PEDRO SIMON. NOTICIAS HISTORIALES. PRIMERA PARTE. Tomo 2.
CAPÍTULO XXVII.
“. Suben los Caribes de la isla Trinidad y Orinoco por los rios de Zarare y Apure á asaltar los natu-
rales de los Llanos—II. Modo que tienen en comerse los Caribes á los que vencen en los pue-
blos—III. Muchas castas que hay de abejas, y modos que tienen de hacer su miel—IV. La
abundancia de animales y pescado que hay en esta tierra.
MAS corta relación que de las pasadas nos ha de ser forzoso ^ar de las cosas de estas
Provincias de los Llanos, que hemos dicho pisaron nuestros españoles, por no haber
hecho ningunos hasta hoy asiento en ellas, y, por consiguiente, no haber tomado de pro-
pósito el saber por menudo sus cosas, si bien tienen en sus sabanas las crias de sus ganados
mayores y algunos otros aprovechamientos, por cercano á las ciudades de San Sebastian, la
Valencia, Bariquisimeto, Tocuyo, Guana-Guanare y Barinas, por lo más cercano de ellas
l osan los dos famosos rios (fuera de otros que no lo son tanto) Apure y Zarare, que tantas
veces hemos tocado, ambos caudalosos y que en los inviernos inundan grandes pedazos de
(CAP. XXII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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sus tierras convecinas, y según dicen, entran juntos en el rio Orinoco, cerca de sus bocas.
Por éstos suben desde ellas los Caribes que dijimos poblaban aquellas Provincias y otros de
la isla Trinidad, en sus piraguas y canoas hasta llegar á estos Llanos, y dejándolas escondi-
das salen del rio y los pasean en grandes tropas, asaltando los pueblos (pie, de miedo de esto,
los tienen todos cercados con tres órdenes de cercas de maderos de palma en cuadro, y tan
largas, que por cada lienzo corren arriba de trescientos pasos hasta quinientos y seiscioutos,
y no son pocos los pueblos que hay de esta suerte en algunas partes.
El modo que tienen en hacer estos palenques (que es lo que nos podia poner en al-
guna dificultad, por ser todos de palmas reales, algunas tan gruesas como dos y tres hom-
bres, y altas de cinco y seis estados y algunas de ocho, y no tener herramienta ninguna de
hacha, machete ni cuchillo, ni otro instrumento de metal, por no conocer ninguno de éstos
en aquellas tierras, ó porque no los hay, ó no los han hallado) es, que poniendo fuego al
pié de la palma, lo queman hasta que cae, y luego con unas piedras fuertes y agudas como
pedernales, encajadas en unos palos largos como cabo de hachas, les sirven de eso, y poco á
poco cortan las ramas y cogollo, y dejándolas hechas tronco, las amarran con muchos beju-
cos y arrastran hasta llevarlas al palenque, donde tampoco les falta modo para empañarías,
sin grúas ni poleas, y con ponerlas de la suerte que hemos dicho en tres órdenes para ma-
yor fortaleza. Aquí se meten con toda su chusma y mantenimientos en tiempo de verano,
que es en el que vienen los Caribes, y puestas á largos trechos centinelas, tienen de aviso
de dia con humadas y de noche con hachos encendidos, de la venida de los Caribes, con que
se ponen en arma, si bien nunca se descuidan, por si acaso lo estuvieren las centinelas, si
por fuerza de armas los rinden y se apoderan de los pueblos los Caribes. No tienen otras
granjerias más que comérselos, y así hacen asiento en ellos por los dias que les parece son
menester para comer los muertos y heridos, que por esta razón pelean con flechas sin yerba,
porque no quede inficionada la carne.
Comen la que.pueden fresca, antes que se vaya corrompiendo, que puede ser poca,
por ser la tierra muy caliente, y la demás van secando y tostando en barbacoas, de que
también llevan lo que sobra á las canoas. Un dia ó dos después de hecha la presa en ce-
lebración de la victoria, arman su borrachera, que es bailar toda la noche al son de los ins-
trumentos de flautas, fotutos y otros que tañen los maestros que saben de esto, habiendo
recogido primero todo el vino, mazato y bollos que han hallado en el saco (porque de esto
poco pueden llevar ellos, en especial si los pueblos están lejos de sus canoas) y habiendo
puesto á cocer grandes ollas de aquellos cuartos do carne humana, y hecho mazamorras del
maíz con la que tienen asada ó tostada en la barbacoa. Hincan un palo (ó muchas veces
sirve el que está hincado enmedio del bohío para su fábrica) y en éste cruzan otro de ma-
nera que queda hecha una cruz de la estatura de un hombre, donde amarran de pies y
manos (extendido en la cruz) al indio más principal ó más valiente, y andando en corro
bailando á la redonda de él, comiendo de aquella carne cocida y bebiendo cada uno por su
orden, le va cortando al vivo un pedacito de carne de donde le parece y se la come así
cruda: otros le dan una cuchillada con unos cuchillos de hoja de caña brava, ó piedras,
que tienen para esto, y de dientes de animales bravos ó pescados, en especial de uno que
llaman caribe, en un brazo ó pierna, y á la sangre que sale de la vena arriman la boca y
beben con tanto gusto como lo hicieran en tiempo de caniculares en un caño de agua fria.
De esta suerte.se comen tres ó cuatro cada noche de los que en el saco reservan para
el efecto. El paciente en este tormento jamás da voces, ni se le oye una palabra, porque
su modo de quejarse y dar muestras de sentimiento, solo es torcer el cuerpo lo que le dan
lugar las ataduras, y llenando los carrillos de aire snplar fuertemente. Este género de
muerte dan también á los cristianos, cuando los han á las manos, por ser gente valiente y
principal. Cuando no tienen hartos iudios de estas calidades con quienes hacer esto, usan
con los demás de otro modo de muerte, que lo tienen por más vil, diciendo que no merecen
que se les dé aquélla, y es, que oradándoles la barba por debajo la lengua, les meten un
bejuco ó cabuya, y trayéndolos así, como del cabestro, bailaudo, hasta que caen do cansados,
los hacen luego pedazos, y los comen como á los demás. Conclusa esta fiesta, á los que les
ha parecido dejan vivos llevan á sus canoas y piraguas, donde los amarran fuertemente, y
se los van comiendo, hasta llegar de vuelta á sus tierras. No se van siempre riendo estos
Caribes de los asaltos, pues los de los Llanos son tan valientes como ellos, tan corpulentos y
dispuestos, aunque no tan doblados; pelean también con arcos y flechas, y con pabeses de
un palo liviano y muy trabado, á modo de una tabla larga con su manija, que les cubre
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FRAY PEDRO SIMON.
(4.a NOTICIA.)
desde la cabeza á la rodilla, pero de modo que no les estorba al enarcar y disparar la flecba,
que es de macana ; y como los unos y los otros están desnudos, no dejan muchas veces de
pagar el escote de la fiesta. Usan de yerba en las flechas los unos y los otros cuando no
tienen intentos de comer la carne, ó se ven en mayores conflictos de la guerra ; con todo
eso temen los indios de estos Llanos á los Caribes, por el modo con que los matan en la3
borracheras.
Poco ó nada he podido saber de las costumbres, ritos é idolatrías de estos indios, y
así paso á decir algunas cosas de la tierra y animales que cria. Hay en ella mucha miel de
abejas, de cuatro ó cinco castas, que crian la miel con diferentes modos, unas en huecos
de árboles y no hacen panales como en Europa, sino que van formando una corteza de
cera, tan grande y gruesa como un huevo, y dentro todo lleno de miel líquida y muy
sabrosa, y de éstos juntan muchos de unos á otros, de suerte que se hallan racimos de
veinte y treinta huevos, y más, pegados todos, llenos de muy linda y clara miel, y la cera
es harto buena. Córtase el palo, que suele estar muchas veces lleno de estos huevos, y así
la sacan, y se sirven de todo, en especial de la miel, gastándola en sus mazatos y brebajes
que hacen, echándola también en la chicha, que ayuda á acedarse y darle buen gusto.
Otras abejas hay que hacen estos huevos más pequeños ; otras que no los hacen mayores
que avellanas, y algunas menores; y todas éstas de ordinario son pequeñas de cuerpo y
mansas. Otras crian debajo la tierra, más ó menos hondo, según hallan la comodidad,
porque unas están á una cuarta de hondo, otras á una vara, y á dos, y á tres, y de éstas,
unas crian la miel en cañutillos largos de cera, otras en redondos mal formados ; de éstas,
unas son mansas, y que no pican ; otras que llaman abejones grandes, que son bravas y
defienden bien sus trabajos, como lo hacen también otras que van formando un panal
redondo, como una naranja, con los cañutillos á la redonda llenos de miel, al modo de
nuestros panales, colgado á la rama de un árbol, y van ensartando uno encima de otro ; á
éstas llaman los indios mateecas ; suelen algunas tener tan grandes racimos, como bulto
de un cántaro, colgados de rama3 gruesas; las que son pequeñas, cuelgan de ramas delga-
das ; á éstas llegan los monos y se las comen, aunque bien á su costa á las veces, porque
salen bien picados, para cuya defensa dicen que les han visto que otros monos de los que .
se juntan para esto, visten á uno de paja, y la fijan en él como pueden, y este va, y de
prisa corta la rama, donde está la mateeca, y la trae arrastrando, hasta que del todo la
desamparan las abejas, y entonces al seguro se comen entre todos la miel; pero de otra
suerte paga bien el que llega á quitarles ó junto á sus trabajos, aunque sea caballo, muía,
tigre ú oso ; y es su picadura tan fuerte y de tanto dolor, como de mordedura de culebra,
por veinte y cuatro horas, salvo que no matan; pero aprovéchanse de esta miel poniéndoles
humo debajo, de que huyen y la desamparan.
Hay muchas de las culebras que hemos dicho otras veces, que llaman bobas, tan
largas y gruesas que se chupan un venado entero, habiéndolo atraído, estando en asecho por
las sendas que ellos pasan, con solo el aliento; pero suele (por tener el venado cuernos)
quedarse de fuera la cabeza, habiéndose chupado el cuerpo, la cual corrompiéndose y dando
hormigas en ella se le entraba la culebra por la boca y narices, y la matan. Hay otras
muchas fuertes de ellas venenosísimas, y que parece cosa imposible, según son delgadas,
tragarse un conejo entero ó un curí, como se les ha hallado en el cuerpo. Hay valientísimos
tigres, osos hormigueros y otros animales que llaman pecuris, que son del color de una
liebre, y por lo raso corren tanto, del tamaño de un venadillo, cuando sale de pintas, los
pies tamaños y del color de un conejo, y de buen sabor todo el cuerpo ; no sé si son de
éstos los que en otras partes de estas mismas Provincias llaman mayas, los indios, y los
españoles perrillos pequeños, que ahullan y no ladran, y tienen muy buen gusto, como lo
dicen los españoles que los han comido; no se desuellan para comer, sino solo los pelan
como lechones. Hay muchos armadillos y otros innumerables animales, muy diferentes de
los nuestros. Es muy de ver la cacería que hacen de todos estos y de venados, cercando
con fuego un pedazo de pajonal de la sabana, que huyendo de él se va recogiendo la caza
en medio, de donde viéndose al fin apretada, rompe por las llamas, y medio chamuscada
sale á lo quemado, donde con facilidad la cogen. Críanse unas arañas, tan grandes como
medianas naranjas, no muy largas de zancas, con grandes y agudos dientes, que tejen una
tela tan fuerte y bien hecha, que parece una toca de espumilla, con su orilla más tupida;
de manera que se diferencia de la tela. Yo tuve una de éstas los años pasados, de poco máa
de una tercia de ancho y tres de largo, que la enjabonaban y quedaba tan blanca y vistosa
(CAP. I.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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como una toca de las que hemos dicho, y la di por cosa peregrina á don Juan de Borja,
Presidente de la Audieucia. Es común esta tierra calidísima, si bien en algunas partes que
se hallan altas es fria. Los rios y quebradas son tan abundantes de pescado de todas suertes
como hemos dicho.
Y en las ciénagas ó lagunas, que llenándose el invierno se secan en el verano, cavan
los indios en este tiempo y á medio estado y más hondo, tornan á hallar en ellas agua y
muchas suertes de pescado, que se conservan en aquella amaza húmeda, como son unos
que llaman armadillos (que yo los he comido algunas veces, y son de harto buen gusto)
muy gruesas anguilas y otros ; y aun las anguilas se hallan en otros muchos rios, bien
apartadas del agua, metidas entre la arena, como en especial la hemos visto en el rio del Zenú,
cerca de la ciudad de Cartagena. No alcanzan estos indios sal, por estar lejos del mar, ni
tener en toda su tierra salinas; y así usan de quemar cogollos de palma, y haciendo legías
de aquella ceniza, las cuajan con fuego y se hace un modo de salitre blanco en panes de
la forma de la vasija en que las cuajan, y les sirve de mala sal, porque es amarga y desa-
brida. Los inviernos procuran recogerse á lugares altos con la harina de raices y pescado
que ha hecho el verano.
QUINTA NOTICIA HISTORIAL
DE LAS
CONQUISTAS DE TIERRAFIRME
CAPÍTULO I.
I. Por haberse ido el doctor Infante acabados los dias de su gobierno á la Audiencia de Santo
Domingo, hicieron Gobernador los|de la Real Audiencia al Obispo Bastidas.—II. Dase alguna no-
ticia de este nombre Dorado.—III. Envía el Obispo al Capitán Pedro de Limpias para pagar
el flete de ciertos navios, á que haga indios esclavos.—IV. Dispónese Felipe de TJtre á emprender
otra vez la jornada que había hecho su Gobernador Jorge de Espira,
HABIENDO llegado el doctor Infante desde la ciudad de Coro á la de Santo Domin-
go, por habérsele acabado el tasado tiempo que trajo para tomar residencia y
gobernar la tierra de Venezuela, dejando aquello sin otro gobierno que el ordinario
de los alcaldes, proveyó luego la Audiencia (entre tanto que los Belzares proveían de
otro, según el asiento hecho con ellos) por Gobernador de aquella ciudad de Coro y toda
la Provincia al Obispo D. Rodrigo de Bastidas, y por su Capitán y Teniente general, para
los negocios criminales, cosas de la guerra y nuevos descubrimientos, á Felipe de Utre, ca-
ballero alemán, y como dijimos, de la casa y sangre de los Belzares, mancebo de poca edad
pero de temprana y sazonada prudencia, buenos brios y disposición en cosas de la guerra
y jornadas, como se conoció en la que se hizo á los llanos con el Gobernador Jorge de Es-
pira, como queda dicho. Llegados los recados de esto á la ciudad de Coro desde Santo Do-
mingo, que fué en breves dias, luego el Obispo Bastidas comenzó á disponer las cosas á
su modo, ya no solo como Obispo sino también como Gobernador, aunque con acciones más
de esto que de lo primero, como luego diremos.
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FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
Porque antes de ello nos es forzoso (por ser de importancia) decir aquí una
palabra, para que vamos desde luego con más fundamento, acerca de este nombre Dorado
(tan celebrado en el mundo), para que se vaya desde luego con alguna luz, de lo que más
de propósito diremos en la segunda parte, y es, que hasta los años de treinta y seis no se
supo, ni se habia inventado, este nombre del Dorado, porque este año lo impuso el Tenien-
te general Sebastian de Belalcázar y sus soldados en la Provincia y ciudad de Quito por
esta ocasión; andando el Belalcázar en la ciudad dicha, recién poblada, para saber de
tierras nuevas, preguntando á todos los indios que parecían forasteros, por las suyas, se en-
contró con uno que dijo era de Bogotá, que es este valle de Bogotá ó Santafé, y pregun-
tándole por las cosas de su tierra, dijo: que un señor de ella entraba eu una laguna, que
estaba entre unas sierras, con unas balsas y el cuerpo todo desnudo (que se desnudaba para
esto) y untado con trementina, y sobre ella, por todo el cuerpo cuajado de polvos de oro,
con que relumbraba mucho. A esta Provincia no supieron Belalcázar y sus soldados po •
nerle otro nombre, para entenderse, que la Provincia del Dorado, esto es, del hombre que
entra cubierto de oro á sacrificar la laguna, de lo cual (donde nos hemos citado) diremos
largamente. Codicioso Belalcázar de hallar la Provincia, á quien por noticias le habia
puesto este nombre de “Dorado, viniendo marchando de aquellas del Quito y Popayan con
sus soldados de las partes del Oeste al Leste, encontró con estas del Reino (que tenia ya
descubiertas y conquistadas Gonzalo Jiménez de Quesada) en el mismo mes y año que de-
jamos dicho, entró en esta ciudad de Santafé Nicolás de Fedreman con Pedro de Limpias.
Estando ya de asiento los tres Tenientes generales, Gonzalo Jiménez de Quesada, Fedreman
y Belalcázar en la ciudad de Santafé, trató que entre las demás cosas que lo habían ocasio-
nado á llegar á esta Provincia el Belalcázar, fueron las noticias que traía de ella, enten-,
diendo siempre que era (como lo es) la que el indio le habia dicho y él puesto la Provincia
del Dorado, con que se extendió este nombre (por ser así campanudo, y que parece alegra
el corazón, por ser de cosa de oro) entre los soldados, comenzó desde allí á volar por todo
el mundo, de unos en otros, en especial en las partes donde llegaron algunos de estos sol-
\, dados, fingiéndolo cada cual donde le parece, en especial á las partes del Oriente, respecto
del Nuevo Reino de Granada, por haber dicho el indio era por aquella parte, desde las
tierras del Quito y Popayan, de donde sacamos que las jornadas que hemos contado hizo el
Capitán don Diego de Ordas por el Marañon, ni la que después prosiguió Gerónimo Ortal
y pretendió seguir Sedeño por las noticias de Meta, que dijimos le habia dado su india es-
clava en Puerto Rico, ni la que hizo Jorge de Espira siguiendo tanto la serranía ni la de
Nicolás de Fedreman, fueron á título de buscar el Dorado, pues este nombre aun no se
habia inventado en el mundo.
Y así, el primero que lo llevó á la Provincia de Venezuela y ciudad de Coro fué
aquel Capitán Pedro de Limpias, que dijimos habia entrado en Santafé con Nicolás de Fe-
dreman y se habia hallado entre los demás soldados de Belalcázar y Quesada cuando se
trataba de este nuevo nombre y su fundamento; el cual Limpias, ó por tener ya su como-
didad en la ciudad de Coro y Provincias de Venezuela, de donde era soldado viejo, ó por-
que no le pareció á propósito para él esta tierra del Peino, hizo tan pocos dias asiento en
ella, que no fueron más de los que se tardó Fedreman con los demás Tenientes en bajar á
Cartagena, con quien también bajó este Capitán Limpias, desde donde tomó la vuelta para
la ciudad de Coro con harta brevedad, pues habiendo entrado en el Nuevo Reino el año de
treinta y nueve, y á éste de cuarenta, lo hallamos en Coro, y que ha divulgado este nombre
del Dorado, cosa que fué desde luego bien aprendida de todos, con harto daño de muchos,
como diremos adelante en esta primera parte.
Entre las otras diligeucias que nuestro Gobernador Obispo puso para el buen go-
bierno del que le habían cometido, fué despachar á la isla de Santo Domingo dineros para
que le trajeran gente y caballos, de que estaba necesitada la gobernación. Enviósele buen
recaudo de ésto con brevedad, en dos ó tres navios, para cuyos fletas, por verse necesitado
de oro, determinó que este Capitán Pedro de Limpias (como hombre que ya estaba experto
en el oficio) fuese con una buena escuadra de soldados á la laguna de Maracaibo, que por
entonces, como dejamos dicho, eran las Provincias más pobladas de naturales, y rancheando
en ellas todo el oro y esclavos que pudiesen haber á las manos (determinación más de mer-
cenario que de Obispo) diesen la vuelta á Coro con la brevedad posible, porque solo eso
quedaban aguardando los navios para que se les pagasen sus fletes. Salió, luego que le jun-
taron la gente, el Limpias á hacer lo que le ordenaban, y entrándose con el modo y á las
(CAP. II.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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horas que él ya se sabia, en los pueblos de los indios, en poco tiempo aprisionó más de qui-
nientas personas, hombres y mujeres de aquellos miserables, como si debieran algo; y
dando con ellos la vuelta á Coro, los entregó al Obispo, y él sin piedad ninguna, ni acor-
darse de sus obligaciones, á la marca y hierro de esclavos, y como tales los hizo embarcar
en los navios, con que les pagó su flete y granjeó buena suma sobre lo que montaba, á
costa de la libertad de aquellos desdichados inocentes que todos perecieron, con otros innu-
merables que cada dia llevaban á miserable esclavitud, en la isla de Santo Domingo.
Despachado esto, y dado asiento entre el Obispo y su Teniente á otras cosas impor-
tantes al bienestar de la tierra; viendo el Felipe de Utre que habia en ella buena copia de
soldados, con los que habían traído de Santo Domingo, trató luego de poner en ejecución
los deseos con que andaba desde que entraron en la ciudad de vuelta do la jornada
con Jorge de Espira, de volverla él á hacer por su persona por la misma parte, parecí én-
dole siempre que por el mal gobierno del Jorge se habia quedado por descvibrir una tierra
riquísima y que pudiera hacer dichosos, no solo á los que iban, pero á otros innumerables.
Favorecían estos pensamientos de Felipe de Utre las varias opiniones con que andaban
los soldados que habían también salido con él de la misma jornada (cosa que he visto muy
de ordinario en estos tales), atribnyendo unos á una ocasión y otros á otra, eruno haber te-
nido buen efecto sus trabajos, diciendo los unos (con razones imaginadas) que si por tal ó
tal parte se tomara la derrota, hubieran salido con sus intentos ; otros, que no eran aquellos
rumbos los que les habían de traer á las manos lo que buscaban, sino los otros por donde
los guiaban tales ó tales indios, porque si á estos (decían) creyéramos y fuéramos, no nos
perdiéramos, ni hubieran sido en balde nuestros trabajos. Y á este modo otros muchos se
dividían en diferentes pareceres, consolando con ellos sus desastrados sucesos y quebranta-
mientos de trabajos en balde.
Con estas cosas y las que revolvía con varias consideraciones en su pensamiento el
Felipe de Utre, pareciéndole por lo sucedido en la jornada habían sido todos borrones
los que se habían hecho, y que con la experiencia que habia sacado de ella teudria bas-
tante disposición para encomendarla y gobernar la gente aunque fuese en mucho número,
de manera que pudiese ver el fin de sus intentos, juntó los soldados que pudo y comenzó
con veras á disponer lo necesario á la jornada, á que no le ayudó poco el Pedro de Lim-
pias con su persona y consejo, por ser hombre ya antiguo en años y jornadas, no solo de
las de aquella Provincia sino de la de Fedreman, en que también, como vimos, tuvieron
algunas noticias de la gente de los Llanos, que demoraban á la parte del Sur, á quien ya
el Pedro de Limpias le comenzaba á llamar el Dorado, y algunos otros, entre quien él
habia sembrado este nombre, con el fundamento que hemos dicho, dábale con el poco que
él tenia al Felipe de Utre esperanzas de meterle en aquella rica tierra qne todos se prome-
tían, con que le acrecentaba á • leguas los deseos con que andaba y aun los del Obispo,
que se conformaba con ellos, por tenerlos también, de que durante el tiempo de su gobierno
se hioiese algún descubrimiento memorable y de provecho para todos. Y así ponieudo todos
diligencia en el despacho de la jornada, en pocos dias de como la intentaron, tuvieron
aparejadas todas las armas y caballos y los demás pertrechos necesarios para ciento y
veinte hombres que se dispusieron á seguirla, entre los cuales era el uno el Pedro de Lim-
pias y otro caballero mozo Bartolomé Versa, alemán, hijo de Antonio Versa, con otros
muchos caballeros é hijosdalgo, que con las mismas esperanzas que los demás, levantaron
sus pensamientos á acrecentar por este camino sus caudales de honra y provecho.
CAPÍTULO II.
I. Sale Felipe de Utre de Coro á su jornada, y éntrase en los llanos.—II. Llega Felipe de Utre al
pueblo de Nuestra Señora, donde halla rastros de Fernán Pérez de Quesada.—III. Púsolo en
confusión á Felipe de Utre el saber habia pasado delante Quesada acerca de él.—IV. Determí-
nase seguir á Fernán Pérez.—V. Encuéntrase con un indio en el Papaneme, que le aconseja no
siga aquel rumbo.
YA habia llegado casi la mitad del año de mil y quinientos y cuarenta y uno, cuando
dispuesto todo á la jornada, comenzó á hacerla Felipe de Utre tomando la derrota
por la costa del mar, por ser más breve y salir al puerto de la Burburata, hasta donde hay
desde la ciudad de Coro (según me pareció cuando las anduve) cincuenta leguas escasas ;
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FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
llegó á este puerto y desde él entrándose la tierra adentro por un valle llano y apacible,
derecho al desembocadero que hemos dicho de Bariquisimeto, salió á los llanos por donde
dijimos habia también salido en su jornada Nicolás de Fedreman y, arrimándose á la serra-
nía que le demoraba al Poniente, fué caminando con buen tiempo el pico al Sur, por los
mismos pasos que el Fedreman. Y habiendo pasado algo de estos llanos, se encontró con el
rastro de Jorge de Espira, y fué siguiendo los de ambos, por haber sido casi unos, como
dejamos dicho, ofreciéndosele y sufriendo las mismas dificultades, en especial de hambre,
por no hallar aun las pocas poblaciones que hallaban los dos y otros que le habían prece-
dido, porque hostigados de ellos los naturales y del mal hospedaje que les habían hecho,
quitándoles sus comidas y lo demás que podían, ó por decir mejor, lo que no podían, se
habían retirado de los sitios antiguos de sus pueblos, fundándolos de nuevo en lo más es-
condido de las montañas, no teniéndose aun allí por seguros de los miedos con que estaban
si volviesen por sus tierras los españoles. A esta causa, pues no hallaban los soldados comi-
das, que les era de más aflicción que les fuera la guerra de los indios, pues de entre las
manos de ella sacaran las suyas llenas, á lo menos para llenar los estómagos, que aunque
á vueltas de esto podía suceder salir descalabrados, lo tenían por menos mal que el de la
hambre, considerando que todos los duelos con pan son menos, y así sin éste se le acre-
centaban aquéllos, pues solo reparaban .esta necesidad con algunas raíces y cogollos de
vihao, otras yerbas y frutillas, á que se anadian los inconvenientes que á todos, de tigres,
culebras, mosquitos, ríos, ciénagas, tremedales que en partes los topaban tales, que en po-
niendo el pié en uno de ellos se meneaba la lamaza y masa del barro más de diez y doce
pasos adelante.
Iban con todo eso prosiguiendo con los suyos, atropellando éstas y otras dificultades
que no contamos, sin detenerse en el camino mas de lo que les era forzoso en los rigores de
los inviernos, en que necesariamente hacían alto por algún par de meses en lugares altos,
arrimados á la sierra, con que se detuvo Felipe de Utre casi el mismo tiempo, porque sus
antecesores hasta llegar á la misma Provincia y pueblo que Jorge de Espira le habían lla-
mado de Nuestra Señora, y después Fedreman el de la Fragua, donde el Felipe tomó de
asiento el alojarse, para invernar y tomar más clara luz de la Provincia que llevaban fin-
gida en su pensamiento del Dorado, informándose de esto allí al modo que él se podía dar á
entender, preguntando en común por Provincias ricas de oro, porque preguntar á los na-
turales con este nombre de Dorado fuera hablarles algarabía de aliende, como dicen. Por
lo que dejamos dicho halló rastros y noticias de haber ya pasado por aquel puesto Fernán
Pérez de Quesada, hermano del Licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, que habiéndolo
dejado por su Teniente, después de haber descubierto y pacificado este Reino, cuando tomó
la vuelta de España con Fedreman y Belalcázar (como dejamos tocado, y largamente dire-
mos en la segunda parte), trató luego, que fué á la mitad del año de mil y quinientos y
cuarenta y uno, salir de este Nuevo Reino, como lo hizo, en demanda de las mismas noti-
cias de tierras ricas, con doscientos hombres, entre los cuales iba el Capitán Lope Montalvo
de Lugo y otros muy diestros Capitanes, con gran carruaje de indios de servicio, armas y
caballos, con otros animales para poblar la tierra que podían hallar.
Llenaron estas noticias al Felipe de Utre de tan confusos pensamientos, que no
acababa entre ellos de dar salida á la mejor determinación que hubiese de tomar para pro-
seguir su viaje, porque por una parte le retardaba el seguir los pasos de Hernán Pérez de
Quesada, el ver que iba delante con tanta gente, y que la mayor medra habían de tener los
delanteros si hallaban alguna tierra de donde se les pudiese seguir; pero por otra advertía,
que pues salia aquel Capitán de la tierra del Reino, donde habia echado á volar la fama tan
gran número de riquezas de oro y esmeraldas, y que hervía de indios naturales, que no
podia ser sin gran fundamento y evidentes noticias de más grandiosas tierras que las que
dejaba, porque lo demás fuera conocida ignorancia (como en efecto) y que hallando estas
tierras, no habían de ser tan angostas, ni sus riquezas tan cortas, qu»%no cupiese también él
con sus soldados, pues no eran tantos, ni los que llevaba el Hernán Pérez, que por pequeñas
que fuesen las provincias no se acomodasen todos. Añadía á éste otro devaneo el Felipe de
Utre, diciendo que no era posible que aquellos á quienes su buena suerte habia metido por
tan diversos caminos y trabajos en las felices riquezas y prosperidad del Nuevo Reino, se
les habia de coitar tan en breve, sino que su dicha habia de pasar adelante, hasta entre-
garles otras nuevas Provincias aventajadas y más prósperas que las que dejaban por popa.
Fueron todos estos pensamientos de Felipe de Utre azotar el aire, pues vino á parar solo en
(CAP. II.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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eso y muertes de casi todos cuantos sacaron del Reino, la jornada, volviéndoles, como ellos
decían, las espaldas la fortuna, dejándoles ir en pena de su codicia, sin haber quien los re-
‘ primíera, quebrándose los ojos por tierras dobladas, asperísimas, vestidas de altos, espesos
é impenetrables arcabucos de sierras de naturales, por no ser los países para que viviese
aun esta gente tan rústica, donde hallaron en lugar de la prosperidad que llevaban en in-
tentos, seis doblada adversidad y desgracia, mayor que la prosperidad que les habia dado
en el Reino, pues con tan inmensos trabajos como se pueden imaginar, mejor que escribir,
padecerían en tierras tan dificultosas, con que no quedaran con vida sino muy pocos. Mi-
serablemente fueron éstos á salir á las espaldas de Pasto, en la gobernación de Popayan,
tan necesitados de salud, vestidos, comidas, que fué menester, para repararse de esto, de-
tenerse muchos dias gozando del regalo que la socorrida gente de aquel pueblo les hacia.
Al fin, lisonjeando Felipe de Utre con estos sus últimos pensamientos y las pala-
bras de otros sus Capitanes, que por conformarse con él, aunque sintiesen lo contrario (en-
fermedad que tiene atosigado al mundo) le decían lo mismo, se determinó á seguir el mismo
rumbo y pisadas del Fernán Pérez; y así, sin detenerse aun á dejar pasar del todo el in-
vierno, apenas comenzaron á minorarse las aguas, cuando hizo levantar ranchos y proseguir
el viaje, pareciéndole ya haber peligro en la tardanza, pues pudiera suceder que habiendo
llegado el Fernán Pérez algún tiempo antes que él á las ricas Provincias que llevaba en su
pensamiento, si él se retardaba mucho en llegar, hallarlas ya desnatadas, por haberse en-
tregado en su grosedad los primeros. Esta consideración le hacia caminar con más prisa de
la que pedia la flaqueza de mucha de la gente que llevaba, que no le fué de poco inconve-
niente; pero atrepellando éste y otros muchos, que por instantes se les ponían delante, llegó
á la Provincia del Papaneme, donde se alojó en un pueblezuelo que tenia alguna comida,
para descansar é informarse mejor de la derrota que llevaba el Fernán Pérez, si bien hasta
allí no habia perdido un punto de sus rastros. Esta Provincia del Papaneme (que después
se le dio por términos de su gobernación, por la parte del Leste, al Adelantado don Gon-
zalo Jiménez de Quesada, como diremos en la segunda parte), según la más acertada rela-
ción, comienza á las espaldas de la villa de Timaná, por tener allí á la parte del Leste sus
primeras corrientes el gran TÍO de Papaneme, como á las del Oeste el grande do la Mag-
dalena .
En este pueblo le vino, entre otros, á las manos á Felipe de Utre un indio principal,
natural de aquella provincia, que parecía ser señor do algunos pueblos,- como lo mostraba
la gravedad de su persona, sosiego de sus palabras, madureza de sus acciones; con que todos
se prometieron de él buenas y verdaderas noticias de lo que pretendían, y así procuró el
Felipe de Utre informarse de él y aun pedirle consejo preguntándole por los intérpretes que
llevaban, si eran ciertas las noticias con que iba Fernán Pérez de Quesada, y si con seguri-
dad las podia seguir ó volverse por otros caminos. Hiciéronsele sobre esto muy particulares
preguntas, á que el indio (habiéndose bien enterado de lo que le preguntaban) respondió
no convenirles seguir aquella derrota del Fernán Pérez, por ser todos aquellos países despo-
blados totalmente de gente, tierra que no se podia habitar por su mucha aspereza, hume-
dad, montañas y pantanos, y sin rastro que jamás se hubiese hallado en ella oro, y quo
tenia por cierto que los cristianos que habian pasado por allí, algunos soles habia, se iban
muriendo por falta de comidas y abundancia de enfermedades que les sobrevenían de las
destemplanzas de la tierra; y que esto les perseguía de manera que, según sabia de algunos
indios sus vecinos, serian ya todos ó los más de ellos muertos, como también le sucediera á
él y á su gente si seguía los mismos pasos; pero que si quería volverlos atrás, hallaría como
las deseaba las tierras que buscaba, llenas de gente, plata y oro, y que si se determinaba á
volver, él seria su guia hasta meterlos en ellas; y para confirmación de lo que decía sacó
ciertos nísperos de oro y plata, diciendo haber traído aquellos de las provincias que decia
un hermano suyo que habia venido de ella pocos dias antes; y que para ir allá por caminos
más derechos desde aquel puesto, habian de caminar en demanda de un pueblo llamado
Macatoa, poblado á las márgenes de la otra banda del rio Guaivare, para donde se iba siem-
pre caminando la frente al salir el sol, algo ladeados sobre el hombro izquierdo, que era lo
mismo que decir al Sueste.
27
202
FRAY PEDRO SI1ION.
(5.a NOTICIA.)
CAPÍTULO III.
I. Salió Felipe de Utre del pueblo, y va siguiendo los rastros de Fernán Pérez—II. Pasan tan innu-
merables trabajos, que viéndose forzados de dejar aquella derrota, toman otra—III. Encuentran
con unos indios muy bárbaros, entre quienes los forzó la necesidad á invernar—IV. De donde sa-
lieron pasado el invierno y llegaron otra vez al pueblo de Nuestra Señora.
O fueron bastantes las preguntas y repreguntas varias que le hicieron por muchos
modosa este indio para hallarle vario en su respuesta; pero tampoco lo fué en estarlo
el Felipe de Utre en los intentos que llevaba de seguir al Quesada, que parece habia jurado
en sus mismos pasos y noticias; y así no se pudo persuadir á dar crédito en lo que le decia
el indio, entendiendo lo hacia solo por deslumhrarlo de los propósitos que llevaba en seguir
al Fernán Pérez, por haber en las tierras por donde iba delante alguna rica provincia ó po-
blaciones de indios sus amigos, y por atajar los daños que les podían venir con la entrada
de tantos españoles, le persuadía con aquellas falsas noticias á que volviera atrás sus pasos.
Y así, sin hacer caso de esto, ni de algunos pareceres de soldados, que los tenían de que se
siguiese el del indio, hizo marchar por los rastros del Fernán Pérez, llevando consigo al
indio principal, prometiendo que dentro de pocos dias de como hubiese dado vista á las pro-
vincias de adelante, tomaría la vuelta con él para aquellas donde le decía. Hizo con gusto el
indio lo que le ordenaron, hasta haberlos acompañado ocho dias, en que padecieron innu-
merables trabajos de montañas, tierras quebradas, sierras y manglares, en que les iba di-
ciendo el indio advirtiesen ser verdad lo que les habia dicho. Pero viendo la obstinación
que llevaba el Capitán en seguir aquel tan mal pais y que los llevaba al matadero á todos,
dióles cantonada una noche y volvióse á su casa.
Con la fuga del indio y el advertir tan á su costa la verdad que les decía, antes de
entrar en aquellas dificultades, advirtieron todos el desacierto que habían hecho en dejar
las que les aconsejaba el indio, y tomar aquella derrota donde ya en solos los ocho dias iban
enfermando todos por la destemplanza de los aires y faltas de comida. No eran estos desa-
brimientos y palabras que con ellos se decían, tan en secreto, que no llegasen á los oídos
del Felipe de Utre, aunque en vano, por ser tal el tesón en que habia dado de seguir al
Fernán Pérez, que daba á entender (no reparando en tantos y tan grandes inconvenientes)
buscaba de propósito los fines que habían tenido sus antecesores, hasta que ya los demasia-
dos trabajos, muertes y enfermedades que iban sobreviniendo, sin hallar para ningunas
reparo, y las voces que unos y otros, en especial la gente más cuerda, le daban, en que de-
jara aquella derrota. Hubo de torcer el camino, teniéndose á la mano izquierda, dando de
mano al de Fernán Pérez, que iba declinando á la derecha. Pocas jornadas habían camina-
do por aquí (que era derecho al Sueste), cuando descubrieron una punta de sierra alta, ramo
de la cordillera que se entraba gran trecho en los Llanos, á quien llamaron la punta de los
Perdaos. Entendieron á las primeras vistas que le dieron (por estar tan lejos de la otra
cordillera), que era distinta de ella, con que entraron más en codicia del camino en su de-
manda, porque según siempre le habían dado las noticias, la provincia del fingido Dorado ó
aquella rica que ibau á buscar, estaba en otra cordillera distinta de aquella que todos ha-
bían seguido derecha al Sur. Llegaron con estas buenas esperanzas cerca de ella, y recono-
ciendo era ramo de la misma que habian traído desde el desembocadero de Bariquisimeto,
y que revolvía continuada sobre la mano derecha, volvió á cubrirlos la misma melancolía
que poco antes traían, en especial viéndose, cuando llegaron á la punta, metidos dentro de
las aguas del invierno, y atajados los pasos para volver atrás, con que les fué forzoso subirlo
á tener á las faldas de aquella punta de los Perdaos; aunque era tierra estéril, enferma y de
muy pocos naturales, en todas sus circunferencias, y éstos de viviendas tan á lo bruto que
parecían en sus acciones faltar en ellos lo que es imposible falte en todos los hombres, que es
la luz de la razón, pues la tenían tan ofuscada, que demás de andar desnudos como otros
muchos, no tenían pueblos ni mujeres conocidas, sino que cada cual se juntaba con la pri-
mera que se topaba, al modo de brutos, comían carne humana, culebras, hormigas y
cuantos sucios y viles animales producía la tierra, que no eran pocos.
Tomaban un bollo de maíz tierno y jugoso, y poniéndolo, al modo de osos, encima del
hormiguero, y haciendo ruido si no estaban fuera, para que salieran las hormigas, salían y
se pegaban en el bollo, al cual tomaban luego y lo iban amasando con las mismas hormigas,
(CAP. IV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERR AFIRME.
203
y lo volvían á poner otra vez, y otra, hasta que ya estaba tan cuajado de ellas, que era
más hormigas que masa, y entonces lo comian, y era su más ordinario sustento, cosa que
no hemos oido de ninguna otra nación, si bien sabemos que hallaron una los primeros
conquistadores del Reino, al principio de estos Llanos y espaldas de la ciudad de Tunja,
que las comian tostadas y cuajadas con las tortas de cazabe, como diremos en la segunda
parte. En ésta pasaron, como hemos dicho, su recio invierno, que lo fué tanto para ellos,
que enfermó casi toda la gente de enfermedades peregrinas, como lo eran los aires, ponién-
dose unos hinchados é hipatos; perdian su color en todo el cuerpo, y se les ponia naranjado,
pelábaseles el cuello, barba y cejas, y en su lugar salían unas postillas á unos, y á otros
una pestífera sarna, de que morían, acrecentando estos duelos la hambre, por ser las comi-
das de los naturales las que hemos dicho. Igual fortuna corrían los caballos, pues hinchán-
dose, que parecía no cabían en el pellejo, y cayéndoseles el pelo, y cubriéndose de sarnas,
caían muertos, y con el gran deseo que traían de comer sal, por no haber descubierto en
todos aquellos países lamederos, en viendo cualquiera ropa puesta á secar, arremetían con
tan bestial ferocidad á morderla, que por presto que sus dueños acudían á quitársela, les
había de quedar algo en la boca.
Con estas adversidades (y las que si pudiéramos contar no fueran muchas) pasaron
tan desgraciado invierno en aquella sierra de los Pardaos, que apenas había comenzado á
despuntar el verano, cuando por otro camino del que habían llevado, con pérdida de algunos
soldados que se habían muerto, y con trabajo de los muchos que traían enfermos, tomaron
otra vez la vuelta del pueblo de Nuestra Señora, para dejarlos allí, por no estar muchos de
ellos para poder caminar por sí, y serles de tanto estorbo para cualquier derrota y facción
que hubiesen de tomar, que ya tenían aquel pueblo como por sala de armas, por ser tierra
menos enferma que sus circunvecinas, á causa de estar más limpia y descubierta de arca-
bucos, y por consiguiente de aires de menos infectos, con intentos de dar desde allí la
vuelta sobre las noticias que habia dado el indio principal del Papaneme, con la gente que
estuviese para ello. Ninguna cosa hallaron mejorado el camino en esta vuelta, que el que
habian llevado; y así, con no menores trabajos, llegaron con favor suyo al pueblo de
Nuestra Señora, después de haber gastado en ellos (sin una hora de gusto) casi un año,
desde que salieron de él en seguimiento de los rastros del Fernán Pérez de Quesada.
Tomaron con algún espacio do días el ranchearse allí, por haberlos menester para
reformarse todos, y dar con la brevedad que pudiesen la vuelta, en seguimiento de lo
dicho, para lo cual se trató luego, como estaban de espacio, más de propósito de las noticias
del indio del Papaneme, inquiriendo si habia algunos otros en el pueblo ó los convecinos,
que pudiesen de nuevo informar de lo mismo ; y si las informaciones de otros concordaban
con aquélla, porque los brios del animoso mancebo Felipe de Utre no se habian agotado
con los trabajos que hasta allí, aunque eran los que hemos dicho, sino que tenían entereza
para mayores cosas, á ejemplo de la que veía en sus Capitanes y soldados españoles.
CAPÍTULO IV.
I. Suceden en Coro nuevas mudanzas de gobierno mientras Felipe de Utre andaba en su jornada.—
II. Despacha el Gobernador Enrique al Capitán Lozada y á Villegas, desde Coro á Cubagua, para
que le traigan algunos soldados.— III. Provee la Audiencia á su Fiscal Frías por Gobernador del
Coro, y por su Teniente á Francisco de Caravajal, su Relator, y parte el uno para Cubagua y el
otro para Coro.—IV. Falsea las provisiones Caravajal, que traia de Teniente, haciéndolas de Go-
bernador, con que hizo gente y se entró á la tierra del Tocuyo.
APOCOS meses que salió de Coro el Felipe de Utre á esta su jornada, no faltaron en
la ciudad nuevos sucesos, porque habiendo ya entrado algunos meses del año do cua-
renta y dos, llegó cédula de su Majestad al Obispo don Rodrigo de Bastidas, en que le
promovía al Obispado de San Juan de Puerto Rico, con que le fué forzoso, habiendo de ir
allá (como se dispuso luego para eso) dejar juntamente con el Obispado el gobierno que
tenía de la Provincia de Venezuela, y así abreviando su partida, antes que viniera persona
ó nombramiento de Gobernador de la Real Audiencia de Santo Domingo, nombró por su
Teniente (hasta que el Rey otra cosa ordenase) á un Diego de Boiza, Castellano, Comenda-
dor del hábito de Cristo, persona de buena suerte, y capaz de muy mayores cargos, como se
echó de ver, pues pasado un año escaso que gobernó aquí, habiéndole confirmado la Audien-
204
FRAY TEDRO SIMON.
(5.* NOTICIA.)
cia el nombramiento que hizo en él el Obispo cuando se fué á Puerto Rico, le enviaron
provisiones para otra cosa de más importancia, por donde hubo de dejar aquello ; aunque
Herrera dice, Deca. 7, lib. 10, & 16, que se fué huyendo por delitos á Honduras, y en su
lugar á su Alcalde mayor, que era un Enrique Rembol fator de los Belzares, que estaba
allí entendiendo en las causas de sus haciendas. No sucedió cosa que nos pueda detener en
el tiempo del Boiza, por haber sido tan corto, aunquo más debió ser por la poca gente que á
la sazón habia en la Gobernación.
Con que le fué forzoso al Enrique á los primeros dias de su gobierno, que fue-
ron ya los postreros del año de mil y quinientos y cuarenta y tres, acudir al reparo de esta
necesidad de gente, como lo hizo, señalando dos capitanes, que el uno se llamaba Villegas y
el otro era Diego do Lozada, que ya iba aportado á aquella ciudad de Coro desde Maraca-
pana, á donde volvió cuando les quitó la gente en el Tocuyo Lope Montalvo de Lugo á él
y sn Capitán Reinoso, como queda dicho. A estos dos (habiéndole dado el Enrique igual
facultad de las facciones que se ofreciesen) despachó con hasta veinte compañeros por
tierra la vuelta de Cubagua y Cumaná que le trajesen los soldados que pudiesen, de los
muchos que por allí á sazón andaban perdidos ya y ociosos, habiéndose cesado la ocupa-
ción en que andaban de hacer indios esclavos, porque ya á esta sazón el Catolisísimo Rey,
habiéndole advertido los notables inconvenientes que se seguían y agravio á los naturales
en hacerlos esclavos, mandó por las nuevas leyes hechas este año, ley 20 y ley 22, no solo
que cesase esto, sino también que á todos los que se hallasen esclavos por entonces en
cualesquiera tierras se les diese libertad ; con que los que andaban en estas injustas ocupa-
ciones (que eran innumerables) quedaron sin tener en qué ocuparse ni aun qué comer en
la tierra, por ser tantos y no poderlos sustentar. Llegaron estos dos Capitanes con sus veinte
soldados (después de haber padecido hartos trabajos por ser largo y dificultoso el camino)
á estas Provincias de Cubagua y Cumaná, donde con facilidad, por las razones dichas
y las que ellos les supieron decir, prometiéndoles grandes descubrimientos (que era lo que
también pretendía el Enrique en traer gente á su gobierno), dichosas* suertes, enriquecer
con brevedad y otras promesas con que de ordinario ceban á los tales. Hicieron de su de-
voción y compañía más de noventa hombres, con los cuales tomaron todos la vuelta de
Coro, no faltando eu el camino algunas cosquillas entre los dos Capitanes acerca de la dispo-
sición de cosas, porque como el reinar no quiera par, lo que al uno le parecía acertado
el otro tenia por disparate ; ocasiones que aunque á sus principios eran de pocas fuerzas,
después las vinieron á tomar tan grandes, que pararon en bien pesadas discordias.
No fué tan poco el tiempo que gastaron en esto estos dos Capitanes hasta entrar en
la ciudad de Coro, que no hubiesen ya llegado los postreros días del año de cuarenta y
cuatro y los de la vida de Enrique, hallando ya el gobierno por su fin y muerte en el or-
dinario de los Alcaldes, que se llamaban Bernardino Marcio y Juan de Bonilla, que después
se huyeron por la mala administración de justicia que habian hecho ; si bien á pocos dias,
por haberlo sabido la Audiencia de Santo Domingo y no haber noticia de Felipe de Utre,
por haber muchos que andaban en su descubrimiento, nombró por Gobernador de toda
aquella Provincia de Venezuela y Juez de residencia de la ciudad é isla de Cubagua, al
Licenciado Frias, su Fiscal, que aun no habia escarmentado de la burla que dijimos le ha-
bia hecho Sedeño cuando le prendió y desbarató, volvió á admitir esta vuelta de Cubagua,
llevando por su Teniente general, nombrado por la misma Audiencia, para lo del gobierno
de Venezuela, aun Francisco de Caravajal, que á la sazón era Relator en la misma Audien-
cia. Dados los despachos de esto á ambos, se hicieron á la vela en el puerto de Santo Do-
mingo en dos navios, y tomando con el suyo el Frías el rumbo de Cubagua para desocu-
parse, lo primero, de Ja residencia de aquella ciudad y averiguación de ciertos casos contra
algunos españoles que, contraviniendo á las nuevas cédulas de no hacer esclavos á los
indios, porfiaban todavía en sacar algunos y venderlos. El Francisco de Caravajal con al-
gunos soldados, caballos y otros pertrechos de guerra para los descatrimientos que llevaba
en intentos hacer, tomó la vuelta de Coro, si bien no pudo tomar su puerto por los vien-
tos que sobrevinieron de travesía que lo arrojaron á otro que llamaban Paraguana, cuarenta
leguas de esta ciudad.
De donde llegando la nueva de haber surgido en este puerto el Caravajal, partió
luego el Villegas á recibirle con intentos de tenerle propicio para lo que se le ofreciese con-
tra el Lozada, por tener ya ambos quitadas las máscaras y muy descubierto ir encendiendo
cada hora sus enemistades y las que también procuró engendrar el Villegas entre el Cara-
(CAP. V.)
NOTICIAS HISTORIALES 0 CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
205
vajal y el Lozada, diciendo el mal que podia de él, pretendiendo con esto dejar destituido
al Lozada de todo favor, como en efecto sucedió, pues luego que el Caravajal entró en
Coro, por venir informado ya de Villegas, dio traza cómo, debajo de buen color, saliese de
la tierra el Lozada, para que ni á él le estorbase lo que pretendía hacer, ni estuviese en
ocasión donde se la diese al Villegas de algunos disturbios que pudiesen suceder, porque
como el Diego de Lozada era caballero de condición cortesana, reportado on sus acciones,
bien hablado y afable, era con todos bien quisto. Temióse el Caravajal (por haberle in-
dustriado en ello el Villegas) que en los bullicios y facciones que le intentaba hacer no le
fuese estorbo, tomándole por cabeza la gente de la ciudad contra él, por tenerlos á todos
tan acariciados. Salió Lozada de Coro, trató luego el Caravajal, viéndose ya á su parecer
sin estorbo, de poner en ejecución sus intentos, pretendiendo juntar á su devoción algunos
soldados para hacer nuevos descubrimientos y poblaciones la tierra adentro, á los cuales,
como hallase desganados de entrar en su compañía al efecto, porque decían no ser cosa
segura el ir con él, por no ser el Gobernador sino un Teniente de jurisdicción limitada,
procuró aplacar intentando una solemne maldad, con que introducirse por Gobernador
absoluto de la tierra ; y fué que tomando las provisiones que traia de Teniente, las falseó,
mudando las palabras de Teniente en Gobernador. Hizo demostración de ellas así falsea-
das á algunos de sus amigos para que divulgasen cómo era Gobernador y no Teniente, y
que si habia ocultado hasta allí los recados que traia de esto, habia sido por razones que
importaban al buen gobierno, pero que habiendo ya cesado aquéllas, hacia demostración
de las provisiones que traia de Gobernador sin dependencia.
No fueron pequeñas las inquietudes que se siguieron de esto en la ciudad, porque si
bien sus amigos ponían fuerza en que fuese admitido el Caravajal de todos por Gobernador,
como lo decían las provisiones falsas que traia, no dejaban otros de conocer que lo eran, y
que no podia con ellas usar de oficio de Gobernador, lo cual, no obstante (por no haber
otra cabeza á quien recurrir, y ser menos los que lo contradecían que los que lo aprobaban),
usó el oficio de allí adelante de Gobernador, nombrando por su Teniente al Juan de Ville-
gas, que, como dijimos, habia sido el promotor principal de todo. Daba cada dia el Carava-
jal más prisa á disponer su jornada, haciendo, ó por grado ó por fuerza, se fuera juntando
y disponiendo la gente; pero como ya iba acerca de los de contraria opinión con tanta vio-
lencia, y aun les olía á todos su gobierno más á tiranía que modo seguro, procuraban hacer
fuga á los montes y entrarse como desesperados la tierra adentro, de donde fueron traídos
algunos por las apretadas diligencias que hacia en buscarlos el Caravajal, y despojados de
sus armas y caballos, desterrados, en castigo, de toda aquella gobernación. Con estas vio-
lencias y amenazas, juntó Caravajal, con algunos de los que iban con gusto, hasta doscientos
hombres razonablemente aderezados; y porque cuando el Licenciado Frías viniese de Cu-
bagua á Coro, conociendo su maldad, no hallase armas ni gente con qué seguirle, procuró
quedase aquel pueblo tan desprovisto de todo, cuando él saliese, como si lo hubieran sa-
queado enemigos, y metiéndose la tierra adentro con su gente, fué á parar á las Provincias
del Tocuyo, donde se rancheó muy de propósito, con intentos de pacificar aquella tierra y
poblar en ella las ciudades que le pareciese convenir.
CAPÍTULO V.
I. Sale Felipe de Utre del pueblo de Nuestra Señora en demanda del de Macatoa—II. Van caminan-
do, guiándolos los naturales, hasta llegar al rio Guaivare—III. Envía Felipe de Utre, con un
indio que hubieron á las manos en el rio, á ofrecer amistad al Cacique de Macatoa—IV. Envíale
el Cacique á su hijo, aceptando la paz que le ofrece, para lo cual le hace el bárbaro una larga
arenga.
LOS días que le pareció bastaban para reformar su ejército, convalecer los mal sanos y
engordar sus jumentos, se detuvo Felipe ue Utre en el pueblo de Nuestra Señora, en
los cuales tuvo tiempo de haber á las manos algunos indios de las Provincias convecinas,
de quienes pudo informarse y tener noticias que correspondían en todo á las que el indio
principal de Papaneme le daba de aquella rica Provincia, que ellos llevaban fingida del
Dorado, que los de aquel pueblo y Provincias llamaban Ditagua y los del Papaneme Ome-
guas, que casi corresponde con las noticias que Pedro de Ursua tuvo en el Marañon, lla-
mada Omagua (como en su lugar diremos en este primer tomo, que pienso era la misma),
206
FRAY PEDRO SIMON.
(5.* NOTICIA.)
certificado de esto Felipe de Utre, y que á una boca todos afirmaban la prosperidad de
aquella tierra, dándole ya ocasión el despejado tiempo del verano, y dejando en buena
parte sus enfermos con algunos sanos que acudieran á sus necesidades, tomó la vuelta otra
vez de la punta de los Pardaos, que antes habian dejado, como vimos, por enferma, y lle-
vando consigo solos cuarenta hombres, y entre ellos al Capitán Pedro de Limpias, que de
más de ser venturoso, mañoso y de buen conocimento en cosas de los indios, aprendía con
facilidad, por tener buena memoria, las lenguas de las Provincias por donde pasaban, si se
detenia en ellas algún tiempo ó llevaba indios que las enseñasen. Comenzó á seguir la de-
rrota que el indio principal en las primeras noticias le había dicho, y los demás le iban
guiando, y aunque pasaban por tierras de rarísimas poblaciones, por no ser á propósito para
la vivienda humana. El cuidado con que llevaban puesta la frente á las riquezas de su
Provincia, les hacia haber indios á las manos, de quienes poderse informar del pueblo lla-
mado Macatoa, poblado á las márgenes del gran rio Guaivare, como le había dicho el pri-
mer indio.
No encontraban con indio de quien procurasen tomar esta relación, que se la diese
al contrario de lo que ellos deseaban, por desear también aquello los indios, que aunque
bárbaros, para esta su comodidad no les faltaba discurso, haciéndolo en que lo era suya, y
muy grande, que aquellos soldados pasasen delante á la tierra de los Omeguas que iban
buscando, de donde tenían por cierto nunca más saldrían, por saber todos la valentía de
aquellos indios y que tomarían suficiente venganza de los agravios que sus comarcanos y
vecinos habian recibido de los españoles; que ya este ruido que todas las tropas que pasa-
ban de los Capitanes por aquellas tierras se había extendido por muchas leguas de ellas,
con que ya tenían noticia de sus buenos hechos y miedo de los por hacer; y así les iban
guiando por el camino y rumbo más derecho que habia, para que con más brevedad salie-
sen de sus tierras y llegasen á la que iban preguntando, que no fué poca comodidad para
los nuestros, pues por salir los naturales con estos intentos, los iban guiando por caminos
llanos, altos, enjutos, que eu pocas partes de cuantas han andado soldados por aquellos lla-
nos, se han hallado íi lo menos, tan á la continua, y así, sin sucederles contraste de conside-
ración, de los muchos que por otros caminos habian tenido. Después de algunos dias que
prosiguieron éste, encontraron con el caudaloso rio Guaivare, que lo era tanto, tan furioso
y sondable, que si no era con canoas, ó nadando, y esto con dificultad, no daba lugar al pa-
saje que tenían necesidad de hacer para llegar á la otra banda donde estaba el pueblo Ma-
catoa, por la noticia que llevaban.
Rancheáronse sobre sus barrancas, yendo algunos soldados rio arriba y otros rio aba-
jo, buscando si le hallaban vao ó indios de quienes pudieran tomar lengua y canoas para po-
derle pasar. Para lo primero les fué en vano el viaje, pues sus muchas aguas y acanaladas,
se defendían que las pudiesen vadear. El segundo intento parece se les cumplió con un
indio que hubieron á las manos sobresaltado en una playa del rio, donde andaba mariscan-
do solo, al cual (después de haberle preso y sosegado con buenas palabras, que no fué poco,
según se encendió en cólera, ira y coraje, de verse en poder de gentes tan peregrinas y es-
pantables) le dieron á entender que no venían á hacerle daño, antes provecho, y que solo
pretendían saber á qué parte de los otras de aquel rio estaba el pueblo llamado Macatoa.
Era el indio de un pueblo cerca de éste, y así, con facilidad y aun benevolencia (por estar
ya aplacado con buenas palabras que le dijeron y cosillas que le dieron) les señaló á la
parte que caia el pueblo de Macatoa, y dijo estar poca distancia de allí aguas arriba del
rio, pero que lo habian de pasar y no habia allí con qué. Aprovechó el Felipe de Utre del
sosiego conque quedó el indio, y concertadas palabras con que hablaba; y fiándose de él, y
de lo que la fortuna (como dicen) quisiese disponer, dióle algunos regalillos ó rescates, y
persuadióle con palabras fuese al pueblo de Macatoa, y que de su ^arte diese un grande
recado al señor de él, y le dijese que con aquellos soldados que allí •tenia iba adelante en
demanda de ciertas Provincias de mucha y rica gente, que él sabia conocía y trataba, y que
para pasar á verse con ellos tuviese por bien de recibir su amistad, que se la guardaría
perpetuamente como fiel amigo, y que no consentiría que en sus tierras, ni de sus vasallos,
se hiciesen ningunos daños, y que estuviese de sí tan seguro y sin temores, como de su
propio padre, porque venían á serlo, y amparo de todos; y así, que no tenían que ausen-
tarse de sus casas ningunos, pues pretendían en ellas conservarles sus personas y haciendas;
que con todo este resguardo era menester entrar á pedirle amistad al indio de Macatoa, por
(CAP. VI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME,
207
tener ya evidencia los españoles de la que tenían aun en aquellas tierras los indios, de los
robos que les bacian y malos tratamientos, con que los hallaban avispados y temerosos.
Dando muestras el indio de llevar con gusto la embajada, entrándose en una mala
barqueta, donde apenas cabia, tomó la lengua del agua el rio arriba y vuelta del pueblo de
Macatoa, á donde llegó, y debió de saber dar, según pareció, la embajada tan cumplida, y
saber decir tantos bienes de los españoles, por los que habia recibido de ellos, en palabras
y obras, que luego al dia siguiente descubrieron bien de mañana los nuestros cuatro ó cinco
canoas que bajaban el rio abajo, en que venían noventa indios, y entre ellos un hijo del
Cacique de Macatoa, á quien su padre euviaba con todo aquel acompañamiento con la res-
puesta de la cumplida embajada que el indio le habia dado. Los españoles, advirtiendo no
fuese aquella gente de guerra, que viniese á intentar impedirles el paso ó probar sus fuer-
zas con ellos, se pusieron todos á punto de guerra, como los hallaron las canoas cuando
llegaron á la barranca do los ranchos, donde saltando en tierra sin ningún alboroto, antes
con demostraciones pacíficas, el hijo del Cacique, acompañado de los más principales quo
venían en las canoas, preguntó luego por el que lo era de los españoles. Lo cual sabido por
el Felipe de Utre (que se habia vuelto á su rancho viendo que no era la venida de guerra)
les salió luego al encuentro acompañado de algunos soldados y del Capitán Limpias, que sa-
bia aquella lengua medio cuchara, por ser muy dilatada y haber tenido lugar de poderla
aprender en las provincias por donde habia andarlo; y habiéndole abrazado el Capitán y
hecho otras demostraciones en que pudo conocer los deseos que tenían de hacerle amistad
y que él era la cabeza de todos los que estaban allí, con buen sosiego y reportadas palabras
le habló de esta manera.
Ayer enviaste con uno de los moradores de las riberas de este rio, que aquí hallaste
acaso, á saludar á mi padre, que es el señor del pueblo de Macatoa, haciéndole saber vues-
tra venida y entrada á estas tierras, convidándole con vuestra amistad y ofreciéndole pací-
fico tratamiento sin fiaño suyo ni de sus vasallos, dándole á entender no ser vuestros inten-
tos otros que informaros de él qué gente sea la que habita sus tierras comarcanas á la
parte de cierta serranía que está apartada de aquí el rio abajo, en cuya demanda venís do
vuestras tierras larguísimo camino, y que porque os encaminase á ellos les seriáis agradeci-
dos y haríais todo el beneficio que pudieseis; por todo lo cual se halla mi padre más deudo
vuestro, que yo sabré significaros, por haber conocido en lo que le habéis enviado á decir
muy diferentes obras y palabras en vosotrosf de las que algunos de nuestros convecinos le
habían significado, diciendo que erais unos hombres terribles, feroces, crueles y enemigos
de toda paz y amistad, sembradores de guerras, derramadores de humana sangre, y final-
mente que toda una felicidad era desasogar con mil géneros de crueldades las miserables
gentes por donde pasabais, pagándoles en esto el hospedaje que os hacían, comidas y oro
que os daban. Envíame á vosotros á daros de su parte la bienvenida y llegada á estas tie-
rras, y que tiene mucho gusto de aceptar vuestra amistad y hacer no solo lo que le envias-
teis á decir, que queríais informaros de él, pero también serviros con todo lo que fuere ne-
cesario á vuestro viaje y daros seguras guias, que os lleven en buen tiempo por los mejores
caminos que hay hasta allá. Ruégaos también que os paséis á aposentar á su pueblo y casas,
donde mejor os pueda servir y gozar de vuestra amistad; para cuyo efecto vienen aquí estos
nuestros vasallos y canoas que os pasarán á la otra parte de este rio, á cuyas barrancas, cer-
ca de aquí, tenemos nuestras viviendas.
CAPÍTULO VI.
I. Después de haber consultado el Capitán sobre las razones del indio, les pareció á todos no pasar
aquella tarde el rio—II. Con todo eso lo pasaron por haber traído más canoas y que no entendie-
ran se dejaba por flaqueza de ánimo—III. Llegan los soldados al pueblo de Macatoa, donde fue-
ron bien recibidos—IV. Salen del pueblo de Macatoa y llegan á otro amigo del mismo Cacique.
ALAS buenas y concertadas razones que habia dicho el bárbaro (en respuesta de la
embajada y nuevo ofrecimiento de amistad de parte de su padre) respondió el Felipe
de Utre con el mejor intérprete que traían (ayudándole el Pedro de Limpias) que agrade-
cía lo que su padre le enviaba á decir, y que en todo se remitía á las obras, que habían de
manifestar sus buenos deseos, que los tenia muy grandes de verse con él. Dejó con esto al
indio con algunos soldados el General, y apartándose con los demás se comenzó entre todos
208
FRAY PEDRO SIMON.
(5.* NOTICIA.)
á conferir sobre las razones del indio y el recato que era menester para poner en ejecución
y admitir los ofrecimientos que el Cacique les enviaba á hacer; pues se pudiera sospechar
no venir aquella embajada con la llaneza que significaban las palabras, sino que debajo de
ellas se pudiera temer alguna traición, por ser ordinario modo entre aquellas naciones. Y
así no les pareció de común consentimiento se pasase el rio aquella tarde, porque lo era ya
mucho y las canoas pocas para que de una vez pudiesen pasar todos; y que si pasaban divi-
didos era ponerse en ocasión de conocido riesgo y dársela á los indios si tenían urdida al-
guna traición, para que mejor se ejecutase viéndolos divididos; y que cuando algo hubiese
de esto, mejor podrían valerse y defender sus personas hallándose juntos en todo trance de
agua y tierra. Con esta determinación fueron todos los de la junta á donde estaba el indio,
y dándole por excusa el Felipe de Utre del pasaje de aquella tarde las pocas canoas que
había, le dijo se volviese él con ellas y toda la gente que le acompañaba y diese de su parte
á su padre unos largos recados y agradecimientos de la amistad que le ofrecía, y que otro
dia podrían estar allí con las canoas que bastasen, en que pasarían á verse con él y aposen-
tarse en su pueblo y casas, como lo ordenaba y él lo deseaba.
No vino en esto la liberalidad del mancebo (que era gallardo, bien dispuesto), pues
dijo luego que entendió la respuesta, que si no reparaban en más que falta de pasaje, que
en eso no la habría, pues él haría venir luego allí más canoas, como lo hizo poner por obra,
despachando en una barqueta á un indio, con que hizo con brevedad estar allí otras tantas,
y más que las que habia. Lo cual visto por los españoles, saliendo ya de algunas sospechas,
por la liberalidad del indio y porque él no las tuviera de que dejaban por temores de pásal-
as la otra banda, se embarcaron todos y llevando nadando délos cabestros los caballos (como
se usa comunmente en estas tierras para pasar los rios caudalosos) al bordo de las canoas
pasaron todos juntos aquella tarde el rio, y por parecerles no era hora de caminar, por no
haberla para llegar al pueblo de Macatoa, se ranchearon sobre sus barrancas, despidiendo
desde allí al hijo del Cacique, harto apesarado de que no quisiesen los* españoles pasar de
aquel puesto aquella noche, á donde los estaba aguardando con buen hospedaje su padre;
pero viendo su determinación, la tomó en proseguir el rio arriba con sus canoas, habiéndo-
les primero avisado no fuesen el rio abajo donde pudieran ser sucederles algunas desgracias
con gentes belicosas y desabridas que teniau en sus márgenes sus pueblos. Partióse con esto
el mozo, y llegó al suyo y dio aviso á su padre de lo que le habia sucedido con los nuestros,
de que recibió no poco gusto, como se echó deíVer en la demostración que del otro dia muy
de mañana hizo enviándoles á los soldados cincuenta indios cargados de maiz, pescado, car-
nes de venado y cazabe, y á rogar que abreviasen su partida de aquel puesto y fuesen á
descansar á su pueblo y casas, donde les estaba aguardando con grandes deseos de verlos.
Como no los tuviesen menores General y soldados de verlo á él, alzaron luego ran-
chos y todos juntos marcharon hasta entrar en el pueblo de Macatoa, que lo hallaron deso-
cupado de sus moradores, que para que mejor y más anchurosamente se alojaseu los espa-
ñoles, se habia pasado toda la gente del pueblo (que serian cuatrocientos vecinos) un tiro
de arcabuz del sitio, allí á la vista, á las márgenes del mismo rio arriba, dejando el pueblo,
no solo como hemos dicho, desocupado, sino muy limpio en todas las casas, calles y plazas,
pues no solo no se hallaba una yerbecita en todas ellas, pero ni aun una pequeña piedra
que les ofendiese, con que hacían agradable vista, juntamente con el buen orden de la po-
blación. Teníanla bien provista de tocias suertes de sus comidas, maiz, cazabe, yucas y
otras raices, con mucha carne de venado, en tasajos y seca, en barbacoa, que todo causó
tanta admiración en los españoles, por ser muy otras estas cortesías y urbanidades de las
que en común suelen tener estos naturales, que les obligó á preguntar al Cacique la causa
de ello, en especial del rito que habían hecho los indios, pues podían todos caber muy bien
en el pueblo, dejándoles cuatro ó seis casas desocupadas; á que respondiendo el Cacique
dijo, que conociendo la gran ventaja que les hacían los españoles en valentía, personas,
tratos, palabras, modo de vivir y tratar y en todo lo demás que hacían, hallaban que no
solo merecían que ellos les diesen sus casas en que se aposentasen, por tenerlo esto á buena
suerte, sino que se hallaban también obligados á servirles siempre, como se echó de ver en
el cuidado con que hacían esto, sin faltar un punto en toda ocasión.
Era este Cacique un hombre de muy buena persona, de mediano cuerpo, alegre,
amigable y noble de condición, de rostro liso y algo aguileno, bien proporcionado su cuerpo
y al parecer de solos cuarenta años escasos. Sus vasallos eran gente más crecida, en común, y
aunque desnuda del todo, fuera de las partes de la honestidad, que traían mal tapadas, lim-
(CAP VII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
209
pios y lucidos, compuestos los cabellos y de acciones compuestas y palabras sosegadas. Llá-
mase esta nación Guaipcs, que habiendo viciado el vocablo, otros les llaman Guayupes. A
detenerse más dias de los que sosegaron en este pueblo les convidaba el buen hospedaje y
comodidad que hallaban en él; pero como sus intentos no les dejaban hacer asiento tan de
propósito hasta que les hubiesen visto el fin, su estada en aquel puesto lo tuvo después de
cuatro ó cinco dias, que les pareció bastar para reformar sus necesidades é informarse muy
de propósito de las provincias ricas que iban rastreando y que les parecían ser aquellas del
hombre Dorado que les habían dado las noticias; todo pura ficción en cuanto toca al nom-
bre, si bien en la sustancia de buscar tierras donde hubiese riquezas no iban tan deslum-
hrados. No fueron pocos los varios modos que usaron de repreguntas en estos pocos dias
con el Cacique, intentando con esto fijar más sus esperanzas, si veían que no variaba en las
respuestas, como sucedió, pues siempre eran unas las que daba, diciendo que junto á cierta
cordillera de sierras, que se divisaban desde aquel puesto, en tiempo claro y despejado, ha-
bía grandísimas poblaciones de gentes muy ricas, por serlo la tierra de minas de oro, pero
que no era de parecer entrasen en aquellas provincias donde iban, pues aunque fuesen tan
valientes como la fama publicaba de ellos, la muchedumbre de los naturales de ella los
acabaría con facilidad en pocos dias.
No nos hace temer eso (respondió el Felipe de Utre, determinado ya á no volver paso
atrás sin haber dado vista á esta tierra), antes se han alentado nuestros bríos con las claras
noticias que nos has dado de esas grandes provincias, y así entre los demás servicios que nos
has hecho, lo recibiremos por muy cumplido que con la brevedad posible nos des guias que
nos lleven á los términos de esas provincias, porque con ellas deseamos vernos á sus umbra-
les. Hízolo el Cacique cumplidísimamente dándoles no solo indios de satisfacción que los
guiasen las jornadas que habia hasta otro pueblo de un grande amigo suyo, por donde ha-
bían de pasar, sino también otros muchos indios cargados de las comidas que habían menes-
ter con abundancia para nueve ó diez dias que habia de camino hasta aquel pueblo de su
amigo, á quien también los envió á recomendar para que les hiciese buen hospedaje y diese
nuevas guias hasta las provincias ricas. Partiéronse con este buen avío los españoles del
pueblo de Macatoa, y habiendo caminado el tiempo de los nueve dias por cabanas rasas y
sin camino, por trochas excusadas por donde los llevaban las guias de industria, á fin de
apartarlos de ciertos pueblos del rio, enemigos del Cacique su señor, donde podrían suceder
inconvenientes que les retardase el camino, se pusieron á vista de aquel primer pueblo
donde iban, á distancia de dos tiros de arcabuz. Sus moradores, por no estar avisados aún
de los peregrinos que les iban, comenzaron luego á la primera vista á alborotarse, de mane-
ra que todos acudieron con brevedad á las armas para defenderles la entrada, como so pu-
sieran á ello si las guias (viendo el tumulto y vocería que se levantaba en el pueblo, dejan-
do á los nuestros hecho alto en aquel sitio) no se adelantaran á dar el recado que llevaban
del Cacique Macatoa y sosegar el alboroto, que ya era tal, que cuando llegaron no habia
indio en el pueblo que no saliese de guerra á la resistencia de los peregrinos; si bien todo
el alboroto cesó luego quo las guias se vieron con ellos y les dijeron los intentos de los es-
pañoles, que eran de no hacerles ningún mal á sus personas y haciendas, pues solo pretendían
les diesen guias para pasar adelante hasta llegar á la tierra de los Oraeguas.
CAPÍTULO VIL
I. Sálelos á recibir de amistad el amigo del Cacique Macatoa, é intenta disuadirles la entrada en los
Omeguas—II. Salen del pueblo de este Cacique, guiándolos él mismo, y llegan á dar vista á las
poblaciones de los Omeguas—III. Alcanzan á ver los españoles una población de innumerables
casas de los Omeguas—IV. Quieren coger los españoles algunos de los indios Omeguas y salen
heridos Felipe de Utre y otro Capitán—V. Oyen los españoles el ruido de los indios del pueblo.
que salen contra ellos, y retíranse por entonces al del Cacique, donde curaron los dos heridos.
SOSEGADO ya el pueblo (y aun aficionado el Cacique á los españoles, por las razones
que en alabanza de ellos les supieron decir las guias) se volvieron donde los habían
dejado, y diciéndole al Felipe de Utre la seguridad en que dejaban el pueblo, y la amistad
que les haria el Cacique en darles buen hospedaje y guias hasta llegar á las Provincias de
los Omeguas, le pidieron licencia para desde allí con los cargueros tomar la vuelta de su
pueblo de Macatoa, pues ya no tenían ellos más que hacer en aquél. Agradecióles el Capitán
28
210
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
lo hecho y bien que los habian guiado, y habiéndoles dado la licencia que pedian, con
buenas y amorosas palabras y otras demostraciones de amistad, tomaron luego la vuelta de
su pueblo. El Cacique de aquella á cuyos umbrales estaban, él mismo les vino á visitar,
acompañado de algunos indios principales y de otros cargados de comidas, con intentos de
saber más de fundamento los que traían los soldados, que se los declararon muy por menu-
do, con que el indio quedó muy del todo sin sospechas de ellos, y aficionadísimo, si bien no
dejaba de admirarse de ver aquel nuevo modo de gente, vestida y barbada y que iban
caminando sobre los caballos, de cuya terrible y feroz vista, no quedaba menos maravillado.
Esta afición con que les quedó este Cacique á los españoles, le hacia temer los males que
él tenia por cierto le habian de suceder, si todavía porfiaban en pasar adelante y entrar en
aquella Provincia de los Omeguas, por saber la muchedumbre que tenia de gente belicosa,
arriscada y brava, criada toda su vida con las armas en las manos, y en militares encuen-
tros, no solo con sus convecinos, sino aun entre ellos, con ordinarias guerras civiles, con
que le parecía ser imposible que si una vez entraban los españoles poderse retirar, aunque
quisiesen. Hacíale también la amistad que les había cobrado, procurar disuadirles do esto,
poniéndoles delante por inconvenientes, ser la gente innumerable y vestida del todo, como
ellos venían, de donde se seguiría que no les tendrían temor como otras naciones desnudas,
y que criaban en sus tierras ciertos animales, que según se figuraban eran como los carne-
ros y ovejas que tienen los indios del Perú, naturales de la tierra ; y que podía ser que
viendo los indios á los españoles en sus caballos, subiesen ellos también en estos animales y
les hiciesen con ellos resistencia á los caballos.
Pero con esto añadía el indio, que tenian grandes riquezas de oro y plata, muchos
géneros de aves, de que comían, como eran pavos y unas gallinas que tenian las papadas
coloradas ; y aun algunos soldados quisieron decir que les habian dado por noticia, tenian
otros animales crecidos, que afirmaban ser camellos, aunque esto siempre se ha tenido por
cosa sin fundamento, y hablilla arrojada sin él y ninguna verdad aPviento. De todos estos
inconvenientes que les ponia el indio, se reian mucho los españoles, en especial con las
buenas nuevas que les daban de mucho oro y grandes poblaciones, y así persuadieron al
indio (ya que estaban dentro de su pueblo, á donde los llevó) les diese guias de confianza
que los metiese en aquella tierra ; á lo que respondió el Cacique, que pues estaban tan
determinados á proseguir adelante, no reparando en lo que les habia dicho él en persona,
les queria ser guia y llevarlos hasta el principio de estas ricas Provincias, por lo mucho que
gustaba de su buena compañía, que no se hallaba un punto sin estar con ellos, y de verles
jinetear y hacer mal á los caballos. Determinados todos en esto, después de solos tres dias
que se detuvieron con el Cacique reformando sus personas y caballos, fueron prosiguiendo
adelante en su derrota, llevando por guia al Cacique su amigo y hasta cien indios, que él
llevaba cargados de comida y el hatillo (que pesaba bien poco) de los españoles, con que
caminaron cinco dias por muy anchos y seguidos caminos, si bien por allí parecía la tierra
inhabitable, hasta que al último, bien temprano, dieron en una aldea de hasta cincuenta
bohíos, con gente, y preguntando el Cacique si era aquel pueblo, ó qué gente eran sus
moradores, respondió que allí solo se recogían los indios que tenian á cargo guardar las
sementeras de los pueblos de adelante. En sintiendo estas guardas la gente nueva que
entraba por sus tierras, tomaron la huida para las casas, no pareciéndoles tenian seguro
fuera de ellas.
Desde este lugar que espantaron los indios, donde hicieron alto por un buen espacio
de tiempo, divisaron todos los soldado^ (á distancia de una medía vista) un pueblo de tan
extendida grandeza, que aunque estaban bien cerca, nunca pudieron ver el extremo de la
otra parte, bien poblado, las calles derechas y las casas juntas, que todo lo alcanzaban á ver
con distinción, y con mucha más una que estaba en medio de todas, que las sobrepujaba
con mucho exceso; preguntándole al Cacique, guia, qué casa tan eminente y señalada era
aquélla, respondió ser la del Cacique de aquel pueblo, que se llamaba Quarica, la cual,
aunque era de aquella grandeza que veian, porque le servia de morada y templo, donde
tenia algunos ídolos y dioses macizos de oro, de grandor de muchachos de cuatro y do cinco
años, y una mujer, que era su diosa, de estatura natural, también del mismo metal, y otras
grandes riquezas puestas allí, como en depósito, suyas y de sus vasallos, que eran innume-
rables. Más adelante, á poco trecho de aquel pueblo, habia otros más principales y grandes
señores, que excedían á éste, sin comparación, en vasallos, riquezas y ganados, y así, unos
tras otros se iban acrecentando los pueblos, en número y grandeza de vasallos y oro. Por
(CAP. VIII).
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
211
‘o cual no hay necesidad de que yo os guie de aquí para adelante, porque si entrando una
vez en estos pueblos sabréis defender vuestras vidas, podréis caminar por estas poblaciones
de una en otra, por la parte que os pareciere, pero para que mejor quedéis informados de
todas y de sus riquezas, desde luego tendré por acertado procuréis haber á las manos uno
de aquellos indios, que se han metido en aquellas casas, y que á él le diesen licencia, sin
pasar de allí para volverse á su casa.
Halláronse d caballo á esta sazón el General Felipe de Utre y todos los demás
que los tenían, y arrimándoles las espuelas corrieron tras los indios de las casas con este
intento, si bien les «alió en vano, pues á ninguno pudieron haber á las manos ni aun darlo
pique, fuera del Felipe de Utre y un Capi’tan Artiaga, que acertaron salir juntos’, y por
llevar mejores caballos dieron alcance á dos indios que iban como venados, con sendas lan-
zas en las manos, los cuales viendo que ya los de á caballo les iban á los alcances, vol-
viendo contra ellos á hacerles rostro, despidieron con tanta destreza sus lanzas, que pasán-
doles á ambos á dos Capitanes los esculpiles á una y en un mismo lugar entre las costillas
debajo el brazo derecho, les dieron unas muy malas heridas, y quedando con éstos victo-
riosos, sin recibir ellos ningún daño, tomaron de una carrera la vuelta de su pueblo, donde
entraron alborotándolo á voces. Juntáronse luego el Felipe de Utre y Artiaga, volviendo las
riendas á los caballos, con los demás soldados, que viendo el desgraciado suceso, quedaron
cortados y perplejos en la determinación que tomarian, si de embestir al pueblo ó retirarse por
entonces. No hacia el Cacique, guía, menores demostraciones de temores, viendo los malos
principios que eran aquéllos para entrar á conquistar gentes tan belicosas, las cuales no
dudaba estarían ya puestas en armas para venir contra ellos, por la cólera y bríos en
que los habrían metido los indios que entraron huyendo en el pueblo, con que tenia por
imposible dejar de morir él y todos los españoles, castigo bien merecido por haber menos-
preciado su consejo y parecer, que siempre fué de que no se metiesen en aquellos dificul-
tosos trabajos.
En esto estaban los españoles y el indio, cuando en confirmación de lo que éste
decia, comenzaron á oirse ruidos y estruendos de grandísimos tambores (que los tenían,
según decia el indio, de cinco y seis varas de largo), grandes fotutos, voces de caracoles y
alaridos de toda suerte de gente, que parecía haberse alterado el mundo para venir sobre
los nuestros, como sucediera si en esto no llegara la noche, que puso estorbo al paso de los
indios, y lo que topara, que cargando en hamacas los indios amigos (vasallos del Cacique) á
los dos Capitanes heridos, pudieran dar la vuelta, como lo hicieron, caminando á paso largo
toda la noche y el día siguiente, sin detenerse en nada, hasta llegar al pueblo del Cacique
amigo, de donde habían salido, donde luego dieron orden de curar á los heridos, por no
haber dejado hacerlo hasta entonces la ocasiones dichas. Tomó esto á su cuenta un soldado
llamado Diego de Montes, natural de la Corte y Villa de Madrid, en España, no porque su-
piese mucho de cirugía, sino por no haber otro que supiese tanto, y así usó, para conocer lo
penetrante de las heridas, de un modo peregrino, que por serlo me determino á decirlo.
CAPÍTULO VIH.
I. Modo con que curó el soldado las heridas.—II. Van los Omeguas en seguimiento de los nuestros
hasta cerca del pueblo del Cacique, donde les dieron una guazabara.—III. Toman desde el pueblo
de este Cacique la vuelta del de Macatoa, y de allí al de Nuestra Señora,—IV, Pónese un desen-
gaño acerca de las conquistas que se hacen con nombre del Dorado.
COMO las heridas estaban entre las costillas, y el soldado se hallase, después de su poca
experiencia, sin tientas para experimentar si caían más altas ó más bajas de las telas
que conmumente llaman entrañas los que no son cirujanos, tomó un indio viejo, harto ya (al
parecer) de vivir, que le dieron en el pueblo y debia de ser esclavo, y poniéndolo encima
de un caballo, vestido el mismo sayo de armas que tenia el General cuando lo hirieron,
hizo que otro indio con una lanza de indios, hecha al mismo modo de aquella con que le
hirieron, le hiriese con el mismo acometimiento que habían herido al General, metiéndole
la lanza por el mismo agujero del sayo, con que quedó herido el pobre indio en el mismo
lugar que lo estaba el Felipe de Utre, y apeándole luego del caballo, le fué abriendo el
Diego de Montes la herida, haciendo de ella anatomía, y halló que caía sobre las telas di-
chas, quedando de la burla el indio sin vida ; tomó luego sus dos enfermos, y rasgan-
212 FRAT PEDRO SIMÓN. (5.a NOTICIA.)
dolos las heridas por lo largo de las costillas, les hizo cierto labatorio con que meciéndo-
los de una parte á otra, como suelen lavar los odres, quedaron limpios de mucha maleza
de sangre cuajada que teuian en el cuerpo y con brevedad sanos. El Cacique y muchos
de sus indios que se hallaron presentes á esta cura, viendo el sufrimiento que tenían los
heridos en la cruel carnicería que hicieron en ellos para conseguir salud, decían que si
muchos hombres traían como aquellos de tan valiente ánimo, que seguros podían entrar en
las tierras de los Omeguas, y confiando en sus armas, vencerlos y hacerlos sus vasallos, no
solo aquellas primeras poblaciones, sino las muchas que estaban más adelante.
Aunque supieron los Omeguas la retirada de los nuestros con la oscuridad de la
noche, no por eso quitaron sus ánimos del todo para no salir tras ellos, como lo hicieron
después de haber retardado algún espacio de tiempo el acelerado paso con que les embis-
tieran, si no se los atajara la noche, y así al primer cuarto de ella, habiendo servido esta
tardanza de que se juntara mayor cantidad do indios, hasta quince mil, antes más que
menos, como después les pareció á los nuestros, fueron en su alcance sin que ninguno de
los soldados ni indios amigos lo supieran, hasta que ya estaban á dos escasas leguas del
pueblo del Cacique, que tuvo nueva de algunos de sus vasallos labradores que andaban por
aquella parte en sus labranzas y arcabucos. Dióla el Cacique al General Felipe de Utre (ó
Uten, como algunos quieren que se llamase), el cual, como no estuviese con la herida para
salir á hacerles frente, dióle el cargo de ello á su Macse de Campo Pedro de Limpias, hom-
bre bien afortunado y experimentado en estas guazabaras ; el cual, ordenando su gente con
el concierto y brevedad que el caso pedia, salió al encuentro á los Omeguas, que ya venían
acercándose á prisa, divididos en escuadrones por una ancha sabana, vestidos todos,
como siempre lo andaban, con levantados penachos, largas lanzas de tostadas puntas, y rode-
las, que eran sus armas. Los nuestros, bien aprestados con las pocas que tenian y Animo es-
pañol, les embistieron, y con el favor divino (que sin él era imposible siendo tan pocos,
pues escasamente llegaban á cuarenta, y de éstos pocos á caballo, quedar alguno con vida
entre más de quince mil combatientes que venían en ellos), aunque al primer ímpetu hi-
cieron los indios resistencia y se defendían razonablemente, revolviendo con más bríos el
Limpias con sus treinta y ocho companeros sobre la multitud de bárbaros, que se prome-
tían, por sor por tantos, tener ya en las manos la victoria, los comenzaron á desbaratar, atro-
pellando con los caballos, alanceando, hiriendo con las espadas de una parte á otra, con tantos
bríos como los había menester la necesidad, con que la tuvieron los indios. Perdido oi ánimo
y brios con que allí habían llegado de irse retirando sin concierto, aunque no huyendo, por-
que eran tan diestros guerreros como esto, á lo cual les obligaba el temor que los ponia la
ferocidad de los caballos más que la do los jinetes, si bien éstos no dejaban de atemorizar-
los mucho.
Y para que lo quedasen más fueron siguiendo la victoria, hasta que ya no retirán-
dose los Omeguas sino huyendo desbaratados del todo, les forzaron á tomar la vuelta de su
pueblo con pérdida de mucha gente que quedó muerta y mal herida en la guazabara y al-
cance, sin quedar ninguno de los nuestros aun con herida de consideración, si bien algunos
dicen que en esta ocasión fué donde hirieron al Capitán Artiaga, y no cuando á Felipe de
Utre: pero qus sea en la una ó en la otra parte, en todas estas vistas y encuentros con los
Omeguas, solo quedaron heridos el Artiaga y Utre. A quien el Cacique amigo con los va-
sallos de su pueblo armados y en escuadrones, estuvieron haciendo cuerpo de guardia,
entre tanto que los demás españoles se las habían con los Omeguas. Con esta victoria que
alcanzaron los nuestros, se confirmó el Cacique y los suyos en el espanto con que estaban
de la valentía de los españoles y la opinión que tenian, de que si con algún razonable nú-
mero embistiesen á los Omeguas, sin duda se harían señores de ellos y de sus grandes
riquezas, por haber visto la fortaleza y buen modo de guerra con que tan pocos habían
muerto y desbaratado á tantos. *
Comenzando ya Felipe de Utre á mejorar de su herida en los pocos dias que se de-
tuvieron después de la victoria en aquel pueblo, determinó que tomaran todos la vuelta del
de Macatoa, y desde él al de Nuestra Señora, donde so determinaría lo que más importase
disponer para tomar de propósito la vuelta y conquista de los Omeguas, que no les parecía
cordura tomarla por entonces con tan poca gente como se hallaba. No les pareció mal la
determinación á los demás capitanes y soldados, y así se dispusieron á la partida, de que no
le pesó poco al Cacique amigo, por estar bien confirmado en su amistad y mostrar gusto de
que estuviesen allí por mucho tiempo, porque tenia intentos de ir aprendiendo de los núes-
(CAP. VIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
21,
tros sus ardides de guerra, modo de vivir político, de que grandemente se habia aficionad
poro cuando conoció la determinación en que estaban de proseguir su viaje, dióles para .
la comida necesaria é indios que la llevasen y guiasen hasta el pueblo de Macatoa, par».
donde dispuesto ya todo cumplidamente al viaje, lo comenzaron á proseguir por los despo-
blados y trochas que habían venido, por donde también les pareció llovarlos á las guias, por
excusar los mismos inconvenientes do los indios Caribes del rio abajo: pero sucedióles que
á la mitad del camino se vieron sin guias, por habérseles huido, con que les fué forzoso ca-
minar solo al tino y confianza de que no podían dejar de encontrarse con el rio Guayan re, y
desde él serles fácil, ya que no fuesen do una á dar con el pueblo de Macatoa, hallarlo el
río arriba ó abajo según donde fuesen á encontrar sus aguas, como les sucedió, pues dieron
con ollas bien arriba de donde estaba el pueblo de Macatoa ; pero reconociendo la tierra y
paraje donde se hallaban, echaron de ver luego quedaba el pueblo atrás, á donde envió Fe-
lipe de Utre al Capitán Limpias con una escuadra, para que hiciesen subir canoas en que
pasasen de la otra banda con algún matalotaje é indios que lo cargasen para el resto del
camino. Partióse Limpias y llegando al pueblo de Macatoa aquel día, volvió otro el rio
arriba con canoas y abundancia de comidas, y habiendo pasado el rio prosiguieron su viaje
sin sucederles cosa adversa hasta llegar al pueblo de Nuestra Señora, donde habia dejado
sus enfermos después de tres meses que habia salido de él en demanda del Dorado.
No fné así el contento con que quedaron el Felipe de Utre y sus soldados en haber
dado vista á estas provincias de los Omeguas, pareciéndoles con eso haberla dado á las del
Dorado, en cuya demanda habían salkjo. Y si les preguntáramos cómo sabían que era aque-
lla la Provincia del Dorado, fuera sin dudf. A hallarse atajados y confusos, sin saber sacar
á luz una razón que convenciera á lo que decía, en especial habiendo sido de tan poca ad-
vertencia, que no la tuvieron de haber algunos indios á las manos, pues pudieran de aque-
llos Omeguas, de quienes se informaran más por extenso, que lo estaban de sus vecinos, de
las calidades de la tierra, sus riquezas y minerales, sus animales y aves, temple y disposi-
ción del país, sus tratos y otras cosas comunes al modo de vivir de los hombres ; y en es-
pecial si habia algún señor que desnudo y dorado el cuerpo entrase en alguna laguna á
hacer sacrificio, que fué el fundamento (como dejamos dicho) por donde se puso este nom-
bre del Dorado; sino que contentándose solo con haber saludado desde los umbrales aque-
llas provincias con las lanzas y muertes que pudieron dar á sus naturales en la guazabara,
quedaron contentos, sin informarse de otra cosa, pareciéndoles habían salido con una que
ningunos otros habían podido aunque lo habían intentado.
De donde se ve cuánta vanidad es salir á estas conquistas á buscar provincias con
título y nombre del Dorado ; pues así como estos soldados decían que la habían hallado,
habiendo hallado ésta do los Omeguas. Lo mismo dijera Jiménez de Quesada si cuando
salió del Reino á buscar otras nuevas tierras, las hubiera hallado ricas, diciendo que aquél
era el Dorado ; y lo mismo su hermano el Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada
cuando salió de esta ciudad de Santafé á descubrimientos con ese mismo título, que ambos
por no haber hallado cosa de provecho, volvieron diciendo no haber encontrado con la Pro-
vincia del hombre Dorado. Lo mismo podremos decir de las jornadas de don Pedro de
Silva, de Diego Hernández de Serpa, de Domingo de Vera y otros que han salido de este
Nuevo Reino con el mismo título ; que si cada cual hubiera hallado provincias ricas en su
descubrimiento, aunque lo hacían en diferentísimas partes, cada uno dijera que él habia
hallado el Dorado, sin reparar en ñ aquella con quien habia encontrado entraba algún
hombre á sacrificar en alguna laguna desnudo y todo el cuerpo dorado. Donde se echa de
ve:* ser cosa sin fuudamento la de aquellos que pretenden conquistas á título de ir á buscar
el Dorado, pues á ninguna parte que vayan se le puede dar otro nombre sino que van á
hacer nuevas conquistas, en que deben estar advertidos los que dan licencias para esto, si
no quieren verse engañados á tiempo que ya no se puede remediar, estando ya gastada la
hacienda Real, como sucedió en la jornada de Domingo de Vera, que le costó tanto aquélla
sola, como le’ha costado todo el resto de las Indias, y todo fué sin provecho, como diremos.
214 FRAY PEDRO SIMÓN. (5.a NOTICIA.)
CAPÍTULO IX.
I. En el pueblo de Nuestra Señora se vieron todos con grandes alientos, enfermos y sanos, por las no
ticias que sacaron de la tierra de los Omeguas—II. Pónese en práctica si será bien ó no volver
desde el pueblo de Nuestra Señora sobre la Provincia de los Omeguas—III. Determínase que Pe-
dro de Limpias vaya con algunos compañeros por más gente y caballos á Coro—IV. Encuéntrase
con Francisco de Caravajal en el Tocuyo y dale cuenta de la jornada—V. Salen los Alemanes con
toda la gente que tenían en seguimiento de Pedro de Limpias, y llegan á Bariquisimeto.
EL contento con que quedaron los enfermos cuando llegó la gente al pueblo de Nuestra
Señora, participado del mucho con que todos entraron en él, fué de manera que les
bastó para alentarse y á algunos para sanar del todo, siendo en ellos verdadero el común
decir, que el esforzarse el enfermo es la mejor y mayor parte de la medicina; porque como
todos se juzgaban ya metidas hasta los codos las manos en las riquezas que les habían di-
cho de los Omeguas y grandes señores de vasallos en aquellas prósperas y abundantes tie-
rras, doblábales el ánimo las fuerzas para ponerse en camino y gozar de ellas, en especial
realzándolas tanto como lo hacían los soldados, que por acrecentar la fama de su descubri-
miento y estimación de sus trabajos, armaban quimeras de cosas que vieron, oyeron y les
sucedieron, dorándolas con tan rodeadas y retóricas palabras, que pareciendo ser el negocio
como lo pintaban, fácilmente aficionaban y levantaban los ánimos de los que los oían, para
hacérseles tarde el llegar á pisar aquella tierra, por parecerles consistía su felicidad en eso,
si bien les sucedió, muy de otra suerte á los capitanes y soldados de esta jornada, pues la
misma codicia que les hizo salir sin saberse aprovechar de lo que tenían entre manos á bus-
car más compañía para volver con más seguro y ciertos á poseer y poblar aquella tierra de
su Dorado, les hizo tener por fin miserables tragedias, por las discordias que nacieron entre
ellos, con que se deshizo la compañía ; mataron al General, y con otros varios sucesos
hasta hoy no se ha podido volver á rastrear aquellas provincias de los Omeguas.
Gran parte de los principios de estas discordias fueron las ordinarias que traían en-
tre sí el Maese de Campo Pedro de Limpias y Bartolomé Belzar, á quien había hecho tam-
bién Capitán el Felipe de Utre y pienso que su Teniente, porque como estos dos se fuesen
estropiezo el uno al otro acerca del mandar y disponer las facciones del campo, y el uno
fuese montafíez y el otro alemán, que hacían la junta que hacen dos gorriones en una es-
piga, andaban siempre con tan grandes acedías de ambición el uno contra el otro, por que-
rer el uno lo mismo que el otro, que era mandar, que no podían tragarse ; antes tras cada
paso se ponían en ocasión de venir á las manos, sin que el buen terciar del Felipe de Utre
y otros, á veces le pudiesen reparar ; si bien la razón principal con que el Bartolomé Bel-
zar cobraba brios para competir con Pedro de Limpias, eran los favores que le daba el
Felipe de Utre, por ser el mozo deudo cercano de los Belzares. Luego que llegaron al pueblo
de Nuestra Señora, puso en práctica Felipe de Utre, para la determinación más acertada
que tomarían en lo que se debía hacer acerca de la vuelta á la tierra de los Omeguas, en
que á unos les parecía seria acertado sin dejar resfriar la ocasión, pues estaban ya alenta-
dos algunos de los enfermos, con que habia más número de soldados, volver luego sobre
ella. Pero Felipe de Utre con los demás tuvo por más acierto no hacer la entrada hasta
verse con más fuerza de gente, y no pudiendo juntarse ésta sin volver á la Provincia de
Venezuela y ciudad de Coro á conducirla, no era posible dejar de dilatarse por muchos días.
Con esto la tuvo el Capitán Pedro de Limpias para poner en ejecución la traza que
dias habia andaba dando para salirse de la compañía de Felipe de Utre y aun tomar ven-
ganza de los desabrimientos que él y el Bartolomé Belzar le habían dado, para lo cual trató
cautelosamente (fundado sobre lo que determinaba el Felipe de Utre) de engrosar su ejér-
cito para la entrada, que le diese algunos compañeros con que salir*á Coro, donde se prefe-
ría juntar una buena compañía de gente, armas y caballos y volver con la presteza posible
á socorrerle, para que con las fuerzas necesarias se pudiese entrar de propósito en los Ome-
guas, con que se excusarían los trabajos que por fuerza habían de padecer los enfermos que
tenían, y podrían en el ínterin que él iba y volvía el reformarse y descausar todos. No pa-
reció mal á las primeras vistas este consejo de Limpias á Felipe de Utre y al Bartolomé
Belzar y á otros muchos; con que le fué dada la licencia que pedia y veinte soldados que le
acompañasen, y con la instrucción que se le dio, quedándose los demás en el pueblo de
(CAP. IX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
215
Nuestra Señora, partió de él y paso largo (sospechando lo que luego sucedió, de que habia
de arrepentirse de haberle dado la licencia) caminó sin detenerse por los mismos pasos que
habían llevado á la ida, hasta que llegó á las provincias del Tocuyo y Bariquisimeto, donde
halló alojado de propósito al nuevo Gobernador (aunque con falso título, como dijimos)
Francisco de Caravajal, que había poco habia entrado en ellas de la ciudad de Coro, de don-
de (como dejamos dicho) sacó todo cuanto pudo y no pudo, en especial todo el ganado ma-
yor que tenia ya de asiento poblado en las 6abanas del Tocuyo y Bariquisimeto, tierra bien
á propósito para él, como se ha echado de ver en el crecimiento grande que ha tenido.
Procuró lo primero el Pedro de Limpias (para el fin de sus intentos) ganar la gra-
cia y voluntad del Caravajal, á que le ayudó mucho el Juan de Villegas, que habia ido desde
Coro con él sin apartársele del lado desde que lo fué á recurrir al puerto de Paraguona; y
habiendo con facilidad entrado en su gracia, le relataron él y sus soldados, lo primero lo
sucedido, y que podia desdorar al Felipe de Utre diciendo que por haber llevado con perti-
nacia el camino de Fernán Pérez de Quesada se habían perdido, pues en una sierra donde
anduvieron con intolerables trabajos algunos días, perdieron todos los caballos, sin escapar
más que ocho. Después contaron el haberles vuelto el rostro alegre la fortuna, habiendo
descubierto la tierra rica de los Omeguas, á donde entendían entrar otra vez; para lo cual
venia á buscar copia de soldados y caballos y volver con ellos al pueblo de Nuestra Señora,
donde le quedaba aguardando con la demás gente el Felipe de Utre, para desde allí partir
todos á lo dicho; junto con esto incitaba el Limpias al Caravajal, que pues tenia suficiente
ejército, tomase á su cargo aquella empresa tan próspera y dichosa como se habia descubier-
to, donde podría (demás de las muchas riquezas que se interesaban) ganar honra y fama
eterna, y que si Felipe de Utre intentaba oponérsele pretendiéndolo como Gobernador de la
Provincia de Venezuela, y que él le habia dado las primeras vistas á aquella tierra, con
enviarle preso á Coro á él y á sus compañeros, librando el derecho en las armas y más poder,
fácilmente se le podrían frustrar sus intentos, pues á todo esto se podría atrever con la
fuerza de gente con que se hallaba. Vínole á Caravajal este consejo de Limpias bien á pro-
pósito de su ambición y condición ^bulliciosa; y así sin más reparar en inconvenientes (ense-
ñado ya á esto desde que entró en Coro) se determinó á tomar el consejo y poner todos los
medios necesarios á que no se le defraudasen los fines de esta jornada.
A pocos dias de como partió para la suya de tornavuelta el Pedro de Limpias del
pueblo de Nuestra Señora, arrepentidos los alemanes Felipe de Utre y Belzar de haberle
dado licencia, y sospechosos del mal tercio que les habia de hacer por los encuentros que
habia entre ellos, tan sangrientos en Coro y en las demás partes que se ofrecieran y que
podrían ser tales los daños que se les siguiesen de un enemigo tan fuerte, que fuesen
dificultosos de reparar, con la mayor presteza que pudieron (y á su parecer el caso reque-
ría) levantaron ranchos del pueblo de Nuestra Señora, y caminando todos á paso largo y las
mayores jornadas que pudieron, iban en los alcances del Pedro de Limpias, el cual hizo
fuesen en vano las diligencias de los alemanes, pues adivinando lo que sucedió, caminaba
más á la ligera que ellos, por no traer enfermos que le retardasen ni habérseles ofrecido en
qué detenerse en todo el viaje. Llegó al fin con el suyo el Felipe de Utre y toda su gente
al desembocadero de Bariquisimeto, donde los naturales (que ya tenían algunos conocidos
desde que pasó) le dieron noticia de cómo en la provincia del Tocuyo estaba un Capitán que
llamaban Caravajal, con otros muchos españoles; con lo cual, como hombre recatado, usando
de los avisos que ha menester la guerra, no queriendo meterse de rondón é inconsiderada-
mente entre gente que aun no sabia si fuesen sus amigos ó enemigos, se rancheó en el valle
de Bariquisimeto para desde allí reconocer qué gente era la que estaba en el Tocuyo, y
disponer sus cosas como conviniese. No estuvo allí muchos dias sin que se viniesen á tratar
los del un Gobernador con los del otro y ofrecerse ocasiones en que no fiándose los unos de
los otros, cada cual puso seguras guardas y centinelas en su alojamiento y gente.
216
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
CAPÍTULO X.
I. Hace demostraciones Pedro de Limpias de su enojo contra los alemanes—II. Avísanle á Felipe de
Ttre sus amigos de los intentos que tiene de prenderlo Caravajal—III. Pásase Felipe de Utre
desde Bariquisimeto y júntase con Caravajal—IV. Convida á comer Caravajal á Felipe de Utre.
con intentos de prenderlo—V. Levántase un alboroto de la una y otra parte, por palabras que
tuvieron los dos Gobernadores y queda con lo mejor el alemán.
O dejaba el Limpias perder ocasión en que hiciese demostraciones de la indignación
que traia contra los alemanes, atizando el fuego por rail modos para encender la de
Caravajal también contra ellos, irritándole á que los prendiese, pues podia con facilidad,
por las conocidas ventajas que les tenia en copia de gente, bien descansada y hechas pagas
adelantadas de libertad de conciencia que tenia dada á todos para todos los modos de inso-
lencias que quisiesen hacer, sin que por ello estuviesen temerosos de ninguna pena, pues do
nada la tomaba el Caravajal, á trueco de tenerlos seguros; pero aunque conocia esto, por
Otra parte, como hombre mañoso y de ingenio agudo, y algo azogado, no le parecia cordura
librar el negocio en las armas donde la victoria no está tan segura, y en las manos de aque-
llos que se la prometen, fiados en conocidas ventajas que no suele suceder muy de otra
suerte y revolverse favorable y victorioso tiempo, para quien no se pensaba; y así pretendía
más con sagaces disimulos que con armas atraer á sus ranchos al Felipe de Utre, para allí
con más seguro hacerse señor de él y lo que le pareciese.
No eran tan en secreto estas trazas del Caravajal que no se las escribiesen luego al
Felipe de Utre algunos de sus soldados, que demás de ser sus amigos desde Coro, estaban
desabridísimos en la compañía del Caravajal, por la violencia con que los sacó de su casa y
ciudad, forzándolos á seguirlo el haberles despojado de todas sus haciendas y ganados, á
título de que los habia de meter en el Nuevo Eeino de Granada, donde á subidos precios
los venderían, y con grande copia de oro volverían á la quietud de sus casas ; si bien todo
fué engaño, como hemos visto y veremos. Por esto avisaba al Felipe de Utre todo cuanto
el Caravajal disponía, y que no se deshiciese de su gobierno y el título que tenia de Capi-
tán general, pues él lo era legítimo y el Caravajal lo habia usurpado muy á lo tirano (que
este título le da Herrera), porque si la Audiencia de Santo Domingo habia hecho algún
nombramiento de Gobernador y oficiales de justicia, por haber entendido que él era muerto
ó perdido, por haber tantos días que habia salido á la jornada; pero que nunca habia sido
su intento derogar las provisiones que le tenia dadas la Audiencia, conforme al asiento
hecho con los Belzares; prometiéndole en secreto sobre todo esto los que le avisaban, que los
hallaría para todo lo que se quisiese servir de ellos. No ponía pocos bríos esto al Felipe de
Utre para tener por suyo aquel gobierno y título de Capitán general, con que pretendía
disponer y gobernar la tierra; pero como sobre estos títulos (en gente que tiene vueltas las
espaldas á Dios y al servicio de su Rey) suelen ser las fuerzas del ejército, el que lo tiene
mayor por punta de lanza suele adquirir mayor (aunque violenta) fuerza y demás antigua
jurisdicción que provisiones y poderes reales.
Entre estas mañosas demandas y respuestas de ambas partes, lo fué tanto el Carava-
jal en seguir sus ardides y trazas (que las tenia agudísimas como hombre vaqueano de estas
Indias, donde todo es menester á las veces) que dándole á enteuder al Felipe de Utre con
prendas ciertas de seguro, que no se haría en su campo, ni en toda la tierra, otra cosa de lo
que él quisiese ordenar, lo fué sazonando de manera que de conformidad se trató (trazán-
dolo así el Caravajal) se nombrasen personas de ambas partes bien intencionadas, que viesen
las provisiones de ambos y estuviesen á lo que estos arbitros sentenciasen, ó que ya que no
gustase de esto el Felipe de Utre, ambos de conformidad gobernasen la tierra y gente de
guerra, y juntos fuesen á poblar y conquistar lo que traían descubierto del Dorado. Era de
tan buena masa el Felipe de Utre, que creyendo había de ser así todo esto, dejando su pri-
mera determinación, que era de no sujetarse á su gobierno ni querer parejas con él, levantó
ranchos de donde estaba en Bariquisimeto, y se fué con toda su gente de servicio y solda-
dos á la ranchería del Caravajal en el Tocuyo, con que se acabó de destruir, como se lo
anunciaron sus amigos, que conocían bien al Caravajal; el cual recibió al Felipe de Utre y
sus soldados con demostraciones” falsas de alegría, y lo hizo alojar en lo mejor de los rau-
(CAP. X.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
217
chos, pretendiendo en todo paliar los intentos que traia de quedarse solo con el gobierno, á
que no ayudaban poco los malos terceros que tenia en contra el Felipe de Utre; si bien
tampoco á él no le faltaba quien le incitase contra el Oaravajal; de suerte que luego quo
estuvieron juntos se comenzaron á convertir en grandes llamas de enemistad las que basta
allí solas eran centellas. Con éste y tener tan fijo el pasar adelante con sus deseos el Carava-
jal, comenzó luego á dar muestras de ellos, y que habia sido fingido cuanto le habia prome-
tido al Felipe de Utre en razón de la igualdad de gobierno; si bien iba disimulando en co-
sas, aguardando ocasión y á veces ofreciéndola para poderlo prender sin ruidos; porque,
aunque se veia con más fuerza de gente que el Felipe de Utre, no estaba tan satisfecho de
todos que no tuviese más sospechas que seguro de la mayor parte de ella, y que si se ofre-
ciese ocasión, antes le ofenderían que defenderían.
