PEDRO SIMON. NOTICIAS HISTORIALES. PRIMERA PARTE. Tomo 1.

PEDRO SIMON. NOTICIAS HISTORIALES. PRIMERA PARTE. Tomo 1.

NOTICIAS HISTORIALES.

DE LAS

CONQUISTAS DE TIERRA FIRME

EN LAS

INDIAS OCCIDENTALES

POR Fr. PEDRO SIMON

DEL ORDEN DE SAN FRANCISCO DEL NUEVO REINO DE GRANADA

f/ Urm’ERSú’Y

o,Ll^/ PRIMERA PARTE

EDICIÓN HECHA SOBRE LA DE CUENCA DE 1626

BOGOTÁ ‘

\^ ^ IMPRENTA DE MEDARDO RIVAS

. -i ‘ 1882

NOTICIA SOBRE EL PADRE SIMÓN.

FRAY PEDRO SIMÓN vino á América cerca de mediosiglo

después que habían pasado los sucesos más importantes del

descubrimiento, conoció y trató á algunos de los conquistadores

de Antioquia, y cuando comenzó á colectar sus materiales, esta-

ban todavía frescos en la memoria de muchos los hechos princi-

pales, que encontró además consignados en los archivos de su

convento, en las memorias del Padre Medrano que ya hemos

mencionado y que fué uno de los actores, y del Padre Aguado,

cuarto provincial de San Francisco en 1573, religioso docto en

teología y en matemáticas, que compuso dos libros sobre el des-

cubrimiento, los cuales no se publicaron.

Nació el Padre FRAY PEDRO SIMÓN en la Parrilla, obispa-

do de Cuenca, en 1574, profesó y estudió con mucho lucimiento

Humanidades en el convento de San Francisco de Cartagena de

España, del que lo sacaron para establecer la enseñanza de Teo-

logía y Artes que hasta entonces no habia en el convento de su

religión en Santafé, á donde llegó en 1604 Pocos años después

se formaron ya discípulos que lo reemplazaron en la cátedra.

Pasó á Tota, cuya doctrina, como todas las del valle de Sogamo-

so, estaba á cargo de su orden. En 1623 fué electo Provincial,

y en el mismo año comenzó á escribir sus N OTICIAS MISTORJALES,

paraTa§~cuales habia acopiado” materiales poik inuuhos anos,

además de los que su propia experiencia le suministró en la

jornada y reducción délos Pijaos, á la cual acompañó en 1607 á

D. Juan de Borja, Presidente de la Real Audiencia. Estuvo pre-

viamente en Venezuela, como Visitador, y se embarcó en Coro

para las Antillas, de donde volvió á Santafé. Hizo viajes á An-

tioquiajOartagena y Santa Marta antes de tomar la pluma para

compouaiLSU histeria, jle la cual escribiólos dos primeros tomos

en^ajioj^edio, cercei^dojjuai^o meses de a»’uda enfermedad

de gotaZaüe interrumpís sus tareas. El primer volumen, que

fué ehínico que se ímpnmió^trata de las^cosasde Venezuela y

episocfiodel tirano Aguirre/LaTapro Dación esET firmada por

Fray Luis Tribaldos de Toledo, Cronista mayor de Indias, el 1.°

dejLbril de j1626:j-ecomendando al P. Fray Pedro Simón como di-

ligente investigador de la verdad, y el dia 9 del mismo mes se

le despachó el real permiso para imprimir su libro, lo cual se

verificó el año siguiente de 1627 * en Cuenca. Las otras dos

* La portada lleva el año de 1626. En el colofón aparece el de 27. (El E.)

II

NOTICIA SOBRE EL PADRE SIMÓN.

partes, que existen solo manuscritas, contienen cada una tam-

bienj^te noticias historiales. La 2^ se versa sobre lostlescu-

brímientos que se emprendieron por la orilla derecha del Mag-

daJena, partiendo de Santa Marta. La 3/ trata de todo lo tocante

¿JSBagena, FopáplíT^ñtiQquia y Choco~SiLexceptuamos tos

sucesos del Istmo de Panamá, la Qrónica détT. Fray Pedro Si-‘

mon es la relación más completa que hoy tenemos de los acon-

tecimientos del siglo XVI en la Nueva Granada, y la más pre-

ciosa. Eáíe religioso es~on escritor concienzudo, que participa

por cierto de las preocupaciones de su siglo, pero no m^s que

su sucesor el Obispo Piedrahita, que escribió en Madrid medio

siglo después. Dice Fray Pedro Simón :

” Que habiendo visto la tierra toda, por no haber historia especial del descubrimien-

to de esta parte, porque aunque el Adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada, que fué el

que descubrió este Reino, escribió su descubrimiento y cosas de él en unos tomos que inti-

tuló Ratos de Suezca, y el P. Fray Francisco Medrano, franciscano, comenzó á escribir y

murió en la demanda, y en la del Dorado, yendo con el mismo Adelantado, y después el P.

Fray Pedro Aguado prosiguió la historia y la perfeccionó en dos buenos tomos que andan

escritos de mano, y aun el P. Juan de Castellanos, beneficiado de la ciudad de Tunja, com-

puso en buen verso mucho de las cosas de estas tierras y sus conquistas, todo esto se ha que-

dado en embrión, y todo se está sepultando con los deseos de los curiosos que quisieran saber

de estas cosas, en especial los que han nacido y habitan estas tierras, están atormentados, no

hallando camino por donde cumplirlos, y saber las cosas de sus antepasados, de quien ellos

descienden. Este, pues, pretendo abrir para todos, poniendo diligencia en buscar memoria-

les (que no me ha costado poco) y la mano á la pluma después de los años que he gastado

en estas tierras.”

El estilo de Fray Pedro Simón es, según se ve, sencillo,

sin pretensión de imitar á los historiadores clásicos ; ha tomado

mucho de Castellanos, como se puede advertir comparando la

2.a y 3.a parte que de éste tenemos, y es de suponer que lo mis-

mo haria respecto dejaj^ parte que se ha perdido. Hay erro-

res en la relación de los primeros descubrimientos de nuestras

costas, que afortunadamente describieron historiadores más

antiguos.

Como respecto de Castellanos y de Cieza, ignoramos tam-

bién la época y el lugar de la muerte de Fray Pedro Simón, que

se infiere sin embargo haber sido en España, á donde pasó á

dar calor á la impresión de sus libros, cuyos manuscritos desa-

parecieron allá, puesto que el historiógrafo Munpz hizo copiar

en Bogotá de real orden las dos partes inéditas que hoy existen,

según aparece de una nota de la copia que está depositada en

Madrjd en la Academia de la Historia.

Compendio Histórico, pag. 379.

JOAQUÍN ACOSTA.

PRÓLOGO DEL EDITOR.

LA fortuna y la ciencia que el hombre alcanza en la sociedad son favores

supremos que ella le concede, pero no bienes absolutos de los cuales pueda él

solo disfrutar sin dar cuenta rigurosa, conforme á la ley, á la moral y al bien

público, del empleo que de ellos haga, pues debe devolver á su patria y á

la generación á que pertenece, en beneficios, en ciencia ó en virtudes prácticas, algo

de lo que la sociedad generosamente le ha otorgado.

” Servir á la patria haciéndole el sacrificio de la vida si fuere necesario,”

fué el principal deber que nuestros padres, los fundadores de la República, impusieron

á los ciudadanosje Colombia al expedir la primera_Constitucion; y en todas las

condiciones de la vida este deber ha de figurar al lado de los que imponen la reli-

gión, Ja moral y las buenas costumbres.

Largos años de sangrientas luchas, entre odios y rencores, ha pasado

la República: confundidos están los huesos de unos y otros combatientes en los cam-

pos de batalla, para mostrar á las nuevas generaciones la miseria de nuestras quere-

llas; y el desengaño cruel de los que viven, manifiesta lo estéril del sacrificio

ofrecido por todos como un deber al monstruo de las revoluciones.

En la era de calma y de grandeza qué se abre ya para el país, quise

ofrecer á la’sociedad, á la que estoy agradecido, y á la patria, á quien amo, un

tributo digno de los bienes que me han dado y del cariño que les profeso, publicando

en el establecimiento tipográfico de que soy dueño, las ” Obras Históricas de Colom-

bia,” es decir, cuanto hay de poético en su origen, de maravilloso en la Conquista,

de titánico en la Independencia y de sublime en la fundación de la República;

queriendo levantar así, no con mis fuerzas de pigmeo, sino con las de todos los his-

toriadores en tres siglos, un monumento digno de las letras y de las glorias de

Colombia.

De estas obras hay muchas inéditas, y de algunas solo existen uno ó dos

ejemplares; y son tan importantes, encierran tanta enseñanza y tienen tanto méri-

to, que quisiera fueran estudiadas por todos los niños, para que, con el ejemplo de

IV mÓLOGO DEL EDITOR.

nuestros grandes antepasados, levantaran su alma y fortificaran su corazón para

hacerse dignos de la misión que les señala el porvenir.

En el año próximo anterior publiqué la “Historia de las Conquistas

del Nuevo Reino de Granada,” por el doctor D. Lúeas Fernández Piedrahí-

ta, en edición hecha sobre la de Amberes de 1688, obra importante que fué precedida

de un erudito Prólogo escrito generosa y expontáneamente por el señor Miguel

A. Caro, en que recomienda los estudios históricos, exalta el interés de la Conquista

de América y elogia el mérito del libro,—servicio que he agradecido debida-

mente; y el favor con que el público la recibió, excedió en mucho á mis es-

peranzas, pues no solo obtuve gran número de suscritores, sino también la pro-

tección del Gobierno de la Union y la de los Estados de Antioquia, Cundinamarca,

Santander y Tolima, que juzgando de utilidad común la empresa, se sirvieron

auxiliarla.

He dado preferencia á la publicación de las obras relativas á la Conquista,

porque lo que se refiere al origen de un pueblo despierta ese entusiasmo que ins-

piró á Virgilio para cantar el origen del pueblo romano; porque la ciencia

necesita de las tradiciones conservadas en aquellas obras para resolver los

varios problemas, que aun no han tenido solución, sobre la edad del Nuevo Mun-

do, el origen de la raza humana que aquí se encontró y el principio de su civiliza-

ción; y porque la Conquista es un poema histórico de grande importancia y de

variados y casi fabulosos incidentes.

/ La Historia es la Nemesis armada de la justa cólera de los cielos para castigar,

■no solo al ambicioso, al fanático, al avaro, al tirano, al sanguinario, sino también á

todos los hombres de una generación que tales vicios y delitos permitieron. Impla-

cable, escarva los sepulcros y arroja las cenizas al viento déla posteridad; y jamás

satisfecha, cuando ya no encuentra ni sepulcros ni nombres, persigue la memoria

de una nación culpable, y la afrenta y la escarnece para enseñanza de las otras.

Pero la historia no es el relato que escrito está en los libros: eco de las pasiones

é intereses de una época, retrato de un hombre hecho con los colores que el pintor

conoció en su tiempo, risas y lágrimas que quieren perpetuarse, fama efímera que

aspira á la inmortalidad. No: la Historia es el juicio recto é imparcial que la hu-

manidad dicta después sobre los hombres ó los acontecimientos de uña nación ó de

una época; y con frecuencia esta Historia infama á los dioses que fueron adorados

y cuyo culto está ostentosamente relatado; condena como crímenes las falsas virtu-

des exaltadas; santifica como mártires á los desgraciados que fueron considerados

delincuentes y llevados al cadalso; relega al olvido, como indignos de figurar en la

posteridad, á muchos hombres que llenaron un siglo con su fama y cuyos hechos se

han escrito sobro bronce, é inmortaliza los de aquellos que* han sabido guiar á

los pueblos en su triste peregrinación sobre la tierra.

La Historia de la Conquista del Nuevo Mundo no está aún juzgada, ni se

han apreciado debidamente las hazañas de aquellos hombres extraordinarios que, al

\ solo oir que se habia descubierto un mundo, dejan patria, familia y porvenir, se

PRÓLOGO DEL EDITOR.

T

lanzan en el mar ignoto, llegan á América, se internan en las montañas llenas

de monstruos, atraviesan los caudalosos rios, y con la cruz en alto levantada, pre-

dican la fe en Jesucristo: que armados como antiguos caballeros, vencen y someten

á infinidad de naciones poderosas, y devorados por la implacable avaricia, talan,

roban y asesinan, buscando oro; pero todos juntos descubriendo, dominando y so-

metiendo un mundo, que ofrecen como tributo al Rey de España. Esta historia nos

enseña cuánto alcanza una voluntad decidida en servicio de un pensamiento enérgi-

co, á nosotros, hijos suyos que miramos con horror el desierto, y nos muestra

también que la traición, la crueldad y la violencia, aun empleadas para obtener un

grandioso resultado, inspiran siempre horror á la conciencia de la humanidad.

¡ Lección terrible para los que vivimos en guerras civiles, devorados por el

odio !

Robertson se hizo inmortal con la ” Historia de América,” y ” La Yida de

Colon,” de Washington Irwing, ha sido vertida á todos los idiomas conocidos,

yendo los españoles á estudiar y conocer en estos libros la vida de sus mayores.

Y Fray Pedro Simón, que escribió, hace ya tres siglos, sobre el teatro mismo de

los acontecimientos; que conoció á muchos de los héroes y á otros personajes

de cuya boca recogió la verdad y mil crónicas interesantes ; el sabio y virtuoso

fraile que escribió las “Noticias Historiales de las Conquistas de tierra firme en las

Indias Occidentales,” solo alcanzó á ver impreso un tomo de sus obras, del

cual existe un ejemplar; los otros dos tomos permanecen inéditos y yacen olvidados en

la_Biblioteca nacional de .Bogotá, expuestos á que la rapacidad en las revoluciones,

un incendio, ú otro (JUalquíer “accidente, los destruya, perdiéndose así un rico

tesoróTtlel cual nos pydil’á Cuenta la posteridad.- “-—-

La maldición que abate á una nación cuando ha llenado la medida de

sus crímenes, alcanza á todos sus hijos y los persigue implacable como el destino an-

tiguo ; y ésta fué la suerte de España por haber expulsado á los moros, perseguido á

los judíos y devorado, como Saturno, á sus propios hijos, con la inquisición, las gue-

rras intestinas y un despotismo cruel; por haber herido á las otras naciones para

satisfacer el loco sueño de la monarquía universal de Carlos Y, y por haber despoblado

la América por avaricia. La altiva reina vio su corona envilecida y hollada; sus

mejores joyas arrebatadas por otras naciones, sin poderlas defender; y humillada y

pobre vio también huir la industria de su suelo, el comercio de sus puertos, y á sus

hijos, peregrinos eternos, condenados á presenciar la grandeza y prosperidad

de sus rivales.

Cuando la fría y brumosa Inglaterra, llena de pantanos, estaba casi salvaje ;

cuando Enrique YIII vengaba en sus mujeres las afrentas que de España recibía,

y su escuadra apenas se alejaba del canal de la Mancha, temiendo á la de Holanda;

cuando sus puertos eran solo conocidos por los desembarcos que en ellos habían

hecho los normandos para conquistarla y los daneses para humillarla, ¿ qué era

la España ?

Vi PRÓLOGO DEL EDITOR.

Ah! La España era la legítima señora del mundo, por los servicios que habia

prestado á la civilización.

La España, situada bajo el más hermoso cielo del orbe, en la Penín-

sula Ibérica, bañada al Levante por el Mediterráneo y al Occidente por el

Atlántico, separada del África, á la que dominaba, solo por el estrecho de Gi-

braltar, era dueña de Tánger y de Serpa; poseía á Gibraltar, y, según quería, abría ó

cerraba este estrecho y hacia del Mediterráneo un mar para todos ó un lago interno

que le pertenecía. Tenia sobre este mar veintiocho puertos, á donde llegaban como

tributo las riquezas de Oriente, y treinta sobre el Atlántico, de donde mandaba

sus invencibles armadas á hacer expediciones y á dominar el mundo, llevando la

fe en Cristo, la riqueza y todos los bienes de la civilización.

Poseía en África, conquistados por ella, el Peñón de los Vélez, Melilla, Oran,

Marzacabil, Nazagan y toda la costa desde el cabo Aguirre hasta el Gardafú. En

Asia era señora de Malaca, de Ormus y Goa ; gobernaba los reinos de Camanor,

la Cochinilla y Colan, y dominaba toda la costa del Océano Indico.

Tenia en el mar innumerables islas : las Baleares, las Canarias, las Filipinas,

las Azores, Santo Puerto, la isla ele Madera, Cabo-verde, la isla de Dios, Mozambi-

que, Ceilan, todas las islas del mar del Norte, y cuantas hasta entonces fueron

conocidas.

Recibían sus leyes los Países Bajos, Ñapóles, Sicilia y la mitad de Francia.

Y cuando el turco salió del fondo del Asia, bárbaro y feroz, y avanzó,

sin que nada pudiera resistirle, incendiando las ciudades, talando los campos, esteri-

lizando el suelo y difundiendo la peste ; cuando ya se habia instalado en Constanti-

nopla, esclavizado la Grecia, dominado el Danubio, echado á los caballeros de

Malta, asolado las costas de Italia, y cuando iba á colocar el estandarte de la

Media luna en el centro de la Europa, la España manda á don Juan de Austria, y en

la batalla de Lepanto, el dia 9 de Marzo de 1571, vence al infiel y salva la civiliza-

ción cristiana.

No contenta con esto, hace lo que Genova no habia querido, lo que

Inglaterra no habia podido, lo que Portugal no habia osado: auxilia á Cristóbal

Colon en aventuradas expediciones, en locas empresas ; y Colon vuelve á España

con la noticia del descubrimiento de un Nuevo Mundo ; mundo que la ingratitud y el

destino apellidaron América.

La historia de los que descubrieron, conquistaron y colonizaron la parte de

este Nuevo Mundo que se llamó Tierra firme, el territorio de la antigua Colombia,

nuestra propia tierra, fué la que escribió el padre Pedro Simón, hace ya tres siglos;

y con tanta verdad, tal primor y tan sabroso lenguaje, que el pensamiento SQ

embebece en la lectura, la que aumenta el interés á cada instante.

El asunto lo merece, porque la Historia de la Conquista es una re-

lación no interrumpida de prodigios, y porque debe considerarse que los in-

gleses, al colonizar la América del Norte, acabaron con la raza americana y

fundaron para ellos solos la Nueva Inglaterra,”rmeirtfas que ios españoles hicieron

PRÓLOGO DEL EDITOR.

VII

de los indios hombres civilizados, propios para la industria é instruidos en los

deberes civiles, religiosos y sociales; se establecieron entre ellos, mezclando su

sangre con la do la raza conquistada; dieron á los colonos, suavizándolas, las mismas

leyes que regían en la Metrópoli; tuvieron religión y tribunales iguales; eligieron

mandatarios sujetos á las reglas eternas de la justicia ; y fundaron el Nuevo

Reino de Granada, igual á los que se llamaban en España de Aragón ó de Galicia.

En la conquista el esfuerzo humano no tuvo límites: los conquistadores,

marchando siempre adelante, devorados por las fiebres, el hambre y la miseria,

llevaron su heroísmo á tal extremo, que la muerte en América habia perdido todo

su horror y parecía un pasatiempo.

Un siglo bastó para concluir la obra de la’conquista y de la civilización de

estas regiones; y al cabo de este tiempo la lengua de Castilla se hablaba en medio

del desierto, la cruz se ostentaba sobre magníficas catedrales, y las ciudades de

Cartagena, Quito, Santafé y Caracas eran grandes centros de civilización, donde re-

gían los usos, trajes, modas y lujo de Madrid.

¡ Gloria á los mártires y misioneros, honor á los guerreros, gratitud á los

sabios y á los benefactores de los indios!

Lejos de mí el pensamiento de justificar la sangrienta crueldad de los espa-

ñoles; el padre Simón, en su historia, la condena; pero ella tiene explicación

en’ la necesidad de inspirar terror para dominar á las numerosísimas naciones

que poblaban la América, y contra las cuales era insignificantfí el puñado d” ^pn-

ñoles ‘que acometieron la conquista. ¿ En qué época, en qué país no se ha apelado al

terror para imponerse á una fuerza superior?

Los ingleses son una nación civilizada y cristiana, y, sin embargo,

en la India, para contener á los Cipayos, apelaron al terror y obligaron á los hijos á

que prendiesen los cañones á cuya boca estaban atados sus padres, y á las mujeres

á recibir el bautismo de la sangre vertida por sus maridos. La revolución fran-

cesa, cuando se encontró débil para resistir á la reacción, cuando fué acometida por

los reyes y por los poderosos, apeló al terror y levantó en las calles la sangrienta

guillotina.

Toda historia palidece ante la historia del descubrimiento y conquista de la

América, porque en ella hay el interés de la sorpresa que causó el hallazgo de un

mundo que, como Venus, salia de entre las ondas del mar; mundo que tiene

montes de plata, rios que arrastran oro, ricas minas de diamantes y esmeraldas,

inmensos bosques de cacao, de quina y de caucho, aves de magníficos colores que

hablan como el hombre, donde el hombre, el dulce indio, no se parece al resto

de la humanidad, y, en fin, donde todo, animales, plantas, cordilleras, tiene un sello

de juventud y de grandeza especiales, distinto de lo conocido en el antiguo

continente.

Aquellos hombres de la raza española,de la raza del valor, de la energía, de la

altivez, de la generosidad, de las aventuras, de los sueños, encontraron un campo

anchísimo abierto á su ardimiento, un teatro propio á su ambición, abundante

VIH PRÓLOGO DEL EDITOR.

oro para saciar su codicia, y lo que no existia lo crearon en su mente ; soñaron

con imperios y reinos para cada uno de ellos, con fuentes de inmortalidad para vi-

vir eternamente en ese paraíso, y ardiendo en celo religioso y en pos de sus

quimeras, se lanzaron por millares en busca de poder, de gloria y de fortuna, y mu-

chos de ellos no hallaron sino la miseria, la muerte.

Nada puede haber en las obras de la imaginación superior al idilio encanta-

do en que vivió la raza indígena hasta el descubrimiento. La Eva india, her-

mosa y llena de encantos, que el pudor no recata; dulce, amante y cariñosa,

al lado del apacible indio, formando juntos su universo, trabajando unidos en

una civilización propia, ignorándolo todo, ignorados de todos, vivían felices con

su libertad, su salud y su inocencia.

Juzgo que en las novelas de aventuras de Julio Verne, que tanto han

llamado la atención, no hay una aventura igual á la historia verdadera del tira-

no Aguirre, contada por el padre Simón; una vez empezada, es imposible no seguir

la relación de los hechosjie ese formidable bandido, que bajo las órdenes de Pedro

do Ursua sale del Perú á explorar el Amazonas ; que mata á su jefe y hace nom-

brarjríncipe del Perú á don Fernando de Guzman ; lo asesina y se proclama Jefe

de los Marañones; declara_ la guerra á Dios, al R^y y ¿. Ja hnmanidadj^ baja el

Marjüjon, encuyas bocas perece parte de la expedición ; llega al mar y en él se

lanza en miserables canoas ; lo atraviesa y llega á la isla de Margarita en Vene-

zuela; se apodera de un fuerte, continúa la guerra, asuela el país, diezma por des-

confianzas su gente, asesina sacerdotes, mujeres y niños, hace temblar la capita-

nía general de Venezuela.alarma al Nuevo Reino de Granada, y en todo el continente

lo aguardan y lo temen; abandona la isla y llega á la Tierra firme, donde continúa la

guerra y deja un gran reguero de cadáveres de sus mismos compañeros, hasta que al

fin, traicionado y vendido, asesina á su propia hija “para que no se oiga llamar hija

del traidor por los españoles,” y se resigna á que los vencedores purguen la tierra de

un monstruo.

La proclama dirigida á sus soldados en presencia de los cadáveres del Gober-

nador de Margarita y de otros á quienes acaba de asesinar, bastará para formar una

idea de aquel bandido fabuloso.

” Bien veis, Marañones, les dice, en estos cuerpos muertos que tenéis delan-

te los ojos, que demás de las maldades que hicisteis en el rio Marañon matando á

vuestro Gobernador Pedro de Ursua y á su Teniente don Juan de Vargas, y ha-

ciendo Príncipe á don Fernando de Guzman, y jurándolo como á tal os desnaturali-

zasteis de los Reinos de Castilla y negasteis al Rey don Felipe debajo del juramen-

to que hicisteis ; prometisteis hacerle guerra perpetua toda vuestra vida, firmán-

dolo así de vuestros nombres, y añadiendo después delitos á delitos, matasteis á

vuestro propio Príncipe y señor y á otros muchos capitanes y soldados, á un clé-

rigo de misa y á una mujer noble ; y venidos á esta isla, la robasteis, tomando y

repartiendo entre vosotros todos los bienes que habéis hallado en ella, así de don

Felipe, Rey de España, como de otros particulares, rompiendo sus libros de cuentas

PRÓLOGO DEL EDITOR.

IX

y haciendo otras graves maldades ; habéis ahora muerto, como lo veis, otro Gober-

nador, un Alcalde y un Regidor, un Alguacil mayor y otras personas que aquí te-

neis á los ojos. Por tanto, cada uno los abra y mire por sí, no le engañe alguna

vana confianza, pues habiendo hecho tantas y tan graves maldades y atroces deli-

tos, es cierto no os podrá sufrir seguros ninguna parte del mundo sino en mi com-

pañía ; pues dado caso que el Rey os perdone, los deudos y parientes de los muer-

tos os han de seguir hasta dar fin de vuestras personas. Por lo cual os aconsejo que

no apartándoos de mi compañía, vendáis bien vuestras vidas en la ocasión que se os

ofreciere perderlas, haciéndoos una misma cosa los unos con los otros, pues contra

tal unión y compañía todas las fuerzas que se quisieren levantar contra nosotros se-

rán muy menores para desbaratarnos, advierta cada cual en lo que digo, pues no le

va menos que la vida.”

En cuanto al estilo empleado por el padre Simón, es tan natural como lo

exige Fenelon. “La historia, dice este sabio, pierde mucho cuando se la quiere

adornar. Nada es más digno de Cicerón que la siguiente observación sobre los

comentarios. Comentarios quosdam scripsi rerum suarum valde quidem probandos,

nudi enim sunt redi et venusti omni ornatu orationis, tunquam veste detracta. Sed

dum voluit alius habere parata, unde sumerent qui vellent scribire historiam, ineptis

‘ gratum fortase fecit qui volant illa calamistris inacere sanos quidem hominis á

scribendo deterridt. Los bellos espíritus desprecian la historia desnuda y quieren

vestirla con bordados y rizos. Este es el error ineptis. El hombre juicioso y de

gusto delicado cree que nada es más hermoso que esta desnudez, noble y ma-

jestuosa.”

La mente pública, hasta ayer profundamente preocupada con la política

ardiente y colérica en que vivimos, desechaba aquellos estudios que no fueran los

referentes á la mayor ó menor libertad de los pueblos y á la manera como debieran

constituirse los gobiernos ; pero hoy ya parece dirigirse en diverso sentido, y

los estudios históricos llaman la atención, no del pueblo, que desgraciadamente aun

no puede pensar más que en el trabajo, sino del círculo literario que en todas

partes se hace el centro de la civilización; del público que se cree capaz de

juzgar del mérito é interés de las obras, y que es el elemento activo de todas

las naciones que se levantan.

Quiero ayudar á esta obra nacional que espíritus generosos han em-

prendido, dando á la juventud obras serias, y he preferido las de Historia,

porque sé que el estudio de lo pasado ayuda á calmar las pasiones del presente.

Ojalá que la publicación de las cí Obras Históricas de Colombia ” sirva en algo

á mi patria, y merezca un recuerdo de las generaciones venideras.

Bogotá, Junio 18 de 1882.

MEDARDO RIVAS.

OP < ! • IT Y °^ivü-/ LICENCIA FKAY Juan Venido, padre de la Orden, confesor de la Serenísima Infanta de España y Comisario general de las Indias, de la Orden de San Francisco, al padre fray Pedro Simon, Ministro Provincial de nuestra Provincia del JNnevo Keino de Granada, salnd y paz en el Señor. Por cuanto de nuestra Orden y comisión, el padre fray Pedro de Tebar, Pre- dicador Conventual de la Provincia de Castilla, ha visto el primer tomo de las Noticias His- toriales de Tierrafirme que vuesa Paternidad ha compuesto, y por^au_censura parece será útil se imprima, pnr tanto damos á vuesa Paternidad nuestra licencia, para que tenien- do la del Rey Nuestro Señor, "pueda imprimrr"~el dicho primer tomo, y no de otra manera. Dada en San Francisco de Madrid, á 18 de Febrero de 1625. FRAY JUAN VENIDO, Comisario general de Indias. APROBACIÓN. ESTA primera parte de las Noticias Historiales de la Conquista de Tierrafirme en las Indias Occidentales, escritas por el padre fray Pedro Simón, he visto por mandado del Consejo Real de su Majestad con cuidado y gusto particular, y hallo que trae consigo esta obra la recomendación, que basta para hacerla célebre, sin tener cosa que perjudique al servicio de IJios ni al de su Majestad, ni ofenda á las buenas y cristianas costumbres ; su método, estilo y diligencia en inestipay la verdad^ son singulares y no temen competencia, por tener todas las buenas calidades que en esto se requieren : y así con justicia y razón puede su Majestad conceder la licencia que pide, para estampar estos trabajos, dignos de agradecimiento y recompensa, porque serán de grande consideración, asi para el servicio de su Majestad, como para alentar á sus vasallos, que le sirvan ensemejantes empresas, si- guiéndoseles á los que con valor, en aumento de nuestra santa fé, se emplean, honra y notorio interés para sus casas y nación, y por ser de este parecer, lo firmo en Madrid, á l.°de Abril d> 1626.

” ^ FRAY LUIS TRIBALDOS DE TOLEDO,

Cronista mayor de Indias.

EL REY.

POR cuanto por parte de vos fray Pedro Simón, Lector de Teología, Jubilado, Cuali-

ficador del Santo Oficio y Ministro Provincial de la Provincia del Nuevo Reino de Gra-

nada de las Indias, de la Orden de San francisco, nos fué hecha relación que vos habíais

compuesto un libro intitulado Noticias Historiales de Tierrafirme, de que ante los del nues-

tro Consejo fué hecha presentación, el nial era muy útil y provechoso y nos fué pedido y

suplicado os mandásemos darliceucia para poderle imprimir, y _ privilegio porjü^ . años—o—

coraoia nuestra raeFced fuese ; Jo cual visto por los deP*ñuestro Consejo y como por su

mandado se hicieron las diligencias que la premática por Nos últimamente hecha sobre la

impresión de los libros dispone, fué acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula

para vos, so la dicha razón, y Nos tuvímoslo por bien ; por lo cual os damoT*rrccTiTáa y ~fa-_.

cuitad para que pof^tiémpó de diézmanos, primeros siguientélTqueTrjrT^

el día de la fecha de~ella, Vos ó la persona que vuestro poder hubiere, y no otro algunot po-

dais^ímprímír y vender dicho libro, que de su uso se hace mención por el original, que en

el mi Consejo se vio, que va rubricado y firmado al fin de Lázaro de Rios Ángulo, mi

Secretario, que por nuestró^rirafrdado hace oficio de escribano de Cámara de los que en él

residen, con que antes que se venda lo traigáis ante ellos juntamente con el dicho original,

para que se vea ni la dicha impresión está conforme á él y traigáis fé en pública forma, en

como por corrector por Nos nombrado, se vio y corrigió la dicha impresión por su original,

y mandamos al impresor que imprimiero el dicho libro, no imprima el principio y primer

pliego ni entregue mas de un ?olo libro con el original al autor ó persona á ouya costa se

– iv –

imprimiere y no otro alguno, para efecto de la dicha corrección y tasa, hasta que primero el

dicho libro esté corregido y tasado por los del mi Consejo, y estando así y no de otra manera,

pueda imprimir el dicho libro principio y primer pliego, en el cual seguidamente se ponga

esta licencia y privilegio y la aprobación, tasa y erratas, so pena de caer é incurrir en las

penas contenidas en la premática y leyes de nuestros Reinos que sobre ello disponen ; y

mandamos que durante el dicho tiempo de los dichos diez años, persona alguna sin vuestra

licencia no le pueda imprimir ni vender, so pena que el que lo imprimiere haya perdido y

pierda todos y cualesquier libros, moldes y aparejos que del dicho libro tuviere y más incurra

en pena de cincuenta mil maravedís, la cual dicha pena sea la tercia parte para la nuestra

Cámara y la otra tercia parte para el Juez que lo sentenciare y la otra tercia parte para la

persona que lo denunciare \ y mandamos á los del mi Consejo, Presidente y Oidores de las

nuestras Audiencias, Alcaldes, Alguaciles de la nuestra casa y Corte y Chancillerías y á todos

los Corregidores, Asistente, Gobernadores, Alcaldes mayores y ordinarios y otros Jueces y

Justicias cualesquier de todas las ciudades, villas y lugares de nuestros Reinos y señoríos,

que vos guarden y cumplan esta nuestra cédula, y contra su tenor y forma no vayan ni pasen

en manera alguna. Fecha en Barcelona, á nueve dias del mes de Abril de 1626 años.

YO EL REY.

Por mandado del Rey Nuestro Señor, DON SEBASTIAN DE CONTRÉRAS.

FE DE LAS ERRATAS.

ESTE libro, intitulado Noticias Historiales de las Conquistas de Tierrafirme, compuesto

por el padre fray Pedro Simón, Religioso de la Orden de San Francisco, está bien y

fielmente impreso con su original. En Madrid^jt 37 dfl “Rebram rfa fjfí97añr>q,

EL LICENCIADO MURCIA DE LA LLANA.

TASA.

YO Lázaro de RÍOS, Secretario del Rey Nuestro Señor, que por mandado hago oficio de

escribano de Camarade los que en su Consejo residen, certifico que habiéndose visto

por los Señores de él un libro intitulado Noticias Historiales de Tierrafirme, compuesto por

fray Pedro Simón, Lector de Teología, Jubilado, Cualificador del Santo Oficio y Ministro

Provincial de la Provincia del Nuevo Reino de Granada de las Indias, de la Orden de San

Francisco, que con licencia de los dichos Señores fué impreso, tasaron cada pliego de los del

dicho libro á cuatro maravedís y parece tener ciento y sesenta y ocho pliegos, sin los prin-

cipios y tablas, que al dicho precio, monta seiscientos y sesenta y dos mai^Atedís-y—4–^Rtft

precio y no más mandaron se venda y que esta tasa se asiente y ponga al principio de cada

libro de los que se imprimieren, como consta del decreto de la dicha tasa á que me refiero :

y para que de ello conste, doy la presente, en la villa de Madrid, á veinte y tres dias del mes

de Febrero de 1627 años.

LÁZARO DE Ríos.

Este libro tiene ciento y ochenta j dos pliegos, que monta, según la tasa, á veinte y un

reales catorce maravedís en^pspeí.

EL REY.

POR cuanto por parte de vos fray Pedro Simón, Ministro Provincial de la Provincia

del Nuevo Reino de Granada, de la Orden de San Francisco, ims ha sido hecha relación

que vos habíais compuesto un tomo de libro de las Noticias Historiales de Tierrafirme, en el

cual habíais puesto mucho trabajo, suplicásteme atento á ello, os mandase dar licencia y

facultad para que vos ó la persona que vuestro poder hubiese, pucjifisajinprimir, llevar y

vender en las mis IndiasT Islas y Tierrafirme del mar Océano, el dicho libro, portiem^o de

diez años ; y habiéndose visto por los del mi Consejo de las Indias y héchose por*su órcíen

las diligencias que por leyes y premáticas de estos Reinos está dispuesto acerca de ello, lo

he tenido por bien y por la presente doy licencia y facultad á vos el dicho fray Pedro Si-

món, para que por tiempo de diez años, primeros siguientes que corran y se cuenten desde

el dia de la fecha de esta mi cédula en adelante, podáis vos^y–4aa^personas que tuvieren

viiestroTpoüer, imprimir el dicüo libro y venderle en las dichas mis Indias, Islas y« Tierra-

firme del mar Océano ; y mando y defiendo, que durante el tiempo de los diez años, otras

algunas ni ningunas personas de cualquier estado y condición que sean, Eclesiásticas ni

Seglares, no sean osadas á imprimir ni hacer imprimir el dicho libro ni venderlo en las

dichas Indias, sino vos el dicho fray Pedro Simón y las personas que para ello el dicho

vuestro poder hubieren, so pena que cualquier otra persona ó personas que sin tener para ello

vuestro poder y licencia durante el dicho tiempo, lo imprimieren ó hicieren imprimir ó vender

en las dichas mis Indias, pierdan por el mismo caso y hecho la impresión que hicieren y los

moldes y aparejos y libros que imprimieren y demás de esto incurran cada uno de ellos en

pena de cincuenta mil maravedís cada vez que lo contrario hicieren, aplicados la mitad

para mi Cámara y fisco y la otra mitad para vos el dicho fray Pedro Simón : la cual dicha

merced os hago con tanto que antes que comencéis á vender el dicho libro, se hagan por vues-

tra parte las diligencias que por las dichas premáticas y leyes de estos Reinos está dispues-

to se hagan, después de la impresión de los libros, antes que se vendan y con que hayáis de

vender y vendáis cada pliego de molde del dicho libro, en las Provincias del Perú á quince

maravedís, en el Nuevo Eeino de Granada y Provincia de Popayan á doce maravedís y en

la de Chile é diez y ocho maravedís ; en la Nueva España, Nueva Galicia y Guatemala y

Provincia de Honduras y Yucatán, Tierrafirme y Nicaragua, Venezuela y Cartagena, Cabo j

de la Vela, Isla Española, San Juan de Ulua, á diez maravedís, que es el precio á que está’

tasado por los del dicho mi Consejo de las Indias, y mando al Presidente y á los del dicho

mi Consejo y á los Presidentes y Oidores de las mis Audiencias Reales de las dichas mis

Indias, Islas y Tierrafirme del mar Océano y á todos los Jueces y Justicias de todas las

Ciudades, Villas y lugares de ellas ; así á los que ahora son, como á los que en adelante

fueren, que guarden, cumplan y hagan guardar y cumplir esta mi cédula y lo en ella con-

tenido, y contra el tenory forma de ella no vayan ni pasen, ni consientan ir ni pasar en tiempo

alguno ni por alguna manera. Fecha en Madrid, á veinte y dos de Junio de mil seiscientos

y veinte y cinco años.

YO EL REY.

Por mandado del Rey Nuestro Señor, PEDRO DE LEDESMA.

A NUESTRO INVICTÍSIMO CÉSAR

Y SUPREMO MONARCA DEL ANTIGUO Y NUEVO MUNDO, FELIPE CUARTO,

REY DE ESPAÑA, EN^ SU REAL Y SUPREMO CONSEJO DE LAS INDIAS.

EL más acertado fin que han descubierto los desvelos que me han ocupado algunas

bien empleadas horas (gastadas en la dedicatoria de esta mi obra), ha sido el determi-

narme a volver á su centro las facciones y conquistas que trato en ella, que es vuestra Sa-

cra y Real Majestad en vuestro Supremo y Real Consejo de este Nuevo Mundo : medida y

forma de los muchos que en él están fundados y de todas las acciones que con acierto se

aprenden en estas tierras ; porque si es de la naturaleza del limpio espejo retornar al sol co-

mo á su centro los rayos con que dora su frente, en agradecimiento del lustre que recibe

de ellos, imitando yo en esto á la naturaleza, las obras heroicas de varones ilustres, que

tanto con su sangre han acrecentado los términos de la Iglesia y de la Real Corona de

Vuestra Majestad, á dónde los podría retornar con más seguro qno á la fifíal pp¡rsnna Ao

Vuestra Majestad en su Real y Supremo ConsejoJL de dónde ha dimanado el poder y orden

para hechos tan célebres y dignos de vasallos de un tan Supremo y dichoso Rey, como ellos

dichosos en serlos suyos ? é cuyo amparo lo hallarán estos claros hechos y la historia que

los cuenta ; pues no hay donde mayor y ™«ib viprtn rnn servaron tftngqn lnn ^^rj-T¡Trs~^5fT

SU Centro. COmoTa tendrP” ^n lna Ke«^« manngdA Ynflat.rft Majestad y laq cÍA~^^hnra7^r-

tado Tribunal. Que todo lo ampare el cielo con los acrecentamientos que hasta aquí y

mayores colmos de felicidad. En esta ciudad de Santafé, cabeza del Nuevo Reino de Gra-

nada en las Indias y Nuevo Mundo.

FRAY PEDRO SIMÓN.

, PRÓLOGO AL LECTOR.

BIEN pienso lector amigo (y entiendo que pienso bien) que si me atemorizara veneno

de lenguas me fuera partido en el vuelo que doy, como los demás pasando por las

cosas de este mundo imitan al que dan las grullas al pasar el monte Taurxino, por donde

llevan una piedra en el pico, para no poder, aunque quieran, graznar, por excusar con esto el

peligro que de no hacerlo así se les seguiría de las serpientes aladas que crian en aquellas

tierras, de donde se levantan volando al graznido de las aves y siguiéndolas las despedazan

con venenosas uñas y dientes. Pero ni esto temo ni á estómagos enfermizos, que por bien

guisado que esté el manjar no lo pueden tragar estando la falta en ellos y no en él ni en

quien lo guisó ; porque fines más superiores que me han movido á escribir esta historia,

me han hecho desde mis primeros pasos dejar estos estropiezos mui atrás, siu hacer caso

de ellos, por ser tan de poca importancia ; en especial, si son ya sus mañas andar mortificán-

dolo todo ; porque jamás lo harás por ocuparte en tu oficio y costumbre, que por la razón

que hallaras para excitarlo ; y así si eres de esta condición, mayor blasón haré en que digas

mal de mi obra, que si dijeras bien ; no digo que ella será tal que le falten mis faltas ó so-

bras (que todo es malo) al fin como mia ; pero tampoco niego que en este mundo no puede

haber obra tan sin ellas y perfecta que no las lleve y se le puedan hacer adiciones á la margen,

y nunca me ha pasado por el pensamiento agradar con ésta á todos, porque fuera esto tentar

un imposible, pues corren los gustos al paso de la desconformidad de los rostros en que siem-

pre se halla; y así solo me contentaré (sacando verdades en limpio) agradar en algo algunos

que lo están en el entendimiento, aunque lo mismo se desagraden otros. Pues cosa cierta ha

de ser así, aunque yo pretenda otra cosa, porque con lo que unos viven otros mueren, y Ja

mitad del mundo se anda ñejj(iiiale4a-etrarmitad; de donde sucederá que si tú te rieres de

alg6 de mi obra, si es en secreto, no me ofendes, porque debajo de mi manto al “Rey mato, y

si en público otro se reirá de tí, gustando de lo .que tú aborreces, con que quedaremos en

paz, pues solo por contradecirte á tí tendré mil que me defiendan.

Aunque no se me ha olvidado el enfado que me dan los prolijos prólogos de los libros

y pienso lo darán también á otros, no podré excusar el alagarme un poco en éste declarando

quesea historia y sus finos, cosa que he juzg;^o p^i* imp^antA y nnnaa»^—por-ser tan

pocos los que hallo la traten con fundamento, y tantos los que ^”j^juLsa^Pr la pg^ncia de

la historia, se ponen muchas veces á escribirla, de más que JiO”slTpÓlTrán otar de largo este mi

pensamiento en su efecto, pues siendo la historia de mis tres-feomos de más de mil hojas, tres

más, poco enfado podrán añadir, siendo en especial para” su mayor perfección : y como dijo

Marcial, no es largo y prolijo aquello á quien no se le puede quitar cosa que no le

haga falta.

No me ha cansado el desuelo en españolizar tan alo ciceroniano el lenguaje español,

como él hizo el latino, por saber con desengaño no ser obra* ésta de muchos días, aun en

el más desudado, pues es cierto que en poco se ha de envejecer el más cortado y cortesa-

no y ladino modo de hablar, y aun cuando más perfilado, habrá de parecer peor dentro de

treinta años, y no sé si me atreva á fiar le guardara el respeto tanto tiempo, pues su

mucha variación, y carrera tan por la posta muda con mayores y muy más ligeros vuelos

cosas muy más de asiento que lo es el lenguaje y las que ayer á puestas de sol vimos y

celebramos, ya hoy al amanecer no las conocemos, por hallarlas tan otras. Porque el

asiento de las cosas de este mundo es no tenerle; y así procurando no levantar el estilo tan

sobre las nubes, que sea menester baje de ellas quien lo entienda, por ser esto más querer

atormentar con la historia qae dar gusto, como lo harrea iviuc;lío«-de^egtos_nuestros moder-

nos tiempos, verdugos de nuestra lengua castellana, ni que vaya tan humilde que sea des-

preciable y asquerosa, solo he procurado estilo claro y casto, guardando el rostro al tiempo

en que me hallo, y no al que está por venir, pues no sabemos cual sernT^TirfL-U^VLidad

infaíi1olre~”que nadifi~conocio á mañana.

Éntrelos que tratan de ciencias, cosa es bien sabida que para ser uno consumado

en ellas, no le ha de faltar la historia, pues dará de ojos á cada paso «i mron.* dp> t>]]nr por

ser laTque refiereycuenta los^gichos, hechos y costumbres de la antigüedad, , sin fíiiyas

noticias se halla un hombre ja-lt-n y t-iiJLd^o*4*^>-¿<>-WH^ trkn y rifthf» traer entre

manos. Cicerón escribiendo á Herenio, dice: qni¿n es la historia, diciendo que es una cosa

acontecida pero remota y apartada de nuestra edad, y en el segundo de Arte Oratoria, dico

– VII –

que la historia es un testigo de los tiempos, luz de la verdad^ vida de la, memoria, mqp^.m *

de la vida y mensajera de la autigüedad y otrOS Mil gallardos epítetos que le da con éstos,

y así Pausani dijo que la verdad de la memoria en las cosas antiguas se habia de tomar de

la historia y no A* l^s, f™j^ja.«( en las cuales aunque referían los hechos y dichos

de Ijs antiguos, no era COD_ aquella llaneza, y pnr^n. pop qn* Joj3cuj;nta la verdadera

jiistorí^; púas los componían á su mudo los que los representaban, quitando y poniendo á

sualbedrío: lo cual no consiente la buena y fiel historia, que pn t.ipnq li^nnifl pura, mao

que concertar con bueno y bien concertado estilo los dichos y hechas dft lm antiguos con

un~a_narración verdadera. Porgue aquel se diga verdadero historiado^ que declara y pro-

pone con vivas y sanas palabras, con llaneza y sin menguas ni sobras las hazañas y obras

de los hombres de la manera que acontecieron, se hablaron ó se obraron, porque tanta y

tan estimada hazaña es hablar bien como obrar bien, de^dondc se conoce cuánta diferencia

haya de la historia á la fábula, pues la historia cuenta las cosas como fueron y pasaron en

feu realidad de verdad, y la tabula las finge sin que hayan sucedido y muchas veces finge

imrjOSJbleS, COmO CUandO dice qnft hablan ln< ¡- hmtntij nii^no g^ntrindadns n ]qz fii1flS,_^i1o pretende, de la cUal se ínnere qqe fábula ni tragedia se puede llamar historia y tam- bién que.no se puede llamar propiamente historia cualquiera narrarían, aunque sya verda- . * dera,sino solo aquella que cuenta las hazañas, hechos ó dichos de loshombres; y así las que cuentan las naturalezas de los animales, de los peces, de las plantas, denlas" aguas, de los' minerales y otras así. Aunque Theophrastro, Aristóteles y Plinin IPS jfajnen historias,- es impropio darles aquel nombre.~~"y*"así no se dice historia la que de esto hizo Plinio absolutamente, sino Jus- to ria natural, que con este aditamento pierdo algo de lo que absoldCamente y sin él quiere decir historia. Porque la historia, para ser la verdadera yj)ropia, no lu dü SeT"^ecosas naturales, sino *d« y en 1ft del Dorado, yendo con el mismo

Adelantado, como veremos, y ^después el padre fray Pedro Aguado, Provincial que fué de

esta provincia, prosiguió la historia y la perfeccionó en dos buenos tomos que andan

escritos de mano, y aun el padre Jnan de Castellanos, Beneficiado de la ciudad de Tunja,

compuso en buen verso muchas de las cosas de estas tierras y sus conquistas; todo esto

se ha quedado en embrión y sin salir á más luz y noticia de la que tienen los escritos

clancularios de mano, que cuando mucho llega á la de dos ó seis que los tienen, y esto /

como pasa por tantas letras y escritores, cada uno les adultera, vicia y quita algo de su* /

fidelidad, de suerte que podemos decir se está todo sepultado y los deseos de los curiosos Y /

y que quisieran saber estas cosas, en psppp’gl ^ qnft hnn Tonino y hnhitin PR^S tiprrasj Y

-gstán_ atormentados no hallando camino por donde cumplirlos y saber las cosas de sus

antepasados, de quienes ellos descienden.

” Este, pues, pretendí abrir para todos, poniendo diligencia en buscar memoriales^

(que no me ha costado poco) y la mano á la pluma, después de los años que he dicho he

gastadoen estasjbierras y provincia, los más de ellos leyendo artes y Teología, por haber

venido de España el año ae mil seiscientos cuatro á dajLT¿rÍncipio en esta provincia á los

estudios que hasta allí aun no ha*Ean tenido por no haberhabido comodidad para ellos, y

aunque mis ordinarias ocupaciones han sido éstasT como el tiempo ha sidoTargo, y luego

f^ej-on~safíc^

tierráT de más consideración que~se comprenden en esta historia, pues el año de mil

seiscientos siete hice una entrada con el Presidente de esta Real Audiencia, don Juan de

Borja, á las tierras y provincias de los Pijaos, cuando las conquistas y pacificaciones de

ellos andaban más en su fnerza, y llegamos á la que estaba hecha en los Totumos, que

llamaban el fuerte de las Nieves, bien dentro de las provincias de estos indios, donde vi

y me informé de las costumbres, ritos, guerras y otras cosas de aquellas provincias: después

me mandó la obediencia fuese á visitar la provincia de la gobernación de Venezuela*.-

Iía^trSa de MaracaiboT^aiácaspUumaná, Punta de A raya, donde está la famosa salina__-

qutrtiuy m& lail füTlifleada y defendida de Ja mano española, Cubagua, la Margarita,

Puerto Rico, isla ó ciudad de Santo Domingo, volví por la de Coro, acabada la visita á

esta de Santafé, desde donde á poco tiempo por el rio abajo de la Magdalena fui áAn-

cindad dé los Remedios y hasta cerca de la de Zaragoza J~ las tierras del Reino pocas hay

ó rungunas que no haya biüado, y con el Oficio de Provincial todo el Kio grande y costa

de Santa Marta y Cartagena, he dado vista en que he podido informarme y hacerme’

capaz de’Jas cosas de por auá pui vistTTcle ojos, sin lo cual no pieñsrjr~iuü atreviera a-tomar

entre manos este trabajo, por no ponerme en el peligro dp risa q11» “f™g pfí fínTV puesto,

no hablando con propiedad en la geografía ni en los vocablos de las tierras de donde

escriben, por no haberlas visto ni estar bien informado y fiarse do relaciones de toda

broza. No pienso tampoco por esto escaparme de la lengua del Momo, que aun donde no

las hay halla faltas por Haber tomado por oficio el andar á caza de ellas, y en esta mi

obfa Tiabl’á biéñ que enmendar hartas que yo no las he podido advertir, pero ya á esto

tengo dada mi razón con que quedo desahogado del temor que me podía causar, que harto

poco caudal tuviera, si en tantos años como h«á que tengo conocido el mundo y trato de

los hombres no le tuviera ya perdido el miedo y conocido que de ordinario quien menos

sabe y es para menos se ocupa más en poner faltas, presumiendo con aquello cubrir las

suyas, y si le pidiesen la razón será la de Sic volosic, jubeo fit, proractione voluntas.

Desde lnego rae doy por advertido (como lo han hecho muchos amigos á quienes

comuniqué algunos de mis papeles y la disposición de la historia) de que en todos loa

tyjgs tomosjiabia de ir siguiendo y como ensartándola, según los tiempos en que fue suce-

diendo aunque fuesen muy distantes tierras, pues el tiempo las -Junta y este es el común

esttftrfle los historiadores clasicos y universales, lo*”que no puedo negar ser modo corcum

y que me habia de guiar para irme con el corriente de los más: pero__no hay arguiñentr»

que’sl la buscan no tenga solución, y así la he dado y doy a éste diciendo que para

mudafestilü coniUn y Tomar el que llevo de hacer tomo aparte de la provincia q”Tre-f&-t-oea—

sin envolver las historias de todas (que me hubiera sido bien fácil) dos cosas me han dado

ocasión, la una ei”exousar el disgusto que es cortar el hilo ¿Ja historia v cosas de una

provincia’p cuando más céBado va el lector en ellas, para saltar á otras de otra donde ha

menester volver atrás á anudar las qríe”M umchu dejú comenzadas y refrescarlas de nuevo

porTfolicordarse ya de lo que mucho habia y va tratando, y sin dhda es cosa más gustosa

acabar cOll unüs” Posas y comenzar luego otras: pues llevando su claridad de tiempos no

tiSho incuuveniente: y la otra que me movió á este modo fué (supuesto lo poco que me

atropella el interés temporal que se me puede seguir del surtirse estos libros) que cualquiera 1

que tuviere alguno de ellos ój}QXJLfiLpoderlos comprar todos 6 por perdérsele algunojó^-por I

otra causa, á Jo menos los que les quedaren le den hístblin—^tera-ThTTma provincia sin»

atormentarle dependencias del tomo ó de los tomos que le faltan y haga cuenta queno^

seescribio mas Ijue aquel o aquellos que tipne; y n^j el prifftfTrr–trfttnrlfn fftflfti drr la

gobernación de Venezuela ó Caracas y la historia del tirano Aguirre, por haber acabado

su tiranía en aquella tierra; las de la gobernación de Cixmaná y la (Tuayana-^nrerT’io

OrlTTüCoT~-Sl-sogimdo -de&de lus1 piiirclpios délas conquistas de Santa Marta hasta subir

desde aquella ciudad por el rio grande de la Magdalena á descubrir este Nuevo Reino

\ de Granada y todo lo que ha pertenecido á él y las más de Sus provincias. Y el tercero

las conquistas de la costa de Cartagena con la fundación de aquella célebre ciudad, principal

puerta y primer escalón de la entrada de este Nuevo Mundo; y lo que le quedo por tratar

á la segunda parte de los sucesos de la costa de Santa Marta y lo que toca al gobierno de

esta Real Audiencia de Santafé, en el gobierno de Popayan con las conquistas de los

indios Pijaos, rematándose con los nuevos sucesos de las jornadas del Darien.

Los deseos que he tenido (junto con los de mis amigos y deseosos de lo mismo)

de que salga á luz esta obra, dice la brevedad y priesa con que se han acabado los dos

primeros tomos; pues ha sirio fín año y medio y aun cercenados cuatro meses que gasté

más en sufrir dolores “de mi gota que en entretenerme en rumiar historias y dueloS-ageaos.

tieñipo tan tasado que cuando fuera diezmo del que habían menester íos dos tomos, no

fuera mucho, y aun queda buena parte del tercero ya en buen punto para remitk4e-el

ano que viene (favoreciendo el Cielo como á los demás) á flastilln.^ n. la impnnj^pw-es

unode los ^sobresaltos y temores con que quedo de su acertada perfecta impresión,

por no serme posible se impriman en mi presencia en esta tierra y haberla de riar de

agenas manos, por impedirme el oficio poder pasar á España á eso, y siendo la impresión

su última forma y ser, no sé cual será, aunque no tengo perdidas las esperanzas de su

buen acierto por haberlas puesto en el favor divino qne te prospere con acrecentamientos

de heroicas virtudes.

PRIMERA NOTICIA HISTORIAL

DE LAS

CONQUISTAS DE TIERRAFIEME

EN LAS

INDIAS OCCIDENTALES.

CAPÍTULO I.

I—Cédula Real para que se escriba esta Historia—II. Distancia de tierras que comprende esta His-

toria. Estilo que en ella se ha de llevar, imitando á. otras—III. Comienza á tratarse por qué se di-

jeron estas Indias Nuevo Mundo—IV. Puso Aristóteles inhabitables estas tierras, por estar debajo

de la Tórrida zona, á quien siguieron los más de los doctores.

EL REY, Presidente y Oidores de la nuestra Audiencia Eeal, que reside en la ciudad

de Santafé, del Nuevo Reino de Granada: Sabed que deseando que la memoria de

los hechos y cosas acaecidas en estas partes se conserve, y que en el nuestro Consejo de

las Indias haya la noticia que debe haber de ellas y de las otras cosas de esas partes, que

son dignas de saberse; hemos proveído persona á cuyo cargo sea recopilarlas y hacer

historia de ellas: por lo cual os encargamos, que con diligencia os hagáis luego informar de

cualesquier personas, así legas como religiosas, que en el distrito de esa Audiencia hubiere

escrito ó recopilado, ó tuviere en su poder alguna historia, comentarios ó relaciones de

alguno de los descubrimientos, conquistas, entradas, guerras ó facciones de paz ó de guerra,

que en esas Provincias ó en parte de ellas hubiere habido desde su descubrimiento hasta

los tiempos presentes. Y asimismo de la religión, gobierno, ritos y costumbres que los Indios

han tenido y tienen, y de la descripción de la tierra, naturaleza y calidades de las cosas de

ella, haciendo asimismo buscar lo susodicho ó algo de ello en los archivos, oficios y escrito-

rios de los Escribanos de gobernación y otras partes adonde pueda estar, y lo que se hallare

originalmente si ser pudiere, y si no la copia de ello, daréis orden como se nos envíe en la

primera ocasión de flota ó navios que para estos Reinos vengan. Y si para cumplir lo que

vos mandamos fuere necesario hacer algún gasto, mandareislo pagar de gastos de justicia, en

lo cual vos encargamos entendáis con mucha diligencia y cuidado, y de lo que en ello hi-

ciereis nos daréis aviso.

Fecha en San Lorenzo el Real, á diez y seis de Agosto de mil y quinientos y seten-

ta y dos años.

YO EL REY’.

Por mandado de 6u Majestad,

ANTONIO DE ERAZO.

2

FRAY PEDRO SIMON.

(CAP. I.)

Quise dar principio á la Historia con esta Cédula Real, para que antes que otra

cosa se vea lo que se conforman mis deseos con los de su Majestad, pues en esto cumplo

los suyos, que por haberse retardado de poner en ejecución desde dos años antes que yo

naciera, era razón tuvieran ya su efecto. Servirá también de que se conozca por e>te camino

la importancia que tenga el escribirla, demás de las razones dadas en el prólogo, pues

pone tanto cuidado el Rey en que se sepan los descubrimientos y hechos valerosos que han

emprendido sus vasallos por su mandado y cuánto ha trabajado por ensanchar los térmi-

nos de la Santa Iglesia Romana, contra lo que procuran los pérfidos herejes ensangostarle

su jurisdicción hasta si pudiesen destruirla.

La distancia de más de seiscientas leguas que hay desde la Isla de la Trinidad y

bocas del Drago hasta la de Urabá y rio del Darien, que corren Leste ó Este bebe las

aguas saladas del mar del Norte. La tierra que ha tornado por asunto mi Historia, no de-

seando en ella (sábelo el Cielo) que salga mi nombre á plaza (pues le va mejor en su

rincón) sino los hechos valerosos de tantos y tan valientes capitanes y soldados españoles,

cómo la descubrieron y conquistaron, solicitándome á esto desde que eutré en estas Indias

el dolor que siempre he tenido de que se fuesen sepultando en la tierra, del olvido, como

lo han estado los más y mejores hechos más ha de cien años, sin haber habido quien los

haya sacado al Sol, para que volviéndose á calentar del invierno del descuido, den calor á

los ánimos de otros, para emprender otros tales y mayores hechos: pero al primer umbral

de la entrada de esta obra consideré que de los muchos y graves autores que han escrito

particulares y generales historias de estas Indias Occidentales, pocos ha habido que no

hayan tocado en los principios de ellas el nombre y origen do sus moradores, porque les

ha parecido no entrar por la puerta á tratar de las ovejas que han entrado de este Nuevo

Mundo en el redil y amparo de la Iglesia Romana, si no se trata primero de los principios

que tuvieron, habiendo hecho esto cada uno con diferente estilo, según la capacidad de sus

ingenios, les ha administrado materia y razdnes para sacar á luz sus intentos; porque como

todo eso haya de venir á pararen razón, por no haber escrituras entre los Indios que sean

de fundamento fijo, ni entre los autores de otras Naciones, que con evidencia los digan,

sobre que se pueda con fundamento hablar de las cosas y principios de estos Indios, la

razón que más bien probaren sacada de los efectos que hemos visto (que llama el Lógico

á posteriori) será la que más valga.

Y así habiendo dado muchos y graves hombres muchas y muy graves (si bien con algu-

nos fundamentos ciegos de autores antiguos), guiadas todas por la mayor parte por el discur-

so natural, como se podrán ver en sus libros, de que no quiero llenar este nuestro, querien-

do los postreros que van escribiendo que las áuyas sean superiores y se suban (como dicen)

sobre los hombros de las de los primeros de quien por ventura toman.n luz para ellas; y no

pareciéndome mal este modo, por ser el que hace se vaya descubriendo la verdad que se

pretende, determiné seguirlo, porque á lo menos no erraré en imitando modo aprobado por

tantos, procurando si pudiere adelantar un paso la piedra, no al paso de mis deseos, por ser

más valientes que fuerzas del ingenio.

Empleándolo pues (tal cual es) en dar ya manos á la obra (para ir en ella con más

claridad), trataré primero del nombre que de la cosa, por ser éste el modo que usa el lógico

primero, definiendo el término significante que la cosa significada por él. Son los nombres

de estas tierras (como los de las demás) universales y particulares; de éstos irá tratando la

Historia cuando vaya llegando á cada particular provincia, y así ahora solo nos detendre-

mos en los universales que se les han puesto después que se descubrieron, para significar-

las á todas con un nombre, porque quedando esto declarado, podrá después caminar la

Historia sin los estropiezos que forzoso habia de tener, si no quedaran quitados con la de-

claración de estos nombres universales y de otras cosas que á vueltas de esto tendrán luz, y así

digo, que cuando los españoles descubrieron estas ludias, no pudieron rastrear que tuviesen

nombre universal que las significase á todas, como lo tiene España, Francia y otras. Y la

razón era porque los Indios no se alargaban á andar muchas provincias por sus cortos

tratos y andar siempre á pié, como después diremos, y así solo se contentaban con tenerle

puesto nombre particular á su provincia, y cuándo más se alargaban era á saber los nom-

bres de las de sus vecinos, que cercaban las suyas. Y aun habia y hay algunas Naciones

metidas en algunos valles con tan cortas noticias de otras gentes, que entendían no las

habia en el mundo sino solos ellos. Bien es verdad que los Isleños de Cuba y la Españo-

rjKOTfCfAS«HISTORIALES O CONQUISTAS DE 1IERUAKIRME.

para significar la Tierra firme que estaba enfrente de ellos al

le llaStciOati ÍJfltJeque, como dice Herrera, y los Indios de Nueva España á la suya

Anahuac, como dice Torquemada: pero estos nombres no eran universales para todo ni

para todas las tierras que se descubrieron y se van descubriendo, y así fué necesario se les

pusiera nombre universal, como de hecho se hizo, no solo poniéndole uno sino tres.

El primero fué llamarles Nuevo Mundo, y llamáronle así no porque estas tierras

estén fuera de globo y esfera de donde están las demás, con otro centro, otros cielos y ele-

mentos, pues todo lo descubierto en ellas es una parte de todo el universo que se compren-

de debajo de los mismos cielos y en orden á un mismo centro y polos que lo demás del

mundo; pero llamáronle asi de común consentimiento de todos, por otras mil razones que

concurren, de que pondremos dos ó tres. La primera, porque no solo no se tuvieron noticias

ciertas antes que se descubrieran, de que estas tierras estuviesen aquí en esta parte del mundo

con gente; pero antes fué de parecer Aristóteles y los que le siguieron, que era imposible

poderlas habitir animales, por el mucho calor que imaginaban habia en ellas, por la mu-

cha vecindad del sol y enviar sus rayos perpendiculares.

No se me ha olvidado lo que dice Séneca á los fines de su Medea, acto segundo, que

en algún tiempo se dejará navegar el Océano y dará entrada á otros mundos nuevos. Y

bien me acuerdo que refiere Escoto á Alejandro Dealés y á Alberto Magno, acerca del sitio

del paraíso terrenal, donde pecaron nuestros primeros padres, que fueron de parecer estaba

plantado en una tierra tan alta, que llegaba al globo de la luna debajo do la línea equinoc-

cial. Y no es de menor advertencia el parecer de San Ambrosio en su Exameron, donde dice:

Paradisus est in Oriente pertingens usqae ad lunarem circulum. De los cuales pareceres se

sigue necesariamente haberlos tenido estos graves autores de dos cosas. La una, que no

hay elemento puro de fuego, como los hay de tierra, aguas y aire, porque si lo hay, está

sobre el del aire, contiguo al orbe de la luna; y siendo así, que dentro del elemento del

fuego no puede conservar su vida ningún viviente, que decir que la Salamandria se con-

serva mucho tiempo en el fuego, más es fábula que otra cosa, si bien puede ser posible por

su mucha frialdad se conserve algún tiempo.

Poniendo pues estos autores inmediato al cóncavo orbe de la luna el paraíso terrenal,

donde habían de vivir tantos animales con los hombres, pues se hizo para eso, es necesaria

consecuencia que no poneu este elemento del fuego puro como los otros tres, y no pienso

dijeron mal en esto, como si fuera de nuestra Historia el probarlo y el miedo de alargar-

nos mucho no nos atajara los pasos, nos fuera fácil con la opinión y arrimo de otros graves

autores que sintieron lo mismo, diciendo: que-el fuego que entra en la composición de los

mixtos está difundido por ellos y no puro en alguna parte: pero en ésta, nuestro intento

no nos da lugar á más, por no sernos tan á propósito como lo segundo que se infiere de

sus pareceres, que es que el lugar que corresponde en la tierra á la línea equinoccial, es

habitable de hombres, y los demás animales, si estaba situado debajo de ella el paraíso,

donde habían de vivir todos, las cuales opiniones contradice todo el torrente de los doctores,

como lo hace Escoto en el lugar citado, por ir contra lo doctrina del filósofo, que la dejó

por asentada, ser imposible poder habitar naturalmente los animales, no solo debajo la

línea equinoccial, pero ni aun en toda la latitud de la tierra, que corresponde dentro de los

dos trópicos de Cancro y Capricornio, que llaman Tórrida zona, que tiene de latitud

cuarenta y siete grados, veinte y tres y medio al un polo, y otros tantos al otro de la equi-

noccial.

Esta doctrina fué tan admitida de todos los filósofos y doctores, que hubo después

de él, en especial de San Agustín, libro diez y seis de la ciudad de Dios, capítulo nueve,

que tuvo por menor inconveniente negar que habia Antípodas, que conceder contra esta

doctrina de Aristóteles que se podia habitar ó atravesar la tierra que corresponde á la

Tórrida zona, para poder habitar en lugar opuesto, como ha de ser el del Antípoda,

aunque también ponia esta dificultad el santo en la que hallaba, para poderse navegar el

mar Océano.

4

FRAY PEDRO SIMON.

(CAP. II.)

CAPÍTULO JL

I,—Pruébase cómo Aristóteles faltó en filosofar sobre la habitación de las tierras de la Tórrida zona.

—II. Prosigúese en lo mismo—III. Hombres de diversas naturalezas y formas que se han halla-

do en estas nuestras tierras—IV. Entre ellos se han bailado pigmeos.

PERO haber sido engaño éste con otros muchos que tuvo Aristóteles, bien lo dice la ex-

periencia de verlo habitado, y el fundamento de este error siempre he imaginado fué

el no haber cargado el entendimiento en filosofar acerca de esto, como lo cargó en otras

cosas, y así fué falta de filosofía, pues por ella pudiera sacar ser estas tierras de la Tórrida

zona habitables como las demás, si no se quisiera quedar con aquella flaca razón que dicen

no serlo por la cercanía del Sol, y porque envía allí sus rayos perpendiculares, lo cual no

es razón que concluye su conclusión: pues cuando el Sol toca y está cerca del Trópico de

Cancro, que es á veinte y uno de Junio, la misma fuerza tiene con sus rayos sobre los que

habitan debajo aquel Trópico, que sobre los que habitan debajo la línea equinoccial cuan-

do está en ella, y de la misma suerte les irá calentando más ó menos, según que más ó

menos estuvieren apartados los vivientes hacia la parte del Norte de este Trópico cuando

toca en él, como á los que más ó menos estuvieren apartados de la equinoccial cuando

está en ella. Luego si pueden vivir los que habitan en la zona templada desde el Trópico

de Cancro, cuando el sol toca en él, hasta los que están apartados veinte y tres grados y

medio de latitud, también podrán vivir los que habitan en la Tórrida, cuando el Sol está

en la línea equinoccial y en todos aquellos veinte y tres grados y medio que toma de lati-

tud hacia el mismo Trópico de Cancro, pues no hay razón porque vivan losunos y no los otros

y lo mismo dije del otro Trópico de Capricornio. Lemas de esto, por qué les hemos de privar

de poder vivir cuando el Sol anda junto aun Trópico álos que habitan junto al otro, pues el

uno está apartado del otro cuarenta y siete grados de latitud; pues los que están debajo de

los Trópicos y en un grado solo apartados del Sol y de los Trópicos en las zonas templa-

das, viven, según la opinión del filósofo que dice: Que es toda la zona templada habitable

como lo vemos. Todo lo cual pudo sacar Aristóteles por buen discurso si cargara el pensa-

miento y no se acortara el filosofar sobre ello.

Otra razón se puede llegar á ésta, y es, que por la variedad que hay de las noches y

los dias en la zona templada, causada del apartarse ó llegarle el Sol á ellas, pudiera Aris-

tóteles conjeturar que donde no se les aparta tanto sino regularmente á un lado y á otro

como es en la Tórrida zona, habían de ser iguales los dias y las noches, como en realidad

lo son, sin diferenciarse sino en muy poco; en especial de los que habitan debajo y cerca de la

línea, y que si el Sol en el (lia calienta mucho con su presencia, la noche ha de enfriar con

su ausencia y no son los cuerpos mixtos de los animales tan de manteca que los haya de de-

rretir el calor del dia por el mucho sol, en particular teniendo otra tanta noche que los

puede refrescar. También pudieran considerar los filósofos que negaron esta habitación de

la Tórrida, que las tierras que están debajo de ella habian de ser como las que ellos cono-

cían, altas y bajas, valles y cerros, y que podia haber algunos tan altos y encumbrados

como ellos decían del monte Olimpo, del cual afirma Solino que por estar tan alto que

penetraba sobre la media región del aire, no llovía sobre él, ni habia vientos, de tal manera

que cuando los filósofos subían á su cumbre para mirar mejor desde allí las estrellas, por

estar más limpio el aire y sin impedimento para poderlas contemplar, llevaban muchas es-

ponjas llenas de agua y exprimiéndolas sobre la tierra la humedecían, para que desde allí

levantase el sol vapores y encrasase el aire para poder ellos estar allí y no morir por su su-

tileza, porque el aire sutil mata por lo mucho que penetra, como se ve en el Perú, en el

páramo ó cordillera de Pariacaca, que según dice el padre Acosta. la tiene por la tierra más

alta del mundo, por lo mucho que se sube á él. De donde viene á ser tan sutil el aire por

estar sin grosedad de exhalaciones que le vate el sol, que no solo lc\ hombres no pueden vi-

vir en él, pero ni aun los brutos.

Pues al modo de este monte pudieran conjeturar los antiguos en buena y llana filo-

sofía, que habría por estas tierras otros (como en realidad de verdad los hay) que aunque

no sean tan altos como el Olimpo, lo son á lo menos, que se entran con sus cumbres,

rompiendo la media región del aire, donde dice el mismo filósofo en los Meteoros: Se en-

gendran las impresiones meteorológicas, nieves, granizos y otras cosas, como se ve en los

(CAP. II.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TI ERRAFIRME.

5

cerros de Santa Marta, el de Cartago y Mérida, que están dentro de este Nuevo Reino y

otros muchos que hay por estas partes, no solo dentro de la Tórrida zona, pero muy cerca

y aun debajo de la línea equinoccial, que por allegar sus cumbres hasta la media región

del aire, están toda la vida cargados de envejecida nieve, sin descubrirse jamás ; de donde

se siguen los intolerables fríos que tiene su pais, hasta que como se va bajando de su altu-

ra, se va mejorando la templanza del aire pasándose por un medio templadísimo, hasta los

valles donde están sentados, que ya son muy grandes los calores.

Luego bien se pudo sacar en buena y llana filosofía, que era esta tierra habitable,

ya que no en las tierras demasiado calientes, á lo menos las que estaban en el medio de estos

dos extremos, que por fuerza habían de ser templadas como lo son por participar de ambos,

que fué la razón que dio el mismo Aristóteles cuando dijo que solo se podían habitar las

dos zonas templadas que están entre la Tórrida y las dos frias de los polos. Todo esto nos

ha enseñado la experiencia contra la doctrina de Aristóteles y los demás filósofos y teólo-

gos que le siguieron, y así hallar habitables estas tierras, fué novedad tal que por ellas se

pudieron llamar Nuevo Mundo.

La otra razón se puede tomar de haber hallado cosas tan nuevas en ella que en las

menos conforma con las que hay en Europa, Asia y África; así en las composturas natu-

rales de los hombres y sus costumbres, como en las demás cosas, porque en cuanto á lo

natural se han hallado hombres de varias y peregrinas composturas, como son las que cuenta

«1 Padre fray Antonio Daza en la cuarta parte de nuestra Corónica (pues» allí las escribió

hombre tan docto y diligente escudriñador de verdades, tendría muy bien averiguadas las

de éstos) que hay unos hombres que se llaman Tutanuchas, que quiere decir oreja, hacia la

Provincia de California, que tienen las orejas tan largas que les arrastran hasta el suelo y

que debajo de uní de ellas caben cinco ó seis hombres. Y otra Provincia junto á ésta que

le llaman la de Honopueva, cuya gente vive á las riberas de un gran lago, cuyo dormir es

debajo del agua. Y que otra Nación su vecina llamada Jamocohuicha, que por no tener via

■ordinaria para expeler los excrementos del cuerpo, se sustentan con oler flores, frutas y

yerbas, que guisan solo para esto. Y lo mismo refiere Gregorio García de ciertos Indios de

una Provincia de las del Perú, y que de camino llevan flores y frutas para oler, por ser éste

el matalotage de su sustento, como el de las demás comidas; y que en oliendo malos olores

mueren. Y no es dificultoso creer que se sustentan con oler, pues que el olor va siempre

oon alguna sutil sustancia que sale de la cosa olorosa, como se ve en la manzana, que en ha-

biendo días que huele se le hacen arrugas, porque le falta la sustancia que fué con el olor;

■el cual por ser accidente no puede pasar de un sujeto á otro por sí solo naturalmente, si no

va con alguna sustancia, y ésta les puede sustentar. Y Leonardo en su historia de Ternate,

refiere: Que Pedro Sarmiento de Gamboa, andando reconociendo el estrecho de Magallanes,

le salieron en exento paraje, donde surgió con su nave una compañía de gigantes, hombres

de más de tres varas de alto, y tan en proporción de cuerpo y fuerzas que fueron menester

las de diez de los nuestros para prender uno, según era de valiente, aunque al fin lo hu-

bieron de las manos y lo metieron en el navio para llevarlo á España. Y en una entrada

que el año de mil quinientos y sesenta hizo desde la ciudad del Cuzco ó de la Plata el capitán

Juan Alvarez Maldonado, con orden del Presidente de aquella Audiencia y buena copia de

soldados, para descubrir nuevas tierras y hacer nuevas conquistas, la tierra adentro á pocos

dias de como pasaren los Andes en demanda de sus intentos, se encontraron bien fuera de

ellos con dos Pigmeos, macho y hembra, no más altos que de un codo; de los cuales la

hembra (que debia de ser más ligera) comenzó á huir con la velocidad que le dieron fuerzas

sus flacos miembros y pasos, los cuales le atajó un soldado hiriéndola con una bala y hacién-

dola caer en tierra, de que murió pensando que era otra cosa, quedando todos apesarados del

hecho cuando hubieron cogido á su compañero y llegado á ella antes que muriera, visto que

eran personas y aunque tan pequeñas, bien compuestas en su proporción y pequenez de esta-

tura de que quedaron todos admirados, no pudieron negar ambos las acciones humanas. Ella,

antes que espirara, quejándose á lo humano, y dando muestras de temer la muerte y

tapándose los ojos por no ver al que la hirió, que se allegó el primero; y el Pigmeo en

melancolizarse de ver muerta su compañera y su persona entre gentes extrañas. Pasó esto

tan adelante, que deseando los nuestros conservarle la vida con regalos y buenos trata-

mientos para poderle enviar á la ciudad del Cuzco, por cosa tan peregrina, lo fué más su

melancolía, pues puso término 4 su vida dentro de seis dias.

6

FRAY PEDRO SIMON.

(CAP. III.)

CAPÍTULO III.

I—Hállanse gigantes en las Provincias del Perú—II. Hánse hallado también sepulcros y huesos

de gigantes.

Pasaron los soldados siguiendo su jornada un rio abajo llamado el Magno, por

serlo de aguas por donde habiendo caminado hasta doscientas leguas, surgierou en una

playa de donde después de haber estado un dia, salió Diego de Rojas por escuadra de una

tropa de buenos y animosos soldados entre los cuales se contaba un Melchor de Barros,

bien conocido en este Reino, que fué el que dio esta relación, como el que tuvo á sus ojos

el caso que les sucedió á pocos pasos de como se apartaron de los compañeros. Porque

llegando á un buen pais, de tierra tan bien dispuesta, que tenia unos árboles raros en sus

distancias y grandeza, pues la de su altura era igual con el tiro de una saeta despedida de

un buen brazo, y la grosedad del tronco tal, que seis hombres asidos de las manos apenas le

podian ceñir. Caminando, pues, entre estos disformes y monstruosos árboles hallaron echado

á la sombra de uno un hombre más monstruoso en su especie que ellos lo eran en la suya, pues

era de más de cinco varas de alto y en correspondencia todos los miembros, solo el hocico

y dientes tenia largos y muy salidos, con lo que lo hacian más feo de lo que era en miembros

tan extraordinarios como lo era también en ambos sexos, porque era herraafrodita, cubierto

de un bello algo pardo, corto y raro todo el cuerpo. Tenia en la mano un bastón tan grueso

y alto como una entena de un mediano navio, que lo manejaba como si fuera una caña, todo

tan correspondiente que parecía se habían criado aquellos árboles para dar sombra á

aquellos hombres y los hombres para que la ocuparan.

A éste vieron los soldados de la retaguardia, cuando ya su caudillo (que iba sobre-

saliente) iba acercándose á él sin haberlo visto, y cuando advirtieron que iba desplegando

piernas y mostrando aquella eminente corpulencia, cargada sobre su ñudoso bastón y no

lejos del Diego de Rojas, le dieron voces, guarda, guarda el monstruo, y haciendo y di-

ciendo por lo que podía suceder, dispararon todos á una sus arcabuces al salvaje, y como

el terrero era corpulento y los tiradores diestros, ninguno le dejó de ayudar á que diera

con su cuerpo en tierra, lo cual dicen que hizo sentimiento como si cayera un gran peñas-

co. De donde porfiaba á levantarse, hasta que acudiéndole con otros tiros, rindió la vida,

quedando aquella máquina del cuerpo para que pudiesen los soldados llegar y ver despa-

cio lo que hemos dicho de él. Despacharon luego un soldado á la ligera á dar cuenta del

suceso al capitán Maldonado; y pareciéndoles ser acertado volver todos á tratar con él el

caso y lo que se habia de hacer acerca de pasar adelante por si acaso había otros monstruos

compañeros del muerto. Hiciéronlo asi y llegaron todos juntos á donde estaban sus compa-

ñeros, y el capitán (el cual determinando de ir á ver el cuerpo monstruoso con treinta y dos

compañeros arcabuceros) llegó á donde le habían dejado muerto y no hallaron más que los

restrivaderos que habia hecho en la tierra con las ansias de la muerte; pero tan grandes

que daban claras muestras de cuanto lo era su cuerpo, al cual habían ya llevado de allí sus

compañeros, según pareció por los rastros que siguieron un buen trecho, hasta que oyeron

hacia lo alto de la tierra una tan grande vocería y algazara que parecía temblaban las lade-

ras. Por lo cual el Juan Alvarez Maldonado, no pareciéndole pasar adelante, les dijo á sus

soldados que él no venia á conquistar monstruos sino á tratar con gente que le entendiera,

y que seria bien volverse en paz á buscar otra gente de su talle y modo, pues aquella que

le contaban excedía tanto el ordinario de la naturaleza. La de sus soldados era de tan bue-

nos brios, que le persuadían á que siguiesen la aventura que se les habia ofrecido de con-

quistar aquellos gigantes; pero venció la cordura del capitán á la temeridad de los deseos

de sus soldados; y así, levantando el Real, pasaron á conquistar otras tierras.

