LAURA GALLEGO GARCÍA. La Resistencia. MEMORIAS DE IDHÚN

LAURA GALLEGO GARCÍA. La Resistencia. MEMORIAS DE IDHÚN.

ÍNDICE

JACK 4
II LLMBHAD 15
III VICTORIA 26
IV «NO ESTÁS PREPARADO» 39
V CARA A CARA 46
VI EL LIBRO DE LA TERCERA ERA 54
VII LA PORTADORA DEL BÁCULO 66
VIII EL DRAGÓN Y EL UNICORNIO 73
IX PLANES DE RESCATE 80
X SERPIENTES 90
XI FUEGO Y HIELO 96
XII «VEN CONMIGO…» 101
XIII PÉRDIDA 108
XIV EL FIN DE LA RESISTENCIA 113

SEGUNDA PARTE REVELACIÓN DOS AÑOS DESPUÉS… 123
I REENCUENTROS 124
II UNA NUEVA ESTRATEGIA 136
III MÁS ALLÁ 144
IV «SI HA SIGNIFICADO ALGO PARA TI…» 152
V SECRETOS 162
VI SU VERDADERA NATURALEZA 171
VII «… EL TIEMPO QUE HAGA FALTA» 181
VIII EL PUNTO DÉBIL DE KIRTASH 191
IX CHRISTIAN 199
X EL OJO DE LA SERPIENTE 207
XI «DLME QUIÉN ERES…» 218
XII TRAICIÓN 231
XIII LA LUZ DE VICTORIA 242
XIV ALIANZA 253

EPÍLOGO SE ABRE LA PUERTA 266

No importa lo que haga, cada persona
En la tierra está siempre representando el
Papel principal de la Historia del mundo.
Y normalmente no lo sabe.

PAULO COELHO, El Alquimista

Jack
ERA ya de noche, una noche de finales de mayo, y un chico de trece años subía en bicicleta por una carretera comarcal bordeada de altas coníferas, de regreso a su casa, una granja junto a un pequeño bosque.
Se llamaba Jack. Hacía ya un par de años que vivía con sus padres en aquella granja a las afueras de Silkeborg, una pequeña ciudad danesa, y todas las tardes, al salir de clase, si el tiempo lo permitía, efectuaba aquel trayecto en bicicleta. Le gustaba hacer ejercicio y, además, el recorrido junio al bosque lo relajaba y apartaba de su mente todas las preocupaciones.
Pero, por alguna razón, aquella vez era diferente.
Llevaba todo el día teniendo una extraña intuición con respecto a su casa y sus padres. No habría sabido decir de qué se trataba, pero tampoco había podido evitar llamar a su madre a mediodía, para asegurarse de que los dos estaban bien, y lo había encontrado todo en orden. Sin embargo, apenas un rato antes, al salir del colegio, había sentido que aquel molesto presentimiento que lo había acosado durante todo el día regresaba con más fuerza— Sin ningún motivo aparente, intuía que su familia estaba en peligro. Y sabía que era absurdo, sabía que no tenía una explicación racional para aquella sensación, pero no podía evitarlo. Tenía que llegar a casa cuanto antes y comprobar que todo marchaba bien.
Cuando llegó a la granja por fin, el corazón estaba a punto de estallarle del esfuerzo. Dejó la bicicleta tirada junto al cobertizo, sin preocuparse por guardarla, y corrió hacia la entrada.
Se detuvo de pronto, con el corazón latiéndole con fuerza.
Joker, su perro, no había acudido a recibirle, como todos los días. Tampoco se oían sus ladridos desde la parte posterior de la granja. «Habrá ido al bosque», se dijo Jack, intentando calmarse.
No pudo evitarlo, sin embargo. Echó a correr de nuevo hacia la puerta de la casa. La halló entreabierta y entró.
Algo le detuvo.
En apariencia, todo parecía normal. La luz del salón estaba encendida, se oía el murmullo apagado del televisor.
Pero se respiraba un ambiente extraño.
Temblando, entró en el salón. Su padre estaba sentado en el sofá, frente al televisor, de espaldas a él. Podía ver su cabeza descansando sobre el respaldo.
—Papá…
No hubo respuesta. En la televisión ponían un estúpido programa de imitadores de cantantes famosos, y Jack se aferró desesperadamente a la idea de que era lógico que su padre se hubiese quedado dormido.
Rodeó el sofá y, tras un breve instante de vacilación, miró a su padre a la cara.
Estaba inmóvil, pálido, con los ojos abiertos de par en par, desenfocados, mirando a ninguna parte. No había ninguna señal de sangre o violencia en su cuerpo.
Pero Jack supo que estaba muerto.
Algo golpeó su conciencia con la fuerza de una pesada maza. Por un momento el tiempo pareció detenerse, y su corazón, con él; pero de inmediato el mundo a su alrededor se tambaleó y empezó a girar a una velocidad abrumadora. Se abalanzó hacia su padre y lo sacudió varias veces, tratando de hacerlo reaccionar. En el fondo sabía que era inútil, pero, simplemente, no quería creerlo.
—¡Papá! Papá, por favor, papá, despierta…
Su voz se quebró con un sollozo aterrorizado. De pronto pensó que tal vez no era demasiado tarde, que tenía que llamar a una ambulancia, y quizá… corrió hacia el teléfono y descolgó el auricular.
Pero no había línea, Jack colgó el teléfono con violencia, rabia y desesperación; se secó las lágrimas con la manga del jersey, dio media vuelta y se precipitó escaleras arriba.
—¡Mamá! —gritó—. ¡Mamá, baja corriendo, trae el móvil!
Tropezó en un escalón y cayó, golpeándose las rodillas, pero eso no lo detuvo. Se levantó de nuevo y siguió corriendo:
—¡¡Mamá…!!
Enmudeció de pronto, porque había alguien al fondo del corredor. Alguien que no era su madre. Frenó en seco, desconcertado. Los dos se miraron un momento.
Se trataba de un hombre de ojos de color avellana y rasgos delicados, pero expresión dura y ligeramente burlona. Vestía algo parecido a una túnica que le llegaba por los pies, y tenía el cabello oscuro y encrespado.
—¿Quién… quién es usted? —murmuró Jack, confuso y todavía con los ojos llenos de lágrimas.
Algo atrajo su atención, sin embargo. Sobre el parquet, a los pies del individuo de la túnica, había un bulto inerte. Jack lo reconoció, y sintió que las piernas le temblaban; tuvo que apoyarse en la pared para no caerse.
Era su madre, que yacía en el suelo, pálida, con la cabeza vuelta hacia él y los ojos abiertos.
Jack sintió que la sangre se le congelaba en las venas. Aquello no podía estar sucediendo…
Pero no había duda. La mirada de su madre era vacía, inexpresiva.
Sus ojos estaban muertos.
—¡¡¡Mamáááá! —gritó el chico, fuera de sí.
Echó a correr hacia ella, sin importarle para nada la presencia del hombre de pelo negro…
Todo sucedió muy deprisa. El desconocido gritó unas palabras en un idioma que Jack no conocía (pero que, de pronto, le sonó extrañamente familiar) y algo golpeó al chico en el pecho, dejándolo sin aliento, y lo lanzó hacia atrás.
Jack chocó contra la pared y sacudió la cabeza, aturdido y respirando con dificultad. No tenía ni idea de qué era lo que lo había empujado con tanta violencia; el individuo de la túnica estaba aún lejos de su alcance cuando aquel lo—que—fuera lo había lanzado contra la pared.
Pero no se detuvo a pensar en ello. El golpe lo devolvió a la realidad.
Se dio cuenta de que, muy probablemente, aquel estrafalario individuo era el responsable de la muerte de sus padres; y una parte de sí mismo, que estaba oculta y dormida y solo despertaba en ocasiones puntuales, y que, sin embargo, Jack conocía muy bien, aullaba de dolor, ira y sed de venganza.
Por otro lado, sabía que lo más prudente era dar media vuelta y echar a correr, escapar, avisar a la policía…
Por suerte para él, logró dominar su ira y dejar paso a la sensatez. Se puso en pie de un salto, reaccionando más deprisa de lo que su oponente había previsto. Echó a correr en dirección a las escaleras y lo oyó gritar a su espalda, pero no se detuvo. Bajó a todo correr; en su precipitación, tropezó de nuevo y cayó rodando hasta el salón.
Pero, cuando estaba a punto de levantarse, sintió una presencia gélida tras él, y se estremeció, sin poderlo evitar. Se volvió lentamente…
Ante él se hallaba un chico algo mayor que él, vestido de negro. Era delgado y fibroso, de facciones suaves y cabello castaño claro, muy fino y liso, que le caía a ambos lados del rostro. Sus ojos azules se clavaron en él, inquisitivos.
Era la primera vez que se encontraban, de eso Jack estaba seguro, pero, por alguna razón, no pudo evitar sentir una súbita repulsa hacia él, como si el mero hecho de estar cerca de aquel desconocido le produjese escalofríos.
Reprimió un estremecimiento y lo miró a los ojos.
Y de pronto sintió algo extraño, una sacudida, como si algo se hubiese introducido en su interior y estuviese explorando sus más secretos pensamientos y sus más íntimos sentimientos.
Y otra cosa. Frío.
Jack se quedó paralizado, hechizado por la mirada del joven de negro.
«Te estaba buscando», se oyó una voz en su mente.
Y, en aquel mismo instante, Jack supo, de alguna manera, que iba a morir, como lo sabe la mosca que queda atrapada en la telaraña, como lo sabe un ratón que se topa con la mirada de una serpiente.
Pero entonces algo tiró de él y lo arrojó a un lado con violencia, apartándolo del muchacho de negro. Jack cayó al suelo, sobre la alfombra, sacudió la cabeza y se giró para ver qué estaba pasando y quién lo había alejado de la mirada de la muerte.
Su salvador era un joven de unos veinte años, alto y musculoso, de cabello castaño corto y expresión grave y severa, que había aparecido de la nada, interponiéndose entre Jack y el otro muchacho. Había algo en él que imponía respeto, a pesar de las extrañas ropas que vestía. El chico de negro lo miró impasible, pero adoptó una postura de serena cautela. Y entonces, ante la atónita mirada de Jack, el recién llegado sacó una espada del cinto Y le plantó cara a su oponente. El de negro pareció aceptar el desafío, porque extrajo su propia espada de una vaina que llevaba sujeta a la espalda y paró el golpe de su contrincante con una rapidez y una agilidad casi sobrehumanas. Jack, paralizado de terror, se quedó mirando cómo aquellos dos desconocidos iniciaban un duelo de espadas en el salón de su propia casa. Volcaron la mesa del comedor, desgarraron las cortinas, destrozaron el televisor con una estocada que no dio en el blanco. Jack asistía impotente a aquel estropicio, pero no se atrevía a moverse. El joven recién llegado se movía con seguridad y serenidad, y los golpes que descargaba eran más fuertes; pero el muchacho de negro era mucho más rápido, ágil, silencioso y letal. Jack se dio cuenta de que, cada vez que las dos espadas se encontraban, una especie de destello sobrenatural brotaba de sus filos.
Aquello no era real, era una pesadilla, no podía estar pasando. Quiso gritar, pero entonces alguien tiró de él y le tapó la boca.
Jack sintió que se mareaba. Su primer impulso fue tratar de deshacerse del abrazo, pero no lo logró. Se volvió y vio que su captor era un chico delgado de unos dieciocho o diecinueve años, de cabello negro, grandes ojos oscuros, facciones agradables y gesto serio. Jack quiso librarse de él, pero el joven era más fuerte. Lo miró a la cara y le dijo que no con la cabeza, y Jack entendió que era un amigo y estaba allí para ayudarlo. Lo agarró por los brazos con desesperación.
—Por favor —sollozó—, por favor, ayudadme… mis padres…
Pero el joven sacudió la cabeza, y le dijo algo en otro idioma, y Jack comprendió que hablaban lenguas distintas. Se volvió para señalar el sofá donde yacía el cuerpo de su padre, pero al final giró la cabeza con brusquedad porque no se atrevía a mirar.
Mientras tanto, los otros dos seguían con su particular duelo de esgrima, y el individuo de la túnica, el asesino de los padres de Jack, se había asomado a lo alto de la escalera. El muchacho que sujetaba a Jack se dio cuenta de ello. Gritó algo y su compañero asintió y retrocedió hasta él. El chico de negro corrió tras él y descargó la espada sobre ellos, justo cuando su oponente agarraba del brazo a su amigo.
Jack sintió unos dedos clavándose dolorosamente en su antebrazo y lo último que vio antes de que todo empezase a dar vueltas fueron unos gélidos ojos azules…
Jack lanzó un grito y abrió los ojos, sobresaltado. Se incorporó sobre la cama, respirando entrecortadamente y sintiendo en el pecho los alocados latidos de su corazón.
«Solo ha sido un maldito sueño», pensó irritado.
Pero todavía temblaba. Detestaba las serpientes, y había soñado con una de ellas, enorme, terrorífica, que se alzaba bajo un extraño cielo del color de la sangre. Un cielo con seis astros que emitían un brillo cegador.
Intentó serenarse. Estaba temblando, y sentía una extraña angustia que atenazaba su corazón como una garra de hielo. Respiró hondo. «Solo ha sido una pesadilla», se dijo. Pero no era la primera vez que soñaba con aquella escena, y se preguntó, una vez más, si la habría visto en alguna película de ciencia—ficción. Si era así, no lo recordaba.
Por otro lado, antes de soñar con la serpiente gigante había tenido un sueño mucho más aterrador; se acordaba solo vagamente, pero sabía que tenía que ver con sus padres, y que no era algo que quisiera recordar.
Se pasó una mano por su pelo rubio, revolviéndolo, y echó un vistazo a su derecha, buscando con la mirada los números fosforescentes de su despertador digital. Se quedó helado.
No estaba en su habitación. Se hallaba en una cama extraña, en un cuarto extraño, en un lugar extraño. La forma de la habitación tampoco era corriente: no había esquinas en las paredes, curiosamente redondeadas. Era como si estuviese en el interior de un iglú gigante. Una ventana, también redonda, se abría a un lado del cuarto. Más allá se veía una clara noche estrellada y las oscuras copas de los árboles. Pero no era el paisaje que él conocía.
Jack parpadeó, confuso. ¿Dónde diablos se encontraba? ¿Qué estaba pasando?
Se levantó de un salto, apartando unas sábanas extraordinariamente suaves. Buscó el interruptor de la luz y no lo encontró. Esperó a que sus ojos se habituasen a la oscuridad para mirar a su alrededor.
No había muchos muebles en aquel cuarto. Una silla y una mesa de extraño diseño, un armario del mismo estilo y algo que parecía una mezcla entre una estantería y una cómoda. Y dos puertas.
Una estaba entreabierta, y parecía un ropero. Jack abrió la otra, tirando de una manilla hecha de un curioso metal verdeazulado, y se deslizó hasta el exterior.
Se encontró en un pasillo de techo abovedado, como un túnel, que torcía hacia la derecha con suavidad, sin esquinas. Estaba iluminado por medio de apliques eléctricos, con bombillas, perfectamente normales. Jack respiró hondo, mareado. Aquello era una locura.
Avanzó con precaución, procurando no hacer ningún ruido… y entonces topó con alguien. Jack dio un respingo. Se trataba de un joven moreno, delgado y nervioso. Jack lo había visto antes…
…En el salón de su casa, sujetándolo, mientras otros dos mantenían un duelo de espadas.
De golpe lo recordó todo. La carrera hasta la granja, el hombre de la túnica, la lucha entre su perseguidor y su salvador, aquellos inhumanos ojos azules, sus padres muertos…
Sus padres, muertos.
No había sido un sueño. Todo aquello había sucedido de verdad.
Jack ahogó un grito de rabia y desesperación y, casi sin saber lo que estaba haciendo, se abalanzó contra aquel joven, furioso, tratando de golpearlo. Lo cogió por sorpresa y ambos cayeron al suelo. El muchacho exclamó algo en aquella extraña lengua, pero Jack no atendía a razones. Golpeó con los puños intentando darle a algo, pero de pronto unas manos de hierro lo agarraron dolorosamente por las muñecas y una voz serena, tranquila y autoritaria dijo algo que, para variar, él no entendió. Intentó desasirse, pero no lo logró. Sintió que tiraban de él hacia atrás para separarlo de su oponente. Se resistió; estaba ciego de rabia. Se volvió para ver quién lo tenía atrapado y vio tras él al joven que había peleado contra el muchacho de los ojos azules en su propia casa. Sin duda era muy fuerte y tenía brazos de acero; Jack se dio cuenta de que no le estaba costando ningún trabajo mantenerlo quieto, a pesar de que él se estaba resistiendo con todas sus fuerzas.
Finalmente Jack, agotado, se rindió. Estaba atrapado.
Se dejó caer, temblando y sollozando sin poder contenerse.
Entonces el muchacho moreno al que acababa de atacar se inclinó junto a él y le dijo algo. Jack apartó la cara, furioso y angustiado a la vez. Pero vio, a través de las lágrimas, que él lo miraba fijamente, serio y preocupado. El joven dijo algo más, y esta vez Jack alzó la cabeza. Sonaba a francés. Pero él no sabía francés. El otro frunció el ceño, pensativo, y entonces probó otra vez.
En esta ocasión, Jack lo comprendió.
—Eh… sí… hablo inglés —musitó, en la misma lengua; Í>US propias palabras le sonaban extrañas. Tragó saliva para aclararse un poco la garganta. Volvió la cabeza para frotarse la cara contra el brazo y así secarse las lágrimas, porque todavía lo tenían sujeto por las muñecas y no podía usar las manos.
El otro chico lo miró, pensativo.
—Bien. En realidad, a mí no se me da muy bien el inglés, he tenido poco tiempo para aprender —explicó en un inglés vacilante, con un extraño acento—. Pero creo que nos entenderemos.
Jack asintió, mohíno. El hablaba inglés casi tan bien como su lengua materna. No en vano su padre era británico… Pensar en su padre le hizo recordarlo, sentado en el sofá, muerto, y cerró los ojos para evitar que volvieran a llenársele de lágrimas. Todo aquello no era más que una pesadilla…
—No es un buen momento para hablar, lo sé —prosiguió el joven—. Solo quiero que sepas que, pase lo que pase, aquí estarás a salvo.
—¡A salvo! —repitió Jack con amargura—. ¡Después de lo que les habéis hecho a mis padres…!
—Te hemos salvado la vida —corrigió el otro—. Si hubiésemos llegado a tiempo, tal vez también habríamos podido salvar a tus padres. Pero ellos se nos adelantaron otra vez.
Había tal gesto de rabia y frustración en su rostro que Jack no pudo menos que creerle.
—Mis padres… —repitió, sin poderse quitar aquella idea de la cabeza.
Trató de recomponer aquel rompecabezas en su mente. Lo que había contemplado en su casa era la lucha entre dos grupos distintos. Dos personas, el hombre de la túnica y el muchacho vestido de negro, habían matado a sus padres. Y probablemente lo habrían matado a él también, de no ser por la intervención de aquellos dos jóvenes con los que estaba hablando, que, de alguna manera, lo habían sacado de allí. ¿Por qué había pasado todo eso? ¿Quiénes eran ellos? ¿Y qué tenían que ver sus padres con todo aquello?
—¿Por qué? —susurró, desolado—. ¿Por qué a ellos?
Esta vez no pudo evitar que una lágrima resbalase por su mejilla y volvió la cabeza bruscamente, para que no lo vieran llorar.
El joven lo miró con pena.
——Lo siento, de verdad. Lo único que puedo decirte es que te protegeremos y que seguiremos luchando por que no haya más muertes.
