PEDRO SIMON. NOTICIAS HISTORIALES. PRIMERA PARTE. Tomo 2.
CAPÍTULO XXVII.
“. Suben los Caribes de la isla Trinidad y Orinoco por los rios de Zarare y Apure á asaltar los natu-
rales de los Llanos—II. Modo que tienen en comerse los Caribes á los que vencen en los pue-
blos—III. Muchas castas que hay de abejas, y modos que tienen de hacer su miel—IV. La
abundancia de animales y pescado que hay en esta tierra.
MAS corta relación que de las pasadas nos ha de ser forzoso ^ar de las cosas de estas
Provincias de los Llanos, que hemos dicho pisaron nuestros españoles, por no haber
hecho ningunos hasta hoy asiento en ellas, y, por consiguiente, no haber tomado de pro-
pósito el saber por menudo sus cosas, si bien tienen en sus sabanas las crias de sus ganados
mayores y algunos otros aprovechamientos, por cercano á las ciudades de San Sebastian, la
Valencia, Bariquisimeto, Tocuyo, Guana-Guanare y Barinas, por lo más cercano de ellas
l osan los dos famosos rios (fuera de otros que no lo son tanto) Apure y Zarare, que tantas
veces hemos tocado, ambos caudalosos y que en los inviernos inundan grandes pedazos de
(CAP. XXII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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sus tierras convecinas, y según dicen, entran juntos en el rio Orinoco, cerca de sus bocas.
Por éstos suben desde ellas los Caribes que dijimos poblaban aquellas Provincias y otros de
la isla Trinidad, en sus piraguas y canoas hasta llegar á estos Llanos, y dejándolas escondi-
das salen del rio y los pasean en grandes tropas, asaltando los pueblos (pie, de miedo de esto,
los tienen todos cercados con tres órdenes de cercas de maderos de palma en cuadro, y tan
largas, que por cada lienzo corren arriba de trescientos pasos hasta quinientos y seiscioutos,
y no son pocos los pueblos que hay de esta suerte en algunas partes.
El modo que tienen en hacer estos palenques (que es lo que nos podia poner en al-
guna dificultad, por ser todos de palmas reales, algunas tan gruesas como dos y tres hom-
bres, y altas de cinco y seis estados y algunas de ocho, y no tener herramienta ninguna de
hacha, machete ni cuchillo, ni otro instrumento de metal, por no conocer ninguno de éstos
en aquellas tierras, ó porque no los hay, ó no los han hallado) es, que poniendo fuego al
pié de la palma, lo queman hasta que cae, y luego con unas piedras fuertes y agudas como
pedernales, encajadas en unos palos largos como cabo de hachas, les sirven de eso, y poco á
poco cortan las ramas y cogollo, y dejándolas hechas tronco, las amarran con muchos beju-
cos y arrastran hasta llevarlas al palenque, donde tampoco les falta modo para empañarías,
sin grúas ni poleas, y con ponerlas de la suerte que hemos dicho en tres órdenes para ma-
yor fortaleza. Aquí se meten con toda su chusma y mantenimientos en tiempo de verano,
que es en el que vienen los Caribes, y puestas á largos trechos centinelas, tienen de aviso
de dia con humadas y de noche con hachos encendidos, de la venida de los Caribes, con que
se ponen en arma, si bien nunca se descuidan, por si acaso lo estuvieren las centinelas, si
por fuerza de armas los rinden y se apoderan de los pueblos los Caribes. No tienen otras
granjerias más que comérselos, y así hacen asiento en ellos por los dias que les parece son
menester para comer los muertos y heridos, que por esta razón pelean con flechas sin yerba,
porque no quede inficionada la carne.
Comen la que.pueden fresca, antes que se vaya corrompiendo, que puede ser poca,
por ser la tierra muy caliente, y la demás van secando y tostando en barbacoas, de que
también llevan lo que sobra á las canoas. Un dia ó dos después de hecha la presa en ce-
lebración de la victoria, arman su borrachera, que es bailar toda la noche al son de los ins-
trumentos de flautas, fotutos y otros que tañen los maestros que saben de esto, habiendo
recogido primero todo el vino, mazato y bollos que han hallado en el saco (porque de esto
poco pueden llevar ellos, en especial si los pueblos están lejos de sus canoas) y habiendo
puesto á cocer grandes ollas de aquellos cuartos do carne humana, y hecho mazamorras del
maíz con la que tienen asada ó tostada en la barbacoa. Hincan un palo (ó muchas veces
sirve el que está hincado enmedio del bohío para su fábrica) y en éste cruzan otro de ma-
nera que queda hecha una cruz de la estatura de un hombre, donde amarran de pies y
manos (extendido en la cruz) al indio más principal ó más valiente, y andando en corro
bailando á la redonda de él, comiendo de aquella carne cocida y bebiendo cada uno por su
orden, le va cortando al vivo un pedacito de carne de donde le parece y se la come así
cruda: otros le dan una cuchillada con unos cuchillos de hoja de caña brava, ó piedras,
que tienen para esto, y de dientes de animales bravos ó pescados, en especial de uno que
llaman caribe, en un brazo ó pierna, y á la sangre que sale de la vena arriman la boca y
beben con tanto gusto como lo hicieran en tiempo de caniculares en un caño de agua fria.
De esta suerte.se comen tres ó cuatro cada noche de los que en el saco reservan para
el efecto. El paciente en este tormento jamás da voces, ni se le oye una palabra, porque
su modo de quejarse y dar muestras de sentimiento, solo es torcer el cuerpo lo que le dan
lugar las ataduras, y llenando los carrillos de aire snplar fuertemente. Este género de
muerte dan también á los cristianos, cuando los han á las manos, por ser gente valiente y
principal. Cuando no tienen hartos iudios de estas calidades con quienes hacer esto, usan
con los demás de otro modo de muerte, que lo tienen por más vil, diciendo que no merecen
que se les dé aquélla, y es, que oradándoles la barba por debajo la lengua, les meten un
bejuco ó cabuya, y trayéndolos así, como del cabestro, bailaudo, hasta que caen do cansados,
los hacen luego pedazos, y los comen como á los demás. Conclusa esta fiesta, á los que les
ha parecido dejan vivos llevan á sus canoas y piraguas, donde los amarran fuertemente, y
se los van comiendo, hasta llegar de vuelta á sus tierras. No se van siempre riendo estos
Caribes de los asaltos, pues los de los Llanos son tan valientes como ellos, tan corpulentos y
dispuestos, aunque no tan doblados; pelean también con arcos y flechas, y con pabeses de
un palo liviano y muy trabado, á modo de una tabla larga con su manija, que les cubre
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FRAY PEDRO SIMON.
(4.a NOTICIA.)
desde la cabeza á la rodilla, pero de modo que no les estorba al enarcar y disparar la flecba,
que es de macana ; y como los unos y los otros están desnudos, no dejan muchas veces de
pagar el escote de la fiesta. Usan de yerba en las flechas los unos y los otros cuando no
tienen intentos de comer la carne, ó se ven en mayores conflictos de la guerra ; con todo
eso temen los indios de estos Llanos á los Caribes, por el modo con que los matan en la3
borracheras.
Poco ó nada he podido saber de las costumbres, ritos é idolatrías de estos indios, y
así paso á decir algunas cosas de la tierra y animales que cria. Hay en ella mucha miel de
abejas, de cuatro ó cinco castas, que crian la miel con diferentes modos, unas en huecos
de árboles y no hacen panales como en Europa, sino que van formando una corteza de
cera, tan grande y gruesa como un huevo, y dentro todo lleno de miel líquida y muy
sabrosa, y de éstos juntan muchos de unos á otros, de suerte que se hallan racimos de
veinte y treinta huevos, y más, pegados todos, llenos de muy linda y clara miel, y la cera
es harto buena. Córtase el palo, que suele estar muchas veces lleno de estos huevos, y así
la sacan, y se sirven de todo, en especial de la miel, gastándola en sus mazatos y brebajes
que hacen, echándola también en la chicha, que ayuda á acedarse y darle buen gusto.
Otras abejas hay que hacen estos huevos más pequeños ; otras que no los hacen mayores
que avellanas, y algunas menores; y todas éstas de ordinario son pequeñas de cuerpo y
mansas. Otras crian debajo la tierra, más ó menos hondo, según hallan la comodidad,
porque unas están á una cuarta de hondo, otras á una vara, y á dos, y á tres, y de éstas,
unas crian la miel en cañutillos largos de cera, otras en redondos mal formados ; de éstas,
unas son mansas, y que no pican ; otras que llaman abejones grandes, que son bravas y
defienden bien sus trabajos, como lo hacen también otras que van formando un panal
redondo, como una naranja, con los cañutillos á la redonda llenos de miel, al modo de
nuestros panales, colgado á la rama de un árbol, y van ensartando uno encima de otro ; á
éstas llaman los indios mateecas ; suelen algunas tener tan grandes racimos, como bulto
de un cántaro, colgados de rama3 gruesas; las que son pequeñas, cuelgan de ramas delga-
das ; á éstas llegan los monos y se las comen, aunque bien á su costa á las veces, porque
salen bien picados, para cuya defensa dicen que les han visto que otros monos de los que .
se juntan para esto, visten á uno de paja, y la fijan en él como pueden, y este va, y de
prisa corta la rama, donde está la mateeca, y la trae arrastrando, hasta que del todo la
desamparan las abejas, y entonces al seguro se comen entre todos la miel; pero de otra
suerte paga bien el que llega á quitarles ó junto á sus trabajos, aunque sea caballo, muía,
tigre ú oso ; y es su picadura tan fuerte y de tanto dolor, como de mordedura de culebra,
por veinte y cuatro horas, salvo que no matan; pero aprovéchanse de esta miel poniéndoles
humo debajo, de que huyen y la desamparan.
Hay muchas de las culebras que hemos dicho otras veces, que llaman bobas, tan
largas y gruesas que se chupan un venado entero, habiéndolo atraído, estando en asecho por
las sendas que ellos pasan, con solo el aliento; pero suele (por tener el venado cuernos)
quedarse de fuera la cabeza, habiéndose chupado el cuerpo, la cual corrompiéndose y dando
hormigas en ella se le entraba la culebra por la boca y narices, y la matan. Hay otras
muchas fuertes de ellas venenosísimas, y que parece cosa imposible, según son delgadas,
tragarse un conejo entero ó un curí, como se les ha hallado en el cuerpo. Hay valientísimos
tigres, osos hormigueros y otros animales que llaman pecuris, que son del color de una
liebre, y por lo raso corren tanto, del tamaño de un venadillo, cuando sale de pintas, los
pies tamaños y del color de un conejo, y de buen sabor todo el cuerpo ; no sé si son de
éstos los que en otras partes de estas mismas Provincias llaman mayas, los indios, y los
españoles perrillos pequeños, que ahullan y no ladran, y tienen muy buen gusto, como lo
dicen los españoles que los han comido; no se desuellan para comer, sino solo los pelan
como lechones. Hay muchos armadillos y otros innumerables animales, muy diferentes de
los nuestros. Es muy de ver la cacería que hacen de todos estos y de venados, cercando
con fuego un pedazo de pajonal de la sabana, que huyendo de él se va recogiendo la caza
en medio, de donde viéndose al fin apretada, rompe por las llamas, y medio chamuscada
sale á lo quemado, donde con facilidad la cogen. Críanse unas arañas, tan grandes como
medianas naranjas, no muy largas de zancas, con grandes y agudos dientes, que tejen una
tela tan fuerte y bien hecha, que parece una toca de espumilla, con su orilla más tupida;
de manera que se diferencia de la tela. Yo tuve una de éstas los años pasados, de poco máa
de una tercia de ancho y tres de largo, que la enjabonaban y quedaba tan blanca y vistosa
(CAP. I.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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como una toca de las que hemos dicho, y la di por cosa peregrina á don Juan de Borja,
Presidente de la Audieucia. Es común esta tierra calidísima, si bien en algunas partes que
se hallan altas es fria. Los rios y quebradas son tan abundantes de pescado de todas suertes
como hemos dicho.
Y en las ciénagas ó lagunas, que llenándose el invierno se secan en el verano, cavan
los indios en este tiempo y á medio estado y más hondo, tornan á hallar en ellas agua y
muchas suertes de pescado, que se conservan en aquella amaza húmeda, como son unos
que llaman armadillos (que yo los he comido algunas veces, y son de harto buen gusto)
muy gruesas anguilas y otros ; y aun las anguilas se hallan en otros muchos rios, bien
apartadas del agua, metidas entre la arena, como en especial la hemos visto en el rio del Zenú,
cerca de la ciudad de Cartagena. No alcanzan estos indios sal, por estar lejos del mar, ni
tener en toda su tierra salinas; y así usan de quemar cogollos de palma, y haciendo legías
de aquella ceniza, las cuajan con fuego y se hace un modo de salitre blanco en panes de
la forma de la vasija en que las cuajan, y les sirve de mala sal, porque es amarga y desa-
brida. Los inviernos procuran recogerse á lugares altos con la harina de raices y pescado
que ha hecho el verano.
QUINTA NOTICIA HISTORIAL
DE LAS
CONQUISTAS DE TIERRAFIRME
CAPÍTULO I.
I. Por haberse ido el doctor Infante acabados los dias de su gobierno á la Audiencia de Santo
Domingo, hicieron Gobernador los|de la Real Audiencia al Obispo Bastidas.—II. Dase alguna no-
ticia de este nombre Dorado.—III. Envía el Obispo al Capitán Pedro de Limpias para pagar
el flete de ciertos navios, á que haga indios esclavos.—IV. Dispónese Felipe de TJtre á emprender
otra vez la jornada que había hecho su Gobernador Jorge de Espira,
HABIENDO llegado el doctor Infante desde la ciudad de Coro á la de Santo Domin-
go, por habérsele acabado el tasado tiempo que trajo para tomar residencia y
gobernar la tierra de Venezuela, dejando aquello sin otro gobierno que el ordinario
de los alcaldes, proveyó luego la Audiencia (entre tanto que los Belzares proveían de
otro, según el asiento hecho con ellos) por Gobernador de aquella ciudad de Coro y toda
la Provincia al Obispo D. Rodrigo de Bastidas, y por su Capitán y Teniente general, para
los negocios criminales, cosas de la guerra y nuevos descubrimientos, á Felipe de Utre, ca-
ballero alemán, y como dijimos, de la casa y sangre de los Belzares, mancebo de poca edad
pero de temprana y sazonada prudencia, buenos brios y disposición en cosas de la guerra
y jornadas, como se conoció en la que se hizo á los llanos con el Gobernador Jorge de Es-
pira, como queda dicho. Llegados los recados de esto á la ciudad de Coro desde Santo Do-
mingo, que fué en breves dias, luego el Obispo Bastidas comenzó á disponer las cosas á
su modo, ya no solo como Obispo sino también como Gobernador, aunque con acciones más
de esto que de lo primero, como luego diremos.
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FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
Porque antes de ello nos es forzoso (por ser de importancia) decir aquí una
palabra, para que vamos desde luego con más fundamento, acerca de este nombre Dorado
(tan celebrado en el mundo), para que se vaya desde luego con alguna luz, de lo que más
de propósito diremos en la segunda parte, y es, que hasta los años de treinta y seis no se
supo, ni se habia inventado, este nombre del Dorado, porque este año lo impuso el Tenien-
te general Sebastian de Belalcázar y sus soldados en la Provincia y ciudad de Quito por
esta ocasión; andando el Belalcázar en la ciudad dicha, recién poblada, para saber de
tierras nuevas, preguntando á todos los indios que parecían forasteros, por las suyas, se en-
contró con uno que dijo era de Bogotá, que es este valle de Bogotá ó Santafé, y pregun-
tándole por las cosas de su tierra, dijo: que un señor de ella entraba eu una laguna, que
estaba entre unas sierras, con unas balsas y el cuerpo todo desnudo (que se desnudaba para
esto) y untado con trementina, y sobre ella, por todo el cuerpo cuajado de polvos de oro,
con que relumbraba mucho. A esta Provincia no supieron Belalcázar y sus soldados po •
nerle otro nombre, para entenderse, que la Provincia del Dorado, esto es, del hombre que
entra cubierto de oro á sacrificar la laguna, de lo cual (donde nos hemos citado) diremos
largamente. Codicioso Belalcázar de hallar la Provincia, á quien por noticias le habia
puesto este nombre de “Dorado, viniendo marchando de aquellas del Quito y Popayan con
sus soldados de las partes del Oeste al Leste, encontró con estas del Reino (que tenia ya
descubiertas y conquistadas Gonzalo Jiménez de Quesada) en el mismo mes y año que de-
jamos dicho, entró en esta ciudad de Santafé Nicolás de Fedreman con Pedro de Limpias.
Estando ya de asiento los tres Tenientes generales, Gonzalo Jiménez de Quesada, Fedreman
y Belalcázar en la ciudad de Santafé, trató que entre las demás cosas que lo habían ocasio-
nado á llegar á esta Provincia el Belalcázar, fueron las noticias que traía de ella, enten-,
diendo siempre que era (como lo es) la que el indio le habia dicho y él puesto la Provincia
del Dorado, con que se extendió este nombre (por ser así campanudo, y que parece alegra
el corazón, por ser de cosa de oro) entre los soldados, comenzó desde allí á volar por todo
el mundo, de unos en otros, en especial en las partes donde llegaron algunos de estos sol-
\, dados, fingiéndolo cada cual donde le parece, en especial á las partes del Oriente, respecto
del Nuevo Reino de Granada, por haber dicho el indio era por aquella parte, desde las
tierras del Quito y Popayan, de donde sacamos que las jornadas que hemos contado hizo el
Capitán don Diego de Ordas por el Marañon, ni la que después prosiguió Gerónimo Ortal
y pretendió seguir Sedeño por las noticias de Meta, que dijimos le habia dado su india es-
clava en Puerto Rico, ni la que hizo Jorge de Espira siguiendo tanto la serranía ni la de
Nicolás de Fedreman, fueron á título de buscar el Dorado, pues este nombre aun no se
habia inventado en el mundo.
Y así, el primero que lo llevó á la Provincia de Venezuela y ciudad de Coro fué
aquel Capitán Pedro de Limpias, que dijimos habia entrado en Santafé con Nicolás de Fe-
dreman y se habia hallado entre los demás soldados de Belalcázar y Quesada cuando se
trataba de este nuevo nombre y su fundamento; el cual Limpias, ó por tener ya su como-
didad en la ciudad de Coro y Provincias de Venezuela, de donde era soldado viejo, ó por-
que no le pareció á propósito para él esta tierra del Peino, hizo tan pocos dias asiento en
ella, que no fueron más de los que se tardó Fedreman con los demás Tenientes en bajar á
Cartagena, con quien también bajó este Capitán Limpias, desde donde tomó la vuelta para
la ciudad de Coro con harta brevedad, pues habiendo entrado en el Nuevo Reino el año de
treinta y nueve, y á éste de cuarenta, lo hallamos en Coro, y que ha divulgado este nombre
del Dorado, cosa que fué desde luego bien aprendida de todos, con harto daño de muchos,
como diremos adelante en esta primera parte.
Entre las otras diligeucias que nuestro Gobernador Obispo puso para el buen go-
bierno del que le habían cometido, fué despachar á la isla de Santo Domingo dineros para
que le trajeran gente y caballos, de que estaba necesitada la gobernación. Enviósele buen
recaudo de ésto con brevedad, en dos ó tres navios, para cuyos fletas, por verse necesitado
de oro, determinó que este Capitán Pedro de Limpias (como hombre que ya estaba experto
en el oficio) fuese con una buena escuadra de soldados á la laguna de Maracaibo, que por
entonces, como dejamos dicho, eran las Provincias más pobladas de naturales, y rancheando
en ellas todo el oro y esclavos que pudiesen haber á las manos (determinación más de mer-
cenario que de Obispo) diesen la vuelta á Coro con la brevedad posible, porque solo eso
quedaban aguardando los navios para que se les pagasen sus fletes. Salió, luego que le jun-
taron la gente, el Limpias á hacer lo que le ordenaban, y entrándose con el modo y á las
(CAP. II.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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horas que él ya se sabia, en los pueblos de los indios, en poco tiempo aprisionó más de qui-
nientas personas, hombres y mujeres de aquellos miserables, como si debieran algo; y
dando con ellos la vuelta á Coro, los entregó al Obispo, y él sin piedad ninguna, ni acor-
darse de sus obligaciones, á la marca y hierro de esclavos, y como tales los hizo embarcar
en los navios, con que les pagó su flete y granjeó buena suma sobre lo que montaba, á
costa de la libertad de aquellos desdichados inocentes que todos perecieron, con otros innu-
merables que cada dia llevaban á miserable esclavitud, en la isla de Santo Domingo.
Despachado esto, y dado asiento entre el Obispo y su Teniente á otras cosas impor-
tantes al bienestar de la tierra; viendo el Felipe de Utre que habia en ella buena copia de
soldados, con los que habían traído de Santo Domingo, trató luego de poner en ejecución
los deseos con que andaba desde que entraron en la ciudad de vuelta do la jornada
con Jorge de Espira, de volverla él á hacer por su persona por la misma parte, parecí én-
dole siempre que por el mal gobierno del Jorge se habia quedado por descvibrir una tierra
riquísima y que pudiera hacer dichosos, no solo á los que iban, pero á otros innumerables.
Favorecían estos pensamientos de Felipe de Utre las varias opiniones con que andaban
los soldados que habían también salido con él de la misma jornada (cosa que he visto muy
de ordinario en estos tales), atribnyendo unos á una ocasión y otros á otra, eruno haber te-
nido buen efecto sus trabajos, diciendo los unos (con razones imaginadas) que si por tal ó
tal parte se tomara la derrota, hubieran salido con sus intentos ; otros, que no eran aquellos
rumbos los que les habían de traer á las manos lo que buscaban, sino los otros por donde
los guiaban tales ó tales indios, porque si á estos (decían) creyéramos y fuéramos, no nos
perdiéramos, ni hubieran sido en balde nuestros trabajos. Y á este modo otros muchos se
dividían en diferentes pareceres, consolando con ellos sus desastrados sucesos y quebranta-
mientos de trabajos en balde.
Con estas cosas y las que revolvía con varias consideraciones en su pensamiento el
Felipe de Utre, pareciéndole por lo sucedido en la jornada habían sido todos borrones
los que se habían hecho, y que con la experiencia que habia sacado de ella teudria bas-
tante disposición para encomendarla y gobernar la gente aunque fuese en mucho número,
de manera que pudiese ver el fin de sus intentos, juntó los soldados que pudo y comenzó
con veras á disponer lo necesario á la jornada, á que no le ayudó poco el Pedro de Lim-
pias con su persona y consejo, por ser hombre ya antiguo en años y jornadas, no solo de
las de aquella Provincia sino de la de Fedreman, en que también, como vimos, tuvieron
algunas noticias de la gente de los Llanos, que demoraban á la parte del Sur, á quien ya
el Pedro de Limpias le comenzaba á llamar el Dorado, y algunos otros, entre quien él
habia sembrado este nombre, con el fundamento que hemos dicho, dábale con el poco que
él tenia al Felipe de Utre esperanzas de meterle en aquella rica tierra qne todos se prome-
tían, con que le acrecentaba á • leguas los deseos con que andaba y aun los del Obispo,
que se conformaba con ellos, por tenerlos también, de que durante el tiempo de su gobierno
se hioiese algún descubrimiento memorable y de provecho para todos. Y así ponieudo todos
diligencia en el despacho de la jornada, en pocos dias de como la intentaron, tuvieron
aparejadas todas las armas y caballos y los demás pertrechos necesarios para ciento y
veinte hombres que se dispusieron á seguirla, entre los cuales era el uno el Pedro de Lim-
pias y otro caballero mozo Bartolomé Versa, alemán, hijo de Antonio Versa, con otros
muchos caballeros é hijosdalgo, que con las mismas esperanzas que los demás, levantaron
sus pensamientos á acrecentar por este camino sus caudales de honra y provecho.
CAPÍTULO II.
I. Sale Felipe de Utre de Coro á su jornada, y éntrase en los llanos.—II. Llega Felipe de Utre al
pueblo de Nuestra Señora, donde halla rastros de Fernán Pérez de Quesada.—III. Púsolo en
confusión á Felipe de Utre el saber habia pasado delante Quesada acerca de él.—IV. Determí-
nase seguir á Fernán Pérez.—V. Encuéntrase con un indio en el Papaneme, que le aconseja no
siga aquel rumbo.
YA habia llegado casi la mitad del año de mil y quinientos y cuarenta y uno, cuando
dispuesto todo á la jornada, comenzó á hacerla Felipe de Utre tomando la derrota
por la costa del mar, por ser más breve y salir al puerto de la Burburata, hasta donde hay
desde la ciudad de Coro (según me pareció cuando las anduve) cincuenta leguas escasas ;
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FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
llegó á este puerto y desde él entrándose la tierra adentro por un valle llano y apacible,
derecho al desembocadero que hemos dicho de Bariquisimeto, salió á los llanos por donde
dijimos habia también salido en su jornada Nicolás de Fedreman y, arrimándose á la serra-
nía que le demoraba al Poniente, fué caminando con buen tiempo el pico al Sur, por los
mismos pasos que el Fedreman. Y habiendo pasado algo de estos llanos, se encontró con el
rastro de Jorge de Espira, y fué siguiendo los de ambos, por haber sido casi unos, como
dejamos dicho, ofreciéndosele y sufriendo las mismas dificultades, en especial de hambre,
por no hallar aun las pocas poblaciones que hallaban los dos y otros que le habían prece-
dido, porque hostigados de ellos los naturales y del mal hospedaje que les habían hecho,
quitándoles sus comidas y lo demás que podían, ó por decir mejor, lo que no podían, se
habían retirado de los sitios antiguos de sus pueblos, fundándolos de nuevo en lo más es-
condido de las montañas, no teniéndose aun allí por seguros de los miedos con que estaban
si volviesen por sus tierras los españoles. A esta causa, pues no hallaban los soldados comi-
das, que les era de más aflicción que les fuera la guerra de los indios, pues de entre las
manos de ella sacaran las suyas llenas, á lo menos para llenar los estómagos, que aunque
á vueltas de esto podía suceder salir descalabrados, lo tenían por menos mal que el de la
hambre, considerando que todos los duelos con pan son menos, y así sin éste se le acre-
centaban aquéllos, pues solo reparaban .esta necesidad con algunas raíces y cogollos de
vihao, otras yerbas y frutillas, á que se anadian los inconvenientes que á todos, de tigres,
culebras, mosquitos, ríos, ciénagas, tremedales que en partes los topaban tales, que en po-
niendo el pié en uno de ellos se meneaba la lamaza y masa del barro más de diez y doce
pasos adelante.
Iban con todo eso prosiguiendo con los suyos, atropellando éstas y otras dificultades
que no contamos, sin detenerse en el camino mas de lo que les era forzoso en los rigores de
los inviernos, en que necesariamente hacían alto por algún par de meses en lugares altos,
arrimados á la sierra, con que se detuvo Felipe de Utre casi el mismo tiempo, porque sus
antecesores hasta llegar á la misma Provincia y pueblo que Jorge de Espira le habían lla-
mado de Nuestra Señora, y después Fedreman el de la Fragua, donde el Felipe tomó de
asiento el alojarse, para invernar y tomar más clara luz de la Provincia que llevaban fin-
gida en su pensamiento del Dorado, informándose de esto allí al modo que él se podía dar á
entender, preguntando en común por Provincias ricas de oro, porque preguntar á los na-
turales con este nombre de Dorado fuera hablarles algarabía de aliende, como dicen. Por
lo que dejamos dicho halló rastros y noticias de haber ya pasado por aquel puesto Fernán
Pérez de Quesada, hermano del Licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, que habiéndolo
dejado por su Teniente, después de haber descubierto y pacificado este Reino, cuando tomó
la vuelta de España con Fedreman y Belalcázar (como dejamos tocado, y largamente dire-
mos en la segunda parte), trató luego, que fué á la mitad del año de mil y quinientos y
cuarenta y uno, salir de este Nuevo Reino, como lo hizo, en demanda de las mismas noti-
cias de tierras ricas, con doscientos hombres, entre los cuales iba el Capitán Lope Montalvo
de Lugo y otros muy diestros Capitanes, con gran carruaje de indios de servicio, armas y
caballos, con otros animales para poblar la tierra que podían hallar.
Llenaron estas noticias al Felipe de Utre de tan confusos pensamientos, que no
acababa entre ellos de dar salida á la mejor determinación que hubiese de tomar para pro-
seguir su viaje, porque por una parte le retardaba el seguir los pasos de Hernán Pérez de
Quesada, el ver que iba delante con tanta gente, y que la mayor medra habían de tener los
delanteros si hallaban alguna tierra de donde se les pudiese seguir; pero por otra advertía,
que pues salia aquel Capitán de la tierra del Reino, donde habia echado á volar la fama tan
gran número de riquezas de oro y esmeraldas, y que hervía de indios naturales, que no
podia ser sin gran fundamento y evidentes noticias de más grandiosas tierras que las que
dejaba, porque lo demás fuera conocida ignorancia (como en efecto) y que hallando estas
tierras, no habían de ser tan angostas, ni sus riquezas tan cortas, qu»%no cupiese también él
con sus soldados, pues no eran tantos, ni los que llevaba el Hernán Pérez, que por pequeñas
que fuesen las provincias no se acomodasen todos. Añadía á éste otro devaneo el Felipe de
Utre, diciendo que no era posible que aquellos á quienes su buena suerte habia metido por
tan diversos caminos y trabajos en las felices riquezas y prosperidad del Nuevo Reino, se
les habia de coitar tan en breve, sino que su dicha habia de pasar adelante, hasta entre-
garles otras nuevas Provincias aventajadas y más prósperas que las que dejaban por popa.
Fueron todos estos pensamientos de Felipe de Utre azotar el aire, pues vino á parar solo en
(CAP. II.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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eso y muertes de casi todos cuantos sacaron del Reino, la jornada, volviéndoles, como ellos
decían, las espaldas la fortuna, dejándoles ir en pena de su codicia, sin haber quien los re-
‘ primíera, quebrándose los ojos por tierras dobladas, asperísimas, vestidas de altos, espesos
é impenetrables arcabucos de sierras de naturales, por no ser los países para que viviese
aun esta gente tan rústica, donde hallaron en lugar de la prosperidad que llevaban en in-
tentos, seis doblada adversidad y desgracia, mayor que la prosperidad que les habia dado
en el Reino, pues con tan inmensos trabajos como se pueden imaginar, mejor que escribir,
padecerían en tierras tan dificultosas, con que no quedaran con vida sino muy pocos. Mi-
serablemente fueron éstos á salir á las espaldas de Pasto, en la gobernación de Popayan,
tan necesitados de salud, vestidos, comidas, que fué menester, para repararse de esto, de-
tenerse muchos dias gozando del regalo que la socorrida gente de aquel pueblo les hacia.
Al fin, lisonjeando Felipe de Utre con estos sus últimos pensamientos y las pala-
bras de otros sus Capitanes, que por conformarse con él, aunque sintiesen lo contrario (en-
fermedad que tiene atosigado al mundo) le decían lo mismo, se determinó á seguir el mismo
rumbo y pisadas del Fernán Pérez; y así, sin detenerse aun á dejar pasar del todo el in-
vierno, apenas comenzaron á minorarse las aguas, cuando hizo levantar ranchos y proseguir
el viaje, pareciéndole ya haber peligro en la tardanza, pues pudiera suceder que habiendo
llegado el Fernán Pérez algún tiempo antes que él á las ricas Provincias que llevaba en su
pensamiento, si él se retardaba mucho en llegar, hallarlas ya desnatadas, por haberse en-
tregado en su grosedad los primeros. Esta consideración le hacia caminar con más prisa de
la que pedia la flaqueza de mucha de la gente que llevaba, que no le fué de poco inconve-
niente; pero atrepellando éste y otros muchos, que por instantes se les ponían delante, llegó
á la Provincia del Papaneme, donde se alojó en un pueblezuelo que tenia alguna comida,
para descansar é informarse mejor de la derrota que llevaba el Fernán Pérez, si bien hasta
allí no habia perdido un punto de sus rastros. Esta Provincia del Papaneme (que después
se le dio por términos de su gobernación, por la parte del Leste, al Adelantado don Gon-
zalo Jiménez de Quesada, como diremos en la segunda parte), según la más acertada rela-
ción, comienza á las espaldas de la villa de Timaná, por tener allí á la parte del Leste sus
primeras corrientes el gran TÍO de Papaneme, como á las del Oeste el grande do la Mag-
dalena .
En este pueblo le vino, entre otros, á las manos á Felipe de Utre un indio principal,
natural de aquella provincia, que parecía ser señor do algunos pueblos,- como lo mostraba
la gravedad de su persona, sosiego de sus palabras, madureza de sus acciones; con que todos
se prometieron de él buenas y verdaderas noticias de lo que pretendían, y así procuró el
Felipe de Utre informarse de él y aun pedirle consejo preguntándole por los intérpretes que
llevaban, si eran ciertas las noticias con que iba Fernán Pérez de Quesada, y si con seguri-
dad las podia seguir ó volverse por otros caminos. Hiciéronsele sobre esto muy particulares
preguntas, á que el indio (habiéndose bien enterado de lo que le preguntaban) respondió
no convenirles seguir aquella derrota del Fernán Pérez, por ser todos aquellos países despo-
blados totalmente de gente, tierra que no se podia habitar por su mucha aspereza, hume-
dad, montañas y pantanos, y sin rastro que jamás se hubiese hallado en ella oro, y quo
tenia por cierto que los cristianos que habian pasado por allí, algunos soles habia, se iban
muriendo por falta de comidas y abundancia de enfermedades que les sobrevenían de las
destemplanzas de la tierra; y que esto les perseguía de manera que, según sabia de algunos
indios sus vecinos, serian ya todos ó los más de ellos muertos, como también le sucediera á
él y á su gente si seguía los mismos pasos; pero que si quería volverlos atrás, hallaría como
las deseaba las tierras que buscaba, llenas de gente, plata y oro, y que si se determinaba á
volver, él seria su guia hasta meterlos en ellas; y para confirmación de lo que decía sacó
ciertos nísperos de oro y plata, diciendo haber traído aquellos de las provincias que decia
un hermano suyo que habia venido de ella pocos dias antes; y que para ir allá por caminos
más derechos desde aquel puesto, habian de caminar en demanda de un pueblo llamado
Macatoa, poblado á las márgenes de la otra banda del rio Guaivare, para donde se iba siem-
pre caminando la frente al salir el sol, algo ladeados sobre el hombro izquierdo, que era lo
mismo que decir al Sueste.
27
202
FRAY PEDRO SI1ION.
(5.a NOTICIA.)
CAPÍTULO III.
I. Salió Felipe de Utre del pueblo, y va siguiendo los rastros de Fernán Pérez—II. Pasan tan innu-
merables trabajos, que viéndose forzados de dejar aquella derrota, toman otra—III. Encuentran
con unos indios muy bárbaros, entre quienes los forzó la necesidad á invernar—IV. De donde sa-
lieron pasado el invierno y llegaron otra vez al pueblo de Nuestra Señora.
O fueron bastantes las preguntas y repreguntas varias que le hicieron por muchos
modosa este indio para hallarle vario en su respuesta; pero tampoco lo fué en estarlo
el Felipe de Utre en los intentos que llevaba de seguir al Quesada, que parece habia jurado
en sus mismos pasos y noticias; y así no se pudo persuadir á dar crédito en lo que le decia
el indio, entendiendo lo hacia solo por deslumhrarlo de los propósitos que llevaba en seguir
al Fernán Pérez, por haber en las tierras por donde iba delante alguna rica provincia ó po-
blaciones de indios sus amigos, y por atajar los daños que les podían venir con la entrada
de tantos españoles, le persuadía con aquellas falsas noticias á que volviera atrás sus pasos.
Y así, sin hacer caso de esto, ni de algunos pareceres de soldados, que los tenían de que se
siguiese el del indio, hizo marchar por los rastros del Fernán Pérez, llevando consigo al
indio principal, prometiendo que dentro de pocos dias de como hubiese dado vista á las pro-
vincias de adelante, tomaría la vuelta con él para aquellas donde le decía. Hizo con gusto el
indio lo que le ordenaron, hasta haberlos acompañado ocho dias, en que padecieron innu-
merables trabajos de montañas, tierras quebradas, sierras y manglares, en que les iba di-
ciendo el indio advirtiesen ser verdad lo que les habia dicho. Pero viendo la obstinación
que llevaba el Capitán en seguir aquel tan mal pais y que los llevaba al matadero á todos,
dióles cantonada una noche y volvióse á su casa.
Con la fuga del indio y el advertir tan á su costa la verdad que les decía, antes de
entrar en aquellas dificultades, advirtieron todos el desacierto que habían hecho en dejar
las que les aconsejaba el indio, y tomar aquella derrota donde ya en solos los ocho dias iban
enfermando todos por la destemplanza de los aires y faltas de comida. No eran estos desa-
brimientos y palabras que con ellos se decían, tan en secreto, que no llegasen á los oídos
del Felipe de Utre, aunque en vano, por ser tal el tesón en que habia dado de seguir al
Fernán Pérez, que daba á entender (no reparando en tantos y tan grandes inconvenientes)
buscaba de propósito los fines que habían tenido sus antecesores, hasta que ya los demasia-
dos trabajos, muertes y enfermedades que iban sobreviniendo, sin hallar para ningunas
reparo, y las voces que unos y otros, en especial la gente más cuerda, le daban, en que de-
jara aquella derrota. Hubo de torcer el camino, teniéndose á la mano izquierda, dando de
mano al de Fernán Pérez, que iba declinando á la derecha. Pocas jornadas habían camina-
do por aquí (que era derecho al Sueste), cuando descubrieron una punta de sierra alta, ramo
de la cordillera que se entraba gran trecho en los Llanos, á quien llamaron la punta de los
Perdaos. Entendieron á las primeras vistas que le dieron (por estar tan lejos de la otra
cordillera), que era distinta de ella, con que entraron más en codicia del camino en su de-
manda, porque según siempre le habían dado las noticias, la provincia del fingido Dorado ó
aquella rica que ibau á buscar, estaba en otra cordillera distinta de aquella que todos ha-
bían seguido derecha al Sur. Llegaron con estas buenas esperanzas cerca de ella, y recono-
ciendo era ramo de la misma que habian traído desde el desembocadero de Bariquisimeto,
y que revolvía continuada sobre la mano derecha, volvió á cubrirlos la misma melancolía
que poco antes traían, en especial viéndose, cuando llegaron á la punta, metidos dentro de
las aguas del invierno, y atajados los pasos para volver atrás, con que les fué forzoso subirlo
á tener á las faldas de aquella punta de los Perdaos; aunque era tierra estéril, enferma y de
muy pocos naturales, en todas sus circunferencias, y éstos de viviendas tan á lo bruto que
parecían en sus acciones faltar en ellos lo que es imposible falte en todos los hombres, que es
la luz de la razón, pues la tenían tan ofuscada, que demás de andar desnudos como otros
muchos, no tenían pueblos ni mujeres conocidas, sino que cada cual se juntaba con la pri-
mera que se topaba, al modo de brutos, comían carne humana, culebras, hormigas y
cuantos sucios y viles animales producía la tierra, que no eran pocos.
Tomaban un bollo de maíz tierno y jugoso, y poniéndolo, al modo de osos, encima del
hormiguero, y haciendo ruido si no estaban fuera, para que salieran las hormigas, salían y
se pegaban en el bollo, al cual tomaban luego y lo iban amasando con las mismas hormigas,
(CAP. IV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERR AFIRME.