En las de Méjico, y no más lejos de la ciudad que cuatro leguas, abriendo unas

zanjas para los cimientos de una casa de campo que hicieron los padres de la compañía lla-

mada de Jesús del Monte,se hallaron unos sepulcros y en ellos huesos de hombres tan gran-

des, que todos juzgaron ser de gigantes, porque excedían dos veces ia. grandeza de los hom-

bres de ahora, y que una muela que sacaron era como un puño. Afirma el padre Acosta

que la vio el año de 1586. Y lo mismo dice el padre Torquemada se han hallado en mu-

chas partes de la Nueva España; y una muela de un hombre que pesaba dos libras, aun-

que esto pudo ser estuviesen allí desde antes del diluvio, de que después trataremos. Estas

y otras novedades se han hallado en estas tierras, en cuanto á la natural compostura de los

hombres, por donde se puede con razón decir Nuevo Mundo.’

(CAf. IV.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERR AFIRME.

7

CAPÍTULO IV.

I—Pénense las condiciones más comunes de los indios—II. Varias costumbres de indios en diversas

tierras, en especial de los Pijaos—III. Diferencia en todas las plantas, aves y tiempos, respecto

de las de nuestra Europa—IV. La misma variedad se halla en las mieses y frutas.

Cuanto á las costumbres de los que lo habitan, no son menores las novedades, como

se ven recopiladas en un memorial quo presentó al Emperador el año de mil quinientos

veinte y cinco el Padre Fray Tomas Ortiz, de la Orden de nuestro gran Padre Santo Do-

mingo, primer Obispo, que después fué de Santa Marta, en que refiere las condiciones de los

indios de este Nuevo Mundo, como quien también las tenia conocidas por experiencia en la

Nueva España y esta Tierrafirme, donde estuvo mucho tiempo, las cnales pone diciendo:

Que era una gente que comia carne humana, que eran fométicos más que generación algu-

na y que ninguna justicia habia entre ellos; que andaban desnudos y no tenían vergüenza:

eran como asnos, abobados, alocados é insensatos, y que no tenían en nada matarse ni matar,

ni guardarían verdad si no era en su provecho; eran inconstantes, no sabian qué cosa eran

consejos, ingratísimos y amigos de novedades, que se preciaban de borrachos y tenían vino

de diversas frutas, raices y granos; emborrachábanse con humos y con ciertas yerbas que

los sacaban de su juicio. Eran bestiales en los vicios: ninguna obediencia ni cortesía te-

nían mozos á viejos, ni hijos á padres, que no eran capaces de doctrina ni castigo. Eran

traidores, crueles y vengativos, enemiguísimos de religión y que nunca perdonaban. Eran

haraganes, ladrones, mentirosos, de juicios bajos y apocados; no guardaban fe, ni orden,

ni guardaban lealtad maridos á mujeres ni mujeres á maridos. Eran hechiceros, agoreros y

nigrománticos. Que eran cobardes como liebres, sucios como puercos: comían piojos, ara-

ñas y gusanos crudos doquiera que los hallaban. No tenían arte ni maña de hombres; y que

cuando se olvidaban de las cosas de la fe que aprendían, decían que aquellas eran cosas

para Castilla y no para ellos, y que no tenían ganas de mudar de costumbres ni dioses: no

tenían barbas, y si algunas les nacían, se las arrancaban. Que con los enferm’os no usaban

piedad ninguna, y aunque eran vecinos y parientes, los desamparaban al tiempo de la

muerte ó los llevaban á los montes á morir con sendos pocos de pan y agua. Cuanto más

crecían se hacían peores: hasta diez ó doce años parecia que habían de salir con alguna

crianza y virtud, y de allí en adelante se volvían como brutos animales, y en fin, dijo que

nunca crió Dios gente más cocida en vicios y bestialidades sin mezcla de bondad ó policía,

y que se juzgase para qué podían ser capaces hombres de tan malas mañas y partes; y que

los que los habían tratado, aquello habían conocido por experiencia.

Todas estas cosas, es cosa cierta se hallan en común en todos estos indios, como lo

tenemos bien experimentado en el trato que hemos tenido con ellos, sino otros particula-

res y peregrinos vicios, que en particulares Provincias se han hallado, como en las de los

Pijaos, los cuales, entre las demás abominaciones que tienen ó tenían (porque ya hay po-

cos ó niuguno), era una, que en señalándose uno con valentía en la guerra ó en otra ocasión,

le mataban con grande gusto del valiente y lo hacían pedazos y daban uno á comer á cada

uno de los demás indios, con que decían se hacían valientes como aquél lo era. Esta cos-

tumbre estaba tan introducida entre ellos, que para motejar á uno de liojo y de poco valor,

le baldonaban diciendo: que nunca á él lo matarían para que comiesen otros sus carnes y

se hicieran con ellas valientes. De las demás costumbres, nuevas, peregrinas y abominables,

irá tocando la historia en sus lugares, aunque la verdad es que hallar á estos indios con

estas depravadas y ásperas costumbres, fué como hallar las piedras preciosas en sus minera-

les y vetas que están ásperas y, como dicen, brutas y sin pulimento y así inútiles para el

engaste rico y estimado, hasta que se les quita aquella aspereza y brutalidad con el esmeril en

la rueda del lapidario, pues así puestos estos hombres en la rueda de la ley de Dios y luz

del Evangelio (que así le llamó David) quedan desbastados de estas brutalidades y se des-

cubre el buen entendimiento de algunos, que estaba escondido entre aquellas toscas

conchas.

Puédese llamar también Mundo Nuevo, porque en todas las demás cosas está lleno

de novedades. Las aves son nuevas y peregrinas de las de nuestra Europa, pues solo el

águila, gabilan, lechuza, tórtola, garzas, murciélagos y algunos de cetrería son las mismas

8

l-UAT PE0KG SIMÓN.

(CAP. V.

do las quo conocíamos y las demás son nuevas, porque aun basta las palomas, gorriones,

vencejos, aviones y golondrinas, tienen mucha diferencia de las nuestras. De los animales

solo el venado, tigres y osos, nutrias, leones, zorros, son como los nuestros. Lo demás es

nuevo délos árboles, fuera del nogal, encina, roble y en algunas partes pinos, cedros y ali-

sos, zarzas de moras, no hay otros de nuestros conocidos, con ser infinitos los que hay. Las

frutas ninguna conviene en nada con las nuestras. Las yerbas fuera de cuatro ó seis, como

son la berbena, la malva, el llantén, la romaza y algunas otras dos ó tres, son muy extraña»

todas á las de nuestra Europa. Las flores no faltan todo el año, de suerte que la pascua de

Navidad se adornan y engalanan los altares con hermosos ramilletes de azucenas y clavelli-

nas, alelíes y otras mil hermosísimas flores gayombas ó retamas. Las raices usuales no son

de menos diferencia que las que nosotros usamos. Los tiempos andan al contrario de los

nuestros, porque hay dos inviernos y dos veranos. El invierno comienza desde la menguan-

te de Marzo, cuando comienza el sol á descubrir su rostro por encima de la línea equinoc-

cial á nuestro hemisferio, y dura hasta principio de Junio, y el otro desde principio de Octu-

bre hasta todo el de Diciembre.

Los veranos son los intermedios de éstos y así las mieses que se dan de las semillas

de Castilla, aunque tienen alguna orden en su sazón y cosecha, no están del todo que no

suceda muchas veces estar cegando una haza de trigo y junto á ella estar otro„ naciendo,

otro en verza, otro en flor y otro granando; lo que también sucede á los árboles que se han

traído de Castilla, pues jamás pierden la hoja, flor ni fruto, que poco que mucho por Fe-

brero tenemos muy buenos higos verdes, membrillos, melones y manzanas. Tuve yo en mi

celda la Pascua de Navidad duraznos y melones recien cogidos de sus árboles y matas. Da

suerte que todo administra materia y ocasión para que estas tierras se llamen con funda-

mento Nuevo Mundo.

CAPÍTULO V.

I. Nombre segundo universal de estas tierras, que es llamarles Indias—II. Y por qué razón se llaman

Indias Occidentales, á diferencia de la Oriental—III. Pretenden los Reyes de Portugal ser de

BU jurisdicción estas Indias Occidentales y compónense las diferencias—IV. Echase la línea de

la demarcación, con que se parte el mundo para la conquista de las dos coronas.

EL segundo nombre universal es Indias Occidentales, el cual lenguaje ha corrido entre

todas muy desde sus principios y nuevo descubrimiento, sin haber más fundamento

para darle este nombre, que el arbitrio que tomó el Almirante don Cristóbal Colon luego

que las descubrió, para engolosinar al mundo con este nombre, especialmente á los grandes

príncipes, con quien trataba sus descubrimientos y en cuyo favor fundaba los buenos su-

cesos de ellos, porque le pareció autorizar con este nombre estas tierras que iba descubrien-

do, como lo estaba la India Oriental, con la fama de sus grandes riquezas; porque aunque

es verdad que cuando el Almirante descubrió estas tierras, no estaba aún descubierta por

la Corona de Portugal la India Oriental, con todo esto su nombre y fama por su expecie-

ría y las demás riquezas estaba extendido por todo el mundo, porque las sacaban de ella y

metian por el Seno Pérsico y mar Bermejo, hasta los puertos que tenían señalados y desde

ellos las transportaban los turcos con carabanas (que sin harrias ó recuas de camellos ó dro-

medarios) á Alejandría, Jafa y otras partes del mar Mediterráneo, por donde iban á parar

á Venecia, Italia, España y otras tierras y por donde venia á hacerse tan famosa aquella

India, pues para que lo fueran también estas tierras, en quien luego se comenzaron á ha-

llar buenas minas de oro, plata, perlas, drogas y cosas aromáticas, diferentes de las de

nuestro hemisferio, con que podia competir en riqueza con la otra India Oriental, le pare-

ció ponerle este nombre con que daba reputación á su empresa y no le salió en vano la

diligencia, pues se imprimió tanto el nombre en las orejas de todos, como el deseo de sus

riquezas en los corazones, con que los descubrimientos han ido siempre tan á más y de

ellos también el nombre, que llamándose al principio India cuando no estaba descubierta

de ella más que las pocas islas que al principio se descubrieron y las costas de Tierrafirme

y parte de lo de Nueva España, después se llamaron Indias, cuando alo descubierto se

añadieron aquellos grandes descubrimientos y riquezas del Perú, aunque todavía hallo que

antes de esto las nombraban Indias en plural los Reyes católicos, como se ve en la carta

(CAP. V.)

NOTICIAS niSTOEIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

9

de creencia que dieron á su repostero Juan Aguado cuando le enviaron á ellas á averiguar

unas quejas que habían ido á Castilla contra don Cristóbal Colon. De lo dicho viene que

los indios de estas tierras no saben ni entienden qué quiere decir indio, por no haberlo

oido decir en sus tierras á sus mayores, sino que así se nombran ellos unos á* otros, con la

simpleza que lo aprenden y ven que los nombran los españoles, sin más descubrir sobre

ello cuando mucho entienden, que indio quiere decir sujeto observiente del español, como

ellos lo son, sin meterse en mas dificultades.

Supuesta esta razón, que es la principal por qué llamaron ludias á estas tierras, el

llamarse Occidentales no fué (á lo menos á los principios) para diferenciarlas de la India

Oriental; pues aunque ella se pudo llamar Oriental, por estar á las partes de Oriente, res-

pecto de Persia, Arabia, Palestina y el mar Mediterráneo é Italia, donde fueron á parar

siempre sus contratos por donde habían frecuentado su nombre, con todo eso solo se nom-

braba con este solo nombre de ludia, porque no había en el mundo otra con quien se

pudiera equivocar ni confundir, tomando la denominación del famoso Rio Indo, que baja

de aquellas grandes tierras de Asia por aquella parte á pagar su tributo al mar: porque de

este rio se llaman aquellas tierras Indas, y sus moradores Indos; y después interpuesta

una letra, la tierra se llamó India y sus habitadores indios.

Ni tampoco se llamaron Occidentales, á diferencia de haberle llamado los portugue-

ses á ésta, cuando la descubrieron, Oriental, porque desde Lisboa fueron siempre navegando

al Oriente hasta que la hallaron: pues cuando se hizo este descubrimiento (como dijimos),

ya habia casi veinte años quo estaban descubiertas estas nuestras Indias Occidentales, por-

que cuando éstas se hallaron, solo estaba descubierto y conquistado por los portugueses,

hasta Caboverde, y cien leguas más adelante por aquella Costa de África: porque el in-

fante don Enrique, hijo del Rey don Juan el Primero de Portugal, en tiempo de su

padre descubrió, conquistó y pacificó las Islas de la Madera, la de los Azores y la de Cabo-

verde, y más adelante por la Costa de África alguna parte de ella. En la tierra de Guinea

después de algún tiempo, reinando don Duarte, y el Rey don Alonso el Quinto, se fué

prosiguiendo la conquista de aquella Costa de África, hasta que se descubrió la Isla que

llamaron del Príncipe y la de Santo Tome.

Estando en este estado esta conquista por la corona y Rey de Portugal, cuando lo

era don Juan el II, descubrió don Cristóbal Colon por la de Castilla la Isla de Santo Do-

mingo el año de 1492, y las demás sus vecinas: pero apenas se hubo sabido este descu-

brimiento, cuando el Rey don Juan pretendió pertenecerle á él lo descubierto y no á Casti-

lla, sobre lo cual hubo no pocas diferencias, hasta que con deseos de paz y de no perder

lo que pertenecía á su corona, nuestros Reyes católicos, por cuya orden y costa habia

hecho Colon el descubrimiento con intervención y Bulas del Pontífice, que era Alejandro

VI, de la Casa de Borja, compusieron y dieron asiento perpetuo á las diferencias en el año

de 1493, á veinte y tres de Junio, por. escritura pública hecha ante Hernando Alvarez

de Toledo, Secretario de los Reyes católicos, y ante Estovan Páez, Secretario del Rey de Por-

tugal, firmada de los Reyes católicos en Arévalo, á dos de Julio, y del Rey don Juan, en

Ebora, á veinte y siete de Febrero de mil y cuatrocientos y noventa y cuatro; el cual

concierto fué de esta manera: Que con poderes que tenían de sus Reyes para asentar y

concordar estas diferencias, don Enriq”ue Enriques, Mayordomo mayor del Rey católico,

y don Gutierre de Cárdenas, Comendador mayor de León, y el doctor Rodrigo Maldonado,

todos del Consejo del Rey católico, estando con sus Majestades en Tordesillas, á donde.

también vinieron por Embajadores con los mismos poderes del Rey de Portugal para lo

mismo, Ruidesola y Berenguel, don Juan de Sola, su hijo, Almotacén mayor, y el Licen-

ciado Arias de Almada, Juez del desembargo, todos también del Consejo del Rey don Juan,

trataron de dar fin y asiento á lo que ya habia dias se habia comenzado á practicar, que

era: Que pues el orbe ó globo déla habitación humana, que consta de mares y tierras,

tiene correspondencia con los grados de la esfera celeste, se dividiese por mitad entre los

dos Reyes, echando una línea imaginaria de polo á polo, la cual dividiese rodeando mar

y tierra todo el globo en dos partes. Después de haberlo practicado muchos dias, y oido

los Cosmógrafos diferentes que llamaron para el efecto, é intervinieron en muchas juntas

que se hicieron en siete de Junio del año de mil y cuatrocientos y noventa y tres, acordaron

que la línea omeridional de la demarcación se asentase como se asentó á trescientas y

sesenta leguas de Caboverde para la parte Occidente, no estando en esto (porque así con-

vino bien considerado) alo que las Bulas del Papa habían ordenado, que fué se eohase la

10

FRAY PEDRO SIMON.

(CAP. VI.)

línea á cien leguas solas de Caboverde á la parte de Occidente, y se determinó: Que la

línea tocase un cierto término y señal en la tierra en que cada una de las dos partes funda-

se su principio en sus descubrimientos.

Con la cual determinación se echó la línea, que vino á ser por las islas de los Azores ó

Flamencas, y fué pasando sobre la tierra del Brasil; de suerte que esta Tierrafirme, por

donde mira al África ó al Leste, vino á quedar dentro de la demarcación que lla-

mamos Oriental , porque la otra se llama Occidental. De las cuales dos mitades del mundo

así dividido, se determinó y asentó por el mismo concierto, perteneciese la Oriental á las

conquistas de la corona de Portugal, y la Occidental á las de Castilla y León, dejando

libre el paso de los mares para ambas conquistas: pero que ninguna pudiese enviar navios

para rescates, contrataciones ni descubrimientos á la parte que no fuese de su demarca-

ción. De manera que según esta partición, siendo toda la redondez y globo del mar y

tierra de trescientos y sesenta grados, cupo á cada una de estas dos partes ciento y ochenta

de longitud.

Los portugueses, como gente valerosa por no envidiar á sus vecinos los castellanos,

se dieron tan buena maña en pasar adelante la conquista y descubrimientos que tenían

comenzados en la costa de África y Guinea, que en poco tiempo descubrieron y montaron

(atropellando mil dificultades) aquel espantoso cabo de los antiguos, que ahora llaman de

Buena Esperanza, que es una punta que sale de la Tierrafirme de África quinientas le-

guas al mar Océano; y no cansándose sus codiciosos brios con lo que dejaban atrás

sujeto á la corona de su Rey, en tiempo que lo era don Manuel, pasaron muy adelante la

conquista, encomendando lo principal de ella á Vasco Gama, que con su valeroso ánimo y

el de los que después le sucedieron, fueron sujetando tantas y tan grandes tierras, que pasan-

do la boca del mar Bermejo y el golfo Ysico, extendieron sus armas hasta la Carmania, suje-

tando y haciendo sus tributarios á los Reyes de Cananor, Cuchin y Calicuth, á donde pusieron

asiento y plaza de su contratación y mercancía, y no quietándose allí sus ánimos, pasaron

penetrando hasta la Áurea, Chersoneso, orientalísima que está de la otra parte de los dos

famosos ríos Indo y Ganges, á donde también sujetaron á Malaca y á su Rey y otros Reinos

convecinos, que todo ello así junto se llama con nombre extendido la India Oriental, en

cuya conquista no fué lo que menos importó el atajar los pasos y cerrar la puerta á la

navegación que tenían los infieles por el mar Bermejo y Seno Pérsico, por donde llevaban

los turcos y otros infieles las grandes riquezas de la India, á los cuales también despojaron

de las plazas y fortalezas más importantes que tenían en aquellas Costas.

Hemos traído todo lo dicho para concluir el fundamento que tiene llamarles á estas

tierras Indias Occidentales, que fué por haberse determinado en el concierto que se hizo

entre las dos coronas de Portugal y Castilla, que á la de Castilla perteneciese esta parte

Occidental, y llamáronla Occidental, respecto de España, porque como advierte admirable-

mente Escoto, cualquiera parte del mundo es Oriente, respecto de otra parte que está

más á Poniente, y es Poniente respecto de otra que está más al Oriente; y así como España

está más al Oriente respecto de estas Indias, se llaman ellas de Occidente ú Occidentales;

así como la India de Portugal se llama Oriental también respecto de España. De tal manera

es esto, que los que salen para la India y Filipinas del puerto de Acapulco ó Sonsonate,

que es Costa de Nueva España, en el mar del Sur ó de cualquiera parte de la Costa del

Perú, pueden decir que van á la India Occidental, respecto de la navegación que van ha-

ciendo, pues dejan á sus espaldas y popas la Oriental, que son estas nuestras y van nave-

gando de Oriente á Poniente.

CAPÍTULO VI.

I. Tercer nomlbre universal de estas Indias es América, puesto sin fundamento por Américo

Bespucio—II. Hánse tomado alcuñas de linajes de las cosas naturales y artificiales—III.

Comiénzase á probar la poca razón que tuvo Américo en llamarles á íestas tierras América—IV.

De dónde se derivan y quién puso nombres á las tres partes del mundo, Asia, África y Europa.

EL nombre tercero universal de estas Indias es América, que se lo puso un Américo

Bespucio, natural (según algunos, Ligurio) del Gínobesado, aunque otros quieren que

haya sido Florentin, hombre ordinario y de no más prendas que ser Cosmógrafo de los de

aquellos primeros tiempos y descubrimientos de estas tierras, á donde vino la primera vez,

(CAP. VI.)

NOTICIAS IIISTOP.IALES Ó CONQUISTAS DE TI ERE AFIRME.

11

(como dice Herrera) por mercader cou el Capitán Alonso de Ojeda, natural de la ciudad

de Cuenca, después de haber venido ya á ellas el tercero viaje don Cristóbal Colon, el

cual descubrió la Tierrafirmc; de manera que á Colon se lo debe el descubrimiento de estas

Indias, no solo en cuanto á la isla de Santo Domingo y sus vecinos de Barlovento y

Sotavento, sino de la Tierrafirme; lo cual asentado por los más graves autores como

fundamento cierto, no hallo que lo tengan en llamarles Américo con este su nombre.

Acerca de esto será bien advertir que para poner ú las cosas nombres que les con-

vengan con propiedad, han de ser según algún fundamento y razón que preceda en la cosa

con que convenga el nombre, como hemos hallado en los dos que dejamos dichos de estas

tierras; ¡morque aunque el nombre sea puro ento de razón (como dice el Lógico) también ha

de tener fundamento en las cosas, y así como dijo el filósofo, Nomina sunt imposita rebus

secundum ¡woprietatem in ipsis repertam. Y por haber conocido Adán tau del todo las pro-

piedades de las cosas, le3 puso nombres tan acomodados á todas, que dice la Sagrada

Escritura que aquellos eran sus propios nombres, y en faltando esto será un nombre

arrojado, tope ó no tope, como dicen. En los nombres y alcuñas de muchos linajes de que

usan nuestros españoles, tenemos clara esta verdad, aunque advertida de pocos; pues si bien

son muchos de ellos tomados de cosas naturales y artificiales, ninguna deja do ser puesta

con propiedad que convenga á la cosa, por algún suceso ó razón que fué causa en sus prin-

cipios para que se le pusiera el tal nombre y alcuña; y así algunos se llaman con nombres

de reinos,como Españas, Castillas, Aragonés, Portugalés, Valencias, Granadas, Murcias, Ga-

llegos, Jeanes y Córdobas. Otros tienen nombres de ciudades, llamándose Sevillas, Toledos,

Madrides, Cuencas, Ubedas, Baezas, Andujares, Ecijas, Segovias, Salamancas, Alcalaes,

Avilas, &c. Otros toman nombres de las cosas de que hacen las ciudades, pue3 unos se llaman

Calles, otros Callejas, Plazas, Mercados, Torres, Castillos, Monasterios y Casas; y de estas

cosas hay quien tome sobrenombres de todas las cosas de que se hacen: como unos so

llaman Paredes, otros Tapias, Puertas, Salas, Palacios, Cámaras, Rincones, Tirantes,

Maderos, Tejas, Canales, Cuevas, Bóvedas, Corrales, Huertas, y aun de lo que se crian en

ellas hay quien tome sobrenombres, pues hay quien se llame Coles y aun Lechugas,

Rábanos y Pepinos.

No han perdonado para esto tampoco las partes de que el hombre se compone, pues

unos se llaman Huesos, otros Cabezas, Cabellos, Chamorros, Coronados. Calvos, Copetes,

Orejuelas, Cejas, Carrillos, Besos, Muelas, Quijadas, Barbas, Espinas, Barrigas, Piernas,

Patudos, Patones. -Y aun conozco yo unos hidalgos en Muía, que es en el Reino de Murcia

que se llaman Talones; otros so llaman Delgados, Gordones, Gordos, Secos, Blancos, Prie-

tos, Bermejos, Azules, Amarillos, Colorados, Buenos, Malos, Pardos. No se han olvidado

tampoco de tomar sobrenombres de los animales, pues unos se llaman Leones, otros Toros,

Bacas, Cabeza de Bacas, Novillos, Terneras, Becerros, Lobos, Lobones, Loberas, Carneros,

Ovejas, Corderos, Zorros, Raposos, Cabreras, Cabritas, Conejeros, Liebres, Lebrones. De

los árboles han sacado muchos los nombres para ponerlos en sus linajes, pues casi ninguno

hay de quien no lo hayan tomado, llamándose unos Manzanos, otros Morales, Moras, Pera-

les, Olivas, Oliveras, Olivares, Cerezos, Cerezas, Carrascos, Eucinas, Pinos, Cermeños, Pal-

mas, Naranjos, Sauces, Alamos, Olmos, Almendros, Granados, Ciruelos, Higueras, Parras,

Parrillas, Sarmientos, Agraces, Matas, Zarzas, Rosales, Romeros, Cañas, Cañutos, Chaparros,

Silvas, Sotos, Quiñones. De las aguas hay quienes se hayan acordado para esto, pues unos

se llaman Fuentes, otros Arroyos, Rios, Puentes, Vados, Lagunas, Charcos, Lagos, Pilares,

Pozos, Aguados, Riberas. Los campos y cosas que hay en ellos, han entrado tam-

bién en esta cuenta, pues unos se llaman Campos, Prados, Flores, Rosas, Yerbas, Cerros,

Valles, Vallecillos, Vallejos, Mentes, Cuestas, Llanos, Hoyos, Sierras, Serranos, Piedras,

Pedreros, Peñas, Peñalosas, Losadas, Lancheros, Rocas, Pedernales, Guijarros, Colmenares,

Meleros, Cerdas.

Las aves, por alto que vuelen, no se han podido escapar de entrar en esta lista, pues

unos se llaman Águilas, otros Falcones, Gavilanes, Palomas, Palomos, Palominos, Cuervos,

Gallos. Al cielo han ocurrido algunos para sacar sus alcuñas de los astros, pues unos se lla-

man Lunas, otros Estrellas, Luceros, Angeles, y de estas cosas pudiéramos alargar más el

discurso si no pareciera bastante lo dicho para que de ello se pueda discurrir en lo demás y

para decir que no hubo sobrenombre ni alcuña de éstas que en sus principios no tuviera

fundamento y razón para ponerse á quien se puso, pues si esto hubiera sido sin fundamen-

to, no so pusiera el cuidado que se pone en conservar estos nombres, pues

12

FRAY PEDRO SIMON.

(CAP. VI.)

suele ser algunas veces tal que se ordena en los testamentos no herede los ma-

yorazgos, rentas ni casas solariegas, sino quien tuviere la misma alcufía y sobre-

nombre, y esto suele ser con cláusulas tan apretadas y sin dispensación, que

muchas veces para poder heredar hoy sucede quitarse el sobrenombre que tenían y ponerse

el que manda el testamento que tengan los que heredaren. Y lo que más es, que en lina-

jes que tienen muchos de los nombres que hemos dicho, hay muchos caballeros á las ór-

denes militares y de los más esclarecidos títulos de España, descendientes de los Reyes ca-

tólicos que ha habido on ella, todo lo cual se infiere haberse puesto con no pequeña consi-

deración é importancia.

No me parece será de poca, según esto, ir ya averiguando la poca razón que tuvo

Américo Bespucio en ponerles á estas tierras su nombre, pues es contra la autoridad de la

grandeza de España que un hombre tan ordinario y extraño de sus reinos y sin haber he-

cho cosa de consideración en los descubrimientos y conquistas do ellas, se haya atrevido

á intitularlas con su nombre; cosa tan absurda no solo á las orejas y entendimiento de

los que han conquistado este Nuevo Mundo, derramando su sangre en sus descubrimientos

y pacificaciones, sino aun á los que so han hallado muy lejos de esto y con mediano cuidado

advierten en la imposición tan contrapelo de este nombre América puesto á estas Indias. Y

porque lo vamos probando, digo con Berosio, á quien sigue Fabio Pictor, y de la misma

opinión es Estrabon, que el poner nombres á las provincias, tierras y ciudades que de nue-

vo se hallan y fundan, es solo de los grandes príncipes en cuyo nombro se conquistan ó de

los capitanes principales que las conquistan en nombre de los príncipes, y no lo pueden ha-

cer sin nota de atrevimiento y^culpa digna de castigo otros ningunos, pues esto solo se ha-

ce para perpetuar sus nombres, como cosa digna de que tengan eterna memoria por las

hazañas y hechos valerosos que hicieron los que las conquistaron y sujetaron. Y así dijo

Lactancio Fírmiano, que la codicia de la fama y eterno nombre hizo á los hombres poner

sus mismos nombres á los pueblos, rios, montes y valles; y la razón es, porque como éstas

sean perpetuas, conservan con perpetuidad la memoria de quien los nombró. -En esto se

fundó Tago Y, Rey de España, después de Tubal Caín, cuando le puso nombro al famoso

Rio Tajo 318 años antes que se fundase Troya y 1835 antes del nacimiento de Cristo,

como dijo San Gerónimo, Eusebio y Juan Annio, y Beto, hijo de Tago, le puso Betia al

que después los mahometanos pusieron en su arábigo Guadalquivir, que quiere decir Rio

grande, do donde se vino á llamar el Andalucía que él atraviesa la provincia Botica, y Ebro

tomó el nombre del Rey Yabero, hijo de Tubal, que hasta hoy duran y durarán con ellos los

dias del siglo.

Y aun por ventura éste fué alguno de los fundamentos que tuvieron los que pusie-

ron á sus linajes los nombres que hemos dicho hay en nuestra España, por ser de cosas

perpetuas, como lo son los montes, valles, prados, rios, etc., para que los nombres se con-

servaran con la perpetuidad que tienen las cosas de donde se tomaron, que fué como escri-

birlos en memoriales que no podrán faltar. Y á este propósito dijo Titolibio, que uno de

los principales fundamentos de la verdad que tienen las cosas antiguas, es el rastro de sus

nombres, y así los estima, en tanto que dice dejara muchas veces por ellos la autoridad de

muchos doctores, porque si bien se entiende la noticia que nos viene por los nombres, es

cierta porque el nombre nunca se muda de sí en no, ni tiene por qué querer engañar, pues

no se puso sino para enseñar el fundamento y razón que hubo para ponerlo á la cosa, lo

cual muchas veces falta en la historia é historiadores por ignorancia ó malicia.

Aprieta admirablemente esta razón el divino San Juan Crisóstomo y otros emi-

nentes Doctores, diciendo que poner y quitar nombres á las cosas denota señorío sobre

ellas, y que lo mismo fué dar Dios á Adán autoridad de poner nombres á todos los vivientes

que hacerlo señor de ellas. Verifícase también con los nombres de las otras tres partes del

mundo, Asia, África y Europa; pues aunque (como advirtió Herodoto) los tienen tomados

de mujeres, fueron puestos por los que eran señores y príncipes ¿e ellas, porque la Asia

se llamó así de la mujer de Prometheo, Príncipe y Rey que entónces*era de ella, y Europa,

porque así se llamaba una hija del Rey Agenor de Fenicia, que por Ió mucho que su padre

la quiso, les puso á sus tierras su nombre. África tuvo dos nombres, el primero Libia, que

era el de una mujer hija de Epafo, según dice Apolidoro y Solino; aunque San Gerónimo

y Joseph dicen que se nombró así por un hijo de Ofiris, que se llamaba Libio, al cual

después llamaron Hércules Libio, de cuyas hazañas está lleno el mundo, pues por todo él

destruyó los tiranos. Este nombre quedó después solo en una parte de África que se

(CAP. Vil). NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

13

llama la Libia, porque á toda aquella parte de aquel mundo se le puso después África,

según dice Solino, y á Polidoro de un hijo de este Hércules Libio llamado Afro; aunque

San Gerónimo, San Anselmo, Joseph y Cedreno no son de este parecer, porque le tienen

que este nombre África se puso por un hijo de Abraham y de su mujer Cethura, llamado

Afro, y por haber andado con Hércules por aquellas tierras en las guerras que tuvo y

haber salido el Afro tan valeroso, se quedó con su nombre aquella tercera parte del mundo.

De manera que por dos razones se les puso los nombres que tienen á las tres partes del

mundo, Asia, África y Europa; la una por haber sido lleyes y Emperadores de ellas los

que se las pusieron, y la otra por haber sido valerosas y dignas de eterno nombre las

hazañas que hicieron en ellas.

CAPÍTULO VIL

I. Viene á estas Indias Occidentales la primera vez Américo Bespuciano con el Capitán Ojeda—

II. Confunde Bespucio el segundo viaje que hizo á las Indias con el primero, pareciéndoles era

á propósito para su intento—III. Hácese comparación de lo poco que hizo Américo en el descu-

brimiento de las Indias para lo que hicieron los que las conquistaron—IV. Hacen estas Indias

con su grandeza y riqueza la Monarquía de España, la más ilustre del mundo.

SEGÚN esto, bien se ve cuan puesto está cu ír-zon corra por los mismos pasos el poner

nombre universal á esta cuarta parte del mundo, pues es la más rica y mayor que

la mayor de esotras tres, y no se quede con el nombre de América, pues en él no concurre

ninguna, como (aunque todos lo saben) hemos probado, porque dejando aparte (como cosa

asentada) que no concurrió la primera, fácil será hacer demostración de que no concurrió

tampoco la segunda, no solo en conquistar estas tierras, pero ni aun en descubrirlas, porque

(como apuntamos á decir arriba, y advirtió muy bien Herrera) la primera vez que vino

Bespucio á estas Indias, le trajo en su navio por mercader el Capitán Alonso de Ojeda,

donde venia por piloto Juan de la Cosa Vizcaíno, hembre de valor y diestro en su oficio.

Por lo cual siguió tan dichosamente la navegación, que dentro de veinte y siete dias

llegaron á dar vista á la Tierrafirme, cerca de Maracapana, y se certificaron todos los que

iban en el navio de cómo no era isla sino Tierrafirme; la cual tenia ya descubierta dias

habia don Cristóbal Colon, en el tercer viaje que hizo á estas tierras después de su des-

cubrimiento principal, si bien no quedó por entonces determinado del todo si era Tierra-

firme, lo cual importa poco, pues el descubrimiento de ella fué suyo y en realidad era

Tierrafirme; porque el determinarse en este viaje y llegada de Alonso de Ojeda en que

era Tierrafirme la que Colon y ellos habían encontrado, fué muy accesorio y accidental,

pues la sustancia de hallarla estuvo en don Cristóbal Colon. Este descubrimiento se

atribuye á si el Américo Bespucio, sin ser el por entonces señor del navio con que se

navegó, ni Capitán de él, ni el piloto que lo guió, sino solo un mercader que según la

condición común de los tales, más traen puestos los ojos en las ganancias de sus mercancías

y el descubrimiento del oro que les han de dar por ellas, que eu el de nuevas tierras, de

donde está claro y bien á vista de todos cuan sin fundamento se atribuye el haber hallado

él en esta ocasión la Tierrafirme, pues si entonces se hallara con harto mejor título se

habia de atribuir esa gloria á Alonso de Ojsda, como á Capitán principal de aquel viaje, ó á

Juan de la Cosa, como á quien guiaba el navio, porque de los demás que iban en él, la

misma acción tenían los unos que los otros para atribuirse estas primeras vistas de tierra,

y así como se la atribuye Américo Bespucio, se la pudiera atribuir cualquier otro mer-

cader, marinero y aun los grumetes y pajes] que iban en el navio, si bien él sabia alguna

cosa de Cosmografía, con que no dejaría de ayudar algo más que la gente común del navio

á la determinación de las dudas que le ofrecerían en lo que iban descubriendo; pero si ésta

es causa bastante para que él ponga su nombre á esta inmensidad de tierras, juzgúelo el más

desapasionado.

Pero como no lo estaba Bespucio en el deseo que tenia de que se celebrara su

nombre, poniéndolo á estas tierras, confunde en sus escritos el tiempo que se gastó en este

primer viaje con el que gastó en el segundo que hizo con el mismo Ojeda cuando lo llevó

por piloto, y llegaron hasta el puerto de Cartagena; porque habiendo gastado en el primero

(que fué en el año de mil cuatrocientos y noventa y nueve) solo cinco meses de venida y’

vuelta á España, como lo juró Alonso de Ojeda y otros en una información que hizo

acerca de esto el Fiscal Real, dice el Américo que se gastaron trece meses, los cuales es

14

FRAY PEDRO SIMON.

(CAP. VIL;

verdad se gastaron en el segundo viaje; y así trastrocando y confundiendo (no sin malicia,

al parecer) el tiempo del un viaje con el otro, diciendo que de aquel primero habían

costeado 860 leguas (en que también se engaña y alarga demasiado), quiere con esta

confusión que hace del uno y del otro quitar la gloria de haber de cubierto también la

Tierrafirme á don Cristóbal Colon, y atribuírsela á sí y no ser cogido con el hurto en las

manos; pero no falta quien advierta y haga conjetura en estas sus navegaciones, y en el

hacerse muy descubridor de las Indias por la Corona de Castilla, diciendo que él mismo

fué costeando toda la costa del f>rasil, y puso nombre al cabo de San Agustín el año do

^.mil quinientos uno, y que pasando en otra viaje adelanto con tres caravelas que le dio el

Rey de Portugal don Manuel, para ir por allí buscando estrecho por donde poder pasar á las

Malucas, navegó hasta ponerse en cuarenta grados de la equinoccial á la banda del Sur:

pues muchos Ptolomeos de León de Francia y otros bien advertidos tachan y contradicen

mucho de lo que él dice en estos descubrimientos, como lo advierto Gomara.

No queremos quitar á Américo el haber acrecentado en estas navegaciones la Cos-

mografía que al principio de ellas habia con la Geografía y Cronografía que ejercitó en las

tierras que se fueron descubriendo” de nuevo, describiendo sus principales partes, puertos,

vahías, rios, puntas y ensenadas, que es en lo que la Geografía y Cronografía se ocupan, de

donde vino á cobrar opinión; de manera que queriendo el Rey se hiciesen las marcas de

todas las islas y Tierrafirme, que hasta entóneos (que era el año de mil y quinientos y

siete) se habían descubierto, pareció cometerse á Américo Bespucio, dándole para esto títu-

lo de piloto mayor, con cincuenta mil maravedís de salario y poder para poder examinar

los pilotos ; de donde vino á tomar ánimo y avilantez, por no llamarle atrevimiento, para

poner su nombre en los papeles de las demarcaciones que hacia de estas tierras, con lo poco

que él habia visto y las muchas relaciones que cada dia le iban dando de lo que se iba des-

cubriendo, y como solo á él estaba cometido hacer estos papeles, y en todos ponia su nom-

bre, titulando á esta tierra América, se vinieron á quedar estas tierras con él hasta hoy,

aunque tan sin fundamento como vemos; pero tampoco será bien nos quite Américo el po-

der juzgar que todas estas islas que diremos, no fueron bastantes causas para ponerlas su

nombre.

Y así, para que no nos cansemos más andándole contando los pasos, y quede más

convencido Américo, digo que le concedamos de balde (sin haber ello sido así) que descu-

brió la Tierrafirme, como pretende: veamos el descubrirla. ¿Fué por ventura descubrir

estas Indias? cierto es que no ; pues no fué más quo aumentar el primer descubrimiento,

en el cual estuvo la dificultad; porque (como dice el común proverbio) fácil cosa es aña-

dir á lo hallado, en especial en nuestro caso,- pues sabe bien poco de descubrimientos quien

no sabe que muchas islas juntas están siempre cerca de Tierrafirme; y así, halladas ya las

islas de Barlovento con la de Santo Domingo y sus vecinas, fué fácil congeturar que esta-

ba cerca de la Tierrafirme, como se ve en las islas de Canaria y las de la Madera, y en éstas

también se vio la facilidad que hubo en hallarla, guiándose por este discurso. Luego, si

don Cristóbal Colon no puso su nombre (y con razón) á estas ludias, que fué el primero

que las descubrió, mucho menos se lo pudo poner Américo Bespucio; caso negado que fuese

él el que añadió á este primer descubrimiento el de la Tierrafirme, ni el mostrarse tan cos-

teador y descubridor de tantas leguas le favorece nada, pues no llegó todo esto á los meno-

res descubrimientos y conquistas que han hecho los famosos Capitanes que las han ido des-

cubriendo y ganando tan á costa de su salud, sangre y vida. Porque, qué tiene que ver lo

que él hizo con el primer descubrimiento, segundo y tercero de don Cristóbal Colon ? Y

qué igualdad con el descubrimiento y conquista que hizo don Fernando Cortés de las gran-

des tierras de Nueva España, y con el que hizo Hernando do Magallanes de aquel su tan

celebrado Estrecho el año de mil y quinientos y diez y nueve, por donde halló que se jun-

taban el mar del Sur y el del Norte, que aunque ya no se llama Estrecho, sino canal, por

haber hallado que es esto; y el Estrecho en otra parte más adelante^ que se llama el Es-

trecho de San Vicente, por haberle puesto esto nombre los dos hermanos Nodales, el año

de mil y seiscientos y diez y nueve que lo descubrieron; y será así lo uno y lo otro: con

todo eso corrió cien años aquel canal sin nombre de Estrecho de Magallanes. ¿ Qué com-

paración tiene con lo que hizo Juan Ponce de León, que descubrió la Florida, y con Vasco

Núñez, que descubrió el mar del Sur después de haber pasado inmensas dificultades quo

hay desde la Ensenada de Urabá, hasta que encontró con él y tomó posesión por la Corona

de Castilla ? Qué comparación tiene con lo que hizo don Francisco Pizarro descubriendo

(CAP. VIII.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

15

el Perú, y don Diego de Almagro pasando de allí á conquistar á Chile ? Qué comparación

se hará con los trabajos inmensos que padeció Gonzalo Jiménez de Quesada en los descu-

brimientos de este Nuevo “Reino de Granada, enviado por don Pedro Fernández de Lugo,

Gobernador de Santa Marta, y con lo que hicieron otros celebrados Capitanes en otros des-

cubrimientos, como el Adelantado Diego Velásquez de Cuéllar, y el Capitán Juan de Gri-

jalda, Gonzalo de Sandoval, Cristóbal de Olid, y el Capitán Diego de Ordás, y otros muchos;

pues si ninguno de éstos se atrevió á poner su nombre aun á solas á las tierras que descu-

brió y conquistó (fuera de Magallanes), sino antes les iban poniendo los de España, Casti-

lla y sus Provincias, y aun de sus Reyes, como se vio en los que puso don Cristóbal Colon

á la Isla española y á la Fernandina, á la devoción del Rey Católico don Fernando, y á la

Isabela, á la de la Reina Católica ? Hernando Cortés á lo que descubrió le puso Nueva Es-

paña; Don Gonzalo Jiménez de Quesada, esto que halló, Nuevo Reino de Granada, te-

niendo por atrevimiento todos poner sus nombres á lo que les costaba su sangre el descu-

brirlo, por ser en nombre de sus Reyes. Luego mayor lo será poner el suyo á todas las

tierras un hombre particular y extraño de los Reinos de España, y que apenas puso el pié

en las Indias en comparación de los conquistadores.

Ni es posible que no haya causado admiración, así á los extranjeros como á muchos

cuerdos españoles, ver que se haya consentido cosa tan contra razón, hayan corrido con

este título de América más de cien años estas grandiosísimas é inmensas tierras, por las

cuales confiesan (y con razón) todos los Reinos y Provincias del mundo, ser la Monarquía

de España la mayor, más crecida, más ilustre y más rica de todo él : y no ponen mucho de

su casa en estas ponderaciones, pues se le ha añadido, con los descubrimientos de estas

tierras, tan amplias y extendidas Provincias, tantos Reinos y señores de vasallos, que es

casi imposible poderse reducir á número, por ser la gente que se halló en ellas tanta, que

parece por todas partes un hormiguero, y dentro de unas tierras tan anchas, que de más de

setecientas islas que tiene á su sujeción en el mar del Norte y del Sur, según lo tiene ad-

vertido Veracruz y el Padre Torquemada, dejan á la redonda por los mares que cercan las

tierras hasta hoy descubiertas, nueve mil y cuatrocientas leguas ; las tres mil y trescientas

y sesenta por la mar del Sur, y las demás por la del Norte, cabiéndole á esta Tierrafirme,

que se cuenta desde Puerto Belo, dando vuelta por el Estrecho de Magallanes y costas de

Chile y Perú, hasta Panamá, más de cuatro mil y sesenta leguas, y de largo Norte Sur, que

es desde Cartagena al Estrecho de Magallanes, mil y doscientas, y de ancho mil, y es dos

veces mayor lo descubierto en las tierras de Nueva España, á cuya tierra competen las demás

leguas por las costas del mar del Norte y Sur que la cercan, contando desde tierra del La-

brador, que está en sesenta grados al Polo Ártico, y cortada por Panamá, y costeando la

mar del Sur hasta Sierras Nevadas; aunque si se cuenta el vojo de esta tierra de la Nueva

España desde el Estrecho Davis, que está en setenta grados al Norte, y por la mar del Sur

hasta el Reino de Quivirá, que es á la boca del Estrecho de Anian, bien se pueden añadir

de circuito á las nueve mil y cuatrocientas leguas, mas de otras dos mil y quinientas, por-

que todo lo dicho es Tierrafirme con Nueva España.

CAPÍTULO VIII.

I. Las Audiencias y otros Tribunales, Armadas y presidios de las Indias Occidentales.—II. Dase rela-

ción de todas las Audiencias, Iglesias y Prebendas que hay en ellas,—III. Que al Real y Supre-

mo Consejo de las Indias pertenece poner medio para que á estas Indias se les quite este nombre

de América y se les ponga otro á propósito.

ACRECIENTA con ventajas esta admiración á los que saben las peregrinas hazañas que

han hecho en estas tierras los castellanos, cuyos Reyes las han ido calificando al paso

de los deseos que siempre han tenido del aumento en servicio de Dios, que es lo que prin-

cipalmente intentan desde que se comenzaron estos descubrimientos; pues de ellos se han

ido siguiendo tantos acrecentamientos, que en lo que hasta hoy está descubierto en estas

Indias en muchos y grandes Reinos, que se les ha puesto el nombre de las Provincias de

Castilla, se hallan doscientas y quince ciudades y villas, conocidas Colonias de castellanos.

Las ciudades son ciento y cuarenta y siete, y las demás ^villas y casi todas también con

nombres de las que están fundadas en Castilla. Pueblos de naturales conquistados, sujetos

y doctrinados hay tantos, que no es posible sumarse. Hay repartidas por las más populosas

16

FRAY PEDRO SIMON.

(CAP. VIIl),

ciudades once Audiencias, corno las de Valladolid y Granada, en Castilla, y para ellas se

proveen ochenta y seis plazas; y para mejor gobierno está en Sevilla la casa de la Contra-

tación, y en la Corte de Su Majestad el Supremo y Real Consejo de Indias, que es como la

forma de las Audiencias y Consejos nombrados, ó como la fuente de donde mana el gobier-

no de estas grandes tierras ; donde también hay dos Vireyes con títulos de Gobernadores y

Presidentes de las Audiencias que tocan á sus distritos, el uno en el Perú, en la ciudad de

Lima, y el otro en Nueva España; en la de Méjico tiene cada Audiencia sus Presidentes,

los dos de ellos, que son, el de esta Audiencia de Santafé y el de Santo Domingo, de la Es-

pañola, con dependencia inmediata al Consejo de Indias de la Corte. Tienen las más de las

ciudades Gobernadores y Corregidores con sus distritos. Hay tres Tribunales de Contadu-

ría mayor de cuentas en las ciudades de Lima, Méjico y de Santafé. En cada Provincia

oficiales de la Real Hacienda. En el mar del Sur andan las Armadas de Méjico y Filipinas

y de Lima, para guarda de aquel mar y sus costas. En la del Norte los Galeones de Arma-

da de la guarda de las Indias, y cada año vienen dos flotas de España, una para el Perú y

este Reino que llaman de Tierrafirme, y otra para Méjico y toda la Nueva España; y en

todos los oficios de guerra, gente de mucha reputación. Hay más, doce presidios para de-

fensa de estas tierras; de gran confianza son los de Chile, que son prueba del valor de los

españoles.

El crecimiento en lo espiritual no es menos de advertir, sino más, pues fuera de él,

todo lo demás es menos, por ser el fin á que lo demás se dirige: y así, contadas (por algu-

nos extranjeros curiosos), hay edificadas en las Indias setenta mil iglesias entre las de los

indios y españoles, y en más de las dos mil Sacramento, y lámparas que ardeu dia y noche

para confusión del novelero hereje sacramentarlo, y que entiendan no le ha de faltar á

Dios donde reparar los daños que él le hace á su Iglesia con sus abominaciones, destruyen-

do los templos y vituperando el Sacramento Santísimo. Cinco Arzobispados, veinte y ocho

Obispados, y en todas las Catedrales, Prebendas de Dignidades, Canongías y Raciones. Los

Beneficios curados, así de españoles como de indios, son poco menos que las iglesias dichas.

Las cinco religiones de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, la Merced, y Compa-

ñía de Jesús, están dilatadísimas por estas tierras, sin la de los de Juan de Dios; pues

solo nuestra religión tiene en estas partes diez y seis Provincias, nueve en las tierras de

Nueva España, que son la Provincia del Santo Evangelio de Méjico, la de San José de

Yucatán, la de San Pedro y San Pablo de Mechoacan, la del nombre de Jesús de Guate-

mala, la de San Jorge de Nicaragua, la de San Francisco de Zacatecas, la de Santiago de

Jaliseo, la de Santa Elena de la Florida, y la de San Diego de Descalzos de Méjico. En la

Tierrafirme (que llaman por vocablo extendido del Perú) hay siete, las de los doce Após-

toles de Lima, la de Santafé en este Nuevo Reino de Gí-ranada, la de la Santísima Trinidad

de Chile, la de San Francisco de Quito, la de Santa Cruz de Caracas, la de San Antonio de

las Charcas, la de la Asunción del Paraguay y Tucuman, y la Custodia de Panamá. Están

tres Inquisiciones del Santo Oficio de las tres ciudades, Lima, Méjico y Cartagena, y en cada

Catedral Comisarios de la Cruzada.

Hay Universidades donde se gradúan de todos grados en la ciudad de Santo Domingo

de la Isla Española, Lima, Méjico y en la de Santafé. Y en las de Lima y Méjico se leen

todas las ciencias y facultades, demás de las Artes y Teología, que se leen en casi todas las

ciudades populares, de donde salen y han salido hombres eminentísimos en letras, pnes

solo en esta de Santafé, en cada convento, de cuatro mayores que hay (dejo los dos de la

Recolección), se leen Artes y Teología. ¿ Quién, pues, no juzgará ser sobrado atrevimiento

que sobre toda esta máquina y grandeza de reinos y ciudades, con sus esclarecidos nombres,

sobre todas las setenta Iglesias, Arzobispados y Obispados, Inquisiciones, Religiones, Tribu-

nales de Cruzada, Audiencias, Contadurías, Armadas, Flotas, Presidios de hombres, tan’graves,

y lo quemas es, sobre la soberanía y grandeza de un Monarca tan invicto como nuestro Rey,

y de su Real Consejo de Indias, ponga su nombre Américo Bespucio, debajo del cual todos

militen, habiendo sido un hombre de las partes que hemos vistó%que aun yo con ser un

pobre religioso de San Francisco, estoy corrido de haber estado tantos años” ha en tierra

intitulada con este nombre, y tan sin fundamento ?

Ocasión pienso dará bastante lo dicho (aunque no he sido yo el primero en la

advertencia) para que la tenga el Real Consejo de Indias (á quien más en lleno toca el

remedio) para que se le ponga al inconveniente que esto tiene contra la autoridad y

grandeza de España ; pues habiendo ella hallado y oonquistado un tan gran mundo, tenga

(CAP. IX.)

NOTICIAS HISTORIALES ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

17

el nombre, que es como sello, marca y firma de otro, que de quien la allanó y conquistó ;

porque así como cuando uno ha escrito una carta, sin haber nombrádose en ella abajo la

firma de su nombre para que se sepa que de cuya es aquella firma, es lo que dice en

ella. Así, poner su nombre á estas tierras Américo, parece fué como querer hacer y decir

lo mismo. Y pues hay nombres grandiosos que representen á quien la conquistó y ganó, y

á cuyo imperio está sujeta, como será llamándole Segunda España ó Segunda Castilla, ú

otro á este modo que mejor se hallare, será acertado se veden todos los ptolomeos, mapas,

globos, cartas de marear que tuvieron este nombre, que no se ponga en los libros que se

imprimieren este título do América de estas Indias, de la manera que se suelen vedar (y

con razón) los libros que hablan en algo contra la autoridad y majestad de España, pues aun

es más ofensivo este nombre así puesto, por ser más universal y que á voces la desdora,

que un libro que está en secreto respeto de este nombre. No he dejado de advertir llega

tarde esta nuestra advertencia, después de más de ciento y veinte años que corren con este

nombre, en que ha tenido lugar y tiempo de asentarse, bien de asiento, en las memorias

de todos ; pero también se tiene tanta fuerza la mano del Consejo Eeal con la que le da

nuestro Rey invicto, que vedando no se intitulase así, sino con el nombre que se le pusiere,

se levantará el de América, y se irá poco á poco olvidando, y el que se le pusiere introdu-

ciendo y admitiendo especialmente con el gusto que unos tomaran lo uno y lo otro. Y

cuando no se consiga este efecto (que es lo que solo con lo dicho pretendo), bastarme ha,

en pago de mi advertencia, que quede escrita y que se sepa por el mundo no convenirles á

estas tierras de las Indias este nombre de América, y que ha habido, de los hijos de Espa-

ña, quien lo refute y defienda con veras, á que no se debe convenir se intitulen así, con lo

que habré cumplido con lo que debo á mi patria. Lo que debiera advertir en honra de su

nación y de la verdad del padre fray José de Sigüenza, de la orden de San Gerónimo, en

la tercera parte de la Crónica de su orden, libro 1.°, capítulo 25, para no decir que Améri-

co descubrió el Perú y la Nueva España, error tan evidente en todo, y en el año que dice,

fué el de mil y quinientos noventa y siete, que no hay necesidad me detenga en probarlo

basta advertirlo. ‘

CAPÍTULO IX.

I. Conocimiento que tuvo el gran Constantino de que la Iglesia Romana era la Potestad Suprema, á

quien le hizo donación de la ciudad de Roma.—II. Prosíguense las donaciones que hizo Constan-

tino á la Iglesia, y que entre ellas fueron sus insignias imperiales.—III. Lo que hace á nuestro

propósito, es el haberle dado la tiara de que él usaba.—IV. Que se debe intentar que se añada

una cuarta corona á la tiara del Sumo Pontífice.

O vendrá fuera de propósito tras lo que se ha dicho en los capítulos pasados acerca de

la conservación de la autoridad y grandeza de la majestad de España, se diga en éste

una cosa no menos importante (á mi ver), acerca de sus acrecentamientos en lo misino,

porque aunque no he tomado á escribir materias de Estado, sino Historia, no puedo excusar

el tocar algún punto de ellas en las cosas con que ella topare, en especial si nadie las ha

tocado ni descnbierto (á lo menos tan de intento como se tratarán algunas), al modo que

la de este capítulo, que me ha parecido muchos dias ha tal, que por solo escribirla y

publicarla era bastante motivo para tomar entre manos esta Historia, y me tendré por bien

pagado de los trabajos de ella, si lo que escribo en este capítulo tuviese el efecto que deseo,

por ser tantos los crecimientos de honra que de tenerlo se siguiera á nuestra España.

Bien saben (los que algo saben) cuan largo y liberal anduvo el Emperador Cons-

tantino en acrecentar del suyo el patrimonio de la Iglesia, pues luego que se convirtió y

recibió la fe y el bautismo santo, quedó tan purgado y limpio en el hombre interior (dejo

aparte el haber quedado también limpio en el exterior de la lepra con que primero andaba),

y con tanta luz en el entendimiento, que levantando la consideración á cosas más supremas

que en las que hasta allí la ocupaba, vino á conocer las ventajas que hacia la Potestad

Divina (que residía en la cabeza de la Iglesia y Vicario de Cristo) á la humana, y que

para conseguir las supremas riquezas tan aventajadas á las temporales, era necesario bajar

el cuello é inclinar la cabeza al yugo de la Iglesia, y que toda la potestad de reyes y empe-

radores, con toda la demás, viene de Dios, así como la claridad de la luna viene de la que

18

FRAY PEDRO SIMON.

(CAP. IX.)

le da el sol, y que la conservación del Imperio Eomano pendia de reconocer al Sumo

Pontífice de Cristo que estaba en la tierra para declarar é interpretar la ley evangélica dada

por el mismo Cristo cuando estuvo en ella, del cual conocimiento nació el determinarse á

humillarse á San Silvestre, que á la sazón era Sumo Pontífice y su Maestro en la fe, y

reconociéndolo muy de corazón por superior á él y á todas las potestades del mundo,

comenzó luego á poner por obra todo lo que entendió le convenia hacer como á verdadero

hijo de la Iglesia, y que debía dar ejemplo para lo mismo á sus sucesores, en que no debe

ser menos loado este gran Príncipe, que en lo que dotó é hizo en el acrecentamiento del

patrimonio de San Pedro y autoridad del Sumo Pontífice, y esto no lo dilató muchos dias

después de su bautismo, pues fué el cuarto, como lo dice San Silvestre y le trae el decreto

dist. 96 é Ibón lib. 4 de dignitate $- privilegys Romes Eclesia?. Y quisiera traer aquí todas

las palabras que allí se ponen, para que se viera la piedad de aquel cristianísimo Príncipe,

el cual comenzando luego á hacer grandezas con larga mano en servicio de la Iglesia, lo

primero que le dio é hizo cesión de ello al Pontífice, fué la ciudad de Roma, con su gran

palacio, que era el que llaman Luterano, en perpetua posesión, reconociendo con esto que

aquella ciudad, que era la señora y cabeza del mundo, era del que lo era también de toda

la tierra que era del Pontífice, y después le hizo donación perpetua para él y sus sucesores

de toda Italia, como lo dicen sus palabras, que son éstas: Ut Pontificalis apex non vilescat,

sed magis quam terreni impery Dignitatis gloria § potentia decoretur: ecce tam palatium

