Ulrico Schmidl. DERROTERO Y VIAJE AL RIO DE LA PLATA Y PARAGUAY.

Ulrico Schmidl. DERROTERO Y VIAJE AL RIO DE LA PLATA Y PARAGUAY.
Ульрих Шмидль. Путешествие к Рио-де-ла-Плата и Парагваю, и каков путь туда.

Ulrico Schmidl

DERROTERO Y VIAJE
AL RIO DE LA PLATA
Y PARAGUAY

Edición dirigida y prologada por

Roberto Quevedo

BIBLIOTECA PARAGUAYA

Ediciones NAPA

Asunción, Paraguay

Abril 1983

Retrato de Ulrico Schmidl. Pintura primitiva y anónima existente en el museo histórico de Straubing, que representa a un guerrero armado con espada y lanza, con media armadura en los brazos y protector de cuero. (Pulsar sobre el ícono para ver la imagen completa)

ULRICO SCHMIDL

El hombre y su obra

por

Roberto Quevedo

EDICIONES Y CODICES DE LA OBRA

La crónica histórica de Ulrico Schmidl cronológicamente es la segunda obra sobre la historia del Paraguay, ya que la primera son “Los Comentarios” de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, impreso en Valladolid en 1555. En 1567 aparece en Francfort del Maine la versión alemana de Schmidl. En la historiografía paraguaya del período hispano, es sin duda la que tuvo más éxito entre los impresores. Hoy día tiene cuarenta y tres ediciones con la presente, de las cuales veinte están en alemán, con traducciones al latín, francés, inglés, holandés. Es de 1731 la primera versión en castellano.

En su estudio sobre Schmidl, Efraím Cardozo afirma que se conocen tres códices o manuscritos de la obra, todos ellos en alemán y con letra del siglo XVI. El códice de Sttutgart, editado por J. Mondschein en 1893; el códice de Munich editado por Valentín Langmantel en 1889 y traducido al castellano por Samuel Lafone Quevedo en 1903; y el códice de Hamburgo hasta hoy no publicado. Existe un cuarto manuscrito que perteneció a la biblioteca Inhof-Ebner de Nuremberg, del que se carece de noticias desde 1839. Las ediciones del siglo XVI no se hicieron en base a ninguno de los códices conocidos. Los estudiosos del siglo pasado y del presente están de acuerdo, que el más antiguo y cercano al original es el de Sttutgart.

Por parecernos la más correcta y fidedigna para la “BIBLIOTECA PARAGUAYA”, “Ediciones Napa”, lanza esta edición facsímil y bilingüe castellano-alemán, de la ejecutada en Buenos Aires en 1948 con motivo del IV centenario de la fundación de esa ciudad. Es versión paleográfica en alemán y traducción al castellano de Edmundo Wernicke, hecha sobre el códice de Sttutgart. Están agregadas las notas de Wernicke. Publicamos los grabados de la edición latina de Hulsius de 1599 y destacamos su importancia, pues es la primera muestra de la iconografía paraguaya.

Antes de su impresión en 1567, la crónica del viaje del conquistador de Strubing, tuvo amplia difusión en copias manuscritas, como ocurrió con la historia del paraguayo Ruy Díaz de Guzmán. Con las seis primeras ediciones en el siglo XVI, ya la obra fue considerada como autoridad indiscutible en su materia en la historiografía mundial. Los historiadores jesuitas no dejaron de utilizarla y citarla. Félix de Azara fue el primero en comentar a nuestros primitivos historiadores. Considera a Schmidl el más exacto en la ubicación geográfica de las parcialidades indígenas y puntual en las distancias, pero no deja de criticar su exageración de hechos guerreros y la mala redacción de los nombres.

Es José María Gutiérrez quien realiza en 1876, el primer estudio completo de su obra y persona, afirmando que como testigo presencial de los hechos narrados, es amigo de la verdad y exactitud. Con anterioridad, en 1836 Pedro de Angelis afirmaba que la obra es “primer monumento de nuestra historia”. En 1881 Mariano Pelliza prologa su edición, admirando su fortaleza de ánimo y no vulgar inteligencia.

Entre 1881 y 1893 los investigadores alemanes Johannes E. Mondschein y Valentín Langmantel publican trabajos de investigación sobre la obra y biografía de su paisano bávaro. En América estudia su actuación y analiza su obra Bartolomé Mitre, en 1890 y 1903, y lo hace en forma encomiable. Traza su parangón con Bernal Díaz del Castillo, como soldado e historiador de la conquista mexicana, aunque nuestro alemán no le iguale en genio literario.

En la Revista del Instituto Paraguayo, Manuel Domínguez lanza en 1900, la primera crítica adversa a Schmidl. Afirma: “Por la escasísima capacidad del autor, por el papel oscurísimo que jugó, por la edad en que compuso o hizo componer su libro, por la vehemente sospecha de haber sido un farsante, por tratarse de acontecimientos que hacía tantos años sucedieron, sin servirse de apuntes según las mayores probabilidades, por el estado de ánimo del público europeo para quien se escribió el libro”… …”la historia que voy a analizar merece escasa fe”… En su examen crítico llega a la conclusión que la obra es “un lío capaz de dejarnos locos”… Señala errores de fechas que no coincidían cronológicamente con sus investigaciones sobre la conquista.

Inmediatamente le replica con ingenio Manuel Gondra, defendiendo las afirmaciones de Schmidl, dando motivo a una polémica mantenida en los diarios de la época. En Buenos Aires se hace eco Lafone Quevedo, publicando en la misma Revista del Instituto Paraguayo, su tesis sobre la veracidad de las afirmaciones de Schmidl. En 1912 el francés Pablo Groussac, con su mordacidad característica, afirma refiriéndose a Schmidl: “El rudo soldado bávaro no aprendió en veinte años de nomadismo platense a pronunciar ni escribir un solo nombre en castellano o indígena, pero fue testigo presencial de lo que relata”… por lo que considera a la obra de “un valor inapreciable”. Luego de éste corto reconocimiento, el crítico francés le endilga gratuitamente el siguiente párrafo: “La doble vista del desgraciado bávaro llega a la degeneración características de los alcoholistas”…!

Fulgencio R. Moreno se muestra muy favorable a los testimonios de la crónica, sobre todo “después de los estudios hechos acerca del cronista alemán por el ilustre etnólogo argentino don Samuel Lafone Quevedo”. Para el crítico literario Ricardo Rojas su prosa es mala y por excepción se encuentra alguna reminiscencia literaria, aludiendo a una comedia de Terencio. En su “Historia de la literatura argentina”, dice que “su prosa es claudicante, de soldadote, pero con vivacidad de las cosas vistas”… Observa un constante realismo, donde se le descubre afición a las fiestas y a las mujeres indias; ejemplo: “Estas mujeres son muy hermosas y grandes enamoradas, muy corrientes y de naturaleza muy ardientes a mi modo de ver”… Rojas encuentra que Schmidl es lacónico y preciso en sus juicios, y que mostró a nuestros historiadores modernos “el sentido retrospectivo y el color de su tiempo”.

Desde 1928 Edmundo Wernicke estudia y traduce el códice de Sttutgart. Lo juzga filológicamente, pretendiendo esclarecer la toponimia entre ortográfica y fonética, comparando los distintos códices y elaborando una teoría propia. No se adentra en la corrección cronológica o histórica. Rómulo Carbia en 1940 juzgó la labor de Wernicke como el aporte más serio y positivo sobre la crónica. Enrique de Gandía al prologar una edición le es favorable. Para Carlos R. Centurión en su “Historia de las Letras Paraguayas”, lacónicamente afirma que el libro es ameno, “aunque exento de toda elegancia”…

Quien analiza y enumera todas las ediciones de Ulrico Schmidl, es Efraím Cardozo en su “Historiografía Paraguaya” de 1959. Luego de pasar revista a críticos favorables y retractores de la crónica, afirma: “La suya es la voz anónima de un soldado sin lustre ni hazañas, que se levanta ante la posteridad, no para justificar actuaciones personales por nadie discutidas, ni para inventar proezas sino para decir, en prosa sencilla, ingenua y vívida la historia de fatigas y penurias del pueblo en la obscura empresa de la conquista del Paraguay”. Sostiene el historiador Cardozo que “ese valor social, más que sus inexistentes méritos literarios explica la enorme difusión que ha encontrado”…

El historiador boliviano Hernando Sanabria publica en 1974 una biografía de Schmidl sobre su aventura americana. Con una bibliografía al día y sin apartarse de la documentación, reconstruye la vida aventurera del bueno de Ulrico, contando sus andanzas por el Guapay en los confines de las tierras cruceñas. Lo hace con un castellano limpio, claro y elegante con sabor romántico. Es la biografía que faltaba.

El último aporte importante sobre la obra de Schmidl, lo hizo Vicente Pistilli S., con su “Cronología de Ulrich Schmidel” en 1980. Su investigación es prueba irrefutable sobre la cronología de Schmidl. Lo hace con buen aparato científico, comparativo y demostrativo, usando varias hipótesis, sobre los calendarios que pudo haber usado el conquistador alemán. Llega a la conclusión, demostrando que fue el calendario Juliano y del rito Galicano, comparándolo con el calendario oficial Gregoriano.

Con esta demostración, se acrecienta el valor histórico de la obra de Schmidl.

Los futuros estudios y el tiempo irán decantando lo superfluo, y se aquilatará el valor histórico, literario y sociológico de las noticias de Schmidl, que como todos los historiadores habrá errado muchas veces, pero seguramente menos que aquellos que no perdonaron sus errores.

EL HOMBRE ULRICO SCHMIDL
RETRATO DE ULRICO

Tres son los retratos conocidos de Schmidl, dos de ellos son grabados aparecidos por primera vez en la edición latina de 1599. Ambos representan a un soldado con espada y lanza, uno parado sobre un yaguareté; el otro en el mismo, pero montado sobre una llama de la región andina. El tercer retrato es una pintura primitiva y anónima existente en el museo histórico de Straubing, que representa a un guerrero armado con espada y lanza, con media armadura en los brazos y protector de cuero, el rostro se asemeja bastante al del grabado.

Quien mejor lo retrató en su catadura moral y temperamental, para acercarnos a lo que fue el hombre Ulrico Schmidl, ha sido el historiador Bartolomé Mitre, que lo vio así: “El retrato de cuerpo entero de Schmidl da la idea de un hombre de constitución robusta, con miembros bien distribuidos y una poderosa musculatura, apropiada para el ejercicio de las armas de que está revestido. En su fisonomía se hermana la benevolencia con la fuerza. Sus trabajos dan la muestra de su resistencia física. Su letra indica una mano firme y experta. Su relato revela el carácter sólido de un alemán de temperamento sanguíneo-linfático, con propensión instintiva a las aventuras, a la par que un juicio sano y un sentido moral que se subleva contra la injusticia en su medida. En medio de ésto cierta indiferencia del soldado de valor frío, que mata, incendia, saquea y cautiva hombres y mujeres, en cumplimiento del deber o en provecho propio”… “La fidelidad a su caudillo de elección es otro de sus rasgos característicos”.

ULRICO Y SU FAMILIA

La familia Schmidl es antigua en Baviera, y en la ciudad de Straubing como patricios fueron ennoblecidos por Federico III, que les concedió un escudo de armas formado con la cabeza de un ciervo en campo blanco coronado alrededor de las astas. Los Schmidl se emparentaron varias veces con los Zellern, el más viejo linaje de consejeros de la ciudad. En el consejo ciudadano aparece por primera vez un Schmidl en 1364 y a partir de entonces no dejan de figurar hasta 1558. Además fueron señores feudales del vecino castillo de Azlburg, como el padre y un hermano de nuestro prócer. Fueron administradores de minas, consejeros del príncipe, y regentes de aduanas.

El antepasado directo más lejano y documentado fue Peter Schmidl fallecido en 1364. Abuelo de nuestro personaje fue Erhard Schmidl “el mayor”, intendente municipal durante seis períodos entre 1449 y 1480, y administrador de minas en 1483; fue casado con Felicita Zellern fallecida en 1501 y fueron padres: 1.- Erhard Schmidl “el menor” casado con Verónica Zellern; 2.- Ambros Schmidl, secretario del obispado en 1484, intendente municipal en 1495, también fue administrador del feudo del hospital en 1490 y 1519, fue casado con Martha Zellern; y 3.- Wolfgang Schmidl quien falleció en 1511, habiendo sido intendente municipal desde 1506 a 1508, delegado para el acuerdo de la guerra de sucesión en 1506, regente de la aduana y feudatario del castillo de Alzburg por el príncipe Ruprecht obispo de Regenburg. Casó en primer matrimonio con su pariente Ana Zellern fallecida antes de 1498, tuvieron dos hijos: 1.- Friedrich Schmidl quien hereda de su padre el cargo feudatario del castillo de Alzburg por el conde palatino del Rhin y duque de Baviera, el príncipe Juan de Regenburg; no tuvo sucesión; y 2.- Thomas Schmidl fallecido el 20 de septiembre de 1554, intendente municipal desde 1522 a 1535, consejero del príncipe en 1539, feudatario del castillo desde 1536. Casó primero con su prima Magdalena Zellern sin sucesión y luego con Margarita Mallerin, fallecida en 1557 sin sucesión.

Wolfgang Schmidl estuvo casado en segundo matrimonio, ignorándose el nombre de su mujer. Hijo de ambos fue Ulrico Schmidl nacido entre 1510 y 1511. De su mocedad es muy poco lo que conocemos. Debe haber tenido una buena educación y asistido a un colegio latino, pues su familia siempre se ocupó de la cultura, dotando becas para estudios universitarios a miembros de su casa. Nuestro Ulrico crióse al lado de sus hermanos, y suponemos que estuvo mezclado en su primera juventud, con los problemas religiosos de la reforma, que bien puede ser el motivo de su partida hacia el nuevo mundo, por indicación de su poderoso e influyente hermano Thomas.

BUSCANDO LA SIERRA DE LA PLATA

Si tuviéramos que reconstruir la biografía americana de Schmidl, con sólo la documentación conocida de la época de la conquista, contaríamos sólo con dos constancias de su paso por el Paraguay. Una es su firma designando gobernador a Domingo de Irala en el puerto de San Fernando en 1549. La otra es una mención de su persona hecha por el fundador de Asunción, Juan de Salazar en 1553. Aunque careciéramos de estos dos documentos su actuación está relatada en su crónica histórica. Relato que encaja, coincide y es complemento indispensable para el conocimiento de los primeros veinte años de la conquista, con los “Comentarios” de Cabeza de Vaca, la historia de Guzmán y el resto de la documentación conocida.

Schmidl nos cuenta que viajó en la armada de don Pedro de Mendoza, en un navío que pertenecía a Sebastián Neithert y a Jacobo Welser despachado con mercaderías a cargo de Enrique Paime. Afirma Ulrico: “Con estos, yo y otros alto-alemanes y neerlandeses, hasta ochenta hombres, bien pertrechados con nuestras armas de fuego y otras más”… Afirmación que no dice que él estuviera relacionado comercialmente con los banqueros Welser, como hasta la fecha afirman algunos historiadores. Está bien claro que los alemanes y holandeses venían como soldados y hombres de guerra, asimilados a la magnífica armada mendocina, aviada para una gran conquista, que terminó en “las mayores miserias, hambres y guerras de cuantas se han pasado en las Indias”…, al decir de nuestro Ruy Díaz de Guzmán.

Permítasenos hacer una apretada síntesis de las andanzas guerreras del conquistador germánico. Asistió a la primera población del puerto de Buenos Aires, participando en los encuentros y guerrillas con los indios querandíes. Remontó el río Paraná y permaneció en Corpus Cristi hasta su destrucción por los indios. Formó parte de la hueste de Juan de Ayolas al Paraguay, y estuvo presente en el pueblo de Lambaré de los Carios, donde luego se asentó Asunción. En el alto-Paraguay permaneció en el puerto de San Fernando con Domingo de Irala, aguardando el retorno de Ayolas de su entrada al Chaco. Viaja con Irala al puerto de Buenos Aires, y acompaña al capitán Gonzalo de Mendoza al Mbiazá atlántico en busca de bastimentos, naufragando al regreso. Es testigo del abandono de Buenos Aires ejecutado por Irala en 1541.

El adelantado Cabeza de Vaca, llegado a Asunción, envió en octubre de 1542 una expedición de reconocimiento al norte del Paraguay al mando de Irala y formaba parte de ella Ulrico Schmidl. Regresando realizan una campaña contra el cacique Aracaré y su parcialidad, hasta ajusticiar al caudillo guaraní. Formó parte de la gran entrada de Alvar Núñez al norte, iniciada en septiembre de 1543 y que dura hasta abril del año siguiente, donde fue compañero de Hernando de Ribera en la entrada hasta los xarayes buscando las noticias de los metales. Ya de vuelta, en Asunción participa en la deposición del adelantado Cabeza de Vaca, declarándose ardiente partidario de Irala. Actúa en la guerra guaranítica, que se inicia con la rebelión de Tabaré y el levantamiento general de los carios, desarrollándose los primeros encuentros en la Frontera o valle de Guarnipitán, luego en la Acaraiba o Acahai, culminando con el sojuzgamiento y rendición de Tabaré en el lugar de Hieruquizaba, que Schmidl lo ubica casi a orillas del río Jejuí. La guerra guaranítica duró un año y medio, de junio de 1545 a diciembre de 1546.

Participa en otra entrada al Chaco que efectúa Irala en 1547. Desde el puerto y cerro de San Fernando caminaron hacia el poniente, siguiendo la noticia de la “sierra de la Plata”. Fue una larga expedición, en que tuvieron que combatir a casi todas las parcialidades indígenas, y pasaron terribles días de sed por la gran sequía reinante. Llegaron hasta los macasis, atravesaron el río Guapay, que Schmidl llama “de los Macasíes”. Allí se informaron que la “sierra de la Plata” ya pertenecía a otros españoles llegados del Perú. En el puerto de San Fernando ratifica con los demás conquistadores, la elección de Irala como gobernador. El retorno a Asunción les habrá resultado interminable y amargo. Cuenta Schmidl que como botín trajo diez y nueve indios mbayás.

Vuelto Irala de su expedición a los Itatines conocida como la “mala entrada”, y habiendo recibido noticias de su hermano Thomas por vía del Brasil, Schmidl en 1553 desde Asunción emprende su viaje de retorno. Lo hizo por la ruta del Atlántico que usaban los españoles. En dos canoas y con veinte indios carios remonta el río Paraguay hasta penetrar en el Jejuí y allí en Hieruquizaba se agregaron cuatro compañeros. Siguieron por dicho río hasta su naciente, y de allí caminaron hasta que “vinimos a un gran lugar que se llama Guaray” (sic). Son los saltos del Guairá, que atravesaron por la Isla Grande, siguiendo por el Paraná hasta encontrarse con los indios tupís, ya en jurisdicción portuguesa. Tuvieron que sortear cientos de dificultades y defenderse de animales salvajes y de los antropófagos tupís, hasta que llegaron a la costa atlántica en San Vicente, de donde se embarcó para Lisboa. En Sevilla entregó una carta de Irala para el rey, y cuenta que ante los señores del consejo “he dado relación y buen informe de la tierra”. Relación hasta la fecha desconocida.

EL CONQUISTADOR VUELVE A SU PATRIA

Largo fue el viaje de retorno. Se sumaron contratiempos y temporales furiosos. Llegó a Amberes en enero de 1555. De allí ya fue corta la distancia para arribar a Straubing, y abrazar a su hermano Thomas que le aguardaba impaciente, luego de veinte años de ausencia. A los pocos meses fallece Thomas Schmidl antiguo burgomaestre y del consejo del ducado soberano, quien no teniendo hijos nombra por sus herederos a su mujer Margarita Mallerin y a su hermano Ulrico, que también es albacea de su considerable fortuna. Por cláusula testamentaria le nombra administrador de unas becas para estudiantes familiares u otros, en la universidad de Ingolstadt.

El consejo de la ciudad de Straubing, nombra en 1558 a Ulrico Schmidl consejero de su municipio, como lo fueron su hermano, su padre y sus mayores, que es prueba de la consideración que gozaba entre sus conciudadanos. Pocos años de tranquilidad ya le quedan en su amada Straubing. Se vuelve a atizar el fuego con los problemas religiosos, de fe y reformas, iniciado casi cuarenta años atrás por el ex-monje agustino Martín Lutero.

La crisis religiosa, ahora es más política, tiene un acuerdo en la dieta de Augsburgo en 1555, y el nuevo duque Guillermo de Baviera apoya la contrareforma católica. Pero el concejal de Straubing, Ulrico Schmidl en el callado ambiente de la ciudad, se opone a aceptar la imposición del príncipe que apoya al emperador Carlos V. El historiador Henando Sanabria afirma: “El concejal Schmidl se manifiesta francamente airado y polemiza con vehemencia en el seno de la institución comunal”.

Acentuóse la crisis en la ciudad y Schmidl se declara reformista, siendo por ello desterrado de Straubing en 1562. Con otros ciudadanos se refugian en la más liberal y cercana ciudad de Regenburg o Ratisbona. Adquiere una casa en la calle de la plaza nueva y la acondiciona a sus necesidades. Se naturaliza en 1563. La investigación moderna rectifica lo afirmado que el conquistador germano se mantuvo célibe. Está documentado que contrajo primer matrimonio con Juliana Weverin, que poseía algunas propiedades en Straubing y una nieta Ana Regina Weverin, nacida en Landau por 1553, a quien Schmidl cría y educa y será su nieta adoptiva. Ya en Ratisbona queda viudo en 1573, contrayendo segundo matrimonio con otra viuda, Benigna Meldogg de holgada posición económica y suiza de nacimiento. Vuelve a quedar viudo, y en 1578 se casa por tercera vez con una joven llamada Ehnrtraud Stockhemers, natural de Munich e hija de un concejal de esa ciudad. De ninguno de sus matrimonios dejó hijos. Quizá en nuestra ciudad o en tierras del alto-Paraguay haya quedado algún mestizo arubiado y con sangre del viejo arcabucero, pues vivió en el Paraguay diez y nueve años, y ya sabemos que fue bastante aficionado a las jóvenes indias, que las encontraba hermosas y “muy ardientes”.

Afirman que Ulrico Schmidl murió entre los últimos días del año 1580 y los primeros de 1581, pues existe constancia notarial que su testamentería se abrió el 21 de enero de 1581. El cronista-conquistador falleció cuando estaba al filo de los setenta años. Desde su regreso de Indias vivió holgadamente, escribiendo sus memorias y rodeado de sus recuerdos y objetos indígenas llevados de Asunción, y guardados celosamente por su nieta adoptiva Ana.

Manorá, febrero de 1983.

BIBLIOGRAFIA PRINCIPAL

1. Efraím Cardozo: Historiografía paraguaya, México 1959.

2. Carlos R. Centurión: Historia de las letras paraguayas. Bs.As. 1947.

3. León Pinelo: Epitome de la biblioteca de Madrid 1973.

4. Vicente Pistilli S. : La cronología de Ulrich Schmidel. As. 1980

5: Ricardo Rojas: Historia de la literatura argentina. Bs.As. 1948.

6. Hernando Sanabria: Ulrico Schmidl, el alemán de la aventura española. La Paz 1974.

7. Alberto M. Salas y Andrés R. Vázquez: Relación varias de hechos, hombres y cosas de estas Indias meridionales. Bs.As. 1963.

8. Ulrich Schmidel: Viaje al Río de la Plata. Traducción de S. Lafone Quevedo del códice de Munich. Bs.As. 1903.

9. Ulrico Schmidel: Derrotero y viaje a España y las Indias. Prólogo de Enrique de Gandía. Bs.As. 1944.

10. Ulrico Schmidl: Crónica del viaje a las regiones del Plata, Paraguay y Brasil. Traducción de Edmundo Wernicke. Con estudios de Monschein, Langmantel. Textos de: Angelis, Pelliza, B. Mitre y S. Lafone.

Quevedo. Buenos Aires 1948.

FACSíMILE DE LA PORTADA DE LA RELACIóN DE SCHMIDL, EDICIóN LATINA LEVINUS HULSIUS, DE 1599; ejemplar existente en el Museo Mitre, Buenos Aires. (Pulse sobre el ícono para ver la imagen)

(1) 1554 (2)

Allí hemos [seguido] más allá… (3)

A (4) saber del derrotero y del viaje de cómo yo, Ulrico Schmidl (5) de Straubing (6) en el 1534º año (7) A. D. a dos de agosto desde Amberes he arribado per mare hacia Hispania y más tarde a Las Indias con la voluntad de Dios. También de lo que ha ocurrido y sucedido a mí y a mis demás compañeros como sigue después.

1534

Cuando he partido desde Amberes y he venido a una ciudad en España (8) que se llama Cádiz, he visto echada sobre la costa ante la ciudad una ballena o Walfisch que tenía un largo de treinta y cinco pasos (de largo) y de ella se han sacado en grasa unos treinta barriles como los barriles arenqueros (9) llenos de grasa (de este pez treinta barriles de grasa (10).

1534

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Primeramente he venido en catorce días, desde Amberes hacia España, a una ciudad que se llama Cádiz, pues se calculan cuatrocientas leguas sobre el mar desde Amberes hasta la susodicha ciudad de Cádiz, donde estaban aprestados y bien pertrechados de toda munición y bastimentos necesarios catorce navíos grandes (11). Estos estaban por navegar hacia Río de la Plata en Las Indias. (También) han estado allí dos mil quinientos españoles (12) y ciento cincuenta alto-alemanes, neerlandeses y orientales o sajones (13). (También) nuestro supremo capitán general de los alemanes (14) y de los españoles, ése se ha llamado con su cognomen don Pedro Mendoza. (También) entre estos catorce navíos (es) ha pertenecido un navío al señor Sebastián Neithart y a Jacobo Welser (15) en Nuremberg. Estos han enviado su factor Enrique Paime a Río de la Plata con mercaderías; con éstos (16), yo y otros alto-alemanes y neerlandeses, hasta ochenta hombres,

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bien pertrechados con nuestras armas de fuego y otras armas (17) más, hemos navegado en la nave del susodicho señor Sebastián Neithardt y de Jacobo Welser hacia Río de la Plata. Así hemos partido con el susodicho señor y capitán general don Pedro Mendoza en catorce navíos desde Sevilla en el 1534º año. En el día de San Bartolomé (18) hemos venido a una ciudad en España que se llama San Lucas; éstas son veinte leguas de camino (19) desde Sevilla. Allí hemos quedado anclados por causa de la impetuosidad del viento hasta el primer día de septiembre del susodicho año.

Después hemos zarpado desde la susodicha ciudad de San Lucas y de ahí hemos venido a tres islas que están juntas las unas a las otras, y la primera se llama Tenerife, la otra se llama Gomera, la tercera La Palma; y desde la ciudad de San Lucas hasta estas islas hay más o menos

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doscientas leguas. Allá las naves [se] han repartido entre estas islas. (También) pertenecen estas islas a la Cesárea Majestad y los habitantes (en ellas) son puros españoles con sus mujeres e hijos en ellas y hacen azúcar. (También) hemos venido con tres navíos a La Palma y permanecido anclados allí cuatro semanas y de nuevo [hemos] proveído de bastimento y aparejado los navíos.

Y cuando nuestro general don Pedro Mendoza nos ha ordenado que nos pusiéramos en movimiento pues nos hallábamos distantes los unos de los otros por ocho o nueve leguas de camino, resultó que teníamos en nuestro navío un primo del general don Pedro Mendoza que se llamaba don Jorge Mendoza (20), [que era] el amado por la hija de un rico vecino en La Palma. Y cuando al día siguiente quisimos ponernos en movimiento, resultó que el susodicho don Jorge Mendoza en esa misma noche había ido a tierra a media noche con doce de sus buenos compañeros a la

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casa de un vecino en La Palma. Entonces se vinieron la hija y la doncella con sus joyas y vestidos [y] también [con] dinero junto con el susodicho don Jorge Mendoza y vinieron a nosotros al navío, pero a escondidas que nuestro capitán Enrique Paime ni nosotros supimos de esto, sólo el que montaba la guardia, éste lo ha visto, pues fué a media noche.

Cuando después nosotros quisimos seguir viaje a la mañana y nos alejamos unas dos o tres leguas de camino, nos sobrevino entonces un fuerte ventarrón y tuvimos que regresar al mismo puerto de donde habíamos partido. Allá bajamos al mar nuestras anclas. Entonces nuestro capitán Enrique Paime quiso viajar a tierra en una pequeña barquilla que se denomina un bote o batel, y cuando quiso pisar tierra desde esta pequeña barquilla hubo en el ínterin en la costa más de treinta hombres

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bien armados con sus arcabuces y alabardas y quisieron prender al capitán Enrique Paime. Así le dijo uno de sus marineros que no pisara la costa [pues] tenían intención de tomarlo preso. Así él dió vuelta en seguida y quiso viajar hacia su nave, pero no pudo venirse tan pronto a ésta porque los mismos que habían estado en la costa, se le habían acercado en otras pequeñas barquillas que habían estado aprestadas desde antes. Y el susodicho capitán Enrique Paime escapó a otro navío que estaba [más] cerca de tierra que su [propio] navío, para que no pudiesen prender al susodicho capitán. Y en la ciudad de La Palma hicieron en seguida tocar y repicar al rebato y aprestaron dos grandes piezas de artillería y dispararon cuatro tiros contra nuestro navío pues no estábamos lejos de la tierra. Con el primer tiro que dispararon, hicieron

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pedazos el depósito de barro en la popa de la nave, que siempre está lleno de agua fresca; caben en él cinco o seis cubos (21) de agua. Con el otro tiro que dispararon, hicieron pedazos la mesana que es el último mástil que se halla en la popa del navío. Con el tercer tiro dieron en medio del navío y abrieron un gran agujero en el navío y mataron un hombre; y con el cuarto no acertaron.

Había allí otro capitán con dos naves que quería navegar hacia Nueva España en México cuyas naves se hallaban a nuestro costado y de su gente había con él en tierra ciento cincuenta hombres que todos querían viajar hacia Nueva España en México.

Así ellos arreglaron las paces con los señores de la ciudad [que] ellos les entregarían don Jorge Mendoza y la hija del vecino y la doncella.

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En esto vinieron a nuestro navío el regidor y el alcalde [y] también nuestro capitán y el capitán que quería navegar hacia Nueva España y quisieron prender a don Jorge Mendoza y su amante. Entonces éste contestó al alcalde que ella era su corporal esposa y ella dijo lo mismo. Entonces se les unió de inmediato pero el padre estuvo muy triste, y nuestra nave estaba muy maltrecha a causa de los tiros.

Después de esto dejamos en tierra a don Jorge Mendoza y su esposa; nuestro capitán no quiso dejarlo viajar más con él en su nave.

Así aprestamos de nuevo nuestro navío y navegamos hacia una ínsula o isla que se llama San Jacobo o en su [sentido] español Santiago y pertenece al rey de Portugal y es una ciudad (22).

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Estos portugueses la sostienen y a ellos están sometidos los moros negros. Está situada a las trescientas leguas (23). Allí quedamos cinco días y volvimos a cargar provisión fresca en carne, pan y agua de que tuviésemos necesidad sobre el mar.

Así estuvo reunida toda la flota, los catorce navíos; entonces volvimos de nuevo hacia el océano o mar y navegamos durante dos meses y vinimos a una isla (24) donde hay solamente aves a las cuales nosotros matamos a palos y permanecimos en la isla por tres días, y en esta isla no hay gentes, y la isla tiene de extensa y ancha seis leguas de camino y desde la susodicha isla de Santiago hasta esta isla hay mil quinientas leguas de camino.

(También) en este mar encontráis peces voladores y otros peces grandes de las ballenas y peces que se llaman peces de sombrero (25) los cuales tienen contra

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la cabeza un grande, fuertísimo disco. él pelea con este disco contra otros peces y es un pez grande, forzudo y bravío. [Hay] también otros peces que tienen sobre su lomo una cuchilla que está hecha de hueso de ballena, éste se llama en su [sentido] español peje de espada (26). (También) hay otro pez más que tiene sobre su lomo una sierra, hecha de hueso de ballena y es un pez grande [y] bravío y se llama en su [sentido] español peje de sierra. Fuera de éstos hay en estos parajes muchos diversos peces que no puedo describir en esta ocasión.

Desde esta isla navegamos después a una isla que se llama Riogenna (27) y pertenece al rey de Portugal y está situada a quinientas leguas de camino de la

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sobredicha isla; ésta es la isla Riogenna en las Indias, y los indios se llaman Tupies. Allí estuvimos cerca de catorce días; entonces el don Pedro Mendoza hizo que su propio hermano jurado que se llamaba Juan Osorio (28) nos gobernara en su lugar, pues él estaba siempre enfermo, descaecido y tullido. Entonces el susodicho Juan Osorio fué calumniado y delatado ante su hermano jurado don Pedro Mendoza como que él se rebelaría junto con la gente contra él. Por esto ordenó don Pedro Mendoza a otros cuatro capitanes llamados Juan Ayolas (29) [y] Juan Salazar (30), Jorge Luján (31) y Lázaro Salvago (32) que a susodicho Juan Osorio se le matara a puñal o se le diera muerte (33) y se le tendiera en medio de la plaza por traidor [y que fuera] pregonado y ordenado

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bajo pena de vida que nadie se moviera, pero si ocurriera que alguien quisiera protestar a favor del susodicho Juan Osorio, entonces se le haría igual cosa, pues se le ha dado la muerte injustamente, ello bien lo sabe Dios; éste le sea clemente y misericordioso; (y) él fué un recto y buen militar y siempre ha tratado muy bien a los peones.

Desde allí hemos zarpado hacia Río de la Plata y hemos venido a un río dulce que se llama Paraná-Guazú y es extenso, en la embocadura donde se deja el mar; (y) este río tiene una anchura de cuarenta y dos leguas de camino; (también) desde Río de Janeiro hasta este río Paraná-Guazú son quinientas leguas. Ahí hemos venido a un puerto que (34) se llama San Gabriel; allí nosotros, los catorce navíos, hemos echado nuestras anclas en

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este río Paraná. De inmediato ha ordenado y dispuesto entonces nuestro general don Pedro Mendoza con los marineros que las pequeñas barquillas (se) condujeran a tierra la gente que se hallaba en los navíos grandes, pues los navíos grandes sólo llegan hasta un tiro de arcabuz hacia tierra, por eso se tienen las pequeñas barquillas; a éstas se las llama bateles o botes.