No dejó de alcanzar todos estos lances el alemán (confuso ya de lo que habia hecho en
juntarse con el Caravajal, con que andaba muy sobre aviso, acompañado siempre de sus
familiares y excusando toda ocasión en que la pudiese tener el Caravajal para efectuar sus
intentos. Lo cual entendido también por el mismo Caravajal, dispuso una (en que se cono-
cieron bien á lo claro, en especial por el Felipe de Utre y los suyos, que andaban como
sobre brasas), y fué convidar á comer al Felipe de Utre á su posada para ejecutar la prisión,
si en esta acción se podía hallar ocasión de ello. No rehusó aceptar el convite el Felipe de
Utre, porque no entendiera, de lo contrario, era falta de ánimo, si bien con evidencia, como
hemos dicho, conoció el que tenia el Caravajal en el convite. Pero dispuso primero el
alemán al Bartolomé Belzar y á sus amigos, que estuviesen sobre aviso y con las armas en
las manos, para que en oyendo algún bullicio en la casa del convite, acudieran á defenderle.
Con lo cual, yendo él bien apercibido de todas sus armas secretas, y las públicas comunes
á los Capitanes, y con el recato que era menester para entrar á comer en casa de su enemi-
go. Llegada la hora, se sentaron á comer, y se acabó la comida con quietud, sin que se
intentase cosa alguna, por haber entendido el Caravajal, de avisos que le habían dado, la
gente que dejaba prevenida el Felipe de Utre, el cual, levantándose de la mesa, visto que
todo estaba sosegado y que no se habia intentado nada hasta allí de lo que él sospechaba,
tomó la mano y comenzó á decirle al Caravajal, que pues nada de lo que habia prometido
cumplía, ni parecía tener intentos de cumplirlo adelante, antes con violencia, fundada más
en la fuerza de su gente que en el derecho de su justicia, quería detenerlo allí ; él trataba
de irse con sus soldados á Coro, para de allí tomar la vuelta de Santo Domingo á dar cuenta
del suceso de su jornada á la Real Audiencia que lo habia enviado á hacerla.
El Caravajal, con ánimo ya medio alborotado, le respondió que licencia tenia para
irse, donde y cuando quisiese, pero que no habia de llevar consigo la gente, ni tuviese
atrevimiento de allí adelante á llamarse General, ni Gobernador, ni aun Teniente, pues ya
sus provisiones habian espirado y estaban derogadas, y que en aquella Gobernación no tenia
otro jurisdicción sino él, á quien la Audiencia habia enviado por Gobernador. No le falta-
ron palabras al Felipe de Utre con qué replicar y contradecir á éstas, con que comenzaron
luego, por las del uno y del otro, á mostrarse los fuegos de enemistad que ardían en los
pechos de ambos, apellidando cada cual el favor del Rey, incitando á sus soldados ¿ que
tomando las armas se diese fin á aquellas disensiones y arraigadas enemistades, apagando
estas llamas con la sangre del que menos pudiese. A las primeras voces que oyó de esto el
Bartolomé Belzar (como bien prevenido y de gallardos brios, y que deseaba emplearlos en
la defensa del Felipe de Utre), salió de donde estaba, siguiéndole los de su devoción, y con
furia de alemán (que en el primer ímpetu suele ser sobrada y ciega) se fué derecho al
Caravajal, con el estoque desnudo y con intentos de acabarle la vida, como lo hiciera, si
algunos de los soldados neutrales, que luego se hallaron presentes, no se metieran por
medio, reprimiendo la furia de este mancebo. Fuéronse allegando en un punto á la revuel-
ta cada cual de los soldados á la parte de la devoción que tenían intentos de seguir, si
bien algunos estuvieron neutrales, sin acudir á la una ni á la otra, con que la del Felipe de
Utre quedó más valida, y por haberse pasado á ella muchos de los desabridos con Caravajal,
á quien pudiera entonces con gran facilidad el alemán quitar la vida, pues eran muy pocos
los que le habian quedado de su parte al Caravajal, respecto de los muchos con que el Utre
se hallaba ; pero no quiso concluir por este modo las diferencias, huyendo de cobrar fama
de tirano y macular su persona y linaje, y así dejando vivo al Caravajal, subió en su
caballo, y haciendo lo mismo todos sus amigos, tomaron del alojamiento del Oaravajal las
demás armas y caballos que les pareció, al fin como del vencido, y que lo tenian todo á su
218
FRAY PEDRO SIÍIOÍT.
(5.* NOTICIA,)
mano, y apartándose hasta cuatro leguas, se alojaron en el valle de Quibor, con intentos de
causar desde allí (estando plantado tan cerca, y casi á la vista) mayor tormento al Caravajal
y á los suyos; pero vióse en el desgraciado Capitán cumplido el adajio español, que quien á
su enemigo popa, á sus manos muere, como veremos.
CAPÍTULO XL
I. Vuélvense otra vez á hacer conciertos de amistad entre loa alemanes y Caravajal.—II. Trata Cara-
vajal de irse con BU gente en los alcances de Felipe de Utre, la vuelta de Coro.—III. Dan alcance
á los alemanes, y degüéllalos el Caravajal y su gente.
O perdió el Caravajal el tirano brio con lo que le sucedió, antes conociendo la bondad
del Felipe de Utre, se aprovechó de ella para pasar adelante con sus cautelosos inten-
tos, atribuyendo la desgracia que le habia sucedido á la fortuna, que no tiene siempre en
un punto su rueda, que también le era causa de esforzarse, con esperanza de que si en
aquella ocasión le habia sucedido mal, en otra le iria bien, y así dando cautelosas trazas
como poder recobrar de Felipe de Utre las armas y caballos que le habian llevado, envió á
su Maese de Campo Juan de Villegas y á un clérigo y á un Melchor Grusel con un Escriba-
no, todos amigos suyos, para que le agravasen el delito que habia cometido en haber tomado
las armas contra un Gobernador del Rey y haberlo querido desbaratar y quitarle las armas
y caballos efectivamente, que tenia para defender la tierra, por donde sin duda habia gran-
demente do ser castigado por la Real Audiencia si lo sabia, y así que seria mejor volverse
ambos á confederar y tornar á Caravajal sus armas y caballos y lo demás que le habia
tomado, y rogarle, como á Gobernador que era de aquella tierra, que lo perdonase á él y á
todos los demás. No estuvo á los principios muy en esto el Felipe de Utre y Belzar; pero
tratóse con tanta eficacia por los mensajeros el negocio, que sacaron á los alemanes á que
viniesen en ello, con condición que se les diese á su gente todo lo que de sus haciendas se
les habia tomado en el Tocuyo, que no dejaba de ser buena cantidad, sacando también
algunas condiciones de parte de los agentes del Caravajal, como fueron, que se restituyese
también (demás de las armas y caballos) lo que los soldados de Felipe de Utre habian
tomado á los del Tocuyo, y que los soldados de Caravajal, que se habian salido con el Felipe
de Utre, pudiesen, si quisiesen, volverse libremente al Tocuyo, y se pudiesen quedar de los
mismos de Felipe de Utre con Caravajal los que tuviesen gusto.
Este concierto se hizo por ante el Escribano que vino del Tocuyo, y lo firmó el Juan
de Villegas en nombre del Caravajal, que después también lo firmó, con que se le volvieron
las armas y caballos que se le habian tomado, no embargante que á todo esto eran de con-
trario parecer los amigos del alemán, avisándole que no se prometiese ningún seguro en los
conciertos del Caravajal, por ser nombre cauteloso y haber tomado aquel modo de vivir
tiránico, de quien es propio andar siempre con tratos dobles. Al fin confirmadas las paces y
amistad con esta escritura, tomó Felipe de Utre luego la vuelta de Coro con los que le qui-
sieron seguir, que fueron bien pocos, y á pequeñas jornadas y con menos orden y recato que
debiera tener, por entender dejaba las espaldas seguras con lo hecho. A los ocho dias de
camino entró en la serranía de Coro, en los cuales viéndose Caravajal ya con sus armas y
caballos y reforzada su gente, tuvo lugar para disponer el salirle en los alcances; y para que
con más voluntad acudiesen sus soldados á la que tenia, de dar fin á las enemistades, ponién-
dolo á la vida del Felipe de Utre, los juntó é hizo una plática diciéndoles que si eran hijos
de españoles y en ellos se enseñoreaba el valor de la sangre de sus antepasados, no era posi-
ble dejasen de haber sentido cada uno por sí la afrentosa injuria que á todos habian hecho
aquellos mancebos extranjeros favorecidos de algunos españoles, que no mirando las obli-
gaciones de ser hijos de España, se habian atrevido á darles favor para despojarlos de sus
haciendas, fiados en no sé qué título mohoso que decia tener de Gobernador y Capitán ge-
neral, al que lo es legítimamente de toda la Provincia de Venezuela; y que no era de sentir
menos el haberles vuelto sus armas y caballos á los que estaban presentes, pues esto habia
sido con un afrentoso concierto, y casi dando á entender les hacían merced de ellas y aun
de las vidas, que todo cede en descomedimiento de nuestro Eey y Señor, cuya persona yo
aquí represento; y no es menor el sentimiento de las cosas que he dicho que el que tengo,
de que sin duda se irian gloriando de lo hecho, divulgándolo por todos los de su nación á
boca y con cartas, cosa abominable y de perpetua afrenta á la nuestra.
(CAP. XII.)
NOTICIAS HISTORIAESL Ó CONQUISTAS DE TIERRAF1RME,
219
Irritábalos con esto los ánimos á que todos lo tuviesen en defensa de su propia honra
y de la de su patria, no dudando de tomar las armas y seguirle para la prisión que preten-
dia hacer de los dos alemanes y los que le seguian, amenazando (á vueltas de esto) á los que
con mano floja y ánimo desganado acudiesen á una cosa que decían ser tan del servicio de
Dios y del Rey; y que al que no quisiese acudir á darle favor en cosa tan justa, algún dia
le lloveria á cuestas el justo castigo de su ánimo rebelde; y para que nadie lo estuviese fun-
dado en escrúpulos si él era ó no Gobernador de aquellas Provincias, sacó delante de todos
los títulos que tenia de eso, y haciéndolos leer públicamente, se los fueron mostrando á cada
uno en particular para que viesen estar sellados con el real sello; con lo cual y haber visto
claramente que era nombrado en ellos Gobernador (si bien era todo falso, porque tenia ha-
bilidad el Caravajal para estas y otras muy mayores maldades) y por las amenazas que les
había hecho, hicieron demostración algunos (en especial los que tenían alguna enemistad
-con los alemanes) de irlos siguiendo en su compañía. Lo que se dispuso con brevedad por
parte del Caravajal, no dando lugar á que se mudasen los ánimos que habían dado color á
esto con la dilación del tiempo; y así gastando solo el que fué menester necesariamente
para disponer el viaje, lo comenzaron y prosiguieron á largas jornadas, por ir los más á ca-
ballo, y en pocas se pusieron con los alemanes y su gente, que, como dijimos, caminaban
despacio y con menos orden y cuidado que tenían necesidad, y estaban rancheados á las
barrancas de una quebrada honda.
No se alborotó el Felipe de Utre ni su gente á la llegada del Caravajal, por habar
sido con mansedumbre y dando muestras de estar todavía en la amistad que habían dejado
concertada; y así sin alborotos, apeados de sus caballos, por llevar mucha más fuerza de
gente el Caravajal que el Felipe de Utre, le hizo luego prender y al Bartolomé Belzar, y á
un Palencia, y á un Romero y á otros sus más familiares, procurando el Caravajal sosegar
con buenas palabras á los demás, que se hizo con poca dificultad, por no haberse atrevido
ninguno á tomar armas, viéndose sin Gobernador por estar preso; si bien algunos tomaron
las de los pies la vuelta de Coro, tras quienes envió el Caravajal gente en vano, pues no les
pudieron dar pique. Luego sin más dilación mandó el Caravajalá un negro que amarrase
fuertemente las manos, como á malhechores, á los dos alemanes y á los demás presos, y que
con un machete les fuese (como lo hizo) cortando las cabezas. Estaba el puñal tan voto do
haber servido en otras cosas, que más agolpes que cortando con cruel tormento y agonía de
les pobres pacientes, sobre la misma tierra, sin poner nada debajo, les fué cortando á todos
las cabezas, sin que aquel bárbaro tirano mostrase alguna alteración en esta villana cruel-
dad, antes complacencia, por verse con aquello, á su parecer, ya señor de la tierra, á que le
ayudaban, como le habia incitado hasta allí, á abreviar aquel nefando hecho, algunos Capi-
tanes, émulos de los alemanes, como eran el Pedro de Limpias y un Sebastian de Armacea
y otros. Despachó, como dijimos, luego el Caravajal cincuenta hombres tras los que se ha-
bían escapado, y otros que iban delante del Felipe de Utre la vuelta de Coro, aunque no
los hallaron. A este atrocísimo hecho, sin ninguna razón ni causa, le movió el Caravajal
por pura crueldad y por el temor que tenia no volviese sobre él el Felipe do Utre, habién-
dose reformado de gente en la- ciudad de Coro; porque según se supo de cierto, llevaba in-
tentos de recoger la que pudiese y dar la vuelta con brevedad sobre él, y á fundar tres
pueblos, uno en el valle de Bariquisimeto, otro junto á los dos rios grandes Apure y Zarare
y otro en el que hemos dicho de Nuestra Señora, para que fuesen escala á la entrada de las
conquistas de los Omeguas, y aun los tenia también de poblar en la Burburata; ya era esto
á los fines del año de mil y quinientos y cuarenta y cinco, ó entradas del de mil y quinien-
tos y cuarenta y seis.
CAPÍTULO XII.
I. Muertos los alemanes, toma Caravajal la vuelta del Tocuyo, donde fué prosiguiendo sus insolen-
cias.—II. Por las nuevas que tuvo Frías de las insolencias de Caravajal, abrevió la vuelta de
Coro.—III. Van quejas de la Gobernación de Venezuela á España, sobre el mal gobierno de los
alemanes.—IV. Quítales el Rey el gobierno por eso y no haber cumplido con las capitulaciones
que hicieron, y provee por Gobernador al Licenciado Tolosa.
PARECIÉNDOLE á Caravajal habia quedado victorioso con la traición que habia he-
cho, sin dejar pasar de allí á ninguno de los de Felipe de Utre la vuelta de Coro (si
bien algunos dicen dejó seguir su camino á los que quisieron, sin dársele mucho que
220
tfRAY PEDRO SIMON.
(5.* NOTICIA.)
llevasen las nuevas de su ruin hecho) tomó con la demás gente la vuelta del Tocuyo, con
intentos de hacer lo mismo ó cosa semejante en llegando allá con todos los soldados de Fe-
lipe de Utre, en especial con aquellos que más se habían señalado contra él en los en-
cuentros pasados, para lo cual los hizo poner á todos en una copia, porque no se le olvi-
daran los nombres, con intentos de ir ejecutando en ellos la muerte que pretendía darles
á la sorda y en ocasiones que estuviesen más descuidados, para con este modo hacer su
hecho sin alborotar más, ni que volase su nombre con título de tirano, como si lo hecho
hasta allí no fuera bastante con la confirmación que dieron á esto los hechos que después
fué continuando con muertes de muchos, por harto leves ocasiones. Para lo cual haciendo
cortar todo el monte de árboles altos y bajos de que estaba cercada la ranchería, para que
quedara más descombrado el sitio, mandó que lo reservasen entera y sin cortarle una rama
una valiente ceiba, cuyas ramas le servían de horca para los muchos que justiciaba, á
que era tan aficionado, que si algún amigo le aconsejaba se fuese á la mano en esto, era
bastante ocasión para perder su amistad y aun echarlo de su compañía, como le sucedió á
un Pedro de San Martin, que tenia cargo de factor, íntimo amigó suyo, el cual viendo las
ordinarias crueldades é insolencias que á cada paso hacia el Caravajal, pareciéndole estar
obligado en ley de amistad y servicio de Dios á irle á la mano en ellas, lo hacia con ami-
gables palabras, y esto tantas veces y con tantas veras, por ser tantas las ocasiones que se le
ofrecían para ello, que se vino á enfadar el4Caravajal, de manera que de todo punto vino á
negarle su amistad y aun á buscarle causas por donde desterrarlo de su compañía, temién-
dose que quien le iba á la mano en las cosas que hacia, podría juntarse con algunos otros,
que tampoco sentían bien de ellas y causarle algún motin ; y así se determinó (no atre-
viéndose á matarlo, aunque tuvo propósitos de esto, por el temor que dijimos tenia de
cobrar nombre de tirano) á desterrarle á Coro, y no estando seguro aun allí de él, que lo
pasasen preso á la isla de Santo Domingo. Solia él decir (después del hecho de los alema-
nes) que de aquello no le venia á él ninguna infamia por haberse atrevido sin haber
tenido respeto á la persona Real que representaba, y así solo se temía no se le siguiese
alguna de otros hechos atroces, como si no lo fueran los más que hacia.
No fué perezosa la fama en llevarlas nuevas al Licenciado Frías á Cubagua, de las
insolencias que comenzó á hacer Caravajal luego que entró en Coro, y de la mala cuenta
que daba de lo que le habían encomendado, con que le fué forzoso abreviar con la resi-
dencia en que estaba y venir á Coro, pero fué ya á tiempo que habia salido de allí el Cara-
vajal y dejado la ciudad tan robada como dijimos ; con que aunque supo el Frias que
estaba alzado y que iba prosiguiendo en sus desatinos en la gobernación y ranchería del
Tocuyo, y tuvo ánimo de ir contra él, no se halló con bastantes fuerzas, pues aun con
trabajo las tenia de gente para la defensa de la ciudad ; si bien luego procuró traer alguna
de otras partes, pero con el poco caudad de la tierra iba esto despacio, y las insolencias del
Caravajal muy aprisa, hasta llegar á lo que hizo con los alemanes, con cuya nueva en
llegando á Coro, que fué con brevedad, después de las muertes, se causó harto sentimiento,
porque el Felipe de Utre era amado de los soldados, y gobernaba bien y con dulzura, y el
Licenciado Frias se alentó un poco máa para salir al castigo del delito ; pero no siendo aún
bastantes las fuerzas, ó por ventura su ánimo, se quedó eso para otra ocasión (como luego
diremos) que no se dilató mucho, porque aunque Dios consiente, no para siempre, pues
tarde ó temprano, nunca deja (usando de su misericordia) sin castigo á los malos, y suelo
á las veces la gravedad recompensar la tardanza que ha tenido.
Luego que murió Jorge de Espira, como viraos, en la ciudad de Coro, con la nueva
de su muerte fueron también á España á los oidos del Emperador y su Real Consejo de
las Indias, graves y muy particulares quejas é inconvenientes que se seguían en toda la
gobernación de Venezuela con el gobierno de los alemanes, así de parte de los que la ha-
bían gobernado hasta allí, como de los factores de los Belzares, que siendo muchos y an-
dando todos á más cojer, habían destruido y desolado del todo” algunas Provincias de los
naturales, habiéndoles hecho esclavos, contra la moderación con que las leyes daban licen-
cia para esto, y aun todavía pasaban adelante con ello contra las nuevas que totalmente
lo prohibían, que como dijimos habían llegado ya en este tiempo, dos años habia, á esta
tierra sin haber hecho ninguno de sus Gobernadores por otros caminos ningún servicio á
Dios ni á la Corona Real, pues ni habían poblado en ninguna parte, como hemos visto,
donde se pudiera asentar la conversión y doctrina para los indios, ni de lo que les habían
robado, ni de los demás, que por otros muchos modos habían adquirido, habían pagado
(CAP. XIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE T1ERRAFIR1IE.
221
los reales quintos, ni cumplido las capitulaciones y asientos quo hicieron cuando se les con-
cedió la conquista de estas tierras, como dejamos dicho. Añadíase á esto la notable opre-
sión y fuerza que recibían de oliólos españoles que vivían en la gobernación, porque á título
de haberles fiado algunas mercaderías, que de ordinario traían para esto de Castilla, los
forzaban con amenazas que los habían de destruir por las deudas, á que entrasen en jor-
nadas dificultosísimas, sin otro provecho más que para ellos.
Por todo lo cual determinó el Consejo quitar á los Belzares totalmente aquel go-
bierno, nombrando por Gobernador y Juez de residencia (y para que también la tomara
en la ranchería de perlas del,, cabo de la Vela) al Licenciado Juan Pérez de Tolosa, el cual
despachado del Consejo, se dio, con la brevedad que le ordenaron, á la vela, y con buen
viaje llegó á la ciudad de Coro, al mismo tiempo que la nueva de las crueles muertes que
había dado Caravajal al Felipe de Utre y los demás, con que halló envuelto allí al Licen-
ciado Frias eu juntar gente y disponer lo necesario á la jornada que quería hacer al To-
cuyo al castigo de Caravajal. Cesó esto con su Uegadn, tomándola ya el Tolosa á su cuenta,
para lo cual procuró despacharse con brevedad de la residencia del Licenciado Frias, como
lo hizo, dándolo por buen Juez, y enviándolo á Santo Domingo con la nueva de las muer-
tes y tiranías de Caravajal y cómo intentaba hacer jornada en su alcance la vuelta del
Tocuyo, para averiguar sus causas y juzgar de ellas lo que más conviniese. Fueron luego
llegando á Coro algunos soldados que se iban desgarrando del Caravajal, con temor de las
amenazas que les tenia hechas, de que habían de morir á sus manos ; ele los cuales supo To-
losa las tiranías que iba continuando el Caravajal,que juntas estas relaciones con las que ha-
bía hallado en Coro, le irritaban por horas más el ánimo y acrecentaban los deseos de abre-
viar el viaje para el Tocuyo, y por sacar de peligro y riesgo de muerte en que le decian
estaban otros muchos soldados de la misma compañía del Caravajal, por odio que les tenia,
fundado solo en su crueldad.
CAPÍTULO XIII.
I. Sale el Licenciado Tolosa de Coro, y llegando al Tocuyo sin ser sentido, prende al Caravajal.—
II. Hace una plática el Gobernador á todos los soldados, y muéstrales las provisiones que traía,
á que todos obedecieron.—III. Despacha al Capitán Lozada para que las notifique al Capitán
Ocampo, que andaba en ciertas conquistas.—III. Procede Tolosa á la averiguación de las causas
de Caravajal, y sentencíalo á muerte.—V. Ejecútase la muerte.
CON la gente que tenia ya levantada en Coro el Licenciado Frias para la ida del To-
cuyo, al castigo de las insolencias de Caravajal, y alguna que vino en su com-
pañía, salió de la ciudad el Gobernador Tolosa, llevando buenas y ladinas lenguas para el
paso de las provincias y de los indios, gran vigilancia de que no se le diese aviso de su ida al
Caravajal, caminó la vuelta del Tocuyo á paso largo y grandes jornadas, y dándose en todo
buena maña, sin ser sentido, amaneció un dia con su gente sobre los ranchos del Cara-
vajal, y cercándolo con cuidado y mucha advertencia, fué preso y puesto en buen re-
cado, con la guarda de seguros soldados que el caso requería ; y por no saber de las volun-
tades de todos los que el Caravajal tenia en su compañía (si eran de su devodion ó
contrarias, y por ventura conjurados, como lo suelen estar los soldados de los tiranos en
defensa de sus cabezas) hizo juntar luego (con mucha modestia, y sin muestra alguna de
violencia ni bríos) en su posada á todos los que en aquella sazón estaban con Caravajal en
los ranchos, porque la mayor parte de su gente habia ido con un Capitán llamado Juan
de Ocampo, á descubrir cierta Provincia y pueblos de indios, cerca de allí, porque no ha-
biendo querido Caravajal seguir el primer propósito que tenia, ni cumplir la palabra que ha-
bia dado á Pedro do Limpias, de ir á poblar los Omeguas, que dejaba descubierto el Felipe
de Utre, por parecerle jornada muy larga y de mucho riesgo, y aun infamada de mal afor-
tunada, por haberse perdido en ella tanta gente, como hemos visto, habia mudado de inten-
tos y determinado entretenerse por aquellas Provincias del Tocuyo algunos dias, por
ventura esperando saber lo que sucedía en Coro, después de haber sabido las nuevas de
las muertes de los alemanes, para después hacer lo que la ocasión le ofreciese.
Juntos ya en su posada los soldados de Caravajal, sin que hubiese hasta allí moví-
dose algún disturbio, les mostró lo primero el Tolosa las provisiones que traia del Consejo,
«n que conocieron haberles ya quitado del todo el gobierno de Venezuela á los Belzares, y
222
FRAY TEDR0 SIMÓN.
(5.a NOTICIA.)
hablándoles con suavidad y elocuencia, les declaró el intento de su venida á aquel puesto,
que no habia sido para agravar á nadie, sino para darles toda libertad y contento, pues el
Key no soló habia quitado la jurisdicción á los Belzares (como constaba de sus provisiones)
pero aun también habia mandado que ninguu soldado fuese detenido contra su voluntad,
en jornadas ni en cárceles, por ninguna deuda que le3 debiese, y que así comenzasen á
gozar desde luego de esta libertad que su Majestad les hacia, y que ninguno se alborotase
de ver que tenia presto al Caravajal, pues solo lo habia hecho por ser el camino aquél de
la judicatura, y para con más quietud ser informa-do de lo que convenia al servicio de Dios
y del Key, y el bienestar de todos ellos, y que si hallase en él cosa indebida ó indigna de
su persona y cargo, que lo enviaría á la Real Audiencia de Santo Domingo, donde fuese
oido y sentenciado. Con estas y otras razones que el Tolosa supo decir á los de la junta,
dio notable gusto á los que no estaban bien con las cosas del Caravajal, por parecerles habia
ya llegado el tiempo de su libertad, y á sus amigos esperanzas de los buenos sucesos que le
deseaban (tanto puede como esto un buen modo) y así todos de conformidad respondieron
á una boca, que lo que sa Majestad habia hecho en enviarle á él por Gobernador, era
resolución de un tan clemente y piadoso Emperador, como todos lo publicaban, como
también les parecía ser gran prudencia y acciones de desapasionado Gobernadora importan-
tísimas á la ocasión presento, las que él intentaba hacer.
Tomaron ccn esto las provisiones de su gobierno, que se acabaron de leer, y con las
cortesías que de tiempos muy antiguos suelen usar los castellanos al recibir las provisiones
y sellos de su Rey, las besaba cada cual de por sí, y ponia sobre lo alto de su cabeza, en
señal de que las obedecían y pasaban por lo que se les mandaba por ellas, prometiendo al
Gobernador estarles sujetos y obedientes en lo que de parte del Rey (“cuya persona repre-
sentaba) les ordenase. Hecho esto, con que quedaron del todo sin alguna alteraciou, y
sosegados los ánimos de todos, con la presteza posible ordenó el Gobernador Tolosa al Ca-
pitán Diego de Lozada, que llevaba consigo, fuese con una buena escuadra de los soldados
que habia traído, la tierra adentro, en demanda delH^apitan Juan de Ocampo, que con el
resto de la gente de Caravajal (como dijimos) andaba en aquellas Provincias, y llevase un
tanto de las provisiones y recados que habia traido, y mostrándolas al Capitán y gente que
andaba con él, les hablase con afabilidad y procurase aquietar los ánimos de todos, de
manera que se atajasen los pasos á todo rastro de sedición y bullicio, que diese muestras
de encenderse, dándoles á entender que su venida era, más para dar á todos sosiego y quie-
tud de ánimos, que para inquietarlos; y finalmente, que hiciese en todo como él se prometía
de un hombre de sus prendas y buenas partes, y según la satisfacción con que de él quedaba
esperando que volviese con la brevedad posible, juntamente con el Capitán Ocampo y sus
soldados.
Súpose dar tan buena maña el Lozada á todo, que no solo le obedecieron todos de
conformidad, como deseaba Tolosa, pero aun con muestras de alegría se juzgaban por
dichosos en haber alcanzado ya el venturoso tiempo que por horas estaban aguardando,
para quedar libres de las opresiones y tiranías de Caravajal, con que tomaron todos, en
amistad, la vuelta del Tocuyo, donde los recibió el Gobernador Tolosa con mucho gusto, y
viendo el que todos tenían de estar á lo que él dispusiese, y con muestras deseosas de saber
el castigo que las sediciones de Caravajal habia de tener, comenzó luego á proceder en sus
causas, y aunque pudiera abreviar con ellas, con el rigor y presteza que contra los semejan-
tes suele disponer el derecho se use para evitar los inconvenientes que la dilación de causas
arduas, como lo era ésta, suele traer consigo, no quiso, pareciéndole (como era así) tener
segura la disposición del caso, sino irse muy al paso de los términos judiciales ordinarios
del derecho, criando Fiscal, que de parte de la justicia acusase al Caravajal do los delitos
atroces que con tiranía habia cometido, y concluyendo la causa sin faltar un punto de los
ápices del derecho, habiendo dado cargos y recibido descargos, le condenó á que fuese arras-
trado por los lugares más públicos de la ranchería, y ahorcado en**la misma ceiba que él
habia reservado para ahorcar los demás, y con quien de ordinario amenazaba á los que
tenia particulares odios, y que después fuese hecho cuartos y puesto en cuatro caminos, en
manifestación y castigo de sus graves delitos.
Sucedióle al Caravajal con esta ceiba, lo que á Aman, privado del Rey Azuero, con
la horca que levantó para colgar en ella á Mardoqueo, tio de la Reina Esther, pues se
revolvió el tiempo y cosas de manera que en la misma horca fué colgado el desastrado
Aman, quedando libre Mardoqueo, por estarlo de la culpa porque quería Aman fuese
(CAr. XIV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRRAFIME.
223
colgado. Apeló Caravajal de esta sentencia para ante el Rey, alegando que por leyes del
reino estaba mandado que ningún Gobernador fuese condenado á muerte, sino por el supre-
mo y Real Consejo de las Indias. Tomaron también la mano los principales Capitanes y
soldados, que estaban con el Gobernador Tolosa, rogándole I3 admitiese la apelación, que
todo fué perder tiempo, porque constándole con evidencia al Gobernador los graves y
atroces delitos del Caravajal, y considerando que si dilataba su muerte, según era de
mañoso, cautelosamente podria atraer á sí algunos amigos que lo soltasen, con que se vol-
viesen á innovar otros bullicios y tiranías de mayor daño que los pasados, antes pareció
convenir (como lo hizo) se abreviase con la ejecución de la justicia. Y así, hallándose él
mismo presente, por lo que pudiera suceder, fué sacado el Caravajal de la prisión en que
estaba, y habiéndolo arrastrado por donde decia la sentencia, lo ahorcaron en la ceiba, con
que dieron fin sus dias y maldades, quedando él castigado, si bien no como merecía, fué
como en e&te mundo se pueden castigar delitos tales, y muchos escarmentados, con que
quedó todo el campo quieto, Y fué cosa de notar, que luego que colgaron al Caravajal, con
ser el árbol de los más viciosos de estas tierras, y que más sustenta el jugo y verdor de sus
hojas en tiempo de secas, comenzó á marchitarse, y por la posta irse secando y consumiendo
hasta que en pocos dias no quedó memoria de él.
Volvieron otra vez los mismos que primero á rogar al Gobernador se sirviese de
que no lo descuartizasen, pues ya habían cesado con aquello los inconvenientes, y podria
serlo fuesen muy grandes, en que viniesen por allí á saber su muerte, y lo atroz que había
sido, los indios naturales de aquellas provincias aborreciesen á los españoles, teniéndolos por
crueles, y quedasen amedrentados, diciendo que si ellos unos con otros hacían aquello, qué
harían con los indios que no eran de su nación. Vino en esto el Licenciado Tolosa con fa-
cilidad, y así lo enterraron en la iglesia, que desde los primeros ranchos que se hicieron
tenían hecha. Ya en este tiempo habia entrado el del año de mil y quinientos y cuarenta
v siete
CAPÍTULO XIV.
I. Fúndase la ciudad del Tocuyo por el Gobernador Tolosa—II. Determina el Gobernador que salga
su hermano con cien soldados á descubrir las Sierras Nevadas—III. Llegan á dar vista á las Sie-
rras Nevadas—IV. Alójanse sobre las barrancas del rio Apure, donde les dan una guazabara loa
indios, de que salieron bien los soldados.
SOSEGADA ya con esta justicia hecha en Caravajal toda la gente que le seguía, de tal
manera que no fué necesario castigar á otro más. que á él, y deseosa de hacer asiento
en aquel sitio, por estar en medio de tantas y tan buenas tierras, bien dispuestas para la-
branzas y crianzas, como después lo fué mostrando largamente la experiencia, y tan llenas
de naturales para poder conquistar y reducir á la fe católica y obediencia del Rey, trata-
ron todos de común pláceme con el Gobernador Tolosa que se le diese á la ranchería título
de ciudad, pues traía facultad para ello, y les señalase vecinos y á ellos solares y tierras
donde pastasen sus ganados. Vino en esto el Gobernador, por tener los mismos intentos,
habiéndole parecido, desde que entró en ellas, las provincias de buenos y templados países;
y así tomó posesión en nombre del Rey, para que allí mismo se fuesen prosiguiendo los
edificios, con título de ciudad del Tocuyo, dejándole el mismo nombre sin ponerle otro nin-
guno de la provincia y rio en cuyas márgenes estaban puestos los primeros ranchos (cosa
muy usada en estas Indias quedarse las ciudades con los nombres propios de las provincias
donde se fundan) como le sucedió á la ciudad de Coro, llamándose así por haberse poblado
en la provincia de los Corianas; y en este Nuevo Reino de Granada, á la ciudad de Tunja,
Tocaima, Ibagué y Mariquita. Repartió el Gobernador solares y estancias; hizo nombra-
miento de Alcaldes y Regidores, dándoles jurisdicción y autoridad de gobierno ordinario
para la administración de la justicia. No se le señalaron por entonces términos, por no haber
otra ciudad con quien competir en ellos, ni tuvo límites de esto hasta que se fueron poblan-
do las de Bariquisimeto y Carora.
No falta quien atribuya la primera fundación do esta ciudad al Francisco de Cara-
vajal, por haber sido el primero que se rancheó en aquel sitio y riberas del Tocuyo y ha-
berse ido estos ranchos siempre continuando sin mudar sitio. Otros la atribuyen al Capitán
Villegas, Teniente del Caravajal, como hemos dicho, por ventura por haberse él adelantado
del Caravajal cuando iban de Coro y tener ya hechos allí los ranchos cuando el Caravajal
224
FRAY TEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA).
llegó con el resto de la gente. Pero sea lo uno ó lo otro, nunca tuvo forma ni nombre de
ciudad sino solo de ranchería, hasta que este año de mil y quinientos y cuareuta y siete, y
en esta ocasión se le dio por Tolosa, con justicia y regimiento, que es la forma y esencia de
la ciudad, á que también se añadió el repartir el mismo Gobernador Tolosa algunos pueblos
de los iudios más cercanos á ella que ya tenían reducidos á media paz, los que habían esta-
do desde sus principios en el sitio, en los mismos que habían trabajado en la reducción con
que quedaron del todo contentos y con gusto en la tierra. Pero por ser tantos los españoles,
que no se podian sustentar acomodadamente en ella, por no tener aún dispuestas las labran-
zas ni ser la cantidad de ganado mayor la que era menester para todos, á persuasión de
algunos ordenó el Gobernador que un hermano suyo llamado Alonso Pérez de Tolosa, salie-
se con una buena parte de soldados, que fueron hasta ciento, á descubrir las provincias de
Sierras Nevadas, que son á cuyo pié está poblada la ciudad de Mérida en este Nuevo Reino.
Las cuales habiau visto, por su mucha eminencia, á la mano izquierda, todos los que hemos
dicho habian pasado por los llanos ó faldas de la sierra en demanda del Nuevo Reino ó pro-
vincias del Dorado.
No falta quieu nos ha avisado que esta salida del Alonso Pérez de Tolosa, de prin-
cipal intento no se ordenaba á otra cosa que buscar caminos para pasar desde aquella ciu-
dad del Tocuyo al Nuevo Reino; de donde si salían con ello podian seguirse ambas partes
grandes provechos con las entradas de ganados que se podrian meter (habiendo por dónde)
de las provincias del Tocuyo en las del Reino; el cual arbitrio fué dado de un Cristóbal
Rodríguez, que ya habia estado en el Nuevo Reino y sabia la necesidad que padecía la tie-
rra de ganado mayor y el mucho valor que tenia en las provincias de él. Y aun pienso fué
éste el primero que por estos llanos que llaman de Venezuela metió en el Reino de este
ganado. Al fin séase lo uno ó lo otro, el Alonzo Pérez de Tolosa se dispuso á salir de esta
ciudad del Tocuyo con cien hombres por este rumbo, entre los cuales (á ruego del mismo
Gobernador su hermano) iba el Capitán Diego de Lozada, más por consejero y para que le
ayudara al gobierno de la gente y estuviera siempre cerca de la persona del Alonso Pérez,
que por soldado; pues por ser persona noble y de larga experiencia, como hemos visto en
tales jornadas, se prometía el Gobernador buenos sucesos en ésta ayudándole á su hermano
en la disposición de todo, para lo cual le dio título de su mano de Maese de campo. Iba
también el Pedro de Limpias (á quien habia sabido acariciar el Gobernador) para que no
se saliera fie aquella gobernación y acompañara también á su hermano en esta jornada.
Que la comenzaron el rio del Tocujo arriba, y habiendo caminado algunos dias,
dejándolo á mano izquierda y atravesando la serranía que hasta allí les iba demorando á la
parte del Oeste, fueron á dar á las vertientes de los larguísimos llanos que hemos tratado
otras veces, y á otro rio que llamaban los indios Zazaribacoa, por aquella parte, y más aba-
jo Guanaguanare, por cuyas márgenes acabaron de bajar á los llanos, por donde caminaron
en seguimiento de su jornada hasta llegar al paraje y vista de las Sierras Nevadas, desde
donde intentaron luego los Capitanes atravesar (para con más brevedad dar en la noticia en
cuya demanda iban) á las provincias circunvecinas de aquellas nevadas cumbres, cuyas
grandezas de riqueza habia extendido la soberbia fama en mucho mayor crecimiento de lo
que después se halló ; cuando por los años de cincuenta y ocho se pobló en ellas la ciudad
de Mérida, como diremos en la 2.a parte. No faltaron contrarias opiniones á esta travesía por
aquella parte de los que pretendían y llevaban por último fin irse acercando al Nuevo Reino
y descubrir camino para efectuar el meter ganado en él, como dijimos. Favorecían su opi-
nión y deseos poniendo poi delante los inconvenientes imposibles que ponia la misma sierra
con su fragosidad tal que hacia imposible el pasaje, como en realidad lo era para toda suer-
te de ganado mayor, pues aun hoy no se ha podido apear esta dificultad para atravesar á lo
llano, desde Mérida, con caballos, y el peón que á pié, sin riesgo de la vida, los atraviesa, no
hace poco. Y así el que quiere entrar en estos llanos es á costa de muchas vueltas, siguien-
do las de los rios y sus peligrosos pasos. *»%
Siguióse por entonces la opinión de éstos, pasando la gente adelante sin detenerse
nadie hasta llegar al rio de Apure, á cuyas márgenes se alojaron á descansar por algunos
dias, en los cuales, huyendo los naturales de las poblaciones circunvecinas, la poca gente de
los castellanos que iba respecto de la que otras veces habian visto pasar y que tomaban tan
de propósito el hacer asiento en sus tierras, intentaron (lo que hasta allí no habian hecho)
probar sus fuerzas con las de los nuestros, convocándose para esto toda la tierra; que juntos
con razonable orden de guerra, una mañana al cuarto del alba llegaron á dar sobre los es-
(CAP. XV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
225
pañoles, que hallaron bien descuidados por no haber hallado hasta allí estropiezo en el
viaje ni alteración de ninguno de los pueblos que habian encontrado; pero como casi todos
eran vaquéanos y bien experimentados en tales ocasiones, sin turbarse un punto en ésta,
no se conoció falta en la diligencia que fué menester para tomar con presteza las armas en
las manos y resistir á la multitud de bárbaros entre quienes se hallaron; y así con facilidad
desbarataron los escuadrones que traían los indios ordenados, haciendo que se aprovechasen
de los pies viendo que no les valían las manos á los que quedaron vivos; y para poderlo
hacer, porque no fueron pocos los muertos y mal heridos, por llevar muchos y buenos caba-
llos los nuestros, que son los nervios y fuerzas de la guerra, donde se pueden servir de ellos
en las que se tienen con estos naturales. Quedaron de los nuestros algunos mal heridos de
yerba, si bien no murió ninguno por la diligente cura, fuera de un soldado que perdió la
vida en el conflicto de la batalla; de la cual quedaron tan hostigados los indios, que no solo
no volvieron á acometer á los nuestros, pero aun en mucha distancia de tierra (á donde pasó
luego el bramo de lo sucedido con éstos) no hubo indio que se atreviese á tomar arma con-
tra ellos, pero ni aun á dar grita desde las cumbres, cosa muy usada entre estos naturales,
cuando no se determinan ó no se atreven á acometer á los españoles cuando pasan por su
tierra. Descansaron en ésta lo que les pareció bastaba para esto y curar sus heridos y re-
formar sus caballos. ,
CAPITULO XV.
I. Dejando dispuestas las cosas de la nueva ciudad del Tocuyo el Licenciado Tolosa, tomó la vuelta
del cabo de la Vela á la residencia—II. En el tiempo eme se detuvo en Coro se mudó el pueblo
del cabo de la Vela, á donde no llegó por haber muerto en el camino—III. Fúndase la ciudad de
la Burburata—IV. Volvióse á despoblar como lo está ahora.
HABIENDO despachado el Licenciado Tolosa, como hemos visto, á su hermano á
esta jornada, y dado asiento á las cosas de la nueva ciudad dejando nombrado por su
Teniente á Juan de Villegas, por haberle conocido hombre de fundamento para eso, y ser
el Gobernador muy conocido de sus padres y parientes del Villegas, tomó la vuelta de
Coro, para desde allí pasar luego á tomar residencia (como le era mandado), á los del pueblo
del cabo de la Vela ó ranchería de las perlas, que era lo mismo ; si bien ya este pueblo no
estaba en el mismo sitio, porque el año de antes, de mil y quinientos y cuarenta y cinco
ó principios de cuarenta y seis se habia mudado al sitio que hoy permanece, y treinta
leguas la costa adelante, á la parte de Santa Marta, que llaman el rio de la Hacha, á que
les ocasionaron muchas cosas ; lo primero, no tener agua para beber, piedra ni madera
para edificar casas, ni aun leña para el servicio; lo segundo, verse tan infestados de los.
indios Goagiros y Cocinas, que los perseguían de manera que las más veces que salían á
traer agua para beber de unos jagüeyes, que estaban la tierra adentro, apartados do la ran-
chería, les habia de costar muertes ó sangre ; porque se eche de ver si pagan bien las per-
las que pescaban ; pero lo que últimamente les hizo determinar á esta mudanza de pueblo,
fué el haber llegado en este tiempo á aquel sitio cinco navios y un patache de corsarios fran-
ceses, y haber tomado otros cinco vasos, naos y carabelas que estaban surtas en el puer-
to, recien llegadas de Castilla con mercaderías, con que se hicieron (por ser ya once las
que tenían juntas) señores de aquel mar. Fué esta llegada ya posesionarse de las naos del
puerto, ya á boca de noche, por lo cual no se pudo hacer á aquellas horas otra diligencia
que poner en cobro la hacienda Real, metiéndola la tierra adentro, con quien hubo de ir
más gente en su guarda, y de la chusma y mujeres que quedó para la defensa do la ran-
chería ; á las primeras luces otro dia intentaron los franceses echar gente en tierra con
una lancha para saquear el pueblo, como lo hicieran, si los de él no les resistieran tan vale-
lerosamente, que les forzaron á volverse á su Capitana, que era de tanto porte, que tenia
cuatro gavias, desde donde sacaron una bandera de paz, con que los de la villa respon-
dieron con otra.
Habiéndose con esto entendido, llegó un patache á tierra, y pidió rehenes para tratar
de paces, á que estuvieron perplejos los de la villa á los principios; pero viendo ser tan pocos,
tan mal artillados y faltos de municiones, y que los franceses, por el contrario, en todo esto
estaban pujantes y señores del mar, y por importar las mercaderías recien llegadas de España
más de cuarenta mil ducados, se determinaron dar en rehenes al Alcalde Pedro Carreño
y al Alguacil mayor Pedro de Cáliz, con que se trató luego de las paces, y de comprarles á
226
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
los franceses, sesenta negros que llevaban, que fueron á propósito para buzos, en que se
detuvieron seis dias los franceses en el puerto, de donde después de ellos salieron, lleván-
dose solos cuatro navios grandes, por haber rescatado sus dueños los demás, y tomaron
la vuelta de Santa Marta, donde hubieron poco pillaje, por estar avisados los de la ciu-
dad, y tener ya puesto en cobro la caja Real, que tenia más de cien mil pesos ; si bien
la diligencia de los vecinos aun no les dejó desembarcar. Por éstas y otras mil razones
determinaron mudarse los de esta ranchería del cabo de la Vela al rio de la Hacha, sitio
más seguro y abundante de mucha y buena agua, leña, piedra y madera, que era la que
acá les faltaba. Aquí, pues, llevaba encaminado, para tomar la residencia el Gobernador
Tolosa, el hjlo de su camino, cuando se le cortó el de la vida, sin poder llegar á donde iba.
Por haber quedado gente en la ciudad del Tocuyo cuando se partió de ella Tolosa
(la que era menester para la cortedad de la tierra y vecindad de la ciudad y otra mucha)
fuera délos encomenderos, que no tenían en qué ocuparse, trató luego el Teniente Vi-
llegas (estando bien informado por noticias y aun vista do ojos de los muchos indios de
aquellas provincias circunvecinas) de hacer una salida por su persona á las del puerto de
la Burburata, con intentos de conquistar aquellos naturales y poblar un pueblo de españoles
en el mismo puerto, pues había gente suficiente que lo sustentara de parte de la tierra,
y gran comodidad por el mar de navegación, abierta todo el año, que fué lo que después
hizo deshacer el pueblo. Mudó el Juan de Villegas los intentos que tenia de salir por su
persona á esto, considerando estarse aún muy niña la población del Tocuyo, y tener nece-
sidad de más asiento las cosas, y así la encargó al Capitán Pedro Alvarez, que saliendo
con cuarenta soldados la vuelta de Bariquisimeto, y de allí la de un gran valle, todo tierra
llana, que hay hasta llegar al puerto de la Burburata, habiendo tenido grandes encuentros
con los muchos naturales que encontraban de camino, llegaron al puerto, y en lo más
acomodado de él tomaron posesión en nombre del Rey, y hechas todas las ceremonias que en
esto se usan, fundaron una ciudad, que se quedó con el mismo título de la Provincia y
puerto de la Burburata, en el mismo año de cuarenta y siete. Fué creciendo el pueblo con
algunos moradores, que se fueron luego juntando á los primeros, y aumentarse más cada
dia, por las comodidades que hemos dicho de la abundancia de la tierra y fáciles entradas
por el mar, si éstas no hubieran sido ocasión de que hubierau frecuentado el puerto ordi-
narios piratas franceses con que lo infestaban, de manera que los moradores de él no tenían
hora segura de sosiego, sino que de noche y de dia, tras cada paso, les obligaba la necesidad
de estos piratas á andar con su hatillo á cuestas fuera del pueblo, entre¿ aquellas montañas
y arcabucos, con que no podían gozar de sus labranzas y crianzas, pues eu estando esto
en buen punto para gozarlo, entraban los enemigos y se apoderaban de todo, con que les
fué forzoso irse saliendo unos á unos pueblos y otros á otros, hasta que últimamente se
determinaron desampararlo del todo, en tiempo que era Gobernador de aquella Provincia
don Pedro Ponce de León, que resistió á esta determinación, por parecerle era de impor-
tancia para guardar el resto de los demás pueblos, que aquél estuviera allí, haciendo frente
á los enemigos de otras naciones que quisiesen entrar por aquel puerto la tierra adentro ;
pero no habiéndose dado asiento efectivo, como lo platicaba el Gobernador, á que se pu-
siera allí defensa para el pueblo y desembarcacion de los enemigos, al fin se vino á despo-
blar, como hoy lo está, no obstante que a los principios, y aun después muchos dias se
sacaba con esclavos mucho y buen oro, de á más de veinte y dos quilates, en unas minas
que llamaron de la Burburata. Pero á todo esto vencieron las incomodidades y la poca
salud de que allí se gozaba, por ser tierra húmeda y muy caliente y dejativa y de destem-
plados aires, como en común lo son todas las tierras calientes de esta gobernación, aunque
de buenas aguas por todas partes, por bajar de las grandes serranías que allí hay. Hácese
en este puerto mucha y muy buena sal de la mar, de que se sustentan los pueblos de la
Valencia y Bariquisimeto, con todas sus estancias y naturales. Y aun por venir los Nírvas
(gente belicosa y alzada, muchos años ha) á coger sal de este puerto» ya con este reencuen-
tro, sangrientos con ellos, no se va de los pueblos que hemos dicho á cogerla sin escolta
de gente ó en tiempos que se sabe de cierto no han de acudir los Nirvas ó Giraharas.
(CAP. XVI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
227
CAPÍTULO XVI.
I. Prosigue el Capitán Tolosa su jornada, y dánle ciertos indios una guazabara—II. Pasan el rio
Apure y ranchéanse en el pueblo de los Tororos—III. Prosiguen á entrar en el valle de Santiago,
á cuya boca les salen á hacer frente los indios de él—IV. Pasan á lo último del valle hasta el
sitio donde hoy está edificada la ermita de Nuestra Señora de Tariva.
DESPUÉS de haber descansado y llegado á estado de no tener riesgo los heridos de
Alonso Pérez de Tolosa en las riberas del rio Apure, donde poco há los dejamos, fué
desde allí prosiguiendo su desabrimiento metiéndose en la sierra por el mismo rio arriba, y
desde cierto paraje apretándolos la necesidad de comidas despachó al Capitán á buscarlas
cuarenta hombres con su caudillo; que á poco de como se apartaron dieron con un pueblo
razonable, cuyos moradores estaban ya puestos en arma y defensa, por haber tenido noticia
de la ida de los españoles; y así llegando á los indios por la prevención con que estaban y
brios con que les hicieron rostro, les fué necesario retardarse en la entrada del pueblo,
aunque no fué mucho, pues acometiendo á los indios, aunque eran en gran número, les
dieron tanto en qué entender, que los necesitaron á huir, unos á lo largo por donde podían,
y otros á retirarse á sus casas, donde procuraban defenderse y defenderlas, que aunque
flacas paia la defensa, la pudieron sustentar por buen espacio de tiempo, en que hirieron
mal ai Capitán Romero y otros soldados; pero al fin los apretaron de suerte que los pren-
dieron casi á todos; ranchearon cuanto hallaron en el pueblo sin perdonar otras insolencias;
y con la prosa de indios, maíz, mantas y otras menudencias, tomaron la vuelta del Real
hasta juntarse con la demás gente, que siempre iba marchando, aunque despacio, por las
mismas márgenes de Apure, por donde fueron á dar á pocas leguas de como se juntaron
todos á otro razonable pueblo de indios, llamados los Tororos, sentados á la otra margen
del mismo rio.
Trataron los españoles de pasar á él, y habiéndolo echado de ver los indios, por las
balsas que iban haciendo para el paso del rio, se pusieron á sus barrancas con las armas é
intentos de estorbarles el tomar tierra en la suya, aunque no pudieron salir con ellos, pues
los de los caballos, habiendo sobre ellos arrojádose al agua y pasando nadando, no solo no
fueron posibles los indios á estorbarles la salida, pero ni á hacerles rostro para defender sus
casas. Y así procurando librar las personas, dejaron el pueblo (con la miseria de hacienda
que en él tenían, sin poder escapar nada) en manos de los españoles, que después de haberle
rancheado cuanto hallaron, se ranchearon en él á descansar por tres ó cuatro dias, en los
cuales dos atrevidos soldados, codiciosos de haber á las manos más de lo que les habia ca-
bido del rancheo del pueblo, se apartaron de él á escondidas del Capitán, sin considerar lo
que les podia suceder, á buscar entre el arcabuco si hallaban algo escondido de lo que sue-
len ocultar los indios cuando se ven en estas angustias. No fué tan poca la distancia que los
apartó su codicia y deseos, que no diesen en manos de los indios, que los tenían también de
haber algunos á ellas, como lo ejecutaron con éstos, pues cogiéndolos á ambos, el uno pagó
luego allí su atrevimiento con una cruelísima muerte; loque también fuera del otro si, ó
por ser más valiente ó suelto, no se escapara y viniera á juntarse con los demás, donde con-
tando el suceso y caso, lo ahorcara el Tolosa por haber salido sin su orden, y lo hiciera si
todos los del campo no le importunaran á que le conmutara aquella sentencia de muerte en
otras trabajosas faenas del ejército, tocantes al beneficio y servicio común.
De este pueblo de los Tororos prosiguieron su viaje por el mismo rio Apure (que,
como dejamos dicho, nace alas espaldas de Mérida y sus Sierras Nevadas) hasta que llegaron
á las juntas de otro que le entra no menos caudaloso, que baja délas provincias y valle, que
después llamaron de Santiago, donde hoy está poblada la villa de San Cristóbal entre las ciu-
dades de Pamplona y Mérida; dejando á Apure y caminando por éste nuestros soldados, ya
que iban á entrar en el valle de Santiago (que con este nombre nos iremos ya entendiendo,
aunque se le puso mucho después, como dijimos), les salió á recibir con las armas en las ma-
nos gran número de los naturales, poblados en el mismo valle, que habiendo tenido noticia
de la gente peregrina que iba pisando sus tierras, con determinación de defenderla?, hicieron
junta de la tierra y salieron al efecto una jornada el rio abajo por la angostura donde pasa
entre dos valientes cerros, caminando así los unos contra los otros, vinieron los naturales á
descubrir á los nuestros, y á las primeras vistas que les dieron quedaron tan admirados de
228
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
ver el nuevo modo de gente, los perros y caballos que llevaban, que quedaron como helados,
sin determinarse á huir, ni acometer, ni aun acertaban á moverse de una parte á otra, hasta
quo los españoles, por meterles desde luego miedo, les embistieron, y matando á unos é
hiriendo á otros, forzaron á los demás á retirarse á sus casas, con que se aseguraron los sol-
dados y ranchearon á la boca del valle aquella noche, y entrando en él luego por la mañana,
dieron de repente sobre un pueblo que estaba luego á la entrada del valle sobre la mano
derecha, cuyos moradores, aunque no entendían, habían de ser tan presto con ellos; los
españoles no estaban descuidados, que en sintiéndolos no se pusiesen á tiempo con sus armas
á la resistencia y defensa de su pueblo, pero como tan flacas para las que llevaban los espa-
ñoles, en especial de los caballos y perros, fué poca ó ninguna la resistencia que les hicieron,
y así en breve volvieron las espaldas los que pudieron, dejando en manos de los españoles
sus casas, haciendas y chusma; porque no entendiendo habían de venir á talesangustias.no
habían procurado poner en cobro nada.
Con que los españoles lo pusieron todo, rancheándose en el pueblo bien á su salvo, don-
de tuvieron noticia de algunos indios que hubieron á las manos, que más arriba en el mismo
valle había otros en una extendida población, que era la que después llamaron los que pobla-
ron la Villa de San Cristóbal el año de mil y quinientos y cincuenta y nueve, con el Capitán
Juan Maldonado, vecino de Pamplona (como diremos en la segunda parte) el pueblo de las
Auyamas, por las muchas que entonces hallaron en él, y aun ahora no hallaron pocas estos
soldados, que no les fueron de poco refugio. Caminó otro día el Capitán Tolosa con toda
su gente, ó por mejor decir otra noche, por no ser sentido, con las buenas guias que lleva-
ban, hasta llegar al cuarto del alba á este pueblo de las Auyamas, sobre quien dio á aque-
llas horas; espantándose los indios cuando los vieron entrar por su pueblo, teniendo ya no-
ticia de su braveza, que si alguna tenían los pobres naturales la emplearon más en huir á
la montaña que en defensa de su pueblo, con que hicieron los soldados en él lo que en los
demás. Desde donde atravesando un pequeño rio, que hoy llaman el de la Villa de San
Cristóbal, fueron á dar á otra población que estaba cerca de la otra parte, en el mismo sitio
ó cerca de donde ahora está la devotísima ermita de Nuestra Señora de Tariva, que es el
consuelo de todas aquellas provincias circunvecinas, por algunos milagros y socorro que les
ha hecho en sus necesidades esta Santísima imagen, que es pintada en un lienzo de media
vara de largo, cuadrada en proporción; tiénenla en gran veneración en toda aquella tierra.
obligados de los beneficios diches.
Ya los indios de este pueblo (cuando llegaron los españoles huyendo de ellos) lo
habían desamparado y retirádose con su chusma y miserable menaje de casa á unos ran-
chuelos que tenían hechos para el intento en las cumbres de unos cerros y espesuras de uu
bosque, á donde tomando el rastro por las guias que traían, los fueron aballar los soldados,
á quienes resistieron con hartos buenos bríos, poniendo en las armas su defensa, por echar
de ver que aun no se la podían dar aquel su retiro y fragosidad de tierra; y no fué tan mal
reñida esta pendencia que no saliesen de ella mal heridos el Capitán Tolosa y algunos sol-
dados, con seis caballos que murieron de las heridas; pero al fin aunque vengados, fueron
desbaratados los indios y rancheadas sus chozuelas.
CAPÍTULO XVII.
í. Prosigue Tolosa por las lomas del Viento su jornada hasta dar en el valle de Cúcuta—II. Habiendo
pasado adelante, volvió otra vez á él, y desde él á la laguna de Maracaibo—III. Determínase To-
losa á tomar la vuelta del Tocuyo, y despacha delante á Pedro de Limpias—IV. Toman otra vez
la vuelta del valle de Cúcuta y entran en él.
EL deseo que traían los de esta jornada de hallar gruesas y rica^s tierras no les dejaba
detenerse en éstas, donde no veían muestras ni rastros de es!o, por no hallar en los
rancheos que hacían oro ni entras cosas de estima; y así en demanda ele estos descubrimien-
tos, saliendo de este valle de Santiago y atravesando las lomas que hoy llaman del Viento,
por el pueblo de Capucho, fueron á .dar á los llanos del gran valle de Cúcuta, criadero fa-
moso de ganados mayores, en especial de muías, que salen de allí por extremo buenas, cria-
das con orégano, por haber tanto, que todo el monte bajo del llano es de eso. Son posesio-
nes y estancias hoy de la ciudad de Pamplona y Villa de San Cristóbal, donde también se
cria grande abundancia de venados bermejos, en quienes se hallan algunas finas piedras beza-
(CAr. XVII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
229
res, por las muchas culebras que los pican y reparo que tienen de fino dictamo, que ea lo
principal de que se engendra la piedra bezar. También se crian manadas do zahinos y otros
animales de tierra calienta, pirque lo es aquélla mucho. Luego que los soldados dieron vista
á este valle y sus poblacione , lo» indios de la primera con quienes se encontraron se fueron
recogiendo con su chusma y haciendilla á un gran bohío (que tenían hecho a modo de for-
taleza para su defensa eo las ordinarias guerras que traían unos con otros), bien fuerte en
su modo y para las armas que usaban, con sus troneras á trechos, por donde disparaban
desde dentro sus flechas, como lo comenzaron á hacer á los nuestros luego que se llegaron
al bohío á tiro; y eeto con tanta obstinación y fuerza, que sin poderlos rendir ni aun hacer
daño en nada con no poco de los nuestros, pues murieron algunos españoles y caballos he-
ridos de las flechas, les fué forzoso retirarse y marchar todos hasta llegar al rio que llama-
ron entonces de las Batatas, por haberse hallado algunas en sus márgenes, que es al que
hoy llaman los de Pamplona el rio de Zulia, desde donde habiéndolo pasado á la otra banda,
que es la de Poniente (contra quien vinieron caminando siempre desde que comenzaron á
atravesar la serranía y valle de Santiago) fueron metiéndose por entre los indios que hoy
llaman Motilones (que son los que infestan las márgenes de aquel rio y estorban el navegar
por él desde la laguna de Maracaibo) en la serranía de hacia los indios Carates, que son los
que están á las espaldas de la ciudad de Ocafía, á la banda del Norte.
De más de ser este rumbo que tomaron de tierra fragosa, la hallaban desierta, á cu-
yos trabajos del camino, por la misma razón de estar despoblado, les recargaron los de la
hambre, con que les fué forzoso después de siete ú ocho jornadas que hubieron caminado,
volverse á retirar á la Provincia de Cúcuta, donde se alojaron á descansar y reformarse por
algunos dias, á que les obligó la necesidad con que estaban de esto, después de los cuales
tomaron su derrota el valle abajo, la vuelta de la laguna de Maracaibo, por donde llegaron
á donde llaman las juntas de tres rios, que van á desembocar junto á la misma laguna, por
cuyo bojo á la parte del Leste. Fueron caminando algunos dias con varios sucesos de poca
importancia que les sucedían con indios belicosos que encontraban en las poblaciones de
sus márgenes, si bien en cierta Provincia se toparon con unos tan belicosos, que escaparon
de sus manos algunos españoles heridos y otros muertos ; no perdiendo con todo eso el áni-
mo, fueron prosiguiendo en su descubrimiento hasta dar en los llanos que llaman de la
Laguna, donde hoy está poblado el puerto que llaman de San Pedro y se prosiguen hasta el
Gibraltar. Encontraron al principio de estos llanos los indios llamados Bobures, gente más
blanda, afable y menos belicosa, pues solo peleaban con cerbatanas, en que metían unas
pequefíuelas flechas tocadas en una yerba que si hería á alguno era poco, y le tumbaba de
manera que lo hacia caer sin sentido por dos ó tres horas, que era lo que ellos habían me-
nester para huir, y después de ellas se levantaban en su libre sentido, sin otro daño. Mar-
chando por aquellos llanos, bojando siempre la laguna con intentos de volverse al Tocuyo,
sin esperanzas ya de hallar lo que buscaban, pues tanto como hasta allí habían andado ha-
bía sido en balde, dieron de repente en una ciénaga ó estero que se cebaba de la laguna y
atravesaba hasta la serranía, con media legua de ancho, que les detuvo por ser sondable y
cenagoso, sin poder pasar de allí peones ni caballos, por mucha diligencia que se hizo, bus-
cándole por muchas partes vado más de seis meses, aguardando si por ventura minoraban
sus aguas y les daban paso para dar vista á los llanos de adelante.
Después de los cuales, viendo el imposible que tenia esto, y el aguardar allí era de
ningún efecto, y que el hambre los iba maltratando por habérseles ya acabado las comidas
á los naturales convecinos de aquel sitio de donde se proveían, determinó el Capitán Tolosa,
con parecer de todos, volver á dar la vuelta hasta coger sus mismos rastros y rumbo por
donde habían salido del valle de Cúcuta : desde aquel puesto despachó al Capitán Pedro de
Limpias con hasta veinticuatro compañeros que caminando á la ligera muy grandes jorna-
das, fuese á dar noticia á su hermano el Gobernador ó á sus Tenientes de lo que habia
sucedido en aquélla, y cómo ya se volvían todos con necesidad de socorro de comidas, ca-
ballos, vestidos, y pues el tiempo los habia estragado y consumido de todo esto. A la ter-
cera jornada de como se apartó Limpias de los demás, le mataron ciertos indios (con quienes
se encontraron) algunos de los soldados, aunque no por eso dejó de proseguir su viaje,
hasta que con intolerables trabajos y riesgos de la vida llegaron al Tocuyo.
No se detuvo el Tolosa con el resto de la gente en ir prosiguiendo tras el Pedro de
Limpias, aunque más despacio, por llevar gente de toda broza y la más enferma, que no se
disponía todo con más dificultad, así en el caminar como en buscar las necesarias comidas,
230
FRAT PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
que siempre las llevaban menos abundantes que de falta; y tanto fué esto creciendo, que
les obligó á dejar el camino que habían traído, no hallando en él con qué repararla, por
estar los indios unos avispados y otros huidos de miedo, irse cargando á la mano izquierda
por tierras fragosas y nunca”pisadas de españoles, por si acaso en este rumbo no hallaban
la gente tan espantadiza, con que á los que iban marchando se les doblaban los trabajos.
Pretendiendo aliviarlos del hambre en una aldea que encontraron de hasta seis casas,
llegando á ellas las defendieron sus moradores, aunque pocos, tan valerosamente, que no les
fué á los nuestros posible entrarlas, por la mucha flaqueza con que ya venian. Viendo esta
resistencia, dejaron lá porfía de entrar en estos bohíos y se volvieron á otro que estaba algo
apartado y bien proveído de maíz, carne de puerco asada en barbacoa y algunas raices,
que debiera de ser almacén de la comunidad. Aquí fueron llegando algunos soldados, des-
lizándose sin orden de la pelea que traían con los indios, porque el hambre no les daba lu-
gar á reparar en lo¿ inconvenientes y daños que se les podían seguir en estar divididos y
sin concierto de guerra ; los indios que se hallaban con más brios en ver que no los habían
podido desbaratar los españoles, ni entrar sus casas, viendo el desorden con que aquéllos
llegaban á aquella donde tenían sus comidas, que era lo que más les importaba, desampa-
rando el pueblo llegaron á dar sobre los soldados que hallaron encarnizados en el pillaje del
bohío, con tanta furia, que al primer encuentro mataron dos é hirieron otros, y fuera mu-
cho más el daño si temiéndolo los soldados, y de ser allí todos muertos á manos de aquellos
bárbaros, no tomaran nuevos brios y animosamente hicieran resistencia, con que ios pusie-
ron en tal aprieto que hubieron de irse retirando los indios á su pueblo, que no les pudo
entonces ser do amparo, pues los apretaron los soldados de manera que por escapar las vidas
lo dejaron en sus manos, con cuanto en él tenían, que era harto prco, en especial de comi-
das, que era lo que más habían menester ; con las cuales reparados ya algo, con tantos
trabajos, prosiguieron su camino que en distancia de diez leguas se les quedaron veinticua-
tro soldados y muchos indios deservicio muertos de pura hambre. Llegaron los demás otra
vez al valle de Cúcuta, por donde habían salido de él, donde pudieron repararse de algunas
comidas, por las muchas poblaciones que hallaban el valle arriba, si bien en algunas las pa-
gaban con heridas y muertes de algunos soldados, y donde no se atrevían á ponerlos en
esta ocasión de guazabara, les daban grita desde las cumbres hasta perderlos de vista.
CAPÍTULO XVIII.
I. Prosigue Tolosa desde Cúcuta su vuelta al Tocuyo, y desde el rio de Apure da licencia á treinta
soldados que se vuelvan al Nuevo Reino.—II. Prosigue su viaje Tolosa, hasta llegar al Tocuyo.—
III. Esta fué la última jornada larga que se hizo desde el Tocuyo, donde después se buscaron
nuevas granjerias con qué vivir.—IV. Fué en sus principios grande la necesidad y pobreza de
estas Provincias.
EEPARADOS en este valle de Cúcuta de la hambre y cansancio con que entraron en
él, tomaron la vuelta otra vez de las lomas del Viento, y habiendo pasado sin detener-
se un punto el valle de Santiago, se entraron tras el rio por su misma angostura, y siguién-
dolo fueron á dar al de Apure, y habiéndolo seguido algunas jornadas, hasta meterse entre
él y el de Zarare, á las margenas de otro pequeñuelo llamado Horo, tomaron de asiento por
algunos dias el alojarse para descansar aquí algunos soldados, desganados de volver al
Tocuyo y gobernación de Venezuela, pidieron licencia al Capitán Tolosa para tomar la
vuelta del Nuevo Reino, que se la concedió; viéndose ya en paraje de su tornavuelta, que
podia ya pasar el resto del camino sin peligros, y que los soldados que pedian esto, que eran
treinta, podían atropellar con los que se le ofreciesen, hasta entrar en el Nuevo Reino, y
así, habiéndoles nombrado por su caudillo á un Pedro Alonso de los Hoyos, que fué des-
pués poblador de la ciudad de Pamplona, se partieron del Capitán Tolosa, y vinieron
caminando por las faldas de la serranía, hasta encontrar con el rio de Casanare, que baja á
las espaldas de los indios Laches dichos, Chitas y Cocuyes; metiéndose por este rio fueron
siguiendo sus márgenes hasta que hallaron pedazos de panes de sal, y finas mantas de
algodón, que bajaban de este Reino, en cuyo rastro vinieron á salir á los pueblos que hemos
dicho, de Cocui y Chita, que están ya dentro del Nuevo Reino, y de los términos de Tunja,
con qu« siguieron el fin de sus intentos, á costa de graves trabajos, en la jornada que no
fué de poco provecho para .el Nuevo Reino, pues en ella se descubrió camino que después
(CAP. XVIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
231
se siguió basta el Tocuyo y gobernación de Venezuela, metiendo por él grande abundancia
de ganados mayores y menores, de que habia en aquella sazón tanto en aquellas Provincias
de Venezuela como necesidad en estas del Peino. Y no obstante que eran más de doscien-
tas leguas las que caminaban para traerlo desde una parte á otra, fué gran suma lo que se
trajo en algunos años que se continuó este trato, hasta que ya el Nuevo Reino abundó de
manera (por el que tuvo por este y otros caminos) que tuvo crecimiento de él, por haber
hallado las tierras á propósito para poder llenar otras muchas, como hoy lo vemos.
No fueron muchos los días que se detuvo sobre el rio Horo el Capitán Tolosa, hasta
que comenzó á proseguir su viaje el rio Apure abajo, y habiéndolo pasado ya por lo llano,
con ayuda de algunos indios caquetios que le salieron de paz y proveyeron de comidas,
pasó sin detenerse hasta que llegó al paraje de los rios de Barinas, que es el mismo que el
de las Sierras Nevadas de Mérida, hacia cuyas Provincias, por la necesidad en que se veia
de comidas para pasar adelante, despachó á buscarlas al Capitán Diego de Lozada, con cua-
renta hombres, que entrándose todos juntos en la serranía, en cierto paraje, se apartaron
siete soldados con su orden, á dar en un bohío grande, que vieron apartado á una vista de’
donde iban marchando, donde hallaron unas indias y buena copia de maíz y alguna sal, de
que llevaban gran falta. Apenas habían llegado y comenzado á alegrarse los siete con la
buena fortuna que les habia corrido, cuando llegaron sobre ellos y el bohío gran cantidad
de indios que debieran de estar en emboscada ó guarda de la casa, que cercándola y ponién-
dose los más valientes á las tres puertas que tenia, para impedirles la salida á los siete,
comenzaron á pegar fuego al bohío por muchas partes, que fué Dios servido que por estar
la paja algo mojada, por ninguna pasase el fuego. Los cercados, viendo el evidente
riesgo en que estaban, se aventuraron con valeroso ánimo á romper por la* guardas que
estaban á una puerta, y salir fuera, como lo hicieron sin algún peligro, como tampoco lo
tuvieron ya que se vieron fuera del primero, aunque cercados de todos, porque fué tan
valeroso su ánimo, que haciendo mortal risa, é hiriendo á otros, á los demás hicieron huir,
con que viéndose solos y sin estorbo de quien se lo impidiera, cargando cuanto pudieron
con la brevedad posible, porque no sucediese venir sobre ellos mayor número de indios que
el pasado, tomaron la vuelta donde estaban sus compañeros juntos, y desde allí la del Real,
donde los quedaba esperando Tolosa, que no se alegró poco de su llegada sin riesgo, y con
las comidas, que les duraron con algún refuerzo que les hicieron en otras partes hasta
llegar á la ciudad del Tocuyo, donde entraron, después de dos años y medio que habían
salido, pues eran ya los primeros dias del de mil y quinientos y cincuenta, cansados y afligi-
dos de una tan larga jornada y sin provecho, sobre cuyos trabajos se añadió el de la nueva
que tuvieron de la muerte de su hermano el Gobernador Tolosa, con que hallaron las cosas
muy trocadas, si bien se estaba todavía por Teniente el Juan do Villegas, como ellos lo
habían dejado.
Esta fué la última de las jornadas largas que se hicieron desde esta gobernación
de Venezuela por estos llanos, por haberse ya descubierto en estos tiempos algunos años ha-
bia (como hemos tocado aquí y diremos largo en la segunda parte) el Nuevo Reino de Gra-
nada, y desde él muchos caminos y cortos para poder entrar en estos llanos, como muchos
desde él lo han hecho, si bien ningunos han llegado á palmar más en lleno en las provincias
de los Omeguas y otras que lo hicieron los soldados de Felipe de Utre, y así se han que-
dado solo con las noticias que ellos dieron. A esta causa de no haberse emprendido desde
esta gobernación ninguna otra de estas jornadas, se añade el haber hallado los Gobernadores
que sucedieron á los alemanes, tan estragada la tierra de naturales por la mucha saca que
se hizo en su tiemp’o para esclavos,’ que tuvieron harto que hacer en ir conservando los
que habían quedado, entreteniéndose en pacificar las provincias que no lo estaban hasta allí,
en fundar algunas otras ciudades, como iremos diciendo ; en buscar minas á que los for-
zaba la mucha necesidad de la tierra (pues era tanta, que por no tener con qué comprar
la ropa de Castilla para vestirse los españoles que vivían en estas tierras, y con esto andar
necesitados de este menester), se vieron obligados á disponer cómo hacer lienzo del algodón
que se daba en la tierra, que era por extremo mucho y muy bueno, y así armaron luego ,
telares, y enseñándolos á hilar á los indios é hilándolo las mujeres délos españoles, tejían los
hombres muchas y grandes telas con que se vestian y hacían el demás servicio de la casa,
porque los indios no sabían de esto, á causa de andar ellos y ellas totalmente desnudos,
que cuando mucho traían á medio tapar las partes de la honestidad, como andan hoy en
dia, que es cosa vergonzosa, por ser tan deshonesta, en especial entre cristianos y espa-
232
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
ñoles, que no carecen de culpa en consentir anden así,- no solo los indios de las encomien-
das, sino aun las del servicio de sus casas, consintiendo que indios é indias anden entre
sus hijos é hijas y aun los crien los indios é indias con todas sus carnes descubiertas,
y aun casi todas las partes de la honestidad, pues era fácil hacerles traer siquiera zara-
güelles y faldellines 6 camisas de aquel lienzo, sino que si algunas indias se ponen unas
camisas hasta los pies para ir á misa, apenas han vuelto do la iglesia, cuando echan ropa
fuera y se quedan escoteras con la natural librea, y aun en los indios no hay honestidad
para entrar en las iglesias.
Para capas, ropillas y gregüescos ó calzones, hacían de la lana de las ovejas de Castilla
(porque las del Perú no se han conocido en estas tierras) algunas jerguetillas, con que pasa-
ron miserablemente su vida por algunos años, contentándose con estoy la carne y esquilmos
del ganado y con el maíz que les servia de pau, que les beneficiaban los indios é indias
hasta ponérselo en la mesa. Este trato de beneficiar ropas de esta manera, pienso fu4 el pri-
mero en esta tierra que usaron españoles en todas éstas de las Indias, y de aquí se ha ido
extendiendo el hacer por muchas de esta Tierrafirme, hasta entrar en las del Perú, á lo
menos en todas las de Quito, donde y en todas las demás partes lo nombran á este lienzo
y telas Tocuyo, por haber tenido su principio en esta ciudad del Tocuyo, y hoy se usa
tanto, con entrarle por muchas partes ropa de Castilla, que es la más ordinaria moneda de
aquella gobernación (por carecer de otra) y la tratan á razón de cinco varas de esta tela k
peso, y en ella pagan con esta cuenta los más de los Reales quintos ; si bien ya se ha
mandado hacer moneda de cobre, que no se ha experimentado hasta ahora, si les será de
mayor provecho á la tierra. Esta penuria con que vivían sus primeros moradores, la hizo
tener siempre de sacerdotes, de que se vieron en ocasiones tan faltos, que habiendo salido
el Capitán García de Paredes del Tocuyo, con buena copia de soldados españoles, á las
provincias de los Cuiacas, á dar principio á la población de Trujillo, por ir sin sacerdote
y no haber de donde se acudiese á esta necesidad en toda la gobernación, se envió con car-
tas del Obispo, que era entonces, rogando al cura de la ciudad de Mérida (donde tampoco
habia otro sacerdote más que él) fuese á confesar una Cuaresma á los soldados é indios
de servicio, como lo hizo ; y halló á éstos bien faltos de Catecismo, pues aun apenas sabían
persignarse, ni la Doctrina cristiana, con ser en lo demás tan ladinos como los españoles, á
quienes se les puede cargar la culpa de esto, pues su falta de cuidado hacia que sus indios la
tuviesen en cosa tan importante, y la misma habia y aun mayor en los indics de las en-
comiendas.
Esta falta de ministros del Evangelio ha ido siempre tan adelante en aquellas
provincias, que hoy dura, como lo experimenté andando por ellas visitándolas el año de
seiscientos y doce, pues hallé en una doctrina que estaba á cargo de nuestra Religión, un
hermano ordenado solo de Evangelio, que doctrinaba los indios en un repartimiento de la
ciudad de Trujillo, sin haber quien reparara esta necesidad, pues por la misma en otra
doctrina de la misma ciudad sujeta al Ordinario, hacia lo mismo un ordenante de solo
grados y corona, y de esta manera supe habia otros en los valles de la Valencia y Caracas,
que por la necesidad de ministros, sin estar ordenados, suplían como podían, con que se ve
experimentada en estas tierras la verdad que dijo el autor de ella por San Mateo y San
Lúeas, ser la mies mucha y pocos los obreros.
CAPÍTULO XIX.
I. Salen á descubrir minas de oro, y hallándolas en Nirva, se trata de seguir y se puebla Bariquisime-
to—II. Mudóse la ciudad de Bariquisimeto á otras tres partes de.pnues de la primera—III. Pro-
piedades de los indios de estas provincias—IV. Trátase de los temples que tienen y la comodidad
para crianzas de ganado.
«
EL crecimiento que se hizo de gente en la ciudad del Tocuyo, con la que llegó de la
jornada de Francisco Ruiz de Tolosa, obligó al Juan de Villegas (á petición de todos
los vecinos) que hiciesen los más desocupados (para evitar la ociosidad) algunas entradas
en demanda de minas de oro con que pudieran reparar tantas necesidades, considerando por
las muestras que habían conocido los que habían dado vista á algunas provincias de las cir-
cunvecinas, no podia dejar de haber en ellas de este metal. Y así señaló para el efecto por
caudillo á un Damián del Barrio con cierta gente que fuese la vuelta de las provincias de
(CAP. XIX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
238
Nirva, que son al Leste del Tocuyo, algo más delante del valle y provincias de Bariquisi-
meto. A donde habiendo llegado este caudillo con su gente y algunos negros é indios para
el efecto, y cateado en algunas partes, en una dio con una razonable muestra de minas de
oro de seguir, á las cuales puso por nombre San Pedro, rancheándose en el sitio de pro-
pósito, hasta saber lo que respondía el Teniente Juan de Villegas, á quien despachó aviso
y muestras de las minas, con que se alegró tanto el Villegas (si bien ponderaron esto con
el aviso más de lo que ello era) que se determinó á irlas á ver en persona con alguna gente
que habia aún de sobra en la ciudad. De donde salió sin detenerse hasta dar vista á las
minas, y pareciéndoles no ser bien dejarlas mientras no se descubrieran otras de mayor
grosedad, y que entre ellas y la ciudad del Tocuyo habia copia de naturales suficiente para
poderse sustentar entre ellos un pueblo de españoles, acordó de poblarlo sobre las riberas
del rio llamado Buria, el año de mil y quinientos y cincuenta y uno, poniéndole por nom-
bre la Nueva Segovia, nombrando Alcaldes y Regidores y los demás oficios pertenecientes
al Cabildo y Justicia ordinaria. Baña este rio la provincia y valle de Bariquisimeto, con
que los vecinos de la nueva ciudad le comenzaron luego á llamar Segovia de Bariquisimeto,
y andando el tiempo se olvidó el nombre de Segovia y le quedó el del sitio de la provincia,
tan asentado que en todas las circunvecinas y aun en el común nombrar no se llama sino
Bariquisimeto. Señalóle términos y repartió en los vecinos los indios que caían dentro che
ellos, así los que vinieron de paz como los que se habían de conquistar, que lo comenzaron
á hacer luego, con que á pocos tiempos tuvieron de encomienda muchos y buenos indios.
Permaneció en este sitio el tiempo que fué menester para tomar experiencia no ser
á propósito para la vivienda humana, por ser mal sano, con que les fué forzoso en tiempo
del Gobernador Villacinda, que sucedió en propiedad al Licenciado Tolosa, mudarse á otro
más cerca del Tocuyo, dos leguas á un sitio más limpio y de aires menos nocivos, donde los
halló el tirano Lope de Aguirre y donde le mataron. Aunque engañado Herrera en el tra-
tado de la ciudad de Santo Domingo, dice que lo mataron en el Tocuyo, que por haber que-
mado alguna parte de él cuando lo entró, y no estar aún contentos los moradores del sitio,
con aquella ocasión lo mudaron á otro algo más desahogado, en tiempo del Gobernador Pablo
Collado, entre dos ríos, el uno llamado Claro y el otro Turbio, porque iban así. Tampoco
les pareció haber acertado en este sitio, por ser de mucho polvo y muy nocivo en tiempo de
vientos; y así lo mudaron más á la parte del Tocuyo, en tiempo de un Gobernador llamado
Manzanedo, en unas sabanas altas y limpias, de mejores aires, donde hoy permanece. Érales
fácil el mudarlo en tantas partes por la facilidad con que hacían sus casas, pues eran todas
de paredes de bahareque, sin tener necesidad de clavazón ni carpintero, pues todo esto lo
suplían los bejucos con que ataban las maderas; aunque en este sitio (por parecerles habia
de permanecer y estar ya cansados de tantas mudanzas) se comenzaron luego á hacer algu-
nas casas de tapias y teja y la iglesia de manipostería como hoy lo está. Son abundantes
estas dos ciudades, Tocuyo y Bariquisimeto (que en todo corren casi igual fortuna), de
todas frutas de la tierra, y en especial el Tocuyo de las de España, como son uvas, melones,
higos, granadas y toda hortaliza; mucho y muy buen trigo, en especial en los valles de
Quibor, que está cinco leguas de la ciudad, se puede dar trigo, por ser tierra calidísima y
haberse visto en pocas ó ningunas partes darse en tierras tan calientes. Pero á mí me pare-
ció ser la causa de cogerse tanto y tan bueno aquí, el regarse las sementeras con una que-
brada de una buena molada de agua que baja de las cumbres de una serranía, que por bajar
algo fresca y regarse de noche, refresca y sazona la tierra, dándole el temple que pide el
trigo, contra el que naturalmente tiene la tierra, que de suyo solo es apta para dar sus fru-
tos naturales, como son plátanos, guayabas, mameyes y otros. Da también mucho y muy
buen arroz; el trigo con tanta abundancia, que del de los dos valles dichos se sustentan las
ciudades del Tocuyo, Bariquisimeto, Carora, la laguna de Maracaibo, Coro y embarcan
buena parte de harinas de ello á las ciudades de Santo Domingo y Cartagena.
Muchas naciones de indios que están entre estos pueblos dichos (como son Cunari-
guas, Atariguas, Coyones, Quibores, Bariquisimotos y otros), no vivían en casas ni pueblos
(ni hoy viven muchos de ellos, como yo los he visto) sino quince dias debajo de un árbol
y otros quince en otro, durmiendo en chinchorros; no siembran porque su sustento es fru-
tas de la tierra, que siempre las hay, en especial datos, caza de conejos y venados, que los
asan metiéndolos enteros en un hoyo con su pellejo y pelo, habiéndoles quitado solo las
tripas: calientan primero el hoyo muy bien con leña ó paja, y sacándole las brasas ó ceni-
za meten el venado y tapan muy bien con hojas de vihao, y dentro de dos horas lo vuelven
31
FRAT PEDRO SIMÓN.
(5.* NOTICIA.)
á sacar, aunque con su mismo pelo, muy bien sazonado, y entonces se lo quitan y comen el
pellejo con la carne. En estos mismos hoyos calientes meten unos troncos verdes de unas
matas de cucuiza, que es casi lo mismo que merguey, habiéndole cortado lo largo de las
hojas, y después de bien sazonado con el calor chupan aquellos troncos y les sacan el jugo,
que no es poco el que tienen, con un sabor de arrope ó mala miel de cañas, que es también
purgativo, en especial para los que no están hechos á ello. Críanse yerbas tan venenosas,
aun dentro de los patios de las casas y en las calles, que en veinte y cuatro horas despachan
de esta vida á quien se las dan; pero también hay muchas suertes de contrayerbas cou que
se repara esto.
El temple de los sitios de estos dos pueblos, Bariquisimeto y Tocuyo, es muy ca-
liente, por estar en tierras bajas, aunque todas estas provincias tienen también tierras frias,
que son la serranía : de manera que de dos á dos leguas, y de tres á tres, atravesándolas
Leste Oeste, se van encontrando tierras calientes, templadas y frias, porque cuanto más las
sierras (que son las mismas que corren del Sur al Norte mil y doscientas leguas largas,
desde el canal de Magallanes hasta este mar del Norte, que rematan en Santa Marta, Coro
y las demás partes de esta costa) se van entrando con sus levantadas cumbres á la media
región del aire, son más frias, y algunas tanto, que están siempre cubiertas de nieve, como
las de Mérida : de donde como se va bajando á los valles calientes, se hallan tierras tem-
pladísimas y bien dispuestas para toda suerte de granos, frutas y ganados, como aquí se
crian. La ciudad del Tocuyo ha permanecido hasta hoy en el mismo sitio’ que tuvo sus
principios, en una sabana, á las márgenes de un abundante rio de muy buena agua y fria,
por bajar de lo alto de las sierras, que no es poco regalo en temple tan caliente : pero el
ganado de cabras y vacas de leche, que andaba junto á la ciudad, apartándose al arcabuco,
comia fruta de espinos; volviendo á la ciudad de su estiércol, se fueron sembrando y na-
ciendo tantas malezas de ellos y tan crecidos, que ahogaban las casas, de manera que de
pueblo sano que fué á sus principios, se vino á ser tan enfermizo que ni los hombres ha-
llaban salud, ni se podían criar más que hasta uno ó dos años, con que se determinó un
Gobernador llamado Alonso Suárez del Castillo, el año de mil y seiscientos y dos, pidién-
dolo los vecinos, á mudarlo al valle de Quibor, cinco leguas al Leste, éstas más cerca de
Bariquisimeto. Tomó para esto posesión en el sitio más acomodado, plantó rollo con final
determinación de que se hiciera la transmigración, la cual no pudiéndose hacer aquel añor
por haber sido estéril, uno de los alcaldes que no gustaba de que se hiciera, juntó doscien-
tos indios con que hizo limpiar de aquella maleza de espinos y arcabuco media legua al
rededor del pueblo, en especial por el lado que ventan las brisas, que comenzándole á ba-
ñar con esto sin estorbo, quedó el pueblo con la misma salud que antes tenia, de suerte
que no fué necesario mudarlo. Está ochenta y cinco leguas de la ciudad de Coro al Sueste,
diez de la de Bariquisimeto al Poniente. Esta de Bariquisimeto ó Nueva Segovia está de
la de Coro ochenta leguas al mismo rumbo ; hay en ambas conventos de nuestra sagrada
religión de la santa provincia de Caracas, y en el Tocuyo los hay también de la de Santo
Domingo. La vecindad de cada uno de estos dos será de hasta ochenta casas.
CAPÍTULO XX.
I. Prosíguense las minas de Bariquisimeto con indios y negros esclavos; principios de un alzamiento..
II. Viene el negro Miguel con los que le siguieron sobre las minas, y mata algunos españoles.
III. Junta entre negros é indios más de ciento y ochenta personas alzadas con él; nómbrase
Rey, elige Obispo y funda pueblo.
VIENDO los vecinos de la ciudad de la Nueva Segovia que no les eran de tan poco
provecho las minas de San Pedro, que no se fuesen con ellas alentando sus caudales,
procuraron dentro de un año escaso que se comenzaron á labrar, jneter en ellas más de
ochenta negros esclavos, que con algunos indios de encomienda que ya se les entendía de
aquel ministerio, por haberles enseñado (porque ningunos de los naturales de aquellas pro-
vincias habían hecho estimación de este metal ni aun conocídolo), las iban siguiendo, por
irse avivando cada dia más las vetas y grosedad, de manera que ya sufrían pagar quintos
algunos españoles mineros, que este es el ordinario concierto que se hace con ellos, darles
la quinta parte de lo que se saca por el cuidado de hacer trabajar la gente que lava, to-
marles el jornal cada noche, descubrir nuevas minas y registrarlas en nombre de su amo.
(CAP. XX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TI ERR AFIRME.
235
A un año escaso de como so iban labrando (que eran ya los fines del de mil y quinientos
y cincuenta y dos), queriendo castigar un minero de Pedro de los Barrios, vecino de Bari-
quisimeto (de cuyo pueblo eran las minas, por estar en sus términos) a un negro de los de
la labor, llamado Miguel, muy ladino en lengua castellana y resabido en toda suerte de
maldad, viendo que lo querian amarrar para azotarlo, huyendo del castigo, arrebató una es-
pada que se topó á mano, y procurando defenderse con ella del minero, tuvo medio en
medio del alboroto que esto se causó, de coger la puerta é irse al monte, de donde (no pu-
diéndolo seguir por entonces) salia de noche, y hallando ocasión de hablar con los demás es-
clavos é indios de las minas, les procuraba persuadir hiciesen lo mismo que él, pues de
aquella suerte hallarían su libertad, que tan tiránicamente (decia él) se la tenian usurpada
los españoles.
Algunos de éstos, á que hablaba mejor, considerados, echaban de ver el disparate á
que los quería persuadir, y no haciendo caso de él, con ánimo pacífico volvían á su labor y
servicio de sus amos. Pero otros, que fueron hasta veinte, con la dulzura que les represen-
taba de libertad, determinaron seguirle, y haciéndose á lo largo (con el Miguel) de las minas
con las pocas armas que pudieron haber á las manos, revolvieron una noche sobre ellas y
mataron á algunos de los mineros españoles que se pusieron á la defensa, prendieron á los
demás, de los cuales mataron con cruelísimas muertes á algunos, con quienes tenian enojo
por haberlos azotado; y soltando á los demás, les decían que fuesen á dar aviso á los de
Bariquisimeto, que los esperasen puestos en arma, porque tenian determinado de ir sobre el
pueblo y despojarles de sus haciendas y mujeres para su servicio, y á ellos darles crueles
muertes, y que para esto no querian cogerlos desapercibidos, porque se echase mejor de
ver su valentía. No fué poco el alboroto que causó la nueva del suceso en la ciudad cuando
llegaron los españoles sueltos, por cortesía de los negros, y aunque no se podían persuadir
los vecinos (si bien no dejaban de combatir los temores suficientes para estar con cui-
dado) á que el atrevimiento y ánimo de los esclavos habia de llegar á tener osadía de tomar
las armas para venir sobre el pueblo, avisaron al del Tocuyo del caso, y que pues á todos
importaba, les enviasen socorro para estar apercibidos á todo suceso. Viéndose el Miguel
con su negra compañía victorioso y con algunas armas españolas, tomando más brios en
su maldad, dividió su gente enviando negros á diversas partes donde andaban otros y al-
gunos indios sacando oro, á que procurasen persuadirles á seguir su opinion en demanda de
su libertad.
Hacían estas mismas diligencias con los indios ladinos, que no fueron tan en balde,
que con ellas no se juntaran entre unos y otros más de ciento y ochenta personas, de quienes
era tan respetado y estimado el negro Miguel, que determinó de nombrarse Rey, mandando
que como á* tal lo reverenciasen y sirviesen, como lo hacían, nombrándole de allí adelante
el señor Rey Miguel, que fué el primero (pienso) ha habido de este nombre, y á una negra
su amiga le nombraban la Reina Guiomar, y á un hijuelo que tenia de ella el Príncipe, y
lo hizo jurar por tal. Dispuso su casa Real, criando todos los ministros y oficiales que él
tenia en memoria habia en las casas de los Reyes, y adjudicándose también la potestad
espiritual, nombró por Obispo á uno de sus negros compañeros que le pareció más hábil
y suficiente y de mejores costumbres para ello, en cual en eligiendo (usando de su prela-
oía), mandó hacer lo primero iglesia, donde hacia recoger aquellas sus negras y roñosas
ovejas para predicarles. El Rey Miguel ordenó luego en un sitio fuerte y acomodado para
la vivienda humana, cercado, se hiciesen casas fuertes á su modo, hombre que tenia inten-
tos de permanecer en aquel sitio, y hacerse señor de toda la tierra. Dado asiento á esto,
y á todo lo que tocaba al buen gobierno de su República, mandó aderezar armas que fue-
ron para los indios arcos y flechas de las que siempre habían usado, y para los negros, algu-
nas lanzas con puntas tostadas, y de los almocafres con que sacaban el oro en las minas,
enderezándolos y enhestándolos, hacían gurguces, que con esto y algunas espadas que hu-
bieron en el saco, hubo armas para todos.
FRAY PEDRO SIMÓN.
(5.a NOTICIA.’)
CAPÍTULO XXI.
I. Háceles una plática el Rey Miguel á sus negros, animándolos á la jornada.—II. Vienen los negros1
á Bariquisimeto, y comienzan á encenderlo, y ahuyéntanlos los de la ciudad.—III. Sale el Capitán
Lozada en demanda del pueblo de los negros, donde los halló y venció, matando á unos y pren-
diendo á otros, con que se desbarató la junta de los rebeldes.
MANDÓ el Rey Miguel á los indios que le seguían, se entintasen todo el cuerpo con
jagua, con que pareciese mayor el numero de los negros, y con eso más espantables
á sus enemigos por las partes donde entrasen. Prevenido en todo esto, y dejando orden en la
defensa del pueblo, que ya estaba acabado, y cómo se habia de gobernar en su ausencia,
sacó de él su gente Miguel, y en un llano fuera de la empalizada con que lo dejaban cer-
cado, les hizo una plática, diciendo que la razón que les habia movido á retirarse de los
españoles, ya sabían habia sido por conseguir su libertad, que tan justamente la podían
procurar, pues habiéndolos Dios criado libres como las demás gentes del mundo, y siendo
ellos de mejor condición que los indios, á quienes el Rey mandaba fuesen libres, los espa-
ñoles los tenían sujetos y puestos tiránicamente en perpetua y miserable servidumbre,
usando esto solo la nación española, sin que en otra parte del mundo hubiese tal costum-
bre, pues en Francia, Italia, Inglaterra y en todas otras partes eran libres, y que también
lo serian allí si peleasen con el.ánimo y brio que era razón en aquella jornada que iban,
donde se prometía darles la victoria en las manos, pues demás de ser poco el número de
españoles que habia en Bariquisimeto, estaban descuidados, confiados en que no tendrían
atrevimiento á acometerles, como lo sabían de algunos negros del pueblo, que habiendo al-
canzado á saber esto, les habian avisado de cómo todos estaban desproveídos de armas.
A las palabras del Rey Miguel, hizo demostración toda su compañía de tener mayo-
res bríos en el caso, de los que él pensaba, prometiéndose cada cual de por sí la victoria
de la empresa, y mostrando deseos de venir ya á las manos con sus enemigos, con que
prometiéndose felices sucesos, comenzaron á marchar la vuelta de Bariquisimeto, á donde
llegaron de noche, con tanto secreto, que no fueron sentidos, hasta que divididos en dos-
partes fueron entrando en él y juntamente por ambas, pegando fuego á las casas, y comen-
zando á ejecutar su rabia en los que iban topando ; cuando los de la ciudad advirtieron
(aunque tenían velas y tomaron las armas) tenían ya heridos algunos de ella, muerto á un
sacerdote y quemada la iglesia y otras casas con lo que habia dentro ; pero juntándose los
vecinos, que serian hasta cuarenta, viendo que el negocio iba con más veras que pensaban,
les acometieron con tan buen brio, que hiriendo á algunos de los negros y muchos de los in-
dios teñidos, les hicieron huir á todos, hasta meterlos en un arcabuco que estaba cerca del
pueblo, sin pasar de la boca de él, por no parecerles cordura meterse dentro á aquellas ho-
ras, en sitio donde podia ser mayor el peligro que la ganancia ; y así, tomando la vuelta
de la ciudad, los vecinos pusieron más vigilantes centinelas, determinando luego seguir por
la mañana el alcance, no prometiéndose ningún seguro en sus casas hasta haber acabado
con aquellos rebelados, pues quedándose el Rey vivo y los demás no muy maltratados, se
podia temer pasarían adelante con su atrevimiento y temeridad.
Pero pareciéndoles lo era también salir á esto con tan poca gente como estaba en
la ciudad, siendo necesario quedar parte de ella en su defensa cuando saliese el resto en
este alcance, enviaron á pedir socorro al Tocuyo (que hasta allí no lo habian enviado, pa-
reciéndoles no ser posible llegar el negocio á lo sucedido), avisándoles del caso y del incon-
veniente que también á ellos amenazaba si no se cortaban los pasos con tiempo al alza-
miento. No tomaron tan tibiamente como al principio los del Tocuyo el aviso, y escarmen-
tando en cabeza ajena del daño que se les podia seguir como á tan vecinos, juntaron la
gente que pudieron, y nombrando por Capitán á Diego de Lozada, ldMespacharon á Bariqui-
simeto, donde también le confirmaron en el mismo cargo, y se le dieron con los soldados
que se pudieron juntar en la ciudad, que entre todos serian cincuenta, para que siguiese al
negro Rey Miguel. Salió con éstos el Capitán Lozada, y con buenas guías y la priesa que
el caso pedia, con más brevedad que entendía el negro Miguel, que ya estaba recogido en
su pueblo con toda su gente, dio con él de repente sin que les pudiera haber llegado aviso,
hasta que vieron á los españoles á las puertas de su pueblo. Con la presteza que pudieron
tomaron las armas los asaltados negros, y siguiendo á su negro Rey, salieron á hacer frente
(CAP XXII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
237
á los nuestros, intentando resistirles con buen brio la entrada de la empalizada ; pero fué
muy poco para el que llevaban los soldados, pues con facilidad les hicieron retirar dentro
del pueblo, donde todavía porfiaban los negros con algún ánimo á defenderse de los espa-
ñoles, que siempre les iban ganando tierra, hasta que los vinieron á arrinconar á una parte
del pueblo, donde fué más porfiada la pelea, por estar más juntos y animar el Rey Miguel
ú los suyos con grandes voces y gritos que les daba, no siendo él el postrero ni de menores
bríos en el escuadrón, hasta que un soldado se los quitó y la vida de una estocada, con
que perdiendo los demás los que tenían, viendo ya en el suelo y sin vida á su negro Rey,
comenzaron á pelear con mano más floja, que conocido por los españoles, cerraron con ellos
con tanta furia, que hiriendo á unos y matando á otros, hicieron á los demás poner en
huida, de los cuales prendieron casi á todos, siguiendo el alcance, con que quedó del todo
deshecho aquel alzamiento, y los nuestros con victoria.
La Reina negra y el Príncipe negrito con todas sus damas (que no eran pocas) se
estuvieron dentro del pueblo á la mira de la batalla, sin hacer movimiento, con mucha
autoridad, por las ciertas esperanzas que tenían de la victoria que^habian de alcanzar los
negros, fueron allí presas y vueltas á su primer cautiverio, con que los nuestros tomaron
la vuelta de Bariquisimeto, sin sucederles desgracia cou los presos indios y negros que pu-
dieron coger vivos, aunque algunos heridos. Los indios de la tierra, viendo la victoria de
los españoles, y que algunos negros de los que se habían escapado andaban por sus tierras
cimarrones,temiéndose de algún daño, se juntaron, y dando sobre ellos, mataron á algunos,
forzando á los demás que se volviesen á casa de sus amos, donde fueron presos por las jus-
ticias y castigados conforme á sus delitos ellos y los demás que trajeron presos cuando
vinieron los soldados.
CAPÍTULO XXII.
I. Alzanse los indios de Nirva ; viene por Gobernador de Venezuela el Licenciado Villacinda.—
II. Salen á castigar á los indios Nirvas, y puéblase una villa en las minas, y vuélvese á despo-
blar.—III. Puéblanse otra vez las minas, y más delante al Leste la nueva Valencia.
O fué sola la desgracia dicha la que cayó sobre estas minas y Bariquisimeto, pues
tras ella y por ocasión suya, sucedió luego otra harto mayor (pues dura hasta hoy
con muertes de muchos españoles y pérdida de mucha hacienda), que fué el alzamiento de
los Nirvas y Giraharas que poblaban aquellas Provincias. Los cuales tomaron tan de veras
el impedir la labor de estas minas con tan frecuentes asaltos, que nadie se atrevía á estar
de asiento en ellas, por la poca fuerza de gente que entonces se podia poner en el sitio para
su defensa, como se vio en lo que iremos diciendo. En esta miseria y trabajos estaba la
ciudad de Bariquisimeto, cuando á los últimos del año de mil y quinientos y cincuenta y
tres llegó á este gobierno de Venezuela, despachado por el Real Consejo de Indias, el Li-
cenciado Villacinda, y habiendo desembarcado en Coro, donde se detuvo poco, por ser ya
aquello de menos importancia en la gobernación que lo del Tocuyo y Bariquisimeto, tomó
luego la vuelta de estas dos ciudades, y habiendo llegado á ésta y héchole relación Jos ve-
cinos de lo que les habia sucedido con los negros y el alzamiento en que estaban los indios
Nirvas, con que se habia imposibilitado la labor de las minas de San Pedro, le comunica-
ron su determinación hecha por todo el Cabildo y los vecinos, de más sustancia de la ciu-
dad, que era, que para que las minas tuviesen seguro de poderse labrar, pues no tenían
otra granjeria y estaban lejos de la ciudad, pues era distancia de catorce d quince leguas
(con que no les era posible ampararlas en sus peligros con la brevedad que á las veces pe-
dían) se poblase en ella una villa de españoles, á los cuales se les diesen para su sustento los
indios de encomienda que habia por aquella parte, de que hacían dejación desde luego para
el efecto.
Vino en ello el Gobernador, y señalando para esto cuarenta españoles, les dio por
caudillo (por ser hombre muy á propósito) á un Diego de Montes, famoso en aquella gober-
nación por aquellos tiempos, por su mucha experiencia entre indios, conocimiento de yerbas
saludables con que curaba los ingestos enfermos y atosigados de las venenosas; vecino á la
sazón de la ciudad de Bariquisimeto, de donde salió con sus cuarenta (razonablemente
apercibidos) la vuelta de las minas de San Pedro, haciendo de camino algunos castigos de
muertes y otros en los indios alterados, á causa de haber muerto en ellas algunos españoles
y por atemorizar la tierra, que no se atreviesen más á lo mismo. Habiendo ya hecho este
238 FRAY PEDRO SIMÓN. (5.* NOTICIA.)
/
castigo, y tanteado la tierra buscando un sitio acomodado para poblar, parecióle eran mejor
las riberas de un rio que corría por entre muchas palmas cerca de las propias minas, y así
determinó poblar allí una villa, á quien le puso el nombre de Las Palmas,, y habiéndole se-
ñalado justicia que le gobernara y dado asiento á lo que pudo para su conservación, pare-
ciéndole que ya los indios no intentarían más novedades, escarmentados del castigo, tomó
la vuelta de Bariquisimeto, á quien fueron luego siguiendo los más que había llevado y
dejado en la nueva población, por ser vecinos de Bariquisimeto, con que quedaron tan po-
cos en la villa de Las Palmas, que por el seguro con que todavía estaban de los indios no
se atrevían á salir de sus casas ; que fué ocasión (habiendo sabido los indios estos temores)
para que se comenzaran a juntar con intentos de volver á dar sobre el pueblo y minas. No
fué esto tan secreto que no lo viniesen á entender por señas claras los de la villa,y temien-
do por ser pocos venir á manos de aquellos crueles bárbaros, antes que acabaran de hacer
su junta, deshicieron los nuestros la población, y dejándola del todo desamparada con las
minas, se volvieron á Bariquisimeto el mismo año que se habia poblado, que fué el de mil y
quinientos y cincuenta y cuatro.
No por eso perdieron el ánimo los de la ciudad, de que se volviesen á labrar, aun
con todos estos inconvenientes y dificultades, por tenerlas mayores la pobreza, que no po-
dían remediar por otro camino : y así el año siguiente de mil y quinientos y cincuenta y
«cinco, eligieron otro Capitán llamado Diego de Parada, natural del Almendralejo, y dándole
veinticinco soldados de buen brio, volvió á entrar en la Provincia de las minas, comenzan-
do como el pasado : lo primero á ir en demanda de los indios, procurando castigar las rebe-
liones que intentaron contra los primeros pobladores. Y habiendo hecho algo de esto, pa-
reoiéndole no se atreverían más á tomar las armas contra los españoles, pobló de nuevo otra
vez la villa sobre el río que llaman de Nirva, dejándole puesto el-nombre del rio, de mane-
ra que le llamaron la villa de Nirva, donde se sustentaron los pobladores solo el tiempo
que duró el verano, porque en entrando el invierno se comenzaron los indios á alborotar,
de suerte que obligaron (con sus continuos asaltos que daban sobre los recien poblados) á
desampararla del todo otra vez y volverse á Bariquisimeto, de donde este mismo año y
de la ciudad del Tocuyo y de la de Coro, juntó el Gobernador Villacinda una razonable
compañía de españoles, y por las noticias que le habían dado por el puerto de la Burburata,
y por las entradas y conquistas que se habían hecho en Nirva, de la muchedumbre de na-
turales que había en las provincias de adelante, derecho al Leste, que llamaban del Tocuyo
(diferente de este otro donde estaba la ciudad), y otras cerca de la gran laguna que llaman
Tacarihua, la despachó en descubrimiento de aquellas provincias, donde comenzaron luego
que entraron en ellas á hacer valientísimos hechos los españoles, por serlo también los in-
dios, y pareciéndole ser la tierra á propósito para poderse sustentar un pueblo de españolea
y para acabar de conquistar aquella gente y pasar con las conquistas adelante á las de Cara-
cas, con licencia que llevaba el Capitán para testo del Gobernador, fundó en nombre del
Rey un pueblo que llamó la Nueva Valencia, sesenta leguas al Sueste de la ciudad de Coro
y siete del puerto de la Burburata, ai mismo rumbo, veinticinco de Santiago de León, en
Caracas, que después se fundó al Leste y otras tantas á Bariquisimeto, y treinta y cinco del
Tocuyo al Oeste. Ya habia entrado en el tiempo que se pobló esta villa el año de mil y
quinientos y cincuenta y seis, en que también murió el Gobernador Villacinda, quedando el
Gobierno en el Ordinario de las ciudades.
La de Bariquisimeto, revolviendo todavía sobre sus minas de San Pedro, de donde
sacaba el granillo de su ganancia, nombró otro caudillo llamado Diego Romero, y dán-
dole cuarenta españoles, lo despacharon de la ciudad para que tornara otra vez á poblar la
villa en defensa de las minas, habiendo primero (como los demás que habían entrado) cas-
tigado los indios alterados, como lo hizo ; y habiendo llegado al sitio de las minas, dejando
la gente rancheada en ellas, tomó la vuelta de la ciudad de Bariquisimeto á dar cuenta de
lo que habia hecho al Cabildo que lo habia enviado, para que ordenase (supuesta la pacifi-
cación que le parecía dejaba hecha en los Nirvas), lo que más convenia para la población
de la villa.
(CAP. XXIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
239
CAPÍTULO XXIII.
I. Señala el Cabildo de la ciudad del Tocuyo al Capitán Diego García de Paredes para que pueble
una ciudad en los Cuicas, y sale á eso—II. Puebla la ciudad de Trujillo en el valle de Escuque,
y por inconvenientes que sucedieron vuélvela á despoblar—III. Propiedades y religiones de estos-
indios—IV. Disposición de esta tierra de los Cuicas, y modo y armas con que pelean.