203
y lo volvían á poner otra vez, y otra, hasta que ya estaba tan cuajado de ellas, que era
más hormigas que masa, y entonces lo comian, y era su más ordinario sustento, cosa que
no hemos oido de ninguna otra nación, si bien sabemos que hallaron una los primeros
conquistadores del Reino, al principio de estos Llanos y espaldas de la ciudad de Tunja,
que las comian tostadas y cuajadas con las tortas de cazabe, como diremos en la segunda
parte. En ésta pasaron, como hemos dicho, su recio invierno, que lo fué tanto para ellos,
que enfermó casi toda la gente de enfermedades peregrinas, como lo eran los aires, ponién-
dose unos hinchados é hipatos; perdian su color en todo el cuerpo, y se les ponia naranjado,
pelábaseles el cuello, barba y cejas, y en su lugar salían unas postillas á unos, y á otros
una pestífera sarna, de que morían, acrecentando estos duelos la hambre, por ser las comi-
das de los naturales las que hemos dicho. Igual fortuna corrían los caballos, pues hinchán-
dose, que parecía no cabían en el pellejo, y cayéndoseles el pelo, y cubriéndose de sarnas,
caían muertos, y con el gran deseo que traían de comer sal, por no haber descubierto en
todos aquellos países lamederos, en viendo cualquiera ropa puesta á secar, arremetían con
tan bestial ferocidad á morderla, que por presto que sus dueños acudían á quitársela, les
había de quedar algo en la boca.
Con estas adversidades (y las que si pudiéramos contar no fueran muchas) pasaron
tan desgraciado invierno en aquella sierra de los Pardaos, que apenas había comenzado á
despuntar el verano, cuando por otro camino del que habían llevado, con pérdida de algunos
soldados que se habían muerto, y con trabajo de los muchos que traían enfermos, tomaron
otra vez la vuelta del pueblo de Nuestra Señora, para dejarlos allí, por no estar muchos de
ellos para poder caminar por sí, y serles de tanto estorbo para cualquier derrota y facción
que hubiesen de tomar, que ya tenían aquel pueblo como por sala de armas, por ser tierra
menos enferma que sus circunvecinas, á causa de estar más limpia y descubierta de arca-
bucos, y por consiguiente de aires de menos infectos, con intentos de dar desde allí la
vuelta sobre las noticias que habia dado el indio principal del Papaneme, con la gente que
estuviese para ello. Ninguna cosa hallaron mejorado el camino en esta vuelta, que el que
habian llevado; y así, con no menores trabajos, llegaron con favor suyo al pueblo de
Nuestra Señora, después de haber gastado en ellos (sin una hora de gusto) casi un año,
desde que salieron de él en seguimiento de los rastros del Fernán Pérez de Quesada.
Tomaron con algún espacio do días el ranchearse allí, por haberlos menester para
reformarse todos, y dar con la brevedad que pudiesen la vuelta, en seguimiento de lo
dicho, para lo cual se trató luego, como estaban de espacio, más de propósito de las noticias
del indio del Papaneme, inquiriendo si habia algunos otros en el pueblo ó los convecinos,
que pudiesen de nuevo informar de lo mismo ; y si las informaciones de otros concordaban
con aquélla, porque los brios del animoso mancebo Felipe de Utre no se habian agotado
con los trabajos que hasta allí, aunque eran los que hemos dicho, sino que tenían entereza
para mayores cosas, á ejemplo de la que veía en sus Capitanes y soldados españoles.
CAPÍTULO IV.
I. Suceden en Coro nuevas mudanzas de gobierno mientras Felipe de Utre andaba en su jornada.—
II. Despacha el Gobernador Enrique al Capitán Lozada y á Villegas, desde Coro á Cubagua, para
que le traigan algunos soldados.— III. Provee la Audiencia á su Fiscal Frías por Gobernador del
Coro, y por su Teniente á Francisco de Caravajal, su Relator, y parte el uno para Cubagua y el
otro para Coro.—IV. Falsea las provisiones Caravajal, que traia de Teniente, haciéndolas de Go-
bernador, con que hizo gente y se entró á la tierra del Tocuyo.
APOCOS meses que salió de Coro el Felipe de Utre á esta su jornada, no faltaron en
la ciudad nuevos sucesos, porque habiendo ya entrado algunos meses del año do cua-
renta y dos, llegó cédula de su Majestad al Obispo don Rodrigo de Bastidas, en que le
promovía al Obispado de San Juan de Puerto Rico, con que le fué forzoso, habiendo de ir
allá (como se dispuso luego para eso) dejar juntamente con el Obispado el gobierno que
tenía de la Provincia de Venezuela, y así abreviando su partida, antes que viniera persona
ó nombramiento de Gobernador de la Real Audiencia de Santo Domingo, nombró por su
Teniente (hasta que el Rey otra cosa ordenase) á un Diego de Boiza, Castellano, Comenda-
dor del hábito de Cristo, persona de buena suerte, y capaz de muy mayores cargos, como se
echó de ver, pues pasado un año escaso que gobernó aquí, habiéndole confirmado la Audien-
204
FRAY TEDRO SIMON.
(5.* NOTICIA.)
cia el nombramiento que hizo en él el Obispo cuando se fué á Puerto Rico, le enviaron
provisiones para otra cosa de más importancia, por donde hubo de dejar aquello ; aunque
Herrera dice, Deca. 7, lib. 10, & 16, que se fué huyendo por delitos á Honduras, y en su
lugar á su Alcalde mayor, que era un Enrique Rembol fator de los Belzares, que estaba
allí entendiendo en las causas de sus haciendas. No sucedió cosa que nos pueda detener en
el tiempo del Boiza, por haber sido tan corto, aunquo más debió ser por la poca gente que á
la sazón habia en la Gobernación.
Con que le fué forzoso al Enrique á los primeros dias de su gobierno, que fue-
ron ya los postreros del año de mil y quinientos y cuarenta y tres, acudir al reparo de esta
necesidad de gente, como lo hizo, señalando dos capitanes, que el uno se llamaba Villegas y
el otro era Diego do Lozada, que ya iba aportado á aquella ciudad de Coro desde Maraca-
pana, á donde volvió cuando les quitó la gente en el Tocuyo Lope Montalvo de Lugo á él
y sn Capitán Reinoso, como queda dicho. A estos dos (habiéndole dado el Enrique igual
facultad de las facciones que se ofreciesen) despachó con hasta veinte compañeros por
tierra la vuelta de Cubagua y Cumaná que le trajesen los soldados que pudiesen, de los
muchos que por allí á sazón andaban perdidos ya y ociosos, habiéndose cesado la ocupa-
ción en que andaban de hacer indios esclavos, porque ya á esta sazón el Catolisísimo Rey,
habiéndole advertido los notables inconvenientes que se seguían y agravio á los naturales
en hacerlos esclavos, mandó por las nuevas leyes hechas este año, ley 20 y ley 22, no solo
que cesase esto, sino también que á todos los que se hallasen esclavos por entonces en
cualesquiera tierras se les diese libertad ; con que los que andaban en estas injustas ocupa-
ciones (que eran innumerables) quedaron sin tener en qué ocuparse ni aun qué comer en
la tierra, por ser tantos y no poderlos sustentar. Llegaron estos dos Capitanes con sus veinte
soldados (después de haber padecido hartos trabajos por ser largo y dificultoso el camino)
á estas Provincias de Cubagua y Cumaná, donde con facilidad, por las razones dichas
y las que ellos les supieron decir, prometiéndoles grandes descubrimientos (que era lo que
también pretendía el Enrique en traer gente á su gobierno), dichosas* suertes, enriquecer
con brevedad y otras promesas con que de ordinario ceban á los tales. Hicieron de su de-
voción y compañía más de noventa hombres, con los cuales tomaron todos la vuelta de
Coro, no faltando eu el camino algunas cosquillas entre los dos Capitanes acerca de la dispo-
sición de cosas, porque como el reinar no quiera par, lo que al uno le parecía acertado
el otro tenia por disparate ; ocasiones que aunque á sus principios eran de pocas fuerzas,
después las vinieron á tomar tan grandes, que pararon en bien pesadas discordias.
No fué tan poco el tiempo que gastaron en esto estos dos Capitanes hasta entrar en
la ciudad de Coro, que no hubiesen ya llegado los postreros días del año de cuarenta y
cuatro y los de la vida de Enrique, hallando ya el gobierno por su fin y muerte en el or-
dinario de los Alcaldes, que se llamaban Bernardino Marcio y Juan de Bonilla, que después
se huyeron por la mala administración de justicia que habian hecho ; si bien á pocos dias,
por haberlo sabido la Audiencia de Santo Domingo y no haber noticia de Felipe de Utre,
por haber muchos que andaban en su descubrimiento, nombró por Gobernador de toda
aquella Provincia de Venezuela y Juez de residencia de la ciudad é isla de Cubagua, al
Licenciado Frias, su Fiscal, que aun no habia escarmentado de la burla que dijimos le ha-
bia hecho Sedeño cuando le prendió y desbarató, volvió á admitir esta vuelta de Cubagua,
llevando por su Teniente general, nombrado por la misma Audiencia, para lo del gobierno
de Venezuela, aun Francisco de Caravajal, que á la sazón era Relator en la misma Audien-
cia. Dados los despachos de esto á ambos, se hicieron á la vela en el puerto de Santo Do-
mingo en dos navios, y tomando con el suyo el Frías el rumbo de Cubagua para desocu-
parse, lo primero, de Ja residencia de aquella ciudad y averiguación de ciertos casos contra
algunos españoles que, contraviniendo á las nuevas cédulas de no hacer esclavos á los
indios, porfiaban todavía en sacar algunos y venderlos. El Francisco de Caravajal con al-
gunos soldados, caballos y otros pertrechos de guerra para los descatrimientos que llevaba
en intentos hacer, tomó la vuelta de Coro, si bien no pudo tomar su puerto por los vien-
tos que sobrevinieron de travesía que lo arrojaron á otro que llamaban Paraguana, cuarenta
leguas de esta ciudad.
De donde llegando la nueva de haber surgido en este puerto el Caravajal, partió
luego el Villegas á recibirle con intentos de tenerle propicio para lo que se le ofreciese con-
tra el Lozada, por tener ya ambos quitadas las máscaras y muy descubierto ir encendiendo
cada hora sus enemistades y las que también procuró engendrar el Villegas entre el Cara-
(CAP. V.)
NOTICIAS HISTORIALES 0 CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
205
vajal y el Lozada, diciendo el mal que podia de él, pretendiendo con esto dejar destituido
al Lozada de todo favor, como en efecto sucedió, pues luego que el Caravajal entró en
Coro, por venir informado ya de Villegas, dio traza cómo, debajo de buen color, saliese de
la tierra el Lozada, para que ni á él le estorbase lo que pretendía hacer, ni estuviese en
ocasión donde se la diese al Villegas de algunos disturbios que pudiesen suceder, porque
como el Diego de Lozada era caballero de condición cortesana, reportado on sus acciones,
bien hablado y afable, era con todos bien quisto. Temióse el Caravajal (por haberle in-
dustriado en ello el Villegas) que en los bullicios y facciones que le intentaba hacer no le
fuese estorbo, tomándole por cabeza la gente de la ciudad contra él, por tenerlos á todos
tan acariciados. Salió Lozada de Coro, trató luego el Caravajal, viéndose ya á su parecer
sin estorbo, de poner en ejecución sus intentos, pretendiendo juntar á su devoción algunos
soldados para hacer nuevos descubrimientos y poblaciones la tierra adentro, á los cuales,
como hallase desganados de entrar en su compañía al efecto, porque decían no ser cosa
segura el ir con él, por no ser el Gobernador sino un Teniente de jurisdicción limitada,
procuró aplacar intentando una solemne maldad, con que introducirse por Gobernador
absoluto de la tierra ; y fué que tomando las provisiones que traia de Teniente, las falseó,
mudando las palabras de Teniente en Gobernador. Hizo demostración de ellas así falsea-
das á algunos de sus amigos para que divulgasen cómo era Gobernador y no Teniente, y
que si habia ocultado hasta allí los recados que traia de esto, habia sido por razones que
importaban al buen gobierno, pero que habiendo ya cesado aquéllas, hacia demostración
de las provisiones que traia de Gobernador sin dependencia.
No fueron pequeñas las inquietudes que se siguieron de esto en la ciudad, porque si
bien sus amigos ponían fuerza en que fuese admitido el Caravajal de todos por Gobernador,
como lo decían las provisiones falsas que traia, no dejaban otros de conocer que lo eran, y
que no podia con ellas usar de oficio de Gobernador, lo cual, no obstante (por no haber
otra cabeza á quien recurrir, y ser menos los que lo contradecían que los que lo aprobaban),
usó el oficio de allí adelante de Gobernador, nombrando por su Teniente al Juan de Ville-
gas, que, como dijimos, habia sido el promotor principal de todo. Daba cada dia el Carava-
jal más prisa á disponer su jornada, haciendo, ó por grado ó por fuerza, se fuera juntando
y disponiendo la gente; pero como ya iba acerca de los de contraria opinión con tanta vio-
lencia, y aun les olía á todos su gobierno más á tiranía que modo seguro, procuraban hacer
fuga á los montes y entrarse como desesperados la tierra adentro, de donde fueron traídos
algunos por las apretadas diligencias que hacia en buscarlos el Caravajal, y despojados de
sus armas y caballos, desterrados, en castigo, de toda aquella gobernación. Con estas vio-
lencias y amenazas, juntó Caravajal, con algunos de los que iban con gusto, hasta doscientos
hombres razonablemente aderezados; y porque cuando el Licenciado Frías viniese de Cu-
bagua á Coro, conociendo su maldad, no hallase armas ni gente con qué seguirle, procuró
quedase aquel pueblo tan desprovisto de todo, cuando él saliese, como si lo hubieran sa-
queado enemigos, y metiéndose la tierra adentro con su gente, fué á parar á las Provincias
del Tocuyo, donde se rancheó muy de propósito, con intentos de pacificar aquella tierra y
poblar en ella las ciudades que le pareciese convenir.
CAPÍTULO V.
I. Sale Felipe de Utre del pueblo de Nuestra Señora en demanda del de Macatoa—II. Van caminan-
do, guiándolos los naturales, hasta llegar al rio Guaivare—III. Envía Felipe de Utre, con un
indio que hubieron á las manos en el rio, á ofrecer amistad al Cacique de Macatoa—IV. Envíale
el Cacique á su hijo, aceptando la paz que le ofrece, para lo cual le hace el bárbaro una larga
arenga.
LOS días que le pareció bastaban para reformar su ejército, convalecer los mal sanos y
engordar sus jumentos, se detuvo Felipe ue Utre en el pueblo de Nuestra Señora, en
los cuales tuvo tiempo de haber á las manos algunos indios de las Provincias convecinas,
de quienes pudo informarse y tener noticias que correspondían en todo á las que el indio
principal de Papaneme le daba de aquella rica Provincia, que ellos llevaban fingida del
Dorado, que los de aquel pueblo y Provincias llamaban Ditagua y los del Papaneme Ome-
guas, que casi corresponde con las noticias que Pedro de Ursua tuvo en el Marañon, lla-
mada Omagua (como en su lugar diremos en este primer tomo, que pienso era la misma),
206
FRAY PEDRO SIMON.
(5.* NOTICIA.)
certificado de esto Felipe de Utre, y que á una boca todos afirmaban la prosperidad de
aquella tierra, dándole ya ocasión el despejado tiempo del verano, y dejando en buena
parte sus enfermos con algunos sanos que acudieran á sus necesidades, tomó la vuelta otra
vez de la punta de los Pardaos, que antes habian dejado, como vimos, por enferma, y lle-
vando consigo solos cuarenta hombres, y entre ellos al Capitán Pedro de Limpias, que de
más de ser venturoso, mañoso y de buen conocimento en cosas de los indios, aprendía con
facilidad, por tener buena memoria, las lenguas de las Provincias por donde pasaban, si se
detenia en ellas algún tiempo ó llevaba indios que las enseñasen. Comenzó á seguir la de-
rrota que el indio principal en las primeras noticias le había dicho, y los demás le iban
guiando, y aunque pasaban por tierras de rarísimas poblaciones, por no ser á propósito para
la vivienda humana. El cuidado con que llevaban puesta la frente á las riquezas de su
Provincia, les hacia haber indios á las manos, de quienes poderse informar del pueblo lla-
mado Macatoa, poblado á las márgenes del gran rio Guaivare, como le había dicho el pri-
mer indio.
No encontraban con indio de quien procurasen tomar esta relación, que se la diese
al contrario de lo que ellos deseaban, por desear también aquello los indios, que aunque
bárbaros, para esta su comodidad no les faltaba discurso, haciéndolo en que lo era suya, y
muy grande, que aquellos soldados pasasen delante á la tierra de los Omeguas que iban
buscando, de donde tenían por cierto nunca más saldrían, por saber todos la valentía de
aquellos indios y que tomarían suficiente venganza de los agravios que sus comarcanos y
vecinos habian recibido de los españoles; que ya este ruido que todas las tropas que pasa-
ban de los Capitanes por aquellas tierras se había extendido por muchas leguas de ellas,
con que ya tenían noticia de sus buenos hechos y miedo de los por hacer; y así les iban
guiando por el camino y rumbo más derecho que habia, para que con más brevedad salie-
sen de sus tierras y llegasen á la que iban preguntando, que no fué poca comodidad para
los nuestros, pues por salir los naturales con estos intentos, los iban guiando por caminos
llanos, altos, enjutos, que eu pocas partes de cuantas han andado soldados por aquellos lla-
nos, se han hallado íi lo menos, tan á la continua, y así, sin sucederles contraste de conside-
ración, de los muchos que por otros caminos habian tenido. Después de algunos dias que
prosiguieron éste, encontraron con el caudaloso rio Guaivare, que lo era tanto, tan furioso
y sondable, que si no era con canoas, ó nadando, y esto con dificultad, no daba lugar al pa-
saje que tenían necesidad de hacer para llegar á la otra banda donde estaba el pueblo Ma-
catoa, por la noticia que llevaban.
Rancheáronse sobre sus barrancas, yendo algunos soldados rio arriba y otros rio aba-
jo, buscando si le hallaban vao ó indios de quienes pudieran tomar lengua y canoas para po-
derle pasar. Para lo primero les fué en vano el viaje, pues sus muchas aguas y acanaladas,
se defendían que las pudiesen vadear. El segundo intento parece se les cumplió con un
indio que hubieron á las manos sobresaltado en una playa del rio, donde andaba mariscan-
do solo, al cual (después de haberle preso y sosegado con buenas palabras, que no fué poco,
según se encendió en cólera, ira y coraje, de verse en poder de gentes tan peregrinas y es-
pantables) le dieron á entender que no venían á hacerle daño, antes provecho, y que solo
pretendían saber á qué parte de los otras de aquel rio estaba el pueblo llamado Macatoa.
Era el indio de un pueblo cerca de éste, y así, con facilidad y aun benevolencia (por estar
ya aplacado con buenas palabras que le dijeron y cosillas que le dieron) les señaló á la
parte que caia el pueblo de Macatoa, y dijo estar poca distancia de allí aguas arriba del
rio, pero que lo habian de pasar y no habia allí con qué. Aprovechó el Felipe de Utre del
sosiego conque quedó el indio, y concertadas palabras con que hablaba; y fiándose de él, y
de lo que la fortuna (como dicen) quisiese disponer, dióle algunos regalillos ó rescates, y
persuadióle con palabras fuese al pueblo de Macatoa, y que de su ^arte diese un grande
recado al señor de él, y le dijese que con aquellos soldados que allí •tenia iba adelante en
demanda de ciertas Provincias de mucha y rica gente, que él sabia conocía y trataba, y que
para pasar á verse con ellos tuviese por bien de recibir su amistad, que se la guardaría
perpetuamente como fiel amigo, y que no consentiría que en sus tierras, ni de sus vasallos,
se hiciesen ningunos daños, y que estuviese de sí tan seguro y sin temores, como de su
propio padre, porque venían á serlo, y amparo de todos; y así, que no tenían que ausen-
tarse de sus casas ningunos, pues pretendían en ellas conservarles sus personas y haciendas;
que con todo este resguardo era menester entrar á pedirle amistad al indio de Macatoa, por
(CAP. VI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME,
207
tener ya evidencia los españoles de la que tenían aun en aquellas tierras los indios, de los
robos que les bacian y malos tratamientos, con que los hallaban avispados y temerosos.
Dando muestras el indio de llevar con gusto la embajada, entrándose en una mala
barqueta, donde apenas cabia, tomó la lengua del agua el rio arriba y vuelta del pueblo de
Macatoa, á donde llegó, y debió de saber dar, según pareció, la embajada tan cumplida, y
saber decir tantos bienes de los españoles, por los que habia recibido de ellos, en palabras
y obras, que luego al dia siguiente descubrieron bien de mañana los nuestros cuatro ó cinco
canoas que bajaban el rio abajo, en que venían noventa indios, y entre ellos un hijo del
Cacique de Macatoa, á quien su padre euviaba con todo aquel acompañamiento con la res-
puesta de la cumplida embajada que el indio le habia dado. Los españoles, advirtiendo no
fuese aquella gente de guerra, que viniese á intentar impedirles el paso ó probar sus fuer-
zas con ellos, se pusieron todos á punto de guerra, como los hallaron las canoas cuando
llegaron á la barranca do los ranchos, donde saltando en tierra sin ningún alboroto, antes
con demostraciones pacíficas, el hijo del Cacique, acompañado de los más principales quo
venían en las canoas, preguntó luego por el que lo era de los españoles. Lo cual sabido por
el Felipe de Utre (que se habia vuelto á su rancho viendo que no era la venida de guerra)
les salió luego al encuentro acompañado de algunos soldados y del Capitán Limpias, que sa-
bia aquella lengua medio cuchara, por ser muy dilatada y haber tenido lugar de poderla
aprender en las provincias por donde habia andarlo; y habiéndole abrazado el Capitán y
hecho otras demostraciones en que pudo conocer los deseos que tenían de hacerle amistad
y que él era la cabeza de todos los que estaban allí, con buen sosiego y reportadas palabras
le habló de esta manera.
Ayer enviaste con uno de los moradores de las riberas de este rio, que aquí hallaste
acaso, á saludar á mi padre, que es el señor del pueblo de Macatoa, haciéndole saber vues-
tra venida y entrada á estas tierras, convidándole con vuestra amistad y ofreciéndole pací-
fico tratamiento sin fiaño suyo ni de sus vasallos, dándole á entender no ser vuestros inten-
tos otros que informaros de él qué gente sea la que habita sus tierras comarcanas á la
parte de cierta serranía que está apartada de aquí el rio abajo, en cuya demanda venís do
vuestras tierras larguísimo camino, y que porque os encaminase á ellos les seriáis agradeci-
dos y haríais todo el beneficio que pudieseis; por todo lo cual se halla mi padre más deudo
vuestro, que yo sabré significaros, por haber conocido en lo que le habéis enviado á decir
muy diferentes obras y palabras en vosotrosf de las que algunos de nuestros convecinos le
habían significado, diciendo que erais unos hombres terribles, feroces, crueles y enemigos
de toda paz y amistad, sembradores de guerras, derramadores de humana sangre, y final-
mente que toda una felicidad era desasogar con mil géneros de crueldades las miserables
gentes por donde pasabais, pagándoles en esto el hospedaje que os hacían, comidas y oro
que os daban. Envíame á vosotros á daros de su parte la bienvenida y llegada á estas tie-
rras, y que tiene mucho gusto de aceptar vuestra amistad y hacer no solo lo que le envias-
teis á decir, que queríais informaros de él, pero también serviros con todo lo que fuere ne-
cesario á vuestro viaje y daros seguras guias, que os lleven en buen tiempo por los mejores
caminos que hay hasta allá. Ruégaos también que os paséis á aposentar á su pueblo y casas,
donde mejor os pueda servir y gozar de vuestra amistad; para cuyo efecto vienen aquí estos
nuestros vasallos y canoas que os pasarán á la otra parte de este rio, á cuyas barrancas, cer-
ca de aquí, tenemos nuestras viviendas.
CAPÍTULO VI.
I. Después de haber consultado el Capitán sobre las razones del indio, les pareció á todos no pasar
aquella tarde el rio—II. Con todo eso lo pasaron por haber traído más canoas y que no entendie-
ran se dejaba por flaqueza de ánimo—III. Llegan los soldados al pueblo de Macatoa, donde fue-
ron bien recibidos—IV. Salen del pueblo de Macatoa y llegan á otro amigo del mismo Cacique.
ALAS buenas y concertadas razones que habia dicho el bárbaro (en respuesta de la
embajada y nuevo ofrecimiento de amistad de parte de su padre) respondió el Felipe
de Utre con el mejor intérprete que traían (ayudándole el Pedro de Limpias) que agrade-
cía lo que su padre le enviaba á decir, y que en todo se remitía á las obras, que habían de
manifestar sus buenos deseos, que los tenia muy grandes de verse con él. Dejó con esto al
indio con algunos soldados el General, y apartándose con los demás se comenzó entre todos
208
FRAY PEDRO SIMON.
(5.* NOTICIA.)
á conferir sobre las razones del indio y el recato que era menester para poner en ejecución
y admitir los ofrecimientos que el Cacique les enviaba á hacer; pues se pudiera sospechar
no venir aquella embajada con la llaneza que significaban las palabras, sino que debajo de
ellas se pudiera temer alguna traición, por ser ordinario modo entre aquellas naciones. Y
así no les pareció de común consentimiento se pasase el rio aquella tarde, porque lo era ya
mucho y las canoas pocas para que de una vez pudiesen pasar todos; y que si pasaban divi-
didos era ponerse en ocasión de conocido riesgo y dársela á los indios si tenían urdida al-
guna traición, para que mejor se ejecutase viéndolos divididos; y que cuando algo hubiese
de esto, mejor podrían valerse y defender sus personas hallándose juntos en todo trance de
agua y tierra. Con esta determinación fueron todos los de la junta á donde estaba el indio,
y dándole por excusa el Felipe de Utre del pasaje de aquella tarde las pocas canoas que
había, le dijo se volviese él con ellas y toda la gente que le acompañaba y diese de su parte
á su padre unos largos recados y agradecimientos de la amistad que le ofrecía, y que otro
dia podrían estar allí con las canoas que bastasen, en que pasarían á verse con él y aposen-
tarse en su pueblo y casas, como lo ordenaba y él lo deseaba.
No vino en esto la liberalidad del mancebo (que era gallardo, bien dispuesto), pues
dijo luego que entendió la respuesta, que si no reparaban en más que falta de pasaje, que
en eso no la habría, pues él haría venir luego allí más canoas, como lo hizo poner por obra,
despachando en una barqueta á un indio, con que hizo con brevedad estar allí otras tantas,
y más que las que habia. Lo cual visto por los españoles, saliendo ya de algunas sospechas,
por la liberalidad del indio y porque él no las tuviera de que dejaban por temores de pásal-
as la otra banda, se embarcaron todos y llevando nadando délos cabestros los caballos (como
se usa comunmente en estas tierras para pasar los rios caudalosos) al bordo de las canoas
pasaron todos juntos aquella tarde el rio, y por parecerles no era hora de caminar, por no
haberla para llegar al pueblo de Macatoa, se ranchearon sobre sus barrancas, despidiendo
desde allí al hijo del Cacique, harto apesarado de que no quisiesen los* españoles pasar de
aquel puesto aquella noche, á donde los estaba aguardando con buen hospedaje su padre;
pero viendo su determinación, la tomó en proseguir el rio arriba con sus canoas, habiéndo-
les primero avisado no fuesen el rio abajo donde pudieran ser sucederles algunas desgracias
con gentes belicosas y desabridas que teniau en sus márgenes sus pueblos. Partióse con esto
el mozo, y llegó al suyo y dio aviso á su padre de lo que le habia sucedido con los nuestros,
de que recibió no poco gusto, como se echó deíVer en la demostración que del otro dia muy
de mañana hizo enviándoles á los soldados cincuenta indios cargados de maiz, pescado, car-
nes de venado y cazabe, y á rogar que abreviasen su partida de aquel puesto y fuesen á
descansar á su pueblo y casas, donde les estaba aguardando con grandes deseos de verlos.
Como no los tuviesen menores General y soldados de verlo á él, alzaron luego ran-
chos y todos juntos marcharon hasta entrar en el pueblo de Macatoa, que lo hallaron deso-
cupado de sus moradores, que para que mejor y más anchurosamente se alojaseu los espa-
ñoles, se habia pasado toda la gente del pueblo (que serian cuatrocientos vecinos) un tiro
de arcabuz del sitio, allí á la vista, á las márgenes del mismo rio arriba, dejando el pueblo,
no solo como hemos dicho, desocupado, sino muy limpio en todas las casas, calles y plazas,
pues no solo no se hallaba una yerbecita en todas ellas, pero ni aun una pequeña piedra
que les ofendiese, con que hacían agradable vista, juntamente con el buen orden de la po-
blación. Teníanla bien provista de tocias suertes de sus comidas, maiz, cazabe, yucas y
otras raices, con mucha carne de venado, en tasajos y seca, en barbacoa, que todo causó
tanta admiración en los españoles, por ser muy otras estas cortesías y urbanidades de las
que en común suelen tener estos naturales, que les obligó á preguntar al Cacique la causa
de ello, en especial del rito que habían hecho los indios, pues podían todos caber muy bien
en el pueblo, dejándoles cuatro ó seis casas desocupadas; á que respondiendo el Cacique
dijo, que conociendo la gran ventaja que les hacían los españoles en valentía, personas,
tratos, palabras, modo de vivir y tratar y en todo lo demás que hacían, hallaban que no
solo merecían que ellos les diesen sus casas en que se aposentasen, por tenerlo esto á buena
suerte, sino que se hallaban también obligados á servirles siempre, como se echó de ver en
el cuidado con que hacían esto, sin faltar un punto en toda ocasión.
Era este Cacique un hombre de muy buena persona, de mediano cuerpo, alegre,
amigable y noble de condición, de rostro liso y algo aguileno, bien proporcionado su cuerpo
y al parecer de solos cuarenta años escasos. Sus vasallos eran gente más crecida, en común, y
aunque desnuda del todo, fuera de las partes de la honestidad, que traían mal tapadas, lim-
(CAP VII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
209
pios y lucidos, compuestos los cabellos y de acciones compuestas y palabras sosegadas. Llá-
mase esta nación Guaipcs, que habiendo viciado el vocablo, otros les llaman Guayupes. A
detenerse más dias de los que sosegaron en este pueblo les convidaba el buen hospedaje y
comodidad que hallaban en él; pero como sus intentos no les dejaban hacer asiento tan de
propósito hasta que les hubiesen visto el fin, su estada en aquel puesto lo tuvo después de
cuatro ó cinco dias, que les pareció bastar para reformar sus necesidades é informarse muy
de propósito de las provincias ricas que iban rastreando y que les parecían ser aquellas del
hombre Dorado que les habían dado las noticias; todo pura ficción en cuanto toca al nom-
bre, si bien en la sustancia de buscar tierras donde hubiese riquezas no iban tan deslum-
hrados. No fueron pocos los varios modos que usaron de repreguntas en estos pocos dias
con el Cacique, intentando con esto fijar más sus esperanzas, si veían que no variaba en las
respuestas, como sucedió, pues siempre eran unas las que daba, diciendo que junto á cierta
cordillera de sierras, que se divisaban desde aquel puesto, en tiempo claro y despejado, ha-
bía grandísimas poblaciones de gentes muy ricas, por serlo la tierra de minas de oro, pero
que no era de parecer entrasen en aquellas provincias donde iban, pues aunque fuesen tan
valientes como la fama publicaba de ellos, la muchedumbre de los naturales de ella los
acabaría con facilidad en pocos dias.
No nos hace temer eso (respondió el Felipe de Utre, determinado ya á no volver paso
atrás sin haber dado vista á esta tierra), antes se han alentado nuestros bríos con las claras
noticias que nos has dado de esas grandes provincias, y así entre los demás servicios que nos
has hecho, lo recibiremos por muy cumplido que con la brevedad posible nos des guias que
nos lleven á los términos de esas provincias, porque con ellas deseamos vernos á sus umbra-
les. Hízolo el Cacique cumplidísimamente dándoles no solo indios de satisfacción que los
guiasen las jornadas que habia hasta otro pueblo de un grande amigo suyo, por donde ha-
bían de pasar, sino también otros muchos indios cargados de las comidas que habían menes-
ter con abundancia para nueve ó diez dias que habia de camino hasta aquel pueblo de su
amigo, á quien también los envió á recomendar para que les hiciese buen hospedaje y diese
nuevas guias hasta las provincias ricas. Partiéronse con este buen avío los españoles del
pueblo de Macatoa, y habiendo caminado el tiempo de los nueve dias por cabanas rasas y
sin camino, por trochas excusadas por donde los llevaban las guias de industria, á fin de
apartarlos de ciertos pueblos del rio, enemigos del Cacique su señor, donde podrían suceder
inconvenientes que les retardase el camino, se pusieron á vista de aquel primer pueblo
donde iban, á distancia de dos tiros de arcabuz. Sus moradores, por no estar avisados aún
de los peregrinos que les iban, comenzaron luego á la primera vista á alborotarse, de mane-
ra que todos acudieron con brevedad á las armas para defenderles la entrada, como so pu-
sieran á ello si las guias (viendo el tumulto y vocería que se levantaba en el pueblo, dejan-
do á los nuestros hecho alto en aquel sitio) no se adelantaran á dar el recado que llevaban
del Cacique Macatoa y sosegar el alboroto, que ya era tal, que cuando llegaron no habia
indio en el pueblo que no saliese de guerra á la resistencia de los peregrinos; si bien todo
el alboroto cesó luego quo las guias se vieron con ellos y les dijeron los intentos de los es-
pañoles, que eran de no hacerles ningún mal á sus personas y haciendas, pues solo pretendían
les diesen guias para pasar adelante hasta llegar á la tierra de los Oraeguas.
CAPÍTULO VIL
I. Sálelos á recibir de amistad el amigo del Cacique Macatoa, é intenta disuadirles la entrada en los
Omeguas—II. Salen del pueblo de este Cacique, guiándolos él mismo, y llegan á dar vista á las
poblaciones de los Omeguas—III. Alcanzan á ver los españoles una población de innumerables
casas de los Omeguas—IV. Quieren coger los españoles algunos de los indios Omeguas y salen
heridos Felipe de Utre y otro Capitán—V. Oyen los españoles el ruido de los indios del pueblo.
que salen contra ellos, y retíranse por entonces al del Cacique, donde curaron los dos heridos.
SOSEGADO ya el pueblo (y aun aficionado el Cacique á los españoles, por las razones
que en alabanza de ellos les supieron decir las guias) se volvieron donde los habían
dejado, y diciéndole al Felipe de Utre la seguridad en que dejaban el pueblo, y la amistad
que les haria el Cacique en darles buen hospedaje y guias hasta llegar á las Provincias de
los Omeguas, le pidieron licencia para desde allí con los cargueros tomar la vuelta de su
pueblo de Macatoa, pues ya no tenían ellos más que hacer en aquél. Agradecióles el Capitán
28
210
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
lo hecho y bien que los habian guiado, y habiéndoles dado la licencia que pedian, con
buenas y amorosas palabras y otras demostraciones de amistad, tomaron luego la vuelta de
su pueblo. El Cacique de aquella á cuyos umbrales estaban, él mismo les vino á visitar,
acompañado de algunos indios principales y de otros cargados de comidas, con intentos de
saber más de fundamento los que traían los soldados, que se los declararon muy por menu-
do, con que el indio quedó muy del todo sin sospechas de ellos, y aficionadísimo, si bien no
dejaba de admirarse de ver aquel nuevo modo de gente, vestida y barbada y que iban
caminando sobre los caballos, de cuya terrible y feroz vista, no quedaba menos maravillado.
Esta afición con que les quedó este Cacique á los españoles, le hacia temer los males que
él tenia por cierto le habian de suceder, si todavía porfiaban en pasar adelante y entrar en
aquella Provincia de los Omeguas, por saber la muchedumbre que tenia de gente belicosa,
arriscada y brava, criada toda su vida con las armas en las manos, y en militares encuen-
tros, no solo con sus convecinos, sino aun entre ellos, con ordinarias guerras civiles, con
que le parecía ser imposible que si una vez entraban los españoles poderse retirar, aunque
quisiesen. Hacíale también la amistad que les había cobrado, procurar disuadirles do esto,
poniéndoles delante por inconvenientes, ser la gente innumerable y vestida del todo, como
ellos venían, de donde se seguiría que no les tendrían temor como otras naciones desnudas,
y que criaban en sus tierras ciertos animales, que según se figuraban eran como los carne-
ros y ovejas que tienen los indios del Perú, naturales de la tierra ; y que podía ser que
viendo los indios á los españoles en sus caballos, subiesen ellos también en estos animales y
les hiciesen con ellos resistencia á los caballos.
Pero con esto añadía el indio, que tenian grandes riquezas de oro y plata, muchos
géneros de aves, de que comían, como eran pavos y unas gallinas que tenian las papadas
coloradas ; y aun algunos soldados quisieron decir que les habian dado por noticia, tenian
otros animales crecidos, que afirmaban ser camellos, aunque esto siempre se ha tenido por
cosa sin fundamento, y hablilla arrojada sin él y ninguna verdad aPviento. De todos estos
inconvenientes que les ponia el indio, se reian mucho los españoles, en especial con las
buenas nuevas que les daban de mucho oro y grandes poblaciones, y así persuadieron al
indio (ya que estaban dentro de su pueblo, á donde los llevó) les diese guias de confianza
que los metiese en aquella tierra ; á lo que respondió el Cacique, que pues estaban tan
determinados á proseguir adelante, no reparando en lo que les habia dicho él en persona,
les queria ser guia y llevarlos hasta el principio de estas ricas Provincias, por lo mucho que
gustaba de su buena compañía, que no se hallaba un punto sin estar con ellos, y de verles
jinetear y hacer mal á los caballos. Determinados todos en esto, después de solos tres dias
que se detuvieron con el Cacique reformando sus personas y caballos, fueron prosiguiendo
adelante en su derrota, llevando por guia al Cacique su amigo y hasta cien indios, que él
llevaba cargados de comida y el hatillo (que pesaba bien poco) de los españoles, con que
caminaron cinco dias por muy anchos y seguidos caminos, si bien por allí parecía la tierra
inhabitable, hasta que al último, bien temprano, dieron en una aldea de hasta cincuenta
bohíos, con gente, y preguntando el Cacique si era aquel pueblo, ó qué gente eran sus
moradores, respondió que allí solo se recogían los indios que tenian á cargo guardar las
sementeras de los pueblos de adelante. En sintiendo estas guardas la gente nueva que
entraba por sus tierras, tomaron la huida para las casas, no pareciéndoles tenian seguro
fuera de ellas.