—¿Más… muertes? —repitió Jack, desorientado.
El otro suspiró.
—Es mejor que no te mezcles en esto. Cuanto menos sepas, más seguro estarás.
Algo se rebeló en el interior de Jack.
—¡No! —gritó—. ¡No, ni hablar, necesito saber qué demonios ha pasado! ¿Me oyes? ¡Y quiero volver a casa! ¿Quiénes sois vosotros? ¿Adonde me habéis traído?
—A un lugar seguro —insistió el otro—. En cuanto a quiénes somos, solo puedo decirte nuestros nombres: yo soy Shail, y mi amigo es Alsan. No habla inglés —añadió con un suspiro resignado—, ni francés, ni nada que se le parezca.
Jack se volvió hacia Alsan, que permanecía impasible, junto a él. Shail se encogió de hombros y le dijo algo en su propio idioma. Alsan soltó a Jack, que se frotó las muñecas doloridas, sin entender todavía lo que estaba sucediendo.
—Yo me llamo Jack —murmuró.
Se dejó caer al suelo; no tenía fuerzas para levantarse, de manera que ye quedó allí, sentado en el suelo, hecho un ovillo y con la cabeza gacha, temblando de miedo, de dolor, de angustia, de rabia, de impotencia eran tantos los sentimientos que se contundían en su alma que por un momento creyó hallarse en el corazón de un huracán.
Shail se puso en pie y le tendió una mano para ayudarle a levantarse. Jack alzó la cabeza y lo miró, todavía muy desorientado. Parpadeó para contener las lágrimas.
—Queremos ayudarte —dijo el muchacho, muy serio.
Jack titubeó, pero finalmente le dio la mano, y se incorporó. Se volvió hacia Alsan, desconfiado. El rostro del joven seguía pareciendo de piedra, pero en su mirada había simpatía y conmiseración, Jack vaciló.
—No estás solo —dijo Shail con suavidad.
Jack sintió que todo le daba vueltas. Las piernas le fallaron como si fueran de gelatina. Apenas notó los brazos de Alsan sujetándolo para que no cayese al suelo.
Fue vagamente consciente de que lo llevaban hasta una habitación más amplia y lo hacían sentarse en un sillón. Cuando todo dejó de dar vueltas y pudo mirar a su alrededor, se encontró en un salón amueblado al mismo estilo que el cuarto en el que había despertado, y aderezado con una serie de elementos que no parecían encajar allí: lámparas, un equipo de música, un ordenador…
—Bienvenido a nuestro centro de operaciones —dijo la voz de Shail junto a él.
Jack dio un respingo y se volvió. Vio al joven apoyado en ei quicio de la puerta. Sonreía amistosamente. Se dio cuenta de que llevaba una camisa blanca por fuera de los vaqueros, parecía un muchacho normal. Y sin embargo seguía habiendo en él algo que lo hacía diferente. Jack buscó a Alsan con la mirada, pero descubrió que se había marchado.
—Te has mareado —continuó Shail—. Estás muy débil, necesitas comer algo. ¿No tienes hambre?
Jack negó con la cabeza.
—Tengo el estómago revuelto.
—No me extraña —asintió Shail, muy serio—. Has pasado por una experiencia muy dura.
Jack reprimió un gesto de dolor. Miró a Shail con dureza.
—Necesito saber —exigió.
El joven le dirigió una mirada pensativa.
—Bueno —dijo finalmente—. Intentaré explicarte algunas cosas —se sentó junto a él—. Supongo que querrás saber quiénes entraron la otra noche en tu casa, y por qué.
Jack asintió.
—En fin, es largo de explicar. Digamos que esos tipos van buscando… a gente muy especial. Gente que se les ha escapado de un… lugar. Del lugar de donde ellos vienen.
Miraba a Jack con fijeza, esperando una reacción en él, pero esta no se produjo.
—No… no lo entiendo —musitó el chico, confuso.
Shail frunció el ceño.
—¿De verdad… no sabes nada? ¿No tienes idea de dónde venían tus padres?
—Mi padre era inglés, y mi madre danesa. ¿Te refieres a eso?
Shail se acarició la barbilla, pensativo.
—Qué raro… —murmuró—. No hablas el idhunaico ni sospechas por qué os han atacado. No puede ser que tus padres no te contasen nada. Y, sin embargo… Por otro lado, ellos… No, no es posible, ellos no cometen errores…
Jack perdió la paciencia.
—Por favor, cuéntamelo de una vez. Necesito saber qué ha pasado, ¿no lo entiendes?
—Está bien, está bien. ¿Recuerdas a ese chico de negro?
Jack se estremeció involuntariamente. «Te estaba buscando», susurró de nuevo aquella voz en un rincón de su memoria.
—Veo que sí —comentó Shail—. Bien, pues él… se llama Kirtash, y es un asesino. Un asesino muy especial, es frío, despiadado y muy… poderoso.
—¿Poderoso en qué sentido? —preguntó Jack, sintiendo un nuevo escalofrío.
—No te ío puedo explicar, pero estoy seguro de que tu ya lo notaste. El otro, el mag… quiero decir, el de la túnica —rectificó—, se llama Elrion y hace poco que va con él— De todas formas es raro, porque Kirtash siempre actúa solo. Aunque creo que fue Elrion quien…
Calló un momento.
—¿…quien atacó a mis padres? —completó Jack en voz baja; sintió un nudo en la garganta y tragó saliva, tratando de evitar que las lágrimas aflorasen de nuevo a sus ojos.
Shail asintió, pesaroso.
—¿Pero quién querría…? —a Jack se le quebró la voz; hizo lo posible por acabar la pregunta y no lo logró; solo consiguió articular—: ¿Y por qué?
Shail suspiró.
—El lugar de donde venimos, Jack, está gobernado por unos… llamémoslos… individuos… a quienes no les gusta que se rebelen contra ellos. Por eso han enviado a Kirtash. Se dedica a ir por el mundo buscando gente… como nosotros. Gente… exiliada. Gente que ha escapado hasta aquí. Los busca, los encuentra… y los mata.
Jack respiró hondo. Se imaginó al punto un país ahogado por unos dictadores que gobernaban con mano de hierro.
—Pero mis padres… no pertenecían a ese lugar —objetó—. Me lo habrían dicho.
—Puede que sí, o puede que no, Jack. Tal vez tengas razón y Kirtash y los suyos se hayan equivocado con vosotros. Pero me parecería muy extraño, porque ellos nunca cometen errores de ese tipo.
Jack no dijo nada. Le costaba asimilar tanta información.
—Nosotros somos… rebeldes —prosiguió Shail—. O renegados, como nos llaman ellos. Alsan y yo vinimos aquí para cumplir una misión, y nos tropezamos con Kirtash. Hemos intentado impedir que siga asesinando a nuestra gente, pero siempre se nos adelanta y… —ahora fue Shail quien se estremeció— no podemos luchar contra él. No tenemos los medios suficientes.
—¿Qué…? No lo entiendo. Solo es un chico, y no será mucho mayor que yo. Bueno, tal vez uno o dos años mayor que yo, pero… sigue siendo un chico, y si está solo…
Shail le dirigió una mirada inescrutable.
—Kirtash no es lo que parece. Por lo que sabemos, tiene solo quince años, pero ha asesinado a incontables personas desde que está aquí.
—Pero eso… no puede ser, es… absurdo.
—Será o no absurdo, pero es la verdad. Créeme si te digo que nadie que se haya enfrentado a él ha salido con vida. Nadie.
A Jack le pareció que Shail temblaba, y no lo consideró una buena señal. Recordó de pronto una cosa.
—Pero nosotros escapamos. Kirtash tenía esa espada, iba a… —frunció el ceño—. Y yo me desvanecí, y de pronto estaba aquí…
Shail parecía incómodo.
—Escapamos —dijo ambiguamente—, sin enfrentarnos a él, Alsan no habría podido aguantar mucho tiempo, así que… tuvimos que huir.
—¿Cómo?
—Nos habría matado —prosiguió Shail, eludiendo la pregunta—. Ha sido entrenado para ser el mejor y el más despiadado asesino que jamás se haya visto. Es rápido, venenoso y mortal como un escorpión. Y muy discreto. Nunca deja huellas ni rastros de su paso. Es como la sombra de la muerte. Como el ángel exterminador de la Biblia.
Jack respiró hondo. La cabeza le daba vueltas otra vez.
—Debo volver a casa —pudo decir.
—No, no debes. Si vuelves, Kirtash te encontrará y te matará. No le gusta dejar las cosas a medias. Aquí estarás seguro.
Jack levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.
—¿Seguro? —repitió—. Pero si ni siquiera sé dónde estoy. Este es un sitio muy extraño…
Shail esbozó una media sonrisa.
—Este lugar es Limbhad. Fue construido por nuestros antepasados, hace mucho, mucho tiempo. Kirtash y los suyos no lo conocen. Es un refugio secreto.
—¿Y cómo sabes que no os encontrarán?
Shail se levantó con gesto serio.
—Tenemos nuestros medios. No estamos tan indefensos como parece. Es solo que… —dudó antes de decir, en voz baja—: Es solo que Kirtash nos supera a todos. Me gustaría saber quién es él realmente —añadió como para sí mismo.
Jack se recostó contra el respaldo de su asiento, un cómodo sillón, y cerró los ojos.
—Estás muy pálido —dijo Shail—. Debes tratar de recuperar fuerzas…
Pero Jack negó con la cabeza.
—Se supone que mis padres habían huido de un lugar —dijo con lentitud—. ¿Qué lugar es ese?
Shail no respondió. Se quedó mirándolo, dudoso.
—¿Qué lugar es ese? —insistió Jack.
—Se llama Idhún —dijo Shail por fin, en voz baja.
Jack parpadeó, perplejo.
—Nunca lo he oído nombrar.
Shail no dijo nada. Se levantó y salió de la habitación en silencio. Jack quiso detenerle, pero reaccionó tarde, y cuando intentó incorporarse, las piernas le fallaron. Tambaleándose, logró asomarse al pasillo otra vez. Pero Shail ya se había ido.
Jack se quedó allí parado, un momento. Entonces, lentamente, se dejó resbalar hasta el suelo y se quedó sentado allí, con la espalda apoyada en la pared. Rodeó las rodillas con los brazos, hundió la cabeza en ellos, encogiéndose sobre sí mismo, y se puso a llorar de nuevo, en silencio.
Estaba cansado, muy cansado. El miedo y la tensión parecían haberse esfumado, dejando paso a la tristeza y e! abatimiento. No sabía si Shail había dicho la verdad ni si realmente estaba a salvo en aquel lugar, pero sí era cierto que resultaba difícil no calmarse con aquella apacible noche silenciosa y estrellada que se veía desde la ventana. Un remanso de paz y tranquilidad. Jack cerró los ojos, deseando descansar, pero su corazón seguía sangrando. En apenas unas horas todo su mundo se había vuelto del revés. Sus padres habían muerto y él no sabía por qué. Estaba atrapado en un lugar desconocido y tampoco sabía por qué. Y había algo muy extraño en todas aquellas personas: los dos individuos que habían irrumpido en su casa… los mismos Alsan y Shail…
Evocó sin quererlo el momento en que su vida se había hecho añicos. El hombre de la túnica, ese tal Elrion, había matado a sus padres, o tal vez lo había hecho el otro, a quien Shail había llamado Kirtash, el muchacho de… los ojos azules.
Jack se estremeció involuntariamente…
Frío.
Volvió la cabeza con brusquedad. Nunca más vería a sus padres con vida, y esa idea resultaba horrible y angustiosa. Se había quedado huérfano. De golpe.
Costaba mucho asimilarlo.
Por un momento creyó que no lo conseguiría, deseó dejarse llevar por la pena, cerrar los ojos y dormir, y dormir para siempre, y no despertar nunca más, para no tener que enfrentarse al miedo y al dolor. Se dejó arrastrar por la marea de sus sentimientos, y estos estuvieron a punto de ahogarlo. Pero poco a poco, lentamente, fue saliendo a flote.
No habría sabido decir cuánto tiempo había permanecido allí, acurrucado junto a la pared, pero en un momento dado alzó la cabeza y se dio cuenta de que seguía en aquel extraño lugar que Shail había llamado «Limbhad», solo, en aquella habitación. Respiró hondo e intentó pensar con un poco más de claridad. Decidió entonces levantarse y salir de aquella casa, a pesar de lo que le había dicho Shail. Buscaría un teléfono y llamaría a la policía, y entonces trataría de localizar a sus tíos, que vivían en Silkeborg. Seguramente estarían preocupados por él.
Se levantó, tambaleándose, y avanzó por el corredor en busca de la salida.
Un poco más allá encontró una puerta entreabierta, de la cual salía un alegre resplandor. Jack se asomó con precaución.
Había llegado a la cocina, una cocina tan extraña y original como todo lo que había en Limbhad. Al fondo de la sala ardía un fuego cálido y acogedor, y los cacharros, de formas diversas, estaban colocados en una serie de alacenas de cantos redondeados. Pero a la derecha había un frigorífico, un horno eléctrico y una placa de vitrocerámica. Jack no terminaba de habituarse a aquella mezcla de cosas exóticas y electrodomésticos tan absolutamente corrientes. Era un contraste que chirriaba un poco.
Estaba a punto de marcharse cuando tropezó con algo y oyó un maullido indignado. Una gata de color canela se apartó de su camino y lo miró con altanería antes de subirse a una silla con un elegante salto y acomodarse allí, desde donde le disparó una última mirada ofendida.
—Lo siento —murmuró Jack.
Oyó un ruido y se volvió, y vio entonces que, sobre un banco adosado a la pared, había una chica sentada con las piernas cruzadas y un tazón de leche entre las manos. Jack no había reparado antes en ella; tendría unos doce años, el cabello castaño largo y unos ojos oscuros que parecían demasiado grandes para su cara menuda, morena y de nariz pequeña y respingona. Pero aquellos ojos estaban fijos en él, y Jack respiró hondo. Adiós a su intento de pasar inadvertido. Bueno, de todas formas, aquella chica no parecía peligrosa.
Ella lo miraba con cautela, y Jack levantó las manos como disculpándose.
—Hola —dijo.
La chica no lo entendió. Jack probó a saludar en inglés, y en el rostro de ella se dibujó una sonrisa.
—Hola —respondió.
—Me llamo Jack —dijo él.
—Yo me llamo Victoria.
El inglés de ella no era malo, pero no resultaba tan fluido como el de Jack. Él se percató enseguida de que no lograría sacarle mucha información.
—¿Eres amiga de Alsan y Shail? —Ella asintió—. ¿Vienes de Idhún, entonces?
Victoria se lo pensó un poco antes de contestar. La gata saltó sobre la mesa, sobresaltando a Jack, y lo miró con cara de pocos amigos. Él alargó la mano y acarició su sedoso pelaje. La gata agachó las orejas y, momentos después, ya ronroneaba panza arriba. El muchacho sonrió.
—No lo sé —dijo finalmente la chica, con precaución.
Jack estaba empezando a sentirse frustrado. Shail sabía más cosas, pero no se las quería contar. Alsan probablemente también, pero solo hablaba su extraño idioma (¿idhunaico, había dicho Shail?); y Victoria parecía algo más comunicativa, pero no dominaba el inglés tanto como para expresarse con total claridad.
— No entiendo —dijo el chico—. No entiendo nada. Quiero respuestas.
Victoria le miró y abrió la boca para decir algo, pero calló. Parecía que no encontraba las palabras. Jack se sentó en un taburete, mohíno, y enterró la cara entre las manos.
Dio un respingo cuando sintió a Victoria junto a él. Ella se había levantado y estaba de pie, a su lado, sosteniendo algo. Jack lo miró. Se trataba de una cadena de la que colgaba un amuleto de plata que tenía forma de hexágono, con un extraño símbolo grabado en su interior.
La chica le hacía gestos indicándole que se pusiera la cadena en torno al cuello, y Jack obedeció. Sintió de pronto una especie de sacudida, como un cosquilleo que lo recorría por dentro.
—¿Y ahora? —dijo ella de repente, para sorpresa del muchacho—. ¿Me entiendes ahora?
Jack parpadeó, perplejo, convencido de que no había oído bien. Victoria no le había hablado en inglés, ni tampoco en danés, pero él la había comprendido a la perfección. Si no hubiese sido porque parecía imposible, Jack habría jurado que le estaba hablando en el extraño idioma de Alsan y Shail.
—Pe… pero no comprendo… —tartamudeó Jack; no pudo decir nada más; también él acababa de hablar en una lengua que no era la suya.
Victoria sonrió.
—Es un amuleto de comunicación —explicó—. Si lo llevas puesto, puedes hablar y entender nuestra lengua. No te preocupes, puedes quedarte con él. Creo que yo ya controlo bastante bien el idhunaico, y si no, seguro que Shail me preparará otro.
Perplejo, Jack cogió el colgante que Victoria le acababa de entregar. Hubo un chispazo de luz y el chico lo soltó con una exclamación.
—¡Ay! ¡Me ha dado un calambre!
De pronto, Victoria lo miraba de nuevo con aquella expresión cautelosa.
—Ha reaccionado contra ti —dijo a media voz—. ¿Es que no crees en la magia?
—¿La qué?
—¡Victoria!
Los dos se volvieron hacia la puerta. Allí estaba Shail, mirándolos con aire alarmado.
—¿Qué le has contado?
—¿Qué no le has contado tú, Shail? ¿No dijiste que ibas a hablar con él?
Shail puso cara de circunstancias.
—Es que… verás, él no es exactamente como nosotros.
Victoria miró a Jack, sorprendida.
—¿Entonces, por qué lo habéis traído? —Porque Kirtash lo atacó. —Pero si Kirtash lo atacó, es que es uno de nosotros.
Jack abrió la boca para intervenir, pero una voz autoritaria irrumpió en la conversación:
—¿Qué pasa? ¿Por qué gritáis?
En la puerta estaba Alsan; parecía que había estado haciendo ejercicio, porque estaba desnudo de cintura para arriba, cubierto de sudor y con una toalla colgándole del hombro. Se había cruzado de brazos y los miraba, ceñudo.
—¿Pero qué…? —soltó Jack, perplejo, mirando al recién llegado—. ¡Shail me ha dicho que no sabías hablar mi idioma!
—Jack, él no está hablando tu idioma —trató de explicarle Shail, pacientemente—. Tú estás hablando el nuestro.
Victoria suspiró, exasperada. Alsan se volvió hacia Shail y lo miró, exigiéndole una explicación. Shail se encogió de hombros.
—Lo siento —intervino Victoria—, ha sido culpa mía. Le he prestado el amuleto de comunicación para entenderme con él, pero no sabía que no le habíais explicado nada…
—Le he explicado algunas cosas —se defendió Shail—, pero compréndeme, él jamás había oído hablar de Idhún… me habría tomado por loco.
—¿Pero es idhunita, o no? —preguntó Alsan, frunciendo aún más el entrecejo.
—¡No lo sé! Es demasiado mayor para ser hijo de idhunitas exiliados. Pero dice que ha nacido en la Tierra. Y no me cabe en la cabeza que Kirtash se haya equivocado con él. Todo esto me desconcierta…
—¡¡Bueno, basta ya!! —estalló Jack, cortando la discusión que se había iniciado entre los dos—, ¡Estáis todos chiflados! Me vuelvo a casa ahora mismo.
Se separó bruscamente de Victoria y se dirigió a la | puerta de la cocina, pero Alsan no se apartó. Tenía los brazos cruzados, y sus músculos resaltaban bajo el brillo del sudor.
—Déjame pasar —dijo Jack, temblando de rabia.
Alsan no se inmutó. Se limitó a mirarle, pensativo.
—Déjame pasar —insistió Jack—. Quiero irme de aquí.
Pareció que Alsan cambiaba de idea, porque se apartó para dejarle paso. Jack se alejó pasillo abajo, pero aún escuchó el reproche de Victoria:
—Tendréis que explicárselo, ¿no? No podéis seguir ocultándoselo siempre.