ESTE mismo año que murió el Gobernador Villacinda, el Cabildo y ciudad del Tocuyo,
teniendo noticia de unas provincias de los indios Cuicas que estaban al Poniente de
su ciudad, á las cuales había entrado el Contador Vallejo el año de mil y quinientos y
cuarenta y nueve, con comisión del Gobernador Tolosa, determinó enviar á descubrirlas
del todo y conquistarlas, pareciéndole se podria hacer con facilidad, por saber era gente
desnuda y pacífica, y que de allí podrían (de más de reducirlos á la Iglesia y sujeción de la
Real Corona) haber á las manos mucho algodón, por tener también noticias que era mucho
el que se criaba en aquella tierra, y como hemos dicho, lo habiau tomado por granjeria para
hacer telas en esta ciudad ; la cual nombró (para el efecto) por Capitán á Diego García de
Paredes, hijo natural del otro valiente Diego García de Paredes, cuyas hazañas fueron bien
conocidas por el mundo, á quien imitó este su hijo en cuantas ocasiones de refriegas se le
ofrecieron. Este, pues, con la más gente que pudieron juntar los de la ciudad, que serian
hasta ochenta, y buena copia de indios yanaconas y caballos, tomó la vuelta de estas pro-
vincias de los Cuicas, y entrándose por ellas las atravesó siempre al Poniente, y sm suce-
derle alboroto con los naturales, por ser gente pacífica y de buena masa, buscando sitio
acomodado para poblar una ciudad de que llevaba comisión, llegó á una población grande,
llamada Escuque, puesta en un lugar alto á las vertientes del rio Motatan, que tiene su na-
cimiento al Norte, en las cumbres de los páramos de la ciudad de Mérida, que hoy llaman
los páramos de Serrada, y pasando por el valle que dicen de Corpus Cristi, que es la Pro-
vincia de los Tomotes, vacía sus abundantes aguas en la laguna de Maracaibo, cerca del
Puerto de las Barbacoas.
Pareciéudole á propósito al García de Paredes el sitio para poblar la ciudad que
pretendía, haciendo las ceremonias que se acostumbran en esto, la pobló el mismo año de
mil y quinientos y cincuenta y seis, llamándole la ciudad de Trujillo, y habiéndole nom-
brado Justicia y Regimiento, y repartido para encomienda á los vecinos los naturales de los
pueblos circunvecinos á la nueva ciudad, y dado asiento á las demás cosas de su gobierno,
tomó la vuelta del Tocuyo á dar cuenta al Cabildo de lo que dejaba hecho : avisando en
esta ausencia de García de Paredes algunos mozuelos de los que quedaban en la nueva po-
blación, de la pacífica condición y trato de los indios j no poniendo freno á sus ruines y
juveniles indignaciones, comenzaron á desmandarse haciéndoles algunas fuerzas y robos,
tomándoles las sartas de cuentas é hilo de algodón, que era todo su caudal, y aprovechán-
dose de sus mujeres é hijas tan desvergonzadamente, que no se recataban de poner en eje-
cución sus torpes deseos dentro de las mismas casas de sos padres y maridos, y aun á su
vista, con que los irritaban de manera que no pudiendo ya sufrir tantas sinrazones y mal-
dades, convirtiendo la mansedumbre en ira de bárbaros, tomaron las armas, y matando á
todos los que les habían agraviado, se determinaron que no quedase rastro en sus tierras de
la Nación española. Convocaron para esto toda la tierra, y juntos y numerables pusieron
cerco á la nueva ciudad, que estaba toda cercada de palenque: ya los de dentro en tanto
aprieto, por algunos dias, que si en ellos no les llegara á tiempo de socorro el mismo García
de Paredes, á quien ya habían avisado desde los principios de estas revoluciones, sin duda
salieran los indios con sus intentos, sin dejar español vivo de cuantos tenían cercados. Pero
el García de Paredes, por ser hombre tan valeroso, con algunos soldados que traia de re-
fresco, desbarató los indios y los puso en huida, aunque no en temor, pues era tanto el odio
que habian cobrado á los soldados, que sin reparar en los naturales que quedaban muertos
cada dia, no cesaban de venir á darles ordinarias guazabaras, en que también quedaron
muertos en veces ocho ó diez soldados con algunos indios y caballos, lo cual advirtiendo el
García de Paredes, y que no eran bastantes las muchas veces que los habia desbaratado con
muertes y heridas de tantos, y los muchos medios que habia tratado con ellos de paz, sa-
liéndoles á mil partidos y prometiéndoles comodidades, para que saliesen de la cólera y
brios con que estaban, tuvo por más acertado desamparar por entonces el pueblo, dejando
240
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
aquella pacificación para cuando pudiese entrar á ella más fuerza de gente, y dando la me-
jor traza (que todo fué menester para salir con vida de entre ellos) que se pudo, determi-
naron fuese de noche y muy al secreto, dejando en el pueblo grandes lumbres encendidas,
por desvelar con esto á los indios que estaban á la mira de todo lo que pasaba. Quedó con
esto desamparada del todo aquella nueva ciudad de Trujillo, y mucha cantidad de ganados
mayores y menores que habían llevado los españoles para su sustento y crianzas, tomando
todos la vuelta de la ciudad del Tocuyo, donde entraron ya entrado el año de mil y qui-
nientos y cincuenta y siete.
La gente de estas provincias de los Cuicas es toda bien dispuesta y de buen parecer,
en especial las mujeres; andan del todo desnudos, fuera de las partes de la honestidad, que
traen ellos á medio tapar, con una punta de calabaza, y ellas con un bayo, que es de algo-
don tejido de colores, de una mano de ancho. Tienen en bohíos particulares, dedicados
solo para esto, al modo de templos, algunas figuras mal formadas de hilo de algodón, tierra
cocida y palos (que comunmente llaman los españoles tunjos) á quien ofrecen ovillejos de
hilo del mismo algodón, sartillas de quitero, que son cuentas de muchos colores de piedras;
y huesos teñidos, en especial de piedras verdes, que dicen algunos son tan buenas para do-
lor de ijada, como las de Santa Marta. También ofrecen algunas mantas pequeñuelas de
J algodón, de una tercia en cuadro, sal y granos de cacao; sacrifican venados en estos templos,
quemando la carne y colgando las cabezas en las paredes, de que hallan tanta cantidad los
españoles en algunas partes, que cubrían las paredes de los templos de alto á bajo. Hay
muchos jeques y hechiceros que hablan con el diablo, á quienes les manda le ofrezcan que-
mado en braserillos de tierra las grasas del cacao; para lo cual lo muelen y cuecen (que los
españoles llaman chorote) y dejándole enfriar se cuaja encima la manteca, muy blanca, la
cual cogen y le ofrecen como se lo mandan, por ser la cosa mejor que tienen los indios.
Enviando un dia un estanciero español, que estaba en uno de estos valles, á llamar con un
indio á otro, le dio al mensajero (para que entendieran era cierto lo enviaba á llamar) un
pedacito de una hoja de Misal viejo, puesta en un pedazo de caña hendida; fuese el indio
aquella noche con la caña al santuario (que acertó á ser Mohán) á esperar al demonio, que
estaba concertado habia de venir á hablarle, y poniendo la caña con el pedazo de la hoja
metida en un agujero de la pared, á la parte de fuera del bohío, entró dentro y estuvo
aguardando hasta la hora que habia de entrar el demonio, el cual comenzó á la hora seña-
lada á hablar al Mohán desde afuera del bohío, y diciéndole el indio que por qué no entra-
ba como solia, le respondió que estaba enojado con él porque tenia á la puerta á su enemigo;
y preguntando quién era, porque él no sabia que hubiese nadie en ella, respondió el demo-
nio que aquel papel que le habia dado el español; con que se fué y no quiso más hablar al
indio; el cual haciendo á la mañana su embajada, cuando volvió al español con el mismo
papel, le contó lo que habia pasado, y mirándolo con cuidado, vieron que estaba escrito en
él un pedazo del Evangelio de San Juan: In principio erat Verbum &c.
Esta gran provincia en que entró García de Paredes y corre Norte Sur, desde las
cumbres de los páramos de Serrada, casi treinta leguas para la ciudad de Coro, se divide en
dos parcialidades: unos se llaman Timotes, que comienzan desde los páramos diohos y cogen
la mitad de esta distancia; y la otra CUÍCOS, como hemos dicho; aquéllos son gente más be-
licosa, indómita, desabrida y guerrera; sirven á los vecinos de la ciudad de Mérida, por
haber sido conquistada de sus vecinos, como luego diremos, y por la misma razón ponen
términos por aquella parte del Norte á los de la Real Audiencia de Santafé, desde donde
comienzan los de Santo Domingo por una línea recta, que corre Leste Oeste, hasta los
términos de Santa Marta, por la parte del Poniente y por la del Oriente; hasta ahora no
tiene términos la una ni la otra Audiencia, por estar aquello aún sin conquistar desde el
rio Orinoco é isla de la Trinidad para adelante hasta el Brasil y„rio de la Plata. Los Cuícos,
como hemos dicho, es gente de mejor masa, más pacíficos y domésticos, pero todos en co-
mún gente muy suelta y para mucho trabajo. Pelean generalmente con lanzas, dardos y
macanas. Desde que comenzaron á pisar los españoles las tierras de los unos y los otros,
trazaron para su defensa de hacer un modo de fortalezas cercadas de palenque, en las más
ásperas y encrespadas cuchillas que hallaban, que por ser tierra tan doblada tenían bien en
que escoger. Cortábanlas por una parte y otra, atajando el paso para las entradas, que no
lo hubiera más que por una puente levadiza; peinaban los lados, si de suyo no lo estaban,
haciéndolas con esto por todas partes inaccesibles; aquí se recogían en sabiendo estaban los
españoles en sus tierras, que fué causa de acrecentar los trabajos á los que las conquistaron.
(CAP. XXIV).
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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Viven en parcialidades, sin reconocer Rey ni superior, cuando mucho a un principalejo que
los gobierna en sus guerras.
CAPÍTULO XXIV.
I. Viene al Tocuyo Gutierre de la Peña con el gobierno y señala para reedificar á Trujillo al Capitán
Francisco Ruiz, que fué luego al efecto—II. Dánse vista en el valle de Bocono él y el Capitán
Juan Maldonado, que bajó de las Provincias de Mérida—III. Vuélvese á reedificar la ciudad de
Trujillo con nombre de Miravel, y el Capitán Maldonado á la ciudad de Mérida.
CUANDO Diego García de Paredes llegó á la ciudad del Tocuyo con su gente dejando
despoblada la de Trujillo, halló recien llegado á ella (que habia venido, de la de Santo
Domingo) al Capitán Gutierre de la Peña con el gobierno de aquella Provincia por muerte
del Licenciado Villacinda; y no estando aún digeridas unas acedías de enemistades que te-
nían de algunos tiempos atrás el Paredes y el Gutierre de la Peña, queriendo tratar por
recien entrado en el gobierno, entre las demás cosas, que se volviera á reedificar la ciudad
de Trujillo, no le pareció al Gobernador volviese á la facción el García de Paredes, y así se
la dio á un Capitán Francisco Ruiz, vecino de la misma ciudad del Tocuyo; el cual juntan-
do hasta cincuenta soldados, algunos de ellos de los que habian sido ya vecinos en la po-
blación de Trujillo, tomó la vuelta de las mismas provincias, y entrándose por ellas al
principio de las de los Cuícos, al poniente de un valle, dicho de Tostos ó de Bocono (porque
estos dos nombres tuvo), se rancheó con su gente para que se reformara y los caballos, y
aun reforzaron sus armas é hicieron otros sayos ó escaulpiles de nuevo, por haber entendido
se estaban todavía avispados los indios de la nueva población, y con los mismos bríos y
aun mayores por la victoria que presumían haber tenido, en haber hecho despoblar la ciu-
dad de Trujillo y que saliesen los españoles de su tierra, teniendo intentos de no dejarles
volver á reedificar en ella.
En este mismo tiempo, que era ya el año de mil y quinientos y cincuenta y nueve,
habiendo salido de la ciudad de Mérida (poblada en aquel mismo año, en el modo que dire-
mos en la segunda parte) el Capitán Juan Maldonado, vecino de la ciudad de Pamplona,
en este Nuevo Reino, con hasta cincuenta soldados á descubrir las mismas provincias de
Timotes y Cuicas, y habiéndose rancheado en cierta parte de un valle con toda su gente, á
lo último de las provincias de los Timotes, dejando en el sitio los demás, con hasta veinte
soldados salió por su persona á dar vista por una parte y otra y descubrir las tierras de más
delante al Norte; y andando así de unas-en otras, vino á dar á este mismo valle de Bocono,
á quien llamó Tostos por cierta población que halló á las entradas de él con este nombre; y
como inopinadamente descubriese desde lejos los ranchos y gente del Francisco Ruiz, que
estaban á la otra parte del valle y encontrase luego á pocos pasos dos soldados de la com-
pañía del Ruiz que andaban monteando, informándose qué gente era y de dónde habian
salido, envió á decir con ellos á su Capitán que alzase rancho de allí y buscase otra tierra
donde poblar, pues aquella él la tenia ya por de su conquista. Despedidos con esta embajada
los dos soldados, no le pareció al Juan Maldonado dejar de hacer algunas prevenciones para
lo que pudiera suceder, teniendo por cierto no dejaría de alterarse el Francisco Ruiz con lo
que le envió á decir; y así se recogió con sus veinte compañeros en un sitio acomodado para
poder resistir y defenderse si intentasen los contrarios quererle ofender. No se alteró mucho
el Francisco Ruiz de la embajada, á que envió en respuesta, con otros dos soldados, lo mismo
que le habia enviado á. decir, con que se vinieron á picar el uno y otro Capitán, de suerte
que por mensajeros vinieron á desafiarse con palabras mayores; si bien todo esto mirado
con mejor acuerdo, no vino á tener efecto; pero túvolo el enviar luego el Francisco Ruiz
alguna de su gente aquella noche al sitio de Escuque, donde habia estado poblada la ciudad
de Trujillo, con intentos de volverla á reedificar allí (si bien hasta entonces no los habia
tenido) por los repiques que habia habido entre los dos. Aquella misma noche el Capitán
Maldonado, por lo que podia suceder, tomó la vuelta de su Real y se juntó con la demás
gente que habia dejado rancheada de su compañía.
Dos dias se estuvo sin moverse de sus ranchos de Bocono el Capitán Francisco Ruiz,
después de los cuales siguió á sus soldados, que habia enviado al sitio de Escuque, donde
los halló rancheados en algunos bohíos que se estaban todavía sanos de la ciudad de Tru-
jillo, que no habian querido quemar los indios, por ventura para servirse de ellos, donde
32
242
FRAY PEDRO SIMON.
(5.a NOTICIA.)
comenzó luego á reedificar la ciudad, llamándola la ciudad de Mirabel, por no conformarse
con la primera edificación. Nombróle Alcaldes y Regimiento con los demás oficiales de Ca-
bildo, y repartió los indios de la comarca con mueba diferencia de como antes babian esta-
do repartidos en los vecinos. Volvieron aquí (habiendo salido el Capitán Maldonado de la
población) á renovarse los repiques entre los dos Capitanes, que terciando de buena algunos
de los más cuerdos soldados de la una y otra parte, vinieron á parar en que el Capitán Mal-
donado se volvió con toda su gente á la ciudad de Mérida, dejándole por términos de su con-
quista las tierras de los Timotes, y ya medio pacíficos, y el Francisco Ruiz se quedó en su
pueblo nuevo de Mirabel, tomando por términos de él el que tenían en sus provincias los
indios Cuicas. De aquí tuvo principios la división de los términos de las dos Audiencias de
Santafé á la parte del Sur, y de la ciudad de Santo Domingo á la del Norte (como dejamos
tocado), si bien hoy no está acabada de determinar cierta diferencia que se levantó los años
pasados, acerca de la jurisdicción por aquí de ambas Audiencias sobre” cierto bosque de
cacao que se halló arrimado á la laguna de Maracaibo, en el ancón de Maruma, si cae en
términos comunes de las dos, ó á cuál de ellas pertenezca.
CAPÍTULO XXV.
I. Da nueva comisión el Gobernador Gutierre de la Peña para que pueble otra vez en las minas de
Nirva, y envía gente á las provincias de Caracas—II. Viene por Gobernador de Venezuela el Li-
cenciado Pablo Collado—III. Sale García de Paredes con nuevos poderes del Gobernador Pablo
Collado, y á reedificar la ciudad de Trujillo—IV. Múdase el pueblo de Trujillo al valle Bocono.
LO mismo que dijimos le habia sucedido al Capitán Diego García de Paredes (cuando
volvió al Tocuyo de su nueva ciudad de Trujillo despoblada), le sucedió al caudillo
Diego Romero cuando volvió á la de Bariquisimeto del Real de las minas de Nirva, donde
dejó su gente rancheada, y tomó la vuelta de la ciudad, pues halló también en ella al mismo
Gutierre de la Peña, recien venido de Santo Domingo con su gobierno, y habiéndole dado
relación de lo que habia hecho en la Provincia, se volvió á dar nueva comisión para que
volviese á poblar en la parte más acomodada que le pareciese. Tomó la vuelta con esto el
Diego Romero de las minas de San Pedro, á donde llegó y halló la gente que habia dejado
alojada en ellas, sin haberles sucedido desgracias, aunque las habían ocasionado los indios
rebelados. Iban ya entrando aprisa, cuando llegaron á este puesto las aguas del invierno, con
que se atajaron los pasos de andar caminando de una parte á otra, trastornando sierras, va-
lles y sitios para hallar uno á propósito para la población; y así la hizo en el mismo aloja-
miento y ranchería de las minas de San Pedro, llamándole la villa Rica, por habérselo man-
dado así el Gobernador y que no se saliese del sitio en todo aquel invierno, porque no
sucediera á la nueva población lo que en la ocasión pasada, que en este tiempo de aguas
vinieran á dar sobre ellas los indios rebelados, como lo hizo con puntualidad. Este Capitán
Gutierre de la Peña, en el poco tiempo que le duró su gobierno, con los soldados que pudo
juntar en los pueblos de él, dio principio á las conquistas y poblaciones de las provincias
de Caracas, enviando por Capitanes de la gente á dos soldados mestizos, llamados los Fa-
jardos, hijos de una india, señora de las más principales de aquellas Provincias, y de un
Juan Fajardo, vecino del Tocuyo.
Estando (como se le habia ordenado) el Capitán Romero en esta su nueva población,
llegó á las ciudades del Tocuyo y Bariquisimeto el Licenciado Pablo Collado, proveído por
el Rey en Gobernador de Venezuela por muerte de Villacinda; el cual, informado del esta-
do en que estaban las minas de Nirva y nueva población (por algunas incomodidades que
habia en el sitio), mandó al Capitán Romero la mudase á donde le pareciese y que en me-
moria suya (que según parece solo por esto mandó hacer la transmigración) le llamasen
Nirva del Collado. Por no ser esto muy dificultoso y complacer al Gs^ernador, pasóse Ro-
mero con su villa al rio de Nirva, donde Diego de Parada la habia poblado segunda vez,
aunque en un sitio más allegado al camino que pasa desde Bariquisimeto á la nueva Valen-
cia y Provincias de Caracas. Allí estuvo tres ó cuatro años, después de los cuales (por la
pobreza y miseria de la tierra, que no tenia esclavos de minas y por la inquietud con que
estaban con las rebeliones de los naturales, que no acababan de quietarse, ni hoy lo está,
como hemos dicho) la tornaron á desamparar del todo; y después, en tiempo que gobernaba
la segunda vez estas provincias el Licenciado Bernárdez, se volvió á reedificar por algún
(CAr. XXV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
248
tiempo, hasta que le dieron tanta prisa los mismos indios Nirvas, que la desampararon del
todo como hoy lo está.
Quieto estaba en su’nueva ciudad de Mirabel Francisco Ruiz, cuando llegó también á
la ciudad del Tocuyo el nuevo Gobernador Pablo Collado, el mismo año de mil y quinientos
y cincuenta y nueve, y habiéndole informado el Diego García de Paredes, que estaba en la mis-
ma ciudad del Tocuyo, del agravio que se lo habia hecho en quitarle la jornada de las provin-
cias de los Cuicas, en que él habia comenzado á trabajar y fundar, como hemos dicho, revocan-
do el Gobernador la conducta y poderes que tenia de su antecesor el Francisco Ruiz, los dio
de nuevo al Diego García para que volviese á la misma provincia, y tomando en sí los espa-
ñoles que tenia el Francisco Ruiz en la ciudad de Mirabel, reedificase de nuevo donde le
pareciese su nueva ciudad de Trujillo, haciendo nueva elección de Justicia y Regimiento y
nuevas encomiendas en los vecinos de los pueblos de los naturales. Salió luego que recibió
los recados al efecto el García de Paredes, por ser lo que tanto deseaba, y llegando á la
nueva ciudad, y presentada la comisión, que fué admitida sin ruido, puso en ejecución toda
la instrucción que llevaba, enviando á la ciudad del Tocuyo á Francisco Ruiz, y poniéndole
él á la suya el nombre que le habia puesto primero de Trujillo, con no sé qué adjetivo, á
contemplación del Pablo Collado, como dijimos habia hecho en la de Nirva, si bien éste
luego se perdió, y quedó con solo el nombre de Trujillo.
Permanecieron todos en este sitio con el García de Paredes el tiempo que bastó para
tomar experiencia de las incomodidades que habia en él para la salud, á causa de las gran-
des y ordinarias aguas y humedades con muchos truenos y rayos ; con que determinaron
pedir licencia al Gobernador para mejorarse en sitio, oomo lo hicieron pasando el pueblo á
la cabeza de un ancho valle de sabana limpia, en las playas del rio de Bocono y de Tostos,
como dijimos, pareciéndoles ser más apacible el sitio y estar más en medio de los naturales,
y con eso más acomodado para servirse de ellos ; comenzaron luego desde aquí á acabar de
confirmar en su paz y amistad á los que la tenían muy asentada y conquistar y pacificar á
los demás, que hasta allí no habían dado muestras de ninguna. En este sitio y ocupaciones
estaban cuando llegó huyendo de este Nuevo Reino (á que le amparase Diego García de
Paredes) el Capitán Juan Rodríguez Suárez, vecino de la ciudad de Pamplona, en el mismo
Reino, y primer poblador de la de Mérida, por causas que le acumularon, comunes á todos
los descubridores y conquistadores, sino que tuvo desgracia en tener émulos que las ponde-
rasen, más en él que en otros, como diremos en la segunda parte, tratando de la población
de la ciudad de Mérida.
SEXTA NOTICIA HISTOKIAL
DE LAS
CONQUISTAS DE TIERRAFIRME
CAPÍTULO 1.
I. Dase cuenta en suma de las facciones que hizo Pedro de TJrsua antes de entrar en el Perú, y de
cómo entró en él.—II. Dan noticia en el Perú ciertos indios brasiles de Provincias muy ricas que
habia en las comarcas del rio Marafíon.—III. Determina el Marqués de Cañete haga Pedro de Ur-
sua una entrada en demanda de estas Provincias, y despáchale recados para ello.—IV. Levántanse
en el Perú varias opiniones acerca de la jornada.
POR nuestros pasos contados hemos llegado ya con la Historia á los tiempos en que
sucedieron las tiranías de Lope de Aguirre, y siendo tan propio de ella el contarlas, por
haber tenido éstas en el rio Marañon sus principios, y en el pueblo de Bariquisuneto sus
fines (todo tan dentro de los términos de la Historia, como hemos visto) no podremos excu-
sar el dar larga relación de todo lo que este tirano hizo, y le sucedió, que tomándolo desde
sus primeros ¡)asos, fué así.
Después de haber entrado el Capitán Pedro de Ursua (natural del Reino de Navarra,
de uu pueblo llamado Ursua, cerca de la celeste ciudad de Pamplona) en la ciudad de San-
tafé, del Nuevo Reino de Granada, con su tio el Licenciado Miguel Diez de Armendariz,
primer Juez de residencia, que entró en ella después de descubierto el Reino, y poblada la
ciudad desde donde el Pedro de Ursua bajó á poblar la de Pamplona, en el mismo Reino,
y de haber entrado en las conquistas de los indios muzos, y poblado en ellos la ciudad de
Tudela, y después de haber bajado á Santa Marta y haber hecho en ellas facciones muy
dignas de.su hidalga sangre, y haber vuelto de allí otra vez á la de Santafé á dar cuenta
de lo que hizo, bajó por el rio grande á la de Cartagena, con intento de subirse desde allí al
Perú por Panamá, y poniéndolo en ejecución hasta llegar á esta ciudad, en tiempo que
estaba algo afligida con las infestaciones que cada dia recibía de unas cuadrillas de negros
cimarrones que andaban en el monte, se dispusieron las cosas en ella de manera que ha-
biendo llegado mucho antes la fama de sus brios y buena cuenta que habia dado, de cuantas
conquistas se habia encargado, que se le encargó también la de la pacificación y castigo de
aquellos negros alzados, y habiendo salido tan lucidamente de ella como de laá demás, de
que hablaremos en la segunda parte, tomó la vuelta del Perú (que no debiera) buscando más
gruesa ventura y hacienda que la que hasta allí habia adquirido, á donde llegó ya a la
ciudad de Lima, el año de mil y quinientos y cincuenta y ocho, siendo Virey de aquella
ciudad (digno de eterna memoria) Don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de
Cañete.
Corrían en estos tiempos en aquella ciudad de Lima (y comunmente en todas las
Provincias del Perú) unas valientes noticias, que habían dado de’unas ricas Provincias
ciertos indios Brasiles, que viniendo huyendo, como ellos decían, de sus tierras, que eran las
costas del Brasil, de donde salieron en conformidad más de dos mil indios, con propósito
de ir á poblar otras Provincias que más les agradasen, por no caber ya en las suyas, respecto
de la mucha gente, si bien algunos son de parecer que más hicieron estos indios esta jorna-
da por hartarse de carne humana en otras partes; vinieron á dar después de diez años que
caminaron, trayendo en su compañía dos españoles portugueses, parte por el rio Marañon, y
parte por tierra, atravesando diversas provincias, á la de los Motilones, en el Perú, á donde
(CAP. I.)
NOTICIAS niSTORIAESL Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME,
245
llegaron por un famoso rio que sale de ella y entra en el Marañon. Daban las noticias, muy-
en especial de la Provincia de los Omeguas, que como ya dejamos tocado, piensan algunos que
era la misma que halló Felipe de Utre, con nombre de Omeguas, de quien también la habia
dado, como dejamos dicho, el Capitán Francisco de Orellana, cuando bajó por este rio Mara-
ñon, desgaritado de la jornada que hizo con Gonzalo Pizarro á las Provincias de la Canela.
En éstas de quien daban estos indios las nuevas, fingió luego la fama en el Perú estaba el
hombre Dorado, y si no era con esta consideración de hombre Dorado, era con solo aquel
nombre campanudo que habia volado por aquellas tierras, desde que tuvo el principio en la
ciudad de Quito, que dejamos dicho, con que se alteraron los ánimos de tanta gente vaga-
bunda, como siempre andaba en el Perú, para ir en demanda de estas noticias, de manera
que ya traia al Virey con cuidadosos desvelos el buscar modo con qué aplacar aquello ó
dar salida conveniente á tanta gente como lo pretendía para ir en su demanda.
Habiendo sabido (y aun experimentado) ya el talento del Pedro de Ursua, le pa-
reció al Marqués habia hallado hombre á propósito á quien encomendar la jornada que
pretendía se hiciese para este descubrimiento, con que también se le pagaran algunos de
los servicios (porque en realidad hasta allí aun no lo estaban) que habia hecho en servicio
de su Majestad, en especial en la pacificación de los negros, y vueltas de eso se sangrarían
las Provincias del Perú de tanta y tan corrompida sangre de gente ociosa, como dijimos á
la sazón tenían, con que le amenazaban y se podían temer otros alzamientos, como los que
hasta allí habían puesto en peligro aquel tan pingüe y famoso Reino ; cosa en que siempre
debe tener puesta la mira el que lo gobierna, si quiere excusar los lastimosos sucesos que
hasta aquí hemos visto. Determinando el Virey de encargar esta tan famosa jornada al
Pedro de Ursua, le despachó largas Provisiones y títulos de Gobernador de las Provincias
que fuera descubriendo y conquistando ; con poderes de elegir oficios y oficiales, premiar los
conquistadores que le acompañasen, según los trabajos y servicios de cada uno ; encomen-
dándoles los indios conquistados y para poblar las villas y ciudades de españoles que le
pareciese convenir para la dilatación de la fé y Corona del Eey, en cuyo nombre le pro-
metía, después de haber fundado, algunos honrados títulos, como los Reyes lo han siempre
acostumbrado khacer con los que han descubierto y poblado estas Provincias, que con todas
estas esperanzas estaban de las que intentaban descubrir.
No fué perezosa la fama en llevar luego la determinación de esta jornada por todos
los pueblos de las Provincias del Perú, con que se fué luego alterando gente de toda broza
para seguirla, y aun levantándose opiniones diversas, no solo entre gente de vulgo,
sino aun entre lo más granado y principal, desdorando con malicias que arrojaban en corro
en las conversaciones, la sana intención con que el Marqués se movia á hacerla y el Pedro
de Ursua á admitirla, pretendiendo unos con esto atajarla por sus particulares fines, y otros
por sola malicia que tenían por oficio, como gente ociosa, á deslustrar buenos deseos. De-
cían que no era ocasión aquélla en que el Virey emprendiera una cosa tan grandiosa, y
que era imposible verle los fines que deseaba (cuando fuesen muy buenos) en su tiempo,
pues ya habia nueva de que estaba proveído en sucesor suyo D. Diego de Acevedo (de que
según decia estaba algo sentido el Marqués, teniendo por agravio que le hacia su Majestad,
el quitarle antes de tiempo aquella plaza) y que si esta provision era así, no podia dejar’
de serle de grande inconveniente en su residencia el haber sacado de la casa Real buena
suma de oro para ayuda á los gastos de la jornada, con esperanzas de sacar de ella para
satisfacerlo, y mucho más. A estas cosas anadian sin fundamento otras, que aunque no las
unas ni las otras lo tenían, bastaron para que viniendo á oidos del Virey, se entibiara
algo el calor con que habia comenzado á dar favor á la jornada y ayudas de costa al Pedro
de Ursua. Duró este resfrio (con que ya también lo estaban los que habían tomado la jor-
nada con algunos brios) hasta que vino nueva que don Diego de Acevedo habia muerto
en Sevilla, con que tornó el Marqués á fomentar la salida, y todos los demás á alentarse y
animar al Pedro de Ursua, en quien ya también habían entrado algunas desganas de tomar
la empresa á su cargo, por los muchos inconvenientes, demás de los dichos, que no solo sus
pocos aficionados, sino aun sus muy amigos, le representaban habían de seguirse de ella,
que parece eran todos unos presagios del miserable fin que ella tuvo, como veremos.
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FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.;
CAPÍTULO II.
I. Toma á su cargo Pedro de Ursua la fábrica de los bergantines para la jornada, y hace su Te-
niente general á Pedro Ramiro.—II. Sale Pedro de Ursua de Lima con su gente, y llega al
pueblo de Moyobamba.—III. Habiéndole prometido el Cura de este pueblo prestar dos mil pesos,
dase traza cómo cobrarlos.—IV. Despacha Ursua parte de su gente desde los Motilones á otras
Provincias donde se sustenten.
MIENTRAS se despacharon desde la ciudad de Lima (ya entrado el año de 1559)
Capitanes para hacer leva de gente para la jornada en algunos pueblos Chácaras y
otras partes convecinas á la ciudad, para que después de junta no se detuviera (que suele
ser de inconveniente) por falta de embarcación para los rios por donde habiau de entrar,
tomó el Pedro de Ursua (como cosa de más importancia, para dar principio á todo) el dis-
poner cómo se hiciesen los barcos, y así buscando con toda diligencia carpinteros de ribera,
que son más á propósito para esto, calafates y otros oficiales de hacer navios, que por todos
se juntaron veinte y cinco con otros doce negros carpinteros que entendían también
de esto, y habiéndose hecho toda la clavazón y herramientas y lo demás necesario á la fá-
brica de los barcos, tomó la vuelta de la Provincia de los Motilones, por donde, como diji-
mos, habían salido los Brasiles que habían dado las noticias, y se habia de dar principio
á la demanda de ellas. Estaba en esta Provincia un pueblo de españoles, llamado Santa
Cruz de Capocoba, recien poblado por un Capitán llamado Pedro Ramiro, que á la sazón
estaba en él gobernándolo por el Rey y sustentando la población. Llegó aquí Pedro de
Ursua con toda su gente, oficiales de los barcos, y habiéndose informado de un sitio á pro-
pósito á las márgenes de un rio donde se pudieran hacer con comodidad de buenas ma-
deras, salió del pueblo y caminando el rio abajo hasta veinte leguas, halló el sitio como lo
deseaba, y habiendo dado orden á los oficiales, cuyo maestro mayor era un Juan Corzo, del
número de los bergantines que habia de hacer y su tamaño, y nombrando por su Teniente
general al Pedro Ramiro, principalmente para que tuviese cuidado de dar priesa á la fá-
brica de los barcos, y que fuese recogiendo la gente y soldados que fuesen llegando al pue-
blo de Santa Cruz, tomó la vuelta de la ciudad de Lima, para ir desde allí enviando la
gente y soldados que los Capitanes hubiesen juntado.
El caudal de Pedro de Ursua era tan poco (con haber sido tantas las jornadas y
ocasiones que habia tenido para que fuese bien crecido), que con haberle ayudado el Virey
y con algún oro prestado de la Real caja, y haber sacado alguno de otros arbitrios que se le
dieron, no fué bastante á la costa de tan gran máquina como se movia para la jornada, con
que se retardó casi un año en disponerse de todo punto; y sin duda durara esto más tiem-
po ó no tuviera efecto, si muchos vecinos sus aficionados y otras personas que se prometían
intereses de ella, no le socorrieran con dineros para proveer necesidades de soldados, repa-
rarse de pólvora, cuerda, arcabuces, caballos y otras armas y municiones ; ganados, mata-
lotajes y otras cosas que no se podían excusar. Al fin, después de tan largo tiempo, dis-
puesto todo lo mejor que se pudo, y habiendo enviado Pedro de Ursua la más de la gente
delante, partió de la ciudad de los Reyes como en retaguardia de todos, para reparar que
no se le volviesen algunos que ya estaban desganados de seguirlo. Llegó á un pueblo de
españoles llamado Moyobamba, que estaba en el camino, donde hacia oficio de Cura un clé-
rigo que se decia Pedro de Portillo, que á costa de su estómago habia juntado hasta cinco ó
seis mil pesos que tenia en oro. El cual viendo las valientes noticias que llevaba el Pedro
de Ursua y la gente tan lucida que le acompañaba, codicioso de acrecentar su caudal y aun
por ventura su dignidad con algún Obispado en la nueva tierra que se descubriese, trató
con el General Ursua que le hiciese su Cura y Vicario de aquella jornada, y que demás de
ir administrando estos oficios, en ella le prestaría hasta dos mil pesos con que se pudiese
acabar de aliviar. Vio el Ursua los cielos abiertos, como dicen, con el préstamo, y no re-
parando en prometer él lo demás, aceptó la manda de los dos mil, en cuya virtud fué luego
empeñándose en cosas que no lo hiciera sin esta confianza.
Comenzó luego el clérigo á tener poca de la jornada, y por locura lo que quería ha-
cer en seguirla y más en haber prometido los dos mil : y arrepentido de lo dicho y mudado
propósito, comenzó á dar excusas con que salirse afuera de todo. Estas no le estaban bien
al Ursua admitir, pues.por la palabra que le habia dado se habia alargado á empeñar en
(CAP. III.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRRAFIME.
247
cosas que no podía pagar si no se la cumplía y daba los dos mil pesos, con que se veia apre-
tado para pagar el empeño de dar trazas el Pedro de Ursua como apretar al clérigo á que
cumpliese lo prometido. Hallábanse á la sazón en el mismo pueblo de Moyobamba, entre
los demás soldados de la jornada, un don Juan de Vargas, que después fué Teniente del
Ursua, don Fernando de Guzman, Juan Alonso de la Bandera, Pedro Alonso Casco y Pe-
dro de Miranda Mulato, toda gente matante y de arriscadas conciencias, con quien comu-
nicó el Ursua la aflicción con que andaba y deseo que tenia de que se diese traza cómo el
clérigo exhibiese los dos mil. No fué dificultoso, entrando en ella un poco de violencia, el
trazarla entre los cinco ó seis ; y fué que fingiesen una noche que el don Juan de Vargas
(que á la sazón estaba retraído en la iglesia y con dos heridas) se estaba muriendo, y yendo
uno á llamar al padre Portillo con achaque de que le viniese á confesar, en saliendo de su
casa le echasen mano los demás en cierto puesto é hiciesen firmar un libramiento de los dos
mil pesos, que llevaría ya hecho, para un mercader que sabia le tenia guardado todo su
caudal. Como lo trazaron lo efectuaron luego, pues venido el clérigo á donde estaba el don
Juan de Vargas, que era un aposento de la iglesia, le pusieron los arcabuces á los pechos é
hicieron firmar el libramiento, que luego al punto se cobró, sin aguardar á la mañana f y
sin querer soltar al clérigo desde la iglesia, lo llevaron así como estaba ó de fuerza ó de
grado : viendo que ya le habían llevado sus dos mil al pueblo de Santa Cruz de Capocoba,
donde estaba ya la mayor parte de la armada junta, y donde le forzaron á dar con la misma
violencia los tres ó cuatro mil pesos que le quedaban, con que le hicieron al pobre clérigo
dar de golpe lo que poco á poco y á costa de abstinencias en mucho tiempo habia juntado.
Y no fuera tanto el mal si se concluyeran los suyos en esto, y no se le siguieran infinitas
inquietudes en la jornada. Pero todo lo pagaron con crueles muertes los que le hicieron la
fuerza, como diremos.
Ya estaba la mayor parte de la gente de la jornada en el pueblo de los,Motilones,
Santa Cruz, cuando llegó á él el Gobernador Pedro de Ursua (que ya llevaba este título
sin saber aún de dónde lo era), y aunque aquella Provincia era fértil y ayudó mucho al
sustento de la gente, por ser mucha, se iba ya dando fin á las comidas, con que le fué forzoso
al Gobernador enviar parte de ella á una Provincia llamada de los Tubalosos, no lejos de
aquélla, para que mientras llegaba el tiempo de la embarcación se sustentasen en ella algu-
nos dias, señalando por caudillos de la que hubiese de ir á dos principales y amigos suyos,
el uno llamado Francisco Díaz de Arles, muy su deudo y amigo muy del alma, por haber
andado siempre á su lado desde que salieron de Navarra, en cuantas facciones se habia ha-
llado el Ursua ; y el otro Diego de Frias, criado del Virey y su muy recomendado, que
llevaba cargo de Tesorero de la armada. Andaban estos dos escogidos contra el Corregidor
Pedro Ramiro, desde que el Ursua lo hizo su Teniente general (como dijimos), por preten-
der cada uno de los dos el mismo cargo, como lo dieron á entender tan á costa suya y del
Ramiro en esta ocasión, que el Gobernador, aunque estaba satisfecho de los dos caudillos y
soldados que enviaba para más asegurarse, y por ser vaqueano de aquellas tierras, conocido
y temido de los naturales de ellas, envió también al Pedro Ramiro hasta que los pusiese
en la Provincia donde iban, y confederase en buena amistad á los principales Caciques de
aquellos pueblos con los caudillos y soldados, con lo cual tomase luego la vuelta del pueblo
de Santa Cruz.
CAPITULO III.
I. Fué mucho el sentimiento que tuvieron los caudillos Arles y Frias de llevar consigo al Teniente
Pedro Ramiro, por lo cual determinan matarlo—II. Matan los dos caudillos al Teniente Ramiro—
III. Va el Gobernador Pedro de Ursua en persona á aprehender los delincuentes—IV. Envíalos
al pueblo de Santa Cruz, donde les hizo cortar las cabezas por el delito.
O fué como quiera el sentimiento que tuvieron los dos caudillos Arles y Frias en que
les hubiese nombrado por superintendente al Pedro Ramiro, por las acedías que
traían con él por lo dicho; y haciendo caso de honra que él los mandase, á pocas jornadas
de como salieron del pueblo, determinaron los dos volverse á él, y poniéndolo en efecto, le
dieron cantonada una noche, y habiendo caminado algunas leguas, les insistió el demonio
(que no debió de ser otro el autor), que seria mejor, dejando el camino que llevaban, tomar
otro, de matar al Teniente Pedro Ramiro. Conferian entre sí esto, y facilitábaselo el que se
lo habia inspirado, con la estrecha amistad que ambos tenían al Gobernador Ursua, en que
248
FRAY PEDRO SIMON.
(6.* NOTICIA).
podían confiar que los defendería ó disimularía con ellos cualquier maldad que cometiesen,
solo andaban vacilando en el modo, por estar ya persuadidos al hecho. En esta indetermi-
nación estaban cuando llegaron á ellos otros dos soldados que se habían también desgajado
de los que iban delante, también sus grandes amigos, que por ventura por haberlos echado
menos los volvian á buscar, el uno llamado Grijota y el otro Alonso Martin, á los cuales
habiéndoles preguntado la razón por qué habían dejado al Teniente, respondieron los dos
caudillos que el Ramiro los habia despedido y quedado con toda la gente con intentos de
alzarse con ella y entrarse en ciertas provincias de que tenia noticias, para poblar en ellas;
y que si gustaban de juntarse cou ellos, harían un muy gran servicio á su Majestad y al
Gobernador en aprehender al Ramiro y atajar los pasos á aquel alzamiento. No pudieron
los dos soldados dar alcance á los intentos de los dos caudillos por entonces, por habérselos
paliado con aquellas palabras que parece dabau alguna verdad aparente. Y así, dándoles
crédito y diciéndoles seguirían en todo, tomaron todos cuatro la vuelta de donde iba mar-
chando el Ramiro, con intentos de poner en ejecución su determinación en la primera oca-
sión que se les ofreciese.
A pocas leguas que anduvieron dieron vista al Pedro Ramiro en el paso de un rio
caudaloso, donde les fué forzoso (por no haber más de una pequeña canoa para pasarlo y no
ser posible hallarle vado), que fuese pasando toda la gente de servicio y soldados ¿primero
que él, lo cual estando mirando en asecho los cuatro que le iban en los alcances, viéndole
solo con un compañero que le habia quedado, por haber ya acabado de pasar la gente, apro-
vechándose de la ocasión salieron de donde estaban escondidos, y saludándolo con diferentes
palabras de los intentos, habiéndolo asegurado con ellas, se abrazaron de repente todos de él
y le quitaron las armas, y diciendo y haciendo mandó el Pedro de Frias á un esclavo suyo
que venia con él, le diese garrote, como lo hizo luego, y tras esto le cortó la cabeza. El
mozo que acompañaba al Ramiro, teniendo modo de escaparse, volvió con brevedad al pue-
blo de los Motilones y dio noticia del caso al Pedro de Ursua, que lo sintió notablemente.
Los cuatro, pareciéndoles quedaban victoriosos con aquella tan atroz maldad, en llegando
la canoa á la barranca que venia á pasar al Pedro Ramiro, entrándose en ella, pasaron á la
otra banda con la gente, á quien persuadieron haber hecho aquello con orden que tenían
del Gobernador Ursua, por haber sido informado que el Capitán Ramiro se quería alzar con
ellos, con que los sosegaron, y pretendiendo hacer lo mismo al Pedro, por si acaso le habia
informado el mozo compañero del Ramiro de otra suerte, le despacharon los matadores un
amigo suyo, con quien le enviaron á decir que el Capitán Pedro Ramiro quedaba preso por
su orden, por haber querido alzarse con la gente, y ellos como servidores de su Majestad y
de su Gobernador le habían hecho aprehender, hasta que su merced mandase lo que se ha-
bia de hacer en el caso, de cuya verdad, estando ya avisado el Gobernador por el mozo, no
dio al segundo mensajero crédito, si bien disimuló con él, sin hacer demostración de alte-
rarse por el embuste que le traia: No faltó quien, echando juicios sobre este suceso, se de-
terminase á decir que se habia efectuado por los dos caudillos para dar ocasión al Pedro do
Ursua á que se alzase con la gente, viendo el mal suceso que á los primeros pasos iba te-
niendo su jornada, y diese la vuelta al Perú, como los dos Arles y Frias habían dado gran-
des muestras en muchas ocasiones de desearlo.
El gran sentimiento que tuvo el Gobernador de este suceso, y los temores y sospe-
chas de que podían suceder otros peores, amotinándose los soldados contra los cuatro mata-
dores del Ramiro, no sosegaba, hasta que determinó partirse solo con cuatro ó seis criados,
y tomar la vuelta de donde éstos estaban, y se determinó ir sin ruido de gente y á solas,
pareciéndole se negociaría mejor por aquel camino, fiado de la mucha confianza que tenia
de los dos caudillos, por su mucha amistad, como dijimos, y también porque si le veían ir
de mano armada á prenderlos (temiéndose del castigo y pena que merecía su culpa) por ven-
tura se alborotarían, y anteponiendo sus vidas á la amistad, podrían suceder otros escán-
dalos y mayores daños que hasta allí ; y así solo con este nombre *Hel Rey, que con tan
justo título es amado de los buenos y de los malos temido, llegó á donde estaba la gente y
los matadores tan inopinadamente, que no tuvieron estos cuatro lugar de alterar á los demás
para contra el Gobernador, que nunca pensaron fuera á ellos en persona ; y así solo procu-
raron los cuatro poner en cobro las suyas, escapándose como pudieron de la presencia del
Gobernador, tanto (por ventura) por vergüenza de no parecer ante él con tan grave delito,
como por huir de la pena. No hizo alborotos de esto el Ursua, por parecerle no era ese ‘el
camino de haberlos á las manos, antes quedando con mucho sosiego, sin ninguna muestra de
(CAP. IV.)
KOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRA FIRME.
249
alteración, les envió á decir no ser justo que unos hombres de sus calidades y prendas se
hiciesen culpados con la fuga en un caso como aquél, en que notoriamente se habían mos-
trado muy serviciales de su Majestad ; y quo caso que fuera otra cosa, bien sabían en las
obligaciones que les estaba de servirles y favarecerles en todo, y que era mejor pareciesen,
para que los librase, que caer en manos de otro Juez que los castigase.
Fueron bastantes estas y otras razones y buenos comedimientos, á poner confianza
en los dos caudillos de buenos sucesos en su negocio, con la cual determinaron venir á donde
estaba el Pedro de Ursua, que para más asegurarlos los despachó luego al pueblo de Santa
Cruz, donde les prometía se daria el mejor orden que se pudiese para librarlos. Partió tras
ellos el Gobernador, después de haber puesto orden y caudillo á la gente y soldados que
quedaban en las Provincias. Habiendo llegado pocos dias después de ellos al pueblo de Santa
Cruz, los hizo luego prender y asegurar con prisiones, y comenzando á hacerles la causa
con el asesor que traía en el ejército, y guardándoles todos los términos del derecho, aun-
que el crimen habia sido tan grave y notorio, conclusa la causa, los condenó á degollar, si
bien ellos, aun notificadas ya las sentencias, no acababan de creer iba aquello de veras, por
las blandas palabras que les habia habla’do y atraído hasta allí, y que solo habia hecho aque-
llo por cumplir con su oficio de Juez y hacerse temer á todos los de su ejército, pero que
sin duda les otorgaría la apelación para la Real Audiencia de Lima ; lo que también tu-
vieron por cierto muchos de los del pueblo y compañía, sabiendo la amistad y parentesco
que habia entre ellos y el Juez : pero el Gobernador, posponiendo estas dos cosas á la jus-
ticia que debia hacer sin aceptación de personas, aunque era su propia sangre, la quiso ha-
cer derramar para no dar ocasión de nota de hombre remiso, y por lo mucho que importaba
para el gobierno de tanta gente como llevaba á su cargo ; y así, pareciéndole ser muy ma-
yores estas obligaciones que las de amistad, mandó que pospuesta toda apelación, les corta-
sen públicamente las cabezas, como se hizo.
CAPÍTULO IV,
I. Quedan con recelos en el Perú de algún alzamiento en la jornada de Pedro de Ursua; escríbele sobre
ello un amigo suyo.—II. Despacha el Gobernador dos tropas de soldados á buscar comidas, y una
se alarga con treinta el rio abajo, más de doscientas leguas.—III. Fortifícase García de Arce con
sus soldados en la isla, donde se defendieron de los indios.—IV. Usan los españoles una terrible
crueldad con los naturales, que les vienen de paz.
O quedaron del todo seguros el Virey y Oidores ni aun toda la ciudad de Lima do la
jornada de Pedro de Ursua, luego que volvió las espaldas para comenzarla, por ver
iba en ella mucha gente facinerosa é inquieta de la que se habia hallado en los alzamientos
y rebeliones de Gonzalo Pizarro, Francisco Hernández Girón, don Sebastian de Castilla y
de los Contréras, y que el número de gente era crecido, pues llegaba á casi^ trescientos
hombres, con que si quisiera el Ursua revolver al Perú, no les pusiera en menores trabajos
que los que tuvo con los dichos, que por no ser de los términos de esta Historia y estar en
otras muchas escrito, no me estorbo en tratarlos. Acrecentándose iban estas sospechas cada
dia más, fomentadas de gente holgazana y mal intencionada, y que por ventura deseaban
esto, cuando los sacó de ella la nueva que les llegó de la justicia que habia hecho del Fran-
cisco de Arles y Frias, el Pedro de Ursua, con que no solo quedaron del todo quietos los
ánimos del Marqués y Oidores, pero aun loando el hecho y gobierno del General, se pro-
metieron grandes sucesos y dichosos fines de la jomada, si bien algunos supersticiosos echa-
ban juicio fundado en las muertes que se habían dado á los dos, que pues se habia comen-
zado el viaje en sangre, habia de parar en eso ; que aunque sucedió así, fué vanidad colegir
lo uno de lo otro. De todas estas ocasiones la tomó un Pedro de Linasco, vecino de las
Chachapoyas, grande amigo del Pedro de Ursua, y bien experimentado en jornadas y de
gran conocimiento de muchos de los que iban en ésta, y de las ocasiones que lo suelen ser de
alzamientos, para escribirle una carta en que le avisaba de las sospechas con que todos que-
daban en el Perú, de muchos de los soldados que llevaba, que pjr ser gente facinerosa y
bulliciosa le podrían ser de grandes inconvenientes, y aun por ventura causa de su muerte;
y en especial se podia sospechar esto de Lorenzo de Salduendo, Lope de Aguirre, Juan
Alonso de la Bandera, Cristóbal de Chávez, un don Martin y otros que también nombraba,
diciendo que por diez ó doce hombres más ó menos no habia de dejar de proseguir su jor-
33
250 FRAY PEDRO SIMÓN. (6.a NOTICIA.)
nada, y así le rogaba los echase de su compañía ; y que si la compasión de verlos pobres y
necesitados le era ocasión á no hacer esto, no reparase en ello, pues se los podia enviar á
él, que por su comodidad estaba dispuesto á sustentarlos, entre tanto que descubría la tierra
que iba buscando, y cuando le pareciese podría enviar por ellos y hacerles en ellas el bien
que gustase.
Y que así mismo le rogaba como amigo, por lo mucho que también esto le impor-
taba, no llevase consigo á doña Inés de Atienza (ésta era hija de un Blas de Atienza, vecino
de la ciudad de Trujillo, viuda de Pedro de Arcos, vecino de Piruta, uon quien se habia
revuelto el Pedro de Ursua, dicen que á título de casarse con ella, mujer gallarda y de
muy buen parecer), pues de más de ser uua cosa tan fea, y de tan mal ejemplo para todos
sus soldados, se le seguirían mayores daños de los que él pensaba, y que si se determinaba
á dejarla, él daria orden cómo ponerla en cobro, de suerte que no entendiese la doña Inés
que él habia sido el que habia mandado se quedase, ni aun sido consentidor de ello. No
hizo la impresión que debiera esta carta de amigo en el Gobernador, que aunque hombre
de despabilado entendimiento, de pocos años y no tanta experiencia como habia menester
para uua tan grande máquina como tenia á su cargo, no le tenían aún abierto camino para
mirar lo de adelante ; y así no solo no puso en ejecución lo que le avisaban más que en
solo hacer volver al Perú al don Martin (uno délos encartados), pero aun no quiso responder
á ella, que á hacer lo que le aconsejaba, por ventura se librara de la muerte que los que nom-
braba le dieron, de que no fué poca ocasión y piedra de escándalo la doña Inés.
Viéndose ya Pedro de Ursua en el pueblo de los Motilones, Santa Cruz, acabada de
llegar toda su gente, despachó delante cien hombres, y por su Capitán á don Juan de Var-
gas, para que en llegando por tierra al rio de Cocama, subiesen por él con las más comidas
que pudiesen haber juntado en las Provincias por donde habían de pasar, y teniéndolas
á la boca del rio aguardasen allí, para que cuando llegase el General con el resto de la
gente, las hallase juntas, y sin detenerse pasasen adelante. También despachó á un Gar-
cía de Arce, grande amigo y confidente suyo, que con treinta hombres se adelantase á una
Provincia, veinte leguas el rio abajo del astillero de los bergantines, á quien llamaban
la de los Caperuzos, por cierta manera de bonetes ó caperuzas que traían sus natu-
rales, y que juntando también á la margen del rio toda la comida que pudiesen, esperase
al Capitán Juan de Vargas, y ambos le aguardasen allí para que todos juntos fuesen prosi-
guiendo por las corrientes del rio. Partióse á la facción el García de Arce con sus treinta
compañeros, en una balsa que se hizo para el efecto, y ciertas canoas del astillero, y por
no haber querido, ó por otra ocasión é intentos que él tenia, no le pareció aguardar al don
Juan de Vargas donde so le mandó, antes habiendo cogido algunas comidas en la Provin-
cia de los Caperuzos, que fueron bien pocas, pasó el rio abajo la boca de Cocama, y otras
más adelante, hasta alargarse más de doscientas leguas el rio abajo, que pasó con har-
tas hambres, trabajos y riesgos de su persona y toda su gente, hasta llegar á una razona-
ble isla que hace el rio, á quien por este respecto llamaron la isla de García. Entre los
riesgos que por el camino tuvo, no le faltaron más que dos soldados españoles, que saltando
en cierto paraje en tierra á buscar comidas, se entraron por un arcabuco, y debieron de alar-
garse tanto, que no atinando después á salir al puesto de los compañeros, al fin se quedaron
allí, sin tener más rastro de ellos, porque la necesidad de comidas no solo no les dejaba
reparar mucho en sitios donde no las habia, pero aun les forzaba á comer caimanillos pe-
queños que mataba con su arcabuz el García de Arce, en que era muy diestro.
Llegados á esta isla (donde por haber algunos naturales, aunque belicosos) repara-
ron su hambre, trataron luego por lo mismo (y por si acaso se retardaba, como sucedió,
el llegar allí el Pedro de Ursua con la gente) de fortificarse en un sitio acomodado, con
grueso palenque, donde defenderse de las continuas guazabaras que les daban los indios,
así por tierra como por el rio, que eran tantas, que si milagrosamente no los guardara el
cielo, sin duda no fueran ellos poderosos á su defensa, por ser solos\íreinta, y menos, como
hemos dicho, mal aderezados de armas defensivas y ofensivas, pues no se hallaban más de
con dos ó tres escopetas, y los indios que les acometían pasaban á veces de dos ó tres mil ;
con todo eso los pocos arcabuces eran bastantes, por ver los indios el estrago que les hacían
para desbaratarlos; y tal vez sucedió que apretados de la guerra los soldados, habiéndo-
seles acabado la munición, metió el García de Arce en el cañón la baqueta, y disparándolo
á la gente de una canoa, la principal y que más les apretaba en la guazabara, la desbarató é
hizo cayese al rio casi toda su gente con la baqueta. Tanto fué el temor que tomaron los
(CAP. V.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
251
que quedarou sanos del efecto que hizo en los heridos. En otra ocasión on que también se
vieron apretados, con una bala enramada derribó seis indios, que como estaban desnudos,
era mucho el estrago que se hacia en ellos, con que tuvieron por mejor los bárbaros (con
ser tanta la multitud) volver las espaldas en esta ocasión, que fué la postrera, sin que se
atrevieran á volver más á picarles con guazabaras, antes entrando en consulta, atemoriza-
dos de lo que les habia sucedido hasta allí, determinaron entre ellos ser lo más acertado
asentar amistad con los españoles, con cuyo intento, sin haber avisado primero á los sol-
dados, vino á ellos un dia cierta cantidad de indios, y con señas de amistad y algunas
comidas, en su confirmación se las dieron, y afablemente comenzaron á tratar con los
nuestros.
Los cuales, sospechosos de estas muestras de amistad, y que podía ser para paliar con
ellas alguna traición, acordaron ganarles por la mano, y encerrando en un bohío de los que
tenían dentro del palenque casi cuarenta de ellos, les quitaron las vidas á estocadas y puña-
ladas aquellos hombres temerarios. Voló por este hecho, por todas aquellas tierras, la fama
de las crueldades de los españoles, de manera que de solo oir su nombre temblaban todos
los naturales, y sin defender sus casas ni lo que en ellas tenían, si sabían iban á ellas los
soldados, solo procuraban poner en cobro sus personas ; con que pudieron pasar estos
treinta en esta isla tres meses, que se retardó el Pedro de Ursua hasta llegar á ella desde
que ellos llegaron.
CAPITULO V.
I. Comienza don Juan de Vargas su navegación, hasta que llega á la boca de Cocama.—II. Aguardó
allí el don Juan, con algunas comidas, hasta que llegó el G-eneral Ursua.—III. Abrense los ber-
gantines al echarlos al agua, con que se acomodó mal la embarcación de todos.—-IV Comenzó á
navegar el rio abajo el General con toda la gente, y llegó á la Provincia de los Caperuzos.—V
Despachó desde aquí el bergantín, que fuera á dar aviso de su ida á don Juan de Vargas.
Apocos dias de como salió García de Arce del pueblo de los Motilones, se despachó
también el don Juan de Vargas con su gente, la vuelta del astillero, de donde to-
mando uno de los bergantines que tenían ya acabados, y algunas canoas, partió el rio abajo
á los primeros de Julio del año de sesenta, en demanda de la Provincia de los Caperuzos, de
donde pasó adelante sin detenerse, por no haberse hallado allí al García de Arce, entendien-
do estaría en la boca del rio de Cocama, como se le habia ordenado, en cuya demanda fué
prosiguiendo el rio abajo, hasta que llegando á la boca del Cocama, y no hallándole tampo-
co allí, fué siguiendo el orden que llevaba de subir por este rio á buscar comidas, ejecutan-
do esto por su persona en canoas, por sor más fáciles para subirlo, dejando algunos solda-
dos de los más enfermos, que ya iban algunos, y de los menos útiles, en la boca del rio, en
guarda del bergantín. Veinte y dos jornadas fueron bogando el rio arriba, sin hallar pobla-
ciones donde poderse detener á lo que iban, hasta que después de éstas toparon algunos
pueblos razonables, con gran suma de maíz, de donde después de haber tomado muchos in-
dios é indias para el servicio de la jornada, y todas las canoas y maíz que pudieron cargar,
tomó la vuelta el don Juan de Vargas de la boca del rio, donde halló la gente del bergan-
tín con hartas fatigas de hambre, pues habían llegado éstas á tanto, que de ella habían
muerto tres españoles y muchos indios é indias de servicio, á que también ayudaban los
achaques que sobrevenían con la tierra nueva y destemplanza del país.
Alegráronse todos con la llegada del don Juan, por el remedio quo les trajo para
tan grande enemigo como era la hambre : si bien se les olvidó presto este beneficio, pues
también ellos con el resto de los soldados, en los dos meses largos que se detuvieron en el
puesto sin ninguna ocupación, aguardando al General, pareciéndoles ésta demasiada tardanza
del Gobernador, comenzaron á trazar cómo saldrían do aquel puesto y mar dulce, que ellos
llamaban. Dividiéronse en dos opiniones ó modos de motiu para conseguir esto : á la una,
que era la mayor parto de la gente, le parecía que matasen al don Juan de Vargas, y to-
masen la vuelta del Perú por el mismo rio arriba de Cocama ; la otra parte determinaba
ser más acertado el dejarse allí vivo al don Juan, porque no les achacasen después algo
sobre su muerte, y que excusándola de todos los demás, que la tenian á la vista, tomasen la
derrota que más conviniese, pues eran ciento, y fuesen á nuevos descubrimientos ó se vol-
viesen a*l Perú ; con que la una ni la otra tuvo efecto ; si bien ayudó á esto el tratarse con
flojedad y aun tan en secreto, que hasta que muy después lo digeron algunos, no vino á los
252
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
oidos de den Juan, con que tampoco pudieron ser castigados los del motin, que acabó del
todo de desvanecerse cuando llegó allí Pedro Galeas con algunos soldados y el General Ur-
sua después con el resto de la gente, como luego diremos.
El cual, en el tiempo que estuvo en el pueblo de los Motilones, Santa Cruz, supo tra-
tar con tanta afabilidad la gente de él, que pudo acabar con todos sus vecinos, que dejando
sus casas y comodidades y desamparado del todo el pueblo, le siguiesen con la demás gente,
prometiéndoles premiar con larga mano sus trabajos sobre todos los demás que iban en la
jornada, en todo lo mejor que en ella se descubriese. Finalmente, cebados de esto y de mu-
chas cortesías con que el Gobernador los supo disponer, le siguieron todos los vecinos sin
quedar uno en la población, con todos sus ganados y menaje de casa. Estando ya sin que
faltase nadie de su gente, el Pedro de Ursua en el astillero y los bergantines acabados, al
echarlos al agua, por no ser la madera tan recia ni de la sazón que convenia, y la tierra de-
masiado húmeda, con que no habia dado lugar á que se secara, se abrieron los más sin
quedar de provecho más de tres chatas y un bergantín, que fué causa de detenerse más
tiempo que quisieran ; haciendo de nuevo canoas y balsas donde cupiese la gente, que como
era tanta y ya la incomodidad del lugar y pocas comidas les daban prisa, no pudieron de-
tenerse á hacer todas las fustas que eran menester para gente, matalotaje y ganados ; con
que fué forzoso se quedase la mayor parte de ellos en el astillero con otros fardajes, per-
trechos de guerra y aderezos de los soldados; y esto fué con tanta pérdida, que de trescien-
tos caballos que tenían para llevar, solo se pudieron embarcar cuarenta, y de los otros gana-
dos mayores y menores muy poco ó ninguno, quedándose lo demás (que era una gran suma)
cimarrón y sin dueño por aquellas dehesas. De todo lo cual fué tanto el común disgusto
que tuvo toda la gente, que casi amotinada se determinaba á tomar la vuelta del Perú,
por no perder del todo sus haciendas, como lo hicieran, si el Gobernador no so diera tan
buena maña en mitigar la alteración, prendiendo á unos, alagando á otros, disimulando con
otros y haciendo pláticas generales y amonestaciones á todos, haciéndoles y poniéndoles
delante la miseria que era todo aquello que so les quedaba, respecto de lo much© que espe-
raban tener de bienes de fortuna y gloriosa fama en la jornada que llevaban entre manos,
añadiendo á vueltas de esto palabras con que daba á entender ser mayor su sentimiento
do aquella pérdida, que el que podrían tener sus propios dueños, pues como Gobernador
estaba después obligado á la satisfacción de todo, llevándolos Dios con bien á la felici-
dad de la tierra que se prometían.
Quedando con esto tan quieta toda la gente, que ni aun uno se le huyó, la hizo
embarcar en el bergantín, balsas, canoas y chatas que estaban para navegar, y á los veinte
y seis de Septiembre del mismo año se partieron todos del astillero, y comenzaron á salir
el rio abajo, con harto disgusto todos, por lo que les iba siempre escociendo la pérdida del
ganado y lo demás que no pudieron embarcar, y por la poca comodidad que llevaban para
sus personas y riesgo de las vidas, por las estrechas y mal seguras fustas en que iban, y
ser tal la grandeza del rio, que si en medio de él se veian en algún aprieto de borrasca, se
podía temer la pérdida do todo lo que iba en ellas, antes de poder tomar sus márgenes en
qué asegurar la vida. El segundo día de su navegación, dejando por popa todas sus tierras,
las perdieron de vista, y la dieron á la tierra llana, que todo lo era de allí adelante, hasta
la costa del mar del Norte al bergantín, por ir tan mal acondicionado. Al tercero día de su
navegación, dando en un bajo, le faltó un pedazo de la quilla, con que puso á riesgo de irse
á pique él y toda su carga, como fuera sin duda, si no le remediaran la rotura con mantas
y lana; arrimáronlo á tierra para hacerle este reparo, si bien el Gobernador, con las demás
fustas, no se detuvo en esto, pues siguiendo su viaje llegó á la Provincia de los Caperuzos,
donde halló á Lorenzo Salduendo, que habia enviado adelante, dos ó tres días, en balsas y
canoas, con ciertos soldados, á que le recogiese y tuviese allí, junta alguna comida, como lo
habia hecho. *\
Dos días se detuvo aquí el Gobernador, esperando al bergantín, que llegó en ellos
con harto trabajo, por ir siempre haciendo agua, y con riesgo cada hora de dejar la carga,
por no haberles sido posible aderezarlo bien; pero habiendo hecho esto en otros dos dias
que se retardaron á eso, y habiéndose repartido la comida que tenia allí el Salduendo entre
toda la gente, mandó el Gobernador fuese delante el bergantín con toda la que habia traído
hasta allí, y por caudillo do ella Pedro Alonso Galeas, con orden de que llegase á la boca
del rio de Cocaína y diese noticia al don Juan de Vargas de cómo ya él iba á los alcances,
para que si acaso se detuviese él algo, la gente de don Juan le aguardase con algunas
(CAP. VI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
253
buenas esperanzas, porque imaginaba el Pedro de Ursua no dejarían de estar con algún
disgusto, por haberse retardado tanto. Caminó el bergantín en esta demanda, sin detenerse,
hasta dar con la boca del rio de Cocama y gente del don Juan, quo halló en las inquietudes
(aunque secretas) que hemos dicho. Alegró á todos la llegada del bergantín, y por saber de
él seria breve la del General, que partió luego á pocos dias tras el bergantín de la Provin-
cia de los Oaperuzos, y caminando con buenos sucesos, dejándose ir el rio abajo entrete-
niéndose y holgando toda la gente, saltando y durmiendo todas las noches en tierra, por no
atreverse á navegar en ellas, por los peligros que estaban siempre amenazando de bajos
maderos, raudales y otros inconvenientes, llegaron á un rio que por el Poniente junta sus
aguas con este de los Motilones, que navegaban, que se llamaba el de los Bracamoros, y
tiene sus principios cerca del mismo rio de los Motilones, en una Provincia llamada Guanu-
co, y él se llama con este nombre Bracamoros, porque comienza á correr con algún caudal
de aguas por una Provincia llamada así, habiendo descolgádose antes, con algunas menos,
por Guanuco el viejo, y por entre Cajamalca y Chachapoyas, yendo acrecentando sus pode-
rosas corrientes, á cada paso, por las muchas vertientes que á él acuden, con que lo hacen
tan caudaloso, que cuando entra en el de los Motilones, parece dos veces mayor que él.
Júntanse estos dos rios ciento y cincuenta leguas abajo del astillero, habiendo ya corrido
ambos, desde su nacimiento, treinta largas.
CAPÍTULO VI.
j. Desde el rio de los Bracamoros prosigue su viaje el Gobernador, basta el de Cocama, donde halla á
don Juan de Vargas con su gente.—II. Pasan adelante con su navegación, supliendo muchas de
las necesidades de comida, las hicoteas y sus huevos.—III. Llegan á la isla, donde estaba García
de Arce con sus soldados.—IV. Encuentran el rio abajo algunas islas, con pueblos sin moradores,
por estar retirados.
HABIÉNDOSE detenido el Gobernador á la boca de este rio de los Bracamoros los
dias que fueron bastantes para subir alguna gente, por sus aguas, á buscar comidas,
si bien fué sin provecho, por haber hallado hasta muy arriba ambas sus márgenes despo-
bladas, prosiguió su navegación sin suceder cosa que nos retarde á contarla, hasta que
después de haber navegado cien leguas, llegaron á la boca del Cocama, donde hallaron al
don Juan de Vargas con la gente que hemos dicho, y muy minorados los mantenimientos
que juntaron, luego que llegaron al puesto, por haberse sustentado de ellos tanto tiempo
como habian estado esperando al Gobernador. Y habiéndose alegrado unos con otros, y
descansado los recien llegados ocho dias, partió del sitio toda la armada junta, con harto
cuidado de no haber hallado hasta allí al García de Arce, ni rastro de él, que, como dijimos,
sin detenerse, había llegado á la isla de más abajo. A poco trecho que fueron navegando
todos, desde la boca de este rio, el bergantín que habia traído el don Juan de Vargas, por
estar ya podrida su mala madera, se quebró, quedando sin ser de provecho, con que fué
forzoso repartir toda la gente y carga que traia en las balsas y canoas; que recargadas con
esto, sobre el peligro que traían, quedaron con otro muy mayor, en especial entrados ya en
un tan valiente rio, como ya iba por allí, por ir junto el de los Motilones, Bracamoros y
Cocama, cuyos nacimientos (según algunos quieren) son los rios de Aporima, Mancai, Nan-
ea, con los rios de Vilcas, Parios y Jauja, con otros muchos que se juntan á este, si bien
hay opinión de otros, que dicen ser éste un gran rio, que nace de las espaldas de Chincha-
cocha al Leste, en la Provincia de Guanuco, que pasa por los asientos y pueblos que lla-
man de Paucar, Tambo y Guacabamba, y se juntan con los rios que salen de Tarama y
otros muchos que se descuelgan de los montes de aquella comarca, y con los que vio y pasó
el Gobernador Gómez Arias en lo que llaman de Rupanapa. Pero sea lo uno ó lo otro,
éste de Cocama, el que iba navegando, que era de todos estos juntos, es uno de los más
poderosos y valientes rios que tiene el mundo y hasta hoy han descubierto los hombres por
este paraje donde van nuestros conquistadores. Porque al entrar en el mar afirman, sin
duda, ser con grandes ventajas el más crecido que hasta hoy se ha hallado, pues deja muy
atrás el Danubio, el Nilo, el Ganjes, el de la Plata y otros muchos que celebra la antigüedad
y nuestros tiempos.
Su abundancia de pescados grandes y menudos es innumerable, y entre lo demás
que cria no son de menos consideración las aves de mil especies que se ceban del pescado
254
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
en sus márgenes, y las innumerables hicoteas y tortugas, de cuyos huevos están cuajados
grandes pedazos de sus arenosas playas, donde los envuelven estos animales de ochenta en
ochenta y de ciento en ciento, cubiertos con una cuarta de arena, que con los grandes soles
se empollan y salen á su tiempo, y al punto guian á las aguas, naturalmente como la piedra
á su centro (providencia admirable de la naturaleza), que no siendo estos animales vivípa-
ros sino ovíparos, y teniendo aquellas tan duras conchas con que sin duda no los pudieron
fomentar, antes quebrar, dispuso que envueltos en el arena, con solo el calor del sol, se vi-
vificasen y no se perdiese la especie ; y lo mismo decimos de los caimanes, pues tienen el
mismo modo, donde quiera que los hay, para que se empollen sus huevos, los cuales (de
los unos y los otros animales) eran en esta ocasión gran parte del mantenimiento de la
gente, porque en saltando en la playa era innumerable suma la que cogían de ellos, que
juntos con las muchas hicoteas que también habían á las manos, suplían hartas necesidades.
A los seis dias que fueron caminando juntos el rio abajo desde la boca del de Cocama, sin
sucederles cosa adversa en ellos, navegando siempre por los brazos del rio de la mano de-
recha, dieron en uno de repente con unos indios que estaban en una playa pescando, que
en descubriendo la armada desampararon las redes y pescado y se hicieron á lo largo la
tierra adentro, por entre un espeso monte tan con tiempo, que no fué posible haber ningu-
no á las manos, aunque los fueron siguiendo, por ir ya tarde tras ellos ; pero cogiéronles
las canoas y lo que en ellas tenían, con más de cien tortugas é hicoteas y mucha cantidad
de huevos, que no fué pequeño refresco para la gente, por no llevar sobradas las
vituallas.
Prosiguiendo desde este puesto, de los pescadores el viaje, encontraron la boca de
otro rio que entraba á la mano derecha en éste, nada menos caudaloso que el de los Moti-
lones, que no hubo piloto en la armada ni ningún otro que supiese con certidumbre qué rio era,
si bien algunos quisieron decir era el de la Canela, que nace en el Perú, en los Quijos, á
las espaldas de Quito ; aunque después se conoció con evidencia no ser él, pues el de la
Canela entra más abajo, cerca de la isla de García, con que este primero que encontraron
se quedó por entonces sin nombre. A los ocho dias que salieron de Cocama llegaron a la
isla de García de Arce, donde lo hallaron con sus compañeros en el fuerte y casi del todo
perdidas las esperanzas de la venida del Gobernador : con cuya vista y de la demás gente
se alegraron por extremo, y no menos el Gobernador y todo el campo, por ir ya también
todos sin esperanzas de hallarlos. Aquí fué donde hallaron las primeras poblaciones de in-
dios desde que salieron de los Caperuzos, pues en todo lo demás, que eran casi trescientas
leguas, no pudieron dar vista á una población, aunque lo procuraron por todas partes y
ambas niárgenes del rio. Rancheóse aquí toda la armada por ocho ó diez dias, tanto por
descansar los soldados y remeros, cuanto por sacar á ”pasear y á desentumir los caballos,
que nunca habían sacado á tierra desde que los embarcaron en el astillero hasta aquí;
desde donde despachó luego, tropas el Gobernador por una banda y otra del rio, en deman-
da de poblaciones, que no pudieron descubrir ni aun rastro de ellas.
También se dio orden en este tiempo cómo suplir la falta de una de las barcas cha-
tas, que por haber salido del astillero tan mal acondicionada de maderas (como hemos
dicho) ya no llegó dé provecho para pasar de aquí. Hallábase ya cansado el General Ursua
de gobernar solo por su propia persona tanta máquina de gente como venia, por no haber
nombrado Teniente general que le ayudase hasta allí, donde por aliviar un poco estos tra-
bajos le pareció dar este oficio á don Juan de Vargas, y el de su Alférez general á don
Fernando de Guzman, que le pagó después esta honra que le dio con el oficio, quitándole
la vida. El principal indio de esta isla se llamaba el Papa, por lengua propia de la tierra.
Era toda gente bien agestada, crecida y membruda, vestidos de camisetas de algodón bien
tejidas y pintadas de pincel con varios colores. No so halló entre ellos ningún oro, que no
causaba poca melancolía á los navegantes ver que después de tantas leguas de viaje aun
no le habían podido hallar rastro. Su mantenimiento era el ordinario” maiz de estas Indias,
de que hacian mucha chicha, y de yucas en que so cebaban hasta embriagarse (plaga or-
dinaria de todos los naturales de estas tierras). Tenían batatas y otras raices, frisóles y
otras legumbres, aunque su más común sustento es pescado; sus bohíos eran grandes y
cuadrados ; sus armas dardos de palmas arrojadizos con puntas hechas del mismo palo, al
modo de gurguces vizcaínos, arrójanlos con anientos de palo, que por otro nombre llaman
estólicas, de que en la mayor parte de estas Indias usan sus naturales. A poco trecho más
abajo de esta isla entra el rio que llaman de Francisco de Orellana ó de la Canela, por
(CAP. VII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
255
haber bajado este Capitán por él desde esta tierra que dijimos demora á las espaldas de
Quito al Leste.
Habiéndose acrecentado en este puesto algunas canoas y balsas que suplieron la ne-
cesidad y falta que les habían hecho las fustas que se habian quebrado hasta allí, se em-
barcó la gente y treinta y siete caballos que habian quedado, por haberse ya .muerto los
tres; y comenzando á navegar todos por el postrer brazo del rio al Leste, iban encontran-
do muchas islas todas pobladas, aunque á la sazón sin moradores sus casas, por tenerlos
retirados á las montañas el miedo que dijimos habian cobrado, por la mala vecindad que
les había hecho el García de Arce y sus compañeros los días que estuvieron en la isla de
arriba; y así solo se hallaban en los pueblos el maíz, yucas y batatas que se estaba en las’
labranzas, aun no bien sazonado, y algunas gallinas y gallos blancos de Castilla, papagayos
y guacamayas, también blancas, cosa hasta entonces nunca vista en ninguna de estas par-
tes, de que tomaban buena cantidad para suplir la necesidad de comidas, que nunca se
veian sin ella.
CAPÍTULO VIL
I. Salen los indios de lejos á ver la armada, 7 de paz un Cacique—II. Salíanle los indios de esta Pro-
vincia de Carari con algunas comidas, que daban en trueque de rescates—III. Envía el Goberna-
dor un caudillo á descubrir la tierra adentro—IV. Castigos que hacia Pedro de Ursua en su
gente—V. La opinión que hubo acerca de esta Provincia, ó ei fueron dos ó una.
AVEGANDO iban por junto á estas islas y tomando en ellas la comida que hallaban
en los pueblos sin gente, cuando después de algunos dias de navegación dieron de
repente en uno que estaba poblado en tierra firme, á mano derecha, sobre las barrancas del
rio, también huida la gente por lo mismo que la de los demás; llamábase Carari, por don-
de le vinieron á llamar de la misma suerte á la Provincia. Aquí se alojó la armada, sin que
pudiesen haber después de haberse hecho algunas diligencias indio á las manos, si bien
algunos descubrian á veces en el rio, bien á lo largo, que salían en sus canoas á ver la
armada de los castellanos, aunque de lejos siempre, por el temor que les tenian cobrado.
No pareció tenia tanto como otros un Cacique que después de algunos tres ó cuatro dias,
acompañado de algunos indios, les vino de paz, trayendo en señal de ella pescado, maíz y
otras cosas de comida, á quien recibió el Gobernador con muestras de gran afabilidad,
abrazándole y dándole algunas cosillas de Castilla á él y á sus compañeros, como cuentas
de vidrio, cuchillos, espejos y otras niñerías, pretendiendo con aquello hacerles perder el
miedo, y que por el mismo camino diese noticias en unos en otros, con que se habian des-
acreditado en aquellas provincias los españoles, por lo que hemos dicho del García de Arce,
volviesen á acreditarse y querérseles comunicar, para sacar por este camino más claras
luces de las que llevaban de la tierra que tan en confuso iban á buscar, ó cuando menos
ir asentando la paz con todos los naturales por todo el hilo abajo del rio.
Deseoso de conseguir estos fines, despachó el Gobernador á este Cacique muy con-
tento con los rescatillos que le había dado, que fueron bastantes para dar la voz en los pue-
blos y provincias de más abajo muy diferente de la que hasta allí estaba sembrada contra
los españoles, lo’ cual se echó de ver, pues luego comenzaron á venir de paz muchos de ellos,
trayendo de las comidas que tenian, engolosinados de las brujerías que les había mostrado
el Cacique, de que les iban también dando á todos en rescate de las comidas que traían
(que no tenian los miserables otra cosa que vender), de manera que ninguna dejó de pagár-
seles, ó á lo menos con sabiduría del Gobernador, pues para reparar las exorbitancias que
soldados atrevidos suelen tener en estas ocasiones, en especial con indios chontales con que
los suelen avispar y suceder grandes daños, echando un bando, con pena de la vida, que
ningún soldado tratase ni rescatase con los indios si no fuese por su mano ó en su presen-
cia, pues por este camino él haría satisfacer á los indios y repartiría entre todos los más
necesitados las comidas que se les fuosen rescatando. Usaba de este modo el Gobernador,
procurando con él acariciar los indios como cosa que tanto importaba, si bien algunos sol-
dados llevaban esto por otro camino, que no dándoseles mucho del bando del Gobernador,
rescataban á escondidas, pagándoles unas veces con lo que tenian las comidas que les toma-
ban, y otras con mojicones y coces. Con este modo navegaron algunos dias el mismo rio
abajo por esta Provincia de Carari, si bien nunca los indios mostraron tanta seguridad de los
256
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
nuestros, que los esperasen en sus pueblos con toda su chusma y menaje, sino que habien-
do puesto primero en cobro esto, salian por el rio en sus canoas á estos rescates.
Viendo el Gobernador cuan á la larga del rio corrían sobre sus márgenes estas po-
blaciones, deseando saber si se dilataban la tierra adentro, y se podía hallar algún rastro y
noticias de la que iban buscando, nombró á un caudillo llamado Pedro Galeas, que con una
razonable tropa entrase la tierra adentro y desvolviese lo que pudiese de ella en los dias
que para esto le señaló, después de los cuales volviese á dar noticia de la facción. Quedó
el resto de la armada en esta ocasión en una bien capas población que hallaron mayor que
las demás, sobre las barrancas del rio. Partió Pedro de Galeas con su gente, y caminando
la tierra adentro por las márgenes de un estero que se comunicaba con el rio allí cerca, en-
contró con una trocha medianamente seguida, que se iba entrando por entro una montaña
espesa, la cual comenzaron á seguir, y á poco trecho dieron vista á unos indios que venían
cargados de cazabe y otras comidas al parecer á la población, seguros de no hallar alojada
en ella la gente que estaba. Estos, cuando vieron á los españoles, extrañando su figura y
traza, largando todas las cargas que traían, se pusieron en huida y cobro, entrándose por la
montaña, que por ser tan espesa y haberles salido con razonable ventaja y con tan buena
diligencia, no bastó la que pusieron los soldados en ir en su alcance, para haber á las ma-
nos más que una india que pareció ser de diferente nación, por la lengua y traje de los que
estaban poblados,en la barranca y de la demás gente que habían venido encontrando por el
rio, con que entendieron los españoles venia con los demás indios de otra Provincia á res-
catar con los de ésta ; y así le comenzaron luego á preguntar por señas dónde estaba su
tierra, y ella á responder por las mismas, dando á entender estaba cinco soles de allí ó cin-
co dias de camino. Ibanse ya acabando los que llevaba de término para la salida el caudi
lio, y así no atreviéndose de allí tomar la vuelta con la india para donde estaba el Gober-
nador, á quien hallaron afligido porque un soldado llamado Alonso de Montoya, demasiado
bullicioso é inquieto, y de mal afecto contra el Ursua, habia convocado á otros de su pelaje
para que juntos tomando algunas canoas de secreto y lo demás que hubiesen menester de
matalotajes para el camino, lo tomasen el rio arriba de vuelta al Perú.
No faltando quien descubriese esta solapa al Ursua, que habiéndola averiguado y
cayendo sobre mojado, por haber el Montoya intentado esto otra vez, que también lo habia
sabido el Gobernador, lo hizo aprisionar en una collera, yéndose á la mano en el mayor
castigo que merecía, porque naturalmente era misericordioso en esto; RÍ bien la demasiada
misericordia, por pasar los límites de la templanza, la convertía algunas veces en flojedad,
que después le vino á llover todo junto á cuestas, como veremos. Castigaba algunas veces
á los que merecían pena afrentosa por sus bullicios y pecados públicos, haciéndoles que fue-
sen bogando algunos dias en los bergantines y canoas, de donde tomaban ocasión algunos
de los soldados (que desde los principios de esta jornada comenzaron á acedarse con el Go-
bernador) para irritar á los que así iban bogando, ponderándoles aquella pena y que mucho
menor les fuera la de la muerte que ir afrentados en la boga; pues era lo mismo que si
fueran en una galera, por ser todo remar. Estas diligencias todas eran centellas de la encen-
dida malicia que iba abrasando sus pechos, sin poderla ya disimular en toda ocasión, como
se echó de ver cuando reventó del todo en la que mataron al Ursua; para la cual iban dis-
poniendo con estas diligencias los matadores (porque ellos eran los más que las hacían) para
atraer á su devoción más gente y con más seguro ver el fin de sus deseos.
No le pareció al Gobernador ser bastantes las noticias que daba la india que trajo el
Pedro de Galeas, para ir siguiendo por aquel paraje las que traían de las ricas provincias de
Omegua, de cuyo nombre no se hallaba por allí rastro ni aun lo entendían los naturales,
con que se determinó pasar adelante, en especial por llevar tan mal acondionadas las fustas
de la navegación, que iba con temores no le faltasen del todo antes de llegar á las tierras
que iban buscando; y así fueron navegando el rio abajo hasta llegar (sin saber era aquella
la última población de las muchas que habían ido encontrando) á Ja margen del rio, desde
la isla de García hasta allí, por más de ciento y cincuenta leguas á la larga; que según
opiniones de algunos, se dividía esta tierra y poblaciones en dos provincias, una llamada
Caricuri y otra Manicuri; si bien otros fueron de opinión (y ésta es la más cierta) que toda
aquella distancia de ciento y cincuenta leguas era sola una provincia, por ser todos los na-
turales de una misma lengua y traje; y que los dos nombres que habían comprendido los
soldados de Caricuri y Manicuri eran de dos pueblos y no de provincias; en las cuales opi-
niones se ha quedado hasta hoy esta tierra, sin haberse sabido cosa más cierta. En lo que to-
(CAP. VIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
257
dos lo estuvieron entonces, fué de la poca gente que había, porque los pueblos eran pequeños,
apartados á cuatro y seis leguas; y así echaban tanteo que serian todos hasta diez ó doce
mil indios escasos, que eran muy pocos para tanta distancia de provincia, respecto de los
que suele haber en otras partes. Hallaron entre ellos algunos rastros de oro fino en algunas
joyuelas que traian al cuello, orejas y narices. No pudieron informarse los nuestros, por ir
tan de paso, de las costumbres y religión de estos indios, y así solo supieron decir lo que
experimentaron en sus personas de este pais, que fueron muchas frutas de las naturales con
todas las demás raices y granos de otras tierras, de que gozaron, y de innumerables canti-
dades de mosquitos que los abrasaban de muchas suertes, en especial de los vocingleros,
zancudos y de los importunos jegenes.
CAPÍTULO VIII.
I. Pasa Pedro de Ursua con su navegación por la comarca de unos desiertos, donde padecieron gran-
des necesidades—II. Ranchéanse en su pueblo, donde repararon con muchas comidas que habia
las necesidades pasadas—III. Toma de propósito el ranchearse en este pueblo el Gobernador por
las comidas y pasar en él la Pascua de Navidad é informarse de la tierra que iban buscando—IV.
Salen cincuenta soldados en ayuda del Cacique de Machifaro, contra doscientos indios que vinie-
ron á asaltarlo.
MAS de lo que pretendían se detuvo nuestra gente en este sitio, por haberse aquí
acabado de ir á pique el bergantín que les habia quedado, con que fué forzoso reha-
cerse de balsas y canoas para la gente y carga que traía. Después de lo cual, sin advertir
si aquel era el último pueblo de los que habían ido encontrando, partieron de él sin nin-
guna precaución de comidas, entendiendo hallarlas como hasta allí en las que habia más
abajo ; que no les fué de poco inconveniente la inadvertencia, pues comenzó luego al se-
gundo dia á picar una tan terrible hambre, que los afligió por nueve dias^ que les duró el
navegar, por un paraje tan del todo despoblado, que en todos ellos no dieron vista á un
indio, de suerte que por haber salido tan desapercibidos de la Provincia de Carari, no se
comió en todo este tiempo sino el pescado que cada uno podia prender con anzuelos, y al-
gunas tortugas é hicoteas, bledos y verdolagas quo hallaban en las playas, todo tan poco
para la mucha gente que era, por no hallarse aun esto en todas partes, que antes era cebar
con ello más la hambre que matarla, con que iba tomando cada día tantas fuerzas y debi-
litando las de todos, que á durar un poco más esta miseria, trajera á todos á la de la
muerte, en que cargaban todos la culpa de poco prevenido al Gobernador, pues si se hubiera
informado de este largo destierro, pudieran haberse hecho prevenciones de comidas. La
falta de éstas fué ocasión para que no se detuviera el Gobernador á dar vista á dos pode-
rosos ríos, que de aguas turbias por entre barrancas bermejas entraban en éste por la mano
derecha, á la mitad de este desierto. Después del cual llegaron á una población que estaba
á las barrancas del rio, bien descuidada su gente de la venida de los huéspedes.
Fué tan buena la diligencia que se dieron, previniéndolos daños que les podían venir
de los que iban entrando en su tierra, que embarcando (con la mayor prisa que pudieron
en las canoas, que se hallaron á pique) toda su chusma, con los trastos de casa que pudie-
ron arrebatar, los echaron el rio abajo, quedando los Gandules en el pueblo, juntos en
escuadrón, con sus armas en las manos, que eran tiraderas, con muestras de quererles de-
fender sus casas. El Gobernador, viendo esto, juntando consigo algunos soldados de los que
halló más á mano, con sus armas, yendo él delante con su arcabuz, se fueron acercando
con buen orden de guerra al escuadrón de los indios, haciéndoles el Gobernador señas con
un paño blanco que llevaba en la mano (después de haber dado orden á los soldados que
ninguno les ofendiese), pretendiendo darles á entender con aquello no les quería hacer mal.
Entendiendo esto los indios, sin deshacer el escuadrón ni menearse del puesto los demás,
salió de él con algunos seis ú ocho, uno que debió de ser el Cacique ó principal, y llegando
á donde estaba ei Gobernador, le tomó el paño con que le hacia las señas, y dándolas él
también de amistad, entró con los que le acompañaban entre los españoles, yéndose así
juntos á una anchurosa plaza que tenia el pueblo, donde estaba el escuadrón de los indios,
se arredraron sin deshacer el orden quo tenían de guerra, á una parte de ella, donde estu-
vieron á la mira hasta que entró toda la demás gente de la armada, que se fué luego de-
sembarcando tras el Ursua, el cual con las señas que pudo pidió al Cacique ó principal que
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FRAY TEDRO SIMÓN.
(6.a NOTICIA.)
se habia adelantado á hablarle, le señalase un barrio del pueblo con la comida que tuviesen
las casas, donde se aposentase su gente, pudiendo con seguro estar ellos y sus mujeres é hi-
jos, en lo restante del pueblo.
Acudieron á esto con voluntad los indios, y habiéndole señalado al Goberna-
dor las principales casas y más llenas de comidas, mandó se aposentase la gente en ellas,
y con pena de la vida, nadie pasase á las que tenian los indios, ni les ofendiesen en nada.
Sacó luego toda nuestra gente aquí el vientre de mal año (como dicen) con la mucha co-
mida que hallaron de maíz, frisóles y otras raíces de la tierra, con muchas tortugas é hico-
teas, que tenian los indios vivas en unas lagunillas arrimadas á sus casas, cercadas de
empalizadas, que al parecer de los soldados echaron tanteo que eran las que hallaron
vivas, sino otras que estaban recien muertas para comer, más de seis ó siete mil, en que
metieron las manos á osadas. No tenian mucha confianza los indios viendo ser tantos los
españoles, que les habían de guardar el concierto hecho, de que cada cual en su parte del
pueblo, sin llegar á la comida de la otra, gozase de la que le habia cabido, y así la comenza-
ron á sacar y poner en cobro poco á poco, de noche, á escondidas, pero no tan en secreto que
rastreándolo los soldados, sin reparar en el bando que estaba echado, temerosos de la nece-
sidad pasada, y que seria bien prevenirse para lo de adelante, no sucediese lo mismo, se
dieron á buscar las comidas que iban escondiendo los indios, y traer las que hallaban á sus
ranchos, sin ser bastantes á atajar esto las nuevas amenazas que hacia por esto el Gobernador,
pues viendo la desvergüenza de algunos soldados, para castigarlos y atemorizar á los demás,
los hizo prender, entre los cuales fué un meztizo, criado de su Alférez general don Fer-
nando de Guzman, que no fué pequeña piedra de escándalo para lo de adelante, pues ha-
ciéndole los amotinados caso de honra al don Fernando el haberle preso el Gobernador á
su criado, le ponderaban haber sido esto por afrentarlo, ó á lo menos perderle el respeto,
pretendiendo con esto esta gavilla de alterados irlo disponiendo desde luego para meterlo
en ella, como lo hicieron.
Dos ocasiones hubo para tomar de asiento por algunos dias el estar en este pueblo,
que llamaban Machifaro (cuya gente tenia mucha diferencia en traje y lengua de los de la
provincia de Caricuri), la una el estar tan proveído de comidas, como hemos dicho, con que
pudo bien la gente reformarse de la pasada hambre, y la otra por irse ya acercando la Pas-
cua de Navidad de aquel año de mil y quinientos y sesenta; y también por informarse de la
gente del pueblo y otros sus convecinos, de algún rastro de la tierra que iban buscando.
Puso esto en ejecución á dos ó tres dias de haber llegado, señalando al mismo caudillo que
arriba, Pedro de Galeas, para que con alguna gente en canoas se entrasen por un estero que
se comunicaba cerca del sitio con el rio, como lo hizo luego el Galeas, entrando por una pe-
queña boca de una agua tan negra que espantaba y parecía ser presagio de lo que después
sucedió. A poco de como fueron navegando por este caño dieron en una laguna tan grande
que les puso admiración, pues entrándose por ella á dos ó tres leguas, perdieron totalmente
de vista la tierra, y temiéndose si pasaban adelante no poder después atinar la boca que ha-
bían entrado, después de haber andado algunos dias arrimados á tierra, por una parte de
ella, sin hallar ninguna población ni rastro de gente, determinaron tomar la vuelta de su
entrada. Mientras andaba este caudillo en esto, bajaron en canoas hasta doscientos indios de
guerra, de la Provincia de Carari, á hacerla á éstos de Machifaro, con quienes las traían
sangrientas de muy antiguo, no entendiendo estarían entre ellos los espinóles, antes que
andarían con tanto alboroto con su pasaje que no les daria lugar á su defensa, con que los
asaltarían y robarían más á su salvo.
Llegando con estos intentos de noche á las barrancas del rio, cerca del pueblo, y re-
conociendo los huéspedes que tenian, no se atrevieron á hacer el asalto, primero que viniese
el dia y reconociesen bien lo que pasaba en el pueblo. Viendo á la mañana que todos los
españoles estaban en él (con que sus intentos habían salido en vano), alzando á una los gri-
tos y tocando sus fotutos, cornetas y otros instrumentos que traían, tomaron la vuelta del
rio arriba. Hasta estos ruidos que hicieron no los habia sentido el pueblo de Machifaro;
pero en conociéndolos acudió con prisa el Cacique al Gobernador pidiéndole se sirviese (por
el hospedaje que le habia hecho) de darle ayuda para ir en seguimiento de aquellos indios,
que por ser sus enemigos le habían venido á matar y destruir su pueblo y tierras. Acudió
con gusto y la brevedad que el caso pedia el Gobernador á esto, mandando á su Te-
niente don Juan de Vargas que con cincuenta arcabuceros fuese en compañía del Cacique
que se embarcó con ellos y algunos otros indios sus vasallos, y á boga arrancada, guiando
(CAr IX.)
NOTICIAS HISTORIALES ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
259
las canoas por otro brazo del rio, se dieron tan buena diligencia que pasaron delante á los
doscientos y les tomaron el paso y cercaron sin poder escapárseles; con que los pusieron eu
tal aprieto, que aunque contra su voluntad tomaron las armas los Cararies en su defensa,
creyendo no venían más que los indios de Macbifaro; pero después que reconocieron traían
en su ayuda á los españoles, echando de ver eran pequeñas sus fuerzas para con las de ellos,
comenzaron á hacer señas de paz, cosa aborrecible á los soldados, por parecerles se estorba-
ban con eso sus pillajes, y así haciéndose sordos á la que pedían estos indios, comenzaron á
disparar los arcabuces y hacer en ellos tales daños, que procurando reparar los que adelante
se les seguirían si no se ponían en cobro, acordaron hacerlo dejando sus canoas los doscien-
tos y entrándose por la montaña, que era tan espesa, que aunque los siguieron los soldados
é indios amigos, no pudieron haber á las manos más que cinco ó seis, y después todas sus
canoas, con que tomaron la vuelta de Macbifaro; entiéndese perecerían todos éstos en aquel
desierto, por no tener comidas ó por matarlos los Machifaros, por no tener canoas en que
volver ¿ sus tierras y ser mucho el camino hasta ellas por tierra; pero la verdad de esto no
se pudo saber, por ser pocos ios días que después se detuvieron allí los españoles.
CAPÍTULO IX.
I. Nombró Pedro de Ursua Provisor de su armada, pareciéndole tenia jurisdicción para ello—II. Des-
mayan algunos en la prosecución de la jornada, á quienes esfuerza el Gobernador—III. Objecio-
nes que le ponen á Pedro de Ursua los amotinados para excusar sus delitos—IV. Tratan los
amotinados de librarse del gobierno de Ursua y que en su lugar le suceda don Fernando de
Guzman.
PARECIÉNDOLE á Pedro de Ursua qne ya aquella tierra seria de su distrito, pues
según la conjetura de los indios Brasiles y uno de los portugueses sus compañeros,
que llevaba por guias, no estaba lejos la tierra de los Omeguas, en cuya demanda iban, y
•que era necesario poner orden en cosas, que habiendo estado sin habérsele puesto hasta allí,
andaban descuadernadas, en ospecial las que tocaban á lo espiritual, y que algunos clérigos
otros oficiales de la guerra con nuevos y acrecentados salarios. Comenzaron á tenerle en
tanta veneración y estima que se quitaban todos los sombreros no solo á su persona, pero
siempre que leían alguna cédula despachada por su mano, cuyos principios decían siempre
así: don Fernando de Guzman por la gracia de Dios, Príncipe de Tierrafirme y del Perú &c.
Comia siempre solo y servíase á la mesa con todas las ceremonias, cortesías y sumisiones
que se sirve un Rey, con todo lo cual estaba éste desvanecido Príncipe tan alegre, hinchado
y representante de aquella majestad, que todo parecía una comedia, ó sueño desvanecido ó
un juego y entretenimiento de niños, cuando hacen lo mismo que con éste hacían con su
rey de gallos, sirviéndole con aquellas ceremonias y aniñadas puericias que no otra cosa;
que esto podia imaginar el desvanecido y ambicioso don Fernando, era lo que usaban con
él aquellos sus pajes y criados, si bien aunque fingido era tanto que pienso si se
dejara adorar por Dios lo hicieran, y aun si lo hicieran pienso lo consintiera; á tal punto
habia llegado la maldad de todos.
En especial la de Aguirre, que teniendo ya olvidadas (al parecer) del todo las obli-
gaciones cristianas, y como hombre rematado dejándose despeñar de unos pecados en otros
mayores, daba y quitaba vidas, ponia y quitaba Reyes. Al modo que se cuenta sucedió en
Castilla al tiempo de las comunidades con el cura de Medina junto á la Palomera Dávila;
que cuando los comuneros que pasaban por su casa le hacian buen tratamiento, los favore-
cía en sus sermones y pláticas, diciendo ser justo y puesto en razón el seguirlos; y cuando
lo agraviaban, tomándole su hacienda y criados, volvia la hoja contra ellos y procuraba
hiciesen lo mismo los de su pueblo; y así unas veces juzgaba el Reino por don Juan de
Padilla y otras por el Rey don Carlos. Así el Aguirre tuvo industria de elegir en Príncipe
276
FRAY PEDRO SIMON.
(6.* NOTICIA.)
de las Indias a este desvanecido hidalgo; y de allí a pocos dias malicia para quitarle más de
lo que le dio, pues le quitó la vida con cruel y desastrada muerte, como veremos. A poco
de como le pusieron en este trono dio el don Fernando el cargo de Sargento mayor del
campo á Martin Pérez, uno de los dos (que dijimos habían quedado sin cargo) de los que
se hallaron en la muerte del Gobernador Ursua; y aquel que usando bien el oficio de re-
belado y amotinador, dio la primera estocada á don Juan de Vargas, Teniente del Ursua,
con tanta furia, por un lado, que lo pasó hasta salir la espada por el otro, con que hirió á su
compañero, como ya dijimos. Para darle este oficio se lo quitó á Sancho Pizarro, haciéndo-
lo en lugar de esto Capitán de á caballo.
CAPÍTULO XVIII.
I. Trazas que dan en el viaje que tienen platicado para el Perú—II. Trázase el modo que habían de
tener en nombre de Dios Panamá y el Perú, y da títulos de Encomiendas don Fernando—III.
Pónese ejemplo de los ruines fines que han tenido otros tiranos—IV. Acabados los bergantines,
después de tres meses, salen de este pueblo y prosiguen su viaje hasta entrar en otro.
DISPUESTO todo, como queda dicho, solo se trataba entre los que traían entre mauos
la masa del gobierno, del mejor orden y medio que se podría tomar para con más bre-
vedad efectuar sus intentos de entrar en el Perú, en que crecian cada hora tan á leguas los
colmos de sus ciertas esperanzas, que ninguno se podía persuadir á lo contrario; y después
de haber hecho muchas juntas de guerra y gobierno y echado mil balances en las consultas,
declarando cada cual su parecer en ellas, vinieron á resolverse de común consentimiento que
acabados los bergantines (que ordenaron fuesen de mayor porte que los que hasta allí te-
nían trazados) se procurase salir á la mar y por la necesidad que llevaban de comidas, se
surgiesen en la isla de la Margarita, donde por la poca resistencia que les podria hacer la
poca gente de la ciudad, en pocos dias se podrían proveer de los más necesarios matalotajes,
como de pan, carne y agua, en que se había de procurar no detenerse arriba de cuatro
dias, y sí allí hubiese alguna gente que los quisiese seguir, recibiéndola en los bergantines,
tomar luego la vuelta (sin detenerse en ninguna parte) del puerto de Nombre de Dios, y
tomando tierra en un rio cerca de él, llamado Saor, ya do noche, puesta la gente en arma
y orden de guerra, marchar derechos al puerto de Nombre de Dios, procurando llevar la
gente apercibida y repartida, con tanto secreto que antes que fuesen sentidos se hubiesen
enseñoreado del puerto y sierra de Capira (que era el paso para la ciudad de Panamá),
pues tomado éste no podia pasarle aviso á esta ciudad del Nombre de Dios, se habia de
marchar luego (dejando guarda en este paso) con el resto de la gente y su Príncipe hasta
dar sobre la ciudad sin poder ser sentidos, y matando en ella los ministros y oficiales del
Rey y los demás vecinos de quienes se temiese les podían hacer algún daño, saquearla y
abrasarla, dejándola de suerte que los que quedasen vivos por haberse huido no pudiesen
fortalecerse en ella ni tomar fuerzas contra ellos; y sin detenerse aquí más tiempo del que
era menester para esto, con los amigos que allí se juntasen revolver sobre Panamá y hacer
las mismas diligencias en crueldades y robos, procurando ante todas cosas hacerse señores
de todos los navios del puerto, sin dejar uno solo que pudiese huyendo ir á dar aviso al
Perú de su llegada allí, y cómo y cuántos iban.
Hecho esto, se habia de juntar la artillería que habia quedado en Nombre de Dios
con la de Panamá, y fortificándose allí con ella, hacer una galera tal como era menester
para la ocasión, y otros navios de armada ; y que en el entretanto que se ocupasen en esto
en Panamá, vendría en su ayuda y favor gente de Veragua, Nicaragua y otras muchas
partes, con más de mil negros que andaban alzados, que con deseos de tener libertad se les
allegarían : que junto con los españoles y la demás gente que vendría al favor de la vida
ancha y libre, se les juntaría gran copia; y armándolos á todos oqn las armas que habrían
á las manos de los sacos de las dos ciudades, podrían pasar al Perú con tan grueso ejército,
que aunque los hallasen ya avisados y puestos en arma, serian menores sus fuerzas para
defenderse, que las que ellos llevaban para hacerles guerra. Porque aliende de los muchos
y muy buenos pertrechos que llevarían de ella, así de gente como de armas, los muchos
amigos que en el Perú tenían, todos en llegando se les pasarían á su devoción, con que no
habría duda sino que en pocos dias tendrían por suyo todo aquel Reino, con que podrían á
su salvo repartir entre todos la grosedad de riquezas de que gozaba, quitando á los vecinos
(CAP. XVIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERKAFIRMS.
277
sus mujeres é hijas, tomando para sí los más principales de esto desvanecimiento ; las
cuales pareciesen que las iban allí nombrando, por conoceilas, como las conocían á todas,
dando las demás á la demás gente, sin que quedasen sin parte los negros : y que en esto no
había de haber discordia, pues si uno dijese yo quiero por mujer á doña fulana, habia de
responder el otro, yo tenia también esos pensamientos ; pero pues es vuestro gusto no
faltarán otras que sean del mío, en especial de las chapetonas que ahora irán llegando de
España. Y para acabar de llenar estas locas vanidades con que se lisonjeaban estos tiranos
(demás de las libranzas de oro que les tenia hechas su Principe, en sus reales cajas del
Perú), les daba títulos de repartimientos de aquella tierra á los que se los pedian, tratando
de disponer en ellos las cosas de sus haciendas (como si ya los tuvieran en posesión) sin
retardar estos sus locos pensamientos los varios acaecimientos que los podian atajar, como
sucedió.
Y pudieran traer á la memoria los desgraciados fines que tuvo Gonzalo Pizarro en
las mismas tierras del Perú, cuando con iguales pensamientos á los de éstos se rebeló con-
tra el Rey ; que aunque mientras le duraron las rebeldías que tuvo, andaba con tan gran
pujanza de gente, y tan aventajada en armas y pertrechos de guerra, que salió victorioso de
algunas con los vasallos leales del Emperador, como fué aquella en que venció y mató al
Virey Basco Núñez con la mayor parte de su gente. Cuando más gallardo andaba con este
próspero viento de fortuna, fué preso y desbaratado su ejército en la de Jaquijaguana, por
el Presidente Pedro de la Gasea, y muerto miserablemente. Como también le sucedió á
Francisco Hernández Girón, que andando también rebelado contra el Rey en la batalla que
tuvo en Chuquinguá contra los leales, con solos trescientos hombres que traia desbarató
mil y doscientos, que eran estos del Rey, y habiendo tenido otras victorias y mejor aparejo
y disposición que llevaban éstos de don Fernando para tiranizar el Perú, fué desbaratado
por Gómez de Solis : y sobre éstos pudieran ponérseles delante los ojos (si no los tuvieran
cerrados) ejemplos de otros que han pretendido en estas Indias las mismas tiranías en que
los más de estos soldados se habían hallado (como dejamos dicho) y que todos habían pa-
rado en mal : pero teníalos tan ciegos su malicia, que no se los dejaba abrir para ver cosa
bueua, antes la experiencia y recuerdo de la vida ancha de que habían gozado, el tiempo
que les duraron las tiranías en que anduvieron con los que hemos dicho, les eran espuelas
para emprender lo que ahora intentaban, sin advertir los ruines fines que necesariamente
se les habían de seguir.
Pasáronse en las cosas dichas y en otras muchas tan ruines, que entre ellas sucedie-
ron los tres meses que se gastaron en poner dos bergantines en estado de poder navegar, al
fin de los cuales, estando ya para poderlos echar al agua, sin obras muertas ni cubiertas,
pero de tan buenos fundamentos, que en cada uno de ellos se podia armar un navio de
trescientas toneladas, se embarcó toda la gente en ellos y en algunas buenas canoas que
también se habían hecho de nuevo. Partieron de este pueblo que llamaron el de los Ber-
gantines, y navegando agua abajo, fueron á dar el mismo dia á otro de la misma Provincia
deMachifaro, que estaba en la misma parte y mano derecha, sobre la barranca del rio, de
donde habiendo dormido en él aquella noche, otro dia á las primeras luces salieron, y tor-
ciendo el viaje que llevaban par aquella banda del rio, se entraron en un brazo de él, á la
mano izquierda, por industria del Lope de Aguirre, temiéndose que se iban á laderecha,
por donde hasta allí podria suceder topar con la tierra que iban buscando, que demoraba á
aquella parte, según decían las guias Brasiles, que si la hallaban podian suceder algunas di-
ferencias sobre el poblarlas. Porque habiendo venido á traslucírsele habia muchos solda-
dos (no obstante las diligencias hechas) que de mejor gana se quedaran poblados en cual-
quier Provincia razonable que hallasen, que ir en la demanda que iban, procuró torcer el
viaje (porque fuera todo torcido) y atajar los pasos con esto á sus sospechas. Habiendo na-
vegado tres dias y una noche por este paraje del Poniente, dieron con una población de
pocas casas vacías (por haberse huido los naturales), puestas en tan mal país de tierra ane-
gadiza y húmeda, que sobre no tener comodidad ninguna para la vivienda humana, hervía
el aire de mosquitos que los abrasaban. Las casas eran cuadradas y cubiertas de paja, que
no les admiró poco, por no haber hallado en muchas leguas atrás otras cubiertas de esto,
sino de palmicha, ni sabanas de donde se pudiera traer, ni aun para satisfacerse á esta duda
se atrevían los soldados á preguntar á algunos indios viejos que por no haber podido huirse
estaban en el pueblo, dónde estaban las tierras de donde la traían, porque no entendiesen
278
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
los amotinados de Aguirre, viendo preguntar esto, lo hacían por informarse de las tierras
que buscaban, que tan de vidrio iban todos en sus tratos como esto.
CAPÍTULO XIX.
I. Llegaron á esta población de indios, donde tuvieron la Semana Santa y Pascua, y el Aguirre dio
garrote á un soldado—II. Salieron de este pueblo después de Pascua, y rancheáronse en otro
muy grande, donde hallaron muchas comidas y vino—III. Pénense algunas costumbres de los
indios de este pueblo—IV. Trátase del modo con que se ranchearon en el pueblo, y de algunos
escrúpulos coa que ya andaban el don Fernando y sus amigos.