nostrum quam Romanam urbem < $• omnes Italia?, sive Occidentalium Regionum, Provincias, loca civitates Beaiissimo Pontifici §' universaíiPapo3 Silvestro concedimus, atque; relinquimus 4' abeo g- á successoribus eius per prcegmaticum constitutum discernimos disponenda, atque turesonetee Romana Ecclesiw concedimus permanenda. Y no le pareció al gran Constantino habia cumplido con todas sus obligaciones en lo dicho, aunque habían sido cosas tan grandiosas, si tras de ellas no daban también al Papa todas las insignias más principales que él tenia y con que se honraban los Empe- radores romanos, no las que eran propias insignias de Emperadores, sino las que eran de Pontífice Máximo, porque lo eran todos los Emperadores romanos en su gentilidad, juzgando en esto Constantino, que ya no habia otro Pontífice Máximo en el mundo, sino el Papa, que representaba al gran Pontífice y Sacerdote Jesucristo Nuestro Señor, que lo era según la orden de Melchisedech. Las insignias, pues, eran el calzado rico, porque lo habían introdu- cido los Emperadores para cuando les besasen los pies. Dióle el Aurisigio, que era como una Beca de una tela blanquísima que se ponia sobre la cabeza y bajaba por los lados que debió de convertirse. Después en aquellas dos tiras ó fajas que cuelgan de las mitras de los Obispos por las espaldas, la cual puso el mismo Emperador al Papa San Silvestre por sus mismas manos en la cabeza, como él lo dice en estas palabras: 11 Phriginm verá candido nittore splendidtim Resmrectionem Dominicam designans eius sacratíssimo vertid manibus nostris impossidmus.^ Dióle también el Superhumeral, que era como una Musa, que cercaba el cuello y cubria los hombros, que por otro nombre se llama Lorum, era colorada y muy bordada de oro y rica pedrería, la cual traía el Emperador cuando andaba en público, porque era de las principales insignias del Pontífice Máximo, y así también se la ponia cuando ofrecía sacrificios á los ídolos antes que recibiese la fé. No se olvidó tampoco de darle el manto de púrpura y una túnica .también colorada y el cetro imperial que debia de ser el váculo pastoral de que usa el Papa, y finalmente le dio la corona de su cabeza y todas las vestiduras y ornamentos imperiales que pertenecian á su grandeza como gran Pontífice, según se ve en las palabras de su donación que comunmente se llaman: Demunificentia Constantini Magni Imperatoria erga Ecclesiam, como se refiere en muchos Concilios. Pero de esto, lo que hace más á nuestro intento, es la corona que le dio quitándosela el Emperador de su cabeza para que se la pusiera sobre el frigio y corona de clerical, como lo confiesa el mismo Constantino en estas palabras: Deinde tradimus Diadema videlicet coronam capitis nostri; y en éstas: Descernimos itaque ut lioc, ut ipse successores eius Diademate videlicet corona, quam ex capite nostro illi concessimus ex auro, purissimo $• gemmis prwtiosis uti debeat pro honori Beati Petri. Estos ornamentos quiso dar el Emperador al Sumo Pon- tífice, porque siendo los más eminentes y trayéudolos el mayor señor de las tres partes del mundo ahora se conociese haber otro mayor, pues él los daba al Papa, restituyéndolos á quien le pertenecian de derecho divino y humano. La diadema, que era propiamente su co- rona, lo menos que tenia y se estimaba en ella era el oro de que estaba hecha y las piedras preciosas y engastes que tenia, porque la invención era más de advertir y sobre lo que (CAP. IX.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 19 fundábamos nuestro propósito. Y para que QO SO entienda que lo que digo do ella está sin autor y dueño, pondré aquí al pié de la letra las palabras del Padre Román, que trae acerca de esto en sus Repúblicas del mundo, que dice así: "La invención con que estaba hecha la corona, causaba gran admiración y estaba labrada de tal manera, que de su traza se enten- día que el que la tenia era señor del mundo, á lo menos de lo conocido entonces, porque tenia tres coronas ó círculos por sus compartimientos que denotaban las tres partes del mundo que mandaban los romanos entonces, que eran Asia, África y Europa, y esto deno- tan aquellas tres coronas que se ven en la mitra papal, que propiamente es llamada el orbe ó el mundo, por ser el moderador y juez de él. De la cual tiara ó mitra ú orbe no usa sino cuando es consagrado y cuando corona el Emperador ó el dia primero que se sienta en el Concilio si se celebra á donde él está. Después que Constantino le dio esta corona, nunca los Emperadores trajeron la suya de la misma hechura más de la que hoy vemos que sea verdad, allende del testimonio que traigo para probar lo de la corona ó diadema. Mírense las pinturas que hay en Roma, y las sepulturas que hay de los antiguos Pontífices, y verán como ninguno hasta San Silvestre tuvo mitra papal, porque no la tenia ni menos otro ornamento de majestad; porque según eran perseguidos los Pontífices de los Emperadores, harto era que pudiesen andar libres por las calles, cuanto más vestidos de pompa, por donde se confirma bien, solo andaban con hábitos y ornamentos de honestidad." Hasta aquí Román. Concluyendo pues de lo dicho el intento, digo que pues la tiara del Sumo Pontífice tiene tres Coronas, con que da á entender ser la Iglesia Católica Romana absoluta señora de las tres partes del mundo, será también que por la parte de España se le aumente una cuarta corona, por esta cuarta parte del mundo que se le ha añadido á su jurisdicción y mando, como lo están estas Indias Occidentales ó Nuevo Mundo, por la industria y trabajos de los castellanos, en virtud del gran poder de sus Reyes. Porque si el Magno Constantino no le dio á San Silvestre y sus sucesores más que aquellas tres coronas, fué porque no era señor más que de aquellas tres partes del mundo que estaban descubiertas, de quien se tenia por señor; pero si tuviera su tiara cuatro coronas por cuatro partes del mundo que estuvieran descubiertas, si fuera señor de ellas, también se lo diera de cuatro coronas, y las tuviera hoy la tiara del Pontífice. Luego ya que la cuarta parte del mundo está descubierta, y mayor que la mayor de las tres y sujeta á sus pies, porque no se corona la cabeza con otra corona cuarta por esta cuarta parte que le ha ofrecido España, como se la ofrecieron luego á los primeros pasos de su descubrimiento los Reyes católicos, siendo Pontífice Sumo Alejandro VI; y si no demos que esta tiara no se hubiera dado al Pontífice y que la hubieran ido como heredando los Emperadores uno de otro ó hubieran ido pasando de uno á otro como las demás insignias que son el mundo, esto que, y otras también habían de venir por insignias del imperio á parar en la cabeza do nuestro invictísimo Carlos V, el cual, siendo con justísimo título señor de esta cuarta parte del mundo, pudiera con el mismo añadir á las tres coronas de sus antecesores Emperadores una cuarta corona por el nuevo señorío que tenia de esta cuarta parte sobre las otras tres. Luego con la misma razón se puede añadir á la del Sumo Pontífice, por la parte de nuestra España, una cuarta corona por el señorío que le ha dado sobre esta cuarta parte, habiéndosela conquistado á fuerza de sus armas, y que sepa el mundo los acrecentamientos que España hace en la dilatación de la fé, y que no han salido en vano las esperanzas de que llenó el Papa Alejandro VI, cuando con envidia (aunque injusta) de infinitos, hizo elección de nuestros Reyes católicos de Castilla (que después lo fueron de toda España), fiando esta empresa de quien solo pudiera cumplir con ella y desempeñar sus reales pa- labras, como tan católicos cristianísimos españoles, invencibles en conquistas, esforzados en trabajos y liberales en gastos, que todo ha sido menester para tan dichosos fines de tales empresas; y así el Pontífice Alejandro, como pronosticando estos sucesos, dice en la bula de esta elección: Confidentes quod dirigente Domino actus, si liuiusmodi sanctum § laudabile propositum persequamini breve tempore cuín fcelicitate <$• gloriatotius popxdi Christiani vesiri labores 4' conatus exitum failicissimum consequentur. Por todo lo cual parecerá bien á Dios, á la silla Apostólica y á todo el resto del mundo, que su Majestad Cesárea de mi señor el Rey Felipe IV (que viva largos y dichosos años) tome con veras que se haga esto, con que se conseguirá tan acrecentado lustre á su Real Corona y Reinos, como fama á todos sus españoles y los demás sus Estados. Y también se puede mandar que los globos, figuras del mundo, que so le pintan á Dios Padre ,y á Cristo en la mano, con 20 FRAY PEDRO SIMON. (CAP. X.) aquellas distinciones de solas tres partes del mundo, se pinten que representen cuatro partes, las dos más peregrinas que las otras dos, que ésta de estas Indias es tan grande y aun muy mayor que la Asia. CAPÍTULO X. T, Dase principio á tratar del origen de estos indios—II, Fueron estas Indias pobladas antes del diluvio—III. Pruébase esto con algunas evidentes señales que se han hallado—IV. Prosigúese en las mismas pruebas. HASTA ahora (como se ha visto) nos ha llevado el tiempo solo el tratar de los nombres universales de estas Indias, á quien siguiendo el orden del lógico (como ya dijimos), se sigue el tratar de la cosa, que son los indios, descubrimientos y conquistas hechos en ellos por los castellanos. Y habiendo de tratar de lo primero, lo que á la" primera vista se ofrece, es decir, su origen, aunque de esto con brevedad me expediré, por haber sido tantos los que han tratado en Historias generales y particulares, á quien remito los lectores que tuvieren gusto de ver más dilatada la materia, por haberla tomado muy de intento, como en particular lo hizo con trabajos bien trasnochados y lucidos, el padre José de Acosta, de la Compañía ; el Presentado fray Gregorio García, de la orden de mi Padre Santo Domingo; y el padre fray Juan de Torquemada, de nuestra religión, al principio de aquellos grandes tres tomos que escribió de su Monarquía Indiana, que han sido tan desabridos para alguno, por haberle enmendado en ellos algunas intolerables ignorancias que decia en dos suyos de Historia general de estas Indias, que se atrevió á decir en uno de otros dos que ahora de nuevo ha añadido de lo mismo, que los frailes se metan en escribir sus casos que hayan tenido particulares en la conversión de los indios, y no en escribir Monarquías Indianas, como si los mayores ingenios del mundo para todas cuantas ciencias y artes hay hoy inventadas y se inventan, no haya restado siempre, y lo estén hoy encerradas en los claustros de los conventos, en especial en cosas que la vista de ojos les da tan grandes ventajas sobre los que no habiendo salido de entre los tizones de sus chimeneas, fiándose de relaciones de toda broza, y aun haciendo campanillas de campana, quieren dar campanadas que atormente los oidos, de quien sabe lo contrario por haberlo palpado y visto, como ha sucedido al padre de la Monarquía Indiana, y me sucederá á mi con el mismo autor ; pues me será imposible dejar de advertir (de muchas que pudiera) algunas cosas, que á pasar yo con ellas me pudiera echar más culpa por haberlas visto, que á él que se fió de otros, de que no se debe agraviar, paes esto se hace con caridad cristiana, la que quería se usase conmigo en las faltas, que es imposible excusar en mis escritos. Tres embarcaciones ó poblaciones de estas Indias son la materia de esta dificultad: la primera, la que se hizo antes del general diluvio; la segunda, la que hubo después de él, y la otra, la de nuestros españoles, y con este orden, por ser el que ha tenido y les ha dado la sucesión de los tiempos, las iremos tratando. A-cerca de la primera, se suele dudar si antes del diluvio general fueron estas Indias tierra descubierta y habitada; y ambas cosas tienen una misma respuesta; pues diciendo si fueron habitadas, se dice si fueron descubiertas; á que (dejando pareceres varios) respondo por la parte afirmativa, parecerme fueron habitadas antes del diluvio; y lo que me mueve á esto es: lo primero, la común razón que á todos los del mismo parecer, que como Dios crió la tierra, y luego á los hom- bres para que la habitasen, y no solo que la habitasen como quiera, sino que la llenasen, porque no estuviese superflua, vacía y sin provecho, como lo estaba recien criada, antes que la adornara Dios con tanta variedad de plantas y animales, y criara al hombre para señor de todas ellas y ellos. Siendo, pues, ésta de las Indias tan grande entonces, y por ventura mayor de lo que esa era, no habia de quedar vacía y sin dueño tan gran máquina de tierra y cosas criadas en ella. Demás que los hombres comenzaron luego íi4multiplicarse, de manera que tuvieron bien necesidad, para extenderse, de toda la que dejó Dios descu- bierta cuando le mandó al mar se retirase á su barranco. Y aun si es así, que en la opinión más acertada (como referimos la tuvo Alejandro de Ales y Alberto Magno) que el Paraíso terrenal, cerca de donde fueron criados y comenzaron á multiplicarse los primeros hom- bres, está plantado sobre la tierra, que corresponde en el Cielo á la línea equinoccial, se puede inferir que fueron estas tierras de las primeras que se poblaron, pues se ve que son (CAP. x.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIER RAF IRME. 21 habitables, y las que están debajo de la línea, extendidísimas por toda la Tórrida zona, de- bajo de la cual y de la línea equinoccial solo caen de Tierrafirme la de los Abisenos, y esta del Perú, que por antonomasia llaman Tierrafirme, y el Archipiélago de las Filipinas, donde todas son islas, y no ha faltado quien haya dudado si el Paraíso está dentro de esta Tierrafirme, cerca de la equinoccial, por ver en ella tan apacibles y maravillosos temples; pero, sea de esto lo que fuere, dejólo á que lo dispute otro que tuviere intentos de esto, como los tuvo Maluenda, libro de Paradisso, porque el mió va á otra cosa. Lo que más alumbra á que nos inclinemos á este parecer de que fueron habitadas estas tierras antes del diluvio, son las señales y rastros que en ella se han hallado tan efi- caces, que no dan lugar á que se imagine otra cosa; porque junto al Callao, que es el puerto de la ciudad de Lima, en el Pirci, á los primeros principios que se descubrió aquel Reino, buscando en unas montañas, por unos rastros que se descubrieron, unas minas, trastornando tierra y metiéndose por el socavón debajo del cerro, se encontraron con un navio que tenia encima la gran máquina del cerro, y no convenia en su hechura y traza con los nuestros, por lo cual se juzgó que en el diluvio habia quedado enterrado debajo de aquella inmensidad de tierra que trajo allí la fuerza de las aguas. Otra cosa al modo de ésta se halló el año de mil y seiscientos y cuatro, cerca de la ciudad de Méjico, en Nueva España, trasminando un cerro tan alto, que tiene de subida más de una buena legua, y otro tanto de bajada, para por allí desaguar la laguna en que está fundada la ciudad, por no verse en los peligros que poco antes habia tenido con crecidas é inundaciones. Yendo los gastadores prosiguiendo en su mina (que se hacia por la traza é ingenio de Enrique Martin, gran matemático y astrólogo, y por orden de don Luis de Velazco, Virey de aque- lla ciudad) cuando llegaron como á la mitad de ella, que casi venia á ser, estando perpen- dicular, correspondiente á la cumbre del cerro, hallaron un colmillo ó diente de elefante, enterrado en tierra blanda; la cual, con los muchos dias que habia estado allí el marfil, lo tenia comido por algunas partes y quebrado por dos; de manera que estuvo hecho tres pe- dazos, y juntos, de suerte que se echaba de ver haber sido todo uno y tener de largo seis cuartas. Este colmillo ó diente se sacó y mostró á todos, juzgando habia quedado allí en- terrado el animal que lo crió, cuando el diluvio ahogó á los demás y á él; de la cual espe- cie de elefantes debió de haber por allí entonces, porque después acá no se hallan, ni aun rastro de ellos en toda la Nueva España, ni en todas estas Indias Occidentales. También se halló en esta labor de mina un hueso de lacho, que cuela de la rodilla de un hombre, más grueso que una bola ordinaria de jugar á los bolos, que se juzga también ser de algún gi- gante que quedó entonces allí enterrado, como también pudo ser fuesen de aquel tiempo los sepulcros de gigantes que dejamos dicho se hallaron cerca de la misma ciudad, abrien- do las zanjas de los cimientos, para hacer la casa de Jesus del Monte, que tienen allí los Padres de la Compañía. Y lo mismo podemos sentir de las valientes muelas que dijimos refiere el Padre Acosta y el Padre Torquemada, y de los que se han hallado en algunas partes del Cuzco y otras Provincias. Y lo mismo de lo que se halló cavando una mina cerca de la ciudad de Nuestra Se- ñora de los Remedios, en este Nuevo Reino, donde estando yo predicando una Cuaresma, me certificaron el dueño de la mina y otros que lo vieron, todos hombres de crédito, que yéndola siguiendo, en el centro del cerro hallaron una tinaja entera, una silla de la usanza de indios, que llaman dujos, de madera incorruptible, una macana, muchos tiestos de ollas y jarros quebrados. Y en otras partes sabemos se ha hallado lo mismo que dejo de repetir por excusar proligidad y porque basta esto para colegir que estos navios y las demás cosas, como anduvieron en la superficie de las aguas, cuando fueron menguando se sentaron sobre la tierra que iba secándose; y allí el resto y resaea de las aguas trajo sobre ellos la mar y tierra, hasta dejarlas cubiertas con tanta máquina como se les halló encima, y no haberse podrido la madera de los navios, seria que de más que para ellos busca la mejor, se corta en perfecta sazón, como es en el último cuarto de la Luna; y dice que la brea que tienen los ayuda á conservarse, si están en parte dondo las aguas saladas no les haga criar broma. De los huesos y el marfil ya sabemos su fortaleza, en especial si son de hombres robustos, como lo eran los gigantes cuyos eran. Ni hay para qué se nos estorbe la dificultad que se puede ofrecer en pensar por dónde pasaron á poblar estas tierras, pues no las hemos de juzgar por la disposición que tienen ahora, la que les quedó del diluvio, pues antes de él pudo ser tuvieran otra, y que estuvieran continuas unas con otras, para poder llenarlas todas, hombres y animales, con facilidad; y cuando no fuera esto, no le faltara ciencia á 22 FRAY PEDRO SIMON. (CAP. Xl). aquel sapientísimo hombre Adam (cuya vida duró casi hasta la mitad del tiempo que hubo desde su creación hasta el diluvio) para darles traza cómo pasaran los mares, para poblar las islas y Tierrafirme, como se ve en el navio qne dijimos del Callao, y otro que cuenta Pedro Mejía en su Silva de varia lección se halló de la misma suerte en una gran profun- didad de un altísimo monte. CAPÍTULO XI. I. Segunda población de estas Indias, y si se hizo de los cartaginenses—II. Dánse algunas razones que las hicieron ellos—III. Pruébase más, y absuélvese la dificultad que se pone á haber pasado animales bravos á las Indias—IV. El modo que se pudo tener de navegar para poblar estas tierras. EN mayor dificultad ha puesto á los hombres doctos la segunda población de estas tie- rras, que es la que ahora hay, y hallaron los españoles que fué después del diluvio, de gente originada de aquellas ocho personas que se salvaron en el arca de Noé; ó por mejor decir, de las seis, pues, en la más acertada opinión, Noé ni su mujer no tuvieron hijos des- pués del diluvio. Esta población se ha de sacar por congeturas y buena razón, sin ayuda de escritura auténtica que hable de ella, ni los indios sus pobladores saben más que en hilar mil sartas de disparates en esta materia; así los del Perú, que tuvieron algún modo de escritura con sus quipos, como los de Nueva España con sus figuras, y como los de este Nuevo Reino de Granada con sus tradiciones, y aun llega á tanto su ignorancia, que los de cada Provincia, y aun de cada valle donde habitan, tienen distinto modo de contar su orí- gen ; y así, habiéndose de rastrear, supuestos los fundamentos de nuestra Santa fé católi- ca, y que todos descienden de donde hemos dicho, y que no podemos, sin temeridad, afir- mar haber Dios Nuestro Señor criado estos hombres de nuevo, para que poblaran estas tierras, se han dividido los autores en varias opiniones, como se puede ver en los citados, porque aquí solo trataré de las dos que parecen más conformes á la verdad ; la una es, que estos indios se originan de los cartaginenses, por aquella razón que dan el Padre Acosta y Gregorio García, que una nao, ó naos de cartaginenses, llevada de la fuerza del viento, desde que desembocó por el Estrecho de Gibraltar, navegó muchos dias, y al fin de ellos vino á reconocer una isla tierra, hasta entonces nunca sabida, apartada grandes leguas de la costa de Berbería, desde donde ellos comenzaron á correr con su nave ó naves. Esta, conjeturan, es la Isla española, la cual dicen hallaron sin gente ninguna, ani- males, ni aves; pero de muy buenos árboles, maderas, yerbas y oro, y de maravilloso temple. Después que esta nave ó naves estuvieron allí algún tiempo reformándolas y re- formándose la gente, volvieron otra vez á tomar la derrota para África, dejando allí algu- na que no quiso volverse á embarcar por el temor que habían cobrado á la inmensidad del mar, ó por enfermedades, ó porque les pareció á propósito la tierra para poder vivir. Ha- biendo los demás llegado á Cartago, dieron cuenta al Senado del suceso, el cual prohibió con pena de muerte aquella navegación. No parece mal el discurso, ni de hombre poco cu- rioso y docto, como fué Alejo Vanégas, ni mal fundado, pues tiene por autor á Aristóteles en el libro que hizo de las cosas maravillosas que se hallan en la naturaleza: pero hemos menester satisfacer á una dificultad que luego se ofrece, y es, que si aquella nave ó naves eran de mercaderes, en que nunca suelen llevar más que mercancías, cómo dejaron allí mujeres para la generación, animales y aves de las que ahora hay, y se han dilatado en número tan inmenso; á que se puede responder, que no se ha de entender que estas naves hicieron solo un viaje á esta isla, sino algunos otros después de descubierta, viendo la co- modidad para la vida humana que se hallaban en ella, y en ellos, fueron llevando toda suerte de gente, animales y aves de los que por acá se hallan; y viendo el Senado de Car- tago que aquella navegación iba tomando fuerzas, y que podia ser irse por allí minorando las suyas, despoblando y desautorizando su ciudad y Reino, la vedaron con penas de muerte. Cuando ya estas tierras estaban con harto principio de gente, animales y aves, para lo que después se acrecentó, ni hay que poner dificultad en traer los animales bravos que aquí se hallan, como son tigres, leones y osos, pues éstos se pudieron traer, como los mansos cachorros, en las naves, para traer de todo en la tierra que iban poblando. También hay gustos de hombres aficionados á la caza, que para mostrar sus va- (CAP. XI.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 23 lentías, fuerzas y destreza, no se satisfasen encontrándose con animales cobardes y que ponen su defensa en los pies, sino que ponen su gusto en habérselas con algunos que la pongan en sus uñas, garras y colmillos. Como vemos (si es verdad lo que cuenta Virgilio) que deseaba Julio Ascanio, hijo de Eneas, en aquella caza que en la misma ciudad de Car- tago hicieron él y su padre en compañía déla Reina Dido; pues dice que despreciando los muchos venados y ciervos que salieron, deseaba encontrarse con un bravo y ferosísimo león, ó un puerco espino ó jabalí, para probar en ellos sus fuerzas y destreza; la hermosura de la piel del tigre, que parece que cada mancha de las que tiene es un cero que aumenta su valor, aficiona, ó podia aficionar para tenerlo en su tierra. También su ferocidad hace á los hombres cuidadosos, y algunos dicen que no ha sido en estas tierras del todo sin prove- cho; pues suele suceder que, cuando tiene hambre, se sube en los árboles que están á las márgenes de los rios que crian caimanes, y en viéndoles salir por cerca de donde él está, y que se descuidan y duermen, se arroja sobre ellos del árbol, y los desgarran, matan y se ceban en ellos. Los leones de por acá son de poco ó ningún daño, y casi todos los demás animales y aves son de provecho ó entretenimiento. Y aun pudo ser que la navegación de estos fenices ó cartaginenses no fuese tan á caso como lo hacen, por parecer á algunos no tenían los instrumentos de aguja, astro- labios y ballestillas que ahora se usan : fporque el aguja de marear (según dicen) no la habia entonces, y puede ser que se engañen ; porque así como el Padre Acosta dice de autoridad de muchos, que la primera vez que se halló, la topó Vasco Gama, año de mil y quinientos diez, yendo navegando en el paraje y costa de Mozambique, que navegan con ellos ciertos moros, y que no supieron decir de dónde la habían aprendido; por lo cual le parece que esta es la mayor antigüedad que tiene la aguja de marear ; en lo cual se engañan todos estos autores en más de doscientos años ; pues dice Herrera que el de mil trescientos la halló Fabio, natural de la costa de Amalfi, en el Reino de Ñapóles; y pudo ser que cuando éste la halló, hubiese otros muchos siglos que se usaba, no obstante que no lo digan los autores, pues otras tan grandes sutilezas como éstas que han hallado los hom- bres, se las han dejado por decir ; y suele llegar la avaricia de algunos á tanto, que las gracias que Dios les ha comunicado, alumbrándoles el entendimiento para hallar cosas sutiles, delicadas é ingeniosas, así de ciencias como de obras mecánicas, no las quieren co- municar, sino llevarlas consigo á la sepultura: y pudo ser que hubiese sido á este modo oculta la invención de la aguja de marear muchos siglos antes que Fabio la manifes- tase y divulgase. Y si es verdad que la Isla española (como algunos quieren) es Ofir, -de donde llevaban á Salomón el oro y las demás cosas, sin duda les dio modo á los pilotos cómo navegasen el golfo que ahora se navega para venir á ella, sino fué el aguja con la calamita; la cual tengo por cierta no ignoró una sabiduría tal como la suya, seria otro instru- mento que no sabemos; como también pudo ser lo tuviesen los cartaginenses, con observa- ciones de día en el sol y de noche en algunas estrellas, aunque no tan sutil como el del aguja; pero el que bastaba para sus viajes, si bien en estos siglos nada de esto se ha cono- cido ; pero no por esto se ha de tener por imposible, ni negarse que no lo hubo ; porque (como dijo San Agustín) no porque no haya visto ó sabido la cosa, la tengo de negar ; y al fin concluyendo con esta opinión, digo que si es verdadero que estas Indias se poblaron de los fenices ó cartaginenses, es una cosa harto digna de advertir, que después de tantos años que los fenices fueron señores de España, y hacían á españoles como á sus vasallos, y % gente simple, que era en aquel tiempo labrar las minas, romper y trastornar los montes, y sacar la inmensidad de oro y plata que habia en ellas, para llevar á su Cartago, haya re- vuelto Dios los tiempos y estado de las cosas, de manera que vengan ahora los fenices por mandado de los españoles á cavar sus minas y darles el oro y plata que tienen en su tierra, con que parecen les hacen pago de lo mucho que de esto dieron los españoles en España á sus antecesores. CAPÍTULO XII. I. Opinión de los indios de estas tierras son originarios de las diez tribus de Israel.—II. Dícese que no son sino de la tribu de Isachar, según una profecía de Jacob.—III. Váse declarando la profe- cía y aplicando al intento.—IV. Prosigúese en lo mismo. TIENE el segundo lugar (y para mí el postrero) la opinión de los que dicen que los in- dios de esta tierra se originan y tienen su principio de las diez tribus de Israel que se 24 FRAY PEDRO SIMON. (CAP. XII.) perdieron y no parecieron más en el cautiverio de Salmanasar, Rey de Asiria, probándolo con una autoridad del cuarto libro de Esdras, que dice en tiempo del Rey Oseas, haber sido llevados cautivos de Salmanasar, y transportados á la otra parte del rio Eufrates ; 1 y que fueron á una región donde nunca habitó el género humano, llamado Arfaret, camino de año y medio, y que habitaron allí hasta el último tiempo. Interpretando estas palabras al sentido que les parece es á propósito para fundar su opinión, diciendo son estas tierras de estas Indias, á las que allí dicen vinieron, y ahora las habitan, y que no fué dificultoso ve- nir desde la Asiria á estas tierras, caminando su poco á poco por la gran Tartanea ó Tarta- ria, hasta llegar por tierra á Morgul y desde allí pasar el Estrecho dé Annian, que es bien breve (y por ventura entonces lo era más) y desde allí (que ya es Tierrafirme con Nueva España, y en más de sesenta y cinco grados de latitud á la banda del Norte) llegar y po- blar en la Nueva España, y de allí á Panamá y Perú, este Nuevo Reino y las demás pro- vincias de esta Tierrafirme, hasta el canal de Magallanes y Nuevo Estrecho de San Vicente. Otro viaje les da Genebrardo desde los desiertos de Tartárea hasta la isla de Groenlandia, que está en setenta grados á la banda del Norte. Otros les dan abiertos otros caminos por donde pudieron entrar : véanse los autores citados. Prueban también su opinión por las costumbres que ven en estos indios ; especialmente en las del vestir, que en algunas partes de estas Indias es semejante, aunque no todo, á la que traían los hijos de Israel, al modo que prueba Paulo Jobio, que los turcos proceden de los scitas, porque conforman con ellos en traje y vestidos : lo cual me parece fácil congetura, y de poco fundamento : porque si de éstos se hubiera de tomar alguna razón fija de la descendencia de gentes, de quién di- riamos que nos originamos y descendemos los españoles ; pues cada mes mudamos el traje y hechura del vestido, tomando ya el del francés, ya el del inglés, ya el del valon y el del tudesco y ya el del italiano, hasta vestirse en sus juegos de cañas libreas de aquella abo- minable nación de moros : cosa bien digna de perpetuo destierro de los términos cristia- nos ; no saliendo tampoco de esta rueda las españolas, y debe ser la causa por atraer á su amistad y afición, con la semejanza del vestido, á las demás naciones cuyo es el traje que toman. No ha dejado de inclinarme á creer esta opinión más que otras, con su fundamento, y otros que le ponen, y con su modo de pasaje á estas partes ; pero con la limitación que diré (con licencia ó sin ella de sus autores), fundado en las costumbres y naturaleza que he conocido en estos indios el tiempo quo estoy entre ellos, y lo que les ha sucedido en la entrada de los castellanos en sus tierras : y así digo parecerme originarse estos indios de los hijos de Israel; pero no de todas las diez tribus que se perdieron, sino sólo de la tribu de Isachar; porque veo cumplida en ellas, cuanto al sentido literal, la profecía que á la hora de su muerte dijo el Patriarca Jacob habia de sucederle á esta tribu entre las demás cosas que profetizó á los demás sus hijos : la cual dice así: Isachar assinus fortis aecubans inter términos : vidit réquiem quód esset bona, et terram, quód óptima, et appossidt liumerum suum ad portandum, factusque ; est tributis servies. Isachar ha de ser un asno fuerte, que ha de estar ochado entre términos; vio la holganza que seria buena, y la tierra bonísima; puso su hombro para llevar la carga, y sirvió para pagar tributos. No sé yo qué palabras tan breves podían ser más á propósito para contar en ellas todas las condiciones de estos indios, y el modo que hay de proceder entre ellos y los castellanos, como lo sabemos de experiencia los que ha dias habitamos estas tierras, como se irá mostrando en la declaración de las palabras. La primera de las cuales es decir que Isa- char y su descendencia han de ser como asnos, que parece se fundó en esto el primer Obispo de Santa Marta, donde el Padre fray Tomas Ortiz (como dejamos dicho) cuando refiriendo las condiciones de estos indios (entre las demás) los llamó con este nombre, y parece fué bien á propósito, por lo que experimentamos de ellos ; porque según dice Berchoreo, asno se dice y deriva de esta palabra SÍ7ios, que quiere decir sin sentido, por parecer están sin él, según son de obedientes á la carga ; propiedad bien conocida**de estos naturales, pues * son tan obedientes a todos los que se quieren servir de ellos, que parecen insensibles. Dice también el mismo autor que es animal olvidadizo, en que le parecen también ; pues lo son tanto en las cosas de virtud y doctrina cristiana, que apenas han salido de la mano del pa- dre que los doctrina, cuando dejan olvidar todo cuanto con mil trabajos les habia procurado enseñar; y en especial se les conoce el olvido á los beneficios que se les hacen, porque sue- len de ordinario ser más traidores con sus más bienhechores ; enfermedad vieja en ellos, (CAP. XII). NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAF1RME. 25 si son de estas tribus, á quien castigó Dios con perpetuo destierro de su patria, por la in- gratitud y olvido que tuvieron de los beneficios continuos que recibian de su mano. La otra propiedad de este jumento, dice el autor que es ser omnifero, que quiere de- cir, que lleva y sufre todas las cargas y trabajos,"que no cuádramenos á estos naturales que lo de arriba, pues elljs son los que acuden á todos los de los españoles á ser sus vaqueros, pas- tores de toda suerte de ganados; ellos son sus gañanes y labradores de toda suerte de semen- teras, peones y aun oficiales de todos los oficios : todos los oficios bajos y humildes ellos los hacen, porque el español, aunque los hacia y ganaba de comer con ellos en su tierra, ape- nas ha puesto el pié en éstas, cuando se gradúa de holgazán, ó cuando mucho mandarín de los indios, que acá llaman calpiste estanciero, ó mayordomo por vocablo más mo- desto : y al fin el que tiene indios de encomienda, todo lo saca de ellos, el comer, beber, vestir y calzar : la casa los gastos ordinarios, extraordinarios y superfiuos. Y lo mismo es de todos los gastos de las Repúblicas, Audiencias, Iglesias, Catedrales y Parrroquiales, Mo- nasterios de frailes y monjas, y todos cuantos gastos acá se hacen, cuantas plazas paga el Rey á sus criados, y la gran suma de oro, plata y esmeraldas que se lleva á España, de que participan todos los reinos y naciones del mundo, carga sobre los hombros de sus tra- bajos, y en ellos está librado todo, como se ve con evidencia, pues en faltando ellos en al- guna parte, por alzarse ó consumirse, les falta á los españoles todo, y despueblan luego sus ciudades, de que tenemos claro ejemplo en más de quince ó diez y seis que se han despo- blado en sólo el distrito de esta Real Audiencia de Santafé, por esta ocasión, como son Vic- toria, Santa Águeda, la Frontera, Neiva, San Sebastian de la Plata, la ciudad de Simancas, junto á Timaná, ambas Páez, Cáceres, que mandó poblar Bartolomé de Mazmola, siendo Gobernador de Popayan, por la Real Audiencia de este Reino, la ciudad de Toro, Cara- manta, Antiochia, Rodas, Avila, la ciudad de Franca de León, en la provincia de los Jer- gies, la villa de San Miguel, en los Pauches, camino del Puerto de Honda, desde esta ciu- dad de Santafé. Y en el Corregimiento de Mérida, la ciudad de San Joseph de Alcántara y la del Escorial, y otras que no sé sus nombres, que no fué posible poderse conservar en faltán- doles los indios que les sirviesen y acudiesen á todo, en que se ve lo que importa la conservación y amparo de ellos, pues en ella consiste la de los españoles en estas tierras, y quien quiere indias quiera primero la conservación de los indios, que lo uno sigue á lo otro tan sin apartarse, como la sombra al cuerpo. Dice más este autor de este jumento, que es: Vili $• módico utens cibo, que su manjar es tan vil y poco, en que parece pintó el de estos naturales, pues vil y poco, que no sabemos de ningunas naciones se sustenten con menos y más áspera comida, pues solo es unos granillos de maiz tostado y cuando mucho molido, y hechos unos puches ó mazamorra, con unas yerbas insípidas y algunas raicillas asadas, porque comer carne de cualquier animal no les era á todos concedido; y en particular sabemos de este Nuevo Reino, que si los Caciques no se lo concedían por privilegio, no podían comer carne de venado, aunque otras naciones han sido tan viciosas, que aun la humana era su ordinaria comida por inducción del demonio; por lo general, su comer es tan poco y de tan poca sustancia, que de los Santos Padres del Yermo, no leemos haber hecho mayores abstinencias en la comida que estos indios tienen en su ordinario comer, aunque muy bien se desquitan en el beber de los vinos que hacen del maiz y otras cosas, pues en esto son tan viciosos, que son muy de ordinarias en ellos las borracheras, y su ordinario beber es mucho. Dice también que este animal es de naturaleza seca y fria, propiedad es del elemento de la tierra; y así son ellos tan melancólicos y tristes, porque tienen estas mismas complexiones; pero con esto dice que es animal muy lujurioso, y que no solo se junta con las hembras de su especie, siuo aun también con las que no lo son, como se ve en juntarse con la yegua. No han tenido ni tienen poco de esto estos indios, pues su lujuria les hacia establecer leyes, que cada uno tuviese las mujeres que pudiese sustentar; y de tal manera guardan esta ley, en especial los más poderosos, que hubo alguno que tuvo trescientas y cuatrocientas mujeres, como se sabe del Cacique Bogotá, señor de la mayor parte de este Nuevo Reino, con que venia á ser tan grande el multiplico de gente, que en todas estas Indias no parecían poblaciones donde estaban, sino hormigueros, do, clonde se puede sacar una de las más principales razones que hay por donde se vaya minorando en todas la3 tierras conquistadas, pues es cosa cierta no ha de ser tanto el multiplico sino antes dimi- nución del número que se halló, habiéndoles quitado la religión cristiana el tener 5 26 FRAY PEDRO SIMON. (CAP. XIIÍ.) multitud de mujeres, reduciéndoles á una sola, como manda la Santa Madre Iglesia. También han pecado muchas naciones de éstas en el pecado nefando y en el de la bestia- lidad, como irá diciendo la Historia. No se olvida este autor de la propiedad que tienen las hembras de estos animales, cuando paren, que es procurar no las vea nadie, condición propia de estas indias, que de ordinario, si las dejan, se salen á parir á orillas de los rios y quebradas, donde nadie las vea; en especial me consta esto de las indias y naciones de- San Juan de los Llanos, porque dicen se afrentan las vea alguien parir, y son ellas tan diestras en ese oficio, que no tienen necesidad de parteras que las ayuden, y en acabando de parir se entran en el agua á labarse á ellas y á sus criaturas, y así no se han hallado, en todo lo descubierto de estas Indias, parteras que lo tuviesen por oficio, como entre las demás naciones. Por todas las cuales cosas parece se cumple la profecía de que estos indios son de las propiedades de este animal, y se les puede llamar fuertes, no porque ellos lo sean de ordinario en fuerzas, aunque algunos hay que lo son, como dirá la Historia, sino por la fortaleza que han tenido, tienen y ponen en conservar sus idolatrías, de manera que no se las pueden desarraigar del corazón, voluntad y obras. San Gerónimo advirtió en sus tradiciones hebreas, que los setenta intérpretes, en lugar de Assinus fortis, volvieron Isachar bonum desiderabit, Isachar y sus descendientes desearan el bien, lo cual se verificó cuando entraron los castellanos conquistando estas tierras, en especial en el Perú y Nueva España, pues escribiendo de ella el padre Acosta, dice que muchos indios de aquella tierra, viejos y principales, decían á los españoles que deseaban (como á un inextimable bien) que viniera á sus tierras alguna nación de gente que los- librara de las tiranías que el Bey Motezuma les tenia impuestas, y de las mayores quo llevaban con las leyes que les-pedia el demonio por medio de sus ídolos, que les sacrificasen tanta multitud de hombres, de que estaban enfadadísiinos y cansados, y con miedo cada dia de perder sus vidas en loa sacrificios. Lo mismo se dice de los del Perú, por las muchas guerras que traían sus reyes unos con otros, con que andaban los vasallos tan aperreados, que deseaban quien los librara de su poder y pusiera en la libertad que ahora están, aunque también les parece no han alcanzado la que deseaban (como ello es así), con que se verifica que Isachar y sus hijos siempre estarán deseando el bien. Oleastro lee estas palabras, diciendo : Isachar Assinus dorsi, aut donáis, que es lo mibmo que decir asno que pone las espaldas para la carga, ó que estará aparejado y será apto para la carga. CAPÍTULO XIII. I. Indios de su naturaleza perezosos y amigos de estar echados—II. Sírvense de los indios para carga como de jumentos—III. El dormir de los indios es entre ollas y otros trastos de cocina—IV. Por ser tan buena la tierra de las Indias, les vino á los indios estar tan sujetos—V. No se ha hallada en las Indias animal de carga. Pagan los indios tributos personales. PASANDO adelante con la profecía, dice: Que estará echado entre los términos, que es decir, habitará y morará en tierra cerrada con términos; la tierra nada le pone término sino el mar, así como ella se lo pone á él. Y siendo estas Indias todas cercadas de mar, á lo menos esta Tierrafirme del Perú, pues solo una cinta que por lo más estrecho (que es de Puerto Beto á Panamá) tiene quince leguas, aunque se junta con Nueva España y le impide que no sea isla totalmente. Con razón se puede decir que sus mora- dores habitan y están entre términos. Y decir que están echados ó que han de estar echados, como lo significa aquel término, aculans, no significar menos que lo demás la condición de estos indios, pues de ordinario están echados, y se levantarían menos de lo- que se levantan si la necesidad de la comida ó fuerza de los españoles (á quien sirven) no- los apurara y forzara á levantarse, porque como la tierra, (como luego diremos) es tan fértil y abundante que con poco trabajo les da lo que han menester para sus pobres comidillas, casi todo el tiempo gastan en estar con ociosidad echados, y así son perezo- sísimos. Propiedad también del asno (como lo dijo el autor que citamos); de manera que es menester cuando los ponen en el trabajo darles tareas ó traerlos siempre á la vista, porque de otra suerte nunca hacen nada de provecho. Aquellas palabras, Acubuns inter términos, vuelve San Gerónimo, Acubans inter faccinas, que estará echado entre las cargas, que juntando este sentido de San Gerónimo (CAP. XIK.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIliRRAFIRME. 27 -con lo que dice la profecía más abajo, que puso su hombro para llevar carga, y con lo que ha pasado y aun pasará con ellos desde luego que entraron los castellanos en estas tierras, se ve cuan al pié de la letra se cumple en ellos esta profecía; porque como á los principios no habia caballos, malas ni otros jumentos con que trajinar las mercancías, frutos de la tierra y otras cosas de una parte á otra, ellos servían de esto, cargando todo lo que era menester sobre sus hombros; y fué esto con tanto exceso en toda la tierra que se iba conquistando, en especial en este Nuevo Reino, .que enviaban los conquistadores desde él harrias ó recuas de ciento y doscientos indios, más de setenta y ochenta leguas, á las desembarcaciones que se hacían en las riberas del rio grande de la Magdalena, para que subieran en sus hombros á este Reino todo lo que se traia de Castilla, como eran botijas de vino, de que cada uno cargaba la suya, que pesa más de dos arrobas, hierro, fardos y otras cargas, que no fué su pequeña destrucción por las muertes que se siguieron de muchos por los intolerables trabajos de las cargas, asperísimos, pantanosos y mal sanos caminos y no ser poco el tiempo que duró esto, hasta que hubo caballos y muías y se fundó la Real Au- diencia en esta ciudad de Santafé, que en amparo de los indios prohibió estos viajes con graves penas, poniendo tantas veras en que se guardara, que á cierto conquistador y enco- mendero que tenia ciertas botijas de vino en uno de estos puertos, y no teniendo caballos •con qué traerlas, y metiendo petición en la Real Audiencia que se le diese licencia para enviar por ellas á algunos de los indios de su encomienda, porque era viejo y flaco de estómago, se le respondió no haber lugar de darla y que bebiera agua si no tenia*otro modo de traerlas. Viniendo, pues, estos indios con sus cargas á cuestas, cuando á la noche descansasen y durmiese cada uno junto á la suya, estando todos juntos rancheados, bien se podía decir -se cumplía la profecía según la letra de San Gerónimo: que los hijos de Isachar estaban echados entre las cargas. Oleastro lee del hebreo: Acubans inter cacabos autollas, que quiere decir: Isachar y sus descendientes estarán echados entre las ollas y vasos de la coci- na, que viene esto también ajustado á la condición de estos indios; pues todo el menaje y alhajas de sus casas viene á ser ollas, mucuras, gachas, moyas y otros trastos do cocina donde ellos hacen sus brevajes, mazamorras y comidas, entre los cuales siempre se echan ¿ dormir sobre una poca de paja cuando mucho, ó en aquel suelo, sin más cama ni otra cosa que compañía de ollas y vasos de cocina. Sobre las otras palabras que dicen, viendo que la holganza era buena y la tierra muy •buena, puso el hombro para llevar carga, me ha dado que pensar en la contradicción que parece tienen entre sí las palabras, porque si vio que la holganza era buena en su tierra, por ser la tierra tan buena, para que habían do aparejar.su hombro para la carga, antes po- dían ahorrar de trabajos, pues con pocos les daba la tierra mucho, y como hemos dicho, eso les hacia haraganes y follones estándose echados; pero habiendo muchas veces echado á volar el pensamiento tras alguna razón que me pueda quietar, en razón de esto he hallado tener maravillosa correspondencia las unas palabras con las otras; porque por el mismo caso que la tierra es tan buena, como lo es en su fertilidad grande para toda suerte de árboles y ganados, minerales de piedras preciosas, oro y plata y todos los demás metales que los hombres hasta hoy han conocido; con que parece se podia tener descanso por este mismo caso, habia de poner su hombro para los trabajos, porque tarde ó temprano habia de venir gente á sus tierras que conociendo la grandeza y caudal de ellas les habia de hacer guerra, sujetarlos y cargarlos; y para eso tenían ya como aparejados sus hombros al peso de la carga para lo que sucediera, como sucedió todo cuando entraron los castellanos al fin, como los que eran de naturaleza de asnos, que como tales esperaban la carga; y aun son tan inclinados hoy á ella, que desde el vientre de su madre parece sacan esta inclinación, como se ve en los niños, que apenas pueden ir tras sus padres cuando lloran, se arrojan en el suelo y hacen mil extremos si no les cargan alguna cosa sobre sus espaldillas. Y los juegos á que entre sí los niños se entretienen, son de ordinario hacer manojos de paja ó de lo que se topan, y cargarse en las espaldas unos á otros. Acerca de esto he advertido una cosa digna de consideración: que habiendo hallado en estas Indias muchos animales bravos, tigres, leones, osos, zorras y otros así de poco ó ningún provecho para los hombres, y dificultosos de venir á estas tierras y de traerlos los hombres desdo donde paró el arca de Noé, no se hayan hallado de ninguna manera en toda esta Tierrafirme, ni en la Nueva España ni islas, caballo, burro, camello, dromedario, ele- fante, vaca, ni otro ningún animal de carga, con ser tan fáciles de llevar y traer á todas 28 FRAY PEDRO SIMON. (CAP. XIV.) partes, y tan de provecho para el servicio del hombre; porque las ovejas y carneros del Perú, aunque las cargan ahora con algunas medias carguillas, y sirven de harrias, pienso fué industria de los españoles; porque antes todos los indios cargaban en sus hombros todo lo que tenían necesidad: do donde podemos entender que por orden divina sucedió eso en castigo de los pecados de aquella tribu de Isachar, y en cumplimiento de la profecía de su padre Jacob, que no tuviese animal que les ayudase á llevar las cargas. Concluye la profecía diciendo que había de servir Isachar y sus descendientes para pagar tributo; bien se ve cuan al vivo cuadra á estos indios en los tributos que les tienen puestos, y pagan al Rey y á sus encomenderos en su nombre; pues los más de ellos sirven con sus personas, cargando sobre sus hombros y haciendo otros trabajos corporales para pagarlo, al cual llaman servicio personal; y al que pagan en plata, oro, matas ú otro géne- ro, llaman demora, que quiere decir tardanza por ventura, por la que han tenido de entrar en la Iglesia y reducirse á la fé cristiana, en que se ha cumplido en ellos también otra de las propiedades que dicen del asno, que es ser tardío y perezoso. Y últimamente se echa el sello á la verdad que tenga lo dicho, con la interpretación y significación que tiene este nombre en el Hebreo; porque Isachar es lo mismo que merces pamiium, merced y pre- mio; y así, cuando alguno ha trabajado en los descubrimientos de estas tierras y sus con- quistas, ó en otro servicio que haya hecho al Rey, le da por premio un repartimiento ó encomienda de indios, para que le paguen tributo y sirvan, como si á la callada les dijeran con la tal encomienda: yo os doy por merced y premio de vuestros servicios á los hijos de Isachar; que, pues, significan premio y merced, ellos sean la merced que os hago. Y esto parece bastará para lo que toca á la segunda población: el que quisiere ver más opiniones acerca de ella, lea los autores que hemos citado en ésta. CAPÍTULO XIV. I. Noticias que se tuvieron para la tercera embarcación y población de estas Indias Occidentales—II. Dase cuenta de estas noticias á los Reyes católicos, para que tomen á su cargo el descubrimien- to—III. Pónese calor en la negociación con la Reina, de parte de Fray Juan Pérez, de la Orden de San Francisco; y acábase con su Alteza, que dé favor y ayuda de costa para el descubrimien- to—IV. Hácese hallando algunas islas, y en ellas muchos indios. LA tercera, que fué de gente nueva y nunca vista ni oída en estas Indias, hicieron los castellanos por mandado y á costa de los Reyes católicos don Fernando y doña Isabel, el mismo año que ganaron á Granada y acabaron con los moros de España, después de más de setecientos años que la poseían. Tuvo esta tercera población sus principios de esta ma- nera. Don Cristóbal Colombo (que así se llamaba, sino que por más fácil pronunciación le quitaron la última sílaba y una pierna á la m, y le llamaron Colon), Caballero criollo, de la ciudad de Genova, buscando mejor ventura, vino á Portugal, donde casó una vez con doña Filipa Muñiz de Perestrelo, de quien hubo á don Diego Colon. Enviudó y casó segunda vez en la ciudad de Córdoba con doña Beatriz Enriquez, natural de aquella ciudad, que parió á don Fernando Colon, que salió de mucha virtud y letras. Tratando con varios hombres, se encontró con uno natural de la villa de Gelves, español y nacido allí, que le descubrió (según dice Garcilaso), esta navegación, y que habia otras tierras y gentes sin descubrir. El don Fernando, por poca hebra que le dieron, como hombre de buen talento, fué sacando el ovillo con fuerza de razones y algunas señas que él buscaba de cosas que habían aportado de estas Indias con la fuerza del mar y vientos, aunque tan lejos algunas partes de las costas de las islas y Tierrafirme de España, como unos pedazos de guaduas y otras. Cargó el juicio en el caso, y pareciéndole posible, se determinó á comunicarlo con los Príncipes, á cuyo abrigo y poder se podía poner en efecto; fué lo primero á los de su patria, como tenia obligación, y proponiendo á la Señoría de Genova, lo tuvieron por sueño. Probó la mano con el Rey de Portugal don Juan el II, y aunque lo oyó, no tuvo efecto, porque el Rey andaba entonces metido en el descubrimiento de las cosas de África. Con esto envió á su hermano, don Bartolomé Colon, á tratar el caso con Enrique VII, Rey de Inglaterra, que tampoco se hizo por allí nada; y entre tanto don Cristóbal se salió de Por- tugal con intentos de tratarlo con los Reyes católicos, que entonces estaban en Córdoba, aportó á Palos de Moguer con la caravela que salió de Portugal; y llegando á la Rábida tomó conocimiento con el guardián (que era del Convento que hay allí de nuestra Orden), (CAP. XIV.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIEERAFIIUIE. » 29 que se llamaba Fray Juan Pérez de Marchena, hombre docto y bien entendido en Cosmo- grafía, á quien comunicó sus intentos en buena hora, pues este Padre fué el principal ins- trumento para que tuviera efecto el descubrimiento de las Indias, por la diligencia que puso con la Reina, á quien habia confesado muchas veces; y así, animando á Colon en sus deseos, por ser ya los mismos los del Religioso, él puso brio para que fuese á los Reyes católicos (como lo hizo), dejándole en su Convento y amparo á su hijo don Diego Colon, que era aún niño. Llegó á la Corte de los Reyes católicos, y proponiendo el negocio, después de cinco años que se gastaron en ventilarlo, con más contradicientes que aficionados, maudaron los Reyes se le respondiese á don Cristóbal que no podían por entonces emprender nuevos gastos, pues los que tenían en las guerras (y en particular en la conquista de Granada), eran excesivos: fué nueva la tristeza que tomó de esto, con la cual fué á Sevilla, y ha- ciendo proponer el negocio al Duque de Medina Sidonia, y aun dicen que al de Medina Celi, no sirvió sino de mayor enfado á Colon, con lo cual se determinó escribir al Rey de Francia (como lo hizo) con intención de ir allá, y si no lo admitía, pasar á Inglaterra á tratarlo y buscar á su hermano, de quien estaba con cuidado por haber días no sabia de él. No tenia Dios guardada esta empresa para otros menos que los Reyes de Castilla; y así, tomando por instrumento al Padre Fray Juan Pérez de Marchena, le puso eficacia en sus palabras para que persuadiese á Colon el no ir á Francia, cuando desde Sevilla volvió á Rábida por su hijo don Diego, y comunicó al Padre guardián lo que habia pasado, el cual, para informarse mejor de los fundamentos de Colon, llamó á García Hernández, médico y filósofo, y habiéndolos conferido todos tres, quedó el García Hernández satisfecho. Con lo cual, y con el deseo'que tenia el Padre Fray Juan de que tuviese efecto lo que se inten- taba, y con el mucho conocimiento que tenia de él la Reina, escribió una carta diciéndole con mucha claridad la sustancia del caso. La respuesta fué que fuese el Padre Fray Juan á la Corte (que ya estaba en Santafé sobre el cerco de Granada), que dejase á Colon en Palos con buenas esperanzas. Fué el Padre Fray Juan, y viéndose con la Reina, le supo decir tales palabras, que la persuadió á venir en el descubrimiento, y así le envió luego á Colon, la Reina, con Diego Prieto, vecino de Palos, veinte mil maravedís en florines, para que fuese á la Corte, á donde fué, y se trató del negocio: y aunque hubo hartas contradiccio- nes, fué tanto lo que pudo con la Reina el Padre Fray Juan Pérez de Marchena, á que ayudaron mucho Alonso de Quintanilla y Luis de Santagel, Escribano de Raciones de la Corona de Aragón, que al fin se vino á resolver y determinar se hiciese el viaje y descu- brimiento por cuenta de los Reyes de Castilla, agradeciendo la Reina el consejo que le daban en conceder la empresa que Colon pedia; y al fin, hechas las capitulaciones en siete de Abril del año de 1492, se trató luego de ponerla en ejecución, después de ocho años que andaba tratando de ella. El Padre Fray Juan Pérez se volvió á su Convento desde la Corte, dejando ya el negocio asentado, y á don Cristóbal, haciendo las capitulaciones con sus Altezas, y hechas con todos los despachos necesarios y cartas para todos los Reyes del mundo, en recomen- dación de su persona, se partió Colon de la Corte (que estaba ya en Granada) á doce de Mayo del año dicho. Vino á Palos por parecerle lugar acomodado para disponer su viaje, por la buena gente de mar que allí habia para lo que habia menester, aunque por ser una cosa tan nueva lo que se intentaba, poco habia no lo rehusasen, con que se viera en más dificultad Colon de hallar gente acomodada, si su amigo el Padre fray Juan Pérez no le ayudara en todo su despacho, disponiendo los ánimos de los marineros y los demás á emprender la jornada de que siempre se prometió felicísimos sucesos, que parece se los daba á entender su espíritu, con que no perdonó grandes ni menudas diligencias; pues las hizo entre Reyes y gente humilde, viendo que todo era. menester. De manera que á este buen, padre de mi sagrada religión se debe el cuidado (como á hijo de tal padre que deseaba convertir á Dios todo el mundo) y solicitud para la última resolución del descu- brimiento de estas Indias, que no es poca gloria la que se le aumenta á nuestra Apostólica religión con esto. Al fin con estas buenas ayudas de costa en las negociaciones, y las que los Reyes católicos le dieron en dinero, y dos caravelas que le mandaron dar en el pueblo de Palos, comenzó don Cristóbal á disponer su viaje armado de más de las caravelas que se llamaban la una la Pinta, y la otra la.Niña, otra nave llamada Santa María; y ayudándose de dos hermanos Pinzones, gente rica en aquel pueblo, que fueron por Capitanes de las dos so FRAY PEDRO SIMON. (CAP. XV). «aravelas; y proveyendo las naves para un año de todo lo que era menester para noventa hombres que se embarcaron en todos, los más naturales del pueblo de Palos, se hizo á la vela á tres de Agosto del año de mil y cuatrocientos y noventa y dos; de donde se conoce ■cuan sin fundamento habló Enrico Salmuth en las anotaciones que hizo (de que están vedadas muchas cosas por la Santa Inquisición) á Pancirolo, diciendo que Colon salió de Cádiz á este descubrimiento por orden de los Reyes de Portugal, tit. i. de Novo Orb?; como lo que dice en otra parte, llamando á los cocos también cacaos, pensando por ventura •es todo uno, y por no haber visto ambas cosas no saben la gran diferencia que tienen. Fueron caminando con bueti viento, toparon con las Canarias (dichas así cuando se ganaron por los muchos perros que hallaron en ellas) y pasando adelante fueron siguiendo su derrota, notando Colon las señales que habia en la mar, aires, temples y alturas tras cada paso, no sin aflicciones por las que llevaba la gente, viéndose tan enmarados, que ningún hombre en el mundo se sabia hasta entonces lo hubiese estado tanto. Remediólo el Señor todo dando salida á ellas en las mayores angustias que llevaban, con que viese don Cristóbal Colon el primero, y luego otros de su nave Santa María, una lumbre encendida, un jueves en la noche, dos horas antes de la mitad de ella, á once de Octubre de 1492, y á la mañana viernes se descubrió la primera tierra, que fué una isla de quince leguas de largo; que viernes habia de ser el dia en que se les apareció á estos indios tanto bien como la luz evangélica, como también fué viernes el en que se obró su salud y la de todo el mundo en el Ara de la Cruz. Saltaron en tierra con estandarte real tendido, que era el que se dio para la empresa,'con una Cruz verde, con ciertas coronas, y los nombres de los Rejres católicos; besaron la tierra en señal de humildad, y dieron gracias á Dios por el suceso, y tomaron posesión de ella en nombre de los Reyes católicos, por la corona de Castilla y León. Púsole por nombre Colon á la isla San Salvador, como ofrecién- dosela en primicias del fruto que después por su mano y sumo poder se fué descubriendo y cogiendo. Los indios la llamaban Guanahami, que después llamaron de los Lucayos. Está en veinte grados de altura á la banda del Norte, y novecientas y cincuenta leguas de las Canarias; hallóse en treinta y tres dias de navegación desde ellas. Luego los castellanos recibieron á Colon por Almirante y Viso rey, porque estaba así en las capitulaciones. Estaba poblada de muchos indios, que los recibieron con muestras de gusto, y con el mismo les daban lo que tenían de sus comidas, algodón, papagayos y frutas, y los castella- nos les daban bonetes colorados, espejos, cascabeles y otras cosas con que quedaban muy regocijados. Dieron noticia á Colon que hacia la parte del mediodía habia más tierra y un señor grande. Trató luego á catorce de Octubre dar velas é irla á buscar, y hallando otras islas les puso por nombro la Concepción, Fernandina y la Isabela. Halló después la gran isla de Cuba y púsole Juana. Después halló la isla Caribana, que le puso la Española; aun- que no falta quien diga se llamaba Haití y Quisqueta; y debió de ser que como era tan larga, tenían puestos diversos nombres á diversas partes de ella. Allí se introdujo entre los castellanos este nombre, bohío, porque lo nombraban muchas veces los indios; y no sabien- do ni entendiendo lo que querían decir, por algunas conjeturas les pareció querían signifi- car sus casas; y así se ha quedado en todas las Indias á las casas de pajas, sean de indios ó españoles, llamarles bohíos. CAPÍTULO XV. I. Vuelve Colon á Castilla á dar cuenta de lo descubierto. Vuelve otra vez y la tercera á las Indias, y descubre otras islas y la Tierrafirme, á quien sigue Alonso de Ojeda—II. Arman también navios otros y vienen desde Castilla por los mismos rumbos que Ojeda y llegan y corren la Tierrafirme— III. Fueron costeando estos postreros al Poniente hasta que hallaron indios armados con mues- tras de querer defender sus tierras—IV. Con que se determinaron volverse por los mismos pasos la costa en la mano al Oriente. ^ DEJANDO algunos pueblos en la Española coa la gente que le pareció y llevando algu- na otra y drogas que halló en ella y algunos indios, tomó Colon la vuelta á Castilla á dar cuenta del descubrimiento á los Reyes católicos, á donde llegó, con que fué general el gusto que se tuvo en toda España; llamóle India por las razones dichas; dieron los Reyes cuenta al Papa Alejandro VI del descubrimiento. Hizo el Almirante segundo viaje con que des- cubrió otras islas vecinas á las descubiertas el año de 1493. En esta segunda vuelta de (CAP. xv.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 31 Colon á las Indias se vino con ¿1 trayendo en su compañía otros religicsos también de nues- tro hábito, su nmy amigo el padre fray Juan Pérez, que como quien habia sido el principal instrumento para que Colon no desmayara en proseguir este descubrimiento de las Indias, quiso ser el primer sacerdote que le acompañó en ellas y el primero que las pisó, y el pri- mero que edificó iglesia y dijo misa en e^tas tierras de estos infieles; porque luego que llegaron á la isla Española (que también se llama de Santo Domingo por la ciudad que en ella hoy está fundada, que la llamó así Colon, que la fundó por darle el nombre de su padre que se llamaba Domingo), luego hizo el padre fray Juan Pérez le hiciesen una igle- sia donde él dijo la primera misa y moró algunos dias con sus compañeros hasta que se fueron dividiendo por los pueblos que se iban conquistando, doctrinando y bautizando los indios. De manera que de nuestra Apostólica religión fué el que acabó de persuadir y apear las dificultades que se oponian al descubrimiento de estas tierras : y el primer sacer- dote que hubo en ellas y la primera misa que se dijo y la primera iglesia que hubo Gonzá- lez in Chronica. in Provincia sanctoe Crucis. Volvió Colon después á Castilla y después otra vez tercera navegación á las Indias el año de 1498, y entonces descubrió la isla Trinidad, bocas del Drago, que son el desagüe que hace en el mar del Norte el rio Orinoco y la Tierrafirme que le puso Marcapana, aunque uo se determinó por entonces si lo era, ó isla, por haber hallado en el primer viaje unas tan grandes que la Española tiene ciento y cin- cuenta leguas de largo, Leste ó Este, y de ancho cuarenta, de vojo más de cuatrocientas; y la de Cuba, que es lo mismo, si no es mayor, con que pudo entender aquella tierra también era isla, pero al fin era Tierrafirme. Corrió la costa al poniente hasta la punta de Araya ó Cumaná, que todo es un paraje. Puso la proa desde allí á la banda del Norte, donde descu- brió luego aquellas famosas islas Cubagua, Cochen y la Margarita, que han sido tres alho- ries de perlas, pues se han sacado de ellas más de dos millones, aunque ya por ahora eso ha cesado. Desde allí volvió á la Española el mismo año de mil y cuatrocientos y noventa y ocho, en el de noventa y nueve, con licencia del Obispo Juan Rodríguez de Fonseca, que tenia entonces á su cargo los despachos de las Indias, y no con la de los Rej*js, armó navios el capitán Alonso de Ojeda, natural de la ciudad de Cuenca, y trayendo por piloto á Juan de la Cosa Vizcaino y á Américo Bespucio por mercader. Vino navegando y en veinte y siete dias dieron vista á la Tierrafirme que el Almirante don Cristóbal Colon habia descu- bierto. Fuéronla costeando la vuelta del Poniente, saltando en tierra muchas veces, y viendo los puertos que hallaban por la tierra que ya habia descubierto don Cristóbal. Llegaron á Paria y habiendo corrido doscientas leguas de costa, pasaron adelante hasta Coquivocoa y cabo de la Vela, que le puso este nombre Ojeda entonces, y desde allí revolvió á la Espa- ñola. En esta costa cuenta Herrera, Dec. I, lib. 4 с. Щ que vive infinita gente de indios en diversas partes con diversas costumbres ; cosa que -parece corria ya por mi cuenta con- tarla, por comenzar desde aquí mi historia, como lo rjticiera si no las hallara contadas en Herrera y otros, porque me parece ser excusado tratar áe propósito lo que otros han trata- do, sino es en cuanto no puede excusarse para añudar el hilo de la historia que pretendo: no obstante que pudiera hablar por vista de ojos de torio muy por menudo desde la Mar- garita, punta de Araya y Cumaná hasta Coro, que es la mayor y más principal parte de esta costa y tengo notados los yerros y aciertos que dicen loi pocos que han escrito de ella. La fama (que pintan con muchas plumas y ligero vuelo) lo dio en pocos dias por muchas partes del mundo, publicando los descubrimientos de la tierra nueva de estas Indias y riqueza de ellas, por las muestras de perlas y oro que el Almiranto habia llevado y en- viado á España, con que toda ella se alborotó y llenó de brios para venir á ver las gran- dezas que se publicaban. Estas sonaron con mayor estruendo en todos los puertos y puertas de España, que miran á las partes de estas tierras, como son los que están en el Andalucía. Y así con este ruido y el que hizo Alonso de Ojeda en la partida de su viaje, se alentaron muchos á hacerlo también, «como en especial (entre los demás) sabemos lo intentó y salió con ello un Pedro Alonso Niño, vecino de Palqs^> de Moguer, el cual habida licencia del

Rey para hacerlo, con condición que no sur^flfe su navio, ni faltase gente en tierra, con

cincuenta leguas de la tierra que habia descubierto D. Cristóbal Colon, trató con Luis

Guerra, vecino do Sevilla, que le armase un navio, por no hallarse él con caudal para lo quo

era menester en la armazón. Acudió con gusto á esto el Guerra, con condición (entre otras)

que su hermano Cristóbal Guerra viniese por Capitán. Pusieron en la partida la diligen-

cia posible, é hiciéronse á la vela pocos dias después que Ojeda, y siguiendo sus mismos

rumbos, llegaron pocos dias después de él á la tierrra de Paria, donde no reparando en

32

FRAY PEDRO SIMON.

(CAP. XV.)

lo que habían capitulado con el Rey, saltaron en tierra] y cortaron algún brasil; y vol-

viendo á navegar la costa abajo, la vuelta del Poniente, tocando en la Isla Margarita, y

en la de Cochen y Cubagua que están en medio de la Margarita y la Tierrafirme, rescata-

ron buena cantidad de perlas con los naturales. Prosiguiendo la costa, tocaron en la punta

de aquella famosa salina de Araya que llaman Ancón de refriegas; y la boca del golfo de

Cariaco, el rio y bahía de Cumaná, pasaron seis ú ocho leguas más adelante, al paraje que

llaman Cumanagoto, navegando por entre la Tierrafirme y las Islas del Pirita, bien desa-

provechadas á todo servicio humano; fuera de que sucede allí una cosa maravillosa, que

suelen echar cabras en ellas con sus padres, y no teniendo las Islas más agua que la que

llueve, ni otros árboles que algunos cardones y mangles, y alguna yerbezuela, se sustentan

con esto y agua de la mar, y se aumentan como espuma. De manera que de cuando en

cuando entran á hacer matanza de ellas para corambre (que la tienen por grangería) los

españoles; como en especial se ha visto con abundancia de este¿ganado en Isla Blanca, ocho

ó diez leguas de la Margarita á la banda del Norte.

Hallaron en este paraje los nuestros muchos indios desnudos, que sin temor se

venían á los navios trayendo muchas perlas al cuello, narices y orejas, que las daban con

mucha liberalidad por cascabeles, manillas, sortijas, alfileres y otras cosillas hechas de

latón. Montaron desde allí el Morro de Uñaré y dando vista á lo que ahora es la Guaira,

puerto de la ciudad de León ó Caracas, y más adelante el golfo de la Burbarata, puerto

de Chichirivichi y golfo Triste. Llegaron al paraje donde ahora es Coro, cerca de la Pro-

vincia que llaman de Venezuela, que está más de trescientas leguas al Poniente de la Isla

Trinidad y Bocas de Drago. Aquí también hallaron mucha gente, hombres y mujeres, que

con mucha simpleza venían con sus hijos en los brazos, con quien también rescataron

muchas perlas por alfileres y agujas: aunque sabiendo los indios que aquellos eran instru-

mentos para coser y que no los habian menester, pues andaban desnudos, se reian mucho

de haberlas tomado; si bien se quedaron con ellas por decirles los nuestros que les podían

servir para sacarse las espinas, de que hay buen caudal en toda aquella tierra. Diéronse

á la vela otro dia hasta llegar al paraje de un pueblo de los naturales (dicho Curiana) por

quien después la ciudad que se pobló allí cerca se llamó Coro; y habia llegado la fama de

los rescates que se habian hecho en los otros indios á estos de Curiana; apenas habian dado

vista á los castellanos, cuando se llenó la playa de infinita multitud de indios, haciendo

señas llegasen los nuestros, yéndose algunos para ellos en sus canoas y llevando perlas para

Tesoatar de las cosillas de Castilla que habian sabido habian rescatado con sus vecinos. No

dejaron de temerse los nuestros por ver en la tierra tanta gente y no ser ellos más que

33, hasta que conocidas sus simplicidades, no tuvieron por inconveniente meterse entre

ellos; y aun viendo que les daban de comer todo lo que tenían en sus tierras, como eran pan

de maíz, conejos y venados, que los hay por allí muy buenos, ánsares, añades, pescado con

abundancia, se estuvieron entre ellos reformando veinte dias, en los cuales pudieron cono-

cer por los venados que era Tierrafirme, pues no se habian hallado en ninguna Isla. Tenían

estos indios sus mercados ó ferias. Servíanse de tinajas, cántaros, ollas, platos y escudillas

y otras vasijas de diversas formas, todo de tierra sin vidriar. Précianse de traer entre los

collares de perlas ranas y otras sabandijas hechas de oro, mal formadas, y preguntándoles

dónde se hallaba aquel oro, dijeron que seis soles de camino, que son seis dias. Determiná-

ronse ir allá con su navio hacia la parte que les señalaban, que era la Provincia de Curiana

Cauchieto, á donde también les salió mucha gente que con mucho seguro se entraban en

el navio, llevando también algunos perlas y joyas con que rescataban las cosas de Cas-

tilla, aunque no eran tan liberales en dar las perlas como los de Curiana, pero dieron al-

gunos papagayos de diversos colores y muy hermosos gatos paules.

Siguieron su viaje há< ;ia el Poniente y á pocas leguas hallaron indios también des- nudos que serian hasta dos mil hombres armados de flechas y arcos con brios de defender su tierra y que no saltasen en ella ; y así dejándosela en paz y pareciéndoles no ponerse en más peligros con más de 150 marcos de perlas que ya llevaban * buenas palabras, por violencia, poniendo á sus lados con las

armas en las manos sus amigos más confidentes: de donde se siguió un alboroto tal de uno

y otro bando, intentando el de los amotinados desestimar la autoridad del Religioso, como

si no representara allí la Real de la justicia, que quedaron los promotores del caso bien

acuchillados, aunque no hubo muerte de ninguna parte, si bien no se excusaran á no llegar

á este tiempo el Juan de Yucar, que fácilmente lo aplacó todo, en especial llevándoles,

como les llevaba, comidas, que era sobre que se había levantado la polvareda.

Sentada esta paz, y habiéndoles repartido la comida, hizo el Capitán se embarcase

toda la gente en los bergantines, con que se hizo á la vela la vuelta de Marigalante, hasta

juntarse otra vez con la carabela en el mismo puerto que la había dejado: y disponiendo

allí las cosas importantes para la llegada á la Dominica, donde tenia rastro estaban los Ca-

ribes, determinó que quedándose el Padre Fray Vicente en el mismo puerto con algunos

soldados, y en la fragata el resto de los demás y el matalotaje y armas necesarias, se em-

barcasen con él en los bergantines para tomar la vuelta de la Dominica, como lo hizo, y

poner sus deseos en efecto. luciéronse á la vela con los bergantines, disponiendo al tiempo

(que lo hacia bueno) que era menester para llegar de noche y saltar en tierra, sin ser

vistos de los naturales. Sucedióles como lo midieron, pues ya anochecido llegaron á varar

en un ancón de la misma isla los dos bergantines. Hizo luego el Capitán saltar en tierra á

un soldado llamado Limón, diestro en conocer los rastros de los indios, enseñado^en esto

de la experiencia larga que tenia en jornadas y ocasiones que se había visto con los indios,

como se echó de ver en ésta, pues á pocos pasos que dio (aunque de noche) buscando los

que habían dado los indios, sacó por ellos con brevedad la trocha que guiaba al pueblo

donde estaban los malhechores, que no era lejos de la costa; y volviendo á avisar al Capi-

tán de la certidumbre del rastro, saltó en tierra con la más de la gente, dispuesta toda al

asalto, y para hacerle espaldas á Limón, si fuese sentido antes que llegase á los ranchos de

los indios; pero él lo hizo con tanta sutileza, que aseguró esto desnudándose en carnes;

porque si acaso lo encontraban algunos indios entendiesen que también él lo era, pues iba

como ellos, no dando lugar la oscuridad de la noche á hacer distinciones: y así, puesto de

esta librea, y fiado en su mucha soltura, fué siguiendo el camino que habia visto, y entrán-

dose la tierra adentro, hasta que á media legua de camino encontró cuatro caneyes ó bohíos,

tan largos, que en cada uno vivia toda una parentela, cuyos moradores estaban bien des-

cuidados de los peregrinos españoles que tenían en su tierra, como lo echó de ver el Limón

por el sosiego con que los halló después de haberlos asechado con cuidado ; y así, con ese

mismo y la brevedad que pudo, volvió á dar aviso al Capitán, que luego partió con la

gente, bien dispuesta en orden de guerra, hasta que llegó á los bohíos y prendió á toda la

gente de ellos, que serian, de solo Gandules, más de ochenta, sin que se le escapara xmás

que uno.

Puestos en recado los presos, preguntó el Capitán á uno de ellos por una buena

lengua que llevaban si era vivo el Cristóbal de Guzman, y dónde estaba, á quien el indio

respondió ó temiendo la pena* si decía la verdad, ó deseando dar gusto á tas españoles y que

le soltarían por ello, que era vivo, y estaba en un pueblo, y no lejos de allí. Para más sa-

tisfacerle de esto el Capitán, y tomar más luz de dónde lo podrían ir á buscar, preguntó

lo mismo á una india que le respondió la verdad, diciendo que ya era muerto por los mis-

mos que lo prendieron, con una trabajosa muerte, y que uno de ellos habia sido aquel indio

á quien acababan de preguntar y que si lo habia negado seria por miedo del castigo. No

quedó sin él el indio luego que se supo esto, pues un soldado muy particular, amigo de Cris-

tóbal de Guzman, haciendo demostración de esta amistad y sentimiento que tenia por la

FRAY PEDRO SIMON.

(2.* NOTICIA.)

desgraciada y cruel muerte, llegó furioso al salvaje y sin más información de lo que la in-

edia habia dicho, dándole una tan fuerte cuchillada con la espada con que se halló en las

manos, le quitó á cercen la cabeza, y pasara adelante despedazando ,el cuerpo y haciendo

lo mismo con todos los demás indios é indias que tenian presentes, si no le fueran á la ma-

no, pareciéndole era todo poco en pago de la bárbara y cruel muerte que le habian dado á

su amigo. No era muy de contraria opinión el Juan de Yucar, pues se encolerizó de ma-

nera (certificado ya de las muertes) que mandó á sus’ soldados hiciesen el castigo de

ellas que les ofreciese la ocasión, pasando á cuchillo á todos los que no pudiesen ó no les

pareciese reservar por esclavos, hasta que quedase destruida aquella Isla que tan perni-

ciosa era y lo habia sido á todas sus convecinas para los naturales y cristianos, en especial

á la de Puerto Rico, á quien traian más entre ojos, como se echaba de ver en lo mucho que

la frecuentaban con asaltos ordinarios, pero al fin de los que prendieron allí no murió más

de aquel que cortaron la cabeza.

CAPÍTULO XIL

I. Tienen noticia de otro pueblo de Indias á donde fueron y lo destruyeron.—II. Coge el Capitán

Yucar cuatro piraguas con sus indios, y otro pueblo cerca de la costa.—III. Tratóse de paces con

algunos indios que vinieron á la costa, aunque no tuvieron efecto.—IY. Sale el Capitán Yucar

á talar la tierra y quemar las sementeras, y dánle en el camino una guazabara.

INFORMÁNDOSE el Capitán de los mismos presos si hallarían otras poblaciones de sus

parientes donde estuviesen otros indios de los malhechores, supo como no lejos de allí

estaba otro pueblezuelo, donde tenian aún vivas dos negras de las de la ley presas, y demás

de esto le digeron que otro dia siguiente habian de llegar á aquel puerto donde estaban los

bergantines, cuatro piraguas de indios de unos pueblos algo apartados de allí la costa ade-

lante, que venían á beber y holgarse con ellos ; de que el Capitán se alegró con extremo y

determinó disponer su gente para que los unos ni los otros se le escapasen de las manos,

enviando luego cuarenta soldados con el Capitán Diego Vásquez á dar en el pueblo, y de-

jando en aquel puesto á buen recado, y con segura guarda, los presos. Con el resto de la

gente se embarcó él con la presteza que pudo en los bergantines, y antes que quebrara el

alba, entró con ellos en una caleta que se hacia en una punta, por donde habian de pasar

las cuatro piraguas, para desde allí asaltarlas sobre seguro. El Capitán Diego Vásquez con

su escuadra caminó con guías tan aprisa y al secreto al pueblo de las negras, que mucho

antes que amaneciese, hallándolos dormidos, dio de repente sobre ellos con tan buen ánimo,

que habiendo á las manos vivos á los más, á otros metieron á cuchillo y quemaron vivos

en los bohíos, poniéndoles fuego á los primeros pasos que iban entrando, de manera que

con lo uno y lo otro fué tal la ruina del pueblezuelo, que sólo escaparon algunos Gandules por

buena suerte que tuvieron, los cuales, intentando no sólo defender sus personas sino vengar

las muertes de sus convecinos y deudos, tomaron las armas y acometieron á los españoles, no

tan de burla que no quedasen heridos algunos soldados, aunque sin peligro, pues ninguno

murió de las heridas, habiéndolas recibido los indios tales, que ninguno escapó con la vida.

Recobraron las dos negras, de quienes supieron muy por menudo las muertes del Cristóbal

de Guzman y los demás, como hemos dicho. Tomaron con éstos la vuelta del otro pueble-

zuelo donde habian dejado los demás presos que juntos con los que llevaron de e’ste, no

hacían pequeño número.

No tuvo menor suerte el Capitán Juan de Yucar esperando al abrigo del promontorio

las piraguas, pues llegando todas cuatro á doblar la punta, seguras de los que les estaban

aguardando, salieron al tiempo que convino de la emboscada los bergantines, y acometién-

dolas con mucha ligereza, como ellas no la podían tener por ir recargadas y embalumadas

de sus comidas y mucuras de chicha que llevaban para la fiesta, fueron todas cuatro con

facilidad tomadas, sin que se escapara de la gente que venia en ella*s más que solos seis in-

dios, que atreviéndose á la destreza que tenian en nadar, se arrojaron al agua sin descubrirse

en ella, aunque estaba buen trecho, hasta que pudieron tomar tierra en parte donde no po-

dían recibir ningún daño de los bergantines, temiéndose el Capitán del aviso que podían

dar aquellos seis, que los vio muy lejos ya fuera del agua, á los demás pueblos, navegó

-con la diligencia posible la costa arriba ; y habiéndose informado en cierto paraje de los

indios presos, que estaba cerca del mar otro pueblezuelo, cubierto y amparado de unas

»

(CAP. XII.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIEI’.RAFIRME. 55

altas focas, dio sobre él inopinadamente y prendió más de sesenta entre hombres y muje-

res, metiendo á cuchillo y quemando con sobrada crueldad. Los demás intentó desde allí

proseguir su viaje en el castigo, y^habiéndolo comenzado, halló que ya eran sentidos, y

habia pasado la palabra á los demás pueblos de la Isla, como se echó de ver en las tropas

que iban viendo de naturales sobre ellos, tan briosos todos y bien armados de sus flechas

y arcos, que forzó al Capitán á retirarse con toda su gente, y algunos de los presos aprisa á

los bergantines, que por mucha que se dieron, apenas tuvieron lugar de embarcarse y hacerse

á lo largo donde no pudieran alcanzar las flechas de tantos indios como luego se aparecie-

ron en la costa, que las disparaban tan espesas como la nube el granizo, si bien todas en

vano, por ser mucha la distancia, como también lo era para las piezas de fruslera que los

nuestros disparaban de los bergantines; de manera que de una ni otra parte no sucedieron

muertes ni herida en esta ocasión.

Quisiera mucho el Capitán Juan de Yucar, antes de salir de ella, hacerles alguna

estratagema á los indios ó enga-fío con qué poder haber á las manos algunos; pero como lo»

indios debieran estar en el mismo pensamiento, no fueron de ningún efecto lr-s trazas que

en orden á esto practicaba entre él y los soldados. Con todo, con un despierto intérprete de

los muchos que llevaban, así de los indios amigos como españoles, les trató de paces y que se

diesen rehenes los unos á los otros, pensando entre estos conciertos el Capitán hallar entra-

da para sus intentos. No rehusaron los indios el enviar á los bergantines cuatro principales

y á decirles enviasen otros tantos españoles, como lo pedían. Vióse en esto atajado el Ca-

pitán, ya que tenia en los bergantines los cuatro indios, por parecerle no hallaría entre sus

soldados quien se atreviese á meter entre los bárbaros sin ley ni palabra en rehenes de los

cuatro, porque, conociendo la bruta condición de estas gentes, y que se les daria bien poca

que se quedasen entre los nuestros los cuatro, también se podia temer de algún mal suceso

con los que pasasen entre ellos ; pero aun con todas estas consideraciones, no faltaron do»

briosos soldados, que fueron Limón y otro vizcaíno llamado Horozco, que se ofreciesen á pasar

en rehenes, que no lo estimó en poco el Capitán, y tratando del modo que habían de tener

en su pasaje, se determinaron á ir desnudos del todo, para que viéndolos los indios de su

librea, se les hiciesen más amigos. Pasaron de esta suerte los dos, que viéndose ya entre

los bárbaros, quedaron tan arrepentidos como temerosos de que los habían de hacer cuartos,

si bien todos los temores vinieron á parar en burlas que con ellos usaron, y fueron que,

como aquellos salvajes viven tan á lo rústico y sin rastro de vergüenza natural, como se

hecha de ver en traer todo su cuerpo y partes de la honestidad descubiertas, ellas y ellos

llegaban á los españoles, y con deshonesta desenvoltura les miraban y tocaban á las partes

de la puridad, y luego las barbas, tirando de ellas blandamente, por ver si era cosa postiza,

con gran risa y entretenimiento que tenían de esto, como de jugar con ellos á#pasa Gon-

zalo, lastimándoles á papirotazos en las narices, en lo cual, y en otras semejantes, bien las

pasaron estos afligidos soldados poco más de dos horas, que les fueron dos largos años, por

los temores con que esperaban por instantes la muerte.

Tratóse en este tiempo con los cuatro principales de los bergantines de algunos

asientos de paces, y no pudiendo concluir nada, se volvieron á tierra y los dos españoles á

los barcos; solo se determinó por entonces no se hiciesen guerras los unos á los otros y

que á la mañana se volviesen á ver todos allí, donde se trataría otra vez de dar asiento á las

amistades. Pero como estos bárbaros solo intentaban con esto hacer tiempo y entretener á los

españoles, para que lo tuvieran sus hijos y mujeres de ponerse en cobro, y que se les jun-

tase más gente para contra ellos, aunque el Capitán volvió otro dia al puesto á lo concer-

tado, con deseos ya, ó de hacer paces con ellos ó engañarlos como hasta allí lo habia procu-

rado, no volvió ninguno á la playa, y así tomando la vuelta de la costa, pasó adelante á un

buen puerto y segui’o, que llaman del Azufre, donde vacía un rio de agua caliente, y los

estuvo aguardando todo aquel dia, hasta que viendo no parecía ninguno, determinó (dejan-

do en los bergantines y piraguas los soldados que bastaban) entrar él con ochenta, la tierra

adentro, á quemarles los pueblos y comidas que hallase. A los primeros pasos que dieron

(poniendo en efecto esta determinación) hubieron á las manos algunos indios que les dieron

relación cierta del sitio donde estaba recogida toda la gente de aquella Provincia, para

donde fueron marchando, llevándolos por guias cuatro dias enteros, rompiendo por hartas

dificultades que se les ofrecían, por ser el camino fragoso. Iban seis soldados por sobresa-

lientes de los demás, con dos ó tres guias, distancia de un tiro de arcabuz, y habiendo halla-

do más de treinta pueblos en lo que caminaron estos cuatro dias, todos vacíos de gente,

56

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

por estar retirada, como les habían dicho, los convirtieron en ceniza, hasta que al quinto

dia dieron los sobresalientes con una quebrada honda y de altas barrancas, en especial á

la otra banda donde estaban, por el sitio fragoso y defendido por naturaleza, hechos fuerte

todos los indios con su chusma.

Habíanlos ya avisado las centinelas que tenían puestas de la ida de los nuestros y

echando con este aviso una emboscada de esta parte del arroyo, con intentos de dar sobre

los cristianos en llegando á las barrancas, donde por fuerza habían de reparar por la difi-

cultad del paso, que les sucedió puntualmente como lo habían trazado, pues llegando á él

los seis y viendo indios sobre la barranca contraria, que de intento se habian puesto allí

para entretener á los soldados cuando llegasen y que tuviesen lugar de dar sobre ellos los

de.la emboscada, intentando los seis volver atrás á dar aviso al Capitán de lo que habian

visto, se hallaron de repente cercados de los escondidos, que ya habian salido á dar sobre

ellos ciertos de la victoria, por parecerles no se les podían escapar de sus manos, como fue-

ra sin duda, si las voces que comenzaron luego á levantar los bárbaros, cantando victoria,

no llegaran á los oidos del Capitán y su gente, que ya iban á los alcances, que oyéndolas, é

imaginando luego lo que podia ser, alargando el paso lo más que pudieron, llegaron al tiem-

po que los habian menester los seis, por traerlos ya afligidos los bárbaros, sobre quien dio

tan de repente y con tantos bríos el Capitán y sus compañeros, que aunque los tenían bue-

nos los indios, pues sustentaron la guazabara porfiadamente por buen espacio de tiempo con

muertes y heridas de algunos, los hicieron retirar los soldados aunque no huir; pues fiando

en la multitud que eran, solo se hicieron á un lado para alentarse mientras se juntaban los

desbaratados y alguno > otros de los de la otra parte de la quebrada.

CAPÍTULO XIII.

I. Retírase el Capitán Yucar con su gente de la guazabara al mar—II. Vienen sobre los españoles

diez piraguas de indios, j otros muchos por tierra—III. Guazabara naval y de tierra que dieron

los indios á los españoles—IV. Caso que sucedió con unos flamencos que se alzaron con una ca-

rabela que iba de Puerto Rico á Santo Domingo, matando los españoles de ella.

ADVIRTIENDO el Capitán cuan á propósito le venia esta retirada de los indios, para

poderla él también hacer con sus soldados, y serle importante el hacerla, por las de-

siguales fuerzas con que se hallaba respecto de la multitud de naturales que se iban jun-

tando, á quien, demás de la defensa natural y buenos brios, favorecían otras justas con-

diciones para conseguir la victoria, como eran la defensa de su patria, personas, mujeres é

hijos, que todo lo tenían en contra los nuestros, y poco justificada la guerra, pues si en

algo lo habia estado hasta llegar á castigar el delito del robo y muertes que habian hecho

en los cristianos, que ya estaba bien vengado, acordó de tomar la vuelta de la derrota que

los habia llevado á aquel puesto, para volver al que habian dejado en el mar con los ber-

gantines; y así, tomando el mismo Capitán con los más briosos y valientes soldados la

retaguardia, que en aquella ocasión era el más peligroso puesto, siguiéndolos los indios, y

picándoles por muchas partes, tan á su salvo por entre la montaña, que no pudieron los

nuestros (aunque lo procuraron) hacerles algún daño, si bien los soldados tampoco lo re-

cibieron en dos ó tres leguas que duró este alcance de los indios, hasta que dejando á los

españoles, tomaron la vuelta de sus ranchos y retiro. Prosiguieron los nuestros su viaje,

bien desabridos y fatigados del trabajo del camino, que les duró dos dias, hasta llegar á la

lengua del agua, con que curaron las pocas heridas, y sin riesgo que llevaban algunos, por

haber ya conocido ser esta agua del mar uno de los eficaces remedios que se han hallado

para estas heridas con yerba.

Determinó el Capitán (que no debiera) estarse descansando tres ó cuatro dias en la

playa antes de embarcarse, en los cuales tuvieron lugar los naturales de juntar algunas

piraguas y determinarse á venir sobre ellos con ellas por el mar, *»y escuadrones por la

tierra, sin que de esto pudiesen alcanzar aviso los nuestros, como se echó de ver, pues un

dia á deshora y sin que ellos lo pensasen, estando con más descuido que debieran, descu-

brieron que venían para ellos, doblando una punta, hacia la tierra, diez piraguas llenas de

gente: presumiendo luego lo que podia ser, comenzaron á emboscarse aprisa en los ber-

gantines y piraguas todos, con intento de hacerse á lo largo y disponerse para la guazabara

naval de las piraguas que los venian á buscar. Valióle la diligencia que puso en esto al

(CAP. XIII.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

57

bergantín en que estaba embarcado el Capitán, porque cortando la amarra con presteza,

sin detenerse á sacar el rejón, se pudo hacer á lo largo y librarse de una infinidad de in-

dios, que fueron luego saliendo de un pequeño bosque, apartado del agua un tiro de ba-

llesta, donde estaban emboscados para salir al tiempo que los tuviesen cercados las piraguas

por el mar, y dar juntos por una parte y otra sobre los nuestros. No les salió la traza tan

en lleno y cumplida como deseaban, pero tampoco les salió en vano, por la desgracia ó poco

cuidado que tuvieron los del otro bergantín: pues no advirtiendo en picar la amarra, como

lo hizo el otro, se embarazaron de manera en sacar el ancla, que antes que pudieran reti-

rarse llovió sobre él tanta multitud de flechas y piedras de los de la tierra, que mataron

más de veinte hombres entre españoles, negros é indios amigos, y aun algunos de los que

llevaban presos, sin otros muchos que salieron mal heridos, no dándoles (por la prisa que

les daban) lugar para desamarrarse y hacerse á lo largo, ni ser bastantes los tiros que dis-

paraban de escopetas y gruesos, para hacerles retirar, aunque veían los indios que caian

muchos de ellos.

Entre tanto el Capitán Juan de Yucar, con su bergantín, salió al encuentro de las

piraguas, que lo recibieron con tan gallardos brios, que sin mostrar un punto de cobardía

se tuvieron con los españoles, peleando de ambas partes valerosamente muy grande espa-

cio de tiempo, después del cual, quedando algunos de la una y otra heridos, que no’se supo

si de la de los indios quedaron algunos muertos, éstos se retiraron y tomaron la vuelta

por donde habían venido, con que dieron lugar al bergantín á que también la tomara con

toda presteza en socorro del otro, conociendo tener necesidad de él, pues le veian desde

donde habia sido la pelea que se estaba todavía sin salir del puerto, y á los indios que lo

tenían apretado, según advertían en las voces que les oían dar cantando victoria. La lle-

gada del Juan de Yucar fué el total remedio y vida de los que halló vivos en el bergantín,

porque estaban ya casi perdidas las esperanzas de poderla conservar ninguno por la prisa

que todavía le estaban dando desde la tierra con piedras y flechas, todas de yerba tan vene-

nosa, traída para aquel propósito, que por pequeña que fuese la herida no le hallaban re-

paro contra la muerte, y así cayeron en sus manos todos los que escaparon heridos; ha-

ciendo el Capitán desamarrar el bergantín, expuesto él al mismo peligro con el suyo, que

no dejó de serle de harto, se hicieron á lo largo y tomaron todos con las piraguas en que

tenían los presos la vuelta del puerto, donde determinaron que los bergantines, con algu-

nas piraguas y la presa de los. indios, y el Padre Fray Vicente, tomasen la vuelta de Puerto

Rico, á donde llegaron y fueron bien recibidos, y la carabela con el Capitán y algunos sol-

dados de los que habían quedado de mejor brio, tomó la de Tierrafirme para hacer algunos

esclavos, como entonces se usaba, con qué reparar los gastos y pérdida de la jornada.

Entre tanto que sucedió esto, salió de la misma ciudad (ya más de mediado el año

de mil y quinientos y veinte y nueve) una carabela con esclavos y alguna gente española,

hombres y mujeres, la vuelta de la Isla y ciudad de Santo Domingo, con intentos de tomar

desde allí la del puerto de Nombre de Dios y subirse al Perú. Iban también en ella ciertos

flamencos, uno de los cuales se llamaba Luis de Longobal, con su mujer llamada Malmasela

Clareta, que decían ser deudos de Mingo Bal, caballerizo que á la sazón era de nuestro

Emperador don Carlos. Salieron estos flamencos desabridos de la ciudad de Puerto Rico,

donde habían estado algún tiempo, y según ellos decían, agraviados por haber salido entre

el vulgo una fama de que no estaban los dos casados sino amancebados. El deseo del

castigo de esta injuria (aunque solo estaba entre el vulgo) les hizo salir de esta ciudad

para la de Santo Domingo, desde donde llevaban determinado tomar la vuelta de España,

donde pudieron dar su queja al Emperador, navegando con buen tiempo las pocas leguas

que hay desde donde salieron hasta la isla de Mona. Surgieron en ella los españoles á

tomar refresco, en especial de melones de Castilla, que se daban allí tantos, tan grandes y

tan buenos, que parecía habían hallado su centro, donde no se cria casi otra cosa bien sino

éstos y conejos. Saltaron en tierra casi todos los españoles con los esclavos que llevaban,

quedándose en la carabela, sin querer salir de ella, el Luis Bal y su mujer con los demás

flamencos, que eran bien pocos, cubriendo su determinación y malos intentos con la capa

de la melancolía y tristeza que llevaban por lo dicho. Estos eran de tomar venganza por

sus manos, si pudiesen, de la injuria, sin dejar perder ocasión que les viniese á ellas

para efectuarla, y pareciéndoles ésta buena, se determinaron ponerlos en efecto al tiempo

que comenzaron á volverse á embarcar en el navio los españoles con sus esclavos.

Y así, habiendo ya venido una barcada en que venían casi todas las mujeres espa-

58

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

ñolas, a la segunda, tomando sus armas este furioso flamenco y su mujer con los demás de

su nación, saltaron en el batel, y haciéndose señores de él, comenzando á herir los que

traía, por no traer ninguno armas cou qué defenderse, no dejaron á ninguno vivo, y

subiéndose al navio hicieron lo mismo con los pocos españoles y españolas que habian

entrado en él, sin dejar criatura viva de las que los españoles llevaban en el navio, negro

ni negra, perro ni gato; tal fué la furia de aquellos embriagados. Entre las demás mujeres

que mataron fué una doncella de noble sangre y por extremo hermosa, que la llevaban

á casar con un caballero á Santo Domingo. Era notable el sentimiento por el hecho y no

poderlo remediar, de los que desde tierra estaban mirando este estrago y oyendo las voces

que daban los que morían, en especial las mujeres, con quienes se las hubo la Clareta, que

la veían, con una espada desnuda en la mano, dar saltos, como una leona, de una parte á

otra, tras las españolas que huyendo de la muerte andaban de una parte á otra en el navio,

con el cual también se alzaron los flamencos, hecha ya esta matanza, y se dieron á la vela.

Despacharon luego en una canoa á dar aviso del caso á la ciudad de Santo Domingo, donde

á la sazón era Arzobispo Fuenmayor, que fué mucha parte para que con la brevedad que el

caso pedia despachase el Presidente dos ó tres navios en alcance de los flamencos, y andando

desvolviendo los puertos de aquellas islas, para donde habian tomado la derrota, hallaron

en uno de la de los Lucayos la carabela dada al través, y en la playa muchos rastros de

sangre y cabellos bermejos, señales evidentes de que habian tenido allí el castigo de su

hecho atroz á manos de aquellos bárbaros, que si fué así, no hay que desearles muertes

más crueles, que ellos les darían bien merecidas á las que ellos dieron. Los que quedaron

en la Isla de la Mona, pasados algunos dias, se embarcaron en un navio que pasó por allí,

de los muchos que de ordinario pasan, y volvieron pobres á Puerto Rico.

CAPÍTULO XIV.

I. Pide Antonio Sedeño, vecino de la ciudad de Puerto Rico, la conquista de la Isla de la Trinidad.—

II. Despacháronsele recados de la conquista y título de Adelantado, con que levantó gente y

navegó hasta la isla de Trinidad, donde tomó tierra.—III. Salen los indios de paz cebados de

algunos rescates que les daban.—IV. Fortifícase Sedeño para poder con seguro correr la Isla.

EN estos años vivia en la misma isla y ciudad de Puerto Rico ó del Borriquen (como

llamaban los naturales) un Antonio Sedeño, Contador de la Real Hacienda de aquella

ciudad, y que no tenia él tan poca que no fuese más que mediana su pasadía, si bien ésta

lo era (como naturalmente lo son las riquezas á todos los hombres, por ser en sí vanas y

que se dejan siempre vacíos en el corazón) para adquirir otras mayores, y con ellas mayor

nombre, estimación y fama; llevado de ésta, con estos naturales deseos y de reducir los

indios á la “fe católica, los puso en gastar las riquezas con que se hallaba en la conquista de

los indios de la isla de la Trinidad, convecina á la suya y muy vecina á la Tierrafirme,

cuyo fama volaba por el mundo de grandes riquezas, valerosos y muchos, pues eran más

de cuarenta mil indios, abundante de comidas, buen temple y disposición de tierras, aguas,

puertos, maderas y drogas de zarza, guayacan, brasil, ébano y otros ; si bien esto no se

había experimentado hasta entonces, tanto como lo habia extendido la fama, por no haber

hecho nadie asiento en ella de propósito, si bien muchos le habian dado vista de paso, desde

que el Almirante don Cristóbal Colon, el año de mil y cuatrocientos y noventa y ocho, á más

de la mitad de Julio, la descubrió y puso este nombre de la Trinidad y tomó agua delgada

y dulce que entraba de ella en el mar en algunas de sus bahías, puertos y puntas, que entre

las más distantes, que son las del Arenal hasta el cabo de la Galera, que fueron nombres

que les puso el mismo Almirante, y corren Leste ó Este, hay más de cincuenta leguas, que

es la distancia que tiene de longitud la isla, en que se comprenden ásperas montañas,

vestidas toda la vida de crecidos y frondosos cedros y otros árboles, como en la primavera

de Europa, está á ocho grados de latitud al Norte.

Estos desvelos con que andaba Antonio Sedeño le solicitaron de manera que des-

pachando sus agentes á la Corte (aunque otros dicen que él en persona lo fué á negociar,

proponiendo las condiciones que le parecían ser á propósito de su comodidad) les ordenó

pidiesen la conquista de aquella isla con título de Adelantado de la tierra que en ella con-

quistase ; aunque este título de Adelantado nunca lo llegó á gozar, por no haber tenido

(CAP. XIV.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

59

suerte de cumplir las conquistas y capitulaciones sobre que se fundó, y así sólo gozó del de

Gobernador, que desde luego se le dio. No tuvo esto mucha dificultad, ya por no tener

opuestos en la pretensión, y ya porque el JRey la tenia acompañada de mil deseos de aque-

llos indios, se conquistasen y redujesen al gremio de la Iglesia; y así se le despacharon

recaudos con título de Adelantado, como lo pedia, cumpliendo él con las condiciones que

habia de guardar en la conquista, que fueron las que de ordinario se capitulaban con

los demás, que eran de pacificar la tierra, poblar en ellas algunas ciudades, erigir en ellas

iglesias con sus curas, hospitales, y acudir á otras forzosas necesidades, para que se le die-

ron también algunas ayudas de costa.

Despacháronsele recaudos de todo esto, y habiéndole llegado á la Isla de Puerto Rico,

el año de mil y quinientos y veinte y nueve, lo que restaba de él, y los principios del si-

guiente, juntó hasta setenta hombres, que fueron los que pudo en aquella ciudad, y algu-

nos caballos, yeguas, perros y puercos, se embarcó en dos carabelas, y lleno de mil espe-

ranzas de grandezas que habia de conseguir en su gobierno, se dio á la vela, y en pocos

dias y con buenos sucesos el mismo año de mil y quinientos y treinta, llegó á la isla de la

Trinidad y surgió en ella á la parte del Sur, que es la que mira la Tierrafirme, pareciéndole

ser aquella la más acomodada, por ser la parte más poblada y abundante de mantenimientos ;

el mar quieto, respecto de ser poca la distancia que hay desde la isla á la Tierrafirme y

estar con esto más abrigada de los vientos con quo no se inquietaban tanto las aguas, á

cuya comodidad se llegaba otra no menor del socorro que podían tener pasándose á Tierra-

firme, si las guerras de los isleños les forzaban á esto, como le sucedió.