(También) en el día de Todos los Tres Reyes en 1535 (35) hemos desembarcado en Río de la Plata (36); allí hemos encontrado un lugar (37) de indios; éstos se llaman los indios Charrúas y son ellos allí alrededor de dos mil hombres hechos; éstos no tienen otra cosa para comer que pescado y carne. Estos han abandonado el lugar y han huido con sus mujeres e hijos de modo que no hemos

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podido hallarlos. (También) el puerto donde están las naves se llama San Gabriel. (También) los indios, éstos andan desnudos, pero las mujeres, éstas tienen un pequeño trapo hecho de algodón (38), esto lo tienen delante de sus partes desde el ombligo hasta las rodillas. Ahora mandó el don Pedro Mendoza a sus capitanes que se reembarcara a la gente en los navíos y se la pusiera o condujera al otro lado del río Paraná pues en este lugar la anchura del río – el Paraná, – no es más ancha que ocho leguas de camino.

Allí hemos levantado un asiento, éste se ha llamado Buenos Aires; esto, dicho en alemán, es: buen viento (39). (También) hemos traído desde España sobre los sobredichos catorce navíos setenta y dos caballos y yeguas (40) y han llegado al susodicho asiento de Buenos Aires; ahí

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hemos encontrado en esta tierra un lugar de indios los cuales se han llamado Querandíes (41); ellos han sido alrededor de tres mil hombres formados con sus mujeres e hijos y nos han traído pescados y carne para comer. También estas mujeres tienen un pequeño paño de algodón delante de sus partes. En cuanto a estos susodichos Querandíes no tienen un paradero propio en el país; vagan por la tierra al igual que aquí en los países alemanes los gitanos. (También) cuando estos indios Querandíes se van tierra adentro para el verano, sucede que en muchas ocasiones hallan seco a todo el país por treinta leguas de camino y no encuentran agua alguna para beber; y cuando acaso agarran o asaetan un venado u otra salvajina, juntan la sangre de éstas y la beben. (También) en casos hallan

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una raíz (42) que se llama cardo y entonces la comen por la sed; cuando los susodichos Querandíes están por morirse de sed y no hallan agua en el pago, beben esta sangre. Pero si acaso alguien piensa que la beben diariamente, esto no lo hacen, por eso compréndelo bien.

(También) los susodichos Querandíes nos han traído diariamente al real durante catorce días su escasez en pescado y carne y sólo fallaron un día en que no nos trajeron qué comer. Entonces nuestro general don Pedro Mendoza envió en seguida un alcalde de nombre Juan Pavón y con él dos peones; pues estos susodichos indios estaban a cuatro leguas de nuestro real. Cuando él llegó donde aquéllos estaban, se condujo de un modo tal con los indios que fueron bien apaleados

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el alcalde y los dos peones; y [después] dejaron volver los cristianos a nuestro real. Cuando el susodicho alcalde tornó al real, metió tanto alboroto que el capitán general don Pedro Mendoza envió a su hermano carnal don Jorge (43) Mendoza con trescientos lansquenetes y treinta caballos bien pertrechados; yo en esto he estado presente. Entonces nuestro capitán general don Pedro Mendoza dispuso y mandó a su hermano don Diego Mendoza, que él junto con nosotros diera muerte y cautivara o apresara a los sobredichos Querandíes y ocupara su lugar. Cuando nosotros llegamos a su lugar, sumaban los indios unos cuatro mil hombres, pues habían convocado a sus amigos.

Y cuando nosotros quisimos atacarlos

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ellos se defendieron de tal manera que ese día tuvimos que hacer bastante con ellos; (también) habían dado muerte a nuestro capitán don Diego Mendoza y junto con él a seis hidalgos de a caballo; también mataron a tiros alrededor de veinte infantes nuestros y por el lado de los indios habían sucumbido alrededor de 1000 hombres; más bien más que menos; y [se han] defendido muy valientemente contra nosotros, como bien lo hemos experimentado.

(También) los susodichos Querandíes tienen para arma unos arcos de mano y dardos; éstos son hechos como medias lanzas y adelante en la punta tienen un filo hecho de pedernal. Y también tienen una bola de piedra y colocada en ella un largo cordel al igual como en Alemania

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una bola de plomo. Así ellos tiran esta bola alrededor de las patas de un caballo o de un venado de modo que tiene que caer; pues con esta bola se ha dado muerte a nuestro sobredicho capitán y sus hidalgos pues yo mismo lo he visto; (también) a nuestros infantes se los ha muerto con los susodichos dardos.

En esto Dios el Todopoderoso nos dió su gracia divina que nosotros vencimos a los sobredichos Querandíes y ocupamos su lugar; pero de los indios no pudimos apresar ninguno. (También) en la sobredicha localidad los Querandíes habían hecho huir sus mujeres e hijos antes de que nosotros los atacáramos. Y en la localidad no hallamos nada fuera de corambre sobado de nutrias u Otter (44) – como se las llama también –

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y mucho pescado y harina de pescado, hecha de pescado, también manteca de pescado. Allí permanecimos tres días; después retornamos a nuestro real y dejamos cien hombres de nuestra gente; pues había buenas aguas de pesca en ese mismo paraje, también hicimos pescar con las redes de ellos (45) para que sacaran peces a fin de mantener la gente pues no se daba más de seis medias onzas (46) de harina de grano (47) todos los días y tras el tercer día se agregaba un pescado a su comida. Y la pesca duró dos meses y quien quería comer un pescado, ése tenía que andar las cuatro leguas de camino en su busca.

Después que nosotros vinimos de nuevo a nuestro real, se repartió toda la gente;

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la que era para la guerra se empleó en la guerra; y la que era para el trabajo se empleó en el trabajo. Y ahí mismo se levantó un asiento y una casa fuerte para nuestro capitán general don Pedro Mendoza y un muro de tierra en derredor del asiento de una altura hasta donde uno podía alcanzar con una tizona (48). (También) este muro era de tres pies de ancho y lo que se levantaba hoy se venía mañana de nuevo al suelo; pues la gente no tenia qué comer y se moría de hambre y padecía gran escasez. (También) se llegó al extremo de que los caballos no daban servicio (49). Fué tal la pena y el desastre del hambre que no bastaron ni ratas ni ratones, víboras ni otras sabandijas; también los zapatos y cueros,

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todo tuvo que ser comido. Sucedió que tres españoles habían hurtado un caballo y se lo comieron a escondidas; y esto se supo; así se los prendió y se les dió tormento para que confesaran tal hecho; así fué pronunciada la sentencia que a los tres susodichos españoles se los condenara y ajusticiara y se los colgara en una horca. Así se cumplió esto y se los colgó en una horca. Ni bien se los había ajusticiado y cada hombre se fué a su casa y se hizo noche, aconteció en la misma noche por parte de otros españoles que ellos han cortado los muslos y unos pedazos de carne del cuerpo y los han llevado a su alojamiento

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y comido. (También) ha ocurrido en esa ocasión que un español se ha comido su propio hermano que estaba muerto (50). Esto ha sucedido en el año de 1535 en nuestro día de Corpus Cristi en el sobredicho asiento de Buenos Aires (51).

Como ahora nuestro capitán general don Pedro Mendoza juzgó que él no podía mantener su gente, ordenó y dispuso a sus capitanes que se hicieran cuatro bergantines; y pueden viajar cuarenta hombres en una tal barquilla y hay que moverlas a remo. Y cuando tales cuatro barcos que se llaman bergantines estuvieron aparejados y listos, junto con otras tres pequeñas barquillas a las cuales se las llama luego bateles o botes, de manera que en total fueron siete barcos; cuando todos éstos estuvieron aparejados, ordenó y mando

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nuestro capitán general don Pedro Mendoza a sus capitanes que se convocara a la gente. Cuando esto ocurrió y la gente estuvo reunida, nuestro capitán (52) tomó entonces trescientos cincuenta hombres con sus arcabuces y ballestas y navegamos aguas arriba por el Paraná para buscar los indios (53) para que nosotros pudiéramos lograr comida y bastimento. Pero cuando estos indios nos hubieron divisado, huyeron todos ante nosotros y no pudieron hacernos mayor bellaquería como la de quemar y destruir los alimentos; esto era su [modo de] guerra; así nosotros no tuvimos nada que comer ni mucho ni poco pues se le daba a cada uno tres medias onzas de pan en

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bizcocho en cada día. (También) en este viaje murieron de hambre la mitad de nuestra gente. Así tuvimos que regresar, porque nada pudimos lograr en este viaje y estuvimos en andanzas por dos meses. Cuando [vinimos] de nuevo al lugar donde estaba nuestro capitán general el don Pedro Mendoza, hizo llamar él en seguida a nuestro capitán que había estado con nosotros en el viaje; éste se llamaba Jorge Luján (54). Entonces nuestro capitán general tomó relación del susodicho Jorge Luján de qué modo había ocurrido que se le hubiera muerto tanta gente. A esto él le respondió que él no había tenido comida alguna y que los indios habían huído todos, como vosotros lo habéis sabido muy bien arriba.

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Después de todo esto permanecimos reunidos durante un mes en el asiento de Buenos Aires en gran penuria y escasez hasta que se hubieron aprestado los barcos. En este tiempo en que estuvimos reunidos, vinieron los indios contra nuestro asiento de Buenos Aires con gran poder e ímpetu hasta veintitrés mil hombres y eran en conjunto cuatro naciones; una se llamaba [los] Querandíes, la otra [los] Guaraníes, la tercera [los] Charrúas, la cuarta [los] Chana-Timbúes. (También) era su intención que querían darnos muerte a todos nosotros, pero Dios el Todopoderoso no les concedió tanta gracia aunque estos susodichos indios quemaron nuestro lugar; pues nuestras casas estaban techadas con paja sólo la casa del capitán general estaba cubierta con tejas (55). Pero de cómo han quemado nuestro lugar

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y casas quiero comunicar con brevedad y dar a entender.

Algunos de los indios llevaban el asalto y los otros tiraban sobre las casas con flechas encendidas para que nosotros no pudiéramos tener tanto tiempo que hubiésemos podido salvar nuestras casas. Las flechas que ellos tiraban están hechas de cañas y [ellos] las encienden adelante en la punta. También tienen otro palo del cual hacen también flechas; este palo si se le enciende, arde también y no se apaga. Donde se lo tira sobre las casas, comienza a arder. (También) en la escaramuza perecieron de entre nosotros los cristianos cerca de treinta hombres [entre] capitanes y alféreces y otros buenos compañeros. Dios les sea

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clemente y misericordioso y a nosotros todos. Amén.

A esto quemaron también cuatro navíos grandes pues estos navíos estaban surtos hasta a media legua de nuestro asiento de Buenos Aires; pues estos navíos no tenían sobre ellos ninguna artillería; (también) la gente que estaba sobre estos cuatro navíos, cuando vió tan gran multitud de indios, huyó hacia otros tres navíos que estaban surtos cerca a su lado. Cuando ellos (56) notaron esto y vieron arder los otros navíos, pusiéronse a la defensa y descargaron la artillería contra sus enemigos. Pero cuando los indios vieron y sintieron esto de la artillería, se retiraron y dejaron en paz a nosotros los cristianos. Esto ha ocurrido en el año 1535 (57) y en el día de San Juan.

Facsímil de los grabados 1 y 2 insertos en la Relación de Schmidl, capítulos 8 y 9, Edición Latina Levinus Hulsius, de 1599.

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Después de haber acontecido todo esto, tuvo que meterse toda la gente en las naves; (también) nuestro capitán general don Pedro Mendoza mandó y dió su poder a un capitán que se llamaba Juan Ayolas (58) [para que] éste fuera nuestro capitán general y gobernara la gente. Entonces este capitán Juan Ayolas mandó convocar la gente e hizo un alarde (59). Entonces encontró que de los dos mil quinientos hombres estaban aún con vida unos quinientos sesenta de gente de guerra; los demás habían hallado la muerte por hambre y por haber sido matados por los indios. Dios les sea clemente y misericordioso y a nosotros todos, amén. (También) en este mismo tiempo han perecido por los Carios hasta unas veinte personas y [éstos] los han comido.

Ahora dispuso nuestro capitán Juan Ayolas con los marineros que aprestaran ocho pequeños barquitos-

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bergantines y bateles o botes [que] él con esta gente y barcos quería navegar aguas arriba por el río Paraná y buscar una nación que se llama Timbúes para que él obtuviera bastimentos para mantener la gente. A esto dió cumplimiento nuestro capitán Juan Ayolas y apartó cuatrocientos hombres de los quinientos sesenta y los otros ciento sesenta los dejó en los cuatro navíos para que cuidaran estos cuatro navíos y les dió un capitán que se llamaba Juan Romero. Este debía mirar por los navíos y guardarlos y les dió bastimentos por un año para que todos los días se diese a cada hombre de guerra ocho medias onzas de pan o harina; si alguno quería comer más que se lo buscara.

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Ahora nuestro capitán Juan Ayolas mandó convocar la tropa, los cuatrocientos hombres, y los embarcó o fueron a los barcos y viajó aguas arriba por el sobredicho río Paraná. También viajó con nosotros nuestro supremo capitán general don Pedro Mendoza y estuvimos en viaje durante dos meses, pues hay ochenta y cuatro leguas desde los cuatro navíos que habíamos dejado (60) hasta estos indios que se llaman Timbúes y llevan en ambos lados de las narices una pequeña estrellita que está hecha de [una] piedra blanca y azul y son gentes altas y garbosas de cuerpo; pero las mujeres [son] toscas y las jóvenes y viejas están siempre rasguñadas y ensangrentadas debajo de los ojos; y la fuerza de los

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indios es mucha como sabréis por mí más adelante y no comen otra cosa que pescado y carne. (También) en toda su vida no han tenido otra comida. Se calcula a esta nación como en fuerza de quince mil hombres, más bien más que menos; tienen también canoas de las que acá afuera en Alemania se llaman Zillen como [las] usan los pescadores. (También) estas barquillas están hechas de un solo árbol y la barquilla tiene (ancho) un ancho de tres pies en el fondo y un largo de ochenta pies. En todo tiempo viajan en ellas hasta dieciséis hombres y todos deben remar y tienen remos como los pescadores en Alemania salvo que no son reforzados con hierro abajo en la punta (61).

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Cuando llegamos con nuestros barcos hasta a cuatro leguas de camino a su localidad, nos divisaron entonces y vinieron a nuestro encuentro hasta en cuatrocientas canoas o barquillas y en cada barquilla estaban dieciséis hombres y se vinieron a nosotros en modo pacifico. Así regaló nuestro capitán general Juan Ayolas al indio principal de los Timbúes que se llamaba Cheraguazú una camisa y un birrete rojo (62), un hacha y otras cosas más de rescate. Así [nos] condujo el susodicho Cheraguazú a su localidad y nos dieron de comer pescado y carne en divina abundancia, pero si el susodicho viaje hubiera durado diez días más, ninguno de nosotros se hubiese salvado, por el hambre. Así

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de los cuatrocientos hombres han muerto en este viaje cincuenta hombres (63).

Después de esto quedamos en esta localidad por tres años (64). Pero nuestro capitán general don Pedro Mendoza, ése estaba lleno de gálicos (65) y tullido; no podía mover ni pies ni manos y había consumido en este viaje cuarenta mil duros en dinero efectivo. Así no quiso estar más junto a nosotros en la tierra, y quiso viajar de nuevo hacia España como así lo hizo y viajó de retorno con dos pequeños barquitos-bergantines y vino a las cuatro naves grandes en Buenos Aires y tomó con él cincuenta hombres y viajó de nuevo a España con dos navíos grandes y dejó los otros dos navíos en Buenos Aires.

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Pero cuando nuestro capitán general don Pedro Mendoza había llegado a mitad de camino, Dios el Todopoderoso le acometió [en manera] que murió miserablemente; Dios le sea clemente y misericordioso. También había convenido con nosotros antes de que él salió del país, que ni bien él o los navíos llegaran a España, iba a mandar en seguida como lo primero otros dos navíos al Río de la Plata; todo lo que él dispuso en su lecho de muerte y en su testamento, eso también se ha hecho; también había encargado gente y ropa, rescate [y] todo lo que en este (se) tiempo ha sido menester. Ni bien llegaron los dos navíos a España (y) fueron entregadas las cartas

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(fueron). Cuando los consejeros de su Cesárea Majestad supieron esto de lo que sucedía en el país, despacharon lo más pronto posible dos naves grandes con gente y alimentos y mercadería, también con lo que se necesitaba en el país.

(También) el capitán que ha partido en este tiempo a Río de la Plata, se ha llamado Alonso Cabrera (66) y trajo con él más de doscientos españoles y trajo con él bastimentos para dos años y vino en el año 1538 a Buenos Aires (67), donde habían quedado los dos navíos con ciento sesenta hombres, como vosotros habéis sabido ahí en la décima quinta hoja. Y el capitán Alonso Cabrera hizo aprestar cuatro barcos-bergantines (había) (68) y embarcó en ellos víveres y otras cosas más que se necesitaran en este viaje.

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Así los consejeros de su Cesárea Majestad habían dado orden al Alonso Cabrera que entonces viajó capitán sobre los doscientos hombres y los dos navíos que han venido desde España que ni bien él llegara al lado de Juan Ayolas (69), enviara en seguida un navío de vuelta a España y diese relación de la tierra. En cuanto él llegó al lado del Juan Ayolas, nuestro capitán general, dispuso [él] entonces en seguida y envió de nuevo un navío a España e hizo saber a los consejeros de su Cesárea Majestad cómo iban las cosas en el país y [lo que] había en existencias.

Después de todo esto el capitán general Juan Ayolas celebró un consejo con Alonso Cabrera y Domingo Martínez de Irala (70) y con otros capitanes; ellos quisieron navegar por el río Paraná arriba con cuatrocientos hombres [y] ocho barcos-bergantines y buscar un río que se llama Paraboe [Paraguay]. Sobre este

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río Paraboe viven Carios que tienen trigo turco y una raíz a la cual se llama mandiotín y otras buenas raíces más que se llaman batatas y mandioca-poropí y mandioca-pepirá (71). La raíz de batata se parece a una manzana y tiene un igual gusto; (también) la mandioca-poropí tiene un gusto como castaña. (También) de la mandioca-pepirá se hace un vino que toman los indios. Los Carios tienen también pescado y carne y ovejas grandes como en esta tierra los mulos romos; también tienen puercos del monte (72) y otra salvajina y avestruces; también tienen gallinas (73) y gansos en divina abundancia.

Después de esto mandó nuestro capitán general Juan Ayolas (74) que se reuniera la gente con sus armas pues él quería hacer un alarde

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como luego lo hizo, de modo que halló que entre su gente y la gente que había venido con Alonso Cabrera desde España eran en todo quinientos cincuenta hombres; así él tomó cuatrocientos hombres y a los otros, los ciento cincuenta hombres, los dejó al lado de estos sobredichos Timbúes, pues no se tenían bastantes barcos para que navegara la gente reunida y les dejó también a ellos, a los ciento cincuenta de gente de guerra, un capitán que debía gobernarlos y ejercer justicia; éste se llamaba Carolus Dubrin (75), un alemán y había sido tiempos antes mozo de cámara de su Cesárea Majestad. Así zarpamos desde este puerto que se ha llamado Buena Esperanza (76) con ocho barcos-bergantines; así llegamos el primer día a cuatro leguas de camino a una nación que sellama Corondás; (también) viven de pescado y carne y son ellos (cerca) aproximadamente cerca de doce mil en gente adulta que se emplea para la guerra y andan

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iguales a los sobredichos Timbúes. También tienen dos estrellitas en ambos lados de la nariz; (también) son gentes garbosas en sus personas, pero las mujeres son feamente arañadas bajo los ojos y ensangrentadas, jóvenes y viejas; y sus partes están cubiertas con un paño hecho de algodón. (También) tienen estos indios mucho corambre sobado de las nutrias y tienen también muchísimas canoas o barquillas. (Y) ellos compartieron con nosotros su escasez de pescado y carne y corambre sobado y otras cosas más; nosotros también del mismo modo les dimos cuentas de vidrio, rosarios, espejos, peines, cuchillos y otro rescate más y quedamos con ellos durante dos días. (También) nos dieron dos indios de los Carios que eran sus cautivos para que nos enseñaran el camino y a causa de su lenguas.

De ahí navegamos [nosotros]

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hacia una nación que se llama Quiloazas (77) y son ellos alrededor de cuarenta mil hombres de pelea y para comer tienen pescado y carne, y tienen también dos estrellitas en la nariz como los sobredichos Timbúes y Corondás; (también) ellas, las tres naciones, hablan todas una [sola] lengua; y desde los susodichos Corondás hay treinta leguas de camino hasta los Quiloazas y éstos viven en una laguna; ésta es extensa o larga seis leguas de camino y ancha unas cuatro leguas; con ellos quedamos cuatro días; también nos participaron su escasez; entonces nosotros también hicimos lo mismo; (también) estos indios habitan en la orilla izquierda (78) del Paraná. Desde ahí navegamos durante dieciséis días sin que viéramos ni encontráramos gente alguna. En esto vinimos a un pequeño río; éste corre hacia el interior del país. En este río hallamos reunida mucha gente que se llaman Mocoretás;

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éstos no tienen otra cosa para comer que pescado y carne, pero por parte mayor tienen pescado. (También) estos indios son alrededor de dieciocho mil hombres en fuerza para pelear; (también) tienen muchísimas canoas, éstas son barquillas. (También) estos Mocoretás nos han recibido muy bien a su manera y nos han dado lo que nosotros hubimos menester en pescados y carne. Así quedamos con ellas cuatro días y [ellos] habitan en la otra banda del río Paraná y [eso] es en la orilla derecha; (también) hablan una lengua diferente; también ellos tienen dos estrellitas en la nariz y son gentes garbosas y bien formadas de cuerpo pero las mujeres son feas como las sobredichas mujeres. (También) desde los sobredichos Quiloazas hasta estos Mocoretás hay 64 leguas de camino. Cuando estuvimos entre estos Mocoretás, encontramos por casualidad en tierra una gran serpiente disforme;

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ésta era larga [como de] veinticinco pies y tan grande como un hombre en la grosura (79) y era salpicada de negro y amarillo. Así la matamos de un tiro de arcabuz. Cuando los indios la vieron, se admiraron mucho de la serpiente porque nunca jamás habían visto tan grande a tal gran serpiente; y esta serpiente ha hecho mucho mal a los indios pues cuando querían bañarse, estaba esta serpiente en el río y pegaba su cola alrededor del indio y lo tiraba bajo el agua y lo comía, [de modo] que los indios no sabían cómo podía suceder que esta serpiente ha comido muchos indios. (También) yo mismo he medido tal serpiente a

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lo largo y a lo ancho, así que yo bien lo sé, etc. (También) los indios Mocoretás han tomado esta víbora y la han hachado en pedazos y la han llevado a sus casas y la han comido asada y cocida.

De ahí partimos de nuevo desde los indios y navegamos río arriba por el Paraná en cuatro jornadas y llegamos a una nación que se llama Chanáes Salvajes; son hombres bajos y una nación numerosa y no tienen otra cosa para comer que carne y miel. (También) las mujeres no tienen nada delante de sus partes, y andan completamente desnudas, mujeres y hombres, tales cuales Dios el Todopoderoso los ha puesto en el mundo y guerrean con los Mocoretás. (También) su carne es [la de] venados y puercos del monte y avestruces, también de conejos que son iguales a una rata grande salvo que no tienen cola (80).

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Así que no permanecimos más de una noche pues ellos no tenían nada que comer pues hacía cinco días que habían venido al río Paraná para pescar y guerrear contra los Mocoretás. Es una gente igual como acá afuera los salteadores; cometen una iniquidad y huyen de retorno. (También) estuvimos de camino desde los Mocoretás durante cuatro días y hay dieciséis leguas de camino de distancia de donde los encontramos pero por lo habitual ellos habitan tierra adentro a veinte leguas del río para que los Mocoretás no los asalten, y estos Chanáes-Salvajes son dos mil (mil) hombres de gente de pelea.

Desde ahí navegamos y llegamos a una nación que se llama Mapenis (81) y son muchísimos en conjunto pero no habitan todos en conjunto, pero

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en dos días pueden reunirse sobre el río y la tierra. Se los calcula en cerca de cien mil hombres en fuerza y tienen una tierra como de cuarenta leguas de larga y ancha. También tienen más canoas o barquillas que cualquier otra nación que nosotros hasta ahora hemos visto aquí. En una canoa pueden viajar hasta más de veinte personas y ellos nos recibieron en modo de guerra sobre el río con quinientas canoas o barquillas. Pero los susodichos Mapenis no han ganado mucho con nosotros y nosotros con nuestros arcabuces hemos baleado y dado muerte a muchos en ese entonces; pues ellos no habían visto jamás cristiano alguno ni arcabuces. Cuando vinimos nosotros (nosotros) a sus casas o localidad, no pudimos ganarles nada pues había una legua de camino desde el río Paraná

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donde teníamos nuestros barcos. Cuando vinimos al pueblo había agua (y) muy honda alrededor del pueblo; no pudimos ganarles nada. (También) hallamos doscientas cincuenta canoas o barquillas las cuales hemos quemado y destrozado todas. Tampoco debimos [quedar] lejos de nuestros barcos pues también recelábamos de ellos que atacarían los barcos por algún otro lado. Así volvimos de nuevo a nuestros barcos; (también) el guerrear de los susodichos Mapenis no es otro que sobre el agua.

Así hay desde los sobredichos Chanáes-Salvajes noventa y cinco leguas de camino hasta estos Mapenis. Así navegamos desde ahí y llegamos en ocho días a un río que se llama Paraguay; éste está sobre la mano izquierda; y dejamos el Paraná y navegamos

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por el Paraguay arriba; entonces hallamos muchísima gente reunida, éstos se llaman Curemaguáes (82). Estos no tienen otra cosa para comer que pescado y carne y cuernitos de morueco (83) o sea pan de San Juan. Los indios hacen vino de estos cuernitos de morueco. Así los susodichos Curemaguáes nos dieron todo lo que entonces necesitábamos y se ofrecieron mucho a nosotros. (También) los hombres y mujeres son muy altos y grandes. Los hombres tienen un agujerito (84) en la nariz, por ahí meten como gala una pluma de papagayo; (también) las mujeres son pintadas [con] largas rayas azules debajo de los ojos, esto perdura por la eternidad; (también) las mujeres tienen cubiertas sus partes desde el ombligo hasta la rodilla [con] un paño de algodón. (También) desde los sobredichos Mapenis hay cuarenta leguas hasta estos Curemaguáes; ahí quedamos por tres días. Y de ahí navegamos

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hacia una nación que se llama Agaces (85); tienen pescado y carne para comer y los hombres y las mujeres son gentes garbosas y altas. (También) las mujeres son lindas y pintadas debajo de los ojos como las susodichas mujeres (pintadas) y tienen también delante de sus partes un paño hecho de algodón.

Cuando llegamos hacia los susodichos Agaces, pusiéronse ellos a la defensa e intentaron guerrear y no quisieron dejarnos pasar adelante. Cuando nosotros conocimos esto de parte de los sobredichos Agaces y vimos que asimismo ninguna bondad iba a remediar, lo encomendamos a Dios el Todopoderoso y hicimos nuestra ordenanza y marchamos contra ellos por agua y tierra y nos batimos con ellos y exterminamos muchísimos de los susodichos Agaces. (También) ellos nos mataron alrededor de quince hombres; a éstos Dios les sea clemente

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y misericordioso y a todos nosotros, amén. (También) estos susodichos Agaces son la mejor gente de guerra que hay sobre todo el río (86), pero por tierra no lo son tanto (87). (También) a sus mujeres e hijos y alimentos los habían llevado en fuga y ocultado de manera que nosotros tampoco pudimos quitarles sus mujeres e hijos a aquellos que habían huido y escapado. Pero cómo les fué a aquellos lo sabréis muy bien después en breve. (Y) ellos tienen también muchísimas canoas o barquillas; (también) desde los sobredichos Mocoretáes hasta estos Agaces hay treinta y cinco leguas y la localidad de los Agaces está sobre un río (88), éste se llama Ipetí (89) y se encuentra sobre el otro lado del Paraguay, y el río Ipetí viene desde las sierras

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del Perú desde un lugar que se llama Tucumán.

Después tuvimos que dejar los Agaces y vinimos a una nación que se llama Carios y hay cincuenta leguas de camino desde los Agaces. Ahí Dios el Todopoderoso nos dió su gracia divina que entre los susodichos Carios o Guaraníes hallamos trigo turco o maíz (90) y mandiotín (91), batatas, mandioca-poropí, mandioca-pepirá, maní, bocaja [coco] y otros alimentos más, también pescado y carne, venados, puercos del monte, avestruces, ovejas indias, conejos, gallinas y gansos y otras salvajinas las que no puedo describir todas en esta vez. También hay en divina abundancia la miel de la cual se hace el vino; tienen también muchísimo algodón

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en el país. (También de) estos Carios tienen bajo su dominio una tierra grande; yo creo y es verídico, alrededor de trescientas leguas a lo largo y ancho que es su residencia. Estos Carios o Guaraníes son también gentes bajas y gruesas y pueden aguantar algo más antes que otra nación. (También) ellos, los hombres, tienen en el labio un pequeño agujerito, en ese meten un cristal que es de un largo como de dos jemes y grueso como un canuto de pluma y el color es amarillo y se le llama en su [idioma] indio un paraboe. (También) las mujeres y los hombres andan completamente desnudos, como Dios el Todopoderoso los ha creado. (También) el padre vende su hija, y el marido su mujer cuando ella no le place, y el hermano su hermana; una mujer cuesta una camisa (92)

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o un cuchillo con el cual se corta, o una pequeña hacha u otro rescate más. (También) los Carios han comido carne humana cuando nosotros vinimos a ellos; cómo la comen lo sabréis en lo que sigue. Cuando estos susodichos Carios hacen la guerra contra sus enemigos, ceban entonces como aquí en esta tierra se ceba un cerdo, a quien ellos prenden o atrapan de estos enemigos, sea hombre o mujer, sea joven o viejo, sean niños, pero si la mujer es algo linda, la conserva[n] un año o tres. Cuando luego ella, esta mujer, en un poco no vive a gusto de él, entonces la mata y la come; (también) [él] hace una fiesta o gran función al igual como se las hace acá afuera;

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pero si es un hombre anciano o una mujer [vieja], se le hace trabajar a éste en las rozas, ella debe hacer la comida para su amo. (También) los sobredichos Carios migran más lejos que ninguna nación que está en esta tierra en Río de la Plata [y no hay nación alguna] que sea mejor para ocuparla en la guerra por tierra y que pueda aguantar más que los sobredichos Carios. (También) hemos hallado su localidad o asiento de estos Carios sobre un terreno alto sobre el río Paraguay.

Y la localidad se ha llamado en tiempos anteriores en su [idioma] indio Lambaré. (También) este asiento está hecho de dos palizadas de palos en derredor o en círculo y cada poste ha sido tan grueso como un hombre en la grosura y por la mitad [del cuerpo], y (desde una a otra son hechas) ha estado parada una palizada a doce pasos de la otra

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y los postes han estado enterrados bajo tierra por una buena braza y sobre la tierra tan altos como hasta donde un hombre puede alcanzar con una tizona larga. (También) los Carios han tenido sus trincheras (93), también han hecho fosos a distancia de quince pasos de este muro o palizada tan hondos cuan altos tres hombres. Dentro de éstos han clavado una lanza hecha de un palo duro y ésta ha sido tan afilada [y] puntiaguda como una aguja. (También) a estos fosos los han cubierto con paja y pequeñas ramitas del bosque y volcado encima un poco de tierra y hierba para que nosotros no viéramos a estos fosos como que habían sido fosos, para que si hubiese ocurrido que nosotros los cristianos quisiéramos correr tras los susodichos

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Carios, nosotros cayéramos en estos fosos. Y estos fosos han sido perjudiciales para ellos y ellos mismos han caído adentro en esta manera especial [a saber]: cuando nuestro capitán general Juan AyoIas (94) ha venido a tierra con los bergantines o barcos a los susodichos Carios o Guaranies, dispuso y mandó a sus alféreces y sargentos principales (95) que nosotros hiciéramos ponerse en ordenanzas la gente de guerra y marcháramos contra la ciudad. (También) dejamos sesenta hombres en los bergantines para que éstos quedaran guardados y con los otros nos alejamos hacia la ciudad de Lambaré hasta un buen tiro de arcabuz. Así nos divisaron

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los sobredichos Carios [con] cerca de cuarenta mil hombres de pelea con sus arcos de arma y flechas y dijeron a nuestro capitán general Juan Ayolas que nos volviéramos de nuevo a nuestros bergantines o nuestros barcos, y ellos nos proveerían de bastimentos [y] también de lo que nosotros necesitáramos y que nos alejáramos de ahí si no ellos serían nuestros enemigos. Pero nosotros y nuestro capitán general Juan Ayolas no quisimos retroceder de nuevo pues la tierra y la gente nos parecían muy convenientes, junto con la mantención; pues nosotros en cuatro años no habíamos comido pan ninguno sino que nos hemos sustentado sólo con peces y carnes.

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Ya que nosotros no quisimos hacer tal cosa, tomaron ellos sus arcos y nos recibieron y nos dieron la bienvenida. Aun así nosotros no quisimos hacerles nada; al contrario les hicimos requerir (96) por un lengua en tres veces y quisimos ser sus amigos pero no quisieron atenerse a ello. A esto ellos aun no habían probado nuestras armas. Pero cuando estuvimos cerca de ellos, hicimos estallar entonces nuestros arcabuces. Cuando ellos oyeron nuestras armas y vieron que su gente caía al suelo y no veía ni bola ni flecha alguna salvo un agujero en el cuerpo, entonces no pudieron permanecer más y huyeron de ahí y se cayeron los unos sobre los otros como los perros y se fueron a su pueblo.