Desde este lugar que espantaron los indios, donde hicieron alto por un buen espacio
de tiempo, divisaron todos los soldado^ (á distancia de una medía vista) un pueblo de tan
extendida grandeza, que aunque estaban bien cerca, nunca pudieron ver el extremo de la
otra parte, bien poblado, las calles derechas y las casas juntas, que todo lo alcanzaban á ver
con distinción, y con mucha más una que estaba en medio de todas, que las sobrepujaba
con mucho exceso; preguntándole al Cacique, guia, qué casa tan eminente y señalada era
aquélla, respondió ser la del Cacique de aquel pueblo, que se llamaba Quarica, la cual,
aunque era de aquella grandeza que veian, porque le servia de morada y templo, donde
tenia algunos ídolos y dioses macizos de oro, de grandor de muchachos de cuatro y do cinco
años, y una mujer, que era su diosa, de estatura natural, también del mismo metal, y otras
grandes riquezas puestas allí, como en depósito, suyas y de sus vasallos, que eran innume-
rables. Más adelante, á poco trecho de aquel pueblo, habia otros más principales y grandes
señores, que excedían á éste, sin comparación, en vasallos, riquezas y ganados, y así, unos
tras otros se iban acrecentando los pueblos, en número y grandeza de vasallos y oro. Por
(CAP. VIII).
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
211
‘o cual no hay necesidad de que yo os guie de aquí para adelante, porque si entrando una
vez en estos pueblos sabréis defender vuestras vidas, podréis caminar por estas poblaciones
de una en otra, por la parte que os pareciere, pero para que mejor quedéis informados de
todas y de sus riquezas, desde luego tendré por acertado procuréis haber á las manos uno
de aquellos indios, que se han metido en aquellas casas, y que á él le diesen licencia, sin
pasar de allí para volverse á su casa.
Halláronse d caballo á esta sazón el General Felipe de Utre y todos los demás
que los tenían, y arrimándoles las espuelas corrieron tras los indios de las casas con este
intento, si bien les «alió en vano, pues á ninguno pudieron haber á las manos ni aun darlo
pique, fuera del Felipe de Utre y un Capi’tan Artiaga, que acertaron salir juntos’, y por
llevar mejores caballos dieron alcance á dos indios que iban como venados, con sendas lan-
zas en las manos, los cuales viendo que ya los de á caballo les iban á los alcances, vol-
viendo contra ellos á hacerles rostro, despidieron con tanta destreza sus lanzas, que pasán-
doles á ambos á dos Capitanes los esculpiles á una y en un mismo lugar entre las costillas
debajo el brazo derecho, les dieron unas muy malas heridas, y quedando con éstos victo-
riosos, sin recibir ellos ningún daño, tomaron de una carrera la vuelta de su pueblo, donde
entraron alborotándolo á voces. Juntáronse luego el Felipe de Utre y Artiaga, volviendo las
riendas á los caballos, con los demás soldados, que viendo el desgraciado suceso, quedaron
cortados y perplejos en la determinación que tomarian, si de embestir al pueblo ó retirarse por
entonces. No hacia el Cacique, guía, menores demostraciones de temores, viendo los malos
principios que eran aquéllos para entrar á conquistar gentes tan belicosas, las cuales no
dudaba estarían ya puestas en armas para venir contra ellos, por la cólera y bríos en
que los habrían metido los indios que entraron huyendo en el pueblo, con que tenia por
imposible dejar de morir él y todos los españoles, castigo bien merecido por haber menos-
preciado su consejo y parecer, que siempre fué de que no se metiesen en aquellos dificul-
tosos trabajos.
En esto estaban los españoles y el indio, cuando en confirmación de lo que éste
decia, comenzaron á oirse ruidos y estruendos de grandísimos tambores (que los tenían,
según decia el indio, de cinco y seis varas de largo), grandes fotutos, voces de caracoles y
alaridos de toda suerte de gente, que parecía haberse alterado el mundo para venir sobre
los nuestros, como sucediera si en esto no llegara la noche, que puso estorbo al paso de los
indios, y lo que topara, que cargando en hamacas los indios amigos (vasallos del Cacique) á
los dos Capitanes heridos, pudieran dar la vuelta, como lo hicieron, caminando á paso largo
toda la noche y el día siguiente, sin detenerse en nada, hasta llegar al pueblo del Cacique
amigo, de donde habían salido, donde luego dieron orden de curar á los heridos, por no
haber dejado hacerlo hasta entonces la ocasiones dichas. Tomó esto á su cuenta un soldado
llamado Diego de Montes, natural de la Corte y Villa de Madrid, en España, no porque su-
piese mucho de cirugía, sino por no haber otro que supiese tanto, y así usó, para conocer lo
penetrante de las heridas, de un modo peregrino, que por serlo me determino á decirlo.
CAPÍTULO VIH.
I. Modo con que curó el soldado las heridas.—II. Van los Omeguas en seguimiento de los nuestros
hasta cerca del pueblo del Cacique, donde les dieron una guazabara.—III. Toman desde el pueblo
de este Cacique la vuelta del de Macatoa, y de allí al de Nuestra Señora,—IV, Pónese un desen-
gaño acerca de las conquistas que se hacen con nombre del Dorado.
COMO las heridas estaban entre las costillas, y el soldado se hallase, después de su poca
experiencia, sin tientas para experimentar si caían más altas ó más bajas de las telas
que conmumente llaman entrañas los que no son cirujanos, tomó un indio viejo, harto ya (al
parecer) de vivir, que le dieron en el pueblo y debia de ser esclavo, y poniéndolo encima
de un caballo, vestido el mismo sayo de armas que tenia el General cuando lo hirieron,
hizo que otro indio con una lanza de indios, hecha al mismo modo de aquella con que le
hirieron, le hiriese con el mismo acometimiento que habían herido al General, metiéndole
la lanza por el mismo agujero del sayo, con que quedó herido el pobre indio en el mismo
lugar que lo estaba el Felipe de Utre, y apeándole luego del caballo, le fué abriendo el
Diego de Montes la herida, haciendo de ella anatomía, y halló que caía sobre las telas di-
chas, quedando de la burla el indio sin vida ; tomó luego sus dos enfermos, y rasgan-
212 FRAT PEDRO SIMÓN. (5.a NOTICIA.)
dolos las heridas por lo largo de las costillas, les hizo cierto labatorio con que meciéndo-
los de una parte á otra, como suelen lavar los odres, quedaron limpios de mucha maleza
de sangre cuajada que teuian en el cuerpo y con brevedad sanos. El Cacique y muchos
de sus indios que se hallaron presentes á esta cura, viendo el sufrimiento que tenían los
heridos en la cruel carnicería que hicieron en ellos para conseguir salud, decían que si
muchos hombres traían como aquellos de tan valiente ánimo, que seguros podían entrar en
las tierras de los Omeguas, y confiando en sus armas, vencerlos y hacerlos sus vasallos, no
solo aquellas primeras poblaciones, sino las muchas que estaban más adelante.
Aunque supieron los Omeguas la retirada de los nuestros con la oscuridad de la
noche, no por eso quitaron sus ánimos del todo para no salir tras ellos, como lo hicieron
después de haber retardado algún espacio de tiempo el acelerado paso con que les embis-
tieran, si no se los atajara la noche, y así al primer cuarto de ella, habiendo servido esta
tardanza de que se juntara mayor cantidad do indios, hasta quince mil, antes más que
menos, como después les pareció á los nuestros, fueron en su alcance sin que ninguno de
los soldados ni indios amigos lo supieran, hasta que ya estaban á dos escasas leguas del
pueblo del Cacique, que tuvo nueva de algunos de sus vasallos labradores que andaban por
aquella parte en sus labranzas y arcabucos. Dióla el Cacique al General Felipe de Utre (ó
Uten, como algunos quieren que se llamase), el cual, como no estuviese con la herida para
salir á hacerles frente, dióle el cargo de ello á su Macse de Campo Pedro de Limpias, hom-
bre bien afortunado y experimentado en estas guazabaras ; el cual, ordenando su gente con
el concierto y brevedad que el caso pedia, salió al encuentro á los Omeguas, que ya venían
acercándose á prisa, divididos en escuadrones por una ancha sabana, vestidos todos,
como siempre lo andaban, con levantados penachos, largas lanzas de tostadas puntas, y rode-
las, que eran sus armas. Los nuestros, bien aprestados con las pocas que tenian y Animo es-
pañol, les embistieron, y con el favor divino (que sin él era imposible siendo tan pocos,
pues escasamente llegaban á cuarenta, y de éstos pocos á caballo, quedar alguno con vida
entre más de quince mil combatientes que venían en ellos), aunque al primer ímpetu hi-
cieron los indios resistencia y se defendían razonablemente, revolviendo con más bríos el
Limpias con sus treinta y ocho companeros sobre la multitud de bárbaros, que se prome-
tían, por sor por tantos, tener ya en las manos la victoria, los comenzaron á desbaratar, atro-
pellando con los caballos, alanceando, hiriendo con las espadas de una parte á otra, con tantos
bríos como los había menester la necesidad, con que la tuvieron los indios. Perdido oi ánimo
y brios con que allí habían llegado de irse retirando sin concierto, aunque no huyendo, por-
que eran tan diestros guerreros como esto, á lo cual les obligaba el temor que los ponia la
ferocidad de los caballos más que la do los jinetes, si bien éstos no dejaban de atemorizar-
los mucho.
Y para que lo quedasen más fueron siguiendo la victoria, hasta que ya no retirán-
dose los Omeguas sino huyendo desbaratados del todo, les forzaron á tomar la vuelta de su
pueblo con pérdida de mucha gente que quedó muerta y mal herida en la guazabara y al-
cance, sin quedar ninguno de los nuestros aun con herida de consideración, si bien algunos
dicen que en esta ocasión fué donde hirieron al Capitán Artiaga, y no cuando á Felipe de
Utre: pero qus sea en la una ó en la otra parte, en todas estas vistas y encuentros con los
Omeguas, solo quedaron heridos el Artiaga y Utre. A quien el Cacique amigo con los va-
sallos de su pueblo armados y en escuadrones, estuvieron haciendo cuerpo de guardia,
entre tanto que los demás españoles se las habían con los Omeguas. Con esta victoria que
alcanzaron los nuestros, se confirmó el Cacique y los suyos en el espanto con que estaban
de la valentía de los españoles y la opinión que tenian, de que si con algún razonable nú-
mero embistiesen á los Omeguas, sin duda se harían señores de ellos y de sus grandes
riquezas, por haber visto la fortaleza y buen modo de guerra con que tan pocos habían
muerto y desbaratado á tantos. *
Comenzando ya Felipe de Utre á mejorar de su herida en los pocos dias que se de-
tuvieron después de la victoria en aquel pueblo, determinó que tomaran todos la vuelta del
de Macatoa, y desde él al de Nuestra Señora, donde so determinaría lo que más importase
disponer para tomar de propósito la vuelta y conquista de los Omeguas, que no les parecía
cordura tomarla por entonces con tan poca gente como se hallaba. No les pareció mal la
determinación á los demás capitanes y soldados, y así se dispusieron á la partida, de que no
le pesó poco al Cacique amigo, por estar bien confirmado en su amistad y mostrar gusto de
que estuviesen allí por mucho tiempo, porque tenia intentos de ir aprendiendo de los núes-
(CAP. VIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
21,
tros sus ardides de guerra, modo de vivir político, de que grandemente se habia aficionad
poro cuando conoció la determinación en que estaban de proseguir su viaje, dióles para .
la comida necesaria é indios que la llevasen y guiasen hasta el pueblo de Macatoa, par».
donde dispuesto ya todo cumplidamente al viaje, lo comenzaron á proseguir por los despo-
blados y trochas que habían venido, por donde también les pareció llovarlos á las guias, por
excusar los mismos inconvenientes do los indios Caribes del rio abajo: pero sucedióles que
á la mitad del camino se vieron sin guias, por habérseles huido, con que les fué forzoso ca-
minar solo al tino y confianza de que no podían dejar de encontrarse con el rio Guayan re, y
desde él serles fácil, ya que no fuesen do una á dar con el pueblo de Macatoa, hallarlo el
río arriba ó abajo según donde fuesen á encontrar sus aguas, como les sucedió, pues dieron
con ollas bien arriba de donde estaba el pueblo de Macatoa ; pero reconociendo la tierra y
paraje donde se hallaban, echaron de ver luego quedaba el pueblo atrás, á donde envió Fe-
lipe de Utre al Capitán Limpias con una escuadra, para que hiciesen subir canoas en que
pasasen de la otra banda con algún matalotaje é indios que lo cargasen para el resto del
camino. Partióse Limpias y llegando al pueblo de Macatoa aquel día, volvió otro el rio
arriba con canoas y abundancia de comidas, y habiendo pasado el rio prosiguieron su viaje
sin sucederles cosa adversa hasta llegar al pueblo de Nuestra Señora, donde habia dejado
sus enfermos después de tres meses que habia salido de él en demanda del Dorado.
No fné así el contento con que quedaron el Felipe de Utre y sus soldados en haber
dado vista á estas provincias de los Omeguas, pareciéndoles con eso haberla dado á las del
Dorado, en cuya demanda habían salkjo. Y si les preguntáramos cómo sabían que era aque-
lla la Provincia del Dorado, fuera sin dudf. A hallarse atajados y confusos, sin saber sacar
á luz una razón que convenciera á lo que decía, en especial habiendo sido de tan poca ad-
vertencia, que no la tuvieron de haber algunos indios á las manos, pues pudieran de aque-
llos Omeguas, de quienes se informaran más por extenso, que lo estaban de sus vecinos, de
las calidades de la tierra, sus riquezas y minerales, sus animales y aves, temple y disposi-
ción del país, sus tratos y otras cosas comunes al modo de vivir de los hombres ; y en es-
pecial si habia algún señor que desnudo y dorado el cuerpo entrase en alguna laguna á
hacer sacrificio, que fué el fundamento (como dejamos dicho) por donde se puso este nom-
bre del Dorado; sino que contentándose solo con haber saludado desde los umbrales aque-
llas provincias con las lanzas y muertes que pudieron dar á sus naturales en la guazabara,
quedaron contentos, sin informarse de otra cosa, pareciéndoles habían salido con una que
ningunos otros habían podido aunque lo habían intentado.
De donde se ve cuánta vanidad es salir á estas conquistas á buscar provincias con
título y nombre del Dorado ; pues así como estos soldados decían que la habían hallado,
habiendo hallado ésta do los Omeguas. Lo mismo dijera Jiménez de Quesada si cuando
salió del Reino á buscar otras nuevas tierras, las hubiera hallado ricas, diciendo que aquél
era el Dorado ; y lo mismo su hermano el Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada
cuando salió de esta ciudad de Santafé á descubrimientos con ese mismo título, que ambos
por no haber hallado cosa de provecho, volvieron diciendo no haber encontrado con la Pro-
vincia del hombre Dorado. Lo mismo podremos decir de las jornadas de don Pedro de
Silva, de Diego Hernández de Serpa, de Domingo de Vera y otros que han salido de este
Nuevo Reino con el mismo título ; que si cada cual hubiera hallado provincias ricas en su
descubrimiento, aunque lo hacían en diferentísimas partes, cada uno dijera que él habia
hallado el Dorado, sin reparar en ñ aquella con quien habia encontrado entraba algún
hombre á sacrificar en alguna laguna desnudo y todo el cuerpo dorado. Donde se echa de
ve:* ser cosa sin fuudamento la de aquellos que pretenden conquistas á título de ir á buscar
el Dorado, pues á ninguna parte que vayan se le puede dar otro nombre sino que van á
hacer nuevas conquistas, en que deben estar advertidos los que dan licencias para esto, si
no quieren verse engañados á tiempo que ya no se puede remediar, estando ya gastada la
hacienda Real, como sucedió en la jornada de Domingo de Vera, que le costó tanto aquélla
sola, como le’ha costado todo el resto de las Indias, y todo fué sin provecho, como diremos.
214 FRAY PEDRO SIMÓN. (5.a NOTICIA.)
CAPÍTULO IX.
I. En el pueblo de Nuestra Señora se vieron todos con grandes alientos, enfermos y sanos, por las no
ticias que sacaron de la tierra de los Omeguas—II. Pónese en práctica si será bien ó no volver
desde el pueblo de Nuestra Señora sobre la Provincia de los Omeguas—III. Determínase que Pe-
dro de Limpias vaya con algunos compañeros por más gente y caballos á Coro—IV. Encuéntrase
con Francisco de Caravajal en el Tocuyo y dale cuenta de la jornada—V. Salen los Alemanes con
toda la gente que tenían en seguimiento de Pedro de Limpias, y llegan á Bariquisimeto.
EL contento con que quedaron los enfermos cuando llegó la gente al pueblo de Nuestra
Señora, participado del mucho con que todos entraron en él, fué de manera que les
bastó para alentarse y á algunos para sanar del todo, siendo en ellos verdadero el común
decir, que el esforzarse el enfermo es la mejor y mayor parte de la medicina; porque como
todos se juzgaban ya metidas hasta los codos las manos en las riquezas que les habían di-
cho de los Omeguas y grandes señores de vasallos en aquellas prósperas y abundantes tie-
rras, doblábales el ánimo las fuerzas para ponerse en camino y gozar de ellas, en especial
realzándolas tanto como lo hacían los soldados, que por acrecentar la fama de su descubri-
miento y estimación de sus trabajos, armaban quimeras de cosas que vieron, oyeron y les
sucedieron, dorándolas con tan rodeadas y retóricas palabras, que pareciendo ser el negocio
como lo pintaban, fácilmente aficionaban y levantaban los ánimos de los que los oían, para
hacérseles tarde el llegar á pisar aquella tierra, por parecerles consistía su felicidad en eso,
si bien les sucedió, muy de otra suerte á los capitanes y soldados de esta jornada, pues la
misma codicia que les hizo salir sin saberse aprovechar de lo que tenían entre manos á bus-
car más compañía para volver con más seguro y ciertos á poseer y poblar aquella tierra de
su Dorado, les hizo tener por fin miserables tragedias, por las discordias que nacieron entre
ellos, con que se deshizo la compañía ; mataron al General, y con otros varios sucesos
hasta hoy no se ha podido volver á rastrear aquellas provincias de los Omeguas.
Gran parte de los principios de estas discordias fueron las ordinarias que traían en-
tre sí el Maese de Campo Pedro de Limpias y Bartolomé Belzar, á quien había hecho tam-
bién Capitán el Felipe de Utre y pienso que su Teniente, porque como estos dos se fuesen
estropiezo el uno al otro acerca del mandar y disponer las facciones del campo, y el uno
fuese montafíez y el otro alemán, que hacían la junta que hacen dos gorriones en una es-
piga, andaban siempre con tan grandes acedías de ambición el uno contra el otro, por que-
rer el uno lo mismo que el otro, que era mandar, que no podían tragarse ; antes tras cada
paso se ponían en ocasión de venir á las manos, sin que el buen terciar del Felipe de Utre
y otros, á veces le pudiesen reparar ; si bien la razón principal con que el Bartolomé Bel-
zar cobraba brios para competir con Pedro de Limpias, eran los favores que le daba el
Felipe de Utre, por ser el mozo deudo cercano de los Belzares. Luego que llegaron al pueblo
de Nuestra Señora, puso en práctica Felipe de Utre, para la determinación más acertada
que tomarían en lo que se debía hacer acerca de la vuelta á la tierra de los Omeguas, en
que á unos les parecía seria acertado sin dejar resfriar la ocasión, pues estaban ya alenta-
dos algunos de los enfermos, con que habia más número de soldados, volver luego sobre
ella. Pero Felipe de Utre con los demás tuvo por más acierto no hacer la entrada hasta
verse con más fuerza de gente, y no pudiendo juntarse ésta sin volver á la Provincia de
Venezuela y ciudad de Coro á conducirla, no era posible dejar de dilatarse por muchos días.
Con esto la tuvo el Capitán Pedro de Limpias para poner en ejecución la traza que
dias habia andaba dando para salirse de la compañía de Felipe de Utre y aun tomar ven-
ganza de los desabrimientos que él y el Bartolomé Belzar le habían dado, para lo cual trató
cautelosamente (fundado sobre lo que determinaba el Felipe de Utre) de engrosar su ejér-
cito para la entrada, que le diese algunos compañeros con que salir*á Coro, donde se prefe-
ría juntar una buena compañía de gente, armas y caballos y volver con la presteza posible
á socorrerle, para que con las fuerzas necesarias se pudiese entrar de propósito en los Ome-
guas, con que se excusarían los trabajos que por fuerza habían de padecer los enfermos que
tenían, y podrían en el ínterin que él iba y volvía el reformarse y descausar todos. No pa-
reció mal á las primeras vistas este consejo de Limpias á Felipe de Utre y al Bartolomé
Belzar y á otros muchos; con que le fué dada la licencia que pedia y veinte soldados que le
acompañasen, y con la instrucción que se le dio, quedándose los demás en el pueblo de
(CAP. IX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
215
Nuestra Señora, partió de él y paso largo (sospechando lo que luego sucedió, de que habia
de arrepentirse de haberle dado la licencia) caminó sin detenerse por los mismos pasos que
habían llevado á la ida, hasta que llegó á las provincias del Tocuyo y Bariquisimeto, donde
halló alojado de propósito al nuevo Gobernador (aunque con falso título, como dijimos)
Francisco de Caravajal, que había poco habia entrado en ellas de la ciudad de Coro, de don-
de (como dejamos dicho) sacó todo cuanto pudo y no pudo, en especial todo el ganado ma-
yor que tenia ya de asiento poblado en las 6abanas del Tocuyo y Bariquisimeto, tierra bien
á propósito para él, como se ha echado de ver en el crecimiento grande que ha tenido.
Procuró lo primero el Pedro de Limpias (para el fin de sus intentos) ganar la gra-
cia y voluntad del Caravajal, á que le ayudó mucho el Juan de Villegas, que habia ido desde
Coro con él sin apartársele del lado desde que lo fué á recurrir al puerto de Paraguona; y
habiendo con facilidad entrado en su gracia, le relataron él y sus soldados, lo primero lo
sucedido, y que podia desdorar al Felipe de Utre diciendo que por haber llevado con perti-
nacia el camino de Fernán Pérez de Quesada se habían perdido, pues en una sierra donde
anduvieron con intolerables trabajos algunos días, perdieron todos los caballos, sin escapar
más que ocho. Después contaron el haberles vuelto el rostro alegre la fortuna, habiendo
descubierto la tierra rica de los Omeguas, á donde entendían entrar otra vez; para lo cual
venia á buscar copia de soldados y caballos y volver con ellos al pueblo de Nuestra Señora,
donde le quedaba aguardando con la demás gente el Felipe de Utre, para desde allí partir
todos á lo dicho; junto con esto incitaba el Limpias al Caravajal, que pues tenia suficiente
ejército, tomase á su cargo aquella empresa tan próspera y dichosa como se habia descubier-
to, donde podría (demás de las muchas riquezas que se interesaban) ganar honra y fama
eterna, y que si Felipe de Utre intentaba oponérsele pretendiéndolo como Gobernador de la
Provincia de Venezuela, y que él le habia dado las primeras vistas á aquella tierra, con
enviarle preso á Coro á él y á sus compañeros, librando el derecho en las armas y más poder,
fácilmente se le podrían frustrar sus intentos, pues á todo esto se podría atrever con la
fuerza de gente con que se hallaba. Vínole á Caravajal este consejo de Limpias bien á pro-
pósito de su ambición y condición ^bulliciosa; y así sin más reparar en inconvenientes (ense-
ñado ya á esto desde que entró en Coro) se determinó á tomar el consejo y poner todos los
medios necesarios á que no se le defraudasen los fines de esta jornada.
A pocos dias de como partió para la suya de tornavuelta el Pedro de Limpias del
pueblo de Nuestra Señora, arrepentidos los alemanes Felipe de Utre y Belzar de haberle
dado licencia, y sospechosos del mal tercio que les habia de hacer por los encuentros que
habia entre ellos, tan sangrientos en Coro y en las demás partes que se ofrecieran y que
podrían ser tales los daños que se les siguiesen de un enemigo tan fuerte, que fuesen
dificultosos de reparar, con la mayor presteza que pudieron (y á su parecer el caso reque-
ría) levantaron ranchos del pueblo de Nuestra Señora, y caminando todos á paso largo y las
mayores jornadas que pudieron, iban en los alcances del Pedro de Limpias, el cual hizo
fuesen en vano las diligencias de los alemanes, pues adivinando lo que sucedió, caminaba
más á la ligera que ellos, por no traer enfermos que le retardasen ni habérseles ofrecido en
qué detenerse en todo el viaje. Llegó al fin con el suyo el Felipe de Utre y toda su gente
al desembocadero de Bariquisimeto, donde los naturales (que ya tenían algunos conocidos
desde que pasó) le dieron noticia de cómo en la provincia del Tocuyo estaba un Capitán que
llamaban Caravajal, con otros muchos españoles; con lo cual, como hombre recatado, usando
de los avisos que ha menester la guerra, no queriendo meterse de rondón é inconsiderada-
mente entre gente que aun no sabia si fuesen sus amigos ó enemigos, se rancheó en el valle
de Bariquisimeto para desde allí reconocer qué gente era la que estaba en el Tocuyo, y
disponer sus cosas como conviniese. No estuvo allí muchos dias sin que se viniesen á tratar
los del un Gobernador con los del otro y ofrecerse ocasiones en que no fiándose los unos de
los otros, cada cual puso seguras guardas y centinelas en su alojamiento y gente.
216
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
CAPÍTULO X.
I. Hace demostraciones Pedro de Limpias de su enojo contra los alemanes—II. Avísanle á Felipe de
Ttre sus amigos de los intentos que tiene de prenderlo Caravajal—III. Pásase Felipe de Utre
desde Bariquisimeto y júntase con Caravajal—IV. Convida á comer Caravajal á Felipe de Utre.
con intentos de prenderlo—V. Levántase un alboroto de la una y otra parte, por palabras que
tuvieron los dos Gobernadores y queda con lo mejor el alemán.
O dejaba el Limpias perder ocasión en que hiciese demostraciones de la indignación
que traia contra los alemanes, atizando el fuego por rail modos para encender la de
Caravajal también contra ellos, irritándole á que los prendiese, pues podia con facilidad,
por las conocidas ventajas que les tenia en copia de gente, bien descansada y hechas pagas
adelantadas de libertad de conciencia que tenia dada á todos para todos los modos de inso-
lencias que quisiesen hacer, sin que por ello estuviesen temerosos de ninguna pena, pues do
nada la tomaba el Caravajal, á trueco de tenerlos seguros; pero aunque conocia esto, por
Otra parte, como hombre mañoso y de ingenio agudo, y algo azogado, no le parecia cordura
librar el negocio en las armas donde la victoria no está tan segura, y en las manos de aque-
llos que se la prometen, fiados en conocidas ventajas que no suele suceder muy de otra
suerte y revolverse favorable y victorioso tiempo, para quien no se pensaba; y así pretendía
más con sagaces disimulos que con armas atraer á sus ranchos al Felipe de Utre, para allí
con más seguro hacerse señor de él y lo que le pareciese.
No eran tan en secreto estas trazas del Caravajal que no se las escribiesen luego al
Felipe de Utre algunos de sus soldados, que demás de ser sus amigos desde Coro, estaban
desabridísimos en la compañía del Caravajal, por la violencia con que los sacó de su casa y
ciudad, forzándolos á seguirlo el haberles despojado de todas sus haciendas y ganados, á
título de que los habia de meter en el Nuevo Eeino de Granada, donde á subidos precios
los venderían, y con grande copia de oro volverían á la quietud de sus casas ; si bien todo
fué engaño, como hemos visto y veremos. Por esto avisaba al Felipe de Utre todo cuanto
el Caravajal disponía, y que no se deshiciese de su gobierno y el título que tenia de Capi-
tán general, pues él lo era legítimo y el Caravajal lo habia usurpado muy á lo tirano (que
este título le da Herrera), porque si la Audiencia de Santo Domingo habia hecho algún
nombramiento de Gobernador y oficiales de justicia, por haber entendido que él era muerto
ó perdido, por haber tantos días que habia salido á la jornada; pero que nunca habia sido
su intento derogar las provisiones que le tenia dadas la Audiencia, conforme al asiento
hecho con los Belzares; prometiéndole en secreto sobre todo esto los que le avisaban, que los
hallaría para todo lo que se quisiese servir de ellos. No ponía pocos bríos esto al Felipe de
Utre para tener por suyo aquel gobierno y título de Capitán general, con que pretendía
disponer y gobernar la tierra; pero como sobre estos títulos (en gente que tiene vueltas las
espaldas á Dios y al servicio de su Rey) suelen ser las fuerzas del ejército, el que lo tiene
mayor por punta de lanza suele adquirir mayor (aunque violenta) fuerza y demás antigua
jurisdicción que provisiones y poderes reales.
Entre estas mañosas demandas y respuestas de ambas partes, lo fué tanto el Carava-
jal en seguir sus ardides y trazas (que las tenia agudísimas como hombre vaqueano de estas
Indias, donde todo es menester á las veces) que dándole á enteuder al Felipe de Utre con
prendas ciertas de seguro, que no se haría en su campo, ni en toda la tierra, otra cosa de lo
que él quisiese ordenar, lo fué sazonando de manera que de conformidad se trató (trazán-
dolo así el Caravajal) se nombrasen personas de ambas partes bien intencionadas, que viesen
las provisiones de ambos y estuviesen á lo que estos arbitros sentenciasen, ó que ya que no
gustase de esto el Felipe de Utre, ambos de conformidad gobernasen la tierra y gente de
guerra, y juntos fuesen á poblar y conquistar lo que traían descubierto del Dorado. Era de
tan buena masa el Felipe de Utre, que creyendo había de ser así todo esto, dejando su pri-
mera determinación, que era de no sujetarse á su gobierno ni querer parejas con él, levantó
ranchos de donde estaba en Bariquisimeto, y se fué con toda su gente de servicio y solda-
dos á la ranchería del Caravajal en el Tocuyo, con que se acabó de destruir, como se lo
anunciaron sus amigos, que conocían bien al Caravajal; el cual recibió al Felipe de Utre y
sus soldados con demostraciones” falsas de alegría, y lo hizo alojar en lo mejor de los rau-
(CAP. X.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
217
chos, pretendiendo en todo paliar los intentos que traia de quedarse solo con el gobierno, á
que no ayudaban poco los malos terceros que tenia en contra el Felipe de Utre; si bien
tampoco á él no le faltaba quien le incitase contra el Oaravajal; de suerte que luego quo
estuvieron juntos se comenzaron á convertir en grandes llamas de enemistad las que basta
allí solas eran centellas. Con éste y tener tan fijo el pasar adelante con sus deseos el Carava-
jal, comenzó luego á dar muestras de ellos, y que habia sido fingido cuanto le habia prome-
tido al Felipe de Utre en razón de la igualdad de gobierno; si bien iba disimulando en co-
sas, aguardando ocasión y á veces ofreciéndola para poderlo prender sin ruidos; porque,
aunque se veia con más fuerza de gente que el Felipe de Utre, no estaba tan satisfecho de
todos que no tuviese más sospechas que seguro de la mayor parte de ella, y que si se ofre-
ciese ocasión, antes le ofenderían que defenderían.
No dejó de alcanzar todos estos lances el alemán (confuso ya de lo que habia hecho en
juntarse con el Caravajal, con que andaba muy sobre aviso, acompañado siempre de sus
familiares y excusando toda ocasión en que la pudiese tener el Caravajal para efectuar sus
intentos. Lo cual entendido también por el mismo Caravajal, dispuso una (en que se cono-
cieron bien á lo claro, en especial por el Felipe de Utre y los suyos, que andaban como
sobre brasas), y fué convidar á comer al Felipe de Utre á su posada para ejecutar la prisión,
si en esta acción se podía hallar ocasión de ello. No rehusó aceptar el convite el Felipe de
Utre, porque no entendiera, de lo contrario, era falta de ánimo, si bien con evidencia, como
hemos dicho, conoció el que tenia el Caravajal en el convite. Pero dispuso primero el
alemán al Bartolomé Belzar y á sus amigos, que estuviesen sobre aviso y con las armas en
las manos, para que en oyendo algún bullicio en la casa del convite, acudieran á defenderle.
Con lo cual, yendo él bien apercibido de todas sus armas secretas, y las públicas comunes
á los Capitanes, y con el recato que era menester para entrar á comer en casa de su enemi-
go. Llegada la hora, se sentaron á comer, y se acabó la comida con quietud, sin que se
intentase cosa alguna, por haber entendido el Caravajal, de avisos que le habían dado, la
gente que dejaba prevenida el Felipe de Utre, el cual, levantándose de la mesa, visto que
todo estaba sosegado y que no se habia intentado nada hasta allí de lo que él sospechaba,
tomó la mano y comenzó á decirle al Caravajal, que pues nada de lo que habia prometido
cumplía, ni parecía tener intentos de cumplirlo adelante, antes con violencia, fundada más
en la fuerza de su gente que en el derecho de su justicia, quería detenerlo allí ; él trataba
de irse con sus soldados á Coro, para de allí tomar la vuelta de Santo Domingo á dar cuenta
del suceso de su jornada á la Real Audiencia que lo habia enviado á hacerla.
El Caravajal, con ánimo ya medio alborotado, le respondió que licencia tenia para
irse, donde y cuando quisiese, pero que no habia de llevar consigo la gente, ni tuviese
atrevimiento de allí adelante á llamarse General, ni Gobernador, ni aun Teniente, pues ya
sus provisiones habian espirado y estaban derogadas, y que en aquella Gobernación no tenia
otro jurisdicción sino él, á quien la Audiencia habia enviado por Gobernador. No le falta-
ron palabras al Felipe de Utre con qué replicar y contradecir á éstas, con que comenzaron
luego, por las del uno y del otro, á mostrarse los fuegos de enemistad que ardían en los
pechos de ambos, apellidando cada cual el favor del Rey, incitando á sus soldados ¿ que
tomando las armas se diese fin á aquellas disensiones y arraigadas enemistades, apagando
estas llamas con la sangre del que menos pudiese. A las primeras voces que oyó de esto el
Bartolomé Belzar (como bien prevenido y de gallardos brios, y que deseaba emplearlos en
la defensa del Felipe de Utre), salió de donde estaba, siguiéndole los de su devoción, y con
furia de alemán (que en el primer ímpetu suele ser sobrada y ciega) se fué derecho al
Caravajal, con el estoque desnudo y con intentos de acabarle la vida, como lo hiciera, si
algunos de los soldados neutrales, que luego se hallaron presentes, no se metieran por
medio, reprimiendo la furia de este mancebo. Fuéronse allegando en un punto á la revuel-
ta cada cual de los soldados á la parte de la devoción que tenían intentos de seguir, si
bien algunos estuvieron neutrales, sin acudir á la una ni á la otra, con que la del Felipe de
Utre quedó más valida, y por haberse pasado á ella muchos de los desabridos con Caravajal,
á quien pudiera entonces con gran facilidad el alemán quitar la vida, pues eran muy pocos
los que le habian quedado de su parte al Caravajal, respecto de los muchos con que el Utre
se hallaba ; pero no quiso concluir por este modo las diferencias, huyendo de cobrar fama
de tirano y macular su persona y linaje, y así dejando vivo al Caravajal, subió en su
caballo, y haciendo lo mismo todos sus amigos, tomaron del alojamiento del Oaravajal las
demás armas y caballos que les pareció, al fin como del vencido, y que lo tenian todo á su
218
FRAY PEDRO SIÍIOÍT.
(5.* NOTICIA,)
mano, y apartándose hasta cuatro leguas, se alojaron en el valle de Quibor, con intentos de
causar desde allí (estando plantado tan cerca, y casi á la vista) mayor tormento al Caravajal
y á los suyos; pero vióse en el desgraciado Capitán cumplido el adajio español, que quien á
su enemigo popa, á sus manos muere, como veremos.
CAPÍTULO XL
I. Vuélvense otra vez á hacer conciertos de amistad entre loa alemanes y Caravajal.—II. Trata Cara-
vajal de irse con BU gente en los alcances de Felipe de Utre, la vuelta de Coro.—III. Dan alcance
á los alemanes, y degüéllalos el Caravajal y su gente.
O perdió el Caravajal el tirano brio con lo que le sucedió, antes conociendo la bondad
del Felipe de Utre, se aprovechó de ella para pasar adelante con sus cautelosos inten-
tos, atribuyendo la desgracia que le habia sucedido á la fortuna, que no tiene siempre en
un punto su rueda, que también le era causa de esforzarse, con esperanza de que si en
aquella ocasión le habia sucedido mal, en otra le iria bien, y así dando cautelosas trazas
como poder recobrar de Felipe de Utre las armas y caballos que le habian llevado, envió á
su Maese de Campo Juan de Villegas y á un clérigo y á un Melchor Grusel con un Escriba-
no, todos amigos suyos, para que le agravasen el delito que habia cometido en haber tomado
las armas contra un Gobernador del Rey y haberlo querido desbaratar y quitarle las armas
y caballos efectivamente, que tenia para defender la tierra, por donde sin duda habia gran-
demente do ser castigado por la Real Audiencia si lo sabia, y así que seria mejor volverse
ambos á confederar y tornar á Caravajal sus armas y caballos y lo demás que le habia
tomado, y rogarle, como á Gobernador que era de aquella tierra, que lo perdonase á él y á
todos los demás. No estuvo á los principios muy en esto el Felipe de Utre y Belzar; pero
tratóse con tanta eficacia por los mensajeros el negocio, que sacaron á los alemanes á que
viniesen en ello, con condición que se les diese á su gente todo lo que de sus haciendas se
les habia tomado en el Tocuyo, que no dejaba de ser buena cantidad, sacando también
algunas condiciones de parte de los agentes del Caravajal, como fueron, que se restituyese
también (demás de las armas y caballos) lo que los soldados de Felipe de Utre habian
tomado á los del Tocuyo, y que los soldados de Caravajal, que se habian salido con el Felipe
de Utre, pudiesen, si quisiesen, volverse libremente al Tocuyo, y se pudiesen quedar de los
mismos de Felipe de Utre con Caravajal los que tuviesen gusto.
Este concierto se hizo por ante el Escribano que vino del Tocuyo, y lo firmó el Juan
de Villegas en nombre del Caravajal, que después también lo firmó, con que se le volvieron
las armas y caballos que se le habian tomado, no embargante que á todo esto eran de con-
trario parecer los amigos del alemán, avisándole que no se prometiese ningún seguro en los
conciertos del Caravajal, por ser nombre cauteloso y haber tomado aquel modo de vivir
tiránico, de quien es propio andar siempre con tratos dobles. Al fin confirmadas las paces y
amistad con esta escritura, tomó Felipe de Utre luego la vuelta de Coro con los que le qui-
sieron seguir, que fueron bien pocos, y á pequeñas jornadas y con menos orden y recato que
debiera tener, por entender dejaba las espaldas seguras con lo hecho. A los ocho dias de
camino entró en la serranía de Coro, en los cuales viéndose Caravajal ya con sus armas y
caballos y reforzada su gente, tuvo lugar para disponer el salirle en los alcances; y para que
con más voluntad acudiesen sus soldados á la que tenia, de dar fin á las enemistades, ponién-
dolo á la vida del Felipe de Utre, los juntó é hizo una plática diciéndoles que si eran hijos
de españoles y en ellos se enseñoreaba el valor de la sangre de sus antepasados, no era posi-
ble dejasen de haber sentido cada uno por sí la afrentosa injuria que á todos habian hecho
aquellos mancebos extranjeros favorecidos de algunos españoles, que no mirando las obli-
gaciones de ser hijos de España, se habian atrevido á darles favor para despojarlos de sus
haciendas, fiados en no sé qué título mohoso que decia tener de Gobernador y Capitán ge-
neral, al que lo es legítimamente de toda la Provincia de Venezuela; y que no era de sentir
menos el haberles vuelto sus armas y caballos á los que estaban presentes, pues esto habia
sido con un afrentoso concierto, y casi dando á entender les hacían merced de ellas y aun
de las vidas, que todo cede en descomedimiento de nuestro Eey y Señor, cuya persona yo
aquí represento; y no es menor el sentimiento de las cosas que he dicho que el que tengo,
de que sin duda se irian gloriando de lo hecho, divulgándolo por todos los de su nación á
boca y con cartas, cosa abominable y de perpetua afrenta á la nuestra.
