causa de discordias nuevas. Céspedes llegó a Tibacuy y dio relación de su embajada a Benalcázar, el cual pretendía ser suya la gobernación del Reino por cierta cédula que la princesa le había dado, para que descubriese y fuese gobernador de lo que había entre la Mar del Sur y la del Norte, de tal parte a tal parte. Benalcázar, sabido cómo Federmán se había juntado con su gente al general Jiménez de Quesada, perdió de todo punto la esperanza que tenía de apoderarse en la tierra del Nuevo Reino, y así se entretuvo en Tibacuy algunos días con mensajes que de una parte a otra iban, hasta que ordenaron de que él y el general Jiménez se viesen y hablasen, el cual, dejando su gente alojada en Tibacuy, se fue con quince hombres de a caballo a la ciudad de Santafé, donde juntándose todos tres generales y tenientes de gobernadores, trataron en dar orden en lo que convenía para la paz y quietud de los españoles y perpetuidad de la tierra.

La gente y soldados de Benalcázar, como venían del Perú, donde siempre se deseaban novedades, siguieron luégo tras de su general, y cuando no pensaron, supieron en Santafé cómo estaban dos leguas de allí, en un pueblo de indios llamado Bosa, a donde les llegó mandado de su general Benalcázar que se alojasen y de allí no pasasen hasta que se lo mandase.

Los tres generales, tratando en sus confederaciones, concertaron que por la pretensión que cada uno decía tener a la tierra del Nuevo Reino, que la gente de Federmán quedase en ella, como más pacífica, con la del general Jiménez, y que de los de Benalcázar, como gente más briosa, solamente quedasen cuarenta hombres, a los cuales Jiménez diese de comer, y el resto de la gente fuese con el capitán Juan Cabrera a poblar la tierra que atrás dejaba Benalcázar descubierta, y todos estos soldados que en el Reino habían de quedar, quedaban debajo de la jurisdicción de la justicia que por mano del general Jiménez de Quesada les fuese puesta, donde poblando otros pueblos serían todos aprovechados y remediados, y que las tres cabezas se fuesen juntos a España a dar cuenta al Rey de lo que había y pretendían, donde Su Majestad haría lo que fuese justicia; y con este acuerdo los dos capitanes, Benalcázar y Federmán, vendieron lo que traían, de que cada uno hubo quince o veinte mil pesos, y juntando sus gentes, estuvieron cierto tiempo todas debajo de la jurisdicción y dominio del general Jiménez de Quesada, en tanto que los bergantines en que habían de navegar el río abajo, se hacían.

|Capítulo segundo En el cual se escribe cómo el general Jiménez de Quesada mandó hacer bergantines, para en que él y los demás capitanes se fuesen el río abajo a Cartagena, y cómo Benalcázar tomó a intentar de quedarse | 4 con la tierra.

Hecho el concierto referido, entre los tres, capitanes, Jiménez de Quesada luégo propuso ponerlo por la obra, para el cual efecto envió al capitán Albarracín con gente a una provincia y pueblo llamado Guataquí, que es en la provincia de los Panches, cerca de donde después se pobló la ciudad de Tocaima; porque por esta provincia y pueblo de Guataquí pasa el río grande de la Magdalena, que teniendo sus nacimientos arriba de las provincias de Neiva, se junta con las aguas que manan y corren de las provincias de Bogotá, y hacen un caudaloso río, llamado el río de Bogotá, que es otro ramo y nacimiento del río grande. Estos dos ríos se imitan ocho leguas antes de esta provincia de Guataquí, y cuando vienen a pasar por ella juntos, son ya tan caudalosos y van tan llanos que se puede navegar por ellos. De estos dos ríos, que son exordio y principio de este río grande, trataremos más particularmente adelante.

En tanto que el capitán Albarracín con la gente que se le había dado, se entretenía haciendo los bergantines, los tres generales se estaban en la ciudad de Santafé cada cual entre sus amigos y conocidos procurando el más oro que podía para España, y procurando pacificar por mano del general Jiménez de Quesada, en quien había quedado la administración de la justicia, como antes se la tenía, la tierra de Bogotá, porque con la mucha gente española que a la provincia había ocurrido en tan breve tiempo, intentaron los indios novedades por no poderlos sustentar, a fin de que con la falta de la comida se fuesen de la tierra y el nuevo señor de Bogotá, que al tirano Sagipa había sucedido, asimismo se había rebelado y recogido con toda su gente a una provincia llamada Tena, y en cierto sitio acomodado para ello se había fortalecido y recogido con toda su gente, desamparando de todo punto sus pueblos.

El general Benalcázar envió a su capitán Juan Cabrera con toda la más de su gente, que se fuese la vuelta de Neiva, y por allí se entretuviese hasta ver si él les enviaba a llamar; porque Benalcázar, como era hombre de mucho brío y ambicioso, deseaba con gran instancia quedar con el gobierno del Reino, y ayudaban a esta su natural condición e inclinación algunos soldados de los del general Federmán, que deseaban que hubiese novedades, y a ello incitaba mucho el haber el general Jiménez de Quesada tratado de dejar por su teniente y por justicia mayor en el Reino a Hernán Pérez de Quesada, su hermano, al cual muchos soldados, por sus particulares pasiones, tenían por indigno e incapaz del cargo, y quisieran que quedara con el uno de los tres generales; y como en el general Benalcázar veían muestras y apariencias de ser y estar aficionado a la tierra, y desear el gobierno de ella, no faltó quien trató con él lo que muchos soldados deseaban y tenían en voluntad, aborreciendo, como he dicho, el gobierno de Hernán Pérez.

Benalcázar, como hallase este aparejo y se le diese esta noticia, trató y concertó que porque de intentar su quedada en el Reino, si se intentaba como algunos querían, en la ciudad de Santafé, donde a la sazón residían, podía seguirse algún perjudicial tumulto y alboroto, por estar el general Federmán y los más de sus soldados de la parcialidad y opinión del general Jiménez de Quesada, y todos juntos en Santafé, que debían dilatar el nego­cio para el tiempo del embarcar en Guataquí, donde el capitán Pedro de Limpias, que con más instancia deseaba este negocio, llegaría con amigos suyos, y fingiendo que forzaban a Benalcázar a que se quedase en la tierra, y echarían mano de él, y lo retendrían por fuerza, y harían que los otros dos generales prosiguiesen su viaje, y con este trato y resolución llegó el tiempo en que los bergantines de todo punto se acabaron e hicieron, en el cual el general Jiménez de Quesada procuró asímismo dar asiento en todo lo que en la tierra se había de hacer; ordenó que luégo que él se fuese el río abajo, se poblasen otros dos pueblos de españoles en los términos del Reino, que es la gente Mosca, y que el uno fuese a poblar el capitán Gonzalo Suárez Rondón, en la tierra del cacique y señor de Tunja, y el otro fuese a poblar el capitán Martín Galeano, en tierra del señor de Chipatá, que es una provincia cercana al valle de la Grita, por, donde entró el mismo general y su gente, cuando entró en este Nuevo Reino; y juntamente con esto repartió los naturales que en estas dos provincias había, en los que las habían de ir a poblar, y dejando recibido por el cabildo de Santafé, y por toda la demás gente que en el Reino había, de quedar por teniente general y justicia mayor a su hermano Hernán Pérez de Quesada, así de la ciudad de Santafé como de los demás pueblos que se poblasen, se fue a embarcar con los otros dos generales y otras muchas personas principales que habían habido cantidad de oro, con que podían vivir muy holgada y descansadamente en su tierra.

A esta sazón había salido de la ciudad de Santafé el capitán Pedro de Limpias con gente a echar fuéra del valle de Tena al señor de Bogotá, que como se ha dicho, estaba allí recogido con mucha gente, por no servir a los españoles; y como con su gente entrase Limpias en este valle, toda la gente Mosca que por él estaba esparcida se recogió a la mesa y sitio donde estaba fortalecido el cacique Bogotá, donde se vinieron a recoger más de cinco mil indios. Los españoles determinaron de asaltar el lugar donde estaba Bogotá recogido, y echar fuéra de él toda la gente Mosca, para que se fuesen a sus pueblos, lo cual intentaron una madrugada, poniéndose a subir por una cuesta arriba muy derecha y áspera y de muy gran riesgo para ellos. Los indios, como pretendían defenderse, estaban a punto de guerra y tenían puestas en el cantón del sitio de su alojamiento gran cantidad de piedras, para arrojar a los españoles si quisiesen subir, lo cual pusieron en efecto luégo que lo sintieron marchar la cuesta arriba hacia su alojamiento, contra los cuales derribaron el número de las piedras que tenían juntas, que no debían de ser pocas ni muy pequeñas, y a esta manera de ofensa y defensa llaman los españoles galgas; y como las galgas y piedras se les acabaron, y viesen que los españoles subían, el señor de Bogotá y otros caciques y principales que con él estaban, mandaron a los indios, porque los españoles fuesen detenidos y ellos tuviesen lugar de huir, que arrojasen sobre ellos grandes líos de mantas, y todas las vasijas y baratijas que tuviesen, lo cual hicieron los indios con gran presteza y diligencia con que entretuvieron harto tiempo a los nuestros, de suerte que tuvieron lugar de irse todos los principales y la mayor parte del mujeriego y gente menuda con el oro y piedras esmeraldas que allí tenían recogido. Finalmente los españoles subieron y entraron por fuerza al alojamiento y arruinaron y ahuyentaron la más de la gente que en él estaba, que se arrojaban por grandes despeñaderos, donde se mataban y hacían pedazos, sin otros muchos que por las espadas se metían y allí morían, y en este asalto y desbarate, recibieron tal estrago los indios, y quedaron tan atemorizados, que nunca más este Bogotá y su gente se tornó a inquietar ni rebelar por trabajos que les ocurriesen.

Concluso esto, Pedro de Limpias, como ya sabía la ida de los generales a Guataquí a embarcarse, con los más de sus amigos, se fue al astillero donde los bergantines estaban, donde ya el general Jimenéz de Quesada había sido avisado del designio de Benalcázar y de Pedro de Limpias y de los demás de su opinión, por lo cual con toda presteza envió a llamar a su hermano Hernán Pérez, que había quedado en Santafé con el gobierno de la tierra, mandole que viniese donde él estaba, acompañado de los más amigos que pudiese. Hízolo así Hernán Pérez como su hermano el general le envió a mandar, y cuando Limpias llegó, hallé ya fortalecido a Jiménez con el favor de su hermano y amigos, y siendo frustrado de sus designios, fue preso por el general Jiménez de Quesada, y con su prisión se sosegó todo lo que estaba ordenado, y pacíficamente se embarcaron los tres generales en dos bergantines que se habían hecho, con todo lo demás del oro que en toda la provincia del Nuevo Reino se había habido, y se fueron a Cartagena, porque el general Jiménez de Quesada, pretendiendo ganar buenas y gratificatorias albricias de Su Majestad por la tierra que había descubierto, no quiso ir por Santa Marta temiendo que no estuviese en ella el adelantado de Canaria, o su mandato, y le tomasen cuenta de todo lo que había hecho y descubierto; y de Cartagena se embarcaron todos tres generales y muchos otros españoles de los que en su compañía iban, y se fueron la vuelta de España, donde llegaron en salvamento y dieron cuenta al Rey y emperador de a lo que iban.

1 En la “Tabla” de Sevilla dice: “Sebastián de Venalcáçar”.
2 En la “tabla” de Sevilla dice: “Fedreman”, forma la más común en el texto del manuscrito.
3 En el texto está tachada la palabra |española y vuelta a escribir entre líneas.
4 En la “tabla” de Sevilla se lee: “en la tierra”

|Capítulo tercero |5. En que se escribe cómo Hernán Pérez de Quesada salió con gente en descubrimiento de la casa del Sol, y pasando por las provincias de los Laches llegó a las provincias de los Chitareros, donde ahora está poblada la ciudad de Pamplona.

Hernán Pérez de Quesada se quedó con el gobierno de la tierra pacíficamente, porque como los que aborrecían su gobierno viesen que sus designios habían sido descubiertos y por eso frustrados y sus capitanes Limpias y Benalcázar llevados el río abajo, todos se sosegaron y reposaron, quitando de sí todo sedicioso deseo de inquietudes y alborotos; y así, dende en adelante, toda la gente española vivió muy conforme y procuraron conservar a Hernán Pérez en el gobierno de la tierra, como por obra después lo pusieron, cuando viniendo Jerónimo Lebrón por gobernador proveído de la Audiencia de Santo Domingo, no lo quisieron recibir, como adelante más largo se tratará.

Según atrás, en el pasado libro queda dicho, el volverse el general | 6 Jiménez de Quesada del camino que para España llevaba la primera vez, fue causa la noticia que le dieron de la casa del Sol, donde se decía haber tanta cantidad de oro; pues como su hermano Hernán Pérez de Quesada, y todos los demás que en la ciudad de Santafé habían quedado, quedasen tan faltos de oro, por haberlo dado todo a los generales y a otras personas que a España iban con ellos, determinaron ante todas cosas de ir en demanda y descubrimiento de esta casa del Sol. Y así Hernán Pérez de Quesada, dejando en Santafé a los capitanes Gonzalo Suárez y Martín Galeano, que habían de ir a poblar las dos provincias de Tunja y Chipatá, con los que habían de ir con ellos a las poblaciones, según lo dejó ordenado el general Jiménez de Quesada, él se fue con ciento y tantos hombres con titulo de capitán general, llevando consigo a los capitanes Céspedes y Rivera y Martínez; y atravesando por la provincia de Tunja, sin que en ella estuviese fundado el pueblo de españoles, y por las tierras y poblaciones del cacique y señor de Sogamoso fue a salir a las provincias de los Laches, que están puestas en tierras por la mayor parte muy frías, de la otra banda del río que los españoles llaman de Sogamoso, y otros de Chicamocha, y otros de Serrano, que entra en el río grande de la Magdalena por más abajo del pueblo de La Tora.

Esta gente Lache, así en personas como en trajes, lengua y habla, supersticiones de religión, es muy diferente de la gente del Reino llamada Moxcas, |de la cual gente laches y otros naturales trataré más largamente en otra parte 7.

El primer pueblo de esta provincia de los Laches donde los españoles llegaron, fue uno llamado Ura, cuyos moradores salieron de sus casas con las armas en las manos, que son muy largas lanzas de palma, a resistir y rebatir los españoles que por sus casas se entraban, que serían hasta cuarenta hombres que iban de vanguardia, los cuales unos con otros anduvieron un buen rato porfiando con las armas, los unos por entrar, los otros por defender sus casas; pero fueron los indios Laches de este pueblo echados por los españoles, los cuales se alojaron aquel día en sus casas, que eran las paredes de piedra, aunque toscamente hechas, y las cubiertas y techos de paja.

Los indios de Ura se recogieron al pueblo de Chita, que cerca de allí estaba, donde incitaron e indinaron a los naturales de él y de otros pueblos comarcanos a que tomasen las armas contra los españoles que habían de pasar forzosamente por sus poblaciones; los cuales lo hicieron así y se juntaron más de dos mil indios con largas lanzas y macanas adornadas de una manera de estandartes hechos de plumas de guacamayas y papagayos y otros pájaros de colores, y otros de una pajuela delgada que de lejos parecen bien y lucen mucho; y como otro día saliesen los españoles del pueblo de Ura y marchasen para el de Chita, dieron en un río de aqueste mismo pueblo, llamado el río de Ura, donde fueron detenidos por la gran creciente del río, que no pudieron pasar con la brevedad que se requería, y así Hernán Pérez de Quesada, con los que al principio pudieron pasar, que serían setenta hombres, caminó hacia el pueblo de Chita, de donde ya los indios habían salido divididos en tres escuadrones, a recibir a los españoles en el camino, teniendo gran confianza en su gran número y en sus crecidas y grandes lanzas de palo.

Hernán Pérez de Quesada descubrió los indios y vio los muchos que eran; quisiera retirarse a alguna parte hasta que el resto de su gente llegase, por no poner en condición la victoria, porque esta gente Lache había dado en el reencuentro de atrás muestra de gente más belicosa y briosa que los Moxcas, y | demás de esto hacían gran ventaja a los Moxcas así en la grandeza y disposición de cuerpos como en las armas, que eran muy más peligrosas y largas que las que los Moxcas usaban. Pero los indios no dieron a Hernán Pérez lugar para que hiciese lo que quería y pretendía, porque como vieron los españoles, luégo se vinieron acercando a ellos con paso largo, y les fue forzoso a Hernán Pérez y a los que con él estaban, esperarlos y acometerlos, por no perder nada de su reputación. La resolución de esto fue que desde que los indios se acercaron a los españoles se detuvieron y repararon hasta que rompiendo por ellos los de a caballo, fueron movidos a pelear, y meneando sus toscas lanzas y macanas de palo, procuraban hacer daño a los nuestros, pero ninguna cosa les dañaron y ellos recibían en sus desnudos cuerpos, grandes lanzadas de la gente de a caballo y heridas de los peones, de que morían y caían en el suelo muchos, lo cual les hizo perder el brío que traían y aflojar en el pelear y así recibir más daño, que les constriñó a volver en poco tiempo las espaldas y darse a huir, después de dejar caídos y muertos mucha parte de los que vinieron a trabar la pelea.

Los españoles se alojaron aquel día en el pueblo de Chita, y el siguiente mrcharon adelante y fueron a dar al pueblo del Cocuy, que tendría ochocientas casas de morada, cuyos moradores se habían ausentado y desamparado el pueblo, por haberse hallado parte de ellos en la guazabara el día antes; algunos de los cuales fueron conocidos por las señales y heridas que de la pelea sacaron, siendo después tomados en algunas partes donde estaban escondidos con sus mujeres e hijos. Del pueblo del Cocuy pasaron adelante por los pueblos de Panqueba y Guacamayas y de Nuestra Señora y de los Azores, hasta llegar al valle de los Cercados, que es lo que ahora se dice valle de Tequia; gente asimismo diferente en lengua y trajes de los Leches. Llamose este valle de los Cercados porque en él tenían los indios principales sus casas cercadas de grandes cercados de palos y cañas, alcarrizos y otras ramas de árboles, todo muy tejido y tupido.

En estas poblaciones se juntaron hasta quinientos indios y esperaron al capitán Martínez, que iba delante a descubrir con treinta hombres, los cuales, aunque salieron bien pertrechados de lanzas, flechas y tiraderas, fueron con mucha facilidad desbaratados y ahuyentados de los nuestros, porque a los primeros que vieron derribar y matar no curaron de esperar a recibir más daño en sus personas, antes quedaron tan atemorizados que en cuanto duró la gente de aquesta nación y lengua ellos mismos desamparando sus casas les pegaban fuego y las quemaban antes que los españoles llegasen a ellas. Y pasando adelante fueron a dar a unos pueblos de indios que ahora sirven a Pamplona, llamados Camara y Mogotocoro, donde hallaron ciertos pedazos de cadenas de hierro y dos ollas de cobre y otras insignias de haber andado españoles por allí, como actualmente pasaba así, porque el gobernador Micer Ambrosio, que salió a descubrir de la ciudad de Coro y gobernación de Venezuela el año antes de mil quinientos veintinueve, pasando la laguna de Maracaibo, donde estuvo algún tiempo, vino a dar a las provincias de Tamalameque, y de allí se metió la tierra adentro y caminó hasta que llegó a este pueblo de Camara y provincias donde está poblada Pamplona, donde murió y fue enterrado en el valle que por él fue dicho de Micer Ambrosio, y hoy se llama de Chinácota, según en su historia más largamente se escribe.

Hernán Pérez y los demás, aunque entre ellos iban soldados de los que habían andado con Micer Ambrosio, no reconocieron luégo la tierra hasta que metiéndose más por ella pasaron por entre muchas poblaciones de indios, cuyos naturales procuraban ofender a los nuestros, como lo habían hecho a la gente de Micer Ambrosio. Pero de que llegaron a este valle de Micer Ambrosio los soldados que con Hernán Pérez iban, que se habían hallado en la muerte de Micer Ambrosio, reconocieron claramente el valle y dieron noticia de la poca población que de allí para abajo había y cuán cerca estaban de la laguna de Maracaibo; y así dieron la vuelta por el propio camino por do habían entrado, y al tiempo que los españoles se tornaban a salir de estas provincias de Pamplona, se juntaron más de mil indios de ellas y con sus armas siguieron algunos días la retaguardia de los españoles, y aunque no les mataron ningún soldado, todavía les causaron inquietud y demasiado cuidado por seguirla tan obstinadamente; hirieron algunos caballos y algunos perros de ayuda, pero como no tenían hierba no murió ninguno.

Y llegados a la provincia de Tequia y de los Cercados, Hernán Pérez tuvo noticia cierta de cómo dejaba atrás la casa del Sol, en el paraje de los pueblos del Cocuy tras de una cordillera alta y de grandes páramos que allí se hacía a las vertientes de los llanos. Hernán Pérez acordó volver a buscarla; pero temiendo que en el Reino hubiese, con su larga ausencia, algunas novedades, envió a buscar la noticia de la casa del Sol al capitán Céspedes con la mitad de la gente, y él con la otra mitad se vino a Tunja por la vía de ciertos pueblos de indios Moxcas, llamados Chicamocha y Onzaga, y otros que por este camino hay, que fuesen a salir a Tunja.

En este tiempo que Hernán Pérez de Quesada anduvo en este descubrimiento que he dicho, los capitanes Suárez y Galeano salieron a poblar los dos pueblos con la gente que les fue señalada al principio; el capitán Suárez pobló su pueblo en la provincia de Tunja, en el propio sitio donde estaban los cercados y población del cacique Tunja al tiempo que el general Jiménez lo prendió y quitó el oro, al cual llamó la ciudad de Málaga, por ser él natural de este pueblo en España. Y como este cacique Tunja era tan afamado y nombrado y el pueblo se fundó en su propia población, vino a ser tan poderoso el tiempo y el vulgo, el cual jamás llamaba a este pueblo sino Tunja, que perdió el nombre de Málaga y se quedó con el de Tunja, y así es hoy llamada la ciudad de Tunja.

El capitán Galeano pasó a la provincia de Chipatá y en ella pobló el pueblo que le fue mandado, el cual llaman la ciudad de Vélez, y con este apellido se quedó hasta este tiempo, aunque los indios por respeto de estar poblada en la provincia de Chipatá nunca la llaman a esta ciudad sino Chipatá, y a Santafé, Bogotá, por estar asímismo poblada en la provincia de Bogotá.

|Capítulo cuarto En que se escribe la falta de mantenimiento que en Santafé hubo y la causa de ello, y cómo por haber quedado en ella poca gente española se quisieron rebelar los naturales y fue atajada y castigada su rebelión.

Salidos de la ciudad de Santafé los capitanes Suárez y Galeano con su gente a poblar los pueblos dichos, quedó muy poca gente en ella, y por justicia el capitán Juan Tafur, que a la sazón era alcalde ordinario, que es el más preeminente cargo que en la república se suele dar; el cual por conservar la paz de los indios Moxcas de la provincia de Bogotá, procuró no hacerles daño ninguno en sus comidas, que era el mayor que en esta sazón podían recibir; y como los españoles aun hasta este tiempo no se hubiesen dado a labrar ni sembrar sino siempre se sustentasen de lo que los indios sembraban y cogían para su sustento, tenían por este respecto puesto en gran trabajo y necesidad a los naturales Moxcas de esta provincia de Bogotá | 8, y a esta causa también los españoles eran necesitados a buscar maíz para sustentarse; y por excusar y relevar de trabajo a estos naturales, el capitán Juan Tafur hacía que fuesen por ello a las provincias de los Panches, donde habla gran abundancia de maíz, por ser la tierra tan fértil y fructífera, y traído que era al pueblo el maíz, era por el capitán repartido entre todos los vecinos conforme a lo que cada uno habla menester, y con este trabajo se sustentaron muchos días y meses.

Y por ser la gente y naturales de los Panches tan belicosa y osada, le era y fue necesario al capitán Juan Tafur enviar todos los españoles a que hiciesen alto a los indios que hablan de traer el maíz, y él se quedaba en el pueblo con solo ocho compañeros, de donde vinieron algunos caciques y principales Moxcas de la provincia de Bogotá a quererse rebelar y dar sobre la gente poca que en el pueblo quedaba, lo que no fue tan oculto que no tuviese de ello noticia el capitán Juan Tafur, y haciendo prender los caciques y principales que trataban de esta rebelión y alteración, y averiguado el delito bastantemente, hizo justicia de algunos de ellos, con que se aseguraron los demás y dende en adelante no trataron de hacer cosa indebida, y los españoles se sustentaron con este trabajo hasta que dieron en que los indios les hiciesen particulares sementeras y labranzas para su sustento.

Los capitanes Hernán Pérez de Quesada y Céspedes siguieron sus derrotas y jornadas por sus diferentes caminos, a salir a Tunja; aunque llegado el capitán Céspedes a la provincia del Cocuy 9 | y procuró saber de la casa del Sol y allí halló guías que le guiaron a ella, la cual, como he dicho, estaba en un valle pasada la cordillera que junto a esta provincia de los Laches está hacia las vertientes de los Llanos. Los indios que en esta casa del Sol idolatraban y habían ofrecido gran cantidad de oro, tuvieron noticia de cómo los españoles iban en busca y demanda de ella, y acudieron con presteza temiendo que diesen con ella, y sacando el oro de petacas en que lo tenían puesto sobre unas altas barbacoas hinchieron las petacas de muy grandes guijarros y dejáronlas allí, con que burlaron muy graciosamente la codicia de los españoles. El capitán Céspedes, con las guías que tenía, atravesó la cordillera y dio en el valle y bohío de la casa del Sol, al cual decían llamar de este nombre porque en cierta culata alta tenían puestos unos platos o patenas de oro que cuando el sol les daba resplandecían y se veían de muy lejos; y como el capitán Céspedes y los que con él iban entrasen en el bohío y viesen las petacas puestas en alto y liadas y atadas y de gran peso, entendieron y creyeron que verdaderamente lo que dentro estaba era oro. Mas después que las abrieron vieron claramente la burla que por los bárbaros se les había hecho. Hallaron en este bohío algún oro y un rastro de haber habido en él muy gran cantidad de oro; y hallaron muchas cuentas que entre los indios tienen valor, y unos caracoles grandes de la mar, colgados. Dícese que en este santuario o bohío de la casa del Sol había muy ricos enterramientos y de mucho oro, los cuales Céspedes, por no detenerse y ser cosa incierta, no consintió cavar, y se torné a salir a los pueblos del Cocuy, y que estando allá descansando los indios ladinos que los servían, que eran Anaconas, de Perú, y otros Moxcas, volvieron a este santuario de la casa del Sol, que no debía de estar muy lejos, por haber de las cuentas que en él habían quedado, y que al tiempo que bajaban una cuesta abajo a dar en él, vieron gran cantidad de indios que en él andaban, y para ahuyentarlos y que pensasen que eran españoles, los Anaconas se les mostraron desde lejos y les dieron grita, y así los indios, entendiendo que eran españoles los que tornaban desamparando el santuario huyeron, y bajando los indios a él hallaron que habían cavado muchas sepulturas, de donde parecía que habían sacado cantidad de oro, por lo que por allí hallaron derramado y esparcido de lo que los indios habían sacado.

Dieron de ello aviso al capitán Céspedes que estaba en Cocuy, el cual envió algunos soldados a que viesen si quedaban más sepulturas; los cuales hallaron todas las más cavadas, y algunas que quedaban por cavar abrieron y sacaron de ellas poca cantidad de oro, porque debían ser de señores probes | 10 , y con esto se volvieron al Cocuy, y de allí se vino Céspedes y la demás gente a Tunja, donde dende a pocos días los señores y caciques del Reino, así de la provincia de Tunja como de Bogotá, trataron de rebelarse | 11 generalmente contra los españoles. Dícese que a ello fueron inducidos por los mohanes y jeques que a manera de sacerdotes tienen cargo del servicio de los templos y de la veneración de los simulacros e ídolos con quien tienen sus oráculos y pláticas, por medio de los cuales el demonio hablaba a los jeques diciendo que la diversidad de sus dioses estaban airados contra ellos porque consentían permanecer y estar en la tierra a los españoles, con cuya presencia había de venir a menos su veneración, y que debían procurar echarlos de ella para que su idolatría fuese adelante; y que por esta vía fueron promovidos los caciques de los jeques a tratar una general conspiración, que así se puede y debe decir, pues en ella trataban de matar generalmente a todos los españoles.