II
LLMBHAD

LA casa estaba silenciosa y oscura. Jack se sentía débil, pero quería escapar de allí, costara lo que costase. Se aferró a aquel pensamiento: escapar de allí. Si estaba ocupado haciendo algo, se distraería y no pensaría en…
Se le revolvió el estómago de nuevo, recordando la pesadilla que había vivido aquella noche. Parpadeó para contener las lágrimas. No iba a volver a llorar, ahora no. Necesitaba tener la mente clara.
Descubrió que el edificio tenía una arquitectura extraña: estaba conformado por un gran cuerpo central con forma redondeada, cubierto por una cúpula. A su alrededor se abrían pequeñas habitaciones que reproducían la misma forma de iglú, como medias burbujas rodeando a una media burbuja mayor. Encontró por fin la puerta principal, en forma de óvalo, que conducía a un pequeño y silencioso jardín. Pero estaba cerrada.
Jack sacudió la aldaba, furioso y desesperado, y terminó pegándole una patada a la puerta. Se hizo daño, pero se sintió mucho mejor. Siguió explorando la casa, en busca de una manera de salir de allí.
Logró curiosear en varias habitaciones, pero otras se las encontró cerradas con llave. Pronto descubrió que las ventanas estaban cerradas con algo parecido al cristal, pero mucho más flexible, que se abombaba si lo empujaba con el dedo. Sin embargo, no encontró la manera de abrirlas, y tampoco logró romperlas. Aquella sustancia parecía de goma, pero era tan ligera y transparente como el más fino cristal.
Se topó con una amplia escalera de caracol que conducía al piso de arriba, y decidió subir. La escalera desembocaba ante una enorme puerta cubierta de extraños símbolos, que estaba también cerrada. A la izquierda se abría una puerta más pequeña que daba a una amplísima terraza, con forma de concha, que cubría todo un lado del edificio.
Jack salió al exterior y cruzó la terraza para asomarse a la balaustrada, de formas suaves y ondulantes. Debajo había un jardín y, más allá, otro edificio más pequeño que reproducía la misma arquitectura de la casa principal. Estaba, sin embargo, coronado por una alta aguja que se alzaba en su centro.
Jack parpadeó, sorprendido. Algunas de las estructuras que había visto desafiaban la lógica de la arquitectura convencional, parecían contradecir a la misma ley de la gravedad. Y, sin embargo, allí estaban, elevándose sobre el suelo, orgullosas, firmes y seguras.
Miró hacia el horizonte. Vio un pequeño bosque, pero también distinguió los picos de una sierra detrás de los árboles. Se volvió en todas direcciones, esperando vislumbrar la claridad que denotaba la proximidad del amanecer, para orientarse de alguna manera.
No la encontró.
—Qué raro —murmuró para sí mismo—. ¿Por qué no se hace de día? ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Buscó la luna en el cielo, pero tampoco la vio. Volvió a asomarse a la balaustrada, preguntándose si podría saltar desde allí; pero finalmente cambió de idea: estaba demasiado alto, y lo único que conseguiría sería hacerse daño. Quizá lo mejor sería volver al piso inferior e intentar escapar de otra manera. Se apresuró, por tanto, a entrar de nuevo en el edificio.
Pero, cuando volvió a pasar por delante de aquella enorme y elegante puerta, esta se abrió con un chirrido.
Fueron apenas unos centímetros, pero Jack se sobresaltó. No había nadie cerca. Se encogió de hombros, pensando que habría sido una ráfaga de aire, y no lo dudó más: entró.
Se halló en una enorme sala circular de altas paredes cubiertas por estanterías llenas de libros antiquísimos. En el centro de la habitación había una gran mesa redonda de madera vieja, rodeada de seis sillones bellamente tallados. Jack se acercó a examinar la mesa. Su superficie es taba grabada con los mismos símbolos extraños, que se entrelazaban con raros dibujos de animales mitológicos y criaturas que no había visto nunca. En el centro de la mesa había una hendidura circular ligeramente iluminada. Jack alzó la mirada y vio que justo encima, en el techo de la estancia, se abría un tragaluz redondo, por el que se filtraba la suave luz de las estrellas. En él había una vidriera en la que se distinguían las figuras de tres soles y tres lunas.
Jack retrocedió instintivamente, aterrado sin saber por qué. Se detuvo y obligó a su corazón a calmarse. ¿Qué era lo que lo había alterado de aquella manera?
Avanzó de nuevo y volvió a mirar hacia arriba. La vidriera no tenía nada de especial. Tres soles dispuestos en forma de triángulo. Tres lunas colocadas de manera que hacían la figura de un triángulo invertido. Ambos triángulos estaban entrelazados, y las líneas de cristal que unían los astros entre ellos formaban… la figura de un hexágono.
Jack dio un respingo y volvió a coger el colgante de victoria, que todavía llevaba al cuello, para observarlo con atención, pero la oscuridad le impidió verlo con claridad.
—Ojalá hubiese algo de luz —murmuró para sí mismo, frustrado.
Y de pronto hubo un susurro y un chasquido, y una luz cálida y cambiante inundó la estancia. Jack saltó como si lo hubiesen pinchado y miró a su alrededor. Había seis antorchas encendidas colocadas a lo largo de la pared circular.
—¿Quién anda ahí? preguntó, tratando de controlar los alocados latidos de su corazón—. ¿Eres tú, Shail?
No hubo respuesta. Nada se movió. Solo la luz fantasmal de las antorchas temblaba y se agitaba, produciendo sombras inquietantes en la habitación.
Jack frunció el ceño y se centró en el colgante. Un hexágono como el del lecho. ¿Qué significaría aquello?
Volvió a mirar el tragaluz. Los seis astros relucían enigmáticamente, provocando en su interior una extraña inquietud. Tenía la sensación de que aquello lo había visto antes…
… En un cielo extraño y terrorífico envuelto en una luz del color de la sangre.
Jack se sobresaltó. ¡Ahora lo recordaba! Aquel sueño en el que salía la serpiente gigante… recortada contra un ominoso cielo rojizo. ¿Pero qué significaba todo aquello? ¿Qué tenía que ver aquel signo con él, con sus sueños, con la muerte de sus padres?
Se inclinó hacia delante para mirar mejor las figuras de cristal del tragaluz y sin darse cuenta apoyó las manos sobre la mesa.
Y súbitamente un intenso haz de luz surgió de la hendidura del centro de la mesa, un haz de luz multicolor que se elevaba como una columna brillante hacia la claraboya de los seis astros. Jack, sobresaltado, dio unos pasos atrás, trastabilló y cayó al suelo. Quedó sentado sobre las baldosas, con la boca abierta, mientras ante él se desarrollaba una escena asombrosa.
Las luces que salían de la mesa habían comenzado a girar como en un torbellino, mezclándose y entrecruzándose, generando colores extraños y sorprendentes. Giraron y giraron hasta formar una brillante esfera de color verdeazulado.
Jack tardó unos segundos en comprender que estaba viendo un planeta. Pensó al principio que era la Tierra, pero entonces las luces se definieron y ei holograma se hizo más perfecto, y Jack vio que aquella geografía le resultaba completamente desconocida. Descubrió otras tres pequeñas esferas girando en torno a la mayor, y otras tres más grandes que quedaban quietas un poco más allá.
«Los soles y las lunas», pensó Jack, tragando saliva.
Las esferas giraron de pronto más deprisa, y Jack tuvo la sensación de que el planeta se hacía cada vez más grande, hasta cubrirlo todo. Era como si se estuviese acercando allí a toda velocidad. Cerró los ojos, mareado, pero los abrió casi enseguida.
Y se vio, de alguna manera, allí.
No estaba sobre su superficie, pero era como si la sobrevolase. Era una sensación maravillosa, y se sintió exultante de felicidad. Desde niño había estado obsesionado con volar, y una de las experiencias vitales que recordaba con más cariño era el vuelo en avioneta con que le había obsequiado un amigo de su padre, que era piloto, cuando vivían en Inglaterra.
Pero allí no había ninguna avioneta. Estaba solo él, flotando en el cielo, surcando el firmamento. Decidió disfrutar del vuelo y no estropearlo planteándose qué estaba sucediendo exactamente.
Vio verdes prados y suaves colinas, vio frías estepas altísimas cordilleras, vio un desierto un poco más allá (se estremeció sin saber por qué), vio un mar infinito, vio ciudades de arquitecturas extrañas y fantásticas ( y algunas le recordaron la casa de Limbhad), vio impetuosos torrentes y hermosos y tranquilos lagos… pero, sobre todo, vio los bosques, interminables extensiones de enormes árboles que parecían rozar las nubes.
Y vio las criaturas.
Había animales corrientes, como ovejas y caballos, pastando por las praderas, pero también seres que él no había visto nunca. Extraños pájaros de coloridos plumajes le salían al encuentro y bestias que él había jurado que no existían alzaban la cabeza para mirarle desde las llanuras y los claros de los bosques.
Jack estaba cada vez más confuso. Estaba preguntándose cómo podría despertar de aquel sorprendente sueño cuando los vio.
El primero de ellos pasó junto a él y lo miró extrañado, pero con un destello de sabiduría en sus ojos dorados. Jack, aterrado, quiso retroceder, y la criatura emitió un gruñido que sonó como una especie de risa.
Tras él aparecieron tres más. Parecía que bajaban desde detrás de las nubes, por eso no los había visto hasta entonces. Sus escamas relucían al sol como piedras preciosas bruñidas y destellantes, Sus poderosas alas batían el aire provocando remolinos a su alrededor. De entre sus fauces se escapaba, ocasionalmente, alguna voluta de humo.
Dragones.
Enormes, magníficos, aterradores y hermosos. Bestias míticas que solo existían en las leyendas y en la imaginación de la gente.
Jack se sintió inmediatamente fascinado por ellos. Quiso seguirlos, pero ya estaban muy lejos. Se quedó quieto, mirando cómo se alejaban hacia la luz de la mañana.
De pronto le pareció oír un rugido y entendió, de alguna manera, que se trataba de una advertencia. Vio que los dragones se habían detenido un poco más allá. Intuyó que algo no estaba saliendo bien.
Las cuatro extraordinarias criaturas, suspendidas en el aire, contemplaban un espectáculo terrorífico: las tres lunas habían emergido por el horizonte y se movían con una rapidez anormal, alzándose hacia lo alto del firmamento, al encuentro de los tres soles. Jack contempló, fascinado y aterrorizado a la vez, cómo los seis astros se entrelazaban en una conjunción asombrosa que, intuyó el muchacho, no se daba muy a menudo. Aguardó, conteniendo el aliento, a que formasen la figura que sabía que iban a dibujar en el cielo: un hexágono perfecto. Y, de pronto, algo terrible sucedió. La primera señal fue una especie de sonido atronador que sacudió cielo, tierra y mar. La segunda señal fue el tono rojo sangre que comenzó a adquirir el firmamento. La tercera señal fue el terror de los dragones. Jack los vio dar media vuelta en el aire y huir, desesperados; huir, no importaba dónde, a cualquier parte, a cualquier parte… El primer dragón cayó a tierra como un proyectil, envuelto súbitamente en llamas. El segundo y el tercero no tardaron en correr la suerte de su compañero. El cuarto dragón se volvió para ver lo que había sucedido y lanzó un grito de dolor, impotencia y muerte.
Batió las alas, tratando de escapar…
…a un lugar, comprendió Jack, un lugar donde el poder destructor de los seis astros no lograse alcanzarlo.
No [o consiguió. También estalló en llamas, igual que los demás.
Jack ahogó un grito y bajó tras él, para socorrerlo… Tuvo que frenar su descenso bruscamente para no ser engullido por el fuego del cuerpo de la criatura. Un viento huracanado lo llevó lejos, lejos, dando vueltas sobre sí mismo… Cuando quiso darse cuenta, caía en picado sobre el bosque. Le bastó desear detenerse para lograrlo.
Entonces algo rápido y silbante pasó como una flecha junto a él, y Jack se estremeció sin poder evitarlo. Entrego un cuerpo escamoso entre las nubes y pensó que se trataba de otro dragón; pero cuando la criatura se alzó frente a él se dio cuenta de lo equivocado que estaba.
Era una gigantesca serpiente. Su larguísimo cuerpo ondulante daba la impresión de estar rodeándolo por todas partes; se sostenía en el aire mediante dos enormes alas membranosas, como de murciélago, que parecían cubrir el firmamento. Unos ojos irisados lo miraban desde una cabeza triangular en la que, sin embargo, lo que más destacaba eran unos colmillos letales y una lengua bífida que producía un horrible siseo…
La misma serpiente de sus sueños. Jack retrocedió con un grito e intentó mirar hacia cualquier otra parte. Fue entonces cuando descubrió que todo el cielo estaba cubierto por las figuras de miles de serpientes aladas, todo un ejército, que se abatían sobre aquel hermoso mundo, ahora envuelto en una luz rojiza que no presagiaba nada bueno.
Jack se dio la vuelta y tropezó de nuevo con la serpiente, y esta vez no pudo dejar de fijarse en sus ojos… Gritó.
—i Jack!
Jack abrió los ojos y se incorporó de un salto, muy confuso. Ante él estaban los ojos de la serpiente… no, los ojos de Victoria, que lo miraba preocupada.
—¿Qué… qué ha pasado? —murmuró, aturdido, en cuanto se dio cuenta de que seguía en la sala de las antorchas.
Victoria retrocedió un poco y Jack miró a su alrededor. Sobre la mesa todavía se alzaba aquella extraña esfera de luz, y en ella relucían aún los ojos de la serpiente… Temblando, Jack vio cómo aquella mirada se desvanecía lentamente entre las luces cambiantes.
—Las odio —murmuró, estremeciéndose—. Odio las serpientes.
—Lo has visto —susurró Victoria—. Has visto lo que pasó en Idhún.
Jack se volvió hacia ella.
—¿Quieres decir que eso que he visto era Idhún?
La chica asintió. Se agachó para coger en brazos a la gata, que se ocultaba tras ella, intranquila.
—Tampoco yo lo creía al principio. Me pasó como a ti, que no recordaba nada. Pero después de haber visto lo que tú, tuve una sensación de… familiaridad…
—No pretenderás decirme —interrumpió Jack— que ese lugar, Idhún, es otro… otro mundo. Con dragones, y todo eso.
—Eso es exactamente lo que intento decirte —susurró Victoria—. El Alma te acaba de mostrar algo que sucedió hace tres años: cómo ellos utilizaron la magia de la conjunción de los tres soles y las tres lunas para sus propios fines y lograron que muriesen los dragones y los unicornios, para así poder regresar a Idhún y hacerse con el poder…
—¿Ellos?
—Las serpientes aladas. Los sheks, como se llaman a sí mismos —susurró Victoria, atemorizada—. Ahora nuestro mundo está bajo su tiranía. Las has visto, ¿verdad?
Jack temblaba con violencia.
—No puede ser —susurró—. No puede ser. Había visto antes esas serpientes, las he visto en mis sueños… en mis pesadillas. Pero, ¿cómo es posible?
Victoria desvió la mirada antes de decir, a media voz:
—Algunos hechiceros idhunitas lograron escapar hacia la Tierra justo después de la invasión. Pero las serpientes, por medio de Kirtash, los están asesinando a todos.
Jack se dio cuenta entonces de que estaba escuchándola con atención, turbado, y sacudió la cabeza.
—Espera… ¿has dicho… hechiceros? ¿Quieres decir… magos? Pero…
—Shail es un mago —cortó ella—. Tú lo has visto aparecer y desaparecer en el aire, como si nada. ¿Cómo crees que te salvó de Kirtash?. Se teletransportó contigo en sus mismas narices. Llegó con Alsan de Idhún hace tres años, pero está tan fascinado con la tecnología de la Tierra que ha tratado de aprender todo lo que ha podido. ¿Cómo piensas tú que funcionan aquí el ordenador, la luz, los electrodomésticos, si no hay instalación eléctrica?
Jack abrió la boca para replicar, pero se detuvo, perplejo, recordando cómo había buscado interruptores por toda la casa y no los había encontrado.
—Shail trajo todos esos trastos, aunque a Alsan no le hacía gracia. Los hace funcionar mediante la magia. Tenía la teoría de que toda magia es energía canalizada, y la demostró con creces, ya ves.
—Energía canalizada —repitió Jack, estupefacto.
Victoria asintió.
—Los seres humanos de la Tierra han dejado morir la magia, pero en Idhún corre por las venas de muchas criaturas. Y aquí, en Limbhad, tenemos lo mejor de ambos mundos.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que no te encuentras en tu mundo ahora mismo. Limbhad, en idhunaico antiguo, significa «la Casa en la Frontera». Se halla en una especie de pliegue espacio—temporal entre Idhún y la Tierra. Es pequeño; es un micro—mundo que se acaba donde terminan esas montañas que puedes ver desde la ventana. Aquí el tiempo está detenido; siempre es de noche. Solo algunos magos idhunitas sabían cómo llegar hasta aquí, por eso es completamente seguro.
Jack se irguió, todavía temblando.
—Esto no puede estar pasando. Seguro que todo es una pesadilla, una alucinación… no es real. Tengo… tengo que volver a casa.
Y, antes de que ella pudiese detenerle, Jack salió de nuevo al balcón, corrió hasta la balaustrada y se subió a ella con decisión.
—¡Espera, no lo hagas, te harás daño! —lo llamó Victoria.
Pero él no hizo caso. Saltó, sin dudarlo, hasta el jardín.
Fue una dura caída. Sintió que se torcía el tobillo y luego rodó por el suelo, hiriéndose dolorosamente en el codo. Se levantó a duras penas y miró hacia arriba. Vio a Victoria asomada a la balaustrada, mirándolo preocupada. Le hizo una señal de despedida, con gesto torvo.
Era libre.
Hundió la cabeza entre las manos, desolado. No podía ser cierto, no podía serlo. Aquello no era más que una pesadilla, pensó por enésima vez.
Había tardado un buen rato en atravesar el pequeño bosque y llegar a uno de los picos rocosos, que tampoco eran muy altos. Se había alzado sobre la cima, agotado y herido, pero triunfante, y había mirado más allá, esperando ver las luces de alguna población, o la forma serpenteante de alguna carretera.
V se había topado con algo aterrador.
Nada.
Absolutamente nada.
No era una nada hecha de negrura, ni de sombras, ni de niebla penetrante. Tampoco era un desierto infinito, ni una estepa interminable, ni un océano sin fin.
Era, simplemente, nada.
Como una especie de barrera invisible que no le permitía seguir más allá. Y si miraba un poco más lejos, veía…
No habría sabido explicarlo. Era como un torbellino que giraba lenta y silenciosamente. Limbhad estaba en su centro, inmóvil, un pequeño mundo de apenas unos ki—iómetros cuadrados de extensión, en los que solo cabía un bosque, un arroyo, una cadena de pequeños picos montañosos, una explanada, un pedazo de cielo estrellado.
Justo como había dicho Victoria.
—Lo siento —dijo una voz junto a él, con suavidad—. Comprendo que no te sea fácil aceptarlo, al menos al principio.
Jack se volvió y vio a la propia Victoria. El chico la miró como si fuese un fantasma.
—¿Me has seguido?
Ella asintió. Jack dejó caer la barbilla entre las manos, abatido.
—Estás herido —dijo entonces Victoria en voz baja.
Jack se encogió de hombros. Todo le daba igual. Por eso permitió que ella le cogiese la mano para examinarle los arañazos que se había hecho al caer desde la terraza.
Pero, pese a todo, no estaba preparado para lo que sucedió a continuación. De pronto hubo un suave resplandor y notó un cosquilleo en la mano, un cosquilleo que le subió por el brazo hasta el codo herido.
—¡Eh! —exclamó Jack, separándose bruscamente del contacto de su compañera.