(CAP. XII.)
NOTICIAS HISTORIAESL Ó CONQUISTAS DE TIERRAF1RME,
219
Irritábalos con esto los ánimos á que todos lo tuviesen en defensa de su propia honra
y de la de su patria, no dudando de tomar las armas y seguirle para la prisión que preten-
dia hacer de los dos alemanes y los que le seguian, amenazando (á vueltas de esto) á los que
con mano floja y ánimo desganado acudiesen á una cosa que decían ser tan del servicio de
Dios y del Rey; y que al que no quisiese acudir á darle favor en cosa tan justa, algún dia
le lloveria á cuestas el justo castigo de su ánimo rebelde; y para que nadie lo estuviese fun-
dado en escrúpulos si él era ó no Gobernador de aquellas Provincias, sacó delante de todos
los títulos que tenia de eso, y haciéndolos leer públicamente, se los fueron mostrando á cada
uno en particular para que viesen estar sellados con el real sello; con lo cual y haber visto
claramente que era nombrado en ellos Gobernador (si bien era todo falso, porque tenia ha-
bilidad el Caravajal para estas y otras muy mayores maldades) y por las amenazas que les
había hecho, hicieron demostración algunos (en especial los que tenían alguna enemistad
-con los alemanes) de irlos siguiendo en su compañía. Lo que se dispuso con brevedad por
parte del Caravajal, no dando lugar á que se mudasen los ánimos que habían dado color á
esto con la dilación del tiempo; y así gastando solo el que fué menester necesariamente
para disponer el viaje, lo comenzaron y prosiguieron á largas jornadas, por ir los más á ca-
ballo, y en pocas se pusieron con los alemanes y su gente, que, como dijimos, caminaban
despacio y con menos orden y cuidado que tenían necesidad, y estaban rancheados á las
barrancas de una quebrada honda.
No se alborotó el Felipe de Utre ni su gente á la llegada del Caravajal, por habar
sido con mansedumbre y dando muestras de estar todavía en la amistad que habían dejado
concertada; y así sin alborotos, apeados de sus caballos, por llevar mucha más fuerza de
gente el Caravajal que el Felipe de Utre, le hizo luego prender y al Bartolomé Belzar, y á
un Palencia, y á un Romero y á otros sus más familiares, procurando el Caravajal sosegar
con buenas palabras á los demás, que se hizo con poca dificultad, por no haberse atrevido
ninguno á tomar armas, viéndose sin Gobernador por estar preso; si bien algunos tomaron
las de los pies la vuelta de Coro, tras quienes envió el Caravajal gente en vano, pues no les
pudieron dar pique. Luego sin más dilación mandó el Caravajalá un negro que amarrase
fuertemente las manos, como á malhechores, á los dos alemanes y á los demás presos, y que
con un machete les fuese (como lo hizo) cortando las cabezas. Estaba el puñal tan voto do
haber servido en otras cosas, que más agolpes que cortando con cruel tormento y agonía de
les pobres pacientes, sobre la misma tierra, sin poner nada debajo, les fué cortando á todos
las cabezas, sin que aquel bárbaro tirano mostrase alguna alteración en esta villana cruel-
dad, antes complacencia, por verse con aquello, á su parecer, ya señor de la tierra, á que le
ayudaban, como le habia incitado hasta allí, á abreviar aquel nefando hecho, algunos Capi-
tanes, émulos de los alemanes, como eran el Pedro de Limpias y un Sebastian de Armacea
y otros. Despachó, como dijimos, luego el Caravajal cincuenta hombres tras los que se ha-
bían escapado, y otros que iban delante del Felipe de Utre la vuelta de Coro, aunque no
los hallaron. A este atrocísimo hecho, sin ninguna razón ni causa, le movió el Caravajal
por pura crueldad y por el temor que tenia no volviese sobre él el Felipe do Utre, habién-
dose reformado de gente en la- ciudad de Coro; porque según se supo de cierto, llevaba in-
tentos de recoger la que pudiese y dar la vuelta con brevedad sobre él, y á fundar tres
pueblos, uno en el valle de Bariquisimeto, otro junto á los dos rios grandes Apure y Zarare
y otro en el que hemos dicho de Nuestra Señora, para que fuesen escala á la entrada de las
conquistas de los Omeguas, y aun los tenia también de poblar en la Burburata; ya era esto
á los fines del año de mil y quinientos y cuarenta y cinco, ó entradas del de mil y quinien-
tos y cuarenta y seis.
CAPÍTULO XII.
I. Muertos los alemanes, toma Caravajal la vuelta del Tocuyo, donde fué prosiguiendo sus insolen-
cias.—II. Por las nuevas que tuvo Frías de las insolencias de Caravajal, abrevió la vuelta de
Coro.—III. Van quejas de la Gobernación de Venezuela á España, sobre el mal gobierno de los
alemanes.—IV. Quítales el Rey el gobierno por eso y no haber cumplido con las capitulaciones
que hicieron, y provee por Gobernador al Licenciado Tolosa.
PARECIÉNDOLE á Caravajal habia quedado victorioso con la traición que habia he-
cho, sin dejar pasar de allí á ninguno de los de Felipe de Utre la vuelta de Coro (si
bien algunos dicen dejó seguir su camino á los que quisieron, sin dársele mucho que
220
tfRAY PEDRO SIMON.
(5.* NOTICIA.)
llevasen las nuevas de su ruin hecho) tomó con la demás gente la vuelta del Tocuyo, con
intentos de hacer lo mismo ó cosa semejante en llegando allá con todos los soldados de Fe-
lipe de Utre, en especial con aquellos que más se habían señalado contra él en los en-
cuentros pasados, para lo cual los hizo poner á todos en una copia, porque no se le olvi-
daran los nombres, con intentos de ir ejecutando en ellos la muerte que pretendía darles
á la sorda y en ocasiones que estuviesen más descuidados, para con este modo hacer su
hecho sin alborotar más, ni que volase su nombre con título de tirano, como si lo hecho
hasta allí no fuera bastante con la confirmación que dieron á esto los hechos que después
fué continuando con muertes de muchos, por harto leves ocasiones. Para lo cual haciendo
cortar todo el monte de árboles altos y bajos de que estaba cercada la ranchería, para que
quedara más descombrado el sitio, mandó que lo reservasen entera y sin cortarle una rama
una valiente ceiba, cuyas ramas le servían de horca para los muchos que justiciaba, á
que era tan aficionado, que si algún amigo le aconsejaba se fuese á la mano en esto, era
bastante ocasión para perder su amistad y aun echarlo de su compañía, como le sucedió á
un Pedro de San Martin, que tenia cargo de factor, íntimo amigó suyo, el cual viendo las
ordinarias crueldades é insolencias que á cada paso hacia el Caravajal, pareciéndole estar
obligado en ley de amistad y servicio de Dios á irle á la mano en ellas, lo hacia con ami-
gables palabras, y esto tantas veces y con tantas veras, por ser tantas las ocasiones que se le
ofrecían para ello, que se vino á enfadar el4Caravajal, de manera que de todo punto vino á
negarle su amistad y aun á buscarle causas por donde desterrarlo de su compañía, temién-
dose que quien le iba á la mano en las cosas que hacia, podría juntarse con algunos otros,
que tampoco sentían bien de ellas y causarle algún motin ; y así se determinó (no atre-
viéndose á matarlo, aunque tuvo propósitos de esto, por el temor que dijimos tenia de
cobrar nombre de tirano) á desterrarle á Coro, y no estando seguro aun allí de él, que lo
pasasen preso á la isla de Santo Domingo. Solia él decir (después del hecho de los alema-
nes) que de aquello no le venia á él ninguna infamia por haberse atrevido sin haber
tenido respeto á la persona Real que representaba, y así solo se temía no se le siguiese
alguna de otros hechos atroces, como si no lo fueran los más que hacia.
No fué perezosa la fama en llevarlas nuevas al Licenciado Frías á Cubagua, de las
insolencias que comenzó á hacer Caravajal luego que entró en Coro, y de la mala cuenta
que daba de lo que le habían encomendado, con que le fué forzoso abreviar con la resi-
dencia en que estaba y venir á Coro, pero fué ya á tiempo que habia salido de allí el Cara-
vajal y dejado la ciudad tan robada como dijimos ; con que aunque supo el Frias que
estaba alzado y que iba prosiguiendo en sus desatinos en la gobernación y ranchería del
Tocuyo, y tuvo ánimo de ir contra él, no se halló con bastantes fuerzas, pues aun con
trabajo las tenia de gente para la defensa de la ciudad ; si bien luego procuró traer alguna
de otras partes, pero con el poco caudad de la tierra iba esto despacio, y las insolencias del
Caravajal muy aprisa, hasta llegar á lo que hizo con los alemanes, con cuya nueva en
llegando á Coro, que fué con brevedad, después de las muertes, se causó harto sentimiento,
porque el Felipe de Utre era amado de los soldados, y gobernaba bien y con dulzura, y el
Licenciado Frias se alentó un poco máa para salir al castigo del delito ; pero no siendo aún
bastantes las fuerzas, ó por ventura su ánimo, se quedó eso para otra ocasión (como luego
diremos) que no se dilató mucho, porque aunque Dios consiente, no para siempre, pues
tarde ó temprano, nunca deja (usando de su misericordia) sin castigo á los malos, y suelo
á las veces la gravedad recompensar la tardanza que ha tenido.
Luego que murió Jorge de Espira, como viraos, en la ciudad de Coro, con la nueva
de su muerte fueron también á España á los oidos del Emperador y su Real Consejo de
las Indias, graves y muy particulares quejas é inconvenientes que se seguían en toda la
gobernación de Venezuela con el gobierno de los alemanes, así de parte de los que la ha-
bían gobernado hasta allí, como de los factores de los Belzares, que siendo muchos y an-
dando todos á más cojer, habían destruido y desolado del todo” algunas Provincias de los
naturales, habiéndoles hecho esclavos, contra la moderación con que las leyes daban licen-
cia para esto, y aun todavía pasaban adelante con ello contra las nuevas que totalmente
lo prohibían, que como dijimos habían llegado ya en este tiempo, dos años habia, á esta
tierra sin haber hecho ninguno de sus Gobernadores por otros caminos ningún servicio á
Dios ni á la Corona Real, pues ni habían poblado en ninguna parte, como hemos visto,
donde se pudiera asentar la conversión y doctrina para los indios, ni de lo que les habían
robado, ni de los demás, que por otros muchos modos habían adquirido, habían pagado
(CAP. XIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE T1ERRAFIR1IE.
221
los reales quintos, ni cumplido las capitulaciones y asientos quo hicieron cuando se les con-
cedió la conquista de estas tierras, como dejamos dicho. Añadíase á esto la notable opre-
sión y fuerza que recibían de oliólos españoles que vivían en la gobernación, porque á título
de haberles fiado algunas mercaderías, que de ordinario traían para esto de Castilla, los
forzaban con amenazas que los habían de destruir por las deudas, á que entrasen en jor-
nadas dificultosísimas, sin otro provecho más que para ellos.
Por todo lo cual determinó el Consejo quitar á los Belzares totalmente aquel go-
bierno, nombrando por Gobernador y Juez de residencia (y para que también la tomara
en la ranchería de perlas del,, cabo de la Vela) al Licenciado Juan Pérez de Tolosa, el cual
despachado del Consejo, se dio, con la brevedad que le ordenaron, á la vela, y con buen
viaje llegó á la ciudad de Coro, al mismo tiempo que la nueva de las crueles muertes que
había dado Caravajal al Felipe de Utre y los demás, con que halló envuelto allí al Licen-
ciado Frias eu juntar gente y disponer lo necesario á la jornada que quería hacer al To-
cuyo al castigo de Caravajal. Cesó esto con su Uegadn, tomándola ya el Tolosa á su cuenta,
para lo cual procuró despacharse con brevedad de la residencia del Licenciado Frias, como
lo hizo, dándolo por buen Juez, y enviándolo á Santo Domingo con la nueva de las muer-
tes y tiranías de Caravajal y cómo intentaba hacer jornada en su alcance la vuelta del
Tocuyo, para averiguar sus causas y juzgar de ellas lo que más conviniese. Fueron luego
llegando á Coro algunos soldados que se iban desgarrando del Caravajal, con temor de las
amenazas que les tenia hechas, de que habían de morir á sus manos ; ele los cuales supo To-
losa las tiranías que iba continuando el Caravajal,que juntas estas relaciones con las que ha-
bía hallado en Coro, le irritaban por horas más el ánimo y acrecentaban los deseos de abre-
viar el viaje para el Tocuyo, y por sacar de peligro y riesgo de muerte en que le decian
estaban otros muchos soldados de la misma compañía del Caravajal, por odio que les tenia,
fundado solo en su crueldad.
CAPÍTULO XIII.
I. Sale el Licenciado Tolosa de Coro, y llegando al Tocuyo sin ser sentido, prende al Caravajal.—
II. Hace una plática el Gobernador á todos los soldados, y muéstrales las provisiones que traía,
á que todos obedecieron.—III. Despacha al Capitán Lozada para que las notifique al Capitán
Ocampo, que andaba en ciertas conquistas.—III. Procede Tolosa á la averiguación de las causas
de Caravajal, y sentencíalo á muerte.—V. Ejecútase la muerte.
CON la gente que tenia ya levantada en Coro el Licenciado Frias para la ida del To-
cuyo, al castigo de las insolencias de Caravajal, y alguna que vino en su com-
pañía, salió de la ciudad el Gobernador Tolosa, llevando buenas y ladinas lenguas para el
paso de las provincias y de los indios, gran vigilancia de que no se le diese aviso de su ida al
Caravajal, caminó la vuelta del Tocuyo á paso largo y grandes jornadas, y dándose en todo
buena maña, sin ser sentido, amaneció un dia con su gente sobre los ranchos del Cara-
vajal, y cercándolo con cuidado y mucha advertencia, fué preso y puesto en buen re-
cado, con la guarda de seguros soldados que el caso requería ; y por no saber de las volun-
tades de todos los que el Caravajal tenia en su compañía (si eran de su devodion ó
contrarias, y por ventura conjurados, como lo suelen estar los soldados de los tiranos en
defensa de sus cabezas) hizo juntar luego (con mucha modestia, y sin muestra alguna de
violencia ni bríos) en su posada á todos los que en aquella sazón estaban con Caravajal en
los ranchos, porque la mayor parte de su gente habia ido con un Capitán llamado Juan
de Ocampo, á descubrir cierta Provincia y pueblos de indios, cerca de allí, porque no ha-
biendo querido Caravajal seguir el primer propósito que tenia, ni cumplir la palabra que ha-
bia dado á Pedro do Limpias, de ir á poblar los Omeguas, que dejaba descubierto el Felipe
de Utre, por parecerle jornada muy larga y de mucho riesgo, y aun infamada de mal afor-
tunada, por haberse perdido en ella tanta gente, como hemos visto, habia mudado de inten-
tos y determinado entretenerse por aquellas Provincias del Tocuyo algunos dias, por
ventura esperando saber lo que sucedía en Coro, después de haber sabido las nuevas de
las muertes de los alemanes, para después hacer lo que la ocasión le ofreciese.
Juntos ya en su posada los soldados de Caravajal, sin que hubiese hasta allí moví-
dose algún disturbio, les mostró lo primero el Tolosa las provisiones que traia del Consejo,
«n que conocieron haberles ya quitado del todo el gobierno de Venezuela á los Belzares, y
222
FRAY TEDR0 SIMÓN.
(5.a NOTICIA.)
hablándoles con suavidad y elocuencia, les declaró el intento de su venida á aquel puesto,
que no habia sido para agravar á nadie, sino para darles toda libertad y contento, pues el
Key no soló habia quitado la jurisdicción á los Belzares (como constaba de sus provisiones)
pero aun también habia mandado que ninguu soldado fuese detenido contra su voluntad,
en jornadas ni en cárceles, por ninguna deuda que le3 debiese, y que así comenzasen á
gozar desde luego de esta libertad que su Majestad les hacia, y que ninguno se alborotase
de ver que tenia presto al Caravajal, pues solo lo habia hecho por ser el camino aquél de
la judicatura, y para con más quietud ser informa-do de lo que convenia al servicio de Dios
y del Key, y el bienestar de todos ellos, y que si hallase en él cosa indebida ó indigna de
su persona y cargo, que lo enviaría á la Real Audiencia de Santo Domingo, donde fuese
oido y sentenciado. Con estas y otras razones que el Tolosa supo decir á los de la junta,
dio notable gusto á los que no estaban bien con las cosas del Caravajal, por parecerles habia
ya llegado el tiempo de su libertad, y á sus amigos esperanzas de los buenos sucesos que le
deseaban (tanto puede como esto un buen modo) y así todos de conformidad respondieron
á una boca, que lo que sa Majestad habia hecho en enviarle á él por Gobernador, era
resolución de un tan clemente y piadoso Emperador, como todos lo publicaban, como
también les parecía ser gran prudencia y acciones de desapasionado Gobernadora importan-
tísimas á la ocasión presento, las que él intentaba hacer.
Tomaron ccn esto las provisiones de su gobierno, que se acabaron de leer, y con las
cortesías que de tiempos muy antiguos suelen usar los castellanos al recibir las provisiones
y sellos de su Rey, las besaba cada cual de por sí, y ponia sobre lo alto de su cabeza, en
señal de que las obedecían y pasaban por lo que se les mandaba por ellas, prometiendo al
Gobernador estarles sujetos y obedientes en lo que de parte del Rey (“cuya persona repre-
sentaba) les ordenase. Hecho esto, con que quedaron del todo sin alguna alteraciou, y
sosegados los ánimos de todos, con la presteza posible ordenó el Gobernador Tolosa al Ca-
pitán Diego de Lozada, que llevaba consigo, fuese con una buena escuadra de los soldados
que habia traído, la tierra adentro, en demanda delH^apitan Juan de Ocampo, que con el
resto de la gente de Caravajal (como dijimos) andaba en aquellas Provincias, y llevase un
tanto de las provisiones y recados que habia traido, y mostrándolas al Capitán y gente que
andaba con él, les hablase con afabilidad y procurase aquietar los ánimos de todos, de
manera que se atajasen los pasos á todo rastro de sedición y bullicio, que diese muestras
de encenderse, dándoles á entender que su venida era, más para dar á todos sosiego y quie-
tud de ánimos, que para inquietarlos; y finalmente, que hiciese en todo como él se prometía
de un hombre de sus prendas y buenas partes, y según la satisfacción con que de él quedaba
esperando que volviese con la brevedad posible, juntamente con el Capitán Ocampo y sus
soldados.
Súpose dar tan buena maña el Lozada á todo, que no solo le obedecieron todos de
conformidad, como deseaba Tolosa, pero aun con muestras de alegría se juzgaban por
dichosos en haber alcanzado ya el venturoso tiempo que por horas estaban aguardando,
para quedar libres de las opresiones y tiranías de Caravajal, con que tomaron todos, en
amistad, la vuelta del Tocuyo, donde los recibió el Gobernador Tolosa con mucho gusto, y
viendo el que todos tenían de estar á lo que él dispusiese, y con muestras deseosas de saber
el castigo que las sediciones de Caravajal habia de tener, comenzó luego á proceder en sus
causas, y aunque pudiera abreviar con ellas, con el rigor y presteza que contra los semejan-
tes suele disponer el derecho se use para evitar los inconvenientes que la dilación de causas
arduas, como lo era ésta, suele traer consigo, no quiso, pareciéndole (como era así) tener
segura la disposición del caso, sino irse muy al paso de los términos judiciales ordinarios
del derecho, criando Fiscal, que de parte de la justicia acusase al Caravajal do los delitos
atroces que con tiranía habia cometido, y concluyendo la causa sin faltar un punto de los
ápices del derecho, habiendo dado cargos y recibido descargos, le condenó á que fuese arras-
trado por los lugares más públicos de la ranchería, y ahorcado en**la misma ceiba que él
habia reservado para ahorcar los demás, y con quien de ordinario amenazaba á los que
tenia particulares odios, y que después fuese hecho cuartos y puesto en cuatro caminos, en
manifestación y castigo de sus graves delitos.
Sucedióle al Caravajal con esta ceiba, lo que á Aman, privado del Rey Azuero, con
la horca que levantó para colgar en ella á Mardoqueo, tio de la Reina Esther, pues se
revolvió el tiempo y cosas de manera que en la misma horca fué colgado el desastrado
Aman, quedando libre Mardoqueo, por estarlo de la culpa porque quería Aman fuese
(CAr. XIV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRRAFIME.
223
colgado. Apeló Caravajal de esta sentencia para ante el Rey, alegando que por leyes del
reino estaba mandado que ningún Gobernador fuese condenado á muerte, sino por el supre-
mo y Real Consejo de las Indias. Tomaron también la mano los principales Capitanes y
soldados, que estaban con el Gobernador Tolosa, rogándole I3 admitiese la apelación, que
todo fué perder tiempo, porque constándole con evidencia al Gobernador los graves y
atroces delitos del Caravajal, y considerando que si dilataba su muerte, según era de
mañoso, cautelosamente podria atraer á sí algunos amigos que lo soltasen, con que se vol-
viesen á innovar otros bullicios y tiranías de mayor daño que los pasados, antes pareció
convenir (como lo hizo) se abreviase con la ejecución de la justicia. Y así, hallándose él
mismo presente, por lo que pudiera suceder, fué sacado el Caravajal de la prisión en que
estaba, y habiéndolo arrastrado por donde decia la sentencia, lo ahorcaron en la ceiba, con
que dieron fin sus dias y maldades, quedando él castigado, si bien no como merecía, fué
como en e&te mundo se pueden castigar delitos tales, y muchos escarmentados, con que
quedó todo el campo quieto, Y fué cosa de notar, que luego que colgaron al Caravajal, con
ser el árbol de los más viciosos de estas tierras, y que más sustenta el jugo y verdor de sus
hojas en tiempo de secas, comenzó á marchitarse, y por la posta irse secando y consumiendo
hasta que en pocos dias no quedó memoria de él.
Volvieron otra vez los mismos que primero á rogar al Gobernador se sirviese de
que no lo descuartizasen, pues ya habían cesado con aquello los inconvenientes, y podria
serlo fuesen muy grandes, en que viniesen por allí á saber su muerte, y lo atroz que había
sido, los indios naturales de aquellas provincias aborreciesen á los españoles, teniéndolos por
crueles, y quedasen amedrentados, diciendo que si ellos unos con otros hacían aquello, qué
harían con los indios que no eran de su nación. Vino en esto el Licenciado Tolosa con fa-
cilidad, y así lo enterraron en la iglesia, que desde los primeros ranchos que se hicieron
tenían hecha. Ya en este tiempo habia entrado el del año de mil y quinientos y cuarenta
v siete
CAPÍTULO XIV.
I. Fúndase la ciudad del Tocuyo por el Gobernador Tolosa—II. Determina el Gobernador que salga
su hermano con cien soldados á descubrir las Sierras Nevadas—III. Llegan á dar vista á las Sie-
rras Nevadas—IV. Alójanse sobre las barrancas del rio Apure, donde les dan una guazabara loa
indios, de que salieron bien los soldados.
SOSEGADA ya con esta justicia hecha en Caravajal toda la gente que le seguía, de tal
manera que no fué necesario castigar á otro más. que á él, y deseosa de hacer asiento
en aquel sitio, por estar en medio de tantas y tan buenas tierras, bien dispuestas para la-
branzas y crianzas, como después lo fué mostrando largamente la experiencia, y tan llenas
de naturales para poder conquistar y reducir á la fe católica y obediencia del Rey, trata-
ron todos de común pláceme con el Gobernador Tolosa que se le diese á la ranchería título
de ciudad, pues traía facultad para ello, y les señalase vecinos y á ellos solares y tierras
donde pastasen sus ganados. Vino en esto el Gobernador, por tener los mismos intentos,
habiéndole parecido, desde que entró en ellas, las provincias de buenos y templados países;
y así tomó posesión en nombre del Rey, para que allí mismo se fuesen prosiguiendo los
edificios, con título de ciudad del Tocuyo, dejándole el mismo nombre sin ponerle otro nin-
guno de la provincia y rio en cuyas márgenes estaban puestos los primeros ranchos (cosa
muy usada en estas Indias quedarse las ciudades con los nombres propios de las provincias
donde se fundan) como le sucedió á la ciudad de Coro, llamándose así por haberse poblado
en la provincia de los Corianas; y en este Nuevo Reino de Granada, á la ciudad de Tunja,
Tocaima, Ibagué y Mariquita. Repartió el Gobernador solares y estancias; hizo nombra-
miento de Alcaldes y Regidores, dándoles jurisdicción y autoridad de gobierno ordinario
para la administración de la justicia. No se le señalaron por entonces términos, por no haber
otra ciudad con quien competir en ellos, ni tuvo límites de esto hasta que se fueron poblan-
do las de Bariquisimeto y Carora.
No falta quien atribuya la primera fundación do esta ciudad al Francisco de Cara-
vajal, por haber sido el primero que se rancheó en aquel sitio y riberas del Tocuyo y ha-
berse ido estos ranchos siempre continuando sin mudar sitio. Otros la atribuyen al Capitán
Villegas, Teniente del Caravajal, como hemos dicho, por ventura por haberse él adelantado
del Caravajal cuando iban de Coro y tener ya hechos allí los ranchos cuando el Caravajal
224
FRAY TEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA).
llegó con el resto de la gente. Pero sea lo uno ó lo otro, nunca tuvo forma ni nombre de
ciudad sino solo de ranchería, hasta que este año de mil y quinientos y cuareuta y siete, y
en esta ocasión se le dio por Tolosa, con justicia y regimiento, que es la forma y esencia de
la ciudad, á que también se añadió el repartir el mismo Gobernador Tolosa algunos pueblos
de los iudios más cercanos á ella que ya tenían reducidos á media paz, los que habían esta-
do desde sus principios en el sitio, en los mismos que habían trabajado en la reducción con
que quedaron del todo contentos y con gusto en la tierra. Pero por ser tantos los españoles,
que no se podian sustentar acomodadamente en ella, por no tener aún dispuestas las labran-
zas ni ser la cantidad de ganado mayor la que era menester para todos, á persuasión de
algunos ordenó el Gobernador que un hermano suyo llamado Alonso Pérez de Tolosa, salie-
se con una buena parte de soldados, que fueron hasta ciento, á descubrir las provincias de
Sierras Nevadas, que son á cuyo pié está poblada la ciudad de Mérida en este Nuevo Reino.
Las cuales habiau visto, por su mucha eminencia, á la mano izquierda, todos los que hemos
dicho habian pasado por los llanos ó faldas de la sierra en demanda del Nuevo Reino ó pro-
vincias del Dorado.
No falta quieu nos ha avisado que esta salida del Alonso Pérez de Tolosa, de prin-
cipal intento no se ordenaba á otra cosa que buscar caminos para pasar desde aquella ciu-
dad del Tocuyo al Nuevo Reino; de donde si salían con ello podian seguirse ambas partes
grandes provechos con las entradas de ganados que se podrian meter (habiendo por dónde)
de las provincias del Tocuyo en las del Reino; el cual arbitrio fué dado de un Cristóbal
Rodríguez, que ya habia estado en el Nuevo Reino y sabia la necesidad que padecía la tie-
rra de ganado mayor y el mucho valor que tenia en las provincias de él. Y aun pienso fué
éste el primero que por estos llanos que llaman de Venezuela metió en el Reino de este
ganado. Al fin séase lo uno ó lo otro, el Alonzo Pérez de Tolosa se dispuso á salir de esta
ciudad del Tocuyo con cien hombres por este rumbo, entre los cuales (á ruego del mismo
Gobernador su hermano) iba el Capitán Diego de Lozada, más por consejero y para que le
ayudara al gobierno de la gente y estuviera siempre cerca de la persona del Alonso Pérez,
que por soldado; pues por ser persona noble y de larga experiencia, como hemos visto en
tales jornadas, se prometía el Gobernador buenos sucesos en ésta ayudándole á su hermano
en la disposición de todo, para lo cual le dio título de su mano de Maese de campo. Iba
también el Pedro de Limpias (á quien habia sabido acariciar el Gobernador) para que no
se saliera fie aquella gobernación y acompañara también á su hermano en esta jornada.
Que la comenzaron el rio del Tocujo arriba, y habiendo caminado algunos dias,
dejándolo á mano izquierda y atravesando la serranía que hasta allí les iba demorando á la
parte del Oeste, fueron á dar á las vertientes de los larguísimos llanos que hemos tratado
otras veces, y á otro rio que llamaban los indios Zazaribacoa, por aquella parte, y más aba-
jo Guanaguanare, por cuyas márgenes acabaron de bajar á los llanos, por donde caminaron
en seguimiento de su jornada hasta llegar al paraje y vista de las Sierras Nevadas, desde
donde intentaron luego los Capitanes atravesar (para con más brevedad dar en la noticia en
cuya demanda iban) á las provincias circunvecinas de aquellas nevadas cumbres, cuyas
grandezas de riqueza habia extendido la soberbia fama en mucho mayor crecimiento de lo
que después se halló ; cuando por los años de cincuenta y ocho se pobló en ellas la ciudad
de Mérida, como diremos en la 2.a parte. No faltaron contrarias opiniones á esta travesía por
aquella parte de los que pretendían y llevaban por último fin irse acercando al Nuevo Reino
y descubrir camino para efectuar el meter ganado en él, como dijimos. Favorecían su opi-
nión y deseos poniendo poi delante los inconvenientes imposibles que ponia la misma sierra
con su fragosidad tal que hacia imposible el pasaje, como en realidad lo era para toda suer-
te de ganado mayor, pues aun hoy no se ha podido apear esta dificultad para atravesar á lo
llano, desde Mérida, con caballos, y el peón que á pié, sin riesgo de la vida, los atraviesa, no
hace poco. Y así el que quiere entrar en estos llanos es á costa de muchas vueltas, siguien-
do las de los rios y sus peligrosos pasos. *»%
Siguióse por entonces la opinión de éstos, pasando la gente adelante sin detenerse
nadie hasta llegar al rio de Apure, á cuyas márgenes se alojaron á descansar por algunos
dias, en los cuales, huyendo los naturales de las poblaciones circunvecinas, la poca gente de
los castellanos que iba respecto de la que otras veces habian visto pasar y que tomaban tan
de propósito el hacer asiento en sus tierras, intentaron (lo que hasta allí no habian hecho)
probar sus fuerzas con las de los nuestros, convocándose para esto toda la tierra; que juntos
con razonable orden de guerra, una mañana al cuarto del alba llegaron á dar sobre los es-
(CAP. XV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
225
pañoles, que hallaron bien descuidados por no haber hallado hasta allí estropiezo en el
viaje ni alteración de ninguno de los pueblos que habian encontrado; pero como casi todos
eran vaquéanos y bien experimentados en tales ocasiones, sin turbarse un punto en ésta,
no se conoció falta en la diligencia que fué menester para tomar con presteza las armas en
las manos y resistir á la multitud de bárbaros entre quienes se hallaron; y así con facilidad
desbarataron los escuadrones que traían los indios ordenados, haciendo que se aprovechasen
de los pies viendo que no les valían las manos á los que quedaron vivos; y para poderlo
hacer, porque no fueron pocos los muertos y mal heridos, por llevar muchos y buenos caba-
llos los nuestros, que son los nervios y fuerzas de la guerra, donde se pueden servir de ellos
en las que se tienen con estos naturales. Quedaron de los nuestros algunos mal heridos de
yerba, si bien no murió ninguno por la diligente cura, fuera de un soldado que perdió la
vida en el conflicto de la batalla; de la cual quedaron tan hostigados los indios, que no solo
no volvieron á acometer á los nuestros, pero aun en mucha distancia de tierra (á donde pasó
luego el bramo de lo sucedido con éstos) no hubo indio que se atreviese á tomar arma con-
tra ellos, pero ni aun á dar grita desde las cumbres, cosa muy usada entre estos naturales,
cuando no se determinan ó no se atreven á acometer á los españoles cuando pasan por su
tierra. Descansaron en ésta lo que les pareció bastaba para esto y curar sus heridos y re-
formar sus caballos. ,
CAPITULO XV.
I. Dejando dispuestas las cosas de la nueva ciudad del Tocuyo el Licenciado Tolosa, tomó la vuelta
del cabo de la Vela á la residencia—II. En el tiempo eme se detuvo en Coro se mudó el pueblo
del cabo de la Vela, á donde no llegó por haber muerto en el camino—III. Fúndase la ciudad de
la Burburata—IV. Volvióse á despoblar como lo está ahora.
HABIENDO despachado el Licenciado Tolosa, como hemos visto, á su hermano á
esta jornada, y dado asiento á las cosas de la nueva ciudad dejando nombrado por su
Teniente á Juan de Villegas, por haberle conocido hombre de fundamento para eso, y ser
el Gobernador muy conocido de sus padres y parientes del Villegas, tomó la vuelta de
Coro, para desde allí pasar luego á tomar residencia (como le era mandado), á los del pueblo
del cabo de la Vela ó ranchería de las perlas, que era lo mismo ; si bien ya este pueblo no
estaba en el mismo sitio, porque el año de antes, de mil y quinientos y cuarenta y cinco
ó principios de cuarenta y seis se habia mudado al sitio que hoy permanece, y treinta
leguas la costa adelante, á la parte de Santa Marta, que llaman el rio de la Hacha, á que
les ocasionaron muchas cosas ; lo primero, no tener agua para beber, piedra ni madera
para edificar casas, ni aun leña para el servicio; lo segundo, verse tan infestados de los.
indios Goagiros y Cocinas, que los perseguían de manera que las más veces que salían á
traer agua para beber de unos jagüeyes, que estaban la tierra adentro, apartados do la ran-
chería, les habia de costar muertes ó sangre ; porque se eche de ver si pagan bien las per-
las que pescaban ; pero lo que últimamente les hizo determinar á esta mudanza de pueblo,
fué el haber llegado en este tiempo á aquel sitio cinco navios y un patache de corsarios fran-
ceses, y haber tomado otros cinco vasos, naos y carabelas que estaban surtas en el puer-
to, recien llegadas de Castilla con mercaderías, con que se hicieron (por ser ya once las
que tenían juntas) señores de aquel mar. Fué esta llegada ya posesionarse de las naos del
puerto, ya á boca de noche, por lo cual no se pudo hacer á aquellas horas otra diligencia
que poner en cobro la hacienda Real, metiéndola la tierra adentro, con quien hubo de ir
más gente en su guarda, y de la chusma y mujeres que quedó para la defensa do la ran-
chería ; á las primeras luces otro dia intentaron los franceses echar gente en tierra con
una lancha para saquear el pueblo, como lo hicieran, si los de él no les resistieran tan vale-
lerosamente, que les forzaron á volverse á su Capitana, que era de tanto porte, que tenia
cuatro gavias, desde donde sacaron una bandera de paz, con que los de la villa respon-
dieron con otra.
Habiéndose con esto entendido, llegó un patache á tierra, y pidió rehenes para tratar
de paces, á que estuvieron perplejos los de la villa á los principios; pero viendo ser tan pocos,
tan mal artillados y faltos de municiones, y que los franceses, por el contrario, en todo esto
estaban pujantes y señores del mar, y por importar las mercaderías recien llegadas de España
más de cuarenta mil ducados, se determinaron dar en rehenes al Alcalde Pedro Carreño
y al Alguacil mayor Pedro de Cáliz, con que se trató luego de las paces, y de comprarles á
226
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
los franceses, sesenta negros que llevaban, que fueron á propósito para buzos, en que se
detuvieron seis dias los franceses en el puerto, de donde después de ellos salieron, lleván-
dose solos cuatro navios grandes, por haber rescatado sus dueños los demás, y tomaron
la vuelta de Santa Marta, donde hubieron poco pillaje, por estar avisados los de la ciu-
dad, y tener ya puesto en cobro la caja Real, que tenia más de cien mil pesos ; si bien
la diligencia de los vecinos aun no les dejó desembarcar. Por éstas y otras mil razones
determinaron mudarse los de esta ranchería del cabo de la Vela al rio de la Hacha, sitio
más seguro y abundante de mucha y buena agua, leña, piedra y madera, que era la que
acá les faltaba. Aquí, pues, llevaba encaminado, para tomar la residencia el Gobernador
Tolosa, el hjlo de su camino, cuando se le cortó el de la vida, sin poder llegar á donde iba.
Por haber quedado gente en la ciudad del Tocuyo cuando se partió de ella Tolosa
(la que era menester para la cortedad de la tierra y vecindad de la ciudad y otra mucha)
fuera délos encomenderos, que no tenían en qué ocuparse, trató luego el Teniente Vi-
llegas (estando bien informado por noticias y aun vista do ojos de los muchos indios de
aquellas provincias circunvecinas) de hacer una salida por su persona á las del puerto de
la Burburata, con intentos de conquistar aquellos naturales y poblar un pueblo de españoles
en el mismo puerto, pues había gente suficiente que lo sustentara de parte de la tierra,
y gran comodidad por el mar de navegación, abierta todo el año, que fué lo que después
hizo deshacer el pueblo. Mudó el Juan de Villegas los intentos que tenia de salir por su
persona á esto, considerando estarse aún muy niña la población del Tocuyo, y tener nece-
sidad de más asiento las cosas, y así la encargó al Capitán Pedro Alvarez, que saliendo
con cuarenta soldados la vuelta de Bariquisimeto, y de allí la de un gran valle, todo tierra
llana, que hay hasta llegar al puerto de la Burburata, habiendo tenido grandes encuentros
con los muchos naturales que encontraban de camino, llegaron al puerto, y en lo más
acomodado de él tomaron posesión en nombre del Rey, y hechas todas las ceremonias que en
esto se usan, fundaron una ciudad, que se quedó con el mismo título de la Provincia y
puerto de la Burburata, en el mismo año de cuarenta y siete. Fué creciendo el pueblo con
algunos moradores, que se fueron luego juntando á los primeros, y aumentarse más cada
dia, por las comodidades que hemos dicho de la abundancia de la tierra y fáciles entradas
por el mar, si éstas no hubieran sido ocasión de que hubierau frecuentado el puerto ordi-
narios piratas franceses con que lo infestaban, de manera que los moradores de él no tenían
hora segura de sosiego, sino que de noche y de dia, tras cada paso, les obligaba la necesidad
de estos piratas á andar con su hatillo á cuestas fuera del pueblo, entre¿ aquellas montañas
y arcabucos, con que no podían gozar de sus labranzas y crianzas, pues eu estando esto
en buen punto para gozarlo, entraban los enemigos y se apoderaban de todo, con que les
fué forzoso irse saliendo unos á unos pueblos y otros á otros, hasta que últimamente se
determinaron desampararlo del todo, en tiempo que era Gobernador de aquella Provincia
don Pedro Ponce de León, que resistió á esta determinación, por parecerle era de impor-
tancia para guardar el resto de los demás pueblos, que aquél estuviera allí, haciendo frente
á los enemigos de otras naciones que quisiesen entrar por aquel puerto la tierra adentro ;
pero no habiéndose dado asiento efectivo, como lo platicaba el Gobernador, á que se pu-
siera allí defensa para el pueblo y desembarcacion de los enemigos, al fin se vino á despo-
blar, como hoy lo está, no obstante que a los principios, y aun después muchos dias se
sacaba con esclavos mucho y buen oro, de á más de veinte y dos quilates, en unas minas
que llamaron de la Burburata. Pero á todo esto vencieron las incomodidades y la poca
salud de que allí se gozaba, por ser tierra húmeda y muy caliente y dejativa y de destem-
plados aires, como en común lo son todas las tierras calientes de esta gobernación, aunque
de buenas aguas por todas partes, por bajar de las grandes serranías que allí hay. Hácese
en este puerto mucha y muy buena sal de la mar, de que se sustentan los pueblos de la
Valencia y Bariquisimeto, con todas sus estancias y naturales. Y aun por venir los Nírvas
(gente belicosa y alzada, muchos años ha) á coger sal de este puerto» ya con este reencuen-
tro, sangrientos con ellos, no se va de los pueblos que hemos dicho á cogerla sin escolta
de gente ó en tiempos que se sabe de cierto no han de acudir los Nirvas ó Giraharas.
