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Fray Pedro de Aguado. Recopilación historial. Segunda parte. Монах Педро де Агуадо. Исторический сборник. Часть Вторая. Книга первая, Книга вторая, Книга третья, Книга четвертая. История Колумбии, Венесуэлы.

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Fray Pedro de Aguado. Recopilación historial. Segunda parte. Libro primero, Libro segundo, Libro tercero, Libro cuarto.
Монах Педро де Агуадо. Исторический сборник. Часть Вторая. Книга первая, Книга вторая, Книга третья, Книга четвертая. История Колумбии, Венесуэлы.

Edición original: Bogota, Empresa Nacional de Publicaciones. 1956-1957

INDICE

Tabla de lo contenido en esta segunda parte
Libro primero
Libro segundo
Libro tercero
Libro cuarto
Libro quínto
Libro sexto
Libro séptimo

TABLA DE LO CONTENIDO EN ESTA SEGUNDA PARTE

LIBRO PRIMERO

Capítulo I, en el cual se escribe el principio que tuvo la gobernación de Venezuela, y cuáles fueron los primeros españoles que la principiaron.

Capítulo II, en el cual se escribe el principio que tuvo la ciudad de Coro, y cómo la gobernación fue dada a los Bezares por el Emperador.

Capítulo III, cómo los Bezares enviaron gobernador y gente a la gobernación de Venezuela, y de a dónde tomó este nombre de Veneçuela y la laguna de Maracaibo.

Capítulo IV, cómo micer Ambrosio entró con gente en la laguna de Maracaibo y se alojó de la otra banda de la laguna, donde después llamaron el pueblo de Maracaibo.

Capítulo V, en el cual se escribe cómo los españoles y micer Ambrosio, su capitán, anduvieron un año descubriendo y conquistando la laguna de Maracaibo. Trátase de la forma de las canoas y sus remos.

Capítulo VI, cómo micer Ambrosio se partió con su gente de la laguna, por tierra y llegó a las lagunas de Talamalameque, donde prendió al cacique y principal de aquella tierra.

Capítulo VII, cómo estando los españoles divididos, se juntaron mucha cantidad de indios y vinieron a sacar de poder de los españoles a su cacique, y cómo micer Ambrosio envió a Gascuña a Coro con más gente.

Capítulo VIII, en el cual se escribe cómo metiéndose Gascuña por los despoblados y arcabucos de la culata de la laguna, pereció de hambre él y todos los demás que con él iban.

Capítulo IX, en el cual se escribe el suceso de los cuatro españoles que se apartaron de Gascuña.

Capítulo X, cómo prosiguiendo micer Ambrosio su jornada, pasó por el río de Oro y provincia de Guane, y fue a salir a los páramos y tierra donde ahora está poblada la ciudad de Pamplona.

Capítulo XI, en el cual se escribe cómo prosiguiendo micer Ambrosio su descubrimiento hacia la laguna, fue muerto de ciertas heridas que en una guazabara le dieron indios.

Capítulo XII, cómo muerto micer Ambrosio fue electo por capitán Juan de San Martín, y prosiguiendo su jornada fue a dar donde estaba Francisco Martín preso o cautivo de los indios, y tomándolo consigo salieron a la ciudad de Coro.

Capítulo XIII, en el cual se escribe cómo el capitán Venegas, que había quedado en el pueblo de Maracaibo, sabiendo la pérdida del oro de Gascuña, lo fue a buscar llevando por guía a Francisco Martín, donde se hubiera de perder, y sin hallarlo se volvió a salir.

LIBRO SEGUNDO

Capítulo I, cómo por muerte de micer Ambrosio proveyeron los Bezares por gobernador de Venezuela a Jorge Espira, y por su teniente a Nicolás Fredeman, y de su pasada a Indias.

Capítulo II, en el cual se escribe cómo llegado a Coro Jorge Espira luégo echó la gente la vía de los Llanos, y él se fue tras de ella para descubrir aquella vía, y cómo el teniente Fredeman se quedó en Coro para ir a Santo Domingo a hacer más gente.

Capítulo III, en el cual se escribe cómo después de junto Jorge Espira con su gente, pasó adelante, hasta llegar a la poblazón de Hacariqva, donde tuvieron el invierno.

Capítulo IV, en el cual se escribe cómo Fredeman envió gente la vuelta del Cabo de la Vela, y él se fue a Santo Domingo a rehacerse de más soldados y caballos, y la prisión que esta gente de Fredeman hicieron de ciertos soldados de Santa Marta y del capitán Ribera, que con ellos iba.

Capítulo V, cómo, pasado el invierno, el gobernador Jorge Espira marchó hasta llegar a las riberas del río Opia, donde tomó a invernar, y cómo en el camino prendió a Francisco Velasco con su teniente, y lo envió a Coro, por ciertas palabras que dijo.

Capítulo VI, cómo el teniente Chaves llegó a Cabo de la Vela y halló allí al teniente Fredeman, que había venido de Santo Domingo, y cómo el capitán Ribera y los demás soldados de Santa Marta fueron sueltos.

Capítulo VII, en el cual se escriben algunas cosas de las que al gobernador Jorge Espira y a sus soldados les sucedió en el invernadero del río Opia, y cómo pasó de allí adelante.

Capítulo VIII, cómo pasando adelante Jorge Espira con su gente, dieron en una poblazón que por su fortaleza llamaron Salsillas, y de cierta noticia que tuvieron de un gran río que presumieron ser el Marañón.

Capítulo IX, en el cual se escribe cierta noticia que una india dio a Jorge Espira de que habla españoles perdidos cerca de donde estaba él alojado, y cómo de aquí nació la opinión de la gente perdida de Ordaz y lo del Dorado.

Capítulo X, cómo Fredeman partió del Cabo de la Vela y se metió la tierra adentro, donde tomó a encontrar con el capitán Ribera y lo prendió a él y a sus soldados, y dio la vuelta a la laguna de Maracaibo por diferente camino.

Capítulo XI, en el cual se escribe una guazabara que los indios dieron a los españoles, y el suceso de ella, y cómo pasando adelante y pasando por muchas poblazones y ríos caudalosos, llegaron al río de Papamene.

Capítulo XII, cómo teniendo Jorge Espira paz con los indios del Papamene pasó el río, y atravesando la tierra de este nombre, fue a dar, con guías que de allí tomó, a los Choques, de donde envió un caudillo con gente a descubrir lo que adelante había.

Capítulo XIII, en el cual se escribe la pelea que los españoles hubieron con los indios del pueblo que habían topado, y cómo retirándose hacia el alojamiento, fueron también acometidos y maltratados de otros indios que en el camino había.

Capítulo XIV, en el cual se escribe, venida la noche, los españoles se retiraron llevando a cuestas sus enfermos, algunos de los cuales dejaron en el camino, y llegaron al alojamiento donde Jorge Espira había quedado.

Capítulo XV, en el cual se escribe cómo después de haber Fredeman pasado la laguna, se fue a Coro y envió toda la gente por la tierra alta, la vía de las provincias de Tocuyo, con el capitán Diego Martínez, y lo que en el camino le sucedió hasta llegar a Carora.

Capítulo XVI, cómo el capitán Martínez llegó a las provincias de Tocuyo, y dende a poco llegó el general Fredeman, y pasó adelante con su gente. Cuéntase todo el discurso de su jornada, hasta que llegaron al pueblo que llamaron de Poca Vergüenza.

Capítulo XVII, en el cual se escribe cómo Jorge Espira se salió de los Choques y dio la vuelta a Coro, y el teniente Fredeman pasó adelante, prosiguiendo su jornada, y se apartó del camino por no encontrarse con Jorge Espira.

Capítulo XVIII, cómo el gobernador Jorge Espira, después de haber enviado gente en seguimiento de Fredeman, llegó a Coro, donde halló el gobierno de la tierra en el doctor Navarro, proveido por la Audiencia de Santo Domingo.

Capítulo XIX, cómo atravesando ciertas ciénagas el teniente Fredeman con su gente, se tomó a arrimar a la sierra, y prosiguiendo su jornada llegó al pueblo de Nuestra Señora.

Capítulo XX, cómo atravesando Nicolás Fredeman desde el pueblo de Nuestra Señora la cordillera y sierra, entró en el Nuevo Reino de Granada.

Capítulo XXI, en el cual se escribe lo que después sucedió a Jorge Espira en Coro, hasta que murió, y el resto del gobierno del doctor Navarro.

LIBRO TERCERO

Capítulo I, cómo la Audiencia de Santo Domingo proveyó por gobernador de Venezuela al obispo Bastidas y a Felipe Dutre, el cual juntó gente y salió en demanda del Dorado.

Capítulo II, cómo pasado el invierno, Felipe Dutre siguió a Hernán Pérez hasta que por ciertos respectos se aparté de su vía, y por diferente camino, después de haber invernado en el camino, se volvió al pueblo de Nuestra Señora.

Capítulo III, en el cual se escriben los movimientos que en Coro sucedieron y hubo acerca del gobierno de la tierra en el ínterin que Felipe Dutre andaba en la jornada de suso referida.

Capítulo IV, cómo dejando Felipe Dutre los enfermos en el pueblo de Nuestra Señora, se partió con cuarenta soldados en demanda del Dorado. Cuéntase lo que en el campo le sucedió hasta llegar a cierta poblazón que estaba cerca de la tierra de los Omeguas.

Capítulo V, en el cual se escribe cómo siendo guiado Felipe Dutre de cierto principal del pueblo arriba dicho, llegó al principio de la tierra del Dorado, donde fue herido él y otro capitán, y de allí dio la vuelta al pueblo de Nuestra Señora.

Capítulo VI, en el cual se escribe cómo Felipe Dutre salió del pueblo de Nuestra Señora en seguimiento de Pedro de Limpias, que con cierta cautela se había apartado, y se encontró con Francisco de Carvajal en las provincias de Tocuyo.

Capítulo VII, en que se escribe cierta sedición y alboroto que entre Carvajal y Felipe Dutre hubo después de haberse juntado.

Capítulo VIII, cómo Caravajal cortó las cabezas de Felipe Dutre y a Bartolomé Berzar y a otros.

Capítulo IX, cómo por el Consejo Real de Indias fue proveído por gobernador de Venezuela el licenciado Juan Pérez de Tolosa, el cual, viniendo a Venezuela, cortó la cabeza a Caravajal, y cómo la gobernación fue quitada a los Bezares.

Capítulo X, de los principios que tuvo la ciudad del Tocuyo en la gobernación de Venezuela, y de cómo el gobernador Tolosa envió a Alonso Pérez de Tolosa, su hermano, con gente, a descubrir las Sierras Nevadas, donde hoy está poblada Mérida, del Nuevo Reino.

Capítulo XI, en el cual se escribe el fundamento y principio de la ciudad de Burburata, de la gobernación de Venezuela.

Capítulo XII, cómo el capitán Alonso Pérez de Tolosa, subiendo por el río de Apure arriba, fue a dar al valle de Santiago, donde ahora está poblada la villa de San Cristóbal, del Nuevo Reino, y de allí a los llanos de Qúquta.

Capítulo XIII, cómo llegado el capitán Alonso Pérez de Tolosa a la laguna, y no pudiendo pasar adelante, se volvió al Tocuyo con mucho trabajo, y cómo el gobernador Tolosa murió.

Capítulo XIV, en el cual se escribe el descuido que en Venezuela se ha tenido y tiene en no enseñar la doctrina a los indios, y algunas cosas y propiedades de los Llanos y falda de la cordillera.

Capítulo XV, en que se escribe la fundación y principio de la Nueva Segovia, por otro nombre llamada Barquisimeto, en Venezuela.

Capítulo XVI, en el cual se escribe cierto alzamiento que los negros que andaban en las minas de Barquisimeto hicieron, y cómo fueron desbaratados.

Capítulo XVII, de cómo fue proveído por gobernador de Venezuela el licenciado Villasande, y de su gobierno y muerte, y de la fundación y sucesos de una villa poblada en el valle de San Pedro.

Capítulo XVIII, en el cual se escribe el principio y fundación de la ciudad de Trujillo, de esta gobernación, y algunas cosas de los indios naturales de ella.

Capítulo XIX, en el cual se escribe los mudamientos y traslaciones que esta ciudad de Trujillo ha tenido hasta este tiempo, y mudanzas del gobierno de la gobernación.

Capítulo XX, en el cual se escribe en suma lo sucedido en esta gobernación de Venezuela a Lope de Aguirre, con su fin y muerte.

Capítulo XXI, en el cual se escriben las muertes de los capitanes Luis de Narváez y García de Paredes, y la disposición de Caracas.

Capítulo XXII, en el que se escribe el segundo gobierno que con esta gobernación tuvo el licenciado Bermúdez, y cómo en su lugar sucedió Pedro Ponce de León, en cuyo tiempo fueron reedificados y poblados los pueblos de Caracas.

LIBRO CUARTO

Capítulo I, de quién descubrió la isla de la Trinidad y cómo se la proveyeron a Antonio Sedeño por gobernación, y cómo hizo gente en Puerto Rico y se fue allá con dos navíos y con sesenta hombres.

Capítulo II, de cómo Sedeño, saltando en tierra de la Trinidad, hizo un palenque o fuerte de maderos, y las causas que a ello le movieron, y cómo los indios se confederaron con Sedeño.

Capítulo III, cómo los indios de la Trinidad se alzaron y rebelaron y vinieron diversas veces a dar en el real de los españoles.

Capítulo IV, de una guazabara que dieron los indios a Antonio Sedeño, donde acaeció un notable hecho de una mujer española.

Capítulo V, cómo Antonio Sedeño, viendo su perdición, determinó salir de la Trinidad y pasarse a la punta o ancón de Uriaparia, y así lo puso por obra.

Capítulo VI, cómo Sedeño hizo un fuerte en tierra de Paria, y dejando en él algunos soldados, se fue a Puerto Rico, y cómo los indios de Uriaparia se rebelaron contra los españoles.

Capítulo VII, cómo el emperador don Carlos dio a don Diego de Hordaz una gobernación en el río Marañón, y su partida de España hasta llegar al paraje o boca del río Marañón.

Capítulo VIII, de cómo la nao pequeña y la carabela de Hordas se perdieron en la boca del Marañón, y lo que acerca de estos españoles perdidos se ha tratado después acá en el Nuevo Reino.

Capítulo IX, cómo escapando Hordas con su nao capitana de la fortuna del Marañón, entró en el Golfo de Paria y se apoderó del fuerte de Antonio Sedeño por mandado de Jerónimo Hortal.

Capítulo X, cómo Hordas se informó, así de los españoles de Sedeño como de los indios de aquella tierra, si había por allí cerca alguna provincia rica, y lo que le respondieron, y lo que él hizo.

Capítulo XI, de cómo los siluas, hombres naturales de la isla de Tenerife, siguieron al comendador Hordas, y el fin que hubieron por sus malas obras.

Capítulo XII, cómo Hordas partió de la fortaleza de Paria y entró por el río Uriaparia arriba, y la gran mortandad que sobre su gente vino.

Capítulo XIII, cómo el comendador Hordas llegó con sus naos al pueblo de Paria y echó la gente a tierra, y los indios les dieron de noche una guazabara.

Capítulo XIV, cómo dejando el comendador Hordas los enfermos en Paria con Gil González de Avila, se partió con la demás gente y se fue al pueblo o provincia de Carao, y de la noticia que tuvo de Guayana.

Capítulo XV, cómo el comendador Hordas salió con su gente de la provincia de Carao y fue navegando el río arriba a donde el propio río es llamado Orinoco.

Capítulo XVI, cómo el gobernador Hordas saltó a tierra del Urinoco y tuvo guerra con los indios, los cuales le dieron noticia de la riqueza de aquella tierra, por lo cual determinó dar la vuelta a la mar.

Capítulo XVII, de cómo Hordas con la gente que le quedó, dio la vuelta el río abajo y llegó al pueblo y fortaleza de Paria, donde halló los españoles que había dejado.

Capítulo XVIII, cómo dejando Hordas a Agustín Delgado con gente en la fortaleza de Paria, se pasó con sus soldados a Cumaná y Cubagua, donde fue preso por Pedro Ortiz de Matienzo.

Capítulo XIX, cómo Hordas y Pedro Ortiz de Matienzo fueron a Santo Domingo, y de allí a España, y en el camino fue muerto Hordas con ponzoña.

Capítulo XX, cómo teniendo Sedeño noticia de la muerte de Hordas se pasó a Cubagua y de allí a Paria y llevando consigo algunos de los soldados que en la fortaleza había, se fue a la isla de la Trinidad; y de la llegada de Alonso de Herrera a la misma Isla de Cubagua y después a Paria.

Capítulo XXI, cómo Sedeño prendió a Alonso de Herrera y a los demás que con él estaban en Paria y los llevó a la isla de la Trinidad, y cómo la Audiencia de Santo Domingo tuvo noticia de ello y dio provisiones para que le soltasen.

Capítulo XXII, de cómo Alonso de Aguilar fue a la isla de la Trinidad, y Sedeño no quiso obedecer las provisiones, antes lo quiso prender sobre ello.

Capítulo XXIII, cómo Alonso de Herrera se solté y libró de la prisión en que Sedeño lo tenía, y se fue en el bergantín a Paria donde a la sazón estaba Agustín Delgado, y lo prendieron con los que hallaron con su compañía.

Capítulo XXIV, cómo los soldados que estaban en la isla de la Trinidad con Sedeño se amotinaron y lo prendieron y se fueron con él a Paría, donde Alonso de Herrera lo echó en prisión, y cómo después los propios soldados, amotinándose contra Herrera, soltaron a Sedeño y se fueron con él a Cubagua.

Capítulo XXV, en el cual se escribe la venida de ciertos indios caribes de la isla de la Dominica a la isla de San Juan de Puerto Rico, y la prisión que en ella hicieron de Cristóbal de Guzmán y de muchos negros esclavos e indios de su provincia.

Capítulo XXVI, cómo los vecinos de Puerto Rico hicieron y juntaron gente, y nombrando por capitán de ella a Juan de Yuncar, pasaron a la Dominica, donde comenzaron a hacer en los indios castigo de la muerte de Guzmán.

Capítulo XXVII, en que se escribe todo el demás suceso que Juan de Yuncar tuvo en la Dominica con los indios, y lo que Luis Martín Gobal hizo en una carabela en que había salido de Puerto Rico.

Capítulo XXVIII, cómo los indios de la Trinidad, por inducimiento de Sedeño, pasaron a Paria y mataron los españoles que allí habían quedado por Herrera, y lo que sobre ello pasó.

LIBRO QUINTO

Capítulo I, cómo Jerónimo Hortal pidió la gobernación de Paria, en España, y se le dio, e hizo y juntó gente, y se vino con ella derecho a la fortaleza de Paria, donde estaba Alonso de Herrera.

Capítulo II, cómo Jerónimo Hortal se pasó a Cubagua a juntar la gente que con el capitán Alderete bahía llegado a aquella isla, y Alonso de Herrera con la gente subió el río arriba y se alojó a invernar y hacer una barca en la provincia de Carao.

Capítulo III, en el cual se escribe cómo algunos principales vinieron de paz al alojamiento de Herrera, y cómo por traición intentaron pegar fuego a los bohíos donde los españoles estaban alojados, y cómo fue descubierto y remediado.

Capítulo IV, cómo el indio Arauco juntó gente y se puso en emboscada para con ella librar a sus compañeros, y lo que le sucedió y se hizo de los demás indios presos.

Capítulo V, cómo Alonso de Herrera y los españoles que con él estaban salieron de la provincia de Carao y comenzaron su navegación y jornada el río arriba y lo que les sucedió con ciertos caribes que en el camino toparon.

Capítulo VI, cómo prosiguiendo su viaje río arriba los españoles y pasando por el pueblo de Cabritu, llegaron al pueblo de donde eran los indios que hallaron atados en los árboles, y lo que allí les sucedió hasta pasar adelante.

Capítulo VII, en el cual se escribe cómo prosiguiendo su viaje Herrera y los demás españoles el río arriba, con grandes hambres y trabajos entraron por el río del Meta, padeciendo dobladas miserias.

Capítulo VIII, en el cual se escribe cómo después de haber invernado los españoles en las riberas de Meta, fue muerto Alonso de Herrera, su capitán, en una guazabara que los indios le dieron.

Capítulo IX, cómo tomando Alvaro de Hordas a su cargo el gobierno de la gente, después de haber hecho un parlamento a los soldados sobre lo que debían hacer, dieron la vuelta el no abajo hasta llegar a Perataure.

Capítulo X, en el cual se escribe cómo Alvaro de Hordas y los demás españoles, después de haber pasado gran tormenta en la mar, aportaron a la isla de Cubagua, y Jerónimo Hortal, que estaba en la Trinidad a esta sazón, se pasó a tierra firme, al puerto de Naver, sabiendo la pérdida de su gente.

LIBRO SEXTO

Capítulo I, en el que se escribe cómo Jerónimo Hortal envió a Agustín Delgado con gente a hacer esclavos al pueblo del cacique Guaramental, el cual se convidó con la paz y recibió amigablemente a los españoles.

Capítulo II, en el cual se escribe cómo Agustín Delgado pasó con los españoles y con muchos indios amigos de Guaramental a la poblazón de Arcupón, la cual robó y saqueó y arruinó.

Capítulo III, en el cual se escribe cómo Antonio Sedeño tuvo en Puerto Rico noticia del Meta, y juntó gente y la envió con el capitán Batista a Maracapana, y cómo los soldados de Jerónimo Hortal se dieron a robar y hacer esclavos con más libertad que de antes.

Capítulo IV, en el cual se escribe cómo el capitán Batista se entró a invernar la tierra adentro donde desarmó e hizo cierto agravio a unos soldados de Jerónimo Hortal, después, en venganza de esto, desarmó la gente que con el capitán Vega llegó a Maracapana.

Capítulo V, en el cual se escribe cómo Jerónimo Hortal, con la gente que tenía y alguna que se llegó de la del capitán Vega, fue a dar sobre el capitán Batista y lo prendió y desbarató y se vengó de la injuria que le había hecho.

Capítulo VI, cómo Jerónimo Hortal despidiendo al capitán Batista y a los que eran de su opinión, se metió con los que le quisieron seguir, la tierra adentro en demanda de Meta, y cómo fue muerto Agustín Delgado de un flechazo.

Capítulo VII, cómo los españoles que con Jerónimo Hortal iban, se amotinaron por inducimiento de Escalante, y lo descompusieron del cargo de gobernador y lo enviaron a la costa y nombraron ciertos diputados que los gobernasen.

Capítulo VIII, cómo los españoles de Jerónimo Hortal, siendo gobernados por sólo dos diputados, en quien habían resumido el gobierno, fueron a salir al Tocuyo y tierra de Venezuela.

Capítulo IX, en el cual se escribe cómo los de Venezuela quitaron la gente a Nieto y Alderete y los enviaron presos a Coro.

Capítulo X, cómo Jerónimo Hortal, pasando por mucha gente de guerra, llegó a la costa, donde fue seguido de la gente de Sedeño, y escapándose de sus manos se embarcó en una canoa o piragua y se fue a Cubagua y de allí a Santo Domingo, donde murió.

LIBRO SEPTIMO

Capítulo I, cómo Antonio Sedeño pasó a Maracapana, y con la gente que allí halló se metió en la tierra adentro; y cómo el licenciado Frías, juez proveído contra él en Santo Domingo, fue en su seguimiento con gente, y Sedeño los prendió y desbarató.

Capítulo II, en el cual se escriben algunas costumbres y ceremonias de los indios y naturales de Cumana y Cubagua y de otras provincias a éstas sufragáneas.

Capítulo III, cómo Antonio Sedeño, prosiguiendo su jornada, marchó la tierra adentro y murió, y en su lugar fueron nombrados por los soldados, Reinoso y Lozada para el gobierno de la gente.

Capítulo IV, en el cual se escribe cómo la Audiencia de Santo Domingo, teniendo noticia de lo que Sedeño hizo con el licenciado Frías, proveyó al licenciado Castañeda que le siguiese y prendiese, y lo que este licenciado Castañeda hizo en la jornada. Cuéntase algunas costumbres de ciertos indios por donde el capitán Reinoso pasó.

Capítulo V, en el cual se escribe cómo yendo Reinoso en seguimiento de su jornada se le amotinó la mayor parte de la gente, de suerte que vino a pelear con ella y los venció.

Capítulo VI, en el cual se escribe lo demás que le sucedió a Reinoso con los soldados, hasta volverse a Tocuyo, tierra de Venezuela.

LIBRO OCTAVO

Capítulo I, de cómo fue dada a don Pedro de Heredia por gobernación desde el río grande de la Magdalena hasta el río Darién, y la venida de don Pedro de Heredia a esta gobernación.

Capítulo II, de la fundación de Cartagena, y de cómo Pedro de Heredia fue a Turuaco, pueblo de indios, donde fue muerto antes Juan de la Cosa. Cuéntase la muerte de este Juan de la Cosa.

Capítulo III, cómo el gobernador Pedro de Heredia juntó ciento y cincuenta hombres, y se metió a descubrir la tierra adentro y llegó al primer Cenu.

Capítulo IV, en que se escribe los diferentes cenues que hay, y cuál es el principal, y las sepulturas que en este Fin Cenu se sacaron y su manera, y el disparate y muerte del capitán Ojeda y de sus soldados.

Capítulo V, de cómo el gobernador Heredia y sus soldados salieron del Fin Cenu en demanda del Pancenu y de lo que en el camino les sucedió hasta que volvieron a Cartagena.

Capítulo VI, cómo el gobernador Pedro de Heredia envió a Alonso Heredia, su hermano, a descubrir el Pancenu, y cómo el propio gobernador salió después tras él por cierta ocasión, y cómo fue poblada Urabá por el capitán Alonso de Heredia.

Capítulo VII, de cómo en Cartagena quisieron matar al gobernador Heredia, y cómo el gobernador Barrionuevo envió a Julián Gutiérrez a poblar en Urabá y cómo el gobernador Heredia fue con gente a echarlo de la tierra.

Capítulo VIII, de cómo el gobernador Heredia, con solos veinticinco hombres, peleó con Julián Gutiérrez y lo venció y prendió y lo echó de la tierra, y él se volvió a Cartagena.

Capítulo IX, cómo fue proveido el licenciado Vadillo en Santo Domingo, por juez de residencia contra el gobernador Heredia y lo prendió, y estando preso se huyó y se fue a España; y cómo ciertos españoles con el capitán César salían de Urabá en demanda del Cenufana.

Capítulo X, en el cual se escribe la guazabara que los indios del Cenufana dieron a los españoles, y cómo después de haber llegado a la noticia en cuya demanda iban, se volvieron a Urabá.

Capítulo XI, cómo estando el capitán Francisco César con gente a pique para salir a descubrir desde Urabá, tuvo noticia el licenciado Vadillo que le iban a tomar residencia, y tomando en sí todos los soldados que estaban juntos, se metió la tierra adentro y fue a salir a Cali, gobernacióri de Popayán.

LIBRO NONO

Capítulo I, cómo el general Pedro de Orsúa, después de la población de Pamplona, fue proveido para que volviese a pacificar a Muzo, y después de haber juntado los soldados que pudo, entró por tierra de Saboyá y la pacificó.

Capítulo II, cómo el general Orsúa se metió por la poblazón de Muzo y se alojó en ella, a pesar de los moradores, y de una prolija guazabara que le dieron en el valle de Fauna.

Capítulo III, cómo el general Fedro de Orsúa evitó cierta traición que los indios muzos le ordenaron, y cómo pobló la ciudad de Tudela de Navarra.

Capítulo IV, cómo el general salió con algunos españoles de la tierra de los muzos a dar cuenta de lo que había hecho a la Real Audiencia, y cómo los oidores le mandaron que volviese a entrar a acabar de pacificar la tierra de los muzos.

Capítulo V, cómo el general Orsúa se tomó a salir de Muzo y con su salida se despobló el pueblo o ciudad de Tudela. Escríbese cómo después fue poblada esta tierra y hoy permanece el pueblo que en ella se pobló.

Capítulo VI, en el cual se escribe cómo el general Orsúa fue proveído por los oidores que fuese a pacificar la tierra de Santa Marta y lo que sobre el hacer esta jornada le sucedió.

Capítulo VII, cómo Lidueña se salió de Guachaca al Cabo de la Vela, forzado de los españoles que con él estaban, y el general Orsúa se subió al Reino, donde siendo perseguido de Montaño se pasó a Popayán y de allí a Panamá.

Capítulo VIII, en el cual se escribe cierto alboroto que en Panamá hubo al tiempo que Pedro de Orsúa llegó allí.

Capítulo IX, cómo le fue encargado a Pedro de Orsúa la guerra y pacificación de cierta chusma de negros rebeldes, y de cómo Orsúa envió a Fuentes, español, con ciertos soldados, a castigar un robo que los negros habían hecho en el camino que va de Nombre de Dios a Panamá.

Capítulo X, en el cual se escribe cómo el capitán Fuentes y los españoles desbarataron a los demás negros que sobre ellos vinieron, y prendieron algunos, con los cuales se vinieron a Nombre de Dios y allí fueron aperreados.

Capítulo XI, cómo el general Pedro de Orsúa salió de Nombre de Dios con sesenta españoles y después de alojado junto a la mar, envió al capitán Fuentes con cincuenta españoles a recorrer la tierra, y lo que sobre esta salida de Fuentes sucedió con los negros.

Capítulo XII, cómo Orsúa envió por municiones a Nombre de Dios y él se acercó al alojamiento de los negros e hizo paces y amistades con su rey, y lo que sobre el prender y desbaratar los negros acordó hacer.

Capítulo XIII, en el cual se escribe cómo por industria cautelosa de Orsúa fueron muertos y desbaratados los negros y presos su rey Bayamo con la mayor parte que vivos quedaron.

LIBRO DECIMO

Capítulo I, cómo pasó al Perú Pedro de Orsúa, año de mil quinientos cincuenta y ocho.

Capítulo II, que trata de algunas opiniones que hubo en Perú sobre la jornada que el marqués dio a Pedro de Orsúa.

Capítulo III, de cómo se comenzaron a hacer los bergantines, y cómo Pedro de Orsúa nombró por su teniente a Pedro Ramiro, capitán de los motilones.

Capítulo IV, de cómo Orsúa se volvió al astillero con su gente y lo que le acaeció en un pueblo llamado Moyabamba.

Capítulo V, de lo que pasó sobre la muerte de Pedro Ramiro y los demás.

Capítulo VI, que trata de lo que pasó sobre la prisión y muerte de los que mataron a Pedro Ramiro.

Capítulo VII, de la sospecha que en Perú se tenía de Pedro de Orsúa y de lo que le avisó un amigo suyo y del pronóstico que sobre su jornada hubo.

Capítulo VIII, cómo el gobernador ordenó que don Juan de Vargas fuese con treinta hombres delante y mandó que García de Arze se adelantase con otros treinta y lo que le acaeció a García de Arze.

Capítulo IX, cómo se partió don Juan de Vargas con los sesenta hombres a Cocama y lo que le sucedió.

Capítulo X, cómo salió Pedro de Orsúa de los motilones y se despobló el pueblo de Santa Cruz y echaron los barcos en el río; y cómo la gente se quiso amotinar y huir del astillero y él los aplacó.

Capítulo XI, en el cual se trata de la partida de Pedro de Orsúa del astillero y de lo que le sucedió en el río hasta los Bracamoros.

Capítulo XII, en el cual se trata de cómo partió el gobernador de los Bracamoros y llegó a Cacoman y de cómo se partió de Cacoman y del nacimiento de Cacoman y de lo que sucedió hasta llegar a otro río que dijeron ser el de la Canela.

Capítulo XIII, cómo llegó el armada a la isla de García de Arze y de la propiedad de la gente de ella, y de lo demás que en ella sucedió.

Capítulo XIV, (Nota 1).

Capítulo XV, cómo envió el gobernador a descubrir, y de cierto motín de Montoya y cómo fueron castigados los culpados, y las opiniones de la provincia.

Capítulo XVI, cómo pasada la provincia de Carari dieron en un despoblado, y la necesidad que en ella se pasó y de cómo llegaron a Mochofur, y de lo que le acaeció a la entrada.

Capítulo XVII, que trata cómo el gobernador envió a descubrir, y de otras cosas que sucedieron en Machifaro.

Capítulo XVIII, que trata de lo que el gobernador pasó con algunos soldados sobre que decían que se volviesen a Pirú, y de cómo los amotinadores persuadían a muchos que estuviesen mal con el gobernador, y las causas que para ello les daban.

Capítulo XIX, que trata de cómo concertaron de matar al gobernador, y los pareceres que sobre ello hubo, y cómo engañaron a don Hernando a que fuese su general y nombró los que fuesen en ello.

Capítulo XX, que trata de cómo mataron al gobernador y su teniente en Machifaro, habiendo enviado a descubrir gente y tierra.

Capítulo XXI, que trata de lo que toda la noche hicieron después de haber muerto al gobernador y a su teniente.

Capítulo XXII, que trata de la persona de Pedro de Orsúa y de algunas propiedades nobles de su persona y de otras cosas que le levantaron.

Capítulo XXIII, de lo que los amotinados hicieron después que amaneció y hubieron muerto a su gobernador Pedro de Orsúa y a su alguacil mayor don Juan de Vargas.

Capítulo XXIV, que trata de la junta que hicieron los amotinados para determinar lo que habían de hacer, y lo que sobre ello pasó.

Capítulo XXV, de cómo los amotinadores pasaron del pueblo donde mataron al gobernador a otro que estaba a una jornada más abajo, y la hambre que en él se pasó.

Capítulo XXVI, de cómo los amotinadores se conformaron con el parecer de Lope de Aguirre, y cómo Aguirre mató ciertos soldados.

Capítulo XXVII, de cómo hizo don Hernando, teniente general a Juan Alonso, y quitó el cargo de maese de campo a Lope de Aguirre, por aplacarlo.

Capítulo XXVIII, de cómo Lope de Aguirre publicó que Juan Alonso quería matar a don Hernando, y el don Hernando, sabiendo esto, dio orden cómo se matase a Juan Alonso, y de cómo lo mataron.

Capítulo XXIX, de cómo los indios, por cierto agravio que les hicieron, se alzaron y mataron ciertos españoles.

Capítulo XXX, que trata de cierto parlamento que don Hernando hizo a los soldados por inducimiento de Lope de Aguirre, y de cómo le tornaron a nombrar por general, y se declararon los que no le querían seguir ni ser contra el rey.

Capítulo XXXI, que trata de cómo juraron los soldados y don Hernando, la guerra que habían de hacer a los del Perú.

Capítulo XXXII, que trata cómo Lope de Aguirre hizo príncipe a don Hernando y lo tuvieron todos por tal.

Capítulo XXXIII, que trata de cómo don Hernando puso casa de príncipe y nombró oficiales y señaló salarios en Perú, y otros cargos que dio y conductas de ellos.

Capítulo XXXIV, que trata de la orden que los traidores habían tratado y dado para tomar el Perú, y de las mercedes que ellos mismos a sí mismos prometían.

Capítulo XXXV, que trata cómo partió el armada del pueblo de los bergantines y fue navegando por la mano izquierda, y la causa por que, y llegaron a otros pueblos, y de lo que en ellos sucedió.

Capítulo XXXVI, que trata de cómo el armada llegó a otro pueblo muy grande, y de la manera del pueblo y condición de los indios, y de cómo se determinaron aderezar en él los amotinados los bergantines.

Capítulo XXXVII, que trata de cómo se juntaron los amotinados a consultar sobre buscar el Dorado, y determinaron de hacerlo y matar a Lope de Aguirre porque no les estorbase; y de cómo, por parecer de Montoya, no lo mataron.

Capítulo XXXVIII, que trata de cómo Aguirre dividió toda la gente del campo en compañías de a cuarenta soldados, y la causa, y de cómo quiso matar a Gonzalo Duarte y de otras cosas que sobre ello sucedieron.

Capítulo XXXIX, que trata de cómo Aguirre mató a Lorenzo Salduendo y a doña Inés, y la causa por qué.

Capítulo XL, de cómo don Hernando y Lope de Aguirre riñeron sobre la muerte de Salduendo, y después se confederaron, y de cómo Aguirre tuvo aviso de los de la junta cómo lo querían matar.

Capítulo XLI, que trata de la muerte de don Hernando y un clérigo y de otros capitanes que mató juntos Aguirre.

Capítulo XLII, que trata de cómo Aguirre juntó la gente y les habló sobre la muerte de don Hernando y cómo hizo otros oficiales en lugar de los muertos.

Capítulo XLIII, que trata de cómo Aguirre se partió del pueblo de donde maté a don Hernando, y cómo caminó por mano izquierda del río y cómo llegaron al pueblo donde hicieron la jarcia, y lo que allí sucedió.

Capítulo XLIV, que trata de cómo hizo la jarcia y velas de los bergantines, en el cual tiempo mató el traidor cuatro hombres, y la causa por qué.

Capítulo XLV, que trata de cómo partió el armada del pueblo de la jarcia, y cómo navegando mató el traidor al Comendador, y llegaron a unos bohíos fuertes, y la manera de la gente de ellos.

Capítulo XLVI, que trata cómo navegó el armada y se vio engolfada entre unas islas, y no sabiendo por dónde navegar llegaron a una isla donde dejaron el servicio ladino que trajeron de Perú, y mató el traidor dos españoles.

Capítulo XLVII, en que se trata el tamaño del río Marañón y de su disposición.

Capítulo XLVIII, de cómo Aguirre salió a la mar y llegó a la Margarita, y de lo que le sucedió hasta saltar en tierra y de cómo fingió ir perdido del Marañón y de los soldados que mató y mandó matar cuando saltó en tierra, y de cómo envió algunos amigos suyos por comida a las estancias y al pueblo.

Capítulo XLIX, que trata de lo que sospecharon los vecinos de la Margarita cuando vieron los bergantínes y de cómo enviaron así por mar como por tierra a saber qué gente era, y la vino el gobernador de ellos a ver.

Capítulo L, que trata de cómo el gobernador de la Margarita fue a ver a Aguirre, y de lo que con él pasó y cómo lo prendió y se vino al pueblo.

Capítulo LI, que trata de cómo los amotinadores entraron a la Margarita y se apoderaron en él y en las casas y haciendas de los vecinos y de todo lo que aquel día hicieron.

Capítulo LII, que trata de cómo algunos soldados que había en la Margarita se pasaron a Aguirre, y de algunos avisos que le dieron y de cómo Aguirre envió por el navío del fraile Montesinos.

Capítulo LIII, de cómo Aguirre mandó a los vecinos de la Margarita que le hiciesen matalotaje, y del parlamento que les hizo.

Capítulo LIV, de cómo se le huyeron cuatro soldados en la Margarita a Aguirre y lo que hizo sobre ello, y cómo le trajeron los dos de ellos y los ahorcó sin confesión y mandó matar a un fraile.

Capítulo LV, de cómo Aguirre decía a sus soldados las justicias que había de hacer y las gentes que había de matar.

Capítulo LVI, en que se escriben algunas crueldades y muertes que hizo Lope de Aguírre en la Margarita.

Capítulo LVII, de cómo Aguirre sospechaba que le habían muerto a sus soldados y de las amenazas que sobre ello hacía, y de cómo le vino nuevas de que el navío venía, y del suceso de Monguya, y de lo que hizo acerca de ello.

Capítulo LVIII, cómo mató Aguirre a don Juan, gobernador de la Margarita, y a otros con él y la causa por qué.

Capítulo LIX, cómo Aguirre mostró los muertos a sus soldados y les hizo un parlamento y tornó a prender los vecinos y se fue a la punta de las Piedras y dejó a Martín Pérez en la fortaleza con los presos.

Capítulo LX, cómo los de Burburata dieron aviso a su gobernador de la llegada de Aguirre a la Margarita, el cual asímismo lo dio a los del Reino de Granada.

Capítulo LXI, cómo Lope de Aguirre volvió al pueblo y mató a Martín Pérez, su maese de campo, y la causa por qué, y cómo tornó a soltar a los vecinos.

Capítulo LXII, de lo que hizo un Llamoso con el cuerpo muerto de Martín Pérez, maese de campo.

Capítulo LXIII, de cómo el navío del Provincial surgió en el puerto de la Margarita, y una carta que le escribió Aguirre con la suma, de lo que el Provincial le respondió, y la muerte de dos soldados.

Capítulo LXIV, del alboroto y miedo que hubo en el Reino con la nueva de la venida de Aguirre, y de las personas que fueron señaladas para irle a resistir, y la orden que llevaron de los señores de la Audiencia.

Capítulo LXV, de los daños que hizo Lope de Aguirre en la iglesia de la Margarita y cómo mandó hacer navíos para irse de allí.

Capítulo LXVI, de cómo Aguirre hizo bendecir las banderas y de algunos avisos que dio a sus soldados.

Capítulo LXVII, que trata de cómo Alonso de Villena, queriéndose huir porque Aguirre lo quería matar, echó cierta fama para que después no le castigase y de ciertos españoles y una mujer y un fraile que por su causa mató.

Capítulo LXVIII, que trata de un fraile religioso de la orden del señor Santo Domingo, que mandó matar Aguirre, y la causa por qué.

Capítulo LXIX, que trata de un hombre y una mujer que mató Aguirre y de otras cosas que hizo poco antes de que se partiese.

Capítulo LXX, de cómo Fajardo vino a la Margarita, y de su temor encerró Aguirre su gente en la fortaleza, y de allí la embarcó en el navío y a un clérigo, y mató a su almirante.

Capítulo LXXI, que trata de cómo Aguirre navegó y se determinó de ir a la Burburata, y de cómo llegó a ella, y de lo que en el camino decía y hacía contra Dios.

Capítulo LXXII, que trata de cómo el gobernador de Venezuela fue avisado de la llegada de Aguirre a Burburata, y de lo que sobre ello hizo, y envió a llamar al capitán Bravo y al capitán Diego García de Paredes, y de otras cosas que acerca de esto sucedieron.

Capítulo LXXIII, que trata de cómo llegó Lope de Aguirre a la Burburata, y de las cosas que allí hizo.

Capítulo LXXIV, que trata del pregón que dio Lope de Aguirre en la Burburata contra su Majestad, pregonando guerra a fuego y sangre.

Capítulo LXXV, de cómo envió Aguirre a pedir caballos a la Valencia, y cómo ahorcó al mercader y a un soldado.

Capítulo LXXVI, que trata de cómo dos soldados se le huyeron a Lope de Aguirre y lo que sobre ellos pasó.

Capítulo LXXVII, de algunos alborotos que hubo en el campo de Aguirre.

Capítulo LXXVIII, de la ida que hizo Lope de Aguirre y su gente a la Nueva Valencia y de la enfermedad que allí tuvo.

Capítulo LXXIX, de cómo don Julián trajo a Lope de Aguirre los dos soldados por quien tenía a su mujer y su suegra en rehenes.

Capítulo LXXX, de un aviso que dio el alcalde Chaves a Lope de Aguirre, y de tres soldados que mató en la Valencia.

Capítulo LXXXI, de lo que sucedió a Aguirre en el camino de Barquisimeto.

Capítulo LXXXII, de cómo llegó Aguirre al valle de las Damas, y cómo intentó de matar mucha gente de la que trajo, por sospecha que de ellos tenía.

Capítulo LXXXIII, de lo que Lope de Aguirre envió a decir a los del campo del rey.

Capítulo LXXXIV, de cómo Lope de Aguirre llegó con su campo a la ciudad de Barquisimeto.

Capítulo LXXXV, que trata de la plática que Aguirre hizo a su gente sobre los perdones que se hallaron del gobernador Pablo Collado, y de una escaramuza que entre ambos campos hubo.

Capítulo LXXXVI, de una carta que Lope de Aguirre envió al gobernador Pablo Collado, y de un esclavo que se huyó del campo del rey al del traidor.

Capítulo LXXXVII, que trata de dos soldados de Aguirre que se pasaron al campo del rey, y de algún servicio que le fue tomado a Aguirre.

Capítulo LXXXVIII, de la escaramuza que tuvo Aguirre con los del rey, y cómo se pasó Diego Tirado, capitán de caballo de Aguirre, al campo del rey.

Capítulo LXXXIX, que trata cómo visto Aguirre que sus soldados no herían a los del rey, propuso de dar la vuelta a la mar.

Capítulo XC, de cómo se pasaron todos los soldados de Aguirre al campo del rey y le dejaron solo con un soldado llamado Antón Llamoso.

Capítulo XCI, de cómo Aguirre mató a su hija y fue él muerto por el maese de campo del rey.

Capítulo XCII, que trata de la vida y suerte y linaje de Lope de Aguirre.

Segunda parte

de la historia que compuso fray Pedro de Aguado, de la Orden de San Francisco, de la observancia, ministro provincial de la provincia de Santafé, en el Nuevo Reino de Granada, Indias del mar Océano. En el cual se trata el descubrimiento y fundación de la gobernación y provincia de Venezuela, con el descubrimiento de la isla Trinidad, y fundación de la ciudad de Cartagena y su gobernación, en Tierra Firme; con el alzamiento y tiranía de Lope de Aguirre, traidor, hasta que fue muerto en la gobernación de Vanezuela por los del campo del Rey. Cuéntase todo el decurso del general Pedro de Orsúa, que fue muerto por este traidor Aguirre yendo en busca de la tierra que llaman Dorado.

Con licencia y privilegio real de Castilla y de las Indias | 1. |

El Rey

Por cuanto vos, fray Pedro de Aguado, fraile menor de la observancia de la Orden de San Francisco, nos habeis hecho relación que habeis compuesto un libro intitulado el descubrimiento, pacificación y población de las provincias de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada, de las nuestras Indias del mar Océano, dividido en dos partes; obra de mucha curiosidad y que en trazella habiades pasado mucho trabajo, suplicándonos os mandásemos dar privilegio por algún tiempo para que ninguna persona si no fueses vos o quien tuviese vuestro poder, no lo pudiesen imprimir ni vender en las nuestras Indias, o como la nuestra merced fuese; y habiendose visto por los del nuestro Consejo de ellas y el dicho libro, atento a lo susodicho lo habemos tenido por bien por ende, por la presente damos licencia y facultad a vos, el dicho fray Pedro de Aguado, para que por tiempo de diez años primeros siguientes que corran y se cuenten desde el día de la data de esta nuestra cédula en adelante, solamente vos o quien vuestro poder hubiere y no otra persona alguna, podáis llevar el dicho libro a las dichas nuestras Indias, islas y Tierra Firme del mar Océano, e imprimirle y venderle en ellas; y mandamos que en ello a vos o a quien dicho vuestro poder hubiere, no se os ponga impedimento alguno; y que durante el dicho tiempo de los dichos diez años, ninguna persona si no fueres vos el dicho fray Pedro de Aguado y quien tuviese vuestro poder, no pueda imprimir ni vender en las dichas nuestras Indias ni en parte alguna de ellas el dicho libro, so pena de perdimiento de los que imprimieren o vendieren y de las imprentas, moldes y otros aparejos con que los imprimieren, y demás de ello cincuenta mil maravedís por cada vez a cada uno que lo contrario hiciere, la mitad para nuestra Cámara y fisco y la otra mitad para vos el dicho fray Pedro de Aguado; y mandamos a los nuestros Visorreyes, Presidentes y Oidores de las nuestras Audiencias Reales de las dichas nuestras Indias, islas y Tierra Firme del mar Océano y a cualesquier nuestros gobernadores de ellas, que guarden y cumplan y hagan guardar y cumplir esta nuestra cédula y lo en ella contenido, y contra su tenor y forma no vayan ni pasen ni consientan ir ni pasar en manera alguna, y ejecuten y hagan ejecutar la dicha pena en los que contra lo susodicho fueren o pasaren. Fecha en Lisboa, a tres de septiembre de mil y quinientos y ochenta y un años.-Yo, el Rey.

El Rey

Por cuanto por parte de vos, fray Pedro de Aguado, de la Orden de San Francisco, de la regular observancia, nos ha sido fecha relación que vos habiades compuesto un libro intitulado Primera y segunda parte del descubrimiento, pacificación y población del Nuevo Reino de Granada de las Indias, el cual era muy útil y provechoso; y atento al trabajo que en le hacer habiades pasado, nos suplicasteis os mandásemos dar licencia para lo poder imprimir, y privilegio por tiempo de diez años, o como la nuestra merced fuese; lo cual visto por los de nuestro Consejo y como por su mandado se hicieron las diligencias que la premática por nos nuevamente hecha sobre la impresión de los libros dispone, y por os hacer bien y merced fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula para vos en la dicha razón, y nos tuvímoslo por bien; y por la presente os damos licencia y facultad para que por tiempo de diez años primeros siguientes, que corran y se cuenten desde el día de la fecha de esta nuestra cédula, vos o la persona que vuestro poder tuviere, y no otra persona alguna, podáis imprimir y vender el dicho libro que de suso se hace mención, y por la presente damos licencia y facultad a cualquier impresor destos nuestros Reinos que vos nombráredes para que por esta vez lo pueda imprimir, con que después de impreso, antes que se venda lo traigáis al nuestro Consejo, juntamente con el original que en él se vio, que va rubricado y firmado al cabo de Pedro Çapata del Mármol, nuestro Secretario de Cámara, de los que en el nuestro Consejo residen, para que se corrija con él y se os tase el precio que por cada volumen obiéredes de haber; y mandamos que durante el dicho tiempo persona ninguna, sin vuestra licencia, no lo pueda imprimir ni vender, so pena que el que lo imprimiere o vendiere haya perdido y pierda todos y cualesquier libros y moldes y aparejos que dél tuviere, y más incurra en pena de cincuenta mil maravedís por cada vez que lo contrario hiciere, la cual dicha pena sea la tercia parte para el juez que lo sentenciare y la otra tercia parte para la persona que lo denunciare y la otra tercía parte para nuestra Cámara; y mandamos a los de nuestro Consejo, Presidente y Oidores de las nuestras Audiencias, Alcaldes, alguaciles de la nuestra Casa-Corte, y Chancillerías, y a todos los corregidores, asistentes, gobernadores, alcaldes mayores y ordinarios y otros jueces y justicias cualesquier de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros Reinos y Señoríos, ansí a los que agora son como a los que serán de aquí adelante, que vos guarden y cumplan esta nuestra cédula y merced que ansi vos hacemos, y contra el tenor y forma de ella ni de lo en ella contenido, vos no vayan ni pasen ni consientan ir ni pasar por ninguno, so pena de la nuestra merced y de cien mil maravedís para nuestra Cámara; y fecha en Lisboa a seis días del mes de julio de mil y quinientos y ochenta y dos años.-Yo, el Rey.

Prólogo al lector

No deben ser olvidados por silencio los hechos y obras tan heroicas de nuestros naturales españoles, en especial aquellos que para honra y gloria de Dios sean hechos, y comoquiera que por la mayor parte sean los hombres de flaca y frágil memoria, provee nuestro Dios, con su grande sabiduría, a mover los corazones de algunos para que escribiendo las tales obras y haciendo libros e historias, sean por esta manera reducidos a la memoria, a lo cual con facilidad son movidos por el gusto y contento que de ello reciben, por la memoria que de ellos queda en los libros que componen de obras virtuosas y notables hechos pasados; porque como dice Valerio, no hay humildad en el mundo, por grande que sea, que no sea tocada de dulzura y contento, y porque la memoria de los hechos y hazañas pasadas es un ejemplo para consultar las verdaderas.

Tocado algún tanto del dicho dulzor, me puse a recopilar esta segunda parte de mi Historia, en la cual se tratan y escriben los muchos trabajos, hambres y muertes que nuestros españoles pasaron en los descubrimientos de parte del Nuevo Mundo de Indias, donde no sólo mostraron sus invencibles esfuerzos y fuertes ánimos españoles en hambres, desnudez, naufragios y calamidades que pasaron, mas también en guerras y batallas que con innumerables números de gentes tuvieron, siendo con grande pujanza acometidos con grandes victorias dellos salieron con el favor de aquel inmenso Dios por cuyo amor deseando la conversión de aquellas gentes tan bárbaras y aumento de nuestra santa fe católica estos trabajos tomaron.

Trátase del primer descubrimiento de Venezuela y su primer fundación, con todo lo en ella sucedido hasta la muerte del traidor Lope de Aguirre, que en la ciudad de Barquisimeto fue muerto y desbaratado. Asímismo se trata el descubrimiento de la isla Trinidad, con todo lo en ella sucedido al capitán Antonio Sedeño, y la fundación de la gobernación y ciudad de Cartagena, puesta y asentada en la costa del mar Océano, en Tierra Firme, con el discurso del gobernador Pedro de Orsúa, hasta que fue muerto por Lope de Aguirre y don Hernando de Guzmán en el río Marañón; en el cual discurso se verán grandes crueldades, muertes y robos que estos hicieron, hasta que fueron desbaratados en la gobernación de Venezuela; a todo lo cual me ha movido y convidado las razones y causas que en mi prólogo de la Primera Parte tengo dadas, donde se podrán ver.

Y así del tiempo que en aquel trabajo y en este pase, que algunos podrá parecer no tan decente a mi estado y profesión como lo fuera si en otras historias más espirituales me ocupara, quedare excusado si con corazones sinceros y desapasionados se mira, pues esto lo había de hacer alguno, y en ello había mucho descuido, a cuya causa quedara muy presto en oscuridad de olvido, y fuera casi imposible haberse la claridad tan verdadera como en este tiempo yo he habido con tanto trabajo cuanto por lo en la misma Historia contenido podrá ser visto y conocido.

1

Las palabras “con licencia y privilegio real de Castilla y de las Indias” están añadidas posteriormente al texto por mano y letras distintas.

LIBRO PRIMERO | 1

En el libro primero se cuenta y da noticia del principio y origen que españoles tuvieron en la gobernación de Venezuela, y cuál fue la primera ciudad de españoles que en ella hubo, y quién la fundó y de qué suerte, y cómo los Bezares hubieron aquella gobernación del emperador, y quién fue el primer gobernador que a ella enviaron, y cómo este su primer gobernador se puso a hacer nuevos descubrimientos, y la mala fortuna que en ellos hubo; y de cómo fue muerto en la jornada o descubrimiento que hizo a las provincias donde está poblada Pamplona. Trátase asímismo de la laguna de Maracaibo y gentes que en ella habitan, y de un pueblo de españoles que allí quedó fundado. Dícese en el la pérdida de un capitán Gascuña con sesenta mil pesos, y de un español que escapando de los de Gascuña vivió entre indios cierto tiempo hasta que salió de entre ellos.

| Capítulo primero

En el cual se escribe el principio que tuvo la gobernación de Venezuela, y cuáles fueron los primeros españoles que la principiaron.

Del descubrimiento y primera poblazón de la gobernación de Venezuela no he hallado la claridad que quisiera y era justo para que la relación y noticia que de esta gobernación escribo fuera entera y más a gusto de los lectores, porque entiendo que a nuestros sucesores e historiadores que en los siglos venideros nos sucedieren, no dejará de serles disgustoso este defecto. Mas podrán creer que no es culpa de mi parte, porque ciertamente he puesto la diligencia a mi posible para saberlo muy de raíz, y sólo he hallado que en el año de mil y cuatrocientos y noventa y ocho, en el tercero viaje que don Cristóbal Colón hizo a las Indias, cuando embocando por las bocas del Drago, que entre la isla de la Trinidad y Tierra Firme se hacen, vino a dar a Cumaná y a la isla Cubagua, donde halló las pesquerías de las perlas, y costeando toda aquella costa hacia el poniente descubrió hasta el Cabo de la Vela, donde asímismo había pesquería de perlas; en esta navegación y descubrimiento entró toda la costa de Venezuela, que es desde el puerto y provincia de Caracas hasta la laguna de Maracaibo.

Después de esta primer vista no he hallado que otros españoles entrasen en esta tierra de Venezuela, con armada ni sin ella, hasta que después del año de mil y quinientos y veinte y cinco que fueron dados por esclavos los indios, y había en la | 1 ª isla Española muchos vecinos que hacían armadas y pasaban a las demás islas y a la costa de Tierra Firme a hacer cabalgadas y entradas en las poblazones de los indios y prender los que podían y hacerlos esclavos, que este era su principal trato y contrato. Entre estos mercaderes o tratantes era un Juan de Ampres, factor del Rey en aquella isla, el cual en este tiempo hizo cierta gente para pasar adelante con su manera de trato. Dícese de este Juan de Ampres que habiendo salido de Santo Domingo a hacer esclavos, que aportó al golfo y costa de Venezuela adonde dicen el cabo de San Román, y se metió en un ancón que por causa de este promontorio o punta hace allí la mar, en el cual estando surto y habiendo saltado en tierra, tuvo noticia que en aquella tierra o provincia estaba un señor o principal, de nación caquetio, que por la mayor parte suelen ser gente de muy buena disistión e inclinación y amigos de españoles. Este principal sujetaba y mandaba toda aquella provincia y era muy poderoso, y por este respecto muy temido y aun tributado de todos sus circunvecinos, con lo cual fácilmente los había hecho creer que él era el autor y hacedor de muchas cosas que la tierra y elementos naturalmente producen por la ordenación divina, como son las lluvias, granizos, truenos y relámpagos y heladas y secas; y como del caer estas cosas a sus tiempos dependen los buenos temporales y fructificación de la tierra, y el tener sustento las gentes, aquellos naturales temían con muy amedrentados ánimos el poder de este principal, y así casi lo tenían por dios, acatándolo y reverenciándolo con extremo grado, y procurando estar todos sujetos a su voluntad en tanto grado que cuando había de ir fuera de su casa o pueblo algunas recreaciones o pasatiempos o a guerras, era llevado por los más principales de sus sujetos, cargado en los hombros, en un género de lecho que comúnmente llaman hamaca, sin que ninguna distancia del camino poca ni en mucha cantidad la caminase a pie ni en ningún género de jumentos, porque en esta tierra no los había en aquel tiem­po, aunque ahora, como adelante se verá, es muy abundante de todo género de ganados.

Juan de Ampres, sabida la grandeza de este señor, procuró tener comercio y trato con él, entendiendo que de su amistad le redundaría mucho bien y provecho a él y a sus compañeros, y así tuvo modos y maneras cómo este principal le viniese a visitar y a ver, porque aunque estaba en su tierra y era tan poderoso como se ha dicho, y el Juan de Ampres de menos gente y posible, quiso usar del término que siempre nuestros españoles han usado en las conquistas y descubrimientos, dando a entender a los naturales, por muy poderosos y pujantes que sean, no tenerlos ni estimarlos en nada, para por esta vía ser más estimados de ellos; y así fue visitado de este principal, el cual hizo esta visita con tanto ornato cuanto pudo para que los españoles conociesen y viesen por aquello ser mucho su poder y haber. Trajo algunas cosas de presente, así de comidas como de oro y mantas, lo cual recibió Juan de Ampres, y en remuneración de ello le dio algunas cosas y rescates de España, que aunque por los indios y principal fueron tenidas en mucho por ser muy nuevas a ellos, soy cierto que nunca llegaron al precio y valor de lo que le presentó este principal, porque me certificaron que pasaron de ocho mil pesos de oro fino, sin las demás cosillas de mantas y comidas y otros juguetes que los indios suelen presentar.

Allí se hablaron y comunicaron por sus intérpretes, y trataron de paces y amistades, la cual siempre hasta el día de hoy conservó este principal y sus sujetos; y aunque en diversas veces le han dado ocasión de quebrarla, y aun han pasado por las demás tribulaciones de ser saqueados y robados de soldados y algunos de ellos hechos conclabi, pero con todo esto siempre han conservado la primera paz.

Determinó de hacer allí ranchería y asiento y de no dejar desierto aquel sitio de españoles, pareciéndole seguro puerto para hacer sus entradas en aquella tierra firme y pasar más prósperamente adelante con sus granjerías, y así hasta hoy no se despobló, porque allí o cerca de allí está poblada la ciudad que dicen de Coro, que fue la primera que en aquella gobernación se pobló.

Este es el origen y principio que tuvo la gobernación de Venezuela, el cual así como en alguna manera fue infelice, haciendo esclavos los naturales, así el suceso de ella nunca ha sido muy felice, porque con estar en ella pobladas seis ciudades, que son Coro, Burburata, la Valencia, Barquisimeto, El Tocuyo, Trujillo y otros dos pueblos que ahora nuevamente se han poblado en la provincia de Caracas, no son bastantes los quintos que el Rey allí tiene para pagar los oficiales que administran y gobiernan aquella tierra, espiritual y temporalmente, y así cumple su majestad los salarios que al obispo y gobernador da y a los demás, de la renta que tiene en el Cabo de la Vela o Río de la Hacha, que es donde sacan las perlas.

Y porque lo que aquí he apuntado en suma, se irá viendo por el discurso de la presente Historia, pasaremos adelante con los negocios de nuestra gobernación de Venezuela.

|Capítulo segundo
En el cual se escribe el principio que tuvo la ciudad de Coro, y cómo la gobernación fue dada a los Bezares por el emperador.

Con el asiento que Juan de Ampres hizo en Venezuela y algunos ricos rescates y contratos que con los naturales tuvo, se divulgó luégo fama por todas las Indias y lugares poblados en aquel tiempo de españoles, de la prosperidad de la tierra, a la cual acudieron gentes de todas partes, unos a conquistar y vivir por la soldadesca, y otros a hacer esclavos los que tenían licencia para ello, y otros a rescatar y contratar con los naturales, por lo cual en breve tiempo se reformó la ranchería y alojamiento que allí había tomado el factor Juan de Ampres, en tal manera que ya parecía más república o ciudad que ranchería, y así le dieron dende a poco tiempo título de ciudad, y por ser aquella tierra llamada Coro, fue asímismo la ciudad llamada Coro, sin tener más fundación ni origen del que habemos dicho; aunque luégo que le dio la denominación de ciudad el que gobernaba la gente que allí residía, que era el Juan de Ampres, nombró sus alcaldes y regidores que gobernasen y rigiesen aquella república, en la cual manera de gobierno se sustentó algún tiempo, que fue lo que pudo tardar la nueva de la prosperidad de aquella tierra en llegar a España a tiempo que el emperador y rey don Carlos era llegado de Alemania, donde había estado algunos días procurando mitigar y apagar las perniciosas centellas y aun abrasadoras llamas que el Lutero, el año atrás de veinte y uno derramaba y sembraba entre aquellas gentes, y su venida fue a dar asiento de todo punto a las cosas del gobierno de los españoles, los cuales habían estado fuéra de la tranquilidad y asiento que aquel reino suele tener, por causa de las comunidades y alteraciones que el mismo año de veinte y uno se habían engendrado entre ellos, por las opresiones y molestias que ciertos gobernadores extranjeros que el emperador había dejado les hacían. En todo lo cual y en la diligencia que el almirante don Fadrique Enríquez y el condestable don Iñigo de Velasco, después de haber roto y desbaratado el ejército de los comuneros, pusieron en echar y ahuyentar a los franceses, que aprovechándose de la ocasión y tiempo de ver ocupados a los españoles en las civiles guerras que entre sí tenían, se habían entrado por el reino de Navarra y apoderádose de la mayor parte de él, se habia regastado mucha más suma de dineros de la que las rentas del emperador podían suplir, y no obstante estos gastos referidos, sustentaba al presente, aunque ausente, la guerra y defensa del estado de Milán, donde en competencia del rey de Francia tenía su ejército y campo, sustentándolo con superbas espensas y gastos que semejantes milicias traen consigo.

Y aunque esta guerra le sucedió prósperamente al emperador, porque en ella su ejército desbarató al francés y prendió al rey Francisco de Francia y fue traído a España por don Carlos de Lanoy el año de veinte y seis, no fue esta victoria bastante para recuperar y soldar los gastos y daños pasados; y así el emperador se hallaba a esta sazón con necesidad de ser socorrido y favorecido de dineros. Aun en el cual tiempo era famosa la compañía o gran compañía que decían de los Bezares, por las grandes contrataciones de mercadurías que en muchas partes del mundo tenían, los cuales, oyendo la fama de la prosperidad y riquezas de esta provincia de Coro o Venezuela que Juan de Ampres había descubierto, y sintiendo la necesidad en que el emperador estaba, ofreciéndose a servirle con cierta cantidad de dineros porque les diese la conquista y pacificación de esta provincia y les hiciese señores del primer pueblo que poblasen, con doce leguas de término a la redonda, y que pudiesen enviar gobernadores ellos de su propia autoridad, los cuales fuesen recibidos como si por el rey fuesen enviados y nombrados.

El emperador les concedió, por remediar alguna cosa su necesidad y falta de dineros, la gobernación con las condiciones que le pidieron los Bezares, y con que para la pacificación y poblazón de ella no trujesen otra nación de gente salvo españoles, y con que el oro y plata y otras cosas que de ella sacasen fuesen llevadas a España, y otras muchas condiciones y posturas que cerca de la jurisdicción y quintos reales el rey les puso; de lo cual les fueron luégo libradas y dadas cédulas y provisiones reales, para que usando de ellas y de su jurisdicción pudiesen enviar a quien quisiesen por su gobernador. Demás de esto, el emperador teniendo atención a lo que Juan de Ampres había gastado y trabajado en descubrir aquella tierra y sustentar aquella ranchería, y a lo mucho que en ella le había servido, y al interés que de ello al rey se le había seguido, le hizo merced de le dar una isla que hoy es llamada de Curazao, en la cual había poblazón de naturales, y al presente los hay, y por el derecho de este Juan de Ampres la posee Vejarano, vecino de Santo Domingo, y tiene de ella muy buen aprovechamiento de ganados de todas suertes que allí cría, y otras granjerías a que los indios le ayudan.

Está esta isla junto a esta provincia y ciudad de Coro, obra de tres leguas de ella, que tienen un brazo de mar que la divide de la tierra firme. Es casi redonda; tendrá en contorno obra de cuatro leguas. Los naturales que en ella residen por la mayor parte son ladinos, que es tanto como decir españolados en la lengua. No tienen allí juez que los tenga en justicia, porque según los pocos agravios que los unos a los otros se hacen, no lo han menester. Algunas veces suele estar en ella un sacerdote que administra los sacramentos a estos indios, a quien envía y paga su salario el que tiene aquel señorío; y cuando hay entre ellos alguna cosa que averiguar, que como he dicho son bien pocos o ningunos, este sacerdote los concierta y averigua.

|Capítulo tres

Cómo los Bezares enviaron gobernador y gente a la gobernación de Venezuela, y de a dónde tomó este nombre de Venezuela y la laguna de Maracaibo.

Luégo, en el mismo tiempo y año que el emperador dio esta gobernación a los Bezares, ellos comenzaron a hacer nuevos gastos y espensas y juntar gente y soldados para la poblazon de esta provincia, para el cual efecto aderezaron cuatro navíos de todo lo necesario a semejante navegación, pertrechándolos y proveyéndolos de muchos géneros de armas de las que en las guerras comunes se suelen usar.

Metieron en ellos trescientos hombres que en el Andalucía hicieron, y navegando el río de Sevilla abajo, llamado Guadalquebi, entraron con próspero viento en el mar Océano; de la cual armada y gente estos Bezares nombraron por capitán y su primer gobernador de Venezuela o Coro a un caballero de su propia nación, alemán, llamado micer Ambrosio Delfín | 2 . | Y porque parece confusión que sin dar más claridad, a esta provincia la hayamos nombrado unas veces Coro y otras Venezuela, será bien cumplir con esta duda, para ahora y para adelante, porque nadie se halle perplejo acerca de ello.

Junto a esta provincia y poblazón de Coro está un lago, que así de las aguas que de las provincias de Pamplona y Mérida, ciudades pobladas en el Nuevo Reino, y de otras partes a estas circunvecinas, corren y se desaguan, como por la entrada que la mar tiene en este lago, a causa de ser el sitio del más bajo, se ha hecho allí en tanta distancia que se halla por cosa cierta tener noventa leguas de circuito o boxaçión. Este lago a partes es hondable en tanta manera que pueden navegar en él naos de cualquier grandor, y por otras es muy terreno y de poca hondura. Toda o la mayor parte de esta laguna está poblada de muchos naturales, que habitan y viven así en el agua como en la tierra. Las casas de los que tienen sus habitaciones en este lago son en esta manera: que mediante la industria de que naturaleza les proveyó como a las demás gentes, tuvieron tal arte y modo que hincando en el propio lago ciertos maderos o palos gruesos por su orden y cubierto, encima de ellos fabrican sus casas y moradas en tal forma que habitan en ellas sin que el agua del lago ni la del cielo les dañe ni sea muy perjudicial; y para el servicio y provisión de lo que de la tierra han menester, usan de aquel género de bateles o esquilfes que tan general es en las Indias, llamados canoas.

Este lago ni es todo dulce ni es todo salado. Cuando el viento se ensoberbece corre en él el mesmo género de tormenta que en la mar. Mengua y crece, aunque no generalmente, más que en las partes más cercanas a la mar. Es redondo, algo prolongado hacia la culata, que es por donde entran los ríos y aguas que bajan de Pamplona. Otros quieren decir que es esquinada o triangulada casi a manera de un paño de tocar; pero lo más cierto es lo primero. Tiene la boca algo angosta por espacio de dos leguas, y algunos la hacen de dos bocas, la una mayor que la otra. Tiene peligrosa entrada. Piérdense en ella, y hanse perdido algunos navios, por respeto de cierto ancón que de una parte y otra hace la mar, en el cual ancón o ensenada, por respecto de ser la tierra baja, cuando van navegando, entendiendo que navegan seguramente no sienten su perdición hasta hallarse encallados los navíos; y así los que son diestros en esta navegación se apartan todo lo que pueden de esta laguna y de su tierra.

Entrando, pues, españoles en ese lago hallaron esta nueva manera de habitación y poblazón de gentes que, como he dicho, habitaban en el agua; y viendo la mucha similitud que esta gente en su habitación tenía a la de Venecia, ciudad poblada en los lagos y lagunas del mar Adriático, cuyos principios fueron casi tan flacos como los que en este lago se hallaron, porque con la gran destrucción y ruina que en tiempo del emperador Valentiniano hizo en Italia el tirano Atila, que fue año de cuatrocientos y cincuenta y cuatro, ciertas gentes de una provincia llamada Venecia, amedrentados de los estragos y crueldades de este tirano, se retiraron de la tierra firme y se pasaron a unos pequeños isleos que en las lagunas dichas hacía la mar, en los cuales estuvieron recogidos y fortificados hasta que pasó la persecución y tiranía de Atila; y viendo estas gentes la mucha seguridad y fortificación del sitio que allí tenían, nunca se mudaron ni quisieron ir de aquel lugar, antes dende en adelante lo procuraron amplificar y tomar en sí cierta orden de gobierno que hasta ahora les dura y conserva y ha traído en la prosperidad y sublime fama que al presente tiene. Y como el número de los moradores iba creciendo, les era forzoso fundar y hacer sus casas en la propia agua, y así la mayor parte de esta insigne ciudad está poblada en el agua, y por ella con sus artificios y maravillosos ingenios, andan y se tratan y comunican con mucha facilidad y sin ningún detrimento.

Y pareciéndoles, como he dicho, a los españoles que por habitar estos indios de este lago en el agua, de la forma que he contado, eran en alguna manera semejantes a los moradores de Venecia, pusieron por nombre a la provincia Venezuela, y de esta suerte se escureció dende en adelante de tener la provincia nombre de Coro y quedarse con él solamente la ciudad, y así hasta este nuestro tiempo comúnmente aquella gobernación se ha llamado y llama la provincia y gobernación de Venezuela.

Y también es de saber que este lago por quien nos hemos alargado a contar lo que de suso se ha dicho, no tomó ni tiene la nombradía de la provincia de Venezuela, que del o por el fue nombrada así, mas es llamada la laguna de Maracaibo. Laguna, como es notorio, es vocablo usado entre españoles, que significa congregación o ayuntamiento de aguas: Maracaibo era nombre propio de un señor muy poderoso que en este lago residía o vivía, que señoreaba y mandaba la mayor parte de las gentes que en ella habitaban, cuyo nombre era tan célebre entre aquellos naturales que en viendo o entrando donde ellos estaban españoles, luégo les nombraban Maracaibo, o señalaban o daban a entender por señales su gran poder y grandeza, y de aquí le quedó entre los españoles el nombre y sobrenombre de la laguna de Maracaibo.

Parecerle ha al lector que he salido un poco fuéra del discurso de este capítulo, y a mi parecer no he sino cumplido con una parte de lo que adelante me queda por decir tocante a esta laguna, pues para dar razón y claridad de dónde tomaron nombres la provincia de Venezuela y la laguna de Maracaibo ha sido menester la narración que he hecho.

Salido el gobernador micer Ambrosio del fin del río de Sevilla y entrado en la mar Océano, como al principio de este capítulo dije, con sus navíos y gente navegó prósperamente por su derrota y sin sucederle cosa notable adversa ni próspera llegó en breve tiempo al puerto y surgidero de Coro, donde halló a Juan de Ampres y a la demás gente de su república, los cuales viendo la pujanza de gente que consigo llevaba micer Ambrosio y las provisiones y cédulas que el emperador le había dado a los Bezares para que fuesen gobernadores de aquella provincia, lo admitieron y obedecieron y metieron en posesión de ella.

|Capítulo cuarto

Cómo micer Ambrosio entró con gente en la laguna de Maracaibo y se alojó de la otra banda de la laguna, donde después llamaron el pueblo de Maracaibo.

Como al principio que el fator Juan de Ampres entró en esta provincia de Venezuela e hizo asiento en ella, según se ha dicho, se divulgó y extendió la fama por todas partes, así de la riqueza y prosperidad de esta tierra como de los muchos y domésticos naturales que en ella había, y en aquella sazón ninguna persona tenía consignada la defensa y amparo de los naturales, y por otra parte estaba introducida aquella costumbre que en aquel tiempo había de hacer los indios esclavos, que fue principal destrucción y desolación y ruina de muchas provincias que muy pobladas y abundantes de naturales que en aquella sazón había junto a la mar del norte, y las que no se despoblaron quedaron los naturales de ellas tan amaestrados en las cosas de la guerra y defensa suya, y con un tan arraigado odio y enemistad contra los españoles que se entiende que permitieran morir todos antes que serles subjetos ni tributarios, a causa de los excesivos e intolerables daños que en sus personas, hijos y mujeres y haciendas recibieron; la cual enemistad y entrañable aborrecimiento que de tan antiguo tiempo estos indios tienen fijado en sus entrañas, lo podemos ver con presente experiencia en aquellas provincias de Caracas y toda aquella costa hasta la isla Trinidad, donde tánta cantidad de españoles han sido miserablemente muertos en venganza de los daños que sus antecesores en aquella costa hicieron.

La cual nueva de prosperidad y riquezas hizo que muchas personas que vivían de este trato de hacer esclavos, acudiesen a esta provincia con su cierta manera y desorden que ellos en ello tenían, de tal suerte que en el poco tiempo que hubo desde que Juan de Ampres la descubrió hasta que el gobernador micer Ambrosio vino a ella, que como he dicho fue el año de veinte y seis, se dieron tanta priesa a hacer esclavos o despoblar aquesta tierra, que casi en esta sazón que micer Ambrosio llegó, se hallaban muy pocos naturales cerca de Coro que les pudiesen dar a los españoles el sustento que habían menester; y así le fue forzoso a micer Ambrosio dar luégo orden cómo salir con su gente de este pueblo de Coro a buscar y descubrir tierras y provincias donde pudiese poblar y sustentarse.

A esta sazón tuvo micer Ambrosio noticia muy cierta de las muchas riquezas y grandes poblazones de indios que en la laguna de Maracaibo había, por lo cual fue movido a tomar esta derrota y demanda antes que otra ninguna, y aprestando luégo las cosas necesarias a la navegación y conquista de la laguna, haciendo aderezar un navío de los que consigo había traído, y dos bergantines que con toda brevedad allí hizo, los cuales luégo encaminó por mar que entrasen con alguna gente por la boca de la laguna, y él, con toda la demás, se partió por tierra, dejando en Coro alguna gente que había caído enferma y otros soldados y vecinos para el sustento de aquel pueblo.

Puesto en camino micer Ambrosio, los soldados que con él iban, entendiendo que lo que trabajasen o poblasen había de ser para gente extranjera, y que la peor parte había de ser y era para ellos, jamás pretendían poblar ni hacer ningún béneficio en los pueblos y naturales que topaban, mas todo lo procuraban destruir y arruinar a fin de que aquellos señores extranjeros ni gozasen de lo que el rey les había dado ni de lo que les había costado sus dineros ni menos de lo que ellos descubriesen, y así por doquiera que esta gente anduvo y pasó, hasta hoy queda el rastro.

Caminó micer Ambrosio con su gente derecho a la laguna de Maracaibo y luégo pasó toda la gente de la otra parte de la laguna que es hacia el Cabo de la Vela, porque Coro está de esta otra parte de la laguna la costa arriba, más hacia el oriente, y el Cabo de la Vela de la otra parte, la costa abajo hacia el occidente; y allí hizo luégo una manera de alojamiento, que comúnmente llaman ranchería, donde se alojó él y su campo, para de allí dar mejor orden en lo que se había de hacer tocante al descubrimiento y pacificación de aquella laguna y sus provincias. Y porque consigo llevaba mujeres casadas y criaturas y otros géneros de carruaje que en semejantes jornadas causan estorbo y embarazo, con lo cual siguió la disciplina de los demás pobladores de Indias, que cuando así van a poblar alguna provincia lo primero que hacen en entrando en la tierra que van a descubrir o poblar buscan un sitio que esté más encomedio bastecido de agua y leña y tal que la gente que en él dejaren se pueda defender de los naturales que les quisieren ofender, en el cual hacen luégo su alojamiento o ranchería; haciendo ciertas maneras de casas en qué habitar el tiempo que allí estuvieren, que son unos bohíos pequeños hechos de varas delgadas y paja, y hecho el alojamiento y ranchería donde puedan dejar el carruaje o fardaje y las otras cosas que les son estorbo para el caminar y pelear, luégo desde allí da orden el capitán en enviar sus caudillos y descubrir y pacificar, dejando siempre fortificado el alojamiento y ranchería con guarnición de soldados, cual conviene conforme a la calidad de la tierra y gente de ella.

Pues en esta forma y por estos respectos hizo micer Ambrosio su ranchería de aquella parte de la laguna conjunta al agua, para de allí hacer sus salidas y entradas y descubrimientos que por el agua y por tierra fuesen menester, con intento de en habiendo visto todo lo que en aquel ancho lago había y en la tierra que lo cercaba, si fuese cosa tal cual él deseaba y por noticia le habían dado, poblar un pueblo o más conforme a la disposición y poblazón de la tierra y del agua y gozar de aquella merced que el rey había hecho a los Bezares, que por gobernador le habían enviado.

Esta ranchería o alojamiento que hizo micer Ambrosio permaneció después por algunos años en forma de pueblo, y fue sustentado y habitado por algunas gentes españolas, y llamado el pueblo de Maracaibo, y al presente se tiene noticia en aquella provincia de Venezuela que en este sitio hay grandes árboles de granadas y parras de España y otros muchos géneros de arboledas frutíferas de las de Indias que los españoles que allí residieron habían plantado y cultivado, con que tenían particular recreación, por lo cual y por la mucha abundancia de caza de conejos, curíes, venados y otros géneros de montería que por allí cerca había y la mucha abundancia de pescados y otras cosas que de la laguna tenían, viven hoy en aquesta gobernación algunas personas con gran deseo de volver a reedificar la poblazón y a vivir en ella; y para promover los ánimos y voluntades de otros, añaden otras muchas buenas propiedades a este sitio o poblazón y a las provincias a él comarcanas, que por no tenerlas por ciertas ni verdaderas no las digo.

El gobernador don Pedro Ponce de León dio la población y pacificación de esta laguna y de la tierra que de la parte del Cabo de la Vela hay, a un Alonso Pacheco, vecino de Trujillo, de la propia gobernación, el cual hizo barcos y gente para entrarla a poblar; y diré que le dio la poblazón de la otra banda de la laguna, porque hacia la parte donde está poblado Coro están comarcanos o conjuntos a la misma laguna los pueblos o ciudades de Mérida, que es de la provincia del Reino, y Trujillo, que como he dicho, es de Venezuela, y los moradores de estas dos ciudades tienen subjetos y ocupados los naturales que hacia esta parte donde ellos están tiene esta laguna poblados así en la tierra como en el agua y les sirven y son sufragáneos, de todo lo cual más por extenso trataremos en su lugar de la fundación y origen de cada una de estas dos ciudades.

1 Todos los folios están señalados con el número de los libros correspondientes, escritos al margen con letra distinta y tinta amarillenta.
1ª Las palabras “hasta que después del año de mil quinientos y veinticinco que fueron dados por esclavos Los indios y había en la”, están subrayadas en el texto.
2 El apellido “Delfín” por Alfinger”, como se llamaba comúnmente. Su verdadero apellido era Ehinger.

|Capítulo cinco

En el cual se escribe cómo los españoles y micer Ambrosio, su capitán, anduvieron un año descubriendo y conquistando la laguna de Maracaibo. Trátase de la forma de las canoas y sus remos.

Dado el asiento que fue necesario y conveniente, micer Ambrosio en su alojamiento o ranchería, luégo comenzó a proseguir por agua y por tierra su nuevo descubrimiento de la laguna de Maracaibo y sus contornos, trayendo algunas veces la gente dividida por la laguna y por tierra, y otras veces toda junta por el agua en dos bergantines y una canoa, que según figuran su grandeza es cosa de notar; y para que mejor se pueda comprender esto que por cosa notable quiero decir, es de saber que, según en otras partes de esta Historia por la mayor parte he apuntado, todos los indios de las Indias usan de cierto género de nave pequeña, de un madero que los latinos llaman monoxilum, para navegar por los ríos y lagunas, y estas son llamadas por los españoles canoas, y son de un solo palo o madero, cavado a manera de una artesa o dornajo, excepto que se le da o hace en el palo toda la concavidad o gueso que se puede hacer, de suerte que el casco quede fornido para sufrir la navegación, y vase ensangostando de popa y proa como un navío para ser mejor gobernada; y en éstas navegan los indios, bogando o remando, partidos en dos partes, unos a la proa y otros a la popa, partiéndose por su orden, tanto a un lado como al otro, y todo el tiempo que van remando van los remeros en pie, porque ni el espacio y hueco o grandor de la canoa da más lugar ni entiendo que pudiese sufrir otro género de remos de los que para este efecto los indios han usado e inventado de su antiguo origen, los cuales son poco menos que del grandor del hombre o indio que lo ha de llevar. Lo que de este remo entra debajo del agua es una pala puntiaguda poco más ancha que dos manos, muy delgada por los lados y por medio más fornida, con una manera de lomo, y todo lo que de allí para arriba, que es lo que cae fuéra del agua, es redondo y tan grueso cuanto puede ser empuñado del que lo ha de mandar; a la cual manera de remos los españoles comúnmente llaman canaletes, que debió ser el nombre que los primeros españoles pusieron como en otras cosas se ha visto por experiencia, pero los indios en cada provincia los llaman diferentemente unos de otros.

De esta forma que he dicho que son las canoas tenía una micer Ambrosio, hecha de un solo madero o árbol, sin añadidura ni compostura alguna; mas de lo que en el propio palo se pudo cavar y labrar, en la cual cabía o traía micer Ambrosio cuarenta hombres de armada con seis caballos, y algunos afirman que más, pero esto basta y es cosa que se puede tener por extraña y no vista hasta ahora que en el hueco de un solo árbol, en la forma que éste estaba labrado, navegase tanta gente y caballos; porque aunque en las primeras conquistas y descubrimientos de ríos caudalosos y lagos o lagunas que en muchas partes de las Indias han sido andadas y descubiertas por españoles se ha hallado grandísimo número de canoas de todas suertes y nunca jamás en sus principios ni después mediante la industria de los españoles se ha hallado ni hecho canoa que sola sufra a llevar seguramente dos caballos y muy poca gente, ni que con muchas partes llegase al grandor de esta.

Los indios de la laguna no temieron mucho esta entrada de micer Amborsio, así por ser ellos en sí gente muy atrevida y belicosa en el agua, como porque antes de esta entrada de micer Ambrosio había por infortunio entrado en esta laguna un navío de españoles en que iba el obispo de Santa Marta don Juan de Calatayud, a quien los indios desbarataron y se cebaron en sangre de españoles. De este obispo se cuenta que luégo que entró en esta laguna, los indios viendo cosa tan nueva y nunca por ellos vista, se venían a los españoles casi simplemente, y algunos españoles que ya conocían el movimiento que los indios suelen tener y la vuelta que dan, procuraban aprovecharse de ellos en tanto que aquella sinceridad les turaba, por lo cual el obispo reprehendía ásperamente a los españoles y les decía: “dejadlos, no les hagáis mal, que son ovejitas de Dios”, procurando por todas vías que no recibiesen ningún desabrimiento de los españoles.

Dende a poco tiempo los propios indios volvieron la hoja y vinieron con mano armada a dar las gracias al obispo por el beneficio que les había hecho, y comenzaron a disparar en los españoles la flechería que traían, y a herirlos y maltratarlos, y entre los que al principio hirieron los indios fue al obispo, el cual viéndose de aquella suerte | 3 | comenzó a animar a los españoles con muy grandes voces, diciendo: “a ellos, hermanos, a ellos, que estos no son ovejas de Dios, sino lobos de Satanás”. Mas con todo eso mataron allí los indios a todos los más españoles, y quedaron también impuestos que después no les pareció cosa nueva la entrada de micer Ambrosio, antes entendiendo que todos habían de morir y quedar en su poder se les mostraban amigos, y después intentaban sus acometimientos muy a su salvo contra los españoles, en los cuales unas veces salían descalabrados y otras descalabraban, y aunque las más victorias quedaban y quedaron por nuestros españoles, no dejaron de hacerles harto daño con la flechería de que estos indios usan, que es casi toda la más de dientes de pescados de diversas suertes.