El!a sonrió de nuevo.
—Mírate las manos.
Jack lo hizo, y descubrió, atónito, que no tenía un solo rasguño.
—¿Cómo…? —La miró con incredulidad—. ¿Lo has hecho tú?
Victoria no contestó, pero volvió a sonreír. Tomó con suavidad el rostro de Jack entre sus manos y lo miró a los ojos. El muchacho empezaba a estar francamente fascinado. Las miradas de los dos ye encontraron un momento, los ojos verdes de Jack, los ojos oscuros de Victoria, y ambos sintieron algo extraño, una rara intimidad, como si se conociesen desde siempre. Victoria apartó la mirada y rompió el contacto visual, pero no retiró la mano. Rozó con la punta de los dedos un arañazo que Jack tenía en la mejilla y que se había hecho con una rama mientras atravesaba el bosque. De sus dedos brotó algo cálido y Jack volvió a sentir ese cosquilleo agradable. Cuando los dedos de ella se retiraron, Jack se palpó la herida y descubrió que ya no la tenía. Maravillado, volvió a prestar atención a Victoria, que ahora examinaba su tobillo. Sin necesidad de quitarle la zapatilla repitió el proceso, y el dolor remitió.
Jack se la quedó mirando.
—¿Cómo sabías que me dolía el tobillo?
Ella rió, con picardía.
—He visto que cojeabas del pie derecho cuando te has marchado hacia el bosque. Eso sí que no tiene ningún misterio.
Jack sonrió.
—¿Qué más cosas puedes hacer? —preguntó, interesado.
Pero Victoria se miró las manos, desconsolada.
—Lo cierto es que no mucho —confesó—. Mis poderes curativos solo alcanzan heridas superficiales la mayoría de las veces. No puedo hacer grandes milagros. Pero estoy intentando aprender. Shail me está enseñando.
—Dijiste que Shail y Alsan habían venido desde Idhún —recordó Jack—. ¿Y tú?
Victoria tardó un poco en responder.
—Yo no conocí a mis padres —dijo finalmente—. Me crié en la Tierra, en un orfanato. Ahora vivo con mi abuela, es decir, la mujer que me adoptó. No sé si mis padres fueron o no idhunitas —le miró—. Por eso mi caso es especial. No hay magos en la Tierra, ¿sabes? Los pocos que había procedían de Idhún, y Kirtash los está aniquilando, uno a uno.
Jack sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal.
—¿Por eso atacó Kirtash a mis padres? —preguntó en voz baja—. ¿Porque pensaba que eran… magos… fugados de Idhún?
Victoria lo miró en silencio. Jack tenía la cabeza gacha, el cabello revuelto, la mirada perdida en algún punió del suelo y un aspecto desconsolado que ia conmovió profundamente.
—Shail me lo ha contado —susurró—. Lo siento muchísimo.
Jack volvió la cabeza para no mirarla. Victoria vio que sus hombros se convulsionaban ligeramente, y se acercó a él, indecisa. Se atrevió a tocarle el brazo.
—Jack, yo… —empezó, pero no pudo continuar. El chico se había echado a llorar y, aunque parecía evidente que le daba vergüenza que una desconocida lo viera en aquella situación, también estaba claro que necesitaba desahogarse con alguien. Victoria intentó abrazarlo, con torpeza, sin saber muy bien qué hacer, Jack apoyó la cabeza en su hombro, agradecido, y siguió llorando allí un buen rato. La chica intentó susurrarle palabras de consuelo; pero cualquier cosa que pudiera decir le parecía hueca y sin sentido, de modo que se limitó a estrecharlo entre sus brazos, preguntándose si le molestaría que ye tomara tantas confianzas. Pero a Jack no pareció importarle. Siguió dando rienda suelta a su dolor hasta que se fue calmando, poco a poco, tal vez porque ya se había desahogado, tal vez porque ya no le quedaban lágrimas.
—Ojalá pudiera hacer algo por ti —musitó Victoria, pero calló enseguida, avergonzada; no debería haber dicho eso, no era más que un pensamiento que se le había escapado sin querer.
Jack alzó la cabeza y la miró. Ya había dejado de llorar, pero tenía los ojos rojos.
—Lo siento mucho —dijo, avergonzado, separándose de ella—. Siento toda esta escena.
—No lo sientas, es natural —respondió ella, incómoda—. Lo has pasado muy mal.
Jack sonrió. Victoria le devolvió la sonrisa. Hubo un breve silencio, no de esos incómodos y vacíos, sino la clase de silencio que se llena con una mirada repleta de significado.
—Lo peor —dijo Jack entonces— es que yo tuve la culpa de lo que les pasó a mis padres.
—No digas eso —protestó Victoria—. No es verdad.
—Sí lo es. Mis padres eran gente normal, ¿comprendes? MÍ padre era programador informático; mi madre, veterinaria. Hemos viajado mucho y hemos vivido en muchos sitios, pero al final nos instalamos en Dinamarca, en Silkeborg, cerca de donde vive la familia de mi madre. Ellos nunca han hecho nada raro, ni han mencionado Idhún, ni nada que se le parezca. En cambio, yo…
Se estremeció, preguntándose si debía contarlo. Por fin se decidió a continuar:
—A veces me pasan cosas. Cosas que tienen que ver con el fuego.
—¿Qué clase de… cosas?
—Provoco incendios a mi alrededor. No muy a menudo, solo me ha pasado un par de veces en toda mi vida, o tres, creo, porque ya ocurrió cuando yo era pequeño, aunque no me acuerdo: me lo contó mi madre. Pasa cuando me asusto o me enfado… pero la otra noche sucedió cuando estaba durmiendo. Tuve un sueño muy raro… un sueño que se repite, por cierto, y que se parece mucho a lo que he visto hace un rato en esa biblioteca vuestra. Esta vez vi a una de esas serpientes gigantes… muy cerca, y con mucha claridad. Confieso que siempre he tenido fobia a las serpientes, así que para mí fue una pesadilla muy desagradable. Recuerdo haber gritado en sueños…
«Cuando me desperté, mi habitación estaba en llamas. No me pasó nada, porque pudimos apagar el fuego a tiempo, pero mis padres se asustaron mucho. Y lo peor es que, aunque no sabíamos qué había provocado el incendio… para mí estaba muy claro. Las llamas habían formado un anillo a mi alrededor, yo era el centro, ¿entiendes? Yo era el causante.
Victoria inspiró profundamente. Parecía que iba a decir algo, pero cambió de idea y permaneció en silencio.
—Se llama piroquinesis, creo —prosiguió Jack—. Provocar fuego con tu mente. He investigado un poco.
—O tal vez sea magia —dijo Victoria a media voz—. Deberías hablar con Shail. Es el mago del grupo. Entiende , de estas cosas, y tal vez te lo pueda explicar.
—Después del incendio —siguió recordando Jack— fui al colegio, como todos los días, pero tuve la sensación de que algo marchaba mal en casa. Y cuando volví por la tarde… bueno, mis padres… estaban… —No fue capaz de pronunciar la palabra; carraspeó para deshacer aquel incómodo nudo de su garganta, y prosiguió— No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces. Un día, dos, tal vez tres. ¿Cómo saberlo en este lugar donde nunca sale el sol? Y, sin embargo… parece que ha sido una eternidad.
—Lo siento mucho —repitió Victoria en voz baja; Jack alzó la cabeza para mirarla.
—Ha sido culpa mía, lo sé. Todo iba bien hasta que… incendié mi habitación, y no sé cómo diablos lo hice, ni por qué —se miró las manos, desconsolado—. Maldita sea, ya casi lo había olvidado, estaba convencido de que podría llevar una vida normal… y de pronto me volvió a pasar, y horas después alguien… atacó a mis padres… No puede ser casualidad. Fui yo, era a mí a quien buscaban. Nunca podré perdonármelo.
Hundió el rostro entre las manos, desolado. Victoria le oprimió el brazo suavemente, tratando de consolarlo. Jack alzó la cabeza de nuevo y la miró.
—¿Crees de verdad que yo procedo de Idhún?
Ella titubeó.
—No estoy segura; tu historia es un poco extraña. Verás, solo hace tres años que los sheks se hicieron con el poder en Idhún y comenzó el exilio hacia la Tierra. Si hubieses venido de allí, te acordarías, ¿no?
—Claro que sí. Yo nací en la Tierra, tengo pruebas; fotos, mi partida de nacimiento… mucha gente podrá decirte que existo en mi propio planeta desde hace trece años. Además —añadió, en voz baja—, todos dicen que tengo los ojos de mi padre. No puedo ser…
—…¿adoptado? —sugirió Victoria en voz baja, adivinando lo que pensaba; Jack asintió—. ¿Qué te hace pensar eso, Jack?
—Pues… —el chico titubeó—, está el hecho de que yo no soy como mis padres. Hago cosas raras, ¿entiendes? Y ya son demasiadas coincidencias. Los incendios, los sueños, la visión de la biblioteca… nadie podía saberlo, nunca he contado a nadie esas pesadillas. Y ahora parece que esas cosas raras están relacionadas… con Idhún, con vosotros. Pero mis padres eran gente normal. ¿De dónde he salido yo, entonces? ¿Quién soy? ¿Por qué soy así?
—Jack —susurró Victoria—. Si tus padres no fuesen idhunitas, Kirtash no los habría atacado. Nunca… nunca hace daño a nadie que no sea uno de sus objetivos.
«Te estaba buscando», recordó Jack.
— No —dijo Jack—. El objetivo era yo, no ellos, estoy convencido. Por muy extraño que me parezca, está claro que tengo algo que ver con Idhún, aunque nunca antes haya oído hablar de ese lugar. Pero, ¿qué?
—Te pasa como a mí —dijo Victoria a media voz—. Tengo doce años y siempre he vivido en la Tierra. Sin embargo, también he tenido esos sueños, y Shail dice que tengo aptitudes para la magia. Además, también a mí in—tentó matarme Kirtash —inspiró profundamente antes de añadir—: Shail me rescató. Justo a tiempo. Ni siquiera llegué a mirar a Kirtash a la cara, si lo hubiera hecho…
No terminó la frase.
—Lo siento mucho —murmuró Jack—. Pero, ¿cómo nos encontró Kirtash? ¿Es que tiene un radar para descubrir a… gente como nosotros?
—Algo parecido. Detecta la magia. Eso es difícil en un mundo como Idbún, que rebosa magia por los cuatro costados; pero en la Tierra, donde es tan escasa, cualquier alteración en el tejido de la realidad producida por la magia se nota muchísimo más. Kirtash puede percibir eso. No sabemos cómo lo hace, pero es capaz de llegar al lugar donde se ha producido el fenómeno en pocas horas. Y nosotros… bueno, nosotros simplemente detectamos a Kirtash. Siempre que se mueve intentamos alcanzarlo para evitar que mate a nadie más, pero vamos por detrás, ¿entiendes? No siempre llegamos a tiempo.
—Entonces yo tenía razón —dijo Jack en voz baja—. Yo tuve la culpa. El incendio del otro día… Kirtash debió de detectar eso.
—No, Jack. No ha sido culpa tuya. No lo hiciste a propósito, y quién sabe… tal vez Kirtash ya estaba tras vuestra pista.
—No, no, no, ha sido culpa mía —cerró los ojos, destrozado—. Maldita sea… toda mi vida se ha vuelto del revés por culpa de algo que no entiendo y no puedo controlar. Si pudiera volver atrás… si pudiera cambiar algo…
—Pero no puedes, Jack. No te tortures de esa forma. Eres como eres, y ya está, ¿de acuerdo? Si es verdad que posees poderes mágicos, no lo veas como una maldición, sino como un don con el que podrás hacer grandes cosas…, cosas buenas.
Jack guardó silencio durante unos instantes, asimilando sus palabras. Entonces recordó algo que ella había dicho y la miró, inquieto:
—Pero, si es verdad que Kirtash detecta la magia… y tú acabas de usarla… para curarme… ¿no nos pone eso en peligro?
—Estamos en Limbhad —le recordó Victoria, sonriendo—. Aquí no hay peligro de utilizar la magia; Kirtash no puede detectarla porque ni siquiera sabe cómo llegar has—la aquí.
—Pero… ¿cómo se llega a este tugar? ¿Mediante la magia?
—Sí y no. ¿Te he hablado del Alma?
—¿Te refieres a esa cosa que, según tú, me ha mostrado lo que pasó en Idhún?
Victoria sonrió.
—El Alma es el espíritu de Limbhad, su corazón y su mente. Es la conciencia de este… micromundo, así que los magos que crearon la Casa en la Frontera se aseguraron de establecer un canal de comunicación con ella. Al hallarse en un mundo que se encontraba en el límite entre otros dos mundos, el Alma bebe de la energía de Idhún y de la energía de la Tierra. Por eso puede mostrarnos muchas cosas desde aquí, aunque no todo lo que desearíamos.
—¿Y puede llevaros de un lugar a otro?
Victoria asintió.
—Bueno, en realidad se necesita poseer algo de magia para contactar con el Alma de esa manera. Quiero decir, que cualquiera podría comunicarse con ella, pero para que te transporte es necesario combinar tu propio poder mágico con el suyo. Aunque casi todo el trabajo lo hace el Alma, y su poder no es exactamente como el nuestro, lo cual hace mucho más difícil que Kirtash lo detecte.
“Solo Shail y yo podemos hacerlo. Somos nosotros quienes nos ocupamos de los viajes de Limbhad a la Tierra y de la Tierra a Limbhad. En realidad es fácil.
—Entonces, cualquiera con poder mágico podría llegar hasta aquí, ¿no?
—No. El Alma es un ser inteligente y actúa de guardiana. Conoce a los habitantes de Limbhad, y solo a nosotros nos permite el paso.
—¿Y cómo lo haces? ¿Recitas algunas palabras mágicas o algo así?
—No, basta con concentrarse para contactar con el Alma. La llamo mentalmente y ella acude, me recoge y me trae hasta aquí. Yo vengo siempre que puedo, todas las noches y también alguna tarde, para aprender a utilizar mi magia, con Shail.
—Pero ¿por qué quieres desarrollar tu magia? Por lo que me has contado, si la utilizas fuera de Limbhad, Kirtash te encontrará…
Victoria se estremeció otra vez.
—Lo sé, pero si realmente mi origen está en Idhún, Kirtash no tardará en encontrarme de todas formas. Y si lo hace, me gustaría tener alguna oportunidad de defenderme —respiró hondo—. Shail dice que solo podremos derrotarlo mediante la magia.
Jack calió un momento, pensando.
—¿Y crees que yo podría aprender magia? —preguntó por fin.
—Depende de si posees el don o no. Primero, Shail tendrá que comprobar si tu poder sobre el fuego tiene que ver con la magia… o tiene un origen diferente.
—Pues ojalá lo averigüéis pronto —dijo Jack, con calor—, porque, de verdad, necesito saberlo. Necesito saber si lo que les ha pasado a mis padres ha sido culpa mía o…
—De modo que estáis aquí —dijo una voz a sus espaldas.
Los dos chicos se volvieron. Tras ellos estaba Alsan, serio, sereno y majestuoso, como una estatua griega. Miró a Jack, y después a Victoria. La muchacha lo entendió a la primera.
Os dejo solos —murmuró—. Tenéis mucho de qué hablar.
Alsan no dijo nada, y Jacktampoco. El joven esperó a que Victoria se alejara para sentarse ¡unto a él.
—Creo que no me he presentado. Me llamo Alsan, hijo del rey Brun, principe heredero del reino de Vanissar y líder de la Resistencia de Limbhad. Jack sonrió.
—Anda ya. ¿En serio eres un príncipe? Alsan lo miró, tratando de decidir si se estaba burlando de él o no. Pero el brillo de los ojos de Jack era amistoso, de modo que el joven sonrió también. Parecía que no estaba muy acostumbrado a sonreír.
—Soy un príncipe. O, al menos, lo era. Hace tres años que dejé mi mundo, bajo la amenaza de una de las más terribles invasiones que ha sufrido en su historia. Ni siquiera sé si mi padre vive todavía. Puede que yo ya sea rey. O puede que mi reino haya sido arrasado, y ya no quede nada de él o de mi gente.
Hablaba en tono desapasionado, pero Jack percibió en su voz una nota de amargura contenida.
—¿Por qué te fuiste, entonces? —quiso saber. —Para cumplir una misión. Debía detener a Kirtash a toda costa, pero… en fin, las cosas se están complicando un poco —lo miró directamente a los ojos—. Lamento que no llegáramos a tiempo.
Jack respiró hondo. Después de haberse desahogado en el hombro de Victoria se sentía más tranquilo. El dolor seguía estando ahí, pero al menos podía ver las cosas con un poco más de perspectiva.
—Me salvaste la vida —dijo, sacudiendo ía cabeza—. Ese tal Kirtash me miró a los ojos y yo… supe que iba a morir. y entonces llegaste tú y me apartaste a un lado para enfrentarte a él. Ahora lo recuerdo. No debes pedir disculpas. Soy yo quien debe darte las gracias.
Alsan las aceptó con una inclinación de cabeza. Permanecieron los dos en silencio un rato, contemplando d silencioso torbellino que envolvía el micromundo de Limbhad.
—Es todo tan… extraño —murmuró Jack.
—Lo entiendo —asintió Alsan y vaciló antes de añadir—: A mí me sucedió lo mismo cuando llegué a la Tierra. Es un mundo demasiado diferente al mío. Creo que nunca llegaré a entenderlo del todo.
Jack recordó, en cambio, lo cómodo que se sentía Shail con la tecnología, los idiomas y las ropas terrestres, y se sintió tentado de sonreír. Pero no lo hizo, porque intuía que Alsan era orgulloso, y le había costado confesar que había alguna situación que podía superarlo.
—Y ahora, ¿qué voy a hacer? —murmuró—. Shail dice que no puedo volver a casa. Kirtash va detrás de mí y, ahora que lo pienso… si voy a casa de algún amigo o familiar, los pondré en peligro a ellos también. Y, sin embargo —sacudió la cabeza, desalentado—, no puedo quedarme aquí para siempre.
—¿Qué quieres hacer? —le preguntó Alsan—. ¿Luchar?
—Sí. No. No lo sé, solo sé que quiero hacer algo, lo que sea. Pero… —recordó aquella sensación de pánico cuando la fría mirada de Kirtash lo había atravesado; pero el pánico se mezcló con el odio, generando un sentimiento difícil de catalogar—. No podría enfrentarme a él.
—Yo puedo arreglar eso —se ofreció Alsan—. Puedo enseñarte a defenderte. Para que, al menos, si decides salir ahí fuera, tengas una oportunidad.
—A defenderme, ¿cómo? ¿Como haces tú? ¿Con la espada?
Alsan asintió.
—Pero, según Shail, solo la magia puede derrotar a Kirtash —objetó Jack, confuso.
—Es que yo no utilizo cualquier espada —sonrió Alsan—, La armería de Limbhad está llena de armas mágicas, algunas legendarias, que llegaron hasta aquí de alguna manera en los tiempos antiguos.
—¿Armas mágicas? —repitió Jack—. ¿De verdad existen esas cosas?
Alsan asintió, pero no dio más detalles. —¿Y no sería más efectiva una pistola, o algo por el estilo?
—Sé lo que son las pistolas, y no me gustan —gruñó Alsan, repentinamente serio—. No hay nada de noble ni valiente en matar a distancia. Además, Kirtash acabaría contigo antes de que lograses disparar. En cambio, las armas legendarias otorgan cierta protección a quien las lleva. El propio Kirtash maneja a veces una espada mágica. —Sí, lo he visto —murmuró Jack, sombrío. —Y hasta los asesinos como él deben cumplir las reglas que rigen ese tipo de armas. La primera de ellas es que, si dos espadas legendarias se encuentran, debe haber un duelo leal entre ambas. Aunque odie decirlo, Kirtash es un gran luchador, a pesar de ser tan joven. Pero a mí también me entrenaron bien. Y puede que algún día logre vencerlo de esa manera.
Jack calló. Se quedó observando los límites de Limbhad un rato, pensativo. Alsan lo miró, esperando a que hablara. Se dio cuenta de que Jack ya no tenía aquel aspecto desconcertado y desvalido con el que había llegado a Limbhad. Había fruncido el ceño y los ojos le brilíaban alimentados por una intensa rabia y una determinación de hierro.
—Bueno —dijo Jack por fin, lentamente—. En primer lugar, quiero averiguar si puedo o no aprender magia. También me gustaría descubrir cuál es, exactamente, mi relación con Idhún, porque necesito saber quién soy, porqué soy así, y por qué… por qué murieron mis padres. Pero, en cualquier caso… —añadió, mirándolo de soslayo—, me gustaría también que me enseñaras a luchar con la espada.
Alsan asintió, satisfecho.
—Entonces, ¿quieres unirte a nuestra causa?
Jack ladeó la cabeza y lo miró, pensativo.
—¿Me ayudaréis a buscar respuestas? __Te ayudaremos en todo lo que esté en nuestras manos, Jack.
El chico sonrió. No era una sonrisa alegre. —Contad conmigo, entonces.