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Algunos entraron en el pueblo; (también) algunos, alrededor de doscientos hombres, cayeron en los fosos, porque no habían tenido el tiempo bastante para que los que habían caído en los fosos hubieran podido mirar en derredor suyo.

Después de esto llegamos al pueblo pero los indios que estaban en el pueblo [se] sostuvieron lo mejor que pudieron y se defendieron muy valientemente por dos días. Cuando los indios vieron que no podían sostenerlo más y temieron [por] sus mujeres e hijos, pues los tenían a su lado en el pueblo, vinieron ellos, estos susodichos Carios, y pidieron perdón a nuestro capitán general Juan Ayolas que los recibiera en perdón; [que] ellos harían todo cuanto nosotros

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quisiéramos. También trajeron y regalaron a nuestro capitán Juan Ayolas seis mujeres, la mayor era de diez y ocho años de edad; también le hicieron un presente de alrededor de unos nueve venados y otra carne de monte. A más nos pidieron que permaneciéramos con ellos y a cada gente de guerra u hombre dieron dos mujeres a disposición para que cuidaran de nosotros, cocinaran, lavaran y [atendieran en] otras cosas más de las que uno en aquel tiempo ha necesitado. También nos dieron sustento de comida de la que nosotros teníamos necesidad en esa ocasión. Así con esto quedó hecha la paz con los Carios.

Después de todo esto, ellos, los Carios, debieron edificar para nosotros una casa grande y fuerte de piedra y tierra, [y] aún de palos, para que si con el tiempo sucediese

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que los sobredichos Carios quisiesen rebelarse contra los cristianos, estos cristianos tuviesen entonces un amparo y se sostuviesen y defendiesen contra los Carios. Así duró la amistad con los Carios durante cuatro años. (También) hemos tomado así esta localidad en el día de Nuestra Señora de Asunción en el año de 1539 (97) y aún se llama la ciudad Nuestra Señora de Asunción. (También) de los españoles y de otras naciones han [perecido] en esta escaramuza unos dieciséis hombres. Allí quedamos unos dos meses. (También) desde los sobredichos Agaces hasta estos Carios hay treinta leguas de camino; (también) desde la localidad de Buena Esperanza que quiere decir en alemán gute Hoffnung, donde están los Timbúes, hay alrededor de trescientas cincuenta y cinco leguas de camino hasta estos Carios.

Facsímil de los grabados 3 y 4 insertos en la Relación de Schmidl, capítulos 11 y 13, Edición Latina Levinus Hulsius, de 1599.

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Y después de todo esto hicimos una alianza con los Carios por si querían marchar con nosotros contra los sobredichos Agaces y guerrearlos. Con ello estuvieron bien conformes y nuestro capitán les preguntó con cuánta fuerza querían marchar con [nosotros] contra los enemigos; entonces los Carios dieron a nuestro capitán la respuesta que con fuerza de ocho mil hombres. Así nuestro capitán estuvo bien contento; entonces nuestro capitán general Juan Ayolas tomó trescientos hombres españoles y con los Carios (y) marcharon aguas abajo y por tierra por las treinta leguas donde están los Agaces susodichos, como vosotros habéis sabido en la vigésima quinta hoja como ellos nos habían tratado. (También) los hallamos en el antiguo lugar donde los habíamos dejado antes entre las tres

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y cuatro horas hacia [ser de] día durmiendo en sus casas, sin sentir nada, cuando los Carios los habían espiado. Ahí dimos muerte a los hombres, mujeres y aun a los niños. Es que los Carios son un pueblo tal que cuantos ven o encuentran frente a ellos en la guerra, deben morir todos; ellos no tienen compasión de ningún ser humano. (También) tomamos hasta quinientas canoas grandes o barquillas y quemamos todos los pueblos que encontramos e hicimos a ellos un gran daño. A los cuatro meses después vinieron aquellos Agaces que habian escapado con vida, pues tampoco habían estado todos juntos en la escaramuza, y pidieron perdón a nuestro capitán Juan Ayolas. Así nuestro capitán tuvo que recibirlos en concordia porque tal cosa había mandado y dispuesto la Cesárea Majestad que cuantas veces cualquier principal de los indios se presenta y pide perdón hasta por tercera vez,

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debe concederse y guardarse tal cosa. Pero si sucediese que por tercera vez él violara la paz con los cristianos, entonces él debe ser un esclavo o cautivo o prisionero por toda su vida.

Después de todo esto permanecimos por seis meses en la sobredicha ciudad (98) Nuestra Señora de Asunción o Unser lieben Frauen Himmelfahrt y reposamos durante este tiempo. Entonces nuestro capitán general Juan Ayolas hizo preguntar a los sobredichos Carios acerca de una nación que se llaman Payaguáes (99). Entonces contestaron los Carios a nuestro capitán que estos Payaguáes estaban a cien leguas de camino de la susodicha ciudad de Asunción río Paraguay arriba. Cuando nuestro general ha sabido esto por los Carios, preguntóles también si los susodichos Payaguáes tenían bastimento y qué clase de bastimento

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[y] también qué gente era y cómo andaban y qué tenían ellos para nosotros; entonces respondieron los Carios a nuestro capitán que los Payaguáes no tenían otros alimentos que pescado y carne. También tienen cuernitos de morueco o [sea] algarrobo o pan de San Juan y de estos cuernitos de morueco hacen una harina, esa se la comen con los pescados. De los cuernitos de morueco hacen [ellos] también un vino y [éste] es muy bueno, como acá afuera la aloja.

Cuando nuestro capitán general Juan Ayolas supo todo esto por los susodichos Carios, ordenó él entonces a los Carios que cargaran dentro de dos meses cinco buques con provisiones de trigo turco y otro bastimento más que (se) en esos países es habitual consumo, que él también quería aprestarse en este tiempo con sus compañeros e iba a navegar hacia los susodichos Payaguáes y desde ahí más adelante hacia una

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nación que se llaman Carcaráes. Entonces dieron los Carios a nuestro capitán [la respuesta] que ellos querían ser dispuestos y obedientes y cumplir su mandado. También mandó y dispuso nuestro capitán con los marineros que ellos aparejaran los barcos para realizar este viaje. Después que todo ello estuvo ordenado y cumplido y los barcos estuvieron cargados con bastimentos, dispuso nuestro capitán Juan Ayolas con sus capitanes y alféreces, también los sargentos principales, que ellos convocaran la gente.

Cuando todo esto se cumplió, tomó nuestro capitán Juan Ayolas de entre estos cuatrocientos hombres unos trescientos hombres bien pertrechados con nuestras armas y los ciento sesenta hombres los dejó en la sobredicha fortaleza que se llama Nuestra Señora de Asunción donde ahí viven los susodichos Carios.

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Después de todo esto ordenó entonces nuestro capitán a los sargentos principales que nosotros ordenáramos a la gente que se fuesen a los barcos. Cuando toda la gente de guerra estuvo en los barcos, navegó nuestro capitán Juan Ayolas río arriba. Entonces hallamos a cada cinco leguas de camino una localidad de los susodichos Carios que se asientan ahí sobre el río Paraguay. En cada ocasión que vinimos a sus lugares, los Carios trajeron a nosotros, los cristianos, bastimentos: pescado y carne, gallinas, gansos, ovejas indias, avestruces y otras cosas más, todo lo que entonces necesitábamos y lo que ellos tenían. Pero cuando nosotros vinimos a la última (100) localidad que se llamaba Guayviaño que está a ochenta leguas de la ciudad de Nuestra Señora de Asunción, tomamos entonces de los susodichos Carios bastimentos y otras cosas más que hubimos menester entonces en nuestro viaje. De ahí partimos

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y vinimos a un cerro que se llama San Fernando (101); éste se parece al Bogenberg (102). Ahí encontramos los sobredichos Payaguáes; (también) desde el lugar de Guayviaño hasta estos Payaguáes hay doce leguas. Los Payaguáes vinieron a nuestro encuentro con cincuenta canoas y [nos] recibieron con falso corazón, como vosotros lo sabréis después y nos acompañaron a sus casas y para comer nos dieron pescado y carne, también cuernitos de morueco o pan de San Juan. Tras esto quedamos nosotros entre los Payaguáes durante unos nueve días.

Así nuestro capitán general hizo preguntar a los Payaguáes si ellos sabían de una nación que se llama Carcaráes; entonces el principal Payaguá dió una respuesta de oidas que los Carcaráes estaban lejos tierra adentro, pero que ellos no sabían de esto y los Carcaráes tendrían mucho oro y plata, pero nosotros todavía no hemos visto nada.

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(También) declararon que esa era gente blanca como nosotros los cristianos y tenían mucha comida; trigo turco y mandioca y maní, batatas, bocaja, mandioca-poropí, mandiotín, mandioca-pepirá y otras raíces más, carne de las ovejas indias, antas – este animal se parece a un burro en la [cabeza] (103) pero tiene patas como una vaca y es de cuero gris y tiene un cuero grueso como de búfalo -, venados, conejos, gansos y gallinas en divina abundancia. Pero estos Payaguáes no han visto antes todo esto, pero cuando Juan Ayolas ha entrado en la tierra, ése lo ha visto y después nosotros lo hemos visto aún mejor; nosotros hemos entrado en la tierra y salimos de nuevo, como vosotros lo sabréis después.

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(También) pidió nuestro capitán a los Payaguáes que le diesen algunos Payaguáes que entrasen con él al país. Entonces estuvieron dispuestos y el Payaguá principal le dió trescientos indios que debían marchar tierra adentro con él y portar su mantención y el aparejo necesario.

Después de todo esto cuando los Payaguáes habían dado su contestación, dispuso y mandó entonces nuestro capitán general Juan Ayolas con los sobredichos Payaguáes que quisieron entrar con él en la tierra, que se aprestaran para ello; él partiría dentro de cuatro días. También hizo que de los cinco barcos desmantelaran (104) tres y dejó dos barcos y en los dos barcos dispuso y dejó él unos cincuenta hombres con sus armas en los dos barcos, para que nosotros esperáramos a él durante cuatro meses; si sucediese que él no viniese en estos cuatro meses, que entonces nosotros regresámos a la ciudad de Nuestra Señora de Asunción.

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Así nos dejamos estar seis meses con nuestro capitán Domingo Martínez de Irala. Cuando comprendimos que no vendría nuestro capitán general Juan Ayolas, ni una noticia que supiéramos de él, – también a eso nos ha faltado el bastimento, así que no tuvimos nada que comer – debimos viajar de nuevo a la ciudad de Nuestra Señora de Asunción a la cual había dejado (105) nuestro capitán general Juan Ayolas junto con nosotros.

Sabed, pues, a continuación, sobre la entrada de cómo nuestro capitán general Juan Ayolas ha entrado al país y ha vuelto a salir. Primero él marchó a una nación que se llama Naperus; éstos son amigos de los Payaguáes y no tienen otra cosa que comer que pescado y carne y es una gran nación. (También) nuestro capitán tomó algunos

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de estos Naperus que marcharon con él tierra adentro y le enseñaron el camino. Y atravesaron muchas naciones y padecieron grandes fatigas y escaseces, hambre y pesadumbres; nuestro capitán Juan Ayolas (se) tuvo también gran resistencia en esta entrada de parte de los indios; (también) se le murió más de la mitad de la gente de los españoles y él vino a una nación que se llama Payzunos (106), ahí no pudo seguir más y tuvo que regresar de nuevo; (también) dejó entre estos Payzunos tres españoles, pues estaban gravísimamente enfermos (107). Cuando nuestro capitán general Juan Ayolas con los españoles e indios cruzó de nuevo la tierra salvamente o sea con salud hasta los sobredichos Naperus, quedó [allí] nuestro capitán Juan Ayolas con los españoles durante tres días

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y reposaron, pues estaban cansadísimos y también enfermos; tampoco tenían munición con ellos.

Pero cuando conocieron tal cosa y vieron que éstos [estaban] enfermos y débiles, resultó que los sobredichos Naperus y Payaguáes se convinieron entre sí, las dos generaciones e hicieron un contrato o sea alianza entre ellos, que iban a dar muerte a nuestro capitán general Juan Ayolas, como después han efectuado tal cosa las susodichas naciones Naperus y Payaguáes. Así cuando nuestro capitán general Juan Ayolas, por no haber sido prevenido ni haber recelado de ellos, estuvo a las tres jornadas entre los Naperus y los Payaguáes en un gran matorral y bosque, ellos han realizado allá su plan y estuvieron ocultos a uno y otro lado del camino donde debía pasar el pobre Juan Ayolas, nuestro capitán general – Dios le sea

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clemente – ahí ellos, los Naperus y Payaguáes, atropellaron como perros hambrientos a los cristianos y los mataron, que ninguno de ellos se salvó (108). Dios les sea clemente y misericordioso y a nosotros todos, amén.

(También) nosotros supimos de este hecho por un indio (109) que fué un esclavo de Juan Ayolas – Dios le sea clemente – al cual él había traído desde los Payzunos; éste se había escapado y nos cantó todo como había sucedido desde un comienzo hasta el fin. Después de esto estuvimos así durante un año en la sobredicha ciudad Nuestra Señora de Asunción, que está situada allí sobre el río Paraguay y nuestro capitán general Juan Ayolas – Dios le sea clemente y misericordioso –

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no quiso aparecer ni nosotros tuvimos nuevas del sobredicho Juan Ayolas, salvo que sólo los Carios habían comunicado a nuestro capitán Domingo Martínez de Irala que los sobredich[os] Payaguáes habían matado a los cristianos. Pero nosotros no quisimos dar crédito a ellos salvo que nos trajesen un Payaguá. Esto tardó cerca de dos meses; entonces vinieron los Carios y trajeron a nuestro capitán unos (110) Payaguáes que ellos habían cautivado. Cuando nuestro capitán averiguó a los Payaguáes si ellos habían hecho tal matanza de Juan Ayolas, negaron [ellos] y dijeron que él aún no había salido de la tierra. Así dispuso nuestro capitán con el alcalde y corchetes que atormentaran a los Payaguáes

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y los hiciesen confesar. Pero se les dió tal tormento que debieron confesar y los Payaguáes declararon que bien era verdad que ellos habían matado a los cristianos. Así tomamos los Payaguáes (el alcalde) y los condenamos y a ambos se les ató contra un árbol y se hizo una gran fogata desde lejos. Así se quemaron con el tiempo.

Como esto lo supo nuestro capitán Domingo Martínez de Irala y también nosotros, la gente de guerra, nos pareció bien que hiciéramos un capitán general que nos gobernara y fuera juez hasta tanto su Cesárea Majestad mandara mayormente. Y en seguida hicimos que mandara el Domingo Martínez de Irala, pues él había mandado durante largo tiempo y él trataba bien a la gente de guerra y era bienquisto por nosotros.

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Cuando todo esto hubo ocurrido y el Domingo Martínez de Irala debió gobernar la gente, él mandó y dispuso entonces que fuesen aprestados cuatro barcos de los bergantines, [pues] él quería navegar por el río Paraguay abajo hacia los Timbúes y Buenos Aires, donde estaba entonces la gente y traer toda la gente a reunirla en la sobredicha ciudad de Nuestra [Señora de] Asunción en cuanto nuestro capitán general Juan Ayolas – Dios le sea clemente y misericordioso – había dejado en Buenos Aires al lado de los dos barcos ciento sesenta españoles de nuestra gente; también había dejado ciento cincuenta hombres entre los Timbúes, como halláis en la hoja quince y en la hoja veinte (111), donde ahí habéis sabido para qué los había dejado.

Cuando nuestro capitán general Domingo Martínez de Irala había aprestado los barcos o bergantines,

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tomó entonces de los doscientos diez hombres sesenta hombres y dejó ciento cincuenta hombres en la susodicha ciudad Nuestra Señora de Asunción y bajó con los cuatro bergantines por el río Paraguay y Paraná y llegó a los sobredichos Timbúes donde estaban los españoles (112). [Sucedió] allí [que] un capitán que se llamaba Francisco Ruiz y Juan Pavón, también un sacerdote (113) y un secretario que se llamaba Juan Hernández, convinieron y celebraron un consejo entre sí, que ellos habían de matar al principal de los Timbúes, que se llamaba Cherera-guazú y algunos indios junto con él, como esto después ha sucedido. Después que ellos, los sobredichos cristianos, habían matado a los Timbúes, vinimos nosotros con nuestro capitán Domingo Martínez de Irala con los cuatro barcos. Cuando él supo esto, se sobresaltó [él] muy gravemente por esta matanza y que habían huído los indios. Así nada pudo

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resolver y dejó bastimentos (114) y provisiones en Corpus Cristi; también veinte hombres de los nuestros con un capitán que se llamaba Antonio Mendoza y [le] mandó, so pena de la vida, que él no se fiara de los indios de ninguna manera y que tuviera buena guardia día y noche y si ocurriera que ellos viniesen y quisiesen ser otra vez sus amigos, que tratara con ellos y les demostrara buena amistad, pero no por eso [se] cuidara menos de ellos y estuviera alerta para que no sucediese un perjuicio a él ni a la gente. (También) nuestro capitán Domingo Martínez de Irala tomó [consigo río abajo] las cuatro personas que han sido culpables de esa matanza de los indios, Francisco Ruiz, Juan Pavón, el sacerdote [y]

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su secretario Juan Hernández (115). Cuando nuestro capitán Domingo Martínez de Irala quiso partir ahora desde nosotros, llegó un principal de los Timbúes que se llamaba Zaique Limy, que era gran amigo de los cristianos, pero ello no obstante estaba obligado a habitar con los suyos a causa de su mujer e hijos y amigos. Así el susodicho Timbú Zaique Limy clamó a nuestro capitán Domingo Martínez de Irala que llevara río abajo toda su gente con él, pues todo el país estaba alzado contra ellos y querían matar y echar fuera de la tierra a los cristianos. Entonces nuestro capitán le contestó que él volvería pronto; (también) a más su gente era bastante fuerte contra los indios y que él se viniese a los cristianos con mujer e hijos y sus amigos y toda su gente. El contestó

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a nuestro capitán que él cumpliría esto, como lo hizo más tarde, pero diferentemente, como vosotros lo sabréis después.

En esto navegó río abajo nuestro capitán Domingo Martínez de Irala y nos dejó solos ahí.

Cuando habían pasado ocho días, entonces el Zaique Limy, el Timbú, envió con mente traidora, a uno de sus hermanos que se llamaba Sueblaba, y pidió de nuestro capitán Antonio Mendoza que le diera seis cristianos que tuviesen sus arcabuces, [pues] él quería llevar su hogar con sus amigos a nosotros y quería habitar al lado de nosotros. También expresó el susodicho Sueblaba que él temía sus amigos los Timbúes, por esto pedía los seis cristianos a nuestro capitán para que él trajese con mayor seguridad sus trastos caseros, mujer e hijos y lo que ahí

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él hubiera menester, pero esto era astucia y pura picardía y él se ofreció en grande a nuestro capitán, que él nos traería comida y que cuanto nosotros hubiéramos menester, eso lo haría. Como este indio Sueblaba con falso corazón se ofrecía tanto, él le prometió entonces cincuenta españoles bien pertrechados con sus armas y se los dió para mayor seguridad, pues siempre son más fuertes cincuenta hombres que seis, como lo indiqué antes, y nuestro capitán ordenó a los cincuenta hombres, que ahora debían viajar o marchar con el Sueblaba, pues no había más que medio cuarto de legua de camino desde el lugar donde vivían los cristianos, (así ordenó nuestro capitán) que tuvieran presente y miraran bien que no recibiesen algún daño de parte de los susodichos indios. Cuando los cincuenta hombres españoles vinieron al pago y a las casas, vinieron entonces los amigos de entre los Timbúes y les dieron un beso

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como Judas que ha hecho falsedad y trajeron a comer pescado y carne y lo que ahí tenían. En esto que estaban comiendo, asaltaron a los cristianos los amigos y otros que ahí estaban ocultos en las casas y en las rozas (116). Estos les bendijeron la comida en tal modo que ni uno sólo de ellos se escapó con vida salvo un muchachón que se llamaba Calderón (117), pero los demás cristianos tuvieron que dejar la vida. Dios les sea clemente y misericordioso y a todos nosotros.

Después de haber acontecido todo esto, atacaron los enemigos nuestro lugar y había de estos enemigos más de cerca de diez mil hombres en fuerza unidos como un [solo hombre] y sitiaron nuestro pueblo y se creyeron que ellos iban a conquistar nuestro pueblo; pero Dios el Todopoderoso no les concedió tanta gracia para que pudiesen conseguir

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algo y [así] acamparon durante catorce días ante nuestro pueblo y lo asaltaron día y noche. También habían hecho unas lanzas largas mediante las tizonas que habían tomado y ganado a los cristianos; con estas picaban contra nosotros y se defendían. En estos días sucedió en una noche que los indios llevaron un asalto muy fuerte y quemaron nuestras casas. En esto cuando nuestro capitán Antonio Mendoza corrió con un montante hacia un portón [y] cuando él llegó al portón, había entonces unos indios ocultos que no se los podía ver con sus lanzas y tiraron por entre el [portón] las lanzas contra el capitán que no pudo decir ni ay! ni guay! Dios le sea clemente (118).

Ahora los sobredichos indios no podían estarse más y no tenían más nada que

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comer; así tuvieron que levantar el campamento y se marcharon de ahí. Después de esto envió nuestro capitán dos barcos-bergantines con bastimentos para que tuviéramos que comer hasta tanto él viniese desde Buenos Aires. Cuando estos dos barcos-bergantines hubieron venido al lado nuestro en el pueblo de Corpus Cristi o día de Corpus entre los Timbúes, nosotros los cristianos estuvimos muy alegres, pero los otros cristianos que estaban entonces en los dos barcos-bergantines [estuvieron] muy tristes cuando oyeron que habían muerto los cristianos. [Entonces] celebramos consejo sobre lo que debíamos hacer, si debíamos navegar río abajo o permanecer ahí; convinimos entre nosotros y nos pareció conveniente que todos juntos navegáramos río abajo, como lo hemos hecho. Pero cuando llegamos a donde estaba nuestro capitán Domingo Martínez de Irala, él se sobresaltó muchísimo y estuvo acongojado por la gente que ahí había perecido

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[pues] él no sabia qué resolver ni qué hacer con nosotros, pues él no tenía más bastimento, o provisión, para dar a nosotros.

En esto que estuvimos cinco días en Buenos Aires, vino desde España un navío chico que se le llama carabela y nos trajeron buenas noticias nuevas, como que había llegado otro navío a Santa Catalina; el capitán que estaba en este navío se llamaba Alonso Cabrera y trajo con él desde España doscientos hombres. En cuanto nuestro capitán Domingo Martínez de Irala supo tal nueva noticia, hizo aprestar de los dos navíos un navío que era un galeón y lo envió lo más pronto posible a Santa Catalina en el Brasil, que está situado a trescientas leguas de camino de Buenos Aires, donde estábamos nosotros y encomendó a un capitán que se llamaba Gonzalo Mendoza, que él gobernara el navío; también (él debía)

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cuando él viniese al navío en Santa Catalina en el Brasil, debía él cargar el navío con bastimento de la raíz mandioca y otros alimentos más que ahí le pareciesen buenos. Entonces este capitán Gonzalo Mendoza pidió a nuestro capitán general Domingo Martínez de Irala, que le diera y facilitara seis compañeros de la gente de guerra para que él pudiera fiarse en ellos. Tal cosa le concedió nuestro capitán. Entonces él tomó con él a mí y otros cinco españoles, también otros veinte de la gente de guerra y marineros que debían gobernar el navío.

Después que partimos desde Buenos Aires, llegamos en un mes a Santa Catalina. Allí hallamos el susodicho navío que había venido desde España y al capitán Alonso Cabrera, junto con toda su gente. Cuando supimos esto,

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estuvimos muy alegres y quedamos dos meses en Santa Catalina y cargamos nuestro navío con bastimentos que tuvimos con divina abundancia de mandioca, la raíz, también de trigo turco, que no pudimos llevar más. Después cuando quisimos ponernos en movimiento y quisimos navegar hacia Buenos Aires (y) navegó con nosotros en su navío el capitán que había venido desde España y también había cargado su navío con bastimentos. Así vinimos hasta a veinte leguas del río Paraná-Guazú; tal río en la boca es ancho unas cuarenta leguas de camino y tal anchura perdura por ochenta leguas de camino hasta que vosotros venís a un puerto que se llama San Gabriel. Cuando vosotros venís ahí, el río Paraná-Guazú es ancho ocho leguas de camino, como entonces vosotros lo habéis sabido por mí al comienzo en este libro. Cuando vinimos

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a veinte leguas de camino al sobredicho río Paraná, en la víspera de Todos los Santos, nos juntamos hacia la noche, los dos navíos y preguntamos el uno al otro si estábamos en el río Paraná; entonces dijo nuestro piloto que nosotros estábamos en el río, pero el otro piloto dijo a su capitán que estábamos a veinte leguas de distancia de ahí; pues cuando dos o tres o más navíos navegan juntos sobre el mar, se reúnen siempre cuando el sol quiere entrar [y] se preguntan entre ellos cuánta distancia han navegado en el día y la noche y cuál viento quieren tomar en la noche para que no se separen entre ellos. Después de todo esto nuestro piloto preguntó de nuevo entonces al otro navío que había navegado con nosotros, si él quería

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seguirle. Pero el otro piloto dijo que ya era de noche y él quería quedar en el mar hasta el alba y no tocar tierra en esta noche. Este piloto estuvo más acertado que el piloto nuestro, como lo sabréis después. Así nuestro piloto navegó su ruta o camino y dejó al otro piloto.

Así navegamos en esa noche y tuvimos gran tempestad sobre el mar hasta pasadas (119) las doce o la una hacia el día; entonces vimos tierra; antes de que pudiéramos echar nuestra ancla, el navío ya había chocado contra tierra y teníamos una buena legua de camino hasta la costa; no tuvimos otro remedio que implorar a Dios el Todopoderoso que fuése benévolo y misericordioso para con nosotros. Así se sostuvo nuestro navío por no más de una hora y en la misma hora

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el navío quedó hecho cien mil pedazos y se ahogaron quince hombres y seis indias (120); algunos se salvaron sobre grandes maderos y yo y otros cinco compañeros nos salvamos sobre el mástil, pero de las quince personas no pudimos hallar ningún cadáver; Dios les sea clemente y misericordioso y a nosotros todos. Así tuvimos que recorrer de a pie las cien leguas de camino y habíamos perdido en el navío todas nuestras ropas que teníamos y además la mantención, así que tuvimos que sustentarnos con esas frutas que hallamos en los montes, ésas tuvimos que comer, otra cosa no tuvimos para comer hasta que llegamos a un puerto o Hafen que se llama San Gabriel. Cuando llegamos allí, encontramos al navío sobredicho con su capitán y había llegado treinta días o un mes antes que nosotros (121).

Facsímil de los grabados 5 y 6 insertos en la Relación de Schmidl, capítulos 17 y 20, Edición Latina Levinus Hulsius, de 1599.

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Y esto fué comunicado a nuestro capitán Domingo Martínez de Irala en Buenos Aires y los cristianos estuvieron muy afligidos por nosotros, pues ellos creyeron que todos nosotros habíamos muerto y habían mandado leer para nosotros algunas misas por nuestras almas. Cuando después vinimos al lado de nuestro capitán Domingo Martínez de Irala y le comunicamos cómo nos había ido en el viaje, él mandó llamar ante sí a nuestro capitán y al piloto o timonel; y si no hubiera sido por el gran ruego ante nuestro capitán, él hubiera mandado ahorcar al piloto, así éste debió permanecer por cuatro años en los barcos, en los bergantines. Después de todo esto como estuvo reunida en Buenos Aires toda la gente, mandó nuestro capitán

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general que se aprestara a los bergantines y alzó en conjunto toda la gente y quemó las naves grandes y tomó en guarda el hierro (122). Entonces remontamos así el río Paraná y llegamos a la ciudad Nuestra Señora de Asunción; ahí quedamos por dos años y nuestro capitán Domingo Martínez de Irala esperó una resolución de su Cesárea Majestad.

En esto llegó desde España un capitán general que se llamaba Alvar Núñez Cabeza de Vaca. A tal capitán y persona había despachado su Cesárea Majestad con cuatrocientos hombres y treinta caballos. Vino el susodicho capitán con cuatro naves: dos grandes y dos carabelas, esas eran las cuatro naves y llegó al Brasil a un puerto o Hafen que se llama Viaza, pero los españoles le han dado el nombre de Santa Catalina. En éste él quiso cargar bastimento o provisión [en] los navíos. Cuando quiso enviar los dos navíos-carabelas en busca de bastimentos a distancia de ocho leguas

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de sobredicho Hafen o puerto, sobrevino, cuando estos dos navíos estaban en viaje, tan gran tormenta a los navíos que ambos quedaron en el mar o Meer y no se salvó nada más que las gentes que estaban en estos navíos. Cuando este capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca hubo perdido sus dos navíos y no debió aventurarse sobre el mar [con] los otros dos, pues estaban completamente descalabrados y desmantelados, viajó hacia la capitana y desmanteló sus dos naves también y vino por tierra a Río de la Plata (123). (También) el capitán se llamaba Alvar Núñez Cabeza de Vaca y vino a nuestra ciudad Nuestra Señora de Asunción en el Paraboe y trajo trescientos hombres de los cuatrocientos; los demás habían muerto todos por hambre y otras enfermedades (124).

(También) este capitán ha estado en viaje con su gente durante ocho meses y hay quinientas leguas de camino

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desde la (desde la) ciudad de Nuestra Señora de Asunción hasta esta localidad o puerto de Santa Catalina. Cuando vino este capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca, trajo desde España su gobernación de la Cesárea Majestad, para que el sobredicho capitán Domingo Martínez de Irala le transfiriese su gobernación y la gente le estuviese sujeta. A todo esto el capitán y la gente estuvieron todos conformes y obedientes en cuanto que él exhibiese sus provisiones de su Cesárea Majestad; tal cosa no pudo sacar en limpio el común, pero los clérigos y dos o tres capitanes hicieron con ello que él mandara. Pero de cómo le fué más tarde, lo sabréis después muy bien. En esto nuestro capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca hizo una revista de la gente de guerra. Así él halló

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de nuestra gente que antes que él habíamos estado en la tierra y de la gente que había venido, unos ochocientos hombres en todo. (También) en este tiempo hizo hermano jurado suyo a Domingo Martínez de Irala, para que dispusiese y mandase a la gente, como él había mandado anteriormente.

Ahora él, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, hizo construir nueve barcos-bergantines y quiso remontar el río Paraguay hasta donde pudiese. Pero en este tiempo, antes que estuvieran aprestados estos barcos, envió él por lo primero tres barcos-bergantines con ciento quince hombres para que navegaran lo más lejos que pudiesen y buscaran indios (125) que tuviesen mandioca y trigo turco, éste es maíz. (También) dió él, nuestro capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca (él dió) dos capitanes que debían navegar con los tres barcos, uno se llamaba Antonio Cabrera, el otro Diego de Tovalina,

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el tercero Alonso Riquel, lugarteniente de otro capitán en el barco (126) y vinieron a una nación que se llama Surucusis (127), que tenían pescado y carne, y trigo turco y mandioca, también otra raíz que se llama maní [y] se parece a las avellanas; y los hombres llevan en el labio una gran piedra azul como una ficha de tablero y las mujeres andan [llevando] cubiertas sus partes.

De ahí marchamos por cuatro días tierra adentro con la gente de guerra y dejamos al lado de los barcos también algunos de nuestros compañeros para que los barcos estuviesen cuidados mientras nosotros estuviéramos ausentes y en estos cuatro días llegamos a una localidad que era de los Carios. Estaban reunidos en esta localidad alrededor de tres mil hombres hechos de estos Carios.

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Cuando vinimos al lado de ellos, tomamos relación de la tierra y [ellos] nos dieron buena información. Cuando nosotros supimos esto por los Carios, nos volvimos de nuevo y vinimos a nuestros barcos. De ahí navegamos río Paraguay abajo y vinimos a una localidad que se llama Diquerery; ahí hallamos una carta (128) en manos de los indios que decía de parte de nuestro capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca que se le ahorcara al indio principal, que se llamaba Aquere del susodicho lugar Diquerery. En seguida, ni bien recibimos la carta, obedeció nuestro capitán al mandado que nuestro capitán general dispuso y ordenó, etc., por lo cual después se ha originado una gran guerra por los Carios contra nosotros los cristianos, por causa del susodicho indio al cual se lo ha ahorcado, como vais a saber después. Cuando tal mandado

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de nuestro capitán general se hubo cumplido navegamos entonces río abajo y vinimos a la ciudad Nuestra Señora de Asunción y dimos nuestra relación de la tierra, [acerca de] lo que había ahí en la tierra.

Cuando nuestro capitán (129) supo esto por nuestro capitán y por nosotros, mandó nuestro capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca a los Carios que estaban ahí al lado de nuestra ciudad Nuestra Señora de Asunción por medio de su indio principal, que él diese a nuestro capitán general dos mil indios; éstos debían marchar río arriba con él. Pero ellos se responsabilizaron ante nuestro capitán que ellos estaban dispuestos [a] marchar con él, [pero] que por lo primero él reflexionara bien antes de salir de la tierra, pues todo el país Tabere se había alzado con gran poder de los Carios y querían

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marchar contra los cristianos, porque este Tabere era hermano de aquél a quien se le había ahorcado, del Aquere, y quería vengar la muerte de su hermano.

