Categories: нотатки

BERNABÉ COBO. HISTORIA DEL NUEVO MUNDO. LIBRO DÉCIMOTERCIO y LIBRO DÉCIMOCUARTO

Sponsored
Sponsored
Sponsored
Sponsored

BERNABÉ COBO. HISTORIA DEL NUEVO MUNDO. LIBRO DÉCIMOTERCIO y LIBRO DÉCIMOCUARTO

SOCIEDAD DU BIBLIÓFILOS ANDALUCES
HISTORIA
DEL NUEVO MUNDO
POR
EL P. BERNABÉ COBO
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
PUBLICADA POR PRIMERA VEZ
CON NOTAS Y OTRAS ILUSTRACIONES DE
SEVILLA
Imj>. de E. RASCO, JJustos ‘J avera, 1893
D. MARCOS JIMÉNEZ DE LA ESPADA

CAPÍTULO XII
De los templos y adoratorios del Perú; descríbese en particular el templo principal de la ciudad del Cuzco.
D
ICHO habernos ya cómo á todos los lugares sagra¬dos diputados para oración y sacrificios, llamaban los indios peruanos Guacas, así como á los dioses é ídolos que ,en ellos adoraban. Déstos había tanta multitud y di¬versidad, que no es posible escribirlos todos; porque, fuera de los adoratorios comunes y generales de cada nación y provincia, había en cada pueblo otros muchos menores; y sin éstos, cada parcialidad y familia tenía los suyos parti-culares. Mas, porque los adoratorios generales de los pue-blos principales y cabeceras de provincias, dado que no eran tantos en número como los que había en el Cuzco, estaban dispuestos por la misma orden y con las mismas vocaciones (lo cual se averiguó después por los españoles, y verificó en más de cien pueblos, algunos dellos muy dis-tantes), pondré aquí todos los de la dicha ciudad, y de lo que servía cada uno, los ofrecimientos que les hacían y el efecto para que se sacrificaban; y estos serán no más de los generales, porque lo que cada uno tenía en particular de ídolos y adoratorios, ya he dicho que no tenía número. Ni tampoco haré mención de más que de los que eran pro¬pios de la ciudad del Cuzco; porque sin ellos había en aquella ciudad, por ser el santuario universal de todo el reino, otras muchas Guacas extranjeras, que eran las prin¬cipales de todas las provincias que obedecían al Inca; las ; cuales hacía él traer al Cuzco, teniendo por cierto que na- / die se le podía rebelar sin que fuese castigado severamente ¡ de su dios; porque estando los de todos sus vasallos en su j poder, ellos lo habían de ayudar y defender. Estos dioses eran muchos, los cuales estaban de por sí en poder de los de la familia y ayllo del Rey que conquistó la provincia de cada uno, que los tenían en guarda y recebían los sacri-ficios que les traían sus naturales. Estas Guacas, pues, ex-tranjeras no se ponen en esta relación, sino las propias del Cuzco, porque, conocidas éstas, se podrá sacar lo que había en otras partes, pues todas, á imitación del Cuzco, guarda¬ban un mismo orden. Allende destas Guacas naturales de la dicha ciudad, describiré otras dos ó tres del reino, que eran templos muy suntuosos, ricos, y como santuarios de general devoción, á donde de todas las partes del Perú iban en romería, al modo que los cristianos suelen visitar el Santo Sepulcro de nuestro Redentor, el templo de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, y el célebre santuario de Santiago de Galicia.
Estos templos y adoratorios, así del Cuzco como de las otras partes del reino, estaban unos en poblado y otros por los campos, sierras y montañas agrias; unos en los ca¬minos, y otros apartados dellos; en los sembrados y tierras de labor, y en punas y desiertos y donde quiera, en tanto número, que apenas caminamos una jornada por cualquiera parte, que no topemos rastros y ruinas de muchos. No to¬dos los adoratorios eran templos y casas de morada; por¬que los que eran cerros, quebradas, peñas, fuentes y otras cosas á este tono, no tenían casa ni edificio, sino cuando mucho un buhio ó choza, en que moraban los ministros y guardas de las dichas Guacas. Pero todos tenían bastantes rentas y servicio, y especialmente los templos de mayor suntuosidad y devoción, era incomparable la riqueza que tenían de oro y plata; porque todos los vasos y piezas del servicio dellos eran destos metales, con todo el aderezo y adorno para celebrar sus fiestas. Era también muy grande
el número de sacerdotes y ministros que residían en ellos continuamente, los cuales se sustentaban de las rentas de los mismos templos. Para dedicar de nuevo cualquiera tem¬plo déstos, hacían grandes fiestas y ceremonias, después de las cuales era la última asperjarlo con un hisopo de ramos verdes y sangre de los corderos que aquel día solemne¬mente sacrificaban.
£1 templo más rico, suntuoso y principal que había en este reino era el de la ciudad del Cuzco, el cual era tenido por cabeza y metrópoli de su falsa religión y por el santua¬rio de más veneración que tenían estos indios, y como tal era frecuentado de todas las gentes del imperio de los In¬cas, que por devoción venían á él en romería. Llamábase Coricancha, que quiere decir «casa de oro» (i), por la in¬comparable riqueza de este metal, el que había enterrado por sus capillas y en las paredes, techo y altares. Era dedi¬cado al Sol, puesto caso que también estaban colocadas en él las estatuas del Viracocha, del Trueno, de la Luna y otros ídolos principales; porque era tenido como el Panteón de Roma; y en un tiempo estuvieron en él todos los prin¬cipales dioses de las provincias que estaban debajo del do¬minio de los reyes Incas; á los cuales, después, porque fue¬sen mejor servidos, pusieron á parte en distintos templos; y allí acudían los naturales de las dichas provincias á vene¬rarlos y ofrecerles sacrificios.
El edificio deste gran templo era de la mejor fábrica que se halló en estas Indias; todo por dentro y fuera de curiosas piedras sillares, asentadas con graix primor sin mez¬cla, y tan ajustadas, que no lo podian estar más; si bien es fama que en lugar de mezcla había puestas en las junturas planchas delgadas de plata. Hoy está fundado en el mismo sitio el convento de Santo Domingo; y ahora cuarenta años que yo estuve en aquella ciudad, duraban en pie muchas
(i) Más propiamente patio, corral ó cercado de oro.
paredes deste edificio; y en una esquina que estaba entera, se vía parte de una delgada lámina de plata en la juntura de dos piedras, la cual vi yo hartas veces; donde se colige, que puede ser que algunas paredes tuviesen asentados los sillares sobre planchas de plata. Su sitio era la parte más llana de la ciudad, al cabo della, donde ya se han acabado las laderas de los cerros en que la mayor parte de la ciu¬dad está fundada, y al principio del valle, orilla del riachue¬lo que corre por aquella parte de la ciudad. Su forma y traza era desta suerte: estaba hecho en este sitio un cerca¬do cuadrado de paredes altas vistosas de cantería; un lienzo dél corría á lo largo detarroyo, otro salía á una plaza, don¬de se celebraban las fiestas y sacrificios del Sol; el tercero miraba á lo largo del valle y el otro al barrio de Pama- chupa. La mayor parte desta cerca alcancé yo en pie, por donde se sacaba su grandeza y labor. Y fuera de estas pa¬redes exteriores, duraban todavía dentro del convento otros pedazos del edificio antiguo del Coricancha. Cogía cada acera ó lienzo deste cercado de cuatrocientos á quinientos J pies, que venían á ser los de toda la fábrica como dos mil en cuadro. Las paredes eran de piedra parda y fuerte, de¬rechas y sacadas á plomo, de muy grandes y vistosos silla-
La octava era un manantial llamado Susumarca, que está en Callachaca, y le ofrecían lo ordinario.
La novena se decía Rondoya [Runtuyan]: eran tres pie-dras que estaban en el cerro así llamado; púsolas allí el Inca Pachacútic y mandó las adorasen.
La décima y última Guaca deste Ceque era otra piedra llamada Pomavrco, que estaba puesta por fin y término de las Guacas deste Ceque.
El sexto Ceque se llamaba Cayao, y en él había siete Guacas. La primera se decía Auriauca; era como un por-tal ó ramada que estaba junto al templo del Sol, donde se ponía el Inca y los Señores.
La segunda Guaca era una piedra corva llamada Como- vilca, que estaba cabe Callachaca: ofrecíanle solas conchas.
La tercera se llamaba Chuquicancha: es un cerro muy conocido, el cual tuvieron que era casa del Sol. Hacían en el mismo solemne sacrificio para alegrar al Sol.
La cuarta era una piedra pequeña dicha Sanotuiron [Sa- huasirair], la cual estaba sobre un cerrillo. Ofrecíanle por la salud del Príncipe que había de heredar el reino; y cuando lo hacían orejón ofrecían á esta Guaca un solemne sacrificio.
La quinta se decía Viracochapúquiu: era una fuente que está en un llano camino de Chita.
La sexta era una casa dicha Pomamarca, la cual es-taba en el dicho llano. En ella se guardaba el cuerpo de la mujer de Inca-Yupanqui, y ofrecíanse niños con todo lo demás.
La sétima se decía Curavacaja: es un altozano, camino de Chita, donde se pierde de vista la ciudad, y estaba se¬ñalado por fin y mojón de las Guacas deste Ceque. Tenían allí un León muerto y contaban su origen, que es largo.
En el sétimo Ceque, llamado Yacanora, había otras sie¬te Guacas. La primera se decía Ayllipampa: era un llano donde está la chácara que fué de Mesa (i). Decían que era la diosa Tierra llamada Pachamama, y ofrecíanle ropa dev mujer pequeña.
La segunda Guaca era una fontezuela junto á esta chá¬cara, llamada Guamantanta: ofrecíase en ella lo ordinario.
La tercera era otra fuente nombrada Pacaypüquiu, que está un poco más abajo de la sobredicha. Ofrecíanle con¬chas molidas.
(i) Alonso de Mesa, de los primeros conquistadores del Perú.
La cuarta era una plaza grande llamada Cokapampa, donde se hizo la parroquia de los Mártires, al cabo de la cual estaba una piedra que era ídolo principal á quien se ofrecían niños con lo demás.
La quinta Guaca se decía Cuillorpüquiu: era un manan-tial pequeño que está más abajo. Ofrecíanle sólo conchas.
La sexta se llamaba Unugualpa: ésta era una piedra que estaba en Chuquicancha, la cual cuentan que sacando piedra la hallaron como en figura humana; y desde allí por cosa notable la adoraron.
La sétima y última era una fuente llamada Cucacache, á donde se hacen unas salinas pequeñas.
El octavo Ceque se decía Ayarmaca, el cual tenía once Guacas. La primera era un manantial dicho Sacasayllapü- qutu, que está junto al molino de Pedro Alonso (1). Ofre-cíanle sólo conchas.
La segunda Guaca era otro manantial llamado Ptrqui- púquüi, que está en una quebrada más abajo. Ofrecíanle corderillos pequeños hechos de plata.
La tercera se llamaba Cuipanamaro: eran unas piedras junto á este manantial, y eran tenidas por Guaca principal. Ofrecíanle ropa pequeña y corderillos hechos de conchas.
La cuarta era un manantial dicho Avacospüqutu. Ofre-cíanle sólo conchas.
La quinta se decía Sauaraura: eran tres piedras que estaban en el pueblo de Larapa.
La sexta se llamaba Urcopüquiu, y era una piedra es-quinada que estaba á un rincón del dicho pueblo. Teníanla por Guaca de autoridad, y ofrecíanle ropa de mujer pe¬queña y pedazuelos de oro.
La sétima era una fuente dicha Pilcopúquiu, que estaba cerca del pueblo de Coreara. Ofrccíansele conchas y ropa de mujer pequeña.
(i) Vecino fundador del Cuzco.
La octava se llamaba Cuipan: eran seis piedras que estaban juntas en el cerro así llamado. Ofrecían á esta Gua¬ca sólo conchas coloradas, por la salud del Rey.
La nona era un manantial que llamaban Chara, el cual estaba cabe Andantarca. Ofrecíanle conchas molidas y pe- dazuelos pequeños de oro.
La décima se deda Picas: era una pedrezuela pequeña que estaba en un cerro encima de Larapa, á la cual tenían por abogada del granizo. Ofrecíanle demás de lo ordinario pedazuelos de oro pequeños y redondos.
La undécima y última Guaca deste Ceque se llamaba Pilcourco: era otra piedra á quien hacían gran veneradón, la cual estaba en un cerro grande cerca dé Larapa. Cuan¬do había Inca nuevo le sacrificaban demás de lo ordinario una muchacha de doce años abajo.
El postrero Ceque deste camino de Antisuyu se deda Cayao: era del ayllo y parcialidad de Cari y tenía las cinco Guacas siguientes. La primera se decía Lampapüquiu: era una fuente que estaba en Undamarca. Sacrificábanle con-chas de dos colores, amarillas y coloradas.
La segunda Guaca era otra fuente llamada Suramapü- quiu, que estaba en una quebrada en Acoyapuncu. Ofre- danle no más que conchas.
La tercera se decía Corcorpüquiu: era otro manantial que está en la puna encima de la Angostura.
La cuarta Guaca eran unas piedras llamadas Churu- cana, que estaban encima de un cerro, más abajo.
La quinta y última deste Ceque y camino se deda Ata- guanacauri: eran ciertas piedras puestas junto á un cerro; era adoratorio antiguo, y ofrecíasele lo ordinario.
CAPÍTULO XV De los Ceques y Guacas del camino de Collasuyu.
H
ABÍA en este tercero camino nueve Ceques, y en ellos ochenta y cinco adoratorios ó Guacas. El pri¬mer Ceque se decía Cayao y tenía cuenta con él la familia de Aquiniaylla, y comprendía nueve Guacas. La primera se nombraba Pururauca. Estaba donde fué después la casa de Manso Serra (1). Ésta era una ventana que salía á la calle y en ella estaba una piedra de los Pururaucas. Ofrecíanle lo ordinario, excepto niños.
La segunda se decía Mudcapüquiu. Era una fontezuela que sale debajo de las casas que fueron de Antón Ruiz (2). Ofrecíanle sólo conchas.
La tercera Guaca se decía Churucana. Es un cerro pe-queño y redondo que está junto á San Lázaro, encima del cual estaban tres piedras tenidas por ídolos. Ofrecíaseles lo ordinario y también niños, para efecto que el Sol no per¬diese sus fuerzas.
La cuarta era un llano dicho Caribamba, que está en el pueblo de Cacra. Sacrifícábansele de ordinario niños.
La quinta se deda Micayapúquiu. Es una fuente que está en la ladera del cerro de Guanacauri.
La sexta se llamaba A/pitan. Eran ciertas piedras que estaban en una quebrada donde se pierde la vista de Gua¬nacauri. Cuentan que fueron hombres hijos de aquel cerro, y que en derta desgracia que les acaeció, se tornaron pie¬dras.
(1) So verdadero nombre era Mancio Sierra de Legnízamo.
(2) Antonio Rniz de Guevara.
La sétima, Guamansari, era una piedra grande que esta¬ba encima de un cerro junto á la Angostura. Á esta Guaca sacrificaban todas las familias por las fuerzas del Inca, y ofrecíanle ropa pequeña, oro y plata.
La octava, Guayra, es una quebrada de la Angostura, adonde contaban que se metía el viento. Hacíanle sacrifi¬cio cuando soplaban recios vientos.
La nona y última deste Ceque se decía Mayu. Es un río que corre por la Angostura. Sacrificábanle en ciertos tiempos del año en agradecimiento porque venía por la ciu¬dad del Cuzco.
El segundo Ceque deste camino se llamaba Payan. Es¬taba á cargo del ayllu de Haguayni y tenía ocho Guacas. La primera era un llano dicho Limapampa, donde se hizo la chácara de Diego Gil: hacían aquí la fiesta cuando cogían el maíz para que durase y no se pudriese.
La segunda Guaca se decía Raquiancaiia. Es un cerri-llo que está en aquella chácara, en el cual estaban muchos ídolos de todos cuatro suyus. Hacíase aquí una célebre fies¬ta que duraba diez días, y ofrecíase lo ordinario.
La tercera se llamaba Sausero. Es una chácara de los descendientes de Paullu-Inca, á la cual, en tiempo de sem¬brar, iba el mismo Rey y araba un poco. Lo que se cogía della era para sacrificios del Sol. El día que el Inca iba á esto, era solemne fiesta de todos los Señores del Cuzco. Hacían á este llano grandes sacrifidos, especialmente de plata, oro y niños.
La cuarta era una chácara que se decía Omatalispacha, que después fué de Francisco Moreno. Adoraban á una fuente que está en medio della.
La quinta era un llano dicho Oscolb, que fué de Garci- laso. Ofrecíanle lo ordinario.
La sexta se nombraba Tuino Urco. Eran tres piedras que estaban en un rincón del pueblo de Cacra.
La sétima era un manantial por nombre Palpancaypü-
fK», que está en un cerro junto á Cuera, y sólo le ofrecían conchas muy molidas.
La octava y postrera Guaca deste se deda CoiU- cmflm. Es una quebrada donde estaba un padrón junto al camino, para los ofrecimientos.
El tercero Ceque tenía por nombre Coilama, y en él ha¬bla nueve Guacas. La primera se llamaba Tatmpucancka. Era parte de la casa de Manso Sierra, en que había tres piedras adoradas por ídolos.
La segunda Guaca era una piedra llamada Pampasona, que estaba junto á la sobredicha casa. Ofrecíanle sólo con¬chas molidas.
La tercera era una fuente nombrada Pirpoyopacka, que está en la chácara de Diego Maldonado, en la cual se lava¬ban los Incas dertos días.
La cuarta se llamaba Guanipaia. Era una chácara más abajo, donde estaba un paredón que decían habla hecho allí d Sol. Sacrificábanle niños y todo lo demás.
La quinta se nombraba Anaypampa. Era una chácara de la Coya-Manta- Oclio.
La sexta se decía Suriguaylla. Era una fuente que nada en un llano así llamado. Ofredanle conchas molidas.
La sétima, Sinopampa [Sanopampa?], eran tres piedras redondas que estaban en un llano en medio del pueblo de Sana. Sacrificábanle niños.
La octava, Sanapüquiu, era cierta fuente que estaba en una quebrada del dicho pueblo. Ofredanle carneros y con¬chas.
La novena y última Guaca deste Ceque era un cerro llamado Llulpacturo, que está frontero de la Angostura; el cual estaba diputado para ofrecer en él al Ticctviracocka. Sacrificábase aquí más cantidad de niños que en otras par¬tes. Así mismo le ofredan niños hechos de oro y plata y ropa pequeña; y era sacrificio ordinario de los Incas.
El cuarto Ceque deste dicho camino se decía Cayao, y
TOMO IV 5 era del ayllu de Apumayta, y tenía diez Guacas. Á la pri¬mera llamaban Pomapacha. Era una fuente donde se baña-ban los Incas, con una casa junto á ella en que se recogían en saliendo del baño. Estaba donde fueron después las ca¬saste Sotelo (i).
La segunda Guaca se llamaba Tancaray. Era una se-pultura que estaba en la chácara de Diego Maldonado, don¬de tenían creído que se juntaban en cierto tiempo todos los muertos.
La tercera era una fuente dicha Quisptquilla, que está en la dicha heredad de Diego Maldonado.
La cuarta era un cerro, por nombre Cuipan, que está destotra parte de Guanacauri; encima del cual estaban cin¬co piedras, tenidas por Guacas. Sacrificábanles todas las cosas, especialmente niños.
La quinta se decía Allavillay. Ésta era una sepultura donde se enterraban los Señores del ayllu deste nombre.
La sexta se llamaba del mismo nombre que la de arri. ba. Eran ciertas piedras juntas puestas en un cerro que está enfrente de Cacra.
La sétima se decía Raraoqutrau. Es un cerro grande que adoraban por su grandeza y por ser señalado.
La octava, Guancarcaya, es una quebrada como puerta que está junto al cerro de arriba. Estaba dedicada al Sol, y ofrecíanle niños en ciertas fiestas que allí hacían.
La novena Guaca es un cerro grande llamado Sinayba, que está destotro cabo de Quispicanche.
La décima y última se decía Sumeurco. Es un cerro que tenían puesto por límite de las Guacas deste Ceque. Está junto á el de arriba, y ofrecíanle conchas.
El quinto Ceque se llamaba Payan, y tenía diez Gua-cas. Á la primera nombraban Catonge. Era una piedra que
(i) Cristóbal Sotelo, amigo entusiasta de Almagro el mozo, y nno de los jefes de sn partido.
estaba cabe la casa de Juan Soria. Adorábanla como á Gua¬ca principal, y ofrecíanle de todo, particularmente figuras de hombres y mujeres pequeñas de oro y plata.
La segunda era una fuente llamada MembiUapúquiu, de donde bebían los del pueblo de MembiUa. Ofrecíanle sólo conchas partidas.
La tercera se decía Quintiamaro. Eran ciertas piedras redondas que estaban en el pueblo de Quijalla.
La cuarta se decía Cicacalla. Eran dos piedras que es¬taban en el mismo pueblo de arriba. Ofrecíanle conchas pe¬queñas y ropa quemada.
La quinta Guaca se nombraba Ancasamaro. Eran cinco piedras que estaban en el mismo pueblo.
La sexta, Tocacaray, era un cerro que está frontero de Quijalla. Había en él tres piedras veneradas: sacrificábanle niños.
La sétima era una fuente dicha Mascaguaylla, que está en el camino de Guanacauri
La octava se llamaba Intipampa. Era un llano junto á Cacra, en medio del cual estaban tres piedras. Era adora- torio principal, en que se sacrificaban niños.
La novena era otro llano dicho Rondao, que está junto al camino Real de Collasuyu frontero de Cacra.
La décima y última era un cerro pequeño llamado Orno- iourcoy que está enfrente de Quispicanche en la puna ó pá¬ramo. Encima dél estaban tres piedras á las cuales ofrecían sacrificios.
Al sexto ceque llamaban Collana, y había ¿n él diez Guacas. La primera era un buhio dicho TampucancAa, que estaba en el sitio de la casa de Manso Sierra, el cual fué morada de Manco Cápac Inca. Ofrecíanle Jo ordinario, ex¬cepto niños.
La segunda Guaca se llamaba Matnacolca. Eran cier-tas piedras que estaban en el pueblo de Membilla.
La tercera era una casa dicha Acoyguaci, que estaba en
Membilla, en la cual se guardaba el cuerpo del Inca Cin- ekiroca.
La cuarta se decía Quirarcoma. Era una piedra grande, con cuatro pequeñas, que estaban en el llano de Quicalla.
La quinta se llamaba Viracochacancha. Eran cinco pie¬dras que estaban en el pueblo de Quijalla.
La sexta se decía Cuipan, y eran tres piedras puestas en el llano de Quicalla.
La sétima se llamaba Huanacauri, la cual era de los más principales adoratorios de todo el reino, el más anti¬guo que tenían los Incas después de la ventana de Paca- ritampu y donde más sacrificios se hicieron. Ésta es un cerro que dista del Cuzco como dos leguas y media por este camino en que vamos de Collasuyu, en el cual dicen que uno de los hermanos del primer Inca se volvió piedra, por razones que ellos dan, y tenían guardada la dicha piedra, la cual era mediana, sin figura y algo ahusada. Estuvo en¬cima del dicho cerro hasta la venida de los españoles, y hacíanle muchas fiestas. Mas luego que llegaron los espa¬ñoles, aunque sacaron deste adoratorio mucha suma de oro y plata, no repararon en el ídolo, por ser, como he dicho, una piedra tosca; con que tuvieron lugar los indios de es-conderla, hasta que, vuelto de Chile Paullu Inca, le hizo casa junto á la suya; y desde entonces se hizo allí la fiesta del Raymi, hasta que los cristianos la descubrieron y saca¬ron de su poder. Hallóse con ella cantidad de ofrendas, ropa pequeña de idolillos y gran copia de orejeras para los mancebos que se armaban caballeros. Llevaban este ídolo Á la guerra muy de ordinario, y particularmente cuando iba el Rey en persona; y Guayna Cápac lo llevó á Quito, de donde lo tornaron á traer con su cuerpo. Porque tenían en-tendido los Incas, que había sido gran parte en sus victo¬rias. Poníanlo para la fiesta del Raymi ricamente vestido y adornado de muchas plumas encima del dicho cerro de Hua¬nacauri.
La octava Guaca era una fuente, llamada Micaypúquiu, en el camino de Tambo.
La novena se deda Quiquijana. Es un cerrillo pequeño donde estaban tres piedras. Ofrecíanles sólo conchas y ropa pequeña.
La postrera Guaca deste Ceque era una fontezuela lla¬mada Quixquipúquiu, que estaba en un llano cabe Cacra,
El sétimo Ceque tenía por nombre Cayao y había en él ocho Guacas i cargo del ayllo de Uscamayta. La primera se llamaba Santocollo. Era un llano mis abajo de la chá¬cara de Francisco Moreno. Ofrecíanle ropa muy fina y pin¬tada.
La segunda Guaca era una piedra dicha Cotacalla, que estaba en d camino Real cerca del pueblo de Quicalla, la cual era de los Pururaucas.
La tercera era otra piedra llamada Chachaquiray, que estaba lejos de la de arriba.
La cuarta era un llano que llamaban Vircaypay, donde se poblaron después los indios Chachapoyas.
La quinta se decía Matoro. Es una ladera cerca de Gua¬nacáuri, donde había unos edifidos antiguos, que cuentan fué la primera jornada donde durmieron los que salieron de Guanacáuri después del Diluvio; y en razón desto refie¬ren otros disparates.
La sexta es una fuente llamada Vilcaraypüquiu, que está cabe la dicha cuesta, á donde dicen que bebieron los que partieron de Guanacáuri.
La sétima es un llano grande cerca de Guanacáuri, lla¬mado Uspa.
La octava y última deste Ceque era una fuente llamada Guamancapüquiu, que está en una quebrada.
El octavo Ceque se deda Payan, y tenía ocho Guacas. La primera era una cárcel llamada Sancacancha, que hizo Mayta Cápac, la cual estaba en el solar que fué de Figueroa.
La segunda Guaca era una chácara, dicha Guanchapa- cha, que fué después de Diego Maldonado. Ofrecíase de todo, excepto niños.
La tercera se decía Mudca. Era un pilar de piedra que estaba en un cerrillo cerca de Mentirilla. Ofrecíanle sólo conchas molidas.
La cuarta era un cerrillo llamado Chuquimarca, que está junto á Guanacáuri. Ofrecíanle conchas molidas.
La quinta se decía Cuicosa. Eran tres piedras redondas que estaban en un cerro llamado así, junto á Guanacáuri.
La sexta era cierta fuente llamada Coapapúquiu, que está junto al mismo cerro de Guanacáuri.
La sétima era otra fuente dicha Püquiu, junto á la de arriba.
La postrera Guaca deste Ceque era una quebrada que está junto á Guanacáuri. Ofrecíase en ella todo lo que so¬braba, cumplido con las demás deste dicho Ceque.
El noveno y último Ceque deste camino que traemos se llamaba Collana, y tenía trece Guacas. La primera era un asiento llamado Tampucancha, donde decían que solía sen¬tarse Mayta Cápac, y que sentado aquí concertó de dar la batalla á los Acabicas[Allcahuizas]; y porque en ella los venció, tuvieron el dicho asiento por lugar de veneración, el cual estaba junto al templo del Sol.
La segunda Guaca se decía Tancarvilca. Era una pie-dra pequeña y redonda que estaba en el solar que fué de D. Antonio (i); decían ser de los Pururaucas.
La tercera era un llano dicho Pactaguañui, que fué de Alonso de Toro. Era lugar muy venerado; sacrificábanle para ser librados de muerte repentina.
La cuarta se decía Quicapüquiu. Es un manantial que está más acá de Membilla. Ofrecíanle conchas molidas.
La quinta se nombraba Tampuvilca. Era un cerro re-dondo que está junto á Membilla, encima del cual estaban
(i) D. Antonio Pereira, hijo del portugués Lope Martin.
cinco piedras que cuentan haber aparecido allí, y por eso las veneraron. Ofrecíanles lo ordinario, especialmente ces¬tos de Coca quemados.
La sexta se llamaba Chacapa. Es un llano de aquel cabo de Membilla. Ofrecíanle conchas molidas.
La sétima era dicha Chinchaypüquiu. Es una fuente que estaba en un pueblo deste nombre.
La octava, Guarmichacapúquiu, es otra fuente que está más arriba en una quebrada junto á Guanacáuri.
La novena, Cupaycha-agiripúquiu, era otra fuente junto á la de arriba, y le ofrecían sólo conchas.
La décima, Quillo, eran cinco piedras puestas encima de un cerro deste nombre, cerca de Guanacáuri.
La undécima Guaca se decía Cachaocachiri. Eran tres piedras que estaban en otro cerrillo llamado así; era ado- ratorio antiguo, en el cual y en el de arriba se sacrificaban nifios.
La duodécima era una piedra grande llamada Quiropi- ray, que estaba encima del cerro deste nombre; decían ser de los’Pururaucas.
La postrera Guaca deste camino era un cerro llamado Puncu, á donde ofrecían lo que sobraba de las Guacas deste Ceque.
CAPÍTULO XVI De los Ceques y Guacas del camino de Cuntisuyu.
E
L camino de Cuntisuyu, que nosotros llamamos Conde- suyo, tenía catorce Ceques y ochenta Guacas, como aquí van puestas. Al primer Ceque llamaban Anaguarque, y tenía quince Guacas. La primera era una piedra dicha
Subaraura, que estaba donde ahora es el mirador de Santo Domingo, la cual tenían creído era un principal de los Pu-
ruraucas.
La segunda Guaca era otra piedra como ésta llamada Quinquil, que estaba en una pared junto á Coricancha.
La tercera se deda Pomachupa (suena cola de León). Era un llano que estaba en el barrio así llamado, y desde allí se ofrecía á aquellos dos riachuelos que por allí corren.
La cuarta se nombraba Uxi. Era el camino que va á Tarnpu; sacrificábase al principio dél por ciertas causas que los indios dan.
La quinta, Guarnan, es una quebrada, donde estaba una piedra pequeña redonda, que era ídolo.
La sexta, Curipaxapüquiu, es otra quebrada, junto á la de arriba, en el camino de Membilla; ofrecíanle lo ordi¬nario y niños en ciertos días.
La sétima, Anaguarque, era un cerro grande que está junto á Guanacauri, donde había muchos ídolos, que cada uno tenía su origen é historia. Sacrificábanse de ordinario niños.
La octava, Chataguarque, era cierta piedra pequeña que estaba en un cerrillo junto á esotra.
La novena, Achatarqutpúquiu, era una fuente junto al cerro de arriba; ofrecíanle no más de ropas y conchas.
La décima, Anahuarqueguaman, era una piedra que estaba en un cerro, junto á el de arriba; ofrecíanle niños.
La undécima Guaca era una fuente llamada Yatnarpü- quiu, la cual estaba en una quebrada en la falda del cerro de arriba.
La duodécima era otra fuente dicha Chicapúquiu, que sale cerca de la de arriba.
La décima tercia se decía Incaroca. Era una cueva que estaba más adelante de las fuentes sobredichas, y era ado¬ratorio principal. Ofrecíanle niños.
La décima cuarta era cierta piedra llamada Puntuguan*
DEL XUEYO MUNDO
cm, que estaba rnrima de un cerro deste nombre cerca del cerro de Anaguarque.
La posüoá Gmmca se deca QmguMM. Eran tres pie¬dras que estaban en un portezuelo camino de Powtacauckm*
El segundo Ceipu deste dicho camino de Cuntisuyu era del etylU de Quisca. Llamase Cayao y tenia cuatro Gmmcms. La primera era un llano grande dicho Cotocari. que des¬pués fué chácara de Ahamirano (1 \
La segunda se deda Pillochuri. Era una quebrada ca¬mino de Tamba, en que había una piedra mediana y larga tenida en veneración.
La tercera, Payllallauio. era cierta cueva en la mal te¬nían creído que se entró una Señora deste nombre, madre de un gran Sefior por nombre Apmcurimaya, la cual nunca más pareció.
La cuarta se decía Ravaraya. Es un cetro pequefto don¬de los indios acababan de correr la fiesta del Raymi; y aquí se daba derto castigo á los que no habían corrido bien.
El tercero Ceque se nombraba Payan, y tenía otras cua¬tro Guacas. La primera era una fuente llamada Ckuquima- tero, de donde beben los indios de Cayocache.
La segunda se deda Caquiasavaraura. Es un cerro fron¬tero de Cayocache, endma del cual estaban anco piedras tenidas por ídolos.
La tercera, Cayascasguaman, era una piedra larga que estaba en el pueblo de Cay aseas.
41
La cuarta, Chucuracaypüquiu, es una quebrada que está camino de Tambo, donde se pierde de vista d valle del Cuzco.
Al cuarto Ceque llamaban Collana, y tenía cinco Gua-cas. La primera se decía Pururauca. Era una piedra de aquellas en que decían haberse convertido los Pururaucas, la cual estaba en un poyo junto al templo del Sol.
(1) Antonio Altamirano, reciño fundador del Cosco. TOMO IV 6 
La segunda se decía Amarocti. Eran tres piedras que estaban en un poblezuelo llamado Aytocari.
La tercera, Cayaopúquiu, era una fuente que estaba fron¬tera de Cayaocache, en la ladera del río.
La cuarta, Churucana. era cierta piedra grande que estaba en un cerro junto á el de Anaguarque; ofrecíanle niños.
La quinta se llamaba Cuipancalla. Es una quebrada que está camino de Tambo, donde echaban lo que sobraba de las ofrendas deste Ceque.
El quinto Ceque se decía Cayao. Estaba á cargo del ayllo de Chimapanaca, y tenía otras tantas Guacas como el pasado. Á la primera nombraban Caritampucáncha. Efe una plazuela que está ahora dentro del convento de Santo Domingo, la cual tenían por opinión que era el primer lugar donde se asentó Manco Cápac en el sitio del Cuzco, cuando salió de Tampu. Ofrecíanse niños con todo lo demás.
La segunda Guaca se decía Tincalla. Eran diez pie-dras de los Pururáucas, que estaban en Cayocache.
La tercera, Cayaliacta, eran ciertas piedras que esta-ban en un cerro cabe Choco, pueblo que fué de Hernando Pizarro.
La cuarta, Churupüquiu, es una fuente que está encima del dicho pueblo de Choco.
La quinta se decía Cumpuguanacáuri. Es un cerro en derecho de Choco, encima del cual había diez piedras que tenían creído había enviado allí el cerro de Guanacáuri.
El sexto Ceque deste mismo camino se llamaba Payan, y tenía cinco Guacas. La primera tenía por nombre Apian. Era una piedra de los Pururáucas que estaba en el sitio que hoy tiene Santo Domingo.
La segunda Guaca se decía Guarnan. Era una piedra que estaba en Cayocache.
La tercera, Ocropacha, eran unas piedras de los Puru¬ráucas que estaban en Cayocache.
La cuarta, Pachapüquiu, era una fuente que está hacia Pomapampa.
La quinta se decía Intirpucancha. Era un buhio, que estaba enmedio del pueblo de Chaco y había sido del pri¬mer Señor dél.
El sétimo Ceque se llamaba Coyana, y tenía otras cinco Guacas. La primera era una casa pequeña dicha Intuan- cha, en que tuvieron por opinión que habitaron las herma¬nas del primer Inca que con él salieron de la ventana de Pacaritampu. Sacrificábanle niños.
La segunda Guaca se llamaba Rocratnuca. Era una pie¬dra grande que estaba junto al templo del Sol.
La tercera, Carvincacancha, era una casa pequeña que estaba en Cayocache, que había sido de un gran Señor.
La cuarta, Sutimarca. Ésta es un cerro de donde dicen que salió un indio, y que, sin tener hijos, se volvió á meter en él.
La quinta, Cotacotabamba, era un llano entre Choco y Cachona, á donde se hacía una fiesta en ciertos días del año, en la cual se apedreaban.
El octavo Ceque se llamaba la mitad, Callao, y la otra mitad, Collana, y todo él tenía quince Guacas. Á la pri¬mera nombraban Tanancuricota. Era una piedra en que dedan que se había convertido una mujer que vino con los Pururáucas.
La segunda era una sepultura de un Señor prindpal, llamada Cutimanco; sacrificábanle niños.
La tercera se deda Cavas. Era otra sepultura que es-taba en Cachona.
La cuarta se llamaba Econconpüquiu. Era una fuente que está en Cachona.
La quinta, Chinchaypüquiu, era otra fuente que está en una ladera de la puna.
La sexta, Mascataurco, es un cerro donde se pierde la vista del Cuzco por este Ceque.
La sétima, Cachica lia, es una quebrada entre dos ce¬rros á modo de puerta; no le ofrecían otra cosa que la coca que echaban de la boca los que pasaban.
La octava, Quiacasatnaro, eran ciertas piedras que es¬taban encima de un cerro más allá de Cayocache.
La novena, Managuañuticaguaci, era una casa de una de las coyas ó reinas, que estaba en el sitio que ahora tiene el convento de la Merced.
La décima, Cicui, era una sepultura que estaba en la ladera de Cachona.
La undécima, Cumpi, es un cerro grande que está ca¬mino de Cachona, sobre el cual había diez piedras tenidas por ídolos.
La duodécima, Pachachiri, es una fuente que está en la puna de Cachona.
La décima tercia, Pitopüquiu, es otra fontezuela que estaba junto á la sobredicha.
La décima cuarta, Cavadcalla? era una como puerta en¬tre dos cerros, que está hácia Guacachaca.
La última Guaca deste Ceque se decía Lluquirivi. Es un cerro grande junto á la quebrada de arriba.
El noveno Ceque tenía por nombre Callao, y abrazaba tres Guacas. La primera se decía Colquemachacuay (suena culebra de plata). Es una fuente de buen agua muy cono¬cida, que está en la falda del cerro de Puquin, junto á la ciudad del Cuzco.
La segunda se llamaba Micayurco. Es un cerro grande que está encima de Puquin.
La tercera, Chaquira, es un cerro que está cerca del camino de Alca, encima del cual había diez piedras teni¬das por ídolos.
Al décimo Ceque llamaban Payan, y tenía cuatro Gua¬cas. La primera era una fuente dicha Pilcopúquiu, que está en la güerta de Santo Domingo.
La segunda se decía Puquincancha. Era una casa del
Sol que estaba encima de Cayocache. Sacrificaban te niños.
La tercera tenia por nombre Concha. Esta era la cerca de la casa de arriba, donde también ofrecían.
La cuarta, Vtracockamrco, es un cerro que está encima de Pmqum.
El undécimo Ceque se llamaba Collona, y en él había cuatro Guacas. La piimeia era una fuente dicha J/atara- pacha, que está camino de Cayocache.
La segunda se llamaba Cuchiguayla. Es un pequeño llano que está más abajo de la dicha fuente.
La tercera, Puqmnpíupam, es una fuente que está en la ladera dd cerro de Puquin.
La coaita, Tautpmurco, es otro cerro que está á un lado dd de Puquin.
El duodécimo Ceque se llamaba Cayao, y tenia tres Guacas. Á la primera pusieron Cunturpata. Era un asiento en que descansaba d Inca cuando ibaá la fiesta del Raymi.
La segunda se decía Quilca. Era una sepultura antiquí¬sima de un Señor que se llamaba así.
La tercera, LlipiquiUscacho, era otra sepultura que es¬taba detrás de Choco.
El dédmo tercio Ceque se nombraba Cayao, y tenía cuatro Guacas. La primera era un püquiu ó fuente llamada Qálquichaca.
La segunda se deda Coica püquiu. Era otra fuente que está en una quebrada que baja de Chilquichaca.
La tercera, Chinchincalla, es un cerro grande donde estaban dos mojones, á los cuales, cuando llegaba el Sol, era tiempo de sembrar.
La cuarta, Pomaguaci, es un cerrillo al cabo deste Ce¬que, que estaba por fin y término de las Guacas del.
El último Ceque deste camino de Cuntisuyu se decía Collana, y tenía cuatro Guacas. La primera era una piedra no muy grande, llamada Oznuro, que estaba en la chácara de los Gualparocas. 
La segunda Guaca deste Ceque se deda Otcuropúquiu. Era una fuente cerca de Picho, heredad de la Compañía de Jesús.
La tercera se llamaba Ravaypampa. Era un terrado donde se aposentaba el Inca, el cual estaba en la falda del cerro de Chinehinealla.
La cuarta, Pantanaya, es un cerro grande partido por medio, que divide los caminos de Chincha y Condesuyo ó Cuntisuyo.
Las cuatro Guacas siguientes pertenecen á diversos Ce¬ques, las cuales no se pusieron por el orden que las demás, cuando se hizo la averiguación. La primera se deda Ma- macocha. Es una lagunilla pequeña más arriba de la for¬taleza.
La segunda es una fuente dicha Tocoripúquiu, de donde sale un arroyo que pasa por la ciudad (i).
La tercera se llamaba Chinchacuay. Es un cerro que está frontero de la fortaleza.
La cuarta y última de todas se deda Quiquijana. Es otro cerro que está detrás del de arriba.
Estas eran las Guacas y adoratorios generales que ha¬bía en el Cuzco y sus alrededores dentro de cuatro leguas, que con el templo de Coricancha y las cuatro postreras que no van puestas en los Ceques, vienen á ser trescientas y treinta y tres, distribuidas por cuarenta Ceques; á las cua¬les, añadiendo los pilares ó mojones que señalaban los me¬ses, vienen á cumplir el número de tresdentas y dncuenta, antes más que menos; sin las cuales había otras muchas particulares adoradas no de todos, sino de aquellos á quie¬nes pertenecían; como las de las provincias sujetas al Inca, que eran adoratorios sólo de sus naturales, y los cuerpos muertos de cada linaje, á los cuales reverenciaban solos sus descendientes. Las unas y las otras tenían sus guardas y
47
(i) El fluaUmayr del Nuevo Mundo 
ministros, que á sus tiempos ofrecían los sacrificios que es¬taban establecidos; y de todas tenían estos indios sus his¬torias y fábulas de cómo y por qué causas fueron institui¬das, qué sacrificios se le hacían, con qué ritos y ceremo¬nias, á qué tiempos y para qué efectos; que si de todo se hubiera de hacer historia particular, fuera gran prolijidad y cansancio; antes estuve en punto de dejar de referir, aun con la brevedad que van, las Guacas contenidas en estos capítulos; y lo hubiera hecho, si no juzgara por necesa¬rio él contarlas, para dar mejor á entender la condición tan fácil desta gente, y cómo, aprovechándose el Demonio de su facilidad, la vino á poner en una tan dura servidumbre de tantos y tan desatinados errores como se habían apode¬rado de ella.
CAPÍTULO XVII Del famoso templo de Pachacama.
ESPÜÉS del soberbio templo del Sol tenía el segundo