III
VICTORIA

HACÍA una tarde fría y desagradable. El otoño había entrado con fuerza; una fina lluvia caía sobre Madrid, la humedad calaba hasta los huesos y el viento volvía los paraguas del revés. Gente, ruido, humo, prisas… «Este es mi mundo», pensó Victoria, contemplando la multitud que se apresuraba por la Gran Vía. Se estremeció. A veces odiaba su mundo, la asustaba, y sabía que eso no era bueno, porque no debía vivir de espaldas a él. Pero no podía evitarlo.
—Victoria —la llamaron—. Victoria, estás en las nubes.
Ella volvió a la realidad y miró a sus dos compañeras. Las tres vestían todavía el uniforme del colegio y habían ido al centro de la ciudad para comprar unos materiales que necesitaban para realizar un trabajo. No hacía ni una semana que había comenzado el curso y ya tenían deberes para hacer. Las otras dos chicas habían estado hablando acerca de ir de compras después, o entrar en el cine, o simplemente tomar algo en alguna cafetería. Victoria las había escuchado sin mucho entusiasmo. No eran amigas, y estaba claro que a ellas les daba lo mismo que ella se apuntara o no al plan. Pero aun así, por cortesía le dijeron:
—Estábamos diciendo que mejor entramos en el cine, ¿no? ¿Tú qué dices?
—Id vosotras; yo tengo mucho que estudiar. —Pero si mañana no tenemos clase… —Sí, pero… en serio, es que no me apetece mucho. Las otras dos chicas cruzaron una mirada y reprimieron una sonrisa significativa. Victoria era rara, todas lo sabían. No tenía amigas en el colegio, y no parecía que las necesitase. Era silenciosa y pasaba el día encerrada en su propio mundo. Incluso parecía como si no le gustase la compañía.
El colegio al que asistían las tres era un centro privado, femenino, muy caro, situado a las afueras de Madrid. Era un enorme edificio lúgubre y gris, de gruesos muros, que parecía de otra época, tanto por fuera como por dentro. Las alumnas se quejaban a menudo de que los profesores tenían unas ideas muy anticuadas y eran muy estrictos, y envidiaban a los chicos y chicas que estudiaban en centros públicos, o, simplemente, en colegios donde se gozaba de más libertad, Pero Victoria no se quejaba nunca. No le molestaban las normas del colegio, ni el uniforme, ni la estrechez de ideas de sus superiores. Tenía todo aquello muy asumido. Incluso la hacía sentirse segura, a salvo.
Porque sabía que Kirtash la estaba buscando, y aquel colegio que recordaba a una fortaleza, que vivía de espaldas al mundo, era su refugio en medio de toda aquella locura.
Su segundo refugio, en realidad; el primero era Limbhad, la Casa en la Frontera.
En el colegio no le costaba nada sacar buenas notas, porque era inteligente y aprendía rápido, pero tampoco se esforzaba todo lo que podía. Se limitaba a cumplir con su trabajo y a hacer lo que se esperaba de ella. A cambio, solo pedía tiempo, espacio y silencio para soñar.
Para soñar con la magia. Con cosas imposibles. Con Idhún.
—¿Te vuelves a casa, entonces? —le preguntaron ellas,
—Me parece que sí. Le he dicho a mi abuela que no tardaría mucho.
Nuevo intercambio de miradas.
Todas habían oído hablar alguna vez de Allegra d’Ascoli, la «abuela» de Victoria, una excéntrica y adinerada dama italiana afincada en España que, a pesar de su avanzada edad, por alguna extraña razón había decidido adoptar a la niña, que era huérfana, cuando ella tenía siete años. La mansión que poseía a las afueras de Madrid era enorme y muy elegante, pero estaba casi vacía, puesto que en ella solo vivían la anciana, su nieta adoptiva (desde el principio había pedido a Victoria que la llamase «abuela» y no «madre»), una cocinera, una doncella y un mayordomo que hacía también las veces de jardinero. La buena mujer estaba chapada a la antigua, y tal vez por eso había elegido para Victoria aquel colegio, donde, según sus propias palabras, «aprendería a ser una señorita». Claro que las compañeras de clase de Victoria no sabían tantos detalles. Al fin y al cabo, apenas hablaban con ella y tampoco habían estado nunca en su casa. Pero veían la mansión todos los días desde el autobús del colegio, su jardín perfectamente cuidado, la gran escalinata de mármol, que hacía parecer a Victoria tremendamente pequeña cuando subía por ella, y en el fondo no la envidiaban. Debía de ser muy aburrido vivir sola en una casa tan grande, en medio de ninguna parte, con la única compañía de una señora estricta y anticuada.
Pero tampoco la compadecían. Victoria no daba muestras de preferir la compañía de gente de su edad, no hacía nada por integrarse en la clase y tampoco parecía molestarla el hecho de que su abuela apenas la dejara salir. No se podía ser más rara, habían decidido tiempo atrás sus compañeras de curso.
—Bueno, pues entonces nos vamos —dijeron ellas—. Hasta el lunes.
—Hasta el lunes —se despidió Victoria; dio media vuelta y se dirigió a la parada de metro más cercana, sin mirar atrás.
Lo que aquellas chicas no sabían era que lo de su abuela era una excusa. Aunque Allegra d’Ascoli era demasiado mayor y severa como para preocuparse seriamente por el hecho de que la niña fuera creciendo sin hacer amigos, jamás le habría impedido salir los fines de semana a divertirse con chicos y chicas de su edad o invitarlos a su casa.
No, Victoria no necesitaba una vida fuera del colegio y de su casa, porque toda su vida estaba en Limbhad. Con Alsan, con Shail y, últimamente, con Jack. Aquellos eran sus verdaderos amigos, pero debía mantener el secreto de su existencia y, por tanto, no podía compartirlos con nadie, ni siquiera con su abuela.
Y, en el fondo, tampoco te importaba.
Apresuró el paso. Hacía ya cuatro meses que Jack había llegado a Limbhad, y en todo aquel tiempo el chico no había salido de la Casa en la Frontera. Shail, muy desconcertado, había sido incapaz de explicar de dónde procedía su poder piroquinético, si es que lo tenía, y Jack, por su parte, tampoco había conseguido realizar ni uno solo de los ejercicios de magia propuestos por él. En cambio, Alsan había prometido hacer de él un auténtico guerrero, y ambos pasaban buena parte del día practicando esgrima.
Pero el resto del tiempo, Jack se aburría en el reducido mundo de Limbhad y, aunque Shail se las había arreglado para volver a su casa y recoger su ropa, su guitarra, su bloc de dibujo, algunos de sus CDs y algunos de sus libros, lo cierto era que el chico aguardaba todos los días con impaciencia a que Victoria regresara del colegio. La ayudaba con sus deberes y después hablaban, o jugaban con el ordenador, o con la Dama, la gata de Victoria, que vivía en Limbhad simplemente porque su abuela no admitía animales en casa. Ambos se llevaban muy bien y se entendían a la perfección, y Victoria prefería mil veces regresar a Limbhad todas las tardes, para seguir aprendiendo magia con Shail o para estar con Jack, a salir con sus compañeras de clase, fuera cual fuese el plan propuesto.
Aquella tarde se había retrasado porque tenía que hacer algunas compras, pero no estaba dispuesta a entretenerse más.
Iba sumida en sus pensamientos y fue a cruzar un semáforo sin darse cuenta de que ya se había puesto rojo. Hubo un frenazo y un pitido, y Victoria regresó a la realidad. Se vio en mitad de la Gran Vía, delante de un coche que había estado a punto de arrollarla y, confundida, intentó retroceder hasta la acera. Pero un segundo coche se le echó encima; trató de frenar en cuanto la vio, pero era demasiado tarde. Victoria chilló instintivamente y se cubrió el rostro con las manos.
Hubo algo parecido a un fogonazo de luz, luego un golpe seco, y Victoria sintió que se quedaba sin respiración. Pero cuando volvió a abrir los ojos, vio que nada la había golpeado en realidad. El coche se había parado bruscamente a escasos milímetros de su cuerpo; el motor echaba humo y el morro se había arrugado, como si de verdad hubiera chocado contra algo. Pero la muchacha estaba intacta.
Victoria jadeó, sorprendida, y se miró las manos. Aquello solo podía haber sido magia. Tenía que contárselo a Shail cuanto antes.
Ignorando al confundido conductor y a las personas que habían contemplado la escena, y que la miraban, boquiabiertos, Victoria se cargó la mochila al hombro y salió disparada hacia la boca de metro, con el corazón todavía latiéndole con fuerza. Aún sentía en sus venas aquel cosquilleo que hacía que le hirviera la sangre cada vez que utilizaba magia. Pero fue desvaneciéndose poco a poco, y al final le invadió un terrible agotamiento, hasta que las rodillas se le doblaron y tuvo que apoyarse en una farola para poder mantenerse en pie. Maldijo su propia debilidad. Shail era capaz de hacer cosas asombrosas con su magia, y normalmente solo se sentía así después de haber gastado mucha energía mágica. En cambio, a Victoria cualquier sencillo hechizo la dejaba muy cansada.
Arrastrando los pies, bajó las escaleras de la boca de metro. Le esperaba un largo trayecto hasta su parada, y, una vez allí, tendría que llamar por teléfono a Héctor, el mayordomo, para que fuera a buscarla en coche. Podría hacerlo desde allí mismo, pero el hombre tardaría como mínimo tres cuartos de hora en llegar hasta la Gran Vía y otro tanto en llevarla a casa y, por otra parte, a Victoria le gustaba el metro.
Se derrumbó en el asiento del andén, pero no pudo descansar demasiado, porque el tren no tardó en llegar. Con un suspiro, se levantó y subió al vagón.
Y entonces sucedió algo.
De pronto se le puso la piel de gallina y el vello de su nuca se erizó como si hubiese pasado una corriente de aire helado tras ella. Conocía aquella sensación. Solo la había experimentado en una ocasión, dos años atrás, pero no la había olvidado.
Por el rabillo del ojo percibió una sombra oscura, ágil y elegante que subía al vagón en el último momento. Y supo que él ya la había encontrado.
Se levantó a toda prisa y echó a correr hacia la parte delantera del tren, abriéndose paso entre la multitud, que la miraba con desaprobación. Tras ella, aquella figura vestida de negro también sorteaba pasajeros con envidiable maestría, y Victoria comprendió, con toda certeza, que la alcanzaría.
El tren se detuvo en la siguiente estación. Victoria siguió avanzando y hasta chocó a propósito contra un joven para hacerlo caer al suelo.
—¡Eh! —protestó el muchacho—. ¡Ten más cuidado!
Ella no se disculpó. Su perseguidor había tenido que detenerse, apenas un par de segundos, para saltar por encima del joven caído, pero eran dos segundos preciosos que Victoria no pensaba desaprovechar.
Llegó al último vagón y, cuando las puertas ya se cerraban, saltó fuera del tren.
Pero la persona que seguía sus pasos se había anticipado a sus movimientos, y había bajado del vagón por la puerta contigua. Se miraron.
Victoria se quedó sin aliento.
Era la primera vez que veía a Kirtash, el asesino a quien tanto temían y odiaban sus amigos, la persona que había estado a punto de matarla dos años atrás. Entonces no había llegado a ver el rostro de la muerte, pero en aquel momento, en el andén de la estación de metro, las miradas de ambos se encontraron un breve instante, y algo en el interior de Victoria se convulsionó, dejando en su alma una huella indeleble.
No era como lo había imaginado. A simple vista parecía un chico normal, y, sin embargo, poseía una elegancia casi aristocrática, la seguridad de un adulto, la ligereza de una pantera y la impasibilidad de un témpano de hielo.
Y había algo en él que la atraía y la repelía al mismo tiempo.
Apenas fue un instante. El instinto de Victoria tomó las riendas y le hizo dar la vuelta y echar a correr desesperadamente, correr por su vida, a cualquier parte, lejos del asesino. Pero su mente todavía conservaba las facciones de aquel muchacho que no parecía tener más de quinte años, rodeado de un aura de fascinante atractivo, pero con una mirada tan fría e imperturbable que parecía inhumana. Y Victoria supo, de alguna manera, que jamás lograría olvidar esa mirada.
Corrió hacia las escaleras, sorteando a la gente que bajaba para coger el metro. Supo que Kirtash la perseguía, aunque no lo oía. El chico se movía como una sombra, como un fantasma, pero no necesitaba verlo ni oírlo para sentir en la nuca la mirada de la muerte.
Jadeando, desesperada, Victoria trepó por las escaleras y se precipitó pasillo arriba. Estaba en la estación de la Puerta del Sol, donde confluían tres líneas de metro distintas y, cuando desembocó en la intersección, corrió hacia cualquier parte, sin importarle la dirección a tomar. Oyó el ruido de un tren acercándose a la estación y, casi sin darse cuenta de lo que hacía, eligió el pasillo del que llegaba el sonido salvador. Casi tropezó al bajar con precipitación las escaleras, pero llegó al andén a tiempo de coger el tren. Entró con un numeroso grupo de gente, y, en cuanto lo hizo, se agachó y anduvo rápidamente hacia la siguiente puerta, a gatas, para que no se la viera desde fuera. La gente la miraba, pero nadie dijo nada.
Llegó hasta la puerta contigua y se volvió para ver cómo Kirtash subía al tren, unos metros más allá. Él la vio delante de la puerta y supo lo que iba a hacer, pero ella ya estaba con un pie fuera del vagón. Empujó con desesperación a la gente subía al tren y logró salir, pero el impulso que llevaba la hizo caer de bruces sobre el andén. Kirtash quiso retroceder, pero tras él subía más gente que le cerraba el paso y, aunque bastó una mirada para que se apartaran de su camino, atemorizados sin saber muy bien por qué, no llegó a tiempo. La puerta del vagón se cerró ante el joven asesino. El trató de abrirla y casi lo consiguió. Pero el tren ya estaba en marcha, y abandonó la estación, dejando a Victoria en el andén.
Hubo un nuevo cruce de miradas a través del cristal. Kirtash desde el interior del vagón, Victoria desde el andén, todavía sentada en el suelo, con el corazón latiéndole con fuerza. A pesar del miedo que sentía, la chica estaba exultante por haber burlado a su implacable perseguidor; pero, si esperaba ver frustración o rabia en el rostro del asesino, sufrió una decepción. Él seguía mirándola impasible, y ninguna emoción alteraba su semblante cuando el túnel se tragó el tren y ambos perdieron contacto visual.
Victoria se quedó un momento allí, paralizada, respirando entrecortadamente. Pero sabía que era cuestión de tiempo que Kirtash bajara en la siguiente estación y volviera a buscarla. Se estremeció y se puso en pie de un salto. Tenía que escapar de allí cuanto antes.
Salió de la estación de metro, en la Puerta del Sol, y entonces se dio cuenta de que se había dejado el paraguas en alguna parte. De todas formas, pensó, mojarse por culpa de la lluvia era ahora la menor de sus preocupaciones.
Se internó por las calles de la zona en busca de un taxi.
Victoria entró en casa y se arrojó en brazos de su abuela, temblando de miedo.
—¡Niña! —exclamó ella, sorprendida—. ¿Qué te pasa?
— En el metro… Me… perseguía…
—¿Quién?
Victoria era incapaz de hablar. Allegra se separó de ella y la miró fijamente.
—¿Quién, Victoria? —repitió, muy seria.
Algo en su mirada tranquilizó a Victoria. Su abuela era severa y fuerte como una roca, y la muchacha se sintió a salvo por primera vez desde su encuentro con Kirtash.
—Un… hombre —mintió—. No sé qué quería, quizá tobarme… me ha dado mucho miedo.
Un destello de comprensión brilló en las pupilas de la anciana.
—¿Ha sido muy lejos de aquí:1
—¿Qué…?
—Que si ha sido muy lejos de aquí, Victoria. Que si podría averiguar dónde vives. O haberte seguido hasta aquí.
—No, yo… no lo creo, abuela. Fue en la estación de metro de Sol. Pero…
No pudo terminar la frase, porque su abuela la estrechó de pronto entre sus brazos, con fuerza. La muchacha se sintió mucho mejor.
—Hay mucha gente rara por ahí —musitó—. No te preocupes, hija. Ya ha pasado, ¿de acuerdo? Ya estás en casa. Aquí no va a pasarte nada malo.
Victoria asintió, reconfortada. Su abuela no solía abrazarla. Ella sabía que la quería, aunque no fuera muy dada a demostrar su afecto. Quizá por esta razón aquel abrazo la consoló profundamente.
Una vez en su habitación, Victoria bajó la persiana, se quitó los zapatos y se tumbó sobre la cama, aún con el uniforme puesto.
Sabía que nadie la molestaría. Su abuela respetaba su intimidad. Jamás entraba en su habitación sin llamar a la puerta primero. Nunca se le habría ocurrido ir a verla después del «toque de queda». Esto era no soto porque la anciana tuviese sus normas, sino también, sobre todo, porque confiaba en ella.
Victoria suspiró, se giró para dar la espalda a la puerta y dejó vagar sus pensamientos.
«Alma…», llamó mentalmente.
Aquel cosquilleo familiar la recorrió de nuevo de arriba abajo. Sintió algo en un rincón de sus pensamientos, algo parecido a un mudo asentimiento. El Alma la había escuchado.
“Llévame a Limbhad», musitó ella sin palabras.
Pero, cuando ya sentía al Alma acogiéndola en su seno y envolviéndola como una madre para transportarla a su refugio secreto, sonaron golpes en la puerta.
Victoria vaciló. Por lo general, si su abuela llamaba a la puerta y ella no respondía, la mujer daba por hecho que estaba dormida y no la molestaba. Pero no hacía ni cinco minutos que se habían separado y, además, ella estaría preocupada. De modo que le pidió al Alma que aguardara un momento y, lentamente, su cuerpo volvió a tomar consistencia sobre la cama.
__¿Sí? —dijo de mala gana.
Su abuela abrió la puerta.
—Espero no molestar. ¿Estabas durmiendo?
.__Estaba a punto —sonrió ella—. No pasa nada.
—Estaba pensando… que podemos ir a la policía a poner una denuncia. ¿Recuerdas cómo era ese hombre?
La imagen de Kirtash acudió de nuevo, nítida, a la mente de Victoria. Un joven ligero, rápido y sutil como un felino, vestido de negro, de cabello castaño claro, muy liso, que enmarcaba un rostro de facciones finas pero de expresión impenetrable, y unos ojos fríos como un puñal de hielo. Jamás podría olvidarlo. Sabía que poblaría sus peores pesadillas durante mucho tiempo.
—No —dijo finalmente—. No lo recuerdo. Todo ha sido muy rápido.
Jack lanzó una estocada que no dio en el blanco, pero se apresuró a corregir su error girando el cuerpo y bajando los brazos para detener el contraataque. Las espadas chocaron. Jack giró de nuevo y asestó un golpe semicircular, pero falló otra vez. Perdió el equilibrio y sintió enseguida el filo del acero acariciando su cuello.
—Estás muerto —oyó junto a su oído.
Por un momento no se movió. Respiraba entrecortadamente y tenía la frente cubierta de sudor. Entonces, con lentitud, arrojó el arma al suelo y levantó las manos.
—Está bien, tú ganas otra vez —admitió a regañadientes.
La hoja de la espada se retiró.
—No seas impaciente, chico —repuso Alsan, sonriendo—. Cuatro meses de prácticas no te hacen tan bueno como para poder derrotar a un caballero de Nurgon.
Jack reprimió una mueca. Alsan le había hablado con orgullo de la Orden de Caballería de Nurgon, la comunidad de caballeros más poderosa e influyente de lodo Idhún, a la que solo pertenecían guerreros de la más alta nobleza, y dentro de la cual él mismo ocupaba un puesto destacado, a pesar de su juventud. El honor, el valor y la rectitud eran los tres pilares sobre los que se sustentaba la ideología de la Orden, pero tampoco había que olvidar que sus caballeros estaban bien entrenados y pocos guerreros podían vencerlos en un combate leal.
—Claro —masculló Jack—. Pero he mejorado, ¿no? Reconócelo. Al principio apenas podía levantar la espada.
Se miró los brazos, orgulloso de la fuerza que se adivinaba en ellos.
—Engreído —se burló Alsan.
Jack se volvió hacia él.
—¿Y tú, qué? Te lo tienes muy creído, pero te advierto que no tardaré mucho en derrotarte.
Alsan sonrió.
En los últimos meses, Jack se había esforzado mucho por aprender a manejar la espada, tras el fracaso de sus lecciones de magia con Shail. En realidad, el chico encontraba aquello mucho más útil y real que cualquier tosa que pudiera enseñarle el mago. No podía dejar de recordar que, ante Kirtash, Alsan había dado la cara, mientras que Shail había empleado su poder para salir huyendo.
En todo aquel tiempo no había conseguido averiguar nada acerca de su origen o sus supuestos «poderes». Se había acercado a la historia de Idhún, pero pronto se había dado cuenta, con desesperación, de que todo le resultaba muy extraño y no lograba encontrar nada que justificase, o al menos explicase, el despiadado asesinato de sus padres. Con el tiempo, el dolor y el sentimiento de culpa se habían ido calmando o, al menos, derivando hacia otro tipo de emoción: la rabia y la sed de venganza. Se sentía víctima de una injusticia, sentía que le habían robado su vida sin ninguna razón, y canalizaba todo aquel odio y frustración a través de sus lecciones de esgrima con Alsan. Algún día, se decía a sí mismo, estaría preparado para enfrentarse a los asesinos de sus padres… y hacérselo pagar.
Pero antes los miraría a la cara y les preguntaría… por qué.
Por qué habían destrozado su mundo, por qué habían apagado la vida de sus padres y, sobre todo… por qué él, Jack, era diferente. Sus enemigos debían de saberlo, y la respuesta a esta última pregunta era el motivo por el cual habían intentado matarle.
Alsan era un guerrero experimentado, sereno y prudente, y, aunque a menudo chocaba con el espíritu impulsivo e indómito de Jack, en el fondo había llegado a encariñarse con él. Por su parte, el muchacho veía a Alsan como un modelo a seguir: fuerte, valiente, seguro de sí mismo y, sobre todo, líder indiscutible de la Resistencia. Alsan se había ganado el respeto de Jack, que intentaba aprender de él todo cuanto podía. Al príncipe le satisfacía la constancia y el tesón de su alumno, pero lo cierto era que, en el fondo, sus motivaciones eran diferentes. Si Alsan era un justiciero, el corazón de Jack estaba inflamado de odio y deseos de venganza.
Por eso, aunque Jack había aprendido a admirar a Alsan como a un héroe, a escucharlo como a un maestro y a quererlo como a un hermano mayor, sentía que la impaciencia lo consumía, y tenía la sensación de que necesitaba algo más, de que las lecciones de esgrima no eran bastante para él.
Recogió su espada y la miró, pensativo.
—,¡Por qué no…? —empezó, pero Alsan lo interrumpió antes de que acabara:
—No insistas, Jack. No estás preparado para empuñar una espada legendaria.
Jack había esperado aquella respuesta, pero en aquella ocasión tenía una réplica preparada:
—Eso si es que existen tales espadas, porque yo todavía no las he visto.