No se alborotaron los indios con la vista de los navios y castellanos, porque como

hasta allí (aunque habían visto otros muchos pasar por una parte y otra de la isla na-

die los habia avistado) no lo estaban, antes seguros se llegaban á la ribera del mar en

muchas tropas, con que lo quedó Sedeño y su gente, para poder saltar en tierra, como lo

hicieron, aunque sin un punto de descuido en llevar armas defensivas y ofensivas, para

todo trance que pudiera suceder, uo lo hubo por entonces contrario, pues antes los recibie-

ron los indios riéndose con ellos abobados, á quien procuró Sedeño desde luego atraer á su

amistad, dándoles algunas cosillas de Castilla, cuentas de vidrio, peines, cascabeles y otras

así de menor precio é importancia, pues no lo fueron de poca, sino de toda, para que dejasen

á los castellanos tomar posesión y asiento en su tierra con amistad, en que se señaló entre los

demás un principal llamado Chacomar (cuyo era el suelo donde se habían desembarcado)

el cual la asentó tan de propósito con el Gobernador Sedeño, que jamás se la quebrantó ; si

bien en esto desde luego tuvo el indio su razón de estado, porque queriéndole desposeer del

suyo algunos de sus convecinos principalejos, con quien traia guerras, advirtió serle par-

tido hacer esta amistad con los castellanos, para defender sus tierras.

Voló luego la fama de la entrada y asiento de los españoles por muchas partes de

la isla, de’donde todos los más principales se dispusieron á venirlos á ver, como lo hicieron,

acompañados de algunos amigos á quien el Gobernador aficionaba con darles de las cosillas

que hemos dicho de Castilla, á que pensaban los bárbaros eran solamente venidos á la isla

los españoles. Admirábanse también de verlos con barbas, y la fortaleza de los caballos y

figuras peregrinas para ellos de los puercos y otros animales.

Como los pensamientos del Gobernador fuesen tratar luego de entrar á penetrar la

isla y hacer tanteo de sus gentes y sitio, trató luego de en el mejor que allí cerca de la mar

le pareció junto del puerto (que estaba á propósito para las naves) fortalecerse y hacer

sala de armas para todo suceso : porque luego a las primeras vistas y tratos que tuvo con

los indios (demás de las noticias que tenia de ellos) conoció por su aspecto, inquietud y

modo que tenían en sus tratos, no podía durar mucho su amistad y blandura con que

habían comenzado á tratarse unos con otros; y así mientras duraba aquello y los rescatillos

de cuentas y bujerías con que iba cebando á los que venían, determinó poner en obra un

gran cercado y palenque de maderos gruesos que con ayuda de su vecino y amigo Chaco-

mar, y de los demás indios convecinos que más frecuentaban la venida á ver los soldados, que

tampoco holgaban srrT perdonar industria y trabajo, en pocos dias hicieron un buen cercado

de altos y valientes maderos, y dentro de ellos bohíos, que les pareció bastaban para la co-

mida y vivienda de todos los soldados, gente de servicio, almacenes de vituallas, jarcias y

armas.

60

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

CAPÍTULO XV.

I. Fáltanle las comidas á los españoles, con que les fué forzoso irlas á buscar—II. Álzanse los indios,

y hacen junta para contra los españoles—III. Vienen innumerables indios á todas horas, con

intentos de destruir los españoles—IV. Caso que sucedió con un indio y una mujer española—

V. Levántase toda la isla y viene una noche contra los españoles.

TIEMPO había pasado bastante desde que se dio Antonio Sedeño á la vela en Puerto

Rico, hasta éste en que acabaron el fuerte, para haber consumido las comidas que em-

barcaron y las que les traían los indios (que no eran muchas), por los rescates que les

daban, porque sin éstos, pocas ó ningunas les traían, por ser estas naciones (en especial las

más feroces, como lo son estos indios de la Trinidad) tan amigas de interés, que sin éste,

con fuerza de castigo, es ninguno el provecho que se saca de ellos : y así, al paso que fal-

taron de parte de los soldados las dádivas, fué faltando de la de los indios la amistad y co-

rrespondencia en las visitas y alguna comida que hasta allí les traían ; con que fué forzoso

á los soldados oprimidos del hambre, salir á buscarla (como lo hicieron) á los pueblos más

cercanos, de donde se proveían de algún maíz, yuca, batata y otras raices, con que comen-

zaron los naturales á avisparse, y conocer eran los intentos de los españoles otros de los que

hasta allí habían entendido ; y que pues contra su voluntad les tomaban sus comidas, tam-

bién intentarían tomar sus tierras, haciendas, hijos y mujeres.

Voló esta fama por las tierras más comarcanas al sitio de los españoles, y aunque

entre sí casi todas las parcialidades estaban de guerra unas con otras, hicieron junta y amis-

tad para contra los españoles, determinándose de emplear todas sus fuerzas é industriasen

matarlos ó echarlos de sus tierras. Con esta determinación trataron de propósito de hacer

armas, que son arcos y flechas y muy fina yerba ; renovar penachos y otros pertrechos y

aderezos de sus guerras, para tomarla más de propósito contra los españoles. Es la yerba ó

masa venenosa que usan estos indios en sus flechas, la más fuerte y penetrante de cuantas

se han hallado entre las naciones de estos indios, por ser aquella isla, con sus muchos calo-

res, la que cria las drogas y animales venenosos de que se hace esta yerba, la más á propó-

sito de cuantas tierras se han hallado : porque apenas ha raspado la flecha el cuero, aun

sin herida, penetrase, como tope sangre, cuando el herido muere rabiando y despedazando

sus carnes sin remedio : y como entonces eran pocos los que se habían hallado contra este

mortal veneno (que aun ya hoy ha descubierto la necesidad y experiencia muchas, como di-

remos en algunas partes de esta Historia) sin él morían muchos.

Prevenidos de estas armas y venenos, se juntaban de muchas partes de aquella isla

grandes tropas de aquellos salvajes, y viniendo al fuerte de los españoles unos tras otros á

todas horas, noche y dia, los inquietaban de manera que por ser pocos los nuestros, y ser-

les necesario por esto acudir todos á todo, aun no les daban lugar para cuajar un rato de

sueño, ni aun para comer lo poco que tenían, porque apenas habian ahuyentado una tropa,

cuando por todas partes les picaban otras, por ser innumerable la multitud de los naturales,

que de ordinario llevaban lo peor, con muertes de muchos, ahuyentando los que quedaban

vivos hasta guarecerse en los encumbrados riscos, donde lo quedaban, por no poder llegar

allí los caballos : si bien los perros aun de allí los entresacaban, porque estas dos suertes

de animales fueron de notable importancia para la defensa de estos indios, así en ésta como

en otras muchas conquistas de estos indios.

No fueron pocos (respecto de lo pocos que estaban los castellanos) los que murie-

ron en estas ordinarias refriegas, por ser (como hemos dicho) tan fuertes los venenos de

las flechas y tan poco conocidos entonces (como hemos dicho), los remedios contra ellos.

Pero ordenó el don Antonio Sedeño que con el cuidado y secreto posible, sin que pudiese

venir á noticia de los enemigos, se enterrasen nuestros muertos para que no conociesen el

daño que nos hacían y cobrasen mayores bríos, que no fué de poca importancia ; pues en-

tendiendo los indios eran de poca sus flechas, pues no veian español muerto, dejaron por

entonces las frecuentes venidas é inquietudes con que asaltaban la fortaleza de los soldados,

intentando hacer mayor la suya con junta de la demás gente de la isla : y así dejaron por

algunos días de acudir alas ordinarias guazabaras que hasta allí, con que se alentaron un

poco los españoles afligidos, no tanto por la guerra, cuanto por carecer de comidas, que era

la más penosa y que más los consumía.

(CAP. XVI.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

61

Dio lugar este retiro de los indios la tierra adentro, á que el amigo Chacomar (que

lo fué siempre bueno), pudiera socorrer á los nuestros con algunas comidillas y guiar con

los suyos algunas tropas de soldados á donde pudieran hallar otras en algunos pueblos de

sus enemigos con que socorrer el real, que iba por la posta llegando al extremo de la nece-

sidad de ellas. Sucedió en este tiempo, que tuvo atrevimiento un valiente indio, ó por in-

dustria de su Cacique, ó por señalarse entre los demás, de bajar de lo alto de las sierras y

llegarse al fuerte de los españoles á reconocer los que habia y en lo que se ocupaban ; puso

en ejecución esta temeridad, y llegando á él á la mitad del dia, se entró dentro sin ser sen-

tido de la posta que guardaba la puerta, por ventura no advirtiéndolo, entendiendo que era

alguno de los indios de Chacomar, que con libertad entraban y salian á todas horas, siendo

ésta en la quo estaban reposando la siesta todos los que habia en el fuerte, se vio el indio

en medio del patio de él, sin ver “persona de quien pudiese temer, más que una mujer espa-

ñola que habia ido con su marido en compañía de los demás; á la cual, como viese el Gan-

dul estar sentada labrando á la puerta de su aposento y que no habia otro ruido, se allegó

desvergonzadamente y comenzó á jugar y querer entretenerse con ella, quitándole la labor

y almohadilla de las manos ; la cual teniéndolas, y brios de española, no sufriendo la des-

vergüenza del salvaje, se levantó y arrebató un palo, que acaso se halló cerca, y sin hablar

palabra ni llamar favor de nadie, dio tras el Gandul á palos, y ciñéndole algunos bien de

asiento, le hizo volver las espaldas, donde también le asentó otros, y salir más que de paso

la puerta afuera del fuerte, sin que tampoco fuese sentido al salir, por la razón dicha.

El aviso que dio este indio á los que le habían enviado, del descuido con que á su

parecer habia hallado á los castellanos, fué causa que tomasen más brios los alterados, y

llegasen á tenerlos, de querer acabar echar de la tierra á los nuestros, y con este intento

avisaron casi á todas las partes de la isla que estaban con los mismos propósitos, para que se

juntaran á ponerlos en ejecución, como lo hicieron dentro de diez y seis dias, al fin de los

cuales vinieron con el secreto posible y el mismo orden que antes habian tenido, de ir re-

frescando las fuerzas con nuevo refresco de tropas, y se acercaron una noche, con el silen-

cio y oscuro de ella, al fuerte de los españoles, entendiendo cogerlos descuidados y que no

pasasen sus dias de aquella noche. Sintiéronlos las velas á tiempo que dando arma pudie-

ron, con la brevedad que el caso requería, ensillar y armar losrpocos caballos que les habian

quedado, y salir todos, caballeros y peones, con sus armas, á la resistencia de tanta canalla

como venia sobre ellos ; comenzóse la refriega entre las tinieblas de la noche, que no ayu-

daban poco á los nuestros, por ser en tanta multitud los indios, que por donde quiera que

iban caballeros y peones se hacia terrible estrago, y también por la confusión con que estos

indios siempre pelean.

CAPÍTULO XVI.

I. Caso que sucedió con una mujer española, defendiéndose por más de tres horas de seis indios—II.

Consiguen victoria los españoles, y volviendo al fuerte hallaron que habia salido también con

victoria la española—III. Determínase Sedeño salir de la Trinidad con su gente, y pasarse á la

Tierrañrme de Paria, donde edificó una casa fuerte—IV. Deja el Gobernador hecha la casa

fuerte y proveído veinte y cinco soldados en ella, contra quien después se rebelaron los indios

Parias.

ENTRE los demás que llegaron á estas horas al fuerte de los españoles, llegó también

el indio que los dias antes (como dijimos), habia venido por espía y habia ido despe-

dido de la española con aquel buen recado de palos ; el cual, ó corrido de ellos (que pien-

so no lo fué mucho), por no saberse entre estos indios qué cosa sea esa afrenta, ó por que-

dar aficionado á la hembra, luego que llegó con los demás y se comenzó la guazabara, sin

detenerse en el peligro de ella, se deslizó con cinco compañeros que ya debiera de traer

hablados para eso ; y cubierto con las tinieblas de la noche, arrimándose á la empalizada

del fuerte y topándose abierta una pequeña puerta falsa, que estaba á la parte del mar y

sin ninguna guarda, se entraron por ella dentro del fuerte los seis compañeros, y yéndose

derechos al aposento de la española, intentaron entrarse dentro, como lo hicieran si la mu-

jer no estuviera despierta. Al fin, con el sobresalto que tenia estando su marido y los de-

más españoles en la guazabara, y así al ruido que venían haciendo los seis indios por el

patio, se puso la española más en alerta, y tomando una espada que estaba en su aposento,

62

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

y poniéndose en los pechos el almohada de su cama, para la defensa de las flechas, se llegó

á la puerta del bohío para ver qué gente era la que venia haciendo ruido por el patio, y

conociendo eran indios enemigos, y que entre ellos venia el que los dias pasados se le habia

querido burlar (si bien le habia llovido á cuestas, entendiendo venia á vengarse), se em-

braveció de manera y se puso tan en buenas con la espada, que aunque intentaron los seis

bárbaros ganarle la puerta del bohío, en que hacían todos su posible, disparándole buena

cantidad de flechas, fué en vano, pues se tuvo con ellos más de tres horas, picando con la

espada á los que se le allegaban, con maravillosos bríos, á que ayudaba Dios, guardándola

de las flechas, de que se enclavó buena cantidad en la almohada, sin que ninguna le hiciese

aún un pequeño daño.

En la fuerza estaba do la pelea esta española mujer con .sus seis indios, cuando un

soldado de los que andaban con la guazabara, herido de una mortal flecha, se entró en el

fuerte sonlocado y sin juicio, por la fuerza del dolor y veneno de la yerba que le turbó de

tal manera el sentido, que solo le tuvo para retirarse de la guazabara, y fuera de tino ve-

nirse al fuerte sin saber á qué.

Entró, pues, en él de esta manera, y pasando por cerca de donde la española mujer

estaba defendiendo su casa y persona, le dio voces pidiendo la viniese á socorrer; pero como

ni él sabia á dónde estaba ni quién le llamaba, por el cruel tormento y dolor que llevaba

de la yerba, sin advertir á las voces que se le daban, se metió atontadamente en una con-

cavidad que acaso se halló, que habia entre el palenque y bohío donde la mujer estaba,

y arrimándose así á los palos del cercado se quedó muerto miserablemente, encajado en pié

entre dos palos, donde después lo hallaron.

Ya iba riendo el alba, cuando los españoles, después de haber hecho cruel matanza

en los indios, en cuatro horas que duró la refriega, los hicieron retirar la sierra arriba, si

bien con algún daño de los nuestros, por haber sido de ellos tanta suma y peleado con tan

venenosa yerba, volvieron al fuerte, apellidando Santiago y victoria, por la que habían al-

canzado, con que los seis indios que habían tenido en tan grandísimo aprieto á nuestra es-

pañola, sin haberla podido rendir, desampararon el fuerte, cada cual por donde pudo,

dejándola á ella con su honra y sin daño ninguno de flechas, la cual con la venida de los

españoles y huida de sus seis indios enemigos, fué tanto el placer que tomó, que como

muchísimas veces suele acaecer con los dos tan grandes extremos de placer y tristeza, se le

cubrió el corazón y cayó en el suelo, desmayada á la puerta de la casa, donde, así como la

vio su marido y los demás que llegaron á una, entendieron estaba muerta, no oyéndola

hablar, sospechando acaso no hubiesen venido algunos indios y la hubiesen muerto.

Comenzaron con este pensamiento á levantarle del suelo, y ella luego á volver en

sí y á dar quejas de la inhumanidad que con ella habia usado el español muerto, no que-

riéndola favorecer en el trabajo con que la halló peleando con los seis indios, cuyo suceso

comenzó luego á contar, dando por testigos las flechas que estaban clavadas en el almohada

y en algunas partes de su vestido.

Comenzaron luego á buscar al español de quien se quejaba, para reprenderle

su crueldad tan grande y cobardía, y halláronlo muerto en el modo que hemos dicho.

No me pareció á propósito quedasen sin poner en memoria estos dos valerosos he-

chos de esta española, como también pusiera su nombre y patria, si de ello hubiera

noticias.

Fué muy poca la gente que ya le quedaba al Gobernador Sedeño, por la que le

habían muerto en las demás y en esta última guazabara, á cuyo paso habia también cami-

nado en el consumo de los perros y caballos, con que estaban aguardando por horas el irse

acabando del todo todos los que habían quedado, si continuasen los indios los ordinarios

asaltos que hasta allí habían hecho, á que se anadian las apreturas de la hambre, sin tener

ya de donde les viniese socorro, porque aunque les daba alguno el amigo Chacomar, y les

era de importancia en esto y en los avisos que les daba de las determinaciones que tenían

contra ellos los naturales, aun no era todo esto bastante para poderse sustentar en aquel

puesto. Todas estas cosas y otras muchas que revolvía el Gobernador Sedeño en su fan-

tasía, le hacían echar mil tanteos y trazas buscando algunas que fuesen á propósito para no

perderse él y su gente ni desamparar del todo aquella tierra, y con eso el título y merced

que su Majestad le habia hecho de Gobernador y Adelantado de la isla de la Trinidad si la

conquistaba, y que seria gran vergüenza y quiebra de su honra y presunción, volverse á la

ciudad de Puerto Rico pobre, por los gastos que habia hecho en la jornada, y sin haberse

(CAP. XVI.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

63

efectuado cosa de consideración, ésta le hacia á veces determinarse á dejar la gente que le

hahia quedado en aquel .sitio é irse á la ciudad de Puerto Rico á traer mas. No permanecía

en este pensamiento, por contradecirlo otro que le sobrevenía, de entender el mal suceso

que tendrían los que quedasen allí, por ser tan pocos, y tan belicosos los indios, con que

quedaban vendidas y al tajón de la muerte las vidas de todos. (

Entre tanta máquina de pensamientos y consideraciones, halló salida una que le

pareció más á propósito, diciendo lo seria pasar con toda la gente que le habia quedado á

la costa de Tierrafirme y Provincia ó punta de Uriaparia, y hacer allí una casa fuerte

donde pudiese quedar la gente con los bastimentos que pudiese recoger entre los indios, y

con esto tomar la vuelta de la ciudad de Puerto Rico con algunos de sus amigos, y juntan-

do otros de nuevo, volver á hacer entrada en la isla con más fuerza de gente. Comunicó con

la demás ilustre de la suya este pensamiento, y aprobándolo todos, por verse fuera de tan

conocido riesgo como tenían, comenzó luego á ponerse en ejecución embarcándose en los

dos navios que habia procurado el Gobernador se conservasen, y desamparando el fuerte,

donde habían gastado casi un año con tantos trabajos de hambres y guerras como hemos

dicho, y otras muchas más, sin haberse hecho ningún buen efecto, antes quedar briosos

los indios y rogando al Cacique Chacomar le diese algunos de sus vasallos para que ayuda-

sen á la fábrica de la fortaleza que intentaban hacer, se dieron á la vela, y en pocas

horas llegaron aquel mismo dia al Ancón, ó punta de Uriaparia (dicho así por un Cacique

de aquella tierra, que se llamaba Uriapari, de donde también se llamó esta tierra Paria)

donde se embarcaron con muchísimo contento de todos, por verse fuera de los trabajos que

per momentos les estaban amenazando en la isla Trinidad.

No le fué dificultoso al Gobernador Sedeño saltar en la tierra del Cacique Uriapari,

pues él con sus indios le salió de amistad á recibir, la cual procuró asentar el Gobernador

con algunas cuentezuelas y bujerías de Castilla que le habian quedado, con que habiendo

ya dado traza y dispuesto el sitio donde se habia de hacer la casa fuerte, acudían los parias

á ayudar á la fábrica, qun juntamente con los que habian traído de la isla, y la mucha

industria que ponían los españoles, la fabricaron de piedra y tapias en pocos dias, de

manera que quedó bien fuerte y tan acabada como la habian menester para resistir á las

flechas de aquellos naturales, si se quisiesen rebelar, como al fin lo hicieron, con las cuales

sospechas, antes que llegaran á ejecutarse, puso el Gobernador cuidadosa diligencia en que

se juntase mucha cantidad de comidas, ya con rescates, ya de agrado y ya medio de fuerza,

para que con esta prevención no les forzase la necesidad á salir á buscarlas, y de ahí les

sucediesen algunos inconvenientes, por ser tan pocos los que podían quedar en su defensa,

pues no pudieron ser más que hasta veinte y cinco hombres, y así, dejándoles por cabo y

su Lugarteniente á un Juan González, muy bien prevenido de todo bastimento, y animán-

doles á que con valerosos bríos y fidelidad guardasen aquella fortaleza que les dejaba á su

cargo, y no la entregasen á ningún español y Gobernador que acaso por allí pasasen, sin

tener orden suya, y prometiendo seria allí de vuelta, con socorro, con la brevedad posible,

se embarcó y tomó la vuelta de la ciudad de Puerto Rico con los demás compañeros,

habiendo primero enviado á la isla Trinidad los indios que le habia dado su amigo

Chacomar.

Previno el Teniente Juan González y los demás de la fortaleza que la tuviesen en

su amistad los indios parias, pero ellos tuvieron diferente parecer dentro de muy pocos

dias, como gente que con facilidad lo muda, y corridos de haberles dejado sentar tan de

fundamento en su tierra, acordaron de echarlos de ella y derribar la casa fuerte, para que

si viniesen otros y se juntasen con ellos, no tomasen más fuerzas para destruirlos con su

tierra. Con estos intentos la alteraron^toda, juntándose de mano armada todos los naturales,

y viniendo cierto dia que señalaron para ello, cercaron la fortaleza y los veinte y cinco

soldados dentro, que no las tenían todas consigo, viéndose acometidos de tan innumerable

canalla, bien armada á su modo, y que sin descuido intentaban todos los que podían para

conseguir sus deseos, si bien todos fueron en vano, por no saberse dar maña á derribar la

fortaleza, no teniéndola más que para tirar aquellos dardos y flechas arrojadizas, que no les

eran de ningún daño y ofensa á los españoles, lo cual advirtiendo también los indios después

de algunos dias que tuvieron cercada la casa, con gritos y algazaras, sin cesar dia ni noche,

dieron de mano al cerco y se retiraron á sus pueblos, aunque no se descuidaban del todo, que

no, viniesen algunas tropas de cuando en cuando á espiar si estaban los españoles, con que

les hacían estar sobre aviso, y no dejarles alargarse mucho, aun á buscar comidas con que ir

G4:

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

entreteniendo las que tenían en el fuerte, pues aunque era razonable cantidad, se iban ya

consumiendo y amenazando falta, con que se iban cíñendo y comiendo muy limitadamente,

y la misma necesidad iban padeciendo de agua para beber y lavar la ropa. Llegó Antonio

Sedeño con buen viaje y sucesos á la ciudad do Puerto Rico, donde repartió entre algunos

vecinos algunos indios que babia llevado, hombres y mujeres, aunque no con nombres de

esclavos sino de libres, y como tales eran tratados; pero no embargante esto, de que envió

informaciones á la Corte, habiendo sabido el Rey este hecho, envió á mandar se volviesen

todos los indios á sus tierras de donde los habia sacado.

CAPÍTULO XVII.

I. Pide al Rey en la Corte don Diego de Ordas las conquistas de la costa que hay desde el rio Marañon

hasta el cabo de la Vela.—II. Ofrece una dificultad acerca de esto.—III. Condiciones con que

se le concede la conquista.—IV. Sale con gente de España, y tocando en la isla de Tenerife, llega

á las bocas del Drago y Marañon.

EN este mismo año de mil y quinientos y treinta, que dijimos habia comenzado el Gober-

nador Sedeño .’sus conquistas de la Trinidad, hallándose en Castilla don Diego de Ordas,

Caballero de la Orden de Santiago, natural de Castroverde, en el reino de León, que habia

ido de las conquistas de la Nueva España, donde fué uno de los más famosos Capitanes que

desde los principios entraron con el Marqués del Valle, don Fernando Cortés, y le ayudaron

á conquistar y pacificar aquellas tierras de Méjico y otras grandes partes de la Nueva

España, por lo cual el Rey le hizo merced de darle el hábito de Santiago^ le pidió ahora

otra nueva, que fué la conquista y población de las tierras que hay en toda la costa, desde

las bocas del rio, que después llamaron Marañon, hasta el cabo de la Vela, que son más de

cuatrocientas leguas ; y el Rey se la concedió con toda esta longitud, según dice Herrera,

aunque se comprendía dentro de estos términos la gobernación de Venezuela, que entonces

tenían á su cargo los Alemanes, que comenzaban (como hemos dicho) desde el cabo de

la Vela ó términos de la Gobernación de Santa Marta, por doscientas leguas continuas,

concurriendo al Leste, ó como dice el mismo Herrera, JDeca. 4, lib. 4,, cap. 8, tomaba lo

mismo que dice se le concedió á Ordas, desde el cabo de la Vela hasta Maracapana.

Esto que aquí dice Herrera, que se comprendía en la gobernación de Ordas, la

de los Belzares, Alemanes ó que era el mismo el uno que el otro, envuelve en sí conocida

incredulidad; pues es cierto que teniendo actualmente los Alemanes aquel gobierno como

lo poseia cuando Ordas procuró el suyo, Ambrosio de Alfinger por los Belzares (como he-

mos dicho) y que no vacó en él aunque murió á los principios del año de treinta y uno,

como deja ya declarado la Historia ; pues después se volvió á dar el año de treinta y dos,

por los mismos Belzares, a Jorge de Espira y á Nicolás de Fedreman su Teniente, como

luego diremos, y duró en su posesión algunos años después que espiró el gobierno de

Ordas ; no es posible, ni se puede creer comprendiesen en éste su gobierno el de los Ale-

manes y golfo de Venezuela ; porque demás de ser esto confusión y fuera del orden del

derecho, y del que tienen los Reyes en proveer sus gobiernos, es cierto lo habían de contrade-

cir los agentes de los Belzares, que no faltaban de la Corte, ni se les escondería á esta pro-

visión del Comendador Ordas tan en daño suyo, ni sabemos haya habido sobre esto dife-

rencias entre Ordas y los Alemanes, y si las hubiera habido no se pudieran haber ocultado

por ser en materia tan grave ; y sabemos que en pacífica posesión y sin controversia entró

en su gobierno de Venezuela por los Alemanes el Jorge de Espira, cuando gobernaba el

suyo Ordas, y duró (como hemos dicho y diremos) muchos dias después ; pues Ordas acabó

con el suyo el año de mil y quinientos y treinta y tres, y los Alemanes el año de mil y

quinientos y trenta y seis. De suerte que tengo por cosa cierta haber comenzado el go-

bierno de don Diego de Ordas sólo desde el puerto y ensenada de la Burburata, que era

donde se acababa el de los Alemanes, desde el cabo de la Vela, haberse ido prolongando

la costa adelante por los puertos y costa de Caracas, golfo de Cariaco, Maracapana, hasta

el rio del Marañon; y aun en estas distancias hubo sus diferencias y razones de quejas de

los de las pesquerías de las perlas de Cubagua y de parte de Antonio Sedeño, como vere-

mos, lo cual quedó así sentado como cosa cierta.

Digo que se le despachó al Comendador Ordas el título de Gobernador de esta tierra

y de Adelantado y Capitán general de lo que fuese conquistando en ella, y licencia para

(CAP. XVII).

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

65

fabricar cuatro fortalezas á su costa en las partes que mejor le pareciese convenia ; de las

cuales se le concedía la tenencia perpetua para sus herederos, con los salarios ordinarios

y mil ducados cada un año de ayuda de costa por toda su vida, y más la veintena parte de

los derechos Reales que hubiese en aquellas tierras, como no excediesen al año de mil du-

cados. Asignósele salario de Gobernador, que fueron setecientos y veiute y cinco mil mara-

vedís al año, de los cuales habia de pagar un Alcalde mayor, Médico, Cirujano y Boticario y

treinta peones y diez escuderos. También se lo permitió que aunque estuviese ausente,

pudiese gozar de toda la hacienda y repartimientos que tenia en la Nueva España y dié-

ronsele trescientos mil maravedís más para ayuda de los gastos, artillería y muuiciones que

habia de llevar y licencia para embarcar cincuenta negros esclavos, y que se le diesen

veinte y cinco yeguas y otros tantos caballos de los que tenia el Rey en la isla de Jamaica,

y má3 se les concedía á los pobladores que llevaba consigo todas las libertades y exencio-

nes que siempre se han usado dar en los descubrimientos á personas semejantes, y que *

pudiera erigir un Hospital con limosna, que se le dio para él.

Encargósele guardara todas las instrucciones dadas á las Indias para la conversión y

libertad de los indios, y nombrándosele oficiales Reales : el Licenciado Gil González de

Avila, por Alcalde mayor, Veedor de fundiciones; Hernando Sarmiento, por Contador ;

Hernando Carrizo, Gerónimo Ortal, por Tesorero. Diéronsele con esto despachos de favor

para el Asistente de Sevilla, que á la sazón era el Conde don Hernando de Andrada y para

todas las justicias de Castilla, Canarias, isla Española y costa de Tierrafirme.

Con estos despachos, por su persona y la de algunos Capitanes, levantó gente para

su jornada el Gobernador Ordas, y habiéndosele juntado cuatrocientos hombres de guerra y

aun según otros dicen fueron más y que pasaron de mil, y debió de ser con la chusma de

casas enteras que muchos traían para las poblaciones, se vino á Sevilla, y habiendo aper-

cibido armada con los pertrechos y municiones necesarios, en dos grandes y buenas naves

y una carabela, se dio á la vela al principio del año de treinta y uno, saliendo de Sanlucar

y tomando la vuelta de las Canarias, con buen viaje, surgió en la isla de Tenerife, donde

se reformó de matalotajes y alguna gente, y dejó concertado por industria y diligencia de

Alonso de Herrera, su Maese de Campo, con tres hermanos, gento poderosa, naturales de la

isla, llamados los Silvas, para que le fueran siguiendo con doscientos hombres á su costa,

por haber sido siempre de importancia y provecho en estos descubrimientos los naturales

de aquellas islas, por ser mucha su ligereza y ánimo, y estar versados en recuentros con

enemigos; aunque en esta ocasión de más daño fueron que provecho. Salió de esta isla el

Comendador Ordas, y con buen tiempo y suceso llegó á las bocas del Drago, que entonces

llamaban (y aun hoy conserva el nombre) el mar golfo Dulce, que después le vinieron á lla-

mar el rio Marañon, dicho así por el tirano Lope de Aguirre y sus secuaces;cuando desembar-

caron por él, comenzadas las traiciones que hicieron, como después diremos. Aunque este

golfo Dulce descubrió el Almirante don Cristóbal Colon el año de mil y cuatrocientos y

noventa y ocho, cuando dijimos habia descubierto la isla Trinidad y le puso la boca del

Drago, por haberse visto en tan grandes peligros, que estuvo á pique muchas veces que

se lo tragaran con sus naves las resacas y baterías continuas, que era en el agua dulce con

la salada ; no (empero) por entonces se descubrió la boca de aquel rio, hasta el año de mil

y cuatrocientos y noventa y nueve, que la descubrieron los dos hermanos y famosos pilotos

Pinzones ; y así aunque algunos dicen que nunca este rio se llamó Marañon, sino otro que

vacía en el mar más adelante al Esto, sin entrar en este grande que llaman Marañon, la

verdad es que ni éste ni aquél se llamaron Marañon, hasta que se le pusieron los de Lope de

Aguirre, muchas leguas antes que entre en el m^r y debieran ponérsele por la maraña que

urdieron en él, por el cual también ellos se llamaron los Marañones, y otros lo llamaron el rio

de Orellana, por haber bajado por él (desde el de la Canela) un Capitán llamado Francisco

de Orellana, de que después daremos también alguna mayor noticia, y de las que él dio

(que fué el primero que navegó) de muchas riquezas ; si bien todo era sin fundamento y

sólo para con este nombre aficionar soldados, para hacer sus conquistas ; pero sea lo uno ó

lo otro, supuesto que entre tan varias opiniones no es imposible sacar la verdad en limpio,

sólo para lo que nos importa, iremos en todas las partes que se ofreciere tratar de este rio

en esta Historia con este nombre de Marañon, que suerbe tan infinitas aguas de otros rios.

FRAY PEDRO SI5ION.

(2.a NOTICIA.)

CAPÍTULO XVIII.

I. Intenta el Comendador Ordas comenzar su conquista por el rio Marañon—II. Piérdese la una

nave y la carabela con toda la gente y vituallas que iban en ellas—III. Muda rumbo el Goberna-

dor para su conquista, y en ella su nave—IY. Desembarca en la tierra de Paria,, donde le reci-

bieron de amistad los indios Acios.

A LGUNOS dias antes que llegara el Comendador don Diego de Ordas á este golfo y

1~\ bocas del rio Marañon, se habia cogido por allí cerca una canoa con cuatro indios, y

bailado entre ellos dos piedras de esmeralda, la una tan grande como la mano; y pregun-

tados dónde se hallaban de aquéllas, respondieron que á tantos dias ó soles, yendo el rio

arriba, habia una peña de donde se cortaban aquellas piedras, que más pareció embuste

que otra cosa, si bien pudo ser hubiese por donde decia algunas canteras de piedras verdes,

como las hemos visto en algunos mármoles de la iglesia de Córdoba en Castilla, de que

trataremos cuando se trate de las esmeraldas de Muzo, en la segunda parte. Por estas no-

ticias, y otras aun más ciegas que andaban entre la gente de aquella costa, de que cuarenta

leguas la tierra adentro, junto al rio, habia un monte de árboles de incienso, muy alto, y

que las ramas eran como de ciruelo, de las cuales colgaba el incienso, y otras nuevas, que-

todo fué después f reislora, se determinó don Diego de Ordas á comenzar por allí su descu-

brimiento: y así, se entró con sus naves y carabelas en el golfo, donde por los bajos y

bancos de arena que hacen las avenidas del rio, calmas y muchas corrientes, se vio con sus

tres naves en conocido peligro; aunque advirtiendo el riesgo en que estaba puesto (pues

solo hallaban las naves tres brazas en qué nadar, por lo más sondable) como hombre de

valor, hizo fuerza en salir de aquel riesgo y peligro y hacerse á la mar.

La cual advertencia no tuvo, ó no pudo tener su Teniente general Juan Cortejo,

que iba en la otra nave, aunque era hombro muy diestro y versado en la guerra y mar;

pues fiado por ventura en que su nave, por ser más pequeña y algo chata, pescaba menos

agua que la Capitana, forcejó entrase dentro de la fuerza del oleaje y bajíos, á quien tam-

bién fué siguiendo la carabela, fiados por ventura en lo mismo que los de la nave: pero

sucedióles muy de otra suerte que imaginaban, pues les sobrevino sobre los mismos bajos

una tormenta tan deshecha y peligrosa, que por huir de ella tuvieron por partido (desam-

parando la nave y carabela) meterse los que pudieron en los bateles de ambas, con que

fueron con inmensos trabajos á dar á la costa sobre unos anegadizos que estaban cerca de

la Provincia de los indios Arvacos, pereciendo todos los demás con las dos naves.

Desde aquí determinaron ir con los bateles en demanda de la tierra de Paria, donde-

entendían hallar á su Capitán Ordas; pero como para conseguir esto habian de pasar un

golfo no pequeño y mucho mayor del que podían sufrir los pequeños bateles, en especial

yendo recargados de gente, con pequeña tormenta que les sobrevino, ya que habian comen-

zado la travesía del golfo, se sorbió al una con toda la gente la fuerza del oleaje, sin escapar

persona; el otro (más por virtud divina que fuerzas humanas) aportó, como algunos quie-

ren, á la fortaleza de Paria, donde dijimos habia quedado la gente de Sedeña, estando ya

en ella Ordas, á quien dieron noticia del suceso que hemos dicho de la nave y carabela.

No tienen algunos por tan cierta esta relación de la pérdida de la nave en que iba

Juan Cortejo, y de la carabela, que no haya otras opiniones, de que al tiempo que llegó-

esta armada cerca del Marañon; y este nao, por ser más pequeña y menos cargada (coma

dijimos) se entró sin tocar los bajíos, á quien siguió la carabela hasta meterse ambas con

algún temporal y crecientes del mar por la boca del rio, por donde fueron entrando, más

por fuerza qae de grado, hasta entrarse muy dentro de él, donde la gente saltaría en tierra,

y aprovechándose del remedio de las armas, desamparadas las naves, procurarían conservar

sus vidas entre los naturales que hallasen por aquellas Provincias y márgenes de los rios.

Sobre este caso sucedido de esta suerte, echó á volar la fama (srn, más fundamento que

esto) de que algunos indios comarcanos á las espaldas de este Nuevo Reino de Granada,

que se daban las manos en sus contratos, en especial por el rio de Meta, que nace en el

mismo Reino, á las espaldas de la ciudad de Tunja, habian dado noticia que en estas se-

rranías, que llaman del Sur, respecto de las bocas de este rio, habia españoles,, gente bár-

bara y vestida de la manera que ven á los demás españoles, como después diremos en la

noticia tercera, cuando tratemos de la jornada que hizo por aquel rumbo Jorge de Espira,.

(CAP. XVIII.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

-que fué el primero á quien se le dieron las noticias, y después á Micex Utre. De esta fama

tomó el vulgo ocasión para decir que esta era la gente que se perdió de Ordas en estos dos

navios : pero lo que siento de esto es, que fué pura invención de algunos Capitanes, funda-

dos solo en las leves noticias que diremos dieron á los dos, como se ve en una información

■que dio de esto, el año de mil y quinientos y cincuenta y siete, el Capitán Pedro Rodríguez

de Salamanca, en la Real Audiencia de Santafé, pretendiendo con este color, de que en

aquellas Provincias habia españoles perdidos, se le diese comisión y gente para irlos á

buscar, cubriendo con esto el seguir las noticias que por otros caminos se han tenido, de

las muchas riquezas y naturales que siempre se han dado de estas tierras; donde después

de estos sucesos han dicho que está el fingido hombre Dorado, de que después en la segun-

da parte hablaremos, y del fundamento que tuvo este nombre Dorado: pero en cuanto toca

á la pérdida de estos soldados de Ordas, es ciertísimo que se perdieron, ó en la mar, ó en el

rio, ó entre los indios, fuera de los de la una barca, como hemos dicho y diremos.

Hecho andaba al largo el Gobernador Ordas con su nao Capitana (como dijimos)

huyendo de los bancos de arena que tenia hechos con sus avenidas el rio Marañon, cuando

viendo por esto los imposibles que tenían sus intentos de comenzar por allí sus descubri-

mientos y conquistas, en especial habiéndoseles ausentado tan sin rastro de ellas la otra

nao y carabela, cuando intentó mudar rumbo y comenzar su jornada por otra parte menos

peligrosa; y habiendo para esto tomado acuerdo con los más vaquéanos de sus soldados, y

más versados en aquella tierra y conquistas, no faltó entre ellos quien le diera noticia de las

tierras de Paria, afirmando ser muy pobladas de naturales, y ricas de oro y plata, de que no

recibió poco gusto el Gobernador, pareciéndole ser también aquello de su gobierno, estira-

zando un poco los recados que llevaba, y diciéndole estaba cerca del paraje donde se ha-

llaba; de común consentimiento de sus Capitanes, tomó la derrota para ir allá, y comen-

zando á navegar, siempre á vista de tierra, por no engolfarse, á poca distancia de como

comenzó la navegación, le comenzaron á continuar las desgracias que había llevado desde

BUS principios, encallando la nao en un secreto bajo de arena que arrojaba una isleta, que

se le atravesó en la navegación, por haber sido el banco de arena, pudo repararse el mayor

daño que se pudiera seguir del asiento de la nave, pues luego que comenzó á arsar, y se

advirtió no eran piedras donde habia topado, por no hacer agua el navio, echaron con di-

ligencia el batel al agua, y en él toda la gente y cuarenta caballos con la demás carga que

traía á tierra; con que quedando boyante la nave, la pudieron sacar sin peligro, con la

mucha diligencia que se puso, amarrándola al batel, y con fuerza de remos, aguardando las

crecientes de las mareas : si bien á la primera y segunda no aprovecharon estas diligencias,

hasta aguardar la tercera, que con el favor divino, que no quiso pereciese allí tanta gente,

•que según dicen eran más de seiscientas almas, haciendo fuerza con gran ímpetu con los

remos en el sumo punto de la creciente del mar, la sacaron del peligro, á donde pudo

nadar.

Libres ya de este trabajo, volvieron á embarcarse la gente, caballos y lo demás que

habían alijado; prosiguiendo su viaje, embocaron por las bocas del Drago, que, como hemos

dicho, es un estrecho y angostura que se hace en una punta de la isla Trinidad y la Tie-

rrafirme de Paria, que está casi cerrado, por tener solas dos salidas, la una por estas bocas

del Drago y la otra á la parte de Cubagua, que es aun más peligroso y de riesgo que la de

las bocas del Drago, por tener én medio dos pequeños isleos, que son causa muchas veces

de peligrar las naves. Entrando con la suya en este golfo el Comendador, y echando su

gente en tierra, á la parte de Paria, en una Provincia de indios llamados los Acios, que no

se alborotaron con la llegada de los españoles, por haber ya contratado en otros tiempos

con eUos, comenzó á hacerles amistad y tratar amigablemente con algunos dijecillos, cuen-

tas y abalorio que les dio.

68

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

CAPÍTULO XIX.

I. Tiene noticia el Comendador Ordas de la casa fuerte de Sedeño y de los soldados que estaban en”

ella—II. Envía el Gobernador á reconocer el fuerte y soldados de él, á quien siguieron—III. Avi-

san á Ordas del suceso del fuerte y viénese á él con su nave y da un áspera reprensión á los

soldados de Sedeño—IV. Determina comenzar su conquista por el gran rio de Uriaparia, para lo

cual hace bergantines, y allí tiene nueva la pérdida de las otras naves.

INFORMÁNDOSE de cosas entre estos indios el Gobernador, más por señas que por

intérprete, pues no lo tenia que entendiese la lengua, tuvo noticia que hasta ocho leguas

* de allí, en la misma costa, habia otros españoles como ellos, de que no dejó de quedar al-

terado el Gobernador, por tener puesto en su pensamiento que todo aquello entraba en su

gobierno, y no saber qué gente fuese la que le decían, y parecerle que con cualquiera que

fuese, forzosamente habia de tener diferencias en la posesión de la tierra. Templáronsele

algo estos cuidados luego que supo de los mismos .indios, que solo serian aquellos hombres

hasta veinte, y no sosegando hasta saber quiénes eran, mandó aderezar el batel que traían

para el servicio de la nave, que era bueno y bien capaz, y que entrasen en él cien hombres

armados, y llevando por Capitán al Tesorero Gerónimo Ortal, fuesen á reconocer qué gente

era la que los indios decir.n, llevando á ellos mismos por guias; advirtiéndoles que si fuese

solo el número de gente que decían los indios, los prendiesen sin alboroto, y de todo le

avisasen con la brevedad posible.

Tomaron los del batel la vuelta de la casa fuerte, por donde les guiaron los indios,

y llegando allá en breve tiempo, fueron causa de no pequeño contento para los soldados que

estaban en ella, por ver españoles y gente de su nación, y ocasión en que poder escapar de

la opresión quo tenían entre aquellos bárbaros, sin dejarles salir cuatro pasos de la fortale-

za, por la mucha que de innumerable gente de ordinario los cercaba, y estar ya casi del

todo desamparados de comidas. Saltó en tierra Gerónimo Ortal con su gente, habiéndose

primero saludado desde el mar, y viendo la poca que habia en la fortaleza, desarmada, flaca

y enferma, se entró (como dicen) de rondón en ella, y sabida la causa de su estada allí, y

principios que tuvo aquella casa, se apoderó d e ella y de lo poco que en ella habia y de

todos los soldados, despojando al Juan González del poder y jurisdicción que le habia

dejado Antonio Sedeño, enviando luego á dar aviso al Comendador Ordas de todo lo que

pasaba con algunos soldados de los que habían venido con él y de los de Sedeño, que con

brevedad llegaron en el esquife á donde estaba el Gobernador, el cual con el contento que

recibió de haberse apoderado Gerónimo Ortal de la gente y casa fuerte, y que con esto

no podia ser de consideración la resistencia que le hiciera en su pretensión de que

aquello fuese de su Gobierno, sin perder tiempo se embarcó en su nave y dio á la vela, la

vuelta de la casa fuerte, donde llegó y saltó en tierra con todo el resto de la gente

que le habia quedado. Mandó luego parecer ante sí al Juan González y á los demás

soldados sus compañeros, y fingiéndose enojado y arrogante, les dio una áspera

reprensión, dándoles á entender que si no tuviera por cierto que la necesidad les habia

forzado á salirse de la isla Trinidad y venirse allí á fundar aquella fortaleza, les castigara

con rigor, como á hombres que injustamente se apoderaban y metían de su autoridad en

jurisdicción y gobierno que á él le estaba encargado por el Rey. Demás de que también

merecían grave castigo por haberse metido temerariamente tan pocos soldados y tan mal

armados entre tan gran número de naturales y tan belicosos como habia en aquellas

Provincias, donde no pudiendo defenderse de ellos, un dia que otro les habían de dar

crueles muertes, y con esto cobrar atrevimiento, que redundara en daño de todos los

españoles que después llegaron á aquella Provincia.

Dio fin con esto á su reprensión y luego principió á declamarles cómo aquella tierra

era de su gobierno, y que él la venia á poblar y pacificar, y que si quisiesen seguir en las

conquistas y poblaciones de ella, que gratificaría á todos y á cada uno de por sí, tan parti-

cularmente como á los que venían con él, según lo que cada uno trabajase, sin que entre

unos y otros hubiese otra diferencia más que la que cada uno hiciese en sus valerosos

hechos. No todos los soldados do Sedeño recibieron con igual corazón estas pláticas del

Comendador Ordas, si bien algunos dieron muestras, con fingida alegría de rostros, de que

le servirían con voluntad; pero esto más era por la fuerza y opresión en que se veían, de

(CAP, XX.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIR.ME

69

ser tan pocos, que no por gusto de voluntad entera que tuviesen de lo que ofrecían, de que

no pudo disimular tan^del todo el Juan González que no diese á entender el sentimiento que

habia tenido de la arrogancia y reprensión que tan sin ocasión les había dado el Comenda-

dor, con que quedaron ambos acedos y repuntados, y el Ordas con deseos de despachar de

esta vida al Juan González, porque era hombre muy de hecho, y no atreviéndose á hacer

esto, ó por el escándalo y otros respetos é inconvenientes que se podian seguir, dio traza

como esto se siguiera á la sorda, y fué que habiéndose informado de los mismos españoles

del fuerte, de la mucha gente y riquezas que habían venido á entender habia por toda

aquella costa del rio, por haber venido con familiaridad á los principios á tener rescates y

tratos con ellos, acordó de enviar al Juan González solo, la tierra adentro, á reconocerla y

traer información de ella, con intento de que le matasen los indi’03, porque sabia que todas

aquellas Provincias eran de gente bárbara y belicosa, y estaban de guerra contra Jos espa-

ñoles. No dudó el Juan González hacer esta entrada, donde le sucedió bien diferente de lo

que intentaba Ordas, como diremos.

Como halló el Gobernador fundada ya de asiento aquella casa fuerte en aquel sitio,

desde donde se determinó, con parecer de algunos de sus Capitanes, comenzar la navegación

para su conquista, por el valiente rio de Uríaparia, para efectuar esto, le pareció hacer, lo

primero, amistad con los indios de aquella Provincia del fuerte, que no le fué dificultoso

conseguir aprecio de aquellas menudencias, cuentas y bujerías con que suelen engañarlos, y

hecho esto, dio luego orden de que se hicieran tres bergantines y otros barcos pequeños,

que con facilidad pudiesen navegar por el rio y llevar á jorro la nao Capitana, que preten-

día subir por él, valiéndose de esta industria en ocasiones que calmasen los vientos. Y

habiéndose en estas fábricas de gastar por fuerza algún tiempo, en el cual si estaba toda la

gente junta se habían de gastar las comidas que tenían para la jornada, determinó el

Gobernador se repartiese la más de la gente por los pueblos más circunvecinos á la fortale-

za, que (como hemos dicho) ya estaba de paz, de donde se siguiesen dos provechos, el uno

echar la posta de casa y el otro procurar conservar á los más principales indios con su

presencia en su amistad, y solicitar que acudiesen con las cosas necesarias,oomo era madera,

brea y fique, para la fábrica de los bergantines.

Tuvo también intentos en detenerse aquí más qne en otra parte el Comendador, do

que le hallasen allí alguna gente, si por ventura se habia escapado de la muerte de la nave

y carabela, perdidas en los bajos del Marañon (como sucedió), pues según la opinión pri-

mera que dijimos, llegó en este tiempo uno de los bateles con la poca gente que en él

pudo escapar, y dio noticia de la pérdida de los demás y modo que se tuvo en la des-

gracia de ella.

CAPÍTULO XX.

I. Despáchanse los Silvas en la isla de Tenerife para venir en seguimiento del Gobernador.—II. Ha-

cen algunas insolencias antes que se partan de la isla y después en una de Caboverde.—III. Lle-

gan los dos hermanos Silvas á Paria, donde les cortaron las cabezas.—IV. Parte el Gobernador

de la fortaleza y entra en el rio de Uriaparia.—V. Alcánzale el Gaspar de Silva en la boca del

rio, donde también le cortaron la cabeza.

LUEGO que el Comendador Ordas se hizo á la vela en el puerto de Santa Cruz, isla de

Tenerife, los tres hermanos Silvas, llamado el uno Gaspar de Silva, el otro Juan

González y el otro Bartolomé González, comenzaron á despacharse para ir en su segui-

miento, vendiendo sus haciendas, muebles y raíces, de que estaban bien arraigados, con

esperanzas de mejorarse en todo con acrecentados colmos en las tierras que les habían

dicho iban á descubrir. Estas mismas levantaron los pensamientos para hacer lo mismo

otros muchos de la isla, amigos de los Silvas y de la más gente con que juntaron para

seguir el viaje más de 200 hombres, estando ya casi á pique todos para embarcarse en una

nave y una carabela que habían comprado los Silvas para el efecto, en que ya estaban em-

barcados los matalotajes y lo demás de que se habían prevenido para la jornada, llegó al

mismo puerto de Santa Cruz, donde estaban surtos los navios de los Silvas, un galeón de

un caballero portugués cargado de mercancías para surtirlas en aquel puerto é isla, en que

también venia una doncella de poca edad, hija ó parienta muy cercana del señor del galeón.

70 FRAY PEDRO SIMÓN. (2.a NOTICIA.)

El que venia por maestre de él, ó por enfados que tuviese con el dueño ó llevado de

■alguna diabólica codicia de que se dejó vencer, trató con el mismo Gaspar de Silva, que

era el hermano mayor de los tres, que so color de haber menester aquel galeón para una

jornada tan importante como queria hacer, se apoderase de él y de todo lo que en él es-

taba y lo llevase consigo. Dejóse también el Gaspar de Silva vencer de la codicia, y como

hombre poderoso y que no tenia por entonces quien le hiciese resistencia, hizo de hecho

y contra derecho lo que él y el maestre del galeón concertaron, apoderándose de él y de

cuanto en él venia, haciendo salir de él la gente que se oponía al hecho, y que pasara á la

otra nave que él tenia comprada para el viaje, porque estaba ya vieja y mal tratada, y así

se la dio en recompensa del galeón, sacando primero de ella lo que le pareció de lo que

habia metido para el viaje, y poniéndolo en el galeón y en la carabela, en la cual propuso

desde luego navegar con la doncella que venia en el galeón.

Con estos intentos, repartió también la gente en ambos navios, y poniendo en el

galeón por Capitanes á sus dos hermanos, entrándose en la carabela, y dejando la nave

vieja á los portugueses, se hicieron á la vela, tomando su derrota á las islas de Caboverde,

á donde llegaron en pocos (lias, y saltando en tierra en una de ellas á tornar refresco para

el viaje, dieron orden los tras Capitanes Silvas de tomar con violencia muchos ganados y

otras cosas que pudieron haber á las manos, robando á algunos portugueses isleños sus

haciendas, de los que no pudieron resistirse ni ponerlas en seguro de aquella violencia ;

la cual hecha y bien cargados los navios de estos pillajes, prosiguieron su viaje, en el cual

añadiendo maldades á maldades, forzó á la doncella que habia hecho entrar consigo en la

carabela, con notable escándalo de la gente que venia en ella, por haberse sabido luego el

caso atroz ; porque vicios y virtudes no son para estar en rincones, pues aunque se ejerci-

ten en el centro de la tierra, han de sacar la cabeza á que las vea el mundo y se publiquen.

Era el galeón mejor velero que la carabela, y así dejándolo atrás, se adelantó y dio

vista algunos dias antes que ella al rio Marañon y los demás puertos que habia por aquella

costa ; la cual yendo bogando sin rastro de los navios del Gobernador Ordas, embocó pol-

las bocas del Drago y fué derecho á dar al puerto y fortaleza de Paría, donde halló surta

la nao del Comendador, y haciendo aprisa los bergantines y barcos que dijimos. Fué no-

table el gusto y alegría que recibió don Diego Ordas con la llegada del galeón, y hacién-

dose alegre salva los unos á los otros, surgió en tierra la gente de los Silvas, donde fueron

alegrísimamente recibidos de su Gobernador, que aumentó su contento, sabiendo el buen

suceso que habían tenido en el camino y la abundancia que traian de bastimentos, pues

no sólo traian los que habían menester para ellos, pero otros muchos y muchas mercancías

para vender á los que estaban en el puerto, de que les rindió muy particularmente las

gracias, dándoles licencia que pudiesen vender á como quisiesen lo que traian sobrado.

Duróle este gusto al Gobernador, hasta que el Señor fué servido de que las malda-

des hechas se descubriesen (como se hizo) luego á dos ó tres dias, por dos soldados que

venían en el galeón, llamados -Hernán Sánchez Morillo y un Briones, que no debían de

haber sido consencientes, ni aun parecídoles bien tan atroces maldades ; y así dieron noti-^

cia de ellas al Gobernador, el cual convirtió luego en disgusto el contento tan grande que

habia tenido con su allegada, determinando se les diese el castigo que merecían, para lo

cual mandó luego al punto á su Alcalde mayor, el licenciado Gil González de Avila, pren-

diese á los dos hermanos Silvas y procediese á las informaciones contra los delitos de que

se les acusaba, y así mismo hiciese justicia de ellos y de los demás culpados. Tomó luego

la causa el Alcalde mayor, y procediendo en la información, la halló tal y tan llena (por

haber sido todas las cosas públicas) que por los méritos de ella, sentenció á cortar las cabe-

zas (como se hizo) luego á los dos hermanos Juan y Bartolomé González ; ahorcaron ¿

otros, azotaron y afrentaron, según los hallaron participantes en la culpa.

Ya en este tiempo se habían acabado los barcos y bergantines en que se habían

gastado casi dos meses, al fin de los cuales, estando ya todo lo demás á pique para la jorna-

da, advirtiendo el gobernador los varios sucesos que suelen sobrevenir en estos descubri-

mientos, y ser de ordinario muy otros de lo que se piensa, acordó (con el parecer de los

más cuerdos de sus Capitanes) dejar gente en aquella casa fuerte, para que si acaso se per-

diesen en el rio ó sucediese algún otro vario caso, por donde se derrotasen los soldados,

hallasen allí socorro ; y así, señaló cincuenta hombres de los que parecían más á propósito

para sufrir los trabajos, que necesariamente se les habían de ofrecer, quedando entre aque-

llos bárbaros, y nombrándoles por su caudillo á Martin Yañez Tafur, uno de los más prin-

(CAP. XXI.)

NOTICIAS HISTOPJALES O CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

71

cipales y señalados Capitanes que traía en su campo, que después fué vecino de la ciudad’

de Tocaima, en este Nuevo Reino de Granada, y habiéndoles dado instrucción de lo que

habían de hacer y el tiempo que lo habían de esperar, se partió con sus bergantines, barcos,

nave y galeón que trajeron los Silvas, tomando la vuelta de la entrada del rio de Uriaparia*

A este intento que tuvo el Gobernador para dejar soldados en la fortaleza, se alle-

garon otros dos : el uno fué para reparar el daño que se le podia seguir, si el Gobernador

Sedeño volviese .de Puerto Rico con fuerza de gente y pretendiese apoderarse de esta for-

taleza que él había hecho y de la tierra de Paria, que también pretendía entraba en su

gobierno, porque hallando quien le hiciese rostro y resistencia en esto, por ventura muda-

ría de intentos, en especial si el Tafur con los soldados le prendiese y quitase la gente que

traia, que para todo les quedaba orden ; el otro intento que pudo tener en esto Ordas, fué-

que k la partida de España, dejó en el rio de Sevilla una nave, llamada Marineta, con un

Capitán, para que, habiendo levantado doscientos hombres, los que pudiese de allí para

abajo, fuese en su seguimiento y socorro, y para que si esta nao llegase á aquel fuerte entre

tanto que él andaba por el rio, hallase allí socorro de soldados y quien le diese noticia de la

derrota que él había llevado, y acudiesen por los mismos rumbos á llevarle nuevo refresco

de comidas y también el socorro que trajese el Capitán de la gente de Castilla. Posibles-

son todos tres intentos, y que no se contradicen ; pero sean todos ó el uno, al fin quedó el

Martin Yañez Tafur con sus cincuenta soldados en la fortaleza de Paria, y el Gobernador

se partió de ella (como hemos dicho) y tomó la vuelta y entrada del rio, por la boca que

hoy llaman de Varima, que de las siete con que entra este rio Orinoco en el mar? es la que

está arrimada á la Tierrafirme de Paria, y aun pienso que la más sondable, en que pueden

por toda ella navegar navios de porte de doscientas toneladas, todas las treiuta leguas que

tiene de largo esta boca. Las que también tienen las otras seis, desde el mar para arriba y

desde donde comienza á dividirse el rio en estas, bocas, que es á distancia (como decimos)

de treinta leguas del mar, sube otras doscientas continuadas, con anchura de una legua y

más, y algunas veces menos, todas navegables con navios de gran porte.

A pocos días de esta partida llegó á la fortaleza el Gaspar de Silva, que, como

dijimos, habia quedado atrás con la carabela, y tomando nombre en el fuerte de la derrota

que llevaba el Gobernador, sin desembarcarse ni saber el suceso de sus hermanos y lo&

demás, prosiguió su viaje en demanda del Gobernador, á quien alcanzó á pocas leguas de la

entrada del rio, en cuyas primeras vistas hizo demostraciones de grande alegría el Silva,

con voces y artillería que disparó de su carabela, y metiéndose luego en el esquife, se fué-

á la nao Capitana á besar las manos al Gobernador, el cual luego lo mandó prender y que

se hiciese justicia de él como de sus hermanos, sobre cuyos delitos en que habían sido-

comunes, se anadia el de haber forzado la doncella, y así, luego lo degollaron en la nave,

por estar sustanciada la causa, y llevaron á enterrar á una isleta que cerca de allí hacia

el rio, llamada en lengua de indios Perataure, después de los españoles, la isla de Gaspar

de Silva. Todos los bienes, mercadurías y las dos furtas que traían los Silvas, asi lo que

habian robado en el galeón y Caboverde, como lo que traían por suya, fueron secuestrados,

vendidos y depositados en los oficiales de la hacienda Real que venían, de que después se-

dió cuenta y en este hecho ejemplo ai mundo de lo poco que se pnede fiar de él, y á cuan

miserables tragedias trae á los hombres, que sin consideración, pensando dar pasos adelante,.

se hallan muchísimos atrás.

CAPÍTULO XXL

I. Comienza el Gobernador con grandes trabajos la subida del rio—II. Sale Juan González de pene-

trar los secretos de la tierra, y encuéntrase con el Gobernador—III. Llegan al pueblo del Cacique

de Uriaparia—IY. Saltaron etí tierra los castellanos y procuraron con rescates sacar comidas

y hacer amistad con los Indios, aunque ellos no la guardaron.

FUE siguiendo su viaje el Gobernador Orda3, entrándose con toda su armada por el rio,

que aunque iba manso y de sosegadas corrientes, y con sobrada hondura para poder

nadar la mayor nave, la navegación era trabajosísima, por mancarles el viento á cada paso

y cuando alguno corría, era lo más ordinario por punta de bolina, y así les era forzosa

suplir con remos la falta del viento, para subir la Capitana, dándole cabo desde los bergan-

tines y barcas, desde donde la más de la gente iba remando con incomparable trabajo, pues-

aunque se repartía entre todos los soldados el remaT, no eran bastantes para no ir reven-

72

FRAY PEDRO SIMÓN.

(2.* NOTICIA.)

tando, por ser el vaso tan grande y ser cosa cierta que la navegación por aguas dulces es

muy más pesada que por las saladas, porque parece crió Dios Nuestro Señor á éstas para la

-navegación, con la grosedad y cuerp’o que han menester las naves, lo que faltando en las

dulces por ser tan fútiles y delicadas y mas pegajosas al navio, les falta muchísimo de lo

que es menester para la navegación ligera. Acrecentaba estos trabajos el que padecian los

pobres soldados con el otro galeón (aunque pequeño) que trajeron los Silvas, porque dio

también el Gobernador en lo que habian de subir para llevar en él las cosas necesarias á.

la jornada que habian traido de España.

Entre tanto que pasaba esto en el ejército, andaba Juan González (á quien habia

enviado el Gobernador desde la fortaleza á penetrar é informarse de la tierra) peregrinando

entre los indios, y habiendo subido muy arriba, tuvo tan buena suerte, que fué muy bien

recibido y tratado con los indios, porque aunque (como dijo el Espíritu Santo) no hay

sabiduría, prudencia ni consejo contra el de Dios Nuestro Señor, el cual quiso guardar es-

te Capitán entre aquellos bárbaros, contra los intentos de Ordas, los cuales (aunque cono-

ció el Juan González) luego que le mandó entrase á saber los secretos de la tierra, con

todo esto determinó meterse en el peligro que con él pudiera suceder, antes que detenerse

en el que tenia entre aquellos bárbaros; si bien entre ellos halló tantos amigos que con dos

canoas le quisieron acompañar por el rio abajo hasta que toparon con Ordas y su gente que lo

iba subiendo con los trabajos referidos, á quien refirió haber subido muy arriba y haber topa-

do grandes poblaciones, y que mientras subia, mayores las hallaba, con cuya relación los

principales Capitanes de este ejército quisieran mucho, por parecerles más acertado así, que

Diego de Ordas, dejada la navegación del rio, se entrara por la tierra adentro, pues eran

más ciertas aquellas noticias que las que llevaban; pero no desistiendo de su parecer, iba

siempre con determinación de seguir las que antes que saliera de la fortaleza, entre otras,

le habian dado los naturales, de que á pocas leguas de la entrada de aquel rio estaba el

principal pueblo y señor de toda aquella tierra llamada Uriaparia, con cuyas noticias y se-

ñas que llevaba de este pueblo y la banda del rio donde estaba, hizo que fuesen bogando

siempre hacia aquella parte, para donde habiendo navegado con inmensos trabajos cuaren-

ta leguas, por las destemplanzas del país, mucho calor y humedad, sobrevino tan grande

enfermedad, en especial á los que iban más fatigados del trabajo, que murieron más de tres-

cientos soldados en aquella distancia, porque era la constelación tan mala y los aires tan

inficionados para la gente nueva, que sucedía en haciéndoseles de algún rasguño, por pe-

queño que fuese, un poco de sangre, picándoles algún morciélago, en que padecian insufri-

bles trabajos, ó de otra cualquier ocasión que se les hiciese alguna pequeña llaga, luego se

encanceraban y perecían sin remedio ; y hubo hombres que en una noche y un día les

consumió el cáncer toda la pierna desde la ingle hasta la planta del pié ; y así se veian mo-

rir los unos á los otros, sin poderse dar remedio en enfermedades tan pestilentes.

Añádanse á estos trabajos los de la hambre, que les comenzó luego al principio de

la navegación, á causa de tener por allí el rio á su margen anegada la tierra y cubierta de

lama, de manera que no les era posible á los bergantines ir á buscar comidas por ninguna

parte, y lo peor era, que más por temeridad que perseverancia, no fueron bastantes estas

calaminades y consumo de gente para disuadir al Gobernador de aquella entradn y que

se volvieran á la fortaleza de Paria, para intentarla por otra parte de menos riesgo y peli-

gro. Antes prosiguiendo el viaje con los crecimientos de trabajos que iban sobreviniendo

cada hora, saliendo del paraje de los anegadizos llegaron al pueblo de Uriaparia, cuya

barranca y río estaba tan sondable, que llegaban las naves á besar la tierra por el lado con

que podían saltar en ella con plancha.

Aunque los naturales de este pueblo se admiraron de ver aquellos tan nuevos y

grandes navios, y gente tan peregrina que venia en ellos, no les fué causa de alteración ni

ocasión de dejar sn pueblo, confiados en el gallardo brio que tenían y en su valentía y

mucho número de gente, porque era este pueblo de más de cuatrocientos bohíos, tan grandes

que en cada uno habia una parentela entera y todos diestrísimos ^flecheros y ejercitados en

la guerra, á quienes por ser tan valientes, y por las tiranías y atrevimientos que tenían,

temían todos los pueblos comarcanos. Saltó en tierra el Comendador oon su gente, y aun-

que era tan extrema la necesidad que llevaban de mantenimientos, que los obligaba á to-

marlos donde quiera que los hallasen, no consintió el Gobernador les tomasen ninguno,

aunque los tenían en abundancia, de todo género de pescado, maíz, legumbres y raices, por

no dar ocasión á estos bárbaros de que haya alteraciones contra ellos; y así, apartados del

(CAP. XXII.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

73

pueblo hasta uno y dos tiros de escopeta, se alojaron en sus tiendas, dando luego traza por

buenos y pacíficos medios, y algunos rescates, de hacer amistad con ellos é inducirlos á

que les trajesen algunos mantenimientos para reparar la hambre de todos, á que acudían

los indios con facilidad, mediante la buena paga de rescates y cosas de Castilla que les

daban.

No pasó mucho tiempo después de estar allí rancheados, que los indios (como gente

variable) no hiciesen demostración de los intentos que desde luego concibieron de tentar

sus fuerzas con las de los españoles y experimentar si eran tan belicosas como las suyas.

Tomaron para esto ocasión, sin habérseles dado otra, el andar una piara de puercos, de

hasta treinta machos y hembras, de los de Castilla, que habían llevado en las naves, pa-

ciendo cerca de sus casas, que les pareció bastante para acordar de matarlos una noche, y

al soldado que los guardaba, el cual, por algunas señales que vio, coligió las trazas é intentos

en que andaban los indios; y apartándose la propia noche de donde traia su ganado, fué á

dar aviso al Gobernador de lo que habia entendido querían hacer los indios. No se satisfizo

de lo que el soldado decia, creyendo que el temor de verse solo le habia representado

aquello, y para más asegurarse envió diez soldados con sus armas á que disimuladamente

-entendiesen lo que hacían los indios, sin alborotarlos, los cuales habían ya salido de mano

armada (cuando llegaron los diez) á matar el qne guardaba el ganado, y no habiéndolo ha-

llado, por haber ido á dar el aviso, se pusieron en asecho y emboscada para cuando vol-

viese donde estaban, cuando llegaron los diez soldados, á quienes con tan buenos brios

acometieron los indios, que á la primera rociada de flechas mataron los cinco, escapándose

los otros, que,[ó por más ligeros ó por estar más apartados de la refriega, vinieron más que

de paso á dar aviso del suceso al Gobernador.

CAPÍTULO XXII.

I. Sale el Gobernador de su alojamiento para el pueblo, al castigo de los indios, donde suceden ma-

yores daños—-II. Sálense los indios de su pueblo aquella noche y déjanlo abrasado con todo lo

que en él habia—-III. Determinó el Gobernador, dejando allí los enfermos, pasarse con los ber-

gantines á un pueblo de la otra parte del rio, donde hallaron algunas comidas y reposo algunos

días—-IV. Diéronle allí noticia de la Provincia de Guayana, y envía á Juan González á que sepa

la verdad de lo que le decían.

ALBOROTÓSE el ejército del suceso, y con más acelerado paso del que pedia el buen

concierto de guerra, se partió el Gobernador y los que le siguieron, á la deshilada,

para dar en el pueblo y castigar aquel atrevimiento á los indios, que aun no habian res-

friádose del calor y brios que les habia puesto el vino que antes de acometer el hecho

habian bebido, según su costumbre, que la tienen y es común en todas estas Indias, calen-

tar por la boca el horno de sus pechos, y dejándolos descubiertos los aforran (como dicen)

y ponen las corazas por dentro, con que cobran desatinados brios y pelean como hombres

al fin fuera de juicio, de que los saca la fuerza del vino y hace que temerariamente aco-

metan, j como gente sin discurso se pongan á que los maten como á bestias. En este ardor

y estado halló á estos naturales el Comendador, y no reparando (aunque vaqueano) en estas

guerras, con la cólera en la ocasión que los hallaba, en que nunca pelean con ellos los ex-

perimentados, les embistió él y los que se llegaron á tiempo, con mucho más daño que pro-

vecho de los nuestros, pues defendiéndose valerosamente con su flechería, hicieron gran

estrago en los soldados, sin quedar ellos con ninguno, á causa de que, como era de noche y

los indios peleaban en su propio pueblo y tierra, sabían muy bien por dónde habian de

acometer y retirarse, lo que no podían atinar los españoles ni saber por dónde habian de

atravesar ni acometer, con que le fué forzoso al Gobernador, conociendo el daño, retirarse

luego para no recibirlo mayor, y volverse á su alojamiento con intentos de proseguir el

castigo por la mañana.

A la cual no aguardaron los indios, como gente diestra, porque viendo retirados á

los españoles, y pareciéndoles que la ventaja que les habian tenido se la habia dado la os-

curidad de la noche, y que si los hallaba allí la mañana podría ser que tornasen á perder

la victoria y honra que habian ganado con las vidas, determinaron conservar lo uno y

otro, y sin ser sentidos de los españoles embarcaron en canoas por otra parte de donde es-

taban las naves, que ellos tenían bien sabida, toda su chusma de hijos y mujeres, los tras-

74

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

tos, baratijas y menajes de casa, que todo era bien poco: y advirtiendo (aunque bárbaros)

que el maíz, pescado y otras comidas que tenían en sus casas habían de ser de provecho y

sustento á los cristianos, les pegaron fuego á todas á una, de suerte que no quedó cosa de

provecho de cuanto habia en ellas que pudieran comer, que causó doblado dolor y hambre

en toda la compañía, por no tener pueblos cerca, ni noticia de ellos de donde poder suplir

esta necesidad tan presurosa, que pide su cumplimiento hoy y no aguarda á mañana.

Venida la que se siguió á aquella desgraciada noche, y requiriendo los bohíos que-

mados, en que no hallaron se habia escapado cosa que poder llegar á la boca, por lo cual

era imposible sustentarse allí la gente, y por la mucha distancia que habia á los demás

pueblos de indios, determinó el Gobernador, con la brevedad posible, pasar adelante con su

entrada, y por ahorrar de la carga de los enfermos que traia, que no eran pocos, ni de poco

estorbo al viaje, ordenó dejarlos en aquel sitio, haciéndoles, en reparo y guarda, á la re-

donda, una trinchera, y dejando en su guarda veinte y cinco soldados de buen brio, y por

su caudillo al Licenciado Gil González de Avila, y para su sustento algo de lo que tenían

de matalotajes; si bien esto fué tan poco, que si no lo supliera lo que pescaban en el rio,

perecieran todos en pocos días; pero fiados en esta pesquería, y habiendo dado orden á lo

que era’menester á los ranchos de los enfermos, se partió el Gobernador con el resto de la

gente, que todavía llegaban á cuatrocientos hombres, y dejando allí la nao y el galeón,

pasó con los bergantines y barcos á la otra banda del rio y tomó tierra en un pueblezuelo

que se llamaba Carao, cuyos naturales los recibieron amigablemente y proveyeron de todas

las comidas con que se hallaron á mano, si bien algunos dicen que les hicieron rostro los

naturales y defendieron su pueblo luego que llegaron los nuestros, dándoles dos guazabaras

con buenos bríos; pero advirtiendo después que eran pocos los suyos para con los de los

soldados, les hicieron amistad y dieron las comidas que tenían y posadas en sus casas, donde

las tomaron de asiento por algunos dias, reformándose de la hambre y trabajos.

No eran tan pocos los que estos indios recibían de sus huéspedes que no procurasen

luego con sagacidad echarlos de ella, aprovechándose de la enfermedad que habían conoci-

do en ellos de angustias y ansias de oro y riquezas, en cuyas noticias iban padeciendo tan

intolerables trabajos, y así se las dieron, con intentos de hacerles con brevedad pasar ade-

lante, de que cerca de su Provincia, el rio arriba, habia otras que hervían de gente y ri-

quezas, y que si gustaban de ir en su demanda, ellos servirían de guias y llevarían en ca-

noas todo el carruaje y gente. Quedó perplejo el Gobernador con estas noticias, y dudando

si serian más ciertas que las que traían de los indios de abajo, ó por ventura éstos les da-

ban éstas para hacerles entrar en tierra adentro en partes dondo todos pereciesen; pero

viendo que le instaban los indios á que se siguiese la derrota de sus noticias, porque no

imaginasen en.ellos alguna cobardía, acordó hacer la experiencia del negocio con riesgo

ajeno; y no habiendo aún digerido las acedías que traia con el Juan González, le mandó

que entrase segunda vez con veinte hombres á ver la verdad de aquellas noticias, con las

guias que fuesen, de quien las daba, teniendo en esto la misma intención que la primera

vez, de que le matasen los indios, por andar el Gobernador con sospechas de él, no le amo-

tinase la gente, por los agravios que le habia hecho en la fortaleza de Sedeño.

Menos que la primera rehusó el Juan González esta entrada, pareciéndole que pues

en aquélla le habia ido bien yendo solo, mejor le sucediera en ésta con veinte compañeros;

y así, con estas confianzas se partió luego con ellos la tierra adentro, por donde las guias los

llevaban, y á pocos dias dieron con las Provincias de las ricas noticias de Guayana, tierra

muy poblada, apacible y de innumerables riquezas, que después la dio el Rey en perpetua

gobernación para él y sus descendientes, como hoy la poseen don Francisco de Berrio, su’so-

brino, al Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada, que descubrió este Nuevo Reino

de Granada por conducción y orden del Adelantado don Pedro Fernández de Lugo, Gober-

nador de Santa Marta, como diremos en la segunda parte. En ésta, donde llegó Juan Gon-

zález y sus compañeros, los recibieron los naturales amigablemente y proveyeron de muchas

comidas y algunos indios que los acompañaran de vuelta, con que la tomaron y llegaron

después de haber gastado veinte dias en esto al Real donde habían dejado al Gobernador,

que quisiera más (según mostró) carecer de la vista de Juan González, que tener las noti-

cias que le traia: pero al fin las dio, que si para él no fueron de gusto, por darlas quien las

daba, lo recibieron los demás del ejército considerándose ya metidos en inmensas riquezas,

y hechos grandes señores por el dominio que ya se prometían sobre aquellos indios, si bien

todo esto eran devaneos, pues les sucediera lo mismo que á otros que después entraron,

(CAP. XXIII.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

75

que jamás sacaron sino mil desgracias, pérdidas de vidas y haciendas (como irá diciendo

esta Historia) de algunos, y vemos hoy en el mismo estado al que tiene en posesión aquella

tierra.

CAPÍTULO XXIII.

I. Prosigue el Gobernador su viaje el rio arriba, y castiga con severidad una traición de los indios.—

II, Encuentran en la navegación una singla que atravesaba el rio, que no fué poca dificultad el

pasarla.—III. Dánles una guazabara los indios de Orinoco, de que se defendieron bien los espa-

ñoles.—IV. Infórmanse de dos indios que hubieron á las manos, de una tierra abundante de oro

y gente.

O dejó por estas noticias que le dieron de Guayana al Gobernador, de seguir las anti-

guas que llevaba del rio arriba, y así, mandando se pusiesen á punto los bateles y lo

demás necesario al viaje, determinó seguirlo, y los indios de Carao de que les pagasen con

las vidas los soldados lo que les habían comido, y así, en secreto (debajo la amistad que les

habían hecho aquellos dias), trataban de en hallando ocasión en la partida para matarlos á

todos, no perderla (como lo hicieran) si no viniera á entender la traición, que aun en secreto

no lo¡fué tanto, que algunos españoles por conjeturas no lo rastrearan, con que vino el Go-

bernador á poner en averiguación el caso con algunos indios, que al disimulo y secretamente

examinó, y habiendo averiguado ser así, determinó castigar la traición haciendo llamar á

un gran bohío (donde se entró) algunos indios, so color de amistad, y que se querían

informar de ellos de algunas cosas importantes al viaje, cebándolos para que entrasen más

y con más gusto, con algunos rescatillos de cuentas y cascabeles, y sin hacer más averigua-

ción ni distinción de culpados é inocentes (que sin duda habría de todos en los que

entraron) se salió fuera del bohío y le hizo pegar fuego, abrasando á todos los que estaban

dentro.

Hecho esto, con que los demás indios quedaron atemorizados, y embarcada toda su

gente en los bergantines, comenzó á navegar el rio arriba, con el excesivo trabajo

que es bogar contra el agua, y así iban reventando los pobres soldados, por ser ellos los

marineros, remeros y soldados, así en el rio como por tierra, á que se les anadia (como

siempre) la hambre, que no se les apartaba un punto á ninguno por las raras poblaciones

que topaban, pero atropellando sus valientes ánimos todos estos estorbos, llegaron a una

aldea de indios llamada Cabutá, y á poco menos de doscientas leguas que habían navegado

de rio, por el cual atravesaba en aquel. paraje una singla ó cinta de peñas por debajo

el agua, con que le hacia levantar oleaje tan alterado que casi no podían mbver los bergan-

tines un paso; pero sacando fuerzas de la flaqueza que todos llevaban, que se las daba el

deseo de llegar á las noticias tras quien iban, embistieron también á atropellar aquella

dificultad á pura fuerza de remos, y ayudándose de algunos artificios que para ello hicieron,

con que pasaron los encrespados oleajes de la singla, la cual advirtieron que hacia un rio

que por la parte del Oeste entraba en este de Paria, que se llamaba el de Meta, por donde

algunos tuvieron opinión que aquella cinta que atravesaba el rio y alteraba el agua, no era

de peña sino de arena.

Pasada ésta y prosiguiendo ^1 viaje no con menores trabajos que hasta allí, otras

cien leguas más arriba, toparon otro salto en un estrecho que hacia el mismo rio, con una

dificultad imposible para poder pasar por él los bergantines, con que el Gobernador deter-

minó tomar tierra y ranchearse por algunos dias para descansar y buscar algunas comidas,

y quien les diera nuevas más frescas de las noticias que llevaban, si bien para todo esto no

veian rastros de genta cuando saltaron en tierra, ni algunos dias antes, en una ni otra parte

del rio, el cual en este paraje ya tenia perdido el nombre de Uriaparia, por haber dejado

muy atrás la Provincia de donde lo toma, y tenia el de Orinoco, y de allí para arriba hasta

el paraje y espaldas de este Nuevo Reino de Granada, donde toma sus principios de varios

rios, tiene otros varios nombres, de suerte que teniendo este de Orinoco, hasta la Provincia

de Uriaparia, allí pierde aquél y toma éste, como hemos dicho, cosa que sucede de ordinario

en los rios, tomar los nombres de las provincias que riegan.

Bien pensaba el Gobernador (por no hallar en aquellos parajes rastro de gente) que

podia saltar muy á su salvo en tierra, con el cual seguro llegó una de las barcas á las

barrancas para el efecto, pero los m naturales de aquella Provincia, que debieran de ir de

76

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

secreto asechando los soldados, para en viendo la suya embestirles, pareciéndoles ser aquella

de ir pegando á las barrancas los barcos, de repente dieron sobre ellas, con rociadas de

venenosas flechas, á vueltas de valientes voces y grandes instrumentos de tambores, fotutos

y caracoles, á su usanza, acrecentándosele con esto la gana de saltar en tierra al Goberna-

dor, para el castigo del atrevimiento y haber á las manos algunas comidas é indios de

quienes informarse de aquellas Provincias y de las que iban rastreando, y-así con la dili-

gencia y recato que fué posible, y defendiéndose lo mejor que pudieron, acabaron de llegar

los bergantines á tierra, y saltando la más de la gente en ella, se procuraron fortificar en

escuadrón para defenderse y ofender á los contrarios.