ANTES que llegaran á este pueblo, se apartó de los demás por un brazuelo del rio con
cierta gente en canoas, á bascar comidas, un Alonso de Montoya, á quien era forzoso
aguardar ; por lo cual y haber hallado en el lugarejo algún maíz y pescado seco en barba-
coas, que no les dio lugar la prisa de la huida á los indios de ponerlo en cobro, determinó
el Príncipe don Fernando se detuvieran allí ocho dias, en que se celebrasen los de la Se-
mana Santa, que había ya comenzado, cuando llegaron al puesto con intentos de salirse de
ól pasada la Pascua, en que también descansarían del trabajo de la navegación y recogerían
de otras partes algunas comidas á las que allí se iban gastando. Ayudaba mucho el pescado
que cogían los soldados, de que abundaba por aquella parte el rio, y no ayudaban menos
las que les traían los indios por sus rescates : por cuya golosina fueron luego viniendo de
paz desde sus retiros á tratar con los españoles, habiendo perdido el miedo que les habia
hecho huir. Err. gente toda desnuda y de las propias armas y lengua que los de arriba,
por donde se presumió ser todos de una nación. Sucedió cu uno de estos dias de la Pascua
que estando hablando un soldado, Pedro Alonso Casto, que habia sido Alguacil del Gober-
nador Pedro de Ursua, con otro llamado Villatoro, se quejaba del poco caso que habían
hecho de él los amotinadores, pues no le habían dado no sé qué cargo que él deseaba ; y
echándose mano de las barbas, dijo aquel verso de Virgilio: Audaces fortuna jubat tímidos-
que repellit. A los atrevidos ayuda la fortuna y abate á los temerosos. No faltó uno (que
no siéndolo de Dios) pusiese en pico estas palabras al Lope de Aguirre, que andaba ya des-
atinado, por parecerle habia muchos dias no se ofrecía ocasión para matar á alguno (que era
con que él celebraba sus Pascuas), y porque no se le pase ésta siu cebar su infernal deseo
en sangre humana, hizo prender á ambos estos soldados, con intentos de darles luego
.garrote, sin más ocasión que ésta. Y habiendo tenido aviso de la prisión el don Fernando
(que tenia bien reconocida la resolución de Aguirre), le despachó por la posta á decir no los
matase ; pero cuando llegó el mensajero habia dado ya garrote al Pedro Alonso Casto, y
«1 otro estaba á pique de lo mismo, si bien por el mandato del Príncipe se le dilató la
muerte hasta algunos dias adelante. En estos mismos de la Pascua quitaron el-oficio que le
habían dado de Alférez general á Alonso de Villena (uno de los matadores de Ursua) á tí-
tulo de que aquel cargo era más preeminente que quien lo tenia, por ser hombre de baja
sangre y poca suerte en su persona, si bien por no dejarle el Príncipe del todo disgustado,
le hizo su Maestresala, señalándole salarios dignos del oficio en una de sus cajas reales del
Perú. Y por atajar inconvenientes de agravios, que podia sentir alguno sobre el oficio que
vacó, se quedó así por entonces.
Pasada la Pascua, otro día á las primeras luces partieron todos de aquel pueblo, y
al acabarse llegaron á tomar tierra á otro mayor que ninguno de los que hasta allí habían
hallado, á las márgenes del rio, y muy más abundante de comidas en las casas ; porque
aunque la gente de ellas se habia puesto en cobro (temiendo á los españoles, luego que su-
pieron tomaban aquella derrota), no pudieron darse manos por la brevedad á esconder el
maiz y otras comidas, ó por ventura no se les dio mucho de esto, pareciéndoles no pararían
en el sitio, por estar tan cerca del otro donde habían estado tantos dias. Estaba este pue-
blo muy á las barrancas y margen del rio, en una isla angosta, cercada por una parte de las
aguas del rio y por otra de las de una ciénaga, tan poco distantes, que de las unas á las
otras habría por lo más ancho un tiro de ballesta: pero de largo corría á la isla y en ella
las casas enhiladas una tras otra, sin discrepar una de otra, casi dos leguas. Hallóse aquí
un género de vino hecho de muchas cosas juntas y mezcladas, á manera de mazamorra muy
espesa, que echándolas en unas tinajas grandes, de más de veinte arrobas, lo dejaban estar
cierto tiempo, en que hervía el vino como si fuera de uvas, de donde lo sacaban estando ya
(CAP. XIX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAF1RME.
279
sazonado, y trasegaban en otras vasijas, de donde lo ibau bebiendo, echándole alguna agua,
porque su fortaleza era tanta, que bebido á solas embriagaba mucho más que si fuera de
uvas. De esto tenían los indios grandes bodegas, y aunque fueran muy mayores, dieran
también fin de ellas los españoles, entre taut-i gente como iba, en especial que era aloque
y de muy buen gusto.
Procuróse luego que entraron en este pueblo acariciar á los indios y traerlos de
paz, que no fué dificultoso, en especial viendo que los soldados les compraban cuanto
traían, porque de su natural son grandes mercaderes; de manera que en engolosinándose con
lascosas de rescate que les daban los soldados, no habia quien los echara del campo, antes se
alquilaban para bogar, moler y hacer pan y vino y otros servicios persouales. A todo lo cual
eran tan aficionados, que aunque algunos soldados les hacían algunos malos tratamientos,
no por eso dejaban de acudir á los rescates, sin reparar mucho en las muertes que á las
veces daban á sus compañeros algunos crueles españoles, que despachaban de esta vida,
por libres ocasiones, á los quo estaban sirviendo. Eran sutilísimos en sus tratos, y mucho
más en ser ladrones, en que eran tan atrevidos, que entraban de noche á juntar de las ca-
beceras de las camas, ropa, armas y cuanto podían haber á las manos, sin escarmentar en
los castigos más rigurosos que los delitos que hacían á algunos que cogían en esto, que
parece les era natural el juntar, tras que se iban sin acertará reprimirse, por ningún daño
que les sucediese por ello. Solían á las veces tener los españoles por estos delitos presos
algunos, á quienes acudian sus compañeros con rescates, para librarlos de la cárcel, trayendo
manatíes, tortugas, hicoteas, pescado y otras comidas que tomabau los españoles en trueco
de los presos, habiéndoles dado primero algún leve castigo. Era toda gente bien dispuesta,
desnuda del todo ; usaban de las propias armas, dardos y macanas, que los de Machifaro.
Las casas cuadradas, muy anchurosas, cubiertas de hoja de palmicha, de que abunda aquel
país, que es demasiado húmedo, por ser anegadizo. Tenían los indios recogida en el pue-
blo gran cantidad de maderos gruesos de cedro, de los que traía en sus avenidas el rio, de
que hacían sus canoas y casas, que pareciéndoles á los amotinados buen aparejo para con-
cluir la fábrica de los bergantines, determinaren por esto, y por hallar abundancia de comi-
das, tomar de asiento el ranchearse por los días que fuesen menester, hasta que quedasen
acabados de todo punto.
El modo que tuvo de aposentarse fué, que á la parte de abajo de los bohíos (que
como dijimos corrían enhilados por la barranca) en los mejores que se hallaron, se ran-
cheó el Príncipe con toda su casa y oficiales, gentiles hombres y algunos Capitanes ; más
arriba, casi en el medio, el Lope de Aguirre, con sus amigos á los lado3, y Alonso Montoya
con los demás, en lo postrero de él á la parte de arriba. El Lope de Aguirre como no cesaba
de andar siempre maquinando trazas diabólicas, para las que él se entendía, ordenó que
los bergantines varasen junto á su posada, á titulo de tenerlos más á la mira, para dar
prisa á su fábrica. También tuvo sus intentos de ranchearse en el medio del alojamiento,
que por correr (como hemos dicho) á lo largo, cogia más de un cuarto de legua, con que
era más señor del campo que su Príncipe. Púsose luego por obra el acabar los barcos, que
habia de ser, echarles cubierta y cubrirlos de bordo, para que quedando así más anchos,
cupiese más á placer la gente ; fuesen más bien lastrados y seguros á la navegación del
golfo salado, que habían de pasar. En esto trabajaban con la prisa posible todos los oficiales
españoles y negros que se les entendía, á que ayudaban los soldados ; y si bien todo fué
con prisa, no pudo ser la tardanza menos que de un mes, en el cual (como en las demás
partes que se detuvieron) á causa de la ociosidad de los soldados, también sobrevinieron
algunos inconvenientes, causados de unos remordimientos de conciencia (que no fueran
malos si los emplearan en bien) con que andaban ya el don Fernando de Guzman y algu-
nos de sus amigos, confusos de haber muerto con tanta crueldad é injusticia á su Gober-
nador, y de ver el mal camino que llevaban, para reparar tan grandes males y muertes
como de aquél se habían seguido, y el poco poder con que se hallaban para poner en efecto
los intentos de tomar al Perú, en que los habia metido Aguirre.
Sobreveníanles á esto los temores del castigo humano y divino,! que suelen venir
por donde no se piensa á tomar venganza de tan graves delitos, como ya la veían comen-
zada ; pues del polvo de la tierra se iban levantando á cada paso ocasiones para que paga-
sen con sus muertes temporales (y aun se podia temer no fuesen eternas) tantas como
hasta allí habían hecho, estimulados de la sindéresis de la razón. Con estos y otros muchos
pensamientos, que las centellas de la cristiandad en que se habían criado los traían cuidadosos,
FKAY PEDRO SIMÓN.
(6.a NOTICIA.)
movieron plática entre ellos, cuan descaminados y perdidos iban siguiendo la derrota del
Perú, pues solo era camino derecho para irse por sus pasos contados á entrarse á los mi-
nistros de la justicia de Dios y del Rey. para que quedasen castigados de su mano, como
merecian. Lo cual todo se atajaría y olvidaría buscando la tierra, en cuya demanda iban,
y poblándola, con que el Rey ya que los castigase, no seria con tanto rigor, como se sino se
descubriese. ,
CAPITULO XX.
I. Hace junta don Fernando, en que se determinó matasen al Aguirre, por parecer con venia así.—
II. Procura mejorar de armas el Aguirre á sus amigos, quitándolas á los demás.—.III. Divide
Aguirre á los soldados en compañías, pareciendo serle esto más á propósito para sus intentos.—
IV. Prende á Gonzalo Duarte, Mayordomo del don Fernando, con intentos de matarlo, aunque
después se hicieron amigos.
PARA tratar más de intento sobre esta materia, acordó el don Fernando seria bien el
llamar á consulta todos sus amigos y los menos mal intencionados del campo, sin que
lo supiese Lope de Aguirre, que aborrecía harto más que sus pecados le contradijesen la
vuelta al Perú; y así haciendo luego junta de todos los más principales en su casa el don
Fernando, sin que lo supiese Aguirre, se propuso el intento y que cada cual libremente
dijese lo que mejor le parecía acerca de tomar la vuelta del Perú ú ocuparse en el descubri-
miento de los Omeguas, poblando sus provincias, si las hallaban. Esto pareció lo más acer-
tado á todos, si bien toparon luego con el estropiezo que había de ser para conseguirlo el
Lope de Aguirre, y que mientras él viviese no era posible efectuar nada, por ser tan contra
sus intentos y de sus amigos, que siendo, como eran, más que los del parecer contrario y
más atrevidos, lo habían de desbaratar, y así determinaron todos de un parecer se quitase
este estorbo quitándole la vida al Aguirre, y que esto se efectuase luego enviándolo á lla-
mar que viniese allí descuidado, por no haber podido rastrear su peligro, y que entrando
se le diese luego de estocadas; pues si’con esta brevedad no se hacia, era imposible dejar él
de alcanzar esta determinación y poderse poner en efecto. En esto estaban de una confor-
midad todos, cuando el demonio (que siempre procura, permitiéndolo Dios, favorecer á los
suyos y sustentarlos algún tiempo para mayores males) parece persuadió al Alonso de Mon-
toya, que era uno de los de la junta, á que dijese no convenia matar por entonces al Agui-
rre, porque enviándolo á llamar vendría sin duda acompañado de algunos de sus amigos y
podría ser por matarlo á él matar también á algunos de ellos, por lo cual seria más acertado
dilatar su muerte para cuando fuesen navegando el rio abajo en ocasión de que viniese el
Lope de Aguirre al bergantín del Príncipe á hablarle á solas, con que sin daño de otros se
le podría dar la muerte, y esto podría efectuarse con brevedad, pues con esa se acabarían
los bergantines, por faltarles ya muy peco.
No le pareció mal al don Fernando esta determinación, por ser de suyo benévolo y
enemigo de severidades y muertes, en especial de sus soldados; y así aprobándola, se resolvió
en que se tomase aquel modo, al cual siguieron los demás, por ser voluntad de su Príncipe,
aunque bien contra las suyas, teniendo por cierto que no se le había de escapar al Aguirre
lo que se habia tratado en la junta, de que habían de irse siguiendo mayores inconvenien-
tes cada dia, y no teniendo efecto su muerte la habia de tener la de tqdos los que la deter-
minaron, como sucedió, pues en el discurso de su tiranía no le quedó ninguno de éstos vivo,
desde el Príncipe hasta el menor, como veremos, para lo cual no se le pasaba dia que no
hiciese diligencias para atraer á sí más copia de amigos de los que más simbolizaban con
sus atroces intentos y condición, á quien procuraba también rehacer de las mejores armas
de cuerpo y manos que habia en el ejército, procurando quitárselas á los demás de quienes
él no tenia tanta satisfacción, achacándoles que eran descuidados en las cosas de la guerra,
que no traían las armas tratadas con la curiosidad que se requería y era menester. Y así
como á indignos de ellas se las quitaba para darlas á otros más dighos, con que vino á ha-
cer herederos de todas las mejores que había en el campo á sus aliados, no solo de las de
los que morían y él mataba fenyos testamentos y haciendas corrían por sus manos), sino
también de los vivos, con este modo, con el cual no dejó armas de provecho en otros que
en sus aliados.
Pareciéndole también venirle á su propósito que la gente del campo estuviese divi-
dida en compañías iguales, de suerte que ninguno de los Capitanes tuviese más gente que
(CAP. XX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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otro, acordó dividirlos en las compañías que se pudieron hacer, cada una de cuarenta sol-
dados, señalando para sí los que él tenia por sus más amigos y familiares; si bien en algu-
nas de las otras puso también algunos de los de su devoción, para tener con esto quien
volviera por sus causas en tjdas partes; para la guarda de su Príncipe otros cuarenta, en
que también entraban algunos de sus amigos. Al paso que iba tomando la mano en dispo-
ner estas cosas y favorecer á sus aliados, iba creciendo su soberbia y el querer mandar
mucho más que su Príncipe, y que más que á él lo obedeciesen, temiesen y reverenciasen
todos, de que ya se les iba trasluciendo á muchos en lo que habia de venir á parar todo.
Un Gonzalo Duarte, Mayordomo mayor del don Fernando, temiéndose por lo que veia su-
cedía en los demás, en las insolencias del Lope de Aguirre, y por estar ambos repuntados
de ocasiones pasadas y pareciéudole que las cosas de aquella infame comunidad se seguirían
por justicia (en que se engañaba del todo) y que cuando menos se había de cumplir lo que
el Príncipe mandase, procuró sacar de él una exención para que ninguna justicia ni Capitán
del campo tuviese que ver con él ni pudiese castigar sus delitos, sino que en todo estuviese
inmediato á la jurisdicción del Príncipe, por atroces que fuesen sus causas.
No pasó mucho que no viniese esto á oidos del Lope de Aguirre, que entendiendo
luego por lo que habia hecho Duarte, para que entendiera no le habia de ser bastante para
escaparse de sus manos, fué luego y lo prendió con intentos de darle al instante garrote,
sin más ocasión que ésta (y el andar remordidos, como hemos dicho), como lo hiciera sin
duda si el don Fernando (sabiendo la prisión de su mayordomo) no viniera en persona y lo
sacara de la cárcel. Que sabiéndolo el Lope de Aguirre, investido de un diabólico espíritu
(por haberle quitado de las manos la presa que él tanto deseaba despachar de esta vida),fué
luego á la posada del don Fernando dando temerarias voces, postrado en el suelo delante
de él, echando fuego por los ojos y boca, le suplicaba le diese el preso, que lo quería casti-
gar de muchos muy graves y atroces delitos que habia cometido contra su servicio; y que
no se levantaría del suelo en que estaba sin que se le volviese, ó que con su misma espada,
que sacó allí de la vaina, le habia de cortar luego la cabeza. Usando con reporte el don Fer-
nando de preeminencia y potestad real, le respondió que se levantase y sosegase, que él se
informaría de lo que habia hecho Gonzalo Duarte y lo castigaría si lo mereciese, haciendo
en todo justicia. Terciaron de buena los Capitanes que se hallaron presentes, y aplacando al
Lope de Aguirre de aquel infernal furor, trataron de hacerlos amigos, en especial por pa-
recerles daban en esto gusto al don Fernando haciendo estas amistades. Queriendo el Gon-
zalo Duarte dar á entender en las obligaciones que le estaba el Lope de Aguirre para ha-
cerle aplacar más los bríos contra él, dijo públicamente en presencia de los demás, que
no tenían razou de tratarlo de aquella suerte, pues sabia que en el pueblo de los Motilones
habia tratado el Lope de Aguirre que matasen á Pedro de Ursua é hiciesen General á don
Martin (aquel que dijimos habia hecho volver al Perú el Ursua desde allí por el aviso que
le dio Pedro de Añasco) y que el Lope de Aguirre seria Maese de campo y él seria Capitán,
con que darian la vuelta sobre el Perú. Y que con haber pasado tanto tiempo después de esto
y ser tan su amigo el Gobernador Pedro de Ursua y quererle tanto, nunca se lo habia di-
cho ni descubiértolo á nadie hasta entonces; y que nunca se habia persuadido áque le daria
el Lope de Aguirre tan mal pago á esta amistad. A que el Aguirre respondió (como hom-
bre que ya se le daba poco se descubriesen sus maldades) que habia pasado puntualmente
como lo decia Gonzalo Duarte, y que no dejaba de reconocer haberle sido amigo en aque-
llo y que lo serviría en otra cosa que se le ofreciese, con que se aplacó mucho el Aguirre y
vinieron (mediante el apretar esto los terceros) á hacerse amigos y abrazarse, considerán-
dose por entonces, si bien adelante le pagó aquella amistad al Duarte en dar fin á sus días,
á vuelta de otros muchos.
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FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.;
CAPÍTULO XXL
I. Encuéntranse el Capitán Lorenzo Salduendo y Aguirre, sobre acomodar en los bergantines á doña
Inés.—II. Mata Lope de Aguirre á Lorenzo Salduendo, y por su mandado dos soldados á doña
Inés.—III. Repártanse don Fernando y Lope de Aguirre sobre la muerte de Salduendo.—IV.
Aplaca Aguirre á don Fernando, y por cierto chisme que dos Capitanes le digeron al Aguirre, de-
termina matarlo.
O habiendo dejado la doña lúes de Atienza los ruines tratos y resabios con que
salió del Perú (aun con los ejemplos de muertes violentas que Dios le habia puesto
delante, para apartarse de ellos), venia revuelta con el Lorenzo Salduendo, Capitán de la
guardia, que dijimos era de D. Fernando. Traía ésta en su compañía, bien asidas en amis-
tad y tratos, á una doña María de Soto, meztiza, acariciada con otros del ejército. Que
estando ya para partir de aquel pueblo, en prosecución del viaje por irse con él, viendo la
obra de los bergantines (que era lo que solo le habia retardado), procuró el Lorenzo de
Salduendo acomodar en una parte de ellos á estas dos señoras, con todas sus baratijas, y
porque las malas dormidas no les hiciesen maltrato con Lope de Aguirre, que quería
meter en los barcos unos colchones en que durmiesen ; el cual (ó porque no eran de su
gusto estas mujeres, ó puramente por ser desabrido y enemigo de que nadie lo tuviese),
respondió á Salduendo, que en ninguna manera se habían de llevar los colchones en los ber-
gantines, porque ocupaban mucho, y era mucha la gente y otras cosas más importantes
para la guerra, que forzosamente se habia de llevar. Excusado con esto el Aguirre, y des-
pedido de él con demasiada mohína el Salduendo, volvióse á su casa, donde halló á las dos
damas esperando el buen despacho de su comodidad, y habiéndoles contado lo que le ha-
bia pasado con Aguirre, y sentido de que le hubiese respondido con tanta aspereza, con
mucho enfado arrojó una lanza que traia en las manos, diciendo : mercedes me ha de
hacer á mí Lope de Aguirre al cabo de mi vejez; vivamos sin él, pesietetal. No faltó quien
oyendo estas palabras se las pusiese luego en pico al Aguirre, con otras que la doña Inés
habia dicho un dia antes, estando enterrando un mestiza criada suya que se le habia
muerto, á quien llorándola le dijo : Dios te perdone, hija mia, que antes de muchos dias
tendrás muchos compañeros.
La maliciosa agudeza del Lope de Aguirre dio luego que supo esto en que el desa-
brimiento y palabras del Salduendo eran por no haberle dejado acomodar los colchones, y
que aquellas acciones eran de hombre que pensaba, ó hacerle algún gran mal, ó matarle, y
así acordó ganarle por la mano, determinando juntar sus amigos, y dar fin á los dias del Sal-
duendo. El cual avisado del negocio, ó barruntándolo, se fué al Príncipe, y le dijo los te-
mores con que andaba, de que Lope de Aguirre le quería matar, para que andaba ya jun-
tando sus amigos. Aseguróle el don Fernando, diciendo perdiese el miedo, que él lo reme-
diaría todo, y entendiéndose hiciera lo que él mandaba; hizo llamar luego allí á un Gonzalo
Guiral de Fuentes, su Capitán, y que fuese al Lope de Aguirre y le dijese de su parte hi
cíese cómo anduviese seguro el Lorenzo Salduendo, que andaba temeroso se la quería qui-
tar, antes le procurase aplacar del enfado con que estaba, lo mejor que pudiese. Salió con
este recado el Gonzalo Guiral, con la mayor prisa que pudo ; pero como en sus depravadas
acciones las daba muy mayor el Aguirre, le encontró ya en el camino con la tropa de sus
matantes amigos, que venían á pasos largos á efectuar la muerte del Salduendo. Dióle el
recado que llevaba del don Fernando, de que hizo tan poco caso como de Príncipe, á quien
él lé habia puesto en el estado, y así sin retardarse un paso, pasó adelante hasta entrar en la
casa del don Fernando, con quien halló al Salduendo, á quien comenzaron luego, él y los
suyos, á darle de estocadas y lanzadas, con que sin poderlo defender el don Fernando con
hartas voces y ruegos que hacia al Lope de Aguirre no lo mataseny y otras veces nadándo-
selo, al fin le sacaron de esta vida miserablemente, como él habia sacado á Pedro de Ursua,
su Gobernador. Cebada aquella cruel bestia en la sangre de este Capitau, apeteció luego
derramar también la de doña Inés, pues era causa de aquello, y de sobrevenirle á él al-
gunos disgustos y amenazas, con que le pareció merecer igual castigo que los que las
hacían ; y así mandó luego á un sargento suyo, llamado Antón Llamoso, y á un Francisco
Carrion, mestizo, que la fuesen á matar, donde quiera que estuviese. Los cuales, encarni-
zados en matar hombres, y por enseñarse y hacerse más hábiles en este oficio, para lo de
(CAP. XXI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME,
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adelante. Apenas les hubo mandado esto, cuando fueron donde estaba la pobre de D. Inés,
y le dieron tantas estocadas y cuchilladas, que parece no solo intentaron sacarla de esta
vida, como lo hicieron luego á las primeras, si no afearle su cuerpo, que quedó de manera
que después de muerta no hubo persona, aun de las muy crueles del ejército, que la viese,
que no le quebrase el corazón, porque fué una de las mayores crueldades que se habían
hecho en aquel campo. Quitáronle tras la vida todos sus bienes, que no eran muy pocos ;
pues sin enviar á buscar escribano ante quien se hiciese el inventario, queriendo hacerse
pagados del trabajo estos crueles verdugos, los partieron entre sí.
Mientras hicieron esto estos dos crueles carniceros con la pobre doña lúes, quedó
el don Fernando de Guzman viendo el espectáculo de la muerte de Salduendo á sus ojos,
dándole á entender al Aguirre su descomedimiento y poco respeto que habia tenido á su
persona, pues no habiendo reparado en que le habia enviado á rogar no matase al Capitán
de su guardia, le habia venido con demasiada crueldad y desenvoltura á matar en su
presencia. Decíale esto con palabras tan ásperas y señoriles, que irritado y furioso más de
lo que estaba el Lope de Aguirre, y estimando en más el ayuda de sus amigos, que tenia
presentes, que las mercedes que le podía hacer su Príncipe, comenzó á desvergonzarse y
decirle con palabras arrogantes mil descomedimientos, entre los cuales fueron : que no se
entendía ni se sabia gobernar en las cosas de la guerra, porque si él fuera astuto, y las
guardara bien, no se habia de fiar de ningún Sevillano, pues sabia los dobleces que hab a
en ellos ; que siendo el don Fernando natural de Sevilla, no pudo dejar de serle palabra
pesada, y que viviese recatado, mirando por su persona, que él haria lo mismo, pues los
que traían el cargo que su Excelencia no habian de vivir tan descuidados y confiados
como vivia. Y que si de allí adelante quisiese hacer Consejo de guerra, le avisaba que
como hombre que iba entre sus contrarios, llevase siempre en su compañía cincuenta ami-
gos y confidentes suyos, bien armados, para lo que le podia suceder, y que le valiera más
y fuera muy más á propósito gustar de los guijarros de Pariacaca, que de los buñuelos que
le daba Gonzalo Duarte, su Mayordomo mayor ; añadiendo á ésta otras ochenta des-
vergüenzas, se apartó de su Príncipe, y dio la vuelta de su rancho con sus amigos, sin
procurar más aplacarle ni satisfacerle por entonces.
A poco de como llegó á su posada el Aguirre (porque no saliese fama en el campo
de que habia querido matar al don Fernando y alzarse con la gente, dejando esto para más
segura y oportuna ocasión) ,volvió luego á verse con él y aplacarlo, y dándole satisfacciones
del hecho, le dijo no tener su Excelencia razón de queja por haber muerto al Salduendo
delante sus ojos, pues él habia querido matar á un tan gran servidor suyo, como él era, y
tan leal y confidente, pues amigo por amigo, él quedaba allí vivo, que le guardaría con
más fidelidad que ningún otro de los del campo, pues era más hombre para defenderle y
ampararle, y más determinado á poner la vida en su defensa que algunos de quienes él hacia
demasiada confianza, por parecerle le hacían buena amistad, de que algún dia veria el de-
sengaño. Con éstos y otros falsos cumplimientos, procuró el Lope de Aguirre aplacar y
satisfacer á su Príncipe, que á más no poder mostró con palabras estar sintiendo otra
cosa, pues de lo hecho, desenvolturas y pocos respetos que ya le tenia el Aguirre, andaba
sospechoso de lo que le podia suceder, en que iba cada dia cavando tanto, que de allí ade-
lante andaba como asombrado y demudado el color ; si bien con todo esto, ni procuraba
asegurar su persona con mayor recato, ó con quitar la vida al Lope de Aguirre, ó trayendo
á su devoción más amigos que le defendiesen ; porque debiera de ser de condición tan tí-
mido, que aun para asegurar su vida no se atrevía á hacer diligencias que fuesen de im-
portancia, como las hacia el Lope de Aguirre, sin descuidarse un punto (desdo el que se
desgració con él) de andar de noche y de dia acompañado de más de sesenta hombres bien
armados y desalmados, echando voz que los traía para guardar y asegurar al don Fernan-
do, procurando con esto deslumhrar á los que sospechaban le andaba trazando la muerte
(de que andaban recelándose el uno del otro) sin tener ninguno mediana satisfacción de
seguro. Viendo Gonzalo Gniral de Fuentes, Capitán de don Fernando, y Alonso de Villena,
su Maestresala (ambos de los que se habian hallado en la Junta, cuando se determinó la
muerte del Aguirre) lo que habia pasado entre él y el don Fernando, con que no podían
parar en bien el uno ó el otro, y que la parte del Aguirre estaba más valida de amigos y
de armas, para acreditarse con él y hacer de los ladrones fieles (que es propio de tiranos
servirse de infieles ministros), se fueron al Aguirre, y contaron todo lo que habia pasado
en la junta, y cómo no era ya muerto, por haberse dilatado por consejo de Alonso Mon-
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FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
toya, para otra mejor ocasión, para adelante ; con que el Aguirre se determinó luego (sin
darlo á entender á nadie) de matar al don Fernando y á los demás de la Junta, alzarse con
toda la gente y el campo. Lo cual no pudo disimular, enviáudolo á llamar el don Fer-
nando, para cierta Junta que hizo, pues le respondió (temiéndose no le quisiesen matar en
ella) que ya no era tiempo de hacer juntas, ni de llamarlo á él á ellas, y así que lo tuviesen
por excusado. ,
CAPÍTULO XXII.
I. Dispone Aguirre cómo matar al Príncipe don Fernando y á otros—Mata Aguirre y sus compañeros
á dos capitanes, y trata de ir á matar al Príncipe—III. Van otro dia por la mañana á efectuar la
muerte del Príncipe—IV. Mata Aguirre á un clérigo y á otros capitanes y al Príncipe don Fer-
nando.
SOBRESALTÓSE el Aguirre después que le dieron el aviso de la muerte que le tenían
urdida en la junta, de manera que determinó á ganar por la mano y matar él primero
á los que habían sido en la sentencia ; le pareció ser el tiempo más acomodado para efec-
tuar esto, el de la partida de aquel pueblo, que ya se iba llegando, para lo cual previno lue-
go sus amigos de secreto, sin declarar más que á dos los intentos que tenia de matar al
Príncipe, por haberse determinado estos dos á hacerlo á ruego del Aguirre; estando ya los
bergantines acabados de todo punto y todo á pique á la partida, dos dias antes de ella orde-
nó estas muertes el Aguirre. De esta manera era, como dijimos, la isla donde estaban ran-
cheados, angosta, y á la parte de abajo tenia su pesada el don Fernando, el Montoya y otros
capitanes á la de arriba, y el Aguirre con sus amigos enmedio. La primera diligencia que
hizo el Aguirre para el efecto, fué echar un bando, que todas las canoas que estaban arriba
y abajo de los bergantines las juntasen luego á ellos, mandando que sin orden suya ningu-
na íe les apartase, á fin de que no hubiese quien llevase nuevas de una parte á otra del
alojamiento, y que fuesen metiendo al descuido toda su ropa sus amigos en los bergantines,
sin que nadie lo entendiese ; porque si acaso fuesen sentidos de lo que querían hacer y los
mandasen prender, no se estorbasen en más que embarcar sus personas y hacerse á lo largo
en ellos.
Llegada la noche, hizo junta de sus amigos, y poniendo guardas en el paso que ha-
bia desde su casa á la del Príncipe (que pudo con facilidad, por ser, como hemos dicho, la
isla tan angosta) para que nadie pudiera pasar á darle aviso de la junta ni de lo demás que
sucediese. Ya que estaban todos en su casa, les dijo tenia necesidad de ir á castigar ciertos
capitanes y soldados que estaban rebelados contra el Príncipe ; y así les rogaba le fuesen
acompañando é hiciesen lo que eran obligados como buenos. Y habiéndose ofrecido á todo
lo que les ordenase, bien armados todos, salieron con él de su posada derechos á la de Mon-
toya y la del Almirante Miguel Bobedo, que estaban, como hemos dicho, rancheados á la
parte de arriba y bien descuidados de la trama que les andaba urdiendo Aguirre. El cual
entrando con toda aquella hueste de bravos en las casas de ambos, los mataron á estocadas
y lanzadas, sin ser sentidos de nadie, desde donde tomaron la vuelta luego para hacer lo
mismo con el don Fernando, antes que pudiera por algún camino tener aviso ; dándolo
primero el Aguirre á sus compañeros, de que era también necesario hacer lo mismo que ha-
bían hecho con otros soldados y capitanes, y por las mismas causas, de los que estaban ran-
cheados cerca de la posada del don Fernando : y señalándoles á los que habían de matar,
y que cada diez de los compañeros habían de embestir á cada uno, señalando también los
que habían de ser éstos para éste, estos otros para el otro, les encargó el cuidado que ha-
bían de tener en efectuarlo, que también prometieron acudir como á los primeros. Pero
advirtiéronle que no era tiempo acomodado aquél, por ser tan tarde y la noche muy oscura,
con que podría suceder que á vueltas de matar á los otros, se matasen ó hiriesen los unos
compañeros á los otros por no conocerse.
No le pareció mal el arbitrio al Lope de Aguirre (que no fué pequeña novedad para
él, evitar ocasión en que no se matasen unos á otros, fuesen de los que fuesen) y as: dila-
taron el hecho paralas primeras luces del dia siguiente, reforzando las guardas del paso con
soldados de mucha confianza, para asegurarse más de que no pasase la nueva de lo hecho á
los de abajo, y no atreviéndose á pasar el resto de la noche Aguirre y sus soldados en sus
casas, se entraron en los bergantines, donde estuvieron sin dormir y siempre en arma, y á
pique para si acaso el Príncipe venia á sentir algo, cortar las amarras y echarse el rio abajo
(CAP XXIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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con los barcos, sin reparar que se quedase él allí perdido con el resto de la gente. Pero
despuntando el dia y viendo que no había ruido en todo el alojamiento (por no haberse
sentido aún las muertes de los dos) saltó de los bergantines con todos sus soldados, de los
cuales ninguno sabia el intento que tenia de matar al Príncipe, fuera de un Juan de Agui-
rre y Martin Pérez, Sargento mayor, sus mayores amigos y confidentes, á quienes había ro-
gado debajo de grandes promesas tuviesen cuidado de á las vueltas (cuando anduviesen
matando á los demás) dar con el don Fernando de Guzman al través y sacarlo de esta vida.
Tomaron los dos esto bien en la memoria, y habiendo dejado segura guarda en los bergan-
tines, caminó Aguirre con los demás derecho al rancho del Príncipe, recogiendo en el ca-
mino todos los soldados que topaban, diciendo iban á castigar ciertos amotinados, por disi-
mular los principales intentos que llevaba ; les decia abriesen los ojos y mirasen por el
Príncipe su señor, y de tal manera le reverenciasen, que no solo no peligrase su persona,
sino aunque si alguno de los araotinadores se quisiese amparar y defender con ella, tuvie
sen particular vigilancia no le hiriesen á él, porque podría suceder que como su Excelen-
cia era de tan buenas entrañas (ignorando la traición que tenían ordenada contra su persona
aquellos capitanes á quien iban á matar) los quisiese defender, mas que no los dejasen de
matar por eso.
Industriando iba á sus soldados con esta plática el Lope de Aguirre, cuando lle-
gando cerca del rancho del Padre Alonso Hcnao (que fué el que dijimos dijo la misa y
tomó el juramento de la rebelión contra el Rey), por comenzar su maldad con sacrilegios lo
mató á estocadas, si bien quisieron decir algunos habia sido por yerro de cuenta, queriendo
matar á otro ; y que no lo hizo el Aguirre sino un soldado llamado Alonso Navarro. Pero
fuese lo uno ó lo otro, él quedó luego allí muerto, desde donde prosiguieron todos hasta la
casa del Príncipe, que lo hallaron en la cama, y con tan gran descuido como era el cuidado
de estos traidores. Levantóse de ella en camisa al ruido y alboroto que llevaban los sóida
dos, y como vio á Lope de Aguirre entre ellos, qué es esto, padre mió ? que con este nom-
bre le trataba el Príncipe, al cual respondió : asegúrese Y. Excelencia ; y pasando de
largo entró donde estaban el Capitán Miguel Serrano y su Mayordomo Gonzalo Duarte, y
un Baltasar Cortés Cano, y dándoles muchas estocadas, lanzadas y arcabuzasos, los mataron.
El Martin Pérez y el Juan de Aguirre, no olvidando lo que les habia encargado el Lope de
Aguirre, viendo la ocasión en las manos con la revuelta y confusión que habia en la casa,
haciéndose erradizos, fueron á encontrarse con el don Fernando, y disparándole los arca-
buces y tras esto embebiéndole algunas estocadas cruel y miserablemente, le sacaron de
esta vida, con que acabó su infelice conjuración, cosa que pudiera haber conocido muchos
dias antes y asegurádose de olla. Tenia cuando le mataron escasos veinte y seis años, era
de buena estatura, bien formado de cuerpo, fornido de miembros, algo gentil hombre, de
buen rostro, la barba bien puesta, reposado en sus acciones, mucho más benigno que cruel,
natural de la ciudad de Sevilla.
CAPÍTULO XXIII.
I. Da satisfacción Lope de Aguirre de la muerte del Gobernador y los demás, y nombra á sus soldados
los Marafíones—II. Reforma los más de los oficios que iban en el ejército y dalos á sus amigos—
III. Salieron del pueblo de la Matanza, y fueron navegando á vista de grandes Provincias—
IV. Llegan á otro pueblo después de haber navegado doce dias, donde se ranchearon.
HECHO esto, ya que era entrada buena parte del dia hizo juntar Lope de Aguirre la
gente del campo en una plaza, y puesto donde todos le pudieran oir, armado de todas
armas y cercado de ochenta valientes hombres armados de la misma suerte, grandes sus
amigos y confidentes, dio á todos cuenta y satisfacción del hecho, diciendo no se admirasen
ni alborotasen de las muertes que habían visto, porque todos aquellos eran sucesos que
traía consigo la guerra,”y que no era posible menos, pues no se podia llamar con este nom-
bre si no tuviera semejantes casos, y que su Príncipe y los demás muertos, por no haberse
sabido gobernar ni tener modo para que aquella empresa tuviese el fin que todos deseaban,
habían tenido ellos el que veian : y que á todos los del ejército habia sido necesaria aque-
lla muerto de don Fernando, pues con su vida sin duda todos perderían las suyas por su
mal gobierno, como á todos les era manifiesto de que no quería tratar más largo, sino que
de allí adelante le tuvieran por su amigo y compañero, teniendo por cierto que de aquí so
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FRAY TEDRO SIMÓN.
(6.a NOTICIA.)
iria siguiendo la guerra, como convenia á todos ; y que no les pesase tenerlo por General,
pues podían tener ya entendido de él cuanto deseaba el gusto y comodidad de toda la gente:
con que dio fin á su plática y al título de General, aunque otros quieren decir que no se
intituló sino fuerte caudillo y á sus soldados los Marañones (nombre inventado entre ellos)
y que tenían tratado días habia ponérsele, por ventura por las marañas que cada día se ur-
dían en aquel ejército, con tanto peligro de todos, como hemos visto ; y de aquí tomó este
rio el nombre de Marañen, sin que haya tenido otro fundamento el ponérsele : porque
como hemos visto, cada Provincia de las de sus márgenes y ríos que en él entraban tenían
diferentes nombres, si bien no ha faltado quien diga que un pequeñuelo de los que él se
bebe le llamaban Marañon, de donde se extendió el nombre á todo el rio. Pero la verdad
es lo que hemos dicho, pues nunca se habia oido este nombre, aunque por cerca de sus
bocas habían navegado muchos españoles y por él habia bajado el Capitán Francisco de
Orellana, como dejamos dicho, que le puso rio de las Amazonas, por haber hallado en una
Provincia ciertas mujeres que peleaban con él, hasta que estos tiranos salieron de él, ape-
llidándose á ellos y al rio con este nombre.
Queriendo dar Aguirre desde luego principios n su supremo mando y generalato so-
bre los que llevaba (en que se habían introducido y tomado el nombre solo por su volun-
tad y sin más fundamento que los rigores y muertes que hemos dicho se hicieron por su
mano), comenzó luego á dar nuevos cargos á sus amigos más privados y que habia hallado
de más prontas voluntades para efectuar lo hecho : á Martin Pérez, que era su Sargento
y uno de los que mataron á don Fernando, hizo su Maese de Campo, y á un Juan López
Calafate, Almirante de la mar, y á un Juan Gonzalo Carpintero, Sargento mayor, al Co-
mendador Juan de Guevara quitó la conducta de Capitán que tenia, por el Príncipe don
Fernando, prometiéndole que en llegando todos con salud á Nombre de Dios, le daría veinte
mil pesos y lo enviaría á España, porque bien veía no era de su profesión seguir aquella
guerra. Su conducta dio á un Diego de Trujillo, que antes era su Alférez ; á Diego Tira-
do hizo Capitán de á caballo, y algunos dicen recibió contra su voluntad el cargo, solo por-
que no le matasen, aunque pienso se engañaron en esto, pues sabemos las cosas que después
hizo siguiendo al Aguirre. Capitau de la guarda hizo á un Nicolás de Susaya, vizcaíno,
hombre pequeñuelo y de ruin persona y menos autoridad^ por lo cual en breve le volvió á
quitar el cargo. La vara de Alguacil mayor del Campo dio á un Carrion Mestizo, casado
con una india en el Pem, habiendo quitado la vara para darle á este á un Juan López Ca-
rreto. Y porque no pareciese reformaba todos los capitanes y oficiales viejos (y por dar
gusto á algunos de sus amigos que le rogaron sobre esto) dejó en sus conductas á Sancho
Pizarro y á Pedro xVlonso Galeas, que las tenían de mano del don Fernando.
Procurando luego atajar los inconvenientes que el Lope de Aguirre podía imaginar
le podrían suceder (como hombre astuto en maldades y que quien tenia las hechas tenia las
sospechas), echó luego un bando, con pena de la vida, que de allí adelante ninguno hablase
en secreto con sus compañeros, ni anduviesen en juntas ni corrillos, ni en su presencia
metiesen mano á las espadas ni otras armas. Y no pareciéndole estaba seguro con estos
pregones y penas, y que lo estarían más él y sus compañeros en los bergantines que en
tierra (dos días que se detuvo de la muerte del don Fernando en aquel pueblo) se estuvie-
ron embarcados en ellos, y si para alguna necesidad se desembarcaba era tan sobre aviso y
hechos todos tan de compañía y armados, que aunque los demás so quisieran juntar para
ofenderle, no fuera de efecto estar casi todos sin armas, y si algunas tenían eran tan flacas y
ruines (por haber ido recogiendo las buenas el Aguirre, como dejamos dicho, para sus
compañeros), que aun no les aprovechaban para defenderse do nadie. Después de estos dos
días, habiendo embarcado toda Ja gente en los dos bergantines y algunas canoas, partiendo
todos jnntos de este pueblo de la Matanza (que así le llamaron), hizo bogar hacia la banda
izquierda por un brazo, con intentos de que no se pudiese dar vista á ninguna población ni
gente de la banda de la mano derecha, donde traían las noticias esíaban los Omeguas; pero
con todo esto, yendo navegando por éste y otros brazos que iban topando, á la parte del
Poniente, se fueron descubriendo á la del Oriente unas cordilleras bajas de sabanas limpias,
en que divisaban de día gran muchedumbre de humos, y lumbres de noche, señal clara de
grandes poblaciones, de que ninguno osaba tratar por no poner en riesgo la vida, y así solo
las miraban y callaban; aunque las guias Brasiles dijeron claramente ser aquellas tierras y
poblaciones las que venían buscando de los Omeguas; pero porque no saliesen más á luz
aquellas noticias, hizo luego echar bando el Aguirre, con pena de la vida, que ninguno
(CAP. XXIV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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hablase con las guias ni tratase sobre la tierra de los Omeguas, con que puso silencio a
todos.
Descubrióse otra cordillera pelada sobre la mano izquierda, que casi confrontaba
con la derecha, pero no parecía ser poblada como la otra; éstas dos apretaban algo el rio,
aunque no tanto que no fuese incomparable su anchura aun por allí. Ocho días y siete
noches fueron navegando los Marañónos, huyendo siempre á la parte izquierda, por lo
dicho, desde donde veian innumerables islas pobladas de indios desnudos y flecheros, que
se servían de piraguas, y fueron las primeras que habían encontrado en el rio. Saltaron en
tierra en una de aquellas poblaciones á proveerse de algunas comidas, donde hallaron gran
cantidad de iguanas que tenían los indios en sus casas, atadas de los pescuezos para ir co-
miendo de ellas. Después del tiempo dicho llegaron cerca de una gran población de indios
que estaba sobre la mano derecha, en una barranca muy alta del rio, y en dándole vista
despachó Lope de Aguirre treinta hombres con sus armas en canoas y piraguas, con orden
de que hubiesen á las manos algunos indios; los cuales no huyeron, antes aguardaron á los
soldados, mirándolos desde las barrancas, como que los esperaban de paz, corno los soldados
también lo advirtieron; pero como gente tan cebada en derramar sangre humana, contra la
inocencia de aquellos pobres naturales y aun contra lo que á ellos mismos les estaba bien,
comenzaron a disparar los arcabuces, con que hirieron á algunos é irritaron á todos á huir
con toda su chusma, si bien la prisa no les dejó sacar cosa de sus casas. De ellas pasaron
los soldados en su seguimiento viendo quedaban seguras, aunque no pudieron haber á las
manos más que un indio y una india. Y queriendo experimentar qué fortaleza tenia la
yerba de que usaban en las flechas los indios, un Juan González Serrato tomó una de las
que el mismo indio traia, y picándole en la pierna con ella hasta sacarle sangre, otro día á
la propia hora murió el indio, con que experimentaron ser fuertísima la que por allí usaban.
Llegaron entre tanto los bergantines y toda la gente al pueblo, donde se ranchearon, entre-
gándose en los despojos de las casas y comidas de los indios, que después de haber puesto
en cobro sus mujeres é hijos, se aparecían algunas veces en el rio á lo largo en canoas y
piraguas y por tierra á dar vista á los españoles; si bien nunca se atrevieron á acometerles,
por una y otra parte, aunque á las veces daban muestras de querer dar guazabaras.
CAPÍTULO XXIV.
I. Hubieron un indio á las manos en este pueblo, con quien enviaron á llamar de paz á los demás.
Propiedades de estos indios y tierra—II. Mata Aguirre á tres soldados en el tiempo que estuvie-
ron en este pueblo aderezando los bergantines—III. No se le acaban los temores de tirano aun
con matar á tantos. Húyensele las guias Brasiles—IV. Salen de este pueblo, á quien llamaron de
la Jarcia, y navegando hizo matar al Comendador.
CON el cuidado que andaban por haber algún indio á las manos de los que andaban po-
niéndose á la vista, al fin cogieron uno á quien el Aguirre (dándole algunas hachas,
maquites y otros rescates de Castilla) le dijo por señas fuese ásus compañeros y llamándoles
les dijese viniesen de paz, asegurándolos de su parte no les haría mal ninguno; con que se
fué el indio y de allí á poco tiempo enviaron dos como mensajeros, el uno cojo de un pié y
el otro manco y contrecho de un lado; los cuales por señas dijeron que luego vendrían de
paz todos los demás. Pero como al Lope apretaban más (que dar paz á los indios) los pen-
samientos que llevaba en el Perú, no le pareció detenerse allí hasta aguardar los indios y
también porque no sucediese haber sido engaño el enviar aquellos dos, para que asegurados
con ellos viniese á darles alguna gran guazabara toda la tierra; la cual por toda la circun-
ferencia, bien á lo largo de este pueblo, es llana y alta, y por consiguiente libre de anega-
dizos, limpia toda y de sabana, pero cercada de una gran montaña de alcornocales claros.
Andan los indios desnudos, son grandes flecheros, bien dispuestos, Caribes y voraces de
carne humana, llámanse los Arnaquinas. Tienen sus templos donde hacen sacrificios é ido-
latrías al sol y la luna, como lo echaron de ver los españoles por la disposición que tenia
la puerta de estos santuarios, pues á un lado de ella estaba una tabla grande tendida y en
ella esculpida una figura de sol, con otra de hombre, donde se entendió que sacrificaban á
los hombres, porque aí-otro ladovestaba otra tabla, también tendida, en que estaba esculpi-
da una luna y una figura de mujer, donde se coligió mataban las mujeres que sacrificaban;
ambos estos dos lugares muy llenos de sangre, que con evidencia conocieron todos ser hu-
288
FRAY PEDRO SIMON.
(G.a NOTICIA.)
mana, y aquellos lugares de sus sacrificios (aunque de los indios no se pudo saber con cla-
ridad, por no haber lengua con qué preguntárselo). Halláronse trastornadas las casas, en una
un pedazo de una guarnición de espada y en otras clavos y otras cosillas de hierro. Su co-
mida era la ordinaria de las Indias, maiz, de que tenian en sus casas gran cantidad, y mu-
chas raices de ñames y yucas, que á la sazón estaban en las sementeras, de que hacian ca-
zabe, y mucho pescado del rio y frutas de la tierra.
Ya en este paraje del rio (por lo mucho que habian navegado y porque llegaba la
marea y crecientes del mar á conocerse allí y por otras señales) hicieron conjetura, así los
pilotos como los demás, no estar lejos de sus aguas; con que el Aguirre determinó enmaste-
lar los bergantines y ponerles jarcias y velas, á que también le convidó haber en el pueblo
suficiente comida para el tiempo que les podian retardar estas faenas, y mucha cantidad de
cabuyas de fique y cacuiza en rama para hacer otras, como las hubiesen menester para las
jarcias, y buena madera para mástiles grandes; tinajas y de buen barro para llevar agua;
mucha comodidad de cazabe y otras cosas con que acomodar la navegación del mar. Púsose
prisa en todo, haciendo velas de algunas mantas de algodón y sábanas, que se juntaron
entre los del ejército, con que quedaron del todo aviados los bergantines y después á la
navegación; en todo lo cual se tardaron doce días, los cuales pareció al tirano Aguirre se
le habian pasado en vano por no haber en ellos derramado sangro humana, y porque no se
le olvidase esto (que parece lo habia tomado por oficio) acordó, sin más fundamento que su
imaginación, levantar un alzapié á un soldado llamado Monteverde, flamenco, diciendo le
parecía muy mal que anduviese tan tibio en las cosas de la guerra, con que se podia enten-
der que no le seguiría en las ocasiones que se le ofreciesen, con que le dio garrote una
noche, amaneciendo muerto con un rótulo que decía: por amotinadorcillo; aunque otros
por dorar lo que habia hecho Aguirre dijeron ser justificada la muerte, porque era lutera-
no; pero si era así ó no, él no lo mató á este título ni con celo de la fe católica (de que no
se le daba mucho), sino por parecerle no habia de ser de su devoción. Y porque fuesen
creciendo sus maldades y le hiciese al flamenco compañía, mató luego á Juan do Cabanas
(uno de los tres que arriba dijeron no querían seguir al don Fernando de Guzman ni firmar
nada contra el Rey de España), por parecerle al Lope de Aguirre no habia de seguir su par-
cialidad, pues tuvo entonces libertad para lo que dijo. Tras éste mató luego al Capitán Diego
de Trujillo y á Juan González, Sargento mayor, á los cuales habia dado estos cargos luego
que mató al don Fernando; y porque nadie pensase habian sido sus muertes sin causa, echó
fama se querían amotinar contra él y matarlo; pero la verdad fué haber tomado ocasión
para sacarlos de esta vida el ser tenidos de todos por hombres de bien y afables, con que se
les allegaban algunos amigos, de que se temía el Aguirre, pues poco á poco podia ser que
lo matasen á él y á los suyos.
Los cargos de éstos dio luego, el de Capitán á un Cristóbal García Calafate, y el do
Sargento á un Juan Tello. Eran tantos los temores con que su mala conciencia traía afligido
al Aguirre, que aunque mataba á tantos, de quienes se temía, nunca se hallaba seguro de
los que quedaban vivos; y así no atreviéndose á asegurarse de día ni de noche en tierra, lo
más del tiempo de estos doce dias estuvieron en los bergantines él y sus amigos en el uno
y Martin Pérez en el otro, sin consentir que ninguno de los demás soldados, á quienes tenia
por sospechosos, estuviesen ni aun entrasen en ellos. Por ocasiones que se les habian ofre-
cido á dos soldados, el uno llamado Madrigal y el otro Juan López Serrato, que habia sido
Alguacil mayor de don Fernando, andaban amostazados, en especial porque el Serrato ha-
bia hecho al Madrigal cierta afrenta, el cual queriéndose satisfacer con favor y consenti-
miento del Lope de Aguirre, esperándole un dia á buena ocasión, delante del mismo Agui-
rre le dio á traición por detras con un lanzon algunas heridas de que llegó á punto de
muerte. Hizo el Aguirre ademan de quererlo prender para castigarlo, y aunque hizo lo
primero, quedóse sin hacerse lo segundo, en especial porque luego íné mejorando el Serra-
to; pero ya que estaba fuera de riesgo de las heridas, no le pareció al Aguirre serle á pro-
pósito que sanase de ellas y quedase con vidar, y así hizo con los que le curaban le echasen
en ellas veneno con que no viviese; luciéronlo así los cirujanos, de suerte que con lo que
le echaron ge pasmó y murió con mucha brevedad. Después de algunos dias ofue se ran-
chearen en este pueblo, viendo las guias, indios Brasiles oue habian sacado del Perú, que
ya era pasada la ocasión de entrar en la tierra de los Omeguas, se huyeron una noche, por
donde se presumió estaba cerca de allí su tierra, pues no se atrevieran de otra suerte á ha-
(CAP* XXV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
289
cer esta fuga, por haber de pasar por entre aquellos indios, que, como hemos dicho, comían
carne humana.
Puestos los bergantines á pique para navegar, y metido el matalotaje de maiz, caza-
be y agua que era menester, en aquellas grandes tinajas, hizo Aguirre se embarcara toda
la gente, y cuando estuvo dentro de los bergantines, antes que se dieran á la vela, quitó todas
las armas á todos los soldados que él tenia por sospechosos, y las hizo liar y poner en una
alcazareta que estaba en la proa de cada uno de los bergantines, mandando que nadie lle-
gase á ellas fuera de sus amigos, y de quienes tenia satisfacción, á quienes dejó con las
suyas, así á los que iban en su bergantín como á los del de su Maese do campo Martin
Pérez. Hecha esta diligencia, diéronse á la vela, porque la capacidad del rio daba lugar á
que soplasen vieutos, y á poco de como iban navegando le dio tan en lleno al Aguirre el
de sus crueldades, que por no olvidarse de ellas, solo porque le vino á la imaginación (sin
aguardar otras causas) determinó matar al Comendador Juan de Guevara, y encargándole
la muerte á un Antón Llamoso, su Sargento, se llegó al Comendador (que bien descuidado
de la maldad estaba al bordo del navio) y le comenzó á herir con una espada muy bota,
que llevaba desnuda para el efecto, y rogándole el Comendador no le diese tan cruel muer-
te, como era la que padecía con aquella espada, tomó el Sargento una daga que el propio
Comendador tenia, y dándole con ella algunas puñaladas, antes que acabara de morir le
echó al rio, donde entre el oleaje y ansias de la muerte daba voces diciendo: confesión,
confesión, con que acabó la vida; publicando el Aguirre habia sido porque en el motin que
se babia levantado entre Di^ego de Villanueva y Juan González, que habían muerto en el
postrer pueblo, que llamaron de la Jarcia, se habia hallado también. Quedó tan gozoso
Aguirre de la triste y desastrada muerte del Comendador, que gloriándose en su malicia, en
juntándose con el suyo el otro bergantín en que iba su Maese de campo, se la contó con
grande risa y entretenimiento, celebrándola ambos con un mismo gusto.
CAPÍTULO XXV,
I. Navegando el rio abajo encuentran unas casas fuertes donde hallaron panes de sal cocida—II. En-
cuentran en la navegación muchas islas, y en una de ellas se deja Aguirre los más indios que
llevaba de servicio—III. Van prosiguiendo su viaje con mucha dificultad, y por una leve ocasión
hizo Aguirre dar garrote á dos españoles—IV. Piérdeseles una piragua con tres españoles y algu-
nos indios, y ahóganseles otros mariscando.
ASÉIS dias que hubieron navegado desde el pueblo de la Jarcia, llegaron á unas casas
fuertes, que á las márgenes del rio tenian hechas los indios, sobre las puntas de muy
altos maderos, con sus barbacoas en lo alto, cercadas por Jo bajo de tablas muy fuertes de
palma y arriba sus troneras por donde flechar. Envió el tirano á una de estas casas un cau-
dillo con algunos soldados, á quienes los indios hicieron tan buena resistencia, que sin re-
cibir ningún daño de los arcabuces, flecharon con peligro cuatro españoles é hicieron reti-
rar á todos. Procuró la armada irse llegando á la casa por el rodeo de un estero, pero cuan-
do llegaron á cercarla la hallaron vacía, por haberse huido los indios. No hallaron en ésta ni*
en las otras ningunas comidas, ni rastro de haberlas habido en sus circunferencias, porque
se presumió no se sustentaban sino de pescado y de lo que con él rescataban traído por
otros indios; solo hallaron alguna sal cocida en panes que nunca tal habian encontrado en
todo el rio, ni los indios de él sabían qué cosa era. Desde los Caperuzos á este pueblo, según
el tanteo que todos echaron, habian navegado mil y trescientas leguas contadas con las
vueltas que va dando el rio. Tres dias se detuvo aquí la armada acabando de disponer al-
gunas cosas que les parecieron necesarias á la navegación del mar al salir del estero. Des-
pués de este tiempo aparecieron en el rio más de cien canoas y piraguas con’gran suma de
indios, todos á punto de guerra, á que también se pusieron los españoles, entendiendo se
la venían á dar y que les embestirían sin duda en viéndolos fuera del estero, aunque no
tuvo efecto, porque los bergantines, por ser de tantas ventajas á las canoas y piraguas, los
debieron de espantar, de manera que en un instante ninguna pareció, escondiéndose cada
cual como pudo y haciéndose á lo largo.
Navegando iban con buen viaje cuando se vieron dentro de tan gran multitud de
islas, que los puso en confusión á qué parte bogarían ; en especial porque con las crecien-
tes del mar subían las aguas más feroces que bajaban, de manera que no se podía co-
38
290
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
nocer hacia qué parte corrían aquellas inmensas aguas, con que andaban desatinados los
pilotos, no entendiendo el rio, ni mareas, sin acabar de determinarse en un rumbo, ni en
otro. Tenían delante unas puntas de tierrafirme, ó de grandes islas, algo levantadas, las
cuales mandó Aguirre á ciertos pilotos saliesen en piraguas á reconocer, y desde ellas, por
dónde habían de tomar el tino de la navegación, que lo pudieron tomar tan mal después
de haberlas reconocido, que cuando volvieron hubo mayor confusión y porfía entre ellos,
sobro la parte por donde habían de ir, con que determinaron guiar, á Dios te la depare
buena, hasta que dieron en un pueblezuelo de naturales, que estaba á las barrancas del rio,
en una de aquellas islas que les salieron de paz, y rescataban con ellos lo que traían de
comidas, que no tenían otra cosa. Era gente desnuda, solo en las plantas de los pies, por el
gran ardor de la tierra, traían unas suelas de cuero de venado, atadas por arriba con unos
cordelejos «4 manera de abarcas, y de ojotas del Perú, de que también he visto usar en
otras Provincias de la Gobernación de Venezuela. Traían los cabellos cortados á líneas re-
dondas, que iban cercando la cabeza, comenzando desde lo alto. Aquí hizo Lope de Aguirre
una de las mayores crueldades que efectuó en sus tiempos, pues se dejó entre estos indios
bárbaros y carniceros casi cien indios é indias, ladinos y cristianos, unos que habían sa-
cado del Perú, y otros que habían tomado en el rio, diciendo no cabían en los bergantines,
y ser de grande inconveniente, llevándolos por la mar, pues los matalotajes no podiau ser
para tantos, en especial del agua. Túvose por cierto que luego perecerían todos los que
quedaron, ó á manos de los indios, ó con enfermedades, por ser la tierra humedísima y de
mal país»
La quedada de estos indios, que eran los que servían á los españoles, fué la ocasión
de la muerte de otros dos, llamados Pedro Gutiérrez, y Diego Palomo ; porque estando
hablando el uno con el otro, les oyeron decir : paréceme nos dejan aquí la gente del servi-
cio, mejor será que se haga luego lo que se ha de hacer. Oyó esto un negro, y habiéndole
dicho al Aguirre, le pareció ser bastante información, con que todos se satisfarían ser jus-
tificadas las muertes de los dos, y así les mandó dar garrote. El Diego Palomo rogaba con
mucha instancia al tirano le dejase vivo entre aquellos indios, para doctrinarlos y enseñar-
los en las cosas de la fé ; pero como de lo menos que trataba el Aguirre era de esto, porque
lo tenían ya dejado, para quien lo entendía, no quiso concedérselo, por no hacer bien á
nadie. Partieron de este pueblo los bergantines, y á pocas leguas se vieron ya cerca de la
boca del rio, que tiene de ancho ochenta leguas, si bien en esto no ha podido sacarse cuenta
cierta, y así unos ponen mayor y otros menor número de leguas en sus bocas. Aquí se
vieron tan en peligro, por las tormentas, que estuvieron mil veces á pique de perderse; pol-
la banda de la mano izquierda, que demora al Oeste, en la cordillera que se descubrió de
Tierrafirme, se echó de ver estar muy poblada, por los muchos humos que se decubrian,
en que no se detuvieron á darles vista, porque sus intentos no eran de eso, y por haber por
aquella parte tantos bajos, que iban de ordinario topando los bergantines, que á no ser de
arena muerta, se hicieran muchos de ellos pedazos.
Sucedió entre aquellos oleajes, que yendo en una piragua tres españoles y algunos)
indios ladinos, el macareo ú oleaje del mar ó del rio (que á ambos se puede atribuir
arrebató la piragua con tanta fuerza el rio arriba, que sin que pudieran favorecerla los
bergantines, se alargó tanto de ellos, que no pudieron más darle vista, y así se quedó sin
que más se supiese de ella, ó si se ahogaron ó los prendieron los naturales. Sucedió mu-
chas veces que como la mar y el rio menguaban y crecían por allí, dejaban descubiertos
con las menguantes algunos isleos, á donde iban algunos indios de los que llevaban de ser-
vicio en canoas, apretados de la hambre, á mariscar para comer. Y ocupados en esto ve-
nían con tanta velocidad las crecientes y oleaje, que con sus embates no les daba lugar á
poder volver á los bergantines, y así se quedaban allí, cubiertos, ahogados y muertos mi-
serablemente, con los cuales trabajos y otros innumerables, salieron al mar del Norte á
los primeros de Julio del mismo de mil y quinientos y sesenta yTmo.
(CAr. XXVI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
291
CAPÍTULO XXVI.
I. El primero que salió por la boca de este rio, fué el Capitán Francisco de Orellana. Son rr.uy raras sus
poblaciones.—II. Cualidades, temples y poblaciones de este rio, desde sus nacimientos hasta des-
embocar.—III. Pasan de dos mil las islas que tien9 este rio cerca de sus bocas.—IV. Toma Lope
de Aguirre, viéndose desembocado, la vuelta de la isla de la Margarita, á donde llegó y saltó
en tierra, habiendo primero muerto en el bergantín dos de los soldados.
PRIMERO que estos Marañones, bajó por este rio, desde el de la Canela (como deja-
mos dicho, que nace de las Provincias que están á las espaldas do Quito), el Capitán
Francisco de Orellana, y habiendo topado en el discurso de la navegación, en cierta Pro-
vincia, donde saltaron en tierra, ciertas mujeres de crecidos cuerpos, que le hicieron frente
á él y á sus soldados, defendiéndoles la entrada en sus tierras, les pusieron nombre de Ama-
zonas, por parecerles eran como las otras de Scithia, que moran las márgenes del gran rio
Tañáis, desde donde fueron al otro, llamado Termodonta, y de allí fueron ocupando, con-
quistando tierras por sus armas, gran parte del Asia. Había Señora, Reina y Capitana ;
era la gran Penthesilea, de las cuales refiere Zacharías Lilio, se quemaban la teta derecha,
para que no le estorbara el ejercicio de la caza y menear las armas. Pero ni esto tuvo fun-
damento para llamarles á éstas Orellana, así, solo porque pelearon con ellos, pues se han
hallado otras muchas Provincias en estas Indias, que han hecho las mujeres lo mismo, ni
para ponerle á este rio el de las Amazonas, como algunos le llaman por esto mismo, y así
el que más prevalece es nombrarle Marañon, por la razón dicha, cuya grandeza es tal, que
obliga á llamarle golfo Dulce, porque de más de ser en su boca (cuando llega á las aguas
saladas) de la grandeza que hemos dicho, suele con sus crecientes anegar más de cien le-
guas de tierra de una parte y otra, con tan abundantes aguas, que por todas ellas se na-
vega con canoas y piraguas. Estando pobladas sus márgenes de raras poblaciones, al modo
que hemos dicho, y aun es cosa espantosa poderse éstas sustentar allí, respecto de la infi-
nidad de mosquitos, que llaman sancudos gritones, que parece los cria la naturaleza para
castigo y tormento de los hombres.
Desde que la armada partió del astillero de los Motilones (que fué á veinte y seis de
Septiembre, como dejamos dicho, del año pasado de mil y quinientos y sesenta) hasta que
llegó al pueblo de las Tortugas, por el mes de Diciembre, cayeron muy pocos aguaceros,
por donde vinieron á colegir ser aquel el tiempo de verano por aquellos paises (porque en
todos los de este Nuevo Mundo no hay más regla para conocer el verano ó el invierno, que
llover en este y no llover en aquel tiempo); pero desde Diciembre en adelante llovió mu-
cho y muy recio, con insufribles vientos, truenos y relámpagos, que no ponían en poco
aprieto los bergantines, y peligro de zozobrar las canoas y sorbérselas los oleajes, que eran
tan hinchados como en alta mar. Hubo opiniones que las avenidas y crecientes de este rio
duran todo el año, porque como desde sus nacimientos hasta desembocar, que es á dos grados
de latitud al Sur, y trescientas y cuarenta y cinco de longitud, tiene la distancia que hemos
dicho, de mil y seiscientas leguas, y más ; con que le es necesario pasar por tan diversas
Provincias, y de tan varias constelaciones, que cuaudo en unas se acaba el invierno, se
comienza en otras ; cuando acaba de vaciar las avenidas de unas partes, llegan las de otras,
en especial habiendo en todos dos inviernos cada año. Toda la tierra que corre este rio es
calidísima y enferma, que ayuda á estar con tan pocas poblaciones, como hemos dicho, y en
ellas tan pocos indios, que echando cuenta estos españoles de todos los que habian
topado, les parecían serian hasta quince mil. Précianse todos de muy buenas vasijas de
barro muy bien obradas, pulidas y curiosas ; no se halló en todo el rio entre los naturales
oro, ni plata, fuera de la que tenían los de la Provincia de Carari y Marari, que tenían
algunas orejeras, chagualas y caricuries ; pero en las demás partes que no lo tenían, cuan-
do les mostraban los soldados algunas piezas de oro, para preguntarles si lo habia en la
tierra, mostraban tenerle afición más que á otra cosa, y la misma á la plata, con que se
presumió la conocían y trataban, con otros que lo tenian en algunas playas que descubría el
rio, se tomaban innumerables hicoteas y tortugas y grandes nidos de sus huevos, y otros
muchos géneros de marisco.
Poco antes que entra en la mar tiene tanta cantidad de islas, que certifican pasar de
dos mil descubiertas, cuando va algo bajo, porque cuando crece cubre las más, ó casi todas,
292
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
en especial cuando la mar está en agnas vivas, porque entonces ninguna deja de cubrirse
con tan gran ímpetu y bramido de los embates y golpes que el agua da en ellas, que afirman
algunos qirse este estruendo de más de cuatro leguas. Hallo tanta variedad y equivocación
en los autores, así de mano como impresos, acerca de dar este nombre Marañon á este rio,
ó al otro, de quien ya tratamos largo, que por otro nombre llaman Orinoco, que no pudién-
dome determinar cuál de los dos sea propiamente el Marañon, se quedará indeciso por mi
parte, hasta que otro lo escriba con mayor distinción, y esta es la razón por qué también
le llamo á aquél Marañon como á éste. Desde que salieron estos soldados del astillero,
hasta que entraron en el mar, navegaron noventa y cuatro jornadas, contando también las
noches y todo el resto del tiempo que gastaron en descansar y hacer los bergantines y otras
faenas, como queda dicho.
Viéndose Lope de Aguirre con su armada sobre las aguas del mar, mandó tomar el
rumbo y vuelta de la isla de la Margarita, para los intentos que dijimos llevaban practica-
dos ; pero temiéndose (que temores eran los que iban atormentado siempre á este tirano,
de quien era verdugo su mala conciencia) que los del otro bergantín, donde iba su Maese
de Cempo y la demás gente, no les diese gana de tomar otra derrota, sino que forzosamente
le siguiesen, les quitó el aguja y ballestilla, mandando que fuesen siempre gobernando tras
él, de dia á la vista de su bergantín, y de noche á la de su farol, que él tendría cuidado de
poner. Púdose navegar con este orden, por haber permitido Nuestro Señor por sus secre-
tos juicios, darles mar bonanza y viento en popa, con que no se apartaron los unos de los
otros en diez y siete dias naturales que gastaron en navegar aquel golfo, que hay desde la
boca del rio hasta la isla de la Margarita, que á durar poco más tiempo esta navegación,
sin duda perecieran todos de hambre y sed; pues en estos dias fué tan extrema la necesidad
de lo uno y de lo otro (á lo menos para los que no eran tan amigos y familiares del Aguirre,
porque á estos todo les sobraba, como á los otros les faltaba), que la más crecida ración
que se daba á cada soldado cada dia eran muy tasados y contados granos de maíz, con la
cuarta parte de un cuartillo de agua, las cuales necesidades pusieron á los más en tal extremo
de salud, que cuando llegaron á vista de la Margarita iban muchos más para pasar á la otra
vida, que saltar en tierra. Cuando llegaban ya para poder hacer esto en esta isla, no sabien-
do los pilotos el puerto de Pampatare, que es el principal de ella, fueron á tiento allegán-
dose á tierra, sin temer peligro, por nadar los barcos en poca agua y ser el tiempo bonanci-
ble; con todo eso, ya que se iban llegando del todo á la isla, se dividieron los dos bergantines
forzados de una mareta que se levantó, con que tomaron diferentes puertos, el de Aguirre,
en una que llamaban Paraguache, que hoy llaman el puerto del Traidor, cuatro leguas del
principal, y el de Martin Pérez surgió en otro á la banda del Norte, dos leguas del de Lope
de Aguirre y cuatro del pueblo.
Apenas hubo surgido el Lope de Aguirre, cuando le sobresaltaron de nuevo morta-
les sospechas y temores de Gonzalo Guiral de Fuentes, Capitán que habia sido de don Fer-
nando y de otro soldado, Diego de Alcaraz, que fué justicia mayor de los amotinadores, no
teniendo de ellos ningún seguro en que si pudiesen se harían á la parte de cualquiera otra
gente que estuviese á la devoción del Rey, dejándolo á él y aun sacándolo de esta vida, si
se le ofreciese ocasión; y por asegurarse de estas sospechas aquel hombre infernal, antes
que ninguno del bergantín saltara en tierra, les mandó dar garrote sin dejarles confesar,
como se hizo luego con el Diego de Alcaraz, porque gustaba mucho esto tirano de matar
no solo los cuerpos, sino también las almas; si bien la intención de los que así se deseaban
confesar, pudo Valerios mucho, por ser sacramento aquel de deseo, que llaman los Teólogos
en voto. Fueron luego á hacer lo mismo con el Gonzalo Guiral, que rogó encarecidamente
le dejasen confesar primero, y no queriendo el tirano dar licencia para esto, sino que sin
dilación le ahogasen, poniéndole el cordel para esto, comenzó á dar grandes voces pidieudo
confesión; por lo cual los traidores, temiéndose no hubiese alguno en tierra oculto que vi-
niese á entender aquello, le acudieron de presto con muchas puñahdas, con que en breve y
cruelmente le acabaron la vida. Luego después de esto saltó en tierra Lope de Aguirre con
ciertos amigos suyos, que fué un hiñes en la tarde á veinte de Julio del mismo año de mil
y quinientos y sesenta y uno; y procurando luego dar orden como se juntase allí también
la gente del otro bergantín, despachó á un soldado llamado Rodríguez, confidente suyo, con
ciertos indios naturales de la isla que estaban en el puerto, para que llevándolos por guias,
fuese á buscar á dónde habia surgido el Maese de Campo y le dijese que luego aquella noche
marchase con toda la gente del bergantín hasta juntarse con él en aquel puerto y que diese
(CAP XXVII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
293
garrote en el camino á Sancho Pizarro, por tenerlo por sospechoso; y juntamente despachó
á su Capitán de á caballo, Diego Tirado, con dos ó tres amigos suyos, á la ciudad de la Mar-
garita, para que diesen aviso cómO venían perdidos del Marañon y con grande necesidad de
comidas, y que rogasen á los vecinos de su parte, los quisiesen proveer de ellas. Hizo esto
el Tirado con harto mayor cuidado, puntualidad y mayores circunstancias que el Aguirrc
se lo encargó.
CAPITULO XXVII.
I. Teniendo aviso el Maese de campo de lo que determinaba Aguirre, vino á donde le aguardaba, ha-
biendo dado garrote en el camino á Sancho Pizarro—II. Envían desde el puerto de la Margarita
á reconocer la gents de Aguirre una piragua coa indios y algunos sollalo3 por tierra, que llega-
ron á verse con él—III. Dánles los de la Margarita dos vacas para que coman los soldados de
Aguirre, y 61 se las recompensa—IV. Determina el Gobernador por la carta de ir con algunos
vecinos á ver á Aguirre desde la ciudad de Yua—V. 0fréc3le el Gobernador á Aguirre buen hos-
pedaje y hace demostración el tirano de sus soldados y armas.
LLEGÓ el Rodr íguez con brevedad á verse con el Martin Pérez, que ya había despacha-
do también por mensajero á un Diego Lucero, con otra guia, á dar aviso al Lope de
Aguirre de su llegada, y que él se le diese de lo que habia de hacer. Y habiendo recibido
al Maese de Campo el recado del Aguirre, saltó luego del bergantín en tierra, donde le fué
forzoso (antes que partiera á lo que Aguirre le mandaba) aguardar allí á Roberto de Snsa-
ya, barbero, y á Francisco Hernández, piloto, que habia enviado con unos negros esclavos,
media legua de allí, á unas estancias á buscar comidas; y habiendo vuelto los dos á la mitad
de la noche por no haberles sido posible abreviar más por haber salido á las dos de la tarde.
En llegando comenzaron á marchar todos juntos la vuelta del puerto de Lope de Aguirre,
con las guias que habia llevado el Rodríguez, no olvidándose el Martin Pérez de dar garro-
te á la mitad del camino al Sancho Pizarro, como se le habia ordenado. También despachó
entre tanto el Aguirre á un Juan Gómez Calafate, su Almirante, con ciertos soldados, á
buscar por las estancias comidas; los cuales, fingiendo con la instrucción que el Lope les
habia dado, haber llegado allí todos derrotados y con grandes hambres, aunque encontraban
algunos españoles, sin hacerles ningún mal, guardándose para hacerlo después todo junto,
solo les manifestaban su necesidad, con que sacaron algunas comidas y tomaron la vuelta
de donde estaba Aguirre.
No fué pequeño el alboroto que tuvieron los del puerto de la Margarita luego que
dieron vista á los bergantines, entendiendo al principio eran franceses; pero sosegáronse
algo cuando conocieron ser fustas pequeñas, entendiendo ser canoas de su trato y pesquería
de las perlas, de que se deslumhraron también luego cuando vieron no acertaban á tomar
el punto, con que entendieron ser gente forastera ó poco versada en aquellas costas. Despa-
charon con esto luego una piragna con ciertos indios á reconocer los barcos, que no le fué
posible darles alcance, hasta que ya estaba surto el bergantiu de Aguirre, el cual hubo á
las manos los indios, sin querer dejarlos volver, para que le sirviesen de guias en lo que se
le ofreciese. Sabiendo los vecinos por otro camino habia surgido el bergantin, despacharon
algunos españoles por tierra á reconocer los huéspedes, y aunque toparon estos soldados al
Diego Tirado y á otros de los de Aguirre en el camino, no pudieron tomar nombre cierto
de ellos por ir con cuidado los tiranos de no declararse luego quiénes eran, sino solo decir
era gente que habia dado á la oosta con vientos contrarios y muchas necesidades, con que
los soldados de la Margarita pasaban adelante, hasta que llegaron al puerto del bergantin,
donde hallaron en tierra al Lopo de Aguirre con algunos pocos de sus amigos, sanos, y toda
la gente enferma, estándose los demás debajo de cubierta en el barco. Saludados los unos y
los otros, comenzó luego el Aguirre á’contarles el discurso de su viaje, diciendo habían sa-
lido del Perú á ciertas noticias el rio abajo del Marañon, y habiéndose perdido por casos
adversos, siu haber podido dar con ellas, se habia servido Dios llegasen á aquella isla para
que no acabasen de perecer todos, como lo hubieran hecho aquellos enfermos que allí les
mostraba, y los sanos, si hubiera durado un poco más su derrota; y que les suplicaba por
Dios le hiciesen merced de enviarle algún socorro de carne y otras cosas que comiesen,
porque iban pereciendo de hambre, y que su intención no era otra que reparar esta nece-
sidad presente y proveerse por sus dineros para lo de adelante, tomando luego la vuelta del
Nombre de Dios para el Perú.
294
FRAY PEDRO SIMON.
(6,a NOTICIA.)
Condolidos los vecinos del espectáculo y duelos que Aguirre les supo bien represen-
tar, hicieron luego matar dos vacas de las que andaban por allí más á mano, y con mayores
deseos, que era el presente que les ofrecían, las dieron al Lope de Aguirre, que supo tam-
bién rendirles las gracias y aun satisfacer la dádiva, presentándolo*en pago á un Gaspar
Hernández una capa de grana guarnecida con pasamanos de oro, dando principio con esto
al engaño que pretendía hacer á él y á los demás con demostraciones de que venían ricos
del Perú y que era gente franca y manirota; con que quedasen cebados y viniesen á verlo
los demás del pueblo y se consiguiese lo que pretendía. Habiendo el Aguirre conocido la
blandura del ánimo de estos mensajeros, para asegurar más su malicia y con intentos de
recobrarlo después todo, añadió á la dádiva de la capa una copa de plata sobredorada, con
que se dieron por bien satisfechos y pagados; y determinaron quedarse allí aquella noche,
muy contentos, enviando á la ciudad con una carta á avisar á don Juan de Villandrando
(que á la sazón era Gobernador de la isla) de lo que les había pasado, y diciéndole cómo
era gente la que habia surgido allí, que venia derrotada del Perú y que solo deseaban com-
prar matalotajes para volver allá por sus dineros, de que les parecía traían gran suma, y de
otras riquezas, como se echaba de ver en una capa de grana y tazón de plata que á.ellos
les habían dado.
Aunque los del pueblo tenían en él al Diego Tirado y otros soldados, no se habían
alborotado con regocijo hasta que llegó esta carta, con que tuvieron por cierto lo que el
Tirado y los demás les decían, habiendo callado lo de más importancia; y así luego dieron
orden, el Gobernador y Cabildo (picados con la codicia de la buena paga) como les lleva-
sen comidas, y aun muchos de los vecinos entraron luego en deseos de irlos á ver; pero
tomaron por más acierto no fuesen tantos como querían, sino solo el Gobernador don Juan
de Villandrando con uno de los Alcaldes ordinarios, llamado Manuel Rodríguez, y un Re-
gidor, Andrés de Salamanca, con algunos otros tres ó cuatro vecinos de los más honrados
de la ciudad. Estos salieron de ella poco después de media noche, por huir la gran fuerza
del sol, que siempre tienen en aquella isla, y caminando al puerto donde estaba Lope de
Aguirre, más vecinos de los que habían salido juntos de la ciudad, porque no habiéndose
podido ir á la mano, sin ir á ver lo que se decía de los peruleros, salieron tras el Goberna-
dor, con quien se juntaron en el camino, y todos juntos llegaron al rayar del sol al sitio del
Aguirre, que todavía tenia su gente de guarnición, bien armada y metida debajo de cubier-
ta en el bergantín, con tanto cuidado que no les habían podido dar vista en toda la noche.
Los otros vecinos que la habían pasado allí, luego que descubrieron al Gobernador con su
compañía, le salió Aguirre con la suya al camino, y habiéndose encontrado se apeó el Go-
bernador, á quien llegó el Aguirre, haciéndole tan grandes acatamientos y sumisiones, que
si se dejara el Gobernador besar los pies, lo tuviera á grande dicha, y lo mismo hicieron
sus soldados con los vecinos, y con grandes cumplimientos les tomaron los caballos y los
llevaron á amarrar de los cabestros debajo los árboles, algo lejos, con malicia, porque cuan-
do los hubiesen menester no pudiesen con facilidad haberlos á las manos.
Abrazó el Gobernador al Lope de Aguirre, luego que conoció ser el superior de la
compañía, y con otras urbanas cortesías le ofreció su persona y casa, con cuanto en ella
había, para él y sus soldados, á que correspondió el Aguirre con encarecidas palabras y cor-
tesanos agradecimientos, en que gastaron algún rato en pié y en otras pláticas (bien fuera
del propósito del Aguirre), y así pareciéndolo perdía tiempo en esto, para lo que pretendía
hacer, dejando al Gobernador y vecinos entretenidos con sus soldados, se despidió del corro,
diciendo tenia necesidad de llegar al bergantín, donde avisó á los armados que tenia en él
que estuviesen á pique para cuando él les avisase que saltasen en tierra. Volvió después de
esto á ella y á donde estaba el Gobernador, á quien le hizo otros muy graneles acatamientos,
con sobrada crianza y malicia, y cuando halló ocasión en la plática, le dijo: señor mío, los
soldados del Perú, como son tan militares y curiosos en las jornadas de Indias, más se
precian de traer consigo buenas armas que preciosos vestidos; aunque siempre los tienen
sobrados, solo para bien parecer; y así suplican á vuesa merced y yo de mi parto, les dé
licencia para saltar todos en tierra y sacar consigo sus armas y arcabuces para que no se
les queden perdidos en el bergautin y también podrá ser hacer con ellos algunas ferias con
estos señores vecinos. El Gobernador, corno era mozo, con codicia de verlos fuera y el apa-
rato que traían de buenas armas, respondió se hiciese como él lo ordenase; lo que también
parece respondiera aunque fuera muy viejo y experimentado en las cosas de la guerra, pues
por curiosidad, cuando no por otra cosa, se podia desear aquello. Y á la verdad, ya cuando
(CAr. XXVIII.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 295
respondió esto, le importaba muy poco decir otra cosa; porque le tenían cercado los traido-
res, de manera que aunque quisiera no se les podía escapar ni dejarse de hacer lo que el
Lope de Aguirre decia. Pero llevando ya la benevolencia del Gobernador, volvió otra vez
al bergantin y dijo á los soldados: ca, Maraíiones mios, aguzad vuestras armas y limpiad
los arcabuces, que los traéis húmedos do la mar, porque ya tenéis licencia del Gobernador
para saltar con ellos en tierra, y cuando no os la hubiera dado, vosotros la tomaríais. Salie-
ron con esto todos los soldados de escotilla, y puestos sobro la cubierta del bergantin, hicie-
ron salva al Gobernador, disparando la arcabucería y muestra de las demás armas, sacando
á vista del Gobernador muchos lanzones, alabardas, agujas y otros arcabuces más de los
que tenían en las manos.
CAPITULO XXVIII.
I. Prende Aguirre al Gobernador, al Alcalde y sus compañeros—II. Caminan todos juntos los tira-
nos y el Gobernador para la ciudad, y toma el Maese de Campo posesión de ella en nombre de
Aguirre—III. Entró Aguirre en la isla de la Margarita y robó la casa Real—IV. Prosigue Agui-
rre con sus insolencias y mil amenazas.
HECHA esta diligencia por el Aguirre, volvió otra vez del bergantin á donde estaba el
don Juan, solo á besarle las manos de parte de sus soldados, por la licencia que les
habia dado para salir del barco, á donde se volvió luego (porque el volcan de traiciones que
ardia en su pecho, no le dejaba sosegar un punto en ninguna parte) y avisó á sus soldados
de lo que habían de hacer. Entretanto el Gobernador, pareciéndole mal tanta gente y ar-
mas, se apartó un poco con sus vecinos y comenzaron á tratar entre sí el orden que tendrían
sin quitárselas, ignorando los intentos de Aguirre, por no estar experimentados en aquella
isla de gente alborotadiza ni amotinada, ni entender que aquella demostración de armas era
más que disponerlas para su defensa : pues como gente chapetona, en la tierra podían
temer lo que les podía suceder con los vecinos de ella. Si el tratar el Gobernador y sus
vecinos de tomarles las armas procedía de codicia ó temores, no nos detengamos á juzgarlo,
solo se puede creer que ya entonces trocaron ellos la codicia, si la tenían, por su libertad.
El traidor Aguirre, haciendo saltar en tierra á todos sus soldados bien armados, volvió con
ellos casi en orden de guerra hasta donde estaba el Gobernador con los vecinos, á quien
mudando estilo y las cortesías que habia tenido hasta allí, dijo : nosotros, señores, como
hemos dicho, vamos la vuelta del Perú, donde de ordinario no faltan guerras ni alborotos,
y somos informados que por parecer á Vs. Ms. no iremos con los pensamientos de servir al
Rey, como era razón, nos han do poner estorbo á nuestro viaje ; por lo cual conviene dejen
Vs. Ms. las armas, pues demás de lo dicho, es cierto no nos han de hacer tan buen hospe-
daje y tratamiento como es razón : y así sean todos presos, solo para que con más brevedad
(siendo nuestros prisioneros) se nos mande dar todo el avío necesario á nuestra jornada. Al-
borotándose el Gobernador y los demás de esto, se fueron retirando algunos pasos atrás,
diciendo : qué es esto ! qué es esto ! metiendo mano á las espadas, queriéndose defender,
aunque en vano, pues cerrando con ellos los traidores, les pusieron á los pechos muchas
lanzas, partesanas, agujas y arcabuces, con que les fué forzoso detenerse y darse á prisión,
llegando luego el Aguirre y otros Capitanes y soldados á tomarles las armas, varas de jus-
ticia y caballos, en que subieron aprisa algunos de los tiranos y con ella fueron á tomar los
pasos y caminos, para que no se pudiese por ninguno ir á dar aviso á la ciudad de lo que
pasaba : y si éstos encontraban algunos vecinos en el camino, los iban desarmando y qui-
tando las cabalgaduras, llevándolos tras sí á pié.
Mandó luego (para no perder tiempo él ni sus soldados) Aguirre, comenzasen á
marchar con buen orden á la ciudad, subiendo él en el caballo del Gobernador, á quien
convidó si quería subir á las ancas. El cual con la pasión que tenia de su descuido y mal
suceso, no quiso subir, lo cual visto por Aguirre, se apeó, diciendo: pues marchemos todos á
pié : y habiendo caminado así poco trecho, se encontraron con el Maese de Campo y toda
la .gente del otro bergantin, que venían marchando al puerto del tirano Aguirre, que no se
alegró poco, por haber engrosado con aquello su compañía y fuerzas, y asegurádose más
para lo que pretendia. Celebraron el buen suceso de la prisión los unos con los otros, y
prosiguieron juntos el camino del pueblo, en el cual (por irse ya cansando de ir á pié) vol-
vió á subir el Aguirre en el mismo caballo y á convidar al Gobernador subiese á las ancas,
que viendo lo poco que le aprovechaba enojarse y lo mucho que le afligía el caminar á pié,
296
FRAY PEDRO SIMON.
(6.B NOTICIA.)
hubo de escoger por menos mal el subirse á las ancas de su caballo, y el Lope de Aguirre
en la silla, con que fueron prosiguiendo el camino y desarmando á todos los vecinos que
encontraban, y quitándoles los caballos les hacían volver á pié. En uno muy bueno que ya
tenia el M^.ese de Campo Martin Pérez, se adelantó con una tropa de amigos de los más
bien armados y confidentes, á tener tomada en nombre de Aguirre la posesión de la ciudad
cuando él llegase, como lo hizo entrando por el pueblo, dia de la Magdalena, martes (que
lo fué aciago para todos los vecinos) á horas de medio dia, dando mil voces, y sus soldados
diciendo: Viva Lope de Aguirre ! libertad, lib irtad ! viva Lope de Aguirre! Con el
cual regocijo y dando carreras por las calles, se fueron á aposentar á la fortaleza que estaba
abierta, y apoderándose de ella salieron luego en cuadrillas algunos soldados, y esparcién-
dose por todo el pueblo (que estaba bien descuidado de esto) quitaban las armas á cuantos
topaban, sin perdonar el efectuar otras insolencias.
En esto anclaban ocupados estos ministros de Satanás, y el pueblo lastimosamente
alborotado, cuando entró en él á poco el Lope de Aguirre con sus presos, y se fué derecho
á la fortaleza, donde habiéndolos dejado presos y en buena guarda, salió luego con una
parte de soldados y fué derecho á la plaza, donde comenzaron con hachas á cortar el rollo,
que como era de un grueso palo de durísimo guayacan, era dar en él como en un pedernal,
de manera que saltaba el acero de las hachas, sin que él recibiera ningún daño de conside-
ración, que tanta es como ésta la dureza de este palo ; si bien algunos conjeturaron de
esto era pronóstico de que habia de prevalecer allí en nombre de la justicia del Rey, por
quien estaba puesto, y no las fuerzas de los tiranos, que lo atribuyeron solo á la dureza del
palo y á no perseverar demasiado en cortarlo, pues si porfiaran salieran con ello : pero al
fin sea lo uuo ó lo otro, él se quedó con su honra. Y pasando adelante el Aguirre, aborre-
ciendo la de su Rey, llegó con sus soldados á la casa donde estaba la caja real, y sin espe-
rar llaves ni oficiales para pedirles cuenta, hicieron pedazos las puertas y la caja, de donde
robaron muy gran cantidad que habia en ella de oro y perlas de los Quintos y rentas Rea-
les, é hicieron pedazos los libros de las cuentas de esto. Luego el tirauo, como hombre que
se veia señor de la ciudad, mandó echar un bando con pena de la vida, que todos los veci-
nos de toda la isla pareciesen ante él con todas las armas que tuviesen, ofensivas y defensi-
vas, sin que quedase persona en el campo que no se recogiese luego á la ciudad, de donde
sin su licencia, debajo de la misma pena, ninguno saliese. Tras esto hizo luego traer á la
fortaleza, de casa de un mercader, una pipa de vino de hasta cuarenta arrobas, para que
bebiesen los soldados y se alegrasen, como lo hicieron, dejándola desocupada del todo den-
tro de dos horas.
Diéronle noticia al tirano que un mercader llamado Gaspar de Plazuela habia man-
dado esconder un barco suyo, que le venia de la isla de Santo Domingo, por lo cual lo man-
dó prender y aun matar, como lo hiciera si no pareciera el barco. Ordenó á algunos de
quienes él más se fiaba de sus soldados, porque no escondiesen los vecinos sus mercadurías y
hacienda, que fuesen visitando todas las casas del pueblo y poniendo por inventario todo
cuanto hallasen en ellas, en especial mercadurías, vino y toda suerte de mantenimientos,
mandando con graves penas no llegasen á nada de lo secretado. Hiciéronlo así estos minis-
tros, y aun más de lo que se les ordenó, pues todos los vestidos de seda, lienzo, gran parte
del vino y otras cosas de comer llevaron á la fortaleza, y lo demás encerraban en cámaras,
bodegas y tiendas, dejando mandado á los dueños, con pena de la vida, no minorasen un
adarme de todo aquello, y que mirasen por sus vidas que eran las que lo habían de pagar
si faltaba alguna cosa, aunque se llevaban ellos las llaves. Apoderóse el tirano de cierta
cantidad de mercadurías que allí habia por cuenta del Rey, de un navio que se habia to-
mado por perdido, repartiéndolas entre sus soldados. Mandó también le trajesen al puerto
todas las canoas y piraguas de la isla, y traídas, las hizo hacer pedazos, porque no hubiese
en qué ir á dar aviso á niuguna parte. Esta fué la conclusión de aquel primer dia, con que
se fueron á descansar la noche. Halló este tirano aquella isla la mus rica y próspera que
desde que se pobló habia estado así, de comidas, como de mercadurías, dinero y abundantí-
sima de perlas, por haber pasado los años tan fértiles de que habia gozado en sus pesque-
rías y en las de su vecina la isla de Cubagua. De todo lo cual se entregaron estos tiranos
tan abarrisco, que sin poder reservar casi nada, los dejaron sin haber podido hasta hoy le-
vantar cabeza. Eran notables los sentimientos de los vecinos, viendo á su Gobernador y
Alcalde presos, sus personas cautivas, sus mujeres é hijas infamadas, sus casas abrasadas,
sus haciendas robadas, sus tierras saqueadas, sus ganados muertos, acrecentándose estos
(CAP. XXIX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
‘297
sentimientos en ver que todo esto era por mano de gente cristiana y que no ignoraba las
ofensas que bacian á Dios en ello, y en verse sujetos á un traidor tan olvidado de acciones
cristianas ; echando la culpa de todos estos ruines sucesos á la codicia del Gobernador,
que si ésta no le hubiera sacado de su pueblo, se pudieran haber defendido en él, no ha-
biéndose puesto en ocasión de que le hubieran preso como estaba.
CAPÍTULO XXIX.
I. Llevados del deseo de la vida ancha que traían estos tiranos, se les juntaron algunos soldados de
la isla, que no fueron de poco daño—II. Despacha Aguirre desde la Margarita á que le tomen un
navio en Maracapana al Provincial de Santo Domingo, que le salió muy al revés—III. Determina
el Provincial de Santo Domingo ir con su navio á dar aviso al puerto de la Burburata y otras
partes, y Aguirre dispone se le hagan matalotajes—IV, Plática que hace Aguirre á todos los del
pueblo, con palabras fingidas y aun con mentiras evidentes.
LOS malos ejemplos, traiciones, vida ancha que traían estos tiranos, fueron causa de
que los siguiesen algunos soldados de los que había en la ciudad é isla, apeteciendo lo
mismo, y no ser castigados por las fuerzas, robos é insolencias que hiciesen, como no lo
eran los soldados del tirano, por haber tomado esto por oficio, antes eran más favorecidos
del Aguirre los que más se aventajaban en estas maldades, y en hacer gala de ser contra
el Rey, tomando por razón de estado el traidor, que cuanto más culpados estuviesen sus
soldados, los tendría más seguros y sin atreverse á apartar de su protección, temiendo la
pena que merecían si se pasasen á la parte del Rey. Cebada, pues, de esto la gente vaga-
bunda (que se halló por allí á la sazón), determinaron meterse debajo de la bandera
del Aguirre, ofreciéndose á su servicio y seguirle en todo trance y poner por él sus
vidas, como sus leales vasallos, no con menores veras que las que traia, el cual admitién-
dolos con mucho gusto en su compañía, les hizo luego pagas adelantadas de la hacienda
Real que se habia robado, con que les obligó á permanecer en lo que habían prometido, sin
poderse retirar á menos costa que de sus cabezas. Dióles luego libertad para que fuesen
tan grandes tacaños como los demás que le seguían, que lo supieron ser luego, por haberlo
tenido hasta allí tan deseado ; y así comenzando á hacer gavilla con los otros soldados
viejos, los guiaban á los lugares donde sabían que habían escondido y puesto en cobro los
vecinos algunas cosas de su hacienda, mercadurías, ropas de vestir, joyas y madejas de
perlas. Procuraban hacer esto en secreto, y lo que’hallaban partían amigablemente, con
que fueron estos bisónos causas de muy mayores daños, estragos y crueldades que se hi-
cieran, si no se hubieran metido en la danza, porque como hombres que tenían bien sabi-
dos los rincones de la isla, por no ser muy grande, daban noticia de todo lo que habia en
ella, enseñando las estancias donde algunas personas estaban recogidas ó tenían sus muje-
res é hijos.
Entre lo demás de que estos nuevos soldados dieron aviso á sü Capitán Aguirre,
fué de que en el puerto de Maracapana, donde á la sazón estaba un pueblezuelo, habia un
Provincial de la orden de Santo Domingo, llamado fray Francisco Montesinos, con ciertos
vecinos y soldados, entendiendo en la conversión de aquellos naturales, á quien su Majes-
tad se la habia cometido, y que tenia un muy bueuo, grande y bien artillado navio, que
con mucha facilidad y bien poca gente se le podia tomar y traer á aquella isla, en que se
podría con seguro tomar la derrota de Nombre de Dios. No se alegró poco el tirano de
esta nueva, ni fué mucho el tiempo que se tardó en enviar uno de sus bergantines con
diez y ocho soldados y un Capitán llamado Pedro de Monguia, y un negro por piloto,
grande vaqueano y diestro en la navegación de todas aquellas costas, mandándoles que sin
hacer escala en ninguna fuesen derechos donde estaba el Provincial, y tomándole el navio,
se le trajese allí. Partióse á esto el Monguia con la brevedad que se le ordenaba, y á poco
de como salieron del puerto, encontraron con el barco de Plazuela, por quien lo tenia
preso el Aguirre, donde se metieron, habiendo abordado con él un Diego Hernández, por-
tugués, con otros tres compañeros suyos, secuaces del Aguirre, y se volvieron en él al
puerto de la Margarita, que fué darle la vida al Plazuela. Pasando adelante el Monguia en
su navegación, llegando ya casi á vista del puerto de Maracapana, le pareció á él y á algu-
nos otros soldados de los que llevaba (que no debieran de ser de tan ruines y dañadas in-
tenciones) asegurar más sus vidas quedándose con el religioso que volverse á la sujeción
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EBAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
del Aguirre, dándole aviso al Provincial de lo que pasaba, para que se les diese á los puer-
tos más cercanos donde se pudiese temer iria el traidor desde la Margarita. Porque consi-
deraban que cuando les corriera deshecha fortuna en el camino que llevaban los traidores,
sus fines habían de ser con tristes, afrentosas é infames muertes.
No eran todos los compañeros del Monguia de su parecer, por estar cebados en la
vida que traían con el Aguirre, y serles á par de muerte dejarla ; pero al fin hubieron de
disimular, y unos de voluntad, y otros por fuerza, pusieron la proa para donde estaba el
navio del religioso, que los recibió alegre y sosegadamente, hasta que le dijeron la causa
de su venida, y los malos recados que se quedaban haciendo en la Margarita, porque esto
le alborotó, de manera que no fiándose del todo de los soldados (aunque le habían dicho
los intentos con que ya estaban), les quitó á todos las armas, recatándose en toda ocasión
de ellos, que lo tuvieron todo por bien, por dar en aquello alguna demostración de que
eran inocentes y sin culpa de lo sucedido hasta allí, diciendo haber sido todo muy contra
su gusto. Determinó luego el fray Francisco Montesinos de embarcarse en su navio con la
gente que tenia y los Marañones, é ir á dar aviso al puerto de la Burburata, que es en la
gobernación de Venezuela, y á la isla de Santo Domingo, pasando de camino por la Mar-
garita, y probar ventura si podia hacer algún daño, ó desbaratar al Lope de Aguirre con
su gente. El cual luego que hubo despachado al Monguia, pareciéndole tenia cierto el na-
vio del Padre Provincial, y la comodidad que había menester, para con más brevedad de
lo que él pensaba despacharse para el Nombre de Dios, porque no les retardaran los ma-
talotajes y estuvierau hechos cuando llegara el navio, mandó luego á los vecinos de la
ciudad trajesen allí seiscientos carneros y algunos novillos, para hacer carnaje salado, y le
hiciesen gran cantidad de cazabe, y que esto se hiciese con tal cuidado, que todo estuviese á
pique para la llegada del navio ; repartiendo para esto entre los vecinos lo que cada cual
habia de tomar á hacer. Tenia gran cuidado el tirano de que las posadas donde estaban
sus soldados los regalasen mucho, informándose tras cada paso si se cumplía esto, reser-
vando sin echarles huéspedes las casas más honradas del pueblo, para que á él y á los
soldados de su guardia, que de ordinario estaban en la fortaleza, les hiciesen y enviasen
de comer allí por sus dias. De día estaban los soldados en sus posadas comiendo y bebiendo
y ocupándose en otros infinitos maleficios ; y de noche se recogían á dormir junto á la
fortaleza, en una plazuela, que como es tierra tan caliente, cada cual se dejaba caer en la
parte de la plaza que le cogia el sueño, y también porque era gente tan vil, toda en común,
que en todo el discurso de su vida habian gozado de poco mejores camas.
Plabiendo hecho Aguirre juntar en la misma plazuela de la fortaleza á los más de
los más principales, y aun casi á todos los vecinos, queriendo sacarles de algún enfado, del
mucho que tenían con tales huéspedes, comenzó á consolarlos con las fingidas y mentirosas
palabras que de ordinario usaba, diciéndoles: ya vuesas mercedes tendrán entendido no
haber sido mi venida á esta isla para hacer yo ni mis compañeros asiento en ella ni dar
disgusto á nadie, antes con deseos.de hacerles todo servicio; pues Dios me es testigo que no
tenia pensado estar en ella arriba de cuatro dias. Pero también se vio que mis navios ve-
nían tan mal acondicionados que era imposible pasar de aquí con ellos, y no habiendo ha-
llado ninguno otro que pueda suplir estas faltas, me es forzoso, ya que Dios me ha depara-
do el navio del Reverendo Padre Provincial, haberlo de aguardar, por excusar el haber de
hacer otros, en cuya fábrica nos habíamos de detener mucho más tiempo, por mucho que
sea el de su tardanza. Pero estén todos ciertos que apenas habrá llegado cuando desocupe-
mos la tierra y tomemos nuestro viaje, en razón de lo cual he suplicado se hagan luego
nuestros matalotajes, y ésta ha sido también la razón, como desde luego dije, de tener pre-
so al señor Gobernador y á los demás caballeros, para que con más facilidad y seguro por
nuestros dineros, se nos provea de lo necesario, porque como otras muchas veces he dicho,
no quiero que ni á mis soldados ni á mí se nos dé nada de gracia^ sino que todo se pague
en más subidos precios que en otros tiempos que suelen vender; y así lo torno ahora á
decir, porque bien entiendo que por hacérsenos merced ó por algún temor se dan las cosas
ahora á menos precio de lo que valen; pues vender una gallina por dos reales, bien se ve
quedar engañado quien la vende, y por esta cuenta corren los demás mantenimientos. Por
lo cual mando que menos de tres reales para arriba no vendan á ningún soldado gallina, y
á este respecto se haga en las demás cosas; y demás de lo que de presente, por todo lo que
se les comprare, se les diere, doy mi fe y palabra desde luego, que al tiempo de mi partida
(CAP. XXX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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se hará inuy larga satisfacción, gratificando la merced que se nos ha hecho y hasta enton-
ces se nos hiciere.
Bien echaron de ver los vecinos ser estas palabras de Aguirre todo mentira, pues
era tan evidente lo contrario que hacia á lo que decía; y así antes fué que de gusto, de
muy gran disgusto para todos, pues importaba poco subir los precios de las cosas á quien
no pensaba pagar aun el precio ajustado, y de balde se les habia de dar por fuerza ó por
grado cuanto sus soldados y Capitanes habían menester, y aun de lo que no tenían nece-
sidad, por solo su pasamiento y hacer mal, lo tomaban los pobres vecinos.
CAPÍTULO XXX.
I. MataLope de Aguirre á un Capitán de los suyos y húyensele cuatro soldados—II. Hallan los dos
y mándalos ahorcar Aguirre, é intenta matar á un fraile de Santo Domingo—III. Da á entender
ásus soldados Aguirre el modo que han de tener de proceder en sus tiranías—IV. Hace echar al
través sus bergantines, con recelos de que no se le huyan sus soldados, y destruye las casas y ha-
ciendas de un vecino que se huyó.
ANDABA el Lope de Aguirre disgustado y con sobresalto de un Enriquez de Orellana,
Capitán que él habia hecho de su munición, sin que hubiese habido para esto menos
leve fundamento que el que solía tener para acedarse con otros y despacharlos de esta vida;
aunque sí fué verdad lo que dijeron al Aguirre habia dicho de él el Enriquez, que se habia
emborrachado aquel dia que entraron en la Margarita (no parece dejaba de ser la ocasión
de alguna consideración), aunque en un hombre tan infame, que ya tenia vueltas las espal-
das á Dios y al mundo, bien se pudiera ahogar esta mancha en el mar de otras mayores que
tenia. Pero al fin haya sido esto verdad y el haberlo dicho el Enriquez ó no, por ello y por
otras enemistades que le tenia de atrás, le mandó ahorcar sin darle lugar á que ee confesa-
ra, como lo pedia; dando luego el cargo de Capitán á un Antón Llamoso, que antes era
Sargento de su guardia, y tan fiel y confidente suyo, que permaneció eon él hasta su muer-
te. Viendo algunos soldados de su campo el poco seguro que traían de sus vidas, pues cuan-
do más amigos estaban del Aguirre, por levísimas ocasiones acababa con ellas, andaban
echando juicio sobre qué traza tendrían de huirse de su compañía; hacíales retardar el po-
ner en efecto estos deseos ver la tierra de la isla tan corta, trillada y sabida de los vecinos,
á quienes el Aguirre tenia tan sujetos, que les habia de obligar, en viendo que faltaban, con
grandes penas y amenazas, á que se los buscasen y trajesen, y también porque tenia de noche
y de dia tan vigilantes guardas y centinelas, rondas y sobrerondas en todo el pueblo y cami-
nos que salían de él, por toda la isla, que tenían por imposible poderse escapar sin que él lo
entendiese y les costase la vida. Pero al fin, teniendo por menores todos estos temores é
inconvenientes que el estar con él, se determinaron á probar ventura cuatro soldados, de dos
en dos, llamados Francisco Vásquez, Gonzalo de Zúñiga, Juan de Villatoro y Luis Sánchez
del Castillo, yá cierta hora de la noche hicieron fuga de la ciudad; lo cual sabido por Lope
de Aguirre, se embraveció de manera que daba voces como hombre sonlocado, y echaba
espumajos de rabia y coraje, y pareciéndole qne si no hacia grandes demostraciones y dili-
gencias en que se buscasen, se le irian poco á poco todos, dejándolo solo. Comenzó luego á
disponer que se hiciesen apretadas diligencias por parte de los vecinos, contra los cuales
(para que tuviera más efejto) y contra el Gobernador y los demás que tenia presos, se
mostró tan feroz, bravo y sin vergüenza, que con mil oprobios les decia haberlos ellos es-
condido y saber dónde estaban, y que cuando esto no fuese así, estaban en su tierra, donde
no se les podían escapar, y que si no querían ver la destrucción de toda ella, se los trajesen
allí; pues demás de darle muy gran gusto en ello, prometía de hallazgo por cada uno dos-
cientos pesos.
Multiplicaba sobre estas mil amenazas de muerte al Gobernador si no diese orden
cómo hallarlos, con que despachó todos los mandamientos en orden á esto que le mandaba
Aguirre, de quien se temia ejecutaría las amenazas, mejor que lo decia. Con ellos mandó
Aguirre á los soldados, recien entrados en su compañía, que pues sabían la tierra, en com-
pañía de algunos Marañones la desvolviesen toda, y aunque fuese de debajo de ella se los
trajesen allí. Tantas fueron las diligencias que por éstas de Aguirre se hicieron, trastornan-
do la isla por todas partes, unos por miedo y otros codiciosos del hallazgo, que vinieron á
hallar al Juan de Villatoro y al Luis Sánchez, que traídos á la presencia del tirano (sin
soo
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
dejarles confesar) los hizo ahorcar, luego del rollo, en su presencia: diciéndoles mientras
los ajusticiaban mil oprobios por haber intentado volverse al servicio del Rey. Y en con-
firmación de lo que les decia,, después de muertos mandó poner á cada uno un rótulo que
decia: Han ahorcado á estos hombres por servidores leales del Rey de Castilla. Y pasando
adelante su serpentina lengua, decia á los cuerpos muertos: veamos si ahora el Rey de
Castilla os resucitará. Con este suceso muchos soldados que tenían intentos de hacer lo
mismo que estos cuatro, los mudaron, combatidos de temores, no les sucediera lo que á
estos dos; porque los otros por haber sabido mejor esconderse se quedaron en la isla. Es-
tando ahorcando á éstos, acertó á pasar acaso un religioso sacerdote de Santo Domingo, y
en dándole vista Aguirre, mandó le fuesen luego á matar, como lo hicieran, si los vecinos
que se hallaron presentes no le rogaran lo dejase. Lo cual, por complacerlos, hizo por en-
tonces; pero solo fué dilatarle su muerte hasta después, como diremos.