Alsan se volvió hacia él.
—No me provoques. Tú sabes perfectamente que existen. Me viste luchar con una de ellas contra Kirtash.
—No estaba prestando atención. ¿Por qué no me dejas verlas, al menos?
Alsan se quedó un momento en silencio, pensativo.
—Está bien —dijo por fin—, supongo que no hay nada malo en ello.
Jack se dirigió con rapidez al fondo de la sala, por si su amigo cambiaba de opinión, y aguardó frente a una pequeña puerta de hierro adornada con figuras de dragones. Alsan sacó la llave y abrió la cámara donde se guardaban las armas legendarias. Jack entró tras él, algo intimidado. Era la primera vez que franqueaba aquella puerta, que había ejercido una misteriosa fascinación sobre él prácticamente desde el primer día.
Lo que vio en el interior de la cámara lo sobrecogió.
Era una estancia de forma circular, como la mayor parte de las habitaciones de la casa de Limbhad. Las paredes estaban forradas de vitrinas y hornacinas que contenían todo tipo de armas blancas: dagas, espadas, lanzas, hachas… pero no eran armas corrientes: sus empuñaduras estaban cuajadas de piedras preciosas y sus filos relucían con un brillo misterioso.
—Muchas de las armas que aquí se guardan fueron empuñadas por algunos de los grandes héroes que inscribieron sus hazañas en las crónicas de Idhún. No tenemos la menor idea de cómo vinieron a parar aquí. La mayoría de ellas se habían dado por perdidas.
Jack se fijó en un puñal cuya empuñadura mostraba un rostro tallado, un rostro de ojos rasgados y facciones sobrehumanas, que sonreía misteriosamente…
— iJack!
Jackvolvió a la realidad. Junto a él estaba Alsan, ceñudo.
—No lo mires, chico —le advirtió—. Está deseando que vuelvan a empuñarlo; se alimenta de sangre y lleva varios siglos en ayunas. Y se necesita una voluntad de hierro para controlarlo, ¿ sabes?
— Bromeas —soltó Jack, estupefacto.
—Nunca bromeo —replicó Alsan, muy serio—. La mayor parte de las armas legendarias tienen un espíritu, un alma. En realidad yo no suelo confiar mi vida a ningún arma que piense por sí misma, pero nos encontramos en unas circunstancias muy especiales. No tenemos otra opción.
—¿Y cuál sueles empuñar tú?
Alsan se detuvo ante una magnífica espada cuya empuñadura tenía la forma de un águila con las alas extendidas.
—Sumlaris, la Imbatible —dijo con respeto—. Fue forjada por y para caballeros de la Orden de Nurgon. Quizá por eso nos entendemos tan bien. Que se sepa, es la única capaz de resistir las estocadas de Haiass, la espada de Kirtash —pronunció el nombre del arma de su enemigo con cierta repugnancia.
—¿La única? —Jack se volvió hacia él, interesado.
Alsan vaciló.
—Bueno… no exactamente —admitió el joven príncipe.
Jack sonrió. Empezaba a conocer a Alsan y sabía de qué pie cojeaba. A pesar de que parecía claro que no quería revelarle más, su código de honor le prohibía mentir.
—¿Hay otra?
Alsan frunció el ceño, pero lo guió hasta una estatua que representaba un imponente hombre barbudo que sostenía una espada en las manos. Jack lo miró, intimidado.
—Es una imagen de Aldun, el dios del fuego y, según la tradición, padre de los dragones —dijo Alsan en voz baja—. Y la espada que sostiene es Domivat. Nadie la ha empuñado desde hace siglos. Se dice que fue forjada con fuego de dragón.
Jack la miró. Era un arma magnífica. Su empuñadura, labrada en oro, tenía tallada la figura de un dragón de refulgentes ojos de rubí. La hoja despedía un leve centelleo rojizo. Parecía que la luz arrancaba reflejos flamígeros del mágico metal. Inconscientemente, Jack alargó una mano.
—¡No la toques!
Jack retiró la mano.
—Te quemarías —explicó Alsan—. Habría que congelar el pomo para que pudieras blandiría sin abrasarte. Tal vez Shail pueda hacerlo, pero no creo que sea una buena idea.
Jack asintió, tragando saliva. Iba a preguntar algo más, pero Alsan le dio la espalda y salió de la cámara. Jack lo siguió, sin ganas de quedarse solo en un lugar donde había cosas tales como dagas sedientas de sangre.
Cuando volvieron a la sala de entrenamiento, Jack cogió la espada de nuevo. Alsan se volvió para mirarle.
—¿Qué pretendes? Creo que ya basta por hoy, chico.
—Yo quiero seguir.
—Te advierto que voy a darte una paliza.
Jackalzó su arma.
—Eso lo veremos.
Sin embargo, un carraspeo los interrumpió. Los dos se volvieron. Shail los miraba desde la puerta, muy serio.
—Alsan —dijo—, tenemos que hablar.
El joven príncipe dejó a un lado la espada de entrenamiento y salió de la sala tras Shail, sin una palabra. Jack se quedó allí, parado, con la espada en la mano y muy intrigado. Sabía que Alsan, Shail y Victoria hablaban a menudo de cosas que él no comprendía, y que confiaban en él solo hasta cierto punto. Hasta entonces aquello no le había molestado, no mientras la Resistencia le ofreciera lo único que quería en aquellos momentos de su vida: un modo de vencer a Kirtash y Elrion, los asesinos de sus padres, y un refugio seguro hasta que estuviera preparado para enfrentarse a ellos. Y lo demás le importaba bien poco, porque, a pesar de todo, no se sentía parte de Idhún ni compartía los ideales de la Resistencia.
Jack se encogió de hombros y fue a darse una ducha fría. Pero cuando salió del cuarto de baño, con el pelo mojado, y pasó por delante de una puerta cerrada, oyó a Shail pronunciar el nombre de Victoria, y se acercó de puntillas para pegar el oído a la puerta.
—Entonces, la ha encontrado —oyó murmurar a Alsan desde el interior de la estancia—. Sabíamos que tarde o temprano ocurriría. Y sabes lo que debes decirle: que abandone su casa y venga a vivir aquí, a Limbhad. Es la única manera de que esté segura.
—Pero no podemos hacer eso —replicó Shail—. Es una niña, ¿no lo entiendes? Tiene doce años, tiene una casa, una familia, una vida. No podemos pedirle que lo deje todo atrás.
—Kirtash la matará, Shail. Sabes perfectamente que va tras ella. No es la primera vez que está a punto de atraparla.
—Aquella vez fue en Suiza. En esta ocasión ha sido en Madrid. Kirtash no tiene modo de saber que esa es la ciudad donde vive.
—A estas alturas, ¿no deberías haber aprendido ya a no subestimarlo?
Hubo un breve silencio.
—La persiguió en el metro —explicó Shail—. No la siguió hasta su casa.
—Pero la ha visto —hizo notar Alsan—. Ya sabe cómo es.
—Sí. Maldita sea —suspiró Shail—. Kirtash jamás olvida una cara. ¿Qué debemos hacer?
—Estar alerta, tal vez —respondió Alsan tras un momento de silencio—. Puede que no se moleste en buscarla. Al fin y al cabo, Victoria es solo una niña y, como tú has dicho alguna vez, su poder mágico no es gran cosa. Seguramente ella no saldría con vida si volvieran a encontrarse, pero para ello tendría que ponerse a buscarla. Y sabes que Kirtash no tiene tiempo para esas cosas porque va detrás de un objetivo mayor.
—Sí —la voz de Shail sonó muy aliviada de pronto—. Sí, es verdad. Por suerte, Kirtash no sabe lo que nosotros sabemos acerca de Victoria: que en algún momento de su vida se cruzó con Lunnaris. Si lo supiera…
Jack dio un respingo. Era la primera vez que oía pronunciar aquel nombre, Lunnaris, y escuchó con más atención.
—… Si lo supiera, Shail, no intentaría mataría —hizo notar Alsan—. Se la llevaría consigo para sonsacarle toda esa información, y no me cabe duda de que lo conseguiría, a pesar de que ella no la recuerda. Hoy por hoy, Victoria es la única pista que tenemos para llegar hasta Lunnaris. Por eso creo que deberíamos protegerla aquí en Limbhad. Pero, por otro lado… —calló un momento—. Por otro lado —continuó—, estoy viendo a Jack todos los días aquí encerrado, sin ver la luz del sol, sin ningún lugar a donde ir, sin nada que hacer a excepción de entrenar con la espada todo el día, y confieso que me sentiría culpable si condenara también a Victoria a una vida como esa. Por más que ella parezca sentirse a gusto aquí.
—Ahora está muy asustada. Quizá no quiera volver a su casa en algún tiempo.
—No es una buena idea. O vuelve antes de que nadie la eche de menos, o no vuelve nunca más. Pero si tarda en regresar, su abuela se preocupará y comenzará a buscarla, y eso podría poner a Kirtash sobre la pista y llevarlo directamente al lugar donde ella vive en la Tierra.
—Entonces, ¿qué propones?
—Dejar que ella decida —dijo Alsan tras pensárselo un momento—. Creo que es la mejor opción. Ve a hablar con ella y pregúntale…
—No, ahora no —cortó Shail, con firmeza—. Estará con Jack, seguramente. Necesitará desahogarse.
Jack se sintió culpable. Hacía un buen rato que sabía que Victoria había sido atacada por Kirtash y, en lugar de ir corriendo para ver si se encontraba bien o necesitaba algo, estaba allí, espiando detrás de la puerta. Se alejó pasillo abajo, muy confuso, y fue a buscar a Victoria.
La encontró en el salón; había esparcido sus deberes de matemáticas por toda la mesa, y trataba de concentrarse en ellos, mientras acariciaba distraídamente a la Dama, su gata, que estaba acomodada en su regazo. Jack sintió un ramalazo de nostalgia por la vida que había dejado atrás. Hasta hacía solo unas horas, Victoria todavía vivía en un lugar seguro y podía hacer cosas tales como ir al colegio y estudiar matemáticas. Jack cerró los ojos y pensó que daría lo que fuera por volver a estar en su cuarto, estudiando matemáticas, por tener un colegio, una casa a la que poder regresar después de clase y una familia que lo estuviese esperando en ella. Y se preguntó si el ataque de aquella tarde no habría acabado también con la vida segura y tranquila de la que Victoria disfrutaba más allá de Limbhad. En cualquier caso, parecía claro que ella se había puesto a hacer los deberes para tener algo en que pensar y olvidar cuanto antes aquel encuentro con Kirtash.
La contempló un momento, con cariño, y pensó en lo cerca que había estado de perderla aquella tarde. Se estremeció solo de pensarlo.
La chica levantó la cabeza al sentir que él la estaba mirando.
—Las matemáticas solo dan problemas —sonrió ella.
Jack le devolvió la sonrisa.
—¿Quieres que te ayude? —se ofreció.
Se sentó junto a ella y echó un vistazo a sus apuntes. La Dama saltó sobre la mesa para curiosear lo que estaban haciendo, y Jack la apartó con suavidad. Vio que Victoria se estremecía, y la miró.
—¿Estás bien? ¿Tienes frío?
Cubrió los hombros de la chica con su propia chaqueta. A Victoria le encantaban aquellos gestos suyos, le gustaba cómo cuidaba de ella sin hacer de «hermano mayor», como Shail y Alsan, sino, simplemente, tratándola con el cariño y la confianza de un buen amigo. Lo miró un momento y se sintió de pronto muy unida a él sin saber por qué. Alsan y Shail eran mayores que Victoria, habían nacido y crecido en Idhún y no podían comprender lo que había significado para ella que irrumpiesen en su vida. Pero Jack sí, porque, además de tener más o menos su misma edad, acababa de pasar por una experiencia similar. Se compenetraban muy bien y, sin embargo, a veces parecía que aquella amistad no llegaba a cuajar porque Jack estaba demasiado obsesionado con su entrenamiento como guerrero.
—Gracias —dijo, e intentó volver a los ejercicios de matemáticas. Pero Jack puso la libreta fuera de su alcance y la obligó a mirarlo de nuevo.
—Sé lo que ha pasado —susurró—. ¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño ese malnacido?
Victoria se dio cuenta de que Jack estaba muy serio, extraordinariamente serio, y sintió una extraña calidez por dentro.
—No —dijo—. No llegó a alcanzarme.
Pero se estremeció de nuevo al recordarlo, Jack conocía esa sensación, ese frío que se sentía después de haber visto de cerca a Kirtash, y que no se iba simplemente abrigándose o acercándose al fuego. De modo que la abrazó, tratando de infundirle algo de calor.
Y funcionó. Victoria cerró los ojos y se dejó llevar por su abrazo, sintiendo cómo la calidez de Jack fundía poco a poco el hielo que había envuelto su corazón.
—¿Mejor? —susurró Jack.
Victoria asintió, aunque no quería que Jack se separase de ella. Pero el chico no lo hizo. Al contrario, la abrazó con más fuerza.
—¿Cómo ha conseguido encontrarte?
Victoria vaciló.
—Hice… algo. Algo mágico, supongo. Un coche estaba a punto de atropellarme, y yo debí de crear una especie de escudo invisible para protegerme del choque. Ni siquiera estoy segura de qué tipo de hechizo utilicé, porque no recuerdo haber pronunciado las palabras. Se lo he contado a Shail, y dice que eso se llama «magia instintiva». Pero qué mala suerte que, para una vez que consigo hacer algo parecido a un hechizo, tenga que ser en la Tierra, y ni siquiera recuerde cómo ha pasado. Y, por si eso no fuera bastante, en pocos minutos, Kirtash…
Calló de pronto. Pareció que titubeaba.
—Puedes contármelo, si quieres —la animó Jack.
Victoria respiró hondo y le relató todo lo que había sucedido aquella tarde; Jack escuchaba, serio y sombrío.
—¿Por qué no viniste directamente a Limbhad? —quiso saber él, cuando Victoria terminó de hablar—. ¿No habría sido más sencillo que salir corriendo?
—Necesitas concentración para contactar con el Alma. Shail puede hacerlo al instante, pero a mí no me sale.
Sus mejillas se tiñeron de rubor, y bajó la cabeza. Se sentía muy avergonzada de no estar cumpliendo las expectativas de Shail en cuanto a su aprendizaje de la magia. A pesar de que el joven hechicero no le exigía mucho, lo cierto era que Victoria odiaba decepcionarle. Y sin embargo lo hacía constantemente, todos los días. Se suponía que ella poseía el don de la magia, pero había muchas cosas que su poder no conseguía lograr. Shail se esforzaba por enseñarle lo que él consideraba hechizos sencillos y Victoria se esforzaba por aprenderlos… sin resultado. Su magia curativa funcionaba sin ningún problema, su espíritu se fusionaba con el Alma de Idhún con solo desearlo… pero ahí se acababa todo.
—No puedo —le decía a Shail a menudo, desalentada—. Es como si se me escapase por entre los dedos.
—No importa —respondía siempre Shail—. La magia no funciona aquí igual que en Idhún.
Pero a Victoria sí le importaba. Deseaba desesperadamente que Shail estuviera orgulloso de ella.
Sacudió la cabeza para evitar pensar en ello, pero, de nuevo, el recuerdo de Kirtash inundó su mente, y aquello era todavía peor.
—Esta vez ha estado a punto de atraparme —susurró, atemorizada, y Jack recordó que Victoria le había mencionado alguna vez su anterior encuentro con Kirtash, aunque nunca se lo había contado con detalle, porque no le gustaba evocarlo.
Pero daba la sensación de que ella necesitaba hablar, así que Jack se arriesgó a decir:
—¿Y qué pasó la otra vez? ¿Cómo te encontró?
Victoria vaciló un momento. En realidad quería confiar en él, quería contarle todos los detalles de su historia. Alzó la cabeza y lo miró, y vio que sus ojos verdes estaban fijos en ella y que él le estaba prestando toda su atención, de modo que comenzó a hablar.
Todo había empezado cinco años atrás, cuando vivía todavía en un orfanato regentado por monjas, cerca de Madrid. Entonces ella tenía solo siete años y un niño se había caído de lo alto del tobogán del patio de recreo. El niño lloraba y chillaba con el brazo en una posición extraña y una aparatosa herida en la frente, y ella no había podido soportar más aquellos gritos…
Cuando llegaron las monjas encontraron al herido perfectamente sano y muy desconcertado, mirando a Victoria con desconfianza. En torno a ella, a una prudente distancia, se había formado un círculo de huérfanos que los observaba en un silencia casi religioso.
Los días siguientes fueron espantosos para la niña. Sus compañeros comenzaron a tratarla de manera diferente; los adultos se limitaron a hacer como si nada hubiese sucedido, porque se negaban a creer la versión de los niños. Pero todo eso íe importaba poco a Victoria. No, lo que le preocupaba de verdad era esa sensación… de haber despertado a una bestia dormida, de haber abierto la caja de Pandora, de haber hecho que algo formidable y poderoso fijase su mirada en ella. Se volvió una chiquilla miedosa, casi paranoica; tenía la sensación de que la vigilaban, de que pronto irían por ella, porque se había desvelado su verdadera naturaleza. Permanecía despierta por las noches, sin poder dormir, atenta al más mínimo murmullo, temblando bajo las sábanas, sin atreverse a cerrar los ojos, por miedo a que viniesen a buscarla.
Pero nada sucedió… a excepción del hecho de que, tiempo después, alguien la sacó del orfanato. Se trataba de Allegra d’Ascoli, que financiaba con generosidad las actividades benéficas de las monjas de la orden y que, a pesar de no ser ya precisamente joven, había decidido adoptar a la niña.
La mujer había comenzado a sentir afecto por ella casi enseguida. Victoria era callada y silenciosa, pero educada, tranquila y agradable, perfectamente moldeable. Nunca le había dado ningún disgusto. Sus profesoras nunca le habían dicho nada malo de ella. Las notas que traía eran buenas.
Pero seguía sintiendo miedo a algo inexplicable. Varios psicólogos y educadores, primero en el orfanato, después en el colegio, se habían esforzado por explicarle que no sucedía nada malo, que ella no tenía poderes especiales, que nadie la buscaba para matarla, porque ella no era una bruja, ni estaban en la Edad Media, sino en los umbrales del siglo XXI.
Victoria había acabado por creerlos.
Sin embargo las dudas seguían torturándola, hasta que por fin ocurrió lo inevitable.
Jamás olvidaría aquella clara mañana de verano, dos años atrás. Ella y su abuela habían ido de vacaciones a un balneario suizo. Victoria se había unido a una excursión a la montaña que se organizaba desde el hotel. Se había desviado un poco de la ruta al oír un grito, y llegó allí antes que nadie. Descubrió que se trataba de una mujer inglesa que se había despeñado. Estaba al pie de un risco, inconsciente y con una fea herida en la sien. Victoria no lo dudó— Utilizó su poder.
Y la curó.
Después, todo sucedió muy deprisa.
Intuyó que estaba en peligro por el simple hecho de haber curado a aquella mujer. Su sexto sentido le dijo que había atraído la atención de alguien muy peligroso. Se levantó con presteza y echó a correr.
Se internó en el bosque. Sentía que alguien la seguía. Notaba un aliento gélido acercándose cada vez más. Sabía que no tardaría en alcanzarla, y entonces…
Entonces había llegado Shail y se la había llevado de allí.
A Limbhad.
Su vida cambió radicalmente desde aquel momento. No había llegado a ver el rostro de la muerte, pero sí había sentido su presencia demasiado cerca. Kirtash no había logrado atraparla aquella vez.
Después de que Alsan y Shail le explicaran lo que estaba pasando y por qué no debía volver a utilizar su poder, Victoria regresó al hotel suizo. Por suerte, su abuela ya estaba haciendo las maletas; había discutido con el gerente del hotel por alguna razón y había decidido, molesta y ofendida, dar por finalizadas las vacaciones de inmediato. Victoria agradeció aquella casualidad, y que su abuela tuviera cambios de humor tan bruscos. Las dos regresaron a España aquel mismo día, y la chica pudo alejarse por fin de aquella pesadilla.
Pero nada volvió a ser igual desde entonces, porque ahora ya no estaba sola en el mundo. Tenia a Shail y a Alsan; tenía Limbhad y tenía Idhún. Desde el principio se había aplicado con entusiasmo a descubrir más cosas sobre Idhún, de donde procedían sus nuevos amigos, y el joven mago se había convertido para ella en el hermano mayor que nunca había tenido.
—Y eso es todo —concluyó Victoria—. Esta vez Kirtash me ha encontrado demasiado cerca de mi casa. No sé si debo volver o quedarme aquí…
—No puedo ayudarte en eso —respondió Jack—. Yo, por ejemplo, no puedo volver.
Victoria lo miró un momento.
—Comprendo —dijo.
—No puedo decidir por ti, Victoria, pero quiero que tengas en cuenta que, si optas por quedarte aquí y abandonar tu casa, ya no podrás volver nunca más. No creo que sea una decisión que debas tomar a la ligera.
Victoria bajó la cabeza y se mordió el labio inferior, pensativa.
—Eh —Jack la hizo alzar la mirada; sus ojos verdes se clavaron en los de ella, con una seriedad impropia de un chico de su edad—. Decidas lo que decidas, sabes que nosotros siempre estaremos aquí. Y, en cuanto me dejen unirme a las misiones de búsqueda, en cuanto me den una espada, yo también podré defenderte y pelear a tu lado. No estarás sola, ¿vale? No te abandonaremos a tu suerte. Ya lo sabes.
Victoria sonrió.
—Gracias, Jack. Tienes razón. No hay motivo para pensar que mi casa ya no es segura. Volveré con mi abuela. Solo he de tener más cuidado de ahora en adelante.
Hubo un silencio entre los dos. Entonces, Jack recordó la extraña conversación que había escuchado a escondidas:
—Hmmm… ¿Victoria? ¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿Quién… quién es Lunnaris?
De pronto, Victoria se puso rígida y se separó de él.
—No lo sé —dijo con algo de brusquedad.
—No quería ser indiscreto —murmuró Jack, confuso.
Victoria se arrepintió enseguida de haber sido tan seca. Jack no podía saberlo…
«La miré a los ojos», le había dicho Shail cuando le habló de Lunnaris por primera vez. «La miré una vez a los ojos y nunca he podido olvidarla. Sé que está aquí, en alguna parte. Y creo que tú te cruzaste con ella en algún momento de tu vida, aunque ahora no lo recuerdes».
No, Victoria no la recordaba. Pero estaba segura de que sí la hubiese visto, no !a habría olvidado. Y, aunque comprendía perfectamente lo importante que era Lunnaris para la Resistencia, también sabía que para Shail aquella búsqueda era algo personal, muy personal. Y no podía evitar sentirse algo celosa e, incluso, en sus momentos más bajos, llegar a sospechar que Shail ía protegía solo porque ella podía conducirlo de nuevo hasta su querida Lunnaris, aunque en el fondo supiera que eso no era verdad.
Pero Jack no tenía por qué saber todo eso.
—Lo siento —se disculpó—. No es culpa tuya. Es que hoy… bueno, estoy muy nerviosa. No soy yo. Y dentro de nada tendré que volver a casa porque es la hora de la cena, y estoy… asustada, ya sabes.
—No debes estarlo —le dijo Jack—. No permitiré que Kirtash te haga daño.
Victoria abrió la boca, pero no fue capaz de decir nada.
—Y —añadió Jack— estoy convencido de que algún día estaré preparado para luchar contra él. Y ese día acabaré con su vida, te lo juro; para que ni tú ni yo, ni nadie más, volvamos a tener miedo por su culpa.
Victoria sintió un nuevo escalofrío; pero en esta ocasión no fue debido al recuerdo de Kirtash, sino a la rabia y el odio que había percibido en las palabras de su amigo.