lugar en grandeza, devoción, autoridad y riqueza el
de Pachacama; al cual, como á santuario universal, venían en peregrinación las gentes de todo el imperio de los Incas y ofrecían en él sus votos. Estaba este célebre templo en un valle marítimo, ameno y fértil, que dista cuatro leguas desta ciudad de Los Reyes; en el cual durante el reinado de los Incas hubo una grandiosa población, que era cabeza de provincia. Pegado á ella estaba este edificio, desviado de la mar, que le cae á el Poniente, quinientos pasos, y del rio que riega el dicho valle trescientos, á la parte del Norte dél, junto á una pequeña laguna, que parece haberse anti¬guamente comunicado con la mar. Su sitio es un cerrillo pequeño que señorea todo el valle, por ser muy llano, el
cual parece artificial y hecho á mano para fundamento desta fábrica; cuya forma es en cuadro, algo más larga que an cha. Compónese de seis cuerpos unos sobre otros en dis minución, todos macizos, hechos de adobes y tierra, y en cima dellos estaba labrado el templo y muchos aposentos; por manera que este gran terraplén sólo parece haber sidc hecho, por grandeza, para cimiento del templo.
Aunque al presente no queda en pie desta obra más que las ruinas y algunas paredes del dicho templo y apa sentos, todavía por ellas y por los seis cuerpos del térra pleno que están enteros, aunque desportillados por partes y con algunos socavones que en ellos han hecho españoles buscando tesoros, pude muy bien yo, viéndolo y conside¬rándolo atentamente, sacar la traza y grandeza de todo el edificio con la medida y disposición de todas sus partes, que es desta manera.
El primer cuerpo tiene de largo de esquina á esquina seiscientos pies, y de ancho quinientos y diez y seis; poi manera que viene á tener de ruedo en los cuatro lienzos dos mil y doscientos y treinta y dos pies. De alto no se levanta más de un estado sobre el cerrillo ó mogote en que está fundado, porque parece haber sido hecho este primei cuerpo por bajo de todo el edificio, para igualar y poner i nivel el plan dél. Sobre este primer cuerpo se forma un releje y terrado de cuarenta pies de ancho, que es comc una gran calle que ciñe y rodea el segundo cuerpo que nace del primero, tanto menor que él cuanto es lo que se embebe el edificio en el dicho releje; y así tiene de frente el segundo cuerpo quinientos veinte piés de largo, cuatro-cientos y treinta y seis de ancho, y de alto veinticuatro, Entre la pared deste segundo cuerpo y la del tercero se hace otro releje ó descanso de treinta y dos pies de an-cho, que es una calle ó terrado llano como el primero que rodea en torno el tercero cuerpo, el cual sale del segundo, y tiene doce pies de alto. Fórmase encima dél otro releje 
DEL XCEVO JÍODO
de veinte y seis pies de ancfao. El coarto cuerpo tiene de abo quínoe píesT y cu su i cn ufe se embebe ei edificio veinte j cuatro. Ei quisto cuerpo sólo parece estribo dd úítima, y asi no se levanta sobre d cuarto más que anco pies, y d ancho de su releje es de diez. El sexto y último cuerpo deste gran terrapleno tiene de alto sobre el quinto doce pies. De suerte que la altura que hay desde ei suelo hasta la azotea ó plaza que se forma sobre el último cuerpo, vie^ ne á ser cié setenta y cuatro pies; y es tan capaz esta plaza, que tiene de largo trescientos y treinta y seis pies y de ancho dosdentos y cincuenta. Á los lados delia estaban dos aceras de edifidos, que boy se ven arruinados con al-gunos pedaww de paredes que permanecen en pie con la mwiu ahora y labor que tenían.
Cada lienzo ó acera destos edificios estaba arrimado á los lados de la dicha plaza ó patio; de manera que d largo deOos venia prolongando d anchor della, quedando á las espaldas del dicho edificio una calle de diez y seis pies de ancho, que era el espado que había entre la pared pos¬trera dd dicho edifido y la del úhimo cuerpo dd terra¬pleno. Por la parte de la mar quedaba un espado entre el testero del dicho edifido y el bordo del último cuerpo de los madzos, de dncuenta y seis pies, y por la parte de tie-rra otro de trdnta. De forma que cada lienzo de los dichos edificios tenía-de largo ciento y sesenta pies y de ancho setenta y anco. Estaban d uno enfrente dd otro en igual distancia y propordón, y no más ni menos apartado el uno que el otro de la orilla del terrapleno por las espaldas y lados. Entre la una y otra acera quedaba la plaza ó patio de ciento y sesenta pies de ancho, y por los otros dos la¬dos estaba descubierta y escombrada todo el ancho dd úl¬timo cuerpo, que era, como queda dicho, de doscientos y cincuenta pies. Por los cuales lados la bañaba el viento fresco y marea que á todos tiempos corre en esta costa, y desde alli se gozaba de una muy extendida y hermosa vista; por-
49

TOMO IV 7
que por la una parte alcanzaba muchas leguas de mar y por las otras se descubría todo el valle, el cual en todos los tiempos del año está verde y deleitoso. Subían los indios á este gran patío á ofrecer los sacrificios y celebrar sus fies¬tas, bailes y borracheras.
Estos dos lienzos de edificios que se levantaban sobre el último cuerpo de los macizos, tenían veinte y cuatro pies de alto, las paredes eran de adobes, como las otras de los seis cuerpos de terraplenados, con gran ventanaje al rede¬dor, al talle que las otras fábricas suntuosas de los indios peruanos, que no es más que el hueco de una ventana del grueso de la pared, tapada con un tabique por la parte de adentro, y por defuera parece alacena ó nicho. Déstas, pues, tenía un orden en torno cada acera de los dichos edificios, y entre una y otra no había más espacio que el anchor de cada una. Había en estos edificios muchas piezas, aposen¬tos y retretes, que eran como capillas en que estaban los ídolos y vivían los sacerdotes y ministros. Así las paredes destos aposentos como las de los terraplenos y del demás edificio que abrazaba esta máquina, estaban enlucidas de tierra y pintura de varios colores, con muchas labores cu¬riosas á su modo, si bien al nuestro toscas, y diversas figu¬ras de animales mal formadas, como todo lo que estos in¬dios pintaron.
Fuera del edificio dicho, que estaba sobre la plaza del terrapleno, había otros muchos aposentos al rededor de los cuerpos macizos de la fábrica; especialmente en el segundo, tercero y cuarto cuerpo; parte dellos estaban metidos y em¬bebidos en los mismos cuerpos macizos y parte arrimados á ellos en los relejes que había, que por ser tan anchos y capaces, había espacio bastante para ello. Pero donde ha¬bía más edificado era en la frontera que miraba á la mar desde el cuarto cuerpo hasta el postrero, la cual parece ser la frente ó delantera de toda la fábrica. Porque, primera¬mente, corría una plaza angosta como callejón por todo el largo del edificio, llenas las paredes de ambos lados por la parte de dentro de huecos de puertas al modo que queda dicho arriba eran las ventanas; delante desta plaza estaba un corredor ó galería de doce pies de ancho, cuya pared también tenia un orden de huecos de puertas que parecían alacenas, con una danza de pilares delante labrados de adobes toscamente. El techo desta plaza y galería era un terrado blanco que venía á igualar con el suelo del patio, de modo que, andando por el dicho patio ó plaza, no se echaba de ver esta obra hasta que, pisando su cubierta, se conocía estar debajo hueco, diferenciándose del resto de la dicha plaza, cuyo suelo era sólido y macizo. El cuerpo terra¬plenado que estaba inmediatamente más abajo de la ga¬lería dicha, tenía también un orden de huecos de ventanas; porque esta obra era la mayor hermosura y ornato que estos indios ponían en la frontera y fachada de sus edifi¬cios, como ponemos nosotros columnas, cornijas y otras raras molduras y labores. Eran todos estos aposentos vi-vienda de los sacerdotes, ministros y guardas del templo; y las Mamaconas tenían casa aparte junto á él. Algo más desviado se ven unas ruinas de muchas y muy grandes ca¬sas, las cuales dicen que eran hospedería para los muchos peregrinos que frecuentaban este santuario.
Aunque se ven por los lienzos y paredes exteriores des- te gran templo muchas puertas llenas de varias pinturas, para subir á él no había más de una sola, con una larga escalera de piedra tosca y sin mezcla, con las gradas tan bajas, que aunque era bien larga se subía sin trabajo. Caía esta puerta á la banda de tierra, que es al Oriente, y la escalera iba dando diez ó doce vueltas con sus descansos y puertas muy pintadas á cada vuelta. Respecto de estar al presente desbaratada la mayor parte della, no se puede contar puntualmente el número de escalones que tenía; en sola una vuelta della, que está entera, conté yo veinte; por donde me parece que en proporción, atenta la altura del edificio, debiera de tener toda ella de ciento y cincuenta para arriba.
No era este gran templo obra de los Reyes Incas, sino mucho más antiguo, como los indios cuentan y se echa de ver en la forma y calidad de su fabrica, que es muy dife¬rente de las otras de los Incas, que casi todas eran de pie¬dra labrada, y si ésta lo fuera, pudiera competir con los más soberbios edificios del mundo. Llámase Pachacama, nombre del ídolo ó dios falso á quien era dedicado, que quiere decir Hacedor del Mundo: el cual era labrado de palo con una figura fiera y espantable, y con todo eso muy venerado; porque hablaba por él el Demonio y daba sus respuestas y oráculos á los sacerdotes, con que traían em¬baucados al simple pueblo, haciéndole entender que tenía poder sobre todas las cosas. Cuando los ministros y hechi-ceros le ofrecían sacrificio delante de la multitud del pue¬blo y llegaban á consultarlo, iban las espaldas vueltas al dicho ídolo, con los ojos bajos, llenos de turbación y tem¬blor, y haciendo muchas humillaciones, se ponían á esperar el oráculo en una postura indecente y fea. Sacrificábanle cantidad de animales, plata, oro y de las demás cosas pare¬cidas que tenían, y también alguna sangre humana.
Como los Incas compelían á todas las naciones que sujetaban á recebir sus dioses, ritos y cultos de su falsa religión, al tiempo que ganaron el valle de Pachacama, viendo la grandeza, antigüedad y veneración deste tem¬plo y la devoción que las provincias comarcanas le tenían, considerando que no fácilmente lo podrían quitar, por ser extraordinaria la autoridad que con todos tenía, cuentan que trataron con los caciques y Señores naturales del dicho valle y con los sacerdotes de su dios ó demonio, que se quedase este templo con la majestad y servicio que se te¬nía, con tal que se hiciese en él otra pieza ó capilla y en ella se pusiese y fuese adorada la estatua del Sol. Lo cual se puso por obra como los Incas lo mandaron; y entonces se edificó también ei monasterio de las Mamaconas, que estaba junto al templo. No le pesó al Demonio deste con-cierto, antes afirman que de allí adelante mostraba gran contento en sus respuestas, porque no perdió en esto sus ganancias; porque con lo uno y con lo otro él era servido destos desventurados, y quedaban sus ánimas presas en su poder. Creció mucho más desde aquel tiempo la autoridad deste templo, por la gran estima en que lo tuvieron loa Incas, los cuales lo ilustraron y acrecentaron con tanto ador no y riqueza, que vino á ser el más celebrado y venerado de todo su imperio después del de Coricancha del Cuzco. La suma de oro y plata que en él se había recogido, era increíble; porque allende de que estaban las paredes y te¬chos de la capilla del ídolo Pachacama cubiertas de cha¬pas destos metales, toda la vajilla y vasos del servicio del templo eran de lo mismo; y sin esto había muchas figuras de animales por las paredes labradas destos ricos metales, que eran ofrendas y votos del pueblo ciego: y por los te¬rrados altos y bajos de todo el cdificio estaba enterrada gran suma de oro y plata.
El primer capitán español que entró en este templo fué Hernando Pizarro, el cual sacó dél muy gran riqueza, dado que sabida de los indios su venida, escondieron antes que llegase muchas cargas de plata y oro, que hasta hoy no ha parecido, ni se sabe adonde está. Echó por tierra este capitán sus ídolos y hizo pedazos al principal, en quien hablaba el Demonio, con espanto indecible de los indios, que atónitos y pasmados estaban como fuera de sí de ver el atrevimiento de los españoles en ultrajar así á los dioses á quienes ellos tanto respetaban. Por la virtud de la Santa Cruz que se enarboló en este templo y predicación del San¬to Evangelio, enmudeció el Demonio y no dio más respues¬tas en público; puesto caso que dicen los indios que ha¬blaba en lugares secretos con los viejos hechiceros; porque como vía que iba perdiendo su crédito y autoridad, y que muchos de los que le solían servir, conociendo sus errores, lo habían dejado y abrazado la verdad de nuestra Santa Fe, procuraba estorbar que los demás no recibiesen el agua del Santo Bautismo con nuevos embustes y engaños que pretendía persuadirles, diciendo que el dios que los cris¬tianos predicaban y él eran una misma cosa. Mas no bas¬taron sus mañas y astucias para que no se acabase de todo punto la veneración deste gran templo, cuyas ruinas están hoy desiertas y hechas moradas de sabandijas, y los pocos indios que han quedado naturales del sobredicho valle de Packacama tan quitados de hacer algún caso deste san¬tuario de sus antepasados, que aun es raro el que vive ahora que tenga memoria de lo que fué.
CAPÍTULO XVIII Del célebre templo de Copacavana.
ENÍ A este santuario el tercero lugar en reputación y