Micer Ambrosio, con los españoles, aunque a los principios les pareció mucha gente y canoas que se les llegaban a dar guazabara, no por eso dejaron de proseguir su descubrimiento como lo llevaban comenzado. Advierto de una cosa, porque no me tengan por descuidado, y es que el vocablo que el poco ha dije o nombre de guazabara, generalmente se usa de él en las Indias y se toma por cualquier recuentro que haya, así por tierra como por el agua, entre españoles e indios y entre indios y españoles, ora cometan los unos ora los otros, lo que no es en los recuentros que se han habido contra tiranos y españoles y negros que en estas partes se han alzado y así doquiera que este término o vocablo yo usare, el lector entenderá que es recuentro, acometimiento o batalla o rompimiento entre españoles e indios.

En poco más tiempo de un año vio este gobernador con su gente toda la mayor parte de esta laguna de Maracaibo, navegándola y entrando en muchos ancones y lagos y esteros donde los indios tenían algunas poblazones fortificadas y escondidas, y había y hallose algún oro entre los naturales, mas no era en tanta cantidad como los españoles y su gobernador quisieran, por lo cual, aunque había cantidad de naturales, acordaron de no hacer allí más parada sino pasar adelante con su campo y gente, porque aunque estos descubridores llevaban, a lo que mostraban, voluntad de poblar donde hubiese muchos naturales, su principal intento era buscar mucho oro y no darse mucho por poblar, y así dieron la vuelta a recogerse a su ranchería o alojamiento, trayendo consigo todos los indios que pudieron haber para enviarlos por esclavos a Coro y sacar de ellos algún dinero para reformación de algunas cosas que habían menester para proseguir su jornada, y especialmente de gente o soldados, por que así en guazabaras y de heridos y flechazos de indios como de enfermedades que comúnmente los primeros días suelen dar a los que pasan a Indias, se le había muerto mucha gente a micer Ambrosio de la que consigo había llevado. Y también esta laguna y las tierras que la cercan no son sanas, sino bien enfermas y de muy mala propiedad y costelación, porque en nuestros tiempos han abajado de Mérida, ciudad del Nuevo Reino, algunos caudillos con gente a descubrir puertos a esta laguna y a procurar otros aprovechamientos, y por poco que en ella o en sus riberas y territorios se han entretenido, vueltos a su pueblo todos han caído enfermos de recias calenturas y algunos se han muerto, y los que han escapado, por mucho tiempo no se les quitaba del rostro una color casi amarilla que ponía admiración a los que los veían, y por esto entiendo que sin la gente que los indios mataron e hirieron a micer Ambrosio, que no dejarían de caer enfermos y morir otros muchos de çiçiones y llagas y otras enfermedades que en este lago y las tierras a él comarcanas, que por la mayor parte son montuosas, que solemos decir arcabucosas, por los malos vapores que en todo ello se engendran, pudieron los españoles adquirir, y con ello la muerte.

|Capítulo seis

Cómo micer Ambrosio se partió con su gente de la laguna por tierra y llegó a las lagunas de Tamalameque, donde prendió el cacique y principal de aquella tierra.

Vuelto micer Ambrosio con sus bergantines o barcos y canoas a su alojamiento o ranchería de Maracaibo, dio luégo orden en lo que se debía hacer, para con brevedad proseguir su descubrimiento y llevar adelante sus desinios, antes que por algún infortunio de los que la fortuna suele oponer, fuese frustrado de ellos. Envió luégo con toda presteza los esclavos o indios que de la laguna sacó, y de lo procedido de ellos le trajeron de rescate algunas cosas de las que envió a pedir, y algunos españoles para la reformación de su compañía; y para ir menos impedido y no llevar consigo ningún género de estorbo, acordó dejar en aquel alojamiento o ranchería de Maracaibo, todos los hombres casados con sus mujeres y los enfermos y otros que por diversos casos eran muy impedidos para el uso de semejantes guerras, que entonces y aun ahora, por reboco 4 llamamos jornadas o descubrimientos; y dejándoles un sustituto o teniente suyo que los tuviese en justicia, con otros algunos soldados sanos para que pudiesen los enfermos ser proveídos de la comida que hubiesen menester, se partió con todo el rescate de la gente atravesando cierta serranía o cordillera que casi cerca (de) aquella laguna por aquella parte que ahora decimos la cordillera del valle de Upar, por estar a la otra vertiente que corre al río grande de la Magdalena un pueblo de españoles en un valle dicho de este nombre. Este río grande de la Magdalena es el río por do se descubrió el Nuevo Reino de Granada, y por donde hoy suben los españoles y provisiones de España a aquel Reino, según en otra parte se ha dicho. Atravesada esta cordillera, micer Ambrosio, pasando por entre diversas poblazones y gentes, fue a dar a las lagunas que hoy se dicen de Tamalameque, por llamarse el señor o principal que sujetaba los naturales que por allí había, de este nombre, Tamalameque; y está en esta provincia poblado, ribera del río grande, un pueblo de españoles que se llama de este mismo nombre, la ciudad de Tamalameque, que es sufragáneo a la gobernación de Santa Marta.

Estas lagunas o laguna de Tamalameque es bien grande. Hácense en ella algunas islas que estaban pobladas. Congréganse aquí estas aguas por ser la tierra baja y estar en el paraje de la corriente y agua del río grande, por lo cual no pueden correr ni escurrirse, vaguarse, los ríos que a esta laguna vienen a dar. De donde ella principalmente se hace es el río de Çaçare, que viene del valle de Upar, río caudaloso y que navegan por él canoas, y todas las aguas que de la cordillera corren desde el valle de Upar hasta junto una provincia que dicen los Carateres o despoblados, sufragana a la ciudad de Pamplona del Nuevo Reino, todas se juntan aquí.

Llegado micer Ambrosio a esta provincia y lagunas de Tamalameque hallola, como he dicho, muy poblada de mucha cantidad de naturales y muy abundante de comida y de mucho oro que los indios poseían. Estaba el principal o señor poblado ribera de esta laguna, en un pueblo que la vecindad de él tomaba un cuarto de legua; y aunque la poblazón era tan grande, y otras muchas que a la redonda había y los naturales en mucha cantidad, nunca se atrevió este principal a esperar en su pueblo a los españoles, por las nuevas que antes de ellos tenían y le habían dado otros indios sus vecinos, y así se recogió con su hacienda y gentes a una isla que en la laguna estaba algo apartada de tierra, creyendo que poniendo él en cobro todas las canoas y apartándolas de donde los españoles las pudiesen haber, no tendrían modo cómo pasar a la isla a donde él estaba, por ser por allí algo hondable el lago. Mas los españoles y su gobernador, viendo delante de sus ojos aquellas gentes, y que casi les hacían cocos con las joyas y aderezos de oro que sobre sí traían, buscaban y vacilaban sobre qué modo podrían tener para pasar seguramente el agua y entrar en la isla a despojar aquellos miserables de sus tesoros; y podemos decir que estos indios ellos mismos se hacían la guerra y se ponían asechanzas, pues mostrando o haciendo ostentación de las joyas y oro que tenían a sus contrarios, les daban avilantez y ponían espuelas a su codicia, para que con más calor procurasen de pasar a donde ellos estaban, y al | fin, después de muchos acuerdos que sobre ello el gobernador había tenido, fue resoluto en que todos los más de a caballo se echasen al agua en sus caballos y fuesen a dar en aquella gente, que teniéndose por muy seguros con la fortaleza de que naturalmente estaba cercado aquel sitio, con las aguas que lo fortificaban, no esperaban recibir ningún daño de los españoles ni tenían pensamiento de mudarse ni apartarse de allí, antes, como he dicho, casi ponían por señuelo el oro y riquezas que tenían, entendiendo con la vista de ello atormentar los codiciosos ánimos de los españoles y su gobernador.

Determinados ya el gobernador y sus soldados de seguir la toma de aquel isleo con esta industria, remitiendo el fin del suceso a lo que su fortuna guiase, pusieron en obra su acuerdo, y cabalgando en sus caballos hasta treinta españoles con sus armas, se arrojaron al agua, y gobernando con los frenos los caballos y animándolos con las espuelas, sin que ninguno de ellos peligrase ni pereciese, pasaron nadando a la isla, donde los indios, casi atónitos y sin sentido de ver aquella nueva manera de navegar de los españoles, se hallaban tan confusos entre sí que aunque tenían las armas en las manos, no usaron de ellas con la presteza que era razón para defender la entrada a los españoles, lo cual pudieron hacer con facilidad por ser el sitio donde estaban acomodado para ello.

Después que en la isla vieron a los españoles comenzaron a usar de las armas para ofenderlos con el tumulto y alaridos con que todos generalmente lo suelen hacer; mas como los españoles estaban ya en tierra, donde podían aprovecharse de sus caballos y ser señores de ellos, comenzaron a correr y escaramucear por entre los indios, hiriendo a todas partes, de suerte que siempre los iban ahuyentando y constriñendo a que se recogiesen al agua, donde les era a los indios el daño doblado, porque como la laguna era honda y la gente mucha, caían unos sobre otros, y el que no sabía nadar llevaba al hondo al que sabía, y así perecieron muchos, sin los que en tierra fueron muertos, y sin otras muchas gentes de todo sexo que amedrentadas de ver la ferocidad de los caballos y crueldad de los que los seguían, se arrojaban al agua a guarecer en algunas canoas de las que por allí tenían.

Los españoles quedaron señores de la isla y hubieron preso al cacique o señor de aquellas gentes que, como he dicho, se llamaba Tamalameque, con otros algunos indios principales y mucha parte de sus riquezas y oro, con que se pasaron muy contentos a donde el gobernador estaba con la demás gente mirando el suceso de esta guazabara, a quien entregaron luégo todo el despojo y presa que en ella se había habido, y fue cantidad de oro. Holgáronse todos con el buen suceso que allí habían tenido; pusieron a recado el principal Tamalameque, de quien esperaban haber gran suma de oro por su rescate, e hicieron asiento allí por algunos días, así porque la gente descansase, como por la mucha riqueza que de esta provincia esperaban sacar, según los buenos principios que habían visto y despojo que en este primer reencuentro hubieron | 4ª.

|Capítulo siete

Cómo estando los españoles divididos se juntaron mucha cantidad de indios y vinieron a sacar de poder de los españoles a su cacique, y cómo micer Ambrosio envió a Gascuña a Coro por más gente y soldados.

Dende a pocos días algunos soldados quisieron pasar adelante, sin hacer en esta provincia mucho asiento, mas micer Ambrosio, viendo la fertilidad de la tierra y las muestras de oro que en aquellas primeras vistas había habido, consideró que podía haber en esta provincia alguna parte de lo mucho que deseaba, y así, con acuerdo de los más, determinó entretenerse en esta provincia algunos meses hasta ver y aun haber toda la riqueza que en la tierra había, con la cual resolución envió luégo un capitán o caudillo con la mitad de la gente, que serian noventa hombres, a ver lo que había en ciertas poblazones que cerca de allí estaban, y él se quedó en su alojamiento con la demás gente y con el cacique y los demás principales.

Los indios de esta provincia, viendo que mucha parte de la gente española andaba fuéra del campo, parecioles que era tiempo oportuno y que se les ofrecía ocasión en que pudiesen recobrar a su cacique o señor, con lo demás que en la guazabara perdieron; y no perdiendo tiempo se convocaron y juntaron, según afirman personas que se hallaron presentes, más de diez mil indios de guerra y bien aderezados, conforme a su uso y costumbre de militar. Metidos en la cantidad de canoas que para tanta gente era menester, se vinieron navegando hacia el real de los españoles; y según pareció después, estos indios, como habían visto ir fuéra los españoles que se ha dicho, creyeron que en el alojamiento quedaban muy pocos, a los cuales fácilmente desbaratarían y matarían; y como saltando en tierra y llegando a donde el gobernador micer Ambrosio estaba rancheado, viesen la gente que con él estaba, se les mudó el ánimo de tal suerte que jamás ninguno de ellos se atrevió a principiar la guazabara ni acometer a los españoles, sino como hombres desatinados, comenzaron a decir que les diesen su cacique muy porfiadamente y con muchas voces. El gobernador, conociendo la pusilanimidad y cobardía que los indios consigo traían, mandó a los españoles que se estuviesen quedos, y no les consintió que moviesen las armas contra aquella amedrentada gente, y al cual asímismo mandó que dejasen luégo las armas, donde no que allí serían todos muertos por su gente. Y los indios, como estaban de suyo tan acobardados y perdido el ánimo, y de nuevo los amenazaba micer Ambrosio, obedecieron luégo su mandado, y soltándolas todos en el suelo, se rindieron a voluntad y merced del gobernador. Dicen los que presentes se hallaron, como por cosa de maravilla, que era tanta la cantidad de armas que estos indios traían, que juntas, y hecho un montón, no se parecía un hombre de a caballo de la otra parte. Yo no tengo esta maravilla por tal, pues sabemos que en la Nueva España y en el Pirú este ayuntamiento de armas, que aquí eran arcos y flechas y macanas, allá era oro y plata; y en la Nueva España se juntó en ha plaza un montón de oro y plata que no se parecían dos hombres, eh uno puesto de la una parte y el otro de la otra; y en el Pirú fue de mucho mayor número.

Mandó micer Ambrosio a los indios que se volviesen, y que si querían llevar o haber a su cacique, a quien venían a buscar, le trajesen cierta cantidad de oro que él allí les señaló. Los indios se volvieron y fueron pacíficamente, sin hacer más acometimiento ni daño en los españoles del que se ha dicho, dejando sus armas, que por hartos días sirvieron de leña para las cocinas de los españoles; y metiéndose o embarcándose en sus canoas se volvieron a sus poblazones.

La gente que había ido a descubrir, volvió desde a pocos días con algún oro, que generalmente, en toda esta provincia lo tensan los indios, y hoy día lo tienen.

Estúvose micer Ambrosio en esta ranchería o alojamiento haciendo entradas o correrías de una parte a otra casi un año, en el cual tiempo, así de lo que ranchearon y tomaron forciblemente á los indios como de lo que les daban de presentes y el cacique dio por su rescate, hubieron el gobernador y sus soldados más de setenta mil pesos de buen oro. A cabo de este tiempo, ya que estaba arruinado y corrido y esquilmado todo lo que en esta provincia de Tamalameque había, acordó micer Ambrosio pasar adelante con su descubrimiento y jornada, y pareciéndole poca gente la que tenía para tan larga entrada como se le ofrecía, porque de la gente que de la laguna sacó se le habían muerto, así en la guerra como de enfermedades, mucha parte de sus soldados, acordó enviar un caudillo con algunos soldados y alguna parte del oro que allí se había habido a Coro, para que juntase toda la más gente que pudiese, dándoles todo avío del oro que llevasen y con toda brevedad volviesen y le siguiesen por el rastro y vestigio de la derrota que él de allí tomaría. Y para este efecto nombró y señaló a un capitán Gascunia o Gascuña, natural de Arévalo, y le dio veinte y cinco soldados, y así los sesenta mil pesos, que era parte del oro que se había habido en esta provincia de Tamalameque, para que con aquella ostentación y muestra de riqueza moviese los ánimos de los soldados y los atrajese a sí, para que con mayor voluntad lo siguiesen.

Partiose Gascuña con la gente que le fue dada, la vuelta de Coro y provincia de Venezuela, de cuyo viaje en el siguiente capítulo trataremos largo, y el gobernador micer Ambrosio por entonces se quedó allí en el alojamiento y ranchería de Tamalameque, y dende a poco tiempo alzó su campo y siguió su viaje y derrota en la forma que adelante se dirá.

3 La palabra “suerte” está escrita entre líneas y reemplaza la tachada ” |manera”.
4 Por “rebozo”. El texto dice: “reboço”
4ª Desde aquí comienzan en el margen los cortos resúmenes del texto respectivo que no transcribiremos.

| Capítulo ocho

En el cual se escribe cómo metiéndose Gascuña por los despoblados y arcabucos de la culata de la laguna, pereció de hambre él y todos los demás que con él iban. |

El capitán Gascuña o Bascuña puso en prosecucíón el mandamiento del gobernador, y tomando consigo el oro que se le había dado, que como he dicho fueron sesenta mil pesos y sus veinte y cinco compañeros españoles, comenzó de caminar la vuelta de Coro, por muy diferente camino del que había traído con su gobernador, porque como el paraje donde a la sazón estaban era más arriba de la culata de la laguna de Maracaibo, parecía por buena conjetura que atravesando o bajando por tierra la serranía que por allí había, ir a salir de la otra banda de la laguna, sin tener necesidad de atravesar aquel ancho lago ni desandar el camino andado, que le parecía más largo del que por donde pensaba ir podía ser.

Estas consideraciones les salieron muy al revés a Gascuña de lo cual había trazado, porque en apartándose del real luégo atravesó la cordillera que entre la laguna de Maracaibo y el río grande de la Magdalena está, que es la que hemos dicho llamarse la cordillera del valle de Upar, y trastornando la sierra a las vertientes de la laguna, caminó algunos días por tierra afta aunque montuosa y mal poblada, y aunque de los altos de estas sierras vio Gascuña a toda la tierra que por delante tenía, por la cual había de atravesar, era cubierta de muy altas montañas y arcabucos y lo más de ella tierra llana que por la mayor parte suele estar anegada y cubierta de aguas, no consideró el daño que de seguir por allí su viaje le podía venir, mas entendiendo que todo sería acompañado de algunas raras poblazones, como en los altos de aquella cordillera las había, pasó adelante con sus compañeros, y caminando algunos días por despoblado, siguiendo la travesía de la culata de la laguna sin que ningún camino le guiase, apartáronse tanto de las poblazones que a las espaldas dejaban, que cuando quisieron volver atrás no pudieron por respecto de que se les había acabado la comida que llevaban, y sin ningún recurso de mantenimiento, con sólo la esperanza de hallarlo adelante, habían caminado ciertos días con sólo comer algunas hojas silvestres que en aquellas montañas cogían. Y | como mientras más adelante caminaban más la hambre los maltrataba, de tal suerte que no sólo no podían llevar sus armas más casi ni aun menear sus personas, consumidas las fuerzas de hombre, acordaron poner o dejar el oro escondido o enterrado en una parte señalada, para que si saliesen a poblazones de españoles o de indios pudiesen volver por ello.

Mas a estos soldados, y aun casi a los que con micer Ambrosio quedaron, le fue este oro y riquezas el azote y castigo que al cónsul Quinto Cipión y a sus comilitones les fueron el saco y robo que en Francia hicieron, cuando tomando y entrando por fuerza de armas a la ciudad de Tolosa, no sólo robaron lo que los del pueblo tenían, mas entraron en el templo de Apolo, a quien aquellos ciudadanos servían con mucho acatamiento, y saqueando el templo, como a las demás casas del pueblo, robaron de él ciento y diez mil libras de oro y cinco millones de libras de plata, y así el cónsul Quinto Cipión, como todos los que participaron de este robo, murieron desastrada y miserablemente, según que en su Historia más largamente se refiere este caso.

Gascuña y su gente enterraron estos sesenta mil pesos al pie de una ceiba, árbol muy grande y señalado en aquella comarca, y casi dejando sus corazones allí soterrados con aquel metal, comenzaron a caminar por aquellas montañas, a ver si podían hallar algún género de comida de cualquier suerte que fuese; y viendo que no lo hallaban y que las naturales fuerzas casi del todo les iban faltando, comenzaron a matar algunos indios e indias de las que consigo llevaban para comer de ellos, imitando en esto la brutalidad de los animales irracionales, que faltándoles el uso de la razón, muchas veces muerden y comen los unos de los otros, comían de aquellas carnes humanas tan sin asco ni pavor como si se hubieran criado en ello y para ello. Mas no es de maravillar que hombres usasen de este género de crueldad por remedio contra las angustias de la hambre, pues escribiendo Josepho en sus Historias, y lo refiere Eusebio en el tercero libro de la Historia eclesiástica, en el capítulo segundo, que teniendo Tito cercado a Jerusalén, y habiéndola ya entrado o tomado, sobrevino tan grande hambre en la ciudad que una mujer que vivía ribera del río Jordán, de la aldea de Benzob, llamada María, hija de Lázaro, mujer rica y de noble linaje, hallándose en aquellos días en Jerusalén, con un cuchillo, por su propia mano, degolló a su hijo, partiéndolo por medio, puso luégo la mitad al fuego, y asándola, se la comió, y después vino a comer la otra mitad, cosa por cierto de grande admiración y que parece escandalizar sólo el oírlo. Yo, a lo menos, por tan castigo de Dios tengo la hambre y calamidad de estos soldados, por los robos, fuerzas y muertes, y otras crueldades e incomodidades de que con los indios habían usado, como el que vino sobre Jerusalén en los tiempos referidos de suso.

Viéndose ya de todo faltos de remedio y que las fuerzas naturales les desamparaban del todo y que ya no les había quedado ningún indio a quien tan rabiosamente pudiesen sepultar en sus entrañas para conservación de ellas, comenzaron a esparcirse y dividirse por entre aquellas montañas y arcabucos, donde la hambre los consumió, así al capitán como a todos los más de los soldados, de quien no se supo más nueva, excepto cuatro de ellos que, o por ser más animosos o más robustos, pudieron conservar más tiempo las fuerzas y el ánimo, los cuales, caminando por donde su infortunio los guiaba, fueron a dar a un río que casi entra en la laguna de aquella parte donde Mérida está poblada, riberas del cual se sentaron a descansar, porque les pareció, por algunas señales que en él vieron, que era río poblado y que navegaban indios por él, con esperanza de que Dios encaminaría por allí alguna canoa de indios, de donde pudiesen haber con qué remediarse y sustentarse.

| Capítulo nueve

En el cual se escribe el suceso de los cuatro españoles que se apartaron de Gascuña. |

Dende a poco tiempo que estos españoles pasaron a descansar ribera del río, para soportar mejor el tormento de la hambre con la esperanza dicha, acertó a pasar por allí una canoa con indios que iban de un pueblo a otro, a los cuales llamaron los españoles con señas que les hicieron para que viniesen a donde ellos estaban. Los indios se acercaron a tierra por ver y conocer qué nueva gente era aquella; mas no se llegaron tanto que los españoles los pudiesen asir para matarlos y comerlos, como después lo pusieron por la obra, y viendo que los indios se llegaban recatadamente, sólo les dieron a entender, con señales que les hicieron, la necesidad que padecían, rogándoles que les trujesen alguna cosa de comer.

Los indios, por el semblante o aspecto que en los españoles vieron, entendieron lo que les pedían y habían menester, y así se fueron el río arriba a donde tenían su poblazón, y tomando la comida que les pareció que era bastante para tan poca gente, volvieron a donde los españoles estaban, los cuales, como los vieron volver, pareciéndoles que el mantenimiento que podían traer sería poco, determinaron que se tomasen los indios y se matasen y asasen en barbacoas para guardar y tener de respecto para su comida. Los indios llegaron sinceramente, sin recelo de recibir daño ninguno de los españoles, a quien con tan buena voluntad traían de comer, y saltaron en tierra, sacando el maíz y otras raíces y legumbres que traían. Los españoles, desque los vieron que les parecía que podían ser señores de ellos, cada uno echó mano de su indio para poner por obra lo que antes habían tratado, y como su flaqueza era tanta y sus fuerzas tan pocas, poca fuga fue menester para que los indios se soltasen de sus manos; y visto que los indios se les iban, juntáronse todos a uno de los indios, y asiéndose de él lo mataron y despedazaron muy liberalmente y asaron en barbacoa para su sustento.

Esto de asar en barbacoa esta carne es una costumbre casi general en las Indias entre algunos indios, los cuales jamás acostumbran a salar carne ni pescado, aunque tengan abundancia de sal, mas haciendo unas barbacoas que no sean muy altas del suelo, que son unas estacas hincadas en tierra, del altor que les parece, encima de las cuales hacen un cañizo algo ralo de varas que llaman barbacoa, y allí ponen la carne a asar y mucha candela debajo, hasta que se consume todo el jugo y humor y queda del todo seca: y con esto se entretiene mucho tiempo la carne, aunque sea de puerco, y el pescado y todas otras cosas que después de muertas se pueden corromper y dañar; y a falta de sal, los españoles, en las jornadas y nuevas poblazones se aprovechan de este uso de los naturales, y así lo hicieron éstos de quien al presente vamos hablando; que muerto su indio y hecho sacrificio de él a su dios el vientre, lo asaron en barbacoa por sus puestas, y luégo allí comieron el asadura, pies y manos, y el menudo, con tanta alegría como si fuera de otro animal de los acostumbrados a comer entre cristianos.

Y recelándose que los indios que se escaparon de sus manos no convocasen gente y viniesen sobre ellos, acordaron de irse de donde estaban, y así comenzaron a caminar ribera arriba de aquel río todos ellos, excepto uno llamado Francisco Martín, que por tener una llaga en una pierna, muy enconosa, no pudo caminar y le fue forzoso quedarse allí; y los demás, prosiguiendo su desesperado camino el no arriba, padecieron como todos los otros habían hecho y acabaron sus vidas con bien largas y penosas muertes. Y porque en lo de este capítulo me queda y en el siguiente, he de decir el suceso de este Francisco Martín, que por la enfermedad de su pierna no pudo seguir a sus compañeros en la muerte como los había seguido en la vida, diré lo que este hombre hizo, antes de llegar a este río.

Andaban sus compañeros y él tan acosados de la hambre que se podía bien decir por ellos que rabiaban de hambre. Cúpole a un indio que les había quedado, la suerte del sacrificio, y así lo sacrificaron y mataron, dándole por sus propias manos la muerte, porque fuese más acepto. Estando haciendo puestas o pedazos el cuerpo muerto, para dar a cada uno su parte, quitaron el miembro genital, como cosa más inmunda, y echáronlo a mal, lo cual, como viese este Francisco Martín arremetió a él y alzándolo del suelo, sin esperar a ponerlo en el fuego se lo comió así crudo, como se había quitado del cuerpo; que fue cosa por cierto, no de hombre sino de más que bruto y carnicero animal; y por esto no cuento la diligencia que todos ponían en que no se perdiese cosa ninguna de lo que en un cuerpo humano hay. La sangre no era menester llegarla al fuego, porque en abriendo el muerto, con las manos la sacaban y se la bebían, y aun como suelen decir, se quedaban lamiendo las manos; y por no ser molesto no quiero pasar adelante con estos abominables ejemplos de crueldad.

Este hombre llamado Francisco Martín, permitiéndolo Dios, para que estos castigos fuesen notorios, vino a escapar con la vida y a volver a poder y compañía de españoles de la manera que por el discurso de esta Historia se verá; mas para llegar a este tiempo pasó muchos trances que también iré declarando. Viéndose él triste, solo en aquella playa o ribera donde sus compañeros lo habían dejado, acordó echarse el río abajo, pareciéndole que pues por allí navegaban canoas, que no dejaría de haber algunas poblazones donde, o le conservarían la vida o con más brevedad lo despenarían. Sabía nadar, y ayudándose de un madero o palo grueso que allí halló, se echó por el río abajo, y giándolo sus hados fue a dar a una poblazón de indios que en la ribera de este río estaba, gente de buena dixistión o condición, los cuales como lo viesen, admirados de ver un hombre barbado y tan blanco, cosa que ellos nunca habían hasta entonces visto, lo tomaron y lo llevaron al cacique y señor de aquella provincia, el cual, con la misma admiración que sus vasallos, lo mandó recoger y tener en su casa por cosa de grandeza, sin hacer ningún mal ni consentir que se le hiciese por ninguno de sus súbditos.

|Capítulo diez

Cómo prosiguiendo micer Ambrosio su jornada, pasó por el río del Oro y provincia de Guane, y fue a salir a los páramos y tierras donde ahora está poblada la ciudad de Pamplona.

En tanto que estas cosas sucedieron al capitán Gascuña y a su gente, el gobernador micer Ambrosio, después de haberse entretenido algunos días en aquella provincia de Tamalameque, porque el socorro que de Coro le viniese y Gascuña le trujese, con más facilidad lo alcanzase, prosiguieron su viaje y descubrimiento por lo bajo de la cordillera o sierra que confina con las riberas del río grande, aunque algo apartado de él; porque se debe notar que por de esta parte del río grande por do micer Ambrosio caminaba siempre hay tierra llana entre el río y la sierra que va casi subçesive hasta sus nacimientos, y esta serranía que va siempre a vista de este río grande, toda es ramos y gajes que quiebran de la cordillera que desde Chile viene entera ciñendo y rodeando casi toda esta parte de Tierra Firme, donde está poblado el Pirú y Chile, los Charcas, Quito y Nuevo Reino, y la gobernación de Venezuela, y otras gobernaciones y provincias, lo cual parece que es diviso de la tierra de la Nueva España y Florida y esotros reinos que de aquella parte están. Por la mucha angostura y estrechura que entre estas provincias hace la tierra, desde el Nombre de Dios, poblado en la mar del Norte, a Panamá, poblado en la mar del Sur, que de un pueblo a otro, o del un mar al otro hay dieciocho leguas, antes menos que más, y esta estrechura que aquí hace la tierra parece que divide estos dos grandes reinos y provincias, la una de la otra, no embargante que toda es tierra firme y que de Nueva España se puede ir a Pirú y a Chile por tierra y andar toda la redondez de aquesta cuarta parte del mundo, desde la tierra que dicen del Labrador, que cae bien debajo del Norte, hasta el estrecho de Magallanes, que por el contrario está o cae casi debajo del Sur, que casi parece que estas dos provincias están fronteras la una de la otra metiéndose el Océano mar en medio, que hace hacer a la tierra un ancón al Occidente, cuyo remate es el estrecho que he dicho, donde está poblado el Nombre de Dios y Panamá.

Siguiendo micer Ambrosio aquesta serranía, sin dejar el río grande que llevaba a la mano derecha, caminó algunos días con buena esperanza así de lo que adelante esperaba hallar como del socorro y ayuda que con el capitán Gascuña le había de venir, y pasado algún intervalo de tiempo y viendo la tardanza del socorro, y que la tierra por donde iba era muy enferma a causa de las inundaciones que el río grande por allí hacía, con que se crían muchas sabandijas y mosquitos de todas suertes, que les era a ellos plaga y muy pesada carga, habiéndolos de sufrir por fuerza, con cuyas picaduras se causaban llagas e hinchazones en las piernas a los soldados y en las manos y en otras partes de sus cuerpos, determinó y acordó micer Ambrosio meterse en las sierras, porque generalmente toda tierra alta en las Indias es más sana que la baja, y a esta sazón estaba en el paraje de las provincias donde ahora está poblada Pamplona; y poniendo en efecto sus desinios y determinación comenzó a marchar con el campo y gente que hasta aquí le había quedado, por tierras muy ásperas y faltas de comida, con que se les acrecentó o dobló el trabajo a los españoles, y quedándose algunos que con la flaqueza y falta de fuerzas no podían subir la aspereza de las sierras por los arcabucos y montañas, eran muertos de tigres y otros animales que por estas tierras se crían, fue a salir micer Ambrosio a donde ahora dicen el río del Oro, que aunque está cerca de la ciudad de Pamplona es término de la ciudad de Vélez, en cuyos vecinos están encomendados los naturales de él, de quien trataremos más particularmente a su tiempo.

Llegado aquí micer Ambrosio, traía su gente tan fatigada de hambre que casi no podían caminar ni en aquella parte del río donde habían llegado y estaban no había poblaciones ningunas de indios de do pudieran haber algún recurso de comida; y porque caminando de aquella suerte era acrecentar los trabajos a los soldados y ponerse en aventura de perderse todos, como sucedió a los de Gascuña. Hallose cerca de una ciénaga o lago pequeño que en aquella parte estaba, en el cual se criaban mucha cantidad de caracoles, que fue un particular remedio para tolerar algo su hambre, de que se sustentaron muchos días, porque proveyó Dios que fuesen en tanta abundancia que bastasen alimentar toda la compañía. Y de allí envió un caudillo llamado Esteban Martín con sesenta hombres de los más sanos y en mejor disposición para caminar, a que fuesen a descubrir algunas poblazones, porque allí donde estaban habían hallado algunos rastros y vestigios de naturales que les había dado esperanza de hallarlos cerca de allí; y aun les habían puesto a todos ánimo con la esperanza que tenían para mejor caminar y seguir su descubrimiento.

Partiose Esteban Martín, y caminando a la provincia de Guane, que está cercana al río del Oro y es sufragana a la ciudad de Vélez, donde halló mucha cantidad de naturales y abundancia de comidas, y reformándose allí y descansando con sus compañeros, recogió la comida que pudo llevar en las piezas o indios que consigo traía y con otros que en esta provincia de Guane había tomado, y dio la vuelta a donde micer Ambrosio había quedado, llegando a cabo de veinte días de como se apartó de él, que en todo este tiempo micer Ambrosio y los que con él quedaron no se sustentaron ni comieron otra cosa más de los caracoles que de la ciénaga o lago que he dicho podían sacar.

Holgose el gobernador y toda su gente de las buenas nuevas que le traía Esteban Martín, y luégo otro día siguiente marchó con toda la gente junta la vuelta de Guane, por el camino que el caudillo y gente que había enviado descubrieron; y llegados a Guane se entretuvieron algunos días a descansar y reformarse, por venir tan maltratados y cansados del camino pasado cuanto de lo dicho se puede colegir y conocer. Desde esta provincia de Guane caminó micer Ambrosio con toda su gente junta hacia los páramos que ahora son territorio de Pamplona, tierra fría y poblada de muchos naturales. Estos páramos fue por donde después anduvo Hernán Pérez de Quesada, hermano del adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada, que después de descubierto y poblado el Nuevo Reino por el dicho adelantado, salió en descubrimiento de una famosa noticia que decían de la casa del Sol, y llegó a estos páramos y poblazones más de diez años después, y halló los vestigios y rastros de esta gente de micer Ambrosio; y reconocida la tierra por algunos que con él iban de los que habían escapado de esta jornada de micer Ambrosio, dio la vuelta y se tomó al Reino, de do había salido, como de todo esto hemos tratado más largo en la Historia del descubrimiento y pacificación del Nuevo Reino.

Entrado micer Ambrosio con su gente en los lugares dichos, hizo allí algún asiento con el campo para mejor reconocer la tierra y ver y determinar la derrota que habían de tomar, y hacer algunas correrías o entradas a una parte y a otra con sus caudillos, para reconocidos los alrededores y las partes hacia donde se inclinaba más la poblazón de los naturales, seguir lo que más les conviniese.

| Capítulo once

En el cual se escribe cómo prosiguiendo micer Ambrosio su descubrimiento hacía la laguna, fue muerto de ciertas heridas que en una guazabara le dieron indios.

Andando de estas poblazones y alojamiento donde micer Ambrosio estaba y sus caudillos, descubriendo a una parte y a otra, y reconociendo todas las disposiciones de las tierras de que estaban cercados, parecioles la tierra de hacia el Reino que tenían al Sur, más alta y más quebrada y menos poblada, y la tierra de hacia la parte de abajo, al Nordeste, a do las aguas iban a la laguna de Maracaibo, más apacible y andadera y aun más poblada, por donde se inclinaron más a seguir la derrota o vía de hacia la laguna, aunque por diferente camino del que habían traído, que no la del Reino. Y esto no fue porque entendiesen entonces que aquella derrota que tomaban era a la laguna, de do habían salido, por haber rodeado mucho camino, y en esto fue esta gente desgraciada, y como suelen decir, de corta ventura; porque si siguieran su derrota como la habían comenzado, entraban en el Reino, donde hubieran las riquezas que después hubo el adelantado Jiménez, y poseyeran aquella tierra, que es cierto que no estuvieron diez leguas de la primera gente mosca que hacia aquella parte se dice chicamocha. Mas siguiendo su camino por donde los guiaba su fortuna, pasaron unos páramos que desde estas poblazones hay, para ir al valle que ahora los de Pamplona llaman de Rrabucha | 5 , en un día tan turbio y cargado de aguas y viento, que generalmente puso en gran detrimento a toda la gente y compañía, y hubieran de perecer allí de frío y helados, que ni con el caminar ni con el arroparse podían resistir la fresca del páramo, y así murieron allí helados y emparamados mucha cantidad de indios y algunos españoles y caballos, que fue cosa acerbísima ver cómo sin poderse socorrer unos a otros se quedaban muertos y riéndose o regañando los dientes.

Los que de la tempestad de este páramo escaparon, lo tuvieron en más que haberse librado de las hambres y calamidades pasadas.

Entrando en el valle de Rabicha halláronlo muy poblado y los naturales de él muy a punto de guerra, y así el tiempo que por este valle y los a él comarcanos anduvo esta gente, nunca dejaron de recibir guazabaras de los naturales, que con buen ánimo les acometían; mas siempre iban con la peor parte, porque como sus armas son tan flacas y sus ánimos tan débiles acabóseles presto todo y retíranse o recógense tan sin orden que siempre son más mal tratados en los alcances que les van dando que en disparate de sus guazabaras.

Y antes que se pase esta ocasión, pues voy tratando de estos naturales, diré lo que hicieron, según lo que se puede colegir, por permisión divina, con un hombre imitador de abominables crueldades con indios. Micer Ambrosio traía este hombre por criado, que no le servía de otra cosa sino de traer a cargo una cadena, en la cual venían aprisionados cierta cantidad de indios que traían cargada la munición y el demás fardaje que era del rancho y tienda del gobernador, y están puestos por tal orden con sus colleras al pescuezo que aunque vayan caminando y cargados, nunca se les quita la cadena; y como los indios sientan también la hambre como los españoles e iban cargados, cansábanse, y faltándoles las fuerzas, de flaqueza se caían y sentaban en el camino. Este alcaide o verdugo del demonio de micer Ambrosio, por no detenerse y abrir la cadena y sacar el indio que se cansaba, y por oliros diabólicos respetos que le movían, cortábale luégo la cabeza para quitarlo de la collera, y dejábaselo allí muerto. Y de esta suerte se certifica haber quitado la vida a muchos indios; y como Dios nuestro Señor no consienta que semejante tiranía y crueldades queden sin ejemplar castigo, sucedió que en el valle de Rrabicha, de quien vamos tratando, salieron los indios un día a dar guazabara a los españoles, y se acercaron tanto a ellos que casi de entre las manos les tomaron los indios a este verdugo, criado de micer Ambrosio, y sin se lo poder quitar y estorbar los españoles, allí delante de sus ojos le cortaron la cabeza a macanazos, y dejando el cuerpo a vista de los españoles, se llevaron la cabeza consigo en pago de cuantas este miserable hombre había quitado injusta y cruelmente a los indios.

El gobernador con su gente siguió su descubrimiento, y saliendo de este valle y pasando otras poblazones de indios, fue a dar al valle que dijeron de Micer Ambrosio, que es el propio que ahora dicen los de Pamplona, Chinácota, que es nombre propio de la tierra. Estaba este valle muy poblado de naturales y era abundante de árboles, que aunque en este tiempo se parece la prosperidad que entonces pudo tener, por haberse muerto y consumido por diversos respectos muchos naturales de él. Alojose micer Ambrosio en una parte de este valle con su gente por ser abacible 6 su estalaje, para de allí enviar a descubrir lo que adelante hubiese. Los naturales, como vieron esta nueva gente en su tierra y tenían ya por odidas noticia de la mala vecindad que a do quiera que llegaban hacían, dejaron sus casas desiertas, y recogiéndose con sus mujeres, hijos y haciendas a las montañas comarcanas, a ponerlo todo en cobro, acordaron venir a verse con los españoles, y si pudiesen, echarlos de su tierra. Y sucedió que el día que esto hubieron de hacer, micer Ambrosio y Esteban Martín, su capitán o caudillo, se apartaron paseando fuéra de su alojamiento descuidadamente, porque nunca habían visto ni oído ningún rumor de aquellos indios, antes tenían entendido que de miedo se habían ahuyentado por la noticia que de ellos les habían dado. Los indios, con mano armada, les venían a dar guazabara, y los dos capitanes echaron mano a sus espadas, y teniéndose con ellos se defendieron valerosamente sin que los indios les pudiesen echar mano, antes hirieron y mataron muchos de ellos; y como micer Ambrosio no tenía allí su sayo de armas con que mejor guardar su persona, recibió algunas heridas de los indios, malas y peligrosas; y no era esto tan lejos del alojamiento que la gente que en él estaba no oyeron la grita de los indios, y sospechando lo que era salieron a ellos y hallaron a su gobernador con su compañero revueltos con los indios, como se ha dicho, y como acudieron allí luégo todos los españoles, fueron los indios desbaratados y ahuyentados, aunque victoriosos, que así se puede decir, pues de las heridas que dieron a micer Ambrosio murió dende a pocos días, y fue allí, en aquel valle, enterrado por los suyos, de donde le quedó la nombradía y apellido del valle de Micer Ambrosio, que hasta hoy tura.

De las propias naturalezas de estas provincias y de las que en estas comarcas de Pamplona anduvo esta gente, y de los indios de ellas, no trato aquí por no ser este su lugar.

5 Palabra que se lee con dificultad.

|Capítulo doce

Cómo muerto micer Ambrosio fue electo por capitán Juan de San Martín, y prosiguiendo su jornada fueron a dar donde Francisco Martín estaba preso o cautivo, y tomándolo consigo salieron a la ciudad do Coro. |

Muerto micer Ambrosio, no dejó de causar su muérte alguna discordia entre sus soldados, porque como por su ausencia les era forzoso nombrar capitán o persona que los tuviese y llevase en justicia, pretendían algunos este cargo, aunque no lo osaban publicar ni declararse en ello, más de estorbar la elación que los más querían hacer, y al fin, viendo que de la tardanza de esta elación y nombramiento se podía seguir entre ellos mismos perpetuas discordias que fueran causa de su final destrucción, aviniéronse un día todos de conformidad, así los que pretendían el cargo como los que lo aborrecían, y nombraron por su capitán, para seguir su jornada, a Juan de San Martín, el cual aceptó el cargo y comenzó a proseguir su viaje por la propia derrota y vía que micer Ambrosio lo llevaba encaminado; y saliendo de este valle de Chinácota o de micer Ambrosio, fue a dar cónsigo a donde ahora dicen los llanos de Cúcuta, que son unas tierras mal pobladas que ahora sirven de criaderos de ganados a los vecinos de Pamplona y a los vecinos de la villa de San Cristóbal, por estar en medio de los confines de estos dos pueblos; y de aquí, teniéndose a la mano derecha del río de Pamplona, que muy caudaloso entra en la culata de la laguna de Maracaibo, como antes de ahora he dicho, fueron caminando a vista del propio río hacia la laguna, porque siguiendo esta gente esta derrota fueron a dar sin pensarlo a la provincia donde estaba Francisco Martín, soldado que escapó mediante su buena industria de los que se perdieron con Gascuña.

Diré aquí lo que a este Francisco Martín le sucedió desde que entró en poder de indios hasta que fueron estos españoles a dar con él.

El cacique o señor de aquella provincia, habiendo ya aceptado en su servicio o en su casa a este Francisco Martín, como por cosa de grandeza, para que fuese visto de todos sus sujetos, según se ha dicho, tratábale bien y no consentía que se le hiciese mal ninguno, que era harto buena propiedad para las demás gentes de las Indias, las cuales son en sí tan crueles e impías que aunque no coman carne humana no pueden acabar consigo de tener vivo ningún prisionero español que a las manos hayan.

Usando de esta clemencia que he dicho, este principal con este Francisco Martín, los indios y sujetos de este cacique, cuando su señor se iba fuéra del pueblo, tenían por pasatiempo a este español, y usando con él de muchas maneras de juegos, le trataban muy mal: entre los cuales diré aquí una bien mala burla. Atábanle estos bárbaros dos cabuyas o cuerdas a los pies y hacíanle que saltase todo lo que pudiese, y en estando el pobre hombre en el aire tirábanle de los cordeles atrás y hacíanle dar de hocicos o de colodrillo en el suelo, y de cuanto contento recibían los indios en ver esto entiendo que nuestro español tenía de daño y tristeza. Y ciertamente el pobre hombre pereciera en estos pasatiempos si no fuera favorecido de una hija del propio señor o cacique, que le era aficionada mediante haberse revuelto con ella carnalmente. Esta le quitaba de estos pasatiempos y otros semejantes con que los indios se holgaban; y conservándole la vida hízole que siguiese los trajes y maneras de vivir de los indios y que imitase todo lo que viese, que con esto contentaría al cacique su padre y a los demás indios. El Francisco Martín se dio tan buena maña que ni traía ropa sobre su cuerpo ni daba lugar a que le naciese pelo en la barba ni en las otras partes inferiores, y usaban las armas y los otros ejercicios y aun creo que idolatrías de los indios y el comer hayo y cal, que es una costumbre muy general entre indios y muy usada; y aun después de salido de entre estos indios lo usaba muchas veces, porque se le habían asentado y encajado tan bien las cosas de los indios que él las tenía por naturales y ellas a él por hijo; y finalmente, él salió tan buen mohán o físico que dio a entender a los indios que sus curas eran sobrenaturales, y así acudían a él con los enfermos como si en él hallaran toda la sanidad que buscaban; y visto esto, el cacique, y entendido el amor que su hija le tenía, acordó de casarlos, y poniéndolo en efecto congregó sus gentes conforme a su costumbre para celebrar bodas, a los cuales pesaba de ello, por parecerles que había de pretender el Francisco Martín mandarlos, porque antes de este tiempo habían visto en él señales de muy atrevido. Las bodas se celebraron, y dende en adelante comenzó nuestro desposado a mostrarse más grave y hacerse temer de los indios, y a seguir sus guerras y parcialidades, y señalarse y aventajarse en las guerras que los indios de su pueblo tenían con otros, en manera que los mismos naturales, de su voluntad, le vinieron a nombrar por su capitán, con lo cual comenzó a extremarse más con los indios y a quererlos subjetar y gobernar diferentemente de como solían en su antigüedad hacerlo.

Los indios, por esto y por otros agravios que este Francisco Martín les hacía, secretamente se amotinaban contra él, y su mujer, como era emparentada, luégo le daba aviso de ello, y él mediante alguna más industria que ‘tenía de la que los indios en semejantes hechos suelen tener, los esperaba a que viniesen, y procurando ganarles por la mano en el acometer los descomponía, y luégo o mataba a los mullidores del motín o los apaciguaba y contentaba; y con estos embustes y otros ardides de que usaba ya no había quién osase tomar armas contra él, y así vivía y poseía pacíficamente lo que tenía, y unos por amor y otros por temor no hacían los indios más de lo que él quería.

En efecto, este hombre, en todo y por todo, seguía todas las costumbres, ritos y ceremonias de los indios, y tuvo dos o tres hijos en su mujer, por quien después suspiraba. En esta vivienda vivió este hombre casi tres años que hubo desde que Gascuña se perdió con el oro hasta que la gente que quedó de micer Ambrosio aportaron a esta provincia, que es lo que ahora proseguiremos.

El capitán Juan de San Martín, con los demás soldados, fue caminando algunos días por la derrota que he dicho, y como esta era la primera vez que los naturales que en las comarcas de este río de Pamplona estaban poblados, habían visto gentes españolas y caballos, no osaban usar de las armas contra ellos ni resistirles el camino, como después hicieron al capitán Alonso Pérez de Tolosa, hermano del gobernador Tolosa, que lo hicieron volver atrás, según que adelante contaré en su lugar. Metido en algunas jornadas el río abajo el capitán Juan de San Martín con su gente, reconoció la laguna de Maracaibo, y viendo cuán cerca estaba de Venezuela animose la gente por dar conclusión a su peregrinación, y pasando adelante, ya que estaban junto a la propia laguna, hacia la parte do está poblada Mérida, acercáronse a la provincia y poblaron donde estaba Francisco Martín convertido en indio. Los indios luégo dieron noticia de cómo españoles se acercaban a su tierra. El Francisco Martín, temiéndose que por aquellas nuevas, de consentimiento de su suegro no le hiciesen algún daño, díjoles que él era indio y que aquellos españoles lo traían forzado o cautivo y que él se había huído de ellos, que le diesen la gente de guerra que en el pueblo había y que él mataría a los españoles y los desbarataría. El cacique y los demás sujetos, creyendo ser así lo que su yerno decía, aderezaron sus armas y gentes para ir a dar en los españoles, los cuales iban marchando hacia aquella provincia donde el Francisco Martín estaba, bien quitados de que les sucediera tan bien aquella derrota, porque por ser por allí la tierra de muchas montañas y muy anegadiza, con dificultad pudieran atinar a salir a donde pretendían, si no fuera habiendo muy buenas guías que supieran la tierra y los llevaran por donde habían de ir, y para este efecto y aun para traer a su amistad todas aquellas gentes que por allí había les aprovechó mucho el hallarse en esta tierra este español que estaba ya tan bien instruto en la lengua de aquellos naturales, que con facilidad, mediante el hablarla también, los atraía a lo que quería.

Visto por los indios donde el Francisco Martín estaba que se acercaban a su pueblo los españoles, determinaron salirles al encuentro, y llevando por su capitán al tornadizo, le comenzaron a seguir con sus armas y orden de pelear, el cual les iba dando la orden que habían de tener en el acometer, y poniéndolos en celada o emboscada, dándoles a entender que aquel era el mejor modo de guerrear, se apartó de ellos con título de que iba a espiar a los españoles, los cuales venían bien cerca de donde los indios se habían puesto por consejo de Francisco Martín en emboscada. Este español, según la usanza que de vivir entre los indios tenía, como ya he dicho, iba desnudo en carnes y emplumajado y embijado, que es cierta manera de barniz con que se untan cuando han de ir a semejantes lides y a otros pasatiempos, y con su arco y flechas en las manos, el cabello largo, la barba pelada, y en el miembro genital puesto un calabacillo pequeño, según lo tenían de costumbre aquellos indios y todas las demás naciones que traía. Venía tan al natural indio cuanto se puede creer que lo estaba en hato y costumbre; y acercándose a los españoles y dándoles vista, ellos tuvieron por temeridad y grande atrevimiento la de aquel hombre que siendo uno solo y teniendo ya noticia de cómo trataban los españoles a los indios, se viniese de mano armada a ellos; y porque semejante manera de desvergüenza no quedase sin castigo, determinaron de alancearlo los que delanteros venían; y viendo el Francisco Martín que los españoles llevaban hacía él semblante de maltratarlo, anticipose a hablarles diciéndoles que no tenían para qué apercibirse contra él, porque era su compañero y soldado de su compañía.

El capitán Juan de San Martín y los que allí junto con él venían, admirados de oír hablar aquel indio en lengua española, casi se turbaron, y reparándose para entender mejor lo que les había hablado, y acercándose más a ellos el Francisco Martín les declaró su caso por extenso, quién era y el modo de su perdición, y la vivienda que tenía. Los españoles luégo reconocieron a este soldado, y admirados de la forma que traía, se apearon y le cubrieron con algunos vestidos y con él lloraron la pérdida de sus compañeros con extremos de entrañable sentimiento, y todos juntos se fueron a donde estaba la emboscada de los indios, a los cuales habló Francisco Martín dándoles a entender, diferentemente de lo que antes les había dicho, cómo aquellos españoles eran sus hermanos, y que no les harían ningún daño ni mal tratamiento; y confederados de esta manera, se fueron al pueblo donde el principal estaba, el cual dio muestras de holgarse de la confederación y amistad de los españoles, y hospedándolos amigablemente les proveyó de lo que hubieron menester para su sustento; los cuales descansaron allí algunos días, donde fueron bien servidos así de estos indios como de todos los demás comarcanos, a quien el Francisco Martín trajo a la amistad y gracia de los españoles, los cuales, después de estar algo reformados de los trabajos pasados, prosiguieron su viaje y derrota para Coro, llevando consigo a Francisco Martín y buenas guías que les encaminaban por caminos muy escombrados de ciénagas y anegadizos, que es lo que más pesadumbre les daba; y por doquiera que pasaban, mediante el faraute que llevaban, les salían los indios de paz y les hacían todo buen hospedaje. Y después de haber peregrinado por las partes dichas y pasado los trabajos referidos y otros muchos que aquí no se cuentan, llegaron estos españoles a Coro sin su gobernador y con pérdida de la mayor parte de sus compañeros que habían salido con ellos, que quedaron muertos en el discurso de esta larga jornada; que desde la salida hasta la entrada en Coro tardaron cinco años, sin hacerse más fruto espiritual ni corporal del que de todo lo dicho se puede presumir.

Aunque micer Ambrosio siempre procuró que se hiciese buenos tratamientos a los indios, y no consintió que ningún soldado llevase indio cargado ni aun india que le moliese, a los principios de su jornada, pero después todo el daño que podían hacían. Mandó por edito público que todo el oro que hallasen Los soldados en poder de los indios o en sus casas se lo tomasen y quitasen so graves penas que para ello les impuso; y por otra parte mandó también por edicto público que los soldados no rescatasen ninguna comida con los indios a fin de que no fuesen molestados de los soldados; ordenanzas, por cierto, muy de reír, que por una parte mandaba que les tomasen todo el oro que los indios tenían y por otra que no les comprasen lo que habían menester y ellos quisiesen de su voluntad vender. Yo entiendo que de esta suerte debieron de ser todas las demás constituciones y ordenamientos que en gobierno y jornada y gente este gobernador hizo, y así hubo el suceso y fin de su jornada que habemos contado.

| Capítulo trece

En el cual se escribe cómo el capitán Venegas, que había quedado en el pueblo de Maracaibo, sabiendo la pérdida del oro de Gascuña lo fue a buscar, y llevando por guía a Francisco Martín, donde se hubiera de perder, y sin hallarlo se volvió a salir. |

Llegada la gente de micer Ambrosio a Coro, cada cual procuró su descanso y remedio, que lo habían bien menester, según salieron de trabajos y mal tratados de la jornada; y los vecinos de Coro, sabido el suceso del capitán Gascuña, y cómo Francisco Martín venía y había salido en cueros de entre los indios, movidos de caridad y compasión, lo vistieron y proveyeron abundantemente de ropas y caballos, por parecerles que más por ordenación divina que por potencia humana había aquel hombre escapado con la vida y salido de entre los bárbaros. Procuraban saber de él si con facilidad se podía volver a la parte donde se había perdido Gascuña, para procurar sacar aquel oro. Mas aunque Francisco Martín les decía que sí, no por eso se atrevían a ponerlo en efecto, temiendo de perderse como los demás; y como antes de ahora he dicho, no fuese aquel oro el oro tolosano, y así lo dejaron de ir a buscar los de Coro; mas después, como luégo diré, no faltó quién tomase aquella demanda sin hacer ningún efecto en ella.

De este Francisco Martín diré, que era tanto el amor que a la mujer e hijos que en su cautividad hubo tenía, que lamentaba y lloraba por ellos, y procuraba vías y maneras cómo volverse a ellos; que estaban en (él) tan impresas las ceremonias y costumbres de los indios, que muchas veces, por descuido, usaba de ellas entre los españoles; y aunque el comer hayo no lo usaba por descuido sino por vicio, y así lo acostumbró después muchos tiempos como los mismos indios. Dícese que fue tanto el deseo que en este hombre convertido en bárbaro reinó de ver a su mujer infiel y a sus hijos indios, que procuró volver a ellos, y así lo hizo, que desapareciéndose de entre los cristianos, confiado en su despierta lengua y habla de indio, se metió por entre los pueblos de los indios sin ningún temor y volvió a donde había vivido algunos años gentílicamente, donde después estuvo cierto tiempo, hasta que acertó a volver gente española por aquella provincia, y fue de ellos tomado y sacado forciblemente y contra su voluntad, y aun afirman que a estos españoles se les huyó del camino y se tomó entre sus parientes o de su mujer, y volvieron otra vez a la propia provincia, y lo tornaron a haber a las manos, y lo sacaron con más guarda y vigilancia, hasta que lo volvieron a Coro, y de allí lo encaminaron con cierto capitán al Nuevo Reino de Granada, para alejarlo y quitarlo de aquella ocasión, donde anduvo y estuvo después mucho tiempo.

Pero antes que esto le sucediese o hiciere Francisco Martín, un capitán Venegas, natural de Córdoba, a quien micer Ambrosio había dejado por su teniente en el pueblo o ranchería de Maracaibo, pretendiendo o deseando que aquella riqueza de oro que con tanto trabajo de su persona y riesgo de su conciencia había habido su gobernador de la sustancia temporal de aquellos miseros indios de Tamalameque, por do había andado, no se perdiese y se aprovechase él de ella, atrajo a sí a este Francisco Martín e hízole grandes ofertas y promesas de que le gratificaría muy bien si le llevaba a donde Gascuña se había perdido y el oro se había enterrado, de lo cual le daría muy buena parte. Francisco Martín confiado de su juicio, aunque no debiera ser tan perfecto como él presumía que era, díjole al Venegas que él le guiaría y llevaría a donde le pedía sin errar punto. El teniente Venegas, con aquel deseo y codicia que de haber aquel oro tolosano tenía, juntó sesenta hombres a los cuales también hizo promesas de que participarían de aquella riqueza; y partiéndose con ellos del pueblo de Maracaibo, sin llevar más de un caballo, y ese sin silla, para hacer ostentación y muestra de él a los indios que en gran manera temían a los caballos y a su furia, y toda la gente a pie, y mal armados, se fue la vuelta de Tamalameque, guiándolos Francisco Martín, y de allí, revolviendo sobre la cordillera, a tomar la derrota que Gascuña había tomado, la atravesaron y bajaron a los propios arcabucos y montañas donde se perdió la gente; y como las vueltas y guiñadas que de una parte a otra habían dado por aquel arcabuco fueron muchas y por muy diversas partes de él, desatinó la guía y trájolos algunos días de una parte a otra y de otra a otra, y casi estuvieron en el mismo riesgo de perderse que Gascuña, lo cual visto por el capitán Venegas, y que ya les comenzaba a aquejar la hambre y aun a caer la gente enferma, con toda la más presteza que pudo dio la vuelta por el propio camino por do había entrado, lo que le fue fácil de hacer, porque como este teniente tuviese ya mediana experiencia en cosas de descubrimientos de Indias, al tiempo que entraba por el arcabuco o montaña iba señalando el camino con cortaduras que hacia en los árboles por do pasaba, y como todo quedase señalado fuele muy ligero de atinar por do había entrado, y volverse a salir, sin hacer ninguna cosa que le aprovechase, y así fue burlado de sus pensamientos.

Volviose a su pueblo de Maracaibo, donde residió después muchos días, hasta que después, según que adelante se dirá, llegó la gente de Fredeman y llevó consigo toda la gente que en Maracaibo había y despobló el pueblo.

Pero este teniente y los que con él estaban grandísimo trabajo en el sustento de este pueblo de Maracaibo, porque como junto a él no hubiese ningunas poblazones de naturales eran forzados a ir a buscar la comida muy lejos y a traerla a cuestas los propios españoles, y después a los que la traían se la quitaba la justicia para partirla igualmente con los enfermos y otras gentes que en el pueblo quedaban, y aun salían al camino a ver que no dejasen alguna cosa escondida: tanta era su necesidad y falta de comida. Ayudaba en esta sazón a sustentar este pueblo el capitán Martínez, que después fue con Fedreman al Nuevo Reino, al cual, dándole este teniente Venegas cierta gente y bergantines y la canoa grande se andaba por la laguna de pueblo en pueblo rancheando los indios y quitándoles lo que tenían y proveyendo de cuando en cuando el pueblo de maíz, y él tenía su habitación a manera de corsario pirata en la provincia de Guevara, y de allí salía con sus bergantines a correr la laguna y robar a los navegantes que por allí pasaban

LIBRO SEGUNDO

En el libro segundo se dice cómo las Bezares, sabida la muerte de micer Ambrosio, su gobernador, tuvieron proveído a Nicolás Fedreman, al cual revocaron la conduta por quejas que de él hubo y proveyeron por gobernador a Jorge Espira, y por su teniente a Fedreman. Venidos a Venezuela los dos, cada cual de ellos intentó una jornada por sí, saliendo por diferentes derrotas o caminos, y después de haber llegado por los llanos adelante Jorge Espira a los Choques, fue forzado o volverse con pérdida de mucha gente a Coro. Fedreman fue la vuelta del Cabo de la Vela, pasando la laguna de Maracaibo con intento de proseguir la jornada que micer Ambrosio había errado del Reino, y en el camino arrepintiese y prendió al capitán Ribera, que con gente había salido de Santa Marta, y dando la vuelta sobre la laguna de Maracaibo la pasó y revolvió sobre los llanos de Venezuela, para ir en demanda de la noticia de Meta. En el camino tuvo noticia cómo venía desbaratado Jorge Espira, diole de industria lado y apartose de él por no ser forzado a alguna alteración, y prosiguió adelante, hasta que entró en el Nuevo Reino de Granada. Jorge Espira, después de haber pasado por el Fedreman, tuvo noticia de ello y envió tras de él cierta gente para avisarle, los cuales, no pudiendo pasar los ríos de Apure y Zarara, se volvieron a Coro, a donde hallaron por juez de residencia al doctor Navarro, de Santo Domingo, y al obispo Bastidas. Quedó suspenso Jorge Espira del gobierno, y dende a poco murió, y Navarro se fue a Santo Domingo, con todo el discurso de entramas jornadas muy copiosamente escrito.

| Capítulo primero

|Cómo por muerte de micer Ambrosio proveyeron los Bezares por gobernador de Venezuela a Jorge Espira, y por su teniente a Nicolás Fedreman, y de su pasada a Indias.

Al tiempo y sazón que a la ciudad de Coro llegó la nueva de la muerte de micer Ambrosio, gobernador, y del mal suceso de su jornada y descubrimiento, hallose allí Nicolás Fedreman, el cual, como de antes tuviese conocimiento particular con los Bezares, pareciole oportuno tiempo este para haber para sí aquella gobernación de Venezuela, y procurando algunas ricas joyas y piezas de oro, se fue a España, donde a la sazón residían algunos de los de la compañía que tenían cargo de proveer los gobernadores de Venezuela, a los cuales Nicolás Fedreman procuró aplacer y contentar para ganarles la voluntad, dándoles algunas dádivas de oro del que había llevado, prefiriéndose de servirles muy bien en aquella gobernación si le daban el cargo del gobierno de ella. Los Bezares, viendo la plática y suerte de Fedreman, que era muy principal y de su propia nacion, y la buena orden y traza que daba en los negocios del gobierno de aquella tierra, determinaron de encargársela y hacerlo gobernador de ella; y poniéndolo en efecto, le dieron y libraron las cédulas o provisiones de gobernador, con particular instrucción de lo que había de hacer; y aceptado el cargo por Nicolás Fedreman luégo comenzó a hacer gente para pasar r llevar consigo a Venezuela y tener copia de compañías de soldados con que hacer nuevos descubrimientos, con lo cual se divulgó y publicó luégo la nueva de cómo Fedreman tenía el gobierno de Venezuela, de que pesó a ciertos soldados que de la propia provincia habían ido a España y en la sazón dicha se hallaron en ella, y luégo, ayudados de la persuasión de otras personas que pretendían el propio cargo, se fueron a los Bezares y les dijeron que no les convenía ni era provechoso que Fedreman fuese a gobernar aquella provincia de Venezuela, porque era de ánimo bullicioso y soberbio e intolerable de sufrir, y que con sus pesadas palabras maltrataba los soldados, y con otros términos muy extraños e insufribles de que usaba era muy aborrecido de toda la gente que en la gobernación había, y que lo mismo sería de los que llevase.

Con las persuasiones de éstos y de otros que, como he dicho, pretendían este gobierno, mudaron fácilmente los Bezares acuerdo, movidos de temor no fuese causa Fedreman de que hubiese alguna alteración en la gobernación, por donde le viniesen a perder, con lo que en ella tenían y pretendían. Y pareciéndoles justas causas las que les daban, y el temor que ellos habían concebido, revocaron la conduta que de gobernador habían dado a Fedreman, y diéronsela a Jorge Espira, caballero de su propia nación de Alemania; y porque Nicolás Fedreman no quedase del todo descontento y despojado de sus pensamientos, nombráronle por teniente general de Jorge Espira, casi dándoselo por acompañado en el gobierno, confederándolos a entrambos, de suerte que entre ellos nunca hubiese ninguna desconformidad, mas con que siempre tuviese la superioridad Jorge Espira. Dijéronlos que pues la tierra de Venezuela era larga, que bien podían entramos efectuar sus desinios y hacer por diferentes derrotas jornadas y descubrimientos con que todos fuesen aprovechados y su gobernación aumentada.

Con estos medios y otros que los Bezares entre Jorge Espira y Fedreman pusieron, los confederaron y hermanaron de suerte que nunca más quebraron ni hubo entre ellos ningún género de discordia, mas acabando de hacer la gente con toda diligencia en el Andalucía y Reino de Murcia y en otras partes de España, juntaron cuatrocientos hombres, gente muy lucida, y en cinco navíos que aderezaron para su viaje salieron del río de Sevilla, Guadalquebi, por el año de mil e quinientos y treinta y tres; y entrando en la navegación del mar Océano tomaron su derrota a las islas de Canaria, y antes de llegar a ellas, donde dicen el Golfo de las Yeguas, que es donde por la mayor parte son desbaratados con adversa fortuna las armadas que vienen a Indias por las grandes tempestades que allí se levantan, dioles tal tormenta que en breve tiempo arribaron a San Lucas, donde estuvieron hasta que la mar se apaciguó y abonanzó el tiempo; y tornando a proseguir su viaje por el Océano adelante, ya que estaban a la vista de las islas de Canaria, los tomó a dar otra fortuna y tormenta contraria de su navegación, tan soberbia y recia, que aquella propia noche que la tormenta les dio aportó la, nao capitán a Nuestra Señora de Regla, y otra de las, de la compañía, casi en el mismo tiempo fue a Caliz 7, que fue cosa que parece imposible haberse podido navegar en tan poco tiempo, y los demás navíos arfando y corriendo su fortuna y alijando muchas cosas de las que traían, a la mar, arribaron a Caliz, y a cabo de poco tiempo fue allí junta toda el armada de este gobernador Jorge Espira, y viendo muchos soldados que no les había Dios hecho pequeña merced en haberlos librado de las tormentas pasadas, donde por momentos se habían visto en punto de ser sumergidos en la mar y muertos miserablemente, acordaron perder la señal, como suelen decir, y no tornar a entrar en la mar ni seguir el viaje, porque casi todos los que se quedaron en Caliz de esta vez, que serían doscientos hombres, perdieron todo cuanto en los navíos habían metido, así de matalotaje como de otros aderezos que para sus personas llevaban.

El suceso de estas tormentas o infortunios de la mar fue atribuído a que Dios nuestro Señor lo permitió así por culpas y pecados de algunos que en el armada iban, entre los cuales se halló un sodomita que acostumbraba a usar aquel pecado en tierra, y aún no se sabe si lo usaba en la mar, y no nos debemos maravillar de que esta armada padeciese las tormentas e infortunios dichos, sino cómo no fue tragada y absorbida de la mar, pues nos es notorio el castigo que Dios nuestro Señor hizo en la gentilidad de Sodoma y Mogorra | 8 y los otros pueblos sus comarcanos, como se lee en el Génesis, capítulo diecinueve, en el cual se trata que con fuego y relámpagos del cielo fueron quemados y abrasados, y por memoria de este castigo está el sitio de esta ciudad hecho un lago o ciénaga pésima e infructuosa, y estará hasta la fin del mundo. Este malvado cristiano después de haber saltado en tierra de esta segunda vez que arribaron a Caliz, quiso reincidir en su maldad, y juntándose con otros dos de su oficio hubieron cierta pasión y rencilla en que el uno de los tres fue muerto y a los dos prendieron, y sabida la causa de su discordia fueron castigados y quemados conforme a las leyes del Reino.

Y pareciéndoles a los que en el armada habían quedado que con haber sido castigado este malaventurado se aplacaría la ira de Dios contra ellos, tornaron a embarcarse y proseguir su viaje, y con buen tiempo, sin ningún, contraste de fortuna, llegaron a las islas de Canaria, ocho días antes de Navidad, donde se holgaron y regocijaron la Pascua, y los gobernadores y sus capitanes procuraron en aquellas islas rehacerse de gente, por habérseles quedado, como se ha dicho, la mitad de la que habían juntado y traían en Caliz. Juntáronseles allí doscientos hombres, gente basta y grosera, y pasada la Pascua hicieron señal de recoger o embarcar la gente para pasar adelante, y saliendo con próspero viento de las islas de Canaria, caminaron sin sucederles cosa alguna hasta reconocer a San Germán, que es cierto promontorio o punta de la isla de Puerto Rico, y pasando de allí adelante hacia Coro, se les cayó en la mar un pajecillo o grumete que servía en el navío, y sin saber nadar fue sustentado sobre el agua en la mar hasta tanto que el navío en que iba, que con próspero viento y todas velas navegaba, amainó y aechó el batel en la mar, que pasó harto espacio o intervalo de tiempo, y entrando gente en él volvieron a buscar el muchacho buen rato atrás, y halláronlo encima del agua entretenido sin ser hundido; y viendo que era cosa maravillosa el no haberse ahogado aquel mozo, pues sin tener con qué se poder sustentar sobre el agua ni saber nadar, lo habían hallado vivo, le preguntaron que qué modo había usado para no ahogarse, el cual respondió que él era devoto de Nuestra Señora, y que al tiempo que cayó invocó su nombre y se encomendó a ella, y que mediante esto tuvo entendido que no había perecido. Los marineros se volvieron al navío con su paje, y dando todos gracias a Dios por el suceso lo tuvieron por buen prodigio o señal. Y prosiguiendo su viaje llegaron dende a dos días de como esto les sucedió al puerto y ciudad de Coro, donde desembarcaron con mucho contento y alegría.

Y aunque esta narración o digresión que en este capítulo he hecho no era de mi Historia, por ser todo ello cosas sucedidas fuéra del Imperio de las Indias, donde es mi principal intento tratar y dar cuenta de los descubrimientos y poblazones y guerras en ella sucedidas, helo tratado porque estos dos capitanes o gobernadores, Jorge Espira y su teniente Fedreman, hicieron dos jornadas diferentes la una de la otra, y con diferentes sucesos en la gobernación de Venezuela; y habiendo de tratar de sus descubrimientos y conquistas, pareciome que también era razón tratar de sus principios, para más claridad de lo que de ellos tengo de escribir, y lo mismo se entenderá en lo demás que se hallare escrito en esta Historia que sea peregrino de las Indias.

| Capítulo segundo

En el cual se escribe cómo llegado a Coro Jorge Espira luégo echó la gente la vía de los llanos, y él se fue tras de ella para descubrir aquella vía, y cómo el teniente Fedreman se quedó en Coro para ir a Santo Domingo a hacer más gente. |

Llegado Jorge Espira a Coro, que fue por el año de treinta y cuatro, y viendo el mal aderezo que en aquel pueblo había para poderse detener ni sustentar allí tanta gente como él había traído y los demás que en el pueblo estaban, dio luégo orden en aderezar su entrada, y porque los navíos en que había venido eran de un flamenco vecino de San Lucar, llamado Pedro Márquez, no fuesen sin alguna joya de la tierra, envió cierta compañía de soldados a una provincia de indios dichos pirahavas, infamados de gente indómita y de mala digistión para con españoles, y entiendo que lo deben ser, porque hasta el día de hoy se están rebeldes esos pocos que quedaron sin querer ninguna amistad ni conformidad con los españoles que siempre han residido en Coro, y trayéndole cierta cantidad de indios de la parte dicha, los hizo esclavos y los entregó al señor de los navíos, y con esto los despachó y se fueron la vuelta de España, y él se quedó aprestando con toda diligencia para entrar la tierra adentro a seguir su nuevo descubrimiento. Y porque como en el capítulo antes de este apunte, Jorge Espira y Fedreman hicieron dos jornadas casi a un mismo tiempo, aunque salieron por diferentes caminos, iremos tocando por su orden de cada uno y del suceso de su descubrimiento sin hacer ninguna distinción en sus Historias, mas de dar entera noticia de entrambos, aunque mezclada, pero de suerte que se entienda.

Queriendo, pues, salir de Coro Jorge Espira, como he dicho, a su descubrimiento, de parecer de algunos españoles pláticos en la tierra y diestros en la guerra de los indios, a quien suelen llamar isleños, dividió su gente en dos partes, y la una que serían doscientos, con los capitanes Cárdenas y Martín González y micer Andrea, envió por las sierras que entiendo ser Loa que ahora llaman las sierras de Carora, a pie y sin caballos, por parecerles que aquella tierra tenía disposición de muy áspera y que por ella no podían ir ni atravesar los caballos; y también hizo esta división el gobernador Jorge Espira porque aquella provincia no la tenían por muy | fértil, y si todos iban juntos por un mismo camino, irían en aventura de padecer hambre.

Encaminó esta gente delante, y mandoles que le esperasen en saliendo a los llanos, y él se quedó en Coro dando traza y orden cómo su teniente Fedreman se aviase para seguir su jornada. Concertaron que Fedreman fuese a Santo Domingo y tomase de los fatores de los Bezares todo lo que hubiese menester para caballos y avíos de soldados, y haciendo toda la más gente que pudiese se volviese a Coro, y con los soldados y capitanes que allí le quedaban siguiese su jornada por de la otra parte de la cordillera que cae sobre los llanos de Venezuela, porque Jorge Espira había de ir bojando la cordillera por la parte de los llanos, y llevándola entramos capitanes en medio, verían mejor lo que en ella había, porque como en este tiempo no se había visto lo que era la cordillera, considerábanla muy angosta y estrecha, y en tal forma que la podían tomar en medio los dos capitanes, lo cual era imposible según adelante se podrá ver; y dando Jorge Espira para todo lo dicho muy cumplida instrucción y recaudos a Fedreman, se partió de Coro con el resto de la gente y con ochenta caballos, y tornando la derrota de la Burburata por la ribera de la mar, prosiguió su camino a encontrarse con la gente de a pie que de delante había enviado por las sierras, los cuales, como eran recién venidos de España y no hechos a aquel trabajo, y el tiempo invernizo y de muchas aguas, tenían por intolerable aquella manera de vivir y granjear la vida, y también, no obstante la pesadumbre que el camino y el invierno les daba, los indios naturales de las tierras por do iban les acometían muchas veces dándoles guazabaras y procurando estorbarles el pasaje, los peones lo hicieron tan bien que resistiendo a todas estas contraversias, aunque trabajosamente, pasaron toda aquella serranía, que serían sesenta leguas, y fueron a dar consigo a una provincia llamada Burabre, que está al principio de los llanos y a las espaldas de donde ahora está poblada en esta propia gobernación la ciudad del Tocuyo, cuyos naturales eran en mucha cantidad y muy belicosos, y guerreros en tanta manera qúe desde que esta gente española de a pie entraron en su territorio hasta que los echaron y ahuyentaron de él, nunca cesaron de darles guazabaras y alcances, y aunque los españoles tenían cantidad de arcabuces, no les aprovechaban de ninguna cosa, porque el tiempo era de aguas y los indios estaban ya tan amaestrados y diestros que nunca venían a verse con los españoles y tener con ellos sus refriegas, sino era cuando más llovía, con que salían victoriosos.

Visto los españoles el daño que de los indios recibían y el que la hambre les causaba, que no hallaban comida en aquella provincia por tenerla los naturales alzada y puesta en cobro, acordaron retirarse y volver atrás a encontrarse con el gobernador Jorge Espira y la demás gente de a caballo que aún a esta sazón no habían llegado a donde ellos estaban; y tomando por instrumento y amparo de esta su tornavuelta la escuridad de la noche, que para esto sólo les era favorable, se retiraron y salieron de aquel sitio y poblazón donde estaban, con la mejor orden y silencio que pudieron para no ser sentidos de sus enemigos, los cuales cada día se iban acrecentando y tomando más avilantez y osadía por no recibir ningún daño de los españoles, los cuales si más tiempo allí estuvieran o permanecieran, recibieran muy gran daño de los naturales.

Retirados los españoles, como está dicho, se alejaron y apartaron lo que pudieron de estos naturales, de suerte que no pudiesen ser damnificados de ellos; y aunque había pareceres que no parasen hasta donde topasen a su gobernador, los muchos heridos y enfermos que traían no les dieron lugar a que hiciesen tan larga vía o revuelta como querían. Rancheáronse o hicieron asiento en el desembocadero que dicen de Barquisimeto, donde esperaron al gobernador Jorge Espira y a los que con él iban por la ribera de la costa, que con menos trabajo que los de a pie habían llevado, por llevar consigo todos los caballos e ir por tierra más apacible y andadera y de naturales más domésticos.

Ya que los soldados de a pie y sus capitanes habían descansado en el alojamiento dicho del desembocadero de Barquisimeto, asomó el gobernador a vista de ellos por un alto, con que se alegraron y regocijaron y aliviaron los enfermos, y juntos todos en aquel alojamiento, diéronse largas noticias los unos a los otros del suceso de sus viajes, y cada cual recontaba sus trabajos por mayores, pasando el tiempo en esto en tanto que el gobernador con sus consejeros daban orden en la derrota que de allí adelante se había de tomar, y en el modo que se había de tener para mejor descubrir e ir viendo la tierra

| Capítulo tres

En el cual se escribe cómo después de junto Jorge Espira con su gente, pasó adelante, hasta llegar a la poblazón de Chacarigva, donde tuvieron el invierno. |

Platicado el gobernador con sus isleños expirmentados sobre la derrota y vía que habían de llevar, determinaron que debían seguir la vía de los llanos, llevando la cordillera que a mano derecha tenían por guía, no perdiéndola de vista; y con esta determinación alzó el gobernador su campo y comenzó a marchar hacia las poblazones de Burabre, que es donde habían hecho retirar a los capitanes Cárdenas y Martín González y micer Andrea con la gente de a pie, cuyos moradores aún no habían dejado las armas de las manos, antes como gente victoriosa deseaban la vuelta de los españoles a su tierra, entendiendo desbaratarlos ygozar de sus despojos; y como entendían que no se habían alejado de ellas muchas jornadas tenían puestas sus centinelas y | espías en partes altas, sobre árboles, donde por mucha distancia pudiesen señorear con la vista los caminos por do los españoles podían entrar en su tierra. Y como este tiempo se acercase, y | la gente del gobernador llegase a vista de los espías, ellas luégo dieron aviso de ello a sus principales y | gente de sus pueblos, los cuales, juntándose en gran número, porque era la tierra muy poblada, muy regocijados y | armados según costumbre, salieron al encuentro fuéra de su pueblo a recibir a los españoles con las armas en las manos, y | no mirando en la gente y caballos que en el campo se habían acrecentado, porque hasta entonces estos indios no habían visto caballos ni sabían el daño que con ellos se hacía, arremetieron con buen ánimo a los españoles, los cuales venían apercibidos para recibir y resistir el ímpetu de los indios, y rebatiendo los españoles esta primer arremetida de los indios sin que les hiciesen daño alguno, salieron a ellos los de a caballo y comenzaron a herir y | alancear aquella gente desnuda, aunque no de ánimo, de suerte que en breve espacio los desbarataron y constriñeron a que perdiendo su primer brío, volviesen las espaldas y cada cual procurase poner en salvo su persona, dejando hecho muy poco daño en los españoles, más de haber herido algunos livianamente, de suerte que nadie peligró; sólo mataron dos caballos.

El gobernador, habida esta victoria, se fue derecho a las poblazones de los indios y en ellas se alojó y estuvo quince días, por haber en esta sazón cargado las aguas de suerte que no se podía caminar.

Es toda esta tierra de los llanos en general muy abundante de caza de venados, y como la hierba que en ella se cría son pajonales muy altos, fácilmente los alcanzan los de a caballo y los alancean; y como estas poblazones de Carabre no tenían la abundancia de comidas que para tanta gente era menester, especialmente que, como he dicho, todos los indios fueron forzados algunos de a caballo ir a lancear o cazar venados para sustentarse y dar algún refresco a la gente que llevaban enferma, que padecían doblada necesidad, entre los cuales salió uno llamado Orejón, y apartándose de sus compañeros en seguimiento de un venado, se alejó tanto de ellos y | del alojamiento, que después de alcanzar y | matar el venado, nunca pudo atinar a salir por do había entrado en aquellos llanos. Los demás españoles, sin poder matar ningún venado, por respeto de estar la tierra muy barta de agua y no poder correr los caballos por ella, se volvieron al real, y | echando menos al compañero Orejón y dando de ello noticia al gobernador, hizo sus diligencias mandando tirar muchos arcabuzazos, para que con el estruendo de ellos pudiese atinar a salir de donde estaba, y ninguna cosa aprovechó. Finalmente, el pobre Orejón, español, se quedó en la campiña o sabana aquella noche, y habiéndolo visto los indios naturales andar desvariado y que se quedaba allí aquella noche, se juntaron cantidad de ellos y | fueron donde estaba durmiendo, y sin que fuesen sentidos lo tornaron a manos y con su propia espada le cortaron la cabeza. El caballo de este español andaba suelto, y con el bullicio de los indios se espantó y | se fue a donde estaban los demás españoles alojados, de donde conjeturaron su mal suceso.

El gobernador envió luégo un capitán con gente a buscar rastro o señales de este español entre los indios, los cuales dando en cierto lugar o ranchería donde muchos indios estaban congregados y fortificados, hallaron la espada del muerto y parte de la cabeza cocida para comer, y el casco de ella aderezado para beber en él, y | con esto no curaron de buscar más a su compañero, sino prendiendo alguna gente de la que en aquel lugar estaba hicieron el castigo o venganza de la muerte del español, matando culpados y no culpados, a los unos por lo que hicieron y a los otros porque adelante no hiciesen daño.

Pasado esto y el tiempo dicho, se tuvo noticia de otra provincia que más adelante estaba, llamada Chacarigua, de tierra más alta y airosa y abundante de comida, a la cual se fue luego el gobernador con toda su gente, y alojándose en ella en parte cómoda, tuvo allí el invierno, que serían tres meses, donde se le murieron algunos españoles de los que iban enfermos, y algunos otros que constreñidos y forzados de la hambre a buscar qué comer, se iban a pescar algo apartados del alojamiento, donde eran miserablemente muertos de los indios habitadores de aquella provincia y de tigeres, de los cuales generalmente en todos estos llanos, desde su principio hasta el cabo, hay mucha abundancia, que han hecho harto daño en españoles y en los propios naturales que por aquellas comarcas habitan, hasta despoblar y arruinar muchos pueblos de indios, dejándolos desiertos e inhabitables.

7 Por “Cádiz”.
8 Por “Gomorra”.

| Capítulo cuarto

En el cual se escribe cómo Fedreman envió gente la vuelta del Cabo de la Vela, y él se fue a Santo Domingo a rehacerse de más soldados y caballos, y la prisión que esta gente de Fedreman hicieron de ciertos soldados de Santa Marta y del capitán Ribera, que con ellos estaba. |

En tanto que con los acaecimientos dichos proseguía su descubrimiento Jorge Espira, su teniente Nicolás Fedreman dio principio a su jornada y descubrimiento por muy diferente camino del que había dicho Jorge Espira, y aun con muy diferente propósito, porque en juntando | 9 que en Coro pudo juntar, nombró por su alcalde mayor a Antonio de Chaves, y los encaminó la vuelta de la laguna de Maracaibo, para que pasando y atravesando de la otra banda de aquel ancho lago, marchasen la vuelta del Cabo de la Vela, donde le esperasen, y él había de acudir por mar con la gente y caballos que en Santo Domingo, isla española, había de hacer a costa de los Bezares, conforme a la facultad que para ello le había dado Jorge Espira, su gobernador, y de allí proseguir su jornada por la orden que se verá en el discurso de esta Historia.

Y | con este concierto y acuerdo él se embarcó para Santo Domingo, y Antonio de Chaves prosiguió su viaje con su gente, derecho a la laguna de Maracaibo, donde ya estaba un capitán llamado Martínez, que con el navío que micer Ambrosio metió en esta laguna, y la canoa grande de quien habemos hecho mención, y otros barcos sustentaba y proveía de comidas la gente que micer Ambrosio había dejado en su alojamiento o ranchería, que ya a esta sazón tenían título de pueblo, y por tal se sustentaban allí, aunque trabajosamente; y este Martínez corría toda la laguna hasta la culata, con obra de sesenta hombres que consigo tenía, y proveía, como he dicho, de mantenimientos a la gente del pueblo o ranchería, |y él se aprovechaba de algún oro que rancheaba o tomaba y de algunas piezas de indios e indias que hacían esclavos. A este dio aviso de sus desinios Fedreman, antes que se fuese a Santo Domingo, mandándole que tuviese prevenido de comida aquel pueblo y alojamiento de Maracaibo, para cuando su gente llegase, y él estuviese a punto con sus navíos y canoas para pasarlos a todos de la otra parte de la laguna; y a esta causa pasaron muchos más trabajo en esta sazón los soldados que con Martínez estaban, por haber de prevenir y proveer de tánta comida como para tánta gente era menester.

Llegó el alcalde mayor, Chaves, a la laguna con la gente que a cargo llevaba y | halló el pasaje puesto a punto y en pocos días se hallaron de la otra banda alojados en el pueblo de Maracaibo, donde se entretuvieron algunos días, considerando la tardanza que el teniente Fedreman había de hacer en Santo Domingo, lo cual le fue causa de gran calamidad y trabajo, porque como esta laguna y las provincias comarcanas al pueblo había tántos años que sustentaban la gente que por allí andaba, y había sustentado la compañía y gente de micer Ambrosio mucho tiempo, como se ha visto, ya no tenían ni hallaban mantenimientos ni vituallas en tanta abundancia como de antes, y como en esta sazón cargó tanta gente de golpe, faltaron también de golpe los mantenimientos, y así la hambre les fue causa de muchas enfermedades de que murió mucha gente; y por otra parte los tigeres que en esta provincia había, andaban tan encarnizados y cebados que hicieron muy grandes daños en los indios que estos españoles tenían en su servicio, y en los propios españoles.