IV
«NO ESTÁS PREPARADO»

.JACK no podía dormir. Tenía sincronizado su reloj con la hora de la ciudad de Victoria; así se aseguraba de estar despierto por las tardes, cuando ella llegaba, y de llevar más o menos un horario racional en la noche perpetua de Limbhad— Alsan y Shail eran más caóticos en ese sentido. Dormían cuando tenían sueño, comían cuando tenían hambre. Aunque Jack no saliese de Limbhad, ellos dos sí cruzaban a menudo la Puerta interdimensional. Le habían explicado que la entrada a Idhún se había bloqueado y que, por tanto, ellos estaban atrapados allí, pero eso no les impedía viajar a la Tierra, donde trataban de adelantarse a Kirtash cuando realizaba una de sus mortíferas expediciones, o rastreaban pistas diversas que Shail descubría en internet. Jack intuía que sus amigos buscaban algo más que magos idhunitas exiliados, pero nunca les había preguntado al respecto. Lo más seguro era que no le respondieran.
Las misiones de reconocimiento de Alsan y Shail podían llevarlos a cualquier punto del planeta, donde podía ser de noche o de día, por lo que hacía tiempo que habían renunciado a intentar ajustarse a cualquier tipo de horario. Por eso, cuando Victoria regresó aquella noche, a la una de la madrugada, hora de Madrid, Jack estaba tratando de dormir; pero Alsan estaba en la biblioteca, y Shail navegando por internet en el estudio.
Jack se sintió muy aliviado cuando oyó la voz de Victoria hablando con Shail. Había llegado a temer que su consejo no hubiera sido acertado; se imaginaba a su amiga regresando a casa y encontrándose allí a Kirtash, esperándola… para darle una sorpresa parecida a la que él mismo había tenido al volver a su casa, una noche de primavera, cuatro meses atrás.
Se dio la vuelta y hundió la cara en la almohada. Aquella posibilidad le resultaba espeluznante. Ahora que lo había perdido todo, solo le quedaba lo que había en la Casa en la Frontera; su círculo se había visto drásticamente reducido a tres personas y un gato, y la simple idea de perder a uno de ellos era aterradora. Sabía que Alsan y Shail podrían cuidarse solos, pero Victoria…
Se la imaginó, una vez más, corriendo por los pasillos del metro, huyendo de la muerte, y sus puños se crisparon cuando volvió a invadirlo aquella sensación de rabia e impotencia. Su odio hacia Kirtash ardía con más fuerza que nunca en su corazón. Después de cuatro meses, casi había olvidado los rasgos de Elrion, el mago; pero la fría mirada de los ojos azules de Kirtash todavía lo perseguía en sueños de vez en cuando.
La casa volvía a estar en silencio, y Jack supuso que Victoria se habría retirado a su habitación. Tenía un cuarto solo para ella en Limbhad, y la mayoría de las veces prefería dormir allí a hacerlo en la mansión de su abuela, donde se suponía que debía estar, Jack no podía culparla. En Limbhad, todos se sentían mucho más seguros.
Con un suspiro, el muchacho se levantó, con el pelo revuelto, y se dirigió a la habitación de Victoria. Pero se detuvo, indeciso, ante la puerta entreabierta, al darse cuenta de que ella ya se había acostado. La miró un momento, preguntándose si se habría dormido ya. Estaba tendida en la cama, de espaldas a él; y, bajo la suave luz que se filtraba por la ventana, Jack pudo ver que sus hombros se convulsionaban en un sollozo silencioso.
Se le encogió el corazón, y odió todavía más a Kirtash por aterrorizar a una chiquilla que, fuera idhunita o no, era imposible que resultara una amenaza para él. Y se juró a sí mismo que no descansaría hasta ver muerto a su enemigo.
La Resistencia estuvo alerta en los días siguientes, pero Kirtash parecía haber olvidado a Victoria, porque no se le volvió a ver por Madrid. De hecho, las siguientes noticias que tuvieron de él procedían de un lugar bastante más remoto.
Una noche, un grito de Shail desde la biblioteca alertó a ¡os habitantes de la Casa en la Frontera:
—¡¡Aisan!!
Jack y Victoria estaban durmiendo en sus respectivos cuartos, pero lo oyeron, y se despertaron de inmediato. Cuando Jack salió al pasillo, se encontró con Shail, que había bajado las escaleras a toda velocidad y corría hacia el estudio. Alsan ya había acudido a su encuentro, alerta.
—¿Dónde? —le preguntó a su amigo.
—Xingshan, en China —respondió Shail.
Alsan asintió.
—Voy a la sala de entrenamiento a coger armas. Tú vuelve a la biblioteca, a ver si puedes analizar un poco el terreno a través del Alma.
Shail dijo que sí con la cabeza. Alsan salió disparado en dirección a la armería.
Jack sabía exactamente lo que estaba pasando, porque lo había vivido un par de veces desde su llegada a Limbhad. El Alma había localizado a Kirtash en algún lugar del mundo, y el joven asesino no se desplazaba sin una buena razón. Normalmente, sus razones tenían que ver con la implacable persecución a la que tenía sometidos a los idhunitas exiliados a la Tierra. Sin duda, en esta ocasión había descubierto a uno de ellos en alguna remota población de la inmensa China. En cualquier caso, la Resistencia debía tratar de llegar hasta él antes de que fuera demasiado tarde… como lo había sido para los padres de Jack.
Shail se volvió hacia Victoria, que se había reunido con Jack en el pasillo y había observado la escena sin intervenir.
—Son buenas noticias para ti, Vic —le dijo el mago—. Kirtash está muy lejos de Madrid. Ya no te está buscando.
Victoria asintió, respirando hondo. Shail se disponía a acudir a la biblioteca, cuando la chica lo retuvo por el brazo y lo miró a los ojos.
—Shail —le dijo—. Por lo que más quieras, tened cuidado.
El joven asintió, muy serio.
Jack no lo aguantó más. Dio media vuelta y siguió a Alsan en dirección a la armería. Se topó con él en la sala de entrenamiento, cuando ya regresaba cargado con Sumlaris, una espada corta y un par de dagas.
—Espero que una de esas sea para mí —le dijo Jack, muy serio.
Alsan le dirigió una breve mirada.
—Ni lo sueñes, chico. Todavía no estás preparado.
Jack sintió que le invadía la cólera.
—¿Y cuándo voy a estarlo? —le espetó—. ¡Llevo cuatro meses aquí encerrado sin ver la luz del día! ¡No soporto quedarme aquí mientras vosotros os enfrentáis a ellos, una y otra vez! ¡Necesito… hacer algo!
—Estás haciendo algo, Jack. Te estás entrenando.
—¡Pero eso no me basta! —estalló Jack—. ¡Si de verdad pertenezco a la Resistencia, déjame ir con vosotros!
—Tampoco Victoria viene con nosotros a las misiones, y lleva en la Resistencia más tiempo que tú.
—¡Pero Victoria es solo una niña!
—Tiene solo un año menos que tú.
—Da igual, ella no sabe manejar una espada, y yo sí.
—No, Jack. No estás preparado. Es mi última palabra —y Alsan siguió andando hacia la puerta.
Jack sintió que su cuerpo se llenaba de rabia e impotencia.
—¿Y por qué no me dices lo que realmente piensas? —le gritó—. ¿Por qué no me dices la verdad a la cara, eh? ¿Que soy un crío y no os sirvo para nada?
Alsan se volvió hacia él, con un suspiro exasperado.
—Sabes que eso no es cierto.
El chico lo miró casi con odio.
—Sí que lo es. Me dijiste que podría defenderme, pero me tienes aquí encerrado y no me dejas demostrar lo que puedo hacer. ¡Me mentiste!
—Hablaremos de ello cuando vuelva. Ahora tengo prisa: la vida de alguien puede correr peligro, y cada minuto es crucial. Recuerda que, en tu caso, si hubiésemos llegado un poco más tarde, te habríamos encontrado muerto.
—¿Y de qué sirvió, eh? —exclamó Jack, con rabia—. Me salvasteis la vida para encerrarme en esta tumba. ¡Estaría mejor muerto!
Fue visto y no visto. La mano de Alsan se disparó hacia la cara de Jack, y la bofetada lo hizo tambalearse y quedarse quieto un momento, atónito, sintiendo que le zumbaban los oídos. Parpadeó para contener las lágrimas y se llevó una mano a la mejilla dolorida.
Alsan lo miraba fijamente, muy serio. Cuando habló, no lo hizo con furia, ni siquiera con irritación, sino con calma y frialdad:
—Si quieres ser útil a la Resistencia, Jack, te quedarás aquí. Muerto no nos sirves.
Alsan salió de la habitación y dejó a Jack atrás. El chico se quedó quieto, temblando de rabia, sintiéndose humillado pero, sobre todo, traicionado. No tardó en percibir aquella especie de ondulación que sacudía el aire cuando alguien abandonaba Limbhad, y supo que Alsan y Shail se habían marchado sin él.
Regresó a su habitación, cerró de un portazo y se tendió en la cama. Estaba furioso con Alsan por tratarlo como a un niño, estaba furioso con Shail por no apoyarlo, incluso estaba furioso con Victoria, por aceptar aquel papel pasivo con tanta facilidad. Estaba furioso con Kirtash, simplemente por existir. Y, sobre todo, estaba furioso consigo mismo.
Se quedó allí, en su cuarto, tumbado en la cama, durante un buen rato, hasta que sintió de nuevo aquella ondulación, y supo que Alsan y Shail estaban de vuelta. Pero no se movió, ni siquiera cuando oyó los pies descalzos de Victoria, corriendo por el pasillo en dirección a la biblioteca. En otras circunstancias, también él se habría apresurado a acudir al encuentro de sus amigos, para ver si estaban bien y cómo les había ido en la misión. Pero en aquel momento no tenía ganas. No estaba preparado para enfrentarse a Alsan otra vez.
Apenas unos minutos después los oyó bajar a los tres. Pasaron ante la puerta de su cuarto, y oyó un fragmento de su conversación:
—… le ha acertado de lleno en el estómago —decía Alsan—. Es una quemadura bastante grave.
—¿Un hechizo ígneo? —preguntó Victoria.
—Tal vez, no lo sé. No entiendo de estas cosas. ¿Podrás curarlo?
Shail emitía en aquellos momentos un quejido de dolor, y Jack no pudo oír la respuesta de Victoria. Se le encogió el estómago al pensar que Shail había resultado herido, y estuvo a punto de levantarse e ir corriendo para ver cómo estaba. Pero reprimió el impulso. Seguro que Victoria lo curaría. Ella al menos era útil en aquel aspecto, al menos podía emplear la magia curativa, que siempre venía bien cuando no podían contar con Shail. En cambio, Jack no podía hacer nada. Absolutamente nada.
La única cosa que destacaba en él eran aquellos extraños episodios piroquinéticos. Pero, dado que no conocía su origen ni sabía cómo controlarlos, no le servían para nada. Lo único que había conseguido con ellos había sido atraer la atención de Kirtash… con fatales consecuencias para sus padres.
Se volvió sobre la cama, dando la espalda a la puerta. Estaba aprendiendo a pelear, pero, por mucho que se esforzase, jamás lograría superar a Alsan, y mucho menos a Kirtash. Los dos eran mayores que él. Y seguirían siéndolo siempre.
En la habitación de Shail, la Resistencia estaba viviendo una crisis. Victoria hacía lo que podía para curar la espantosa herida que Shaíl presentaba en el vientre, pero su magia apenas iograba restaurar los bordes de la quemadura. Victoria estaba próxima al llanto y las manos le temblaban. Evitaba mirar el rostro de Shail, pero no necesitaba hacerlo para saber que estaba sufriendo y que su vida se apagaba poco a poco.
Sintió la mano de Alsan sobre su hombro.
—Tranquila —le dijo—. Puedes hacerlo.
—No, Alsan, no puedo. No tengo bastante magia. Se va a morir…
—Victoria —Alsan la obligó a mirarlo a los ojos—. No se va a morir, ¿de acuerdo? Concéntrate. Él cree en ti, y yo también.
Victoria tragó saliva y asintió. Respiró hondo, intentando calmarse. Se volvió hacia su amigo y lo miró. Y entonces supo lo que tenía que hacer.
—Tenemos que llevarlo al bosque —decidió—. Allí mi magia funcionará mejor.
No sabía por qué estaba tan segura, pero decidió dejarse guiar por su instinto, y Alsan no discutió. Ambos cargaron de nuevo con Shail y lo sacaron de la habitación.
Lo llevaron a duras penas fuera de la casa, y después hasta el bosque. Victoria lo depositó al pie de un enorme sauce que crecía junto al arroyo y respiró hondo. La magia de la vida vibraba en el aire, podía percibirla, y sintió que todos sus sentidos reaccionaban ante ella. Algo más tranquila, colocó las manos sobre la herida de Shail y trató de transmitirle toda aquella energía.
Y entonces, lentamente, las quemaduras de Shail comenzaron a curarse. El organismo del joven hechicero absorbió la magia que irradiaban las manos de Victoria, se apropió de ella y la utilizó para regenerar los tejidos dañados. Poco a poco, la herida empezó a cerrarse.
Por fin, cuando Shail respiró profundamente y abrió los ojos, Victoria se dejó caer a su lado, agotada. El joven, algo aturdido, la miró y sonrió.
—Eh —murmuró—. ¿Lo has hecho tú?
Victoria asintió, enormemente aliviada.
—No podías morirte ahora —le respondió, con una sonrisa—. Aún tienes mucho que enseñarme.
La sonrisa de Shail se hizo más amplia.
—Claro que sí —susurró.
Entonces, el mago cerró los ojos y se sumió en un profundo sueño.
—Está bien —dijo Victoria antes de que Alsan comentara nada—. Esto es justo lo que tiene que hacer: descansar. Dormirá durante un par de días y, cuando se despierte, estará como nuevo.
Los dos cargaron de nuevo con Shail para llevarlo de vuelta a casa. Victoria se dio cuenta entonces de que Alsan cojeaba y, aunque él no había dicho nada al respecto, supuso que se habría hecho una torcedura o un esguince. Se recordó a sí misma que debía curarlo a él también en cuanto instalaran a Shail en su habitación.
—Alsan —le dijo a su amigo—, dime… ¿qué ha pasado exactamente?
El rostro del joven se ensombreció.
—Que hemos vuelto a llegar tarde, Victoria —respondió.
Jack llevaba un buen rato sumido en sus sombríos pensamientos, cuando alguien llamó a la puerta de su cuarto y, al no obtener respuesta, la abrió un poco. Por un momento, Jack pensó que sería Alsan, que había ido a pedirle disculpas por haberle pegado o, por lo menos, para ver si se encontraba bien.
—¿Jack? ¿Estás dormido?
Era la voz de Victoria.
—No, no estoy dormido.
—¿Todavía estás enfadado?
—Contigo, no.
Elia percibió por su tono de voz que prefería no hablar del tema, y no insistió.
—Alsan y Shail han vuelto de China —informó—. Por poco no lo cuentan, porque tuvieron que luchar contra Elrion y Kirtash, y Shail salió herido. Estaba muy mal y estuvieron a punto de no poder regresar…
Se interrumpió, insegura; no sabía si Jackla estaba escuchando. El muchacho suspiró y se volvió hacia ella.
—¿Y cómo está ahora?
—He conseguido curarlo, pero está débil. Tardara un poco en recuperarse.
Jack sonrió.
—Bien por ti. Eres mejor maga de lo que crees.
Victoria sonrió, incómoda.
—A!san está de mal humor, de todas formas —añadió—. La misión ha salido mal. Llegaron tarde.
A Jack se le revolvió el estómago. Recordó las palabras que el líder de la Resistencia le había dirigido un rato antes: «la vida de alguien puede correr peligro, y cada minuto es crucial».
—¿Qué…, quién era?
—Hechiceros celestes. Un grupo de cinco, tal vez una familia, no estamos seguros.
Jack se sintió peor todavía. Los celestes eran seres parecidos a los humanos, pero más altos y estilizados, de cráneos alargados y sin pelo, enormes ojos negros y fina piel de color azul celeste. Como todos los idhunitas no humanos exiliados en la Tierra, seguramente aquellos cinco habrían ocultado su identidad bajo un hechizo ilusorio que los habría hecho parecer humanos a los ojos de todos. Pero, cuando morían, el hechizo se desvanecía, y los magos recuperaban su verdadera apariencia. Jack sabía pocas cosas acerca de los celestes, pero sí conocía su rasgo más característico: eran criaturas pacíficas que jamás intervenían en una pelea. Conceptos como el asesinato, la violencia, la guerra o la traición ni siquiera existían en la variante de idhunaico que ellos hablaban. Asesinar a un celeste a sangre fría era casi peor que matar a un niño.
En cualquier caso, eran hechiceros, y habían escapado de Idhún. Para sus enemigos, no dejaban de ser renegados, una amenaza al fin y al cabo; seguramente por eso se los habían señalado a Kirtash como objetivo.
—Kirtash se estaba deshaciendo de los cuerpos cuando llegaron ellos —añadió Victoria, adivinando lo que pensaba—. Probablemente ya estaban muertos cuando el Alma lo detectó.
Jack apretó los puños con rabia. No se podía ser más despiadado y maquiavélico de lo que era Kirtash. Era asombroso hasta dónde era capaz de llegar, y solo con quince años. Por el bien de todos, era mejor que aquel sorprendente joven no alcanzara la edad adulta.
Como el chico no dijo nada, Victoria se separó de la puerta y concluyó:
—Voy a ver cómo sigue Shail. Lo he dejado dormido, así que, si quieres ir a verlo, mejor será que esperes un poco a que recupere la conciencia.
—Vale. Buenas noches.
—Buenas noches.
Victoria se fue, y Jack se quedó solo de nuevo. Pero en esta ocasión no se sintió mejor. Descubrió que habría preferido que Victoria se quedase con él, que necesitaba hablar con alguien. Pero, por otra parte, estaba esperando que Alsan acudiese a su habitación a interesarse por él. Después de su discusión, era lo menos que podía hacer.
Sin embargo, Alsan no fue a buscarlo. Sin darse cuenta, Jackse quedó dormido.
Se despertó varias horas más tarde. El reloj de su mesilla marcaba las diez y media de la mañana en Madrid, y supuso que Victoria ya se habría marchado a casa hacía rato y en aquellos momentos estaría en el colegio… intentando concentrarse en una clase de matemáticas, o de inglés, o de lo que fuera, cuando en realidad su mente estaba muy lejos, en Limbhad… con Shail, a quien había dejado recuperándose de una herida grave.
Jack se levantó y se desperezó. Seguía siendo de noche en la Casa en la Frontera, como siempre, pero para él había comenzado un nuevo día. Sin embargo, se sentía igual de mal que la noche anterior. Aún no había hecho las paces con Alsan. Y todavía no lo había perdonado.
Salió al pasillo, aún en pijama, y se asomó un momento a la habitación de Shail. Lo vio tendido en la cama, sumido en un sueño tranquilo y reparador. Sonrió. Se pondría bien.
Fue a la cocina a prepararse el desayuno.
Y allí se encontró con Alsan, que ya estaba vestido y terminando de almorzar. Abrió la boca para decir algo, pero él se le adelantó:
—¿Todavía estás así, chico? Vas a llegar tarde al entrenamiento.
—¿Qué? —pudo decir Jack, confuso.
Alsan se dirigió hacia la puerta, diciéndole:
—Te espero en la sala de prácticas.
—Pero…
—No tardes.
Alsan se marchó sin dejarle añadir nada más. Jack apretó los puños, furioso. Estuvo a punto de no acudir a la cita, pero finalmente decidió que sí lo haría, y que le demostraría a aquel príncipe engreído lo que era capaz de hacer. De manera que se dio prisa en desayunar y vestirse, y en apenas quince minutos estaba en la sala de prácticas.
Nada más entrar por la puerta, Alsan le lanzó la espada de entrenamiento, y Jack la cogió al vuelo.
—En guardia —dijo Alsan, muy serio.
Jack entrecerró los ojos, apretó los dientes y asintió, con rabia.
Fue el peor entrenamiento de aquellos cuatro meses. A pesar de que puso todo su empeño en hacerlo lo mejor posible, Alsan lo desarmaba una y otra vez, y Jack comprendió, desalentado, que si aquello hubiera sido una lucha en serio, habría muerto no menos de quince veces en aquella sesión. Pero Alsan no hizo ningún comentario al respecto. Lo obligaba a levantarse una y otra vez, a re coger la espada y seguir peleando, sin una palabra. El mismo se empleaba a fondo, y Jack se sentía cada vez más torpe y ridículo, con lo que, inevitablemente, cada vez combatía peor.
Cuando, agotado, cayó al suelo por enésima vez, sintió la punta roma de la espada de Alsan en su pecho, y alzó la mirada.
El joven lo observaba con expresión severa, pero imperturbable.
—No estás preparado —dijo solamente.
Retiró la espada y salió de la habitación, sin añadir nada más.
Jack se quedó allí, sentado en el suelo, hirviendo de cólera y vergüenza. De acuerdo, Alsan era mayor que él y manejaba mucho mejor la espada, pero no era necesario que lo humillara de aquella forma. Parpadeando para contener las lágrimas, Jack se levantó y fue a ducharse. En el siguiente entrenamiento, se dijo, le demostraría que sí estaba preparado, lo haría mucho mejor…
Después de comer, como Alsan estaba ocupado con otras cosas, Jack fue solo a la sala de entrenamiento y estuvo practicando toda la tarde con la espada los movimientos, fintas y ataques que conocía. Estuvo entrenando hasta que los brazos y los hombros le dolieron tanto que apenas podía sujetar la espada. Y solo entonces decidió descansar.
Al día siguiente le dolía todo el cuerpo, pero no se le ocurrió quejarse. En el entrenamiento, atacó a Alsan con toda su rabia, pero él volvió a desarmarlo, una y otra vez, con insultante facilidad. La camaradería que había reinado entre ambos hasta aquel momento parecía haberse esfumado. Alsan se mostraba frío, severo y distante, y Jack era demasiado orgulloso como para reconocer que aquello le importaba, o para admitir que su amigo tenía razón y todavía le quedaba mucho que aprender. De manera que se levantaba y recogía la espada, una y otra vez, y se ponía en guardia, una y otra vez, a pesar de que ya no podía ni con su alma. Hasta que Alsan decidió dar por finalizado el entrenamiento, y lo hizo sin una sola palabra de ánimo o apoyo. Jack se quedó allí, de pie, respirando entrecortadamente, pero no dijo nada ni soltó la espada. Únicamente cuando su tutor salió de la habitación y lo dejó a solas, se dejó caer al suelo y se quedó allí, sentado, exhausto, sintiendo que sería incapaz de volver a levantarse.
Acabó por hacerlo, sin embargo. Y, a pesar de ello, después de comer volvió a la sala para entrenar a solas, como el día anterior. Hasta que ya no pudo más.
Así, un día y otro día, y otro día.
Entrenaba hasta el agotamiento. A veces se dejaba vencer por el desaliento, y pegaba patadas a las paredes de la sala hasta hacerse daño, o se echaba a llorar de desesperación, pero nunca cuando estaba Alsan delante, sino cuando entrenaba a solas y sabía que nadie podía sorprenderlo en un momento de crisis. En cuanto se desahogaba, recogía de nuevo su espada y volvía a repetir los movimientos, los ataques, las defensas, los amagos, una y otra vez.
Apenas hablaba con nadie, ni siquiera con Victoria. Estaba tan obcecado con su adiestramiento que casi ni se acordaba de que ella existía. Aunque a veces, cuando el cansancio y el dolor muscular le impedían dormir pensaba en ella. Y deseaba contarle todo lo que le estaba pasando, pero siempre decidía no hacerlo, para no agobiarla con más problemas. Por otro lado, le daba vergüenza admitir que no estaba cumpliendo las expectativas de Alsan, que no merecía pertenecer a la Resistencia, a pesar de todo lo que se estaba entrenando.
Y al día siguiente, con toda puntualidad, se presentaba de nuevo en la sala de prácticas, para volver a mirar a Alsan, desafiante, para tratar de parar sus golpes, para luchar por vencerlo aunque fuera una sola vez, por muy cansado que estuviese.
Hasta que, en una ocasión, no se presentó al entrenamiento porque se quedó dormido. Cuando por fin se despertó y vio la hora del reloj, se levantó a duras penas y se precipitó hacia la sala de prácticas, pero Alsan ya no estaba allí. Lo buscó por toda la casa y no lo encontró, y tampoco a Shail. Hacía un par de días que el mago se había despertado de su sueño curativo, así que Jack supuso que los dos se habrían marchado a una de esas «misiones de reconocimiento» a las que él no estaba invitado. Apretó los puños con rabia. Estaba casi seguro de que, fuera lo que fuese aquello que estaban haciendo, Kirtash no estaba de por medio, porque había revuelo en Limbhad cada vez que la Resistencia detectaba su presencia en algún lugar del mundo. Esta era otra de las cosas que molestaban a Jack, porque parecía claro que aquellas expediciones tan misteriosas no suponían riesgos para ellos. ¿Por qué, pues, seguían manteniéndolo al margen?
Victoria tampoco estaba en Limbhad, de manera que Jack tenía toda la casa para él solo. Se encerró en su habitación durante varias horas, molesto y malhumorado. En esta ocasión ni siquiera tenía ganas de entrenarse. No podía dejar de pensar en que Alsan ya le había demostrado lo inútil que resultaba para la Resistencia y lo pronto que lo matarían si se le ocurría salir de Limbhad. Y Jack podía aceptar no ser bueno con la espada, incluso podría aceptar quedarse en Limbhad el tiempo que hiciera falta… pero haciendo algo, cualquier cosa. Victoria por lo menos poseía habilidades curativas, pero él… ¿qué podía hacer él?
Tal vez lograra ayudar en algo buscando información. Se incorporó de un salto. Sí, eso era. Siempre llegaban tarde para salvar a las víctimas de Kirtash porque no podían estar a todas horas observando el mundo a través del Alma para ver qué hacía su enemigo. Quizá él pudiera ocuparse de esa parte… si es que sabía cómo hacerlo.
Dudó. Nunca lo había intentado, en realidad, y se preguntó si el Alma estaría dispuesta a mostrarle lo que él quisiera ver. No costaba nada probar, de todas formas.
V
CARA A CARA