Pero la más cierta ocasión y causa de esta conspiración era y fue que a esta sazón los encomenderos empezaban a pedir a los indios de sus encomiendas los tributos y demoras que por razón de las encomiendas les habían de dar, y como en esta sazón no había ninguna tasa ni moderación en elevar y pedir de los tributos, sino que cada un encomendero pedía lo que le parecía, y los indios y señores principales no estaban aún hechos a este yugo y entonces lo empezaban a recibir, quisieron ver si lo podrían echar de sí con tiempo o antes de tiempo, así trataron esta rebelión general, la cual ordenaban hacer efectuar de esta manera: que cada cacique o principal, en cierto día señalado había con sus sujetos de dar en la casa de su encomendero, y matarlo y quemarlo dentro; y para que este trato y concierto no fuese descubierto por los indios ladinos que servían a los españoles, de la propia nación Mosca, fueles dado parte de ello, y por parte de los señores, prometido grandes remuneraciones por el secreto, y por parte de los jeques y personas que por tratar con los simulacros e ídolos eran tenidos en gran veneración y temidos espiritual y temporalmente, les eran puestos grandes temores y amenazas con el castigo de la ira de sus dioses, los cuales serían contra ellos indignados si descubrían el hecho de la rebelión; y con esto no sólo propusieron los indios ladinos el guardar todo el secreto, pero se ofrecieron de tomar los frenos de los caballos y esconderlos y ponerlos en cobro, de suerte que no se pudiesen aprovechar de su ferocidad y ayuda, y las indias ladinas asímismo, por tener particular entrada en los aposentos y y cámaras donde los españoles sus amos dormían, se ofrecieron de tomarles las armas, espadas y rodelas, a tiempo conveniente que no se pudiesen aprovechar de ello.

Y determinados todos los naturales Moxcas de poner de la forma dicha en efecto esta su rebelión, para por esta vía recobrar su libertad y llevar adelante sus idolatrías y gentilidades, luégo se dieron a hacer armas y otros pertrechos de guerra para si en alguna manera hubiese algunos españoles que se defendiesen, tener con qué ofenderles, porque en las guerras y conquistas pasadas habían despendido todo el almacén de armas que tenían.

Atribúyese al cacique Tunja el trato y movimiento de esta rebelión, porque demás de declararlo así después muchos indios, este bárbaro, como había sido más agraviado que otro ninguno por los españoles, por el oro que le tomaron y larga prisión en que le tuvieron, deseaba haber entera venganza de sus enemigos, y así lo procuraba; y ciertamente ello se efectuara y pudiera ser, con muerte de todos los más de los españoles, si no permitiera Dios verdadero que con tiempo fuera descubierta esta trama por una india ladina, natural de la provincia de Duitama, que servía al capitán Maldonado, que era encomendero de la propia provincia y cacique de Duitama. Esta india, estando en la ciudad de Santafé con su amo y señor, le dijo lo que en la provincia de Tunja quedaba ordenado y tratado, y que, si con tiempo no lo remediaban, que en breve verían la perdición y ruina de todos los españoles. De lo cual, para satisfacción de la justicia, se procuró, con todo secreto, haber información, y se halló ser verdad la conspiración; lo cual sabido por Hernán Pérez de Quesada, justicia mayor del Reino, procuró castigar esta conspiración con el menor alboroto que se pudiese, y para este efecto se aprovechó curiosamente de una ocasión que a la mano hallé.

En el pueblo de Tunja es costumbre muy antigua que de cuatro a cuatro días se hacía y hace un mercado dentro del propio pueblo de el cacique, a donde acudían a tratar y contratar, vender y comprar, infinita gente de todos estados, al cual asímismo venían muchos caciques y señores principales, así por contemplación del cacique Tunja, en cuyo pueblo se hacía, como por sus particulares intereses y granjerías, de las cuales nunca se despreciaron estos bárbaros, por grandes y principales señores que fuesen, porque todos en general son dados a la avaricia; aunque algunas personas graves los han querido hacer exentos de este vicio. Pues con esta ocasión trató Hernán Pérez con el cacique y señor de Tunja que deseaba ver un mercado muy grande y suntuoso donde interviniesen muchos de los señores y personas principales de su territorio y hubiese gran concurso de gente en él. El cacique Tunja, como estuviese saneado de su gente, que no habrían descubierto el motín, ni él tampoco era de tan agudo juicio y entendimiento como se requería para presumir la intención de Hernán Pérez de Quesada, al primer mercado hizo juntar todos los más de los caciques y principales comarcanos, y para más autoridad se quiso él hallar presente, donde se juntó muy gran copia de gente, y todos quitados de presumir el designio de Hernán Pérez, el cual cuando más segura la gente en el mercado estaba, hizo salir los españoles armados, así a pie como a caballo, y que le cercasen y asegurasen el mercado, de suerte que ninguna persona saliese de él, y él propio, con algunos de sus amigos y ministros, se metió por entre los principales y caciques, e informándose de quién era cada uno, empezó por el cacique y señor de Tunja, al cual por su propia mano cortó la cabeza con un alfanje que para el efecto traía, y lo mismo hizo a todos los demás caciques principales que en el mercado había; donde, con la sangre de los más culpados, castigó y amedrentó a todos los menores, de suerte que no hubo tan presto quién tornase a tratar de otra conspiración.

Esto sucedió el año cuarenta en Tunja, a poco tiempo después poblada la ciudad de Málaga por los españoles.

5 Desde aquí cambia en el manuscrito la letra y ortografía. Se ven los bordes cortados de diez y nueve líneas de la página están tachadas y su texto corresponde al final del capítulo segundo. A partir de esta página los cortes y tachaduras son más frecuentes y, además, se observan en los márgenes resúmenes del contenido. Vale la pena anotar que en la edición hecha por la Real Academia de la Historia, Madrid, no se menciona este hecho tan llamativo.
6 Al margen está escrito y tachado |Don Gonzalo.
7 Tachado en el original lo impreso en bastardilla. Es una referencia sobre partes suprimidas en el manuscrito.
8 En el manuscrito dice siempre “Vogotá”; sin embargo, en todos los casos, salvo en algunos muy raros, debidos sin duda a omisión, entre los brazos de la “V” está escrita una “b”. Véase también la nota 11 del mismo libro.
9 La palabra ” |Cocuy” está tachada en el texto y puesta entre líneas “Cucuy”.
10 Por “pobres”.
11 En la palabra “revelarse” se escribe entrre los brazos de la “v” la letra “b”. Esto ocurre generalmente (véase nota 8 del mismo libro). Se trata de corrreciones ortográficas que abundan en los libros siguientes, donde se lee frecuentemente, por ejemplo: “hir” por “ir”; “heran” por “eran”; “husan” por “usan”; “unavio” por “un navío”; “questando” por “que estando”; “aquisto yo” por “aquí estoy yo”; “desotros” por “de estos otros”; “quezia” por “que decía”; “lipuscoano” por “guipuzcoano”; “via” por “veia”; “hacer beruos” por “hacer verbos”; “acomado” por “acomodado”; “mira, i, matáme” por “mirad, id, matadme”; “todos los bienes que hen ella astes” por “todos los bienes que hallasteis”; “oydio” por “odio”; “perlado” por “prelado”; “conversación” por “conservación”, etc. No anotaremos todas estas formas ortográficas en cada caso particular para no entorpecer la lectura del texto; pues, de lo contrario, sería infinito el número de nota. Lo apuntamos aquí con el fin de que los interesados en esta clase de estudios no ignoren la extraordinaria fuente que presentan estos libros de la “Recopilación”; pero, aconsejamos la investigación de la fuente misma, pues si la transcripción que hizo Jerónimo Becker es cuidadosa, contiene, no obstante, muchos errores literales.

|Capítulo quinto En el cual se escribe cómo por razón y temor del castigo que Hernán Pérez de Quesada hizo en el cacique y principales de Tunja, se alzó y rebeló el señor y cacique de Guatavita, en cuya tierra anduvo Hernán Pérez cierto tiempo, pacificándola | 12 Céspedes y Rivera.

El castigo que Hernán Pérez de Quesada hizo en el principal y cacique de Tunja y de los demás sus feudatarios, ninguna cosa hostigó a los demás de las provincias de Santafé y Vélez, antes temiendo los caciques recibir la propia pena por su malvada traición, se comenzaron a alzar con sus sujetos: no que tomasen las armas como tenían pensado, contra los españoles, sino solamente no servirles ni verlos ni visitarlos como antes solían. El que en esta manera de alzamiento tomó la mano fue el señor de Guatavita, que cae en la provincia de Bogotá, famoso entre sus naturales por haber sido en otro tiempo competidor del cacique Bogotá, y aun algunos hay que afirman haber sido señor de más gente que Bogotá, y en nuestro tiempo es de más sujetos que ningún cacique de los de la provincia de Bogotá y Santafé.

Está este cacique en el camino real que los españoles tratan y usan desde Santafé a Tunja, entre dos repartimientos y caciques llamados Guasca y Chocontá: Guasca cae hacia la parte de Santafé, y Chocontá hacia la parte de Tunja, y todos son de los términos y jurisdicción de Santafé. Y por este respecto de estar este cacique Guatavita en el camino donde podía hacer muy gran daño a los pasajeros, fue forzoso a Hernán Pérez ir con gente a pacificarlo, y también porque ya algunos sus comarcanos y feudatarios comenzaban a hacer lo mismo y a seguir su opinión.

Entró Hernán Pérez con la gente que le pareció por la tierra y poblaciones de Guatavita y procuró ver si por bien lo podía atraer a su amistad y a que conservase la paz que antes había dado; pero era este bárbaro de furiosa y rebelde condición y muy arrogante, y así jamás quiso venir a la amistad de los españoles, aunque en sus tierras y sujetos se les hacían grandes daños, porque entrando por ellas los españoles con Hernán Pérez, su capitán, hacían todo el estrago que podían en las gentes de este cacique Guatavita, los cuales asimismo, siguiendo la opinión de su cacique, estaban ahuyentados fuéra de su tierra y poblaciones, en partes remotas y escondidas tras de cerros y arcabucos; pero allá los iban a hallar los españoles, donde los pobres pagaban el seguir tan locamente a su cacique; pero era tanta la brutalidad de esta gente, que ni castigo presente ni temor futuro era bastante a moverles de lo que una vez les daban a entender sus principales, sino aquello seguían con tanta obstinación que la sangre que de ellos corría por todas partes no era poderosa a que dejando la rebelión de sus caciques, que estaban puestos en salvo, viniesen a hacer lo que los españoles les decían, y así los desventurados, unas veces tomando las armas en las manos y otras huyendo, siempre recibían daño en sus personas y | haciendas, y aunque en estas provincias de Guatavita y valles de Guachetá y Machetá anduvo Hernán Pérez muchos días haciendo castigo en éstos a quien había dado título de rebeldes, nunca pudo haber en su poder al señor Guatavita, aunque después, andando el tiempo, salió este cacique de paz y fue preso y enviado a Santa Marta por hombre facineroso e inquieto; y al fin se salió de la provincia de Guatavita dejándola bien castigada y azotada, donde hubieron los que a este castigo fueron un buen golpe de oro.

Salido que fue Hernán Pérez del castigo de Guatavita hallé toda la más de la tierra de Tunja y Santafé y Vélez que se había alzado y rebelado, a lo menos por la parte por donde los términos y naturales de todas tres ciudades se vienen a juntar, que es hacia donde dicen la laguna de Tinjacá; y para castigar los rebeldes, y por amor o por rigor traerlos a confederación y amistad, envió Hernán Pérez de Quesada al capitán Céspedes con ciento treinta hombres que allanase y pacificase toda la tierra.

El cual se fue derecho al pueblo de Tinjacá, que es de los términos de Tunja, y halló que el cacique con toda su gente y otros comarcanos estaban recogidos en unas islas que la laguna de Tinjacá hacía dentro en sí, a los cuales pasaban los indios con balsas que de enea hacían, y por no ser las islas tan grandes que pudiese en ellas caber la multitud de los naturales que a esta laguna se recogían, hacían balsas muy grandes de la propia enea, y en ellas, aunque groseramente hechas, hacían sus apartados y habitaban y vivían sobre la laguna todas las más de las familias; y por ser tan hondable esta laguna y no poderse vadear, le fue necesario al capitán Céspedes hacer canoas y entrar con ellas navegando por la laguna adelante, con que fueron echados y ahuyentados los indios que en la laguna estaban hechos fuertes, pero no se les tomó el oro que tenían, que era gran cantidad, y estaba esta gente tan obstinada en lo que sus caciques habían puesto, que ni por daños que se les hacían, ni por halagos y promesas los pudieron por esta vez atraer a la amistad de los españoles.

Casi en este mismo tiempo el capitán Martín Galeano había salido de la ciudad de Vélez hacia la provincia de Guane, a descubrir, por lo cual había dejado pocos españoles en el pueblo, y de esos los más se habían esparcido por sus repartimientos con más seguridad de la que el tiempo les daba, a los cuales los indios mataron cruelmente; y juntándose muy gran número de estos bárbaros, vinieron a dar sobre el capitán Juan de Rivera, que con cinco compañeros estaba en un repartimiento que por suyo tenía de esta propia provincia de Vélez, llamado Saboyá, trayendo estos bárbaros consigo las armas y vestiduras de los españoles que habían muerto, para que enseñándolo a los que iban a matar, ponerles mayor temor.

El capitán Rivera era hombre cuidadoso entre indios, y así nunca estaba sin tener un caballo ensillado y enfrenado, y él sus armas puestas a punto, y como sintió el repentino tumulto de los indios que le tenían cercado, con toda presteza se armó de las armas, que para entre indios se usan de algodón, y subió sobre su caballo, y con una lanza en la mano encomenzó a escaramuzar y meterse entre los indios, que pasaban en número de dos mil. Los otros españoles eran peones, los cuales asimismo arremetieron a los indios, y en la primera arremetida fueron los tres de ellos muy mal heridos, los cuales viéndose de aquella manera se metieron por una montaña y cenagales, donde murieron. El capitán Rivera lo hacía tan bien entre sus enemigos, que matando e hiriendo con la lanza muchos de ellos, le fue necesario mudar caballo, y así lo hizo mediante la ayuda de los dos españoles que con él habían quedado, que no se apartaban de su lado y estribos, porque con aquello y su buena diligencia guarecieron la vida. Subió el capitán Rivera en otro caballo con toda presteza y tornó a sustentar la fuerza de los enemigos, donde de puro herir en ellos se le había quebrado la lanza y vio que uno de los indios que en la pelea andaban traía en la mano una lanza jineta, que había sido de uno de los españoles que el día antes habían muerto, y para remediar esta necesidad, Rivera arremetió por entre la multitud de indios que le tenían cercado, y dando con el que traía la lanza, lo lió con la media que en la mano llevaba, y le quitó la otra que pretendía, y con ella tornó de nuevo a hacer tal estrago en los indios, que ellos tuvieron por bien de dar lugar que se fuese y les dejase, por ver tanta sangre de los suyos derramada por el suelo y tanta multitud de cuerpos muertos, sin que él hubiese recibido ninguna herida ni daño notable, más de salir con más de doscientas flechas sobre sus armas y las de su caballo hincadas.

De los dos españoles que con él quedaron, el uno lo desamparó, pareciéndole que con dificultad escaparía de las manos de los bárbaros el capitán Rivera, y él se escondió cerca de allí, por no poder hacer otra cosa, en un arroyo debajo de una chorrera de agua, donde el golpe del agua que de un alto caía lo cubría, y aunque los indios lo anduvieron a buscar y procuraron sacarlo por el rastro, nunca lo pudieron hallar, y dejando de buscarlo tuvo lugar de ir a Vélez. El otro soldado, que se decía Antón de Palma, nunca desamparó con sus armas el lado del capitán Rivera, donde se guareció por su mucha ligereza. Dícese que en esta famosa guazabara le favoreció mucho a Rivera para él salir con victoria, un indio que consigo tenía, que conociendo cuáles eran los principales y capitanes de los indios, le decía y señalaba a quién había de herir, y así, matando las cabezas y principales que entre los indios venían, cesó la fuga | 13 y brío de los indios.

El capitán Rivera y Antón de Palma, escapando vivos y sanos de la de Saboyá, vinieron a salir al desaguadero de la laguna de Tinjacá, donde el capitán Céspedes estaba alojado y su gente esparcida por algunas poblaciones comarcanas a la laguna; el cual, como supiese el suceso del capitán Rivera, y luégo le viniesen a pedir socorro de parte de los vecinos de Vélez, a quien los indios tenían cercados y puestos en muy grande aprieto y peligro porque les habían constreñido a que con su hato se recogiesen a la plaza, se partió luégo la vuelta de Vélez con veinte hombres, y dejó en su lugar al capitán Rivera, para que haciendo recoger toda la gente, fuese luégo en su seguimiento, en lo cual se detuvo Rivera más tiempo de lo que el peligro de Vélez requería, porque como los soldados por las poblaciones comarcanas a la laguna se recogiesen desordenadamente, fueron algunos de ellos muertos por mano de los mismos indios a quien andaban castigando.

El capitán Céspedes llegó a Vélez, y halló hasta doce hombres recogidos, como he dicho, en la plaza, y tan faltos de comida cuan hartos de miedo, y luégo dio orden Céspedes en que se proveyese de comida a los que en Vélez estaban, saliéndola a buscar a algunas partes, entre las cuales fueron una vez quince soldados a un pueblo de indios llamado Ture, legua y media de Vélez, hacia el desembarcadero de Carare, donde les salió un muy buen escuadrón de indios de guerra a defenderles la comida y matarlos si pudiesen. Pero los españoles lo hicieron tan briosamente, que ahuyentaron los enemigos, y con gran daño que en ellos hicieron, quedaron por señores de este pueblo. Un indio de grandísima estatura y de miembros muy fornidos y versutos, que entre los demás venía, quiso señalarse en los hechos, así como lo era en la persona, el cual traía una larga macana y media docena de dardos, los cuales despendió acercándose a los españoles y metiéndose entre ellos, con otros indios que le seguían. Vino este gandula caer en suerte a un soldado llamado Juan de Quincoces, hombre de muy pequeño cuerpo pero de gran valor y vigor de ánimo, a quien de verle de presencia tan diminutiva entendió el bárbaro tener sujeto y rendido, y así con la macana que traía le tiró un golpe a la cabeza, y dándole sobre la rodela y el casco que llevaba, lo hizo arrodillar; pero al segundar con la macana se le metió Juan de Quincoces al indio de suerte que no pudo hacer golpe en él, y llegando los dos casi a los brazos, perdió el indio la soberbia juntamente con la vida, porque como para de tan cerca tuviese Quincoces armas aventajadas, hirió con ellas al indio de heridas de que murió allí luégo.

Y después de haber estos soldados corrido muchas poblaciones y amedrentado los moradores de ellas, se volvieron con el bastimento que pudieron traer a Vélez, donde hallaron al capitán Céspedes congojoso con la tardanza que el capitán Rivera hacía en llegar desde la laguna de Tinjacá a Vélez; y con deseo de saber si venía y hacerle que apresurase el paso, envió Céspedes dos soldados con sus sayos de armas, y espadas, y rodelas que fuesen hasta un río caudaloso que está dos leguas de Vélez, llamado el río de Suárez, a ver si venía Rivera con la gente, y que de allí se volviesen; pero los soldados, que eran Alonso de Olalla y fulano Paniagua, con más ánimo del que se puede presumir, pasaron adelante del río y caminaron de noche jornada de nueve o diez leguas, fueron a amanecer media legua de donde el capitán Rivera estaba alojado, donde hallaron gran cantidad de indios que el día antes habían sido ahuyentados por los españoles a quien habían acometido; y como viesen a estos dos soldados venir solos, luégo salieron con las armas contra ellos dando muy grandes voces; pero los soldados, vistiéndose sus sayos de armas entretuvieron con muy buen brío la multitud y fuerza de los bárbaros, que como cosa rendida los venían a tomar a manos, y defendiéndose de ellos valientísimamente los entretuvieron, hiriendo muchos de ellos, hasta que del alojamiento de Rivera fueron oídas las voces y gritería de los indios y presumiendo lo que fuese salió gente española con presteza y fueron de todo punto ahuyentados los indios.

El capitán Rivera y los que con él estaban se admiraron de cómo estos dos soldados se pudieron defender de tanta cantidad de indios sin ser muertos ni heridos; y sabido al efecto que iban, se partieron otro día siguiente, y caminando por junto a la provincia de Saboyá, fueron a dormir tres leguas de Vélez, donde otro día de mañana parecieron indios sobre ellos, que los venían a tomar a manos y traían consigo de más de sus armas ordinarias muy gruesas sogas con que habían de atar los españoles, y por haberse tardado, empezaba a caminar la gente cuando asomaron a vista de los españoles, determinaron de irles dando caza en la retaguardia, la cual seguían muy obstinadamente, y por ir tan fortalecida de buenos soldados no le pudieron damnificar, antes los nuestros les pusieron en una emboscada en un pequeño monte, donde dejaron escondidos ciertos españoles y como los demás fingiesen que huían, los indios se dieron a seguirlos ciegamente, hasta que dejaron a sus espaldas los de la emboscada, los cuales, saliendo a ellos, les hicieron todo el daño que pudieron, revolviéndose sobrellos propios indios los que fingían ir huyendo, prendieron y tomaron vivos obra de veinte de estos bárbaros, a los cuales ataron con las sogas que traían para atar a los españoles, y así fueron llevados a Vélez, donde fueron recibidos con mucho contento y alegría.

|Capítulo sexto En que se escribe cómo salió el capitán Céspedes de la ciudad de Vélez con su gente, y se entró en el rincón de Vélez a castigar los rebeldes que en él había, y cómo al cabo de cierto tiempo, y después de haber andado pacificando por algunas partes, se volvió a alojar a la laguna de Tinjacá.

Con este socorro que el capitán Céspedes hizo a Vélez, se aseguró en alguna manera la gente española que en aquel pueblo residía, y dende a poco vino su capitán Martín Galeano, que había ido a descubrir las provincias de Guane, y con la gente que consigo traía, que de Vélez había llevado, quedó el pueblo seguro, y el capitán Céspedes se partió a ver si podía pacificar los naturales y gente del rincón llamado de Vélez, que es ciertas poblaciones de gente indómita y muy belicosa y que jamás los han podido quietar ni asegurar por entero.

Las poblaciones principales que en este rincón hay son Saboyá, cacique muy remiso en sus rebeliones, Tiquisoque, Ágata y otras, que incluyen en sí gran cantidad de naturales. A estos indios no los pone ni ha puesto en reputación de belicosos los bríos que tienen, porque no son más animosos ni de mayor vigor que los demás naturales del Nuevo Reino, que todos son Moxcas; mas halos puesto en esta reputación la fortaleza de los lugares en que habitan y las armas de que usan, que son arcos y flechas enherboladas de muy ponzoñosa yerba, que pocos escapan con las vidas de los a quien hieren, y juntamente con esto dieron en poner por los caminos mucha cantidad de puyas untadas con hierba las puntas, contra los que entran y van hacia sus pueblos. Y esta es la mayor y más larga guerra que estos indios hacen, porque una sola india vieja basta a dar guerra a un ejército de españoles, porque tomando gran cantidad de estas puyas las va con mucha presteza fijando en el suelo lo más escondidamente que puede, poniendo siempre las puntas contra los que van caminando, y como el número de las puyas es tanto, no basta ningún remedio a descomponerlas, y así se empuyan muchos españoles e indios de los que en su servicio llevan, de los cuales, como he dicho, escapan pocos.

Para contra estas puyas y género de guerrear que los indios inventaron, tienen los españoles por remedio hacer unas antiparas de algodón, que son unas medias calzas estofadas de algodón y colchadas que llevan de grueso una mano, con sus peales de la propia suerte; y los que van delante llevan calzadas estas antiparas y van con ellas quebrando y descomponiendo las puyas, de suerte que los que atrás vienen, si derechamente los siguen pocas veces se empuyan ni lastiman; pero si se apartan a un lado o a otro del camino por donde los de los de las antiparas no han hollado ni pasado, fácilmente tropiezan en las puyas y se hieren, como he dicho, sin tener casi remedio ninguno, si no es hacer en ellos carnicerías y anatomías, como acerca de la conquista de la gente de los Muzos diré.

Anduvo por esta tierra el capitán Céspedes dos meses, que como he dicho, nunca le faltó guerra con los indios, y viendo que por bien ni por mal no podía atraerlos a su amistad, y que su presencia era necesaria, por la gente que tenía, para castigar otros muchos rebeldes que en las provincias de Tunja y Santafé se habían alzado, se salió con su gente de esta provincia y rincón de Vélez, dejando los indios bien descalabrados, aunque no corregidos ni enmendados.

En esta salida, casi en la propia provincia, sucedió que nueve soldados se apartaron un día de la demás gente que iban marchando, y fueron a dar a un alojamiento o ranchería donde estaban recogidos más de cinco mil personas con sus riquezas y haciendas, en un pedazo de campiña rasa que entre un arcabuco o montañuela se hacía. Estos soldados llegaron tan de súbito a este alojamiento donde toda esta multitud de indios estaba recogida, que no tuvieron lugar de volver las espaldas, porque los indios les tenían ya tomado el paso por do habían de salir, por lo cual les fue forzoso arremeter a pelear con aquella canalla, la cual, luégo que vieron los españoles, tomaron las armas con mucho contento, pareciéndoles que los tenían ya rendidos; pero los nuestros, arremetiendo a ellos con mucho brío y ánimo, los comenzaron a herir de tal suerte que los unos por huir y otros por acometer a ofender a los españoles se embarazaban y estorbaban, pero no dejaban de tirar sus lanzas y gran cantidad de tiraderas, con que hirieron a los cuatro de ellos, pero no de suerte que dejasen de pelear y hacer su posible para conservar sus vidas, las cuales pretendían los indios sacrificar a sus simulacros.

Entrado que fue el capitán Céspedes entre estas gentes de este rincón de Vélez para pacificarlos y atraerlos a la amistad de los españoles y vecinos de Vélez, hizo muy poco efecto su entrada, porque como estos bárbaros estuviesen obstinados en conservar su libertad para mediante ella vivir en su gentilidad y llevar adelante sus idolatrías, tomaron luégo las armas y comenzaron a ponérsele delante al capitán Céspedes y a mostrarle con muchos visajes y meneos del cuerpo, hechos por vía de escarnio, las ropas y vestidos de los españoles que poco tiempo antes habían muerto cerca de esta provincia, diciendo a grandes voces, que por los intérpretes que llevaban los españoles eran entendidas, que no curasen de entrarse por sus tierras pensando atraerlos a su amistad, porque era en vano su entrada, antes si con obstinación pretendiesen por vía de guerra domarlos y pacificarlos, recibirían de su mano el galardón y fin que los dueños cuyas eran las ropas que les mostraban habían recibido, y que lo más acertado y provechoso para los españoles era el volverse a salir, con lo cual asegurarían sus vidas. Pero Céspedes, considerando cómo no era cosa que a él ni a los que le seguían convenía el hacer lo que los indios le decían, prosiguió su camino y entróseles por la tierra adentro, sin embargo de la resistencia que le salieron a hacer y cada día le hacían, y comenzó a andar por las poblaciones de este rincón, teniendo cotidianamente reencuentros y guazabaras con los indios. Aunque siempre eran rebatidos y desbaratados con pérdida de su gente por los nuestros, ninguna cosa les castigaba, porque algunas veces herían y mataban algún español, que lo tenían ellos por entera victoria.

En esta pelea oprimió el temor de la vida a la codicia, porque como estos españoles viesen en aquel alojamiento gran cantidad de oro, ninguno osó a batirse a ello, antes se decían que en ninguna manera se detuviesen ni ocupasen en tomar del oro que veían, si no querían perecer todos, mas que diesen priesa a herir y ahuyentar aquella multitud de gente que delante tenían, y luégo tomarían lo que quisiesen; pero como los indios fuesen en tanta cantidad, por muchos que los españoles herían y mataban, parecía que no faltaba persona ninguna ni se hacía daño en ellos, y de esta suerte no pudieron conseguir su deseo ni tomar ningún oro, antes viéndose ya cansados de pelear con los indios procuraron retirarse si los indios les daban lugar, los cuales por no poder vencer los indómitos ánimos de estos españoles, y ver el estrago que los suyos recibían de sus manos y cortadoras espadas, les dieron lugar a que pudiesen salir y retirarse, después de haber recibido de ellos notable daño, con muerte de infinitos indios que mataron e hirieron; y así se tornaron a recoger donde la demás gente iba marchando, y dieron aviso al capitán Céspedes de lo que les había pasado, el cual luégo otro día envió cantidad de soldados para que diesen en este alojamiento y ranchería de los indios; pero no les sucedió como pensaron ni imaginaron, porque no hallaron en él la gente, que se habían mudado a otra parte, y así se volvieron sin hacer lo que pretendían, y el capitán Céspedes prosiguió su viaje.

En tanto que las cosas referidas pasaban en el rincón de Vélez y provincia de Saboyá, en la ciudad de Santafé no tenían menos desasosiego, por haber muchos caciques particulares alterádose y rebeládose, y así salieron diversos capitanes a castigar loe rebeldes; y como la tierra es más llana y más rasa y los naturales más domésticos y que no usan de arcos y flechas ni de la pestífera y mortífera hierba de que poco ha tratamos, fueron con más facilidad sujetados y reducidos a la servidumbre de los españoles.