Viendo el alcalde mayor, Chaves, y los demás capitanes que con él venían la mortandad y destrucción que en la gente había sobrevenido, determinaron salirse de este pueblo, y dividiendo la gente en tres partes y encargándose de ella tres capitanes, salieron por diferentes caminos para que mejor se pudiesen sustentar, mas con orden y concierto de que, para cierto tiempo, se hallasen juntos en el Cabo de la Vela para recibir a Nicolás Fedreman, que se entendía que para aquel tiempo que señalaron habría ya llegado o llegaría de Santo Domingo.

En este mismo tiempo, siendo gobernador en Santa Marta el oidor o doctor Infante, por la Audiencia de Santo Domingo, salieron de Santa Marta el capitán Ribera y un capitán Méndez, por su mandado, en un navío con cincuenta de a pie y de a caballo, a hacer esclavos a la Ramada, que es cierta provincia que esta hacia la parte del Cabo de la Vela y gobernación de Venezuela, y llegados allí, y saltados en tierra, tomaron algunos indios e indias, y haciéndolos esclavos los embarcaron en el navío y los enviaron a Santo Domingo, y ellos se quedaron en aquella provincia como gente venturera, procurando haber algún oro por fuerza o de grado entre los naturales de aquellas provincias. Dende a poco tiempo murió el capitán Méndez y quedó el gobierno de la gente en el capitán Ribera, el cual, por impedimento de algunos ríos que con la fuerza del invierno traían mucha agua, no había podido volverse por tierra a Santa Marta, aunque lo había intentado algunas veces, y estando alojado en la provincia o junto al río de Macomite, el cual por ser caudaloso y venir muy crecido les había impedido la vuelta y pasaje, envió obra de veinte hombres a buscar comida hacia la parte de la laguna de Maracaibo, por donde la gente de Fedreman iba marchando, y de una de las compañías de Fedreman, que no lejos de este lugar estaba alojada, había a la propia sazón salido una escuadra con veinte y cinco hombres a buscar también comida hacia Macomite, donde el capitán Ribera estaba alojado, e yendo la escuadra de los de Fedreman, que se decía Murcia, marchando por un camino que no debía ser muy escombrado ni muy derecho, oyo ruido y estruendo que los soldados de Ribera iban haciendo, y reparándose y emboscándose con los soldados que con él iban, llegaron dos o tres de los soldados de Santa Marta muy descuidadamente, a los cuales tomó Murcia y | desarmándolos los metió entre los suyos y esperó allí a los demás que desordenadamente y apartados unos de otros iban caminando, y como iban llegando, sin hacer ningún alboroto, los recogía y desarmaba hasta que los juntó a todos muy pacíficamente y con ellos dio la vuelta a donde estaba o había quedado su capitán, el cual, sabida aquella nueva y cómo por allí andaba gente de Santa Marta, procuró luégo reducir y juntar a sí la otra gente de su compañía que andaba dividida para mejor se sustentar, como se ha dicho, y juntos todos los capitanes y soldados de Fedreman, ordenaron de tratarse y hablarse con el capitán Ribera, o por grado o por fuerza traerlo con toda su gente a su compañía, lo cual intentado hicieron fácilmente, porque viéndose Ribera con tan poca gente y que el tiempo le era contrario para poderse retirar y recoger hacia Santa Marta con los compañeros que le quedaban, acordó condescender con aquel género de violentos ruegos con que era más forzado que rogado por los capitanes de Fedreman, y asi se juntó con ellos, creyendo que fácilmente le darían lugar a que se volviese a Santa Marta. Mas los capitanes de Fedreman y su alcalde mayor, Chaves, no se hallaron con tal parecer, antes determinaron de tenerlo consigo a él y a toda su gente, hasta que el teniente Fedreman viniese de Santo Domingo y él hiciese lo que quisiese de ellos, y con este acuerdo se estuvieron todos juntos, pasando el invierno con harto trabajo y hambre.

| Capítulo cinco

Cómo, pasado el invierno, el gobernador Jorge Espira marchó hasta llegar a las riberas del río Opia, donde tomó a invernar, y cómo en el camino prendió a Francisco Velasco, con su teniente, y lo envió a Coro, por ciertas palabras que dijo. |

Ya que el alegre tiempo del verano le entraba a Jorge Espira y las aguas se aplacaban, aprovechándose de la ocasión que el tiempo le ponía en las manos, porque hasta entonces, aunque por la hambre había sido forzado a mudarse de aquel alojamiento, de Acarigua, las aguas de que había estado cercado no le dejaban efectuar su voluntad, se mudó y | pasó más adelante con su gente y campo a una provincia llamada Amorodore, en la cual se alojó y | rancheó para que la gente se reformase de la hambre que traían de atrás; porque como en esta provincia no se había hecho daño ninguno, hallaron en ella abundantemente de comer, y también era grande impedimento y estorbo al caminar y así porque por ser aquella tierra llana aún no se habían escurrido ni enxigado las aguas, se estuvo en esta poblazón y | alojamiento un mes, donde los naturales de ella, deseando echar de sí tan malos huéspedes como los españoles eran, por los daños que en sus comidas y | aun personas de ellos recibían, convocándose y juntándose muchos indios tomaron las armas en las manos para echar de allí a los nuestros; mas ninguna cosa les prestó porque dos veces que acometieron a dar en sus enemigos fueron con mucha facilidad rebatidos y ahuyentados tan amedrentadamente que nunca más osaron juntarse ni tomar las armas en las manos, antes apartándose todo lo que podían de los españoles, les dejaban gozar con quietud de sus casas y haciendas y de todo lo demás que entre manos tenían, en pago de lo cual les habían muerto dos caballos.

Después del tiempo dicho pasó el gobernador adelante con su gente, prosiguiendo su descubrimiento por la halda de la sierra y cordillera, que siempre llevaba a mano derecha, y llegó a otra provincia de indios llamados Coyones | 10 , bien poblada, y la gente belicosa y guerrera y de buen coraje en las guazabaras, y de diferente lengua de la de atrás. Alojose en esta provincia la gente española, y pretendiendo los naturales de ella ganar más honra que los de atrás, salieron de mano armada y con buena orden acometieron a los nuestros, los cuales, aunque estaban ya puestos a punto para recibir a los enemigos, no dejaron de tardar en desbaratarlos, por ser gente que les turaba el brío algún tiempo, y aunque fueron maltratados y desbaratados de los españoles, todavía les pusieron en condición de matar al capitán Montalvo, al cual quitaron la lanza, y | derribándolo del caballo se lo llevaban a manos vivo si no fuera socorrido de algunos soldados que lo defendieron y quitaron de las manos de los indios. Hirieron y maltrataron a otros españoles, mas no murió ninguno. Acometieron otras dos veces estos indios, y | siempre fueron frustrados de sus desinios con daño de sus personas.

De esta provincia de Coyones pasó adelante Jorge Espira con su gente y | llegó a las provincias y ríos que dicen de Barinas, que es a las espaldas de donde está ahora poblada la ciudad de Mérida del Nuevo Reino. Allí se rancheó y alojó el gobernador con su compañía por descubrir y ver si por allí cerca hubiese entrada para atravesar la tierra. Estuvo en este sitio o alojamiento muchos días Jorge Espira, con gran daño de su gente, porque se hallaba poca comida y había muchos enfermos, que les era gran impedimento y | estorbo para seguir su descubrimiento y jornada con la diligencia necesaria, de donde redundaba que el gobernador hiciese tantas paradas y sintiese la gente tanto la hambre, de tal suerte que muchos días se sustentaron con solamente palmitos |y otras comidas silvestres y no conocidas, causadoras de mayores enfermedades y males. Y estando en esta necesidad tan extrema, tuvo noticia el gobernador que en la sierra o cordillera se hacían ciertos valles poblados de indios, en que habría abundancia de comida, el cual luégo envió a su teniente, llamado Francisco de Velasco, con doscientos hombres y algunos caballos, y | le mandó que llegase con los caballos hasta el pie de la sierra, y que quedándose él en unos poblezuelos de indios que allí había, con alguna gente, enviase la demás arriba a traer comida y le proveyesen de todo el maíz, yuca y | patata y sal que pudiesen, que era todo bien menester.

El teniente Francisco Velasco se partió con la gente, y llegando al pie de la cordillera hizo lo que el gobernador le había mandado, quedándose él allí con cincuenta hombres, y enviando los demás a lo alto para el efecto dicho con un caudillo llamado Nicolás de Palencia, los cuales caminando hallaron un bohío redondo muy grande, hecho en un arcabuco o montaña, en el cual había más de mil y quinientas hanegas de maíz; y alegrándose los soldados con tan buen encuentro, pararon allí con el servicio de indios e indias que llevaban, de donde salían a correr los pueblos y lugares de alrededor, prendiendo alguna gente de la que por allí había, rancheándoles esa miseria que tenían, donde hubieron alguna provisión de sal, con que restauraron algún tanto la mucha falta que de ello todos tenían; y enviando de este bohío redondo la gente que pudieron cargada de maíz y otras raíces y sal, se quedaron los más de los soldados en guarda de aquel bohío, porque si lo desamparaban, los indios no los escondiesen el maíz.

El Francisco de Velasco holgose con el recado y comida que le habían traído de la sierra, y procuró que se llevasen dos o tres caminos de comida a donde el gobernador estaba con los enfermos, y procuró informarse de las gracias que Jorge Espira le daba por el socorro de la comida que le había enviado, al cual dijeron que estaba algo quejoso por lo poco que le había llevado; y amohinándose el Velasco de estas nuevas, dijo: o cuerpo de tal con el gobernador; pues voto a tal que si él tiene allá ciento de capa blanca, yo tengo acá doscientos de capas negras; y con esto recogió la gente y | fuese donde Jorge Espira estaba. Algunos amigos del gobernador les pareció mal estas palabras del Francisco de Velasco, y dando aviso de ello al gobernador le indinaron contra él de tal suerte que luégo procediendo contra Velasco lo prendió y aprisionó con todo recado e hizo sus informaciones muy bastantes de lo que había dicho; y consultando el negocio con los capitanes y personas principales que en el campo traía, las pidió parecer de lo que se debía hacer, los cuales acordaron que debía echar de sí a Velasco, porque no hubiese tantos superiores. Visto esto yque ningún bien habían de causar al teniente, y así, de parecer de todos, acordó el gobernador echar de sí a Velasco, enviándolo a Coro con toda la gente enferma que en el campo había y algunos sanos para su resguardo y custodia. Envió asímismo un capitán con una compañía de soldados para que acompañasen aquella gente enferma y | presa, hasta echarlos fuéra de las provincias que atrás quedaban, que eran de gente belicosa y guerrera, sin que recibiesen de ellos ningún daño.

Hecho esto y vueltos los que acompañaron al teniente Velasco y enfermos, prosiguió su descubrimiento el gobernador con su gente los llanos adelante, y como el tiempo era ya del todo enjuto y los ríos venían muy mansos, no se detenían en ninguna parte, antes caminaban con toda ligereza, pasando por muchas provincias pobladas de gentes diferentes unas de otras y de diferentes lenguas y nombres, con todos los cuales no dejaron de tener algunos recuentros y guazabaras, mas no de suerte que les impidiesen el caminar. Llegaron a los ríos famosos por su grandeza llamados Apure y Çarara, y como era verano fácilmente los pasaron, porque la tierra es llana y ellos van derramados y extendidos y muy sosegados y mansos; ysin éstos, otros muchos ríos de mediana grandeza, que también suelen impedir el pasaje a los descubridores, como son los ríos Casanare, de igual grandeza que los nombrados, y Pavxoto y Cosubana y el Temen, y Guanaguanare, y Opia, y Haya, y Gravbiare, y Papamene, todos estos que salen de la sierra y cordillera dicha, cuyos nombres referidos son los propios que los naturales les tienen puestos. Y caminando, ya que el invierno entraba, llegaron a un río llamado Opia, a la ribera del cual había algunas poblazones de indios, donde pareció al gobernador y | a sus capitanes ser parte acomodada para tener y pasar el invierno, por poderse proveer y | sustentar de las comidas y mantenimientos que los naturales de estos pueblos tenían para su sustento, y | así hicieron su alojamiento y ranchería en el mejor y más alto sitio que les pareció de estos lugares y pueblos que a la ribera del río Opia estaban.

| Capítulo seis

Cómo el teniente Chaves llegó al Cabo de la Vela y halló allí al teniente Fedreman, que había venidó de Santo Domingo, y cómo el capitán Ribera y los demás soldados de Santa Marta fueron sueltos. |

El río de Macomite, en cuyas riberas la gente y capitanes del teniente Fedreman invernaron, había ya bajado y el invierno cesado cuando el teniente Chaves y los otros caudillos determinaron pasar adelante con su descubrimiento la vía del Cabo de la Vela; y dejando en aquel alojamiento o invernadero toda la gente enferma, porque no les fuese estorbo ni impedimento en su jornada, pasando el río Macomite prosiguieron adelante y comenzaron a entrar entre algunas gentes belicosas y desnudas, salteadoras |y vagabundas, las cuales no habitaban en poblazones ni en lugares conocidos, sino metidos en montañas, ni menos cultivaban las tierras para sustentarse, ni cogen ningún género de fruta de ellas, así por ser, como he dicho, estas gentes enemigas del trabajo, como por ser la tierra algo estéril; mas con todo eso no hay campo que si lo cultivan no lleve fruto. El sustento y mantenimiento de estos indios es carnes de venados, que hay por allí en abundancia, y pescados, que en aquella comarca se toma mucho, y por pan comen ciertas puches o mazamorras hechas de una semilla muy menuda, como mostaza, que la tierra por allí produce de suyo.

Estos indios, aunque están tan divididos, son en cantidad. Salieron diversas veces acometer a los españoles con muy buen brío, y como era gente muy suelta y diestra en el guerrear, hiciéronles poco daño los nuestros y ganaron con ellos poca honra, porque en un recuentro o guazabara que tuvieron los unos con los otros, perdieron los españoles un capitán llamado Avellaneda de Guzmán, con otros seis soldados que, a manos, vivos les tomaron los indios y les pusieron en condición de perder más gente; y así tuvieron los nuestros por más acertado el pasar adelante que el pretender sujetar estas gentes, pues con ellas no se podía ganar ninguna honra ni aun hacienda, porque no tenían ono ni otras riquezas de que pudiesen ser aprovechados.

En esta propia jornada y descubrimiento hallaron estos descubridores en la costa de la mar, cuatro navíos de españoles hechos pedazos, y | las gentes de ellos tendidas por la playa y costa y arenales de la mar, todos muertos, que pareció haber perecido de hambre y sed, sin que en ellos hubiese señal de haberlos muerto ni llegado a ellos indios, ni menos pudieran atinar qué gente fuese esta.

Pasados los españoles de las tierras de estos salteadores, y entrando entre otra gente más doméstica, acordaron enviar por la gente enferma que habían dejado en el alojamiento del río Macomite; y | enviando a la ligera tres soldados buenos peones y atrevidos, que fueron Alonso de Olalla y Alonso Martín de Quesada y Diego de Agudo, les mandaron que fuesen a dar aviso a la gente enferma que se apercibiesen y estuviesen a punto para cuando los caballos llegasen por ellos que luégo se partiesen. Estos tres soldados españoles, con solas sus personas, espadas y rodelas, se metieron temerariamente por entre las provincias dichas y por otras, aventurándose a ser presos de los indios; y queriéndolos Dios guardar, pasaron sin recibir ningún daño y llegaron al alojamiento donde había quedado la gente enferma, de los cuales hallaron muy pocos vivos, que con las enfermedades y hambre y | poco refrigerio, todos los más se habían |y estaban muertos en sus propios lechos y hamacas, sin que los vivos, que eran bien pocos, los pudiesen enterrar ni dar sepultura, ni aun creo que usar los unos con los otros de ninguna obra de misericordia. Los tres soldados quedaron admirados de ver la mortandad que en el alojamiento hallaron, y | los que estaban vivos sintieron tanto placer en verlos, que olvidados de sus enfermedades saltaban de las camas a congratularse con ellos, dando no sólo con palabras muestras de su alegría, mas con abundancia de lágrimas que de sus ojos vertían. Entre sanos y | enfermos determinaron hacerse un convite o banquete para mejor celebrar su alegría y | contento, y para efectuarlo mataron un borrico pequeño que remaneció en aquella ranchería, y | con dos pares de bollos de maíz que a los tres soldados les había sobrado del matalotaje, a medio asar la carne, se sentaron a comer, por lo cual entiendo que aún hasta ahora no la han digirido algunos.

Con esta cena y convite y | con el contento dicho, se esforzaron los enfermos y cobraron ánimo para mejor sufrir su calamidad, y de allí adelante lo pasaron mejor, porque con algunos bledos que los soldados que en socorro habían ido les cogían y cocían de los que había por allí nacidos, se sustentaron hasta que llegaron los caballos, y subiéndolos en ellos caminaron a donde estaba la demás gente; y como estaban tan debilitados y consumidos y los regalos que se les hicieron fueron tan pocos y el caminar a caballo suele matar los sanos cuanto más los enfermos, se iban muriendo por el camino hasta que llegaron a juntarse con los demás españoles, donde esos pocos que vivos quedaron fueron reformados y curados, y dende a poco se partieron de este alojamiento donde habían estado esperando los enfermos, y prosiguiendo su derrota caminaron algunos días trabajosamente, al cabo de los cuales llegaron al Cabo de la Vela, donde hallaron al teniente Nicolás Fedreman, que era ya llegado de Santo Domingo con ochenta hombres y cantidad de caballos y comida que había recogido de por allí cerca y | él había traído de Santo Domingo.

Alegráronse mucho todos estos capitanes y | soldados de hallar allí a su general, por el buen socorro que les tenía de comida y ropa para vestirse. Fedreman, asímismo, se holgó de ver su gente, aunque no dejó de sentir la mucha que le faltaba y se había muerto. Luégo, su teniente o alcalde mayor, Antoño de Chaves, le dio noticia de cómo estaba con ellos el capitán Ribera, que con ciertos soldados había salido de Santa Marta a hacer esclavos, como se ha dicho, y que por hallarlo en su jurisdicción o gobernación él los había preso y | los tenía allí para que hiciese de ellos a su voluntad. El gobernador Fedreman mando luego parecer ante sí el capitán Ribera y a los demás soldados que con él salieron de Santa Marta, y les habló muy afablemente, induciéndolos a que lo siguiesen de su voluntad; en fin de lo cual les dijo que él tenía por señor y padre al doctor Infante, gobernador de Santa Manta y oidor de Santo Domingo, por cuyo mandado había venido allí, al cual no quería disgustar ni dar ninguna pesadumbre; que aunque lo habían hecho mal en entrar a hacer esclavos en aquella tierra, que era de su distrito, lo de hasta allí pasase, y dende en adelante no lo hiciesen, sino que se recogiesen a su gobernación, y si entre ellos había algún soldado que de su voluntad quisiese quedarse en su compañía que él se lo agradecería y tendría muy particular cuenta con su persona, y si no que ninguno quedase y fuesen con la bendición de Dios, ofreciéndoles si habían menester algún avío o socorro para su camino. El capitán Ribera y sus soldados tuvieron en mucho el parlamento que Fedreman les había hecho, tan acompañado de buenos cumplimientos y amorosas palabras y ofrecimientos, que si no lo tuvieran en aquel tiempo por cosa fea el no volver a dar cuenta a sus gobernadores, desde luego se quedaran con él; mas forzados de esta costumbre se despidieron y apartaron de Fedreman para irse la vuelta de Santa Marta, excepto tres soldados que usando de su libertad no quisieron seguir a su capitán Ribera y | se quedaron allí con el general o teniente Fedreman, el cual se detuvo en este alojamiento del Cabo de la Vela algunos días, intentando, con cierto artificio de rastros, si podía sacar perlas de la mar, lo cual por entonces fue de ningún efecto y fue en vano su trabajo. Mas ahora entiendo que gozan de ello los vecinos del río de la Hacha, que cerca de este Cabo de la Vela habitan, los cuales han sacado y sacan muy gran cantidad de perlas, de donde Fedreman no las pudo sacar, el cual viendo cuán mal le iba con la granjería de las perlas, determinó dejarla y dar orden en la prosecución de su descubrimiento y | jornada, en la forma que adelante se dirá.

9 Falta “la gente”.
10 Sustituír “Coyones” por “Cojones” (Esta es la lectura correcta). Equivocación de Becker.

Capítulo siete

En el cual se escriben algunas cosas de las que al gobernador Jorge Espira y a sus soldados les sucedió en el invernadero del río Opia, y cómo pasó de allí adelante. |

Con la fuga de las aguas del invierno creció tanto el río de Opia, en cuyas riberas se había alojado el gobernador Jorge Espira con sus compañeros, que con su inundación cubrió muchas tierras comarcanas al alojamiento, con que causó muy gran daño a los españoles, que con esto eran impedidos a no poder salir a poblazones apartadas a buscar comida, y así les sobrevino tan afligida hambre que les causaba enfermedades y otros daños con que eran muertos; y | por otra parte eran damnificados de los tigeres, que como a lugar más alto y | seguro de las aguas se habían recogido muy gran cantidad de ellos a donde el real de los españoles estaba alojado, que en pocos días les habían llevado delante de los ojos y | aun casi de entre las manos muy gran cantidad de indios e indias ladinos que les servían, y entre ellos algunos españoles; y entre otros a quien esta desgracia les sucedió fue a un Manuel de Serpa, portugués, que habiendo salido con otros compañeros a coger cierta fruta, no muy desviado del alojamiento, llamada hobos, que era el principal mantenimiento con que se sustentaban los españoles, un tigere llegó desvergonzadamente, y con su bruto y cruel atrevimiento, delante de los demás españoles, le dio con las manos un golpe o manotazo a este portugués en la cabeza que la hizo pedazos, y pasando por entre los demás el tigere armado o enrizado, no hubo quién osase herirle ni hacerle mal ninguno.

Traían estos animales tan amedrentada toda la gente, que hasta los caballos sentían el daño y no osaban salir ni apartarse del alojamiento a pacer, por estar algunos heridos y lastimados de ellos; y | las espías que para resguardo del campo se suelen poner en lugares acomodados para ello y junto a los caminos por donde más el peligro se teme, no daban lugar los tigeres a que así se hiciese ni se guardase en esto ni en otras muchas cosas la disciplina militar, mas interrompiéndolo todo eran causa que los que hacían la guardia y servían de espías y velas hiciesen sus oficios encima de árboles muy altos, a donde aun del todo no se tenían por seguros, según las astucias y traiciones de que usa este carnicero animal por haber y matar alguna persona.

Y viendo el gobernador la calamidad que su gente padecía por falta de comida, acordó que se hiciese una balsa de maderos livianos para en ella atravesar el río de Opia y pasar a un lugarejo que de la otra parte estaba, a proveerse de alguna comida; y poniendo en efecto este acuerdo, hicieron la balsa en quince días, bien grande, en que cabían buen golpe de gente, la cual echaron en el agua y en ella entraron todos los soldados que cupieron, y con su cierta manera de remos y otros soldados buenos nadadores, que yendo por el agua nadando tiraban con cabuyas o sogas de la balsa para ayudarla a navegar y pasarla de la otra banda, comenzó a engolfarse en aquel ancho río; y llegando al medio de la corriente y fuga del agua, fue fácilmente desbaratado el gobierno de la navegación, y llevándola el río con la corriente fueron todos los españoles que en ella iban puestos en condición de ser muertos; porque los indios que de la otra banda estaban, viendo que la industria de los nuestros no había sido tal que bastase a cortar por la corriente del agua y asabesar | 11 el río, antes habían sido señoreados y sojuzgados de él, llevándolos el agua por do había querido, prestamente entraron en sus canoas con sus remos o canaletes y armas en las manos, y enderezando las proas a la balsa partieron con ánimos de ganar una buena victoria y haber en su poder toda la gente que en la balsa iba, si sus desinios no fueran estorbados con la muerte de un español de los que habían salido nadando delante de la balsa, llamado Francisco de Cáceres, que en el río toparon sobre el agua, los cuales ocupándose y teniéndose a dar la muerte a este español, que con sumirse debajo del agua muchas veces los entretuvo muy gran rato, hasta que la balsa de nuestros españoles, por la propia agua y combates del río, fue restituída a tierra hacia la parte donde estaban alojados los españoles, donde luégo los que dentro iban, desamparándola se metieron por la montaña adentro, huyendo cada cual como podía, temiendo que aun por la tierra irían con las canoas los indios bogando en su alcance, según sacaron los ánimos amedrentados de aquella tribulación.

Acabados los indios de dar la muerte a Francisco de Cáceres, soldado afamado entre estas compañías por su buen brío e industrias en cosas de guerras, fueron en seguimiento de la balsa, la cual hallaron sin ninguna gente, y llevándosela consigo se andaban regocijando con ella por el agua, trayéndola de una parte a otra, dando muy grandes muestras de alegría, como gente que sólo aquello tenían por entera victoria, y que su barbaridad no alcanzó a aprovecharse de tan buena ocasión como tuvieron para hacer más daño en los nuestros y haber una victoria harto notable, pues en ella habían a las manos los más y mejores soldados de la compañía, con que quedaba todo el resto de la gente perdida, por estar. muchos o los más de ellos enfermos y no para tomar armas en las manos.

Con estos trabajos y otros que mi pluma calla por parecer increíbles, pasó el invierno y las aguas aflojaron de suerte que un poco más arriba del alojamiento, por cierto vado apacible que el río Opia por aquella parte hacía, lo pasaron los nuestros, y comenzaron a marchar por entre gentes de diversas y diferentes lenguas, que por no tener intérprete que las entendiese para saber cuáles eran y los nombres de sus provincias y pueblos, no van aquí escritas en este discurso, que sería en el paraje de los chiscas o laches, llamados chita y el cucuy, por donde después se siguió el camino de la gobernación de Venezuela al Nuevo Reino. Hubieron estos españoles un indio que aunque escuramente era entendido de cierto faraute que en el real traían, el cual dio al gobernador Jorge Espira muy entera relación del Nuevo Reino de Granada, porque a esta sazón estaban en el paraje dél, declarándoles muy particularmente las muchas riquezas que los naturales poseían y los muchos y grandes señores que en él había con la muchedumbre de naturales, y que la sal y mantas que por allí habían entre aquellos indios de lo llano por donde andaban, toda bajaba del Nuevo Reino; dándoles también a entender que para señorear y sujetar tantos señores y naturales como en aquella tierra había, eran muy pocos los españoles que él allí había visto, prefiriéndose este indio a meterlos en la tierra que les decía, y aunque en alguna manera hallaban los españoles por allí algunas señales de lo que el indio decía, no del todo eran promovidos sus ánimos a seguirlo, pues lo guardaron tan flojamente que se les huyó una noche, y por huírse el pobre indio cayó de una barranca abajo en un río que cerca estaba, donde se mató y fue comido bien en breve de los peces, porque yendo otro día a pescar al propio lugar un español tomó un pece crecido, en el buche del cual hallaron la natura y compañones todo junto de este indio; y aunque después, por persuasiones de algunos buenos soldados, fue persuadido Jorge Espira a enviar gente a descubrir este Reino, y salieron al efecto cierta compañía de soldados con un Juan de Villegas, que después gobernó aquella provincia de Venezuela, no hicieron cosa ninguna que les aprovechase; porque hallando la subida de la sierra dificultosa para caballos, se volvieron desde ciertos pueblos que algo metidos en la cordillera estaban, donde tomaron cantidad de mantas y sal de la que del Reino bajaba, y con esta su flojedad dejaron casi como de entre las manos este pedazo de próspera tierra con que después con no menores trabajos y calamidades de los que esta gente pasó, pero con mejor fortuna y más obstinados ánimos, descubrieron por muy diferente derrota de ésta y conquistaron y sujetaron el teniente Gonzalo Jiménez de Quesada y sus comilitones, tres años después del acometimiento de Jorge Espira, con que ilustraron y perpetuaron sus buenos hechos y hazañas, y mereció dignamente el teniente y general Jiménez de Quesada ser Adelantado del Nuevo Reino, y sus soldados y compañeros en el trabajo gozar de una próspera quietud con que descansadamente hoy gozan de los frutos y esquilmos de aquella tierra, justamente por ellos merecidos.

Y de esta propia adversa fortuna participó micer Ambrosio, como en su Historia se trata, pues hallándose el año de veinte y nueve, no diez leguas ni aun ocho de esta provincia del Nuevo Reino, por la parte por donde al presente está poblada la ciudad de Pamplona, en el distrito del propio Nuevo Reino, dejó de seguir su descubrimiento como lo llevaba encaminado, y dando la vuelta sobre mano izquierda, inclinándose a ciertas poblazones de gentes chitarera que de aquella parte había, fue dende a pocos días muerto, y su gente se volvió a la laguna de Maracaibo, por diferente camino del que había llevado, y de allí a Coro.

Capítulo octavo

Cómo pasando adelante Jorge Espira con su gente dieron en una poblazón que por su fortaleza llamaron Salsillas; y de cierta noticia que tuvieron de un gran río, que presumieron ser el Marañón. |

No pasó el gobernador con su gente por las tierras y poblazones que en suma y algo escuramente referí en el capítulo antes de este, tan pacíficamente que no le matasen y descalabrasen e hiriesen algunos soldados, de suerte que le fue necesario detenerse algunos días adelante de donde intentó entrar en el Nuevo Reino, hasta tanto que sus enfermos tuviesen mejoría, y convalecieron de tal manera que aunque trabajosamente estuvieron para caminar, y pasando adelante con su largo y trabajoso descubrimiento, con sobra de buena esperanza, porque algunos indios que se habían tomado por las provincias por do habían pasado, astuta y malvadamente a fin de echar los españoles de sus tierras, y conociendo en alguna manera, aunque bárbaros y de rústicos ingenios, la pretensión de los españoles, que era haber muchas riquezas de oro y plata, de lo cual, aunque aquellos bárbaros carecían, no dejaban de tener algún conocimiento de muy lejos, especialmente que el gobernador les mostraba algunos piezas que de estos metales llevaban, y así casi todos los indios parecía que por aviso del demonio, estaban tan conformes que uno de otro no discrepaba en dar muy buena relación y noticia al gobernador Jorge Espira de que adelante por la derrota que iba hallaría tanta abundancia de aquellos preciosísimos metales que cargarían muy muchos caballos de ellos en llegando, y con esto, añadían calidades de gentes vestidas de mucha gravedad y majestad que lo poseían, y con otros falsos colores que a sus pláticas daban, henchían los ánimos de los soldados de una tan buena y loca esperanza, que ciegos y llenos de codicia, pasaban por muy intolerables trabajos, y no estimando los que delante se les ofrecían, ni escarmentando, como suelen decir, en cabeza ajena, pues cada día veían disminuír y apocar el número de la gente de su compañía con miserables muertes que recibían, unos de hambre, otros de cansados y trabajados, otros comidos y despedazados de bravos tigeres, y otros de diferentes géneros de enfermedades que les daba, mas usando de sus invencibles ánimos, aunque temerariamente, siempre proseguían adelante con su descubrimiento y jornada; y así dieron de repente y sin pensarlo, casi desapercibidos de comidas, en una tierra algo áspera y quebrajosa, en parte montuosa y en partes rasa, de muy rara poblazón y estéril de comidas, donde se tomaron algunos indios, los cuales, siendo interrogados por sus farautes, dieron noticia que cerca de allí, sobre la mano izquierda, estaba un pueblo grande, bien proveído de mantenimientos y de otras cosas.

El gobernador, con codicia de ver y saber lo que era, si por ventura fuese el principio de la noticia que de atrás traía, hizo asentar su campo en la parte más alta que le pareció, y enviando una buena compañía de soldados, de los más dispuestos para ello, les dio naturales que los guiasen por buen camino, los cuales, apartándose algunas jornadas de la demás gente, llegaron a un cerro y poblado de crecidas montañas y arcabucos, lo alto y cumbre del cual era raso y llano, y en él estaba un lugar o pueblo de hasta cien casas o bohíos grandes, el cual demás de la fortificación con que la naturaleza lo había dotado, artificialmente, por industria de los indios y moradores de aquel pueblo, tenía hecho un palenque de gruesos troncos de palma, muy espinosos y puyosos, apretados y abrazados unos con otros, de mediana altura. Junto con esto y alrededor del mismo palenque, tenía hechas muy hondas cavas, dentro de las cuales estaban hincadas muy largas y altas puyas, las puntas para arriba, y cubiertas estas cavas muy sutilmente con muy delgadas varas y tierra encima, y sobre la tierra de las cavas sembradas algunas yerbas para más disimulación, que ninguno que no lo hubiera visto pudiera presumir que allí hubiese aquellos hoyos, ni que gente tan de rústicos ingenios como son aquellos indios tuviesen capacidad para inventar semejante manera de fuerza y custodia para su pueblo y personas.

Llegados nuestros españoles, como se ha dicho, a vista de este pueblo y palenque, luégo que fueron juntos determinaron de arremeter y asaltarlo, porque la cerca no era muy alta, y como de tropel se fuesen llegando sin mirar por do iban, uno de los de la compañía, llamado Miguel Lorenzo, anticipose de los demás queriéndose nombrar y ganar honra; mas como no mirase dónde ponía los pies, fue engañado con el artificio e ingenio de aquellos bárbaros, y cayó dentro de un hoyo de aquellos, y como los demás viesen que el compañero no parecía, presumiendo el engaño que en la tierra había, se repararon y fueron llegando atentamente hasta donde el soldado se había sumergido y hallándolo vivo, porque cayó casi de lado entre las puyas y estacas del hoyo, no había recibido lesión ninguna, y echándole ciertas varas largas en que se asiese, lo sacaron con toda presteza del hoyo, sin que los indios tuviesen lugar de tomar las armas y ofenderlos, pero aunque cuando acudieron estaba ya fuéra el español, ellos comenzaron, desde lo alto del palenque a arrojar innumerable cantidad de flechería y muchas lanzas y dardos, con que hicieron retirar a los españoles, y los arredraron del palenque, hiriéndoles algunos soldados, y sin recibir ellos daño alguno quedaron victoriosos, porque aunque los nuestros, aquel propio día y otro después diversas veces, procuraron con buenos ardides asaltar el palenque, fueron siempre rebatidos de los de dentro, sin poder hacer ningún daño en ellos; y considerando cuán fortalecido estaba aquel pueblo, y que si perseveraban en quererlo tomar su obstinación sería de ningún efecto, y así tenida por temeraria y loca, acordaron dejar aquel pueblo con su victoria, al cual por parecerles con aquella manera de fortificación inexpugnable para las armas que tenían con que arruinarlo, le pusieron por nombre Salsillas, casi en memoria de la inexpugnable fuerza de Salsas, que en Cataluña está.

Solamente hubieron de este pueblo una india con una criatura de hasta siete y ocho años, con la cual por presa de su trabajo se volvieron a donde había quedado su gobernador alojado, sin llevar otro recurso ni proveimiento de comida | 12 , | que fue harto desconsuelo para todos. El gobernador tomó la india y con sus intérpretes procuró inquirir y saber de ella si se hallaría por allí cerca comida alguna, la cual le respondió que ciertas jornadas de allí había mucha abundancia de maíz y de otras cosas de comer, pero que habían de ir por unas ciénegas y manglares, tierra muy mala y de perverso camino, y después habían de llegar a un río muy caudaloso, por el cual habían de ir en canoas a donde la comida estaba. La necesidad que de ella había hizo que el gobernador no le pereciese nada dificultoso este camino para sus soldados. Luégo mandó apercibir los que les pareció y dándoles por caudillo uno de aquellos capitanes y a la india para que los guiase, les mandó que fuesen a traer el bastimento que pudiesen, y que llevasen atada y con todo recaudo aquella india que habían de llevar o llevaban por guía, la cual si se les iba sería en vano su trabajo, y pondrían la gente en riesgo de perecer de hambre.

A este río de que esta india dio noticia, algunos en aquel tiempo quisieron afirmar que era el río Marañón, y no es de maravillar que lo tratasen, pues entonces no había la claridad que de él y de otros muchos ríos muy caudalosos ahora hay; y mas lo cierto es que este río, que no es el Marañón por donde bajó Orellana del Pirú, y después la gente de Aguirre, porque desde este paraje hasta las provincias de donde se volvió perdido este gobernador Jorge Espira, hay muy grande distancia de tierra, y se pasan otros muchos ríos caudalosos, que aunque todos se juntasen no llegarían a hacer un río que con alguna similitud pudiese ser comparado con el Marañón. Demás de esto, sin lo que este gobernador caminó prolongando la sierra y cordillera que sobre mano derecha llevaba, sin encontrar río que con su grandeza le impidiese el pasaje, como el Marañón lo hiciera, casi por el mismo camino caminaron después otros capitanes con número de gentes, como fueron Hernán Pérez de Quesada, hermano del adelantado del Nuevo Reino, que prolongando la cordillera fue a salir a las espaldas de Pasto, según en su Historia se dice; y después de él anduvo Felipe de litre, que salió de la gobernación de Venezuela, y después don Pedro de Silva, que salió del Nuevo Reino; y con haber, como he dicho, más claridad y pasado más adelante de este paraje de Jorge Espira, jamás ninguno se afirmó haber visto el río Marañón para afirmarse en ello, mas de divisar desde lejos grandes aguas que presumían ser él.

He querido dar aquí esta claridad y relación sobre este caso, porque ninguno debe tener por cierta la opinión que algunos quieren sustentar de que de los gobernadores y capitanes que de Venezuela y de Cubagua salieron antiguamente a descubrir, hubo algunos que llegaron a las riberas del río Marañón, también porque lo dicho es materia conveniente a lo que en el capítulo siguiente tengo de tratar, y para más comprobación de mi opinión que es la que en él apuntaré.

| Capítulo nueve

En el cual se escribe cierta noticia que una india dio a Jorge Espira de que había españoles perdidos cerca de donde estaba alojado, y cómo de aquí nació la opinión de la gente perdida de Ordaz y lo del Dorado. |

El caudillo que el gobernador Jorge Espira enviaba a buscar comida, tomó la india que para guía le había dado, y pretendiendo guardarla desde luego con cuidado, atole una cabuya o soga al pescuezo por prisión, que es una cosa muy usada entre gentes de jornadas cuando así van en descubrimientos. A los indios que las van sirviendo y les llevan sus cargas y comidas les ponen esta manera de prisión, para que demás del trabajo que llevan en ir cargados y fuera de sus casas y naturalezas, vayan sujetos a una perpetua servidumbre.

Viéndose, pues, esta pobre india enlazada por el pescuezo, comenzó a quejarse de la crueldad y tiranía que con ella usaban estos españoles y a decir que a ella la habían tenido sujeta otros españoles, pero que no lo habían hecho tan severamente con ella ni la habían puesto aquella manera de prisión, antes después de haberse servido libremente de ella el tiempo que les pareció, le habían dejado y enviado con todo contento a su casa. Y como el faraute o intérprete diese noticia de esto que la india había dicho, causoles grande admiración y los hizo estar perplejos, considerando qué pudiese ser aquello, pues hasta entonces nunca por aquella vía había pasado ninguna gente de ninguna parte a descubrir, antes ellos eran los primeros descubridores de aquellas tierras.

Y con esta confusión, el gobernador llamó a la india y le tomó a repreguntar lo que había dicho, la cual, por el faraute o intérprete respondió que ciertos hombres de la suerte y manera de los que allí estaban, habían subido por el río arriba por donde ella los quería llevar, y llegados a aquel pueblo del palenque, que los españoles llamaron Salsillas, se volvieron, y que aunque en aquella sazón la prendieron aquellos españoles, sin hacerle daño ninguno la habían soltado, por temor de los cuales aquellos indios habían fortificado en aquella forma aquel su pueblo, y que estaban diez jornadas de allí el río abajo en una tierra de muchos pueblos de indios, donde los cristianos tenían hecho otro palenque fuerte en que se recogían y estaban fortificados contra las asechanzas y calunias de los indios naturales de aquellas tierras y eran ya muy viejos, y que tenían muchos hijos ya grandes e indias que les servían, los cuales no tenían para defensa de sus personas sino solas dos espadas, y los demás usaban las armas de la tierra, que eran arcos y flechas, y que asímismo no tenían caballos, que en su lengua llaman guabiares, mas que tenías perros, a quien llaman avres.

Esta relación y noticia que esta india dio de estos españoles movió los ánimos de muchos soldados a tener voluntad de ir en demanda de aquella tierra y gente de quien les había dado noticia aquella bárbara mujer; mas al gobernador Jorge Espira no le pareció acertado viaje dejar de seguir su descubrimiento por tierra e ir a meterse en la fortuna del agua por dicho de una infiel de menos verdad que fe, y así con buenas razones dio a entender a los suyos que debían de quitarse de aquel propósito, y los ánimos que tan valerosamente querían emplear en seguir aquella rústica mujer que por ventura pretendía meterlos en donde pereciesen, los conservasen para la noticia que casi entre las manos llevaban, por la mucha certidumbre que los naturales de atrás les habían dado de las riquezas de adelante.

De estos propios soldados que aquí se hallaron con Jorge Espira han querido y aún quieren afirmar que esta noticia que con astucia de haber libertad les dio esta india de haber visto y conocer españoles en aquella tierra y están en la parte dicha, es cierta y verdadera, y que es la gente que don Diego de Ordaz perdió viniendo al Marañón; y lo que acerca de esta gente de Ordaz hay que saber yo lo tengo escrito en esta Historia, tratando de aquella propia jornada, y los propios soldados de Ordaz que hoy son vivos afirman que en el Marañón no se perdió ninguna gente de los de su compañía, sino en unos bajos. De los que allí se perdieron en el propio batel de la nao escaparon ciertos soldados que dieron noticia de la perdición y anegación de los demás; y como en la propia parte traté, esto de decir que hay españoles en aquellas provincias del Dorado o sierras del Sur, es invención sembrada mañosamente, para con esta color persuadir a los gobernadores que consientan juntar gente para ir a buscarlos; de la cual fama y divulgación tuvo noticia su Majestad en España el año de mil quinientos y cincuenta y nueve, y envió una cédula real a la Audiencia del Nuevo Reino de Granada para que se informasen de los naturales qué gente españoles había perdidos en aquellas provincias del Sur, y aunque diligentemente lo procuraron, no hallaron ninguna evidencia ni claridad de ello, y así se dejó caer.

Porque es cierto que un solo cristiano que su Majestad entendiera que había en aquellas partes entre indios, es tánto el entrañable amor que a sus súbditos y vasallos tenía y tiene, que sobre el libertario hubiera puesto toda la diligencia posible. Aliende desto, como poco ha dije, el río Marañón está tan desviado de esta provincia y paraje de donde voy tratando cuanto atrás queda declarado. Luego sigese que aunque se hubiera perdido gente en el Marañón, que no podía haberse apartado tanto de él, ni metídose en la tierra, por ser los descubrimientos y conquistas de aquel tiempo de tal condición que consumían en breve tiempo muy grandes compañías de gentes. Y esto no lo digo porque por ello pretenda deshacer la grandeza de la tierra que en aquellas del Sur hay, que llaman el Dorado, porque yo por muy cierto tengo en este caso la común opinión y noticia que siempre han dado los naturales, algún principio de la cual vio Felipe de litre el año de cuarenta y siete, cuando salió herido y casi huyendo y admirado y espantado de aquel principio que vio él y los que con él iban, que los naturales vecinos de aquella tierra y amigos suyos le vendieron por muy pequeña cosa en comparación de lo que adelante había, como en su lugar más largo lo diré, tratando de su jornada, y lo mismo confirmó después don Pedro de Silva, que yendo con unos pocos compañeros enfermos y mal aderezados, vio un principio de poblazones y gentes tan ricas y tántas que le fue necesario sin darles ninguna pesadumbre, volverse por do había entrado, de lo cual también en su lugar diré cómo pasó.

Y pues tantos testigos hay y de tánto crédito, por muy cierto se puede tener la felicidad de aquella tierra; y porque sobre todo lo dicho tocante al Dorado y a la gente de Ordaz, se trata más largo en la parte referida, podré cesar aquí la plática, y aun rogar a estos señores gobernadores y sus soldados que se entretengan un poco buscando qué comer en estos arcabucos, en tanto que recorremos la salida del teniente Fedreman del Cabo de la Vela en prosecución de su jornada, y declaramos algo del suceso de ella.

Sólo me resta aquí decir que los soldados y capitanes de Jorge Espira se conformaron con la voluntad de su gobernador, y siguiéndola no curaron de tratar más en lo que la india decía, con propósito de seguir su descubrimiento, como lo llevaban comenzado por la halda de la cordillera del Reino.

11 Por “atravesar”.
12 Hay algunas líneas de difícil lectura, que parecen decir: ” |y con sus intérpretes procuran (¿) inquirir y saber de ella si se hallaría por allí cerca comida alguna, la cual le respondió… (falta final de la frase”).

| Capítulo diez

Cómo Fedreman partió del Cabo de la Vela y se metió la tierra adentro, donde tornó a encontrar con el capitán Ribera y lo prendió a él y a sus soldados, y dio la vuelta a la laguna de Maracaibo por diferente camino. |

En tanto que los trabajos referidos padecía el gobernador Jorge Espira y sus soldados, al teniente Fedreman no le sucedían sus cosas tan prósperamente que no participase de las mismas calamidades e infortunios; porque después de haber estado algunos días en el Cabo de la Vela, fueron resolutos él y sus capitanes y gente que siguiesen las pisadas y camino que micer Ambrosio había llevado, porque en su compañía había algunos soldados de los que escaparon de aquella jornada, que le certificaban que si llegaba al paraje donde micer Ambrosio llegó y de allí proseguía adelante con su descubrimiento, que podía dar en alguna tierra próspera y felice, por haberles parecido en alguna manera buena disposición de tierra la de adelante hacia el Norte; aunque a otros que con micer Ambrosio iban les pareció lo contrario, por la poca voluntad que de pasar adelante tenían, afligidos de los grandes trabajos y necesidades que habían pasado.

Y con esta determinación se partió Fedreman con toda su gente del Cabo de la Vela, tomando la derrota y vía del valle de Upar, para de allí ponerse en el camino que tenía pensado; y aunque en este viaje no fueron perseguidos de naturales, fuéronlo de enfermedades que comenzaron a dar a los soldados en apartándose de la costa y frescura de la mar, porque luégo se metieron en unas tierras y valles muy cálidos y que carecían de todo refresco y aun de comidas y de aguas, que era lo que más atormentaba la gente, porque como eran recién venidos de España y no hechos a semejantes trabajos, hambres y sedes, fácilmente eran consumidos y muertos; y así el teniente iba cada día perdiendo gente por el camino sin poderlos remediar. Apartábanse algunos soldados a quien la sed más aquejaba a buscar agua, y engolfados la tierra adentro, que por allí en algunas partes era muy llana, fácilmente desatinaban y perdían el tino, sin jamás poder acertar con el camino por do habían entrado, y así como locos se andaban de una parte a otra, hasta que vencidos de flaqueza y faltos de fuerza no se podían menear a una parte ni a otra, y allí donde esta triste voz les tomaba, allí se quedaban mirlados y muertos; y de esta suerte le faltó mucha gente a Fedreman, sin poder él poner ningún remedio en ello, porque si se detenía a buscar los soldados que de esta suerte se le perdían era poner en condición de perder de todo punto su campo, pues mientras más se detuviese por estas tierras calientes y secas, más había de cargar la sed y enfermedades en su gente, y así, aunque cada día le daban nuevas que se le quedaba la gente perdida, pasaba de largo y disimulaba con ello, porque, como he dicho, no podía ni le convenía hacer otra cosa, so pena de perderlo todo.

El capitán Ribera, que con sus cincuenta compañeros se habia apartado en el Cabo de la Vela de Fedreman para se ir a Santa Marta, de do había salido, prosiguiendo su viaje, le fue estorbado el pasaje por los indios de Chimila, pueblo cercano a la marina y a Santa Marta, porque hiriéndoles ciertos soldados en una guazabara que con ellos tuvieron, les fue forzoso retirarse de noche y volver atrás, por lo cual determinó el capitán Ribera de verse otra vez con Fedreman a fin de rogarle que si tenía algún navío en la costa se lo vendiese para ir a Santa Marta. Algunos soldados de los de Ribera quisieron estorbar estas vistas, diciendo que sí con Fedreman se tornaban a ver, que podría ser constreñirles a que fuesen con él; mas Ribera, como era hombre cabezudo, repudió el consejo que le daban, diciendo que no sería parte Fedreman para estorbarle de hacer lo que quisiese, y con esta determinación llegó a encontrarse con Fedreman a tiempo que le habían ya faltado parte de sus soldados y estaba con necesidad de acrecentar su gente, y viéndose los dos capitanes, fácilmente se concertaron, porque Fedreman, ofreciéndose de hacer todo placer al capitán Ribera si de su voluntad le siguiese con sus soldados, le persuadió por muchas vías y con muchos buenos cumplimientos a ello, y viendo Ribera que si lo que Fedreman le rogaba no lo hacía de voluntad, lo había de venir a hacer con violencia y por fuerza, acordó complacer al teniente Fedreman y condescender con su ruego, y así le dio la palabra de no hacer más de lo que quisiese. Esto determinado, algu­nos soldados de los de Ribera, no pareciéndoles bien tánta tardanza como Ribera hacía en estarse allí con el teniente Fedreman, porque se deseaban volver a Santa Marta, fuéronse a Fedreman a preguntarle lo que estaba hecho y silos había de dejar ir a Santa Marta, el cual los remitió a su capitán Ribera, para que les diese la respuesta de ello, donde luégo supieron lo que estaba determinado y concertado entre los dos capitanes, y para más congratularse Ribera con Fedreman y excusarlo de culpa, hizo cierto escrito o petición diciendo que él de su voluntad se metía debajo de su bandera por estar en parte donde podía ser desbaratado y maltratado de los naturales.

Algunos soldados de los que Ribera había traído quisieron intentar novedades, y comenzaron a mover los ánimos de muchas personas, para que dejando la compañía de Fedreman, se fuesen a Santa Marta; mas siendo descubiertos de sus desinios y tratos, fueron frustrados de ellos y algunos castigados ejemplarmente, porque el alcalde mayor, Antonio de Chaves, por consejo y mandado del teniente y capitán de Fedreman, ahorcó dos soldados de los de Santa Marta, que parecían tener los ánimos más levantados y causar más bullicio en el campo, y con todo este castigo y la vigilancia que los capitanes de Fedreman ponian en guardar y mirar que no se les fuesen los soldados que habían venido con el capitán Ribera, se les fueron una noche seis soldados, y echándolos menos otro día el capitán Fedreman los envió a buscar haciendo gracia y merced de los caballos y ropas y presas y armas, y de todo lo demás que los fugitivos llevaban, a los que iban en su alcance y seguimiento, para que con más voluntad los siguiesen; y después de haber caminado en su demanda algunos días, se volvieron sin hacer ningún efecto, porque en el camino perdieron el rastro y no atinando la derrota que podían llevar fueron burlados por las astucias y buen ingenio de los fugitivos, los cuales, entendiendo que había de salir gente en su alcance, llegaron al río llano y haciendo señal o rastro de que habían pasado adelante, se volvieron al propio río y caminando por el agua de él muy gran rato, se emboscaron y escondieron de suerte que, como he dicho, no pudieron ser hallados de los que los buscaban, los cuales se volvieron sin la presa a donde Fedreman estaba, y los soldados de Santa Marta prosiguieron su viaje, y pasando por muchas poblazones de naturales y gentes muy belicosas, llegaron a Santa Marta, donde hallaron al adelantado de Canaria, don Pero Fernández de Lugo, que había recién llegado de España, el cual, sabido lo que Fedreman había hecho, le escribió muy comedidamente que se hiciesen buena vecindad y que le desocupase lo que de su gobernación le tenía ocupado.

Estas cartas, por mano de los naturales, de unos en otros, fueron a poder de Fedreman, el cual, sabida la pujanza de gente que el adelantado había traído de España, caminó luégo con su campo derecho al valle de Upar, como iba, para según se ha dicho, seguir la derrota de micer Ambrosio y entrar en el Reino. Mas como la joya y suerte del Nuevo Reino no estaba guardada para estos gobernadores de Venezuela, que eran muy amigos de derramar sangre humana y de oprimir los pobrecillos, en llegando Fedreman al valle de Upar mudó consejo con la ambición y deseo que tenía de ser gobernador de Venezuela; porque parece ser que cuando salió de España los Bezares le dieron toda buena esperanza de que tras de él le enviarían provisiones para que en él quedase el gobierno de la tierra, y con este deseo imaginó que ya estas provisiones que él esperaba estarían en Coro, y así, dejando el camino y derrota que llevaba, en la cual no interesaba más de ganar por la mano al licenciado Jiménez y entrar mucho tiempo antes en el Nuevo Reino de Granada, dio la vuelta sobre la mano izquierda, acostándose a la laguna de Maracaibo, para volver a la ranchería y puerto por do su gente había pasado. Dividió su gente por diversas partes para que mejor se pudiesen sustentar, y con todo eso era tan mal poblada por allí la tierra como la de antes por do había pasado, y así no menos hambres y necesidades padecieron en esta tornavuelta que en lo que atrás quedaba andado, con muertes de muchos españoles.

En esta jornada se apartó un capitán llamado Pedro de Limpias, a quien cupo por suerte ir con cierta gente por la cordillera y serranía que caen sobre la propia laguna, donde tomó cantidad de oro fundido y alguno en polvo, de do quedó la noticia y fama que ahora dicen de los brazos de hemina, que es esto; y aunque después lo han salido a, buscar algunos capitanes, nunca han topado con ello. Es tierra de pocos naturales, pero de muy ricas minas de oro debajo de tierra. Y con la orden dicha caminó el campo de Fedreman derecho a la laguna, donde llegó, con harto trabajo y pérdida de los suyos, al propio paso y lugar de do antes había partido Chaves con toda la gente, que era la ranchería y alojamiento do estuvo micer Ambrosio. Llegados allí hallaron mal aderezo para poder pasar la laguna, porque los bergantines y canoas todo lo quemaron cuando pasaron: sólo les quedó para remedio de esta pasada, sacar de la laguna las obras muertas del navío que antes allí habían tenido para su conquista y pasaje, que habiéndole pegado fuego se había quemado todo lo que cay fuera del agua; y aderezándolo lo mejor que pudieron, pasaron todos de la otra parte de la laguna de Maracaibo, donde se alojó el campo, en tanto que Fedreman, juntamente con su ida a Coro, determinaba su viaje y la derrota que había de tomar.

| Capítulo once

En el cual se escribe una guazabara que los indios dieron a los españoles, y el suceso de ella, y cómo pasando adelante y pasando por muchas poblazones y ríos caudalosos, llegaron al río de Papamene. |

Habiendo ya asosegado Jorge Espira a su gente del alboroto que entre ellos se había levantado sobre ir en descubrimiento de las tierras y españoles que por noticia les había dado aquella india de quien atrás queda largamente dicho, y estando casi de camino para pasar adelante, fueron juntos y convocados esos pocos naturales que por aquella comarca había, para acometer a los españoles y hacer en ellos el daño que pudiesen; y poniendo en efecto su determinación, vinieron de mano armada un día muy de mañana, ya que quería amanecer, que es la hora en que más comúnmente los indios suelen dar en los españoles, y llegando a donde las velas o centinelas estaban casi dormidas, arrojaron una lanza y dieron a uno de los que velaban, en la rodela, que se la pasaron y juntamente con ella el cuerpo del que la tenía, que dende a poco murió de ello, y con esto fueron sentidos los indios por los demás españoles, los cuales luégo tomaron las armas para resistir a sus contrarios; y los aderezos de guerra que traían estos naturales eran muy crecidas lanzas de palma y rodelas de anta y mucha cantidad de flechería con recios arcos y grandes hondas de las cuales usaban con mucha destreza; eran muy ciertos en el golpe; traían asímismo muy grandes ollas y gruesas cabuyas o sogas para atar a los españoles y guisarlos y comerlos y celebrar una muy buena comida, para el cual efecto traían allí consigo a sus mujeres con los aderezos de cocinar.

Ya que había entrado el día comenzose a trabar la guazabama o pelea entre los unos y los otros tan reciamente que casi estuvo por algún espacio dudosa la victoria; porque demás de que los indios eran briosos y muchos, usaban bien de todas sus armas, damnificaban a los nuestros en gran manera con las piedras que les arrojaban con las hondas, que al caballo que una vez acertaban con una piedra de las que tiraban nunca más le podían hacer arrancar contra los indios; y como en estas guerras la principal fuerza sean los caballos, y los más rehusaban los encuentros con el terror de las piedras, daban mayor esperanza a los enemigos de conseguir la victoria, y era tánta la fuerza e ímpetu con que estos bárbaros arrojaban una piedra, que con ella quebraban una rodela hecha de macanas o de duelas, que es bien recia y fuerte.

Viendo los nuestros el vigor y resistencia de los contrarios, y cuán en aventura estaba la victoria de esta guazabara, envió el gobernador Jorge Espira cincuenta soldados de a pie y quince de a caballo que rodeando cierto trecho por detrás de un monte o arcabuco pequeño que al un lado se hacía, fuesen y diesen en las espaldas a los contrarios, con que los ahuyentasen, lo cual con la brevedad que el caso lo requería fue hecho, y dando por las espaldas inopinadamente de los enemigos, fueron heridos y muertos muchos de ellos, y como por ambas partes fuesen guerreados, dejando las armas, se dieron a huir con mucha soltura, y así hubieron la victoria los nuestros, aunque con algún daño que sé recibió de heridas que dieron a particulares soldados y a muchos indios del servicio de los españoles, que también salieron a la pelea.

Recogiose la gente, y porque los que salieron heridos fuesen curados y no puestos en el trabajo del camino tan presto, holgaron en este alojamiento otros quince días más, al cabo de los cuales prosiguió el gobernador su descubrimiento por la halda de la sierra y fue a dar a un pueblo que llamó el pueblo de Nuestra Señora, por respeto de que en él holgaron y estuvieron el día de Nuestra Señora de Agosto, y este día les hizo el gobernador un convite a todos los soldados en regocijo de las buenas nuevas que los indios de aquel pueblo les daban de la prosperidad de tierra y naturales y riquezas que adelante decían que habían a fin de echar a los españoles de su tierra. Y aquí, asímismo, hizo esta gente cierta promesa a Nuestra Señora porque les encaminase aquello que deseaban.

Este pueblo de Nuestra Señora, cerca de donde al presente está poblado un pueblo de españoles dicho San Juan de los Llanos, que por vía del Nuevo Reino pobló el capitán Avellaneda, es por donde después vino a entrar el teniente Fedreman en el Nuevo Reino, como adelante diremos en esta misma Historia hallaron en este pueblo de Nuestra Señora un bohío o casa de admirable grandeza; tenía de largo doscientos pasos y cada frente dos puertas grandes, y según después se supo, era este bohío templo de aquellos bárbaros, donde hacían sus sacrificios al Sol, a quien tensan por dios, y en él tenían muchas doncellas recogidas, que eran ofrecidas como en sacrificio de sus padres, con las cuales estaba un indio viejo, que era como el sacerdote para aquellos ofrecimientos, el cual tenía cargo de predicar aquellas mujeres lo que conforme a sus preceptos habían de guardar. Tenían en este bohío cantidad de todo género de mantenimientos para el sustento de aquellas encerradas doncellas.

Pasadas las fiestas y regocijos; que no debieron ser pocos los que se hicieron con las buenas nuevas de la tierra de adelante, prosiguieron su viaje, y al salir del pueblo de Nuestra Señora, ya que iban marchando, salieron a dar en los españoles cantidad de indios de aquella provincia, los cuales se habían juntado para dar en el alojamiento de los españoles y allí damnificarlos todo lo que pudiesen, porque les parecía mal la mucha tardanza y entretenimiento que en su tierra hacían, y tan mal libraron en este acometimiento del camino como libraran si en el alojamiento acometieran; porque luégo la gente que allí iba de a caballo dio en ellos, y alanceando muchos de los que en la delantera iban fueron fácilmente rebatidos y desbaratados, de suerte que no tornaron a dar más desasosiego al campo que caminaba.

Aquel día, propio fueron los nuestros a alojarse a un lugar o pueblo que estaría dos leguas del de Nuestra Señora, cuyos moradores habían sido llamados y llevados para la guazabara o pelea que con los españoles tuvieron; y como otro día acudiesen a sus casas y alrededor de ellas encontrasen los caballos que andaban sueltos paciendo, eran tan opresos del temor que en la guazabara del día antes habían cobrado, que sin osar ni poder volver atrás ni pasar adelante, se dejaban caer en el suelo y metiendo las cabezas y rostros entre la paja dejaban los cuerpos descubiertos, como suele hacer la perdiz cuando es perseguida del cazador. De este pueblo pasó nuestra gente adelante en su descubrimiento, y llegaron a un río llamado Oriare o Oguape, ribera del cual había algunos naturales poblados, de lengua guati. Alojose el gobernador en la ribera de este río por ir algo crecido. Los naturales que de la otra parte estaban contrataban con los nuestros, aunque no con mucha seguridad, porque pasaban el río en canoas con algunas comidas, y cuando llegaban cerca de tierra decían a loe españoles que pusiesen el rescate a la lengua del agua y que se arredrasen afuera, y con esto llegaban los indios y tomando el rescate que les daban, dejaban allí las comidas que traían, y se volvían sin querer mostrar su conversación; y paréceme que lo hacían astutamente, pues si calan en poder de aquella gente que venían hechos a tomar todo lo que habían menester graciosamente, se había de hacer lo mismo con ellos, y aun si pasaban sin derramamiento de sangre, sería muy gran merced que se les hacía.

Estos indios, pensando asombrar a los nuestros, hacían en sus pueblos, que estaban a la ribera de aquel río Ariare, muy grandes candelas o fuegos toda la noche; y una de las noches que allí estuvieron los nuestros, de repente, alzaron los indios muy gran grita y vocería que causó alguna admiración entre los españoles, y procurando inquirir y saber qué fuese la causa de aquel alboroto y grita, era que en aquella sazón había hecho eclipse la Luna, y conforme a las supersticiones que estos indios usan, tuviéronlo por mal pronóstico y señal, como que por aquel eclipse les había de sobrevenir hambre o mortandad, y para remedio de estos males o en venganza del pronóstico y señal que la Luna les había dado, se airaban y enojaban contra ella arrojándole muchos tizones, y palos y piedras y otras cosas que a las manos habían. Con el mismo ímpetu los principales y señores, siguiendo la misma furia y superstición de sus súbditos, tomaban las macanas, que son sus armas, y daban muy grandes golpes en los árboles que topaban, en señal de venganza contra la Luna, y volviéndose a los indios sus vasallos, los consolaban diciendo que no temiesen las calamidades que representaban los prodigios de la Luna, que ellos lo remediarían todo con grandes sementeras que harían para su sustento y mantenimiento, y con esto se aplacaron.

Los nuestros, buscando vado, pasaron el río muy apartados de la poblazón dicha, y prosiguiendo su descubrimiento por la halda de la cordillera que a mano derecha llevaban, fueron a dar a una provincia que tiene un río llamado Guaviare, y por la lengua de los naturales Camicamares, cuyos naturales salieron al encuentro al gobernador Jorge Espira y a los suyos, por los cuales fueron fácilmente desbaratados y ahuyentados; y no deteniéndose en esta provincia prosiguieron adelante y llegaron a un pueblo de cierta gente llamados guayupes, cuyos moradores esperaban a los nuestros en sus propias casas con las armas en las manos; y para representar con más ferocidad la braveza de sus personas, que eran muy crecidas, estaban todos untados con el zumo de ciertas manzanas que en común llaman jaguas, con lo cual eran vueltos muy flegros. Estas jaguas es cosa muy usada en las Indias, casi tanto como la bija, betún colorado de que también, como en muchas partes de esta Historia he tratado, usan los indios e indias mucho.

Estaban estos bárbaros desnudos, en cueros, para mejor usar de la ligereza de sus personas, y con esto se habían emborrachado con aquel brebaje de que usan todos los indios en general, que es o de maíz o de aquella raíz llamada yuca; porque tenían estos indios, y sin ellos otros muchos, que saliendo borrachos a la guerra o pelea, llevan consigo más vigor y fuerza y coraje. Mas todas estas invenciones no les aprovecharon cosa alguna, porque aunque en el primer acometimiento que nuestros peones les hicieron se defendieron muy bien, luégo que llegaron los de a caballo fueron con facilidad rompidos y desbaratados y puestos en huida. Los nuestros saquearon el pueblo, y alojáronse allí aquel día, y el siguiente se partieron para adelante, y en pocos días llegaron a un río caudaloso, llamado Papamene, que en lengua de aquellos naturales quiere decir río de plata, ribera del cual se alojaron para dar orden en su pasaje y en buscar vado para ello y haber algunos indios naturales de por allí que los guiasen adelante.

Capítulo doce

Cómo teniendo Jorge Espira paz con los indios del Papamene, pasó el río, y atravesando la tierra de este nombre, fue a dar, con guías que de allí a los Choques, de donde envíó un caudillo con gente a descubrir lo que adelante había. |

Alojado Jorge Espira riberas del río Papamene, luégo los naturales de aquella provincia, admirados de ver aquella nueva manera de gentes, barbadas y vestidas y en toda manera de vivir muy diferentes de ellos, comenzaron a cercar recatadamente a los nuestros, para mejor verlos y reconocerlos, lo cual visto por el gobernador, comenzó a llamarlos por señales que les hacía y por algunos intérpretes que traía, que aunque torpemente entendían en alguna manera aquella lengua. Los indios, entendiendo por las señas que veían que los nuestros querían su amistad y trato, tomaron la comunicación que les pareció más segura y de que menos se podían aprovechar los españoles para resistirles, y metiéndose gran cantidad de ellos en canoas, se vinieron por el río acercando a donde estaban alojados los españoles, los cuales no dejaban de estar muy recatados y sobre el aviso, viendo que los indios habían usado de aquella destreza y que para venirlos a ver se habían juntado más de trescientas canoas.

Comenzáronse a tratar los unos con los otros por vía de rescate y mercado, porque los indios traían cantidad de pescado asado en barbacoa y otros géneros de comidas de que ellos usan, y a trueque de ello pedían de lo que los españoles traían, y lo que más les agradaba eran cascabeles, por los cuales daban más que por otro ningún género de rescate de los que los españoles traían; y con este género de contrato vinieron los indios a perder el temor y a darse más a conversación con los nuestros, de suerte que vinieron a saltar en tierra y a entrar muy sin temor en el alojamiento de los españoles. Viendo esto el gobernador, procuró informarse de estos indios de la noticia que adelante había o tenían de gentes y oro, los cuales como si estuvieran en los corazones de los nuestros, así les pintaban por palabras lo que iban a buscar, diciéndoles que en tiempos pasados sus mayores habían ido a guerrear con ciertas gentes que adelante de ellos estaban, de donde habían traído gran cantidad de oro y plata; y como era cosa que los españoles y su gobernador mucho deseaban haber, no pusieron ninguna duda en ello, mas tomando de aquellos propios indios cuatro o cinco para guías y lumbre de aquella tierra, levantando sus tiendas pasaron el río de Papamene, y caminando, por donde los indios les llevaban, fueron a dar a unas provincias llamadas los Choques, tierra bien poblada aunque arcabucosa y muy doblada y los naturales de ella muy belicosos e indómitos y de muy mala disistión y condición y gente muy diestra y animosa en el guerrear, y así usan de lanzas muy largas de palma, a las puntas de las cuales tienen puesto un pedazo de una canilla de un indio, muy delgada y afilada, y enxerida allí con hilo, con que hieren reciamente a sus contrarios. Usan para su defensa de rodelas de palo, muy recias y muy ligeras, y en la manija de la rodela traen siempre puesto un pedazo de cierto género caña que en esta tierra y en otras muchas hay, y tan agudo como cualquiera navaja, aunque no tan recio ni tan turable, para en hiriendo el indio degollarlo y cortarle la cabeza. Es gente que come carne humana toda ella en general, hasta las mujeres, por lo cual se mueven grandes guerras entre sí unos con otros, y por comerse no tienen ley el padre con el hijo y el marido con la mujer. Están muy juntos los pueblos unos con otros, pero fortalecidos con palenques de gruesos. maderos por lo poco que entre ellos tura la amistad. Al tiempo de ir a hacer sus sementeras llevan consigo sus armas, y con la una mano cavan y en la otra tienen la lanza y la rodela, porque como todos andan enemistados por sus continuas guerras, en ninguna parte tienen seguridad. Es tierra de muchas aguas y ríos y muy húmeda y manantiales, y por esto malsana para españoles.

Entrando Jorge Espira en esta provincia de los Choques se alojo en la parte más cómoda y descubierta que le pareció, donde dende a poco tiempo llegaron unas indias naturales de aquella provincia, que traían en las manos ciertas vasijas de agua con una manera de hisopos hechos de cabuya, que es como cáñamo, los cuales mojándolos en el agua comenzaron a asperjar a los cristianos, y descurriendo por todos con su manera de salutación, luégo les comenzaron a lavar los pies a algunos y beberse el agua con que los lavaban y comerse cualquier cosa que podían haber de las uñas de los pies o carnosidad y otras inmundicias que allí se suelen criar o pelos que de la barba se les caían, superstición o ceremonia bien sucia a mi parecer, y hecho esto, estas bárbaras comenzaron a hablar muchas cosas en su lengua, de las cuales los nuestros no pudieron entender ningunas por falta de intérpretes, porque los que del Papamene habían sacado, en el camino se les habían huido por negligencia de las guardas que los traían a cargo; y con esto se volvieron a ir las indias por el camino por do habían venido y nunca más volvieron.

Los indios de esta provincia, aunque entre sí estaban discordes en esta sazón, se confederaron para dar en los españoles, y tomando todos de conformidad las armas, revolvieron con ellas sobre los nuestros, teniendo por muy cierta la victoria por la gran confianza que de si tenían en casos de guerra. Mas en todo se hallaron burlados de sus desinos, porque al acometer a los nuestros fueron de ellos rebatidos, y luégo acudieron los de a caballo, y dando en ellos hirieron a muchos, y fueron desbaratados y ahuyentados en breve espacio de tiempo, y con no salirles este acometimiento con la prosperidad que pensaron, nunca dejaban de acometer a los nuestros y venir cada día sobre el alojamiento a dar gritos y desasosiegos y a hacer daño en los indios del servicio de los españoles, porque poniéndose los propios indios choques en emboscada cerca de donde estaban rancheados los españoles, les tomaban algunas piezas que sallan del alojamiento a buscar agua o leña y otras cosas necesarias.

El gobernador, queriendo saber qué tierra era aquella y las poblazones de ella, mandó a un su maese de campo, llamado. Esteban Martín, que con cincuenta peones y quince de a caballo saliese a visitar y ver aquella tierra y reconocer lo que en ella había; y salido este capitán con la gente que se le dio, nunca se pudo apartar mucho del alojamiento, a causa de los muchos manglares y otros estorbos que había, por donde no podían ni pudieron jamás pasar los caballos, que se les sumían casi todos por entre las muchas raíces de árboles que sobre la haz de la tierra había, que son los llamados manglares y pantanos o tremedales, de suerte que de toda imposibilidad no podían llevar caballos, y así se volvió Esteban Martín con la compañía a donde el gobernador estaba, y le dio cuenta y razón del impedimento que había tenido para no pasar adelante a hacer lo que le había mandado; el cual tomó a mandar al propio capitán Esteban Martín que dejando los caballos fuese con cincuenta compañeros y viese aquella tierra y lo que en ella había.

El Esteban Martín era hombre baquiano en las Indias, que es lo mismo que isleño y de experiencia suficiente, y uno de los que escaparon de la jornada de micer Ambrosio, el cual, como atentadamente había considerado la disposición de aquella tierra y la desvergüenza y atrevimiento de los naturales de ella, pesole de que el gobernador tornase a mandar que fuese con gente de a pie y sin caballos a verla, y tuvo empacho de decirle al gobernador que no quería ir o que no convenía aquella ida, porque no dijesen que lo hacía de flaqueza o temor. Solamente le dijo: vuestra señoría, obstinado en su primer acuerdo, me manda ir entre gente tan belicosa y guerrera como esta es y de sierra y montaña, y que comen carne humana, y a pie y sin caballos; plega a Dios que volvamos acá alguno de los que allá vamos, porque yo por mi cuenta hallo que esta gente es más belicosa que otra alguna de cuantas he visto ni andado, y que habremos bien menester las manos. El gobernador, pasando por lo que su maese de campo Esteban Martín había dicho, tomó a mandar que saliesen los que estaban apercibidos, y que si no querían ver lo que en aquella tierra había, que apartándose dé la poblazón de la provincia de los Choques donde estaban, pasasen a descubrir y ver lo que adelante había; con lo cual se despidió y apartó Esteban Martín con sus cincuenta compañeros, y dejando las poblazones que cerca del alojamiento estaban, pasó adelante por tierra muy cerrada y sin caminos y por entre ciénegas y arroyos que fatigaban y afligían demasiadamente la gente que consigo llevaba, lloviéndoles muy continuos aguaceros de noche y de día; y después de haber caminado tres o cuatro días, con harto trabajo, ya que estaban para dar la vuelta al real, por parecerles de ningún efecto ni provecho aquel su caminar, deparoles su fortuna una angosta senda o caminillo pequeño e inusitado por el cual caminaron otros dos días, y al tercero, ya tarde, dieron en unas labranzas de indios, y en una tierra muy doblada y quebrada y razonablemente poblada por los altos, donde encontraron un camino ancho y bien seguido, y caminando por él anduvieron toda aquella noche bajando quebradas o arroyos muy hondos, y subiendo a lo alto. Ya que era cerca del día, llegaron junto a un pueblo o lugar de basta treinta casas que en lo alto de un cerro estaba fundado de tal suerte que con las propias casas hacían | o cercaban una plaza de mediano grandor, de condición que si no era por las propias moradas de los indios no se podía entrar en la plaza, y éstas eran llanas a manera de ramada, excepto que a un canto de cada bohío estaba hecho un retrete o partadijo para dormitorio de los moradores, y el restante estaba lleno de grandes atambores y otros instrumentos de que aquellos indios usaban.

El capitán Esteban Martín se detuvo antes de entrar en este pueblo por poner en concierto su gente, que como había caminado toda la noche venía algo desconcertada y aun cansada, y los indios del servicio y carruaje que traían muy entendido por el camino.

| Capítulo | trece

En el cual se escribe la pelea que los españoles hubieron con los indios del pueblo que habían topado, y cómo retirándose hacia el alojamiento, fueron también acometidos y maltratados de otros indios que en el camino había. |

Como los indios del servicio y carruaje que Esteban Martín llevaba venían muy derramados, no se llegaron ni juntaron tan fácilmente como el caudillo pretendía, el cual viendo que la luz del día se acercaba, y pareciéndole que era mejor ocasión y más acertado dar en el pueblo con el velamen y oscuridad de la noche, dejó a Nicolás de Palencia, que después fue vecino en Pamplona, en el Nuevo Reino, para que recogiese la gente que faltaba, y él con la mayor parte de los soldados que llevaba, dio en el pueblo, moviendo algún tumulto y alboroto en las primeras casas, porque como los moradores de ellas sintiesen sobre sí gentes y armas extranjeras y eran heridos y maltratados de los españoles, alzando sus voces y gritería dieron a entender a los demás del pueblo el aflicción en que se veían y la entrada de los nuestros en su tierra, y así toda la otra gente del pueblo, tomando las armas en las manos, acudieron aquella parte donde más bullicio había, y dando en los españoles que andaban algo derramados, los constriñeron y forzaron a que se recogiesen a un cuerpo y escuadrón, con los cuales pelearon buen rato sin que de ninguna parte se reconociese ventaja ni el daño que se hacía por la oscuridad de la noche; y como los indios tenían ventaja a los nuestros en el conocimiento del lugar y en el número de guerreadores, forzáronlos a que, desamparando de todo punto el pueblo en el cual habían peleado gran rato, se retirasen fuéra de él a cierto sitio donde se fortificaron y entretuvieron hasta que la demás gente que atrás había quedado llegó, y en este tiempo ya los indios habían lastimado y herido algunos soldados y muerto algunos indios ladinos de los que al principio llegaron, que se esparcieron por el pueblo a ranchear y hurtar lo que había, como por costumbre lo tenían, mas éstos eran fácilmente muertos de los naturales con lanzas que los atravesaban por el cuerpo.

Juntos, pues, todos los españoles, recobraron el ánimo perdido, y dando con muy buen brío y coraje en los indios, los hicieron retirar, aunque con harto trabajo y riesgo, porque como las armas que aquellos bárbaros tenían eran lanzas muy largas y rodelas y peleaban a pie quedo y con buen compás, con dificultad les podían entrar los nuestros, ni hacerles daño, mas al fin, como he dicho, ellos hicieron retirar a los indios y tornaron a ganar el pueblo y lugar que habían perdido, con lo cual los indios perdieron el ánimo y no apretaban a los nuestros con la furia que de antes. Reconocieron fácilmente los españoles la flojedad de los indios y el poco brío con que peléaban, y aprovechándose de la ocasión y no perdiendo punto, siguieron su victoria, y aunque con trabajo muy grave los desbarataron y de todo punto los ahuyentaron y echaron del pueblo.

Los bárbaros, no apartándose mucho del lugar, pusieron las rodelas sobre las cabezas, porque llovía muy reciamente y siempre había llovido durante el tiempo de la guazabara, y estuviéronse allí esperando a que amaneciese para reconocer y ver qué género de gentes eran las que con tánto ímpetu los habían echado de sus casas y pueblo. Los nuestros, para poner mayor temor en los ánimos de los indios y amedrentarlos por todas vías, y para señorear mejor aquel sitio, pusieron fuego al pueblo y quemaronlo todo, sin que dejasen en pie más de solas tres casas que estaban algo desviadas de las demás, en qué guarecerse del agua. y alojarse el tiempo que allí estuviesen.

Llegado el día, los indios se estaban bien cerca de los españoles, como antes lo habían hecho, con sus armas en las manos, sin moverse, espantados y admirados de ver cuán poca gente les había hecho tánto daño. A los nuestros no les pareció bien la osadía de estos bárbaros, estarse tan desvergonzadamente allí junto, y hablándoles con un intérprete que traían, que los entendía torpemente, les dijeron que si allí se detenían mucho que verían el fin de sus vidas, porque demás de ser ellos gentes que a otras muchas e innumerables naciones habían sujetado y arruinado, habían enviado a llamar un gran número de compañeros que atrás habían dejado, los cuales, llegados que fuesen, pensaban no sólo a ellos, mas a todos los que en aquella provincia hubiese, destruirlos y asolarlos. Los indios respondieron que a ningún género ni número de gentes temían, porque ellos y los demás que en aquella provincia vivían estaban hechos a las armas y eran de ánimos invencibles, y que aunque por las continuas guerras que entre sí tenían, vivían discordes, que para aquel efecto se confederarían, y que si entonces los españoles los venciesen, creerían que habían vencido y sujetado otras muchas gentes, como decían, y que dignamente merecerían ser señores de ellos. Plática y respuesta fue esta, por, cierto, a mi parecer, bien semejante a la que un capitán de los misios dio en tiempo de Otaviano, emperador, a Conidio, su capitán, que siendo enviado con el ejército a sujetar estas gentes que (se) habían rebelado, ya que los ejércitos de ambas partes estaban para combatirse, un capitán de los misios, haciendo señal, mandó callar a los de su ejército y preguntando en alta voz a los del ejército romano: “quién sois vosotros”, le fue respondido: somos los romanos, señores de todas las gentes; replicó el capitán de los misios: “así será si a nosotros nos sujetáredes y venciéredes”.

Los nuestros incitaban a los indios a pelear, mas ellos, no queriendo moverse de donde estaban, no hacían caso de lo que se les decía, lo cual, visto por los españoles, movieron sus armas contra los bárbaros para echarlos de aquel sitio do estaban y hacerlos cobrar temor, lo cual fue de ningún efecto, porque esperando con obstinados ánimos los indios a los nuestros, sin hacer ningún movimiento del lugar donde estaban, los rebatieron sin recibir ningún daño, antes al tiempo del acometer hirieron con sus largas lanzas algunos de los nuestros; y aunque diversas veces los españoles intentaron ahuyentar y echar estos indios de su presencia y castigarlos de su rústica desvergüenza con que tan llegados a los nuestros estaban, nunca lo pudieron hacer, lo cual visto por el caudillo, pareciéndole que si muchos naturales de aquella nación se juntaban, fácilmente los desbaratarían y matarían toda la gente, porque aquellos pocos indios los tenían como cercados, sin dejarlos ir a una parte ni a otra, acordó retirarse de noche, porque estando a esta hora algo descuidados los enemigos que sobre sí tenían, pudiesen más seguramente, volviéndoles las espaldas, caminar; y aquella propia noche, después del primer gallo, se retiraron por el propio camino por do habían entrado, y fueron al tiempo que amanecía a dar a otro lugarejo que había dejado atrás, de hasta treinta casas, cuyos moradores estaban ya avisados y convocados por parte de los del pueblo de donde los nuestros se habían retirado, para que tomasen las armas contra ellos.

Y saliendo estos indios de mano armada dieron en los españoles que iban marchando y cansados de los trabajos pasados, en tres partes, y haciéndoles desconcertar de la ordenanza que llevaban, los constriñeron a que divididos los españoles acometiesen a hacer resistencia en los indios conforme a como les habían acometido, y así los de la vanguardia, que iban subiendo una cuesta hacía el pueblo de los indios, se tuvieron con los enemigos, hasta que matando algunos de ellos los hicieron desamparar el paso y el pueblo y retirarse bien a lo largo. Las otras dos partes de los españoles fueron tan apartadas y maltratadas de los indios que si no fueran socorridos de los que habían desbaratado al primer escuadrón de la vanguardia, perecieran los unos y los otros. Salió herido de esta refriega el caudillo Esteban Martín, de siete lanzadas bien peligrosas, con las cuales disimuló sin ser sentido de los suyos porque no desmayasen, hasta que del todo fueran desbaratados los indios, y los españoles, aunque maltratados y muchos de ellos muy mal heridos, recogidos al pueblezuelo, donde cada uno mostraba los despojos que de la guazabara en el cuerpo había sacado.

Los indios de la tierra, al tiempo que acometieron a los españoles, les habían tomado todo el carruaje y servicio y ropa que llevaban, y después de pasada la guazabara y haber perdido la victoria por no conocer la ocasión y tiempo que para ello tuvieron, se venían cerca de donde los españoles estaban recogidos, y haciendo muy menudos pedazos toda la ropa que habían tomado, lo ponían en las puntas de las lanzas, y dando muy grandes voces, la arrojaban, basta que de esta suerte lo despendieron todo, sin quedarse con cosa ninguna. Los nuestros curaron sus enfermos o heridos lo mejor que pudieron, y deseando conservar sus vidas, procuraban modo cómo retirarse hacia donde el gobernador Jorge Espira estaba, escapado de aquel riesgo y notable peligro en que se veían; porque ni eran parte para caminar seguramente ni para sustentarse allí algún tiempo, ni entre ellos había español que de noche se atreviese a guiar por el camino por donde habían entrado. En esta refriega se dice que habiendo llegado un español, llamado Valdespina, mal herido, al pueblo donde estaban recogidos los de la vanguardia, les dijo que su capitán quedaba ya en poder de los indios muy mal herido, e que en aquella sazón sería ya muerto. Algunos de los que allí estaban se afligieron demasiadamente, dando muestras de haber perdido el ánimo con palabras flacas, diciendo que pues el capitán habían muerto, que también a ellos matarían los indios, a lo cual replicó Nicolás de Palencia reprehendiendo su pusilanimidad con palabras ásperas y eficaces, diciendo que el capitán no era más que uno ni peleaba más de por uno, e ya que lo hubiese muerto ellos eran hombres para defenderse y ofender a los enemigos, y que a esta sazón llegó el caudillo Esteban Martín disimulando con las heridas que traía y reprehendió a los que con la nueva de su muerte habían desmayado, y envió a socorrer la demás gente como muy buen capitán y fue cierto que los indios lo tuvieron en su poder, y que mediante ser favorecido de otro soldado escapó de sus manos.

Estando, pues, en esta aflicción estos atribulados soldados, sin esperanza de ningún remedio, fue abierta divinalmente la boca de un indio ladino de los que allí habían escapado, él se prefirió de llevar de noche a los españoles por el propio camino que habían traído, al alojamiento do estaba Jorge Espira. Fue esta voz del indio ocasión de mucho placer a aquella atribulada gente, aunque se bailaban apartados del gobernador más de veinte leguas de muy mal camino, áspero y cenagoso, y el tiempo muy metido en aguas, que casi no cesaba de llover de noche ni de día, y aunque los españoles que estaban sanos tenían, como he dicho, grande voluntad de conservar sus vidas, desanimabalos muy mucho aquel triste espectáculo que de muertos y heridos delante de sí tenían; porque algunos que por sus mortales y peligrosas heridas no podían caminar, los habían de llevar en hamacas, cargados sobre sus propios hombros, por aquella asperísima tierra, de noche y lloviendo, con lo cual se les hacía más dificultosa y dura la esperanza de verse fuéra de aquel peligro en que estaban entre aquellos bárbaros que no cesaban de tenerlos cercados y ponerlos continuas asechanzas. Estos indios eran también de la propia nación y generación de los choques, donde Jorge Espira estaba alojado.

Capítulo catorce

En el cual se escribe cómo venida la noche los españoles se retiraron, llevando a cuestas sus enfermos, algunos de los cuales dejaron en el camino, y llegaron al alojamiento donde Jorge Espira había quedado. |

Estando perplejos los españoles con las consideraciones dichas esperando la noche para con el amparo de la oscuridad y la gula que tenían, salir como pudiesen de aquel pueblo, cada cual blasfemaba y maldecía la loca determinación de aquel su gobernador extranjero, que con inconsiderada obstinación los había puesto en aquellos trabajos, no dejándose regir por los que más entendían de aquella orden y disciplina de guerra; porque como se ha dicho, Esteban Martín, a quien estos soldados tenían por caudillo, herido de crueles lanzadas que los indios le habían dado, había rehusado la salida, y por lo que había visto hacer a los naturales y por la disposición de la tierra y el tiempo que les era contrario, pronosticó su perdición y daño, y dándoselo a entender al gobernador Jorge Espira, los había hecho salir muy contra su voluntad aquella jornada, y por eso puesto en la calamidad en que estaban.