Subió en silencio por la gran escalera de caracol y, una vez delante de la puerta de la biblioteca, la empujó con suavidad; esta cedió sin necesidad de que hiciese demasiada presión. Entró.
Era la primera vez que estaba a solas en la biblioteca desde el día de su llegada, y se estremeció al recordar las fantásticas visiones que había contemplado allí entonces.
Cerró la puerta tras de sí y miró a su alrededor. La estancia estaba a oscuras y en silencio. La enorme mesa redonda seguía también en el centro de la habitación, rodeada de seis sillas y contemplada por los cientos de viejos volúmenes escritos en antiguo idhunaico y encuadernados en piel que reposaban en las altísimas estanterías que forraban las paredes.
—Luz —murmuró Jack a media voz.
Tras un chisporroteo, las antorchas se encendieron, Jack no pudo evitar una sonrisa. Alsan le había explicado que, a excepción del pequeño templo del jardín, donde se rendía adoración a los dioses de Idhún, aquella sala era el lugar más importante de Limbhad. Por eso no le había permitido a Shail alterarla con ningún artefacto de la Tierra. La luz allí se encendía con solo pedirlo en voz alta, V el mismo sistema servía para las ventanas de la casa, cerradas con aquel extraño material tan flexible, que desaparecía y reaparecía cuando se lo ordenaban. Jack sonrió de nuevo, recordando su primera noche allí, y cómo había intentado abrir aquellas ventanas, sin conseguido. Entonces todavía no creía en la magia o, al menos, no demasiado.
Pero desde aquella noche habían pasado muchas cosas.
Se aproximó a la mesa, intimidado, y contempló los extraños símbolos y grabados que la adornaban. Gracias al amuleto de comunicación que le había regalado Victoria, podía hablar, entender y leer el idhunaico. Pero eso no incluía et idhunaico arcano, una variante del lenguaje de Idhún, misteriosa y esotérica, que solo los magos conocían y utilizaban.
Shail le había hablado de la historia de Limbhad y de aquella biblioteca.
En tiempos remotos, le había dicho, la enemistad entre magos y sacerdotes llegó a su punto culminante y desencadenó una gran guerra. Los hechiceros habían perdido y, perseguidos y acosados por una casta sacerdotal que los presentaba ante el pueblo como adoradores del Séptimo, el dios oscuro, no habían tenido más remedio que huir.
—Abrieron un portal dimensional hasta la Tierra —le había contado Shail—, pero allí no les fue mejor. La Inquisición, la caza de brujas, todo eso. Algunos se refugiaron en lugares habitados por pueblos primitivos que aún respetaban la magia, pero otros volvieron atrás y crearon Limbhad, donde se ocultaron hasta que las circunstancias les permitieron volver. Sin embargo, de alguna manera, con el paso de los siglos, toda la información que había sobre Limbhad se perdió. Cuando yo empecé a estudiar, este lugar no era más que una leyenda.
Ahora la historia se repetía. Una nueva generación de magos había escapado de Idhún.
Alsan y Shail le contaron que ellos se habían topado con Limbhad por pura casualidad. Al caer por el túnel interdimensional se habían desviado ligeramente de la ruta prevista, y habían ido a parar a la Casa en la Frontera, lo cual favorecía considerablemente sus planes. Por desgracia, ahora no les era posible contactar con ninguno de los magos idhunitas exiliados en la Tierra. Ya fueran humanos, feéricos, gigantes, celestes, varu o yan, las principales razas inteligentes de Idhún, estaban camuflados entre los nativos bajo forma humana. Y, por supuesto, no empleaban la magia; de lo contrario, Kirtash los localizaría.
Todo esto se lo había explicado el Alma, de !a misma manera que le había enseñado a Jack lo que había pasado en Idhún e! día en que los seis astros se reunieron en el cielo en aquella aterradora conjunción.
—Fueron los tres soles y las tres lunas, ¿verdad? —había preguntado a Alsan—. Al reunirse en el cielo provocaron la muerte de los dragones. Yo lo vi.
—Sí y no —replicó su amigo—. El Hexágono que representa el entrelazamiento de los seis astros en el cielo es el símbolo de Idhún. Esa conjunción ocurre una vez cada muchos siglos, pero no siempre implica una catástrofe. También puede producir grandes milagros. Los seis astros mueven una energía inmensa,., todo depende de quién utilice esa energía, y para qué.
—Hasta aquel día —añadió Shail, palideciendo—, ningún mortal había logrado provocar una conjunción. Ashran el Nigromante lo hizo, y empleó el inmenso poder del Hexágono para comunicarse con los sheks; les abrió la Puerta que les permitiría regresar a Idhún y les entregó nuestro mundo en bandeja.
—¡Las serpientes aladas! —exclamó Jack, haciendo un gesto de repugnancia—. Las vi. Cientos de ellas. Tal vez miles.
—Los sheks —dijo Alsan lentamente— son las criaturas más mortíferas de Idhún. Los únicos seres que podrían enfrentarse a los dragones y salir victoriosos.
Jack no había hecho más preguntas. Todo lo que Alsan y Shail le contaban de Idhún le interesaba solo hasta cierto punto. Nunca había estado allí o, por lo menos, no lo recordaba. La idea de que existiesen de verdad criaturas tales como serpientes aladas o dragones seguía pareciéndole demasiado fantástica, a pesar de todo lo que había visto.
Pero Kirtash era muy real.
Se sentó en uno de los altos sillones que rodeaban la mesa redonda y respiró hondo, tratando de concentrarse. Después, con lentitud, colocó las manos sobre la mesa y llamó en silencio al espíritu de Limbhad.
La presencia del Alma lo invadió de manera casi instantánea. Para no distraerse, evitó abrir los ojos, aunque sospechaba que en el centro de la mesa había comenzado a producirse aquel extraño fenómeno de la última vez: una esfera de luz brillante que rotaba sobre sí misma…
«Quiero preguntarte algo», pensó Jack, sintiéndose, sin embargo, algo estúpido.
El Alma no respondió, al menos no de manera clara y directa, pero Jack percibió que estaba receptiva y aguardaba su consulta.
«Quisiera que me mostrases a una persona que está en la Tierra».
Tampoco esta ve2 hubo respuesta, aunque Jack sintió que el Alma tenía sus reservas, y comprendió enseguida lo que quería decir: ni siquiera el espíritu de Limbhad podía encontrar a alguien que no quería dejarse localizar y que podía usar la magia para ocultarse de su mirada… como todos los hechiceros idhunitas exiliados. El camuflaje mágico exigía una mínima cantidad de energía y, a pesar de tratarse de un hechizo, no podía ser detectado con facilidad.
Pero aquel a quien buscaba Jack no tenía motivos para ocultarse. Porque militaba en el bando de los vencedores y, seguramente, estaba acostumbrado a que la gente huyese de él, y no al revés.
«Muéstrame a Kirtash», pidió Jack. «Quiero ver dónde está, y qué hace».
El Alma no puso objeciones. Jack abrió los ojos.
La esfera brillante giraba todavía a mayor velocidad y había adquirido un tono azulado. Jack comprendió que, en esta ocasión, se trataba de la Tierra.
Se vio súbitamente engullido por aquella representación tridimensional de su planeta y se halló de pronto cayendo entre las nubes. El pánico lo inundó, pero se obligó a sí mismo a recordarse que aquello no era real, sino que se trataba de una visión. Se detuvo entonces y miró hacia abajo.
Flotaba. A sus pies, el mundo giraba más deprisa de lo normal. Vio a lo lejos las sombras de una gran ciudad, cuyos edificios más altos pinchaban las nubes que cubrían el cielo nocturno. Al principio se sintió desconcertado. Aquella ciudad le resultaba muy familiar, pero no terminaba de ubicarla. Se sintió poderosamente atraído hacia allí y se apresuró a dejarse llevar por su instinto.
Volvió a sentir aquella embriagadora sensación al sobrevolar las azoteas de los edificios, sin fijarse apenas en las luces deslumbrantes de la enorme metrópoli. Percibió que comenzaba a moverse cada vez más y más deprisa, e intuyó que estaba acercándose a su objetivo. Los contornos de los edificios se sucedían velozmente a sus pies, los ruidos no eran más que un confuso murmullo en el que resultaba imposible distinguir nada…
De pronto, se detuvo.
Miró a su alrededor. Ahora estaba en una zona de edificios antiguos y severos, pero que poseían un aire de elegante dignidad que evocaba el sabor de tiempos pasados. Un poco más allá, sin embargo, había una llamativa construcción posmoderna, de ladrillo rojo y tejados grises, cuya estructura trapezoidal estaba presidida por un gran patio en el que destacaba una estatua que representaba un hombre sentado. Sin embargo, lo que llamó su atención fue la sombra que se alzaba sobre una de las azoteas, contemplando la ciudad que se extendía ante él. Era casi imposible verle, puesto que vestía de negro y su figura se fundía con el cielo nocturno, pero Jack lo detectó de inmediato, y se obligó a sí mismo, o a su representación astral, o lo que fuera, a acercarse más. La silueta, alta, esbelta y elegante, no inspiraba confianza. Su postura era engañosamente relajada; un observador atento habría percibido que, bajo aquella calma aparente, sus músculos estaban en tensión, como los de un depredador acechando a su presa.
Kirtash.
Jack se quedó apenas un momento inmóvil, conteniendo el aliento. No se hallaba allí físicamente, por lo que Kirtash no podía haberlo visto. Se quedó quieto, indeciso, hasta que vio que una segunda figura salía a la azotea. Era un hombre de cabello negro y facciones finas y aristocráticas, Jack no lo reconoció al principio, puesto que ya no llevaba la túnica, sino que vestía ropa normal, de calle, pero cuando estuvo más cerca supo enseguida quién era.
Elrion, el mago que había matado a sus padres.
Sintió que lo invadía la ira, pero recordó su intención de recabar información para ser útil a la Resistencia y se esforzó por mantenerse sereno; entonces se preguntó qué hacían aquellos dos en aquel lugar. Vio cómo el mago se acercaba a Kirtash y le tendía algo. Jack se acercó un poco más.
Era un libro, un volumen muy antiguo. No había nada escrito sobre la cubierta de piel gastada, pero Jack apreció el símbolo de un hexágono. Kirtash sonrió, satisfecho, cuando el mago abrió el libro y le mostró una página al azar, Jack se aproximó más, intentando leer lo que había escrito en ella; descubrió que los símbolos eran idhunaicos, pero aun así no logró descifrarlos, por lo que supuso que se trataba del lenguaje arcano, y lo invadió la curiosidad. ¿Dónde habían encontrado aquel libro? ¿Dónde estaban exactamente?
Kirtash cogió el libro y lo cerró de golpe. Jack quiso apartarse, pero… sin saber muy bien cómo, se encontró justo detrás de él. Y, aunque sabía que aquello era solo una visión, no pudo evitar sentirse inquieto.
Y entonces él se volvió.
Fue un movimiento tan rápido que el ojo de Jack apenas pudo captarlo. Pero cuando quiso darse cuenta estaba mirándolo a los ojos.
Los ojos de Kirtash, gélidos, letales.
Jack retrocedió, sin poder apartar su mirada de la de Kirtash. De nuevo tuvo aquella horrible sensación.
Frío.
Un espantoso estremecimiento ¡o recorrió de pies a cabeza mientras algo comenzaba a explorar su mente, como aquella vez, en Silkeborg. Y supo de nuevo que aquella mirada podía matarle. No sabía de dónde había sacado aquella idea, pero sí tuvo el absoluto convencimiento de que, aunque parecía absurda, era la verdad. Si seguía mirando a Kirtash a los ojos, moriría.
Trató de retroceder un poco más, pero estaba hipnotizado por aquella mirada.
Quiso gritar, pero las palabras quedaron congeladas en sus labios.
De pronto sintió que algo tiraba de él, y entonces todo comenzó a dar vueltas, y después se puso negro.
Se despertó en la biblioteca de Limbhad. Estaba en el suelo, respirando entrecortadamente y tiritando como si padeciese una hipotermia, y Alsan estaba ante él, zarandeándolo, furioso, gritando algo que al principio Jack no fue capaz de captar. Mareado, intentó incorporarse, mientras las palabras de Alsan comenzaban a tomar forma en su mente:
—¡¡…completamente chinado, parece que no hayas aprendido nada de io que te he enseñado!! ¡Nunca, nunca trates de enfrentarte a Kirtash tú solo! ¡Ha estado a punto de matarte!
—¿Có… cómo? —tartamudeó Jack, aún aturdido—, ¡Yo no estaba allí! Mi cuerpo…
—Kirtash mata con la mirada, Jack —era la voz de Shail; Jack enfocó un poco la vista y pudo distinguirlo detrás de Alsan—. Si alcanza tu mente, estás perdido. Suerte que hemos podido sacarte de allí a tiempo.
Alsan lo soltó.
—Eres un inconsciente, chico. ¿Todavía no sabes con quién te la estás jugando? ¡Nuestro enemigo ha sometido a todo un mundo y ha aniquilado a las dos razas más poderosas de Idhún en un solo día! ¿Y tú crees que puedes enfrentarte solo a un enviado suyo, alguien en quien ellos confían tanto como para encomendarle una misión como esta?
—Lo siento —murmuró Jack, algo enfurruñado.
Alsan suspiró, exasperado.
—Está bien, podría haber sido peor.
—Mucho peor —asintió Shail, examinando los luminosos contornos cambiantes de la esfera en la que se manifestaba el Alma—, No solo podrías haber muerto, sino que Kirtash podría haber llegado hasta nosotros a través de tu mente, y Limbhad habría dejado de ser un lugar seguro para la Resistencia.
Aquella revelación golpeó a Jack como una maza.
—No tenía ni idea —musitó, abrumado por las implicaciones de aquella posibilidad—. Lo siento, he sido un estúpido.
—Nos hemos dado cuenta —gruñó Alsan, incorporándose—. Vuelve a tu cuarto.
—Y trata de descansar —añadió Shail, para restar dureza a las palabras de su amigo—. Apuesto a que ahora tienes un bonito dolor de cabeza.
Jack obedeció, con el corazón encogido.
Volvió a su habitación, se tumbó sobre la cama y cerró los ojos. Cada vez que lo hacía pensaba que al abrirlos descubriría que todo había sido un mal sueño y que seguía en su granja, en Dinamarca, con su familia.
Pero eso nunca ocurría.
Aquella vez no fue diferente. Jack abrió de nuevo los ojos y vio el techo redondeado de su habitación de Limbhad. Aquel lugar era acogedor, y Jack se había esforzado por hacerlo más personal, pero seguía sin ser su casa.
En aquel momento, en concreto, se sentía más deprimido de lo habitual. Sentía muchísimo haber cometido la estupidez de espiar a Kirtash a través del Alma, y se preguntó si Alsan lo perdonaría por haber puesto su empresa en peligro por culpa de su precipitación y su insensatez. Deseó que se le pasara pronto el enfado. Se dio cuenta de que, a pesar de la frialdad con que lo había tratado en los últimos días, en realidad pocas cosas le importaban más que la amistad de Alsan. Quizá porque ya no le quedaba mucho más que conservar, aparte de su vida y su orgullo.
Alguien llamó a su puerta con suavidad. Jack pensó que se trataba de Shail, o de Victoria; se incorporó y murmuró:
—Adelante.
La puerta se abrió, y fue Alsan quien entró en ¡a habitación. Jack lo miró, entre sorprendido y receloso.
—No hace falta que vuelvas a reñirme —le espetó, antes de que él pudiera decir nada—. Ya he pedido perdón.
Pero Alsan negó con la cabeza y tomó asiento cerca de él.
—No se trata de eso, chico. Tenemos que hablar.
Jack, todavía sentado sobre la cama, cruzó las piernas y apoyó la espalda en la pared.
— Ya se lo que vas a decirme —murmuró—. No estoy preparado para pertenecer a la Resistencia, ¿verdad? Y nunca lo estaré.
Para su sorpresa, Alsan sonrió ampliamente.
—Nada más lejos de la realidad, Jack. Eres el alumno más prometedor que he tenido jamás.
Jack lo miró con la boca abierta.
—¿Me estás tomando el pelo?
—En absoluto. Y te aseguro que he entrenado a muchos en mi reino, chico. Muchachos de tu edad, hijos de nobles que aspiraban a ser algún día capitanes del ejército de mi padre. Me gustaba probarlos personalmente para conocer las virtudes y defectos de mis futuros caballeros. Ninguno de ellos poseía el temple y la fuerza de voluntad que tú me has demostrado estos días. Ninguno de ellos progresó con tanta rapidez en el manejo de la espada.
Los ojos de Jack se llenaron de lágrimas, pero parpadeó para contenerlas.
—¿Por qué no me lo has dicho antes? —le reprochó.
—Porque hay algo que no me gusta de ti, y es esa rabia y ese odio que te ciegan, ese orgullo que te lleva a cometer imprudencias que te pueden costar la vida. He tenido que humillarte, he tenido que quemarte física y psicológicamente para que por una vez en tu vida te pares a pensar y aprendas a tener paciencia. Pero reconozco que no esperaba que reaccionaras como lo has hecho… espiando a Kirtash a través del Alma.
—Quería ser útil de alguna forma —murmuró Jack.
—Y lo eres, Jack. Si te mantengo alejado de todo esto es por dos motivos: en primer lugar, porque estás obsesionado con Kiríash, y cuando se trata de él no puedes pensar con objetividad. Mientras sigas siendo así de temerario, él tendrá todas las de ganar, y no le costará mucho matarte en vuestro próximo enfrentamiento porque, por mucho que te entrenes, tu enemigo seguirá siendo más frío y templado que tú. Y, en segundo lugar… porque no quiero perder antes de tiempo al gran guerrero que sé que vas a ser… y al amigo que ya eres para mí. Así que supuse que tenía que apartarte de Kirtash hasta que asimilaras un poco la muerte de tus padres y fueras capaz de enfrentarte a él con más calma y frialdad.
Jack no supo qué decir. Pero tampoco Alsan añadió nada más, por lo que finalmente el muchacho tragó saliva y murmuró, abatido:
—Comprendo. He metido la pata, ¿verdad?
—Todos nos equivocamos, chico —replicó Alsan, moviendo la cabeza—. Eso es lo de menos. Lo que realmente importa es que saques algo en claro de todo esto. ¿Entiendes?
Jack asintió y lo miró, agradecido. Toda la rabia y el rencor parecían haberse esfumado.
—Entiendo. No volveré a defraudarte, Alsan. Te lo prometo.
Alsan sonrió.
—Lo sé, chico —respondió, revolviéndole el pelo con cariño—. Cuento contigo y sé que no me fallarás.
Jack le devolvió la sonrisa. Alsan salió de la habitación sin decir nada más, pero el muchacho se sentía mucho mejor, como si se hubiera quitado un enorme peso de encima. Pensó en todo lo que había pasado aquellos días, y se acordó de Victoria. Se levantó de un salto. Tenía un asunto pendiente con ella.
Salió de su cuarto y la buscó por la casa. La encontró

KUPRIENKO