No se descuidó Alonso de Herrera (que como dijimos era su Maese de Campo y

buen hombre de á caballo) en hacer sacar á tierra los caballos que llevaban, para con ellos

asegurar más la defensa, por ser tierra limpia y llana donde se podían bien servir de ellos;

advirtiendo los indios que su industria y fuerzas no habían sido bastantes para que no

saltasen en tierra los españoles, acordaron de mudar estilo y hacer la guerra con fuego, y

así lo pegaron á la paja crecida y seca de la sabana, para que cogiendo el fuego á los solda-

dos en medio, acabasen ellos, como suelen hacer en estas tierras las cacerías de venados,

conejos y otros animales; pero esto tuvo fácil remedio, pues luego que advirtieron en los

fuegos, echaron los soldados otro contrafuego, entrándose en medio de lo que se iba

quemando, para que cuando el fuego de los indios fuese llegando á ellos, no hallase materia

en que cebarse (como sucedió) sin advertirlo los indios, por el mucho humo que habia de

una parte y otra; y así, habiendo en este tiempo que ardía la sabana ensillado y armado

los caballos, y tomado *us armas los soldados, luego que dio lugar el fuego por haberse

acabado la paja, salieron todos de repente del contrafuego, donde pensaban los indios habían

quedado consumidos, y dando sobre ellos inopinadamente, alanceando á unos y ahuyentando

á otros, los dejaron libres con dos Gandules que hubieron á las manos, á quienes habiéndolos

primero regalado y acariciado, comenzaron por señas á hacer algunas preguntas acerca de

las cosas de aquellas provincias. El uno de ellos, que parecía más bien entendido y curioso,

preguntó por las señas más claras que pudo á los españoles que á qué iban por aquellas

tierras, y que buscaban gente de quieu jamas habían tenido noticia. Mostróle con esta

ocasión el Gobernador un pedazo de hierro, dándole á entender que venían á buscar de

aquello, y que les dijese dónde lo habia. Respondió el indio mirándolo y oliéndolo, que por

allí no habia de aquello. Mostráronle luego una paila de cobre, y habiéndola también

refregado con las manos y olido, dijo que los habia en su tierra más pequeños, pero que

no sabían los indios andar sobre ellos, y estas eran dantas, que comunmente las hay en

todas estas Indias.

Mostráronle otras muchas cosas, que no se han hallado en estas Indias, y á todo dijo

que no lo habia en sus tierras y al fin vinieron á mostrarle una sortija de oro que llevaba

el Gobernador en el dedo, y el indio, conociendo el metal, después de haberle restregado y

olido, dijo que de aquello habia mucho detrás de una cordillera que se hacia á mano

izquierda del rio, que era á la parte del Leste, donde habia innumerable multitud de indios,

cuyo señor era un indio tuerto muy valiente, al cual si prendiesen, podrían henchir los

navios de aquel metal ; pero que les avisaba que para ir donde aquel señor estaba, eran

muy pocos los que allí estaban, por ser muchos los indios que habia antes de llegar al

pueblo de aquel principal Cacique ; y tan valientes, que sin duda los matarían. Afirmóse

en esto muchas veces y siempre con el mismo modo este indio. Repreguntáronle otra vez

que si habia en aquella tierra venados, á que respondió que sí y que habia otros menores

que venados, en que andaban caballeros los indios, como ellos en sus caballos, que se en-

tendió ser ovejas como las del Perú. Enseñósele también una botija vidriada de España,

que certificó también usar de otras como aquéllas y del mismo barro aquellos indios. Hicié-

ronle sobre esto mismo mil preguntas, con advertencias, si variaba en las respuestas, pero

siempre respondia de una manera, con que el Gobernador y su “gente tuvieron por cierta

aquella nueva, y levantados nuevos brios en los soldados, para ir á dar vista á aquellas

tierras ó morir en la demanda.

(CAP. XXIV.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

77

CAPITULO XXIV.

I. Divídense en varios pareceres los soldados de Ordas, para seguir las noticias ó volverse el rio abajo.

II. Cargáronse casi todos los soldados al parecer del Gobernador, que fué dejar de seguir por

entonces las noticias—III. Baja el Gobernador al pueblo de TJriaparia y recogiendo los enfermos,

llegan todos á la fortaleza de Paria, donde se hallaron arrepentidos de no haber seguido las

noticias—IV. Por las quejas que envió Antonio Sedeño y la ciudad de la nueva Cádiz, en Cuba-

gua, al Rey, le envía el orden que ha de tener para componerlas.

O se conforman los intentos del Gobernador Ordas y los de los soldados á quienes

se les levantó el espíritu de dar vista á estas noticias, pues pareciéndole era poca la

gente que le habia quedado (aunque eran cuatrocientos españoles) para entrar en provin-

cias tan pobladas como decia el indio, y que podría ser perecer todos sin ningún buen

efecto, y por consiguiente los enfermos que habia dejado con Gil González de Avila, y

los soldados de Paria, por no volver á ellos al tiempo que quedó concertado, determinó

tomar maduro acuerdo sobre aquello, consultándolo (como lo hizo muchas voces) con sus

soldados, los cuales, divisos en varios pareceres, unos estaban del que hemos dicho, y otros

inclinados al parecer de que hacia demostración el Gobernador, que era de volverse con

aquellas noticias el rio abajo, y juntándose con la gente de Gil González de Avila y des-

pués con la de Paria y con la que por ventura habría venido de España en la nao Marine-

ta, que dijimos habia dejado en el rio de Sevilla, para traer otros doscientos hombres,

tomar más de propósito el descubrimiento de estas noticias ; no por el rio, por ser su nave-

gación de tan intolerables trabajos, por el agua y guerras de los indios de su margen, y por

la falta de comidas, sino por la costa del mar, pues fácilmente se podia hacer desde

Cumaná, donde á la sazón estaba una fortaleza con alguna gente española (que según el

Gobernador pensaba entraba dentro de la demarcación de su gobierno) y los soldados de

ella les darían alguna luz y guias para seguir el viaje por tierra.

Este parecer, fundado en estas y otras aparentes razones, atrajo á ser del mismo á

algunos de los soldados y Capitanes que primero eran del contrario, si bien algunos se deja-

ban después decir que se habían conformado en esta opinión del Gobernador por estar ya

tan estomagados de su altivo y atropellado gobierno, y desear salir por este camino con

mayor brevedad del como lo hubieran hecho muy antes de entonces, aunque fuera ponerse

á peligro de muy crueles muertes metiéndose entre aquellos bárbaros y otros, huyendo el

rio abajo con algunos barcos si no temieran la infamia. Y parece hay algunos más que

asomos de esto, porque se puede entender que si no estuvieran como desesperados por la

aspereza de palabras y obras que tenia en su gobierno el Diego de Ordas, no habían de

rehusar cuatrocientos españoles, y tan diestros y enseñados en sufrir trabajos en aquellas

y otras jornadas, de embestir los que se podían ofrecer en el descubrimiento de aquellas

tan grandiosas noticias que tenían tan cerca, y á la mano, y puerta siquiera para darles

vista y conocer si era verdad lo que los indios les habían dicho, pues para todo esto y mu-

cho más habia sobrada gente en los cuatrocientos, pues muchos menos que esos las dieron

y conquistaron con Fernando Cortés las grandiosas tierras de la Nueva España, y muchos

menos con Francisco Pizarro las del Perú, y ciento y sesenta y seis dieron vista con el Li-

cenciado Gonzalo Jiménez de Quesada y conquistaron estas grandiosas provincias del Nue-

vo Reino de Granada, solo con la perseverancia que tuvieron en los trabajos, que no fueron

mayores que los que estos soldados habían sufrido hasta allí. Pero al fin, como estas causas

segundas é inferiores sean gobernadas por aquella suprema que todo lo gobierna y estén en

su mano, no solo los corazones de los inferiores, sino aun de los Príncipes y Reyes, guíalos

con suave fuerza, para que sean medios de los fines que él tiene dispuestos á su tiempo y

sazón; y podemos entender cristianamente, aun no la tenían aquellas mieses para que entra-

ran obreros en ellas por entonces.

Resueltos al fin en quedarse por entonces con solas aquellas noticias, saludadas desde

los umbrales (qne¡asíse han quedado hasta hoy), pareciendo que lo acertaban, teniendo inten-

tos de hacer después por otra parte más fácil el viaje, dispusieron el suyo para la vuelta el

rio abajo, por donde llegando en poco tiempo al pueblo de Uriaparia, donde habían queda-

do los enfermos con Gil González, los hallaron á todos con harto riesgo y bien á pique de

perder las vidas, pues de los enfermos que dejaron ya habian concluido algunos con las

78

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

suyas, y de los que quedaron sanos habían enfermado los más, y unos y otros sin ninguna

comida, ni esperanzas de tenerla, porque los indios que los inquietaban á la continua, no les

dejaban pescar, ni aun ellos tenian aliento para eso, como tampoco tuvo determinación: si

bien para ello fué requerido muchas veces el Gil González de Avila para que entrándose

todos en una de las dos naves que tenian, venirse el rio abajo la fortaleza de Paria, donde

lo pasaran menos mal. Al fin se alentaron del mucho que padecían con el mal del Gober-

nador y sus soldados en los bergantines, donde (y en las naves se embarcaron) todos llegan-

do en pocos días con las corrientes de las aguas á la fortaleza de Paria, donde hallaron al

Martin Yáñez Tafur con sus cincuenta soldados, con mayores y mejores esperanzas de las

nuevas que les dieron, pues las tenian de que cada dia les habían de llegar estafetas con

nuevas de grandes y ricos descubrimientos con que ellos se soñaban ya poderosos, por la

parto que les habia de tocar.

Los cuales sueños lo fueron y riquezas que imaginaban, se convirtieron de trasgos,

viéndoles llegar perdidos, hambrientos, desgarrados, enfermos y sin otra medra: allí co-

menzaron luego los sentimientos de unos y otros por hallar ya la ocasión calva y no haberla

asido cuando pudieron por el copete, entrándose en rastro de las noticias que tuvieron, de

que cuando no hallaron ninguna medra, veían que allí no la tenian mayor después de tan

largas y dificultosas peregrinaciones: unos cargaban de esto la culpa á otros, y queriendo

descargarse todos de ella, no se hallaba quien la tuviera, el Gobernador la atribuía á los

malos consejos que le habían dado los consejeros á su mala determinación, con que todos

estaban desabridísimos y ardiéndose con los malos sucesos, para cuyo reparo y algún con-

suelo de todos abrevió el Gobernador la partida del fuerte para la vuelta de Oumaná, con-

solándolos con lo que habían tratado de volver por allí á hacer la entrada.

Mientras el Comendador Ordas andaba en estas peregrinaciones, habiendo sabido el

Gobernador Antonio Sedeño lo que pasó en su casa fuerte y soldados que dejó en Paria,

escribió al Rey quejándose] del Diego Ordas, y como habia sido subrepticio el asiento que

con él habia hecho, porque no habiéndosele dado más de doscientas leguas de gobernaoion,

comenzando desde el rio Marañon y corriendo la costa al Oeste, él se habia adjudicado más

de cuatrocientas leguas que habia desde el dicho rio al cabo de la Vela, y que así no caia

en su distrito la casa fuerte que él habia fabricado y el Ordas pretendido ser de su gobier-

no, y que por esto debia ser castigado por haberse entrado en lo que no le pertenecía. Pro-

veyó á esto el Rey que don Diego Ordas restituyese á Sedeño y á su gente todos los bienes

que le quitó y le pagase el valor de la casa, si no es que le quisiese tener como por vecino y

poblador, procurando cada uno conquistar en su gobernación, ayudándose sin diferencias

los unos á los otros, como buenos vasallos suyos. También se habia quejado en este tiempo

la ciudad de la nueva Cádiz, á quien gobernaba á la sazón un Pedro Ortiz de Matienzo, que

era en la isla de Cubagua, de que el Comendador Ordas se habia metido ó querido meter

dentro de su gobierno treinta leguas de tierra, que en la Provincia de Canaria y Cumaná

tenia esta ciudad por término, donde hacían ellos sus labranzas, y en tiempos de necesida-

des se proveían por via de rescates de las comidas que allí les traían los indios de estas pro-

vincias: y que si esto cesaba, tomándolo él á su gobierno por no tener aquella ciudad otros-

términos ni ejidos, quedaban destruidas. A que también mandó el Rey que dentro de dos

meses señalase el Diego de Ordas términos y ejidos en las partes dichas para esta ciudad de

la nueva Cádiz, y guardando por concegil la parte que le pareciese de los dichos términos

y lo demás se repartiese en los vecinos, quedando la jurisdicción oivil y criminal de los tales

términos, dentro de los límites de la gobernación de Ordas.

Vuelve en esta parte á decir Herrera otra cosa tan increíble como la que ya refuta-

mos, pues dice que porque la intención del Rey no habia sido de dar en gobierno al

Comendador Ordas más de doscientas leguas de costa, y habiendo cuatrocientas desde el

Marañon hasta el cabo de la Vela (como^habia informado Sedeño), las cuales se podían go-

bernar con muy grande dificultad, se le mandó que hiciese elección jje las doscientas, tomán-

dolas como quisiese ó del rio Marañon para el cabo de la Vela, ó del*cabo de la Vela para

el Marañon, y debiera acordarse Herrera (como dijimos) y él lo tiene tratado más ade-

lante, que corría la gobernación de los Alemanes, y la gobernaban actualmente desde el

cabo de la Vela por doscientas leguas hacia el Marañon (como hemos dicho y diremos); y

así era imposible que el Rey ordenara esto, por las razones que dejamos dichas.

(CAP. XXV.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

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CAPÍTULO XXV.

I. Determinando Ordas venir á Cumaná, dejó gente de guarda en la fortaleza de Paria.—II. Envió

delante á Gil González de Avila con alguna gente, á quien prendieron los de Cubagua.—III.

Prenden también al Gobernador Ordas en la fortaleza de Cumaná.—IV. Esta prisión se dice haber

sido en Cubagua.

O habían aún llegado estas órdenes del Eey á la fortaleza de Paria, cuando llegó á

ella el Gobernador Ordas, y así teniéndola siempre por cosa que pertenecía á su go-

bierno, acordó de no dejarla desamparada, por no perder la posesión, y también por estar

aguardando todavía la nao Marineta, cuya gente le había de ser de importancia para los in-

tentos que tenia, si llegando por allí hallaba de sus soldados quien la recogiese, lo que sin

duda faltara, si aquella casa estuviera en posesión de otro Gobernador, pues fuera posible

alzarse^ con ello3. Con estos intentos, sacando los soldados que habia dejado allí con su Ca-

pitán Martin Yañez Tafnr, señaló otros de nuevo para que quedaran, y por su Capitán á

Agustín Delgado, natural de las islas de Canaria, hombre animoso, ingenioso, sagaz y bien

versado en guerras de indios. Hizo con esto reparar las naves y barcos, para la vuelta del

viaje de Cumaná, y dándole buen principio, envió delante al Licenciado Gil González de

Avila con la más cantidad de la gente, para que le aguardase en Cumaná, para á donde en

pocos dias él le fué siguiendo con el otro resto de los demás, habiendo dejado primero, con

su buena industria, proveída la casa fuerte de los mantenimientos necesarios para algu-

nos dias, porque la necesidad no les obligara á salir á buscarlas, con riesgo de sus personas,

por ser pocas.

Llegó el Licenciado Gil González de Avila con sus soldados á la fortaleza de Cu-

maná, donde se entró sin resistencia, por ser poca la que le pudieron hacer los pocos solda-

dos que habia en ella ; aunque viniendo después otros muchos de Cubagua, por la noticia

que tuvieron de su llegada á la fortaleza, lo prendieron con todos sus soldados, y lo mismo

hicieron á pocos dias después, habiendo llegado allí el Gobernador Ordas, todo por orden

de Pedro Ortiz de Matienzo, que era (como dijimos) justicia mayor en la isla de Cubagua

y sus términos, todo lo cual pasó de esta manera. Aquella isla de Cubagua á esta sazón

estaba en su fuerza y pujanza en la guilla y pesquería de las perlas, que fueron innumera-

bles, en la cual estaba con esta ocasión fundada una ciudad á quien dio principio el año de

mil y quinientos y veinte y tres Jácome Castellón, que llamaban (como hemos dicho) la

nueva Cádiz, cuyos bastimentos de comida y bebida y provisión de agua con lo demás ne-

cesario á la vida humana, le venían de acarreto, por ser tan estéril la isla, que demás de

ser pequeña, pues no boja más de tres leguas, no sólo no tiene agua pero ni aun se cria en

toda ella un árbol ni yo lo vi cuando boje los años pasados, cuando mucho con las lluvias

se crian unas yerbezuelas sequizas ; de suerte que toda su grandeza era la que tenia de las

perlas que criaba en toda su circunferencia y bajíos. Al provecho, saca y ganancia de éstas

acudían de muchísimas partes, no sólo de las Indias, pero también de España y otras

partes, mucha cantidad de españoles, y se avecindaban en la ciudad, por donde vino á ser

bien copiosa de vecinos ; si bien hoy no le ha quedado piedra sobre piedra, por haberle

faltado estas pesquerías de perlas.

Cebaba también la asistencia de tantos vecinos en aquella ciudad, la granjeria, que

por entonces andaba de los indios esclavos, que se tomaban en buena guerra, en la Tierra-

firme y provincias de Cumaná, que está (como dejamos ya dicho) muy cerca de esta isla,

pues no tiene de distancia más que siete leguas, mediando á las cuatro desde Cubagua al

Sur, la punta de Araya, donde está aquella famosa salina tan celebrada por el mundo, á

donde se traia toda el agua del sustento de la ciudad, de un rio harto bueno, claro y abun-

dante, llamado Chiribichí (que me ha apagado á mí hartas veces la sed) que vacía en el

mar, bajando de las provincias de Cumaná á la boca del golfo de Cariaco, por no haber

por allí otra agua más cerca para la provisión *de esta isla, y los indios de Cumaná no estar

por entonces de segura paz tenían hecha los de Cubagua una casa fuerte ó fortaleza á la boca

de este rio con algunos soldados de guarda para defender el estorbo, que acaso podia su-

ceder de parte de los indios en la toma del agua por los grandes inconvenientes que de ahí se

seguirían de irla á buscar á otra parte más lejos. Bien sé que Francisco López de Gomera

dice en la general Historia de las Indias, que esta fortaleza de Cumaná hizo Jácome de Cas-

80

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

tellon, el año de mil y quinientos y veinte y tres, yendo a pacificar aquella provincia, por

mandado de la Audiencia Real y Almirante de la ciudad de Santo Domingo en la Espa-

ñola ; pero esto no contradice á que después la ocupasen en lo dicho los de Cubagua, pues

caia dentro de las treinta leguas que tenian de término en esta tierra de Cumaná, para

sus ejidos y labranzas, como hemos dicho.

Los enfados que traian con Diego de Ordas sus soldados, iban cada dia en tantos

crecimientos, que no viendo la hora de escaparse de su gobierno, algunos cuatro ó cinco de

ellos, estando en la fortaleza de Paria y disponiendo las cosas para la vuelta de Cumaná

(como hemos dicho), tuvieron traza en secreto de haber á las manos una piragua de indios

que acertaron á llegar allí, y metiéndose en ella sin ser sentidos, tomaron la vuelta de Cuba-

gua, á donde llegaron y comenzaron luego á indignar la justicia y gente de la ciudad contra

el Gobernador Ordas, diciendo que pusiese en cobro y seguro en el agua en la fortaleza de

Cumaná, porque el Gobernador Ordas venia de mano armada con toda su gente, con inten-

tos de apoderarse de la tierra y venderles muy bien vendida el agua, lo que jamas intentó

el Ordas, ni aun jamás se entiende le pasó por el pensamiento tal propósito, ni á ninguno

de sus capitanes : pero al fin la cautela (como hija de la prudencia) que deben tener los

que gobiernan, obligó al Pedro Ortiz de Matienzo, con los demás de la ciudad, á prevenir

el inconveniente que pudiera suceder, siendo aquello así, que no les fué dificultoso de creer,

por tener ya noticias de la condición de Ordas y haberles dado ocasión desde el principio

que llegó por aquellas tierras, por cartas o por otros caminos, do que fueran con quejas su-

yas al Rey (como hemos dicho), por haber pretendido meter en su jurisdicción más las

treinta leguas de término que esta ciudad nueva de Cádiz tenia en estos términos de

Cumaná.

Y así, juntándose esta nueva, que así les daban los soldados, con los desabrimientos

que de esotro tenian, se pusieron en armas los que eran para ello en la ciudad, con inten-

tos de desbaratar los suyos y gente á Ordas ; con los cuales se embarcaron juntamente con

una buena cantidad de indios amigos, que á la sazón se hallaban en la ciudad, por haber

venido de la tierra de Cumaná á traer comidas y ver los españoles. Hiciéronles entender,

para moverlos más á que tomasen las armas contra la gente del Gobernador Ordas, que

iban á aprehender á otros españoles como ellos, que andaban en deservicio de su Rey, vi-

viendo mal y cometiendo el pecado nefando : cosa que aborrecían grandemente (como tan

abominable) aquellos indios. Con lo cual se ofrecieron á ayudar á los españoles Cubagua

contra los otros : con lo cual embarcados y pasada la punta de Araya, que está (como

queda dicho), entre Cubagua y Cumaná, llegaron á la fortaleza, y hallando descuidada la

gente que había traído el Licenciado Gil González de Avila, dieron sobre ellos, y por la mayor

fuerza que traian de gente los isleños, con muy grande facilidad los prendieron y así mismo

desarmaron; lo que también hicieron con el Gobernador y el resto de su gente, que llegó

en un bergantín de allí á quince dias, poniendo á recado en la prisión al Gobernador Or-

das y gente más granada de sus soldados.

De otra suerte que ésta, dicen algunos, sucedió esta prisión, y fué que habiéndose

partido el Gobernador Ordas juntamente con toda su gente de la fortaleza de Paria, la

vuelta de Cumaná, para desde allí comenzar su jornada como lo tenia tratado, no enten-

diendo que en Cubagua se le atreviese nadie por la mucha gente que llevaba, y que ésta

no estaba tan amotinada como en realidad de verdad estaba, llegó á aquella isla por verse

con la justicia y gente de ella, y por ventura tratar acerca de lo que el Rey había deter-

minado, en razón de lo que hemos dicho, de que ya debiera de tener algunas noticias :

pero como algunos de sus soldados iban tan acedos con él, por los malos tratamientos que

les hacia, y muchos de ellos determinados á hacerle el más mal que pudiesen en saltando

en tierra en la isla, por estar ya allí en jurisdicción ajena, se salieron de la suya y com-

pañía, declarándose de nuevo por sus enemigos muchos que hasta allí lo habían disimulado:

y así, formando sus quejas ante el Pedro Ortiz Matienzo, y ofreciéndole el favor que hu-

biese menester para aprehender al Gobernador don Diego de Orda£, á lo cual se determinó

el Matienzo, viéndose seguras las espaldas con los soldados que se le iban allegando, rebe-

lados del Gobernador don Diego de Ordas, con intención de enviarlo ó llevarlo preso á la

Audiencia Real de Santo Domingo, proponiendo que lo habia preso porque sin tener fa-

cultades del Rey se le entraba en su gobernación y términos de Cubagua, queriéndosele

alzar con la fortaleza y aguas de Cumaná.

A este atrevimiento de prender Matienzo al Gobernador don Diego de Ordas, dieron

(CAP. XXVI.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

81

fuerzas (segnn se dijo) los intentos que el Matienzo tenia, fundado en las muchas noticias

que los soldados le habian dado de hacer él esta jornada á las tierras de Guayana, que que-

ría hacer el Ordas : lo cual podía conseguir habiéndole preso y desbaratado, y que se le

juntaba á él la gente del Comendador : si bien otros dicen que aunque fué así esta prisión,

no fué sino en Cumaná, desde donde lo trajo preso á Cubagua.

CAPÍTULO XXVI.

I. Pártense de Cubagua para la isla de Santo Domingo el Gobernador Ordas preso, y Matienzo que lo

llevaba—II. Pide Ordas que quiere ir á España á buscar su justicia, y que vaya también Ma-

tienzo—III. Mata con veneno Pedro Ortiz á Ordas—IV. Viene j uez de residencia á la isla de

Cubagua—V. Viene Sedeño de la ciudad de Puerto Rico á Cubagua con intentos de volver á su

gobierno.

APENAS hubo sucedido esta prisión de Ordas, cuando comenzaron á tener arrepenti-

miento de lo que habian hecho los soldados contra su capitán y Gobernador, y an-

dando medio corridos de la gente de la ciudad de Cubagua, porque les daban en cara la

ruin é inconsiderada determinación que habian tenido en entregarlo en manos de su con-

trario, á quien (como es natural en los hombres) aplacia la maldad, pero no á quien la

había hecho, porque no sucediera alguna revuelta ó motín, y de él alguna guerra civil en-

tre todos, deseando grandemente libertar á Ordas los mismos que habian sido causa de su

prisión. Dio prisa el Matienzo á la partida con el preso á la isla de Santo Domingo, y

determinando embarcarse en el mejor bergantín de los que tenia en el puerto, é ir junta-

mente con el Diego de Ordas á la isla de Santo Domingo á dar cuenta á la Real Audiencia

de lo que habian hecho Gerónimo Ortal y Alonso de Herrera, que, como hemos dicho, eran

de la parte de Diego de Ordas, y así mismo sus amigos, pareciéndoles no ser término hi-

dalgo ni de buena’ amistad dejar ir solo á su Gobernador Ordas, se embarcaron con

él y llegaron todos juntos á la ciudad de Santo Domingo, donde hecha relación en la Real

Audiencia de lo que pasaba, y habiendo juzgado haber sido injustamente preso y desbara-

tado el Gobernador don Diego de Ordas, le restituyeron en su libertad y dieron licencia, y

aun le mandaron los de la Real Audiencia que se volviese á su gobierno é hiciese en él lo

que su Majestad le habia mandado y conviniese.

Pero como don Diego de Ordas no solo pretendiese su libertad, sino que también

fuese castigado Pedro Ortiz Matienzo del delito que habia cometido en prenderlo, y que

le pagase los daños, pérdidas y menoscabos que de la injusta prisión se le habian seguido,

instaba con la Audiencia á la determinación y ejecución de esto, á lo cual no se acudió por

entonces. Y así, pidió licencia para ir á España á pedir éste y otros agravios ante el Rey,

suplicando también (que no debiera) que mandasen al Pedro Ortiz compareciese junta-

mente con él en la Corte : y que pues le restituían su gobierno y jurisdicción, que nom-

braba por su teniente y Gobernador de ella á Alonso de Herrera, su Maese de campo, para

que gobernase en su ausencia, defendiese y administrase justicia á los españoles que habian

quedado en la fortaleza de Paria, que tomaba por cabeza de su gobierno, por no estar hasta

entonces poblada otra cosa que lo pudiese ser, y que le mandasen dar provisión Real para

que le obedeciesen y tuviesen por tal teniente suyo. Concedió esto la Audiencia como el

Ordas lo pedia : el cual, despachado de esto y dispuesto lo necesario al viaje de Castilla,v

lo comenzó en un navio que se despachó á la sazón del puerto, yendo en su compañía el

Pedro Ortiz de Matienzo y Gerónimo Ortal, quedando el Alonso de Herrera en la ciudad

de Santo Domingo disponiendo alguna gente y cosas necesarias para llevar á la fortaleza

de Paria.

No las lleva todas consigo (como dicen) el Matienzo, temiéndose del mal pleito que

llevaba, y que su ida á España le habia de suceder mal, respecto de que don Diego Ordas

era muy conocido y favorecido en la Corte, como hombre tan célebre y estimado, por las

muchas cosas que habia hecho en las conquistas de Nueva España : de los cuales favores,

viéndose el Matienzo tan falto, y de los que le podia dar la poca justicia que llevaba, te-

míase mucho de algún grave castigo ; sobre lo cual, cargando el pensamiento, le vino uno

diabólico, de que no podría salir de estos trabajos que le amenazaban, si no salia de esta

miserable vida el Gobernador Ordas : y así le procuró tan de veras la muerte, que se la

vino á dar en el propio navio de esta manera : Que según parece, estando el Pedro Ortiz

12

82

FRAY PXDRO SIMON.

(2.a NOTICIA,}5

de Matienzo en la isla de Cubagua, llegó allí un famoso boticario genovés que traia cierto

artificio para poder sacar perlas, y por causas que al Pedro Ortiz de Matienzo le movieron,

también lo prendió, y así mismo le desbarató el artificio que traia, aunque haciéndole

mucha merced le dejó residir en la misma ciudad donde estaba, al tiempo que tenia preso

al don Diego de Ordas ; en el cual se llegó un dia á este boticario y le dijo le hiciese pla-

cer de hacerle tres bocados de veneno, con que pudiese de secreto matar á tres Caciques

de Tierrafirme, de quien se temía mucho, por haberlo entendido con evidencia le querían

ser traidores, y porque si hacia el castigo de manifiesto, se temia grandemente el rebelarse

y alzarse con toda la tierra, los quería despachar de esta vida al disimulo.

Creyendo el bueno del boticario genovés ser así lo que le decia el Pedro Ortíz de

Matienzo, procuró secretamente preparar los bocados como convenia, y dándoselos, los guar-

dó por entonces, no dándoselos luego al Ordas, para quien los había hecho disponer, te-

miendo ser descubierto y teniendo confianza de que por ventura la Real Audiencia de

Santo Domingo aprobaría todo lo que había hecho contra él, con que cesarían todos los in-

convenientes y el mal propósito que tenia de matarlo si sucediese otra cosa ; pero viendo

que habia sucedido, y no como él deseaba y esperaba, á pocos dias de como iban navegan-

do para España, llevando todavía consigo los bocados, tuvo orden como dárselos á comer

al don Diego de Ordas ; y fueron tan eficaces que desde ahí á muy poco tiempo se cayd

súbitamente muerto, con que no se pudo engendrar sospecha contra nadie de su muerte,

por ser tan ordinario en los hombres el morir de repente, y así lo echaron á la mar sin

ningún examen acerca del caso : del cual no dejaron algunos de hacer juicio, y que el de

Dios le habia determinado justamente aquella muerte repentina en castigo justo, por la

severidad y arrogancia con que habia tratado á sus soldados y habia sido causa que mu-

chos de ellos, desesperados del trabajo, hambre y malos tratamientos que les hacia en la

navegación del rio de Uriaparia, se metiesen por los arcabucos, donde miserablemente pe-

recieron entre las garras y colmillos de tigres, leones y caimanes y otros animales, y fueron

sepultados en sus vientres : y porque habia quemado tan sin piedad aquellos indios que

dijimos dentro del bohío, después de haberle dado á él y á sus soldados lo que tenían en

sus casas para su sustento, sin advertir que no se les debia dar esta paga. Pero como los

juicios del poderoso Dios son muy otros que los nuestros, á él se ha de dejar la judicatura

de estos casos, como verdadera, sospechando siempre si lo será la nuestra.

En este tiempo habia proveído el Rey en Castilla un juez de residencia para la isla

de Cubagua, y viniendo navegando al efecto la nao que los traía, se encontró en el camino

con la que habia partido de Santo Domingo con Ordas y los demás, y saludándose y pre-

guntándose unos á otros nuevas de España y de las Indias, los que iban de acá las dieron ;

entre otras cosas, de la muerte del don Diego de Ordas, y las mismas se les dieron á la nao

Marineta que venia en conserva de esta del juez, con la gente que esperaba de socorre, el

Comendador Ordas, como ya hemos dicho, la cual habiendo sabido la muerte de su Gober-

nador, dejando el rumbo que llevaba, aportó á la isla y ciudad de Santo Domingo, donde se

dividió cada uno por su parte, como ovejas sin pastor. La del juez de residencia siguió su

rumbo para la isla de Cubagua, donde fué recibido de toda la ciudad sin contradicción.

La nueva que trajo á Santo Domingo la gente de la Marineta, de la muerte del

Gobernador Ordas, pasó volando á la isla y ciudad de Puerto Rico, á donde se estaba Anto-

nio Sedeño, que hasta entonces, desde que volvió de la fortaleza de Paria, no habia salido de

allí, ya porque no habia podido juntar la copia de gente que quisiera y era necesaria para

volver á entrar á conquistar y poblar la isla de la Trinidad, ya porque habia tenido noti-

cias (como hemos dicho) de la llegada de don Diego de Ordas á la fortaleza de Paria, y las

cosas que en ella habia hecho, á que no le parecía poder resistir con la poca fuerza de

gente que tenia á la mucha con que se hallaba el Comendador ; y así, sabida su muerte y

que la más de su gente estaba en Cubagua y que habia quedado con alguna otra Agustín

Delgado en la fuerza de Paria, lo más antes que pudo se dispuso y salió con algunos ami-

gos suyos de la ciudad de Puerto Rico, y llegó á la isla de Cubagua, donde halló al juez de

“residencia recien llegado, á quien visitó Sedeño y dio larga relación de la merced que el ‘

Rey lo tenia hecha de Gobernador y Adelantado de la isla Trinidad, rogándole con impor^

portunos encarecimientos le diese licencia para sacar toda la gente de Ordas que habia en

aquella ciudad é isla de Cubagua, para pasar con ella á la de la Trinidad y poblarla ó

hacer lo que más pudiese.

Por ser distintos los intentos del Sedeño y los del juez de Cubagua, no se cenfor-

(CAP. XXVII).

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

marón en esto, pues también los tenia el juez de bacer algunos descubrimientos en Tierra-

firme por su persona ó enviarlos á bacer por caudillos con aquella misma gente de Ordas.

Y así, aunque sobre concederle esto el juez á Sedeño terciaba la gente buena que se halla-

ba en el pueblo, jamás lo quiso hacer el juez. En esto estaban cuando Alonso de Herrera

llegó á la misma isla y ciudad de la de Santo Domingo, con sus previsiones de Teniente de

Gobernador (como dijimos de la gobernaciou de Ordas), á quien el Antonio Sedeño preten-

dió estorbarla jornada, rogándole primero y persuadiéndole la dejase, por ser tan trabajosa

como sabia era, y que se fuese con él á la isla de la Trinidad con toda la gente que pudie-

se atraer y le haría su Teniente general. Procuraba apretar estas persuasiones, poniéndole

delante la muerte de don Diego de Ordas y cuáu poco le podría durar el mandar en su

gobierno, pues ya en el Consejo estaría la nueva de la muerte, y aun por ventura hecha la

merced á otro.

No solo no fueron bastantes estas y otras razones á disuadir al Alonso de Herrera

los intentos que tenia de proseguir su jornada y querer ser más en ella, como dicen, cabeza

de ratón, que en la isla Trinidad cola de león, sino que luego comenzó á procurar atraer

á sí algunos soldados y amigos viejos de la jornada pasada, para con ellos tomar la vuelta

de la fortaleza de Paria, en que tampoco se descuidaba Sedeño para los mismos intentos,

sobre lo cual vinieron á trabarse los dos en palabras ; fué necesario les prendiese el juez

de Cubagua y pusiese á ambos en recado y seguro, aunque el Sedeño se dio tan buena

maña en negociar, que acabó con el juez le soltase y diese licencia para irse á su goberna-

ción, para donde se partió luego con alguna copia de soldados de los que habia traído y otros

que allí se le habían juntado, que no lo tuvo á poca suerte, por ver los estorbos que se le

habían puesto para lo uno y lo otro.

CAPÍTULO XXVII.

I. Llega Antonio Sedeño á la fortaleza de Paria y persuade á los soldados de Orda3 que le sigan—II.

Determinóse Agustín Delgado con algunos soldados á seguirle para la isla Trinidad—III. Llega

Alonso de Herrera á la fortaleza de Paria y entrégase de ella y de los soldados—IV. Prende Sede-

fio á Herrera y los suyos y llévalo preso á la Trinidad,

ALAS primeras olas que comenzó á cortar con sus bergantines y piraguas Antonio Se-%

defío, en montando la punta de la isla de Cubagua, le comenzaron á continuar desgra-

cias, con una que allí tuvo no pequeña, ahogándosele diez hombres de veinte que iban en

una de las piraguas, saliendo por gran suerte los otros diez nadando á Tierrafirme, donde

después de haber pasado todos juntos hartos trabajos, hubieron á las manos otra piragua de

unos indios pescadores; pasaron todos adelante con su derrota, llegando á la fortaleza de

Paria, donde estaba por el Gobernador Ordas el Capitán Agustin Delgado, con los soldados

que le habían dejado en su compañía, como ya dijimos, á quien procuró persuadir Sedeño

se viniese á la suya y se fuese con él á la isla Trinidad, pues ya su Gobernador era

muerto y venia proveído en el gobierno por la Audiencia de Santo Domingo Alonso de

Herrera, á quien era cosa cierta habia de durar poco el gobierno; y que si le quisiese seguir

le daría el de su Teniente general, premiándole en cosas mayores y á todos los demás sol-

dados sus compañeros gratificándoles largamente sus trabajos y amistades si se las quisiesen

también hacer de ir con él á las conquistas de la isla.

No le pareció mal al Agustin Delgado el ofrecimiento, supuestos los nuevos sucesos

que habían acaecido; pero no le pareció determinarse del todo, hasta haber comunicado

sobre ello con sus soldados, teniendo intentos de seguir el más común parecer de ellos. Y

habiéndolo hecho así, no solo comunicándolo sino aun persuadiéndoles á que viniesen en

ello, fueron los menos los que mostraron voluntad de hacerlo, por causa que k ello les mo-

vía; pero el Agustin Delgado, pareciéndole cordura no dejar aquella ocasión de la mano,

siguiendo los pareceres y opinión do los menos, se determinó con ellos (que también lo es-

taban de seguirle) de ir?e á la Trinidad con Sedeño en la fortaleza, hasta veinte y cinco

hombres y por caudillo á un Bartolomé González, amigo del Delgado, con instrucción y

aviso de que aunque viniese por allí Alonso de Herrera no lo recibiesen sin darlo primero

á Sedeño en la isla; haciéndoles para que lo cumpliesen grandes amenazas y poniéndoles

temores de castigo si no lo cumpliesen, y para forzarles á que con el hambre lo siguiesen á

84

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA,)

la isla, desamparando la fortaleza, tío les dejaron en ellas algunas comidas, con que se des-

pidió de ellos el Sedeño y el Delgado tomando la vuelta de la isla Trinidad.

Entre tanto que pasó esto al Sedeño, alcanzó licencia el Teniente Herrera del juez

de Cubagtia para ir á su gobierno y fortaleza de Paria, como lo hizo luego que la tuvo, em-

barcándose con cuatro ó cinco amigos suyos en una canoa de perlas que allí le dio otro

amigo que tenia, con que pasó á la fortaleza de Paria, confiado de que hallaría en ella al

Delgado y la otra gente que había dejado allí el Comendador Ordas. Llegó á ella, y hallán-

dolo todo tan mudado de como pensaba, por estar ya todos los que halló en ella de mano y

devoción de Sedeño, y que decían estar amenazados si le recibían, temía á los principios no lo

quisiesen cumplir. Así como lo comenzaron á poner por obra hasta ver si eran bastantes los

recados que traia; pero habiéndoselos mostrado el Bartolomé González y los que habían

quedado con él de la devoción de Ordas (si bien otros no lo sentían así), juzgaron ser bas-

tantes las provisiones que traia de la Audiencia, y ellos estar obligados á admitirle y obe-

decerle, como lo hicieron y metieron en posesión de la tierra y fortaleza, entregándole

cuanto habia en ella juntamente con sus personas.

No pasaron muchos dias después de la entrega, que no lo viniese á saber Sedeño en

la isla Trinidad y todo lo que habia pasado, que no le dio poca turbación y cuidado, pare-

ciéndole eran principios aquellos para tornarse á desbaratar, y que no tuviese su jornada el

deseado fin que pretendía, como en efecto sucedió (como veremos): pero sacando fuerzas do

temores, y advirtiendo que sería más dificultoso el remedio si se dilatase, por poder suceder

que de alguna parte tuviese socorro el Herrera de copia de soldados con que defenderse con

la brevedad posible, mandó se aderezase la más de la gente que tenia y se embarcó con ella

y atravesó una noche con todo secreto el golfete que hay desde la isla de la Trinidad á la

fortaleza, en cuyos cimientos saltó en tierra antes de amanecer; de manera que sin ser

sentido, con su gente se puso á la puerta, y cuando la abrieron muy de mañana se entraron

de tropel por ella sin poder hacerles resistencia que se lo impidiese, por ser tan pocos los

que estaban dentro y más de sesenta los que iban: los cuales, estando ya dentro, recogieron

lo primero todas las armas y luego los prendieron á todos por hallarlos tan de sobresalto y

descuidados de esta venida de Sedeño : el cual no teniendo gusto de llevar consigo á la Tri-

nidad al Alonso de Herrera, temiéndose que por ser persona principal fácilmente podría

traer á su devoción los soldados y causarse de aquí algún gran alboroto en la tierra ó sa-

lirse con ellos de ella, le dijo que él lo soltaría y dejaría ir libremente á Cubagua, ó donde

quisiese de su gobierno, si le hiciese juramento de no volver más á aquella fortaleza ni

tierra de Paria. No le pareció al Alonso de Herrera le con venia jurar esto, porque se habia

de obligar á cumplirlo y podían suceder de ello muy grandes inconvenientes, y así respondió

no lo quería hacer ni lo haria aunque entendiese sobre ello haber de estar toda su vida en

prisiones, con que quedó tan notablemente amostazado el Sedeño, que luego al punto man-

dó se las echasen apretadas y rigurosas, poniéndole grillos á los pies y al pescuezo un pesa-

do cepo, con otros ásperos tratamientos, todo esto con intención de que ellos le obligasen á

hacer el juramento que le pedia; lo cual fué todo en vano, pues no fué posible acabar con

él lo hicier*i, con que obligó al Sedeño (por evitar mayores males que podrían suceder) de

venir sobre 41 con mucha más fuerza dé gente y alborotarlo, si lo dejaba libre, de llevárselo

preso y á buen recado consigo á la isla (como lo hizo), dejando por entonces muy desampa-

rada y sin ninguna gente la fortaleza. Llegó Sedeño con los presos á la isla, y mostrándose

mucho más riguroso de lo que se suele en semejantes lugares y tiempos, puso también en

prisión al Bartolomé González, que era á quien dijimos habia quedado encargada la forta-

leza y se la entregó al Herrera. Aprisionó así mismo también á un Alvaro de Ordas, sobri-

no del Gobernador don Diego de Ordas, y á otros muchos amigos del mismo.

Y pareciéndole que en la entrega que se habia hecho de la fortaleza al Herrera ha-

bia habido alguna traición ó habia sido corrompido con algunas dádivas para ello él Bar-

tolomé González, determinó darle tormento para -sacar la verdad por aquel camino. Dióselo,

y tan recio é inhumano, que lo descoyuntó con él: si bien fué en tolde, pues no pudo sacar

la verdad, fuese ó no fuese de lo que pretendía, con que quedó mucho más indignado y tan

ciego de cólera, que con el fuego de ella quiso ahorcar al Alvaro de Ordas y otros dos sol-

dados amigos de su tio. Tomaron tan mal estos intentos algunos amigos del Antonio Sedeño,

por ver el desacierto con que iban, le persuadieron con muy grandes ruegos no lo hiciera,

poniéndole delante el peligro en que se ponia trayendo guerra con los naturales de la tierra,

sin poderse tampoco fiar por otra parte de sus mismos soldados, por estar avispados de éstos

(CAP. XXVIII.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIEBRAFIRME.

85

y otros semejantes hechos, con que había de vivir siempre con muy gran recato sin poderse

un punto asegurar de los suyos, que era uno de los tormenros mayores que podían venir

al que gobierna.

CAPÍTULO XXVIII.

I. Dióse noticia en Cubagua por unSanabria de la prisión de Alonso de Herrera—II. Despachan se

en la Audiencia de Santo Domingo recados para que suelten á Herrera—III. No los quiere cum-

plir Antonio Sedeño—IV. Antes intenta prender á Aguilar, como lo hiciera, si no se le escapara

por buena traza.

EN este tiempo acertó á llegar á esta isla de la Trinidad un navio de un Sanabria que

andaba por aquella costa de Paria rescatando indios esclavos, conforme á la costum-

bre de aquellos tiempos; y para que Antonio Sedeño no tuviese ocasión alguna de moles-

tarlo (si lo hallaba en Paria ocupado en aquello, aunque era fuera de su gobernación), llegó

á pedirle licencia para ello, el cual se la dio, con que no los comprase de veinte años abajo.

Cuando llegó al puerto de la Trinidad Sanabria á pedir esta licencia, supo la prisión de

Alonso de Herrera y todo lo demás que en ella habia pasado, y después de haber rescatado

los esclavos, tomó la vuelta de Cubagua, donde dio noticia del suceso y prisión de Herrera

y los grandes tropeles que sobre ello se habian tenido, que lo sintieron mucho los amigos

que Herrera tenia allí, en especial un Alonso de Aguilar, que lo era muy del alma, como

se echó de ver, pues luego que lo supo se partió la vuelta de Santo Domingo, donde hizo

relación en la Real Audiencia de todo lo que Antonio Sedeño habia hecho, de malos trata-

mientos á todos los demás y al Alonso de Herrera, y cómo lo tenia preso y á pique de suce-

der mayores desgracias.

Sabido en la Audiencia este atrevimiento de Sedeño, despachó provisiones para que

el mismo Aguilar fuere con un escribano á la isla y notificase á Sedeño soltase á Alonso

de Herrera y á todos los demás que tenia presos, y diese licencia á todos los que quisiesen

seguir al Agnilar para su gobernación; y que también les volviese todo lo que se les habia

tomado, así de caballos como de otras armas y pertrechos de guerra, poniéndole sobre esto

graves penas. Con los cuales despachos, sin detenerse en Santo Domingo, tomó la vuelta de

la isla de Cubagua y desde allí á la de la Trinidad, con la brevedad posible, porque las

leyes de amistad le obligaban á todas estas diligencias, de dejar su casa, gastar su hacienda

y arrojándose á las inconstancias del mar, expuesto á los ordinarios riesgos que en esto sue-

len suceder, y después á los últimos que con Sedeño se le habian de ofrecer, por lo apasio-

nado que estaba con su amigo Herrera, como le sucedieron.

Pues habiendo llegado á Cubagna y solicitado las voluntades de algunos amigos

suyos, para que le acompañaran hasta la isla Trinidad, y habiéndose entrado hasta ocho

compañeros y hecho á la vela, llegaron al puerto y pueblo donde estaba Antonio Sedeño

en la isla, usando de mil bárbaros rigores con todos los que tenia presos, no dándoles de

comer, ni lugar para que lo fuesen á buscar ellos ni sus amigos con que estaban en la

prisión con mayores tormentos de hambre que los que les daban los grillos y cadenas.

Llegado Alonso de Aguilar al puerto, y habiendo saltado en tierra con un escribano que

llevaba para notificar á Antonio Sedeño las provisiones y recados, los recibió á prima facie,

con alegría, no entendiendo iban á aquello, la cual alegría se le acabó luego que lo supo, y

convirtió en tan grandísima cólera y enojo por el atrevimiento que él decia habia tenido

el Alonso de Aguilar, que luego al punto le prendió al escribano, después de habérselas

notificado, y con un semblante airado y acciones demasiado coléricas, lo hizo poner en

recado, y no dándosele mucho por el cumplir lo que se le mandaba, con aspereza de pala-

bras respondió que obedecía á las provisiones, pero que en cuanto á su cumplimiento, no

habian lugar por los inconvenientes que él daria á su tiempo.

Bien quisiera prender luego allí al Alonso de Aguilar, si se atreviera á hacer esto sin

que sucedieran algunas desgracias entre su gente, por tener su condición tan desabrida,

pero reprimiendo su cólera, dejó esto para mejor ocasión, con intentos de tenerlo allí preso

hasta que á él le pareciese. Vacilando sobre esto, en la mejor traza que se podia dar para

hacer la prisión sin ruido, le pareció serlo convidándole á comer y ordenando á su gente

le prendiese estando comiendo. Olió el Aguilar la traza, y con sospechosa cautela imaginó

luego la que tendría para escaparse de la de Antonio Sedeño, y no dándose por entendido,

86

FRAT TEDRO SIMÓN.

(2.* NOTICIA.)

rogó al Gobernador Sedeño le hiciese merced le dejase ver al Herrera, pues estaba deter-

minado á no soltarle, por los inconvenientes que se sospechaba. No rehusó Sedeño dar esta

licencia, por disimular con esto más los intentos que tenia de prenderle, porque parece que

si esto le negara se exasperara el Aguilar y anduviera con cuidados, porque no se hablasen

si no fuese en presencia de su Teniente, que era uno de los más íntimos amigos que tenia

el Herrera, y su compañero y camarada de rancho en todas las peregrinaciones que habían

hecho con el Comendador Ordas; y así, aunque entró con el Aguilar, al efecto dio el lugar

que quisieron para que los dos amigos se hablasen en secreto, y así, tratando de la

libertad del Herrera, le dijo el Aguilar que ya que Sedeño se habia determinado en no

soltarlo, que el remedio que podia darse en ello era procurar el soltarse é irse á la mar,

pues tenia para todo amigos que le ayudaran, donde él lo recibiría en su navio y haria

todo lo que estaba obligado á buen amigo. Despidiéronse con esto, quedando cuidadoso el

Herrera en la traza que podía dar para soltarse, pues tanto le importaba. Volvióse con

esto el Aguilar á la posada del Sedeño, ya á horas de comer, y estando puestas las mesas,

llamados los huéspedes y todo á pique para asentarse, fingió el Alonso de Aguilar (que

andaba como gato sobre brasas) cierta necesidad natural, y como allí no habia otro lugar

secreto sino entrarse entre los árboles de la montaña, hízolo así encubiertamente, y sin que

lo sintiesen se fué á su bergantín, que estaba surto y amarrado á un árbol de los que caían

sobre el mar, de donde no quiso más desembarcarse ni ponerse á las cortesías de Sedeño,

viendo que tenia tan pocas. Estuviéronle esperando buen espacio de tiempo para sentarse

á comer, hasta que viendo que tardaba demasiado, lo envió á llamar Sedeño, cuidadoso si

le hubiese sucedido alguna desgracia con alguna fiera, de que hierven aquellos arcabucos,

en especial cerca de los pueblos donde están cebadas.

Advirtió Aguilar desde su bergantín, hecho ya á lo largo, que le buscaban, y dando

voces, avisó que comieran, porque él se habia ido á hacer lo mismo con sus compañeros, por

comer con más gusto y más seguro de las sospechas que tenia del Gobernador Sedeño, con

quien no quiere más tratos ni contratos, sino que se sirviese de conmutarle la comida en

darle su escribano, porque quería volverse á Cubagua, supuesto que era de ningún efecto

su venida. Turbóse Sedeño demasiadamente de que se le hubiese escapado de sus manos

Aguilar, habiéndole olido sus intentos, y respondiéndole que la necesidad que tenia de

gente le constreñía á detener allí al escribano, que le perdonase, pues no podia hacer otra

cosa, pues él mismo veia no seria prudente dejar ir la gente de la isla, teniendo de ella

tanta falta, y que ya habia visto también la mucha que tenia de comida, que le rogaba se

sirviese llegar con su bergantín al pueblo del Cacique Chacomar para que les trajesen

algún cazabe, yucas, batatas y otras raices y comidas de la tierra, porque á la sazón no

tenia Sedeño en el puerto navio, por haberlo llevado Agustín Delgado con alguna gente á

la costa de Paria á buscar también comidas, por lo cual no se halló el Agustín Delgado en

esta sazón con Sedeño, á que respondió Aguilar lo haria con gusto, pero que él era chape-

tón en los tratos de aquella tierra, que le enviase persona vaqueana que supiera tratar y

rescatar con los indios. Hízolo así el Sedeño, enviándole á un amigo suyo llamado Bartolo-

mé González, aquel que dijimos habia hallado Ordas en la fortaleza de Paria, por parte

del Sedeño.

CAPÍTULO XXIX.

I. Detuvo Aguilar en su bergantín á Bartolomé González, entendiendo que en recompensa le darían

al escribano.—II. Suéltase de la cárcel Herrera y éntrase en el bergantín de Aguilar, y juntos

van á la fortaleza de Paria* y se apoderan de ella.—III. Prende Sedeño á algunos soldados con

sospecha de ser amigos de Herrera.—IV. Ruéganle que los suelte, pero no lo quiere hacer.

FUERON los dos, Aguilar y Bartolomé González, en el bergantín, costeando la tierra del

Cacique Chacomar hasta llegar á su pueblo, donde habiendo^rescatado cazabe y otras

comidas, tomaron la vuelta con ellas al puerto del pueblo de Sedeño, echándolas en tierra y

haciéndose á lo largo; retuvo en el bergantín al Bartolomé González, gran lenguaraz del idio-

ma de aquella tierra, enviándole á decir á Sedeño, que no lo daria á su veedor (que este ofi-

cio tenia el Bartolomé González) si no le daba á su escribano, y de camino envió á decir á

Alonso de Herrera con un esclavo negro que tenia Sedeño, que habia sido de Ordas, y

por este confidente del Alonso de Herrera, que procurase soltarse aquella noche, porque é\

(CAP. XXtX.) NOTICIAS HISTORIALES O CONQUISTAS DE T1ERRAFIR.ÍIE 87

lo estaría esperando toda ella, para recibirlo en su batel. Hizo fiel mensajero el esclavo,

diciéndoselo al Herrera, que lo procuró poner por obra, como luego diremos.

Mucho sintió Sedeño haberle enviado á decir á Aguilar que no le quería dar al Bar-

tolomé González, sin que le diese á su escribano, y así viendo la falta que hacia, por ser

hombre muy de hecho el Bartolomé González, se sujetó de enviarle á rogar se lo enviase,

sin querer él soltar al escribano, que pudiera advertir lo poco que con aquel modo ne ha-

bia de negociar, como sucedió ; y*así visto que no tenia remedio de que le diesen al Gon-

zález, no curó de tratar más de ello, sino de poner mayor guarda en el Alonso de Herrera,

con miedos no se le soltase de la prisión, aunque le tenia con grillos y diez hombres de

guarda, con que le pareció lo tenia seguro ; pero el Herrera, viendo lo que le importaba su

buena diligencia, la tuvo aquella noche para soltarse, usando de traza con las guardas, que

fué entretenerlos, chacoteándose con ellos y contando cuentos, á fin de desvelarlos en el

primer cuarto, para que entrando más la noche, vencidos del sueño, quedasen todos dor-

midos y él tuviese lugar de quitarse las prisiones y salir de la cárcel, como le sucedió :

pues pasada la mitad de la noche que gastaron en lo dicho, quedaron todos tan dormidos,

que tuvo lugar el Herrera de descalzarse los grillos, y poniendo unos pedazos de madero en

la hamaca á donde dormía, porque si la meneasen á oscuras (como estaban todos) la halla-

sen pesada y creyesen que era él el que estaba en ella, y tomando una ballesta de los que

lo guardaban, se salió de la cárcel y fué al mar y entró en el bergantín que estaba á pique

para recibirlo. Venida la mañana, y habiéndolo hallado menos, colérico Sedeño echó toda

la gente de servicio y algunos españoles para que lo buscasen por entre aquellos montes

de palmeras de que abundan aquellos países.

Despachó así mismo también en una canoa á su Alcalde mayor para que visitase el

bergantín de Aguilar y viese si estaba allí Herrera, los cuales cuando le vieron que ende-

rezaba la proa de la canoa para ellos, le dijeron, que dejando en ella la vara, entrase en el

bergantín á lo que qujsiese. Hízolo así el Alcalde mayor, y después de haberse saludado y

hablado como amigos, le dijo Herrera, que hubiera sido bien excusado aquel trabajo que

habia tomado tan en vano, pues sabia no habia preso que no se quiese ver suelto, y que

las inhumanidades y grandes rigores que con él habia usado Sedeño, si él no las pudiese

vengar por sus manos, esperaba en el Cielo que de allá le habia de venir el castigo, porque

cuandono tuviera otra culpa que hubiera cometido contra él sino la ingratitud^ era bas-

tante para obligarle en razón de mundo á esto, pues estando preso y teniéndole los indios

cercado al Sedeño y su gente con tanta apretura, que estaban ya muy á pique de morir á

manos de aquellos salvajes, el Herrera, saltando en un caballo en pelo sin aguardar á poner

silla y tomando una lanza, hizo tantas y tan grandes valentías entre los indios, que les

obligó á dejar el cerro y huir cada cual por donde pudo ; en pago de lo cual lo volvió luego

al punto á poner preso y en más ásperas prisiones que hasta allí, y que le dijese, ¡que pues

él le habia tratado de aquella suerte, tan sin culpa, que mirase las que habia cometido

contra él y guardase su cabeza, no lloviese todo junto sobre ella.

Diéronse á la vela Alonso de Aguilar y Herrera, y llegando con brevedad, sin torcer

viaje, á la fortaleza de Paria, donde hallaron á Agustín Delgado con los soldados que ha-

bia llevado en la fragata á buscar comidas (como dijimos) que quería ahorcar un soldado

llamado Ardino, porque según decían era éste el que habia persuadido á Alonso de Herrera

(cuyo secretario era) á que fuese á la fortaleza de Paria é hiciese lo que hizo (como de-

jamos dicho), por lo cual y otros motivos que Agustín Delgado tuvo, ó por ventura con

orden de Sedeño que lo envió con él en este viaje para el efecto, lo habia afrentado ó aco-

zado al rededor de la fortaleza, lo cual sabido por Sedeño, y temiéndose que si escapaba

deallí con vida, podría seguir su causa, porque tenia habilidad para todo, y por seguir á él

y á Delgado, le envió desde la isla de la Trinidad una botija vacía, con sólo un cordel

atado al cuello, dándole á entender con esto al Delgado, que ahorcase al Andino ; la cual

enigma alcanzó el Agustín Delgado, y estaba poniéndola por obra á la sazón que llegaron á

la fortaleza el Alonso de Aguilar y el Herrera, los cuales se dieron tan buena maña, que

prendieron al Agustín Delgado yá sus amigos, con ayuda de algunos soldados que se le

rebelaron de los que tenia, que eran de los de Ordas; dieron la vida al pobre del Andino

y se apoderaron de nuevo otra vez de la fortaleza y de todo lo que habia en ella, é hicie-

ron de su banda á los soldados que habia preso Sedeño y habia dejado en la fortaleza sin

mantenimientos, para que por fuerza le siguieran. Muy de otra suerte le sucedió á Agustín

Delgado de lo que sucediera si se ha*llara en la Trinidad á la sazón que llegó allí el ^lonso

88

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

de Aguilar, y sucedió lo que hemos dicho, pues si él se hallara presente, nunca el Herrera

se soltara, ni Sedeño dejara no prender al Aguilar, ni de vengarse de ambos á su voluntad,

con que los negocios quedaran más encancerados de lo que quedaron.

Habiendo vuelto del bergantín el Alcalde mayor de Sedeño, y díchole las razones

del Alonso de Herrera, quedó tan indignado y aun temeroso de algún concierto entre el

Herrera y los soldados sus amigos que habian quedado en la Trinidad, que serian más de

treinta, que luego los hizo prender á todos y que se*armara una fragua en medio de la

plaza de la ranchería, para hacer en ella con el trabajo de los propios soldados, copia de

prisiones que echarles y en que tenerlos afligidos, los cuales, viéndose tan injustamente

presos y que no les bastaban las necesidades, hambres, enfermedades y otros trabajos que

habian pasado y padecían, sino que de nuevo los querían molestar con prisiones hechas

con su propio sudor y trabajo, por más afrenta, rogaron á un Moran, persona principal y

amiga del Sedeño, le dijese que les bastaba la prisión que tenían en no poder salir de

aquella isla donde habian padecido las calamidades que todos sabían, sin que de nuevo los

aprisionase sin causa, en que daba á entender que pretendía su total perdición y muerte.

El Moran se juntó con otro hidalgo, hombre grave, llamado Villegas, que estaba

por Tesorero, y llegando al Gobernador, le dijeron: la amistad y voluntad que os tenemos

nos constriñe á decir lo que sentimos, de lo que al presente se hace y se pretende hacer con

los soldados que están presos, lo cual no sólo los hombres asesados y de buen talento co-

nocerán ser fuera de toda la modestia que debe tener el que gobierna, pero aun esto lo

advertirá un bárbaro, que con algún velo de pasión no tuviera cerrados los ojos del enten-

dimiento, pues no sólo no se debe intentar hacer lo que se pretende con hombres de su

nación, y que han servido y obedecen á su Capitán ; pero aun con hombres bárbaros y re-

beldes, por ser inhumanidad que después de tantos trabajos como estos miserables hom-

bres han padecido, poniendo sus vidas á riesgo de perderlas, por ayudar á sustentar á su

Gobernador y sus soldados y gente, en pago de esto sean puestos en tan ásperas prisiones,

de donde se podría seguir entre los demás algún grande inconveniente, que ofreciéndose al-

guna repentina guazabara do estos indios, de quien no estamos una hora seguros, sean muer-

tos cruelmente los presos y nosotros con ellos, por ser todos tan pocos é insuficientes para

la defensa, y así lo tenemos por más acordado que suelten con halagos y blandas palabras,

para obligarlos con esto á que cuando fuere menester pongan las vidas por su Gobernador.

El cual recibió tan mal estos consejes, que sin ablandarse un punto de su terquedad,

respondió con ánimo severo y obstinado á estas y otras razones que se dijeron : á los que

siempre me han sido amigos y lo son, yo los he tratado y trato como á hermanos, pero á los

demás que tienen más de enemigos que amigos, los tengo de tratar ásperamente y mandar

á coces y puntillazos, como lo haré con estos de la prisión, sin sacarlos de ella si no es para

las obras civiles que se ofrecieren, y tendré tanto cuidado en ponerles prisiones y á recado,

que aunque quieran no se suelten. Enfadados de la respuesta los intercesores y de la ter-

quedad que tenia el Gobernador en su crueldad, dieron de mano á la intercesión, viendo

que era gastar palabras al aire, y se fueron á sus posadas, harto desabridos en ver que no

habian sido posibles las que habian hablado y sus honrados términos para acabar con el

Gobernador una cosa tan justa, caritativa y cristiana y que tanto le convenia, como lo que

le habian pedido.

CAPITULO XXX.

I. Suéltanse los presos de Sedeño, y apellidando libertad, lo prenden á él.—II. Llega al punto la ca-

rabela que habia ido á buscar comidas, y embárcanse todos en ella.—III. Llegan á la fortaleza

sin saber por quién estaba, y prende Herrera á Antonio Sedeño.—IV. Suéltansele después en

secreto unos soldados, y vase á Puerto Rico, quedando Herrera en la fortaleza.

O eran menores que los que vamos diciendo tenia Antonio Sedeño en su ranchería,

los trabajos que padecía de los naturales de las continuas guazabaras con que noche y

dia lo inquietaban, ni tan á poca costa que no le habian ya muerto en diferentes ocasiones

más de veinte españoles y atemorizado á los demás por estar alzada toda la tierra y ser

de tan innumerable cantidad de indios, con que no les era posible salir por la comarca á

buscar comidas en que padecían tanto que les era forzoso intentar por mil caminos dejar

la isla por salvar las vidas. Lo que debiera advertir Antonio Sedeño, para no afligir por

(CAP. XXX.)

NOTICIAS HISTORIALES ó CONQUISTAS DE TIEREAFIRME.

89

su persona y desabrimientos más á sus soldados, pues no es buena prudencia ni razou de

estado, al afligido darle mayor aflicción; pero al fin, no dejándole su pasión proceder de

otra manera de lo que hemos dicho con los presos, les puso en ocasión para que sucediera

lo que diremos; pues luego que vieron que Moran y su compañero no les volvian con la

respuesta del Gobernador, entendieron haber sido mala y no tener ya remedio de ser

sueltos de la cárcel y prisiones si no lo hacían por sus manos, y así determinaron valerse

de ellas; y habiendo comunicado estos intentos con algunos otros soldados, sus amigos, que

andaban sueltos, para que les ayudasen á soltarse, si el Gobernador se determinase no

hacerlo; sabido que ya estaba determinado á eso, pusieron ellos en ejecución su soltura al

punto de medio dia, cuando los de la ranchería estaban comiendo ó reposando, y ayudán-

dose los unos á los otros á quitar las prisiones; libres ya de ellas, y tomando algunas ar-

mas de las que tenia el Gobernador recogidas en depósito en un aposento cerca de la cár-

cel, salieron por las calles de la ranchería dando voces y diciendo, viva el Rey, que nos ha

dado la libertad y el Gobernador nos la quiere quitar y hacernos esclavos.

Juntáronseles luego á éstos otros, sus grandes amigos y camaradas, viendo la oca-

sión en la mano para cumplir los deseos que tenían de salirse de la isla y redimir sus be-

jaciones é intolerables trabajos que pasaban en ella; y así, los principales alterados, y los

que en el camino se les allegaron, se fueron derecho á la posada del Gobernador Antonio

Sedeño, y hallándolo descuidado del hecho, lo prendieron, y sin hacerle más daño que des-

pojarle de sus armas, le mandaron (con la violenta autoridad que ellos se habían tomado)

que tuviese aquella su posada por cárcel, so pena de la vida, sin haber entre esta gente

cabeza que se señalase, sino que todos de una conformidad lo mandaban, por no poder ya

sufrir las crueldades de Sedeño, el cual se holgara en esta ocasión haber tenido otra condi-

ción, para adquirir amigos, pues no halló en tan riguroso trance alguno que quisiese volver

por él ni hablar una palabra en su defensa.

Y así determinaron los alterados, que en viniendo el navio que habia ido á Tierra-

firme á buscar comidas, se embarcasen en él y fuesen todos la vuelta de Paria, Cubagua,

ó donde les pareciese. A tres dias de este suceso pareció á la vista la carabela que traia

alguna comida; y viendo el Gobernador que ya estaba donde le podían entender los mari-

neros por señas, se acercó á tierra y comenzó desde cierta parte, donde lo pudiese ver bien,

á hacerlas con un paño para que no llegase sino que se volviese ú Tierrafirme. Procuraban

los soldados apartar de esto á Sedeño, diciéndole no era bien pasase tan adelante su cólera

y enojo, que fuese ocasión de perecer todos allí con guerras civiles y de los indios, sino

llegase la carabela para dejar el sitio; pero remedióse todo con no haber entendido la seña

los de la carabela, y continuando su viaje irse acercando á tierra, á donde ya que la vieron

surta los soldados, y al maestre (que luego salió de ella) en tierra, luego se entraron dentro

y apoderaron todos de ella, rogando al Gobernador que si se quisiese ir con ellos lo

llevarían.

No le dejaba su cólera asentir á esto, ni á ninguna otra cosa de su bienestar; y así,

menospreciando lo que los soldados le ofrecían, dijo que se fuesen con Dios, que él con los

que le quisiesen acompañar y mostrar en aquella ocasión y trance riguroso ser sus amigos,

se quedaría allí, teniendo por menor mal vivir entre aquellos bárbaros, que tener libertad

entre tan mala gente, como se habían mostrado los soldados; solo seis de los que antes le

habían hecho alguna mayor amistad, se ofrecieron á hacerla también en esta ocasión, deter-

minando quedarse con él si habia copia de soldados que ayudasen á defenderse de los na-

turales, porque quedarse solos más era temeridad que valentía de ánimo, pues era entre-

garse con evidencia á las carniceras manos de aquellos bárbaros, para ser sacrificados á sus

vientres neciamente. Agradeció Sedeño á los seis soldados el ofrecimiento, determinando

temerariamente quedarse con ellos, cuando otros no le quisiesen acompañar; pero viendo

la locura que era esto, le persuadieron todos que dejando este temerario parecer se en-

trase en su navio y fuese con los demás donde tuviesen las vidas seguras, ya que allí no se

hacia nada, por no estar ellos ni la tierra en disposición de hacer ningún buen efecto.

No acababa Sedeño de resolverse en su determinación, y así casi por fuerza le arre-

bataron sus amigos y criados y metieron en el navio, dando muestras de ir harto contra su

voluntad, por ir entre sus enemigos ; pero viendo que ya era lance forzoso haber de seguir

aquel viaje, y que le dejaban allí tres caballos que tenia de mucha estima, por no ser po-

sible llevarlos, envió á rogar á Chacornar, el Cacique su amigo (que siempre lo fué desde

las primeras amistades que trabaron), llevase los caballos á su pueblo, donde los guardase

90

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

y regalase : lo cual dispuesto así, se dieron á la vela y dejando del todo desamparada la

isla Trinidad, tomaron la vuelta de la fortaleza de Paria, donde saltaron en tierra sin saber

que estaba en ella y la tenia por suya Herrera, el cual, habiendo venido la ocasión á las ma-

nos para el retorno de la prisión que á él le hicieron en el mismo sitio, las paso en pren-

der al Antonio Sedeño y á sus amigos y criados, poniéndoles en prisiones y buen recado

dentro de la fortaleza, quedando los demás libres y con grandes demostraciones de alegría

y entretenimientos unos con otros, por verse libres de la jurisdicción y dominio de Sedeño.

Detúvose en la fortaleza algún tiempo el Alonso de Herrera (no sin cuidado en la

prisión de Sedeño y los demás), aguardando si habia alguna innovación de España ó de la

Audiencia de Santo Domingo acerca de aquel gobierno que tenia á su cargo, para según los

sucesos, disponer él en esto de los presos, á voluntad del que viniese, y aun pedir ante él

contra ellos lo que más les conviniese.

En este tiempo envió el Herrera una tropa de soldados con intentos de buscar algu-

nas comidas á una población de indios Caribes que estaban no lejos de la fortaleza, los cua-

les, por su industria ó por descuido que tuvieron los soldados, mataron á algunos de los de

la tropa é hicieron volver casi huyendo á los demás, de lo cual, quedando algo corridos y

temiendo el cordelejo y vaya que los del fuerte les habían de dar, antes que llegaran se

concertaron de soltar al Sedeño y á sus amigos en llegando, é irse con los que le quisiesen

seguir secretamente á Cubagua en unas piraguas que habían tomado en aquella salida á los

Caribes. Llegados á la fortaleza, se fueron luego juntos á hablar á Sedeño, dándole cuenta

de sus intentos ; pero por atajar inconvenientes, y que después de sueltos los presos con

favor de algunos sus allegados y amigos, no quisiesen revolver nuevas turbaciones y moles-

tar al Alonso de Herrera y sus amigos, le hicieron jurar al Sedeño, antes que lo soltaran,

de que viéndose libre no daria ningún desabrimiento á Alonso de Herrera y sus parciales,

sino que él, con los que lo quisiesen seguir, se iria á la isla de Cubagua ó Puerto Rico.

Hecho esto así, tuvieron traza como soltarle una noche de secreto, juntamente con

Agustín Delgado y los demás sus amigos, y habiendo hablado con el mismo secreto á los

que conocían tener buena voluntad de seguirlos, se embarcaron en las piraguas que habiau

traído los soldados y tenían aparejadas ; y así tomando la vuelta de Cubagua, se quedaron

allí algunos, y Sedeño con otros se pasó á la ciudad de Puerto Rico. No fué aquesta salida

de los presos tan en secreto que no lo viniese á entender Alonso de Herrera ; pero hacién-

dose muy del desentendido (y como dicen, al enemigo se le ha de hacer la puente de plata),

viendo que por allí se ahorraba de algunas pesadumbres en no tener en su compañía quien

no le era bien afecto y de ocasión, y revueltas de enfados, y no teniendo voluntad de dár-

selos á Sedeño y los demás, disimuló con todo y dejólos ir, quedándose él con los demás en

la fortaleza, esperando si acaso venia nuevo Gobernador ó socorro, para poder efectuar lo

que tanto tiempo y con tan grandes veras habia pretendido, que era seguir las noticias que

les habrán dado en la jornada de Ordas, en que tantos estorbos se habían puesto hasta allí

(como hemos visto). Otros dicen que para dar libertad á Sedeño llegaron algunos soldados

suyos que venían de una salida á la puerta de la fortaleza, donde habia quedado con solos

dos ó tres soldados Herrera, y queriéndolo matar para soltar al Sedeño, él les dijo que ha-

cían como buenos soldados en querer libertar á su capitán : y así fué al Sedeño y le dijo

que aunque lo podia matar, no quería sino que se fuese, haciéndole juramento de no de-

tenerse en Paria ; hízolo Sedeño, y con esto lo soltó y se fué. Esto era el año de mil y

quinientos y treinta y tres.

CAPÍTULO XXXI.

I. Hubo quien dijese que dejó Sedeño rebelados por su dicho contra los españoles á los indios de la

isla de la Trinidad y Paria—II. Vienen los indios isleños y de Tierrafirme á inquietar los i del

fuerte, á quren dan favor dos indios cristianos amigos—III. Vienen los isleños de mano armada

contra el fuerte, estando los soldados fuera de él, pero matáronos á todos—IV. Intentan los

indios Caribes de la sierra matar á los españoles, que estaban divididos por la tierra.

O ha faltado quien pareciéndole por ventura no bastarle al dia su malicia, se la ha

querido acrecentar (como dicen), diciendo que cuando Sedeño se vio tan afligido en

la isla de la Trinidad y forzado á salir de ella (como hemos dicho), dejó avisados á algunos

de los indios más principales, que eran algo familiares amigos suyos, no hiciesen amistad á

(CAP. XXXI.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIR1IE.

91

los españoles que llegasen por allí ó quedasen en la fortaleza de Paria, sospechando por ven-

tura no pasarían de ella los soldados españoles que se le habían rebelado y sacaban de la

isla : lo cual admitieron de buena gana los indios, por la contradicción natural que tenían

á los soldados españoles, en especial dándoles atrevimiento los mismos españoles : y añade

que cuando se iba á embarcar, después de suelto de la cárcel en la fortaleza de Paria, dijo

lo mismo á algunos indios de aquella provincia, que por ser sus conocidos le habían venido

á ver, indignándolos más con decirles que allí quedaba Alonso de Herrera con unos pocos

cristianos, solo para robarlos, y hacerles los daños que pudiesen, y que mirasen por sus per-

sonas y si acaso tuviesen ocasión los matasen, que él se holgaría mucho, porque eran sus

enemigos.

Hubiese esta traza ó no salido del Sedeño, apenas hubo bien vuelto las espaldas,

cuando se conoció el rebelión de los indios de ambas partes, isla y Tierrafirme, convocán-

dose los unos á los otros y dando tan grande prisa á todas horas á los soldados del fuerte

(que eran pocos, más de treinta), que los ponían en muy grande confusión, sin dejarles sa-

lir del amparo de las paredes, y fueran muy mayores los daños si no los atajaran con algu-

nas comidas, avisos y ayuda que les daban por sus personas y vasallos dos indios cristianos

y muy principales, convecinos á la fortaleza, que el uno es llamado Yuamá y el otro Pedro

Sánchez, los cuales se habían cristianado y héchose grandes amigos de los cristianos. Con

esta ocasión, que en tiempos antes de éstos habían llegado por las costas de aquellas pro-

vincias dos navios de españoles á hacer esclavos, y entre los demás sacaron estos dos indios

y los llevaron á la isla y ciudad de Santo Domingo, donde después de haberse bautizado y

estando algunos años, mandó la Audiencia Real poner en su libertad y que fuesen restitui-

dos á su tierra, como lo fueron, quedándole siempre aquella amistad y cariño á los espa-

ñoles, de quien habían recibido la fe católica de que tanto se preciaban.

Acudían con tantas demostraciones de amistad, en especial al Herrera, tan de ordi-

nario al fuerte á entretenerse con él y sus compañeros, que no solo se contentaban con es-

tas frecuentes conversaciones, sino que se llevaban muchas veces á los soldados á sus pue-

blos para entretenerlos y regalarlos. En esto estaban pasando tiempo en una, entre las

demás veces, cuando supieron que habia pasado cantidad de indios de la isla Trinidad en

sus piraguas y canoas, con intentos de pelear con los del fuerte y aun de acabar con ellos,

cebados en haber muerto á otros españoles en algunas ocasiones pasadas, y fiados en la

grande muchedumbre que venia. Dieron luego aviso de esto los indios amigos al Herrera

y á los demás soldados en los pueblos donde estaban, que no les dio poco cuidado por verse

fuera del fuerte y no tan prevenidos como quisieran, y eq¿re gente de quien no tenia muy

fundada su satisfacción de amistad, por ser tan variables y que podría suceder entregarlos

con traición en manos de los Caribes isleños.

Vinieron á entender estos temores los dos Caciques amigos, y asegurando los de

ellos, les dijeron que si tenían ánimo los soldados para matar á todos los isleños que venían,

que ellos se los darían en sus manos á todos, embriagados en una fiesta que les harían, y se

saldrían del pueblo con sus hijos y mujeres y los dejarían solos, donde podrían llegar los

españoles y hacer de ellos lo que les pareciese convenir, antes que fuesen sentidos de los

embriagados y de otros Caribes que habían de bajar de la sierra, como lo tenían concerta-

do, para que juntándose todos dieran á una sobre la casa fuerte y mataran á todos los es-

pañoles. Este concierto se efectuó como lo trataron contra los indios de la isla Trinidad,

porque se pudo hacer con facilidad la fiesta y embriaguez, por haber entrado todos los isle-

ños en un pueblo de uno de estos dos Caciques, algo apartado de la mar, para entretenerse

allí algunos dias, por ser todos conocidos y que se trataban los unos con los otros, mientras

bajaban los indios de la sierra para lo dicho.

Al tiempo que convino, que era el en que ellos estaban ya fuera de su juicio con el

mucho vino, veía los dos Caciques amigos con toda su chusma fuera del pueblo, fueron

avisados los españoles, y entrando en las casas de las borracheras, despacharon de esta vida

á todos los isleños, con que se aseguraron por entonces de ellos, y volvieron á la fortaleza

con el despojo de canoas y piraguas y otras baratijas de poca consideración que habían

traído en ellas. No pasaron muchos días después de este suceso, cuando el hambre obligó á

los de la fortaleza á salir de ella para buscar el reparo y su sustento entre los pueblos de los

dos indios amigos, porque ni tenían con qué comprarlo ni bastante número de soldados para

entrar á tomarlo por fuerza entre los Caribes. No se les escondió esta facción á los de las

sierras comarcanas, y el venir á entender cómo andaban los españoles fnera de la casa fuer-

92

FRAY PEDRO SIMON.

(2.a NOTICIA.)

te y divididos cada uno por su parte para sustentarse, con que determinaron de no perder

la ocasión de venir sobre ellos y matarlos. No fué esta determinación tan secreta que no

la vinieran á entender los dos indios cristianos amigos, de que luego dieron aviso al Herre-

ra por sus mismas personas; el cual, con algunas cosillas que les dio y palabras amigables,

les persuadió á que le juntasen sus compañeros de todas las partes donde estaban y se los

llevasen al fuerte con la brevedad posible.

Hiciéronlo así los indios, y fué con tanta presteza, que aunque con mucha se des-

galgaron de la sierra los Caribes, al efecto se hallaron ya burlados y tan airados y briosos

contra los dos indios principales y toda su gente, por haber entendido habían sido ellos la

causa de la burla, que convirtiendo contra ellos su enojo, tomaron las armas contra ellos y

contra todos sus vasallos y pueblos, y lo pasaran y sucediera peor que les sucedió, si con

la brevedad que el caso requería, considerando que los españoles, por ser pocos, no les podían

ayudar á la resistencia, ni ellos eran parte para defenderse de los serranos, no tomaran sus

hijos y mujeres, y dejando sus tierras se pasaran en canoas á vivir á las de Ruaco, con que

se libraron los más de la endiablada furia de estas salvajes ; si bien vino á descargar sobre

sus pueblos y sementeras, abrasándolas y talándolas todas, con que quedaron nuestros espa-

ñoles totalmente destruidos de favor y socorres de comidas, en ocasión que tan necesitados

estaban de ellas.

Pero considerando que morir de hambre en el fuerte, ó á manos de los enemigos

buscando de comer, todo era morir, les hacia determinar el hambre á salir á buscar su re-

paro á unos pueblezuelos de indios que estaban más apartados, donde por no poder pelear

de flaqueza ni defenderse de los muchos que sobre ellos venían, mataron en ocasiones diez

españoles, con que quedaron los veinte escasos tan atemorizados, que sin dar salida á lo que

vacilaban, sobre el disponer de sus personas y reparo en sus necesidades, solo ponían el

remedio en la muerte, que sin duda les sucediera, á no venirles antes que ella de la madre

de Dios el reparo, con el modo que después diremos.