Venida la noche la gente determinó de con el trabajo que se les ofrecía retirarse, y aderezando cuatro hamacas en cuatro palos, pusieron en ellas cuatro españoles que habían mal heridos, que no podían caminar, y cargándolos sobre los hombros, guiándolos el indio ladino, comenzaron a caminar. Estos heridos que en hamacas se cargaban, eran el caudillo o capitán Esteban Martín y un Valdespino y otros dos españoles; y para que con el silencio de la noche los indios no entendiesen o presumiesen que se habían retirado los españoles, ataron un perro que consigo tenían en uno de los bohíos donde estaban rancheados, y como el perro quedase y se viese solo no cesó de ladrar y aullar muy reciamente toda la noche, con el cual estruendo o ruido, aunque después, el siguiente día, era ya tarde, siempre creyeron estarse los españoles dentro, en los bohíos.

Los nuestros caminaron toda aquella noche con sus enfermos cargados y acompañados de muy recios aguaceros que les hacían sentir el trabajo doblado. La tierra era áspera y doblada; los arroyos venían muy crecidos, que casi los pasaban a nado, y con no parar toda la noche, cuando amaneció se hallaron apartados poco más espacio de media legua de do habían salido, y los soldados tan cansados y afligidos del trabajo pásado de la noche, que con palabras ásperas decían que antes querían perecer y morir, y con la muerte dar fin a sus infortunios, que tolerar ni sufrir aquella carga y trabajos que llevaban, por lo cual entre todos se tomó una determinación no menos cruel que necesaria a su salud, y fue, que llevando consigo cargados al capitán y al Valdespinosa, se dejasen allí los otros dos soldados heridos, que por estar ya inficionados del frío y casi pasmados, no se tenía ninguna esperanza de su salud; y poniendo en ejecución esta su determinación, tomaron los dos soldados y apartándolos buen trecho del camino, porque no fuesen hallados de los indios, les dijeron que en pasando los otros dos enfermos un río que cerca de allí estaba, volverían por ellos. Los soldados, sintiendo más que el propio morir, aquella crueldad que en dejarlos en aquellas montañas con ellos se usaba, y entendiendo que no habían de volver más por ellos, solamente les dijeron con palabras muy acompañadas de lágrimas, que ellos bien entendían cuán al cabo y en lo último de sus vidas estaban y lo poco que podían vivir; que sólo les pesaba de no hallarse al tiempo de su muerte entre cristianos, para con más ánimo pasar aquel tránsito; y con esto los dejaron con harta pena, y apartándose de ellos vinieron con los otros dos cargados a la orilla de un río caudaloso, que pasaron por unas puentes de bejucos bien peligrosas y de gran riesgo.

Pasado este río, luégo allí, en su ribera, se alojaron los nuestros para descansar del trabajo pasado, porque estaban allí ya con alguna seguridad de que los indios no les podían hacer mucho daño, a causa de que dejaban atrás todas las poblazones de quien se temían. Pusieron sus centinelas y guardas de gran recado en las puentes, y estuviéronse quedos hasta que escampase, para poder hacer lumbre con qué calentarse y alegrarse, que de otra cosa no les podía aprovechar por no traer consigo ninguna cosa de comer que tuviese necesidad de llegar al fuego.

Luégo que pasaron este río, un soldado llamado Pedro de la Torre, que era muy buen peón, deseando la salud y remedio de sus compañeros, les dijo que aunque desde donde estaban al alojamiento de Jorge Espira había cerca de veinte leguas, que le diesen licencia y que él se pondría en aquel día donde la demás gente estaba, y daría aviso para que les enviasen socorro y comida; y viendo todos lo que les importaba venirles al camino algo qué comer y quién les ayudase a llevar la carga de los enfermos, le dieron licencia a este Pedro de la Torre, el cual se dio tanta priesa a caminar que aquel día llegó donde el gobernador estaba y le dio aviso de lo que pasaba; y poniendo en ello luégo remedio el gobernador mandó aderezar para que otro día saliesen soldados con comida a recibir y favorecer a los que escapando de las manos de los bárbaros por particular gracia que Dios les quiso hacer, iban con el trabajo que se ha dicho; los cuales descansando aquel día ribera del río de las puentes y teniendo por particular comida y refrigerio unos cuescos de ciertas palmas silvestres que asándolos comían un poco de tuétano que dentro de sí tenían, otro día marcharon con sus enfermos a cuestas y caminaron como dos leguas, y al tiempo que se ranchearon se les murió Valdespina, uno de los dos que llevaban cargados, con que se les alivió algo el trabajo; y prosiguiendo su poco a poco su camino, saliéronles al encuentro los soldados que Jorge Espira envió con alguna comida, con los cuales se holgaron, y juntos todos llegaron en pocos días a donde su gobernador estaba, que no poco le pesó de ver la pérdida de los suyos, especialmente de ver cuán mal herido venía el capitán Esteban Martín, en cuya salud procuró el gobernador poner todo el remedio posible; mas como las heridas eran tan peligrosas aprovechó todo poco, porque dende a pocos días murió, cuya muerte dio harta pena a todos los del campo generalmente, por ser este hombre de principal ingenio y de mucha experiencia en las cosas de Indias.

Estuvo en esta provincia de los choques Jorge Espira más de un año, sin poder salir de ella a causa de las muchas aguas que continuamente caen sin cesar, que casi parece que en esta tierra no se conoce ni saben cuándo es verano; en el cual tiempo se le murió y enfermó la mayor parte de la gente, y cada día se le morían, y asímismo los caballos, que como no gozaban de ningún buen herbaje criaban dentro, en el buche, gran cantidad de lombrices que los mataban; y hacía tanta falta la muerte de los caballos que después de la pérdida de los españoles no había cosa que más se sintiese.

| Capítulo quince

En el cual se escribe cómo después de haber Fedreman pasado la laguna se fue a Coro, y envió toda la gente por la tierra alta, la vía de las provincias del Tocuyo, conel capitán Diego Martínez, y lo que en el camino le sucedió hasta llegar a Carora. |

Engolfeme tan de golpe en los tristes espectáculos y sucesos | 14 de la jornada del gobernador Jorge Espira, que casi me había olvidado de proseguir adelante con lo que su teniente y su gente hizo después de pasada la laguna. Mas como esto no haya sido en mi mano claramente lo podrá ver el lector, pues no era justo dejar quebrado el hilo de la Historia en un lugar tan calamitoso y donde la fortuna más cruelmente quiso mostrar su potencia y furia mutable contra aquella gente y de una yana esperanza que les había dado de riquezas y prosperidades, convertirsela en hambres y enfermedades y muertes y otras adversidades e infortunios, y al fin, sin darles algún contento ni alegría después en ningún tiempo, les forzó a que se volviesen a do habían salido, como adelante se verá.

El teniente Fedreman, pasada su gente la laguna de Maracaibo, se determinó en que toda ella, con el capitán Diego Martínez, natural de Valladolid, se fuesen por la tierra alta y serranía, llamadas las provincias de Carora, a dar al valle que dicen de Tacarigua, y que allí lo esperase para juntándose él otra vez con su gente, meterse en los llanos en demanda de la noticia de Meta; y aunque su gobernador Jorge Espira había llevado la misma derrota, hacía cuenta Fedreman que la tierra era ancha y larga, y que en tomando certidumbre del camino o viaje que el gobernador llevaba, apartarse él de sus pisadas y seguir por otra derrota.

Apartose Fedreman con algunos de aquellos capitanes amigos suyos, y fuese la vía de Coro, para ver si hallaba la que pretendía y haber algunos soldados y otros pertrechos de guerra, e ir después por la vía de la mar en alcance de su gente. El capitán Martínez prosigió su viaje, como le había sido mandado por su general, caminando por lo alto, con alguna falta de comida, que llevaba algo fatigada la gente.

Al principio de entrar o caminar por esta serranía el capitán Martínez, sucedió un caso que por parecerme de admiración lo pongo aquí. Entra los otros soldados que en esta compañía iban había uno, llamado Martín Tinajero, natural de Écija, hombre que al parecer exterior vivía bien y cristianamente. Fue necesario apartarse un caudillo, llamado Hernando Montero, con hasta veinte compañeros a buscar comida, y fue uno de ellos este Martín Tinajero, al cual, en esta salida, le aquejó cierta enfermedad que tenía, de que murió, y fue enterrado por sus compañeros en un hoyo o concavidad que en invierno había hecho el agua y cubierto el cuerpo con tierra, y dejándolo así se volvieron con su provisión o mantenimiento al campo; y dende a ciertos días se ofreció ir gente otra vez aquella propia parte donde el cuerpo de Martín Tinajero estaba o había sido enterrado; y queriendo ver los españoles si los indios habían andado con o lo habían desenterrado, hallaron que estaba el cuerpo algo descubierto y le salía un cierto olor muy suave y agradable y con tanto ímpetu que más de cincuenta pasos a la redonda ocupaba el campo, y admirados de aquella maravilla se volvieron sin llegar a él, porque estaba cubierto de una gran multitud de abejas de las que crían miel, y muchos, por lo que de aquel hombre conocieron y por lo que después en su cuerpo muerto vieron, juzgaron ser algún bienaventurado; mas como nuestros españoles y su capitán y caudillo llevaban los ojos puestos en las riquezas que deseaban haber, no curaron de examinar aquel caso ni ver si eran dignos de llevar consigo aquel cuerpo o darle eclesiástica sepultura; mas prosiguiendo su camino llegaron a cierta provincia de indios cerca de Carora, caribes o caníbales, llamados jiraharas, gente belicosa y guerrera, los cuales, viendo que los españoles llevaban su vanguardia enderezada a su pueblo, tomaron las armas, que eran arcos y flechas, y saliendo al camino a recibir a los nuestros acometieron a los de la vanguardia, a los cuales pusieron en condición de desbaratarlos si no fueran con brevedad socorridos de los demás que atrás venían, con que rebatieron a los indios y los desbarataron y ahuyentaron, matando muchos de ellos. Los indios hirieron algunos españoles con recia furia y fuerza, aunque de las heridas no murió ninguno. Dieron, entre otros flechazos, uno a un García Calvete, por un lagrimal de un ojo, que le salió la flecha al colodrillo, y con estar en lugar tan peligroso y pasada la flecha de parte a parte, no murió este hombre, antes viviendo muchos días, después vino a ser vecino en la ciudad de Vélez, del Nuevo Reino de Granada.

Desbaratados los caribes, nuestros españoles se alojaron en su pueblo, donde hallaron alguna provisión de comida, porque jamás dejaron de caminar por falta de ella. Los indios, deseando vengarse de la injuria recibida y echar de su pueblo y tierras a sus enemigos que en ella se estaban, convocaron todos los naturales sus vecinos comarcanos, e induciéndoles y rogándoles que en su favor quisiesen tomar las armas contra los nuestros, los atrajeron a ello con algunas dádivas que les dieron; y para con más seguridad efectuar lo que pretendían, ordenaron que los naturales de allí saliesen de paz a los españoles, y los demás comarcanos estuviesen emboscados a la mira, y que cuando oyesen el ruido que entre los indios y los españoles se trabaría, acudiesen en su favor, y habría lugar de destruir del todo a los nuestros; y con este concierto se vinieron al real una banda de aquellos bárbaros que serían hasta cuatrocientos, con algunas cosas de comer para los españoles y unos hacecillos de paja dentro de los cuales traían escondidas sus armas y flechas; y siendo esta traición descubierta por las lenguas que tenían, fueron los indios castigados de su loco atrevimiento, porque luégo que los españoles entendieron la celada que tenían y traían ordenada, dieron en aquellos que en el pueblo estaban y matando muchos de ellos ahuyentaron a los demás, quedando en su poder presos hasta ochenta de los más principales; y como los indios que estaban emboscados y a la mira, que serían más de mil valientes gandules, viesen y oyesen el tumulto y ruido que en el alojamiento de los españoles, adonde sus compañeros estaban había, acudieron prestamente con sus armas y halláronlos desbaratados y muertos y presos los que he dicho, y aunque acometieron con sus armas a los nuestros, fue de ningún efecto su acometimiento, por estar ya los nuestros puestos en orden de guerra y sin ningún temor, antes amenazaban a los indios con que darían en su presencia crueles muertes a los que tenían presos si suspendiendo sus armas no se retiraban con presteza.

Los indios lo hicieron así, que volviéndose a sus casas y pueblo trataron luégo del rescate y libertad de sus principales y compañeros, lo cual concluso pasó el capitán Martínez adelante con su gente, y adelantándose él con treinta compañeros una jornada de los demás que la iban siguiendo, llegó a una provincia de naturales que confinaban con los de las provincias de Carora, cuya gente era belicosísima y guerrera, los cuales, luégo que sintieron la poca gente que consigo llevaba el capitán Martínez, se juntaron, y tomando las armas, que eran flechería, arcos y macanas, se vinieron para él en un pueblezuelo o lugarejo do estaba alojado, lo cual, visto por el capitán Martínez y sus compañeros, armándose con las armas que acostumbraban pelear, salieron al encuentro a los indios, que serían más de cuatrocientos; y aunque a los principios se tuvieron con los enemigos, después fueron constreñidos a retirarse y recogerse junto a un gran bohío, donde se fortificaron y defendieron valerosamente de aquellos bárbaros que, con pretensión de tomarlos vivos y a manos a todos, no se habían aprovechado de la ocasión que su fortuna les puso en las manos. Recogidos los nuestros en aquel lugar, trataron de paces con los indios, para debajo de ellas hacer algún ejemplo de crueldad con que atemorizar y estantar a los demás y echarlos de sobre sí. Fue, pues, el suceso que los indios más principales, debajo de trato doble de amistad que los españoles les hicieron, llegaron a ellos quietamente, aunque con las armas en las manos. El capitán Martínez se metió con seis soldados armados en un bohío grande que allí tenían por reparo, y dijo que los indios que le quisiesen ver entrasen dentro para hablarles, dejando los demás soldados en su guardia a la puerta. Entraron de aquella canalla y rústica gente como doscientos gandules con todas sus armas. Martínez y los que con él estaban, dando en estos indios que en el bohío habían entrado, los mataron a todos, sin que ninguno escapase, lo cual visto por los demás indios que fuéra habían quedado, no osando detenerse más allí, se retiraron y fueron a sus casas y dejaron libres a los españoles del cerco y tribulación en que los tenían puestos, aunque algunos mal heridos.

Llegada toda la demás gente que atrás venía, el capitán Martínez marchó con todos juntos y entró en las provincias de Carora, donde hallaron muchos naturales ricos y de buena y afable condición para con los nuestros, donde determinó descansar y holgarse algunos días, para que así los españoles como los caballos se reformasen de las hambres y trabajos que desde que se apartaron de la laguna hasta que llegaron a estas provincias de Carora, habían pasado.

Capítulo diez | y | seis

Cómo el capitán Martínez llegó a las provincias del Tocuyo, y dende a poco llegó el general Fedreman, y pasó adelante con su gente. Cuéntase todo el discurso de su jornada, hasta que llegaron al pueblo que llamaron de la Poca Vergüenza. |

El capitán Diego Martínez se estuvo con la gente y compañías de Fedreman, holgando en las provincias de Carora, dos meses, por ser la tierra acomodada para ello, después de los cuales, ya que la gente y caballos se habían reformado y holgado de los trabajos pasados, se movió con la compañía para adelante, y habiendo algunos alborotos y refriegas de poca importancia con algunos naturales que por el camino había, vino a parar a ciertas provincias llamadas del Tocuyo, a donde ahora está poblada la ciudad del Tocuyo, en aquella gobernación de Venezuela, tierra fértil y abundante de comidas y naturales.

Alojose la gente en el sitio de un pueblo que pocos días antes habían quemado ciertos indios serranos, llamados coyones, que abajando de las sierras y montañas donde tenían su habitación, gran número de ellos, y dando de repente en aquel pueblo, hicieron gran estrago en los naturales, matando muchos de ellos y llevando presas mujeres y otras criaturas, pegaron fuego al pueblo y dejáronlo asolado y todo quemado. Y porque sobre esto y sobre la llegada de la gente de Jerónimo Ortal con los capitanes Alderete y Nieto a este alojamiento, y de cierta guazabara que a todos juntos les dieron los indios coyones, y de todo lo sucedido en esta ranchería hasta que Alderete y Nieto se fueron o los enviaron a Coro, con la venida de Fedreman a su campo, largamente trato en esta Historia, en lo que sobre las jornadas de Jerónimo Ortal he escrito en el libro quinto y sexto, en los capítulos ocho y nueve, solamente proseguiré de aquí adelante con el descubrimiento y derrota del teniente Fedreman, con toda la gente de su compañía y la de Cubagua que trajeron los capitanes Nieto y Alderete, todos juntos, hizo por los llanos de Venezuela adelante, por donde había ido descubriendo y conquistando su gobernador Jorge Espira.

Habiendo, pues, el teniente Fedreman acudido ya a tierra del Tocuyo, donde su gente y la de Cubagua estaban alojados, y enviando o idose a la ciudad de Coro los capitanes Nieto y Alderete, que después vino a ser adelantado de Chile, supo el general Fedreman cómo entre sus soldados había cantidad de oro que a los naturales de las provincias por do pasaron les habían tomado o rancheado. Persuadioles a que se lo diesen para enviar a la costa por algunas cosas necesarias, y que si ellos tuviesen necesidad de algo para sus personas, lo diesen por memoria, que del propio oro que daban se lo traerían. Los soldados, haciendo el ruego del capitán, que en alguna manera era fuerza, le encargaron que les hiciese comprar lo que ellos por sus memorias pedían; y enviándolo todo a Coro, se partió de aquel sitio del pueblo quemado, y atravesando por las provincias del Tocuyo, pobladas de muchos naturales, gente cobarde y de poco ánimo, se pasó al valle de Barquisimeto, donde asímismo está poblado otro pueblo de cristianos llamado la Nueva Segovia de Barquisimeto, y por ser tierra airosa y algo más sana que el de atrás, y bien proveída de comidas, se estuvo y entretuvo en este valle algunos días, esperando lo que había enviado a buscar a Coro y las provisiones de gobernador, que aún todavía reinaba en él aquella codicia y ambición de gobernar solo; la cual esperanza, demás de ser vana por jamás nunca venir al efecto, fue causa de algunos daños en su campo, porque como con vil vicio había despendido y gastado el alegre y enjuto tiempo del verano, después, frustrado de sus desinios y enfadada la gente de estar allí, comenzó a marchar hacia los llanos en fin del verano y principio del invierno, tiempo muy recio y cruel para los que habían de caminar y seguir su descubrimiento, dividiendo su gente por sus partes, porque mejor se sustentase hasta salir a los llanos, donde se habían de juntar.

El capitán Martínez fue con la una parte de la gente por unas provincias de indios llamados los gueros, y Fedreman fue por el desembocadero de Barquisimeto, donde a pocos días se juntaron en lo llano; y como comenzando a marchar creciese la fuga del invierno, fuele forzoso a Fedreman retirarse de lo llano y volverse a invernar a la sierra, lo cual hicieron con gran trabajo por estar ya algunos arroyos grandes ocupados con la muchedumbre de agua que había llovido. Vueltos a la tierra hicieron su alojamiento en una provincia y poblazones de indios llamados coyones; y después de dado asiento en las cosas necesarias, Fedreman, que todavía vivía en él la esperanza de verse gobernador, se apartó con algunos soldados y volvió al valle de Barquisimeto y a otro que está cerca de él, llamado el valle de las Damas, a ver sí habían venido o venían de Coro con los recaudos que esperaba, y no hallando ningún rastro ni señal de ello, se volvió a su alojamiento, donde halló noticia que cierta gente enferma que el gobernador Jorge Espira había enviado de adelante con su teniente o maese de campo Francisco de Velázquez, según queda atrás dicho, estaba cerca de allí; y luégo, sin considerar los estorbos e impedimentos de las aguas, que eran muchas, envió a Pedro de Limpias, su capitán, con cincuenta hombres, que los fuesen a buscar. Limpias se apartó con sus compañeros del alojamiento y dejando la tierra inconsideradamente se metió por lo llano, engolfándose en aquellas llanas campiñas o tierras, que en esta sazón más estaban para navegarse que para caminarse; y como la tierra por do iba era despoblada y sin ningunos naturales, fue su jornada de mayor trabajo y riesgo, demás de ser inútil.

Acabóseles la comida que llevaba a Limpias y a sus compañeros, y cuando quisieron dar la vuelta no pudieron caminar con la facilidad lo que habían andado, porque como había siempre llovido, había el agua anegado más tierra, y así no podían caminar sino muy poco y por rodeos y desechos. El remedio que tuvieron para restaurar la falta de la comida fue un perro o galgo que consigo llevaban, que matando toda la carne de venados que para el sustento de aquella compañía era menester, les dio a todos de comer, hasta que después de haber caminado muchos días llegaron a donde Fedreman, su general, estaba alojado, hallando nueva cierta de que los españoles enfermos, en cuya busca habían salido, eran ya pasados la vía de Coro.

A esta sazón ya las aguas se aplacaban, por lo cual comenzó el teniente Fedreman a marchar hacia un pueblo o provincia de indios donde los naturales de atrás le habían dicho que habían estado españoles, y llegando a él y hallando los rastros y vestigios de la gente de Jorge Espira, no curó de detenerse ni perder más tiempo ociosamente, y pasando adelante caminó muchos días sin sucederle cosa alguna notable, porque las poblazones eran raras, y como habían quedado amedrentados los naturales de ellas de la gente y campo del gobernador Jorge Espira, que antes había pasado por aquella derrota, no osaban tomar las armas contra la gente de Fedreman. Yendo, pues, Fedreman en su descubrimiento, llegó a un pueblo de indios que, por la causa que luégo diré, fue llamado el pueblo de la Poca Vergüenza. Los moradores de este pueblo se estuvieron en sus casas hasta que los españoles entraron, a quien el teniente y capitán general había mandado que ninguno se detuviese a ranchear en los bohíos o casas de los indios, sino que si los naturales huyesen siguiesen el alcance y prendiesen los que pudiesen, y si se defendiesen, peleasen con ellos con el vigor que solían.

Fue, pues, el caso que como los indios, desamparando sus casas y haciendas, huyesen de ver entrar por su pueblo a los españoles, algunos codiciosos soldados, menospreciando el mandato de su capitán y contra toda buena disciplina y orden de guerra, dejando de seguir el alcance, se metían por las casas de los indios a robar y ranchear lo que en ellas hallasen, a ejemplo de los soldados de Sertorio, que teniendo preso al magno Pompeyo, en la batalla que junto al río Xuquer en España hubieron los dos, por robar los ricos aderezos de plata que el caballo de Pompeyo traía, se les fue el prisionero de entre las manos y escapó con la vida; y aunque esta batalla la venciese de Sertorio, por quedar Pompeyo con la vida, por la desordenada codicía de los soldados de Sertorio, vinieron después a matar a Sertorio y a destruírle su campo y a suceder las demás guerras civiles que entre Pompeyo y Julio César sucedieron, porque de Sertorio defendía y era de la parte de Mario, en cuyo lugar sucedió después Julio César, y Pompeyo en el de Çilla. Y como el capitán Fedreman viese lo que sus soldados hacían, volviose a ellos y díjoles: “¡oh, qué poca vergüenza de soldados!” | Esta palabra de Fedreman fue muy notada de los suyos, porque hasta este tiempo, antes ni después, jamás les había dicho palabra descomedida ni malcriada, mas siempre los había tratado con generosa y amigable afabilidad, y no sólo no se las había él dicho, mas ni aun consentido que otros se las dijese; y admirados los españoles de cómo su general se había desmandado esta vez, aunque con razón, a decirles lo que les dijo, como cosa que otra tal ni semejante jamás oyeron de su boca, llamaron a este pueblo el pueblo de la Poca Vergüenza.

Los soldados que siguieron el alcance de los indios tomaron algunos varones y mujeres, y hallaron en este pueblo los nuestros mantas de algodón bien hechas y en cantidad de pampanillas, que es ciertos paños de algodón tejidos por sí, con que las mujeres cubren sus inferiores partes. Hallaron asímismo gran cantidad de hilo de algodón en muy grandes ovillos, que tenía harto qué cargar un hombre en uno de ellos, y abundancia de comidas.

Holgó en este pueblo Fedreman con su gente algunos días, porque iban cansados del camino pasado.

14 Siguen palabras tachadas donde se descifra: de |Jorge Espira, palabras quitadas para mejorar redacción.

Capítulo diez y |siete

| En el cual se escribe cómo Jorge Espira se salió de los Choques y dio la vuelta a Coro, y el teniente Fedreman pasó adelante, prosiguiendo su jornada, y se apartó del camino por no encontrarse con Jorge Espira.

Viendo Jorge Espira que en la provincia de los Choques, donde estaba alojado, que la fortuna le había burlado por mano de los naturales de atrás, los cuales malvadamente y con cautelosa industria habían encaminado a los nuestros a aquella tierra donde vieron su factal perdición, determinó salirse de ella, lo cual hizo con muy gran trabajo, porque como en el poco número de gente que le habían quedado fuesen más los enfermos que los sanos, era mayor el trabajo y más crecida la necesidad y falta de comidas. Mas como hombres que para sufrir los trabajos y contrastes de fortuna no habían menester nueva disciplina, pues toda su jornada había sido una escuela de ellos, dieron la vuelta a Coro, saliéndose de aquella mala tierra y caminando algunos días por la propia derrota y camino que había llevado.

Nunca recibieron de los naturales ningún daño, porque como la tierra es larga y ancha los indios que estaban poblados en el paraje o camino por do había ido Jorge Espira, escarmentados y amedrentados de los daños que habían recibido, dejando sus territorios y poblazones desiertas, se pasaban a vivir a partes remotas, apartándose del camino todo lo que podían; y como por esta causa no hallasen por la vía que caminaban ningún género de mantenimientos sino era acaso y de tarde en tarde, era muy mayor la hambre que padecían, y así se les iban muriendo cada día los enfermos, y los sanos enfermando, entre los cuales fueron los capitanes Mulga y Çaballos, y Cárdenas y Murcia de Rrondón, que fue secretario del rey de Francia, Francisco, al tiempo que estuvo preso en España. Este, se dice, que fue el que descubrió al emperador el trato y concierto que el rey Francisco tenía hecho para se ir de la prisión en que estaba y huir de España a Francia. Otros muchos caballeros y personas principales murieron en esta tornavuelta, que aquí no escribo, sin la soldadesca, que fue gran número.

Caminando con esta calamidad llegaron a un poblezuelo pequeño, cuyos moradores se estaban en sus casas por no haber sentido la vuelta de los nuestros con tiempo; mas por tarde que lo sintieron tuvieron lugar de ponerse en parte segura, porque iban tan cansados y debilitados los españoles que ni estaban para ofender ni defender ni seguir ningún alcance. Alojose en este pueblo Jorge Espira, donde halló alguna cantidad de patatas y yuca, que tuvieron que comer algunos días que allí se detuvieron porque descansase la gente; en el cual pueblo sucedió que andando ciertos soldados alrededor de él buscando algunas cosas de las que los indios suelen dejar escondidas cuando van huyendo, hallaron entre cuatro soldados que iban de camarada, una criatura de edad de un año que su madre había dejado por guarecerse y escapar su persona y huir más sin embarazo. Estos soldados, al ejemplo de los caníbales o caribes, gente del Brasil que tienen por gran felicidad sustentarse de carne humana, pareciéndoles que con aquella criatura mitigarían algún tanto el furor de su desordenada hambre, la mataron, que según pareció estaba muy gordita y de carnes muy mantecosas, como la leche de las mujeres las suele criar, y comiéndose luégo el asadurica asada sobre las ascuas o brasas del fuego, | 15 pusieron su olla a cocer con la cabeza y manos y pies y una parte del cuerpo, de cuyo caldo o bordio habían estos caribes soldados hecho ya sus migadas o sopas con ají, y como acaso llegase por donde la olla se cocía una india cristiana y ladina, y la diese olor de lo que se cocía, llegose a ver lo que era, porque estaban ausentes sus dueños, y hallando lo que dentro estaba, dio de ello aviso a su amo, por donde se vino a divulgar esta maldad, de suerte que llegó a oídos del gobernador Jorge Espira, y evidentemente hallose claridad de ello, porque se tomó lo que en la olla estaba cociendo, quiso castigar con pena de muerte a los inventores de aquella maldad, mas fue impedido por ruegos de muchos y por la necesidad que la gente llevaba, y así no les dio el castigo que dinamente merecían, y caminó el gobernador adelante, y acaso adoleció uno de los cuatro que fueron en matar y comer aquella criatura; y certifican personas que se hallaron presentes, que estando en lo último de su vida estuvo penando y basqueando tres días sin poder morir, hasta que públicamente manifestó y confesó con lágrimas y señales de exterior e interior arrepentimiento aquel delito, y acabado de hacer esto, murió. He apuntado esto aquí para que vean los que son crueles y carniceros e imitadores de los abominables ejemplos de crueldad, que no sólo en la otra vida serán castigados conforme a sus maldades, pero que en esta verán el principio de sus tormentos, como lo vieron muchos inicuos y malos hombres, que por estar los libros llenos de sus ejemplos aquí no los refiero y nombro, y según en otras partes tengo referido, los que ahora vivimos lo hemos visto en algunas personas que usando con más rigor de crueldad del que es permitido a sus oficios de soldado en las conquistas y pacificaciones de nuevas poblazones, se han bañado no sólo sus crueles espadas y manos y brazos, como suelen decir, hasta el codo, pero lo interior de sus ánimos en sangre humana, derramándola sin causa ni necesidad, cuyas maldades asímismo delante de nuestros ojos han sido castigadas por permisión divina, viniendo por vías no pensadas a poder de indios, donde han recibido crueles muertes, y algunos han sido sepultados en las entrañas de los propios indios en venganza del daño que de ellos recibieron.

De este lugarejo, como he dicho, prosiguió Jorge Espira acercándose a los caudalosos ríos de Apure y Zarare, para donde asímismo su teniente Nicolás Fedreman, partiendo del pueblo de la Poca Vergüenza, después de haber descansado algunos días, caminó con toda su gente, y llegado que fue a las riberas de Apure, cuyos nacimientos son en las provincias de Mérida en las quebradas que llaman de Bravo, y por otro nombre Aricagua, donde el propio río es llamado por los naturales Capuri, y corrompido el vocablo por la diversidad de las lenguas, viene a llamarse abajo Apure.

Tuvo Fedreman noticia, por relación de los indios, de cómo Jorge Espira, su gobernador, había dado la vuelta y se volvía a Coro, y asímismo a esta sazón le llegó un capitán llamado Juan Gutiérrez de Aguilón, con quince hombres, que desde Coro había salido en su seguimiento para irse con él al descubrimiento y no le había podido alcanzar hasta este paraje. Holgose Fedreman con la llegada de estos soldados, por tener noticia del estado y suceso de las cosas de Coro. Sabido de todo punto por el teniente Fedreman que era cierta la vuelta de su gobernador Jorge Espira, aborreciendo ver sobre sí superior ni otro que mandase más que él, no curó de dar a sus soldados noticia de ello, sino calladamente pasó los dos ríos de Apure y Zarare, donde perdió un secretario suyo que el ímpetu del agua llevó y ahogó. Dejando la derrota que por la halda de la cordillera llevaba, y metiéndose mañosamente por lo llano adelante, dio lado al gobernador Jorge Espira para que sin que topase con él pasase adelante la vuelta de Coro, donde se iba Jorge Espira marchando con sus continuos trabajos y pesada carga de gente enferma que consigo traía. Llegó a Zarare y pasándolo trabajosamente con buena esperanza de tener algún descanso y refrigerio en unos pueblos de indios caquetios que entre los dos ríos Apure y Zarare estaban poblados, cuyos moradores habían dejado de paz cuando por allí pasaron y muy en amistad de españoles, a los cuales la gente de Fedreman habían ahuyentado y tomándoles sus mujeres e hijos y lo que tenían, y convertido su amor en odio. Pues como Jorge Espira llegase a estos pueblos y los hallase arruinados y los indios muy fugitivos y destruídas las comidas, procuró haber algunos y preguntándoles la causa de su calamidad y el andar fuéra de sus casas, le dijeron cómo poco tiempo antes cierta gente había pasado por allí que les había hecho los tratamientos dichos.

Jorge Espira, admirado de aquello, no curó de tenerse, mas luégo prosiguió su camino, y pasando el río Apure, de la otra banda halló la ranchería y alojamiento que la gente de Fedreman habían hecho pasando por allí, y por los vestigios y rastros colegían haber poco más de quince días que habían pasado los españoles o estado allí, sin saber quiénes fuesen. Y con este cuidado se daba Jorge Espira toda la priesa que podía a caminar, por ver si hallase quién le diese entera relación de qué gente fuese aquella que había pasado; y yendo caminando llegó al río llamado Avre, y como fuese falto y necesitado de comida, fuele forzoso alojarse riberas de aquel río para procurar alguna vitualla o sustento para su gente, y yendo ciertos soldados a unas poblazones de indios caquetios que cerca del alojamiento estaban, dieron en ellos, y entre los demás naturales se tomó una india ladina, que había venido en compañía de Fedreman, la cual, por haber caldo enferma, la dejaron entre aquellos indios que habían quedado en su amistad; y como la india fuese traída ante el gobernador Jorge Espira, diole entera noticia y relación de cómo la gente que por allí había pasado era Fedreman, su teniente, con los capitanes Limpias y Pinilla y Rribera y un padre Requexada, agustino, y otros muchos soldados, los cuales iban diciendo ir en busca del gobernador Jorge Espira; pero sí Fedreman iba publicando esto, no llevaba intención de cumplirlo, pues cuando supo que Jorge Espira se acercaba a él se apartó de su encuentro, como se ha dicho, y se metió por lo llano.

El gobernador estúvo perplejo algún tiempo en tomar determinación de lo que haría, porque era persuadido a que volviese siguiendo a Fedreman y le tomase la gente, y con ella intentase otro nuevo descubrimiento. Mas considerando la poca gente y mal armada que consigo traía, y la mucha que podía llevar Fedreman, pareciole que era ponerse en las manos de su teniente o de su enemigo, para que de él hiciese lo que quisiese, y así se detuvo en las riberas de este río Avre, hasta determinar cuerdamente lo que debía hacer, y que a sí y a sus soldados fuese mas sano.

| Capítulo diez y | ocho

Cómo el gobernador Jorge Espira, después de haber enviado gente en seguimiento de Fedreman, llegó a Coro, donde halló el gobierno de la tierra en el doctor Navarro, proveído por la Audiencia de Santo Domingo. |

Después de haber estado pocos días Jorge Espira riberas del río Avre, fue resoluto en enviar alguna gente tras de Nicolás Fedreman, su teniente, con nuevos poderes suyos para ganarle la voluntad, porque ya que no era poderoso para sujetarlo, pretendió por maña hacer lo que no se atrevía con fuerzas, y a que le avisasen que no siguiese la derrota que él había llevado, porque se perdería, sino que en llegando al pueblo de Nuestra Señora procurase meterse en la sierra y atravesar la cordillera, porque allí le habían dado cierta noticia los indios de mucha gente y oro, sobre lo cual le escribía muy largamente; y porque en aquel lugar do estaban alojados, ribera del río Avre, no había abundancia de comida para dar matalotaje a los que atrás habían de volver, pasaron adelante a unas provincias abundantes de mantenimientos de ciertos indios llamados giraharas, poblados junto a la propia cordillera, que ya traían a mano izquierda.

Estos giraharos están poblados en tierra montuosa; es gente desnuda, muy enemigos de españoles, grandes guerreros y salteadores. Usan para la guerra de unas macanas muy grandes, que es una arma de palma negra, que ellos se aprovechan de ella como los españoles de un montante. Usan de arcos grandes y anchos y muy recia flechería, la cual tiran y avientan con gran furia, de suerte que si aciertan con ello pasan un hombre de parte a parte. Es gente idólatra y muy supersticiosa.

En esta provincia hizo el gobernador Jorge Espira hacer matalotaje para los que habían de volver en el alcance de Fedreman, y mandando apercibir para este efecto treinta hombres, y entre ellos doce de a caballo, y por su caudillo a Felipe de Utre, caballero alemán de la propia casa de los Bezares, que era su capitán de la guardia, los envió con los despachos dichos, y él prosiguió su camino, según lo llevaba, por la falda de la sierra, sin detenerse en ninguna parte más de a tomar comida, hasta la sierra que dicen de Coro, donde se detuvo a reformar los caballos y a descansar algunos días. Felipe de Utre con sus compañeros caminó hasta Apure, donde le fue impedido el pasar adelante, porque como hubiese empezado a entrar el invierno, venía aquel poderoso río tan crecido, que excediendo sus ordinarios límites inundaba grandísima legua y media de tierra llana. Estúvose Felipe Dutre esperando treinta días a ver si el río se aplacaba y le daba lugar para pasar; y como lo viese siempre estar en un ser, dio la vuelta camino de Coro en seguimiento de su gobernador, al cual alcanzó alojado y descansando en la sierra de Coro, como se ha dicho.

Airose Jorge Espira de que la quedada de Felipe de Utre hubiese sido sin ningún efecto; mas sabido el contraste que para volverse habían tenido, mitigó su furor y determinó llegar con brevedad a Coro. Los días que Jorge Espira se detuvo en esta sierra de Coro a descansar, fue por los naturales de ella muy mal hospedado, porque jamás cesaban de ponérsele sobre algunos collados que sojuzgaban su alojamiento, y de allí los flechaban y damnificaban seguramente, sin poder recibir daño ninguno de los nuestros; lo cual visto por Jorge Espira, determinó armarles una celada, y enviando de noche cierta cantidad de españoles a que se emboscasen en unos arcabucos o montañas que en los collados donde los indios acostumbraban venir a flechar estaban, fueron fácilmente castigados aquellos bárbaros de su loco atrevimiento, porque como otro día de mañana viniesen inconsideradamente al lugar do solían flechar a los nuestros, fueron por los del real movidas pláticas con que los descuidaron, y dando los españoles de la emboscada en ellos, fueron muertos muchos y presos más de treinta, de los cuales empaló diez por aquellos cerros para atemorizar la tierra. Castigo, cierto, abominable y cruel y que por mano de cristianos no se había de dar a ningunas gentes, y ha sido tan ordinario en algunas partes de Indias, que al que conforme a ley natural defendía su patria, mereciendo por ello antes premio que pena, le daban tan de ordinario este castigo y pena de empalado como si así fuera justicia. Esto está ya extirpado y quitado por mano de algunos cristianísimos jueces que el rey ha enviado a Indias, y especialmente en las tierras sujetas al Nuevo Reino de Granada, donde, como en su lugar más largamente diré, se usaba este género de castigo en los indios por algunos inconsiderados y crueles hombres; mas los gobernadores y jueces supremos que en la Audiencia de aquel Reino han residido, han castigado y enmendado estos negocios y otros muchos tocantes al buen tratamiento y conservación de los naturales, de tal suerte que parece ya haber llegado a aquella tierra una edad muy florida y alegre para los naturales, lo cual no ha sido en esta gobernación de Venezuela, de quien al presente tratamos, que en algunos pueblos de ella no usan de crueldades por no tener ya indios en quién usarlos, y dónde los hay, andan los soldados tan encarnizados y cebados en maltratarlos que casi aposta les mueven ocasiones con que los indios se alcen para después, con ese color, irles a hacer guerra, y por castigo jurídico empalarlos y aperrearlos o comerlos con perros como a fieras, a imitación de lo que Solimano, gran turco, hizo casi en este mismo tiempo, que seria por el año de treinta y seis, que enviando los Asapos y los Acarzis, contra ciertas gentes llamados los çimiriotos, gentes que habitan en el monte de la Çimera, en tierra de Butintro, hacía que a manera de monteros y corredores anduviesen tras estas desarmadas y desveturadas gentes y los matasen y diesen fin y cabo de todos ellos, por cierto enojo que de ellos hubo. Y mientras Su Majestad aquella gobernación no la pusiere debajo de la Audiencia del Nuevo Reino, para que por mano de los jueces que en aquella Audiencia residen, sean visitados estos pueblos y quitados estos daños, no dejarán aquellos míseros naturales de padecer e irse apocando.

Esto he dicho aquí porque se me ofreció esta ocasión. Si en alguna manera me he apartado de la Historia, el lector con paciencia tolere lo que yo con inadvertencia he hecho.

Después de haber Jorge Espira amedrentado bien con el castigo que hizo, no solo a los moradores de aquella provincia donde estaba, mas a todos sus circunvecinos, ya que su gente y caballos estaban algo descansados, caminaron derechos a Coro, sin que otros indios ningunos osasen tomar armas contra ellos ni salirles al camino a hacer estorbo ni desabrimiento. Después de haber caminado algunos días llegó a la ciudad de Coro Jorge Espira, donde halló expirada su gobernación y jurisdicción, y por gobernador de ella al doctor Navarro, vecino de Santo Domingo, a quien la Audiencia de aquella isla había proveído por gobernador de Venezuela, por habérsele acabado a Jorge Espira el tiempo que traía señalado en su conduta para gobernar. Entró en Coro Jorge Espira con solos noventa hombres, pobres y flacos, y muy maltratados, al cabo de cuatro años que de ella salió con cuatrocientos soldados bien aderezados. Estuvo en Coro algunos días Jorge Espira, donde era aborrecido de los españoles, por no querer sufrir a ser gobernados por extranjeros; y como le habían quitado y él no era parte a premiar a los soldados que siguiesen su voluntad, estúvose en Coro como persona privada o particular, donde como adelante diremos, murio.

Y porque primero que tome la mano en proseguir el suceso de las cosas de esta gobernación estoy obligado, conforme a la orden que llevo, de dar cuenta del remate de la jornada de Nicolás Fedreman, que pasados los ríos de Apure y Zarare se apartó de la cordillera y se metió en los llanos, por no encontrar con su gobernador y por evitar toda ocasión de discordia y pasión como cuerdo y astuto capitán, proseguiremos con el suceso de su jornada en los siguientes capítulos, donde solamente trataremos de él, hasta que entró en el Reino y se juntó con la gente del licenciado don Gonzalo Jiménez de Quesada, teniente del Adelantado don Pedro Fernández de Lugo, y no más, porque lo que de allí adelante le sucedió queda escrito en la primera parte, en el descubrimiento del Nuevo Reino.

15

Las palabras “o brasas del fuego” están añadidas; además, están tachadas ” |y manos y pies y parte del cuerpo”, que aparecen en el texto más adelante.

Capítulo diez y nueve

|Cómo atravesando ciertas cienagas el teniente Fedreman con su gente, se tomó a arrimar a la sierra, y prosiguiendo su jornada llegó al pueblo de Nuestra Señora.

Según atrás queda dicho, cómo por no verse Fedreman con su gobernador Jorge Espira dejase el camino de la sierra, pasados los ríos Apure y Zarare, y se metiese por lo llano, dio en unas ciénagas o lagos de poca agua, pero largos y dificultosos de pasar y atravesar, por respeto de ser ellos en sí muy cenagosos y llenos de lama, de suerte que pusieron en gran trabajo así a los soldados como a los caballos para haber de salir de ellos.

Estas ciénagas eran llamadas en lengua de los naturales gatry: orillas estaban poblados Arechona y Caocao. Estos naturales tenían pocas comidas de labor, por ser lo más de sus mantenimientos pescados que de aquellas ciénagas pescaban, lo cual fue causa de padecer muy gran hambre y necesidad los españoles. Estos indios tenían alguna ropa de mantas razonable y cantidad de hilo de todas colores, lo cual, con otras baratijas, escondían por librarlo de la avaricia de los soldados, entre algunos juncales y otros herbazales que en aquellas ciénagas se criaban mas los soldados, que por robar y ejercitar todo avariento acto imitan los rastreadores sabuesos, que por el olor del aire descubre la caza, por partes no pensadas, iban a dar con la miseria que los indios tenían en el agua escondido y se lo llevaban para sus menesteres.

Pasadas estas ciénagas entraron luégo en tierra enjuta, y engolfándose por lo llano, en pocos días perdieron de vista la sierra y cordillera, que casi por guía y lumbre o farol de su derrota traían, donde les faltó tan de golpe la comida que les puso en condición de perecer todos de hambre. Mas esta falta remediaron los caballos, a los cuales comenzó a dar cierta enfermedad de que murieron muchos, y supliendo con la carne de ellos la necesidad de la comida, se alimentaron muchos días, hasta que llegaron a un río algo angosto, pero muy hondable, en cuyas riberas había grandes vestigios y señales de haber habido en otros tiempos grandes poblazones. Alojose allí Fedreman con su compañía, y luégo envió un capitán con gente a buscar comida por los alrededores de aquella provincia, y hallaron, desviado del río, algunos poblezuelos de indios con algunos mantenimientos: tomaron lo que habían menester y algunas piezas de indios e indias naturales de aquellos lugares, y se volvieron a su alojamiento, donde deseando Fedreman saber la causa de la ruina de aquellos poblezuelos, que parecía haber habido ribera de este río, preguntó a los indios que le habían traído, la claridad del negocio, los cuales le dijeron que dentro, en aquél río en cuyas riberas estaba alojado, andaba un animal feroz y bravo, que tenía diversas cabezas, que matando algunos indios había sido causa que los demás se arredrasen y apartasen de aquel lugar y sitio do estaban poblados. De esto no fueron muy maravillados algunos soldados de Fedreman, que demás de haber oído todo el campo los grandísimos bramidos que este animal dio estando alojados riberas de aquel río, lo vieron por sus propios ojos y certificaron ser una muy espantable y fiera que juzgaban tener diversidad de cabezas, y unos la tuvieron por sierpo y otros por culebra.

Aquí le pareció a Fedreman que su gobernador había ya pasado adelante, por lo cual determinó tornarse a arrimar a la sierra, y enviando delante de sí a Pedro de Limpias con alguna gente que fuese descubriendo y a buscar algún lugar para invernar, porque ya se acercaba el invierno, él se partió en su seguimiento con todo el resto de la gente. Pedro de Limpias caminó lo que pudo hasta llegar a un río llamado el Pavto, donde halló cantidad de pueblos y abundancia de comidas y sitio acomodado para tener el invierno; y de allí envió ocho soldados de los que consigo llevaba que volviesen atrás a dar mandado a Fedreman, que poco a poco iba marchando con la otra gente, y por este respeto se hallaba en esta sazón desviado algunas jornadas de donde Limpias estaba. Los ocho soldados que con esta embajada iban, apartándose del camino que habían traído, dieron en un poblezuelo donde había unos pocos moradores, asalteándolo ahuyentaron a los indios y ellos tomaron lo que en el pueblo había, que era algún oro y otras cosas de rescate y algunos indios, y no queriendo pasar de allí por temer que habría adelante indios que les damnificasen o por no perder la presa que en las manos tenían, se volvieron vergonzosamente a donde estaba Pedro de Limpias, el cual, como los viese ir sin llevar recado de lo que les había enviado, disimuló con ellos y envió otros ocho soldados a propio efecto, los cuales llegaron a donde toparon a Fedreman y dándole noticia de a lo que iban, todos juntos se volvieron o vinieron en pocas jornadas a donde Limpias estaba, el cual los salió a recibir al camino a un pueblo de indios, dichos vacoa, donde supo el teniente Fedreman el cobarde hecho que los ocho soldados habían perpetrado en volverse del camino. Hizo en ellos un castigo ejemplar, aunque no conforme a como su cobarde vileza merecía, que quitándoles todo lo que habían robado a los indios, así oro como piezas de servicio, lo dio todo a los otros ocho soldados que en su lugar habían sucedido, y demás de esto les dio por pena que cada uno de ellos cargase en su caballo treinta jornadas a un enfermo de los que en el campo iban y que no tenían caballos.

Alojose Fedreman con su campo en el alojamiento que Limpias le había señalado para invernar, y durante el tiempo del invierno envió ciertas escuadras con gente, que por aquel paraje viesen y descubriesen si se podía atravesar la cordillera, para por allí entrar con toda la gente, los cuales fueron, y después de haber andado algunos días buscando esta entrada, se volvieron sin hallar la que buscaban, por ser allí la sierra muy áspera y que por ninguna vía se pueden meter caballos.

Pasó el invierno sin sucederles cosa próspera ni adversa, y luégo que empezaron a tener alguna rareza las aguas, prosiguió su camino casi por el propio que Jorge Espira había llevado, llevando siempre la sierra a mano derecha y caminando por la falda de ella. En este tiempo sucedió que yendo el campo marchando por una campiña rasa, salió un tigere desvergonzada y atrevidamente, y metiéndose entre la gente que en el batallón iba, con más presteza de la que se puede pensar mató un español y tres piezas, indios ladinos y cristianos, y como al alboroto acudiesen muchos españoles de a pie y de a caballo, dejando el tigere hecho el daño dicho, se apartó muy mansamente sin que ninguno le osase hacer mal, porque no volviese su encarnizada furia contra los demás que le quisiesen ofender. Alojáronse allí cerca por dar sepultura a aquellos cuerpos muertos, y hubiera de ser en más daño y ofensa suya, porque como el tigere volviese a buscar la presa que había hecho y gente que había muerto, entrábaseles por el alojamiento a hacer otros muchos daños, lo cual con continua vela y guardia que toda la noche tuvieron le estorbaron.

Amanecido, Fedreman caminó con su gente, y dende a pocos días llegó al río de Meta, cuyos nacimientos están dos leguas de la ciudad de Tunja, en el Nuevo Reino de Granada, en el camino que de Tunja llevan a la ciudad de Santafé. Llamose este río de Meta en sus nacimientos Bajaca | 16 |. Ribera de este río de Meta se alojó Fedreman, donde descansó algunos días. Están poblados muchos naturales riberas de él, gente de buena digistión y amigables. Llegan a este paraje aquellos grandes pescados dichos bufeos, que se crían en el mar Océano. Este río se junta con el río Urinoco | 16ª , doscientas leguas apartados de la mar, y ambos juntos, junto a la mar, son llamados el río de Uriaparia, de quien adelante se trata.

Hay en estos llanos de Venezuela cierta nación de indios llamados guashiguas, gente que no viven en pueblos ni son cultivadores ni labradores ni tienen lugar señalado dónde habitan; traen consigo unas tendezuelas hechas de algodón, en que se recogen de noche: susténtanse de lo que salteando roban y hurtan a las otras gentes más nobles, a imitación de los haydones, famosos salteadores que robando y salteando bajan por los bosques de Esclavonia y corren todas las tierras que por aquellas provincias hay hasta los confines de Hungría haciendo extraños daños y maleficios a las otras gentes, teniendo esto por principal oficio para su sustentación.

Estos guahiguas es gente muy ligera y suelta, tanto que con poca delantera que a un caballo lleven, con dificultan les alcanzan. Usan de cierto género de instrumento, hecho a manera de pretales de cascabeles con que entran haciendo estruendo por los pueblos en donde entran a robar. Entiendo que esta propia nación de indios son los que por otro nombre, en estos propios llanos llaman giraharas, que viven de la propia manera que éstos.

Después de haber descansado Fedreman ribera del río Meta algunos días, pasó adelante con su campo, y marchando por la falda de la sierra llegó a la provincia llamada de sus propios naturales Marvachare, que es donde los de Jorge Espira dijeron el pueblo de Nuestra Señora, y esta gente de Fedreman llamaron al pueblo de la Fragua, por haber allí armado una fragua para aderezar ciertas herramientas. Y todo esto es en el territorio donde ahora está poblado el pueblo dicho San Juan de los Llanos, que es del distrito del Nuevo Reino de Granada, de quien en la primera parte de esta Historia queda escrito.

| Capítulo veinte

Cómo atravesando Nicolás Fedreman desde el pueblo de Nuestra Señora la cordillera y sierra, entró en el Nuevo Reino de Granada. |

Llegado el teniente Nicolás Fedreman al pueblo de Nuestra Señora, en la parte que le pareció más acomodada hizo su alojamiento, y luégo de algunos indios que allí se tomaron procuró informarse y sáber qué disposición de tierra y gente había adelante por la falda de la cordillera, por ver si le convenía pasar adelante, aunque también consideraba que pues Jorge Espira y sus soldados se habían vuelto de hacia aquella parte, como le daban claras señas el rastro de su camino, que no debía de haber ninguna buena tierra por aquella derrota. Los indios le dijeron claramente que no curase de pasar adelante sino que por allí atravesase la cordillera, donde daría en gente muy rica. Fedreman llevaba consigo los aderezos de una fragua, la cual mandó armar allí para aderezar las herramientas que traía gastadas y maltratadas del camino pasado, porque si se le ofreciese abrir alguna montaña o arcabuco se hallase en las manos con qué hacerlo.

Hecho esto tomó consigo una parte de su gente y algunos capitanes y salió a buscar algunos naturales para mejor informarse de ellos de la noticia y nueva que los indios del pueblo de Nuestra Señora le daban, y caminando tres días dio en una provincia de indios llamados operiguas, al principio de la cual halló un pueblo pequeño y recogido, fortificado con un recio y grueso palenque, cuyos moradores en sintiendo los españoles se pusieron en arma defendiendo con obstinados ánimos sus casas. Los nuestros hicieron todo su posible para asaltarlo, mas nunca pudieron hasta que llegándose a él mañosamente lo abrieron por un lado con las hachas y machetes que llevaban, y por un portillo que le hicieron entraron los españoles sin recibir más daño de herirlas un soldado a la entrada de un flechazo. Llamaron a este poblezuelo Salsillas, por parecerles recio el palenque. Este lugarejo es distinto del que atrás dijimos que la gente de Jorge Espira no pudo asaltar y lo llamaron también Salsillas. Rancheose lo que había en el pueblo y tománronse algunos indios, porque todos los más huyeron cuando vieron que los españoles entraban ya en el palenque. De estos indios que aquí se tomaron tomó Fedreman a informarse e inquirir y saber lo que adelante había, los cuales confirmando lo que los de atrás habían dicho, dándoles nueva de mucha gente de naturales que poseían grandes riquezas, y diciéndoles que allí iban muy pocos españoles, que volviesen por los que atrás quedaban, y que ellos les meterían en la tierra.

Con esta buena nueva y guías que ya Fedreman tenía se volvió a do estaba su alojamiento a dar orden en partirse con toda su gente la sierra adentro, para atravesar la cordillera, y llegado que fue halló que la gente estaban faltos de quién las llevasen sus cargas y lo que tenían, porque se les habían huído muchos indios que hasta allí habían traído; y para remediar esta necesidad Fedreman envió tres de sus capitanes con gente por diversas partes a buscar indios para el efecto dicho, y dende a dos días volvieron los dos bien proveídos de naturales, y el otro, que fue Pedro de Limpias, no le sucedió tan bien como a los demás, que fue causa de no acudir tan presto, porque echándose el río Ariare abajo, en un pueblo llamado de sus propios naturales Miyegua, y dando en él halló que los varones y gente para tomar armas no estaban allí, que eran idos a pescar, y ensartando en sus colleras algunas mujeres y de la gente más crecida que en el pueblo había, dio la vuelta hacia donde Fedreman estaba, y como los indios fuesen avisados de este saco que en sus mujeres e hijos se había dado, dejando la pesquería tomaron las armas y vinieron en seguimiento de Limpias y de sus compañeros, los cuales alcanzaron a tiempo que por defecto del camino se habían apartado los peones con la presa que llevaban de la gente de a caballo, y dando en ellos los indios los hicieron soltar la más de la gente que los habían preso, trabando con ellos guazabara en la cual hirieron de una lanzada a un soldado, de que murió después. Y como a esta grita acudiesen los de a caballo, que no iban muy desviados, fueron los indios forzados a huir y retirarse al río, donde se arrojaron y guarecieron nadando. Todavía se quedaron los españoles con parte de la presa, con la cual llegaron al alojamiento; y acercándose el tiempo de la partida fueron repartidos aquellos indios e indias que los capitanes habían traído entre todos los del campo para que les llevasen sus cargas, y loa españoles casi forzados a salir de allí porque les habían dado cierta enfermedad o ramo de esquilencia | 17 | con que habían muerto algunos soldados e indios ladinos.

Envió el teniente o capitán general de esta gente, Fedreman, a Pedro de Limpias delante con los guías, que fuese descubriendo y metiéndose en la sierra para atravesarla. Limpias, tomando su vanguardia, caminó por donde las guías le llevaban, y una jornada apartado del alojamiento del pueblo de Nuestra Señora dio en un río llamado el rió de Tegua, a la entrada del cual hallaron un lugarejo de hasta diez y doce casas que el día antes sus propios moradores le habían pegado fuego porque no se aprovechasen de él los españoles, entre las cenizas del cual hallaron alguna sal, que les dio mucho contento porque iban muy faltos de ella, y pasando adelante fueron a hacer noche a otro lugarejo apartado de allí el propio río arriba, donde estando durmiendo los soldados y las centinelas velando, llegó un tigere y tomó una india de debajo de la hamaca o lecho de un soldado, y sin ser poderosos todos los que allí estaban para se la quitar, la llevó arrastrando para su sustento.

Otro día prosiguiendo Limpias su descubrimiento, atravesando por diversos y frigidísimos páramos y sierras muy ásperas y montuosas y muy faltas de comida, donde padeció muy extraños trabajos con los soldados que con él iban y perdió algunos de ellos, porque demás de la falta que de comidas llevaban, les era forzoso abrir los arcabucos y caminos por do habían de pasar cortando muy gruesos árboles y maderos que el tiempo había derribado y atravesado por la vía que llevaban, y cortando grandes peñascos con picos y azadones para que pudiesen pasar los caballos, y donde sus fuerzas no bastaban a quebrantar las peñas para este efecto sobrepujaba su industria, porque atando los caballos con sogas los subían por lugares muy altos, y con estos trabajos y calamidades llegó Limpias a una loma muy agría y áspera que tenía la paja muy crecida y seca en lo alto, y por los lados eran despeñaderos, y el camino por do habían de subir muy estrecho y áspero, de suerte que por ninguna manera se podía con presteza abajar por él; y los indios, como viesen entrar a los españoles, pegaron fuego por lo alto, y como el aire viniese de aquella parte donde el fuego se había pegado, veníase con gran furia acercando a los nuestros y cogiéndolos en el lugar apretado que no podían volver atrás con los caballos ni aun con las cargas, lo cual visto por Limpias, usando con toda la presteza que pudo, echó un contrafuego, con el cual atajó solamente el daño que los caballos habían de recibir, que era despeñarse o quemarse, porque con su ímpetu el fuego les quemó muchos indios con las cargas y ropa que llevaban, y un español enfermo que iba cargado en una hamaca fue dejado de los que le llevaban por guarecer sus vidas y allí fue abrasado, y otro llamado Bibanco, por antiguo temor que debía tener a este elemento y por no morir en su poder, se arrojó del altura de aquella loma o sierra y quiso más morir despeñado y hecho pedazos que vivir con alguna señal defectuosa que chamuscándole el fuego le podía hacer como a otros muchos hizo.

Pasado el ímpetu de este fuego, Limpias no curó de volverse atrás, mas pasando adelante con su buen ánimo y mejor fortuna con iguales trabajos que los de hasta allí, llegó dende a pocos días al valle de Fosca, donde halló alguna poblazón de indios moscas, de los sujetos al Nuevo Reino, y alguna comida, aunque poca, con que descansó algunos días, y durante este tiempo siempre el teniente Fedreman le venía siguiendo con el resto de la gente, aunque apartadamente pero por sus propias pisadas, gozando de las hambres y necesidades que los delanteros gozaban, pero no de tanto trabajo, por hallar ya el camino, que era de montañas, abierto y descubierto. De Fosca salió Pedro de Limpias a Pasca, otro repartimiento del Nuevo Reino, donde halló algún rastro de caballos, aunque dudoso, y como no tenía lengua o intérprete que entendiese aquellos naturales, no podía haber ninguna claridad de lo que pretendía, y estando así perplejo en Pasca recibió cartas del licenciado Jiménez, teniente del adelantado don Pedro Fernández de Lugo, que por la vía de Santa Marta y río grande de la Magdalena había entrado en aquella tierra, en que le hacía saber cómo él estaba allí poblado por Santa Marta, y que le hiciese placer de que se viesen. Limpias despachó luégo con brevedad algunos soldados a su general Fedreman, que en su seguimiento iba, con indios cargados de comida, dándole aviso de lo que pasaba, y asímismo envió a un Hernando Montero, a quien traía por su escuadra, que fuese a verse con el licenciado Jiménez, el cual fue muy bien recibido de Jiménez, y para traerlo con más facilidad a su amistad y saber de él lo que pretendía, diole una cadena que traía al cuello, que pesaba más de cien castellanos; e informado de Montero de la gente que era y de la manera que venían, envió luégo ciertas personas principales de su compañía que fuesen a saludar de su parte al teniente Fedreman y tratar cómo se viesen.

Cuando estos legados del licenciado Jiménez llegaron a Pasca, ya había llegado allí con el resto de la gente Fedreman, que como en el camino le llegaron las nuevas y cartas que le enviaba Limpias, apresuró su caminar y llegó a Pasca con más brevedad de la que pensaba; y como llegaron a verse con Fedreman los legados del licenciado Jiménez, según dije, fueron por él muy bien recibidos y saludados, y luégo se partió al valle de Bogotá, a donde el licenciado Jiménez estaba alojado en el sitio donde ahora está poblada la ciudad de Santafé, después de haber cinco años que su gente, que serían cuatrocientos hombres, salieron de Coro la vuelta de la laguna de Maracaibo, hasta que entró en el Reino, año de treinta y nueve, con solos cien hombres.

Y porque el suceso de las cosas de Nicolás Fedreman y de sus soldados y capitanes, de este punto y aun desde un poco más atrás, no pertenecen a este lugar, cesa aquí su Historia con decir que después, por ocasiones que en el Nuevo Reino se ofrecieron, fue a España juntamente con el licenciado Jiménez y con el teniente Benalcázar, que a esta propia sazón entró en el Reino por la vía del Perú, y estando allá litigando sobre no sé que pretensiones, murió dende a poco tiempo que de las Indias fue.

Proseguir sean de aquí adelante los demás sucesos de Venezuela, por la orden que los llevan entablados.

16 En el margen está escrito con tinta distinta: Foiaca o Boiacá.
16ª Aquí hay una señal que se refiere a una anotación marginal que está escrita con tinta y letra distinta y que dice: “o Barraguan”.
17 Palabra de difícil lectura.

Capítulo veinte y |uno

En el cual se escribe lo que después sucedió a Jorge Espira en Coro, hasta que murió, y el resto del gobierno del doctor Navarro. |

Según atrás queda apuntado, durante el tiempo que Jorge Espira andaba en su infelice jornada y descubrimiento por los llanos, se le cumplió el término de su conduta de gobernador, por lo cual la Audiencia de Santo Domingo proveyó por juez de residencia al doctor Navarro, vecino de aquella isla, con tiempo limitado, el cual cumpliéndose cesaba su jurisdicción; y como cuando Jorge Espira llegó a Coro, desbaratado de su jornada, hallase al doctor Navarro que gobernaba, fue luégo despojado de todo su trono y aborrecido de los soldados que entrañablemente deseaban echar de sí aquella carga de gobernadores extranjeros; y así, ayudándose los españoles del favor de don Rodrigo de Bastidas, que aquella sazón era obispo de Venezuela y estaba en Coro, pretendían que por ninguna vía le fuese por el juez de residencia encargado a Jorge Espira ninguna compañía de gente ni conduta para entrar la tierra adentro, porque habiéndose ofrecido en aquella sazón ocasión de ir a castigar unos indios poblados hacia la boca de la laguna de Maracaibo por haber muerto ciertos españoles, pretendía Jorge Espira llevar a cargo aquella jornada e ir por capitán de ella para de allí hacer otro descubrimiento.

Y como los soldados lo contradijeron con el favor del obispo, que tenía mucha mano en los negocios de la gobernación, usó Jorge Espira de maña para efectuar sus desinos, y corrompiendo al obispo con algunas dádivas que le dio, le hizo volver la hoja y tomar la demanda por el contra los españoles, los cuales estaban obstinados en aquella su opinión; que aunque el obispo en el púlpito decía muchas palabras, diciendo que era grande la maldad de la gente y soldadesca, que teniendo rey buscaban rey y teniendo gobernador buscaban gobernador, con otras muchas palabras y razones, no fue todo esto parte para convencerlos, ni hacerles que se volviesen a meter debajo del gobierno de Jorge Espira; y visto por el doctor Navarro la obstinación de los españoles, envió los que allí pudo juntar, que serían ciento y tantos, con un capitán de nación a hacer el castigo a la parte dicha, los cuales fueron y prendiendo los culpados los enviaron a Coro, donde el gobernador y juez estaba, y ellos, deseando verse fuera de aquella gobernación, por ser la jurisdicción de ella sujeta a extranjeros, que procurando su particular interés y provecho tenían sujetos y presos los codiciosos ánimos de los españoles con mucha diversidad de fueros con que apremian ha avaricia de los menores y acrecentaban la suya, acordaron pasarse a las provincias de Cubagua, que en esta sazón eran muy acompañadas de gentes españolas que pasaban a ellas de Santo Domingo y de las otras islas a hacer esclavos y gozar de la riqueza y pesquería de perlas que en la isla Cubagua, cercana a aquella provincia había, y por eso dicha de este nombre, se sacaba; y dejando hecho el castigo caminaron apartándose de la poblazón de Coro, y entrando y metiéndose en la sierra para por allí atravesar a Cubagua.

Algunos soldados de flacos ánimos y fuerzas, pareciéndoles dificultosa y trabajosa esta jornada, dejaban de seguir a sus compañeros y se volvían a Coro, donde el obispo Bastidas y Jorge Espira increpaban mucha culpa al doctor Navarro de la ida de estos soldados, pareciéndoles que quedaba aquella gobernación muy falta de gente para su defensa y para intentar nuevas jornadas. Navarro, viéndose fatigado de las voces del obispo y de has que Jorge Espira y de los demás factores de los Bezares, determinó juntar la gente que pudo e ir en seguimiento y alcance de aquellos soldados, tomando su camino por la costa de la mar, vía de Burburata, para por allí, con más presteza, salir a los valles de Barquisimeto y el Tocuyo, y tomarles la delantera.

Los soldados que por la sierra iban, pasaron muchos trabajos y riesgos de ser tomados a manos de los indios por no llevar caballos, y al cabo de cierto tiempo hallaron rastro del doctor Navarro, el cual había ya pasado por allí, y metidos en una poblazón de indios llamados los axaguas, donde tuvo noticia que estaban los fugitivos, los cuales sin saber de él le habían harrado | 18 en el camino. Dándole lado, de Barquisimeto se salieron los soldados fugitivos a lo llano por el desembocadero de Boravre, donde a tino tomaron la derrota que les pareció y fueron a parar a un río llamado el Pao, en cuya ribera se alojaron para rehacerse de comida, que llevaban muy gran falta de ella. El doctor Navarro llevaba buenas lenguas o intérpretes, con las cuales fácilmente había noticia de los naturales por do pasaba, de la derrota y camino que llevaban los fugitivos, y así los iban siguiendo casi por sus propias pisadas, fueles alcanzar en las riberas del río Pao, donde, como se ha dicho, se habían alojado para buscar comida.

Llegado el doctor Navarro con su gente, que serían sesenta hombres con buenos aderezos y caballos, al alojamiento de los fugitivos, no halló en él más de a los enfermos, que los demás soldados se habían esparcido por diversas partes a buscar comida; y como a la tarde fuesen juntos fueron reprehendidos ásperamente por Navarro de lo que habían intentado hacer, por haberle a él cargado el obispo y Jorge Espira la culpa de su alteración y movimiento. Los fugitivos le dijeron que ellos no se iban de aquella gobernación más de por no estar debajo del dominio de los Bezares ni de sus extranjeros gobernadores, y que como la tierra hubiera de ser gobernada por naturales españoles que de entera voluntad residieran en ella, pero que entendiese que por entonces en ninguna manera volverían a Coro, y que si como fue él el que vino en su seguimiento y alcance, hubiera sido el gobernador Jorge Espira, que con una miserable y cruel muerte le dieran el castigo que su osadía y atrevimiento merecía. Viendo el doctor Navarro la arrogancia con que estos desarmados soldados hablaban, díjoles que se reportasen y aderezasen, que aunque no quisiesen habían de volver con él a Coro. Los fugitivos, que serían treinta, porque todos los demás se habían vuelto del camino a Coro, disimulando por entonces su injuria, callaron, y tratando con el capitán que ellos habían electo, que se decía Pancorvo, lo que debían hacer, dieron de noche en la gente de Navarro y quitándoles las armas y caballos que traían y dejándolos desarmados, les hicieron perder el brío y furia que traían contra los desarmados fugitivos y estar sujetos a lo que ellos quisiesen hacer.

Mudada de esta suerte la fortuna de los fugitivos y de sus perseguidores, fue compelido el doctor Navarro a sujetarse a ellos y pedirles misericordia, rogándoles muy ahincadamente que no le infamasen de aquella suerte, mas que volviéndole sus armas y caballos se fuesen con él a Coro, los cuales, como favorecidos de su hado y fortuna usasen bien de la ocasión que entre las manos tenían, despidiendo al doctor Navarro y a su gente les volvieron algunos caballos para que seguramente pudiesen pasar por entre los indios por do habían de volver, y les dijeron que no tratasen más en la vuelta, pues demás de ser de ningún efecto, lo que sobre ello se dijese era incitar los ánimos de algunos soldados que agraviados estaban del doctor y de otros de su compañía, a tomar venganza por sus propias manos de su adversario; y visto esto, el doctor, que sin ánimo injuriado no podía parecer en Coro ante el obispo y los otros sus contrarios, pues demás de no haber hecho ningún efecto su jornada había sido tan vergonzosamente despojado de sus caballos y armas, determinó irse con los fugitivos Ja vuelta de Cubagua, los cuales lo aceptaron, haciendo que la demás gente se volviese la vuelta de Coro a dar noticia de lo que pasaba; aunque todos quisieran irse con los fugitivos la vuelta de Cubagua por salirse de la miserable Venezuela, no lo consintieron sólo por evitar que en el camino no se moviese entre ellos alguna discordia, excepto a cuatro soldados de los del doctor con quien tenían particular conocimiento y amistad.

En este alojamiento del río Pao se apartaron las dos escuadras, los unos a Coro y los otros a Cubagua, a donde fue el doctor Navarro. Los de Coro se volvieron por el camino por do habían ido, sin les suceder ningún contraste, y los de Cubagua, como habían de pasar por tierras ignotas y no andadas de españoles basta entonces, pasaron muy grandes trabajos, hambres y necesidades y riesgos de ser diversas veces tomados a manos y muertos de belicosos y caribes indios que por do pasaban topaban, y riesgos de ríos y tigeres que les comieron algunos soldados, y de otros infortunios que semejantes jornadas traen consigo, especialmente a tan poca gente como esta era. A cabo de haber caminado algunos meses de la manera dicha, llegaron a la provincia de Cubagua, donde descansaron.

El doctor Navarro, vuelto a Coro, dejó el gobierno de la tierra porque se le había ya cumplido el tiempo que traía limitado, y volviose a Santo Domingo, donde después vivió mucho tiempo y murió allí.

En este mismo tiempo le dio a Jorge Espira en Coro una enfermedad, parte de ella de enojo de verse despojado del gobierno de la tierra, y parte del quebrantamiento de los trabajos pasados, de que en pocos días vino a morir, aunque algunos hay que afirman haber Jorge Espira muerto en Santo Domingo, habiendo ido allá a procurar que se le volviese el gobierno. En una u otra parte, murió a esta sazón.

18 Por “errado”.

LIBRO TERCERO

|En el libro tercero se da noticia de cómo vuelto el doctor Navarro a Santo Domingo la Audiencia proveyó por gobernador o don Rodrigo de Bastidas, obispo de Venezuela, y por su general a Felipe de Utre, el cual hizo cierta gente y entró a descubrir la tierra adentro por los llanos, con todo lo sucedido en su jornada; y de cómo en el ínterin que Felipe Dutre andaba en su descubrimiento, el rey proveyó por obispo de Puerto Rico a don Rodrigo de Bastidas, el cual yéndose a su obispado, dejó por teniente a Diego de Boyza y éste queriéndose ir, nombró por alcalde mayor a un factor de los Bezares, dicho Enrique Rembol, el cual murió dende a cierto tiempo, y por | fin |de éste proveyó la Audiencia por gobernador de Venezuela y juez de residencia de Cubagua, al licenciado Frías, fiscal y por su capitán general a un Juan de Caravajal, relator. El Frías se fue a Cubagua, a tomar residencia, y el Caravajal se vino a Coro, y falseando las provisiones que llevaba, se hizo gobernador y juntó cierta cantidad de gente española, con la cual se metió la tierra adentro hasta las provincias del Tocuyo, donde se alojó y estuvo muchos días, en los cuales Felipe Dutre dio la vuelta algo desbaratado y llegó al Tocuyo, donde halló a Caravajal y con él tuvo ciertas rencillas, por donde el Caravajal, malvadamente, le cortó la cabeza a él y a otros; y de cómo en España fue proveído el licenciado Tolosa, el cual venido a Venezuela y sabido lo que Caravajal había hecho, entró la tierra adentro y lo prendió e hizo justicia de él; y de cómo y por qué el rey quitó la gobernación a los Bezares, y en qué tiempo; con la jornada que Alonso Pérez de Tolosa hizo por el río de Apure arriba y el suceso de ella, con todo el discurso de gobernadores que hasta nuestro tiempo ha habido en aquella gobernación, y pueblos que en ella se han poblado, con sus pobladores o fundadores, con los sucesos de cada pueblo en el propio capítulo hasta nuestro tiempo. |

| Capítulo primero

Cómo la Audiencia de Santo Domingo proveyó por gobernadores de Venezuela al obispo Bastidas y a Felipe Dutre, el cual juntó gente y salió en demanda del Dorado. |

Según en el último capítulo del presente libro dijimos, vuelto el doctor Navarro a Santo Domingo y muerto Jorge Espira, y entrado Fedreman en el Nuevo Reino, quedó la gobernación de Venezuela sin gobernador, por lo cual la Audiencia de Santo Domingo proveyó luégo por gobernador de aquella provincia a don Rodrigo de Bastidas, obispo de ella, y por capitán y teniente general para que entendiese en las cosas de guerra y nuevos descubrimientos y en los negocios criminales, a Felipe Dutre, caballero alemán, deudo o de la casa de los Bezares, mancebo de floreciente edad, que había andado con Jorge Espira en la jornada larga de los llanos.

Llegadas las provisiones de la Audiencia a Coro, donde el obispo Bastidas estaba, luégo dio como buen prelado y gobernador orden cual convenía para el buen gobierno de aquella tierra y conservación de los naturales, aunque algunos quieren decir haber hecho lo contrario, porque como en aquella sazón hubiese llegado el capitán Pedro de Limpias, que había abajado del Nuevo Reino de Granada, a donde poco antes entró con el teniente Fedreman por la vía de los llanos de Venezuela, hizo el señor obispo cierta junta de soldados, bien aderezados, y entregándoselos a este capitán Limpias, los envió a la laguna de Maracaibo a que rancheasen y robasen todo el oro que pudiesen y tomasen todos los indios que hallasen para hacerlos esclavos y de su valor pagar los fletes de ciertos navíos que de Santo Domingo le habían enviado con gente y caballos para el sustento de aquella tierra.

Pedro de Limpias, tomando debajo de su amparo la gente, que serían sesenta soldados, y partiéndose con ellos la vuelta de la laguna, diose tan buena maña, como hombre que ya otras veces había andado por allí, que en breve tiempo tomó y aprisionó de aquellos míseros naturales más de quinientas personas de varones y de mujeres; y dando la vuelta con ellos a Coro, las entregó al obispo, el cual más como mercenario que como pastor, las mandó marcar o herrar por esclavos, y embarcándolas en los navíos, fueron llevados en perpetua y miserable cautividad, a Santo Domingo, donde todos perecieron, pagando con la sangre de inocentes sus profanidades y tramas.

Concluso esto, luégo Felipe Dutre, con la gente que por allí pudo juntar, determinó de hacer una jornada o entrada por la propia parte por do había ido Jorge Espira, pareciéndole que por el mal gobierno de aquel su gobernador, con quien el primero había ido, se había quedado por descubrir y ver la tierra, y como comúnmente suele acaecer entre los soldados que de alguna jornada salen perdidos sin haber hecho ningún bien efecto, que se levantan entre ellos opiniones soñadas o imaginadas, diciendo si por tal parte hiciéramos o tomáramos tal derrota o creyéramos a tales indios o siguiéramos a tales guías, nunca nos perdiéramos, y así a este brioso mancebo se le ofrecían muchas consideraciones y casos sucedidos en la jornada a Jorge Espira, por donde le parecía que con aquella poca de experiencia pasada era ya suficiente para gobernar cualquier número de gente y para estos pocos soldados que tenía juntos o podía juntar, pasar mucho más adelante de donde su gobernador había llegado. A esto se juntaba también que como Pedro de Limpias había con Fedreman andado aquella derrota de los llanos y había estado en el Nuevo Reino de Granada, en donde se tenía gran nueva y noticia de ciertas provincias hacia la parte del Sur, que confronta con aquel Reino, que ahora y aun entonces llamaban el Dorado, daba noticia de ello y esperanza de meter a Felipe Dutre y a los que con él fuesen en la tierra rica del Dorado, y como por su ancianidad y mediana experiencia en los negocios de descubrimientos y jornadas era persona de mucho crédito, aumentaba el deseo de Felipe Dutre y la codicia el obispo, que deseaba que durante el tiempo de su gobierno se hiciese alguna cosa notable o memorable.

Pues como el gobernador y obispo y su capitán general fuesen de ánimos tan conformes, mediante la diligencia que entrambos pusieron, juntaron en Coro ciento y veinte hombres bien aderezados de armas y caballos, entre los cuales era Limpias, de quien poco ha trataba, y Bartolomé Bercia, hijo de Antonio Bercia, uno de los de la compañía y otros muchos caballeros e hijosdalgo con los cuales salió Felipe Dutre de la ciudad de Coro por el año de cuarenta y dos; y empezando su jornada por el camino de la costa, por ser más breve a dar a Burburata y de allí al desembocadero de Barquisimeto a salir a los llanos, caminó con próspero tiempo por la halda de la sierra, llevándola siempre a la mano derecha, como Jorge Espira y Fedreman habían hecho; y como los naturales de aquel camino estaban ya amedrentados de las otras compañías que antes habían pasado, no curaban de salir a hacer guerra a esta gente de Felipe Dutre, antes, según en otra parte he dicho, dejando sus antiguos pueblos desiertos, se iban a vivir a lugares apartados de allí, por no recibir más daño del recibido; y aunque en el caminar por estos llanos Felipe Dutre no tuvo con los naturales ningunas guazabaras, no dejó de padecer las mismas calamidades y persecuciones de hambres y tigeres, ríos y aguas que los demás, invernando a sus tiempos y deteniéndose en este camino casi los propios días que su gobernador se detuvo, siguiendo en él, como he dicho, las propias pisadas de sus antecesores hasta llegar a la provincia del pueblo de Nuestra Señora, donde deteniéndose allí para invernar y tomar más claridad de la provincia del Dorado, halló rastro y vestigios de Hernán Pérez de Quesada, hermano del licenciado Jiménez, que después fue adelantado, que poco antes había salido con doscientos hombres del Nuevo Reino, y bajado a lo llano en demanda del Dorado, donde Felipe Dutre estuvo algún tiempo perplejo e indeterminable sobre si pasaría adelante siguiendo las pisadas de Hernán Pérez, pareciéndole que aquellos a quien la fortuna había metido por diversos caminos en la felicidad y prosperidad de aquel Nuevo Reino, los llevaba también por aquella vía a entregarles otras nuevas provincias mejoradas y más prósperas que las que habían dejado de entre las manos, en donde en alguna minera con el oro y riquezas que allí tomaron habían puesto calor a su avaricia y desordenada codicia.

Mas esto no fue así, porque mudando con mucha presteza la fortuna su rueda contra éstos que del Reino habían salido en busca y demanda del Dorado, los llevó a tierras muy ásperas y dobladas y pobladas de muy altas montañas y arcabucos y desiertas de gentes naturales, donde dándoles doblada adversidad que les había dado de prosperidad, les hizo padecer muy extraños trabajos, y siendo los más muertos miserablemente, fueron unos pocos que vivos escaparon a salir a las espaldas de Pasto, en la gobernación de Popayán, según se verá más largamente escrito en la primera parte de esta Historia, donde tratamos de las jornadas que del Nuevo Reino se hicieron.

Porque consideraba, y con mucha razón, Felipe Dutre y sus capitanes que la gente que en el Nuevo Reino estaba no se moverla de aquella próspera tierra si no fuese teniendo guías ciertas que sin andar vacilando de una parte a otra, les metiesen en el Dorado; y por estas causas se determino de seguirlos e ir en su alcance, pareciéndole que tierra donde tantas riquezas y naturales habían dicho algunos indios que había, que no seria tan corta ni angosta que él y sus soldados no cupiesen en ella con los demás que delante iban.

| Capítulo segundo

Cómo pasado el invierno, Felipe Dutre siguió a Hernán Pérez hasta que por ciertos respectos se apartó de su vía, y por diferente camino, después de haber invernado en el camino, se volvió al pueblo de Nuestra Señora. |

A la sazón que el invierno comenzó a aplacarse, ya estaba a punto Felipe Dutre para partirse, porque le parecía que no era cosa acertada gastar el tiempo en ningún ocioso entretenimiento, pues todo lo que Hernán Pérez y los que con él iban le llevaban de delantera era en su perjuicio, por parecerle que a la primera entrada siempre se suele mejor gozar de las riquezas de la tierra; y llevando consigo indios que le guiasen por el propio camino que Hernán Pérez llevaba, se daba toda la priesa que podía a caminar, hasta que llegó a la provincia del Papamene, donde se alojó en un pueblo de indios en que había alguna comida, para descansar e informarse de la derrota que Hernán Pérez llevaba, aunque hasta este lugar no había perdido el rastro.

Esta provincia del Papamene, según muchos afirman, cae y está a las espaldas de la villa de Timaná, poblada en los nacimientos del río grande de la Magdalena. En este pueblo del Papamene hubo Felipe Dutre un indio principal, natural de aquella provincia, que parecía ser señor y bien acondicionado, y que en su lugar daba muestras de ser hombre de verdad, de quien procuró informarse y saber si la demanda y noticia que Hernán Pérez llevaba era cierta o no, y si ha debía él seguir o volverse, sobre lo cual Felipe Dutre hizo a este indio principal muy particulares preguntas con los intérpretes y lenguas que tenía. El cacique o principal, entendido bien lo que se le preguntaba, respondió que no le convenía seguir la derrota que llevaba, porque por allí no había ningunas poblazones de gentes que tuviesen oro, por ser todo arcabucos y tierra muy mal poblada y muy áspera y quebrada, y que pocos días antes habían pasado por allí cierta cantidad de españoles o gente como ellos y que todos se iban muriendo por no hallar qué comer y de otras enfermedades que les daba, y que a lo que entendía por lengua de los indios sus vecinos, ya serían muertos todos o los más, y que si Felipe Dutre iba en busca de gentes naturales y oro, que atrás los dejaban en muy mucha cantidad, que si de allí querían volverse que él los guiaría y les llevaría a ella. Y para confirmación de lo que decía, sacó ciertos nísperos de oro y plata y dijo que aquél los había traído de la tierra que él les había dicho, un hermano suyo que pocos días antes había venido de allá; y que para caminar por camino más derecho desde allí donde estaba, habían de ir en demanda de un pueblo de indios llamado Macatoa, poblado en las riberas del río Guaynare, de la otra banda de él, en cuya demanda, siempre que caminaban llevaban eh pecho al Oriente, ladeados un poco sobre el hombro izquierdo, que es aquella parte que los mareantes llaman el sueste.

Felipe Dutre, aunque diversas veces se informó de este principal jamás lo halló variable en lo que decía, no por eso le quiso dar crédito, creyendo que aquel bárbaro lo hacía por desviarlo de la demanda que llevaba Hernán Pérez o de otra alguna rica provincia que debía estar adelante, o de algunas poblazones de indios amigos suyos que en aquel camino debían estar, a fin de que ellos no fuesen a proveerse de lo necesario, y así prosiguió su camino por la vía que Hernán Pérez llevaba, llevando consigo al indio principal prometiéndole que dende a pocos días daría la vuelta e iría con él a donde le decía. Y después de haber pasado ocho días de aquellas montañas y sierras, viendo el principal cuán obstinados iban los españoles en seguir aquel perverso camino que los llevaba al matadero, dejolas una noche y volviose a su casa.

Los soldados, viéndose metidos en aquellas montañas y que iban enfermando y faltos de comida, pesoles de que Felipe Dutre siguiese aquella derrota y dejase de seguir la que el principal les había dicho, y aunque daban muestras al capitán de seguir de mala gana aquel desesperado camino, ninguna cosa les prestaba, porque iba Felipe Dutre tan metido y contumaz en seguir a Hernán Pérez que casi con esta su loca determinación daba a entender desear y buscar su propia perdición, como los demás que iban delante hicieron; pero al fin, después que vio que mientras más seguía aquel camino más se iba su gente atormentando y enfermando y padeciendo hambres y necesidades, dejolo de seguir y túvose a mano izquierda, porque Hernán Pérez siempre iba caminando y teniéndose a mano derecha, y apartándose algunas jornadas por la vía de mano izquierda que había tomado, vio una pinita o ramo de la cordillera que se metía gran trecho por los llanos adelante, que fue llamada la punta de los Pardaos, y creyendo ser aquella distinta y apartada sierra de la por donde iba, caminó a gran priesa, con su gente, para ella, porque según siempre le habían dicho el Dorado estaba en otra cordillera distinta de la por donde había caminado hacia la parte del Sur, y desque cerca llegó reconoció cómo era la propia cordillera de mano derecha y que no se remataba allí, sino que iba dando la vuelta sobre la misma mano derecha.