Pero a la sazón que Céspedes salía de Saboyá se había alzado el señor de Suesca con sus sujetos, y Ubaté, y Suta y Tausa, y Simijaca, y otros muchos pueblos comarcanos a éstos, a los cuales envió Hernán Pérez de Quesada al capitán Juan de Arévalo con copia de soldados que los redujesen por bien y si no hiciese en ellos el castigo necesario para pacificación; el cual se alojó en el pueblo de Suesca, y de allí enviaba a correr la tierra y a pacificar y domar los rebeldes.

El capitán Céspedes, yendo marchando y entendiendo en pacificar la gente por do iba, que toda estaba rebelde, tuvo noticia de que hacia la parte de los Muzos estaba recogida cierta cantidad de gente Moxca, en unas peñas altas recogidos y fortalecidos, a los cuales envió al capitán Rivera con treinta hombres, y llegados que fueron junto a las peñas, los indios se pusieron a defender la subida a los españoles, que era muy derecha y habían de ir asidos a bejucos para no caer; y aunque derribaron algunos de los que subían a lo alto, en efecto, mediante la ligereza y fortaleza de dos buenos soldados, llamados Pero Gutiérrez, canario, y Alonso de Olalla, que pugnando contra la fuerza del lugar y multitud de los que lo defendían, subieron con notable peligro de sus personas y vidas, y rebatiendo a los que resistían la subida, dieron lugar a que los demás soldados, que también lo hicieron valerosamente, subiesen sobre el peñol, y luégo todos juntos echaron de él a los indios y gente de todo | 14 que en él estaban fortalecidos, para que se fuesen a sus pueblos.

Y aún no habían bien concluido este hecho, cuando de otro lugar más alto bajó contra los nuestros un escuadrón de doscientos indios a punto de pelear, muy cargados de lanzas y tiraderas y macanas, con los cuales se trabó la pelea y duró gran rato por tener los indios el lugar más aventajado y alto de donde más a su salvo ofendían a los nuestros; mas todavía los desbarataron y ahuyentaron, haciendo en ellos el daño y estrago que pudieron, habiendo los españoles recibido de daño de sus manos solamente las heridas que a un español se dieron; pero con quedar estos indios desbaratados, ganaron entre los nuestros reputación de más valientes que otros muchos de su propia nación, y con todos estos desbarates jamás acababan de volverse a la antigua confederación de los españoles, y que cierto la deseaban eficazmente.

Volviose con esto el capitán Rivera a donde el capitán Céspedes había quedado alojado, y de allí todos juntos tomaron la vía de Zorocota, donde tuvieron algunos reencuentros con algunos de los indios rebeldes, y de Zorocota volvieron sobre Saboyá, donde había habido la guazabara el capitán Rivera solo, cuyos naturales, juntos en gran cantidad, esperaron con las armas en las manos y aun salieron al camino con ellas a recibir a los nuestros, pero fueron con mucha facilidad rebatidos y ahuyentados, sin que recibiesen ningún daño los españoles. Tenían estos bárbaros puesto en el camino por do los españoles habían de pasar, el cuerpo muerto de un español, que al capitán Rivera le tomaron a manos, para por esta vía vituperarlos de gente que no se vengaba por entero de ellos; y de aquí dieron la vuelta hacia el desaguadero de la laguna de Tinjacá, donde el capitán Céspedes se alojó con su gente.

|Capítulo séptimo En que se escribe cómo la tierra se acabó de pacificar mediante el rigor de que usaron los españoles y capitanes que a ello salieron de Santafé y Tunja, y algunos particulares sucesos de españoles e indios, y la toma de los peones | 15 de Siminjaca y Suta y Tausa, donde mucha cantidad de naturales se habían recogido y fortificado.

Estando alojado el capitán Céspedes en el desaguadero de la laguna de Tinjacá, supo por nueva cierta cómo todos los más de los naturales de los pueblos comarcanos estaban recogidos y hechos fuertes en un peñol que por estar junto a un pueblo llamado de sus naturales Simijaca, fue dicho el peñol de Simijaca. Era este peñol una sierra muy derecha, en la cual había algunas concavidades y cuevas, a las cuales subían por un tan estrecho, angosto y derecho camino, que con poca resistencia que de lo alto se hiciese bastaban a defender la subida a cualesquier fortísimos soldados. En estas cuevas y concavidades, que estaban puestas unas sobre otras, y altas de lo llano más de cuatrocientos estados, se habían recogido todos los naturales de los pueblos dichos con sus mujeres e hijos; y en la verdad no habían escogido mal sitio para su defensa, silo supieran defender y conservar; pero como esta gente sea en sí tan cobarde, o por ventura permitía Dios Todopoderoso que a esta sazón lo fuesen, fueles ganado el peñol por el valor de los soldados españoles que a él subieron, lo cual pasa de esta manera:

El capitán Céspedes, con la gente española que con él estaba, se partió la vía de Simijaca y llegó al pueblo, desde donde vio todos los indios encumbrados y puestos por aquellas zinglas de peñas y cuevas, desde donde, luégo que vieron a los españoles, comenzaron a decirles muchos improperios y denuestos y tirarles piedras y palos y otras inmundicias con que ofenderlos. El capitán Céspedes comenzó a hablarles desde donde estaba con las lenguas que tenía y a decirles que se moderasen y dejasen de seguir su opinión y rebelde obstinación, y dejando las armas se bajasen a sus pueblos y moradas, donde vivirían con quietud y reposo y se les perdonaría la ofensa y delito de su alzamiento.

Los bárbaros, como se veían corroborados en aquellas cuevas, que cierto era lugar bien fortificado por naturaleza, menospreciando lo que el capitán les decía, le respondían vituperándole con palabras y tirándole armas desde lo alto con que ofenderle, y aunque otras veces les rogó y convidó con la paz y amistad, los indios nunca quisieron venir en ello, lo cual visto por el capitán Céspedes y por los que con él estaban, entraron en consulta para tratar de qué suerte se podría asaltar y desbaratar aquel inexpugnable fuerte sin daño de los españoles, y jamás hallaron modo convenible si no era bajando los indios abajo a pelear con los españoles, para que juntándose con ellos subiesen muy pegados, de suerte que los que más altos estaban no les pudiesen ofender con sus armas arrojadizas por temor de no herir a sus propios compañeros; y así fue concertado que ciertos soldados, peones muy ligeros, caminasen otro día de mañana y pasasen por cerca del peñol donde los indios estaban, fingiendo ir adelante, para que si después, llegando la demás gente española, los indios bajasen a tener guazabara con ellos, los soldados peones acudiesen por las espaldas y diesen en ellos, y les fuesen ganando lo alto con poco peligro, lo cual se efectuó así a muy poca costa de los nuestros, porque como del pueblo de Tinjacá saliese un caudillo llamado Murcia, con hasta quince buenos soldados, y pasase por junto al peñol, los indios lo comenzaron a deshonrar y tirar de las armas que tenían, creyendo que iba a subir donde estaban; mas como los viesen pasar de largo, bajaron de lo alto muy gran cantidad de bárbaros, para irlos siguiendo, y desque abajo se vieron hallaron junto a sí al capitán Céspedes con la demás gente española, con los cuales comenzaron a pelear y a herirle algunos soldados.

Murcia y sus compañeros desque oyó la grita, subió una media ladera y arrimose al propio peñol de tal suerte que por ir tan pegado, los de lo alto no le podían hacer mal, ni aun ver, y revolviendo sobre donde los indios estaban peleando con el capitán Céspedes, les tomaron las espaldas y comenzaron a herir en ellos. Los indios, como sintieron herirse por las espaldas, revolvieron a tomar el camino o senda por do habían de subir a su fortaleza, y pasando por entre los españoles que a sus espaldas tenían comenzaron a subir los que de sus manos escaparon la cuesta arriba, y a seguirlos algunos ligeros soldados para ser tan presto como ellos en lo alto donde estaban alojados en estrechas cuevas.

Entre los soldados españoles que seguían a los indios llevaba la delantera Alonso de Olalla, que era hombre suelto y ligero, y llegado a la primera cueva donde ya los indios se empezaban a hacer fuertes los rebatió y entretuvo que no defendiesen la subida a los demás españoles que en su seguimiento iban, hasta que llegaron Pero Gutiérrez, canario, y Juan de Quincoces, y Miguel Sánchez, y un Antón, flamenco, que luégo llegó tras de Olalla, los cuales, mediante lo mucho y animosamente que pelearon y trabajaron, constriñeron a los bárbaros a que desamparando aquella cueva donde estaban, se retrujesen a otra más alta y de más trabajosa subida, la cual defendían briosamente, y los nuestros fueran desde allí rebatidos si no acertaran a llevar consigo un ballestero que mediante algunas jaras que tiró, hizo a los indios que diesen lugar a los españoles dichos para que entrasen en aquella cueva donde estaban fortificados; y como delante de todos llegasen, como más ligeros, Pero Gutiérrez y Olalla, recibieron sendos golpes bien peligrosos de indios que estando más altos y aventajados, tiraban grandes piedras, con una de las cuales dieron a Pero Gutiérrez y lo derribaron allí en la propia cueva, quebrándole una espalda, y con otra volaron a Olalla de donde estaba y lo hicieron volver abajo por otro camino del que hablan subido y en más breve tiempo, porque como este español estuviera más al canto de la cueva hacia la parte de fuéra, diéronle con una gran piedra y haciéndole volar de ella abajo, cayó dando algunos golpes en algunos árboles que entre las peñas había agudos, hasta llegar al suelo, que había más de setenta estados, y aunque este español Olalla voló de tan alto, no murió de la caída, por ser guarecido y reparado de los golpes que daba y dio con un sayo de armas y un morrión que llevaba vestido.

Los demás españoles, aunque pocos, no perdieron el camino por ver el mal suceso de sus dos compañeros, antes como fortísimos soldados, se metieron entre los enemigos, constriñéndolos a que ellos mismos se arrojasen de las cuevas y zinglas donde estaban metidos abajo, donde muchos murieron despeñados; y finalmente trabajaron tan bien, que de todo punto ganaron aquesta fortaleza y peñol, que solamente mirarla desde lo bajo ponía pavor y quitaba toda esperanza de poderla ganar.

Fue el desbarate de este peñol gran parte para que los indios se pacificasen y fuesen amigos, porque viendo cómo de él habían sido echados y despojados por los españoles, siendo el más fuerte sitio y lugar que indios tenían en el Reino, y los muchos naturales que habían despeñado de él y muerto, determinaron muchos dar la obediencia y tomar sobre sí el yugo de la servidumbre que con tanta obstinación pretendían desechar. Olalla ninguno pretendía que estuviese vivo, porque parecía cosa imposible, habiendo caído de un lugar tan alto, dejar de haberse hecho pedazos; pero íbanlo a buscar para darle sepultura después de haber ganado el peñol, al cual hallaron vivo aunque muy molido y hecho pedazos, que en mucho tiempo después no se pudo reformar.

A esta sazón el capitán Juan de Arévalo, que estaba en Suesca, había enviado gente y españoles a los pueblos de Suta y Tausa, cuyos moradores hallaron recogidos en otro peñol, no tan fuerte ni áspero como el de Siminjaca, donde en algunas rancherías bajas tomaron cantidad de indios e indias, a los cuales, por castigo de su alzamiento, con bárbara crueldad, les cortaban a unos la mano, a otros el pie, a otros las narices, a otros las orejas, y así los enviaban a que causasen más obstinación en los rebeldes.

El caudillo, viendo que todos los más de los indios estaban recogidos en este peñol de Suta y Tausa, no atreviéndose a dar en él ni asaltarlo, envió a llamar al capitán Juan de Arévalo a Suesca, donde estaba, el cual luégo aquella noche caminó y fue a amanecer a donde los demás españoles estaban, y luégo dio orden en subir al peñol y ganarlo. El, con ciertos soldados, subió por una parte, y por otra envió a un Juan de Montalvo, que en esta sazón había llegado a donde este peñol estaba, después de haberse hallado en la toma del de Siminjaca, y subiendo cada cual por la parte que le cupo, el Juan de Montalvo, con más facilidad, despues de haber bien peleado y trabajado, atrajo así los indios que a su parte caían, pacificándolos y haciéndolos que dejasen las armas y tuviesen por buena su amistad. Al capitán Juan de Arévalo le resistían los indios la subida y el hacía muy gran daño en ellos, y era este peñol de tal suerte, que aunque toda la gente que había peleado con Montalvo y peleaba con Juan de Arévalo estaba hecha un escuadrón y cuerpo, los unos a la una parte estaban de paz y los de la otra guerreaban y entre sí estaban tan apretados, que aunque Montalvo envió un indio con una carta a Juan de Arévalo para que se reportase y no damnificase tanto a los indios, nunca el que la llevaba pudo romper por el es­cuadrón a darle la carta a Arévalo; apretaba tanto a los que en su frontera tenía, que los hizo que cargando sobre una peña que del peñol salía a manera de punta, con la mucha carga y peso cayese la peña con muy gran cantidad de indios, donde todos los más fueron muertos y |los que vivos escaparon, fue con piernas y brazos quebrados. Y así, a poder de sangre vertida, desbarató y ganó Juan de Arévalo esta fuerza, con pérdida de un buen soldado que con los indios se despeñó, llamado Fulano Varranco, y otros que le hirieron con flechas y lanzas. Pero todo fue bien pagado, porque demás de los indios que despeñándose murieron, estaban debajo del peñol, en lo llano, cinco hombres de a caballa, que de los que por su buena fortuna llegaban vivos y huían, los alanceaban. Y así se hizo en este peñol un gran estrago de indios que amedrentó harto a los que vivos quedaron y les forzó a que tuviesen por bueno el yugo y servidumbre de los españoles. Y con estas maneras de castigo, pacificó el capitán Juan de Arévalo muchos pueblos de los que estaban rebeldes y los domó, de suerte que | 16 | en mucho tiempo después no intentaron ninguna rebelión.

El capitán Céspedes, después que hubo desbaratado el peñol de Siminjaca, se pasó con su gente a pacificar el rincón y provincias de Ubaté, donde anduvo algunos días y dejó pacífica mucha parte de aquella tierra, y de allí se volvió a la ciudad de Santafé, donde Hernán Pérez de Quesada estaba.

Costó esta pacificación treinta españoles que los indios mataron en diversas partes.

En la ciudad de Tunja hubo pocas rebeliones después del castigo que Hernán Pérez hizo, y así fueron fáciles de castigar; excepto los que junto a la laguna de Tinjacá caían, que éstos, mediante los estragos que en ellos hizo Céspedes y sus soldados, se quietaron. Fue asimismo famoso en Tunja el alzamiento del cacique y gente de Duitama, a quien pacificó el capitán Baltasar Maldonado con pura sangre, porque la obstinación de aquella gente y de su cacique | 17 lo pedían así, y nunca fueran conservados en la quietud que hoy tienen si no se usara con ellos de un poco de rigor.

12 En la “tabla” de Sevilla se lee: “pacificándola, y Céspedes y rivera”, lo cual cambia el sentido a la frase.
13 Por: “furia”
14 El fuerte
15 En la “tabla” de Sevilla dice: “peñoles”.
16 La frase “y con esto pacificó el capitán Juan de Arévalo a estos bárbaros de presto, que en mucho tiempo después no intentaron ninguna rebelión”, está escrita al margen, reemplazado los renglones del texto tachado en el original, el cual hemos reproducido en bastardilla.
17 En este lugar se encuentra una señal que indica debe ser incluída una nota escrita al margen y que dice: |creía Maldonado, palabras tachadas.

|Capítulo octavo En el cual se escribe cómo habiendo sido proveido Jerónimo Lebrón por gobernador de Santa Marta, tuvo noticia que el general | 18 Jiménez de Quesada bajó del Reino a Cartagena y de allí se fue a España; y cómo pretendiendo Jerónimo Lebrón que el Nuevo Reino fuese de su gobernación, juntó gente e hizo bergantines, y subió al Reino, y lo que le sucedió en su jornada.

Pocos días después que por la manera dicha fue la tierra pacificada, entró en el Reino Jerónimo Lebrón, por gobernador proveído por la Audiencia de Santo Domingo; pero no fue recibido de los cabildos de Tunja y Santafé, aunque del de Vélez sí; y para que sobre el suceso de este gobernador yo no quede corto y se haya entera claridad de lo que he apuntado, es necesario tomar su historia de un poco atrás, aunque sea fuéra del propósito de la Historia del Nuevo Reino de quien vamos tratando.

Luégo que la Audiencia Real de Santo Domingo supo la muerte del adelantado don Pero Fernández de Lugo, y que su hijo don Alonso Luis de Lugo estaba en España, proveyeron por gobernador de Santa Marta y de toda la gobernación que compe­tía al adelantado, a un vecino, ciudadano honrado y principal de la propia ciudad de Santo Domingo, que es este Jerónimo Lebrón, el cual, venido que fue a Santa Marta, lo recibieron por tal gobernador, y dicen que después dende a poco tiempo hubo confirmación de la gobernación por el emperador, o por el Real Consejo de las Indias. Estando, pues, Jerónimo Lebrón en Santa Marta gobernando, le dieron nueva cómo el general Jiménez de Quesada, que de aquella gobernación había salido por teniente de don Pero Fernández de Lugo, cuyo sucesor él era, había bajado a Cartagena del Nuevo Reino, tierra que había descubierto, de muchos naturales y riquezas, y que desde allí se había ido a España a dar cuenta al rey de lo hecho y descubierto.

Jerónimo Lebrón, pareciéndole que por respecto de ser el gobernador de Santa Marta, y por haber salido el general Jiménez de ella como teniente y a costa del adelantado viejo, le competía el gobierno y jurisdicción del Nuevo Reino, determinó de subir a él a participar de las riquezas que se habían publicado que en él había; y así, con toda presteza, hizo seis bergantines para la navegación del río, y juntó cuatrocientos hombres y partiéndose él por tierra con los doscientos, envió los otros doscientos que entrando por la boca del río grande de la Magdalena, navegasen por él arriba hasta donde concertaron de juntarse. En este viaje no dejó de pasarse muy gran necesidad de comida, porque como los naturales del río grande ya tenían experiencia de cómo los españoles que otras veces por allí habían pasado, se sustentaban de lo que ellos cogían y sembraban, tenían todos alzadas y puestas en cobro las comidas, que fue causa de muchas muertes y enfermedades; de suerte que el mal de muchos era irremediable. En este viaje, asimismo, murió mucha gente de que picándoles algún murciélago o mosquitos, que los hay muy perjudiciales en este río, se les hacían llagas, las cuales, por la constelación del propio río y tierra de él, eran canceradas, y sin poderse remediar este mal se comían los hombres de cáncer, y así eran miserablemente muertos.

Entre otras muchas cosas dignas de notar que en el viaje de Jerónimo Lebrón sucedieron en este río grande arriba, diré aquí dos o tres, todas tocantes a la ferocidad de los lagartos que en él se crían, llamados caimanes | 19 .

Entre otros muchos indios e indias que se llevaban cargados y en prisión para el servicio de los españoles, iba una cadena con doce personas | 20 , indios e indias, cargados con sus colleras al pescuezo, por donde iba la cadena metida para seguridad de que los indios no se huyesen. Estos doce indios eran gente criada en la ribera del propio río y por eso muy grandes nadadores, así las mujeres como los varones, los cuales, queriendo salir de aquella sujeción y cautiverio que llevaban, yendo caminando por junto al río grande, dejaron las cargas que sobre sí tenían y con su cadena y colleras al pescuezo, se arrojaron al río y comenzaron a nadar, lo cual hacían con mucha destreza y liberalidad; y ya que iban cerca de la tierra de la otra banda del río, uno de estos lagartos o caimanes asió de uno de los indios que en la cadena iban, y metiéndolo con demasiada furia debajo del agua para comer, sumergió asímismo a las otras once personas, y todas por la fuerza de este pescado fueron ahogadas y comidas de caimanes.

Estaba un soldado puesto cerca de la barranca del río, apartado del agua obra de una vara de medir, al cual daba la claridad del sol a las espaldas que causaba sombra en el agua; y como acaso pasase por allí uno de estos caimanes o lagartos y viese la sombra del soldado que en el agua daba, creyendo ser persona arremetió a hacer presa en ella con la boca, y como hallándose burlado viese el soldado que a la barranca estaba turbado de ver el caimán, revolvió con la cola y diole un golpe tan recio que lo derribó e hizo caer en el agua y río, donde cogiéndolo entre los dientes se lo llevó casi sobre el agua a la otra banda del río, y en la orilla de él se lo comió a vista de muchos soldados, sin poder remediarlo.

Un día sucedió que una acémila o macho que un soldado llevaba con su fardaje y ropa, después de haberse alojado, fue a darle a beber al río, y como el macho metiese el hocico en el agua para beber, fue por él asido de un caimán. El macho hizo fuerza con las manos, de suerte que el caimán no lo pudo meter en el agua, y a los gemidos que daba acudió su dueño, y con él otros muchos soldados, y unos se asieron del macho para detenerlo y otros con lanzas daban al caimán para que lo soltase, lo cual no aprovechó hasta que arrancó todo lo en que tenía hecho presa, que fueron todos los hocicos, y así quedó la acémila todos los dientes descubiertos, que parecía andarse continuo riendo, y causaba gran risa a todos los soldados, porque verdaderamente parecía cosa monstruosa y de gran fealdad.

Jerónimo Lebrón llegó al pueblo de La Tora con harta gente menos de la que sacó de Santa Marta, y los que a este pueblo llegaron con él, iban ya tan trabajados y maltratados de las calamidades que en el camino habían pasado, que se les hacía dificultoso el pasar adelante con su empresa, especialmente viendo y entendiendo la gran serranía y montuosa que les quedaba por pasar, que eran las sierras de Opón, por lo cual muchos soldados, hablándose unos a otros, determinaron embarcarse de noche en los bergantines y volverse en ellos el río abajo a Santa Marta, y dejar al gobernador con los que con él quisiesen quedar que prosiguiesen su jornada, la cual a muchos parecía ser imposible llegar con ella al cabo. Tuvo Jerónimo Lebrón noticia de este trato, y sin hacer sobre ello ningún castigo, porque le parecía harta pena los trabajos que los soldados habían pasado y les quedaban por pasar, hizo sacar todos los bergantines a tierra, y para frustrar de todo punto los designios de los que pretendían volverse a Santa Marta, les pegó fuego y los quemó todos, y junté toda la clavazón y herraje de ellos y juntamente con los tiros de artillería que había llevado, los metió y escondió en una cueva o caverna y cubriéndolo con tierra lo dejó allí. Este hecho causó gran murmullo entre la gente española que Lebrón tenía consigo, porque unos lo aprobaban por bueno y otros lo reprobaban por no tal, y así cada cual juzgaba el hecho como tenía el pecho; lo que claramente entendió el gobernador, y para satisfacerlos a todos, los juntó y les hizo una elegante oración, declarándoles las causas del haber quemado los bergantines y cuán en su favor era, pues algunos inconstantes soldados y de flacos ánimos pretendían volverse desde la puerta y entrada de la tierra donde habían de tener algún descanso, por irse a vivir en mísero y vil ocio, y que pues lo más del camino era pasado y los trabajos habían sufrido con valerosos ánimos, que a trueco de pasar lo poco que les quedaba por delante, habrían un descanso próspero, pues si como él pensaba entraba en su poder el gobierno del Nuevo Reino, donde tanta prosperidad le habían pintado, ellos serían mejorados o a lo menos gratificados de lo que en la tierra hubiese.

Y diciendo y haciendo, sin detenerse más allí, luégo pasó adelante, marchando por las riberas de el brazuelo arriba, dando y repartiendo entre los más enfermos y debilitados sus propias cabalgaduras, los cuales iban tales que en tres leguas de tierra que había desde el pueblo de La Tora hasta una cabanilla que se hacía en un arcabuco, se tardaron diez días, y allí se detuvo el gobernador Lebrón ocho días por ver si podía reformar su gente con unos palmitos amargos y hojas y flores de bihaos; pero viendo que el detenerse era de ningún efecto, habló a los que más dejativos iban, diciéndoles que no había remedio, sino morir o pasar adelante; pero ninguna cosa remediaban estas palabras las enfermedades de muchos, los cuales, por no poder tolerar el trabajo del caminar sin comer, se querían y tenían por mejor quedarse por aquellos arcabucos y morir con brevedad que seguir aquellos trabajos del camino, y así, delante de el propio gobernador y de sus capitanes, se metían por la montaña y se escondían y quedaban vivos.

El gobernador envió delante al capitán Manxares, que fuese con cierta gente descubriendo y siguiendo el camino que el general Jiménez de Quesada y su gente habían llevado; el cual llegó hasta el primer bohío que descubrió San Martín en las riberas del brazuelo, donde Manxares halló ciertos panes de sal de los del Reino, y de allí envió a avisar a su gobernador que quedaba atrás, y él marchó adelante siguiendo las pisadas y vestigios de la gente del general Jiménez de Quesada.

Jerónimo Lebrón, sabido esto y que el camino iba muy cerrado, envió delante a un capitán Millán con noventa hombres macheteros y azadoneros que iban abriendo el camino, y luégo él siguió tras ellos, y así caminaron sin parar hasta llegar al valle de Opón, dejando cada día gente y soldados vivos por el camino que no podían dar paso adelante o no se atrevían. Del valle de Opón pasaron al del Alférez, y del del Alférez al de la Grita, que es tierra del Reino, donde descansaron algunos días, y hecha reseña de la gente que había, hallé el gobernador Jerónimo Lebrón que de cuatrocientos hombres que de Santa Marta había sacado, solamente le quedaban ciento cincuenta, que todos los demás fueron muertos en el camino, de hambre y enfermedades y arrebatados de caimanes y despedazados de tigres y de otras fieras alimañas. Asimismo había perdido en el dicho camino doscientas cabalgaduras, de las que él y su gente sacaron de Santa Marta.

Fue Jerónimo Lebrón y su gente el segundo que por este camino del río grande y sierras de Opón navegó el camino para el Nuevo Reino de Granada, y por eso se halla que padecieron tantos trabajos y perdieron tanta gente.

|Capítulo noveno En que se escribe cómo Jerónimo Lebrón, después de haber descansado y en recibido en la ciudad de Vélez por gobernador, en las de Tunja y Santafé no lo quisieron recibir por inducimiento de Hernán Pérez de Quesada.

Después de haber descansado Jerónimo Lebrón con la gente que le había quedado en el valle de la Grita, caminó adelante, siguiendo el rastro y camino que en el primer descubrimiento habían llevado el general Jiménez de Quesada y su gente, y en pocos días llegó a la ciudad de Vélez, donde, así por la poca gente española que en aquel pueblo había, como por ser toda gente pacífica y que no deseaba novedades o escándalos, fue recibido por el cabildo con muestras de placer por gobernador, donde se detuvo Jerónimo Lebrón más de lo que convenía, que fue causa de no ser recibido en Tunja ni en Santafé, como luégo se dirá.

Los vecinos de Vélez, usando y aprovechándose de la potestad y jurisdicción del nuevo gobernador, luégo procuraron que les diese cédulas de encomiendas de los indios que tenían, porque las que el general Jiménez de Quesada, y Hernán Pérez de Quesada, su hermano, les habían dado, eran solamente depósitos, y en esto y en la reformación de algunos soldados que aún venían enfermos, se detuvo, como he dicho, Jerónimo Lebrón algunos dlas en Vélez, en el cual tiempo llegó la nueva de su llegada y venida a la ciudad de Tunja y a la de Santafé, donde a la sazón estaba Hernán Pérez de Quesada, que como se ha dicho, era justicia mayor y capitán general del Reino, electo y nombrado por los cabildos, el cual, como desease ser conservado en su trono y no tener sobre sí superior, trató con muchos amigos suyos y personas principales el notable daño que a todos los españoles que habían conquistado y ganado la tierra les vendría de ser gobernados por un nuevo gobernador que a ella venía tan acompañado de amigos y personas a quien forzosamente había de aprovechar y favorecer con perjuicio y daño suyo y de sus haciendas, y que para evitar y estorbar esto, debían repudiarlo con el mejor color que ser pudiese, de suerte que no se le siguiese infamia notable para con el rey. A todos los más les pareció bien lo que Hernán Pérez de Quesada decía, y aunque veían que el principal fin era su provecho particular, entendían que de ello se seguía el general a todos, y así determinaron de no recibirle ni aceptarle por su gobernador, y con esta determinación se partió Hernán Pérez de Quesada con toda la más gente de a pie y de a caballo que pudo para la ciudad de Tunja, donde proponiendo la propia plática que a los de Santafé, los halló del propio parecer, ofreciéndose todos a sustentarle y conservarle en su gobierno, y seguirle en lo que determinase y quisiese hacer; y hallando Hernán Pérez toda la gente de estos dos pueblos, que era la más principal del Reino y mayor cantidad, tan de su bando, y con propósito de seguir su opinión, envió dos capitanes, que fueron Juan de Arévalo y Juan Cabrera, a Vélez a hablar a Jerónimo Lebrón de su parte, a que supiesen dél por cuyo mandado venía, y los poderes que traía, y lo que pretendía hacer, y juntamente con esto le dijesen cuán fuéra de recibirle estaban los vecinos de Tunja y Santafé y otros muchos soldados que en estos dos pueblos residían, y le persuadiesen que no diese ocasión a tumultos y alborotos, pues de ello sería deservido el rey, y otras muchas cosas, las cuales con más arrogancia y libertad de la que era decente, le dijeron y representaron a Jerónimo Lebrón los dos capitanes Juan Cabrera y Juan de Arévalo, por lo cual, así el gobernador como otros muchos amigos suyos, se desabrieron con ellos y les cobraron un tan intrínseco odio, que vinieron algunos principales a decir a Jerónimo Lebrón que si quería allanar todas las presunciones y pretensiones de Hernán Pérez y de sus amigos, cortase las cabezas a los dos mensajeros, que habían dado muestras de muy belicosos y facinerosos y parecían ser de los más principales amigos de Hernán Pérez. Jerónimo Lebrón no lo quiso hacer por particulares respectos que a ello le movieron; pero después se arrepintió de no haberlo hecho, porque halló por inspirencia que estos dos capitanes sustentaron con obstinación que no fuese recibido por gobernador más que otros ningunos.