(CAP. XVI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
227
CAPÍTULO XVI.
I. Prosigue el Capitán Tolosa su jornada, y dánle ciertos indios una guazabara—II. Pasan el rio
Apure y ranchéanse en el pueblo de los Tororos—III. Prosiguen á entrar en el valle de Santiago,
á cuya boca les salen á hacer frente los indios de él—IV. Pasan á lo último del valle hasta el
sitio donde hoy está edificada la ermita de Nuestra Señora de Tariva.
DESPUÉS de haber descansado y llegado á estado de no tener riesgo los heridos de
Alonso Pérez de Tolosa en las riberas del rio Apure, donde poco há los dejamos, fué
desde allí prosiguiendo su desabrimiento metiéndose en la sierra por el mismo rio arriba, y
desde cierto paraje apretándolos la necesidad de comidas despachó al Capitán á buscarlas
cuarenta hombres con su caudillo; que á poco de como se apartaron dieron con un pueblo
razonable, cuyos moradores estaban ya puestos en arma y defensa, por haber tenido noticia
de la ida de los españoles; y así llegando á los indios por la prevención con que estaban y
brios con que les hicieron rostro, les fué necesario retardarse en la entrada del pueblo,
aunque no fué mucho, pues acometiendo á los indios, aunque eran en gran número, les
dieron tanto en qué entender, que los necesitaron á huir, unos á lo largo por donde podían,
y otros á retirarse á sus casas, donde procuraban defenderse y defenderlas, que aunque
flacas paia la defensa, la pudieron sustentar por buen espacio de tiempo, en que hirieron
mal ai Capitán Romero y otros soldados; pero al fin los apretaron de suerte que los pren-
dieron casi á todos; ranchearon cuanto hallaron en el pueblo sin perdonar otras insolencias;
y con la prosa de indios, maíz, mantas y otras menudencias, tomaron la vuelta del Real
hasta juntarse con la demás gente, que siempre iba marchando, aunque despacio, por las
mismas márgenes de Apure, por donde fueron á dar á pocas leguas de como se juntaron
todos á otro razonable pueblo de indios, llamados los Tororos, sentados á la otra margen
del mismo rio.
Trataron los españoles de pasar á él, y habiéndolo echado de ver los indios, por las
balsas que iban haciendo para el paso del rio, se pusieron á sus barrancas con las armas é
intentos de estorbarles el tomar tierra en la suya, aunque no pudieron salir con ellos, pues
los de los caballos, habiendo sobre ellos arrojádose al agua y pasando nadando, no solo no
fueron posibles los indios á estorbarles la salida, pero ni á hacerles rostro para defender sus
casas. Y así procurando librar las personas, dejaron el pueblo (con la miseria de hacienda
que en él tenían, sin poder escapar nada) en manos de los españoles, que después de haberle
rancheado cuanto hallaron, se ranchearon en él á descansar por tres ó cuatro dias, en los
cuales dos atrevidos soldados, codiciosos de haber á las manos más de lo que les habia ca-
bido del rancheo del pueblo, se apartaron de él á escondidas del Capitán, sin considerar lo
que les podia suceder, á buscar entre el arcabuco si hallaban algo escondido de lo que sue-
len ocultar los indios cuando se ven en estas angustias. No fué tan poca la distancia que los
apartó su codicia y deseos, que no diesen en manos de los indios, que los tenían también de
haber algunos á ellas, como lo ejecutaron con éstos, pues cogiéndolos á ambos, el uno pagó
luego allí su atrevimiento con una cruelísima muerte; loque también fuera del otro si, ó
por ser más valiente ó suelto, no se escapara y viniera á juntarse con los demás, donde con-
tando el suceso y caso, lo ahorcara el Tolosa por haber salido sin su orden, y lo hiciera si
todos los del campo no le importunaran á que le conmutara aquella sentencia de muerte en
otras trabajosas faenas del ejército, tocantes al beneficio y servicio común.
De este pueblo de los Tororos prosiguieron su viaje por el mismo rio Apure (que,
como dejamos dicho, nace alas espaldas de Mérida y sus Sierras Nevadas) hasta que llegaron
á las juntas de otro que le entra no menos caudaloso, que baja délas provincias y valle, que
después llamaron de Santiago, donde hoy está poblada la villa de San Cristóbal entre las ciu-
dades de Pamplona y Mérida; dejando á Apure y caminando por éste nuestros soldados, ya
que iban á entrar en el valle de Santiago (que con este nombre nos iremos ya entendiendo,
aunque se le puso mucho después, como dijimos), les salió á recibir con las armas en las ma-
nos gran número de los naturales, poblados en el mismo valle, que habiendo tenido noticia
de la gente peregrina que iba pisando sus tierras, con determinación de defenderla?, hicieron
junta de la tierra y salieron al efecto una jornada el rio abajo por la angostura donde pasa
entre dos valientes cerros, caminando así los unos contra los otros, vinieron los naturales á
descubrir á los nuestros, y á las primeras vistas que les dieron quedaron tan admirados de
228
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
ver el nuevo modo de gente, los perros y caballos que llevaban, que quedaron como helados,
sin determinarse á huir, ni acometer, ni aun acertaban á moverse de una parte á otra, hasta
quo los españoles, por meterles desde luego miedo, les embistieron, y matando á unos é
hiriendo á otros, forzaron á los demás á retirarse á sus casas, con que se aseguraron los sol-
dados y ranchearon á la boca del valle aquella noche, y entrando en él luego por la mañana,
dieron de repente sobre un pueblo que estaba luego á la entrada del valle sobre la mano
derecha, cuyos moradores, aunque no entendían, habían de ser tan presto con ellos; los
españoles no estaban descuidados, que en sintiéndolos no se pusiesen á tiempo con sus armas
á la resistencia y defensa de su pueblo, pero como tan flacas para las que llevaban los espa-
ñoles, en especial de los caballos y perros, fué poca ó ninguna la resistencia que les hicieron,
y así en breve volvieron las espaldas los que pudieron, dejando en manos de los españoles
sus casas, haciendas y chusma; porque no entendiendo habían de venir á talesangustias.no
habían procurado poner en cobro nada.
Con que los españoles lo pusieron todo, rancheándose en el pueblo bien á su salvo, don-
de tuvieron noticia de algunos indios que hubieron á las manos, que más arriba en el mismo
valle había otros en una extendida población, que era la que después llamaron los que pobla-
ron la Villa de San Cristóbal el año de mil y quinientos y cincuenta y nueve, con el Capitán
Juan Maldonado, vecino de Pamplona (como diremos en la segunda parte) el pueblo de las
Auyamas, por las muchas que entonces hallaron en él, y aun ahora no hallaron pocas estos
soldados, que no les fueron de poco refugio. Caminó otro día el Capitán Tolosa con toda
su gente, ó por mejor decir otra noche, por no ser sentido, con las buenas guias que lleva-
ban, hasta llegar al cuarto del alba á este pueblo de las Auyamas, sobre quien dio á aque-
llas horas; espantándose los indios cuando los vieron entrar por su pueblo, teniendo ya no-
ticia de su braveza, que si alguna tenían los pobres naturales la emplearon más en huir á
la montaña que en defensa de su pueblo, con que hicieron los soldados en él lo que en los
demás. Desde donde atravesando un pequeño rio, que hoy llaman el de la Villa de San
Cristóbal, fueron á dar á otra población que estaba cerca de la otra parte, en el mismo sitio
ó cerca de donde ahora está la devotísima ermita de Nuestra Señora de Tariva, que es el
consuelo de todas aquellas provincias circunvecinas, por algunos milagros y socorro que les
ha hecho en sus necesidades esta Santísima imagen, que es pintada en un lienzo de media
vara de largo, cuadrada en proporción; tiénenla en gran veneración en toda aquella tierra.
obligados de los beneficios diches.
Ya los indios de este pueblo (cuando llegaron los españoles huyendo de ellos) lo
habían desamparado y retirádose con su chusma y miserable menaje de casa á unos ran-
chuelos que tenían hechos para el intento en las cumbres de unos cerros y espesuras de uu
bosque, á donde tomando el rastro por las guias que traían, los fueron aballar los soldados,
á quienes resistieron con hartos buenos bríos, poniendo en las armas su defensa, por echar
de ver que aun no se la podían dar aquel su retiro y fragosidad de tierra; y no fué tan mal
reñida esta pendencia que no saliesen de ella mal heridos el Capitán Tolosa y algunos sol-
dados, con seis caballos que murieron de las heridas; pero al fin aunque vengados, fueron
desbaratados los indios y rancheadas sus chozuelas.
CAPÍTULO XVII.
í. Prosigue Tolosa por las lomas del Viento su jornada hasta dar en el valle de Cúcuta—II. Habiendo
pasado adelante, volvió otra vez á él, y desde él á la laguna de Maracaibo—III. Determínase To-
losa á tomar la vuelta del Tocuyo, y despacha delante á Pedro de Limpias—IV. Toman otra vez
la vuelta del valle de Cúcuta y entran en él.
EL deseo que traían los de esta jornada de hallar gruesas y rica^s tierras no les dejaba
detenerse en éstas, donde no veían muestras ni rastros de es!o, por no hallar en los
rancheos que hacían oro ni entras cosas de estima; y así en demanda ele estos descubrimien-
tos, saliendo de este valle de Santiago y atravesando las lomas que hoy llaman del Viento,
por el pueblo de Capucho, fueron á .dar á los llanos del gran valle de Cúcuta, criadero fa-
moso de ganados mayores, en especial de muías, que salen de allí por extremo buenas, cria-
das con orégano, por haber tanto, que todo el monte bajo del llano es de eso. Son posesio-
nes y estancias hoy de la ciudad de Pamplona y Villa de San Cristóbal, donde también se
cria grande abundancia de venados bermejos, en quienes se hallan algunas finas piedras beza-
(CAr. XVII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
229
res, por las muchas culebras que los pican y reparo que tienen de fino dictamo, que ea lo
principal de que se engendra la piedra bezar. También se crian manadas do zahinos y otros
animales de tierra calienta, pirque lo es aquélla mucho. Luego que los soldados dieron vista
á este valle y sus poblacione , lo» indios de la primera con quienes se encontraron se fueron
recogiendo con su chusma y haciendilla á un gran bohío (que tenían hecho a modo de for-
taleza para su defensa eo las ordinarias guerras que traían unos con otros), bien fuerte en
su modo y para las armas que usaban, con sus troneras á trechos, por donde disparaban
desde dentro sus flechas, como lo comenzaron á hacer á los nuestros luego que se llegaron
al bohío á tiro; y eeto con tanta obstinación y fuerza, que sin poderlos rendir ni aun hacer
daño en nada con no poco de los nuestros, pues murieron algunos españoles y caballos he-
ridos de las flechas, les fué forzoso retirarse y marchar todos hasta llegar al rio que llama-
ron entonces de las Batatas, por haberse hallado algunas en sus márgenes, que es al que
hoy llaman los de Pamplona el rio de Zulia, desde donde habiéndolo pasado á la otra banda,
que es la de Poniente (contra quien vinieron caminando siempre desde que comenzaron á
atravesar la serranía y valle de Santiago) fueron metiéndose por entre los indios que hoy
llaman Motilones (que son los que infestan las márgenes de aquel rio y estorban el navegar
por él desde la laguna de Maracaibo) en la serranía de hacia los indios Carates, que son los
que están á las espaldas de la ciudad de Ocafía, á la banda del Norte.
De más de ser este rumbo que tomaron de tierra fragosa, la hallaban desierta, á cu-
yos trabajos del camino, por la misma razón de estar despoblado, les recargaron los de la
hambre, con que les fué forzoso después de siete ú ocho jornadas que hubieron caminado,
volverse á retirar á la Provincia de Cúcuta, donde se alojaron á descansar y reformarse por
algunos dias, á que les obligó la necesidad con que estaban de esto, después de los cuales
tomaron su derrota el valle abajo, la vuelta de la laguna de Maracaibo, por donde llegaron
á donde llaman las juntas de tres rios, que van á desembocar junto á la misma laguna, por
cuyo bojo á la parte del Leste. Fueron caminando algunos dias con varios sucesos de poca
importancia que les sucedían con indios belicosos que encontraban en las poblaciones de
sus márgenes, si bien en cierta Provincia se toparon con unos tan belicosos, que escaparon
de sus manos algunos españoles heridos y otros muertos ; no perdiendo con todo eso el áni-
mo, fueron prosiguiendo en su descubrimiento hasta dar en los llanos que llaman de la
Laguna, donde hoy está poblado el puerto que llaman de San Pedro y se prosiguen hasta el
Gibraltar. Encontraron al principio de estos llanos los indios llamados Bobures, gente más
blanda, afable y menos belicosa, pues solo peleaban con cerbatanas, en que metían unas
pequefíuelas flechas tocadas en una yerba que si hería á alguno era poco, y le tumbaba de
manera que lo hacia caer sin sentido por dos ó tres horas, que era lo que ellos habían me-
nester para huir, y después de ellas se levantaban en su libre sentido, sin otro daño. Mar-
chando por aquellos llanos, bojando siempre la laguna con intentos de volverse al Tocuyo,
sin esperanzas ya de hallar lo que buscaban, pues tanto como hasta allí habían andado ha-
bía sido en balde, dieron de repente en una ciénaga ó estero que se cebaba de la laguna y
atravesaba hasta la serranía, con media legua de ancho, que les detuvo por ser sondable y
cenagoso, sin poder pasar de allí peones ni caballos, por mucha diligencia que se hizo, bus-
cándole por muchas partes vado más de seis meses, aguardando si por ventura minoraban
sus aguas y les daban paso para dar vista á los llanos de adelante.
Después de los cuales, viendo el imposible que tenia esto, y el aguardar allí era de
ningún efecto, y que el hambre los iba maltratando por habérseles ya acabado las comidas
á los naturales convecinos de aquel sitio de donde se proveían, determinó el Capitán Tolosa,
con parecer de todos, volver á dar la vuelta hasta coger sus mismos rastros y rumbo por
donde habían salido del valle de Cúcuta : desde aquel puesto despachó al Capitán Pedro de
Limpias con hasta veinticuatro compañeros que caminando á la ligera muy grandes jorna-
das, fuese á dar noticia á su hermano el Gobernador ó á sus Tenientes de lo que habia
sucedido en aquélla, y cómo ya se volvían todos con necesidad de socorro de comidas, ca-
ballos, vestidos, y pues el tiempo los habia estragado y consumido de todo esto. A la ter-
cera jornada de como se apartó Limpias de los demás, le mataron ciertos indios (con quienes
se encontraron) algunos de los soldados, aunque no por eso dejó de proseguir su viaje,
hasta que con intolerables trabajos y riesgos de la vida llegaron al Tocuyo.
No se detuvo el Tolosa con el resto de la gente en ir prosiguiendo tras el Pedro de
Limpias, aunque más despacio, por llevar gente de toda broza y la más enferma, que no se
disponía todo con más dificultad, así en el caminar como en buscar las necesarias comidas,
230
FRAT PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
que siempre las llevaban menos abundantes que de falta; y tanto fué esto creciendo, que
les obligó á dejar el camino que habían traído, no hallando en él con qué repararla, por
estar los indios unos avispados y otros huidos de miedo, irse cargando á la mano izquierda
por tierras fragosas y nunca”pisadas de españoles, por si acaso en este rumbo no hallaban
la gente tan espantadiza, con que á los que iban marchando se les doblaban los trabajos.
Pretendiendo aliviarlos del hambre en una aldea que encontraron de hasta seis casas,
llegando á ellas las defendieron sus moradores, aunque pocos, tan valerosamente, que no les
fué á los nuestros posible entrarlas, por la mucha flaqueza con que ya venian. Viendo esta
resistencia, dejaron lá porfía de entrar en estos bohíos y se volvieron á otro que estaba algo
apartado y bien proveído de maíz, carne de puerco asada en barbacoa y algunas raices,
que debiera de ser almacén de la comunidad. Aquí fueron llegando algunos soldados, des-
lizándose sin orden de la pelea que traían con los indios, porque el hambre no les daba lu-
gar á reparar en lo¿ inconvenientes y daños que se les podían seguir en estar divididos y
sin concierto de guerra ; los indios que se hallaban con más brios en ver que no los habían
podido desbaratar los españoles, ni entrar sus casas, viendo el desorden con que aquéllos
llegaban á aquella donde tenían sus comidas, que era lo que más les importaba, desampa-
rando el pueblo llegaron á dar sobre los soldados que hallaron encarnizados en el pillaje del
bohío, con tanta furia, que al primer encuentro mataron dos é hirieron otros, y fuera mu-
cho más el daño si temiéndolo los soldados, y de ser allí todos muertos á manos de aquellos
bárbaros, no tomaran nuevos brios y animosamente hicieran resistencia, con que ios pusie-
ron en tal aprieto que hubieron de irse retirando los indios á su pueblo, que no les pudo
entonces ser do amparo, pues los apretaron los soldados de manera que por escapar las vidas
lo dejaron en sus manos, con cuanto en él tenían, que era harto prco, en especial de comi-
das, que era lo que más habían menester ; con las cuales reparados ya algo, con tantos
trabajos, prosiguieron su camino que en distancia de diez leguas se les quedaron veinticua-
tro soldados y muchos indios deservicio muertos de pura hambre. Llegaron los demás otra
vez al valle de Cúcuta, por donde habían salido de él, donde pudieron repararse de algunas
comidas, por las muchas poblaciones que hallaban el valle arriba, si bien en algunas las pa-
gaban con heridas y muertes de algunos soldados, y donde no se atrevían á ponerlos en
esta ocasión de guazabara, les daban grita desde las cumbres hasta perderlos de vista.
CAPÍTULO XVIII.
I. Prosigue Tolosa desde Cúcuta su vuelta al Tocuyo, y desde el rio de Apure da licencia á treinta
soldados que se vuelvan al Nuevo Reino.—II. Prosigue su viaje Tolosa, hasta llegar al Tocuyo.—
III. Esta fué la última jornada larga que se hizo desde el Tocuyo, donde después se buscaron
nuevas granjerias con qué vivir.—IV. Fué en sus principios grande la necesidad y pobreza de
estas Provincias.
EEPARADOS en este valle de Cúcuta de la hambre y cansancio con que entraron en
él, tomaron la vuelta otra vez de las lomas del Viento, y habiendo pasado sin detener-
se un punto el valle de Santiago, se entraron tras el rio por su misma angostura, y siguién-
dolo fueron á dar al de Apure, y habiéndolo seguido algunas jornadas, hasta meterse entre
él y el de Zarare, á las margenas de otro pequeñuelo llamado Horo, tomaron de asiento por
algunos dias el alojarse para descansar aquí algunos soldados, desganados de volver al
Tocuyo y gobernación de Venezuela, pidieron licencia al Capitán Tolosa para tomar la
vuelta del Nuevo Reino, que se la concedió; viéndose ya en paraje de su tornavuelta, que
podia ya pasar el resto del camino sin peligros, y que los soldados que pedian esto, que eran
treinta, podían atropellar con los que se le ofreciesen, hasta entrar en el Nuevo Reino, y
así, habiéndoles nombrado por su caudillo á un Pedro Alonso de los Hoyos, que fué des-
pués poblador de la ciudad de Pamplona, se partieron del Capitán Tolosa, y vinieron
caminando por las faldas de la serranía, hasta encontrar con el rio de Casanare, que baja á
las espaldas de los indios Laches dichos, Chitas y Cocuyes; metiéndose por este rio fueron
siguiendo sus márgenes hasta que hallaron pedazos de panes de sal, y finas mantas de
algodón, que bajaban de este Reino, en cuyo rastro vinieron á salir á los pueblos que hemos
dicho, de Cocui y Chita, que están ya dentro del Nuevo Reino, y de los términos de Tunja,
con qu« siguieron el fin de sus intentos, á costa de graves trabajos, en la jornada que no
fué de poco provecho para .el Nuevo Reino, pues en ella se descubrió camino que después
(CAP. XVIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
231
se siguió basta el Tocuyo y gobernación de Venezuela, metiendo por él grande abundancia
de ganados mayores y menores, de que habia en aquella sazón tanto en aquellas Provincias
de Venezuela como necesidad en estas del Peino. Y no obstante que eran más de doscien-
tas leguas las que caminaban para traerlo desde una parte á otra, fué gran suma lo que se
trajo en algunos años que se continuó este trato, hasta que ya el Nuevo Reino abundó de
manera (por el que tuvo por este y otros caminos) que tuvo crecimiento de él, por haber
hallado las tierras á propósito para poder llenar otras muchas, como hoy lo vemos.
No fueron muchos los días que se detuvo sobre el rio Horo el Capitán Tolosa, hasta
que comenzó á proseguir su viaje el rio Apure abajo, y habiéndolo pasado ya por lo llano,
con ayuda de algunos indios caquetios que le salieron de paz y proveyeron de comidas,
pasó sin detenerse hasta que llegó al paraje de los rios de Barinas, que es el mismo que el
de las Sierras Nevadas de Mérida, hacia cuyas Provincias, por la necesidad en que se veia
de comidas para pasar adelante, despachó á buscarlas al Capitán Diego de Lozada, con cua-
renta hombres, que entrándose todos juntos en la serranía, en cierto paraje, se apartaron
siete soldados con su orden, á dar en un bohío grande, que vieron apartado á una vista de’
donde iban marchando, donde hallaron unas indias y buena copia de maíz y alguna sal, de
que llevaban gran falta. Apenas habían llegado y comenzado á alegrarse los siete con la
buena fortuna que les habia corrido, cuando llegaron sobre ellos y el bohío gran cantidad
de indios que debieran de estar en emboscada ó guarda de la casa, que cercándola y ponién-
dose los más valientes á las tres puertas que tenia, para impedirles la salida á los siete,
comenzaron á pegar fuego al bohío por muchas partes, que fué Dios servido que por estar
la paja algo mojada, por ninguna pasase el fuego. Los cercados, viendo el evidente
riesgo en que estaban, se aventuraron con valeroso ánimo á romper por la* guardas que
estaban á una puerta, y salir fuera, como lo hicieron sin algún peligro, como tampoco lo
tuvieron ya que se vieron fuera del primero, aunque cercados de todos, porque fué tan
valeroso su ánimo, que haciendo mortal risa, é hiriendo á otros, á los demás hicieron huir,
con que viéndose solos y sin estorbo de quien se lo impidiera, cargando cuanto pudieron
con la brevedad posible, porque no sucediese venir sobre ellos mayor número de indios que
el pasado, tomaron la vuelta donde estaban sus compañeros juntos, y desde allí la del Real,
donde los quedaba esperando Tolosa, que no se alegró poco de su llegada sin riesgo, y con
las comidas, que les duraron con algún refuerzo que les hicieron en otras partes hasta
llegar á la ciudad del Tocuyo, donde entraron, después de dos años y medio que habían
salido, pues eran ya los primeros dias del de mil y quinientos y cincuenta, cansados y afligi-
dos de una tan larga jornada y sin provecho, sobre cuyos trabajos se añadió el de la nueva
que tuvieron de la muerte de su hermano el Gobernador Tolosa, con que hallaron las cosas
muy trocadas, si bien se estaba todavía por Teniente el Juan do Villegas, como ellos lo
habían dejado.
Esta fué la última de las jornadas largas que se hicieron desde esta gobernación
de Venezuela por estos llanos, por haberse ya descubierto en estos tiempos algunos años ha-
bia (como hemos tocado aquí y diremos largo en la segunda parte) el Nuevo Reino de Gra-
nada, y desde él muchos caminos y cortos para poder entrar en estos llanos, como muchos
desde él lo han hecho, si bien ningunos han llegado á palmar más en lleno en las provincias
de los Omeguas y otras que lo hicieron los soldados de Felipe de Utre, y así se han que-
dado solo con las noticias que ellos dieron. A esta causa de no haberse emprendido desde
esta gobernación ninguna otra de estas jornadas, se añade el haber hallado los Gobernadores
que sucedieron á los alemanes, tan estragada la tierra de naturales por la mucha saca que
se hizo en su tiemp’o para esclavos,’ que tuvieron harto que hacer en ir conservando los
que habían quedado, entreteniéndose en pacificar las provincias que no lo estaban hasta allí,
en fundar algunas otras ciudades, como iremos diciendo ; en buscar minas á que los for-
zaba la mucha necesidad de la tierra (pues era tanta, que por no tener con qué comprar
la ropa de Castilla para vestirse los españoles que vivían en estas tierras, y con esto andar
necesitados de este menester), se vieron obligados á disponer cómo hacer lienzo del algodón
que se daba en la tierra, que era por extremo mucho y muy bueno, y así armaron luego ,
telares, y enseñándolos á hilar á los indios é hilándolo las mujeres délos españoles, tejían los
hombres muchas y grandes telas con que se vestian y hacían el demás servicio de la casa,
porque los indios no sabían de esto, á causa de andar ellos y ellas totalmente desnudos,
que cuando mucho traían á medio tapar las partes de la honestidad, como andan hoy en
dia, que es cosa vergonzosa, por ser tan deshonesta, en especial entre cristianos y espa-
232
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
ñoles, que no carecen de culpa en consentir anden así,- no solo los indios de las encomien-
das, sino aun las del servicio de sus casas, consintiendo que indios é indias anden entre
sus hijos é hijas y aun los crien los indios é indias con todas sus carnes descubiertas,
y aun casi todas las partes de la honestidad, pues era fácil hacerles traer siquiera zara-
güelles y faldellines 6 camisas de aquel lienzo, sino que si algunas indias se ponen unas
camisas hasta los pies para ir á misa, apenas han vuelto do la iglesia, cuando echan ropa
fuera y se quedan escoteras con la natural librea, y aun en los indios no hay honestidad
para entrar en las iglesias.
Para capas, ropillas y gregüescos ó calzones, hacían de la lana de las ovejas de Castilla
(porque las del Perú no se han conocido en estas tierras) algunas jerguetillas, con que pasa-
ron miserablemente su vida por algunos años, contentándose con estoy la carne y esquilmos
del ganado y con el maíz que les servia de pau, que les beneficiaban los indios é indias
hasta ponérselo en la mesa. Este trato de beneficiar ropas de esta manera, pienso fu4 el pri-
mero en esta tierra que usaron españoles en todas éstas de las Indias, y de aquí se ha ido
extendiendo el hacer por muchas de esta Tierrafirme, hasta entrar en las del Perú, á lo
menos en todas las de Quito, donde y en todas las demás partes lo nombran á este lienzo
y telas Tocuyo, por haber tenido su principio en esta ciudad del Tocuyo, y hoy se usa
tanto, con entrarle por muchas partes ropa de Castilla, que es la más ordinaria moneda de
aquella gobernación (por carecer de otra) y la tratan á razón de cinco varas de esta tela k
peso, y en ella pagan con esta cuenta los más de los Reales quintos ; si bien ya se ha
mandado hacer moneda de cobre, que no se ha experimentado hasta ahora, si les será de
mayor provecho á la tierra. Esta penuria con que vivían sus primeros moradores, la hizo
tener siempre de sacerdotes, de que se vieron en ocasiones tan faltos, que habiendo salido
el Capitán García de Paredes del Tocuyo, con buena copia de soldados españoles, á las
provincias de los Cuiacas, á dar principio á la población de Trujillo, por ir sin sacerdote
y no haber de donde se acudiese á esta necesidad en toda la gobernación, se envió con car-
tas del Obispo, que era entonces, rogando al cura de la ciudad de Mérida (donde tampoco
habia otro sacerdote más que él) fuese á confesar una Cuaresma á los soldados é indios
de servicio, como lo hizo ; y halló á éstos bien faltos de Catecismo, pues aun apenas sabían
persignarse, ni la Doctrina cristiana, con ser en lo demás tan ladinos como los españoles, á
quienes se les puede cargar la culpa de esto, pues su falta de cuidado hacia que sus indios la
tuviesen en cosa tan importante, y la misma habia y aun mayor en los indics de las en-
comiendas.
Esta falta de ministros del Evangelio ha ido siempre tan adelante en aquellas
provincias, que hoy dura, como lo experimenté andando por ellas visitándolas el año de
seiscientos y doce, pues hallé en una doctrina que estaba á cargo de nuestra Religión, un
hermano ordenado solo de Evangelio, que doctrinaba los indios en un repartimiento de la
ciudad de Trujillo, sin haber quien reparara esta necesidad, pues por la misma en otra
doctrina de la misma ciudad sujeta al Ordinario, hacia lo mismo un ordenante de solo
grados y corona, y de esta manera supe habia otros en los valles de la Valencia y Caracas,
que por la necesidad de ministros, sin estar ordenados, suplían como podían, con que se ve
experimentada en estas tierras la verdad que dijo el autor de ella por San Mateo y San
Lúeas, ser la mies mucha y pocos los obreros.
CAPÍTULO XIX.
I. Salen á descubrir minas de oro, y hallándolas en Nirva, se trata de seguir y se puebla Bariquisime-
to—II. Mudóse la ciudad de Bariquisimeto á otras tres partes de.pnues de la primera—III. Pro-
piedades de los indios de estas provincias—IV. Trátase de los temples que tienen y la comodidad
para crianzas de ganado.
«
EL crecimiento que se hizo de gente en la ciudad del Tocuyo, con la que llegó de la
jornada de Francisco Ruiz de Tolosa, obligó al Juan de Villegas (á petición de todos
los vecinos) que hiciesen los más desocupados (para evitar la ociosidad) algunas entradas
en demanda de minas de oro con que pudieran reparar tantas necesidades, considerando por
las muestras que habían conocido los que habían dado vista á algunas provincias de las cir-
cunvecinas, no podia dejar de haber en ellas de este metal. Y así señaló para el efecto por
caudillo á un Damián del Barrio con cierta gente que fuese la vuelta de las provincias de
(CAP. XIX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
238
Nirva, que son al Leste del Tocuyo, algo más delante del valle y provincias de Bariquisi-
meto. A donde habiendo llegado este caudillo con su gente y algunos negros é indios para
el efecto, y cateado en algunas partes, en una dio con una razonable muestra de minas de
oro de seguir, á las cuales puso por nombre San Pedro, rancheándose en el sitio de pro-
pósito, hasta saber lo que respondía el Teniente Juan de Villegas, á quien despachó aviso
y muestras de las minas, con que se alegró tanto el Villegas (si bien ponderaron esto con
el aviso más de lo que ello era) que se determinó á irlas á ver en persona con alguna gente
que habia aún de sobra en la ciudad. De donde salió sin detenerse hasta dar vista á las
minas, y pareciéndoles no ser bien dejarlas mientras no se descubrieran otras de mayor
grosedad, y que entre ellas y la ciudad del Tocuyo habia copia de naturales suficiente para
poderse sustentar entre ellos un pueblo de españoles, acordó de poblarlo sobre las riberas
del rio llamado Buria, el año de mil y quinientos y cincuenta y uno, poniéndole por nom-
bre la Nueva Segovia, nombrando Alcaldes y Regidores y los demás oficios pertenecientes
al Cabildo y Justicia ordinaria. Baña este rio la provincia y valle de Bariquisimeto, con
que los vecinos de la nueva ciudad le comenzaron luego á llamar Segovia de Bariquisimeto,
y andando el tiempo se olvidó el nombre de Segovia y le quedó el del sitio de la provincia,
tan asentado que en todas las circunvecinas y aun en el común nombrar no se llama sino
Bariquisimeto. Señalóle términos y repartió en los vecinos los indios que caían dentro che
ellos, así los que vinieron de paz como los que se habían de conquistar, que lo comenzaron
á hacer luego, con que á pocos tiempos tuvieron de encomienda muchos y buenos indios.
Permaneció en este sitio el tiempo que fué menester para tomar experiencia no ser
á propósito para la vivienda humana, por ser mal sano, con que les fué forzoso en tiempo
del Gobernador Villacinda, que sucedió en propiedad al Licenciado Tolosa, mudarse á otro
más cerca del Tocuyo, dos leguas á un sitio más limpio y de aires menos nocivos, donde los
halló el tirano Lope de Aguirre y donde le mataron. Aunque engañado Herrera en el tra-
tado de la ciudad de Santo Domingo, dice que lo mataron en el Tocuyo, que por haber que-
mado alguna parte de él cuando lo entró, y no estar aún contentos los moradores del sitio,
con aquella ocasión lo mudaron á otro algo más desahogado, en tiempo del Gobernador Pablo
Collado, entre dos ríos, el uno llamado Claro y el otro Turbio, porque iban así. Tampoco
les pareció haber acertado en este sitio, por ser de mucho polvo y muy nocivo en tiempo de
vientos; y así lo mudaron más á la parte del Tocuyo, en tiempo de un Gobernador llamado
Manzanedo, en unas sabanas altas y limpias, de mejores aires, donde hoy permanece. Érales
fácil el mudarlo en tantas partes por la facilidad con que hacían sus casas, pues eran todas
de paredes de bahareque, sin tener necesidad de clavazón ni carpintero, pues todo esto lo
suplían los bejucos con que ataban las maderas; aunque en este sitio (por parecerles habia
de permanecer y estar ya cansados de tantas mudanzas) se comenzaron luego á hacer algu-
nas casas de tapias y teja y la iglesia de manipostería como hoy lo está. Son abundantes
estas dos ciudades, Tocuyo y Bariquisimeto (que en todo corren casi igual fortuna), de
todas frutas de la tierra, y en especial el Tocuyo de las de España, como son uvas, melones,
higos, granadas y toda hortaliza; mucho y muy buen trigo, en especial en los valles de
Quibor, que está cinco leguas de la ciudad, se puede dar trigo, por ser tierra calidísima y
haberse visto en pocas ó ningunas partes darse en tierras tan calientes. Pero á mí me pare-
ció ser la causa de cogerse tanto y tan bueno aquí, el regarse las sementeras con una que-
brada de una buena molada de agua que baja de las cumbres de una serranía, que por bajar
algo fresca y regarse de noche, refresca y sazona la tierra, dándole el temple que pide el
trigo, contra el que naturalmente tiene la tierra, que de suyo solo es apta para dar sus fru-
tos naturales, como son plátanos, guayabas, mameyes y otros. Da también mucho y muy
buen arroz; el trigo con tanta abundancia, que del de los dos valles dichos se sustentan las
ciudades del Tocuyo, Bariquisimeto, Carora, la laguna de Maracaibo, Coro y embarcan
buena parte de harinas de ello á las ciudades de Santo Domingo y Cartagena.
Muchas naciones de indios que están entre estos pueblos dichos (como son Cunari-
guas, Atariguas, Coyones, Quibores, Bariquisimotos y otros), no vivían en casas ni pueblos
(ni hoy viven muchos de ellos, como yo los he visto) sino quince dias debajo de un árbol
y otros quince en otro, durmiendo en chinchorros; no siembran porque su sustento es fru-
tas de la tierra, que siempre las hay, en especial datos, caza de conejos y venados, que los
asan metiéndolos enteros en un hoyo con su pellejo y pelo, habiéndoles quitado solo las
tripas: calientan primero el hoyo muy bien con leña ó paja, y sacándole las brasas ó ceni-
za meten el venado y tapan muy bien con hojas de vihao, y dentro de dos horas lo vuelven
31
FRAT PEDRO SIMÓN.
(5.* NOTICIA.)
á sacar, aunque con su mismo pelo, muy bien sazonado, y entonces se lo quitan y comen el
pellejo con la carne. En estos mismos hoyos calientes meten unos troncos verdes de unas
matas de cucuiza, que es casi lo mismo que merguey, habiéndole cortado lo largo de las
hojas, y después de bien sazonado con el calor chupan aquellos troncos y les sacan el jugo,
que no es poco el que tienen, con un sabor de arrope ó mala miel de cañas, que es también
purgativo, en especial para los que no están hechos á ello. Críanse yerbas tan venenosas,
aun dentro de los patios de las casas y en las calles, que en veinte y cuatro horas despachan
de esta vida á quien se las dan; pero también hay muchas suertes de contrayerbas cou que
se repara esto.
El temple de los sitios de estos dos pueblos, Bariquisimeto y Tocuyo, es muy ca-
liente, por estar en tierras bajas, aunque todas estas provincias tienen también tierras frias,
que son la serranía : de manera que de dos á dos leguas, y de tres á tres, atravesándolas
Leste Oeste, se van encontrando tierras calientes, templadas y frias, porque cuanto más las
sierras (que son las mismas que corren del Sur al Norte mil y doscientas leguas largas,
desde el canal de Magallanes hasta este mar del Norte, que rematan en Santa Marta, Coro
y las demás partes de esta costa) se van entrando con sus levantadas cumbres á la media
región del aire, son más frias, y algunas tanto, que están siempre cubiertas de nieve, como
las de Mérida : de donde como se va bajando á los valles calientes, se hallan tierras tem-
pladísimas y bien dispuestas para toda suerte de granos, frutas y ganados, como aquí se
crian. La ciudad del Tocuyo ha permanecido hasta hoy en el mismo sitio’ que tuvo sus
principios, en una sabana, á las márgenes de un abundante rio de muy buena agua y fria,
por bajar de lo alto de las sierras, que no es poco regalo en temple tan caliente : pero el
ganado de cabras y vacas de leche, que andaba junto á la ciudad, apartándose al arcabuco,
comia fruta de espinos; volviendo á la ciudad de su estiércol, se fueron sembrando y na-
ciendo tantas malezas de ellos y tan crecidos, que ahogaban las casas, de manera que de
pueblo sano que fué á sus principios, se vino á ser tan enfermizo que ni los hombres ha-
llaban salud, ni se podían criar más que hasta uno ó dos años, con que se determinó un
Gobernador llamado Alonso Suárez del Castillo, el año de mil y seiscientos y dos, pidién-
dolo los vecinos, á mudarlo al valle de Quibor, cinco leguas al Leste, éstas más cerca de
Bariquisimeto. Tomó para esto posesión en el sitio más acomodado, plantó rollo con final
determinación de que se hiciera la transmigración, la cual no pudiéndose hacer aquel añor
por haber sido estéril, uno de los alcaldes que no gustaba de que se hiciera, juntó doscien-
tos indios con que hizo limpiar de aquella maleza de espinos y arcabuco media legua al
rededor del pueblo, en especial por el lado que ventan las brisas, que comenzándole á ba-
ñar con esto sin estorbo, quedó el pueblo con la misma salud que antes tenia, de suerte
que no fué necesario mudarlo. Está ochenta y cinco leguas de la ciudad de Coro al Sueste,
diez de la de Bariquisimeto al Poniente. Esta de Bariquisimeto ó Nueva Segovia está de
la de Coro ochenta leguas al mismo rumbo ; hay en ambas conventos de nuestra sagrada
religión de la santa provincia de Caracas, y en el Tocuyo los hay también de la de Santo
Domingo. La vecindad de cada uno de estos dos será de hasta ochenta casas.