autoridad cerca destos indios peruanos, el cual (dado
caso que tratamos dél como si fuera solo uno) comprehen- día dos magníficos templos, puestos en dos islas distintas de la laguna de Chucuito; y por estar ambas cerca del pue* blo de Copacavana, le damos el nombre sobredicho. La una destas islas se decía Titicaca, y la otra Coatá; aquélla era dedicada al Sol y ésta á la Luna. Entrambas, con la costa de la tierra firme que les corresponde, que es tér¬mino de Copacavana, caen en la provincia de Omasuyo, diócesis de Chuquiabo. Está el dicho pueblo de Copaca¬vana en un promontorio que hace la tierra firme hasta el estrecho de Tiquina, una legua el promontorio adentro, y es la entrada á él por el pueblo de Yunguyo, donde las dos playas que ciñen esta punta de tierra la estrechan tanto, que viene á ser un istmo de una milla de ancho poco más ó menos. Está asentado en la ribera de dos ensenadas apa¬cibles á la vista que hace la laguna, entre dos altos y em¬pinados cerros; en el uno de los cuales se ve hoy el lugar del suplicio donde castigaba el Inca á los rebeldes. Dista deste dicho pueblo de Copacavana la isla de Titicaca, con¬sagrada al Sol, una legua; la cual era poblada antiguamente de indios Collas, y de la misma nación eran los naturales de Copacavana. La isla de Coatá, dedicada á la Luna, está de la de Titicaca hacia la parte del Oriente legua y media; es más pequeña que la otra y del mismo temple, pero sin agua más que la de la laguna que la ciñe; por lo cual, antes que se consagrase á la Luna, estaba yerma y despoblada de hombres y animales.
El adoratorio del Sol que estaba en la isla de Titicaca, era una grande y firme peña, cuya veneración y motivo porque la consagraron al Sol, tiene por principio y funda¬mento una novela bien ridicula, y es, que los antiguos afir¬man, que habiendo carecido de luz celestial muchos dias en esta provincia, y estando todos los moradores della ad¬mirados, confusos y amedrentados de tan obscuras y largas tinieblas, los que habitaban la isla sobredicha de Titicaca vieron una mañana salir al Sol de aquella peña con extraor¬dinario resplandor, por lo cual creyeron ser aquel peñasco la casa y morada verdadera del Sol ó la más acepta cosa á su gusto de cuantas en el mundo había; y así se lo dedi¬caron y edificaron allí un templo suntuoso para en aquellos tiempos* aunque no lo fué tanto como después que los Incas lo engrandecieron é ilustraron.
Otros refieren esta fábula diferentemente y dicen, que la razón de haberse dedicado al Sol esta peña, fué porque debajo della estuvo escondido y guardado el Sol todo el tiempo que doraron las aguas del Diluvio, el cual pasado, salió de allí y comenzó á alumbrar al Mundo por aquel lu¬gar, siendo aquella peña la primera cosa que gozó de su hsz. Como quiera que haya sido el principio y origen deste santuario, él tenía muy grande antigüedad y siempre fué muy venerado de las gentes del Collao, antes que fueran sujetadas por los Reyes Incas.
Pero después que ellos se enseñorearon destas provin¬cias del contorno de la laguna y de sus islas, y tomaron á su cargo el acrecentamiento deste adoratorio, creció más su devoción en los que antes la tenían, y se extendió á to¬das las provincias del reino. El camino por donde vino á noticia del Inca y ser tan celebrado, fué éste: como los In¬cas se habían hecho señores de toda la tierra, creciendo cada día más en autoridad y poder, en tanto extremo ha¬bían ya introducido en los indios espíritu de respeto y te¬mor, que los que antes defendían sus tierras y haciendas comarcanas, las habían tan de voluntad rendido á estos sus Reyes, que juzgaban por aleve y traidor al que les ocul¬tase cosa alguna que de importancia ó gusto les pudiese ser; y como esta isla (ai parecer desta gente), por el gran santuario que tenía, fuese digna de toda reputación y es¬tima, uno de los viejos que desde su puericia servía en el ministerio dél, movido del celo que con el nuevo mando de los Incas no descaeciese la veneración de su adoratorio, sino que se acrecentase y fuese más ennoblecido y estima-do, y también queriendo por este medio grangear la gracia del Inca Tupacyupanqut, décimo rey desta tierra, que á la sazón gobernaba, se puso en camino para la ciudad del Cuzco, corte donde los Reyes residían, y presentándose ante él con las ceremonias y sumisiones que suelen usar, le dió cuenta larga del origen y veneración deste santua¬rio, de que el Inca hasta entonces no había tenido noticia; y diciéndole cómo los indios Collas injustamente lo poseían, le representó cuán digno era de su grandeza el que tomase sobre sí su protección, para que con ella creciese con sus vasallos la autoridad y devoción dél. Inclinóse el Inca de modo á darle crédito, que partiéndose con brevedad á visi¬tar las provincias del Collao, quiso llegar á ver lo que este templo y adoratorio era. Entró en la isla de Titicaca, y halló el altar y templo á sus dioses dedicado, donde, cono¬cida la reverencia que á aquel lugar sagrado tenían los na-turales, y considerada su disposición y que era adoratorio dedicado al Sol, por las razones ya dichas y preciarse tanto los Incas de decendientes y reverenciadores del Sol, se hol¬gó de haber hallado lugar tan á su propósito para promo¬ver entre sus súbditos la adoración y reverencia del Sol.
Y como hubiese quedado muy pagado del santuario, determinó emplear sus fuerzas, cuidados y poder en pro¬curar celebrarlo con todas veras, teniéndolo por empresa digna de su grandeza y majestad. En conclusión, él tomó este negocio de magnificar este adoratorio tan á pechos, que en razón de sustentarlo, engrandecerlo é ilustrarlo, hi¬zo lo posible á sus fuerzas. Ante todas cosas, para dar muestras de su devoción y acreditar esta romería, ayunó aquí muchos días, absteniéndose de sal, carne y ají, confor¬me á su usanza; y las veces que después vino á este san¬tuario, que no fueron pocas, acostumbró descalzarse dos¬cientos pasos antes de llegar á él; y juzgando los indios éste por acto de devoción ejemplar, hicieron en el mismo lugar una puerta, que se llamó Inttpuncu, y quiere decir puerta del Sol. Demás desto, hizo este Inca labrar muchos edificios para engrandecer y autorizar este adoratorio, acre-centándose el templo antiguo con nuevas y grandiosas fá¬bricas, y mandando edificar otras para otros ministerios, como fueron, un monasterio de Mamaconas que aquí puso, muchos y suntuosos aposentos y cuartos para morada de los sacerdotes y ministros, y un cuarto de legua antes de llegar al templo, un grandioso tambo ó mesón para hospe¬daje de peregrinos, para el aviamiento de los cuales hizo en el contorno de Copacavana grandes depósitos así de mantenimientos como de ropas y otras cosas de provisión,
TOMO IV 8 cuyas ruinas duran hasta hoy, y yo las he visto, y aún en ellas se muestra la magnificencia de la obra y cuán repu-blicano era el que atinó con semejante prevención, median¬te la cual nunca se sintió hambre en la tierra; que cierto, considerada la multitud que aquí acudía y la esterilidad de los campos de su comarca, admira mucho.
Por comenzar á ser tenido por lugar sagrado desde que se pasaba el estrecho de tierra ó istmo, que arriba dije es¬tar entre Yungtiyo y Copacavana, hizo el Inca cerrar esta entrada con una cerca que sacó de la una playa á la otra, y poner en ella sus puertas, porteros y guardas que exa¬minasen á los que en romería venían á este santuario; y según los indios cuentan, tuvo el Inca voluntad de abrir la tierra y que el agua de una parte y otra cercase ó cerrase este promontorio, y que hiciese el efecto que la cerca. Y por ser el pueblo de Copacavana la entrada más apropó- sito, fácil y quieta (en cuanto á la agua) para entrar á la isla del santuario, lo pobló .de indios mitimaes escogidos de todas las provincias de su reino y de gran número de incas, y lo acrecentó mucho en vecindad y edificios; adon¬de, como en los otros pueblos de su dominio que eran ca-beceras de provincias, mandó labrar templo para el Sol y demás dioses principales. La gente que habitaba la isla de Titicaca era natural de Yuttguyo, á la cual envió el Inca á su pueblo, reservando algunos viejos que diesen razón y enterasen en los secretos de la isla á los que de nuevo hizo la habitasen. Porque, en lugar de aquella gente desposeída, metió otra traída del Cuzco, de quien tenía la satisfacción y crédito que la gravedad del caso requería. De los miti¬maes, que la mayor parte eran de la sangre y linaje de los Incas, formó un moderado pueblo media legua antes del templo, y en él mandó labrar casa de su habitación.
Y pareciéndole al Inca que sólo faltaba aquí para ornato y grandeza deste solemne templo y adoratorio la planta lla¬mada Coca, que era de las más estimadas ofrendas que ellos tenían, acordó plantarla en la misma isla; y para con¬trastar la repugnancia que hada el ser tierra muy fría, se resolvió de hacerla cavar en tanta distancia de hondura, que en ella estuviese el aire más templado. Pero al poner en ejecución tan ardua empresa, no fué posible ahondar mucho, porque, respecto de estar cercada de agua la isla y ser como es pequeña, se halló presto humedad que atajó su intento. Con todo eso, se hizo tan grande cava ó zanja, que la Coca fué plantada y prendió no con pequeña difi¬cultad; pero nació tan desmedrada y de ruin hoja, que ma¬nifestó bien la esterilidad de la tierra y frialdad de su re¬gión. Y ciertamente fué grande hazaña poner en tales tér¬minos esta planta, siendo como es la que más caliente tie¬rra pide; mas, como el artificio fué tan violento, nunca per¬maneció, porque, demás de serle tan contrario el temple, viniendo abajo lo alto de la barranca, fué la Coca enterrada y con ella muchos indios que entendían en cultivarla, con lo cual el Inca cesó de su dificultosa demanda.
Pero, no contento con lo hecho para ornamento y lus¬tre deste santuario, juzgando todavía que no satisfacía en¬teramente á su obligación y que no acudía con prudencia al servicio del Sol si no le señalaba mujer, y aun mujeres, para su uso y servicio, acordó de hacerlo; y estando en esta determinación, halló una buena comodidad para efectuarla, que fué la isla de Coatá, ó Coyatá, denominado de Coya, que es tanto como Reina, y labró en ella un suntuoso tem¬plo, donde puso una estatua de mujer, de la cintura para arriba de oro y de la cintura para abajo de plata, la cual era de la grandeza de una mujer y representaba ser ima¬gen de la Luna. De manera que demás de las mujeres vi¬vas que en Titicaca estaban dedicadas al Sol para su ser¬vido, lo era este ídolo con nombre de esposa suya, en re- presentadón de la Luna. Aunque otros quieren que esta figura y estatua se llamaba Titicaca, y dicen que repre-sentaba á la madre de los Incas. Sea lo uno ó lo otro, la estatua fué llevada á la ciudad del Cuzco por el Marqués D. Francisco Pizarro, que envió á tres españoles por ella.
Finalmente, magnificó el Inca este santuario cuanto le fué posible; acrecentólo de costosos edificios; señaló gran número de personas que lo sirviesen; puso en él sacerdotes y confesores á su modo; multiplicó los sacrificios de ani¬males y sangre humana, con las demás cosas de precio y estima que usaban ofrecer á sus falsos dioses; enriqueciólo grandemente de vasos de oro y plata, y entre otras le dió una pieza digna de su real magnificencia, que fué un bra¬sero muy grande de oro puro con cuatro leones que lo sus¬tentaban, los dos de plata, y los dos de oro. Demás de los sacerdotes y ministros que continuamente asistían al servi¬cio y culto deste santuario, puso en él dos mil indios reser-vados de todo tributo, que sólo servían de tener limpios y reparados los dos templos de las dos islas y de Copaca¬vana; i los cuales y á los sacerdotes y Mamaconas tenía señaladas rentas suficientes para su sustento, porque de nin¬guna manera faltasen de sus ministerios. Con estos medios consiguió el Inca su pretensión de introducir en todo su imperio la veneración deste antiguo adoratorio; la cual fué tan grande, que de todas partes acudían en peregrinación á él, donde era muy extraordinario el concurso que siem-pre había de gentes extranjeras; con que vino á ser tan cé¬lebre y famoso, que vivirá su memoria entre los indios todo lo que ellos duraren.
En las puertas de la cerca que había entre Yunguyo y Copacavana estaban, como queda dicho, puestas guardas que examinaban á los peregrinos, y enterados que sólo ve¬nían en romería sin otro intento, los entregaban á los con¬fesores y penitenciarios que allí residían para este efecto; los cuales, según la calidad de las culpas que confesaban, les imponían la penitencia, que, después de haberles dado algunos golpes con una piedra en las espaldas, todas se resumían en abstinencia de sal, carne y ají; y hecha esta ceremonia, pasaban a! pueblo de Copacavana, á donde se volvían á confesar para entrar con más pureza en la isla de Titicaca, en la cual no ponían los pies sino los que venían en romería y los que de la tierra firme acudían á la labor de algunas sementeras que en ella se hacían. Pero á nin¬guno era permitido llegar á vista de la peña sagrada con las manos vacías, ni menos que muy aprobados por los confesores que para esto había en los lugares referidos. Ni tampoco llegaban cerca de la peña, sino á sólo darle una vista desde la puerta llamada Intipuncu, y en ella entrega¬ban las ofrendas á los ministros que allí residían. Acabada su oración y sacrificios en este santuario de Titicaca, pasa¬ban á la isla de Coatá, que tenían por segunda estación; y como se les vendía tan cara la visita destos santuarios, era causa de que fuesen tenidos en mayor estima.
La grandeza, traza y disposición del de Titicaca des-pués que lo acrecentó y lo ilustró el Inca, era desta ma¬nera. La peña tan venerada estaba descubierta, y junto á eOa d templo, con tal disposición, que venía á caer la di¬cha peña como en su cimenterio, ó, por mejor decir, en la capilla mayor dél, aunque descubierta, pues era el lugar de más veneración. Tiene su frente que mira al Norte, y las espaldas al Sur; lo cóncavo della, que es lo que se veneró, no es mucho; estaba dentro el ahar del SoL El convexo es de peña viva, cuyas vertientes llegan á comunicarse con el agua en una ensenada que la laguna hace. El adorno que tenia era que la parte convexa estaba cubierta con una cortina de cmmb», el más sutil y delicado que jamás se vio; y todo lo cóncavo ddla cubierto de láminas de oro. De¬lante de la dicha peña y ahar se ve una piedra redonda al modo de baria, admirablemente labrada, del tamaño de una piedra de molino mediana, con su orificio, que ahora sirve ai pie de una cruz, en que echaban la chicha para que el Sol bebiese.
Ala parte del Oriente, como cuarenta pasos de la peña, estaba el templo, en que eran adoradas juntamente con la imagen del Sol, la del Trueno y de los otros dioses que tenían los Incas; y en las ventanas, alhacenas ó nichos que por las paredes había, estaban puestos muchos ídolos, unos con ñgura de hombres, otros de carneros y otros de aves y de otros animales, hechos todos de cobre, plata y oro, unos grandes y otros chicos. Y cerca del templo se ven rui¬nas de la despensa del Sol, cuyos retretes imitan al labe¬rinto de Creta. En los paredones y rastros que hoy que¬dan en pie se echa de ver el primor que tuvo todo el edifi¬cio deste superticioso adoratorio; y asimismo se ve la traza de un verjel que hubo con su alameda de alisos, á la som¬bra de los cuales estaban unos baños de piedra bien la¬brada, que el Inca mandó hacer, diciendo eran para que el Sol se bañase.
Fuera déstos hay otros edificios arruinados que no hay memoria de qué sirviesen; á todos los cuales se entraba por aquella puerta dicha Intipuncu, doscientos pasos dis¬tante de la peña. Entre esta puerta y los edificios dichos estaba una peña viva, por la cual pasa el camino que va al santuario, y en ella están ciertas señales que parecen del calzado de los indios, grandísimas, las cuales creían los indios viejos ser pisadas milagrosas que allí quedaron de aquellos más que tenebrosos tiempos de su gentilidad, sien¬do como son aguajes (i) de la misma peña. A un lado de la puerta sobredicha se ven ciertos edificios viejos, que, se¬gún los indios cuentan, eran aposentos de los ministros y sirvientes del templo; y al otro lado hay señales de un gran edificio, que era el recogimiento de las Mamaconas, muje¬res consagradas al Sol, las cuales servían de hacer los bre- vajes y telas de curiosidad que en aquel ministerio del ado¬ratorio se gastaban. Estaba esta casa de las Mamaconas en el mejor lugar de la isla. Contaban los indios viejos que
(i) Hoyos ó excavaciones producidos por el agua lluvia.
era guardado ese santuario por una sierpe ó culebra gran¬de; y pudo ser haberles hecho el Demonio ese engaño para cebarlos más en el que les hacía en lo principal; mas, lo que yo entiendo, es que el decir que cercaba toda la isla una culebra entendieron, y se debe entender, por el agua de la laguna que ciñe la isla, la cual en los días claros reto¬cada con los rayos del Sol, hace que en la playa las olas parezcan culebras pintadas de varios y diversos colores.
Los sacerdotes y ministros deste adoratorio y del de Coatá tenían muy grande comunicación, y había muchas y muy frecuentes misiones de la una isla á la otra con gran¬des retornos, fingiendo los ministros del un santuario y del otro que la mujer del Sol, así como lo pudiera á su pare¬cer hacer la Luna, le enviaba sus recaudos; los cuales el Sol le retornaba con caricias de tierna afición y recíproco ámor; y en esto gastaban mucho tiempo, ocupando en su ministerio gran cantidad de balsas, que iban y tornaban de una isla á otra; y para representar esto al vivo, se compo¬nía en el un adoratorio el ministro mayor, que represen¬taba la persona del Sol, y en el otro una india, que hacía el personaje de la Luna. Brindábanse el uno al otro, y la que representaba á la Luna acariciaba al que figuraba al Sol, pidiéndole con caricias se les mostrase cada día claro y apacible y que nunca ocultase sus rayos, para que ferti¬lizasen los sembrados hasta el tiempo en que fuesen nece¬sarias las lluvias. Demás desto, le pedía que conservase en vida, salud y reposo al Inca y á los demás que con tanta fe y devoción se ocupaban en su servicio y culto; y el que en nombre del Sol se fingía, respondía con regaladas pala¬bras, suficientes á satisfacer; y en este devaneo y locura gastaban los miserables el tiempo de su ciega y ociosa vi¬da, y todo paraba en beber, que era su mayor felicidad. También los sacerdotes del templo de Titicaca respetaban á la principal de las Mamaconas que había en su isla, como á mujer del Sol; á la cual, vestida y ataviada con la riqueza y gala que les era posible, la sacaban en público, y ponién¬dola en medio de la multitud, le ofrecían presentes y do¬nes, como á esposa de su dios.
Los sacrificios que en este adoratorio se hacían eran muy frecuentes y costosos, derramando tanta sangre de inocentes y ofreciendo tan grandes tesoros, que pone ad¬miración; y era tanta la puntualidad que se tenia en esto y en que las personas que se ofrecían no tuviesen fealdad ni mancha en todo su cuerpo, como se echará de ver por este caso. Habiendo traído á esta isla una muchacha de catorce años para el sacrificio, la excluyó el ministro como á víctima indigna de su dios, porque, haciendo diligente escrutinio, le halló un pequeño lunar debajo de uno de los pechos. Vivía esta mujer cuando los españoles entraron en la tierra, y andando el tiempo trabó amistad con uno de¬llos, á quien dió cuenta del trance riguroso en que se ha¬bía visto, lo que allí le había valido, y del gran tesoro que antiguamente se ofrecía en este templo. No lo dijo á sordo, ni tampoco se ocultó esto á los indios que aquí vivían; por¬que, estando un día en gran fiesta y regocijo, cuentan que oyeron unas tristes voces, y de ahí á un rato se metió por entre ellos un ciervo á todo correr, de lo cual los agoreros pronosticaron la noticia que los españoles tenían de su san¬tuario y tesoros que en él había y la breve venida que ha¬bían de hacer á él, como en efecto pasó; y se dieron tan buena maña en esconderlos, que nunca han parecido. Pre¬súmese que los trasladaron á otras islas; aunque otros di¬cen que los ministros que á la sazón aquí estaban, ó los enterraron ó echaron en la laguna, porque no los gozasen los españoles. La fama que yo oí estando en esta provin¬cia el año de mil y seiscientos y diez y siete, es que hay gran riqueza en la isla de Coatá; á la cual fueron entonces ciertos españoles en un barco y no pudieron hallar cosa.
CAPÍTULO XLX Del temple y eJiJicws ele Tiagmemm**.
A
UNQUE d templo de Timgmmmmem fué y «do^
ratono universal, con todo eso, no le hicieron tanta veneración los indios como á los tres referidos; estimábanlo principalmente por la grandeza y antigüedad de sus editv dos» que eran los más suntuosos y para ver que habla en todo este reino. Su sitio es en un llano frío del segundo grado de Sierra, cuya longitud corre muchas leguas, si bien de ancho tendrá no más de una y media, porque lo cercan por los lados dos pequeñas sierras. En esta sabana y llano está asentado el pueblo de Tiaguanaco, á la orilla de un pequeño río, que cuatro leguas adelante desagua en la la¬guna de Chucuito, en el camino real que viene de la ciu* dad del Cuzco á la de Chuquiabo, nueve leguas untes de llegar á ella. Los naturales son Pacagcs de nación, porque cae en los términos de la provincia deste nombre. La anti¬gualla y ruinas destos soberbios edificios están como dos¬cientos pasos del pueblo al Mediodía, en el cual y debajo de un mismo nombre parece haberse comprehendido anti¬guamente los dichos edificios. El nombre que tuvo este pueblo antes que fuese señoreado de los Incas, era Taypi- cala, tomado de la lengua aymará, que es la materna de sus naturales, y quiere decir «la piedra de enmedio»; porque tenían por opinión los indios del Collao, que este pueblo estaba enmedio del Mundo, y que dél salieron después del Diluvio los que lo tornaron á poblar. Llamóse Tiaguanaco$ por la razón que ahora diré: cuentan sus moradores, que hallándose aquí el Inca, le llegó un correo del Cuzco con TOMO IV 9 extraordinaria brevedad, al cual (sabida por el Inca la bre¬vedad con que había corrido la posta), en llegando, le dijo: Tiayf guanacu, que en su lengua quiere decir «siéntate y descansa, guanaco.» Dióle nombre de Guanaco, que es un animal desta tierra muy ligero, por la brevedad con que había llegado, y ese nombre se le quedó al pueblo desde entonces, el cual pronunciamos nosotros mudadas algunas letras.
Lo que del rastro y ruinas, que todavía duran; destos edificios he podido sacar, las veces que los he visto y con¬siderado, acerca de su grandeza, forma y traza, es desta manera. Lo principal de la fábrica se llama Pumapuncu, que es tanto como «puerta de león»: es un terrapleno ó mogote hecho á mano, de altura de dos estados, fundado sobre grandes y bien labradas piedras, que tienen forma de las losas que nosotros ponemos sobre las sepulturas. Está el terrapleno puesto en cuadro, con los cuatro lienzos iguales, que cada uno tiene cien pasos de esquina á es¬quina; remátase en dos andenes de grandes losas, muy pare-jas y llanas; entre el primero y segundo andén hay un espa¬cio como una grande grada de seis pies de ancho, y eso tiene menos el segundo cuerpo que el primero. La haz ó frente deste edificio es el lienzo que mira al Oriente y á otras grandes ruinas que luego diré. Deste lienzo delantero sale la obra con la misma altura y paredes de piedra, vein¬ticuatro pies de ancho y sesenta de largo, formando á los lados dos ángulos; y este pedazo que sobresale del cuadro parece haber sido alguna gran pieza ó sala puesta en medio de la frente del edificio. Algo más adentro de aquella parte que está sobresaliente, se ve entero el suelo enlosado de una muy capaz y suntuosa pieza, que debió ser el templo ó la parte principal dél. Tiene de largo este enlosado ciento y cincuenta y cuatro pies, y de ancho cuarenta y seis; las losas son todas de extraña grandeza; yo las medí, y tiene la mayor treinta y dos pies de largo, diez y seis de ancho y de grueso ó canto seis; las otras son algo menores, unas de á treinta pies y otras de á menos, pero todas de rara grandeza; están tan lisas y llanas como una tabla bien ace¬pillada, y con muchas labores y molduras por los lados. No hay al presente paredes levantadas sobre este enlo¬sado; pero de las muchas piedras bien labradas que hay caídas al redondel, en que se ven pedazos de puertas y ventanas, se colige haber estado cercado de paredes muy curiosas. Solamente está en pie sobre la losa mayor una parte que mira al Oriente cavada en una gran piedra muy labrada, la cual piedra tiene de alto nueve pies y otros tantos de ancho, y el hueco de la puerta es de siete pies de largo, y el ancho en proporción. Cerca desta puerta está también en pie una ventana que mira al Sur, toda de una sola piedra muy labrada.
Por la frente deste edificio se descubren los cimientos de una cerca de piedra labrada, que, naciendo de las esqui¬nas deste lienzo delantero, ocupa otro tanto espacio cua¬drado como tiene el terrapleno y cimiento de toda la fá¬brica. Dentro desta cerca, como treinta pies de la frontera del edificio, hacia la esquina del Sur, se ven los cimientos de dos piezas pequeñas cuadradas que se levantan del suelo tres pies, de piedras sillares muy polidas, las cuales tienen talle de ser estanques ó baños ó cimientos de algunas to¬rres ó sepulturas. Por medio del edificio terraplenado, á nivel del suelo de fuera dél, atraviesa un acueducto de ca¬ños y tajeas de piedra de maravillosa labor: es una ace¬quia de poco más de dos palmos de ancho, y otro tanto de alto, de piedras cuadradas bien labradas y ajustadas, que no les hace falta la mezcla; la piedra de encima tiene un encaje sobre las paredes de la dicha acequia, que sobre¬sale de sus bordes un dedo, y eso entra en el hueco della. Á la parte oriental deste edificio, como cuatrocientos pasos, se ven unas ruinas de otro no menos grande y suntuoso; no se puede averiguar si era distinto del primero ó ambos eran uno, y su fábrica se continúa por alguna parte, de que ya no queda rastro; á lo menos los indios lo llaman con distinto nombre, que es Acapana.
Este es un terrapleno de cuatro ó cinco estados en alto, que parece collado, fundado sobre grandes cimientos de piedra; su forma es cuadrada y tiene á trechos como tra- veses ó cubos de fortaleza; cincuenta pies al Oriente dél ha quedado en pie una portada grande de solas tres pie¬dras bien labradas, á cada lado la suya, y otra encima de ambas. No ha quedado desta fábrica más obra sobre la tierra que el terrapleno y algunas piedras labradas que salen de los cimientos, por donde se muestra su forma y planta. Cerca deste terrapleno está otro también cuadrado; divíde¬los una calle de cincuenta pies de ancho, y así parece ser ambos una misma obra. Las paredes deste último edificio eran admirables, dado que ya está por tierra. De un pe¬dazo de muralla que todavía se conserva en pie por la buena diligencia y cuidado de un cura que hubo en Tia¬guanaco, llamado Pedro del Castilio, que murió de mucha edad el año de mil y seiscientos y veinte (hombre curioso y que tenía bien considerada la grandeza y antigüedad de los edificios, por los muchos años que fué cura del dicho pueblo), se puede sacar su labor y traza. Es pues esta mu¬ralla de piedras cuadradas sin mezcla y tan ajustadas unas con otras, como ajustan dos maderos acepillados. Las pie¬dras son de mediana grandeza y puestas á trechos otras muy grandes á modo de rafas; de suerte, que como en nues-tros edificios de tapias ó adobes se suelen entremeter rafas de ladrillos de alto á bajo, así esta pared y muralla tiene á trechos, en lugar de rafas, unas piedras á manera de colum¬nas cuadradas de tan excesiva grandeza, que sube cada una del cimiento hasta lo alto y remate de la pared, que es de tres ó cuatro estados, y no se sabe lo que dellas entra en la tierra en que están hincadas. Por los rastros que desta muralla se descubren, se echa de ver que era una gran
cerca que, saliendo deste edificio último, corría hacia d Oriente y ocupaba un grande espacio. Aquí se hallan ras¬tros de otra acequia de piedra como la primera, y ésta parece venir de la Sierra que está enfrente y distante una legua.
Dos cosas hallo yo en estos edificios dignas de que no se pasen de corrida y sin pooderallas: la primera, la gran¬deza admirable de las piedras y de toda la obra; y la se¬gunda, su grande antigüedad. Porque, ¿i quién no poodrá admiración la extraña grandeza de las piedras que be pin¬tado y hará reparar cómo siendo tan disformes, bastaron fiiqjas Inmuius á cortarlas de las canteras y traerlas á donde las vemos; mayormente siendo cosa averiguada que no se kifhi rocas y canteras en nwirha* leguas al rededor, j habiendo carecido «odas las gentes deste Nuevo Hondo
las poíüesen tirará Yo confieso que no es- »coa qoé faenas se padieroa traer ni qné i ni herramientas bastaron á labrarlas, donde 1 d hierro: y habernos de cocx&sar que anees i y pusiesen en perfección,, eran amefao ma¬rá quedar despoés de labradas coa !a forma j fjmafc» en reco¬nocimiento que somos tus hijos»; y lo demás, que era tn mucha cantidad, comían los sacerdotes y demás persona? de su servicio, que era mucha gente. Sin estos sacrificios cuotidianos, le hacían otros generales á ciertos tiempos, plegarias y ayunos. Particularmente le ofrecían cada mes el suyo, cuando llegaba á las señales ó pilares que señala¬ban los meses. Los provechos que resultaban desto, decían que eran dos, el uno agradecelle el cuidado que tenía de alumbrar la tierra y ayudarle á criar los mantenimientos de los hombres, y el otro darle fuerza para que siempre lo hiciese; y así lo rogaban al Viracocha; y al mismo Sol, cuando le ofrecían el sacriñcio, le decían que siempre fuese mozo y que saliese cada día alumbrando y resplandeciendo. Al Trueno sacrificaban Carneros pintados, para que no fal^ tase el agua; y á otros dioses con otras diferencias.
ii
El modo que tenían en matar cualquier animal chico ó grande, en especial Carneros, era, que después de haber dado con ellos algunas vueltas al rededor del ídolo, los to¬maba el sacerdote encima del brazo derecho, y volviendo los ojos para el dios á quien dirigía el sacrificio, se lo ofre¬cía con ciertas palabras acomodadas al propósito, las cua¬les acabadas, degollaba la víctima.
TOMO IV 
CAPÍTULO XXII
De las demás cosas que ofrecían en los sacrificios. L sacrificio de los Cuies tuvieron también por muy

acepto. Destos animalejos se aprovechaban muy ordi¬
nariamente para ver el suceso de las cosas futuras, abrién¬dolos y mirando en ellos ciertas señales, y para otros mu¬chos efectos que son largos de contar. De lo mismo ser¬vían también los Carneros eh negocios de más importancia.
Poco usaban el sacrificar aves, y sólo en una suerte de sacrificio hallo que usasen dellas, y era cuando querían ir á la guerra y en otras dos ó tres ocasiones. Para esto caza¬ban muchos pájaros del campo, y juntos, hacían un gran fuego de cierta leña espinosa y los echaban en él, andando al rededor los ministros del sacrificio con ciertas piedras redondas y esquinadas en las manos, en que estaban pin¬tados sapos, culebras, tigres y leones, diciendo en su len¬gua: «Hayamos vitoria, y piérdanse las fuerzas de las Gua¬cas de nuestros contrarios.» Tras esto sacaban ciertos Car-neros negros que tenían en prisión y sin comer algunos días antes, y los mataban, diciendo que así como estaban desmayados los corazones de aquellos animales, así des¬mayasen sus enemigos; y si acaso en estos Carneros halla¬ban que cierta carne que está detrás del corazón no estaba gastada después de haberlos tenido ayunos en aquella pri¬sión, lo tenían por mala señal, y traían ciertos perros ne¬gros, los cuales mataban y echaban en un llano, cuya carne hacían que comiese cierto género de gente con particula¬res ceremonias y supersticiones.
También hacían este mismo sacrificio para que el Inca no fuese ofendido con ponzoña, y cuando lo habían de ha¬cer, no comían desde la mañana hasta la noche al salir de la estrella ó lucero, y entonces se hartaban; y tuvieron éste por el sacriñcio más importante y eficaz para contra las fuerzas de los dioses de sus enemigos.
Item, ofrendaban á sus dioses de sus comidas y bebi¬das, teniendo entendido que las comían ellos donde quiera que estaban; las cuales comidas llevaban á los cerros, y allí las quemaban y derramaban la Chicha; y los que tenían cuidado de los cuerpos muertos de los Señores, no dejaban ningún día de darles de comer de la misma suerte que cuando eran vivos, quemando los manjares y derramando las bebidas. Porque tenían creído, que donde el alma es-taba recebía aquello y lo comía; y generalmente la forma de sacrificar las comidas era quemarlas y derramar en tie¬rra la Chicha; pero la que el Inca brindaba y ofrecía al Sol en las fiestas solemnes, la echaban en un vaso grande de oro, que tenía delante de sí la estatua del Sol, y de allí la tomaba el sacerdote y la echaba en aquella piedra aforrada de oro por de dentro que ponían para esto en la plaza. Cuando quemaban la comida del Sol, se levantaba un in¬dio, y en alta voz avisaba al pueblo; á cuya voz, cuantos indios había en la plaza y fuera della, se asentaban y se estaban quedos sin hablar ni toser hasta que se consumía el sacrificio, que no tardaba mucho, por ser el fuego grande y la leña muy seca.
Demás desto sacrificaban algunas harinas hechas de ciertas legumbres, como á la Mar, que le echaban en ofrenda harina de Maíz blanco y almagre, con otras cosas. De las dichas harinas con otras mixturas hacían cierta masa ó con¬fección, que sacrificaban. Entre otras hacían una de harina de Maíz, sebo y lana, que ofrecían quemándola; y también el sebo por sí acostumbraban quemar en sacrificio, y era muy usado. Entre los sacrificios de las plantas, legumbres y frutos de la tierra ninguno llegaba en estimación á el que se hada de Coca, la cual ofrecían de muchas maneras: unas veces la quemaban entera, y otras, después de ha¬berla mascado y chupado su zumo. Sacrificaban á la Tie¬rra derramando en ella Coca, Chicha y otras cosas, y ha-cíanle ordinarios sacrificios al tiempo de ararla, sembrarla y de coger sus frutos, con muchos bailes y borracheras. Al pasar por las Apachiias y algunas otras Guacen, les solían echar por ofrenda Coca mascada, plumas de varios colores, y cuando no se hallaban con otra cosa, les arrojaban el calzado viejo, un trapo ó una piedra; y destas piedras así ofrecidas vemos hoy muchos montones en los caminos. Ha¬dan esta ofrenda cuando iban camino, porque las dichas Guacas los dejasen pasar y les diesen fuerzas; y así dedan que las cobraban con esto; y cuando otra cosa no tenían, les daban otra ofrenda tan ridicula como las referidas, y era, que, arrancándose las pestañas ó cejas, las ofrecían.
Otrosí ofrendaban muy de ordinario plata y oro, unas veces en pedacillos de diferentes formas y tamaños, y otras figuradas destos metales imágenes pequeñas y grandes de hombres y animales; y la manera como hadan el sacrífido desto, era enterrándolos en las Guacas y lugares consagra¬dos á los dioses en cuya honra los sacrificaban, ó ponién¬dolos por las paredes de sus templos, al modo que nos¬otros ofrecemos los votos en nuestros santuarios y lugares de devodón.
No era menos común y estimada que la que más de las referidas, la ofrenda de ropa fina, pues apenas había sacrifido principal en que no entrase. Hadanla para este efecto con algunas ceremonias y de diferentes maneras. Par¬te eran vestidos de varón, y parte de mujer; unos grandes y otros pequeños. Vestían desta ropa á los ídolos y cuer¬pos muertos de los Señores con vestiduras dobladas, de suerte que sin la que tenía puesta cada ídolo, le ponían otra vestidura doblada junto á él. Pero era mucho mayor sin comparación la cantidad que quemaban; en lo cual tam¬bién había diversidad, porque unas veces la quemaban sola y de por sí, y otras hechos de leña labrada bultos de hombres y mujeres, á los cuales, vestidos desta ropa, daban fuego, y así los quemaban. Usaban así mismo estos indios sacrificar conchas de la Mar, especialmente cuando ofre¬cían á las fuentes, diciendo que era sacrificio muy apro- pósito, por ser laS fuentes hijas de la Mar, que es madre de las aguas; y conforme tenían el color, las ofrecían para diferentes intentos, unas veces enteras, otras muy molidas, otras solamente quebrantadas y partidas, y también, for¬madas de sus polvos y masa, algunas figuras.
Ofrecían estos sacrificios á las dichas fuentes en aca¬bando de sembrar, para que no se secasen aquel año, sino que corriesen abundantemente y regasen sus sembrados, como lo habían hecho los otros años. Ofrecían también en sus sacrificios madera labrada y olorosa, chaquira, y en suma, de cuantas cosas la Tierra produce. Y no se ha de entender que los sacrifidos de cada una destas cosas eran simples y de solas las de un género, que no eran de esa suerte, sino que en casi todos entraban de todas estas co¬sas; de modo, que los sacrifidos de sangre humana iban acompañados de Carneros, ropas, oro, plata y de las otras cosas, y por el mismo tenor los demás.
El fuego para los sacrifidos que se hadan en el Cuzco, se encendía en un brasero de piedra que estaba junto al templo del Sol, y no se podía tomar de otra parte; el cual no se encendía y cebaba con cualquiera lefia, sino de cierto género della, olorosa y muy labrada y muy pintada.
CAPÍTULO XXIII
De los actos exteriores con que adoraban y hacían reverencia á sus dioses¡ y algunas de las ora¬ciones que decían mientras les ofrecían los sacri¬ficios.
C
OMO era tan cuidadosa y solícita esta gente en el culto y veneración de sus dioses, mostraban su devo-ción y afecto por todos los caminos y maneras posibles; y así, demás del reconocimiento que les hacían en ofrecerles continuamente sacrificios, era muy grande la reverencia y sumisión con que los respetaban. Sus actos de adoración exterior y común modo de reverenciarlos era éste: vuelto el rostro para ellos ó para sus templos y Guacas, inclina¬ban la cabeza y cuerpo con una humillación profunda, y extendiendo los brazos para adelante, igualmente distante el uno del otro desde el principio hasta el cabo, con las manos abiertas y levantadas en alto un poco más que la cabeza, y las palmas hacia fuera, hacían con los labios cierto sonido como quien besa, y llegando tras esto las manos á la boca, las besaban por la parte de dentro, hacia las extre¬midades de los dedos. Hacían esta señal de adoración á todos sus dioses y Guacas, salvo que cuando oraban al Vi¬racocha, al Sol, y al Trueno, se ponían una como mano¬pla en las manos; y con esta postura les ofrecían sus dones y sacrificios y pedían lo que habían menester. Con la misma forma de reverencia respetaban y hacían acatamiento á sus Reyes y Señores, y nunca tuvieron uso de hacer venera¬ción hincados de rodillas, como nosotros.
Verdad es que también tenían algunos modos de vene¬rar y saludar á particulares Guacas que no eran comunes
á todas, ni para todos tiempos, como cuando iban camino, que solían al pasar los ríos beber dellos un trago de agua por víá de salutación, y lo mismo hacían con las fuentes, pidiendo á aquéllos que los dejasen pasar en salvo y no los llevasen con su raudal, y á éstas que no los dañasen. Así mismo era por vía de salutación el sacrificio ligero que en el capítulo precedente queda dicho que ofrecían á las Apa- chitas, cuando por ellas pasaban, á las sepulturas y á otros adoratorios, arrojándoles Coca mascada, Maiz y otras cosas, pidiéndoles los dejasen pasar en paz, les quitasen el can¬sancio del camino y diesen fuerzas para acabarlo. Cuando bebían, asperjaban con los dedos la Chicha del vaso que tenían para beber hacia el Sol ó hacia la Tierra ó hacia el Fuego, pidiéndoles paz, vida y contento. También era acto de religión la forma que tenían de jurar, que era tocar la tierra con la mano y mirar al Sol, como que ponían por testigo de su verdad á estos dos dioses, Sol y Tierra, que eran de los principales que ellos adoraban.
En sus necesidades y tribulaciones tenían recurso á la penitencia y oración; hacían largas vigilias en sus Guacas, velando de noche; oraban así mental como vocalmente; no tenían oraciones vocales determinadas para todos; por lo cual eran diferentes las palabras con que oraba cada uno. Lo ordinario era encomendarles sus negocios y pedirles que tuviesen buen suceso: como cuando habían de hacer algún largo camino, ó enfermaban, y ni más ni menos en todos sus trabajos; en los cuales, no sólo se encomendaban ellos á las Guacas, sino que también pedían á los sacerdo¬tes hiciesen oración por ellos, y lo mismo á sus mujeres, parientes y amigos.
Para el tiempo de ofrecer los sacrificios, tenían los sa¬cerdotes muchas oraciones señaladas, que recitaban; las cua¬les eran diferentes, conforme al dios á quien sacrificaban, la ofrenda que le hacían y el intento á que iba enderezado el sacrificio. Estas oraciones compuso el Inca Pachacütk, y aunque carecía esta gente de letras, las conservaba por tradición aprendiéndolas los hijos de los padres. Algunas dellas me pareció poner aquí, para que se vea el estilo y devoción que mostraban en ellas. Cuando sacrificaban al Viracocha por la salud y bien común del pueblo, decían la oración siguiente: «¡Oh Hacedor que estás en los fines »del Mundo, sin igual, que diste ser y valor á los hombres» »y diciendo sea éste hombre, y á las mujeres, sea ésta mu- »jer, los hiciste, formaste y diste ser; guarda, pues, y am- »para á estos que criaste y diste ser, para que vivan sanos »y salvos, en paz y sin peligro! ¿Adónde estás? ¿Habitas por aventura en lo alto del Cielo ó en lo bajo de la Tierra ó en »las nubes y tempestades? Óyeme, respóndeme y concede »mi petición, dándonos perpetua vida y teniéndonos de tu »mano, y recibe ahora aquesta ofrenda doquiera que estu« »vieres, |oh Hacedor!»
Al mismo dios y para el mismo intento decían también esta oración: «{Oh Hacedor dichosísimo, venturosísimo, Ha- »cedor que has misericordia y te apiadas de los hombres! »Cata aquí á tus hombres, criaturas tuyas, pobres, mal- »aventurados, á quienes tú hiciste y diste ser; apiádate de- »ilos, y concédeles que vivan sanos y salvos con sus hijos »y decendientes; guíalos por camino de salud y no los de* »jes entender ni pensar en cosas malas y dañosas; vivan »largo tiempo y no mueran en su juventud; coman y be* »ban en paz.»
Cuando sacrificaban al Sol por la conservación y acre* centamiento del Rey, decían así: «]Oh Sol, padre mío, que ^dijiste: ¡haya Cuzco! y por tu voluntad fué fundado y se »conserva en tanta grandeza! sean estos tus hijos los Incas »vencedores y despojadores de todas las gentes. A tí te «adoramos y ofrecemos este sacrificio, porque nos conpe* »das lo que te suplicamos; prospéralos y hazlos dichosísi* »mos y no permitas sean vencidos de gente alguna, sino »que siempre sean vencedores, pues para esto los hidste.»
DEL XtrV’j IfcM’
Ofreciendo i fas (Tmmrmr xku» y caerpcs de SLS aaee- pasado*. Hrr^n fa oncsói qac se « á estos peqnrftacios h¿ja& nescroi aa gae sean (káo- >aos y bies ifcilMiffcn, coao vosocn» k» uk Mniafeti •por dios ooa ei Vtrmrmrka: acacúk» a pan qoe íes
Vtrmctckaz «Sed ampit ano ▼ saa cé irán: to¬
adas las cosas está en paz y Datipígars ¡as ¿oacs; baya labtuKfaacn de ranadas, y toda* üa§ coas sayas Tirfcc >eo aumento.»
demás dioses y Gmacasr que 4
CAPÍTULO XXVI
De las fiestas y sacrificios que hacían en el segundo mes, llamado Camay.
L primer día deste mes salía el Inca á la plaza, y pues¬