A esta sazón entraba ya el invierno y con facilidad no podía volver atrás, y así le fue forzoso irlo a tener a aquella parte de la cordillera dicha de los Pardaos, tierra muy estéril y enferma y de muy pocos naturales y esos tan brutos y bestiales en su manera de vivir que no hay nación en el mundo a quien en rusticidad y torpeza de juicios se pueda igualar, porque ellos comen carne humana, culebras, sapos, arañas, hormigas y cuantos viles y sucios animales produce la tierra. Toman estos indios un bollo de maíz algo tierno y pónense como osos encima del hormiguero, y moviendo ruido para que las hormigas salgan, cuantas pueden haber juntan con el bollo o pan y allí las están estrujando y amasan y se las comen, cosa cierto jamás oída hasta nuestros tiempos que otras gentes hagan, y cierto que tierra que tan bárbaras gentes, y más semejables a los brutos que otras ningunas, cría y sustenta, que no puede producir buenos aires ni vapores, porque aquí enfermó toda la gente a Felipe Dutre, y se paraban los soldados hipatos | 19 | e hinchados y perdiendo sus naturales colores cobraban otras muy diferentes, casi naranjadas; pelábaseles el cabello, y en lugar de ello salíales pestífera sarna, de que morían; y porque aquí no se dijese que todos los duelos con pan etc., casi apenas hallaban qué comer. Las mismas calamidades padecían los caballos, que hinchándose a manera de hidrópicos y cayéndoseles el pelo y cubriéndose de sarna, eran muertos; y con el gran deseo que de comer sal tenían, en viendo cualquier ropa puesta al sol a enjugar arremetían a ella con ferocidad de brutos, y por presto que sus dueños acudían les había de quedar algo en la boca.

Con esta calamitosa adversidad pasaron el invierno en aquella punta de tierra dicha de los Pardaos, el cual pasado dieron la vuelta por diferente camino del que llevaron, con pérdida de algunos soldados que se les habían muerto, y con trabajo de muchos que traían enfermos, hacia el pueblo de Nuestra Señora, para dejar allí los enfermos, los cuales no se atrevía Felipe Dutre pasar adelante, por serle impedimento para caminar y guerrear, y por no dejarlos en tan mal sitio y lugar como era el donde había invernado, y por ser la tierra del pueblo de Nuestra Señora tierra más descubierta y sana, y de allí tornar a dar la vuelta sobre su noticia con la gente que estuviese para ello. Y caminando con no menos trabajos que a la ida llevaron, allegó este capitán Felipe Dutre al pueblo de Nuestra Señora, después de haber casi un año que de él había salido en seguimiento de Hernán Pérez, y alojándose allí para descansar y reformar su gente y dar con brevedad la vuelta, fue de nuevo por él movida plática de la noticia que el principal del Papamene le había dado; porque era este capitán tan animoso y deseoso de salir con algún buen hecho, que con todos los trabajos y calamidades pasadas no había perdido ninguna parte del brío con que salió de Coro, y así luégo procuró haber indios de aquella provincia del pueblo de Nuestra Señora para de nuevo informarse de ellos de la noticia del Dorado, por ver si en alguna cosa conformaban o concordaban con el indio y principal de Papamene.

Capítulo tres

En el cual se escriben los movimientos que en Coro sucedieron y hubo acerca del gobierno de la tierra en el ínterin que Felipe Dutre andaba en la jornada de suso referida.

Durante el tiempo que las cosas que de suso en suma hemos contado, le sucedieron a Felipe Dutre en su jornada y descubrimiento y demanda del Dorado, no dejaba de haber en Coro nuevos sucesos y movimientos, porque proveyendo su Majestad a don Rodrigo de Bastidas, obispo de Venezuela, por obispo de San Juan de Puerto Rico, fuele forzoso dejar el cargo de gobernador que tenía e irse a su nuevo obispado, y nombrando por su teniente general, para que por su ausencia tuviese en justicia la tierra, a un Diego de Boyça, castellano, comendador de la orden de Cristo de Portugal, persona principal y de buen linaje y suerte, se fue a Puerto Rico.

Este tuvo el gobierno de aquella provincia poco más de un año, sin hacer ni suceder en su tiempo cosa digna de escribirse; y queriéndose ir de esta tierra, por provisión particular que para ello tuvo de la Real Audiencia de Santo Domingo, nombró por su alcalde mayor a un factor de los Bezares, llamado micer Anrique, el cual deseaba grandemente intentar alguna cosa digna de memoria; y como en su tiempo a Coro Diego de Losada, que había salido poco había, perdido de la jornada de Sedeño, donde había andado por maese de campo de Pedro de Reinoso, fue enviado con veinte compañeros por tierra la vuelta de Cubagua a que atrajese así alguna gente de la mucha que allí había perdida y ociosa, para con ella hacer alguna nueva jornada o poblazón; porque como ya a esta sazón su Majestad, como cristianísimo rey y emperador, hubiese quitado la granjería de hacer esclavos los indios, y los hubiese puesto en libertad, toda la gente que en aquella provincia de Cubagua vivían de este trato, que era muy mucha, estaban suspensos sin saber a dónde ir ni tener ninguna manera de granjería; y como Diego de Losada se acercase a ellos induciéndolas a que se entrasen en la jurisdicción de Venezuela, para allí hacer nuevas jornadas y descubrimientos, fácilmente lo hicieron y se le pasaron más de noventa hombres, con los cuales se volvió Losada, y Villegas su compañero, a quien para el mismo efecto había micer Anrique dado igual comisión; y como por antigua costumbre entre los que son iguales en jurisdicción se halle pocas iguales la condición o conformidad, nació entre estos dos capitanes sobre el mandar, algunas cosquillas que después, durando por algún tiempo, parieron diversidad de discordias.

Dieron la vuelta, como dije, con sus noventa compañeros, hacia Coro, para allí ordenar y hacer por mano del alcalde mayor, lo que conviniese. Detuviéronse algún tiempo en el camino, así por ser largo como por los muchos ríos y belicosos naturales que por él hay, de suerte que cuando llegaron a Coro hallaron ser ya muerto su alcalde mayor micer Anrique, por cuyo fin y muerte y por no haber noticia de Felipe Dutre, que había días que andaba en su descubrimiento, la Audiencia de Santo Domingo nombró por gobernador de Venezuela y juez de residencia de Cubagua al licenciado Frías, fiscal de aquella Audiencia, que es el propio que fue por juez de comisión o de residencia contra Antonio Sedeño, gobernador que fue de la Trinidad, a quien el propio Sedeño en tierra de Cubagua desbarató y aun maltrató, según adelante se dirá; y por su capitán o teniente general nombraron a un Francisco de Caravajal, que era relator en la propia Audiencia, y librándoles las provisiones de todo ello, el licenciado Frías se fue la vuelta de Cubagua a tomar la residencia, como le era mandado por la Audiencia a ciertos españoles que allí habían andado haciendo esclavos y otros agravios a los indios.

Francisco de Caravajal, con algunos soldados y gente que juntó para los descubrimientos que pretendía hacer, se vino la vuelta de Venezuela, y no pudiendo tomar puerto en Coro, fue a desambarcar a Paraguana, que estará cuarenta leguas de Coro, y sabido por Villegas la llegada de Caravajal, luégo se partió a recibirle para tenerle propicio y favorable, y con mano ajena perseguir a Losada, con quien ya tenía más clara enemistad. En todo se dio Villegas tan buena maña que atrajo al Caravajal a ser su amigo, y metió todo el mal que pudo entre él y Losada, por donde venido que fue Caravajal a Coro, usó de mañas con que con buena color echó a Diego de Losada de la tierra, para que ni él estorbase lo que pretendía hacer, ni con su presencia diese enojo a su enemigo Villegas, porque como Diego de Losada era caballero de ánimo reposado y muy bien hablado, y por eso bien quisto de todos los que en aquel pueblo residían, temiose Caravajal que en los bullicios que él pensaba intentar, no ocurriese la gente a aquel caballero, que con sus virtudes los tenía a todos subjetos a su querer, y tomándole por cabeza destruyesen de todo punto sus desinos.

Ido Losada de Coro, luégo Caravajal comenzó a juntar gente para ir la tierra adentro a hacer nuevas poblazones y descubrimientos; y como los soldados dijesen que no querían ir con él por no ser el gobernador sino un teniente de limitada jurisdicción, intentó una maldad digna de grave castigo, y fue que tomando las provisiones que traía de teniente y mudando la sustancia de ellas en que dijesen gobernador, hizo demostración de ellas a algunos amigos suyos para que divulgasen y dijesen cómo era gobernador nombrado por la Audiencia, y que por tal lo podían tener, porque así lo rezaban y decían las provisiones que había traído. Y como por faltar entre los que deseaban descomponer a Carvajal, no tuviese ninguna contradicción su falsedad, usó dende en adelante de su jurisdicción como gobernador, nombrando por su teniente a Juan de Villegas, por haber sido su cómplice y compañero en la falsedad.

Diose Caravajal toda la prisa que pudo en hacer y juntar gente para hacer su jornada; y como algunos por no seguir aquel gobernador, que les parecía que tiránicamente gobernaba, se ausentasen a los montes, eran por él traídos y despojados de lo que poseían, caballas y otras cosas, y como desterrados por graves delitos, eran echados de la tierra; y con estas violencias y amenazas juntó Caravajal una buena compañía de doscientos hombres razonablemente aderezados. Y porque cuando el licenciado Frías viniese a Coro, no hallase armas ni gente con qué seguirle, procuró que quedase aquel pueblo tan desproveído de todo, que saliéndose de él con su gente para su jornada lo dejó casi como si de enemigos hubiera sido saqueado y arruinado. Metiéndose la tierra adentro con su gente, fue a parar a las provincias del Tocuyo, donde hizo su alojamiento con propósito de pacificar aquella tierra y poblar en ella los pueblos que le pareciese.

19 Palabra que se lee difícilmente.

Capítulo cuatro

Cómo dejando Felipe Dutre los enfermos en el pueblo de Nuestra Señora se partió con cuarenta soldados en demanda del Dorado. Cuéntase lo que en el campo le sucedió hasta llegar a cierta poblazón que estaba cerca de la tierra de los omeguas. |

Después de haberse holgado y descansado algunos días Felipe Dutre en el pueblo de Nuestra Señora, y haberse bien informado de algunos indios que por allí se tomaron, sí era cierta la noticia del pueblo que en el Papamene le habían dado a la cual llamaban los naturales de aquel pueblo Guagua, y los del Papamene, omeguas, que casi corresponde con la que Orsúa tuvo en el Marañón, llamada Omegua, hallando ser cierta y que todavía le afirmaban y confirmaban la prosperidad de aquella tierra, dio la vuelta sobre la punta de los Pardos, de donde se había retirado a dejar en buena parte sus enfermos y reformar sus jumentos; y llevando consigo cuarenta hombres, y con ellos a Pedro de Limpias, que demás de ser hombre venturoso y mañoso y de buen conocimiento en cosas de indios, habíase dado a deprender las diferentes lenguas de aquellos bárbaros, las cuales entendía medianamente, comenzó a seguir por la derrota que los indios le habían dicho, y aunque pasando por raras poblazones, siempre de los indios que podía haber se procuraba informar dónde estaba el pueblo llamado Macatoa, y si para ir a él llevaba buena derrota por do iba. Los indios, no apartándole ni estorbándole punto de su camino, por parecerles que iba a tierra donde más no volvería, y que con miserables muertes que los omeguas les darían, se vengarían de los daños que sus comarcanos y vecinos habían de españoles recibido, siempre les encaminaban la vía derecha al río de Guaviare, en cuyas riberas estaba poblado Macatoa, por quien iba preguntando. Caminando siempre por camino llano, alto y enjuto que por pocas partes de aquellos llanos se suele hallar ni se ha hallado, sin sucederles ningún contraste ni infortunio, dieron dende algunos días que habían caminado, en el río llamado Guaviare, el cual es río caudaloso y muy hondable y algo furioso y que si no es en canoas o nadando no se puede pasar, lo cual tenían Felipe Dutre y sus soldados necesidad de hacer, porque de la otra banda estaba el pueblo en cuya demanda iba.

Anduvieron algún rato por las riberas de Guaviare, buscando si hallarían vado por do pasarlo o indios que los pasasen, y lo uno ni lo otro pudieron topar, más de solamente un indio que acaso andaba pescando o mariscando por aquella ribera, al cual, después de haberle preso, con halagos que le hicieron y buenas palabras que le dijeron, le aplacaron de la ira y coraje que en verse en poder de gentes para él tan espantables, había cobrado; y dándole a entender el poco daño que le habían de hacer, le preguntaron a qué parte estaba el pueblo llamado Macatoa. El indio, como era natural de por allí y sabía y conocía bien aquella tierra, luégo les declaró muy por extenso lo que le preguntaban, señalando la parte y lugar donde aquel pueblo caía y la poca distancia que de allí estaba agua arriba, excepto que se había de pasar el río. Felipe Dutre, confiándose en lo que la fortuna quisiese hacer, dio algunos regalos o rescates a aquel indio y persuadiole y rogole que fuese al pueblo Macatoa y que de su parte saludase al señor de él y le dijese que él, con aquellos soldados que allí tenía, iban en demanda de ciertas provincias de mucha gente que le habían dicho que él sabía, para irse a ver con ellos; que tuviese por bien de recibir su amistad, que él le sería perpetuo amigo y no consentiría que en sus tierras ni vasallos se hiciesen ningunos daños ni robos, y que no reinase en él ni en sus indios ningún temor de que por los suyos se les harían ningunos malos tratamientos, ni se ausentasen de sus casas, y otras cosas para atraer los ánimos de aquel indio y señor de aquel pueblo y de sus sujetos, a su amistad y comunicación; porque como las crueldades de que los españoles les solían hacer en aquellos tiempos volaban y penetraban a partes muy remotas y apartadas, no dejaban los moradores de este río de tener ya noticia de la furia e ímpetu en ánimos de los nuestros, y de cómo sujetaban y arruinaban las tierras por do pasaban, y por esto le convino a Felipe Dutre enviar aquel mensajero con todos estos halagos y muchos más.

El indio se fue con su embajada la vuelta de Macatoa, y llegado allá la debió de dar muy cumplida, según pareció, porque otro día siguiente vinieron a donde Felipe Dutre estaba, noventa indios en canoas acompañando a un hijo del señor o principal de Macatoa, al cual su padre enviaba con la respuesta de la embajada que el día antes había llevado el indio. Los españoles, temiendo no fuese aquella gente de guerra que venía a pelear con ellos, pusiéronse a punto de guerra. Llegaron las canoas a la parte de la ribera donde estaban alojados los españoles, y saltando en tierra aquel bárbaro que su padre enviaba por embajador acompañado de otros algunos indios, preguntó en su lengua desde lejos por el principal o cabeza de los cristianos, y como fuese entendido lo que decía, salió a él Felipe Dutre acompañado del capitán Limpias, que entendía aquella lengua, y de otros algunos soldados; y como por lo que se le dijo y enseñó, el indio conociese que Felipe Dutre era el capitán de aquella gente, le habló en su lengua de esta manera: ayer enviaste con uno de los moradores de estas riberas que por aquí hallas a saludar a mi padre, haciéndole saber vuestra venida, convidándole con vuestra amistad, prefiriéndoos a no damnificar a él ni a sus sujetos, dándole a entender que no es vuestro intento más de informaras y saber de él qué gentes son las que habitan en las tierras comarcanas a ciertas sierras que apartadas de aquí están este río abajo, en cuya demanda vais, y que porque os encaminase a ellas le seríades muy gratos y le haríades todo el beneficio que pudiésedes, por todo lo cual se halla mi padre tan deudor vuestro cuanto yo no sé decir ni significaros, porque halla en vosotros muy diferentes obras y palabras de las que algunas gentes le habían dicho, significándole que érades unos hombres terribles, feroces, crueles, enemigos de toda paz, amistad ni concordia, sembradores de guerras, derramadores de sangre humana, y finalmente que toda vuestra felicidad era desasosegar con mil géneros de crueldades a las miserables gentes por do pasábades: envíame a vosotros para que de su parte os dé la enorabuena de vuestra venida y llegada, y que es muy contento de aceptar vuestra amistad, y no sólo advertiros de lo que pretendéredes saber de él, mas también serviros con todo lo que fuere necesario para vuestro viaje, y daros guías que os guíen y lleven por buen camino y en breve tiempo; ruégoos que os paséis a aposentar a su casa y pueblo, donde mejor os pueda servir y ver, y para este efecto vienen aquí estas canoas que os pasarán de la otra parte de este río.

El general Felipe Dutre le replicó con el intérprete que le agradecía su embajada, y que en todo se remitía a las obras que vería. Apartose algo el general a tratar con los suyos lo que el indio había tratado y dicho; y como los españoles sea gente tan recatada, no les pareció que aquella embajada traía la sinceridad y llaneza que debía traer, sino que debajo de ella había alguna celada, y parecioles que aquel día no se pasase el río Guaviare, porque era ya tarde y las canoas que traían no eran tantas que de una vez pudiesen pasar todos, porque si divididos pasaban era darles materia y ocasión a los indios para que si tenían pensada y ordenada alguna traición, la efectuasen, y yendo o pasando todos juntos ya que algo hubiese podríanse defender mejor. Felipe Dutre le dio por respuesta a aquel principal que el ser ya tarde y haber pocas canoas para el pasaje del río les era impedimento para que luégo no se efectuase lo que decía acerca de que luégo pasasen a la otra banda; que se volviese en horabuena a donde su padre estaba, y que otro día pasarían. El indio entendido lo que se había dicho, dijo que por falta de pasaje no lo dejasen, que él haría allí venir más canoas, y así envió luégo un indio que hizo venir allí otras tantas y más que las que antes él había traído y visto los españoles la liberalidad del indio, porque no pensasen que de temor lo dejaban de hacer, se embarcaron, y llevando los caballos a nado pasaron todos juntos aquella tarde el río, y allí luégo se alojaron por parecerles que no era ya hora de caminar ni llegar al pueblo de Macatoa.

Al embajador o hijo del cacique le pesó de que los españoles no quisiesen pasar de allí, mas avisándoles que no fuesen el río abajo, donde podrían ser damnificados de ciertas gentes que por allí habitaban, se fueron a su pueblo a dar cuenta de lo sucedido a su cacique o principal.

Otro día de mañana envió el señor de Macatoa cincuenta indios cargados de maíz y pescado y carnes de venado y caçabe a los españoles y a su general, y les envió a rogar que se fuesen a descansar a su pueblo, que se holgaría mucho de verlos allá; y como el general y los demás tuviesen deseo de ver aquel principal; luégo se partieron todos juntos para el pueblo de Macatoa, el cual hallaron desocupado de sus moradores porque en él se alojasen los españoles, y toda la gente del pueblo, que serían cuatrocientos vecinos, se habían alojado un tiro de arcabuz de allí, ribera del río Guaviare, y admirados de esta hazaña y liberalidad le preguntaron al cacique o señor que cómo o por qué habían desembarazado su pueblo e ídose de sus casas a alojarse junto al río, el cual respondió que conociendo la gran ventaja que los españoles les tenían en personas y en valentías y en su manera de vivir y tratar y en todo lo demás que hacían, hallaban no sólo merecer y ser dignos de que ellos los diesen sus propias casas en que se aposentasen, sino de que perpetuamente les sirviesen.

Era este principal un indio bien apersonado, de mediano cuerpo, y alegre y liso de rostro, de muy amigable y noble aspecto, no viejo, sino que al parecer tendría de treinta y seis o cuarenta años. Sus indios eran gente crecida y lucida, aunque desnuda, de nación guaipes, que por otro nombre son dichos guayupes. Tenían estos indios el pueblo limpio y bien aderezado y muy proveído de comidas de todas suertes, de las que ellos usaban, y muchas hamacas, en que los españoles durmiesen.

Felipe Dutre, con sus intérpretes, luégo tomó la mano en informarse de este principal y señor de Macatoa de la tierra del Dorado, en cuya demanda iba, y en cuatro días que allí estuvo descansando, su principal ejercicio era éste, variando en sus preguntas, por ver si el indio variaba en sus respuestas; el cual decía que junto a cierta cordillera que en días claros de allí se divisaba, había grandísimas poblazones de gentes muy ricas y que poseían innumerables riquezas; que le parecía que no debía ir a ellas con tan poca gente como llevaba, porque por muy valientes que fuesen, la muchedumbre de las gentes donde iban los consumirían y acabarían muy presto. El general, como iba determinado a no dar la vuelta sin ver el principio de la tierra, pidió guías al cacique para proseguir su viaje, el cual se las dio; porque para llegar a otra poblazón de indios amigos suyos había ciertas jornadas de despoblado, le dio otros muchos indios cargados de comida para el camino, con los cuales se partieron los españoles, y siendo guiados por unas sabanas o campiñas rasas y sin camino, porque de industria eran llevados por allí, a fin de apartarlos de ciertas poblazones que ribera del río Guaviare había, donde podían recibir daño. Y después de haber caminado nueve días de despoblados llegaron cerca del pueblo amigo del señor de Macatoa, a quien los nuestros iban recomendados para que les hiciesen buen hospedaje y los guiasen adelante. Las guías que los españoles llevaban, ya que estuvieron obra de dos tiros de arcabuz del pueblo, de suerte que los moradores de él se empezaban a alborotar para tomar las armas, dejaron a los nuestros a que se alojasen allí donde estaban, y ellos fuéronse al pueblo a dar noticia de la gente que era y la derrota y demanda que llevaban, y a sosegar los alborotados ánimos de aquellos bárbaros que con la vista de los nuestros estaban ya con las armas en las manos para salirles al encuentro.

| Capítulo cinco

En el cual se escribe cómo siendo guiado Felipe Dutre de cierto principal del pueblo arriba dicho, llegó al principio de la tierra del Dorado, donde fue herido él y otro capitán, y de allí dio la vuelta al pueblo de Nuestra Señora. |

Dende a poco tiempo que las guías estuvieron en aquel pueblo sosegando la gente y dándoles cuenta del efecto a que los españoles iban, se volvieron a donde Felipe Dutre estaba alojado, y le dijeron cómo dejaban quieta aquella gente y al principal o señor de aquel pueblo en su amistad, y que él les daría guías y todo recado para proseguir su viaje desde allí adelante hasta llegar a la tierra; y pues ellos no tenían más que hacer, les dejase volverse a su pueblo de Macatoa. El general les agradeció lo que habían hecho, y les dio licencia que se volviesen, los cuales luégo lo hicieron.

Este propio día le vino a visitar el señor o cacique de aquel pueblo con ciertos indios cargados de comida y a saber más por extenso los desinos de los españoles, los cuales les fueron muy particularmente declarados; y entendiéndolos el indio mediante los intérpretes que Felipe Dutre llevaba, estando admirado y espantado de ver aquella nueva manera de gente vestida y barbada y que caminaban en sus jumentos o caballos, de cuya terrible vista no menos se maravilló, se dice que les cobró tanta afición y amistad, que mostró gran pesar de verlos tan obstinados en querer pasar adelante, porque le parecía que no sólo no serían parte para volver atrás si una vez entraban en aquella tierra en cuya demanda iban, pero que miserablemente habían de ser muertos y despojados de lo que llevaban, por la belicosa gente de aquella provincia. Dioles asímismo entera relación de la gente de aquella tierra, diciendo ser innumerable y gente vestida, y que usaban traer cubiertas sus carnes y que tenían ciertos animales que según figuraron ser como las ovejas que los indios del Pirú tienen y tenían, y otros géneros de aves como pavos y gallinas de papadas; y algunos quisieron afirmar que les habían dado por noticia estos indios que los otros del Dorado poseían o tenían ciertos animales crecidos que afirmaban ser camellos, mas esto no tiene ninguna similitud ni apariencia de verdad. Lo que más contentó a los nuestros fue la mucha cantidad de oro que les decían que tenían, y pueblos muy recogidos; y visto por este principal que sus persuasiones no eran parte para estorbar a Felipe Dutre que no pasase adelante, dijo que él en persona le llevaría y guiaría hasta el principio de la tierra, porque gustaba mucho este bárbaro de ver andar los españoles encima de los caballos y de verles jinetear y hacer mal, y por sólo esto se movió a acompañarlos por aquella llana tierra.

Después de haber descansado Felipe Dutre con sus compañeros tres días en aquel alojamiento, se movió para pasar adelante, y llevando en su compañía aquel principal, con obra de cien indios que llevaban comida y algunas baratijas de los españoles, caminaron cinco días por muy seguidos y anchos caminos, aunque por allí parecía la tierra inhabitable, y al último día, bien temprano, dieron en una casería de hasta cincuenta bohíos, en los cuales había gente, y preguntado aquellos naturales que quiénes eran aquellos, dijeron que allí se recogían los indios que tenían cargo de guardar las labranzas o sementeras de los pueblos de adelante, los cuales, en sintiendo los españoles, luégo comenzaron a huir. Desde este lugar se dice que así el general como todos los demás que con él iban, vían bien cerca un pueblo de disforme grandeza, tanto, que aunque estaban bien cerca no le vían el cabo, todo junto y puesto por su orden, en medio del cual estaba una casa que en grandeza y altura sobrepujaba mucho a las otras; y preguntando a aquel principal que por guía llevaban, qué casa fuese aquella tan señalada y eminente entre las otras, respondió ser la casa del principal o señor de aquel pueblo, llamado Quarica, el cual, aunque tenía ciertos simulacros o ídolos de oro del grandor de muchachos, y una mujer, que era su diosa, toda de oro, y poseía otras riquezas, él y sus vasallos, que eran muchos, había más adelante muy poco trecho otros principales y señores que en número de vasallos y en cantidad de riquezas y de ganados excedían a aquél y a su gente; y que aunque de allí para delante no habían menester guías que los guiasen, porque siempre, si los dejaban vivos, andarían y caminarían por grandes poblazones, pero que para mejor se informar de la riqueza de aquellos omeguas, que así dijo llamarse aquella gente, procurasen tomar un indio de los que de aquellos bohíos habían salido, para que mejor los advirtiese de todo, porque él se quería volver a su pueblo sin pasar de allí.

A esta sazón se hallaron a caballo el general Felipe Dutre y otros que los tenían, y corriendo tras los indios ninguno pudieron alcanzar, excepto el general y un capitán Artíaga, que iban juntos y por llevar buenos caballos iban en alcance de dos indios que llevaban dos lanzas o dardos en las manos, los cuales viendo que ya los dos de a caballo les iban en el alcance, se volvieron contra ellos y empleando muy bien sus lanzas hirieron con éllas a los dos capitanes en un mismo lugar, entre las costillas debajo del brazo derecho, y quedando con esto victoriosos, sin recibir daño ninguno, se fueron derechos a su poblazón.

Juntose luégo Felipe Dutre y Artiaga con la demás gente, los cuales viendo aquel desgraciado subceso, casi cortados, estaban perplejos e indeterminables en lo que harían. Asímismo, el cacique que los había guiado hasta allí, viendo el mal principio que habían tenido, estaba temeroso si acudirían luégo las gentes de aquellas provincias sobre él y los españoles y los matarían a todos, y decía que dignamente merecían perecer y ser muertos allí todos, pues menospreciando su consejo y parecer se habían querido meter en aquella agonía y trabajo.

Ya a esta sazón estaba en el pueblo grande que delante tenían la nueva de cómo habían llegado allí los españoles, donde sonando grandísimos estruendos de atambores y fotutos y alaridos de indios, parecía que algún tempestuoso ejército se movía y venía sobre los nuestros. Con esto luégo | 20 | la noche, que fue como muro y defensa puesto para guarda y amparo de los españoles e indios que con ellos estaban; porque cargando en hamacas los indios amigos a los dos capitanes heridos, dieron la vuelta, caminando toda la noche y el día siguiente sin parar hasta que llegaron al pueblo de do habían salido, donde luégo dieron orden en curar los heridos que hasta entonces no se habían curado. Hizo allí un soldado llamado Diego de Montes, natural de Madrid, una cura cierto buena para no ser hombre cursado en ello, la cual contaré sólo por la delicada astucia de que usó.

Como las heridas estaban entre las costillas y él no alcanzase, por no tener estudio ni experiencia si caían más altas o más bajas de las telas que comúnmente llaman entrañas, los que no son zuruganos, tomó un indio viejo y harto de vivir que allí le dieron en aquel pueblo, que debía ser esclavo, y poniéndolo encima de un caballo, hizo que otro con una lanza de indios le hiriese con el propio acometimiento que al general le habían hecho cuando lo hirieron, vistiéndole primero el sayo de armas con que el propio general estaba vestido al tiempo que fue herido, y metiéndole la lanza por el propio agujero del sayo fue el indio herido por la parte que el general, y apeándolo del caballo fue por el Diego de Montes abierto y hecho de él anatomía; y viendo que la herida caía sobre las telas dichas, tomó sus dos enfermos y rasgándoles las heridas por lo largo de las costillas, los hizo cierto lavatorio con que meciéndolos de una parte a otra según suelen hacer a los odres para lavarlos, fueron limpios de mucha maleza que dentro tenían, y en breve sanos. Los indios de este pueblo se admiraron y maravillaron mucho así de la orden y manera con que fueron curados como del sufrimiento y confianza que tuvieron a sufrir aquella anatomía y cura, y les dijeron que si muchos hombres traían como aquellos, que bien podían entrar por fuerza de armas en las tierras y poblazones que atrás quedaban, los cuales, aunque los nuestros se retiraron, no por eso se habían sosegado, mas juntando cantidad de quince mil indios, que antes más que menos les parecieron a los nuestros, vinieron en su seguimiento y alcance, de lo cual luégo que se acercaron a donde los nuestros estaban, tuvo noticia aquel principal o cacique amigo, por lengua de sus sujetos y labradores que por las campañas andaban y los habían visto venir, y de ello dio aviso al general Felipe Dutre, y él, como estaba malo, remitió la orden de la guerra al capitán Limpias, hombre bien afortunado en guazabara.

Este, como viese que los indios omeguas que en su alcance habían salido, se le acercaban, puso los españoles armados en concierto, y saliendo al encuentro a los omeguas que venían divididos en diversos escuadrones y armados con lanzas y rodelas, les arremetieron con muy buen ánimo con la gente de a caballo, y aunque al primer ímpetu los indios rebatieron a los nuestros, fue Nuestro Señor servido de favorecerlos, porque de otra suerte no eran parte para descomponer ni ahuyentar tanta cantidad de gentes y tan bien armadas y belicosas. Tomó Limpias, con sus treinta y ocho compañeros, arremeter contra aquellos bárbaros, que por su muchedumbre, les parecía que tenían ya en las manos la victoria, y rompiendo por ellos comenzaron a lancearlos de una parte y de otra y a derribar y atropellar con los caballos mucha cantidad de ellos, sin que los nuestros recibiesen ningún daño; lo cual, visto por los omeguas, comenzaron a perder el ánimo con que allí habían llegado, y con más temor de la ferocidad de los caballos que de los jinetes, comenzaron a retirarse muy desconcertadamente, y los nuestros a seguir su victoria y alcance para poner mayor temor en ellos; y así los hicieron volver desbaratados a su pueblo, con pérdida de mucha gente que así en la guazabara como en el alcance fueron muertos. Algunos dicen que en esta guazabara fue donde hirieron al capitán Artiaga, y no cuando a Felipe Dutre: que sea en la una o en la otra parte no hubo más heridas en to esto que las de los dos capitanes.

En tanto que los nuestros y los omeguas peleaban, el cacique de aquel pueblo y sus indios, con las armas en las manos, estaban haciendo guardia a Felipe Dutre, y desque vieron la victoria que los nuestros habían habido, fueron grandemente espantados de que tan poca gente hubiese desbaratado a tanta; y alabando la fortaleza de los nuestros les tornaron a decir que si se juntaban un razonable número de ellos, que bien sujetarían a los omeguas y gozarían de sus riquezas, que eran muchas.

Pasados pocos días, Felipe Dutre determinó dar la vuelta al pueblo de Macatoa, y de allí al de Nuestra Señora; de lo cual pesó harto al principal que mostraba desear que se estuviesen allí y comunicar con ellos por deprender algunas cosas pulíticas y provechosas para su vivir. Mas desque vio que era así la voluntad de los españoles, dioles la comida que era menester e indios para que la llevasen, y encaminolos por do habían venido.

Felipe Dutre caminó por los despoblados por do había ido, y como caminaba sin camino y los indios y guías que traía se le huyesen y le dejasen en el camino, fue a salir a las riberas del río Guayare, más arriba de do estaba el pueblo de Macatoa, y reconociendo la tierra, y paraje donde estaba y que aquel pueblo quedaba atrás, envió a él a Pedro de Limpias para que hiciese subir canoas el río arriba para que le pasasen de la otra parte. Limpias lo hizo así, que volviendo otro día con abundancia de comida y canoas, pasó el río Guaviare. Prosiguiendo su camino llegó al pueblo de Nuestra Señora, donde había dejado sus enfermos, después de haber tres meses que se había apartado e ido en demanda del Dorado.

20 Falta: llegó.

Capítulo seis

En el cual se escribe cómo Felipe Dutre salió del pueblo de Nuestra Señora en seguimiento de Pedro de Limpias, que con cierta cautela se había apartado, y se encontró con Francisco de Caravajal en las provincias del Tocuyo. |

Fue tanto el contento y alegría que la gente que Felipe Dutre dejó en el pueblo de Nuestra Señora, recibió así de ver volver a su general y compañeros como de la grande y cierta noticia que les traían, que ya se juzgaban por poseedores y señores de aquella próspera y rica tierra, especialmente que cuando así vienen algunos soldados de buscar alguna nueva tierra o descubrimiento, siempre acrecientan doblada fama de lo que vieron, y para encarecer su trabajo arman unas máquinas de cosas que vieron y oyeron y les sucedieron, con que atraen fácilmente a todas gentes a que con muy intrínsica afición deseen ya verse en aquella tierra o el pie en el estribo para ir a ella, y cada cual se juzgaba por bien aventurado en parecerle que no podía dejar de verse poseerla.

Estos soldados y su capitán fueron burlados de sus propios deseos y codicia, porque no sólo no volvieron a poblar aquella tierra del Dorado, mas entre ellos mismos nacieron luégo discordias por donde se desbarataron y volvieron sin concierto, y aun su general fue muerto, por ser despojado del derecho que a esta tierra tenía; porque pasa así: que como antes de ahora he dicho, entre la demás gente llevaba Felipe Dutre a Pedro de Limpias, a quien había dado cargo de maese de campo, y a Bartolomé Berzar, hijo de Antonio Berzar, a quien había hecho capitán. Y como estos fuesen cabezas en el campo, y el uno fuese montañés y el otro alemán, y entrambos pretendiesen mandar y ser respetados y supremos, no se conformaban en nada, antes se llevaban mal y andába entre ellos el ambición de mandar el uno más que el otro tan resulata, que casi se hacían obras por do viniesen a rompimiento; porque como el Bartolomé Berzar era de la nación de Felipe Dutre e hijo o deudo de los gobernadores de aquella tierra, era por él favorecido, y así con su calor cobraba brío para competir con Pedro de Limpias, el cual, como la fortuna le ofreciese ya ocasión y aparejo para apartarse con buena color de la compañía de Felipe Dutre y aun tomar venganza de los desabrimientos que entre ambos capitanes se le habían hecho, trató que se le diesen algunos compañeros con qué poder salir a Coro, para juntar alguna buena compañía de gente y armas y caballos y volver con ello con toda presteza a socorrerle para que todos juntos volviesen de nuevo a los omaguas, diciéndoles que el volver todos juntos a Coro era fatigar los enfermos que había, y que en el ínterin que él iba y volvía descansarían y se reformarían así los enfermos como todos los demás.

Este doble aviso o consejo de Pedro de Limpias les pareció bien a Felipe Dutre y a Bartolomé Berzar y otros muchos, por lo cual le fue luégo dada licencia y veinte compañeros que con él saliesen a Coro, y el general con la demás gente se quedó en el pueblo de Nuestra Señora descansando, según lo habían concertado.

Pedro de Limpias, siguiendo su tornavuelta, se vino por el propio camino por do había ido, hasta que llegó a las propias provincias del Tocuyo y Barquisimeto, donde halló al nuevo gobernador, aunque con falso título, Francisco de Caravajal, que poco había que era llegado a aquellas provincias, el cual procuró ante todas cosas ganar la voluntad y conseguir su gracia para después alcanzar de él lo que quisiese. Diole cuenta de la nueva y rica tierra que habían descubierto, y cómo venía a buscar copia de soldados para volver a ella, para el cual efecto quedaba esperando Felipe Dutre con la demás gente en la parte dicha, y encitando a Caravajal que pues tenía abundancia de gente para hacer la jornada, que tomase aquella empresa tan próspera y felice con la cual podría ganar gran honra y fama, demás de las muchas riquezas que se podían interesar; y que a Felipe Dutre, que pretendía el señorío de aquella tierra, con enviarle preso a Coro a él y a sus compañeros, fácilmente lo frustraría de sus desinos, pues para todo esto era poderoso con la gente que tenía. Caravajal era algo ambicioso y bullicioso, y fácilmente fue conducido a fijar su ánimo, aunque malvadamente, en efectuar y poner por obra aquellas cosas que Limpias le había dicho.

Felipe Dutre y Bartolomé Berzar, después de partido y apartado Limpias de ellos, presumieron la maldad que traía pensada, por las pasiones pasadas; y pareciéndoles que no podía ser pequeña la guerra que aquel doméstico enemigo les haría, ni fáciles de remediar los daños que les causaría, con la presteza que el caso requería se pusieron luégo en camino, caminando a las mayores jornadas que pudieron, por ver si en alguna manera le podían alcanzar; y como Limpias, usando de la misma presteza no se había detenido en el camino cosa alguna, fue de ningún efecto la presteza o diligencia de que usó Felipe Dutre, el cual, llegado que fue al desembocadero de Barquisimeto, tuvo noticia de los indios de cómo en la provincia del Tocuyo estaban españoles, que era Caravajal, y por no meterse inconsideradamente entre gente que no conocía ni sabía si eran amigos o si enemigos, usando de aviso de hombre recatado y de guerra se alojó en (el) valle de Barquisimeto, para de allí reconocer qué gente era la que estaba en el Tocuyo, y ver lo que le convenía.

Dende a pocos días se vinieron a tratar los de Caravajal con los de Felipe Dutre, y a haber entera noticia los unos de los otros, y a poner la guarda necesaria cada cual de los dos capitanes en su alojamiento y gente. Pedro de Limpias no cesaba de poner calor, con el enojo y odio y enemistad que a Felipe Dutre tenía, al capitán Caravajal para que lo prendiesen y persiguiese, pues tenía copia de aventajada gente; mas Caravajal, como era hombre mañoso y de agudo ingenio, no quería poner aquel negocio en ventura de batalla, en donde la fortuna suele, por no pensados modos, dar la victoria, no a los que en fuerzas y muchedumbre de gentes la tienen por cierta, sino aquellos que por ser pocos y tener reconocidas claras ventajas en sus contrarios, procuran peleando con osados ánimos, vender sus vidas a costa de mucha sangre que de sus contrarios derraman, a donde suele esta variable fortuna poner todas sus fuerzas, dándoles claros triunfos quien no los pensaba gozar. Y así pretendía Caravajal, con mañas y simulaciones, atraer a su alojamiento a Felipe Dutre, para allí seguramente ser señor de él y hacer lo que le pareciese.

De todas estas cosas era avisado Felipe Dutre por cartas de hombres que en compañía de Caravajal estaban, que aborrecían por todo extremo el gobierno de aquel hombre, tan malvadamente y por tan torpe modo adquirido. Escribíanle también que no desabrazase ni apartase de sí aquel título que tenía de general, ni se dejase gobernar ni sujetar de Caravajal, porque si la Audiencia de Santo Domingo algún nombramiento había hecho de nuevos oficiales o ministros de justicia, fue y era entendiendo que él era muerto o perdido, y que así no había derogado sus poderes, con lo cual hacían estar obstinado a Felipe Dutre en querer mandar y gobernar aquella tierra con aquel rancioso título que tenía; aunque en tales tiempos más firme título es y suele ser la fuerza del ejército que la abundancia y antigüedad de provisiones y poderes reales.

Finalmente, el Caravajal se dio tan buena orden en seguir sus ardides y mañas que eran como de hombre andaluz y reformado en Indias, que hizo entender y creer a Felipe Dutre que no se haría más de lo que él quisiese y ordenase, y que de conformidad se nombrasen personas que viesen las provisiones de entrambos y que estuviesen por lo que los árbitros sentenciasen, o que ya que esto no quisiese, que ambos de conformidad gobernasen el campo y gente y juntos fuesen a poblar y conquistar el Dorado.

Fue tan convencido y creído Felipe Dutre de esto que le decía Caravajal, que dejando su primera determinación, se levantó del alojamiento donde estaba y se metió y mezcló con su gente y soldados en la ranchería y alojamiento de Caravajal, con que se acabó de destruír, según luégo se verá.

Capítulo siete

En que se escribe cierta sedición y alboroto que entre Caravajal y Felipe Dutre hubo después de haberse juntado. |

Juntos los dos capitanes o gobernadores, como los que terciaban mal de la una y de la otra parte los tenían más cerca, más frecuentemente los incitaban a enemistad y a que se damnificasen el uno al otro; pero Caravajal, como tuviese más gente, aunque alguna de ella más para ofenderle que para defenderle, disimulando con las promesas y ofrecimientos que a Felipe Dutre había hecho, aunque tratándolo amigablemente, procuraba haber ocasión para prenderlo, porque aquel caballero alemán, confuso de lo que había hecho en juntarse con Caravajal, andaba muy sobre el aviso acompañado de sus familiares, prevertiendo y apartando toda ocasión que a Caravajal le pudiese ser útil y provechosa para efectuar sus desinos.

Fue, pues, el caso que como Caravajal no hallase comodidad para sin notable escándalo y alboroto prender a Felipe Dutre, convidole a comer para si allí hubiese ocasión y lugar, prenderle y hacer lo que pretendía. Felipe Dutre, porque no se presumiese de él que le había faltado el ánimo y que por temor no quería aceptar aquel cauteloso convite, que con falsa ostentación de buena voluntad se le había hecho, concedió a Caravajal lo que le rogaba y fuese con él a comer, dejando prevenido a Bartolomé Berzar y a sus amigos que estuviesen sobre el aviso y con las armas en las manos para en oyendo algún bullicio acudir a defenderlo; y él, como hombre que iba a comer con su enemigo, llevaba en su persona gran aviso y recato y aun armas defensibles encubiertas. Comieron y pasaron su convite o cena sin que en él se intentase cosa alguna, porque Caravajal había sido avisado de la gente que Felipe Dutre dejaba prevenida. Levantados de la mesa, el alemán tomó la mano en hablar, visto que todo estaba sosegado y que no se intentaba nada de lo que él pensaba, diciendo a Caravajal que pues ninguna cosa de las que le había prometido no cumplía ni quería hacer, antes violentamente, más con la fuerza de su gente que con el derecho ni justicia, que él se quería ir a Coro con sus soldados, para de allí ir a dar cuenta a la Audiencia, que le había enviado, de lo que en la jornada había hecho. Caravajal le replicó que bien podía irse donde quisiese, pero que la gente no la había de llevar consigo ni se llamase dende en adelante general ni teniente, pues sus provisiones habían ya expirado y estaban derogadas, y que en aquella gobernación otro no tenía jurisdicción sino él a quien la Audiencia había enviado por gobernador.

El capitán Felipe Dutre replicó contradiciendo a Caravajal, y como las voluntades de estos dos capitanes estuviesen tan enficionadas y revueltas para damnificarse el uno al otro, fueron con esta pequeña ocasión tan encendidos y abrasados en ira, acompañada de ásperas y sobradas palabras, que incitaban cada cual a los suyos a que tomasen las armas con que diesen fin aquella su rencilla y arraigada enemistad; y como Bartolomé Berzar estaba puesto a punto de parte de Felipe Dutre, en oyendo las alteradas voces que los dos daban, salió de donde estaba, siguiéndole los suyos, y con furia de alemán, que por extremo suele ser muy soberbia y ciega, se fue derecho a Caravajal con el espada desnuda para lo herir o matar: mas como algunos hombres neutrales que allí estaban, a los cuales conforme a las leyes de Solón podían ser justamente tenidos por infames y nunca admitidos a ningunos oficios ni honores, se metiesen de por medio, repunaron la furia de Bartolomé Berzia de suerte que no pudo efectuar lo que pensaba hacer. Y porque mejor se entienda esto que dije de las leyes de Solón, es de saber que entre otras muchas que para el buen gobierno de su república aquel gentil hizo y ordenó, que fue una que decía, que si por algún caso humano se levantase alguna sedición o alboroto, el que en semejante caso fuese favorecedor de la una parte y contrario de la otra, que éste tal incurriese en las penas dichas, y no gozase de las preeminencias, porque quiso más buscar su provecho particular que el bien común.

Era cosa de notar y aun de reír que en este sedicioso alboroto cada una de las partes se aprovechaba de la voz del rey, con la cual querían fortificar sus pasiones; porque como los jueces españoles tienen por costumbre, cuando alguna sedición se revuelve en que les hagan resistencia, pedir auxilio a los presentes, de cualquier condición que sean, con decir “aquí del rey”, y cada cual de estos dos capitanes apellidaba y pedía favor y ayuda para defenderse el uno del otro usando de las palabras referidas. Mas como ya los más de los soldados estuviesen determinados en sus voluntades de lo que habían de hacer, cada cual se arrimaba al que tenía por amigo o al que pensaba seguir; y esto no lo hicieron todos, porque muchos, estándose a la mira para después seguir al que la fortuna sustentase, no curaban de acudir a llamamiento de ninguno de los capitanes, lo cual por entonces hizo más pujante la parte de Felipe Dutre, porque como descubiertamente se llegasen todos sus amigos y enemigos de Caravajal, pudiera fácilmente triunfar de su adversario, dándole por su mano la pena que sus desatinos merecían. Mas no queriendo haber esta victoria con fama de tirano o traidor, por no macular su persona y linaje, dejando con la vida a su contrario, cabalgó en su caballo, y haciendo todos sus amigos lo mismo, tomaron del alojamiento de Caravajal las demás armas y caballos que les pareció, y apartándose de allí fueron a alojarse al valle de Quibor, que ahora son estancias del Tocuyo, para de allí dar mayor dolor con su presencia a su enemigo; lo cual sabido por Caravajal, usando de su industria conforme tal suceso que fortuna había guiado, usó de nuevas cautelas para recobrar los caballos y armas que Felipe Dutre y los suyos le habían llevado; y echando algunos amigos suyos como echadizos, les dijo que fuesen a Felipe Dutre y le significasen cuán grave delito era el que había cometido en alborotarse contra un gobernador del rey y tomarle las armas y caballos que tenían, por lo cual podía ser gravemente castigado por la Audiencia, y que lo mejor era que se tornase a confederar con Caravajal y le volviese sus armas y caballos, y que el Caravajal le perdonase a él y a todos los demás como gobernador que era de aquella tierra.

Tratáronse estos negocios con tanta eficacia por los a quien fueron cometidos, que fácilmente atrajeron a Felipe Dutre a que los hiciese, y sobre ello hicieron escrituras de concierto y amistad y ciertas capitulaciones que llamaron de paz, y fueron firmadas por Juan de Villegas, teniente de Caravajal, que era uno de los que vinieron a donde Felipe Dutre estaba a tratar los conciertos, y después los firmó el propio Caravajal, y así le fueron vueltas las armas que se le tomaron y caballos, no embargante que el Felipe Dutre, avisado de los suyos que no se fiase en cosa alguna de las cosas que Caravajal le prometiese ni hiciese ningún concierto con él, porque era hombre muy versuto y cauteloso y que ninguna cosa hacía sino era con doblez.

Confirmada la paz y amistad de la suerte dicha entre los dos, Felipe Dutre se partió más descuidadamente de lo que debía la vuelta de Coro, caminando a pequeñas jornadas y muy sin orden ni concierto, como hombre que entendía no dejar a las espaldas enemigo astuto y vengativo, sino cordial amigo.

Capítulo ocho

Cómo Caravajal cortó la cabeza a Felipe Dutre y a Bartolomé Berzar y a otros.

Después que Caravajal se vio apoderado en sus armas y caballos y tuvo nueva cierta que Felipe Dutre era partido de las sabanas de Quibor la vuelta de Coro, llamó y juntó toda la gente que con él había quedado, a los que les habló diciéndoles que si eran españoles y en ellos reinaba la nobleza y valor de la gente española acostumbrada que suele tener por natural, que no podían dejar de haber sentido entrañablemente la afrenta e injuria que a todos generalmente había hecho aquel mancebo extranjero, favorecido de algunos de su nación, que con demasiada soberbia se habían extremadamente señalado en despojarles de sus armas y caballos, tomando para ello la voz de no sé qué | mohoso título que decía tener de general, fundándose principalmente en la potencia de sus amigos y allegados, con los cuales habían maculado a todos los que allí quedaban, pues les habían tomado sus armas y caballos, y después, por vía de afrentoso concierto, vuéltoselas casi dando a entender que no sólo les hacían merced de ellas, mas que aun también de las vidas, y de lo cual todo y de haberse descomedido y desvergonzado contra la persona real, en cuyo lugar él asistía, no sólo en sus ánimos irían regocijándose, pero que se irían jactando de ello y divulgándolo por entre sus deudos y conocidos, que sería abominación y gran vituperio para todos ellos; y así los incitaba a que tuviesen compasión de sus propias honras y no las dejasen así estragar de gente extranjera, y que tomando las armas en las manos y siguiéndole, él los pondría en su poder a Felipe Dutre y a Bartolomé Berzar, alemanes, hombres soberbios y escandalosos y que sin tener título se quería hacer señor de aquella tierra y les había tan malvada y traidoramente agraviado, y que cuando ellos no quisiesen, como era razón y debían y eran obligados, darle auxilio y favor como a su gobernador, para ir en su alcance y prende, que tiempo vendría en que serían castigados por ello, y que porque no tuviesen escrúpulo alguno en si él era gobernador o no de aquella provincia, viesen los títulos que de ello tenía, de los cuales les hacía ostentación para que de ello estuviesen más satisfechos.

Viéronlos que allí estaban sellados con el sello real, y la letra, aunque falseada, rezaba a él nombrándolo gobernador. Con esto y con las disfrazadas amenazas que les hizo, y algunos que por la particular enemistad tenían deseo de seguir y perseguir aquellos caballeros alemanes y a los de su parcialidad, fueron movidos sus ánimos a seguir el querer de Caravajal y tomar las armas para seguirle, el cual no fue nada perezoso a ponerlo por la obra, porque cabalgando luégo en su caballo y poniéndose en el camino, dio ocasión a que con brevedad le siguiesen los demás, con determinada deliberación de haber entera venganza de sus contrarios.

Fue, pues, el caso que caminando Caravajal, y la gente que con él iba, a grandes jornadas, en breve alcanzó a Felipe Dutre y a sus compañeros, que, como he dicho, caminaban floja y descuidadamente, los cuales estaban ya alojados a la barranca de una quebrada honda; y como Caravajal con los suyos llegase de repente y habían quedado las amistades hechas, aunque fingidamente por parte de Caravajal, no hubo causa que moviese a Felipe Dutre a tomar las armas, entendiendo, como he dicho, que las amistades eran fijas. Mas desque Caravajal y los que con él iban se hubieron apeado, prendieron con poco escándalo ni resistencia a Felipe Dutre y a Bartolomé Berzar, y a un Palencia, y a un Romero, y a otros, sosegando con buenas palabras a los demás; y mandando a un negro que como a malhechores atase las manos a aquellos sus prisioneros, hizo que con un boto machete les fuesen allí, en el suelo, cortadas las cabezas, con bárbara crueldad; porque como el cuchillo o machete con que aquella injusticia se ejecutaba fuese gastado de servir y él en sí muy grosero y bastardo, ninguna cosa cortaba, sino haciéndoles muchos pedazos los pescuezos y machucando y quebrando la carne y huesos (de) que estaban compuestos, les daba unas crueles y penosas muertes, incitando y dando calor a Caravajal para que con brevedad matase aquellos capitanes émulos, Pedro de Limpias y a un Sebastián de Armaçea y otros.

Hecho esto dio la vuelta, como hombre victorioso, Caravajal a Tocuyo, volviendo consigo a los más de los que iban con Felipe Dutre, y algunos dejó que se fuesen a Coro a llevar las nuevas de este malvado y cruel hecho; aunque otros afirman que no dejando ni consintiendo que ningún soldado fuese a Coro a llevar esta nueva, se los volvió todos consigo a su alojamiento, con propósito de haber entera venganza de todos aquellos que más abiertamente se habían mostrado contra él, a los cuales pensaba castigar con mucha severidad cuando más olvidados estuviesen del suceso de aquel negocio, porque para tener más viva la memoria de los que le habían ofendido, para de ellos haber entera venganza con crueles géneros de muertes que les pensaba dar, había hecho un padrón o minuta de todos, a imitación y ejemplo del cruel emperador Comodo, que con el ánimo de crueldad que entre los otros vicios en él reinaba, hizo un memorial para matar a muchos principales de Roma y de su corte, y entre ellos estaba su muy querida amiga Marcia, la cual, como por cierta ocasión hubiese el papel a las manos y viese la crueldad y maldad que Comodo tenía ordenada, acordó ganarle por la mano, y con la presteza que el negocio requería, sin dar parte de ello a algunos de los condenados, le dio cierta ponzoña con que lo mató; y aunque en Caravajal no hizo este propio efecto su memorial, a lo menos fue mucha parte para que se le diese la muerte que después se le dio, y sólo se mostró riguroso mofaz contra un Pedro de San Martín, español amigo suyo que tenía cargo de factor, porque viendo cuán tiránicamente guiaba Caravajal sus negocios y cuán dañado tenía el ánimo contra muchos españoles y cuán cebado y presto estaba en hacer crueldades y en querer matar a muchos de los que en el primer ímpetu habían quedado con las vidas, le iba a la mano, refrenando sus severidades y desatinada crueldad, persuadiéndole a que no matase tanta gente como quería matar, pues mejor fama y loa se adquiere con la misericordia y clemencia que con la crueldad y rigor. Mas como este violento y tirano gobernador estaba tan impuesto en haber entera venganza de los a quien había tenido por contrarios, y para conservación y sustentación de este su mal pecho no faltasen sustentadores y hombres que no menos malvados desinos tenían que el propio Caravajal, persuadíanle a que efectuase lo que San Martín con tanta instancia le estorbaba, y así vino Caravajal a aborrecer de todo punto el amistad y consejos de San Martín y a desecharlo de sí, redarguyéndole algunas cosas falsamente opuestas, con la cual ocasión lo apartó de sí y de su gente, enviándolo a Coro preso y desterrado, para que de allí lo llevasen a Santo Domingo; porque a este perverso hacíasele de mal matar a San Martín, por parecerle que con la muerte de aquel hombre que tan amigo suyo había sido, cobraría una notable y perpetua infamia con que hiciese más abominables sus malvados y crueles hechos, los cuales quería conservar con título y color honroso, diciendo que los había hecho por la fuerza e injuria y manifiesta afrenta que aquellos alemanes, descomidiéndose contra la persona real, a quien él representaba, le habían hecho.

Capítulo nueve

Cómo por el Consejo Real de Indias fue proveído por gobernador de Venezuela el licenciado Juan Pérez de Tolosa, el cual, viniendo a Venezuela, cortó la cabeza a Caravajal, y cómo la gobernación fue quitada a los Bezares. |

Caravajal, cuando más metido estaba en sangre y más cercano a poner por obra sus inicuos desinos, fue frustrado de ellos, porque en el ínterin que las cosas recontadas después de la muerte del gobernador Jorge Espira pasaban en Venezuela, fueron a España al Consejo Real de Indias y al propio emperador muy grandes y particulares quejas y relaciones, así de la gran destrucción que los gobernadores y factores de los Bezares habían hecho en Venezuela en muchas provincias de naturales, y aun todavía hacían, haciendo esclavos los indios y robándoles y rancheándoles sus haciendas, como de la grande opresión y fuerza que los españoles de ellos recibían, teniéndolos en perpetua servidumbre con título y color de haberles dado fiadas algunas mercaderías, y llevándolos forciblemente a las jornadas, donde por parte de los malos tratamientos que de los capitanes recibían, eran miserablemente muertos; y demás de esto nunca les pagaban ni habían pagado al rey sus quintos ni cumplido las otras capitulaciones que hicieron y pusieron, por lo cual determinó de quitarles el gobierno de aquella tierra a los Bezares, que tan contra justicia administraban; y para este efecto y para tomar residencia en toda aquella costa, desde el Cabo de la Vela hasta Cubagua, nombró por juez y gobernador al licenciado Juan Pérez de Tolosa, el cual llegado a la gobernación de Venezuela o a la ciudad de Coro, casi a la propia sazón que Caravajal mató a Felipe Dutre y a Bartolomé Berzar y a los demás, y hallando en Coro al licenciado Frías, que ya había venido de Cubagua, tomándole residencia lo dio por buen juez y lo envió a Santo Domingo, donde luégo, por soldados que se desgarraron y huyeron de Caravajal, con temor que de morir a sus manos tuvieron, supo Tolosa las nuevas crueldades y tiranías por él cometidas, aunque ya había sabido de la manera que había entrado en Coro y lo que había allí hecho, y la violencia con que había juntado la gente que consigo tenía.

Demás de lo dicho, fue hecha relación del gran riesgo en que otros muchos soldados, que en poder de Caravajal habían quedado, estaban de ser por él muertos, por el particular odio que con ellos tenía, por lo cual fue incitado el gobernador Tolosa a con más brevedad partiese en demanda de Caravajal con cierto número de gentes que para el mismo efecto había allí juntado el licenciado Frías. Y llevando consigo buenas guías o intérpretes y mucha diligencia en que no se le diese aviso de su ida a Caravajal, caminó la vuelta del Tocuyo a muy grandes jornadas, sin detenerse en el camino cosa ninguna; y en todo se dio tan buena orden y modo, que sin ser sentido amaneció un día con su gente en el rancho de Caravajal, y cercándolo con todo cuidado fue por él preso y puesto en seguras prisiones, con la guardia de soldados que se requería; y porque no sabía qué tales fuesen las generales voluntades de todos los soldados que con Caravajal estaban, ni si habría nuevos bullicios por estar por ventura todos conjurados, hizo llamamiento con mucha modestia de los que en aquella sazón estaban con
Caravajal, porque la mayor parte de ellos habían ido con un capitán Juan de Ocampo a descubrir ciertas poblazones o provincias de indios cerca de allí; porque Caravajal, no habiendo querido seguir su primer propósito y palabra que a Pedro de Limpias había dado de ir a poblar los omeguas o Dorado, que Felipe Dutre había descubierto, por parecerle jornada muy larga y de mucho riesgo y aun mal afortunada, por haberse perdido en ella tanta gente como se había perdido, había mudado propósito y determinado entretenerse por allí algunos días con su gente, para después hacer lo que la ocasión le ofreciese.

Juntos, pues, los soldados que en el alojamiento o ranchería de Caravajal había, Tolosa les mostró las provisiones que del rey traía y les habló elocuentemente, diciéndoles que el efecto de su venida no era ni había sido para agraviar a nadie, sino para darles toda libertad y contento, porque el rey no sólo había quitado la jurisdicción a los Bezares, como se ha dicho, mas mandó que ningunos soldados fuesen detenidos por ninguna deuda que les debiesen, y que ellos gozaban con sosiego de todas las libertades que Su Majestad les daba, y que ninguno se alborotase de ver que había preso a Caravajal, pues lo había hecho para con más quietud ser informado de do que convenía al servicio del rey y de todos ellos; que si en él hallase cosa indebida o indina de su persona y cargo, que él lo enviaría a la Audiencia, donde fuese oído y sentenciado.

Con estas y otras razones que Tolosa dijo y trató con los que allí estaban, a los amigos de Caravajal y que deseaban su libertad, agradó y contentó, y a los demás dio buena esperanza de lo que deseaban, y así todos de conformidad le respondieron que lo que Su Majestad había hecho en enviarle a él por gobernador había sido como de clementísimo emperador, y lo que él allí intentaba y pensaba hacer eran cosas de prudente y desapasionado gobernador; y así tomaron las provisiones que traía de gobernador, de las cuales les hizo demostración, y con una antigua y virtuosa ceremonia que entre la gente española se acostumbra y usa en semejantes negocios, las besaba cada cual de por sí y las ponía o tocaba sobre lo superior de su cabeza en señal de obediencia y de que estaban y pasaban por lo que el rey por ellos les mandaba, y estarían obedientes a lo que su gobernador hiciese y les mandase.

Con esto se sosegaron y apaciguaron todos, pero luégo, con toda presteza, el gobernador Tolosa mandó a Diego de Losada, capitán que consigo llevaba, fuese con alguna gente de la que consigo había traído, la tierra adentro, a donde el capitán Juan de Ocampo con el resto de la gente de Caravajal andaba, y llevase los trasuntos de las provisiones y recados que había traído, los cuales les enseñase a todos y congregándolos con afabilidad les hablase mansamente, de suerte que los ánimos de ningunos de ellos no fuesen encendidos a mover algún tumulto o sedición, dándoles a entender el efecto y causa de su venida, como era más para darles contento y tranquilidad que desasosegarlos ni inquietarlos; y en el caso hiciese aquello que como hombre del juicio y partes que Losada tenía, se esperaba, y con todos juntos se volviese al alojamiento del Tocuyo, donde le quedaba esperando con Caravajal y la demás gente.

El capitán Losada se dio en todo lo que el gobernador le encargó tan buena maña, que no sólo todos de conformidad le obedecieron, mas dando muestras de gran contento y alegría se juzgaban haber cobrado un bien aventurado y alegre tiempo, siendo libres de las tiranías y opresión de Caravajal.

Vuelto Losada al alojamiento del Tocuyo, con el capitán Juan de Ocampo y la gente que con él andaba, y viendo el gobernador Tolosa las voluntades que los más tenían de pasar y estar por lo que él hiciese, y que daba muestras de desear ver el castigo que las sediciones y tiranías de Caravajal merecían, no quiso usar de la presteza y rigor que contra los semejantes se suele usar, para evitar algún futuro escándalo que la dilación de las cosas arduas suele traer consigo, y así muy por los términos judiciales, nombró o, como suelen decir, crió su fiscal que de parte de la justicia acusase a Caravajal de los delitos que tiránica y malvadamente había cometido; y concluyendo con él su proceso o causa por los términos del derecho, vino a condenar a Caravajal a que fuese arrastrado por los lugares más públicos de aquel alojamiento y fuese colgado de una ceiba, árbol crecido que el propio Caravajal había conservado y no consentido que se cortase para tenerla por horca o rollo en qué castigar los que él quisiese ajusticiar, amenazando con él a sus contrarios y a las personas con quien tenía particular odio, en lo cual le sucedió a Caravajal lo própio que a Amán, privado del rey Azuero, que habiendo hecho una horca en que Mardoqueo, tío de la reina Ester, fuese ahorcado por odio que con él tenía, permitió Dios que en la propia horca que Amán había hecho para dar la muerte a Mardoqueo, allí fuese el propio Amán ahorcado y no otro ninguno, como se cuenta en el libro de Ester, capítulo siete.

Mandando, pues, Tolosa que en este propio árbol ceiba que por horca tenía Caravajal señalado, fuese ahorcado, mandó que después de muerto fuese hecho cuartos y puestos en cuatro palos y partes públicas, para ejemplo y manifestación de su delito y castigo. De esta sentencia apeló Caravajal para ante Su Majestad, alegando que por derechos reales estaba mandado que ningún gobernador fuese condenado a muerte sino por el propio supremo y real Consejo de las Indias; y demás de esto fue muy rogado Tolosa de todos los principales que con él estaban, que no ejecutase aquella sentencia de su muerte en Caravajal; pero ninguna cosa prestó lo uno ni lo otro, porque costándole claramente a Tolosa de los delitos y maldades que había acometido Caravajal, y que si dilataba su muerte, según era mañoso y cauteloso, podría atraer a sí algunos amigos que le soltasen y hubiese algún nuevo bullicio, con mayor daño del pasado, hizo que con mucha brevedad, hallándose él presente, ejecutase su sentencia; y así fue Caravajal sacado de la prisión en que estaba, arrastrando en la forma acostumbrada con que esta ceremonia de justicia se suele hacer en España, y siendo colgado del pescuezo de la horca o árbol en que fue mandado colgar, dieron fin sus días y fueron castigadas sus maldades. Mas fue cosa de notar y maravillar que luégo que Caravajal fue colgado y muerto en aquel árbol, con ser uno de los árboles que más viciosamente se crían y más sustentan el verdor, se fue dende en adelante secando y consumiendo basta que no quedó memoria de él. La gente que con Tolosa estaba le rogaron que no consintiese ni permitiese que Caravajal ya muerto fuese hecho cuartos, por no dar noticia de su muerte a los naturales, que sabiéndola con más razón abominarían a los españoles y los tendrían por crueles que por misericordiosos ni mansos. Tolosa les concedió lo que en este caso le rogaron, y así fue enterrado en una ermita o iglesia que allí tenía hecha. Sucedió esto, año de cuarenta y siete.

| Capítulo diez

|De los principios que tuvo la ciudad del Tocuyo en la goberanción de Venezuela, y de cómo el gobernador Tolosa envió a Alonso Pérez de Tolosa, su hermano, con gente, a descubrir las Sierras Nevadas, donde |hoy está poblada Mérida, del Nuevo Reino. |

Después de haber el gobernador Tolosa muerto a Caravajal de la manera dicha, luégo procuró que aquel alojamiento donde Caravajal estaba, que ya en alguna manera tenía forma de pueblo, se hiciese y perpetuase, para que toda aquella gente española que allí estaba, por ir a buscar su sustento a otras partes, no fuesen causa de mayores daños; y así procuró que se avecindasen y tomasen solares y estancias, y él nombró e hizo nombramiento de alcaldes y regidores que tuviesen a cargo la administración de la república, y dende en adelante se intituló ciudad: y este es el fundamento y principio de la ciudad del Tocuyo, famosa en aquella gobernación por estos sus infelices principios.

De la fundación de este pueblo lo que he hallado por más cierta opinión, aunque algunos la atribuyen al capitán Francisco de Caravajal, por haber sido el propio pueblo el sitio de su alojamiento y haberse conservado y permanecido allí algunos días, otros la atribuyen a Villegas, que se halló con Caravajal por su teniente y después privó con Tolosa y fue también su teniente; y como en esto vaya poco, cada cual podrá arrimarse a quien tuviere él afición. Sólo sobre él diré que según parece, el Tocuyo fue poblado el año de cuarenta y siete, y aquel propio año fue muerto Caravajal; yo tengo que la muerte de Caravajal fue primero que la poblazón del Tocuyo, según me han informado algunas personas que en aquella tierra están, y por esto me afirmo en mi opinión de que el gobernador Tolosa la pobló, el cual asímismo repartió los naturales que por allí cerca había, entre los que quisieron ser vecinos y moradores de la ciudad del Tocuyo. Y porque la gente española que allí había era mucha, y todos no se podían sustentar en aquel pueblo, a persuasión de algunas personas, ordenó el gobernador que un hermano suyo, llamado Alonso Pérez de Tolosa, fuese con una parte de la gente que allí había, a descubrir la provincia de Sierras Nevadas, donde al presente está poblada la ciudad de Mérida, del Nuevo Reino; aunque (a) otros ancianos, de los que en aquel tiempo se hallaron allí, certifican que no salió Alonso Pérez de Tolosa con gente del Tocuyo a este efecto, sino que persuadido e inducido el gobernador de un Cristóbal Rodríguez que había estado en el Reino, que se le seguiría aquella gobernación muy gran provecho y utilidad de que hubiese camino por donde tratase y comunicase los vecinos de ella con los del Reino, envió a su hermano a que descubriese este camino.

Que sea de la una o de la otra manera, por comisión del gobernador salió del Tocuyo o ciudad nombrada, Alonso Pérez de Tolosa, con cien hombres, entre los cuales iba el capitán Diego de Losada, más por administrador y gobernador de la persona del Alonso Pérez que por soldado, porque como este capitán era persona grave y de mucha experiencia en cosas de Indias, fue por el propio gobernador rogado que fuese con su hermano, para encaminarle y regirle, en lo que había de hacer, dándole título de maese de campo. Caminaron la vía del río del Tocuyo arriba ciertas jornadas, y dejándolo a mano izquierda, atravesaron cierta serranía que hay por allí, y fueron a dar a las vertientes de los llanos, a otro río que en lengua de los indios es llamado Çaçaribacoa, por do acabaron de salir a lo llano. Este río entiendo ser el que ahora comúnmente llaman Guanaguanare, por el cual acabaron de bajar a lo llano, por do caminaron en seguimiento de su jornada; y en llegando en el paraje de las Sierras Nevadas, que desde lo llano suben, quisieron los capitanes atravesar para con más brevedad dar en la noticia que iban a buscar, porque en aquel tiempo y mucho después no dejó de ser soberbia aquella noticia, hasta que después, descubriéndola y poblándola los del Reino el año de cincuenta y ocho, vieron cuán poca y miserable era.

No faltaron muchos soldados que con intención de acercarse al Reino, para ver si se podían meter en él, contradijeron esta entrada y subida por la Sierra Nevada, poniendo a ella muy grandes inconvenientes, como de cierto los había, porque con haber ya cerca de diez años que está aquella provincia poblada de españoles, los de Mérida jamás por esta parte por donde esta gente intentaba subir, han podido bajar caballos a lo llano por la aspereza y maleza de las sierras y estrechos caminos que por allí hay, que aun con dificultad los caminan a pie. Pasó la gente adelante sin se detener en ninguna parte hasta llegar al río de Apure, ribera del cual se alojaron; y como a los naturales que por allí había poblados les pareciese poca gente aquella para la que otras veces habían visto pasar por allí, y demás de eso los viesen estar con algún reposo, procuraron, como se suele decir, tentarse las corazas, y juntándose todos los naturales de aquella provincia en concierto y orden de guerra, vinieron a dar muy de mañana sobre los españoles, los cuales como hasta entonces no habían recibido ninguna alteración de los indios, estaban con más descuido del que se requería y era permitido a gente que estaba entre enemigos; lo cual hubiera de ser causa de que recibiesen algún notable daño; pero como todos los más eran hombres ya hechos a las alteraciones y tumultos con que los indios suelen acometer a sus enemigos, no se turbaron punto, mas tomando con toda presteza las armas, los detuvieron, aunque con algún daño, porque los hirieron algunos españoles y les mataron un soldado, pero juntándose los más de los nuestros con sus armas en las manos fácilmente fueron rebatidos y ahuyentados les indios con harto daño que recibieron, porque demás de los que corriendo sangre iban heridos de los alcances que hacían los de a caballo, que entre indios suelen ser los más dañinos, quedaron actualmente muertos mucha parte de aquellos bárbaros, que con sus cuerpos desnudos y rústicas y flacas armas, les parecía que por haber usado de aquella industria de tomar la mañana tenían ya la victoria en casa; pero ellos quedaron tan hostigados que no sólo no volvieron los propios a acometer a los nuestros, pero en mucha distancia de tierra que turaba la gente de aquella nación, no hubo indio que tomase armas en la mano ni aun osase asomar a dar grita desde lo alto de los cerros, que es cosa muy usada entre ellos.

Descansaron en este alojamiento los españoles donde les fue dada esta guazabara algunos días por curar sus heridos.
| Capítulo once

| | En el cual se escribe el fundamento | y principio de la ciudad de Burburata, de la gobernación y costa de Venezuela.

Teniendo ya el licenciado Tolosa la tierra y bullicios de los españoles todo asentado y sosegado, y habiendo enviado a su hermano Alonso Pérez de Tolosa, como se ha dicho, a poblar a Sierras Nevadas, pareciole que era bien acabar de cumplir con lo que Su Majestad le había encargado y mandado, y así se partió la vuelta de Coro para de allí ir al Cabo de la Vela, a tomar residencia a las justicias que en él residían, dejando por su teniente en la ciudad del Tocuyo a Juan de Villegas, que por conocimiento de sus mayores tenía, vino a tenerle por amigo y hacer mucho caso de él.

Háseme olvidado de declarar un punto, el cual, aunque no sea de este lugar, tomarlo ha el lector donde lo hallare.

Según de lo que atrás queda dicho, consta y | parece que este nombre Tocuyo era propio de los naturales, dado aquella provincia donde Caravajal estaba alojado, y como al tiempo que allí se rancheó o alojó el alojamiento se llamaba de este nombre la ranchería del Tocuyo, después, cuando se mudó en nombre de ciudad no hubo ninguna innovación en el nombre, como comunmente en Indias lo suelen hacer los que pueblan ciudades o villas, dándoles la nombradía de sus propias patrias o provincias o reinos de donde son naturales, y así se quedó este pueblo con el nombre de aquella provincia, que era dicha Tocuyo.

Pasando adelante con nuestra historia, como quedase Juan de Villegas en el cargo de teniente de gobernador y acompañado de mucha gente que aún habían quedado en el Tocuyo, demás de los que estaban avecindados y tenían indios, determinó ocupar en algo a los ociosos; y como él era hombre que diversas veces, por su antigüedad, había andado aquellas provincias y tierras, por muchas partes tenían noticia de que en la provincia de la Burburata había algunos naturales donde se podían sustentar y entretener parte de los españoles que con él estaban, y así envió un capitán, llamado Pedro Alvarez, con cuarenta hombres, a poblar aquella provincia, el cual pobló en la costa de la mar el pueblo que comúnmente llaman de la Burburata; y aunque el capitán Pedro Alvarez, al tiempo que lo pobló, es cierto que le puso otro nombre a similitud de los de España, éste se perdió, y yo no he podido haber noticia de él para darla, más de que, como he dicho, comúnmente se llama la ciudad o pueblo de la Burburata, por ser así llamada antiguamente esta provincia donde está poblado, de sus naturales y moradores.

El puerto marítimo de este pueblo es el más frecuentado y usado en aquella gobernación, y por donde se proveen los demás pueblos, que al presente están poblados la tierra adentro, de todas las cosas que se traen de fuéra para el sustento de sus personas y casas. Es pueblo bien proveído, aunque de mucha zozobra y trabajo, por haber contino de andar los moradores de él con las haciendas en los hombros, porque como allí no tienen ningún género de fortaleza para hacer resistencia a los corsarios franceses, que muy a menudo acuden a la costa de las Indias a robar, en viendo cualquier navío, luégo son los pobres vecinos contreñidos a tomar, como suelen decir, haldas en cinta, y a meterse a manera de fieras y salvajes por los montes y arcabucos a guarecer sus personas y esa miseria que tienen.

En este pueblo fue a donde el traidor de Aguirre, después de haber arruinado la isla Margarita, y hecho las severidades que en otra parte yo trato, saltó y hubo lengua o noticia de algunos portugueses y otros malvados hombres, de la comodidad que tenía aquesta gobernación de Venezuela para por ella pasar al Nuevo Reino de Granada, por estar la tierra tan desproveída de armas y gentes como estaba; y en él no dejó de hacer su buena estrena con algunas crueldades de que usó, matando algunas personas, así de las que con él venían como de otras que de la tierra hubo.

No trato aquí particularmente de la conquista y pacificación de los naturales de esta provincia y pueblo de la Burburata, porque aunque en haber la relación y noticia de ello he puesto toda diligencia a mí posible, no he podido tener de ella más claridad de lo que he dicho.

Cae en la jurisdicción y términos de este pueblo las minas de oro dichas de Burburata, donde se saca con esclavos y con indios muy buen oro y subido de quilates y muy alabado por los plateros para su oficio por ser muy dulce de labrar. Otra cosa notable no hay que a mi noticia haya venido que se pueda escribir de este pueblo y provincia de Burburata ni de sus naturales, antiguos moradores y habitadores de ella, excepto que pocos días ha, atemorizados los vecinos de los continuos asaltos que los franceses les dan, se quisieron pasar a vivir a la Nueva Valencia, que está doce leguas la tierra adentro y dejar o despoblar este pueblo, y por el gobernador don Pedro Ponce de León no les fue permitido, antes mandó, con graves penas, que lo sustentasen.

Es pueblo mal sano para los que nuevamente entran en él, que por sus continuas calores y vapores que de algunas montañas que cerca de sí tienen salen, causan grandes çiçiones y calenturas, y si no tienen buen gobierno y regimiento en todo lo que se debe tener, fácilmente son consumidos. Es tierra muy dejativa, y lo mismo tienen casi todos los pueblos de esta gobernación, porque todos ellos están poblados en tierras calientes y de no muy buenos aires.

Capítulo doce

Cómo el capitán Alonso Pérez de Tolosa, subiendo por el río de Apure arriba, fue a dar al valle de Santiago, donde ahora está la villa de San Cristóbal, del Nuevo Reino, y de allí a los llanos de Cúcuta. |

Volviendo a la jornada y suceso de Alonso Pérez de Tolosa, después de haber mejorado sus heridos alzó tiendas de las riberas del río Apure, donde estaba alojado, y prosiguiendo su descubrimiento, de común consentimiento, por el propio río de Apure arriba, y metidos en la sierra, apartáronse del general o capitán obra de cuarenta hombres a buscar comida, los cuales llegaron a un pueblo cuyos moradores estaban puestos en arma porque habían tenido noticia de la ida de los españoles, los cuales, llegando a donde los indios estaban, fueron por ellos con las armas detenidos algún tanto, de suerte que no fue mucha la resistencia que les hicieron; porque aunque eran mucbos en número, los nuestros fatigáronlos tanto que les hicieron dejar el sitio que tenían y recogerse los unos a sus casas y bohíos y los otros a lo largo. Los que en el pueblo se metieron defendieron sus bohíos gran rato, de suerte que primero que los rindiesen hirieron al capitán Romero y a otro soldado; pero al fin ellos fueron apretados de suerte que los nuestros los hubieron por prisioneros y les saquearon el lugar y les hicieron otros muchos daños, y con la presa de indios y maíz y otras menudencias que estos cuarenta soldados tomaron en este pueblo, se volvieron a juntar con la demás gente, que siempre iba marchando o caminando por las riberas del río Apure, y andadas pocas jornadas, fueron a dar a cierta nación o pueblo de indios llamados los Tororos, poblados en la ribera del propio río Apure, de la otra parte, los cuales como viesen a los españoles que querían pasar el río para ir a su pueblo, pusiéronse en las riberas o barrancas para estorbárselo; mas como los nuestros, armados sobre sus caballos, pusiesen el pecho al agua y lo atravesasen y pasasen a la parte donde los indios estaban, fueron con mucha facilidad rebatidos y quitados, no sólo de las riberas del río, pero de su propio pueblo y lugar, metiéndose y alojándose los españoles en él, y saqueando y robando lo que en él había.

Estuvieron allí descansando tres o cuatro días, en los cuales dos soldados españoles, no guiándose por prudencia sino por su desordenada codicia, se apartaron de los demás a ver si hallarían algunas mantas u oro u otras bujerías que los indios suelen tener y los soldados codiciar, aunque sean de poca estimación, a los cuales, como los indios viesen solos y apartados de los demás tanta distancia, arremetieron a ellos, y el uno tomaron a manos y le dieron el pago que su necio atrevimiento merecía con una cruel muerte, y el otro, por ser más ligero y suelto, se escapó de sus manos y fue a parar a las de su general Tolosa, el cual, por el desacato de haberse ido sin licencia y sido causa que matasen a su compañero, lo mandó luégo ahorcar; mas siendo rogado con mucha importunidad de todos los del campo, fue forzado a dispensar con él y conmutarle la pena de muerte en otros trabajos y ejercicios tocantes al beneficio y servicio común.

De este pueblo de los Tororos prosiguieron su viaje dejando el río de Apure sobre la mano derecha que, como he dicho en otro lugar, tiene sus nacimientos en las provincias de Mérida, y siguieron por otro río que con este mismo se junta, que baja de las provincias y valle de Santiago, donde ahora está poblada la villa de San Cristóbal, en el Nuevo Reino, entre Pamplona y Mérida. Caminaron por este río que es dicho, al valle de Santiago, nuestros españoles, ya que estaban cerca del propio valle, les salieron a recibir, con las armas en las manos, muy gran número de naturales del propio valle de Santiago, que teniendo noticia de las nuevas gentes que hacia su tierra se acercaban, con determinación de defenderles la entrada y rebatirlos si pudiesen, habían salídoles al encuentro, una jornada el río abajo, por el angostura de él. Mas después que cerca se vieron, admirados y espantados de ver la nueva manera de gentes nunca por ellos vista, y los caballos y perros que llevaban, fueron suspensos de tal suerte que ni para acometer ni para huir les quedó ánimo, a los cuales los españoles arremetieron, y matando e hiriendo muchos de ellos, forzaron a los demás a huír y retirarse hacia sus casas, y aquel día se alojaron cerca del propio valle de Santiago, y otro día entraron en él, dando de repente en un pueblo que a la entrada de este valle, sobre la mano derecha, estaba.

Hallaron los moradores de él más cuidados de lo que pensaron; mas ellos viendo a los españoles, no fueron perezosos en tomar las armas, con las cuales procuraban defender su pueblo y echar de él a los nuestros; mas como sus armas fuesen flacas y sus cuerpos no tuviesen ningún amparo ni defensa por andar desnudos, no fueron bastantes sus ánimos y bríos a resistir ni tolerar los golpes de las espadas y armas de los españoles, y así, viéndose maltratar tan cruelmente de ellos, les dejaron libre el pueblo y se retiraron a las montañas que cerca estaban, donde se mampararon de la furia de sus enemigos, los cuales se aposentaron en el pueblo, saqueando y arruinando lo que en él había; y de algunos indios que se tomaron tuvieron noticia los nuestros de que más arriba estaba otra poblazón o pueblo grande, que era el que ahora es por los de la villa de San Cristóbal llamado el pueblo de las Auyamas, por la mucha abundancia que de ellas había en este pueblo cuando después, el año de cincuenta y nueve, pasando el capitán Juan Maldonado, vecino de Pamplona, a las provincias de Mérida, estuvo con su gente alojado en él. Pues a este pueblo de las Auyamas caminó otro día el capitán Tolosa, haciendo la jornada de noche por ser menos sentido de los naturales, y llegando al pueblo cuando amanecía. Como ya los indios tuviesen noticia de los españoles o de sus crueldades y los viesen entrar por sus puertas, diéronse más a huír que a tomar las armas ni defenderse.

De este pueblo de las Auyamas atravesaron a unas poblazones que estaban frontero, de la otra banda del río de las Auyamas, en unos altos cuyos naturales se habían ahuyentado y dejado sus casas desiertas. Mas como los españoles, poniendo toda diligencia por haber a las manos aquella gente que de ellos se había ausentado temiendo sus crueldades y tiranías, fuéronlos a hallar en unas escondidas rancherías o alojamiento donde se habían recogido con sus mujeres e hijos; y como ellos viesen que hasta en aquel escondido lugar los habían ido a buscar y a perseguir, tomaron las armas y defendiéndose con ánimos obstinados, hirieron al capitán y a otros algunos soldados, con seis caballos que de las heridas murieron; pero al fin, aunque, vengados, fueron rebatidos y desbaratados los indios, y sus alojamientos ganados y saqueados de los nuestros. Habida esta victoria, los españoles se salieron de todo punto del valle de Santiago, atravesando por la loma que dicen del Viento, y fueron a salir a los llanos que ahora llaman de Cúcuta, donde los vecinos de Pamplona y San Cristóbal crían sus ganados, por bajo de donde están los cortijos o casas y corrales de los ganados, en unas poblazones de indios que hoy en día están allí, sufraganas o subjetas a la villa de San Cristóbal. Llegados que fueron los nuestros a esta poblazón y primer pueblo de ella, los indios de él se recogieron a un bohío grande que tenían casi a manera de fortaleza, con sus troneras o flechaderos, por donde empezaron a disparar y tirar de su flechería contra los españoles y se defendían tan obstinada y reciamente, que sin ser rendidos ni damnificados de los nuestros, los forzaron a que se retirasen y apartasen de su pueblo, con daño y pérdida de algunos españoles y caballos que murieron de los flechazos y heridas que de los indios recibieron; y marchando la gente y su capitán Tolosa, fueron de este pueblo al río que llamaron de las Batatas, que es el que los de Pamplona hoy dicen el río de Çulia, y metiéndose por la serranía adelante hacia los carates o despoblados siete u ocho jornadas, la aspereza y fragura de la tierra los forzó a que se retirasen y volviesen atrás, al valle o provincia de Cúcuta, donde se alojaron para descansar algunos días y reformarse, que andaban ya muy trabajados y cansados.

Capítulo trece

Cómo llegado el capitán Alonso Pérez de Tolosa a la laguna, y no pudiendo pasar adelante, se volvió al Tocuyo con mucho trabajo y cómo el gobernador Tolosa murió. |

Ya que algunos días hubieron descansado, el capitán Alonso Pérez de Tolosa y sus capitanes y soldados en el llano de Cúcuta, comenzaron a caminar el valle abajo, por las riberas de los ríos de Pamplona, hacia la laguna de Maracaibo, que es donde los propios ríos van a parar; y caminando muchos días con varios subcesos de algunos belicosos indios por do pasaban teniendo con ellos algunos repiquetes de poca importancia aunque de algún riesgo, por herirle, como les hirieron, algunos españoles que de las heridas murieron, llegaron a los llanos que dicen de la laguna, hacia la parte do está poblada ahora Mérida, poblados de naturales llamados bobures, que es gente más doméstica y menos guerrera ni bulliciosa que la que habita en las sierras comarcanas; y marchando por aquellos llanos adelante, para bojando aquella parte de la laguna donde estaban, volverse a Venezuela, pues no hallaban tierra acomodada a su gusto para poblar, dieron de repente en un estero o ciénaga que cuasi atravesaba todo lo llano, y de ancho tendría media legua, lo cual les fue impedimento y estorbo para no poder pasar adelante ni hacer lo que pretendían; porque como este lago fuese muy hondo y cenagoso no podían los caballos ni peones en ninguna manera pasarlo, aunque con mucha diligencia procuraron y buscaron si por alguna parte de este lago habría algún vado que le diese lugar y aparejo para pasarlo. Gastaron y destruyéronse en ver si el agua de él se abajaba o amenguaba más de seis meses, después de los cuales, viendo que su estada allí era de ningún efecto, y la hambre les iba ya maltratando, por no tener ya comidas los naturales que por allí cerca había, dieron la vuelta para salir por do habían entrado.