En este tiempo llegó a Tunja un Francisco Arias, que había subido con Jerónimo Lebrón, y por ir desabrido con él dijo que bien podían no recibirle, porque los poderes que de gobernador traía Jerónimo Lebrón, demás de no ser bastantes para entrar por gobernador en el Nuevo Reino, eran dados por la Audiencia Real de Santo Domingo, que no obligaban a tanto como si fueran del Consejo Real de Indias, que fue dar gran avilantez a todos los plebeyos a que sustentasen su opinión.

Juan Cabrera y Juan de Arévalo se volvieron a Tunja con respuesta de que el gobernador Jerónimo Lebrón quedaba determinado de hacerse recibir y obedecer por tal, por fuerza o de grado, lo cual, sabido por Hernán Pérez de Quesada, luégo puso toda la gente que consigo tenía a punto de guerra, para si fuese necesario hacer resistencia a Jerónimo Lebrón, y con toda ella se alojó fuéra de la ciudad de Tunja, en el propio camino que de Vélez venía, en lugar cómodo y fuerte, para si viniesen a las manos.

Jerónimo Lebrón, fuéra de tiempo, usó de presteza, y juntando la gente que consigo traía y otros soldados de los que en Vélez estaban, caminó a paso largo la vía de Tunja, llevando toda su gente armada y puesta en orden. Llegó en poco tiempo a vista de Tunja, donde vio puesta la gente de su enemigo en orden en su propio alojamiento, para recibirle con las armas, por lo cual le fue necesario alojarse a vista de sus contrarios, para antes de venir a rompimiento justificar su causa y dar a entender a los ciudadanos de Tunja y Santafé y a las demás personas que seguían a Hernán Pérez, cómo lo que pretendía era cosa justa y que el rey lo mandaba y quería; pero como la gente que Hernán Pérez de Quesada tenía consigo sobrepujase en número y en fortaleza a la de Jerónimo Lebrón, fuele dificultoso el salir con su empresa, y así luégo buenas personas se metieron de por medio a intervenir y tratar que no llegasen a rompimiento, sino que en la pretensión de entrambas cabezas se diese un medio cual conviniese para la paz y quietud de todos; y así se trató de que los dos capitanes y gobernadores se viesen juntos, y que lo que concertasen aquello hiciesen.

Hernán Pérez dejó concertado con los de Tunja que él remitiría el negocio a lo que los cabildos hiciesen, y que entonces habría lugar de, con menos escándalo, echar a Jerónimo Lebrón de su pretensión; y con esto salió de su alojamiento con doce de a caballo, y Jerónimo Lebrón hizo lo mismo, y juntándose en una campiña que entre los dos alojamientos había, se hablaron muy cortésmente, y Hernán Pérez, como ya tenía seguras las espaldas, y con esta color pretendía descargarse si en algún tiempo el rey le quisiese castigar por esta resistencia, dijo a Jerónimo Lebrón que se presentase con sus provisiones ante los cabildos de Tunja y Santafé, y que lo que ellos hiciesen él estaba presto de obedecerlo y pasar por ello. A Jerónimo Lebrón le pareció bien este medio, aunque no comprendía la malicia, y así lo aceptó, más por verse poco poderoso para con las armas hacerse recibir por gobernador, que no porque tuviese por bueno este medio y que Hernán Pérez dio, con el cual todos de conformidad se entraron en la ciudad de Tunja con sus gentes, y juntos los alcaldes y regidores, que todos eran muy particulares amigos de Hernán Pérez, se presentó ante ellos Jerónimo Lebrón con sus provisiones de gobernador, las cuales vistas por los del cabildo, le respondieron que el Nuevo Reino no era provincia de Santa Marta, donde él era gobernador, y que supuesto que la tierra se había descubierto y poblado por gente que de Santa Marta había salido, que por la mucha distancia que de la una provincia a la otra había, ellos, cuando la poblaron, la poblaron para que fuese gobernación de por sí, fuéra de la jurisdicción de Santa Marta; sobre la cual había ido en España su capitán general Jiménez de Quesada a tratarlo con el rey; que hasta tanto que de ello hubiesen respuesta y mandato expreso de la persona real, no pensaban recibir ningún gobernador, y así no había lugar de recibirlo a él.

De esta respuesta fue acelerado Jerónimo Lebrón y muchos de sus amigos, pero como el tiempo y pocas fuerzas no les daban ninguna ayuda a salir con su pretensión, saliéronse de Tunja y fuéronse a Santafé, siguiéndolos muchos de los suyos, y lo mismo hizo Hernán Pérez con los de su parcialidad.

Llegados todos a Santafé se presentó Jerónimo Lebrón ante el cabildo con sus provisiones, y le fue respondido lo propio que en Tunja, y así se vio de todo punto burlado de la fortuna, y perdida la esperanza de gobernar la tierra.

Hernán Pérez de Quesada, viéndose por esta vía confirmado en su gobernación, para asegurarse de todo punto trató de que a Jerónimo Lebrón se le comprase toda la hacienda que en el Reino había metido, y se volviese a Santa Marta, pareciéndole que con su presencia no podía dejar intentarse novedades, como dende a poco tiempo se empezaron a intentar, porque muchas personas, con particulares motivos, comenzaron a decir que ha­bía sido gran yerro y aun delito el que se había cometido en no obedecer por gobernador a Jerónimo Lebrón, y que debía ser obedecido; pero no osaban algunos ponerlo en efecto, temien­do ser castigados del propio Jerónimo Lebrón; y vino sobre esto a términos el negocio que se llegaron soldados y gente a Jerónimo Lebrón induciéndole a que fuese a donde Hernán Pérez de Quesada estaba y lo prendiese, y si fuese necesario le cortase la cabeza, con que aseguraría su gobierno y sería obedecido por todos los pueblos; pero Jerónimo Lebrón era hombre de ánimo reposado y asentado y no amaba nada los desasosiegos y tumultos, y así, por esta vía nunca quiso entrar en posesión de la gobernación, pareciéndole que si en ella entraba con derramamiento de sangre, que no le podía suceder bien; pero no fue tan negligente Hernán Pérez de Quesada, porque luégo que entendió las novedades que algunos deseaban intentar con la presencia de Jerónimo Lebrón, le mandó notificar que dentro de tercero día saliese de los términos del Reino, so pena de muerte y perdimiento de bienes, con todos los que le quisiesen seguir, lo cual obedeció Jerónimo Lebrón, temiendo la ejecución, porque luégo se partió para el astillero de Guataquí, tierra de los Panches, donde el general Jiménez hizo sus bergantines, riberas del río grande, siguiéndole mucha gente, así de la que con él había venido de Santa Marta, como de la que antes estaba en el Reino, entre los cuales fueron los capitanes Juan del Junco, Gómez de Corral, Melchior de Valdés, Antonio Díaz Cardoso.

Hizo Jerónimo Lebrón dos bergantines, en los cuales se embarcó y navegó el río abajo, donde fue muy perseguido de los naturales que en él había poblados, que salían en sus canoas a flecharle y estorbarle el viaje, y como ya iba agua abajo y navegaban con mucha ligereza, llegaban a algunos pueblos de indios sin ser sentidos, a los cuales hallaban muy descuidados, y allí eran de ellos presos y cautivos, y tomadas sus haciendas y joyas de oro. En esta vuelta por dar, como he dicho, de repente Jerónimo Lebrón en algunos pueblos que estaban poblados en las riberas del río, hubo de ranchear más de cinco mil pesos de oro fino; y con esta recreación llegó a la mar, y saltando en tierra se fueron los bergantines por el agua a Santa Marta, de donde le enviaron caballos para en que caminase él y los que con él iban.

Llegado que fue Jerónimo Lebrón a Santa Marta, fue bien recibido del obispo don Juan Fernández de Angulo y de los demás ciudadanos, y luégo comenzó a hacer sus informaciones de la resistencia y agravio que en el Reino se le habían hecho en no haberlo querido recibir, y hechas, las envió al rey, para que por ellas le constase de todo lo sucedido en el Nuevo Reino, escribiendo él sobre ello particularmente. Tenía gran queja Jerónimo Lebrón de los capitanes Martínez y Lázaro Fonte, y Juan Cabrera, y Juan de Arévalo y Contreras, que parecía haberse mostrado más clara y particularmente contra él, y así iban las informaciones más agraviadas contra éstos.

Dende a un año que Jerónimo Lebrón volvió del Reino y estaba gobernando a Santa Marta vino a ella por teniente del adelantado don Alonso Luis de Lugo, sucesor de la gobernación por muerte de su padre, un Juan Benítez Pereira, el cual fue recibido y obedecido por tal, y Jerónimo Lebrón se volvió a Santo Domingo, donde era vecino y tenía su casa y vivienda, donde después murio.

Juan Benítez Pereira quiso subir al Reino a apoderarse en él, por cosa perteneciente a la gobernación del adelantado de Canaria, pero pocas jornadas fuéra de Santa Marta le dio una enfermedad de que murió, y la gente se desbarató y volvió a Santa Marta, y así se quedó el gobierno de aquella ciudad en los alcaldes ordinarios, que la tuvieron en justicia hasta que a ella vino el mismo adelantado don Alonso Luis de Lugo, como más adelante se dirá.
|Capítulo décimo En el cual se escribe cómo Hernán Pérez de Quesada, para aprovechar a los muchos españoles | 21 que en el Reino había, envió al capitán Baltasar Maldonado que descubriese las Sierras Nevadas de Cartago con ciento cincuenta hombres.

Volviendo a la provincia del Nuevo Reino, Hernán Pérez de Quesada se quedó con su gobernación en la tierra, y como en ella había ya mucha gente española, no había en los tres pueblos de Santafé, Tunja y Vélez para darles indios a todos con que se sustentasen, y por esta causa procuró que se hiciese algún descubrimiento y jornada donde la gente ociosa pudiese ser ocupada y tener de comer.

Desde la ciudad de Santafé se parecían unas sierras nevadas casi a la parte del occidente, que hoy llaman las de Cartago, que estarán apartadas de esta ciudad sesenta y tres leguas (por el camino real que hay ahora que andar, y por donde la historia dice que Maldonado fue, hay pocas menos de ciento), las cuales muchas veces en este nuestro tiempo se ven cuando el elemento del aire no está turbio con los vapores y nubes que de la tierra se levantan; y como en las Indias, en este tiempo se tuviese por común opinión que toda región donde la nieve hacía asiento era rica y próspera y muy poblada, fue promovido Hernán Pérez de Quesada a que se fuesen a descubrir estas sierras nevadas, y si la región fuese tal como deseaban, poblase la gente en ella y así se remediarían los que no tenían sustento particular; y para este efecto nombró por capitán al capitán Baltasar Maldonado, y le dio ciento cincuenta hombres, con los cuales se metió por la tierra de los Panches y fue a dar a una población llamada Jaquima, de sus propios moradores, los cuales, tomando las armas en las manos, pretendieron echar a los nuestros de su tierra, o a lo menos estorbarles el camino, y aunque llegaron a las manos y algunos españoles corrieron peligro de ser muertos de los indios, con poco daño de los nuestros fueron desbaratados y ahuyentados estos bárbaros, con pérdida de muchos de sus guerreadores que fueron muertos en el conflicto de la guazabara.

De Jaquima, caminando, fue a dar el capitán Maldonado con su gente a un pueblo llamado de las Canoas, puesto en las riberas del río grande, donde los naturales procuraron defender su tierra y casas; pero fue vana pretensión, por ser fácilmente desbaratados y ahuyentados de los nuestros, con pérdida de muchos indios.

Pasaron los españoles el río grande, de la otra banda, por junto a un pueblo llamado Honda, donde ni en el pasar del río ni en el entrar en el pueblo tuvieron ninguna resistencia de indios, donde fue necesario para guías y claridad de la tierra de adelante haber y tomar algunos indios; y para este efecto se quedó el capitán Rivera, puesto en salto en las propias casas y bohíos de Honda, donde los indios, como gente de guerra, vinieron recatadamente a ver sus casas, trayendo consigo sus armas. Rivera y otros ocho españoles que con él estaban salieron a ellos, pero fueron de prima faz puestos en aprieto, porque los indios, con sus arcos y flechas y lanzas que traían, se los esperaron e hirieron los más de ellos, y al propio capitán le tomaron el caballo, pero con todo esto, los españoles, cerrando con ellos, los desbarataron matando algunos y tomaron las guías que pretendían y se fueron siguiendo la demás gente, la cual hallaron alojados ribera de un río llamado Guarino, cuyos naturales vinieron dende a poco a guerrear con los nuestros, y como la tierra donde acometieron era rasa y llana, fueron desbaratados con mucha presteza, y con muerte de muchos indios que les alancearon, recibiendo ellos sólo el daño de la muerte de un caballo, y de este río de Guarino, marchando, entraron por la provincia de los Palenques, que es donde al presente están pobladas las ciudades de Vitoria y los Remedios, donde hallaron muchos pueblos de gente muy belicosa y guerrera, todos los más de los cuales estaban fortalecidos con palenques hechos de gruesos maderos, donde defendían tan bien sus personas y haciendas, que en muchos días que el capitán Maldonado anduvo por esta provincia hubo muy pocas victorias con los indios.

Quiso Maldonado asaltar y desbaratar uno de estos palenques, junto al cual se alojó con toda su gente, de donde luégo salió un muy dispuesto indio con una macana en las manos, y paseándose por delante de su palenque, comenzó a hablar muy soberbia y ásperamente, como hombre a quien el atrevimiento de los españoles había causado particular enojo, diciendo que porque eran tan locos que menospreciando el vivir se les venían a las puertas de sus casas, donde les incitaban a que tomando las armas les diesen el pago de su inconsiderado atrevimiento, y que lo más acertado y provechoso les sería volverse luégo, antes que la multitud de gente que dentro de aquel palenque estaba fuesen indignados a tomar las armas; y este atrevimiento de este bárbaro causaba que como hasta entonces no había visto españoles ni sabía hasta dónde llegaban sus fuerzas y crueldades, y él y su gente eran señalados entre los demás naturales, parecíale que el mismo vigor temía contra los españoles, y por eso habló tan atrevida y desenvueltamente; pero Maldonado, no curándose de sus vanas palabras, tomó consigo sesenta hombres y metiose en unas casas que junto al palenque estaban, aunque algo apartado de él, y de allí arremetieron estos soldados por mandado de su capitán al palenque para asaltarlo y entrarlo por fuerza; pero fueron rebatidos de los bárbaros que dentro estaban, con pérdida de diez españoles que les mataron con lanzas y flechas que de dentro les tiraban. Juntó Maldonado toda su gente en aquellos bohíos en que se habían apoderado, para de allí con más facilidad asaltar el palenque, y otro día le quiso dar otro asalto con cincuenta hombres que a ello envió, pero sin hacer ningún efecto se volvieron con pérdida de otros diez soldados que en el acometer el palenque les mataron los indios con flechas untadas de ponzoñosa hierba, y deseando el capitán hacer algún daño en estos indios para que no quedasen tan victoriosos, hizo a un soldado extranjero, llamado Mateo Sánchez Rey, que sobre unas ruedas como chirrión armase cierta máquina de madera, en la cual pudiesen llegar cubiertos españoles al palenque y asaltarlo; pero aunque esto fue hecho, no trajo ningún fruto, porque como la máquina fuese hecha y en ella se metiesen ocho españoles y se llegasen al palenque, los indios de la parte de dentro, con garfios de madera derribaron la compostura y castillo y mataron a todos los que en él iban, sin escapar ninguno; y visto esto el capitán Maldonado, y que aunque había estado sobre aquel palenque cuarenta días no lo había podido tomar, antes sin daño de los indios había perdido muchos de sus soldados, y viendo la mucha vigilancia y solicitud que los indios ponían en guardar su palenque, así de noche como de día, sin perder punto en lo que tocaba a las velas y guardias, al orden que los españoles en esto tenían, alzó su gente de allí y siguió su descubrimiento de sierras nevadas.

Pasó por otras muchas poblaciones de esta provincia de los Palenques, donde tuvo muchas guazabaras con los indios, en las cuales le mataron algunos soldados, y fue a salir a una provincia llamada Mineima, donde hallaron rastro de la gente de Benalcázar, que habían pasado por allí; y como esta provincia estuviese cercana a las sierras nevadas, en cuyo descubrimiento y demanda iban, parecioles que no podía ser cosa próspera por la nueva que Benalcázar y los suyos habían dado de la tierra por do habían pasado, y así no curaron de ir más adelante con su descubrimiento, sino de allí se volvieron la vuelta del río grande por algunas poblaciones de gente belicosa, por las cuales pasaron trabajosamente, y pasando el río grande se volvieron al Nuevo Reino y ciudad de Santafé, de donde habían salido, donde hallaron a Hernán Pérez de Quesada, que todavía gobernaba, con quietud y ocio, así por la tranquilidad que entre los españoles había, como porque los naturales, cansados y lastimados de las guerras pasadas, en las cuales fueron ásperamente castigados, no habían intentado ningunas novedades ni rebeliones.

Este capitán Maldonado, con esta gente, fue el primero que descubrió esta provincia de los Palenques, y entró en ella y la anduvo, y después de él entraron otros como adelante, tratando de las poblaciones de Vitoria y los Remedios, que en ella están pobladas, se dirá.

18 En la “tabla” de Sevilla está antepuesto como de costumbre, el título de “don” al nombrar a Jiménez de Quesada. En el manuscrito hay en este lugar una señal que se refiere a una nota marginal, y dice: |Don Gonzalo, palabras que están tachadas; así sucede todo lo largo de este libro.
19 Al margen dice: |o cocodrillo, palabra que está tachada.
20 En el manuscrito dice: “con doce |piezas cargadas”, denominación que se les daba a los esclavos. La palabra |piezas fue tachada y reemplazada por |personas indias, colocadas entre líneas e igualmente tachadas. Al margen dice: “personas indios e indias”. Se observa la vacilación para calificar indios que, según las leyes vigentes, eran libres, y sin embargo habían sido sometidos a esclavitud.
21 En la “tabla” de Sevilla dice: ” a los muchos que en el Reino”, sin nombrar “españoles”.

|Capítulo undécimo En el cual se escribe la entrada de Montalvo de Lugo en el Nuevo Reino, y cómo persuadió a Hernán Pérez de Quesada que hiciese la jornada del Dorado, el cual salió a ella con su | 22 gente y lo que le sucedió hasta llegar al río Papamene.

Pocos días después, y aun casi en la misma sazón que el capitán Maldonado salió del descubrimiento y jornada de sierras nevadas y de los Palenques, entró en esta provincia del Nuevo Reino un capitán Montalvo de Lugo, con cierta cantidad de españoles que habían salido de la ciudad de Coro y gobernación de Venezuela, que fue el quinto capitán que en el Reino entró con gente. Y para que por entero se sepa la causa de la entrada de este capitán Montalvo en el Reino, aunque me aparte de la materia principal, por haber de tocar muy peregrinos sucesos, la contaré.

Este capitán Montalvo anduvo con el gobernador Jorge Espira en la jornada que hizo por los llanos de Venezuela en demanda del Dorado, de quien atrás asimismo apuntó acerca de Federmán, de donde, como dije, salió Jorge Espira perdido, y en el camino, por industria del mismo Federmán, se erraron, porque el uno caminaba hacia Coro, que es como decir al norte, y el otro al sur, y deseó Jorge Espira dar aviso a su teniente y a su gente para que no se perdiesen, lo cual, aunque intentó, como en su jornada más largamente escribo, no pudo haber efecto por defecto de ciertos ríos, que estorbaron el pasaje de los españoles que a ello iban. Llegado, pues, Jorge Espira a Coro, los que gobernaban la tierra, que era el doctor Navarro y el obispo Bastidas, determinaron enviar a este capitán Montalvo con la gente tras de Federmán, a avisarle no siguiese los vestigios y pisadas del gobernador Jorge Espira, porque se perdería, aunque otros dicen que lo enviaban a poblar las provincias del Tocuyo y Barquisimeto, donde ahora, en la propia gobernación, están poblados dos pueblos de estos propios nombres. De cualquiera suerte que haya sido, el capitán Montalvo de Lugo se metió la tierra adentro y vino a parar a la provincia de Barquisimeto, donde estaba el desembocadero de la sierra para los Llanos, y estando en esta población y provincia llegó el capitán Reinoso con parte de la gente que Cedeño, gobernador de la Trinidad, había metido de la costa de Maracapana y Cubagua la tierra adentro en demanda de Meta, donde, por su muerte, fue este Reinoso electo por capitán general; y después de haber andado por diversas regiones, volvió atrás, casi perdido y desbaratado, y aportó, como he dicho, con la mitad de la gente a esta provincia de Barquisimeto, donde a la sazón estaba Montalvo, y la otra mitad se había apartado, con Diego de Losada, que era maese de campo, a invernar a otra parte, por no poderse sustentar juntos por la mucha gente que traían y poca comida que había.

El capitán Montalvo, por quedarse con la gente de Reinoso, y más seguramente proseguir su viaje, prendió al Reinoso, y sin causas que pareciesen justas, lo envió a Coro, para que de allí lo enviasen a Santo Domingo a dar cuenta de ciertos desacatos y resistencias que en tiempo que Cedeño vivía se habían hecho a jueces que la Audiencia de Santo Domingo contra él envió; y juntando y congregando Montalvo la gente de Reinoso con la suya, caminó la vía de los Llanos, y luégo se puso en camino siguiendo a Federmán por la halda de la sierra, donde pasó su gente por el yugo y trabajo que los demás sus antecesores en esta derrota habían pasado, con hambres, enfermedades, muertes, así de tigres como de caimanes, y otros infortunios que consumían los hombres; y antes de llegar al pueblo de Nuestra Señora, por do Federmán había atravesado la cordillera, tuvo noticia por indios de la sierra cómo había españoles en este Reino, y hallando por allí parte cómoda para subir y atravesar la cumbre de la cordillera, lo hizo así, presumiendo que la noticia que los indios le daban de españoles fuese el capitán Federmán, en cuya demanda había salido de Coro. Vino a salir a la ciudad de Tunja, donde fue muy bien recibido de todos los del pueblo y de Hernán Pérez de Quesada, que tenía el gobierno supremo de la tierra, y tratándose y comunicándose los dos, el capitán Montalvo de Lugo y Hernán Pérez de Quesada vinieron a tener tanta amistad el uno con el otro, que fue promovido Hernán Pérez por parte del capitán Montalvo a ir con gente en descubrimiento del Dorado o de cierta noticia adelante de los Choques y Papamene, a quien atribuyeron este nombre de Dorado. Porque como el capitán Montalvo había andado en toda la jornada con el gobernador Jorge Espira y había visto las noticias que los indios del Papamene y Choques les habían dado, de que adelante de aquella mala tierra había infinitas gentes que poseían gran cantidad de oro y plata, y en el Reino había en este tiempo gran número de gente, y todos en él no se podían sustentar sin notable daño de los naturales, fue fácilmente Hernán Pérez determinado de juntar gente e ir en demanda de las tierras que el capitán Montalvo le decía, en las cuales, como he dicho, le prometía gran felicidad, así de riquezas como de naturales.

Muchos buenos soldados, así de los que en el Reino habían entrado con el general Jiménez de Quesada como de los que entraron con los generales Benalcázar y Federmán, que por sus justos trabajos y méritos tenían indios encomendados y con ellos algún sosiego y descanso, movidos con loca y sobrada codicia, los dejaban y desamparaban por irse con Hernán Pérez y participar de la nueva tierra que iban a descubrir; y después se hallaron tan burlados cuanto adelante se dirá, pues así de estos soldados como de los que después subieron el río arriba con Jerónimo Lebrón, como de los que el capitán Montalvo trajo consigo, hizo y juntó Hernán Pérez de Quesada doscientos ochenta hombres bien aderezados y ciento cincuenta caballos, y otros muchos pertrechos de guerra, y según afirman algunos de aquel tiempo, más de ocho o diez mil indios e indias Moxcas para el servicio de estos españoles y llevar cargas y otros muchos efectos bestiales, de que los indios e indias servían en aquel tiempo.

Y dejando Hernán Pérez de Quesada por su teniente en el Reino al capitán Gonzalo Suárez Rendón, se partió de la ciudad de Santafé por principio del mes de septiembre, año de mil quinientos cuarenta; y llevando consigo a los capitanes Montalvo, y Martínez, y Maldonado, caminó la vuelta de los Llanos, a tomar el pueblo que decían de Nuestra Señora, por el camino que el general Nicolás Federmán había traído al tiempo que entró en el Reino, y al atravesar la cumbre de los páramos de Pasca le dio un récio temporal de frío y hielo, de tal suerte que mucha parte de los indios e indias que llevaban se murieron helados sin poder ser guarecidos de los españoles, y sin sucederle cosa que fuese notable, próspera ni adversa, llegó al pueblo de Nuestra Señora, que como atrás he dicho, está a las haldas de la cordillera, junto a los propios llanos de Venezuela, donde por ir la gente algo fatigada del trabajo de la sierra y cordillera que habían atravesado, le fue necesario holgar y descansar veinte días, después de los cuales marchó con su campo por tierra rasa y llana, hasta llegar al río que llaman de Guaviare, el cual pasado, caminó hasta llegar al río de Papamene, que está a la entrada de las montañas, por donde Hernán Pérez rehusaba entrar temiendo su perdición y la de su gente; y así se alojó junto a las montañas, para ver el acuerdo que tomaría; porque muchos de los capitanes y soldados viejos que con él iban reprobaban el entrar en las montañas como cosa pésima y mala para la salud y conservación de la gente española, de la cual, hasta entonces, no le había faltado ninguna. Pero contra la opinión de todos los más, prevaleció el parecer de Montalvo de Lugo, que ya era teniente general de Hernán Pérez de Quesada, que le decía y persuadía que se metiese por la tierra de los Choques adelante, y llegando a cierta punta o promontorio, que llamaban la punta de Finisterra, dende a pocas jornadas darían en la noticia del Dorado, en cuya demanda habían salido, |aunque en reiterar sobre este negocio se estuvieron algunos días | 23.

Metime tan sin pensar en esta jornada de Hernán Pérez, que me parece que estoy obligado a pedir perdón al lector por haber salido tan de golpe de la provincia e historia del Nuevo Reino, de quien iba tratando; pero como esta jornada se había de escribir en otra parte, para no interrumpir la historia, ya que la he comenzado a escribir aquí, tenga paciencia el lector, y si alguna pesadumbre le diere por parecer que se quiebra con esto el hilo y materia de la conquista y sucesos del Reino, pase adelante, donde se volviere a tratar de él, |en el capítulo XIII | 24 .

|Capítulo duodécimo De cómo Hernán Pérez de Quesada se metió con la gente que llevaba, por las montañas del Papamene, donde, perdiendo mucha de ella, fue a salir desbaratado a la villa de Pasto, gobernación de Popayán.

Volviendo a la jornada de Hernán Pérez de Quesada, como antes dije, pudo más la opinión del capitán Montalvo que los pareceres contrarios de otros muchos, y así Hernán Pérez, tomando por sus propias manos y claramente la perdición y ruina de su gente, se metió con toda ella por las montañas del Papamene y Choques adelante, cuya tierra y región, así por estar cubierta de grandes montes por cuya espesura en pocas partes de ella llega el sol a bañar ni calentar la tierra, como por las grandes humedades que por esta causa y cotidianas aguas que del cielo caen, hay en toda aquella región, es en sí de tan corruptos aires, que luégo comenzaron a enfermar los españoles e ir muriendo y quedándose por el camino; a cuya mala región ayudaba en sus operaciones, tan perjudiciales a la salud humana, la falta de las comidas y mantenimientos, que verdaderamente parece que por fatal constelación de alguno de los planetas o estrellas que sobre esta región asisten, la hacen abundosa de muchas cosas perjudiciales a la conservación de la naturaleza humana, y falta de las provechosas y necesarias.