Cuando nuestro capitán general supo esto, tuvo que suspender su viaje y tuvo que marchar contra sus enemigos, a lo cual él obedeció y mandó a su hermano jurado Domingo Martínez de Irala que tomara cuatrocientos hombres y dos mil indios y que marchara contra el susodicho Cario Tabere y los expulsara a él y todos sus amigos y devastara [el país]. A tal mandado obedeció el susodicho Domingo Martínez de Irala y partió de la ciudad Nuestra Señora de Asunción y vino con su gente ante el susodicho Cario Tabere e hizo requerir al Tabere de parte de su Cesárea Majestad. Pero este Tabere no quiso hacer caso de esto y tenía reunida mucha gente y ellos habían fortificado grandemente su localidad mediante una palizada, ésta es un muro hecho de palos;

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(también) la localidad tenía en su derredor tres muros de palos y muchos grandes fosos que eran muy hondos y había hincadas en la tierra grandes lanzas de madera; de estos [fosos] había muchísimos y estaban cubiertos muy prolijamente con paja y ramitas y hierba asentada encima, para que no se creyese que eran fosos. Pero nosotros teníamos buena información de qué modo estaban arregladas todas las cosas en la localidad. Así acampamos a su frente durante tres días sin que pudiésemos ganarla, pero en el cuarto día a las tres horas antes [de ser] de día, irrumpimos en la localidad y matamos a todos cuantos encontramos y cautivamos muchas de sus mujeres que nos fué una gran ayuda, y los hombres en su mayor parte se habían escapado; y habían matado de nosotros los cristianos dieciséis hombres

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españoles y fuera de éstos han sido heridos muchos de nuestra gente por los indios Carios. También han matado y muerto en esta escaramuza a muchos de nuestros indios que habían marchado con nosotros, pero no ganaron mucho de nosotros, pues de su parte quedaron muertos hasta tres mil hombres de los canibales (130). En esto como nosotros los habíamos vencido a los Carios y habíamos cautivado sus mujeres, vinieron entonces los Carios, el Tabere con su gente, y pidieron perdón que se les concediese perdón y que se le diese a él y a los suyos las mujeres y niños; por lo mismo él quería servir también a nosotros los cristianos y estarnos sometido. Nuestro general tuvo que conceder y guardar tal cosa, pues así lo había mandado su Cesárea Majestad: que ni bien él

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o algún otro indio viene y pide perdón hasta por tercera vez, debía concedérselo, pero si falta a su palabra por tres veces seguidas y que se [le] puede prender, entonces él y sus hijos son esclavos.

Después de haberse hecho esta paz, navegamos entonces aguas abajo por el Paraguay hacia donde estaba nuestro capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca y le comunicamos cómo nos había ido en este viaje. Pero como nuestro capitán general vió que la tierra estaba pacífera y había paz en la tierra, ordenó entonces a la gente que estuviesen listos, pues él quería realizar su sobredicho viaje; (también) no obstante esto hizo comunicar a los indios principales, también al Tabere, que había hecho la guerra

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contra nosotros los cristianos, que trataran y dispusieran con los suyos que armaran hasta dos mil hombres (y) para realizar tal viaje con nuestro capitán general. Con ello estuvieron conformes y atentos con nuestro capitán; ellos se presentarían obedientes. También ordenó él a los susodichos Carios que cargaran nueve barcos-bergantines. Todo esto se hizo en dos meses. Pero cuando todo estuvo dispuesto y aparejado, tomó nuestro general Alvar Núñez Cabeza de Vaca de entre los ochocientos hombres unos quinientos hombres y dejó trescientos hombres en la ciudad Nuestra Señora de Asunción y él se embarcó con su gente y navegó por el río Paraguay arriba. (También) dejó un capitán que se llamaba Juan Salazar (131) en la susodicha ciudad Nuestra Señora de Asunción. Entonces navegó nuestro capitán por el río Paraguay arriba con los quinientos hombres y dos mil indios.

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(También) tenían los Carios ochenta y tres canoas, esas son barquillas; (también) nosotros los cristianos teníamos nueve barcos-bergantines (132) y en cada uno se llevaron dos caballos, pero se los hizo marchar por cien leguas de camino por la tierra de los Carios y nosotros viajamos por el río hasta un cerro que se llama San Fernando; allí nuestro capitán tomó los caballos y los embarcó o trajo a los barcos y nosotros vinimos a nuestros sobredichos enemigos los Payaguáes. Pero cuando nos hubieron divisado, huyeron y no quisieron esperamos y huyeron con sus mujeres e hijos y quemaron sus casas. Desde ahí viajamos por cien leguas de camino que no hallamos gente alguna y después vinimos a una nación que se llaman Guajarapos; éstos tienen pescado y carne y ellos son muchísima gente y tienen más de cien leguas a lo largo y ancho donde dura su nación;

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también de las canoas tienen extremadamente muchas, no es para escribirlo. (También) sus mujeres andan con las partes cubiertas; pero tampoco quisieron tratar con nosotros y huyeron ante nosotros. Desde ahí navegamos [hacia una nación] que se llaman Surucusis, donde ahí habían estado los sobredichos tres barcos; hay noventa leguas desde los susodichos Guajarapos hasta esta nación Surucusis y ellos nos recibieron muy bien. (También) los Surucusis viven cada uno por sí con sus mujeres (133) e hijos. (También) los hombres tienen pendiente del lóbulo de las orejas un disquito redondo de madera del tamaño de una buena ficha de tablero; (también) las mujeres tienen una piedra gris de cristal en el labio hacia afuera; es gruesa y larga más o menos como un dedo; (también) las mujeres son muy lindas y no tienen nada tapado en su cuerpo y andan

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desnudas, como nacieron de la madre y ellos [tienen] trigo turco, mandioca, maní, batatas y otras raíces más, pescado y carne en divina abundancia. Permanecimos al lado de ellos por catorce días y había muchísimos de estos indios. Ahora preguntó nuestro capitán acerca de los Carios y otra nación que se llama Carcaráes (134), mas los susodichos Surucusis no supieron dar informe alguno sobre los Carcaráes, pero dijeron de los Carios que éstos estaban aún en sus casas, mas todo era mentido.

Ahora mandó nuestro capitán que nos aprestáramos; él quería entrar al país con trescientos cincuenta hombres y dejó ciento cincuenta hombres en los barcos (135) y dejó bastimento para dos años en los barcos y llevó consigo los dieciocho caballos y los dos mil Carios que con nosotros habían partido de la ciudad Nuestra Señora de Asunción. Y nuestro capitán entró en la

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tierra; pero no hizo mucho, pues él no era hombre para esto; a más los capitanes y los soldados le eran todos enemigos, [pues] de tal manera se portó él con la gente.

Así marchamos durante dieciocho días, en que no hallamos ningún Cario ni otro indio y no habíamos traído mucho bastimento. En esto nuestro capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca no quiso seguir adelante y retornó de nuevo hacia los barcos de donde habíamos partido. (También) cuando quiso volver, mandó en el mismo día a un español que se llamaba Francisco de Ribera (136) con otros diez españoles con sus armas que ellos siguieran adelante por diez días. Si en los diez días ellos no hallaran indios o una nación (gente), que se volviesen y nuestro capitán los esperaría al lado de los barcos. Entonces los susodichos diez españoles hallaron un gran pueblo reunido, pero no debían

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dejarse ver por los indios; (también) ellos, los indios tenían trigo turco y mandioca y otras raíces más. Así se volvieron y vinieron hacia nuestro capitán general y le comunicaron todas las proporciones que habían visto en la tierra. Entonces nuestro capitán general quiso entrar de nuevo y buscar esta susodicha nación, donde habían estado los diez cristianos. Pero él no pudo partir por causa del agua, ésta le impidió que entrara en la tierra (137).

Entonces mandó nuestro capitán un barco con ochenta hombres y nos dió un capitán que se llamaba Hernando de Ribera (138) y éstos debían viajar por la Paraguay aguas arriba y preguntar por una nación que se llama los Jarúes y allí mismo entrar en la tierra por dos días y

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no por más tiempo y debíamos reconocer el país y traer relación del país y de los indios a nuestro capitán. Y ea seguida que hubiéramos salido del país, deberíamos marchar río abajo entonces e informarle. Cuando al primer día partimos del lado de nuestro capitán y de los barcos, vinimos a las cuatro leguas de camino a la otra banda del río. [Allí] hallamos una nación de los susodichos Surucusis, los que viven en una isla que en lo largo y ancho será de treinta leguas y en su derredor un río; ese es la Paraguay y ellos tienen para comer mandioca, maíz, maní, batata, mandioca-pepirá, mandioca-poropi, bocaja y otras raíces más; también pescado y carne. (También) los hombres y mujeres son formados como los sobredichos Surucusis. Así quedamos ese

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día con ellos y partimos de nuevo al otro día. Entonces marcharon con nosotros por parte de los indios diez canoas que son barquillas y nos mostraron el camino y agarraban para nosotros caza del monte y pescado todos los días dos veces en el día. Así estuvimos de viaje por nueve días y vinimos a una nación que se llama Yacaré y hay muchísima gente reunida. (También) los indios son altos y grandes, hombres y mujeres que en toda la tierra de Río de la Plata no hay ni he visto gentes más grandes que los Yacarés. Y hay una distancia de treinta y seis leguas de camino desde los Surucusis, de donde habíamos partido y los susodichos Yacarés no tienen otra cosa que comer que pescado y carne. (También) las mujeres tienen cubiertas sus partes con un paño de algodón. Allá quedamos un día y los Surucusis regresaron con las diez canoas hacia su tierra. Entonces pidió nuestro capitán Hernando

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Ribera a los Yacarés que ellos le mostraran el camino hacia los Jarúes. Ellos estuvieron dispuestos entonces y con nosotros marcharon ocho canoas de los Yacarés y agarraban para nosotros todos los días por dos veces pescado y carne para que tuviéramos que comer.

(También) el porqué (se) llaman a la nación Yacaré es por un yacaré, [que] es un pez que tiene sobre si un cuero duro que no se le puede herir con un cuchillo ni entrarle con las flechas indias. Y a eso es un pez grande y hace daño grande a los otros peces. (También) sus huevos los tira de sí o los pone en la tierra a más o menos dos o tres pasos del río; y su hueva o simiente que viene de este pez tiene un gusto igual al amizcle y él es bueno para comerlo; la cola de este pescado es lo mejor y él no es nocivo en si mismo. El vive siempre

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en el agua. Pero acá afuera entre nosotros se le cree a este pez yacaré un animal sumamente horroroso y dicen que debe ser un basilisco y que envenena y hace gran daño en las Indias. Y cuando este pez o animal sopla su aliento a alguno, entonces éste debe morir; pero todo esto es fábula; si fuera así, yo hubiese muerto cien veces, pues yo he comido y cazado más de tres mil de ellos. Yo no hubiera escrito acerca de este pez si yo no hubiese visto su cuero en Munich en la casilla de tiro de mi benévolo señor duque Alberto (139) la que él tiene en el coto. Por ello tuve que hablar en seguida de esto. (También) en esta susodicha localidad de Yacaré hay la máxima cantidad de ellos, [mucho mayor] que en otros lugares; por eso que hay tantísimos, llaman Yacaré (140) a las naciones.

De ahí navegamos a una nación

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que se llama Jarúes y estuvimos en viaje alrededor de nueve días, pero ellos no eran los cabales donde vive el rey. Así hay desde los susodichos Yacarés hasta estos Jarúes treinta y seis leguas y hallamos reunida una gran nación de los Jarúes. (También) los Jarúes tienen barbotes y tienen colgando en las orejas desde el lóbulo un aro redondo de madera, y la oreja está arrollada o plegada en derredor del aro de madera; esto es de ver si alguien no lo hubiere visto; (también) los hombres tienen en los labios una ancha piedra azul de cristal como una ficha de tablero (141). (También) los hombres están pintados en color azul desde arriba hasta las rodillas. Se asemeja a como se pintan calzas y jubones acá afuera. (También) las

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(las) mujeres están pintadas en otra linda manera: desde los senos hasta las partes (142) [en] color azul, muy bien hecho. Un pintor acá afuera tendría que esforzarse para pintar esto y ellas van completamente desnudas y son bellas mujeres a su manera. Pero aunque ellas pecan en caso de necesidad (143), yo no quiero mayormente contar de estas cosas en esta vez.

Y quedamos un día con estos Jarúes. Desde ahí marchamos durante tres días hasta donde vive el rey de los Jarúes y hay catorce leguas de camino desde los susodichos Jarúes hasta ese Jarú. (Su [domicilio] está) a cuatro leguas de camino tierra adentro vive el rey, pero ello no obstante, el rey tiene otra localidad situada sobre el río Paraguay. Así dejamos nuestro barco con doce españoles, que debían cuidar el barco para que nosotros cuando viniéramos, tuviésemos nuestro amparo y ordenamos a aquellos Jarúes que entonces estaban en la localidad, que prestaran a los cristianos

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buen tratamiento y compañía, como todo esto lo hicieron después los Jarúes.

Así quedamos dos días en la localidad y nos aprestamos para el viaje y tomamos para nosotros lo que allá necesitábamos y atravesamos el río Paraguay y vinimos a la localidad donde vive el rey en persona, pero cuando vinimos a una legua de camino a cercanías de la localidad, vino a nuestro encuentro el rey de los Jarúes con doce mil hombres, más bien más que menos, en modo pacífico sobre una pampa. Y el camino sobre el cual anduvimos tenía una anchura de ocho pasos, pero no habían de encontrarse en este camino ni pajas ni palos ni menos piedras (144) y estaba sembrado de flores y hierbas hasta la localidad. (También) tenía el rey a su lado su música hecha al igual como acá afuera las churumbelas. Esto cuadra

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bien a tal tierra. También había ordenado [el rey] por los dos lados al costado del camino que se cazaran venados y otra salvajina, [así] que habían cazado alrededor de treinta venados y veinte avestruces o ñandúes, que tal cosa era muy linda de verse. Cuando vinimos a la localidad, aposentó o condujo el Jarú principal, el rey, a cada casa dos cristianos y a nuestro capitán con sus peones y muchachones a la casa del rey de los Jarúes. (También) nosotros, la gente de guerra, estuvimos aposentados no lejos de la casa del rey. (También) encomendó el rey a sus súbditos que nos trataran bien y nos diesen de lo que nosotros estábamos necesitados y desprovistos. (También) el rey de los Jarúes dirige su corte a su manera como un gran señor en estos países. Durante la mesa hay que tocar la música para él; (también) a mediodía, si es ocurrencia del rey, los hombres

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y las mujeres más bellas deben bailar ante él (deben). Cuando uno de nosotros los cristianos [las] ve bailar, uno ante esto se olvida entonces de [cerrar] la boca y hay que ver este baile de los Jarúes. (También) los hombres y las mujeres son iguales como los sobredichos Jarúes, como yo he contado de ellos en la hoja cincuenta y siete, etc. También las mujeres en estos lugares hacen grandes mantas de algodón y [tales] son muy sutiles – como acá afuera el arras (145) – y en ellas, en las mantas, hay bordados adentro muchos diversos animales, como venados y avestruces y ovejas indias, también otras cosas como una sabe y ha aprendido, etc. Ellas duermen entre estas mantas cuando hace frío o se sientan sobre ellas [o] para lo que quieren usarlas. (También) estas mujeres son muy lindas y grandes amantes y afectuosas y muy ardientes de cuerpo, según mi parecer.

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Allí quedamos durante cuatro días y el rey preguntó a nuestro capitán cuál era nuestro deseo e intención (146); entonces nuestro capitán contestó al rey de los Jarúes que él quería buscar oro y plata. Entonces el rey de los Jarúes dió una corona de plata que ha pesado un marco y medio, más o menos, también una plancha de oro que ha sido larga como de un jeme y medio y ancha de medio jeme; también le ha dado un brazalete que es un medio arnés y otras cosas más de plata. Entonces le contestó el rey de los Jarúes a nuestro capitán que él no tenía más oro ni plata; tal oro y plata que yo he indicado antes, él lo habría ganado en las guerras, conquistado y logrado tiempos antes de las amazonas. Pero por lo que él nos dió a entender

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de las Amazonas y comunicó de la gran riqueza, estuvimos muy alegres. Entonces preguntó nuestro capitán al rey si nosotros con nuestro barco podíamos ir por agua y cuánta distancia habría hasta las sobredichas Amazonas. Entonces el rey contestó a nuestro capitán que nosotros no podríamos viajar por agua con nuestros barcos; que nosotros deberíamos marchar por tierra y tendríamos que viajar durante dos meses seguidos.

Entonces marchamos hacia las sobredichas Amazonas; ésas son mujeres con un [solo) pecho y vienen a sus maridos tres o cuatro veces en el año y si ella se embaraza por el hombre [y] es [nace] un varoncito, lo manda ella a casa del marido, pero si es una niñita, la guardan con ellas y le queman el pecho derecho para que éste no pueda crecer; el porqué le queman el pecho es para que

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puedan usar sus armas, los arcos contra sus enemigos; pues ellas hacen la guerra contra sus enemigos y son mujeres guerreras. (También) viven estas mujeres amazonas en una isla y la isla está rodeada en todo su derredor por río y es una isla grande. Si se quiere viajar hacia allá, hay que llegarse a ella en canoas. (También) en esta isla las Amazonas no tienen ni oro ni plata, sino en Tierra Firme, que es en la tierra donde ahí viven los maridos; allí tienen gran riqueza y es una gran nación y un gran rey que se llamaría Iñis como ha indicado después el Ortués, etc.

Entonces nuestro capitán Hernando Ribera pidió al rey de los Jarúes que nos diese [algunos] de su gente, él quería marchar tierra adentro y buscar las Amazonas para que los Jarúes

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portaran nuestros bagajes y enseñaran el camino. Entonces él estuvo dispuesto, pero informó que toda [la] tierra estaba llena de agua y que no era el tiempo de marchar ahora tierra adentro, pero nosotros no quisimos creerlo y le pedimos los indios; así él, el rey, dió a nuestro capitán veinte hombres que debían llevarle su comida y bagajes; y a cada uno de nosotros cinco indios que debían atendernos y llevar nuestros bagajes, pues teníamos que viajar por ocho días en que no encontraríamos ningún indio. Así vinimos a una nación que se llama Siberis (147); son como los sobredichos Jarúes y hablan un idioma [igual] y tienen los alimentos como los Jarúes, y nosotros marchamos durante los ocho días entre el agua hasta la cinta y hasta la rodilla día y noche, que no pudimos salir de ella. (También) cuando queríamos hacer fuego, colocábamos grandes leños

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unos sobre los otros; ahí hacíamos fuego. Ocurrió en varias ocasiones que la olla con la comida y el fuego cayeron al agua, que en muchas veces tuvimos que quedarnos sin comer. (También) por las moscas chicas no tuvimos descanso ni sosiego ni de día ni de noche así que no podíamos dormir.

(También) nosotros preguntamos a los sobredichos Siberis si más adelante teníamos aun más agua; entonces contestaron ellos que por cuatro días debíamos caminar todavía en el agua y después de estos cuatro días debíamos caminar todavía cinco días por tierra; entonces vendríamos a una gran nación que se llaman Ortueses; también [dieron] a entender que nosotros éramos demasiado poca gente y deberíamos regresar de vuelta. Pero nosotros no quisimos hacer esto a causa de los Jarúes así quisimos enviar de retorno a su pago a los Jarúes que habían marchado con nosotros; pero ellos contestaron que ellos no debían hacerlo

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a causa de su rey pues el rey les había prohibido, para que permaneciesen con nosotros y nos atendiesen hasta que volviéramos a salir del país. Entonces los sobredichos Siberis nos dieron diez indios para que junto con los Jarúes nos enseñaran el camino hasta los sobredichos Ortueses, y nosotros caminamos durante siete días entre el agua hasta la cinta y la rodilla (148). Pero la tal agua era tan caliente como una agua caliente que ha estado sobre el fuego. Tampoco teníamos otra agua para beber sino esta agua. Se podría pensar acaso que esta agua habría sido un río; eso no lo es sino que había llovido tantísimo en aquel tiempo, así que el país había llegado a estar lleno de agua, pues es una llana tierra lisa, que nosotros con el tiempo hemos sentido bien esta agua, como bien lo sabréis más tarde.

Facsímil de los grabados 7 y 8 insertos en la Relación de Schmidl, capítulos 21 y 25, Edición Latina Levinus Hulsius, de 1599.

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Así vinimos el noveno día a los Ortueses entre diez y once horas hacia medio día al pago. Así estuvimos a las once horas al lado de la localidad, así fué alrededor de las doce horas antes de que viniéramos al centro de la localidad, que ahí estaba la casa del principal de los Ortueses, pero la gente que estaba en la localidad, (ella) se moría toda de hambre y no tenían nada que comer a causa del tucú o langosta. El les había comido por dos veces la mies y las frutas de los árboles. Cuando nosotros vimos y oímos esto, no pudimos quedar mucho tiempo y los cristianos nos asustamos hondamente, pues nosotros tampoco teníamos mucho que comer. Y nuestro capitán preguntó por las Amazonas al Ortués principal; entonces él nos contestó que debíamos tener un mes hacia ésas y a más el país estaba lleno de agua, como después

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tal cosa se demostró. Entonces el principal de los Ortueses dió a nuestro capitán cuatro planchas de oro y cuatro argollas de plata, que se colocan en el brazo. Los indios llevan de gala tales planchas en la frente, como aquí en el país un gran señor lleva una cadena de oro (149). Y nuestro capitán dió en cambio de las planchas y las argollas al principal indio hachas, cuchillos, rosarios, tijeras y otro rescate más como (lo) se hace tal rescate en Nuremberg. También nosotros hubiéramos querido exigir más a los (los) Ortueses, pero no debimos hacerlo, pues los cristianos éramos demasiado pocos y los indios eran muchísimos, como yo en todas las Indias donde yo he estado no he visto más indios en una localidad, ni localidad más grande que esta localidad de los Ortueses y eso que yo he andado por muchísimas partes. Fué nuestra

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dicha que los indios se morían de hambre; tal vez si no hubiera habido tal hambre en la tierra, nosotros los cristianos posiblemente no hubiésemos escapado con vida.

Así regresamos de nuevo después de esto hacia los sobredichos Siberis y Jarúes, y nosotros los cristianos teníamos pocos bastimentos y estuvimos muy mal aviados de bastimentos, pues no teníamos otra cosa que comer que un árbol que se llama palmito y cardos y otras raíces silvestres que allí crecen bajo la tierra. Cuando vinimos a los Jarúes, la mitad de nuestra gente estaba enferma a la muerte a causa del agua y la escasez que hemos experimentado en este viaje, pues durante treinta días y noches seguidos no salimos nunca del agua y tuvimos que beber el agua asquerosa. Así quedamos cuatro días con los susodichos

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Jarúes allí donde el rey estaba y [éste] nos trató muy bien e hizo servirnos asiduamente comida y dispuso con sus vasallos o súbditos que nos diesen lo que ahí necesitáramos. Así cada uno de nosotros por su parte había logrado de los indios en este viaje un valor hasta de doscientos duros sólo en mantas, algodón indio, también plata que nosotros habíamos comprado a los indios con sigilo y a escondidas, contra cuchillos, rosarios, tijeras, espejos y otras chucherías.

Así volvimos a navegar río abajo hacia nuestro general Alvar Núñez Cabeza de Vaca. En esto cuando nosotros veníamos a los barcos donde estaba nuestro capitán (150), mandó él, nuestro general, que nosotros no saliéramos del barco bajo pena de vida y él mismo vino en persona a los barcos donde estábamos y tomó preso a nuestro

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capitán Hernando Ribera. (También) él, nuestro capitán, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, nos quitó todo lo que habíamos traído con nosotros desde la tierra, a más de esto él quiso hacer colgar de un árbol a nuestro capitán Hernando Ribera, que como capitán había entrado entonces con nosotros en el país. Pero cuando nosotros, que aun estábamos en el barco-bergantin, supimos esto, hicimos un gran motín con otros buenos amigos que teníamos en tierra, contra nuestro capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca, para que él pensara en dejar suelto y libre a nuestro capitán Hernando Ribera (151) y a más en entregarnos lo que él nos había quitado y robado. Así cuando él ha visto nuestra ira, estuvo más que contento en dejarlo suelto y en entregar

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a más todo lo que él nos había quitado y nos rogó que quedáramos sosegados. Como le sucedió después a nuestro capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca, sabréis más tarde por mi.

Después que todo esto estuvo hecho para paz y amistad, pidió nuestro capitán general a nuestro capitán Hernando de Ribera y a nosotros que bien le diéramos la relación de la tierra y la experiencia acerca de los indios que entonces nosotros le dimos tan buena información por parte nuestra que él estuvo bien contento. También el porqué él había hecho prender a nuestro capitán y tomado lo nuestro, fué sólo por la culpa que no habíamos observado su mandado, pues él había dado a nosotros y a nuestro capitán no más orden sino que no navegáramos más

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que hasta los Jarúes y marcháramos cuatro jornadas al interior del país y trajéramos relación de la tierra y de nuevo viajáramos [de vuelta]. Así nosotros habíamos entrado en la tierra por dieciocho días.

Cuando nuestro capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca hubo sabido [esto], quiso marchar entonces tierra adentro con toda la gente. Pero nosotros no quisimos hacerlo, en este tiempo, pues la tierra estaba llena de agua, también la gente en mayor parte estaba muy enferma y la gente de guerra no estaba bien con el capitán general, pues él era un hombre que en toda su vida ni había gobernado ni tenido un mando (152). Así quedamos por dos meses con los susodichos Siberis (153). Entonces le acometió al capitán general una fiebre que él también estuvo muy enfermo. Si él hubiese muerto ya en ese tiempo, no se hubiera perdido mucho con esto

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pues él se portó de tal modo con la gente de guerra, que nosotros no dijimos mucha cosa buena de él. (También) en estas tierras no he visto ningún iridio entre los Surucusis que tuviera edad de cuarenta o cincuenta años, tampoco he visto en mi [vida] un país más malsano que éste; se halla en un trópico o sea donde el sol está en lo más alto; [es] una tierra al igual malsana como en Santo Tomé. Ahí entre los Surucusis he visto la Osa Mayor, pues habíamos perdido tal estrella en el cielo en cuanto hubimos pasado la isla de Santiago, como vosotros habéis sabido de esta isla en la cuarta hoja.

Como nuestro capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca estuvo tan enfermo, mandó convocar entonces la gente y dijo a la gente que él quería

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navegar río Paraguay abajo, hacia la ciudad Nuestra Señora de Asunción; pues la gente se le había enfermado toda y él no podía realizar nada con la gente. (También) la gente no estaba bien contenta, pues él se conducía en tal modo, que nadie hablaba cosa buena de él. Así el sobredicho capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca dispuso con los marineros que ellos aparejaran los barcos; él quería partir río abajo dentro de catorce días. Cuando estuvieron listos los barcos, mandó nuestro capitán que se viajara hacia una isla en cuatro barcos-bergantines con ciento cincuenta hombres y con dos mil indios Carios. Esta isla está situada a distancia de cuatro leguas de camino de nuestros barcos donde estábamos parados y debíamos en esa isla matar y cautivar los Surucusis;

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las personas en varones que tenían edad de cuarenta o cincuenta años debían ser matadas todas. En todo esto cumplimos el mandado de nuestro capitán, como en la hoja cincuenta y cinco sabréis acerca de los Surucusis de cómo ellos nos han recibido y cómo ahora nosotros les damos las gracias, pero nosotros les hemos hecho una injusticia.

Cuando vinimos a estos Surucusis con toda nuestra gente, salieron los susodichos Surucusis en modo desprevenido de sus casas y fueron a nuestro encuentro con sus armas, arcos y flechas en manera de paz. En esto comenzó un alboroto entre los Carios y los Surucusis. Cuando nosotros los cristianos sentimos esto, hicimos estallar nuestros arcabuces y matamos a cuantos encontramos ahí y cautivamos también a muchísimos de los Surucusis hasta dos mil (154) entre hombres,

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mujeres, muchachos y niñas y quemamos su localidad y tomamos todo lo que tenían, como podéis imaginaros cómo debe ocurrir en semejante fiesta patronal.

Después que sucedió todo esto, navegamos de nuevo hacia nuestro capitán general, donde estaban los barcos y le dimos cuenta de cómo esto había ocurrido. Entonces él estuvo bien contento por todo ello. En esto mandó el capitán general que se aprestara la gente, que dentro de cuatro días él quería navegar por el río Paraguay (155) abajo hacia la ciudad de Nuestra Señora de Asunción, donde habíamos dejado los cristianos. Cuando nosotros vinimos a la susodicha ciudad de Nuestra Señora de Asunción, estuvo enfermo de la fiebre nuestro capitán entonces y se quedó en su casa o palacio durante catorce días, más por picardía y por

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soberbia que por enfermedad; así él no hablaba a la gente y se ha portado de tan impropia manera entre la gente; pues un capitán o un señor que quiere gobernar un país, debe dar en todo tiempo una buena atención (156) al más grande como al chico y ejercer su justicia y mostrarse benévolo para con el más modesto como con el más elevado; todo esto no ocurrió en él, sino que él quiso seguir a su soberbia y orgullosa cabeza.

Pero cuando el común o la gente de guerra vió tal cosa que él no quería moderarse, celebraron nobles y villanos un consejo y asamblea, que ellos querían prender al capitán general y enviarlo a su Cesárea Majestad y hacerla saber cómo él se había portado con la gente y cómo

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él no podía gobernar al país y de otros de sus artículos y causas más, las cuales su partido contrario ha enviado a su Cesárea Majestad y dispuesto acerca de nuestro capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca, como vosotros sabréis más tarde de su prisión y de quién lo ha prendido. En esto se hicieron presentes los cuatro señores que eran los ordenados por su Cesárea Majestad como su contador, tesorero y escribano, que se han llamado de sus nombres Alonso Cabrera, don Francisco Mendoza, García Vanegas, Felipe de Cáceres. [Con] los cuatro señores por parte de su Cesárea Majestad junto con doscientos soldados o gentes de guerra nosotros hemos prendido de improviso al susodicho señor Alvar Núñez Cabeza de Vaca, nuestro capitán general

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en el día de San Marcos en el año mil quinientos cuarenta y tres (157). (También) nosotros hemos tenido preso en la cárcel al sobredicho señor Alvar Núñez Cabeza de Vaca durante un año entero hasta que se aparejó un barco que es una carabela y hemos enviado a España dentro de ella a él, al susodicho señor junto con otros dos señores (158) por parte de su Cesárea Majestad y aprestados con todo su avío que ellos necesitaran en el barco y sobre el mar, como [ser] marineros y bastimentos y otros avíos mas.

Cuando el susodicho señor Alvar Núñez Cabeza de Baca fué enviado fuera del país, nosotros los cristianos tuvimos que elegir e instituir a alguien que debía [mantenernos] dentro de la justicia

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y gobernar a la tierra mientras tanto su Cesárea Majestad dispusiese y estuviese lejos (159).

En esto el común eligió y nos pareció conveniente que eligiéramos a uno de nombre de Domingo Martínez de Irala, que también antes había gobernado la tierra, como vosotros habéis sabido entonces en la hoja treinta y nueve; (también) la gente se llevaba muy bien con el susodicho Domingo Martínez de Irala y la mayor parte de la gente estaba muy contenta con él. Pero los que eran la amistad del sobredicho Alvar Núñez Cabeza de Vaca, ésos no estaban muy contentos, pero poco nos preocupábamos por esto. (También) en este tiempo he estado muy enfermo de hidropesía, como que la he traído entonces desde la tierra

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de [la de] los Ortueses, cuando en ese tiempo yo y mis compañeros hemos andado tanto tiempo ahí entre el agua y experimentado mucha escasez; de ochenta hombres se han salvado con vida entre nosotros no más de treinta hombres, como vosotros habéis sabido por la hoja sesenta y seis de cómo nos ha ido en este viaje (160).

Después que hubimos enviado nuestro capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca a España, entonces nosotros los cristianos estuvimos los unos contra los otros y no nos concedimos nada bueno el uno al otro y nos batimos día y noche los unos contra los otros y guerreamos entre nosotros que el diablo gobernó en ese tiempo entre nosotros, que ninguno estuvo seguro del otro. Tal guerra llevamos

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durante dos años enteros a causa de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Cuando aquellos indios que eran nuestros amigos, los Carios, vieron y supieron que nosotros los cristianos guerreábamos los unos contra los otros, hicieron entonces estos Carios entre ellos un plan y junta que querían matar a nosotros los cristianos y echarnos fuera del país.

Pero Dios el Todopoderoso no dió a los Carios su gracia para que su mencionado propósito y plan se hubiera realizado. En esto estuvo contra nosotros todo el país de los Carios y de otra nación más que se llaman Agaces. Cuando nosotros, los cristianos, percibimos esto, tuvimos que hacer la paz

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entre nosotros; (también) hicimos la paz con otras dos naciones que eran fuertes en cerca de cinco mil hombres y se llaman de su nombre: la primera nación (se llamaba) Yapirus, y la otra Guatatas. Estos no tienen otra cosa que comer que pescado y carne y son gentes valientes en pelear por tierra y por agua, pero su parte mayor está en tierra y sus armas son dardos [que] son largos como media lanza, pero no son tan gruesos y adelante en la punta tienen un harpón o filo hecho de un pedernal. También tienen bajo el cinto un garrote que es largo como de cuatro jemes y adelante tiene una porra; también tiene cada uno desde diez a doce palitos, cuantos uno quiere, tan largos como un

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buen jeme y adelante en la punta un largo [y] ancho diente de pescado, que en su [sentido] español se llama palometa y se parece a una tenca. Este diente corta como una navaja de afeitar. Ahora comprendéis lo que harán con éstos. Primero pelean con los susodichos dardos y cuando vencen a su enemigo y quieren perseguirlo, dejan los dardos y corren tras sus enemigos y con la porra tiran o pegan con ella contra alguno para que tenga que caer al suelo y se [quede] muerto. Si él está muerto o medio vivo, a eso no miran ellos y le cortan en seguida la cabeza con el susodicho diente de pescado y lo ponen debajo del cinto o de lo que tengan en derredor del cuerpo. Ellos son

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tan rápidos en ese cortar, que uno no lo cree. Así uno no puede darse vuelta con su cuerpo con tanta prisa [como] tiene cortada la cabeza. Ahora vosotros podéis pensar sobre lo que él hará con la cabeza; esto les voy a decir. Cuando tal escaramuza se ha terminado y [él] tiene tiempo de día o de noche, toma él la cabeza y la desuella en círculo en derredor de las frentes y en derredor de las orejas y toma esa piel junto con el cabello y la reseca prolijamente y cuando está reseca, coloca él esta piel sobre una vara delante de su casa, o donde él entonces habite, para recuerdo, como aquí en esta tierra se acostumbra [que] los alféreces u otros hombres de guerra que tienen

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un pendón lo colocan en la iglesia. Así guardan los indios esa piel para un recuerdo.