Envió Tolosa delante a Pedro de Limpias, con veinte y tantos compañeros para que a la ligera caminase a grandes jornadas, y fuese a dar mandado al gobernador su hermano o a sus tenientes de su vuelta, para que al camino le saliesen con algún socorro de comidas u otras cosas; a los cuales luégo, en apartándose del capitán Tolosa, les mataron a la tercera jornada dos compañeros; mas no por eso dejaron de proseguir su viaje, y con gran trabajo y riesgo llegaron al Tocuyo. Tolosa, con la demás gente, prosiguió la salida luégo tras de Limpias, pero como traía más gente, y casi toda enferma, sustentábase más dificultosamente, y así, yendo marchando, les fue forzoso apartarse del camino a tomar comida a un lugarejo de hasta seis casas o bohíos, cuyos moradores, aunque pocos, no desampararon sus casas, mas defendiéndolas con las armas en las manos, resistieron a loe nuestros que no entrasen en ellas; y como acaso hallasen los españoles un bohío, apartado de los otros, proveído de mucha carne de puerco asada en barbacoa, y otras cosas de comer, dejando de pelear con los enemigos que tenían presentes, se iban desordenadamente, afligidos de la hambre, a haber parte de la comida que en el bohío había, sin tener cuenta con el daño que les podía venir, la cual desorden, como los indios viesen, doblándoseles el ánimo, salieron de su propio pueblo a echar a los españoles de donde estaban encarnizados en la comida; y como los indios diesen en ellos, al primer encuentro o refriega mataron dos soldados, y les hicieran más daño si ellos, encendidos con el temor de ser allí muertos de aquellos bárbaros, no tornaran a tomar las armas animosamente, y haciendo rostro a los indios les rebatieron e hicieron recoger a su pueblo, y siguiéndoles hasta dentro de sus casas, los forzaron a desampararlas y huír por guarecer las vidas, dejando a los nuestros el pueblo con lo que en él había, y tomando la comida que hallaron, que fue poca para lo que habían menester, se volvieron al camino, el cual prosiguieron muy trabajosamente a causa de ser tan grande la falta de comida que les sobrevino, que en obra de diez leguas de camino se les quedaron veinte y cuatro soldados muertos de pura hambre y falta de comida; con el cual trabajo llegaron a Cúcuta, valle de las estancias o criaderos de ganados de Pamplona, y subiendo por aquel valle arriba a unas poblazones que en lo alto estaban repartidas a vecinos de Pamplona, para haber allí alguna comida para su viaje y vuelta, la cual tomaron, y retirándose a lo llano les vinieron los indios dando grita y alcance hasta que se alejaron bien de su territorio y se metieron en lo llano de Cúcuta; y con esta comida atravesaron el valle de Santiago, y sin detenerse en él punto, se metieron por el río y angostura por do fueron a dar al río de Apure, donde se alojaron en los dos ríos Apure y Zarare, junto riezuelo pequeño que entre los dos corre, llamado Choro.

En este lojamiento algunos soldados que tenían poca gana de volver a Venezuela, pidieron licencia al capitán Tolosa para venirse al Reino, el cual se la otorgó y dio, y juntándose treinta soldados de esta opinión, y entre ellos un Pedro Alonso de los Hoyos por su caudillo, que después fue poblador de Pamplona, se vinieron perlongando la sierra hasta que llegaron al río de çanare, que baja a las espaldas de los laches dichos Chita y Cocuy, y metiéndose por este río de Çaçanare arriba, caminaron hasta que hallaron sal y mantas de las del Reino, y siguiendo el rastro de ello, no con sencillos trabajos, fueron a salir a los pueblos dichos del Cocuy y Chita, que son en los términos de Tunja, del Nuevo Reino.

Hice aquesta particular mención de estos soldados, porque mediante el descubrir ellos este camino tan cercano a Venezuela, se trató esta gobernación y aquel Reino, y fue proveído de mucha abundancia de ganados, de que tenía gran necesidad, porque en aquella sazón había muy poco y valía a excesivos precios, y después acá, por este propio camino, y por otros que se han descubierto, se han metido infinitos ganados de toda suerte, de do ha venido a abundar la tierra del Reino, de carnes, aunque todavía no dejan de traer de la gobernación.

El capitán Tolosa prosiguió luégo su viaje, y pasando a Apure, por cerca de lo llano, por mano de unos caquetios indios que le salieron de paz y le proveyeron de comida, pasó de largo sin detenerse en el camino, hasta que llegó al paraje de los ríos de Barinas, que es casi en el paraje de las Sierras Nevadas de Merida; y siéndole necesario enviar a la Sierra por comida para pasar adelante, fue a ello Diego de Losada, con cuarenta hombres, y metiéndose en la Sierra con toda la gente que llevaba, se le apartaron de los demás siete soldados, los cuales fueron a dar a un bohío grande, donde hallaron unas indias y maíz y alguna sal, de la cual tenían grande falta. Regocijados los siete Soldados con la buena fortuna que les había corrido en haber hallado aquella buena presa, llegaron cantidad de indios de guerra, y cercando el bohío, poniendo a tres puertas que tenía muy buenas guardas de valientes indios para que los españoles no saliesen, intentaron de poner fuego al bohío, y como la paja no quisiese arder, tuvieron lugar los cercados de animarse y aventurarse a salir, y rompiendo y rebatiendo las guardas que a la una puerta estaban, salieron todos fuera y peleando animosamente con los indios que los tenían cercados, mataron algunos de ellos, con que los demás huyeron. Los soldados cargaron luégo de todo lo que pudieron llevar, y dando vuelta a donde Losada había quedado, se volvieron todos juntos al lugar donde su general Tolosa los esperaba; y con la comida que de Barinas sacaron caminaron todos juntos hasta llegar al Tocuyo, al cabo de dos años y medio que de él habían salido.

Hallaron que el gobernador Juan Pérez de Tolosa era ya muerto, que murió yendo la vía del Cabo de la Vela a tomar residencia.

Gobernaba aquel pueblo del Tocuyo el mismo Juan de Villegas, a quien el gobernador Tolosa había dejado por teniente.

| Capítulo catorce

En el cual se escribe el descuido que en Venezuela se ha tenido y tiene de enseñar la doctrina a los indios, y algunas cosas y propiedades de los llanos y halda de la cordillera.

Esta jornada de Alonso Pérez de Tolosa entiendo haber sido la última que de la provincia de Venezuela se hizo e intentó por los llanos o para los llanos a hacer descubrimientos y poblazones; porque como dende en adelante los Bezares no tuvieron jurisdicción en ella, y por el mismo caso cesaron de enviar factores con mercadurías, de las cuales daban algún avío a los soldados y fiándoles algunas cosas de tienda les forzaban a que residiesen en la tierra, y sus gobernadores con la codicia que traían de haber oro para restauración de sus gastos, luégo hacían juntas de gentes e iban a una parte y a otra a descubrir y ver si les había tornado a crecer la lana a aquellas desventuradas ovejas, y si no la tenían, sus personas lo pagaban.

Los gobernadores que el rey ha enviado han sido muy moderados, y bailaban la tierra tan gastada y cansada de la continua sujeción y subsidio en que los gobernadores alemanes la habían tenido, que en toda ella no había ya hombre que desease salir de un miserable rancho, aunque grande y bien escombrado, y dándose a criar ganados de vacas, ovejas y yeguas, por ser la tierra acomodada para ello, contentándose con solo el esquilmo que del ganado habían, y porque por la falta que del oro tenían no les acudían ningunas mercadurías de España, como eran paños y lienzos para su vestir. A imitación de Noema, hermana de Tubal y de Tubalcayn, inventora del hilar y tejer y hacer ropa para que se cubriesen los hombres y mujeres, inventaron ellos entre sí el tejer e hilar, que entiendo que fue la primera parte de las Indias donde hombres y mujeres españoles lo usaron de hilo de algodón, haciendo unas telas de donde cortaban camisas y jubones y todo género de ropa blanca; y de la lana hicieron cierta manera de paño de poca suerte, llamado xergilla, para sayos y capas. Esto hacían en telares altos a uso de la demás gente de Europa; porque los indios ninguna ropa que tenían la tejían de la suerte que las naciones de Europa hacen, sino muy diferentemente, como en otro lugar se dirá. Y así, dende en adelante, como he dicho, contentándose con esta pasadía juzgábanse por tan bienaventurados como los que poseían las muchas riquezas de Perú, se estaban en sus pueblos y casas, gastando el tiempo en vil ocio, porque todas las otras cosas que fuera del sustento de carne y lana habían menester, se las habían de dar los indios, así el algodón o el hilo hilado como el maíz para pan e indias para molerlo y para las otras cosas.

Esto apunto no para infamarlos sino para increparlos de descuidados, porque con haberse sustentado más tiempo de veinte años con el sudor y trabajo de los indios, aunque mediante su industria, entiendo que no se ha hallado hombre en toda la gobernación que en la poblazón de los indios de su encomienda haya hecho iglesia, ni han puesto la menor diligencia del mundo en que siquiera supiesen que hay Dios, o siquiera decir Jesús u otra cosa que tuviese señal de haber estado allí cristianos, para que pareciese que en algo les pagaban aquellos miserables sus trabajos. Ello es cierto gran lástima, de algunos descuidados e inconsiderados cristianos que, siquiera por vía de plática y razonamiento, como se paran a hablar con los indios otras ociosidades y torpedades, no gastarían su conversación en cosas espirituales. El indio, el moro, el gentil, todas cuantas naciones ha habido en el mundo, que ciegamente adoraban y tenían por dioses los simulacros y obras de sus manos y de naturaleza, persuadían con mucha instancia a los con quien trataban que creyesen en sus dioses y les hiciesen sacrificios, dándoles a entender que los de las otras gentes eran dioses falsos y los suyos verdaderos, y aun acá, en las Indias, pocos tiempos antes que los españoles entrasen en Perú, reinando en aquellos reinos un bárbaro dicho Guaynecapa, con la ambición que de reinar tenía, hizo guerra a muchas gentes muy apartadas de sus reinos y a todos los que sujetaba les inducía y persuadía a que dejando su lengua materna y la idolatría de sus imaginativos dioses, creyesen en los suyos, que él tenía por verdaderos.

Verdaderamente ha sido tanto el descuido que en esto han tenido los españoles y cristianos que hasta aquí ha habido en esta provincia de Venezuela, que no sólo a los indios de su repartimiento no les han dado ningún género de doctrina, pero ni aun a los que en sus propias casas y de sus puertas adentro les servían; porque pasa en verdad lo que diré. Al tiempo y sazón que Mérida, ciudad en las provincia de Sierra Nevada, se pobló por el Nuevo Reino, asímismo se pobló o reedificó la ciudad de Trujillo, en la provincia de Cuycas por Venezuela; y como los de Mérida tuviesen sacerdote que les administraba los santos sacramentos, y los de Trujillo careciesen de este beneficio, a ruego del obispo de aquella gobernación o de los propios vecinos, paso el cura de Mérida a confesar la gente que había en Trujillo; y certifica este sacerdote que es hombre de fe y crédito, que llegaron a sus pies a confesarse indias e indios ladinos, del servicio de algunos de los que en aquel pueblo estaban, que cortaban y hablaban la lengua castellana tan agudamente como sus amos, y por ventura mejor, porque algunos eran portugueses, los cuales indios e indias, con haber estado veinte años, y más tiempo, en compañía y servicio de aquellos cristianos, no sólo no sabían ninguna oración de las dominicales, pero ni aun hacer la señal de la cruz, y mucho bautizados, y cristianos, y María, y Juana, y Catalina, y verlos ir a la iglesia, y venir de la iglesia, y otros actos y ceremonias exteriores que aunque eran bien hechas, no sé lo que parecerían en aquello | que no entendían ni sabían lo que hacían; y así entiendo que divinalmente ha de venir a ser castigada esta gente si en lo dicho y en otros excesos que en aquesta tierra se hacen no hay enmienda.

He salido un poco fuéra del propósito con que empecé a escribir este capítulo; pero fue mi pluma rodando de suerte que no pude dejar de divertirme. Pase este caso con los demás, y volviendo a la materia digo que por haber cesado, como cesaron, las jornadas de estos llanos y que nunca más se entró en ellos con junta de gente para largos descubrimientos por vía de Venezuela, si no fue para llevar ganados al Nuevo Reino, cesara aquí la materia de tratar de ellos en esta Historia de Venezuela, y por esto me quiero despedir con recontar algunas particularidades que los soldados de aquel tiempo y que anduvieron en algunas de las jornadas referidas, cuentan por haberlos visto por sus propios ojos, sin embargo de otras muchas que los españoles poblados en la ciudad de San Juan de los Llanos han visto y sabido después acá mediante el trato que en los indios que hacia aquella parte hay han tenido y las buenas lenguas o intérpretes de que han usado, según en su lugar queda escrito y en diversos lugares de esta Historia he tocado.

En estos llanos, desde el pueblo o ciudad del Tocuyo hasta la ciudad de San Juan de los Llanos, poblada en el pueblo que comúnmente hemos llamado de Nuestra Señora, hay de camino, por la falda de la sierra, doscientas leguas, antes más que menos, en las cuales caen los ríos que en diversas partes de esta Historia hemos nombrado, en los cuales los modernos que por allí han caminado con ganados, han puesto diferentes nombres, como ha sido el río de Tapia y el río del Estribo, y otros, así que no hay para qué referirlos. Todos estos ríos son abundantísimos de muchos géneros y diversidades de peces, chicos y grandes y de todas suertes y de muy diferentes formas y hechuras; y porque en este caso, si particularmente yo hubiese de tratar de todos los géneros y formas y efectos de los peces que en estos ríos se crían, sería ponerme a lo que no puedo cumplir y caer en falta, sólo diré del efecto de tres o cuatro peces de diferentes formas y efectos, el uno de hechura una morena de las que en la mar se suelen criar, tan largo como tres palmos, muy mantecoso y grue­so, de suerte que se aprovechan los indios de su grosura y manteca para algunos efectos y curas. Es de muy buen gusto en el comer. Este pece, en llegando a picar en el anzuelo tiene en sí tal propiedad que al pescador hace luégo temblar y casi perder la color y turbarse, y si muchos acuden a echar mano de él todos tiemblan. A los principios ponía en gran congoja la operación de este pece a los españoles, por pensar que perpetuamente habían de quedar temblando o les había de acudir aquella enfermedad, mas después les perdieron el temor, y aunque temblaban, érales ocasión de regocijo a los que miraban. Hallose en ellos el manatí, pescado que se cría en el agua y pace las yerbas que en las riberas se crían; el caimán, hechura y forma de lagarto, que por su ferocidad y bestial atrevimiento es muy temido, por los grandes daños que en los hombres hace, más que otro ningún animal de los que en el agua se crían. Críase asímismo un animalejo de hechura de un venado, que se sustenta o mantiene en tierra y habita en el agua; es patihendido y estercola como venado; tiene el hocico o cara de hechura como la cabra, aunque más chata; las orejas pequeñas, como de lebrel; tiene dientes y muelas altas y bajas, las piernas y brazos cortos, ancho de pecho y lomes, como un verraco grande; la cola que casi solamente se señala; el pelo muy corto y bermejo, cómese su carne; es duro de cocer; el gusto tiene de pescado: llaman los españoles a este animal ancha; no se aparta mucho de las riberas de los ríos. De este animal o pescado, yo no he hallado que hasta nuestros tiempos se haya visto en otras partes, porque este no es de la naturaleza o generación de otros animales llamados dantes, que también los hay en estos llanos, que son de hechura de mulas pequeñas, aunque patihendidos.

En el río lamado Pauta, afirman algunos haber visto dos sierpes de mediano grandor.

En lo que toca a los animales de tierra, pasaremos con la misma brevedad que en lo de los pescados. Hay tigeres muy dañinos, como atrás se ha dicho; leones bermejos y muy cobardes; osos hormigueros, dantas, venados, puercos monteses de dos suertes o maneras, unos que son los que llaman baquiras, que no andan en manadas sino apartados de dos en dos. Hay conejos, liebres, curíes, que son de hechura de ratones, excepto que no tienen rabo; cierto género de lagartos, que no son los que llaman iguanas, que tienen buena comida; mayas, que es un animalejo pequeño, como un guzque. Hay otros animales pequeños de hechura de una zorra, manchados de pardo y blanco y negro, llamados maspurite: este, si se ve acosado de los perros, se hace mortecino, y si llegan a él vierte una orina de tan pésimo hedor que los aparta y arredra de sí; echa espumarajos por la boca, y si algún español se allega a ellos y le mean en la ropa, no es más de provecho. Hay otro inútil animal que los españoles suelen llamar perico ero; este es pardo, de hechura de un sapo, como tres o cuatro pies de largo, el pelo muy blondo; da muy grandes voces, que casi en ellas imita la voz de un hombre que da voces; el humor de este animal es tan fiemático que me parece que en un día no se moverá distancia de cincuenta pasos, porque él anda como lagarto, la barriga arrastrando por el suelo, y mueve con tanta pesadumbre el brazo que cuando mueve el pie o la pierna para pasar adelante ha pasado grande espacio. Dícese de este perico ligero que con toda su torpedad se sube muy poco a poco sobre un árbol a comer fruta y que, desque se harta, por no atreverse a bajar por do subió, se deja caer desde donde está al suelo sin recibir ningún daño: no sé que para ninguna cosa sea provechoso este torpe animal; haylo en muchas partes y provincias arcabucosas y calientes. Hállase en estos llanos un animalejo pequeño, del grandor de un conejo, el pelo como de un cordero manchado, las uñas anchas y largas como de oso hormiguero; cuando le fatigan métese en el agua; con el pelo de este animalejo hecho ceniza y polvo se curan los indios, donde los hay, las bubas, que son muy enfermos de ellas.

He tratado aquí de estos pocos animales por parecerme más extraños y monstruosos de otros muchos que en estos llanos hay muy diferentes de los que en Europa se crían; que por no tener en este lugar noticia de ellos no lo trato. En el discurso de esta Historia no dejaré de apuntar y decir de los que se me ofreciere, que como he dicho me ha parecido que son extraños y nunca vistos.

De árboles y aves y otras muchas cosas notables que por estos llanos hay, no se hace aquí memoria porque como no están poblados de españoles ni aun por ellos se sigue ningún camino del Reino a Venezuela, no se puede haber la noticia de todo ello que en otras partes se tiene por estar españoles en ellas que curiosamente los escudriñan. También digo que muchas cosas así de naturalezas de indios como de cosas que la tierra cría y produce que en toda la gobernación de Venezuela hay, no irán aquí escritas por defecto de no hallar yo quién me diese claridad de ellas; y así solamente trataré en lo que me queda por decir de algunos pueblos que en ella se han poblado y de los gobernadores que en ella, desde Tolosa basta nuestro tiempo, sucedieron en el gobierno de aquella tierra, con lo que a nuestra noticia hubiere venido del fruto y utilidad que en ella hicieron.

En lo tocante a los llanos se me había olvidado un punto acerca de los tiempos, y es que en aquellas tierras casi son diferentes los temporales de otras, porque el verano incluye en sí los meses de octubre, noviembre, diciembre, enero, febrero, marzo, aunque en estos meses no dejan de acudir algunos prolijos aguaceros. El invierno comienza por abril, y dura mayo, junio, julio, agosto y septiembre, y estos son los tiempos que han acostumbrado seguir los que por estos llanos han caminado.

| Capítulo quince

|En que se escribe la fundación y principio de la Nueva Segovia, o por otro nombre llamada Barquisimeto, en Venezuela.

Muerto el licenciado Tolosa, según se ha dicho, Juan de Villegas se quedó con el cargo de teniente del Tocuyo, y como los vecinos de aquel pueblo deseasen tener o descubrir algunas minas de oro, para remedio de sus necesidades, determinó enviarlas a buscar y descubrir, para el cual efecto nombró por caudillo a un Damián del Barrio, y dándole para ello cierta gente fue a las provincias de Nirua, algo apartado del Tocuyo, más adelante del valle de Barquisimeto, en donde Damián del Barrio halló o descubrió un poco de oro de minas que al principio tuvo una razonable muestra; a las cuales minas llamó las minas de San Pedro; y dando de ello aviso y noticia al teniente Juan de Villegas, él asentó allí su ranchería, con la gente que llevaba.

Sabido por Villegas las minas ser descubiertas, como siempre estas cosas traigan consigo, un hacerlas más de lo que son, y representar grosedades de oro y riquezas, fue promovido a irlas a ver con alguna gente de la sobrada que en el Tocuyo había; y como viese que entre las minas de San Pedro y el Tocuyo había copia de naturales para poderse sustentar entre ellos algunos españoles, acordó poblar un pueblo, el cual pobló riberas del río Buria, y llamola Nueva Segovia, nombrando en él sus alcaldes y regidores para la administración de la república, y justicia ordinaria. Este pueblo fue poblado en la provincia llamada Barquisímeto, por lo cual los españoles luégo comenzaron a llamar a este pueblo Segovia de Barquisimeto, y después, andando el tiempo, perdiose u olvidose el nombre Segovia y quedose el de Barquisimeto, y así hoy comúnmente este pueblo es llamado Barquisimeto.

Después, en tiempo del gobernador Villasanda, hallándose los vecinos de la Nueva Segovia enfermos en aquel sitio y lugar donde la había poblado Juan de Villegas, pidieron licencia para mudarse a otra parte más sana y mejores aires, la cual les fue concedida por el gobernador Villasanda, y mudándose de adonde estaban, se poblaron más allegados al Tocuyo doce leguas, donde los halló Lope de Aguirre, traidor, al tiempo que entró en aquella gobernación; y como entrando la tierra adentro Aguirre, la gente de este pueblo de Nueva Segovia o Barquisimeto, temiendo las tiranías y crueldades de este traidor, desamparasen el pueblo, y llevasen consigo lo que tenían, enojado de ello Aguirre lo mandó quemar y arruinar, y así fue asolada la mayor parte de él, por lo cual los vecinos acordaron no reedificar allí sus casas, por estar aquel sitio algo abobado, y mudáronle en tiempo de Pablos Collado, gobernador, a otro sitio, entre los dos ríos llamados el Claro y el Turbio, donde hicieron sus casas de nuevo; y como bollándose la tierra y levantándose algunos recios vientos, anduviesen por el pueblo muy continuos e insufribles polvos, que se les echaba a perder la ropa y les causaban algunas enfermedades y muy gran fastidio, después que estuvieron allí algunos días y fue ido de la tierra el gobernador Pablos Collado, que había dado consentimiento en este mudamiento del pueblo, acordaron mudarse a otra parte, en tiempo que gobernaba aquella tierra un caballero llamado Manzanedo, el cual les dio licencia para ello, y ellos lo mudaron y pasaron a la sabana alta de Barquisimeto, donde se dieron vista la gente del traidor Lope de Aguirre con la del Rey, y en este lugar permanece hoy; y nadie se debe maravillar de que una ciudad o república se haya mudado tantas veces y con tanta facilidad, porque como para hacerse una casa de las en que estos vecinos moraban no fuesen menester muchos materiales de cal, piedra ni ladrillo, sino solamente varas de arcabuco y paja de la sabana, con mucha facilidad hacían y deshacían una casa de estas, y también porque los oficiales y obreros que las habían de hacer les costaban muy pocos dineros, que con enviar por ellos al repartimiento les servían de bueyes para acarrear la madera y de carpinteros para cortarla y de albañiles para hacer los demás edificios, que si todo esto hubiera de costar dineros a buen seguro que no se mudaran a menudo; y también son tan mal edificadores en aquella gobernación, que en toda ella, aun en estos tiempos, hay muy raras casas de piedra, y esas solamente las hay en la ciudad de Tocuyo.

No eran ni son forzados a permanecer en cualquier desgustoso sitio o asiento, como lo han hecho los vecinos de Tunja del Nuevo Reino, que con estar en uno de los más desgustosos y frío y destemplado sitio que hay en todo el Reino, solamente por haber edificado todos los más vecinos desde principio muy suntuosas casas de piedra y tierra, les es forzoso no mudarse de allí por no dejar perdido lo que les costó sus dineros, y así permanecerá aquella ciudad donde está.

Estos fueron los principios, medios y fines de la ciudad de la Nueva Segovia. Su provincia es tierra cálida y no bien sana por la abundancia de frutas que en ella se crían. Los vecinos comúnmente se sustentan de los ganados que crían, por tener tierras aparejadas para ello. Los indios les dan poco provecho, no más de ayudarles a hacer las labranzas de maíz y darles algún hilo de algodón. Hay personas en esta ciudad de mediano posible, mediante algunos tratos a que se han dado, enviando o vendiendo sus ganados para el Reino. De las minas de San Pedro hubieron poco provecho, porque como luégo se dirá, se les alzaron ciertos esclavos que en ellas tenían y vinieron a perder los más de ellos y alzarse los indios naturales de aquella provincia donde las minas estaban, los cuales hasta este tiempo no han podido pacificar ni sujetar de todo punto, aunque diversas veces han ido a ellos.

Esto sólo se ha podido escribir de la poblazón y fundamento de la Nueva Segovia de Barquisimeto.

Capítulo dieciséis

En el cual se escribe cierto alzamiento que los negros que andaban en las minas de Barquisimeto hicieron, y cómo fueron desbaratados.

Dende a un año o poco más tiempo que la Nueva Segovia se pobló en su primer sitio, los vecinos se dieron tan buena maña que entre todos alcanzaban más de ochenta negros esclavos, los cuales, con algunos indios lavadores y mineros que traían en las minas de San Pedro sacando oro, y con ellos tenían algunos españoles que llaman mineros, los cuales tenían cargo de recoger el oro que se saca y tomar y registrar las minas para sus amos, y azotar a los lavadores si no sacan mucho oro o les traen buen jornal.

Fue, pues, el caso que un minero de Pedro de los Barrios, vecino de Barquisimeto, por causas que a ello le movieron, quiso castigar con rigor un esclavo de los que a su cargo estaban, llamado Miguel, negro muy ladino en la lengua castellana, y aun resabido y entendido en bellaquerías. Este esclavo, viéndose en esta aflicción, determinó no obedecer ni tener sufrimiento, mas hallando allí a mano una espada se defendió del minero y se fue huyendo al monte, de donde voluntariamente, con diabólica y depravada intención, comenzó a persuadir a los demás esclavos a que dejando la servidumbre en que estaban, tomasen la malvada libertad que él tenía usurpada. Entre, los demás negros hubo algunos que menospreciando los consejos y persuasiones del fugitivo Miguel, no quisieron hacer lo que les decía, y con mucha instancia les persuadía, pero al fin, vino a hallar hasta veinte negros que quisieron seguir su opinión, los cuales, juntándose con él, tomaron las armas y vinierón a dar sobre los mineros españoles que en las minas estaban, a los más de los cuales prendieron y desarmaron, y dando crueles muertes a los de quien habían recibido enojo, soltaron a los demás, enviándolos a dar mandado y aviso a los ciudadanos de Barquisimeto para que con las armas en las manos los esperasen porque determinaban ir a despojarles de su pueblo y haciendas y darles crueles muertes, tomando sus queridas mujeres para su servicio.

Los ciudadanos de la Nueva Segovia, admirados de aquel suceso, no dejaron de temer y enviar al Tocuyo a que les diesen auxilio y favor, pero no para que creyesen y entendiesen que en los esclavos alzados reinase tanto ánimo que osasen tomar las armas para venir sobre su pueblo. Miguel y sus secuaces, luégo que acabaron de haber victoria contra los mineros españoles y hacer lo que les pareció de ellos, fueron en seguimiento de su maldad, a los lugares donde divididos en diversas partes andaban los demás negros lavando o sacando oro, a los cuales constriñeron a que los siguiesen y se juntasen y congregasen con ellos; y asímismo forzaron a otros muchos indios ladinos que con ellos andaban a las minas, de todos los cuales hizo una compañía de hasta ciento y ochenta personas de las cuales era tan acatado y reverenciado y estimado este nuestro tirano, que determinó de hacerse rey, y poniéndolo por la obra hizo que todos aquellos de su compañía le tuviesen y acatasen y nombrasen como a tal, y dende en adelante no se decía menos del señor rey Miguel, que creo que fue el primero que de este nombre ha habido en el mundo; y a una negra, su manceba, la reina Guiomar, y asímismo tenía un hijo que fue llamado príncipe y jurado por tal.

Hizo luégo el negro rey Miguel sus ministros y oficiales de casa de rey; y usando de toda potestad espiritual y temporal, constituyó y nombró por obispo a uno de sus compañeros que le pareció más suficiente para ello, el cual, usando de su malvada prelagia, hizo luégo hacer iglesia, y hacia congregar en ella aquellas sus roñosas ovejas. El rey Miguel ordenó luégo su pueblo, y mandó hacer casas en que viviesen, como hombre que pensaba permanecer perpetuamente; y concluso lo que tocaba a su república, mandó aderezar armas para venir sobre el pueblo de la Nueva Segovia o Barquisimeto, las cuales hicieron de los almocafres con que sacaban oro, enderezándolos y enstando los palos largos como gorguces o dardos, y algunas espadas de las que habían tomado a los españoles y haciendo y tentar de negro todos los indios que consigo tenía con zumo de jaguas, que como he dicho son unas manzanas que sirven para aquel efecto a los indios, lo cual hizo para que el número de los negros pareciese mayor y aquella compañía más espantable, sacó su gente de aquel pueblo o alojamiento que tenía ya hecho, a los cuales, aunque toscamente, hablaban incitándoles a que con ánimos llevasen adelante su libertad, pues tan justamente la podían procurar, porque habiéndolos Dios criado libres, como a las demás gentes, y siendo ellos de mejor condición que los indios, los españoles tiránicamente los tenían sujetos y puestos en perpetua servidumbre, y que solamente en España tenían esta sujeción en los de su nación, y no en otra parte ninguna, porque en Francia ni en Italia y Alemania y en otras partes del mundo, donde sólo por las condiciones de la guerra quedaban los vencidos en alguna subjeción y no eran los negros cautivos; y que si ellos peleasen con la estimación y brío que era razón, que les daría la victoria en las manos, porque demás de ser poco número de españoles el que en Barquisimeto había, estaban confiados en que no les osarían acometer, y por eso descuidados de su llegada, y demás de esto mal proveídos de armas; y hallando en los suyos respuesta de hombres que deseaban verse ya con sus enemigos, siguió su camino.

Llegó a Barquisimeto, y dando en el pueblo por dos partes con su gente dividida, entraba la negrería apellidando “viva el rey Miguel”, poniendo fuego a las primeras casas; y como los españoles, aunque se velaban, estuviesen algo descuidados, cuando acordaron a tomar las armas y retirar la negra comunidad, ya habían muerto a un sacerdote y quemádoles la iglesia y otras casas; pero al fin, juntánse los vecinos, que serían cuarenta, con las armas en las manos, acometieron con tanta furia y brío a los negros, que huyendo algunos de ellos y muchos de los indios, los rebatieron y ahuyentaron, de suerte que los echaron fuéra del pueblo; y como cerca estuviesen algunas montanas, donde los negros se recogieron y metieron, no pudieron los ciudadanos y vecinos haber entera victoria, y así cada cual se recogió a su ciudad y república.

Los vecinos de Barquisimeto, tan alborotados viendo el atrevimiento de los esclavos, y que no habían ido tan maltratados que no se pudiesen tornar a juntar, pues el rey les había quedado vivo, enviaron de nuevo a pedir socorro al Tocuyo. El cabildo del Tocuyo, viendo el daño que de aquel alzamiento y junta de los negros también a ellos se les podía seguir, como a sus vecinos, juntaron la gente que pudieron, y nombrando por capitán de ella a Diego de Losada, le enviaron a Barquisimeto, donde también le confirmaron en el cargo de capitan para contra el negro rey Miguel; y dándole allí la más gente que pudieron, entre unos y otros se juntaron cincuenta hombres, con los cuales el capitán Losada salió de la Nueva Segovia o Barquisimeto, y siguiendo con toda brevedad y presteza su jornada, dio en el pueblo de los negros, sin que ellos hubiesen sido avisados de su ida ni lo sintiesen hasta que estuvieron a las puertas de sus casas o juntos en su pueblo.

Los negros, con toda presteza, tomaron las armas, y siguiendo a su negro rey Miguel salieron al encuentro a los españoles, resistiéndoles con coraje la entrada; mas fueron por los nuestros rebatidos y hechos retirar a su pueblo, donde todavía los negros peleaban animosamente, mas siempre nuestros españoles iban ganando tierra, hasta que los arrimaron a una parte o lado del pueblo, donde fue más porfiada la pelea, animando Miguel a los suyos con voces y gritos que les daba, no siendo él de los postreros en el escuadrón; mas como por uno de los españoles le fuese dada una estocada de la cual cayó muerto en el suelo, perdieron los suyos el ánimo con ver a rey perdida la vida, y comenzaron a aflojar en su pelea y a no menear las armas con el brío que de antes, lo cual, visto por los españoles, arremetieron a ellos con gran ímpetu y furia, hiriendo y matando a muchos, con que los desbarataron y pusieron en huída y siguiendo el alcance prendieron a muchos, de suerte que por los pocos que vivos quedaron reconocieron haber habido entera victoria de los esclavos. La reina y el negrito príncipe, con sus damas, se estuvieron dentro en el pueblo a la mira, sin hacer ningún movimiento, con la cierta esperanza que tenían de la victoria. Allí fueron presas y vueltas a su primero cautiverio, y los nuestros se volvieron a la ciudad de Barquisimeto, de donde habían salido.

Los indios de la tierra, viendo cómo los negros habían sido desbaratados de los españoles, juntáronse y dieron sobre los que quedaron vivos, y matando algunos forzaron a los demás que se volviesen a casa de sus amos, donde fueron presos por la justicia y castigados con las penas que conforme a sus delitos merecían.

He querido contar este alzamiento de estos esclavos aquí, aunque no era negocio anexo ni concerniente a mi Historia, que es de las conquistas y descubrimientos, sólo por haber sido una de las cosas o acaecimientos más notables que en esta gobernación han sucedido, después de lo de Aguirre.

Capítulo diez | y siete

De cómo fue proveído por gobernador de Venezuela el licenciado Villasanda, y de su gobierno y muerte, y de la fundación y sucesos de una villa poblada en el valle de San Pedro. |

Por muerte del licenciado Tolosa proveyó el rey por gobernador al licenciado Villasanda, el cual vino a la gobernación después de estar poblada la Nueva Segovia y haber pasado el alzamiento y desbarate de los negros que hemos contado. En tiempo de este gobernador hubo pocas cosas de que podamos dar noticia, y así será breve el discurso de su tiempo.

Del gobierno de su tiempo solamente hay que decir el principio que tuvo un lugar o villa de españoles, poblado en las minas de San Pedro, con todo en él sucedido hasta este nuestro tiempo; y viniendo al caso, pasa de esta manera: como la Nueva Segovia fuese mudada al sitio donde la arruinó el traidor Aguirre, y por estar apartada más distancia de las minas de San Pedro, los naturales se rebelaban cada día y daban en los mineros y lavadores y hacían en ellos algunos daños ahuyentándolos de las minas; lo cual visto por los vecinos de aquella ciudad acordaron que para que las minas estuviesen seguras, sé poblase en ellas un lugar o villa de españoles, a los cuales se les diese para su sustento los indios que por allí había, haciendo ellos dejación de las encomiendas de indios que se les habían dado en aquella parte; y para que esto hubiese efecto, lo comunicaron con su gobernador Villasanda, el cual, pareciéndole que se debía hacer como los vecinos lo pedían, envió por persona o caudillo que lo fuese a hacer a un Diego de Montes, hombre famoso en aquella gobernación por su mucha experiencia del conocimiento de yerbas y otras cosas naturales, que era vecino del propio pueblo de Barquisimeto; el cual, juntando consigo cuarenta hombres españoles, se fue a la provincia de las minas de San Pedro, a donde lo primero que hizo fue hacer algunos daños y muertes en los naturales, para espantarlos y amedrentarlos, a lo que llaman comúnmente castigo; y para hacer esto tomó por ocasión las muertes de ciertos españoles y de ciertos negros que andaban a sacar oro, que los indios habían hecho para echarlos de sobre sí; y acabado el castigo o daños que en los indios quisieron hacer, Diego de Montes miró la tierra como hombre considerado, para en la parte o sitio más acomodado poblar su pueblo; y pareciéndole que era lugar conveniente para ello las riberas de un río que cerca de las propias minas estaba, llamado el río de las Palmas, pobló allí una villa, a la cual nombró la villa de las Palmas; y pareciéndole que la tierra quedaba bastantemente castigada, y que los indios no intentarían más novedades, volviose a Barquisimeto, y tras de él los más de los que consigo había llevado, por ser vecinos de la propia ciudad de Barquisimeto, con lo cual quedaron tan pocos españoles en la villa que casi no se atrevían a salir de sus casas, lo cual, visto por los indios, comenzáronse a juntar y a congregar para venir a dar sobre el pueblo y villa y matar a los españoles que en él estaban, los cuales lo entendieron y coligieron por conjeturas que vieron, y temiendo no ser muertos y desbaratados por las manos de aquellos bárbaros, desampararon el lugar antes que los indios los viniesen a cercar, y volviéronse a la ciudad de Barquisimeto, y así quedó la villa despoblada dende a poco tiempo que se pobló, en el propio año.

En el verano siguiente, los vecinos de Barquisimeto, deseando que las minas se sustentasen para poder sacar algún oro, eligieron de nuevo un capitán que volviese a pacificar aquella provincia y reedificar la villa, y este fue un Diego de Parada, natural del Almendralejo, el cual fue con veinte y cinco hombres que juntó, y entrando en la provincia de las minas de San Pedro, comenzó a mover guerra a los indios y castigarlos de los bullicios y alborotos que habían movido contra los españoles primeros pobladores, porque adelante y porque después no hubiesen otros. Y después de parecerle que tenía ya pacífica la tierra, pobló la villa en el río que dicen Nirua, y la nombró la villa de Nirva.

Sustentáronse estos españoles bien todo el tiempo que duró el verano, mas desque comenzó a entrar el invierno los indios se comenzaban a inquietar y alborotar, de suerte que constriñeron y forzaron a los españoles a que desamparando su pueblo o villa, se retirasen otra vez a Barquisimeto, los cuales lo hicieron así, y quedó despoblada segunda vez y de segundo sitio aquella villa.

En este instante murió el gobernador Villasanda, y los vecinos de Barquisimeto, porque recibían daño de que los naturales de las minas de San Pedro estuviesen alterados y no les consintiesen gozar de las minas, de nuevo enviaron gente a que los pacificasen y castigasen, y por caudillo de ella a un capitán llamado Diego Romero, el cual fue con cuarenta compañeros, y anduvo algunos días en la provincia haciendo castigo y ruina en los indios y pueblos, y cuando le pareció que los tenía ya domados y sujetos, dejó la gente alojada en las propias minas y volviose a dar cuenta de lo que había hecho al cabildo que lo había enviado, donde halló que la Audiencia de Santo Domingo había proveído por gobernador de aquella provincia a Gutierre de la Peña, que después fue general contra el traidor Aguirre; y dándole relación de lo que en la provincia había hecho, el gobernador le tomó a enviar y le dio comisión para que poblase y reedificase aquel pueblo o lugar en la más acomodada parte que le pareciese.

Volviose el capitán Romero con esta comisión a las minas de San Pedro, donde había dejado la gente alojada. Por entrar en aquella sazón el invierno, y no ser tiempo de andar trastornando sierras ni caminando de una parte a otra, pobló en el propio alojamiento o ranchería de las minas de San Pedro, su villa, a la cual la nombró la Villa Rica, porque así le fue mandado por el gobernador, y estúvose allí aquel invierno y algunos días más, hasta que en el Consejo real de Indias fue proveído, por muerte de Villasanda, el licenciado Pablo Collado, el cual viniendo a la gobernación de Venezuela y hallando los negocios de la Villa en este estado, mandó al capitán Romero que la mudase a donde quisiese, y que en su memoria la llamase Nirva del Collado. Romero, por complacer a Pablo Collado, mudó el lugar de donde estaba, y pasose con su villa al río de Nirva donde Diego de Parada la había poblado la segunda vez, aunque no en el propio sitio, porque la asentó en el paso del camino que por aquel río llevan los vecinos de Barquisimeto a la Nueva Valencia, y allí estuvo poblado más tiempo de tres años, al cabo de los cuales, por la pobreza y miseria de la tierra y por la inquietud y rebeliones de los naturales, la tornaron a dejar los españoles y se tornó a despoblar; y después, en tiempo que gobernaba la segunda vez esta provincia el licenciado Bernáldez, se tomó a reedificar este pueblo, y estuvo poblado cierto tiempo, al cabo del cual los naturales fatigaron tanto a los españoles, que los mataron a su capitán, que se decía Ramírez, y los forzaron a que, retirándose y desamparando el pueblo, les dejase libre su tierra; y así se han quedado libres de la servidumbre de los españoles, que tantas veces han intentado tenerlos sujetos.

Muerto Villasanda quedó el gobierno de la tierra en las justicias de los pueblos, hasta que la Audiencia de Santo Domingo, según poco ha dije, proveyó por gobernador a Gutierre de la Peña, vecino de aquella propia gobernación.

| Capítulo dieciocho

En el cual se escribe el principio y fundación de la ciudad de Trujillo, de esta gobernación, y algunas cosas de los indios naturales de ella. |

Porque también, conforme a la orden que llevo en mi escribir, es razón que dé noticia y escriba aquí las cosas sucedidas en tiempo de | 21 como escribo las acaecidas cuando hay exceso de gobernadores, trataré el principio que en este tiempo tuvo la ciudad de Trujillo, que hoy está poblada, y aunque por no romper la materia de lo tocante a este pueblo, como lo he hecho en los demás, prosigo con el discurso de los tiempos hasta lo presente, no por eso dejaré de ir por sí haciendo particular mención de los gobernadores, como hasta aquí lo he hecho.

Cerca de los términos de la ciudad del Tocuyo había unas provincias de indios llamadas Cuycas, gente desnuda y que se sustentaban y vivían pobremente, de los cuales los vecinos y moradores de esta ciudad tenían noticia, porque algunas veces enviaban algunos criados suyos con rescates a que comprasen hilo de algodón entre estos indios para hacer sus telas y socorrer a sus necesidades, a quien ellos propios tenían por ricos y prósperos por sólo poseer un poco de hilo y cierta manera de cuentas blancas que llaman quitero; y pareciéndoles que poblándose españoles entre estos cuycas habría más comodidad para poder ellos participar a menos costa de aquellas miserias que los indios cuycas tenían, determinaron juntar todos los más españoles que pudieron, y nombrando el cabildo por capitán de esta gente, para entrar en esta provincia, a Diego García de Paredes, hijo natural del valiente capitán Diego García de Paredes, que en tiempo antiguo del emperador don Carlos, nuestro rey de España, hizo por su persona famosos hechos en las guerras que en aquel tiempo se siguieron en Italia y en otras partes, y le dieron entera comisión y jurisdicción para que entrase en aquellas provincias cuycas y poblase.

Este Diego García, con la gente que le dieron y él juntó, se metió la tierra adentro, y por ser en este tiempo los indios cuycas gente muy doméstica, anduvo y paseó toda la provincia con su gente sin ninguna contraversión ni haber con los indios naturales guazabara y guerra y otros alborotos que en semejantes entradas suelen haber; y buscando parte acomodada para poblar, se subió a una poblazón de indios llamada Escuque, que está en un lugar alto, a las vertientes del río Mitatan, que tiene sus nacimientos en los páramos de Mérida que llaman los páramos de Tuerto, y pasa por el valle que dicen de Corpus Christi. Y subido Diego García con los españoles que consigo llevaba a este sitio, alojose en él y pareciole lugar cual convenía para habitación de los españoles. Pobló allí un pueblo al cual llamó Trujillo: estuvo en él algunos días después de haber hecho repartimiento de los naturales que en la provincia había, entre los que con él fueron. Se tornó al Tocuyo a dar cuenta de lo que había hecho, y aun a holgarse.

En este tiempo que Diego García estuvo ausente, algunos mozuelos de baja suerte y condición muy indinados, desmandábanse a hacer algunas fuerzas y robos a los indios, tomándoles las cuentas e hilo y quitero que tenían, que esto era toda su riqueza; y hallándolos domésticos en que les sufriesen esto se desmandaron a tomarles las mujeres e hijas, y a fornicar con ellas tan desvergonzadamente cuanto yo no sé decir, porque delante de los propios indios, maridos y padres, cometían estas maldades. Los indios, como naturalmente ninguna cosa amen más que a sus mujeres e hijos, encendidos con mucha razón en ira y furor de bárbaros, tomaron las armas en las manos y mataron a todos aquellos que malvadamente hacían estos insultos; y determinando que de todo punto en su tierra no quedase generación de gente que tan disoluta y asolutamente cometían aquellos pecados de infidelidad, queriendo en esto imitar al furor | 22 que los romanos quisieron castigar la disolución de Sexto Tarquino el mancebo, hijo del rey Tarquino, por cuya maldad no sólo no consintieron que en Roma quedase hombre de aquel linaje pero ni aun que se llamase Tarquino, fue de los romanos aborrecido y compelido a irse a vivir fuera de Roma, tomaron las armas de conformidad estos bárbaros. Juntos muy gran número de ellos, y poniendo cerco sobre el pueblo de los españoles, los pusieron en tanto aprieto que si con brevedad no fueran socorridos de su capitán Diego García de Paredes, que de ello fue avisado, allí perecieran; pero este solo hecho sólo prestó para refrenar el ímpetu de aquellos bárbaros, de quien temían ser rendidos y miserablemente muertos, porque permaneciendo los indios en su primer ímpetu, seguían con obstinados ánimos la guerra contra los españoles, viniendo muy ordinariamente a darles guazabaras a su propio pueblo, matándoles algunos soldados en ellas.

El capitán Diego García de Paredes, viendo que le habían muerto algunos de sus compañeros, y que los indios obstinadamente permanecían en su opinión, y que para apartarlos de ella no había bastado las muchas veces que los había rompido y desbaratado con muertes de muchos de ellos, ni las grandes ofertas y prometimientos que les habían hecho, determinó desamparar el pueblo y salirse de entre las ansias de aquella gente que tan de veras procuraban de todo punto destruírlos y matarlos; y esperando para esto tiempo cómodo, aprestó una noche toda su gente, porque de otra manera no pudieran salir sin recibir algún notable daño. Se retiró y salió de aquel pueblo dejando en él gran cantidad de ganado vacuno que los españoles habían llevado para su sustento y perpetuidad, y se volvió a la ciudad del Tocuyo, de donde había salido.

La gente de esta provincia de Cuycas es, como he dicho, gente que anda desnuda, crecida y muy lucida y bien agestada. Es idólatra: tienen o usan de algunas figuras en que adoran, que llaman los españoles tunjos. Lo que estos indios ofrecen en sus santuarios es hilo y quitero y otras cuentas hechas de cierto género de cuentas de piedras algo verdes que son de la generación de otras piedras que en esta provincia y en la de Mérida hay, provechosas para el dolor de la ijada. También ofrecen sal y algunas mantas pequeñas de poca estima que estos indios hacen. Sacrifican venados en los santuarios, y ponen también venados | 23 | todas cuantas cabezas pueden haber de venados, en tanta cantidad que entrando en uno de estos santuarios y templos, casi no verán otra cosa sino cabezas y aspas de venados. Usan estos indios comer ceibas, que son ciertas almendras de la Nueva España, contratación principal.

Es esta provincia de muy diferentes temples, porque participa de tierras frías y de tierras muy templadas y de tierras muy calientes, y así hay en ella de las frutas y comidas que en todas estas diversidades de tierras suelen haber. Es toda la mayor parte de esta provincia tierra masa, doblada y aun a partes muy doblada quebrada. Lo que de ella es comarcana y más conjunto a la laguna de Maracaibo es montuoso y arcabucoso, y lo que cae asímismo sobre los llanos de Venezuela, porque entre estos dos mojones está situada esta provincia por las dos partes, y por las otras dos tiene a las provincias y términos de la ciudad de Mérida del Nuevo Reino, y a la ciudad del Tocuyo de la propia gobernación de Venezuela.

No trato de la religión, ceremonias, costumbres y manera de vivir de estos indios, porque como ha poco que estos indios y este pueblo se reedificó no se ha podido haber entera relación de ello.

Hay en esta provincia dos parcialidades de gentes: los unos se dicen cuycos y los otros timotos. Los timotos es gente más belicosa y guerrera e indómita, y caen hacia los confines de Mérida, que la mayor parte de esta gente llamados timotos, sirven y son sufraganos a los vecinos de Mérida, y los cuycas caen hacia las otras tres partes. Es gente más mansa y doméstica, según he dicho, que los timotos. Todos estos pelean generalmente con lanzas y dardos y macanas. Es gente muy suelta y para mucho trabajo.

Después que esta primera vez echaron los españoles de su tierra, diéronse a hacer unos fuertes en que se recogen en tiempo de guerra y aun de paz, los cuales hacen en las más ásperas y agras cuchillas y lomas que pueden hallar, cortándolas por las dos partes con una ancha y honda cava de fosa; y por los dos lados procuran que sean muy pendientes, de suerte que aunque por ellos quieran subir, en ninguna manera pueden. Tienen sus puentes levadizos para entrar y salir por sobre las cavas, y allí dentro tienen hechos sus bohíos y casas, y metidos sus provisiones de vituallas para sustentarse. Han sido estos fuertes causa de multiplicarse las discordias entre estos indios y los españoles que después fueron allí a poblar, por recogerse a ellos muy a menudo.

| Capítulo diez y nueve

En el cual se escribe los mudamientos y traslaciones que esta ciudad de Trujillo ha tenido hasta este tiempo, y mudanzas del gobierno de la gobernación. |

Cuando Diego García de Paredes salió de la provincia de Cuycas y quedó despoblada la ciudad de Trujillo, que él había poblado, halló en la gobernación de Venezuela a Gutierre de la Peña, que venía de Santo Domingo proveído por gobernador, por fin y muerte del licenciado Villasanda, según atrás queda apuntado, el cual, según parece, no se llevaba bien con el Diego García de muchos días atrás que se habían conocido; porque como se hubiese despoblado la ciudad de Trujillo determinó el gobernador Peña de enviarle a reedificar, y este cargo no se le quiso volver a dar al mismo Diego García, mas dióselo a un Francisco Martín, que era vecino de la propia ciudad del Tocuyo.

Este juntó hasta cincuenta soldados, así de los que primero habían sido vecinos de la ciudad de Trujillo, como de otros que por allí pudo haber.

Apartándose del Tocuyo, se metió en el principio de la provincia de los cuycos a la parte de un valle dicho de Tostos o de Bocono, porque de estas dos maneras fue llamado, y allí se alojó y rancheó con su gente, para reformar sus armas y hacerlas de nuevo para la guarda de sus personas, porque como los indios habían quedado victoriosos con la echada de los españoles fuera de su tierra, temíanse que les habían de resistir ásperamente en la entrada y estorbar la reedificación del pueblo.

En este mismo tiempo había salido de la ciudad de Mérida Juan Maldonado, vecino de Pamplona, con pocos más de cincuenta hombres a descubrir esta provincia de Cuycas; y andando por ella viéndola, acaso un día se apartó con obra de veinte soldados de la demás gente, y caminando ciertas jornadas por diversas partes de esta provincia, vino a dar al valle de Bocono, que el propio Maldonado llamó Tostos, por cierto pueblo que en él había de este nombre; y como de repente viese estar alojada la gente de Francisco Ruiz | 24 | y topase dos hombres de los tocuyanos que le dijesen lo que pasaba, no turbándose punto les dijo que dijesen a su capitán que buscase otra tierra en que poblar, porque aquella él la tenía por suya; y recogiéndose con sus veinte compañeros en un acomodado | 25 | para poder resistir silos contrarios lo quisiesen prender, envió cierto embajador o mensajero para que de su parte saludase a Francisco Ruiz y le dijese lo propio que él había dicho a los soldados que antes había topado. El Francisco Ruiz, por el contrario, envió a decir a Maldonado que le dejase su tierra, y pasaron otras palabras que el que las quiera ver largamente escritas las hallará en lo que yo escribo sobre la poblazón de Mérida. Aquella noche propia, Francisco Ruiz envió gente a que se metiesen en el sitio donde había estado poblada la ciudad de Trujillo, porque hasta este punto no había tenido pensamiento de reedificar aquel pueblo. El capitán Maldonado, asímismo, se retiró hacia donde estaba la demás gente de su compañía aquella noche propia, y se juntó con ella. Dende a dos días el capitán Francisco Ruiz, siguiendo luégo tras los suyos con la demás gente, se juntaron en la poblazón de Cuyque, en propio sitio donde había sido poblado Trujillo, que aun todavía estaban en pie muchas casas que los indios no habían querido quemar, y metiéndose en ellas, luégo el capitán Francisco Ruiz pobló allí de nuevo su pueblo y reedificó el viejo, llamándole la ciudad de Mirabel. Nombró sus alcaldes y regidores e hizo las otras solemnidades y ceremonias que en semejante caso se suelen hacer; y aunque sin embargo de esto pudiera Maldonado echarlo de la tierra, o a lo menos constreñirle a que se fuese, no lo quiso hacer, mas desde a cierto tiempo y después de haber pasado otras muchas cosas que en la parte dicha se escriben, se volvió a Mérida con su gente, y Francisco Ruiz con su pueblo de Mirabel y toda la provincia a su servicio, si él la pudiese sujetar, la cual luégo repartió, haciendo nuevas cédulas de encomiendas en los vecinos o españoles que con él habían ido, de los indios que en aquella provincia había.

En tiempo de este gobernador Gutierre de la Peña entiendo que tuvo principio la conquista y poblazón de las provincias de Caracas por los Fajardos, mestizos hijos de una india señora de aquella propia provincia.

Estando las cosas de la nueva ciudad de Mirabel en el estado que he dicho, llegó a la gobernación de Venezuela, proveído, Pablos Collado, por gobernador, que fue por el año de cincuenta y nueve, proveido por el Real Consejo de Indias por muerte del licenciado Villasanda, por quien también había sido proveído Gutierre de la Peña en Santo Domingo. Este Pablos Collado, siendo informado del agravio que a Diego García se le había hecho en no darle licencia que volviese a la reedificación de su pueblo, revocó todo lo que Francisco Ruiz había hecho, y dio nuevos poderes a Diego García para que fuese a la provincia de Cuycas y tomase en sí la gente española que en ella había y tenía Francisco Ruiz y reedificase de nuevo su pueblo e hiciese nueva elección de alcaldes y regidores. Diego García de Paredes lo hizo así como le fue encargado y él deseaba; y quitando el nombre de Mirabel al pueblo le volvió el de Trujillo, que de antes retenía, y aun creo que le añadió no sé qué 26 | a contemplación de Pablos Collado.

En todo este tiempo los indios no intentaron a hacer ninguna novedad, porque los más de ellos estaban debajo del amparo de los vecinos de Mérida, con quienes ellos se hallaban muy bien por ser gente moderada en el tratamiento de los indios y que nunca les quitaban esa miseria que tenían; mas después que los meridianos se apartaron de ellos y se recogieron con su capitán Maldonado a su ciudad, luégo movieron bullicios y escándalos, y se comenzaban a rebelar.

El sitio donde Trujillo estaba poblado era algo fastidioso para los vecinos a causa de las aguas y grandes truenos que de ordinario acudían sobre él, y así procuraron mudarse de este sitio a otro que les pareció mejor, y con licencia de su gobernador y consentimiento de su capitán, se mudaron y poblaron este pueblo en la cabeçada de una campiña o sabana que esta ribera del río Bocono, en el valle que dije llamarse de este nombre, y también Tostos, que parecía ser sitio más apacible para la vivienda de los españoles, aunque fuera de comarca para el servirse de los indios. Estuvieron en este sitio poblados algunos días, hasta que les faltó y se ausentó de ellos el capitán Diego García, que los conservaba en paz y amistad; y luégo que Diego García se apartó de ellos y se fue a España a cosas que le convenía, comenzó a nacer entre los vecinos domésticas discordias que los depravaron mucho. Fue que los que antes tenían sus indios junto a la primera poblazón y sitio donde Trujillo fue poblado, comenzaron a proponer razones trayendo por compuestos argumentos y causas con que daban o querían dar a entender ser cosa muy necesaria que el pueblo se mudase de esta su fundación a donde primero estaba o por allí cerca; y sobre esto se levantaron dos bandos y parcialidades que claramente punaba el uno contra el otro, los unos por mudarse y los otros porque no se mudasen.

En este inter fueron quejas del gobernador Pablos Collado a la Audiencia de Santo Domingo de poca importancia, por las cuales fácilmente se movieron los concilianos de aquella Audiencia a proveer juez que tomase residencia a Pablos Collado, para el cual efecto nombraron a un licenciado Bernárdez, que por sobrenombre llaman |Ojo de plata, por tener en la una cuenca que le falta un ojo otro de plata. Este llegó a Venezuela, como he dicho, al tiempo que entre los vecinos de Trujillo andaba ya muy encendido el fuego de su enemistad y discordias; y siéndole hecha relación por algunos de los que deseaban mudar el pueblo de donde estaba, fue fácilmente inducido a ello, porque hubiese de él alguna nueva memoria, y así les dio licencia que mudasen el pueblo a donde mejor les pareciese y que lo llamase Trujillo de Medellín, por ser él y sus padres de Medellín naturales. Los vecinos, usando de esta comisión, llevaron su pueblo con mucho contento de los que lo habían intentado, y a pesar de los contrarios, a las riberas del río Hitatan, al contrario de donde solía estar en la primera fundación, en una sabana que llamaron algunos la sabana de los truenos, por una gran tempestad que una noche, estando alojado en ella el capitán Maldonado con su gente hizo, poco más de una legua apartado del primer sitio o asiento donde estuvo poblado en Escuque.

Hicieron allí sus casas y su nueva reedificación de Trujillo de Medellín, donde también permanecieron muy poco tiempo, porque al cabo de algunos días acudieron tigeres al pueblo y gran cantidad de hormigas caribes que les hacían muy gran daño, por lo cual determinaron de su autoridad mudarse de allí a donde lo pagasen todo junto, porque esta considerada gente, con su bárbara obstinación, se querían andar a manera da alarbes o perseguidos gitanos, con sus tiendas a cuestas, de una parte a otra, sólo por quebrantar y danificar los unos las opiniones de los otros, así los que fueron en que el pueblo no se mudase de las riberas de Bocono, su segunda fundación, a las riberas de Mutatas, su tercera fundación, fueron en mudarlo después al propio río de Mutata abajo, casi cuatro leguas, entre unas montañas y arcabucos donde los propios bárbaros naturales de aquella provincia jamás no han habitado por la maleza de la tierra, y allí están al presente, donde purgan bien su liviandad y mudamiento; aunque lo más lastan los indios que allí les van a servir, porque o de enfermedad que les da o de tigeres que los comen no pueden dejar de morir muy presto, y es tanta la estrechura del sitio que no tienen dónde hacer un huerto ni soltar a pacer un caballo ni dónde sustentar algún ganado junto al pueblo para su mantenimiento. La carne fresca al segundo día se les corrompe: si un caballo sueltan acaece no hallarlo en una semana y estar casi dentro en el pueblo por la espesura de la montaña, y si hubiese de decir todos sus inconvenientes y malas propiedades no acabaría tan presto. De este sitio han intentado mudarse a otra parte, mas el que es al presente gobernador, que se dice don Pedro Ponce de León, no les ha querido dar licencia hasta que personalmente vea los inconvenientes que para ello hay; y esto creo que se hará en su tiempo, por ser hombre tan cargado que le es muy dificultoso el caminar, porque el gobernador, informado de las rencillas y pasiones que entre estos vecinos hay, como hombre cuerdo, a ningunos de ellos quiere dar crédito acerca de estos negocios, sino irlo él a ver por su persona.
Esto es lo que hay que escribir al presente acerca de la fundación de Trujillo.

| Capítulo veinte

En el cual se escribe en suma lo sucedido en esta gobernación de Venezuela a Lope de Aguirre, traidor, y de su fin y muerte. |

Aunque las traiciones y crueldades que Lope de Aguirre, traidor, famoso por su
iniquísima y abominable severidad, hizo en esta gobernación de Venezuela, con su fin y muerte, yo las escribo en un compendio particular que hice de todo lo sucedido en las Indias al gobernador Pedro de Orsúa, pareciome referir aquí en suma todo lo que este traidor hizo hasta su muerte y desbarate en Venezuela, por ser cosa que demás de haber acaecido en esta gobernación de quien particularmente voy escribiendo, gobernaba también la tierra el licenciado Pablos Collado, de cuyo tiempo y gobierno voy tratando.

Pasó Lope de Aguirre con sus secuaces de la isla Margarita, adonde aportó luégo que salió del Marañón a tierra firme, al puerto y pueblo dé la Burburata, por el mes de agosto del año de mil y quinientos y sesenta y uno; y como en el puerto ni en el pueblo no hallase quién le resistiese, apoderose en todo y estuvo ciertos días domando yeguas y potros para pasar adelante, y haciendo todos los daños que podía con sus marañones en los ganados y otras haciendas que los vecinos por allí tenían, donde estuvo algunos días, al cabo de los cuales determinó entrar la tierra adentro para colar de largo por la gobernación y pasar al Nuevo Reino de Granada, donde deseaba mucho verse con sus ministros; y llevando la derrota o vía de la Nueva Valencia, llegó a ella algo mal dispuesto y enfermo, donde no hallando tampoco, como en la Burburata, quién le defendiese la entrada ni hiciese resistencia, se apoderó de ella, y sus soldados comenzaron a buscar qué robar y echar a perder, y no dejaron de hallar algunas cosas, porque como los vecinos de este pueblo fuesen tarde avisados y entendiesen cuán a la puerta tenían el enemigo, de priesa, con lo que pudieron llevar a cuestas, se fueron a guarecer a los montes o arcabucos, donde de todo punto no tuvieron la seguridad que pensaban, porque la gente y soldados de Aguirre, esparciéndose con su desordenada codicia y costumbre, por muchas partes, a buscar qué hurtar y robar, dieron con algunas mujeres de vecinos principales y las trajeron a poder de su capitán.

A esta sazón ya el gobernador Pablos Collado, que residía en la ciudad del Tocuyo, tenía noticia de la llegada y entrada del amotinado Aguirre en su gobernación, y de la derrota que llevaba, que era hacia donde él estaba. Nombró luégo el gobernador por su capitán general a Gutierre de la Peña, que había sido gobernador antes de él, y por maese de campo a Diego García de Paredes, para que juntasen la gente que pudiesen, y con ella, ya que no fuesen parte para desbaratar a Aguirre, a lo menos hiciesen alguna ostentación, de suerte que no pasase tan desvergonzadamente como pensaba; y juntamente con esto envió a pedir socorro al capitán Pedro Bravo de Molina, que por justicia mayor asistía en Mérida, ciudad circunvecina a su gobernación, del distrito del Reino; y con esto comenzó Gutierre de la Peña a hacer y juntar alguna gente de la que en la gobernación y pueblos al Tocuyo más allegados había.

El traidor Aguirre, todo el tiempo que en la Nueva Valencia estuvo, siempre fue afligido de una grave enfermedad que le tuvo suspenso en una cama, donde los que después acá se jactan que eran grandes servidores del rey pudieron muy seguramente atajar sus desinios y hacer cesar sus crueldades con darle una muerte que ya que no fuera cual sus maldades la merecían, a lo menos con ella aseguraran sus propias vidas y aun perpetuaran sus nombres con honrosa loa, y no solo fueran perdonados de sus errores, pero gratificados muy cumplidamente como el ínclito rey don Felipe lo acostumbra hacer. Mas ¿qué pedimos a esta obstinada gente en maldades y en seguir el traidor por gozar de sus tiranías y libertad, que enfermo como estaba, lo sacaron sobre sus hombros en una hamaca, de la propia Valencia, y lo llevaron algunas jornadas la vía y camino de Barquisimeto y el Tocuyo, a donde llevaba la proa puesta para de allí pasar al Reino? Después de dejar destruída la Nueva Valencia y robar cuanto en sus comarcas pudieron haber, acercándose Aguirre a la ciudad de Barquisimeto, que en la manera del caminar que llevaban estaba antepuesta a los del Tocuyo, los, vecinos de ella habían sacado sus mujeres y haciendas y puéstolas en cobro en lugares apartados, y ellos se habían juntado en compañía de Gutierre de la Peña, con otros muchos soldados que ya se le habían llegado.

Aguirre, con el caminar, mejoró de su enfermedad, y caminando a ratos concertada y desconcertadamente, llegó sin que en el camino recibiese ningún alboroto ni desasosiego, a la ciudad de Barquisimeto, donde entró con su gente puesta en ordenanza y recatadamente, porque yendo marchando había visto algunos soldados de los del general Gutierre de la Peña bajar de un lugar alto que sobrepujaba el pueblo, al propio pueblo, y temiose no hubiese alguna celada en el pueblo. Mas los soldados que del general Peña habían abajado, como eran pocos y mal armados y aun mal aderezados, viendo la lucida gente que Aguirre traía, y la copia de arcabuces, retiráronse luégo a lo alto, donde su general estaba a la mira con el resto de la gente. Aguirre, con tan poca resistencia, metiose en el pueblo, y para, estar más seguro alojose con su gente en un cercado de dos tapias en alto que a una parte del pueblo estaba, al cual llamaron el fuerte de Aguirre; y porque las demás casas no le fuesen ocasión de recibir algún daño, por poder la gente del rey encubiertamente llegársele por allí a hacerle daño, mandolas quemar todas, y entre ellas la iglesia. Dende en adelante la gente del rey procuraba allegársele a Aguirre a darle algunas armas y desasosiego, llevando por cabezas y caudillos en estos casos a los capitanes Diego García y a Pedro Bravo de Molina.

Y después de haber estado Aguirre en su fuerte ciertos días, ofreciósele ocasión para salir con toda su gente a lo alto de una Sabana o campiña donde el general Gutierre de la Peña estaba alojado con su gente, a socorrer ciertos soldados suyos que la noche antes habían salido a asaltar el campo y gente del rey si la hallasen; porque como estos soldados fuesen con la luz del día vistos de una compañía de gente de a caballo que con los capitanes Diego García y Bravo los habían salido a buscar, por haber tenido noticia de su salida, fueron constreñidos los del traidor a retirarse, y por el mismo caso a ser socorridos de su capitán, y asímismo la demás gente que había quedado en el alojamiento con el general Gutierre de la Peña y con el gobernador Pablos Collado, saliendo a juntarse con el resto de la gente que andaban fuera, fueron a un mismo tiempo socorridos los unos y los otros de sus generales.

Aguirre, viendo la ventaja que sus contrarios le tenían en andar todos a caballo, recogiose con su gente a un pantano o ciénaga que en aquel llano se hacía, para que de allí, con su arcabucería, él pudiese dañar a los de a caballo y ellos no a él ni a su gente. Y después de haber pasado algunos repiquetes de poca importancia y habérsele pasado o huído a Aguirre uno de los suyos, llamado Diego Tirado, a la gente del rey, y haber conocido en los suyos una flojedad y tibieza de suerte que no usaban de la arcabucería como podían, porque con tener a los del rey a tiro de arcabuz no hirieron a ninguno, se retiró con su gente hacia su fuerte, y encerrándose con ella quiso dar la vuelta a la mar, así porque no le parecía buen camino el que traía para el Reino, como porque durante el tiempo que en el fuerte y pueblo de Barquisimeto estuvo, tuvo muy gran falta de comidas y mantenimientos, de suerte que fue forzado a matar algunos de los jumentos que traía tan flacos y llenos de mataduras, y perros de todas suertes, para que su gente comiese. Y viendo algunos o los más de los soldados de Aguirre cómo su capitán andaba vacilando y variando con su fortuna, la cual se le iba ya inclinando y volviendo adversa, determinaron desampararle y dejarle y pasarse a la parte del general y gente del rey; los cuales lo hicieron así; y por el mismo temor otros muchos y respetados y queridos del Aguirre, y luégo los muy amigos, de suerte que siguiendo casi unos tras otros dejaron a su capitán solo, con sólo un compañero llamado Llamoso que era capitán de la munición, pareciéndoles que con usar de este término a que la pura hambre les forzó, eran dinos no sólo de perdón de sus maldades, mas de gratificadoras mercedes que por ello aun el día de hoy algunos esperan recibir, y aun juran que les son debidas de derecho.

Diego García de Paredes, maese de campo, que a esta sazón había salido con cierta gente a dar algún alboroto a la gente del Aguirre, como en el camino topase aquella canalla y de fe doblada e incierta, y ellos le certificasen que Aguirre quedaba solo, fuese derecho al alojamiento y fuerte donde el traidor estaba, y hallole que había acabado de dar de puñaladas a una hija suya mestiza que consigo traía; porque como este malvado fuese de su natural inclinación tan cruel y derramador de sangre humana, no fue parte el amor paterno para estorbarle e impedirle que dejase de hacer con su propia hija la crueldad que con las demás gentes usaba, tomando por máxima para hacer aquella iniquísima maldad, decir que más quería ver muerta su hija con sus manos que no que después de él muerto fuese, por la maldad de su padre, vituperada e improperada de hija de un traidor, y por ventura dada a todos en común uso y deshonra.

Diego García de Paredes, no perdiendo la ocasión que presente tenía para acrecentar su fama, dio luégo la muerte a Aguirre por mano de dos soldados arcabuceros del propio Aguirre, los cuales tirándole, por mandado del maese de campo Diego García, dos arcabuzazos, le dieron la muerte, y luégo le cortaron la cabeza. Y hecho esto llegó el gobernador Pablos Collado y el general Gutierre de la Peña y el capitán Bravo, con toda la demás gente, y allí se apoderaron del despojo de Aguirre y de las municiones y artillería que allí había; y el cuerpo de Aguirre, después de haber estado hollado uno o dos días, fue hecho cuartos y puesto por los caminos en palos, y la cabeza llevada, por mandado del gobernador Pablos Collado, al Tocuyo, y allí, en memoria de este hecho, puesta en una jaula en la plaza.

De la gente de Aguirre, aunque había muchos dinos de muy gran castigo, no fue castigado ninguno por el gobernador, por parecerle que habían de gozar de un perdón general que él les había dado a todos los que antes de muerto el traidor se le pasasen. Sólo han habido por castigo general y particular toda esta gente de Aguirre, una cédula que Su Majestad, usando de su natural clemencia, envió el año de sesenta y dos, fecha en Madrid, para que los enviasen a España; pero ninguno va ni irá perpetuamente, ni su maldad habrá ningún castigo, y así no es de maravillar sino como cada día no hay motines en las Indias, pues este fue y pasó sin ningún castigo, con haber sido el más cruel de los que en las Indias se han hecho, como se podrá ver, según he dicho, largamente escrito en la parte alegada al principio de este capítulo.

Y fue muerto y desbaratado este traidor en la ciudad de Barquisimeto, por el gobernador y capitanes dichos, a veinte y siete de octubre de mil y quinientos y sesenta y un años, víspera de los bienaventurados San Simón y Judas.

En este mismo tiempo fue muerto en esta gobernación Juan Rodríguez Xuárez, natural de Mérida en España, que fue el primer fundador de Mérida del Nuevo Reino. Este Juan Rodríguez era un hombre a quien los indios temían mucho por ser inhumano con ellos: matáronle indios Caracas saliendo de aquella provincia a servir al rey contra el traidor Aguirre. Dícese que fueron autores de la muerte los Fajardos, mestizos que fueron primero pobladores de aquellas provincias y pueblos que en ellos se poblaron de españoles, a quien los indios respetaban mucho por contemplación de su señora, india principal y madre de los Fajardos, como en otra parte queda tocado; y éstos, por envidia y aun temor que a Juan Rodríguez tuvieron, hicieron a los indios que se congregasen y saliesen al camino y lo matasen, como lo hicieron a él y a otros cuatro españoles que con él iban, lo cual también tengo tocado algo más largo en la poblazón y sucesos de la ciudad de Mérida, que este capitán pobló.

21 Palabra que sigue, de difícil lectura.
22 Falta la palabra “con”
23 La palabra “venados” sobra en el texto.
24 Confusión del amanuense, pues se llamaba antes Francisco Martín.
25 Falta: “sitio”.
26 Palabra de difícil lectura.

Capítulo veinte y uno
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En el cual se escriben las muertes de los capitanes Luis de Narváez y García de Paredes, y la disposición de Caracas. |

Aunque atrás queda apuntado en suma cómo por la Audiencia de Santo Domingo fue proveído el licenciado Bernárdez para que tomase residencia al licenciado Pablo Collado, no ha llegado su tanda hasta ahora, por haber en los capítulos pasados tratado particularmente de Pablos Collado, y lo que allí toqué de Bernárdez fue para que el suceso de las cosas de la ciudad de Trujillo no fuese repartido en muchas partes, y por eso va allí referido los nombres de otros gobernadores.

Viniendo, pues, al propósito de nuestra Historia, después de la muerte y desbarate del traidor Aguirre, llegó el licenciado Bernárdez a la gobernación de Venezuela con sus provisiones de juez de residencia, para que si hallase culpado en algo al gobernador Pablo Collado se quedase él en el gobierno de la tierra, y lo enviase con su residencia a España; y como todas las comisiones se den de esta suerte, yo soy cierto que al que da la residencia no le falten culpas, ni al que se la toma diligencia para buscárselas y aponérselas.

Tomada la residencia a Páblo Collado fue enviado a España, y el licenciado Bernárdez se quedó por gobernador, el cual como en su tiempo fuesen los pueblos que de españoles había poblados en Caracas, puestos en grande aflicción y trabajo por los naturales de aquella provincia, fue necesitado a socorrerlos, porque no se despoblasen; y aunque su deseo fue bueno, la obra que hizo no sólo fue de ningún efecto, pero perjudicial, porque como para favorecer aquellos trabajados pueblos nombrase por capitán a un Luis de Narváez, natural de Antequera, éste hizo y juntó cierta gente, que serían hasta sesenta hombres, para ir a socorrer y reformar los pueblos dichos; y como sin ningún orden ni concierto entrasen por las tierras de guerra donde los indios eran belicosos y briosos, caminando sin llevar a punto de pelear sus soldados y las armas puestas a pique, porque los arcabuces y otras municiones que habían de ir en las manos y hombros de la gente que las había de mandar las llevaban liadas y atadas sobre las bestias de carga, fue asaltada y acometida por los indios su gente por diversas partes, que iba muy esparcida, y como para resistir a tan arrepentino acometimiento no tuviesen ni les fuese dado lugar a desliar las cargas para sacar las armas, y los más de los soldados fuesen bisoños, que comúnmente llaman chapetones, y éstos perdiesen el ánimo de sólo ver el alboroto y alarido de los indios, antes que les hiciesen notable daño, se dieron a huir vergonzosamente, sin bastarlos a detener las persuasiones y voces de su capitán, que encima de un caballo andaba haciendo la resistencia que podía en los indios, al cual hirieron de diversos flechazos, de que murió allí propio; y como los indios viesen la pusilanimidad de los soldados, y cuán ciega y temerariamente huían divididos, cada uno por su parte, seguíanlos con ánimo y coraje, y como los iban alcanzando, los iban matando, que de todos no escaparon sino dos o tres, que por ser buenas lenguas y buenos peones, y saber bien la tierra, con gran trabajo fueron a salir a uno de los pueblos que en la propia provincia estaba poblado, y otro portugués, que por su buena fe y brío salió a las partes de Barquisimeto, el cual, como viese que los indios que le iban ya alcanzando y que no podía escapar de sus manos, se volvió a ellos diciéndoles en su propia lengua portuguesa, como si los indios la entendieran y fueran expertos en ella, que no le matasen, trayéndoles a la memoria la muerte y llagas de nuestro Redentor Jesucristo (término de que usan mucho en sus aflicciones), y que él no había venido a hacerles ningún daño, sino a ser su compañero y hermano, y otras razones para incitar los indios a misericordia, virtud entre ellos nunca usada ni hallada. Y como aquellos bárbaros no curasen de lo que el portugués les decía, antes se allegasen a él con sus macanas para herirle y matarle, e ya le hubiesen alcanzado un golpe con ellas, fue indinado nuestro portugués contra los indios, y echando mano a una espada que traía, comenzó a defenderse y aun herir en ellos, de suerte que matando a tres o cuatro de los que más le perseguían, fueron los demás forzados e inducidos a temor de la furia de aquel hombre que con tanto valor y vigor de ánimo peleaba con ellos, el cual, escapando de sus manos salió, como he dicho, a tierra de paz.

De toda la demás gente española e indios e indias, que era gran cantidad la que llevaban para su servicio, no escapó ninguno, mas todos fueron allí miserablemente muertos, y todo su bagaje y carruaje tomado de los indios.

Los moradores de los pueblos de Caracas, sabida la victoria que los indios habían habido, temieron grandemente su perdición, porque con la victoria habida los indios se empezaban a juntar para ir a dar sobre ellos, lo cual, como fue entendido y sabido por los españoles, retiráronse del pueblo de San Francisco, donde estaban, que así se decía el que estaba poblado la tierra adentro, y recogiéronse al pueblo que en la costa de la mar de aquella provincia había poblado, en donde asímismo temieron la fuga y junta de los indios, y embarcándose por la mar se salieron de la tierra y se fueron a la Burburata y a la Margarita.

Dende a poco tiempo aportó a este puerto y pueblo de Caracas el capitán Diego García de Paredes, que después de haber muerto al traidor Aguirre se fue a España, donde Su Majestad le hizo merced de darle la gobernación de Popayán en gratificación de sus servicios, para que fuese gobernador de ella. Y como en aquella costa hubiese algunos indios muy ladinos en la lengua española que conocían al Diego García, el cual creyó que la tierra estaba poblada de españoles y que en ella estaba el capitán Luis de Narváez, que era amigo suyo, de cuya muerte él no había sabido más de cómo había salido del Tocuyo para aquellas provincias, fue fácilmente engañado por los indios, los cuales le dijeron que bien podía saltar en tierra a descansar, en el ínter que ellos enviaban la tierra adentro a hacer saber a Narváez cómo él estaba allí. Y como el Diego García llanamente creyese lo que los indios le decían, saltó en tierra con algunos caballeros amigos suyos, para el efecto dicho. Los indios, para poder mejor efectuar su maldad, apartáronlos de la mar a darles de almorzar en unos bohíos do ellos habitaban, algo apartados del agua, y como ya estuviese entre ellos tratada la orden del acometer y dar la muerte a Diego García y a los que con él estaban, y todos ocultamente estuviesen con las armas en las manos, al tiempo que Diego García y sus compañeros se pusieron a comer fueron de repente cercados de un grande escuadrón de indios y empezados a flechar y a ser heridos, los cuales aprovechándose de las armas que consigo tenían comenzaron a irse retirando hacia la mar e hiriendo en los indios, los cuales, como eran muchos, sobrepujaban en fuerzas a los briosos ánimos que estos caballeros tenían, y así los mataron a todos, que no escapó sino sólo un marinero que con otros dos que con el batel habían quedado a la lengua del agua, se fue huyendo del navío, con tales heridas que luégo de ellas murió.

De este Diego García se dice que pudiera muy bien guarecer su persona y escapar con la vida, pero porque no dijesen que huyendo vergonzosamente había dejado y puesto a sus compañeros en las manos de sus enemigos, murió peleando como un valiente capitán, donde antes que los indios acabasen de dar fin a sus días, había muerto y herido muchos de ellos, con que antes que muriese tenía ya hecho a su ánima el vengativo sacrificio que a manera de los gentiles acostumbran algunos florentinos hacer a las ánimas de sus deudos muertos con las vidas de los que fueron en matarlos, procurándolos haber por cualquier precio de dineros.

|Capítulo veinte y dos

En el cual se escribe el segundo gobierno que en esta gobernación tuvo el licnciado Bernárdez, y cómo en su lugar sucedió don Pedro Ponce de León, en cuyo tiempo fueron reedificados y poblados los pueblos de Caracas. |

Llegado al Real Consejo de Indias el licenciado Pablo Collado, los señores de aquel Consejo proveyeron por gobernador de Venezuela a un caballero llamado Mançanedo, hombre ya mayor y que más estaba para descansar que para trabajar. Este vino a Venezuela, y tomando residencia al licenciado Bernárdez lo envió a Santo Domingo, y él se quedó en su gobernación, donde por haber gobernado poco tiempo hay poco qué contar de él, porque dende a pocos días le dio una enfermedad de que murió, acompañando a esto la vejez, que fue más cierta causa de su muerte.

Gobernose la provincia por interregnum a cada pueblo administrándola sus alcaldes o cónsules, hasta que la Audiencia de Santo Domingo tuvo nueva de esta vacación y tomó a proveer por gobernador al mismo licenciado Bernárdez, que antes lo había sido, el cual, después de haber vuelto a su gobernación de Venezuela, quiso poblar y pacificar las provincias de Caracas por su persona y reedificar aquellos pueblos que de antes, en su tiempo, se habían despoblado, y poblar otros de nuevo, para el cual efecto juntó más de cien hombres, aunque no todos para guerra, y por no ser experto ni experimentado en las cosas de guerra, nombró por su general a Gutierre de la Peña, a quien Su Majestad, en gratificación de lo que le sirvió contra el traidor Lope de Aguirre, había dado ya título de mariscal con otras no sé qué preeminencias. Y partiéndose para las provincias de Caracas, como los indios andaban victoriosos, luégo que sintieron que españoles entraban por su tierra, tomaron las armas y muy atrevida y desvergonzadamente salieron al camino a resistirles; y como el general quisiese usar con aquellos bárbaros del rigor necesario para ahuyentarlos y hacerles cobrar miedo, érale impedido y estorbado por el gobernador, el cual no quería sino que primero se les hiciesen algunos requerimientos y otros preámbulos de poco momento para con aquellos bárbaros, que en ninguna cosa se gobiernan por razón ni justicia, ni entiendo que haya otra justificación más de la que con el rigor de las armas se puede haber, y ponerse a hacerles requerimientos, que esto que ellos jamás lo entienden, es como suelen decir, gastar palabras al aire, y lo más acertado es, cuando de hecho un juez o capitán quiere entremeterse en lo que no puede, tocante a hacer castigo en los indios, es encargarles la moderación en los excesos, porque aunque diga que se hagan requerimientos y que fueron rebeldes los indios y no quisieron obedecer ni entender lo que de parte de Su Majestad les decían y notificaban para justificación de los que los hacen, mal se les puede atribuir a los indios haber incurrido en estos crímenes, pues ni ellos, como he dicho, entienden lo que son requerimientos ni para qué efecto se les hacen; solamente entienden el daño que ven presente, y ese procuran resistir con las armas. Y disgustado de esto el general o mariscal Gutierre de la Peña, acordó de dejar al gobernador con su gente y volverse al Tocuyo.

Los soldados, viendo la mala orden que el gobernador llevaba en aquella guerra y que se ponían en evidente peligro de ser todos muertos, comenzaron a seguirle con tibieza y a cumplir de mala gana sus mandamientos, a fin de que se enfadase de ser capitán y se volviese a ser gobernador, el cual lo hizo así, que saliéndose de la provincia de Caracas donde ya había empezado a entrar, con la gente que había llevado, se volvió a Barquisimeto y al Tocuyo, donde residió hasta que el Consejo Real de Indias, sabida la muerte del gobernador Mançanedo, proveyeron en su lugar a don Pedro Ponce de León, el cual, venido a Venezuela, tomó residencia al licenciado Bernárdez y enviolo a España y luégo procuró que las provincias de Caracas se pacificasen y poblasen, por estar ya tan desvergonzados aquellos indios que salían a robar y a saltear a los indios domésticos que servían a los españoles, al cual efecto envió al capitán Diego de Losada con casi doscientos hombres, el cual, a la entrada de la provincia y conquista de ella vertió muy poca sangre o ninguna de indios, y luégo pobló o reedificó los pueblos que de antes estaban poblados, y al uno llamó Santiago de León, por respeto del gobernador, que se decía don Pedro Ponce de León, y al otro Nuestra Señora de los Remedios, y repartió la tierra entre algunos de los que con él fueron.

En tiempo de este gobernador, día de Nuestra Señora de Septiembre, año de sesenta y siete, ciertos navíos de franceses y escoceses, que andaban hechos corsarios en la costa de Venezuela, entraron en la ciudad de Coro y la saquearon y robaron cuanto en ella había, porque tomando descuidados a los vecinos del pueblo, solamente les dieron lugar a algunos para que con sus mujeres se escapasen de sus manos, aunque no dejaron de prender alguna parte de ellos. En la iglesia y templo de la ciudad hicieron el daño que pudieron, porque la parte de los escoceses eran luteranos, y así todo aquello que hallaban católico y contrario de su secta lo echaban a perder, así en libros como en imágenes. Estaban en esta sazón en esta ciudad de Coro el obispo de Venezuela, don fray Pedro de Agreda, y el gobernador, los cuales asímismo se escaparon por pies, aunque ajenos. Desearon estos salteadores haber a las manos estas dos personas constituidas en dinidad, más para vengarse de ellos que para haber sus riquezas, y finalmente quisieron quemar y asolar el pueblo y matar y llevarse consigo a los que allí cautivaron si no les daban por ello cierta cantidad de oro que pedían; y al fin se hubieron de concertar y diéronles dos o tres mil pesos por el resgate de la gente y pueblo, demás, y allende del oro y otras muchas joyas y ropas que robaron en el saco; y con esto se fueron aquellos malvados corsarios, dejando tan arruinada la tierra cuanto no podrán restaurar en mucho tiempo los vecinos que allí vivieren. El obispo y el gobernador, pasada esta calamidad, se metieron la tierra adentro, para vivir más seguros.