Los ratos que le sobraban á Aguirre de ocuparse en estas crueldades ó en diligen
cias para ellas, gastaba platicando á sus soldados las justicias (ó por mejor decir las injus-
ticias) que pretendía hacer adelante; prometiéndose poder salir con todo lo que intentase,
por los buenos principios que habia tenido en aquella isla; y así les decia muchas veces el
orden que habia de tener en el mandar y disponer las cosas; y que una de las más necesa-
rias para el bien y conservación de las Indias era pasar á cuchillo todos cuantos frailes
topase de la orden de San Francisco y Santo Domingo, sin perdonar á los de las otras reli-
giones, fuera de la de los Mercenarios; diciendo que los religiosos estorbaban la libertad
que los soldados era necesario tuviesen para las conquistas y sujeción de los naturales. Tras
éstos habia de despachar de esta vida, con cruelísimas muertes, á todos los Obispos, Vireyes,
Presidentes, Oidores, Gobernadores, Letrados y Procuradores que pudiese haber á las ma-
nos, porque todas estas personas tenían totalmente destruidas las Indias. Tras éstos pensa-
ba destruir á todos cuantos topase caballeros y de noble sangre; porque también se oponían,
como gente de más obligaciones, á las maldades de los soldados comunes, dejando solo á
éstos, que como gente sin ellas, no reparaban en acometer toda suerte de insolencias. Des-
pués de estas personas decía que había de destruir, sin dejar ninguna, todas las mujeres
públicas y que supiese él tenían ruines tratos, fundando esta determinación en el odio que
habia cobrado á doña Inés de Atienza (que como vimos era de este pelaje) por las muchas
inquietudes que le habia causado, y no parece era solo arrojar al viento estas palabras,
como hemos visto, pues el tiempo que tuvo de vida en sus tiranías fué ejecutando todo lo
que le vino á las manos de esto; pues fué causa, lo primero, de la muerte de su Gobernador
Pedro de Ursua. después de la de don Fernando, de la de un clérigo sacerdote, de la de
doña Inés, de otros muchos que gobernaban, de dos religiosos, del Gobernador de la Mar-
garita, como veremos, de un Alcalde y un Regidor, y si no fueron más las muertes de esta
suerte de gentes, fué por no haber tenido la ocasión para ello, que él quisiera. En el cual
parecer estaban también muchos de sus soldados, cuando no fuera más que movidos por su
ruin ejemplo. En esto al fin gastaba grandes ratos y otros en hacer alardes y formar escua-
drones, industriando á sus soldados en el orden y astucias que habían de tener en acometer,
retirarse y defenderse, diciéndoles no pretendía dar batalla á ningún Capitán que viniese
contra él si no fuese al mismo Rey en persona, porque á todos los demás pensaba desbaratar
con ardides é industrias de guerra.
Hasta que le dieron la nueva de lo que habia pasado en Maracapana con los que habia
enviado por el navio del Provincial, aunque ésta se detenia, no le pareció tardaba, y confia-
do en que se le habían de traer y desconfiado todavía del seguro de sus soldados, y que po-
dría ser que disgustados de la vida que traían tomasen los bergantines (ó por ventura tam-
bién algunos de los vecinos de la Margarita) y huyéndose con ellos fuesen á dar aviso á
otras partes, los hizo echar al través en el puerto, confiado también que si acaso el navio
del Provincial no llegara haria dar prisa á otro que se estaba haciendo en el puerto, con
que saldría de la isla, como sucedió. En este tiempo un vecino déla ciudad llamado Alonso
Pérez de Aguilar, no pareciéndole bien la vecindad del Aguirre, tuvo traza de escaparse
del pueblo y después de la isla, de manera que no fueron bastantes las apretadas diligen-
cias que Lope de Aguirre hizo cuando lo supo para poderlo haber á las manos, y así las pu-
so en sus casas, pues cargando sobre ellas el furor que cayera sobre la persona, con una
rabia de tigre, él en persona, acompañado de los de su raza, se fué á ellas, y como si fueran
bienes de hombre que habia sido traidor á su Rey, las hizo robar, destejar y derribar, de
manera que no les quedó piedra sobre piedra, y por no haber en la ciudad con qué no las
(CAP. XXXI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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hizo arar para sembrarlas de sal; y no quedando solo en esto la ejecución de su rabia, le
hizo matar todos cuantos ganados mayores y menores halló suyos, estancias, sementeras y
lo demás que por algún camino halló pertenecerle.
CAPÍTULO XXXI.
I. Mata el tirano Aguirre á un Capitán de su nación, llamado Joanes de Turriaga, y hácelo enterrar
con pompa.—II. Amenazas que hace Aguirre á los de la Margarita, si el Provincial de Santo Do-
mingo le hubiese cogido su gente en Maracapana.—III. Descúbrese el navio del Provincial, que
venia á la isla, y hace diligencias el tirano para defenderse de él.—IV. Sabiendo Aguirre había
surgido el navio del Provincial, pone presos en la fortaleza á los vecinos y determina matar al
Gobernador y sus compañeros.
O habia aún salido Aguirre de la cólera con que ejecutaba estas maldades, cuando se
le acrecentaron avisándole que un Capitán suyo y de su nación, llamado Joanes de
Turriaga, se mostraba afable con todos los soldados, de quien era tenido por muy hombre
de bieu y de obras de caridad, sentando á su mesa á algunos soldados pobres, que convir-
tiendo Aguirre estas flores en veneno, como pestilencial araña, dio en decir hacia esto este
Capitán, para oponérsele y acariciar amigos para matarlo. Y así, acordado (por si acaso
era verdad lo que imaginaba) ganarle por la mano, y procurando poner mayor temor á sus
soldados y vecinos de la ciudad, mandó matarlo, encomendando esto á su Maese de Campo
Martin Pérez, que como fiel tirano á su cabeza, apercibiendo luego algunos soldados, de sus
más amigos, con arcabuces y otras armas, se fué una noche, en lo más secreto de ella, á la
posada del Turriaga, á quien hallaron cenando con algunos sus camaradas, el cual, viendo
entrar al Martin Pérez, se levantó luego de la mesa á recibirle con cortesías agradables, como
á su Maese de Campo. Pero apenas se hubo quitado el sombrero para comerzarlas á hacer,
y llegado cerca del Maese de Campo, comenzaron á dispararle los arcabuces los que los
llevaban, y á asegurarle los demás con las lanzas y espadas, con que lo acabaron de matar
en un punto, y dejándole en el suelo(donde murió revolcándose en su sangre), se salieron de
su posada y dieron aviso al Aguirre que ya aquello estaba despachado. El cual, luego por
la mañana (por ser este Capitán vizcaíno y quererle pagar alguna parte de lo que le habia
seguido y servido), ordenó lo enterrasen con gran pompa funeral, como se suele en las
guerras enterrar los Capitanes y otras personas de las más notables, dignándose de hallarse
presente al entierro, con todas sus escuadras enlutadas, arrastrando banderas y con tambo-
res destemplados. Opiniones hubo de los menos ruines del ejército de este tirano, que habia
muerto á este Capitán, más por ser hombre de bien, afable y caritativo, que por ocasión que
se sintiese le hubiese dado para engendrar sospecha de él.
Pareciendo al tirano se retardaba ya demasiado la venida del Capitán Monguia, con
el navio del Provincial del puerto de Maracapana, por haber pasado ya algunos dias, de los
que él habia echado tanteo podían tardar en ida y vuelta, dio en imaginar si le habría el
Provincial muerto ó preso con toda la gente que llevaba, con que comenzó á convertir en
tristeza y melancolía las esperanzas que hasta allí le habían durado, de que habia de haber
el navio á las manos. Y rompiendo en cólera de estos sentimientos que le daban estas sospe-
chas, comenzó á hacer bramuras mezcladas con amenazas, diciendo á todos los soldados y
vecinos, que si acaso el fraile hubiese preso ó muerto á su gente, habia de hacer un castigo
jamás oido ni visto, metiendo á cuchillo, con todas las invenciones de crueldades que hubie-
se oído y él imaginase, á cuantos hombres y mujeres habia en aquellas tierras (como si
ellos hubieran tenido la culpa del caso, cuando fuera así), no reservando de esta pena á los
niños de teta, de cuya sangre habia de regar las plazas y calles y hacer corrieran los arroyos
de aquella ciudad de la Margarita, y después de esto no habia de quedar en ella piedra
sobre piedra, y abrasar todos los campos, matar mil frailes, con cruelísimas muertes, y que
si al Provincial fr. Francisco Montesinos podia haber á las manos, lo habia de desollar vivo
y del pellejo hacer un tambor, para ejemplo de todos, al modo que ordenó en su testamento
aquel maldito herejeciscas, que después de muerto lo desollasen, y de su pellejo hiciesen un
tambor para la guerra que hiciesen los herejes contra los católicos. Estas amenazas y otras
muchas, como las obras que le veían hacer, tenían tan afligidos y amedrentados á los pobres
vecinos de la Margarita, que no daban un maravedí todos por sus vidas, no pareciéndoles
podían prometerse esperanzas mayores de ellas, viendo la ferocidad del rostro, ademanes de
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FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
cuerpo, patear, echar espumajos por la boca cuando las decía, á que no le ayudaban poco
con iguales palabras, confirmando lo que él decía, sus Capitanes y soldados, con que mos-
traban las mismas intenciones y complacencia que tenia su envenenada cabeza y General.
En esos miserables temores estaba esta ciudad, cuando después de haber el Pro-
vincial partido de Maracapana en su navio, y dado aviso á toda la costa abajo en Cumaná,
Nuestra Señora de Caravalleda, que había poco estaba poblada por los Fajardos, dos leguas
al Leste del puerto que hoy sirve á Caracas, que llaman de la Guaira, y al puerto de la
Burburata, y tomado la vuelta como habia determinado en Maracapana, de la isla de la
Margarita, con intentos de probar ventura, si podía con su gente desbaratar al tirano, se
descubrió su navio desde esta ciudad de la Margarita, á lo largo de una vista que venia
por el rumbo de hacia el puerto de la Burburata, y sospechando luego era él, y habién-
dole dado de esto aviso al Aguirre, pareciéndole le traían ya el navio como deseaba, se
apaciguó alguna cosa de las furias en que estaba y de los temores y miedos de los vecinos,
por proceder todo, como hemos dicho, de las sospechas con que andaba el tirano, lo cual
duró hasta que á poco de como se descubrió el navio, llegó al puerto y ciudad (que en
aquel tiempo estaba fundada cerca de él, aunque después se pasó tres leguas la tierra aden-
tro, donde hoy lo está) una piragua en que venia un negro de Maracapana, que dio por nue-
vas á Aguirre lo que habia pasado en aquel puerto con sus soldados, y de cómo todos jun-
tos los traia el Provincial en aquel navio, para hacerle la guerra que pudiese. Porque con
estas nuevas, volvió luego Aguirre á encenderse de nuevo en cólera, y embravecerse mu-
cho más de lo que estaba antes, añadiendo á las amenazas pasadas otras mayores contra
el fraile y sus soldados, y comenzando luego á ponerlas en ejecución, antes que llegase á
surgir el navio, recogió el tirano todos los vecinos de la ciudad, con sus mujeres é hijos, y
los hizo meter presos en la fortaleza, haciéndoles echar á todos las más prisiones, y doblar-
las al don Juan de Villandrando y á los demás que con él tenia desde los prinpicios presos.
Tratándolos sobre esto muy mal do palabras, volviendo á afirmarse en que habia de eje-
cutar las penas de muerte y arroyos de sangre que habia de hacer de la gente del pueblo.
Iba en esto llegando el navio del Provincial á la isla, y por la derrota que traia, le dije-
ron al traidor que no podia dejar de tomar tierra de un puerto cinco leguas del pueblo
llamado puerto de Piedras.
Comenzó luego el tirano con estas nuevas y vista del navio á disponer la gente á
su defensa, trazando la primera diligencia (que para que con mayor tuviese aviso de haber
surgido el navio) se fuese poniendo gente de á caballo á trechos por todo el camino, desde
el pueblo al Puerto de Piedras, para que en surgiendo, haciéndose cierta seña los unos á los
otros, llegase á la ciudad y diese noticia del tirano con brevedad, y porque no le faltasen
oficiales que le acompañasen cuando fuese en persona al Puerto á la resistencia, dio el
cargo de Alférez general á Alonso de Villena, que lo habia ejercitado en tiempo del don
Fernando, y él se lo habia quitado. Las espías, como leales traidores, con mucha brevedad
dieron aviso al tirano luego que surgió el Provincial en Puerto de Piedras, como teuian
conjeturado, de que no recibió mucho gusto el Aguirre, ni se siguieron pocos daños, pues
comenzando luego á apercibir y armar sus soldados para ir contra el fraile, con tanta có-
lera y palabras de blasfemia y heréticas, que atormentaba los oidós y piedad católica
Cuando los tuvo juntos y á pique para tomar la vuelta del Puerto, le sobrevino otro diabó-
lico pensamiento con qué atemorizar de nuevo á sus soldados, y confirmarlos más en la in-
tención de seguirle, y que no se atreviesen de ninguna suerte á desampararlo, y pasasen á la
devoción del Rey, y fué (no sin consejo de los más desalmados de sus Capitanes y soldados)
matar antes que saliera de allí al Gobernador y á Manuel Rodríguez, Alcalde, á don Cosme
de León, Alguacil mayor, y á un Cáceres, Regidor, y á un Juan Rodríguez, criado del Go-
bernador, que eran los que habia tenido presos ; y determinado en esta maldad, aquella
tarde*al cubrirse las luces, ya que eran bien cubiertas, mandó que todos estos presos que esta-
ban en un cuarto alto de la fortaleza, bajasen á una sala. Los «líales, sospechando para lo
que era, comenzaron á entristecerse y á cubrirse de una mortal melancolía, lo cual advir-
tiendo el Lope de Aguirre (que se quiso hallar presente á todo), los comenzó á consolar
con palabras, diciéndoles perdiesen el temor, si alguno tenían,de sus vidas, y tuviesen con-
fianza en que les prometía, y daba su fe y palabra, que aunque el fraile trajese consigo
más soldados que árboles y cardones habia en aquella isla (que no hay otra cosa en ella.
y todos espinosísimos, de que tengo larga experiencia) y se combatiesen con él, y en la
batalla muriesen todo3 sus compañeros, que ninguno de los que estabau allí presos mori-
(CAP. XXXII).
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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ria, ni aun peligraría por ello, lo cual les aseguraba y hacia cierto lo cumpliría, como
quien él era, que se le podía bien creer, como sucedió.
CAPÍTULO XXXII.
I. Hace Aguirre se ponga en ejecución la muerte del Gobernador y sus compañeros.—II. Matan al
Gobernador y sus compañeros, y llama Aguirre á sus soldados para que vean los cuerpos muer-
tos, y hacerles sobre el caso una plática.—III. Háceles plática en que les da á entender lo que
pretendió con la muerte de aquellos hombres.—IV. Manda enterrar á los cuerpos muertos, y que
vuelvan á la prisión los vecinos, y dejando á su Maese de Campo en guarda de la ciudad, sale
Aguirre contra el Provincial.
CON algún consuelo quedaron los presos de las palabras de Aguirre, aunque se les
logró mal, pues como era traidor y sea cierto el parecerse siempre las cosas á sus due-
ños, se le parecían mucho sus palabras y promesas, dando á entender ser suyas, pues jamas
se cumplían cuando prometía con ellas alguna cosa buena, antes cuando más halagaba y
ofrecía Se tenia ya por cierta regla en él haberse de cumplir con mayor brevedad lo con-
trario que prometía en ellas, como se experimentó en este caso, á costa de estos presos,
pues luego hizo salir de la cárcel á los demás vecinos con sus mujeres, para que no enten-
dieran tan presto sus intentos y hecho ; del cual dicen fué el principal motor un Gonzalo
Hernández,portugués,soldadoy amigo del Aguirre, que le certificó haber querido el D. Juan
con los demás presos alzarse contra él, para lo cual habían enviado ciertos mensajeros y
arcabuces al Provincial, y á persuadirle saltase en tierra é juciese reseña de su gente contra
el tirano. El cual, indignado por esto que le dijo el portugués (fuese ó no fuese así, que
en esto reparaba poco) y temeroso por otra parte del fraile, y que no era buen consejo dejar
enemigos, aunque fueran presos, á las espaldas, se determinó dejarlos muertos antes que
partiera de la ciudad contra el religioso, y así, pareciéndole casi á la mitad de la noche,
era tiempo acomodado para el hecho, mandó á un Francisco de Carrion, mestizo, su Al-
guacil, que con ciertos soldados fuese luego y diese garrote al Gobernador y á sus com-
pañeros presos, que estaban en la sala baja. No dilataron este Alguacil y soldados nada el
hecho, pues tomando luego algunos negros, cordeles y recado para efectuarlo, y bajando á
la cámara donde estaban, dijeron á los presos se encomendasen á Dios, y tuviesen la con-
trición que debían á cristianos por sus pecados, porque habían de morir.
El deseo que tenia el Gobernador de que le cumpliera la palabra el Aguirre ( como
caía en materia tan grave) le daba confianzas de que no se la había de quebrantar ni á él
atajarle, á lo menos tan presto, los días de la vida; y así respondió, que cómo era aquello,
pues habia poco que se habia ido de allí el General y les había dado palabra, no solo que
no los mataría, pero ni aun les sucedería algún daño. A que respondieron el Alguacil y los
demás, que no obstante todo aquello habían de morir, que se encomendasen á Diosv que era
lo que importaba. luciéronlo así, viendo que el negocio iba de veras, aunque con más bre-
vedad que era menester y ellos quisieran, porque luego comenzaron aquellos ministros de
maldad á dar garrote al Gobernador y tras él al Alcalde Manuel Rodríguez y luego al Al-
guacil don Cosme, á quien siguieron el Juan Rodríguez y el Regidor Cáceres, que era un
viejo manco y tullido de pies y de manos. Y juntando los cuerpos muertos y cubriéndolos
con unas esteras, porque nadie los viese, subieron los verdugos donde estaba el Aguirre y
habiéndole dado cuenta de que ya quedaba aquello hecho, hizo tales demostraciones de
alegría, como debiera hacer si fuera una cosa muy del servicio de Dios. Y habiéndose
llegado con esto ya casi la mitad de la noche, pareciéndole al tirano seria bien dar parte á
sus soldados de lo hecho para con eso conseguir el fiu que pretendía, dándoles á entender
habían sido todos en aquella maldad, los hizo llamar á la sala donde estaban los cuerpos
muertos, y á la luz de muchas velas que se habían multiplicado para el efecto, hizo alzar
las esteras y descubrir los cuerpos difuntos, y enseñándolos á todos, les habló de esta
m añera:
Bien veis, Marañónos, en estos cuerpos muertos que tenéis delante los ojos, que de-
más de las maldades que hicisteis en el rio Marañon matando á vuestro Gobernador Pedro
de Ursua y á su Teniente don Juan de Vargas, y haciendo Príncipe á don Fernando de
Guzman, y jurándolo como á tal os desnaturalizasteis de los Reinos de Castilla y negasteis
al Rey don Felipe debajo del juramento que hicisteis; prometisteis hacerle guerra perpetua
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FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
toda vuestra vida, firmándolo así de vuestros nombres,y añadiendo después delitos á delitos,
matasteis á vuestro propio Príncipe y señor y á otros muchos Capitanes y soldados, á un clé-
rigo de misa y á una mujer noble; y venidos á esta isla la robasteis, tomando y repartiendo en-
tre vosotros todos los bienes quehabeis hallado en ella, así de don Felipe, Rey de España, co-
mo de otros particulares, rompiendo sus libros de cuenta y haciendo otras graves maldades ;
habéis ahora muerto, como lo veis, otro Gobernador, un Alcalde y un Regidor, un Algua-
cil mayor y otras personas que aquí tenéis á los ojos. Por tanto, cada uno los abra y mire
por sí, no le engañe alguna vana confianza, pues habiendo hecho tantas y tan graves mal-
dades y atroces delitos, es cierto no os podrá sufrir seguros ninguna parte del mundo sino
en mi compañía; pues dado caso que el Rey os perdone, los deudos y parientes de los muer-
tos os han de seguir hasta dar fin de vuestras personas. Por lo cual os aconsejo que no
apartándoos de mi compañía, vendáis bien vuestras vidas en la ocasión que se os ofreciere
perderlas, haciéndoos una misma cosa los unos con los otros, pues contra tal union y com-
pañía todas las fuerzas que se quisieren levantar contra nosotros ser tan muy menores para
desbaratarnos, advierta cada cual en lo que digo, pues no le va menos que la vida.
Acabada la plática con esto, mandó luego que allí en la propia pieza se hiciesen dos
sepulturas, donde enterraron los cuerpos; y porque los vecinos no tuviesen una noche si-
quiera de reposo en sus casas, mandó luego (que seria á las dos de la noche) los tornaran á
meter con sus mujeres é hijos en la fortaleza, á donde entraron con grandes aflicciones y
sobresaltos, y les pusieron las mismas prisiones que antes tenían; sospechosos todos de lo
4ue había sucedido, y que ya era muerto el don Juan de Villandrando y sus compañeros,
si bien lo negaron, aunque se lo preguntaban, el Aguirre y los suyos de conformidad, sin
que ninguno diese aun muestras de lo hecho. Dejando con esto el tirano en buen recado y
custodia los presos de la fortaleza, á cargo de su Maese de Campo Martin Pérez, tomó al
amanecer, con ochenta arcabuceros,la vuelta del puerto ó punta de las Piedras, donde había
surgido y estaba el Provincial. El Martin Pérez con los soldados Marañónos que le habían
quedado para guarda de la fortaleza y pueblo, hicieron una gran gira y convite. Luego
aquel mismo día que se partió Aguirre, que era domingo, sirviéndose las mesas con grande
aparato y abundancia, música de trompetas y generosos vinos, que hicieron soltar las len-
guas, en las conversaciones que se levantaron sobre mesa, á palabras excusadas que junta-
mente con el hecho fueron causa de la muerte del Maese de Campo, como veremos.
CAPÍTULO XXXIII.
I, Avisan los del puerto de la Burburata al Gobernador de Venezuela, y él á las ciudades de su go-
bierno y á la de Mérida, de la nueva que tenían del tirano—II. Da el mismo aviso Pedro Bravo
de Molina, desde Mérida, á la Real Audiencia de Santafé y las demás ciudades que están en el
camino—III. Prevenciones que hace Pedro Bravo de Molina en la ciudad de Mérida, para si se
le ofreciere necesidad de resistir al tirano—IV. No se descuida el Licenciado Pablo Collado en
hacerlas también en los pueblos de su gobierno.
HABIENDO dado la nueva de los pasos en que andaba Aguirre el padre fray Francis-
co Montesinos en el puerto de la Burburata, luego sus vecinos dieron también aviso
á todos los pueblos de aquella gobernación de Venezuela, en especial al Gobernador, que á
la sazón, como dejamos dicho, era el Licenciado Pablo Collado, y estaba en aquellos dias
en la ciudad del Tocuyo; el cual, luego que lo supo, aunque no pudo estar cierto de que lle-
garía por allí el Aguirre, sospechando con prudencia (por ser tan poca y fácil la travesía que
hay desde la isla de la Margarita á aquel paraje de Tierrafirmo) que podría llegar á lo
menos al puerto de la Burburata, despachó á los vecinos avisando les pusiesen eu cobro, lo
primero sus mujeres, hijos y haciendas para todo acaecimiento, y ellos estuviesen alerta
para si asegundaba la nueva y certidumbre de llegar por allí el traidor Aguirre, le diesen
aviso por la posta de todo, en especial si pudiesen alcanzar á sab*er los intentos que traia.
No fué necesario para los de la Burburata este aviso del Gobernador, pues viéndose pobla-
da, casi á la lengua del agua, poca gente y sin ninguna defensa de fortaleza, armas ni ar-
tillería con que poder resistir al tirano, á la primera nueva que les dio el Provincial, levan-
taron ranchos con toda su haciendilla y chusma, y dejándole libre el puerto se pusieron
todos en cobro por donde pudieron; si bien los hombres volvieron luego al pueblo. Despa-
chó también luego el Gobernador cartas de aviso á la ciudad de Trujillo, recien poblada,
(CAP. XXXIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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como dejamos dicho, por el Capitán Diego García de Paredes, y á la de Mérida, que era
también recien poblada jurisdicción, y á de la Audiencia de Santafé y del Nuevo Reino
de Granada, á quien gobernaba por la misma Audiencia el Capitán Pedro Bravo de Molina,
hombre de noble sangre, y que lo dio siempre bien á entender en toda ocasión que le vino
á las manos, en especial en esta del Aguirre, como después veremos. Avisaba el Goberna-
dor de Venezuela á ambas ciudades estuviesen apercibidas á lo que se habia de disponer si
asegundase la nueva del tirano, que tomaba el rumbo por aquella derrota, rogando al Pedro
Bravo de Molina, como á quien estaba fuera de su jurisdicción, tuviese los más soldados
que pudiese para salir en servicio del Rey contra el tirano, á quien pretendía con su favor
desbaratar, si acaso intentase entrar en aquellos pueblos, en que se haria un gran servicio á
Dios y al Rey, y á él señalada merced; y que así mismo la recibiría en que fuese parte
para que el Diego García de Paredes, que estaba en aquella ciudad con algunos otros
soldados retirados, y habiendo declinado jurisdicción, por cierto encuentro que habia tenido
con él en la ciudad de Trujillo, á poco de como la pobló el García de Paredes, para que
volviese luego á la ciudad del Tocuyo; pues les daba desde luego su fe y palabra de que no
se tratase más de los disgustos que habían tenido, antes estimar en mucho sus personas,
en especial siendo de tanta importancia para la ocasión que les estaba amenazando del
tirano.
Recibido este aviso en la ciudad de Mérida por el Gobernador Pedro Bravo de
Molina, por el mes de Agosto, el mismo año de mil y quinientos y sesenta y uno, nombró
luego ciertos vecinos de aquel pueblo, para que con un caudillo pasasen á la villa de San
Cristóbal (á donde no era posible ir menos que con buena escolta, por los indios de guerra
que estaban entre un pueblo y otro, en los valles de los Bailadores de la Guta, San Bartolo-
mé y otras partes) y diesen las nuevas que habia recibido; y de allí á la ciudad de Pam-
plona, desde donde se despachasen luego á la de Tunja y Santafé, á la Real Audiencia, á
quien escribió el Pedro Bravo de Molina, juntamente con la carta que envió del Gobernador
Pablo Collado, para que con este aviso lo tuviesen todas estas ciudades, y dispuesto el orden
que se debia tener en la resistencia del tirano, si intentaba entrar en estas Provincias.
Despachado esto, comenzó luego el Pedro Bravo á serlo también en las obras, aper-
cibiendo con mil cuidados la gente y vecinos que habia de llevar (si fuese necesario) á la
Gobernación de Venezuela,-comunicando con ellos las trazas, ardides y estratagemas que se
habían de tener para desbaratarlo, en especial si fuese tanta su fuerza, que habiendo sido
menor para resistirle la de la Gobernación de Venezuela, llegase á aquella ciudad de Méri-
da, donde también era necesario quedara resguardo de buena gente (caso que la necesidad
les obligara á ir á la Gobernación de Venezuela) para guardar el pueblo de los rebeliones
que pudieran suceder con los naturales, por ser tierra recien poblada y todavía mal segura
y sospechosa de ellos.
Despachó luego de la ciudad algunos soldados, para que como atalayas estuviesen á
trechos en el camino que hay desde ella á la de Trujillo, y por la posta se le diese aviso si
asegundaba la nueva de la entrada de Aguirre, y los intentos que traia, haciendo que algunos
soldados pasasen adelante hasta el Tocuyo, donde supiese (estando con la persona del Go-
bernador) con más brevedad cuando el tirano saltase en tierra, previniendo con esto que no
tuviese el Gobernador Pablo Collado que ocupar alguna de su gente en enviarle aviso, pues
era tan poca, que teniendo necesidad de mucha más, cualquiera que estorbase en otra cosa
que en la prevención á su defensa, le haria mucha falta. Estuvieron tan conformes todos los
vecinos y soldados de la ciudad de Mérida (y hago esta distinción por la que en estas tierras
se usa, de llamar vecinos de los pueblos solo á aquellos que tienen encomiendas de indios, y
á todos los demás pasajeros ó avecindados llaman soldados) que ofrecieron de una misma
voluntad (sin faltar uno á su justicia mayor, Pedro Bravo) sus personas y haciendas, sin que
se reservara un solo maravedí de ellas al servicio del Rey en esta ocasión, teniéndose por
dichosos, supuesto que se ofrecía la necesidad (que valiera más no se ofreciera), de que los
quisieran emplear en cosas del servicio de su Rey y Señor, donde pensaban dar á entender
al mundo (como lo hicieron) cuan leales vasallos eran suyos y cuan deseosos estaban de
derramar su sangre en servicio de su real corona, en especial contra los que veian rebelados
á ella. Dióles el Capitán Bravo mil agradecimientos de lo que ofrecían á todos los vecinos,
de su parte y de la de su Majestad.
No holgaba en este tiempo el Gobernador de Venezuela en las ciudades de Tocuyo y
Bariquisimeto, juntando por horas las Repúblicas y practicando el orden y prevenciones
40
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(6.a NOTICIA.)
que se debian tener en defensa de la Gobernación, si bien les parecia á todos que para tan
gran pujanza, grosedad de gente, arcabucería y artillería, como tenían noticia traia el tirano,
eran muy pocas las fuerzas de toda la de aquella tierra, para hacerle resistencia, por estar
sobre la necesidad de gente con otra mayor de armas defensivas y ofensivas, en especial
de arcabuces y municiones, con que eran notables los temores con que andaban todos.
CAPÍTULO XXXIV,
I. Prevenciones que manda la Real Audiencia de Santafó se hagan en el Nuevo Reino, y nombra-
miento de oficiales.—II. Ordénase esté la gente de las ciudades del Reino dispuesta para lo que
se ofreciere, y lo que ha de hacer el Gobernador Pedro Bravo de Molina en Mérida.—III. Avísase
á las Gobernaciones de Popayan, Santa Marta y Cartagena; número de la gente de guerra del
Reino y varias opiniones acerca de salir contra el tirano.—IV. Procúrase saber, para recogerlos,
si hay en el Reino algunos soldados de los amotinados del Perú. Hácese guarda al Real sello en
Santafé.
YA iba entrando el mes de Septiembre del mismo año de mil y quinientos y sesenta y
uno, cuando llegó este aviso á la ciudad y Audiencia de Santafé, donde eran á la sazón’
Oidores el Licenciado Alonso de Grageda, el Licenciado Melchor Pérez de Arteaga, el
Licenciado Diego de Villafañe y el Licenciado Ángulo de Castejon. Alborotáronse notable-
mente todas las ciudades del Reino, por venir en el aviso que se dio tan encarecidas las
crueldades del tirano y la pujanza que traia de gente y armas, con que los Oidores, sin
descuidarse un punto en las prevenciones del reparo que era menester para que se atajaran
los desgraciados sucesos (de que toda esta tierrafirme estaba escaldada con los ti-
ránicos alzamientos que habían sucedido en muchas partes del Perú), con la mayor
diligencia que se pudo, dieron aviso á todas las ciudades y pueblos del distrito de la Audien-
cia del Nuevo Reino, y mandato que se alistaran todas las armas y gente que habia para
poderlas tomar, nombrando por Capitán general de la gente de todos estos pueblos (para
hi fuese necesario juntarse y salir contra el tirano) al Mariscal don Gonzalo Jiménez de
Quesada (que entonces solo tenia este título y ser Regidor de la ciudad, hasta que después,
el año de adelante de sesenta y ocho, le vino el de Adelantado del Nuevo Reino, como
diremos largamente en la segunda parte), persona de gran suerte y valor, y á quien toda la
tierra respetaba, por esto y por haber sido el que la descubrió y conquistó. Señalaron por
Maese de Campo al Capitán Hernán Vanégas, vecino de la misma ciudad de Santafé, natu-
ral de la de Córdoba en España, caballero conocido y de gran calidad por su sangre y
persona, de que hizo demostración en toda ocasión que se le ofreció en las conquistas de
Santa Marta y descubrimientos del mismo Reino, conquistas de los Panches y población de
la ciudad de Tocaima, como también diremos en su lugar.
Capitanes de á caballo fueron nombrados Juan de Céspedes, vecino de la misma
ciudad de Santafé, y Gonzalo Suárez Rondón, vecino y poblador de la de Tunja, no de
menor valor ambos que los de arriba, como también lo era en sangre, valentía y prudencia
el Capitán que nombraron de infantería, Juan Ruiz de Orejuela, vecino de la misma ciu-
dad de Santafé y originario de la de Córdoba en Castilla, todos conquistadores y poblado-
res del mismo Nuevo Reino, como también lo era Gonzalo Rodríguez de Ledesma, natural
de Zamora en España, á quien en esta ocasión nombró también la Real Audiencia por Ca-
pitán de la guardia del Sello Real que estaba en ella. En cada pueblo de los del distrito se
nombró un Capitán para que sacase á su cargo de los pueblos la gente, armas y caballos
que se alistasen para el caso, ordenando estuviesen todos á punto para cuando fuesen llama-
dos. Despacháronsele así mismo cartas en respuesta y agradecimiento del aviso que habia
dado al Capitán Pedro Bravo de Molina, á la ciudad de Mérida, y largas provisiones para
que pudiera disponer todo lo que viese importaba al bienestar deja tierra, si acaso venia el
tirano, y á mandar en ellas de ninguna suerte desamparase su ciudad, no obstante que le
enviase el Gobernador de Venezuela á pedir socorro, sino que se estuviese con toda su gen-
te apercibida en ella, avisando á la Real Audiencia por la posta de todas las nuevas que le
fuesen viniendo de la entrada del Aguirre y lo que le fuese sucediendo; y que si acaso (por
la poca resistencia que hallase en la gobernación de Venezuela) intentase el tirano pasar al
Reino por aquella ciudad de Mérida, alzase todas las comidas del pueblo y toda su redonda
y se viniese delante de él con toda la gente, quitándole toda suerte de mantenimientos,
(CAP. XXXIV.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
307
guardándose de darle vista, pues por ser tanta la pujanza de gente que traia y la de aquel
pueblo tan poca,\se podian temer ruines sucesos y notables daños viniendo con éi á las manos.
No se olvidó (juntamente con estas diligencias) la Real Audiencia de hacerlas en
avisar á las gobernaciones de Popayan, Santa Marta y Cartagena, mandando á sus Gober-
* nadores estuviesen apercibidos con su gente, para si fuese necesario pedirles socorro, y si
el traidor aportase á sus Gobernadores, hiciesen en todo el deber como leales vasallos de
su Majestad. Habiéndose hecho en todas las ciudades del Nuevo Reino copia de la gente
que de cada una podría salir con armas, se halló (que quedando gente suficiente en am-
paro de los pueblos, Santafé, Tunja, Vélez, Pamplona, Ibagué, Tocaima, Mariquita y Vi-
lla de San Cristóbal) podian salir en campo á dar batalla mil y quinientos soldados muy
bien prevenidos, los cuatrocientos piqueros más de los doscientos arcabuceros, y los demás
rodeleros y gente de á caballo. Ordenóse también que la gente de cada pueblo (sin salir de
él hasta que se les ordenase otra cosa, estando prevenidos ellos, y sus armas aderezadas)
hiciesen reseñas cada semana, para que los hallase la ocasión (si se ofreciese) más bien in-
dustriados, como se hacia. Dispuesto ya todo esto efectivamente así, comenzaron luego á
despertarse opiniones entre los oficiales nombrados y otros muchos Capitanes y soldados
viejos, de la ciudad de Santafé, en especial, y de la do Tunja, sobre el modo más acertado
que se había de tener para salir contra el tirano, si la necesidad obligase, teniendo unos
por más acertada determinación esperarlo todos juntos en el Riñon, que llamaban del
Reino, en la Provincia de la ciudad de Tunja, hacia la parte de la de Pamplona, que era
por donde habia de entrar en las poblaciones y dilatados valles que llaman de Zemiza, por
ser tierra limpia, de arcabucos, bien escombrada y llana, donde pudieran servir bien los
caballos, y abundante de mantenimientos ; y que no apartándose de la gente el uno ó los
dos Oidores, haciendo cuerpo de Audiencia, y representando la Real Persona, seria impor-
tantísimo para grandes efectos.
Otros tenían por mejor acierto que el Capitán general con toda la gente (sin que
fuese necesario ir ninguno de los Oidores) marchase la vuelta de la ciudad de Pamplona,
y entre ella y la villa de San Cristóbal, en el valle de Cúcuta (de quien dejamos ya tratado
algo), esperase al Aguirre, y se le diese allí la batalla, por ser también tierra rasa, llana y
á propósito, y cuando el tirano llegase allí con su gente, no podian dejar de venir cansados
y enflaquecidos por el malo y fragoso camino que hay hasta allí, y la falta de comidas que
hubiesen tenido con la prevención que estaba hecha para esto con el Pedro Bravo de Mo-
lina, con que se podrian tener esperanzas que desbaratarían allí al tirano. Llegó á tanto
esta variedad de opiniones entre la gente, que queriendo cada parcialidad sustentar la
suya, se iban apuntando algunos inconvenientes, que pasaran muy adelante, si no los ata-
jara la Real Audiencia, mandando poner silencio á los unos y los otros, y que solo se tratase
por entonces de estar todos á pique para la ocasión, que en ella se determinaría lo que
más conviniese. Cesó con esto el platicar la variedad de pareceres, poniendo las veras en
las prevenciones dichas, no excusando gastos para mejorarse de armas y caballos, mata-
lotajes y lo demás que fuese de importancia, ni para bizarras galas y adornos mezclados
con harta vanidad, de la que de ordinario trae consigo la milicia, en especial á sus princi-
pios, en que desocuparon estos soldados gran parte de sus bolsas, sin tener ayuda de costa
del Rey, ni de otra parte, de un solo maravedí.
No pareció ser de menor importancia que lo dicho el hacer apretadas diligencias en
todas las Provincias del Nuevo Reino, con qué saber si habia en ellas algunos soldados de
los que se habían hallado en el Perú, en las rebeliones y alzamientos de Gonzalo Pizarro,
Francisco Hernández Girón, Alvaro de Oyon y otros alterados, para ponerlos en recado,
pudiéndose sospechar que no habiendo perdido sus malas mañas, se irían antes á la devo-
ción del tirano Aguirre que á la del Rey. Todo el tiempo que duraron estas sospechas y
temores del tirano en el Nuevo Reino (que fué desde que se dieron las primeras nuevas ai
tiempo dicho hasta la Pascua de Navidad de aquel mismo año, que les vinieron las que
deseaban, de haber ya desbaratado y muerto al tirano en la ciudad de Bariquisimeto, con
el modo que diremos) hacían vela todas las noches más de treinta hombres armados al Se-
llo y casas Reales de la Audiencia, teniendo esto á su cargo el Capitán Ledesma, como he-
mos dicho.
308
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
CAPÍTULO XXXV.
I. Marcha Aguirre con sus soldados á punta de Piedras, desde donde vuelve á la ciudad. Dícenle mal
de su Maese de Campo.—II. Hace matar Aguirre á su Maese de Campo en la fortaleza. Húyense
de ella algunos presos.—III. Caso horrendo que sucedió con un Llamoso, acerca del cuerpo del
Maese de Campo.—IV. Danse vista los Marañones y soldados del Provincial, éstos de la mar, y
esotros desde tierra.
CON” sus ochenta soldados bien armados y buen orden de guerra, # fué marchando el
tirano Aguirre desde el pueblo de la Margarita la vuelta de punta de Piedras, desde
donde habiendo hallado, cuando llegó, que el Provincial se habia dado á la vela, y que venia
navegando la vuelta de la ciudad, la tomó también él con toda su gente, marchando á paso
largo, procurando no llegase primero el navio que él, y hallase hecho algún mal recado,
antes que lo pudiese remediar. Sabiendo su Maese de Campo, Martin Pérez, la vuelta y
llegada de Aguirre á la ciudad, salió de ella á recibirle, con los más arcabuceros que le
habían quedado acompañando, con que le hizo una gran salva, y muestras de alegría, abra-
zándose todos con palabras y sumisiones cortesanas, como si hubiera mucho tiempo que no
se hubieran visto los unos á los .otros, con que se entraron todos mano á mano en la for-
taleza, donde halló Lope de Aguirre el mismo buen recado que habia dejado en los vecinos
presos. Uno de los Capitanes de infantería de Aguirre, llamado Cristóbal García, que, como
dijimos, habia sido calafate, ó por enemistad que tenia el Maese de Campo Martin Pérez ó
por ventura deseando aquel oficio, lo procuró desacreditar con el Aguirre, conociendo de
su aceda condición no era menester mucho para salir con esto, y aun para que muriera el
Maese de Campo: y así fingiendo, ó dando color á su malicia, con celo que decia tener á
la honra y vida de su General, le dijo aquel mismo dia cómo habia mucho más mal en su
ejército del que imaginaba, pues su Maese de Campo tenia convocados muchos amigos para
matarle en la primera ocasión que se ofreciera, y alzándose con toda la gente y navios,
tomar la vuelta de Francia, para lo cual habia hecho junta de todos sus aliados, donde se
conjuraron para el hecho, en cuya confirmación comieron juntos en la fortaleza, luego
que él se partió la vuelta de punta de Piedras, haciéndoles un solemne convite á son de
trompetas y atabales, con otras muchas señales de alegría, por lo cual le suplicaba repa-
rase aquel daño, no pasase adelante tan descarada traición, en que si él perdía la vida ó les
faltaba, quedaban todos por puertas.
Agradeciéndole Aguirre el aviso y preguntándole si tenia algún testigo que también
lo supiese, dijo el Cristóbal García que sí, pues un pajecillo suyo, mestizo, no habiendo ad-
vertido en él los de la liga, se halló presente á todo, y haciendo traer el muchacho á su
presencia, el Aguirre, industriado antes, por ventura, del calafate en lo que le habia de res-
ponder, dijo haberse hallado presente á todo lo que le preguntaban, que era lo que habia
dicho su amo. Demás de esto supo Aguirre que aquel mismo dia, estando en la plaza de la
ciudad el Martin Pérez en una rueda de soldados, movieron plática entre ellos, diciendo que
si acaso le sucediese al Lope de Aguirre alguna desgracia con la gente del Provincial, que
quién los habia de gobernar ; la cual dificultad habia absuelto el Martin Pérez diciendo:
aquí estoy yo, que serviré á todos y haré lo que soy obligado, si el viejo faltare. Estas dos
informaciones, falsas ó verdaderas, juzgó el Aguirre ser bastantes para matar al Maese de
campo, para lo cual apercibió á un mozuelo barbipuniente, llamado Chávez, aunque en edad
muchacho, redomado en toda suerte de bellaquería y á otros de su pelaje de los de su guar-
dia, mandándoles que luego que entrase el Martin Pérez en la fortaleza (á quien envió á lla-
mar), lo matasen. Tuviéronlo á cuidado, pues luego que entró bien descuidado de la trai-
ción, y en el aposento donde estaba Aguirre, á saber para qué le llamaba, llegó luego por
detras el Chavecillos y disparándole un arcabuz, lo hirió muy mal, ¡fe.que-acudieron los demás
cargándole de tantas estocadas y cuchilladas en la cabeza y cuerpo, que por muchas partes
le hicieron se asomaran las tripas y sesos. El miserable, con las ansias de las heridas y muer-
te, andaba huyendo de ella por toda la fortaleza de una parte á otra, pidiendo á grandes
voces confesión; pero siendo penetrantes las heridas, y los matadores que lo seguían muchos,
al fin vino á caer, y arremetiendo el Chavecillos, lo degolló con una daga que tenia. Hicie-
ron tanto alboroto en la fortaleza estos ministros de Satanás, andando en estas bregas, que
todos los vecinos que estaban dentro presos tuvieron por cierto los habían de llevar á todos
(CAP. XXXV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
309
á hecho como al Maese de Campo ; por lo cual (ciegos con el temor de la muerte, hombres
y mujeres), se escondían por donde podían, en desvanes y rincones y otros lugares oscuros,
aun hasta tomar por defensa el meterse debajo las camas ; y personas hubo que se arroja-
ron por las ventanas y almenas de la fortaleza, tanta era la fuerza del miedo con que anda-
ban, pues una María de Trujillo, mujer de Francisco de Eivera, Alcalde, se arrojó á la calle
por una ventana, que aunque cayó de bien alto quiso Dios librarla del golpe y de la muerte,
como también á un Domingo López y á un Pedro de Ángulo, vecinos del pueblo, que arro-
jándose de lo alto de unas almenas, pudieron luego correr, y escondiéndose en unos cardones
del arcabuco, escapar sus vidas.
La demás gente del Aguirre estaba en la plaza, no con pequeño sobresalto de lo que
habia oido en la fortaleza, por no saber la causa, y habiendo oído el tirano el murmullo que
traían, asomándose á una ventana, les dijo se sosegasen, pues el ruido que habían oido en
la fortaleza, habia sido que él habia mandado matar á Martin Pérez, su hijo y Maese de
Campo, por haberse querido amotinar y matarlo á él, y alzarse con toda la gente ; con que
quedó sosegada la que estaba en la plaza. Habíanle también avisado al Aguirre que Antón
Llamoso, Capitán de la munición, y muy grande su amigo, habia sido uno de los conjurados
con el Martin Pérez, y viéndole pasar delante de sí, estando el Aguirre cerca del cuerpo
muerto y los matadores aun con las armas en las manos, le dijo al Llamoso : También me
dicen, hijo mió, que vos erais uno de los de la liga con el Maese de Campo, pues cómo, toda
esa era la amistad, y en tan poco tenéis el mucho amor que yo os he tenido? Los que habían
muerto al Martin Pérez, encarnizados en aquello y deseosos de otras muertes, que parece lo
habían tomado por oficio, apenas hubieron comenzado á oír esta plática de Aguirre con
Llamoso, cuando se pusieron cerca de ambos, esperando cuándo el Aguirre les haria del ojo
para que hiciesen lo mismo con él que con el Maese de Campo. Los miedos que le pusieron
al Llamoso no le dejaron tener pereza en comenzar luego á dar sus descargos y satisfacción
al Lope de Aguirre, certificando con muchas suertes de juramentos, mezclados con mil blas-
femias, haberle levantado aquello, pues jamás le había pasado aun por el pensamiento, que
se le pudo muy bien creer por la voluntad que siempre.mostró tener al tirano y á sus cosas;
y pareciéndole que el Lope de Aguirre no daba muestras de quedar satisfecho del descargo
que daba el Llamoso, arremetió con el cuerpo del Martin Pérez, que como dijimos estaba
todo hecho una criba de cuchilladas, y delante de todos los que estaban presentes, se arrojó
sobre él diciendo : A este traidor que quería cometer semejante maldad, beberle la sangre,
y poniendo su boca sobre las heridas de la cabeza con un ánimo más de demonio que de
hombre, comenzó á chuparle la sangre y sesos que salían por ellas, y tragarse lo que chupaba
como si fuera un perro hambriento, con que puso tan gran horror á los presentes, que no
hubo hombre á quien no le provocase á dar arcadas de asco, y el Aguirre á quedar satisfe-
cho de su fidelidad, como se experimentó, pues no hubo hombre que se la sustentase hasta
la muerte como este Llamoso.
No pudo el navio del Provincial llegar desde el domingo por la mañana (que como
dijimos se habia hecho á la vela en punta de Piedras á estar sobre el puerto de la ciudad),
hasta el martes por la mañana, por haberle retardado vientos contrarios. Este dia al amane-
cer le dieron vista á media legua de tierra, donde se habia anclado, porque no le ofendiese
la artillería de Lope de Aguirre, que no recibió mucho gusto en que se le hubiese acercado
tanto. Pero tratando luego de la defensa, entendiendo que el Provincial le haria gente en
tierra, juntando los soldados que le pareció, salió de la fortaleza y comenzó á marchar en
orden la playa adelante hasta el paraje del navio, llevando consigo cinco falconetes de bron-
ce que habia sacado del Marañon, y uno de fruslera de la fortaleza, todos cargados, para
cuando fuesen saltando en tierra del navio los soldados, que ya estaban en algunas piraguas
que traían consigo. Los cuales habiéndose acercado á los de Aguirre, hasta poderse oir los
unos á los otros, comenzaron á decir á los del tirano mil oprobios, diciéndoles que eran crue-
les, traidores, desleales, fementidos á su Rey y cuanto de esto se les venia á la boca ; de
que recibían iguales respuestas de los de Aguirre, que no eran más modestos ; pues entre
las desvergüenzas les decían mil blasfemias, con que se deshonraban los unos á los otros,
que fué en lo que vinieron á parar todos los encuentros, por no haber querido saltar en tie-
rra los de las piraguas y galeón, donde tenían tendidas en banda muchas banderas y estan-
dartes reales.
310
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
CAPITULO XXXVI.
I. Carta que escribe Lope de Aguirre al Provincial.—II. Responde el Provincial á Aguirre desde el
navio, y dase á la vela ; éste ahorca dos soldados.—III. Opiniones si fué acertado el dar vista el
Provincial á Aguirre.—IV. Absuélvense las objeciones que acerca de esto se pusieron,
VIENDO Lope de Aguirre que no faltaba en tierra la gente del navio, sin esperar más,
tomó aquel mismo dia la vuelta de la fortaleza, desde donde acordó á escribir una
carta al Provincial, que á la letra dice así :
” Muy magnífico y reverendo señor, más quisiera hacer á vuestra Paternidad el reci-
bimiento con ramos y flores, que con arcabuces y tiros de artillería, por habernos dicho aquí
muchas personas ser más que generoso en todo; y cierto por las obras, hemos visto hoy en
este dia ser más de lo que nos decian, por ser tan amigo de las armas y ejercicio militar,
como lo es vuestra Paternidad ; y así vemos que la honra, virtud y nobleza, alcanzaron nues-
tros mayores con la espada en la mano ; yo no niego, ni todos estos señores que aquí están,
que salimos del Perú para el rio Marañon á descubrir y poblar, de ellos cojos, de ellos man-
cos, y de ellos sanos ; y por los muchos trabajos que hemos pasado en el Perú, cierto á ha-
llar tierra, por miserable que fuera, para ampararnos en ella, y para dar descanso á estos
tristes cuerpos, que están con más costuras que ropas de romeros, hubiéramos poblado en
ella; más la falta de lo que digo y con los muchos trabajos que hemos pasado, hacemos
cuenta que vivimos de gracia, según el rio, la mar y hambre nos han amenazado con la
muerte ; y así los que vinieren contra nosotros hagan cuenta que vienen á pelear con los es-
píritus de los hombres muertos, y los soldados de vuestra Paternidad nos llaman traidores,
débelos castigar que no digan tal cosa, porque acometer á don Felipe Rey de Castilla, no es
sino de generosos y de grande ánimo ; porque si nosotros tuviéramos algunos oficios ruines,
diéramos orden á la vida; mas por nuestros hados no sabemos sino hacer pelotas y amolar
lanzas, que es la moneda que por acá corre ; si hay por allá necesidad de estos menudos,
todavía lo proveeremos. Hacer entender á vuestra Paternidad lo mucho que el Perú nos debe
y la mucha razón que tenemos para hacer lo que hacemos, creo será imposible á este efecto,
no diré aquí nada de ello. Mañana, placiendo á Dios, enviaré á vuestra Paternidad todos los
traslados de los autos que entre nosotros se han hecho, estando cada uno en su libertad,
como estaban, y esto dígolo en pensar qué descargo piensan dar esos, señores que ahí están,
que juraron á don Fernando de Guzman por su Rey, y se desnaturalizaron de los reinos de
España, y se amotinaron y alzaron con un pueblo, y usurparon la justicia, y los desarmaron
á ellos y á otros muchos particulares, y les robaron las haciendas, y entre los demás, Alonso
Arias, Sargento de don Fernando, y Rodrigo Gutiérrez, su gentil hombre. De esos otros se-
ñores no hay para qué hacer cuenta, porque es chafalonía, aunque de Arias tampoco la hi-
ciera si no fuera por ser extremado oficial de hacer jarcias. Rodrigo Gutiérrez, cierto hom-
bre de bienes, si siempre no mirase al suelo, insignia de gran traidor, pues si acaso haya
aportado un Gonzalo de Zúñiga, padre de Sevilla, cejijunto, téngalo vuestra Paternidad por
un gran chocarrero, y sus mañas son éstas : El se halló con Alvaro de Oyon en Popayan,
en la rebelión y alzamiento contra su Majestad, y al tiempo que iban á pelear, dejó su Ca-
pitán y se huyó, y ya que se escapó de ellos, se halló en el Perú en la ciudad de San Miguel
de Pivita con Silva, en un motin, y robó la caja del Rey y mataron la justicia, y así mismo
se le huyó. Hombre es que mientras hay que comer es diligente, y al tiempo de la pelea,
siempre huye, aunque sus firmas no pueden huir. De sólo un hombre me pesa que no esté
aquí, y es Salguero, porque teníamos gran necesidad de él para que nos guardara este gana-
do, que lo entiende muy bien. A mis buenos amigos Martin Bruno y Antón Pérez y Andrés
Díaz, les beso las manos. A Monguía y Artiaga, Dios los perdone, porque si estuvieran
vivos, tengo por imposible negarme, cuya vida ó muerte suplica á vuestra Paternidad me
haga saber ; aunque también querríamos que todos fuésemos juntos, siendo vuestra Paterni-
dad nuestro Patriarca, porque después de creer en Dios, el que no es más que otro no vale
nada. Y no vaya vuestra Paternidad á Santo Domingo, porque tenemos por cierto que le
han de desposeer del trono en que está. Y para esto cesaron en él. La respuesta suplico á
vuestra Paternidad me escriba y tratémonos bien, y ande la guerra, porque á los traidores
Dios les dará pena, y á los leales el Rey los resucitará, aunque hasta ahora no vemos ha re-
sucitado ninguno el Rey, ni sana heridas ni da vidas ; Nuestro Señor, la muy magnífica y
(CAP. XXXVII.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME,
311
reverenda persona de vuestra Paternidad guarde y en gran dignidad acreciente. De esta for-
taleza de la Margarita, besa las manos de vuestra Paternidad su servidor, Lope de Aguirre.”
Despachó esta carta Aguirre con unos indios en una piragua al navio, que recibida
del Provincial y vista por los demás, fué ocasión de gran risa, por parecerles más desatino
lo que iba en ella ó chocarrerías de hombre de burla, que razones de Capitán general, á
que respondió el Provincial como hombre religioso y docto, persuadiéndole se apartase de
aquel tan errado camino que llevaba, y se redujese al servicio del Rey, cosa que tanto le
importaba al seguro de su conciencia ; que ya que su ciega obstinación fuese tanta que no
quisiese hacer esto, le encargaba como á cristiano la veneración y reverencia de los templos,
cosas sagradas y dedicados á ellos, y la honra de las mujeres ; y que por amor de aquel
Señor que le habia de pedir estrecha cuenta, se cansase ya de derramar sangre y hacer cruel-
dades en aquella isla, pues bastaban la3 hechas ; que Monguia y Artiaga eran vivos y muy
grandes servidores de su Majestad, y en lo que hicieron de reducirse á su servicio, cumplie-
ron con las obligaciones que tenían. Despachada esta respuesta con los mismos indios que
llevaron la carta de Aguirre, se dio á la vela el Provincial y tomó la vuelta de Maracapana,
para de allí tomar la de la isla de Santo Domingo, como lo hizo, donde dio aviso del tirano
y sus crueldades. Entre tanto que estuvo el navio surto y pasó lo dicho con el Provincial,
fueron hallados dos soldados de los de Lope de Aguirre, el uno llamado Juan de San Juan y
el otro Paredes, fuera del pueblo, en la playa, reposando á la sombra de unos cardones.
Entre los demás que los vieron allí, no faltaron algunos que siéndoles mal afectos les levan-
taron (diciéndoselo al Aguirre) que estaban allí esperando ocasión para huirse al navio; sin
más que ésta los mandó luego el Aguirre colgar del rollo, sin darles licencia para que se
confesaran.
No faltó quien tuviese por de más daño que de provecho esta vista que dio el Pro-
vincial á Lope de Aguirre, pues por verle tan cerca de sí, con temores de otros mayores
daños de los que le sucedieron, mató al Gobernador y á los demás, y que ya que el Provin-
cial hizo esta demostración, pudiera ser de mucho provecho, echando su gente en tierra,
pues con ella y otros vecinos de la isla que andaban al monte, y se le juntarían sin duda,
podia hacer reseña y recoger muchos de los soldados de Aguirre, que siguiéndolo tan contra
su voluntad como andaban con él, en viendo donde poder ampararse al abrigo del Rey, die-
ran cantonada al tirano, y siendo de esta voluntad los más, á lo menos no saliera de aquella
isla con tanta fuerza de gente, minorada por este camino.
A las cuales objeciones se responde con dos cosas : la una, que no era el religioso
adivino para saber, pues no habia tenido aviso de ello, si andaban algunos vecinos á monte,
ni estarían tan á la mano que se le pudiese con facilidad juntar, ni para saber si traia el
tirano soldados contra su voluntad; antes por las cosas que todos en general hacían, se podia
creer lo seguían con gusto ; lo segundo es, que pudieran suceder, si echara gente en tierra,
mayores daños, pues las crueldades de Aguirre y sus carniceros brios eran tales, que porque
no sucediera juntarse los vecinos con el Provincial, y por prendar más, con más maldades á
sus soldados ejecutara las amenazas que tenia hechas á los vecinos, desde el mayor hasta el
menor. Y así ya que no fué acertado dar vista el Provincial al tirano, no parece lo erró en
no saltar en tierra ; y en todo se debe tomar su santo celo, que nunca fuesen causa de dam-
nificar á nadie, y si de él se siguieron daños, sucedieron muy fuera de sus intentos.
CAPITULO XXXVII.
I. Trata Aguirre de disponer su salida de la isla, y mata á un soldado.—II. Hace Aguirre banderas y
que se bendigan en la iglesia, dia de la Asunción de Nuestra Señora.—III. Plática que hace
Aguirre á sus Capitanes y Alférez entregándoles las bandsras.—IV. Huyese al Aguirre un sóida.
do, por lo cual hace matar á otros dos y á una mujer.
TA traían cuidadoso á Aguirre los deseos con que andaba de salir de esta isla, y el verse
atajados los pasos para ello por el desavio con que se hallaba, habiendo echado á pi-
que sus bergantines, cscapádosele el navio del Provincial y no tener más que tres pequeños
barcos, no bastantes para sus soldados, pertrechos de guerra y matalotajes ; y así mandó se
fuese acabando el navio, que como dijimos tenia el Gobernador en astillero. Para lo cual,
teniendo noticia que andaban ahuyentados entre los demás algunos carpinteros, habló á los
vecinos que se los trajesen, asegurándoles el buen tratamiento, y por el malo que los vecinos
312
FRAY TEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
recibían, deseando echar de sus casas tan mal huésped, pusieron diligencia en traer algunos,
para que con ella se fuese concluyendo la fábrica del navio y abreviando la salida. Entre
las ocasiones que hemos dicho, no dejaron de ofrecérseles buenas á algunos de los vecinos,
para hacer fuga del pueblo, intentando hacerla también de los peligros que siempre les esta-
ban amenazando contra sus vidas. Lo cual sabido por el Aguirre y que sus diligencias no
bastaban para haberlos á las manos, las puso en sus casas y haciendas, robándolas y derribán-
dolas, y haciendo matar todos sus ganados, y talar sus sementeras, arboledas y huertas, y
pareciéndole estos castigos no llenaban las circunstancias de su gusto por no ir mezclados
con sangre humana, acordó de matar á un Martin Díaz de Armendariz, primo hermano
del Gobernador Pedro de Ursua, que traia en su compañía, á quien harto contra sus depra-
vadas costumbres, le habían conservado la vida hasta allí; aunque desarmado y á título de
preso, y pareciéndole no pasarlo adelante en su compañía, le había dado licencia se quedase
en la isla, y que saliéndose de la ciudad se estuviese en una estancia, no volviendo de ella
al pueblo hasta que él hubiese salido de la isla. Aquí se . estaba este soldado sin ofensa de
nadie, cuando no advirtiendo el tirano en la mucha que hacia á Dios, mudó de intentos ; y
pareciéndole no serle á propósito dejar enemigos á las espaldas, mandó á ciertos soldados
suyos fuesen á donde estaba y le diesen garrote, como lo hicieron sin dejarlo confesar, pa-
reciéndoles darían en esto más gusto á su General Aguirre.
Por irse ya disponiendo aprisa el salir de la isla, entre lo demás, determinó se hicie-
sen tres banderas de las sedas que allí habia robado, y que la suya fuese de color y enigma
que representase sus crueldades, y así la hizo de tafetán negro, sembrada de espadas cruza-
das y coloradas, en que se representaba la sangre que derramaba y la causa, que era de lutos
y llantos. Estas, después de acabadas, ordenó se bendijesen en la iglesia, como si fuera para
ir á hacerle algún gran servicio con ellas contra los herejes ó las demás canallas que la persi-
guen. Para esto mandó el tirano, que el dia de la Asunción de Nuestra Señora, á quince de
Agosto del mismo año de mil y quinientos y sesenta y uno, se dijese en la iglesia mayor una
misa solemne, para la cual (dignándose de hallarse en ella), salió con su gente en orden de
guerra de la fortaleza ; yendo él en la vanguardia como General, caminando á la iglesia,
acaso topó en la calle en el suelo un Rey de espadas de naipes viejos, y como si fuera un
muchacho que lo tomara para entretenerse con él, se bajó y lo tomó, y volviéndolo luego á
arrojar, pareciéndole hacia en aquello gran vituperio al Rey de Castilla, lo comenzó aquel
hombre alocado á patear diciendo mil palabras descomedidas y descorteses contra su Majestad,
y volviéndolo otra vez á alzar del suelo con mayor cólera y saña que hasta allí, hizo el naipe
menudos pedazos. Autorizando todas estas acciones de su alocada cabeza sus más amigos
soldados que le acompañaban, envolviendo mil blasfemias contra Dios y sus santos entre
las palabras que decían en esta acción los unos y los otros, que para solo esto tenían manos
y lengua este traidor y sus soldados, y no para más, como se vio cuando las hubieron me-
nester en su defensa, como adelante diremos ; pues no las tuvieron cuando los desbarataron,
ni ánimo para defenderse: pues como un triste se dejó matar infamemente, sin hacer de-
mostración de hombre de bríos en su defensa. Llegados á la iglesia y benditas las banderas
(con el clérigo que les dijo la misa), las tomó el tirano y entregó á los Capitanes y Alférez
de su mano, diciéndoles que confiado en las valientes fuerzas, ánimo y lealtad de que esta-
ba satisfecho de sus personas, les entregaba aquellas banderas, con las cuales y las compa-
ñías de soldados que también les entregaba para que militasen debajo de ellas, le habían de
seguir, defender y amparar su persona, saliendo al campo en toda ocasión con ellos, contra
cualquier género de guerreros que les quisiesen impedir su jornada, pues defendiéndolas
como valerosos soldados, podían lícitamente hacer guerra en todas partes que le3 quisiesen
hacer resistencia y no recibirlos de gr*ado ; y que en los pueblos que por mostrarse contu-
maces se hubiese de venir á rompimiento y ser saqueados, les encargaba la veneración de los
templos y honra de las mujeres, pues en todo lo demás tenían libertad para hacer y vivir
cada cual como mejor le estuviese, en que nadie habia les fuese á lU»mano: que pues habían
hecho nuevo Rey, también podían hacer nueva ley. Con notable gusto que recibieron de
esto los soldados, salieron todos de la iglesia, y acompañando á su General como habían ve-
nido, tomaron la vuelta de la fortaleza, alegres todos de que les hubiese dado de nuevo tan
largas licencias y- comisiones para toda suerte de maldades porque aquella excepción que
habia sacado el tirano, de que mirasen por la veneración de los templos y honra de las mu-
jeres, bien sabían que por quebrantarla se les habia de dar la misma pena que por los demás
delitos, que eran mayores alabanzas y premios á quien mayores los cometía, para tenerlos
(CAP xxxvnt.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIEllRAFIRME.
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con esto más prendados, como hemos dicho. Y que aquella excepción solo habla sido de cum*
plimiento para con los vecinos que se hallaban presentes, sin que le moviese celo del servi-
cio de Dios, á quien se le deben infinitas gracias, que enfrenó á estos tiranos para que no
diesen en sembrar é introducir alguna secta de herejía, pues la libertad con que vivían
pudo amenazar entre los demás esos miserables efectos.
No era de los menos culpados en toda suerte de maldades ni el que me’nos se precia-
ba de ellas, entre los demás soldados del tirano, un Alonso de Villena ; por lo cual le había
conservado la vida hasta que en este tiempo le procuraron revolver con el Aguirre, por
ciertas palabras de poca importancia que decian había dicho contra él, á cuya causa le dio
una muy grave reprensión, y á entender no le tenia la voluntad que hasta allí. Con lo cual
escaldado el Villena, y temeroso, por tener tan conocido al Aguirre, de que no era menester
haber tan grande ocasión de enojo para matar á un hombre, por más que fuese su amigo,
comenzó luego á dar trazas buscando una para hacer’fuga de su compañía y que le quisiesen
recoger en la devoción del Rey, sin pena de muerte, á que se daba él por condenado, por ha-
berse hallado en la del Gobernador Ursua, y casi en todas las demás que se habían hecho en
la compañía. Allegábanse á estos temores los que tenia de Aguirre, si acaso le cayese en las
manos después de haber hecho fuga. Quisiera mucho este soldado dar á entender á los ve-
cinos la hacia huyendo de la indignación del Aguirre, que por haberlo querido matar el
Villena la tenia con él. Con estos intentos, ochó el Villena entre algunos soldados del tirano
fama que lo quería matar, que viniendo á sus oidos mandó luego el Aguirre á sus amigos
ganasen por la mano’y matasen al Villena. El cual, estando sobre aviso y con espías puestas,
en oliendo que venían á esto los soldados de Aguirre, se escapó por una puerta falsa y so
escondió en el monte, de manera que las apretadas diligencias que se hicieron no fueron
bastantes para haberlo á las manos el Aguirre ; pero fuéronlo para que con ellas so publicase
lo que deseaba el Villena, que fué que lo mandaban á buscar para’matarlo, porque había que-
rido matar al Aguirre, con que quedó acreditado con los vecinos, y con vida en la isla ; si
bien esto fué causa de la muerte de otros amigos suyos, como fueron un Domínguez, Alférez
de la guardia de Lope de Aguirre, y un Loaysa, de quien presumió el traidor (por ser tan
familiares del Villena) no podían dejar de haber sido con él en el concierto. Con solo lo cual
y sin más información que sola su imaginación, determinó los matasen, encomendándolo á
un Juan de Aguirre, que acudiendo con puntualidad áesta maldad, se llegó disimuladamente
en cierta ocasión al Domínguez ,y viéndole descuidado, le dio con una daga que llevaba tan-
tas puñaladas, que le quitó la vida, y lo mismo hicieron luego con el Loaysa, dándole garro-
te, sin dejarle tampoco confesar. Hizo luego prender á la señora de la casa á donde posaban
éstos, que se llamaba Ana de Rojas, mujer casada y de muy buen nombre, y achacándole
el tirano que habiendo sabido los conciertos del Villena, no le habia querido avisar, hizo
que la ahorcasen en el rollo en la mitad do la plaza. Y para que fuese esta muerte más so-
lemne y celebrada entre todos los tiranos, entró una escuadra de ellos con sus arcabuces en
la plaza cuando la querían ahorcar, y estaudo colgada á medio morir, los dispararon de
mampuesto en ella á vista de su infame General, que celebraba los mejores tiros que se
hacían en el corazón y cabeza do la pobre y honrada mujer, de cuya muerte quedaron todos
muy alegres.
CAPÍTULO XXXVIII.
I. Manda Aguirre matar á un viejo, y matan también á un fraile de Santo Domingo y manda que
maten á otro con quien él se habia confesado.—II. A quien mataron dándole garrote por la boca
y garganta, de que recibió gran lástima toda la gente de la isla.—III. Manda Aguirre ahorcar un
viejo y una mujer, y hace otras burlas á otros soldados.—IV. Llega *á la isla Margarita un Fran-
cisco Fajardo desde Caracas, con alguna gente é intentos de desbaratar á Aguirre.
TENIA esta buena mujer un marido llamado Diego Gómez, viejo, tullido y muy enfer-
mo, que á la sazón se estaba curando en una estancia donde también estaba un fraile,
sacerdote de la orden de Santo Domingo, y parecíéndole á Aguirre habría sido también par-
ticipante, como su mujer, en el concierto y traición del Alonso de Villena, mandó á un su
Barrachel, llamado Paniagua, fuese á dar garrote al viejo, como lo hizo, llevando consigo
al efecto á otro soldado portugués, llamado Manuel Baez, con otros dos ó tres, y habiendo
muerto al viejo y por ventura reprendido al fraile el mal hecho, ó por dar gusto á su
General (que tanto aborrecía á los sacerdotes) le dio también garrote de su misma autori-
41
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FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
dad y sin llevar orden para ello. Y habiendo enterrado á ambos en un hoyo, volvió á darle
noticia al Aguirre del hecho, de que mostró tener complacencia, como también la tuvo en
matar á otro religioso y confesor de la misma orden, de vida ejemplar y muy estimado en
toda la isla. Con éste se confesó Aguirre más por cumplimiento que por salud de su alma
ni descargar su conciencia, como se echó de ver y todos lo entendieron ; y habiendo el re-
ligioso hecho su oficio, como quien lo era tanto en la confesión, y dádole algunas ásperas
reprensiones al tirano y santas exhortaciones, persuadiéndole cómo era obligado á que de-
jase aquel mal camino que llevaba y se redujese al servicio de Dios y de su Rey, y no
cargase á su cuenta tantas ánimas como cada dia mataba, y las maldades que hacían sus
soldados. Como sean amargas purgas de tragar estas cosas, y las buenas inspiraciones que
Dios les da á aquellos que le tienen vueltas las espaldas, no solo no las admiten, pero aun
cobran odio y no pueden ver (como gente de enferma vista) á los que les ponen delante es-
tas luces, no solo no recibió este tirano la que este bendito religioso confesándole le puso
delante, pero aun le cobró un tan mortal odio, que no lo podía ver ni aun oir su nombre :
y muchas veces estuvo determinado á matarlo, si bien no lo puso en efecto, pareciéndole
por ventura que por ser religioso y de estimación le irían á la mano algunos, hasta que
viendo que el Barrachel Paniagua había muerto al otro en la estancia, le encargó también
la muerte de éste, pareciéndole traería sabrosa la mano, y que quien habia muerto á uno
de su propia autoridad mejor mataría á esotro por la que le daba su General : y así le
mandó fuese luego á matar á su confesor, como lo hizo, partiéndose luego al efecto.
Y topando al religioso en el camino, aunque hay quien diga lo hallaron en la
iglesia, y sacándolo de ella lo metieron en una casa, donde le dijeron cómo por mandado de
su General le venían á matar, á que el religioso respondió que si aquello habia de ser así,
le dejasen primero encomendar á Dios, y dándole para esto licencia, se arrojó en el suelo
boca abajo, en demostración de humildad, y rezó el salmo de Miserere y otras santas devo-
ciones en que estaba cebado, con gran fervor de espíritu, cuando aquellos ministros de
maldad (pareciéndoles dilataba mucho su muerte) le levantaron del suelo para dársela,
diciéndoles el religioso que la ofrecía á Dios con voluntad simple y llana por sus pecados,.
y que les rogaba se la diesen la más cruel que pudiesen, é hincándose de rodillas, puestas
al cielo las manos, le pusieron los verdugos el cordel por la boca y comenzaron por detrás
á darle garrote con tanta fuerza, que se la rompieron é hicieron pedazos^ pero viendo que
no acababa de morir con este género de crueldad, estando ya á los últimos pasos de la vida,
le bajaron el cordel á la garganta, por donde torciendo otra vez el garrote, le acabaron de
sacar de ella, remate digno de la muy ejemplar que él habia tenido siempre. Quedó todo el
pueblo é isla con tan devota lástima de la muerte de este religioso, que le estimaban
por mártir, habiéndola recibido por haber hecho bien su oficio en el sacramento de la
confesión.
Ya se iba concluyendo aprisa la fábrica del navio y embarcación de Aguirre en este
tiempo, y tomando más fuerza sus crueldades, que parece se verificó en él la máxima del
filósofo: que el movimiento natural es más fuerte en el fin que en su principio. Y como en
este tirano estaba como connaturalizada la crueldad, á los últimos pasos que daba en este
pueblo los iba dando ella mayores y más aprisa. Uno de los soldados que se le allegaron en
la isla al tirano, que se llamaba Simón de Sumorostro, hombre ya viejo, arrepentido de lo
que habia hecho, por parecerle mal las crueldades del Aguirre, y deseando no ir con él, le
pidió licencia para quedarse, diciendo era viejo y enfermo para sufrir el trabajo de la gue-
rra, á quien le respondió se quedase en hora buena, pero en saliéndose el viejo contento con
la respuesta, llamó Aguirre algunos de sus ministros y les dijo: ese viejo Sumorostro me ha
pedido licencia para quedarse aquí y yo se la he dado, id y haced quede seguro, de suerte
que en mi ausencia no le hagan daño los vecinos y justicia del pueblo. Acudiendo estos sol-
dados al sentido é intención del tirano, más que á las palabras, salieron luego tras el viejo
y llevándolo derecho al rollo, lo colgaron, que fué ocasión para que no llegasen otros que
tenían intentos de lo mismo, á pedirle licencia, sino con la suya,habiendo bien toda la isla,
hacer fuga. También hizo colgar del rollo á una María de Chávez, porque un soldado que
posaba en su casa se habia huido y no le habia ella avisado, pues no podia dejar de haberlo
sabido. Y porque no entendiesen no sabia este tirano usar de otros entretenimientos que-
de muerte, en ofensa de los hombres, á un mancebo que ó por serlo y no estar experimen-
tado en las leyes de cortesía (ó por haberlo dejado con cuidado, no le habia ido á visitar ni
darle la bienvenida) le hizo traer á la fortaleza, y habiéndole dado una áspera reprensión.
(CAP. XXXIX).
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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por su descuido, mandó le rapasen la poca barba que tenia, lavándosela antes y después con
orines muy podridos y hediondos y de harto mala vecindad para las narices, de que el tira-
no (con algunos de sus amigos que estaban á la mira) daba grandes risadas de complacencia,
y acabada la fiesta, mandó al mancebo le trajese cuatro gallinas al barbero por su trabajo.
Lo mismo hizo con otro soldado de los suyos, llamado Alonso Cayado, que por ser hombre
recogido y enemigo de hallarse en las crueldades que los demás, pareciéndole al tirano ser
hombre inútil y desaprovechado para todo, no teniendo gusto por entonces de matarlo, lo
hizo traer á su presencia estando en la plaza, y*que allí, delante de todos, le hiciesen la barba
con el .misino lavatorio que al de arriba, diciendo le daba esto en pena de que un día se
habia descuidado en entrar á tiempo en el escuadrón. De estas burlas -hacia muchas de
ordinario con otros soldados de los más graves, cuando estaba de gorja y no los quería ma-
tar; si bien á otros por más leves ocasiones, cuando estaba acedo y destemplado, les acababa
la vida, como hemos visto.
Muy á pique estaba ya de embarcarse, pues no faltaba más que entrar la gente en
el navio y darse á la vela, cuando surgió en la isla un Francisco Fajardo, vecino del pueblo
de Nuestra Señora de Caraballeda ó Caracas, en tierrafirme, provincia que entonces estaba
conquistando, que por haber tenido aviso por el que le dio el Provincial de este tirano, atra-
vesó á esta isla en piraguas con algunos vecinos de su pueblo y buena cantidad de indios
flecheros, con intentos de probar ventura con Aguirre y deseos de tenerla en desbaratarlo
(que por ventura hubiera tenido todo buen fin si se hubiera anticipado su llegada y no
fuera tan á punto de la partida de Aguirre), porque hallando algún socorro á quien arri-
marse los vecinos de la isla, fuera posible haber dado sobre el tirano y desbaratarlo, lo que
no pudieron hacer á solas, por ser tan pocos, como hemos visto; como ni tampoco hizo nada
por lo dicho el Francisco Fajardo, pues aunque saltó en tierra con su gente y se allegó todo
cuanto pudo al pueblo, emboscado en un montecillo, desde donde le comenzó á dar grita al
Aguirre y llamar sus soldados que llegaran á verse con él, y á los vecinos, ofreciéndoles su
favor y defensa á todos los que se le quisiesen pasar á su bando y devoción del Rey. Te-
miendo el tirano no fuese más la gente que traia el Fajardo de la que hacia demostración,
y que no se le huyesen algunos de sus soldados, no le pareció ir contra él, antes los hizo
recoger luego en la fortaleza, y cerrando las puertas no dejó salir á ninguno. El Fajardo
así mismo no osaba desamparar el montecillo, al cual Aguirre habia tenido intentos muchas
veces de talar; si bien no se habia atrevido á enviar soldados á ello, porque no se le huyesen.
Estos mismos temores le hacian á la sazón también al Aguirre ponerlos á sus soldados, di-
ciéndoles que el llamarlos Fajardo era con engaño y solo deseo de haberlos á las manos,
para vengar las muertes que habian hecho en aquella isla y otras partes.
CAPÍTULO XXXIX.
I. Embárcase Aguirre con toda su gente, y mientras esto se hacia, hace matar á su Almirante—II. Co-
mienza Aguirre á navegar y muda de intentos, determinando surgir en el Puerto de la Burbu-
rata—III. Dánles algunas calmas en el viaje, con que lo retardaron mucho más de lo que se
suele navegar aquella travesía,—IV. Queman un navio que hallaron en el puerto, y los vecinos
de él dan aviso de su llegada al Gobernador de Venezuela.
~VT~0 fueron tan pequeños los temores con que andaba el tirano por la llegada del Fajar-
JJV] do, que no le hiciesen vacilar en el modo que habia de tener para embarcarse con
su gente, sin que el Fajardo con la suya se la flechase ó fuese ocasión, por estarlos llaman-
do desde el monte, que se le pasase alguna, y así dio traza de no sacarla á embarcar por la
puerta del fuerte, sino haciendo un portillo alto á las espaldas y poniendo en él una esca-
lera, hacia bajar por allí uno á uno á los soldados, y que se fuesen embarcando, estando él
con sus amigos haciéndoles guarda, con que se fueron embarcando todos hasta quedar él
solo con algunos pocos, de los cuales uno, llamado Alonso Rodríguez, su Almirante, y no
de los menores amigos que tenia, ni menos culpado en los delitos pasados, viendo que el
oleaje del mar mojaba al Aguirre por estar cerca y no dejarle la ocupación que traia y pri-
sa que daba á todos para embarcarse, advertir en apartarse de aquel puesto, se lo advirtió,
diciendo se retirase á la tierra porque se mojaba, de que se encendió en tan grau ira el ti-
rano, que metiendo mano á su espada le dio una cuchillada que le cortó el brazo ; y man-
dando le fuesen á curar, arrepentido de esto, volvió á mandar luego lo acabasen de matar,
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FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
como lo hicieron sus ministros, costándole la vida su buena crianza, aunque dicen no fué
por esto, sino que poco antes habia dicho este soldado que ocupaban mucho en los barcos,
con que no podia la gente ir acomodada, tres caballos y un mulo que habia mandado Agui-
rre meter en ellos, do que estaba con la cólera que mostró en el hecho. Ya que estaba la
gente embarcada y Aguirre para hacer lo mismo y los de su guardia, se fué con ellos á casa
del Cura del pueblo, llamado Contréras, y sacándolo de ella, bien contra su voluntad, lo
hizo embarcar y llevó consigo. Al fin, embarcados todos, se dio á la vela en sus tres fustas,
después de haber estado en la isla cuarenta dias, antes más que menos, y haberla robado y
destruido totalmente en todas las haciendas, muebles y raices, dejando en tan gran miseria
á los vecinos que quedaron en la isla, que en muchos años no pudieron volver en sí.
Del servicio que tenían de los indios é indias ladinos, les llevó más de cien piezas
do los soldados que se le llegaron de la isla, cuando entró y sacó doce ó trece, porque los de-
más arrepentidos se le huyeron. Robó más de cincuenta arcabuces, muchas espadas y lan-
zas y otras armas defensivas ; seis tiros de fruslera qiíe estaban en el fuerte ; tres caballos
muy buenos y un mulo ; todos los aderezos que pudo haber á las manos de brida y gineta,
por llevar pensamientos de rehacerse en tierra firme do caballos. La gente de guerra que
embarcó con esta salida fueron hasta ciento y cincuenta hombres, porque aunque cuando
entró en la isla metió al pié de doscientos y se le allegaron algunos otros , el tiempo que es-
tuvo en ella con los que se le pasaron al Provincial en Maracapana, con Monguía y los que
mató y se huyeron, se le minoraron hasta el número dicho, con que comenzó á navegar un
domingo, último dia de Agosto del mismo año de sesenta y uno. Y habiendo sabido ó con-
jeturado, por el aviso que habia dado el Provincial en la costa, que sin duda habría corrido
toda ella hasta Nombre de Dios y Panamá, y que en todas estas partes y los demás puertos
estarían sobre aviso y en arma para su llegada ; y que la dificultad para pasar desde Nom-
bre de Dios á Panamá era mucha, por ser camino de contadero, donde fácilmente le podrían
desbaratar, acordó á poco de como se hicieron á lo largo de la isla Margarita, mudar rum-
bo del que tenia determinado y surgir en el puerto de la Burburata, y desde allí, atrave-
sando la gobernación de Venezuela, pasar al Nuevo Reino de Granada y de allí á Popayan
y al Perú, sin advertir en otros tan grandes y por ventura muy mayores inconvenientes
que le podían ofrecer en este larguísimo viaje, que en el Nombre de Dios y Panamá ; y
así les ordenó á los pilotos tomaseu esta derrota y puerto de la Burburata.
No le pareció iban seguros los dos barcos, si no iba en ellos de la gente de su mayor
devoción y más fieles tiranos ; y así quedándose él con algunos en el navio nuevo, repartió
los demás en los otros dos, de que aun no estando harto satisfecho, no consintió llevasen
ninguna aguja de ballestilla ni carta de marear, sino que fuesen siguiendo su navio á su
vista de dia, y de noche á la de un farol que ponia. No le comenzó luego á suceder en la
navegación tan prósperamente como él quisiera, y como Jo ordinario sucede en aquella tra-
vesía, por serlo las brisas, y que así nunca faltan por popa, con que en dos dias suele de
ordinario sobrar tiempo para llegar desde la isla Margarita al puerto de la Burburata, en
que gastó el tirano ocho, por las calmas que le sobrevinieron. De la cual tardanza parecién-
dole no era la causa lo dicho sino el mal gobernar de los pilotos, los amenazaba de muerte,
creyendo, como se retardaban tanto sin ver el puerto, los llevaban á otra parte.; que todo
esto lo era causa á aquel impacientísimo hombre de desplegarse en mil blasfemias y here-
jías contra Dios y sus santos : ó diciendo unas veces que si Dios habia hecho el cielo para
tan ruin y civil gente como él llevaba, no quería ir allá ; otras veces alzando los ojos al
cielo, con diabólica ira decía : Dios, si algún bien me habéis de hacer, ahora lo quiero, y
la gloria guardadla para vuestros santos. Y viendo que perseveraba la calma, tornaba á
disparar por otro camino, diciendo que no creia en Dios, pues era un gran bandolero : que
hasta allí habia sido de su bando y se iba ya pasando al de su contrario. Y á este modo de-
cía otros ochenta disparates contra el mar, vientos y temporales, á que le ayudaban todos
sus soldados, como en todas las demás maldades, siendo sus ecos.^ Porque si él blasfemaba,
todos blasfemaban ; si renegaba, renegan ; si mataba, mataban; si’hurtaba, hurtaban; si era
traidor, todos lo eran; tal es la fuerza de las cabezas para con sus miembros, y tal la divina
bondad y longanimidad de Dios hasta los fines que él sabe. Que aun con todas estas letanías
y oraciones permitió llegasen á los que deseaban estos tiranos, al puerto de la Burburata,
después del tiempo dicho, á los siete de Septiembre, donde surgieron con grande alegría, sin
detenerse un punto en los navios y sin apartarse ninguno del campo, se alojaron en la playa.
La primera facción que hizo el tirano (por haber llegado en salvamento al puerto)
(CAP. XL.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFJRME.
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fué pegar fuego a un uavío de mercaderes que halló en él, á quien sus dueños viendo venir
los de Aguirre, y conociendo de lejos ser él, por las noticias que tenían, le habían dado un
barreno y echado á pique, después de haber sacado lo que pudieron. Y no habiéndose cu-
bierto todo, por estar cerca de tierra, la parte que quedó fuera del agua se quemó, sirviendo
de luz á los tiranos toda aquella noche que estuvieron rancheados en tierra, sin consentir
Aguirre que ninguno de sus Marañones se le apartase hasta la mañana. Los vecinos del
pueblo (que estaba escasa media legua de la lengua del agua, que, como dijimos, desde la
primera nueva que tuvieron del tirano estaban sobre brasas, y lo demás de sus haciendas y
chusma escondida por los montes, estancias y pueblos de sus repartimientos) luego que se
certificaron de su llegada al puerto, acabaron de poner en cobro, si algo había quedado en
el pueblo, de lo que pudieron sacar y sus personas, dejándolo del todo sin gente, por no te-
ner, como hemos dicho, en él ningún modo de hacer resistencia al tirano. De cuya llegada
y como ya estaba con toda su gente en tierra, despacharon por la posta aviso al Gobernador
Pablo Collado, que todavía se estaba aguardándolo en la ciudad del Tocuyo, y continuando
las trazas que desde la primera nueva se daban entre él y los capitanes para hacerle frente
al tirano, si sucedía lo que ya tenían entre manos.
Viéndose el Gobernador que ya no se podía huir la ocasión de venir á probarlas con
el Aguirre, y que la gente y armas de sus pueblos eran en tan pequeño número, hizo se
juntasen todos con ellas en aquel del Tocuyo, trazando que ya que por esta razón no era
acertado dar batalla á los Marañones, los procurasen desbaratar, alzándoles las comidas y
dándoles trasnochadas y emboscadas, pues ninguno de ellos sabia aquella tierra y pasos,
donde se podía hacer esto con facilidad, por ser tan fragosa en las más partes. Fuese luego
juntando la gente al Tocuyo, de quien nombró por General á Gutierre de la Peña, que,
como dejamos dicho, fué su antecesor en el gobierno y á la sazón vecino de la misma ciu-
dad. Despachó juntamente nuevo aviso al Pedro Bravo de Molina, á la ciudad de Mérida,
avisando cómo tenia ya al enemigo á los umbrales, y rogándole se sirviese de venirle á dar
socorro con la más gente y armas que pudiese, por hallarse él con tan poca, y á suplicar de
nuevo al Capitán Diego García de Paredes y á los demás vecinos de su gobernación de Ve-
nezuela (que, como dejamos dicho, se estaban retirados en la ciudad de Mérida) se despa-
chasen luego y fuesen á servir á su Majestad en ocasión tan forzosa, prometiéndoles de su
parte olvido en las cosas pasadas, y seguro de satisfacerles los valientes hechos que se pro-
metía de sus personas en la ocasión presente.
CAPÍTULO XL.
I. Va García de Paredes desde Mérida al Tocuyo con algunos de sus compañeros, por mandado del
Gobernador—II. Previénese el Gobernador y vecinos de la ciudad de Mérida para ir á dar socorro
al de Venezuela—III. Salen de la ciudad de Mérida veinticinco soldados con el Gobernador, y
llegan á la del Tocuyo—IV. Hallan los soldados de Aguirre en el pueblo de la Burburata un
piloto de los que se habían pasado á la devoción del Provincial.
AUNQUE no habían salido de la ciudad de Mérida el Diego García de Paredes y sus
compañeros, con la primera nueva que tuvieron del Gobernador Pablo del Collado, to-
davía estuvieron á la mira y apercibidos con cuidado, para como leales vasallos ir á servir
á su Majestad si asegundaba, como lo hicieron luego que tuvieron este segundo aviso, des-
pachándose al punto, y sin detenerse en el camino llegaron con la brevedad que deseaban
los del Tocuyo á aquella ciudad, donde los recibieron todos con brazos abiertos, en espe-
cial el Gobernador, y agradeciéndoles con muchas demostraciones su venida, nombró luego
por su Maese de Campo al García de Paredes, dándole algunas satisfacciones de lo pasado,
y á entender lo mucho que estimaba y merecía su persona, y que por haber estado ausente
en aquella sazón y haberle la ocasión cogido entre el arco y la pared, como dicen, y” en tanta
estrechura, que por la brevedad que el caso pedia, habia nombrado por General á Gutierre
de la Peña, le suplicaba aceptase aquel cargo de Maese de Campo, pues no habia otro me-
jor con que poderle servir por entonces ; y que aunque el Gutierre de la Peña tenia aquel
título, él era el que había de mandar el campo y disponerlo todo. Aceptó el oficio el Gar-
cía de Paredes, rindiéndole por ello al Gobernador las gracias, y ofreciéndole morir por el
servicio del Rey. Fuéronse con esto juntos el Gobernador y Maese de Campo del Tocuyo
á la ciudad de Bariquisimeto, donde estaba el Gutierre de la Peña recibiendo la gente que
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FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
se iba juntando, porque aunque se habia determinado primero se hiciese esto en la ciudad
del Tocuyo, después pareció más á propósito la de Bariquisimeto, por ser el país más lim-
pio y más cerca de donde iba entrando el tirano.
No fué menor que el que éstos tenían en estos pueblos el cuidado con que quedó en
el suyo de Mérida el Capitán Pedro Bravo para seguir luego al García de Paredes con la
gente que pudiese llevar; para lo cual hizo luego junta de la más lucida del pueblo, donde
se determinó (por no ser lo que menos importaba) se despachase luego segundo aviso á la
ciudad de Santafé, y que no obstante lo que le habían ordenado de que no desamparase su
ciudad, aunque tuviera noticia de la entrada del tirano en la Provincia de Venezuela para
ir á dar socorro á su Gobernador, convenia más al servicio del Rey ir á dársele, con que le
atajarían los pasos al tirano y se aseguraría más aquella ciudad. Resueltos en estas dos cosas
el Pedro Bravo y vecinos de ella, se señalaron luego tres soldados que se despachasen con
el aviso á la ciudad de Pamplona y de allí á la de Santafé. De los cuales uno llamado An-
dres de Pernia, aunque valiente y de los de mejores hechos que hubo en las conquistas de
estas tierras, conociendo la dificultad que habia en pasar por tantos indios de guerra como
habia entre aquella ciudad y la villa de San Cristóbal, dijo al Gobernador que no se atre-
vía á pasar con tan poca gente la mucha dificultad que habia en el camino, pues seria solo
ir á perder sus vidas, sin salir con el intento del aviso. Por lo cual y pareciendo al Pedro
Bravo y los demás del pueblo eran pocos para desmembrarse más de los tres, para solo
irlo á dar, y que quedando gente en amparo de la ciudad, fuese algún razonable número al
socorro de Venezuela, acordaron se quedase por entonces el dar aviso á la Real Audiencia,
hasta que con más claridad se conociesen los intentos y derrota que pretendía el tirano, lo
cual sucedió bien (aunque acaso) pues se excusaron (de no haberlo enviado) entonces gran-
dísimos gastos que se hicieran sin provecho en todo el Reino, no solo de la real hacienda,
con que se habia de acudir á la gruesa de ellos, para prevenciones efectivas de la guerra,
pero aun de los particulares.
Acudiendo pues á lo seguudo que tenían determinado, mandó luego el Capitán Pe-
dro Bravo se dispusiesen aprisa hasta veinte y cinco soldados de los de mejores alientos
para llevar en su compañía al socorro del Licenciado Pablo Collado. Y como no sea lo mis-
mo tratar de las fuerzas del león que venir á probarlas con él, no dejaron de dar muestras
los que fueron señalados para esto de rehusar la ida, contra lo que antes habían prometido,
no porque se la retardase el haber de verle la frente al tirano, pues era lo que tanto desea-
ban todos para dar á entender el valor de sus brazos, sino fundándose en que para resistir
á un tan gran poder, como se entendía traía, eran ellos y los de Venezuela muy pocos y
mucha la falta que hacían á su pueblo, de que se seguiría el no hacerse en Venezuela nin-
gún buen efecto y suceder muchos malos en su ciudad; pues los que podían quedar en su
amparo no podían bastar á la resistencia del rebelión y alzamiento que se podía temer en
los indios, aun mal conquistados y sujetos. Pero el ánimo y brios del Capitán Pedro Bravo
y el celo que tenia de servir á su Majestad y que se le atajasen al tirano más en sus prin-
cipios los pasos, pues seria menos dificultoso que si habiéndolos dado ‘más dentro de la go-
bernación hubiese engrosado su campo con algunos soldados desalmados que se podia temer
se pasarían á su devoción, respondió no estarle bien á él ni ásu reputación, ni á la de aque-
lla ciudad dar paso atrás en los brios y deseos que habían mostrado primero en servicio de
su Rey; y así que corriendo por su cuenta el reparar lo uno y lo otro, se dispusiesen luego
los que estaban asignados, porque otro día de mañana se habia de partir con todos, llevando
por fuerza al que no quisiese ir de grado; con que los pocos que habían dado estas excusas,
vista la resolución del Gobernador, se conformaron con los demás y salieron todos juntos
otro dia á hs primeras luces de la ciudad la vuelta del Tocuyo, con bandera tendida en
nombre de su Majestad, á donde caminando á pasos y jornadas largas llegaron en pocos
dias al tiempo que fué menester, aunque bien á punto crudo, como veremos.
No dejó el tirano Aguirre de estar aquella noche, que estuve rancheado en el puerto
de la Burburata á la lengua del agua, con algunas esperanzas fundadas (por ventura en lo
que le habia sucedido cuando surgió en el puerto de la Margarita) de que los vecinos del
pueblo le habían de venir á visitar, como lo hicieron los otros, y traerle algún refresco
siquiera para aplacarle y que no ejecutase sus crueldades, como hasta allí lo venia hacien-
do. Pero habiéndose pasado la noche sin que le sucediera lo que deseaba, luego en despun-
tando otro dia los primeros rayos del sol, lunes ocho de Septiembre, envió al pueblo una
tropa de sus más amigos que procurasen saber el estado é intentos de los vecinos, si acaso
(CAP. XLI.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 319
los tenían de desasosegarle, y trajesen algún refresco de lo que pudiesen haber á las manos.
Hallaron estos soldados tan desamparado como hemos dicho el pueblo de hacienda y mo-
radores, que solo estaba en él un soldado llamado Francisco Martin, piloto de los que ha-
bían salido de la Margarita para Maracapana con el Capitán Monguía; que con otros solda-
dos de los que se habían pasado á la devoción del Provincial (cuando llegó con su navio a
dar aviso á este puerto, como dijimos) se habia quedado en tierra, deseoso de volver otra
vez á la compañía del tirano, por no haberse salido de ella con gusto él ni algunos de los
otros cuando los metió por fuerza Monguía en la compañía del Provincial. Este piloto, aun-
que se habia huido con los vecinos del puerto de la Burburata en la llegada del Aguirre,
luego que los dejó escondidos y le pareció ninguno de ellos le podia ver, tomó otra vez la
vuelta del pueblo para aguardarle allí, como lo hizo, mostrando grande alegría con la llega-
da de la tropa de los Marañones, con quien volvió luego á la mar y.presencia del Aguirre,
ofreciéndose de nuevo á su servicio, al cual admitió con mucho gusto, abrazándole y agra-
deciéndole la perseverancia en seguirle; pues de quien la habia tenido hasta allí sin ser
bastantes las ocasiones que se le habían ofrecido á apartarle de su compañía, podia tener
satisfacción, no le faltaría en todo lo que se le pudiese ofrecer de allí adelante.
CAPÍTULO *XLI.
I. Sabe Aguirre que andaban algunos soldados de su devoción por aquella tierra y envíalos á buscar,
II. Hace matar Aguirre á un soldado, quema sus barcos y alójase en el pueblo—III. Buscan al-
gunas cabalgaduras los soldados para salir del pueblo y pregona el tirano guerra contra el Rey
de Castilla—IV. Trastornando la tierra los soldados buscando qué robar, hallan al Alcalde del
pueblo y un mercader. Avisa al pueblo de la Valencia le envíen cabalgaduras.
HABIENDO acariciado el tirano con obras y palabras á este Francisco Martin, como á
uno de los leales malhechores que traia, le comenzó á preguntar muy de propósito el
modo que tuvieron en dejarlo y pasarse al bando del Provincial en Maracapana, el cual
procurando satisfacer al Aguirre y dar á entender su inocencia y que jamás le habia pasado-
por el pensamiento hacerle traición, respondió que Pedro de Monguía, Artiaga y Rodrigo
Gutiérrez habían engañado á él y á otros sus compañeros, quitándoles uno á uno cautelosa-
mente á todos las armas, y cuando iban entrando en el puerto, ya que los podia oir el
Provincial, comenzaron á apellidar á voces el nombre del Rey, y entregarse con sus manos,.
á que no pudieron resistir él ni sus compañeros, por hallarse sin armas. Pero aunque
quedaron así, por no poder jamas, perdieron los intentos de volverse á su servicio, como se
echaba de ver, pues habiendo el Provincial llegado á aquel puerto, habia trazado escaparse
de su compañía y quedarse allí para aguardarle, por si acaso surgia allí y los quería recoger
á todos los que estaban con estos deseos, de los cuales solo él habia mostrado mayor fineza,
habiéndose vuelto al pueblo como veía, porque los demás andaban al monte, y aun algunos*
perseguidos de los vecinos y harto miserables, desnudos y pereciendo de hambre, de los
cuales podia tener por cierto se reducirían á su servicio, si llegaba á su noticia que estaba
en aquel puerto. No fué poco el gusto que tuvo el tirano de esto, por saber tenia gente de
su devoción en tierrafirme, y dándole un buen vestido á este su leal servidor, y una cartas
amigable y llena de favores y ofrecimientos para los demás, lo despachó que los buscase, y
demás de leerles la carta les dijese el deseo con que quedaba de servirles y acrecentar sus
personas en todo lo que fuese en su mano.
No fueron pequeñas las diligencias que hizo Francisco Martin buscando sus compa-
ñeros, y no pudiendo encontrar con ninguno, se volvió á la compañía del tirano, donde
permaneció en las crueldades que los demás, hasta que le dieron el pago que merecía, con
una miserable muerte, como veremos. Para ir enlazando luego esto tirano las maldades de
la isla con las de tierrafirme, á poco de como saltó en ella, hizo matar uno de los soldados
que se le habían juntado en la Margarita, portugués, llamado Antonio Frías, solo porque
habia preguntado en poniendo el pié en ella, si era isla ó tierrafirme, con que comenzaron
á pagar aquellos desalmados soldados los agravios que por su causa se habían hecho en la
isla. Ya era pasada la mitad de este dia y desembarcado cuanto traia en los barcos, cuando
determinó Aguirre fuese su gente á alojarse al pueblo, quedándose él el postrero, con algu-
nos amigos á ponerles fuego, como lo hizo, con intentos de quitar la ocasión á todos para
que pudiesen huirse en ellos, si no que lo fuesen siguiendo á pesar de su grado, con que
320
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
siguió él luego (dejando ardiendo las fustas) á los demás que iban ya entrando en el pueblo,
donde también se alojó poniendo mayor cuidado y guarda en su persona, que hasta allí,
temiéndose no tomase atrevimiento algún soldado por verse ya en tierrafirme, y atrevién-
dose á sus pies, le diese la muerte, por escaparse por aquel camino de la que merecía por
sus maldades, aunque bien pudiera salir de estas sospechas, pues todos venían tan cebados
y deseosos de emplearse en toda suerte de maleficios, que trayendo una cabeza tan á propó-1
sito para que los amparara eu ellos, se los disimulara y alegrara cuanto mayores los hacían,
ninguno había que la quisiese perder, sospechando no hallarían otra tal.
No siendo el lugar tan á propósito como el tirano quisiera para detenerse allí algún
tiempo y ocuparse en infestar los vecinos del pueblo, despachó por una parte y otra algu-
nos de sus soldados que buscasen cabalgaduras en qué caminar adelante con el carruaje. No
pudieron las diligencias de éstos tener mayor efecto que para juntar hasta veinte y cinco ó
treinta bestias caballares y las más yeguas cerreras y sin domar, cuyo alquiler pagaron bien
por sus cabales algunos de sus soldados, quedando empuyados al pasar en esta diligencia
por algunas trochas, donde les tenían puesta esta trampa los indios, por industria de los ve-
cinos del pueblo. Con estas cabalgaduras y desgraciados sucesos, que fueron en algunos
tanto que los llevó á los umbrales de la muerte, por el mucho y fuerte veneno que tenían
las puyas, volvieron al alojamiento de Aguirre, que queriendo hacer demostración de senti-
miento por la desgracia de los soldados, y que los amaba de corazón, comenzó á encender-
se en una infernal cólera y decir mil blasfemias contra Dios y sus santos, y otras tantas
amenazas á los vecinos del pueblo, y mandar luego pregonar guerra cruel á fuego y sangre
contra el Rey de Castilla y sus vasallos, protestando matar á cuchillo todos cuantos topasen,
con pena de muerte al soldado que no se la diese á cuantos prisioneros le viniesen á las
manos, exceptuando solo á aquellos que sin ninguna fuerza ni resistencia, de su voluntad y
gusto le viniesen á servir y seguir. Esta guerra se pregonó po^ todas las calles de aquel
pueblo, con toda la solemnidad que se le pudo dar al pregón, con trompetas y atabales.
Habiendo dado licencia el tirano á los soldados de más confianza en lealtad, para
que saliesen á robar la tierra, entre otras partes á donde llegaron haciendo esto, fué á unas
estancias de un Benito de Chávez, cuatro leguas del pueblo, Alcalde ordinario á la sazón
de él, y teniendo en ellas su mujer y una hija casada con un don Julián de Mendoza, de-
jándolas á ellas, solo “trajeron lo que pudieron robar de la hacienda, y al Alcalde delante
de Aguirre, para que le informara de la tierra y los demás vecinos. Otros soldados hubie-
ron por otra parte á las manos á un Pedro Núñez, mercader, á quien trayendo también al
pueblo, preguntó el tirano la razón por qué habían huido todos, y respondiéndole que por el
miedo que le tenían, replicó Aguirre le dijese qué decían de él y de sus compañeros en
aquella tierra, á que el Pedro Núñez, sospechando en lo que habia de venir á parar si le
decía la verdad, se excusaba de responder, ó cuando mucho decia que no sabia nada, con
que le volvía á persuadir el Aguirre y sus amigos dijese la verdad sin temor, pues le pro-
metían no le seria de ningún inconveniente de oiría. Viéndose el pobre mercader tan per-
suadido de todos, y que deseaba saber su fama, respondió que todos tenían á su merced y
á los que le acompañaban por crueles Luteranos. De que el Aguirre se encendió en un ins-
tante tanto en cólera, que quitándose de la cabeza la celada, amagó á tirársela, diciendo :
bárbaro, necio, no sois más majadero que eso ? aunque no se la tiró, porque, aguardó el
castigarle esta ignorancia para otra ocasión, dándole la muerte, como veremos. Fuéle forzo-
so á Aguirre detenerse en aquel pueblo más de lo que quisiera, mientras se domaban las ca-
balgaduras que habían hurtado, pues de otra suerte no les podían servir para el intento.
Entre tanto hacian sus soldados todas las maldades que intentaban, echando á perder cuanto
ganado y hacienda encontraban y rastreaban de los vecinos; pues sacando mucha de rastro,
aunque la tuviesen escondida debajo la tierra, de donde sacaban alguna, la gastaban con
prodigalidad, y la que no podían consumir de esta suerte la dejaban sin que pudiera apro-
vechar á otro, pues hallando algunas pipas de vino escondidas entre la maleza del arcabu-
co, las traían al pueblo y hacian guisar con vino todo cuanto comían ; otros desfondaban
las pipas, y poniéndolas derechas se metían dentro y bañaban en el vino, solo á fin de ha-
cer mal, y en representación de que se bañaban en hacerlo, de que el Aguirre hacia de-
mostración de complacencia, y no era él el que menos usaba de estos entretenimientos :
pero viendo el mucho que iban teniendo en aquel pueblo y el poco avío para salir de él,
acordó escribir á los vecinos de la nueva Valencia, que está de allí siete leguas al Leste,
en que (como señor absoluto) les enviaba á avisar tenia determinado de no llegar á aquel
(CAP. XLII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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pueblo, por no detenerse tanto, basta llegar al Nuevo Reino de Granada y de allí al Perú,
donde llevaba la mira : pero que tenia necesidad de que cada vecino de aquel pueblo le
enviase un caballo por su dinero, que él pagaría cumplidamente á las personas que los tra-
jesen ; y así que fuesen todas de recado para esto, con que demás del bien y gusto que le
darían, redimirían las vejaciones y daños que él y sus soldados les podrían hacer si fuesen
por allí, como les certificaba, y podían tener por infalible lo harían si no acudían á lo que
les pedia. No hicieron los vecinos caso de su carta ni amenazas, habiendo llegado á sus
oídos su ruin modo de proceder, y que libraba peor con él quien más bien le hacia.
CAPÍTULO XLII.
I. Hace Aguirre matar á un mercader y á un soldado en este pueblo de la Burburata—II. Húyensele
á la partida tres soldados, y comienza á hacerla yendo todos á pié por falta de cabalgaduras—
III. Deja Aguirre su campo en el camino y vuelve al pueblo de la Burburata, donde se embriagó
él y sus compañeros y se le huyeron tres—IV. Revueltas que suceden en el campo de Aguirre
mientras él estuvo en la Burburata, y muertes de dos soldados—V. Opiniones que se levantan
entre los Marañones sobre la muerte del uno. Dásele aviso al tirano de lo que pasa, y vuelve á
su campo.
ENTRE los soldados que andaban trastornando la tierra para buscar en qué emplear
sus robadoras manos, desenterró uno una botija de aceitunas que tenia sepultada el
mercader Pedro Núñez, que estaba todavía preso, en que había metido algunos pedazos de
oro, con deseo de librarlos; y habiendo venido á su noticia que la habia hallado aquel
soldado, se fué al Aguirre, y le rogó le volviesen el oro, ya que se comían las aceitunas.
Hizo el tirano llamar al soldado, y habiéndole preguntado por la botija y el oro, confesando
lo primero, negó lo segundo, y para más averiguación ^ del caso, preguntó Aguirre al
mercader que con qué estaba tapada la botija, y respondiendo delante del soldado que con
brea, afirmaba el soldado no ser aquello así, y para probar su verdad y mentira, trajo luego
al Aguirre una tapadera de yeso, diciendo era aquella con que estaba tapada la botija, y no
con brea; con que el Aguirre, no habiéndosele olvidado lo que le habia dicho el Pedro
Núñez, por lo que le quiso tirar la celada, diciendo que quien le mentía en aquello contra
aquel soldado, le mentiría en todo lo demás, le hizo dar luego allí garrote. Otro dia siguien-
te, un soldado de los Marañones, llamado Juan Pérez, estando algo achacoso, se salió del
pueblo, por desenfadarse, y sentó junto á un arroyuelo de agua clara, por donde acaso
acertó á pasar el Lope de Aguirre, y topándolo le dijo: que hacéis aquí, Pérez ? y respon-
dióle que andaba algo enfermo, y por alentarse estaba entreteniéndose viendo correr el
agua: le replicó el Aguirre : de esta manera, señor Pérez, no podréis seguir esta
jornada, y así será bien os quedéis en este pueblo; como Y. M. mandare, respondió el
soldado; y volviéndose á las casas el Aguirre, mandó á sus ministros fuesen por e’l y se le
trajesen allí, diciéndoles que estaba malo y seria bien curarlo y hacerle algún regalo; pero
el que le hizo en trayéndolo, fué mandarlo ahorcar, como se hizo, no obstante muchos
ruegos de sus amigos, que cuando supieron su resolución le hicieron en favor del soldado,
pues les respondía con cólera no le rogasen por hombre tibio en la guerra, y así le mandó
poner un rótulo después de ahorcado, que decía haberse hecho aquello por ser hombre
inútil y desaprovechado. En estas y otras crueldades gastaron el tirano y sus Marañones el
tiempo que fué menester retardarse en aquel pueblo para tresnar sus cabalgaduras.
Estándolo ya, y todo á pique para comenzar á caminar la vuelta de la nueva Valen-
cia, donde determinó llegar (por ventura por no haberle querido enviar las cabalgaduras
que les pidió, ni responderles á su carta), dos soldados, Pedro Arias de Almesta y Diego de
Alarcon, enfadados con que andaban, y poco satisfechos de la seguridad que podían prome-
terse de las suyas entre los desatinos de Aguirre, y fiados de que por estar tan á pique en
su partida no se detendrían á buscarlos, hicieron fuga juntos.^ Lo cual sabido por el
traidor, despachó luego una tropa de sus más amigos á la estancia del Alcalde Chávez (que
todavía tenia preso en el pueblo) y le trajesen su mujer é hija (que como dijimos las habían
dejado cuando lo prendieron) y habiéndoselas traído, mandó al Chávez que partiese luego
y le buscase los dos soldados, y se los trajese de donde quiera que^ estuviesen, pues si no
hacia esto, y mandaba quitar las puyas envenenadas de los caminos, por miedo de las
cuales no se atrevían á enviar soldados en busca de los dos, le llevaría consigo al Perú á su
¿o
822
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.;
mujer é hija, pero que si hacia esto se las volveria luego. Y dejándolo con esto en el
pueblo, y las casas tan desmanteladas y abrasadas algunas, como habian quedado las de la
Margarita, hizo cargar en las cabalgaduras la artillería y los más necesarios pertrechos de
guerra, y por no haber más que tasadamente para esto, que cada soldado cargase sus armas
y comidas para el camino, con que lo comenzaron todos á pié hasta su hija y la del Alcalde
y su mujer, y algunas otras que habian perseverado en seguir la jornada, desde que salie-
ron del Perú. Dejó también en el pueblo otros tres soldados enfermos, llamados Juan de
Paredes, Francisco Marquina y Alonso Jiménez, que por no estar para caminar, fué
forzoso se quedaran, y se tuvo por gran novedad y merced que les hizo Aguirre, no
quedaran como el Pérez, y debió de ser por ser cuídente la enfermedad y tener de ellos
satisfacción Aguirre, de que no se quedaran sin gran ocasión de impedimento, pues
ninguno habian hallado hasta allí los tres para cometer cuantas maldades se les habian
ofrecido.