Entonces vinieron los susodichos Yapirus y Guatatas como mil hombres de pelea. Así estuvimos bien contentos.

Entonces salimos de la ciudad de Nuestra Señora de Asunción con nuestro capitán general, con trescientos cincuenta hombres cristianos y mil Yapirus; y cada cristiano tenia tres hombres de los Yapirus que debían atenderlo, pues nuestro capitán [los] había puesto a nuestra disposición y dado a nosotros. Así vinimos hasta a tres leguas de camino de donde nuestra parte contraria acampaba en fuerza de cerca de quince mil hombres de los Carios y ya habían formado sus ordenanzas. Así vinimos entre las tres y cuatro horas hasta una media legua de camino contra los Carios, pero ese día no quisimos hacerles nada. (También) estábamos

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muy cansados y llovía; así nos detuvimos en un gran bosque; ahí acampamos esa noche; y al otro día marchamos contra ellos alrededor de las seis horas y vinimos a las siete horas a los sobredichos Carios y combatimos desde las siete horas hasta las diez horas. Entonces tuvieron que huir y huyeron por cuatro leguas de camino hasta un lugar que habían fortificado; éste se llamaba La Frontera, y el indio principal se llamaba Macaria. (También) quedaron muertos en esta escaramuza hasta dos mil hombres de estos Carios a los que nosotros los cristianos y los Yapirus habíamos matado y [que] fueron muertos a tiros y [de los cuales) los susodichos Yapirus habían traído las cabezas. (También) el principal de los Yapirus se llamaba Marcacay. (También) los Carios mataron a tiros con sus arcos alrededor de diez hombres de nosotros los cristianos,

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también hasta cuarenta de los Yapirus y Guatatas y otros [que] fueron heridos [a flechazos] por los Carios. Ahora a aquellos que estaban dañados o heridos de entre nosotros los cristianos y Yapirus, los enviamos de vuelta a nuestro lugar de Nuestra Señora de Asunción y nosotros con el grueso seguimos tras nuestros enemigos, los Carios, hasta el sobredicho lugar, La Frontera donde estaba entonces Macario, el principal de los Carios. Así los Carios habían cercado su lugar con tres palizadas hechas de postes, iguales a un muro. Así los postes eran tan gruesos como un hombre en la ijada o grosura y altos sobre la tierra por tres brazas y enterrados los postes en la tierra tanto como la altura de un hombre. También habían hecho unos fosos y en estos fosos estaban clavadas en la tierra unas estacas pequeñas y puntiagudas como aguja, cinco o seis de

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(de) estas estacas clavadas en un foso como vosotros habéis sabido antes en la hoja veintiocho; y la localidad estaba muy fuerte y dentro de ella mucha gente de hombres de pelea que no es para escribir. Ahí acampamos [por] tres días delante del lugar que no pudimos ganarles ni hacerles nada, pero Dios el Todopoderoso nos dió la inspiración y su gracia divina para que los trajéramos bajo nuestro poder. En esto hicimos grandes rodelas o paveses de los cueros de venados y antas; éste es una gran bestia como un mulo romo grande y es gris y tiene pies como una vaca, pero en lo demás en la cabeza y las orejas asemeja a un mulo romo; también son buenos para comer y hay muchísimos en la tierra; y el cuero es grueso como de medio dedo; yo no digo del largo del dedo, sino del grosor del dedo. Un tal pavés dimos a cada indio de los Yapirus, junto con

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una buena hacha. (También) aquel Yapirus que llevaba el pavés, no debía llevar hacha alguna, sino su compañero de entre los Yapirus; (también) debía marchar un arcabucero con los dos indios que llevaban los paveses y hachas. Así fueron hechos alrededor de cuatrocientos paveses. Cuando todo esto estuvo aprestado y ordenado atacamos entre dos y tres horas del día a los Carios y acometimos en tres sitios. Antes de pasar tres horas, ya estuvieron destruídas y conquistadas las tres palizadas de postes y [nosotros] con toda la gente penetramos en el pueblo y matamos a mucha gente; hombres, mujeres y niños; (también) la mayor parte de la gente de los indios Carios se había escapado y huído y estos Carios huyeron a otra localidad que estaba a veinte leguas de camino desde la susodicha Frontera hasta un lugar que se llama Carahiba (161). En esta

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localidad se hicieron muy fuertes y hubo reunida una gran cantidad de gente de estos Carios y esta localidad Carahiba estaba fortificada al lado de un gran bosque extenso. Para el caso que nosotros los cristianos ganásemos la localidad los Carios tendrían al bosque como un amparo, como vosotros sabréis después. Tras esto nuestro capitán general Domingo Martínez de Irala y nosotros vinimos alrededor de las cinco horas hacia el anochecer ante esta susodicha localidad de Carahiba, donde ahora acamparon adentro los Carios, y hemos hecho nuestro campamento por tres partes del lugar y metimos en la noche un disimulado destacamento al bosque. (También) habían venido en nuestra ayuda desde Nuestra Señora de Asunción con doscientos cristianos y quinientos ([5] cientos) Yapirus y Guatatas, pues mucha gente de nosotros, los cristianos y los indios, nos había sido dañada por la

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sobredicha localidad de Frontera a los cuales tuvimos que mandar de vuelta para que viniera gente fresca, como que ahora vino, como vosotros habéis sabido, así que de nuevo éramos cuatrocientos cincuenta hombres cristianos españoles y mil trescientos Yapirus y Guatatas. (También) estos Carios, mediante palizadas y trincheras, habían hecho su lugar mucho más fuerte de lo que ningún lugar lo ha sido. También habían hecho blocaos que estaban dispuestos como las trampas de ratas, pero si se hubieran caído, habrían aplastado de veinte a treinta hombres, Cerca del lugar se habían hecho muchísimos de éstos, pero Dios el Todopoderoso no ha querido esto.

También acampamos delante del susodicho lugar Carahiba por cuatro días, que no pudimos conquistarlo excepto por traición, como tal la hay en todo el mundo. Así en una

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noche vino a nuestro campamento ante nuestro capitán Domingo Martínez de Irala un indio de su nación de los Carios, un principal de los Carios; que no se quemara ni devastara su localidad; él quería comunicarnos e indicar a nuestro capitán la manera cómo se podía ganar el lugar. Entonces nuestro capitán lo prometió que él no permitiría le hiciesen algo, como esto lo cumplimos, y el susodicho Cario nos dió indicios para dos partidos y caminos en el bosque, por donde podríamos venir al pueblo; así él pegaría fuego en el lugar; en el ínterin nos meteríamos en el lugar, como todo esto sucedió cumplidamente y pereció mucha gente en esta escaramuza por nosotros los cristianos, y a los que quisieron huir de ahí los mataron los Yapirus. Pero no obstante esto, escapó también mucha gente. Pero en esta vez ellos no tuvieron consigo sus mujeres ni hijos, pues los tenían de allí a cuatro leguas

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de camino de este sobredicho lugar en un gran bosque; y la gente que escapó había huido hacia otro indio principal, que se llamaba Tabere de los Carios y la localidad se llama Hieruquizaba, que dista ciento cuarenta leguas de camino del susodicho lugar de Carahiba. Así quedamos por catorce días en esta localidad de Carahiba y curamos a aquellos que estaban heridos y descansamos. Pero nosotros no pudimos ni correr ni marchar tras estos indios Carios que habían huído hacia el Tabere, pues todo estaba devastado y deshecho en el camino, que no hallamos nada que comer.

Así tuvimos que marchar de vuelta hacia nuestra ciudad de Nuestra Señora de Asunción y desde ahí navegar aguas arriba por el Paraguay hacia el susodicho lugar Hieruquizaba, donde vive el principal Tabere. Pero cuando vinimos a nuestra

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ciudad nos quedamos durante catorce días; así en este tiempo los cristianos nos proveímos de munición y bastimentos en todo que entonces necesitamos en el viaje a realizar. (También) para esto tomó nuestro capitán nueva gente de cristianos y de indios, pues en la sobredicha entrada de Carahiba, había quedado herida y enferma mucha gente. Entonces navegamos aguas arriba por el río Paraguay con nueve barcos-bergantines y doscientas canoas grandes al sobredicho lugar de Hieruquizaba, donde estaban entonces nuestros enemigos. En barcos y canoas viajaron cuatrocientos cristianos españoles (162) y mil quinientos indios de los Yapirus y hay cuarenta y seis leguas desde la ciudad Nuestra Señora de Asunción hasta este lugar Hieruquizaba al cual [desde] el sobredicho lugar Carahiba habían huído nuestros enemigos. También el mismo Cario principal que había traicionado a nosotros la localidad

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vino con mil Carios y vino a favor o ayuda nuestra contra el sobredicho Cario Tabere.

Cuando nuestro capitán tuvo reunida por tierra y agua toda esta gente, nos habíamos acercado entonces hasta a dos leguas de camino a la localidad de Hieruquizaba; entonces mandó nuestro capitán Domingo Martínez de Irala dos indios de los Carios que marcharan hacia sus amigos y los hiciesen requerir o aconsejar y rogar que se volviesen de nuevo a su tierra cada cual a sus mujeres e hijos y que sirviesen a los cristianos como lo habían hecho antes; si no él los arrojaría fuera de su país. Entonces el principal de los Carios, el Tabere, dió [la respuesta] a los dos mensajeros de los Carios que dijesen al capitán de los cristianos que ellos no lo conocían a él ni a los cristianos; que se viniese no más, ellos matarían a nosotros los cristianos con postes (163); y apalearon malísimamente a los dos indios Carios

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y que se mandaran mudar pronto de su campamento, sino les darían muerte. Pero cuando vinieron los dos sobredichos mensajeros y trajeron a nuestro capitán el mensaje de cómo les había ido, nuestro capitán Domingo Martínez de Irala y nosotros los cristianos no tuvimos que esperar más y marchamos contra nuestro sobredicho enemigo Tabere y [los] Carios e hicimos nuestra ordenanza y repartimos la gente en cuatro secciones.

Así vinimos a un río que se llama en su [idioma] indio Xejuy y es tan ancho como en esta tierra el Danubio y es tan hondo como la hondura de medio hombre y en algunos sitios era más hondo. Pero tal río llega a ser muy grande a su tiempo y hace gran daño en el país, que

Facsímil de los grabados 9 y 10 insertos en la Relación de Schmidl, capítulos 28 y 30, Edición Latina Levinus Hulsius, de 1599.

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cuando él está grande no se puede viajar por tierra.

En eso, cuando quisimos cruzar el río Xejuy, los susodichos Carios, el Tabere con su gente, estaban al otro lado del río con su paradero y nos hicieron grandísimo daño al cruzar. Yo creo que si en ese tiempo no hubiese sido por los arcabuces, ninguno de nosotros se hubiera salvado. Así Dios el Todopoderoso nos dió su gracia divina que cruzáramos el río. Cuando nosotros los cristianos con nuestra gente vinimos al otro lado, estaba la localidad de nuestros enemigos a una media legua de camino del río; (también) los indios, nuestros enemigos, huyeron hacia la localidad. Cuando vimos esto, corrimos tras ellos y vinimos al lugar al mismo tiempo que ellos, los enemigos nuestros, y cercamos el lugar que no se pudo salir ni entrar y nos armamos

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con nuestros paveses y hachas, como vosotros más antes habéis oído.

Así acampamos delante del pueblo por no más [tiempo que sólo] desde la mañana hasta la noche; entonces el Todopoderoso Dios nos dió su gracia que nosotros fuéramos vencedores de nuestros enemigos y ocupáramos el pueblo y matáramos mucha gente. Pero antes de que los atacáramos, ordenó nuestro capitán que no matáramos ni mujeres ni niños, sino que las cautiváramos, así que nosotros cumplimos su orden y cautivamos mujeres y niños y matamos los hombres que pudimos alcanzar. Si bien escapó mucha gente de nuestros enemigos, así [mismo] nuestros amigos los Yapirus trajeron alrededor de mil cabezas de nuestros enemigos los Carios. Cuando todo esto hubo ocurrido, vinieron entonces los susodichos Carios junto con su principal Tabere (164) y otros principales de los Carios, y pidieron perdón a nuestro capitán para que él

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les devolviese sus mujeres e hijos; ellos querían ser otra vez buenos amigos como antes y servirnos, como entonces nos habían servido.

Cuando nuestro capitán oyó su pedido, los acogió entonces en paz y ellos han sido buenos amigos hasta que yo he salido del país. Cuánto durará tal paz con los Carios, no puedo decir a vosotros; (también) esta guerra ha durado un año y medio seguido, que no estuvimos seguros de estos Carios; (también) ha sucedido esta rebelión y guerra con los Carios en el año mil quinientos cuarenta y seis.

Así navegamos de vuelta hacia la localidad de Nuestra Señora de Asunción y quedamos por dos años enteros en esta ciudad. Como en este tiempo no hubo venido ningún navío desde España, ni se había tenido noticia alguna desde allá, nuestro capitán general Domingo Martínez de Irala hizo considerar por la gente que si ellos

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creían conveniente, entonces él con alguna gente quería entrar en la tierra y ver si había oro y plata. Entonces contestó la gente que él marchara en nombre de Dios. Así nuestro capitán tomó e hizo convocar trescientos cincuenta hombres españoles, por si ellos querían marchar con él; él les daría lo que necesitaran en esta entrada, fuere en indios, o caballos o vestimenta que ahí necesitaran. Entonces contestaron que estaban dispuestos a marchar con él. Después mandó convocar a los principales o jefes de los Carios y hacerles decir por sus lenguas (hacer) si querían marchar con él tres mil hombres (165); entonces contestaron a nuestro capitán que estaban dispuestos y atentos para marchar con él.

Cuando él, nuestro capitán, supo de la buena voluntad de la gente, dispuso y mandó nuestro capitán a los marineros

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que fuesen aparejados siete barcos-bergantines; dentro de dos meses él quería ponerse en movimiento entonces y ausentarse en viaje tierra adentro. Cuando nuestro capitán general Domingo Martínez de Irala hubo ordenado todo esto y los barcos estuvieron aparejados, partió en el año mil quinientos cuarenta y ocho (166) por el río Paraguay arriba con siete barcos-bergantines y con doscientas canoas; y la gente que no pudo caber en los barcos y en las canoas, ésos marcharon de a pie con los ciento treinta caballos que iban por tierra (167) hasta que vinieron a un cerro redondo y alto, que se llama San Fernando, donde habitan los sobredichos Payaguáes.

Cuando por tierra y agua toda la gente nos reunimos al lado del susodicho cerro, nuestro capitán mandó entonces que los cinco barcos-bergantines y canoas regresaran hacia la ciudad Nuestra Señora de Asunción

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y dejó dos barcos-bergantines con un capitán que se llamaba Pedro Díaz (168) con cincuenta hombres españoles, también dejó bastimentos y otros aparejos para dos años y que ellos esperaran hasta tanto él hubiese venido de vuelta de la tierra o una noticia para que ni a él ni a su gente sucediese como al buen señor Juan Ayolas y camaradas a quienes (se) los Payaguáes habían muerto tan infamemente – Dios sea benévolo y misericordioso a ellos y a todos nosotros, amén – como vosotros habéis sabido en la hoja treinta y siete.

En esto nuestro capitán marchó con trescientos hombres y ciento treinta caballos, también con tres mil indios Carios y [nosotros] marchamos por ocho días que no hallamos nación alguna, y al noveno día vinimos a una nación que se llama Naperus y no tienen otra cosa para comer que pescado y carne y son gentes altas

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y fuertes.

(También) las mujeres no son lindas; (también) ellas andan [con] sus partes tapadas desde el ombligo hasta las rodillas. (También) en esta localidad quedamos no más de una noche; (también) hay treinta y seis leguas desde el cerro de San Fernando hasta esta localidad de Naperus.

Desde ahí marchamos siete jornadas y vinimos a una nación que se llama Mbayaes (169). (También) estos Mbayaes son un gran pueblo en conjunto y tienen sus vasallos; ésos deben labrar y pescar y [hacer] lo que se les manda. Es lo mismo como acá afuera los labriegos están sometidos a un señor noble; (también) tienen ellos gran provisión de trigo turco, mandiotín, mandioca-pepirá, mandioca-poropi, batatas, maní, bocaja y otras raíces más, que ahora no se pueden (para) describir. También tienen para carne venados, ovejas indias domésticas y ariscas, avestruces, patos (170), gansos, gallinas y otra volatería

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más, que en esta vez yo no sé escribir todas. También los bosques están llenos de miel, de la cual se hace vino y para lo que se quiere usarla. Cuanto más lejos se marcha hacia adentro del país, tanto más fértil es. Durante todo el año halláis sobre las rozas estos granos y raíces como yo lo he informado. (También) estas ovejas son tan grandes como un pequeño mulo romo y los indios las usan para llevar sus alimentos sobre ellas; también cabalgan sobre ellas si ellos se enferman cuando viajan por tierra. Por esto yo mismo en una ocasión, no en este viaje, sino en otro camino, he cabalgado sobre ellas por más de cuarenta leguas de camino, pues estaba enfermo de un pie. (También) en el Perú se conducen sobre ellas las mercaderías, como acá afuera andan las acémilas.

(También) estos Mbayaes son altos hombres garbosos y valerosa gente guerrera, que

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no hace otra cosa que estar en guerra y las mujeres son muy lindas y andan [con] sus partes cubiertas desde el ombligo hasta las rodillas. (También) estas mujeres quedan en casa y no van a las rozas, sino que [el] hombre debe buscar los alimentos, pues ella en la casa no hace otra cosa fuera que hila y teje en algodón, también hace de comer y otras cosas más que de ella placen al marido y otros buenos compañeros, quien pide por ello que no es de escribir más acerca de esta cosa en esta vez. Quien quiere verlo, que marche hacia adentro, quien no quiere creerlo (171).

Cuando llegamos a los susodichos Mbayaes, vinieron ellos entonces a nuestro encuentro hasta media legua de camino y [esto] fué cerca de una pequeña localidad entre los Mbayaes; entonces dijeron ellos a nuestro capitán Domingo Martínez de Irala, que nosotros

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reposáramos en esta localidad durante la noche y ellos nos iban a traer todo cuanto entonces necesitáramos. Pero todo esto lo hicieron por picardía; (también) para mayor confianza. Así regalaron a nuestro general cuatro coronas de plata que se colocan sobre la cabeza; también con ellas seis planchas, hechas de plata, y las planchas son de un jeme y medio de largas y de medio jeme de anchas; ellos atan las planchas a la frente por gala cuando acaso quieren partir de viaje, sea a la guerra o a cazar o a otra diversión, como acá afuera un señor rico cuelga sobre sí una cadena de oro; (también) regalaron a nuestro capitán tres lindas mozas o mujeres, que no eran viejas.

Después que hubimos reposado y comido en esta localidad, cada uno se acostó entonces a descansar y dormir, pero (para)

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antes de que uno se acuesta a dormir, se reparte la guardia, para que la gente esté resguardada contra sus enemigos. Cuando la guardia se hubo establecido y todo el mundo se hubo acostado a reposar, nuestro capitán hacia la media noche había perdido entonces sus tres mozas. Tal vez él no pudo haber contentado en la misma noche a las tres juntas, [pues] él era un hombre viejo de 60 años; si él hubiese dejado a estas mocitas entre nosotros, los peones, ellas tal vez no se hubieran escapado; en total hubo un gran alboroto en el real.

En cuanto amaneció él hizo batir atención y mandó que cada cual se presentara a su cuartel con sus armas.

En esto vinieron los sobredichos Mbayaes, fuertes en alrededor de veinte mil hombres y quisieron arrollarnos, pero no ganaron mucho con esto. En esta escaramuza murieron más de mil hombres; tras de esto ellos huyeron. Cuando comprendimos esto, seguimos tras los susodichos Mbayaes

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hacia su lugar, pero no hallamos nada, ni mujeres ni niños adentro en el pueblo.

Después mandó nuestro capitán alrededor de ciento cincuenta arcabuceros y dos mil quinientos indios de los Carios y marchó con nosotros tras los Mbayaes y marchamos tres días y dos noches seguidas que jamás descansamos sino sólo para almorzar y para dormir cuatro o cinco horas en la noche. Así en el tercer día los hallamos a los Mbayacs, hombres, mujeres y niños, reunidos en un bosque; a esto ellos ni sabían de nosotros que veníamos, pues ellos no eran aquellos Mbayaes que habían marchado contra nosotros, sino otros, sus amigos, que por causa nuestra habían huído. Se dice de buen grado que en muchas ocasiones el inocente debe pagar junto con el culpable, así sucedió también aquí que en esta

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escaramuza quedaron prisioneras y muertas más [de] tres mil personas, entre hombres, mujeres y niños. Si hubiese sido de día y no de noche, ninguno de ellos se hubiera salvado, pues había mucha gente reunida en un bosque contra un cerro. Así yo traje para mi botín en ese tiempo más de diez y nueve personas, hombres y mujeres que no eran muy viejas, pues yo no he mirado por las gentes viejas, sino buscado siempre las gentes jóvenes (172), también [traje] ponchos indios y otras cosas más. Después de esto marchamos de vuelta hacia nuestro real, ahí quedamos por ocho días, pues era una buena pradera para llenar el pico y desde el sobredicho cerro de San Fernando, donde habíamos dejado entonces los dos barcos, hasta esta nación Mbayaes hay setenta leguas de camino. Después seguimos hacia una nación

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que se llaman Chanés (173) y esos Chanés son vasallos o súbditos de los sobredichos Mbayaes, al igual como en estos países los labriegos están sujetos a sus señores.

Pero en este camino no hallamos más que rozas que estaban cultivadas con trigo turco y raíces y otros frutos más, de manera que durante todo el año se tiene comida sobre el campo labrantío. Cuando se cosecha una, ya está en sazón la otra y cuando ésta está madura, ya se ha sembrado en el terreno la otra, para que en todo el año se tenga nueva comida sobre las rozas y en las casas. Entonces vinimos a una pequeña localidad, que pertenece a los susodichos Chanés, pero cuando vinimos al lugar, ya habían huído todos los indios; y hay desde los Mbayaes hasta estos Chanés cuatro leguas de camino.

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Así hallamos en este lugar divina abundancia para comer; nos quedamos por dos días.

Desde ahí marchamos por seis leguas de camino a una nación – y estuvimos dos días en viaje – y se llama Toyanas (174), y también son vasallos de los Mbayaes como los anteriores Chanés y hallamos lo suficiente para comer, pero gente ninguna. Desde ahí marchamos por seis días en que no hallamos gente alguna sobre la ruta, sino que distaban de la ruta que no pudimos hallarla y después de los seis días vinimos a una nación que se llama Paiyonos y era mucha gente reunida y el principal de los Paiyonos vino con gente en manera pacífica a nuestro encuentro y pidió a nuestro capitán que no fuese a su localidad, sino que se quedara en este sitio. Pero nuestro capitán ni nosotros quisimos hacerlo y marchamos en derechura hacia la localidad; fuese ello a gusto o

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disgusto de los indios, esto debían aguantar, entonces nosotros tuvimos divina abundancia de comida en carne; gallinas, gansos, venados, ovejas, avestruces, loros, conejos y otra volatería más. Pero ahora omito [escribir] de trigo turco, y mandioca y otros frutos más; de ellos hay una abundancia en estos países, pero no mucha agua; tampoco tenían plata ni oro. Así no les preguntamos tampoco sobre oro ni plata a causa de las otras naciones que había más adelante, para que ellas no huyesen ante nosotros los cristianos. Ahí quedamos por tres días y nuestro capitán preguntó a los Paiyonos cuál era la condición de la tierra. Desde ahí partimos y tomamos un lengua de los Paiyonos que debía mostrarnos el camino y la aguada o el agua para beber, pues hay gran carencia de agua en este país. Así hay también desde los susodichos Toyanas hasta estos Paiyonos

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veinte y cuatro leguas de camino.

Así vinimos desde los sobredichos Paiyonos a una nación que se llaman Mayágonos (175); ésta está a cuatro leguas de camino de los Paiyonos. Ahí quedamos un día y de nuevo tomamos un lengua que nos mostró el camino; y los indios estuvieron bien contentos y dieron dos indios que debían marchar con nosotros y mostrar el camino; también nos dieron lo que allí necesitábamos. Entonces los dejamos estar y partimos de ahí hacia una nación que se llaman Morronos, que distan ocho leguas de camino de los Mayágonos. Cuando vinimos ahí, recibiéronnos muy [bien]. (También) los Morronos son una gran nación en conjunto; ahí quedamos durante dos días y nuestro capitán tomó también relación del país y nosotros tomamos también [algunos] de los Morronos que nos debían enseñar el camino a los Poronos; esto es cuatro leguas de camino y es una localidad pequeña;

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a eso tampoco ellos tenían mucho que comer, como era más chico el lugar. Asimismo encontramos tres mil o cuatro mil hombres de pelea de los Poronos y quedamos un día con ellos.

Y de ahí marchamos a los Simenos (176), hay doce leguas y es una gran nación en conjunto y está situada sobre un alto cerrito y tiene rodeada su localidad por un bosque de espinas igual a un muro. Estos nos recibieron con sus arcos y flechas, también nos dieron de comer dardos, pero no tardó mucho con ellos en que tuvieron que dejar el lugar y que nosotros los vencimos, pero ellos mismos quemaron su lugar. Pero nosotros hallamos lo suficiente para comer sobre el campo labrantío; (también) quedamos allí por tres días y buscamos a ellos, los Simenos sobre el campo y en los bosques, pero no pudimos hallarlos.

Desde ahí marchamos en cuatro jornadas a una nación que

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se llaman Guorconos y hay alrededor de veinte leguas de camino. Estos no sabían que nosotros veníamos, hasta que estuvimos al lado de la localidad; entonces quisieron huir, pero no pudieron estando nosotros; así pedimos de comer a los Guorconos; entonces nos trajeron gallinas, gansos, ovejas, avestruces, venados y otros bastimentos más que nosotros estuvimos bien contentos y quedamos cuatro días con ellos; y nuestro capitán tomó relación de los susodichos Guorconos y tomamos también dos indios que nos debían mostrar y enseñar el camino hasta los Layonos (177) y fué viaje de tres días, cerca de doce leguas; pero no tenían mucho para comer, pues el tucú o la langosta les había comido su fruto. Ahí acampamos sólo durante una noche. Desde ahí marchamos a una nación que se llama Carconos; hasta allí estuvimos de viaje durante cuatro jornadas y hay veinte leguas de camino. (También) el tucú (178)

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o la langosta había estado también en estos parajes, pero él no ha hecho mucho daño como en otros parajes. Así no quedamos más que un día con los sobredichos Carconos; también nos dieron dos indios que nos debían enseñar el camino; también tomamos relación de la tierra; entonces nos dijeron que no encontraríamos agua alguna en el camino hasta una nación que se llaman Siberis (179), éstos estaban a treinta leguas de camino de los susodichos Carconos. Así tuvimos que llevar con nosotros agua para el viaje.

Así vinimos en seis días a los Siberis; entonces murieron de sed muchísimos de nuestros indios. (También) hallamos en algunos sitios una raíz que está parada sobre la tierra y tiene grandes hojas anchas; a esta raíz se la llama cardo.

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Y cuando llueve sobre esta raíz, queda entonces el agua en la raíz y no puede salir; tampoco se absorbe el agua, se queda en la raíz como si se echara el agua en una tinaja; así hay alrededor de casi un medio jarro (180) de agua en una raíz. Después de esto vinimos a los sobredichos Siberis a las dos horas en la noche; cuando los Siberis sintieron esto, tomaron a sus mujeres e hijos y quisieron huir, pero nuestro capitán Domingo Martínez de Irala, mediante un intérprete, se puso al habla con los Siberis, que se quedasen en sus casas y no tuviesen recelo a su gente, pues no harían mal alguno. Igualmente estos Siberis tuvieron

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gran carencia de agua, pues por tres meses no había llovido; así no tuvieron otra cosa para beber fuera que de una raíz que se llama mandioca-pepirá. Se hace de esta raíz una bebida; pero escuchad en seguida cómo se prepara esta bebida; se toma la raíz y se la machaca en un gran mortero o Moerser de madera y el jugo que sale de la raíz asemeja a una leche, pero si se tiene agua, entonces se hace de esta raíz un vino de mandioca-pepirá. (También) en ese lugar no había más que un solo pozo, así fué preciso mantener vigilancia sobre él y designar alguno para que aquel que fuese el ordenado, se hiciera cargo del agua y debiera dar ración

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o diera a cada uno su medida, la que entonces dispuso el capitán. Así en esta oportunidad nuestro capitán estimó conveniente encomendar el agua a mí y yo debí dar a cada uno lo que le correspondía, pues en este viaje hubo una escasez muy grande de agua. Uno no se preocupaba ni por oro ni plata ni por comida ni otros bienes más, sino por el agua. Así en esta ocasión obtuve ante nobles y [no] nobles gran favor y buena voluntad ante la gente, pues yo no fuí estricto en esa ocasión; también miré a la vez que a mí no me escaseara el agua, pues en este país no vais a encontrar a lo largo ni a lo ancho ninguna corriente de agua, salvo la que hacen ellos, [en] las cisternas. (También) guerrean los Siberis entre ellos

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[y] con otros indios a causa del agua.

Ahí quedamos dos días que no sabíamos qué debíamos hacer, si debíamos marchar hacia atrás o (se) hacia adelante. Así tuvimos que echar o colocar la suerte por dos partidos: si marchar hacia atrás o hacia adelante; entonces ha caído la suerte para marchar hacia adelante.

Así preguntó nuestro capitán general a los Siberis por la tierra y el camino y por la relación del país; entonces ellos, los Siberis, contestaron a nuestro capitán que nosotros teníamos que marchar durante seis días a una nación que se llaman Payzunos. (También) en el camino encontraríamos dos arroyitos para beber y los sobredichos cardos.

Así nuestro capitán se puso en viaje y llevó consigo los

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Siberis que debían enseñarnos el camino. Pero cuando llegamos a tres jornadas de su localidad, la de los Siberis, huyeron ellos en una noche que nosotros no supimos adonde habían ido a parar; así nosotros mismos tuvimos que buscar el camino y vinimos a los sobredichos Payzunos. Cuando vinimos a ellos, no quisieron ser amigos nuestros y se pusieron a la defensa, pero con la ayuda de Dios, ésta no les valió a los Payzunos y [nosotros] los vencimos y ocupamos su pueblo. Cuando ocurrió tal cosa, esta escaramuza, aquellos que ahí fueron hechos prisioneros por nosotros los cristianos, nos informaron que ellos habían tenido en su pueblo tres españoles – uno había sido un trompa de nuestro capitán general don Pedro Mendoza y se llamó de su nombre Jerónimo – a los cuales el capitán Juan Ayolas había dejado entonces [encomendados] a los Payzunos, como vosotros

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habéis sabido en la hoja treinta y seis; él había dejado ahí las tres personas por hidropesía. Y desde esta nación ha regresado de nuevo Juan Ayolas. (También) los Payzunos habían muerto a los tres cristianos cuatro días antes, cuando supieron por los Siberis nuestro advenimiento, pero después ellos han debido pagar bien esto. Así acampamos durante catorce días en su pueblo y buscamos los Payzunos. Entonces los hallamos escondidos en un bosque, pero no estaban todos reunidos y los matamos a todos y los tomamos prisioneros; (también) la menor parte escapó y aquellos que habíamos cautivado, nos indicaron toda la condición. (También) tomó nuestro capitán relación del país y camino; entonces los Payzunos dieron un buen informe que nosotros teníamos hasta una nación

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Mayágonos (181) cuatro jornadas, que son diez y seis leguas de camino que hay desde los Payzunos hasta los Mayágonos.

Cuando vinimos a su localidad, se defendieron los Mayágonos y no quisieron ser nuestros amigos; (también) su pueblo se hallaba sobre un cerrillo y estaba rodeado con espinas en mucha espesura y anchura [y] en tanta altura como (como) hasta donde uno puede alcanzar con una tizona. En eso nosotros los cristianos y los indios, nuestros Carios, tuvimos que atacar en dos sitios; así los susodichos Mayágonos mataron doce cristianos y algunos Carios que también fueron muertos a tiros [de flecha] antes de que nosotros ganáramos el pueblo. En cuanto vieron los Mayágonos que nosotros estábamos en el pueblo, entonces ellos mismos pusieron fuego a su localidad y la quemaron y huyeron de ahí. (También)

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algunos tuvieron que dejar el cuero, como vosotros mismos habéis de pensar de qué modo ocurre en semejante fiesta patronal.

Tras de haber sucedido todo esto, partieron a los tres días después a escondidas alrededor de unos quinientos hombres de pelea de nuestros Carios con sus arcos y flechas, que nuestro capitán ni nosotros supimos de ello. Así (ellos), los Mayágonos, vinieron contra ellos, a dos o tres leguas de camino de nuestro real, y las dos naciones, los Carios y los Mayágonos, pelearon de tal modo entre sí, que ahí quedaron muertos más de trescientos de los Carios, y de los Mayágonos: tanta cantidad que no es de decir. (También) eran tantisimos los Mayágonos, que por una gran legua de camino no había más que Mayágonos; podéis imaginaros cuánto gentío ha estado reunido.

En esto había venido a nuestro capitán un mensaje de los

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Carios, que se debía venir en su ayuda; que ellos estaban acampados en un bosque y no podían (marchar] ni hacia adelante ni hacia atrás, pues estaban sitiados por los Mayágonos.