tas en ella las Guacas de la manera sobredicha, se
asentaba el Inca junto á la del Sol, y traían otros cien Car¬neros, salvo que éstos eran pardos de un color claro, y blancos de las rodillas para abajo, con la cabeza blanca, si se hallaban. Traían éstos del ganado del Sol todos cuatro Suyus, cada uno su parte, y eran ofrecidos también de parte del Sol, como en el mes pasado, y hacíanse las mismas ceremonias en sacrificarlos. Poníanse los que estaban dipu¬tados para esto junto á la estatua del Sol, y los ofrecían en su nombre al Viracocha, diciendo: «Estos Carneros te ofrece el Sol, por su conservación y fuerza y porque siem¬pre alumbre con gran acrecentamiento.» Al tiempo que estos Carneros daban la vuelta al rededor, estaban rodea¬das las estatuas de todos los Caciques y principales, y cada uno dellos sacaba un repelón de lana, y junta toda, la que¬maban por sí.
El día que se vía la Luna nueva deste mes, venían á la plaza los que se habían armado caballeros con vestiduras nuevas, camisetas negras, mantas leonadas y plumajes blan¬cos, y con sus hondas en las manos, se dividían en dos ban¬dos, el uno de los de Hanancuzco, y el otro de los de Hu- rincuzco, y se tiraban con cierta fruta como Tunas, que llamamos Pitahayas. Venían algunas veces á las manos á probar fuerzas, hasta que el Inca se levantaba y los ponía en paz. Hacían esto, para que fuesen conocidos los más va¬lientes y de más fuerzas. Después se asentaban por sus parcialidades, y todos juntos ofrecían un cordero á la Luna nueva, el cual sacrificio hada, como los demás, el Ayllu de Tarpuniay. Sacrificaban sólo en agradecimiento de que ha¬bía salido presto; porque es de saber, que desde d primer día que se comenzaba la fiesta de CápacRaymi hasta que salía esta Luna, ayunaban sin comer sal, ni Ají, y había gente señalada que inquiriese si alguno quebrantaba el ayu¬no. Luego traían á la dicha plaza muchos Carneros viejos, y con gran solemnidad les horadaban las orejas y los repar¬tían por las gentes de todos los cuatro Suyus, para que cada uno guardase su parte y acudiese con ella para la fiesta dd Raymi; porque éstos eran los Aporucos, los cuales de¬bían ser hechos con esta solemnidad. Empezaban tras esto con gran regocijo un baile llamado Yaguayra, que duraba dos días.
Tornábanse á juntar en el mismo lugar el primer día de la Luna llena, en que sacrificaban al Sol diez Carneros de todos colores, por la salud del Inca; y la noche que se seguía á este día velaban todos hasta la mañana, bailando y can¬tando por todas las calles de la ciudad el dicho baile Ya¬guayra, y quemaban en la plaza diez vestidos de ropa muy fina, colorada y blanca, que contribuían todas las parciali¬dades: dos ofredan al Sol, dos á la Luna, otros dos al True¬no, al Viracocha otros dos, y á la Tierra otros dos. Á la mañana ofredan al Sol en saliendo por el horizonte dos cor¬deros blancos por la salud universal del pueblo; y toda la gente del baile pasado iba á una casa que estaba junto al templo del Sol, y sacaba una soga muy larga que allí se guardaba, hecha de cuatro colores, negro, blanco, bermejo y leonado, que pareda culebra, y tenía por cabeza una bola de lana colorada. Traíanla bailando asidos todos las manos della, los hombres á una parte y las mujeres á otra. Al en¬trar por la plaza hacían los delanteros reverencia á las Gua¬cas y al Inca, y lo propio iban haciendo todos como iban siguiendo. Daban una vuelta al rededor de la plaza, y cuando
TOMO IV 14 se iban juntando los que iban asidos de los cabos de la soga, se entremetían y doblaban, prosiguiendo su baile con tal orden, que lo acababan hecho un caracol, y soltando todos á una la soga, quedaba enroscada en el suelo en forma de culebra. Hacían esta fiesta con ciertas ropas dedicadas para ella, que eran unas camisetas negras con el ruedo guarne¬cido de una franja blanca y con flocaduras blancas por re¬mate, y en las cabezas plumas blancas de unos pájaros lla¬mados Tocto (i). Acabado el baile, daban un cordero para que lo sacrificasen por la dicha soga, y lo restante deste día gastaban en beber y holgarse.
Seis días después de la Luna llena, habiendo hecho en el arroyo que pasa por la plaza unas represas á trechos, sacaban la cenizas y carbones que tenían guardados de lo que había sobrado de los huesos de los sacrificios de todo el año, molíanlos con dos cestos de Coca, muchas flores de diversos colores, Ají, sal y Mani quemado, y así junto y hecho polvos, sacada cierta cantidad, que ponían en el depósito, llevaban lo demás á la junta que abajo del barrio de Pumachupa hace el dicho arroyo con otro. Acompaña¬ban este sacrificio las estatuas del Sol y demás dioses que solían poner en la plaza las fiestas grandes, el mismo Inca con toda la corte hasta el lugar dicho, y particularmente doscientos hombres con bordones en las manos. En lle¬gando á la dicha junta de los arroyos, los indios que lleva¬ban bordones, dejándolos, tomaba cada uno dos vasos de Chicha y ofrecía el uno al agua de aquel riachuelo y el otro se bebían ellos; y habiendo bailado un rato con gran regocijo alrededor de las estatuas, poco antes de anochecer, echaban en el arroyo toda aquella ceniza, lavando mucho las vasijas en que iba, para que no quedase nada della; y tomados sus bordones en las manos y puestos en ambas orillas del río, les mandaba el Inca que fuesen con aquel
(i) Probablemente Ttucu, especie de buho.
sacrificio d río abajo hasta d pueblo de Tam&r. que con las vueltas y rodeos que va haciendo, estará diez leguas de la ciudad, aunque por e! camino derecho no dista mas de siete- Sobaban luego la primera presa, y bajaba el agua con tanta priesa, que rompía las otras.
Los doscientos indios dichos iban e! río abajo tras el sacrificio hasta llegar á Tambo. apartando de las orillas con los bordones lo que ¿e detenía. Había puestos en paradas muchos de los indios de los pueblos por donde pasa el río, alumbrando con hachos de paja, para que aquella noche no se quedase por las orillas algo del sacrificio, y llegados á Tambo, le dejaban ir diciendo: «Agua, tú eres parte para llevar estas cenizas hasta la mar al Viracocha, á quien las envía nuestra república; y así, rogamos al aire que te ayude, porque nosotros no podemos pasar de aquí.» Y rogábanle que diese parte de aquella ofrenda al Inca- Yupanqui, como á inventor de aquella ceremonia, y porque él Ies dejó dicho cuando murió que por allí se la enviasen, y que los sacri¬ficios que hubiesen de hacer, fuesen en la forma sobredi- día; porque él dejaba mandado al Agua que se los llevase á donde estuviese. Los que habían acompañado las dichas cenizas, se quedaban en Tambo dos días descansando y bebiendo, después de los cuales se volvían al Cuzco. Y con esto se concluían los sacrifidos del segundo mes.
CAPÍTULO XXVII
De las fiestas y sacrificios de los cuatro meses siguientes.
A
L tercero mes llamaban Hatun-Púcuy, en que es la fuerza de las aguas. El primer día se hacía el mismo sacrífido de los cien Carneros y por la misma orden en que en el primero, salvo que éstos eran de color castalio. Juntábanse todo este mes en el campo al tiempo que que¬rían barbechar las chácaras, y ofrecían al Sol veinte Cuies grandes con veinte cargas de leña; y después de quemado el sacrificio, le rogaban que les ayudase á labrar sus cam¬pos, para que diesen buen fruto. Hallábanse presentes las Mamaconas del Sol, á las cuales daban cierta comida; y esto hecho, que era con solemnidad, entendían en sus la¬branzas.
El quinto mes tenía por nombre Ariguáquiz. En el pri¬mer día dél se hacía el mismo sacrificio de den Carneros pintados de diversos colores, que los indios llaman Moro- moros. Sacaban este mes aquel carnero blanco que habían llevado en la fiesta del Raymi, y poníanlo en la plaza, y con él dos Yanaconas que lo tenían á cargo y estaba allí todo el mes. Dábanle Chicha cada día, y el mismo Carnero la derramaba con los pies, y desta suerte la ofredan en su nombre con quince Carneros que allí quemaban, por que granase el Maíz; y llamaban á este sacrificio Napa. Junto con el dicho Carnero tenían en la plaza un bulto muy vene-rado, que se deda Sundorpauca; y al cabo se quemaba gran suma de Cuies, Ají y otras cosas, con lo cual se daba fin á la fiesta.
El sexto mes, que respondía á Mayo, se llamaba Ha- tun-Cuzqui: quemábanse otros cien Carneros de todos colo¬res, por la misma orden y solemnidad. En este mes cogían y encerraban el Maíz con cierta fiesta llamada Aymoray, la cual celebraban trayendo desde las chácaras y heredades hasta sus casas el Maíz, bailando con ciertos cantares, en que rogaban durase mucho tiempo y no se acabase hasta otra cosecha. Venían juntos en este baile hasta las casas que fueron de Diego de los Ríos, con dos muchachos de¬lante con unas figuras de pluma en las manos y un carnero de aquellos blancos de la fiesta del Raymi, que se deda Napa. Sacrificaban al Sol gran suma de Carneros, de los cuales algunos se quemaban y otros se repartían entre toda la gente de la Ciudad, y comían su carne cruda con Maíz tostado, y no quedaba ninguno, chico ni grande, que no comiese. Un día deste mes se repartían treinta Carneros para todas las Guacas% y se quemaba en cada una un poco, como les cabía conforme á su calidad, dando á las grandes mucho y á las chicas poco, lo cual estaba ya tasado y co¬nocido.
Á los quince días deste mes sacaban en procesión con gran solemnidad cinco Aporucos, y los mataban y repar¬tían y comían su carne cruda, cada uno una poca. Después desto las mismas estatuas del Sol sacrificaban seis corde¬ros, cada uno con diferentes ceremonias; los cuales en nom¬bre del Sol ofrecía el principal sacerdote por respeto del Maíz del año venidero. Los que se habían armado caba¬lleros salían á cierta chácara llamada Sausero, que está ca¬mino de San Sebastián, á traer el Maíz que en ella se había cogido. Acarreábanlo en unos costales pequeños con un cantar llamado Aravi. El primer día lo traían solos los di¬chos caballeros noveles galanamente vestidos, y los demás días acudía á lo mismo toda la gente del Cuzco. Poco des¬pués iban á la misma chácara con sus arados todos los Se¬ñores y principales y gran suma de gente con ellos, y la araban; lo cual acabado, volvían á la plaza mayor con gran regocijo, vestidos de las camisetas que habían ganado en la guerra. Llegados á ella, soltaban cuatro Carneros ena¬nos, y arremetían tras ellos todos los mancebos; y el que alcanzaba alguno, era tenido en mucho, y aquél lo repartía por gran honra entre los otros, y venían á cortar dél con sus cuchillos, y era de mucha estima á el que le alcanzaba parte; porque éste era el sacrificio que se hacía por las victorias.
Hadanse también este mes ciertas ceremonias á la Ma- mazara, que era una Guaca universal que cada uno tenía en su casa, y hacíanlas en esta forma: que cada uno to¬maba de su chácara cierta parte de Maíz más señalado en poca cantidad, y con ciertas ceremonias lo ponía en una trox pequeña llamada Pirua, envuelto en las más ricas man* tas que tenía, y allí lo velaba tres noches; y después que habían tapado la dicha trox, la adoraban y tenían en gran veneración, diciendo ser madre del Malz de su chácara y gran parte para que cada año se diese y conservase. Ha¬cíanle cada año por este tiempo un sacrificio particular, en el cual preguntaban los hechiceros á la dicha Pirua, si te¬nía fuerza para el año siguiente; y si á los hechiceros se les antojaba decir que no y que esa era la respuesta que daba la trox, llevaban aquel Maíz á quemar á sus chácaras con ciertos ritos, y hacían otra Pirua con particulares ceremo¬nias, diciendo que la renovaban por que no pereciese la semilla del Maíz; y si respondía que tenía fuerza para du-rar más tiempo, la dejaban hasta otro año. Esta Guaca era universal deste modo: que aunque dado caso que la había en todas las casas, cada uno hacía veneración á sola la suya, sin tener cuenta con la del vecino. Llamábanla Ma- mazara, que quiere decir Madre del Maíz.
CAPÍTULO XXVIII
De las fiestas y sacrificios que hacían en los meses sétimo, octavo y noveno.
L sétimo mes respondía á Junio y llamábase Aucay-Cuz-

qui. En él se hacía la fiesta principal del Sol, que se de¬
cía Inti-Raymi. El primer día se ofrecían cien Carneros par¬dos del ganado del Sol en la forma que arriba se ha hecho relación. Hacían esta fiesta y sacrificio en el cerro de Man- turcalla, al cual iba el Inca y asistía hasta que se acababa, bebiendo y holgándose. Hacíanla sólo los Incas de sangre
%
Real, y no entraban en ella9 ni sus propias mujeres, sino que se quedaban fuera en un patio. Dábanles de beber las Mamaconas mujeres del Sol, y todos los vasos en que co¬mían y bebían eran de oro. Ofrecíanse á las estatuas sobre¬dichas de parte de los Incas treinta Carneros: diez á la del Viracocha, otros diez á la del Sol y otros diez á la del Trueno; y treinta piezas de ropa de Cumbi muy pintada. Otrosí hacían en aquel mismo cerro gran cantidad de esta¬tuas de leña de Quishuar, labrada, y vestidas de ropas ricas; éstas estaban allí desde el principio de la ñesta, al fin de la cual les ponían fuego y las quemaban. Llevábanse al dicho cerro seis Aporucos, que se quemaban con lo de¬más. Después de concluida toda la cantidad de sacrificios, para empezar el baile llamado Cayo, que se hacía en esta fiesta cuatro veces al día, se dividían todos los indios, y la mitad quedaban allí bailando y bebiendo; y de la otra mi¬tad parte iban á Chuquicancha, y parte á Paucarcancha; en los cuales cerros repartían otros seis Aporucos, y eran sacrificados con la misma solemnidad.
En esta fiesta enviaba el Sol por sus estatuas con los que tenían cuidado dellas dos corderos pequeños, el uno de plata y el otro de oro, á Paucarcancha, y otros dos he¬chos de conchas á Pilcocancha, y otros dos al cerro de Man- turcalla, y todos se enterraban en estos cerros después de haberlos ofrecido. En acabando de hacer el dicho baile del Cayo, enviaban las estatuas del Sol dos carneros grandes hechos de cierta confección, y dos corderos, á este cerro de Manturcalla; llevábanlos con grande acompañamiento puestos en unas andas y en hombros de Señores principa¬les ricamente vestidos; iban delante las insignias Reales del Sunturpaucar, y un Carnero blanco vestido de una camiseta colorada, y con zarcillos de oro. Llegados al dicho cerro, los ofrecían al Viracocha y quemaban con muchas cere¬monias.
Concluido lo sobredicho, se acababa esta fiesta que ha¬dan al Sol cada afio por este tiempo, y luego se recogía todo el carbón y-huesos quemados de las ofrendas, y ios echaban en un llano junto al dicho cerro, donde no podíá entrar nadie más que aquellos que los llevaban. Volvía toda la gente á la plaza de la dudad acompañando al Inca, y derramando por todo el camino mucha Coca, flores y plu¬mas de todos colores. Venían todos embijados con derto betún que hacían de conchas molidas, y los Señores y caba¬lleros con unas patenillas de oro puestas en la barba, y can¬tando hasta llegar á la dicha plaza, adonde bebían lo que restaba del día, y á la noche se iba el Inca á su casa, y todos se recogían á las suyas, con que se daba ñn á esta fiesta del Inti-Raymi.
Al octavo mes llamaban Chahuahuarquix. En él se que¬maban eren Carneros pardos como los del mes precedente, sin los cuales llevaban el primer día á quemar otros dos á la Guaca de Tocori, d uno donde empezaba, y d otro donde acababa de regarse el valle, por la conservación de aquella agua. Instituyó este sacrificio Inca-Roca, de quien cuentan los indios esta fábula: que saliendo antes muy poca agua por aquel manantial, después de haber este Inca hecho ciertos sacrifidos, metió el brazo por él y fué causa que manase tanta como ahora mana; lo cual tenían por tan ave¬riguado, que los de su parcialidad y linaje pretendieron por esta razón regar solos ellos con aquel agua; y en tiempo de los Incas salieron con ello; y después que los españoles señorean la tierra, lo intentaron por la misma razón; pero fueron desengañados, y el agua se repartió por iguala Gas-taban este mes en aderezar las acequias.
En el noveno mes, llamado Yapaquis, se quemaban cien Carneros castaños sin mancha alguna, con las ceremo¬nias más arriba dichas; y hacían una fiesta llamada Gua¬yara, pidiendo en ella bueno y abundante año. Repartían quince Carneros para todas las Guacas del contorno del Cuzco, los cuales eran del ganado del Inca y del Sol; y con este sacrificio se sembraba la chácara de Sauscro, la cual sementera hacían con mucha solemnidad; porque esta chácara era del Sol, y lo que se cogía della era para los sacrificios ordinarios que se le hadan allende de los arriba dichos; y en tanto que se sembraba, estaba en medio della un Camero blanco con sus orejeras de oro, y con él can¬tidad de indios y Mamaconas del Sol, derramando mucha Chicha en nombre del dicho Carnero. Ya que se iba aca¬bando la sementera, traían de todas las provincias por cuenta mil Cuies, como cabía á cada una, conforme el re-partimiento que estaba hecho, y con gran solemnidad los degollaban y quemaban todos en esta chácara, excepto derto número dellos, que en nombre del Sol se repartían por las Guacas y adoratorios de la dudad. Dirigían este sa- crifido al Hido, al Aire, al Agua y al Sol y á todo aquello que les pareda á ellos que tenía poder de criar y ofender los sembrados. Los sacerdotes Tarpuntaes ayunaban no comiendo más que Maíz cocido y yerba sin sal, y no be¬bían sino Chicha turbia, que llaman Concho, hasta que el Maíz salía de la tierra un dedo en alto. Y así mismo en este mes toda la gente hacía el Taqui ó baile dicho Gua¬yara, el cual hadan vestidos de unas camisetas coloradas hasta los pies, en cuerpo, sin manta ó capa; y acabada esta fiesta y sacrifidos, se iban á sus labranzas.
CAPÍTULO XXIX
De las fiestas y sacrificios que hacían en el décimo mesf llamado Coya-Raymi.
E
N este mes quemaban cien Carneros blancos y lanu¬dos, según que en los otros se ha dicho, y hadan una fiesta muy solemne que llamaban Sitúa. La razón por que Toxo IV 15
la hacían este mes, era porqué comenzaba entonces á llo¬ver, y con las primeras aguas solía haber algunas enferme¬dades; y así en ella pedían al Viracocha que tuviese por bien no las hubiese aquel año ni en el Cuzco ni en todo el imperio de los Incas; y celebrábanla en esta forma: prime¬ramente hacían salir de la ciudad á los forasteros y á todos los que tenían las orejas quebradas ó rasgadas y cualquie¬ra lisión ó defecto en sus personas, como corcovados, co¬jos y contrechos, diciendo que no se habían de hallar en aquesta ñesta, porque padeciendo por sus culpas aquellos males, eran hombres desdichados y podría ser que con su desdicha impidiesen la buena fortuna de los demás. Echa¬ban también fuera del pueblo los perros, porque no abulta¬sen, y un día después de la conjunción iba el Inca con los nobles y la mayor parte del pueblo á Cor kancha, y estaban allí en vela esperando á que saliese la Luna nueva; y en viéndola, daban grandes voces con hachos de fuego en las manos, diciendo: «¡Enfermedades, desastres y desdichas, salid fuera desta tierra!»; y repitiendo todos á voces cjVaya el mal fuera!», se daban unos á otros jugando con los ha¬chos de paja encendidos.
Luego se extendía por todo el pueblo esta vocería, y salían todos, grandes y pequeños, á las puertas de sus casas dando las mismas voces: «¡Vaya el mal fuera! ¡Qué ñesta ésta tan deseada por nosotros! ¡Oh Hacedor, déjanos llegar á otro año para que veamos otra fiesta como ésta!» Y mien¬tras ‘ gritaban desta suerte, sacudían sus mantas y ropas, como que con esto echaban el mal de sus casas.
Estaba también desde antes que pareciese la Luna nue¬va buen número de indios armados á usanza de guerra, con lanzas en las manos, en la plaza de Coricancha, y en la plaza mayor estaban de la misma forma, á punto de gue- . rra, cuatrocientos, divididos en cuatro tropas alrededor de cierta pila que allí había, en que derramaban las bebidas que ofrecían en sacrificio. Eran estas tropas de diferentes linajes de los naturales del Cuzco, y estaban los de cada uno vueltos los rostros hacia la parte á que habían de co¬rrer, que era á las cuatro del Mundo, al Oriente, Poniente, Septentrión y Mediodía, á las cuales caían las cuatro partes del reino peruano; y al punto que salía la Luna, comenza¬ban las voces primero los que estaban en el templo del Sol, y dél salían los sacerdotes dándolas á la plaza del dicho templo, y la gente armada las recebía déllos; y al momento partían de carrera dando las mismas voces, «¡Vaya el mal fuera!», hasta la plaza mayor; y en oyéndolas allí los sobre¬dichos cuatrocientos armados, daban á correr, cada cuadrilla hacia la parte que le tocaba, repitiendo las mismas voces, y corrían sin parar un buen trecho. Estaban en los caminos muchas cuadrillas en paradas, unas esperando á los prime¬ros, y otras á los segundos, recibiendo unos de otros las mismas voces sucesivamente y llevándolas adelante hasta el lugar donde paraban. Los ciento que desde la plaza co¬rrían al Mediodía para las provincias de Collasuyu, no ce-saban de correr hasta la Angostura, y allí daban la voz á otros que estaban á punto; y á estos segundos, habiendo corrido el trecho que les estaba señalado, sucedían los ter¬ceros; y por este orden iban corriendo y repitiendo las mismas voces, hasta que los postreros llegaban al río de Quiquijana, nueve leguas de la ciudad, que era el término donde paraban los que iban por esta parte; y llegados al dicho río, se bañaban en él y lavaban sus armas. Lo mis¬mo y por la propia forma hacían los que corrían por los otros tres caminos, que los postreros se bañaban en los ríos que tenían por término de su carrera. Los que iban á la parte de Chinchaysuyu, en el río de Apurinta; los de Antisuyu, en el de Yucay, y los de Cuntisuyu, en el río de Cusipampa. La razón por que se bañaban en estos ríos, era por ser caudalosos é ir á entrar á la Mar, para que lle¬vasen allá las enfermedades, que con estas ceremonias te¬nían creído las desterraban de la tierra. Y á este mismo tiempo se hacía lavatorio general en toda la ciudad, yendo los moradores della á las fuentes y ríos á bañarse; cada uno en su Ceque, diciendo que desta suerte salían las enfer- dades dellos.
Acabado esto, bebían largo y después se iban á sus ca¬sas, donde tenían para entonces una mazamorra de Mais mal molido, que llamaban Sanco, y con ella caliente se un¬taban los rostros, los umbrales de las puertas y los lugares donde guardaban las comidas y vestidos, diciendo que oo entrasen las enfermedades en aquella casa. Llevaban tam¬bién deste Sanco i las fuentes, y echándolo dentro dellas, les decían que no estuviesen enfermas. Tras esto comían y bebían los mejores manjares y más regaladas Chichas que podían hacer, con mucho regocijo y contento; porque, para este día, cada cual, por pobre que fuese, tenía buscado de comer y beber lo mejor que podía; porque tenían por opi¬nión, que los que en este día no se holgaban y comían y be¬bían espléndidamente, habían de estar todo el año en ma¬la ventura y trabajos. No reñían en este tiempo unos con otros, ni se decían palabras de enojo, ni se pedían las deu¬das, por tener creído, que quien en este día tuviese enojo ó pendencia, tendría lo mismo todo el año.
Item ofrecían á sus ídolos las comidas mejores y más bien aderezadas que alcanzaban, las cuales recebían sus sa¬cerdotes y las quemaban en sacrificio. Asimismo sacaban los cuerpos de los Señores muertos los que de su linaje los tenían á cargo, y los lavaban en los baños que solían ellos usar cuando eran vivos; y vueltos á sus casas, los un* taban con el dicho Sanco y les ponían delante las comi¬das que cuando vivían con más gusto solían comer; y las personas que cuidaban de los dichos muertos, las que¬maban.
Después desto, sacaban á la plaza mayor las estatuas de sus dioses y cuerpos embalsamados ricamente vestidas; y así el Inca como los sacerdotes, caballeros y gente ordi- nana salían con las mejores galas que tenían, y sentados por su orden, entendían en sólo comer y beber y holgarse. Hacían un baile particular desta fiesta, y los que entraban en él venían vestidos de unas camisetas coloradas largas hasta los pies, y unas diademas de pluma en las cabezas, taftaido unos cañutos pequeños y grandes puestos á modo de cañones de órgano (i). Daban este día gracias á sus ído¬los que los habían dejado llegar á aquella fiesta, y pedíanles Ies otorgasen llegar á otro año. Brindaba el Inca á los ído¬los derramando en su honra mucha Chicha, y los sacerdo¬tes se brindaban unos á otros; con que se acababa el día y volvían á sus lugares las estatuas y cuerpos muertos.
Otro día salían como el pasado á la misma plaza; man¬daban entrar en la dudad á los que habían echado della; traían mucho ganado de los cuatro Suyas del reino, que fuese sano, limpio, sin mancha ni fealdad alguna y lanudo, que nunca hubiese sido trasquilado, y todo era de las es- tandas de la religión. Luego el sacerdote del Sol apartaba treinta carneros, y quemábalos juntamente con treinta ha¬ces de leña de Quishuar, vestidos de ropa rica. Acabado este sacrificio, sacaban las Mamaconas del Sol en unos pla¬tos grandes de oro gran cantidad de bollos de Maíz ama¬sados con sangre de cierto sacrificio de Carneros blancos, y daban un bocado á cada uno de los forasteros, para que también gozasen y tuviesen parte en los sacrificios, como en la fiesta del Raymi, y para el mismo efecto, en señal de confederación con el Inca, amonestándoles que no di¬jesen mal dél ni del Sol, porque, habiendo comido aquel manjar, no podía ser ocultado su pecado. Enviaban también destos bollos á las Guacas forasteras de todo el reino: y para llevarlos, estaban en esta sazón en el Cuzco indios de todas partes, que los recebían. Decíanles que aquello les en¬viaba el Sol en señal de que quería que todos lo venerasen
(i) Llamados antara.
y honrasen. Asimismo enviaban su parte á los Caciques de las provincias, por especial favor.
Por fin desta fiesta sacrificaban cuatro Carneros, y los sacerdotes les sacaban los bofes, y á soplos los hinchaban, y estando hinchados, vían en ciertas señales que en ellos había (según su imaginación), si en aquel año habían de ser prósperas todas las cosas ó no; y después quemaban los bofes, y la carne de los dichos carneros repartían entre los presentes como cosa sagrada, dando muy poquito á cada uno, que comían crudo; y todo el demás ganado se repar¬tía á toda la gente del Cuzco, para que comiesen. Cuando iba entrando este ganado en la plaza, arrancaban de cada res un poco de lana y la sacrificaban al Sol; acabado esto, bebían y bailaban. Entraban en este baile de todas las na¬ciones que obedecían al Inca, vestidos al uso de sus tierras. Sacaban sus Guacas en andas los sacerdotes que á cargo las tenían, y en llegando á donde estaban los ídolos y el Inca, les hacían reverencia y se iban poniendo en sus lu¬gares. Gastaban lo restante deste día en hacer cada nación el baile y canto que usaban antes de ser sujetadas del Inca. Y al cabo deste mes, recogían los carbones de todos los sacrificios hechos en él, y los molían, y con gran solemni¬dad llevaban estos polvos y cenizas y los derramaban por las dehesas y punas para fertilizar los pastos.

CAPÍTULO XXX
De los dos últimos meses, y las fiestas que hacían en ellos.
L
LAMABAN al undécimo mes Homa-Raymi Puchay- quis, en el cual se hacía el sacrificio ordinario de los cien Carneros; y si faltaba el agua en este mes, ponían atado en un llano un Carnero escogido de los del Sol, que fuese todo negro, y derramaban alrededor dél cantidad de Chi¬cha con ciertas ceremonias. No le daban de comer cosa al¬guna hasta que lloviese, diciendo que de lástima de verle padecer haría el Sol que lloviese; y si el agua se tardaba, juntábanse allí todos los indios que entendían en los sacri¬ficios, cada uno con dos vasos de Chicha en las manos, y bebiendo el uno, derramaban el otro en sacrificio. Las mu¬jeres que tenían hijos á quienes habían de horadar las ore¬jas y armar caballeros en la fiesta del Raymi, que ya se acercaba, entendían en hilar y tejer las ropas que se habían de vestir sus hijos en la dicha fiesta, y juntábanseles algu¬nas de su linaje á ayudarles y á beber aquellos días en sus casas; y los varones entendían cada uno en aquello que lo tenía ocupado el Inca; y así se acababa este mes.
El último se decía Ayamarca. El primer día se ofrecían los cien Carneros que en los otros meses y con la misma solemnidad. El segundo iban al cerro de Guanacauri los mozos que se habían de armar caballeros el mes siguiente; ofrecían á aquella Guaca cierto sacrificio y le pedían licen¬cia para armarse caballeros, como su ídolo principal y her¬mano que decían ser de Manco- Cápac, de quien ellos proce¬dían. Dormían allí aquella noche á imitación de la peregri¬nación que sus antepasados por allí hicieron, y los sacerdo¬tes de la dicha Guaca diputados para esto, daban á cada muchacho una honda, y de un carnero que todos llevaban sacaban la sangre y con ella hacían á cada uno una raya en el rostro, y luego lo sacrificaban. Otro día por la tarde vol-vían á la ciudad, trayendo cada uno su haz de paja sobre que se asentasen sus padres y parientes en la fiesta del Raymi; y este día ayunaban los dichos muchachos, cuyos deudos traían á cada uno una camiseta bien labrada y se la daban.
Luego todos estos mancebos juntos mascaban el Maíz con que se había de hacer la Chicha para la fiesta que prc- venían, y sus padres y tías iban por agua para hacella á Calispüquiu. Mientras hacían esta levadura para la Chicha, quemaban con gran solemnidad un Carnero blanco lanudo, por que saliese buena; y los deudos de los dichos mozos traían los cántaros y lefia para hacerla. Gastaban todo este mes con grandes ceremonias en aderezar lo necesario para la dicha fiesta de Cápac-Raymi, y hacían los mancebos su alarde y los mayores los imponían y daban con ellos cada día ciertas vueltas alrededor de la plaza, y acabadas, bebían y hacíaii algunos sacrificios por que fuesen buenos caballe¬ros. No podía ver estos alardes ningún extranjero, sino solos los vecinos del Cuzco; y para que se hiciesen, mandaban salir fuera á todos los que no lo eran. Llamaban á esta fiesta Ytu-Raymi, la cual también solían hacer cuando llovía mucho ó poco ó había peste; y siempre que se hada, salían de la ciudad, como está dicho, todos los forasteros, y ha¬bía puestas guardas para que no entrasen. Y los de Ha- nancuzco mataban cuatro Carneros y otros tantos los de Hurincuzco, dando primero con ellos ciertas vueltas; lo cual hecho, dejaban entrar la gente que estaba detenida; y con esto se concluían las fiestas y sacrificios obligatorios del año, los cuales eran generales y había días señalados y per-sonas diputadas para ellos. Fuera déstos, eran tantos los particulares que cada uno solía hacer con los de su parcia¬lidad y por sus difuntos, si era Señor, y los que cada indio hada con los de su familia y casa, que si de todos se hu¬biera de hacer relación, fuera nunca acabar.
CAPÍTULO XXXI
De la fiesta del Itu, y las ceremonias con que se ce-lebraba.
D
EMÁS de las fiestas dichas, que eran ordinarias, ha¬bía otras extraordinarias, que, aunque estaban deter-minadas las ceremonias y solemnidad con que se habían de hacer, con todo eso, ni había tiempo determinado para ellas, ni á todos era concedido el celebrarlas. La principal déstas era la que llamaban Itu, la cual era muy célebre, de grande aparato, devoción y alegría. Hacíanla solamente á tiempos indeterminados, según la necesidad que ocurría, y entonces no era permitido á todos solemnizarla de una misma ma¬nera. En la ciudad del Cuzco se celebraba desta suerte; Ayunaban todos dos días antes, en los cuales se apartaban de sus mujeres; no comían cosa con sal ni Ají ni bebían Chicha, que era lo sustancial de su ayuno; luego se juntaba todo el pueblo con el Inca y las estatuas de sus dioses en la plaza mayor, y echaban fuera de la ciudad todas las mu¬jeres que tenían perros y otros animales, y mandábanles que estuviesen con ellos muy apartadas de donde se hacía la fiesta. Buscaban si había algunos forasteros, y mandá¬banles también salir fuera, y ponían guardas en los cami¬nos para que no entrase nadie en tanto que se hacía la di-cha fiesta, y tenían orden y diligencia para que en este tiempo no entrase ningún animal al lugar donde ellos esta¬ban congregados; porque decían, que era desacato que tra¬tándose del Sol y con el Viracocha de cosas tan importan¬tes, se hiciese entre animales.
Hecha esta diligencia, sacrificaban con gran solemnidad y ceremonias dos Carneros de cierto color conforme á lo Tono IV 16
que se pretendía alcanzar con la fiesta, y si la necesidad era grave, mataban algunos niños; mas esto era cuando el Inca ordenaba que la fiesta fuese general. Después del sa¬crificio se vestían de los aderezos y ornamentos dedicados para esta solemnidad los que la habían de celebrar, que eran unas camisetas coloradas de Cutnbi con rapacejos largos del mismo color; ceñíanse debajo dellas unas criznejas lar¬gas que les colgaban hasta los pies; en las cabezas unas diademas grandes de pluma bien labradas, de diversos co¬lores, y unos collares de conchas ensartadas al cuello; en las manos llevaban una bolsa pequeña, que llamaban Son- dorpauca, y algunos un pájaro verde seco con su pluma, y un atambor blanco pequeño, muy bien hecho. Guardábanse estas vestiduras é instrumentos en una casa que el Inca te¬nía en el Cuzco diputada para sólo esto; y era grande la cantidad destas cosas que allí había en depósito. Los que se vestían el aderezo dicho, eran sólo mancebos de hasta veinte años, y lo restante del pueblo tenían cubiertas las cabezas con las mantas ó capas; y así los unos como los otros guardaban gran silencio; porque era obligación en tanto grado, que en todo aquel día no hablaban unos con otros.
Empezaban los dichos mozos en procesión muy despa¬cio á dar vuelta alrededor de la plaza, tocando todos á una sus atambores con ciertos visajes, y desta manera iban con gran compás hasta que se concluía una vuelta. Acabada, se asentaban todos juntos callando, y levantábase un prin¬cipal, que, dando vueltas por el mismo lugar que la proce¬sión había pasado, sembraba el suelo de Coca. Desde á un poco de tiempo se tornaban á levantar los ministros y da-ban otra vuelta de la misma forma que la primera, y asen¬tados, se derramaba otra tanta cantidad de Coca como an¬tes. Trazaban y disponían de suerte todo el día, que en él se diesen ocho vueltas á la plaza; en la cual se estaban toda la noche siguiente rogando con gran atención al Viracocha
y poniendo al Sol por intercesor por la necesidad que te¬nían. Venida la mañana, se desnudaban aquellas vestiduras y guardábanlas como cosa sagrada en el lugar dicho; luego comenzaban á beber con gran regocijo cantando y bailando dos días con sus noches, en señal que su oración había sido acepta.
Era esta fiesta propia de los Incas y ellos solos la usa¬ron mucho tiempo; pero después fueron dando licencia por vía de merced para que la pudiesen hacer en sus tierras otros Señores de los que estaban en su obediencia. La cual principalmente se hacía cuando el Inca casaba alguna hija ó sobrina suya con algún Señor extranjero, lo cual hada muchas veces para diferentes efectos y pretensiones; al cual, después de haberle encarecido la merced que le hacía en tomar su deudo y la obligación en que quedaba por esta razón y héchole saber cómo también emparentaba con el Sol, de quien ellos decendian, en señal desto, por muy sin¬gular favor, le daba licencia para hacer en su tierra esta fiesta del Itu, mediante la cual tuviese remedio en las nece¬sidades para que había sido instituida; y á estos tales jun-tamente con la licencia les daban las vestiduras é instru-mentos con que la habían de hacer, del depósito que desto tenían en el Cuzco, que era la última merced y de más es- timadón que se les podía hacer; y luego en la dicha tierra donde se concedía el celebrarla, se diputaba casa en que se guardasen las vestiduras y aparejos para ella.
Hadan esta fiesta así en la ciudad del Cuzco, como en las demás partes, por muy grandes necesidades, como cuan¬do sobrevenía algún extraordinario temblor de tierra; en tiempo de gran pestilencia; cuando tardaban mucho las llu¬vias y era grande la necesidad déllas; y sobre todo, cuando el Inca determinaba ir en persona á la guerra, porque en¬tonces era general y se mandaba hacer á todos los que tenían facultad para ello; y en la corte se hacía con más aparato y solemnidad que para ninguna otra cosa, porque en esta ocasión no la hacían los mancebos que en las otras, sino los caballeros y nobles más principales del Cuzco; los cuales se vestían con el aderezo que queda dicho é iban tocando los atambores y sus mujeres detrás dellos con las armas en las manos. También los sacrificios eran en más cantidad y más solemnes, porque ofrecían todo aquello que acostumbraban sacrificar en todas las demás fiestas, y lo repartían por las Guacas de toda la ciudad á cada una según la veneración en que era tenida.
Otrosí es de advertir, que puesto caso que esta fiesta con las ceremonias que habernos dicho no tenían todos li¬cencia para hacerla, como queda dicho, con todo eso, por las mismas causas que generalmente la hacían en el Cuzco y en las partes que tenían privilegio para ello, en lugar della hacían en todas las provincias otra llamada Ayma, la cual se celebraba casi de la misma manera, salvo que difería en las vestiduras y en algunas otras ceremonias; si bien donde quiera había depósitos de las vestiduras y aderezos con que la celebraban.
CAPÍTULO XXXII
De la solemnidad y sacrificios con que celebraban la coronación del Rey.
RA también fiesta extraordinaria y muy solemne la