Esto es lo que he podido recopilar de la provincia de Venezuela hasta este tiempo.

Otra ciudad hay poblada en esta gobernación, que está doce leguas de Burburata la tierra adentro, llamada la Nueva Valencia; no he hecho aquí particular mención de ella, como de las demás, por no haber habido relación de ello.

LIBRO CUARTO

En el libro cuarto so trata del primer descubrimiento de la isla de la Trinidad, y de quién la descubrió, y cómo le fue dada par gobernación a Antonio Sedeño, con todo lo que en ella le sucedió, y cómo el Emperador don Carlos dio a don Diego de Ordás una gobernación en el río Marañón, y cómo después de haber pasado muchos trabajos fue preso por Pedro Ortiz de Matienzo, después de lo cual fue muerto Ordás con ponzoña yendo o España. Asimismo se trata cómo Sedeño prendió a Alonso de Herrera y a toda la gente que con él estaba en Paria. |

Capítulo primero

Que trata de quién descubrió la isla de la Trinidad y cómo se la proveyeron a Antonio Sedeño por gobernación, y cómo hizo gente en Puerto Rico y se fue allá con dos navíos y con setenta hombres. |

La isla de la Trinidad, cercana a Tierra Firme, en el golfo y costa de Uriaparia, fue descubierta por el esclarecido varón don Cristóbal Colón en el primer descubrimiento de Tierra Firme, en el año de mil y cuatrocientos y noventa y siete y porque el quererse poblar y conquistar esta isla por Antonio Sedeño fue origen de algunas guerras y disensiones que entre españoles su cedieron, así en la misma isla como en la Tierra Firme y punta de Uriaparia, se hace aquí particular mención de ella.

Fue, pues, el caso que estando Antonio Sedeño en la isla de San Juan de Puerto Rico por contador de la hacienda real, viviendo prósperamente con lo que Dios allí le había dado, no contentándose con su mediano estado y pasadía, queriendo emprendes cosas arduas para dejar alguna particular memoria y acrecentando la de su noble linaje, mediante el favor que en corte del emperador tenía, intentó que se le diese la isla de la Trinidad por gobernación y adelantamiento para poblana y pacificarla. Su Majestad, deseando que los naturales de aquella isla viniesen en conocimiento de Dios nuestro Señor y entrasen en el gremio de la Iglesia, dio la isla por gobernación a Antonio Sedeño y lo hizo adelantado de ella. Los solicitadores de Sedeño sacaron sus | provisiones y con toda brevedad se las enviaron a Puerto Rico, donde, como se ha dicho, residía. Recibidas por Antonio Sedeño, yendo con aquella pompa y título de adelantado de la Trinidad, procuró luégo poner en ejecución su jornada, y poniendo toda diligencia en aderezar navíos y juntar gente y hacer todos los pertrechos y aderezos de guerra que eran necesarios, puso a punto dos carabelas, y juntando en ellas setenta hombres que había habido en aquella isla, se partió para su provincia y adelantamiento, con vana esperanza de verse muy rico y poderoso en breve tiempo.

Por el año de mil y quinientos y treinta llegó a la isla de la Trinidad, y surgió con sus navíos hacia la parte de Tierra Firme, que es al mediodía, por parecerle lugar más acomodado así por el abrigo que la mar tiene y para que los vientos no lo alborotasen con la soberbia que en otras partes, como por ser la isla por aquella parte más apacible y mejor poblada y más abundante de mantenimientos, y también porque la travesía que por aquella parte había de la isla de la Trinidad a Tierra Firme era muy poca, y si los indios de la isla les pusiesen en algún aprieto, podrían con más facilidad y brevedad y con pequeños barcos pasarse a Paria; y según lo afirman algunos, lo miró discretamente Sedeño, porque conforme a lo que después les sucedió, a no hallarse tan cerca de Tierra Firme le damnificaran los indios y naturales de aquella isla mucho más de lo que le damnificaron.

Surtos los navíos, los indios no se alborotaron mucho, porque como antes habían visto pasar por allí a Colón, y después a otros, sin hacer asiento ni escala en su tierra, creyeron que lo mismo había de ser o hacer Sedeño y los que con él iban, los cuales luégo echando sus bateles fuera, echaron de la gente que más dispuesta y mejor armada traían, saltaron en tierra y con ellos saltó su capitán Antonio Sedeño, llevando consigo algunas cosas de resgate, para con ello aplacer a los indios y contentarlos.

| Capítulo segundo

De cómo Sedeño, saltando en tierra de la isla de la Trinidad, hizo un palenque o fuerte de maderos, y las causas que a ello le movieron, y cómo los indios se confederaron con Sedeño. |

Saltando Antonio Sedeño, adelantado, en tierra de la Trinidad, los indios lo esperaron, los cuales, como son amigos de novedades y Sedeño había sacado algunas cosas de España qué darles, mostráronse muy amigos, especialmente un principal o señor llamado Chacomar, que allí junto tenía su poblazón, el cual tenía guerras con los demás señores de la isla, y por tener ayuda y favor para contra sus adversarios, se confederó con los españoles con más brevedad de la que los demás indios lo hicieron. Y habiendo repartido entre ellos cuantas marcandetas y abalorios y otras niñerías de esta suerte, pareciéndoles aquellos bárbaros que el principal fin de los españoles era venirles a dar aquellos rescates, dieron muchas más muestras de alegría, y aunque no había intérprete o lengua que los entendiesen, por señas daban a entender que se holgaban mucho de que Sedeño y sus soldados y gente hiciesen asiento allí.

Con esta manera de seguridad echó Sedeño toda su gente en tierra, no desamparando los navíos por tener propincuo el remedio si alguna necesidad le constriñese a buscarlos; y en la mejor parte que le pareció, conjunta a la marina, asentó su real, con propósito de con la brevedad que pudiese entrar la tierra adentro a ver la isla y naturales y poblazones de ella.

Los indios que más cercanos estaban no dejaban de venir de ordinario a ver a los españoles y caballos y perros y otras cosas que llevaban, para ellos de grande admiración por no haberlas visto ni oído, y traían y proveían de algunas comidas de la tierra a los españoles para su sustento. También ocurrían otras muchas gentes de otras partes de la isla a ver los españoles con la fama que les iba de la nueva gente que en su tierra había entrado, aunque hasta entonces no habían recibido ninguna mala obra de sus nuevos huéspedes.

Pasados algunos días, viendo Antonio Sedeño la mucha cantidad de naturales que le venían a visitar, y que así por la noticia que de ellos antes tenía como por el trato y aspecto de sus personas parecían ser belicosos, no tuvo por seguro hostalaje el suyo, por ser los españoles pocos y algo bisoños para el uso de la guerra de indios; y con este temor procuró antes que la fortuna intentase de darle algún recuentro, de repararse lo mejor que pudiese, y con dádivas que dio a los indios que le venían a ver, y con ayuda del principal, su amigo y vecino Chacomar ordenó y puso por obra de hacer un cercado de maderos gruesos muy juntos, que comúnmente llaman palenque, para que estando recogido allí con su gente, los indios no fuesen parte para ofenderle tan a su salvo como lo pudieran hacer sin este abrigo, y así luégo puso por obra lo que tenía pensado y comunicado con sus soldados y capitanes; y trabajando y poniendo la mano todos en ello, acabaron el palenque o cercado en pocos días, dentro del cual con los mismos naturales y a fuerza de dádivas que les daban, hicieron algunas casas de paja para su habitación y morada, en lo cual les pareció, así al capitán como a los soldados, que sería parte para resistir cualquier número de indios que les viniesen a ofender, y aun de allí salir a recorrer la tierra y pueblos comarcanos, para proveerse de lo que más la necesidad los contriñese a buscar para su sustento.

Tuvieron muy grande alegría y contento así el gobernador como sus soldados de verse mejorados en la tierra con la esta manera de fuerza, y cierto tenían razón, porque según los indios de aquella isla de su propio natural son indómitos y belicosos y amigos de efectuar cualquier mal propósito que les ocurra y las muchas y muy peligrosas armas que tienen, si los nuestros no se anticiparan. proveyéndose con esta manera de reparo, sin duda en breve tiempo no quedara ninguno y fuera imposible escapar.

| Capítulo | tercero

Cómo los indios de la Trinidad se alzaron y rebelaron y vinieron diversas veces a dar en el real de los españoles. |

Pasados algunos días, como los indios son amigos de que ordinariamente les den y contribuyan, y a Antonio Sedeño se le habían acabado los rescates y dádivas con que los solía contentar, constreñido de la necesidad persuadía a los indios a que le proveyesen de lo necesario para comer, conforme a los mantenimientos que los mismos indios usan y crían, los cuales, viendo que por lo que se les pedía no les habían de dar ni pagar cosa alguna, acordaron alzarse y evitar y apartar el trato y conversación que con los españoles tenían, y aun poner y hacer todo su posible por desarraigarlos y echarlos de la tierra.

Los soldados, a quien la falta de la comida oprimía a que se desmandasen a buscarla y tomarla como pudiesen, diéronse a hacer algunas salidas de su fuerte y palenque e ir a los pueblos más cercanos a proveerse de los mantenimientos necesarios, el cual era algún maíz, yuca y patata y otras inusitadas comidas para ellos. De esta suerte, y viendo los naturales que ya sus huéspedes los españoles se desmandaban a tomarles las comidas sin su voluntad y licencia, comenzaron a tratar entre sí de dar orden cómo matarlos o echarlos de la tierra; y comunicándolo entre todos los isleños o naturales, que era harto número de gente, lo aprobaron por cosa acertada y conveniente, y con esta determinación se previnieron luégo de armas y de hacer muy fina y buena yerba, y todos los pertrechos y aderezos de guerra de que ellos suelen usar, que no son tan simples ni sencillos como algunos han afirmado; porque la yerba de que usan tiene tal fuerza y vigor que, sin dar mortal herida con ella, mas de rasguñar el cuero de suerte que pueda tocar en sangre o que la sangre toque en la yerba, no hay remedio con que fácilmente pueda escapar, si no es que Dios, por su misericordia, los quiera librar, o porque en este tiempo no se tenía casi experiencia para atajar la furia de la yerba, como en algunas partes después acá se ha hallado, según en algunos lugares de esta mi Historia lo escribo; y con este género de armas mueren los heridos rabiando y haciéndose pedazos sus | propias carnes.

Con esta perversa determinación procuraban los indios venir a donde estaban los españoles a amedrentarlos y alborotarlos y a hacerles el daño que pudiesen, hasta matarlos o echarlos de la tierra; y así los tenían todos los más días cercados, non sintiendo que saliesen a buscar comidas a la tierra adentro.

Los españoles aunque eran pocos en número para tanta multitud de indios como sobre ellos venían, usando de los invencibles ánimos de que suelen usar, salían lo mejor armados que podían, y con los caballos que tenían, y dando en los enemigos, los ahuyentaban y echaban de si, haciéndoles subir a los altos collados y sierras, donde por sus asperezas no podían los caballos subir ni llegar; y unas veces damnificando a los indios, y otras veces los indios a ellos, se sustentaron muchos días dentro de aquel fuerte, sin el cual reparo en breve tiempo los naturales, por el gran número que de ellos se juntaba para las refriegas y cercos que a los españoles hacían, los desbarataran Y mataran; y con todo esto, en las refriegas que los unos con los otros tuvieron le mataron al gobernador Antonio Sedeño la mayor parte de sus soldados, no tanto con las crueles heridas que les daban, cuanto con la pestífera yerba que les tocaban, y así vivía con gran confusión de ver que su gente cada día eran menos y se disminuía con la guerra que los indios le hacían sin cesar; y porque no fuese sentido el daño que en los españoles los indómitos y pésimos naturales hacían, con aquel género de armas, procuraba Antonio Sedeño que los que mataban fuesen enterrados lo más ocultamente que se pudiese, y no fuese sentido el daño que se les hacía; con la cual industria desecharon de sobre sí el continuo cerco que los indios les tenían puesto, los cuales, creyendo que con sus armas no hacían daño ninguno a los cristianos, y cansados y aun lastimados de la guerra que muchos días habían tenido, dejaron a los atribulados españoles, y con propósito de reformarse y juntar más gente para proseguir adelante, a ver si podían acabar sus perversos vecinos se retiraron la tierra adentro.

| Capítulo cuarto

De una guazabara que dieron los | 27 a Antonio Sedeño, donde acaeció un notable hecho de una mujer española. |

No muchos días después sucedió que un indio de los de aquella isla, o importunado de sus mayores, o él por mostrarse más atrevido que los demás, bajó de la sierra a espiar y a ver si podía reconocer los españoles que había y lo que hacían, el cual, temerariamente, se metió en medio del día dentro del cercado o palenque; y como la gente estuviese reposando la siesta, no vio hombre ni persona alguna de quien pudiese tener miedo, más de una mujer española que con su marido había venido en compañía del gobernador, la cual estaba asentada a la puerta de su casa o aposento labrando. El indio se fue derecho a ella, y poniéndosele delante comenzó a jugar con ella o retocarla y quitarle la labor de las manos, la cual, viendo la atrevida desvergüenza de aquel bárbaro, se levantó, y tomando un palo que cerca de sí halló, sin llamar auxilio de su marido ni de otra persona alguna, dio tras del indio y lo ahuyentó e hizo ir más que de paso. El bárbaro se salió sin recibir otro daño más del que esta mujer le pudo hacer, que sería bien poco, y se fue y volvió por el camino por do había abajado, dando noticia a sus mayores y compañeros de la poca resistencia que había hallado, y de la poca gente que había visto, y animándolos a que se juntasen y diesen sobre los españoles.

Con las nuevas que este indio les dio y persuasión que les hizo, se juntó gran número de gente, y al cabo de dieciséis días vinieron por la orden que acostumbraban, de noche, a cercar a los españoles en el fuerte donde estaban, para ver si cogiéndolos descuidadamente podían dar fin a sus días. Las velas que los españoles tenían puestas, sintiendo la gente que a su fuerte se allegaba, dieron alarma. Los españoles se levantaron con la presteza que la brevedad del negocio requería, y armando esos pocos caballos que tenían, aunque la noche hacía algo escura, salieron por no mostrarse cobardes a encuentro a sus contrarios y comenzaron a escaramuzar con ellos, y los indios a defenderse de los españoles.

El indio que los días antes había venido a espiar, o afrentado y corrido del daño que la mujer española le había hecho, o por buena voluntad que le debió de cobrar, tomó a otros cinco compañeros, y apartándose de la demás gente de su escuadrón, que por ser escuro no lo echaron de ver, fueron por una puerta falsa que el palenque tenía hacia la parte de la mar, y hallándola abierta y sin ninguna resistencia, se entraron dentro y se fueron derechos a la casa y bohío donde había sucedido al indio los requiebros con la mujer española, la cual sintiendo el estruendo que los indios traían y considerando el daño que podría ser o sobrevenirle, la cual es de creer que andando su marido y los demás españoles en la pelea que andaban no estaría durmiendo, tomó una espada que en su aposento estaba y poniéndose a los pechos el almohada de su cama, para la defensa de las flechas, se llegó a la puerta de la casa o bohío donde vivía, y con ánimo más varonil que de mujer, defendió valerosamente a aquellos iniques bárbaros que no le entrasen dentro, hiriéndoles con el espada tan diestra y animosamente que, aunque estuvieron allí más de tres horas haciendo todo su posible por ganar la puerta y entrar dentro, jamás lo pudieron hacer, con sola la resistencia que aquella buena mujer les hacía, aunque los bárbaros procuraron ofenderla con mucha cantidad de flechas que le tiraron, las cuales fue Dios servido que hacían el golpe en la almohadilla que por rodela o antepecho tenía, y así nunca recibió ningún daño.

Estando en este aprieto, un soldado de los que en la pelea o guazabara de los indios andaba con los demás españoles, recibió un flechazo peligrosísimo, el cual con el extraño dolor y tormento que de la yerba que la flecha tenía recibió, se retiró a su fuerte tan fuera de tino, que ni sabía ni veía por do venía, y con esta turbación y alteración privado de su natural juicio y sentidos, pasó cerca de donde la española estaba defendiendo su casa y persona de aquellos indios, la cual, no sabiendo ni creyendo la turbación y peligrosa herida que aquel español llevaba, le comenzó a llamar, importunándole y rogándole que la favoreciese; pero cómo ni él sabía a dónde iba ni quién le llamaba, por el gran tormento de la yerba, se metió en una concavidad que entre el palenque y bohío donde la mujer estaba había, y arrimándose a los palos del cercado murió tan miserablemente que sin caer en el suelo se quedó arrimado al palenque, yerto, donde después fue hallado.

Ya que el alba rendía o amanecía, los españoles que a caballo andaban ahuyentaron los indios y los hicieron retirar la sierra arriba, aunque con daño de algunos de sus compañeros españoles, a quien con algunas flechas enherboladas de aquella pestífera yerba, habían herido; y vueltos a su fuerte y palenque, entraron gritando con la victoria que habían habido: “Santiago, Santiago”. Los indios que tenían puesta en aprieto y nunca podido rendir ni vencer a nuestra española, sintiendo que los españoles venían, desampararon la casa y pusiéronse en huida. La mujer, viéndose libre de aquellos bárbaros que la habían querido prender y tomar a manos, con la venida de los españoles fue tánto el placer que sintió que, como muchas veces suele acaecer con los dos extremos de placer y tristeza, se le cubrieron las telas del corazón y cayó amortecida en el suelo. Los españoles llegaron, y como no la oyeron hablar sospecharon que fuese muerta y llevada de algunos indios, y entrando en su casa halláronla privada de sus sentidos, y por el poco sentimiento que hacía creyeron que sería muerta, y alzándola del suelo y entendiendo el desmayo que tenía, desde a poco volvió en sí, donde comenzó a quejarse de la inhumanidad que el español ya muerto había usado con ella en no favorecerla, y andándolo a buscar para reprehenderle de su crueldad y cobardía, lo hallaron muerto en la forma que está dicho.

Fue tan valeroso este hecho de esta varonil mujer, que cierto es digno de que se haga particular mención de ella y de su nombre, el cual quisiera saber para estamparlo en este lugar con letras de oro.

| Capítulo quinto

De cómo Antonio Sedeño, viendo su perdición, determinó salirse de la Trinidad y pasarse a la punta o ancón de Uriaparia, y así lo puso por obra. |

Estaba Antonio Sedeño con gran temor, y no sin razón, de ver el fin y ruina suya y de sus soldados, porque con las continuas escaramuzas, recuentros o guazabaras que con aquellos indómitos bárbaros había tenido, le habían faltado la mayor parte de ellos, muertos cruel y miserablemente con la yerba de que eran heridos, y por el consiguiente los caballos se le habían apocado, y aunque nunca le había faltado el amistad del cacique y señor Chacomar, su vecino, no había sido parte para la resistencia de la multitud de aquellos bárbaros, porque el cacique tenía poca gente, y ya que era suficiente para sustentar el amistad de los cristianos, no era poderoso para resistir a sus contrarios ni estorbar sus perversos desinos y obras de ellos. Mas con todo esto no dejaba de ser muy provechosa el amistad (de) este principal a los cristianos, que tan afligidamente se sustentaban, proveyéndolos de algunas cosas necesarias de comida, y dándoles avisos de lo que los contrarios querían o determinaban hacer.

Y andando el gobernador considerando cuán presta o propincua tenía su mala destrucción, procuraba atraer a su imaginación todos los medios que podía para tomar el más conveniente a sí y a su gente e irse él a Puerto Rico a traer más gente. Unas veces le parecía que era cosa acertada dejar allí, en aquel fuerte, la gente e irse él a Puerto Rico a traer más gente, y a esto se le oponía el mal suceso que tendrían los que allí quedasen, y cuán perdidas o vendidas quedaban sus vidas. Otras veces le parecía que era mal caso desamparar del todo la tierra, que sería perder el título y merced que Su Majestad le había hecho de adelantado de la Trinidad, y que era gran vergüenza para él volverse sin efectuar cosa alguna. Y entre estas y otras consideraciones le pareció que lo más acertado sería pasarse con toda la gente que tenía a la costa de Tierra Firme y provincia o punta de Uriaparia, y allí hacer una fortaleza y dejar en ella la gente con el más bastimento que pudiese, y dar la vuelta a Puerto Rico con algunos de sus amigos y juntar de nuevo la gente que pudiese para tornar a entrar en la Trinidad.

Y comunicándolo con los soldados que le habían quedado, por verse fuera de tanto riesgo como tenían, aprobaron y confirmaron el parecer del gobernador Sedeño, y poniéndolo luégo por la obra se embarcaron en los navíos que habían allí traído, y desamparando el palenque o cercado que tenían, se partieron de la Trinidad, después de haber residido en ella con la calamidad y trabajos y hambres y necesidades que Dios nuestro Señor sabe, mucho | tiempo | 28 , | y rogando al cacique su amigo que les diesen algunos indios para que les ayudasen a hacer la fortaleza que pensaban hacer, llegaron el propio día a la punta o ancón de Uriaparia, donde desembarcaron con harto contento por verse fuera del riesgo con que en la Trinidad vivían y habían residido.

Capítulo seis

Cómo Sedeño hizo un fuerte en tierra de Paria, y dejando en él algunos soldados se fue a Puerto Rico, y cómo los indios Uriaparia se rebelaron contra los españoles. |

Saltada toda la gente de Sedeño en Paria, luégo se ocuparon en ver y saber cuál sería el más cómodo lugar y sitio para fabricar y hacer la fortaleza o fuerte que pretendían, y mirándolo diligentemente, en la parte más cómoda que a todos pareció, comenzaron a hacer su fortaleza de piedra y tierra, con ayuda de los naturales e indios amigos que trajeron de la Trinidad, y con otros que de la propia provincia y tierra de Paria les habían venido a verlos, los cuales, ignorando los desinos e intento de los españoles, fácilmente les ayudaron a fabricar lo que querían, porque es cierto que según es de belicosa y atrevida aquella gente de Paria y enemigos de gente que los pueda sujetar si entendieran el propósito con que los españoles hacían la fortaleza, no sólo no les ayudaran, mas procuraran juntar todas sus fuerzas y echar de la tierra o matar a los españoles; y no sin falta de mucho trabajo que los españoles padecieron en la obra, acabaron su fortaleza, y para que los que en ella habían de quedar quedasen con bastantes mantenimientos, de suerte que la necesidad y falta de ellos no les constriñese a irlo a buscar a las poblazones comarcanas, donde pudiesen recibir daños o ser muertos de los naturales hizo el gobernador Sedeño con toda la gente con algunos resgates que le habían quedado, y a las veces sin ellos, y por las demás vías que pudo, juntar en la fortaleza gran cantidad de comida y bastimento para los que en ella habían de quedar; y hecho esto determinó de partirse, dejando en ella por su teniente a Juan González con hasta veinte y cinco hombres, animándoles a que con toda constancia y fidelidad guardasen aquella fortaleza que les dejaba a cargo y no la entregasen a ningún español o gobernador que por allí viniese, porque su vuelta con el socorro sería con toda la brevedad posible; y con esto se embarcó y partió de sus compañeros y provincia de Uriaparia y se fue la vuelta de Puerto Rico a buscar y proveerse de más gente.

Los de la fortaleza se conservaron algunos días en amistad con los indios comarcanos, los cuales queriendo escudriñar o tentar las fuerzas de los españoles, se rebelaron, y rompiendo o quebrando la paz y amistad que con ellos tenían, se comenzaron a indinar los unos a los otros y a tratar que los españoles se estaban en su tierra y querían vivir en ella; que antes que viniesen más los echasen de allí o los matasen y derribasen aquella casa o fuerte que tenían hecho, para que si otros viniesen no hallasen dónde recogerse ni albergarse, y con la guerra que ellos les hiciesen no pararían y se irían a otra parte. Y viniendo todos los naturales de aquella provincia en este mal propósito, se juntaron y pusieron a punto de guerra y con sus armas enherboladas y orden de guerra que ellos acostumbran, vinieron sobre los españoles, que algo temerosos de este suceso estaban y puestos en vela y mira, cerradas sus puertas.

Los indios les cercaron la fortaleza, y como no saben más de pelear con aquellas armas arrojadizas de que usan y tiran, no supieron cómo entrar a los españoles ni escalarles su fuerte, y así los tuvieron cercados algunos días. Visto que su cerco era de ningún efecto, se volvieron a sus pueblos, y no dejaban de venir algunos días a ver si los españoles salían o se alejaban por algunas partes o poblazones a buscar de comer, y así se sustentaban con harto trabajo los soldados, sin ser señores de alargarse mucho de su fortaleza a buscar algunas cosas de que tenían necesidad, porque la comida se les iba acabando, y habían de ser forzados a irla a buscar y tomar, y empezaban ya a padecer hambre y a comer muy limitadamente.

Capítulo siete

Cómo el emperador don Carlos dio a don Diego de Ordás una gobernación en el río Marañón, y su partida de España hasta llegar al paraje o boca del río Marañón. |

En este mismo tiempo, que sería por el año de treinta, don Diego de Ordás, comendador de la orden de Santiago, y a lo que afirman de sangre ilustre, habiendo ido a los reinos de España de la conquista de la Nueva España, donde se halló por capitán con Hernando Cortés desde su primer entrada y descubrimiento hasta que fue enviada gente a España, con los cuales fue este caballero, con propósito de emprender alguna cosa ardua con qué esclarecer más su nombre y dejar de sí la memoria que los demás pretenden.

Inquiriendo diligentemente qué provincias había en este tiempo por poblar, en que pudiese emplear su valor y aprovechar su persona, supo o fue informado de personas que lo sabían, que la mejor demanda y de más provecho era el río Marañón, aunque en este tiempo llamaban el Marañón otro río más pequeño que está más adelante, que entra en la mar por sí, y el que ahora llaman, llamaban entonces Mar Dulce, y después fue llamado el río de Orellana. Otros afirman, y esto es lo más cierto, que este río que primero fue llamado Marañón, no le hay, o el mismo que ahora llaman Marañón, que es por do bajó Orellana, y después el infelice traidor Lope de Aguirre. Este río fue descubierto por los Pinzones el mil y quinientos menos uno; y aunque al principio algunos afirmaron ser muy rico, debieron decirlo por conjeturas, o porque les pareció que un río de tan grande boca y de tan grande ayuntamiento de aguas no podía dejar de ser muy poblado y rico; mas su opinión fue incierta, pues hasta hoy no se ha hallado en él cosa notable, porque Orellana, que fue el primero que lo navegó dijo algunas cosas apócrifas y sin fundamento, inventadas sólo para mover y atraer gente, así para llevarlos consigo a descubrir la tierra, si alguna había, lo cual confirmó después la gente que por este propio río abajó amotinada de Perú con Lope de Aguirre; los cuales afirman no haber visto cosa notable en el principio, medio ni fin de este río, más de que cerca de la boca o remate de él, de una parte y de otra, había y vieron cierta serranía baja y pelada, toda rasa, en la cual vieron cantidad de humos y gran apariencia de estar poblada.

Pues antes de Orellana y de Lope de Aguirre, pidió el comendador Diego de Ordás al emperador don Carlos, en el tiempo dicho, la conquista y poblazón de este río Marañón. Su Majestad se la concedió atento la calidad de su persona y lo mucho que le había servido en el descubrimiento de la Nueva España, con título de gobernador y adelantado de todo lo que descubriese y poblase en este río y sus comarcas.

De la Nueva España llevó algunas riquezas don Diego de Ordás a España, con las cuales, y con la codicia que los españoles suelen tener de subir y valer más, juntó mil y doscientos hombres, y con ellos se partió de España el año referido, en dos naos y una carabela, y vino a las islas de Canaria, porque como es notorio, desde el primer descubridor de las Indias hasta el último navegador de aquella carrera, todos han llegado a reconocer estas islas y tomar puerto en la que más cercana a sí hallan, por estar en el camino de su navegación y rehacerse en ellas de algunas cosas necesarias para su mantenimiento o matalotaje. La isla donde Ordás llegó fue la de Tenerife, porque en aquel tiempo era, y aun ahora la más fuerte y abundante de comidas y mantenimientos que ninguna de las otras. En esta isla, en el puerto que dicen de Santa Cruz, estuvo Ordás con su armada poco más de dos meses, en el cual tiempo se rehizo, así de gente como de otras cosas necesarias a su navegación; y entre las demás gentes que en esta isla se le llegó al comendador Ordás, fueron unos hidalgos, naturales de ella, llamados los Silvas, que se ofrecieron a llevar ciertos navíos y gente a su costa para esta jornada, de los cuales más particularmente diré adelante.

Viendo el comendador Ordás que se detenía o había detenido mucho en esta isla de Tenerife, y que los Silvas no estaban del todo aderezados para juntamente con él seguir el viaje, acordé dejarlos aderezándose, para que cuando estuviesen de todo punto aprestados, fuesen en su seguimiento, y así les dijo cómo se quería partir y que la derrota que llevaba sería a las islas de Cabo Verde, porque también en la primera navegación de las Indias se iban a reconocer estas islas de Cabo Verde, que son o eran del rey de Portugal, y de allí navegan derecho al poniente, lo cual no se hace ahora, porque se ataja algún tanto de camino, y que de estas islas iría derecho al cabo de San Agustín o a la boca del río Marañón, donde los esperaba hasta que fuesen llegados, y juntos pusiesen en ejecución la jornada de tierra.

Los Silvas quedaron de hacerlo como el comendador de Ordás, en cuya capitanía y jurisdicción se habían metido, les mandaba, y con esto, los unos se quedaron aprestando y los otros se hicieron a la vela; y siguiendo su derrota y viaje de la suerte que he contado, llegaron al río Marañón, y digo el río Marañón porque el agua dulce de este río entra en la mar doce leguas, sin que el amargor y salobridad de la mar la corrompa, y así, aunque metidos en los términos marítimos que se puede decir que estaban en el río, en el cual no pudieron entrar a causa de los muchos y grandes bajíos que con la inundación del río hacía por allí la mar en tanto grado que por distancia de doce leguas apartados de tierra tenía tan poco hondo la mar que se hallaban las naos a tres brazas y sin poder navegar si no era con su riesgo, y por esta causa le fue forzoso hacerse a la mar y navegar fuera de peligro y riesgo de los bajíos.

27 Falta: “indios”.
28 Entre líneas añadido: “un año”

Capítulo ocho

De cómo la nao pequeña y la carabela de Ordás se perdieron a la boca del Marañón, y lo que acerca de estos españoles perdidos se ha tratado después acá en el Nuevo Reino. |

Estando esta armada de Ordás en el peligro y riesgo que he dicho, por hallarse tan lejos de tierra y tan en ella, a causa de la poca hondura que la mar allí hacía, o con tormenta que sobrevino o con la turbación que de verse en términos de perderse tuvieron los pilotos y capitanes de la otra nao y carabela, se apartaron de su capitán y dejándose llevar de los vientos y aguas, fueron a dar a unos bajíos o anegadizos que llaman de Encima de Arnacos, donde viéndose la gente sin ningún remedio de poderse guarecer, aprovechándose los que pudieron del último que les quedaba, se metieron en los bateles los que mediante su buena solicitud y diligencia pudieron caber en ellos, y pereciendo todos los demás en aquellos anegadizos, navegaron en demanda del ancón o golfo de Paria, donde tenían entendido que estaría su capitán; y como para ir en demanda de este golfo habían de navegar otro más peligroso, que era el donde estaban, y los bateles no eran de tanto sustento y fundamento como para sufrir semejantes males y carga se requería, con pequeña tormenta sorbió y tragó la mar el uno de los bateles con la gente que en el iba, sin escapar ninguno; y el otro batel, más por milagro y voluntad divina que por ser él parte para haberse de poderse escapar donde el otro se había perdido, aportó a la fortaleza de Paria, donde estaba la gente de Sedeño, donde dio esta noticia de la nao pequeña y carabela en la forma que he contado; acerca de lo cual hay otra y aun otras opiniones, y es que al tiempo que esta armada llegó cerca del Marañón, esta nao y carabela, de quien se ha contado cómo eran menores que la capitana y traían menos carga, sufrían navegar en menos agua que la nao capitana, y así se dejaron ir al amor del agua y tiempo y fueron llegándose más a tierra o por el río adentro, adonde no fueron parte para volver atrás cuando quisieron y siendo arrebatados por los zafareos veloces que la mar con su creciente hacía, fueron llevados forciblemente el río arriba, donde se tuvo por cierto que la gente saltaría en tierra, y aprovechándose del remedio de las armas procurarían conservar sus vidas entre los naturales que por allí hallasen.

De esta gente, conforme a este suceso, se dice haber dado noticia algunos naturales comarcanos al Nuevo Reino de Granada que tratan y contratan hacia esta parte que allí llaman las sierras del sur y por otro nombre el Dorado, diciendo que en estas sierras del sur hay españoles o gente barbada y vestida de la propia suerte y manera de los españoles, a los cuales el vulgo ha llamado la gente perdida de Ordás, por los que en estos dos navíos se perdieron, y podría ser que fuese cosa inventada por algunas personas a fin de que con esta color de decir que en aquella provincia hay españoles perdidos, se dé comisión para irlos a buscar, y yéndolos a buscar, buscar la noticia que de riquezas y naturales siempre se ha dado de este Dorado o sierras del sur; lo cual los que han gobernado de continuo han rehusado, a fin de que por hacer bien a los pocos perdidos ha de redundar daño a muchos otros, porque para hacerse esta jornada forzosamente se ha de juntar congregación de más de trescientos españoles, y para juntar éstos podría ser despoblarse algunos pueblos que están poblados, y por ser pobres y de poco provecho, los que en ellos residen son compelidos de pura necesidad a sustentarlos, y hallasen esta puerta abierta, aunque en duda y aventura, dejaron lo que tienen y se irían a buscar otra cosa mejor, y demás de esto habían de despoblar algunos pueblos de naturales que de fuerza o de grado llevaran consigo, y este daño tarde o temprano ha de recibir el Nuevo Reino, porque según opinión de muchos y experimentados conquistadores, y aun por lo que palpablemente vemos por vista de ojos, esta jornada no se puede hacer mejor ni a menos costa ni en más breve tiempo ni con menos riesgo por ninguna parte de las hasta hoy descubiertas ni pobladas como por el Nuevo Reino, por estar tan cerca la una provincia de la otra y tener el Nuevo Reino abundancia de las cosas necesarias para jornadas y buenas y ciertas guías y españoles que se hallaron con Felipe Dutre al principio de esta noticia, como en otra parte diremos.

Mas volviendo a lo de los españoles de Ordás, como dije, no tengo por cosa cierta haber españoles en esta provincia perdidos, y ser, como he dicho, invención de soldados; porque demás de lo que en contrario de esta opinión he referido hay otra que de todo en todo la repuna y contradice, y es que el año de veinte y ocho, atravesando por los llanos de Venezuela un capitán que con cierta gente había salido de Coro, pueblo de la gobernación de Venezuela, a buscar y descubrir nuevas tierras para poblanas, entre la gente que este capitán llevaba se divulgó y derramó esta nueva de que de aquella banda del sur, que es, como he dicho, lo que llaman el Dorado, había españoles, y desde entonces dura esta fama hasta hoy, sin más claridad, pues las naos o gente de Ordás se perdió el año de treinta, y esta fama tuvo origen el año de veinte y ocho, que fue dos años antes que Ordás viniese al Marañón. Síguese de esto clara y evidentemente ser esta noticia de españoles en las sierras del sur cosa fabulosa y soñada.

| Capítulo nueve

| Cómo escapando Ordás con su nao capitana de la fortuna del Marañón, entró en el golfo de Paria y se apoderó del fuerte de Sedeño por mandado de Jerónimo Ortal.

Viendo el comendador Ordás el gran peligro y riesgo en que estaba, por no tener suficiente hondura allí la mar para navegar, con la brevedad que se requería procuró hacerse a la mar, a lo cual le ayudó fácilmente el viento, que por permisión divina en aquel punto se volvió a tierra, y haciéndose a la mar tomó acuerdo con algunos de los que tenían noticia de aquella costa y tierra en lo que debían hacer, pues no eran parte para entrar en el río Marañón a causa de no haber en algunas partes de su entrada la hondura que para navegar su nao se requería. No faltó quién tuvo noticia de la tierra de Paria, cuya provincia se afirma ser muy poblada de naturales y rica de oro y plata, y dando aviso de ello al gobernador y de cuán cerca estaba de allí y de su gobernación, luégo, de común consentimiento, tomaron la derrota para ir allá, y comenzando a navegar, no apartándose de vista de tierra por no engolfarse, sin haber navegado mucha distancia, permitieron sus hados, que en todo les eran contrarios, que diese y encallase la nao en una pequeña isla o bajío que por delante tenía, cuya playa, por ser arenosa o leganosa, no causó la total perdición de esta nao y gente, los cuales, viéndose en este peligro y que por razón de no haberse de repente la nao quebrado y hecho pedazos, podrían ser remediados, con toda diligencia saltó toda la gente en tierra, que serían seiscientos hombres, y alijando y echando fuera cuarenta caballos y otras muchas cargas que dentro tenía, procuraron por todas las vías que pudieron sacar la nao sin lesión alguna de aquel peligro, y por mucha prisa que se dieron y diligencia que pusieron, se estuvieron allí dos mareas sin poder mover la nao, y a la tercera quiso Dios nuestro Señor, porque tanta gente no pereciese, que echando todos los remos que pudieron en el batel o fragata que la nao traía para su servicio, y atando la nao al batel y tirando con todo el ímpetu y fuerza que pudieron poner en los remos, sacaron la nao a lo largo do podía navegar, y tornando a embarcar los caballos y otras cosas que habían sacado fuera, prosiguieron su viaje, y embocando por las bocas del Drago, que es un estrecho y angostura que una punta de la Trinidad hace con otra de la Tierra Firme, entraron en el golfo de Paría, que es una concavidad que de mar se hace entre Tierra Firme de Paria y la isla de la Trinidad, el cual está casi cerrado, porque solas dos salidas que tiene que, como he dicho, la una es las bocas del Drago y la otra hacia la parte de Cubagua, donde asímismo otra punta de la isla de la Trinidad estrecha la mar con la Tierra Firme, son muy angostas y estrechas, y aun esta salida que este golfo de Paria tiene hacia Cubagua es de más peligro y riesgo que las bocas del Drago, por tener en medio dos isleos pequeños donde peligran muchas veces los navegantes.

Entrado en este golfo el comendador con su nao, echó de su gente en tierra, a la parte de Paría, en una provincia de indios llamada los Acios, que por haber tratado antes con españoles no se azoraron ni alborotaron con la llegada de la gente de Ordás, antes tratándose migablemente con ellos, les dieron a entender casi por señas cómo en otra provincia, que estaría ocho leguas de allí, llamada Turuquiare, había españoles.

Sabida por don Diego de Ordás esta nueva, no dejó de alborotarse, por no saber qué gente fuese aquella y parecerle que forzosamente había de tener controversias sobre el poseer de aquella tierra, porque pretendía que ya que por su contraria fortuna le había salido incierta la jornada del Marañón, introducirse y meterse en aquella provincia de Paría, diciendo que entraba en los términos y límites de su gobernación, y con esta confianza vino a preguntar qué gente estaría en donde los indios decían, los cuales le respondieron dándole a entender que sería hasta veinte hombres, y que estaban en una sola casa. Con esta nueva cobró más aliento el gobernador Ordás y mandando aderezar cien hombres, les dio por capitán a Jerónimo Ortal, que después, por muerte suya, vino a ser gobernador de Paria, a quien él traía por tesorero de la hacienda real en su gobernación, mandándoles que diligente y cuerdamente fuesen a donde los indios decían y viesen qué gente era aquélla y la reconociesen, y si fuesen parte para con poco tumulto, prenderlos, y le avisasen de ello.

Con estos hombres se embarcó Jerónimo Ortal en el bergantín, y navegando hacia la fortaleza de Paría, llegó a ella, donde no pequeño contento y alegría recibieron los soldados que allí estaban, por ver españoles y gente de su nación con quién poder salir y escapar de la sujeción que los naturales de aquella provincia tenían sobre ellos, que a no haber tenido el reparo y abrigo de aquella frágil casa y cercado de tapias donde estaban recogidos, a quien tenían puesto nombre de fortaleza, hubiesen sido muchos días antes muertos y desbaratados de los indios, aunque fuera mucha más cantidad y con mejores aderezos de armas que ellos allí tenían.

Saltando en tierra Jerónimo Ortal con su gente y viendo la poca gente que en la fortaleza había y cuán descoloridos, flacos y maltratados estaban, se entró, como suelen decir, de rondón en la fortaleza, y preguntándoles la causa de su estada allí, y habida la respuesta de ellos, se apoderó en la fortaleza y en todo lo que en ella había, y despojando a Juan González, a quien Antonio Sedeño había dejado allí por su teniente o caudillo, del poder y jurisdicción que tenía, luégo dio aviso de ello al comendador Ordás, que con la nao había quedado atrás, de todo lo que pasaba y había visto y hallado, a lo cual envió el bergantín en que él había venido, con algunos soldados así de los de Sedeño como de los que con él habían venido.

| Capítulo diez

|Cómo Ordás se informó, así de los españoles de Sedeño como de los indios de aquella tierra, si había por allí cerca alguna provincia rica, y lo que le | respondieron, y lo que él hizo.

Despachado el bergantín por Jerónimo Ortal, con la nueva de lo que en la fortaleza había hallado, llegó en breve a la nao, donde dio noticia y relación de todo lo que había y pasaba al comendador don Diego de Ordás, el cual recibió muy gran contento en saber que no había quién le resistiese ni defendiese la posesión que de aquella tierra, a título de gobernación suya, pensaba tomar; y no deteniéndose ni perdiendo más tiempo, se hizo luégo a la vela y se fue derecho a surgir al puerto ya dicho de la fortaleza, y saltando en tierra con el resto de la gente que quedaba, mandó luégo parecer ante sí a Juan González, teniente de Antonio Sedeño, y a todos los más de los soldados que allí con él habían quedado, y fingiéndose muy enojado los reprehendió de palabra ásperamente, dándoles a entender que si la necesidad que tuvieron de salirse de la Trinidad no les hubiera constreñido a pasarse a aquella tierra y hacer aquella fortaleza, que los castigara con todo rigor, como hombres que por vía de injusta intrusión se apoderaban y metían de su autoridad en gobernación y distrito ajeno y que a él le estaba encargado y dado por Su Majestad, allende de la grave punición que merecían por haberse tan temerariamente y con tan loca osadía metido tan pocos soldados y tan mal aderezados entre tan gran número de naturales como en aquella provincia había y tan belicosos, donde por no ser ellos parte para se defender ni sustentar ningún tiempo, hubieran recibido con crueles muertes que aquellos bárbaros les dieran la pena de su inconsideración, cuyo justo castigo redundara en daño de todos los españoles y cristianos que después llegaren a aquella provincia, los cuales pudieran ser muertos y maltratados de los indios por estar ya impuestos en ello con las muertes que a ellos les hubieran dado y otros géneros de crueldades que en ellos hubieran ejercitado, y dando fin a su plática les dijo cómo aquella tierra era suya y de su gobernación, y que él la venía a poblar y pacificar, y que si le quisiesen seguir en la conquista y pacificación de ella, que les gratificaría a todos tan particularmente como a los que con él venían, sin que en ello hubiese aceptación de personas mas de que conforme a lo que cada uno trabajase sería enteramente gratificado.

Y dando todos muestra, con alegres rostros, de que le seguirían y servirían con entera voluntad, cesó la plática, y luégo el comendador o gobernador Ordás comenzó a informarse de los españoles de Sedeño lo que habían entendido o sabido en el tiempo que allí habían estado, de la gente y riqueza de aquella provincia; los cuales le respondieron haberles dicho los indios que por allí cerca estaban, con quien al principio, mediante los rescates que les habían dado, habían tratado y conversado, que en el río de Uriaparia, que estaba pocas leguas de allí, había mucha cantidad de naturales que poseían mucho oro y otras riquezas, lo cual habían certificado otros naturales de otras poblazones más apartadas que allí les habían venido a ver.

Sabido esto por Ordás luégo procuró atraer a sí de paz los naturales de aquella provincia, los cuales fácilmente vinieron, e informándose de ellos acerca de la noticia que los españoles le habían dado, le respondieron y dijeron lo mismo; y teniendo por verdadero lo que le decían, luégo procuró, con acuerdo de sus capitanes y principales, dar orden en lo que se debía aderezar y hacer para efectuar aquella jornada y navegación y conquista del río de Uriaparia; y porque para hacer esto se había de detener algún tiempo en aquella provincia y no traía suficientes vituallas y bastimentos para la gente, acordó repartirla toda la más por los pueblos más cercanos a la fortaleza y que estaban de paz y en su amistad, para que allí se sustentasen a menos costa y conservasen el amistad de los indios, y con su presencia les hiciesen acudir con las cosas necesarias a su avío, que era traer madera para hacer tres bergantines y otros barcos pequeños que fácilmente pudiesen navegar por el río de Uriaparia, y para con ellos subir navegando la nao lo que la pudiesen llevar el río arriba.

También se detuvo aquí el comendador Ordás por esperar algunos días a ver si la nao y carabela que en la boca o bajos del Marañón se habían apartado de él le acudían a buscar; en el cual tiempo llegó el batel donde hubieron noticia de su perdición en la forma que arriba queda declarado; y porque atrás dije que daría entera relación de los Silvas, que quedaron haciendo gente que en Tenerife habían de ir en seguimiento del gobernador, y estándose haciendo estos barcos y bergantines en la fortaleza de Paria llegaron los dos hermanos, de ellos trataré en el siguiente capítulo, todo lo a ellos tocante hasta su muerte, porque mejor se entienda estando escrito todo ello en un capítulo solo que en diferentes lugares de la Historia donde pertenece escribirse.

Capítulo once

| De cómo los Silvas, hombres naturales de la isla de Tenerife, siguieron al comendador Ordás, y el fin que hubieron por sus malas obras.

Al tiempo y sazón que el comendador Ordás llegó a la isla de Tenerife, saltó en tierra Alonso de Herrera, a quien él traía por su maese de campo, para que como hombre práctico en negocios de milicia y de singular gracia para atraer a si los ánimos de los soldados por su habilidad así en el hablar como en tratar, juntase alguna gente; el cual, entre otros vecinos y naturales con quien él allí trató y tuvo amistad, fueron estos Silvas, gente de mediana hacienda y linaje y juveniles en la edad y aun en el juicio, a los cuales fácilmente atrajo a sí Alonso de Herrera, para que deshaciéndose del patrimonio y bienes que allí tenían, los gastasen en armar un navío o los que pudiesen, y en ellos metiesen los soldados y gente que hallasen, para ir con el comendador Ordás en demanda de aquella rica por fama e incierta noticia del Marañón, y con esto no sólo adquirirían títulos de capitanes y personas principales y preeminentes mas tenían tanta mano en el negocio del gobierno de la gente y tierra que se descubriese y poblases como el propio gobernador; y poniéndoles por delante demás de las adulaciones dichas, las muchas riquezas, aunque violentamente habidas, que en aquellos tiempos de las Indias se llevaban a España, que aunque no eran tantas ni tan lícitamente habidas como las de estos tiempos, parecían ser en tanto número por ser la tierra nuevamente descubierta.

Determinados los Silvas de hacer lo que Alonso de Herrera les rogaba, pareciéndoles venirles muy bien y a pelo el negocio, con una incierta y vana esperanza se deshicieron de los bienes y hacienda que en ella tenían, y comprando una nao y una carabela o navío, comenzaron a ponerse a punto de proseguir y salir con su jornada adelante, convocando y atrayendo a su compañía muchos amigos y conocidos de los que en aquella isla tenían, los cuales con ver a estos vecinos deshacerse de sus heredades y dejar la cierta y mediana pasadía que tenían, por meterse debajo de lo que la fortuna con ellos quisiese guiar, fácilmente se dispusieron a seguirlos, y así juntaron más de doscientos hombres.

Estando ya a punto estos capitanes con su gente y navíos para se partir en seguimiento de su capitán y gobernador, llegó a la misma isla de Tenerife, al propio puerto de Santa Cruz, donde estaban surtos los navíos de los Silvas, un galeón de un caballero portugués cargado de mercadurías y de otras cosas que para el sustento de aquella isla se traían, en el cual asímismo venía una doncella de poca edad, hija o parienta del señor del galeón. El que venía por maestre de este galeón, o por enojo que de su dueño tuvo o por otra diabólica codicia que a ello le movió, trató con Gaspar de Silva, que era hermano mayor de los tres, que se apoderase en el galeón y en todo lo que en él estaba y lo llevase consigo. Gaspar de Silva dejose fácilmente vencer de su codicia, e hizo lo que el maestre del galeón le decía, del cual apoderándose contra toda razón y justicia, echó los demás que contra su opinión y voluntad estaban en él y dioles en recompensa la nao que tenía para su viaje, que era ya vieja y maltratada con el mucho trabajo, y de lo que le pareció pasó al otro navío que él antes tenía, en el cual pensaba navegar con la doncella que en el galeón había venido. Repartiendo la gente que allí tenía hecha en el galeón y navío, metió a sus dos hermanos, llamados Juan González y Bartolomé González, en el galeón por capitanes de él y él se metió en la carabela.

Haciéndose a la vela tomaron su derrota a las islas de Cabo Verde, como el gobernador Ordás les había mandado, a donde en pocos días llegaron; y saltando en tierra a tomar algún refresco para la mar, procuró aprovecharse más de lo que era razón a gente de su nación, robando todos los ganados y otras cosas que pudo haber contra la voluntad de sus dueños, y aun casi a manera de amotinado, robó y despojó algunos portugueses que en la isla a manos halló, todo lo que tenían, y dejándolos despojados de sus haciendas se embarcó y prosiguió su viaje, en el cual porque se efectuasen todos los géneros de maldades, forzó y corrompió a la doncella que en el galeón había tomado con las otras cosas.

El galeón era más ligero en el navegar, y así en el camino se adelantó, y dejando atrás a la carabela en que iba Gaspar de Silva, se fue dando vista al río Marañón y a los demás puertos que por allí había, y viendo que en todos ellos no había rastro ni señal de los navíos del comendador Ordás, embocó por las bocas del Drago, y fue derecho a dar al puerto de Paria, donde halló que estaba surta la nao capitana. El comendador sintió muy gran alegría y contento de ver venir la gente que atrás había dejado, y haciéndose su salva y manera de recibimiento los unos a los otros, surgió el galeón de los Silvas, y saltando en tierra fueron muy bien recibidos de su gobernador, y viendo que tan bien proveídos venían, aunque no sabía a cuya costa, y que no sólo traían lo que había menester, mas otras muchas cosas para vender a los que en la tierra estaban, se alegró muy mucho más y les rindió más particularmente las gracias, dándoles licencia que pudiesen vender lo que traían sobrado como quisiesen.

Mas Dios nuestro Señor, que no consiente que semejantes maldades pasen ni queden sin castigo, permitió que dos soldados que en el galeón habían venido, llamados Hernán Sánchez Morillo y Briorres, que no debían de haber sido consentidores en las maldades de los demás, dieron noticia al gobernador Ordás de lo que los Silvas tan malvadamente habían hecho, así en haberse alzado con el galeón y todo lo que en él venía, como el corrompimiento y fuerza de la doncella y robos hechos en Cabo Verde, lo cual no curando disimular el gobernador, antes procurando y deseando que se les diese el castigo que semejantes negocios merecen, mandó luégo a Gil González de Avila, a quien él tenía por su alcalde mayor, que prendiese a los dos hermanos que venían en el galeón y que haciendo información sobre los crímenes de que le habían dado noticia, hiciese justicia de ellos y castigase a todos los más culpados. El alcalde mayor puso luégo por obra lo que su gobernador le mandaba, y habida información bastante sobre ello, cortó las cabezas a los dos hermanos Juan y Bartolomé González, y afrentó y azotó a otros participantes de dichos delitos, a cada uno según tenía la culpa. Donde a pocos días llegó a esta fortaleza Gaspar de Silva, el hermano mayor que había quedado atrás, y halló que se había ya partido el comendador en demanda y seguimiento de su jornada al río de Uriaparia, en cuya busca y alcance se fue luégo, a los cuales alcanzó luégo a la entrada del propio río Uriaparia, mostrando mucha alegría con voces y artillería que soltó de su carabela, y se metió luégo en un esquife y se fue a la nao capitana a besar las manos al gobernador Ordás, el cual luégo lo mandó prender y se hiciese justicia de él como de sus hermanos, y lo llevaron a enterrar a una isleta pequeña que allí cerca hacía el río, llamada Peratabre, la cual desde en adelante se llamó la isla de Gaspar de Silva; y de esta suerte estos tres hermanos hubieron y recibieron la pena que su loco atrevimiento e infames hechos merecieron, participando del castigo y pena todos los demás soldados y otras personas que habían sido participantes de los delitos, cada cual según tenía la culpa como arriba referí.

Todos los bienes y mercadurías que estos Silvas robaron, así en el galeón como en Cabo Verde, y los demás que ellos traían por suyos, fueron secuestrados y vendidos y encargados a los que allí venían por oficiales del rey para que ellos pusiesen en cobro.

De esto se puede conjeturar cuán más y mejor hubiera sido a estos Silvas contentarse con su mediana pasadía y no procurar o pretender por inciertas vías y medios adquirir vana honra, especialmente siendo tan inciertos los bienes y prometimientos de la fortuna, pues como es notorio, por uno que en las Indias sube y alcanza mayor dinidad y estado y más prosperidad de riquezas, descienden y se pierden diez de mayores quilates que aquel que subió, como nos lo muestra la experiencia de muchos mayorazgos que con vana esperanza de ser más ricos, se han deshecho en España de sus patrimonios con que honrosamente sustentaban la memoria de sus mayores, y pasando a las Indias y perdiendo y gastando el aparato que de España sacaron, han venido a morir miserable y pauperrísimamente, y aun a muchos de ellos en poder de indios caribes y de tigres y otros animales en cuyos vientres han sido sepultados, careciendo de la materna sepultura, y lo que más es de sentir, de los beneficios y sufragios que en sus tierras se les hicieran, de que pudieran gozar no siguiendo la vanidad ni dejando lo cierto por lo dudoso, como el vulgar refrán dice.

Capítulo doce

Cómo Ordás partió de la fortaleza de Paria y entró por el río de Uriaparia arriba, y la gran mortandad que sobre su gente vino. |

En hacer los bergantines y barcos necesarios para la navegación del río, se tardó y detuvo el comendador Ordás en la fortaleza y su provincia, dos meses, a cabo de los cuales, estando ya todas las cosas a punto y los barcos hechos, determinó partirse con su gente y armada, y porque los negocios de los descubrimientos y jornadas son tan varios e inciertos como por las experiencias se habían visto y cada día se ven, acordó el comendador Ordás dejar gente en aquella fortaleza, porque si en el río se perdiesen y escapasen algunos soldados, hallasen a la mano auxilio y favor dónde guarecerse y librarse y no fuesen de todo en todo perdidos y destrozados; para el cual efecto apartó cincuenta hombres de los que más aptos le parecieron para sufrir el trabajo que allí se había de padecer, y dándoles por su caudillo o capitán a Martín Niañez Tafur, uno de los principales y señalados que él traía en su campo, que hoy es vecino y vive en la ciudad de Tocaima, del Nuevo Reino de Granada, se partió de la fortaleza dejándoles instrucción de lo que habían de hacer y el tiempo que lo habían de esperar.

Otros dicen que el propósito de dejar Ordás en esta fortaleza esta gente fue temiéndose que había de volver Antonio Sedeño, de Puerto Rico, con alguna gente apoderarse en esta tierra de Paria y para que hallase quién se lo contradijese y resistiese y si fuese necesario le prendiesen y quitasen la gente que trajese o hiciesen sobre ello lo que les pareciese. Demás de lo dicho hay otra opinión acerca de esto, la cual tengo yo por más cierta, aunque todas juntas podían haber concurrido en el gobernador Ordás, y es que al tiempo que él se partió de España dejó en el río de Sevilla una nao llamada Maestra y Capitana y a un capitán para que hiciese doscientos hombres o los que pudiese y fuese en su seguimiento y socorro, y para que si esta nao, en el ínterin que él andaba en el río de Uriaparia, aportase por allí, tuviese quién le diese aviso y noticia de la derrota que él había llevado y acudiesen a donde él estaba con la gente y nuevo refresco y socorro que le trajesen, dejó este capitán con la gente dicha.

Sea como fuere, Martín Niañez Tafur quedó en la fortaleza de Paria con sus cincuenta soldados, y el gobernador se partió, como he dicho, con su armada de naos y bergantines y se fue derecho a la boca del río de Uriaparia, por el cual comenzó a entrar navegando con su armada; y aunque tenía harta hondura y no mucha corriente para estorbar la navegación de la nao capitana, era el gran estorbo e impedimento la falta de viento marítimo, que todo lo más del tiempo les era calmo y si corría les era contrario; y así les fue forzoso de usar de fuerza y maña para sufrir la falta del viento y subir la nao capitana por el río arriba, que por aquellos sus principios, cuanto a su entrada y fines, cuanto a su nacimiento, venía y estaba tan llano, ancho y hondable y navegable, que parecía a los ojos de los que lo miraban que casi no se movía el agua. Echaron toda la gente que pudieron en los bergantines y barcos de remo que habían hecho, y atando las popas de ellos desde la proa de la nao con diferentes maromas y guindaletas, llevábanla con muy gran trabajo de todos los que en la armada iban, la nao navegando, supliendo con la fuerza de sus brazos la falta del viento.

Con esta nueva manera de navegar, aunque de extraño trabajo para los soldados, iban subiendo y metiendo la nao capitana el río adentro, tan poco a poco que casi no la podían mover por su grandeza y pesadumbre, y también porque es verisímil que cualquier navío o nao navega muy más pesadamente por las lagunas, ríos y aguas dulces que no por la mar, la cual es mucha parte a que con más facilidad y ligereza se muevany naveguen por ella los navíos, aunque estén muy cargados.

Este mismo trabajo padecían los pobres españoles con el otro galeón pequeño que los Silvas armaron en Tenerife, que también lo traían allí con los bastimentos y otras cosas necesarias que de España habían traído para avío de su jornada.

Antes que Ordás saliese de la fortaleza, entre las otras nuevas que les dieron los naturales y cosas que le dijeron, fue cómo a la entrada del río de Uriaparia estaba el pueblo y señor de Uriaparia; y como llevase ya las señas de esto, y hacia la parte do caía, túvose siempre a aquella banda con su armada, y navegando obra de cuarenta leguas que estaba este pueblo de Uriaparia el río arriba, fue tan grande el trabajo que la gente padeció, así en el llevar y subir de la nao y galeón el río arriba, como con enfermedades y hambres que les sobrevinieron de la región y constelación de aquel río, que en la distancia de estas cuarenta leguas que trabajaron para llegar a Paria, murieron y perecieron cuatrocientos soldados, poco más o menos, y era tan mala y pésima esta región y tan corrutos y empecedores los aires y vapores que en este río se congelaban, que acontecía, en haciéndose muy poca sangre o en picando un murciélago, o de otra ocasión que se les hiciese alguna pequeña llaga, luégo les caía cáncer, y hubo hombres que en una noche y un día les consumía el cáncer toda la pierna desde la ingle hasta la planta del pie, y así se veían morir los unos a los otros con estas enfermedades y con hambres que tuvieron, a causa de estar por allí la tierra muy anegada y cubierta del río, y no poder ir los bergantines a buscar comida a ninguna parte; y con todas estas calamidades, muertes y hambres y necesidades, jamás se pudieron persuadir a dejar de proseguir su viaje y jornada y volverse a la fortaleza de Paria a intentar esta entrada por otra parte de menos peligros y riesgos.

| Capítulo trece

Cómo el comendador Ordás llegó con sus naos al pueblo de Paria y echó
la gente en tierra, y los indios les dieron de noche una guazabara.

Con estos trabajos, pérdidas y menoscabo de su gente, llegó el comendador Ordás con su armada al pueblo de Uriapania, que estaba cerca de la barranca del estero o anegadizos; que el río por allí es de tal hondura que hasta la propia barranca llegaban las naos navegando.

Los naturales de este pueblo, aunque se espantaron y maravillaron de ver aquellos navíos tan grandes y la nueva manera de gentes que en ellos venían, no quisieron ausentarse ni dejar su pueblo, confiados en su mucho número y valentía, porque era este pueblo de cuatrocientos bohíos o casas grandes y los indios, flecheros y guerreros y muy belicosos, a quien temían y respetaban por sus tiranías y atrevimientos todos sus comarcanos.

El comendador saltó en tierra con toda su gente, y aunque la extraña necesidad que de mantenimientos llevaba le obligaba a tomarlos por la vía que pudiese de aquel pueblo, no quiso, aunque de ellos tenían los indios en mucha abundancia de todo género de pescado y legumbres, por no dar ocasión a estos bárbaros a que se desmandasen y quejasen de él, y así, apartado del pueblo obra de un tiro o dos de arcabuz, se alojó lo mejor y más seguramente que pudo y le pareció que convenía, y luégo, por vía de buenos medios y rescates, comenzó a tratar con los indios y a inducirles a que le trujesen algunos mantenimientos para el sustento de la gente, lo cual los indios fácilmente hacían, mediante la buena paga de rescates y cosas de Castilla que les daban.

Pasado poco tiempo de como el gobernador y su armada llegó a este pueblo, los indios, como son tan mudables, quisieron acometer a los españoles por tentar sus fuerzas y por ver quiénes eran y si eran belicosos como ellos; y para efectuar su propósito tomaron por ocasión bastante el andar unos puercos que el gobernador había llevado de España, que serían hasta treinta, machos y hembras, cerca de sus casas y poblazón, y acordaron de matar una noche todos los puercos y un español que los guardaba, el cual, o por indicios o por otras señales que vio, coligió lo que querían hacer, y apartándose la propia noche de donde traía su ganado, fue a dar aviso al gobernador de lo que los indios querían hacer. El gobernador, no satisfaciéndose de lo que aquel soldado decía, creyendo que con el temor de verse solo se le habría representado aquello, envió diez soldados con sus armas a que disimuladamente entendiesen lo que los indios hacían, los cuales habían salido de mano armada a matar aquel que guardaba los puercos, y no lo hallando se estuvieron quedos a ver si volvía, y ellos en aquesto estando, llegaron los diez soldados que por espías Ordás enviaba, a los cuales recibieron con las armas en las manos, y dando en ellos mataron los cinco, y los otros, por ser más ligeros o hallarse más apartados, se escaparon y dieron aviso del suceso al comendador, el cual, alborotándose con más aceleración de la que era razón, sin orden y concierto de guerra, se partió luégo con todos los que le siguieron al pueblo de los indios, para haber venganza de aquella injuria y desacato hecha a él y a su gente.

Los indios, que aun no habían resfriado el calor o ánimo que el vino les había puesto, porque, como es notorio, es general costumbre en todas las Indias que cuando los indios han de ir a hacer alguna guerra o dar alguna batalla, que por otro nombre llaman guazabara, los principales sacrificios y oraciones que hacen para haber victoria, es al dios Baco, aforrándose con unas coracinas de vino que ellos artificialmente hacen, con lo cual, como hombres fuera de juicio, muchas veces pelean valiente aunque desatinadamente; y como todavía tenían el ardor en el cuerpo, llegó el comendador y los suyos a tiempo que recibieron de los indios más daño que provecho, porque se defendieron tan valientemente con su flechería, que hicieron mucho daño en la gente del gobernador, y ellos no recibieron ninguno, porque como era de noche y los indios peleaban en su propio pueblo y tierra, sabían muy bien por dónde habían de acometer a los españoles, lo cual por el contrario les era dañoso a los cristianos, que no sabían por dónde habían de atravesar ni arremeter, y así le fue forzoso al gobernador retirarse luégo a la hora para no recibir más daño del recibido y volverse a su alojamiento.

Los indios, viendo retirados a los españoles, y pareciéndoles que la ventaja que habían tenido se le había dado la noche y escunidad de ella, y si el día les tomaba allí podrían tornar a perder la victoria y honra que habían ganado, con gran daño y pérdida suya, luégo sin ser sentidos de los españoles, embarcaron por otra parte del estero o ciénaga sus mujeres e hijos y todas sus baratijas, y porque con el mantenimiento que en los bohíos había no les quedase niguna cosa ni sustento a los españoles, les pegaron a todos fuego, de suerte que ninguna cosa que de provecho fuese pudo quedar de toda cuanta comida en ellos había, lo cual causó doblado dolor y hambre en todo el alojamiento de los españoles, por no tener por allí cerca ningún recurso ni de dónde poderse proveer de maíz y de otras comidas de la tierra, y así en el tiempo que en este pueblo estuvieron su principal sustento, y aun todo, era gran cantidad de pescado que allí se tomaba, con lo cual pasaban y sustentaban la vida.

Acerca de la pelea que Ordás tuvo con los indios, dicen otros españoles de los que de ello han dado noticia, que al tiempo que los diez soldados que el gobernador envió por espías llegaron al pueblo, que los indios que ya estaban puestos en armas, alzaron muy gran grita, conforme a su general costumbre, y dieron en los diez soldados, y que a estas voces y alborotos acudió el gobernador Ordás que, como de suso se ha dicho, estaba alojado obra de un buen tiro de arcabuz del pueblo, con la gente que le pudo seguir, los cuales recibieron el daño que se ha dicho.

Como ello haya sido, él lo hizo inconsideramente y no conforme a la orden y usos que en las Indias se tiene en semejantes tiempos y ocasiones, y así es culpado de todo el daño que aquí recibieron sus soldados, así de las heridas que los indios les dieron como de la falta de comidas y mantenimientos que tuvieron por haber quemado los indios el pueblo.

Capítulo catorce

Cómo dejando el comendador Ordás los enfermos en Paria con Gil González de Avila, se partió con la demás gente y fue al pueblo o provincia de Carao, y de la noticia que tuvo de Guayana. |

Venido el día y viendo el gobernador que todos los bohíos con la comida que en ellos había, estaban quemados y que allí no se podía sustentar tanta gente, por estar lejos y apartados de las demás poblazones de indios, acordó con la brevedad posible dar orden a su jornada para pasar con ella adelante; y porque la carga de los enfermos que traía no le fuese enojosa y estorbo para su viaje, acordó dejarlos en aquel sitio, haciendo una trinchera a la redonda del alojamiento para guarda y reparo de la gente; y dejando con los enfermos otros veinte y cinco hombres que los guardasen y defendiesen, y por su caudillo a Gil González de Avila, se partió en los bergantines con el resto de la gente, que serían más de cuatrocientos hombres, dejando asímismo en el propio estero la nao capitana y el galeón, y se fue derecho a una poblazón y provincia que estaba de la otra banda del río, llamada Carao, los naturales de la cual le recibieron amigablemente proveyéndolos de las comidas y otras cosas para sustento, aunque algunos quieren decir que en este pueblo o provincia de Carao fueron recibidos como enemigos y les dieron los indios dos guazabaras, y después, viendo lo poco que ganaban o habían ganado en ellos, procuraron aliarse y confederarse con los españoles.

El gobernador se estuvo en esta poblazón, reformando, ciertos días, en los cuales los indios le dieron noticia de que cerca de su provincia y territorio había otras de muchos naturales y riquezas, y que si querían ir a ellas, que ellos les llevarían a ellos y a todo su aparato. El gobernador Ordás estaba perplejo en ello, porque le parecía que podía ser más cierta la noticia que los indios le habían dado del río arriba, que la que en aquel pueblo entonces le daban, y que lo podían hacer los indios por meterlos la tierra adentro y hacerles algún daño; y como todavía los indios le importunasen a que fuesen donde ellos les decían y querían llevar, porque no le tuviesen por pusilánime, acordó hacer la experiencia del negocio con riesgo ajeno, y así envió a Juan González, que era el que Sedeño había dejado en la fortaleza de Paria, con veinte hombres, a la noticia que aquellos indios le daban, la cual era lo que ahora llaman Guayana, con intención y voluntad de que los indios le matasen, porque parecía que lo traía consigo con alguna pesadumbre, temiéndose que en vengarse del agravio que le había hecho en quitarle la fortaleza, no convocase o induciese algunos soldados para que se volviesen y lo dejasen.

El Juan González, con otro ánimo e intención de la que su capitán tenía, aceptó la jornada y se fue con sus compañeros la tierra adentro a do los indios lo guiaron y llevaron a las provincias y rica noticia de Guayana, tierra muy poblada y apacible y de innumerables riquezas, cuyos naturales lo recibieron muy amigablemente y le proveyeron de muchas comidas y algunos indios que con él volvieron; y habiendo gastado en la ida y vuelta espacio de veinte días, llegó a do había dejado a su gobernador, el cual es de creer que no recibiera tanto contento en verle como todos los demás del campo recibieron, pues le había enviado a fin de que lo matasen, y cierto lo tenía ya por muerto; pero él volvió vivo y con muchas cargas de pescados y carne de venados y con las buenas nuevas de la tierra que había visto, con todo lo cual dio más alegría de lo que se puede escribir; y con todo esto jamás quiso Ordás ir en demanda de esta tierra, sino seguir sus primeros desinos, que eran subir el río arriba.

Sobre esta entrada de este Juan González en tierra de Guayana hay otras dos maneras de opiniones, dichas asímismo por soldados que de la propia jornada salieron. La una es, que dada esta noticia por estos indios de Carao, el gobernador no osaba o no quería enviar gente a ella, y viendo esto el Juan González trató con el gobernador le diese licencia para con cierto principal de aquella provincia ir a ver aquella tierra que los indios decían, y el gobernador, deseando que los indios lo matasen, le dio licencia, el cual fue con un principal de aquella provincia, y llegando a vista de la noticia que los indios les daban, le salieron los naturales de ella de paz en cantidad, con abundancia de comidas, y que de allí lo hicieron volver, y vuelto no dio relación de haber visto ninguna tierra ni provincia que pareciese estar poblada ni rica. Lo otro que dicen es que estando el gobernador para hacer justicia de este Juan González, a su pedimento y por ruego de muchos de su campo, en pena de su delito, le conmutó la muerte en que se fuese como, desterrado a su aventura, a vivir y estar con los indios, y que yendo el Juan González, en cumplimiento de su destierro, se metió la tierra adentro y fue a portar a una provincia muy poblada y de muchos naturales y muy ricos de oro, los cuales lo recibieron amigablemente, y dándole algunas joyas le tornaron a enviar a su capitán, y que el Juan González, por no dar ninguna alegría ni buena esperanza al gobernador había dado o vuelto las joyas a los indios y se había tornado desde a cierto tiempo a donde estaba su capitán, al cual rogaron todos los soldados que perdonase a Juan González, el cual lo hizo así, pero con todo esto jamás le pudieron persuadir a que dejasen la derrota tan trabajosa que llevaban agua arriba y se fuesen en demanda de esta tierra que tan ahincadamente les querían dar en las manos los indios de aquella provincia; y así mandó aprestar su gente y bergantines, que ya estaban descansados y reformados por haber días que habían allí reposado, para proseguir su contumaz opinión e incierto viaje.

| Capítulo quince

|Cómo el comendador Ordás salió con su gente de la provincia de Carao y
| fue navegando el río arriba a donde el propio río es llamado Urinoco.

Aprestada ya la gente y bergantines para partirse del pueblo o provincia de Carao, entendiéronlo los naturales de aquella provincia, los cuales debajo de la paz y amistad que con los españoles tenían, quisieron usar de cierta manera de traición, y cuando más ocupados y elevados estuviesen los españoles en aprestarse y aderezar las cosas necesarias para su navegación, dar sobre ellos repentinamente y matarlos. Este trato no fue tan oculto ni secreto que por insignias y conjeturas que los españoles vieron, presumieron el hecho que los indios pensaban, y habiendo algunos a las manos, interrogándoles sobre el caso disimuladamente, secretamente supieron y entendieron de ellos lo que toda la demás gente tenía ordenado, lo cual averiguado y sabido por cosa cierta por el comendador Ordás, determinó no dejar aquellos indios sin el castigo que sus cogitaciones merecían, y así so color debajo de la amistad que con ellos tenían, los hizo llamar y parecer ante sí y entrar en su bohío, fingiendo que se quería informar de ellos de algunas cosas de importancia, dándoles algunos rescates y otras cosas para con más facilidad engañarlos y atraerlos sin ruido a lo que quería y pretendía, de los cuales metió en el bohío los más de los que allí a mano pudo haber, y por abreviar con la ejecución de la injusticia y distinguir cuáles habían sido los más culpados e inventores de la traición, y dar a cada uno el castigo según tuviese la culpa y hubiese delinquido, como todo buen juez lo debía hacer, hizo pegar fuego al bohío, y quemando todos los que dentro estaban, castigó con este abominable género de pena y punición a inocentes y culpados, imitando en esto más la crueldad y rústica costumbre de los propios bárbaros que las leyes de equidad y costumbres que su rey y mayores siempre han usado, castigando antes con clemencia semejantes delitos y perdonando los culpados que puniendo los inocentes y sin culpa, como es cierto que de todo género y condición habría en éstos que aquí se quemaron.

Y hecho esto, y satisfecho Ordás del motín de los indios, puso en efecto su partida, y embarcando toda su gente en sus bergantines, comenzó a navegar el río arriba con excesivo trabajo de los pobres soldados, porque ellos eran remeros, marineros y soldados, así para en el río como para por tierra; y navegando con este intolerable trabajo corporal que en subir los bergantines tenían, al cual se les añadía la gran hambre que por la mucha falta de comida y rara poblazón de naturales que en aquella tierra había pasaban. Sufriéndolo y soportándolo con los buenos ánimos con que todas las adversidades se vencen, llegaron a un pueblo de indios llamado Cabutu que estaba poco menos de doscientas leguas de la mar, arriba del cual atravesaba el río una cinta o cingla de peñas por debajo del agua, de tal suerte que hacía correr el agua con tanta furia que casi no podían mover los bergantines hacia arriba; y aunque con la falta de la comida iba la gente algo debilitada, por pasar adelante y ver si podían llegar a la noticia, procuraban, como suelen decir, sacar de flaqueza ánimos, y mostrando su poder contra la propia naturaleza que aquella parte del río había puesto adversa a toda navegación, la pasaron y navegaron, como he dicho, a pura fuerza y con ingenios artificiales que para ello hicieron.

Esta cingla o cinta de peñas dicen que se causa y hace de un río que junto a ella entra a este de Uriaparia, hacia la mano derecha agua arriba, que es llamado el río de Meta.

Pasado este trance prosiguieron su viaje con el acostumbrado trabajo, y habiendo navegado obra de cien leguas, toparon otro salto y estrechura que el propio río hacía, por donde ni fuerza ni maña eran bastantes a subir por él arriba los bergantines. Visto por el comendador el justo impedimento que para adelante tenía, acordó tomar tierra y ranchearse en ella para ver si podía hallar alguna claridad de la noticia que de abajo traía, y consultar y tratar con su gente lo que se debía hacer que más conveniente fuese a todos. En este paraje este río de Uriaparia había ya perdido el nombre, y según pareció por la lengua de los propios naturales que por aquí se tomaron, dijeron llamarse Urinoco, y este nombre Urinoco viene corrompiéndose desde sus nacimientos, que está a las espaldas del Nuevo Reino de Granada, hasta este paraje donde se llama Uricono, y abajo se llama Uriaparia por respeto de aquel pueblo tan señalado de Uriaparia y gente que abajo tiene, de que hemos escrito arriba; y esta costumbre de no turar el nombre de los ríos desde sus nacimientos hasta sus fines, es muy general en todas las Indias, y en algunas partes de España, y en todo el mundo.

Capítulo dieciséis

Cómo el gobernador Ordás saltó en tierra de Urinoco y tuvo guerra con los indios, los cuales le dieron noticia de la riqueza de aquella tierra, por lo cual determinó dar la vuelta a la mar. |

Habiéndose llegado a una de las barrancas del río el gobernador con su armada, los indios de la tierra, que no debían estar muy lejos ni descuidados, comenzaron a flechar y tirar de sus armas arrojadizas a los bergantines, para ofender y hacer mal a aquella gente tan nueva para ellos, y usando de voces y otros instrumentos de que generalmente acostumbran usar en semejantes actos. El gobernador, viendo que demás del atrevimiento que los indios habían tenido en acometerle, con el cual le habían dado muy justa ocasión para saltar en tierra a vengar sus injuriales razones, las cuales eran cosa muy necesaria, y conveniente tomar algún indio de aquellos para guía y claridad de lo que pretendía saber, lo más apresurada y recatadamente que pudo llegó sus bergantines a tierra, y echando toda la más de la gente, procuró fortificarse de suerte que antes pudiese ofender que ser ofendido, y con esto, Alonso de Herrera, su maese de campo, que era buen hombre de a caballo, puso muy gran diligencia en echar fuera los caballos que llevaban para en ellos más a su salvo hacer la guerra, y con la soberbia presencia de estos animales espantar y amedrentar los indios, los cuales, viendo que no habían sido parte para resistir a los españoles la entrada y saltada en su tierra, acordaron hacerle la guerra en otra forma, y fue que, como toda aquella tierra cercana, a donde los españoles habían saltado, era paja y heno, que por otro nombre llaman sabana, pusieron fuego a la redonda, para con sus llamas y calor ahuyentar los españoles, los cuales estaban ensillando sus caballos y armando sus personas para más seguramente dar en los indios; y viendo el fuego que sus contrarios habían puesto, usaron de contrafuego, poniendo ellos también, por la parte donde estaban, fuego a la sabana, para que yendo tras él por lo quemado llegasen a sus enemigos sin recibir daño de ellos ni de su fuego, porque con la mucha llama y humo no se veían los unos a los otros.

Llegaron de repente los de a caballo, con otros que de a pie los siguieron, y dando en los indios los ahuyentaron, hiriendo y alanceando algunos de ellos, de los cuales tomaron vivos dos indios para saber de ellos dónde estaban o qué paraje de tierra era aquél, y si era cierta la noticia que de aquella tierra les habían dado los indios de Paria; y aunque no tenían intérpretes que entendiesen aquella lengua y gentes, por señales procuraron saber y entender lo que deseaban.

Y entre las demás cosas que del indio se informaron y supieron, fue esto, aunque algunos quieren decir que uno de los indios, viéndose en poder de los españoles, con más curiosidad de la que (de) un bárbaro como éste se esperaba, preguntó o por señas dio a entender a los españoles qué querían o qué buscaban por aquella tierra donde hasta entonces jamás habían tenido noticia de españoles ni de gente de su jaez, y por el capitán y gobernador le fue mostrado un pedazo de hierro, dándole a entender que venían a buscar adonde hubiese mucho de aquello, el cual indio, viéndolo y mirándolo, dijo que por allí no había semejante metal ni cosas como la que se le enseñaba. Mostrole el gobernador, o hízole mostrar una paila, dándole a entender que de aquel metal buscaban; y tomándola el indio en las manos, y refregándola oliola, y como el latón tiene en sí un cierto hedor de herrumbre, conoció no ser oro y dijo que no había de aquello por aquellas provincias. Señaláronle y mostráronle los caballos, para saber lo que decía, y así respondió, que como los caballos en aquella tierra no había, pero que se criaban otros más pequeños, mas que no subían los indios en ellos, los cuales eran dantas: generalmente las hay en todas las Indias.

Otras muchas cosas de España se les mostraron que no las suele haber en semejantes partes de las Indias, donde nunca entraron españoles, y a todo dijo que no había, y a la fin le vinieron a mostrar una sortija o anillo de oro que el gobernador traía en el dedo, y mirándola el indio, y conociendo que era oro después de haberle estregado y olido, dijo que de aquello había mucho atrás de una cordillera que a mano izquierda del río se hacía, donde había muy muchos indios, cuyo señor era un indio tuerto muy valiente, al cual si prendían, podrían henchir los navíos que traían, de aquel metal; mas que les avisaba que para ir a donde aquel señor estaba eran muy pocos cristianos; que sin llegar al pueblo del principal había muchos indios, que los desbaratarían y matarían, y en esto se afirmó mucho este indio. Preguntáronle que si había venados en aquella tierra donde estaba aquél, y dijo que sí, y que también había otros como venados en que andaban los indios caballeros, los cuales se entiende ser ovejas de Pirú. Enseñósele a este indio una botija o vasija vidriada de España, y certificó y afirmó tener aquellos indios vasijas de la propia color y barro; y aunque después sobre estas cosas le fueron hechas diferentes y varias preguntas por ver si discrepaba o variaba, jamás hizo diferencia de lo que dijo a lo que había dicho al principio acerca de esta noticia, por lo cual el gobernador y su gente la tuvieron por cierta, y así se les movió los espíritus para ir allá y haberla o morir en la demanda.

Mas el gobernador, a cuyo cargo estaba todo, no le parecía cosa acertada entrar tan pocos soldados como allí estaban, en una noticia y tierra de tanta gente, donde no sólo aventuraban de que los matasen a ellos, mas a todos los demás que (en) el pueblo y fortaleza de Paria habían quedado; y tratando y comunicando sobre ello muchas veces con sus soldados y gente, a los más les pareció que era acertado acuerdo el que su gobernador tenía, porque demás de ser tan pocos como eran, no habían de dónde fácilmente les pudiese venir socorro, ni menos había gente para poder volver el río abajo a dar aviso y mandado a la gente que había quedado en los lugares referidos y a la demás que de España esperaban de la nao Marineta; y que dando la vuelta y juntando toda la gente y la demás que de España viniese, con más facilidad y mejor orden podrían salir con su empresa, intentándola por tierra desde la costa de la mar que por aquel tan trabajoso río de navegar, así por sus furiosas corrientes como por la falta de comidas y naturales que por él había, lo cual se podría fácilmente hacer por Cumaná, donde a la sazón estaba una fortaleza con alguna gente española y les sería gran lumbre y guía para seguir el viaje de tierra. Y platicado esto, les pareció bien a todos, y así determinó el gobernador dar la vuelta con el resto de la gente que le había quedado, que sería casi cuatrocientos hombres.

Algunos quieren decir que este parecer de volverse desde aquí el gobernador y su armada, que los soldados dieron, fue más por verse fuera del gobierno y jurisdicción de don Diego de Ordás que no porque no fuese parte para dar vista a la tierra, porque pues eran pocos menos de cuatrocientos hombres, claro está que podrían llegar y ver cualquier poblazón por grande que fuese, mas el gobernador, con su grande arrogancia y mala condición tenía tan contra sí a todos los más del campo, que si no temieran la infamia y pena, ellos hubieran procurado su libertad; habiendo el gobernador Ordás, con su severidad, causado de que muchos soldados, demás de ser oprimidos del gran trabajo que pasaban y les daba de la gran hambre que padecían, y les trataba tan mal de palabra, que perdiendo la consideración cristiana que debía tener, con un cierto género de desesperación se saliesen y huyesen de su compañía y se metiesen por los arcabucos y entre los pueblos de los bárbaros, donde es de creer que habrían y recibirían crueles y miserables muertes, y muchos de los que allí estaban habían sufrido esta inmensa soberbia y mala condición de este capitán, por no perder con las vidas las ánimas.

Estas y otras consideraciones tenían muy apartados los ánimos de muchos soldados de seguir a este gobernador, pareciéndoles que si en tierra rica daban, que sería mayor suplición y tiranía, y así aprobaron y tuvieron por cosa acertada el dar la vuelta a la costa, donde fácilmente, y por estar tan cerca de allí Cumaná y la isla de Cubagua, en aquel tiempo floreciente de españoles por las muchas perlas que en aquella costa se sacaban y esclavos que se hacían, se podrían salir y quitar del dominio y mando de aquel su tan severo gobernador.

|Capítulo díez y |siete

De cómo Ordás con la gente que le quedó, dio la vuelta el río abajo y llegó al pueblo y fortaleza, donde halló los españoles que había dejado. |

O por la determinación del gobernador o por la flojedad que en los soldados había para proseguir la jornada, por las causas ya dichas, dieron la vuelta contra toda razón y disciplina militar que en las Indias, en semejantes jornadas, han acostumbrado los descubridores y pobladores de ellas; pues tan a la mano tenían la tierra, estaban obligados a darle vista, aunque no fuera más de por ver si era verdadero o había algunas insignias de ser verdad lo que el indio les había dicho, lo cual eran parte para hacer cincuenta hombres, quedando los demás en guarda de los bergantines, y así dejaron oscura aquella noticia, pudiendo traer claridad de ella, lo cual ha sido causa que nunca más se haya movido ninguna persona a procurar esta jornada y hacerla, y el trabajo de tanto tiempo como gastaron en subir el río arriba, a costa de tanto número de españoles como en él murieron, fue inútil y sin ningún efecto, y a las veces el mucho deliberar | 30 y tardar en semejantes negocios redunda en infamia del capitán y daño de sus soldados, pues es de creer que como los había llevado hasta allí, los podía llevar lo poco que quedaba. Yo soy cierto que si tanto pesaran en los principios de los descubrimiento de Pirú y Nueva España y Nuevo Reino de Granada, Cortés y Pizarro y Jiménez de Quesada, los sucesos del medio y fin de sus jornadas que nunca salieran a luz con sus empresas; mas ellos, desechando los varios pareceres de algunos soldados, que con ánimos amedrentados les daban, quisieron más probar sus fuerzas y saber y conocer lo que la fortuna les tenía guardado, que incauta y medrosamente dar la vuelta de las puertas de sus casas, como este capitán hizo; los cuales fueron muchas veces forzados a ello por la gran multitud y poderío de sus contrarios que lo pretendían, haciéndoles grandes daños en sus propias personas, resistiéndoles por todas las vías que pudieron, mas ellos, por no ser mal mirados con su propia fortuna ni volverle las espaldas al mejor tiempo, sacando fuerzas de sus invencibles ánimos, poniendo, como suelen decir, de todo punto el pecho al agua, sujetaron y señorearon los largos reinos, innumerables gentes que hoy poseen y rigen y gobiernan nuestros reyes de Castilla, quedándose ellos casi con sólo el trabajo y riesgo, como de sus particulares historias y de ésta se puede ver más largamente.