Marchando iban todos á talón, como hemos dicho, cuando á poca distancia del pueblo,
yendo repechando una pequeña cuesta, vieron una piragua en que venían españoles, que
iba llegando al puerto, y no asegurándose el tirano de nadie (por llevarle cercado de morta-
les temores su mala conciencia), determinó volver al pueblo y procurar haber á las manos
la gente de la piragua, para lo cual hizo marchase la suya algo aprisa, hasta acabar de subir
la cuesta y poderse encubrir de la otra banda, que no les pudiesen dar vista desde el puer-
to; y habiendo llegado ya todos al puesto acomodado que pretendía, hizo se hiciese alto,
y dejando toda la gente á un grande amigo suyo, llamado Juan de Aguirre, su Mayordomo,
y ordenado no pasasen de aquel puesto hasta que él volviese, ya cubiertas las luces, toman-
do consigo veinte y cinco ó treinta arcabuceros de sus más amigos, volvió al pueblo, donde
comenzaron á trastornar cada cual por su parte todas las casas, buscando la gente de la
piragua, y no hallándola, se sosegaron en una de ellas, y sentándose á cenar lo que llevaban,
fué tanto lo que se paladearon de una pipa, que quedaron todos los soldados medio embriagados,
y el Aguirre del todo, que como en las maldades procuraba exceder á todos, también lo procuró
en esto, con que pudiera con facilidad cualquiera de los soldados (á lo menos de los que no
estaban tan trastornados) quitarle la vida, pues demás de no tener quien le defendiera, por no
estar ninguno con entero juicio, para eso se andaba sin él, solo á tienta pared por aquellas casas,
hablando á media lengua de guacamaya, y llamando á los que habian venido en la piragua.
Gloriábanse después estos sus compañeros de haberle podido matar en esta ocasión, pero
que no lo habian hecho, por no ser la voluntad de Dios de que Aguirre muriese entonces,
atribuyendo estos desalmados soldados sn malicia á que habia sido disposición del Cielo. A
quien sucedió bien esta embriaguez, fué á tres soldados de los que iban juntos, llamados
Rosales, Acosta y Jorge de Rodas, que con la oscuridad de la noche se desparecieron,
aprovechándose de la ocasión en que veian estar fuera de juicio al Aguirre y los demás,
con que no los echaron menos (y aunque los echaran no estaban para buscarlos) hasta la
mañana, que digerido el vino echaron de ver faltaban de la compañía, cuando no tuvieron
remedio, y les parecieron diligencias en vano el hacerlas buscándolos, y así solo las hicieron
en ocultarse en el pueblo, por si acaso no habiendo entrado en él los de la piragua aquella
noche,’llegasen aquel dia y los pudiesen prender.
No faltaron alborotos en su campo mientras Aguirre andaba en estas facciones en el
pueblo, porque aquel mismo dia (por ser falto de agua el puesto donde habian quedado, y
la tierra calidísima, con que la sed les apretaba á ir á buscar agua), tomando algunos solda-
dos la que les pareció de la gente de servicio y vasijas, se entraron por la montaña, que era
harto espesa, á buscarla, que la hallaron bien lejos del alojamiento, en unas quebradilla3,
en las cuales (por ser lugar tan secreto y rematado, y parecerles estaban seguros del tirano)
estaban rancheados algunos vecinos de la Burburata, que habiendo tenido aviso de algunos
indios que tenían por espías de cómo guiaban hacia allí los soldados que iban á buscar
agua, entendiendo los iban á buscar á ellos, alzando ranchos y 1# que pudieron se entraron
en la espesura del monte, y habiendo llegado los soldados al agua, y visto rastros frescos
de la gente, enviaron algunos de los indios ladinos yanaconas que llevaban, para que
trastornando el arcabuco volviesen á darles aviso si habian hallado la gente de aquellos
rastros. Siguiéndose por ellos estos indios, dieron muy dentro del monte con unas chozuelas
donde habian estado españoles, y entrando dentro entre los trastes y baratijas que los
pobres ahuyentados no habian podido llevar consigo por la prisa, hallaron una capa, que
todos los del ejército conocían era de un Rodrigo Gutiérrez, uno de los que habian ido con
(CAP. XLIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
323
Monguia, y pasado á la devoción del Rey con el Provincial. Estaba en la capilla una
probanza de abono, que el Rodrigo Gutiérrez habia hecho ante la justicia do la Burburata,
en la cual estaba un dicho y declaración que habia dicho Francisco Martin, piloto, contra
Aguirre, en abono de Rodrigo Gutiérrez. Traída esta capa é información al campo,
habiéndola leido el Juan de Aguirre, y viendo lo mucho que abonaba y descargaba el
Francisco Martin al Rodrigo Gutiérrez, cargando al tirano, se fué luego para el Francisco
Martin, que tenia ya preso por el caso con un Antonio García, y le dio de puñaladas, con
que le acabó la vida, ayudándole con otras heridas y arcabuzazos otros soldados que le
acompañaban, con que pagó el desventurado Francisco Martin el haberse vuelto al regosto
de las tiranías y vida libre, después que ya Dios le habia hecho merced de sacarle de
entre ellas.
Sucedió también que estando matando á este soldado, como hemos dicho, disparán-
dole un arcabuz para acabarlo de matar, otro de los Marafíones, llamado Harana, de indus-
tria, ó á más no poder, dio con la pelota al otro soldado Antón García, que dijimos estaba
con el piloto preso, y. lo mató, de que sucedieron no pocos alborotos entre los demás
soldados, cargando unos al Harana que lo habia muerto de malicia, y otros defendiéndolo,
que habia sido á más no poder. Lo que pretendió aplacar el Harana, gloriándose del hecho
y diciendo públicamente que él lo habia muerto, porque se habia querido huir aquella
noche, y que estaba muy bien muerto, y se fuese por su cuenta, pues el General su señor
lo tendría por bien; con todo eso, viendo el Harana que no se acababan de aplacar los •
disturbios entre las dos opiniones, con que el negocio se iba enconando, para haber de
librarlo en las armas, en que sin duda llevaría él lo peor, tomó la vuelta, con brevedad, del
puerto de la Burburata, donde dio aviso al traidor de lo que pasaba en su campo, con que
luego dejó el pueblo y se vino á él, donde los muertos se quedaron muertos, y de los vivos
no murió ninguno por el hecho, pues antes tuvo complacencia de él, en especial por haber
sido de mano de su muy amigo Juan de Aguirre. El cual después de desbaratado el tirano,
haciéndole cargo de esta muerte, se descargaba diciendo haberlo muerto por las maldades
que habia cometido contra el Rey y sus justicias, y que era el que incitaba no dejasen la
compañía de Aguirre.
CAPÍTULO XLIII.
I. Camina Aguirre con mucho trabajo de todos las vueltas de la Valencia, y enferma en el camino.—
II. Llegan á la Valencia, que hallaron sin moradores, donde le agravó la enfermedad y después
mejoró y mató á un soldado.—III. Prende el Alcalde Chávez á dos soldados en la Burburata, y
envia á avisar á Lope de Aguirre; huyese el uno.—IV. Procura el tirano haber á las manos los
vecinos de la Valencia y otro soldado.
AOTRO dia de como llegó Aguirre de la Burburata á su campo, comenzó todo él á
proseguir su viaje á la Valencia por unos caminos tan ásperos, que no solo-no se podía
andar por ellos pero ni aun trepar por muchas partes á gatas ni subir los caballos, sin ir
haciendo largas puntas á una parte y otra, buscando deshechos á los reventones; con que
les fué forzoso alijar mucho de lo que llevaban los bagajes, que por ser nuevos en la car-
ga y la tierra muy caliente, estas dificultades les eran mayores. Y así ordenó Aguirre que
lo que las bestias no podían llevar, cargasen los soldados demás de sus comidas y mochilas,
y para obligar á algunos Capitanes y personas de más punto, se comediesen á llevar algo
de la carga que habían quitado á las cabalgaduras, cargaba él mismo mayor peso del que
podia, y caminaba entre ellos y aun topando reventones por donde las yeguas harto hacían
en subir vacías, les era forzoso arrojar entre todos la artillería, en que pasaban tan intole-
rables trabajos y dificultades, que aun habiendo dejado algunos de los tiros de fruslera,
por ser de poca importancia, caminaban tan despacio que en las siete ú ocho leguas que
hay desde la Burburata á la Valencia, tardaron ceis dias, en los cuales enfermó de tal
manera el Aguirre, por la carga que llevaba, trabajo del camino y congoja en ver el mal
aliño que llevaba en su campo, que aun no podia ir á caballo, y aun el último dia que
entró en la Valencia le agravó tanto la enfermedad, que lo llevaban en una hamaca indios
cargados y algunos soldados le iban haciendo sombra con una bandera tendida á manera
de palio, y con todo esto iba tan desabrido y enfadado de la enfermedad y movimiento de
la hamaca, que á cada sombra de árbol se detenia y daba voces diciendo á sus soldados:
FRAY PEDRO SIMON.
(6.a NOTICIA.)
matadme, Marañones, inatadme, que lo pudieran hacer con harta facilidad los que después
se preciaban do muy servidores del Rey, por escaparse de las graves penas que merecian
por sus maldades.
Desde el punto que los vecinos de la Valencia tuvieron nuevas que habia saltado
el Aguirre en el puerto de la Burburata (que las tuvieron luego que pisó la tierra), reco-
giendo cuanto tenían en sus casas, mujeres y chusma, se pasaron en canoas, dejando total-
mente desamparado el pueblo, á unas islas que hace una gran laguna, llamada de Tiragua,
todas pobladas de indios amigos, donde asentaron con seguro sus ranchos, sin que el Agui-
rre pudiera dar caza más que á sus ganados mayores, que son toda la hacienda de aquel
pueblo, en que no les hizo poco daño. Y así cuando entraron en el pueblo algunos soldados
que envió delante el tirano el postrer dia de camino, quedándose él con las angustias que
hemos dicho, hallando los casas vacías, pudieron ranchearse como quisieron, señalando
la mejor para posada del Aguirre, donde se aposentó aquella noche que llegó y le fué
agravando la enfermedad, de suerte que en pocos dias vino á ponerle muy en los huesos
y al cabo de la vida; en la cual ocasión se la pudieron muy bien acabar de quitar los
que quisieron, pues sin tener ninguna guarda le entraban á visitar cuantos querían, si
bien ninguno tuvo atrevimiento para ello, por no quedar sin amparo para sus maldades,
como hemos dicho. Mejoró de la enfermedad y en agradecimiento á Dios que le habia dado la
salud, decia mil blasfemias contra él y sus santos, y otros tantos oprobios contra la gente
de aquella tierra, tratándoles de pusilánimes, bárbaros y cobardes, pues no podia ser otra
cosa que esto, gente que ni aun un solo soldado ni indio se le habia llegado á su compañía,
que se ocupaban en un tan loable ejercicio como era la guerra, que la habían usado los hom-
bres, amado, seguido desde el principio del mundo y aun la habia habido en el cielo entre los
Angeles; y de aquí iba ensartando madejas de disparates y herejías, que atormentaban
las orejas aun de los soldados, que eran tales como él.
Los cuales en lo que más pusieron su cuidado después que entraron en este pue-
blo, supuesto que no hallaban otra cosa en que emplear las manos, fué ponerlas en des-
truir ganado vacuno para comer y hacer cecinas, y hurtar cabalgaduras en que caminar
y llevar sus matalotajes y municiones, en que no se hicieron menores daños en este pue-
blo que en los de atrás. Teniendo ya Aguirre recobradas algunas fuerzas, hizo echar un
bando con pena de la vida que ningún soldado saliera del pueblo sin su licencia, que fué
como armarles un lazo donde coger alguno-y derramarle la sangre, pareciéndole que por
su enfermedad se habían pasado muchos dias sin hacerlo; y así sucedió (por ventura co-
mo deseaba), pues un soldado llamado Gonzalo, que tenia oficio de pagador (aunque solo
el título, pues no habia otras pagas que las que cada cual cogia por sus manos), no ha-
biendo llegado á su noticia el bando, se apartó sin pedirle licencia, hasta un tiro de esco-
peta del pueblo, á coger unas papayas, por lo cual lo hizo matar el tirano luego que lo
supo.
El cuidado con que quedó el Alcalde de la Burburata, Chávez, de buscar los dos sol-
dados que dijimos se le habían huido á Aguirro á su partida, y las prendas que para que
lo tuviera le traía de mujer é hija, le hizo poner tanta diligencia (juntamente con su yerno
don Julián de Mendoza, por sus personas, criados y amigos) en buscarlos, que al fin topa-
ron con ellos, y metiéndolos en una collera de hierro, se encargó el don Julián de llevarlos
al Aguirre para sacar á su mujer y suegra de su poder. Y partiéndose al efecto con los dos
soldados, el Pedro Arias iba tan cortado y sin ánimo (con los miedos que llevaba de los
rigores del Aguirre) que en cierta parte del camino se dejó caer en el suelo, diciendo no
podia pasar de allí, á quien el don Julián dijo que á él le importaba poco que anduviera ó
no, pues con su cabeza haria pago al Aguirre, á que respondió el soldado hiciese lo que
gustase, pues él no podia pasar adelante. No tomó esto de burla el don Julián, pues des-
envainando luego la espada que llevaba y alzándole la barba le comenzó á cortar el gazna-
te, con que el Pedro Arias, viendo iba aquello de veras, ó sej: pesadas burlas, le rogó no
pasase aquello adelante, que él se esforzaría y caminaría lo que pudiese, con que el don
Julián alzó la mano á su crueldad, dejándolo harto mal herido en aquella parte. Llegó con
ellos al fin á la Valencia, y habiéndolos entregado á Aguirre y á él sus dos mujeres, mandó
luego el traidor ahorcar y descuartizar al Diego de Alarcon y ponerlo en cuatro caminos,
llevándolo á esto arrastrando por las calles y diciendo el pregón: esta es la justicia que
manda hacer Lope de Aguirre, fuerte caudillo de la noble gente marañona, á este hombre
por leal servidor del Rey de Castilla, mándalo arrastrar, ahorcar y hacer cuartos por ello,
(CAP. XLIVV) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
325
quien tal hace que tal pague. Cortáronle la cabeza, y puesta en el rollo que estaba en la
plaza, pasando por allí Aguirre y viéndola, le comenzó á decir con grande risa: Ahí estáis,
amigo Alarcon ? cómo no viene el Rey de Castilla á resucitaros ? Al otro soldado Pedro
Arias de Almeta, por ser buen escribano y quererlo Aguirre para su Secretario, no le suce-
dió otro tanto, antes lo hizo curar, que no lo tuvieron los demás por pequeño prodigio, pues
por cosas harto más leves, como hemos dicho, los ahorcaba á pares.
No estaba tan sin cólera el tirano y deseos de hacer agravios á los vecinos de aquel
pueblo, que en sabiendo dónde estaban no despachase luego un Capitán llamado Cristóbal
García Calafate, que con una tropa de soldados procurase pasar á la isla donde estaban y pren-
der á todos los que pudiese y cuanta hacienda pudiese haber á las manos, y se lo trajese todo
al pueblo. Partióse este Capitán al efecto,’ y llegando á la laguna y viendo ser muy sondable,
y no haber con qué pasar á las islas, intentó hacer unas balsas de cañas, que como madera
de tan poco cuerpo no lo tenia para sustentar el peso de los que intentaban navegar en
ellas, pues en embarcándose se hacían á un lado y dejaban ir á pique la carga; y no ha-
llando otro modo para poder pasar, se volvió la gente al pueblo con solo este recado, que
no le pesó poco al Aguirre, por no hallar traza de haber á las manos algunos de los vecinos.
De este enojo le alivió algo una carta que á esta sazón le dieron del mismo Alcalde de la
Burburata, Cha vez, en que le enviaba a decir que por servirle en algo habia preso á Rodri-
go Gutiérrez (que era el dueño de la capa donde habían hallado la información de abono y
uno do los tres soldados que con el Capitán Monguía habían sido causa de que se pasasen
todos al servicio del Rey en Maracapana, que también se habia quedado en la Burburata
cuando llegó el Provincial) y que si enviaba con brevedad por él, se le entregaría. Alegre
de esta nueva Aguirre, despachó luego á Francisco Carrion, su Alguacil mayor, con doce
soldados, que se le trajesen, aunque fué en vano la ida, pues habiendo entendido el soldado
los intentos del Alcalde, se acogió á la iglesia, donde queriéndolo sacar y habiéndolo defen-
dido el cura, le echó prisiones el Alcalde y puso guardas, que nada fué bastante para la
buena maña que se dio el Rodrigo Gutiérrez en quitarse las prisiones y hacer fuga de la
iglesia al monte; con que cuando llegaron los esbirros de Aguirre hallaron al Alcalde con-
gojado del suceso por no poder cumplir lo que habia prometido al tirano, para donde to-
maron luego la vuelta los soldados, que contándole el suceso riñó mucho al Alguacil mayor
con palabras ásperas porque no habia muerto al Alcalde Chávez, por haber puesto en tan
mal recado el preso. Resolución de que se hizo merecedor el Chávez, pues sin irle nada en
ello perseguía á los que eran del servicio del Rey.
CAPÍTULO XLIV.
I. Da licencia el tirano al cura de la Margarita para volver á su casa, con condición que le despache
una carta que le escribió al Rey—II. Dále]el Alcalde de la Burburata aviso al tirano de las preven-
ciones que hacia el Gobernador para resistirle, y mata á tres soldados—III. Avisa una centinela
al pueblo de Bariquisimeto de cómo venia marchando á él el tirano, y húyense los del pueblo—
IV, Húyensele en el camino diez soldados á Aguirre, de que se altera y dice mil blasfemias, como
lo acostumbraba.
HASTA este pueblo de la Valencia trajo el tirano al padre Pedro Contréras, cura de
la Margarita, y habiéndole rogado muchas veces, juntamente con sus amigos, se sir-
viese darle licencia para volverse á su casa, al fin se la dio, haciéndole primero que hiciera
juramento de enviar una carta á Castilla al Rey, que el tirano le escribió en aquel pueblo;
y que cuando no pudiese enviarla desde la Margarita inmediatamente, la despachase á la
Real Audiencia de Santo Domingo, ó al fin, que diese traza cómo viniese á manos de su
Majestad. El clérigo, aunque rehusó el juramento á los principios, viendo lo que le impor-
taba salir de las manos del tirano para asegurar su vida, al fin por redimir su vejación lo
hizo y cumplió; pues tomando luego la vuelta d
darse á la vela, cuando llegó la primera voz del alzamiento de los moriscos en el Reino
de Granada, con que el don Pedro, sin aguardar á la segunda, sospechando lo que podia suce-
der, que le embargasen la gente para la pacificación de ellos, como hombre vaqueano la hizo
embarcar toda y venirse con ella á San Lucar, para que á título de que estaban ya embar-
cados y comenzando el viaje, no se le hiciese la molestia, que por no haber hecho lo mismo
el Serpa se le hizo, embargándole su gente para el efecto; de suerte que tuvo necesidad de
volver desde allí al consejo para el desembargo, con que le retardaron el viaje más de tres
meses, que le llevó por esto de ventaja el Silva, pues con brevedad (por no tener impedí-
(CAP. V.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
351
mentó) se dio á la vela en San Lucar, á diez y nueve de Marzo, dia de San José, del año
siguiente de mil y quinientos y sesenta y nueve ; y llegando con buen tiempo á la isla de
Tenerife, por ir la gente muy estrecha en las urcas, le fué necesario echarla en tierra y
echar nuevas derramas entre ella, para comprar otro navio y poder ir mas acomodados ; con
que se desacomodaron muchos soldados vendiendo sus vestidos y otras alhajas para darle lo
que pedia, con que quedaron harto desabridos. De aquí se dio á la vela con las tres fustas, á
mediado de Abril, y con buen viaje surgió en la isla de la Margarita, y con algunos solda-
dos saltó en tierra y fué á la ciudad donde estuvo ocho dias, en uno de los cuales juntó á
consejo de guerra en la plaza, á la sombra de unas grandes ceibas, rogando á la mayor parte
de los vecinos de la ciudad que corno gente experimentada en conquistas le informasen de
lo que más convenia á la suya, en especial de la parte por donde se babia de entrar. Los ve-
cinos más cuerdos que se juntaron á esto, fueron de parecer entrara por Maracapana, donde
á la sazón estaba un pueblezuelo de españoles, y entre otras razones (con que fundaban esto)
era, que pues en la isla habia copia de caballos y yeguas y los demás animales que habian
de meter en la tierra, los llevasen desde allí en los mismos navios, volviendo por ellos desde
Maracapana después que hubiese desembarcado la gente, desde donde, aunque alguna se
disgustase, no tenia para dónde huir, como lo habia en todas las demás partes donde surgiese;
y que desde allí podía comenzar luego su conquista á seis leguas del pueblo, donde ponían
término los indios pacíficos y comenzaban los de guerra, que eran muchos.
Tenia ya el Gobernador determinación de surgir en la Burburatay comenzar su
viaje por la Valencia, con que le pareció bien el consejo, y así respondió á los vecinos se lo
daban solo por su comodidad de venderle sus ganados ; á que replicó uno de ellos llamado
Salas, hombre de más do setenta años : estos señores y yo solo buscamos la comodidad de
vuestra señoría (que así le llamaban los soldados por llevar título de Adelantado), que la
nuestra no nos ha de venir de ahí, pues sin esa hemos sustentado nuestras casas honrada-
mente desde que conquistamos estas tierras, y si no nos cree, el tiempo le hará experimentar
esta verdad bien á su costa. Y volviéndose el viejo á los Capitanes y echándose mano á una
venerable barba cana que tenia, les dijo : Por estas canas que se han de perder todas vue-
sas mercedes si siguen el parecer de su General, y con esto se salieron de la junta todos los
vecinos, quedando el Maese de Campo y sus Capitanes procurándole persuadir á que tomase
el consejo que les daban, pues las mujeres, niños y enfermos se podían quedar en Maraca-
pana, con que iría descargada la demás gente, y libre para las facciones de la jornada, en
que si faltasen las comidas, estaba también más acomodado el puesto para poderlas llevar de
aquella isla. Estuvo tan terco en su parecer el Gobernador de comenzar su entrada por el
puerto de la Burburata y la Valencia, que le obligó al Maese de Campo á decirle : No sé yo
si estos señores Capitanes y soldados querrán poner sus personas en tan evidente riesgo, á
que respondió el Gobernador, pues si vuesa merced lo teme tanto, yo le doy licencia, y á
todos los que no me quisieren seguir, que se queden. Aceptó el Maese de Campo, y desha-
ciéndose con esto del todo la junta, despachó luego á que se lo desembargase su hacienda y
se la trajesen al pueblo, lo que también hicieron otros, quedándose en él más de ciento y
cincuenta por todos.
Aquella misma tarde, sabiendo estaba determinado el Gobernador á darse á la vela,
otro dia le pidieron los dos hermanos Bravos* los mil ducados que le habian prestado, supues-
to que ya no seguían la jornada, á que respondió con grande alboroto no los tenia, y porque
no sucediese que por aquello mudase de intento el Gobernador en la licencia que les habia
dado ó se levantase algún alboroto que pesase má3 que los mil ducados, no le trataron más
de ello ni ningún otro de los que se quedaban, de lo que también lo habian prestado. Dióse á
la vela otro dia sobre tarde, y con buen tiempo desembarcó á los últimos de Mayo en el
puerto de la Burburata, desde donde volvió á enviar á España á sus dueños los navios, por-
que los dejó vendidos, habiéndolos comprado á costa de su gente. La cual comenzó luego
desde el puerto á tomar la vuelta de la Valencia, acomodando los que pudieron su viaje en
algunas arrias, que luego bajaron á esto, y otros á pié con sus carguillas á cuestas, llegaron
al pueblo desde donde en veinte dias que le fué forzoso detenerse, proveyéndose de matalota-
je y otras cosas necesarias á la jornada, se le huyó casi toda la gente, así casados como solteros,
unos al Tocuyo y Bariquisimeto, Nirva del Collado, y otros escondiéndose por las estancias
y hatos de los vecinos, que acudían á esto con voluntad, viendo que todos iban sin ella y
perdidos, en especial los casados y que llevaban chusma de mujer é hijos y sin ninguna sus-
tancia para poderse aviar.
352
FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
El Maese de Campo y su hermano, á cuatro ó seis dias que se dio á la vela el Go-
bernador, se dieron también ellos con algunos de los soldados sus compañeros, que los qui-
sieron seguir en un navio que iba á Cartajena, y tocando en la Burburata hallaron gran
cantidad de botijas de vino y ropa de Castilla, que habia dejado allí el Gobernador, y en su
guarda hasta treinta soldados, y viendo la ocasión en las manos para poderse pagar los dos
Hidalgos de los mil ducados prestados, tomaron las botijas de vino que les pareció los val-
drían, lo que también hicieron los demás soldados, tomando la cantidad de lo que montaba
lo que le habían prestado, y juntos, así de los que llegaron como de los que estaban en
resguardo de la ropa, se embarcaron y siguieron su viaje á la ciudad de Cartajena y de allí
los dos Hidalgos el de este reino y ciudad de Santafé, donde se casaron. Los que quedaron en
el puerto con lo que habia quedado’de ropa y vino, avisaron luego al Gobernador á la Valen-
cia, de donde volvió al puerto, y haciendo la información y causa como él quiso entre los
soldados, condenó á muerte en ausencia á los dos hermanos Bravos por amotinadores y que
le habían robado la hacienda. Hizo llevar la que le habia quedado á la Valencia, y abre-
viando su partida, viendo que se le abreviaba el número de su gente, la hizo á dos de Julio
del mismo año de sesenta y nueve, comenzando á entrarse en los llanos con solos ciento y
cuarenta soldados que le habían quedado, por no haberse querido huir con los demás,
entre los cuales, aunque habia algunos Capitanes y gente de suerte, los demás eran de toda
broza, labradores y oficiales, y casi todos chapetones. Metióse por una abra que hace una
punta de la cordillera, menos áspera que las demás; dio vista á aquellas inmensas llanadas
de que ya dejamos tratado, que son todas á perder do vista y aun por muchos cientos de
leguas, mirando á la parte del Este y á la del Sur, sin que se descubran dos lanzas de tierra
ampollada. Está toda tan llena de unos pajonales tan grandes y más altos que un hombre,
que apenas los pueden cortar caminando, y la paja tan áspera que siega la ropa. Topaban
infinitos rios muy rápidos hasta llegar á los llanos, donde luego se extendian y amansaban ;
grandes ciénagas, y tan grandes tremedales, que temblaba la tierra á veinte pasos de donde
la pisaban.
CAPITULO VI.
I. Jornada de Serpa y en lo que vino á parar toda ella.—IT. Prosigue el Gobernador Silva su jornada
con intolerables trabajos.—III. Caso que sucede en el Real con una india.—IV. Determina el Ca-
pitán Céspedes con una tropa de soldados salirse de la tierra, aunque lo dilata para mejor ocasión.
EL Gobernador Diego Fernández de Serpa, hecho el desembarco de su gente, en que se
retardó tres ó cuatro meses, se dio á la vela con toda ; entre la cual venia mucha no-
ble y casada, en número demás de seiscientas personas, y con buen viaje surgió en el puerto
de Cumanagoto, donde la desembarcó, y dado orden en los que se quedaron, comenzó luego
su viaje con doscientos soldados, y entrándose en una tierra áspera, montuosa y habitada de
belicosísimos indios, le embistieron tantos, tan de repente y con tanto brio, que no siendo
bastante el de los españoles á resistirles y defenderse, mataron más de los ciento y entre
ellos al mismo Gobernador, escapando los demás por gran ventura, y quedando con gran
desventura toda la demás gente, en especial los casados con toda su chusma de mujeres y
niños, que eran más de doscientos por todos. A los cuales socorrió el Capitán Francisco de
Cáceres (que era uno de los de la jornada), aragonés, hombre noble; el cual tomando en la
isla de la Margarita cuatro piraguas, sacó de allí esta gente y número de mujeres y niños
que hemos dicho, con algunos otros soldados, y los llevó á diversos puertos y ciudades, y
muchos de ellos después vinieron á parar á esta de Santafé y á otras de este Nuevo Reino
de Granada.
Entrado ya don Pedro de Silva en los llanos, sin atreverse á apartar de la cordillera,
llevándola por muestra á la mano derecha y caminando por sus faldas (por ser tierra más
tiesa y menos cálida, con que desechaban los pantanos é intolerables calores del llano), iban
la derrota al Sur. Encontraban algunas poblaciones de naturales^ pero tan pequeñas, que la
mayor era de cien casas, y tan raras, que lo que menos estaba una de otra eran seis leguas,
y algunas á diez y á veinte, de indios pequeñuelos, ellas y ellos feos, y tan cobardes que
aunque dos veces en la jornada se juntaron hasta cuatrocientos á defender sus tierras, dura-
ron entre ambos una hora, porque á la media huian todos y desamparaban sus pueblos
como gente triste. Su mantenimiento es muy poco, de yucas y batatas, con algún maíz
muy limitado, y harina de pescado que, molido, guardan en mucuras. Duermen en chin*.
(CAP, VI.)
NOTICIAS- HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
353
chorros y hamacas bien tejidas de algodón y pintadas de diferentes colores, de que los
soldados hacían vestidos, y se tenia por dichoso el que podía haber alguna á las manos
para esto, porque la aspereza de los pajonales, como hemos dicho, se los rompía en cuatro
días, y así hacían muchos, para resguardarlos, unos zamarrones hasta abajo de la rodilla,
de pellejos de venados, zaeños, pericos ligeros, de que tiene la tierra innumerables. Cami-
nando con el modo dicho, hacia el Gobernador alto en algunas partes cada mes, enviando
dos tropas de á treinta soldados que diesen vista á la tierra por diferentes partes de los
llanos; que habiendo corrido cada una treinta ó cuarenta leguas en circuito, volvían al
alojamiento siempre, sin haber hallado más de lo que hemos dicho, después de haber pa-
sado innumerables trabajos de hambres, calenturas, hinchazones y otras enfermedades, de
que murieron en veces más de veinte, de que tampoco se libraban el Gobernador y los
que quedaban en los ranchos, pues solo tenían que comer lo que pescaban, algunos bledos
y otras yerbas no conocidas.
Cuando salieron de la Valencia quiso seguir esta jornada un soldado portugués
llamado Juan Fernández, criado de una viuda del mismo pueblo, de cuya casa sacó, para
que le sirviera, una india ladina, moza y de buen parecer, que, aficionada del portugués,
dejó la casa de su ama y se fué con él. En el viaje enfermó el Juan Fernández de las
hambres y mal pasar, de manera que tanta flaqueza, que caminando un día el campo por
la espesura de un monte que no se pudo desechar, como á otros, por entrar éste mucho en
los llanos, á la mitad del camino de dos leguas que tuvo de largo, se hubo de quedar
arrimado á un árbol, ya con el alma tan en los dientes, que pasó la palabra de la retaguar-
dia donde iba, que encomendaran á Dios á Juan Fernández, porque quedaba ya muerto:
usanza de estas jornadas. La india, que oyó la voz, quiso volver atrás á ayudarle á bien
morir; y no dándole lugar á esto, hubo de pasar el resto del camino hasta salir de la mon-
taña, donde se ranchearon sobre una quebradilla de buena agua, que no hallaban en toda
aquella tierra otra cosa buena sino ésta y pescado. Codiciosos algunos soldados al buen
servicio de la india, se la pidieron al Gobernador, que emparejándolos á todos, se la dio al
Capellán que llevaban, que era (uno de los clérigos que se embarcaron) el Padre Castilblan-
co, hombre muy recogido y de vida ejemplar, que por habérsele muerto una negra esclava
suya, no llevaba quien le sirviera. Aderezóle aquella noche la poca cena que hubo al clé-
rigo, y después de acostado y sosegada la gente, pidió la india entre los soldados alguna cosa
de comida, que de lo poco que tenían le daban con buena gracia, por tenerla ella en su
persona. Lo que recogió metió en una olla y en otra unas brasas, y comenzó á tomar la
vuelta con la oscuridad de la noche, á donde había quedado el Juan Fernández, que ya con
el deseo de vivir, rodando ó como pudo, se habia acercado un poco de donde lo dejaron : al
fin lo encontró la india, y encendiendo lumbre y calentando la comida que llevaba, se la
dio, con que quedó algo confortado. Metiólo la india en un chinchorro ó cargador, que acá
llaman, y cargándolo á cuestas volvió con él al alojamiento, y al quebrar del alba, donde
celebraron la caridad de la india y socorro que habia hecho al portugués, que al fin le dio
la vida. El cual, por pagarle en algo, dijo al Gobernador que se quería casar con ella, como
lo hizo luego allí, y después vivieron muchos años casados, mas contento el portugués (se-
gún decía) que si tuviera por mujer una gran señora española.
Volviendo do una de estas salidas al alojamiento el Capitán Céspedes con la tropa
de sus soldados, se rancheó una noche en una gran playa de arena que hacia una quebrada,
donde habia gran cantidad de almejas, que hicieron plato> y no el peor que hasta allí ha-
bían hallado aquella noche todos. Iba entre ellos un mancebo llamado Talavera, natural
de Vélez en España, muy acalenturado ; cenó de lo que los demás, almejas, pescado y al-
gunos bledos, y habiéndole hecho sus camaradas un hoyo en la arena donde se acostara y
una mala chozuela encima, para librarlo del sereno, se acostó, y habiéndose todos levantado
y juntado al reir del alba, y echándolo á él menos, lo hallaron muerto, y sacándolo de la
cama para haberlo de enterrar, hallaron que debajo de él estaban hirviendo muchos gusa-
nos, tan gruesos que parecían de ocho ó diez dias, y comenzados á comer de ellos los vesti-
dos y partes de las carnes donde pudieron llegar ; de que se admiraron todos, en ver que
en una noche hubiesen crecido tanto. Pero la malicia de la tierra y gran fuerza que tiene
por allí el sol, hace crecer más aprisa que en otras partes estos animalejos imperfectos, y
corromperse más presto los mixtos perfectos, como se echó de ver por los compañeros que
se le morían a Lope de Olano en la costa de Veragua, el año de mil y quinientos y diez,
que enterrándolos en las arenas del mar, en ocho dias se consumían los cuerpos como si
354 FRAY PEDRO SIMÓN. (7.a NOTICIA.)
estuvieran enterrados diez años. Cuatro meses habian andado en estos llanos, con las nece-
sidades que no podremos referir, cuando sucedió esto sin que tuviese esperanzas ninguno
de su salud y vida, si aquello durara mucho. Y así prosiguiendo su tornavuelta este Capi-
tán, encontraron una laguna que, aunque les era forzoso pasarla, por ser muy larga y no
poderla desechar, no se atrevía ningún soldado, por parecerles muy sondable, hasta que un
indio ladino de los del servicio se arrojó al agua y con su ejemplo los demás, -con que la
pasaron, dándoles por lo más hondo el agua á las gargantas. Puestos á la otra banda y ce-
nado no sé qué que traían de un pueblezuelo que habian encontrado atrás, advirtieron que
la laguna rompía por la cordillera y desaguaba á la parte del Poniente, donde les demora-
ban las ciudades de Bariquisimeto y Tocuyo. Iba entre esta tropa un soldado mestizo, que
se les habia juntado en la Valencia, vaquoano de aquella tierra, que fiado en esto y en la
demarcación que desde allí hacia, conjeturó que aquella agua iba á parar cerca del pueblo
de Bariquisimeto ; y afirmándose en esto, dijo al Capitán, viendo la gana que mostraba
con todos los soldados de salir de aquella tierra y de tantos y tan impertinentes trabajos
como traían, que si gustaba de ello, él los sacaría á Bariquisimeto y si no que lo colgasen.
No fué menester más que esto para alentar las ganas de los soldados, y así comenzaron
luego á persuadir al Capitán siguieran aquel rumbo y granjearan sus vidas que tan á peli-
gro traían, siu poder por allí adquirir otra cosa. No vino mal en esto el Capitán, por no
ser él el que menos lo deseaba: pero moderó el deseo que tenían los soldados de que se
efectuara luego, diciéndoles no era razón perdiesen la poca ropilla que tenían en el Peal y
algunos diez ó doce sus camaradas que volviesen á él, pues estaba cerca y él daria traza
con el Gobernador (diciendo allí algunas cosas de las que pensaba fingir, para que estuvie-
ran todos advertidos) cómo diesen la vuelta con brevedad y efectuasen la fuga. Prosiguie-
ron con esto la vuelta del campo, que toparon más presto de lo que pretendían, por haber
caminado con él algunas jornadas el Gobernador á la parte donde ellos venían.
CAPÍTULO VIL
I. Supo negociar el Capitán Céspedes volver á hacer salida con sus camaradas, con que tomó la vuel-
ta de la serranía para sus intentos—II. Avisa el Capitán Céspedes de ellos al Gobernador, y que
baga él lo mismo, y alójanse por algunos dias en un valle—III. Despacha el Gobernador un Capi-
tán con treinta soldados, que prenda al Céspedes y los suyo3, aunque esto vino á parar en que
todos se juntaron con unos mismos intentos de salir de la tierra.
“TV y]~IENTEAS el Gobernadar don Pedro de Silva hubo menester fingir condición afable
IVl contra la natural aspereza que tenia en ella (para acariciar la gente cuando hacia la
conducción), supo bien disimular su natural hasta que so hubo embarcado, porque luego,
como lo violento no pueda ser perpetuo, acudió, como dicen, la gata al ratón, y el hacer
demostraciones de su condición aceda y desabrida, aun con los sacerdotes que llevaba, con
que también alteraba y desabría los ánimos de toda su gente. Tuvo tan grandes crecimien-
tos esto en entrando en los llanos y comenzando á proseguir la jornada, por las incomodi-
dades que hasta allí le habian sucedido, y echar ya de ver los ruines fines que habia de
tener, que se hizo intolerable aun á sus deudos y amigos, de que tenia bien pocos, con que
acrecentaba los deseos con que todos andaban de desampararlo y salirse de la tierra. Con
estas acedas desabridas y descorteses palabras de que usaba el Gobernador, recibió en esta
ocasión al Capitán Céspedes, el cual (como hombre prudente y porque no se desbaratase el
concierto que traia de hacer fuga) supo reportarse tan bien y decirle palabras afables al
Gobernador, en trueco de las ásperas que él le decia, que vino á persuadirle le volviese á
enviar luego (cosa que no se hacia con nadie), diciéndole que aunque no habian dado vista
á cosa cierta (por volver al tiempo que les habia señalado), con todo eso le habian dado á
unas tierras ampolladas y á muchos humos que salían de ellas, señal cierta de grandes po-
blaciones ; y que pues él y sus soldados las habian descubierto/*le suplicaba no les quitase
la honra y provecho que su buena suerte les habia traído á las manos, porque él quería,
dándole licencia, volver luego á tomar aquel trabajo con sus compañeros y camaradas, que
eran todos hasta cuarenta y seis Manchegos y Extremeños. No solo le dio la licencia el
Gobernador, entendiendo ser esto así, pero aun se la alentó mucho de sus melancolías (que
no eran poca causa de su desabrimiento) y considerándose ya gran señor, le hizo mil ofreci-
mientos al Capitán si salia bien con la empresa, y ya él mismo le alentaba para que abre-
(CAI\ Vil).
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
355
víase la salida, con que no la retardó el Capitán más que hasta ocho ó diez días. Y tomando
la vuelta con todos sus camaradas (que eran el número dicho) de los mismos pasos que ha-
bían traído, llegaron á la boca del desaguadero de la laguna, por donde no les fué posible
cortar, á causa de los grandes saltos y despeñaderos por donde entraba el agua, con que les
fué forzoso torcerse á un lado, por algunas ensilladas menos ásperas que hacia la serranía,
en que padecían innumerables trabajos ; pues á la fragosidad del camino se anadian mon-
tañas tan cerradas, que no se podían romper sin irlo macheteando, que no era de poco afán,
junto con las grandes hambres que les daba la falta de comidas, pues no tenían otras sino
algunas frutas silvestres que conocía el mestizo, como vaqueano de aquellos arcabucos, y
otras que conocían todos no ser nocivas, por estar comenzadas á comer de monos, de que
hay por allí innumerables. Ayudaban también al sustento algunas raices, que aunque des-
abridas, la salsa de la hambre las guisaba, como las apetecía el gusto, que también se pala-
deaba con cogollos y raices de bihao.
Con estos trabajos iban subiendo las grandes cuestas de la cordillera, cuando des-
pués de haber caminado algunos días determinaron de común consentimiento enviar aviso
al Gobernador del rumbo é intentos que llevaban, y en una corteza de un árbol que llaman
Mahagua (no la primera, que es muy tosca, sino otra que tiene entre ésta y lo vivo de la
madera, que sacada y enjuta al sol queda delgada y tersa como papel, que lo es el ordina-
rio de estas jornadas) le escribieron el aviso, sirviéndoles de tiuta la que hicieron de una
frutilla que echa otro árbol ó mata muy ordinaria en aquella tierra, y otras muchas que
llaman Dividivi, que moliéndola y echándole agua se hace finísima tinta, y mucho mejor si
en lugar de agua le echan orines, que por ser tan fina en toda aquella tierra y otras partes,
dan color con ella á los cordobanes. Las palabras que llevaba la carta fueron breves y com-
pendiosas, diciendo : Que atento á que los traía á todos perdidos, sin esperanza de mejor
tierra y ventura de la que hasta allí habian visto, determinaban salir á tierra de cristianos;
que hiciese él lo mismo, siguiendo sus pasos, pues le iban sirviendo en abrirle el camino.
Esto despacharon con un indio casado, ladino, que llevaba el Capitán Céspedes de su servi-
cio, cuya mujer quedaba en el Eeal, con que sirvió de estafeta con mucho gusto. Con el
que llevaban estos soldados por ir ya en demanda de tierra cristiana, iban atropellando cien
mil dificultades nuevas, en que cada hora estropezaban, hasta que vinieron á tomar la cum-
bre y comenzar á bajar las cuestas, que no tenían menos dificultad que en la subida, si bien
se alentaban del trabajo en algunos pedazos de montaña clara, que la podían pasar sin
abrir camino. Llegaron al fin á dar vista á unas cuestas limpias de arcabuco, y desde ellas
á unos hondos valles, en uno de los cuales (que era algo ancho) se ranchearon, por hallar
en una quebradilla de poca agua que lo bañaba, tan gran cantidad de pescado de escama,
que á manos cogían cuanto querían, donde les ofreció la ocasión á asentar por algunos dias
para reformarse.
Sintió tanto el Gobernador el hecho de los soldados, por lo que le escribían en la
carta, que despachó luego con treinta á un Capitán llamado don Luis de Leiva, mancebo de
hasta veinte y cuatro años, pero de prudencia y juicio de cincuenta, con orden de que
prendiese la tropa del Capitán Céspedes, y que dejándolo á él colgado en un árbol, trajese
al Real los soldados. Vio el don Luis, como dicen, el cielo abierto, para efectuar lo mismo
que hacian los que iban delante, y así los imitó á pocos dias que salió del Real, enviándole
á decir con otro indio lo mismo que ellos al Gobernador, y que se saliese, porque no lleva-
ba pensamientos de volver. Rancheados estaban los delanteros y’gozando de su quebradilla
y pescado, cuando una tarde descubrieron sobre una loma, que la comenzaba á bajar el don
Luis con sus soldados, y conociendo eran españoles que llevaban á ellos la derrota, se pu-
sieron en arma, y cuando llegaban cerca, en forma de escuadrón, y así lo estuvieron aguar-
dando, hasta que llegando el don Luis al llano (la quebrada enmedio), despachó el Capitán
Céspedes á preguntarle (ya que lo habian conocido) los intentos que traía, si bien luego los
echaron de ver, pues aunque los vio el don Luis en postura de guerra, no ordenó él su gen-
te para lo mismo, antes en dándole el recado de parte del Céspedes, salió luego solo á verse
con él, lo cual visto por el Céspedes, hizo lo mismo, y pasó la quebrada, y encontrándose se
abrazaron con muchas cortesías y dieron á entender el uno al otro sus intentos. Mandó el
don Luis, para más asegurar la gente del Capitán Céspedes, que la suya se ranchease de
aquella parte de aquella quebrada, como lo hizo, debajo de unos árboles,^ sin que ninguno
la pasase hasta otro dia, si bien esto no lo pudieron sufrir los soldados, pues luego que co-
356
FE A Y PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
nocieron ser unos los intentos, pasaban unos á saludarse y complacerse á los ranchos de
los otros.
CAPÍTULO VIII.
I. Determínase el Gobernador don Pedro de Silva á salir también de la tierra, siguiendo á sus capi-
tanes, los cuales llegaron por sus jornadas á Bariquisimeto—II. A donde también después salió
el Gobernador, y de allí al Nuevo Reino, y tornando á porfiar en su jornada por otra parte, al fin
muere con toda su gente—III. Fúndase la ciudad de Portillo de Carora por el Capitán Salaman-
ca—IV. Múdase la ciudad de Trujillo al sitio que ahora tiene, y dícese de la población de la nue-
va Zamora de Maracaibo. i.
LUEGO que supo el Gobernador la determinación del don Luis, la tomó de hacer lo
mismo, é irle siguiendo con hasta treinta soldados solos que le habian quedado, y
algunos de ellos enfermos, con tres de los clérigos y alguna gente de servicio, con que
comenzó luego á marchar. Como también lo hicieron los dos Capitanes Céspedes y don
Luis, á cinco dias de su llegada. Y habiendo subido una gran cuesta y dado en unas
llanadas, perdió el mestizo el tino y demarcación de la tierra, d9 manera que vino á confe-
sar no sabia dónde se estaban, pero aunque erró en la demarcación, no erró en el decir
eran aquellas tierras de españoles, pues salieran á ellas y al camino que iba desde la
Valencia á Bariquisimeto, en menos de dos leguas que caminaran, si siguieran el rumbo
derecho al Poniente, por donde desde la quebrada de Pescado decia el mestizo se habia de
ir, pero deslumhróse habiendo torcido el viaje sobre la mano izquierda, por donde encontra-
ron con un rio pequeño. Ya que se veian todos deslumhrados del camino, que juzgando
ser e]r desaguadero de la laguna, que hemos dicho, lo fueron siguiendo agua arriba, sin
osarse apartar de él por el pescado, que era solo con lo que se sustentaban, con algunas
raices y cogollos de bihao. Por aquí fueron caminando algunos dias, cuando una tarde,
habiéndose rancheado temprano sobre su margen un soldado italiano, llamado Bautista,
gran corneta, subiendo pescando el rio arriba, halló en medio de él detenidas en un palo,
que lo atravesaba, unas hojas de rábanos y lechugas, con que volvió dando voces de con-
tento, á media lengua italiana y castellana, diciendo lo que habia hallado. Echáronlo todos á
burla, por solerías él hacer algunas veces, que era hombre alegre y entretenido, hasta que
llegó y mostró las hojas, con que recibieron todos notable contento, y dejando el sitio aque-
lla misma tarde, unos por la una margen y otros por la otra del rio arriba, comenzaron á
caminar en demanda de donde habia venido aquella verdura, y á poco trecho de camino
dieron los de la banda derecha en uno bien ancho y trillado, que siguiéndolo todos,
los vino á sacar á una sabana donde estaba un hato de dos vecinos del pueblo de
Nirva del Collado (de quien ya dejamos dicho), que se llamaban el uno Velásquez y el
otro Ramírez, casados con dos hermanas, hijas de un vecino de Bariquisimeto. No estaban
á la sazón los maridos en la casa, pero ellas, enviándoles á dar aviso, hicieron luego (como
mujeres piadosas) matar una vaca y terneras y hacer comida abundante para los ochenta
hombres, dos ó tres menos, con que pudieron bien matar la hambre, aunque la traian
represada de tantos dias. Llegaron á otro los maridos, que con la misma caridad y alegría
tuvieron allí á todos los soldados otros dos dias, y al tercero se despacharon al pueblo, y
desde él en tropas al de Bariquisimeto, y desde allí muchos á este Nuevo Reino y otras
partes, aunque algunos quedaron en aquéllas.
El Gobernador don Pedro de Silva, habiendo, como dijimos, tomado las mismas
trochas que sus dos Capitanes, se vino caminando por sus mismos pasos, aunque más
espaciosos, por venir al de los enfermos. Y llegó algunos dias después, ya entrados los del
año de setenta, á la ciudad de Bariquisimeto,, donde tuvo fin todo el aparato, estruendo y
gastos de su jornada, después de seis meses que la comenzó desde el pueblo de la Valencia.
Desde éstos de la Gobernación, sin detenerse en ellos ni en otra parte, tomó la vuelta de
las Chachapoyas, y llegando de camino á la ciudad de Santafé^.y hallando en ella á los
dos hermanos Alonso y Diego Bravo, hidalgos, les puso demanda de la hacienda que le
habian tomado en la Burburata, calumniándoles también el habérseles rebelado y quedado
en la Margarita, que habiendo probado ellos haber sido esto con su licencia, y la toma de
la hacienda no más de lo que montaban los mil ducados, como lo juraron los que se habian
hallado presentes á todo, que estaban ya en la misma ciudad de Santafé, quedaron absueltos
de la instancia, y el don Pedro pasó al Perú, desde donde volvió después en España, y de
‘ (CAP VIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIE11RAFIRME.
357
allí otra vez con una nave, y hasta ciento y sesenta hombres, á porfiar en su jornada, por
la parte donde le decían los de la Margarita hiciera la primera; pero también le sucedió
mal, pues metiéndola por las Bocas del Drago, en tierra fragosa y de caribes á la banda
del Poniente, parto con la guerra y parte con la destemplanza de la tierra, los más ó todos
sus soldados murieron, y él con ellos, porque entrándose en la nave en que iban todos,
por la boca del rio Orinoco, que baja arrimada á la tierra firme, por la parte del Oeste,
después de haber caminado treinta leguas por sus aguas arriba y Provincias de caribes,
comenzaron á debilitarse tanto todos de las hambres, enfermedades y llagas de mosquitos,
que después de haber muerto muchos, el resto de los demás quedó tan flaco, que conocién-
dolo los caribes, dieron sobre ellos, y sin hallar eu ellos resistencia, por sus pocas fuerzas,
solo dejaron vivo un soldado llamado Juan Martin de Albujar, que le reservó la vida un
principal que lo hubo á las manos, para tenerlo por grandeza en su servicio, á que acudió
el Juan Martin con tanta diligencia, y se supo portar con tan buen modo entre ellos,
acomodándose al de todos, que por esto y la mucha valentía que conocían en él, y buenos
ardides de guerra con que siempre salían victoriosos los de aquella Provincia donde él
estaba, contra sus enemigos, y el haber aprendido bien aquella lengua, vino á hacerse
tan señor de todos los indios, que á palos y mojicones castigaba sus flojedades. Tuvo
mujer, casas, tierras y esclavos que le servían, y tanta libertad para poder salir y hacer
ausencia por el tiempo que quería, como el más principal indio de la Provincia. Pero
remordiéndole la conciencia de vivir tanto tiempo entre aquellos salvajes, después de
haberse bien informado de la tierra (de quien hablaremos largo, tratando en este tomo las
cosas de Guayana), determinó, al traje de indio como andaba, totalmente desnudo y embi-
jado con su arco, flechas y macana, bajar como pudiese á la costa del mar del Norte, donde
pudiese buscar ocasión para pasar á las islas Trinidad ó Margarita, y poniéndolo en ejecu-
ción, por varios sucesos y peligros de sierras é indios fieros, vino á parar al rio Esquivo, en
la Provincia de los araucas, gente amigable para los españoles, de donde después de haber
estado seis meses, tuvo ocasión de ir con los indios de aquella Provincia, en piraguas, á sus
rescates, al puerto y ciudad de la Margarita, donde saltando en tierra, hecho salvaje como
sus compañeros, se entró luego en la iglesia de la ciudad, y comenzó, en lengua castellana
bien cortada, hincado de rodillas, á dar muchas gracias á Dios porque lo habia sacado de
entre aquellos bárbaros y traído á tierra de cristianos. Los que se hallaron en la iglesia,
quedando admirados de ver al salvaje tan ladino en nuestra lengua, codiciosos de saber la
novedad, le cercaron con otra mucha gente del pueblo, á quien fué luego llamando la voz
del suceso del indio ladino, el cual, ya que hubo acabado su oración, levantándose en pié, y
viéndose avergonzado por estar con sola pampanilla á la vista de tantos hombres y mujeres,
antes de contar el suceso les rogó cubriesen sus carnes á lo español, pues él lo era como
ellos, en lo que no hubo tardanza, trayéndole al punto, cuál los zaragüelles, cuál el jubón y
ropilla, cuál la capa y el sombrero, hasta que en un punto quedó como los que lo miraban,
y habiéndole dado posada, contó por menudo quién era y todos sus sucesos, que entre los
que después tuvo fué ser vecino muchos años de la ciudad de Portillo de Carora, y aun
desde allí subió algunas veces á esta de Santafé.
Este mismo año de setenta, habiendo gente sobrada de la de Serpa y don Pedro en
las ciudades de Bariquisimeto y Tocuyo, determinó el Gobernador, que como dijimos ya
era Juan de Chávez, que hiciese una entrada desde el Tocuyo el Capitán Juan de Sala-
manca, vecino y Encomendero de la misma ciudad, á las Provincias de Curarigua y Carora,
á la parte del Norte, entre ella y la laguna de Maracaibo, con quien fueron algunos hom-
bres casados, con toda su familia, como fué un Alonso Gordon, Juan de Gainez, Benito
Domínguez y#otros solteros, como un Pedro González, Alonso Márquez, Diego Muñoz,
Pedro Francisco y otros, que habiendo tenido algunas dificultades en el camino, llegaron á
unas valientes sabanas muy llanas y limpias de arcabuco, que las atraviesa solo un pequeño
rio, que cuando quiere so seca á sus márgenes. Fundaron una ciudad aquel mismo año,
que le llamaron Portillo de Carora, que hoy pertenece á un convento de nuestra religión,
de la santa Provincia de Caracas, tierra muy caliente y seca, buenísima para criar ganados
mayores y menores, como no sean de lana, aunque suelen perseguirlos los innumerables
murciélagos que se crian allí, de tal manera, que picándoles á los ternerillos y cabritos en
las ternillas de las narices, se desangran de manera que mueren, aunque han salido con
algunas trazas que han buscado para el reparo de esto, y entre ellas no ha sido la menos
importante criar gatos que anden entre los terneros en el corral, que cuando ven el
358
FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
morciélago estar asido del becerrillo, saltan y lo cogen y matan como si fuera ratón.
Por el estiércol de las cabras que criaban en el pueblo, se ha venido á llenar la sabana do
tanta maleza de espinos, que se ha hecho inhabitable; entre éstos se crian algunos de
diferente especie de los comunes, de una hoja muy menuda y pintados en la corteza, de’
la misma suerte que el pellejo del lagarto, raida ésta y cocida con agua hasta darle el
punto, se cuaja y hace tan fina breas, como de pinos; danse también árboles de bálsamo y
brasil, buena caña dulce, melones, poca hortaliza y fruta así de Castilla como de la tierra,
por ser tan seca. Son pocos los naturales que han quedado, y esos faltos de doctrina, por
estar mal poblados y ser malos los países. Tiene puerto en la laguna de Maracaibo, aunque
algo lejos, por la parte del Leste.
No habían aún en este tiempo hallado los de Trujillo sitio que les agradara para su
ciudad, por estar tan desavenidas las voluntades de todos, y así, aunque ya se había muda-
do, como hemos visto, á cinco ó seis partes, tampoco les agradó la que ahora estaban, por
sor tierra muy húmeda y caliente, y determinando mudarse de allí, se metieron este mismo
año dos leguas al Leste, y se poblaron en las angosturas de un valle tan estrecho, que no
pudo la ciudad tener más que una calle, por los encrespados cerros y una quebrada que lo
aprietan tanto, que parece está en prensa. Pusiéronle nuevo sobrenombre, llamándole la
ciudad de Trujillo de Nuestra Señora de la Paz, tomándola por abogada, con deseos de que
cesasen ya tantas oposiciones de ánimos como habían tenido hasta allí, que parece les ha salido
como lo deseaban, por intercesión de la Virgen, pues los disturbios se han convertido en una
gran paz, de que goza al presente el pueblo, con que ya permanecerá en aquel sitio, y por
tener bien fundadas casas de piedra, tapias y teja, una buena iglesia mayor, convento de
nuestro padre Santo Domingo, con una razonable iglesia, y otro de recoletos de nuestra reli ■
gion, de la santa Provincia de Caracas, y aun hecho y acabado otro de monjas, que por
causas que han ocurrido no está aún fundado. A pocos dias que se poblaron aquí, estando
una negra esclava lavando ropa en una quebrada que corre del Sur al Norte, á la parte de
abajo del pueblo, halló en el agua un finísimo y bien crecido rubí, que fué ocasión á que
se trastornase la tierra de la parte de arriba, con grandes diligencias, aunque en balde, pues
no se pudo rastrear de dónde habia salido. El principal fruto de esta tierra es cacao, que se
da tan bueno y con tanta abundancia, y tiene tanta salida, que dio licencia el Rey los años
pasados, para que sobre veinte mil pies de estos árboles se fundase en esta ciudad un
mayorazgo, merced que no sé yo si hay otra semejante en toda esta tierrafirme, aun sobre
ningunas otras haciendas. También se da en muchos de sus valles (porque toda es tierra
doblada) mucho y muy buen trigo, de que se hace el mejor pan que yo he visto en estas Indias.
Dánse todas las legumbres .de.Castilla, y muchas de las frutas, como granadas, membrillos,
higos y algunas uvas, toda suerte de fruta agria ; no es tierra de minas ; su moneda suele
ser cacao, lienzo de algodón y pita ; la descarga de sus frutos es un puerto de la laguna de
Maracaibo, que llaman de las Barbacoas, cerca del rio Motatan, al Poniente. Ya en estos
tiempos estaba poblada á la boca de la misma laguna de Maracaibo una ciudad que hoy
permanece con nombre de la Nueva Zamora, que pobló la primera vez á su costa y muni-
ción el Capitán Alonso Pacheco, uno de los primeros descubridores y pobladores de esta
ciudad de Trujillo, y háse quedado con el nombre de Maracaibo, por el principal Cacique
que hallaron los primeros que descubrieron la laguna, llamado así, de quien también ella
tomó el nombre, donde hay también un razonable Convento de nuestra orden, de la misma
Provincia de Caracas. Es pueblo de mucho trato por las fragatas que entran en él dos ve-
ces al año con mercadurías de España, de la ciudad de Cartagena, á donde también llevan
los frutos de las ciudades de Venezuela y de Mérida, Gibraltar, Barinas y Pedraza, villa de
San Cristóbal y ciudad de la Grita, que cargan en diversos puertos de esta laguna. Dánse
en esta ciudad de la Nueva Zamora ó Maracaibo algunas frutas de Castilla y todas las de la
tierra, buenos cabritos, gran suma de ganado mayor, por ser toda tierra llana á la parte que
está fundada la ciudad, que es la del Oeste. Tiene la iglesia mayor un devotísimo Cristo
que hace milagros, de que después trataremos más largo.
(CAP. IX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
359
CAPÍTULO IX.
I. Dase en gobierno al Capitán Ponce la isla de la Trinidad, y por enfermedades la vuelven á des-
amparar—II. Vienen ingleses sobre la ciudad de Santiago de León, entran y róbanla—III. Trá-
tase del pueblo de San Sebastian, de los Reyes y de sus frutos y calidades—IV. Del pueblo del
Palmar, Cumanagoto, Cumaná y San Felipe de Austria y Guanaguanare.
“VrO estando aún poblada ni con dueño que la gobernase el año de setenta y uno la isla
1N de la Trinidad, se le dio en gobierno por tres vidas á un Juan Ponce, vecino de la
isla y ciudad de Santo Domingo, con las ordinarias condiciones que se suelen dar estos go-
biernos en tierras despobladas y sin conquistar, como se estaba aún aquella, por haberla
defendido bien sus naturales, que, como dejamos dicho, siempre fueron belicosos. Salió de
España el Juan Ponce á su jornada con buena copia de gente de toda suerte, como siempre
sucede en todas, y entre ella venían doce religiosos de nuestra sagrada religión, y por su
Comisario un Fray Juan, á Dios dado para fundar conventos y hacer una Provincia. Lle-
gando este Gobernador con su gente y habiendo saltado en la isla, comenzó luego toda á
enfermar de hambre, niguas, hinchazones y otros modos de pestilencia que les daba, que
habiendo muerto la más de ella sin hallar reparo á estos achaques, la que quedó, no atre-
viéndose á perseverar en la tierra, unos tomaron la vuelta de España, y entre ellos el Pa-
dre Comisario con algunos religiosos, y otros aportaron á otras partes de esta tierra firme
y á este Reino, donde llegó uno de los religiosos, llamado Fray Diego Ramírez, quedando
con esto totalmente la isla despoblada, como lo estaba. __,
No se nos ofrece otra cosa que nos detenga la historia, hasta lo que sucedió el año
de mil y quinientos y noventa y cinco en la ciudad de Caracas ó Santiago de León, por el
mes de Junio, que fué llegar un inglés cosario con cinco ó seis navios al puerto de Guay-
camacuto, dos leguas de la ciudad y una del de la Guaira al Leste. Saltaron en tierra has-
ta quinientos hombres, sin haber quien les resistiera, y llegando al pueblo de los naturales,
que estaba un tiro de mosquete, lo hallaron vacío, por haberse los indios puesto en cobro
en el arcabuco, solo encontraron con un español en una casa, llamado Villalpando, que por
estar tullido no habia hecho lo que los indios. De éste quisieron informarse de las cosas de
la tierra, y para que mejor dijera la verdad le pusieron al pescuezo, la soga para ahorcarle,
que viéndose en aquellas angustias, rogó le dejaran y él los guiaría por una trocha excusada
á la ciudad, con que la pudieran tomar sin ser sentidos. Esta era una senda de una legua
hasta la cumbre de la cordillera, y otra desde allí al pueblo, tierra fragosa, que más es
apeadero de gatos que camino de hombres. Por aquí fueron marchando bien armados los
ingleses con su guia, hasta subir á la cumbre y dar vista á la ciudad, donde pareciéndoles
ya no la habian menester, la ahorcaron y despeñaron, diciendo merecía aquello quien habia
vendido su patria, porque se cumpliera el proverbio que la maldad aplace, pero no quien
la hace.
Habiendo tenido aviso en la ciudad por algunos indios, de haber saltado los enemi-
gos en tierra, no entendiendo vendrían por aquella trocha (caso que se atreviesen á entrar
la tierra adentro, sino por la ordinaria del puerto de la Guaira) tomaron la vuelta de él los
más soldados y capitanes con sus armas que se hallaron en el pueblo á resistirle la entrada,
Pero entre tanto (como camino más breve y sin estorbo) bajando los ingleses de la cumbre
á la mitad del camino que hay desde ella al pueblo, enarbolaron sus banderas y se pusieron
en escuadrón, y con buen orden militar se fueron llegando á la ciudad, que estaba sin de-
fensa, por haber salido todos los soldados. Y así solo salió uno llamado Alonso Andrea con
sus armas y caballo, á hacer una tan gran temeridad, como era uno solo pretender resistir
á cuatrocientos bien armados, y así le hicieron luego pedazos y entraron en el pueblo, que
lo hallaron con poca ó ninguna gente, aun de las mujeres y chusma, por haberse dado pri-
sa á huir cada cual por donde pudo á las estancias y arcabuco, con la poca ropilla, joyas y
oro que la prisa les dio lugar arrebatase : y así hallaron los ingleses bien en qué meter las
manos, de ropa de mercaderes, vino y menajes de las casas, con mucha cantidad de hari-
nas. Fortificáronse en la iglesia y casas Reales, que están cerca de ella, desde donde salían
á hacer sus robos, aunque no tan á su salvo, que habiendo revuelto sobre la ciudad los sol-
dados y vecinos que habian ido al puerto con algunos indios flecheros, y estratagemas que
usaban con el enemigo de noche y dia, todavía le hacían pagar con las vidas de muchos el
3G0
FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
asalto : con todo eso no le pudieron echar de la ciudad en ocho dias, en que derribó y
quemó algunas casas, sin atreverse á salir á las estancias, temiendo las venenosas flechas
do los naturales, que también las experimentaron bien á su costa, en emboscadas que les
echaban en el camino, que después de este tiempo tomaron para sus navios, en que se die-
ron á la vela, dejando la ciudad, al fin como la que escapaba de enemigos de la santa fe
ca tólica.
Veinte y cuatro leguas al Sur de la ciudad de Santiago de Leon está fundado otro
pueblo de españoles llamado San Sebastian de los Reyes, en los llanos de Venezuela, de
quien tantas veces hemos tratado, tierra muy caliente pero acomodadísima para ganado ma-
yor, y cada dia más, porque quemando la sabana todos los años, la yerba que va renaciendo
sale más blanda y de mejor sustento, y así es gran suma la que se cria en aquellas llanadas,
á perder de vista, con maravillosas aguas de muchos ríos abundantísimos de pescado. Sus
frutos son mucha corambre, que se embarca en el puerto de Caracas, algún cacao, zarzapa-
rrilla, tabaco, toda suerte de frutas de la tierra y algunas de las de España, tierra de mu-
chas y venenosísimas culebras, contra quien proveyó Dios de reparo con un mineral de tie-
rra blanca y blanda, que bebida con agua es muy fina contrayerba. Hay un convento de
nuestra religion de la santa Provincia de Caracas.
Al Leste de este pueblo está otro también de la misma gobernación de Caracas, cua-
renta leguas, que llaman el Palmar, tierra también muy caliente, de mucha cria de ganado,
granjeria de cueros, tabaco, maiz, minas de oro, plata y cobre, gran suma de zarzaparrilla,
brasil, cañafístola, bálsamo, aceite de canime y otras drogas, con mucho algodón, que crian
los naturales, aunque los más andan desnudos del todo.
Veinte leguas de éste, al mismo rumbo, á la costa del mar del Norte, está la ciudad
de Cumanagoto, entre indios llamados de este nombre, aun de mala paz, tierra muy calien-
te y donde se cria tjdo lo que en los dos hemos dicho, pero con más comodidad en las ca-
sas, por tener un muy buen puerto, y sobre los demás frutos de la tierra tienen á tiempos
pesquería de perlas.
Doce leguas la costa adelante, al mismo rumbo, está la ciudad de Oumaná, que en
tiempos fué rica, por la guilla de las perlas de Cubagua, su vecina, de que ha muchos
años las desean, por no pescarse una ; es vecina de la punta de Araya y su famosa salina,
y tiene á sus espaldas, al Leste, el gran golfo de Cariaco; es cabeza de gobierno, y de quien
toma el nombre ; hay en ella caja y oficiales Reales ; hánle quedado ya pocos naturales de
servicio, á cuyo paso ha corrido el minorarse sus vecinos. Han escrito muchos de aquella
provincia, por haber sido de las primeras que se descubrieron, y así no nos estorbaremos
en tratar más de ella, de sus naturales y naturalezas. Cuarenta leguas de esta ciudad al
Sueste está otra de españoles, que llaman de San Felipe de Austria, que también es de esta
gobernación de Cumaná, que con Cumanagoto son tres pueblos los que tiene. Está fundada
en unos páramos, por haberle hecho retirarse allí do la tierra caliente, donde estaba más de-
lante, las infestaciones que cada hora tenían de los indios caribes de las bocas del Drago,
de quien ya dejamos tratado. Sus frutos son crias de ganado, mucha miel de diversas suer-
tes de abejas, muchas y muy buenas maderas, brasil, ébano, granadillo, zarzaparrilla, caña-
fístola, mucho y muy buen aceite de canime. Salen los indios á rescatar con los españoles
(y aun con los ingleses si les vienen á las manos) cosas de Castilla, por gallinas, tabaco, que
se da mucho, y maravilloso algodón y otros de sus frutos.
A la3 espaldas de la ciudad del Tocuyo, al Leste veinte leguas, está otro pueblo de
españoles que llaman Guanaguanare, que se pobló por estar lejos los indios de la ciudad ;
son los frutos de él.los que hemos dicho de esotros, y algunas frutas y hortalizas de Es-
paña, y sobre todo abundancia de pescado en un rio del mismo nombre. Poblólo el Capitán
Juan Fernández de Leon el año de noventa y tres, con orden de don Diego Osorio, que á
la sazón era Gobernador de aquel partido. Está en tierra muy caliente.
(CAP. X.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
361
CAPÍTULO X.
I. Son las provincias de Guayana de la jurisdicción de la Real Audiencia de Santafé, en las cuales y
en la isla Trinidad pobló dos ciudades el Gobernador Antonio de Berrío—II. Despacha Antonio
de Berrío á su Maese de Campo Domingo de Vera á la Corte por gente, donde se porta con trazas
peregrinas—III. Dásele á Domingo de Vera mucha moneda y largas licencias para hacer la gen-
te—IV. Condúcense también diez clérigos y doce religiosos de nuestra orden.
AUNQUE hoy están sin ninguna controversia las provincias de Guayana al gobierno
de la Real Audiencia de Santafé, por cédula particular del Rey, de quien adelante
hablaremos, no dejó de haberlas en otros tiempos entre ella y la de Santo Domingo, pre-
tendiendo cada una pertenecerle el cuidado de aquellas tierras y de la isla de la Trinidad.
En las cuales por los años de mil y quinientos y noventa y uno ó noventa y dos, pobló dos
ciudades, una en la isla de la Trinidad, llamada|San Josef de Oruño, y otra llamada Santo
Thome, cuarenta leguas el rio Orinoco arriba sobre sus márgenes al Oeste, en la mitad de
la Provincia de los indios Guayanas. El Capitán Antonio de Berrío, que, como heredero
nombrado en su testamento por el Adelantado de este Reino, don Gonzalo Jiménez de Que-
sada, por estar casado con una sobrina suya, entró á poseer entre las demás herencias que
tuvo de él su gobierno, que, como largamente diremos en la segunda parte y consta de la
cédula Real que se le dio á Quesada, y asientos que se hicieron en las condiciones que se
habían de guardar en sus conquistas, habia de tener de jurisdicción cuatrocientas leguas,
en que contándolas desde las espaldas del Nuevo Reino, por los rios de Pauto y Papaneme
al Norte, venían á comprender dentro de sí las provincias de Guayana hasta la lengua del
mar del Norte y la isla Trinidad. Y supuesto que ya no habia estorbo con la gobernación
de Diego Hernández de Serpa ni de don Pedro de Silva, por haber tenido el fin que hemos
visto, que eran las que podían estorbar el no correr estas cuatrocientas leguas hasta el mar,
como lo dicen los recados del gobierno del Adelantado Quesada, su sucesor Antonio de Be-
rrío se fué alargando por ellas, y habiéndolas ido descubriendo desde el Nuevo Reino de
Granada con gente de él, pobló las dos ciudades dichas y quedaron comprendidas en su go-
bierno, por nuevas capitulaciones que se hicieron con el Rey Felipe II, alargando una vida
más en el gobierno.
A pocos años que las tenia fundadas, pues fué el de mil y quinientos y noventa y
cinco, viéndose el Gobernador Antonio de Berrío con poca gente en ambas, y valientes no-
ticias que cada día iban creciendo de tierras ricas, en especial de una que llamaban los in-
dios la gran Manoa, que demoraba al Sueste ; de la de Santo Thome (todo embuste é in-
vención de los indios para echar los españoles de sus tierras, ó traza del demonio para que
pereciera tanta gente española, como hemos visto y veremos), despachó á Castilla á su Mae-
se de Campo, llamado Domingo de Vera, vizcaíno, y casado, con hijos, en la ciudad de San-
tiago de León de Caracas, muy ladino, de buen entendimiento y mayor inventiva para tra-
zas de sus acrecentamientos, á que le ayudaba no poco una gran persuasión natural que
tenia para hacer creer no solo lo que habia tocado con las manos, pero aun lo que habia
cogido al vuelo de noticias mal fundadas (pasión ordinaria de cuantos pisan estas tierras de
las Indias) para que con poderes suyos negociase en el Consejo Real de las Indias, se le
concediese traer trescientos hombres y no más, como después, en cierta ocasión que dire-
mos, declaró ésto el mismo Gobernador Berrío. Pero el Domingo de Vera, para poder nego-
ciar, se supo portar de manera en la Corte y echar á volar su fama por toda Castilla, que
no solo pudo negociar traer la gente que llevaba á cargo, pero aun despoblarla, así de parte
del Consejo como de los que habían de venir ; pues cuanto á lo primero, para dar á enten-
der ser peregrinas las tierras que publicaba en grandeza y riquezas de todas las que habia
en estas partes de las Indias, el dia que no habia de visitar Consejeros paseaba la Corte en
hábito peregrino y muy extraordinario de los demás. Poníase un balandrán largo de paño
fino, cerrado por delante, todo ribeteado de raso, con cuatro mangas, las dos de la estatura
del cuerpo, que era bien crecida, y la otra en que metia los brazos ; un sombrero del mis-
mo color, cubierto con tela de vicuña peluda, á modo de felpa, aunque no tan fina, de muy
grande copa y falda, que con el gran cuerpo que tenia (el cabello crespo y algo largo, mo-
reno y no muy bien agestado, y á caballo siempre en un frison, también de gran cuerpo)
admiraba á la gente, de suerte que por doquiera que pasaba salían á verlo, como cosa ex-
traña, y decían : este es el Indiano del Dorado y tierras ricas ; con que era una persona
FRAY PEDRO SIMON.
‘(7,a NOTICIA.)
de las más señaladas de la Corte, pues como á uu Embajador que viene de tierras extrañas
y hábito singular, lo miraban todos con particulares ojos y se prometían ser la tierra de
donde habia venido muy otra de todas las que los hombres habian visto y aun imaginado.
Mostraba á vueltas de esto unas chagualillas, cariculies y orejeras de oro, algunas esmeral-
dinas brutas y otras mal labradas, que todo lo habia llevado de este Nuevo Reino para el
efecto, diciendo habia mucho de aquello en la tierra que publicaba, que todo se creia, por
ser cosa extraordinaria.
Con estas y otras trazas y su buena persuasiva las tuvo de negociar, no solo por su
persona sino aun por caballeros de la Corte y criados de grandes Príncipes, á quienes prome-
tía que si le querían seguir les metería en las manos tan grandes riquezas, que levantarían
de nuevo sus nombres y linajes ilustres, para que le libraran luego setenta mil ducados
para los gastos de la jornada (que no le ha costado á la Corona de Castilla otro tanto el des-
cubrimiento de estas Indias occidentales) en la Corte, sin remitírselos á otra parte ; y des-
pués otros cinco mil en Sevilla, porque su boca era medida ; y largas licencias para que
pudiera traer mucha más gente de la que él podiá, y para que se le dieran cinco fustas
philipotes y navios grandes y bien capaces para toda la que trajese. Que la comenzó luego
á hacer con la misma facilidad que habia negociado lo demás, en el Reino de Toledo, la
Mancha y Extremadura. Aunque ninguna se le juntó de la Andalucía, porque, como gente
de puertos de las Indias, la práctica y experiencias que tienen de ellas los tiene hábiles
para no creer todo lo que se dice de sus co.cas. Juntáronsele veinte capitanes de infantería,
que muchos de ellos habian servido al Rey, con los mismos oficios en Italia, Elandes y otras
partes ; y á otros que eran soldados viejos y estaban pretendiendo el premió de sus traba-
jos en la Corte, les dieron allí las conductas, nombrándolos para esto el Real Consejo de
Indias. Que los unos y los otros se dieron por bien premiados de las grandes esperanzas
que tenían de que lo habian de ser sus servicios en solo venir al descubrimiento del Dora-
do. Juntáronse también otros soldados viejos, algunos mayorazgos y otra gente noble, y
entre ellos un sobrino del Presidente del Consejo Real de las Indias, que á la sazón era el
Licenciado Pablo de Laguna, de quien adelante diremos el fin que tuvo. Muchos hombres
casados en estas tres provincias que hemos dicho, vendían sus haciendas, con que pasaban
honradamente cada uno en su estado de labradores, oficiales, y se tenían por dichosos en
que los quisiesen admitir á la jornada con todas sus mujeres y chusma de hijos, prometién-
dose ser basura cuanto dejaban para lo que habian de hallar en las provincias del Dorado
(porque se entendía la polilla y pestilencia que ha sido de España, y cuántos daños le ha
causado este fingido nombre del Dorado), con la cual voz se alteró tanto toda España en esta
ocasión, que por los pueblos por donde iba el Domingo de Vera ó sus capitanes los cohe-
chaban y pagaban muchos porque los quisiesen llevar, lo que en otras’ ocasiones se suele
hacer medio por fuerza.
Y porque aunque todas estas jornadas lleven todo éste y más aparato, si han de ir
dirigidas á lo cristiano, son cuerpos sin alma si no llevan sacerdotes y ministros del Evange-
lio para ellas y los naturales que se pretenden descubrir. También se le dio licencia al Do-
mingo de Vera, como la pidió, para pasar religiosos de nuestra orden y diez clérigos ; de
éstos fué por superior y de todo lo espiritual en la jornada un clérigo muy grave y docto,
Racionero de la Catedral de Salamanca, que de su ración y patrimonio tenia dos mil duca-
dos de renta. Diósele título por el Rey de Vicario y Administrador general de un Hospital
que se habia de hacer en llegando, que si hicieran seis fueran pocos para la necesidad que
hubo. Religiosos de nuestra orden fueron doce, los que se condujeron en una comisión para
la jornada ; los once de la santa Provincia de Castilla, y entre ellos un lego de gran opi-
nión, llamado Fray Juan de Zuazo, y el uno de la de Sevilla, que entró en lugar de otro
que por enfermo se quedó. Comisario de todos fué el Padre Fray Luis de Mieses, hombre
docto y buen predicador, como también lo eran otros cinco, y entre ellos un Fray Juan de
Torres, que lo era tan bueno, que por ello y su mucha virtud era predicador conventual, á
la sazón, de nuestro convento de Guadalajara, á devoción y petición de los Duques del In-
fantado. Pero el que más lucia y era de más celebrada opinión (y por esto señalado para
esta ocasión del Real Consejo de las Indias) era el Padre Fray Pedro de Esperanza, de edad
de cincuenta años, que por lo dicho, y ser muy docto en su facultad, era confesor de los
pajes del Rey y de la mayor parte de la casa Real. Los dos de los demás, que se llamaban
Fray Juan de Pezuela y Fray Pedro del Cubillo, tan grandes cantores y de buenas voces,
que no quedaba en la Provincia quien les llegara en esto.
(CAP. XI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
363
CAPÍTULO XI.
I. Dase á la vela con toda su gente el Maese de Campo Domingo de Vera, y llega á la isla de la Tri-
nidad—II. Está el gobierno de la isla la Trinidad á cuenta del Gobernador de Cumaná, y preten-
de por fuerza quitarle á Berrío el gobierno de la ciudad de Santo Thome, en que se hacen dili-
gencias—III. Atajáronse los daños que pudieran suceder entre los soldados de Berrío y los de la
Trinidad, por conciertos que hubo—IV. Envía el Maese de Campo cien soldados á la ciudad, que
tomen posesión de ella ; pasan IQS demás la Semana Santa en el puerto, donde se celebran los
oficios divinos.
ESTANDO toda la gente ya junta en San Lucar, que serian por todos más de dos mil
almas, y eran muchas más cuando desembarcaron, porque como iban muchas mujeres
parieron muchas en los navios, y todo lo demás puesto á pique para la salida, se dieron á la
vela en el puerto de San Lucar, á veinte y tres de Febrero, vigilia del Apóstol San Matías,
el mismo año de mil y quinientos y noventa y cinco, y con buen viento y sin ningún mal
suceso llegaron á surgir en el puerto que llaman de España, en la isla de la Trinidad. La
cual á la sazón (aunque, como hemos dicho, tenia una ciudad fundada por el Antonio de Be-
rrío, que estaba tres leguas de esto puerto, la tierra adentro) no sé por qué autoridad esta-
ba adjudicada á la gobernación y Gobernador de Cumaná, que era á la sazón Francisco de
Vides, donde tenia puesto por su Teniente al Capitán Velasco, más sagaz, astuto y cautelo-
so que soldado, y entre la demás gente que estaba casi toda de presidio en el pueblo, se
contaba el Capitán Santiago, hombre determinado, mañoso y de alentados bríos, y el Capi-
tán don Juan de Ribatnartin, mayorazgo y señor de una Abadía en las montañas, y un Lo-
renzo del Hoyo, de los soldados de más opinión que habia entre los demás, por haberse se-
ñalado en las refriegas que se habían ofrecido con enemigos, que después tomó el hábito de
nuestra religión en esta santa Provincia del Nuevo Reino, y fué predicador.
^ No estaba la jurisdicción de Antonio de Berrío en aquellos dos pueblos tan asentada
y recibida por suya’, que no pretendiese el Gobernador de Cumaná (aun demás de la juris-
dicción que tenia sobre la isla de la Trinidad) ser también la de la Guayana y ciudad de
Santo Thome de su gobierno, diciendo no la poseía el Berrío con justo título, ni recados de
satisfacción, pues no se comprendían aquellas tierras en su gobierno de Pauto y Papaneme,
por lo cual mientras el Domingo de Vera andaba negociando lo que dejamos dicho,
despachó el Capitán Velasco, Teniente de Vides, al Capitán Santiago con veinte soldados
bien prevenidos, desde la isla de Trinidad, con orden de su Gobernador, para que se
apoderasen del pueblo de Santo Thome y echasen de él al Berrío, ó lo prendiesen aprove-
chándose de la ocasión de la poca gente con que estaba; salieron á esto los veinte desde esta
isla, en piraguas, y entrándose por una de las bocas de Orinoco, en demanda de la ciudad
de Santo Thome, habiendo tenido de esto aviso el Berrío, les salió al encuentro con algunos
de sus soldados, ya que supo habían desembarcado é iban marchando á la ciudad por tierra.
Era en este tiempo el Gobernador Berrío hombre de setenta años, pero de valiente ánimo,
alentado y de gran determinación para acometer, si bien no tenia condición, por ser algo
aceda, para aficionar á sus soldados. Luego que se dieron vista los unos á los otros, puestos
en arma y llegádose que se podían oír, reconociendo el Berrío al Capitán Santiago, que se
habia criado en su casa, en la ciudad de Tunja, y hacia de él estimación por ser buen
soldado, aunque á la sazón su declarado enemigo, por encuentros que habían tenido, le
preguntó : A qué venís, Santiago ? y habiéndole respondido el Capitán : á echaros de la
tierra, porque es Gobernador de ella, por el Rey Nuestro Señor, Francisco de Vides, el
que lo es de Cumaná. Sin darle respuesta, dijo el Berrío á sus soldados, Santiago y á ellos.
Los cuales desganados de pelear contra los del Santiago, por ser todos españoles y amigos,
aunque dispararon los arcabuces por lo que el Berrío les habia mandado, fué por alto, con
que no se hizo ningún daño, más que solo en un negro del Capitán Santiago, que le habia
puesto delante de sí con una rodela, que le derribaron parte del hueso de un hombro.
Dispararon también los de la Trinidad, y parece con los mismos intentos, pues solo sucedió
que el tiro de un soldado (que siempre se entendió fué el Lorenzo del Hoyo) que llevaba
dos balas,’y por ventura intención de despachar al Berrío, dio con ambas en la rodela del
Gobernador, con que se abroqueló hincada una rodilla en tierra, y pasaron ambas balas
sin hacerle daño, por encima el hombro izquierdo, dejando ambas señal en la rodela, que
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FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
por ser de palos de macana (madera muy fuerte, de las que se usan en conquistas de indios)
no la rompieron, ó por haberla cogido al sesgo, que según esto, de ambas partes solo tiraron
á matar á los Capitanes.
Tuvo después preso el Gobernador, como veremos, al Lorenzo del Hoyo, que por
haberse entendido era él el que le disparó el arcabuz, no tuvo malas ganas de despacharlo
de esta vida, como el soldado las habia tenido de hacer lo mismo con él, aunque tampoco
esto tuvo efecto, por haber mediado ruegos de religiosos, á quienes mostraba la rodela con
las señales, para que vieran la razón que tenia. Dispusiéronse luego de ambas partes,
cargando otra vez los arcabuces para darse otra rociada, como lo hicieran, si el Capitán
Martin Gómez, Extremeño (de los de la parte del Berrío, á quien estimaba en mucho,
respetaba y tomaba su consejo), levantando la voz, y un pañuelo en la mano, no dijera :
Cómo es esto, soldados españoles? hémonos de matar aquí todos, sin ver el orden que traéis,
ni por quién está la razón y la justicia? Con lo cual (por el respeto que todos le tenian)
bajaron las armas de fuego y metieron mano á las espadas, para asegurar cada cual sus
personas. Pero estándose en sus puestos, salieron de ambas partes el Gobernador y el
Capitán Santiago, á quien abrazó el Berrío, diciéndole habia hecho en favor de su Gober-
nador, como buen Capitán, y que si siempre le habia estimado y tenido por buen soldado
y hombre honroso, le habia de estimar en más de allí adelante. Preguntóle por el Teniente
Velasco, diciendo que cómo se habia quedado con las gallinas echado en la hamaca?
y era que le tenia por hombre tímido. Paseáronse los dos, á solas, dos ó tres horas, en que
trataron quedase la determinación del caso indecisa, hasta que viniese de España el
Maese de Campo Domingo de Vera, con que volvieron á embarcarse en sus piraguas los
de la isla Trinidad, donde ya los halló cuando saltó en el puerto con su gente, como
hemos dicho.
Luego que se anclaron los navios en el puerto, que fué lunes ó martes de la semana
santa, saltó en tierra, el primero, el Capitán Domingo de Vera, con cien soldados, á quien
despachó luego con el Capitán Medinilla, natural de Granada, que fuesen á la ciudad, y
prendiendo á los que él les señaló, se apoderasen de ella y tomasen posesión en nombre de
su Gobernador Antonio de Berrío, á quien decían se la tenian usurpada. Marchando este
escuadrón, encontraron en el camino una tropa de soldados con su Capitán, que venían á
reconocer la gente recien llegada al puerto, á quien prendieron y volvieron á la ciudad, de
donde se apoderaron y tomaron posesión con facilidad, por no haber en ella más que
treinta soldados escasos, y no con sobra de armas ni municiones. Fué luego saltando en
tierra de los navios la demás gente, y haciendo algunos bohíos grandes para acomodarse
unos y otros, para almacenes donde se descargaran los matalotajes, armas, ropa, rescates de
indios, que acá llaman, que eran muchas hachas de cortar, cuchillos, machetes, peines,
espejos, sartas de vidrio, cascabeles y otras cosas de este temple, acomodados para atraer
á los indios con gusto, por tenerlo puesto en ellas. Lo que restó de la semana santa y
pascua, que pasaron en el puerto, por haber muchos sacerdotes, se hicieron los oficios
divinos con la solemnidad posible en una pequeña iglesia, pero acomodada de suerte que
desde fuera oian todos misa y sermón, que no faltó ningún dia, como ni persona ninguna
(según se tomó por minuta) que no confesase y comulgase con gran devoción y lágrimas,
dando al cielo muchas gracias por el buen suceso del viaje, y rogando por los que se ofre-
ciesen adelante, en que se señalaba mucho el padre fray Pedro de Esperanza, que con un
espíritu infatigable y un rostro tan alegre, que parecia salirle de él un resplandor miste-
rioso, no reposaba de dia ni de noche, acudiendo á las confesiones y cura de los que habían
enfermado de calenturas en los navios, que fué el Señor servido sanasen con facilidad en
saltando en tierra. Era tan amado este religioso y siervo de Dios de todos cuantos venian en
la compañía, que retirándose, por tener oostumbre de esto, á los lugares solitarios, para
darse más á la contemplación, se iba á la sombra de algún árbol ó peña, á la orilla del mar,
donde le iban á buscar, particularmente las mujeres, cargadas con todas sus criaturas, que
eran un ejército de por sí, para que las consolase con sus divinas y santas palabras, de que
desde luego comenzaron á tener necesidad, por sospechar todos, en poniendo el pié en la
arena, en lo que habían de venir á parar. Veía el santo varón junto á él á los niños, que
por el gran fuego de la tierra, se metían como patillos en el agua del mar; y rasados
sus ojos de agua (como quien mira con un espíritu divino la ruina de tanta gente),
suspirando decia con gran dolor : qué será de tantos angelitos en tantas descomodidades.
Consolaba con su buen espíritu y palabras las aflicciones de todos, y no pudiéndolas reme-
(CAP. XII.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME 3 65
diar con otra cosa, se ocupaba en llorar con tantos como lloraban yá la ruina que les
amenazaba.
CAPÍTULO XII.
I. Envía el Maese de Campo un navio de mercadurías á Caracas y llega toda la gente á la ciudad.—
II. Vase despachando gente á la Guayana y cogen los indios tres canoas, y matan la gente de ellas.
III. Pasan los caribes á la boca del rio con intentos de hacer lo mismo en las otras tres canoas,
aunque no tuvo efecto.—IV. Entierran los cuerpos muertos que hallaron un cuarto de legua de
la boca del rio.
TRAS las diligencias dichas, lo primero en que puso los ojos de su cuidado el Maese de
Campo, fué en despachar uno de los navios con mucha mercaduría al puerto y ciudad
de Caracas, donde, como dijimos, tenia su casa, para que se comprase algún ganado mayor
y desde allí se trajese por tierra á la ciudad de Santo Thome, camino andable y breve, y lo
fuera más si no lo estorbaran muchos y caudalosos rios que lo atraviesan. Envió al efecto
los soldados más sus amigos y de satisfacción, con quienes también enviaron mucha de la
gente casada la mayor parte de su ropa y vestidos para que surtiéndosela en aquella ciudad
les trajesen lo que resultase de ella á la de Santo Thome en caballos, ganados, perlas y otro
género. Que todo lo perdieron por no haber vuelto ninguno de los que fueron con este
navio ; fueron los que podemos decir, que solo escaparon las vidas de los que venían en
esta jornada, pues todos los demás, pequeños y grandes, de hambres y otros sucesos muy
pocos quedaron vivos. Fué luego dando orden, pasada la pascua, que se despachara la gente
al pueblo, que por no haber cabalgaduras ni indios que llevaran la ropa y cargas (demás de
ser forzoso ir toda la gente á pié) cargaban á cuestas lo que querían no se les perdiese.
Porque aunque llegaban algunas canoas al puerto que bajaban del pueblo, por un rio que
desagua en el mar, una legua del puerto, en ella solo so acomodaban los bastimentos comu-
nes y ropa de los más poderosos paticulares, con que los demás se servian ellos mismos de
acémilas y cargueros. Con que se dio principio á sus lastimosas tragedias y fatigas, pues
eran intolerables las que las pobres mujeres llevaban, cargadas de sus niños y de alguna ro-
pilla y comidas, y si querían no perecer ellos y ellas de sed en el camino de las tres leguas,
por ser tierra calurosísima y sin aguarla habían de cargar. Los niños, que apenas podían
andar por su pié, se habían de ir así, al fin con los trabajos que en esto se pueden mejor
considerar que decir, llegaron todos á la ciudad, donde se hizo luego un alarde y reseña de
toda la gente, tan vistoso que pareciera bien en Sevilla por las ricas banderas que se saca-
ron, y no eran menos de veinte; tan ricas y costosas galas, que fueran más á propósito para
bodas ó fiestas reales, que para conquistas de tan miserables tierras.
Dábase á toda la gente cada dia ración de bizcocho y alguna carne salada, y los
viernes garbanzos, habas y arroz ; y á los sacerdotes, Capitanes y Oficiales mayores, aceite
y vinagre, que de esto y vino se cargó buen recado. Pero era fuerza acabarse en breve tiem-
po, por haber tantas bocas. La comodidad de las casas era tan poca como se puede entender,
pues aun no la tenían treinta vecinos escasos que estaban en el pueblo; quienes menos mala
la tuvieron fueron los religiosos, por hallar allí otro de nuestro mismo hábito, y de esta pro-
vincia del Reino, llamado frai Juan de Peralta, que tenia un convento razonablemente aco-
modado, donde pasaron la vida, aunque con harta estrechura. Fué luego el Maese de Campo
despachando mucha gente en canoas á la Guayana y la ciudad de Santo Thome por el Ori-
noco, navegación de veinte y cuatro y treinta dias, y de ahí para abajo, en ocasiones de me-
jor rio pero siempre penosísima, por los innumerables mosquitos que hay, de dia zancudos
cantadores, y de noche jejenes rodadores, y sobre todo gran riesgo de caribes cruelísimos y
voraces de carne humana. Habían subido algunas flotillas con gente. Salieron de nuevo
otras seis canoas, cargadas de matalotajes y otras cosas de valor para el Gobernador Berrío,
fuera de otra mucha ropa que llevaban de los que iban en ellas, gente de toda suerte, y en
una, la más pequeña y ligera, con alguna compañía, cinco de los religiosos. En la travesía
desde la isla á tomar la boca del rio, les dio un tiempo tal, que desbaratándolas á todas, solas
dos pudieron con gran trabajo y reventando en la boga, tomar el rio á las cuatro de la tarde,
después de haber alijado al mar cuanto iba en ellas. También pudo con las mismas dificul-
tades juntarse con las otras dos á puestas del sol, en la que iban los religiosos, por haberla
bogado ellos mismos después de haber quedado vencidas las bogas y rendidos los soldados
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FRAY PEDRO SIMON.
(7.n NOTICIA.)
que iban en ella. Las otras tres (que no les fué posible lo que á estas otras) se arrimaron á
la primera tierra que pudieron para seguirlas á la mañana, como lo hicieran, si al romper
del alba no dieran sobre ellas diez piraguas de caribes en que venian más de trescientos,
que sin que se les escapara español, los cercaron y mataron á todos, fuera de algunas muje-
res que se llevaron consigo, y un soldado que tuvo lugar entre la refriega de escaparse y
meterse en un cenagal entre las raíces de unos mangles, y entre éstos murió hecho pedazos
el sobrino del Presidente Laguna.
Tomaron la vuelta los victoriosos caribes, y boca del rio, y puestos enfrente de las
otras tres canoas, antes que comenzaran á navegar el rio arriba, estaban aguardando ocasión
para poderles embestir, á que solo les hacia retardarse la vileza de sus ánimos, que con pe-
queñas victorias se satisface ; porque si embistieran, hicieran sin duda lo mismo que con
las ctras, por ser casi toda gente chapetona, poco industriada en aquellas guerras, mal pre-
venida de armas y sobre todo esto, todo lo turbaban los clamores de algunas mujeres y
niños que iban en ellas. Pero fué Dios servido de remediarlo con ir en una el Capitán Ve-
lasco, que hemos dicho era Teniente del Gobernador Vides, y el Lorenzo del Hoyo, y un
mestizo llamado Lima, natural de la Margarita, lengua general de todas aquellas provincias
y buen soldado, á los cuales enviaba el Domingo de Vera en prisiones al Gobernador Berrío,
á quien los demás determinaron sacar de ellas para librar todos sus vidas, como sucedió,
porque como gente vaqueana y experimentada en tales ocasiones, á cuatro tiros que dispa-
raron hicieron retirar á los caribes con algún daño que les hicieron, y más por haber cono-
cido en solo aquello, que iban en las canoas soldados de la tierra, a quienes temen mucho,
y muchísimo más si son de la Margarita ó Puerto Rico, pero si conocen ser chapetones (en
cuyo conocimiento son diestrísimos) embisten como leones. Descansaron las tres canoas aquel
dia y otro en aquel puesto, así por aguardar si venian otras de la Trinidad, para subir con
escolta de flotilla, como para enterrar los cuerpos muertos de las otras tres, que por tierra
estaban un cuarto escaso de legua, de que les había dado aviso y de lo qué pasaba, el sol-
dado que se escapó. No fueron pocas las alteraciones que hubo contra los religiosos, sobre
el hacer esta obra de misericordia, ni pocas las afrentosas palabras que sufrieron, porque
como soldados (á quienes no se les ha de pedir tanta religión) y por estar tan en peligro de
enemigos, y haber de ser mucho el trabajo el entierro, rehusaban esto. Pero al fin caminan-
do de hecho los religiosos para los cuerpos muertos, viéndolos ir solos, los siguieron hasta
veinte y cinco soldados, quedando los demás en guarda de las canoas y chusma. Llegaron al
lugar de la matanza, donde les quebró el corazón el lastimoso espectáculo de las cruelda-
des que veían hechas en aquellos cuerpos, unos abiertos los pechos y vientre de arriba aba-
jo, para sacarles el corazón y comérselo ; otros cortados los miembros, cada uno de por sí,
ij una mujer natural do San Silvestre, cerca de Madrid, á quien le sacaron la criatura del
vientre y la dejaron juntamente con las entrañas de la madre, arrimada á su cabeza; otro
niño de seis años, asida la una mano á la madre, que con las ansias de la muerte buscó
dónde asirse ; y al fin, á este modo todos los que hallaron, porque á muchos echaron menos,
ó que los habían llevado vivos los indios para comérselos ó los habían arrojado al mar y
comido los tiburones ; á los demás dieron sepultura con mucho trabajo, volviendo aquel
mismo dia temprano á las canoas.
CAPÍTULO XIII.
I. Suben las tres canoas sin peligro hasta la ciudad de Santo Thome, donde las recibió muy bien el
Gobernador.—II. Hacen algunas salidas desde la ciudad de Santo Thome.—III. Descúbrese que
los indios están aguardando á los ingleses con frutos de su tierra, para rescatar con ellos.—IV.
Hacen otra entrada de trescientos hombres y ranchéanse en un cerro, que llamaban de los
Totumos.
AOTRO dia del entierro, que era el tercero que habían salido de la Trinidad, prosiguie-
ron el viaje las tres canoas, y sin otro riesgo llegaron á la ciudad de Santo Thome,
donde los recibió con mucho gusto el ‘Gobernador, y no con menor á loa religiosos otro
que estaba allí de la misma orden, llamado fray Domingo de Santa Águeda, hombre
mayor y de mucha prudencia, á quien quería y estimaba en mucho el Gobernador, por su
mucha religión y virtud, y haberle acompañado en todos los descubrimientos que habia
hecho desde este Nuevo Reino de Granada, y en las poblaciones de las dos ciudades. Tenia
fundado otro convento como el de la Trinidad, en que se acomodaron los cinco religiosos,
(CAP. XIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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que ya entre seis pudieron hacer razonable forma de convento ; de suerte que éste y el de
la Trinidad se fundaron en diferentes tiempos, por estos dos religiosos que bajaron de la
santa provincia del Nuevo Reino, y así estuvieron sujetos muchos años al prelado de ella,
hasta que habrá seis que con orden de los superiores, habiendo renunciado esta provincia
del Reino, la acción y derecho que tenia á ellos, se adjudicaron á la de Caracas, á cuyo go-
bierno estaban ambos.
Ya se hallaban en Guayana y ciudad de Santo Thome cuatrocientos hombres,
entre casados y solteros, con no pocas mujeres y niños, y dos de los clérigos, con que deter-
minó el Gobernador se hiciesen algunas salidas, sin apartarse mucho de la ciudad, por el
poco seguro que había de los indios, y que llevasen siempre por caudillo uno de los solda-
dos vaquéanos que estaban en la ciudad, para que, como experimentados en la tierra, fuesen
industriando á los demás en el modo con que se habían de portar con los indios, á quienes
también fuesen diciendo con buenas lenguas, cómo habían llegado muchos españoles envia-
dos por el Rey, de que estaba muy alegre el Gobernador, y porque le habían traído muchos
rescates que darles, como se podían certificar en los que allí les llevaban, y juntamente con
esto les fuesen dando algunos machetes, hachas, bonetes, cascabeles, espejos, peines y otras
cosas. Acertó á la sazón á estar en la ciudad con algunos de sns vasallos, un cacique mozo
á quien llamaron el Vestido, por haberlo vestido al traje español, que fué con los soldados
en esta primera salida, y después fué el mayor enemigo que tuvieron. Fueron entrando la
tierra adentro, y cuanto más la penetraban la hallaban de menos consideración, pues aun
tasadamente producía comidas para el sustento de sus moradores, sin rastros ni imaginación
de oro, que si lo hubiera (supuesto que todos lo conocen) no dejara de salir á la cara, en
oaricuries, narigueras, orejeras y chagualas, que es en lo que ellos lo emplean, aunque unden
desnudos, como lo andaban éstos, y tan desacomodados en todo lo necesario de la vida hu-
mana, que no tenían hamacas en que dormir otros que los caciques y principalejos, y éstas
las habían en rescate de las que iban bajando de este Nuevo Reino, de unas naciones en
otras, y de los Arbacos que, como dejamos dicho, cogen grandes provincias hasta el mar del
Norte, y son grandes mercaderes y siempre han sido amigos de los españoles; como también
lo han sido algunas de las otras naciones y provincias cerca de la ciudad de Santo Thome, á
donde venían á rescatar de lo que tenían en sus tierras, por hachas y machetes que codicia-
ban tanto, que cuando no tenían otra cosa con qué rescatarlos, daban en precio sus hijos é
hijas, y se alquilaban para la boga de canoas y piraguas.
Duró esto con frecuencia, desde los primeros descubrimientos de aquella tierra, hasta
que comenzaron á entrar en ella por el rio ingleses, pichilingues, flamencos y otros extranje-
ros herejes, que engolosinados en los rescates del buen tabaco que dieron en criar para su
granjeria los vecinos de aquellas dos ciudades, no obstante estar prohibidos estos tratos
entre cristianos con herejes, justísimamente, por tantas leyes divinas y humanas, entraban
como en hormiguero en todos tiempos por este rio Orinoco, y á vueltas de esto daban á
manos llenas á los indios de estos rescates por maderas (que las hay por allí de mucha esti-
ma), micos, papagayos y otras chucherías ; y como no les obligaban á rezar, ni á lo que les
enseña la fe católica, como quien trataba más que de esto de sustentar herejías, se aficiona-
ban más á ellos aquellas bárbaras gentes, y de un viaje á otro los dejaban prevenidos que
les tuviesen cortadas maderas y dispuesto lo demás de que cargaban, como se vio en lo que
le sucedió al Padre Guardian de aquel convento, llamado Fray Juan de Moya, el año de
mil y seiscientos y diez y ocho, por el mes dé Abril, que bajando á la isla Trinidad llegó á
los indios Tibitibies, que solían estar de paz y dar por sus rescates lo que pedían los espa-
ñoles, los halló alterados, de suerte que á él ni sus compañeros les quisieron acudir con
nada por sus rescates, diciendo que todos los españoles eran grandes bellacos, y los ingleses
muy buena gente á quien estaban aguardando, que habían de venir dentro de siete ú ocho
meses (como sucedió, pues á ese tiempo llegó el inglés Gualtero Reali y tomó la ciudad de
Santo Thome, como después diremos), y que para ellos tenían guardado cuanto tenían en
sus tierras y lo que pudieron ver el Guardian y les soldados que iban con él, fueron más de
quinientos monos y otros tantos pájaros de diversas especies, como guacamayas, periquitos
y otros. Volvieron de esta jornada los soldados sin haberles sucedido desgracia, antes los
habían recibido bien los indios, como también sucedió en otras que se fueron luego hacien-
do, aunque á la primera el Cacique Vestido, luego que de vuelta entró en Santo Thome,
tomó la de su tierra, sin dejar ninguno de sus indios en la ciudad.
Habiéndose dado vista con esta salida á las provincias circunvecinas á la ciudad, y
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FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
que todo aquello era de poca importancia, determinó el Gobernador se hiciese una salida
de más consideración, en que se penetrase la tierra, hasta dar con la de la gran Manoa, que
es una gran laguna que da principio á un rio que entra por la banda del Sur en el Orinoco,
cerca de la ciudad de Santo Thome ; noticias de quien hablan algunos grandes cosas, sin
haberlas visto indio ni español : y así, solo es un eco mal formado ó sueño de una tierra
que dicen es poderosísima de naturales, grandes y bien concertadas poblaciones que viven
en policía, y con mucha riqueza, que todo es causa de tan gran desvanecimiento en los co-
diciosos y poco asentados, que los trae noches y dias sin poder cuajar sueño. Trazóse al fin
la salida, no menos que de trescientos españoles, tres religiosos de nuestra orden con el
fraile lego, que pudiera ser lucida entre otra gente de más consideración que lo eran estos
indios, pues solo usaban de flechas largas, que son menos nocivas que las cortas, en espe-
cial no teniendo veneno, como no lo conocen en aquellas tierras. Señaló por Capitán el Go-
bernador á un Alvaro Jorge, portugués, hombre que iba cerrando ya con los setenta, su
gran amigo y confidente, que habia hecho sus causas muchos años en el Nuevo Reino, ex-
perimentado en estas guerras. Que como esto no pudo ser, sin haberle quebrantado tra-
bajos, éstos y los de los años le hicieron rendir la vida á pocos dias que comenzaron la jor-
nada, con que les fué forzoso entre tanto que el Gobernador ordenaba otra cosa, elegir otro
Capitán, que fué otro portugués, llamado Correa, de hasta cuarenta años, de gran valor y
prudencia, agradable y compasivo.’ Llegaron por sus jornadas á un cerro, que llamaron de
los Totumos, tierra algo más templada de los grandes calores que habían pasado hasta allí,
menos áspera y montuosa, y en un pedazo de pradera que descubrieron de yerba corta, sen-
taron ranchos, desde donde hacían algunas salidas sin ningún peligro ni guazabara, porque
los naturales les proveían de las miserables comidas de la tierra, que eran algunas frutas y
una manera de cazabe de raices peregrinas, tan malo y áspero, que el ordinario de yuca es
mazapanes para con él, pues aun después de mojado se estaba tan áspero como de antes,
que aun el agua no lo podia ablandar, con que fué luego dándoles el tributo que suelen las
tierras nuevas de grandes enfermedades que los pasaba á la otra vida, en que fundaron
(como bien experimentados los indios) el no hacerles guerra á los primeros pasos que die-
ron en sus tierras. Que no hay gente tan bárbara ni indio tan melenudo, que para su con-
servación y defensa no tenga su razón de estado. Y así, sabiendo estos indios la calidad de
sus tierras, y que todos los que entraban de nuevo en ellas enfermaban de llagas y otros
males pestilentes, aguardaron á que sucediera esto en los nuestros, para cuando estuvieran
enflaquecidos, con ello dar más á su salvo y seguro sobre todos, como sucedió.
CAPÍTULO XIV.
I, Muere el Capitán Correa y dan los indios sobre los españoles, que como estaban tan flacos y enfer-
mos mataron á muchos—II. Retíranse huyendo de los indios, y llegan á la ciudad de Santo Tho-
me solos treinta de los trescientos—III. Honras y llantos que se hacen en la ciudad de Santo
Thome por los muertos, y nuevas que hallan de semejantes calamidades de la isla—IV. Enferme-
dades de llagas por la destemplanza de calores y falta de calzado.
ERAN tan pestilentes y maliciosas las llagas y calenturas de que comenzaron luego á
enfermar muchos, que á la tercera ninguno escapaba, y vino esto á apretar tanto, que
apenas habia ya quien tuviera fuerzas para salir á buscar sustento, con serles bien necesa-
rio ; pues viendo los indios que ya se iban llegando los fines de sus deseos, se iban retiran-
do, y faltando en acudirles con sus comidas los religiosos, que de los sacerdotes el uno era
predicador, andaban cuidadosísimos administrando los sacramentos á los enfermos, predi-
cando, consolándolos con no andar ellos libres de las mismas calamidades, pero esforzábalos
el cielo para acudir á tantas. Decian todos los dias misa en parte acomodada que pudieran
oiría todos los enfermos, que ninguno se les murió sin confesión y el Santísimo Viático, á
lo menos mientras estuvieron rancheados en una parte. El caudillo Correa era tan animoso,
que aunque con achaques, no se excusaba de salir el primero á buscar la comida, de que
venia cargado cuando la hallaba, con tres ó cuatro arrobas, sin consentir que ningún solda-
do cargase más que él, lo que fué causa de que en pocos dias acabase con los suyos, que
fué tan gran pérdida é inconveniente para todos, que lo que los indios no se habían atrevi-
do mientras él vivió á hacer, lo pusieron por obra, y viendo que ya eran muertos más de
ciento, y que del resto estaban los más para hacer lo mismo, pues no habia cuarenta que
CAP. XIV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRSTE.