Partido, pues, que fue Hernán Pérez de Quesada de su alojamiento, y entrado, como he dicho, por las montañas, comenzó a pasar muy crecidos ríos y trabajosos caminos, dejando en ellos muchos españoles e indios, que se morían de enfermedades y hambres y otras calamidades y trabajos que les sobrevenían, con los cuales llegó al cabo de Finisterra, y de allí volvió sobre la mano derecha, caminando siempre por montañas, hasta llegar a un pueblo que llaman de la Guazabara, por haber los naturales de él salido de mano armada al capitán Maldonado que iba en la vanguardia con cierta gente española, con los cuales tuvieron una reñida guazabara en que los indios fueron desbaratados.

Alojóse Hernán Pérez de Quesada en este pueblo de la Guazabara, por haber en él alguna comida, para que descansase y reformase su gente; y estaba puesto en tal parte este pueblo, que para salir de él e ir adelante fue necesario enviar a hacer puentes, para pasar unas ciénagas que por delante tenían, en las cuales, con el puro trabajo de los españoles, se hicieron veinticuatro puentes, bien largas, de madera; y por ahorrar del trabajo que en hacer las puentes se había de pasar, y los que adelante la fortuna les prometía y ofrecía, quisiera Hernán Pérez volverse atrás desde este pueblo, pero todos le aconsejaban lo contrario, a causa de que toda la tierra que atrás dejaban era de raras poblaciones, y esas quedaban tan destruídas y arruinadas, que se creía no hallarían en ellas ningún género de comida con qué poder salir a lo raso, y perecerían todos de hambre en el camino; y así le fue forzoso pasar adelante con su descubrimiento por aquellas montañas, por las cuales se hallaban tan pocas poblaciones de indios, y esas tan pequeñas, que cuando topaban un pueblezuelo o lugarejo de hasta cuatro casas o bohíos, les parecía que hallaban algún suntuoso pueblo; pero de ríos caudalosos topaban en gran abundancia, que los ponían en harto trabajo; y así cada día iba Hernán Pérez perdiendo de su gente, así españoles como indios y caballos.

Llegaron a un río que llamaron del Bagre, en el cual descansaron algunos días, por hallar en él alguna comida; y pasando de allí adelante dieron en otro río, que llamaron de Olmeda a causa de que pasándolo un hombre principal, llamado Jorge de Olmeda, en su caballo, llevaba una india a las ancas, cayó el caballo y el río era furioso y húbose de ahogar en él este Olmeda. Estando toda la gente española pasando este río, ya que de la otra banda había pasado la mitad, creció el río con las muchas aguas que llovían, de tal suerte que nunca pudo en tres días pasar gente de la una parte a la otra, ni había lugar de hacerse puentes por la mucha anchura de él, y así los que habían quedado por pasar el río padecieron tal hambre y necesidad en estos tres días, que les fue forzoso matar un caballo de los que tenían, para comer, y viéndose en esta aflicción, encomendándose a Dios Todopoderoso, hicieron cierta promesa a Nuestra Señora por la evacuación del río para conservación de sus vidas, la cual hecha abajó el agua de suerte que se pudo vadear el río y lo pasaron con hambre y trabajo.

Pasado el río, holgaron allí dos días con cierta comidilla de yuca y algunas legumbres de la tierra que hallaron; y prosiguiendo su viaje, siempre por montañas y ríos, que la fortuna les ponía por delante, llegaron al pueblo que llamaron de la Fragua, que serían veinte o veinticinco casas extendidas en seis leguas de tierra, de dos en dos y de una en una, por las cuales se esparcieron los españoles para poderse sustentar y descansar algunos días del trabajo del mal camino y ríos y hambres que siempre pasaban, dejando por todas partes gente atrás perdida.

Envió desde este alojamiento Hernán Pérez de Quesada al capitán Maldonado que fuese adelante a descubrir, con ciertos soldados de los más sanos y robustos para sufrir el trabajo; el cual, después de haber pasado más de veinte leguas de despobladas montañas, dio en algunas casas y bohíos de indios, pero Hernán Pérez no quiso seguir aquel camino que Maldonado había descubierto, por parecerle que sería total destrucción y ruina de toda su gente, y así envió por otras partes otros capitanes y caudillos a que descubriesen y viesen si había salida conveniente, de suerte que no pereciesen todos. El capitán Martínez, con los que con él iban, dio en un río en cuyas riberas estaba un lugarejo de hasta ocho casas o bohíos bien proveídos de comida, al cual por ir los españoles tan hechos a no hallar pueblos de más de dos casas, y como dije, el mayor de cuatro, pusieron a éste Valladolid, nombre por cierto bien desemejable al pueblo y lugarejo, que estaba puesto de la otra banda del río, que era algo caudaloso, y por donde había de pasar para ir al pueblo, lo dividía una isla de montaña que en medio de él había, en dos brazos, que el uno, más cercano al pueblo era hondable y no se podía vadear, y el otro se vadeaba por cierta parte señalada.

Martínez volvió a dar aviso a Hernán Pérez de Quesada, que había quedado en el pueblo de la Fragua, el cual luégo se partió con su gente, y como el capitán Montalvo llegase delante con cierta gente de a pie y de a caballo que consigo llevaba, a la ribera del río donde estaba el lugarejo llamado Valladolid, para haber de pasar luégo a la otra banda, fueles defendido y estorbado el pasaje por los indios del pueblo, que saltando en sus canoas y pasando el primer brazo a la isla que está en medio del río, las dejaban allí, y casi nadando pasaban el otro brazo, con sus arcos y flechas en las manos y muchos dardos y hondas con que arrojaban piedras; y peleando desde la lengua del agua con los españoles, les defendieron por todo aquel día el pasaje. Pero al día siguiente fueron los nuestros satisfechos y vengados de la resistencia que los indios les habían hecho y guazabara que les habían dado, porque como venida la noche ellos fuesen a sus casas, el capitán Montalvo hizo buscar vado en el primer brazo del río, y hallándolo, pasaron ciertos españoles a la isla que en el medio estaba, que, como he dicho, era montuosa, donde se emboscaron y pusieron en celada; y como otro día de mañana los indios se tornasen a juntar y embarcar en las canoas para hacer lo que el día antes habían hecho, llegaron a la isla, y dejando allí sus canoas pasaron a dar guazabara a Montalvo, que con otros pocos españoles se les había puesto delante; y como los indios llegasen a pelear, fue hecho señal, según estaba concertado, para que los españoles de la emboscada saliesen a dar por las espaldas en los indios, los cuales lo hicieron así, que saliendo de repente causaron tal espanto en los indios que de turbados no osaron menear las armas; y acudiendo los demás españoles los tomaron en medio del río, donde podían bien entrar los caballos, y allí hicieron tal estrago en ellos que muy pocos escaparon con la vida, y así iba el río lleno de cuerpos muertos y teñido en sangre.

Tomaron luégo los españoles las canoas, y con ellas pasaron todos y su fardaje el río, y se alojaron en el lugarejo de Valladolid, donde tuvieron qué comer algunos días.

El capitán Martínez fue el más mal librado en esta entrada de Valladolid, porque en la guazabara que con los indios dentro del río tuvieron, le dieron una lanzada de que le quebraron un ojo.

Acabada de comer la comida que en Valladolid se halló, marcharon el río arriba con menos concierto de lo que a gente de guerra era permitido, a causa de los muchos enfermos que de ordinario se llevaban en el campo, tan debilitados que no podían llevar una espada en la mano, y unos acabados de morir y otros luégo caídos; y así era grande el trabajo que con ellos se llevaba, por haber de ir siempre en la retaguardia gente con caballos recogiéndolos, porque no se quedasen por el camino, |y montañas; y en esto tenía muy especial cuidado Hernán Pérez de Quesada, de más de que usaba de mucha caridad con todos los necesitados y enfermos, visitándolos y proveyéndolos y partiendo con ellos de lo que tenía para su sustento y mantenimiento, que era cosa que en semejantes tiempos pocos suelen hacer. Fue en toda esta jornada este capitán muy moderado (?) |y bien criado (?) |con los pobres y pequeños (?) |soldados, tratando a todos generalmente con mucha modestia y benevolencia, sin que con palabra ni obra hiciese agravio a ninguno aunque sus obras lo mereciesen | 25 .

El día que los españoles salieron del poblezuelo de indios llamado Valladolid | 26 , un escribano llamado Francisco García, que debía ser algo glotón, no pudiendo sufrir la pena que la falta de la comida le daba, por ser su destemplanza grande, determinó de ahorcarse, y poniéndolo en efecto él mismo, sin que otro le ayudase, se colgó de un palo del bohío donde estaba alojado.

|Caminó Hernán Pérez algunos días sin saber la derrota que llevaba, y pasando por unos bohíos llamados Mocoa,, donde hallaron alguna comida, fueron a parar a una |loma alta en la cual había una poca población y comida, que era la que más deseaban hallar, y |alojándose en ella la gente, envió Hernán Pérez al capitán Maldonado con cuarenta hombres que fuese a descubrir y ver si hallaba algún camino por donde pudiesen salir de aquellas montañas y guarnecer las vidas con aportar a tierra donde hubiese cristianos, porque ya no pretendía otra cosa ni tenía puestos los ojos en riquezas ni en Dorado, sino en sólo poder salir de aquellas trabajosas y fragosas sierras montuosas y |agurrosas (sic) | 27 .

Maldonado caminó tres días sin saber por dónde iba, al cabo de los cuales, atravesando la cordillera y cumbre de la sierra, dio en un valle de cabañas y mucha población, llamado Sibundoy. Era este valle de los términos de la villa de Pasto, de la gobernación de Popayán, y a la sazón lo andaban pacificando ciertos capitanes por mandado de Benalcázar, que ya era adelantado de aquella gobernación. El capitán Maldonado, no conociendo la tierra, volvió con mucho contento a dar aviso a Hernán Pérez, el cual luégo se movió con toda su gente a entrar en el valle de Sibundoy, con pérdida de muchos soldados, que los indios le habían muerto en la loma donde había estado alojado, los cuales eran indios caníbales y tan atrevidos y desvergonzados, que el día que los españoles levantaron sus toldos de aquel alojamiento les tomaron los indios seis soldados a manos, delante de toda la más gente, sin que se pudiese remediar por ser la tierra tan doblada y montuosa, y allí incontinenti los hicieron pedazos y se los llevaron cargados para comer. En veinte leguas que de la loma dicha hasta el valle de Sibundoy había, por la maleza del camino perecieron muchos españoles y caballos.

Iba Hernán Pérez de Quesada tras toda su gente, recogiéndola y animándola, porque no se le quedase perdida y muerta más de la que se le había quedado, y llevaba la vanguardia el capitán Montalvo con ciertos soldados, el cual entró en el valle ya tarde, y llegó a unos bohíos donde había harto maíz y otras raíces y legumbres que comer, en los cuales se alojó, y era tanta el hambre que llevaban que españoles, indios y caballos en toda la noche no entendieron sino de comer, que no se veían hartos, según la canina hambre que consigo traían. Otro día de mañana le salieron muchos indios de paz al capitán Montalvo, y preguntándoles por señas dónde estuviesen españoles, dijeron que media legua de allí andaban los que, como dije, por mandado de Benalcázar, pacificaban aquel valle, que eran el capitán Pedro de Molina, con cierta gente española, el cual, como por lengua de los indios, tuviese noticia de la llegada de Montalvo a Sibundoy, envió dos soldados conocidos, llamados Alonso del Valle y Mansilla, que habían entrado en el Nuevo Reino con Benalcázar, a que supiesen qué gente era la que en el valle había entrado, los cuales lo hicieron como les fue mandado y llevaron noticia a su capitán Pedro de Molina del suceso de Hernán Pérez y de su gente.

El capitán Molina otro día envió a recibir con contento a Hernán Pérez y a los que con él iban, con el capitán Cepeda y otros cuatro vecinos de Pasto, con refresco para comer donde se juntaron todos los unos y los otros, y se holgaron Hernán Pérez y sus compañeros de que Dios los hubiese sacado tan inopinadamente de una fragosidad y maleza de tierras y montañas en que andaban engolfados y perdidos, a tierra donde había cristianos que los socorriesen y favoreciesen. A Hernán Pérez le habían quedado ciertas cadenas de oro y otras joyas, las cuales allí ferió por ganados y los repartió entre los suyos para que se reformasen, y les dio licencia que se fuesen donde quisiese cada uno, y él con algunos que lo quisieron seguir, se fue la vuelta de Cali, a ver con el adelantado Benalcázar, que en esta sazón residía en este pueblo; y los soldados cada cual se fue por su parte, y algunos se volvieron al Reino donde habían salido.

Perdió Hernán Pérez de la gente que sacó del Nuevo Reino, desde que se metió por las montañas del Papamene y Choques hasta que llegó al valle de Sibundoy, pasados de cien españoles y más de ocho mil personas de indios e indias, y la mayor parte de los caballos, que todos fueron muertos de hambres y ahogados en ríos, y de enfermedades que por la mala constelación de la tierra les daban.

22 En la “tabla” de Sevilla dice: “con gente”
23 La frase impresa en bastardilla está tachada en el original. La edición de la Real Academia, Madrid, la copia sin indicar tal hecho.
24 Las palabras en bastardilla están añadidas y tachadas.
25 La frase en bastardilla se encuentra tachada y es de difícil lectura.
26 En el texto se lee “Vallid”. Al margen: “Valladolid”.
27 Lo impreso en bastardilla está tachado y en su lugar se dice en nota marginal: “de donde saliendo, fueron a parar a una loma alta en la cual había un poco de poblazón y comida, de la cual envió Hernán Pérez a Maldonado que fuese a descubrir si había algún camino por dónde salir de aquellas montañas”.

|Capítulo décimotercero En el cual se escribe cómo ido en España el general Jiménez de Quesada trató de comprar la gobernación de Santa Marta al adelantado don Alonso Luis de Lugo, y cómo estuvieron concertados sobre ello y se deshizo el concierto por cierta ocasión, y cómo el adelantado se partió de España para las Indias y llegó al Cabo de la Vela, con lo que le sucedió hasta que llegó al Nuevo Reino.

En tanto que Hernán Pérez de Quesada andaba en esta calamitosa jornada, la cual llamaron, y hoy llaman del Dorado, le | vino al Nuevo Reino |otra casi tan trabajosa aflicción con la entrada con el adelantado don Alonso Luis de Lugo, hijo del adelantado viejo, don Pero Fernández de Lugo, a quien por su gran bondad y cristiandad llamaron el Bueno.

|Porque don Alonso Luis de Lugo como fuese tocado de esta enfermedad y nolimetange | 28 , |de quien el apóstol dice que está a raíz de todos los males se… ello muestras cuando el año de mil y quinientos y treinta y seis, envió solo su padre | 29 | |el Adelantado, a las sierras de Santa Marta a que hubiese algún oro para pagar las deudas que debía. Y habiendo vuelto a Santa Marta con más de ochenta | 30 mil pesos se le alzó con ellos y se fue huyendo a España, con que dio a entender todo el vicio que en él reinaba. Puso en tanto aprieto la tierra del Reino por sacar de ella mucho oro, que si los españoles que en él residían fuera gente insufrible y deseosa de novedades les habría puesto y ofrecido ocasión en las manos, con que con quitarle a él la vida y librarse de su doméstica tiranía se encendieran entre ellos las civiles guerras que en Pirú y otras partes de Indias han causado grandes daños. Y |para que con perspicuidad se vea que lo que digo pasa y es verdad, diré que la causa de su venida al Nuevo Reino e iré discurriendo … |lo que en el Reino hizo hasta que de él salió | 31 .

Al tiempo que el general Jiménez de Quesada llegó a Corte en España y dio noticia al rey y a los de su Consejo de las Indias de la tierra que había descubierto, estaba asímismo en Corte don Alonso Luis de Lugo, que había emparentado con el comendador mayor Francisco de los Cobos, y por esta vía vuelto en gracia con el emperador, por donde vino a haber licencia de suceder en la gobernación de Santa Marta, a quien asimismo, por el respecto dicho, se adjudicó el Nuevo Reino.

El general Jiménez, deseando haber para sí la gobernación, trató con el adelantado don Alonso Luis de Lugo que le vendiese o cediese el derecho que a ella tenía y le daría cierta cantidad de dineros. El adelantado vino en ello, y tratose en el precio, y fueron concertados en veinte y tantos mil ducados, de los cuales le dio luégo Jiménez una parte al adelantado, que serían doce o trece mil ducados, y ya que de ello se habían de hacer las escrituras y el rey de colar y pasar la gobernación, fue impedido el adelantado y estorbado por su deudo el comendador mayor a que no hiciese ni efectuase el cambio, diciendo que pues el general Jiménez se ofrecía de darle tanta suma de oro, que viniendo él en persona al Nuevo Reino, que era su gobernación, mucha más cantidad habría, pues en adquirir dineros no era perezoso. El adelantado, pareciéndole bien lo que Cobos le decía, saliose afuera del concierto que tenía hecho como persona poderosa y dejó frustrado a Jiménez de su designio y sin el dinero que por señal le había dado, sin querérselo volver, diciendo que más cantidad se le debía por la parte que su padre había de haber del oro que en el Reino había habido.

Con este aviso y acuerdo el adelantado don Alonso se determinó de volver a Indias, y haciendo y juntando cantidad de gente para subir seguramente al Nuevo Reino, fue a portar al Cabo de la Vela, donde adjudicando la tierra a su gobernación, se entremetió en algunas cosas de que se desabrió mucho el rey con él, porque usando de más señorío del que le era dado, sacó por fuerza de la caja real cierta cantidad de marcos de perlas y oro, contra la voluntad de los oficiales, a los cuales echó presos e hizo otras molestias y agravios, diciendo que no le habían de estorbar que no tomase lo que de derecho le pertenecía, que era el dozavo del quinto real; sobre todo lo cual le escribió el emperador y los del Consejo Real reprendiéndole ásperamente su atrevimiento y mandándole que volviese lo que allí había tomado; y se entiende que si no estuviera de por medio quien estaba, que fuera su atrevimiento, como era razón, atajado.

Del Cabo de la Vela se vino a Santa Marta, donde hizo bergantines y sacó por tierra y por mar más de trescientos hombres, con los cuales caminó por tierra y por el río, por el propio camino por do habían subido el general Jiménez de Quesada y su gente, y después de ellos Jerónimo Lebrón; y como a esta sazón en las riberas de este río no había ningún pueblo de españoles poblados, y los naturales estaban rebeldes y cada día tenían noticia de hasta dónde llegaban las fuerzas de la gente que por allí pasaba, hacíanse más belicosos y guerreros, y juntamente con esto tenían ya por aviso de en sintiendo que españoles subían el río arriba, quitar las comidas de junto a las riberas, y llevarlas a esconder la tierra adentro, y así se hicieron tan nocibles los trabajos a esta gente que el adelantado llevó consigo, como a los demás que antes habían pasado. Sola una ventaja llevaban y tenían, que era saber que iban a tierra descubierta y poblada, y por camino que ya se había andado otras veces.

La gente que el adelantado llevaba consigo, como toda la más era recién venida de España, y que él la había traído consigo, que comúnmente llaman chapetones, probolos la tierra, y comenzaron a enfermar por el camino, y a morir, y a quedarse muchos vivos escondidos por los montes, a mención de que tigres o indios los matasen, o ellos pereciesen de hambre como otros muchos habían hecho, y porque finalmente, las persecuciones y mortandades y hambres y trabajos a esta gente del adelantado no fueron menores que las de los demás que por este propio camino habían pasado, los cuales, si por extenso se hubiesen de recontar, sería hacer larga digresión, digo que cuando el adelantado llegó a las sierras de Opón, llevaba ya menos más de los dos tercios de la gente española que de Santa Marta había sacado, consumidos con los trabajos referidos del camino. Llegados que fueron a la sierra y valle de Opón, como era todo montañas, y el camino iba muy cerrado, de tal suerte que por haber crecido por él mucho monte no se podía ver ni se dejaba entender ni conocer, fue puesto el adelantado en gran confusión, con toda su gente, de tal suerte que estuvieron para volverse a Santa Marta, porque ni hallaban, como he dicho, camino para pasar adelante ni comida con que se sustentar.

A esta sazón estaba en el Reino por justicia mayor y capitán general el capitán Gonzalo Suárez Rendón, el cual tuvo nueva por lengua de los naturales del valle de la Grita, que se comunicaban y trataban con la gente y naturales del valle de Opón, cómo en aquellas sierras había españoles, y deseando que no se perdiesen ni pereciesen, envió un buen soldado y buen peón, llamado Martín de las Islas, a que los fuese a guiar y sacar de aquellas montañas; el cual llegó a tiempo que ya, como dije, estaban para volverse a Santa Marta, que fuera harto mejor para la quietud y sosiego de muchos; y con indios que el Martin de las Islas llevaba, Moxcas, dio luégo aviso al capitán Suárez cómo era el adelantado de Canaria. Suárez desque lo supo, luégo aderezó cierto refresco de pan y carne y se lo envió al camino al adelantado, lo cual le fue tan bien gratificado cuanto adelante se dirá.

El adelantado y su gente salió de las montañas y sierras de Opón mediante el guía que se le había enviado, y luégo que entró en el Reino fue obedecido por gobernador de él, porque traía nuevas provisiones, y así se apoderó de toda la jurisdicción y gobierno de él.

|Capítulo décimocuarto En el cual se escribe lo que el adelantado hizo e intentó durante el tiempo que en el Reino estuvo para sacar de él muy gran cantidad de oro, lo cual sacado se volvió a España. Trátase aquí qué cosa es dejación de indios y del vender los repartimientos.

Después que el adelantado don Alonso tuvo debajo de su mando la tierra y pueblos del Nuevo Reino, toda su felicidad era inquirir y saber qué personas de las que entraron en la tierra con el general Jiménez de Quesada tenían y poseían oro; y entre otras de quien le dieron nóticia, fue el capitán Gonzalo Suárez Rendón. De éste procuró con buenas palabras sacar el oro que tenía escondido debajo de su madre la tierra | 32 , por quitarlo de las asechanzas de los hombres, de quien siempre se temía; y como con buenos cumplimientos y razones no pudiese cobrar nada ni el capitán Suárez le quisiese dar cosa ninguna, determinó hacerle hacer por fuerza lo que voluntad no tenía, y así porque no le quería dar el oro que tenía lo prendió y tuvo preso y comenzó a molestarle con prisiones y otros agravios que le hacían, los cuales no bastaron a convencer el aflicto ánimo del capitán Suárez, para que descubriese al adelantado dónde tenía el oro | 33 que el uno con obstinación defendía y el otro con codicia procuraba, por lo cual, presumiendo el adelantado que un deudo o cuñado de Suárez, que se decía Pedro Vásquez de Loaisa, era o podía ser sabedor del lugar donde Suárez tenía escondido el oro, porque como aun a esta sazón había pocos cofres, llaves ni otros géneros de custodias en el Reino, tenía por más seguro el esconder cada cual sus riquezas debajo de la tierra que no tenerlas en los frágiles bohíos en que vivían, y según he dicho había hecho lo mismo el capitán Suárez en presencia de este su pariente Pedro Vásquez, le prendió 34, el cual como se viese oprimido de las molestias del adelantado, y aunque le amenazaba que le quería dar tormentos porque declarase lo que le mandaba, hubo con justo temor de descubrir dónde estaba el oro escondido, y enseñándoselo al adelantado sacó de él más de diez o doce mil pesos, sin las piedras esmeraldas, que tenían harto valor y precio, y con todo esto jamás durante el tiempo que el adelantado estuvo en el Nuevo Reino hubo hombre que pudiese acabar con él que soltase a Suárez de la prisión en que lo tenía; más aún, después lo llevó consigo a la costa de Santa Marta y lo metió en el navío en que él se embarcó para España, con intento, según algunos han querido decir, de que pereciese en el camino; pero después le vino a soltar en el Cabo de la Vela, como adelante se dirá. Y aunque no con tan notorias opresiones como las del capitán Suárez, sacó también el adelantado oro de poder de otros muchos conquistadores, que lo tenían guardado para remedio de sus necesidades, de los cuales, a unos se lo pagó con darles indios, que no los tenían, y a otros con mejorarlos en los repartimientos, y otros se quedaron sin ser gratificados en lo uno ni en lo otro, y aun sobre esto despojados de los indios que les habían sido dados por el gobernador Jiménez de Quesada, por lo cual hasta hoy plañen la calamidad de este tiempo.

Usó el adelantado de otro ardid más curioso y disimulado para haber oro, y fue que trató con los cabildos y personas principales que porque la tierra y naturales del Nuevo Reino no estaban bien repartidos ni conforme a derecho, que hiciesen dejación todos de los indios que tenían, para que él de nuevo los repartiese y encomendase; y porque no todos entenderán qué es esta dejación, y se ha ofrecido aquí ocasión, quiérolo declarar a los que lo ignoran.

Dejación es una escritura que el que tiene indios encomendados hace y otorga ante un escribano por la cual renuncia la encomienda que de los tales indios tiene, en el rey, libremente, para que los dé y encomiende su majestad a sus gobernadores en quien fueren servidos; y estas dejaciones y renunciaciones son tan firmes y valederas que si no fuese que al que hizo la dejación de nuevo le tornen a encomendar los indios que dejó, ni él ni sus hijos tienen derecho a ellos, y así está en arbitrio del que gobierna dar los indios renunciados a quien él quisiere y fuere su voluntad. En tiempo antiguo solían hacer estas renunciaciones de indios en favor de particulares personas con intención que si el rey o gobernador no tenía por bien de encomendar los indios en aquella persona en cuyo favor hacía la dejación, retenía en sí el derecho de encomienda; y esta condición han quitado las audiencias, pareciéndoles, y con muy gran razón, que la encomienda es la administración de personas libres, y no cosa vendible, porque las dejaciones hechas de esta manera traían consigo evidente y clara presunción de venta que de los repartimientos se hacían, lo cual los cristianísimos reyes y los de su Consejo de las Indias han mandado extirpar y cesar con todo rigor, enviando sobre ello muchas y muy particulares cédulas y provisiones, así para los jueces que no lo consientan y lo castiguen, como contra los que contraen y celebran las tales ventas, que han sido mucha parte para ser agraviados y maltratados los indios, porque uno que de aprovechamiento y demoras y por ventura violentamente ha habido de los indios que tiene encomendados diez o veinte mil pesos, quiere irse con ellos en España, y para llevar otros cuatro o cinco mil pesos más procura vender los indios o la encomienda a quien le dé esta cantidad de moneda, y allá tienen sus colores con los jueces para que pasen los indios en el comprador; el cual en breve tiempo procura haber de ellos la moneda que le costaron y otro tanto como el que se los vendió había habido, y para este efecto forzosamente han de ser los míseros indios vejados y molestados con nuevos modos de trabajos y ocupaciones serviles, con que no sólo son consumidos y muertos, pero algunas veces no les dejan tiempo para hacer sus sementeras, y si las hacen es fuéra de sazón y de tiempo de labor, de suerte que se vienen a perder sus sementeras, y sus hijos a perecer de hambre.

Esto, todo o la mayor parte, está hoy remediado mediante la curiosidad y rigor que han usado los visitadores y jueces que el rey ha mandado y manda que visiten la tierra y los repartimientos de ella, y como dije asímismo lo del vender de los repartimientos, y en todo cada día se va poniendo remedio de parte del mucho cuidado que su majestad y los de su Real Consejo de Indias han tenido y tienen de él, pro utilidad, conservación, conversión y aumento de los naturales de este Reino y de todas las Indias, general y particularmente, de lo cual algunas cosas iremos tocando en el discurso de esta historia, así de las leyes y provisiones dadas en favor de los indios como de lo que en todo por esta causa se ha mejorado los naturales del Nuevo Reino, espiritual y temporalmente.

Volviendo, pues, al adelantado, de más de tratar que se hiciesen estas dejaciones, trató y concertó que los cabildos eligiesen un procurador general que le pidiese que de nuevo juntase e hiciese una masa de toda la tierra y naturales de ella y los repartiese como convenía, por defecto de no estar bien repartidos.

En lo de las dejaciones, algunos las hicieron por ser los indios que tenían de poca importancia, y otros que aunque eran muy buenos, confiados de su amistad que se los volverían, se ofrecían a dejarlos, algunos de los cuales se hallaron burlados por no tornárselos a encomendar, y otros no quisieron hacer dejación, a los cuales molestó gravemente el adelantado con graves prisiones; y en lo del procurador general hiciéronlo los cabildos por complacerle, y ordenose como él quiso; con lo cual tuvo mejor color para despojar generalmente a los encomenderos de los indios que tenían encomendados, reteniéndolos en sí un año, de los cuales cobró generalmente una demora, que era el tributo que cada repartimiento de indios estaba obligado a dar en cada un año a su encomendero. Pasado este año comenzó a repartir la tierra y dar los repartimientos a quien quiso y le pareció |más por precio que por méritos | 35 , y puso en su cabeza, según algunos, más de treinta repartimientos de los mejores de la tierra.