que hacían cuando, muerto el Inca, tomaba el sucesor
la borla, que era la insignia del Rey. E1 intento della era pedir á sus dioses la salud, conservación y prosperidad del Inca que se coronaba; y ciertamente, aunque erraban en estas supersticiones, no se puede negar sino que era de loar el gran cuidado que tenían en todos sus sacrificios de la salud de su Rey. Hacían esta fiesta en la forma siguien¬te: después de averiguado quién había de ser e! sucesor, y hechos los llantos y ceremonias con el cuerpo del Rey muerto, y cumplido el que había de ser coronado con los usos y costumbres de sus pasados, que eran muchos, jun¬tos en la corte todos los grandes Señores que según la distancia del camino podían venir á hallarse en este acto, y en nombre de las Guacas y adoratorios del imperio un procurador de cada una, que era de ordinario la guarda ó ministro principal ¿ cuyo cargo estaba, iban á una plaza HamaHa Hurimaucaypata, que estaba al salir de la ciudad por el camino del Collao, en la cual ponían las estatuas del Sol y demás dioses principales; y de todas las provincias del reino traían lo que se había de ofrecer en los sacrificios, conviene á saben cantidad de doscientos niños desde cuatro hasta diez años de edad; gran suma de plata y oro labrado en vasos y figuras de Carneros y de otros animales; mucha ropa de Cmmbi muy bien obrada, grande y pequeña; can¬tidad de conchas de la Mar de todas maneras; plumas de colotes, y hasta mü Carneros de todos colores, que los re¬cogían íbera de la plaza. Junto todo esto y ordenada la fiesta y congregados los que en ella se habían de hallar, se levantaba el sacerdote ó ministro mayor dd sacrificio ves¬tido de ciertas vestiduras á propósito de la fiesta, y con mu¬das ceremonias tomaba en los brazos un niño de aquellos pcqueto» y rtfando los demás todos juntos con d resto de loa sacrificios, vudto al Viracocha; «Señor, esto te ofre¬cemos por que nos tengas en quietud y nos ayudes en mili 11 guerras y conserves ¿ nuestro Señor d Inca en grandeza y estado, y que vaya siempre en aumento, y le des mocho saber, para que nos gobierne con acierto.» Lo ■■uno hada con cada género de sacrificio, dando ciertas vueltas en torno de las estarnas coa la imignía de cada cosa de las que se ofrecían.
Luego se juntaban todos los ministros de las Guacas eatiaajeras y naturales dd Cuzco, y mandaba d Inca partir entre ellos los sacrificios que se habían de ofrecer en las de la ciudad y en las extranjeras por todo su reino. Lo que cabía á las Guacas extranjeras se hacía cuatro partes, para cada uno de los cuatro Suyus en que estaba dividido el imperio la suya; porque de cada uno dellos terna el Inca en el Cuzco Vilcacamayos, que eran como contadores que sólo entendían en tener cuenta con las Guacas de sus dis¬tritos y qué sacrificios se habían de ofrecer á cada una. És- tos, pues, llamando ante sí á todos los ministros de las Guacas del reino, repartían entre ellos lo que destos sacri¬ficios que se habían juntado en el Cuzco para esta fiesta habían de llevar á las de sus provincias, en lo cual tenían tanta cuenta y razón y salía tan bien repartido del Cuzco lo que en cada parte y lugar se había de sacrificar, que aunque era en excesiva cantidad el dicho sacrificio y los lugares donde se había de ofrecer casi sin número, jamás había yerro de cuenta ni trocaban el un lugar por el otro. Repar¬tíanse de manera que ninguna Guaca ni adoratorio, por pe¬queño que fuese, quedase sin sacrificio; porque ya estaba diputado y acordado lo que se había de ofrecer en cada Guaca.
La causa por que todas alcanzaban parte deste sacrifi¬cio, era porque tenían por agüero, que si á alguna Guaca le faltase ofrenda, se enojaría con el Inca y tomaría ven¬ganza dél, castigándole por este descuido. Teníase tanto cuidado y puntualidad en esto, que si á algunos cerros que eran adoratorios no podían llegar á ofrecer el sacrificio, por su mucha aspereza ó por estar cubiertos de nieve, subían los ministros hasta donde se podía llegar, y desde allí, con hondas arrojaban el sacrificio á la cumbre dellos.
Repartido, pues, el sacrificio por el orden dicho y seña¬lado lo que á cada Guaca le cabía, comenzaban á ofrecerlo primero en el Cuzco á las estatuas que tenían presentes. El primer sacrificio era el del Viracocha, cuyos sacerdotes lo recebían y ofrecían, rogándole tuviese por bien de dar al Inca salud y larga vida, y que no le llevase en su moce¬dad; le concediese vitoria de sus enemigos, y hijos que le sucediesen y conservasen el linaje Real, y que mientras éste gobernase, todas las naciones de su imperio estuviesen en paz, se multiplicasen y tuviesen abundancias de mante¬nimientos. Acabada esta oración, ahogaban á los niños y los enterraban con el oro y plata en un cerro llamado Chu- quicancha, que está media legua de la ciudad, encima de San Sebastián, y los Carneros, ropa y demás cosas que¬maban. Después desto, los sacerdotes del Sol, del Trueno y de los otros grandes dioses, por la misma orden recebían lo que á sus Guacas tocaba y lo ofrecían con las mismas ceremonias que los primeros y pidiendo en sus oraciones lo mismo para el Inca y para el bien de su reino; y aca¬bado de hacer el sacrificio á los dichos dioses, los sacerdo¬tes de las demás Guacas del Cuzco recebían lo que habían de ofrecerles y partían con ello; y comenzando por Gua- nacuauri, como adoratorio principal, iban ofreciendo en los demás lo que se les había repartido.
Concluido con los sacrificios de todas las Guacas del Cuzco, mandaba el Inca á los sacerdotes extranjeros lle-vasen á ofrecer á las de sus tierras lo que se les había se-ñalado en la repartición hecha, y ellos salían al punto á po- oello por obra, caminando por este orden: el ganado solo iba por el camino Real, y el golpe de la gente que llevaba los otros sacrificios, por fuera de camino en cuadrillas algo apartadas y puestas en ala con los sacrificios por delante; iban derechos hacia el lugar que caminaban sin torcer á ninguna parte, atravesando montes y quebradas, hasta lle¬gar cada uno á su tierra. Los niños que podían andar, iban por su pie, y á los muy pequeños llevaban á cuestas con el oro y demás cosas. De cuando en cuando alzaban gran vocería, empezando uno que para este efecto estaba seña¬lado, siguiéndole todos al mismo tono. En estas voces pe¬dían al Viracocha la salud y prosperidad del Inca. Era te¬nido en tanta veneración este sacrificio que se llevaba del Cuzco, que si cuando iba caminando por los despoblados ó otros lugares, topaban gente, no osaban los que así to¬paban el dicho sacrificio alzar los ojos á mirallo, sino que se postraban en tierra hasta que pasase; y cuando entraban por los pueblos, no salían los vecinos de sus casas, estando en gran reverencia y humildad en ellas, hasta que los que llevaban este sacrificio pasaban adelante. Entregábanlo en las cabeceras de las provincias á los que cuidaban de la Guaca principal de cada una; los cuales también tenían cuenta y razón de los adoratorios que había en su distrito y de los sacrificios que para todas ellas habían de quedar en cada provincia. Mas, porque algunas veces acrecenta¬ban ó acortaban estos sacrificios, conforme á la voluntad del Inca, cada vez sacaban del Cuzco la razón de lo que en cada parte y lugar se había de hacer. Y el orden como en las provincias se ofrecía este sacrificio, era, que primero se celebraba una fiesta al ofrecerlo en la Guaca principal de cada partido por los de aquel lugar, á imitación de la del Cuzco, y luego se ofrecía á todas las Guacas y adora- torios de la dicha provincia lo que les pertenecía, según como del Cuzco iba repartido.
Otras muchas fiestas generales usaban estos indios, en que hacían sacrificios notables; muchas dellas eran institui¬das para sus guerras y para cuando entraban en la corte con los prisioneros que habían cautivado en ellas, y otros efectos; sin las particulares que tenía cada provincia, según sus costumbres; de las cuales no se hace relación, por no ser muy diferentes de las que aquí quedan referidas y por¬que por éstas se puede sacar cuáles serían las otras.
CAPÍTULO XXXIII De los sacerdotes y oficios que tenían.
D
EBAJO del nombre de sacerdotes se han de entender todos los hombres que estaban dedicados al culto de sus falsos dioses y entendían en ofrecerles sacrificios y ha¬cer cuantas supersticiones entre ellos se usaban; y como éstas eran muchas, así también lo eran las suertes que ha¬bía de sacerdotes. Porque, primeramente, unos entendían en la guarda y ministerio de las Guacas y en ofrecerles k>6 sacrificios estatuidos por su rito, así ordinarios como extraordinarios, y éstos eran sustentados de las rentas de la Religión. Aunque, no contentándose con su estipendio, tenían trazas como sacar cuanto pudiesen del común, y en orden á esto fingían mil desvarios, diciendo que las Guacas se les quejaban de noche entre sueños del descuido que con ellas se tenía, y que por esa causa les enviaban los tra- brajos que padecían. Con lo cual, el ignorante pueblo se movía á multiplicar los sacrificios y ofrendas, en que los dichos sacerdotes eran bien interesados. Había entre ellos su orden y grados de ministros mayores y menores; tenían particulares vestiduras, que se ponían para sacrificar; insti¬tuíanse unos por elección y nombramiento del Inca ó sus gobernadores, otros por sucesión de ciertos ayllus y linajes, para servicio y ministerio de diferentes dioses, y otros por ofrecimiento de sus padres, Caciques, ó mayores; y esto, no acaso, sino por varios sucesos y ocasiones.
Los sacerdotes del Sol eran del ayllu y familia de Tar- puntay, y por eso los llamaban Tarpuntaes, y no podían serlo de otro linaje; y el sacerdote supremo déllos, como si dijéramos su obispo, era el que presidía en el templo del TOMO IV 17
Sol, que estaba en la ciudad del Cuzco, el cual era la dig-nidad suprema entre ellos y el superior y prelado de los demás sacerdotes, así del Sol como de los otros dioses. Lla¬mábase Villac-umu, que significa el «adivino ó el hechicero que dice»; al cual los españoles, corrompiendo el vocablo, nombran Vtlaoma. Éste residía siempre en el Cuzco en el templo llamado Cortcancha. Los diputados para este oficio se elegían desta manera: si nacía en el campo algún varón en tiempo de tempestad y truenos, tenían cuenta con él, y después que era ya viejo, le mandaban que entendiese en esto. Llamábanlo desde que nacía «Hijo del Trueno», y tenían creído que el sacrificio hecho por mano déste era más acepto á sus Guacas que de otro ninguno. ítem, los que nacían de mujeres que afirmaban haber concebido y parido del Trueno, y los que nacían dos ó tres juntos de un vientre, y finalmente, aquellos en quienes la Naturaleza ponía más de lo común, diciendo que acaso y sin misterio los señalaba, todos éstos eran consagrados por sacerdotes cuando viejos; porque todos ó los más que tenían este ofi¬cio, lo eran y no se admitían á él sino cuando llegaban á edad que no podían ejercitar otros trabajos. Su número era excesivo, porque no había adoratorio grande ó peque¬ño, ora fuese arroyo, ora fuente, cerro ó cualquiera lugar de veneración, que no tuviese señalados sus ministros y guardas, que allende de ocuparse en los sacrificios que per¬tenecían á cada Guaca, atendían á conservar la memoria déllas, esto es, qué oficio y advocación tenía cada una, el efecto para que se le sacrificaba y las cosas con que se ha¬bía de hacer el sacrificio, poniendo en esto todo su estudio y cuidado; y criaban consigo á los que habían de quedar en su lugar, instruyéndolos con diligencia en estas cosas.
También había otros muchos que trataban en echar suertes, á los cuales llamamos sortílegos, y todo género de hechiceros, adivinos y agoreros, entre los cuales andaba el oficio de confesores y de curar supersticiosamente. Muchas veces se confundían estos oficios con el primer linaje de sacerdotes, usándolos todos juntos unas mismas personas, y otras andaban divididos, atendiendo cada uno al suyo; si bien lo más común era lo primero, que los sacerdotes eran juntamente confesores, médicos y hechiceros. Por lo cual, aunque dividimos estos oficios tratando de cada uno en su capítulo, no se ha de entender que los oficiales dellos eran siempre distintos.
CAPÍTULO XXXIV De los sortílegos.
C
ON nombre de hechiceros comprehendemos á toda suerte de gente que usa de supersticiones y artes ilí¬citos para obrar cosas extrañas y que exceden la facultad humana, las cuales alcanzan por invocación y ayuda del Demonio, en cuyo pacto explícito ó implícito estriba todo su poder y ciencia. Los teólogos suelen dividir esta supersti¬ción diabólica en cuatro especies: á la primera llaman arte mágica, y es cuando por ella se pretende algún efecto ó conocimiento de cosa maravillosa; á la segunda adivinación, y es cuando se procura el conocimiento de las cosas por venir ó de las presentes y pasadas que no se pueden alcan¬zar naturalmente; la tercera es con que los propiamente lla¬mados hechiceros ó maléficos procuran ser instruidos, y ayudados, no para provecho, sino para daño de otros, y ésta se dice maleficio ó hechicería; y la cuarta y última es la llamada vana observancia, de la cual sin daño ni perjui¬cio de nadie usan los que la profesan, para ser ayudados en cosas de su propia utilidad ó deleite. De todas estas cuatro especies hubo entre estos indios hechiceros muy diestros y ejercitados; puesto caso que muchos usaban de algunas vanidades déstas sin tener comunicación ni pacto con el Demonio, como eran los más de los sortílegos y médicos, que sólo con medios inútiles y ridículos traían em¬baucado al pueblo, sin obrar ni conseguir con ellos los fi¬nes que publicaban ser efectos de suerte y facultad; si bien algunos dellos se entendían con el Demonio. En este ca¬pítulo trataré sólo de los sortílegos que adivinaban por suer¬tes, sin tener pacto ni comunicación con él, y en los dos siguientes de los médicos y hechiceros que usaban de artes diabólicas.
El oficio de sortílegos tuvieron estos indios no sólo por lícito y permitido, mas también por útil y necesario en la república. Ejercitábanlo así hombres como mujeres, aunque más comúnmente hombres, y no había pueblo en que no se hallase cantidad déllos; y en la ciudad del Cuzco tuvie¬ron siempre los Incas oficiales señalados deste oficio, los cuales de ordinario eran de la provincia de Condesuyo, des¬pués que de allí salió uno llamado Galina, que tuvieron por muy eminente en el oficio. Todos cuantos entendían en esto eran gente inútil, pobre y de baja suerte, como los demás hechiceros, á los cuales elegía el Cacique de cada pueblo, después que les faltaban las fuerzas para trabajar, precediendo á esta elección diversas ceremonias y ritos, que les mandaban hacer los dichos Caciques; y aplicaban á este ministerio esta suerte de gente, porque dado caso que to¬dos estos indios en general se pretendían aprovechar de las suertes y hechicerías, y el uso dellas era común y tan frecuentado que ninguna cosa de importancia ponían por pbra que la averiguación del suceso no la remitiesen á los hechiceros y sortílegos, con todo eso, lo tuvieron siempre por oficio bajo y de poca estimación, y así andaba en per¬sonas desta condición y necesitadas; de lo cual daban ellos algunas razones que satisfacen poco, pero sólo una me p&» rece que concluye conforme á sus costumbres y género de gobernación, y es, que la pretensión general destos Incas fué siempre que ninguno de sus vasallos holgase, sino que todos entendiesen en algo en la república; y presupuesto que tuvieron por averiguado ser necesario este oficio de hechiceros, mandaron que le usasen aquellos que según sus aAos y necesidad no pudiesen entender en otros.
Asimismo se ha de presuponer que ninguna hechicería, suerte ni otra obra de las que estaban á cargo de los de este oficio, se podía empezar sin algún sacrificio de mucha ó de poca importancia, según la pretensión de la persona y causa por que se hacía; y dcstos sacrificios, consumida la parte que les parecía que bastaba, comían y se sustentaban los que entendían en ello. Porque decían, que pues les fal¬taban las fuerzas para trabajar, que era justo que tuviesen oficio con que sin ellas se pudiesen mantener, que era otra de las razones que daban del principio que está presupues-tado; y aun afiadían otra que parece que trae alguna apa¬riencia, y es, que doliéndose el Viracocha de la necesidad y hambre de los viejos y personas necesitadas, tendría por bien que sus suertes saliesen ciertas, para que, mediante esto, todos acudiesen á ellos y con su oficio se remediase BU necesidad. El fundamento principal de todas estas razo¬nes era, á mi ver, la poca ó ninguna caridad que tenían unos con otros, no tratando ni acordándose de socorrer las necesidades de sus prójimos pobres, viejos é impedidos.
Siendo, pues, como era permitido usar este oficio así hombres como mujeres, y tan aparejado para la sustenta¬ción humana, y ninguno el remedio que por otra vía los pobres tenían después que les faltaban las fuerzas para el trabajo, no hay que espantarnos fuesen muchos los que le usaban, que eran tantos, que cuenta el Licenciado Polo On- degardo en su Relación (1), que por la averiguación que por orden suya hicieron los alcaldes indios en la ciudad del Cuzco, fueron traídos á su presencia de solos los moradores
(i) No es ninguna de las dos que se conocen.
de aquella ciudad cuatrocientos y setenta y cinco hombres y mujeres que no tenían otro oficio, cada uno con los ins¬trumentos que usaba. Aunque á todos era permitido echar suertes por su causa propia, sólos los nombrados por los Caciques como oficiales públicos y que vivían desta ocu¬pación, las echaban por causas de otros; y en esto había lo que en todo lo demás, que unos salían más diestros que otros en las pláticas y fingimientos, aftadiendo y haciendo más de lo ordinario, con que ganaban más que otros,-por acudir á ellos más gente.
Usaban este oficio con diferentes géneros de instru-mentos y artificios, y lo más común era con Maiz, con Frí¬soles y con unas pedrezuelas negras y de otros colores di¬ferentes; las cuales los hechiceros y sus sucesores guarda¬ban con gran cuidado, cuando moría el que le usaba; y cuando ellos venían á ser viejos, con ellas mismas lo ejer¬citaban.
La forma como decían que hubieron estas piedras es largo de contar; porque unos afirmaban que á ellos ó á sus antepasados las dió el Trueno; otros que alguna Guaca; otros que de noche entre sueños vino algún difunto y se las trujo; y algunas mujeres hacían entender, que estando en el campo en tiempo tempestuoso, se hicieron preñadas del Trueno, y al cabo de los nueve meses las parieron con grandes dolores, y que en sueños les fué dicho que serían ciertas las suertes que con ellas se hiciesen; y desta manera hacían entender otros mil disparates. Y así, con la necesi¬dad de los unos y con la felicidad de los otros y diligencia del Demonio, se vinieron á introducir cosas tan dañosas y dificultosas de desarraigar, cuanto ha mostrado la expe¬riencia.
Lo segundo, usaban para estas suertes de unas arañas grandes que tenían en ollas muy bien tapadas, y allí les daban cierto género de comida con que las sustentaban; y cuando venía alguno á saber dellos el suceso de lo que quería hacer, habiendo precedido algún sacrificio, destapa¬ban la olla, y si la arafia tenía algún pie encogido, era se¬ñal de que el suceso sería malo, y si los tenía todos exten¬didos y descubiertos, de que sería bueno. Deste género de hechicería usaban más ordinariamente los de las provincias de Chinchaysuyu, donde eran muy veneradas las arañas (1). En otras partes tenían para este efecto culebras y en otras otros géneros de animales.
Lo tercero, tenían otra manera de suertes y averigua-ción de lo porvenir; y era mascando Coca y echando su zumo con la saliva en la palma de la mano, extendiendo los dos dedos mayores, y si caía por ambos igualmente, decían sería bueno el suceso, y si por el uno solo, sería ma¬lo; y antes de esta prueba hacían sacrificio y adoración al Sol.
Lo cuarto, solían matar aves, Carneros ó corderos, y soplando por cierta vena de los bofes, decían que hallaban en ellos señales por donde adivinaban lo que había de su¬ceder. Otras veces, para este mismo fin, quemaban sebo de Carneros y Coca; y en cierto humor que salía y otras señales que se vían al tiempo de quemarse, decían que co¬nocían lo que había de suceder á el que los alquilaba.
Echaban estas suertes por cuantas cosas querían poner por obra, como sembrar, coger, encerrar el pan, ir camino, hacer casa, casarse ó dejar la mujer que tenían, abrir las orejas con la solemnidad que se hacía, ir á la guerra, y en todos los demás negocios; de modo que ninguna cosa em¬pezaban sin dos prevenciones: la primera echar suerte, y la segunda, hacer algún sacrificio, ó al trocado; y el que echaba las suertes también hacía primero acatamiento á las Guacas y á alguna particular de su pueblo ó parcialidad ó suya, y ofrecíale algún sacrificio; y no solamente usaban
(1) Llamábanse estos hechiceros paccharfcuc, fxicchacátic, 6 pcchá- ene, por el nombre de las arafias, paccka.
estas suertes para saber si seria bueno ó malo el suceso de las cosas que querían hacer de cualquier condición que fue-sen, pero aun también para saber cuáles sacrificios serian más ágradables al Viracocha ó al Sol ó á cualquiera otro de sus dioses á quien querían pedir algo, conforme á la calidad de la cosa que se pretendía, presupuesto lo dicho, que ninguna comenzaban sin suertes ni las echaban sin al¬gún sacrificio. Y era cosa de risa ver la facilidad que en estos indios había en el crédito que daban á estas niñerías; pues preguntándoles si dejaban de sembrar alguna vez por que la suerte dijese que no lo hiciesen, responden que siem¬pre la suerte dijo que sembrasen; y con todo eso, nunca las dejaron de echar, muy contentos y satisfechos que les decían la verdad.
CAPÍTULO XXXV
De los hechiceros médicos y las supersticiones que usaban en curar.
M
UCHOS eran los indios, así hombres como mujeres, que curaban enfermedades; y dado caso que algunos sabían algo y tenían conocimiento de yerbas salutíferas, con que á veces sanaban, con todo eso, todos en general cura¬ban con palabras y acciones supersticiosas, y ninguna cura hacían á que no precediese sacrificio y suertes. Llamábanse estos médicos Camasca ó Soncoyoc; los cuales, preguntados quién les dió ó enseñó el oficio que usaban, los más daban por principal causa y respuesta haberlo soñado, diciendo que estando durmiendo se les apareció alguna persona, que, doliéndose de su necesidad, les dijo que les daba facultad para curar de aquellas enfermedades que curaban; y siem¬pre que empezaban la cura, sacrificaban algo á aquella persona que afirmaban habérseles aparecido entre sueños y ensefiádoles el modo de curar y los instrumentos con que lo habían de hacer. Otros había que curaban quebrados y desconcertados, los cuales tenían gran cuenta y cuidado, en tanto que duraba la cura, de sacrificar en el lugar donde se quebró ó desconcertó el enfermo.
El modo como se dedicaban á este oficio muchos, era éste: que cualquiera que tuvo quebrado brazo ó pierna ó otra parte del cuerpo y sanó en menos tiempo del que pa¬recía era necesario, quedaba por maestro entre ellos de cu¬rar semejante mal, y fingían grandes cosas, mediante las cuales habían venido á conseguir la salud, y sueños en que les dieron el poder para curar; y no pocos, fingiendo las tales enfermedades, certificaban haber sanado muy presto, y teniéndolo el pueblo por milagro, acudían á ellos más enfermos.
También había mujeres parteras, de las cuales unas de- dan que entre sueños se les había dado aquel oficio, y otras se dedicaban á él cuando, siendo pobres, parían dos de un parto; en el cual se hadan muchas ceremonias, ayunos y sacrifidos. Éstas entendían en curar las preñadas, sobán¬doles el vientre para enderezar la criatura; y aun tenían grandes artificios para matalla en el cuerpo de la madre, cuando se lo pagaban.
Muchos destos médicos ó hechiceros eran diestros en hacer confecciones de yerbas y cosas ponzoñosas con que mataban á quienes querían; y tenían yerbas que hadan en este caso diferentes operaciones; porque unas mataban en más y otras en menos tiempo, conforme la mezclaban y confeccionaban; y no hay duda sino que con estos hechi¬zos moría gran número de indios.
Era tanto el miedo que los desventurados tenían á los que conocían que lo sabían hacer, que el último remedio que tenían, aunque fuesen Caciques y principales, era con- tríbuílles con dádivas y contentarlos en cuanto podían. Con
TOMO IV 18 estas yerbas y bocados que solían dar éstos, se iban se¬cando los enhechizados hasta morir.
Los instrumentos y materiales que de ordinario tenían para sus hechicerías, eran muelas, dientes, cabellos, ufias, conchas de diferentes maneras y colores, figuras de anima¬les hechas de diferentes cosas, sapos vivos y muertos, ca¬bezas de varios animales, animalejos pequeños secos, arañas vivas de las grandes y peludas, guardadas en ollas tapadas con barro; gran diversidad de raíces, ollas y otras vasijas llenas de confecciones de yerbas y otras cosas de untos; y cuando declaraban y particularizaban el efecto que hada cada cosa déstas, contaban infinitos disparates y desatinos. Y dado caso que todos estos indios lo creían como ellos lo dedan, es cierto que no todas hacían la operación que ellos afirmaban, sino que se daban á tener cosas extraordi-narias, para espantar á los que las vían y que mediante este miedo les contribuyesen y diesen cada uno de lo que tenía.
En sintiéndose los indios enfermos, se hacían llevar á estos hechiceros ó los llamaban á sus casas; los cuales, ante todas cosas, ofrecían sacrifidos y echaban suertes; y en tanto grado creían que los sacrificios y superstidones suyas aprovechasen para cobrar salud y que acertaban en todo, que si ellos por sus embustes y suertes concluían que uno había de morir determinadamente, y él se vía apretado del mal, no dudaba de matar su propio hijo, aunque no tuviese otro, con lo cual tenían por opinión que alcanzaban salud; y así le ofrecían con palabras que significaban ésto, diden- do, que pues ya estaba determinada su muerte y no se podía excusar, que en su lugar ofrecían su hijo en sacri¬ficio. Comúnmente creían los más destos indios, en enfer¬mando de cualquier achaque que fuese, que les habían dado hechizos ó bocados, y así iban á los maestros desta arte para que les deshiciesen el daño que sospechaban les ha¬bían hecho; y en lo que estos hechiceros les daban para sanar, solían recebir el mismo detrimento que temían, por¬que solían morir muchos desto. Las supersticiones y visa¬jes que hacían para venir á hacer este daño, eran muchas: hacían creer al simple vulgo que á ellos solos se había re¬servado aquel oficio, y que no lo podía hacer otro ninguno acertadamente, contando las formas y maneras que tuvo el Demonio para enseñársele y los trabajos que les hizo pasar para aprenderlo. Este género de hechicerías, en or¬den á curar desta manera, era tenido por necesario, aunque el matar con hechizos era tenido por delito gravísimo.
Los otros médicos que no usaban destas confecciones ponzoñosas, tenían varios modos de curar. Primero hadan cierta harina de Maíz blanco y negro y de otros colores y de conchas de la Mar de cuantos colores podían haber, y poniéndola en la mano del enfermo, le mandaban que la soplase en sacrificio á las Guacas, diciendo ciertas palabras; y asimismo les hacían soplar un poco de Coca al Sol, ofre¬ciéndosela y pidiéndole salud y lo mismo á otros dioses; y tomando en la mano un poquito de oro y plata de poco valor, lo ofrecía el mismo enfermo al Viracocha, derramán¬dolo. Después desto, mandaba el hechicero al enfermo que diese de comer á sus difuntos, poniendo las comidas sobre sus sepulturas, si estaba en parte donde se podía hacer, y derramándoles la Chicha, y sinó, en la parte de su casa que le paredese, haciéndole entender, que porque padecían hambre sus difuntos, le habían echado maldiciones, por donde había enfermado.
Cuando el enfermo podía ir por su pie á alguna junta de ríos, le hacían ir allá y le lavaban el cuerpo con agua y hari¬na de Maiz blanco, diciendo que allí dejaba la enfermedad; y si no estaba para poder andar, se hacía este lavatorio en casa del enfermo. También solían curar sobando y chu¬pando el vientre del enfermo y otras partes de su cuerpo; untándolos con sebo ó con la carne y grosura del Cuy ó de Sapo, y haciéndoles semejantes unturas con otras in¬mundicias ó con yerbas. Hadantes en creyente á los enfer¬mas, que chupándoles la parte de su cuerpo que les dolía, les sacaban sangre ó gusanos ó pedrezuelas, y mostrában- selas, afirmando que por allí salía la enfermedad; y es que ellos traían estas cosas consigo y se las ponían en la boca al tiempo del chupar, y enseñándoselas después al enfermo y á sus parientes, decían que ya había salido el mal y que sanaría sin duda; con lo cual hacían otros mil embustes.
Para las enfermedades muy graves que con las medi-cinas y curas comunes no sanaban, hacían los hechiceros meter al enfermo en un aposento secreto, que primero pre¬paraban desta manera: limpiábanlo muy bien, y para pu- rificallo, tomaban en las manos Maíz negro y traíanlo re¬fregando con él las paredes y suelo, soplando á todas partes mientras esto hacían, y luego quemaban el Maíz en el mis¬mo aposento, y tomando luego Maiz blanco, hacían lo mis¬mo, y después aspeijaban todo el aposento con agua re¬vuelta con harina de Maíz, y de esta suerte lo purificaban. Limpio, pues, y purificado así, echaban al enfermo de es¬paldas en medio dél, estando presente el Inca, si era su mujer ó hijo el enfermo, y luego, por ilusiones y embustes del Demonio, era el enfermo arrebatado de un pesado sue¬ño y éxtasis, y los hechiceros hacían aparencia de que lo abrían por medio del cuerpo con unas navajas de piedras cristalinas, y que le sacaban del vientre culebras, sapos y otras bascosidades, quemando en el fuego que allí tenían todo lo que le sacaban; y decían que desta suerte limpia¬ban lo interior del enfermo, haciendo en esto muchas su-persticiones. La paga que daban á estos médicos era en comida, ropa, oro, plata y otras cosas.
CAPÍTULO XXXVI De los adivinos, y cómo invocaban al Demonio.
T
ENÍAN estos indios muy grande conocimiento del De-monio, al cual llamaban Zopay, y conocían bien ser espíritu malvado y engañador de los hombres; pero había él cobrado tanta autoridad y poder sobre ellos, que lo obe¬decían y servían con gran respeto; si bien es verdad que más lo reverenciaban por temor de que no les hiciese mal, que porque creyesen que en él hubiese deidad.
Aunque como ciegos y engañados deste cruel tirano, entendían, que no embargante que había un Criador de to¬das las cosas, también él tenía mano en todo.
Á tiempos estaban mal con él algunos y lo aborrecían, por ver sus enredos y maldades y que nunca trataba y de¬da verdad. Mas como por sus pecados (permitiéndolo Dios) los tenía tan sujetos á su voluntad, no dejaban de estar áegos en las prisiones de sus engaños. Tenía donde quiera cantidad de súbditos y ministros, los cuales, para serlo, se le ofredan y dedicaban de diversas maneras: unas veces dejando crecer el cabello hasta la dntura, otras trasquilán¬dolo de cierto modo, y con otras ceremonias y supersticio¬nes; y en señal del vasallaje que le rendían, solían traer consigo su figura hecha de un hueso hueco y encima un bulto de cera negra. El nombre destos discípulos del De¬monio era Umu, á los cuales el pueblo tenía por adivinos y acudían á preguntarles por las cosas perdidas y hurtadas, por los sucesos por venir y lo que pasaba en partes remo¬tas y distantes; y ellos consultaban sobre esto al Demo¬nio, con quien hablaban y tenían sus coloquios en lugares obscuros, y él les respondía con voces roncas y temerosas, que á veces oían los demás sin entenderlas ni ver quién era el que hablaba; y es cierto que sobre las cosas hurtadas y perdidas hacían estos adivinos averiguaciones extraordi¬narias y con ellas atinaban muchas veces, declarando adon¬de estaban; y otras decían lo sucedido en lugares muy apar¬tados antes que la nueva viniese ni pudiese venir por curso natural.
Verdad es, que en las respuestas que daban acerca de los sucesos futuros, mentían de ordinario, y no por eso se desacreditaban, alegando que había mudado de parecer el Demonio, al cual solían invocar de muchas maneras: unas veces haciendo ciertas rayas y cercos en el suelo, hablando palabras á propósito; otras se entraban en un aposento, y cerrado por dentro, usaban de ciertas unturas y se embo¬rrachaban hasta perder el sentido, y después, á cabo de un día, decían lo que les preguntaban. Para estas consultas y pláticas con el Demonio hacían mil ceremonias y sacrifi¬cios, y la principal era emborracharse, echando en la Chi¬cha el zumo de una yerba llamada Vi le a. En diversas par¬tes del reino había ídolos famosos tenidos por oráculos ge-nerales, en quienes el Demonio hablaba y daba respuestas, como eran, la Guaca de Guanacauri en los términos de la ciudad del Cuzco, la de Pachacama, cuatro leguas desta ciudad de los Reyes, y otras muchas; por cuyos oráculos inventaron estos indios muchas supersticiones y hechice¬rías. Otras veces respondía el Demonio á sus ministros des¬de una piedra ó desde otra cosa tenida por ellos en vene¬ración; y no pocas se les aparecía visiblemente en varias y espantosas figuras, como de serpientes y de otros ani¬males fieros, y hablaba con ellos.
La invocación del Demonio que hacían estos aríolos con más solemnidad, era por el Fuego, á quien reverencia¬ban y adoraban por muy principal Guaca, la cual hacían en esta forma: tomando dos braseros de plata, cobre ó ba¬rro, de hechura de alquitara grande sin pico, con muchos agujeros alrededor y otro mayor en la parte alta, por don¬de salía la llama del friego, y puestos uno enfrente de otro, Denos de rajas de lefia untadas con sebo, los encendían y soplaban con unos callones del tamaño y forma que de ar¬cabuz, los cuales, de la mitad para arriba eran de cobre, y la otra mitad de plata. Alrededor destos hornillos ponían muchos vasos de oro, plata, madera y barro, con diversos manjares y bebidas, y luego el ministro principal con los demás, mascando Cora, ya cantando, ya llorando, con pa¬labras que para este efecto sabían, comenzaban á invocar las ánimas de aquellas personas de quienes querían saber algo, convidándolas que viniesen al banquete que les ha¬dan en presencia del sagrado Fuego, del Sol y de la Madre Tierra Pachamama. Encendido bien el fuego de los brase-ros, comenzaban á salir sus llamas por los respiraderos, y entonces venía el Demonio, y sin ser visto, les hablaba, didendo que era el ánima de aquella persona por quien ellos preguntaban, ora estuviese muerta ó viva, ora en lu¬gar cercano ó remoto; y lo primero que hacía, era dar muestras de haber aceptado el banquete, y luego iba res¬pondiendo á cuantas preguntas le hacían.
Finalmente, para confirmación de cuanto había dicho, le forzaban con conjuros y encantos á que se metiese en uno de los dichos hornillos por el agujero que ellos le señalaban de los de la redonda, y mandándole que por la llama que por él salía repitiese y se ratificase en cuanto había dicho; y desta suerte respondía por la llama á todo cuanto se le pre¬guntaba; y si les parecía á los adivinos que había que dispu¬tar y conferir en sus respuestas, hacían que otros espíritus ó demonios entrasen en el otro brasero, y por los agujera dél, que les señalaban, replicasen al primero; y al cabo, para confiimación de que se había tratado verdad, apro-base d fuego lo dicho con responder la flama mayor salía por d agujero de la parte superior. Usabas dwte ge¬nero de adivinar solamente en negocios muy gm* « y de importancia, como cuando había sospecha de que alguna provincia se quería rebelar ó tramaba alguna traición contra el Inca y no se podía averiguar con testigos, tormentos ni por otro camino, y en casos semejantes. No se hada esta invocación diabólica sin grandes sacrificios de nifios, oro, plata, corderos blancos sin mancha alguna y de las otras cosas preciosas que solían sacrificar á sus Guacas; los ni¬fios enterraban vivos, y lo demás quemaban. Hallábase al¬gunas veces el Inca en estos sacrificios, apariencias é ilu¬siones del Demonio, habiendo precedido dos ó tres días de ayuno sin gustar Ají, sal ni carne. Los adivinos deste género se llamaban Ya carca, y eran comúnmente naturales del pueblo de Guaro, diócesis del Cuzco. Eran muy temi¬dos así del Inca como de los demás, y donde quiera que el Inca iba los llevaba consigo.
Había otra suerte de hechiceros, permitidos por los In¬cas en derta manera; porque, puesto caso que no eran de los que tenían por necesarios en la república, pero no se tenía cuenta con castigallos. Éstos eran de condidón de brujos, que tomando la forma que querían (según ellos afir¬maban) iban por el aire en breve tiempo mucho camino y vían cuanto allá pasaba; y vueltos al lugar de donde par¬tieron, lo contaban.
También acudían á estos hechiceros por remedio para alcanzar alguna mujer ó aficionarla, y para que no les de¬jase la manceba; y las mujeres solían acudir á los dichos por lo mismo; y para este efecto les daban alguna parte de su ropa y cabellos ó del cómplice, y á veces de su misma sangre; con las cuales cosas hacían ellos sus hechicerías*
ítem, solían estos embaidores traer consigo y dar á otros para que los trajesen cierta manera de hechizos ó nó¬minas del Demonio, que llamaban Huacanqui, para efecto de alcanzar mujeres y aficionarlas, ó ellas á los varones, ó ponerlos en la ropa ó cama de la persona que pretendían atraer, ó en otra parte donde les parecía que podría hacer efecto, y otros hechizos semejantes hechos de yerbas ó de otras cosas. Eran estos Huacanquis ciertas figuras obradas de plumas de pájaros ó de otras cosas diferentes; y á este modo eran sin cuento los embustes, hechizos y supersti¬ciones que usaba esta gente engañada del Demonio.
CAPÍTULO XXXVII
De los recogimientos ó monasterios de doncellas con-sagradas al vano culto de sus dioses.
O sólo era muy grande el número de hombres dedi¬