CAPÍTULO XX.
I. Prosíguense las minas de Bariquisimeto con indios y negros esclavos; principios de un alzamiento..
II. Viene el negro Miguel con los que le siguieron sobre las minas, y mata algunos españoles.
III. Junta entre negros é indios más de ciento y ochenta personas alzadas con él; nómbrase
Rey, elige Obispo y funda pueblo.
VIENDO los vecinos de la ciudad de la Nueva Segovia que no les eran de tan poco
provecho las minas de San Pedro, que no se fuesen con ellas alentando sus caudales,
procuraron dentro de un año escaso que se comenzaron á labrar, jneter en ellas más de
ochenta negros esclavos, que con algunos indios de encomienda que ya se les entendía de
aquel ministerio, por haberles enseñado (porque ningunos de los naturales de aquellas pro-
vincias habían hecho estimación de este metal ni aun conocídolo), las iban siguiendo, por
irse avivando cada dia más las vetas y grosedad, de manera que ya sufrían pagar quintos
algunos españoles mineros, que este es el ordinario concierto que se hace con ellos, darles
la quinta parte de lo que se saca por el cuidado de hacer trabajar la gente que lava, to-
marles el jornal cada noche, descubrir nuevas minas y registrarlas en nombre de su amo.
(CAP. XX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TI ERR AFIRME.
235
A un año escaso de como so iban labrando (que eran ya los fines del de mil y quinientos
y cincuenta y dos), queriendo castigar un minero de Pedro de los Barrios, vecino de Bari-
quisimeto (de cuyo pueblo eran las minas, por estar en sus términos) a un negro de los de
la labor, llamado Miguel, muy ladino en lengua castellana y resabido en toda suerte de
maldad, viendo que lo querian amarrar para azotarlo, huyendo del castigo, arrebató una es-
pada que se topó á mano, y procurando defenderse con ella del minero, tuvo medio en
medio del alboroto que esto se causó, de coger la puerta é irse al monte, de donde (no pu-
diéndolo seguir por entonces) salia de noche, y hallando ocasión de hablar con los demás es-
clavos é indios de las minas, les procuraba persuadir hiciesen lo mismo que él, pues de
aquella suerte hallarían su libertad, que tan tiránicamente (decia él) se la tenian usurpada
los españoles.
Algunos de éstos, á que hablaba mejor, considerados, echaban de ver el disparate á
que los quería persuadir, y no haciendo caso de él, con ánimo pacífico volvían á su labor y
servicio de sus amos. Pero otros, que fueron hasta veinte, con la dulzura que les represen-
taba de libertad, determinaron seguirle, y haciéndose á lo largo (con el Miguel) de las minas
con las pocas armas que pudieron haber á las manos, revolvieron una noche sobre ellas y
mataron á algunos de los mineros españoles que se pusieron á la defensa, prendieron á los
demás, de los cuales mataron con cruelísimas muertes á algunos, con quienes tenian enojo
por haberlos azotado; y soltando á los demás, les decían que fuesen á dar aviso á los de
Bariquisimeto, que los esperasen puestos en arma, porque tenian determinado de ir sobre el
pueblo y despojarles de sus haciendas y mujeres para su servicio, y á ellos darles crueles
muertes, y que para esto no querian cogerlos desapercibidos, porque se echase mejor de
ver su valentía. No fué poco el alboroto que causó la nueva del suceso en la ciudad cuando
llegaron los españoles sueltos, por cortesía de los negros, y aunque no se podían persuadir
los vecinos (si bien no dejaban de combatir los temores suficientes para estar con cui-
dado) á que el atrevimiento y ánimo de los esclavos habia de llegar á tener osadía de tomar
las armas para venir sobre el pueblo, avisaron al del Tocuyo del caso, y que pues á todos
importaba, les enviasen socorro para estar apercibidos á todo suceso. Viéndose el Miguel
con su negra compañía victorioso y con algunas armas españolas, tomando más brios en
su maldad, dividió su gente enviando negros á diversas partes donde andaban otros y al-
gunos indios sacando oro, á que procurasen persuadirles á seguir su opinion en demanda de
su libertad.
Hacían estas mismas diligencias con los indios ladinos, que no fueron tan en balde,
que con ellas no se juntaran entre unos y otros más de ciento y ochenta personas, de quienes
era tan respetado y estimado el negro Miguel, que determinó de nombrarse Rey, mandando
que como á* tal lo reverenciasen y sirviesen, como lo hacían, nombrándole de allí adelante
el señor Rey Miguel, que fué el primero (pienso) ha habido de este nombre, y á una negra
su amiga le nombraban la Reina Guiomar, y á un hijuelo que tenia de ella el Príncipe, y
lo hizo jurar por tal. Dispuso su casa Real, criando todos los ministros y oficiales que él
tenia en memoria habia en las casas de los Reyes, y adjudicándose también la potestad
espiritual, nombró por Obispo á uno de sus negros compañeros que le pareció más hábil
y suficiente y de mejores costumbres para ello, en cual en eligiendo (usando de su prela-
oía), mandó hacer lo primero iglesia, donde hacia recoger aquellas sus negras y roñosas
ovejas para predicarles. El Rey Miguel ordenó luego en un sitio fuerte y acomodado para
la vivienda humana, cercado, se hiciesen casas fuertes á su modo, hombre que tenia inten-
tos de permanecer en aquel sitio, y hacerse señor de toda la tierra. Dado asiento á esto,
y á todo lo que tocaba al buen gobierno de su República, mandó aderezar armas que fue-
ron para los indios arcos y flechas de las que siempre habían usado, y para los negros, algu-
nas lanzas con puntas tostadas, y de los almocafres con que sacaban el oro en las minas,
enderezándolos y enhestándolos, hacían gurguces, que con esto y algunas espadas que hu-
bieron en el saco, hubo armas para todos.
FRAY PEDRO SIMÓN.
(5.a NOTICIA.’)
CAPÍTULO XXI.
I. Háceles una plática el Rey Miguel á sus negros, animándolos á la jornada.—II. Vienen los negros1
á Bariquisimeto, y comienzan á encenderlo, y ahuyéntanlos los de la ciudad.—III. Sale el Capitán
Lozada en demanda del pueblo de los negros, donde los halló y venció, matando á unos y pren-
diendo á otros, con que se desbarató la junta de los rebeldes.
MANDÓ el Rey Miguel á los indios que le seguían, se entintasen todo el cuerpo con
jagua, con que pareciese mayor el numero de los negros, y con eso más espantables
á sus enemigos por las partes donde entrasen. Prevenido en todo esto, y dejando orden en la
defensa del pueblo, que ya estaba acabado, y cómo se habia de gobernar en su ausencia,
sacó de él su gente Miguel, y en un llano fuera de la empalizada con que lo dejaban cer-
cado, les hizo una plática, diciendo que la razón que les habia movido á retirarse de los
españoles, ya sabían habia sido por conseguir su libertad, que tan justamente la podían
procurar, pues habiéndolos Dios criado libres como las demás gentes del mundo, y siendo
ellos de mejor condición que los indios, á quienes el Rey mandaba fuesen libres, los espa-
ñoles los tenían sujetos y puestos tiránicamente en perpetua y miserable servidumbre,
usando esto solo la nación española, sin que en otra parte del mundo hubiese tal costum-
bre, pues en Francia, Italia, Inglaterra y en todas otras partes eran libres, y que también
lo serian allí si peleasen con el.ánimo y brio que era razón en aquella jornada que iban,
donde se prometía darles la victoria en las manos, pues demás de ser poco el número de
españoles que habia en Bariquisimeto, estaban descuidados, confiados en que no tendrían
atrevimiento á acometerles, como lo sabían de algunos negros del pueblo, que habiendo al-
canzado á saber esto, les habian avisado de cómo todos estaban desproveídos de armas.
A las palabras del Rey Miguel, hizo demostración toda su compañía de tener mayo-
res bríos en el caso, de los que él pensaba, prometiéndose cada cual de por sí la victoria
de la empresa, y mostrando deseos de venir ya á las manos con sus enemigos, con que
prometiéndose felices sucesos, comenzaron á marchar la vuelta de Bariquisimeto, á donde
llegaron de noche, con tanto secreto, que no fueron sentidos, hasta que divididos en dos-
partes fueron entrando en él y juntamente por ambas, pegando fuego á las casas, y comen-
zando á ejecutar su rabia en los que iban topando ; cuando los de la ciudad advirtieron
(aunque tenían velas y tomaron las armas) tenían ya heridos algunos de ella, muerto á un
sacerdote y quemada la iglesia y otras casas con lo que habia dentro ; pero juntándose los
vecinos, que serian hasta cuarenta, viendo que el negocio iba con más veras que pensaban,
les acometieron con tan buen brio, que hiriendo á algunos de los negros y muchos de los in-
dios teñidos, les hicieron huir á todos, hasta meterlos en un arcabuco que estaba cerca del
pueblo, sin pasar de la boca de él, por no parecerles cordura meterse dentro á aquellas ho-
ras, en sitio donde podia ser mayor el peligro que la ganancia ; y así, tomando la vuelta
de la ciudad, los vecinos pusieron más vigilantes centinelas, determinando luego seguir por
la mañana el alcance, no prometiéndose ningún seguro en sus casas hasta haber acabado
con aquellos rebelados, pues quedándose el Rey vivo y los demás no muy maltratados, se
podia temer pasarían adelante con su atrevimiento y temeridad.
Pero pareciéndoles lo era también salir á esto con tan poca gente como estaba en
la ciudad, siendo necesario quedar parte de ella en su defensa cuando saliese el resto en
este alcance, enviaron á pedir socorro al Tocuyo (que hasta allí no lo habian enviado, pa-
reciéndoles no ser posible llegar el negocio á lo sucedido), avisándoles del caso y del incon-
veniente que también á ellos amenazaba si no se cortaban los pasos con tiempo al alza-
miento. No tomaron tan tibiamente como al principio los del Tocuyo el aviso, y escarmen-
tando en cabeza ajena del daño que se les podia seguir como á tan vecinos, juntaron la
gente que pudieron, y nombrando por Capitán á Diego de Lozada, ldMespacharon á Bariqui-
simeto, donde también le confirmaron en el mismo cargo, y se le dieron con los soldados
que se pudieron juntar en la ciudad, que entre todos serian cincuenta, para que siguiese al
negro Rey Miguel. Salió con éstos el Capitán Lozada, y con buenas guías y la priesa que
el caso pedia, con más brevedad que entendía el negro Miguel, que ya estaba recogido en
su pueblo con toda su gente, dio con él de repente sin que les pudiera haber llegado aviso,
hasta que vieron á los españoles á las puertas de su pueblo. Con la presteza que pudieron
tomaron las armas los asaltados negros, y siguiendo á su negro Rey, salieron á hacer frente
(CAP XXII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
237
á los nuestros, intentando resistirles con buen brio la entrada de la empalizada ; pero fué
muy poco para el que llevaban los soldados, pues con facilidad les hicieron retirar dentro
del pueblo, donde todavía porfiaban los negros con algún ánimo á defenderse de los espa-
ñoles, que siempre les iban ganando tierra, hasta que los vinieron á arrinconar á una parte
del pueblo, donde fué más porfiada la pelea, por estar más juntos y animar el Rey Miguel
ú los suyos con grandes voces y gritos que les daba, no siendo él el postrero ni de menores
bríos en el escuadrón, hasta que un soldado se los quitó y la vida de una estocada, con
que perdiendo los demás los que tenían, viendo ya en el suelo y sin vida á su negro Rey,
comenzaron á pelear con mano más floja, que conocido por los españoles, cerraron con ellos
con tanta furia, que hiriendo á unos y matando á otros, hicieron á los demás poner en
huida, de los cuales prendieron casi á todos, siguiendo el alcance, con que quedó del todo
deshecho aquel alzamiento, y los nuestros con victoria.
La Reina negra y el Príncipe negrito con todas sus damas (que no eran pocas) se
estuvieron dentro del pueblo á la mira de la batalla, sin hacer movimiento, con mucha
autoridad, por las ciertas esperanzas que tenían de la victoria que^habian de alcanzar los
negros, fueron allí presas y vueltas á su primer cautiverio, con que los nuestros tomaron
la vuelta de Bariquisimeto, sin sucederles desgracia cou los presos indios y negros que pu-
dieron coger vivos, aunque algunos heridos. Los indios de la tierra, viendo la victoria de
los españoles, y que algunos negros de los que se habían escapado andaban por sus tierras
cimarrones,temiéndose de algún daño, se juntaron, y dando sobre ellos, mataron á algunos,
forzando á los demás que se volviesen á casa de sus amos, donde fueron presos por las jus-
ticias y castigados conforme á sus delitos ellos y los demás que trajeron presos cuando
vinieron los soldados.
CAPÍTULO XXII.
I. Alzanse los indios de Nirva ; viene por Gobernador de Venezuela el Licenciado Villacinda.—
II. Salen á castigar á los indios Nirvas, y puéblase una villa en las minas, y vuélvese á despo-
blar.—III. Puéblanse otra vez las minas, y más delante al Leste la nueva Valencia.
O fué sola la desgracia dicha la que cayó sobre estas minas y Bariquisimeto, pues
tras ella y por ocasión suya, sucedió luego otra harto mayor (pues dura hasta hoy
con muertes de muchos españoles y pérdida de mucha hacienda), que fué el alzamiento de
los Nirvas y Giraharas que poblaban aquellas Provincias. Los cuales tomaron tan de veras
el impedir la labor de estas minas con tan frecuentes asaltos, que nadie se atrevía á estar
de asiento en ellas, por la poca fuerza de gente que entonces se podia poner en el sitio para
su defensa, como se vio en lo que iremos diciendo. En esta miseria y trabajos estaba la
ciudad de Bariquisimeto, cuando á los últimos del año de mil y quinientos y cincuenta y
tres llegó á este gobierno de Venezuela, despachado por el Real Consejo de Indias, el Li-
cenciado Villacinda, y habiendo desembarcado en Coro, donde se detuvo poco, por ser ya
aquello de menos importancia en la gobernación que lo del Tocuyo y Bariquisimeto, tomó
luego la vuelta de estas dos ciudades, y habiendo llegado á ésta y héchole relación Jos ve-
cinos de lo que les habia sucedido con los negros y el alzamiento en que estaban los indios
Nirvas, con que se habia imposibilitado la labor de las minas de San Pedro, le comunica-
ron su determinación hecha por todo el Cabildo y los vecinos, de más sustancia de la ciu-
dad, que era, que para que las minas tuviesen seguro de poderse labrar, pues no tenían
otra granjeria y estaban lejos de la ciudad, pues era distancia de catorce d quince leguas
(con que no les era posible ampararlas en sus peligros con la brevedad que á las veces pe-
dían) se poblase en ella una villa de españoles, á los cuales se les diesen para su sustento los
indios de encomienda que habia por aquella parte, de que hacían dejación desde luego para
el efecto.
Vino en ello el Gobernador, y señalando para esto cuarenta españoles, les dio por
caudillo (por ser hombre muy á propósito) á un Diego de Montes, famoso en aquella gober-
nación por aquellos tiempos, por su mucha experiencia entre indios, conocimiento de yerbas
saludables con que curaba los ingestos enfermos y atosigados de las venenosas; vecino á la
sazón de la ciudad de Bariquisimeto, de donde salió con sus cuarenta (razonablemente
apercibidos) la vuelta de las minas de San Pedro, haciendo de camino algunos castigos de
muertes y otros en los indios alterados, á causa de haber muerto en ellas algunos españoles
y por atemorizar la tierra, que no se atreviesen más á lo mismo. Habiendo ya hecho este
238 FRAY PEDRO SIMÓN. (5.* NOTICIA.)
/
castigo, y tanteado la tierra buscando un sitio acomodado para poblar, parecióle eran mejor
las riberas de un rio que corría por entre muchas palmas cerca de las propias minas, y así
determinó poblar allí una villa, á quien le puso el nombre de Las Palmas,, y habiéndole se-
ñalado justicia que le gobernara y dado asiento á lo que pudo para su conservación, pare-
ciéndole que ya los indios no intentarían más novedades, escarmentados del castigo, tomó
la vuelta de Bariquisimeto, á quien fueron luego siguiendo los más que había llevado y
dejado en la nueva población, por ser vecinos de Bariquisimeto, con que quedaron tan po-
cos en la villa de Las Palmas, que por el seguro con que todavía estaban de los indios no
se atrevían á salir de sus casas ; que fué ocasión (habiendo sabido los indios estos temores)
para que se comenzaran a juntar con intentos de volver á dar sobre el pueblo y minas. No
fué esto tan secreto que no lo viniesen á entender por señas claras los de la villa,y temien-
do por ser pocos venir á manos de aquellos crueles bárbaros, antes que acabaran de hacer
su junta, deshicieron los nuestros la población, y dejándola del todo desamparada con las
minas, se volvieron á Bariquisimeto el mismo año que se habia poblado, que fué el de mil y
quinientos y cincuenta y cuatro.
No por eso perdieron el ánimo los de la ciudad, de que se volviesen á labrar, aun
con todos estos inconvenientes y dificultades, por tenerlas mayores la pobreza, que no po-
dían remediar por otro camino : y así el año siguiente de mil y quinientos y cincuenta y
«cinco, eligieron otro Capitán llamado Diego de Parada, natural del Almendralejo, y dándole
veinticinco soldados de buen brio, volvió á entrar en la Provincia de las minas, comenzan-
do como el pasado : lo primero á ir en demanda de los indios, procurando castigar las rebe-
liones que intentaron contra los primeros pobladores. Y habiendo hecho algo de esto, pa-
reoiéndole no se atreverían más á tomar las armas contra los españoles, pobló de nuevo otra
vez la villa sobre el río que llaman de Nirva, dejándole puesto el-nombre del rio, de mane-
ra que le llamaron la villa de Nirva, donde se sustentaron los pobladores solo el tiempo
que duró el verano, porque en entrando el invierno se comenzaron los indios á alborotar,
de suerte que obligaron (con sus continuos asaltos que daban sobre los recien poblados) á
desampararla del todo otra vez y volverse á Bariquisimeto, de donde este mismo año y
de la ciudad del Tocuyo y de la de Coro, juntó el Gobernador Villacinda una razonable
compañía de españoles, y por las noticias que le habían dado por el puerto de la Burburata,
y por las entradas y conquistas que se habían hecho en Nirva, de la muchedumbre de na-
turales que había en las provincias de adelante, derecho al Leste, que llamaban del Tocuyo
(diferente de este otro donde estaba la ciudad), y otras cerca de la gran laguna que llaman
Tacarihua, la despachó en descubrimiento de aquellas provincias, donde comenzaron luego
que entraron en ellas á hacer valientísimos hechos los españoles, por serlo también los in-
dios, y pareciéndole ser la tierra á propósito para poderse sustentar un pueblo de españolea
y para acabar de conquistar aquella gente y pasar con las conquistas adelante á las de Cara-
cas, con licencia que llevaba el Capitán para testo del Gobernador, fundó en nombre del
Rey un pueblo que llamó la Nueva Valencia, sesenta leguas al Sueste de la ciudad de Coro
y siete del puerto de la Burburata, ai mismo rumbo, veinticinco de Santiago de León, en
Caracas, que después se fundó al Leste y otras tantas á Bariquisimeto, y treinta y cinco del
Tocuyo al Oeste. Ya habia entrado en el tiempo que se pobló esta villa el año de mil y
quinientos y cincuenta y seis, en que también murió el Gobernador Villacinda, quedando el
Gobierno en el Ordinario de las ciudades.
La de Bariquisimeto, revolviendo todavía sobre sus minas de San Pedro, de donde
sacaba el granillo de su ganancia, nombró otro caudillo llamado Diego Romero, y dán-
dole cuarenta españoles, lo despacharon de la ciudad para que tornara otra vez á poblar la
villa en defensa de las minas, habiendo primero (como los demás que habían entrado) cas-
tigado los indios alterados, como lo hizo ; y habiendo llegado al sitio de las minas, dejando
la gente rancheada en ellas, tomó la vuelta de la ciudad de Bariquisimeto á dar cuenta de
lo que habia hecho al Cabildo que lo habia enviado, para que ordenase (supuesta la pacifi-
cación que le parecía dejaba hecha en los Nirvas), lo que más convenia para la población
de la villa.
(CAP. XXIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
239
CAPÍTULO XXIII.
I. Señala el Cabildo de la ciudad del Tocuyo al Capitán Diego García de Paredes para que pueble
una ciudad en los Cuicas, y sale á eso—II. Puebla la ciudad de Trujillo en el valle de Escuque,
y por inconvenientes que sucedieron vuélvela á despoblar—III. Propiedades y religiones de estos-
indios—IV. Disposición de esta tierra de los Cuicas, y modo y armas con que pelean.
ESTE mismo año que murió el Gobernador Villacinda, el Cabildo y ciudad del Tocuyo,
teniendo noticia de unas provincias de los indios Cuicas que estaban al Poniente de
su ciudad, á las cuales había entrado el Contador Vallejo el año de mil y quinientos y
cuarenta y nueve, con comisión del Gobernador Tolosa, determinó enviar á descubrirlas
del todo y conquistarlas, pareciéndole se podria hacer con facilidad, por saber era gente
desnuda y pacífica, y que de allí podrían (de más de reducirlos á la Iglesia y sujeción de la
Real Corona) haber á las manos mucho algodón, por tener también noticias que era mucho
el que se criaba en aquella tierra, y como hemos dicho, lo habiau tomado por granjeria para
hacer telas en esta ciudad ; la cual nombró (para el efecto) por Capitán á Diego García de
Paredes, hijo natural del otro valiente Diego García de Paredes, cuyas hazañas fueron bien
conocidas por el mundo, á quien imitó este su hijo en cuantas ocasiones de refriegas se le
ofrecieron. Este, pues, con la más gente que pudieron juntar los de la ciudad, que serian
hasta ochenta, y buena copia de indios yanaconas y caballos, tomó la vuelta de estas pro-
vincias de los Cuicas, y entrándose por ellas las atravesó siempre al Poniente, y sm suce-
derle alboroto con los naturales, por ser gente pacífica y de buena masa, buscando sitio
acomodado para poblar una ciudad de que llevaba comisión, llegó á una población grande,
llamada Escuque, puesta en un lugar alto á las vertientes del rio Motatan, que tiene su na-
cimiento al Norte, en las cumbres de los páramos de la ciudad de Mérida, que hoy llaman
los páramos de Serrada, y pasando por el valle que dicen de Corpus Cristi, que es la Pro-
vincia de los Tomotes, vacía sus abundantes aguas en la laguna de Maracaibo, cerca del
Puerto de las Barbacoas.
Pareciéudole á propósito al García de Paredes el sitio para poblar la ciudad que
pretendía, haciendo las ceremonias que se acostumbran en esto, la pobló el mismo año de
mil y quinientos y cincuenta y seis, llamándole la ciudad de Trujillo, y habiéndole nom-
brado Justicia y Regimiento, y repartido para encomienda á los vecinos los naturales de los
pueblos circunvecinos á la nueva ciudad, y dado asiento á las demás cosas de su gobierno,
tomó la vuelta del Tocuyo á dar cuenta al Cabildo de lo que dejaba hecho : avisando en
esta ausencia de García de Paredes algunos mozuelos de los que quedaban en la nueva po-
blación, de la pacífica condición y trato de los indios j no poniendo freno á sus ruines y
juveniles indignaciones, comenzaron á desmandarse haciéndoles algunas fuerzas y robos,
tomándoles las sartas de cuentas é hilo de algodón, que era todo su caudal, y aprovechán-
dose de sus mujeres é hijas tan desvergonzadamente, que no se recataban de poner en eje-
cución sus torpes deseos dentro de las mismas casas de sos padres y maridos, y aun á su
vista, con que los irritaban de manera que no pudiendo ya sufrir tantas sinrazones y mal-
dades, convirtiendo la mansedumbre en ira de bárbaros, tomaron las armas, y matando á
todos los que les habían agraviado, se determinaron que no quedase rastro en sus tierras de
la Nación española. Convocaron para esto toda la tierra, y juntos y numerables pusieron
cerco á la nueva ciudad, que estaba toda cercada de palenque: ya los de dentro en tanto
aprieto, por algunos dias, que si en ellos no les llegara á tiempo de socorro el mismo García
de Paredes, á quien ya habían avisado desde los principios de estas revoluciones, sin duda
salieran los indios con sus intentos, sin dejar español vivo de cuantos tenían cercados. Pero
el García de Paredes, por ser hombre tan valeroso, con algunos soldados que traia de re-
fresco, desbarató los indios y los puso en huida, aunque no en temor, pues era tanto el odio
que habian cobrado á los soldados, que sin reparar en los naturales que quedaban muertos
cada dia, no cesaban de venir á darles ordinarias guazabaras, en que también quedaron
muertos en veces ocho ó diez soldados con algunos indios y caballos, lo cual advirtiendo el
García de Paredes, y que no eran bastantes las muchas veces que los habia desbaratado con
muertes y heridas de tantos, y los muchos medios que habia tratado con ellos de paz, sa-
liéndoles á mil partidos y prometiéndoles comodidades, para que saliesen de la cólera y
brios con que estaban, tuvo por más acertado desamparar por entonces el pueblo, dejando
240
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
aquella pacificación para cuando pudiese entrar á ella más fuerza de gente, y dando la me-
jor traza (que todo fué menester para salir con vida de entre ellos) que se pudo, determi-
naron fuese de noche y muy al secreto, dejando en el pueblo grandes lumbres encendidas,
por desvelar con esto á los indios que estaban á la mira de todo lo que pasaba. Quedó con
esto desamparada del todo aquella nueva ciudad de Trujillo, y mucha cantidad de ganados
mayores y menores que habían llevado los españoles para su sustento y crianzas, tomando
todos la vuelta de la ciudad del Tocuyo, donde entraron ya entrado el año de mil y qui-
nientos y cincuenta y siete.
La gente de estas provincias de los Cuicas es toda bien dispuesta y de buen parecer,
en especial las mujeres; andan del todo desnudos, fuera de las partes de la honestidad, que
traen ellos á medio tapar, con una punta de calabaza, y ellas con un bayo, que es de algo-
don tejido de colores, de una mano de ancho. Tienen en bohíos particulares, dedicados
solo para esto, al modo de templos, algunas figuras mal formadas de hilo de algodón, tierra
cocida y palos (que comunmente llaman los españoles tunjos) á quien ofrecen ovillejos de
hilo del mismo algodón, sartillas de quitero, que son cuentas de muchos colores de piedras;
y huesos teñidos, en especial de piedras verdes, que dicen algunos son tan buenas para do-
lor de ijada, como las de Santa Marta. También ofrecen algunas mantas pequeñuelas de
J algodón, de una tercia en cuadro, sal y granos de cacao; sacrifican venados en estos templos,
quemando la carne y colgando las cabezas en las paredes, de que hallan tanta cantidad los
españoles en algunas partes, que cubrían las paredes de los templos de alto á bajo. Hay
muchos jeques y hechiceros que hablan con el diablo, á quienes les manda le ofrezcan que-
mado en braserillos de tierra las grasas del cacao; para lo cual lo muelen y cuecen (que los
españoles llaman chorote) y dejándole enfriar se cuaja encima la manteca, muy blanca, la
cual cogen y le ofrecen como se lo mandan, por ser la cosa mejor que tienen los indios.
Enviando un dia un estanciero español, que estaba en uno de estos valles, á llamar con un
indio á otro, le dio al mensajero (para que entendieran era cierto lo enviaba á llamar) un
pedacito de una hoja de Misal viejo, puesta en un pedazo de caña hendida; fuese el indio
aquella noche con la caña al santuario (que acertó á ser Mohán) á esperar al demonio, que
estaba concertado habia de venir á hablarle, y poniendo la caña con el pedazo de la hoja
metida en un agujero de la pared, á la parte de fuera del bohío, entró dentro y estuvo
aguardando hasta la hora que habia de entrar el demonio, el cual comenzó á la hora seña-
lada á hablar al Mohán desde afuera del bohío, y diciéndole el indio que por qué no entra-
ba como solia, le respondió que estaba enojado con él porque tenia á la puerta á su enemigo;
y preguntando quién era, porque él no sabia que hubiese nadie en ella, respondió el demo-
nio que aquel papel que le habia dado el español; con que se fué y no quiso más hablar al
indio; el cual haciendo á la mañana su embajada, cuando volvió al español con el mismo
papel, le contó lo que habia pasado, y mirándolo con cuidado, vieron que estaba escrito en
él un pedazo del Evangelio de San Juan: In principio erat Verbum &c.
Esta gran provincia en que entró García de Paredes y corre Norte Sur, desde las
cumbres de los páramos de Serrada, casi treinta leguas para la ciudad de Coro, se divide en
dos parcialidades: unos se llaman Timotes, que comienzan desde los páramos diohos y cogen
la mitad de esta distancia; y la otra CUÍCOS, como hemos dicho; aquéllos son gente más be-
licosa, indómita, desabrida y guerrera; sirven á los vecinos de la ciudad de Mérida, por
haber sido conquistada de sus vecinos, como luego diremos, y por la misma razón ponen
términos por aquella parte del Norte á los de la Real Audiencia de Santafé, desde donde
comienzan los de Santo Domingo por una línea recta, que corre Leste Oeste, hasta los
términos de Santa Marta, por la parte del Poniente y por la del Oriente; hasta ahora no
tiene términos la una ni la otra Audiencia, por estar aquello aún sin conquistar desde el
rio Orinoco é isla de la Trinidad para adelante hasta el Brasil y„rio de la Plata. Los Cuícos,
como hemos dicho, es gente de mejor masa, más pacíficos y domésticos, pero todos en co-
mún gente muy suelta y para mucho trabajo. Pelean generalmente con lanzas, dardos y
macanas. Desde que comenzaron á pisar los españoles las tierras de los unos y los otros,
trazaron para su defensa de hacer un modo de fortalezas cercadas de palenque, en las más
ásperas y encrespadas cuchillas que hallaban, que por ser tierra tan doblada tenían bien en
que escoger. Cortábanlas por una parte y otra, atajando el paso para las entradas, que no
lo hubiera más que por una puente levadiza; peinaban los lados, si de suyo no lo estaban,
haciéndolas con esto por todas partes inaccesibles; aquí se recogían en sabiendo estaban los
españoles en sus tierras, que fué causa de acrecentar los trabajos á los que las conquistaron.
(CAP. XXIV).
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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Viven en parcialidades, sin reconocer Rey ni superior, cuando mucho a un principalejo que
los gobierna en sus guerras.
CAPÍTULO XXIV.
I. Viene al Tocuyo Gutierre de la Peña con el gobierno y señala para reedificar á Trujillo al Capitán
Francisco Ruiz, que fué luego al efecto—II. Dánse vista en el valle de Bocono él y el Capitán
Juan Maldonado, que bajó de las Provincias de Mérida—III. Vuélvese á reedificar la ciudad de
Trujillo con nombre de Miravel, y el Capitán Maldonado á la ciudad de Mérida.
CUANDO Diego García de Paredes llegó á la ciudad del Tocuyo con su gente dejando
despoblada la de Trujillo, halló recien llegado á ella (que habia venido, de la de Santo
Domingo) al Capitán Gutierre de la Peña con el gobierno de aquella Provincia por muerte
del Licenciado Villacinda; y no estando aún digeridas unas acedías de enemistades que te-
nían de algunos tiempos atrás el Paredes y el Gutierre de la Peña, queriendo tratar por
recien entrado en el gobierno, entre las demás cosas, que se volviera á reedificar la ciudad
de Trujillo, no le pareció al Gobernador volviese á la facción el García de Paredes, y así se
la dio á un Capitán Francisco Ruiz, vecino de la misma ciudad del Tocuyo; el cual juntan-
do hasta cincuenta soldados, algunos de ellos de los que habian sido ya vecinos en la po-
blación de Trujillo, tomó la vuelta de las mismas provincias, y entrándose por ellas al
principio de las de los Cuícos, al poniente de un valle, dicho de Tostos ó de Bocono (porque
estos dos nombres tuvo), se rancheó con su gente para que se reformara y los caballos, y
aun reforzaron sus armas é hicieron otros sayos ó escaulpiles de nuevo, por haber entendido
se estaban todavía avispados los indios de la nueva población, y con los mismos bríos y
aun mayores por la victoria que presumían haber tenido, en haber hecho despoblar la ciu-
dad de Trujillo y que saliesen los españoles de su tierra, teniendo intentos de no dejarles
volver á reedificar en ella.
En este mismo tiempo, que era ya el año de mil y quinientos y cincuenta y nueve,
habiendo salido de la ciudad de Mérida (poblada en aquel mismo año, en el modo que dire-
mos en la segunda parte) el Capitán Juan Maldonado, vecino de la ciudad de Pamplona,
en este Nuevo Reino, con hasta cincuenta soldados á descubrir las mismas provincias de
Timotes y Cuicas, y habiéndose rancheado en cierta parte de un valle con toda su gente, á
lo último de las provincias de los Timotes, dejando en el sitio los demás, con hasta veinte
soldados salió por su persona á dar vista por una parte y otra y descubrir las tierras de más
delante al Norte; y andando así de unas-en otras, vino á dar á este mismo valle de Bocono,
á quien llamó Tostos por cierta población que halló á las entradas de él con este nombre; y
como inopinadamente descubriese desde lejos los ranchos y gente del Francisco Ruiz, que
estaban á la otra parte del valle y encontrase luego á pocos pasos dos soldados de la com-
pañía del Ruiz que andaban monteando, informándose qué gente era y de dónde habian
salido, envió á decir con ellos á su Capitán que alzase rancho de allí y buscase otra tierra
donde poblar, pues aquella él la tenia ya por de su conquista. Despedidos con esta embajada
los dos soldados, no le pareció al Juan Maldonado dejar de hacer algunas prevenciones para
lo que pudiera suceder, teniendo por cierto no dejaría de alterarse el Francisco Ruiz con lo
que le envió á decir; y así se recogió con sus veinte compañeros en un sitio acomodado para
poder resistir y defenderse si intentasen los contrarios quererle ofender. No se alteró mucho
el Francisco Ruiz de la embajada, á que envió en respuesta, con otros dos soldados, lo mismo
que le habia enviado á. decir, con que se vinieron á picar el uno y otro Capitán, de suerte
que por mensajeros vinieron á desafiarse con palabras mayores; si bien todo esto mirado
con mejor acuerdo, no vino á tener efecto; pero túvolo el enviar luego el Francisco Ruiz
alguna de su gente aquella noche al sitio de Escuque, donde habia estado poblada la ciudad
de Trujillo, con intentos de volverla á reedificar allí (si bien hasta entonces no los habia
tenido) por los repiques que habia habido entre los dos. Aquella misma noche el Capitán
Maldonado, por lo que podia suceder, tomó la vuelta de su Real y se juntó con la demás
gente que habia dejado rancheada de su compañía.
Dos dias se estuvo sin moverse de sus ranchos de Bocono el Capitán Francisco Ruiz,
después de los cuales siguió á sus soldados, que habia enviado al sitio de Escuque, donde
los halló rancheados en algunos bohíos que se estaban todavía sanos de la ciudad de Tru-
jillo, que no habian querido quemar los indios, por ventura para servirse de ellos, donde
32
242
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
comenzó luego á reedificar la ciudad, llamándola la ciudad de Mirabel, por no conformarse
con la primera edificación. Nombróle Alcaldes y Regimiento con los demás oficiales de Ca-
bildo, y repartió los indios de la comarca con mueba diferencia de como antes babian esta-
do repartidos en los vecinos. Volvieron aquí (habiendo salido el Capitán Maldonado de la
población) á renovarse los repiques entre los dos Capitanes, que terciando de buena algunos
de los más cuerdos soldados de la una y otra parte, vinieron á parar en que el Capitán Mal-
donado se volvió con toda su gente á la ciudad de Mérida, dejándole por términos de su con-
quista las tierras de los Timotes, y ya medio pacíficos, y el Francisco Ruiz se quedó en su
pueblo nuevo de Mirabel, tomando por términos de él el que tenían en sus provincias los
indios Cuicas. De aquí tuvo principios la división de los términos de las dos Audiencias de
Santafé á la parte del Sur, y de la ciudad de Santo Domingo á la del Norte (como dejamos
tocado), si bien hoy no está acabada de determinar cierta diferencia que se levantó los años
pasados, acerca de la jurisdicción por aquí de ambas Audiencias sobre” cierto bosque de
cacao que se halló arrimado á la laguna de Maracaibo, en el ancón de Maruma, si cae en
términos comunes de las dos, ó á cuál de ellas pertenezca.
CAPÍTULO XXV.
I. Da nueva comisión el Gobernador Gutierre de la Peña para que pueble otra vez en las minas de
Nirva, y envía gente á las provincias de Caracas—II. Viene por Gobernador de Venezuela el Li-
cenciado Pablo Collado—III. Sale García de Paredes con nuevos poderes del Gobernador Pablo
Collado, y á reedificar la ciudad de Trujillo—IV. Múdase el pueblo de Trujillo al valle Bocono.
LO mismo que dijimos le habia sucedido al Capitán Diego García de Paredes (cuando
volvió al Tocuyo de su nueva ciudad de Trujillo despoblada), le sucedió al caudillo
Diego Romero cuando volvió á la de Bariquisimeto del Real de las minas de Nirva, donde
dejó su gente rancheada, y tomó la vuelta de la ciudad, pues halló también en ella al mismo
Gutierre de la Peña, recien venido de Santo Domingo con su gobierno, y habiéndole dado
relación de lo que habia hecho en la Provincia, se volvió á dar nueva comisión para que
volviese á poblar en la parte más acomodada que le pareciese. Tomó la vuelta con esto el
Diego Romero de las minas de San Pedro, á donde llegó y halló la gente que habia dejado
alojada en ellas, sin haberles sucedido desgracias, aunque las habían ocasionado los indios
rebelados. Iban ya entrando aprisa, cuando llegaron á este puesto las aguas del invierno, con
que se atajaron los pasos de andar caminando de una parte á otra, trastornando sierras, va-
lles y sitios para hallar uno á propósito para la población; y así la hizo en el mismo aloja-
miento y ranchería de las minas de San Pedro, llamándole la villa Rica, por habérselo man-
dado así el Gobernador y que no se saliese del sitio en todo aquel invierno, porque no
sucediera á la nueva población lo que en la ocasión pasada, que en este tiempo de aguas
vinieran á dar sobre ellas los indios rebelados, como lo hizo con puntualidad. Este Capitán
Gutierre de la Peña, en el poco tiempo que le duró su gobierno, con los soldados que pudo
juntar en los pueblos de él, dio principio á las conquistas y poblaciones de las provincias
de Caracas, enviando por Capitanes de la gente á dos soldados mestizos, llamados los Fa-
jardos, hijos de una india, señora de las más principales de aquellas Provincias, y de un
Juan Fajardo, vecino del Tocuyo.