En este tiempo volvió al Nuevo Reino Hernán Pérez de Quesada, que, como dije, salió de la jornada del Dorado, perdido, a la gobernación de Popayán, al cual asímismo comenzó a agraviar el adelantado, como a los demás vecinos, porque tuvo noticia de que este Hernán Pérez de Quesada y otro hermano suyo llamado Francisco de Quesada, con otros vecinos, escribían a España informando al rey de los agravios e injusticias que hacía el adelantado generalmente a todos en el Reino; y para dar color a sus aceleraciones y molestias que contra Hernán Pérez y su hermano hacía, les opuso que se querían levantar y amotinar e inventar novedades; y porque esta su oposición tuviese algún color o apariencia de verdad, ahorcó a un hombre que parecía ser familiar de Hernán Pérez, y con esta color los echó de la tierra a entrambos hermanos, enviándolos presos con el capitán Céspedes, que a esta sazón estaba de camino para ir a poblar la provincia de los Panches y sierras nevadas con gente que a su costa tenía hecha Céspedes, la cual le quitó el adelantado diciendo que era necesario que fuese a reedificar a Santa Marta, que la habían asaltado y quemado franceses, y con este color hizo al capitán Céspedes su teniente y enviolo a Santa Marta, entregándole por presos a Hernán Pérez de Quesada y a Francisco de Quesada, su hermano, para que los enviase con la misma color a Santo Domingo.

La gente que Céspedes tenía hecha la dio y entregó al capitán Hernán Venegas Manosalvas, natural de Córdoba, para que fuese con ella al efecto que Céspedes había de ir, y así Venegas fue y pobló la ciudad que hoy dicen de Tocaima, en la provincia de los Panches, en las riberas del río grande; de cuya fundación y conquista se tratará particularmente adelante.

Céspedes se fue a la costa y trabajó todo lo que pudo en reedificar a Santa Marta y en hacer los indios comarcanos a ella de paz; y en gratificación de esto en el Reino, el adelantado le quitó su casa e indios y los dio al capitán Montalvo de Lugo, de quien atrás hemos tratado, que era su pariente, y le echó a perder otra mucha hacienda que Céspedes tenía en el Reino.

El adelantado, pasando adelante con su manera de riguroso gobierno, quiso sacar cierto oro de la caja del rey, y como Briceño, que era tesorero, no se lo quisiese dar, lo echó preso y lo comenzó a molestar, por lo cual le fue necesario quebrantar las prisiones una noche, y él y otros muchos conquistadores que tenía presos porque no le querían dar oro y porque no hacían dejación de los indios que tenían encomendados, se huyeron y fueron a la costa, para irse a quejar al rey de las fuerzas |e insolencias | 36 del adelantado; el cual, temiendo que no viniese juez que le tomase residencia antes de salir de la tierra, apresuró su partida, y mandando hacer bergantines en la ciudad de Tocaima, se embarcó en ellos para la costa, dejando bien arruinada la tierra y mudada toda, y en ella por su teniente general al capitán Montalvo de Lugo.

|No trato particularmente de los agravios que el adelantado hizo a muchos, por parecerme historia muy larga, y así no me resta por decir sino que fue venturoso en todo el adelantado | 37 , porque al punto que llegó a Santa Marta, llegó el licenciado Miguel Díaz Armendáriz a Cartagena, que venía de España a tomarle residencia. El adelantado se embarcó y fue la vuelta del Cabo de la Vela, donde no le habían querido recibir, antes le habían tirado ciertos tiros de artillería, para que no saltase en tierra. Salieron de Santa Marta en su seguimiento, en otro navío, el capitán Céspedes y otros muchos conquistadores del Reino, para irse a quejar de él al rey, y alcanzáronle en el Cabo de la Vela, donde ya estaba surto, pero no obedecido por gobernador, y como llegaron los agraviados del Reino, hiciéronse con los ciudadanos del Cabo de la Vela, a ruego de todos los cuales la justicia de allí quitó las velas al navío del adelantado, y por esta vía vinieron a oprimirle a que soltase al capitán Suárez, que llevaba preso, y que pagase al tesorero del Cabo de la Vela cierta cantidad de pesos de oro que le había tomado la primera vez que allí estuvo, y le hicieron que diese cédulas y mandamientos para que todos los que estaban allí agraviados del Reino, se les volviesen sus repartimientos de indios de que habían sido despojados tan injustamente, y con esto le dejaron irse a España con su tesoro, que fue en harta cantidad.

Hernán Pérez de Quesada y su hermano, estando embarcados en un navío de un capitán Barchuleta, en el cual estaban asímismo el obispo de Santa Marta don fray Martín de Calatayud y el capitán Gonzalo Suárez y otras muchas personas, cayó un rayo |de lo alto de él y le mató del aire donde se congela aquel fuego que llamamos rayo, y sin hundir ni quebrar el navío, mató al capitán y señor de él, llamado Barchuleta, y a Hernán Pérez de Quesada, y a Francisco de Quesada, su hermano, que estaban bien apartados unos de otros, y el obispo quedó ciático y contrahecho de un lado, y el capitán Suárez quedó atónito y medio aturdido, y espantado del furor y temor del rayo.

Durante el tiempo que el adelantado don Alonso Luis de Lugo estuvo en el Reino, por el año de cuarenta y tres, envió al capitán Luis Lanchero que descubriese desde Vélez camino y desembarcadero acomodado para entrar desde el río grande al Reino, porque el que por Opón se traía era insufrible y que no se podía caminar por él sin notable daño de los caminantes. Fue Lanchero con gente española que para ello se le dio, y descubrió el desembarcadero que hoy llaman de Carare, por do entran los que vienen a aportar a Vélez, y de allí volvió a Vélez, el cual, con la propia gente que había descubierto y abierto el desembarcadero y su camino, que eran cuarenta hombres de a pie, quiso atravesar a Santafé sin llegar a la ciudad de Tunja ni a sus términos y metiéndose por el valle de Tuninga, que es en el rincón de Vélez, donde a la sazón estaba recogido el cacique Saboyá con su gente, que desde que dio la guazabara al capitán Rivera hasta entonces siempre estuvo rebelado, dio en el alojamiento de Saboyá y los constriñó a que fuesen amigos y sirviesen a los españoles, y de allí fue descubriendo y atravesando toda la provincia de los Muzos, donde hoy está poblado el pueblo de la Trinidad, que el mismo Lanchero pobló, como adelante se dirá; y salido que fue a Santafé pidió al adelantado que quería volver a poblar aquesta provincia de Muzo, que había descubierto. El adelantado que sí iría, pero nunca lo cumplió. Fue este el primer descubrimiento de la tierra de los Muzos.

28 Por: “noli me tangere”.
29 Una nota marginal tachada dice: “no va bien el año”.
30 El texto original decía: “más de |quinientos mil”, siendo tachada la palabra |quinientos y al margen puesto “ochenta”.
31 Los puntos suspensivos corresponden a palabras tan tachadas que resultan ilegibles.
32 La frase “debajo de su madre la tierra” está añadida entre líneas y reemplazaba el texto original tachado, que dice: ” |y enterrado en el vientre de su madre, la tierra”.
33 La palabra “oro” esta añadida y reemplaza la palabra |ídolo, tachada en el texto. Se observa en la edición de la Real Academia, Madrid, una equivocación al invertir los términos de la corrección, que cambia en cierto modo el sentido.
34 Las palabras “le prendió” están añadidas entre líneas.
35 La frase |más por precio que por méritos está ta |chada en el original.
36 Las palabras e |insolencias están tachadas en el original.
37 La frase en bastardilla está tachada en el original . En la versión corregida se lee así: “Fue venturoso en todo el Adelantado, hasta…” Las palabras “el Adelantado” se añadieron entre líneas para construír la frase correctamente.

|Capítulo décimoquinto En el cual | 38 se escribe la venida del licenciado Miguel Díaz a Cartagena, y la subida de Pedro de Orsúa al Reino, y las nuevas leyes hechas en favor de los naturales. Escríbese, en suma, el discurso del gobierno de Miguel Díaz.

Vueltos los del Reino del Cabo de la Vela a Santa Marta, hallaron nueva cómo el licenciado Miguel Díaz Armendáriz había llegado a la ciudad de Cartagena por juez de residencia de las gobernaciones de Cartagena y Popayán y Santa Marta y Nuevo Reino de Granada, por lo cual luégo todos se partieron la vía de Cartagena, y llegados que fueron persuadieron al licenciado Miguel Díaz que quisiese irse luégo con ellos al Nuevo Reino, el cual se excusó por entonces de lo hacer, por respecto de la residencia que entre manos tenía y otras cosas tocantes al asiento y buen gobierno de aquella gobernación; y como por esta vía no pudieron abreviar con el licenciado Miguel Díaz a que luégo se partiese, trataron con él que enviase por su teniente al Reino un sobrino suyo llamado Pedro de Orsúa ofreciéndose ellos de hacerlo recibir por tal en el Nuevo Reino.

Miguel Díaz vino en ello, y nombrando por su teniente a Pedro de Orsúa, lo envió con los que en Cartagena estaban agraviados del adelantado, que subiesen todos al Reino, dándole bastantes poderes, aunque el licenciado Miguel Díaz bien vio que no lo podía hacer; pero, como he dicho, a instancia y por complacer a los que se lo pedían y suplicaban, lo hizo; los cuales no se atrevían a volver al Reino, aunque tenían cédula del adelantado para que les volviesen los indios, porque como los que gobernaban la tierra, que eran los principales de ella, fueron las personas a quien el adelantado dio los indios que quitó a los que en la costa estaban, parecíales, y ello había de ser así, que subidos que fuesen al Reino, si no traían juez de su mano que les diese y volviese sus indios, que nunca alcanzarían justicia; y por estas causas procuraron, como he dicho, que el licenciado Miguel Díaz enviase con ellos a Pedro de Orsúa, como lo envió.

Partiéronse todos de Cartagena con otras gentes que para su resguardo juntaron, para seguridad de los indios del río grande y sierras de Opón, por do habían de pasar, y embarcáronse en cuatro bergantines; y como todos los más que en ellos iban eran hombres baquianos en la tierra, que es tanto como decir soldados viejos, no fue tan dificultoso ni tardío su viaje, ni tan calamitoso como a los que antes habían andado este camino. Ya que llegaron cerca del valle de la Grita, que es ya casi en los términos de la ciudad de Vélez, entraron en consulta por ver el modo que tendrían en que sin escándalo fuese recibido Pedro de Orsúa en el Reino, porque claramente veían que si primero no entraba el gobernador Miguel Díaz a ser recibido, que ninguna obligación tenía de recibir ni admitir a sus tenientes, y parecíales que si el caso era descubierto, y Pedro de Orsúa no se recibía, que ellos quedaban en riesgo y aventura de que el teniente del adelantado, Montalvo de Lugo, los maltratase y molestase, y aun por ventura que la gente se amotinase y no quisiesen recibir el propio gobernador Miguel Díaz, temiendo otro yugo tan pesado como el del adelantado por defecto de no conocer la rectitud de Miguel Díaz; y así determinaron que el obispo don Martín de Calatayud, que en esta compañía iba, y el capitán Céspedes y otras personas se quedasen zagueros y reacios atrás, y que Pedro de Orsúa, con el tesorero Pedro Briceño y el capitán Galeano, y el capitán Gonzalo Suárez, y Francisco de Figueredo, y Cristóbal Ruiz y otras personas de confianza, fuesen delante, y entrando en Vélez diesen a entender que el gobernador Miguel Díaz iba o quedaba un poco atrás, y que solamente se habían anticipado a proveerle de alguna comida, el cual enviaba delante a su sobrino Pedro de Orsúa para que por él tomase la posesión de la gobernación.

Por esta vía de que los cabildos temerían estar tan cerca el gobernador, harían lo que se les rogase. Finalmente, ello se puso en efecto así como se ordenó; y entrando Orsúa en Vélez con el engaño y cautela referida, le metieron en posesión del gobierno, y de allí se partió con presteza a Tunja, donde asímismo, con la misma cautela, lo recibieron, y pasando a Santafé, donde a la sazón residía el teniente del adelantado, Montalvo de Lugo, hizo juntar a cabildo en la iglesia de la propia ciudad, donde bajo del trato dicho presentó sus recaudos Pedro de Orsúa, los cuales, como Montalvo de Lugo los viese, dijo que no se debían obedecer, por respecto de que el rey [no] mandaba recibir por gobernador sino al licenciado Miguel Díaz; pero como los demás del cabildo temiesen la presta llegada de Miguel Díaz, el cual gobernando les podía hacer bien y mal, tuviéronse en favorecer a Pedro de Orsúa, y así le admitieron, aunque lo reclamaba Montalvo, el cual, no queriendo dejar la vara que tenía, porque decía que como teniente del adelantado recibido la podía tener, Pedro de Orsúa, arremetiendo a él, se la quitó por fuerza y violentamente, y lo prendió y secuestró sus bienes, y lo envió preso a la ciudad de Cartagena, donde Miguel Díaz estaba, y él se quedó con el gobierno de todo el Reino; y dende algunos meses concluyó el licenciado Miguel Díaz la residencia del gobernador de Cartagena, Pedro de Heredia, y se subió al Nuevo Reino, llevando consigo a Montalvo de Lugo para tomarle residencia.

Este licenciado Miguel Díaz metió en el Reino las nuevas leyes que el cristianísmo emperador don Carlos, rey de España, hizo y ordenó en favor de los indios en la ciudad de Barcelona se prohibía y prohibió que los indios no fuesen esclavos dende en adelante, y que los que hasta allí lo eran injustamente, fuesen libres, porque desde el año de mil quinientos cuatro hasta este tiempo hacíanse los indios esclavos y comprábanse y contratábanse como tales, sin guardar en ello ninguna orden de las que el rey había dado; y la causa de hacerse los indios esclavos procedió de que al principio que las Indias se descubrieron, los indios de la costa de Tierra Firme y de algunas islas mataron algunos frailes de todas órdenes, sobre lo cual hubo en España congregación de religiosos y personas doctas |de la orden de Santo Domingo | 39 , que persuadieron al rey que por muchas causas, que Gomara trata en la Historia General de las Indias, que debían ser esclavos; y el Rey, como se lo aconsejaban tantas personas y tan doctas, vino en ello, ya digo, poniendo ciertas ordenanzas y condiciones que habían de preceder para que justamente fuesen esclavos, de las cuales ninguna se guardaba. Después, a persuasión de los propios padres |de la propia orden de Santo Domingo | 40 , anuló el rey aquel mandato por esta ley que he dicho, y restituyó a los indios en su libertad; y juntamente con esto mandó que fuesen tratados como personas libres y como los demás vasallos de la Corona de Castilla; y aunque en este Reino no se hacían los indios esclavos, como en la costa, tenían a lo menos una manera de opresión los que llamaban ladinos y Anaconas que de Perú se trajeron cuando Benalcázar entró en el Reino, de los cuales se vendieron muchos disimuladamente, y eran forzados a servir a los que los compraban, lo cual se estorbó por esta ley.

Asimismo ordenó por las dichas leyes que ninguna persona se pudiese servir de los indios por ninguna vía contra su voluntad, y que los indios no fuesen cargados de una parte a otra con cargas que los consumían; y esto era muy acostumbrado en este tiempo. Vido los malos tratamientos y muertes de indios, que se solían hacer tan disoluta y absolutamente, que verdaderamente los que hoy son vivos de aquel tiempo dicen que era tanta su ignorancia en esto de matar indios, que les parecía que no sólo no se cometía en ello pecado, pero que eran dignos de galardón por ella; y así, mediante el rigor de esta ley y de otras que después acá se han hecho, hay mucha moderación en el maltratar indios ni matarlos, porque verdaderamente es grandísimo el cuidado que los oidores y visitadores ponen en inquirir y saber el tratamiento bueno o malo que cada encomendero hace a sus indios; y en otras ordenanzas que el rey don Felipe nuestro señor, siendo Príncipe de España, con acuerdo de los del Consejo Real de las Indias, hizo y ordenó, mandó que los tributos de los indios fuesen tasados, y que sin tasa no se les llevase nada a los indios, refiriendo asimismo el buen tratamiento de los indios, y el castigo y pena que se debía dar a los que los maltratasen; y otras cosas en favor de los indios, como parece por las mismas ordenanzas hechas en Valladolid el año de cuarenta y tres.

Todas estas cosas que consigo trajo Miguel Díaz causaron alguna pesadumbre a los españoles y encomenderos que en el Reino había, por irles a la mano en la libertad que antes tenían de tratar los indios como querían, oprimiéndolos en los servicios personales en más de lo que sufría y en lo de las demoras en más de lo que podían dar; aunque como casi en esta sazón se recrecieron las alteraciones del Perú, de Gonzalo Pizarro, nunca Miguel Díaz hizo más de publicarlas, pero no se atrevió a ejecutarlas por temor que no hubiese alguna novedad en la tierra; y así, en cosas tocantes a tributos y demoras se estuvo suspenso mucho tiempo, después que los encomenderos llevaban todo lo que sus indios les querían dar de su voluntad, porque así lo rezaban en aquel tiempo las cédulas de encomendar, como se podrá ver por su traslado, que aquí irá inserto 40a ; pero los encomenderos procuraban sacar más de lo que los indios de su voluntad les querían dar, con mañas que para ello tenían con los caciques y principales; y así, aunque como he dicho, Miguel Díaz trajo estas tan justas y santas leyes al Reino, en ninguna manera pudieron ser cumplidas, excepto en lo que tocaba a la libertad de los indios y a su buen tratamiento, que esto siempre se cumplió y obedeció.

Gobernó con quietud Miguel Díaz el Reino seis años, en el cual tiempo, como he dicho, sucedió la rebelión de Gonzalo Pizarro. Enviole el doctor Gasca a pedir socorro; tardáronse. los mensajeros en el camino, por lo cual, aunque tarde, hizo cierta gente y envió por general de ella a su sobrino Pedro de Orsúa; y yendo caminando hacia Perú vino nueva que Pizarro era desbaratado, y cesó la jornada con volverse la gente al Reino.

El capitán Martinez pidio al licenciado Miguel Díaz que le diese licencia para ir a poblar la provincia de los Muzos, que, como he dicho, había en tiempo del adelantado descubierto Lanchero. Diole Miguel Díaz la jornada e hizo cierta gente, y entró en la provincia, y sin poblar ni hacer cosa que fuese notable, se tomó a salir. Después de éste, en tiempo del propio Miguel Díaz, entró con propósito de poblar. Pedro de Orsúa, su sobrino, por vía de Vélez, en esta provincia de Muzo, y volteola por un lado, vino a salir a La Tora de los Panches, sin hacer cosa notable.

Poblóse en tiempo del licenciado Miguel Díaz la ciudad de Pamplona, hacia la parte del norte, la cual poblaron Pedro de Orsúa y Ortún Velasco, capitanes que en aquella provincia entraron con gente, cada cual por su parte; de cuya población y conquista adelante trataré largamente, y lo mismo se hará de cada ciudad y pueblo, por su antigüedad, porque en esta parte que al presente llevo no es mi designio tratar más [que] de lo sucedido en las ciudades de Santafé, Vélez y Tunja, hasta este tiempo, como creo que lo tengo dicho atrás.

Después que Miguel Díaz hubo tomado la residencia al capitán Montalvo, teniente del adelantado, lo envió con ella a España; pero él se fue a Santo Domingo, donde con ayuda de otros quejosos que a aquella Audiencia fueron de Miguel Díaz, alcanzó que se proveyese contra el juez de residencia; y como en este tiempo tenía gran fama de rica la tierra del Nuevo Reino, tomose para sí la comisión el licenciado Zurita, que era oidor de la propia Audiencia, y vino al Nuevo Reino a tomar la residencia a Miguel Díaz; pero como los del Nuevo Reino pocas veces les había ido bien con estas mutaciones y novedades, acordaron de no recibir al licenciado Zurita; mas con doméstica y paliada resistencia no lo quisieron admitir al uso y ejercicio del oficio, y así le fue necesario y forzoso volverse a Santo Domingo, y Miguel Díaz se quedó en su gobierno hasta que el rey envió Audiencia al Nuevo Reino.

De este desacato la Audiencia de Santo Domingo dio noticia al Real Consejo de las Indias, en el cual se proveyó que Miguel Díaz diese la residencia a la persona que nombrase la Audiencia de Santo Domingo, de lo cual tuvieron noticia los oidores que vinieron al Nuevo Reino, y enviaron a Miguel Díaz que fuese a Santo Domingo y allí diese su residencia. Mas como los jueces de aquella Audiencia, y aun el propio Zurita, que todavía estaba en ella, no habían olvidado el poco miramiento que se les tuvo, en no querer recibir en el Nuevo Reino por juez de residencia a Zurita, sólo por [no] complacer a Miguel Díaz, tomáronlo a enviar al Nuevo Reino, para que en él diese su residencia a la persona que ellos nombraron; de donde le vino que se hicieron sus negocios con más rigor del que esperaba, y así fueron mal sonantes en el Real Consejo de las Indias, de donde vino el daño de no volver más a entrar en plaza de gobernador ni oidor, con haber sido uno de los jueces que más apaciblemente han gobernado aquel Reino.
|Capítulo décimosexto En el cual se escribe la fundación de la Audiencia Real en el Nuevo Reino, y los primeros oidores que a ella vinieron, y cómo mandaron visitar la tierra de Tunja, y el orden que en la visita se tuvo y los naturales que se halló haber en los términos de aquella ciudad en este tiempo.

Desde que el general Jiménez de Quesada descubrió y pobló esta tierra del Nuevo Reino de Granada, que fue el año de treinta y siete | 41 hasta el año de cincuenta, siempre fue sufragana a la Audiencia de Santo Domingo, donde iban con las apelaciones que se interponían de los gobernadores y de sus jueces; y era tan larga la navegación que desde el Nuevo Reino a Santo Domingo hay, y de tantos peligros y riesgos, así de agua como de tierra, que muchas personas perdían su justicia o la dejaban perder, y pasaban por muchas fuerzas y agravios y sinjusticias que no sólo los gobernadores pero sus tenientes y cualesquier alcaldes les hacían, sólo por no ponerse a una tan larga y peligrosa itineración, porque desde la ciudad de Santafé a la de Cartagena hay casi doscientas leguas, que todas o las más de ellas se caminan por el río grande de la Magdalena, por donde es más peligroso el caminar que trabajoso, respecto de su gran corriente y veloces raudales que en él hay, que muchas veces hacen trastornar las canoas y ahogarse y perderse todo lo que en ellas va, y para ir desde Cartagena a Santo Domingo se había de atravesar un golfo que en medio hay, que no se navega con todos tiempos ni con la facilidad que hacia otras partes; de todo lo cual, y de otros muchos inconvenientes fue informado el Rey y el Real Consejo por mano de procuradores y personas que para este efecto enviaron los vecinos del Nuevo Reino, y proveyeron que hubiese Audiencia en el Nuevo Reino, en la ciudad de Santafé, y para este efecto, y por primeros oidores, enviaron a los licenciados Góngora y Galarza, que entraron en Santafé el año de cincuenta, y fueron recibidos con mucho contento de todo el Reino; los cuales luégo sentaron y fijaron su audiencia y estrados, y se gobernó la tierra por diferente modo que de antes. Las cédulas y provisiones que se despa [chaban] estaban libradas como pro­visiones reales y selladas con el real sello.

En esta sazón estaban ya algo asentadas las cosas del Perú de las alteraciones pasadas de Pizarro, y así comenzaron los oidores a dar asiento en las del Reino acerca de la moderación con que los naturales habían y debían ser tratados, y moderados sus tributos; lo cual, aunque antes había sido mandado, no se había efectuado, por las conspiraciones del Perú; para el cual efecto mandaron que la tierra se vitase | 42 y se hiciese discreción de los naturales que cada repartimiento tenía, y de los tributos que pagaban, y de las granjerías que tenían, y de lo que podían pagar, para que conforme a la visita que se hiciese, los oidores tasasen y moderasen los tributos.

Para este efecto fue nombrado por alcalde mayor el capitán Juan Ruiz de Orejuela, que visitó la provincia de Tunja; y la orden que en ello tenía era ésta: ante el escribano de visita que consigo llevaba, mandaba parecer ante sí al cacique y capitanes del repartimiento y pueblo donde estaba, y con una lengua e intérprete les preguntaba sus nombres, los cuales declarados y escritos, les demandaba cuenta de los indios que tenían por sujetos y en el tal repartimiento había, y los capitanes y caciques les daban, por granos de maíz, contados los indios que les parecía y ellos querían dar: recibíaseles la cuenta por granos de maíz, porque toda esta gente, |según adelante de su naturaleza trataremos | 43 , no saben contar de coro más de hasta número de veinte, y en contando un veinte, luégo cuentan otro, y así, ratificando la memoria de los veintes con granos de maíz, van acrecentando todo el número que quieren; y en esta cuenta de indios que daban los caciques solamente declaraban o contaban los indios casados, sin que en ella entrase los viejos ni los mancebos de hasta quince años y por casar. Esta discreción y cuenta de los indios que en cada repartimiento había, se hacía, y en cada visita se hace, dejados aparte otros respectos, pero el principal es por saber si los tributos que dan son excesivos y más de los que conforme al número de los indios y a la calidad de la tierra, y tratos, y contratos, y granjería de ella, pueden dar para que en todo haya una cristiana moderación, como siempre el rey lo ha mandado y encargado a sus jueces por particulares cédulas. Tras de esto se les preguntaba a los caciques y capitanes que a quién tienen por su encomendero, los cuales luégo allí nombraban.

Esta orden que este juez tuvo en hacer la descripción de los indios es diferente de la que ahora los visitadores hacen, de la cual adelante se dirá. Pero fuele necesario hacerla así, porque ni en la tierra había el asiento y quietud que ahora hay, ni estaban los indios tan recogidos ni coadunados como en este tiempo, y otras muchas causas que había, que justamente impedían el no poderse haber entera ni cierta discreción de los indios que en cada pueblo había, y así se daba crédito a lo que el cacique y sus capitanes decían y daban por cuenta. Luégo se les interrogaba la demora y tributo de oro y mantas que daban en cada un año a su encomendero; el cacique hacía demostración de cierta pesa de plomo o de piedra que tenía, que pesaba una libra y media o dos libras o más, y decía que daba a su encomendero cada año tantas pesas de oro de aquella suerte, y también hacía demostración de la suerte de oro que pagaba o daba de tributo, porque en este tiempo no daban los indios oro fino sino oro bajo, desde siete hasta trece o catorce quilates, porque siempre tuvieron por costumbre estos bárbaros de humillar y abajar los quilates y fineza del oro con echarle liga de cobre. Demás de esto los encomenderos se concertaban con los caciques de la cantidad de oro y mantas y otros tributos personales y serviles que les habían de dar y daban en cada un año, porque ni las encomiendas las declaraban ni los gobernadores los habían osado tasar por la incomodidad del tiempo, que nunca en Perú había dejado de haber novedades y motines y rebeliones, que eran causa de que los jueces con rigor no cumpliesen las cédulas reales que sobre estos y otros casos el rey proveía.

Demás de esto es de saber que no todos los indios pagaban oro a los encomenderos, porque no todos lo podían haber en tanta cantidad que con ello pudiesen cumplir su tributo y demora, y así en la parte donde habla esta falta pagaban la demora en mantas de algodón blancas, coloradas y pintadas, y así hacían los indios la declaración.

Preguntábaseles que si el oro que pagaban [de] tributo si lo sacaban en su tierra o dónde lo habían; a esto respondieron que por vía de rescates lo compraban en los mercados y lo juntaban para pagar a su encomendero, pero que en su tierra no lo sacaban, como es cierto que hasta este nuestro tiempo no se averigua que jamás los indios Moxcas sacasen oro en su tierra, ni se ha hallado en ella de minas, mas todo lo traían de rescate de Mariquita y Neiva y otras provincias y [que] de la otra banda del río grande hay, donde los propios naturales antiguamente labraban minas y sacaban oro y lo fundían y rescataban y hoy se halla en las minas que los españoles han labrado y labran en Mariquita, los socavones y espeluncas y otros vestigios y señales que son clara muestra de haber en aquel lugar sacado los indios oro.

Interrogábaseles más: qué otros tributos daban, y declaraban las labranzas de trigo, cebada, maíz y turmas [que] hacían, señalando el sitio de la tierra que le sembraban. Declaraban asímismo los bohíos que en el pueblo hacían y madera que para ello le llevaban a Tunja, y que ultra de esto, cuando su amo y encomendero iba [a] alguna parte, le daban todos los indios que había menester para que le llevasen las petacas y cargas, aunque fuese camino muy lejos y apartado de su pueblo, y que le proveían la casa de toda la hierba y leña que había menester para gastar en todo el año; y en algunos pueblos que eran fértiles y abundosos de caza y de otras cosas, daban a sus encomenderos venados, conejos y curíes y algunas cargas de hayo, que es cierta hierba que están mascando y rumiando los indios como ovejas lo más del día y aun de la noche.