cados al culto y ministerio de su falsa religión, como
habernos visto, sino también el de mujeres, que desde niñas las consagraban á los ídolos y vivían en perfecta clausura y castidad, como entre nosotros las monjas. En cada pue¬blo principal y cabeza de provincia en que había templo dedicado al Sol, tenían edificado junto á él un monasterio ó casa de recogimiento, que llamaban Acllagnaci, que quie¬re decir «Casa de escogidas», donde vivían cantidad de vír- gines llamadas Mamaconas, que quiere decir las «Señoras Madres», cuyo número era mayor ó menor, según la gran¬deza y autoridad del templo á quien servían, y en algunos Segaban á doscientas. Encerrábanse en estos monasterios desde niñas de diez á doce años, no por devoción suya ni de sus padres, sino por la voluntad del Inca y rito de su religión; y éstas eran de las que se recogían de tributo por todo el reino, y se t$nía consideración á que destas niñas se aplicasen á esta profesión las más nobles, y hermosas.
Vivían también en compañía destas Mamaconas dentro de los dichos recogimientos todas las demás niñas del tri¬buto, hasta que llegaban á edad en que el Inca disponía
TOMO IV 19 dellas. Llamábanse estas nifias seglares Aellas, que es lo mismo que escogidas, porque lo eran de todo el imperio de los Incas, como arriba queda dicho, las cuales aprendían aquí así las cosas tocantes á su religión, ritos y ceremonias della, como los ministerios propios de mujeres y necesa-rios á la vida humana, que lo uno y lo otro les enseñaban las Mamaconas.
Tenía cargo de cada monasterio el mismo gobernado! ó comisario, nombrado Apupanaca, que recogía el tributo de niñas, el cual cuidaba de la guarda, administración y sustento del dicho monasterio. De las niñas que se criaban en estos recogimientos se rehacía y enteraba el número de las Mamaconas que morían. Entendían estas vírgenes en el servicio de sus dioses, pero no de todos, sino de los más principales, como eran el Viracocha, el Sol, Trueno y algu¬nos otros; y era requisito necesario para ser admitidas i este estado y profesión, que fuesen vírgenes y conservasen la virginidad toda la vida; porque la que se hallaba habei delinquido contra su honestidad, lo pagaba con pena de muerte, la cual le daban enterrándola viva ó de otro modo no menos cruel, y por la misma pena pasaba el cómplicc de cualquier estado y condición que fuese, excepto el Inca, del cual añrman que algunas veces excedía en esto y tenía entrada con algunas; pero ellas se quedaban en su clausura y estado, sirviendo á los ídolos á quienes estaban dedica¬das, y con la misma guarda que antes, sin sacarlas de su recogimiento. Mas lo que las guardas y porteros en tal caso hacían en prueba de su gran vigilancia, era que en-tendido que el Inca había entrado alguna noche, otro día, estando él en la plaza del Sol, donde asistía al sacrificio ordinario de cada día, se llegaba á él por las espaldas une de los guardas, que siempre eran muy viejos, y sentándose junto á él, le trababa de la manta y le decía muy quedo: «Inca, esta noche entraste en la casa del Sol, y tuviste que ver con una de sus mujeres»; y el Inca así quedo respon¬día: «Pequé»; y con esto se volvía la guarda seguro de no haber faltado á su debida custodia y vigilancia.
La forma de consagrar estas doncellas á sus dioses era que las casaban con ellos con particulares ceremonias y so¬lemnidad, y de allí adelante eran llamadas y tenidas por mujeres suyas. Verdad es, que puesto que á todas conve¬nía este nombre, todavía unas eran más principales que otras, y particularmente en cada casa ó monasterio había una que con más propio título era tenida por esposa del Sol ó del ídolo á quien se había consagrado; y ésta era siempre la de más alto linaje, tanto, que en el templo prin¬cipal del Cuzco era de ordinario mujer del Sol una hermana del mismo Rey. Esta tal tenía el gobierno del monasterio, y las otras la respetaban y obedecían, y ella sola trataba <3>n los mayordomos y gente de servicio que tenían de las puertas afuera, de lo tocante á sus rentas y negocios, y ad¬mitía visitas de sus deudos y devotos, no permitiéndose á las demás que fuesen visitadas ni de sus parientes ni de otras personas.
Á todas generalmente tenía el pueblo tan gran respeto como á gente santa y que tenía familiar trato y comunica¬ción con sus dioses, que ni á la ropa les osaba nadie tocar. Su profesión era la misma que la de las Vírgenes Vestales de Roma, y así guardaban casi los mismos estatutos que ellas. Sus ordinarias ocupadones y ejercidos era esmerarse en el servido y culto de los templos; hilaban y tejían ropa de lana, de algodón y de Vicuñas, muy fina y delicada, con labores muy primas y de colores varios y muy vivos, para vestir á sus ídolos y ofrecer en los sacrificios, y tam¬bién para los vestidos del Inca. Hadan cantidad de Chichas regaladas para ofrecer á los dioses y para que bebiesen sus sacerdotes, y guisaban cada día los manjares que ofrecían en sacrificio y comían los sacerdotes y ministros de los ídolos. Las que residían en el templo del Cuzco tenían cui¬dado de encender y atizar el fuego que ardía en él para los sacrificios, el cual no se alimentaba con cualquiera lefia, sino con una particular curiosamente labrada y pintada. Madrugaban todos los días á guisar de comer para el Sol y sus ministros, y asomando por el horizonte y hiriendo con sus rayos en el Punchao, que era una figura del Sol hecha de oro que estaba puesta enfrente del Oriente, para que en saliendo el Sol la bañase de su luz, le ofrecían la comida que le habían preparado, quemándola con cierta solemnidad y cantares, diciendo: «Come, Sol, esto que te han guisado tus mujeres»; y hecho este sacrificio, daban de los mismos manjares á los sacerdotes del Sol y demás ministros del templo y gente que estaba en guarda del di¬cho monasterio, y ellas también comían.
La clausura que guardaban no era tan estrecha que no saliesen fuera muchas veces, porque no sólo salían al tem¬plo, sino también á otras partes; si bien esto era solamente para hallarse presentes en los sacrificios que al Sol hacían donde quiera que fuese; y fuera desta ocasión, para niuguna otra les era permitido salir de su recogimiento, y si salían para los tales sacrificios, era porque tenían gran parte en ellos como esposas del Sol á quien los dichos sacrificios se hacían.
Por esta razón tenían cargo de ejercer en ellos algunos ministerios, como era sacar en público el ídolo de la Luna, que solas ellas podían sacarlo, y llevar la Chicha que en los sacrificios se gastaba, para los cuales ya ellas la tenían pre¬venida, y dar de beber á los sacerdotes del Sol, y otras cosas semejantes; de manera que nunca se celebraba fiesta propia del Sol, en que no asistiesen algunas destas Mama¬conas.
CAPÍTULO XXXVIII
De los agüeros y abusiones que estos indios tenían. AS abusiones y agüeros destos indios eran tantos, que

no fácilmente se puede hacer memoria de todos; con¬
tentarme hé con referir en este capítulo los más ordinarios y generales. Comúnmente, cuando vían Culebras, ó solas ó trabadas, Serpientes, Víboras, Lagartijas, Arañas Sapos, Gusanos grandes, Mariposas, Zorras y otras cosas seme¬jantes, creían que era mal agüero y que había de venir mal por ello á quien los vía, particularmente si topaban algunas destas cosas en su casa; y á las Culebras, después de ha¬berlas muerto y orinado en ellas, las pisaban con el pie izquierdo, para que con esto no viniese el mal agüero; y hacían otras ceremonias por este mismo ñn. Cuando oían cantar Lechuzas, Buhos ó otras aves extrañas, ó aullar Pe¬rros, lo tenían por mal agüero y presagio de su muerte ó de la de sus hijos ó vecinos, y particularmente de la de aquel en cuya casa ó lugar cantaban ó aullaban; y solían ofrecerles Coca y otras cosas, pidiéndoles que dañasen y matasen á sus enemigos y no á ellos.
ítem, cuando oían cantar al Ruiseñor ó al Sirguero, lo tenían por pronóstico de que habían de reñir con algunos.
De los eclipses del Sol y de la Luna sacaban agüeros, diciendo que pronosticaban infortunios y calamidades. Tam¬bién tenían por mal agüero y que era para morir ó para algún otro daño grave, cuando vían el Arco del cielo, y á veces por buen pronóstico. Reverenciábanlo mucho y no lo osaban mirar, ó ya que lo miraban, no lo osaban apun¬tar con el dedo, entendiendo que se morirían; y á aquella parte donde les parecía que caía el pie del arco, la tenían por lugar horrendo y temeroso, entendiendo que había allí alguna Guaca ó otra cosa digna de temor y reverencia. Cuando parecía algún cometa, granizaba ó nevaba ó había tempestad grande, daban gritos, esperando que así tendrían remedio; y hacían entonces algunos sacrificios y otras su-persticiones.
Otrosí, cuando corría alguna estrella, era grandísima la grita que hacían, y se entristecían como en los eclipses y cometas. Cuando temblaba la Tierra, derramaban agua en ella, diciendo que las Guacas tenían sed y querían beber, y hacían otras ceremonias.
Cuando les temblaban los párpados de los ojos ó los labios ó otra parte del cuerpo, zumbaban los oídos ó tro¬pezaban con los pies, decían que habían de haber ó oír algo bueno ó malo: bueno, si fué el ojo, oído ó pie derecho, y malo, si fué el izquierdo.
Los indios de Los Llanos usaban, estando enfermos, poner sus vestidos en los caminos, para que llevasen los caminantes su enfermedad ó los aires purificasen sus ropas; y también había esta costumbre en algunas parte de la Sie¬rra; y comúnmente acostumbraban embadurnarse el cuer¬po con Maíz ó con otras cosas, ó embadurnar á otros para sanar de sus enfermedades.
Con el Llitnpi, que es el metal del Azogue, solían hacer diversas supersticiones, untándose con él y con otros colo¬res de tierra en tiempo de sus fiestas, ó para otros fines malos, añadiendo ceremonias y supersticiones. Solían ba¬ñarse para ser limpios de sus pecados, y escupir en la yerba llamada Hicho, cuando los confesaban á los hechiceros, que¬mar la ropa con que los cometieron, creyendo que el fuego los consumía y ellos quedarían limpios sin culpas y libres de pena.
Cuando el fuego saltaba y arrojaba centellas, echaban en él Maíz, Chicha ó otra cosa para aplacarlo, haciéndole veneración. Para que viniese mal ó muriese el que aborre- dan, vestían con su ropa y vestidos alguna estatua que ha¬dan en nombre de aquella persona, y la maldecían colgán¬dola de alto y escupiéndola; y asimismo hacían estatuas pequeñas de cera ó de barro ó de masa, y las ponían en el fuego, para que allí se derritiese la cera, ó se endureciese el barro y masa ó hiciese otros efectos que ellos pretendían, creyendo que por este modo quedaban vengados y hacían mal á sus enemigos. Solían las mujeres quebrar sus Topos ó alfileres con que prenden las vestiduras, entendiendo que por esto el varón no tendría fuerza para juntarse con ellas, ó la que tenía se le quitaría luego. Tenían por abusión que las mujeres preñadas ó que estaban con el rnes pasasen por los sembrados.
Finalmente, observaban mucho los sueños y pedían á los hechiceros y adivinos se los declarasen é interpretaren, «lando entero crédito á lo que éstos les decían. Ksto es lo principal que tenían estos indios peruanos de idolatrías, dio¬ses, ceremonias, ritos y supersticiones, dejado aparte lo que como gente bestial, inmunda y sujeta al Demonio, tenía de torpezas y cosas obscenas que mezclaban con sus ritos, que no fueron en esta parte de mejor condición que los gentiles dd Mundo Viejo, pues tenían por guía y maestro de *u% ceguedades é ignorancia al mismo que los otros. Pero no he querido poner en esta relación y tratado de su falsa Re- Egión cosa que pudiese ofender las orejas cartas del cris¬tiano lector; y asá, de propósito, he dejado lar suciedades que teman por Religión y con que acompañaban muchas de sos idolatrías y supersticiones.


|W» “”‘”””-VI I— ■* ^II
LIBRO DÉCIM0CUART0
las costumbres de los indios peruanos.

CAPÍTULO PRIMERO De la lengua quichua, es la general del Perú.

OY principio á este libro de las costumbres de los indios peruanos por su lenguaje, como cosa tan próxima y conjunta al hombre, para de los usos más intrínsecos y cercanos desta gente, ir descendiendo á loa más extrínsecos y apartados. Las lenguas que se ha-blaban en este imperio de los Incas eran muchas; porque cada provincia y nación tenía la suya, y unas se extendían más que otras. La de los indios de Trujillo corría muchas leguas por la costa de la mar, y así algunas otras eran co¬munes á diversas provincias; pero solas dos eran tenidas por generales, que son la quichua y la aymará; desta se¬gunda usaban las naciones del Collao y corría más de ciento y cincuenta leguas de tierra; y de la quichua todos los va¬sallos del Inca y los mismos aymaraes; por lo cual la lla¬mamos absolutamente general; la cual era propia de los naturales del Cuzco, que la tenían por materna y obligaban los Reyes Incas á recebirla á cuantas gentes conquistaban y metían debajo de su dominio, sin quitarles las propias y naturales que hablaban antes; y por esta razón, tratando TOMO IV 20
de la lengua deste reino, hablo solamente de la quichua, como general y común á todos los naturales y moradores dél; á la cual damos este nombre, tomado de la nación de indios que la tenían propia y de donde se derivó á los de¬más, que son los quichuas; como á la castellana le llama¬ron así, por ser la materna que hablamos los castellanos.
Es esta lengua quichua muy fácil de aprender y de ha-blar, y~de dulce y suave pronunciación, y en que se expli¬can con gran sentimiento los afectos del alma. Algunas voces pronuncian los indios guturalmente, en que no fácil¬mente entran los que la aprenden con industria y trabajo; mas los que la mamaron, las forman y pronuncian con la facilidad y gracia que los mismos indios. Carecían estos quichuas en su pronunciación destas letras: B, D, F, G, X, Z; la R pronunciaban no áspera, sino suavemente, como en este nombre, Caridad: y así, los indios que no son ladinos ni criados entre españoles, cuando usurpan nuestras voces, ponen P en lugar de B y lo que nosotros decimos con D pronuncian ellos con T, y por este tenor acomodan nues¬tros vocablos á su modo de hablar, supliendo las letras que les faltan con las que más similitud tienen con ellas de las otras; conforme á lo cual dicen Tios en lugar de Dios, y por decir Blas, pronuncian Pías.
Aunque esta lengua tiene las ocho partes de la oración que la latina, conviene á saber, nombre, pronombre, verbo, con las demás, excepto en eso, no se asimila en lo demás con las de Europa, antes parece diversa. Porque dado caso que algunos vocablos se hallan en ella semejantes á los de aquellas lenguas, es sólo en lo material de la voz, que en la significación, raro ó ninguno. La declinación de los nom¬bres, así sustantivos como adjetivos, es una sola, y éstos se conocen y diciernen sólo por su significación; porque los adjetivos no tienen las diversas terminaciones que en la lengua latina, sino que debajo de una terminación sirven á distintos géneros. Siendo, pues, no más de una la termina- 
DEL XUEYO MUNDO
riSn cié adjetivos y sustantivos, se hace su declinación, no por variación de casos, como en la latina y griega, &¡no añadiendo ciertas partículas al nominativo, las cuales $iem* pe se posponen al nombre en la variación y oración; de las cuales carecen el nominativo y vocativo. El plural se forma del singular con adición de cierta partícula, que tanv lñén se pospone, y esta misma declinación sirve á todos Tos nombres, pronombres, participios, y, Analmente, ¿ todas las dicciones que se pueden declinar como nombres.
Los verbos desta lengua son de los mismos géneros que los de la latina, salvo que no se conocen por su termi» nación, sino por la significación; porque todos se terminan de una manera, formando las primeras personas del singu¬lar en m; como cani, «yo soy»; enyani, «yo amo». Dos suer¬tes hay de conjugaciones, una simple y otra compuesta: la simple es conjugando el verbo por sus modos y tiempos, sin interposición de dicción alguna; y la compuesta, cuando se entremeten ciertas partículas é interposiciones, por las cuales se significa la transición del verbo de una persona á otra; como cuyayqui, «yo te amo á tí». Las primeras perso¬nas del plural de los verbos y el plural del pronombre ñoca, que significa «yo», y los pronombres posesivos, tienen dos terminaciones, una inclusiva y otra exclusiva: la terminación inclusiva comprehende y significa á aquellos con quien se habla; como si hablando con los cristianos dijésemos: «nos¬otros los cristianos conocemos al verdadero Dios»; la dic¬ción con que esto se dice, incluye á los que lo dicen y i aquellos con quien se habla. La exclusiva significa no mis de ios que hablan, excluyendo á aquellos con quien se ha¬bla; como, si hablando con los gentiles dijésemos la misma oración, la cual haríamos con diferentes palabras que la primera vez, porque alU era inclusiva y aquí exclusiva; lo cual es particular desta lengua; en la cual tienen común¬mente todas las dicciones el acento en la penúltima sílaba.
«55
Investigando su etimología y origen, ha Hamos haber sido 
puestos sus vocablos ó por alguna semejanza tomada de la cosa significada por ellos, y estos son los simples, que de primera imposición se aplicaron á las cosas á que sirven, ó para denotar alguna propiedad de la cosa que significan; y estos de ordinario son compuestos, cuyas partes de por si son significativas. Del primer orden son los más de los nombres de animales, los cuales se asimilan al sonido de la voz de los dichos animales, canto, gritos ó gemidos, en esta manera. Á los pájaros pequeños llaman Pisco, por su delicado y sutil canto; á la Perdiz, remedando su voz, Yutu; á la Bandurria, Caquittgora, por la misma razón; al Gua¬naco lo llaman así por un relincho que tiene, con que pa¬rece dice su nombre; y así mismo al Cuy y á otros muchos animales. Pero donde más á la clara esto se prueba, es en la Vizcacha, por un chillido que da este animalejo tan pa¬recido á su nombre, que parece que él mismo lo pronuncia. Del segundo orden son los más de los nombres de lugares, pueblos, campos, ríos, montes y de otras cosas inanimadas, dándoselos conforme á las propiedades, señales y calidades que tienen; como: «Provincia de piedras», «Pueblo del an-dén», «Tierra de sal», «Sitio de fortaleza», «Lugar de oro, de plata, de agua», «Río de la sal, Rio del Aji%% «Tierra cenegosa», «Lugar nuevo», «Sitio de quebradas», «Vega de oro, de Hinojos», «Campo de la batalla», «Lugar ahu¬mado»; y así por este orden los demás.
Aunque generalmente es lengua corta, y una misma voz sirve para diversos significados ó invariable ó con at guna mudanza que se hace en el acento y pronunciación, con todo eso,_tiene sobra de términos en algunas cosas,* como en los nombres de parientes: porque el hermano llama con distinto nombre á su hermano del que le da á la her^ mana, y la madre al hijo con diferente nombre que el par dre; y desta manera pasa en los demás grados de paren-tesco. La misma copia y abundancia tienen en muchos ver¬bos cuyas acciones significamos nosotros coa uno solo. Por¬que con distinto verbo significan traer cosa inanimada del que tienen para cosas animadas; y con ciertas partículas que interponen en los verbos simples, varían su significa¬ción, explicando su acción con alguna circunstancia: como, pongo por ejemplo, esta partícula, chica, interpuesta al ver¬bo, le hace que signifique actuación; como este verbo, Mi- cuni, quiere decir «yo como»; y Micuchcani, «yo estoy comiendo»: y esta partícula, mu, interpuesta, hace que el verbo signifique movimiento corporal ó espiritual; como, Micomuni, «vengo á comer»; y á este modo son muchas las partículas que interponen á los verbos para variar sus significados. Y todavía, con toda esta abundancia de dic¬ciones, hablando absolutamente, es lengua corta y que con dificultad se acomodan á ella nuestras frases, particular¬mente las de cortesías y cumplimientos, y con mayor di¬ficultad los misterios de nuestra santa Fe; y por el peligro que puede haber en estas traducciones de mezclarse algún error, está prohibido por el Concilio Provincial deste Reino, el hacer explicaciones de la doctrina cristiana y de los mis¬terios della en esta lengua más de lo que se ha hecho en los catecismos que con autoridad del dicho Concilio se han impreso, y por donde al presente son doctrinados y ense¬ñados los indios en las cosas de nuestra santa Fe.
Han tomado de nosotros muchos vocablos, que han aco¬modado á su lengua, por donde los entendemos menos que los suyos propios. Porque usando deste verbo, «azotar», dicen ellos Axutini; y á este modo los demás. Los vocablos más frecuentes de los nuestros que han introducido en su lengua, son todos los significativos de los misterios de nues¬tra santa Fe, de nuestras ciencias, artes y oficios, y de sus instrumentos y adherentes; de todas las cosas que habernos traído de Europa y ellos no las conocían antes, porque con la misma cosa han recebido el nombre della; y otras voces y dicciones comunes, como son perdón y perdonar, porque lo que ellos tenían para esto significa propiamente olvidar.
ítem los verbos de vender, comprar y pagar, que el que ellos usaban para vender, significa trocar una cosa por otra; y otros innumerables; con que su lengua se ha enriquecido y aumentado con nuestros vocablos mucho más que la nuestra con lo que nosotros habernos tomado dellos.
CAPÍTULO II Del traje y vestidos destos indios.
EL color y facciones de los indios peruanos no hay