369
pudiesen tomar armas, se juntaron más de dos ó tres mil, y entre ellos el Cacique Vestido,
y dando sobro los nuestros en el mismo sitio de los Totumos, mataron á muchos, en espe-
cial de los enfermos, en sus mismas camas, y obligaron á los demás n retirarse huyendo,
unos con armas, aunque sin fuerzas para que les pudieran servir, y otros sin ellas, por no
darles lugar á recobrarlas. No dejaron de ayudar en algo con piedras y palos las muchas
indias, que también venian con los guerreros para cargar los despojos que hubieron á las
manos; derribaron todas las cruces, que no eran pocas las que habian puesto los religiosos
á la redonda del alojamiento, y sobre escapar de sus manos el ornamento, le sacudió un in-
dio á uno de los religiosos un tan valiente golpe, que á no reparar con lo que tenia en las
manos, sin advertir con el natural temor que era el Ara, lo dejara allí muerto, pues á ella
la hizo tres pedazos, y no contentándose el bárbaro con esto, le iba ya á asegundar con otro
feroz golpe, que no llevaba traza ser de menos riesgo, si no le llegaran de socorro el reli-
gioso lego y otros dos soldados, con que pudieron recobrar las santísimas reliquias del Ara
é irse retirando con una escopeta que iba disparando uno de los soldados, hasta que se fue-
ron á juntar con los pocos que iban delante.
Tras quien iban los indios siguiendo la victoria, con no más armas que unos garro-
tes de tres cuartas de largo con cabezas en el extremo, y si no se acercaban más y ponían en
mayor aprieto á los nuestros, dejándolos alentar algunos ratos, era por parecerles les era
bastante presa los que se iban quedando, que no eran pocos, los que por no poder más, por
su enfermedad, se arrimaban á los árboles, y dando luego una voz el primero que los veía,
diciendo, hagan alto, venga el padre á confesar, hacian rostro á los indios con las armas
de fuego, mientras se confesaban, y diciéndole en acabando, adiós hermano, pasaban ade-
lante dejándolo con el alma en los dientes, á quien llegaban los indios y le acababan. Los
cuales también les hicieron no poca guerra, poniendo fuego en el camino, en que murieron
algunos abrasados, por no tener pies para desecharle. A los tres religiosos fué el Señor ser-
vido dar tan valientes ánimos, que estando con no pocas llagas, caminaban cargados con el
ornamento, los dos con dos cruces, y uno con un cristo en las manos, que ponian á donde
decían misa y conque ayudaban á bien morir, confesando á todos los que se qnedabau, como
hemos visto. Pasaban con los demás con valeroso esfuerzo, y en especial lo tuvo el fraile
lego, que viendo la apretura en que iban y que había faltado el sargento, dejando la cruz,
tomó la parte sana é hizo aquel oficio, con tan grande importancia, que consistió en ello el
llegar con vida los pocos que entraron en Santo Thome, que no fueron treinta cabales de
los trescientos que habian salido, y de éstos no escaparon después la mitad, porque las en-
fermedades con que venian y grandes hambres con que estaba el pueblo, los mató á vuel-
tas de los demás hombres, mujeres y niños, que iban muriendo de las mismas causas.
Mal se podrán decir los sentimientos que hubo en la ciudad cuando entraron las re-
liquias de tantos como habian salido, por tocar tan en lleno en toda ella, pues unos eran
amigos de los muertos, otros deudos, otros hijos y mujeres, que rompían los cielos con do-
lorosos gritos, mojaban la tierra con abundantes lágrimas, cojian sus criaturas, y hechos
un mar ellos y ellas, se iban al Gobernador á pedirle socorro, que todo era uu espectáculo
y retablo de confusión y duelos, de que también participaban los que entraron, por haber
hallado muchos muertos de los que habian dejado á la salida vivos. Nueve diasse ocuparon
en hacer honras á los difuntos con nueve misas, y el décimo otra á Nuestra Señora de las
Nieves en hacimiento de gracias, cuya víspera fué la retirada, y escaparon de las manos de
aquellos bárbaros. No acrecentaron poco estos trabajos las nuevas frescas que hallaron, de
que también iba pereciendo la gente de la isla Trinidad, que las habian traído hasta noven-
ta ó cien hombres casados y solteros, que habian llegado á la ciudad, poco antes que ellos,á
quien envió el Domingo de Vera, por no tener con qué sustentarlos en la isla, que fué muy
buen socorro para la ciudad de Santo Thome, donde no habia con que sustentarse cincuenta
en especial, si no hubieran perecido los doscientos y setenta de la jornada, porque aunque
habian sido muchos los matalotajes que se descargaron en la isla, de los que sobraron del
viaje, tiempo habia sido bastante el de seis meses que habia que comían ya de ellos, para
haberlos consumido, á que no ayudó poco, pudriéndolos, la humedad de la tierra. Temíase
también el Maese de Campo (que fué lo que le ayudó á determinarse á enviar esta gente)
no se le huyera, apretada de tantas aflicciones, y llegando á algún puerto do los de aquellas
islas ó costas Margarita, Cumaná ó Caracas, y dando cuenta de lo que pasaba, se diese
también el bramo en España, y conociese Su Majestad y su Real Consejo el grande engaño
qué les habia’hecho. Y era para advertir, que estando tan afligidos estos que llegaron de
48
370
FRAY TEDRO SIMÓN.
(7.a NOTICIA.)
nuevo de la Trinidad, que parecía no tener más que un pellejo que les servia de costal, en
que estaban metidos los huesos, les hizo tomar con gusto este viaje el pió con que estaban
de la tierra rica del Dorado, y el entender que los que habían subido primero que ellos,
les llevaban muchas ventajas en acrecentados caudales, que no decían mal, si los entendie-
ra de miserias.
Son tierras de tan excesivos y destemplados calores estos dos países de Santo Thome
y la Trinidad, que de milagro corre algún fresco, sino es el que traen á tiempo unos tan
furiosos y desbaratados huracanes, que desbaratan las cubiertas de las casas, y con esto es
tierra muy húmeda, y siendo los sustentos á la sazón pocos y malos, y babor faltado la sal,
que se baja de.esto Nuevo Reino, del pueblo de Chita, encomienda del mismo Gobernador,
y por haberse consumido todo el calzado que trajeron de España, sin hallar aun alpargates
ni cueros con qué poder reparar las plantas de los pies del gran calor de la tierra, fué
causa que enfermasen los más de tantas llagas en las piernas y pies, y tan irreparables, que
no solo se desustanciaban por ellas, por el mucho humor y corrupción que salia, sino que
hervían de gusanos, y en entrando una nigua, de que también hervía la tierra, era cierta la
muerte, si quedaba llaga y no la reparaban con fuego. Usaron algunos, mientras duró, de
solimán, y acabándose, de miel de abejas, que todo duró poco, y no reparaba más que para
entretener algo la vida, porque sanar con ello era imposible, por la gran malicia de la en-
fermedad, aunque ya en estos tiempos han mejorado mucho estas tierras las huellas de los
muchos ganados mayores que han metido los castellanos, y las muchas labranzas con que se
cultiva, donde se cogen á trescientas y cuatrocientas fanegas de maíz, por una y dos
cosechas al año.
CAPÍTULO XV.
I. Enfermedades y muertes que se van prosiguiendo en la ciudad de Santo Thome.—II. Plaga de
grillos que acude á la ciudad, y determínanse ciertas mujeres matar al Gobernador.—III. Deter-
minación de una mujer en vituperio del Gobernador, el cual no prohibía á los que se querían
ir de la ciudad.—IV. Miserables fines que vino á tener esta jornada de Domingo de Vera.
ERAN al fin, por lo dicho, los enfermos tantos, que todos los dias al quebrar el alba
salia una beata de nuestro hábito (de quien después hablaremos), persona de gran cari-
dad, con una india del Gobernador y algunos de los sacerdotes á curar los enfermos, hasta las
nueve del dia, porque entonces les era necesario recogerse, pues en entrando el calor era
insufrible el mal olor de los enfermos y cuerpos muertos. Todos los dias, muy de mañana,
avisaban al Gobernador de los muertos de aquella noche y salia en persona y decía en
voz alta : Vamos á enterrar los muertos, y hubo veces que metieron en un hoyo, entre
grandes y pequeños, doce y catorce. La hambre iba tomando tantas fuerzas cada dia, que
en el que mataban algún caimán había gran fiesta, y acudían todos á pedir ración, que si
con ella les daban un pedazo de cazabe, como la mano, hacían más zalemas en agradeci-
miento, que si les dieran pan de tras trigo, pues aun esto no alcanzaban todos. Quebraba
el corazón ver las criaturas, no solo en los huesos, sino que parecían unas figuras de
pergamino. Los que morían de hambre, sin otra enfermedad, quedaban sus cuerpos tan
livianos, como si fueran de maguey ó paja, pues con facilidad los levantaban con una mano.
Llamó un hombre á un religioso que confesara á su mujer enferma, y quedándose sentado
á la puerta mientras la confesaban, en una piedra, á la sombra de un árbol que cubría una
mala casilla que tenían, cuando salió el confesor lo halló muerto de hambre. Sacábansele á
las mujeres los pechos, con que no podían dar ningún sustento á sus criaturas, y no
pudiéndoles acudir con otra cosa, se quedaban traspelladas. Poco mejor fortuna que esto
corría en la isla de la Trinidad; solo se aventajaban en que dos fraguas que trajo de España
el Domingo de Vera, para aderezar las armas y herramientas, casi solo se empleaban en
calentar hierros para cortar con fuego los dedos de los pies y otras partes podridas de las
muchas niguas que cargaban.
Sobre estas plagas acudió otra de no menor enfado y daño para la ropa y personas,
que al calor de los enfermos y cuerpos muertos, acudió tan gran multitud de grillos, que
con una ruedecilla áspera que tienen en la boca (con que hacen el ruido que oimos, que es
su canto), roían cuanto topaban: las sillas de sentarse y de camino, frasqueras, botas, afo-
rros de cofres y baúles, que no quedaba nada de provecho ; y si ponían alguna noche al
sereno la ropa porque no se pudriera en las cajas con la mucha humedad, allí era el cebar-
(CAP. XV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
371
se aquellos animalejos, pues en sola una noche, y aun en menos, la dejaban sin poder más
servir. Poníanse sobre los cuerpos de los enfermos, y si estaban tan flacos y debilitados
que no podian levantar ios brazos para defenderse, les comían las puntas y ternillas de las
narices, los labios y todas las orejas á la redonda, en especial la ternilla. Sucedía esto más
de noche, por no tener lumbre ni quien los socorriese; calamidades todas que pueden com-
petir con cuantas han sucedido á españoles en estas Indias. La beata enfermera, cuando salió
de España, era criada del religiosísimo convento de las descalzas de Madrid, una de aquellas
que llaman mandaderas, por ser su oficio llevar y traer recados en los negocios del conven-
to, dejó aquella comodidad, engañada como los demás, con esperanzas de tener otra mejor
en la jornada, á cuya golosina le acompañaron una hija suya casada, y su marido. Esta
con otras mujeres, hasta catorce ó diez y seis, viendo su perdición tan á los ojos, y que no
podian salir de ella, si no salia de esta vida el Gobernador, se determinaron con una cólera
mujeril de matarle una noche, y estando ya determinadas, y todas con cuchillos carniceros
para ejecutarlo (que no fuera dificultoso, por no tener la casa puertas, y aunque las hubie- *
ra no las habia para la beata, que podia entrar á todas horas á titulo de enfermera, á pedir
al Gobernador algunas cosas para el socorro de los enfermos) sin duda tuviera efecto, según
el aparejo con que estíiban, si la beata no llegara á comunicar el caso con uno de los religio-
sos, que le disuadió de eso, ponderándole mucho la gravedad del caso. Y se entiende que si
lo hicieran con tanto se quedaran, porque á lo menos en Santo Thome no hubiera quien les
♦ molestara, por ser muchos los que estaban del mismo parecer.
Otra mujer labradora, embravecida con tantos y tan ruines sucesos, se determinó un
día de tomar un zurrón en que tenia hasta ciento y cincuenta doblones, y entrar al Gober-
nador, á tiempo que le estaban visitando algunos Capitanes, un clérigo y uno de los religio-
EOS chapetones, con el padre Guardian, fray Domingo de Santa Águeda, y en presencia de
todos vació de golpe las doblas por el suelo, diciendo: tirano, si buscas oro en esta tierrra
miserable, donde nos has traído á morir, de las viñas, tierras y casas que vendí me dieron ese,
y lo que he gastado para venirte á conocer, ahí está, tómalo. De que so encolerizó tanto el
Gobernador, que si los que estaban presentes no acudieran á aplacarle, sucediera alguna des-
gracia allí luego, según el semblante que puso y la rigorosa determinación con que le vieron;
pero no habló más que decir : no le di yo orden á Domingo de Vera para que trajera más
que trescientos hombres, y siempre so entendió haber sido esto así. Lleváronle sus doblones
á la mujer, qus luego tomó la puerta, y no se habló más en el caso. Por el poco remedio
que tenia el Gobernador para el sustento de tanta gente, dio licencia general á todos los
que se quisiesen salir de allí, que aunque no expresa, á lo menos á ninguno se lo estorbaba,
con que se arrojaban al rio muchos por buscar mejor ventura, en mal aparejadas piraguas,
sin otros bogas y pilotos que ellos mismos, con que venían á encontrar con mayores miserias,
porque como entran en este rio más de doscientos brazos de esteros, ciénagas y otros rios,
no sabiendo tomar el rumbo derecho, salían á tierras no conocidas, y de indios caribes,
como les sucedió á los que iban en una piragua con el padre fray Juan de Pezuela, que di-
jimos, y al padre Manos Alvas, predicador, que fueron á dar con unas tierras donde pere-
cieron todos de hambre, por haberse entrado en un estero, y otros á manos de indios por lo
mismo.
El Capitán Velasco, Lorenzo del Hoyo y el mestizo (que, como dijimos, había envia-
do presos Domingo de Vera á Santo Thome) se huyeron de la cárcel, y lo propio hizo el
Capitán Santiago, de la que estaba por el Domingo de Vera en la Trinidad, y embarcándo-
se á pocos dias de como le tenia preso, en una piragua, en el mismo punto de España, con
muchos soldados de la gente noble que habían venido cou intentos de tomar la vuelta de
la Margarita^ se ahogaron todos al salir de las bocas del Drago. Los cinco navios que traje-
ron, habiéndolos enviado el Domingo de Vera á cargar á Santo Domingo para España de
vuelta, no escapó ninguno luego en saliendo la barra de San Lucar, con un mal tiempo de
travesía que les sobrevino, y el último que se perdió fué la Capitana, en Arenas gordas,
costas de España. Uno do los religiosos, llamado fray Pedro del Cubillo, yendo de la Trinidad
á la Margarita, le apretó tanto la enfermedad que sacó de llagas, que sacándolo de esta vida,
lo echaron á la mar. Do las mismas murió otro llamado el padre Espejo. El padre fray Pe-
dro de Esperanza, con fray Pablo y fray Juan de Zuazo el lego, tomaron la vuelta de Es-
paña con licencia de su Comisario, á donde llegaron en salvamento á Lisboa. El Comisario
fray Luis de Mieses con otros dos religiosos vinieron al puerto y ciudad de Caracas, y de
allí á esta provincia del Nuevo Reino. Domingo do Vera murió en la ciudad do San Joseph
372
FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
en la isla Trinidad, de mal de orina, con mayores dolores que paciencia ; y poco después
de él en Santo Thome el Gobernador Berrío, que fueron los fines que tuvo esta tan campa-
nuda jornada del Dorado, y los mismos, como hemos dicho, que tuvieron otras con el mismo
título, que todo fué al modo que tuvo la estatua de Nabucodonosor, comenzando en cabe-
zas de oro y acabando en miserables pies de barro y lamentables caídas ; y ojalá llegue el
escarmiento y desengaño de éstas á tiempo que no sucedan adelante otras mayores desgra-
cias á título del Dorado, y otras tales jornadas.
CAPÍTULO XYI.
I. Diferencias de condiciones de los que habitan en las partes más marítimas á los que la tierra aden-
tro.—II. Retíranse los Quiriquires de sus tierras, y en la boca de la laguna matan á algunos espa-
ñoles y roban mucha hacienda.—III. Retíranse con la presa á sus primeras tierras, y redúcenlos
los españoles de nuevo á servir.—IV. Alzanse los indios Quiriquires, roban y abrasan la ciudad
de Gibraltar.
FÁCIL le ha sido á la esperiencia (por ser cosa tan evidente y clara) sacar á luz que
todas las naciones (hablando por lo general, y de cada cual en su modo) que tocan en
las costas de los mares, y tienen parte de su vivienda en ellos (hora sea en islas ó tierra
firme) tener alguna mayor aspereza de condición que los que habitan solo en la tierra, que
parece imitan en esto á los animales que son de agua y tierra, en quien no se puede encu-
brir una mayor fiereza (caeteris paribus, como dice el Lógico) que en los que habitan solo
en la tierra ó en el agua, como se ve en los caimanes, manatíes,, lobos marinos, nutrias y
otros. Háse visto con mayor claridad esta verdad en las tierras de estas Occidentales Indias,
pues poca gente se ha hallado de los naturales en sus costas que no sea Caribe, desabrida,
áspera, escabrosa, aceda, dura, feroz, terca, fragosa, indigesta, cruda, cabezuda, avinagrada,
testaruda, villana, indómita, intratable, indomable y doblada, ó tenga la mayor parte de
esto. Al mar le llamó fiero el santo apóstol Judas, en su Canónica, por la fiereza y fragosi-
dad que siempre tiene; y ésta debe ser la razón por qué son de estas mismas cualidades los
hombres que tratan con él. Porque como los ánimos se hacen de la condición de los objetos
que miran, y cuales ellos son, así queda el espíritu del ánimo ; si son mansos y pacíficos
los objetos, así queda el espíritu, y por el contrario, si son inquietos, ásperos y duros, queda
de esa misma suerte. Verifícase esto en lo que cuenta Plutarco le sucedia al Magno Alejan-
dro con un músico de su palacio, que cuando quería incitar el ánimo de Alejandro en fero-
cidad y braveza, tañía en su instrumento batallas y refriegas con enemigos ; con que se
encendía aquel Rey, de manera que alterando el fervor valiente que él tenia, pedia sus
armas y caballo, y se ponia á punto de embestir con sus enemigos. Y si volvía la música
en suavidad y blandura, esa misma causaba en el ánimo de Alejandro, y quedaba pacífico,
alegre y benévolo á todo. No sucede menos con los que habitan en el mar, pues por ser él
tan inquieto, que no sabe tener un punto de sosiego, como tienen aquel objeto de ordina-
rio delante los ojos, y á sus oidos, se invisten del mismo espíritu inquieto y de las cuali-
dades que hemos dicho. Que aun de ahí pienso les viene á los peces ser tan ariscos y
bravos, que hasta hoy no se ha visto ninguno doméstico. Porque aunque se dice que cierto
cacique en la isla española, llamado Caramentex, crió en un lago un manatí tan doméstico,
que venia á comer á la mano y pasaba á cuestas el lago dos ó tres hombres de una vez,
esto debió ser porque es animal también de tierra, porque de sola agua no se ha hecho tal,
habiéudose domesticado los más bravos animales de tierra. De uno dice Teatro del mundo,
que enseñó á un ratón le estuviese alumbrando con una vela mientras cenaba, y yo vi que
en las ermitas del célebre convento de San Gines de la Jara, tres leguas al Este de Carta-
gena en Castilla, un padre de mi religión, llamado fray Alonso Novillo, domesticó dos
lagartos que se le venían á comer á la mano ; pero á los peces la inquietud de las aguas les
hace serlo tanto como decimos.
No tuvo menor verdad esto que en otras partes, en los moradores naturales de la
gran laguna de Maracaibo, que aunque dulce en sus aguas, endulza bien poco los ánimos de
sus moradores por la razón dicha, de la inquietud de sus oleajes. Habitan (como dejamos
tocado) este lago innumerables indios, qne corriendo igual fortuna con los demás que se
han descubierto, el consumo fué tal en pocos dias, que vinieron á minorarse á seis ú ocho
naciones, que llaman Zaparas, Aliles, Eneales, Quiriquires, Parautes, Topocoros, Moporos
(CAP. XVI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
373
y pocas más. A todos los cuales les era tan fácil dar la obediencia á los españoles, por no
tener inteutos de cumplir lo que prometían, como de alzarse ; y en especial se preciaban
de esto los Quiriquires y Aliles, que habiendo dado una mala paz á sus principios, fueron
encomendados aun Rodrigo de Arguello, vecino de la laguna de Maracaibo ó ciudad de la
Nueva Zamora, por caer los pueblos y tierras de éstos dentro de su jurisdicción. Son una
gente caribe, desabrida y de las condiciones que hemos dicho ; con que acudian á servir á
su encomendero, royendo, como dicen, el cabestro, y deseando sacudir el cuello de toda ser-
vidumbre (como de hecho lo pusieron en ejecución por los años de mil y quinientos y
ochenta), desampararon sus tierras yéndose la laguna arriba al Sur, hasta meterse en la boca
del rio de Cúcuta, que es á los principios de ella, y de quien los tiene. La cual se navega-
ba por aquellos tiempos y algunos antes, con canoas y piraguas, desde la ciudad de la Nue-
va Zamora hasta quince ó diez y seis leguas de la de Pamplona, libremente y sin estorbo á
sus principios ; pero después que estos Quiriquires se pusieron en aquel paraje, desde don-
de infestaban el paso y navegación, no se podia hacer sin escolta de soldados, y aun esto
alguna vez no bastó para librarse los que pasaban de sus manos fieras, pues navegando por
aquel paraje el año de mil y quinientos y noventa y nueve el Capitán Domingo de Lizona,
mercader, con razonable compañía de soldados en su defensa y de lo que llevaba, no pudo
ser la resistencia de todos la que bastaba para, defenderse de estos indios Quiriquires, que
les embistieron no de emboscada ni á traición, sino cara á cara en mitad del dia, y cercán-
doles sus dos canoas con las muchas que ellos llevaban, le quitaron mas de veinte mil pesos
de mercaduría de Castilla, mataron á los soldados y á él lo dejaron mal herido de sus flechas,
que son sus armas y no otras, que no pudo escapar con su vida dentro de pocos dias.
Alentados á mayores males con la victoria y despojo, se retiraron ya sin ningún
temor de los españoles á sus antiguas tierras, donde de los terciopelos y telas ricas del pilla-
je, hicieron camisetas y mantas, y de los pasamanos de oro y plata, sogas para colgar las
hamacas en que dormían. Tomaron á vueltas de lo demás una partida de puntas de alesnas
de zapatero, que acomodaron luego para puntas de sus flechas ; salieron algunos Capitanes
con razonables tropas á castigarlos, y todos volvieron desbaratados, unos de manos de los
indios, y otros por no serles posible detenerse en buscarlos en partes tan escondidas, como
á las veces se metían en tierras tan lluviosas y húmedas, que pudriéndose los vestidos y
matalotajes, les era forzoso retirarse de ellas ; con todo eso, las buenas diligencias llegaron
á poder reducir algunos ú una mala paz, con que servían á su encomendero Arguello.
Algunos años antes que cometieran este gran robo los indios (pues fué el de mil y
quinientos y noventa y uno, por el mes de Diciembre), el Capitán Gonzalo de Pina Ludefía
habia poblado una ciudad, con nombre de San Antonio de Gibraltar, á la lengua del agua
de esta laguna de Maracaibo, á la parte del Este, veiute y cuatro leguas de la ciudad de
Mérida al Norte, á donde se vino á vivir de los primeros pobladores, entre los demás, el Ro-
drigo de Arguello, encomendero de estos indios Quiriquires, y á donde le venian á servir
desde sus tierras los de menos mal corazón, que duró poco tiempo después de la victoria
que tuvieron con las canoas de Lizona, pnes luego el año siguiente de mil y seiscientos, ha-
biendo determinado otra vez echar de sí aun el poco yugo de servidumbre que tenían, se
juntaron con los Aliles y los de los Eneales, y determinaron venir á dar sobre eí pueblo de
Gibraltar, para concluir con cuentas de encomenderos, y poniéndolo en efecto, dia de la
Magdalena, veinte y dos de Julio, amanecieron sobre el pueblo, á la lengua del agua, más de
ciento y cuarenta canoas, en que vendrían más de quinientos indios, que viendo los vecinos
(habiéndolos cogido de repente, sin que se hubiese aun olido el alzamiento) no podian de-
fender su pueblo y personas, trataron los más, dejando aquél, poner en cobro éstas, acogién-
dose como pudieron entre el bullicio del asalto al arcabuco, que fueron los más bien libra-
dos, pues á algunos que quisieron hacer rostro al enemigo, perdieron hacienda y vidas,
pues pasaron á cuchillo á cuantos pudieron haber á las manos los indios, saquearon todo el
pueblo y le fueron pegando fuego á todas Jas casas.
Y queriendo que pasara por el mismo rigor la iglesia, entraron en ella, y estando
unos robando todos sus ornamentos, otros se ocupaban en flechar con las flechas de puntas
de alesnas un devotísimo crucifijo de bulto, que estaba encima del altar, fijado en un tron-
co de nogal, de las cuales cinco quedaron clavadas en el Santo Cristo, una en ur.a ceja, dos
en los brazos, otra en el costado, y en una pierna otra, y señalado de otras en muchas par-
tes del cuerpo. Lo cual hecho, y acabado de robar lo que hallaron en ella, le pegaron fue-
go, que por ser también de palmicha, como lo demás del pueblo, con facilidad se abrasó, y
374
FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
cayó ardiendo gran parte de la cubierta sobre el Cristo; pero de ninguna manera se quemó,
ni el cuerpo ni la cruz donde estaba, ni aun una pequeña imagen de la Concepción, de
papel, que estaba pegada en la misma cruz, bajo’de los pies del Cristo, con haberse quema-
do hasta hacerse carbón el tronco ó cepo donde estaba fija, de suerte que se halló casi en el
airo la cruz con el devotísimo Cristo: solo en una espinilla tenia una pequeña señal del
fuego, como ahumado, .sin penetrarle.
CAPÍTULO XVIL
I. Ahorcan á su encomendera, y llévanse cautivas tres hijas suyas.~II. Salen los españoles que esta-
ban en el arcabuco, habiéndose ya ido los indios, y entierran los cuerpos muertos. Cosas que su.
ceden acerca del Cristo.—III. Vuélvese á reedificar la ciudad de Gibraltar, y vuélvenla á robar
los indios. Hácese entrar á su castigo.—IV, Sacan los soldados á dos de las tres cautivas. Vuel-
ven á dar los indios tercera vez sobre el pueblo.
“\TO se aplacó, con dejar hecho pavesa el pueblo, la rabia de estos salvajes, pues pare-
1N ciéndoles no tenían aúu bien ejecutada la que traían con su encomendero Rodrigo de
Arguello (que á la sazón era en aquel pueblo Teniente de Gobernador) y con toda su casa,
que fué la principal causa, según ellos decían, para asaltar el pueblo, por verse acosados en
el servicio personal y pesquerías, con que les hacían acudir; pues habiendo habido á las
manos á su encomendera, llamada Juana de Ulloa, y tres hijas suyas, una casada, llamada
doña Leonor, y dos doncellas, una doña Paula, ya para casar, y otra más pequeña, determi-
naron llevándose vivas las tres hijas, dejar ahorcada la madre, como lo hicieron, colgándola
en la rama de un árbol, en la playa, con las riendas de un freno: y después de muerta lo
tiraron tantos flechazos en todo su cuerpo desnudo (porque la pusieron en carnes para ha-
berla de colgar) que la dejaron como á un erizo; de suerte que, como las flechas eran
tantas, y largas, cuando después cortaron los españoles las riendas con que estaba colgada,
para enterrarla, al caer se quedó en pié, por las muchas con que estaba apuntalada á la re-
donda. Hecho esto, y embarcado todo el pillaje, y alguna gente que llevaron viva de toda
broza, con las tres hijas de su encomendero, bogaron sus canoas y subieron la laguna arriba
hasta meterse en los retiros de unas ciénagas que se hacen dentro de unos grandes montes
á las boens del rio Zulia, donde vivían dentro del agua en barbacoas. Luego que se pusie-
ron en salvo con su presa, hicieron á las cautivas que quedaran de su traje, que era librea
encarnada á lo natural, para que todos anduvieran de un modo solo con un pañete delante;
y tres indios de los más principales se casaron á su usanza, luego cada uno con la suya: si
bien con la más pequeña, por no ser aun de edad, no se contrajo el casamiento hasta que la
tuvo, pero al fin todas tuvieron hijos de los tres indios que se las aplicaron.
Fueron notables las crueldades que usaron con estas tres mujeres, mientras estuvie-
ron en su poder, como lo contaban después que se vieron libres, en que no me quiero
detener ; solo diré lo que sucedió á una de ellas con una india ladina que tenia de su servi-
cio, de la misma nación y encomienda en su casa, cuando le sucedió el cautiverio : que
estando algunas veces moliendo el maíz la india, por no hacer aquello á gusto del ama,
la arrebataba de los cabellos, y le hacia dar con la cabeza en la piedra de moler, lo que
tuvo bien en la memoria para hacer lo mismo con la doña Paula (que era la que usaba de
esto), cuando se vio en su libertad la india y la pobre señora cautiva. Luego que volvieron
los indios las espaldas y se aseguraron los españoles que estaban á la mira de lo que pasaba
en el arcabuco (que no habia quedado emboscada, de (pie también quedaron temerosos), llega-
ron al sitio del pueblo, y sin poder hallar que reparar otra cosa, enterraron ala Juana de Ulloa
y los demás cuerpos muertos que hallaron, y arrodillados al Santo Crucifijo, con admiración
cristiana que hubiese quedado ileso (entre tan grandes llamas), nu clérigo, llamado el Padre
Ventura de la Peña, con la devoción que el Señor le comunicó, estando casi ciego de una
enfermedad y continuo dolor de cabeza, le .adoró de más carca’, poniendo los ojos en
aquellos pies santísimos y en el clavo de ellos, y sucedió que instantáneamente quedó sin
dolor en la cabeza y sin turbación ninguna en la vista. Llevaron al Santo Crucifijo con
la mayor devoción que pudieron, en procesión, un cuarto de legua de allí á unas estancias,
donde lo pusieron con la decencia que se pudo, para que estuviera mientras volvía á
reedificarse el pueblo, para volverle á colocar en su iglesia. Pero entro tanto los vecinos de
la ciudad de La Laguna, codiciosos do la Santísima Reliquia, aguardando ocasión en que
(CAP. XVII).
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
375
no se les pudiera hacer resistencia de consideración, vinieron por el Santo Cristo, y se lo
llevaron á su ciudad, en donde le tienen con grandísima veneración, con grande adorno,
cuidado y devoción, que la acrecientan los navegantes quo entran en La Laguna, á quien
encomiendan sus viajes, y ofrecen grandes limosnas, seguros y confiados en su amparo, de
que tienen grandes y conocidas experiencias. Dejaron sola la Cruz, cuando se lo llevaron,
que está en el convento de San Agustín de la ciudad de Herida.
No pasaron pocos días (pues fueron todos los que se ocuparon en enviar las nuevas
del suceso, desde la ciudad de Herida á la de Santafé, que son más de cien leguas de
camino, y en remitir la respuesta y orden que se dobia de dar en lo sucedido) primero que
se volviese á reedificar la ciudad de Gibraltar. Pero llegado este orden de la Real Audiencia
de Santafé, se despachó luego de la de Herida el Capitán Diego Prieto Dávila, vecino y
Encomendero de ella, con cincuenta soldados, también vecinos de la misma ciudad, para
volver á reedificar la del incendio, como lo hizo, en el mismo sitio, donde asistió todo el
tiempo que fué necesario para dar asiento á las cosas y casas. Llevó consigo un religioso
de nuestra orden y de la Santa Provincia del Nuevo Reino, llamado fray Andrés Gallegos,
que acertó á hallarse á la sazón en la ciudad de Herida, á quien le señaló sitio entre los
demás solares para un convento de nuestra Religión, aunque hasta hoy solo ha quedado en
eso. Crecía tanto el orgullo de estos indios Quiriquires con las victorias que iban alcanzan-
do en lo que emprendían, y con el poco castigo que tenían, saliéndose con cuantas maldades
intentaban, que se determinaron de nuevo á volver segunda vez sobre la ciudad, á pocos
años que supieron estaba reedificada, y robándola otra vez, mataron alguna gente, y cauti-
varon una mujer española y algunas mulatas, y se volvieron al mismo retiro donde estaban
con la presa. Era en este tiempo Lugarteniente del Gobernador Sancho de Alquiza, en la
ciudad de la Nueva Zamora, el Capitán Juan Pacheco Haldonado, vecino y Alférez Real
de la de Nuestra Señora de la Paz de Trujillo, que viendo los inconvenientes y grandes
daños que iban creciendo cada día, y que habian de ser por horas mayores, sí no se entraba
á castigar á aquellos indios, despachó al Capitán Velasco*, vecino del mismo pueblo de La
Laguna, con una buena tropa de soldados, también del pueblo, entre los cuales iba un hijo
del Rodrigo de Arguello y hermano de las tres cautivas, que no fué poca parte el deseo
do darles Ja libertad, para que se emprendiera la jornada, la cual iban haciendo con buenas
guias, y ya en demanda, y bien cerca del pueblo del retiro de los Quiriquires, entrado el año
de mil y seiscientos y seis, cuando en cierto paraje acertó á ir delante de los soldados que iban
marchando, la cautiva casada, juntamente con el indio que la tenia por mujer, que iban de
una labranza á sus ranchos. Llevaba la pobre señora cargado un cataure de comida, y una
hija que habia parido del indio, ya de cuatro años.
Los soldados, no entendiendo estaban tan cerca de los ranchos de los indios, ni
viendo la presa que iba delante, por estorbárselo la espesura del monte, se disparó una es-
copeta, casi sin ocasión, la cual oyendo la mujer y el indio, y conociendo en aquello ser es-
pañoles, el indio amenazaba á la mujer que alargase el paso para llegar con más brevedad á
la ranchería que estaba cerca, pero la buena señora, como también entendió se le acercaba
su remedio y libertad, no solo no quería andar, pero con un ánimo de española, soltando á
su hija y el cataure, embistió con el indio y le echó mano del arco y flechas, con intentos
de detenerle, y comenzó á dar voces en español, cuan altas pudo, diciendo que se allegaran,
porque abreviaran el paso los soldados, si acaso la oían. Turbado el indio, no tanto de lo
que hacia la mujer, cerno de ver le iban ya en los alcances los españoles, dejándole el arco
y flechas en las manos, escapó corriendo á dar aviso al pueblo de lo que pasaba, con que se
pusieron todos en cobro. Sentóse la española con su hija á aguardar los soldados, que á
pocos pasos llegaron donde estaba inopinadamente, que fué para todos de gran gusto, aun-
que para ella fué bien aguado, pues decia habia sido igual la vergüenza que padeció en
verse desnuda delante de todos, al contento de verse libre. Cubriéronla luego con algunas
mantas de algodón que llevaban, y pasando hasta el pueblo, de donde no hallando ninguna
gente, volvieron á tomar la vuelta de su jornada, contentos con la presa que habian hecho,
y confiados en Dios, que otro día la harían de las demás cautivas, como sucedió, pues de
allí á pocos, el año de seiscientos y ocho, habiendo tenido rastro donde estaban los indios
con la^ otras, haciendo otra entrada por orden del mismo Teniente Juan Pacheco, sacaron
á doña Paula con otros dos hijos, de los cuales conocí uno, que el año de seiscientos y doce
lo tenían los Religiosos de nuestro convento de la ciudad de Trujillo, enseñándole á leer é
industriándole en las cosas de la fe católica. A la casada recibió su marido, y crió la hija
376
FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
como hombre cristiano, discreto y bien advertido, que tales sucesos no están en manos de
las gentes, y que la fuerza no quita la virtud, antes la aumenta; tercera vez se atrevieron
los indios á dar sobre el mismo pueblo, y se llevaron un negro, un mulato y otra mulata
con una hija, pero estas dos postreras que asaltaron y robaron el pueblo, aunque lo abrasa-
ron todo, no se atrevieron á tocar en la iglesia, por lo que diremos.
CAPÍTULO XVIII.
I. Sirven de mala paz los indios Zaparas en el pueblo de la laguna: descríbese su barra.—II. Rinden
los Zaparas una fragata, y quedan del todo rebelados.—III. Modo de guerra de los de Maracaibo
contra estos indios.—IV. Intentan los Zaparas hacer guerra á sus convecinos. Pretende el Go-
bernador Sancho de Alquiza atajar estos inconvenientes, para que da comisión á ‘Juan Pacheco
Maldonado.
ENTRETANTO que pasaba esto con los indios Quiriquires en Gibraltar, no corrían me-
jores fortunas los del pueblo de la Nueva Zamora con los indios Zaparas, que vivían á
la boca de la barra en número hasta treiuta y cinco, que habian quedado de los muchos
que eran á sus principios, cuando (como dejamos dicho en los de este libro) flecharon el
navio en que entró derrotado por esta barra el Obispo de Santa Marta, don Fray Martin
de Calatayud. Sustentaban éstos ahora en estos tiempos el pueblo de la Nueva Zamora, do
pescado con abundancia, por la mucha que hay de ello en toda la laguna, en especial por
aquel paraje, y en algunos tiempos del año, en que suelen pasar tan grandes cardumes de
lizas, que para tomar todos cuantas querían, se juntaban con sus canoas todos en el estero,
por donde iban pasando y dando con palos en el agua, y á las veces en ellas, se alborotaban
y saltaban, de suerte que entraban en las canoas, hasta que las llenaban ó tenían la cantidad
que querian. Servían también de enseñar la barra á las fragatas que entraban á cargar los
frutos de la tierra de la ciudad de Cartagena, que eran cada embarcación, de las dos que
se hacen cada año, diez, una ó dos, más ó menos, porque la barra no sonda más que de diez
hasta doce palmos de agua, y éstos se mudan muy de ordinario, por los bancos de arena que
hacen las avenidas y crecientes de la laguna y movimientos de sus aguas. Tiene dos bocas
la barra (que corren, como dejamos dicho, Norte Sur) las cuales divide una isla, ambas con
la misma dificultad de bancos de arena, aunque la de la banda del Leste la tiene menor, por
ser algo más sondable que la del Oeste. No les pareció á estos belicosos indios sufrir aun
estas pequeñas ocupaciones, que más eran ejercicios suyos, pues no tenian otros, aun antes
que entraran los españoles, y así poco á poco se iban rebelando, acudiendo desganados á
ellos, hasta el año de mil y quinientos y noventa y ocho, que viniendo una fragata de Car-
tagena, dio fondo cerca de la barra sobre tarde, para ver mejor otro dia por dónde habia de
entrar. Apenas se hubo anclado, cuando se le allegaron dos ó tres canoas de estos Zaparas,
cada una con dos indios ó tres á lo más, porque ellos no tienen embarcación de más porte,
y dando muestras de la grande amistad que hasta allí (ó por ventura más para paliar mejor
sus intentos), dieron pescado á los navegantes, como solían, por algunos rescates de cuchi-
llos, espejos, cascabeles y otras cosas de Castilla, de poca consideración, todo esto para más
asegurarlos.
Vueltos á sus casas, ya á boca de noche determinaron, con lo oscuro de ella, quemar
la fragata, y poniéndolo por obra, vinieron en una canoa muy al secreto, y arrimándosele
sin que los sintiera la gente, por estar dormida, pegaron fuego en la cubierta de la popa,
que era de palmicha. Los primeros que acaso lo vieron dieron voces, despertando á los
demás, cuando ya estaba tan encendido, que la diligencia de apagarle fué en vano, y no la
que pusieron los indios en tener en un punto rodeada la fragata con sus canoas, y comen-
zar á flechar luego la gente, que se podia mal librar de las flechas, con la confusión en que
estaban del fuego, y el poco reparo de bordo que tenia la fragata, con que no se escapó de
las manos de la muerte ninguna de setenta y dos personas que ib3n en ella, sin peligrar
ninguno de los indios, ni salir aun con un pequeño rasguño, con que se enseñorearon do
ella y de cuanto traía de ropa, vino, aceite, mucha moneda y barras de oro, aunque después
pareció mucho de ello. Habiéndose con esto quitado la máscara que traían hasta allí en su
rebelión, comenzaron, muy á lo descubierto, á mostrarse enemigos de los nuestros y quedar
tan señores de la barra, que los años que duraron allí adelante, que fueron ocho ó nueve,
hasta que se les dio fin, como sabían ya el tiempo de las embarcaciones en que habian de’
(CAP XVIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIEBRAFIRME.
377
entrar las fragatas, algunos días antes, más ó menos, se ponían á aguardarlas en la barra, á
la mira de la que tocaba, sobre quien daban luego como gallinazos sobre cuerpo muerto, y
la rendían no con mucha dificultad, porque con la alteración y alboroto que tenia la gente en
ver los indios al ojo y encallados en un reventadero de mar, nadie acertaba á marear las
velas, todo era zagarrera y confusión, porque aunque algunas veces salían al fondo, por
ser los bancos de la arena muerta y chata la quilla de la fragata, y sucedía que con el movi-
miento de las aguas y fuerza de las velas rompía el banco de arena y llegaba donde podía
nadar. Otras sucedía al contrario, que como no había concierto en marear, la hociaban
más dentro de la arena, y aun sucedía dar la brisa con ellas á la costa, sin poder el gober-
nalle reparar este daño, con que sobrevenía luego el de los indios, pues en conociendo
que habia topado, estando solos ciento ó ciento y cincuenta pasos de ella, con arcos y flechas
en sus canoas, saltaban de ellas al agua (que las recogían los muchachos y mujeres, que
venían con otras detrás) y nadando en seis brazas que tiene de fondo todo el placel de
cerca la barra, disparaban flechas, como si estuvieran en tierra firme, con tanta violencia y
fuerza, que por encima el tope pasaban algunas doscientos pasos á la otra banda y así
nadando y flechando se iban llegando á la fragata, que como es rasa, como hemos dicho,
defendía poco á muchos, y en viendo que ya habían quedado pocos sin morir ó caer rendi-
dos, gateaban por ella y todo cuanto tenían dentro, con lo cual mataron más de cien hom-
bres en veces, fuera de los de la primera fragata.
Al salir de la barra no habia estos peligros, porque la sondaban primero que salie-
sen, y poniendo por la más segura sus marcas á trechos, que señalasen lo sondable, pasaban
sin tocar y sin peligro por salir todas juntas, y con ellas dos barcas con treinta ó cuarenta
soldados arcabuceros del pueblo. A quien duró esta guerra ocho ó nueve años, en que se
gastó mucha hacienda é innumerables trabajos, todo sin provecho ni minorar un indio de
los treinta y cinco, porque como los soldados salían en su demanda en canoas grandes,
cargadas de sus comidas (y no con las bogas necesarias), para poder correr con ligereza,
si encontraban con alguna de los indios, en lo ancho de las aguas, no era posible darle
alcance, y si en parte donde no les era posible á los indios huir, y que por fuerza hubiesen
de pelear, como muchas veces sucedía, arrojábanse al agua, sin poder ver á ninguno,
sino era cuándo ya salida de abajo, con la flecha en el tendal, y disparándola con poca
menos fuerza y violencia que la bala de sus escopetas, se volvía á zabullir, y parecía otra
vez de allí á veinte pasos, armado otra vez el arco, habiendo hecho esto debajo del
agua, y puesto la flecha tan en su punto para dispararla, como si estuviera en tierra firme.
Las balas de las escopetas no les podían hacer daño, porque en dando en el agua
saltaban arriba, resistiéndoles el agua por el calor con que iban; la puntería tampoco era de
efecto, por la variación de salir ahora en una parte y después en la otra, que también era
causa para no ser de provecho la industria que tuvo un buen Capitán de disparar el arca-
buz en lugar de bala con una baqueta y un casquillo de hierro, con una saeta en la punta,
para que penetrando las aguas, buscasen debajo de ellas al enemigo, porque el no poder
atinar tampoco con la puntería á parte cierta, hacia siempre incierto el tiro, con que andaban
los soldados aperreados de noche y de dia, y los indios con crecidas avilanteces y brios,
pues los tuvieron para’poner en ejecución otra maldad, sobre las muchas que hacían el año
de mil y seiscientos y seis, intentando hacer guerra á los naturales de los otros pueblos sus
convecinos,que estaban de paz, también dentro de la Laguna, Moporo, Tomoporo y Paraute,
porque decían eran ellos los bogas que venían con los cristianos á inquietarlos, y no tenién-
dolas, no podrían hacerles mal alguno. Pusieron esto en efecto, y los de los tres pueblos en
alzarse huyéndoles, que aunque no fué por modo de guerra contra los españoles, pero al fin
rebelados, se seguían mayores inconvenientes que hasta allí, los cuales pretendiendo atajar
el Gobernador Sancho de Alquiza, que á la sazón lo era de todo aquel partido de Venezue-
la, el año siguiente de mil y seiscientos y siete, á dos de Enero, despachó recados desde la
ciudad de Santiago de León de Caracas, al mismo Capitán Juan Pacheco Maldonado, su
Teniente, que aun lo era en aquel pueblo de La Laguna, para que haciendo leva de gente
en todos los de aquella Gobernación, y si fuere menester en los del Corregimiento de la
ciudad de Mérida, ó en otros del Nuevo Reino, tomase más de propósito que hasta allí el
castigo y pacificación de aquellos indios Zaparas, probando mejor ventura que la habían
tenido los de Maracaibo.
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FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
CAPÍTULO XIX.
I. Sale el Capitán Pacheco de la ciudad de Trujillo con gente y llega á la de la Laguna en dos barcos,
desde donde sigue su viaje.—II. Encuéntrase el Capitán Pacheco con Nigale, indio principal de
los Zaparas, y pretenden engañarse el uno al otro,—III. Júntanse los indios Zaparas y su princi-
pal Nigale con el Capitán Pacheco y sus soldados.—IV. Matan y prenden los nuestros con buen
ardid á todos los indios Zaparas.
HABIENDO sacado el Capitán Pacheco de su ciudad, Trujillo, cincuenta soldados,
todos sus parientes y amigos, el mismo año de mil y seiscientos y siete, y llegado con
ellos al puerto de Moporo, diez y ocho leguas de ella por tierra, y otras tantas de la de Ma-
racaibo por agua, se embarcó en dos barcos capaces para todos, y dándose á la vela endere-
zó su viaje á la barra principal y más cierta asistencia de los Zaparas ; y tocando de cami-
no en la ciudad de la Nueva Zamora (cuyos cimientos beben las aguas de la misma laguna)
sin detenerse en ella, porque no se diese lugar á que tuviesen aviso los Zaparas de su viaje
por indios ladidos de los que servían en ella, como suele suceder. Los soldados ordinarios
de aquella guerra y ciudad, aunque los recibieron como amigos, en lo poco que estuvieron
en su puerto, les comenzaron á dar la vaya con risa y burla de los intentos y determina-
ción que llevaban los trujillanos, diciéndoles por contrario sentido, que tan buena y lucida
gente no podia dejar de acabar la guerra, pero que seiia la de los bizcochos, alfajor, conser-
vas y rosquillas (de que no faltaba entre el demás matalotaje que llevaban) y que á los dos
dias los aguardaban allí de vuelta, victoriosos de todo esto. No parece iban estas burlas fuera
de camino, por la experiencia que tenían de nueve años de aquella guerra ; y siendo de los
mejores soldados que pisan aquellas costas, y los indios enemigos de los más valientes, y
sobre todo habiendo ellos hecho hasta allí las salidas en canoas, en que podían entrar donde
querían por la boga, y éstos ir con barcos á la vela, sujetos al viento, que aun para tomar
puerto llano les habia de ser dificultoso ; pero no haciéndosele tanto al Capitán Pacheco
como ellos lo pintaban, confiando más en las fuerzas divinas que en las suyas, tomando por
entretenimiento lo que le decían, alzó velas y tomó la vuelta de la barra, y como á dos le-
guas de ella le salió al encuentro una canoa, con dos indios que llegándose cerca de los bar-
cos, sin temor de los que iban en ellos, pretendieron reconocerlos y ver qué gente era la
que tan fuera de tiempo iba por aquella derrota, porque como diestros én guerras de espa-
ñoles, tenían su seguro ; pues si fuese gente chapetona y no soldados hechos, no les harían
ningún daño sin hablarles primero, y cuando fuesen vaquéanos y cursados en aquellas
guerras, tampoco les ofenderian, pues les dirían que iban á darse de paz y servir á sus amos,
con condición que los tratasen bien. Palabras ordinarias suyas con que engañan cada dia á
todos, y los Capitanes bien ó mal las creen así, ó pasan por ellas, porque matando ó pren-
diendo á un indio ni dos, que vienen de esta manera, no se hace la guerra ; antes de ordi-
nario se suelen acariciar y regalar,intentando si por este medio se pudiesen traer los demás.
Llegados pues los de la canoilla á que los pudieran oir los de los barcos, preguntó
uno con voz bien atrevida que quiénes eran y á dónde iban, á quien el Capitán respondió:
que quién era el que lo preguntaba, y el indio : yo soy Nigale. Este era el principal de
aquellos indios Zaparas, no sé si por ser Cacique,ó á quien obedecían, como á más valiente,
como suelen algunas de estas naciones. El Capitán le dijo: llégate acá, que me alegro mu-
cho de encontrarte, porque yo soy Juan Pacheco, y sabes que tengo obligación de quererte
bien ; esto dijo porque el Nigale habia sido paje de su padre el Capitán Alonso Pacheco,
en aquel pueblo, cuando lo fundó, como dejamos dicho. El Nigale respondió en lengua cas-
tellana, en que era bien ladino ; pues si me quieres bien, por qué me vienes á hacer guerra
á mí y á mi gente con esos soldados ? respondióle el Capitán : yo no pretendo hacerte gue-
rra ni mal alguno, pues solo los traigo por el miedo que tengo á tí y á tu gente, que no
habéis de dejar cargar estos barcos de sal, que es á lo que vengo; pues ya podrás echar de
ver la falta que tenemos de ella en Trujillo, después que tú y tu gente os alzastes, y si tú
con ella me los quisieres cargar, te lo pagaré muy bien, y sin pasar adelante tomaré la
vuelta del puerto. Esto decia el Capitán Pacheco, porque la salina que abastece toda aque-
lla tierra, estaba en la de estos indios. No habia acabado esta razón el Capitán, cuando ya
tenia el Nigale fabricada la traición y modo que habia de tener para matarlos á todos, en
que tampoco se descuidó Pacheco, pues á lo mismo fué tirando en esto que le dijo. Aceptó
(CAP. XIX.)
NOTICIAS HISTORIALES O CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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luego el indio (para asegurar más lo que de presto fabricó) diciendo lo baria con gana, por-
que le quería bien, por ser hijo de su amo, y á todos los de Trujillo, porque nunca les
habían hecho mal. Concertáronse, y que al otro dia viniese el indio á la salina, que está
como una legua de la barra, y trajese su gente, porque él iba con la suya y los barcos á
hacer noche en ella. Aceptó esto Nigale, con condición que no habia de sacar armas el Ca-
pitán ni sus soldados; el Pacheco le dijo fuese así; pero que tampoco él ni su gente las
habían de traer.
Despidióse con esto el indio muy contento, sin querer recibir nada de lo que le que-
ría dar luego el Capitán, haciendo cuenta que allí se lo tenia seguro, y lo demás que traían
en los barcos, para el dia siguiente, que llevaba por sin duda el haberlos á las manos. Lo
que le quedó del dia, y toda aquella noche gastó Nigale en avisar á su gente y asegurarlos
de la presa cierta que tendrían presto guardando la traza que les daba en el embestirles, con
que todos, codiciosos de lo mismo, al quebrar del alba, ya estaban juntos con todas sus mu-
jeres y chusma, dentro de un estero escondido á la banda del Leste en tierra firme, como dos
tiros de mosquete de la isla. De aquí salieron los indios en sus canoas, que eran hasta veinte
y cinco, y en otras quedaban sus mujeres con las armas y orden, que en viendo la seña
que se les debía de hacer, viniesen todas (que sabían bogar y nadar tan bien como ellos),
con achaque de que les traían de almorzar. Llegaron á la isla todos muy alegres, con sus
levantados penachos de varias plumas, el Nigale el primero, donde halló al Capitán Pacheco
desembarcado con su gente, á quien habia dicho que de secreto llevase cada uno un cuchillo
gifero, metido, sin que se viese, entre la manga y el brazo, para lo que se ofreciese, porque
aun no tenia dada traza del modo que habían de tener para acabar con los indios, por no
saber la ocasión que se podia ofrecer, aunque todos habían de estar alerta para no dejar
perder alguna. Alborotáronse los dos Capitanes, y con palabras de amistad se la dieron y
las manos, que de allí adelante habían de ser grandes amigos, y para señal de esto mandó
sacar el Capitán Pacheco una petaca de bizcocho con que almorzasen todos, y viniendo
liada con üuos látigos de cuero yertos y secos, cuando la fueron á abrir no podían, y dicien-
do el Capitán que cortasen el cuero, respondió el soldado que andaba por abrirla muy eno-
jado, cuerpo de Dios, hémoslo de cortar con los dientes, si vuesa merced manda que ni aun
un cuchillo saquemos ? No se alegró Nigale poco de esto, pareciéndole tenia más segura su
presa, al fin con un hueso de un pescado que se toparon allí, que era á modo de sierra, corta-
ron el cuero y sacaron el bizcocho, de que tomaron á su gusto todos los indios, fuera de Ni-
gale y otro más valiente, que losdemás, que parece que por más graves se retiraron un poco;
á los cuales dijo el Pacheco, tememos nosotros también un bocado para beber una vez de
vino, que luego sacarán para que se haga muy bien de almorzar.
Llegó en esto el Capitán á la petaca para tomar bizcocho, y los dos indios con él,
pero al tiempo que se bajaron los asió fuertemente á ambos de los cabellos con ambas
manos, y diciendo Santiago, cada dos soldados que estaban arrimados á un indio entrete-
niéndole y chocarreándose con ellos, se abrazaron al que les cupo animosamente, y sacando
sus cuchillos con la brevedad que pedia el caso, les abrían las barrigas por estar todos des-
nudos, y en un punto los tenían destripados casi á todos; si bien hubo indio que con las
tripas por el suelo, con la furia y ansias de la muerte, metió á sus dos soldados forcejeando
en el agua, y si otros no los socorrieran, que estaban ya desocupados por tener muertos ó
amarrados á los que les cupieron por suerte, los ahogara en ella. El Capitán Pacheco estaba
forcejeando con sus dos valientísimos indios, donde hizo buena prueba de serlo también él,
y de su valiente ánimo tanto como lo es su cuerpo, que es de la mayor estatura y bien pro-
porcionada que tiene aquella tierra, y de poco más de treinta años que tenia á la sazón; al
fin acudiéndole con socorro y algunas heridas que dieron á los dos indios otros soldados, sin
habérsele podido entre tanto escapar de sus manos los dos, los amarraron como hicieron al-
gunos soldados á otros, que por todos quedaron presos once, algunos muy mal heridos y
otros no tanto, y los catorce muertos sin que soldado ninguno peligrase.
380
FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
CAPÍTULO XX.
I. Estánse aquel dia los españoles en la isla celebrando la victoria, después de haber cogido las muje-
res y chusma de los Zaparas.—II. Llegan con los barcos y presos al pueblo de la Laguna, donde
se recibió notable gusto del buen suceso.—III. Ahorcan á los Zaparas, y con la chusma y sus sol-
dados toma el Capitán Pacheco la vuelta de su ciudad Trujillo.—IV. Dícese la importancia que
tuvo aquella victoria, aunque fué de pocos indios.
PUESTOS con seguro los presos en los barcos con las canoas de los indios, pasaron algu-
nos soldados á la tierra firme, y tomando la vuelta en ellas mismas del estero de donde
habían visto salir á los indios, se les acrecentó su buena suerte, en que cogieron todas las
mujeres y chusma que estaban ya á pique para salir de la Laguna con las armas para Sus ma-
ridos, que ya se les hacia tarde el no ver la seña de que les habían dejado aviso. Volvieron
con todas ellas á los barcos é islas, donde estuvieron aquel dia celebrando la buena suerte
que habían tenido, no solo para ellos sino para toda aquella gobernación y la de Cartagena,
pues á todos tocaban tau en lleno los daños que hacían estos indios en aquella barra. Conta-
ba cada cual de los soldados el modo que había tenido de herir a su indio, en librarse de él,
las valientes fuerzas con que se procuraba defender, y al fin, todos se daban el parabién del
suceso, que más fué de ventura (que es de la que más necesidad tiene el Capitán y el Mé-
dico, ó por mejor decir el enfermo, que la tenga el Médico) que de ardid de guerra ; así
en lo que hizo el Pacheco en dejar los barcos sin gente, como en lo que dejó de hacer el
indio. El cual cuando vio de lejos los barcos vacíos y algo apartados de los españoles que
estaban en la isla, pudiera mudar el crden que dejaba dado á las mujeres, y haciendo que
volviesen unos por las armas, apoderarse otros de los barcos, que no tuviera dificultad ni los
españoles remedio de quitárselos, y con menos trabajos que otras veces los mataran á todos,
por estar siu ningunas armas, pues estaban en los barcos y ellos en la isla. Al fin el favor
del cielo les socorrió en todo atajando los pasos á las maldades de aquellos bárbaros.
Diéronse á la vela luego por la mañana otro día, y viento á popa tomaron la vuelta
de la ciudad, que no se alteró poco, luego que de ella los descubrieron, teniendo por cierto
volvían desbaratados, y como muchos eran parientes de los de la ciudad y todos amigos,
acrecentábanse los sentimientos, hasta venir á ser llantos y lágrimas en muchos, diciendo
claro estaba que habia de ser ese el suceso, pues chapetones y sin experiencia de guerra, se
fueron á meter entre gente tan belicosa, y en barcos, que era donde más cierto estaba el
riesgo. En esto estaba toda la ciudad, y ya á la lengua del agua, cuando llegaron los barcos
á la callada sin disparar arcabuz, que era la seña que se solía hacer cuando entraban con
algún buen suceso. Todos se hacían ojos desde la playa, mirando á lo lejos el bulto de la
gente que parecia y echando tanteo de los que podrían ser muertos, y como ya que se fue-
ron llegando vieron á todos los soldados y á Nigale con los demás presos, quedaron admira-
dos y como fuera de sí, por ver delante los ojos un imposible. Pero como á Dios no lo es
nada, levantando á él sus pensamientos y atribuyéndole la victoria, trocaron la pena en
gusto, por haber sucedido tan dichosamente sin riesgo de sus amigos, y quedarlo ellos de
tan prolija, penosa, costosa y peligrosa guerra, que habia llegado á ponerlos en tales temo-
res, que habían cercado de dos tapias de tierra todo el pueblo para vivir con algún res-
guardo, á lo menos de noche, en que amenazaban más los peligros.
No dejaron los trujillanos de acordarse y refrescar la vaya que les habían dado á la
partida de la victoria, que cada uno habia de alcanzar de los rosquetes y conserva, dicien-
do que la que veian á los ojos habían alcanzado de los indios, respondían lo que habían
dejado de responder á la ida. Metieron los presos con seguras guardas y prisiones luego en
la cárcel, donde estuvieron hasta otro dia tan triste y melancólico el Capitán Nigale, por
ventura por no haberse sabido portar en la ocasión, que por muchas que le dieron para ha-
blar desde que lo prendieron, no le pudieron sacar una palabra ; y aquella noche, estando
preso, se arrancó pelo a pelo unas barbitas y bigotes que tenia, y*«se los fué comiendo uno
á uno. Luego otro dia los ahorcaron á todos, y con la chusma, dejando poca ó ninguna en
el pueblo de la Laguna, tomaron el Capitán Juan Pacheco y sus soldados en sus dos barcos
la vuelta del puerto de Moporo y desde allí la de Trujillo, donde fué recibido con grande
aplauso, como lo pedia el buen suceso, que lo fué como hemos dicho, y de gran considera-
ción para toda aquella gobernación y muchas ciudades de este Nuevo Eeino de Granada.
Y nadie podrá decir (sin nota de atrevimiento) haber sido esta guerra de poca con-
(CAP XXI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
381
sideración, por haber sido de solos treinta y cinco indios, que parece número para quien
suelen bastar á las veces tres ó cuatro españoles; pues no fué sino de muy grande, si se ad-
vierte que cincuenta y á veces sesenta soldados de los de Maracaibo, que, como hemos di-
cho, son de los mejores bríos de aquellas costas y diestrísimos en las aguas, habia nueve
años a la continua que les andaban en los alcances, desvelados, afligidos y con grandes
gastos noches y dias, y haber acabado una dificultad tan grande en tan poco tiempo, sin
costar una gota de sangre de españoles. Poco sabe de conquistas quien no hiciere la esti-
mación que merece, como la hizo el Rey y su Real Consejo de Indias, del hecho y la per-
sona del Capitán Pacheco, premiándola en el gobierno de los Muzos y Colimas, de donde
salió con la misma satisfacción y aplauso qne de este hecho.
CAPÍTULO XXI.
I. No cesan de infestar la laguna los Quiriquires; hácese una entrada á ellos, con quienes se peleó
bien con algunas muertes—II. Hacen guerra los Quiriquires á los Moporos de las Barbacoas, y
quedan desbaratados—III. Vienen los indios Giraharas sobre la ciudad de Pedraza, róbanla y
quémanla—IV. Alzan el cerco los indios. Retíranse los que quedaron vivos. Viene de socorro de
Mérida el Capitán Diego de Luna y se reedifica la ciudad.
O traían con menores desvelos que los Zaparas, los indios Quiriquires al mismo pue-
blo de la Laguna y al de Gibraltar y ciudad de Mérida, por no ser menores los daños
que estas tres ciudades en especial, y otras muchas del Reino, recibían con lo que hemos
dicho, y con tener todavía cerrada la boga y paso de la Laguna hasta el rio de Zulia, á que
acrecentaban cada hora otros infinitos robos, daños y muertes, con que traían con perpe-
tuos temores á las tres ciudades, y en especial á la de Gibratar : pues sin asegurarse un
punto sus vecinos, huyendo el peligro que noche y dia les amenazaba, andaban retirados
en sus estancias, con que no se frecuentaba aquel puerto, que era causa de no pequeñas
pérdidas á la tierra y quintos Reales. No se les podía dar pique á los indios, por el cuida-
do con que andaban, y secretísimas ladroneras que tenían en los esteros de la Laguna, á
donde (aunque las hallaban á las veces algunas tropas de soldados que salían en su deman-
da) no les era posible entrar, por ser de bajíos, de tan poca agua sus bocas, que solo era
bastante para sus pequeñas canoillas, que no son de más porte, como hemos dicho, que de
hasta tres ó cuatro personas, en que los nuestros no saben ni se atreven á navegar, en es-
pecial habiendo de llevar sus matalotajes y armas, que es para lo que nunca tienen nece-
sidad de canoas los indios. Con estos peligros y cuidados se volvió, sin hacer entrada de
consideración por lo dicho algunos años, desde que robaron tercera vez la ciudad, hasta
que se determinó una de sesenta soldados, que se juntaron de las de Mérida, Maracaibo y
Trujillo, y yendo por Capitán Juan Pérez Cerrada, vecino y encomendero de la de Mérida
y soldado valiente, criado toda su vida en las guerras de aquella Laguna, que con algunas
guias entrando por caños secretos dieron en las poblaciones de los Quiriquires, y cogién-
dolos en ocasión que no pudieron saltar en tierra unos ni otros, ni huir el venir á las ma-
nos, pelearon desde las canoas valientísimamente todos, en que mataron algunos de los Qui-
riquires, y ellos á un soldado y á otros indios amigos que llevaban de boga los nuestros, y
quedando también heridos otros de ambas partes : á los de la nuestra les fué forzoso reti-
rarse, para reformarse de gente y matalotajes, que por haber dias que habían salido, lo
uno, y lo otro se habían minorado, de suerte que sin socorro no podían detenerse
más tiempo.
En el que pasó hasta hacer otra vez la entrada que diremos, no les sufrió el cora-
zón fragoso é inquieto á los Quiriquires no intentar probar sus brazos con los indios Mo-
poros y Tomoporos, que, como dejamos dicho, están poblados en el puerto de Trujillo, que
llaman las Barbacoas, á donde llegaron en cierta ocasión de noche, con intentos de acabar
con ellos, que eran pocos más que treinta, no menos valientes, como se vio ; pues habién-
dolos sentido los Moporos, se pusieron tan á tiempo en defensa, que viniendo á las manos
los unos con los otros, las apretaron con tantas ventajas los Moporos, que conociéndolas los
Quiriquires les volvieron las espaldas, huyendo á prisa, á quienes los victoriosos fueron si-
guiendo con la misma y aun con la misma fortuna, pues con la turbación y prisa de la
huida dieron las canoas de los Quiriquires en seco, y los Moporos sobre ellos, con tan buena
diligencia, que matando á unos cautivaron á otros, y entre, ellos un mulato de los que ha-
382
FEAT PEDRO SIMON.
(7.* NOTICIA.)
bian preso en la ciudad de Gibraltar, que ya era tan belicoso y de depravadas costumbres
como ellos. Este se llovó á la Nueva Zamora, que no fué de poca importancia para la se-
gunda y dichosa entrada que después bizo el año de mil y seiscientos y diez y siete el mis-
mo Capitán Cerrada, como luego diremos. La cual pienso se retardó tanto por algunas otras
ocasiones que entre tanto se ofrecieron, á que les fué forzoso acudir á los soldados de la
Laguna, Gibraltar y Mérida ; y entre las demás no fué la de menos consideración la que
se ofreció en la ciudad de Pedraza la nueva, que se pobló por el mes de Diciembre el mis-
mo año de mil y quinientos y noventa y uno, que dijimos se babia poblado la de Gibraltar.
Porque habiendo estado sus indios pacíficos hasta el año de seiscientos (que á pri-
mero de Noviembre, dia de todos Santos, se alzaron parte de ellos y mataron algunos en-
comenderos con todas sus casas), fueron prosiguiendo sus rebeliones hasta el de seiscientos
y catorce, que en el mismo dia de todos Santos, volvieron á dar sobre el pueblo, habiendo
hecho junta para ello estos Giraharas (que así se llaman los que están encomendados en
sus vecinos) con otras muchas naciones de los llanos, que se juntaron por todos más de
mil, y habiendo usado la noche de antes al disimulo de un ardid harto sagaz, que fué atar
los perros en las casas de los vecinos, para que no les hicieran mal, dieron este dia tan de
repente sobre el pueblo, que sin poderles hacer resistencia los vecinos, mataron la más de la
gente así de servicio como de españoles ; cogieron viva alguna, y entre ella una hija don-
cella del Capitán Delgado, que hoy se está entre ellos ; hicieron pedazos á su padre ; que-
maron tudas las casas, fuera de la de este Capitán, donde se recogieron por buena suerte
siete hombres, y entre ellos el cura, que era un Padre de Santo Domingo, llamado Eray
Cristóbal Dávila, y siete mujeres que pudieron escapar la vida, desde donde pelearon vale-
rosamente con los indios, que los tenian cercados, estando ardiendo lo demás. En este mi-
serable conflicto estaba el pueblo, cuando asomó por un alto, bien cerca de él, un religioso
de la orden de San Agustín, llamado Fray Juan de Casiana, que hacia doctrina en un pue-
blo de indios, seis leguas de allí, y venia á confesarse, á quien en dándole vista éstos, fueron
como unos leones, y con rabia de tales lo hicieran pedazos, si un Cacique que llegó entre
ellos, llamado Camisetano, no lo defendiera, diciendo á los demás no tenia culpa, pues no era
de aquel pueblo, excusándose también él con el Padre del estrago que se hacia, diciendo
habia venido sin voluntad, solo porque no lo mataran los demás, viéndolo retirado de ellos.
Con esto lo pasó este Cacique por entre los indios, hasta que el fraile se entró en la casa del
Capitán Delgado con los demás, desde donde puesto encima un árbol que estaba en el co-
rral, un vecino disparó un tiro de arcabuz tan acertado, que aunque fué á bulto, mató al
Capitán de toda esta gente é hirió á otros con las postas, con que se retiraron un poco de la
casa, poniendo el cerco más á lo largo, y les dejaron respirar á los de ello algo más.
Los cuales para hacer demostración de más gente, vistieron á las mujeres de hom-
bres, y con unos trozos de palos que de lejos parecían arcabuces, y con cañas que parecían
lanzas, metían la guardia mañana y tarde á vista de los indios, diciéndoles á voces : aguar-
dad, traidores, y llevareis el pago, que esta noche nos ha entrado socorro de la ciudad de
Barinas, y ésta que viene lo aguardamos de la de Mérida, que fué bastante para que al ter-
cero dia levantaran los indios el cerco, dejando la ciudad toda abrasada, muchos ganados
muertos, y llevándose con la doncella que hemos dicho, algunos niños vivos, que no que-
dara ninguno de los de la ciudad á durar más el cerco, pues la hambre y sed también ma-
tara á los que se libraran. Retiráronse con esto aquellas reliquias de la ciudad, nueve le-
guas de allí, hacia la Barina, habiendo despachado primero aviso con un indio á la de Mé-
rida, de donde partió con harta brevedad (y alguna gente de socorro á su costa) el Capitán
Diego de Luna, que á la sazón era Teniente en ella del Corregidor don Juan de Aguilar,
que habiendo llegado caminando con harta prisa (pues anduvo en dos dias treinta leguas,
que hay de una parte á otra de mal camino y caudalosos rios) al sitio del incendio, y no
hallando más que los cuerpos muertos, unos á medio quemar y otros á medio comer de
aves y animales, enterrándolos á todos en un pozo, pasó por el rastro á buscar los vivos,
que halló en el retiro que hemos dicho, con la aflicción que no podremos decir, y habién-
doles socorrido con lo que llevaba en la extrema necesidad que tenian de hambre con ellos
y los soldados que le acompañaban, volvió á reedificar la ciudad, que de los cuerpos de los
animales que habían muerto los indios se inficionó luego, de suerte que casi todos llegaron
á la muerte.
(CAP. XXII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
383
CAPÍTULO XXII.
I. Entra otra vez el Capitán Cerrada y prende algunos indios, y entre ellos á la tercera cautiva de las
hijas de Eodrigo de Arguello—II. Ahorca el Capitán los indios más culpados en algunos puertos,
y entre ellos al marido de la cautiva, por no ser el que menos lo merecia—III. Dan otros casti-
gos menores á los menos culpados, y mátale á la cautiva sus tres hijas su hermano—IV. Vuelven
algunos de los indios que desterraron á juntarse en la misma Laguna, donde hoy andan hechos
salteadores como antes.
YA habia entrado el año de mil y seiscientos y diez y siete y á ser Corregidor de la
ciudad de Mérida y su partido, don Fernando de Arrieta, cuando por las avilanteces
de las victorias pasadas, estaban insufribles con tantas maldades como cometian los indios
Quiriquires, y á su ejemplo otras naciones, como fué una de unos que llamaban los
Guarunies, tan atrevidos, que seis lo eran muchas veces para acometer á cien soldados, cuya
habitación era en la boca y márgenes del rio de los Estanques ó Chama, cuando baja á los
Llanos y llegan á beber sus aguas las de la Laguna, que el año de doce entrándolos á
pacificar el Capitán Várela, lo mataron con algunos otros soldados, y asi se determinó el
mismo Capitán Juan Pérez Cerrada, el año de diez y siete, con orden del Corregidor, tomar
de propósito el acabar ya con estas guerras y miedos de los Quiriquires y con algunos
soldados de la misma ciudad de Mérida, La Laguna y Gibraltar, salió en su demanda
llevando por guia al mulato que dijimos habían cogido en Gibraltar los Quiriquires, y
después á ellos los Moporos. Y llegando á las bocas de los caños que entraban en los esteros,
donde tenían su morada los Quiriquires en barbacoas, no los pudiera atinar otro que el
mulato, bien acostumbrado en ellos, por tenerlos tapados y deslumbrada la entrada del todo,
con que se aseguraban los indios que nadie le3 pudiera entrar, que fué toda la importancia
para haberlos á las manos, porque abriéndolas por orden del mulato, dieron sobre ellos tan
á deshoras y sin prevención los nuestros, que matando á unos, prendieron á otros, si bien la
mayor parte se echó al agua desde sus casas, que las tenían, como hemos dicho, en ella, y
salieron á tierra firme, por donde fueron siguiendo los nuestros el alcance, con tan buena
suerte, que hubieron á las manos más de sesenta indios é indias de los más principales, y
entre ellos á la última cautiva de las hijas de Arguello, con el indio que estaba casado
con ella, de quien tenia tres hijos, dos niñas y un niño, ya algo crecidos y muy hermosos,
que fué una de las cosas que les andaba á los nuestros solicitando el deseo de estas
jornadas.
No quedó harto el del Capitán Cerrada con sola esta presa, pues solo fué avivar las
esperanzas que le quedaron de reducir el resto de ellos, con que asentó real de propósito
en tierra firme, fortificándose de palizada, desde donde despachaba algunos indios de los
presos, con algunos soldados á convidar con la paz á los huidos y retirados, que no fueron
en vano las diligencias y otras trazas que se usaron, echando emboscadas en sus labranzas,
con que se hubieron algunos á las manos ; con lo uno y lo otro se juntaron, unos por
fuerza y otros de grado, más de cuatrocientas almas, de suerte que solo ouedó en la tierra
un Cacique, con solos cinco ó seis indios. A los principales de los reducidos y presos, entre
otras cosas de sus alzamientos que les comenzó luego á vituperar el Capitán, fué, que
cómo habían tenido corazón, siendo cristianos, para flechar al Santo Crucifijo y quemar la
iglesia de Gibraltar, á quien respondieron que ninguno de los que estaban allí eran
culpados en ello, pues los que lo habían hecho todos habían muerto malas y desastradas
muertes, luego que llegaron á su tierra, de las cuales habían tomado ellos ocasión para
juzgar habían sido por haber flechado el Santo Cristo, y por eso no haberse atrevido á tocar
en la iglesia, ni aun entrar en ella las otras dos veces que habían robado y quemado el
pueblo. Embarcó el Capitán Cerrada toda su gente y presos en una fragata y canoas que
tenia en la boca del rio, y en cada puerto como iba pasando iba ahorcando á los indios más
viejos y más culpados en los alzamientos y maldades cometidas. Y como uno de éstos fuese
el marido de la cautiva, estando ya para ahorcarlo, comenzó á lastimarse con grandes lágri-
mas y sentimientos, y reprendiéndola de aquello, en especial un hermano suyo que iba
entre los soldados, respondió que no podia irse á la mano en ello, pues veia querían matar
al padre de sus hijos, y que también lo habia sido suyo, pues habia estado en su compañía
diez y siete años, teniendo solos ocho ó diez cuando entró en su poder : pero estas razones
ni sentimientos bastaron para que no quedara colgado como los demás.
384:
FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
Llegaron haciendo estas justicias al puerto y ciudad de Gibraltar, donde concluye-
ron con ellas y con los que las merecían, dándoles otras penas á los no tan culpados, en-
viando unos á las galeras y otros desterrados á Cartagena y á la isla de Santo Domingo
otros á la ciudad de Trujilló, dejando la chusma pequeñuela poblada con los indios de paz
de aquel pueblo, y dando la mayor á los soldados que lo trabajaron valerosamente. El her-
mano de la cautiva tomó en una canoa, con ella y sus hijos, la vuelta del pueblo de Mara-
caibo, y habiéndole en el camino embestido el demonio un espíritu diabólico de que ma-
tara aquellos niños, que eran como unos ángeles, se dejó vencer de él, solo porque no se
dijera que su hermana tenia hijos de un indio : y en cierto paraje, yendo arrimados á tie-
rra, tuvo traza para dejar la demás gente y apartarse con los niños á solas, diciendo iba á
bañarse con ellos, y en viéndose donde nadie se lo pudiera impedir, les dio de puñaladas á
todos tres, y tomando otra vez la vuelta del pueblo, lastimadísimos todos los de la compa-
ñía del hecho tan atroz, que luego lo confesó en llegando á la ciudad, comenzó á enfermar
de una enfermedad tan aguda y rabiosa, que dentro de quince dias lo despachó miserable-
mente, quedando la hermana con sentimientos de madre que le habían muerto sus hijos, si
bien no le faltaban consuelos de las otras dos sus hermanas que vivían allí, poniéndole de-
lante las mercedes que Dios les habia hecho á todas en sacarlas de entre bárbaros.
El no haberse acertado dejar cerca de estas tierras los que quedaron de estos indios
Quiriquires, Gandules con vida, lo ha descubierto la experiencia, pues se han vuelto otra
vez á juntar en los mismos parajes de la Laguna, y con otros de otras naciones andan hoy
alzados y salteando todo cuanto pueden al descubierto, en quince canoas, que cada una no
trae más que cuatro á lo más, dos de pelea y dos de boga, y algunas traen menos; tienen
muertas hoy algunas personas, después de esta junta, y necesitada la tierra de vivir con
cuidado, y volverles á reconocer sus ladroneras.
CAPÍTULO XXIII.
I. Sucesos del gobierno de la Provincia de Guayana.—II. Avisos que da el Rey á los puertos del mar
del Norte, y llegada de Gualtero Reali á la isla de la Trinidad con copiosa armada.—III. Diligen-
cias que hace el Gobernador, y división de sus soldados para la resistencia del enemigo.—IV.
Echa el enemigo gente en tierra, y viene marchando á la ciudad, y cerca de ella se le echa una
emboscada.
POR muerte del Gobernador de Guayana y tierras de entre Pauto y Papaneme, á Antonio
de Berrío sucedió en el mismo gobierno su hijo mayor, don Fernando de Berrío y
Oruña, porque, como dejamos dicho, aunque heredó el gobierno del Adelantado del Nuevo
Reino, don Gonzalo Jiménez de Quesada, de que se le habia hecho merced por solas dos vidas,
por nuevas capitulaciones que hizo el Antonio de Berrío, se le acrecentó una para su hijo, que
fué el don Fernando, y entró luego ágozarla tras la de su padre, y habiendo gobernado, aun-
que mozo, con satisfacción, paz y quietud algunos años, no faltaron quejas (sombra que va
siempre siguiendo al cuerpo del gobierno) que llegaron á los oidos del Rey y su Real Conse-
jo, con que se despachó al Capitán Sancho de Alquiza, Gobernador que dejaba de ser de la
Provincia de Venezuela, que le tomara residencia, y hallando causas le suspendiera ó privara
del gobierno, según fueran, y se quedara en él: que es de lo que ya dejamos tratado en otra
ocasión, que no le puedo rastrear razón de congruencia. Llegó Sancho de Alquiza á la ciu-
dad de Santo Thome en Guayana, y comenzando á averiguar las causas que ya señalada-
mente traía, y hallando grande estropiezo en los rescates que se habian hecho en aquella
Provincia con enemigos y tratos de contrabando, privó al don Fernando perpetuamente del
gobierno que tenia por toda su vida, y remitiendo la sentencia al Real Consejo, la confirmó,
y á él en el gobierno, hasta el año de mil y seiscientos y quince, que en ocho de Noviembre
se le dio por sucesor al Capitán Diego Palomeque de Acuña, para^ue por tiempo de cuatro
años, ó lo que más ó menos fuese la voluntad de su Majestad, gobernase aquel partido. No
se descuidó el don Fernando de Berrío de volver por el suyo, y pareciendo personalmente
en el Consejo, y siendo oido de nuevo y miradas sus causas con otros ojos que cuando se
confirmó la sentencia, atendiendo á los grandes servicios que el Adelantado don Gonzalo
Jiménez de Quesada, su tio y su padre, y él habian hecho á su Majestad en el descubri-
miento y poblaciones del Nuevo Reino de Granada, Guayana y la isla Trinidad, le despa-
charon recados luego, tras los que dieron al Capitán Palomeque, pues fueron á doce de Di-
(CAP. XXIII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
385
ciembre del mismo año de seiscientos y quince, para que en acabando los cuatro años de su
gobierno el Palomeque, volviese á entrar en él el don Fernando y lo gozase por toda su
vida, conforme á la capitulación de su padre.
Partieron con sus recados ambos de Castilla, y yéndose á su gobierno el Capitán
Palomeque, llegó el don Fernando al Nuevo Reino y ciudad de Santafé el año de seiscien-
tos y diez y siete á entretenerse y poner en cobro y orden sus haciendas, que tiene en el
mismo Nuevo Reino de encomiendas y otras granjerias, trayendo demás de lo dicho una
real cédula, despachada á veinte y dos de Marzo de mil y seiscientos y diez y seis, para que
don Juan de Borja, Presidente de la Real Audiencia de Santafé, le diese alguu provechoso
entretenimiento, mientras entraba en su gobierno, después del tiempo del Capitán Palome-
que, que ya estaba en él cuando se le despachó una cédula real, de diez y nueve de Marzo
del año de mil y seiscientos y diez y siete, como también se les envió á los demás Goberna-
dores de Cumaná, Caracas, Santa Marta y Cartagena, en diez de Julio del mismo año, dan-
do aviso de los que se habian tenido por la via de Inglaterra, que un Gualtero Reali armaba
allí seis navios gruesos y algunas fragatas, con más de mil hombres de mar y guerra, con
intentos de venir á la Guayana, subiendo por el rio Orinoco, que, como hemos dicho mu-
chas veces, desagua en el mar del Norte en frente de la isla de la Trinidad, y que partiera
al efecto por todo el mes de Marzo del mismo año de seiscientos y diez y siete, y que tam-
bién se sabia se prevenían en Holanda cinco ó seis navios de aventureros, para juntársele,
y quo según lo que se había podido colegir, sus intentos eran ver las disposiciones de la tie-
rra, para poblar en ella. Nada de esto salió contra la prevención que se tuvo, pues á los
últimos del mismo año apareció el Gualtero Reali sobre la punta que llaman de Gallo, en
la isla de la Trinidad, y desde allí despachó dos navios de hasta ciento y cincuenta tonela-
das, una carabela y cinco lanchas, con más de seiscientos ó setecientos hombres en ella,
por cabo de todos á un hijo suyo, que subieran por el rio Orinoco en demanda de la ciu-
dad de Santo Thome, quedándose en el mismo puerto de punta de Gallo con otros seis
navios, de los cuales envió uno al puerto de España, quo está tres leguas pequeñas de la
ciudad de San José de Oruño, en la misma isla, pretendiendo echar gente en tierra y apo-
derarse de la ciudad, como lo hicieran, á no hallar tan buena resistencia en el Teniente de
ella, Benito de Baena, con algunos soldados que se hallaron en el puerto, quo no solo le
frustraron los intentos, pero aun- hiriendo y matándole alguna gente en el mismo puerto,
hubieron vivo un inglés que dijo ser el General de toda aquella armada, el Gualtero Reali,
y haber enviado las fustas que subieron el rio, en demanda de la Guayana.
Las cuales, en prosecución de su viaje, llegaron á doce de Enero del año siguiente
de mil y seiscientos y diez y ocho, á un paraje del rio que llaman Yaya, doce leguas de la
ciudad de Santo Thome, á donde fué luego á dar aviso un indio pescador, de cómo los ha-
bia descubierto y venían navegando. Refrescósele con la nueva al Gobernador Diego Palo-
meque el aviso que habia tenido del Rey, y mandando luego tocar cajas y juntar la gente
de la ciudad, que por todos serian cincuenta y siete hombres, y los quince de ellos enfer-
mos y totalmente impedidos para tomar armas, y despachando á un Juan de Trillo que
diese aviso y llamase algunos que estaban en sus estancias, más o menos de la ciudad, ten-
dió bandera de cuadro en el fuerte, repartió armas y municiones á quien no las tenia,
hizo cargar dos piezas de artillería que estabau asestadas á la margen del rio. A las once
del mismo dia se descubrieron las velas que venían montando la punta de Aramaya, y
tomando la vuelta de la ensenada, que llaman Aruco, una legua de la ciudad, despachó el
Gobernador dos soldados á caballo, el uno llamado Mateo Pinto de Olivera y el otro Juan
Ruiz Monje, que reconocieran el puesto y si echaba el enemigo gente en tierra. A una
llegaron el enemigo á esta ensenada, donde dio fondo, y los soldados á darle vista y recono-
cer ser entre todas las velas que hemos dicho, y que comenzó luego en una lancha á echar
gente en tierra, y habiendo ya echado seis lanchas de ella, tomó la vuelta de la ciudad el
Mateo Pinto, á donde llegó ya á puestas de sol, y dio aviso de todo al Gobernador, que,
cuidadoso de lo que ya tenia á los ojos, fué luego á requerir con los suyos, sin fiarlo de
otros cuatro tiros pedreros, que estaban uno á la puerta de la iglesia, otro más adelante y
los otros dos en el cuerpo de guardia, que era la casa del Gobernador, el cual mandó al
mismo soldado fuese á reconocer la playa donde estaba plantada la artillería, que después
de haberlo hecho vio también que los dos navios y la carabela iban saliendo á la vela del
puerto de Aruco en dem-.nda del de la ciudad. Volvió á dar este aviso al Gobernador, que
lo halló en la fuerza donde estaba la artillería asestada al rio, en cuya guarda puso al Ca-
50
386
FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
pitan Cristóbal de Cárdenas con cuatro soldados, y dio orden á Juan de Trillo y Martin
Rodríguez que rondasen á caballo la playa, y le avisasen si echaba el enemigo gente
en ella.
Ya iban en esto descubriéndose las luces, cuando llegó el Capitán Juan Rniz Monje,
que era el que habia quedado en el puerto de Aruco viendo desembarcar al enemigo, dando
aviso cómo ya venia marchando, y que serian quinientos hombres los que traía. Despachó
luego el Gobernador al Capitán Cebrian Frontino, á Gabriel de Molina y á Mateo Pinto,
que volviesen á reconocer al enemigo y el orden que traia, y certificarse más del número
de gente, que saliendo de la ciudad ú esto, lo encontraron á media legua, que venían mar-
chando en orden de guerra. Entre tanto el Gobernador, habiendo ya venido de su estancia
el Capitán Gerónimo de Grados, lo despachó con diez soldados, que desde un montecillo
que estaba á tres tiros de mosquete de la ciudad, puestos en emboscada asaltasen al enemi-
go. A esto iba el Gerónimo de Grados con su compañía, cuando lo encontraron los tres que
volvían á dar aviso del paraje en que venia el enemigo, y sabiendo de ellos venía tan cerca,
cortó una cuerda de un arcabuz en pedazos, y haciéndolos encender, los colgó á trechos en
el camino enfrente del montecillo donde el enemigo los encontrara, y adviertiendo por los
cabos encendidos que había gente por allí, reparara, con que pudiera el Capitán Grados y
su gente más á su salvo herirlo. Entróse con esto en la emboscada, habiéndose despedido
de los tres y dicho le dijesen al Gobernador mandase hacer troneras en las casas del cuer-
po de guardia y en las que estaban á la redonda de la plaza y en la iglesia, para que de
ellas con más seguro se le pudiese cañonear al enemigo, y que no desamparase la plaza de
armas que guardaba la playa, porque en dando el enemigo la primera carga sobre la ciudad,
si traia gente en los navios que iban ya llegando al puerto, la echaría en tierra de socorro,
y que si no la echaba no la traia, y que entonces le podría el Gobernador enviar á él más
socorro al puesto donde estaba.
CAPITULO XXIV.
I. Llega el enemigo á la ciudad de Santo Thome, donde le salen á hacer resistencia el Gobernador y
sus vecinos.—II. Muerte del Gobernador y de dos Capitanes, y daños que le hacen al enemigo, de
quien se retiran los nuestros.—III. Sálense las mujeres, chusma y gente impedida de la ciudad,
y sale después en su amparo el Capitán Grados.—IV. Hacen cabildo los Alcaldes con los demás,
donde se hallaron para tratar del reparo de algunos inconvenientes.
LLEGARON los tres soldados á verse con el Gobernador (que estaba en la plaza de
armas, á decirle lo que pasaba y le enviaba á avisar el Gerónimo de Grados), á tiempo
que ya los navios del inglés estaban en el puerto de la ciudad, á quienes les hizo disparar dos
pedreros, que si hicieron algún daño no se supo, pero vióse que luego dieron fondo. Despa-
chó con esto al Mateo Pinto que dijese al Capitán Grados se habían disparado los pedreros
solo á los navios, y no á gente que hubiese saltado de ellos ; y así solo entendía traia el
enemigo la que venia por tierra. A esto fué el Pinto, y apenas hubo dado el recado y toma-
do la vuelta para la ciudad, cuando oyó daba el Capitán Grados la primera rociada al ene-
migo, que iba ya emparejando con él, que oyéndolo el Gobernador, se puso un peto de
armas y un morrión, y con la gente que tenia salió del cuerpo de guardia hacia la iglesia,
donde, como dijimos, estaba un pedrero asestado á la parte por donde venia á entrar el
enemigo. Volvió desde allí á enviar al mismo Pinto á dar vista en qué paraje venia ya, y
en saliendo de las últimas casas encontró con el Gerónimo de Grados y su gente, que le es-
taba haciendo rostro al enemigo, á quien fué deteniendo desde la emboscada hasta que
entró en la ciudad dándole cargas, más de carga hora y media ; pero la pujanza de gente
del enemigo rompió por la poca que tenia el Grados, y apartándose del camino por una
parte y otra, por entre los matorrales que hay á la redonda del pueblo fué subiendo á él,
con que se retiró el Grados «y su gente y llegó donde estaba el Gobernador con la demás,
diciéndole iba ya entrando en el pueblo el enemigo, que fuesen juntos á resistirle en las pri-
meras casas, como lo hicieron llegando todos á la de Clemente Bernal, que era la primera,
donde se le dio una buena rociada, y después de ella vinieron todos á las espadas y rodelas.
Ya era esto á las nueve de la noche, viernes doce de Enero del mismo año de mil y seiscien-
tos y diez y ocho, y adelantándose de los demás un inglés cantando victoria, se llegó á él
el Gerónimo de Grados y le dio una cuchillada tal en el pescuezo por la parte izquierda,
que envió al hereje á que le respondieran á su canto en el infierno.
(CAP. XXIV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRJIE.
387
En el conflicto de la pelea y con la oscuridad se apartó el Gobernador de los demás,
y peleando valerosamente lo mataron ; fuéronse retirando los nuestros al cuerpo de guardia,
y el enemigo sobre ellos, que ecbando de ver la poca fuerza de los nuestros, rompió con
ellos y ganó hasta la mitad de la plaza, que era enfrente del cuerpo de guardia, donde re-
paró y se le hizo no poco daño con la arcabucería y un pedrero que le disparó el Gerónimo
de Grados desde el cuerpo de guardia, que por estar cerca el enemigo y tener su gente api-
ñada, hubo bien en qué hacer buenos efectos, matando á muchos; pero al fin la mucha fuerza
de gente del enemigo suplía la que habían muerto con las armas y mataron ahora con el
pedrero, y así ganó el cuerpo de guardia, retirándose los nuestros á dos ó tres casas que es-
taban alrededor de la plaza, por donde le hicieron gran estrago con las escopetas por las
troneras que tenían hechas en los bahareques, hasta que viendo el enemigo de dónde le
venia el daño, les pegó fuego, que no fué poco para él, pues se quemó en ellas gran cantidad
de tabaco, que era el mayor hjpo que traía. Echólos el fuego fuera de las casas, y desde
otras partes donde se ponían en seguro, por saber como sabían el pueblo, le picaban aprisa,
haciendo siempre buenos efectos y gran daño en los ingleses, hasta que se les fué acabando
la pólvora y munición á algunos, sin haber muerto de los nuestros más que el Gobernador
y el Capitán Juan Ruiz Monje, que abiertos los pechos con un chuzo ó partesana en la pla-
za, vino cayendo hasta debajo el campanario, donde quedó muerto, y el Capitán Arias Nie-
to y dos soldados que quedaron heridos, el uno llamado Juan Alonso, que con un balazo
le pasaron ambos muslos, y el otro Domingo Hernández, que otro le pasó un muslo y las
partes secretas, de que ambos sanaron con brevedad. Viendo los nuestros la poca frente
que ya podían hacer al inglés por la falta de municiones y estar apoderado del cuerpo de
guardia y de casi toda la ciudad, se fueron retirando hasta llegar al convento de nuestro
padre San Francisco, que era lo último de ella, por la parte contraria que entró el inglés; y
viéndose allí juntos y que faltaba el Gobernador (no habiéndolo visto ninguno desde que se
apartó de ellos en la primera refriega, á las nueve de la noche, como dijimos, hasta enton-
ces, que ya era la una, porque todo este tiempo le hicieron los nuestros frente y daño al
enemigo, peleando á la luz de las casas que iba quemando), determinaron volver todos en
busca del Gobernador, y cuando otra cosa no pudiesen, volver á dar otra rociada al enemi-
go con la poca munición que habían reservado para las ocasiones que se ofreciesen desde la
casa del Capitán Mogica, que estaba cerca del cuerpo de guardia, y no estaba aún quemada.
A esto iba determinada una tropa de los nuestros, cuando toparon una india la-
dina, llamada Ventura, que salía huyendo de la ciudad, y preguntándole dónde iba, res-
pondió que tras las mujeres que iban cerca, con que se quedó aquella facción y se trató de
ir en su demanda y amparo ; porque habiendo sido tan atropellada la entrada del enemi-
go y la necesidad que hubo de acudir todos los hombres á hacerle resistencia, ya habia co-
menzado á entrar en la ciudad y se estaban las mujeres en sus casas ; pero saliendo la voz
que el enemigo iba entrando, cada cual como se halló salió de la suya con sus hijos y gente
de servicio, sin poder sacar otra cosa ninguna aun para comer, y yéndose juntando por una
parte y otra á la salida del pueblo, y algunos de los hombres, que eran más de quince en-
fermos é impedidos para tomar armas, fueron caminando todos á pié, dándoles fuerzas el
miedo una legua, hasta la boca del rio que llaman Coroni y entra en el Orinoco, arriba de
la ciudad. Advertidos por la india del rumbo que llevaban las mujeres, y que estaba la
ciudad en el estado que hemos dicho, los Alcaldes (que se llamaban García de Aguilar y
Juan de Lezama, de quienes ya pendía el gobierno, por ser muerto el Gobernador, aunque
inciertos si fuese así) ordenaron al Capitán Gerónimo de Grados fuese con algunos soldados
en demanda de las mujeres y chusma y los que las acompañaban, y las pusiesen en lugar
seguro. El cual hallándolas en el que hemos dicho, y viendo que lo era, hasta que amane-
ciera y se buscara otro más (porque solo las hizo pasar de la otra banda de Coroni), tomó
la vuelta de la ciudad, á donde llegó antes que amaneciera, y se juntó en el puesto que los
habia dejado con los Alcaldes y otros vecinos, que por todos serian hasta veinte y cuatro,
que se habían ido juntando de los que se habían desperdigado en la refriega.
Allí hicieron Cabildo todos los que se hallaron para tratar del reparo, principal-
mente de dos cosas las más importantes que se les ofrecían, supuesto lo sucedido : la una
del amparo de las mujeres, chusma y enfermos, para que no creciesen más los daños del
enemigo, habiéndolas á las manos ; y la otra de no menor importancia, que no se comuni-
casen con él los indios, porque si llegara la cosa á este estado, quedaran sin duda todos los
españoles muertos y totalmente asolada toda la tierra, i pues los indios con la facilidad de
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FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
condiciones y ánimos que tienen, en especial los de aquella tierra, que casi todos estaban
de mala paz, han menester poco para rebelarse contra sus encomenderos y los demás cris-
tianos, de que se tiene larga experiencia, y más en esta ocasión que los indios Tibitibes y
Cbaguanes, que viven á la mitad del camino que hay de rio, desde la ciudad hasta el mar,
fueron guiando á los ingleses hasta meterlos en el puerto de Guarico y en el de Aruco. La
primera facción se encomendó al Capitán Gerónimo de Grados^ que tomándola luógo á su
cargo, partió con algunos soldados al puesto donde había dejado las mujeres y enfermos, y
pasándolos tres leguas más arriba los puso en un lugar secreto y seguro que llamaban la
Ceiba, donde hicieron algunas malas chozuelas, en que se recogieron con alguna comida de
maiz y carne que el mismo Capitán con su buena diligencia juntó. Lo segundo tomaron á
su cargo los Alcaldes, con hasta veinte hombres, no quitándose de noche ni de dia de andar
á la vista del enemigo y ciudad, estorbándole lo dicho y el matar el ganado en las sabanas,
que todo lo comenzó á intentar luego otro dia. ,
CAPÍTULO XXV.
I.’ Infórmase el enemigo de una india y del Cura, si conocen el cuerpo del Gobernador muerto, te-
niéndolo en la plaza—II. Quedáronse otras dos indias en la ciudad, á quien mandó el General
enterraran al Gobernador, y no haciéndolo ellas, lo mandó hacer él—III. Buscan los ingleses por
medio de un mozuelo portugués, trastornando toda la ciudad, y echan al rio los cuerpos muertos.
IV. Entierran con mucha solemnidad los ingleses á cinco de los muertos. Llegan otros dos na-
vios. Húyensele las tres indias.
ERA en esta sazón Cura de aquella ciudad de Santo Thome un clérigo llamado el Pa-
dre Francisco de Leuro, que habia seis meses estaba tan tullido de pies y manos, que
no se podia levantar de una cama, y no habiendo dado lugar el conflicto déla ocasión á que
se acordaran de él para sacarlo de la ciudad cuando se retiró la demás gente, se quedó en
ella acompañándole una india ladina, llamada Luisa de Fonseca, natural del Nuevo Reino
de Granada, mujer de un negro llamado Antón Jorge. Esta, viendo las refriegas que habia
en la ciudad y que estaban ardiendo muchas casas, por lo que pudiera suceder en la del
Cura, antes de amanecer esta misma noche cogió la ropilla que tenia en ella, y escondiéndo-
la algo apartada de la casa entre unos matorrales, y volviendo á donde estaba el clérigo,
cargó de él como pudo y lo metió en un hoyo que estaba fuera de la misma casa, y cubrién-
dolo con un ferreruelo salió á buscar al Gobernador, por haber oido decir lo habían muerto
los enemigos, y andando discurriendo en esto de una parte á otra, la cogieron algunos de
los ingleses y llevaron á la plaza, donde estaba el cabo de toda la gente del enemigo, en
compañía de muchos de sus soldados que estaban en rueda mirando el cuerpo del Goberna-
dor Palomeque, muerto y desnudo en carnes, y abierta la cabeza por el lado izquierdo de
una cuchillada que le llegaba á las quijadas ; y preguntándole que si conocía á aquel hom-
bre muerto (porque como el enemigo no le conocía, quería informarse quién fuese), res-
pondió era el Gobernador de aquélla ciudad, que por ser de grande estatura y otras señas
del rostro, no pudo dejar de conocerle. En esto estaba cuando vio la india traían al Padre
Francisco de Leuro echado en su cama cuatro ó seis ingleses, que según pareció lo habían
hallado en el hoyo llegando á pegar fuego á su casa, que toda se abrasó, y le llevaban á su
General, que por interprételo preguntó también si conocía aquel cuerpo muerto, y diciendo
el Cura que era el Gobernador, le hicieron algunas otras repreguntas, como si habia en
aquella Provincia otro pueblo de españoles, si habia minas de oro y otras á este modo, á
que respondió el clérigo como pudo y le daban lugar sus dolores, si bien no tan á propósito
como quisiera el General, que lo mandó llevar luego á la casa de un Capitán llamado Fran-
cisco de Santacruz, posada de cuatro ó cinco capitanes ingleses, donde mandó á dos médi-
cos que traia lo curasen, como lo hicieron con cuidado mientras estuvieron allí. También
vio la india al Capitán Juan Ruiz Monje, muerto y desnudo debajo el campanario.
Otras dos indias ladinas, la una llamada Juliana de Mogica, de nación Guayana,
mujer de un Luis de Arce, soldado de la ciudad, y la otra Inés, del servicio del Capitán
Cárdenas, huyendo aquella noche del tropel de la ciudad se metieron entre unas peñas que
están á la margen del rio Orinoco, á la parte de arriba del pueblo, y hallándose allí ya de
ida, sin saber dónde irse y necesitadas de comidas, determinaron volverse á entrar en la
ciudad y en la casa del Cura, que hallándola quemada, pasaron á la de Francisco de Santa-
(CAP. XXV.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME
389
cruz, por haber sabido estaba allí el clérigo que les hizo dar de almorzar de lo que allí le
habiau dado los ingleses, que sabiendo estaban allí las indias, las llevaron al cuerpo de
guardia, donde estaba el General, que cuando las vio les dijo con una lengua castellana no
tuviesen temor, pues no venia á hacer daño á los indios sino á los españoles, y así que le
sirviesen, que él lo pagaría. Volviéronse con esto á la posada del Gura, que la tomaron por
suya para el tiempo que estuvieron en la ciudad, por estar allí también la otra india Luisa
que los servia, y como á las diez del dia las volvió á enviar á llamar el General, y mandó
las llevasen á ver los cuerpos muertos de los. españoles que estaban en la plaza, el del Go-
bernador debajo una ceiba que estaba en medio de ella, y el del Capitán Monje donde he-
mos dicho, y estándolos viendo llegó un paje del General con quien les enviaba á decir
enterrasen aquellos dos cuerpos, pues eran de sus amos, y dándoles una barra para el efec-
to, entraron todas tres indias en la iglesia y comenzaron á hacer una sepultura cerca del
altar mayor, que por estar la tierra muy dura y tener al fin fuerzas de mujeres, no pudien-
do pasar con ella adelante lo dejaron, diciendo al que les dio el recado dijese al General los
enterrasen ellos, pues los habían muerto. El cual les envió á decir que lo dejasen, que él
lo haria, como se hizo, pues mandó luego los enterrasen á ambos, á que acudieron ciertos
soldados, y amarrando los dos cuerpos con sogas, uno con otro, pies con cabezas, los metie-
ron en un hoyo que estaba hecho á las espaldas de la iglesia, por haber sacado de allí barro
para los baharaques de una casa, los cubrieron con un poco de tierra, donde después los ha-
llaron los vecinos, en tiempo que pudieron conocer por señas ciertas ser el uno el del Go-
bernador y el otro del Capitán Monje.
Vieron también las iridias entre las demás cosas aquel sábado, que habiendo habido
á las manos los ingleses á un mozuelo portugués, criado de un Martin Rodríguez, vecino
de la ciudad, lo traían por toda ella de casa en casa, atadas las manos atrás, que les fuera
enseñando los secretos de ellas y diciéndoles dónde habia oro ; y no saliéndoles esta dili-
gencia como ellos quisieran, entendieudo era por negarle el mozuelo, le apretaban á golpes
de rebenque á que dijera lo que deseaban ; pero no pudiendo decir más de lo que sabia,
que era ser todo pobreza cuanto habia en la ciudad, lo dejaron andar suelto por ella, como
también lo andaban otros dos ó tres negros, que huyendo de sus amos se metieron en su
amparo, y otros dos indios, el uno llamado Cristóbal, natural del Nuevo Reino de Granada
y del pueblo de Sogamoso, que era del servicio del Gobernador Diego Palomeque, y lo hu-
bieron á las manos en su casa, donde lo habían dejado guardando un aposento cuando salió
á resistir al enemigo, que lo embarcó y llevó á Londres, y fué testigo de cómo cortaron la
cabeza por este hecho en aquella ciudad al Gualtero Reali, y después con varios acaeci-
mientos volvió á su pueblo de Sogamoso, donde hoy está. El otro se llamaba Pedro Crio-
llo, del servicio del Capitán Juan Jiménez, á éste tomaron tan grande amistad, que de los
despojos de la ciudad de Santo Thome le cupo su parte, en especial un muy buen vestido,
con que paseaba al lado de los ingleses y lo sentaban á su mesa, diciéndole señor don Pe-
dro, solo porque decia era enemigo de españoles, y que era bien acabarles á todos las vidas,
en especial á su amo, á quien si se le entregaban se ofrecía quitársela. A éste le decia un
Capitán inglés, llamado don Juan, bien ladino en nuestra lengua, que habían de volver den-
tro de pocos meses á vengar la muerte del hijo de su General y la de otros capitanes que
habían muerto los españoles la noche de la entrada, como también lo decia hablando con
las tres indias ladinas, porque las muertes de la demás canalla procuraron disimular, cor-
tándoles á todos las cabezas porque no conocieran las indias si eran de españoles, á las cua-
les llevaron á que los vieran á todos, diciéndoles eran españoles y que ellos los habían
muerto, como pretendían hacer lo mismo dentro de poco tiempo con todos los que habían
quedado vivos, y después de hecha esta diligencia los echaron todos al rio aquel mismo dia,
fuera de otros muchos que por ser más honrados enterraron en las casas, como los hallaron
después los vecinos, á cinco y seis sepulturas en las más.
Que teniendo los amortajados en el cuerpo de guardia, otro dia domingo por la
mañana, les hicieron un suntuoso entierro, saliendo todos los soldados con sus armas,
destemplados los tambores, arrastrando las picas y cinco banderas, por ser todos Capitanes,
y llevando los cuerpos sobre unas tablas en los hombros, dieron tres ó cuatro vueltas á la
redonda de la plaza, con gran pausa y metiéndolos en la iglesia mayor, los enterraron en
dos hoyos, en uno, al hijo del General con un Capitán, cerca del altar mayor, y en otro á los
otros tres, en el cuerpo de la iglesia, con que se volvieron todos á su posada. Estando haciendo
el entierro, dieron fondo en el mismo puerto de la ciudad otros dos navios grandes, que llegaron
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FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
de nuevo, el uno mayor que el otro, que se entendió ser la Capitana de la armada, por la ban-
dera que traia suelta, y siempre la tuvo, y por la salva que se le hizo de los otros navios, que
fué de más de treinta piezas. Doce dias estuvieron estas tres indias ladinas con el enemigo en
la ciudad, en el cual tiempo dieron muchas voces, como también lo veian los vecinos, que
andaban hechos ojos á la mira de lo que podian ver de fuera, que los indios Chagúanos,
que fueron (como hemos dicho) los que guiaron á la ciudad al enemigo, entraban y salian
en ella, trayéndoles frutas y otras comidas de su tierra, y llevando en rescates de los
despojos de la ciudad, de que los ingleses no hacian caso, y ellos, como gente tan miserable,
estimaban en mucho. Veíanse las pobres indias tan afligidas en este tiempo, sin dejarles
dormir de noche ni de dia, haciendo arepas para tantos, y sobre todo las amenazas, y aun
á vueltas de ellas algunas coces y mojicones, porque no las daban con más abundancia,
hasta decir que las habian de quemar á ellas y al Padre Leuro; que considerando ser
mejor trato el que les hacian los españoles (al fin como de católicos cristianos), una noche,
entre dos luces, sin sacar nada de su ropilla, con achaque de ir por leña para las arepas, se
alargaron lo que pudieron aquella noche en el arcabuco, y otro dia de madrugada llegaron al
hato del Capitán Gerónimo de Grados, donde cogieron el rastro y noticias del sitio donde
estaban las demás mujeres, y llegando á él contaron estas y otras muchas cosas que les
habian pasado con los ingleses.
CAPÍTULO XXVI.
I. Despachan los Alcaldes y vecinos de la ciudad una carta, en que le dicen les dé á su Gobernador y
deje la tierra.—II. Responde á la carta, de palabra, que el Gobernador está en su poder, muerto ó
vivo, y que no lo quiere dar.—III. Despachan los Alcaldes un Capitán, con aviso del suceso, á la
isla Trinidad y otras partes, y hace lo mismo el inglés.—IV. Salen dos lanchas el rio arriba, y en
una emboscada matan los nuestros la gente de la una.