Y si este gobernador Ordás y sus soldados llevaron el pago que su inconstancia mereció por haberles faltado el ánimo al mejor tiempo, o haberse querido gobernar tan cabezudamente; porque, como adelante se verá, fueron desbaratados, y su capitán preso y muerto casi por esta ocasión, y hasta hoy viven miserablemente algunos soldados, y con harto trabajo, por no haber querido conseguir ni hacer lo que eran obligados, en dar vista a esta noticia, pues si la vieran ella les pusiera ánimos para no rehusar el menor trabajo, que era poblarla y sustentarla.

Heme un poco alargado en esto, porque es de recibir pena de los hombres que repudian y desechan su buena fortuna y por una poca de pasión, o por, como suelen decir, quebrar un ojo a su adversario, se quiebran a sí entrambos.

Dada la vuelta este capitán con sus soldados, en breve tiempo llegó al pueblo de Uriaparia, donde había dejado la nao y a Gil González de Avila, su alcalde mayor, con los enfermos, a los cuales halló con harto riesgo de acabarse de perder, porque de los enfermos eran algunos ya muertos y de los que quedaron sanos habían enfermado los otros, y la comida que les había quedado se les había apocado y aun faltado del todo, y no eran parte para irla a buscar, de suerte que si los que subieron el río arriba siempre trabajaron, a los que en Paria quedaron nunca les sobró descanso, con el temor de perecer allí todos. Y esto fuera por su culpa, porque bien pudieran, viendo su total perdición, meterse en una de las naos y salir a la mar e irse a la poblazón de cristianos que más cerca estuviese. Mas Gil González de Avila nunca quiso, jamás, venir en ello, por parecerle que le sería mal contado.

Don Diego de Ordás tomó luégo todos los que en el puerto de Uriaparia halló, en sus bergantines, y de allí prosiguió adelante su viaje, y fue a la fortaleza de Paria que, como se ha dicho, estaba en la costa de la mar, apartada del río, donde, según tengo referido, había dejado a Martín Niañez Tafur con cincuenta hombres en guarda de ella y de toda la provincia, a los cuales halló con hartos trabajos, aunque la buena esperanza de que tendrían cada día buenas nuevas del suceso y descubrimiento que Ordás había ido a hacer el río arriba, vivían o habían vivido con algún contento; mas desque lo vieron volver perdido y desbaratado, si se puede decir, por su propia voluntad, comenzaron de nuevo a sentir lo ya pasado y llorar el tiempo perdido, y así, luégo, dejando aparte las opiniones que en semejantes sucesos se suelen mover por los soldados, “o si hiciéramos esto, mas si hiciéramos lo otro, si el gobernador creyera a fulano, si no fuera tan caviçudo | 31 nunca nos perdiéramos”, resumiéndose en que el daño y el buen consejo que le había anteceder, ambos llegan juntos, procurando dar luégo orden en lo que se debía hacer para remedio de tantos perdidos como allí estaban, y no olvidando lo que al tiempo que dieron la vuelta el río abajo trataron acerca de que se haría la jornada por Cumaná, se movió de nuevo la plática, y pareciéndoles el último remedio para cobrarse, vinieron en ello, aunque confusa y arrepentidamente de lo ya hecho, los cuales fueron parte para estorbar el pasar adelante. El gobernador dio ocasión para que se volviesen, y así, viniende todos en ello, dieron o comenzaron a dar orden en proseguir su viaje para Cumaná, por donde habían de entrar en la noticia y tierra rica que en el río les habían dado.

|Capítulo díez y |ocho

| Cómo dejando Ordás a Agustín Delgado con gente en la fortaleza de Paria, se pasó con sus soldados a Cumaná y Cubagua, donde fue preso por Pedro Ortiz de Matienco.

Andando ya toda la gente y aderezando su partida con determinación de hacer todo su posible por tierra, para descubrir y poblar aquella provincia, acordó el gobernador dejar gente en la fortaleza, por no perder la posesión de aquella tierra que él tenía por su gobernación, o porque si por allí llegase la nao Marieta que esperaba de España, tuviese quién le diese aviso de lo que debía hacer, o estarse allí y echar la gente en tierra, y que sus soldados y capitanes tuviesen lugar de hacer lo que les pareciese, como en tierra de su gobernación; porque se temió que si llegando allí la nao y no hallando gente de la suya se pasase adelante, que yendo a pasar a distrito y gobernación ajena, fácilmente sería desbaratada la gente, y los capitanes no tendrían jurisdicción sobre los soldados, y así no se podría aprovechar de ellos.

Con estos y otros motivos, nombró el gobernador por capitán de la gente que allí había de quedar a Agustín Delgado, natural de las islas de Canaria, hombre animoso e ingenioso para entre indios; y dando principio a su viaje, envió delante a Gil González de Avila con toda la más de la gente que se fuese a Cumaná y allí lo esperase; y dende a poco se partió él con el resto, a donde se juntaron para proseguir su jornada, porque había él quedado en la fortaleza acabando de reformarla y dejarla proveida y bastecida de mantenimiento, de suerte que la necesidad no constriñese a los que allí quedaban a irlos a buscar entre los indios, donde por ser pocos fuesen muertos y desbaratados; lo cual concluso se fue, como se ha dicho, a Cumaná, donde ya estaba Gil González de Avila con la más de la gente, al cual había ya desbaratado y preso un Pedro Ortiz de Matienco, que era justicia mayor en la isla de Cubagua, y después de llegado el gobernador Ordás, también los prendió Pero Ortiz de Matienco e hizo le él lo que adelante se verá, porque pasa de esta manera; que en aquella sazón en la isla de Cubagua había cantidad de españoles que allí residían del provecho de las perlas que de la mar se sacaban y esclavos que en la tierra firme de Cumaná se tomaban, que estaba muy cercana esta isla, a los cuales administraba y tenía en justicia este Pero Ortiz de Matienco; y toda el agua que para el beber y sustento de la gente que en la isla residía era necesaria, se traía de una fuente o arroyo manantial que había en tierra de Cumaná, junto a la mar, llamado Chinchiribiche, y por allí cerca no había otra agua de dónde se sustentasen, por lo cual, y porque los naturales no les emponzoñasen el agua o se la cegasen o ensuciasen, los españoles que en la isla residían habían hecho una fortaleza o casa fuerte junto a la fuente o manantial, donde tenían de ordinario gente que la guardase, por respeto de que si aquella fuente les faltaba, o se había de despoblar la isla o habían de ir muy lejos por ella y con mucho trabajo, y así les era forzoso guardar y conservar esta fuente o río de Cumaná, aunque Francisco López de Gomera en la Historia general dice que esta fortaleza de Cumaná hizo Jácome Castellón el año de veinte y tres yendo a pacificar y afirmar aquella provincia por mandado de la Audiencia y Almirante de Santo Domingo; pero lo más cierto es esto que yo aquí he escrito.

Pues estando la gente de Ordás de partida en Paria, dos o tres soldados de los que más mal estaban con él hubieron una piragua de navegación de indios y metiéndose en ella fueron a la isla de Cubagua, y, llegados, para indinar a la justicia y gente de Cubagua contra el gobernador Ordás, les dijeron que pusiesen cobro en el agua y fortaleza de Cumaná, porque don Diego de Ordás pensaba venir a ella con toda su gente y apoderarse en la tierra y venderles el agua muy bien vendida, lo cual era fácil, porque como de lo dicho se ha visto y colige, ni el gobernador ni ninguno de sus capitanes tal propósito tenía.

Sabido esto por los de Cubagua luégo se pusieron en arma para prender y desbaratar a los de Ordás, y embarcándose todos los más de los que en aquella isla estaban con muchos indios amigos que de Cumaná les habían venido a ver, haciéndoles entender, para moverlos a que tomasen las armas contra la gente de Ordás, que iban a prender a otros españoles como ellos, que andaban en deservicio de su rey, y que demás de esto eran hombres que vivían mal y sodomitas, el cual pecado aborrecen grandemente aquellos indios, con lo cual los indios se prefirieron a ayudarles, y pasando a Cumaná y hallando descuidada la gente de Ordás de semejante hecho, fácilmente los prendieron y desarmaron sin ninguna resistencia, y dende a quince días llegó el gobernador Ordás con el resto de la gente en un bergantín, al cual asímismo desarmaron y prendiéndole le pusieron a todo recaudo.

Este desbarate de Ordás cuentan otros de otra manera, porque aunque ha pocos años que pasó no dejan de variar en el dar de la relación; y dícese que dada la orden que había de dar Ordás en la gente que en la fortaleza quedaba, él con toda la gente se partió para Cumaná a proseguir su jornada, y no creyendo que en Cubagua se le atreviera nadie por la mucha gente que llevaba, llegó a aquella isla a verse con la justicia y gentes de ella; y como de los soldados que Ordás llevaba iban muchos impuestos en hacerle el mal que pudiesen haberlos él maltratado en su gobernación en la jornada del río de Uriaparia, en saltando en la tierra se fueron y salieron de su compañía todos los más de sus soldados que hasta entonces no se habían osado mostrar contra él, y dando y firmando sus quejas ante Pedro Ortiz de Matienzo, y prefiriéndose de ayudarle y favorecerle para prender a Ordás, fue promovido Pedro Ortiz de Matienco a prenderlo, y así lo efectuó y puso por obra, mediante los muchos soldados que de la compañía de Ordás se le habían ido a quejar y prometídole el auxilio y favor para ello, lo cual hizo con determinación de enviarlo o llevarlo a Santo Domingo a la Audiencia Real, diciendo o proponiendo contra el Ordás que él lo había preso porque sin tener facultad del rey se le entraba en su gobernación de Cumaná y Cubagua y se le quería alzar con la fortaleza y río o fuente de Cumaná, y esto más se entiende que lo hizo Pedro Ortiz de Matienco a fin de desbaratando él por esta vía al comendador Ordás, hacer él después esta jornada que por Cumaná quería hacer Ordás, que con celo de desagraviar a nadie.

Otros cuentan esta prisión de Ordás que pasó casi de la propia manera que últimamente he dicho, mas no en Cubagua, sino en Cumaná, donde llegado Ordás con toda su gente y hallando allí a Pedro Ortiz de Matruenco con los que de Cubagua habían ido con él, todos los que estaban mal con Ordás, que era la mayor parte de su gente, viendo el recurso y amparo que en Matruenco podían tener, dejaron a su capitán Ordás y se fueron a meter debajo de la jurisdicción de Pedro Ortiz de Matruenco, el cual viendo cómo sus propios soldados desamparaban a Ordás, lo prendió y llevó a Cubagua preso.

30 Palabra enmendada.
31 Por “cabizudo” (cabezudo); en el texto dice “cabiçudo”.

Capítulo diez | y |nuev |e |

Cómo Ordás y Pedro Ortiz de Matruenco fueron a Santo Domingo, y de allí a
España, y en el camino fue muerto Ordás con ponzoña. |

Preso don Diego de Ordás por Pedro Ortiz de Matruenco, y su gente desbaratada y arrepentida de lo ya hecho, por verse vivir miserablemente y corridos de la gente de Cubagua, por lo que habían tan inconsideradamente hecho, desamparar su gobernador y entregarlo en manos de su contrario, a quien, como es costumbre, ya que la traición le agradó, nunca le contentaron los obradores de ella, determinó de darse priesa y abreviar la salida de Cubagua con el gobernador Ordás, porque no se viniesen a desvergonzar los soldados y quisiesen soltar a su gobernador y a él prender, y naciese de ello algunas guerras civiles, por donde viniesen a destruírse y perderse así él como los de su bando y los demás sus contrarios; y poniendo en efecto la obra se embarcó en una de los bergantines que allí tenía, con don Diego de Ordás, para ir con él a Santo Domingo a dar cuenta a la Audiencia Real de lo que había hecho.

Jerónimo Ortal y Alonso de Herrera, que eran de la parte de don Diego de Ordás, pareciéndoles que no era cosa justa dejar ir solo a su gobernador, se embarcaron con él, y se fueron todos juntos a Santo Domingo, donde llegados y habida por la Audiencia relación o información de lo que pasaba y cuán injusta y cautelosamente había sido preso y desbaratado don Diego de Ordás, le restituyeron en su libertad, mandándole y dándole licencia que se volviese a su gobernación e hiciese lo que Su Majestad le había mandado y conviniese. Don Diego de Ordás, no sólo pretendía su libertad, mas también que fuese castigado Pedro Ortiz de Matruenco del delito que había cometido en prenderlo y le pagase los daños perdidos y menoscabos que de la injusta prisión se le habían seguido; lo cual la Audiencia no quiso hacer, y | viendo esto pidió licencia para ir a España ante el rey, y suplicando que mandasen a Pedro Ortiz que también fuese y pareciese con él en corte; y que, pues, le restituía su gobernación y jurisdicción, que él nombraba por su teniente de ella a Alonso de Herrera, a quien él quería enviar para que conservase y tuviese en justicia la gente y españoles que en Paría había quedado; que se le mandase dar provisión real para que lo obedeciesen y tuviesen por tal. La Audiencia otorgó y concedió a Ordás todo lo que pidió, el cual se partió, juntamente con Jerónimo Ortal y Pedro Ortiz de Matruenco en un navío para España; y Alonso de Herrera se quedó en Santo Domingo aderezando su partida y gente que llevar a Paria.

Navegando Ordás y Matruenco iba muy temeroso de que su ida en España le había de suceder mal, por respeto de que don Diego de Ordás era muy conocido y favorecido en corte y se hallaba falto de favor, y temíase de algún grave castigo, por la cual ocasión deseaba y procuraba por todas vías la muerte de don Diego de Ordás, la cual en el propio navío le vino a dar, y fue de esta manera: que según parece, estando Pedro Ortiz de Matruenco en la isla de Cubagua, llegó allí un genovés, boticario, que traía cierto artificio para sacar perlas, y por causas que al Pedro Ortiz le movieron, también lo desbarató y prendió como a Ordás, y lo dejó residir allí, y al tiempo que tenía preso a don Diego de Ordás le dijo a este boticario que le hiciese placer de hacer tres píldoras o bocados ponzoñosos con que pudiese matar tres caciques o principales de Tierra Firme de quien se temía que le andaban por hacer mal o daño, y que porque no fuesen sentidos de sus súditos y se le alzase y rebelase toda la tierra, los quería matar disfrazadamente. El boticario, creyendo ser así, le hizo los bocados que convenían, los cuales Pedro Ortiz de Matruenco no dio por entonces a Ordás, temiéndose ser descubierto o sentido o teniendo confianza que la Audiencia de Santo Domingo daría por bueno y aprobaría todo lo que él había hecho, y saliéndole muy contrarios sus desinios y llevándose todavía consigo los bocados de ponzoña que el boticario le había hecho y dado en Cubagua, tomó forma y manera cómo dárselos a comer disfrazadamente a don Diego de Ordás, el cual desde a muy poco tiempo cayó súpitamente muerto; aunque otros dicen que reventó, lo cual yo no tengo por cierto, porque si reventara era presunción de que le habían dado ponzoña, y así, sobre sospecha, pudieran prender a Pedro Ortiz de Matruenco y descubrirse la maldad. Mas como es cosa tan ordinaria o que muchas veces acaece el morir súpitamente, no se presumió nada contra el que lo había muerto, y así lo echaron al mar, y en haber sido don Diego de Ordás muerto inopinada y desastradamente, pareció ser permisión divina y justo castigo de su severidad y arrogancia, con que había sido causa que muchos españoles, desesperados del trabajo y hambre y malos tratamientos que les hacía y la navegación del río Uriaparia, como atrás se ha contado, desesperados se metiesen por montañas y arcabucos, donde miserablemente perecieron; y así vino a ser sepultado en los vientres de los peces el que fue causa y ocasión que sus prójimos y hermanos, que por no sufrir su intolerable condición él los dio por sepulcros los tigres, leones, caimanes y otros fieros animales.

En esta sazón había proveído Su Majestad un juez de residencia para Cubagua, y la nao que lo traía encontró en el camino con la nao en que había partido de Santo Domingo don Diego de Ordás, y hablándose y saludándose, se dieron noticia los unos a los otros de la muerte de don Diego de Ordás, y la misma nueva se le dio a la gente que en la nao Marineta venía de España en socorro de don Diego de Ordás, de la cual se ha hecho mención atrás; y sabiendo la gente de la nao Marieta la muerte del gobernador, se vinieron a Santo Domingo derecho, donde | 32 esparcieron y cada uno se fue por su parte, como ovejas sin pastor, y el juez se fue derecho a Cubagua, donde fue recibido de la gente que allí estaba, sin contradicción alguna.

| Capítulo veinte

|Cómo teniendo Sedeño noticia de la muerte de Ordás se | pasó |a Cubagua y de allí a Paria, y llevando consigo algunos de los soldados que en la fortaleza había, se fue a la isla de la Trinidad; y de la llegada de Alonso de Herrera a la misma isla de Cubagua y después a Paria. |

La nueva que la nao Marieta trajo a Santo Domingo de la muerte del gobernador Ordás, pasó luégo a San Juan de Puerto Rico, a donde estaba Antonio Sedeño, gobernador de la Trinidad, el cual hasta entonces no se había movido ni querido volver a su gobernación, así porque no había hallado la copia de gente que para tornar a entrar en la isla de la Trinidad y poblana y sujetarla era menester, como porque ya había tenido noticia de cómo don Diego de Ordás había llegado a Paria y le había tomado toda la gente que en la fortaleza él había dejado y se había apoderado en toda la tierra, por lo cual, aunque ajuntase alguna gente, no sería parte para defenderse de Ordás ni de sus soldados.

Habida, pues, noticia de la muerte del gobernador Ordás y de cómo había sido desbaratado, y que la más de la gente se estaba en Cubagua, y que asímismo había quedado Agustín Delgado en la fortaleza de Paria con algunos soldados, lo más presto que pudo Antonio Sedeño se aderezó y con algunos amigos se pasó luégo a la isla de Cubagua, donde halló al juez de residencia que de España había venido, y tratándose y visitándose entrambos, el gobernador Sedeño dio relación al juez de Cubagua cómo por merced y provisión real era gobernador y adelantado de la Trenidad, y le rogó e importunó que le diese licencia para sacar toda la gente de Ordás que en aquella isla había, para con ella pasar a la Trinidad y poblarla y pacificarla o hacer lo que pudiese. El | juez de Cubagua estuvo perplejo, sin querer condescender con lo que Sedeño le rogaba, con propósito de con aquella gente hacer él o enviar a hacer algún descubrimiento a Tierra Firme, y aunque sobre ello andaban terceros rogadores, jamás lo quiso hacer el juez.

Estando en estos tratos y contratos los de Cubagua, llegó Alonso de Herrera, que venía de Santo Domingo con provisiones de teniente de gobernador de la gobernación de Ordás, al cual Antonio Sedeño pretendió estorban su jornada, rogándole primero y persuadiéndole a que dejase la jornada tan trabajosa que llevaba y que se fuese con él a la isla de la Trinidad y le haría su teniente general, poniéndole por delante la muerte de don Diego de Ordás, y cuán poco le podría tunar el mandar, pues ya en España estaba la nueva de la muerte de su gobernador Ordás, y de necesidad el rey había de proveer a otro la merced de aquella gobernación. Ninguna de estas cosas fue parte para que Alonso de Herrera dejase de proseguir su jornada, queriendo más ser teniente y señor en Paria, o como suelen decir allí, el primero, que en la isla Trinidad, gobernación de Sedeño, el segundo, y con esta determinación procuraba atraer a sí algunos soldados y amigos viejos, para con ellos pasar a la fortaleza de Paría; y lo mismo hacía Antonio Sedeño para irse a su gobernación; sobre lo cual hubieron de venir a ver palabras los dos y amordazarse de suerte que fue necesario que el juez de Cubagua entendiese en ello, aprisionándolos en partes cómodas, después de lo cual se dio tan buena maña Antonio Sedeño que al cabo hizo con el gobernador o juez de Cubagua que lo soltase y le diese licencia para que se fuese a su gobernación, y luégo que la tuvo se partió con alguna copia de soldados, y al salir de Cubagua se anegó una piragua donde iban veinte hombres, los diez de los cuales se ahogaron, y los otros diez salieron a nado a Tierra Firme, donde después de haber pasado hartos trances y trabajos, hubieron otra piragua de unos indios pescadores y se pasó a la Trinidad y se fue derecho a la fortaleza de Paria, donde estaba Agustín Delgado, por don Diego de Ordás, al cual habló y persuadió que dejase aquella fortaleza y que se fuese con él a la Trinidad, porque su gobernador era muerto y venía por teniente Alonso de Herrera, proveído por Santo Domingo, que luégo le había de quitar el cargo, y que si él se iba con la gente que allí tenía a la Trinidad, que él lo haría su teniente, y así él como todos los demás que en la fortaleza estaban, que con él quisiesen ir, los gratificaría y daría muy largamente de comer.

Agustín Delgado dijo que lo trataría con los soldados y gente que con él allí estaba y que lo que de común parecer y consentimiento se determinase que aquello se haría, lo cual trató con toda la gente que Delgado allí tenía, y nunca se conformaron en hacerlo por causas que a ellos les movieron, no embargante que fueron persuadidos e importunados a ello por Agustín Delgado, por algunos amigos suyos y por el propio Sedeño.

Visto por Agustín Delgado los varios pareceres y opiniones de los soldados, se determinó de con los que le quisiesen seguir pasarse e irse con Sedeño a la Trinidad, y así lo puso por la obra, dejando por caudillo de la gente que en la fortaleza quedaba, que serían hasta veinte y tres o veinte y cinco hombres, a un Bartolomé González, amigo o conocido del Delgado, dejándole avisado que aunque Alonso de Herrera viniese allí no le recibiesen sin dar de ello primero aviso a Sedeño en la Trinidad, haciéndoles, para que lo cumpliesen, grandes amenazas, y poniéndoles temores de castigo si no lo cumpliesen, y juntamente con esto los dejaron sin ninguna comida, porque la hambre les forzase a dejar la fortaleza y seguirles.

Sedeño y los de su parecer y opinión se fueron a la isla de la Trinidad, a dar principio a las cosas de su poblazón y pacificación.

En tanto que estas cosas pasaban entre Sedeño y los de la fortaleza, Alonso de Herrera alcanzó licencia del juez de Cubagua para irse a Paria, y con cuatro o cinco amigos se metió en una piragua o canoa de perlas que allí le dio un conocido suyo, y se fue y pasó a la fortaleza de Paria, con confianza de que hallaría allí a Delgado y a toda la demás gente que Ordás había dejado; y llegado que fue a Paría, y hallando tan mudados los negocios de como él los había dejado; porque como los que estaban en la fortaleza habían quedado de mano de Sedeño y amenazados si recibían a Alonso de Herrera o a otro algún juez que allí viniesen, no se determinaron de recibir ni admitir a Alonso de Herrera hasta ver si tenía bastante recaudos para ello; el cual luégo sacó las provisiones reales que en Santo Domingo le habían dado de teniente, y mostrolas a Bartolomé González y a los demás que Sedeño había allí dejado, los cuales, viéndolas y pareciéndoles que traía bastantes recaudos para recibirlo por teniente, lo admitieron por tal, y le dieron la obediencia y lo metieron en posesión de la tierra y fortaleza y se lo entregaron todo.

| Capítulo veinte y uno

Cómo Sedeño prendió a Alonso de Herrera y a los demás que con él estaban en Paria y los llevó a la isla de la Trinidad, y cómo la Audiencia de Santo Domingo tuvo noticia de ello y dio provisiones para que lo soltasen. |

Pocos días pasaron después que Alonso de Herrera se apoderó en la fortaleza de Paria, cuando lo vino a saber y entender el gobernador Sedeño, que estaba en la Trinidad entendiendo en las cosas tocantes a la pacificación y sustento de aquella tierra, lo cual le causó no poca turbación y alteración, por parecerle que eran principios aquellos para tornarse a desbaratar y que no hubiese su jornada el suceso y fin que él pretendía, como ciertamente lo fue de la suerte que adelante se verá; y usando de la brevedad que el negocio requería, para que antes que Alonso de Herrera le fuese favor de alguna parte y tuviese copia de gente con qué defenderse, luégo incontinente mandó aderezar toda la más de su gente y se embarcó en un navío que allí tenía, y una noche atravesó aquel golfo o brazo de mar que entre Paria y la Trinidad hay, y saltando en tierra antes que amaneciese ni pudiesen ser sentidos, cercaron la fortaleza de suerte que al tiempo que amaneció y los de dentro abrieron las puertas, entró Sedeño con su gente de tropel, que serían de sesenta hombres, y recogiendo ante todas cosas las armas de los de dentro, los prendió a todos sin ninguna resistencia, por estar tan descuidados como estaban de esta venida de Sedeño; y deseando el mismo Antonio Sedeño no llevar consigo a Alonso de Herrera a la Trinidad, porque como era persona principal fácilmente podría atraer a silos soldados y causar algún alboroto o salirse con ellos de la tierra, le dijo que él le soltaría y dejaría para que libremente se fuese a Cubagua o donde quisiese, con tal aditamento, que le hiciese juramento de que no volvería más a aquella fortaleza ni tierra de Paria.

Alonso de Herrera, viendo que si aquel juramento hacía que estaba obligado a cumplirlo, respondió que no lo quería hacer ni juraría, lo que le era pedido, aunque entendiese claramente que por ello había de estar toda su vida en prisión. De esta respuesta se indinó tanto el gobernador Sedeño, que luégo lo comenzó a molestar con prisiones y rigurosos tratamientos, poniéndole grillos a los pies y un cepo al pescuezo, con intención de si por aquella vía pudiese constreñir a Alonso de Herrera a que hiciese el juramento que le pedía, el cual jamás lo quiso hacer.

Visto esto por Sedeño, y que si así libremente lo dejaba y soltaba, podría juntar gente y so color de volver a Paria iría a donde él estuviese a vengarse, acordó llevárselo consigo preso a la Trinidad, en todo recaudo, de suerte que no se le pudiese soltar, y por entonces dejó sin gente e inhabitable la fortaleza.

Llegado Sedeño a la Trinidad, con esta victoria, quiso mostrarse más riguroso de lo que en semejantes lugares y tiempos es razón, y así puso en prisión a Bartolomé González, que era la persona que estaba por caudillo en la fortaleza al tiempo que Alonso de Herrera entró en ella, y a un sobrino de Diego de Ordás, llamado Alvaro de Ordás, y a otros amigos y apaniaguados del gobernador Ordás; y pareciéndole que en el haberse entrado Alonso de Herrera en la fortaleza había habido alguna traición o había sido corrompido el Bartolomé González con dádivas para ello, determinó de darle tormento para saber la verdad, el cual se los dio los más recios e inhumanos que pudo, hasta que lo descoyuntó; y viendo que no hallaba ninguna claridad de lo que pretendía, ciego con alguna demasiada ira, quiso ahorcar a Alvaro de Ordás y a otros dos hidalgos muy amigos del gobernador Ordás. Este hecho no les pareció bien a los allegados y consejeros de Antonio Sedeño, por lo cual le persuadieron a que no lo hiciese, y así le fueron a la mano y se lo estorbaron y sosegaron al gobernador, aunque no del todo, pues por una parte tenía guerra con los naturales de aquella tierra, y por otra había de estar siempre recatado de los presos que consigo tenía.

En este tiempo acertó a llegar a esta isla de la Trinidad un navío de un Sanabria, que por aquella costa de Paria andaba a rescatar esclavos conforme a la costumbre de aquel tiempo, y para que Antonio Sedeño no tuviese ocasión de hacerle alguna molestia si le hallaba en Paria haciendo esclavos, aunque era fuera de su gobernación, fue a él y le pidió licencia para ello, el cual se la dio, y con que no los comprase ni rescatase de veinte y cinco años para abajo; y yendo a pedir esta licencia Sanabria, supo la prisión de Alonso de Herrera, cómo había pasado, y después de haber rescatado sus esclavos, dio la vuelta a Cubagua, donde hizo relación del suceso y prisión de Alonso de Herrera, con todo lo, que sobre ello había pasado, lo cual sabido por un Alonso de Aguilar, que en aquella isla residía, que era muy grande amigo de Herrera, luégo incontinente se partió para Santo Domingo, donde dio relación a la Audiencia Real de todo lo que Antonio Sedeño había hecho con Alonso dé Herrera, y cómo lo tenía preso a él y todos sus amigos, los maltrataba y había maltratado. La Audiencia, sabido este atrevimiento dicho de Antonio Sedeño, luégo dio provisiones muy bastantes para que el propio Aguilar fuese, y con un escribano notificase a Sedeño que soltase a Alonso de Herrera y a todos los demás que tenía presos, y a los que con él se quisiesen ir a su gobernación, y se les volviese todo lo que se les había tomado, así de caballos como de otras armas y pertrechos de guerra, so graves penas que para ello se le imponían; y recibidas sus provisiones, Alonso de Aguilar, luégo, sin más se detener, dio la vuelta a Cubagua, para de allí ir a la Trinidad hacer soltar a su amigo Alonso de Herrera y a los demás presos.

|Capítulo veinte y |dos

De cómo Alonso de Aguilar fue a la isla de la Trinidad, y Sedeño no quisoobedecer las provisiones, antes lo quiso prender sobre ello.

¡Oh, cuánto puede y cuánta fuerza tiene la ley de amistad!, pues a este Alonso de Aguilar constriñó dejar su casa, a poner en riesgo su vida y gastar su hacienda, a pasar la mar, a sufrir otros muchos trabajos y riesgos, sólo por sacar a su amigo Alonso de Herrera de la injusta y molesta prisión en que Antonio Sedeño lo tenía; y así se puso, después de tantos trabajos, en aventura de que el mismo Sedeño lo prendiese e hiciese de él lo mismo que había hecho de Alonso de Herrera; porque pasa en esta forma: que llegado que fue con las provisiones a Cubagua, luégo sin detenerse, buscó y convocó algunos soldados amigos suyos, para que lo acompañasen hasta la Trinidad; y metiéndose con hasta ocho compañeros en un bergantín, se fue derecho a donde Antonio Sedeño estaba, usando de un bárbaro rigor con todos los que tenía presos, porque ni él les daba de comer ni les quería dejar para que lo fuesen a buscar; y así, no sólo les daba pena la prisión en que estaban, mas les atormentaba la hambre que padecían.

Llegado Alonso de Aguilar a la Trinidad, luégo saltó en tierra con un escribano que llevaba a notificar las provisiones y recaudos que de la Audiencia había llevado, a Sedeño, el cual los recibió con alegría y contento, no creyendo que fuesen aquel efecto, mas desque lo supo, fue tan grande el enojo que tuvo y recibió del atrevimiento de Alonso de Aguilar, que luégo, allí, incontinente, le quitó el escribano que llevaba y lo prendió con áspero semblante, y no curando de obedecer ni cumplir lo que se le mandaba por la Audiencia, con áspera ira respondió que las obedecía, y cuanto a cumplir lo que se le mandaba, que no convenía ni había lugar, y disimulando su pasión, propuso de dar orden en cómo prender a Alonso de Aguilar, y detenerlo allí hasta que a él le pareciese, y así acordé de convidarlo a comer, para que estando comendo más seguramente lo prendiesen y sin alboroto. El Alonso de Aguilar sospechó la cautela: luégo imaginó el modo que tendría en escaparse, y no dando a entender que había entendido cosa alguna de lo que contra él se trataba, le rogó al gobernador Antonio Sedeño que le hiciese merced de dejar ver a Alonso de Herrera, pues que no lo habían de soltar como el rey mandaba, que le quería hablar antes de partirse. Sedeño, por disimular más sus desinios, dijo que le hablase en buena hora, con tal que a ello se hallase presente su teniente, el cual era muy grande amigo de Herrera y compañero que habían andado juntos en compañía de don Diego de Ordás, y debajo de esta amistad dio lugar a que los dos amigos, Herrera y Aguilar, se hablasen en secreto. Aguilar dijo a Herrera que ya veía que Sedeño no lo quería soltar; que no había otro remedio sino que una noche él se procurase soltar y fuese a la mar, que allí él lo recibiría y haría lo que era obligado a su amistad.

El Herrera quedó de hacer lo que pudiese por soltarse, pues a él le iba más que a ninguno; y con esto se volvieron a la posada de Sedeño, ya que se hacía hora de comer, y estando puestas las mesas y llamados los huéspedes para sentarse, el Alonso de Aguilar fingió que quería proveerse y como allí no había otro lugar sino el arcabuco o montaña, entrose por él, y encubiertamente y sin ser sentido ni visto, se fue a su bergantín, y después de metido en él no curé de saltar más en tierra a esperar ni estar en arbitrio de lo que tan inhumano gobernador como Sedeño quisiese hacer.

Sedeño estuvo esperando buen rato a su huésped para comer, y desque vio que se tardaba enviolo a buscar, creyendo que le hubiese sucedido alguna desgracia; mas Aguilar, viendo desde el bergantín que le buscaban, dio voces diciendo que no le buscasen, porque él se había ido a comer con sus compañeros por comer más segura y descansadamente; que él no quería más tratos ni contratos con el gobernador Sedeño de que le diese su escribano, porque se quería volver a Cubagua. Sedeño, viendo cuán en vano le habían salido sus desinos, turbose demasiadamente, entendiendo que el no prender a Aguilar le había de ser dañoso, y respondió que la necesidad que de gente tenía le constreñía a detener allí al escribano; que le perdonase pues no se podía hacer otra cosa, y que ya vía la gran falta que la gente tenía de comida, que le rogaba que fuese con su bergantín al pueblo de Chacomar para que les trajesen algunas patatas y casabe y otras comidas de la tierra, a lo cual respondió Aguilar que era contento de hacer lo que le rogaba, pero que él era bisoño o chapetón en el trato de aquella tierra; que enviase una persona que supiese tratar y rescatar con los indios. Sedeño se holgó con la respuesta de Aguilar, y así le envió para el efecto un amigo suyo llamado Bartolomé González, que es el que halló Ordás en la fortaleza de Paria por Sedeño.

Y antes que pasemos adelante es de saber que en esta sazón no estaba toda la gente de Sedeño en la Trinidad, porque en el navío que allí tenían había ido Agustín Delgado a buscar comida con cierta gente a la costa de Paria y había llevado consigo a un soldado llamado Andino, que era, o había sido secretario de Alonso de Herrera, para hacer justicia de él, diciendo que este Andino había persuadido a Herrera que fuese a Paria e hiciese lo que hizo. Por esto y otros motivos que el Agustín Delgado tuvo afrentó a este Andino o lo azotó alrededor de la fortaleza, y sabido por Sedeño cómo Delgado había afrentado a Andino, temiose que si de allí escapaba los podría seguir o perseguir, y así le envió desde la Trinidad una botija vacía con sólo un cordel atado al cuello, dándole a entender que lo ahorcase, lo cual alcanzó y entendió el Agustín Delgado, pero no lo efectuó, porque llegó a la sazón a Paria Alonso de Aguilar y Herrera que se lo estorbaron, como luégo diremos, y por esta causa no se halló presente Delgado a esto que habemos contado que pasó a Aguilar con Sedeño, ni a todo lo demás que vamos diciendo, lo cual le fue gran ayuda para que Herrera se soltase y Sedeño no prendiese a Aguilar; y es cierto que si Agustín Delgado con el navío se hallara en la Trinidad a la sazón que esto pasaba, Sedeño se vengaba a su voluntad del Aguilar, y por ventura fueran los negocios más malos y feos de lo que fueron.

|Capítulo veinte y |tres

Cómo Alonso de Herrera se soltó y libró de la prisión en que Sedeño lo tenía, y se fue en el bergantín a Paria, adonde a la sazón estaba Agustín Delgado, y lo prendieron con los que hallaron en su compañía. |

En este tiempo que Antonio Sedeño estuvo en la Trinidad que pasaron algunos meses, no dejó de tener guazabaras y guerras con los indios, los cuales le habían muerto en diferentes reencuentros que tuvieron, más de veinte hombres, y los demás estaban tan amedrentados, así de la mucha multitud de indios que cada dían vían sobre sí, como por no ser parte para ir por los pueblos comarcanos a buscar comida, las cuales necesariamente se habían de proveer de fuera de la tierra, que deseaban o procuraban salirse de allí; y algunos quieren decir que de verse la gente que allí tenía Sedeño tan oprimidos y trabajados, en riesgo de caer cada día en poder de sus enemigos, persuadieron e importunaron a Sedeño que saliese de la tierra y fuese a rehacerse de más gente o no curase demás de aquella tierra, pues la gente de ella era tan indómita y pésima, y que esto le constriñó y forzó a Sedeño a salir de la Trinidad. Mas conforme a lo que vamos tratando, yo no tengo por cierto esto, sino que la gente de Ordás lo compelieron a salirse, como luégo se verá.

Vuelto que fue el bergantín de Alonso de Aguilar con la comida que había ido a buscar a Chacomar, echola en tierra y retuvo en sí a Bartolomé González, que era la persona e intérprete que Sedeño le había dado para rescatar la comida, enviándole a decir que no le daría su veedor, que este cargo tenía Bartolomé González, si no le daba su escribano; y de camino envió a decir con un esclavo negro que allí tenía Sedeño, que era o había sido de Ordás, a Alonso de Herrera que procurase soltarse aquella noche, porque él lo esperaría allí para recibirlo, lo cual el esclavo le dijo a Alonso de Herrera, y él lo procuró poner por la obra, como diremos.

Sabido por Sedeño la retención que Aguilar le había hecho de su veedor, enviole a rogar que se lo soltase, sin querer él soltar el escribano que preso tenía, y visto que no aprovechaba nada no curó de hablar más en ello, procurando poner toda guarda y custodia en Alonso de Herrera porque no se le fuese, al cual tenía con grillos y con diez hombres de guarda, con que se aseguró Sedeño, creyendo que con tanta gente como guardaban, Alonso de Herrera usó de un ardid, que fue darse a parlar y chocarrear con los que le guardaban a fin de desvelarlos en el primer cuarto, para que entrando más la noche ellos fuesen vencidos del sueño y se durmiesen todos y él tuviese lugar de irse; y habiendo gastado en parlar más de la medianoche, las guardas todas se durmieron, y Alonso de Herrera se descalzó los grillos y poniendo unos palos o bancos en la hamaca donde dormía, porque si la meneasen la hallasen pesada y creyesen que él estaba en ella, tomó una ballesta de los que lo guardaban y se fue a la mar y se entró en el bergantín.

Viniendo el día y hallando menos Sedeño a Herrera, luégo echó toda su gente para que lo buscasen por los arcabucos o palmares que por allí había, y asímismo envió en una canoa a su alcalde mayor para que viese si estaba en el bergantín. Alonso de Aguilar y Herrera, viendo venir al alcalde mayor de Sedeño le dijeron que dejase la vara en la canoa y que entrase en el bergantín a ver y hablar lo que quisiese, el cual lo hizo así, y después de haberse hablado y saludado como amigos, Alonso de Herrera le dijo que para qué había tomado aquel trabajo tan en vano, pues sabían que no había preso que suelto no se quisiese ver, y que las inhumanidades y rigores que con él había usado Sedeño que ya que él no pudiese vengarse por sus manos, que esperaba que del cielo le vendría el castigo por su gran ingratitud, pues que estando él preso y teniendo los indios cercado a Sedeño y su gente y a punto de matarlos a todos, él se había soltado y cabalgado en un caballo en pelo y tomando una lanza y ahuyentando los indios y echádolos del cerco que les tenían puesto, y que en pago de esta buena obra y servicio le había tornado a poner más graves y ásperas prisiones que antes tenía; que pues en pago de tan buena obra él le había dado tan mala gratificación, que no esperase ningún bien de él en remuneración de la severidad que con él había usado y de la arrogancia con que lo había tratado.

Y sabida esta respuesta por Sedeño, temiéndose no quedase hecho algún concierto entre Alonso de Herrera y soldados amigos suyos que allí habían quedado, que serían más de treinta hombres, luégo los prendió a todos e hizo poner una fragua en medio de la plaza o ranchería, para en ella, con el trabajo de los propios soldados hacer copia de prisiones qué echarles y en qué tenerlos.

Alonso de Aguilar y Herrera se partieron luégo y se fueron derechos a la fortaleza de Paría, donde hallaron a Agustín Delgado con algunos soldados que quería ahorcar a Andino por la seña que Sedeño le había enviado, y prendiendo a Agustín Delgado y a sus amigos dieron la vida al pobre Andino, y ellos se apoderaron de nuevo otra vez en la fortaleza y en todo lo que en ella había.

Los soldados que Sedeño había preso, viendo que no les bastaba su hambre y necesidad y trabajos y enfermedades que habían pasado, sino que de nuevo los quería molestar con prisiones, rogaron a un Morán, persona principal y amigo de Sedeño, que le dijese que les bastaba la prisión que tenían y no poder salir de aquella isla donde habían pasado las calamidades que era notorio, sin que de nuevo los aprisionase, dando a entender que de todo punto deseaba y pretendía su total perdición y muerte. Morán se juntó con otro hidalgo que allí estaba por tesorero, que se decía Villegas y se fueron al gobernador Sedeño y le dijeron: la amistad y voluntad que a Umd tenemos nos constriñe y oprime a decirle lo que sentimos de lo que al presente hace y pretende hacer con los soldados que tiene presos, lo cual no sólo cualquier hombre de buen juicio verá y coligerá, mas todo bárbaro que con algún velo de pasión no tuviese cerrados los ojos del entendimiento, y dirá que lo que Umd al presente hace es fuera de toda la modestia que debe tener y benevolencia que está obligado a usar, no sólo con los de su nación, mas con los extranjeros y no conocidos, y así parece crueldad inhumana que después de tantos trabajos como estos miserables hombres han padecido en ayudar a sustentar a Umd en esta tierra, pasando los trabajos y necesidades que es notorio, poniendo sus vidas en riesgos de perderlas, en pago de todo ellos sean puestos en tan ásperas prisiones, para que ofreciéndose algún día alguna repentina guazabara de estos indios de esta tierra, sean muertos cruelmente, no es cosa que conviene pasar adelante con el propósito que Umd. tiene; mas saltándolos, con halagos y blanduras de palabra atraerlos a sí para que cuando fuere menester pongan las vidas por su gobernador.

A Sedeño nunca ablandaron nada estas y otras palabras que le dijeron, mas con ánimo severo y obstinado les respondió que a los que siempre le habían sido amigos y se lo era, que él los había tratado y trataba como hermanos, y que a los demás no sólo habían de ser tratados de él ásperamente y mandados a coces y a puntillazos, mas que no los había de soltar de las prisiones en que estaban sino para los oficios y obras civiles que se ofreciesen, y que él pondría tanto recaudo de prisiones en ellos, que aunque quisiesen no se soltasen. Viendo Morán y Billagran | 33 la obstinación y crueldad del gobernador lo dejaron sin curar de gastar más palabras y se fueron a sus posadas, harto descontentos en ver que no había podido acabar con Sedeño una cosa tan justa y caritativa como la que pedían.

32 Falta: “se”.
33 Por “Villegas”.

Capítulo veinte y cuatro

Cómo los soldados que estaban en la isla de la Trinidad con Sedeño se amotinaron y lo prendieron y se fueron con él a Paria, donde Alonso de Herrera lo echó en prisión, y cómo después los propios soldados, amotinándose contra Herrera, soltaron a Sedeño y se fueron con él a Cubagua. |

Los soldados que presos estaban, viendo que Morán, a quien habían encargado que hablase a Sedeño, gobernador, no les volvía con respuesta alguna, coligieron que no habría querido condescender con su ruego, y así acordaron tomar su libertad con sus propias manos, porque algunos de los que estaban presos habían ya hablado y tratado con amigos suyos que andaban sueltos, para que les ayudasen a soltarse si el gobernador de su voluntad no lo quisiese hacer; y a mediodía en punto que todos los más estaban comiendo o reposando, los presos, ayudándose los unos a los otros, se soltaron, y tomando algunas armas de las que Sedeño tenía en depósito recogidas, salieron por el pueblo o ranchería dando voces y diciendo “viva el rey que libertad nos ha dado y el gobernador nos quiere hacer esclavos”; a los cuales luégo se ajuntaron otros amigos y compañeros y conocidos para salirse de la isla, porque lo deseaban grandemente, a fin de verse redimidos de las vejaciones y trabajos que allí pasaban; y con todos los que en el camino se les llegaron se fueron derechos a donde el gobernador Sedeño estaba, al cual prendieron, y sin hacerle más daño de despojarle de sus armas le mandaron, por la violenta jurisdicción que ellos habían adquirido, que tuviese aquella su posada por cárcel, so pena de la vida; sin haber entre esta gente cabeza que se señalase, sino que todos de una conformidad lo hacían y mandaban, por no poder ya sufrir ni tolerar las crueldades de Sedeño, el cual en este trance nunca halló amigo que por él volviese ni quisiese tomar la voz para defenderlo; y así determinaron de venido que fuese el navío que esperaban, embarcarse en él e irse a Cubagua o la vuelta de Paria o donde les pareciese.

Estando esta gente en esta sedición y escándalo o revuelta, a cabo de tres días pareció la carabela de Sedeño, que venia de la costa y fortaleza de Paria con comida, la cual no había topado en el camino el bergantín de Aguilar y Herrera, y así los que en ella venían ignoraban lo que había pasado, así en la Trinidad como en Paria con Agustín Delgado; y entendiendo el gobernador Sedeño que ya la carabela se acercaba a tierra, procuró ponerse en parte do la viese y comenzó a hacer señas con un paño para que se volviese y no llegase a tierra. Los soldados, que no deseaban hacer daño ni mal a Sedeño, mas de salir de cautiverio, le rogaron que se dejase de hacer lo que hacía y no permitiese que la carabela se volviese y pereciesen allí todos. Los que en la carabela venían se acercaron a tierra sin haber entendido las señales que por Sedeño se les había hecho; y desque los soldados la vieron sueta 34 y al maestre en tierra, se metieron y apoderaron todos en ella, rogando al gobernador Sedeño que si se quería ir con ellos que lo llevarían; el cual, con una loca obstinencia, menospreciado lo que los soldados le ofrecían, dijo que se fuesen con Dios, que él, con los que le quisiesen acompañar, se quedaría allí, diciendo que los que le eran y habían sido amigos se lo mostrasen en aquel trabajoso tiempo.

A esta opinión y voluntad de Sedeño correspondieron solamente seis hombres amigos suyos, los cuales se le ofrecieron, que habiendo copia de soldados para defenderse de los naturales, de acompañarle y residir allí con él. Sedeño se lo agradeció, y dijo a los demás que antes quería con los seis compañeros solos quedarse allí a su aventura, que ir en compañía de tan mala gente. Los soldados y amigos que allí se le habían mostrado a Sedeño, pareciéndoles que si conforme a lo que decía y pretendía se quedaban allí, que de su propia voluntad se entregaban en poder de los naturales bárbaros de aquella isla para ser sacrificados neciamente y ofrecidos a la muerte, y así persuadieron a Sedeño que dejase su loca y temeraria determinación y se metiesen en su navío y se fuesen donde tuviesen las vidas seguras; y así, casi por fuerza, tomaron a Sedeño y a sus amigos y criados y lo metieron en el navío, harto contra su voluntad; lo cual visto por Sedeño y que le dejaban allí tres caballos que tenía de mucha estima, envió a rogar al cacique Chacomar, que era su amigo y siempre se había conservado en su amistad, que llevase los caballos a su pueblo y los tuviese y curase en él, y con esto partieron de la Trinidad y se fueron derechos a Paria, ignorando que Herrera estuviese en ella; los cuales saltaron en tierra en la fortaleza, y viéndoles Alonso de Herrera, usando del propio rigor que con él se había usado, prendió a Antonio Sedeño y a sus amigos y criados, y púsolos en prisiones dentro de la fortaleza, y todos los demás se holgaron los unos con los otros en verse fuera de la sujeción y dominio de Sedeño.

Alonso de Herrera se detuvo algún tiempo en esta fortaleza, reteniendo en ella los presos por ver si acerca de la gobernación de Paria había alguna innovación de España o de Santo Domingo, para disponer de los presos a voluntad del que viniese y aun antes el pedir contra ellos lo que le conviniese; en el cual tiempo se ofreció que envió ciertos soldados a una poblazón de caribes que estaba cerca de allí, los cuales, o por descuido suyo o por el ánimo e industria de los indios, les mataron ciertos españoles y los hicieron volver casi huyendo, de lo cual se hallaron corridos todos, y los más soldados que de esta jornadilla escaparon, antes de llegar a la fortaleza se concertaron de soltar a Sedeño y a sus amigos de las prisiones en que Herrera los tenía e irse con los que le quisiesen seguir a Cubagua en unas piraguas o canoas que habían tomado en aquella poblazón de caribes, y llegados que fueron a la fortaleza de Paría se fueron derechos a Antonio Sedeño; y porque después de suelto con favor de algunos allegados suyos no quisiese hacer nuevas molestias a Alonso de Herrera y a sus amigos, recibieron de él juramento, antes de soltarlo, que después de suelto no haría ningún desabrimiento ni descontento a Alonso de Herrera ni a los de su parcialidad, sino que él, con los que lo quisiesen seguir, se irían a la isla de Cubagua, el cual se lo prometió así, y debajo de este presupuesto, le soltaron a él y a Agustín Delgado y a todos los demás que estar ban presos, los cuales luégo, con los que les quisieron seguir, se embarcaron en las piraguas y canoas que habían traído de los caribes, y se fueron a Cubagua, y de allí se volvió Antonio Sedeño a Puerto Rico, donde sucedió un caso bien extraño, que por ser tal, lo pretendo escribir en este libro.

Luégo Alonso de Herrera, con los de su parcialidad, se quedaron en la fortaleza de Paria esperando si venía gobernador o Socorro para que pudiesen efectuar lo que tanto tiempo había pretendido, que era ver la noticia que en aquella provincia de Paria les habían dado.

|Capítulo veinte y |cinco

En el cual se escribe la venida de ciertos indios caribes de la isla dominica a la isla de San Juan de Puerto Rico, y la prisión que en ella hicieron de Cristóbal de Guzmán y de muchos negros esclavos e indios de su provincia. |

Porque vine a tratar de San Juan de Puerto Rico por respeto de ser Antonio Sedeño vecino y tesorero de esta isla, contaré un caso acaecido en ella el año de veinte y ocho, por la maldad y crueldad de ciertos bárbaros y naturales de la isla de la Dominica, que excediendo a todos sus pasados en osadía y atrevimiento y vigor de ánimos, juntaron una buena armada de piraguas, y metiéndose en ellas, a imitación de los antiguos salteadores de Corinto, quebrantando los términos de toda amistad y conformidad y conservación de la humana vida, pasando de su tierra a las islas comarcanas, puestas en el mar Mediterráneo, las asaltaban y robaban, dando crueles y miserables muertes a los moradores de ellas.

Vinieron estos caribes navegando por el mar Océano a saltar y robar en esta isla de San Juan de Puerto Rico; y para que mejor se entienda este suceso y acaecimiento, es de saber que en esta provincia e isla, en la ciudad principal de ella, había un ciudadano principal, así en hacienda como en linaje, llamado Cristóbal de Guzmán. Este tenía un cortijo o estancia en la cabeza de la isla, en donde dicen el Daguao, do había gran cantidad de esclavos y esclavas negros e indios e indias que labraban las tierras y las cultivaban y sacaban oro de las minas que allí cerca estaban; y habiendo ido Cristóbal de Guzmán, como hombre Curioso y cuidadoso, a visitar su hacienda, la cual caía en la parte dicha, sobre las riberas del mar Océano, apartado media legua, Y estando allí sin esperanza de ningún adverso suceso, porque como en la isla no había ya naturales que estuviesen de guerra, sino todos pacíficos y domésticos, ni había que temer ninguna cosa dañosa que se hubiese de recibir por mano de enemigos ni menos franceses, en aquel tiempo no navegaban ni pasaban a robar a las Indias, y así estaban y vivían todos en sus cortijos seguros de las asechanzas y daños que en otras partes, donde más próximas tienen las ocasiones dichas se esperan recibir; pues estando, como he dicho, Cristóbal de Guzmán en esta su estancia, de repente llegaron sobre él, un domingo de mañana, gran cantidad de indios caníbales o caribes, naturales de la isla de la Dominica, tierra bien apartada y dividida de la de San Juan por las aguas del mar que en medio están y otras muchas islas que se anteponen entre las dos islas, los cuales, habiéndose metido con bárbara temeridad en navegar con tan pequeños esquilfes como son las piraguas, y meterse en un golfo y mar tan impetuoso como es el que atravesaron y pasaron, y llegando al puerto de aquella estancia del Daguao, estaba apartada la distancia que poco ha dije, al cuarto del alba, por no ser vistos ni sentidos de la gente de la tierra, saltaron con las armas en las manos, y saltando con brío de fuerzas que, por la antigua enemistad que en el linaje humano tienen, se sustentan de cuerpos de hombres, aquel cortijo, donde tan descuidados vivían de ver semejantes enemigos sobre sí, mataron cantidad de indios e indias y esclavos y esclavas, y como el Cristóbal de Guzmán, a quien ellos deseaban tomar vivo y sin ninguna lesión, para tener larga ocasión de pasatiempo con él, se defendiese valerosamente, fue herido de algunos flechazos, y con ellos constreñido a rendirse a los caribes y por ellos preso y metido en sus piraguas.

Tomaron vivos algunos indios e indias y negros y negras, a los cuales, con los demás cuerpos muertos, con todo el demás despojo que en el cortijo pudieron haber, se embarcaron y dieron la vuelta a su tierra.

Partidos los caribes con este triste espectáculo, aunque para ellos de gran alegría y contento, se fueron a una isla que cerca del Daguao estaba, dicha Bique, donde por parecerles lugar seguro tomaron puerto y saltando en tierra comenzaron a solemnizar su victoria, haciendo grandes convites y banquetes y comidas con la carne de los cuerpos muertos que llevaban, los cuales comían con tanto contento y alegría como si naturalmente lo hubiera el poderoso Dios criado para su sustento y mantenimiento, acompañando sus cenas y comidas de muchos alegres cantos, de que en semejantes regocijos suelen usar.

Y después de haber estado en la isla de Bique cuatro días en estas fiestas y regocijos, despendiendo y comiendo la carne de los difuntos, porque no se les dañase ni perdiese, se partieron llevando gran guardia en los demás prisioneros vivos, y poniendo mucha diligencia en curar a Cristóbal de Guzmán porque no se les muriese, no por compasión ni amistad que con él tuviesen ni porque deseasen restaurarle la vida para algún buen efecto, sino sólo para, como he dicho, tener con él larga materia y ocasión de pasatiempo; y caminando la vía de su tierra, llegaron a la isla de Santa Cruz, donde saltando en tierra para hacer nuevos regocijos, se detuvieron seis días, gastando el tiempo en comer y beber y cantar, para el cual efecto mataban con mucha ufanía y alegría y bárbaras ceremonias algunos de aquellos indios y negros que llevaban presos, bebiéndoles la humana sangre caliente como la iban sacando de los cuerpos, sin que consintiesen que una sola gota se perdiese; y partiendo de la isla de Santa Cruz, tocaron en la isla dicha la virgen gorda, donde asímismo saltaron en tierra para holgarse y hacer memoria de su trofeo, y sacrificando a sus vientres de aquellas vidas y cuerpos humanos que llevaban en prisión, mataron algunos con la solemnidad acostumbrada.

A esta sazón la yerba de las flechas con que habían herido a Cristóbal de Guzmán había hecho tal operación que los caribes veían claramente que su vida no tenía remedio; y porque su muerte no careciese de la solemnidad que las demás ni dejase de participar muy enteramente de su bárbara crueldad, tomaron a este caballero y aspáronlo o atáronlo a un árbol con recios cordeles, y despojándolo de las vestiduras que llevaba, para que más escombrado y exento estuviese el blanco o terrero, comenzaron a hacer sus bailes y regocijos y músicas según su bárbara costumbre, y en ellos, trayendo sus arcos y flechas en las manos, cada uno le tiraba de suerte que aquella parte de su cuerpo que más contento les daba, casi sin perder tiro disparándole muy gran cantidad de flechería. Dicen unas esclavas que estaban presentes, las cuales, como adelante se dirá, volvieron vivas a poder de españoles, que sufriendo con buen ánimo Cristóbal de Guzmán la cruel muerte que le daban estos caribes, ya que estaba en lo último de la vida, alzó las manos y ojos al cielo dando grandes muestras y señales de contrición y arrepentimiento, invocando el auxilio divino, con las cuales señales murió, no cesando en todo este tiempo los crueles bárbaros de arrojarle continuas flechas con qué hacer más penosa su muerte, y de mayor pasatiempo y contento para ellos; y fue cosa de maravillar que estos caribes no quisieron comer este cuerpo como habían hecho a los demás, sino allí se lo dejaron a donde lo martirizaron, y aunque aquellas esclavas que vivas estaban quisieron cubrir el cuerpo muerto con arena, porque no fuese comido de aves o de otras fieras, los indios se lo estorbaron, y aun sobre ello las maltrataron. Y embarcándose en sus piraguas, prosiguieron su camino y llegaron a la Dominica, donde con nuevas juntas de gentes acabaron de celebrar la victoria habida de Guzmán y de su gente, matando algunos de los prisioneros que les quedaban vivos, para comer y dar en el convite y borrachera.

Y porque ya que he dado noticia y relación de este malvado hecho que estos crueles caribes hicieron, es bien que la dé del castigo que sobre ellos se hizo, aunque a costa de algunos españoles, prosiguiendo con la materia adelante, lo cual no pensaba hacer por no gastar tiempo en estas cosas, que parecen peregrinas y extranjeras de mi Historia.

|Capítulo veinte y |seis

Cómo los vecinos de San Juan de Puerto Rico hicieron y juntaron gente, y nombrando capitán de ella a Juan de Yucar, pasaron a la Dominica, donde comenzaron a hacer en los indios castigo de la muerte de Guzmán. |

Este caballero, de cuya desgracia y suceso y terrible muerte habemos tratado, era casado en la propia isla y ciudad de San Juan de Puertorrico con una señora noble en linaje y costumbres, llamada Mayor Vásquez, la cual, sabido el suceso de su marido, aunque no la cruel muerte que se le había dado, hizo el sentimiento que conforme a su calidad y nobleza era razón que hiciese, y aunque deseaba ir o enviar a ver y saber si su marido era vivo o muerto, no lo hacía porque como las viudas, aunque sean ricas, no alcanzan tan enteramente lo que de justicia les compete como los hombres sí tienen el mismo posible, érale denegado el hacer junta de gente por la justicia para este efecto, y así le fue necesario enviar a llamar un cuñado suyo, hermano del propio Guzmán, a España, fraile de la orden de Santo Domingo, llamado fray Vicente de Guzmán.

Este, sabida la tomada y cautiverio que los caribes habían hecho de su hermano, con toda la presteza que pudo, vino a Puertorrico, donde procuró con el que gobernaba la tierra, que era un Francisco Manuel de Olando, que hiciese una buena armada para ir a saber el suceso de aquella gente que los caribes habían llevado, haciéndose el gasto de ella entre la mujer de Guzmán y la ciudad de Puertorrico; porque ya que los hubiesen muerto, como se presumía, podrían prender número de aquellos malhechores y traerlos para esclavos, que en este tiempo se hacían, de donde sacarían el gasto que en hacer la armada hiciesen.

Fueles otorgada la licencia, y juntaron doscientos hombres, y embarcándose en una carabela y dos bergantines bien aderezados, y por capitán general, nombrado por el cabildo, a Juan de Yucar, de nación navarro, y fray Vicente con ellos, se fueron en demanda de la Dominica por la misma derrota que los indios habían llevado. Fueles el tiempo muy contrario, y por eso no sólo se detuvieron mucho tiempo, pero dividiéndose en las refriega de la mar los unos de los otros, fueron aportar los bergantines en que iba la mayor parte de la gente con el capitán y fray Vicente a la isla Guadalupe y la carabela a Mari Galante, casi sin saber los unos de los otros. La gente de los bergantines, como era mucha, acabaron presto la comida, y como se detuvieron en Guadalupe sin hallar allí qué comer, padecían muy grande necesidad de hambre, por lo cual determinó el capitán Juan de Yucar meterse en un barco e ir a buscar la carabela con doce compañeros; y dejando por caudillo de la gente a fray Vicente se partió, y al primer bordo que dio en demanda de la carabela dio con ella en Mari Galante, donde los que con él iban satisficieron a la hambre que padecían, y se estuvieron allí algunos días después de los cuales tomaron en el barco todo el matalotaje y vituallas que pudieron, y dieron la vuelta a Guadalupe, donde halló el capitán Juan de Yucar la gente como casi amotinada porque como con la hambre fuesen afligidos y constreñidos a buscar su remedio y dar orden en que no pereciesen sus vidas por falta de comidas, concertaron algunos de aquellos soldados embarcarse en los bergantines y dar la vuelta a Puertorrico; y como esto les fuese estorbado y resistido por el frayle Vicente que era teniente, y por algunos de su bando y opinión, moviose entre ellos una gran sedición y alboroto, de suerte que tomando las armas en las manos los del uno y otro bando, comenzaron a reñir su pendencia, menospreciando la autoridad real del que los gobernaba, de suerte que fueron algunos de los movedores de este alboroto y escándalo heridos de cuchilladas que les dieron; y si a esta sazón no llegara el capitán Juan de Yucar, que lo mitigó y apaciguó, fácilmente perecieran todos.

Luégo que el capitán puso paz entre sus soldados, aunque no de todo punto, y hubo repartido la comida que llevaba, se embarcó con toda la gente en los bergantines y se volvió a Mari Galante, y ajuntándose con la carabela dejó en ella a fray Vicente con algunos soldados, y tomando consigo toda la más de la gente y armas, en los bergantines se fue la vuelta de la Dominica a poner en efecto su deseo, y aguardando a vista de ella la oscuridad de la noche, para poder llegar a tierra sin ser visto de los naturales le sucedió todo como quiso; porque como después de anochecido llegase a tierra con sus bergantines y echase un soldado llamado Limón, muy diestro en conocer por las pisadas y vestigios de los indios las vías de los pueblos, fue por éste fácilmente descubierto el camino que iba a la poblazón de los indios, que no estaban lejos de la mar, y hallado este rastro, y siendo avisado de ello el capitán Juan de Yucar, luégo saltó en tierra con los más de sus soldados para hacer espaldas a Limón, que confiándose en su soltura y ligereza, astutamente se desnudó en cueros, porque si fuese encontrado de algunos indios no fuese extrañado; y siguiendo el camino y rastros que antes había visto, caminó la tierra adentro, solo y desnudo, obra de media legua, donde halló un pueblezuelo o lugarejo de cuatro caneyes, que son unos bohíos o casas muy largos en que se recogen mucha gente a vivir, cuyos moradores estaban, a lo que parecía, bien descuidados de que en su tierra hubiese gente extranjera; y dando Limón la vuelta a donde su capitán había quedado, le dio noticia de lo que había visto, el cual luégo se partió con su gente puesta en concierto, y dando en los bohíos de los indios, prendió a todos los que en ellos ‘estaban sin que se les escapase más de una sola persona, que serian ochenta presos, y después de haberlas atado y puesto a recaudo, preguntó a un indio de aquellos que en este pueblo se tomaron, el capitán Juan de Yucar con un intérprete que le hablaba, si era vivo Cristóbal de Guzmán y que dónde estaba, el cual por dar contento a los españoles, y pareciéndole que por ello le soltarían, le respondió que era vivo y estaba en un pueblo cerca de allí.

El capitán para más claridad del negocio, apartando aquel indio, preguntó lo mismo a una india, la cual respondió que no curase de preguntar ni buscar aquel español, porque los indios que lo habían preso lo habían muerto con gran regocijo y alegría en la isla llamada la Virgen Gorda, y que uno de ellos había sido el propio indio que decía que estaba vivo. Teniendo, pues, por más cierta y verdadera esta respuesta que la india había dado que otra ninguna, no curó el capitán de hacer más pesquisa ni inquisición; mas un soldado que debía tener particular amistad con Cristóbal de Guzmán, ya difunto, queriendo hacer sacrificio al ánima de su amigo con la sangre de los que lo mataron, allí, de repente, dio con el espada que en las manos tenía al rendido y atado indio, que decían haber sido uno de los matadores, una cuchillada que le quitó la cabeza de los hombros, y si le dejaran pasar adelante con su holocausto, él sacrificara a las ánimas y cuerpos de todos los indios e indias que presentes estaban, con que quedara tan ufano, que sin duda le pareciera con aquel ejemplo de bárbara cruel (dad) había librado de pena el ánima de su amigo y puéstola en perpetua gloria.

Mas no estaría fuera de esta iniquísima opinión el capitán Juan de Yucar, porque luégo que le fue certificada la muerte de Guzmán, dijo a sus soldados que determinadamente hiciesen la guerra a aquellos indios, y que al que no pudiesen haber vivo para esclavo y aprovecharse de él, le dieren la más cruel muerte que les pareciese, y todo lo que pudiesen destruír y arruinar lo destruyesen y arruinasen, de suerte que con actual y ejemplar castigo quedasen aquellas gentes con el pago que su maldad y fiero atrevimiento merecían, y ellos quedasen con bastante satisfacción de la injuria que habían recibido los ciudadanos de San Juan de Puertorrico, a cuya tierra habían ido aquellos bárbaros a hacer los saltos y robos y muertes que les eran notorio; y con esto se procuró informar de los indios que presos tenían dónde había poblazones de indios para ir a ellas, los cuales fácilmente le dijeron que cerca de allí estaba otro pueblezuelo de gente de su nación y sus compañeros, los cuales tenían en su poder dos negras esclavas que habían tomado con la demás gente en Puertorrico, y que demás de esto, otro día siguiente habían de llegar a aquel puerto donde los bergantines estaban, cuatro piraguas de indios que venían a holgarse y beber con ellos de unos pueblos que estaban en aquella costa adelante.

Juan de Yucar, habida esta nueva, luégo tomó una determinación de hombre práctico, y enviando cuarenta hombres con un capitán Diego Vázquez, les mandó que fuesen a dar en el pueblo donde decían estar las negras; y dejando en aquel propio lugar la presa que habían hecho de indios bien atados y puestos a recaudo con gente y soldados que los guardasen, él con el resto de la gente, se fue con toda presteza a meter en los bergantines, para antes que la luz del día viniese, con que podían ser vistos, ir y ponerse en salvo o emboscarse en un promontorio o punta que allí cerca hacía la tierra, por el cual habían de pasar las piraguas; y en esto no fue nada perezoso, porque con ser bien cerca del día cuando se partió del pueblezuelo donde había hecho la presa, antes que fuesen bien esclarecido estaba ya puesto en la emboscada tras del promontorio.

|Capítulo veinte y |siete

|En que se escribe todo |el demás suceso que Juan de Yucar tuvo en la Dominica con los indios, y lo que Luis Martín Gobal hizo en una carabela en que había salido de Puertorrico. |

El capitán Diego Vázquez con sus compañeros caminó con tanta presteza al pueblo donde las negras estaban, que antes que amaneciese dio en él, y hallando descuidados y dormidos aquellos miserables moradores, fácilmente los subjetó, y tomó muchos de ellos, y muchos mató a cuchillo, y muchos quemó vivos en los bohíos, que luégo, poniéndoles fuego, arruinó de suerte que en los miserables moradores de aquel lugarejo ejercitó todos los géneros de crueldad que pudo. Algunos de sus soldados fueron heridos por mano de aquellos indios que, sintiendo el tumulto que en su pueblo andaba, se levantaron, y tomando las armas en las manos, quisieron defender su patria y echar los enemigos de ella, los cuales, siendo cercados por los españoles, fueron miserablemente muertos con los demás.

Hecho esto, los españoles tomaron las negras, de quien supieron muy por extenso todo lo susodicho; y llevando a recaudo los indios e indias que habían dejado vivos, dieron la vuelta a donde estaba la otra presa de indios que en el primer pueblo de atrás habían tomado y dejado.

El capitán Juan de Yucar, que estaba esperando tras del promontorio las piraguas, no hubo el menor suceso en su empresa que Diego Vázquez, aunque no de tanta sangre, porque como las piraguas viniesen navegando sin recelo ni sospecha de los que les estaban esperando, al tiempo que doblaron el promontorio y emparejaron con la emboscada, fueron con tanta presteza acometidos por los bergantines, y como las piraguas viniesen cargadas y embalumadas de cosas de comer y de beber pertenecientes a sus regocijos, no pudieron usar de la presteza y ligereza que otras veces, y así fueron todas cuatro tomadas con la gente que en ellas venía, sin escapar más de solamente seis indios, que atreviéndose a su diestro nadar, se arrojaron a la mar, y caminando gran trecho por debajo del agua, fueron a salir a tierra donde no podían recibir ningún daño de Juan de Yucar, el cual, temiéndose que aquellos indios que se habían arrojado al agua no fuesen a dar mandado y aviso a los pueblos comarcanos, navegó con toda diligencia la costa arriba, y dando en un pueblo de indios que estaban descuidados y cubiertos con cierta roca o peña alta, fueron presos y cautivos por la gente española obra de sesenta piezas de aquel pueblo, varones y mujeres, y metidos a cuchillo con bárbara crueldad, y queriendo el capitán pasar adelante con su castigo y venganza, halló que ya eran sentidos y tenían los demás naturales aviso de la gente que en su tierra andaba; y estándose en aquel aprieto donde había hecho esta presa, vinieron a él por tierra muy gran cantidad de naturales con las armas en las manos, a vengar las muertes y daños hechos en sus compañeros y hermanos, y apartándose los españoles con los bergantines de tierra, los indios comenzaron a flecharles y a tirarles flechas, aunque no les hacían daño con ellas, y por el consiguiente, los españoles con el artillería que llevaban, tiraban a los indios, pero en nada les dañaban con ello.

El capitán Juan de Yucar, queriendo ver si podría hacer algún engaño a aquellos bárbaros, con que destruir algunos de ellos, habloles desde la mar con un despierto intérprete que traían, tratándoles de paces y que se diesen rehenes los unos a los otros y se concertasen. Los indios vinieron en ello, y enviando a los bergantines cuatro principales, fue por el capitán preguntado a los españoles si había algunos que en lugar de aquellos indios quisiesen ir a tierra; mas como todos conocían cuán dudosa fe y palabra era la de aquellos bárbaros, rehusaron la ida por rehenes, si no fue Limón, de quien atrás dijimos que con solos los vestidos de que naturaleza le vistió fue a descubrir la poblazón. Este, con otro vizcaíno llamado Orozco, con ánimos temerarios, aceptaron el ir por rehenes entre los indios, de que no poco después se arrepintieron, porque como aquellos bárbaros los tuviesen en su poder y ellos sean en sí gente desvergonzada y rústica y sin ningún género de miramientos ni comedimientos, llegábanse a estos dos españoles y con bestial desenvoltura les llegaban con sus manos a tentar sus vergüenzas y a ver la forma que tenían, y luégo les ponían las manos en las barbas y les tiraban blandamente de ellas, por ver si era cosa postiza; y para regocijarse de todo punto jugaban con ellos a pasa-gonzalo, dándoles buenos papirotes en las narices.

En estas cosas y otras semejantes pasaron el tiempo estos dos soldados en el ínter que en poder de los indios estuvieron, que serían dos horas, que cierto para ellos fueron dos muy largos años. Diéronles de comer los indios, pero con tan mala salsa no podía hacer buen gusto la comida.

Pasadas estas cosas los españoles fueron vueltos a los bergantines y los indios a tierra: y como en estos tratos no hicieron ninguna cosa de las que entrambas partes pretendían, que era engañarse los unos a los otros, cesó entre ellos la guerra, con que otro día se unieron en aquel propio lugar para de todo punto hacer fija y pacífica amistad; pero estos bárbaros andaban haciendo estos entretenimientos con los españoles por poner en cobro sus mujeres e hijos y ver si podían hacer junta de más gente para ofenderles.

El capitán, con su gente y presa, se partió luégo a donde estaba esperándolo Diego Velázquez | 35 con los demás compañeros e indios que habían cautivado, y aquella noche propia se embarbaron todos los que con Velázquez estaban con la presa que habían hecho en aquella parte, y poniendo las presas en orden y recaudo dentro de los bergantines, otro día de mañana, todos juntos, se volvieron a tratar de las paces y amistades que el día antes habían quedado principiadas por el capitán Juan de Yucar con los otros caribes; y como llegando a este puerto no hallase ninguna gente ni pareciese en toda aquella costa, pasose adelante a un puerto muy seguro y bueno, dicho el puerto del Azufre, donde había un río llamado el no Caliente; y como asímismo no hallase en él gente, determinó de saltar en tierra y entrar a la tierra adentro con sus soldados, hacer todos los daños que pudiese en los indios, y poniéndolo en efecto, tomó consigo ochenta hombres bien aderezados y los más belicosos y dispuestos para aquel trabajo y guerra; y habiendo por allí cerca unos indios que le dijeron y dieron relación de donde estaba recogida la gente de aquella provincia, los llevaron por guías, y metiéndose con ellos la tierra adentro, caminaron cuatro días, llevando siempre Juan de Yucar delante de sí, apartados distancia de un tiro de arcabuz, seis hombres que a manera de exploradores o espías fuesen viendo y descubriendo lo que había, en las cuales jornadas hallaron más de treinta lugares o pueblos de indios sin ninguna gente, los cuales quemaron y arruinaron, y al quinto día dieron los que iban adelante en un arroyo o quebrada de muy mal pasaje, de la otra banda del cual, en una alta barranca, estaban recogidos y hechos fuertes los indios, con sus mujeres e hijos, los cuales habían ya sentido la ida de los españoles en su busca, y estaban en aquel arroyo una parte de ellos puestos en salto; y como los seis exploradores españoles, por cierta sospecha que del corazón, pronosticador de los malos sucesos, les venía, temiesen y rehusasen la pasada de aquel arroyo, alzaron los ojos y vieron los indios que los estaban mirando desde su alojamiento; y queriendo retirarse para dar mandado al capitán que tras de ellos iba, fueron de repente cercados por los caribes, que estaban puestos en celada, los cuales alzaron las voces, pareciéndoles que tenían ya segura aquella presa; mas como el capitán oyese la grita de los indios porque iba caminando por montaña y podía oírlos y no verlos, apresuró el paso con su gente, y dando en los indios de repente los rebatió y apartó de suerte que quitaron el cerco que tenían puesto a los seis soldados y se juntaron todos, mas los indios no se apartaron mucho de donde estaban, antes peleando obstinadamente ponían en condición a los nuestros de ser desbaratados y perdidos; pero como los españoles no diesen a entender a sus enemigos que en ellos había flaqueza, y los unos y los otros sustentasen muy bien sus bríos en pelear, cansáronse los indios primero, y suspendiendo sus armas y apartándose un poco, dieron lugar a los nuestros a que les volviesen las espaldas con título de retirarse, porque el capitán, viendo cuán desiguales le eran los indios en número y que peleaban por su libertad y por la defensa de sus personas y mujeres e hijos, parecíale que no se podía haber ninguna honrosa victoria con gente que a sus buenos bríos acompañaban y favorecían tantas justas condiciones, y a él y a los suyos contrarias, y así, tomando el capitán Juan de Yucar, con los más valientes soldados, la retroguardia, que en aquel tiempo era más peligroso lugar, dieron la vuelta hacia la mar.

Los indios los siguieron con mucha ligereza, acometiéndoles por muchas partes, sin que pudiesen recibir daño ninguno de los nuestros; y habiendo caminado dos leguas, los indios dejaron el alcance y se volvieron a su alojamiento, y los nuestros llegaron otro día a la mar desambridos y fatigados del trabajo del camino, aunque con pocas heridas, donde se estuvieron cuatro días descansando y holgando, en el cual tiempo los indios de la tierra juntaron algunas piraguas y determinaron venir a dar en los españoles por tierra y por mar, y poniéndolo en efecto, un día, estando los nuestros descuidados, asomaron por una punta que la tierra allí se rehacía, obra de diez piraguas, las cuales, como por los nuestros fuesen vistos, presumieron lo que era, y queriendo con toda presteza apartarse de tierra los bergantines para hacerse a lo largo, fueron asaltados por los indios que en un pequeño montecillo, que un tiro de ballesta de la mar había, estaban emboscados; y como el bergantín del capitán Juan de Yucar, con gran presteza cortase el prois y se hiciese a lo largo, el otro bergantín fue embarazado por no usar de la presteza que era razón en cortar su prois, y así recibió notable daño, porque cayendo sobre él innumerable multitud de flechería y piedras que los indios les tiraban, les mataron veinte y cinco hombres, sin otros muchos que les hirieron.

Juan de Yucar, yéndose a encontrar con las piraguas, fue de ellas recibido con mucho ímpetu, y peleando gran rato los unos con los otros, después de haberse hecho daño de la una y de la otra parte, se arredraron las piraguas y se hicieron a lo largo y dieron la vuelta, y cómo se viese libre de las piraguas el bergantín del capitán, acudió luégo con toda presteza a socorrer a los del bergantín que había quedado en la costa, a quien los indios no cesaban de ofender con sus continuas flechas y piedras, y sacándolo de aquella aflicción dieron la vuelta a donde fray Vicente les estaba esperando con la carabela, echando cada día gente a la mar, porque como las flechas con que herían a los españoles tenía muy penosa yerba, por pequeña que fuese la herida que con ella daban, era mortal, y así fueron pocos los que con la vida escaparon de los heridos.

Juntáronse los bergantines con el fraile, y los de la carabela se fueron a Tierra Firme a tomar indios y hacerlos esclavos, y los bergantines con sus presas se volvieron a Puertorrico.

Casi en este mismo tiempo sucedió, yendo de esta isla Puertorrico una carabela con esclavos y algunos españoles y mujeres a Santo Domingo, para de allí irse a Pirú, que iban en ella ciertos flamencos, uno de los cuales era un Luis de Longabal, y su mujer malmasela Clareta, que decían ser deudos de Mingo Bal, caballerizo del emperador don Carlos quinto, nuestro rey. Estos salieron enojados y agraviados de Puertorrico porque entre el vulgo se había dicho que no eran casados, sino amancebados, y tomando por muy gran injuria esta vulgar opinión, se iban a Santo Domingo, para de allí irse a España a quejar al emperador; y como los españoles que en la carabela iban saltasen en tierra en la isla llamada la Mona, para allí recrear sus personas y echasen todos sus esclavos en tierra para el mismo efecto, este Luis Mingobal determinó hacer un abominable hecho para en venganza de su injuria, y fue que como los españoles empezasen a recogerse con sus esclavos al navío, a la segunda barcada, tomando las armas en las manos este furioso flamenco y los demás de su nación que con él estaban, que eran bien pocos, quitaron el batel a los marineros y comenzando a herir en ellos los mataron a todos, y los demás españoles y españolas que en el navío había, sin dejar viva criatura, ni negro alguno, ni perro ni gato, ni cosa viva que los españoles allí llevasen, y entre los demás hombres y mujeres mataron estos bárbaros a una doncella de noble linaje y muy hermosa que se iba o la llevaban a casar a Santo Domingo.

Dícese que los que en tierra estaban veían a la mujer de Mingobal con una espada en la mano dar el salto de una parte a otra, imitando la malvada crueldad de su marido, tras las mujeres españolas que en el navío andaban huyendo de una parte a otra, y así se hicieron a la vela con el navío y con los que en él había.

Sabido por el presidente y arzobispo de Santo Domingo, que era Fuenmayor, envió con ciertos navíos a buscar estos flamencos para castigarlos, y andando en busca de ellos, llegaron a la costa de los Lucayos, donde hallaron la carabela, que había dado al través, y en la playa muchos rastros de sangre y cabellos de gente que parecían haber muerto allí. Presumiose que, por permisión divina, dieron estos flamencos en esta costa de los Lucayos, donde con crueles muertes que los indios les darían, pagaron su malvado hecho y crueldad.

Los que en la isla de la Mona quedaron se estuvieron allí hasta que pasando otra carabela por allí los recogió y llevó consigo.

| Capítulo veinte y ocho

Cómo los indios de la Trinidad, por inducimiento de Sedeño, pasaron a Paria a matar los españoles que allí habían quedado por Herrera, y lo que sobre ello pasó. |

Después que los soldados, de su propia autoridad, como se ha dicho, soltaron a Antonio Sedeño, no fue tan breve su partida, que no tuvo lugar de hablar así a los indios comarcanos como a los de la Trenidad, que con lenguas que de su mano tenían cómo allí se quedaba Alonso de Herrera con unos pocos de cristianos para robanlos y hacerles mal, que mirasen por sí y si los pudiesen matar los matasen, porque él se holgaría de ello.

Esto que Sedeño dijo a los indios les cuadró tan bien que desde luego comenzaron a rebelarse y convocarse los unos a los otros y a darles la priesa que pudieron; y si no fuera por dos principales o indios que por amigos o compañeros tenían allí cerca, llamados Pedro Sánchez y Juanico, que eran cristianos y amigos de cristianos, por esta ocasión, que en tiempos pasados, navíos que habían llegado a aquella provincia a hacer esclavos, habían tomado estos dos indios y los habían llevado a Santo Domingo, a donde, después de ser cristianos, la Audiencia los mandó poner en su libertad y que fuesen restituídos a su tierra, como lo fueron. Estos indios, que eran principales, y sujetos por su respeto, tenían muy gran conversación con Alonso de Herrera y sus compañeros, y no sólo venían ellos a donde estaban los españoles, mas muchas veces llevaban a su poblazón a los cristianos para que se holgasen y comiesen. Sucedió que estando un día Alonso de Herrera con toda su gente, que serían treinta hombres, en la poblazón de estos indios, que por otro nombre los llamaban los Pintados, pasó cantidad de indios de la Trinidad en canoas o piraguas a pelear con los españoles y a ver silos podían matar, que estaban cebados por haber muerto antes otros españoles en tiempo de Sedeño. Los indios amigos, sabido la llegada de los caribes de la Trinidad, dieron luégo aviso a los españoles de ello, que estaban, como se ha dicho, holgándose en un pueblo de estos dos indios, desviados de la mar.

Los caribes habían llegado y saltado en otro pueblo de los propios indios, que estaba más cercano a la mar, porque todos eran conocidos y se trataban los unos con los otros.

De esta nueva se atemorizaron mucho los españoles, por hallarse fuera de su fortaleza y entre gente dudosa y que no sabía si los entregarían en manos de sus enemigos. Como los indios, entendiendo el temor que en los cristianos reinaba, los aseguraron y animaron diciendo que tuviesen ellos ánimo para matarlos y que ellos los emborracharían y se saldrían del pueblo con sus mujeres e hijos y los dejarían solos donde podrían llegar y hacer lo que les conviniese antes que fuesen sentidos por los indios y gente de la sierra, que también eran caribes, y que desearían matar a los españoles. Este concierto contra los indios de la Trinidad se efectuó al pie de la letra como se ha contado, que después de haberlos emborrachado, fueron los españoles y los mataron, con lo cual se aseguraron por entonces, y con esta victoria, habida por mano ajena, se volvieron a la fortaleza con el despojo de canoas y otras baratijas que habían traído; y a cabo de pocos días la falta de comida constriñó a los españoles a salir de la fortaleza y esparcirse por entre los indios de los principales ya nombrados a sustentarse y comer, porque ni tenían con qué comprarlo ni eran parte para tomarlo por fuerza.

Sabido por los indios de las sierras comarcanas cómo los españoles andaban fuéra de la fortaleza y derramados, determinaron de venir sobre ellos y matarlos, la cual determinación no fue tan oculta que no la entendiesen los indios principales cristianos, ya nombrados, los cuales luégo lo dijeron a Alonso de Herrera, el cual, con algunas dádivas que les dio, les persuadió a que les juntasen sus compañeros y se los trujesen y llevasen a la fortaleza, porque como se ha dicho, andaban algo divididos sustentándose. Los indios lo hicieron así como les fue rogado por Alonso de Herrera, y cuando los de la sierra acudieron a hacer el mal que pretendían, halláronse burlados, por lo cual convirtieron sus armas contra los pueblos y gente de aquellos principales que dieron el aviso a los españoles, los cuales viendo que ni los españoles por ser tan pocos les podían dar favor ni ayudar ni ellos eran parte para defenderse de los serranos, dejando su natural y tierra se metieron con sus mujeres e hijos en canoas y se pasaron a vivir a Aruaco.

Nuestros españoles quedaron demasiadamente desconsolados por ver que los que hasta allí les favorecían y sustentaban se habían ido a vivir a otra parte, cuyos pueblos los serranos destruyeron y talaron de todo punto, de forma que ninguna comida de que los españoles se pudiesen aprovechar quedó en ellos, por lo cual, por lo mucho que la hambre les apretaba, les fue necesario salir más a lo largo a buscar comida a unos pueblos de indios que estaban algo más apartados, donde o por no poder pelear y defenderse o por ser muchos los indios que sobre ellos vinieron, les mataron diez hombres, con que quedaron los demás tan amedrentados que no sabían qué se hacer, porque ni tenían con qué salir de la tierra ni modo cómo sustentarse en ella, a la cual necesidad Dios nuestro Señor proveyó y remedió en la manera que luégo diremos.

Todos los cuales sucesos que de suso se han contado, pasaron desde el año de treinta hasta el de treinta y cuatro, que es el año en que sucedió lo que desde aquí para adelante se dirá, y no se pusieron los tiempos en que señaladamente sucedió cada cosa de las dichas por no tener memoria de ello los que lo vieron y se hallaron presentes a ello.

34 Palabra que puede leerse: “sulta”, por “suelta”.
35 Por “Vásquez”.

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