La antigüedad de los tiempos (como ya tengo advertido) ha consumido lo más deli-

cado de la historia, que es la puntualidad de los años en que sucedió cada cosa; y así solo

me he contentado poder sacar en limpio, haber sucedido todas éstas que he tratado desde

que comenzó en su gobierno Antonio Sedeño hasta el año de mil y quinientos y treinta y

cuatro, que fué el en que sucedió lo que acabamos de decir. Lo cual supuesto, nos pide la

historia volvamos á tratar desde un año atrás, que es el de treinta y tres, lo que sucedió

con los alemanes en la Provincia y Gobernación de Venezuela, hasta que llegue á entrar á

su tiempo lo que resta de la de Paria en el sucesor de don Diego de Ordas.

TERCERA NOTICIA HISTORIAL

DE LAS

CONQUISTAS DE TIEKRAFIRME.

CAPÍTULO I.

I. Va á España desde Coro Nicolás de Fedreman á pretender el gobierno de Venezuela, y dánsele—

II. Por malos terceros quítansele y dánselo á Jorge de Espira y á Fedreman por su Teniente—

III. Hácense á la vela y vuelven á arribar dos veces, la una á la vista de las islas de Canaria—

IV. Húyense doscientos soldados y queman á tres por el pecado nefando en la ciudad de Cádiz—

V. Vuélvense á embarcar en Cádiz y vienen hasta Canaria, donde refuerzan la gente y vienen

con buen tiempo hasta llegar á la ciudad de Coro.

CUANDO llegó á la ciudad de Coro la desgraciada nueva de la muerte y ruines sucesos

del Gobernador Ambrosio de Alfinger, estaba en ella Nicolás de Fedreman, hombre

de valor y lleno ya del conocimiento de las conquistas y costumbres de los indios de aque-

llas provincias. Esto y la amistad que tenia con los Belzares y ser de una misma nación, le

levantó los pensamientos á pretender la sucesión en el gobierno de Ambrosio de Alfinger.

Y así solicitado de este cuidado, diligenciando no perder la ocasión en la primera que hubo

de pasaje en España, se embarcó y llegó á la Corte, y proveida la bolsa de oro en barras y

buenas joyas, de que fué socorrido para el intento de sus amigos, que no hicieron poco

acrecentamiento sobre el caudal que él no se habia descuidado de allegar mientras estuvo

en la Provincia de Venezuela, procuró con esto y agradables palabras ganar las voluntades

de los agentes de los Belzares, á cuyo cargo estaba el proveer de Gobernador para la Pro-

vincia; súpose dar tan buena maña en la negociación y disponia delante los agentes tan á lo

vaqueano los negocios del gobierno de aquella tierra y los provechos que de tenerla él á su

cargo se les seguirían á todos, que resolvieron en hacerlo Gobernador de ella, librándole

provisiones cumplidas con particulares instrucciones de lo que habia de hacer, dirigidas las

más á sus comodidades.

Salió luego la voz de esta provisión por toda la Corte y Castilla, por comenzar luego

Nicolás do Fedreman á levantar gente en todas partes, hasta la que le señalaron podia pa-

sar á su gobierno para los nuevos descubrimientos y conquistas que tenia intentos hacer en

él. En compañía de Fedreman habían ido algunos soldados, también vaquéanos, de la mis-

ma Gobernación, que no estaban con él tan corrientes que les pareciese á su propósito la

provisión; y así juntándose luego que se divulgó con algunos que pretendían el mismo car-

go de la misma nación tudesca, y platicando entre ellos sobre el caso,\llegaron á los agen-

tes que habían dado la provisión, y terciando de mala contra el Fedreman, procuraron se

revocara lo proveído, diciendo no ser á propósito la persona para aquel gobierno, por ser de

ánimo bullicioso, soberbio y arrogante, de palabras tan pesadas é insufribles con que mal-

trataba á los soldados honrados, por ocasiones leves, que seria sin duda el suceder alteracio-

nes cada hora con la gente que tuviese á su cargo, de donde se seguiría no solo no acrecen-

tar lo conquistado sino antes perderlo.

Fueron tan poderosas estas palabras y otras que decían los pretendientes para llenar

94

FRAY PEDRO SIMON.

(3.a NOTICIA.)

de temores á los Belzares, que si aquello fuese así, podrían venir á perder la Gobernación

y derecho que tenían á ella y tantos provechos como se le seguían, que con facilidad le

revocaron las provisiones del gobierno y las dieron á Jorge de Espira, caballero, también

de su propia nación, nombrándole por su Teniente general al Nicolás de Fedreman, porque

no quedase del todo descontento y defraudado de los valientes intentos que tenia de acrecen-

tar el gobierno con nuevos descubrimientos. Confederaron á ambos de manera quo entre

ellos nunca hubiese disensiones, y que pues la tierra de Venezuela era larga, bien podían

ambos efectuar sus deseos, tomando varias derrotas en los descubrimientos, con que todos

se podían aprovechar y acrecentar el gobierno; pero siempre el Jorge de Espira con supe-

rintendencia en todo, prometieron ambos guardar estos conciertos y otros en que los Bel-

zares los instruyeron, y los guardaron con tanta firmeza, que no se conoció entre los dos

(mientras les duró el gobierno) discordia de consideración, por no haberse dado vista el uno

al otro desde que se dividieron la primera vez.

Hechos los despachos, tratóse luego de levantar gente con cuidado, para la jornada,

en algunas partes de España, y principalmente en el Andalucía y Reino de Murcia. Juntos,

de todas partes, cuatrocientos hombres, gente toda lucida en ánimos y bizarría de galas, en

cinco navios que se fletaron para esto en el rio de Sevilla, se embarcaron el año de mil y

quinientos y treinta y tres. Diéronse á la vela en demanda de las islas de Canaria, donde

habían de tocar para reforzar matalotajes; pero antes que les dieran vista en el golfo que

llaman de las Yeguas, donde son ordinarias las tormentas, les dio una tan deshecha, que en

un dia los volvió atrás lo que habían caminado en cinco, hasta arribar á Sanlucar, donde

estuvieron hasta que abonó el mar, en que volvieron á proseguir su viaje, hasta ponerse á

vista de las islas de Canaria, donde les volvió á dar otra tan terrible tormenta, que con ella

aportó aquella noche la Capitana á Nuestra Señora de Regla; y otra casi en el mismo tiem-

po á la bahía de Cádiz, que parece increíble si las tormentas fuertes que suelen levantarse

por allí no hubieran-hecho lo mismo otras muchas veces. Los demás navios, corriendo va-

rias fortunas, arribaron á diversas partes, aunque dentro de pocos dias se juntaron todas en

Cádiz, donde muchos de los soldados, considerando la ventura que habían tenido en esca-

par con vida en tormentas tan ocasionadas á perderla y tragar la muerte, que se les puso

tan á los ojos, se determinaron no seguir aquella jornada, y éstos no fueron tan pocos que

no llegasen á doscientos hombres los que se quedaron; si bien todos perdieron los matalo-

tajes y haciendas particulares que habían metido en los navios, por haber sido furtiva su

quedada, y sospechándola los Capitanes desde que arribaron, haber puesto vigilancia en

que no se desembarcara ropa ni gente, aunque de ésta no se pudo tener tanta que estorba-

ra el no desembarcarse el número dicho. A pocos dias de como arribaron, entre los demás

soldados que saltaron en tierra, con seguro de que no faltarían en volver á las naves, fué

uno inficionado en el abominable vicio de sodomía, y volviéndose á su pecado con otros dos

inficionados de lo mismo, que ya él se los conocía por del mismo pelaje, en cierta diferen-

cia que tuvieron quedó muerto el uno, y los dos presos, con que se vino á saber la maldad;

pues confesaron claramente los dos habia sido la discordia acerca de ejercitar la misma

abominación y pecado nefando, con que fueron quemados todos tres, y salió voz por todos

los de la armada haber sido por los pecados de aquel sodomita las tormentas y trabajos que

habían padecido todos; y no hay que espantarse originaran estas sospechas, pues la atroci-

dad del pecado ocasiona á esos y mayores castigos.

Con el que se hizo á éste, perdieron los demás el miedo al embarcarse y cobraron

esperanzas de buenos sucesos en el viaje; y así volviéndose á embarcar el resto de los que

se habían huido, que seria la mitad, lo prosiguieron con buen tiempo y sucesos hasta llegar

á las islas de Canaria ocho dias antes de la Pascua de Navidad. Trataron los Gobernadores

de rehacer su gente con la de aquellas islas, y así enviando algunos Capitanes al efecto

por algunas de ellas, juntaron hasta doscientos hombres, los más gente común y grosera,

con que se reparó la falta de los doscientos hombres que habían h^cho fuga en Cádiz. Gas-

tóse en esto y reforzar las naves de matalotajes y otras necesida*des, hasta algunos dias

pasada la Pascua, después de los cuales se dieron á la vela y con buen viento y viaje, en

pocos reconocieron la isla de Puerto Rico por el promontorio ó cabo de San Germán, de

donde tomaron á popa la vuelta de Coro. Cayó en la mar por su descuido uu pajecillo ó

grumete de una nave, que yendo con la velocidad de todo trapo y viento en popa, por

presto que advirtieron en la caida del muchacho, se hallaron muy lejos de él. Arriaron de

gavia y cogieron con la brevedad posible las demás velas, y echándose de mar en través, y

(CAP. II.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

95

la chalupa al agua, volvieron algunos marineros atrás á tentar si podían recobrarlo (como

lo hicieron) por haberlo hallado sobre el agua sin haberse hundido, como el muchacho de-

cía, á quien preguntando cómo había podido sustentarse encima del agua sin saber nadar,

respondió que tenia por devota á la Virgen Santísima, á quien se encomendó cuando caía, y

no entendía ser otra cosa la que le había librado de la muerte, sino sus poderosas manos.

Alzaron las suyas al Cíelo dándole gracias por el suceso los marineros, y tomando la vuelta

del navio, volvieron a entrar en él, cuya gente dio mil gracias á Dios por el milagroso caso,

de que tomaron buena señal y esperanzas de buenos sucesos en lo restante del viaje, que

fué de dos dias, hasta que surgieron en el puerto de la ciudad de Coro el año de 1534, á

los primeros de febrero, y desembarcó la gente toda sana y con buen brio, para poner

luego en ejecución los intentos que traían de las conquistas.

CAPÍTULO II.

I. Fiereza de los indios Giraharas, á donde se envía escolta para coger algunos. Conciértase el modo

que se ha de tener en las entradas la tierra adentro, y salen efectivos tres Capitanes.—II. Sale

Jorge de Espira la vuelta de la Burburata con caballos y gente.—III. La que salió con los Capi-

tanes entra en los llanos de Carora.—IV.- Hácenlos retirar los indios, y en el desembocadero

de Barequisimeto júntanse con Jorge de Espira.

O halló Jorge de Espira el pueblo de Coro con la abundancia de comidas que era me-

nester para la gente que traia, pues tasadamente la había para la que estaba en él, y

así le fué necesario disponer luego cómo saliesen tropas de soldados la tierra adentro, sus-

tentándose entre tanto de los matalotajes que habían sobrado. La primera que salió luego

á pocos dias de la llegada, fué á la Provincia de los indios llamados Giraharas, gente tan

belicosa é indómita por la fiereza de sus condiciones, que hoy se están sin conquistar los

pocos que han quedado, y con la bravosidad que al principio para con españoles, de que

puedo ser testigo, por haber sido necesario en cierta ocasión que atravesé su Provincia

por el picacho de Nirua, pasar vestido de un sayo de armas con escolta de españoles, ar-

cabuceros y demás veinte indios flecheros amigos, porque sin este resguardo nadie ha pasado

ni pasa hoy sin peligro de muerte, como lo dicen las muchas que suceden cada dia con

ellos en los que no van por sus tierras con este cuidado.

A éstas, pues, de estos Caribes, entró una buena tropa de soldados chapetones y

vaquéanos, donde hubieron á las manos algunos de estos indios que por su fiereza y muer-

tes que habían hecho de españoles, estaban dados por esclavos, como hoy también dura,

por durar ellos en su malicia ; tomaron con ellos la vuelta de la ciudad de Coro, donde

los señaló por esclavos el Jorge de Espira, y entregó al dueño de los navios, que se llamaba

Pedro Márquez, flamenco, vecino de Sanlucar, con que le despachó, habiéndole pagado

parte del flete con algunos de estos indios esclavos. Trataron luego de dividir la gente

para las entradas á nuevos descubrimientos, y de parecer de algunos Capitanes y soldados

vaquéanos y prácticos en la tierra, diestros en la guerra de los indios, se determinó que con

doscientos hombres tomase Jorge de Espira (dispuesto ya á salir él en persona) la vuelta

de los llanos que llaman de Carora, que demoran desde la ciudad de Coro á la parte del

Este, y así se puso luego por obra, señalando los doscientos que habían de ir por aquella

parte con tres Capitanes llamados Juan de Cárdenas, Martin González y un Micer An-

drea, tudesco, á quien despachó que fuesen por las sierras que están antes do estos

llanos, que también las llaman de Carora, con orden que le esperasen en pasando las sie-

rras, porque él se quedaba en Coro dando orden á la salida de su Teniente Nicolás de Fe-

dreman, con quien concertó fuese desde allí á la isla de Santo Domingo, y tomase de los

fatores de los Belzares que tenían en aquella ciudad, lo que hubiesen menester de caballos,

yeguas, armas y otros avíos de que se veian faltos en Coro, y haciendo la más gente que

pudiese en la isla, volviese allí, y con ella y los Capitanes y los soldados que allí le que-

daban, siguiese su jornada por la otra parte de la cordillera y serranía de Carora, que es

la del Oeste ó llanos de Venezuela y laguna de Maracaibo, para que yendo unos por una

parte y otros por otra de la cordillera, la desvolviesen mejor y supiesen los secretos de ella

y la gente que tenia, aunque intentaban en esto un imposible, como luego lo dijo la expe-

riencia por la suma anchura que tenia la cordillera que ellos imaginaban ser angosta y po-

derla tomar en medio, por no estar aún experimentada su grandeza.

96

FRAY PEDRO SIMON.

(3.a NOTICIA.)

Dado asiento entre el Gobernador y su Teniente á todo esto, partió de Coro Jorge

de Espira con el resto de la gente que estaba señalada para su entrada y ochenta caballos,

y tomando la vuelta del puerto que llaman la Burburata, por la costa del mar, para salir

por camino llano á encontrarse con los demás que habia enviado por las sierras, todos á

pié, por parecerles que su aspereza no daba camino á caballos, y aun por sus pocas pobla-

ciones, sustentó á muchos, que fué la razón por qué no envió por allí más de los ciento y

veinte, quedando los demás para ir con él hasta encontrarse con los de la serranía, los

cuales, como los más eran recien venidos de España, chapetones y no hechos á aquellos

intolerables trabajos, el tiempo invernizo y de continuas aguas, tenían por intolerable ■

aquella manera de vivir y granjear la vida.

Acrecentaban estos desabrimientos las ordinarias guazabaras que les daban los indios

por donde iban descubriendo, procurando estorbarles el paso por sus tierras. Si bien esto

les salía en vano, por el valor de los soldados, que atropellando todos estos encuentros, sin

retardar el paso, más de lo que querían, atravesaron toda la serranía, que seria de sesenta

leguas, y fueron á dar vista á una Provincia llamada Buraure, que está al principio de los

llanos, á la parte del Leste, y á las espaldas de donde después se pobló, y ahora lo está la

ciudad del Tocuyo, cuyos naturales eran innumerables, belicosos y diestros en sus modos

de guerras, por ser continuas las que tenían unos con otros. Fueron tales las veras con

que tomaron estos indios el hoxecir á los nuestros de sus tierras, que desde que pusieron el

primer pié en ellas, les anduvieron picando noche y dia con acometimientos continuos de

flechas venenosas y otras sus ordinarias armas, y como para las de los nuestros, que eran

arcabuces casi todas, no ayudaba el tiempo, por ser de tantas aguas, tampoco les ayudaban

mucho á su defensa. Lo cual no dejaron de conocer los indios, advirtiendo que pues eran

armas do fuego, les habia de ser su enemiga el agua; y así, pocas veces ó nunca acometían

á los soldados cuando no llovía, sino en la mayor fuerza de los aguaceros, con que de ordi-

nario salían con lo mejor.

Por esto, y por hallarse con hambre y sin comidas, por tener los indios puestas en co-

bro las pocas que por aquellas tierras se siembran, pues el más ordinario sustento da los indios

son frutas de árboles y raices silvestres, acordaron los soldados tomar la vuelta de Coro, por

la parte que les parecía, según su demarcación, habia de venir el Gobernador Jorge de Es-

pira á encontrarse con ellos, y tomando en esta resolución por amparo la oscuridad de la

noche, que para solo esto les era favorable, se retiraron del sitio donde estaban con el orden

militar y cuidado que pedia el peligro en que se hallaban de tantos y tan diestros indios en

pelea, y que cada ora iban tomando mayor atrevimiento y osadía, por los buenos sucesos con

que quedaban de ordinario rancheados en un puesto más seguro, por estar más lejos de la

fuerza de los indios. Hubo varios pareceres entre los soldados acerca del pasar de allí, y

aunque fueron más los que determinaban seria mejor no detenerse hasta encontrarse con el

Gobernador, los muchos enfermos y heridos que venian entre ellos no dieron lugar á tan

largo viaje, pues solo pudieron llegar poco más delante, hasta el desembocadero que llaman

de Bariquisimeto, donde asentaron ranchos y esperaron á Jorge de Espira y sus compañeros,

que venian por la costa del mar, tierra más apacible y de menos aguaceros, con que eran

menores los inconvenientes y trabajos, de que también los aliviaban los caballos. Ya lo

estaban algo de los suyos los alojados en el desembocadero, cuando vieron asomar por un

alto al Gobernador, con que se alegraron y tomaron aliento los heridos y enfermos, y más

con el refresco que tuvieron de comidas y regalos que traía, que los consoló de palabra y

se alegró con la relación que le daban de la tierra, si bien le pesó de los trabajos que habían

padecido en ella, que procuraba aliviar contando él también los que habia tenido con sus

compañeros, teniendo cada cual por mayores los suyos.

CAPÍTULO III.

I. Determina Jorge de Espira proseguir su viaje á la parte del Sur.—II. Alójanse los españoles en un

pueblo de indios, donde sucedió una gran desgracia con un soldado que salió á caza.—III. Levan-

ta el Real en seguimiento de otras noticias.

JUNTÓ Jorge de Espira los más vaquéanos de sus Capitanes y soldados á consejo de

guerra para determinarse en la derrota que habían de tomar, y pareciéndoles ser la

mejor seguir los llanos, puesta la proa al Sur, llevando por guia y siempre á la vista la

(CAP. III.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

97

cordillera, que les demoraba á la mano derecha, alzaron el campo y comenzaron á caminar

la vuelta de la Provincia y poblaciones de Buraure, de donde les habían hecho retirar.

Bien imaginaban los indios de esta Provincia no se habían alargado mucho los españoles,

antes sospechando habían de volver con brevedad sobre ellos, no soltaron las armas de las

manos, y velándose con centinelas puestas, sobre altos árboles, estaban aguardando por

horas su vuelta, y aun deseando la pala de á dos, con las victorias pasadas, y llenos de

esperanzas de conseguir las mayores y de más provecho con los despojos que hubiesen á

las manos, vencidos los nuestros. Estos bríos se encendieron más en sus ánimos, cuando

sus desveladas centinelas dieron aviso que se les iban acercando los nuestros, con que

todos ellos se juntaron en gran número con brevedad y regocijo, levantando mil algazaras

en confusas voces, con señales de rompimiento y victoria, á su costumbre. Salieron de esta

suerte (aunque en desconcertadas tropas) de su pueblo á encontrarse con los nuestros, que

ya iban llegando; y no advirtiendo en la gente que se habia acrecentado de nuevo, ni en

los caballos, que hasta allí no habían visto jamás, ni sus efectos, embistieron con buen

ánimo á los españoles, que viniendo sin descuido, prevenidos á todo suceso, les resistieron

tan á lo español, que sin recibir algún daño de consideración, comenzaron á atropellar y á

herir los de á caballo y los peones, siguiendo los que en breve tiempo los desbarataron,

quedando gran suma de muertos, y necesitados los vivos á escaparse por sus pies, cada uno

por donde mejor pudo, sin haber hecho otro daño en los nuestros que herido algunos y mal

tratado, que no tuvieron riesgo ni peligro, y muerto dos caballos.

No les pareció á los indios quedaban con seguro en su pueblo, y así pasaron adelante

con la hacienda y chusma que les dio lugar á recoger la presa, dejando lo demás en las

casas al albedrío de los españoles, que se alojaron en ellas por quince días que les forzaron á

hacer asiento allí las demasiadas aguas que iban cargando. Hallaron poco socorro de comi-

das por la razón dicha, y así les obligaba la necesidad, más que el entretenimiento, á salir á

caza de venados, de que eran abundantísimas aquellas cabanas, y con los grandes pajonales

que en ellas se crian estorbaban el correr á los venados, de manera que con facilidad los

alcanzaban y alanceaban los de á caballo. También les obligaba á esto el buscar algún re-

galo con que alentar los enfermos y heridos, y no se podia por entonces hallar otro mejor

que darles de esta carne fresca. Entre los soldados que en veces salieron á esta caza, fué

uno llamado Orejón, que apartándose de los compañeros siguiendo un venado, se alejó tanto

de ellos y del alojamiento, que después de haberlo alcanzado y muerto ya sobre tarde, no

pudo atinar á salir por donde habia entrado. Los demás sus compañeros, por ser la tierra pan-

tanosa y venir cerrando la noche sin poder haber caza á las manos, tomaron la vuelta del Real,

donde echando menos al compañero Orejón, hizo el Gobernador disparar algunos arcabuces,

para que á la respuesta pudiese atinar, si la oia, á salir de donde estaba, que fué todo bien

sin provecho; pues estando tan lejos de ellos, que no los pudo oir, andaba tan desatinado y

confuso de una vuelta y otra á vista de algunos indios y naturales que lo estaban espiando,

hasta que lo cubrió la noche con su tenebrosidad; los cuales (muyalegres y conformes), viendo

que tenían segura la presa del que habían visto quedar solo, se convocaron y juntaron en

gran cantidad, y llegando con secreto á donde estaba durmiendo, con descuido de que le

hubiesen visto, lo cogieron á manos y con su propia espada le cortaron la cabeza, de que

dio la nueva en el Real su caballo, que tuvo mejor tino que él para venir, espantado del

tropel y bullicio de los indios, en que conjeturaron luego los españoles el mal suceso de su

amo; y así el Gobernador despachó luego por la mañana, con buenos soldados, un Capitán

á rastrear el suceso de éste. Llegaron á pocos pasos á un pueblezuelo de indios, donde habia

algunos fortificados en sus casas con cercas de gruesos maderos que con facilidad los rom-

pieron, y desbarataron á sus moradores. Rancheando los soldados las casas, hallaron la espada

del muerto y parte de la cabeza cocida para comer y aderezado el casco para beber en él

(costumbre asentada entre aquellos bárbaros hacer esto en venganza de sus enemigos). Por

ser estos indicios tan bastantes de su muerte, no les dio cuidado buscar otros sino prender

alguna gente de aquélla, en que hicieron el castigo qne merecían, despachando de esta vida

culpados y no culpados, á los unos por lo que hicieron y á los otros porque adelante no se

ocupasen en otro tanto.

* Tomaron con esto los soldados la vuelta del Real, donde después del tiempo dicho

se dieron noticias de otra Provincia más delante, llamada Haricagua, de sitios más altos,

por ser más pegada á las sierras, airosa y abundante de comidas. Salieron en su demanda y

hallándola en dos dias que caminaron, se alejó el ejército en la parte y pueblo más acomo-

1 A

98

FRAY PEDRO SIMON.

(3.a NOTICIA.)

dado de ella, donde se detuvieron tres meses, que duró el resto de invierno, en que se mu-

rieron algunos de los españoles enfermos y heridos y perecieron otros, que forzados del

hambre se apartaban del Real, sin orden, á buscar que comer ó á pescar á algunos rios ó

quebradas donde los indios siempre andaban á la mira, contándoles los pasos, los despacha-

ban de esta vida con miserables muertes; ó los tigres los habían á las uñas, de que hay

abundancia en todos estos llanos, que no han sido poco estrago de españoles y de indios, tal

que se hallaban pueblos destruidos totalmente de ellos.

CAPÍTULO IV.

I. Muda Nicolás de Fedrernan el orden de su jornada, que habían tratado él y Jorge de Espira—-II.

Pasa Cha vez la laguna con la gente de Fedrernan-—III. Repártese para sustentarse en tres tropas

la gente de Fedrernan por diversas partes—IV. Prende el Capitán Cha vez al Capitán Rivera y su

gente.

LUEGO que Jorge de Espira partió de la ciudad de Coro en prosecución de esta su jor-

nada, determinó la suya Nicolás de Fedrernan por bien diferente rumbo, que lo habían

dispuesto ambos, á causa de ser diferentes sus intentos de los de su Gobernador; y así no

reparando en lo que se le tenia ordenado, con los soldados que pudo acariciar en la ciudad

de Coro, Haciendo su Alcalde mayor ó Teniente á Antonio de Chávez, los envió con él la

vuelta de la laguna de Maracaibo, con orden de que pasándola marchasen la vuelta del

cabo de la Vela, donde le esperaban hasta que volviese de la isla Española, para donde se

embarcó en el mismo tiempo que salió Antonio de Chávez con su gente, que prosiguió su

viaje por el rumbo dicho, hasta que llegó á la costa de la laguna, donde halló al Capitán

Alonso Martin con los bergantines y canoa grande, que dijimos había hecho Ambrosio de

Alfinger para bojar la laguna la primera vez que entró en ella; desde cuyo tiempo habia

andado este Capitán con sesenta soldados en estos barcos, costeando esta laguna y sacando

algún oro y comidas de las poblaciones que’estaban á la margen de ella, sustentaba la ran-

chería ó pueblo (que por tal se estimaba ya) que habia fundado Ambrosio de Alfinger.

Tomaba á vueltas algunas piezas de indios é indias, que haciéndolos esclavos los vendían á

mercaderes que llegaban con este trato á la costa donde estaba este Capitán cuando llegaron

de España Jorge de Espira y Nicolás de Fedrernan, el cual le descubrió sus intentos y ser

otros de los que pretendía Jorge de Espira; y que así le importaba que guardándole el se-

creto se volviera á la laguna desde la ciudad de Coro, donde esto se trató, y le tuviese

comida en el pueblo de Maracaibo para cuando llegase su gente y él estuviese á pique con

sus barcos y canoas para pasar á la otra banda’toda la gente que enviase.

Esta fué la razón por qué el Alcalde mayor Chávez, cuando llegó con la que llevaba

á la laguna, halló pasaje tan á punto, que en pocos dias se hallaron todos á la otra banda

en el pueblo de Maracaibo, donde tomaron el alojarse despacio, considerando la forzosa tar-

danza que el Teniente Fedrernan habia de hacer hasta la vuelta de la isla Española. A

pocos dias de como se alojaron picó el hambre, sin remedio de hallársele, porque el que

habia dado hasta allí algunos años habia el Alonso Martin, sacándolo con sus barcos de los

pueblos de la laguna (como hemos dicho), ya faltaba á lo menos con la abundancia que era

menester para tanta gente, como cargó de nuevo con la de Chávez. Todo esto fué causa

de muchas enfermedades y muertes, á que no ayudaban poco por otra parte los tigres, por

ser muchos y muy cebados en los indios de aquella tierra ; y así hacían terribles estragos

en los que llevaban de su servicio los españoles y aun en ellos mismos, apartándose con

descuido por la fuerza del hambre á buscar comidas cada cual por donde podía.

Llegó la necesidad á tanto, que viéndose ya sin remedio para la gente, determinó

el Alcalde mayor Chávez se dividiesen en tres partes, yendo cada cual á buscar mejor

suerte (más para mantenerse que otras facciones), con orden de que para cierto tiempo

todos se hallasen juntos en el cabo de la Vela, á la llegada de ^Nicolás de Fedrernan, que

se entendía seria allí de vuelta de Santo Domingo, para el tiempo que señalaron. En este

mismo, siendo Gobernador en Santa Marta (por muerte de García de Lerma) el doctor In-

fante, con orden de la Real Audiencia de Santo Domingo, y Oidor en ella, salieron de

Santa Marta por su orden el capitán Rivera y el capitán Méndez, con cincuenta hombres

de á pié y á caballo á la Provincia de la Ramada (de quien después hablaremos largo), para

prender los indios que pudieran y hacerlos esclavos. Vino toda esta gente (fuera de la

(CAP. V.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

99

que traía los caballos) en un navio, hasta llegar ai paraje de la Ramada, donde saltaron en

tierra, y tomando algunos indios y haciéndolos esclavos, y embarcándolos en el navio para

Santo Domingo, ellos se quedaron en aquella Provincia como gente aventurera y que solo

ponia su felicidad en sacar oro de aquellos naturales, por grado ó por fuerza.

Murió á poco de como quedaron allí el capitán Méndez, quedando toda la gente al

gobierno de Rivera, que intentando tomar la vuelta de Santa Marta se lo estorbaron los pa-

sos de los rios, que por tiempo de invierno venían crecidos, en especial uno llamado Maco-

mite, á cuya margen se rancheó con su gente, aguardando aplacara su fuerza para pasarle;

pero viendo después de algunos días que había esperado iba creciendo más y el imposible

de vadearlo, envió una tropa de hasta veinte hombres á buscar comidas (porque les apre-

taba demasiado el hambre) á la parte de la laguna de Maracaibo, por donde una de las

tropas que habia despachado el capitán Chávez iba marchando con el capitán Murcia la

vuelta del mismo rio de Macomite, también en demanda de comidas. La trooha por donde

iban caminando ambas tropas, la una contra la otra, iba rompiendo por entre la maleza de

una montaña baja, que era causa de que no se pudiesen ver de lejos la una á la otra, aun-

que la tierra era llana : pero yéndose acercando de manera que se podían oír las palabras

de unos á otros, los de la tropa del capitán Murcia oyeron algunas en castellano, y por lo

que podia suceder apartáronse á un lado de la trocha y se escondieron entre la maleza del

arcabuco, donde estuvieron bien poco. Antes que llegaran junto á ellos dos ó tres solda-

dos de los de Rivera, á quien sobresaltaron los emboscados, y desarmándolos los metió el

capitán Murcia sin ruido entre los suyos, y se volvieron á esconder en el mismo sitio,

aguardando que fueran pasando los demás que venían desordenados unos delante de otros

en razonables distancias ; y así como iban llegando, de dos en dos, ó tres en tres, los iba

recogiendo y desarmando pacíficamente y sin ruido, hasta que los recogió á todos, con

quien tomó la vuelta para donde habia quedado su capitán Antonio de Chávez, el cual in-

formado de que andaba por allí gente de Santa Marta, le pareció andar fuera de su juris-

dicción y gobierno y dentro del de los Belzares ; porque como aun no estaba hecha pun-

tual división entre aquellos dos gobiernos de Venezuela y Santa Marta, cada cual pretendía

alargar su jurisdicción hasta donde podia y aun hasta donde no podia. Y así el Capitán

Rivera entendía estaba y enviaba sus soldados dentro de la jurisdicción de su gobierno de

Santa Marta, y lo mismo entendía el capitán Chávez, el cual con esta inteligencia y pare-

ciéndole hacia una gran fineza en favor de su Gobernador en defender aquel partido por de

su gobierno contra la gente de Santa Marta, hizo llamar toda la suya, que fueron las otras

dos tropas que habían tomado otros rumbos, para con más fuerza de gente dar sobre el

Rivera, en la ribera de Macomite.

Hízose así aquel dia, y juntas las tres tropas se trató luego de marchar hasta verse

con el Rivera, y por grado ó por fuerza procurar atraerlo con toda su gente á su compañía.

Llegaron con estos intentos donde estaba rancheado, y con hartas necesidades de salud y

comida, á quien socorrieron en algo y trataron de sus intentos : que aunque él los tenia

bien diferentes, hubo de dar tiempo á tiempo, y conceder con aquellos violentos ruegos

que supo hacerle el Antonio de Chávez y los demás capitanes de Fedreman : teniendo es-

peranzas de que ya la necesidad le habia traído á aquel punto, se mejorarían tiempos y con

facilidad le darían lugar á volverse á Santa Marta, aunque el Chávez y sus capitanes esta-

ban con bien diferentes intentos, pues eran de tenerlo consigo, y toda su gente sin darle

larga, hasta que Nicolás de Fedreman volviese de Santo Domingo y ordenase de ellos lo

que le pareciese.

CAPÍTULO V.

I. Caminan los capitanes Rivera y Chávez juntos la vuelta del cabo de la Vela—II. Encuentran en

la costa dos navios que habían dado á ella, y la gente de ellos muerta—III. Vuelven por los en-

fermos que habían dejado en la ranchería de donde se salieron—IV. Hallan pocos vivos, porque

la enfermedad habia agravado—V. Llegan los dos capitanes Rivera y Chávez al cabo de la Vela,

donde hallan á Fedreman—VI. Da principio Fedreman á la pesquería de las perlas.

CON este acuerdo sentaron también ranchos los de Chávez sobre la margen del mismo

rio, donde pasaron juntos la mayor fuerza del invierno, con hartos trabajos de enfer-

medades y hambres, hasta que dando ya lugar las aguas, tomaron todos los sanos la vuelta

del cabo de Vela, dejando en el mismo sitio toda la gente enferma, con intentos de que

100

FRAY PEDRO SIMON.

(3.a NOTICIA.)

mejorando del todo el tiempo, volverían por ellos con caballos. Prosiguiendo su viaje, co-

menzaron á pocas leguas á entrarse entre los indios Goajiros, gente desnuda del todo, hasta

las partes de la honestidad, que también traían descubiertas hombres y mujeres, salteado-

res, bagamundos y sin poblaciones ni lugares conocidos, pues siempre andan (como dicen)

á noche y mesón, estando cuatro dias debajo de un árbol y dos á la sombra de otro, y de

esta suerte pasan su vida tan holgazanes, que no cultivan las tierras ni les siembran cosa

alguna, por bastarles para su sustento las frutas de los árboles, que son muchas, con mucha

diferencia, carnes de venados, de que tienen abundancia, como de pescado y cierta semilla

menuda como mostaza, que cogen de unas yerbas crecidas que de suyo produce la tierra,

de que hacen mazamorras para su sustento.

Estos indios (aunque entre sí vivían con estas divisiones), se juntaban en crecidas

cuadrillas, por ser ellos innumerables, y salían en muchas partes á atajarles el paso á lo»

nuestros, acometiéndoles con muy buen brío y como gente suelta y diestra en su modo de

guerras, por las ordinarias que traían con indios sus convecinos, les hacían los nuestros

poco daño y aun ganaron con ellcs poca honra, pues en un encuentro que tuvieron entre

los demás, cogieron los indios á manos al capitán Guzman de Avellaneda con otros seis

soldados, sin tener remedio los demás de socorrerlos, por verse ellos tan necesitados de so-

corro, que estuvieron á pique de perderse todos : y así tuvieron por consejo más sano

pasar adelante que prometer por entonces sujetar gente tanta y tan belicosa que lo ha sido

siempre : de manera que hoy se están libres, sin que haya habido quien les haya puesto

coyundas de sujeción ni tributos, aunque la causa de esto pienso ha sido ser la tierra pobre

de oro y otras riquezas, que á tenerlas hubieran sido ellas sus mayores enemigos y las que

los hubieran sujetado.

Caminando los soldados por la costa del mar, hallaron cuatro navios de españoles

hechos pedazos, por haber dado á la costa, y la gente de ellos tendida en los arenales de la

playa, todos muertos, que al parecer habia sido de hambre ó sed, por ser aquella tierra tan

falta de agua, que desde el cabo de la Vela al rio de la Hacha, que son casi treinta leguas,

no hay una gota sino la que llueve. Y también imaginaron ser esto así, por no haber ha-

llado en los cuerpos muertos heridas ni señales de haber quedado así por manos enemigas ;

no se pudo atinar qué gente fuese, por estar todos desfigurados, aunque se entendió haber

pasado pocos dias después de la desgracia.

Entraron los soldados, desde estos indios salteadores, en la Provincia de otros más

domésticos que les hicieron pacífica amistad, desde donde determinaron enviar por la gente

enferma que habían dejado en los ranchos del rio Macomite, por haber ya abierto el

tiempo y poder venir sin estorbo de aguas ; temeridad fué, pero al fin se determinaron á

salir tres soldados de buenos brios, que fueron Alonso de Olalla y Alonso Martin de Que-

dada y Diego Agudo, por sobresalientes, para dar aviso á la gente enferma que estuviese

á punto para partirse luego que llegasen los caballos, que iban por ellos. Pasaron estos tres

españoles con solas sus personas, espadas y rodelas, con bien poca comida, atropellando

mil dificultades que se les ponían delante á cada paso entre los indios dichos y otros de

otras Provincias, hasta que sin ningún daño llegaron á los ranchos de los enfermos, que

hallaron ya muy pocos vivos por la fuerza de las enfermedades y hambres tan sin socorro

como habían padecido. Estaban muertos en sus propios lechos y hamacas, donde los habia

cogido su última hora, sin que los vivos (que eran bien pocos) los hubiesen podido enterrar,

ni aun usar con ellos á las últimas boqueadas de alguna piadosa diligencia, por no tener

fuerzas para levantarse á eso de las camas ó hamacas.

Pasó á los tres soldados en lastimosa admiración el doloroso espectáculo de tauta

mortandad y tan sin remedio. Los que estaban vivos sintieron tan grandísimo placer con

su llegada, que olvidados de sus enfermedades, saltaban de las camas y aun se echaban á

rodar de ellas á congratularse con ellos, dando muestras de su alegría, más con lágrimas

que con palabras. Trataron de celebrarla con mayores demostraciones, juntándose á un

convite en que fué la vaca de la boda un burro pequefíuelo que remaneció en la ranche-

ría, con dos pares de bollos de maíz amohecidos que les habían sobrado á los soldados de

su matalotaje. Con éstos y carne á medio asar por no darles la hambre paciencia á que

se quemara en el asador, celebraron su cena con más apetito que el que se tuvo (por

ventura) en la celebrada de Cleopatra con su Marco Antonio.

No se acabó de una asentada la carne de este jumento, pues la cabeza, pellejo y

tripas, con algunas presas de lo macizo é hígados, quedaron para dar algunos dias á los

(CAP. V.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

101

enfermos más necesitados, con que fueron cobrando algún esfuerzo, y mejorándose con

algunos bledos que les cogian los sanos y les daban cocidos sin sal. Así pasaron basta que

llegaron los caballos, con que luego tomaron la vuelta para donde estaba la demás gente. La

mucha flaqueza de los enfermos y penuria de regalos que se les hacían en el camino, les

fué tan pesado y de tanta aflicción, que no bastaba el venir á caballo para que no se fue-

sen muriendo tras cada paso, hasta que se juntaron con los españoles, donde los pocos que

llegaron vivos, se reformaron con la cura y con el mejor tratamiento que se les hizo.

A pocos dias de como llegaron los enfermos, se partieron todos en seguimiento de

su derrota, y caminando algunos con no pequeños trabajos, y así llegaron al cabo de la Vela,

donde hallaron al Teniente Nicolás de Fedreman recien llegado de Santo Domingo con

ochenta hombres y buena cantidad de caballos y comidas, de las que habia traido por mar

y recogido en la tierra después que llegó. Fué crecido el gusto alternativo que tuvieron

todos cuando se vieron, aunque mayor podemos juzgar el de los soldados de tierra, por

haber hallado socorro á medida de sus necesidades, que eran de comida y ropa para vestir.

Destempló á Fedreman la alegría que le dio de ver su gente la pena que sintió, en ver la

mucha que la muerte le habia quitado.

Diole luego noticia su Alcalde mayor, Antonio de Chávez, de lo que habia pasado

con el Capitán Rivera, y que allí estaba con sus soldados, para que determinara lo que se

habia de hacer en el caso. Mandó luego parecer ante sí al Capitán Rivera, y hablándole

con afabilidad amigable, templó las palabras de manera que dándole á entender lo mal que

habia hecho en entrarse en los términos de su gobierno, también le procuró inducir á que

de su voluntad y con gusto le siguiese con todos sus soldados, y concluyendo la plática,

dijo : que él tenia por su señor y padre al doctor Infante, que lo habia enviado, y así no

pretendiendo disgustarle en nada, lo de hasta allí pasase, en haberse entrado en su go-

bierno, con condición de que no lo volviesen á hacer otra vez, y que si alguno de los pre-

sentes, de su voluntad quisiese quedarse con él, le estimaría, teniendo particular cuidado

de su persona y servicios, pero que si todos quisiesen volverse á la gobernación de Santa

Marta con su Capitán, fuese en hora buena, que él les ofrecía desde luego ayuda de costa

para el camino.

Agradeció con muchas cortesías y sumisiones el Capitán Rivera las agradables pala-

bras y ofrecimientos de Fedreman con que le habia obligado á quedarse con todos sus solda-

dos en su compañía, si las honradas obligaciones con que se hallaba, de volver á dar cuenta

á su Gobernador de Santa Marta, el doctor Infante, de él y de sus soldados y sucesos, no lo

estorbaran ; y así tomando comida de la que Fedreman les ofreció para el camino y su

licencia, lo comenzaron la vuelta de Santa Marta todos, fuera de tres soldados que cogieron

quedarse con Fedreman, el cual se detuvo en este sitio del cabo de la Vela algunos dias,

con los mismos intentos que le habia hecho mudar los rumbos de él y de su gente á aquel

paraje, y no seguir los que habían trazado en Coro él y su Gobernador Jorge de Espira ;

porque según pareció, antes que Fedreman tomara desde Coro la vuelta de España á la

pretensión de este gobierno, ya tenia noticias, aunque las habia bien callado, de los playales

de hostiales de perlas que habia en el cabo de la Vela, ora las hubiese tenido por algunos

de los naturales, andándolas él inquiriendo, por verlos á todos cargados de perlas, ora las

tuviese (como otros dicen) por el descubrimiento que hizo de ellas un navio que, montando

el cabo de la Vela y anclándose al abrigo de las brisas á la parte del Poniente, salieron

pegadas á las anclas algunas hostias en que hallaron perlas, de donde salieron estas noticias.

Al fin con éstas vinieron por uno ú otro camino, tuvo siempre intento Fedreman de

tomar éste y probar ventura en esta pesquería : y así con estos intentos, los principales

que tuvo para trazar la ida á la ciudad de Santo Domingo, fueron para disponer algunos

instrumentos para cierta traza que él tenia dada para pescar las perlas y buscar allí alguna

gente práctica si la hallaba, que se les entendiese de esta pesquería, por haberla entendido

en la isla de Cubagua. Trazó algo de todo esto para esta facción, cuando partió de Santo

Domingo, y procurando ventura con cierto modo de rastros que arrojaba en los placeles de

las perlas, se entretuvo algún tiempo con su gente sin ningún buen efecto, trabajando

todos en vano, como les sucedió después á otros muchos, intentando pescarlas con el mismo

modo, hasta que después se dispuso el sacarlas, bujando indios y negros, con que se ha sa-

cado hasta muy gran suma en toda aquella costa, cuyo principio se le dio el Fedreman, y

edificó los primeros bohíos de la primera ranchería para el efecto, con el modo y en la oca-

sión dicha.

102

FRAY PEDRO SIMON.

(3.* NOTICIA.)

CAPÍTULO VI.

I. Pasado el invierno prosigue su jorriada Jorge de Espira—II. Habiendo tenido algunos encuentros

con los indios Coyones, pasan á los provincias de Barinas—III. Envía gente el Gobernador á que

busquen comidas, de que tenían muy grande necesidad—IV. Por ciertas’palabras que dijo el Ca-

pitán Velasco, lo envió el Gobernador á Coro, y él prosiguió su viaje.

DESPUÉS de tres meses que estuvo rancheado el Gobernador Jorge de Espira, repa-

rando las muchas aguas del invierno con hartas necesidades que padeció de hambre,

al apuntar el verano dejó el sitio de Acaricagua, forzado de ésta y del deseo que tenia de

pasar adelante ; y llegando á la de Amorodore, se rancheó en lo mejor que halló de ella,

para reformar el campo del hambre que traia atrasada, con las muchas comidas que halló

en esta Provincia, á causa de ser más fértil y no tenerlas escondidas los indios ó por no

haber dado con ello ó por no entender llegarían allí tan presto los españoles, si es que ya

habia llegado á sus orejas la noticia de ellos. En un mes que se detuvo aquí, hubo lugar

de que las aguas fuesen desecándose, que todo fué menester, por ser la tierra llana y ha-

berla empantanado, y aun de que se acedasen los indios con los huéspedes, por verlos

hechos polilla de su comida, para que convocándose y juntándose en innumerable canti-

dad, todos armados intentasen ojearlos de sus tierras. Procuraron esto dos veces, aunque

en vano, pues en ambas quedaron con facilidad desbaratados y amedrentados, de manera

que no osaron más tomar las armas para contra los nuestros, antes retirándose á lugares

desiertos les dejaron los suyos, y gozar sin contradicción de sus haciendas, comidas y pue-

blos, tomando en parte de paga de esto el haberles herido algunos soldados y muerto dos

caballos.

Al fin de este mes prosiguió el Gobernador con toda su gente por las faldas de su

cordillera, que lleva siempre á la mano derecha, hasta llegar á la Provincia de los Coyones,

de diferente lengua que las de hasta allí; bien poblada, gente belicosa y guerrera, donde

se ranchearon á pesar de los naturales, que teniéndose por más valientes que los otros

(como en realidad de verdad lo son, según lo entendí cuando pasé el año de seiscientos y

trece por estas provincias), y ganar más honra que ellos con los nuestros, les salieron de

mano armada al encuentro y acometieron con razonable orden militar : pero aunque mos-

traron medianos bríos á los principios y los sustentaron con buen coraje por algún tiempo,

no les fué á los soldados dificultoso desbaratarlos con muertes de algunos, si bien de los

nuestros no faltaron heridos, y al Capitán Montalvo con mucha destreza le quitaron la

lanza y derribándolo del caballo se lo llevaron vivo, como comenzaban á huir con él, si el

socorro de algunos soldados, con muerte de algunos indios, no se lo quitaran de las manos.

Otras dos veces acometieron á tentar ventura con los nuestros, pero con sucesos contrarios

de los que presumían, fueron desbaratados con harto estrago de sus personas y comidas, de

que tomaron los soldados las que hubieron menester para pasar adelante, como lo hicieron

luego, viendo que aquellas provincias no eran de tanta consideración ; y caminando por

tierras asperísimas llegaron á las de Barinas y sus grandes ríos que están á las espaldas,

por la parte del Leste de las sierras nevadas, que llaman de Mérida, por la ciudad de este

nombre que está fundada á las faldas de ellas, por la parte del Oeste en este nuevo Reino

de Granada. Alojóse aquí el Gobernador en el más acomodado sitio que halló, que no bastó

ser bueno para librarse de mil trabajos que tuvo en él con la falta de comidas y salud en

toda su gente, que muchos dias se sustentaba con palmitos, viaos, yerbas y raices no cono-

cidas, que todo era fomento de mayores enfermedades y estorbo para caminar, pues en

muchos dias no pudieron pasar bien pocas leguas que tenían unos pequeños valles por don-

de entraron. Socorrióles Dios en esta tan extrema necesidad con unas noticias que tuvie-

ron, de que á la parte de la serranía, en unos valles, habia poblaciones y en ellas abun-

dancia de comidas, por ser más fértiles que aquellas en que estaba.

Despachó luego el Gobernador, en rastro de estas noticias, á su teniente Francisco

de Velasco con doscientos hombres y algunos caballos, y orden de que llegando con éstos

hasta el pié y fragosidad de la sierra, donde habia algunas aldeas de indios con poca gente,

se quedase él allí con alguna y enviase los demás á dar Vista á los valles más altos, donde

decían estaban las comidas, y que de ellas le enviase cuantas pudiese de todo género de

grano y raices, y si hallase alguna sal, que no era lo menos que habia menester, por no te-

(CAP. VI.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

103

ner ninguna. Partió el Francisco de Velasco con la gente dicha, y llegando al pié de la

cordillera, quedóse allí con los cincuenta hombres y caballos como lo llevaba ordenado, en-

viando con el caudillo Nicolás de Palencia los demás, que caminando y aun por algunas

partes gateando, por la maleza de los reventones que se les iban poniendo delante, dieron

en una gran casa secreta en la espesura de una montaña, en que tenían los indios escondi-

das más de mil y quinientas fanegas de maiz, con que podemos creer seria grande el con-

tento que recibirían habiendo hallado con que volver el alma al cuerpo, como dicen, pues

muchos las tenían ya entre los dientes de hambre. Pararon allí con todo el servicio de in-

dios é indias que llevaban desde donde salían á correr la tierra y todos los pueblezuelos de

la redonda, donde prendieron alguna gente, rancheándoles la miserable hacienda que les

hallaban, en que hubieron también á las manos alguna sal. Con ésta y con el maiz que

pudieron llevar una razonable tropa de indios, los despacharon con escolta á donde habia

quedado el Francisco de Velasco, quedándose los demás en guarda del bohío ; pues en

volviendo las espaldas tenían por cierto hab’an de esconder el maiz los naturales en otra

parte, donde por ventura no pudiesen dar con ello.

Fué mucho el gusto que el teniente Velasco recibió con el recado y comida, y que-

riéndosele también dar al Gobernador, ordenó que le bajasen allí dos ó tres caminos de

ella, y luego se las despachó con indios cargueros -y tropa de soldados con su caudillo, á

quien encargó advirtiese las palabras, modo y gracia con que recibía el Jorge de Espira el

socorro ; y habiendo sabido no fué con la que él quisiera, antes habia dado muestras de

enfado por la tardanza y poca cantidad con que llegaron, túvolo muy grande el Velasco,

y dijo : Oh cuerpo de tal con el Gobernador, por qué no ha de agradecer lo que trabajan

por él sus soldados ? pues voto á tal, que si él tiene allá ciento de capa blanca, que yo

tengo acá doscientos de capas negras 1 Recogió con esto la gente, y con el maiz que pudie-

ron cargar los indios tomó la vuelta para donde estaba el Jorge de Espira, á quien luego

algunos mal afectos al Velasco y amigos del Gobernador, que les parecieron mal las palabras

dichas, se las pusieron en pico, con que lo indignaron contra su teniente, de suerte , que

luego lo prendió y puso con prisiones, procediendo á la información de las palabras, pare-

ciéndole haber sido muestras de motín, y hallando haberlas dicho así, consultó el negocio

con los capitanes y soldados más principales del campo, pidiéndoles parecer en la determi-

nación del caso : húbolos diferentes antes de revolverse, y siguiendo á los más, que por

echar de sí tantos superiores como tenían, juzgaban convenir que echasen al Velasco del

campo, determinó el Gobernador hacerlo así y enviarlo á Coro con toda la gente enferma

con que se hallaba, y algunos de los sanos para su resguardo y defensa, en especial hasta

pasar las provincias de los indios belicosos que hemos dicho, desde el fin de los cuales se

volvió una compañía que envió con el Velasco al efecto.

Luego que éstos llegaron de tornavuelta al Real, se levantó el Gobernador y co-

menzó á seguir su derrota de los llanos con más prisa que hasta allí, por haber ahorrado de

estorbos de enfermos y favorecerlo el verano, con que no le impedían los rios ni aun dete-

nían en ningún paso. El que hacían por diferentes provincias de diferentes naciones y

lenguas, tampoco era penoso, si bien en casi todas no les faltaban guazabaras. Llegaron á

los famosos y valientes rios de Apura y Zazare, que tampoco hubo dificultad de pasarlos

por venir menguados y por tierra llana por donde corren y se extienden con mansedumbre

y sosiego. Encontráronse también con otros muchos de mediana grandeza en su sana paz,

aunque valientes y de dificultosos vados en tiempos de invierno, como son Casanare, y ser

poco menos de igual grandeza de los dos nombrados, Paujoto Cosubana, Temerú, Guana-

guanare, Opia, Haya, Graubiare y Papaneme, nombres todos que les tienen puesto los in-

dios de las Provincias que bañan, y se originan de la cordillera, que siempre llevaban á la

mano derecha.

104

FRAY PEDRO SIMON.

(3.a NOTICIA.)

CAPÍTULO VIL

I. Ranchase el Gobernador sobre las barrancas del rio Opia, para pasar el invierno con hartas ham-

bres y desgracias—II. Hicieron una balsa para pasar el rio á buscar comidas, aunque en vano—

III. Cogen los indios un español en el agua, con que se libraron los demás—IV. Pasado el in-

vierno pasaron también los soldados adelante el paso que les concedió el rio.

YA iban apuntando las aguas de invierno, cuando se vieron sobre las barrancas del rio

Opia, en cuya Provincia babia algunas poblaciones con razonable copia de comidas,

y así les pareció tierra acomodada para pasar el invierno con mediano sustento, haciendo

que partieran con ellos del que tenían los naturales, aunque tan tasado, que ni hubo para

unos ni otros. Con este acuerdo hicieron ranchos en el más alto sitio y libre de anegadizos

que les pareció, en un pueblo cerca de montaña, á la margen del rio, el cual fué luego car-

gando de tantas aguas, que parecía un mar toda la redonda del pueblo, con que puso en tan

gran aprieto á los españoles de hambre, por no poder con alguna comodidad ir á buscar co-

mida á los pueblos convecinos, que de ella y enfermedades que originó, murieron algunos

españoles. Y la misma ocasión lo fué de que los tigres les minorasen los indios que lleva-

ban de servicio ; porque como eran tantas las aguas, huyendo de ellas se iban estas fieras

bestias recogiendo en mucha cantidad á la tierra alta y segura donde estaba el Real de los

españoles, de cuyos indios amigos é indios de servicio, les lLevaban de delante los ojos y

aun de entre las manos mucha cantidad, y á vueltas algunos españoles, porque su hambre

y fiereza les daba atrevimiento á todo, como se vio en la desgracia que le sucedió á un por-

tugués, Manuel de Cerpa, que habiéndose desviado del Real, no mucho, con otros compa-

ñeros á coger una frutilla que llamaban hobos, que no era el menos principal sustento para

el campo, estando el mozo con descuido, llegó con cuidado y hambre la fiera bestia, y de-

lante los compañeros saltó y le dio una manotada en la cabeza y se la hizo pedazos con

tanta facilidad como si fuera de manteca ; y sin atreverse ninguno de los que lo estaban

viendo, ni todos juntos á quitarle la presa, pasó con ella como un gato cuando lleva un

ratón, erizado ó armado, de manera que temblando todos de él le dejaron pasar en paz.

Estaba con esto toda la gente del Real tan amedrentada, que hasta los caballos

temiendo su fiereza no osaban salir de entre los ranchos á pacer, en especial los que esta-

ban escarmentados de algunas manotadas que les habían dado. Las espías que, para guardar

buen orden militar, les era necesario estar en los caminos y entradas más ordinarias de los

enemigos, no se atrevían por el temor de los tigres, que no daban lugar á esto ni á guardar

otras militares trazas, porque las centinelas era menester se pusiesen en los árboles altos,

procurando con esto guardarse más de estas fieras que de los indios, pues aun allí no les

parecía estar seguros, por las peregrinas trazas que les suele dar la hambre, que algunas

veces son tales, que se suben un árbol arriba siguiendo la presa, como yo vi yendo á la

ciudad de los Remedios en este Reino, un árbol todo arañado de un tigre quehabia subido

por él á hacer presa en un negro quehabia subídose arriba huyendo de sus garras en vano,

pues llegando las del tigre lo mató arriba y bajándolo se lo comió.

Estas aflicciones traían tan desvelado al Gobernador y á los demás, que como hom-

bres pobres de salud y comidas, todo era trazas con que remediarse; entre las demás se

resolvieron en una, de hacer una balsa para atravesar el rio á un lugarejo que se descubría

á la otra banda á proveerse de comidas. Púsose luego en efecto la determinación, y en

quince dias la acabaron, tan grande y buena á su parecer, que se podía asegurar toda la

gente del Real á pasar de una vez con ella. Entráronla en el agua y en ella los soldados que

cupieron, y con cierta manera de remos gobernalles, y otros soldados buenos nadadores,

que yendo nadando la ayudaban á navegar tirando con sogas, comenzaron la navegación

bien, hasta el raudal y mayor corriente y fuga del agua que llevaba en medio, que era

tanta, que con facilidad desbarató toda la traza del gobierno, y venciendo los gobernalles,

marineros y pilotos, de que todos sabían bien poco, comenzó á llevársela la corriente y

poner á todos los que iban en ella en peligro de ser muertos de los indios de la otra banda,

porque estando á la mira, y viendo que el industrioso navio de los nuestros no habia sido

tal que bastase á cortar por las corrientes del agua y atravesar el rio, antes los habia arre-

batado, y sojuzgándolos los llevaba por donde quería, sin poder sus fuerzas hacer resis-

tencia á las del agua, saltaron con presteza en sus canoas, y no olvidándose de sus armas

(CAP. VIII.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

105

á bogada arrancada, partieron la vuelta de la Vela con esperanzas que les daba su buen

ánimo, de ganar una acrecentada victoria, habiendo á las manos toda la gente que iba en

la balsa.

No les fuera esto dificultoso si no se entretuvieran antes de llegar á ella en un es-

pañol, que se llamaba Francisco de Cáceres, de los que habian ido nadando delante la balsa,

que topándolo en el camino, que iba nadando, se cebaron en él con intentos de darle la

muerte, el cual huyendo de ella con la destreza que tenia en nadar, se sumergía muchas

veces debajo del agua, con que los entretuvo tanto tiempo, que lo tuvo la balsa con los

españoles para ir combatida del oleaje del rio, retirándose á su margen, para la parte donde

habia salido ; quiso su buena suerte, ó por mejor decir el favor divino, que llegase tan

cerca de tierra que pudiesen los que iban dentro saltar en ella, como lo hicieron, metién-

dose cada cual en la montaña, por donde mejor pudo, con tanto miedo de las aguas é in-

dios, que auu por allí les parecía les habian de ir con sus canoas dando alcance, como lo

dieron á la vida del Francisco de Cáceres, por ser las canoas que estabau sobre él muchas

y tanto el oleaje de las aguas, que le vino á faltar el ánimo, si bien era uno de los que lo

tenían mejor de todo el ejército, y más industrioso y de buenas trazas en toda ocasión de *

paz y guerra.

Guiaron luego con sus canoas á la parte donde hallándola en medio de la breza ha-

bian advertido se les habia desaparecido la balsa, y sin gente, entraron algunos en ella, y bo-

jándola con destreza, se andaban entreteniendo con regocijos en ella á vista del Real por todo

el rio dando muestras de alegría, con -muchas voces, estimando aquello con la muerte del

español por una gran victoria, y pudiera ser muy mayor si alcanzara su bárbaro discurso

á aprovecharse de tan buena ocasión como tuvieron para haber á las manos ó matarlos á to-

dos, con que quedaba destroncada la jornada é intentos de ella, por ser ellos lo más granado

del ejército en salud y fuerzas, pues los demás, á lo menos por entonces, careciendo de am-

bas cosas, eran inútiles, no sólo á su defensa si vinieran cuatro sobre todos ellos, pero ni

aun para pasar adelante ni volver atrás en el camino.

Con que vinieron todos á conocer con evidencia ser la poderosa mano de Dios

quien los libró de los indios y fuerzas de las aguas, pues si no.es con ésta, las suyas eran

pequeñas, en especial de los nadadores, para tomar la orilla del rio y salir á tierra por

donde vinieron todos, cada cual por diferentes partes, á hallarse en el Real, necesitados de

mayor socorro que se les pudo dar. Pues no corrían menos desgraciada fortuna de traba-

jos los que estaban en él que los que llegaron de nuevo, que sin duda eran tales y tantos

que no se atreve á contarlos la pluma por no dejar su credulidad á la cortesía de quien no

sabiendo qué cosas son, los tenga por increíbles. Fué aflojando el invierno y con esto las

aguas del rio, con que abrió paso por un vado apacible á la parte de arriba de los ranchos ;

y así dejándolos y pasando por allí, comenzaron á marchar por entre Provincias de gente

tan de diferentes naciones y lenguas, que por no llevar en el ejército algunas que les pudiesen

servir de intérprete, no pudieron apercibir los nombres, aunque pienso después los enten-

dieron muchos por haberse hecho por allí paso común, desde la gobernación de Venezuela

para este Nuevo Reino, en especial para pasar ganados, porque este era el paraje de los in-

dios Chiscas Olaches, llamados Chitas y el Cocui.

CAPÍTULO VIII.

I. Dales noticias un indio de estas Provincias del Reino, pero no las siguieron—II. Pasan adelante

por varias provincias de indios, con las esperanzas de riquezas que todos les daban—III. Encon-

tráronse con una provincia de mal país, y saliendo á dar vista á la tierra, encontraron con un

pueblo que por su fortaleza le llamaron Salsillas.

EN una de estas provincias hubieron á las manos un indio que aunque mal, todavía le

entendía otro que traían en el Real, que le daba noticias de unas tierras que habia á

las partes del Poniente, pobladas de mucha y rica gente, grandes señores, todos tratantes y

mercaderes de sal y mantas, pues cuanto de esto tenían por allí, y más delante en todos

aquellos llanos, habia venido en rescates de aquellas provincias, que, según el paraje donde

ya estaban los soldados, cuando tuvieron estas noticias, eran déla tierra de este Nuevo

Reino de Granada : pero advirtióles ser poca la gente que venia para sujetar la mucha

que habia en ellas ; aunque si todavía quisiesen entrar á darles vista, él se prefería á me-

15

106

FRAY PEDRO SIMON,

(3.a NOTICIA.)

terlos en ellas. No debieron de hacer mucho caudal de esto, pues no tuvieron el indio tan

á recado que no se les escapara una noche, con tanto riesgo, que le costó la vida al mise-

rable : pues por evadirse de sus manos se arrojó por una barranca muy alta á un rio, don-

de se lo comieron los peces, como se echó de ver, pues yendo otro dia á pescar un soldado

y cogiendo un pez bien crecido, le hallaron en el buche el miembro genital y los testículos

juntos del pobre india. Como no supieron asir del copete á la ocasión, ya que se les hubo

escapado y quedado sin guia, se le alentaron los deseos al Gobernador de ver las Provincias

de que se les habia dado la noticia, para cuyo efecto señaló por caudillo de una compañía

á un Juan de Villegas (que después gobernó aquella Provincia de Venezuela), que cono-

ciendo flojedad en quien le enviaba, también él la tuvo y sus soldados ; y así la subida

que hallaron de la serranía, aunque menos dificultosa de lo que podia ser para atropellarla

y salir con una cosa tan grandiosa como era hallar estas tierras del Reino, les hizo volve-

atrás desde ciertos pueblos que hallaron á poco de como la comenzaron á subir, poniendo

por achaque la dificultad de las breñas para los caballos ; y así, solo con alguna cantidad

de mantas y panes de sal que ranchearon en aquellas aldeas con demasiada flojedad, tomar

ron la vuelta del Real y dieron de mano á este descubrimiento tan grandioso, en ocasión

que lo habían de buscar con mayores bríos, pues las noticias claras de las mantas y sal ha-

bían hecho verdaderas las oscuras del indio.

Y así, le sucedió á Jorge de Espira y sus compañeros en esta ocasión de poder des-

cubrir estas tierras del Reino, por no pasar adelante, lo que dijimos habia sucedido á Am-

brosio de Alfinger cuando llegó á los páramos de Ciribita con los suyos, por no haber guiado

su derrota á la banda del Sur, pues se vio por allí solas diez leguas de ellas : pero como

no hay prudencia, sabiduría ni ciencia contra la de Dios, él atajó á estos dos el paso en

estas dos ocasiones, y los alentó al licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, tres años des-

pués de esta jornada de Jorge de Espira, para que él los descubriese, como diremos en otra

segunda parte. No llegó á ésta que estaba Jorge de Espira, tan sin pagar escote de lo que-

tomaba en las provincias por donde pasaba, que no le matasen algunos soldados y gente de

servicio, y le hubiesen descalabrado otros tan mal, que le fuese forzoso detenerse á curar-

los, y los demás enfermos,” hasta que algo convalecidos, aunque trabajosamente estuvieron

para caminar, como lo hicieron todos en prosecución de su largo y trabajoso descubrimien-

to, con mayor sobra de esperanzas que fundamento para ellas ; pues solo las tenían de

algunos indios que se habían tomado á manos por las Proviucias atrasadas, los cuales con

astutas palabras, salidas de los deseos que tenían de echar los españoles de sus tierras, ha-

biéndoles calado (aunque bárbaros) los deseos que llevaban los nuestros de oro y plata,

les aseguraban haber de esto mucho en las provincias de más delante. Para más asegurar

si esto era así, les mostraba el Gobernador algunas piezas de estos metales en todas las par-

tes por donde iba pasando, con que ora fuese por avisos que les daba de esto el demonio,

con quien era su ordinario hablar, ora que por discurso natural, pues era bastante alcan-

zasen esta hambre y deseos de los españoles todos á una boca, en cuantas partes llegaban

les libraban el lleno de sus esperanzas en las tierras de adelante, por la derrota que lleva-

ban, donde decían hallarían tanto que podían cargar muchos caballos en llegando.

Sabían sobre esto añadir calidades á las tierras y sus habitantes, diciendo que era

gente grave y de majestad, abundante de toda suerte de frutos para la vida humana, con

que (y otros falsos colores que anadian en sus Provincias) llenaban los ánimos de los co-

diciosos soldados de una tan vana esperanza, que imaginándose ya grandes y poderosos

señores, atropellaban montes de imposibles, estimando por muy menores de lo que eran los

trabajos que se les ofrecian, con ser muchos de muerte, que andaba entre ellos matando á

unos de hambre, á otros con cansancios y trabajos, á otros entre las garras de tigres y á

los más de diversas enfermedades, en que no reparaban los invencibles ánimos de los de-

más, ni se les sosegaba el pió de pasar adelante en su descubrimiento.

Donde de repente dieron en la Provincia de mal país, tierra ampollada y llena de

ramblas y quebradas secas y de agua, parte montañosa y parte *asa, estéril de frutos y por

la misma razón de gente, hubieron de la que habia alguna á las manos, que á las preguntas

que les hacían de cosas diversas, por cuatro ó seis intérpretes que iban preguntándose unos

á otros, dieron noticia que cerca de allí, á la mano izquierda, que era la del Leste, estaba

un gran pueblo bien proveído de comidas y de los metales que buscabau. Alegróse el Go-

bernador con todo el campo, entendiendo habían ya hallado los principios de aquellas gran-

des noticias que dejaban atrás. Acordaron con esto de asentar su campo en la parte más-

(CAP. IX.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIR.ME

107

alta y acomodada que les pareció, para desde allí enviar por todas partes a trastornar y

reconocer la tierra : pero á la que enviaron una compañía de los soldados más dispuestos

y de mejores bríos con algunos naturales que los guiase, fué á aquella donde señalaban

estaba la población. Salieron en su demanda y á pocas jornadas llegaron á un gran cerro,

algo empinado y vestido de espesa montaña de árboles altísimos y extendidos. La cumbre

hacia un anchuroso espacio raso y llano, no saben si por mano ó naturaleza, donde estaba

un lugarejo de hasta cien casas grandes, que en cada una vivia toda una parentela.

Demás de la natural fortaleza que tenia el pueblo en su asiento, estaba cercado de

una empalizada no muy alta pero de maderos gruesos, troncos espinosos de palmas, tan jun-

tos y apretados unos con otros, que apenas se podían ver por entre medias los de dentro ;

estaban á trechos sus troneras por donde disparar flechas. Rodeaba esta cerca otra de una

honda cava, dentro de la cual estaban espesas varas hincadas en el suelo con las puntas

para arriba, tostadas y agudas, cubierto todo el barranco por encima de unas pequeñas va-

ras que sustentaban un delgado tez de tierra, sobre la cual estaba sembrada alguna yerba

en partes, con que se disimulaba de tal manera la trampa, que quien no la sabia no diera

en que estaba allí, si no es á su costa, después de haber caído. Que aunque estos naturales

eran bárbaros en otras cosas, en su comodidad y su defensa no habia raposas más arteras

que ellos.

Llegó la compañía á vista del pueblo, y determinándose acometerle y asaltarlo por

no ser alta la cerca, llegáronse allá con esta determinación, y adelantándose de los otros un

Miguel Lorenzo, codicioso de aventajarse á los demás y ser el primero en el asalto, lo fué

en el caer en la trampa, pues sin tener remedio de favor, en pisándola se derrumbó abajo,

aunque con harta ventura, pues la tuvo cayendo entre las puntas y lo peinado de la cava,

con que no haciéndose ningún daño, reparó el que podían tener sus compañeros que le se-

guían, porque en viéndole á él caido repararon y fueron llegando atentadamente, descu-

briendo primero que pusieran el pié, el peligro con los cuentos de las lanzas hasta llegar

donde habia caido el Lorenzo, que viéndoles estar sin peligro, se les quitó la pena que ha-

bían recibido en verle caer, y alargándole las puntas de unas varas largas en que se asiera,

y ayudáudole, salió con la presteza que era menester, antes que los indios advirtieran en su

caida, pues si la echaran de ver por ventura acudieran á estorbarle la salida con tantas fle-

chas y dardos como acudieron luego que estuvo fuera del hoyo, con tantas y tan espesas

rociadas, entremetiendo á vueltas algunas lanzas de tostadas puntas, que les hicieron reti-

rar á los soldados, con heridas de algunos desde lo alto del palenque, sin recibir ellos nin-

gún daño, con que quedó por suya la victoria, de la manera que también la tuvieron en

otras veces que procuraron los soldados acometerles aquel mismo día y otros, sin que en

ninguna ccasion pudiesen salir con buen efecto, ni aun dejarlos con retorno de los soldados

que les hirieron.

Advirtiendo esto y que aunque se ganara el pueblo (como sin duda sucediera á per-

severar sobre él algunos dias), era de poca ó ninguna importancia, y para los soldados

podia ser de mucha pérdida, acordaron tomar otra vez la vuelta del Real y dejar cOn su

victoria la geute y pueblo, á quien por verlo tan fortalecido del sitio natural y el artificio,

le pusieron por nombre Salsillas, en memoria de la inexpugnable fortaleza de Salsas, que

está en los extremos del Cataluña, frontera de Francia, en España.

CAPÍTULO IX.

I. Una india que prendieron en Saldllas da noticia de la tierra—-II. Dícese cómo un rio que encon-

traron no es el rio Marañon, contra la opinión de algunos—III. Entre las noticias de la india

fueron unas (aunque sin fundamento) de que habia por allí un pueblo de españoles.

SOLO pudieron haber á las manos de este pueblo una india y un hijo suyo, de hasta

siete ú ocho años, con solo la cual, sin otro socorro de comidas, entraron de vuelta en

el Real, donde la necesidad les hacia estar con esperanza de que les habían de traer mu-

chas : y así, se les convirtió en desconsuelo la llegada que aguardaban fuese de gusto.

Túvole el Gobernador, ya que lo demás faltaba, en que trajesen la india, de quien espera-

ba informarse de todo el estado de la Provincia, en especial de la parte donde podía traer

algunas comidas. Comenzaron luego á hacerle preguntas en orden á esto, y ella á respon-

108

FRAY PEDRO SIMQN.

(3.a NOTICIA.)

der que camino de algunos soles (que entre ellos es decir de algunos dias, pues el dia lo

señalan por la presencia del sol comunmente en todas estas tierras), se liallaria abundan-

cia de maiz y otras raices para comer, pero que babia de ir por unas ciénagas de espesos

manglares y algunos pantanos, por donde se salia á un caudaloso rio, por el cual babian de

ir en canoas basta llegar á donde estaba la comida.

La necesidad que tenian de ella les hacia representárseles tan grandes las dificulta-

des del camino como las representaba la india; y así no reparando en las que fuesen, señaló

una tropa de los soldados de más salud que habia en todos, y dándoles su Capitán y á la

india por guía, les mandó saliesen á buscar comidas por donde ella ordenase, y que la

llevasen atada y á buen recado, porque si se les escapaba seria en vano su trabajo y cierto

el riesgo de muerte que correría toda la gente, pereciendo de hambre.

Este rio, de quien daba noticias la india, quisieron afirmar algunos de aquel tiempo

y compañía, que era el Marañon, de lo que no hay que admirar, pues lo juzgaban entonces

por noticias confusas y demarcaciones ciegas, por no haber la claridad que hay ahora de él

y de otros muchos rios caudalosos sus vecinos, por las entradas que se han hecho por mu-

chas partes en aquellas tierras después; pero lo cierto es que no era aquel el Marañon por

donde bajó Orellana del Perú y después la gente de Aguirre : porque desde este paraje

donde ahora se halla Jorge de Espira hasta las provincias de donde se volvió perdido á la

de Venezuela hay inmensa distancia de leguas, por donde pasan muchos rios, que aunque

todos son caudalosos, no llegarían si se juntasen á hacer la mitad del rio del Marañon, tanta

es su grandeza; demás que en todo lo que este Gobernador Espira fué alargándose siempre

á la falda de la cordillera por la parte del Leste, nunca encontró rio que por su grandeza

le impidiera el pasaje, lo cual fuera sin duda si se encontrara con el Marañon; ni tampoco

pudiera habérseles escondido esta noticia á otros muchos que caminaron después casi por el

mismo rumbo con buen número de gente, como fueron Fernán Pérez de Quesada, hermano

del Adelantado del Nuevo Reino, Gonzalo Jiménez de Quesada, que salió de la ciudad de

Tunja en este Nuevo Reino, y fué prolongando la rnismá cordillera por estos mismos pasos,

á salir á los indios Pastos, Gobernación de Popayan; y después de él anduvo Felipe Dutre

las mismas provincias, tomandp su principio desde la de Venezuela, ó después saliendo do

este mismo Reino don Pedro de Silva pisó gran parte de las mismas tierras y todas las de

mucho más adelante de las que vio Jorge de Espira, pero ninguno afirmó haber encontrado

en ellas con el rio Marañon, por ser sus corrientes mucho más al Leste la tierra adentro;

cuando mucho decían haber divisado desde lejos unas grandes aguas que presumían ser del

Marañon. Háme ocasionado á decir esto el desear satistisfacer á una falsa opinión que se

levantó entre los primeros conquistadores, de que los alemanes, primeros Gobernadores de

Venezuela en estos descubrimientos, los hicieron también del rio del Marañon, y por el

imposible que tenga lo que después dijo esta india que prendieron en Salsillas, que ha dado

no poco en que entender á muchos, como luego diremos.

El caudillo que señaló el Gobernador para buscar la tierra y comidas que daba no-

ticia la india, desde luego puso cuidado en asegurarla, viendo que toda la importancia del

buen suceso pendía de esto; y así usó con ella de la ordinaria diligencia que usan los solda-

dos con los indios en estos descubrimientos, que para que ellos no se encubran y les lleven con

más seguro sus mochilas, los meten en una collera ó corriente, con que demás del trabajo de

la carga y sacarlos de sus tierras naturales van con las aflicciones que trae el ir amarrados

unos con otros. Viéndose pues esta pobre india enlazada por el pescuezo, comenzó á clamar

y lamentarse con quejas que las ponia en el cielo, por la crueldad y tiranía que usaron con

ella, diciendo no lo habían usado así otros españoles que habia tenido por sus amos, pues

solo les servia de guisarle de comer y lavarles, sin usar con ella de crueldades, volviéndola

con esto después de algunos dias á enviar contenta á su casa. Admiráronse todos de esto

que les decia la lengua hablaba la india, por tener entendido que hasta entonces nunca por

aquellas tierras se tuviese noticia hubiesen salido españoles á descubrimientos y que se

tenian ellos por los primeros que las habían pisado.

Metióle esto tan en cuidado al Gobernador, que haciendo llamar delante de sí á la

india, le hizo repreguntar en esta razón muchas cosas á que respondía que ciertos hombres

de la misma traza de ellos habían subido los tiempos atrás por el rio arriba que ella los

quería llevar, y desembarcándose de las canoas habían llegado á aquel pueblo del Palenque

(á quien dijimos llamaron Salsillas), desde donde se volvieron llevando de él algunos indios

é indias., hasta volverse á embarcar en el rio desde donde la volvieron á soltar libre con los

(CAP. X.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

109

demás que llevaron, solo hasta allí y que por los temores con que quedaron aquellos indios de

la cumbre, se fortificaron ellos y su pueblo de la manera que estaban, por si acaso les daba

gana de volver, pues no estaban de allí más que diez dias de camino el rio abajo, poblados

en una Provincia de muchos pueblos de indios y que tenían los cristianos el suyo cercado

con otro fuerte palenque, con que estaban fortificados contra la fuerza de los naturales sus

vecinos y que ya eran viejos y tenían muchos y grandes hijos en indias que les servían.

Que no tenían para defensa de sus armas más que solas dos espadas, y así los más usaban

de armas de la tierra, que eran flechas; tampoco decía que tenían caballos como ellos, que

en su lengua llamaba ella guabiar, que quiere decir venado grande, pero que tenían perros

á quienes llamaban aures.

Cuanto más la india se alargaba en estas relaciones, tanto más se alargaban los deseo’s

y encendían los ánimos de los españoles para ir á buscar éstos, tomándolo tan de veras que

le fué necesario al Gobernador con muchas disuadirlos de ello, diciendo ser desacuerdo

dejar noticias tan ciertas como llevaban de una tierra tan grandiosa como pretendían des-

cubrir, por las ciegas que daba aquella mujer bárbara, instigada por ventura del demonio

para que se destroncara una tan lucida facción como iban á hacer ó por ventura con intentos

de echarlos de sus tierras y hacer que entrasen en otras tan llenas de dificultades que pe-

reciesen todos.

No faltó entre ellos quien tuviese por ciertas aquellas nuevas de la India, por las que

se dieron los años de antes, de que alguna gente de la que se perdió en el rio Marañon, que

llevaba el Comendador Diego de Ordas á la conquista de aquellas tierras, había que-

dado alguna en ellas, en especial de la que iba en la nao de su Teniente general Juan

Cortejo, que han querido decir muchos se habían salvado algunos en la barra, y aporta-

do á aquellas provincias, donde se habían conservado entre los indios, como lo dice Herrera:

por todo esto se quedó en opiniones, y la más acertada es de que ningunos se conservaron

entre los indios, pues era imposible haber dejado de haberse hallado la verdad de esto, si

la tuviera, por los muchos que han llegado después cerca de aquellas tierras, y en especial

por la diligencia que se hizo por parte de esta Real Audiencia de Santafé, en virtud de una

cédula del Rey, despachada el año de mil y quinientos y cincuenta y nueve, en que se lo

mandaba por haber venido á su noticia ésta que se tenia por común entonces; pero dejóse

caer, porque ningunas diligencias fueron bastantes á descubrir nada. Y las noticias que

daba esta^ india siempre se tuvieron por cosa de burla, en especial por lo que decia que

estaban ya muy viejos y tenían hijos muy grandes, pues si al caso ello fuese así, era esto

imposible, por haber entonces solos tres años, pues fué el de treinta y uno cuando se per-

dió esta gente de Ordas, de quien dejamos ya tratado y asentado que todos se perdieron.

Dejando ahora á Jorge de Espira que siga su jornada, pues no dio crédito á la india, y

nos está llamando Nicolás de Eedreman desde el cabo de la Vela.

CAPÍTULO X.

I. No le sale bien á Fedreman la pesquería de las perlas, por lo cual determina hacer 3 ornada la

tierra adentro.—II. Toma para esto la vuelta del valle de Upar, siguiendo las pisadas de Am-

brosio de Alfinger, donde perdió muchos soldados.—III. Encuentra otra vez al Capitán Rivera

con sus soldados, y llévaselos consigo Fedreman.—IV. Sucede por esto cierta alteración entre los

soldados, que se aplacó con ahorcar á dos.