Estando (como se le habia ordenado) el Capitán Romero en esta su nueva población,
llegó á las ciudades del Tocuyo y Bariquisimeto el Licenciado Pablo Collado, proveído por
el Rey en Gobernador de Venezuela por muerte de Villacinda; el cual, informado del esta-
do en que estaban las minas de Nirva y nueva población (por algunas incomodidades que
habia en el sitio), mandó al Capitán Romero la mudase á donde le pareciese y que en me-
moria suya (que según parece solo por esto mandó hacer la transmigración) le llamasen
Nirva del Collado. Por no ser esto muy dificultoso y complacer al Gs^ernador, pasóse Ro-
mero con su villa al rio de Nirva, donde Diego de Parada la habia poblado segunda vez,
aunque en un sitio más allegado al camino que pasa desde Bariquisimeto á la nueva Valen-
cia y Provincias de Caracas. Allí estuvo tres ó cuatro años, después de los cuales (por la
pobreza y miseria de la tierra, que no tenia esclavos de minas y por la inquietud con que
estaban con las rebeliones de los naturales, que no acababan de quietarse, ni hoy lo está,
como hemos dicho) la tornaron á desamparar del todo; y después, en tiempo que gobernaba
la segunda vez estas provincias el Licenciado Bernárdez, se volvió á reedificar por algún
(CAr. XXV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
248
tiempo, hasta que le dieron tanta prisa los mismos indios Nirvas, que la desampararon del
todo como hoy lo está.
Quieto estaba en su’nueva ciudad de Mirabel Francisco Ruiz, cuando llegó también á
la ciudad del Tocuyo el nuevo Gobernador Pablo Collado, el mismo año de mil y quinientos
y cincuenta y nueve, y habiéndole informado el Diego García de Paredes, que estaba en la mis-
ma ciudad del Tocuyo, del agravio que se lo habia hecho en quitarle la jornada de las provin-
cias de los Cuicas, en que él habia comenzado á trabajar y fundar, como hemos dicho, revocan-
do el Gobernador la conducta y poderes que tenia de su antecesor el Francisco Ruiz, los dio
de nuevo al Diego García para que volviese á la misma provincia, y tomando en sí los espa-
ñoles que tenia el Francisco Ruiz en la ciudad de Mirabel, reedificase de nuevo donde le
pareciese su nueva ciudad de Trujillo, haciendo nueva elección de Justicia y Regimiento y
nuevas encomiendas en los vecinos de los pueblos de los naturales. Salió luego que recibió
los recados al efecto el García de Paredes, por ser lo que tanto deseaba, y llegando á la
nueva ciudad, y presentada la comisión, que fué admitida sin ruido, puso en ejecución toda
la instrucción que llevaba, enviando á la ciudad del Tocuyo á Francisco Ruiz, y poniéndole
él á la suya el nombre que le habia puesto primero de Trujillo, con no sé qué adjetivo, á
contemplación del Pablo Collado, como dijimos habia hecho en la de Nirva, si bien éste
luego se perdió, y quedó con solo el nombre de Trujillo.
Permanecieron todos en este sitio con el García de Paredes el tiempo que bastó para
tomar experiencia de las incomodidades que habia en él para la salud, á causa de las gran-
des y ordinarias aguas y humedades con muchos truenos y rayos ; con que determinaron
pedir licencia al Gobernador para mejorarse en sitio, oomo lo hicieron pasando el pueblo á
la cabeza de un ancho valle de sabana limpia, en las playas del rio de Bocono y de Tostos,
como dijimos, pareciéndoles ser más apacible el sitio y estar más en medio de los naturales,
y con eso más acomodado para servirse de ellos ; comenzaron luego desde aquí á acabar de
confirmar en su paz y amistad á los que la tenían muy asentada y conquistar y pacificar á
los demás, que hasta allí no habían dado muestras de ninguna. En este sitio y ocupaciones
estaban cuando llegó huyendo de este Nuevo Reino (á que le amparase Diego García de
Paredes) el Capitán Juan Rodríguez Suárez, vecino de la ciudad de Pamplona, en el mismo
Reino, y primer poblador de la de Mérida, por causas que le acumularon, comunes á todos
los descubridores y conquistadores, sino que tuvo desgracia en tener émulos que las ponde-
rasen, más en él que en otros, como diremos en la segunda parte, tratando de la población
de la ciudad de Mérida.
SEXTA NOTICIA HISTOKIAL
DE LAS
CONQUISTAS DE TIERRAFIRME
CAPÍTULO 1.
I. Dase cuenta en suma de las facciones que hizo Pedro de TJrsua antes de entrar en el Perú, y de
cómo entró en él.—II. Dan noticia en el Perú ciertos indios brasiles de Provincias muy ricas que
habia en las comarcas del rio Marafíon.—III. Determina el Marqués de Cañete haga Pedro de Ur-
sua una entrada en demanda de estas Provincias, y despáchale recados para ello.—IV. Levántanse
en el Perú varias opiniones acerca de la jornada.
POR nuestros pasos contados hemos llegado ya con la Historia á los tiempos en que
sucedieron las tiranías de Lope de Aguirre, y siendo tan propio de ella el contarlas, por
haber tenido éstas en el rio Marañon sus principios, y en el pueblo de Bariquisuneto sus
fines (todo tan dentro de los términos de la Historia, como hemos visto) no podremos excu-
sar el dar larga relación de todo lo que este tirano hizo, y le sucedió, que tomándolo desde
sus primeros ¡)asos, fué así.
Después de haber entrado el Capitán Pedro de Ursua (natural del Reino de Navarra,
de uu pueblo llamado Ursua, cerca de la celeste ciudad de Pamplona) en la ciudad de San-
tafé, del Nuevo Reino de Granada, con su tio el Licenciado Miguel Diez de Armendariz,
primer Juez de residencia, que entró en ella después de descubierto el Reino, y poblada la
ciudad desde donde el Pedro de Ursua bajó á poblar la de Pamplona, en el mismo Reino,
y de haber entrado en las conquistas de los indios muzos, y poblado en ellos la ciudad de
Tudela, y después de haber bajado á Santa Marta y haber hecho en ellas facciones muy
dignas de.su hidalga sangre, y haber vuelto de allí otra vez á la de Santafé á dar cuenta
de lo que hizo, bajó por el rio grande á la de Cartagena, con intento de subirse desde allí al
Perú por Panamá, y poniéndolo en ejecución hasta llegar á esta ciudad, en tiempo que
estaba algo afligida con las infestaciones que cada dia recibía de unas cuadrillas de negros
cimarrones que andaban en el monte, se dispusieron las cosas en ella de manera que ha-
biendo llegado mucho antes la fama de sus brios y buena cuenta que habia dado, de cuantas
conquistas se habia encargado, que se le encargó también la de la pacificación y castigo de
aquellos negros alzados, y habiendo salido tan lucidamente de ella como de laá demás, de
que hablaremos en la segunda parte, tomó la vuelta del Perú (que no debiera) buscando más
gruesa ventura y hacienda que la que hasta allí habia adquirido, á donde llegó ya a la
ciudad de Lima, el año de mil y quinientos y cincuenta y ocho, siendo Virey de aquella
ciudad (digno de eterna memoria) Don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de
Cañete.
Corrían en estos tiempos en aquella ciudad de Lima (y comunmente en todas las
Provincias del Perú) unas valientes noticias, que habían dado de’unas ricas Provincias
ciertos indios Brasiles, que viniendo huyendo, como ellos decían, de sus tierras, que eran las
costas del Brasil, de donde salieron en conformidad más de dos mil indios, con propósito
de ir á poblar otras Provincias que más les agradasen, por no caber ya en las suyas, respecto
de la mucha gente, si bien algunos son de parecer que más hicieron estos indios esta jorna-
da por hartarse de carne humana en otras partes; vinieron á dar después de diez años que
caminaron, trayendo en su compañía dos españoles portugueses, parte por el rio Marañon, y
parte por tierra, atravesando diversas provincias, á la de los Motilones, en el Perú, á donde
(CAP. I.)
NOTICIAS niSTORIAESL Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME,
245
llegaron por un famoso rio que sale de ella y entra en el Marañon. Daban las noticias, muy-
en especial de la Provincia de los Omeguas, que como ya dejamos tocado, piensan algunos que
era la misma que halló Felipe de Utre, con nombre de Omeguas, de quien también la habia
dado, como dejamos dicho, el Capitán Francisco de Orellana, cuando bajó por este rio Mara-
ñon, desgaritado de la jornada que hizo con Gonzalo Pizarro á las Provincias de la Canela.
En éstas de quien daban estos indios las nuevas, fingió luego la fama en el Perú estaba el
hombre Dorado, y si no era con esta consideración de hombre Dorado, era con solo aquel
nombre campanudo que habia volado por aquellas tierras, desde que tuvo el principio en la
ciudad de Quito, que dejamos dicho, con que se alteraron los ánimos de tanta gente vaga-
bunda, como siempre andaba en el Perú, para ir en demanda de estas noticias, de manera
que ya traia al Virey con cuidadosos desvelos el buscar modo con qué aplacar aquello ó
dar salida conveniente á tanta gente como lo pretendía para ir en su demanda.
Habiendo sabido (y aun experimentado) ya el talento del Pedro de Ursua, le pa-
reció al Marqués habia hallado hombre á propósito á quien encomendar la jornada que
pretendía se hiciese para este descubrimiento, con que también se le pagaran algunos de
los servicios (porque en realidad hasta allí aun no lo estaban) que habia hecho en servicio
de su Majestad, en especial en la pacificación de los negros, y vueltas de eso se sangrarían
las Provincias del Perú de tanta y tan corrompida sangre de gente ociosa, como dijimos á
la sazón tenían, con que le amenazaban y se podían temer otros alzamientos, como los que
hasta allí habían puesto en peligro aquel tan pingüe y famoso Reino ; cosa en que siempre
debe tener puesta la mira el que lo gobierna, si quiere excusar los lastimosos sucesos que
hasta aquí hemos visto. Determinando el Virey de encargar esta tan famosa jornada al
Pedro de Ursua, le despachó largas Provisiones y títulos de Gobernador de las Provincias
que fuera descubriendo y conquistando ; con poderes de elegir oficios y oficiales, premiar los
conquistadores que le acompañasen, según los trabajos y servicios de cada uno ; encomen-
dándoles los indios conquistados y para poblar las villas y ciudades de españoles que le
pareciese convenir para la dilatación de la fé y Corona del Eey, en cuyo nombre le pro-
metía, después de haber fundado, algunos honrados títulos, como los Reyes lo han siempre
acostumbrado khacer con los que han descubierto y poblado estas Provincias, que con todas
estas esperanzas estaban de las que intentaban descubrir.
No fué perezosa la fama en llevar luego la determinación de esta jornada por todos
los pueblos de las Provincias del Perú, con que se fué luego alterando gente de toda broza
para seguirla, y aun levantándose opiniones diversas, no solo entre gente de vulgo,
sino aun entre lo más granado y principal, desdorando con malicias que arrojaban en corro
en las conversaciones, la sana intención con que el Marqués se movia á hacerla y el Pedro
de Ursua á admitirla, pretendiendo unos con esto atajarla por sus particulares fines, y otros
por sola malicia que tenían por oficio, como gente ociosa, á deslustrar buenos deseos. De-
cían que no era ocasión aquélla en que el Virey emprendiera una cosa tan grandiosa, y
que era imposible verle los fines que deseaba (cuando fuesen muy buenos) en su tiempo,
pues ya habia nueva de que estaba proveído en sucesor suyo D. Diego de Acevedo (de que
según decia estaba algo sentido el Marqués, teniendo por agravio que le hacia su Majestad,
el quitarle antes de tiempo aquella plaza) y que si esta provision era así, no podia dejar’
de serle de grande inconveniente en su residencia el haber sacado de la casa Real buena
suma de oro para ayuda á los gastos de la jornada, con esperanzas de sacar de ella para
satisfacerlo, y mucho más. A estas cosas anadian sin fundamento otras, que aunque no las
unas ni las otras lo tenían, bastaron para que viniendo á oidos del Virey, se entibiara
algo el calor con que habia comenzado á dar favor á la jornada y ayudas de costa al Pedro
de Ursua. Duró este resfrio (con que ya también lo estaban los que habían tomado la jor-
nada con algunos brios) hasta que vino nueva que don Diego de Acevedo habia muerto
en Sevilla, con que tornó el Marqués á fomentar la salida, y todos los demás á alentarse y
animar al Pedro de Ursua, en quien ya también habían entrado algunas desganas de tomar
la empresa á su cargo, por los muchos inconvenientes, demás de los dichos, que no solo sus
pocos aficionados, sino aun sus muy amigos, le representaban habían de seguirse de ella,
que parece eran todos unos presagios del miserable fin que ella tuvo, como veremos.
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FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.;
CAPÍTULO II.
I. Toma á su cargo Pedro de Ursua la fábrica de los bergantines para la jornada, y hace su Te-
niente general á Pedro Ramiro.—II. Sale Pedro de Ursua de Lima con su gente, y llega al
pueblo de Moyobamba.—III. Habiéndole prometido el Cura de este pueblo prestar dos mil pesos,
dase traza cómo cobrarlos.—IV. Despacha Ursua parte de su gente desde los Motilones á otras
Provincias donde se sustenten.
MIENTRAS se despacharon desde la ciudad de Lima (ya entrado el año de 1559)
Capitanes para hacer leva de gente para la jornada en algunos pueblos Chácaras y
otras partes convecinas á la ciudad, para que después de junta no se detuviera (que suele
ser de inconveniente) por falta de embarcación para los rios por donde habiau de entrar,
tomó el Pedro de Ursua (como cosa de más importancia, para dar principio á todo) el dis-
poner cómo se hiciesen los barcos, y así buscando con toda diligencia carpinteros de ribera,
que son más á propósito para esto, calafates y otros oficiales de hacer navios, que por todos
se juntaron veinte y cinco con otros doce negros carpinteros que entendían también
de esto, y habiéndose hecho toda la clavazón y herramientas y lo demás necesario á la fá-
brica de los barcos, tomó la vuelta de la Provincia de los Motilones, por donde, como diji-
mos, habían salido los Brasiles que habían dado las noticias, y se habia de dar principio
á la demanda de ellas. Estaba en esta Provincia un pueblo de españoles, llamado Santa
Cruz de Capocoba, recien poblado por un Capitán llamado Pedro Ramiro, que á la sazón
estaba en él gobernándolo por el Rey y sustentando la población. Llegó aquí Pedro de
Ursua con toda su gente, oficiales de los barcos, y habiéndose informado de un sitio á pro-
pósito á las márgenes de un rio donde se pudieran hacer con comodidad de buenas ma-
deras, salió del pueblo y caminando el rio abajo hasta veinte leguas, halló el sitio como lo
deseaba, y habiendo dado orden á los oficiales, cuyo maestro mayor era un Juan Corzo, del
número de los bergantines que habia de hacer y su tamaño, y nombrando por su Teniente
general al Pedro Ramiro, principalmente para que tuviese cuidado de dar priesa á la fá-
brica de los barcos, y que fuese recogiendo la gente y soldados que fuesen llegando al pue-
blo de Santa Cruz, tomó la vuelta de la ciudad de Lima, para ir desde allí enviando la
gente y soldados que los Capitanes hubiesen juntado.
El caudal de Pedro de Ursua era tan poco (con haber sido tantas las jornadas y
ocasiones que habia tenido para que fuese bien crecido), que con haberle ayudado el Virey
y con algún oro prestado de la Real caja, y haber sacado alguno de otros arbitrios que se le
dieron, no fué bastante á la costa de tan gran máquina como se movia para la jornada, con
que se retardó casi un año en disponerse de todo punto; y sin duda durara esto más tiem-
po ó no tuviera efecto, si muchos vecinos sus aficionados y otras personas que se prometían
intereses de ella, no le socorrieran con dineros para proveer necesidades de soldados, repa-
rarse de pólvora, cuerda, arcabuces, caballos y otras armas y municiones ; ganados, mata-
lotajes y otras cosas que no se podían excusar. Al fin, después de tan largo tiempo, dis-
puesto todo lo mejor que se pudo, y habiendo enviado Pedro de Ursua la más de la gente
delante, partió de la ciudad de los Reyes como en retaguardia de todos, para reparar que
no se le volviesen algunos que ya estaban desganados de seguirlo. Llegó á un pueblo de
españoles llamado Moyobamba, que estaba en el camino, donde hacia oficio de Cura un clé-
rigo que se decia Pedro de Portillo, que á costa de su estómago habia juntado hasta cinco ó
seis mil pesos que tenia en oro. El cual viendo las valientes noticias que llevaba el Pedro
de Ursua y la gente tan lucida que le acompañaba, codicioso de acrecentar su caudal y aun
por ventura su dignidad con algún Obispado en la nueva tierra que se descubriese, trató
con el General Ursua que le hiciese su Cura y Vicario de aquella jornada, y que demás de
ir administrando estos oficios, en ella le prestaría hasta dos mil pesos con que se pudiese
acabar de aliviar. Vio el Ursua los cielos abiertos, como dicen, con el préstamo, y no re-
parando en prometer él lo demás, aceptó la manda de los dos mil, en cuya virtud fué luego
empeñándose en cosas que no lo hiciera sin esta confianza.
Comenzó luego el clérigo á tener poca de la jornada, y por locura lo que quería ha-
cer en seguirla y más en haber prometido los dos mil : y arrepentido de lo dicho y mudado
propósito, comenzó á dar excusas con que salirse afuera de todo. Estas no le estaban bien
al Ursua admitir, pues.por la palabra que le habia dado se habia alargado á empeñar en
(CAP. III.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRRAFIME.
247
cosas que no podía pagar si no se la cumplía y daba los dos mil pesos, con que se veia apre-
tado para pagar el empeño de dar trazas el Pedro de Ursua como apretar al clérigo á que
cumpliese lo prometido. Hallábanse á la sazón en el mismo pueblo de Moyobamba, entre
los demás soldados de la jornada, un don Juan de Vargas, que después fué Teniente del
Ursua, don Fernando de Guzman, Juan Alonso de la Bandera, Pedro Alonso Casco y Pe-
dro de Miranda Mulato, toda gente matante y de arriscadas conciencias, con quien comu-
nicó el Ursua la aflicción con que andaba y deseo que tenia de que se diese traza cómo el
clérigo exhibiese los dos mil. No fué dificultoso, entrando en ella un poco de violencia, el
trazarla entre los cinco ó seis ; y fué que fingiesen una noche que el don Juan de Vargas
(que á la sazón estaba retraído en la iglesia y con dos heridas) se estaba muriendo, y yendo
uno á llamar al padre Portillo con achaque de que le viniese á confesar, en saliendo de su
casa le echasen mano los demás en cierto puesto é hiciesen firmar un libramiento de los dos
mil pesos, que llevaría ya hecho, para un mercader que sabia le tenia guardado todo su
caudal. Como lo trazaron lo efectuaron luego, pues venido el clérigo á donde estaba el don
Juan de Vargas, que era un aposento de la iglesia, le pusieron los arcabuces á los pechos é
hicieron firmar el libramiento, que luego al punto se cobró, sin aguardar á la mañana f y
sin querer soltar al clérigo desde la iglesia, lo llevaron así como estaba ó de fuerza ó de
grado : viendo que ya le habían llevado sus dos mil al pueblo de Santa Cruz de Capocoba,
donde estaba ya la mayor parte de la armada junta, y donde le forzaron á dar con la misma
violencia los tres ó cuatro mil pesos que le quedaban, con que le hicieron al pobre clérigo
dar de golpe lo que poco á poco y á costa de abstinencias en mucho tiempo habia juntado.
Y no fuera tanto el mal si se concluyeran los suyos en esto, y no se le siguieran infinitas
inquietudes en la jornada. Pero todo lo pagaron con crueles muertes los que le hicieron la
fuerza, como diremos.
Ya estaba la mayor parte de la gente de la jornada en el pueblo de los,Motilones,
Santa Cruz, cuando llegó á él el Gobernador Pedro de Ursua (que ya llevaba este título
sin saber aún de dónde lo era), y aunque aquella Provincia era fértil y ayudó mucho al
sustento de la gente, por ser mucha, se iba ya dando fin á las comidas, con que le fué forzoso
al Gobernador enviar parte de ella á una Provincia llamada de los Tubalosos, no lejos de
aquélla, para que mientras llegaba el tiempo de la embarcación se sustentasen en ella algu-
nos dias, señalando por caudillos de la que hubiese de ir á dos principales y amigos suyos,
el uno llamado Francisco Díaz de Arles, muy su deudo y amigo muy del alma, por haber
andado siempre á su lado desde que salieron de Navarra, en cuantas facciones se habia ha-
llado el Ursua ; y el otro Diego de Frias, criado del Virey y su muy recomendado, que
llevaba cargo de Tesorero de la armada. Andaban estos dos escogidos contra el Corregidor
Pedro Ramiro, desde que el Ursua lo hizo su Teniente general (como dijimos), por preten-
der cada uno de los dos el mismo cargo, como lo dieron á entender tan á costa suya y del
Ramiro en esta ocasión, que el Gobernador, aunque estaba satisfecho de los dos caudillos y
soldados que enviaba para más asegurarse, y por ser vaqueano de aquellas tierras, conocido
y temido de los naturales de ellas, envió también al Pedro Ramiro hasta que los pusiese
en la Provincia donde iban, y confederase en buena amistad á los principales Caciques de
aquellos pueblos con los caudillos y soldados, con lo cual tomase luego la vuelta del pueblo
de Santa Cruz.
CAPITULO III.
I. Fué mucho el sentimiento que tuvieron los caudillos Arles y Frias de llevar consigo al Teniente
Pedro Ramiro, por lo cual determinan matarlo—II. Matan los dos caudillos al Teniente Ramiro—
III. Va el Gobernador Pedro de Ursua en persona á aprehender los delincuentes—IV. Envíalos
al pueblo de Santa Cruz, donde les hizo cortar las cabezas por el delito.
O fué como quiera el sentimiento que tuvieron los dos caudillos Arles y Frias en que
les hubiese nombrado por superintendente al Pedro Ramiro, por las acedías que
traían con él por lo dicho; y haciendo caso de honra que él los mandase, á pocas jornadas
de como salieron del pueblo, determinaron los dos volverse á él, y poniéndolo en efecto, le
dieron cantonada una noche, y habiendo caminado algunas leguas, les insistió el demonio
(que no debió de ser otro el autor), que seria mejor, dejando el camino que llevaban, tomar
otro, de matar al Teniente Pedro Ramiro. Conferian entre sí esto, y facilitábaselo el que se
lo habia inspirado, con la estrecha amistad que ambos tenían al Gobernador Ursua, en que
248
FRAY PEDRO SIMON.
(6.* NOTICIA).
podían confiar que los defendería ó disimularía con ellos cualquier maldad que cometiesen,
solo andaban vacilando en el modo, por estar ya persuadidos al hecho. En esta indetermi-
nación estaban cuando llegaron á ellos otros dos soldados que se habían también desgajado
de los que iban delante, también sus grandes amigos, que por ventura por haberlos echado
menos los volvian á buscar, el uno llamado Grijota y el otro Alonso Martin, á los cuales
habiéndoles preguntado la razón por qué habían dejado al Teniente, respondieron los dos
caudillos que el Ramiro los habia despedido y quedado con toda la gente con intentos de
alzarse con ella y entrarse en ciertas provincias de que tenia noticias, para poblar en ellas;
y que si gustaban de juntarse cou ellos, harían un muy gran servicio á su Majestad y al
Gobernador en aprehender al Ramiro y atajar los pasos á aquel alzamiento. No pudieron
los dos soldados dar alcance á los intentos de los dos caudillos por entonces, por habérselos
paliado con aquellas palabras que parece dabau alguna verdad aparente. Y así, dándoles
crédito y diciéndoles seguirían en todo, tomaron todos cuatro la vuelta de donde iba mar-
chando el Ramiro, con intentos de poner en ejecución su determinación en la primera oca-
sión que se les ofreciese.
A pocas leguas que anduvieron dieron vista al Pedro Ramiro en el paso de un rio
caudaloso, donde les fué forzoso (por no haber más de una pequeña canoa para pasarlo y no
ser posible hallarle vado), que fuese pasando toda la gente de servicio y soldados ¿primero
que él, lo cual estando mirando en asecho los cuatro que le iban en los alcances, viéndole
solo con un compañero que le habia quedado, por haber ya acabado de pasar la gente, apro-
vechándose de la ocasión salieron de donde estaban escondidos, y saludándolo con diferentes
palabras de los intentos, habiéndolo asegurado con ellas, se abrazaron de repente todos de él
y le quitaron las armas, y diciendo y haciendo mandó el Pedro de Frias á un esclavo suyo
que venia con él, le diese garrote, como lo hizo luego, y tras esto le cortó la cabeza. El
mozo que acompañaba al Ramiro, teniendo modo de escaparse, volvió con brevedad al pue-
blo de los Motilones y dio noticia del caso al Pedro de Ursua, que lo sintió notablemente.
Los cuatro, pareciéndoles quedaban victoriosos con aquella tan atroz maldad, en llegando
la canoa á la barranca que venia á pasar al Pedro Ramiro, entrándose en ella, pasaron á la
otra banda con la gente, á quien persuadieron haber hecho aquello con orden que tenían
del Gobernador Ursua, por haber sido informado que el Capitán Ramiro se quería alzar con
ellos, con que los sosegaron, y pretendiendo hacer lo mismo al Pedro, por si acaso le habia
informado el mozo compañero del Ramiro de otra suerte, le despacharon los matadores un
amigo suyo, con quien le enviaron á decir que el Capitán Pedro Ramiro quedaba preso por
su orden, por haber querido alzarse con la gente, y ellos como servidores de su Majestad y
de su Gobernador le habían hecho aprehender, hasta que su merced mandase lo que se ha-
bia de hacer en el caso, de cuya verdad, estando ya avisado el Gobernador por el mozo, no
dio al segundo mensajero crédito, si bien disimuló con él, sin hacer demostración de alte-
rarse por el embuste que le traia: No faltó quien, echando juicios sobre este suceso, se de-
terminase á decir que se habia efectuado por los dos caudillos para dar ocasión al Pedro do
Ursua á que se alzase con la gente, viendo el mal suceso que á los primeros pasos iba te-
niendo su jornada, y diese la vuelta al Perú, como los dos Arles y Frias habían dado gran-
des muestras en muchas ocasiones de desearlo.
El gran sentimiento que tuvo el Gobernador de este suceso, y los temores y sospe-
chas de que podían suceder otros peores, amotinándose los soldados contra los cuatro mata-
dores del Ramiro, no sosegaba, hasta que determinó partirse solo con cuatro ó seis criados,
y tomar la vuelta de donde éstos estaban, y se determinó ir sin ruido de gente y á solas,
pareciéndole se negociaría mejor por aquel camino, fiado de la mucha confianza que tenia
de los dos caudillos, por su mucha amistad, como dijimos, y también porque si le veían ir
de mano armada á prenderlos (temiéndose del castigo y pena que merecía su culpa) por ven-
tura se alborotarían, y anteponiendo sus vidas á la amistad, podrían suceder otros escán-
dalos y mayores daños que hasta allí ; y así solo con este nombre *Hel Rey, que con tan
justo título es amado de los buenos y de los malos temido, llegó á donde estaba la gente y
los matadores tan inopinadamente, que no tuvieron estos cuatro lugar de alterar á los demás
para contra el Gobernador, que nunca pensaron fuera á ellos en persona ; y así solo procu-
raron los cuatro poner en cobro las suyas, escapándose como pudieron de la presencia del
Gobernador, tanto (por ventura) por vergüenza de no parecer ante él con tan grave delito,
como por huir de la pena. No hizo alborotos de esto el Ursua, por parecerle no era ese ‘el
camino de haberlos á las manos, antes quedando con mucho sosiego, sin ninguna muestra de
(CAP. IV.)
KOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRA FIRME.
249
alteración, les envió á decir no ser justo que unos hombres de sus calidades y prendas se
hiciesen culpados con la fuga en un caso como aquél, en que notoriamente se habían mos-
trado muy serviciales de su Majestad ; y quo caso que fuera otra cosa, bien sabían en las
obligaciones que les estaba de servirles y favarecerles en todo, y que era mejor pareciesen,
para que los librase, que caer en manos de otro Juez que los castigase.
Fueron bastantes estas y otras razones y buenos comedimientos, á poner confianza
en los dos caudillos de buenos sucesos en su negocio, con la cual determinaron venir á donde
estaba el Pedro de Ursua, que para más asegurarlos los despachó luego al pueblo de Santa
Cruz, donde les prometía se daria el mejor orden que se pudiese para librarlos. Partió tras
ellos el Gobernador, después de haber puesto orden y caudillo á la gente y soldados que
quedaban en las Provincias. Habiendo llegado pocos dias después de ellos al pueblo de Santa
Cruz, los hizo luego prender y asegurar con prisiones, y comenzando á hacerles la causa
con el asesor que traía en el ejército, y guardándoles todos los términos del derecho, aun-
que el crimen habia sido tan grave y notorio, conclusa la causa, los condenó á degollar, si
bien ellos, aun notificadas ya las sentencias, no acababan de creer iba aquello de veras, por
las blandas palabras que les habia habla’do y atraído hasta allí, y que solo habia hecho aque-
llo por cumplir con su oficio de Juez y hacerse temer á todos los de su ejército, pero que
sin duda les otorgaría la apelación para la Real Audiencia de Lima ; lo que también tu-
vieron por cierto muchos de los del pueblo y compañía, sabiendo la amistad y parentesco
que habia entre ellos y el Juez : pero el Gobernador, posponiendo estas dos cosas á la jus-
ticia que debia hacer sin aceptación de personas, aunque era su propia sangre, la quiso ha-
cer derramar para no dar ocasión de nota de hombre remiso, y por lo mucho que importaba
para el gobierno de tanta gente como llevaba á su cargo ; y así, pareciéndole ser muy ma-
yores estas obligaciones que las de amistad, mandó que pospuesta toda apelación, les corta-
sen públicamente las cabezas, como se hizo.
CAPÍTULO IV,
I. Quedan con recelos en el Perú de algún alzamiento en la jornada de Pedro de Ursua; escríbele sobre
ello un amigo suyo.—II. Despacha el Gobernador dos tropas de soldados á buscar comidas, y una
se alarga con treinta el rio abajo, más de doscientas leguas.—III. Fortifícase García de Arce con
sus soldados en la isla, donde se defendieron de los indios.—IV. Usan los españoles una terrible
crueldad con los naturales, que les vienen de paz.
O quedaron del todo seguros el Virey y Oidores ni aun toda la ciudad de Lima do la
jornada de Pedro de Ursua, luego que volvió las espaldas para comenzarla, por ver
iba en ella mucha gente facinerosa é inquieta de la que se habia hallado en los alzamientos
y rebeliones de Gonzalo Pizarro, Francisco Hernández Girón, don Sebastian de Castilla y
de los Contréras, y que el número de gente era crecido, pues llegaba á casi^ trescientos
hombres, con que si quisiera el Ursua revolver al Perú, no les pusiera en menores trabajos
que los que tuvo con los dichos, que por no ser de los términos de esta Historia y estar en
otras muchas escrito, no me estorbo en tratarlos. Acrecentándose iban estas sospechas cada
dia más, fomentadas de gente holgazana y mal intencionada, y que por ventura deseaban
esto, cuando los sacó de ella la nueva que les llegó de la justicia que habia hecho del Fran-
cisco de Arles y Frias, el Pedro de Ursua, con que no solo quedaron del todo quietos los
ánimos del Marqués y Oidores, pero aun loando el hecho y gobierno del General, se pro-
metieron grandes sucesos y dichosos fines de la jomada, si bien algunos supersticiosos echa-
ban juicio fundado en las muertes que se habían dado á los dos, que pues se habia comen-
zado el viaje en sangre, habia de parar en eso ; que aunque sucedió así, fué vanidad colegir
lo uno de lo otro. De todas estas ocasiones la tomó un Pedro de Linasco, vecino de las
Chachapoyas, grande amigo del Pedro de Ursua, y bien experimentado en jornadas y de
gran conocimiento de muchos de los que iban en ésta, y de las ocasiones que lo suelen ser de
alzamientos, para escribirle una carta en que le avisaba de las sospechas con que todos que-
daban en el Perú, de muchos de los soldados que llevaba, que pjr ser gente facinerosa y
bulliciosa le podrían ser de grandes inconvenientes, y aun por ventura causa de su muerte;
y en especial se podia sospechar esto de Lorenzo de Salduendo, Lope de Aguirre, Juan
Alonso de la Bandera, Cristóbal de Chávez, un don Martin y otros que también nombraba,
diciendo que por diez ó doce hombres más ó menos no habia de dejar de proseguir su jor-
33
250 FRAY PEDRO SIMÓN. (6.a NOTICIA.)
nada, y así le rogaba los echase de su compañía ; y que si la compasión de verlos pobres y
necesitados le era ocasión á no hacer esto, no reparase en ello, pues se los podia enviar á
él, que por su comodidad estaba dispuesto á sustentarlos, entre tanto que descubría la tierra
que iba buscando, y cuando le pareciese podría enviar por ellos y hacerles en ellas el bien
que gustase.
Y que así mismo le rogaba como amigo, por lo mucho que también esto le impor-
taba, no llevase consigo á doña Inés de Atienza (ésta era hija de un Blas de Atienza, vecino
de la ciudad de Trujillo, viuda de Pedro de Arcos, vecino de Piruta, uon quien se habia
revuelto el Pedro de Ursua, dicen que á título de casarse con ella, mujer gallarda y de
muy buen parecer), pues de más de ser uua cosa tan fea, y de tan mal ejemplo para todos
sus soldados, se le seguirían mayores daños de los que él pensaba, y que si se determinaba
á dejarla, él daria orden cómo ponerla en cobro, de suerte que no entendiese la doña Inés
que él habia sido el que habia mandado se quedase, ni aun sido consentidor de ello. No
hizo la impresión que debiera esta carta de amigo en el Gobernador, que aunque hombre
de despabilado entendimiento, de pocos años y no tanta experiencia como habia menester
para uua tan grande máquina como tenia á su cargo, no le tenían aún abierto camino para
mirar lo de adelante ; y así no solo no puso en ejecución lo que le avisaban más que en
solo hacer volver al Perú al don Martin (uno délos encartados), pero aun no quiso responder
á ella, que á hacer lo que le aconsejaba, por ventura se librara de la muerte que los que nom-
braba le dieron, de que no fué poca ocasión y piedra de escándalo la doña Inés.
Viéndose ya Pedro de Ursua en el pueblo de los Motilones, Santa Cruz, acabada de
llegar toda su gente, despachó delante cien hombres, y por su Capitán á don Juan de Var-
gas, para que en llegando por tierra al rio de Cocama, subiesen por él con las más comidas
que pudiesen haber juntado en las Provincias por donde habían de pasar, y teniéndolas
á la boca del rio aguardasen allí, para que cuando llegase el General con el resto de la
gente, las hallase juntas, y sin detenerse pasasen adelante. También despachó á un Gar-
cía de Arce, grande amigo y confidente suyo, que con treinta hombres se adelantase á una
Provincia, veinte leguas el rio abajo del astillero de los bergantines, á quien llamaban
la de los Caperuzos, por cierta manera de bonetes ó caperuzas que traían sus natu-
rales, y que juntando también á la margen del rio toda la comida que pudiesen, esperase
al Capitán Juan de Vargas, y ambos le aguardasen allí para que todos juntos fuesen prosi-
guiendo por las corrientes del rio. Partióse á la facción el García de Arce con sus treinta
compañeros, en una balsa que se hizo para el efecto, y ciertas canoas del astillero, y por
no haber querido, ó por otra ocasión é intentos que él tenia, no le pareció aguardar al don
Juan de Vargas donde so le mandó, antes habiendo cogido algunas comidas en la Provin-
cia de los Caperuzos, que fueron bien pocas, pasó el rio abajo la boca de Cocama, y otras
más adelante, hasta alargarse más de doscientas leguas el rio abajo, que pasó con har-
tas hambres, trabajos y riesgos de su persona y toda su gente, hasta llegar á una razona-
ble isla que hace el rio, á quien por este respecto llamaron la isla de García. Entre los
riesgos que por el camino tuvo, no le faltaron más que dos soldados españoles, que saltando
en cierto paraje en tierra á buscar comidas, se entraron por un arcabuco, y debieron de alar-
garse tanto, que no atinando después á salir al puesto de los compañeros, al fin se quedaron
allí, sin tener más rastro de ellos, porque la necesidad de comidas no solo no les dejaba
reparar mucho en sitios donde no las habia, pero aun les forzaba á comer caimanillos pe-
queños que mataba con su arcabuz el García de Arce, en que era muy diestro.
Llegados á esta isla (donde por haber algunos naturales, aunque belicosos) repara-
ron su hambre, trataron luego por lo mismo (y por si acaso se retardaba, como sucedió,
el llegar allí el Pedro de Ursua con la gente) de fortificarse en un sitio acomodado, con
grueso palenque, donde defenderse de las continuas guazabaras que les daban los indios,
así por tierra como por el rio, que eran tantas, que si milagrosamente no los guardara el
cielo, sin duda no fueran ellos poderosos á su defensa, por ser solos\íreinta, y menos, como
hemos dicho, mal aderezados de armas defensivas y ofensivas, pues no se hallaban más de
con dos ó tres escopetas, y los indios que les acometían pasaban á veces de dos ó tres mil ;
con todo eso los pocos arcabuces eran bastantes, por ver los indios el estrago que les hacían
para desbaratarlos; y tal vez sucedió que apretados de la guerra los soldados, habiéndo-
seles acabado la munición, metió el García de Arce en el cañón la baqueta, y disparándolo
á la gente de una canoa, la principal y que más les apretaba en la guazabara, la desbarató é
hizo cayese al rio casi toda su gente con la baqueta. Tanto fué el temor que tomaron los
(CAP. V.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
251
que quedarou sanos del efecto que hizo en los heridos. En otra ocasión on que también se
vieron apretados, con una bala enramada derribó seis indios, que como estaban desnudos,
era mucho el estrago que se hacia en ellos, con que tuvieron por mejor los bárbaros (con
ser tanta la multitud) volver las espaldas en esta ocasión, que fué la postrera, sin que se
atrevieran á volver más á picarles con guazabaras, antes entrando en consulta, atemoriza-
dos de lo que les habia sucedido hasta allí, determinaron entre ellos ser lo más acertado
asentar amistad con los españoles, con cuyo intento, sin haber avisado primero á los sol-
dados, vino á ellos un dia cierta cantidad de indios, y con señas de amistad y algunas
comidas, en su confirmación se las dieron, y afablemente comenzaron á tratar con los
nuestros.
Los cuales, sospechosos de estas muestras de amistad, y que podía ser para paliar con
ellas alguna traición, acordaron ganarles por la mano, y encerrando en un bohío de los que
tenían dentro del palenque casi cuarenta de ellos, les quitaron las vidas á estocadas y puña-
ladas aquellos hombres temerarios. Voló por este hecho, por todas aquellas tierras, la fama
de las crueldades de los españoles, de manera que de solo oir su nombre temblaban todos
los naturales, y sin defender sus casas ni lo que en ellas tenían, si sabían iban á ellas los
soldados, solo procuraban poner en cobro sus personas ; con que pudieron pasar estos
treinta en esta isla tres meses, que se retardó el Pedro de Ursua hasta llegar á ella desde
que ellos llegaron.
CAPITULO V.
I. Comienza don Juan de Vargas su navegación, hasta que llega á la boca de Cocama.—II. Aguardó
allí el don Juan, con algunas comidas, hasta que llegó el G-eneral Ursua.—III. Abrense los ber-
gantines al echarlos al agua, con que se acomodó mal la embarcación de todos.—-IV Comenzó á
navegar el rio abajo el General con toda la gente, y llegó á la Provincia de los Caperuzos.—V
Despachó desde aquí el bergantín, que fuera á dar aviso de su ida á don Juan de Vargas.