que decir cosa en particular más de lo que arriba
dijimos en el Libro nono, hablando de los indios en común, pues en eso todos convienen y se asemejan. Del cabello hacen los varones una coleta de mediano grandor, que no poco los agracia. La parte de cabello que cae sobre el ros¬tro cortan por la mitad de la frente, y desde las sienes cuelga lo restante hasta en derecho de la boca, cubriendo las orejas, y de aquel largo lo traen cortado parejo en ruedo de la cabeza; y tienen gran cuidado hombres y mujeres de lavarlo y peinarlo. Después de la venida de los espafioles usan de nuestros peines y tijeras, que antes lo cortaban y arredondeaban con agudos pedernales, y los peines que te¬nían eran bien toscos, hechos de las espinas de que hacían las agujas, ó de otras semejantes, atadas entre dos cañuelas; los cuales servían, no de limpiar la cabeza, porque eran muy ralos y abiertos, sino para desenmarañar el cabello y ponerlo liso. Tienen puesta toda su honra en la cabellera en tanto grado, que la mayor afrenta que se les puede hacer es cortársela, y como tal les suele dar esta pena la Justicia á los que cometen delitos graves é infames.
El tocado de los Incas y naturales del Cuzco (cuyo traje «nüfHf .ifg Tcy oescrfciexó: es rm : ^rin rriea Je tana. iiffvaiia .Mrafly. rué «a zueca ücsa rrba. cuai es groe» snetar ccxzc j rene ce zacsc 1a cecc coa eüa. daxadc unirñas rjeitii vieses i hacer ara¬nera de guiiaara c croa ósL m±CC ce UXÜI cca ¡a cual ffflLin e£ raV-lr rcr est^ra ¿e !a resce.
Los caballeras ce airo nrave ^.-marr orejas hon¿i¿i$ de tal grandeza, q^e p»:r zar-Z« en los bcnA»
unos rodetes de rrarma jr-^ra. cuy librsca y pencada, casi del tamaño ce la pairra ce La mano; los cuales no truan colgados de las oreas. meceos y escalados en So blan¬do drih>, de suerte que aunque parecían estar pendientes los rrftan en ruedo de carne de La oreja: y ésta tue la causa por que les dimos nombre de Orejones.
Al cabario que usaban ñamaban £7a¿i; hacenlo de una suda más corta que lo largo dei pie, de suerte que traen los dedos fuera delbs, para agarrar con ellos cuando suben cuesta arriba. No tienen más obra estos zapatos que Us dichas nirias, atadas de los talones al empeine del pie con ciertos cordones de lana tan gruesos como el dedo, hechos con gran curiosidad, porque son redondos y blandos* por tener sacado el pelo como rizo ó como pelo de alfombra, de colores muy vivos y hermosas labores, respeto de que toda la gala del calzado la ponen en estas ligaduras, ha¬ciendo con ellas sobre el empeine del pie ciertas vueltas y lazos graciosos con que cubren gran parte del pie, y de allí dan la vuelta ciñendo la garganta dél. Son las sucias deste calzado de cuero crudío, sacado del pescucio de sus Carneros, por ser más grueso el de aquella parte que lo restante de todo el cuerpo; y como no está curtido, se pone como una tripa en mojándose, por lo cual se deseaban cuando llueve ó está el suelo mojado. Deste calzado sin diferencia alguna usaban hombres y mujeres; mas ya éstas, y aun los más de los indios, van entrando en nuestro uto.
Su vestido era sencillo y se encerraba en sólo dos pie-zas, también sencillas, sin aforro ni pliegues: los hombres traen debajo, en lugar de calzones ó pañetes, una taja poco más ancha que la mano y delgada, ciftida por la horcaja- dura, para cubrir el lugar de la honestidad, porque siendo como es su vestido corto y suelto, guardaran muy poca cuando trabajaban en el campo si no usaran desta faja, á la cual llaman Guara, y no se la ponen hasta los catorce ó quince años de edad. Sobre las Guaras visten una ropilla sin mangas ni collar, que ellos llaman Uncu, y nosotros ca¬miseta, por tener hechura de nuestras camisas; y cada una es tejida de por sí, que no usan hacer piezas largas como nosotros y de allí ir cortando de vestir. La tela de que hacen esta camiseta es como una pierna de jergueta; tiene de ancho tres palmos y medio, y de largo dos varas. En el mismo telar le dejan abierto el cuello, para que no haya cosa que cortar, y sacada de allí, no tiene más artificio que doblarla y coser los lados con el mismo hilo de que se te¬jió, como quien cose un costal, dejando en la paste alta de cada lado por coser lo que basta para sacar por allá los brazos. Llégales comúnmente á la rodilla y de ahá para arriba tres ó cuatro dedos, poco más ó menos.
La capa tiene menos obra: hácenla de dos piezas, con una costura enmedio, larga dos varas y cuarta, y ancha vara y tres cuartas; viene á quedar con cuatro picos ó esquinas, como una manta ó sobrecama, y por eso’la llamamos nos¬otros manta, que el nombre que los indios le dan es Va- colla. Pónensela sobre los hombros, y cuando bailan, tra¬bajan ó hacen cosa en que les pueda ser de estorbo, se la atan con los dos picos della por encima del hombro iz~ quierdo, quedando fuera el brazo derecho. Debajo de fat manta y encima de la camiseta traen colgada del cuello una bolsa ó taleguilla, dicha Chuspa, larga un palmo, poco más ó menos, y ancha en proporción; viéneles á caer por la cintura debajo del brazo derecho, y la cinta de que está pendiente pasa por encima del hombro izquierdo. Súrveles esta bolsa de lo mismo que á nosotros la faltriquera. Este es el vestido común y ordinario de los varones, sin cubrir los brazos ni las piernas; el cual hacen de lana en la sierra y de algodón en las tierras calientes. La ropa de que se vestían los Señores antiguamente era muy prima y de mu¬chos y muy finos colores.
Sobre estas vestiduras ordinarias se ponían sus galas y atavíos cuando iban á la guerra, y en los regocijos y fiestas solemnes. Los más destos arreos eran de plumas de varios y vistosos colores. Encima de la frente se ponían una dia¬dema grande de pluma levantada en alto en forma de co¬rona ó guirnalda, llamada Pilcocara, y otra sarta de la mis¬ma pluma al cuello á modo de valona; y por el pecho otra como gorguera, que se remataba en los hombros. Traían pendientes del Llauto varias flores y otras figuras hechas de pluma con gran curiosidad. También usaban traer al pecho y en la cabeza unas patenas de oro ó plata, llama¬das Canipos, del tamaño y hechura de nuestros platos. Adornaban los brazos y muñecas con manillas y aljorcas de oro, que llamaban Chiparía, y los pies con unos mas- caroncillos de oro y plata, y también de lana, los cuales ponían sobre la liga ó cordón de la Ojota, y también solían ponerse otros sobre los hombros y en las rodillas. Para las fiestas más graves tenían ropas de pluma muy lustrosas, que eran las más ricas y preciadas entre ellos, y en los tales días, especialmente cuando iban á la guerra, en lugar de cadenas y collares de oro, se ponían unas sartas de dientes y muelas de hombres, que eran de los enemigos que ellos y sus mayores habían muerto en la guerra.
El vestido de las mujeres, que les sirve de saya y man¬to, son dos mantas: la una se ponen como sotana sin man¬gas, tan ancha de arriba como de abajo, y les cubre desde el cuello hasta los pies; no le hacen cuello por donde sacar la cabeza, y el modo como se la ponen, es que se la re¬vuelven al cuerpo por debajo de los brazos, y tirando de
TOMO IV 21 los cantos por encima de los hombros, los vienen á juntar y prender con sus alfileres. Desde la cintura para abajo se atan y aprietan el vientre con muchas vueltas que se dan con una faja ancha, gruesa y galana, llamada Chumpi. Esta saya ó sotana se llama Anacu; déjales los brazos de fuera y desnudos, y queda abierta por un lado; y así, aunque dobla un poco un canto sobre otro, cuando andan se des¬vían y abren las orillas desde el Chumpi ó fajadura para abajo, descubriendo parte de la pierna y muslo. Por lo cual, agora que por ser cristianas profesan más honestidad, acostumbran coser y cerrar el lado, para evitar aquella in¬modestia. La otra manta se dice Lliclla; pónensela por encima de los hombros, y juntando los cantos sobre el pe¬cho, los prenden con un alfiler. Éstos son sus mantos ó mantellinas, las cuales les llegan hasta media pierna, y se las quitan para trabajar y mientras están en casa.
Los alfileres que usan para prender la ropa se llaman Tupus; son muy particulares, y grandes desde una tercia abajo, y los menores de medio palmo y gruesos como hu¬sos. Al cabo tienen por cabeza una planchuela delgada y redonda del mismo metal, tan grande como un real de á ocho, más ó menos, según el tamaño del Tupu, con los cantos tan delgados y agudos, que cortan con ellos muchas cosas. Algunos destos Tupus ó Topos traen colgados de las cabezas muchos cascabelitos de oro y plata. La mayor parte de su gala tienen puesta en estos alfileres. Hacíanlos antiguamente de oro, plata y cobre; al presente los más son de plata con algunas labores y pinturas en las cabezas, que son labradas con particular curiosidad.
El ornato que se ponen en las cabezas es traer el cabe¬llo muy largo, lavado y peinado; unas lo traen suelto y otras trenzado. Cífienlo con una cinta del anchor de un dedo, poco más ó menos, pintada y curiosa, que llaman Vincha, la cual les coge por la frente. Por tocado se ponen una pieza de rico Cumbi, llamada Pampacona, y no la traen tendida, sino dados tres ó cuatro dobleces, de suerte que viene á quedar de media tercia de ancho; ponen la una punta enci¬ma de la frente, y dando vuelta por medio de la cabeza, dejando descubierto el cabello por los lados, viene á caer la otra punta sobre las espaldas.
Traían por el pecho, desde un hombro á otro, unas sar¬tas de ciertas cuentas llamadas Chaquira, las cuales eran hechas de huesos y conchas de la mar de varios colores; no usaban traer zarcillos ni horadarse las orejas. Para obrar estos vestidos y ropas, y aun para remendarlas, no tienen necesidad de más instrumentos que de una aguja, que ellos llaman Ciracuna, hecha de una espina larga medio jeme, gruesa como las nuestras colchoneras, horadada al cabo y muy puntiaguda; porque cotí ella y hilo de lo mismo que son los vestidos, las cosen y remiendan, porque no usan para remendar añadir parte de su paño sobre la rotura, como nosotros, sino que van zurciendo con un hilo de la misma lana lo que de la urdiembre se ha gastado.
CAPÍTULO III De sus pueblos y casas.
S
ACANDO la ciudad del Cuzco y algunos otros lugares grandes, que tenían forma de pueblos, todos los de¬más no la tenían, sino que las casas estaban amontonadas, sin orden ni correspondencia de unas con otras, cada una aparte, sin trabar ni continuarse entre sí; de modo que ni formaban calles ni plazas. Eran pequeños como aldeas de á cien vecinos para abajo, y raros los que pasaban deste número. No tenían defensa de castillos, murallas ni otros pertrechos para su defensa en tiempo de guerra.
Los sitios en que los asentaban procuraban que fuesen en parte que no ocupasen la tierra de labor; y á esta causa, donde había valles cercados de cerros, estaban estas pobla¬ciones en las íaldas dellos, y muchas sobre riscos y lugares fragosos. Las que estaban asentadas en campiñas fértiles, tenían las casas más apartadas, por tener alrededor dellas los indios espacio en que sembrar Maíz y otras legumbres. Los quichuas llaman al pueblo Llacta; y Marca, los ay- maraes.
Las casas son de diferentes formas y fábrica, conforme al temple y capacidad de la región; y como en esto hay muy gran diversidad en tan dilatado reino, también la hay en el modo de ediñcar, acomodándose donde quiera con la calidad del clima y materiales que la tierra ofrece. Los indios yuncas que habitan las provincias de los Andes, ha¬cen sus casas de madera, grandes y airosas, por el gran calor de la tierra y abundancia que produce de arboleda. No levantan paredes; desto sirven unos postes ó horcones hincados en tierrra, sobre que arman el techo; el cual cu¬bren de hojas de árboles bien acomodadas para el agua y viento, ó de cogollos de Cañas bravas ó de Palmas, con sus caballetes ó coronas encima bien labradas. Viven *en cada una destas casas diez ó doce vecinos, más ó menos, según su grandeza y capacidad; porque es una pieza ó Gal¬pón muy largo y descubierto por los lados, sin más cerca que los dichos postes; y lo común es vivir en cada uno to¬dos los de un linaje y familia. En su gentilidad hacían fiesta cuando acababan una casa nueva, velándola con bailes, bo-rracheras y muchos sacrificios y supersticiones. V/ En Los Llanos y costa de la mar hay dos suertes de casas, unas de Bahareques y otras de tierra y adobes: aqué¬llas tienen por paredes y cerca un encañado muy cerrado y tejido á modo de zarzo, el cual hacen hincando en el suelo un orden de Cañas bravas ó de varas muy juntas, y á dos codos del suelo, poco más ó menos, atraviesan una rafia por medio á modo de trama, dejando á cada lado la mitad de las dichas cañas hincadas, las cuales como cairel cruzan por encima de aquella caña atravesada, y á otro tanto trecho atraviesan otra; y desta suerte, con tres ó cua¬tro que atraviesan, con las cuales van cruzando y entrete¬jiendo las que suben derechas, queda hecha la pared de dos estados de alto, poco más ó menos; y á esta manera de paredes llamamos Bahareque, tomado el nombre de la Isla Española ó de Tierra Firme, que los naturales deste reino no la llaman sino Quencha. Unos embarran este £a- hareque ó cañizo, y otros no. Sobre él arman el techo, que por ser tierra donde nunca llueve, no tiene más artiñcio que una ramada que deñenda del sol, hecha de varas atra-vesadas, con una estera de carrizos ó juncos encima; y este techo no es corriente, sino llano y á nivel como terrado.
Son estas casas de Bahareques de forma cuadrada, muy humildes, pequeñas y bajas; de las cuales son las más de los pueblecillos y rancherías de los indios pescadores que moran en la marina.
El otro género de casas tiene las paredes de tapias, y algunas de adobes. No hacían los indios antiguamente estas tapias como nosotros, de tierra suelta un poco humedecida, sino de barro bien amasado y blando, como hacemos nos¬otros los adobes. Sacábanlas muy derechas y lisas, porque arrimaban á los lados en lugar de tapiales de madera man¬tas y cañizos, y luego las enlucían con el mismo barro. Deste linaje de tapias son los muchos paredones antiguos de que está lleno todo este valle de Lima, por donde sa¬camos su forma y hechura. Unas paredes hacían derechas y á plomo, y otras escarpadas, anchas de abajo, y como iban subiendo las iban estrechando y adelgazando; unas altas de tres ó cuatro estados, y otras tan bajas que ape¬nas se levantaban uno. Finalmente, unas eran delgadas de dos ó tres pies de grueso, y otras tan anchas como mura¬llas fuertes, pues vemos hoy por los alrededores desta ciu-dad de Los Reyes pedazos de paredes antiguas de diez ó doce pies de ancho. Pero había en ellas esta diferencia: que las altas y gruesas hacían de ordinario para cercar los ca¬minos y sus heredades, y no para edificar sus casas, cuyas paredes eran más bajas y delgadas, excepto las paredes de sus Guacas, que algunas eran muy gruesas y altas. Los edificios de adobes eran pocos, cuyas paredes eran no me¬nos fuertes que las primeras. Los adobes eran mayores y más gruesos que los que nosotros hacemos, como echamos de ver por las ruinas de sus antiguos pueblos, especial¬mente del de Surco el Viejo y del de Maranga, en este valle de Lima. La planta destas casas de tierra era en cua¬dro, más largas que anchas, y algunas perfectamente cua¬dradas, más altas que las de Bahareque y cubiertas de este¬ras tejidas de carrizo, con un poco de barro encima. Eran también estos techos llanos y sin corriente.
En la Sierra hacen las casas de piedra y barro y las cubren de paja. La piedra es tosca y puesta sin orden y concierto, más que illa asentando y juntando con pelladas de barro. Son estas paredes delgadas y muy flacas. Las casas son unas redondas y otras á dos aguas; las redondas son más usadas y comunes en tierras frías, como en las provincias del Collaot porque así son muy abrigadas. Las ordinarias de la gente plebeya tienen las paredes no más altas que un estado, y algunas mucho menos, sacadas en forma de un perfecto círculo desde catorce hasta veinte pies de diámetro, más ó menos, según su capacidad y tamaño; y muchas hay tan pequeñas y bajas, que quitado el techo, parece el ruedo de la pared un brocal de pozoj(La cubierta destas casas redondas tiene figura de embudo ó de bóveda; porque los maderos con que las cubren son unas veces va¬ras derechas, que estribando por las puntas unas en otras, hacen la primera figura, y otras las tuercen y encorvan para que venga el techo á quedar como bóveda. Verdad es que vemos hoy en partes algunas casas destas redondas, que eran antiguas moradas de caciques, de extraña gran¬deza, altas y muy capaces, con un árbol grueso, derecho yr liso como de navio, hincado en medio del suelo, en cuya cumbre asienta todo el enmaderamiento. Tal es un gran Smkio que está en el pueblo de Juli, y algunos otros se¬mejantes que yo he visto en otros pueblos del Collao. Es habitación ésta muy acomodada para el modo de vivir, ó, por mejor decir, de beber de los indios; porque, sentados «n muela en una casa destas redondas, y arrimados á la pared, suelen estar bebiendo días y noches.
La otra suerte de casas no se diferencian des tas más *que en estar puestas en cuadro, con sus moginetes, en que se forman los techos, con bastante corriente á dos aguas, las mis comunes son pequeñas, puesto que también hay algunas grandes. En su enmaderamiento y cubierta no se gasta clavazón, como ni en las de atrás, porque sobre las vigas ó varas atan y tejen con cuerdas y ramales delgados un zarzo de cañas ó de varillas y rama, sobre el cual, en lugar de teja, ponen cantidad de Hicho: y cubríanlas anti-guamente con tanta cantidad deste Hicko, que he visto ca¬sas de estas antiguas, cuya cubierta tiene de grueso mas de dos codos. En algunas partes cubrían las casas con te¬rrados hechos de losas delgadas.
No hablo aquí de las fabricas de cantería suntuosas de los Incas, de las cuales diré abajo en este mismo libro lo que de toda suerte de casas contenidas en este capítulo se puede en general decir. Es lo primero, que cada pieza o aposento estaba de por si, sin trabar ni continuarse unos con otros; lo segundo, que no acostumbraban blanquearlas como nosotros, aunque las principales de los Caciques so¬tan tener las paredes pintadas de varios colores y figuras» todas toscas y sin primor; lo tercero, que ni casas de no¬bles ni de plebeyos tenían puertas ¿jas v asentadas para abrir y cerrar: sólo usaban de unos cañizos o zarzos con que tapaban la puerta cuando cerraban; y si iban fuera y
no quedaba nadie que guardase la casa, arrimaban al ca-ñizo algunas piedras, y no usaban de más cerraduras, llave ni defensa.
No tuvieron curiosidad en hacer portadas grandes y la¬bradas; todas eran puertas pequeñas y llanas, y las más tan bajas y estrechas, que parecen bocas de hornos. Por donde, cuando vamos á confesar sus enfermos, no podemos entrar sino doblando el cuerpo y aun á gatas.
Finalmente, son tan estrechas y humildes todas sus ca¬sas, excepto las de los Caciques, que más se pueden llamar chozas ó cabañas que casas. No tienen sobrados, todas son sencillas; tampoco les hacen ventanas por donde les entre luz, chimeneas, ni aun respiraderos para el humo; carecen de apartamientos, patios y diversidad de piezas y oficinas; solas las de los Caciques tenían grandes patios, donde se juntaba el pueblo á beber en sus fiestas y regocijos, y más habitación de aposentos.
El nombre de la casa en común es Guací, en la lengua quichua, y en la aymará, Uta.
CAPÍTULO IV Del ajuar y alhajas que tenían en sus casas.
A
tres géneros podemos reducir todos los bienes mue¬bles y cosas de provisión que los hombres suelen guardar de sus puertas adentro. El primero sea de las que tocan al adorno y aderezo de la casa; el segundo de las vi¬tuallas, y lo á ellas concerniente; y el tercero de las que procuran para abrigo, adorno y regalo de sus personas. En las casas destos indios no se halla cosa de las del primer genero, porque no tienen tapicerías, retratos ni otros orna- meatos de casa. De las del segundo género guardan co¬múnmente lo necesario para pasar su año de una cosecha á otra. Los mantenimientos que encierran son Maíz, Chuño y Quínua, que todas estas tres cosas les sirven de pan, aunque no todas siempre á todos. Suélenlas guardar, ó den¬tro de sus casas en tinajas grandes, ó en algún apartadijo cjue para esto hacen, ó fuera dellas en unas pequeñas trojes trasquilaba y cortaba el primer cabello y las uñas, las cuales con el cabello guardaban con gran cuidado, y le da¬ba el nombre que había de tener hasta que fuese de edad, lo cual hecho, le ofrecía algún dón, y tras él le iban ofre¬ciendo tos demás parientes y amigos de sus padres. Lo que le ofrecían era plata, ropa, lana y otras cosas semejantes. Con esta ceremonia consagraban los niños al Sol, pidién¬dole viviesen con prosperidad y sucediesen á sus padres; á los cuales, en pudiendo serles de alguna ayuda (y era bien temprano), los servían así en las necesidades domés¬ticas como en la labor dd campo y guarda del ganado, asf muchachos como muchachas; y no tenían más educación, en alguna disciplina y cultura de su ingenio, que seguir cada uno la profesión y modo de vivir de sus padres.
TOMO IV 23
Cuando los varones llegaban á edad de catorce años, poco más ó menos, se hacía junta solemne de los deudos, y les ponían las Guaras ó pañetes, las cuales habían las madres hilado y tejido con ciertas ceremonias y supersti¬ciones. Hacían en esta solemnidad muchos ritos, bailando á su usanza y bebiendo, que era su mayor fiesta; y ponían al mozo el nombre perpetuo para toda la vida, en que á veces se tenía cuenta con darles el nombre de sus padres ó abuelos; pero los Señores y principales buscaban á su gusto nombres y apellidos honrosos y significativos. Los que comúnmente usaban eran de pueblos, de plantas, de aves, de pescados y de animales: como Puma, que es León; Cúntur, Buitre; Astro, Culebra; Guarnan, Gavilán, y otros semejantes; y estos nombres que ellos tenían por propios, después que se han hecho cristianos, les sirven de sobre¬nombre á los que ya los tenían de antes, y de apellidos á sus descendientes. Esta fiesta que se hacía al poner á los mozos las Guaras y nombres perpetuos, se decía Guara- chicuy, y era muy principal.
No lo era menos la que hacían al poner nombres á las doncellas, que era cuando llegaban á los trece ó catorce años. Hacíanles para esta fiesta ayunar tres días, los dos primeros sin comer cosa alguna, y al tercero les daban un poco de Maíz crudo, diciendo que no se muriesen de ham¬bre. Ellas estaban estos días recogidas dentro de sus ca¬sas, y al cuarto día sus madres las lavaban y peinaban y trenzábanles el cabello, y vestíanlas de ropas galanas con Ojotas de lana blanca.
Venían este día á sus casas los parientes, y ellas sa-lían á ponerles la comida y darles de beber, y duraba esta fiesta dos días. Luego el tío más principal le daba el nom¬bre que había de tener perpetuamente, amonestándola de la manera que había de vivir y obedecer á sus padres, y ofrecíale lo que le parecía conforme á su posibilidad, y to¬dos los deudos y amigos así mismo le iban ofreciendo con ciertas ceremonias. Llamaban á este acto y solemnidad Qui- cuchkuy.
CAPÍTULO VII
De los ritos y costumbres que tenían en celebrar sus matrimonios.
N
O solamente no se imputó á delito entre los indios el tener muchas mujeres, pero túvose por autoridad, honra y hacienda, y era merced y privilegio especial que se daba por remuneración de servicios hechos al Inca, ó por ser personas de mucha calidad ó de grande ingenio, habilidad y suficiencia para el gobierno de la república; y era éste un favor que se tenía en grande estimación, porque era hacienda y servicio. Y entre esta gente eran tan sujetas las mujeres y tan hechas al servicio de sus maridos y á seguir su voluntad, que aunque fuesen muchas, no había diferencias ni osaban más de lo que se les mandaba; y no sólo servían en los oficios caseros, sino también en el cam¬po, en las labranzas, sementeras y beneficios de sus c/táca- ras ó heredades, en edificar sus casas y llevar cargas, cuan¬do sus maridos caminaban, en paz y en guerra; y no pocas veces acontecía, que, yendo cargadas, les venían los dolo¬res del parto en el camino, y para parir no hacían más que desviarse un poco fuera de camino, y en pariendo, llegá¬banse á donde había agua y lavaban la criatura y á sí mis¬mas, y echándosela encima de la carga que llevaban, tor¬naban á caminar como antes que pariesen. Finalmente, en nada ponían los maridos las manos, en que no les ayuda¬sen sus mujeres. Por lo cual, quien tenía copia dellas, se tenía por rico y de hecho lo era.
Después que uno tenía la mujer con título de habérsela
entregado el Inca ó sus gobernadores, ó ganada en la gue¬rra, ó por otras causas que entre ellos se tenían por legíti¬mas, no había ningún remedio para salir de la sujeción de su marido, si no era la muerte. Ni ellas tenían atrevimiento para quejarse de ningún agravio que recibiesen, sino á ellos mismos; ni entre ellos se trataba tal materia fuera de su casa; y es de saber, que sola la gente noble tenía esta mul¬tiplicidad de mujeres y este dominio sobre ellas, que la ple¬beya y común solamente tenían cada uno la suya; no por¬que hubiese precepto y orden puesto en el número, sino porque como los Señores las repartían conforme á lo que está dicho, nunca daban más de una á los pobres y gente humilde, ni ellos la podían tomar ni adquirir por otro tí¬tulo; y no solamente casi todo el común y la gente pobre no tenía cada uno más de una mujer, pero aun muchos es¬taban sin ellas largo tiempo después que tenían edad para ello, y aun después que enviudaban, lo cual tenían los po¬bres por extrema pérdida, por la gran necesidad que pa¬decían hasta que les daban otra; y aun acaecía en las confe¬siones darles los sacerdotes ásperas penitencias, diciendo que por algún gran pecado encubierto se les había muerto la mujer; y si enfermaban ellas, hacían los sacerdotes á los maridos que ayunasen y hiciesen otras penitencias.
Entre las muchas mujeres que uno tenía, era una sola la principal y que tenía nombre de mujer legítima, con la cual se casaba con consentimiento de ambos y con alguna solemnidad; y ésta era obedecida de las otras y tenía gran¬des preeminencias y nombre diferente que ellas, como mu¬jer propia y legítima, y las demás eran tenidas por con¬cubinas.
Esta solemnidad que se hacía cuando se tomaba la mu* jer legítima, hecha una vez, aunque después se recibiese otra ó otras muchas, no se tornaba á hacer viviendo la principal y legítima; en conclusión, esta sola se tenía por tal y las demás por mancebas permitidas conforme á sus costumbres.
La solemnidad que para este casamiento se hada entre los Incas, era común en muchas partes del reino, mas no general en todo él; y hacíala cada uno según su posibilidad, en esta forma: Después de cogidos los panes, juntaba el Inca las doncellas Aellas que se habían criado en los reco¬gimientos de las Mamaconas, y repartíalas entre los prin¬cipales por la orden que le parecía; y si las daba á casados, era por mancebas, y si á solteros, por mujeres legítimas; entre los cuales se celebraba luego el casamiento con estas ceremonias: juntábanse los deudos que se hallaban presen¬tes de cada uno de los contrayentes, y los del varón iban eon el novio á casa del padre de la novia ó del pariente más propinco que allí se hallaba, y se la entregaban; y él, en testimonio de que la recebía por mujer, le calzaba en el pie derecho una Ojota de lana, cuando era doncella, y cuan¬do no lo era, una de Hicho, y la tomaba por la mano; y asá juntos, los deudos de ambos la llevaban á casa de su es¬poso. En llegando á ella, sacaba la novia de debajo del Chumpi una camiseta de lana fina, un Llanto y una patena, y dábaselo á su esposo, el cual se lo vestía luego; y hasta la noche estaban con la novia sus deudas más ancianas, ins¬truyéndola de la obligación que tenía de servir á su marido, y de la manera que lo había de hacer; y los viejos deudos del novio le amonestaban á él cómo había de tratar á su mujer; y los unos y los otros les ofrecían presentes cada uno de lo que tenía, aunque en poca cantidad; y duraba la fiesta y borrachera de las bodas entre las parcialidades y parentelas según la calidad y posible de los novios.
Á este acto y solemnidad llamaban los Incas matrimo¬nio, y con la que contraían desta suerte era la mujer legíti¬ma; y si tenía el varón alguna con quien se hubiesen hecho estas ceremonias, aunque el Inca le diese otra más noble y principal que ella, no se hacían con la segunda ni estas ai otras solemnidades, más que enviarla á su casa; pero si era viudo el que la recebía, por haber muerto la legítima.
aunque le quedasen muchas mancebas, se casaba con ella con las solemnidades dichas, á la cual servían las que ha¬llaba en casa.
En las otras provincias fuera de la del Cuzco ó donde se hallaba presente el Inca, en un día señalado del año juntaba el Gobernador en la plaza todos los mozos y mo¬zas de la gente plebeya que estaban para casar (la edad dellos era desde quince hasta veinte años, y la dellas algo menos), y allí les daba á cada uno su mujer, los cuales desde aquel día entraban en la contribución de los pechos y tributos, y ayudaban á la comunidad en los trabajos pú¬blicos; se les señalaban chácaras, hacían sus casas y vivían por sí. En estos casamientos se hacía también la fiesta y solemnidad sobredicha de la Ojota, conforme á su posibi¬lidad. Esta primera mujer que daba el Gobernador del Inca, era la legítima, y pocas veces, como está dicho, se les daba otra, si no era por algunas de las causas referidas. Pero en cualquiera suceso, ésta, mientras vivía, era la principal.
En otras provincias usaban diferentes ceremonias y ri¬tos: en las del Collao, entre la gente popular, usaban que, en señalando el Gobernador la mujer, tomaba el novio una taleguilla pequeña de Coca y llevábala á su suegra, y en recibiéndola, tenían el matrimonio por concluido.
En otras partes iba el novio á casa del padre de la no¬via y le decía cómo el Gobernador le había dado á su hija, mas que él le quería servir; y así se juntaban los parientes dél y della, y procuraban ganarse las voluntades; y el mozo iba en casa de sus suegros, y por espacio de cuatro ó cinco días les llevaba paja y leña; y desta manera quedaban con¬certados y la tomaba por mujer; porque el Gobernador que se la daba decía que se la daba hasta la muerte, y con esta condición la recebía él; y á este modo había diferentes ritos en cada parte, pero en todas se hacía solemnidad con la legítima; la cual hecha, aunque después diesen al marido otra ó otras mujeres, nunca se volvía á hacer.
Entre la mujer legítima y las concubinas había muy gran diferencia en muchas cosas; y una, entre otras, era, que la legítima no se podía repudiar ni echar de casa ni dar á otro, sin gran pena; y si alguna vez la echaba el marido de casa, la tornaban para que hiciese vida con él; y si se¬gunda vez la echaba, lo castigaban públicamente según la calidad de la persona; y todas la demás, sin incurrir en pena alguna, se podían echar, mas no dar á otros, ni por mujeres legítimas ni de otra manera, sin voluntad del que las tenía con título.
Cuando moría la mujer legítima, si el marido era hom¬bre de cuenta, no se casaba en un afio, y todo aquel tiempo traía manta negra; y esto de no casarse en un afto era cos¬tumbre inviolable; no dicen que era mandato, más de que fuera tenido en poco si lo hiciera; pero si era hombre ple¬beyo, muchas veces se pasaban dos aftos que no le daban otra, y cuando se la daban, hada su fiesta y solemnidad; y por esto los pobres tenían la muerte de la mujer por grande adversidad, porque no tenían medio para adquirir otra hasta que se la daban; y en el ínterin padecían nota¬ble necesidad.
Cuando fallecía la mujer legitima del que tenía muchas, hacíanse grandes llantos con las ceremonias que ellos te¬nían; mas si moría alguna de las mancebas, llorábanla sólo sos parientes, y en casa del marido no había d llanto que se hacia por la legítima; la cual muerta, elegía luego d flo¬rido cuál de las mancebas había de tener d cargo de la cata y ser obedecida de las otras; y base de notar una cota, qoe puesto caso qoe entre éstos no hubo prohibición ni ley, con todo eso, nunca se acoerdan haberlo hecho ninguno, y es, qoe muerta la mujer legítima, se casase ni haciese la mil nwiri wf con ninguna de las manrrhas, sano qat tmi#n otra, pasado d tiempo del loto, á quien oheilet’fai y ser-ví2» las otras; de lo cual dan por razón qoe fiera aánra casarse coa alguna de sos mancebas, y también per xuicar toda ocasión de que se matasen con esperanza que, faltando la legítima mujer, lo había de ser alguna dellas.
De muchas maneras y por varios títulos alcanzaban es¬tos indios la multitud de mujeres que tenían fuera de la legítima, que á veces eran en número excesivo. La primera era fundada en una costumbre harto bárbara y ajena de toda buena razón y policía, y era, que los padres daban á sus hijos cuando eran niños una mujer que los limpiase y sirviese hasta que tenían edad; y antes que los casasen, estas amas les enseñaban vicios y dormían con ellos, hol¬gando dello los padres; y esta tal siempre se les quedaba en casa por manceba después que se casaban. La segunda manera de hacer estas mujeres, tenía también por funda¬mento otra costumbre, que si bien á primera faz y tomada día por sí era loable, con todo eso, por lo que en hecho de verdad pasaba, era no menos repreensible que la pri-mera, y es, que entre esta gente se tenía gran cuidada de criar los huérfanos, y uno de los medios que se tenían cuan¬do uno era muy pobre, era entregarle á alguna mujer viuda del pueblo que no tuviese hijos ni se hubiese de tornar á casar. Ésta, en siendo el mozo de edad, aunque fuese ella vieja, se amancebaba con él, hasta^que el Gobernador le daba mujer y se casaba; no embargante lo cual se quedaba amancebado con la primera como antes, hasta que le pa¬gaba el trabajo de haberlo criado, la cual paga se solía di¬ferir mucho tiempo, y cuando ellos entre sí no se concer¬taban, la tasaba el Gobernador.
Otro título de adquirir mancebas era el de la guerra, en la cual los capitanes y hombres de cuenta se aprove-chaban de estos despojos y los repartían entre sí. Pero el más general y con el que las más eran habidas, era por merced del Inca, que con este género de premio remune¬raba los servicios señalados que los suyos le hacían.
El último título era por vía de herencia; porque era cos-tumbre entre ellos heredarse las mujeres de sus padres y hermanos, de las cuales usaban los herederos como propias, excepto la legítima con quien el padre difunto había con¬traído matrimonio con la solemnidad acostumbrada, porque con ésta era prohibido el acceso carnal de los hijos, y lo mismo era de las otras mujeres concubinas, si habían pa¬rido del padre, porque no habiendo parido, heredábanlas los hijos y teníanlas por propias y érales permitido usar dellas como tales. Los hermanos así mismo heredaban las mujeres de sus hermanos, así las legítimas como las concu¬binas; y sobre los que habían de ser preferidos en estas sucesiones, había esta costumbre: que si los hijos eran gran¬des y tenían casa aparte al tiempo de la muerte del padre, el mayor se apoderaba de las mujeres, y si alguna había parida, ésta entendía en criar sus hijos y estarse por sí aparte; y si era la mujer legítima y no había parido, no la llevaba el hijo del difunto, sino el hermano, porque á sólo el hijo le estaba hecha la prohibición del ayuntamiento car¬nal con la mujer legítima de su padre, y no al hermano con la de su hermano.
Tenían en estos matrimonios y usos de mancebas sus fueros y grados de consanguinidad prohibidos y señalados diferentes castigos para los delincuentes y transgresores, según la calidad de los delitos que en ello se cometían. Por¬que, cuanto á lo primero, fueron prohibidos los matrimonios entre ascendientes y descendientes, como con hija y nieta, madre y abuela, en tanto grado, que no solamente nunca se hizo, pero aun fué puesta pena de muerte á quien cometiese delito semejante; como también tener acceso carnal con nin-guna mujer en este grado, la cual pena se ejecutaba en am¬bos cómplices, de cualquier estado y condición que fuesen.
Lo segundo, fué también antiquísima y general prohi¬bición el contraer en primer grado, como con hermana, la cual duró hasta el Rey Tupa c-Inca- Yupanqui, padre de Guaynacapac, que fué el primero que la quebrantó, casán¬dose con su propia hermana de padre y madre; el cual
TOMO IV 24 mandó que así lo hiciesen solos los Reyes, y que la demás gente principal pudiesen tomar por mujeres á sus hermanas de sólo padres; de manera que esta costumbre de casarse con sus hermanas fué muy moderna. Fuera deste primer grado y entre ascendientes y decendientes, como queda dicho, en todos los demás eran permitidos los matrimonios; y no solamente se contraían indistintamente, pero no siendo uno casado, si sus padres ó él pedían al Inca ó á sus Go¬bernadores á su prima hermana, siempre se la concedían, y era como derecho para que no se la negasen, el proceder ambos de un mismo tronco y abuelo; porque como esta gente hacía adoración á los cuerpos muertos de sus antepa-sados, con esta distinción, que cada uno adoraba á sus as¬cendientes por línea recta, sin tener cuenta con el tío ni con el hermano del abuelo, solían alegar en este caso, que pues habían de adorar á un mismo abuelo, era razón que se la diesen por mujer, la cual era bastante para que le concedie¬sen su petición, mas no para que las tomasen por mancebas.
CAPÍTULO VIII Del conocimiento y uso que tenían de la agricultura.
E
L arte de la agricultura consiste en labrar y sembrar la tierra y criar toda suerte de plantas con observan¬cia de tiempos, de lugares y de cosas. Désta alcanzaron estos indios peruanos más que de ninguna otra de las ne-cesarias al hombre; porque las semillas y legumbres que tenían sembraban y beneficiaban con tan buen orden y alerto en buscar tierras acomodadas á la calidad de cada especie dellas y en cultivarlas y darles sus riegos á los tiem¬pos convenientes, que no ha pasado en esto lo que en los otros oficios suyos, y es, que con nuestra comunicación los han mejorado mucho, aprendiendo de nosotros lo que les faltaba para tener la debida perfección. Porque, en lo esen¬cial de la agricultura, no han tomado ni mudado nada de lo que ellos usaban más de algunos de nuestros instrumen¬tos, con que se les ha disminuido el trabajo que antes te¬nían: como el uso de arar con bueyes, y hacer ahora con herramientas de hierro mucho de lo que solían hacer con palos y piedras y otros instrumentos de cobre. En suma, ellos eran tan excelentes labradores de sus legumbres y plantas, y con la larga experiencia habían alcanzado tanta inteligencia de la agricultura, que nosotros habernos apren¬dido dellos todo el modo de sembrar y beneficiar sus semi¬llas, y mucho para el buen beneficio de las nuestras; como es la manera de guanear ó estercolar los sembrados en al¬gunas partes, que es muy particular y diferente de como se hace en España, y otros semejantes usos.
Debiólos sin duda de hacer tan diestros y aventajados en esta arte la afición con que la ejercitaban, que es tan extraordinaria, que no hay ninguno que no la prefiera á cualquiera otra ocupación, en tanto grado, que aun á los mismos oficiales de nuestros oficios, como plateros, pinto¬res y los demás, no podemos persuadirles que no los inte¬rrumpan por acudir á sus sementeras, sino que en llegando el tiempo de hacerlas, dan de mano á cuanto hay por acu¬dir á sus ckJUaras; y es cosa que admira y con que yo he intentado desengañar á algunos, que por coger un poco de Maiz con su propio trabajo, pierdan diez veces más de lo que vale su cosecha en el tiempo que, por acudir á la la-branza, interrumpen sus oficios y dejan de ganar con ellos.
Buscando yo la causa de tan notable afición como tie¬nen á la labor del campo, hallo que es el haber sus Reyes los Incas de tal manera dispuesto y asentado este ministe¬rio, que lo vinieron á tener por recreación y holgura; y esta es una de las cosas en que los Incas descubrieron 6u gran ingenio y prudencia, en saber disponer de tal modo un ofi- CÍO de tanto trabajo y afán, que viniese á ser tenido por ejercicio de entretenimiento y regocijo; y en realidad de verdad por tal lo tienen todavía, particularmente en las pro¬vincias de la Sierra; pues casi se convidan y convocan los amigos y parcialidades y pueblos enteros á arar sus cháca¬ras, y los convidados acuden con tanta voluntad y gusto como si los convidaran á bodas, sin llevar otra paga ni in¬terés más que comer y beber á costa del dueño de la he¬redad; el cual, para estas juntas se previene de cantidad de Chicha, que es el cebo que los lleva tan de grado, y conti¬núan la labor todo el tiempo que dura con el mismo pla¬cer y alegría que la comenzaron, regocijándose con canta¬res á su usanza. Finalmente, la labor de las chácaras era una de las mayores recreaciones y fiestas que ellos tenían.
Procuraban siempre, en cuanto la disposición de la tierra daba lugar, que sus sementeras fuesen de regadío, no sólo donde se carecía de agua del cielo, sino también donde había temporal suficiente; y para esto hacían dos cosas de sumo trabajo y no poca industria: la primera, que allana¬ban las tierras agrias y dobladas que cultivaban, para que estando llanas, se pudiesen regar, arar y cultivar más cómo¬damente, y también porque desta manera aprovechaban muchas tierras que sin esta traza fueran del todo estériles y sin provecho. Allanábanlas haciendo en las laderas ande¬nes, que ellos llaman Pata, levantando á trechos paredes de piedra que tuviesen la tierra, y poníanla igual y pareja á nivel de una pared á otra; y eran estos andenes más y me¬nos anchos, según la cuesta era más ó menos empinada.
En las laderas muy echadas y de poca cuesta, vemos andenes muy capaces de á cincuenta, á ciento á doscientos y más pies de ancho; y en las muy agrias, tan estrechas y angostas, que parecen escalones, pues algunos no tienen más que tres ó cuatro pies de ancho. Estas paredes que hacían de trecho á trecho, eran las más altas de uno á dos estados, y de ahí para abajo, como lo pedía la disposición del lugar, y todas ellas de piedra seca, en algunas tan bien labradas y con tanto primor y curiosidad, que sin ser las piedras cuadradas, estaban tan ajustadas unas con otras, como las de sus más curiosos edificios; como son muchos de los andenes que todavía permanecen en la comarca del Cuzco. Mediante esta obra y traza, sembraban estos indios todos los cerros hasta los muy altos y empinados, que sin ella no se pudieran cultivar por su aspereza; los cuales ve¬mos hoy que de alto á abajo parecen desde lejos estar lle¬nos de gradas.
Aprovechaban el agua de los ríos, regando con ella to¬das las tierras á donde alcanzaba, y esta obra de sus ace¬quias era de las más grandiosas y admirables que tenían; porque estaban tan bien sacadas y con tanto orden, que admira el considerar cómo, careciendo de nuestras herra¬mientas, las podían abrir y edificar; porque en las tomas de los ríos hacían muy fuertes reparos contra sus crecien¬tes y avenidas; llevábanlas por muchas leguas sacadas á nivel y algunas muy caudalosas; y no sólo las encaminaban por tierra llana, sino también por laderas y cerros altos y fragosos, y lo que es más, por riscos, y peñascos y lajas muy empinadas y derechas; por los cuales lugares las abrían y sacaban con notable trabajo y artificio, cavando por gran trecho la peña viva, cuando no había otra parte por donde guiarlas; y adonde ni aun para esto había disposición, como cuando era forzoso echarlas por alguna laja ó peña tajada, sacaban desde abajo por muchos estados una pared de pie¬dra seca arrimada á las dichas lajas, ó desviada, cuando era forzoso salvar alguna quebrada, y por encima dellas condu¬cían el agua. Donde era menester hacían estas acequias con las paredes de piedra seca, y donde no, cavadas solamente en la tierra. Llevábanlas por lugares tan fragosos y difíciles, porque no sólo regaban la tierra llana, sino también la do¬blada, mediante los andenes de las laderas, sin dejar perder palmo de tierra.
Los instrumentos de sus labranzas eran pocos, y esos de palo ó cobre y de ningún artificio. El arado ó azada era un instrumento llamado Taclla, de un palo tan grueso como la muñeca y largo poco más de dos codos, á manera de zanco. Por donde lo asían estaba torcido como cayado, y en la punta ataban otro palo de cuatro dedos de ancho y uno de canto de otra madera más recia; y como un palmo an¬tes del remate della tenían asido un gancho del largor de un jeme, donde hacían fuerza con el pie izquierdo. Porque el modo como rompían y araban la tierra con estas Tacllas9 era levantando la parte alta dellas hasta el hombro derecho y la punta dos ó tres palmos de la tierra, y para que hicie¬sen en ella el golpe con fuerza y entrase mucho, las impe¬lían y apretaban con toda la fuerza de los brazos y del pie izquierdo, que cargaban sobre el dicho gancho (i).
Fuera desta suerte de arados tenían otro instrumento de un palo corvo, que hacía forma de hazuela de carpin¬tero ó de almocafre (2), con que quebrantaban los terrones, escardaban y mullían la tierra; y estos dos instrumentos eran los principales con que labraban los campos. Para es¬cardar los sembrados y hacer los hoyos en que enterraban el Maíz al sembrarlo, usaban de Lampas, que los mexica¬nos llaman Coas (3), y es un instrumento como azada, salvo que el hierro era de cobre, y no corvo, sino llano como pala corta de horno; y el día de hoy usan mucho los españoles destas Lampas hechas de hierro, en sus labranzas, particu-larmente para desherbar las huertas y viñas, que en esta tierra llaman cuspar (4).
(1) En las provincias vascongadas y en Asturias se labra también la tierra del mismo modo. Llaman en las primeras layar á esta operación agrícola; y laya al instrumento, que es muy parecido á la taclla, aunque de hierro, excepto el mango.
(2) Raurana en quichua.
(3) El nombre, sin embargo, es de las Antillas y Tierra Firme.
(4) Del verbo quichua kkuipani?
Las sogas que les servían en este ministerio eran co-múnmente de lana en la Sierra, y donde se carecía de lana, las hacían de Cabuya, que es su cáñamo. Hacen sus barbe¬chos al fin de las lluvias, y donde no llueve, algunos meses antes de sembrar; y á su tiempo escardan sus sembrados limpiándolos de la mala yerba; y cuando ya el Maíz está á medio crecer, le escarban en el pie y arriman y amontonan tierras. Lo que más trabajo les costaba era el arar, y á esto acudían con más gusto, porque siempre araban en tropas de mucho número de gente, hombres y mujeres juntos, por esta forma: los varones solos araban puestos en hileras, y delante dellos estaban las mujeres en otra hilera contra-puestas á los hombres; y en arrancando ellos con sus Tac¬llas los céspedes de tierra, ellas los trastornaban y con aquellos sus almocafes de palo los quebrantaban y desha¬cían. Por la mayor parte sembraban en camellones, que ha¬cían con gran concierto y muy grandes algunos. Tienen sus cantares alegres acomodados para cuando aran, los cuales cantan todos á una entonando uno y siguiéndole los demás; y llevan su compás tan puntual, que el golpe que dan en la tierra con las Tacllas no discrepa un punto del compás de su canto; y así como en éste van todos á una, lo van tam¬bién en levantar las Tacllas y herir con ellas la tierra; que cierto es de gran gusto verlos arar á su usanza, como yo los he visto hartas veces; porque sus cantares son agrada¬bles y suelen oírse á más de media legua de distancia (1).
(1) En algunas comarcas quitefias usan todavía los indios campesi¬nos de estos cantares agrícolas. Uno de los que entonan en la siega, lleva la siguiente copla:
Ñuca urpisi tolli (Mi tierna tortolita)
Ilahuay, Hahuay Maipi charitian (Adóndc estará)
Hahoay, Hahuay Mana ricurcani (Pues ya no la veo)
Hahuay, Hahuay Xuinguni huacan (Y mi corazón llora)
Hahuay, Hahuay
CAPÍTULO IX
Del arte militar, cómo la profesaban estos indios, sus armas y manera de pelear.
ENÍAN estos indios del Perú el ejercicio de la milicia