CANSADO ya Nicolás de Fedreman de echar lances (que para él y los suyos más

eran lanzadas, por gastar en aquello el tiempo en balde) con aquella su invención de

rastro para pescar perlas en el cabo de la Vela, y viendo cuan poco se acrecentaba su cau-

dal en tan crecidos trabajos, determinó emplearlos en seguir descubrimientos, por si en

aquello hallara más provecho que en la pesquería, por el rumbo que habia de tomar en

esta determinación. Tomó parecer de sus Capitanes y más vaquéanos en la tierra, pues

tenia algunos entre los chapetones de los soldados viejos que habían entrado con Ambrosio

de Alfinger á la primera de Tamalameque; y salió resolución de la junta, que se siguieran

las mismas pisadas de Alfinger pasando adelante de donde él llegó, cuando desde las márge-

nes del rio Grande, dejándolo tomó la parte del Leste, porque según deciau algunos de los

vaquéanos de esta jornada, las tierras que iban subiendo el rio arriba les habían dado es-

peranzas de algunas grandes y ricas provincias, de que tenían por cierto se privó Am-

110

FRAY FEDRO SIMON.

(3.a NOTICIA.)

brosio Alfínger, en haber tomado la vuelta que tomó, y no haber seguido esta derrota el

pico al Sur. No eran de este parecer todos los vaquéanos de la jornada de Ambrosio, pues

algunos (teniendo vivos los trabajos que en ella habian pasado) estaban desganados de

volver otra vez á entrarse en ellos, como si por donde quiera que se determinara el rumbo

hubieran de faltar otros tan grandes y mayores.

No se hizo cuenta de las desganas de éstos, por tenerse por mejor el parecer de los

otros, y así se determinó Fedreman con toda su gente, dejando la ranchería del cabo de la

Vela del todo desamparada, tomar la vuelta del valle de Upar, para de allí ponerse en el áui-

mo que tenían determinado. Por no tener Antonio de Herrera pisadas estas tierras como yo,

se engañó en esta jornada de Fedreman, diciendo que para ir desde aquí en demanda del rio

Grande, pasó la laguna de Maracaibo, y entró en el valle del Tocuyo, que es como si uno

quisiese yendo en demanda de la ciudad de Lisboa desde Madrid, ir por la de Murcia, porque

el rio Grande demora al Oeste de donde él se hallaba, y la laguna y el Tocuyo al Este, de-

clinando un poco al Sudeste ; si bien es verdad que después mudó rumbo y volvió al

Tocuyo, como diremos. Fuéronse con esto apartando de la costa y entrando la tierra aden-

tro, donde aunque no tuvieron inconvenientes de naturales, tuviéronlos harto graves de en-

fermedades que les comenzaron luego á picar en apartándose del mar y del fresco que de

ordinario tienen aquellas costas por las ordinarias brisas que corren en ellas ; porque yéndose

metiendo luego en valles calidísimos sin hallar en ellos un soplo de viento fresco, comidas

ni aguas, se atormentaban tanto, en especial los chapetones, que no estaban enseñados á los

trabajos de jornadas, que fácilmente enfermaban, con tanta gravedad,¡que pocos escapaban

de las manos de la muerte; y así iba el Teniente por la posta perdiendo por el camino gente,

sin poderlo remediar, porque en viéndose los soldados afligidos de sed se apartaban de los

demás á buscar agua con que repararla, y engolfados la tierra adentro por aquellas llana-

das (que las hay á perder de vista, con espesos y altos pajonales) fácilmente desatinados,

perdían la trocha por donde habian salido, sin poder acertar á tomarla para seguir el ejér-

cito ; y así como locos se andaban de una parte á otra, hasta que yencidas las fuerzas por

mucha flaqueza, se dejaban caer y mirlados quedaban muertos.

No podia Fedreman poner remedio en esto, aunque iba echando de ver la falta, por-

que si se detenia á buscar los soldados que de esta suerte se le perdían, era ponerse en con-

dición de perder de todo punto el resto de los demás, pues mientras más se detuviese por

estas tierras calientes y secas más había de cargar la sed y enfermedades en todos; y así,

aunque por horas le daban nuevas que se le quedaba gente perdida, disimulaba y pasaba de

largo, viendo no convenir hacer otra cosa por no perderlo todo.

Al Capitán Rivera, que, como dijimos, había salido del cabo de la Vela con sus cin-

cuenta soldados, la vuelta de Santa Marta, no le habia sido posible llegar á la ciudad, por-

que siguiendo su viaje por la costa, al pasar por los indios y pueblo de Chimila, que está

sentado cerca de las aguas del mar y no lejos de la ciudad de Santa Marta, le hirieron

algunos soldados en una guazabara que les dieron, con que le fué forzoso retirarse atrás de

noche y determinarse el Capitán de volverse á ver otra vez con Fedreman con intentos de

rogarle que si tenía algún navio en la costa se le vendiese para ir por el mar á Santa Marta,

pues por tierra hallaba tantos estorbos y su gente iba tan vencida de hambres y enfermeda-

des. No eran de este parecer algunos soldados del Rivera, y así pretendieron estorbarle el

viaje imaginando lo que sucedió, diciéndole que si se tornaba á ver con Fedreman podría

ser constreñirles á que le siguiesen. Tenia el Rivera algo de cabezudo, y diciendo que no

seria parte Fedreman para estorbarle el hacer él lo que quisiese, se determinó á seguir sus

intentos y el camino que guiaba á donde tenia noticias iba Fedreman. Topóse con él á pocas

jornadas, á tiempo que ya le habian faltado buena parte de sus soldados y que tenia nece-

sidad y deseos de rehacer su gente.

A pocas conversaciones que tuvieron los dos Capitanes, con facilidad se concertaron

en seguir juntos la jornada, porque Fedreman supo decirle al Rivera tantas y tan buenas

y amigables palabras con largos ofrecimientos, que lo vino con facifidad á persuadir de esto;

si bien el Rivera vino con la misma en ella haciendo de la fuerza virtud, considerando que

si con ésta y de su voluntad no lo hacia, lo habia de hacer con aquélla y alguna violencia;

y así acordó condescender con su ruego y voluntad y darle palabra de no apartarse de su

gusto. No tenían mucho de esto algunos soldados de los del Capitán Rivera, y sospechando

lo que pasaba por la tardanza que hacían con el Fedreman, y que no acababan de tomar la

vuelta de su camino para Santa Marta, á donde deseaban volver, se determinaron llegar á

(CAP. XI.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

III

preguntarle á Fedreman lo que estaba determinado, y si los babia de dejar volver á la

ciudad.

Remitiólos por la respuesta á su Capitán Rivera, de quien supieron la determinación

y concierto que habia ya entre los dos Capitanes; y como el Rivera, para fijar más la com-

pañía que tenían hecha y que no se dijese habia desamparado al doctor Infante, su Gober

nador, sin ninguna ocasión y excusarse con esto á él y á Fedreman de culpa si alguna

habia, hizo cierta escritura al Fedreman diciendo que él de su voluntad se metia debajo

de su bandera, por estar en tierras de indios belicosos, de quienes podría ser maltratado por

llevar tan poca gente, y ésta enferma, herida, desaviada y falta de armas. Fué tal el desa-

brimiento que causó esto en los soldados de Rivera, que habían tenido siempre la opinión

contraria, que luego intentaron novedades entre los soldados y comenzaron á mover los

ánimos de muchos, no solo de sus compañeros, sino de los de Fedreman, para que desam-

parándolo tomasen la vuelta de Santa» Marta. Descubriéronse estas trazas y por ellas se les

dio á algunos ejemplar castigo; pues el Alcalde mayor de Fedreman, Antonio de Chávez,

por mandado de su Capitán, ahorcó á dos soldados de los del motín, que pareció ser de áni-

mos más inquietos y los motores de la alteración.

CAPÍTULO XI.

I. Húyense seis soldados de los de Rivera y vánse á Santa Marta—II. Vuélvese desde el camino que

llevaba Fedreman á la laguna de Maracaibo—III. Divide su gente Fedreman y un Capitán da

con unas minas ricas de oro—IV. Pasa Fedreman la laguna y ranchéase en su margen á la ban-

da de Coro.

O fueron bastantes el castigo y vigilancia que tenían los Capitanes de Fedreman en la

mira y guarda de los soldados que habían venido con el Capitán Rivera, no hiciesen

fuga, pues una noche seis de ellos la hicieron con sus armas y caballos. Súpose luego por Ja

mañana y con priesa despachó el General Fedreman una tropa de los suyos en su alcance,

haciéndoles gracia para ponerles más codicia en haberlos á las manos, de los caballos, ropas,

armas y presas y de todo lo demás que llevaban los fugitivos. Partieron con buen brío y

deseo de darles alcance, poniéndoles alas en los pies el interés prometido, si bien todo le

salió en vano, pues habiendo caminado en su demanda por el rastro algunos dias, lo perdie-

ron de manera que quedando deslumhrados totalmente de él sin poder atinar la derrota que

llevaban, les fué forzoso volverse al Real como habían salido, después de bien cansados por

el mucho camino que habia hasta el rio, que llamaban Llano, donde llegarou siguiendo las

huellas; porque allí los fugitivos,teniendo por cierto que habia de salir gente en su alcance,

en pasando el rio hicieron de la otra banda rastros como que pasaban adelante, hasta me-

terse en un arcabuco desde donde se volvieron á entrar en el rio por donde caminaron gran

rato y se volvieron á emboscar otra vez hasta que les pareció habrían ya los que les iban

siguiendo, deslumhrados de los rastros, tomado la vuelta del ejército; y así al tiempo que

les pareció, tomaron ellos la de Santa Marta pasando por muchas provincias y poblaciones

de indios belicosos, llegaron sin peligro á la ciudad, donde hallaron al Adelantado de Cana-

ria, don Pedro Fernández de Lugo, recien llegado de España por Gobernador, que fué ya

los últimos dias del año de mil quinientos y treinta y cinco, y cuando estos soldados llega-

ron á los primeros del de treinta y seis.

Por la nueva que dieron á don Pedro de Lugo estos seis soldados, del sitio donde

estaba Fedreman y los intentos que llevaba de seguir su descubrimiento al Sur por las cos-

tas del rio Grande, le escribió una comedida carta en que le rogaba le hiciese buena vecin-

dad y le dejase lo que tenia ocupado de su Gobierno, pues no traia intentos de hacer con

él otra cosa. Fué esta carta de mano en mano por los indios de las provincias que habia

entre medias, hasta llegar á las de Fedreman, que sabiendo por ella y otras quo llegaron

juntas, por algunos soldados y Capitanes suyos, la llegada del don Pedro y la fuerza de

gente que habia traido de España (no teniéndolas toda^) se intentaba hacerle resistencia en

algo, procuró hacerse á lo largo, y así volvió luego sin detenerse la vuelta del valle de Upar,

desde donde iba siguiendo las huellas de Ambrosio de Alfínger, en prosecución de los in-

tentos que llevaba : pero parece se los iba Dios atajando á todo3 estos Gobernadores ale-

manes, para que no dieran vista á estas tierras del Nuevo Reino, por andar siempre con tan

codiciosos deseos más de hacienda, y hallar oro entre los naturales, que de su conversión ;

112

FRAY PEDRO SIMÓN.

(3.a NOTICIA.)

y así, guiado no sé de qué espíritu, en llegando con su gente al valle de Upar, mudo de in-

tentos, sujetando la codicia á la ambición y sed que tenia de ser Gobernador de Venezuela,

porque, según se dijo cuando salió de España, los agentes de los Bolzares (á quienes obligo

andando en sus pretensiones), le dieron buenas esperanzas de que tras él enviarían provi-

siones para que quedase en el gobierno de la tierra. Este deseo, pues, le hizo imaginar

estarían ya en este tiempo los recados en Coro ; y así, dando de mano á la derrota que

llevaba (que si la siguiera no interesara menos que entrar mucho tiempo antes que el Li-

cenciado Quesada en las Provincias de este Reino), tomó la vuelta sobre la mano izquierda

la derrota de la laguna de Maracaibo á la ranchería y puerto donde había venido su gente,

cuando la envió de Coro á su partida para Santo Domingo.

Dividióla ahora en partes, para que así pudiese sustentarse mejor, yendo menos por

cada una, y aun con todo esto por ser la tierra por allí tan mal poblada como la que antes

había pasado, no sintieron menores trabajos de hambres y necesidades de agua en esta

tornavuelta que antes habían tenido, pues fueron también causa de muerte á muchos espa-

ñoles y gente del servicio. Un Capitán llamado Pedro de Limpias, entre los demás que se

dividieron con la gente, acertó á caminar con la que le cupo por la cordillera y serranía

que cae sobre la laguna de Maracaibo, por donde fué á dar á ciertas poblaciones de natu-

rales, fundadas sobre la costa de la misma laguna, en ciertos brazos y entradas que hace por

allí el agua, que llamaron los brazos de Herina, por llamarse así la tierra donde hubo á las

manos buena cantidad de oro fundido en hoyas y alguno en polvo, por haberlo en aquella

tierra de aventureros ; y oro corrido que traen las quebradas que entran por allí en la

laguna, de donde quedó la famosa noticia que ahora dicen de los brazos de Herina, que

solo han sido después acá noticias : pues aunque en muchas ocasiones han salido á bus-

carlos muchos Capitanes con gente de aquella gobernación, no han podido dar con este oro

que todos tienen por muy asentado es con abundancia, aunque nunca la tierra la tuvo de

indios.

Cuando dividió su gente Nicolás de Fedreman, ordenó á los Capitanes se fuesen

juntando todos á la ranchería de la laguna, á que habia dado principio Ambrosio de Alfin-

ger y donde habia estado aquella misma gente (como dijimos) cuando iba con el Capitán

Chávez. Llegaron allá habiendo padecido hartos trabajos cada cual por su camino, y ha-

lláronla sin socorro para poderlos remediar, ni aun aderezo para poder desdo allí pasar la

laguna para la banda de Coro, por haber quemado los bergantines y canoas en que pasaron

cuando venian, entendiendo no haber de tener más necesidad de ellos, y que si los dejaban

sanos se habían de aprovechar de ellos los indios, para hacerles guerra en la ocasión que se

les ofreciera.

Viéndose atajados en esta necesidad, ella les dio traza para remediarla, sacando del

agua las obras muertas de una naveta que habían tenido allí antes para la conquista y

pasaje, que no habiéndose quemado cuando le pegaron fuego más que hasta la tez del agua,

lo que quedó aderezándose lo mejor que se pudo, les sirvió para pasar todos de la otra

banda, donde se ranchearon sjn querer llegar Fedreman á Coro hasta saber si le habían

venido los recados que deseaba,~y si no determinarse desde allí por dónde habia de seguir

su derrota en los descubrimientos que siempre traía en intentos.

CAPÍTULO XII.

I. Procura Jorge de Espira deslumhrar á sus soldados de las noticias que habia dado la india de Sal-

sillas—II. Júntase toda la tierra y viene sobre los españoles—III. Que quedaron con victoria

por una emboscada que echaron á los indios—IV. Prosigue Jorge de Espira su viaje y halla un

” templo de doncellas recogidas en él y ofrecidas en él á su Dios.

POR el alboroto con que habían quedado los soldados con la relación de la india y deseos

de descubrir aquellas tierras y españoles, que decia no se abrevió Jorge de Espira á

despachar el Capitán y soldados que habia nombrado para traer comidas de donde la india

habia de guiar, parecíéndole menor daño pasar aquella necesidad con menos abundancia

que poner en ocasión á los soldados que se perdiesen, cebados do los deseos que tenian de

ir á buscar aquellas noticias : y así, más que de esto, trató de aplacar los ánimos de todos

y disponerlos á pasar adelante en prosecución de su descubrimiento á las faldas de la cor-

dillera, que parece habia puesto su felicidad en no apartarse de ella, que no fué poca oca-

(CAP. XIl).

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIEERAFIRME.

113

sion para que todo le sucediera al revés de sus deseos, pues toda la tierra que está arrimada

á ella es estéril y de malos países. Lo que pudiera muy bien Jorge de Espira haber echado

de ver hasta allí, cuando no era en otra cosa, en la poca gente que producía.

Con todo eso, la que había en aquella Provincia, viendo la mala vecindad que les

hacían los peregrinos en consumirles las comidas, se juntó con determinación de echarlos

de ella, ó consumirlos, ó hacerles en venganza el daño que pudiesen. Juntos ya para el

efecto, vinieron con determinación una mañana al quebrar del alba (que es la hora en que

comunmente los indios suelen dar sobre los españoles), y llegando cerca de las centinelas

que estaban con poco cuidado, casi dormidas, arrojó a una un indio una tan valiente y dies-

tra lanza, que le pasó la rodela y después el cuerpo, con una herida tal, que de ella á poco

murió. Dieron con esto arma á las demás centinelas, con que luego se apercibieron todos

los soldados á la resistencia de los indios, que no venían mal pertrechados á su modo, pues

traían crecidas lanzas hechas con fuego las puntas, rodelas de cuero de dantas, de que cria

muchas la serranía, mucha cantidad de arcos y flechas, y muchas ondas que tiraban con

destreza á un blanco. Traían, así mismo, muy grandes ollas y gruesas sogas para atar los

españoles y después de muertos guisarlos en las ollas y celebrar con sus carnes fiestas de la

victoria, para cuyo ministerio traían consigo sus mujeres con todo aderezo de cocina y lum-

bre ya encendida, porque traían determinado celebrar la fiesta en los mismos ranchos de

los españoles.

Los cuales, ya á las primeras luces, se encontraron con estos fieros bárbaros y se

comenzó la pelea con tan buenos bríos de ambas partes, que de ninguna (por buen espacio

de tiempo) se reconoció ventaja, porque demás de que los indios eran muchos y briosos,

y usaban bien de todas sus armas, hacían tanto daño con las piedras de las ondas (en que,

como dije, eran diestrísimos) que al caballo que una vez acertaban con alguna piedra, no

era posible hacerle otra vez arrancar contra los indios ; y como en estas guerras la princi-

pal fuerza sean los caballos, y en ésta los más rehusaban el embestir por el temor de las

piedras, tomaban mayores bríos los indios y esperanzas de victoria, cuya mayor parte la

fundaban en la destreza y fortaleza con que arrojaban las piedras, pues sucedía muchas

veces con una hacer pedazos una rodela hecha de macanas, que no es de pequeña fortaleza.

Viendo los nuestros que no faltaban en la suya un punto los indios y cuan en ba-

lanzas estaba la victoria, envió el Gobernador cincuenta soldados de á pié y quince de á

caballo, que rodeando por ciertas trochas que habia detrás de un pequeño monte que te-

nían á un lado, en la refriega diesen inopinadamente por las espaldas sobre los contrarios,

con que los ahuyentasen. Hízose así con la brevedad que la necesidad pedia, y cogiéndolos

descuidados por las espaldas, cargaron con tanta fuerza los soldados sobre ellos, hiriendo y

matando á muchos, que no pudiendo sustentar el ser heridos por ambas partes, dando lar-

ga á las armas, se dieron ellos á huir cada cual por donde pudo, con tan suelta ligereza que

admiraba á todos. Quedó la victoria por los nuestros, aunque con bien pocos despojos y

algunas heridas, con que quedaron algunos soldados particulares y muchos indios yanaco-

nas del servicio de los españoles, que también quisieron hallarse en la pelea.

Forzóles la necesidad de curar los heridos, por estar algunos de riesgo, á detenerse

en el alojamiento otros quince dias, al fin de los cuales se prosiguió el viaje por el mismo

rumbo de la cordillera, y fueron lo primero á dar con un pueblo que llamaron de Nuestra

Señora, por haber estado en el dia de su santísima Asunción, que es á quince de Agosto en

el año de mil y quinientos y treinta y seis. Aquel dia les hizo el Gobernador un convite á

todos los soldados en alegría y celebración de la fiesta y en regocijo de las buenas nuevas

que los indios del pueblo les habían dado de unas ricas, fértiles y abundantes tierras, llenas

de oro y moradores que estaban más delante, todo á fin de echar los huéspedes de las su-

yas. Hicieron aquí los soldados cierto voto á Nuestra Señora porque les encaminase lo que

deseaban. No está lejos este pueblo del que después pobló y al presente está el Capitán

Juan de Avellaneda, llamado San Juan de los Llanos, en la parte por donde después entró

el teniente Nicolás de Fedreman en este Nuevo Reino, como luego diremos.

Hallaron aquí los españoles una valiente casa de más de doscientos pasos de largo, y

ancha en buena proporción, en cuyos dos frentes tenia dos grandes huertas, y según se

supo era su templo donde aquellos bárbaros hacían sacrificios al sol, que adoraban por su

dios : servia también de monasterio donde estaban muchas doncellas recogidas sin salir de

él, ofrecidas allí de sus padres como en sacrificio para el servicio del templo y altares. ‘Es-

taba con ellos un indio viejo que era el sacerdote ó mohán que administraba en los sacri-

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114

FRAT PEDRO SIMON.

(3.a NOTICIA.)

ficios, y predicaba y enseñaba á aquellas mujeres lo que según sus ritos habían de guar-

dar. Tenían en ciertos repartimientos del bohío mucha cantidad de todas suertes de man-

tenimiento para el de aquellas encerradas doncellas.

CAPÍTULO XIII.

I. Salen los indios á dar una guazabara á los soldados, pero no ganaron nada en la salida, con que

cobraron temores para lo de adelante—II. Pasan adelante hasta el rio Ariare, donde hallan algu-

nos indios que les traen comidas y los pretenden espantar haciendo grandes fuegos—III. Pasa-

ron más adelante los soldados, encontrándose con varias naciones de indios, que algunos les pre-

tendían hacer resistencia—IV. Llegaron al rio Papaneme y allí se ranchearon.

PASADAS las fiestas, que no debieron de ser con poco regocijo y gusto, por el mucho

que les habían dado las noticias con que se iban sustentando entre tantas penalidades,

salieron de este pueblo de nuestra Señora, y á pocos pasos como iban marchando, les salió

de repente gran cantidad de indios, y embistió con sus ordinarias armas, que venían á dar

sobre los soldados á traición y á acabar con ellos dentro de los ranchos, pareciéndoles mal

se retardasen tanto por sus tierras. No les fué bien, pues con el cuidado que iban todos, al

fin como en tierra de enemigos, y que no tenían que prometer un punto de seguro, em-

bistieron los de a caballo con ellos, y alanceando muchos de los que iban en la vanguar-

dia, fueron fácilmente desbaratados, huyendo con tanto miedo, que no les dejó tomar otra

vez las armas ni desasosegar los soldados.

Antes, habiendo llegado los nuestros aquel propio dia, por no haberles estorbado la

guazabara, á un pueblezuelo dos leguas más adelante, cuyos moradores se habían también

hallado en la refriega y se habían retardado en otra parte sin llegar al pueblo tan presto

como los españoles, cuando acudieron á sus casas otro dia y encontraron antes de ellas los

caballos de los soldados que andaban sueltos paciendo, fué tanto el temor que de solo

verlos les sobrevino al que habían cobrado en la guazabara, que los cortó de manera que sin

poder volver atrás ni pasar adelante se dejaban caer en el suelo boca abajo por no verlos,

y cuando mucho tomaban por amparo en su defensa meter la cabeza entro el pajonal de