En esto nuestro capitán se apresuró y mandó convocar los caballos y ciento cincuenta hombres de guerra y mil Carios; y los otros cristianos y Carios tuvieron que quedarse al lado del bagaje para que los Mayágonos no invadiesen el campamento mientras nosotros quedáramos afuera. En esto que vinimos y los Mayágonos sintieron nuestro advenimiento, levantaron su campamento y huyeron; entonces seguimos tras ellos, pero no pudimos alcanzarlos. Pero cómo les ha ido cuando nosotros nos volvimos y quisimos regresar a nuestra ciudad de donde habíamos partido, vais

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a saber después. Cuando vinimos donde estaban los Carios, hallamos muchísimos muertos de los Carios y Mayágonos así que nos admiró; (también) nuestros amigos Carios estuvieron muy contentos que nosotros habíamos venido en ayuda de ellos; entonces regresamos a nuestro real y quedamos cuatro días en el campamento, pues tuvimos lo suficiente que comer de lo que entonces necesitábamos en este lugar Mayágonos.

Así pareció conveniente a nosotros y a nuestro capitán que nos pusiéramos en camino para dar término a nuestro viaje, ya que supimos y habíamos oído también sobre las condiciones del país, etc.; asi nos pusimos en viaje y marchamos hacia una nación que se llaman Corcoquís (182); estuvimos en viaje alrededor de trece días, que según nuestra apreciación y según la altura del cielo deben ser alrededor de setenta y dos leguas de camino (183).

Facsímil de los grabados 11 y 12 insertos en la Relación de Schmidl, capítulos 36 y 42, Edición Latina Levinus Hulsius, de 1599.

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Cuando hubimos viajado durante nueve días vinimos a un país que a lo largo y a lo ancho por seis leguas de camino era nada más que pura buena sal, tan gruesa como si hubiese nevado; ésta queda [en] invierno y verano; y nosotros quedamos entre esta sal por dos días, que no sabíamos qué camino debíamos tomar para terminar nuestro viaje. Así el Todopoderoso Dios nos concedió su gracia para que viniéramos al camino justo; de ahí marchamos por cuatro jornadas y vinimos a una nación que se llaman Corcoquís. Cuando nos acercamos a su localidad a distancia de cuatro leguas de camino, envió nuestro capitán alrededor de cincuenta cristianos y quinientos Carios para que prepararan el alojamiento, pero nosotros no sabíamos que había tantísima gente reunida, pues en este viaje no hemos visto tanta gente reunida

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como estos Corcoquís.

En esto que vinimos al pago tuvimos miedo a los Corcoquís, pues era una gran nación en conjunto. Cuando vimos esto mandamos de vuelta uno [de nosotros] que comunicara a nuestro capitán cómo nos encontrábamos nosotros y que él viniese lo más pronto en [nuestra] ayuda. En seguida que nuestro capitán supo en esta misma noche tal mensaje, estuvo entonces al lado nuestro entre tres y cuatro horas de la mañana, pero los Corcoquís no supieron que había más gente. Cuando los Corcoquís vieron que había venido nuestro capitán, estuvieron muy tristes, pues no habían pensado otra cosa [sino que] ellos nos tenían vencidos a todos. Cuando todos estuvimos reunidos, ellos, los Corcoquís nos mostraron buena voluntad, a más no pudieron hacer, pues temieron por sus mujeres e hijos, [como] también por su lugar. En esto nos trajeron carne de venado, gansos, gallinas, ovejas, avestruces, patos, conejos y otra carne de salvajina y volatería, que no

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puedo describir toda en esta vez, sino que yo omito; grano turco de trigo y raíces y otras plantas que hay una ahundancia en este país, etc.

Así quedamos ocho días en este pago y tomamos relación sobre los indios y el país; entonces nos avisaron de una nación que se llama Macasíes, que distaban ochenta leguas de camino de estos Corcoquis. (También) los Corcoquís, los hombres, llevan en los labios una piedra azul redonda, tan ancha como ficha de tablero; y sus defensas o las armas son dardos y arcos y flechas, a más paveses hechos de antas o rodela. (También) las mujeres tienen hecho en el labio un pequeño agujerito y tienen una piedra verde o gris hecha de cristal que meten en ese agujerito; (también) llevan ellas, estas mujeres, un tipoy que está hecho de algodón; es tan grande como una camisa pero

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no tiene mangas; (también) las mujeres son muy lindas y no hacen otra cosa que coser y proveer la casa, (también) quedan en la casa y el hombre debe ir al campo labrantío para procurar el alimento que ahí se necesita en la casa.

De ahí marchamos hacia los sobredichos Macasíes y tomamos guías o [sean] aquellos de entre los Corcoquís que [luego] nos enseñaron el camino. Pero cuando vinimos a tres jornadas del lugar, se mandaron sin embargo mudar los Corcoquís y nos dejaron solos, pero ello no obstante nosotros realizamos nuestro viaje y vinimos a un gran río (184) que se llama el río Macasíes, es ancho de una legua y media de camino. Pero cuando vinimos al río, no sabíamos adonde podríamos cruzar esta agua. En esto [Dios nos] concedió su gracia divina que nosotros la pasáramos en esta manera especial: dos y dos hicimos una balsita de palos y ramas y flotamos por el río abajo para que así llegáramos a la otra

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banda del río. (También) este río tiene buenos peces, sólo que hay muchísimos tigres: (también) este río dista no más de cuatro leguas de camino de los sobredichos Macasíes; en esto se nos ahogaron en esta ocasión cuatro personas sobre una balsita. Dios les sea clemente y misericordioso y a todos nosotros.

Cuando nos acercamos después a los Macasíes hasta una buena legua de camino, vinieron ellos los Macasíes a nuestro encuentro y nos recibieron muy bien y comenzaron a hablar en español con nosotros. Cuando nosotros, los cristianos, notamos esto, que ellos sabían hablar español, nos sobresaltamos muy fuertemente por ello; les averiguamos a quién estaban sometidos y qué señor tenían; ellos contestaron a nuestro capitán y a nosotros que ellos pertenecían a un noble de España que se llamaba Pedro Anzures (185).

Después que entramos en el pueblo [vimos que] ahí los niños y alguna gente entre hombres y mujeres estaban llenos de bichos.

Este bicho se parece a una

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pulga y se mete entre los dedos en los pies y adonde llega después, come hasta que llega a ser un gusano grande, completamente igual a ese gusano que está en una avellana, pero se puede sacarlo bien a tiempo para que no haga ningún daño en la carne; pero si esto se omite, come entonces a uno los dedos de los pies. Habría mucho que escribir sobre el bicho, etc. (También) desde nuestra ciudad Nuestra Señora de Asunción hay por tierra hasta este pago Macasíes trescientos setenta y dos leguas de camino según la altura.

Después de esto acampamos alrededor de veinte días entre los susodichos Macasíes, cuando nos llegó una carta desde una ciudad en el Perú que se llama Lima, donde está el supremo lugarteniente de su Cesárea Majestad, que se ha llamado de su nombre presidente o licenciado de Gazca, que entonces ha hecho cortar la cabeza a Gonzalo Pizarro y ha hecho decapitar a muchos otros nobles y villanos

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y aherrojar en las galeras por causa de que Gonzalo Pizarro no quiso estar sometido ni obediente y se había rebelado con la tierra contra su Cesárea Majestad; así el licenciado de Gazca le ha dado el pago por parte de su Cesárea Majestad. (También) muchas veces uno hace más de lo que su Superioridad le ha mandado para que él quede señoreando; tal cosa sucede todos los días en este mundo. Yo creo que [si] su Cesárea Majestad en propia persona hubiera tomado preso a este susodicho Gonzalo Pizarro, le hubiese perdonado la vida, porque a uno le duele cuando uno es instituído dueño sobre los bienes de otro, pues ante Dios y el mundo esta tierra del Perú había sido de él, de Gonzalo Pizarro; pues sus hermanos, el marqués y Hernando Pizarro y Gonzalo Pizarro han hallado y ganado para ellos la rica

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tierra del Perú, pues bien se puede decir que es una tierra rica el Perú, porque toda la riqueza que tiene su Cesárea Majestad proviene del Perú y de la Nueva España y Tierra Firme; por eso la envidia y el odio son tan grandes entre nosotros, que nadie no admite al otro bien alguno. Así ha sucedido también con el pobre Gonzalo Pizarro; él ha sido un rey, después se le ha cortado la cabeza. Dios le sea clemente. Habría mucho que escribir de estos asuntos pero el tiempo no lo concede.

(También) en esta sobredicha carta [se] declaró que nuestro capitán Domingo Martínez de Irala, bajo pena de vida por orden de su Cesárea Majestad, no avanzara con la gente y esperara ahí entre los Macasíes una ulterior disposición (186) pues el gobernador desconfiaba que nosotros hiciésemos una rebelión en el país y que con los otros,

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que se habían escapado y huído a los bosques (187) y sierras, (nosotros) hiciésemos una alianza entre nosotros. Esto hubiera sucedido también si nos hubiéramos reunido; y nosotros hubiéramos echado fuera de la tierra al gobernador. Entonces el gobernador hizo un convenio con nuestro capitán y le hizo un buen regalo, [así] que nuestro capitán quedó bien contento y salvó su vida (188); pero nosotros no sabíamos nada de semejante proceder; si por acaso lo hubiésemos sabido, le hubiéramos atado las cuatro patas (189) a nuestro capitán y lo hubiéramos llevado al Perú; pero los grandes señores son malos y bellacos; donde [pueden] despojar al pobre peón de lo suyo, lo hacen.

En esto nuestro capitán mandó cuatro compañeros al Perú, al gobernador. De sus nombres un capitán se llamó Nuflo de Chaves,

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el otro Oñate, el tercero Miguel de Rutia, el cuarto Aguayo de Córdoba (190). Cuando los cuatro compañeros llegaron al Perú, estuvieron en viaje un mes y medio y llegaron a la primera ciudad, ésta se llama Potosí, la otra ciudad es llamada Cuzco, la tercera es llamada Villa de La Plata, la cuarta capital es llamada Lima. Pero estas son las ciudades principales que hay en el Perú y las más ricas; pero fuera de ellas hay otras ciudades más, aldeas y lugares.

Después que los sobredichos cuatro compañeros llegaron en el Perú a la primera ciudad Potosí, se quedaron los dos compañeros Miguel de Rutia y Aguayo, que se habían enfermado y los otros dos, Nuflo de Chaves y Oñate, se sentaron en la posta (191) y fueron hacia Lima, donde vive y se maneja el gobernador del Perú. Cuando llegaron allí, recibiólos muy bien el gobernador y tomó relación de los dos compañeros sobre la tierra y otras cosas más que habían sucedido

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en Río de la Plata. Cuando el gobernador oyó todo esto, mandó a sus servidores que aposentaran a los dos compañeros y les dieren una buena posada y que se les tratara bien. (También) el gobernador regaló al Nuflo de Chaves y al Oñate dos mil pesos o duros. También ordenó el gobernador a Nuflo de Chaves que escribiera a su capitán que aguardara y esperara disposición ulterior entre los sobredichos Macasíes y que nosotros no les hiciésemos nada a éstos ni les tomásemos nada, sino únicamente el alimento, pues nosotros sabíamos que tenían plata; a causa de que ellos estaban sometidos a un español, no debimos hacerles nada. En esto el correo que llevaba las cartas, fué acechado (192) en el camino por un español que se llama Bernabé (193) por orden

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de nuestro capitán, que desconfió que vendría otro capitán desde el Perú que gobernaría su gente como tal cosa ya estuvo ordenada y él, nuestro capitán, desconfió que ello sucedería, por esto él, nuestro capitán, envió al Bernabé a la ruta y le mandó que si era cuestión que hubiese cartas, las tomara sobre si y las llevara consigo a los Carios (194), como esto ha sucedido.

En esto nuestro capitán hizo (195) tanto con la gente como que nosotros no podríamos quedarnos por más tiempo con los Macasíes a causa de la provisión. Ha sido bien la verdad, nosotros no teníamos bastimentos para un mes en este lugar, pero si hubiésemos sabido que habíamos estado proveídos y provistos de un gobernador, no hubiéramos

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partido de ahí y nosotros bien hubiéramos hallado alimento y remedios, pero todo es picardía en este mundo. En esto regresamos de nuevo hacia los Guorcocoquis. (También) en posesión de estos Macasíes hay una tierra fértil en granos y en frutas, también en miel, que en otros países no he visto la tierra tan fértil. (También) un indio toma un hacha y va al bosque y al árbol más próximo que él halla; el indio hacha sencillamente un agujero en el árbol, entonces se derrama de ahí cinco hasta seis jarradas de miel tan pura como el aguamiel. (También) las abejas no pican y son muy chicas; uno puede comer de esta miel con pan o con otra comida; también se hace buen vino de ella, tan bueno como aquí en esta tierra lo es el aguamiel y a esto mejor

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y más agradable para tomar que el aguamiel.

Pero cuando vinimos a los sobredichos Guorcocoquis habían huído todos con mujeres e hijos ante nosotros, pues desconfiaron que se les causara un detrimento, pero hubiera sido mucho mejor que hubiesen quedado en su localidad. (También) nosotros les enviamos recado con otros indios, para que regresaran de nuevo a su localidad y no recelaran de nosotros, pues no les sucedería ningún mal, pero ellos no quisieron hacer caso de esto y en respuesta nos ordenaron que saliéramos de su pueblo, sino ellos marcharían con grandes fuerzas contra nosotros.

Cuando supimos esto de los susodichos Guorcocoquis, hicimos nuestra ordenanza. y marchamos contra ellos, pero algunos de nuestra gente hicieron un requerimiento a nuestro capitán para que él no marchara contra los Guorcocoquis, pues ello produciría gran escasez en la tierra; cuando era cuestión

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que se marchara desde el Perú al Río de la Plata, entonces no se tendría bastimento, pero ni nuestro capitán ni el común o die Gemeine quisieron hacerlo y siguieron nuestro sobredicho propósito y marcharon contra los Guorcocoquis. Cuando estuvimos cerca de ellos a una media legua de camino, habían hecho ellos su real bajo dos cerros y bosques en cada uno de ambos costados para que si acaso nosotros los venciéramos, pudiesen huir de nosotros, pero los cerros no ayudaron mucho. Aquellos que encontramos debieron entregar el cuero y debieron ser nuestros esclavos, así que ganamos en esta escaramuza cerca de mil personas, fuera de los que se han matado entre hombres, mujeres y niños.

Después quedamos [nosotros] por dos meses en este lugar. No ha sido un lugar sólo

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sino cinco o seis lugares reunidos (196).

(También) por entre toda la tierra no hicimos otra cosa que guerrear, hasta que vinimos a los dos barcos que habíamos dejado ahí, como vosotros habéis sabido en la hoja ochenta y una. (También) en esta [entrada] (197) hemos ganado hasta doce mil personas entre hombres, mujeres y niños, que debieron ser nuestros esclavos, así que yo por mi parte he conseguido para mí unas cincuenta personas, hombres, mujeres y niños; y hemos estado en esta entrada durante un año y medio antes de venir de nuevo a los susodichos barcos.

Cuando llegamos a los barcos (198), la gente que había quedado ahí sobre los barcos-bergantines comunicó a nuestro capitán Domingo Martínez de Irala y a nosotros que un capitán que se llamaba Diego de Abrigo, que era oriundo de Sevilla en España, otro capitán que el Domingo

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Martínez de Irala había dejado en lugar [o] an seiner stadt para que gobernara la gente y la mantuviera en la justicia, este capitán se llamaba don Francisco de Mendoza. Cuando en ese tiempo nosotros estuvimos ausentes, se suscitó entonces un alboroto entre los dos capitanes y el susodicho Diego de Abrigo quiso gobernar solo; el otro capitán, el don Francisco, no quiso consentirlo. En esto comenzó el baile de mendigantes (199) hasta que el Diego de Abrigo quedó dueño del campo y cortó la cabeza a don Francisco Mendoza.

Y en seguida el susodicho Diego de Abrigo se alzó con la región y quiso ser el dueño, (también) se fortificó en la ciudad y nuestro capitán Domingo Martínez de Irala no quiso dar por perdida la ciudad y no [quiso] reconocerlo a nuestro capitán como su capitán general, ¡ese Diego de Abrigo!.

Cuando hubo sabido esto nuestro capitán Domingo

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Martínez de Irala, dispuso y mandó entonces nuestro capitán que nosotros sitiáramos la ciudad, como lo hicimos entonces. Cuando aquellos que estaban en la ciudad Nuestra Señora de Asunción y nos habían sitiado y vieron nuestra firmeza [puesto] que nosotros habíamos acampado frente a la ciudad, [entonces a] aquellos que estaban en la ciudad al lado del capitán, les entró el terror y venían diariamente ante nuestro capitán al campamento y pedían perdón a nuestro capitán. Pero cuando vió (200) que él no podía fiarse de su gente y era traicionado por sus [hombres] y tuvo recelo que nosotros asaltáramos una noche por traición la ciudad – esto hubiera sucedido en de veras – se aconsejó con sus mejores amigos y compañeros [que] quién quería partir con él fuera de la ciudad que lo hiciera; entonces partieron con él de la ciudad cerca de cincuenta hombres de sus mejores amigos y compañeros (fuera de la ciudad) y [por] los otros que quedaron en la ciudad ni bien pudo

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salir de la ciudad el Diego de Abrigo, ya lo supo por traición nuestro capitán. Así vinieron a la mañana aquellos de la ciudad y la rindieron al capitán y pidieron perdón el cual nuestro capitán les acordó.

En esto había huído el susodicho Diego de Abrigo hasta a treinta leguas de camino desde la ciudad Nuestra Señora de Asunción con los cincuenta cristianos así que nosotros no pudimos ganarle nada y nuestro capitán [le] hizo la guerra; [guerreaban] entre ellos así que ninguno estaba seguro contra el otro. Esta guerra duró por dos años seguidos; pues este capitán Diego de Abrigo no quedaba en ningún sitio, hoy aquí, mañana allí; pues daño que él pudiera hacer a nuestra gente, ese lo hacía, pues él era igual a un salteador de caminos. In summa si nuestro capitán quería estar en paz, tenía que hacer la paz con el Diego de

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Abrigo e hizo un casamiento por sus dos hijas y las dió a los dos primos del capitán Diego de Abrigo e uno se llamaba Alonso Riquel, el otro Francisco de Vergara (201). Cuando tal casamiento estuvo concertado, tuvimos entonces paz entre nosotros (202).

En esto me llegó una carta del factor de los Fugger (203) en España en Sevilla, que se llamaba Cristóbal Raisser, como (se) le había escrito el Sebastián Neithardt por orden de mi hermano si era posible que se me ayudara para salir, como él lo hizo fielmente y ha estado empeñado en que yo obtuviese [la] carta del susodicho señor Cristóbal Raisser en el año mil quinientos cincuenta y dos y a veinte y cinco días de julio, en el día de San Jacobo (204).

Cuando tal carta me ha llegado, he pedido en seguida a nuestro capitán Domingo Martínez de Irala que me diese licencia, pero él no quiso hacerlo

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primero, pero más tarde él debió considerar mi servicio y que yo había estado tanto tiempo en el país y al servicio de la Cesárea Majestad y había expuesto también en diversas veces mi cuerpo y vida por mi capitán Domingo Martínez de Irala y no lo [había] abandonado nunca; él ha considerado esto y me ha dado permiso y también una carta para la Cesárea Majestad [sobre lo] que había ocurrido en el país y cómo iban las cosas en Río de la Plata, la cual carta para su Cesárea Majestad yo he entregado a sus consejeros en Sevilla, donde yo entonces he dado relación y buen informe de la tierra a mis señores.

Cuando luego hube arreglado todas mis cosas para el camino, tomé una amistosa licencia de mi señor capitán Domingo Martínez de Irala

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y de otros buenos amigos; a más llevé conmigo veinte indios Carios que me [debían llevar] mi comida y otras cosas y aparejo necesario que yo debí tener en un viaje tan lontano, como vosotros mismos bien sabéis qué es lo que uno necesita.

En esto, alrededor de ocho días antes de este viaje, antes de que yo iba a partir del país, vino ahí desde el Brasil uno, llamado Diego Díaz (205) y trajo noticia que habría llegado desde Portugal al Brasil un navío de Lisboa, que ha pertenecido al honorable y discreto Juan von Hielst, en Lisboa, un comerciante, el factor de los Erasmus Schetz en Amberes.

Cuando supe toda la oportunidad, emprendí viaje y [me] encomendé a Dios el Todopoderoso; me proveí de todo lo que entonces he necesitado, como vosotros

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habéis sabido y [me] encomendé a Dios el Todopoderoso y emprendí el viaje en el año mil quinientos cincuenta y dos. El día veintiséis de diciembre, en el día de San Esteban, he partido de Río de la Plata desde la ciudad de Nuestra Señora de Asunción. Así he [partido] con veinte indios y dos canoas y he llegado a un lugar que se llama Hieruquizaba y hay desde la ciudad hasta esta localidad veintiséis leguas por tierra. (También) en este lugar Hieruquizaba vinieron hacia mí otros cuatro compañeros, dos españoles y dos portugueses (206), pero éstos no tenían licencia alguna de nuestro capitán. Así marchamos juntos desde Hieruquizaba y vinimos a un gran lugar que se llama Guaray y desde el susodicho lugar Hieruquizaba hasta este lugar Guaray hay quince leguas de camino; desde ahí marchamos en cuatro jornadas, – éstas son dieciséis leguas (207) – y vinimos a un lugar que se llama Gueguareté, desde ahí marchamos por nueve jornadas, esto es cincuenta y cuatro leguas de camino, y vinimos a un lugar que se llama Guareté.

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Ahí quedamos por dos días y tuvimos que buscar bastimento y canoas para que viajáramos aguas arriba por el Paraná por cien leguas y vinimos a un lugar que se llama Guingui (208); ahí quedamos cuatro días. Esto pertenece hasta este lugar a la Cesárea Majestad y es tierra de los Carios.

Ahora comienza la tierra del rey de Portugal, de los Tupíes. Ahora tuvimos que dejar las canoas y el río Paraná y tuvimos que marchar por tierra; hasta los Tupíes hemos marchado por seis semanas que [fuímos] por desierto, serranías y valles y que nosotros también en frecuentes ocasiones no pudimos dormir tranquilos por los animales salvajes, ésos son los tigres; y hay (también) desde el susodicho lugar de Guingui hasta estos Tupíes ciento veintiséis leguas de camino y esta nación, los Tupíes, éstos comen sus enemigos, los unos a los otros. (También) la gente no hace otra cosa que guerrear día y noche, los unos contra los otros, y cuando vencen a su enemigo, entonces

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lo traen a su lugar, donde ellos están avecindados, como aquí en esta tierra se acompaña un casorio. (También) cuando se le quiere matar a él, al prisionero o esclavo, se le hace también lo mismo y se le ofrece un gran festival, como se ha informado arriba. Y mientras este prisionero yace preso, se le da cuanto él pide mientras está prisionero, sea una mujer, para que tenga que hacer con ella, ésa se le da o cualquier comida, la que su corazón desea, hasta que llegue la hora en que él debe morir. (También) estos Tupíes no tienen otro solaz que guerrear, comer y beber y estar borrachos día y noche y bailar y es un pueblo orgulloso, soberbio y altanero; y hacen vino del trigo turco; así quedan borrachos de este vino como acá afuera alguien que se emborrachara del mejor vino.

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(También) estos Tupíes hablan un idioma igual al de los Carios; hay hay una pequeña diferencia entre ambos en cuanto a la lengua.

Desde ahí marchamos a un lugar que se llama Cariseba (209). Estos son también Tupíes y estos Tupíes guerrean contra los cristianos, también contra los otros Tupíes, que son amigos de los cristianos. Así vine yo con mis compañeros en el día de Palmas (210) a un lugar a cuatro leguas de camino, pero yo comprendí que nosotros debíamos cuidarnos de los susodichos Carisebas; así tuvimos en este tiempo gran escasez de bastimento, pero asimismo podríamos haber seguido adelante, pero dos compañeros de entre nosotros no quisieron de ningún modo seguir marchando y sólo quisieron marchar al pueblo, como lo hicieron, pero nosotros tres (211) y los indios que estaban con nosotros (212), no quisimos marchar con ellos. Así les prometimos [que] los aguardaríamos, como lo

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hicimos entonces, pero los sobredichos dos compañeros, ni bien pudieron llegar al pueblo, fueron muertos y comidos. Dios les sea clemente y misericordioso y a nosotros todos, amén.

Así vinieron estos mismos indios hasta cincuenta hombres con sus armas y llevaban puestas las ropas de los cristianos; cuando vinieron ante nosotros a treinta pasos de distancia, quedaron parados y hablaron a nosotros; y es hábito de los indios en la tierra que cuando él se queda [parado] y habla a su parte contraria, no tiene buena intención entonces. Como yo lo había conocido, así nos armamos también lo mejor que pudimos y les preguntamos dónde habían quedado nuestros compañeros; entonces ellos contestaron que estaban en el pueblo y que también nosotros fuéramos al pueblo, pero nosotros no quisimos hacerlo, pues reconocimos bien su astucia.

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En eso como nosotros no quisimos ir con ellos, tiraron ellos entonces con sus arcos contra nosotros, pero no se quedaron parados por mucho rato y corrieron en seguida a su lugar. En cuanto llegaron a su lugar, vinieron entonces en fuerza de más de seis mil hombres (213) contra nosotros; no tuvimos otro amparo para nosotros que un bosque que era grande y nosotros, los cuatro cristianos, teníamos cuatro arcabuces con nosotros y alrededor de sesenta indios (214) de los Carios que habían marchado con nosotros desde la ciudad de Nuestra Señora de Asunción. Así nos sostuvimos en este bosque durante cuatro días y cuatro noches, que tiramos día y noche los unos contra los otros y en la cuarta noche salimos del bosque a media noche y partimos a escondidas, pues no teníamos mucho que comer; también [si] hubiéramos quedado por más tiempo, ellos, los indios, hubieran sido entonces demasiado fuertes contra nosotros, ya que se dice con frecuencia: muchos perros [son] muerte de las liebres.

Y desde ahí marchamos

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seis jornadas y vinimos a una nación que se llama Viaza (215), que nunca salimos de la selva salvaje, que en toda mi vida no he visto jamás semejante camino, pues he viajado muchas leguas y [he] andado en idas y vueltas. (También) como no teníamos qué comer en este camino, así nosotros los cristianos y los indios tuvimos que sustentamos sólo de miel y otras raíces y cardos (más) que hallamos en la selva; pues no teníamos la suficiente demora para que hubiéramos acechado o buscado carne de salvajina, pues recelábamos que los enemigos, los Tupíes, siguieran y se apuraran.

Y cuando vinimos a los sobredichos Viaza, acampamos durante cuatro días e hicimos bastimento para que tuviéramos que comer, porque no debimos llegar a la localidad, porque… (216)

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(También) en esta nación Viaza halláis un río que se llama Uruguay, y en este río hemos visto unas víboras grandes; una víbora que podrá ser larga como unos buenos catorce pasos y en el medio no se la puede abarcar; tan grandes son. Y tales víboras o serpientes se llaman en su [idioma] indio schue Eiway thuescha (217). (También) estas víboras matan a los indios y comen también ciervos y antas y otros grandes animales salvajes más que hay allí en el país. Cuando éstos, fueren gentes o animales salvajes, quieren beber o bañarse o quieren nadar hacia la otra banda del río, viene entonces la víbora o serpiente; (también) estira siempre la cabeza por sobre el agua y mira si puede agarrar un ser humano o un animal salvaje y cuando un

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ser humano o un animal salvaje quiere bañarse o beber, como yo he indicado antes, esta víbora o serpiente viene nadando entonces bajo el agua hacia donde está el hombre o el animal salvaje y la víbora pega su cola alrededor de las piernas o el cuerpo del hombre o del animal salvaje que están ahí en el agua, y la serpiente los arrastra con ella bajo el agua y los ahoga y los come; y de esto yo y mis compañeros y otros cristianos más que han estado ahí en esta tierra, damos testimonio de que es verdad lo de estas víboras o serpientes. Schue ewaie katue, la víbora…

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…nosotros éramos pocos, para inquirir nuevo camino a causa de los indios.

Así quedamos un mes en camino y vinimos a una gran localidad, que se llama Yerubatiba, y desde los susodichos Viaza hasta la localidad de Yerubatiba hay cien leguas de camino. Ahí quedamos durante tres días y estuvimos muy cansados (estuvimos) en el camino, pues ya no teníamos qué [comer], así nuestro alimento en mayor parte no era otra cosa que miel; también éstos, los que teníamos con nosotros, estaban muy enfermos, pues vosotros bien debéis saber y considerar entre vosotros mismos lo que en un viaje tan largo y mala vida llevada, uno debe experimentar en cuanto a comer y beber y a la yacija, pues uno debe llevar consigo su cama. La cama que uno tiene, ésa pesa cuatro o cinco h. (218) de algodón, ésa está hecha como una red (219);

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ésa se ata en dos árboles; así se acuesta uno bajo el cielo azud en un bosque, pues si fuese cuestión que unos pocos cristianos marchan en conjunto por la tierra, es mucho más seguro entonces acostarse en un bosque que en las casas o lugares de los indios.

Ahora marchamos hacia una localidad que pertenece a los cristianos. El Jefe que estaba en esta villa se llamaba Juan Ramallo (220). A este pueblo quiero reputar como una casa de latrocinio. Fué nuestra buenaventura que el Jefe no estaba en casa y estaba con los otros cristianos que habitan en San Vicente, pues ellos, los cristianos, hacen en tiempos un convenio entre ellos. (También) los otros que viven en San Vicente y en otros pueblos cercanos son más

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de unos ochocientos hombres, que todos son cristianos y están sometidos al rey de Portugal. Y este Juan Ramallo no quiere estar sometido al rey de Portugal o al lugarteniente del rey en ese concepto, pues él dice y declara que él ha estado cuarenta años en esta tierra en Las Indias y la ha habitado y ganado ¿por qué no ha de gobernar él la tierra como cualquier otro? Por eso se hacen la guerra entre ellos, pues si este Juan Ramallo quiere [tener) reunidos cincuenta mil indios, puede juntarlos en un día, tanto poder tiene él en la tierra, que ni el rey ni sus lugartenientes pueden reunir 2000 (mil) indios.

Ahora debo decir también

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que sus hijos, los del sobredicho Juan Ramallo, han recibido bien a nosotros los cristianos, pero ello no obstante, tuvimos mayor recelo entre ellos que entre los indios. Ahora, como esto ha salido bien, damos gracias a Dios el Todopoderoso.

Ahora [nosotros] seguimos adelante a una villa que se llama San Vicente y desde la sobredicha localidad hasta esta ciudad de San Vicente hay veinte leguas de camino. Así hemos [llegado] el día trece de junio en el año mil quinientos cincuenta y tres en el día de San Antonio y ahí hemos hallado un navío de Portugal que había cargado azúcar y palo de Brasil, también algodón y este navío ha pertenecido al (al) Juan von Hielst, el factor del Erasmus Schetz en Lisboa. El Juan von Hielst tiene también su factor en San Vicente que se llama Pedro Rossel.

Facsímil de los grabados 13 y 14 insertos en la Relación de Schmidl, capítulos 44 y 47, Edición Latina Levinus Hulsius, de 1599.

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(También) estos señores, los Schetz, tienen en unión con Juan von Hielst muchos lugares y aldeas que están en esta tierra y les pertenecen (221), (también) los señores hacen azúcar en la tierra durante todo el año. Así me recibió muy amistosamente el sobredicho Pedro Rossel (222) y me hizo gran honor y amistad para que yo fuese transportado y partiese lo más pronto. Así pidió también al capitán que él me considerara bien recomendado a él, como este patrono hizo después; yo no puedo decir otra cosa.

(También) nosotros quedamos en esta ciudad de San Vicente durante 11 días y nos aprestamos con comida y bebida y otras cosas más que hay que tener sobre el mar; (también) hemos

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estado en viaje desde la ciudad de Nuestra Señora de Asunción hasta esta ciudad de San Vicente en el Brasil durante seis meses y hay cuatrocientas setenta y seis leguas de camino, [y] buenas leguas.

Ahora cuando estuvimos proveídos y aparejados con bastimento y otras cosas más, nos pusimos en (en) viaje y parti[mos] (223) desde la ciudad de San Vicente en el año mil quinientos cincuenta y tres y en el día veinte y cuatro de junio, en el día de San Juan. Así aconteció en este tiempo, que nosotros estuvimos durante catorce [días] en el mar u océano, que no tuvimos nunca un viento bueno, sino siempre tormenta y horrible tempestad, que no sabíamos dónde estábamos; así se nos quebró el mástil en la nave, que tuvimos que volver a tierra. (También) nuestro navío en el cual viajábamos, hacía muchísima agua; así tuvimos que navegar hacia tierra

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y vinimos a un puerto o ancladero, como ahí se los llama. Y la ciudad que [hay] en ese puerto se llama Espíritu Santo. La ciudad está situada en el Brasil en Las Indias y pertenece al rey de Portugal; (también) hay cristianos en esta ciudad y con sus mujeres e hijos hacen también azúcar y todos son portugueses y tienen azúcar y algodón, también palo de Brasil y de otras clases más que se las encuentra ahí en el país.

Y también en estos parajes del mar entre San Vicente y Espíritu Santo se encuentran con máxima frecuencia (224) las ballenas o Walfisch y éstas hacen gran daño en el mar. Cuando se quiere viajar con pequeños barquitos en ida y vuelta desde un puerto al otro, vienen entonces ellas en cantidades y pelean entre si, las

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ballenas o Walfisch; también ocurre que en algunas veces, cuando llegan a un barquito, hacen zozobrar al barquito junto con las gentes; (también) los barquitos no son tan chicos, siempre son más grandes que aquí en el país los grandes altos naos o naves y aun más grandes. También se nota que una ballena o Walfisch vomita y arroja por su boca una cantidad de agua que puede caber en un buen barril de Franconia; ese vomitar lo hace a cada momento, pues él no hace [otra cosa sino] que mete la cabeza bajo el agua y la vuelve a alzar afuera; eso lo hace día y noche y quien lo [ve] en el agua cree que fuera un montón de piedras reunidas; habría que escribir mucho de este pez.