VIÉNDOSE ya el mismo domingo los vecinos de la ciudad (que no se quitaban de
andar á la vista de ella y del enemigo), desahuciados de que se les juntase su Gober-
nador, pues habia pasado tanto tiempo, y no tenian rastro de él, determinaron los Alcaldes,
con acuerdo de los demás, escribirle al enemigo una carta en que le pedian á su Gobernador
que saliese de la tierra, pues en lo que habia hecho y detenerse allí, contravenia á las paces
hechas entre España é Inglaterra. Despacharon ésta con un soldado llamado Diego García,
que llegando cerca de la ciudad, á donde le pudiesen ver los soldados del enemigo, que la
guardaban por aquella parte, levantando un pañuelo blanco, en señal de paz, se allegó á los
ingleses de guardia, que lo detuvieron, hasta que trajeron licencia del que los gobernaba
para que entrara, y habiendo llegado con ella, le taparon con un pañuelo los ojos, y sin
poder ver nada en la ciudad, le llevaron hasta la casa del Gobernador, donde destapándole,
se halló en presencia de un hombre, á quien otros (que daban muestras de ser caballeros y
gente grande) le acompañaban y llamaban Maese de Campo, como lo mostraba ser en un
bastón liso, del largo de una vara, que tenia en la mano. Era un hombre seco, alto de
cuerpo, de edad, al parecer, hasta de sesenta años, algo agobiado y bizco do un ojo, y según
pudo conocer de haberle llevado á él con el recado que llevaba y de algunas palabras de un
inglés, intérprete ladino que estaba allí, habia sucedido aquél por cabo de toda aquella
gente, en lugar del hijo de Gualtero Reali, que era el General de toda, como dijimos, y
quedó en la isla Trinidad. Este le preguntó al Diego García, en inglés, por el intérprete,
que qué pedia, y diciendo traia aquella carta de parte del Cabildo y vecinos de aquella
ciudad, respondió el Maese de Campo que la leyese, y diciendo no sabia leer, le respondió
el enemigo que se fuese, y enviasen persona que pudiese leerla. Volvió con esto las
espaldas el Maese de Campo, y los que lo habian traído, á vendarle los ojos, pero entre
tanto tuvo lugar de preguntarle á la lengua por el Gobernador, que le respondió ser muerto
á manos del hijo del General de toda aquella gente y de la que estaba en la Trinidad,
y (fue el Gobernador también lo mató á él, solo pudo informarse de esto, porque atándole
luego los ojos, lo Uevai’on otra vez al puesto por donde habia entrado en la ciudad, de
donde volvió á tomar la vuelta de donde estaban los vecinos, que despacharon luego otro
valiente soldado, llamado Juan Negrete, que sabia bien leer, y algo más expedito en nego-
cios que el primero.
Este llegó con las mismas señas que el otro, y al mismo puesto, y vendándole los
(CAP. XI.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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ojos, como al primero, lo llevaron sin poder tampoco ver nada, basta que se bailó en el
cuerpo de guardia, casa y aposento donde solia dormir el Gobernador, porque ésta era la
posada del cabo y Maese de Campo inglés, el cual le preguntó, en el mismo aposento,
habiéndole desvendado los ojos, qué era lo que pedia, y respondiéndole venia de parte de
su cabildo á leer la carta que habia traído su compañero, le sacó de entre otros papeles y
tomándola en la mano uno de los soldados que estaban presentes, sin leerla entonces porque
la debieran de tener ya leida, le respondió el Maese de Campo que aquella carta no hacia á
su propósito y que el Gobernador muerto ó vivo estaba en su poder y no lo queriadar, y
que si le hubiese de enviar á decir otra cosa no fuese por escrito sino de palabra, y que él
ya habia estado en aquella tierra veinte y dos años habia, que fué cuando hubo fama ha-
bían llevado ciertos ingleses de aquella provincia una pipa de tierra á la suya, de que saca-
ron alguna cantidad de oro, á cuya golosina venían ahora, aunque más del tabaco, para infor-
mados mejor de la tierra si fuese á propósito, volver después á poblarla, como lo tenían
publicado ya entre los indios. Púdose también informar el Juan Negrete del mismo intér-
prete que el Diego García, por las señas que de él le habían dado, del mismo suceso del
Gobernador, que se lo dijo con algo más largas palabras, pues añadió que habia peleado
valerosamente por buen espacio de tiempo, hasta que los dos Gobernadores quedaron muer-
tos. Volviéronlo con esto y el mismo modo á echar de la ciudad al Juan Negrete, que sa-
biendo (por lo que dijo) los Alcaldes la determinación del enemigo en no querer dar al
Gobernador, ó por ventura ser verdad lo que decía el intérprete ser ya muerto (porque aun
no lo sabían por otro camino), tomaron en sí el gobierno y disposición de todo lo que se
ofreciese.
Y viendo no era lo que menos importaba por entonces, el dar aviso á otras partes
del suceso pidiendo socorro, por no saber los intentos y determinación que tenia el enemigo
de hacer asiento en la ciudad, despacharon al Capitán Cristóbal de Cárdenas con algunos
soldados, y entre ellos un Maese Antonio, que en una piragua razonablemente esquifada
de indios amigos Araucas, fuesen á darlo á la isla Trinidad, Margarita, Cumaná y Caracas.
Habiendo desembocado el Cristóbal de Cárdenas el rio y dado vista á los cinco navios (que
eran todos de más porte que los que dejaba en Santo Thome) que estaban, como hemos dicho,
en el puerto de Punta de Gallo, y ellos habiéndosela dado también á él, despacharon en su
alcance una lancha, que aunque no la pudieron haber á las manos ni á sus soldados, por
haber saltado en tierra con tiempo, le cogieron la piragua y algunas de las bogas, que no
supieron esconderse, aunque eran bien ladinos. Vístose sin bajel en la isla Trinidad, y ata-
jados los pasos para ir á dar aviso á las demás partes, despachó en una canoilla de las bogas
que le habían quedado, que intentasen haber á las manos y traerle la piragua, que no pudo
tener efecto, pues los ingleses los hubieron á ellos y metieron en los navios, donde antes
los regalaban y daban rescates de hachas y cuchillos que les hacían algún daño. A dos ó
tres dias que estuvieron estos indios en estos navios, llegaron á ellos dos lanchas de la ciu-
dad de Santo Thome con la nueva de lo sucedido, que aunque les causó alegría, fué bien
aguada por el llanto que se comenzó luego en todos los navios por la muerte del hijo del
General, que la lloró mucho y con grandes demostraciones, como lo decia uno de los indios
presos muy ladino, Aruaca, cristiano, llamado Francisco. Al fiu dio traza como pudo el Cris-
tóbal de Cárdenas para que se diese aviso en las partes dichas.
No se apartaban, como hemos dicho, un punto los vecinos divididos en dos tropas,
de andar á la vista de la ciudad, por estorbar el comunicarse el enemigo con los indios, que
era lo que más importaba para no perecer todos. Con que estorbando esto resistieron tam-
bién á que no se alargaran más que hasta media legua de la ciudad, dos tropas de á ciento
y cincuenta hombres con picas y arcabuces, que salieron luego el lunes siguiente á correr y
ranchear el campo, que aunque quemaron algunas estanzuelas que habia en esta distancia,
y talaron las huertas de la ciudad, los vecinos que andaban á caballo y con algunas muni-
ciones les hicieron retirar á ella aquel mismo dia, como también lo hicieron otros, intentan-
do el enemigo alargarse á matar el ganado que andaba por la sabana, con que solo podían
jarretear el más manso que andaba cerca de la ciudad. Al mismo tiempo que despachó el
iuglés el aviso á la Trinidad, despachó otras dos lanchas el rio Orinoco arriba, y con cada
una veinte ó treinta ingleses, que llegando á la boca del caño por donde se entraba al sitio
de la ceiba, donde estaban las mujeres y gente del retiro, y el Capitán Gerónimo de Grados
en su resguardo, quisieron entrar por él ; pero teniendo aviso de ello este Capitán, juntó
nueve hombres de los más alentados entre los impedidos y enfermos que estaban allí, y
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FRAY PEDRO SIMON.
(7,a NOTICIA.)”
otros diez indios de los que tenían de servicio, y éstos con sus flechas y los españoles con
las pocas armas que se hallaron, se pusieron en emboscada á la boca del caño á tiempo que
intentando entrar la primera y mayor lancha que llegó, dieron sobre ella con tan buena
suerte, que no le dejaron vivo más que solo un hombre de casi treinta que llevaba,
con que cayeron al agua ocho remos, que hubieron después los nuestros á las manos, como
también hubieran la lancha si no se avivara una borrasquilla que se levantó á la sazón y
la aportara de la barranca con que los de la otra lancha la recobraron, aunque bien á su
costa, pues pudiendo llegar á ellos los tiros de los españoles é indios desde las barrancas, no
se les hizo poco daño ; pero al fin tomaron la vuelta el rio abajo, y la de la ciudad, y con
no haber más de cuatro leguas hasta sus navios tardaron tres dias, después de los cuales
tornó á enviar el enemigo otras tres lanchas con gran suma de gente, que aunque llegaron
al paraje donde les sucedió la burla á las otras, no se atrevieron á entrar, ni fuera de efecto
cuando entraran, pues luego que sucedió lo dicho, como hombre prevenido retiró el Capitán
Grados su gente y chusma dos leguas más adelante, á un sitio más fuerte y acomodado
para defenderse si se atreviera á llegar el enemigo, á quien también le puso espías de noche
y dia en la boca de la entrada, que vieron pasar las tres lanchas el rio arriba, sondándolo
hasta que llegaron al rio que llaman del Guarico, que está cien leguas el Orinoco arriba,
yendo siempre sondándolo y comunicándose con los naturales de sus márgenes, que son
todos Caribes y sin conquistar, persuadiéndoles con dádivas que matasen á los españoles.
porque ellos traían licencia del Rey de España para estar en aquella tierra cincuenta años,
y que no querían les sirviesen sino ser amigos y traerles muchas hachas y cuchillos ,en es-
pecial si echaban de sus tierras á los españoles. Dada vista y sondadas estas cien leguas,
volvieron el rio abajo hasta la ciudad, en todo lo cual gastaron diez y ocho ó veinte dias.
CAPÍTULO XXVII.
I. Vienen los indios amigos de la comarca en ayuda de los españoles y hácesele daño al enemigo.—
II. Envían aviso del suceso los vecinos de la ciudad de Santo Thome á la de Santafé, y comién-
zase á dar orden por el acuerdo en el Socorro.—III. Determínase que vaya delante del principal
socorro, un Capitán con dos docenas de soldados, á quien se le da instrucción de lo que ha de
hacer.—IV. Instrucción que se da al Capitán Diego Martin.
SALIERON tan bien las diligencias que hacían los vecinos, favorecidas del cielo, para
que no se diera lugar á comunicarse el enemigo con los indios circunvecinos á la ciudad,
que no solo no consiguió esto el enemigo, pero aun enviando á llamar el Alcalde de los prin-
cipales de los que vivían á tres y cuatro leguas de su circunferencia, vinieron con gran vo-
luntad, y con la misma admitieron el decirles el gran servicio que se hacia á Dios y al Rey,
en que ayudasen á los vecinos para echar el enemigo de la tierra, con que dispuso el Capi-
tán y Alcalde Juan de Lezama, que con veinte y tres soldados de los que tenia y hasta se-
senta indios bien armados con sus flechas, fuesen una noche y al secreto por cuatro partes
de la ciudad pegasen fuego á las casas que habían quedado en pié, en que posaba el enemi-
go, en especial á la del cuerpo de guardia, que era la del Maese de Campo. Favorecióles la
noche para la ejecución de esto, pero no el tiempo, por haberles caído un aguacero, con que
quedando la paja mojada de las casas no prendió el fuego, y siendo sentidos, se hubieron
de retirar á donde con algunos otros habia quedado el Alcalde, que les volvió á persuadir
volviesen otra vez, y al cuarto del alba diesen sobre el enemigo. luciéronlo así aunque no
tantos de los unos y los otros como la primera, pero con mejor suceso, porque estando el
enemigo descuidado, por parecerle no volverían segunda vez aquella noche, le dieron tan
buenas rociadas de flechas y arcabucería, y con tal estrago de los herejes, que ya pedían
buena guerra que pasara muy más adelante, y aun por ventura le obligaran á embarcarse
con harto daño suyo, si la falta de flechas y municiones no les forzara á retirarse todos,
quedando harto lastimado el enemigo, con soldados heridos y muertos, á que se acrecentó
el suceso del siguiente dia, que viendo el mismo Alcalde solía enviar el inglés de ordinario
á las labranzas por maíz cerca, y al paso do una que estaba ya sazonada y habia ido otra
vez á ella, puso en emboscada cuatro soldados y una docena de indios flecheros, con prin-
cipal intento de haber á las manos algunos ingleses. Aquí estaban en acecho, cuando llega-
ron una lancha y un batel con alguna gente á cargar maíz, y dejándoles saltar en tierra los
de la emboscada, dieron sobre ellos tan á buen tiempo, que ya que no pudieron haber á las
(CAP. XXVII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
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ruanos ninguno vivo, quedaron muertos catorce ó quince y obligados los demás á escaparse
nadando, ó como cada uno podia. De lo cual embravecido el enemigo, echó más de doscien-
tos hombres en campaña ; pero de ningún efecto, pues conociendo las ventajas que les
hacían los nuestros, aunque pocos (como siempre se las hacen) andando á caballo y con di-
gencia española, les fué forzoso retirarse á la ciudad.
Los Alcaldes y vecinos de ella, viendo cuan despacio se estaba el enemigo, pues
había ya veinte y ocho dias que la había entrado, y no veía señal de querer salir de allí,
demás del aviso que enviaron, como hemos dicho, á las islas y puertos del mar del Norte,
acordaron despacharlo también, pidiendo socorro al Nuevo Reino y Real Audiencia de
Santafé, como lo hicieron enviando tres ó cuatro soldados, de los cuales el uno se lla-
maba Bartolomé de Quevedo, y el otro Diego García, con una carta, su fecha á veinte y
ocho de enero del mismo año, para el Real acuerdo, en que referían con brevedad lo suce-
dido con el enemigo, y pedían socorro de gente, municiones, ropa para vestirse, algodón
para hacer sayos de armas, pues de todo esto se había apoderado el enemigo con la ciudad,
y que se les enviase Teniente que los gobernase, y algunos sacerdotes, pues solo les habia
quedado el Padre Fray Juan de Moya, Predicador de la Orden de San Francisco, y Guar-
dian que á la sazón era de aquel convento, que fué uno de los que más trabajaron en estos
conflictos en las cosas espirituales, administrando los Sacramentos á unos, y consolando á
todos. Llegaron los mensajeros con este recado, á veinte y seis de Marzo, al puerto que lla-
man de Pauto, que está en el rio dicho así, principios de aquel gobierno, por la parte del
Nuevo Reino, donde hallaron al don Fernando de Berrío y Oruño, sucesor en el gobierno,
como hemos dicho, bien descuidado del suceso, tratando las cosas de sus haciendas, que
despachando luego otro dia los recados á la ciudad de Santafé, llegaron á manos del Pre-
sidente de la Audiencia, don Juan de Borja, caballero de la Orden de Santiago, á nueve
de Abril del mismo año de seiscientos y diez y ocho, que juntando luego á acuerdo á las
nueve de la noche, que recibió las cartas, por pedir el caso instantáneo remedio, se comenzó
á dar á aquellas horas, determinando se pusiese en ejecución luego el dia siguiente el jun-
tar armas y municiones, comenzar á hacer leva de gente, dar aviso del suceso á los Go-
bernadores de las costas del Norte, sujetos á la Real Audiencia de Santafé, y para con-
sultar los gastos inexcusables para el socorro que se habia de hacer de la caja Real, se
hiciese luego junta del Arzobispo don Hernando Arias de Ugarte, de los Contadores de
cuentas del Tribunal y de los de la caja Real.
Lo cual puesto así en ejecución, y venido á la misma ciudad del don Fernando de
Berrío, y habiéndole mandado fuese luego como Gobernador al socorro de aquella ciudad,
con la más gente que pudiese, se le señalaron, á once de Mayo, por parecer de la junta de los
que hemos dicho, seis mil pesos de á trece quilates, de la caja Real, que pareció bastar por
entonces, con lo que el don Fernando hizo á su costa, que no fué poco para conducir la
gente que por entonces se podia sacar del Nuevo Reino al ^efecto. Mandáronse hacer
matalotajes en la ciudad de Tunja, poner chasques desde ella al puerto de Casanare, que
es la primera embarcación para Guayana, juntar alpargates, pólvora y otras municiones.
Y pareciéndole al Presidente ser de mucha importancia que antes que fuese la gruesa
de gente del socorro, en que forzoso se habían de retardar por no estar tan prevenidas
tantas cosas como la necesidad pedia, fuese delante un Capitán con hasta veinte y cinco
ó treinta soldados, pagados por seis meses, como en efecto se puso en ejecución á los treinta
de Mayo del mismo año, señalando por Capitán á Diego Martin de Baena, hombre cursado
en jornadas de indios, en especial en las guerras de los Pijaos, para que se informase y
tuviese hechas, antes que llegasen los demás del. socorro, las diligencias que le mandó por
esta instrucción, que por ser tan bien advertida la quise poner aquí.
INSTRUCCIÓN QUE SE LE DA AL CAPITÁN DIEGO MARTI17 DE BAENA PARA EL SOCORRO DE
GUAYANA.
INSTRUCCIÓN y orden que vos, el Capitán Diego Martin de Baena, habéis de guardar
en la facción que se os encomienda, de ir á reconocer la disposición y estado de las cosas
de la Guayana, de que habéis de traer ó enviar relación y aviso cierto, para que conforme
á él, con mayor tiento y acierto se acuerde y provea por los señores de esta Real Audiencia
y por mí, lo que más convenga al servicio de su Majestad, en lo que está sobre lo que hasta
ahora se ha propuesto, conferido y decretado. 51
394
FRAY PEDRO SIMON.
(7,a- NOTICIA.)
Primeramente se os entregarán veinte y cinco ó treinta soldados, pagados por seis
meses, con las armas defensivas y ofensivas, municiones, pertrechos y bastimentos nece-
sarios. Con ellos os embarcareis en el puerto de Casanare, donde hallareis prevenidas
piraguas y bogas, y desde esta ciudad al dicho puerto procurareis con todo cuidado que
los dichos soldados no hagan agravios á los indios, particularmente, ni á otras personas,
ni lleven indias, ni tomen bestias ni otro género de cosas, castigando gravemente á
cualesquiera oficiales y soldados que en esto excedieren, y porque vos y ellos acertéis en
la ejecución de lo que se os encarga, antes de embarcaros, os amonesto, que cumpliendo
con las obligaciones cristianas, confeséis y comulguéis todos, devota y ejemplarmente, que
ésta es la prevención más importante para que aseguréis vuestro buen suceso.
Despedidos del puerto de Casanare, navegareis siempre con vigilancia, cuidado y
consideración, de que podríais á cada paso dar con los enemigos ingleses ó indios alzados,
ó con los unos y los otros juntos, descubiertos ó emboscados, y puesto que de propósito no
vais á pelear con ellos, por ser muy limitada y corta la fuerza que lleváis para ese efecto,
excusareis en todas las maneras posibles cualquier encuentro que se os ofrezca, si no fuere
en caso que conozcáis declarada ventaja de vuestra parte y que se os viene á las manos
ocasión de poder prender algún enemigo inglés ó indio rebelado, de quien toméis lengua de
de lo que hay y pasa en la tierra, que este es el fin principal á que se dirige la diligencia
presente, conforme á lo cual navegareis y os alojareis siempre sobre aviso, procurando no
dejar cosa atrás que os pueda dañar, reconociendo los brazos, caños y esteros que hacen
los rios y las riberas de ellos, donde se suelen descubrir rastros que os manifestarán si son
de indios ó de gente calzada. Y esto se haga con tal moderación, que ni se retarde notable-
mente el viaje, ni por atropellarle aceleradamente se deje de diligenciar lo que importare
para vuestra seguridad y para que se consiga el efecto á que sois enviado, y no es necesario
encargaros que en todo se observe y guarde la disciplina y estilo militar que sabéis y habéis
ejercitado en otras ocupaciones, y particularmente en las que á mis ojos se os han encomen-
dado del servicio de su Majestad.
Desde el punto en que saliereis del dicho puerto iréis poniendo por memoria y
escribiendo las jornadas y sucesos de cada dia, demarcando como supiereis y entendiereis la
tierra, sondando los rios y advirtiendo los que desagüen en ellos, apuntando las cosas
considerables y notando á buena discreción las distancias con medidas de leguas ordinarias,
y los rumbos y las partes que hay rasas en las orillas de los rios y las montuosas, y en qué
parajes, formando con comunicación de las personas que fueren en vuestra compañía, más
inteligentes, un mapa ó pintura de la tierra y rios que hay desde el puerto de Casanare á la
ciudad de Santo Thome de la Guayana.
Llegado que seáis á la Provincia de los Mapoyes, que son los primeros indios de paz,
y estarán del puerto de Casanare (conforme á las relaciones que se me han hecho) como
ciento y cincuenta leguas, tornareis tierra, con el tiento y recato conveniente, porque seria
posible (si todavía persisten en la Guayana los ingleses) haberse alargado algunos y forta-
lecido en la dicha Provincia de Mapoyes, así para reducirlos á su amistad y ayuda, como
para atalayar y estorbar los socorros que presumirán ó sabrán, y á qué pueden bajar de’
este Eeino, pues con esta advertencia, y recelándoos también de solos los indios, cuyas
traiciones por su mala inclinación y poco segura paz, y particularmente si están inducidos y
acariciados del enemigo, se deben justamente temer) desembarcareis en la dicha Provincia,
y por medios suaves, halagos y algunas dádivas, siendo necesarias, trabajareis en atraerlos,
aprovechándoos para esto de Diego García, soldado que va en vuestra compañía, que por
haberse criado en aquella Provincia, sabe su lengua; y habiéndoles dado á entender con
ardid y buena maña que os va siguiendo el Gobernador don Fernando, con un gran
socorro de mucha gente de este Reino, en defensa suya y de los españoles, os informareis de
los dichos indios, si los ingleses están aún en la ciudad de Santo Thome ó en otra parte, si
se han poblado y fortificado, de manera que no traten de desamparar la tierra, ó si están
de paso, ó se han ido, y si todavía duran en ella; qué salidas y correrías han hecho, qué
sitios ó pasos han ocupado, qué número de gente será, qué armas traen, si han sacado
alguna artillería de sus bajeles á tierra, qué bastimentos tienen suyos, y si han recogido
algunos de nuestra comarca, cuáles y en qué cantidad, si retienen los bajeles en que
vinieron ó los han despedido, de qué porte serán, y cuántos ; si les ha venido nuevo
socorro, ó lo esperan, si hay nueva de que hayan tomado la isla de la Trinidad con
otra escuadra, si ésta se ha juntado con aquélla, ó aquélla con ésta, ó si corresponden,
(CAP. XXVII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
395
atendiendo cada una á su empresa ; si nuestros indios sirven al enemigo forzados ó
voluntarios, y si no todos, qué parcialidades, ó si conservan la amistad con los españoles, ó
están neutrales.
Demás de esto, con singular diligencia habéis de inquirir si es cierta la muerte del
Gobernador Diego de Acuña Palomeque, ó si está vivo y prisionero en poder del enemigo*;
si la gente que se escapó del asalto y de la refriega está en salvo, así mujeres, niños, impe-
didos y viejos, como soldados y gente útil, y particularmente os acordareis del Padre Leuro,
Cura y Vicario de la ciudad de Santo Thome, que escriben se quedó tullido en su cama sin
poderse ni poderle retirar : sabréis en qué parte está la dicha gente, y dado caso que ni
del inglés ni de los indios haya recibido daño y esté libre, si se podrá conservar y cuánto
tiempo, ó si la necesidad extrema de su sustento, ó la fuerza y crueldad de uno y otro ene-
migo la tiene en diferente estado ; y en cualquier acontecimiento acerca de esta materia,
se os ordenará en otro capítulo lo que habéis de hacer.
Si en esta Provincia hallareis quietos los indios, procurareis reformar su paz y amis-
tad con los medios referidos : si inobedientes y alterados, reducirlos buenamente por lo
menos, hasta sacar de ellos las noticias que pretendemos, porque para allanarlos de asiento
por bien ó mal, ni lleváis orden, ni fuerzas, ni espacio.
Hecha esta diligencia y continuando las que os parecieren convenientes en el discur-
so de vuestro viaje, haréis la misma en la Provincia de los Guaiqueries, que está diez le-
guas más abajo, y luego en la de los Caribes, que comienza otras diez leguas de ésta y llega
hasta la ciudad de Santo Thome. De estos Caribes será más cierto que tengáis más recien-
tes y seguras relaciones como de indios, que son todos unos y más vecinos á la dicha
ciudad.
De la’parte de éstas que os pareciere más á propósito, teniendo algunos indios de
confianza, escribiréis al Cabildo de la Guayana duplicando los despachos y remitiendo algu-
no de ellos, cuando os halléis más cerca, con soldado de la tierra de los que ahora vuelven
en vuestra tropa ; y sintiendo que tiene riesgo, enviar los dichos despachos con indios que
podrían entregarlos al enemigo, excusareis esa diligencia y haréis la segunda, avisando en
general de cómo yo os envío adelante á saber del enemigo y de los amigos la fortuna que le
corre, para que conforme al estado que tuvieren se envíe el copioso y efectivo socorro que
se va aprestando, y que no va desde luego así, por no hacer en vacío excesivos gastos de la
Real hacienda, como porque siendo forzosos, instando la importancia y necesidad, ha menester
más tiempo la conducción de mucha gente, el aparato de armas, municiones y bastimentos,
fábrica de embarcaciones y la prevención de otras cosas concernientes á tan gran máquina
como ha de ser necesaria para echar de aquella tierra tanto número de enemigos políticos ;
si han hecho asiento y se han fortificado en ella, y que por haber tardado tanto el aviso del
‘suceso aparecido, que con el transcurso de tiempo tan largo ya tendría diferente estado la
tierra del que representaron, que tenia recien perdida ; y que cuando esté en el mismo
para no caminar y proveer á ciegas, es fuerza saber primero c”on más certeza las que tiene
el enemigo, y sacar mayor luz de sus designios, y entonces se proporcionará el socorro con
el efecto que se pudiere esperar de él, puesto que ya el enemigo tiene y desde luego tuvo
ganado casi todo lo que aquella Provincia pudo perder, sin esperanza de recuperarlo, con
solo los nervios de este Reino, y que el mismo Cabildo escribió á esta Real Audiencia que
la gente estaba retirada en parte segura, donde por lo menos hasta el fin de este mes de
Mayo se podría sustentar ; que os avisen en qué sitio desambarcareis con seguridad, para
juntaros con ellos y comunicar todo lo que lleváis á vuestro cargo, comprendido en esta
instrucción.
PROSIGÚESE LA INSTRUCCIÓN.
HABIÉNDOOS llevado Dios con bien á juntaros con el dicho Cabildo y gente retira-
da, ellos os enterarán con mayores y más ciertos fundamentos de lo que pasa, y con
su comunicación y ayuda ejecutareis como os fuere posible y se confía de vuestra buena
industria todo lo contenido en el capítulo cuarto de esta instrucción : no contentándoos
con relaciones solas, en lo que vos por vuestra persona pudiereis ver y manejar ; y para
saber enteramente la verdad de todo (que es el fin principal de esta comisión), intentareis
por diferentes vias y con cualquier estratagema (que no desdiga de nuestra reputación),
interviniendo indios ó indias ú otras personas que por fuerza ó por algún accidente, siendo
de nuestra devoción, estén con los enemigos, haber alguno de ellos á las manos^ ó poniendo
396
FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
emboscadas á los que salieren á matar ganado ó á los que se alejaren descuidadamente de sus
fortificaciones á rescatar con los indios ó con otros fines. Así mismo podría ser que entre
los ingleses viniesen algunos de otra nación violentados ó descontentos, como se ha enten-
dido, que hay algunos portugueses prisioneros y se os podrían ofrecer medios para que se
pasasen á vuestra parte, prometiéndoles de la mia y en nombre de su Majestad premio y
gratificación del servicio que le hicieren, cumpliendo con la obligación de cristianos y vasa-
llos suyos en manifestar y advertir lo que conviniere para echar al enemigo y recobrar la
tierra que nos ha usurpado.
Averiguareis con claiidad y distinción qué hacienda de la caja Real tomó el enemi-
go, qué papeles ó haciendas de particulares, y los géneros de ellas, qué armas y municiones,
artillería y pertrechos, qué número de gente de pelea había en la ciudad cuando la asaltó
el enemigo ; cuántos soldados murieron, y si quedaron algunos prisioneros ; cuántos se es-
caparon así de los útiles como de los impedidos, y de la familia, indios ó indias, negros ó
negras del servicio y esclavos y de todos cuantos hay vivos ; y éstos qué haciendas, qué
armas y municiones salvaron y tienen al presente, y de todo me enviareis relación.
Habiendo cumplido con estas advertencias y tomado lengua, volvereis con el aviso
de todo, si ya no conviniese al estado de las cosas que os quedaseis haciendo espaldas y
defensa á la gente de la tierra que no se pudiese venir con vos, ó no fuese acertado que la
desamparasen, que esto se deja á vuestra prudencia y á la resolución y acuerdo en que os
conformareis con el Cabildo, y en tal caso me enviareis relación de lo sucedido con media
docena de soldados ó con los que juzgareis necesarios, que vengan en alguna piragua ó cu-
riara ligera y segura, señalándoles caudillo de satisfacción y advirtiendo que todos los sol-
dados ó los más de ellos sean nadadores, hombres de hecho y algunos cursados en esta na-
vegación, y no por esto se os prohibe quo en el discurso del viaje podáis enviar, yendo
navegando, cualquier aviso de cosa considerable que os ocurra; antes bien os doy orden
que le enviéis, siendo negocio de momento y que importe adelantar la noticia de él. Pero
si (lo que Dios no quiera) la gente retirada de la dicha ciudad de Santo Thome fuere muer-
ta ó estuviere en poder del enemigo, sin orden de poderla rescatar ó favorecer con las noti-
cias que hubiereis sacado, daréis la vuelta á este Reino y no dejareis allá gente vuestra, ni
la poca restante de la Guayana, no habiendo de ser de provecho, sin ocasión de añadir
pérdida á pérdida.
También podría suceder, caso que hallando la gente viva no se pudiese sustentar ni
conservar más tiempo en la isla donde se ha recogido, ó que en ella estuviese con gran
riesgo de ambos enemigos ingleses é indios que se hayan rebelado, y si esto fuese así y tu-
viese la dicha gente desembarazada y libre salida y piraguas ou que navegar (en ellas, y con
vos se podría subir hasta la dicha Provincia de los Mayopes, donde estoy informado que
hay sitio á propósito para entretenerse mientras se tomase resolución de traerla á este Reino
si el enemigo durase en la Guayana, ó (habiéndola desocupado) de renovar su población.
En el capítulo tercero, entre otras cosas, os ordeno que vais sondando los rios de
vuestra navegación, que son Casanare, Meta y Orinoco, y porque sabiendo el fin á que se
endereza esta diligencia, pongáis en hacerla mayor cuidado, iréis advertido de que el Rey
nuestro Señor por cédula Real suya (dirigida á don Diego de Argote, Gobernabor y Capi-
tán general de Santa Marta, fecha en diez de Julio del año pasado de mil y seiscientos y
diez y siete, cuyo traslado acaso, y para diferente propósito entre otros autos, se trajo áesta
Real Audiencia) ordena y manda al dicho Gobernador que atienda con particular cuidado á
la custodia y defensa de la Provincia que está á su cargo, por haberse entendido que un
enemigo inglés con gran número de gente ha salido de Inglaterra y viene con ánimo de po-
blar en la Guayana y de subir por el rio Orinoco arriba, y este aviso se confirma con el que
se ha tenido de la pérdida de la dicha Guayana, y de que el mismo enemigo que su Majes-
tad nombra y se llama Gualtero Reali, luego que se apoderó de la ciudad de Santo Thome,
envió tres lanchas á reconocer el dicho rio Orinoco, por el cual subieron cien leguas arriba
y se volvieron, habiendo tardado en el viaje de ida y vuelta más«4e veinte dias, y porque
así mismo, con personas fidedignas, prácticas, experimentadas y cursadas en la navegación
de los rios que hay navegables desde el mar hasta los puertos de este Reino, que caen en el
distrito de la ciudad de Tunja, tengo hecha información que por los dichos rios puede lle-
gar el enemigo á tomar tierra en los dichos puertos, será muy conveniente que desde el de
Casanare, donde os habéis de embarcar, sondéis la parte de este rio que navegareis, hasta
entrar en el rio de Meta y el de Neta, hasta el de Orinoco, y el de Orinoco hasta el sitio
(CAP. XXVII.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
397
donde hubiereis de desembarcar, para juntaros con el Cabildo y gente retirada de la Gua-
yana, y veáis y reconozcáis qué fondos tienen los dichos rios y qué bajeles, y de qué porte
los podrán navegar ; si son rios limpios ó están embarazados en algunas partes con bancos
naturales ó con árboles atravesados y con otros impedimentos, y si tienen raudales, cuántos
y en qué partes ; si suelen entrar grandes crecientes y en qué tiempos, con qué vientos se
navega por ellos, y en qué meses del año corren más regularmente, y cuándo favorecen ó
estorban la subida de los bajeles, para que visto y entendido lo sobredicho, su Majestad sea
informado, y entre tanto que ordena y manda lo que en todo se ha de hacer, yo prevenga
y provea cuanto juzgare ser necesario para la defensa de este Reino, por si acaso temeraria-
mente se arrojase éste ó cualquiera otro enemigo á infestar nuestros puertos y hacer daño
á los indios, ciudades y pueblos conveciuos á ellos.
También para en caso que el enemigo se haya poblado y fortalecido en la dicha
Provincia de la Guayana, y se sirva su Majestad de enviar gente de socorro de España,
con la cual á un mismo tiempo concurra la que ordenare que vaya de este Reino que á
mi parecer la una y la otra han de ser necesarias para despoblar al enemigo, picándole por
diferentes partes, procurareis saber y advertir con gran puntualidad, qué disposición hay
en la tierra para que la gente esté bastantemente proveida de los bastimentos que en ella
se dan y crian, certificándoos de la calidad de ellos, en qué tiempo se cogen, cuántas co-
sechas hay en el año, y cuál de ellas es la más copiosa ; y particularmente inquiráis qué
cantidad hay de ganados, qué pesquerías y en qué partes, parajes del rio ; y si demás de
conservarse el pescado salándose, so sustenta también sin sal, secándolo al humo y al sol,
como se acostumbra en las tierras calientes de este Reino.
Si se ofreciere que el enemigo quiera venir á tratos con vos, no admitiréis los im-
pertinentes, sino los que juzgareis importantes á vuestros designios, y en ese caso no per-
mitiréis punto del estilo que comunmente se guarda en semejantes ocasiones, procurando
en todas ganar reputación, y que el enemigo no reconozca flaqueza de vuestra parte, y
así haréis vendar los ojos á la persona que os enviare, de manera que no pueda ver la
fuerza con que os hallareis, ni el sitio y forma de fortificación de vuestro alojamiento,
ni saber el número de gente de vuestro cargo, haciendo con las mañosas demostraciones
que alcanzareis la mayor ostentación de fuerzas que pudiereis.
Encomiéndoos mucho que honréis á vuestros oficiales, y tratéis bien á los solda-
dos, tomando siempre de los que sintiereis capaces en las materias que se trataren, su pa-
recer y consejo ; y os encargo y mando que tengáis muy buena correspondencia con el
Teniente, Justicia y Cabildo de la Guayana, advirtiendo que al dicho Teniente que lo es
por nombramiento mió, habéis de estar subordinado para guardar y ejecutar las órdenes que
os diere por escrito ó de palabra, en caso que confiriendo cualquier cosa que se deba hacer
(que todas las habéis de tratar de conformidad) y si no la hubiere en vuestros parece-
res, cumpliréis entonces con tomar testimonio de vuestro parecer contrario ó dife-
rente ; y faltando vos ó estando ausente, ha de tener vuestras veces el Alférez Si-
món Fortuoso, que demás de pertenecerle por el oficio de Alférez, le nombro en falta ó
ausencia vuestra, por cabo de la dicha gente, para que de ella sea obedecido y respetado, como
vos lo habéis de ser, y para que cumpla y guarde esta instrucción, faltando vos ó estando
ausente,como si á él principalmente se dirigiera por la satisfacción que tengo de su persona.
Tendréis particular cuidado y cuenta con las municiones que no se gasten sin pre-
cisa necesidad, que no se moje y humedezca la pólvora, que los bastimentos vayan tan
bien acondicionados, que no se.corrompan, ya que tenéis experiencia de cuan fácilmente
se dañan en tierras calientes y húmedas; y en su distribución guardareis la orden que se os
dará aparte, teniendo siempre advertencia de reservarlos mientras tuviereis frutos de
la tierra con que sustentar la gente ; pues veis cuan dificultosa y costosa es la conducción
de ellos y que los habréis menester para dar algún refresco á los amigos retirados, y para
cuando os hayáis de volver ó enviar el aviso con soldados, considerando que hasta que
llegue no se os han de enviar otros.
Y porque para disponer y facilitar vuestro despacho, y para otros efectos importan-
tes, he ordenado al Contador Andrés Pérez de Pisa, Veedor y Contador de la gente de guerra
de este Reino, que vaya á la ciudad de Tunja y á las demás partes que le he señalado, vos
y la gente de vuestro cargo, hasta que quedéis enteramente despachado para vuestra em-
barcación, estaréis á su orden, que por la gran inteligencia que tiene de estas materias, y
muchas experiencias que he hecho del cuidado, actividad y acierto de sus acciones en todas
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FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
las cosas que se han ofrecido del servicio de su Majestad en este lieino, entre otras mayores
que lleva ahora á su cargo, le ordeno que no consienta que estos soldados agravien, ni
hagan molestia en los caminos por donde pasaren, ni en las posadas, estancias ó reparti-
mientos donde se alojaren, á ningún género de personas, puesto que por mi orden y por
su mano van proveídos de todo lo necesario. Fecha en Santafé á veinte y ocho de Mayo
de mil y seiscientos y diez y ocho años. Don Juan de Borja.
CAPÍTULO XXVIII.
I.—-Despáchase al socorro el Capitán Diego Martin, y llega á la ciudad de Santo Thome, que halla ya
desocupada del enemigo.—II. Estragos que hizo el inglés en la ciudad, y tanteo de lo que mon-
taría el pillaje.—III. Despacha la Real Audiencia de Santo Domingo por Gobernador de Guayana»
á don Juan de Viloria, y recíbenle en la isla de la Trinidad, y no en la ciudad de Santo Thome.—
IV. Socorros que le vienen á la ciudad de la de Puerto Rico, por parte del Rey y de la Goberna-
ción de Caracas.
CON esta instrucción y lo necesario al viaje de matalotajes y armas para treinta y
tres sol dados que Uevabaen su compañía, se despachó de la ciudad de Santafé y Tunja
el Capitán Diego Martin, y llegando contado en veinte y ocho de Julio del mismo año de
seiscientos y diez y ocho, al puerto del rio de Casanare, que es donde se hace la común em-
barcación para las Provincias de Guayana y ciudad de Santo Thome, se embarcó en tres
piraguas, y haciendo por el rio las diligencias que le ordenaba la instrucción, llegó á la
ciudad á diez y nueve del mes de Agosto del mismo año, que la halló ya desocupada del
enemigo, y á los vecinos de ella en unos nuevos ranchuelos que habian vuelto á reedificar
desde veinte y nueve de Enero del mismo año, que fué dia siguiente al que se escribió la
carta del aviso y socorro á la Real Audiencia de Santafé, y en el que se fué el enemigo.
Porque estimulado de los catorce ó quince ingleses que dijimos le habian muerto en la
labranza yendo á coger maíz, temiendo otros mayores daños de los vecinos, pareciéndoles
bastaban el haberle muerto más de doscientos y cincuenta hombres en todas las refriegas
y ocasiones que hemos dicho, pegó fuego á las pocas casas que habian quedado, iglesias y
conventos, sin que quedase sola una en pié, y haciéndose á la vela, bajó una legua el rio
abajo, donde dio fondo con toda su armada, y puso banderas de paz, á que no queriendo
acudir los vecinos por no tener ninguna satisfacción do la que pudiera dar, volvió á levantar
velas y proseguir su viaje el rio abajo, deteniéndose en algunos puertos, en las Provincias de
los naturales, persuadiéndoles matasen á todos los españoles, obligándoles á esto con hachas
y cuchillos, que es lo que más aquellos bárbaros estiman, asegurándoles que dentro de un
año volverían sobre aquella ciudad y acabarían con el remanente de los españoles que
entre tanto se hubiesen escapado de sus manos, en venganza de los muchos que le habian
muerto, que era el número dicho, con otros muchos que iban mal heridos. De todo lo cual
hicieron relación algunos indios amigos nuestros que habia entre los que iban irritando con-
tra los españoles, y aficionándolos así á dos soldados, despacharon luego los Alcaldes en
una piragua, á la vista del enemigo, hasta que salió al mar.
Entrando ya con esto seguros los vecinos entre las pavesas de su desgraciada ciu-
dad, lo primero que fueron á desvolver en ellas fué la casa de Francisco de Santa Cruz,
donde les habian dicho las indias tenían curando al Cura y Vicario de la ciudad, el Padre
Francisco de Leuro, á quien hallaron quemado sobre la cama, donde lo estaban curando,
que al fin como herejes y sin fe, aun aquella obra buena natural, que comenzaron á hacer,
la dejaron imperfecta, haciéndole mayor mal en quitarle la vida, que el bien que le comen-
zaron á hacer en quererle curar, y echando cuenta de lo que habia robado de la caja Real
(que también hallaron hecha carbón en la casa del Gobernador, que la habia hecho meter
allí cuando entró el enemigo, pudiéndola poner en cobro con tiempo fuera de la ciudad,
según parecer de algunos) hallaron que era hasta seiscientos reales en moneda, una barra
de oro de cabo y cola, un tejuelo, y otros pedazos de lo mismo, que montaban hasta dos
mil reales ; una muy buena cadena de oro, un grande aguamanil de plata, y otras joyas
de oro que estaban allí depositadas ; doscientas y treinta hachas de hierro, y otras tantas
vainas de cuchillos giferos, que se tenían para rescates de indios ; veinte mosquetes, cuatro
arcabuces, con otros seis cañones sueltos; diez barriles llenos de pólvora, un quintal de
cuerda de España, pocas más de mil balas de mosquete, y muchas escrituras de deudas que
(CAP. XXVIII.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME 399
se debian á la caja, todos los libros de su cuenta, y las escrituras del archivo de la ciudad,
dos piezas do artillería del fuerte, cuatro pedreros con sus cámaras, seis campanas de la
iglesia mayor y de los dos conventos de San Francisco y Santo Domingo, con todos los or-
namentos de las tres partes, todo el pillaje que se escapó á la entrada de la furia del fuego
en las casas de los vecinos, pues si no fueron cuatro ó seis que sacaron alguna cosa de su
ropa y algunas joyuelas, todo lo demás quedó en sus manos ó en las del fuego. Embarcó
también tres esclavos negros, dos de una viuda llamada Mencia Ruiz, y otro de Pedro de Pa-
dilla, los dos indios que hemos dicho, que por todo se echó cuenta, importaría cuarenta mil
ducados, sin otros ciento y cincuenta quintales de tabaco que pudo haber á las manos,
porque lo demás, que serian hasta quinientos quintales que habia en el pueblo, no pudo
huir de las llamas, á cuyo estrago se allega el que se hizo en el ganado mayor, y algún
maíz que hubieron de las estancias y embarcaron de lo que habia en el pueblo, que todo
junto fué perder los vecinos cuanto tenían, que perder fuera de las vidas. Habiendo que-
rido Dios, como padre que ama mucho á sus hijos, que por haber hecho alguno alguna
travesura, le da un repelón tan bien dado, que quedándose con los cabellos en los dedos, lo
deja con escocimiento por buen espacio de tiempo, así parece sucedió á los de esta ciudad,
que les quiso dar este repelón por mano de aquellos mismos con quienes estaban indiciados
de rescates de contrabando. ,
Entre lo demás que llevó de socorro el Capitán Diego Martin, fueron, como lo pi-
dieron los de la ciudad, despachos para que el Capitán Gerónimo Grados fuese Goberna-
dor mientras llegaba el propietario don Fernando de Berrío, que no se descuidó un punto
en la diligencia que quedó haciendo en el Reino, de donde se despachó, salió y llegó á la
ciudad de Santo Thome en el tiempo que luego airemos. Pero entre tanto, habiendo tenido
noticia la Real Audiencia de Santo Domingo, en la isla española, del suceso del enemigo
y muerte del Gobernador Palomeque por el aviso que dijimos, dieron á los principios de
la entrada del inglés los vecinos de la ciudad, pretendiendo estar á su cuidado (por tener
para ellos recados de su Majestad) el gobierno de aquellas Provincias de Guayana, des-
pachó título de Gobernador á don Juan de Viloria y Quiñones, á once del mes de Abril
del mismo año de mil y seiscientos y diez y ocho, para que gobernara aquellas Provincias,
en falta del Gobernador Diego Palomeque. Despachado de la ciudad de Santo Domingo
con estos recados el don Juan de Viloria, llegando á la isla de la Trinidad y á su ciudad
San Josef de Oruño, le recibieron sin contradicción alguna, lo que no le sucedió en la de
Santo Thome, pues llegando á ella á lo mismo (á veinte y tres del mismo mes de Abril y
el mismo año, habiendo proveído como hemos dicho) don Juan de Borja, Presidente de la
Real Audiencia de Santafé, por su Teniente en aquella ciudad al Capitán Gerónimo de
Grados, para entre tanto que llegaba á ella don Fernando de Berrío, no recibieron al don
Juan de Viloria, diciendo no pertenecer aquello á la jurisdicción de la Real Audiencia de
Santo Domingo, sino á la de Santafé, como constaba por el nuevo título que le habia dado
el Rey al don Fernando de Berrío, de restauración de su gobierno, en que dice pertenecer
al de la Audiencia de Santafé, y lo mismo dice en una cédula de recomendación, que diji-
mos se le habia también despachado.
No fué menester hacer mucha resistencia de parte de la ciudad de Santo Thome á la
pretensión de don Juan de Viloria, por no aficionarle nada el estado en que veía las cosas
de la ciudad, pues era más para trabajos que comodidades, y así con facilidad dio de mano
á sus intentos y tomó la vuelta de la isla de la Trinidad, donde, como dijimos, estaba recibi-
do en pacífica posesión. También se recibió en el Cabildo de la misma ciudad de Santo
Thome una carta y cédula de su Majestad, despachada en San Lorenzo el Real, á diez y
ocho de Septiembre del mismo año de seiscientos y diez y ocho, en respuesta de la que el
mismo Cabildo habia escrito, dando cuenta de lo sucedido, loando su Majestad y agrade-
ciendo lo que habia hecho en su defensa y de la ciudad, haciendo tan valerosamente frente
al enemigo, y que avisaba á los Gobernadores de Cumaná y Puerto Rico, les acudiesen con
socorro y gente, y para el remedio instantáneo, que era necesario les proveyeran de Puerto
•Rico de ocho quintales de pólvora, veinte mosquetes y otros tantos arcabuces, con todo su
aderezo; dos quintales de cuerda y cuatro de plomo, que parecía bastar para la gente que
al frente tenia la ciudad. También desde la de Caracas, á once de Marzo de mil y seiscientos
y diez y ocho, despachó su Gobernador, don Francisco de la Hoz y Berrío, hermano del
don Fernando de Berrío (que fué uno de los que se ahogaron este año pasado de mil y
seiscientos y veinte y dos, en los galeones que se perdieron en el Canal de Bahama), al
400
FRAY PEDRO SIMON.
(7.n NOTICIA.)
Capitán Bernabé de Brea, Alcalde que era á la sazón de la ciudad de San Sebastian de los
Reyes, con algunos soldados, lienzo para sayos de armas, alpargates y municiones en
socorro de la de Santo Thome, á donde llegó á los primeros de Abril del mismo año,
por tierra.
CAPITULO XXIX.
I. Recogidas todas sus naves, Gualtero Reali tomó la vuelta de la Florida y llegó á la Virginia.—
II. No le dejan desembarcar en ella, y así, sin detenerse, toma la vuelta de Inglaterra, donde á
petición de Embajador de España, por haber contravenido á las paces hechas con aquel Reino, le
fué cortada la cabeza.
HABIENDO desembocado por las bocas del Orinoco las naves que se hallaron en el
saco y destrucción de la ciudad de Santo Thome, y llegado al puerto de España en la
isla Trinidad, donde con las demás las estaba aguardando el cosario Gualtero Real ó Reali,
que no se le acrecentó poco la pena que ya tenia de la muerte de su hijo, con la que de
nuevo le dieron con tantas de tantos soldados suyos como murieron en los refriegas, en
especial siendo poco el reparo de estos daños, por el poco pillaje que habían sacado de la
ciudad (aunque para sus vecinos fué muchísimo, pues fué de todo cuanto tenian), hizo
recoger el General Gualtero algunas fustas que andaban robando por aquellos puertos,
y habiendo celebrado las exequias de los muertos, se dio á la vela la vuelta de la
Florida, á donde con buenos caminos llegó á la Virginia, no cesando en el camino, así en
el mar como en los puertos que topaba, de hacer grandes conminaciones de muerte al
indio Cristóbal Guayacundo, que dijimos habia preso en Santo Thome, que era del servicio
del Gobernador Palomeque, y natural del pueblo de Sogamoso en este Nuevo Reino, y á
otro llamado Josef, que también hubo á las manos en Santo Thome, y murió antes de
llegar á Inglaterra, intentando de ellos por este camino sacar algunas noticias de minas en
las Provincias de Guayana, para labrarlas á la vuelta que pretendía hacer, como lo dejaba
concertado con los indios Caribes de Orinoco, sus amigos y nuestros contrarios.
Aunque pretendió Gualtero Reali desembarcar en el puerto de la Virginia, no se lo
consintió el Capitán inglés que la tenia á su cargo, aunque sobre esto hubo muchos requeri-
mientos y protestaciones de una y otra parte, que aunque no sabemos las causas en que se
fundaron, de ambas, para estas contradicciones, sabemos que el contrario de su armada, sin
detenerse allí, por la resistencia que se le hizo, siguió su navegación y llegó á salvamento
al puerto de Plemua en Inglaterra, donde luego llegaron los ministros del Rey y otras
personas particulares interesantes con quienes tenia el cosario hecho asiento. Y después
de haber pagado los derechos Reales y de Aduanas, repartió entre todos el pillaje de dineros
y tabaco que llevaba, no quedando muy contentos, por decir que no equivalía la presa á los
excesivos gastos que se habian hecho en la armada. Acabada la partición, el cosario Gual-
tero se fué á la ciudad de Londres, donde su mujer y familia le recibieron con mucho dolor
y sentimiento de la muerte de su hijo.
El Presidente y Audiencia de Santafé, luego que tuvieron hechas las prevenciones
y socorros que se han dicho, dieron cuenta á su Majestad y su Real Consejo de las Indias
enviando relación de todo y persona particular, que fué el Secretario Hernando de Ángulo,
escribano de Cámara de la misma Real Audiencia, persona bien á propósito para el caso,
y otros más arduos, que informase de lo hecho y de lo demás que se haria si los enemi-
gos quisiesen ocupar aquellas Provincias, y presidiarse en ellas, como generalmente se en-
tendía en aquella sazón. Causó mucha admiración este suceso, del cual también dio cuenta
la Real Audiencia de Santo Domingo, enviando aviso particular, y en él á don Lope de
Moría, Tesorero que llegó pocos dias después del de este Reino. De todo dio cuenta el Con-
sejo de las Indias á su Majestad, y habiendo aprobado y confirmado los gastos que los
Presidentes y Audiencias mandaron hacer en esta defensa, y dándoles gracias por la dili-
gencia y cuidado que en ello pusieron, ordenó que todas las relaciones y avisos que se ha-
bían llevado de las Indias, se pasasen al Consejo de Estado y Guerra y que por lo que
tocaba á la contravención de las paces asentadas entre las dos coronas de Castilla é Ingla-
terra, lo viese el Fiscal y pidiese lo que conviniese, sobre lo cual hubo muchas juntas y
conferencias, de que resultó ordenar al Conde don Gomar, don Diego Sarmiento de Acuña,
Embajador ordinario del Rey en Londres, que pidiese al de Inglaterra enmienda y satisfac-
ción de la muerte del Gobernador Palomeque y de lo que de su caja y del común se ha-
(CAP. XXX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIR1IE.
401
bia robado. Esto se bizo el año de mil y seiscientos y diez y nueve, y el de mil y seiscien-
tos y veinte se trató con mucha demostración, y de ella resultó la prisión del dicho Gual-
tero, y ponerle muy á recado en el Castillo de Piernua, y secuestrarle sus bienes, donde por
términos jurídicos fué convencido y degollado públicamente. Díeese que el Gualtero fué
gran corsario, y que navegando antiguamente por las costas de tierra firme é islas de Barlo-
vento, halló una rica mina de oro en las riberas del rio Orinoco, de que llevó á Londres
algunas pipas de tierra (como dejamos tocado), de donde sacó algún oro, y la tuvo en-
cubierta más de treinta años, y en esta sazón dio noticia de ella, ofreciendo el irla á poblar.
y para este efecto se hizo la armada, con la cual contravino, haciendo lo que se ha dicho,
El indio Cristóbal Guayacundo, que llegó-con el corsario á Inglaterra, y se halló cerca de
él cuando lo degollaron, que parece lo llevó desde Guayana, solo para testigo de esto, des-
pués de varios sucesos que tuvo, pasó á Madrid, y de allí volvió á Cartagena, de donde
llegó á su tierra, el valle de Sogamoso, el año de mil y seiscientos y veinte y dos, donde
hoy está.
CAPÍTULO XXX.
I. Llega á la ciudad de Santo Thome el Gobernador don Fernando y halla atemorizados los vecinos,
por estar alzados los indios y haber muerto seis españoles.—II. Dase cuenta del suceso de una
facción que salió á hacer el Capitán Grados á las provincias de los Aruacas y Caribes, en que lo
prendieron ingleses.—III. Piden los enemigos rescates por el Capitán Grados, á lo que no quiere
acudir el Gobernador don Fernando.—IV. Breve relación del gran rio Orinoco.
EN el siguiente de mil y seiscientos y diez y nueve, á los once de Mayo, llegó á la misma
ciudad su Gobernador propietario, don Fernando de Berrío, con cuarenta y cuatro sol-
dados bien pertrechados de armas y municiones á su costa, en que gastó más de siete mil
pesos, á quien recibieron con muy gran gusto, por parecerles saldrían con su llegada de
los temores en que los tenían los naturales, que habían quedado alzados y rebeldes con la
estada y diligencias del enemigo, á quien no podían castigar ni reducir, por ser tan pocos los
soldados con que se hallaban. Y así solo se habia hecho antes que llegara el don Fernando
una salida al rio de Esquivo y Verius, principal morada de los Aruacas, que siempre habían
sido hasta entonces amigos nuestros, que los hallaron tan rebelados con la comunicación
del inglés, que no solo no les quisieron dar por sus rescates los mantenimientos que la ne-
cesidad les obligaba á hacer aquella salida á buscarlos, pero á la sombra de fingida paz
dieron sobre los nuestros, y matando seis de los vecinos de la ciudad, y entre ellos á Juan
de Trillo, su encomendero, los demás escaparon de milagro, pues vinieron por espesos mon-
.tes caminando hasta ella cincuenta dias, sin comer más que ruines frutas de árboles, y éstas
muy tasadas, y algunos cogollos de bihao, con que quedaron todos tan atemorizados, que á
no llegar tan á buen tiempo el don Fernando con socorro, estaban bien á pique de desam-
parar la tierra y plaza, con ser de las más importantes y necesarias de que siempre tenga
presidio que haga frente al enemigo, como hemos visto que tiene el Rey en todas estas Indias,
por ser los naturales de unas y otras provincias tantos, que llegan á más de cien mil, ya ce-
bados con las dádivas y tratamiento de los herejes, que, como hemos dicho, solo les predican
la libertad de tributos y conciencia con que ellos viven y estos naturales apetecen. Despachó
luego que llegó el don Fernando (que fué á tres dias que hubo tomado desde aquella ciudad
la vuelta de la isla de la Trinidad) el don Juan de Yiloria al Capitán Gerónimo de Grados
con una buena escuadra de soldados, á castigar los Aruacas de lo que habían hecho ; y
para reforzar el presidio de la ciudad, despachó á hacer leva de cien soldados á las Gober-
naciones de Cumaná y la Margarita.
No era do tan pequeña importancia la facción que salió á hacer con los treinta*sol-
dados el Capitán Gerónimo de Grados, que no se pretendiese conseguir de ella no solo el
castigo y pacificación de los Aruacas, sino también el castigar con ellos los Caribes, gente
que lo es tanto, y tan perniciosa y mala, que no deja rincón en todas aquellas costas del
Norte, así de islas como de tierra firme, que no inquiete y tenga sobresaltado sin un punto
de seguro. Comenzó á tener en sus intentos buenos principios, con los sucesos que se desea-
ban, esta salida, pues en el rio de Baruma (que es el primero de estas provincias, donde
habita la nación Aruaca) sacó el Capitán Grados de paz todos los naturales que habia en él,
y dejando pagados los indios para la guerra de los Caribes, y todos los bastimentos necesa-
rios, y apercibidos para cuando se les avisase, pasó al rio de Esquivo, donde hizo lo propio,
402
FRAY PEDRO SIMON.
(7.a NOTICIA.)
y de allí al do Verius, donde estaban los delincuentes que habían muerto al Juan de Trillo
con sus cinco compañeros, que sabiendo les entraban españoles, ya que iban se retiraron á
una casa fuerte que tenían hecha para el intento, donde esperaron á los nuestros y pelearon
valerosamente, pero al fin quedaron vencidos y bien castigados, aunque con pérdida de un
soldado que murió en la refriega, y heridos otros seis ú ocho. Tomó con esto el Capitán la
vuelta del rio de Esquivo, donde, como dijimos, tenia los bastimentos é indios de guerra
pagados, despachando cuatro soldados al de Baruma, para que tomando todo lo que también
estaba allí pagado de gente y matalotajes, á día señalado bajasen á la boca del rio, donde se
juntasen todos para hacer la entrada en los Caribes. Llegando el Gerónimo de Grados para
el intento con dos piraguas á la. boca del rio de Esquivo, halló seis navios de enemigos,
los cuatro más dentro, que estaban rescatando con los naturales, á quienes tenia ya otra vez
pervertidos de como los habia dejado el Capitán, á quien despacharon luego que le dieron
vista los enemigos, de los dos navios que estaban más á la boca del rio, dos lanchas con
cuarenta mosqueteros á reconocer las piraguas, que luego se apercibieron á la resistencia
mosqueteándose un rato con las lanchas que tomaron, huyendo la vuelta de sus navios, y
los nuestros se ranchearon en unos caneyes que estaban cerca y ya sin gente, habiéndolas
dejado el Capitán con mucha, por haberse ya alzado y aliado con los enemigos y concertado
todos de matar á los españoles.
No obstante esto y otras señales que halló de alzamiento en las casas, pudiendo re-
tirarse aquella noche á su salvo, se empeñó en más de lo que debiera, intentando hacer
algún daño en los enemigos y naturales, fiado en los treinta y seis soldados que llevaba, de
los mejores mosqueteros que habia en la ciudad y muchas municiones, y así se determinó
pasar adelante aquella noche á las casas de un indio principal, donde habia dejado mucho
cazabe y otras cosas de los soldados, pensando no estaría alzado, como lo estaba ; pues lle-
gando á ellas, las halló despobladas, y él se halló metido entre cuatro navios de enemigos en
un rio muy angosto, donde ni podia pasar adelante ni volver atrás. Conocida su perdición,
acordaron escribirle al enemigo pidiéndole pasaje, poniéndole delante las paces hechas
entre España é Inglaterra. Despacharon en respuesta de la carta un flamenco que saltando
en tierra, se trató que para el dia siguiente se viesen los dos Capitanes, Gerónimo de Grados
y el de los navios, en la mitad del rio, sin llevar cada uno más que un soldado que le acom-
pañase. Diéronse estas vistas y comenzándose á tratar sobre el caso, viendo el inglés estaba
la piragua del Capitán apartada de tierra, donde no podia ser socorrido de sus soldados,
determinó prenderle, como lo hizo con favor de los indios bogas que llevaba el inglés. Lle-
váronlo al navio preso con su compañero, que era un Alonso de Montes, y los demás solda-
dos, visto el caso, se determinaron á salir con la otra piragua por entre los navios, que les
dieron paso franco, contentándose con la presa que tenían. Los cuales tuvieron por partido
llegar con la vida á Santo Thome á dar estas desgraciadas nuevas ; los ingleses llegaron á la
boca de Arature, que es la que está arrimada á tierra firme de las del rio Orinoco, y despa-
chando una carta á Santo Thome al Gobernador don Fernando, le daban cuenta de la prisión
del Capitán Grados, y que lo darían libre si daban por su rescate treinta quintales de tabaco;
pero que si no, habían de subir al pueblo y quemarlo después de haber ahorcado al Capitán
Grados y á su compañero.
No se le dio mucho al Gobernador de la carta y amenazas, si bien habia sentido por
extremo la prisión del Capitán, pues respondió que si como él estaba preso lo estuviera su
padre, lo dejara degollar antes que dar en su rescate una onza de tabaco, y que no se le
daba mucho subiesen al pueblo, donde los quedaba aguardando, con que los dos de los navios
alzaron velas tomando la vuelta de la Margarita, Cu maná y Caracas, para intentar en todas
estas partes si hallaban quien rescatase á los dos presos por tabaco. Ya era esto por el año
de mil y seiscientos y veinte, por el mes de Marzo ; después por varios sucesos volvió el
Grados á la ciudad de Santo Thome, donde murió en la cárcel, averiguándole no sé qué
achaques acerca de amistades que habia tenido con los ingleses.
El valiente rio Orinoco (que en otras partes hemos llamado rio de Paria, por lo que
allí dejamos dicho), de los más caudalosos del mundo, que después de haber paseado más de
cuatrocientas espaciosas leguas de tierra, con corrientes del Sur al Norte, entrando por siete
dilatadas bocas enfrente de la isla de la Trinidad, en cincuenta y dos grados diez minutos
de longitud, y de latitud ocho y diez minutos al Norte, hace dulces gran parte de las aguas
saladas de aquel mar, y en cuya margen cuarenta leguas arriba de sus bocas, á la banda del
Oeste está plantada la ciudad de Santo Thome, en la provincia de los indios Guayanas.
(CAP. XXX.)
NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.
403
Tiene sus nacimientos y primeras aguas en la provincia de Iscance, entre las dos ciudades
de Pasto y Almaguer, que son en la Gobernación de Popayan. Toma allí el nombre de su
provincia basta que llega á la de los Tamas, donde le entran por la banda del Poniente los
valientes ríos Papaneme y Placencia, que nacen al Leste de la cordillera que cae.sobre el
pueblo nuevo de Neiva, sesenta leguas al Sur de la ciudad de Santafé. Juntos estos tres
rios sin otros muchos de menos nombre en los Tamas, le llaman (perdiendo su primer nom-
bre) Tama, y á quien más abajo Guayare, enfrente del pueblo de españoles de San Juan de
Yeima. Pasando por otras provincias más abajo le llaman sus naturales Barraguan, donde
le entra otro valiente rio llamado Meta, que, como hemos dicho otras veces, nace á las espal-
das de la ciudad de Tunja al Oeste, en un pueblo de naturales llamado Boyacá ; pero antes
que entre el Meta en Barraguan recibe las aguas de otro gran rio que llaman Cazanare, y
á todos así juntos en uno, con otros muchos que se les juntan, los más por la parte del Po-
niente, que son las espaldas del Nuevo Reino de Granada, le llaman Orinoco, hasta entrar
en el mar por las siete bocas que dijimos, de tan crecidas aguas, que pueden navegar en
ellas navios de más de ciento y cincuenta toneladas más de docientas leguas, y por los que
hemos dicho le entran ; pueden subir otras fustas de menor porte hasta bien cerca de la
ciudad de Tunja y San Juan de los Llanos.
PUEBLOS Y OTRAS PARTES MÁS NOTABLES CON SUS GRADUACIONES, QUE SE COMPRENDEN EN ESTE
PRIMER TOMO POR MODO DE RECAPITULACIÓN.
LA primera y más antigua ciudad (como hemos visto por la historia de toda la gober-
nación de Venezuela, que es de quien principalmente trata este primer tomo) es la de
Coro, en sesenta grados y diez minutos de longitud, y diez grados y cincuenta minutos de
latitud al Norte : fundada en una Provincia de indios llamada Coriana. Es cabeza del
Obispado de Venezuela, sufragáneo del Arzobispado de la isla de Santo Domingo, y así está
allí la Catedral con sus Prebendados y Canónigos, si bien el Obispo lo menos asiste en ella,
por ser la ciudad de León en Caracas más populosa y de mejor temple y seguro. Hacen los
Prebendados el oficio divino con mucha puntualidad en ella, aunque la iglesia se está con
solos principios, por la mucha pobreza de la tierra. Es también la ciudad, por la misma ra-
zón de su antigüedad, cabeza de la gobernación de Venezuela, de donde se intitula el Go-
bernador de todo aquel partido, que tiene dos mil ducados de salario en situado, aunque su
más ordinaria asistencia, por la razón dicha, es en Santiago de León de Caracas, donde tam-
bién asisten los oficiales, Contador y Tesorero de la caja Real, que habían de estar en esta
ciudad, que también tiene sus dos Alcaldes ordinarios, dos de la Hermandad, Regidores per-
petuos y otras justicias, con Teniente general de Gobernador ; un convento de nuestra or-
den. Es tierra calidísima, tiene dos puertos razonables; ya está muy sin sustancia, por ha-
berle faltado casi de todos los indios, y los que han quedado estar muy lejos de la ciudad la
tierra adentro. Dánse algunas de las frutas de Castilla, como son uvas é higos, y todas las
de la tierra, en especial unas que llaman datos, de tres ó cuatro colores, verdes, colorados,
amarillos, naranjados, que echan unos árboles muy altos y feos, todos cubiertos de espinas,
pero es la fruta de maravilloso gusto y dura los seis meses del año continuados.
Tras esta ciudad se pobló la del Tocuyo, que está en cincuenta y nueve grados y
cincuenta minutos de longitud, y siete grados de latitud al Norte, ochenta y cinco leguas
de la de Coro al Sur : es provincia de indios, poblóla el Capitán Caravajal, del Licenciado
Tolosa, como dejamos dicho ; tierra muy caliente por la mayor parte, aunque tiene peda-
zos de fria y bien templada, pero en toda ella se da buen trigo, en especial en el valle de
Quibor, con grandes crias de ganado mayor y menor. En las tierras frías goza de muy bue-
nas aguas, falta de oro, abundante de algodón y de todas frutas de la tierra y de algunas de
Castilla. Hízola famosa el haber muerto la gente de ella al tirano Lope de Aguirre. Go-
biérnase por dos Alcaldes ordinarios, dos de la Hermandad y Regidores perpetuos, sujeta
al Gobernador de Venezuela, que tiene de ordinario puesto en ella un Teniente. Tiene un
convento de nuestro Padre San Francisco y otro de Santo Domingo, Cura y Vicario y al-
gunos clérigos.
Tras ésta se fundó la Nueva Segovia, en la Provincia de Bariquisimeto, en cin-
cuenta y nueve grados y treinta minutos de longitud, siete y cuarenta minutos de latitud
al Norte, tierra muy caliente, y que á las cordilleras de Nirva, que le demoran quince ó
diez y seis leguas al Leste, se ha hallado mucho y muy buen oro ; tiene crias de ganado
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FRAY PEDRO SIMON.
(7.* NOTICIA.)
mayor y cabruno. Mataron en ella al traidor Aguirrc, aunque después de haberla destrui-
do. Dánse de todas las frutas de la tierra y mucha miel de diferentes abejas que orian en la
tierra en huecos de árboles y en racimos, que componen de panales, colgados de sus ramas.
Tiene un convento de nuestra orden, Cura y Vicario, y clérigos que asisten á las doctrinas
de indios, de quien ella es provincia sujeta al Gobernador de Venezuela.
El puerto de la Burburata, donde antiguamente hubo una ciudad poblada del mis-
mo nombre, está en cincuenta y ocho grados veinte minutos de longitud, nueve y^cuarenta
minutos de latitud al Norte : despoblóse por las razones que dejamos dichas, y así está des-
amparado el puerto, que es muy bueno, sondable y capacísimo.
De donde está ocho ó nueve leguas al Sueste de la Nueva Valencia, en cincuenta y
ocho grados de longitud, nueve y cincuenta minutos de latitud al Norte, sujeta á la gober-
nación de Caracas, con provincias de indios que gobiernan dos Alcaldes ordinarios, dos de
la Hermandad, con los demás ministros de justicia ordinaria ; tierra muy caliente, de
grandes crias de ganado mayor, abundante de pescado, de una valiente laguna dulce que
tiene cerca, llamada Acarigua. Dánse las frutas de la tierra y algunas de Castilla, y cójese
zarzaparrilla, mucha miel de diferentes abejas que crian en árboles ry debajo la tierra, de
que se saca mucha cera, aunque toda muy negra, y guayacan.
Cuarenta leguas de Coro al Oeste está fundada la ciudad de la Nueva Segovia, cu-
yos cimientos lamen las aguas de la laguna de Maracaibo ai Poniente, cerca de su barra, en
sesenta y dos grados y veinte minutos de longitud, diez y sesenta minutos de latitud al
Norte, Provincia de indios, sujeta al Gobernador de Venezuela. Tiene dos Alcaldes ordi-
narios, dos de la Hermandad, caja Real con sus oficiales, para los derechos reales de las car-
gas y descargas del puerto, que es bien frecuentado de las fragatas del de Cartagena, y por
donde se sacan los frutos de la mayor parte de la gobernación de Venezuela y de algunas
ciudades sujetas á este Nuevo Reino de Granada, tierra muy caliente y llana por la parte
que mira al Poniente ó ciudad del rio de la Hacha, entre las cuales median los indios Goa-
giros, Cocinas y de los Encales, gente belicosa y mal reducida hasta hoy, en cuyas tierras
andan cimarronas más de cuatrocientas mil cabezas de ganado, de yeguas y caballos. Dase
cerca de este pueblo con mucha abundancia ganado vacuno y cabruno; no se da el de lana,
por ser tan caliente. Hay un convento de nuestra religión, Cura y Vicario, y clérigos en
las doctrinas, un Cristo crucificado, de bulto, en la iglesia mayor, que hace grandes milagros.
Al principio del golfo de Venezuela al Noroeste (respecto de la ciudad de Coro) está
la entrada de esta laguna de Maracaibo y el cabo de Coquibocoa, entre cuyos indios solo se
ha hallado hasta hoy, de todas estas Indias Occidentales, peso y toque para el oro. Después
está Bahíahonda y el Pórtete, y á lo último el cabo de la Vela, á quien dio nombre el
Capitán Alonso de Ojeda, como más largamente diremos en la segunda parte. El cabo de
San Román entra veinte leguas al mar, doce de Coro al Norte, en sesenta grados de longitud
y once de latitud. Solia el cabo de la Vela, que está en doce grados de latitud y sesenta y
dos de longitud, ser más frecuentado á los primeros descubrimientos de estas Indias, que
en estos tiempos, por la pesquería de las perlas del rio de la Hacha, de que al presente dan
poco en qué entender.
La ciudad de Trujillo, que está en sesenta grados y cincuenta y cinco minutos de
longitud, seis grados y cuarenta y ocho minutos de latitud al Norte, Provincia de indios,
sujeta al Gobernador de Venezuela, mal sitio el del pueblo, per estar entre las angustias de
dos encrespados cerros. Ya dejamos dicho de sus calidades y tratos. Hay un convento de
recolección de nuestra orden, otro de Santo Domingo, Cura y Vicario y algunos clérigos que
juntamente con los religiosos doctrinan los indios de su distrito.
El pueblo de Guanaguanare quince ó veinte leguas del Tocuyo al Oriente, provin-
cia de indios, muy caliente, rica de pescado, zarzaparrilla y tabaco, sujeta al Gobernador de
Venezuela ; gobiérnase por dos Alcaldes ordinarios, dos de la Hermandad y los demás ofi-
ciales de justicia.
La ciudad de Portillo de Carora, en sesenta grados y veinte y cinco minutos de lon-
gitud, ocho y seis minutos de latitud al Norte, provincia de indios mal doctrinados por falta
de sacerdotes, y ser la tierra inhabitable por falta de aguas. Hay un convento de nuestra
orden, cura y vicario., tierra muy caliente y seca, por lo cual se dan mal todas las frutas,
así de la tierra como de Castilla ; dase bien el ganado mayor y cabruno ; gobiérnase por dos
Alcaldes ordinarios y dos de la Hermandad, sujeta al Gobernador de Venezuela.
La ciudad de Caracas ó Santiago de León, tres leguas la tierra adentro del puerto de
(CAP. XXX.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 405
FIN DE LA SÉPTIMA NOTICIA Y DE ESTE PRIMER TOMO.
la Guaira del mar del Norte, en cincuenta y seis grados y treinta minutos de longitud, diez
minutos de latitud, donde asisten más de ordinario el Gobernador de Venezuela y el Obispo
por su buen temple, como dejamos dicho. Tiene dos Alcaldes ordinarios y dos de la Her-
mandad, caja Real con Tesorero y Contador, convento de nuestra orden y de la de Santo Do-
mingo. Un muy buen hospital de Santiago, Cura y Vicario, clérigos y religiosos que doc-
trinan los indios. De las demás calidades y propiedades suyas y de su puerto, dejamos
largamente dicho en su lugar, como también de las ciudades de San Sebastian y el Palmar,
que son también sujetas á esta Gobernación de Venezuela.
La ciudad de Cumaná con su puerto, en cincuenta y tres grados y treinta minutos
de longitud, nueve y cincuenta minutos de latitud. Es cabeza de gobernación, y en lo espi- v
ritual sujeta al Obispo de Puerto Rico. Tiene el Gobernador mil y quinientos ducados de
salario de situado, con poder de encomendar indios (como lo tienen todos los Gobernadores)
en todo su distrito. Tiene dos Alcaldes ordinarios, dos de la Hermandad, Regidores perpe-
tuos, caja Real con sus oficiales, Contador y Tesorero. Tiene un convento de Santo Domin-
go, Cura y Vicario, y algunos clérigos. Está una legua al Norte la gran punta y salina de
Araya, en tierra firme, pasada la boca del golfo de Cariaco, en los mismos grados de longi-
tud y latitud. Estánle sujetas la ciudad de Cumanagoto y la de San Felipe de Austria, de
cuyas calidades, frutos y estalajes dejamos dicho en su lugar. Fué esta ciudad en algún
tiempo rica por la guilla de las muchas perlas de la isla de Cubagua su vecina, de quien ya
no se hace mención, por haberle faltado del todo. También tuvo algunos tiempos sujeta á
su gobierno la isla de la Trinidad y ciudad de San Josef de Oruño, fundada en ella ; pero
después eso se ordenó de otra suerte, como hoy lo está sujeta inmediatamente á la Audien-
cia de Santo Domingo, por haber pretendido ser de su jurisdicción y no de la Real Audien-
cia de Santafe.
Como lo es la ciudad de Santo Thome, poblada cuarenta y ocho leguas de la boca
del rio Orinoco arriba en su margen, en cincuenta y dos grados de longitud y seis de latitud
al Norte, cabeza de gobierno, con salarios que tiene el Gobernador en frutos de la tierra, de
quien hemos tratado largamente en lo último de este tomo. Fué también en algún tiempo
sujeta á este gobierno la isla de la Trinidad, por haber poblado en ella la ciudad que hemos
dicho de San Josef de Oruño (que hoy permanece) el Gobernador Antonio de Berrío, que
pobló también la de Santo Thome; pero ya está desmembrada de este gobierno, por lo que
dejamos dicho. Está esta isla en cincuenta y dos grados y diez minutos de longitud, ocho y
diez minutos de latitud, que es la misma graduación poco más ó menos que tiene en la boca
principal del rio Orinoco. De todo lo cual dejamos tratado largamente en sus lugares, suje-
tándonos en todo á los pies de la Santa Madre Iglesia, Católica y Romana, por cuyos acre-
centamientos se han hecho los descubrimientos y conquistas que hemos referido
INDICE GENEEAL DEL TOMO 1.°
DE LAS
NOTICIAS HISTORIALES 1 US CONQUISTAS DE TIMA FIRME
EN LAS INDIAS OCCIDENTALES
por Fr. Pedro Simon.
Noticia sobre el Padre Simón……………….. III
PEDIERA NOTICIA.
CAPÍTULO i.
Cédula Real para que se escriba esta Histo-
ria. Distancia de tierras que comprende
esta Historia. Estilo que en ella se ha de
llevar, imitando á otras. Comienza á tra-
tarse por qué se diieron estas Indias Nue-
vo Mundo. Puso Aristóteles inhabitables
estas tierras, por estar debajo de la Tórrida
zona, á quien siguieron los más de los doc-
tores…………………………………………… 1
CAPÍTULO II.
Pruébase cómo Aristóteles faltó en filosofar
sobre la habitación de las tierras de la Tó-
rrida zona. Prosigúese en lo mismo. Hom-
bres de diversas naturalezas y formas que
se han hallado en estas nuestras tierras.
Entre ellos se han hallado pigmeos………. 4
CAPÍTULO III.
Hállanse gigantes en las provincias del Pe-
rú. Hánse hallado también sepulcros y
huesos de gigantes………………………….. 6
CAPÍTULO IV.
Pónense las condiciones más comunes de los
indios. Varias costumbres de indios en di-
versas tierras, en especial de los Pijaos.
Diferencia en todas las plantas, aves y
tiempos, respecto de las de nuestra Europa.
La misma variedad se halla en las mieses
y frutas………………………………………. 7
CAPÍTULO V.
Nombre segundo universal de estas tierras,
que es llamarles Indias. Y por qué razón
se llaman Indias Occidentales, á diferen-
cia de la Oriental. Pretenden los Reyes de
Portugal ser de su jurisdicción estas Indias
Occidentales y compónense las diferencias.
Echase la línea de la demarcación, con que
se parte el mundo para la conquista de las
dos coronas…………………………………… 8
CAPÍTULO VI.
Tercer nombre universal de estas Indias es
América, puesto sin fundamento por Amé-
rico Bespucio. Hánse tomado alcuñas de
linajes de las cosas naturales y artificiales.
Comiénzase á probar la poca razón que
tuvo Américo en llamarles á estas tierras
América. De dónde se derivan y quién pu-
so nombres á las tres partes del mundo,
Asia, África y Europa……………………… 10
CAPÍTULO VII.
Viene á estas Indias Occidentales la primera
vez Américo Bespuciano con el Capitán
Ojeda. Confunde Bespucio el segundo via-
je que hizo á las Indias con el primero, pa-
recisndoles era á propósito para su inten-
to. Hácese comparación de lo poco que hi-
zo Américo en el descubrimiento de las
Indias para lo que hicieron los que las
conquistaron. Hacen estas Indias con su
grandeza y riqueza la Monarquía de Espa-
ña, la más ilustre del mundo……………… 13
CAPÍTULO VIII.
Las Audiencias y otros Tribunales. Armadas
y presidios de las Indias Occidentales. Dase
relación de todas las Audiencias, Iglesias
y Prebendas que hay en ellas. Que al Real
y Supremo Consejo de las Indias pertenece
poner medio para que á estas Indias se les
quite este nombre de América y se les
ponga otro á propósito……………………… 15
408
ÍNDICE GENERAL DEL TOMO PRIMERO.
CAPÍTULO IX.
CAPITULO XIII.
Indios de su naturaleza perezosos y amigos
de estar echados. Sírvense de los indios
para carga como de jumentos. El dormir
de los indios es entre ollas y otros trastos
de cocina. Por ser tan buena la tierra de
las Indias, les vino á los indios estar tan
sujetos. No se ha hallado en las Indias
animal de carga. Pagan los indios tribu-
tos personales………………………………… 26
rrafirme, á quien sigue Alonso de Ojeda.
Arman también navios otros y vienen des-
de Castilla por los mismos rumbos que
Ojeda y llegan y corren la Tierrafirme.
Fueron costeando estos postreros al Ponien-
te hasta que hallaron indios armados con
muestras de querer defender sus tierras.
Con que se determinaron volverse por los
mismos pasos la costa en la mano al
Oriente……………………………………….. cO
SEGUNDA NOTICIA.
CAPÍTULO I.
Toman muchos por granjeria el hacer escla-
vos á los indios. Llega Ampués á Curiana,
y hace amistad con el Cacique de aquella
tierra, hombre poderoso. Dase principio á
la fundación de Coro……………………….. 33
CAPÍTULO II.
Costumbres de los indios de Coriana, y diver-
sidad de aves y animales. Culebra en que
se sentaron diez y ocho soldados sobre ella,
entendiendo que era viga. Piden los ale-
manes las conquistas de Coro, j concéde-
seles. Despachados los Belzares de Castilla,
llegaron á Coro á su generación…………… 35
CAPÍTULO III.
Por qué se llamó Provincia de Venezuela, y
descríbese la laguna de Maracaibo. Entran
fragatas de Cartagena en esta laguna dos
veces en el año. Determínase Ambrosio de
Alfinger á hacer la primera salida por la
laguna de Maracaibo. Pobló Alfinger una
ranchería, pasada la laguna, pero nunca se
determinó á poblar ciudad, que fué su to-
tal perdición y la de sus soldados…………. 37
CAPÍTULO IV.
Comienza. Alfinger su entrada atravesando
el valle de Upar hacia Tamalameque. Lle-
gan al pueblo de Tamalameque, donde les
dan una guazabara. Vencida la guazabara
en que prendieron al Cacique, hacen los
españoles otras salidas y recogen de todo
cien mil ducados…………………………….. 30
CAPITULO XIV.
CAPITULO V.
Noticias que se tuvieron para la tercera em-
barcación y población de estas Indias Occi-
dentales. Dase cuenta de estas noticias á
los Reyes católicos, para que tomen á su
cargo el descubrimiento. Pénese calor en
la negociación con la Reina, de parte de
Fray Juan Pérez, de la orden de San Fran-
cisco ; y acábase con su Alteza, que dé fa-
vor y ayuda de costa para el descubrimien-
to. Hácese hallando algunas islas, y en
ellas muchos indios………………………… 28
CAPÍTULO xv.
Vuelve Colon á Castilla á dar cuenta de lo
descubierto. Vuelve otra vez y la tercera á
las Indias, y descubre otras islas y la Tie-
Despacha Alfinger á Coro al Capitán Bascona
con sesenta mil pesos. Parte el Capitán Bas-
cona por otro camino del que habían lleva-
do, que fué su total perdición. Fué tanto el
hambre que tuvieron en este camino, que
les obligó á ir matando y comiéndose los
indios que llevaban. Apartáronse los sol-
dados unos de otros á buscar qué comer….
CAPÍTULO VI.
Los cuatro de los soldados de Vasconas inten-
tan coger y matar unos indios para comer.
Al fin cogen y matan uno, y repártenlo en-
tre todos. Uno de ellos, llamado Francis-
co Martin, fué á parar á un pueblo de in-
dios, orilla del rio, donde se acomodó al
Conocimiento que tuvo el gran Constantino
de que la Iglesia Romana era la Potestad
Suprema, á quien le hizo donación de la
ciudad de Roma. Prosíguense las donacio-
nes que hizo Constantino á la Iglesia, y
que entre ellas fueron sus insignias impe-
riales. Lo que hace á nuestro propósito es
el haberle dado la tiara de que él usaba.
Que se debe intentar que se añada una
cuarta corona á la tiara del Sumo Pontí-
fice…………………………………………….. 17
CAPÍTULO X.
Dase principio á tratar del origen de estos
indios. Fueron estas Indias pobladas antes
del diluvio. Pruébase esto con algunas evi-
dentes señales que se han hallado. Prosi-
gúese en las mismas pruebas……………… 20
CAPÍTULO XI.
Segunda población de estas Indias, y si se
hizo de los cartagineses. Dánse algunas
razones que la3 hicieron ellos. Pruébase
más, y absuélvese la dificultad que se pone
á haber pasado animales bravos á las In-
dias. El modo que se pudo tener de nave-
gar para poblar estas tierras………………. 22
CAPÍTULO XII.
Opinión de los indios de estas tierras son ori-
ginarios de las diez tribus de. Israel. Dicese
que no son sino de la tribu de Isachar, se-
gún una profecía de Jacob. Váse declaran-
do la profecía y aplicando al intento. Pro-
en lo mismo………………………… 23
ÍNDICE GENERAL DEL TOMO PRIMERO.
409
traje y costumbres de los indios. Casóse
con una hija del Cacique del pueblo……… 43
CAPÍTULO VII.
Toma Ambrosio de Alfinger desde Tamala-
meque la vuelta del Leste, y éntrase en la
serranía. Llegan, siguiendo su viaje, á la
Provincia del rio del Oro. Pasa un caudi-
llo, de donde se ranchearon á buscar comi-
das, y encuentra con la Provincia é indios
de Guane. Pasan todos desde allí hasta los
páramos de Ciribita, desde donde volvieron
otra vez para la laguna de Maracaibo……. 45
CAPÍTULO VIII.
En la vuelta les suceden desgracias desde el
principio, de frios y guazabaras. Matan en
una guazabara cruelmente á un soldado
cruel. Llegan al valle de Chinácota, donde
matan en otra guazabara á Ambrosio de
Alfinger. Eligen en lugar de Ambrosio por
su General á Juan de San Martin, con
quien, prosiguiendo el viaje, llegaron á las
provincias donde estaba Francisco Martin. 46
CAPÍTULO IX.
Sale Francisco Martin con los indios al en-
cuentro de los españoles. Dáseles á cono-
cer, y vánse todos juntos al pueblo, de don-
de salieron después de haber descansado
algunos dias. Tiene noticia el Capitán
Yanégas, en la ranchería de la laguna, de
los sesenta mil pesos, y sale á buscarlos,
aunque en balde. Vuélvese Francisco Mar-
tin otras dos veces á buscar su mujer ó
hijos entre los indios………………………… 48
CAPÍTULO X.
Caribes de la Isla Dominica vienen á la
de Puerto Rico y prenden á Cristóbal de
Guzman y á otros indios y negros cristia-
nos. Salen con la presa de la Isla y van á
otras celebrando la victoria con crueles
muertes de los cautivos. Llegaron á la Is-
la de la Virgen Gorda, donde cruelísima-
mente mataron á Cristóbal de Guzman y
lo dejaron amarrado al árbol donde murió.
Pasaron de aquí á su tierra la Dominica,
donde acabaron de celebrar con borrache-
ras la victoria………………………………… 50
CAPÍTULO XI.
Aunque se echó de ver la necesidad que ha-
bía de castigar los indios, se trató con flo-
jedad de parte de la ciudad. Salen de la
ciudad de Puerto Rico al castigo, y dales
en el viaje una tormenta. Acábaseles el
matalotaje á los bergantines, sobre que su-
cedió cierta disensión, que luego compuso
el Capitán. Saltaron en tierra, y por un ca-
mino que hallaron, dieron en un pueble-
zuelo donde prendieron toda la gente y su-
pieron de la muerte del preso Cristóbal de
Guzman……………………………………….. 52
CAPÍTULO xir.
Tienen noticia de otro pueblo de Indias, á
donde fueron y lo destruyeron. Coge el
Capitán Yucar cuatro piraguas con sus in-
dios, y otro pueblo cerca de la costa. Tra-
tóse de paces con algunos indios que vinie-
ron á la costa, aunque no tuvieron efecto.
Sale el Capitán Yucar á talar la tierra y
quemar las sementeras, y dánle en el cami-
no una guazabara……………………………. 54
CAPÍTULO XIII.
Retírase el Capitán Yucar con su gente de
la guazabara al mar. Vienen sobre los es-
pañoles diez piraguas de indios, y otros
muchos por tierra. Guazabara naval y de
tierra que dieron los indios á los españo-
les. Caso que sucedió con unos flamencos
que se alzaron con una carabela que iba
de Puerto Rico á Santo Domingo, matando
los españoles de ella………………………… 56
CAPÍTULO XIV.
Pide Antonio Sedeño, vecino de la ciudad de
Pueito Rico, la conquista de la I&la de la
Trinidad. Despacháronsele recados de la
conquista y título de Adelantado, con que
levantó gente y navegó hasta la isla de Tri-
nidad, donde tomó tierra. Salen los indios
de paz, cebados de algunos rescates que les
daban. Fortifícase Sedeño para poder con
seguro correr la isla………………………… 58
CAPÍTULO XV.
Fáltanle las comidas á los españoles, con que
les fué forzoso irlas á buscar. Álzanse los
indios, y hacen junta para contra los espa-
ñoles. Vienen innumerables indios á todas
horas, con intentos de destruir los españo-
les. Caso que sucedió con un indio y una
mujer española. Levántase toda la isla y
viene una noche contra los españoles…….. 60
CAPÍTULO XVI.
Caso que sucedió con una mujer española,
defendiéndose por más de tres horas de seis
indios. Consiguen victoria los españoles,
y volviendo al fuerte, hallaron que habia
salido también con victoria la española.
Determínase Sedeño salir de la Triuidad
con su gente, y pasarse á la tierra firme de
Paria, donde edificó una casa fuerte. Deja
el Gobernador hecha la casa fuerte y pro-
veídos veinte y cinco soldados en ella, con-
tra quien después se rebelaron los indios
Parias………………………………………… 61
CAPÍ1ULO XVII.
Pide al Rey en la Corte don Diego de Ordas
las conquistas de la costa que hay desde el
rio Marañon hnsfca el cabo de la Vela.
Ofrécele una dificultad acerca de esto. Con-
diciones con que ss le concede la conquis-
ta. Sale con gente de España, y tocando
en la isla de Tenerife, llega á las bocas del
Drago y Marañon…………………………… (J4
CAPÍTULO XVIII.
Intenta el Comendador Ordas comenzar su
53
410
ÍNDICE GENERAL DEL TOMO PRIMERO.
conquista por el rio Maraiíon. riera1 ese la
una nave y la carabela con toda la gente
y vituallas que iban en ellas. Muda rumbo
el Gobernador para su conquista, y en ella
su nave. Desembarca en la tierra de Paria,
donde lo recibieron de amistad los indios
Acios………………………………………….. 66
CAPÍTULO XIX.
Tiene noticia el Comendador Ordasde la casa
fuerte de Sedeño y de los soldados que es-
taban en ella Envía el Gobernador á re-
conocer el fuerte y soldados de él, á quien
siguieron. Avisan á Ordas del suceso del
fuerte y viénese á él con su nave y da una
áspera reprensión á los soldados de Sedeño.
Determina comenzar su conquista por el
gran rio de Uriaparia, para lo cual hace
bergantines, y allí tiene nueva la pérdida
de las otras naves…………………………. 68
CAPÍTULO xx.
Despáchanse los Silvas en la isla de Tenerife
para venir en seguimiento del Gobernador.
Hacen algunas insolencias antes que se
partan de la isla y después en una de Cabo-
verde. Llegan los dos hermanos Silvas á
Paria, donde les cortaron las cabezas. Parte
el Gobernador de la fortaleza y entra en el
rio de Uriaparia. Alcánzale el Gaspar de
Silva en la boca del rio, donde también le
cortaron la cabeza………………………….. 69
CAPÍTULO XXI.
Comienza el Gobernador con grandes traba-
jos la subida del rio. Sale Juan González
de penetrar los secretos de la tierra, y en-
cuéntrase con el Gobernador. Llegan al
pueblo del Cacique de Uriaparia. Saltaron
en tierra los castellanos y procuraron con
rescates sacar comidas y hacer amistad con
los Indios, aunque ellos no la guardaron… 71
CAPÍTULO XXII.
Sale el Gobernador de su alojamiento para el
pueblo, al castigo de los indios, donde su-
ceden mayores daños. Sálense los indios
de su pueblo aquella noche y déjanlo abra-
sado con todo lo que en él habia. Deter-
minó el Gobernador, dejando allí los enfer-
mos, pasarse con los bergantines á un pue-
blo de la otra parte del rio, donde halla-
ron algunas comidas y reposo algunos dias.
Diéronle allí noticia de la Provincia de
Guayana, y envía á Juan González á que
sepa la verdad de lo que le decían………… 73
CAPÍTULO XXIII.
Prosigue el Gobernador su viaje el rio arriba,
y castiga con severidad una traición de
los indios. Encuentran en la navegación
una singla que atravesaba el rio, que no
fué poca dificultad el pasarla. Dánles una
guazabara los indios de Orinoco, de que se
defendieron bien los españoles. Tnfórmanse
de dos indios que hubieron á las manos,
de una tierra abundante de oro y gente….. 75
CAPÍTULO XXIV.
Divídense en varios pareceres los soldados de
Ordas, para seguir las noticias ó volverse
ti rio abajo. Cargáronse casi todos los sol*
dados al parecer del Gobernador, que fué
dejar de seguir por entonces las noticias.
Baja el Gobernador al pueblo de Uriaparia
y recogiendo los enfermos, llegan todos á la
fortaleza de Paria, donde se hallaron arre-
pentidos de no haber seguido las noticias.
Por las quejas que envió Antonio Sedeño
y la ciudad de la nueva Cádiz, en Cubagua,
al Rey, le envía el orden que ha de tener
para componerlas…………………………… 77
CAPÍTULO XXV.
Determinando Ordas venir á Cumaná, dejó
gente de guarda en la fortaleza de Paria.
Envió delante á Gil González de Avila con
alguna gente, á quien prendieron los de
Cubagua. Prenden también al Gobernador
Ordas en la fortaleza de Cumaná. Esta pri-
sión se dice haber sido en Cubagua………. 79
CAPÍTULO XXVI.
Pártense de Cubagua para la isla de Santo
Domingo el Gobernador Ordas preso, y Ma-
tienzo que lo llevaba. Pide Ordas que quie-
re ir á España á buscar su justicia, y que
vaya también Matienzo. Mata con veneno
Pedro Ortiz á Ordas. Viene juez de resi-
dencia á la isla de Cubagua. Viene Sedeño
de la ciudad de Puerto Rico á Cubagua con
intentos de volver á su gobierno…………. 81
CAPÍTULO XXVII.
Llega Antonio Sedeño á la fortaleza de Paria
y persuade á los soldados de Ordas que le
sigan. Determinóse Agustín Delgado con
algunos soldados á seguirle para la isla Tri-
nidad. Llega Alonso de Herrera á la forta-
leza de Paria y entrégase de ella y de los
soldados. Prende Sedeño á Herrera y los
suyos y llévalo preso á la Trinidad……….. 83
CAPÍTULO XXVIII.
Dióse noticia en Cubagua, por un Sanabria,
de la prisión de Alonso de Herrera. Despá-
chanse en la Audiencia de Santo Domingo
recados para que suelten á Herrera. No los
quiere cumplir Antonio Sedeño. Antes in-
tenta prender á Aguilar, como lo hiciera,
si no se le escapara por buena traza………. 85
CAPÍTULO XXIX.
Detuvo Aguilar en síi bergantín á Bartolo-
mé González, entendiendo que en recom-
pensa le darían al escribano. Suéltase de
la cárcel Herrera y éntrase en el bergan-
tín de Aguilar, y juntos van á la fortaleza
de Paria y se apoderan de ella. Prende Se-
deño á algunos soldados, con sospecha de
ser amigos de Herrera. Ruéganle que los
suelte, pero no lo quiere hacer……………. 86
ÍNDICE GENERAL DEL TOMO PRIMERO.
411
CAPÍTULO XXX.
tarse en tres tropas la gente de Fedreman
por diversas partes. Prende el Capitán
Cha vez al Capitán Rivera y su gente…….. 98
CAPÍTULO v.
Caminan los capitanes Rivera y Chávez
juntos la vuelta del cabo de la Vela. En-
cuentran en la costa dos navios que habían
dado á ella, y la gente de ellos muerta.
Vuelven por los enfermos que habían de-
jado en la ranchería de donde se salieron.
Hallan pocos vivos, porque la enfermedad
habia agravado. Llegan los dos capitanes
Rivera y Chávez al cabo de la Vela, donde
hallan á Fedreman. Da principio Fedre-
man á la pesquería de las perlas………….. 99
CAPÍTULO VI.
Pasado el invierno, prosigue su jornada Jor-
ge de Espira. Habiendo tenido algunos
encuentros con los indios Coyones, pasan á.
las provincias de Barinas. Envía gente el
Gobernador á que busquen comidas, de
que tenían muy grande necesidad. Por
ciertas palabras que dijo el Capitán Velas-
co, lo envió el Gobernador á Coro, y él
prosiguió su viaje…………………………… 102
CAPÍTULO VII.
Ranchéase el Gobernador sobre las barrancas
del rio Opia, para pasar el invierno con
hartas hambres y desgracias. Hicieron una
balsa para pasar el rio á buscar comidas,
aunque en vano. Cogen los indios un espa-
ñol en el agua, con que se libraron los de-
más. Pasado el invierno pasaron también
los soldados adelante el paso que les con-
cedió el rio…………………………………… 104
CAPÍTULO VIII.
Dales noticias un indio de estas provincias
del■Reino, pero no las siguieron. Pasan
adelante por varias provincias de indios,
con las esperanzas de riquezas que todos
les daban. Encontráronse con una pro-
vincia de mal país, y saliendo á dar vista
á la tierra, encontraron con un pueblo que
por su fortaleza le llamaron Salsillas…….. 106
CAPÍTULO IX.
Una india que prendieron en Salsillas da no-
ticia de la tierra. Dícese cómo un rio que
encontraron no es el rio Marañon, contra
la opinión de algunos. Entre las noticias
de la india fueron unas (aunque sin fun-
damento) de que habia por allí un pueblo
de españoles………………………………….. 107
CAPÍTULO x.
No le sale bien á Fedreman la pesquería de
las perlas, por lo cual determina hacer jor-
nada la tierra adentro. Toma para esto la
vuelta del valle de Upar, siguiendo las pi-
sadas de Ambrosio de Alfinger, donde per-
dió muchos vldados. Encuentra otra vez
al Capitán Rivera con 6us soldados, y lié-
Suéltanse los presos de Sedeño, y apellidando
libertad, lo prenden á él. Llega al punto
la carabela que había i
ce la Trinidad, y por enfermedades la vuel-
ven á desamparar. Vienen ingleses sobre
la ciudad de Santiago de León, entran y
rúbanla. Trátase del pueblo de San Sebas-
tian de los Reyes y de sus frutos y calida-
des. Del pueblo del Palmar, Cumanagoto,
Cumaná y San Felipe de Austria y Gua-
naguanare……………………………………. 359
CAPÍTULO x.
Son las provincias de Guayanade la jurisdic-
ción de la Real Audiencia de Santafé, en
las cuales y en la isla Trinidad pobló dos
ciudades el Gobernador Antonio de Berrío.
Despacha Antonio de Berrío á su Maese de
Campo Domingo de Vera á la Corte por
gente, donde se porta con trazas peregri-
nas. Dásele á Domingo de Vera mucha mo-
neda y largas licencias para hacer la gen-
te. Condúcense también diez clérigos y
doce religiosos de nuesta orden…………… 361
CAPÍTULO XI.
Dase á la vela con toda su gente el Maese de
Campo Domingo de Vera, y llega á la isla
de la Trinidad. Está el gobierno de la isla
la Trinidad á cuenta del Gobernador de
Cumaná, y pretende por fuerza quitarle á
424
ÍNDICE GENERAL DEL TOMO PRIMERO.
Berrío el gobierno de la ciudad de Santo
Thome, en que se hacen diligencias. Ata-
járonse los daños que pudieran suceder en-
tre los soldados de Berrío y los de la Tri-
nidad, por conciertos que hubo. Envía el
Maese de Campo cien soldados á la ciudad,
que tomen posesión de ella : pasan los de-
más la Semana Santa en el puerto, donde
se celebran los oficios divinos……………… 363
CAPÍTULO XII.
Envía el Maesc de Campo un navio de mer-
cadurías á Caracas y llega toda la gente á
la ciudad. Vase despachando gente á la
Ouayana y cogen los indios tres canoas,
y matan la gente de ellas. Pasan los Cari-
bes á la boca del río con intentos de ha-
cerlo mismo en las otras tres canoas, aun-
que no tuvo efecto. Entierran los cuer-
pos muertos que hallaron un cuarto de
legua de la boca del rio…………………….. 365
CAPÍTULO XIII.
Suben las tres canoas sin peligro á la ciudad
de Santo Thome. donde las recibió muy
bien el Gobernador. Hacen algunas sali-
das desde la ciudad de Santo Thome. Des-
cúbrese que los indios están aguardando á
los ingleses con frutos de su tierra, para
rescatar con ellos. Hacen otra entrada de
trescientos hombres y ranchéanse en un
cerro, que llamaban de los Totumes……… 366
CAPÍTULO XIV.
Muere el Capitán Correa y dan los indios so-
bre los españoles, que como estaban tan
flacos y enfermos mataron á muchos. Re-
tíranse huyendo de los indios, y llegan á
la ciudad de Santo ‘; home solos treinta de
los trescientos. Honras y llantos que se .
hacen en la ciudad «le Santo Thome por los
muertos, y nuevas que hallan de semejan-
tes calamidades de la isla. Enfermedades
de llagas i por la destemplanza de calóes
y falta de calzado…………………………… 368
CAPÍTULO XV.
Enfermedades y muertes que se van prosi-
guiendo en la ciudad de Santo Thome.
Plaga devgrillos que acude á la ciudad, y
determínánse ciertas mujeres matar al Go-
bernador. Determinación de una mujer en
vituperio del Gobernador, el cual no pro-
hibía á los que se querían ir de la ciudad.
Miserables fines que vino á tener esta jor-
nada de Domingo de Vera………………….. 370
CAPÍTULO XVI.
Diferencias de condiciones de los que habi-
tan en las partes más marítimas á los que
la tierra adentro. Retíranse los Quiriquires
• de sus tierras, y en la boca de la laguna
matan á algunos españoles y roban mu-
cha hacienda. Retíranse con la presa ásus
primeras tierras, y redúcenlos los españoles
de nuevo á servir. Alzanse los indios Qui-
riquires, roban y abrasan la ciudad de Gi-
braltar_______………………………………… 372
CAPÍTULO XVII.
Ahorcan á su encomendera, y llévanse cau-
tivas tres bijas suyas. Salen los españoles
que estaban en el arcabuco, habiéndose
ya ido los indios, y entierran los cuerpos
muertos. Cosas que suceden acerca del
Cristo Vuélvese á reedificar la ciudad de
Gibraltar, y vuélvenla á robar los indios.
Hácese entrar á su castigo. Sacan los sol-
dados á dos de lastres cautivas. Vuelven á,
dar los indios tercera vez sobre el pueblo… 374
CAPÍfULO XVIII.
Sirven de mala paz los indios Zaparas en el
pueblo de la Laguna: descríbese su barra.
Rinden los Zaparas una fragata, y quedan
del todo rebelados. Molo de guerra de los
de Maracaibo contra estos indios. Intentan
los Zaparas hacer guerra á sus convecinos.
Pretende el Gobernador Sancho de Alquiza
atajar estos inconvenientes, para que da
comisión á Juan Pacheco Maldonado……. 376
CAPÍTULO XIX.
Sale el Capitán Pacheco de la ciudad de Tru-
jillo con gente y lleg:\ á la de la Laguna
en dos barcos, desde donde sigue su viaje.
Encuéntrase Í\ Capitau Pacheco con Ni-
gale, indio principal de los Zaparas, y pre-
tenden engañarse el uno al otro. Júnt;mso
los indios Zaparas y su pr ncipal Nigale
con el Capitán Pacheco y sus soldados. Ma-
tan y prenden los nuestros con buen ardid
á todos los indios Zaparan………………….. 378
CAPÍTULO XX.
Estánse aquel día los españoles en la isla ce-
lebrando la victoria, después de haber cogi-
do las mujeres y chusma de los Zaparas.
Llegan con los barcos y presos al pueblo
de la Laguna, donde se recibió notable
gusto del buen suceso. Ahorcan á los Za-
paras, y con la chusma y sus soldados toma
el Capitán Pachaco la vuelta de su ciudad
Trujillo. Dícese la importancia que tuvo
aquella victoria, aunque fué de pocos in-
dios…………………………………………… 380
CAPÍTULO XXI.
No cesan de infestar la Laguna los Quiriqui-
res ; hácese una entrada á ellos, con quie-
nes se peleó bien con algunas muertes. Ha-
cen guerra los Quiriquires á los Moporos
de las Barbacoas, y quedan desbaratados.
Vienen los indios Giraharas sobre la ciudad
de Pedraza, róbanla y quémanla. Alzan el
cerco los indios. Retíranse los que queda-
ron vivos. Vi?ne de socorro de Mérida el
Capitán Diego de Cuna y se reedifica la
ciudad………………………………………… 381
CAPÍTULO XXII.
Entra otra vez el Capitán Cerrada y prendo
algunos indios, y entre ellos á la tercera
cautiva de las hijas de Rodrigo de Argue-
llo. Ahorca el Capitán los indios más cul-
ÍNDICE GENTRAL DEL TOMO PRIMERO.
425
pados en algunos puerfcos, y entre ellos al
marido de la cautiva, por no ser el que
menos lo merecia. Dan otros castigos me-
nores á los menos culpados, y mátale á la
cautiva sus tres hijas su hermano. Vuel-
ven algunos de los indios que desterraron
á juntarse en la misma Laguna, donde hoy
andan hechos salteadores como antes……. 383
CAPÍTULO XXIII.
Sucesos del gobierno de la Provincia de Gua-
yana. Avisos que da el Rey á los puertos
del mar del Norte, y llegada de Gualtero
Reali á la isla de la Trinidad con copiosa
armada. Diligencias que hace el Goberna-
dor, y división de sus soldados para la re-
sistencia del enemigo. Echa el enemigo
gente en tierra, y viene marchando á la
ciudad, y cerca de ella se le echa una em-
boscada……………………………………….. 384
pitan, con aviso del suceso, á la isla Trini-
dad y otras partes, y hace lo mismo el in-
glés. Salen dos lanchas el rio arriba, y en
una emboscada matan los nuestros la gen-
te de la una………………………………….. 390
CAPÍTULO XXVII.
Vienen los indios amigos de la comarca en
ayuda de los españoles y hácesele daño al
enemigo. Envían aviso del suceso los ve-
cinos de la ciudad de Santo Thome á la de
Santafé, y comiénzase á dar orden por el
acuerdo en el Socorro. Determínase que
vaya delante del principal socorro un Ca-
pitán con dos docenas de soldados, á quien
se le da instrucción de lo que ha de hacer.
Instrucción que se da al Capitán Diego
Martin…………………………………………. 392
CAPÍTULO XXVIII.
CAPÍTULO XXIV.
Llega el enemigo á la ciudad de Santo Tho-
me, donde le salen á hacer resistencia el
Gobernador y sus vecinos. Muerte del Go-
bernador y de dos capitanes, y daños que le
hacen al enemigo, de quien se retiran los
nuestros. Sálense las mujeres, chusma y
gente impedida de la ciudad, y sale des-
pués en su amparo el Capitán Grados. Ha-
cen cabildo los Alcaldes con los demás,
donde se hallaron para tratar del reparo de
algunos inconvenientes……………………. 386
CAPÍTULO XXV.
Infórmase el enemigo de una india y del
Cura, si conocen el cuerpo del Gobernador
muerto, teniéndolo en la plaza. Quedáron-
se otras dos indias en la ciudad, á quienes
mandó el General enterraran al Goberna-
dor, y no haciéndolo ellas, lo mandó hacer
él. Buscan los ingleses por medio de un
mozuelo portugués, trastornando toda la
ciudad, y echan al rio los cuerpos muertos.
Entierran con mucha solemnidad los in-
gleses á cinco de los muertos. Llegan otros
dos navios. Huyensele las tres indias……. 388
CAPÍTULO XXVI.
Despachan los Alcaldes y vecinos de la ciu-
dad una carta, en que le dicen les dé á su
Gobernador y deje la tierra. Responde á
la carta, de palabra, que el Gobernador es-
tá en su poder, muerto ó vivo, y que no lo
quiere dar. Despachan los Alcaldes un Ca-
Despáchase al socorro el Capitán Diego Mar-
tin, y llega á la ciudad de Santo Thome,
que halla ya desocupada del enemigo. Es-
tragos que hizo el inglés en la ciudad, y
tnnteo de loque montaría el pillaje. Des-
pacha la Real Audiencia de Santo Domin-
go por Gobernador de Guayana á don Juan
de Viloria, y recíbenle en la isla de la Tri-
nidad, y no en la ciudad de Santo Thome.
Socorros que le vienen á la ciudad de la de
Puerto Rico, por parte del Rey y de la Go-
bernación de Caracas………………………. 398
CAPÍTULO XXIX.
Recogidas todas sus naves, Gualtero Reali
tomó la vuelta de la Florida y llegó á la
Virginia. No le dejan desembarcar en ella,
y así, sin detenerse, toma la vuelta de In-
glaterra, donde á petición de Embajador
de España, por haber contravenido á las
paces hechas con aquel Reino, le fué cor-
tada la cabeza……………….,………………. 400
CAPÍTULO XXX.
Llega á la ciudad de Santo Thome el Gober-
nador don Fernando y halla atemorizados
los vecinos, por estar alzados los indios y
haber muerto seis españoles. Dase cuenta
del suceso de una facción que salió á ha-
cer el Capitán Grados á las provincias de
los Aruacas y Caribes, en que lo prendie-
ron ingleses. Piden los enemigos rescates
por el Capitán Grados, á lo que no quiere
acudir el Gobernador don Fernando. Breve
relación del gran rio Orinoco……………… 401