Apocos dias de como salió García de Arce del pueblo de los Motilones, se despachó
también el don Juan de Vargas con su gente, la vuelta del astillero, de donde to-
mando uno de los bergantines que tenían ya acabados, y algunas canoas, partió el rio abajo
á los primeros de Julio del año de sesenta, en demanda de la Provincia de los Caperuzos, de
donde pasó adelante sin detenerse, por no haberse hallado allí al García de Arce, entendien-
do estaría en la boca del rio de Cocama, como se le habia ordenado, en cuya demanda fué
prosiguiendo el rio abajo, hasta que llegando á la boca del Cocama, y no hallándole tampo-
co allí, fué siguiendo el orden que llevaba de subir por este rio á buscar comidas, ejecutan-
do esto por su persona en canoas, por sor más fáciles para subirlo, dejando algunos solda-
dos de los más enfermos, que ya iban algunos, y de los menos útiles, en la boca del rio, en
guarda del bergantín. Veinte y dos jornadas fueron bogando el rio arriba, sin hallar pobla-
ciones donde poderse detener á lo que iban, hasta que después de éstas toparon algunos
pueblos razonables, con gran suma de maíz, de donde después de haber tomado muchos in-
dios é indias para el servicio de la jornada, y todas las canoas y maíz que pudieron cargar,
tomó la vuelta el don Juan de Vargas de la boca del rio, donde halló la gente del bergan-
tín con hartas fatigas de hambre, pues habían llegado éstas á tanto, que de ella habían
muerto tres españoles y muchos indios é indias de servicio, á que también ayudaban los
achaques que sobrevenían con la tierra nueva y destemplanza del país.
Alegráronse todos con la llegada del don Juan, por el remedio quo les trajo para
tan grande enemigo como era la hambre : si bien se les olvidó presto este beneficio, pues
también ellos con el resto de los soldados, en los dos meses largos que se detuvieron en el
puesto sin ninguna ocupación, aguardando al General, pareciéndoles ésta demasiada tardanza
del Gobernador, comenzaron á trazar cómo saldrían do aquel puesto y mar dulce, que ellos
llamaban. Dividiéronse en dos opiniones ó modos de motiu para conseguir esto : á la una,
que era la mayor parto de la gente, le parecía que matasen al don Juan de Vargas, y to-
masen la vuelta del Perú por el mismo rio arriba de Cocama ; la otra parte determinaba
ser más acertado el dejarse allí vivo al don Juan, porque no les achacasen después algo
sobre su muerte, y que excusándola de todos los demás, que la tenian á la vista, tomasen la
derrota que más conviniese, pues eran ciento, y fuesen á nuevos descubrimientos ó se vol-
viesen a*l Perú ; con que la una ni la otra tuvo efecto ; si bien ayudó á esto el tratarse con
flojedad y aun tan en secreto, que hasta que muy después lo digeron algunos, no vino á los
252
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
oidos de den Juan, con que tampoco pudieron ser castigados los del motin, que acabó del
todo de desvanecerse cuando llegó allí Pedro Galeas con algunos soldados y el General Ur-
sua después con el resto de la gente, como luego diremos.
El cual, en el tiempo que estuvo en el pueblo de los Motilones, Santa Cruz, supo tra-
tar con tanta afabilidad la gente de él, que pudo acabar con todos sus vecinos, que dejando
sus casas y comodidades y desamparado del todo el pueblo, le siguiesen con la demás gente,
prometiéndoles premiar con larga mano sus trabajos sobre todos los demás que iban en la
jornada, en todo lo mejor que en ella se descubriese. Finalmente, cebados de esto y de mu-
chas cortesías con que el Gobernador los supo disponer, le siguieron todos los vecinos sin
quedar uno en la población, con todos sus ganados y menaje de casa. Estando ya sin que
faltase nadie de su gente, el Pedro de Ursua en el astillero y los bergantines acabados, al
echarlos al agua, por no ser la madera tan recia ni de la sazón que convenia, y la tierra de-
masiado húmeda, con que no habia dado lugar á que se secara, se abrieron los más sin
quedar de provecho más de tres chatas y un bergantín, que fué causa de detenerse más
tiempo que quisieran ; haciendo de nuevo canoas y balsas donde cupiese la gente, que como
era tanta y ya la incomodidad del lugar y pocas comidas les daban prisa, no pudieron de-
tenerse á hacer todas las fustas que eran menester para gente, matalotaje y ganados ; con
que fué forzoso se quedase la mayor parte de ellos en el astillero con otros fardajes, per-
trechos de guerra y aderezos de los soldados; y esto fué con tanta pérdida, que de trescien-
tos caballos que tenían para llevar, solo se pudieron embarcar cuarenta, y de los otros gana-
dos mayores y menores muy poco ó ninguno, quedándose lo demás (que era una gran suma)
cimarrón y sin dueño por aquellas dehesas. De todo lo cual fué tanto el común disgusto
que tuvo toda la gente, que casi amotinada se determinaba á tomar la vuelta del Perú,
por no perder del todo sus haciendas, como lo hicieran, si el Gobernador no so diera tan
buena maña en mitigar la alteración, prendiendo á unos, alagando á otros, disimulando con
otros y haciendo pláticas generales y amonestaciones á todos, haciéndoles y poniéndoles
delante la miseria que era todo aquello que so les quedaba, respecto de lo much© que espe-
raban tener de bienes de fortuna y gloriosa fama en la jornada que llevaban entre manos,
añadiendo á vueltas de esto palabras con que daba á entender ser mayor su sentimiento
do aquella pérdida, que el que podrían tener sus propios dueños, pues como Gobernador
estaba después obligado á la satisfacción de todo, llevándolos Dios con bien á la felici-
dad de la tierra que se prometían.
Quedando con esto tan quieta toda la gente, que ni aun uno se le huyó, la hizo
embarcar en el bergantín, balsas, canoas y chatas que estaban para navegar, y á los veinte
y seis de Septiembre del mismo año se partieron todos del astillero, y comenzaron á salir
el rio abajo, con harto disgusto todos, por lo que les iba siempre escociendo la pérdida del
ganado y lo demás que no pudieron embarcar, y por la poca comodidad que llevaban para
sus personas y riesgo de las vidas, por las estrechas y mal seguras fustas en que iban, y
ser tal la grandeza del rio, que si en medio de él se veian en algún aprieto de borrasca, se
podía temer la pérdida do todo lo que iba en ellas, antes de poder tomar sus márgenes en
qué asegurar la vida. El segundo día de su navegación, dejando por popa todas sus tierras,
las perdieron de vista, y la dieron á la tierra llana, que todo lo era de allí adelante, hasta
la costa del mar del Norte al bergantín, por ir tan mal acondicionado. Al tercero día de su
navegación, dando en un bajo, le faltó un pedazo de la quilla, con que puso á riesgo de irse
á pique él y toda su carga, como fuera sin duda, si no le remediaran la rotura con mantas
y lana; arrimáronlo á tierra para hacerle este reparo, si bien el Gobernador, con las demás
fustas, no se detuvo en esto, pues siguiendo su viaje llegó á la Provincia de los Caperuzos,
donde halló á Lorenzo Salduendo, que habia enviado adelante, dos ó tres días, en balsas y
canoas, con ciertos soldados, á que le recogiese y tuviese allí, junta alguna comida, como lo
habia hecho. *\
Dos días se detuvo aquí el Gobernador, esperando al bergantín, que llegó en ellos
con harto trabajo, por ir siempre haciendo agua, y con riesgo cada hora de dejar la carga,
por no haberles sido posible aderezarlo bien; pero habiendo hecho esto en otros dos dias
que se retardaron á eso, y habiéndose repartido la comida que tenia allí el Salduendo entre
toda la gente, mandó el Gobernador fuese delante el bergantín con toda la que habia traído
hasta allí, y por caudillo do ella Pedro Alonso Galeas, con orden de que llegase á la boca
del rio de Cocaína y diese noticia al don Juan de Vargas de cómo ya él iba á los alcances,
para que si acaso se detuviese él algo, la gente de don Juan le aguardase con algunas
(CAP. VI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
253
buenas esperanzas, porque imaginaba el Pedro de Ursua no dejarían de estar con algún
disgusto, por haberse retardado tanto. Caminó el bergantín en esta demanda, sin detenerse,
hasta dar con la boca del rio de Cocama y gente del don Juan, quo halló en las inquietudes
(aunque secretas) que hemos dicho. Alegró á todos la llegada del bergantín, y por saber de
él seria breve la del General, que partió luego á pocos dias tras el bergantín de la Provin-
cia de los Oaperuzos, y caminando con buenos sucesos, dejándose ir el rio abajo entrete-
niéndose y holgando toda la gente, saltando y durmiendo todas las noches en tierra, por no
atreverse á navegar en ellas, por los peligros que estaban siempre amenazando de bajos
maderos, raudales y otros inconvenientes, llegaron á un rio que por el Poniente junta sus
aguas con este de los Motilones, que navegaban, que se llamaba el de los Bracamoros, y
tiene sus principios cerca del mismo rio de los Motilones, en una Provincia llamada Guanu-
co, y él se llama con este nombre Bracamoros, porque comienza á correr con algún caudal
de aguas por una Provincia llamada así, habiendo descolgádose antes, con algunas menos,
por Guanuco el viejo, y por entre Cajamalca y Chachapoyas, yendo acrecentando sus pode-
rosas corrientes, á cada paso, por las muchas vertientes que á él acuden, con que lo hacen
tan caudaloso, que cuando entra en el de los Motilones, parece dos veces mayor que él.
Júntanse estos dos rios ciento y cincuenta leguas abajo del astillero, habiendo ya corrido
ambos, desde su nacimiento, treinta largas.
CAPÍTULO VI.
j. Desde el rio de los Bracamoros prosigue su viaje el Gobernador, basta el de Cocama, donde halla á
don Juan de Vargas con su gente.—II. Pasan adelante con su navegación, supliendo muchas de
las necesidades de comida, las hicoteas y sus huevos.—III. Llegan á la isla, donde estaba García
de Arce con sus soldados.—IV. Encuentran el rio abajo algunas islas, con pueblos sin moradores,
por estar retirados.
HABIÉNDOSE detenido el Gobernador á la boca de este rio de los Bracamoros los
dias que fueron bastantes para subir alguna gente, por sus aguas, á buscar comidas,
si bien fué sin provecho, por haber hallado hasta muy arriba ambas sus márgenes despo-
bladas, prosiguió su navegación sin suceder cosa que nos retarde á contarla, hasta que
después de haber navegado cien leguas, llegaron á la boca del Cocama, donde hallaron al
don Juan de Vargas con la gente que hemos dicho, y muy minorados los mantenimientos
que juntaron, luego que llegaron al puesto, por haberse sustentado de ellos tanto tiempo
como habian estado esperando al Gobernador. Y habiéndose alegrado unos con otros, y
descansado los recien llegados ocho dias, partió del sitio toda la armada junta, con harto
cuidado de no haber hallado hasta allí al García de Arce, ni rastro de él, que, como dijimos,
sin detenerse, había llegado á la isla de más abajo. A poco trecho que fueron navegando
todos, desde la boca de este rio, el bergantín que habia traído el don Juan de Vargas, por
estar ya podrida su mala madera, se quebró, quedando sin ser de provecho, con que fué
forzoso repartir toda la gente y carga que traia en las balsas y canoas; que recargadas con
esto, sobre el peligro que traían, quedaron con otro muy mayor, en especial entrados ya en
un tan valiente rio, como ya iba por allí, por ir junto el de los Motilones, Bracamoros y
Cocama, cuyos nacimientos (según algunos quieren) son los rios de Aporima, Mancai, Nan-
ea, con los rios de Vilcas, Parios y Jauja, con otros muchos que se juntan á este, si bien
hay opinión de otros, que dicen ser éste un gran rio, que nace de las espaldas de Chincha-
cocha al Leste, en la Provincia de Guanuco, que pasa por los asientos y pueblos que lla-
man de Paucar, Tambo y Guacabamba, y se juntan con los rios que salen de Tarama y
otros muchos que se descuelgan de los montes de aquella comarca, y con los que vio y pasó
el Gobernador Gómez Arias en lo que llaman de Rupanapa. Pero sea lo uno ó lo otro,
éste de Cocama, el que iba navegando, que era de todos estos juntos, es uno de los más
poderosos y valientes rios que tiene el mundo y hasta hoy han descubierto los hombres por
este paraje donde van nuestros conquistadores. Porque al entrar en el mar afirman, sin
duda, ser con grandes ventajas el más crecido que hasta hoy se ha hallado, pues deja muy
atrás el Danubio, el Nilo, el Ganjes, el de la Plata y otros muchos que celebra la antigüedad
y nuestros tiempos.
Su abundancia de pescados grandes y menudos es innumerable, y entre lo demás
que cria no son de menos consideración las aves de mil especies que se ceban del pescado
254
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
en sus márgenes, y las innumerables hicoteas y tortugas, de cuyos huevos están cuajados
grandes pedazos de sus arenosas playas, donde los envuelven estos animales de ochenta en
ochenta y de ciento en ciento, cubiertos con una cuarta de arena, que con los grandes soles
se empollan y salen á su tiempo, y al punto guian á las aguas, naturalmente como la piedra
á su centro (providencia admirable de la naturaleza), que no siendo estos animales vivípa-
ros sino ovíparos, y teniendo aquellas tan duras conchas con que sin duda no los pudieron
fomentar, antes quebrar, dispuso que envueltos en el arena, con solo el calor del sol, se vi-
vificasen y no se perdiese la especie ; y lo mismo decimos de los caimanes, pues tienen el
mismo modo, donde quiera que los hay, para que se empollen sus huevos, los cuales (de
los unos y los otros animales) eran en esta ocasión gran parte del mantenimiento de la
gente, porque en saltando en la playa era innumerable suma la que cogían de ellos, que
juntos con las muchas hicoteas que también habían á las manos, suplían hartas necesidades.
A los seis dias que fueron caminando juntos el rio abajo desde la boca del de Cocama, sin
sucederles cosa adversa en ellos, navegando siempre por los brazos del rio de la mano de-
recha, dieron en uno de repente con unos indios que estaban en una playa pescando, que
en descubriendo la armada desampararon las redes y pescado y se hicieron á lo largo la
tierra adentro, por entre un espeso monte tan con tiempo, que no fué posible haber ningu-
no á las manos, aunque los fueron siguiendo, por ir ya tarde tras ellos ; pero cogiéronles
las canoas y lo que en ellas tenían, con más de cien tortugas é hicoteas y mucha cantidad
de huevos, que no fué pequeño refresco para la gente, por no llevar sobradas las
vituallas.
Prosiguiendo desde este puesto, de los pescadores el viaje, encontraron la boca de
otro rio que entraba á la mano derecha en éste, nada menos caudaloso que el de los Moti-
lones, que no hubo piloto en la armada ni ningún otro que supiese con certidumbre qué rio era,
si bien algunos quisieron decir era el de la Canela, que nace en el Perú, en los Quijos, á
las espaldas de Quito ; aunque después se conoció con evidencia no ser él, pues el de la
Canela entra más abajo, cerca de la isla de García, con que este primero que encontraron
se quedó por entonces sin nombre. A los ocho dias que salieron de Cocama llegaron a la
isla de García de Arce, donde lo hallaron con sus compañeros en el fuerte y casi del todo
perdidas las esperanzas de la venida del Gobernador : con cuya vista y de la demás gente
se alegraron por extremo, y no menos el Gobernador y todo el campo, por ir ya también
todos sin esperanzas de hallarlos. Aquí fué donde hallaron las primeras poblaciones de in-
dios desde que salieron de los Caperuzos, pues en todo lo demás, que eran casi trescientas
leguas, no pudieron dar vista á una población, aunque lo procuraron por todas partes y
ambas niárgenes del rio. Rancheóse aquí toda la armada por ocho ó diez dias, tanto por
descansar los soldados y remeros, cuanto por sacar á ”pasear y á desentumir los caballos,
que nunca habían sacado á tierra desde que los embarcaron en el astillero hasta aquí;
desde donde despachó luego, tropas el Gobernador por una banda y otra del rio, en deman-
da de poblaciones, que no pudieron descubrir ni aun rastro de ellas.
También se dio orden en este tiempo cómo suplir la falta de una de las barcas cha-
tas, que por haber salido del astillero tan mal acondicionada de maderas (como hemos
dicho) ya no llegó dé provecho para pasar de aquí. Hallábase ya cansado el General Ursua
de gobernar solo por su propia persona tanta máquina de gente como venia, por no haber
nombrado Teniente general que le ayudase hasta allí, donde por aliviar un poco estos tra-
bajos le pareció dar este oficio á don Juan de Vargas, y el de su Alférez general á don
Fernando de Guzman, que le pagó después esta honra que le dio con el oficio, quitándole
la vida. El principal indio de esta isla se llamaba el Papa, por lengua propia de la tierra.
Era toda gente bien agestada, crecida y membruda, vestidos de camisetas de algodón bien
tejidas y pintadas de pincel con varios colores. No so halló entre ellos ningún oro, que no
causaba poca melancolía á los navegantes ver que después de tantas leguas de viaje aun
no le habían podido hallar rastro. Su mantenimiento era el ordinario” maiz de estas Indias,
de que hacian mucha chicha, y de yucas en que so cebaban hasta embriagarse (plaga or-
dinaria de todos los naturales de estas tierras). Tenían batatas y otras raices, frisóles y
otras legumbres, aunque su más común sustento es pescado; sus bohíos eran grandes y
cuadrados ; sus armas dardos de palmas arrojadizos con puntas hechas del mismo palo, al
modo de gurguces vizcaínos, arrójanlos con anientos de palo, que por otro nombre llaman
estólicas, de que en la mayor parte de estas Indias usan sus naturales. A poco trecho más
abajo de esta isla entra el rio que llaman de Francisco de Orellana ó de la Canela, por
(CAP. VII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
255
haber bajado este Capitán por él desde esta tierra que dijimos demora á las espaldas de
Quito al Leste.
Habiéndose acrecentado en este puesto algunas canoas y balsas que suplieron la ne-
cesidad y falta que les habían hecho las fustas que se habian quebrado hasta allí, se em-
barcó la gente y treinta y siete caballos que habian quedado, por haberse ya .muerto los
tres; y comenzando á navegar todos por el postrer brazo del rio al Leste, iban encontran-
do muchas islas todas pobladas, aunque á la sazón sin moradores sus casas, por tenerlos
retirados á las montañas el miedo que dijimos habian cobrado, por la mala vecindad que
les había hecho el García de Arce y sus compañeros los días que estuvieron en la isla de
arriba; y así solo se hallaban en los pueblos el maíz, yucas y batatas que se estaba en las’
labranzas, aun no bien sazonado, y algunas gallinas y gallos blancos de Castilla, papagayos
y guacamayas, también blancas, cosa hasta entonces nunca vista en ninguna de estas par-
tes, de que tomaban buena cantidad para suplir la necesidad de comidas, que nunca se
veian sin ella.
CAPÍTULO VIL
I. Salen los indios de lejos á ver la armada, 7 de paz un Cacique—II. Salíanle los indios de esta Pro-
vincia de Carari con algunas comidas, que daban en trueque de rescates—III. Envía el Goberna-
dor un caudillo á descubrir la tierra adentro—IV. Castigos que hacia Pedro de Ursua en su
gente—V. La opinión que hubo acerca de esta Provincia, ó ei fueron dos ó una.
AVEGANDO iban por junto á estas islas y tomando en ellas la comida que hallaban
en los pueblos sin gente, cuando después de algunos dias de navegación dieron de
repente en uno que estaba poblado en tierra firme, á mano derecha, sobre las barrancas del
rio, también huida la gente por lo mismo que la de los demás; llamábase Carari, por don-
de le vinieron á llamar de la misma suerte á la Provincia. Aquí se alojó la armada, sin que
pudiesen haber después de haberse hecho algunas diligencias indio á las manos, si bien
algunos descubrian á veces en el rio, bien á lo largo, que salían en sus canoas á ver la
armada de los castellanos, aunque de lejos siempre, por el temor que les tenian cobrado.
No pareció tenia tanto como otros un Cacique que después de algunos tres ó cuatro dias,
acompañado de algunos indios, les vino de paz, trayendo en señal de ella pescado, maíz y
otras cosas de comida, á quien recibió el Gobernador con muestras de gran afabilidad,
abrazándole y dándole algunas cosillas de Castilla á él y á sus compañeros, como cuentas
de vidrio, cuchillos, espejos y otras niñerías, pretendiendo con aquello hacerles perder el
miedo, y que por el mismo camino diese noticias en unos en otros, con que se habian des-
acreditado en aquellas provincias los españoles, por lo que hemos dicho del García de Arce,
volviesen á acreditarse y querérseles comunicar, para sacar por este camino más claras
luces de las que llevaban de la tierra que tan en confuso iban á buscar, ó cuando menos
ir asentando la paz con todos los naturales por todo el hilo abajo del rio.
Deseoso de conseguir estos fines, despachó el Gobernador á este Cacique muy con-
tento con los rescatillos que le había dado, que fueron bastantes para dar la voz en los pue-
blos y provincias de más abajo muy diferente de la que hasta allí estaba sembrada contra
los españoles, lo’ cual se echó de ver, pues luego comenzaron á venir de paz muchos de ellos,
trayendo de las comidas que tenian, engolosinados de las brujerías que les había mostrado
el Cacique, de que les iban también dando á todos en rescate de las comidas que traían
(que no tenian los miserables otra cosa que vender), de manera que ninguna dejó de pagár-
seles, ó á lo menos con sabiduría del Gobernador, pues para reparar las exorbitancias que
soldados atrevidos suelen tener en estas ocasiones, en especial con indios chontales con que
los suelen avispar y suceder grandes daños, echando un bando, con pena de la vida, que
ningún soldado tratase ni rescatase con los indios si no fuese por su mano ó en su presen-
cia, pues por este camino él haría satisfacer á los indios y repartiría entre todos los más
necesitados las comidas que se les fuosen rescatando. Usaba de este modo el Gobernador,
procurando con él acariciar los indios como cosa que tanto importaba, si bien algunos sol-
dados llevaban esto por otro camino, que no dándoseles mucho del bando del Gobernador,
rescataban á escondidas, pagándoles unas veces con lo que tenian las comidas que les toma-
ban, y otras con mojicones y coces. Con este modo navegaron algunos dias el mismo rio
abajo por esta Provincia de Carari, si bien nunca los indios mostraron tanta seguridad de los
256
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
nuestros, que los esperasen en sus pueblos con toda su chusma y menaje, sino que habien-
do puesto primero en cobro esto, salian por el rio en sus canoas á estos rescates.
Viendo el Gobernador cuan á la larga del rio corrían sobre sus márgenes estas po-
blaciones, deseando saber si se dilataban la tierra adentro, y se podía hallar algún rastro y
noticias de la que iban buscando, nombró á un caudillo llamado Pedro Galeas, que con una
razonable tropa entrase la tierra adentro y desvolviese lo que pudiese de ella en los dias
que para esto le señaló, después de los cuales volviese á dar noticia de la facción. Quedó
el resto de la armada en esta ocasión en una bien capas población que hallaron mayor que
las demás, sobre las barrancas del rio. Partió Pedro de Galeas con su gente, y caminando
la tierra adentro por las márgenes de un estero que se comunicaba con el rio allí cerca, en-
contró con una trocha medianamente seguida, que se iba entrando por entro una montaña
espesa, la cual comenzaron á seguir, y á poco trecho dieron vista á unos indios que venían
cargados de cazabe y otras comidas al parecer á la población, seguros de no hallar alojada
en ella la gente que estaba. Estos, cuando vieron á los españoles, extrañando su figura y
traza, largando todas las cargas que traían, se pusieron en huida y cobro, entrándose por la
montaña, que por ser tan espesa y haberles salido con razonable ventaja y con tan buena
diligencia, no bastó la que pusieron los soldados en ir en su alcance, para haber á las ma-
nos más que una india que pareció ser de diferente nación, por la lengua y traje de los que
estaban poblados,en la barranca y de la demás gente que habían venido encontrando por el
rio, con que entendieron los españoles venia con los demás indios de otra Provincia á res-
catar con los de ésta ; y así le comenzaron luego á preguntar por señas dónde estaba su
tierra, y ella á responder por las mismas, dando á entender estaba cinco soles de allí ó cin-
co dias de camino. Ibanse ya acabando los que llevaba de término para la salida el caudi
lio, y así no atreviéndose de allí tomar la vuelta con la india para donde estaba el Gober-
nador, á quien hallaron afligido porque un soldado llamado Alonso de Montoya, demasiado
bullicioso é inquieto, y de mal afecto contra el Ursua, habia convocado á otros de su pelaje
para que juntos tomando algunas canoas de secreto y lo demás que hubiesen menester de
matalotajes para el camino, lo tomasen el rio arriba de vuelta al Perú.
No faltando quien descubriese esta solapa al Ursua, que habiéndola averiguado y
cayendo sobre mojado, por haber el Montoya intentado esto otra vez, que también lo habia
sabido el Gobernador, lo hizo aprisionar en una collera, yéndose á la mano en el mayor
castigo que merecía, porque naturalmente era misericordioso en esto; RÍ bien la demasiada
misericordia, por pasar los límites de la templanza, la convertía algunas veces en flojedad,
que después le vino á llover todo junto á cuestas, como veremos. Castigaba algunas veces
á los que merecían pena afrentosa por sus bullicios y pecados públicos, haciéndoles que fue-
sen bogando algunos dias en los bergantines y canoas, de donde tomaban ocasión algunos
de los soldados (que desde los principios de esta jornada comenzaron á acedarse con el Go-
bernador) para irritar á los que así iban bogando, ponderándoles aquella pena y que mucho
menor les fuera la de la muerte que ir afrentados en la boga; pues era lo mismo que si
fueran en una galera, por ser todo remar. Estas diligencias todas eran centellas de la encen-
dida malicia que iba abrasando sus pechos, sin poderla ya disimular en toda ocasión, como
se echó de ver cuando reventó del todo en la que mataron al Ursua; para la cual iban dis-
poniendo con estas diligencias los matadores (porque ellos eran los más que las hacían) para
atraer á su devoción más gente y con más seguro ver el fin de sus deseos.
No le pareció al Gobernador ser bastantes las noticias que daba la india que trajo el
Pedro de Galeas, para ir siguiendo por aquel paraje las que traían de las ricas provincias de
Omegua, de cuyo nombre no se hallaba por allí rastro ni aun lo entendían los naturales,
con que se determinó pasar adelante, en especial por llevar tan mal acondionadas las fustas
de la navegación, que iba con temores no le faltasen del todo antes de llegar á las tierras
que iban buscando; y así fueron navegando el rio abajo hasta llegar (sin saber era aquella
la última población de las muchas que habían ido encontrando) á Ja margen del rio, desde
la isla de García hasta allí, por más de ciento y cincuenta leguas á la larga; que según
opiniones de algunos, se dividía esta tierra y poblaciones en dos provincias, una llamada
Caricuri y otra Manicuri; si bien otros fueron de opinión (y ésta es la más cierta) que toda
aquella distancia de ciento y cincuenta leguas era sola una provincia, por ser todos los na-
turales de una misma lengua y traje; y que los dos nombres que habían comprendido los
soldados de Caricuri y Manicuri eran de dos pueblos y no de provincias; en las cuales opi-
niones se ha quedado hasta hoy esta tierra, sin haberse sabido cosa más cierta. En lo que to-
(CAP. VIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
257
dos lo estuvieron entonces, fué de la poca gente que había, porque los pueblos eran pequeños,
apartados á cuatro y seis leguas; y así echaban tanteo que serian todos hasta diez ó doce
mil indios escasos, que eran muy pocos para tanta distancia de provincia, respecto de los
que suele haber en otras partes. Hallaron entre ellos algunos rastros de oro fino en algunas
joyuelas que traian al cuello, orejas y narices. No pudieron informarse los nuestros, por ir
tan de paso, de las costumbres y religión de estos indios, y así solo supieron decir lo que
experimentaron en sus personas de este pais, que fueron muchas frutas de las naturales con
todas las demás raices y granos de otras tierras, de que gozaron, y de innumerables canti-
dades de mosquitos que los abrasaban de muchas suertes, en especial de los vocingleros,
zancudos y de los importunos jegenes.
CAPÍTULO VIII.
I. Pasa Pedro de Ursua con su navegación por la comarca de unos desiertos, donde padecieron gran-
des necesidades—II. Ranchéanse en su pueblo, donde repararon con muchas comidas que habia
las necesidades pasadas—III. Toma de propósito el ranchearse en este pueblo el Gobernador por
las comidas y pasar en él la Pascua de Navidad é informarse de la tierra que iban buscando—IV.
Salen cincuenta soldados en ayuda del Cacique de Machifaro, contra doscientos indios que vinie-
ron á asaltarlo.
MAS de lo que pretendían se detuvo nuestra gente en este sitio, por haberse aquí
acabado de ir á pique el bergantín que les habia quedado, con que fué forzoso reha-
cerse de balsas y canoas para la gente y carga que traía. Después de lo cual, sin advertir
si aquel era el último pueblo de los que habían ido encontrando, partieron de él sin nin-
guna precaución de comidas, entendiendo hallarlas como hasta allí en las que habia más
abajo ; que no les fué de poco inconveniente la inadvertencia, pues comenzó luego al se-
gundo dia á picar una tan terrible hambre, que los afligió por nueve dias^ que les duró el
navegar, por un paraje tan del todo despoblado, que en todos ellos no dieron vista á un
indio, de suerte que por haber salido tan desapercibidos de la Provincia de Carari, no se
comió en todo este tiempo sino el pescado que cada uno podia prender con anzuelos, y al-
gunas tortugas é hicoteas, bledos y verdolagas quo hallaban en las playas, todo tan poco
para la mucha gente que era, por no hallarse aun esto en todas partes, que antes era cebar
con ello más la hambre que matarla, con que iba tomando cada día tantas fuerzas y debi-
litando las de todos, que á durar un poco más esta miseria, trajera á todos á la de la
muerte, en que cargaban todos la culpa de poco prevenido al Gobernador, pues si se hubiera
informado de este largo destierro, pudieran haberse hecho prevenciones de comidas. La
falta de éstas fué ocasión para que no se detuviera el Gobernador á dar vista á dos pode-
rosos ríos, que de aguas turbias por entre barrancas bermejas entraban en éste por la mano
derecha, á la mitad de este desierto. Después del cual llegaron á una población que estaba
á las barrancas del rio, bien descuidada su gente de la venida de los huéspedes.
Fué tan buena la diligencia que se dieron, previniéndolos daños que les podían venir
de los que iban entrando en su tierra, que embarcando (con la mayor prisa que pudieron
en las canoas, que se hallaron á pique) toda su chusma, con los trastos de casa que pudie-
ron arrebatar, los echaron el rio abajo, quedando los Gandules en el pueblo, juntos en
escuadrón, con sus armas en las manos, que eran tiraderas, con muestras de quererles de-
fender sus casas. El Gobernador, viendo esto, juntando consigo algunos soldados de los que
halló más á mano, con sus armas, yendo él delante con su arcabuz, se fueron acercando
con buen orden de guerra al escuadrón de los indios, haciéndoles el Gobernador señas con
un paño blanco que llevaba en la mano (después de haber dado orden á los soldados que
ninguno les ofendiese), pretendiendo darles á entender con aquello no les quería hacer mal.
Entendiendo esto los indios, sin deshacer el escuadrón ni menearse del puesto los demás,
salió de él con algunos seis ú ocho, uno que debió de ser el Cacique ó principal, y llegando
á donde estaba ei Gobernador, le tomó el paño con que le hacia las señas, y dándolas él
también de amistad, entró con los que le acompañaban entre los españoles, yéndose así
juntos á una anchurosa plaza que tenia el pueblo, donde estaba el escuadrón de los indios,
se arredraron sin deshacer el orden quo tenían de guerra, á una parte de ella, donde estu-
vieron á la mira hasta que entró toda la demás gente de la armada, que se fué luego de-
sembarcando tras el Ursua, el cual con las señas que pudo pidió al Cacique ó principal que
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FRAY TEDRO SIMÓN.
(6.a NOTICIA.)
se habia adelantado á hablarle, le señalase un barrio del pueblo con la comida que tuviesen
las casas, donde se aposentase su gente, pudiendo con seguro estar ellos y sus mujeres é hi-
jos, en lo restante del pueblo.
Acudieron á esto con voluntad los indios, y habiéndole señalado al Goberna-
dor las principales casas y más llenas de comidas, mandó se aposentase la gente en ellas,
y con pena de la vida, nadie pasase á las que tenian los indios, ni les ofendiesen en nada.
Sacó luego toda nuestra gente aquí el vientre de mal año (como dicen) con la mucha co-
mida que hallaron de maíz, frisóles y otras raíces de la tierra, con muchas tortugas é hico-
teas, que tenian los indios vivas en unas lagunillas arrimadas á sus casas, cercadas de
empalizadas, que al parecer de los soldados echaron tanteo que eran las que hallaron
vivas, sino otras que estaban recien muertas para comer, más de seis ó siete mil, en que
metieron las manos á osadas. No tenian mucha confianza los indios viendo ser tantos los
españoles, que les habían de guardar el concierto hecho, de que cada cual en su parte del
pueblo, sin llegar á la comida de la otra, gozase de la que le habia cabido, y así la comenza-
ron á sacar y poner en cobro poco á poco, de noche, á escondidas, pero no tan en secreto que
rastreándolo los soldados, sin reparar en el bando que estaba echado, temerosos de la nece-
sidad pasada, y que seria bien prevenirse para lo de adelante, no sucediese lo mismo, se
dieron á buscar las comidas que iban escondiendo los indios, y traer las que hallaban á sus
ranchos, sin ser bastantes á atajar esto las nuevas amenazas que hacia por esto el Gobernador,
pues viendo la desvergüenza de algunos soldados, para castigarlos y atemorizar á los demás,
los hizo prender, entre los cuales fué un meztizo, criado de su Alférez general don Fer-
nando de Guzman, que no fué pequeña piedra de escándalo para lo de adelante, pues ha-
ciéndole los amotinados caso de honra al don Fernando el haberle preso el Gobernador á
su criado, le ponderaban haber sido esto por afrentarlo, ó á lo menos perderle el respeto,
pretendiendo con esto esta gavilla de alterados irlo disponiendo desde luego para meterlo
en ella, como lo hicieron.
Dos ocasiones hubo para tomar de asiento por algunos dias el estar en este pueblo,
que llamaban Machifaro (cuya gente tenia mucha diferencia en traje y lengua de los de la
provincia de Caricuri), la una el estar tan proveído de comidas, como hemos dicho, con que
pudo bien la gente reformarse de la pasada hambre, y la otra por irse ya acercando la Pas-
cua de Navidad de aquel año de mil y quinientos y sesenta; y también por informarse de la
gente del pueblo y otros sus convecinos, de algún rastro de la tierra que iban buscando.
Puso esto en ejecución á dos ó tres dias de haber llegado, señalando al mismo caudillo que
arriba, Pedro de Galeas, para que con alguna gente en canoas se entrasen por un estero que
se comunicaba cerca del sitio con el rio, como lo hizo luego el Galeas, entrando por una pe-
queña boca de una agua tan negra que espantaba y parecía ser presagio de lo que después
sucedió. A poco de como fueron navegando por este caño dieron en una laguna tan grande
que les puso admiración, pues entrándose por ella á dos ó tres leguas, perdieron totalmente
de vista la tierra, y temiéndose si pasaban adelante no poder después atinar la boca que ha-
bían entrado, después de haber andado algunos dias arrimados á tierra, por una parte de
ella, sin hallar ninguna población ni rastro de gente, determinaron tomar la vuelta de su
entrada. Mientras andaba este caudillo en esto, bajaron en canoas hasta doscientos indios de
guerra, de la Provincia de Carari, á hacerla á éstos de Machifaro, con quienes las traían
sangrientas de muy antiguo, no entendiendo estarían entre ellos los espinóles, antes que
andarían con tanto alboroto con su pasaje que no les daria lugar á su defensa, con que los
asaltarían y robarían más á su salvo.
Llegando con estos intentos de noche á las barrancas del rio, cerca del pueblo, y re-
conociendo los huéspedes que tenian, no se atrevieron á hacer el asalto, primero que viniese
el dia y reconociesen bien lo que pasaba en el pueblo. Viendo á la mañana que todos los
españoles estaban en él (con que sus intentos habían salido en vano), alzando á una los gri-
tos y tocando sus fotutos, cornetas y otros instrumentos que traían, tomaron la vuelta del
rio arriba. Hasta estos ruidos que hicieron no los habia sentido el pueblo de Machifaro;
pero en conociéndolos acudió con prisa el Cacique al Gobernador pidiéndole se sirviese (por
el hospedaje que le habia hecho) de darle ayuda para ir en seguimiento de aquellos indios,
que por ser sus enemigos le habían venido á matar y destruir su pueblo y tierras. Acudió
con gusto y la brevedad que el caso pedia el Gobernador á esto, mandando á su Te-
niente don Juan de Vargas que con cincuenta arcabuceros fuese en compañía del Cacique
que se embarcó con ellos y algunos otros indios sus vasallos, y á boga arrancada, guiando
(CAr IX.)
NOTICIAS HISTORIALES ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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las canoas por otro brazo del rio, se dieron tan buena diligencia que pasaron delante á los
doscientos y les tomaron el paso y cercaron sin poder escapárseles; con que los pusieron eu
tal aprieto, que aunque contra su voluntad tomaron las armas los Cararies en su defensa,
creyendo no venían más que los indios de Macbifaro; pero después que reconocieron traían
en su ayuda á los españoles, echando de ver eran pequeñas sus fuerzas para con las de ellos,
comenzaron á hacer señas de paz, cosa aborrecible á los soldados, por parecerles se estorba-
ban con eso sus pillajes, y así haciéndose sordos á la que pedían estos indios, comenzaron á
disparar los arcabuces y hacer en ellos tales daños, que procurando reparar los que adelante
se les seguirían si no se ponían en cobro, acordaron hacerlo dejando sus canoas los doscien-
tos y entrándose por la montaña, que era tan espesa, que aunque los siguieron los soldados
é indios amigos, no pudieron haber á las manos más que cinco ó seis, y después todas sus
canoas, con que tomaron la vuelta de Macbifaro; entiéndese perecerían todos éstos en aquel
desierto, por no tener comidas ó por matarlos los Machifaros, por no tener canoas en que
volver ¿ sus tierras y ser mucho el camino hasta ellas por tierra; pero la verdad de esto no
se pudo saber, por ser pocos ios días que después se detuvieron allí los españoles.
CAPÍTULO IX.
I. Nombró Pedro de Ursua Provisor de su armada, pareciéndole tenia jurisdicción para ello—II. Des-
mayan algunos en la prosecución de la jornada, á quienes esfuerza el Gobernador—III. Objecio-
nes que le ponen á Pedro de Ursua los amotinados para excusar sus delitos—IV. Tratan los
amotinados de librarse del gobierno de Ursua y que en su lugar le suceda don Fernando de
Guzman.
PARECIÉNDOLE á Pedro de Ursua qne ya aquella tierra seria de su distrito, pues
según la conjetura de los indios Brasiles y uno de los portugueses sus compañeros,
que llevaba por guias, no estaba lejos la tierra de los Omeguas, en cuya demanda iban, y
•que era necesario poner orden en cosas, que habiendo estado sin habérsele puesto hasta allí,
andaban descuadernadas, en ospecial las que tocaban á lo espiritual, y que algunos clérigos