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También tenéis muchos otros grandes peces y maravillas del mar que no es de escribir o de decir.

(También) hay otro pez grande que en su [sentido] español se llama pejesombrero que se debe decir en su [sentido] alemán: Fisch von einem Schaubhut; no es de escribir ni de contar de este pez de cuán poderoso y forzudo gran pez él es; y en algunos lugares hace gran daño a los navíos, pues viene con tal ímpetu contra un navío cuando no hay viento y la nave está inmóvil – no puede ir ni para adelante ni para atrás – y él pega con tal fuerza contra la nave, que ésta tiembla toda. Entonces hay que echar en seguida uno o dos grandes toneles desde la nave al mar y cuando el pez percibe los toneles,

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deja [en paz] la nave y juega con los toneles.

(También) hay otro pez grande; a ése se le llama en su [sentido] español, peje espada, que es (a decir) en su [sentido] alemán: Fisch Messer o Schwertmesser (225); éste hace mucho daño a otros grandes peces. Cuando pelean los peces entre ellos es lo mismo que cuando aquí en el país dos caballos bravíos vienen el uno contra el otro y saltan el uno contra el otro. Es divertido verlo en el mar, pero cuando los peces pelean entre si, se aproxima generalmente una gran tempestad en el mar. (También) hay otro gran pez malo, que en lo de lidiar o pelear es superior a los [W]alfisch; éste se llama en su [sentido] español peje de sierra y en

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su (sentido] alemán Saegefisch y muchos otros peces más de que en esta vez no se ha de escribir más, y otros peces voladores y también otros grandes peces más, que se llaman toninas.

Ahora dejamos de lado los peces que hay en el mar. Y hemos estado durante cuatro meses (226) sobre el mar que no vimos tierra ninguna y navegamos día y noche y en todo tiempo hemos llevado buena derrota desde el sobredicho puerto de Espíritu Santo y vinimos a una isla que pertenece al rey de Portugal y se llama Isla Tercera. Allí tomamos otra vez bastimento fresco de pan, carne y agua y otros aparejos necesarios que entonces necesitábamos en nuestro navío; y quedamos en esta isla por dos días. Desde ahí partimos hacia

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Lisboa y estuvimos catorce días en viaje desde la sobredicha Isla Tercera y llegamos a Lisboa en el año mil quinientos cincuenta y tres y en el día treinta de septiembre, en el día de San Jerónimo. (También) esta sobredicha isla Tercera es una linda gran localidad y plantan vides y cereales y [ejercen] diversas ocupaciones que hay acá afuera (227). Cuando vinimos a Lisboa quedé yo durante catorce días en Lisboa y se me murieron dos esclavos o indios (228) que yo había traído conmigo del país. Desde ahí marché por posta hacia Sevilla y llegué en seis días a Sevilla y hay setenta y dos leguas de camino desde Lisboa a Sevilla. Ahí quedé en Sevilla durante cuatro semanas hasta que estuvieron aparejadas las naves

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que deben viajar [desde] ahí hacia Amberes; y desde Sevilla partí por agua y vine en dos días a una ciudad que se llama San Lucas y pernocté allí. De ahí marché por tierra en una jornada y vine a otra ciudad que se llama Puerto Santa María; de ahí viajé por agua ocho leguas de camino y vine a una ciudad que se llama Cádiz, donde estaban las naves holandesas que iban a viajar hacia los Países Bajos y estas naves eran alrededor de veinticinco naves grandes, a las cuales ahí se las llama Hulken (229).

Así entre las veinticinco naves había un lindo y gran navío nuevo que no había hecho más que un solo viaje, desde Amberes hacia España. Entonces vinieron los comerciantes alemanes hacia mí, aconsejaron que yo debía viajar sobre ese navío; y el patrón se llamaba Enrique Schetz, de Amsterdam, y era un hombre muy cumplidor y bueno,

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este patrón. Después que hube concertado con el patrón todas mis cosas y estuve arreglado por el pago del pasaje y comida y otras cosas que hay que tener en semejante viaje; y en cuando yo y el patrón estuvimos acordados y convenidos me apresté en la misma noche e hice llevar a la nave todos mis petates de vino y pan y otros más para matalotaje, también loros y otras cosas más que yo había traído entonces desde las Indias y convine ese mismo anochecer con el patrón que me avisara cuando él quería ir a bordo. Así él prometió a mi y a mi buen amigo Juan Podien que vive en Cádiz, que él no viajaría sin mí y me avisaría. Para mi

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buena suerte el patrón había bebido en exceso en esa noche, así que olvidó de mi en mi posada. Entonces alrededor de las dos horas antes del día el piloto que entonces gobernaba el navío, dispuso que se levara anclas; él quería partir, como lo hizo entonces; y cuando era de mañana, que yo me levanté, el navío ya estaba distante de la costa a una gran legua de camino. Cuando yo supe y vi esto, no tuve más remedio sino que debí buscar otro navío, como lo hice y vine a otro navío y tuve que satisfacer al patrono [con] tanto como había dado al otro patrón. Después tuvimos que navegar en seguida en el navío y debimos partir con los otros veinticuatro navíos y tuvimos, por tres días,

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un buen viento. En cuanto habían pasado los tres días, vino un gran viento contrario contra el cual no pudimos realizar nuestro viaje y quedamos aún con gran peligro por cinco días, que creíamos que el tiempo cambiaría, pero cuanto más tiempo demoramos, tanto más tempestuoso estaba el mar que no pudimos sostenernos por más tiempo sobre el mar y tuvimos que regresar por el camino por donde habíamos partido.

Ahora hay la costumbre sobre el mar que los marineros y patronos hacen un capitán general, al cual en su [sentido] español se lo llama almirante (230), éste gobierna todas las naves; y lo que él quiere que se haga sobre el mar, eso lo deben hacer los patronos y prestarle un juramento que ninguno se debe

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apartar del otro, porque Su Cesárea Majestad ha ordenado que no deben viajar menos de veinte naves desde España hacia los Países Bajos, a causa del rey de Francia porque ahora guerrean entre ellos. Así es también la costumbre en el mar que ningún patrono debe viajar [más allá] de una legua de camino del otro y cuando sale o entra el sol, las naves deben reunirse y deben saludar al almirante con tres o cuatro tiros todos los días por dos veces.

(También) por su parte, el almirante debe [tener] en su nao dos linternas, hechas de hierro; esta [linterna] se llama un farol éstas debe dejarlas encendidas durante toda la noche y las coloca atrás en la nao, así todas las demás deben navegar tras la luz y no deben distanciarse o navegar por separado. (También) a su vez

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el almirante dice todas las noches a los marineros qué camino [él] piensa seguir, para que en caso que viniere una tormenta sobre el mar, ellos sepan qué camino o viento ha tornado el almirante, para que no puedan perderse los unos de los otros.

Después que nosotros tuvimos que volver por la tempestad como informé antes, fué ese navío de Enrique Schetz, ese que entonces me había dejado en tierra en España y tenía mis petates, ese mismo navío estuvo en el último lugar de todos los demás navíos y cuando llegamos a la ciudad de Cádiz cerca de una legua de camino, era obscuro y de noche, así el almirante tuvo que colgar sus linternas para que las otras naves supiesen

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cómo seguirle. Cuando vinimos a la ciudad de Cádiz, rada patrono largó entonces su ancla al mar y el almirante retiró su linterna. En esto se hizo en tierra una lumbre en toda la mejor intención, pero esto resultó lo peor para el navío de Enrique Schetz. Pues la lumbre fué hecha al lado de un molino a un tiro de arcabuz de Cádiz, navegó pues el susodicho Schetz en derechura hacia la lumbre, porque él creyó que era la lumbre o la linterna del almirante, y cuando llegó con su nave cerca de la lumbre, chocó con fuerza contra las rocas que estaban o yacen en el mar. En cuando él vino contra las rocas, hizo cien mil pedazos a su nave; gentes y carga fueron a pique antes de pasar un medio cuarto de hora y no quedó

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ninguna pieza con otra y se ahogaron veintidós personas; sólo el patrono y el piloto se salvaron sobre un gran palo. (También) se hundieron en el agua seis cajas con oro y plata que pertenecían a la Cesárea Majestad y otra gran mercadería más que pertenecía a los comerciantes. Por esto yo doy gracias a mi Salvador y Redentor, loor, honor y gracias que El me ha protegido y amparado para que yo no navegara en esa nave.

Después de esto hemos estado surtos por dos días en Cádiz y en el día de San Andrés hemos partido de nuevo desde Cádiz hacia Amberes; entonces nos sobrevino en este viaje una gran tormenta y tempestad que los mismos patronos dijeron que durante

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veinte años seguidos que ellos habían navegado, no habían visto jamás tan horrible tempestad ni oído que ella hubiese durado tanto tiempo.

Cuando vinimos a Inglaterra a un puerto que se llama Wight, todas nuestras naves no tenían ni una vela, ésta es una lona que se extiende (pone) en el mástil, ni cabos, ni mástiles, ni ya la menor cosa sobre las naves (tenía), pero si el viaje hubiese durado mayor tiempo no se hubiera salvado ninguna de las veinte y cuatro naves.

A todo esto se han hundido en el día de Año Nuevo en el año mil quinientos cincuenta y cuatro y en el día de Todos los tres Reyes, ocho naves con gentes y carga, que ha sido una terrible [y] horrorosa cosa de ver que ni un solo hombre de los ocho navíos se ha salvado

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y se han perdido estos ocho navíos entre Francia e Inglaterra. Dios quiera conceder a los cristianos que en esta ocasión se ahogaron y murieron, su gracia y misericordia y haberlos aceptado en su gracia divina.

Así quedamos cuatro días en este sobredicho puerto Wight en Inglaterra y desde ahí navegamos hacia Brabante y vinimos en cuatro días hacia Amberes [a] Arnemuiden (231), que es una ciudad en Zeeland, donde están surtas las grandes [naves] y hay desde esta localidad de Wight hasta Arnemuiden setenta y cuatro leguas de camino y desde ahí navegamos [nosotros] hacia Amberes y hay veinte y cuatro leguas desde Arnemuiden hasta Amberes y llegamos el veinte y seis de enero en el año mil quinientos cincuenta y cuatro.

A Dios loor, honor y gracias en eternidad que El me ha concedido un feliz viaje… (232)

[FIN]

Facsímil del grabado 15 inserto en la Relación de Schmidl, capítulo 54, Edición Latina Levinus Hulsius, de 1599.

NOTAS

1- De la fotocopia se desprende que Schmidl agregó ulteriormente la palabra april. Por falta de espacio la puso debajo de 12 tag y al lado de 4 tag Juli. Con esta interpretación se obtienen las tres fechas que damos en el texto, aclarando, así, por vez primera, este pasaje no dilucidado por ningún editor anterior. Es de suponer que Schmidl debe haber llegado en febrero o marzo a Nürnberg o Straubing desde donde escribió a Amberes.

2- Esta hoja carece en sus dos carillas de número de paginación y del dibujo de la cruz cristiana con que el autor encabezaba las hojas de su libro. Si se la compara con la última hoja semidesgarrada – o sea la que debía llevar el número 113 no puesto por mano de Schmidl – parece que la hoja titulo f. 1 vta., había sido destinada, originariamente, para proseguir el relato con la fecha del año 1554 y las palabras: Alda sinen wier weiter.

3- Faltando el participio pasado requerido por el auxiliar sinen, no se puede establecer la intención del autor. El plural wier (nosotros) hace suponer que Schmidl tenía consigo algún compañero o acompañante.

4- En las siguientes ocho líneas terminadas por una raya larga el autor ha escrito varias oraciones coordinadas que por su extensión parecen constituir, a costumbre del siglo, el proyecto de un titulo para su libro.

5- El autor usó en el Río de la Plata el nombre de Utz formado por metaplasmo y como tal firmó en el «testimonio del nombramiento de Domingo de Irala para gobernador en el puerto de San Fernando, que es el río del Paraguay, provincia del Río de la Plata, 13 marro 1549». La obra de Lafone ha presentado un claro facsímil de esta firma. El general Mitre en el prólogo informa que la firma de Utz se destaca entre las demás «por lo bien conservado de la tinta, el carácter elegante de la letra, ha firmeza del pulso y la soltura del rasgo». Compárese la introducción de la Universidad del Litoral, a cargo de Edmundo Wernicke. Juan de Salazar, en su carta del 30 de junio de 1553 (MS. 1252, Biblioteca Nacional, de Buenos Aires.), le denomina «uz alemán». Los editores de la princeps de Francfort y el MS. de Hamburgo (una copia muy posterior, según Lehmann-Nitsche), lo nombran Ulrich Schmid, pero sus redactores dicen Ulricus Schmidt y declinan Ulrici Schmidts. Confundieron la -I- final con -t-. Los copistas de MS de Munich oyeron, bajo el dictado de algún anagnostes de taller, el nombre Ulerich Schmidel 42 años después Hulsius, en la edición de Nürnberg, escribe Ulrich Schmidel, y en su traducción latina crea un Huldericus Schmidelius, y así entró a la historiografía española un Hulderico o Uldérico Schmidel. La otra traducción latina por Gotardo Artus, escribió Ulricus Faber, pero en ablativo de redacción Ulrico Fabro, como puede leerse en diversos autores castellanos de aquellos siglos (Lozano, Descripción chorográfica, etc.), Faber es la cabal traducción de Schmid, o sea «forjador». Como Artus trabajó sobre la edición de Francfort, no tradujo por Fabritius, que sería la verdadera versión de Schmidl. No nos fue posible comparar todos los ejemplares de las ediciones españolas de 1731 y 1749 con la de Angelis, pero mencionaremos que don Felix de Azara, según sus Viajes, solía llevar consigo un ejemplar de un Ulderich Schimidel [sic] o Ulrico Fabro, que suponemos versión de 1731. Repetimos aquí el juicio de este eminente geógrafo sobre los datos geográficos en la obra de Schmidl: «Hago gran caso de esta pequeña obra a causa de su imparcialidad, de su ingenuidad y de la exactitud de las distancias y situaciones, cosas en que nadie le iguala».

6- Ciudad alemana en la Baja Baviera, a orillas del Danubio. En ciertas regiones alemanas se designa aún hoy, con «Bruder Straubinger», a los andariegos. Lo suponemos un recuerdo popular del viaje de Schmidl.

7- Manifiesta falla de memoria: debe leerse 1535.

8- In spainnien Zu Einer stadt. Del texto resulta que la palabra de stadt (escrita también statt, stat, stadtt, sthadt) no significa siempre una ciudad o una crecida población habitante en muchas viviendas repartidas por calles, sino que el autor la usa para indicar un lugar que es asiento de autoridades. De ahí que él clasifica también las islas como stadt.

9- Los antiguos barriles arenqueros de Hamburgo, mercado principal de la grasa de arenque, contenían más o menos 198 kilos.

10- Según el diferente color de tinta en el manuscrito, esta oración ha sido agregada posteriormente. Al parecer se trata de un simple apunte para el futuro.

11- Fueron a lo menos dieciséis al salir. Entre ellos, la Marañona, en que viajó Alonso Cabrera, que se largó a una aventura y vino a parar en Santo Domingo. Otro navío parece haberse perdido en el Atlántico. No corresponde usar la voz de buque en la presente versión, pues tal vocablo, de origen alemán, aun no había entrado en la terminología castellana.

12- Villalta da la cantidad de 1800 hombres que parece más justa. Hay que tener presente que el navío mayor era sólo de 250 toneladas y que la cantidad de bastimentos y el ganado equino exigen mucho sitio.

13- osterlich oder sachsen. osterlich (orientales) señala a los habitantes de las regiones al este de los Países Bajos, es decir a los llamados Niedersachsen, a los que Schmidl especifica con sachsen (sajones).

14- der theuschenn. El autor incluye en este término a todos los súbditos germanos de Carlos V, aun neerlandeses.

15- Los Welser, de los cuales una rama vivía en Nürnberg, fueron fuertes banqueros e intervinieron en la conquista de Venezuela. Unos Neithardt son mencionados por fray Félix Faber en su Tractatus de civitate Ulmuni (Ulm) como vecinos respetables. El viajero Krafft se declara primo de los Neithardt.

16- Es decir: los navíos.

17- gewer pickhsen und Annder gewer mer. Las dos primeras voces deben leerse como una sola compuesta: gewer indicaba entonces armas en general; pickhsen revela que se trataba de armas de fuego. Así que por «otras armas» se entienden las partesanas, ballestas, rodelas, etc. Cabeza de Vaca marchó con 100 arcabuceros, 50 ballesteros y 50 rodeleros al Paraguay (Biblioteca nacional, Buenos Aires, Sección manuscritos, nº 904). Krafft establece también para estos casos bixsen, Weehren und Tartschen (arcabuces, armas y pavesas). Schmidl denomina gewer también a las primitivas armas indias. En adelante indicaremos la Biblioteca Nacional, de Buenos Aires, con la sigla B. N.

18- 24 de agosto de 1535.

19- Schmidl, en su reciente conocimiento del mundo español, aun no ha sabido de las siete islas Canarias ni de su nombre. A su vuelta no pasó por ellas.

20- En las probanzas no existe ningún expedicionario de tal nombre.

21- Emer. Balde, antigua medida germana para líquidos que varía según especie y localidades. Su término medio era de 70 a 80 litros.

22- statt. En este caso se indica evidentemente un lugar donde existen autoridades. El piloto Juan Sánchez de Vizcaya en su descripción de 1539 (?) (MS. 930, B. N.) da a la isla dos poblaciones: Santiago, con 300 vecinos y otra a dos leguas al norte con 80.

23- Se entiende desde La Palma. Schmidl se refiere a leguas castellanas de 17 y 1/2 al grado geográfico, siendo ésta la medida legal para las distancias en aquel tiempo. Compárese LAFONE, Prólogo, p. III.

24- Tal vez Fernando Noronha.

25- schaubhuetfisch. En la foja 106 el autor lo describe de nuevo con un presunto nombre castellano de pesche Sumere (pez sombrero).

26- Compárese la nota 225.

27- Corruptela de Río de Janeiro. Langmantel supone que la voz de Riogenna corresponda a la isla Genabura. Burmeister supone se trate de la isla «del Gobernador», pero Schmidl se ha referido a la región del dominio portugués.

28- Compañero de armas de Mendosa en la guerra de Italia.

29- Jhan EielaB, el Aiolas de Villalta, Oyolas de Ruy Díaz de Guzmán y don Pedro de Angelis. Fué mayordomo de Mendoza, luego su lugarteniente y el acusador en el juicio contra Osorio. Se perdió en el Chaco en 1537.

30- heanB salleseir: Juan Salazar de Espinosa. Meritorio capitán de Mendoza, fundador de Asunción, de larga actuación en el Plata.

31- Jorg Luchssain, era Pedro Luján. Entre los Conquistadores, del doctor Lafuente Machaín no hay ningún Luján de nombre Jorge.

32- LasseruB saluaischo. La sentencia contra Osorio no menciona sino a un tal Galardo Medrano. Angelis creyó se tratara de un Salazar, el traductor inglés lo supone flamenco, probablemente por el nombre latino a costumbre holandesa pero hubo un Lázaro Salvago de la gente de Ayolas que había quedado en una casa fuerte en tierra de los Chanás (carta de Germán Ochoa, 1548). Un Esteban Salvago reclamaba el pago de mercaderías que se le quitaron en el puerto de Buenos Aires; y en Sevilla un Salvago había contribuido con fondos a la expedición de Caboto (MS. 753, B. N.).

33- Estos términos asemejan a la sentencia contra Osorio (MS. 827, B. N.); que doquiera en cualquier parte que sea tomado Juan Osorio, mi maestre de campo, sea muerto a puñaladas o estocadas o en cualquier manera que lo pudiere ser los cuales le sean dados hasta que el alma le salga de las carnes.

34- Oración relativa posteriormente agregada al pie por el autor que no se dió cuenta de que en foja 7 había expresado Io mismo.

35- La fecha debe ser 1536.

36- En la banda oriental.

37- flecken. Este término indica un lugar donde hay viviendas humanas; si no fuera por lo ambiguo de la voz, correspondería la de «población» o «poblado». El autor la ha usado indistintamente tanto al referirse al asiento de Buenos Aires como al de Asunción, pero por lo general lo emplea respecto a los caseríos o pueblitos indios.

38- Irala diría «la ropeta» (MS. 907, B. N.). El empleo del algodón demuestra que tales productos provenían del comercio prehispánico de los indios a lo largo del Paraná.

39- Se nota que el autor se compenetró bien del idioma castellano, pues aquí da a conocer el verdadero sentido de la voz de «aire» como de «viento», y tan luego el «buen viento» con que les favoreció la virgen del Buen Aire del Puerto de Santa María, en España. Para él no rigió la leyenda del capitán del Campo que habría exclamado al pisar tierra: «Qué buenos aires los de este suelo». El traductor francés Ternaux también repite que el nombre proviene de la salubrité da l’air.

40- Por la redacción se nota la alusión a la pérdida de los caballos en el mar pues según nuestras investigaciones, Mendoza embarcó fuera de los cincuenta yeguarizos propios otros tantos de sus capitanes y oficiales castellanos y flamencos (EDMUNDO WERNICKE, La caballada del adelantado Mendoza en el misterio pampeano, en La Prensa, Buenos Aires, año LXVII, nº 24.173 (primera sección) de mayo 10 de 1936, p. 3, col. 2 a 6).

41- Los castellanos del siglo no distinguieron los plurales de nombres de vocal final acentuada y escriben indistintamente «timbus» (o sea timbús) ó «timbues», guaraníes o «guaranis» y agregan la terminación «es» también a vocal final no acentuada; así «guajarapoes» en lugar de «guajarapos». Nos atenemos a la Gramática de la Real Academia y al uso establecido por nuestros escritores. Schmidl oyó al parecer «carendis»; nosotros seguimos la corriente grafía de «Querandíes».

42- El autor califica las legumbres y cereales por «raíces sobre tierra» y «bajo tierra». Aun no había llegado el cardo europeo.

43- Schmidl escribe equivocadamente Jorg en ves de Diego, que tuvo el mando en el combate de «Matanzas», el día 15 de junio de 1536.

44- Nuedern» oder otter. La primera voz es españolismo. La «manteca de pescado», de f. 10, es mencionada por diversos conquistadores; así, Oviedo, refiere que los Timbúes sacaban mucha y buena manteca de pescado.

45- Es decir, de los indios.

46- Lott. Media onza. En el (MS. 888, B. N.) el testigo Corral cuenta que al irse don Pedro se daban 12 onzas de harina pero de día en día menos. 16 onzas formaban una libra en Castilla.

47- korn. Nombre genérico de cereales. Aquí seria todavía el sobrante de los traídos desde Europa, reemplazados más tarde por el maíz y la mandioca; así, otro testigo cuenta que se daban 8 onzas de maíz a cada soldado (MS. citado en nota 46). A los indios se les compraba harina de mandioca, de maíz, pescado y manteca de pescado. La existencia del maíz motivó que en los primeros años no se sembrara trigo, lo que Caboto ya había ensayado felizmente en S. Spíritu. Juan de Sanabria, en la capitulación de 1547, se comprometió a llevar semillas de trigo, centeno y cebada (MS. 1194, B. N.). Es sabido que esta expedición fracasó. Sus náufragos se cruzaron en la costa del Brasil con el autor a la vuelta de éste.

48- La misma medida aparece en fs. 27, 42 y 85 bis.

49- En este combate los jinetes no causaron el efecto, como en otras partes, en su primer encuentro con los indios. Estos hablan tenido cinco meses de tiempo para saber que no se trataba de monstruos sino de animales de carga, como lo eran las llamas de las cuales tenían quizá vagas noticias. Por otra parte, los yeguarizos estaban sin fuerzas a causa del transporte por mar y la deficiente alimentación. Schmidl no describe tampoco la impresión que deben haber causado los arcabuces como sucedió en posteriores encuentros.

50- Según Villalta, el español ocultó la muerte del hermano para lograr sus raciones. Centenera en el canto IV confirma este acto de antropofagia.

51- 27 de mayo de 1536.

52- Schmidl no da el nombre de este capitán que, según Villalta, era cierto deudo de Mendoza. La madre de Mendoza se llamaba Constanza de Luxán.

53- «Buscar indios» es frase usual de los conquistadores para indicar búsqueda de alimentos.

54- Luchschain. A renglón seguido Luchschain. La primera forma recuerda la antigua grafía castellana de «Luxán». Lafone supone se trate de Diego Luján. Ruy Díaz da a un capitán Luján por muerto en el combate a orillas del río de su nombre.

55- También en Asunción, en 1542, el maestro albañil Juan Rodríguez «hizo teja» y cubrió la casa de Alvar Núñez Cabeza de Vaca (MS. 945, B. N.).

56- Es decir, los españoles.

57- Schmidl enmendó las dos últimas cifras que parecen haber sido 44. Mondschein cree que debe leerse 34.

58- Del relato surge que el autor lo ha tenido en concepto de «buen hombre», pero se abstuvo de atribuirle condición alguna de militar ni gobernante, muy al contrario de su franca critica al hablar de Osorio, de Irala y Alvar Núñez.

59- muesterung: revista o inspección. Traducimos por «alarde», término de la época.

60- Es decir, en Buenos Aires.

61- Staden (cap. XLI) da a esta clase de canoas en el Brasil la cabida de 18 hombres. Schmidl hace constar la ausencia del hierro.

62- Es el «birrete de grana», regalo de distinción a los indios principales (Comentarios, cap. LVIII). Schmidl escribió pieret, que probablemente es un hispanismo.

63- Villalta relata que murió la tercera parte de los cxpedicionarios, cuya cantidad inicial fub de 200 hombres.

64- 1536-1539.

65- foller franntzossen. Centenera en su canto IV confirma:

«Don Pedro en este tiempo hubo enfermado

«Del morbo que de Galia tiene nombre».

66- Oficial de conducta dudosa. Se separó de la escuadra de Mendoza buscando tal vez algún descubrimiento por su propia cuenta. Su venida al Río de la Plata produjo desavenencias que Schmidl debe haber conocido aunque calla al respecto. Volvió en 1545 a España y murió allá de melancolía.

67- Probablemente, en la segunda mitad de noviembre.

68- En el manuscrito hay un error de redacción que remedio poniendo entre paréntesis «habia».

69- En el ínterin extraviado en el Chaco para siempre, lo que se ignoraba en España. Aquí hay una confusión por parte del autor en cuanto al jefe en Buenos Aires. Era Ruiz Galán, pero con la venida de Cabrera hubo que determinar quién seria el gobernador, ¿Cabrera o Domingo Martínez?

70- Ayolas estaba extraviado. Cabrera se entendió primero con Ruiz Galán. El capitán Domingo de Irala se hallaba destacado en el Paraguay. Este jefe es, además, conocido por sus soldados como capitán «Vergara», por el pueblo donde nació. «¡Viva el capitán Vergara!», fué el grito de rebelión contra Cabeza de Vaca. FERNANDO DE OVIEDO en su Historia atestigua que el capitán Domingo de Irala se decía Domingo de Vergara. El apellido Martínez se lee pocas veces, pero la firma completa era Domingo Martínez Y., probablemente de Yrala (grafía del siglo). Schmidl escribe EiollaB. En un documento (véase: OVIEDO, Historia, lib. XXIll, cap. XVI) se lee «Ayrala» en vez de «lrala». Schmidl en las dos primeras menciones de su jefe se equivoca y coloca «Martínez» como un nombre «Martín» ante «Domingo», pero tras nueva consulta lo corrige más adelante. Los redactores han seguido incurriendo en el primer error que creyeron ser la grafía cabal.

71- El autor distingue en general la mandeoch (pron. mandeoc) o sea la mandioca utilísima Pohl; luego especifica la mandeoch Ade (pron. mandiocaté). Según Lorenzo Parodi la mandió até o mandioca brava, según el doctor Manuel Domínguez (apud L. Quevedo) mandiog ete o mandiotin sería la mejor. La mandeoch porpie (pron. mandeoc porpi) es la mandiog poropi o mandioca dulce (manihot aipe o aipi, mandiog según Parodi). Mandeoch mandepoere (pron. mandeoc-mandepere) sería la mandioca pepira de Montoya (apud L. Quevedo), la colorada. Padadess es la ipomaea batatas Lamarck. La papa y mal llamada patata (solanum tuberosum L.) aun no había entrado al Paraguay. Según el citado botánico Parodi la cultivada en el Paraguay es la chilena, mientras la peruana era difícil de cultivar.

72- Según Burmeister, el dicotylus labiatus o Pécari que se distingue por sus labios blancos. Son los «puercos del monte» de Ruy Díaz de Guzmán.

73- honner. Los castellanos vieron gallinas «como las de España» y Oviedo las declara introducidas. Lo probable es que desde los primeros navegantes, las gallinas entraron a la costa del Brasil distribuyéndose de tribu en tribu. Federmann, en 1535, se sorprendió al ver en el norte del Brasil gallinas y los indígenas le informaron que habían sido compradas a otra tribu que las adquirió de los cristianos. En cambio los cantos de gallo de Pizarro causaron asombro a los peruanos. En el libro presente fueron tal vez en mayor parte las perdices (Eudromia elegans) que indica Burmeister. El zoólogo doctor Angel Cabrera cree se trate de la verdadera «pava de monte» (Penelope obscura) o la charata (Ortalis canicollis). En cuanto a los gansos los supuso Burmeister unos anatides (anas moschata).

74- Seria Ruiz Galán, que había quedado como lugarteniente de Mendoza para la gente de Buenos Aires.

75- kareluB doberin. Este oficial de caballería vino con sus propios caballos con Pedro de Mendoza. Nacido alrededor de 1517, murió, aproximadamente, en 1541. El alemán Hans Brunbecher o Brunberger, primer inmigrante germano – pues vino con Caboto y regresó al país con Mendoza – reclamó dineros a la sucesión de este Charles Dubrin, que así firmaba, pero la parte contraria alegó que en el tiempo de recibir el préstamo (1538) Dubrin era menor de edad.

76- Hernando de Rivera (MS. 884, B. N.) escribió que había casa y puerto donde estaba Gonzalo de Alvarado y Carlos Dubrin. El segundo estaba en Corpus Christi, y de ahí a cinco leguas Alvarado, en el puerto de Buena Esperanza.

77- Seguimos la grafía de Ruiz Díaz de Guzmán. Francisco de Ribera en su relación (MS. 947, B. N.) los llama «Quiluazus», con los cuales «tuvo conocimiento y plática en tiempos de Caboto». Ellos estaban a pocas leguas de Corpus Christi.

78- Es decir, al remontar el río.

79- Esta medida usa también Oviedo: «en la grosseça por mitad del cuerpo» (lib. XIII, cap. VI).

80- Serían los cuises.

81- Los mepenes o mepones de los conquistadores. Son los «abipones» a 28º latitud Sur (AZARA, Viajes).

82- kueremagwaiB. Son los Kuru-meguá supuestos por Lafone Quevedo (prólogo, p. 51).

83- pochBhanlen. Las chauchas de algarrobo.

84- Al autor le fué difícil hallar la palabra cabal. Primero escribió Diepfel o sea puntito, luego borró y escribió Legle que corrigió en lochlen (agujerito).

85- Los Agaces – Schmidl escribe AigaiB – vivían a 25º 17′ latitud Sur y formaron según Azara (Viajes, cap. X) una sola nación con los payaguás.

86- Los castellanos los llamaron «diestros y guerreros sobre las canoas» (MS. 945, B. N.).

87- Schmidl usa una frase idiomática alemana que se traduciría: «pero [mejor] no deberían [ir] a tierra».

88- Es el río Bermejo.

89- Centenera en su canto II lo describe:

«Entrando al Paraguay izquierda mano

«El Ypití se ve río famoso

«Muy plácido desciende por un llano,

«De palmas y laureles es copioso.

90- meiB. Esta voz, de origen antillano, penetró así con los soldados de Mendoza al Plata, pues la gente de Caboto solía usar la guaraní avatí.

91- Schmidl escribió, primero, mandeod, pero luego lo borró y escribió mandoch ade.

92- Reiteradas veces se menciona en las probanzas la venta de una india por un sayo.

93- La descripción coincide con la de Ruy Díaz de Guzmán en otro pasaje (lib. III, cap. IV): muchas púas hincadas en la tierra a la redonda de su palizada, con fosos y trincheras muy fuertes. También Bernal Díaz del Castillo (cap. LXXXII) recuerda los fosos con púas, sistema de fortificación prehispánico en México.

94- Ayolas se hallaba extraviado desde febrero de 1537. ¿No sería Irala?

95- Cargo muy importante entre los lansquenetes. Los sargentos principales eran los intermediarios entre el comandante de la unidad y el común, o sea la tropa.

96- Rechkerien. Voz cabal del léxico de la conquista y de la Cédula Real respectiva para tales casos. Se daba cumplimiento a una orden real. Entre otros la recuerda un pasaje en los Comentarios (cap. XLI): «que Irala requiriese a los indios de parte de Su Majestad… que fuesen amigos de los españoles y que cuando siendo así “requeridos y amonestados” una y dos y tres veces…»

97- Según carta de Villalta (36) el año sería 1537. Irala en su carta de 1545 cuenta que hallándose destacado a la espera de Ayolas llegó en junio de aquel año Juan Salazar y que ambos bajaron a fundar la ciudad de Asunción. Luego él volvió. Schmidl ha contado desde el 30 de junio 1539 en que Juan de Salazar entregó, ante escribano, la «casa fuerte nuestra señora de la Asunción» al gobernador Irala (MS. 760, B. N.).

98- Sigo usando el término de «ciudad» ya corriente entonces para Asunción (MS. 978, B. N. y otros y los Comentarios).

99- Según Azara (Viajes, cap. X), ellos habitaban a 21º 5′ latitud Sur y dieron nombre de Payaguay o río de los Payaguáes al río Paraguay.

100- Hernández (Comentarios, cap. LXXXIV) también califica a este puerto como última localidad de los Guaraníes.