Y para ver si eran ciertas y verdaderas estas cosas que los caciques y capitanes declaraban, el juez tomaba juramento al encomendero, el cual las más veces conformaba con ellos y se hallaba ser verdad la declaración que los unos y los otros hacían; y para más claridad de los tratos y usanzas de la tierra, se les hacían otras preguntas extraordinarias, que para memoria de lo venidero y mudanza que en todo vaya haciendo el tiempo, como en otras partes he dicho, pondré aquí; aunque primero o antes de esto que quiero escribir, se les preguntaba que si el tributo y demora así real como personal que a su encomendero pagaban en cada un año, si lo daban sin recibir en ello notable molestia ni daño, ni que por ello fuesen vejados y molestados de sus encomenderos. Algunos respondían que en el juntar y buscar el oro pasaban trabajo, pero que lo demás lo hacían sin pesadumbre, por estar ellos hechos y habituados a semejantes trabajos; y para declaración de lo demás es de saber que en las tierras frías del Reino no se coge hayo ni algodón, sino en algunos valles calientes que en los remates y caídas de esta tierra fría hay, por lo cual les es necesario a los indios que habitan en la región fría ir a buscar y comprar estas dos cosas a las tierras donde las hay. Pues preguntóseles a estos tales indios que cómo habían [y] traían el hayo y el algodón de las partes referidas, y lo que en cada cosa interesaban, a lo que decían que el algodón lo iban a comprar a donde lo había, que en esta provincia de Tunja era hacia la parte de Sogamoso, en más cantidad, y que allí dan por una carga de algodón por desmotar, que es lo que un indio puede cargar, una manta buena, y que traída a su tierra, aderezándolo, hilándolo y tejiéndolo, hacían de ella otra tan buena manta como la que habían dado y cuatro mantas chingomanales, que se llaman de este nombre por ser pequeñas y bastas y mal torcidas y peor tejidas, y suelen dar por una buena manta tres [o] cuatro de estas chingamanales. Y esto es todo lo que interesan y granjean en lo del algodón.

Por el hayo van asimismo a los lugares donde lo hay, y allí compran una carga, que como dije, es lo que un indio caminando puede llevar a cuestas, y por ella dan dos mantas buenas y una chingamanal, y traída al mercado de Tunja les daban por ella y la vendían por dobladas mantas de lo que les había costado y ahorraban la comida del camino, que salía de la carga principal.

Demás de esto se les preguntaba a los caciques si antes que los españoles entrasen en su tierra y los sujetasen, si cada uno era señor por sí, sin reconocer otro superior a quien fuesen obligados a tributar y pagar feudo u otro reconocimiento de vasallaje. A esto generalmente todos los indios Moxcas de la provincia de Tunja respondían haber de muchos tiempos atrás siempre tenido por superior al cacique o señor llamado Tunja, al cual tributaban y servían en muchas cosas, como eran hacerle ciertas labranzas para las vituallas de la guerra y otras borracheras, ir a sus llamamientos y juntas de gente que para guerrear con la gente de Bogotá de cierto a cierto tiempo juntaba, renovarle y adornarle las casas de sus simulacros y sus cercados, y las casas en que él vivía y otras que para el depósito de las vituallas de la guerra tenía el cacique de Tunja fuéra de su pueblo en otras partes acomodadas, para de allí llevarlas a las partes que conviniese como y cuando fuese necesario. Demás de esto le pechaban y tributaban con oro y mantas que de tanto a tanto tiempo le daban los capitanes al cacique | 44 . Y queriendo saber qué tanto era lo que le tributaban y el tiempo en que se lo daban, no declaran en ello cosa cierta, porque unos dicen que de dos a dos lunas le iban a ver los capitanes y le llevaban cada [uno?] veinte mantas, y otros, a más tiempo y con menos feudo. Y en esto debía de ser la orden el posible de cada uno, y los caciques pechaban y pagaban en mucha más cantidad.

Interrogóseles este feudo o pecho que pagaban a este cacique de Tunja si se lo daban de su voluntad o si por alguna vía fueron o eran forzados y constreñidos a ello: a esto replicaban y respondían cómo en tiempos pasados ellos fueron libres de semejantes cargas e imposiciones, y que solamente cada pueblo o población reconocía a su cacique y señor natural, a quien pagaban cierta manera de leve tributo, y andando el tiempo creció la elación y ambición del cacique Tunja, mediante ser hombre supersti­cioso y que se mostraba ser perfecto en la observancia de su ido­latría y en la interpretación de los oráculos de sus simulacros, con lo cual se hizo persona poderosa y de mucha reputación y veneración acerca de los bárbaros de esta provincia de Tunja; y coadunando y juntando así algunas gentes, comenzó a tiranizar la tierra por fuerza de armas y hacerse señor de ella, derramando la sangre de muchos caciques y capitanes, que con obstinación pretendían defender y conservar su antigua libertad, cuyas cabezas el tirano Tunja quitaba, y con crueldad de bárbaro castigaba a los demás súbditos e indios que seguían la misma opinión de libertad, ahorcando y cortando pies y manos y narices y orejas, y haciendo y ejercitando en ellos otras muchas crueldades; y con este tiránico terror constriñó y forzó a los que dende en adelante sucedieron en los cacicazgos y señoríos a que fuesen sujetos y tributarios y le reconociesen por supremo señor; y así puso en ellos la imposición que quiso, la cual se le guardaba y guardó hasta el tiempo que el general Jiménez de Quesada y los demás españoles entraron en la tierra, dende el cual tiempo en adelante aunque reconocían a Tunja por superior señor, pero no le eran tan sujetos como de antes, a causa de las novedades que en la tierra hubo con la entrada y conquista y poblada de los españoles.

Acerca de sus caciques particulares se les interrogó a los indios el tributo que cada indio le daba y los servicios que le hacían en cada un año antiguamente; y la claridad que a esto dan sólo es decir que le hacían cierta cantidad de labranzas y le renovaban en ciertos tiempos del año sus bohíos de morada y sus casas de idolatría, y cuando a estos trabajos iban o se juntaban los indios para hacerlos, le daban cierto oro y mantas por tributo, y demás de esto le servían en todo lo que les mandaba y le proveían de venados, conejos, curíes y todos otros géneros de caza que podían haber.

Preguntábaseles más, que si antes que fuesen sujetos a los españoles andaban en sus contrataciones y por los mercados más libremente que en este tiempo. A esto decían que no, porque antiguamente nunca dejó de haber entre los caciques particulares algunas domésticas pasiones y discordias, que eran causa de ponerse los unos a los otros asechanzas y matar a los contrarios que en sus tierras entraban, y así no osaban apartarse a contratar muy lejos cada uno de su natural; pero que ahora, mediante el calor y favor de los españoles y la general paz y conformidad que entre ellos han puesto, y por temor del castigo que las justicias les harán, aun [que] cualquier indio vaya a contratar y a mercadear a cualesquier mercados, aunque sean muy apartados de su tierra, van sin ningún temor, porque por esta causa no hay quien les ose ofender ni matar como de antes lo hacían.

Y con esto daba el juez fin a su visita, dando a entender a los indios cómo perpetuamente habían de permanecer los españoles en la tierra, y que muriéndose los encomenderos que eran vivos habían de servir a sus hijos y serles feudatarios; y con esta forma discurrió este visitador en este año de cincuenta y uno, por todos los repartimientos de la provincia de Tunja, en los cuales entran los indios llamados Laches, que están de la otra banda del río Sogamoso; y haciendo la descripción de los naturales en la forma y manera dicha, halló que habían cuarenta y un mil indios casados, sin los viejos y mozos y muchachos de quince años para abajo.

De la tasa y retasa que por esta visita se hizo, trataremos adelante, en tiempo de Briceño y Montaño, porque estos oidores Góngora y Galarza nunca retasaron la tierra, ni tuvieron lugar para ello.

38 En la “tabla” de Sevilla se lee, así como también en el manuscrito: “en el cual se escribe”.
39 Las palabras de bastardilla están tachadas en el original, sin que lo mencionase la edición de la Real Academia, Madrid.
40 Las palabras en bastardilla están tachadas en el original, sin que lo mencionase la edición de la Real Academia, Madrid. En el texto decía originariamente: |de la propia orden y añadido después |de Santo Domingo. Todo esto fue tachado.
40a El texto de esta cédula de encomienda no se encuentra en el manuscrito, no sabemos si por descuido del autor o por otra supresión.
41 Las palabras “treinta y siete” están añadidas. En el texto original se dejó un espacio en blanco.
42 Debe decir “visitarse”.
43 Se trata de una referencia a los indios Muisca, a los cuales se refería el libro siguiente, suprimido.
44 El texto original dice: “capitanes |y el cacique”; las palabras |y el están tachadas y reemplazadas por “al”.

|Capítulo vigésimo En el cual se escribe en suma todos los Jueces y otros sucesos notables que ha habido en la Audiencia y ciudad de Santafé desde el año de cincuenta y ocho hasta el de sesenta y ocho.

Del Nuevo Reino fue enviado a Corte procurador que hiciese relación de la tierra y de la manera 58 con que el licenciado Montaño gobernaba y cuán poco remediaba en ello el licenciado Briceño, su colega y compañero, y otras muchas cosas necesarias al bien del Reino; por cuya relación y petición fue proveído el licenciado Alonso de Grajeda, que antes y después fue oidor en la Audiencia de Santo Domingo, para que tomase residencia y cuenta al licenciado Montaño, y después de él al licenciado Briceño.

Grajeda partió de España el año de cincuenta y siete, y el propio año entró en la ciudad de Santafé, donde, |como he dicho | 59 , halló ya preso y quitado de la silla al licenciado Montaño; y tomándolo a su cargo, juntamente con los negocios de su residencia, hizo en todo lo que era obligado, sin agraviar a ninguna persona, y hallando culpado al licenciado Montaño en muchas fuerzas, cohechos, muertes y otros particulares agravios y sinjusticias, y |grandes indicios contra él sobre lo de la rebelión, lo condenó a muerte y remitió la ejecución de la sentencia al Real Consejo de las Indias, donde después fue condenado a muerte y ejecutada la justicia en su persona, por mal juez, en la villa de Madrid, donde fue degollado | 60.

Tomó asímismo Grajeda residencia al licenciado Briceño, y enviándole con ella a España fue dende a cierto tiempo proveído por gobernador de Guatemala, con que quitase la Audiencia que en aquella provincia había, porque lo pidieron así los vecinos, y a su petición lo proveyó el Rey; pero después se arrepintieron de ello y pidieron que se tornase a poner Audiencia.

Después del licenciado Grajeda fue proveído por oidor el licenciado Melchor Pérez de Artiaga, natural de Salinas de Añaya | 61 ; y él y los licenciados Grajeda y Tomás López y doctor Maldonado administraron algunos días la justicia del distrito, aunque con poca conformidad; presidiendo, como más antiguo, el licenciado Grajeda; en tiempo de los cuales se poblaron las ciudades de Vitoria y Mérida; la una cae hacia la gobernación de Popayán y la otra hacia la gobernación de Venezuela, en las cuales poblaciones hubo algunas discordias, especialmente en la de Mérida, que duraron mucho tiempo entre los vecinos.

Salió el año de cincuenta y ocho, por principio de él, el licenciado Tomás López, natural de Tendilla, en el Alcarria | 62, por expreso mandado del Rey, a visitar los pueblos de la gobernación de Popayán, y luégo visitó los demás que había en el Nuevo Reino, y fue el primer oidor que salió a visitar. Era gran defensor y amparador del bien de los indios, y hacía mucho por ellos, y muy pacífico, enemigo de bullicios, grande amigo de reposo y sosiego, y así escribió suplicando al Rey que le quitase el cargo de oidor que tenía. Hízose como lo pidió, y en su plaza y silla fue proveído el licenciado Angulo de Castrejón, natural de Cerbera, junto a Ágreda | 63 , |como luégo se dirá | 64.

En tiempo de estos oidores, el año de cincuenta y ocho, por fin de él, comenzó a dar entre los naturales una grave enfermedad de viruelas, muy contagiosa y pegajosa, de que murieron generalmente en el Nuevo Reino más de quince mil personas de los naturales, sin españoles, que en ellos no hacía la enfermedad tanto daño. La demostración de esta enfermedad era viruelas; pero a los que daba se hinchaban y paraban adamascados y se henchían de gusanos y queresas que se les metían por las narices y por la boca y por otras partes del cuerpo; y era tanta la mortandad y enfermos que de este mal había, que porque los españoles y otras personas se animasen a curar de la enfermedad que tenían a los indios, mandó la Audiencia por edicto público que fuesen obligados a servir los indios que escapasen vivos, ciertos años a los españoles que los hubiesen curado y curasen, con que se remediaron muchos enfermos.

Después de la visita de Tomás López bajó el licenciado Melchor Pérez de Artiaga por visitador a la costa del Mar del Norte, que son las gobernaciones de Santa Marta y Cartagena y pueblos poblados en las riberas del río grande, donde hizo muy buenas ordenanzas y constituciones en favor de los naturales, porque les era muy aficionado y hacía mucho por ellos.

Casi en este mismo tiempo se dio comisión para que se poblasen y conquistasen los Muzos, indios muy belicosos y guerreros conjuntos a este Reino. Fue a ello el capitán Luis Lanchero con gente, y pobló la ciudad de la Trinidad de los Muzos, donde hay muy ricas minas de esmeraldas; y pocos días después llegó al Reino el licenciado Diego de Angulo, natural de Cerbera, junto a Ágreda, en el lugar del licenciado Tomás López, y luégo después de él llegó el licenciado Diego de Villafañe, natural de Segovia. Estos dos oidores tuvieron entre sí competencias sobre la antigüedad de asiento y voto | 65, porque aunque el licenciado Angulo llegó primero a la Audiencia y fue recibido por oidor, fue antes de él proveído el licenciado Villafañe; y al fin, por tener paz y concordia entre sí, echaron suertes sobre la antigüedad, y cayole al licenciado Angulo, y así gozaba de esta preeminencia.

Fue en este tiempo poblada la villa de San Cristóbal, entre Mérida y Pamplona, y la villa de la Palma, en tierra de Muzos, llamados colimas; y la ciudad de los Remedios, en tierra de Palenques.

Después de algunos días, llegándose el tiempo de la visita de los naturales, le cupo el visitar los pueblos de Tunja, Vélez y Pamplona, al licenciado Angulo, el cual visitó y retasó la tierra, y procuró quitar el servicio personal; pero no lo pudo hacer de todo punto, por no poner en confusión la tierra, porque el licenciado Grajeda, que deseaba que en su tiempo no hubiese novedades ni alteraciones, defendía obstinadamente la parte de los encomenderos y era en su favor, y así, en el ínterin que él presidió, nunca se quitó ni dio consentimiento a ello; pero en su lugar proveyó el Rey al licenciado Juan López de Cepeda, que por oidor más antiguo presidía en Santo Domingo, y al licenciado Grajeda mandó que fuese a Santo Domingo y residiese en la propia silla del licenciado Cepeda. En este tiempo fue proveído el licenciado Villafañe por visitador de los naturales de Santafé y pueblos de tierra caliente, que son Tocaima, Mariquita, Ibagué, Vitoria y los Remedios, y estando visitando, que fue el año de sesenta y cuatro, vino por presidente el doctor Venero de Leyva, con el cual tuvieron algún asiento las nuevas poblaciones de Vitoria y los Remedios, Mérida y Muzo, y las villas de San Cristóbal y la Palma, porque encomendando los indios a los que las habían poblado y pacificado, hizo cesar su desasosiego de ir y venir cada día con quejas y pretensiones a la Audiencia, pretendiendo unos quitar los indios a los otros. Ya que el licenciado Villafañe había hecho la visita y estaba haciendo o tenía ya hecha la retasa, sobre el hacerla guardar, sucedieron entre él y los vecinos de Santafé ciertas discordias, que por ser algo largas de contar no se dicen en este lugar, pero diránse luégo por sí.

Y después de la visita del licenciado Villafañe, fue proveído el licenciado Valverde, fiscal, por visitador y gobernador, y juez de residencia de Popayán; el cual, después de haber acabado estas cosas que le fueron encargadas, se volvió a Santafé, donde por cédula particular del Rey fue tomada residencia al licenciado Melchor Pérez de Artiaga, y fue fundada la Audiencia de Quito, y fueron divididos los términos entre las dos Audiencias por el río de Cauca abajo; de suerte que una parte de la gobernación de Popayán cae en la Audiencia de Quito, y la otra en la del Nuevo Reino; pero no por eso deja de estar enteramente el gobierno en un gobernador que el Rey provee; y casi en este mismo tiempo fue proveído el licenciado Juan López de Cepeda por visitador de las gobernaciones de Cartagena y Santa Marta, y asimismo fue hecha merced al mariscal del Nuevo Reino, don Gonzalo Jiménez de Quesada, de título de adelantado del Nuevo Reino; |pero la renta que tiene es poca para lo que merece; y después de haber el Rey hecho esta merced al adelantado, pocos días adelante hizo al obispo de Santa Marta, don fray Juan de los Barrios, de cuya diócesis era el Nuevo Reino, arzobispo del |Nuevo Reino, y es ahora ciudad e iglesia metropolitana la de Santafé, y éste el primer arzobispo de ella.

Casi en estos mismos días fue el descubrimiento de las minas esmeraldas, que en la ciudad de la Trinidad de los Muzos fueron descubiertas; minas ciertamente riquísimas.

Por fin del año de sesenta y ocho y principio del de sesenta y nueve, al cesar de las aguas y entrar del verano, dio en los naturales y españoles generalmente una enfermedad muy variable, que daba en muchas maneras: a unos en romadizo, a otros en dolor de costado, a otros en dolor de oído, de que murieron muchas gentes, y especialmente de los naturales, y de la propia calamidad murió el licenciado Diego de Villafañe, oidor en la ciudad de Santafé.

He hecho esta digresión general, así en suma por haber cosas particulares de que hacer mención, fuera de las poblaciones y conquistas, que estas adelante se escriben copiosamente, y si otros sucesos particulares a mi pluma ocurrieren que sean dignos de escribirse, también los iré escribiendo adelante.

|Capítulo vigésimoprimero En que se escribe la congregación que en el Nuevo Reino hubo sobre el quitar del servicio personal, y lo que en ella se determinó por mandado del doctor Venero de Leyva, primer presidente de la Audiencia | 66 .

Después de haber el licenciado Diego de Villafañe, oidor, visitado los pueblos que eran a su cargo de visitar, y de haberse informado en la visita de los tratamientos buenos o malos que a los naturales se les habían hecho, así por sus encomenderos como por sus ministros o por otras personas, y de la diligencia, solicitud y cuidado que por parte de los encomenderos se ponía en la doctrina y conversión de los naturales de sus encomiendas para que viniesen al conocimiento de nuestra santa fe católica y religión cristiana, y de la remisión y descuido que en esto suelen tener, y de otros excesos y demasías excediendo las tasaciones de los tributos y demoras por vías y modos ilícitos, en perjuicio de los indios, sobre los cuales casos y otros muchos que es costumbre de visitadores saber y examinar, contra cada encomendero se hizo un proceso, y conforme a la culpa que de sus procesos resultaba, sentenció las causas, más con equidad que con rigor, pretendiendo antes enmendar y remediar lo futuro que castigar lo presente y pasado; y andando Villafañe en la visita y averiguaciones dichas, procuró asímismo con toda diligencia y buena astucia, hacer descripción de los indios que cada encomendero tenía en su encomienda, y de las haciendas que poseían, y tratos y contrataciones de que usaban, y de las granjerías con que se aprovechaban, y de todas las cosas que en su tierra criaban y de su cosecha tenían, para conforme a todo ello moderar y tasar los tributos a los naturales, de suerte que pagándolos a sus encomenderos les quedase con qué se sustentar y casar sus hijos, y tiempo para poderse ocupar en las cosas de su conversión. Lo cual los propios indios con su barbarismo y estar tan ofuscados en su gentilidad e idolatría, estimaban en harto poco.

Para este efecto de esta nueva moderación y retasa, después de haber visitado y andado como he dicho los pueblos y ciudades que he dicho y sus naturales y hecho la descripción de todos ellos, se recogió a la ciudad de Santafé, a donde comunicando el negocio de la retasa no sólo con el arzobispo del Nuevo Reino, don Juan de Barrios, y adelantado don Gonzalo Jiménez, más con otras muchas personas doctas y principales y de mucha experiencia en los negocios de la tierra y naturales de ella, para conforme al parecer y decreto de todos ellos, que sería muy acertado retasar la tierra, que es moderar o acrecentar los tributos que los naturales habían de pagar, conformándose en todo con su posibilidad y número de tributarios, y para que mejor se entienda lo que voy diciendo, o sea yo entendido, es de saber que desde que la provincia del Nuevo Reino de Granada se descubrió y pobló, que fue año de treinta y siete y treinta y ocho, hasta este tiempo, que era año de sesenta y cuatro, los encomenderos y vecinos de él estaban en costumbre de que los indios no sólo les diesen tributos de oro y mantas y esmeraldas, y otras cosas de esta suerte, que son llamados tributos reales, pero otros aprovechamientos de ayuda de costas, como eran tantas cargas de leña y tantas de hierba cada semana, y tantas piezas de servicio ordinario en casa y tanta madera para bohíos, y no sólo habían de traer el trigo y maíz para su mantenimiento de sus casas, mas todo lo demás que se hubiese de vender, y otras cosas de esta suerte |que serian largas de contar, como está dicho en el capítulo donde se trata de la tasá que el obispo don Juan de los Barrios y el licenciado Briceño hicieron | 67 ; y a esto llamaban tributo y servicio personal.

Había muchas y diversas veces el Rey mandado por sus particulares cédulas y expresos mandatos que este servicio personal se quitase, y no usasen de él los vecinos, lo cual se habían excusado de cumplir siempre los vecinos y aun defendido por el más honesto y acomodado medio que habían podido. Los jueces pasados no habían puesto mucho calor ni rigor en quitarlo, teniendo presentes los muchos daños y discordias y escándalos que en Perú y otras provincias de Indias se habían seguido por el caso, entre las cuales las más insignes y señaladas fueron la rebelión de Gonzalo Pizarro y el alzamiento de Francisco Hernández Girón, que tanta sangre de españoles e indios costaron.

En este mismo tiempo que se trataba de hacer esta retasa por el licenciado Villafañe, entró en la ciudad de Santafé el doctor Venero de Leyva, presidente y gobernador del Nuevo Reino, a quien el Rey y su Consejo Real de Indias habían muy particularmente mandado y encargado el negocio de quitar el servicio personal; y como llegó al tiempo dicho, y que se trataba de quitarlo, metió la mano en ello y procuró que en la nueva retasa que se hizo se les acrecentase a los encomenderos lo que interesaban en el servicio personal y fuese conmutado en tributos reales, cesando dende en adelante la obligacion que en los indios se imponía de cargar y traer a cuestas, a imitación de acémilas y bestias a casas de sus encomenderos, las cosas dichas.

Los vecinos y procuradores de las ciudades del Reino que a esta causa se habían juntado en Santafé, rehusaban que esta quitación y suspensión de servicio personal hubiese efecto, estorbando y rehusando el efectuarse con causas y razones que para ello daban, aunque no muy congruas ni suficientes para salir con su pretensión. El presidente Venero y oidores, deseando satisfacer y contentar a los vecinos y cumplir y no quebrantar lo que el Rey les mandaba, ordenaron que para que se tratase y diese la mejor orden que conviniese, de suerte que los mandatos y cédulas del Rey fuesen cumplidas y los encomenderos no quedasen agraviados ni pudiesen formar quejas ni agravios contra ellos, hubiese junta de personas doctas y de calidad y vecinos principales y procuradores de las ciudades en la iglesia mayor, y que allí, públicamente, se viesen todas las leyes y provisiones reales, dadas sobre el quitar el servicio personal, y dijesen los encomenderos y procuradores lo que tenían que decir en su favor y defensa, y en conservación de su mala | 68 costumbre y posesión de servicio personal; y visto todo, y oídas las partes, se proveería de conformidad lo que más útil fuese al procomún, de tal manera que las repúblicas españolas se sustentasen y las de los naturales no se disminuyesen ni lo que el Rey mandaba se dejase de cumplir.

Resolutos en esto el presidente Venero y oidores, se juntaron en la iglesia todas las personas ilustres y principales, así por letras como por armas, que en Santafé en aquella sazón había, entre los cuales fueron el arzobispo del Nuevo Reino, don fray Juan de Barrios, fraile francisco; el obispo de Cartagena, don Juan de Simancas, clérigo que había subido a consagrarse por mano del arzobispo, y estaba ya consagrado; y después de él fue consagrado en la misma ciudad don fray Pedro de Ágreda, fraile dominico, obispo de Venezuela; el presidente del Nuevo Reino, doctor Venero de Leyva; los licenciados Juan López de Cepeda, Melchor Pérez de Artiaga, Angulo de Castrejón, Diego de Villafañe, oidores; el licenciado García de Valverde, fiscal; |el custodio de …San Francisco, fray Esteban de Asencio por si y por él …Santo Domingo, fray… de Santo Tomás, y esta misma Orden dsepues… Fray Francisco Venegas que después fue provincial, fray Juan Méndez, fray Diego de Posolete (?), |fray Luis López y otros muchos religiosos de estas Ordenes, el Deán Francisco Adames… (otro nombre ilegible) y el Chantre don Gonzalo Mejía | 69 .

Todas estas personas eran de la parte favorable a los indios, para que se les quitase el servicio personal, a lo cual contradecían el adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada y los capitanes Céspedes, Venegas, Orejuela. Zorro, Rivera, con el cabildo seglar y otras principales personas de la propia ciudad, juntamente con los procuradores de las ciudades que sobre ello habían sido enviados, con otra mucha caballería que sobre el caso se habían juntado.

Propúsose la causa sobre qué era la junta, por parte del presidente y oidores, y para justificación de su pretensión, leyéronse las cédulas y pragmáticas de los Reyes de Castilla sobre que se quitase el servicio personal, y en aprobación de ellas y para que con más voluntad los vecinos las obedeciesen y dejasen cumplir y ejecutar, por los teólogos y letrados que presentes estaban, se trajeron muchas autoridades de la Sagrada Escritura, con lo cual, y por ser todos los encomenderos de su natural muy dóciles y llegados a razón, y no sólo amigos de cumplir lo que su Rey y señor mandaba y a ellos les convenía y cumplía para descargo de sus conciencias, pero otra cualquier cosa que sus ministros, que presentes estaban, personas de tanta gravedad y autoridad como se ha dicho mandasen, aunque fuese contra su propio patrimonio y haciendas, fue, pues, la resolución de la congregación, aunque hecha en diversos días, porque para negocio tan grave y arduo así fue necesario, que el visitador hiciese la retasa que entre las manos tenía de los tributos que los naturales habían de pagar dende en adelante a sus encomenderos, en tal forma y manera que lo que hasta entonces daban los indios en servicios personales fuese conmutado y acrecentado en los tributos reales, de suerte que con lo que en tributos reales se les acrecentase tuviesen para suplir y comprar las cosas que los indios les solían dar para el ordinario de sus casas en servicios personales, y que con esta conmutación no se usase más dende en adelante del servicio personal más de en las cosas y de la forma que por cédulas y particulares provisiones era permitido y estaba declarado e instituido.

|Capítulo vigésimosegundo En el cual se escribe la alteración que hubo en Santafé entre el licenciado Villafañe, visitador de los indios, y los vecinos, sobre la retasa que el propio oidor hizo de los tributos que los naturales habían de pagar.

El visitador Villafañe, con parecer del arzobispo y de algunos de los ya nombrados, hizo su retasa y moderación de los tributos que los indios habían de dar dende en adelante a los encomenderos, pareciéndole bastante y suficiente cantidad de tributo la por él señalada a cada uno para su sustento, imponiéndoles graves penas sobre el cumplimiento y guarda de ello y sobre que no llevasen más a los indios, ni los cargasen, ni se sirviesen de ellos personalmente en ningún género de servicio, lo cual venido a noticia de los encomenderos y vecinos, no sólo no pensaban usar de la retasa por parecerles que era hecha muy en su perjuicio, pero ni aun recibir en su poder traslado ni letra de todo ello; y con esperanza de que la Audiencia lo remediara apelaron de todo para ante la Audiencia y los demás jueces superiores. El visitador, pareciéndole que el apelar los vecinos de su retasa era remedio tomado industriosamente por ellos para estarse en su posesión antigua del servicio personal, ordenó un auto en que mandó, según la común opinión, que ni encomendero ni soldado ni otra persona de ninguna calidad, cargase ningún indio, con su voluntad ni sin ella, so pena de mil pesos y al e no los tuviese que se le darían doscientos azotea; aunque después jamás pareció este auto en esta forma, fue, como he dicho, común y vulgar opinión que se había pregonado.