por el más grave y noble de todos; y así lo trataban
con más primor, estudio y curiosidad que otro ninguno. Hacían los Incas tanto caso de la milicia y de los que la profesaban, como medio por donde habían llegado á tan gran potencia y majestad y se conservaban en ella, que era el título único entre sus vasallos para adelantarse en pues¬tos honrosos, y apenas había otro camino que éste por don¬de viniesen á subir y valer; por la grande estimación que se hacía de los capitanes de valor y experiencia y de todos los que se señalaban en las armas, que era en tanto grado, que á el que había sido valeroso y conseguido buenos efec¬tos, no sólo acrecentaban los Reyes en hacienda y cargos honrosos, sino que creía el pueblo que después desta vida tenía principal lugar en el Cielo. Había siempre en los de-pósitos de las provincias recogida mucha provisión de vi¬tuallas, ropas, toldos, armas y todos pertrechos de guerra, así para sustentar las guarniciones que estaban en los pre-
La letra, como se ve, DO alude lo más míoimo á la siega, pero el compás y ritmo del canto con que se acompafia se acomodan de-suerte á loa movimientos del segador, que resulta una verdadera saloma, cuyo objeto, más que distraer á los trabajadores en su penosa tarea, es el de concertar sus esfuerzos para realizo ría con ahorro de tiempo y cansancio.
El capataz 6 jefe de cuadrilla lleva la voz, acompañando cada verso con el mismo recitado, de escasa melodía, y los segadores le contestan en coro pronunciando rápida y enérgicamente el estribillo Hahuay, y cortando con ia hoz al propio tiempo la porción de mies que cada cual ha separado COD la mano izquierda.
skfios y fronteras del reino, como para las guerras que ocu¬rrían; y para que en las ocasiones no faltase gente diestra y disciplinada, sustentaban los Incas gran número de capi¬tanes y oficiales de guerra, qoe, repartidos por las provin¬cias, tenían gran cuidado de instruir y ejercitar en todo gé¬nero de armas la juventud y alistar los que más bríos mos¬traban en las resedas y zuizas; fuera de que las más de sus fiestas y regocijos eran como alardes y ensayos de guerra al modo que son entre nosotros las justas y torneos.
El socldo y paga de los que profesaban la milicia, era qoe el Inca, mientras andaban en su servicio ausentes de sos casas, les daba de comer y vestir, armas y municiones, y los pueblos de comunidad les labraban sos heredades y hacían las sementeras. Sin esto eran bien premiados á su nodo los capitanes y gente de cuenta y todos los soldadas que en las ocasiooes se mostraban esforzados.
Las armas defensivas que usaban eran tan flacas, que no hadan ninguna que pudiese resistir á un golpe de es-pada ni punta de hierro. Eran unas mantas de algodón dd- gadas, cefiidas 000 muchas vueltas por el cuerpo; algunos vestían jubones ó sayos embastados asi mismo de algodón, 00a un morrión de lo mismo ó de madera. Otros morriones se ponían hechos de cafias muy tejidas, y eran tan fuertes, que ni un golpe de piedra ni de un palo les podía hacer daflo; y todos traían en las espaldas unas rodelas pequefias tejUas de varas de palma y algodón; y de lo mismo traían otras algo mayores en las manos, no redoodas, sino pro¬longadas como escudos, para amparar la cabeza de los pa¬los y pedradas. Aforrábanlas de cuero de Venado y cu¬bríanlas por la parte de i fuera con un lienzo rico de al¬godón, lana ó pluma muy labrado de varios colores, y en ellas solían pintar divisas y blasones. Sobre estas armas soban pónase sos galas y joyas más vistosas y ricas, como eran plumajes y penachos muy finos y de muchos colores en h» rabrías, y en los pechos y espaldas grandes pate-
Tomo IV 25 ñas de oro y plata, y los soldados pobres de cobre; y ge-neralmente llevaban todos sobre sus cuerpos las piezas y joyas de oro y plata con que solían aderezarse para sus regocijos. Algunos se pintaban de varios colores y figuras, para espantar con ellas á sus enemigos. Para combatir y dar asalto á las fortalezas, usaban de paveses á modo de mantas, tan grandes, que podían ir cien hombres debajo de cada uno.
De las armas ofensivas, unas eran para pelear de lejos y otras para de cerca. De lejos peleaban con hondas hechas de lana ó de Cabuya, en que eran grandes certeros. Usában¬las casi todos los deste reino, particularmente los serranos, que eran extremados honderos. Pero la arma más general de todas las Indias, no sólo para guerra, sino también para la caza, era el arco y flecha. Hacían el arco tan largo y más que la estatura humana, y algunos de ocho y diez palmos, de cierta palma negra llamada Chonta, cuya madera es muy pesada y recia; la cuerda de nervios de animales, de Ca-buya ó de otra cosa fuerte; las flechas de materia liviana, como juncos, carrizos ó cañahejas, y de otrás varas tan li¬vianas como éstas, con el casquillo y punta de Chanta, ó de otro palo recio harponado, hueso ó diente de animal, punta de pedernal ó espina de pescado. Muchos usaban fle¬chas enherboladas, untando sus puntas con fuerte ponzofta; mas, de las naciones deste reino, solos los Ckunchos usaban esta yerba ponzoñosa en las flechas; la cual no era yerba simple, sino una confección hecha de varias yerbas y sa¬bandijas ponzoñosas; y era tan eficaz y mortífera, que á cualquiera que con estas flechas enherboladas herían y sa¬caban sangre, aunque no fuese más que la que sacaran pi¬cando con un alfiler, morían rabiando y haciendo visajes espantosos.
Hacían esta yerba y confección los dichos indios Chun- chos, y la hacen todavía las naciones por conquistar que usan della, como son los indios de Urabá, fronterizos de la diócesis de Cartagena, y otros muchos, desta manera: ca¬zan muchos lagartos, víboras, ciertas hormigas negras y tan grandes como escarabajos, muy ponzoñosas, arañas gran¬des, unos gusanos que hay peludos y grandes que se crían en los árboles; mezclan alas de murciélago, la cabeza y cola del pescado llamado Peje tamborino, sapos, culebras y otras sabandijas venenosas; ítem unas yerbas mortíferas de mu¬chas diferencias, y en especial la raíz del árbol que lleva la Manzanilla, fruta muy ponzoñosa. Junto todo este re-caudo, lo echan en una vasija grande, y buscan tres muje¬res las más viejas que hallan, las cuales le van dando fuego y revolviéndolo por su turno, una después de otra; y como al principio está floja la ponzoña, dura más tiempo la pri¬mera vieja que las otras; mas al cabo de algún espacio, la inficiona de tal manera el vaho que sale, que le quita la vida. Muerta esta primera, le sucede en el oficio de dar fuego al cocimiento la segunda, la cual muere más en breve, por estar ya la ponzoña más subida de punto. Á la segunda sucede la tercera, que muere muy presto por la gran fuerza de la confección ponzoñosa; y muerta ésta con brevedad, entienden que ya el veneno tiene todo su punto y perfec¬ción; apártanlo del fuego, y en enfriándose, lo guardan y estiman en mucho, como cosa que tanto les ha costado.
Hacen este cocimiento en el campo descubierto y bien apartado de poblado, porque no haga daño. En algunas partes, al hacerlo no muere más de una persona, y suele ler alguna vieja ó esclava tenida en poco. Pero los sobredi¬chos indios de Urabá lo hacen de la forma dicha con muerte siempre de tres personas (i).
Hay indios que tiran una flecha con tanta fuerza, que apenas hay arma que no rompa y pase; y todos en común son muy diestros y certeros; y algunos lo son tanto, que
(l) Creo que el lector me dispensará los comentarios acerca de esta obra de brajas americanas, que ciertamente no presenció el P. Cobo.
echando en abo cualquiera cosa, la flechan en el aire. In-dios ha y, qoe para hacer el tiro, no apuntan i lo que tiran, sino á k> aho, mas con tal tino y destreza, qae al caer la flecha hacen d golpe en k> que quieren.
Usaban también de azagayas ó dardos con las puntas tostadas ó armadas con espinas de pescados, y tirábanlas con amiento, á las cuales los espalóles llaman üiadera*. Á corta distancia, para asir y prender al enemigo, tiraban un instrumento dicho AyUu, que es de dos piedras redon¬das poco menores que el puto, asidas con una cuerda del¬gada y larga una braza, poco más ó menos; tirábanlo á los píes, para trabarlos y haoer su efecto coando la cuerda en¬cuentra oon las piernas, porque, con el peso de las piedras de los cabos, da vueltas i ellas hasta revolverse toda y en¬redarlas.
Las armas para de cerca eran lanzas, picas, Macamos, mazas, hachas y otras i este tallé. Las lanzas hadan lar-gas, de madera dura, con la punta de lo mismo tostada ó de cobre. La Macana es un bastón de Chonta de una braza de largo, ancho cuatro dedos, delgado, y con dos filos agu¬dos; por el cabo tiene la empuñadura redonda y un pomo como de espada; juéganla á dos manos como montante, y da tan recio golpe, que alcanzando en la cabeza, rompe los cascos. Tenían unas mazas de madera pesada y redondas, y otras, que eran propia arma de los Incas, con el remate de cobre, Mamadas Champí, y es (sic) una asta como de alabarda, puesto en el cabo un hierro de cobre de hechura de estrella oon sus puntas ó rayos al rededor muy puntia¬gudos. Destos Champis unos eran cortos como bastones y otros tan largos como lanzas, y los más de mediano tamaño. Las hachas de arma tenían el hierro ó cuchilla de cobre ó pedernal; unas eran pequeñas, de á una mano, y otras gran¬des, que se jugaban á dos manos. Las más destas armas de que usaban los capitanes y gente noble, tenían los hie¬rros de oro y-plata. No peleaba uno más que oon una suerte de armas, y así estaban repartidos en tropas por los géne¬ros de armas que manejaban de por sí, los flecheros, ios honderos y los demás. También tenían sus instrumentos bélicos, que tocaban para animar la gente al tiempo de la batalla: éstos eran alambores peque fk», caraooles grandes de la mar, flautas y trompetillas hechas de huesos y coa- chas de animales (i).
Las causas de mover guerra los Incas eran ordinaria¬mente la ambición y codicia de dilatar los términos de m Imperio, castigar las provincias cuando se rebelaban, repri¬mir los enemigos que molestaban las fronteras, y otras se¬mejantes; y nunca la emprendían sin gran consejo, consul¬tando los capitanes viejos y los que en las batallas se ha¬bían mostrado valerosos; y con los mismos conferían el modo cómo se había de hacer y guiar. Las más veces salía el Rey en persona, al cual llevaban en andas y en ellas en¬traba en la batalla, rigiendo y animando los suyos. Cuando volvía de la guerra á su corte, le salía á recebir toda ella con danzas, cantares y otras demostraciones de alegría. Otras veces, quedándose en eá Cuzoo, enviaba capitanes generales á particulares conquistas, y si eran de mucha im¬portancia, las encargaba á deudos suyos muy cercanos.
Guardábase en la guerra el mismo gobierno que en la paz, dividiendo los soldados por sus decurias y centurias. Todos los capitanes, maeses de campo y oficiales principa¬les dd ejército, eran comúnmente del linaje y sangre Real de ios Incas, que no se fiaban de otros; y cuando se con¬ducía gente en las provincias, los capitanes que la llevaban al Cuzco, se quedaban con el cargo que antes, salvo que les ponía el Rey á cada uno un capitán y superior de su linaje de Incas; y así, el dejarles los cargos que tenían, era hacerlos tenientes de los que de nuevo ponían; con lo cual era gobernado todo el campo por Incas. Cuando marchaba
(1) Y también de barro cocido.
el ejército en ordenanza de guerra, iban repartidos en di¬versos escuadrones por sus provincias y naciones, guardan¬do cada una el orden de su antigüedad; de manera que aquellas naciones iban más cercanas al Inca que hacia más tiempo que le estaban sujetas, y más apartadas las que ha¬bla menos.
Antes de venir á rompimiento con los enemigos, pro¬curaba el Inca reducirlos por bien; y para esto les enviaba embajada, haciéndoles saber como su padre el Sol le en¬viaba á reducir las gentes á vida conforme á razón y sacar¬las de la bárbara y bestial en que vivían; y si le hacían re¬sistencia, intentaba primero apretarlos con cercos y con hambre; mas cuando estos medios no bastaban, venía á rompimiento y les daba la batalla.
El modo de pelear era embestir de tropel con gran vo¬cería y algazara en sus contraríos, para amedrentarlos, sin guardar concierto y orden de escuadrones formados con la traza y distinción de partes que la milicia bien ordenada enseña. Tenían por cierto que era lícito en la guerra tomar toda la hacienda á los vencidos, diciendo, que siendo la voluntad del Viracocha darles la victoria, de allí se seguía que también fuesen suyos los bienes de los vencidos.
En las provincias recién conquistadas dejaban buen re¬caudo de guarnición y presidio que las tuviesen á raya, y personas que instruyesen á los nuevos vasallos en las cos¬tumbres, ritos y culto de sus dioses; porque á cuantos me¬tían en su obediencia obligaban á recebir sus dioses y tener sus opiniones en lo tocante á su religión.
CAPÍTULO X
¿S
JDel conocimiento y uso que tuvieron de la medicina.
D
ICHO queda en el libro precedente, cómo en todas las curas que hacían estos indios peruanos interve¬nían supersticiones y hechicerías; dejando, pues, ahora lo que allí se dijo desta materia de supersticiones, sólo trataré en este capítulo de lo que toca al arte de la Medicina, de sus médicos y modo que tenían en curar; que aunque gente bárbara y de poco saber, todavía, como el amor de la vida es natural á todos los hombres, él despertó á éstos á que buscasen medios como conservalla y defendella de lo que le puede dañar y empecer.
Sus médicos eran comúnmente viejos y experimenta¬dos, y con todo eso, alcanzaron muy poco conocimiento de las enfermedades con distinción y nombres particulares; y esta ignorancia es tan general en todos, que no hay in¬dio, si no es muy ladino, que sepa hoy informar al médico de su dolencia y las causas de que puede haber procedido; pues en cualquiera dellas, preguntado el paciente lo que tiene, solamente responde que le duele el cuerpo, ó que le duele y se le aflige el corazón. Por lo cual el médico ha de regirse, como albéitar que cura un animal, por discursos hechos á su albedrío; de donde procedió, que como no su¬piesen las causas y apenas los efectos de las dolencias, no pudiesen conocer sus contrarios.
Lo más que alcanzaron fué á conocer algunos males de frío, que es el que más los ofende, no embargante que es nación con exceso cálida, como en su lugar dejamos dicho, y muchas yerbas para curarlos. Más conocimiento tuvieron de heridas y llagas, como cosa patente y manifiesta, y de particulares yerbas para curarlas.
Nunca usaron de medicamentos compuestos; sus curas todas eran con yerbas simples, y entre ellos se hallaban al¬gunos grandes herbolarios, de los cuales habernos nosotros venido á conocer las virtudes de muchas plantas que usa¬mos ya en nuestras curas. También con simples solían ha¬cer fomentaciones y perfumes, que aplicaban á calenturas y á otras dolencias.
Alcanzaron también á conocer ser provechosa la eva¬cuación por sangría y purga; pero no supieron de pulso ni mirar la orina, ni menos tuvieron atención ni respeto en aplicar estas medicinas á las complexiones de los enfermos ni á las causas de que procedían los males; porque no tu¬vieron noticia de los cuatro humores más que de la sangre, sin investigar su naturaleza y propiedades.
Carecieron del conocimiento de las venas, y con todo eso usaban de sangrías á su modo, que era, en teniendo dolor en alguna parte, sangrarse allí con una punta muy aguda de pedernal. Las venas que más conocieron son las del cuello, llamadas orgánicas, y dellas solas sangraban cuando rompían vena, y no de los brazos ni de otra parte del cuerpo; y aun todavía usan algunos esta manera de san¬grar y se han visto destas sangrías sucesos útiles, particu¬larmente en aquella peste general que hubo en este reino el afio de mil y quinientos y ochenta y nueve. Cuando se sentían cargados, usaban de yerbas para purgarse indiferen-temente, sin conocer el humor que redundaba y era me¬nester evacuar, porque no pretendían más que aliviar el cuerpo.
En lo que comúnmente más acertaban, era en curar heridas, para las cuales conocían yerbas extraordinarias y de muy gran virtud; y para que más claro se vea esto, con¬taré aquí una cura rara que hizo un indio en la ciudad de Chuquiabo, como la refiere un caballero que hubo en aquella ciudad, llamado D. Diego de Ávalos (1), en ciertos papeles suyos que llegaron á mis manos, y es así: De una gran caída que dió un muchacho indio, hijo de D. Alonso Qni- sumayta (de la generación de los Incas), Cacique de la en¬comienda y repartimiento del dicho D. Diego, se le quebró una pierna por medio de la espinilla, de manera que el hueso della rompió la carne y se hincó en el suelo, donde se derramó mucha parte de la médula, lo cual prometía graves accidentes y dificultad en la cura: y por ser hijo de Cacique principal y de Real sangre, hizo el dicho caballero llamar los cirujanos que le curasen con todo cuidado; los cuales, viendo el daño que había recebido el paciente en la pierna, se determinaron de cortarla y de aventurar por este camino, porque, de no hacerlo, tenían por cierta su muerte. Mas como de tal remedio rara vez se haya visto buen suceso en este reino, hubo diversos pareceres en los circunstantes, y su padre del muchacho fué del contrario; el cual mandó llamar á un indio viejo, cuyo oficio era curar entre ellos, y le preguntó qué cura se le ofrecía para su hijo. El viejo se apartó un poco del camino (estaban fuera del pueblo) y cogió cierta yerba que luego quebrantó entre dos piedras, á fin de que no pudiese ser conocida, como no lo fué; y llegando donde el enfermo estaba, la exprimió, y con el zumo della mojó hilo de lana y con él le ató el hueso que salía de la carne y á raíz della, prometiendo cierta salud al enfermo; y otro día, estando presente el so¬bredicho D. Diego de Ávalos con otras personas, volvió el indio á curar al enfermo, y vieron todos los circunstantes, con no poca admiración suya, cómo el hilo de lana con el zumo de la yerba con su fortaleza había cortado el hueso sin dolor alguno, según el enfermo dijo; y aplicándole luego el viejo herbolario la misma yerba mezclada con otras, en
(1) Autor de U Miscelánea Austral, libro ya muy raro, impreso en Lina es 1602.
TOMO IV 26 breve fué sano, quedando por señal un pequeño hoyo en la espinilla, por donde el hueso había salido; pero tan sano y ágil el mozo, como si semejante desastre no le hubiera sucedido.
Quedó tan deseoso de conocer aquella yerba el dicho D. Diego, que prometiendo buena paga al indio, con hala¬gos y caricias le pidió se la mostrase; y aunque él prome¬tió hacerlo, nunca lo cumplió, sino que le fué entreteniendo con varias excusas, hasta que el hielo del invierno quemó los prados, lo cual tuvo el indio por bastante causa para no cumplir la promesa.
CAPÍTULO XI
De la ropa y telas que hilaban y tejían. ÁS abundancia de ropa tuvieron estos indios del Pe¬

rú que los de las otras regiones deste Nuevo Mun¬
do; porque allende del algodón, que es general en todas las tierras calientes dél, y de que también abunda este rei¬no, por los muchos valles templados que en él hay fértilí¬simos desta planta, gozaban los peruanos de gran copia de lana de sus Llamas y Vicuñas, de que labraban la mayor parte de las telas y paños de que se vestían. Así la ropa de lana como de algodón hacen muy pintada de colores fi¬nos y labores curiosas; y tienen para teñirla tan perfectos colores de azul, amarillo, negro, y otros muchos, y sobre todos de carmesí ó grana, que hacen conocida ventaja á los de muchas partes del mundo y pueden competir con los mejores que en él se hallan. La tinte dan á la lana y algodón en pelo, antes de hilarlo, y después de sacada del telar la pieza, no usan darle ninguna. 
Son muy pocos y fáciles los instrumentos con que la¬bran estas telas; y comenzando por lo primero en que po¬nen la mano después de la tintura que lleva la lana ó algo¬dón, las ruecas que usan para hilar no son más que un pu- lillo de una tercia de largo y menos grueso que un dedo, con una argollica en la parte alta de lo mismo como una manilla, no del todo cerrada, en la cual acomodan el copo de lana ó algodón, y teniendo esta rueca en la mano izquier¬da, con la derecha traen ei huso; y lo más común nuelc *cr hilar sin rueca, revolviendo el copo en la mufteca. I lilan la» indias no sólo en sus casas, sino también cuando andan íiiera dellas, ora estén paradas, ora vayan andando, que como no lleven las manos ocupadas, no les es impedimento d andar para que dejen de ir hilando, como lo van la* fi\A% que encontramos por las calles. Cuando hilan sentada*, / hSan; y á esto suelen alguna* vece* aytyíar varor-e* ios viejos que no están ya ptwa. ‘te’* ^ son pequen y de U& ‘//^ v/.U y f m d» palos groeve* aay> eí brizo y ár/^ ^ oukif ctzá arcado sn t^r-aí. r^: e; ui ve^
13amfieabe OTROrasv Í^/R//, A AUÍ /
i eafit y tiraste- zxcsjot, k. vut *-. v •xtwm
drj* 1 y. jtó 7 i 7/”. /
s ¿t j» / tu» % netivt mm^M
oie en j» ^vt ^ > ^
I J” ÍL ‘XR. ÍL ÜH 7.’IL ÍFA V/1 A
jemrüú te: } ~jtwt& >i-tipn
Bcrap. te bw ^awfct te a te #1’ –

«ea uie. * ^ ; ^ üj^/» 
de obra, los levantan, arrollando en el un palo la urdiembre que estaba descogida, y dejan siempre hincadas en tierra las cuatro estacas sobre que lo asientan. Van apretando y tupiendo la tela con un hueso puntiagudo y liso; con el cual, sin otros aparejos é instrumentos, la sacan tan tejida y densa como nuestras sedas; y hacen los tejidos, así los llanos y sencillos como los labrados de colores y figuras, los bastos y los ricos y preciosos, á dos haces, que es obra de gran primor y que con razón nos admira.
Como sale la ropa del telar se la visten, sin que le ha¬gan otro beneficio, ni aun lavarla (que nunca la mojan), por no haberlo menester, supuesto que se beneficia la lana sin aceite ni grasa. Nunca usaron ni supieron sacar el pelo á los paños, y así, todos sus tejidos quedan con el hilo de fuera, como nuestros lienzos y tafetanes; pero tan lejos está esto de ser fealdad en ellos, que antes los agracia y hermo¬sea, particularmente á los sutiles y ricos, respeto de ser el hilo muy delgado y torcido doblado. Verdad es que desta falta de pelo nace que todas sus ropas sean de muy poco ó ningún abrigo, y que más sirvan de cubrir las carnes que de defenderlas del frío.
Tejen ropa de algodón basta y delicada: una blanca, de su color natural, y otra de colores; désta labran algu¬nas piezas de un solo color, y otras de muchos; dellas va¬reteadas y listadas, de su color distinto cada lista, y dellas con figuras varias de animales, flores y de otras cosas.
No recibe tan bien el tinte el algodón como la lana; porque, puesto caso que cuando nuevo tiene los colores vi¬vos, con el uso se le van amortiguando y perdiendo; lo cual no pasa en la ropa de lana, que siempre conserva los colo¬res que le dan enteros y sin deslustrarse. Solos los indios yuncas y los moradores de los llanos y costa de la mar vestían algodón, que los de la Sierra, que es la mayor parte del reino y en que entraba la nobleza antigua de los Incas y Orejones, hacen sus ropas de lana.
GDGO diferencias hacían antiguamente de ropa y teji-dos de lana: una basta y grosera, que llaman Masca; otra xiiuy fina y preciosa, llamada Cumbi; la tercera era de plu¬mas de colores entretejidas y asentadas sobre Cumbi; la cuarta como tela de plata y oro bordada de Ckaqmira; y la quinta una tela muy basta y gruesa que servia de alfom¬bra, tapete y frezada. La ropa de Atasca tejían de la lana más basta de las Llamas ó Carneros de la turra, y della se vestían la gente plebeya. Labrábanla casi toda de color cié la misma lana, si bien tenían algodón; la de Cumói. de la lana más fina y escogida, y los más ddicados y precio¬sos Cumbis, de lana de corderos, que es sutilísima. Labra¬ban alalinos tan ddgados y lustrosos como garbarÁu (1), y dábanles los mismos colores que al algodón. Destas ro¬pas se vestían los Reyes, grandes Señores y toda la noble¬za dd reyno, y no la podía usar el común del pueblo. Te-nía d Inca en muchas partes oficiales muy primos, llama¬dos Cumbicamayos, que no entendían en otra cosa que en tejer y labrar Cumbis. Éstos eran de ordinario varones, aun¬que también las Mamaconas solían tejerlos y eran los más finos y delicados los que salían de sus manos. Los muy ricos que labraban para el Inca y grandes Señores, eran de lana de Vicuñasf ó todos, ó parte; y también solían mez¬clar en ellos pelo de Vizcacha, que es muy sutil y blando; y también de murciélagos, que es más delicado que todos. ^
Los telares en que tejían estos Cumbis, particularmente las piezas grandes para tapicería, eran diferentes de los co¬munes; hadanlos de cuatro palos en forma de bastidores, y poníanlos levantados en alto arrimados á una pared, y allí iban los Cumbicamayos con muchos hilos y espacio hacien¬do sus labores, las cuales salían muy perfectas y acabadas, igualmente á dos haces; y el día de hoy suden hacer re¬posteros de lo mismo con los escudos de armas que les
(t) Especie dt alepín.
mandan; si bien d Oamti qoe ahora labran no llega coa mucho á la fineza del antiguo.
Las telas de plumería eran de mayor y valor,
y con mocha razón; porque las qoe yo be visto, son mu¬cho de estimar donde quiera. Labrábanlas en el mismo fmfc pero de forma que sale la pluma sobre la lana y la encubre al modo de terciopelo. El aparejo que t^ni^n para este género de telas era muy grande, por la innumerable multitud y variedad de aves que cria esta tierra de tan finos colores, que excede todo encarecimiento.
Aprovechábanse para esto de solas las plumas muy pe-queñas y sutiles, las cuales iban cogiendo en la trama con un delgado hilo de lana y echándolas á un lado, haciendo dellas las mismas labores y figuras que llevaban sus más vistosos CumHs. El lustre y resplandor y visos destas telas de pluma eran de tan rara hermosura, que si no es viéndo¬lo, no se puede dar bien a entender. Entre las demás cosas de que los españoles, cuando entraron en esta tierra, halla¬ron llenos los depósitos del Inca, una de las más principa¬les era gran cantidad de pluma preciosa para estos tejidos; casi toda era de tornasol con admirables visos, que parecían de oro muy fino.
Otra suerte había de un tornasol verde dorado; y era inmensa la cantidad que había de aquella pluma menudita, que crian en el pecho los pajarillos que llamamos Tomine¬jos en una manchita poco mayor que una uña; parte estaba hilada en hilo muy delgado, y parte por hilar, metida en petacas, que eran los baúles y arcas destos indios. La ropa que bordaban de Chaquira se tenía por la más preciosa de todas. Era esta Chaquira unas cuentecitas de oro y de plata muy delicadas, que parecía cosa de espanto ver su hechura; porque estaba toda la pieza cuajada destas cuen¬tecitas, sin que pareciese hilo, á manera de ropa de red muy apretada.
La tela más basta y gruesa que hacían se decía Chusi;
no era para vestirse della, sino para frezadas, alfombras y otros usos: algunas tejían tan gruesas como el dedo, por¬que el hilo de la trama era una cuerda de lana de ese gro¬sor. Comparando esta diversidad de telas con las nuestras, podemos decir que la ropa de Abasca corresponde á nues¬tros paños de lana; la de Cumbi á nuestras sedas; la de pluma á nuestras telas de plata; la de Chaquira i nuestros brocados; y los Chuses al sayal, gergas y frisas; y última-mente, la ropa de algodón á nuestros lienzos.
CAPÍTULO XII
De los edificios de los Incas y modo de fabricarlos. ENÍAN los Reyes Incas gran número de arquitectos

y maestros de cantería, que aprendían el oficio con
gran perfección y vivían dél; los cuales no hacían otras obras más que las del Rey, que los traía siempre ocupados en las muchas fortalezas, templos y palacios que por todo su reino hacía edificar; y fueron tantos y tan soberbios estos edificios, como vemos hoy por las ruinas y pedazos dellos que han quedado en muchas partes; porque no había pro¬vincia en todos sus estados que no estuviese ilustrada con estas fábricas de cantería labradas con primor.
La traza dellas no tenía mucha arte, porque los templos eran ordinariamente de sola una pieza grande.
Las fortalezas estaban cercadas de una muralla no muy alta, gruesa y seguida, sin los reparos y defensas que las nuestras.
Los palacios y casas Reales ceñía y cercaba una gran muralla como alcázar y fortaleza, puesta en cuadro, y den¬tro della había edificadas muchas piezas y aposentos; por
de obíx 1» jevaotaa. amcfibndo coda polo la urdiembre qjc e&aba ocsoogioa. y ó^aa siempre hincadas en tierra las cauro c&aza? sAre qaae k> a^nfan Van apretando y topoeo3i> la íeia ac ia boeso paoíiagudo y liso; coa d nai, ¿an cenas aparejes e zastnamentos, la sacan tan tejida y óessa cca» n atsfcas «edase y hacen los tejidos, asi los Laoo? y «cscáSof ooooo ios labrados de colores y figuras» y »cs ñoos y preciosos, á dos haces, que es obra de grií pns>* y qoe coa razón nos admira.
COCEO saie ja ropa DD tesar se la listen, sin que le ha¬gan erro beneñoo. ni aun lavada «que nunca la mojan), por no haberío menester, supuesto que se sin aod:e ni grasa. Nunca asaron ni supieion sacar el pdo a las paños, y asi. todos sus tejidos quedan con d ftnlo de fuera, como nuestros tiernos y tafetanes: pero tan lejos está esto de ser fealdad en ellos, que antes los agracia y hermo¬sea. particularmente a tas sutiles v ricos, respeto de ser d hüo muy delgado v torcido doblado. Verdad es que desta falta de pdo nace que todas sus ropas sean de muy poco ó ningún abrigo, y que mas sirvan de cubrir las carnes que de deiemierlas de! ího.
Tejen ropa de algodón basta y delicada: una blanca, de su color natural, y otra de colores; désta labran algu-nas piezas de un ^ -^ *
INDICE
Capítulos. Páginas.
XII De los templos y adoratorios del Perú; descríbese
en particular el templo principal de la ciudad del Cusco 6
XIII De los adoratorios y Guacas que había en el camino
de Chinchaysuyu 0
XIV De los adoratorios y Guacas que había en el camino
de Antisuyu 22
XV De los Ceques y Guacas del camino de Collasuyti. 31 -9CVI De los Ceques y Guacas del camino de Cuntisuyu.. 30
XVII Del famoso templo de Pachacama. 47
XVIII Del célebre templo de Copacavana 64
XIX Del templo y edificios de Tiaguanaco 65
XX Del templo de Apurima 74
XXI De los sacrificios que hacían á sus dioses. … 75
XXII De las demás cosas que ofrecían en los sacrificios. . 82
XXIII De los actos exteriores con que adoraban y hacían
reverencia á sus dioses; y algunas de las oraciones que decían mientras les ofrecían los sacrificios. . 80
XXIV De la opinión que tenían acerca de los pecados; có¬
mo los confesaban, y penitencias y ayunos que hacían 80
XXV De la fiesta llamada Capac-Raymi, que hacían los
Incas el primer mes del aAo 03
Capitula. ‘— 244 — Págimu.
XXVI De las fiestas y sacrificios qoe bacín ea d «gando
mes, llamado Camay. 104
XXVII De las ñestas y sacrificios de los cuatro meses si¬
guientes 107
XXVIII De las fiestas y sacrificios que hacían en los meses
sétimo, octavo y noveno 110
XXIX De las fiestas y sacrificios que hacían en el décimo
mes, llamado Coya-Raymi 113
XXX De los dos últimos meses, y las fiestas que hacían en
ellos 118
XXXI De la fiesta del Itu, y las ceremonias con que se ce¬
lebraba 121
XXXII De la solemnidad y sacrificios con que celebraban
la coronación del Rey 124
XXXIII De los sacerdotes y oficios que tenían 129
XXXIV De los sortílegos 131
XXXV De los hechiceros médicos y las supersticiones que
usaban en curar 136
XXXVI De los adivinos, y cómo invocaban al Demonio. . 141
XXXVII De los recogimientos ó monasterios de doncellas con¬
sagradas al vano coito de sas dioses 145
XXXVIII De los agüeros y abusiones que estos indios tenían.. 149
LIBRO DÉCIMOCUARTO
DE LAS COSTUMBRES DE LOS INDIOS PERUANOS
I De la lengua quichua, que es la general del Perú. . 163
II Del traje y vestidos destos indios. 158
III De sus pueblos y casas. 163
IV Del ajuar y alhajas que tenían en sus casas. . . 168
V De sus comidas y bebidas, y de los tiempos y usos
que tenían en comer 173
VI . De las ceremonias qoe usaban en la educación de
sus hijos desde que nacían hasta llegar á edad de casarse 175
VII De los ritos y costumbres que tenían en celebrar sus
matrimonios 179
VIII Del conocimiento y uso que tenían de la agricultura. 186
IX Del arte militar, cómo la profesaban estos indios, sus
armas y manera de pelear 192
X Del conocimiento y oso que tuvieron de la medicina. 199
CapituUs. — 245 — Páginas.
XI De la ropa y lelas que hilaban y tejían. . , . 202
XII De los edificios de los Incas y modo de fabricarlos. 207
XIII De las puentes que hadan en los ríos 211
XIV De sus embarcaciones. 215
XV De los artífices plateros que tenían los Incas, y de los
demás oficios que los indios aprendían y usaban.. 222
XVI De la casa y pesca destas gentes. ….. 225
XVII De los juegos que tenían para entretenerse; sus ins¬
trumentos músicos y bailes 228
XVIII De las diferentes maneras que tenían de sepulturas. 232
XIX De los ritos y ceremonias que usaban en sus enterra¬
mientos 236
Advertencia 241

SE IMPRIMIÓ POR PRIMERA VEZ ESTA OBRA en la Oficina tipográfica de Enrique Rasco, en Sevilla, calle de Bustos Tavera, número uno. Acabóse el día XX de Octubre del año del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de MDCCCXCV

Recent Posts

Як стати  Software Engineer: моя історія

Для кого ця стаття? Для таких як я сам, хто в часи пандемії та суттєвої…

3 роки ago

Useful Git commands

Git is a free and open source distributed version control system designed to handle everything from small…

4 роки ago

Useful ASCII tables

ASCII Tables ASCII abbreviated from American Standard Code for Information Interchange, is a character encoding standard for electronic communication.…

4 роки ago

Conda cheatsheet

Conda Managing Conda and Anaconda, Environments, Python, Configuration, Packages. Removing Packages or Environments Читати далі…

4 роки ago

TOP-10 questions about Python

Читати далі TOP-10 questions about Python

4 роки ago

TOP-10 questions about Django

Читати далі TOP-10 questions about Django

4 роки ago

This website uses cookies.