101- Hoy llamado «Pan de azúcar» . Ruy Díaz lo cita como «alto promontorio sobre el río Paraguay».

102- Cerro de 432 metros de alto a orillas del Bogen, afluente del Danubio, al sur de Straubing, ciudad natal de Schmidl. Pedro de Angelis comenta: este nombre está germanizado y nos es imposible reducirlo o su primitiva forma [sic].

103- Completo la frase trunca con la palabra «cabeza» de acuerdo con f. 74.

104- Zuprechen. Leemos Zerprechen con la acepción de «desmantelar», conforme a Zerprochen (desmantelado) y Zerprach (desmanteló) en f. 47.

105- Cabeza de Vaca, el padre Martín González y otros acusan a Irala de haber regresado antes del tiempo fijado.

106- Los Payzunos fueron indicados a Cabeza de Vaca como poseedores de oro (MS. 907, B. N.). Figuran como payzunoes en los Comentarios, cap. LXX.

107- Según el conquistador Germán Ochoa de Eyzaguirre estos enfermos de hidropesía fueron Lázaro Salvago, Zúñiga Mendoza y un piloto Lanzarote.

108- Según MS. 947, B. N. y Comentarios, cap. XLIX., eran 80 hombres que habían quedado de los 150 que llevó Ayolas. Los indios los mataron a garrotazos o sea, a golpes de macanas.

109- Un indio chaná de 15 a 16 años, según unos, de 18 a 20, según otros, cuya declaración referida en varias probanzas (compárese MS. 955 y 978, B. N.) convino a Irala para testimoniar legalmente la desaparición de Ayolas y poder sucederle en el mando.

110- Según Francisco Ribera (MS. 947, B. N.) fueron entregados a los Carios que los despedazaron para comerlos. Amigos y enemigos de Irala repitieron diversas versiones de la muerte de estos infelices.

111- En realidad f. 19.

112- En el MS. 883, B. N., Hernando de Ribera informa que había casa y puerto donde estaban Gonzalo de Alvarado (en Buena Esperanza) y Carlos Dubrin (en Corpus Christi).

113- Francisco Ruiz Galán, dejado en Buenos Aires por Mendoza como lugarteniente. Juan Pavón de Badajoz, el de la primera colisión con los Querandíes; un sacerdote indenominado y luego el escribano autor de los Comentarios de Cabeza de Vaca, Pedro (no Juan) Hernández. Los redactores con su variación confundieron el número.

114- fastamendt. Por la frecuencia con que Schmidl se refiere a los bastimentos creemos de interés reproducir una parte de la probanza de provisiones por Alvar Núñez Cabeza de Vaca: «…ropas de vestir como en piezas, como en caballos y yeguas y sillas e aderezos dellos como en harina, abas y garbanzos y trigo, vino, vinagre, aceite y pipas para agua y redes y salitre e azufre e hilos para cuerdas de ballestas y cables y estopa, lonas para velas, jarcias demás de las que están puestas en la dicha nao y ambas e hierro y acero y hachas e cuñas, cuentas, cuchillos y tijeras e anzuelos de muchas maneras y otras municiones y bastimentos de armar ballestas, arcabuces e camisas y gorras y jubones y calzas y cofas y zapatos y alpargates y otras cosas…».

115- Aquí se reafirma el número de cuatro personas.

116- feldt. Campo de labranza en este caso. Uso el término de «las rozas», por ser de aquella Epoca.

117- En el manuscrito se ve la primitiva grafía de «Maldonado», luego corregida. Según Oviedo, «Calderoncico lengua» quedó entre los indios y fué libertado por Irala más tarde. (lib. XIII, cap. XlII).

118- Según Díaz de Guzmán, este Mendoza fué herido en la ingle y falleció al llegar los dos bergantines bajo mando de Diego de Abrego y el flamenco Simón Jacques. Como este último vivía aún en 1596 en Asunción, puede haber informado a ese historiador. La lecha de la liberación sería, según el mismo, el día 3 de febrero de 1538.

119- drenndt. Admito la acepción dada por Mondschein y supongo dialectal a esta voz. ¿O sería una voz del léxico de los marineros que Schmidl explica porla subsiguiente frase: oder l ver gegen dem tag («o sea una hora hacia el día»)?

120- Gonzalo de Mendoza declara (MS. 1152, B. N.) que sólo se ahogaron cuatro hombres, más un fraile franciscano.

121- El naufragio ocurrió en la noche del 31 de octubre de 1538. Según Gonzalo de Mendoza (MS. 1152, B. N.) se pudo salvar el batel y algo de los bastimentos. De las velas se hicieron ropas para los náufragos que viajaron parcialmente en el batel mientras «los más dispuestos y ligeros», entre los cuales debemos contar por lo tanto a Schmidl, marcharon por tierra. En las probanzas existen las declaraciones de varios náufragos. Los españoles iban sin armas de modo que Gonzalo usó de prudencia para aquietar los bravos indios de la costa. Cabrera llegó a Buenos Aires a fines de noviembre.

122- El hierro había adquirido el valor de oro, pues los artículos forjados para el rescate constituían la moneda corriente. La autoridad vigilaba el uso de fraguas y existencia del hierro. El hecho de haber llevado un pedazo de este metal al despoblarse Buenos Airea, causó a su portador las molestias de un proceso judicial (M. DOMíNGUEZ, Archivo de Asunción).

123- Es decir, «a la provincia del Río de la Plata» o sea a su capital, Asunción.

124- Este relato de los padecimientos y muertes es incierto. Cabeza de Vaca llegó en marzo de 1541 a la costa del Brasil. Con parte de su gente realizó una admirable marcha por tierra hasta Asunción y justamente se vanaglorió de no haber perdido gente. Llegó el 11 de marzo de 1542 a Asunción. Todos lo reconocieron en virtud de sus «provisiones» como adelantado. El resto de su gente vino por Buenos Aires, que halló despoblado, y su viaje fue penoso, pero no desastroso, hasta Asunción (diciembre 1542).

125- Se refiere al viaje de Domingo Martínez de Irala que partió el 20 de octubre de 1542 con tres bergantines, 90 hombres y tres lenguas cristianos a noticiarse sobre rumbos hacia la región del anhelado oro. Los tres lenguas fueron desembarcados en cierto paraje, pero el cacique Aracare con su indiada alzada los obligó a volver a Asunción, donde informaron al adelantado Cabeza de Vaca. Irala llegó hasta el puerto de Los Reyes, de donde volvió con bastimentos y noticias de tribus indias hacia N.O. que serían dueños del metal amarillo; el 15 de febrero de 1543 estuvo de vuelta (MS. 907 y 914, B. N.).

126- Antonio Cabrera era sobrino del veedor Alonso Cabrera a quien reemplazó cuando éste volvió a España. Diego de Tovalina era caporal de caballería que vino con Mendoza al país. Su nombre aparece muchas veces en las probanzas y fué adicto a Irala. Alonso Riquel o Riquelme, abuelo de Ruy Díaz de Guzmán que en su historia trata de darle mayor figuración de la que poseía en verdad. Distinguido oficial que trató de suavizar las relaciones entre Irala y Cabeza de Vaca (MS. 974, B. N.). Tal vez sea aquí el lugarteniente (verwalter) en el tercer buque. Era pariente de Cabeza de Vaca.

127- Estos indios vivían en una isla (tal vez formada por la inundación), y son llamados diversamente «zocorinos» curianecozis, savozis o aycozis, vacoluzis, arianevocies y enranecocies (conforme a los MS. 945 y 977, B. N.). Son los orejones según éstos, descriptos por Schmidl a f. 53. Schmidl vuelve a describirlos en f. 55. En el presente pasaje cometió un error de copia referente a la vestimenta de las indias. Nos inclinamos a suponer que confundió con un apunte referente a los «Siberis de tierra adentro» mencionados a f. 82 bis.

128- La sentencia en el proceso realizado por Cabeza de Vaca (MS. 955, B. N.).

129- «Capitán», quiere decir «capitán general». Cabeza de Vaca a raíz del informe de los tres lenguas y tras consejo con Cabrera, Dorantes y Cáceres hizo constar ante escribano la orden de muerte dictada contra el indio rebelde (MS. 978, B. N.). Fue una medida impuesta por las circunstancias; pero luego sus contrarios le reprocharon haber desencadenado con esto la guerra llamada «del Tabere»

130- kannibeleB. Designación muy oportuna para los castellanos cuando trataban de hacer esclavos a los indios. Esto les era permitido sólo se trataba de indios antropófagos.

131- El mismo de nota 30. Fue enviado a España con Cabeza de Vaca y a su vuelta se encontró en la costa del Brasil con Schmidl, quien no le sería muy simpático por ser partidario de Irala. Sin la mención que él hace de «Uz alemán» en su carta, sólo contaríamos con la firma de Schmidl de 1549 como única constancia de su estada en el Río de la Plata.

132- Según los Comentarios, cap. XLIV, iban 400 hombres españoles, arcabuceros y ballesteros escogidos. La mitad marchó por tierra con 12 caballos, los demás en diez bergantines. Los indios iban en 120 canoas.

133- Irala en su carta al Rey (1545) declara a estos indios de «más policía», porque cada uno vivía por sí en su casa. Pedro Hernández, en el capítulo LIV, refiere lo mismo en parecidos términos. Por los efectos de los aros en sus orejas se les denominaba «orejones».

134- Los Carcarás, Payzunos, Corocotoquís y otros indios habían sido nombrados a Irala como poseedores «del metal amarillo y blanco» por los indígenas del puerto de Los Reyes que siempre indicaban la región del noroeste o sea la del Perú (MS. 907, B. N.).

135- Los redactores introducen aquí antojadizamente que Cabeza de Vaca dejó bastimentos para dos años en los barcos. Es un cargo velado contra el Adelantado, como si no hubiese llevado lo suficiente al emprender la entrada por tierra. Renglones abajo, cuando Schmidl refiere que no se habían conducido muchos abastecimientos, los redactores cambian en que faltaron. Cada soldado llevaba 40 libras de harina que suponemos de maíz molido calculado para 25 días, ración abundante, pero según cuenta el capellán Paniagua las habían consumido en pocos días, de manera que Cabeza de Vaca trató de «bestias» a sus soldados. Irala aprovechó el momento para meter cizaña tanto entre los castellanos como entre los indios portadores contra su superior. Faltaría saber si los españoles al recibir la ración debían compartirla con los indígenas a su servicio (MS. 946, B N.). La expedición salió del puerto de Los Reyes el 26 de noviembre de 1543. Se hicieron cargos a Cabeza de Vaca por llevar exceso de fardaje y hasta cama de campaña y elementos de aseo personal que se consideraban de lujo. 20 indios conducían en hamacas a la mujer e hija de Hernando de Ribera y el Tabaré habría tenido que hacer de portador de un verso (MS. 945, B. N.).

136- frantzischoko Riefere. Uno de los más experimentados oficiales, venido al país en tiempo de Caboto, a cuya vuelta quedó en el Brasil. Gonzalo de Mendoza lo trajo con otros a Buena Esperanza para gran contento de don Pedro, pues se notaba la falta de conocedores del país y sus idiomas. Ribera partió el 6 de diciembre de 1543 con seis españoles y unos pocos indios. El 20 de enero estuvo de vuelta herido a flechazos como todos sus compañeros pero con noticias de existencia de oro y plata en poder de los indios. Adicto a Cabeza de Vaca. Este se entusiasmó con las nuevas. (Comentarios, caps. LXVIII y LXIX).

137- Entre otros el padre Paniagua (MS. 946, B. N.) refiere que el puerto de los Reyes estaba cercado de agua y que de los 400 españoles no había cuatro que no hubieran enfermado de la fiebre palúdica.

138- Hombre de las mismas condiciones de Francisco de Ribera y también venido en tiempo de Caboto. Fué su maestre de buque por el Paraguay (MS. 884, B. N.) y muy estimado por Cabeza de Vaca, de quien se declaró criado y mayordomo. Partió el 20 de diciembre 1543 y regresó el 30 de enero 1544. Cabeza de Vaca le ordenó por escrito (MS. 934, B. N.) dándole 20 días para la comisión, que viera las riberas por el Paraguay arriba y las posibilidades de adquirir bastimentos y de comprar metal o sea oro y plata por vía de rescate.

139- Aquí se interrumpe el relato hasta die Natzionn (las naciones), en los manuscritos y ediciones, menos en el de Stuttgart, cuya originalidad queda así confirmada.

140- Hernando de Ribera menciona en su Relación al río Yacareati.

141- A un «tortero de huso» lo compara Pero Hernández (cap. LII) y el término ha pasado al léxico de etnólogos. Ruy Díaz de Guzmán, en “La Argentina”, describe los aros como «ruedecillas de madera o puntas de mates» (lib. I, cap. IV).

142- Ruy Díaz (lib. II, cap. VII) escribe: «Las mujeres se labran las carnes de pechos y toda el cuerpo con agujas, picándose las carnes en que hacen mil labores y dibujos con guarniciones en forma de camisas y jubones con mangas y cuellos».

143- sie vergiegen sich pey Einner Nott. Oración muy obscura que los redactores confundieron aun más. Interpretamos las palabras vergiegen sich como equivocación por vergiengen sich, o sea «pecaron». La voz de Nott indica «necesidad, apremio, miseria». De ahí nuestra traducción que se refiere a un suceso aislado ocurrido. Otros han explicado la voz Nott como dialectal por Nacht (noche); pero esta palabra ha sido escrita siempre correctamente por Schmidl.

144- También Pero Hernández (Comentarios, cap. XIII) refiere que los Guaraníes en la marcha de Cabeza de Vaca a Asunción lo recibían con los caminos limpios y barridos.

145- AierreB. Género fabricado en diversos colores en Arras, Francia.

146- Hernando de Ribera refiere que este principal de nombre Camire y otros indígenas, «motu propio» dieron noticias de una zona al noroeste donde tras desiertos y sierras había, según decires, gente vestida y hombres de a caballo y hasta negros, todos gobernados por un solo hombre. La noticia del Perú había pasado de tribu en tribu por el Chaco.

147- Este nombre u otro parecido no se encuentra en las probanzas. Tal vez fuera el de algún jefe de una tribu de los Jarayes como insinúa el texto subsiguiente y las distintas acepciones que Schmidl suele dar a la voz de «Natzion» (nación). Según la f. 66 parecen formar una tribu con los Surucusis, pero deben distinguirse de los Siberis que aparecen en la f. 82 bis; compárese nota 179.

148- Igual escribe Ribera en su Relación (MS. 953, B. N.).

149- En los Comentarios (cap. XLIV) se lee: «Iban los indios… con muchas planchas de metal en la frente muy lucias que cuando les daba el sol resplandecían mucho y dicen ellos que las traen porque aquél resplandor quita la vista a sus enemigos». Alude el autor a las cadenas de oro que entonces constituían los grandes lujos de las señores.

150- Parece tratarse aquí de Irala en oposición a Cabeza de Vaca.

151- Este relato corre por cuenta de nuestro autor. Ningún hecho ni la posterior conducta de Ribera lo confirman. Este quedó fiel a Cabeza de Vaca. Los expedicionarios se habían pasado del plazo fijado. Al volver Ribera halló enferma de fiebre a toda la gente y anegado el país; por un consejo de oficiales, Alvar Núñez resolvió bajar a Asunción. Estaba sellada su suerte contraria, pero su conducta benévola para con los indios no satisfizo a los conquistadores que necesitaban encontrar el oro a las buenas o las malas; para ello habían jugado la vida. El autor guardó rencor a Cabeza de Vaca, pero cuando se creía perjudicado tampoco se mostró benévolo con su adorado Irala.

152- El había sido oficial en la armada de Pánfilo de Narváez a La Florida (1528) y durante su cautiverio entre los indios adquirió un profundo conocimiento del alma indígena. Su travesía desde la costa del Brasil hasta Asunción fué considerada por los prácticos del país como admirable empresa.

153- Aquí parece haber una confusión pues renglones después Schmidl habla de Surucusis. Compárese nota 147.

154- Ateniéndonos a los Comentarios de Cabeza de Vaca, esta expedición se realizaría en el tiempo entre la vuelta de Francisco Ribera y la de Hernando de Ribera, en enero de 1544. El autor no habría estado en ella y escribiría de oídas. Los isleños se habían mostrado reacios en suministrar víveres y dejar pescar en sus aguas por la razón substancial de su propia existencia. El comandante fué Gonzalo de Mendoza, que tenía orden de «matar, destruir y cautivar». Confiados los indios se presentaron con sus mujeres e hijos pero allí fueron muertos por cristianos y guaraníes «unas tres mil almas», quemados 900 ranchos y destruídas las rozas. (MS. 945, B. N.).

155- El 23 de marzo de 1544 partió del Puerto de Los Reyes y llegó el 8 de abril del mismo año a Asunción.

156- Aquí intercalaron los editores unos párrafos que traducimos conforme al texto de la edición de Langmantel: Item (sic) en tal persona estará muy bien que se conduzca y muestre aquella manera en la cual pretende ser estimada y conceptuada por ser más discreto y más experto que otros a los cuales él manda, pues resulta muy malo y es bochornoso que uno acreciente sus honores pero no su discreción; tampoco debe envanecerse por su encumbrada posición y por ella despreciar a otros como aquel jactancioso y soberbio soldadote Traso en Terencio. Pues cada capitán es nombrado por sus lansquenetes y la tropa no es enganchada para su capitán. Pero aquí no hubo respeto… Langmantel agrega que estos párrafos en el manuscrito de Munich llevaron anotada al margen la palabra «Notta». Lafone calló sobre esta advertencia. Ni los latines ni el carácter de filosofía barata en las oraciones corresponden a Schmidl, que es ajeno a todo esto.

157- En realidad, 25 de abril de 1544. Aquí hay falla completa de memoria en Schmidl. Las probanzas no dejan lugar a dudas.

158- Alonso de Cabrera y Felipe de Cáceres. A los tres días de haber salido al mar, ambos, puestos de rodillas, pidieron perdón a Cabeza de Vaca. Este, una vez llegado a la Isla Tercera, siguió viaje en otro barco a España, donde tras largo pleito fué absuelto. Centenera en Argentina, se refiere a esta injusta tardanza.

159- Quiere decir, que no estaba representada.

160- Ochoa de Eyzaguirre, en su carta de 1549, escribe: «Vueltos a Asunción murieron 50 de los cristianos porque eran de los más pobres por no alcanzar a tener una india que les llevase su comida ni una red en que durmiesen habiendo otras personas como capitanes y allegados a ellos que llevaban a diez y a veinte y a treinta; que como dormían en aquellos pantanos en el suelo se les entró el mal y llegados acá fenecieron».

161- Carayba a 20 leguas de Asunción (MS. 495, B. N.) «Acaraiba» de Ruy Díaz.

162- En las probanzas y los Comentarios (cap. XXXVII) ya aparecen los «indios cristianos» que lo mismo que nuestros indios de la Frontera se complacen en llevar los nombres y aun apellidos de los oficiales blancos.

163- Es decir con los postes o árboles de los blocaos. Cabeza de Vaca, al informar sobre esta llamada «guerra de Vergara» (es decir Irala) «contra el Tabaré», escribe que Irala le comunicó haber «requerido» a los dichos indios Tabaré y Guazani que pusiesen fin a la guerra. Ellos contestaron a Irala que lo estaban esperando y tenían hechas muy fuertes palizadas y que habían de matar a todos los cristianos y que él ahora había roto las palizadas (MS. 914, B. N.).

164- Irala envió a Nuflo de Chaves para tratar la rendición del indio y éste vino entonces a concertar la paz (MS. 945, B. N.).

165- El autor escribió primero 2000; más tarde cambió en 3000.

166- Primero realizó Nuflo de Chaves una entrada para averiguar el camino hacia los Mbayaes de la cual regresó en diciembre 1546 «sin perder cristiano», En julio partió Irala con 350 españoles, 27 caballos y dos mil indios amigos.

167- Schmidl se equivoca en el número de los caballos, pues tal cantidad es la llevada por Irala en su partida del 18 enero de 1553 o sea 23 días después de la partida de Schmidl hacia el Brasil. Tal vez le haya llegado esta noticia por otros españoles que siguieron por el mismo camino a la costa del Brasil. Ruy Díaz (lib. II, cap. VII) da a esta entrada sólo «una cantidad de bajeles en que llevaron algunos caballos».

168- Vino con Cabrera. Irala lo nombro alcalde mayor.

169- Cabeza de Vaca e Irala los llaman Mayaes. Azara (Viajes, cap. X) los coloca entre los 20 y 22º latitud Sur, y los llama Mbayás.

170- Traducimos Annden por «patos», tanto aquí como en f. 88. Otros lo han interpretado como anta (tapir), pero Schmidl distingue ambas voces ortográficamente. Las probanzas y los comentarios informan frecuentemente que los indios guaraníes y del chaco criaban gallinas y patos como los de España. Oviedo dice que los había de España y «de la tierra». (lib. XXIII, cap. XV). Según Hernández. (Comentarios, cap. XXXIX) los criaban para defenderse contra los grillos [sic] que les comían las ropas.

171- Escribe Azara (Viajes, cap. X): «Las mujeres mbayás son, en general, las más incitantes y más complacientes de todas las indias y sus maridos son poco celosos».

172- En forma parecida escribió Martín González en su carta (párrafo 31): «Los cristianos no tomaban de estos indios si no eran las mozas o mancebos. Schmidl, como la mayoría de los conquistadores, encuentra natural hacer esclavos a los indios.

173- Los Chane de las Probanzas y Chaneses de los Comentarios. Según Azara (Viajes, cap. X) habitaban entre 20 y 22º latitud Sur y vivían aún en una suave esclavitud impuesta por los Mbayaes. Azara los nombra «guaná»

174- Parecen ser los «tagoayones» habitantes en la misma región (según MS. 907, B. N.). Por la difícil grafía de Schmidl la voz podría ser «Tayanas»; sería entonces la misma de «tajuanich» con que, según Azara (Viajes, cap. X), otros indios designaban a los Mbayaes.

175- En el requerimiento del factor Pedro Dorantes ante el gobernador Domingo Martínez de Irala, sobre el abuso que se cometía en hacer esclavos a los indios del país de los Chanes (24 abril 1548, MS. 1013, B. N.), menciónanse unos «mayaespenos», que quiere decir «gente que no se da al trabajo».

176- Loa Zimeonos de Irala y Cabeza de Vaca (MS. 907, B. N.) o Zizimozos de Pedro de Orantes, en su informe a Irala (MS. 1013, B. N.).

177- Son los «Layenos» de Pedro de Orantes (MS. 1013, B. N.). Azara (Viajes, cap. X) nombra como una de las ocho distintas hordas de los Guanás (Chane) una denominada layana. Vivían entre los 20 y 22º latitud Sur, entonces. En tiempo posterior había pasado el trópico y habitaba al norte del río Jesuy.

178- Schmidl leyó el número 87 que él había dado a la foja precedente, por 81, de modo que volvió a repetir la numeración en las fojas siguientes. En esta edición las señalamos por «82 bis» hasta «87 bis».

179- Estos indios habitantes de una región árida deben ser diferentes a los citados en la zona húmeda de los Jarayes.

180- maB. Medida de líquido de 1.069 litros.

181- Con la nueva mención de una «nación» Mayágonos, Schmidl se refiere probablemente a una tribu de la misma generación, pues la indiada andaba dispersa y confundida sobre el terreno. Azara (Viajes, cap. X, párrafo Guanás), explica la dificultad de obtener de los indios una denominación exacta de las diversas hordas o divisiones.

182- Cabeza los llamó Corocotoguis (MS. 907, B. N.); Irala Gorogotoquys (MS. 936, B. N.). Con Lafone seguimos la primera ortografía. Llama la atención que a la ida Schmidl los ha llamado Korchkokiss (con K inicial) y a la vuelta Worchkokiess (con W inicial).

183- Resultan jornadas de cinco leguas y media pero lo común de su cálculo es de 4 leguas.

184- Este «gran río» o Río Grande, es el Guapay, nombre que según Ruy Díaz quiere decir, «río que todo lo bebe». Es un afluente del Madera y al sur de Cochabamba, en tierra de los chiriguanos, alcanza al meridiano 63 de Greenwich y 18º latitud Sur.

185- Uno de los oficiales de Francisco Pizarro. Fué conquistador del territorio de los Chunchos entre el Beni y el Guapay.

186- Efectivamente, una Real Provisión de 4 de noviembre de 1552 (MS. 1249, B. N.) dispuso que se suspendiera en el punto en que se encontraba la conquista y el descubrimiento del Río de la Plata (Relación original de Irala, 1554; véase MS. 1239, B. N.).

187- Interpretamos la palabra welt, como dejada incompleta por Schmidl, y leemos welter, o sea bosques.

188- La oración es obscura en alemán.

189- alle fuere Zu samen gepunden, o sea atado de pies y manos como el ganado en el matadero.

190- Nufrio o Nuflo de Chaves fué un destacado conquistador y en la historia económica del Río de la Plata debe se recordado en unión con Miguel de Urrutia y Ruy Díaz como introductor del ganado ovino y caprino al Río de la Plata. El citado Urrutia o Rutia fué oficial de Irala, a quien éste, al poco tiempo de la partida de Schmidl, mandó ejecutar. Langmantel lo cree inglés tal vez por confundirlo con un Juan Rute, uno de los pocos británicos venidos entonces. Pedro de Oñate era sirviente de Cabeza de Vaca y traicionó a los conspiradores según los Comentarios (cap. LXXIV). Pedro de Aguayo, venido con Cabeza de Vaca, y natural de Córdoba, fué uno de los guardianes de este adelantado que tenía orden de decapitarlo en la prisión en caso que se tratara de libertarlo por la fuerza (MS. 948, B. N.). Córdoba aparece en F como Rorchua, en N Rothua.

191- ¿Sería de a caballo mudando de posta por el camino de los Incas? Ya abundaban los caballos en el Perú.

192- nieder gelegt. Es difícil dar interpretación justa a estas palabras que, literalmente, significarían «puesto en el suelo». Helsius tradujo «interceptus». En el juicio contra «Absberg y sus peleas de 1519-1530» se le da acepción de «espiar», que hemos aceptado.

193- Hemos considerado que por la dicción de Schmidl corresponde leer «Bernabé» y si se nos permite suponer, creemos que se trata de un oficial de Nuflo de Chaves que, como «Bernaué Sánchez», estuvo con él en campaña por esas tierras (RUY DíAZ DE GUZMáN, “La Argentina”, lib. III, cap. V).

194- Es decir, a la región paraguaya.

195- Schmidl no menciona aquí las desavenencias entre Irala y el «común», que terminaron en la renuncia del jefe y el nombramiento de Gonzalo de Mendoza, en su reemplazo temporario, hasta que la rebelión de Abrego aconsejó volver a dar el mando al jefe experimentado.

196- Ruy Díaz, en “La Argentina” (lib. I, cap. IV) describe estos indios: «viven en galpones redondos, no en forma de pueblos, sino cada parcialidad de por sí».

197- Falta en el manuscrito un sustantivo; lo completo con la voz de «entrada». ”

198- A principios de marzo de 1549, según la carta de Irala.

199- Quiere decir, pelea entre los mendigantes, a quienes se les arroja alguna dádiva.

200- Es decir, Diego de Abrigo.

201- Francisco de Vergara fué un destacado capitán. Sus cartas demuestran su espíritu progresista y su experiencia de la tierra (MS. 818 y 819, B. N.). Casó con Marina de Irala. Otros dos yernos fueron Pedro de Segura y Gonzalo de Mendoza. Las mujeres eran mestizas.

202- El autor ignora que las desavenencias siguieron y trajeron la muerte de Abrigo. Según diversas referencias de Ruy Díaz de Guzmán en su “Argentina”, por varios decenios los conquistadores se distinguieron por ex partidarios de Cabeza de Vaca o de Irala.

203- Esta familia de banqueros prestó un apoyo grande a Carlos V, quien a la vez les concedió un rango casi principesco y hereditario.

204- Según carta de Irala (de 1555) llegó en ese día Hernando de Salazar, hijo de un Juan de Salazar, parónimo del Salazar mencionado antes y que acompañó a Cabeza de Vaca a España. Aquel volvió en la expedición de Sanabria (hijo), que naufragó en la costa del Brasil. Junto con un grupo de señoras y hombres fué detenido temporariamente por las autoridades portuguesas en Todos los Santos, donde conoció a Schmidl (MS. 1252, B. N.).

205- Entre los firmantes de una solicitud a Nuflo de Chaves por sus soldados, en el Chaco, figura también un Diego Díaz Adorno (véase: RUY DíAZ DE GUZMáN, “La Argentina”, lib. III, cap. V). El doctor Lafuente Machaín en sus Conquistadores del Río de la Plata anota un Diego Díaz muerto por los indios en 1599. Por el recuerdo de Ruy Díaz de Guzmán (lib. XIII, cap. VIII), debe haber sido un buen soldado y llamaría la atención a Schmidl.

206- Según MS. 1252, B.N., se trata tal vez de un Juan Rodríguez de Coimbra y de Antonio Tomás Lisboa. Ambos habían venido con Mendoza y fueron llamados por sus mujeres, según Salazar. El doctor Lafuente Machaín cree al segundo el mismo conquistador de méritos que más tarde fue uno de los fundadores de Buenos Aires; pero ése era un joven de quince años de edad al venir al país.

207- Se trata de marchas forzadas a seis leguas por día, pues las efectúan desertores. Irala había negado licencias a sus soldados en aquel año, según varias probanzas (MS. 1255, B. A.).

208- Cabeza de Vaca nombra al puerto «Gynjuy en ticrra de Alacare» (Información, MS. 9I4, B N.).

209- Renglones después este topónimo pasa a ser voz gentilicia. Creemos con Lafone que la voz puede poseer conexión con la de Carios.

210- Es decir, el Domingo de Ramos.

211- Es decir, el autor y los dos portugueses.

212- Es decir, los guaraníes que iban contratado.

213- Aquí fantasea Schmidl; no se comprende cómo dentro de un espeso bosque él puede calcular el número de enemigos.

214- Se trataría de acompañantes de los desertoras españoles, pero probablemente también de esclavos en poder de Schmidl y sus acompañantes.

215- Es el Enviaza de Salazar y el Inbiassape de Staden, la región de Mbiaza en la [actual] provincia brasileña de Santa Catalina.

216- Aquí agregamos la nota que, escrita sobre una hoja en 4º sin paginación, se halla inserta entre las fs. 101 y 102.

217- schue Eiway thuescha. Compárese Schue ewaie Katue, la víbora, en p. 441. Langmantel acierta al ver en la primera parte una relación con la voz tupí de Yubboya (o giaboya) que denota «víbora», En afán de transcribir correctamente la difícil palabra, Schmidl hizo varias correcciones antes de asentarla como figura en el contexto. Destacó que se trataba de una voz india. Los redactores la definieron erróneamente como voz castellana, lo que motivó un juicio poco halagüeño de de Angelis sobre los conocimientos que Schmidl poseía del español.

218- Quiere decir, probablemente, libras.

219- netz. No lo traducimos por «hamaca», pues no había llegado aún al país este término antillano. Los conquistadores decían «redes». Estas formaban parte del comercio con los indios y constituían buen botín. Compárese, entre otros, MS. 945, B. N.

220- Raimmele. Joao Ramalho era portugués, habitante de la costa del Brasil desde 1510. Era suegro de Gregorio de Acosta, el admirable colaborador de Caboto, Mendoza, Cabeza de Vaca y demás gobernadores del Río de la Plata. La grafía de Jean Reinueille, que Hulsius dió al nombre de Ramalho, motivó el error en que incurren Mondschein y otros, al considerarlo francés. La familia de Ramalho fué la fundadora de Sao Pablo do brazil.

221- die… Jennen Zu gehoeren. Los redactores sustituyeron esta oración relativa por el adjetivo zugeherig (perteneciente) el que por el traductor inglés y Lafone fué interpretado como una supuesta voz alemana que traducen por «azucarero». Por ello ambos hablan de las «aldeas azucareras».

222- Pedro Rossel es acusado injustamente de haber sido inicuo y no haber admitido a Staden en su barco. Salazar, en cambio, pondera la acción de este flamenco que en su «caravelón» mandó recoger sin cobrar interés toda la gente náufraga, mujeres, niños, doncellas acampados en la costa, y en dos viajes los trajo a San Vicente; compárese su carta de 25 Junio de 1553 (MS. 1252, B. N.).

223- Con Mondschein completamos fuer (partí) en fueren (partimos).

224- Según Ternaux, había allí tantas ballenas que el Rey de Portugal Alfonso VI dió en arrendamiento su caza por tres años en 43.000 ducados.

225- Schmidl tradujo primero literalmente, por separado, los dos conceptos de «peje» y «espada» y escribió: Fisch Messer. Al añadir luego una versión más precisa – que debería ser: Schwertfisch – se equivocó y repitió Messer, de manera que resultó de ello la voz de schwerdtmesser que carece de sentido.

226- En realidad fueron 3 meses con 6 días.

227- Los redactores suprimieron todo el párrafo. Se trata de un apunte que aquí aparece fuera de lugar.

228- Para todos los conquistadores del Plata la voz de «indio» era sinónima de «esclavo», como «esclavería» indicaba a la «tribu». Así hablaba entre otros el capellán Paniagua (MS. 946, B. N.).

229- huelchken. Voz que especifica a buques pesados de carga y a pontones. Es extraño que el autor describa estas urcas o hurcas recién en este capítulo, ya que él debe haber venido en una urca flamenca.

230- almierranden. Voz entonces ignota a los alemanes. En f. 110, Schmidl escribe der Mieranden.

231- Sé trata de la ciudad de Arnemuiden, llamada Armyen por varios autores del siglo. Está situada en la isla Walchen perteneciente a la provincia belga de Seeland.

232- La f. 113, carente de numeración por mano de Schmidl, está rota. Falta la raya fina y el «amén» de costumbre entonces. De ahí nuestra suposición de que el autor ha querido continuar aún su relato en la hoja que luego usó para el titulo f. 1 vta.; compárase nota 2.

KUPRIENKO