Los encomenderos, dando muestras de haber entrañablemente sentido esto, se juntaron luégo después de mediodía, en las casas de su consistorio, a tratar de la afrenta y agravio que por el visitador se les había hecho con lo mandado y pregonado; y sin ninguna señal que tuviese apariencia de dañada intención, se salieron de consistorio y casas de cabildo y se fueron a las casas reales, donde estaban juntos en acuerdo presidente y oidores, tratando y determinando otros particulares pleitos que ante ellos pendían; y llegados a la puerta de la sala, el portero Porras dio noticia al presidente y oidores cómo el cabildo de la ciudad les querían hablar; fueles respondido que se detuviesen hasta concluir el acuerdo en que estaban, el cual concluso, el presidente salió fuéra con uno de los oidores a ver lo que el cabildo y la demás gente querían, los cuales habían dado la mano para que hablase en nombre de todos al capitán Juan Ruiz Orejuela, hombre bien dispuesto y anciano y digno de cualquier alabanza, por lo mucho que en las conquistas y poblaciones de Santa Marta y Nuevo Reino había servido y trabajado, |aunque no galardonado conforme a sus servicios. Este, viendo salir al presidente y oidor, se apartó y adelantó de sus compañeros, e hincando la una rodilla en el suelo y hablando con el presidente, le dijo en nombre de todos estas palabras: “Córtenos vuestra señoría las cabezas como a leales servidores de su majestad, y no consienta ni permita que por causa del licenciado Villafaña nos las corten por traidores”. Estas palabras oyó el licenciado Villafaña dentro de la sala del acuerdo, donde había quedado, y dejándose arrebatar de un ímpetu y furia muy encendida en cólera, se aceleró tan ciegamente que con alborotadas y facinerosas voces comenzó a decir: “motín, motín, conspiración”, y a pedir a gran priesa armas, pareciéndole que ya que algo de lo que decía fuese, que serian parte él y sus compañeros para resistir la furia del pueblo | 70 que presente estaba; el cual, no pudiendo sufrir ni tolerar una injuria tras otra, posponiendo las vidas y haciendas a la honra propia y común, se alteraron más de lo que debían, y con palabras demasiadamente aceleradas y pesadas, le respondieron contradiciéndole lo del motín, y recuperando con palabras contrarias el agravio que se les había hecho en el auto que habla mandado pregonar y publicar contra ellos, dando algunos muestra de querer llegarse allí para también por obra de violentas manos satisfacer sus furibundos ánimos. Los oidores y el presidente, viendo cuán arrebatada e inopinadamente se había encendido un fuego no menos peligroso que dañoso a toda la república y aun a sus propias personas, no perdiendo punto de su prudencia y severidad, dijeron y mandaron que ninguno trajese arma, ni la sacase, ni diese al oidor, porque había allí presentes algunos españoles de la propia casa del presidente, siguiendo o queriendo favorecerlos, y pareciendo convenir así, habían entrado a una recámara a sacar armas, que las había en ella; pero el licenciado Artiaga | 71 tomando con presteza las varas que en ellos son insignias reales, que estaban en el propio aposento, las dio a sus compañeros, los cuales, tomándolas por principal amparo y defensa y mejor y más seguro instrumento que las armas para aplacar aquel fuego, con ellas en las manos se comenzaron a poner delante de los vecinos, mitigando sus furias con buenas palabras y comedimientos, para que el fuego que en aceleradas palabras corría, no parase en las armas, cuyo efecto y fin no podía dejar de ser una miserable calamidad y ruina, no sólo de todo el Nuevo Reino, pero de mucha parte de las Indias; porque como esta tierra sea muy alta y esté casi en la cumbre de muchas serranías que de ella nacen y se desgajan, y apartada de la mar más de doscientas leguas, tiénese por tierra fortísima e inexpugnable, y que como haya defensa en ella con gran dificultad será entrada ni asaltada de enemigos.

Pero, como el licenciado Villafaña, demás de ser muy colérico era muy brioso, y a esta sazón estaba casi de todo punto apartado de toda razón, y lo mismo los vecinos, que ninguna cosa se reportaban ni moderaban, mas siempre iba creciendo entre ellos la discordia e ira, ponía gran temor en los ánimos del presidente y oidores que cuando estas cosas pasaban vían de donde estaban gran turba de gentes y soldados que estaban casi como a la mira en la plaza mayor en ruedas y corrillos parlando, que eran señales de gran presunción e indicio de que los vecinos que con ellos estaban trajesen dañados designios e intenciones, y cuando no los trajesen ellos entre sí, con Villafaña se habían ya encendido tanto que habían puesto grandes sospechas en los ánimos de los oidores y presidente; pero como todas estas cosas viese y considerase el licenciado Juan López Cepeda, oidor, hombre de admirable prudencia y experiencia en todas artes de ciencia como en disciplina militar, pareciéndole que si el oidor Villafaña estaba más tiempo presente no podían dejar de haber mal efecto con irrecuperable daño de todos, se abrazó con él, y con una amorosa y hermanable violencia, |usando de la discreta astucia de que el cónsul… usó y estado de la república romana… |indignado encendió con palabras coléricas contra el cónsul Apio Claudio, su compañero, sobre la ley que el pueblo romano eligiese dos tribunos para su defensa, de tal suerte que se entiende que allí fuera muerto el cónsul Apio, con que hubieren grandes sediciones y revueltas en Roma, si su compañero con presteza no los sacara y |apartara de la presencia del tribuno y pueblo, con lo cual mitigó el fuego donde salió (?) … |ya estaba encendido…: y fue muy agradecido y gratificado el cónsul por el Senado este beneficio. Sacó al licenciado Villafaña de la sala, y yéndose con él a su casa lo apartó de la airada presencia de los vecinos y encomenderos.

El presidente y los demás oidores, con no menos loable prudencia y cordura, se pusieron a la puerta de la sala, no consintiendo, con muy comedidas palabras, que los demás vecinos saliesen en seguimiento del oidor Villafaña, cuya venganza deseaban tomar, y la. tomaran si no redundara de ello alguna particular nota con que hicieran oscura la corona ilustre que por sus buenos hechos y obras pasadas merecían; y por respeto y miramiento de los que se lo rogaban e impedían, no curaron de perseverar en la salida y se quedaron allí con el presidente y los demás jueces, los cuales llevando adelante la mitigación de este alboroto, les dijeron ser y estar ignorantes de la queja que tenían, la cual hubieran enmendado y aun castigado si a su noticia viniera, mas que lo mismo sería y se haría a su tiempo.

Y luégo que pareció estar los vecinos con otro reportamiento del con que las cosas dichas se habían pasado, el presidente, usando de su poder y astucia, para ver y conocer lo que en los vecinos había, poniendo en gran aventura su persona, que más pareció temeridad que prudente audacia, les dijo y mandó que en pena de las aceleradas palabras de que algunos de ellos en presencia de la Audiencia habían usado, se fuesen como estaban encarceladas a las casas de su consistorio y cabildo, lo cual recibieron e hicieron todos con tan buenas muestras de alegría cuanto nunca el presidente creyó.

Muy de cierto se supo después que jamás fue su intención de los vecinos dañada, ni de hacer cosa no debida ni que tuviese apariencia de ella, y que de lo que hicieron fue causa el propio oidor por acelerarse y descomedirse tan áspera y repentinamente contra ellos, pero si como el oidor decía se hiciera, que era tomar él y sus compañeros las armas en las manos, ellos fueran muertos y la tierra alzada a tiempo bien trabajoso para los ministros del Rey, porque en esta sazón se hallaban en Santafé más de mil españoles, que casi de todos los pueblos del distrito se habían juntado a visitar al presidente y a darle el parabién de su venida y a otras particulares pretensiones que cada cual tenía en diversas poblaciones y ciudades nuevamente pobladas, entre los cuales, después de mitigado este negocio y divulgado el suceso de él, se levantó un murmullo y diversidad de varios pareceres y opiniones, que cada cual publicaba conforme a lo que deseaba; porque los que amaban la paz y quietud de la república, claramente decían mal contra los que habían dado ocasión de poner en tal extremo el bien común, y los que de su natural eran sediciosos y bulliciosos y amigos de novedades, como por la mayor parte lo suelen ser los hombres de Indias, maldecían y blasfemaban, atrevida y aun desvergonzadamente, contra los que habiendo tenido tan buena ocasión para alzarse y alcanzar venganza de los superiores y otras personas contra quien tenían odio, no se habían aprovechado de ello; y así, cada cual hablaba libremente lo que le parecía.

Fue gran bien, para que esta rebelión no hubiese efecto, el no hallarse presentes soldados, que en otras hubiesen seguido las pisadas y opiniones de los tiranos que en las Indias se han alzado, los cuales suelen ser principiadores y gran ocasión de que semejantes maldades se efectúen, y así es cosa muy acertada y que con gran rigor se debía cumplir la que el Rey manda: que ningunas gentes de las que fueron en las alteraciones del Perú, estén en las Indias, y especialmente los que siguieron al traidor Lope de Aguirre, |que en todo género de maldad y |desvergüenza excedió a todos los tiranos y rebelados que en las de esa tierra fueron y han sido en las Indias.

Demás de la suma diligencia que el presidente y oidores pusieron en aplacar y mitigar esta sedición, también fueron mucha parte a ello el adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada y el capitán Hernán Venegas natural de Córdoba, que mostrándse contra sus republicanos y en favor de los jueces y ministros del Rey, se pusieron en pública enemistad con sus amigos y compañeros, de los cuales fueron, por esta causa, aborrecidos y murmurados, oprobio de todo el vulgo.

Aplacado todo el tumulto y murmullo de la demás gente, el presidente y oidores, luégo, el propio día por la tarde, para más satisfacción y seguridad de la república, dieron a los presos sus casas por cárcel, y dende a pocos días los soltaron y fueron dados por libres de lo que el fiscal sobre este caso les acusaba.

58 La palabra “manera” está escrita entre líneas y reemplaza a |tiranía, tachada.
59 Las palabras ” |como he dicho” están tachadas, como consecuencia de la supresión del relato sobre la rebelión de Montaño.
60 Las palabras “donde fue degollado” están añadidas al margen del texto original, por mano diferente.
61 Las palabras “natural de Salinas de Añaya” están añadidas y escritas entre líneas, por mano diferente.
62 Las palabras “natural de Tendilla en el Alcarria” están añadidas en el texto y entre líneas. Son escritas por mano diferente.
63 Las palabras “natural de Cerbera, junto a Ágreda”, están añadidas en el texto y entre líneas. Son escritas por una mano diferente.
64 Las palabras ” |como luégo se dirá” están tachadas por referirse a una parte suprimida del texto.
65 Una nota marginal tachada dice: |diferencia que hubieron los licenciados Angulo y Villafañe, y añadido a ésta y tachado: oidores Angulo y Villafañe.
66 En la “tabla” de Sevilla la redacción de este capítulo es algo diferente: “En que se escribe la congregación que en el Nuevo Reino hubo por mandado del doctor Venero de Leiva, primer Presidente de este Reino, sobre quitar el servicio personal, y lo que en ella se determinó”. Se puede observar que el índice del manuscrito, en lo que se refiere a este encabezamiento, es igual al de la “tabla” de Sevilla. En el manuscrito se notan varios intentos de redacción por las enmiendas y tachaduras que muestra, hasta llegar al texto arriba transcrito.
67 La frase: “como está dicho en el capítulo donde se trata de la tasa del obispo don Juan de los Barrios y el licenciado Briceño hicieron”, es una añadidura posterior, escrita al margen, que reemplaza la frase tachada, |como está dicho en el capítulo diez y nueve de este libro.
68 La palabra “mala” substituye a |tiránica, palabra tachada en el texto.
69 Lo impreso en bastardilla está tachado y resulta de muy dificil lectura. En reemplazo de este texto hay una nota marginal añadida después, que dice: “los prelados de las dos Ordenes de Santo Domingo y San Francisco, con otras personas doctas, asi clérigos como frailes”.
70 Las palabras “la furia del pueblo” están escritas al margen y reemplazan |los populosos, como reza el texto original.
71 Aquí están intercaladas algunas palabras tachadas, ilegibles, de las cuales sólo se pueden descifrar: |que no …ánimo varonil.

|Capítulo vigésimotercero En el cual se escribe la forma y manera como el licenciado Villafaña retasó los indios de Santafé |, y el licenciado Angulo de Castrejón los de Tunja y Vélez.

Porque lo que de suso he contado procedió de la retasa que el licenciado Villafaña hizo de los tributos que los naturales habían de dar a sus encomenderos, me parece ser cosa acertada poner aquí a la letra un trasunto de lo que en cada tasación se contenía y declaraba, con lo que cada indio habla de pagar a su encomendero, en el cual se verá asimismo la diferencia que de esta retasa hay a la antigua tasación que el obispo del Nuevo Reino y el licenciado Briceño hicieron el año de cincuenta y cinco; la cual dice de está manera:

“El licenciado Diego de Villafaña, oidor por su majestad en su real chancillería de este Nuevo Reino de Granada, y visitador general, a vos el cacique, capitanes de indios de tal repartimiento que es términos de esta ciudad de Santafé, y a vos fulano, su encomendero, o al que adelante fuere encomendero del dicho repartimiento, sabed que su majestad, como cristianísimo Rey y señor, deseando, como desea, el bien, conversión y aumento de los naturales de estas partes de Indias, ha hecho y mandado hacer muchas leyes y ordenanzas y enviado muchas provisiones y cédulas en su favor, por las cuales su principal intento ha sido y es la conversión de ellos, y así descarga su real conciencia con los encomendar a personas particulares que tengan cargo de la instrucción y conversión y que mediante su entender en ello puedan llevar los tales encomenderos el tributo que fuere moderado y tasado que dende aquellas cosas que ellos tienen, crían y tratan en sus tierras, y de aquello con que menos trabajo y más buenamente pueden y deben pagar, quedándoles siempre con qué se alimentar y curar de sus enfermedades, y casar sus hijos, y teniendo respeto cómo los tales naturales no sean agraviados y los tributos sean moderados de tal manera que les queden siempre con que puedan suplir sus necesidades, por manera que anden descansados y relevados, más ahora que en tiempo de su infidelidad y que antes enriquezcan que empobrezcan, pues no es razón que habiendo venido a la obediencia de su majestad sean de peor condición que los demás sus súbditos y vasallos, y que por vía de tributo no se les impongan servicios personales, teniendo en esto atención a que por andar ocupados en ellos no les falte tiempo para entender en las cosas de su conversión, ya que podrían los encomenderos dejar de cumplir con la obligación que tienen, de cuya causa los dichos indios se estuviesen en su infidelidad y sin lumbre de fe, por lo cual serían los dichos encomenderos obligados a restituir los tributos que les llevasen y hubiesen llevado, no cumpliendo con la condición de las encomiendas; pues el origen y fin de ellas es para el bien y conversión de los dichos indios, y si les faltase el tiempo para entender en las cosas a ello tocantes, como principal fundamento para ello, sería no cumplir la voluntad de su majestad y no poder llevar los encomenderos con buena conciencia sus tributos y demoras.

“Y a mí, como oidor de esta Real Audiencia, me fue cometido la visita de este Reino y tasar los tributos que hubiesen de dar los naturales que no estuviesen tasados, y retasar los que estuviesen tasados y conviniese retasar; y conforme a la comisión que para ello se me dio, que por su largura no va aquí inserta, y está puesta por cabeza de esta visita, yo he visitado personalmente el dicho pueblo y repartimiento, y he hecho la descripción de los naturales de él, y averiguado los frutos y granjerías que tienen y lo que más buenamente y con menos trabajo podrían tributar, como se contiene en la descripción y autos sobre ellos hechos, teniendo consideración de la intención real de su majestad y al descargo de su real conciencia y al bien de los naturales, y sustento de los encomenderos, y lo demás que para ello se debía considerar cristianamente, con celo de poner orden y concierto, y para que ambas repúblicas de indios y españoles buenamente se sustenten y vayan adelante, y que por causa de los muchos tributos e imposiciones que hasta ahora a los dichos naturales les han sido y son impuestos, por la necesidad que ha habido, no sean tan vejados y molestados, ni que por dar tributos de lo que pueden y deben, las doctrinas no se puedan sustentar ni los encomenderos.

“Todo ello visto y platicado con personas de ciencia y conciencia, dando, como por el presente doy, por ninguno y de ningún valor y efecto la tasa que el dicho pueblo hasta ahora ha tenido, para que de aquí adelante no se pueda usar de ella, y hasta tanto que por su majestad y por quien en su nombre fuere parte sobre esto, otra cosa se provea y mande, mando a vos el dicho cacique, capitán e indios de los pueblos que cada un año deis al dicho vuestro encomendero o al que adelante fuere, las cosas y tributos siguientes”.

Los tributos que este oidor retasó en los indios Moxcas que en los términos de Santafé había generalmente, fue que cada indio, tasado por sí y por su casa, pagase de tributo en cada un año al encomendero una manta de la marca, que tiene dos varas y sesma de largo y otro tanto de ancho, y dos tomines de buen oro, y media hanega de maíz, y que entre cada veinte indios beneficiasen y limpiasen y cogiesen una hanega de trigo de sembradura, dándoles el encomendero todo el aparejo que para sembrar y coger era necesario, reservando de este tributo a los viejos y enfermos y mancebos de quince años para abajo.

Y con esto dio por ninguna e hizo cesar la tasa de servicio personal, y de esto fue de lo que los vecinos de Santafé se tuvieron por agraviados, y de donde procedieron los tumultos que en él antes de este capítulo he contado.

Lo que de este remedio enmendó la Audiencia fue que cada indio casado pagase de tributo cada un año un peso de buen oro, y entre dos una manta de la marca, y entre cada veinte indios sembrasen y beneficiasen una hanega de maíz y cavasen la tierra, porque el maíz no se siembra en la tierra arada de los bueyes en este Reino, sino en cierta manera de camellones altos que hacen a mano; y casi esta misma moderación hubo en el beneficiar el trigo conforme a lo que tenía mandado el licenciado Villafaña. Demás de esto mandaron en lo del servicio personal que por vía de concierto o condujidos, se les diesen a cada encomendero cada mes tantos indios para el servicio ordinario de sus casas, y para pastores y gañanes los que eran menester, declarando el número de ellos y señalando el salario que a estos tales in­dios se les había de dar y pagar; y con esto aprobaron y dieron por buena la retasa que había hecho el licenciado Villafaña, habiendo proveído para esta última moderación de tributos el comunicarlo con el arzobispo don fray Juan de Barrios, y con el adelantado, y con algunos capitanes y personas principales y antiguas del Reino; y lo que el licenciado Villafaña en lo último de su retasa decía era esto:

“La cual dicha tasación mando a vos los dichos caciques, capitanes e indios, guardéis y cumpláis y paguéis al dicho vuestro encomendero o al que adelante fuere, en cada un año, desde el día que esta tasa os fuere entregada en adelante, pagando la mitad del dicho tributo por navidad y la otra mitad por San Juan de junio de cada un año, y si por los dichos tiempos y plazos no los cumpliereis, podáis ser compelidos y ejecutados por ello y por las costas que sobre la cobranza se os hicieren; y vos, el dicho encomendero, no podáis recibir ni cobrar de los dichos indios por vos ni por interpósita persona, direte ni indirete, pública ni secretamente, más tributo ni otra cosa de lo suso contenido, so pena que silos llevareis, por la primera vez seáis obligado a volver y volváis a los dichos indios lo que así llevareis demás de la dicha tasa, con el doblo y más cuatro tantos para la cámara de su majestad; y por la segunda vez, demás de la dicha pena, hayáis perdido y perdáis la encomienda y cualquier derecho que al dicho repartimiento tuviéreis, y la mitad de todos vuestros bienes para la cámara de su majestad; en la cual pena vos condeno desde luego lo contrario haciendo; ni seáis osado de os servir de los dichos indios ni de alguno de ellos en ningún género de servicio más de lo suso declarado, so pena que por el mismo caso desde luego los dichos indios queden vacos para que su majestad los provea en quien fuere servido; y vos, el dicho cacique y capitanes de indios, estaréis advertidos de no dar ni pagar la dicha demora y tributo de suso contenido, no habiendo en vuestro pueblo sacerdote que os doctrine y pueda y deba administrar los sacramentos; ni vos el dicho encomendero los podáis compeler por justicia ni en otra manera a que os lo den y paguen, so la dicha pena de privación de indios, y porque sepáis lo que habéis de pagar, mando que cada uno de vos tenga un treslado de esta dicha tasación firmado de mi nombre y refrendado del escribano de cámara infrascrito. Fecha en Santafé, a diez días del mes de junio de mil y quinientos y sesenta y cuatro años”.

Pocos días antes de esta visita del licenciado Villafaña, visitó y tasó asímismo el licenciado Angulo de Castrejón la provincia y repartimiento de Tunja y Vélez, y en la retasa que hizo en la gente y naturales de nación Moxca, porque también estos dos pueblos participan de otras gentes y naciones, mandó que cada indio pagase una manta de algodón de la marca, que como he dicho, es dos varas y sesma de ancho y otro tanto de largo, y un peso de medio oro, y porque en la sazón no estaba quitado el servicio personal, mandó que de cada repartimiento diesen al encomendero tantas cargas de hierba y tantas de leña cada año, o para comprarlas cierto número de mantas cual más los indios quisiesen dar, y las sementeras de trigo y maíz y cebada y turmas y otras cosas que se dan en estas provincias; pero fue enmendada después por la Audiencia y quitado de todo punto el servicio personal, acrecentándoles lo que les pareció por ello al presidente y oidores | 72 .

… |pues era negocio más de mi profesión y hábito que la historia; pero ya |que este descuido y negligencia haya en mí, porque no sea en todo, referiré aquí en suma algunas cosas de las que he visto en esta ciudad de Santafé, con que deben recibir contento y alegría no sólo los que descubrieron y poblaron esta tierra, pero todos los de nuestra nación española, pues quiso el poderoso Dios inmortal tomarlos por instrumento y medio para la labor de su viña y |darles el cargo del apostolado entre la gentilidad nuevamente descubierta, por cuyo medio vemos que donde ahora cuarenta | 73 años poco más tiempo, estaban casas de idolatría, simulacros e ídolos a quienes estos gentiles tenían y adoraban por sus dioses juntamente con el propio demonio que a ello les inducia, de quien el real profeta David dice en el salmo 95:

|Quoniam omnes de gentum demonia, hay hoy templos edificados y hechos a gloria y |honra del verdadero Dios uno y trino, donde cotidianamente se hacen verdaderos y santos sacrificios y se alaba a Dios en las horas y oficiós divinos que cada día se dicen en la iglesia catedral y en los monasterios, santifícanse las fiestas y |solemnízanse con gran regocijo y |placer y |contento espiritual, no sólo de los españoles … | 74

|Capítulo veinte y |cuatro, en que se cuenta la orden y |manera con que se celebró el año de sesenta y siete la fiesta del Corpus Christi en Sctntafé. Fo.

|Capítulo veinte y |cinco, en el cual se trata de la tierra y valle y río de Bogotá y |de las distinciones de los tiempos de ella. Fo.

|Capítulo veinte y |seis, en que se describe el sitio de la ciudad de Santafé y los tratos y condiciones de las gentes que en ella residen. Fo.

Capítulo veinte y siete, en que se trata del asiento de la ciudad de Tunja y de la condición y temple de su comarca y tratos a que en ella se han dado.

|Capítulo veinte y |ocho, en que se escribe el asiento de la ciudad de Vélez y de su temple y |de las minas que tiene y |oro que se saca.

Libro quinto | 75

Capítulo primero, en que se trata de una cédula que envió su majestad a los presidente y oidores en que dice le avisen de las ceremonias y ritos que hacen estos indios. Fo.

Capítulo segundo, en que se escriben algunas opiniones varias que los indios tienen sobre quién los crió a ellos y al mundo y las otras cosas criadas y del diluvio. Fo.

Capítulo tercero, que trata de la diversidad de simulacros: a quién idolatran y adoran y tienen por dioses. Fo.

Capítulo cuarto, de los santuarios y casas de idolatría. Fo.

Capítulo quinto, que trata de las ofrendas y sacrificios que los indios Moxcas hacen. Fo.

Capítulo sexto, en el cual se trata del oficio de los jeques y personas dedicadas para el servicio de los santuarios. Fo.

Capítulo séptimo, en el cual se escribe y declara el ayuno que los indios acostumbran a hacer y la diferencia que hay de ellos a coyme y lo que propiamente se llama coyme.

Capítulo octavo, en el cual [-se escribe-] por qué estos indios se llamaron Moxcas, y la manera de sus personas y el modo de vestirse y la diversidad de naciones que cercan este Reino, y la gente de él. Fo.

|Capítulo noveno, que trata de la orden de los casamientos que los indios hacen y |mujeres que tienen. Fo.

|Capítulo décimo, en el cual se escriben las causas y efectos principales por qué los indios se casan con tantas mujeres, y el modo de parir, y regocijos que ellos hacen y |la pena que a los adúlteros se da. Fo.

Capítulo undécimo, de la manera de leyes y hacer justicia que entre los indios hay, y de algunas ordenanzas, que algunos intérpretes han fingido tener estos indios. Fo.

Capítulo duodécimo, en el cual se escribe la orden de los mercados y de las cosas que en ellos se venden, y de oficios más señalados de artes mecánicas que entre ellos hay. Fo.

|Capítulo décimotercero, en el cual se escribe del hayo y del tabaco y yopas y |los efectos para que usan de ello los indios, con algunos de los abusos y supersticiones que usan. Fo.

Capítulo décimocuarto, en el cual se escribe los señores principales y superiores que en este Reino ha habido, que había cuando los españoles entraron en él, y quién son los sucesores y herederos forzosos de los cacicazgos. Fo.

|Capítulo décimo quinto, en que se escribe cómo son los sucesores de los caciques sacados de coyme y |metidos en los cacicazgos. Fo.

|Capítulo décimosexto, del modo como los señores eran servidos y respetados de sus súbditos y |les era pagado el tributo y |el modo de sus casas y servicio de ellas. Fo.

Capítulo décimoséptimo, de las fiestas y regocijos que los indios Moxcas tienen y hacen, que por otro nombre se llaman borracheras y del modo de correr los términos. Fo.

Capítulo décimooctavo, en el cual se escriben las diferencias de personas que tienen estos indios, y la forma de saludarse con la poca caridad de que unos con otros usan. Fo.

Capítulo décimonoveno, de las monterías y pesquerías que usan los indios Moxcas y los modos que de hacer esclavos tienen.

Capítulo vigésimo, del modo de contar los tiempos y la manera de contar de que estos indios usan y hasta qué número se entiende su cuenta y lo que tienen sobre el temblor de la tierra y la eclipse del sol y luna.

Capítulo vigésimo primero, en que se escribe la manera como los indios Moxcas entierran los caciques, y las exequias que les hacen y los entierros de la demás gente. Fo.

Capítulo vigésimosegundo, en que se escribe las opiniones que estos indios tienen sobre dónde van a parar las ánimas de los difuntos y la forma de las cruces que siempre han usado poner sobre la sepultura de los muertos. Fo.

Capítulo vigésimotercero, de la manera como hablaban y trataban los indios con los demonios y en lo que los tienen, y las formas en que se les presentan. Fo.

Capítulo vigésimocuarto, de los mantenimientos, comidas y bebidas de que usan los indios Moxcas y la manera del aderezarlas, guisarlas y comerlas. Fo.

Capítulo vigésimo quinto, del sueño de Bogotá, y lo que declararon los jeques y pronosticaron, y la interpretación que le dio el jeque Popón, por la cual fue desterrado de la tierra y señorio de Bogotá. Fo.

Capítulo vigésimosexto, de dónde fue natural el jeque Popón, y del aviso que dio al cacique de Ubaque, y cómo Guatavita, cacique, le hurtaba su tesoro, y de la muerte de Guatavita. Fo.

|Capítulo vigésimoséptimo, de cómo el jeque Popón fue tomado hablando con el demonio en un santuario, y de su conversión y |buen fin que hubo. Fo.

Capítulo vigésimooctavo, que trata de cuáles fueron los primeros pueblos de indios que en este Reino se convirtieron a nuestra santa fe católica, en qué año, y de las mercedes que su majestad les mandó hacer por su real cédula, por ser los primeros que en común se bautizaron.

72 Aquí está cortada la parte inferior de la página que corresponde al folio 226. Al dorso, es decir, folio 226 vuelto, se lee un texto que está tachado y que reproducimos en bastardilla.
73 La palabra “cuarenta” está puesta entre líneas y reemplaza la palabra ” |treinta” que está tachada, lo cual demuestra que este texto fue revisado por Aguado diez años después de la fecha en que fue escrito.
74 Desde aquí la página está cortada. La “tabla” de Sevilla demuestra que este libro tuvo cinco capítulos más que transcribimos en seguida.
75 Según la “tabla” de Sevilla fue totalmente suprimido. Transcribimos en bastardilla los textos de los encabezamientos correspondientes a los capítulos que formaron este libro.

KUPRIENKO