la cabana, dejando de fuera todo el< cuerpo, como lo suele hacer la perdiz seguida del cazador. De este pueblo pasó nuestra gente adelante hasta llegar á un rio llamado Ariare, uguape, cerca de donde se juntan ambos, cerca de cuyas márgenes habia poblados al- gunos indios de lengua Guati. Alojóse el Gobernador con su gente á esta ribera, por no ir el rio para poderse vadear ; los indios que estaban á la otra parte venían á contratar con los soldados, aunque no con llaneza, por no parecerles podían asegurarse mucho de ellos ; y así pasaban en canoas el rio con algunas comidas, y diciendo á los españoles se apartasen antes de llegar á la barranca si querían que les dejasen comidas ; haciendo así, y con este seguro llegaban los indios, y poniendo en tierra lo que traían, tomaban en rescate ó true- que lo que allí les habían dejado los españoles, como eran algunas cosillas de Castilla, en especial cascabeles, de que gustaban mucho, conque se volvían á retirar al agua sin querer más amistad ni conversación con ellos ; y me parece lo acertaban en vivir con esta astucia, pues sin ella correrian igual fortuna que los demás, por donde habían pasado los soldados en consumirles sus mantenimientos á precio de cuatro coces y bofetadas con que les pagaban. Trazaron con su bárbaro discurso un donoso espantajo para los españoles, haciendo todas las noches á su vista dentro de los pueblezuelos que estaban á la otra banda y mar- gen de este rio Ariare muy grandes fuegos, pensando seria esto bastante para que los te- miesen los soldados y les dejasen sus tierras. Una noche, entre las demás que hacían esto, oyeron los del Peal que á deshora habían levantado los indios una desaforada grita y vo- cería confusa, que fué causa de que ellos lo quedasen, no sabiendo la causa, pretender si ha- bia alguna novedad de haberse por ventura juntado la tierra para venir sobre ellos. Pro- curaron á la mañana saber la ocasión del alboroto, y hallaron que en aquella sazón se habia eclipsado la luna (como era así, pues ellos también la habían visto) y como ya tenían expe- riencia que tras estos eclipses se les seguian de ordinario hambres ó enfermedades (como naturalmente sucede en todas partes) en venganza de la luna (como si ella tuviera la cul- pa) se mostraban airados y enojados contra ella, dando aquellos gritos y arrojándole mu- CAP. XIV.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 115 chos tizones, palos, piedras, barro y todo lo que podían haber á las manos, desde el mayor hasta el menor, hasta el más pequeño, con ímpetu sonlocado. Los señores y principales, siguiendo la misma furia, y mayor superstición que sus vasallos, tomaban furiosos las macanas, y como fuera de sí daban valientes golpes en los árboles que topabau, mostrando en esto sus deseos de querer hacer lo mismo con la luna, si no estuviera tan lejos. Volvíanse después de esto á sus vasallos, y consolándolos les pro- curaban sacar de temores, ofreciéndose á reparar las calamidades y trabajos con que amena- zaban los prodigios de la luna, y qne ellos tomaban á su cargo remediar las hambres con grandes sementeras que harían y tenían reservadas para el sustento de todos, en el artículo de la necesidad si llegase, con que todos quedaban contentos y cesaba la algazara y cóleras contra la luna. Conquistáronse después estos indios por ios españoles de este Reino, y hoy es- tán encomendados algunos de los que han quedado, que siempre han sido de mala paz, de que son testigos las desgracias que han sucedido con muertes' de españoles. Estos buscaron vado por donde pasaron el rio muy arriba de las poblaciones, y si- guiendo su cordillera y descubrimiento, fueron á dar á una Provincia que tenia un famoso rio, llamado por los naturales Canicamare ó Guayare. Los indios, por la noticia que ya habia llegado á sus orejas del viaje de los nuestros, les salieron al encuentro, pretendiendo defen- derles el pisar sus tierras, que les salió al contrario; si bien no se detuvieron en ellos, después de haberlos desbaratado, pasando á las de otros indios, llamados Guayupes, que ya estaban esperando á los nuestros con las armas en las manos, desnudos del todo ; y.para represen- tar su braveza con mayor ferocidad, tenían entintado todo el cuerpo de jagua, que es el sumo de ciertas macanas, con que acostumbran comunmente en todas estas tierras teñirse el cuer- po cuando salen á la guerra, para representar más su braveza, á que suelen añadir el ir me- dio embriagados, ó como dicen asomados (como éstos lo estaban), con que dicen se hacen más valientes. Y es que no teniendo con esto libre del todo el discurso de la razón, están incapaces para conocer el peligro, y así sin reparar en él, se meten ellos mismos por las espadas y lanzas. Esta embriaguez se causa de la fortaleza de los vinos ó brebajes que beben, hechos del maíz ó raíces de yuca. Aprovecháronles de poco todas estas invenciones y estratagemas, pues aunque se defendieron bien en el primer acometimiento que hicieron en ellos naestros peones, que iban algo más delante que los caballos, cuando éstos llegaron los desbarataron con facilidad y forzaron, que huyendo cada uno por donde mejor pudo, les dejaron á los soldados sus ca- sas, que supieron bien ranchearles lo que tenían y después ranchearse ellos por aquel día hasta el siguiente; partieron de allí y en pocos llegaron á aquel gran riacho, llamado Papa- neme, que en lengua de la Provincia por donde le dieron vista quiere decir Rio de Plata, á cuya margen se ranchearon despacio para descansar y procurar haber á las manos algunos indios de la Provincia que les sirviesen de guias para lo de adelante. CAPÍTULO XIV. I. No hallan muy ásperos los indios de estas Provincias de Papaneme—II. Y así les traen las comidas que han menester por sus rescates—III. Diéronles noticias de tierras ricas con que pasaron luego adelante los soldados—IV. Alojáronse en cierta Provincia donde usaron con ellos en llegando una salutación ridicula. ALAS primeras vistas que dieron á los nuestros^ los naturales de la tierra, les pareció todo cuanto advertían en ellos una peregrina novedad, así en ver los caballos como los hombres con barbas y vestidos, como en los tratos y lenguas tan diferentes de los suyos; pero nada de esto les metió miedo por no haberlos hostigado en nada, ni estorbó que no se fuesen allegando á los nuestros, aunque con recato, para mejor verlos y reconocerlos de cerca. Esto dijo á los nuestros que los comenzaran á llamar y hacer señas que se acercaran más y declararles con palabras (que aunque mal todavía las entendían por los intérpretes que llevaban) lo mucho que deseaban su amistad. Entendiendo los indios algo de esto, me- jor por las señas que por las palabras, no pareciéndoles ser tan seguro allegarse á gente tan nueva y que no conocían por tierra como por agua, volvieron á entrarse en las canoas con que habían venido de la otra banda y con otros que de nuevo vinieron en otras, se fueron acercando á la ribera sobre que estaban alojados los nuestros, no sin el recato militar que era menester entre gente tan bárbara, que tiene el mismo fundamento en el sí que en el no; HC FRAY PEDRO SIMON. (3.a NOTICIA.) en especial habiendo conocido ya la astucia de los indios el no haberse querido llegar a ellos por tierra ni aun por el agua menos número que más de trescientas canoas, en que vendrían á lo menos dos mil indios. De estas vistas y buenas palabras que de parte del Gobernador Jorge de Espira se les dijeron, comenzaron á tratarse y comunicarse más sin miedo los unos con los otros por el camino de trueques y rescates, trayendo los indios al Real mucha cantidad de pescado, de que abundan aquellos ríos, asado en barbacoa, y otros géneros de comidas que ellos usan, pidiendo á trueque de esto de las cosas que llevaban los españoles, en especial cascaveles, luego que los vieron, por ser lo que más les agradaba, entretenia y hacia raya; y así á true- que de que les dieran de éstos y de llevar unos más que otros, daban por ellos á porfía más comidas que por otro género de rescates que de los que les daban los soldados. Poco á poco con este modo de contrato alternativo, fueron perdiendo el miedo los indios tan del todo que ya vinieron á atreverse á saltar en tierra y entrar en los ranchos de los españoles, que ya como podían con más afabilidad hablarles, procuraron informarse y tomar noticias de las provincias y gente de adelante; y si en ellas se hallaría oro ó plata, de que les mostraban el Gobernador y soldados algunas piezas para que los entendiesen. A todo respondían los indios tan al deseo y corazón de los nuestros, como si por las palabras con que les preguntaban se les estuviera leyendo; y así les pintaban la tierra que iban á buscar y daban muestras que deseaban los soldados de la misma suerte que ellos las pudieran pintar, diciendo que en tiempos pasados habian ido sus mayores á guerrear con ciertas gentes que estaban en las tierras de adelante, y habiéndolos vencido se volvieron cargados de aquel metal que les enseñaban. Llenóles el ojo esta nueva á los soldados, de manera que ya les parecía tenían metidas las manos hasta los codos en las inextimables ri- quezas que entendían hallar donde les decían; y así, pareciéndoles estar el peligro en la tar- danza, sin dudar en las nuevas, tomaron por guias cuatro ó cinco indios de los que las ha- bian dado; levantando ranchos pasaron en canoas el Papaneme y los caballos nadando, prosiguieron el camino, y por donde los llevaban las guias fueron á dar á unas provincias de indios llamados Choques, tierra doblada, húmeda y montañosa, aunque bien poblada de indios belicosos, fragosos como la tierra que los criaba, de mala digestión, desabridos y de condición intratable, diestra y animosa en la guerra, donde usaban de largas lauzas de ma- dera de palma, puestos á las juntas pedazos de huesos de canilla de hombre, agudos y afila- dos, engeridos con fuertes hebras de cabuya, que para gente desnuda no eran poco pene- trantes armas. Usaban de rodelas para su defensa, de maderas fuertes, y tijeras en cuyas manijas traían siempre puesto un pedazo de cierto género de fortísimas cañas que hay en esta tierra, hecho en forma de cuchillo tajante, como los nuestros, para en hiriendo y ca- yendo el indio en la guerra cortarle con brevedad (como lo hacían) la cabeza. Es toda esta gente en común gran carnicera de cuerpos humanos, tanto que por solo esto suelen irritarse á guerras unos con otros entre sí, padres é hijos, maridos y mujeres; de suerte que ningunos tienen satisfacción segura del otro: están muy juntos los pueblos unos de otros, por ser solo los altos donde los pueden poblar, y éstos no ser muchos los acomo- dados y enjutos para poblaciones. Están todos los pueblos cercados con fortalezas de made- ros gruesos, y por la poca satisfacción que unos tienen de otros salen con sus armas á hacer sus sementeras, y cavando con la una mano tienen en la otra la rodela y lanza por no asegu- rarse un punto en ninguna parte de las continuas rencillas en que viven. Es mal sana, en especial para los españoles, por los aires tan gruesos y mal templados que causan las mu- chas humedades. Alojóse el ejército en esta Provincia donde les pareció más sano, limpio y descu- bierto sitio. Apenas habian acabado de plantar las tiendas, cuando llegaron ciertas mujeres naturales de los más cercanos pueblos del Real, que traían cada una en una mano una va- sija ancha á modo de lebrillo con agua y en la otra una á manera de hisopo, hecho de cabuya al modo de los que nosotros usamos, y en llegando á meterse entvq los soldados mojaban ios hisopos en el agua que traían, iban rociando á cada uno de por sí, unas á unos y otras á otros, como les cabía la suerte de encontrarse; y habiendo discurrido por todos con este su modo de salutación, hicieron luego demostración que les querían lavar los pies. Dejábanse- los lavar algunos soldados para que no se defraudase su devoción y ver en lo que habian de venir á parar aquellas ceremonias, que fué una cosa bien sucia, pues se comían todos los callos y carnosidades que les podían sacar de los pies con sus largas uñas, que no las tenían muy cortadas, á los que iban lavando. Hecho esto, comenzaron todas juntas á hablar muchas CAP. XV.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 117 cosas con grande afecto y brío, que como nadie sabia su lengua por haberse huido por negligencia de las guardas á quien los entregaron los indios del Papaneme, nadie entendió lo que decían, tomaron con esto la vuelta y camino de sus pueblos por donde habían veni- do y nunca más volvieron. No fué la discordia y ordinarias guerras que entre sí tenían estos indios causa para que no se convocasen todos á dar sobre los nuestros, como lo hicieron una alborada, con ciertas confianzas de conseguir victoria por la satisfacción que tenían de sus manos en casos de guerra; pero halláronse defraudados de sus intentos, pues á la primera embestida que hicieron los nuestros los desbarataron é hicieron huir por donde cada uno pudo, si bien esto no fué bastante para que no volvieran cada dia á desasosegar los ranchos, haciendo muestra con gritos y algazaras de quererles acometer, y cuando más no podían, puestos en emboscada por las partes que los indios del servicio de los soldados salían á buscar agua, leña y otras cosas necesarias al Real, habían algunos á las manos en que cebaban sus cani- nos dientes. CAPÍTULO XV. I. Después de haber hecho una tropa desde el Real una salida en balde, ordena el General á los mismos que hagan otra—II. Salen á ella y encuentran dificultosos caminos—III. Encuentran con un pequeño pueblo donde tuvieron bien reñidos encuentros. DÁBALE cuidado al Gobernador el descubrir qué tierra era aquella y las poblaciones y número de indios que tenia; y así ordenó á su Maese de campo, llamado Estovan Martin, que con cincuenta peones y quince de á caballo saliese á darle vista, trastornar y reconocer lo más que pudiese de ella en el número de dias que le señaló hasta volver. Salió en demanda de esto y á pocas leguas del alojamiento fueron tantos los manglares, por tantos tremedales, que era imposible vencerlos los peones y mucho menos los de á caballo, pues se sumian en los atolladeros hasta arriba de las cinchas, entre espesas raices de los mangles, que lo estaban tanto que fué ventura no mancarse todos en los pocos pasos que entraron á probar si le hallaban posible á la salida, y viendo que no lo era (á lo menos para los caba- llos), tomaron todos la vuelta del alojamiento, donde dieron cuenta de la maleza é imposi- bles del camino para poderlo seguir y hacer lo que le había ordenado el Gobernador. No fué esto bastante para que no volviese á ordenar el mismo Capitán hiciese la entrada por otra parte con solos los cincuenta peones, dejando los caballos, pues los caminos por todas partes les tenían cerrados los pasos. Era el Estovan Martin de los que escaparon vivos en la jornada de Ambrosio de Alfinger, hombre de gallardos bríos, vaqueano y bien entendido en las guerras de estos indios; pero cargando el pensamiento sobre la disposición de aquella tierra, desvergüenza y atrevimientos de los naturales de ella, le pesó de que el Gobernador le tornase 4 encomendar fuese con sola gente de á pié á aquella facción; mas por no mostrar flaqueza y que el Gobernador entendiera lo hacia con disgusto, no se atre- vió á contradecir lo que le mandaba ni darle á entender no convenia hacerla salida con tanta flaqueza de gente, solo le dijo: Vuestra Señoría está en que entremos á dar vista á esta gente con tan poca como tiene señalada de los soldados; los indios son diestros en las armas, como sabemos, cebados en comer carne humana, las tierras penosas y que se ha de ir por todas partes rompiendo camino y sin ayuda de caballos; sírvase Dios de que quede alguno de nosotros que vuelva á dar la nueva, pues á lo que hallo por mi cuenta, por ir entre gente de la más belicosa que he encontrado en las Indias, es cierto habremos todos bien menester las manos. No fueron bastantes estas razones para que no tornase á mandar Jorge de Espira que saliesen los que tenia señalados, y que si no querían detenerse á descubrir lo que había en aquella provincia de los Choques, se apartasen por un lado y descubriesen lo que había delante, con que se despidió el Maese de campo Estévan Martin con sus compañeros, y pa- sando adelante por las poblaciones que estaban cerca del alojamiento, encontraron con una montaña cerrada y sin caminos, pantanosa y llena de ramblas, que tras cada paso les ataja- ban la derrota, sobreviniendo á esto noches y dias, ordinarios aguaceros, que todo era causa de tan notable aflicción para los soldados y gente de servicio, que á cuatro ó cinco dias de como salieron ya estaban determinados de tomar la vuelta del Real, por parecerles sin pro- vecho lo que iban haciendo, y ya ponían en ejecución esta determinación, cuando su des- 118 FRAY PEDRO SIMON. (3.a NOTICIA.) graciada suerte les ofreció una mal seguida trocha por donde les pareció habían de llegar á alguna población si la seguían. Hiciéronlo así, y al dia tercero que fueron caminando sin salir de ella, sobre tarde dieron en unas sementeras de maíz que estaban entre unas tierras dobladas, también pantanosas y de muchas ramblas y quebradas de agua, y razonablemente poblada por los altos. Encontráronse (que salía de estas labranzas) un camino ancho y bien seguido por donde caminaron toda aquella noche bajando y subiendo quebradas hondas y dificultosas por donde fueron á parar (ya al postrer cuarto del alba) junto á un pueblezuelo de hasta treinta casas, que estaba en lo alto de un cerro, plantado de suerte que con las casas se cer- caba una plaza de mediana grandeza, de manera que no se podía entrar en ella si no era por ellas. Estas eran solo á modo de ramadas, sin cubiertas que las defendiese del agua, donde estaba hecho un mal aposentillo que servia de dormitorio á los moradores. En el res- to del bohío había muchos y muy grandes tambores y otros tantos toscos instrumentos de música. Reparó el Capitán antes de entrar en el pueblo, poniendo en concierto su gente y aguardando á los indios de servicio que traían las mochilas, que por haber caminado toda la noche venían cansados y algunos muy atrás, que no le daba poco cuidado al Maese de cam- po su tardanza, por ver que se iba pasando del todo la noche, en que le parecía ser más acertado dar sobre las casas antes que llegara el alba y se levantaran de dormir los indios; y así haciéndosele los instantes horas y que se les iba del todo pasando la ocasión á sus de- seos, ordenó á Nicolás de Palencia (que después fué vecino de la ciudad de Pamplona en este Reino) que se quedara á recoger y amparar los indios cargueros como fuesen llegados, porque él antes que se acabara la noche determinaba con losdemás embestir las casas, como lo hizo, dando Santiago en las primeras y alboroto en las demás, que como eran pocas, á las primeras voces que se oyeron en las unas despertaron los de todas y acudieron con furia de leones á las armas y con ellas á donde sonaba la grita de los primeros, que con desaforadas voces llamaban á los demás, significando el aprieto en que los tenia una gente extraña y nunca vista en sus tierras. Con la llegada de los que se juntaron de nuevo, que peleaban con valeroso brío, les fué forzoso á los nuestros (que andaba cada cual por su parte) recogerse á un cuerpo y escuadrón con que se hicieron más fuertes haciéndose espaldas unos á otros, que lo hubie- ron menester, pues en buen espacio de tiempo de ninguna parte se reconoció ventaja ni el daño que se hacia en los indios por la oscuridad de la noche y un poderoso aguacero que los estaba remojando y descomponiendo á todos. Reconociendo los nuestros las ventajas con que peleaban los indios por tener conocimiento del sitio para resguardarse, como lo habían menester, y por ser mucho mayor el número de guerreadores, tomaron por buen consejo irso retirando del pueblo, después de haber peleado en él gran rato, como lo hicieron; lle- gando á cierto sitio que les guardaba las espaldas, donde se fortificaron y estuvieron hasta que les llegó la gente que habia quedado atrás. No quedaron tan libres los nuestros de este primer encuentro, que no saliesen mal heridos algunos soldados y muertos algunos indios ladinos del servicio que les hicieron con ellos, y á vuelta de la guazabara y oscuridad de la noche se dividieron por el pueblo á ranchear ó hurtar lo que pudiesen, como siempre lo tienen de costumbre (no sé si aprendido de sus amos). Pero en esta ocasión bien les hicie- ron pagar á muchos de contado lo que hurtaban, no con menos monedas que la vida, que con facilidad les quitaban, atravesándolos con las lanzas y otros con penetrantes heridas de que después morían. Ya que estuvieron todos juntos por haber llegado los atrasados, recobrando su pri- mer ánimo volvieron con buen brío sobre los indios, que no los tenían menores en resistir- les, aunque no fueron bastantes para que no les hicieran retirar y salir del pueblo; si bien fué esto con harto trabajo y riesgo, porque como sus armas eran picas muy largas y rodelas y peleaban á pié quedo con buen compás, con dificultad les podian^entrar los soldados; pero al fin atropellando su valor todas estas dificultades, no hubo demasiada en tornar á recobrar el sitio del pueblo, de donde primero se habían retirada, ni en quitar á los indios las espe- ranzas de la victoria, como se echaba de ver en la mano floja con que ya peleaban, que conociéndola los nuestros y aprovechándose de la ocasión sin perder punto, fueron siguien- do la victoria, hasta que de todo punto les hicieron salir del pueblo. Aunque no se apartaron mucho ni á los nuestros les dio cuidado el irlos siguiendo muchos pasos, y así los bárbaros, poniéndose las rodelas sobre las cabezas para reparar el agua, que no habia cesado ni apla- (CAP. XVI.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAPIRME. 119 cado sn fuerza, desde el primer encuentro estuvieron á pié quedo esperando el dia para re- conocer qué gente era la que con tanta braveza los habia*echado de sus casas y pueblo. Los nuestros, entre tanto, para turbar más los indios y llenarlos de temor y poderse ellos mejor señorear del sitio, pusieron fuego á las casas, que se abrasaron del todo, sin reservar más que solas tres que estaban algo apartadas de las demás, para alojarse en ellas el tiempo que estuviesen allí. Llegó el dia y los españoles á reconocer las salidas por donde habían hecho retirar á los indios, á los cuales hallaron á pocos pasos del pueblo, en la postura que hemos dicho, en pié, afirmados sobre sus lanzas y en la cabeza las rodelas; y admirados de ver la traza de los españoles y que tan poca gente hubiese hecho en ellos tanto estrago de muertes y heridas, que no habían sido pocas las unas y las otras. CAPÍTULO XVI. I. Prosiguen las contiendas con los indios del pueblezuelo—II. Resisten valerosamente á los españo- les—III. Retíranse de este pueblo los soldados y llegan á otro, donde les dan una bien reñida y peligrosa guazabara, hiriendo á muchos—IV. Tratan luego de salirse de este pueblo, en que se les ofrecen mil dificultades. O les pareció bien á los soldados que llegase la osadía de estos bárbaros, aunque des- baratados, á haberse quedado sin temores tan cerca del pueblo y no haberlos tomado en ver heridos sus cuerpos y abrasadas sus casas : y así, hablándoles con un chontal intér- prete que á tiento les entendía ambas lenguas, le dijeron que si allí se detenían mucho ve- rían con brevedad el fin de sus dias, pues demás de ser gente que á otras innumerables y bravas naciones habían sujetado y destruido, habían enviado á llamar otro gran número de compañeros que habían dejado atrás, con que pensaban en llegando destruir no solo á ellos, pero á todos los que habia en aquellas provincias. No causó esto á los indios mucho temor, pues con arrogancia respondieron que ellos ni los demás que estaban en aquellas provincias temían á ninguna gente del mundo, por tener el corazón tan valiente y los brazos tan he- chos á las armas en las continuas guerras que tenían entre sí, si bien las discordias que las causaban no habían de ser parte para que no se juntasen todos contra ellos ; y que si en- tonces quedasen vencidos, creerían habían hecho lo mismo en otras naciones, como decían, y que merecían ser sus señores, pero antes no. Pareció la respuesta de estos bárbaros á la que dio un Capitau de los Misios, en tiempo del Emperador Octaviano, á Conidio, su Capitán, que entrando un grueso ejército de romanos á quien éste gobernaba, á sujetar la Provincia y gente de los Misios, que se les habían rebelado, se pusieron los ejércitos contrarios á vista y punto de darse la batalla, y estando en ésta el Capitán general Misio haciendo señal con la mano de que le diesen silen- cio los de su ejército, en altavoz preguntó al romano: Quiénes sois vosotros ? y respondién- dole: Somos los romanos, señores de todas las gentes; así será, replicó el Capitán de los Misios, si á nosotros venciereis. Era la destreza en pelear de estos indios tal, que hacían con buen discurso distin- ción de ocasiones en la guerra, y viendo que aquélla lo era de no dividirse unos de otros, por haber conocido la fortaleza de los españoles, aunque les incitaban á pelear no se que- rían mover del lugar en que estaban ni hacer caso de lo que les decían, con que irritados los nuestros intentaron acometerles para echarlos del lugar que tenían, aunque fué en vano, pues los esperaban con las puntas de las lanzas, sin hacer más movimiento de su sitio que un paso á la redonda, con que resistían la braveza española bien á su salvo y en daño de los nuestros, pues hirieron algunos con sus largas y agudas lanzas al tiempo de los aco- metimientos que les hacían, que fueron pocos aquel dia, ni posibles en ninguno de ellos de hacerles volver pié atrás. Viendo esto el caudillo, y pareciéndole que si muchos naturales de aquella nación y brios se juntaban, no les podia suceder nada con buena suerte, antes tenían á todas horas á la vista el riesgo de su vida, por ser tan pocos y poder ser los indios muchos, y cercarlos por todas partes, sin darles salidas á una ni á otra parte. Acordó (con parecer de los de- más, retirarse de noche para poder con más seguro huir los peligros y riesgos de la vida, tan evidentes como tenían. Pusiéronlo en efecto aquella misma noche, al primer cuarto, retirándose por el mismo camino que los habia traído, por donde fueron á dar (al quebrar del alba) en otra aldea de hasta treinta casas que habían dejado atrás, cuyos moradores 120 FRAY PEDRO SIMON. (3.a NOTICIA.) (por aviso que habían tenido de los del pueblo de la pelea) estaban puestos á ella con las armas en las manos, habiendo convocado en su ayuda los pueblos convecinos. Salieron con esta determinación á poco trecho del pueblo y acometieron con buen brio á los soldados que iban llegando harto desalentados de la pelea del día y trabajo de la noche. Iban divi- didos en tres partes unos tras de otros : la primera que iba llegándose hubo tan valero- samente con los indios que se le pusieron delante, matando algunos é hiriendo otros, que los hicieran desamparar el paso y pueblo y retirarse bien á lo largo, más que de paso. Los restantes cargaron con tanta furia sobre las otras dos partes de los españoles, que los pusie- ron en necesidad de que los primeros que estaban ya en el pueblo volvieran á darles soco- rro, sin el cual fuera imposible escapar la vida con fuerzas humanas, por ser tantos, tan alentados y diestros, de que dieron muestras siete bien peligrosas lanzadas con que salió de la refriega el Capitán y caudillo Estovan Martin, que las disimuló con el valor de sus fuer- zas, sin que ninguno de los soldados las echasen de ver, porque no desmayasen, hasta que fueron del todo desbaratados los indios y se vinieron á saber aquellas heridas y otras, con que quedaron maltratados muchos de los soldados y de los indios amigos, do que hacían de- mostración todos, ya que estuvieron señores de las casas y pueblo. No pararon en esto los trabajos, pues los acrecentó no poco el haberles ya tomado los indios, antes que se comenzara la pelea, toda la comida, servicio y ropa que llevaban los cargueros, y muerto á todos los que no habían podido escapar de sus manos, y ya que se les habia escapado la victoria por no haber sabido aprovecharse del tiempo y buena oca sion que tuvieron para conseguirla, venían rabiosos, y poniéndose á vista de los españoles que estaban en los bohíos, hacían menudos pedazos toda la ropa que habían tomado, como quien no tenia necesidad de ella, por ser su vestido de telas encarnadas á lo natural. Po- nían los pedazos á las puntas de las lanzas, "y dando poderosas voces, los arrojaban, hasta que de esta suerte los sembraron todos, sin quedarse con nada, dijese que llegando un sol- dado llamado Valdespina, mal herido, al pueblo donde estaban, de los penúltimos que fue- ron llegando de la retaguardia, les dijo á los que halló de la vanguardia en el pueblo, que su Capitán quedaba ya en poder de los indios muy mal herido, y que en aquella sazón se- ria ya muerto. Puso esto tan gran temor á algunos, que se dieron ya también ellos por tales, pues con palabras flacas y casi mortales, y sin ánimo, decían que pues al Capitán ha- bían muerto los indios, también los matarían á ellos. No quedó sin reprensión esta flaqueza y pusilanimidad, pues Nicolás de Palencia (delante de quien le dijeron), con palabras ásperas respondió que cuando el Capitán fuese muerto, solo les faltaba uno, pues por solo uno peleaba, y no por faltar un hombre habia de faltar el ánimo á tantos, pues todos lo eran para defenderse y ofender á los enemigos, cuanto y más que aun no se sabia la verdad que tuviese el dicho de Valdespina. Apenas habia acabado el Palencia estas razones, cuando llegó el caudillo Estévan Martin disimulan- do sus heridas y sabiendo la flaqueza que habían mostrado algunos con la nueva de su muerte, les volvió á dar otra reprensión sobre la de Nicolás de Palencia : pero la verdad que los indios lo tuvieron ya en su poder cogido á manos, y sin duda se lo llevaran si no lo sacara de entre ellos el socorro de otros soldados. El poco que tenían allí todos para curarse los heridos y librar todos sus vidas, les hacia buscar trazas* como retirarse al Real, aunque no la podían hallar, pues no hallaban ninguno que se atreviese á guiar por el ca- mino que habían traído, en especial habiendo de ser de noche la retirada para poder salir libres tan pocos de entre tantos y tan valientes enemigos. Fué el Señor servido sacarlos de estas angustias y darles esperanzas sus vidas, dán- dole atrevimiento y brios á un indio ladino de los que llevaban de servicio, para que dijese se atrevía á guiarlos de noche á la ranchería del Gobernador por el mismo camino que habían traído. Volvióseles el alma al cuerpo (como dicen) á las palabras del indio, por parecerles seria así, pues él se ofrecía á ello aunque sobrevino luego otra tan grande difi- cultad, bastante á destemplar el gusto que se habia recibido con allanarse la otra, que fué el ver tantos heridos y los más de riesgo, y tan imposibilitados demandar por su pié, que era forzoso ó dejarlos allí ó haberlos de cargar en hamacas sobre sus hombros, que habia de ser ocasión de causárseles la muerte á los sanos ; pues aun los que lo estaban tenían harto que llevarse á sí de noche por tierras tan ásperas y pantanosas, y estar tan metido en agua el tiempo, que noches y dias no cesaba, como ni los indios de tener cuidado de irles á la mira y picando por donde quiera que fuesen, en especial que en todo el camino no ha- (CAP. XVII.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE T1ERRAFIRME. 121 bian de salir de su provincia y tierra, y pues eran Choques de la misma nación de aquellos donde estaba Jorge de Espira. CAPÍTULO XVII. I. Determinan su retirada y ponerla en ejecución, cargando en hamacas cuatro soldados—II. Déjanse los dos enfermos para aliviar los trabajos—III. Despachan un soldado á dar aviso al Real— IV. Envíanles socorro del Real, con que pudieron llegar—V. Detiénese un año sin poder salir el General de los Choques, donde le sucedieron muchas desgracias. SOBRE los trabajos y calamidades en que los habia puesto la guerra, no afligía menos á los soldados ver ya por experiencia lo que barruntaban antes que salieran á Ja jornada, en especial el caudillo : pues á remediar estos inconvenientes atinaban las razones que le dijo ánte3 que salieran al Gobernador, de quien ahora blasfemaban y decian mil oprobios, por la terquedad que tuvo en que habían de salir á una cosa tan sin provecho y con tanto peligro, como se habia echado de ver desde luego que entraron en aquella Provincia, por los atrevimientos que habían tenido de llegar á inquietarlos tan cerca del alojamiento. Pero al fin, viendo que esto nada les reparaba sus trabajos, y que era azotar al airo y aumentar la pena el acordarse de ello, trataron de disponer la retirada para en llegando la noche, aderezando cuatro hamacas en cuatro palos largos, en que fuesen cuatro de los soldados que estaban tan mal heridos, que de ninguna suerte, si no era llevándolos carga- dos, podían salir del rancho. Llegóse (disponiendo esto) la noche, y á la primera de ella y con la oscuridad que le causaban los nublados, con algunos más que rocíos de agua y sus cuatro enfermos, que eran el caudillo Valdespina y otros dos á los hombros de ocho, comen-r zaron á caminar con el mayor silencio que se pudo, y aun para más desmentir las espías que les tenían puestas los indios, dejaron atado un perro solo que llevaban en un bohío, para que ladrando por la ausencia de sus amos, entendiesen los indios no se habían ausen- tado, como sucedió, pues oyéndole ladrar, gruñir y ahullar toda la noche, no osaron llegar al pueblo mientras duró, pero ni aun muchas horas después del día. Caminaron toda la noche con sus enfermos y crecidas aguas, que tras cada hora se iban aumentando y doblando aflicciones, por una tierra doblada y llena de derrumbaderos ; los arroyos tan crecidos que casi pasaban á nado. Todo lo cual les era de tanto estorbo, que después de haber andado sin cesar toda la noche, se hallaron á la mañana á sola media legua de donde habían salido. Era ya el trabajo y aflicción tan grandes, de enfermos y sa- nos, que deseaban ya todos acabar la vida, juzgando esto por mejor mal que sufrir tantas calamidades. Tomaron para alivio de ellas una resolución tan cruel como necesaria á su salud, y fué que llevando consigo cargados sólo al caudillo y al Valdespina, se dejasen allí los otros dos que iban más heridos y ya desahuciados y sin esperanzas de su salud y vida, por haberles pasmado las aguas las heridas. Y poniendo en ejecución esta determinación, apartaron á los dos buen trecho del camino porque no encontrasen con ellos los indios, que les venían siguiendo, y diciéndoles que los dejaban allí hasta volver por ellos en pasando un rio que estaba cerca, los procu- raban consolar ; aunque bien entendieron los enfermos eran palabras de cumplimiento y que no tenían que aguardarlos, y así lea respondieron que bien veían estaban á los últimos pasos de la vida y que ya ellos no se la podían socorrer, y así les rogaban les socorriesen el alma, encomendándosela á quien la crió, que sólo les pesaba morir sin que se hallasen cristianos á su cabecera en tan riguroso trance y necesidad de socorro. Al fin sin darles otros que lágrimas, se los dejaron ; y prosiguiendo su camino, cargando los otros dos, lle- garon á la orilla de un caudaloso rio que pasaron por unos bien peligrosos puentes de bejucos. Rancheáronse sobre sus barrancas para alentarse algo del trabajo viéndose en lugar algo seguro á* causa de que dejaban ya atrás, y el rio en medio, las más crecidas poblacio- nes de quien se podían temer. Añadieron á este seguro, el que podían dar las postas que pusieron en la puente, con que estuvieron aguardando diesen lugar las aguas para poder hacer lumbre con que calentarse y alegrarse un poco (si bien no era necesaria para guisar la comida, pues no llevaban cosa que pudiera llegar á fuego). Un brioso soldado lla- mado Pedro de la Torre, queriendo que correspondiese su fortaleza á su nombre, viendo el trabajo con que todos iban y el peligro en que estaban de perecer, dijo que aunque estaban 122 FRAY PEDRO SIMON. (3.a NOTICIA.) casi veinte leguas del Real, si se le concedia licencia se atrevía á llegar á él (con el favor di- vino) aquel dia, y dar aviso para que l^s enviasen socorro de comida y cargueros para los enfermos. Parece que despertaron los afligidos del sueño de la muerte al ofrecimiento que hizo este soldado, y dándole la licencia con agradecimiento,fué tan buena la diligencia que puso en caminar, que cumpliendo su palabra, llegó aquel dia á dar la nueva al Gobernador Jorge de Espira, el cual, apesarado de haberlos enviado por les malos sucesos, en especial de su Maese de Campo, señaló luego algunos soldados para que saliesen otro dia á encontrarse con ellos, con algún socorro de comidas y quien ayudase á cargar las hamacas de los enfermos. Descansaron los caminantes aquel dia 4 las riberas del rio, sustentándose oon aflicciones y unas frutillas de ciertas palmas silvestres, que asándolas les sacaban una medulilla, poca y no muy sabrosa, que tenían dentro los huesos. Prosiguieron otro dia su camino, en que pa- saron solas dos leguas y al cabo de la jornada concluyó con la suya, de esta vida, el Valdes- pina, con que se vieron algo más aliviados del trabajo. Fueron su poco á poco prosiguiendo el viaje, con mil trabajos que á cada paso se les ofrecían de nuevo, hasta que se encontra- ron con los soldados y socorro que les enviaba el Gobernador, 4 cuya vista y con el aliento que tomaron de las comidas, llegaron al campo en pocos dias, donde los recibieron lasti- mándose todos de los desgraciados sucesos que habían tenido, en especial con las muchas heridas del Capitán Estovan Martin, en cuya salud se puso el cuidado posible, aunque ya en ocasión imposible de alcanzarla, por ser penetrantes y ya pasmadas con las aguas y des- templanzas del tiempo, y así murió á pocos dias, con sentimiento notable de todos los del Campo, de quien era generalmente amado, por ser hombre de lúcido ingenie, de mucha vaquía y experiencia en las cosas de las Indias. Detúvose en esta Provincia de los Choques el Gobernador Jorge de Espira más de un año sin poder hallar salida de ella en todo este tiempo, 4 causa de las grandes aguas y que caen tan sin cesar siempre, que casi no 'se conoce en esta tierra cuándo es verano. Mu- riósele y enfermó en este tiempo la mayor parte de su gente española y de servicio, con los más de los caballos que con los pastos no usados y de mala sazón con que se sustentaban, se les criaba en el vientre gran cantidad de lombrices que los mataban, cuya falta no era la menor que se sentía en el ejército. CAPÍTULO XVIII. I. Envía Fedreman al Capitán Diego Martínez para que comience la jornada que pretende, y se va á Coro.—II. Sucede un caso peregrino con un soldado que murió.—III. Llegan á la Provincia de los Giraharas, donde les hacen resistencia á la entrada.—IV. Desbaratan los españoles, ran- chéanse en su pueblo y véncenlos segunda vez que vienen, sobre ellos. ESTANDO ya el Teniente general Nicolás de Fedreman de la otra parte de la laguna,, á la de Coro con toda su gente, ordenó que fuese la más de ella con el Capitán Diego Martínez, natural de Valladolid, á quien señaló por caudillo, la vuelta de la serranía, de las provincias de Carora, á dar al valle, que dicen de Tocarigua, con orden que lo espe- rasen allí, donde se juntaría con ellos para que todos entrasen la tierra adentro en deman- da de las noticias del rio Meta, cuyo primer principio tiene en este Nuevo Reino de Gra- nada, á las espaldas de la ciudad de Tunja, á la parte del Oeste, cerca de un pueblo de los indios llamado Boyacá, como ya dejamos dicho, porque consideraba Fedreman que aun- que su Gobernador Jorge de Espira habia llevado la misma derrota, la tierra era ancha y larga, capaz para ellos y muchos más, y que en hallando los rastros por donde iba, tomaría él su camino por otra derrota. Despidió con esta instrucción todo el golpe de su gente, quedándose sólo con algunosXJapitanes de su mayor devoción y amistad, con quienes tomó la vuelta de Coro, siempre con aquel pió de que ya habrían llegado las provisiones de su go- bierno, de que le habían dado esperanza los Belzares, y partirse luego de la ciudad con algunos soldados, caballos y otros pertrechos de guerra, y por el ,¿nar irse hasta el pueblo de la Bnrburata ú otros antes, y de allí juntarse con su gente. Proseguía con ella el Capitán Martínez su derrota, con el orden que llevaba, cami- nando por lo alto de la serranía, con más falta que abundancia de comidas, con que desde luego fueron experimentando mil aflicciones. A pocas leguas de como entraron en esta tierra doblada, sucedió un notable caso, y digno de que no se nos quede en el tintero. En- tre los soldados que seguían al Capitán Martínez, era uno llamado Martin Tinajero, na- (CAP. XVIII.) NOTICIAS HISTORIALES 6 CONQUISTAS DE TIERRAFIRME, 123 tural de la ciudad de Ecija, en el Andalucía, hombre que al parecer de todos vivia muy á lo cristiano, sin ofensa de nadie, y por consiguiente amigo de todos ; fué necesario que un -caudillo, llamado Hernando Montero, se apartase á buscar comidas, por la necesidad que llevaban, con hasta veinte compañeros, entre quienes iba este Martin Tinajero, al cual (en esta misma salida) aquejó tanto cierta enfermedad que tenia, á que ayudaban también las ne- cesidades comunes á todos sus compañeros, que al fin lo tuvieron sus dias. Enterráronlo sus compañeros en un hoyo que parecía haber hecho el agua de una rambla en tiempo de in- vierno, que por aquella tierra no hay otra más que la que se detiene en estos hoyos. A este tiempo (de que puedo ser testigo, pues en más de cuarenta leguas caminando por aquel país no la pude hallar más que en dos partes) dejaron en ésta que he dicho, enterrado el cuerpo, y con la comida que pudieron recoger, tomaron la vuelta del campo, que como ca- minaba poco por ir esperando á Nicolás de Fedreman, se detuvo algunos dias en aquella comarca. Sucedió que después de algunos que habían enterrado el cuerpo de este hombre, se ofreció volver otra tropa y en ella algunos soldados de los que lo habían enterrado por aquel mismo paraje, y queriendo por curiosidad y por ver si los indios habían dado con él y lo habían desenterrado, llegar al sitio donde lo habían dejado ; más de cincuenta pasos an- tes que llegaran á él, les vino un olor tau peregrino, suave, agradable y vivo, que quedaron como fuera de sí, admirados, mirándose unos á otros, y preguntándose qué seria aquello, alargaron los ojos á la parte de la sepultura, y vieron que estaba el cuerpo de Tinajero algo descubierto, y que de él salia aquella suavidad de olor. No osaron llegar más que hasta donde lo pudieron ver y enterarse que era él, porque estaba cubierto de un enjambre de* abejas, de que hay muchas en aquella tierra, que hacen su miel en los huecos de los troncos. Volvieron con estas nuevas al Real, con que todos juzgaron (refrescando las memo- rias de las costumbres y vida que habían conocido en él, en toda la suya) que habia sido un gran siervo de Dios. Pero como los soldados y caudillos llevaban más puesta la mira •en las riquezas que deseaban haber á las manos, que en detenerse á examinar cosas prodi- giosas, no cargaron mucho el juicio en esto, siquiera para darle á aquel cuerpo eclesiástica sepultura, y así prosiguiendo su viaje, llegaron á la Provincia de los Giraharas, que es tan dilatada por muchas tierras, como ellos Caribes, y que causan hoy muchos daños en los pueblos de españoles de aquella gobernación de Venezuela, de que puede ser testigo el de Bariquisimeto, cuando estos indios, que ya por estar con cuidado en especial, ojearon á nuestros españoles, y antes que entraran en sus provincias, advirtieron que iban poniendo la proa hacia ellas y sus pueblos, se convocaron, y tomando sus armas (que solo eran arcos y flechas) salieron á recibir á los nuestros al camino, acometiendo sin dilaciones cara á cara y sin emboscadas, con extremados brios á los de la vanguardia, que los apretaron de ma- nera que los desbarataran sin duda con muerte de muchos, si los demás soldados que ve- nían tras ellos no los socorrieran con brevedad ; pero con su llegada fueron desbaratados y ahuyentados Icón facilidad, quedando muchos muertos y mal heridos, como también lo quedaron algunos de los soldados, aunque no de peligro, ninguno murió por la diligente cura. Entre otros soldados que hirieron, fué uno llamado García Calvete, hombre valiente y de gallardos brios, á quien le dieron un prodigioso flechazo, pues entrándole la flecha por el lagrimal del ojo, parte tan delicada y peligrosa, y saliéndole por el colodrillo, no solo no murió, pero ni aun quedó con ninguna lesión en él, sino con la vista tan clara y fuerte como antes la tenia, de que fueron buenos testigos todos los que le conocieron muchos tiempos después, vecino y encomendero de la ciudad de Vélez, en este Nuevo Reino de Granada, donde dejó sucesión de quien hoy vive Pedro Calvete, su hijo. Desbaratados los indios, rancheáronse los soldados en su pueblo, hallando en el ran- cheo de las casas razonable provisión de comidas de que jamás dejaron de ir faltos en el camino. Quedaron del suceso los indios corridos y con intentos de venganza, para la cual y echar de su tierra, si podían, sus enemigos, hicieron junta de todos los moradores co- marcanos, solicitando á unos con ruegos y dádivas, con amenazas á otros, sobre quien conocían alguna superioridad, para que viniesen en su ayuda contra los nuestros, y para mejor salir con sus intentos, trazaron de que los vecinos del pueblo saliesen de fingida paz, quedando los demás emboscados en parte cerca, acomodada y á la mira para salir de im- proviso y dar sobre los españoles cuando oyesen la grita que los indios de paz traían con ©líos, porque pretendían debajo de esto, en ofreciéndose ocasión, embestirlos. Llegó con este concierto al Real una banda de los que habían sido desbaratados, in FRAY PEDRO SIMON. (3.a NOTICIA.) de hasta cuatrocientos Gandules, so color de que traian alguna comida en sus mochilas^ metidas en unos hacecillos de paja larga, entre la cual traian unos pequeños arcos y flechas. Recibiólos el Capitán Martínez con amigables señas, abrazando á los más principales y con blandas palabras prometiéndoles toda amistad, sin acordarse de la resistencia que habían hecho. Allegábanse á los recien venidos con más familiaridad que los españoles, al fin como todos de un pelaje. Los indios ladinos que traian los soldados y en achaque de ver la fruta que traian entre la paja, vieron también las ocultas armas, de que dieron noticia luego aí caudillo, que mandó á los soldados tomasen las suyas y diesen sobre ellos en secreto; hízose con tanto esta diligencia y les embistieron tan inopinadamente, que quedando muchos de ellos muertos y presos hasta ochenta de los más principales, los demás tomaron por partido la huida á pasos más que medianos. La grita que en esto se levantó, peusaron los embosca- dos que tenían más de mil, era como la habian trazado, y saliendo al tiempo que les pareció á propósito, se hallaron turbados viendo muertos á tantos y desbaratados á todos. Y aunque volviendo en sí acometieron, fué de ninguu efecto, por estar los nuestros sobre aviso, en orden de guerra y sin ningún temor, antes amenazándolos con que darían crueles muertes en su presencia á los presos, si dejando las armas no se retiraban; hiciéron- lo así viendo no eran suficientes contra las españolas, y tomando la vuelta de sus pueblos trataron luego del rescate y libertad de sus principales y compañeros, que se hizo con fa- cilidad y poco precio de oro y comidas, con que les dieron larga para que se volviesen á sus casas, habiéndoles prometido primero guardarles la paz mientras estuvieren en sus tierras. CAPÍTULO XIX. I. Sobresale del ejército el Capitán y llega á la Provincia de Carora, dónde le acometen los indios— II. Hacen paces con los indios por la necesidad en que se ven, y debajo de ellas les dan un cruel castigo—III. Pasaron de esta Provincia de Carora y llegaron á las del Tocuyo, donde se ranchea- ron algunos dias. SALIÓ de ellas á pocos dia3 con su gente el Capitán Martínez, y adelantándose él con veinte compañeros una jornada del resto del ejército, llegó á una Provincia que confina- a con los Caroras, de gente belicosísima y bien versada en todo trance de encuentros, por 3r continuos los que traian unas naciones con otras, que como gente infiel y sin conocimiento ¿e verdadero Dios y engañada del padre de las inquietudes, no encontraban provincia que no las tuviera con sus convecinas ó civiles en ella misma. Estos que encontró el Capitán, sintiendo la poca gente que le acompañaba, se juntaron pocos menos que todos, y con ma- canas y flechas vinieron contra él á un pueblezuelo donde estaba rancheado. Aprovechóles el estar todos armados y á la mira para salir al encuentro á estos bárbaros, que serian más dé cuatrocientos; luego que comenzaron á despuntar por una loma no muy alta, y aunque á los principios luego que se encontraron les sustentó los bríos por un rato el deseo que te- nían de ver el fin de aquellos pocos españoles, presto vieron las ventajas que les hacían sus armas á las que ellos traian. Y lo conocieran más si cuando andaban en lo fuerte de la pelea no les viniera á los indios socorro de otros muchos y tan briosos, que aunque lo estaban los nuestros, les fué forzoso retirarse y que les guardase las espaldas un gran bohío que estaba cerca, donde (demás del amparo que les hacia) hubieron menester el valor de sus manos los nuestros para contra aquellos bárbaros que procuraban y aun tenian por cierto haber vivos á las suyas á todos veinte por las ventajas que les tenian en número de hombres y muchedumbre de armas. Viendo los soldados que los tenia metidos la ocasión entre el arco y la pared, como dicen, y cercados de mil imposibles para escapar la vida de entre tanta muchedumbre como les picaba por todas partes, trataron de hacer paces con ellos para debajo de ellas algún ejemplar castigo con que echasen de sobre sí á los presentes y espantasen á los demás. Tratadas las paces por los indios lenguas amigos, se trató también que los más prin- cipales viniesen á visitar al Capitán, que estaba dentro del bohío él y seis compañeros bien armados. Üiciéronlo así sin sospecha del suceso, aunque siempre sin dejar sus armas; tenian también las suyas prevenidas el resto de los soldados á la puerta de la casa. Serian hasta doscientos Gandules los que entraron dentro á hacer la visita, y en lugar del agradecimien- to que esperaban los indios y buenos principios de paces, embistieron los seis soldados con •ellos y en breve rato los despacharon de esta vida dentro del bohío, sin que ninguno se les CCAP. XX.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIE11RAFIRME. 125 escapase, con que los de fuera cobraron tantos temores, que levantando el cerco que teoian puesto por todas partes á los veinte, y en hartas congojas de muerte, se fué cada cual á su casa dejando en aquélla libres á los españoles, sin osar más tomar las armas contra ellos. Al otro dia de la refriega llegó el resto del ejército á juntarse con ellos, desde donde partieron juntos otro dia y caminaron hasta entrar eu las provincias de Carora, donde des- pués se fundó (y hoy lo está) uua ciudad del mismo nombre por un Capitán Salamanca, donde hallaron muchos naturales, ricos, afables y de buena condición para los soldados, lo que fué causa de detenerse entre ellos algunos dias, reformándose del hambre y cansancio que traían represados, pues desde que salieron de la laguna de Maracaibo hasta allí habia ido creciendo en todos lo uno y lo otro. Ño fué el asiento que hicieron en esta tierra menor que de dos meses, viendo ser necesarios á la necesidad que traían y la tierra tan llena que los pudo sufrir todo este tiempo. Partieron después de esto y llevando siempre la derrota al Sur después de haber pasado algunas provincias y en ellas haber atropellado algunos alborotos y refriegas, no de tanta importancia, que se ofrecieron en el camino, vinieron á parar á unas provincias llamadas del Tocuyo, donde después se pobló, y ahora lo está, una ciudad llamada de este nombre dentro de la Provincia y jurisdicción del Gobernador de Venezuela, que por otro nombre se llama Gobernador de Caracas, de quien esta Historia presto hablará largo, tierra fértil y abundante de comidas y de naturales. Aquí se rancheó la gente en el sitio de un pueblo que antes pocos dias habían que- mado los indios Coyones (de quien ya tratamos algo), que teniendo entre ellos y esta gente del Tocuyo antiguas y sangrientas guerras, llegaron de repente, bajando de las tierras gran número de Coyones á este pueblo y embistiéndole á deshoras, hicieron en él tal estrago, que llevando presos muchos Gandules y casi toda la chusma, lo atravesaron del todo sin quedar de él más que las señales del fuego. Convidóles el país con su abundancia á que- asentaran en el sitio por algunos dias, hasta que sucedió lo que después diremos. CAPÍTULO XX. I. Pide Gerónimo Ortal la sucesión en el Gobierno de Ordas, y concédesele—II. Dase á la vela y llega á la fortaleza de Paria—III. Consulta allí su jornada y determínase por el rumbo que llevó Ordas—IV. Dispónela haciendo bergantines. YA dejamos dicho cómo don Diego de Ordas tuvo en todas sus jornadas y peregrina- ciones por su Tesorero de la Hacienda Real á Gerónimo Ortal, y que no le quiso dejar en el viaje, que le llevaron preso desde Cubagua á la isla de Santo Domingo, ni en el que desde allí comenzó á hacer la vuelta de España, en cuyo camino murió de la muerte que dijimos. Pasando adelante con los demás el Gerónimo Ortal, natural que era de la ciudad de Zaragoza, en España, hombre noble y de muy buenas partes en su persona y bien ha- cendado, llegó á la Corte con intentos de suceder en la Gobernación á don Diego de Ordas y proseguir las noticias que habian llevado por el rio Uriaparia y Oreñoco, de que habia sido buen testigo por no haber dejado un paso á su Gobernador en la jornada, y tenia bien en la memoria las dificultades de ella, y trazaba cómo se podrian desechar y facilitar con otro modo del que llevaron, con que se prometía conseguir con poco trabajo el sacar á luz aquellas oscuras noticias que con mucho no habia podido su Gobernador. Con este presupuesto y la buena relación que daba de todo (como vaqueano en el consejo y favores que no le faltaron del Comendador mayor de León) con facilidad alcanzó del Rey Ja Gobernación, como lo pretendía; no obstante que era natural de Zaragoza, por la ordenanza que prohibe que no puedan pasar á las Indias sino los naturales de la Corona de Castilla y de León, con las condiciones que suelen asentarse en tales provisiones. Despacha- das las cédulas y recaudos de esta merced, comenzó por toda España á volar la fama tan apriesa de las innumerables poblaciones y riquezas de aquella tierra, de apacibles temples, agradables aires, abundantes de comidas, dispuesta para toda sementera y granos de España, toda ella un paraíso terrenal, y finalmente pintándola á todos y á cada uno como la imagi- naba que quería, vino á causar tal alboroto eu todas las Provincias de España, que muchos de ella no reparaban en vender sus haciendas y desnaturalizarse de sus patrias y ciudades, y mudándose con todas sus casas, hijos y mujeres, tomar por patria ésta que así le pinta- ban (al fin pintada), engaño que otros han hecho con innumerables gentes, de donde se ha 126 FRAY PEDRO SIMON. (3.a NOTICIA.) seguido el perderse tantas de todas suertes, como se echó de ver en la jornada pasada de Ordas y en ésta y otras muchas que contaremos. Al fin el Gerónimo Ortal, teniendo ya su título de Gobernador y los demás despachos, suelta al vuelo esta fama y con algunas demostraciones que usaba de larguezas, para dar á entender la mucha que se prometía de aquellas tierras, juntó en breves dias en el Andalucía (que es la tierra que con mis facilidad se ha movido á poblar éstas de las ludias, por estar más á la puerta de ellas) ciento y sesenta hombres, con los cuales se embarcó en Sevilla á los fines del año de mil y quinientos y treinta y cuatro, en dos navios, dejando allí un Capitán suyo llamado Alderete, para que con la gente que pudiese levantar lo siguiese; y dándose á la vela, tocando en las islas de Canaria (como todos lo hacen) sin sucederle en la navegación cosa notable, llegó y embocó por las bocas del Drago, á los primeros del año de mil y qui- nientos y treinta y cinco, y habiendo tocado y dado vista á la isla y gente de la Trinidad, pasó sin detenerse al puerto y fortaleza de Paria, donde halló á Alonso de Herrera con sus veinte soldados en las tribulaciones y cuidadosas aflicciones que hemos dicho, destituidos de todo humano favor, faltos de comidas, sin amparo de sus amigos, los dos indios cristia- nos que dijimos, por haber desamparado sus tierras por la ocasión dicha. Los principales soldados que sacó Ortal de Castilla fueron Luis Lanchero, Juan de Villanueva, Mignel Holguin, Juan de Castro Moran, Pedro de Cea, Pedro de Porras, Gaspar de S.mtafé, Cris- tóbal de Ángulo, Alderete, Antonio García, Antonio de Gante y otros que después se po- blaron en este Nuevo Reino en varias entradas y ocasiones. En ésta que llegó Gerónimo Ortal se puede considerar el contento que recibirían los de la fortaleza, pues vieron la libertad de su cautiverio, que podemos decir tenían entre aquellos bárbaros, y la resurrección de la muerte que tan á los ojos veían por momentos. No fué menor el contento que recibió Gerónimo Ortal en hallarlos allí, por ser el Herrera su grande amigo y los demás sus conocidos antiguos, y por tomar de ellos más claridad de las cosas de la tierra, pues aunque él la tenia, por haberse hallado en toda ella, parecíale se la darían mayor por haber tenido lugar, estando allí, de informarse mejor. Dio muestras el Gerónimo Ortal de haber deseado hallarse presente, en las diferencias que le contaban habia habido entre el Alonso de Herrera y el Gobernador Sedeño, para compelerles, ó cuando no pudiera, arrimarse á la parte del Herrera y sus compañeros, no permitiendo se les hicieran los agravios que Sedeño les hizo. Trató luego, para no perder tiempo, con el Alonso de Herrera (á quien luego hizo su Teniente general, por ser hombre capaz y de mucho más) el orden que debían tener en hacer la jornada, y habiendo conferido ellos con los demás vaquéanos que habia de la tierra, acordaron se comenzase á hacer por el mismo rio de Paria hasta el paraje que dijimos de la singla, por donde entra en él el de Meta, siguiendo éste y dejando aquél, por parecerles, según se acordaban, venian por entre las mayores y más gruesas riquezas de aquellas tierras, que eran (como pocos años después se vio) cuando se descubrieron las de este Nuevo Reino de Granada, que bajando por este rio de Meta, que nace en él, como hemos dicho, á las espaldas de la ciudad de Tunja en un pueblo de indios llamado Boyacá. Volaba la fama de su mucha grosedad, por la mucha sal en panes, finas telas de algodón, esme- raldas y oro que tenían todas aquellas Provincias trasegadas de ésta del Reino de que se dieron evidentes muestras cuando se descubrió este Reino, por el rio de la Magdalena, por la gente del Adelantado de Canaria y Santa Marta, don Pedro Fernández de Lugo (como diremos en la segunda parte), y así, aunque la fama de estas riquezas era de este rio de Meta por donde más se extendía, sus principios eran de donde hemos dicho, á cuyo ruido también caminaban los alemanes Fedreman y Jorge de Espira, desde Coro, como hemos visto, y no le salió mal á Fedreman, pues vino á dar con ellos, aunque más tarde que Gon- zalo Jiménez de Quesada, que las tenia ya año y medio antes descubiertas. Determinados en seguir la jornada por esta derrota, dispusieron luego el hacer bergantines para la navegación, encomendando Gerónimo Ortal el correr por su cuenta la brevedad de la fábrica á Alonso de Herrera, para con ella despacharse y comenzar el viaje, porque además de ser el Herrera tan experimentado en las cosas de las guerras de Indias, tenia nobleza de sangre y condición, y una afabilidad con que acariciaba á todos, de ma- nera que le respetaban con amor en cuanto él ordenaba en el ejército, sin reparar en ninguna dificultad, con que en pocos dias acudiendo todos á todo, se concluyó la fábrica de los bergantines. (CAP. XXI.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 127 CAPÍTULO XXL í. Tiene noticia el Gobernador Ortal de los caballos que habia dejado Sedeño en la Trinidad, y envía ,' por ellos.—II. Lléganle nuevas á Ortal de cómo habia llegado el Capitán Alderete á Cubagua, y/ ordenando que Herrera comience la jornada, él se parte para Cubagua.—III. Habiendo comen- zado la jornada Herrera, llega al pueblo de Uriaparia y hállalo despoblado y sin comidas.—'-IV. Pásase á invernar á la otra banda del rio al pueblo de Carora. TUVO noticia, entre las demás cosas, allí en la fortaleza, Gerónimo Ortal de los tres caballos y otros que habia dejado Antonio Sedeño en guarda al Cacique Chacomar en la isla Trinidad, y codicioso de ellos, ó más por ventura necesitado, aunque,.en duda si todavía estarían vivos, envió ciertos soldados, y entre ellos uno llamado Nieto, que entendía bien la lengua de aquellos paises, para que se los trajesen en un navio que llevaban para esto, que era uno de los dos con que habia llegado allí el Ortal. Llegaron á la isla, y á poder hablar el intérprete con el Cacique, que ya se conocían, y pareciéndole no saldrían con sacarle al Cacique lo que le pedían, por el amor y fidelidad que siempre le habia guardado á Sedeño, si no era fingiendo que era hermano suyo el que habia. llegado á la fortaleza, y enviaba por los caballos y lo demás ; luciéronlo así, si bien el Cacique no creyéndole de ligero, estuvo perplejo muy gran rato antes que se determinara á dar á quien no se le habia entregado lo que tenia en depósito ; pero fueron tantos los importu- nos ruegos del intérprete y los demás, que le hicieron se determinara á entregarlos, diciéndole primero al Nieto: no querría que me mintieses, y que ese Gobernador que dices te envía por los caballos, no fuese hermano de Sedeño, más al fin vosotros sois cristianos y no me engañareis. Metiéronlos con esto en el navio con los demás, y volviendo á la fortaleza, se alegró mucho de verlos el Gerónimo Ortal, porque venían gordos y muy mejores que los que él tenia, y de haberle enviado el Cacique Chacomar, de presente con los caballos, algunas comidas, de que no debieran de andar muy de sobra en la fortaleza, por ser mucha la gente y andar ausente la más de la de los pueblos comarcanos, y la otra haber hecho , más de lo que podia, acudiendo al sustento de los soldados en el tiempo que habia desde que estaba allí el Herrera. Mientras pasaba esto, y ya los bergantines estaban á pique á la navegación, le llegaron nuevas á Gerónimo Ortal cómo su Capitán Alderete habia surgido en la isla de Cubagua, con ciento cincuenta hombres, municiones y otros pertrechos para la jornada, de que recibió crecido gusto con todos sus soldados, con que determinó luego que Alonso de Herrera diese principio á la jornada con los que se hallaban allí, y tomar él la vuelta de Cubagua, para verse con el Alderete, y recogiendo los soldados que traia con los demás que pudiese en la isla, volver en seguimiento del Herrera, con quien pensaba juntarse dentro de seis meses, por haberse de ir despacio, y entreteniendo el rio arriba. Dados para esto (y para todo el gobierno y lo demás que se ofreciera para la jorna- da) nuevos y largos poderes (sobre los que tenia de Teniente general, y nombrado por su Alguacil mayor á Alvaro de Ordas, sobrino, como dijimos, de don Diego de Ordas) se par- tió el Ortal la vuelta de Cubagua, llevando preso en su bergantin á Luis Lanchero, á quien habia tenido de esta suerte juntamente con Juan de Castro, en la casa fuerte de Paria, por muchas libertades que dijeron, sentidos de que hubiese hecho su Teniente general cá Alon- so de Herrera, y no atreviéndose á dejarlos allí presos, por tenerlos por mozos belicosos y que pudieran causar alguna revuelta con sus amigos, le pareció más cordura llevárselos consigo, y sucedió que llevando el Lanchero puestas unas esposas que le hacían mal, dijo que se las quitaran para ver por qué parte le herían, y en quitándoselas las arrojó al mar, de que quedó tan sentido el Gerónimo Ortal, que mandó le atasen, en que hizo tanta re- sistencia el Lanchero, que estaba todo el barco alborotado y viniera á mayores daños si Ro- drigo de Niebla no tomara sobre su palabra el fiarlo de la haz y presentarlo en la cárcel de Cubagua, como lo hizo, aunque á poco de como les metieron en ella á los dos, quebrantando las prisiones se soltaron y metieron en nuestro convento de San Francisco, de donde (aunque los cercaron, después de haber hecho en su defensa cosas valientísimas), se escapa- ron y fueron á parar á Santa Marta y de allí después á la conquista del Nuevo Reino. El Herrera, dejando en la fortaleza para su guarda veinte y tres hombres de los que no se hallaban tan fuertes para seguir la jornada, haciendo embarcar todos los demás con 128 FRAY PEDRO SIMON. (3.a NOTICIA.) loa nuevos bergantines y uno de los navios que habia traido Ortal, comenzó á entrarse por el rio, dando principio al viaje, en que no fué desde luego de menor trabajo el subir la nave que lo habia sido las dos que hemos dicho habia porfiado á llevar Ordas : pues ni con los barcos remolcándola á fuerza de remos, ni con las velas, la podian hacer ganar camino, * por venir el rio algo más bravo que la otra vez que subieron ; y así, tomaron por último remedio de poner en un bergantín una ancla que llevaba, y arrojándola á la parte de arriba todo lo que alcanzaba el cable, virando el cabestrante, la llegaban hasta el sitio del ancla, y mudándola de esta suerte con intolerable flema y trabajo, la pudieron llegar hasta el pue- blo de Uriaparia, después de haber consumido en esta distancia más tiempo y manteni- mientos que quisieran (pues les faltaron muy antes) que llegaran al pueblo, con que se re- frescaban ,las memorias de los trabajos que habian padecido en la jornada de Ordas, á que se acrecentaban el no poder encender lumbre en muchos días, por faltarles leña para ade- rezar eso pocl) que llevaban de comidas, por estar toda la tierra anegada á causa de estar el tiempo ya muy metido en aguas y tan crecidas las del rio, que anegaban mucha distan- cia de ambas, márgenes. Alguna vez se socorrían en esta necesidad, llegando los bergantines á algunos troncos viejos que estaban eminentes del agua, de donde sacaban algunas rajas de leña y aún solían hacer lumbre sobre algunos y aderezar la comida. Bien( pensaban (conforme á sus deseos y necesidad) hallar alguna en este pueblo, pero salióles en vano, por haberle hallado sin ninguna comida y despoblado de poco tiempo habia, á causa de que ciertos indios Caribes salteadores (que viven de esto vagabundos por aquella tiei-ra), habian dado sobre la gente del pueblo, y habiendo preso, muerto y comido muchos de ellos, los que se pudieron escapar (desamparando su pueblo y tierras) se fueron á vivir á otras. Llevaba intentos Herrera de invernar en aquel pueblo y aguardar allí á su Gobernador si lo hallara con la abundancia que lo habian hallado en la primera subida. Pero viéndose defraudado de éstos, cortando por el rio pasóse á la otra banda á la Provin- cia de Carora, donde ya dijimos habia estado Ordas con su ejército : saltando en tierra y dejando un Capitán con algunos soldados en guarda de los bergantines, él con el resto de los demás se entró dos leguas la tierra adentro en demanda de la población de Carao, que hallaron sin gente, por haberse puesto en cobro los naturales, atemorizados de la buena obra que les habia hecho el Ordas al tiempo de su partida, quemando á muchos dentro de un bohío (como dijimos), en pago del hospedaje que le habian hecho : pero no habiendo podido poner en cobro con sus personas las labranzas que tenían de yuca, aunque poco maiz, por darse los naturales más á aquélla que á éste, hallaron los soldados la abundancia que habian menester, con que determinaron hacer allí asiento mientras pasaban las muchas aguas. No eran capaces los bergantines que llevaba para la comodidad que habia menester toda la gente y caballos, y así acordaron luego á los primeros día* que tomaron allí de asiento, de que se fabricase una barca grande llana, á la traza de las Cordovezas que andan por el rio de Guadalquivir, para que se comenzó á cortar y aserrar madera, y poner manos á la obra, con que fué necesario dividirse la gente, estando una parte en el rio ocupada en esto y otra en el pueblo de Carao con el Teniente Herrera, recogiendo y guardando la co- mida (si bien cada dia iban los unos donde estaban los otros), enviándose los del pueblo á los del rio del cazabe que hacían, y los del rio á los otros del pescado, tortugas y otros ma- riscos que sacaban del rio : pero por ser el camino por donde se trataban algo largo, por hacerse en él un rodeo desechando una sierra, hizo el Capitán abrir otro por una montaña, que sirviese de atajo, aunque más áspero para que se verificara, que no hay atajo sin trabajo. CAPÍTULO XXII. I. Vienen tres Caciques á dar fingida paz á los españoles—II. Ayúdanle los indios á hacer cazabe para el matalotaje—III. Urden una traición los indios contra los soldados—IV. Por la cual aprehenden á muchos para castigarlos. • AUNQUE estuvieron ahuyentados y sin parecer algunos de los naturales de aquel pue- blo por algunos dias, al cabo de ellos dos ó tres de los Caciques principales de aquella Provincia salieron, como dicen, de fingida paz, para cubrir con ella los intentos que traían de conocer y contar la gente española, que veian haber tomado de asiento atrevidamente y (CAP XXII.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRilE. 129 contra su voluntad el estar en sus tierras ; y si fuese tal y tan poco que pudiesen echarla de ellas, ponerlo luego por obra. No dejó de serle sospechosa al Herrera la venida de éstos, que le sirvió de andar con más cuidado él y sus soldados ; los recibió amigablemente y dio á entender que su venida y estada en aquella tierra no era para hacerles agravio ni perse- verar en ella más tiempo del que gastase en pasar el gobierno y proveerse de algunos ma- talotajes para su viaje. También hicieron demostraciones, haciendo, como dicen, de los la- drones fieles, de alegrarse los indios con la compañía de los cristianos (si bien lo interior ' era muy otro, como después se echó de ver), por verlos hechos tan señores de sus tierras y casas, y polilla de sus comidas y labranzas. Y así, dando tiempo á tiempo, se ofrecieron los Caciques (aunque fingidamente) de guardarles la paz y amistad que pedían, en que Herre- ra hizo los mismos ofrecimientos; y para que más entendieran los indios era verdad lo que les habia dicho, les volvió á decir que para que con más brevedad él y sus compañeros les dejasen desocupadas sus casas y tierra, que se sirviesen de enviar á sus vasallos que les ayudasen á hacer cazabe y el demás matalotaje, porque en teniendo lo que hubiesen me- nester, aunque no fuese bien salido del todo el invierno, proseguirían con su viaje. No les pareció esto mal á los Caciques, y así concediéndolo, pareciendo consistir en ello la mayor parte de su quietud, se despidieron con intentos de traer otro dia su gente en aquel orden : luego el Capitán Herrera, mandando con graves penas que ningún sol- dado se atreviese á hacer daño á los Caciques ni á su gente, para que más se asegurasen con esto y les ayudasen en cosa que tanto les importaba, y para que más á recado y seguro estuviese la comida que iban recogiendo, hizo desocupar una de las mejores casas del pue- blo, cerca de su posada, donde iban juntando todo el cazabe que los soldados con aus pro pias manos hacían y el que los indios iban trayendo, no descuidándose un punto en el sol- tar las armas y vivir con más recato que hasta allí, por si sucedía debajo de la fingida paz que le habían dado, no les hiciesen alguna traición donde pereciesen todos, con la priesa que se daban en hacer y juntar cazabe de lo que hacían los indios y soldados. Se iba en cuanto á esto abreviando la partida, y para que no los retardara la fábrica de la barca, pu- sieron más priesa que hasta allí en acabarla, armando fragua y haciendo la clavazón mien- tras se cortaba, aserraba y desecaba algo la madera, en que andaban ocupados todos sin holgar un punto, porque unos la cortaban y traian á cuestas al astillero, otros la labraban, otros hacían el carbón para la fragua, otros se ocupaban en la labor de ella, otros iban pol- la yuca á las labranzas, la arrancaban y traian á cuestas al pueblo ; por sus manos la ralla- ban en los brutescos de las piedras, la esprimian y cocían en los bihiares ó cazuelas, hasta que quedaban hechas las tortas del cazabe, acudiendo otros no con menor trabajo á traer el agua desde el rio al pueblo, que estaba la distancia que hemos dicho. Pero ni estas ocupaciones, ni el bando que habia echado el Capitán eran bastantes para no hacerles tales obras los soldados á los indios con quienes encontraban y les servían, que sobre la mala paz que le tenían dada no cayese nueva irritación y deseos de echarlos de sus tierras por fuerza, no de armas (porque bien habían conocido no ser las suyas bas- tantes á esto para con las de los españoles), sino por maña, desacomodándolos, de manera que de aburridos se saliesen de la tierra. Para conseguir esto, no hallaron mejor traza que en- viar al descuido (como enviaron algunas noches) un indio de los más valientes y osados que se ofreció á esto, para que con una flecha encendida, tirada de lejos con su arco sobre la cubierta del bohío donde iban recogiendo los españoles el cazabe, se encendiese y quema- se todo el matalotaje con las demás casas que estaban cerca : y si esta traza saliese como ellos deseaban, alborotándose en confuso los españoles, saldrían los demás indios con sus armas, á tiempo que dando sobre ellos los acabasen, y cuando no, el daño de quemarles las comidas bastaría para con desesperación dejar las tierras. No lo hizo el indio (á quien se cometió este ardid) con tanto secreto que no lo vie- sen las centinelas que guardaban el pueblo y bohíos, pues al tiempo que disparaba la flecha encendida, la vieron ir echando centellas y caer sobre el bohío del matalotaje, aunque no lo encendió ni sirvió más que de dar luz con el fuego, para conocer la traición que intenta- ban, de que se enfadó tanto el Capitán Herrera, que determinó hacer en ellos un ejemplar castigo ; y poniéndolo por obra, envió los más de los soldados que tenia en el pueblo á los de los indios que estaban descuidados, por entender no habría sido sentida su traza; diósela el Herrera para que so color de ir á coger yuca para hacer cazabe, como lo habían acostum- brado hasta allí, prendiesen á todos los que hallasen, y para más descuidarlos y hacer esto más á su salvo, les mandó á los soldados (bien de poco soldado ni vaqueano en estas tierras) 18 130 FRAY PEDRO SIMON. (3.a NOTICIA,) que no llevasen ningunas armas con que pudieran sucederles mayores daños que á los indios si ellos fueran un poco redomados, pues todos tenian las suyas. Fueron á los pueblos como se les ordenó, donde prendieron cuanta gente hallaron, hombres y mujeres, con que toma- ron la vuelta de los ranchos del Herrera, el cual puso en prisiones de hierro (de suerte que no se les podían huir) á los Gandules y gente de guerra, y de quien se podia entender que si se soltaban la podían hacer con más eficacia á los demás en colleras, con sogas al pescue- zo, como se acostumbra sin piedad en casos semejantes con estos indios. Por todos los que se prendieron serian hasta trescientos ó más, y entre ellos habia un indio forastero, natural de Aruaco, casado allí, por amistad que habia tomado con aque- lla gente, de gentil presencia, era de cuerpo y fuerzas de gigante, como se echó de ver al tiempo que los prendieron, pues cabiéndole en suerte, para haberlo de amarrar, á un sol- dado "Valenciano no de menor disposición y fuerza que él, el indio se aprovechaba en su defensa tan valientemente de las suyas, que aunque después llegaron al mismo efecto poí- no poder salir con el Valenciano solo, otros españoles no lo pudieron sujetar, hasta que uno de ellos que llevaba un machete le dio con él dos ó tres golpes en la cabeza, con que le aturdió y dejó casi sin sentido, con que pudieron aprisionarle ; tragáronle al Real des- calabrado ; viéndole así el Capitán Herrera, después de haber reprendido ásperamente á los que habían hecho aquello, le hizo soltar y que se fuese libre donde quisiese, habiéndole intentado primero curar las heridas, lo que no consintió el indio, ni quiso fiar su cura de quien le habia descalabrado, antes estándose allí algunos dias sin curar (que no debían de ser las heridas de riesgo), después sanó en pocos, curándose en su pueblo, desde donde ve- nia todos los dias á ver á sus compañeros y amigos los presos, y trayéndoles algunas co- midas y regalos en este tiempo, y libertad con que entraba á todas horas á ver los presos, lo tuvo de advertir en el modo que tenian los españoles en velarse y el cuidado con que vivian y el orden con que se comunicaban de una ranchería á otra ; y habiendo bien com- prendido todo, se determinó á juntar gente y dar traza cómo librar á sus compañeros y parientes, estimulándole á esto más que todo el resto de los presos, el deseo de ver libre á su mujer, que estaba presa entre los demás, pareciéndole no tener él perfecta libertad hasta que ella la tuviese, y así se determinó á lo que diremos. Esta nación Aruaca es de las más extendidas que hay en aquellas provincias, porque estando pobladas por la costa del mar, cogen casi todas las siete bocas de este rio Orinoco, con que entra en el mar. Está apartada esta nación de la ciudad, que ahora está poblada, de Santo Tome, á la margen de este rio, desde cincuenta hasta cien leguas, en cuyos vecinos están hoy encomendados casi tres mil indios, que son todos valientes, de buena masa y que nunca han tenido guerra con los españoles, aunque la han tenido siempre con los Caribes, por tener entre ellos sangrien- tas enemistades, y así salen á la mar de ordinario con piraguas, á buscarlos y pelear con ellos. CAPÍTULO XXIII. I. Viene el Aruaco contra los españoles con dos 'mil indios Guáyanos.—II. Son sentidos con tiempo de los soldados, y consiguen los nuestros la victoria.—III. Determina el Capitán disponer la prosecución de su viaje y enviar á Cubagua algún oro y esclavos.—IV. Tiene noticia que se cometía el pecado nefando por algunos, á quienes, averiguado el caso, quemó. HBIENDO comunicado el Aruaco sus intentos con algunos de los principales presos y libres, y la traza que para libertarlos tenia dada, de irse á pedir favor á los indios de la Provincia de Guayana, que es donde después se pobló, y hoy lo está por el Gobernador Antonio de Berrío, la ciudad de Santo Tome, dijo que para esto habia menester juntar al- gunas piezas de oro, en chagualas y otras joyas, para con esto comprar el favor que pretendía de los Guáyanos. No fueron perezosos trocar las joyas y oro que tenian por su libertad los presos, y los libres por la de sus parientes ; y así entre los unos^y los otros con brevedad juntó el Gandul Aruaco un cestillo de oro, que en su lengua llaman habaque ; cabrían hasta mil^castellanos en toda suerte de chagualas y otras joyas con que se fué de secreto á los Guáyanos, con quienes tenia contratos y amistad á las veces, y hablando con el prin- cipal de olios, y dándole cuenta de la prisión de sus compañeros y los intentos que tenia de darles libertad si les quisiese dar favor con su gente, le presentó para que acudiese con mejor gana el canastillo de oro, diciendo que perdonase la poquedad, que saliendo con lo (CAP. XXIII.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 131 que se intentaba se satisfaría el trabajo más en lleno con los despojos que se tomarían de los cristianos,pues por haberles ellos tomado lo demás, le ofrecían ahora tan poco, si bien esperaba en la valentía de sus vasallos, lo habían de recobrar todo junto. No se hizo mucho de rogar el Cacique para recibir el presente, y alentado con el, hizo llamar luego á su gente de guerra, que serian hasta dos mil Gandules, y mandóles tomar las armas, les declaró los intentos para que los había llamado en presencia del Arua- co, haciéndoles que allí en la de ambos se ensayasen en los acometimientos (usanza suya) que habían de hacer con las macanas, lanzas y flechas, cuando se viesen con el enemigo, y el orden con que habían de pelear. Hiciéronlo así con mucha grita y regocijo, prome- tiéndose de haber salido con victoria en aquellos ensayos que hacían con sus propias sombras, que la habían de tener también con los españoles. Hecha esta representación, se juntaron cada cual en su parcialidad ; bebieron largo de sus vinos, bailaron y cantaron á su usanza, que, como hemos dicho, lo es de hacer esto y embriagárselos días antes que hayan de em- prender batallas. Pasados los que gastaron en esto, los volvió á juntar el Cacique, y di- ciéndoles fuesen con el Aruaco y le obedeciesen como á su misma persona, pues lo hacia su Capitán general, se partieron juntos de la Provincia y vinieron con el secreto posible, y embocaron una noche entre sus tinieblas, en la montaña que dijimos habían rompido los españoles para abreviar el camino desde el rio y bergantines al pueblo. Dispusiéronse los dos mil y partes acomodadas en este sitio junto al camino, para que cuando á la mañana (que era la hora á propósito que conocía el Aruaco) pasasen por allí los soldados con los indios presos cargados de la comida desde el pueblo para los ber- gantines, dar de repente sobre ellos y matando á los españoles que fuesen en su guarda, soltar los indios presos, y siguiendo la victoria pasar al pueblo y acabar con los demás cristianos, cogiéndolos de sobresalto. No llevaban mal dispuesta su traza, ni aun se puede entender dejaran de salir con sus intentos, ya que no en todo en mucha parte, si la mano poderosa de Dios no dispusiera que fueran descubiertos por una de las centinelas de á ca- ballo que habia velado el cuarto del alba, porque al rendirlo (por orden que el Capitán tenia dado y se guardaba en todo su campo todos los dias) estaba obligada la centinela á descubrir dos tiros de arcabuz á la redonda del sitio donde habia hecho la posta; y habién- dole cabido en esta ocasión el hacerla á un soldado llamado Moran (no sé si aquel que diji- mos habia procurado componer en la isla de la Trinidad, á Antonio Sedeño con sus soldados) rodeando el sitio por la mañana unos perros que tenia' consigo, sintiendo el olor de los in- dios de la emboscada, acometieron hacia aquella parte ladrando, si bien no atreviéndose á entrar dentro, como naciendo señas comenzaron á regruñir, con que lo fueron para que el Moran fuese llegando para informarse de lo que señalaban, y notándolos entraron en el arcabuco y descubrieron la emboscada. Los indios, viendo que ya eran sentidos, salieron tras el soldado y lloviendo sobre él innumerables flechas, le obligaron á irse retirando á uña de caballo, y dando arma hacia el pueblo donde estaba el Capitán con sus compañeros, disponiendo el partirse con todos los indios presos cargados de cazabe para llevarlo al rio, que sin duda se hubieran partido antes si el Capitán, como bien advertido, no los hubiera hecho retardar por haber oído la- drar los perros que descubrieron la emboscada; porque aunque no pudo saber con distin- ción la ocasión de esto, pudo luego imaginar alguna novedad por solo el ladrar los perros á aquellas horas, qne los tienen enseñados en estas jornadas á que no lo hagan por los incon- venientes que de ladrar se suelen seguir; y así hasta ver si habia algunos en aquel ladrar extraordinario, no consintió el Capitán saliesen de los ranchos los soldados y cargueros has- ta que la posta fuese de vuelta, la cual no tardando mucho desde que ladraron los perros hasta que llegó dando arma, se pusieron todos en ella los de á pié y de á caballo, y aguar- dando se les fuesen acercando más los indios, al tiempo que convino dieron sobre ellos y alanceando y matando á muchos, los demás escaparon por donde pudieron, no sin heridas de muchos en el alcance, no quedando con algunas más que solos dos de los españoles, y el uno fué el Capitán Herrera, que habiendo dado á un indio una lanzada por una tetilla que lo pasó de parte á parte, así pasado como estaba de la lanza disparó su flecha y pasándole el sayo de armas, le hizo una herida no de mucha consideración, pues ni él ni el otro peli- graron; si bien les causaban las heridas graves dolores en todo el cuerpo, por estar las flechas untadas con ají Caribe. Conseguida esta victoria, determinó el Capitán á detenerse allí más tiempo, y hacien- do llevar de una toda la comida que restaba (que ya era poca) á los bergantines, él también 132 FRAY PEDRO SIMON. (3.a NOTICIA.) con toda la gente y presos se recogió á ellos y en pago del hospedaje que le habían hecho ordenó metiesen en el navio todos los presos, para con alguna cantidad de oro que habían recogido en aquellos pueblos, despacharlo á Cubagua á su Gobernador Gerónimo Ortal, con que se ayudara á rehacerse de mas gente. A la presa quitaron las prisiones y colleras, por parecerles estaban ya seguros en el navio; los cuales, sabiendo los querían sacar de sus tierras trasegando las otras, acordaron de probar fortuna, intentando escaparse, como lo hicieron una noche á la mitad de ella, alzando la puerta del escotillón donde los metían por más seguro, y con el silencio posible se iban saliendo uno á uno y echando desde el navio al agua, y nadando con silencio cobraban la tierra y se iban poniendo en salvo: ayudóles á esto el haberse dormido en esta ocasión la posta que guardaba el navio, tan á sueño suelto, que cuando despertó y advirtió que se le iban escapando los indios, y halló que le faltaba la mayor parte, y clavando de nuevo la boca del escotillón, dio aviso de lo que pasaba á sus compañeros,y ellos al Capitán Herrera,, de que no recibió poco enojo; pero acudiendo luego al reparo de que no se huyeran los que restaban, hizo se partiese luego el navio con cinco ó seis españoles de guarda y algunos otros que los mareasen, siendo necesario mandarles esto á todos con graves penas por las desganas con que lo hacían, causadas de las esperanzas de que estaban todos llenos de los buenos sucesos de la jornada en que se querían hallar hasta el fin de ella y entrada en las ricas tierras y gozar de las riquezas que todos se tenían pro- metidas. Ya estaban á pique con la carabela, cuando el piloto de ella dio noticia al Capitán de que entre ciertos Levantiscos que andaban en el campo se cometía el pecado nefando, de que no recibió poca turbación el Capitán, y habiéndole tomado sobre ello su declaración al piloto, con que despachó el navio, procuró examinar en el caso los testigos citados. Y habiendo averiguado, eran cinco entre quienes se cometía el pecado; tomándoles sus confe- siones las hicieron de plano de que era así como se les preguntaba, y que eran todos italia- nos, entre los cuales era uno llamado Juan María, natural de Florencia; éste prometió dar al Capitán gran suma de dinero porque no lo quemase y lo soltase libre, y los demás sus compañeros afirmaban que podia dar lo que prometía y mucho más, por ser el sucesor y heredero forzoso de una gruesa hacienda de un tio suyo; de que el Capitán no hizo mucho caso, estimando todo esto en menos que la importancia que tenia el castigar el delito con la pena que merecía, y que no sonaría bien á nadie que él por intereses consintiese llevar gente de aquella raza en su ejército, quedándose en pié la ocasión de inficionar á otros, pues de la abominación del pecado todo se puede temer, y así les hizo dar garrote y quemar á todos los comprendidos, con aplauso de los demás, que siempre estuvieron en que se hiciese así. CAPÍTULO XXIV. I. Sale del puerto de Carao Herrera en prosecución de su viaje—II. Encuentran con una tropa de Caribes que estaban asando cuartos de carne humana—III. Pelean con ellos y mátanlos á todos—IV. Dan libertad á un indio cautivo hijo de un Cacique principal. MEDIADO habia ya el año de mil y quinientos y treinta y cinco cuando el Capitán Alonso de Herrera (habiendo ya acabado de disponer las cosas para la prosecución de su viaje en este puerto de Carao) lo comenzó á seguir navegando en prosecución de las noticias de Meta ; y apenas hubo dádose á la vela cuando se comenzó una tormentilla con unas brisas vivas que subían de la parte del mar, con que alteró las aguas y oleajes del rio, de manera que los puso en riesgo de perderse, pues las olas y embates de ellas afligían los barcos, por tener tan bajos los bordos, entrándoles tanta agua que con dificultad y gran trabajo la agotaban. Algunos hubo en la compañía que (si bien lo dejaban todo á la Divina Providencia) no tuvieron por tan buen pronóstico en el suceso cb$ la jornada esta tormenta, que no se descuajasen algo sus ánimos de las buenas esperanzas* que llevaban, juntando este suceso con otro que tuvieron semejante, con que pensaron perecer al salir de la forta- leza en el golfo de Paria; pero al fin abonanzando este tiempo y sosegándose el oleaje y bríos del rio, sin pérdida de consideración prosiguieron con él arriba, por haber sucedido á mar bonanza, como dicen, y viento en popa, que con unas brisas galernas, con solas las velas y sin necesidad de remos, caminaron con descanso buen pedazo de tiempo. En el segundo dia de como salieron del sitio dicho encontraron dos piraguas de Ca- (CAP. XXIV.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 133 ribes que bajaban de saltear los pueblos comarcanos. Tenían estos indios su provincia al- gunas leguas más abajo, que confinaba con la del Cacique Uriaparia, y corría desde aquel rio arriba, por medio de la cual entra el rio de Aquil en el Orinoco, veinte leguas abajo de Denile, ahora está poblada la ciudad de Santo Tome. A éstos fueron procurando dar caza ciertos soldados en una canoa de perlas, de cuyas manos se escaparon los indios, desampa- rando las piraguas cuando los vieron cerca y arrojándose á las aguas, por donde iban na- dando y zambulléndose á ratos con la ligereza de ranas, llegaron la canoa á las piraguas, que hallaron medias de cuartos de indios, de ellos frescos y de ellos asados en barbacoa, que llevaban para comer de los que habían preso en los pueblos de arriba, que dejaban arruinados. Causó á todos los soldados horror esta abominación, y tomando el Capitán algu- nas cosillas (que podían aprovechar) de las piraguas, echaron la carne en el rio y á ellas á pique, todas cascadas y sin dejarlas de provecho, iban prosiguiendo su viaje en el resto del dia, y cuando ya lo iban cubriendo las sombras, se aparecieron á una vista muchos fuegos el rio arriba en su margen, que parecían de indios que estaban rancheados en el campo. No dudaba la codicia de algunos soldados de ponerse en camino entre dos luces para certificarse de lo que aquello podría ser y probar si de los ranchos podían haber á las manos algún ran- cheo. Estorbóles el Capitán estos intentos, á quien los manifestaron, diciéndole ser aquello de más peligro que importancia, pues eran fuegos de los Caribes compañeros do los que acaba- ban de encontrar, de quienes solo se podia aventurar quedar con algunas heridas, pues sus caudales no podrían ser otros que los de sus compañeros, de que habían salido con tan poca medra. No acababan los soldados de quietarse aún con estas razones de su Capitán, antes con más veras le persuadían el ir á dar vista á lo que habia en los fuegos, por donde hubo el Capitán (después de rancheados a la parte donde parecían) de ir él mismo ya pasadas dos ó tres horas "de la noche con veinte hombres con sus espadas y rodelas á informarse por su persona de lo que habia, y llegando con el silencio y secreto necesario, pudieron conocer que eran también indios Caribes, de los cuales algunos dormían y otros andaban asando cuartos de los indios que habian tomado, y otros hacían barbacoas poniendo fuego debajo para lo mis- mo. Habiendo dado los soldados vista á todo esto, tomaron (sin ser sentidos) la vuelta de los bergantines; pero por acudir á la voluntad y bríos con que algunos soldados estaban toda- vía de venir á las manos con aquellos salvajes é inhumanos indios, para castigar su cruel- dad y fiereza, dio licencia para que treinta con dos de á caballo fuesen y antes que que- brase el alba tuviesen tomadas las espaldas por la parte de tierra á los indios, para que llegándose el resto de los demás soldados en los bergantines por la del rio, los cogiesen en medio y diesen á su salvo con ellos. Apenas hubo despuntado el dia cuando partió el Capi- tán el rio arriba en sus bergantines á lo concertado: pero siendo más la flema de la navega- ción que la ocasión pedia, mucho antes que llegaran al paraje de los indios ya ellos habian sentido á los que habian ido por tierra á tomarles las espaldas, con quienes comenzaron (tan sin cobardía) á menear sus arcos, flechas y macanas, que se trabó entre ellos una bien re- ñida y sangrienta guazabara, mostrándose los indios tan diestros en su modo de pelear y de tan buen ánimo, que sustentaron por punto de honra el no volver las espaldas á sus contra- rios, con que estuvo neutra la victoria de ambas partes, hasta que por la del rio llegó la gente de los bergantines, que saltando en tierra y poniéndose en buenas todos con sus armas y haciéndose un cuerpo todos con su Capitán, les embistieron no con mano floja sino como el rigor de la guerra lo pedia; pues tomando mayores bríos los indios, viendo acrecen- tado el número de sus contrarios y mostraban ser más valientes de lo que ellos pensaban, peleaban como desesperados, teniendo ya por cierto que si no era venciendo y matando los cristianos, no tenían otro remedio de escapar las vidas. Sucedió que en el conflicto de esta guazabara dieron a un soldado llamado Juan Fuerte (que después entró con Nicolás de Fedreman en este Nuevo Reino de Granada y ciudad de Santafé, donde fué vecino muchos años hasta su muerte y dejó larga posteridad) cinco flechazos, y pareciendo á los indios que ccn tantas heridas ya le tenían seguro á sus manos, arremetieron á él con bríos de leones para llevársele vivo más de quince ó diez y siete, de los cuales el valeroso brío del español se escapó, porque sus fuerzas eran para esto, y otros tan valerosos hechos como los hizo en estas y otras jornadas. Al fin el que tuvo esta guazabara fué el ver suyos todos los indios sin escapar con vida más que solos dos; el uno que reservaron con cuidado los soldados para que les fuese guia en las poblaciones del rio, y el otro, que aunque se escapó de la muerte que le andaba tan cerca en la guazabara, no 134 FRAY FEDRO SIMÓN. (3.a NOTICIA.) se le dilató mucho, pues escapando con algunas heridas, ú vista de todo el ejército, se arro- jó al rio, donde le recogió un caimán al golpe y metió debajo el agua, que nunca más pare- ció. De los soldados quedaron heridos seis y un caballo, de los cuales murieron los tres. Para alentarse del trabajo de la guerra y entretenerse, se fueron los soldados de dos en dos y de tres en tres por el campo entre los cuerpos muertos de aquellos salvajes, y para buscar también si hallaba la ventura de alguno algún rancheo entre los trastes y misera- bles mochilas de los muertos, de que fué bien poca la medra, como veremos; pero á vuelta de buscar esto (en ciertos árboles que estaban en el mismo sitio de la guazabara, debajo donde estaban rancheados los indios), vieron estar entre las ramas cinco ó seis aun vivos de los mismos que habian traído los Caribes y los tenían atados en lo alto para hacer de ellos lo mismo que de los otros cuartos que estaban asando, cuando ya tuviesen despachados éstos. Creyendo los primeros soldados que los vieron que estaban sueltos, comenzaron á llamarlos y hacerles señas que bajasen; pero viendo que ni bajaban ni aun se meneaban, subieron arriba y halláronlos de la forma dicha, y habiéndolos suelto y llevado á su Capi- tán con los malos intérpretes que llevaban, vinieren á entender que el uno de ellos era hijo de un principal Cacique de cierto pueblo que estaba el rio arriba cerca del paso que llama- ban de Cabritu. Era este indio de buena disposición, y más hoy, comenzando luego á reco- nocer el bien que le habian hecho los españoles, se les fué mostrando amigable y contaba el modo que habian tenido los Caribes en haberlo á las manos á él y a, otros muchos indios é indias de su pueblo estando ausente su padre, á cuyos ojos (si le llevaban) les prometía hacer mucha cortesía y proveer de lo necesario al viaje, por lo mucho que estaría lastimado del suceso. Fuéles necesario detenerse en este sitio cuatro dias para aderezar el timón de la barca grande que habian hecho en Carao, que con los embates del oleaje de la tormentilla venia desgobernado, de manera que no podia gobernar. No dejó de ser algo el rancheo que tomaron de estos Caribes, pues demás de alguna harina que traían de maíz y pescado seco y algunos bollos que no deseoharon los nuestros, venían bien proveídos de hamacas finas, gran cantidad de flechas de muchas suertes, unas para guerra, que traían con mucho cui- dado guardadas de suerte que no se les mojasen para que no se fuese desliendo el veneno, otras traían de caza y de pesquería, otras diferentes las unas de las otras. CAPÍTULO XXV. I. Pasan adelante los soldados y llegan al pueblo de Cabritu—II. Salen á buscar guias y encuentran con la gente del pueblo—III. Pasan adelante con su jornada hasta llegar al paraje del pueblo del Cacique cuyo hijo llevaban—IV. No hallan en él al Cacique, aunque vino dentro de cuatro dias que estuvieron allí. AL quinto dia de como estuvieron en este sitio se dieron á la vela, porque el favor de la buena brisa les iba siguiendo, con que les excusaba de remar, que no les era de poco gusto, juntamente con hacer tiempo enjuto é ir el rio minorando aprisa á las playas largas, extendidas y secas, que es el tiempo que esperan las tortugas para poner sus hue- vos en sus arenas, de que hallaban ya gran copia los soldados, con que, y con haber á las manos algunas de ellas é hicoteas, y algunos buenos y crecidos pescados, se suplía la esca- sez de la ración que se les daba de lo demás ; pues era tanta, que habia algunos que la que les cabia para una semana, despachaban en la primera asentada. Navegaron algunos dias con estas ayudas de costa de comidas y viento, hasta que llegando cerca del pueblo de Ca- britu, todo les mancó de golpe, y aun la esperanza que llevaban de poder reparar esta ne- cesidad en el pueblo, por haberlo hallado solo y los naturales huidos, habiéndolos sentido venir y acordádose de lo que les habia pasado en el pasaje de Ordas, teniendo por menos mal dejarles el pueblo franco, que ponerse en riesgo de ser muertos ó presos en su defensa. Solo hallaron en las casas abundancia de dos cosas, que fueron crisoles, que era el trato de los indios de este pueblo, por los buenos barreros que hallaban para esto, con que trataban con los pueblos convecinos para las fundiciones que hacían de oro, como después se entendió de algunos indios que hubieron á las manos : lo otro de que abundaban era murciélagos, en tan gran número, que no les dejaban dormir ni reposar á los soldados ; y dieron en perseguir tanto á una mulata que iba en servicio de uno de ellos, que de los mu- chos bocados que le dieron y sangre que le sacaron, se vio á las puertas de la muerte, don- de entrara, si la diligente cura y el sacarla del pueblo y ponerla en los bergantines, no la (CAP. XXV.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIR1IE. 135 escapara de este trance. Siéndoles necesario haber á las manos algún indio de quien infor- marse de lo que convenia, tomando consigo el Capitán hasta ochenta hombres, los cinco de á caballo, fué siguiendo los rastros frescos por haber poco que se habia la gente ausentado del pueblo por unos anegadizos que con el verano ya ciaban pasaje, y al cabo de dos dias dio en unos ranchuelos de hasta doce ó trece casas, en que halló solo las mujeres y chusma, porque los demás del pueblo habían ido á pescar. Hizo recogerlos á todos, y la comida que hallaron, que era algún maiz y^cierto pan hecho de hariua de corazones de palmas, principal manjar de todos los de estos pueblos, pero todo ello muy menos de lo que había menester el hambre de los soldados. Tuvieron aviso los pescadores donde estaban de cómo estaban presos sus hijos, mujeres y parientes, que fué causa de atreverse á tomar las armas y probar las fuerzas con las de los españoles, y ver si bastaban para recobrar la presa. Con estos intentos vinieron en orden de guerra á querer acometer á los soldados, que habiéndolos sentido á tiempo que pudieron estar pre- venidos, les salieron al encuentro y con facilidad los desbarataron y ahuyentaron, con muertes de algunos indios. Tomaron (conseguida la victoria) la vuelta del pueblo, y hallan- do en el camino un español á caballo que andaba dando vueltas, corriendo á la redonda de un matorral donde se le habia escondido cierta tropilla de indios, entendió el Capitán que no se atrevía el soldado á embestir con ellos y hacerles salir fuera ; comenzó á darle á voces la vaya, con que aunque se excusaba al principio, diciendo que pretendía haberlos vivos á las manos, con las voces que le dieron, medio corrido, embistió al matorral é indios, é hi- riendo algunos hizo á los demás dejar las armas y tenderse rendidos en el. suelo, de donde los hizo levantar, trayéndolos á todos recogidos delante, hasta juntarlos con los que traían los demás al pueblo. Durmieron en él aquella noche, y llevando con los presos á la mañana las comidas que habían recogido á los bergantines, se embarcaron y prosiguieron su derrota llevando algunos de los soldados algunas calzas enteras do red con muy gruesos nudos, que se ha- llaron entre el demás pillaje de aquella gente, que usaban de ellas en aquella Provincia para entrar á pescar en las ciénagas, con que se defendían de unos peces que los españoles llamaron Caribes, por ser tan fieros y atrevidos que hacen presa en todo lo que topan den- tro del agua : y asiendo de estos nudos cuando entraban los indios á pescar, quedaba libre la carne de sus bocas. Pocas noticias pudieron sacar de este pueblo, porque á nada de lo que se les preguntaba sabían responder á propósito. Salieron de aquí en demanda del pue- blo del Cacique cuyo hijo llevaban, á donde ya que iban llegando reconoció el mozo la tierra y les iba dando esperanzas de no estar lejos y de que cumpliría su padre lo que él les había prometido. Llegaron al fin un dia temprano al paraje del pueblo, para donde se partió luego la más de la gente, que por estar casi dos leguas apartado del rio, le dieron vista tarde, donde no habia más que las mujeres y chusma, por haber ido el Cacique y los demás vecinos de él á los pueblos convecinos, donde se celebraban á la sazón ferias y mercados. No fué poco el temor que tuvieron las mujeres y algunos pocos hombres que también habia, de ver otros en su tierra (nunca hasta entonces vistos), acrecentando esta admiración el ver los caballos y su ferocidad, porque los llevaban tan bien armados, con prevención para lo que les pu- diera suceder. Aplacó algo de este alboroto el hijo del Cacique que llevaban en su compa- ñía, dándoles cuenta de lo que le habia sucedido y el bien que se le habia seguido por mano de aquellos hombres, sacándolo con vida de la de aquellos sangrientos y bárbaros Caribes. Fué esto causa de ir perdiendo temores y de que las indias trajesen al Capitán de la poca comida que tenían, excusando el no traerles toda la que habían menester, por estar ausente su Cacique y maridos. Hiciéronles traer agua para los caballos, que no debería de correr ninguna por el pueblo, y como la traían á cuestas y de lejos, se admiraban de lo mucho que bebían, como lo estaban ya de lo que comían los caballos, y decían que si siempre comían y bebían de aquella manera, no tenían comidas en sus casas para dar ocho dias á solo uno de ellos, y que si los hombres comían y bebían de la misma suerte, no era bastante toda la Provincia y el rio á sustentarlos de lo uno y lo otro. A otro dia después de haber descansado aquella noche, salieron los soldados á dar vista á la tierra, alargándose á la redonda del pueblo, con intento de ver en la disposición que estaban las labranzas y de buscar si hallaban guardadas en alguna parte comidas, no sa- biendo la brevedad con que vendría el Cacique y la cortesía que les haria después de haber llegado. Trastornando con estos intentos la tierra, algunos de los soldados vinieron á hallar 136 FRAY PEDRO SIMÓN. (3.a NOTICIA.) en unas cuevas ó filos que tenían hechos en unos cerrillos algo encumbrados, buena canti- dad de maíz, que debieran de tenerlo allí para librarlo de las inundaciones del rio, el cual hizo recoger el Capitán por la necesidad que tenían : lo cual halló ya hecho el Cacique después de cuatro dias que habia estaban allí, porque al quinto le vieron á deshoras bajar con hasta cien indios por una pequeña loma que habia sobre el pueblo, desde donde luego que conoció haber en él gente peregrina, todo alborotado y con desentonadas voces manda- ba á los que vinieron con él y avisaba á los del pueblo tomasen las armas para contra ellos, haciendo caso de honra, y que se habia menospreciado su persona, el haber entrado en su pueblo estando él ausente, y mayor sentimiento de que viéndole llegar no se saliesen de él, con temores de las muertes que podían esperar de sus manos. Fuese llegando al pueblo, porque no se detenia con estas arrogantes, bárbaras y des- templadas palabras á que dio fin. Estando cerca de los. soldados diciendo que se saliesen con brevedad de él para que no lo enojasen más de lo que estaba, á quien el Capitán con uno de los indios intérpretes que tenia lo procuró aplacar, aunque sin provecho, dándole á entender la causa de su venida, y que no le pretendia hacer ningún agravio, antes le ha- bia procurado servir, trayéndole allí á su hijo libre de las manos de sus enemigos. No se aplacó el bárbaro con esto nada, pues si bien dijo que se holgaba con el servicio que le ha- bían hecho de traerle á su hijo, pasó adelante con las demostraciones de disgusto que tenia en hallarlos en su pueblo, y que si no querían los echase de él á fuerza de armas, se salie- sen luego. CAPÍTULO XXVI. I. Prenden al Cacique, con que se sosegaron las inquietudes que se iban aumentando—II. Prosiguen su viaje, y sucédenles pescando algunos casos de consideración—III. Llegan á la singla que atraviesa el rio, y habiéndola pasado, al de Meta—IV. Comienzan á caminar por él, no sin meno- res trabajos que hasta allí. ERA tanto el desasosiego en el bárbaro é ingrato Cacique contra los españoles, sin po- derle sosegar, que tuvo por el mejor medio el Capitán, para que se aquietara, el pren- derlo, como lo hizo, dioiéndole que si no quería que le quitasen la vida á él y á sus vasa- llos, les mandase dejar las armas y que les socorriesen con algunas comidas de que tenia necesidad y ellos abundancia. Viéndose preso el Cacique y que eran los españoles más va- lientes y atrevidos de lo que él pensaba, y que le podían quitar y dejar con la vida, y que los indios comenzaban ya á alborotarse tumultuosamente para tomar las armas contra los cristianos con gravedad del señor, les habló é hizo desistir de sus intentos, y que dejan- do las armas les trajesen las comidas que podían y pedían. Aplacóse todo con esto, y más cuando el hijo que traian los españoles habló á su padre (que casi no habia podido hacerlo hasta entonces por el alboroto), y le dijo la merced que habia recibido de ellos, y que no venían á hacerle daño, porque sus intentos eran de pasar adelante, sin hacer asiento en sus tierras. Quedó con esto el Cacique muy de amistad con los soldados, hablandóles mansa y amigablemente y ofreciéndose servir al Capitán en todo lo que le ordenase, con que le die- ron larga de la prisión y él á ellos razonable copia de comidas é indios que se la cargasen hasta los bergantines, yéndose con ellos en su compañía al rio, donde se hicieron grandes ofrecimientos los unos á los otros, para si acaso volviesen allí, con que se despidieron, to- mando el Cacique la vuelta de su pueblo y los soldados la prosecución de su viaje en de- manda de su rio Meta, comenzando luego á sentir mil calamidades y aflicciones nuevas, porque sobre el trabajo que padecían en llevar los bergantines remando, se les acrecentaba el ordinario del hambre, por haber sido poca la comida que habían sacado del pueblo para tanta gente, y no haber podido topar en algunos dias otro donde socorrerse, con que les era necesario para no perder la vida, ocuparse muchos de prdpósito en la pesquería con anzuelos y con otros instrumentos, en que también le sobrevinieron algunas desgracias, como fué la que le vino á un soldado extranjero, llamado Manida, buen oficial y curioso de labrar hierro, el cual arrojando un fuerte anzuelo al rio con un grueso cordel, para si podia sacar con él algún gran pescado, atóse el cabo de la cuerda al brazo que no debiera, para que no se la sacase la presa de la mano ; picó luego un valiente pescado ó demonio en el anzuelo, y tiró de repente con tanto ímpetu, que se llevó tras sí al pobre pescador donde (CAP. XXVI.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 137 nunca más lo pudieron ver, y así, pretendiendo pescar, quedó pescado el miserable con el mismo anzuelo. Lo mismo le sucediera á otro soldado, llamado Juan de Avellaneda (que después entró oon Fedreman en este Nuevo Reino y ciudad de Santafó, desde donde algunos años después pobló á San Juan de los Llanos), si no tuviera advertencia (sacada por ventura del suceso del extranjero) de no amarrarse la cabuya al brazo, porque arrojando el anzuelo, ce- bado como el otro, lo hizo al instante ; picó otro pez semejante, pues comenzó á tirar con la misma furia, de manera que no pudiendo sujetarlo el Avellaneda por sí, llamó á otros cinco compañeros que le ayudasen á tirar del cordel, si bien todos hicieron esto en vano, pues con ser mozos de buenas fuerzas, no fueron bastantes á sacarlo, antes viendo que lle- vándolos tras sí á todos los ponia en peligro de que les sucediera lo que al otro, soltaron de todo punto el cordel de las manos, quedándoles tan lastimadas de la fuerza que hicie- ron, que por muchos dias no se les quitaron las señales. No se pudo conocer qué especie de pescado fuese aquél, en todo el tiempo que anduvieron en el rio. Sacaron otros solda- dos otra suerte de pescado peregrino, por no haberse visto hasta entonces, si bien después acá se ha hallado mucho de ello en los rios de estos llanos y los de Venezuela. Consiste su extrañeza en que en picando en el anzuelo comienza á temblar de tal manera el brazo y cuerpo del pescador, que viene á perder tan del todo las fuerzas, que aun no puede tener la caña en la mano, y si llegan muchos á tener la caña, les sucede lo mismo, y si el pesca- dor está á caballo, también la cabalgadura, si bien en soltando la caña luego se vuelve i sosegar todo sin ningún peligro, como tampoco se halla en el comerlo, pues antes es de muy buen gusto. En muriendo lo pueden tratar como á los demás pescados, por haber perdido aquella virtud de hacer temblar. Es pescado desnudo y sin escama, de hechura de anguila, no tan largo, y la cabeza y cuerpo algo más grueso. Con estos y otros sucesos'y muertes de algunos soldados, llegaron á dar vista á la singla ó cordillera que dijimos en la navegación de Ordas atravesaba el rio por debajo las aguas y las hacia encrespar, y dificultoso su paso para los bergantines, que ahora llaman el raudal de Carichana, como ahora también lo fué para intentar pasarlos, en especial la barca, por ser mayor y más pesada, por su atascada hechura. Púsoles todo esto en tan gran confusión cuando ya se vieron á los principios de este oleaje, que no hallaban remedio para atravesarlo. Pero rendidos ya de la boga, y desesperados de tenerlo, les soco- rrió el cielo con refrescar la brisa aquel tiempo con tanto ímpetu, que lo que antes tenían por imposible, vieron en un momento facilitado, y los bergantines y barca pasados de la dificultad, con que los desabrimientos de todos se convirtieron en alegría y echar pronós- ticos de buenos sucesos en la jornada y descubrimientos que iban buscando, pues tan buenos los habían tenido en atropellarse aquel imposible con la facilidad que vimos. Acrecentó este gusto el reconocer, puestos de la otra banda, estar cerca las juntas del rio de Meta, con el que iban navegando, que allí ya se llamaba Orinoco, como dijimos en la jornada de Ordas. Este contento hizo disimular y sufrir con él la hambre que llevaban, hasta que ya llegaron efectivamente á las juntas, donde con mucha alegría de todos se dijo misa y dieron públicas gracias á Dios por haberlos llegado á aquel puesto y rio, por quien tanto iban piando. Advirtieron de escribir ciertas cartas ó relaciones de lo que hasta allí habían pasado, y el rumbo que llevaban, y metiéndolas en un calabazo, tapada la boca con cera, porque no se mojase, pusieron en un brazo de una cruz muy alta, que fijaron en unas grandes peñas que estaban á la margen del rio, en las mismas juntas, para que cuando llegase por allí el Gobernador Gerónimo Ortal, supiese por ellas los sucesos de la jornada. y derrota que llevaban. Y comenzando (hecho esto) á proseguirla ya por el rio de Meta, les fueron también siguiendo los trabajos doblados, cuando se prometían mayores descansos, con que se les tornó á convertir el placer en disgusto (tal es como esto la miseria humana, que no es posible permanezca siempre en un punto fijo), porque ya el tiempo del verano habia minorado las aguas de manera que siéndoles forzoso navegar á los lados del rio, por huir de los raudales, por haberles (como hemos dicho) mancado totalmente el viento con que pudieran navegar por ellos, les fué forzoso aprovecharse de los remos é ir por partes donde tras cada paso encallaban. La hambre no se descuidaba de irles picando la tierra de peor constelación que la de hasta allí, con que comenzaron luego á enfermar muchos solda- dos y morir algunos. 19 138 FRAY PEDRO SIMON. (3.a NOTICIA.) CAPÍTULO XXVII. I. Prosiguen su viaje con grandes trabajos por las inundaciones del rio—II. Ranchéanse en un lugar acomodado para invernar, desde donde salen á buscar comidas—III. Habiéndolos traído engaña- dos la guia, pasaron á la otra banda del rio á buscarlas—IV. Tratan los de la guarda de los ber- gantines de volverse con ellos el rio abajo y ahorcar el indio que los engañó. CAUSABAN las calamidades y trabajos tanta desesperación en algunos, que impacientes pedian á Dios los sacase de ellos, aunque fuese poniéndolos cautivos entre moros ú otros infieles, pareciéndoles serian así menores sus males que los que tenían presentes, si bien habían sido tomados por sus manos, en especial los que sentían en el andar tras cada punto en el agua desencallando los bergantines. Las cuales impaciencias y palabras sobradas, parece quiso Dios castigarles luego, enviándoles tantas crecientes de aguas en el rio, que al paso de ellas fueron creciendo sus trabajos, pues por las pocas que habia en el rio, ya que los tenían en lo dicho, se toleraban con hallar las playas secas y extendidas, de donde saca- ban algún marisco de almejas, huevos de tortuga é hicoteas, con que entretenían su hambre, lo cual todo cesó, cubriendo las inundaciones las playas, y no el trabajo de llevar los ber- gantines, pues dejándose la barca, por ser tan pesada, á la margen de una isla del rio, metiendo los caballos que iban en ella en los bergantines por ir tan cargados con esto, les era imposible, aunque iban reventando y acortando al remo con ellos las raudales de las avenidas, ni por los remansos de cerca de las márgenes los podían llevar, por los estorbos de los mangles y otros árboles que iba cogiendo dentro de sí la extensión de las aguas, con que les era forzoso irlos llevando á la sirga, amarrando á lo largo en un árbol, á la parte de arriba, una soga, y yendo tirando de ella la iban haciendo subir al bergantín, y ganar camino á dedos, que era uno de lo enfadosos é intolerables trabajos que les habían sobre- venido hasta allí. Y tal vez sucedía que quebrándose la sirga ó soltándose de las manos de los que lo iban alando, volvía el barco en una hora lo que en algunos dias le habían hecho subir con estos trabajos, que no los acreditaban poco los ordinarios aguaceros, que por el calor de la tierra y destemplanza del país, 6Í se estaban tres horas sin secar la ropa que se mojaba, se podría y llenaba de gusanos. La perseverancia que el Capitán Herrera tenia en seguir esta jornada, era al paso de los trabajos, en especial el de la hambre, para cuyo reparo se pararon á invernar, porque ya del todo habían entrado las aguas en una tierra alta y algo acomodada, pretendiendo desde allí salir á buscar comidas, aunque no sufriendo ya esta necesidad dilaciones, fué forzoso, para que no desesperasen del todo los soldados, que el Capitán mandase matar unas puercas que llevaban para criar en las Provincias donde sentasen, con que repartidas entre todos, si bien les cupo á cada uno bien poco, se animaron algo, ayudados de las esperanzas que tenían de hallar algunas comidas, saliéndolas á buscar desde aquel puesto, como se hizo luego, tomando el mismo Capitán Herrera algunos caballos, y de los más sanos soldados y de mejores bríos, los que le pareció, y partiendo con ellos en busca de alguna población donde poder hallar con que socorrer aquella necesidad, que era á lo que por entonces se atendía. Caminando en demanda de esto, dieron de repente con una tropa de indios salteadores (de que hoy hay algunas naciones por aquellas tierras que viven de esto) que iban atravesando por aquel mismo paraje. Los bárbaros, viendo la extrañeza de la gente española y ferocidad de los caballos, y no estimándose ellos por menos valientes, intentaron luego probar ventura, tomando sus armas y embistiendo á los soldados, con que les incitaron á que tampoco ellos fuesen perezosos en embestirles, como lo hicieron, ma- tando en los encuentros á unos, alanceando á otros y ahuyentando á los demás, y forzando á todos á que dejasen la presa que llevaban, quedándose con dos para guías de aquella tierra, uno de los cuales, habiéndole preguntado por señas dónde habia poblaciones, y ha- biendo dicho que él los llevaría á una, los trajo á todos engañad*^ de una parte á otra ocho dias, sin encontrar pueblo, labranza ni otro recurso de lo que á iban buscar, antes se les doblaba el trabajo, andando, trastornando tantas dificultades de caminos como pasaban, sin tener ningún género de comidas de importancia con que alentarse. Fuéles necesario, viendo la malicia del indio, y que los traia cansados sin provecho, castigarlo para que por la pena y amenazas que le hicieron de otra mayor, con fidelidad los guiara á lo que pretendían. Mudóles con esto el indio la derrota, diciéndoles que pasasen (CAP. XXVIII.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 139 á ta otra banda del rio, donde hallarían lo que buscaban. Entendió el Capitán ser así y que no habia de ser todo burla, tomó la vuelta de los bergantines, y pasándose en ellos con toda la gente á la otra banda del rio, que fué á la derecha, dejando en su guarda alguna gente N con el resto de los demás, se metió por dondo los guiaba el indio, que fué unos dificultosos anegadizos, después de haberlos pasado con hartos trabajos y padecídolos no menores en la mala y dificultosa tierra que hallaban después de haber andado algunos dias con mucho cansaucio de una vuelta y otra, trastornando serros, barrancas, montes, quebradas y otras malezas, hallaron solo un bohío despoblado, sin rastra de gente ni comida. Los que habían quedado en guarda do los bergantines, pareciéndoles que su Capi- tán, con determinación indiscreta, antes procuraba acabar de matar que remediarlos, pues era devaneo en cuanto se ocupaba, tomaron resolución de volverse con los barcos el rio abajo, -la cual habían dado á entender antes que saliera de ellos el Capitán á algunos sol- dados de los que llevaba, diciéndoles que si se tardaba algunos días, pudiera ser que no los hallara de vuelta allí, pues les habia de ser forzoso buscar comidas, por no haberles dejado algunas. Un soldado de los que alcanzaron á saber esto, al tiempo que dejaron los bergan- tines, viendo cuan sin provecho se andaba el Capitán Herrera gastantando con su guía el tiempo en balde, le dijo los intentos con que habia olido quedaban los de los bergan- tines, para obligarle con esto á que dejando aquellos impertinentes trabajos y sin prove- cho, tomase la vuelta de los barcos, como lo hizo luego que lo supo, con la presteza que pudo y fué menester, pues del todo estaba ya resuelta la gente de ellos de partirse el rio abajo. Otro dia de su llegada cesó y se sosegaron todos, disimulando el Capitán Herrera no haber entendido sus intentos, con lo cual se pasaron á la otra banda del rio, donde determi- nó castigar al indio que los habia traído burlados tantos dias, mandándolo ahorcar, si bien antes que lo colgaran lo catequizaron, dándole á entender como se pudo la dichosa suerte que ora recibir el santo Sacramento del Bautismo y la salvación del alma que se conseguía con él, y que si lo quería recibir no habia de ser por interés y pretensión de salvarse de la muerte por aquel camino, pues esto no lo habia de conseguir, sino por el bien que se le seguía á su alma, que era lo que debia estimar. Entendió de esto el indio lo que le pareció bastar para poderlo bautizar, habiéndolo pedido él así, como se hizo, y luego lo ahorcaron. Estándolo ahorcando, antes que muriera, un soldado, con bárbara crueldad, inconsi- derada locura, le tiró con una ballesta una jara con que le pasó un muslo, y pasando ade- lante con su inhumanidad, se llegó luego á él y diciendo, perro, daca mi jara, se la sacó otra vez del muslo, causándole tanto tormento en ésta como en la primera acción ; pero no quedó muchos dias esto sin castigo, pues de allí á poco en la primera refriega que se les ofreció, le dieron al soldado un flechazo por el mismo lugar, de que murió rabiando y desesperado. CAPÍTULO XXVIII. I. Sale el Capitán Herrera con algunos soldados á buscar comidas, y dánle una guazabara, donde murió.—II. Deja Herrera por su Teniente á Alvaro de Ordas.—III. Hácelea una plática en que- trata de tomar la vuelta del rio abajo.—IV. Recogen comidas, y comienzan su viaje. APRETÁBALES tanto la necesidad de buscar comidas, que no dejaba el Capitán sose- gar un punto, tratando de esto, y así se determinó (con sus más amigos y confidentes dejando los demás en los barcos, que se sustentaban con algún pescado) meterse la tierra adentro, sin guía, á sus aventuras, y después de haber caminado algunos dias á caza de pueblos, por donde su suerte les guiaba, se les puso por delante un quebradon bien crecido, que por sus altas barrancas no se podía pasar siu puente, y viendo los soldados el trabajo que se les recrecía en hacerla, se medio amotinaron, concertándose en secreto la vuelta de los bergantines y dejar solo al Capitán si no quería acudir á los ruegos que le ha- cían de volverse desde allí. No se le ocultaron al Herrera estos intentos de sus compañeros, pero disimulándolos con la prudencia que alcanzaba (que el hombre que no disimula en ocasiones forzosas, esto le falta de hombre) puso él el primero las manos en la obra de la puente, cortando y tejiendo los bejucos, á quien comenzando luego á ayudar sus más ami- gos y luego todos con brevedad, la acabaron, si bien quedó harto flaca, pero bastante para pasar todos á la otra banda, donde en viéndolos el Herrera, y que los tenia como en cárcel, porque luego se cayó la puente, echó un bando con pena de la vida, que ninguno tratase de volver las espaldas, con que cesó entonces la plática que traían de esto. 140 FRAY PEDRO SIMON. (3.* NOTICIA.) Pasaron adelante, y á dos ó tres días hallaron cierta población bien proveida de comidas, con que se detuvieron dos meses en este pueblo, de donde también proveian á los de los barcos, al cabo de los cuales fué forzoso dividirse para ir á buscar donde estar el resto del invierno, saliendo á esto un caudillo con parte de los soldados. Los indios del pue- blo, que para su comodidad no eran nada bárbaros, advirtiendo en la ocasión que su buena suerte les había traído á las manos, se determinaron probar las de los españoles para echar- los de sus tierras, y así juntándose hasta ciento bien armadosj dieron á deshora sobre el Ca- pitán Herrera y sus soldados, con que les forzaron á tomar las armas y aprovecharse de sus brios por algunas horas que duró la refriega, en la cual hirieron al Herrera de cuatro ó cinco flechazos y otros cinco ó seis soldados ; si bien los indios quedaron desbaratados y muertos la mayor parte y los restantes huidos, tras quienes salió en su alcance Alvaro de Ordas en su caballo, y sin volver á los compañeros, siguió los rastros del caudillo que ha- bía salido aquel propio dia de madrugada, y alcanzándolo y dándole cuenta del suceso de la guazabara, callando el de las heridas del Capitán y soldados, le "hizo volver á él y á los suyos al mismo pueblo, donde todos juntos reconocieron su total perdición, viendo tan pe- ligrosas y de muerte las heridas de su Capitán, que lo sacaron de esta vida á seis ó siete dias de como se las dieron, habiendo recibido primero los santos Sacramentos, á quien acompañaron también en la muerte, como lo habían hecho en la vida, los demás que escapa- ron flechazos de la guazabara, fuera de Alvaro de Ordas, que no debieron de ser sus heri- das con flechas de yerba. Dejó el Capitán encomendado á sus soldados á Alvaro de Ordas, y á todos lastimadí- simos con su muerte, por tenerlos obligados á esto la mucha amistad que les hacia su trato afable y comedido que tenia con todos en todas ocasiones. En ésta del nombramiento que hizo de su Teniente Alvaro de Ordas, ninguno replicó, ya por el amor y amistad que mu- chos de los del ejército habían tenido á su tio el Gobernador don Diego de Ordas, y ya porque veían era aquello lo que les convenia en aquella ocasión, por tener ya conocido al mozo, y que de más de la nobleza de sangre, la tenia de condición muy afable, acompañada de prudencia, buen ingenio y muy bien entendido, partes quo le hacían bien quisto á to- dos. Becibió el»cargo por acudir al gusto que en ello daban á entender tenían todos los soldados, si bien él no dejó también de cebarse más en el mandar que á ser mandado, y pareciéndole ser vanos intentos pretender pasar adelante con la jornada, así por la poca gente que ya había quedado, pues no eran más que ochenta ó noventa escasos, habiendo consumido á los demás el rio y sus trabajos, como por haber conocido los intentos de todos y que aunque él quisiera perseverar en la subida, se lo habían de estorbar por lo que habia entendido de ellos antes que muriera el Herrera, acordó ganarles por la mano, ó para con esto acudiendo á ellas, ganarles mejor las voluntades, y declararles ser la suya de los mismos intentos que ellos tenían en tomar la vuelta del rio abajo y volverse á Paria, sobre lo cual á todos juntos les hizo una discreta plática, en que les dijo: Muchas veces suele suceder (caballeros y amigos mios) á grandes príncipes y seño- res no salirles los intentos de sus empresas con los colmos que se prometen cuando las em- prenden; porque como los casos de la fortuna son varios y nadie le puede poner clavo ni hacer que esté una cosa fija, por varios accidentes suelen variarse los fines y tenerlos antes de tiempo y de conseguirse cosas memorables; claros y ordinarios ejemplos tenemos de esto en gruesos ejércitos, en quien ha sucedido lo que digo, sin que de ello se les haya seguido afrentoso desistir de sus intentos, por no ser de mayor consistencia que ésta las cosas de esta vida; y así tampoco lo será si nosotros mudáremos los que llevamos, viendo los impo- sibles que se nos ponen delante y siendo propio de gente cuerda y discreta mudar consejo cuando lo pide la ocasión y tiempo, porque lo demás seria temeridad aborrecible en todos; me parece la haríamos nosotros si considerando la fortuna que nos ha venido siguiendo y desmantelando nuestros bríos y fuerzas, no advirtiésemos ser lo más acertado dando de ma- no al pasar adelante, pues es buscar el remate y perdición de todos volvernos el lio abajo, donde pudiésemos buscar nuestras comodidades y aun la de esta entrada por otros caminos, no tan dificultosos en mejores ocasiones, y remató diciendo que aquél era su parecer antes que pereciesen del todo, y que si alguno hubiese que lo tuviese contrario, lo dijese, dando para ello las causas en que lo fundaba, porque no obstante lo que tenia dicho, seguiría los más y más acertados votos, y que fuese aquello con brevedad, porque con ella se dispusie- sen para lo uno y lo otro. Con, estas razones habló al corazón y gusto de los soldados que lo tenían dias habia (CAP. XXIX). * NOTICAS IHISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 141 por evadirse de tanta penalidad, de hacer lo mismo que significó por ellas: y así sin que ninguno replicase en contra, quedó determinada de común pláceme la vuelta del rio abajo, y que para ella se comenzase á juntar luego el matalotaje posible de unas labranzas que sabían ya estaban casi sazonadas, algunas jornadas de allí, para donde partieron luego algu- nos soldados con dos caballos solos que les habían quedado, de los cuales hirieron á uno tan mal, que á poco murió rabiando. Los indios dueños de las labranzas, queriendo defenderlas, aunque en vano, pues los soldados, flacos y enfermos como estaban á pesar de los que las habían sembrado, las cogieron y trajeron á los bergantines, que con otra poca cantidad de maiz que de otra parte les habían traído, supliendo lo demás las ganas que tenian de dar la vuelta, se embarcaron y comenzaron á navegar agna abajo. CAPÍTULO XXIX. I. Caminan el rio abajo, donde se ahogó un soldado de cuidadoso—II. Llegan á la isla Perataure donde aderezaron los barcos—III. Comienzan á navegar la vuelta de Cubagua, y con una tor- menta piérdese un bergantín, aunque no la gente de él—IV. Envía Ordas desde Perataure en busca de la gente perdida del bergantín. ENTRE las demás desgracias que habían tenido hasta allí no sentian por la menor el habérseles muerto los caballos, sin haberles quedado más que uno que bajaban en un bergantín, á quien los soldados de otro, por dar pena á los que lo llevaban, lo mataron una noche de conformidad, haciéndole creer al Capitán (que les echaba la culpa á los del ber- gantín en que iba) que él se habia muerto, de que recibió notable pena é hizo apretadas diligencias en la averiguación de la muerte, aunque no pudiendo sacar en limpio quién lo hubiese hecho, la repartió entre todos, que no les fué de pequeña fiesta, junto con la que llevaban, por ir ya el rio abajo caminaudo tan aprisa que en un día poco más bajaron lo que en treinta habían subido por el rio de Meta. Llegaron á las juntas donde entra en el Orinoco y hallaron las crecientes inundaciones tan grandes por los embates de ambos rios, que las peñas altas donde habian dejado la Cruz y cartas de aviso, ya no se veían ni aun á penas aca- baban de reconocer la tierra. Entráronse sin peligro del agua de la singla en el de Uriaparia, por donde fueron caminando sin tener estorbo ni mal suceso en el camino, sino fué para un soldado que por su descuido ó mucho cuidado se ahogó, porque yendo sentado en la proa de uno de los bergantines que habia de pasar por junto á unas peñas que tenia descubier- tas el rio, le pareció al soldado que la furia con que el bergantín navegaba y el ir derecho á dar en las peñas, habia de ser causa infalible de hacerse pedazos. Lo cual comprendido en su imaginación, con deseo de salvar la vida se arrojó del bergantín á la primera peña oon quien empaiejó; pero como estaba húmeda y resbalosa por la lama que tenia, apenas hubo puesto sobre ella los pies cuando resbalando dio consigo, sin remedio, en el rio, sin que más pareciese. El que gobernaba el bergantín lo hizo tan bien, que sin el peligro que habia imagi- nado para su mal el soldado, ni otro ningún daño^pasó el paraje de los escollos, y prosi- guiendo todos el de adelante, en quince días llegaron á la isla de Perataure ó de Gaspar de Silva, por haberBe él allí enterrado, como dijimos, que está á la boca del rio Uriaparia, habiendo desandado en quince dias lo que habian andado en cinco meses, sin otros trece meses que en todo el discurso de la jornada gastaron en invernar y descansar desde que salieron de la fortaleza de Paria, que por todos fueron diez y ocho meses de tan intolera- bles trabajos, que á poderse contar ó poner en escrito, no fueran muchos. Descansaron al- gunos dias en esta isla, donde les fué forzoso aderezar los bergantines, que estaban algo co- midos de broma, aunque de aguas dulces, advirtiendo que los embates de las saladas, á cuyos umbrales ya estaban y donde por fuerza habían de entrar, eran más fuertes y necesaria para su resistencia mayor fortaleza de la que traían los barcos. Los cuales ya dispuestos á la navegaoion, dieron en pensar todos si Gerónimo Ortal estaría en la fortaleza de Paria con intentos de seguir 6U jornada por la navegación que ellos habian hecho; y temién- dose no fuese esto así, y que si los cogia debajo de su gobierno les habia de querer hacer volver con él, determinaron de reparar estos inconvenientes (que eran muy posibles) no llegando á la fortaleza. Y con esta determinación se partieron la costa en la mano que les demoraba á la izquierda, en demanda de la isla de Cubagua; pero apenas habian llegado á las aguas 142 FRAY PEDRO SIMON. (3.* NOTICIA.) saladas, cuando les vino una tan gran tormenta, que uno de los bergantines (cuyo arráez era aquel andino que dijimos babian librado de la horca el Capitán Alonso de Herrera y Alonso de Aguilar en Paria, cuando le queria colgar Agustin Delgado, por orden de Sede- ño) arrojó en tierra, donde se hizo pedazos, sin que peligrase persona de los que iban en él, pasando los demás adelante en . su viaje, sustentándose lo mejor que pudieron contra el viento. Uno de los soldados del bergantín, que dio á la costa, llamado Perdomo, buen peón y nadador, lo más pronto que pudo sacándose de los estorbos de la tormenta, se fué la costa abajo y comenzó á dar voces á los otros bergantines que iban navegando; oyéronlo de uno, y reparando á reconocer quién los llamaba, se arrojó el soldado al agua, y nadando llegó al barco que lo esperaba de mar en través, donde lo recogieron y tuvieron noticia del suceso de sus compañeros, pero no pudieron dar alcance (aunque lo procuraron) al bergantín, donde iba Alvaro de Ordas, para que también lo supiera y diera el orden que se habia de tener en recoger los de la costa, por lo cual, sin duda, por entonces se queda- ran en ella, si no les volviera el tiempo tan contrario á los bergantines, que los hizo arribar otra vez á todos á la isla Perataure, donde supo el Ordas de la pérdida del bergantín. Determinó el Teniente Ordas, sabida esta nueva, que uno de los bergantines fuese á recoger áaquella gente y traerlos á donde él los quedaba aguardando en la misma isla; entre tanto, considerándose ya los de la costa sin remedio, se dividieron algunos por diversas partes de ella á buscar algún marisco para comer, por no tener otra cosa; otros hicieron unos ranchuelos en que estar, en el mismo puesto donde habían salido, y determinaron de trazar algún pequeño barco de la madera del bergantín quebrado, para salir de allí con él á donde les guiase su ventura. En esto andaban ya ocupados cuando descubrieron cinco piraguas de indios Caribes, puestas las proas para donde ellos estaban, que no les causó poco temor y alboroto, por no tener armas con qué defenderse, porque las que traían en el bergantín, habiéndose descuidado en dejarlas á la lengua del agua, la resaca y crecientes del mar las habia cubierto de arena, y así acordaron (pareciéndoles no tenían otro remedio) de buscarlo, escondiéndose en una montaña espesa que tenían á las espaldas, con que cuando llegaron los indios al puerto con sus piraguas, viendo que no habia quien les hiciese resis- tencia, tomando lo que quisieron de lo poco que habia en los ranchuelos, tomaron la vuelta de su viaje. Apenas éstos se habian apartado del puesto de sus piraguas, cuando llegó el bergan- tín que iba á recoger los perdidos, y llegando y no hallando en él á nadie, porque aún no habian salido del arcabuco los amedrentados, navegó la costa abajo, donde hallando á buena distancia á algunos de los que andaban mariscando sus comidas, los recogió, y sin más aguardar ni procurar informarse de lo que habia sido de los que quedaron junto al bergan- tín quebrado, entendiendo no habia ya camino de recobrarlos, por parecerles se los habrían llevado los caribes de las piraguas, tomó la vuelta de Perataure, donde llegó y dio noticia de lo que pasaba, certificando se habian llevado á los demás los indios, de que recibió tan notable pena el Ordas, que no sufriéndole el corazón no hacer mayores diligencias para recobrar sus soldados, determinó de salir á buscar las piraguas el rio arriba, para tomarlas si pasaban por allí, porque llevaban aquella derrota, por ser aquel el paraje de sus Provincias, porque aunque hay uno de ellos muy más arriba, poblado á las márgenes del mismo rio, y á las del de Caura, apartados de la ciudad de Santo Tome, á diez, á quince y á treinta leguas, en cuyos vecinos están encomendados más de los dos mil, por haberlos conquistado y reducido á paz. La mayor fuerza de ellas y más extendidas poblaciones y Provincias, están á las riberas de los rios Barima y Macuro que salen á la mar, á la parte de Maraca- pana, que es la del Oeste, á una legua de la misma boca de Orinoco, y en otro que llaman Arature, que también entra en el mar, y en otros llamados Barama, Maceruni y otro Maracata, donde ha algunos años que se poblaron ingleses enemigos, y lo estuvieron hasta el año de mil y seiscientos y catorce, que los hicieron despoblar y dejar la tierra, siendo Gobernador de ella y Juez de residencia Sancho de Arquiza. \ Serán hoy todos los indios caribes de estas Provincias, de ocho á nueve mil todos, valientes flecheros, gente de la mar y que siempre andan en corso con cantidad de piraguas y valientes canoas con que infestan todas aquellas costas de islas, como son la de la Trini- dad, Puerto Pico y Margarita, y de Tierrafirme, desde Cumaná hasta la ensenada y puerto de la Burburata, por toda aquella costa de Caracas, en especial si se juntan con los caribes de la isla Dominica y las otras que llaman de Barlovento, con quien tienen hecha alianza v estrechas amistades nara hacer innumerables daños, como los hacen en indios v españoles. (CAP. XXX.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME. 143 Estando así emboscados los bergantines de Ordas, pasaron de noche los caribes, á tiempo que los soldados que estaban de posta, ó por estar dormidos ó descuidados no los sintieron hasta que los hizo despertar ó advertir el ruido que iban haciendo con la boga de los cana- letes, ya que habían pasado buen trecho. Fuéronlas.siguiendo, pero como iban ya á lo largo, y era de noche, no les pudieron dar alcance, y así se fueron con su honra, fuera de una que porque debiera de ser zorrera se quedaba atrás, la cual sintiendo los bergantines, y huyendo de que la hubiesen á las manos, se entró orilla el rio entro unos manglares con el secreto que pudo, aurque no con tanto que no la sintiesen los soldados y la fuesen siguiendo hasta darle alcance y tenerla cercada de manera que no se les pudiese escapar hasta la mañana, que ya no hallaron en ella á los indios, por haber saltado en tierra y escapádose por la montaña. Tomáronla por agua, y no hallando en ella rastro de cristianos (que sin duda lo hubiera si hubieran habido á las manos los de la costa), quedaron sin sospecha de haberlos cautivado y muerto aquellos indios, que fuera cierto si hubieran hecho lo primero, no se hubieran escapado de lo segundo. CAPÍTULO XXX. I. Vuelve á enviar Ordas otra vez por los soldados que dieron á la costa—II. Siguiendo Ordas su viaje para Cubagua, encuentra unos barcos que vienen á la isla Trinidad, donde estaba Gerónimo Ortal—III. Júntanse todo3 en la isla de Cubagua á tiempo que estaba bien hambrienta—IV. Sa- bido por Gerónimo Ortal que habia salido su gente desbaratada, dejó la isla y se partió á Tierra- firme. COBEANDO con esto esperanzas de que aun estaban vivos los soldados, le pareció á Ordas no habia acabado de cumplir con sus obligaciones si no enviaba otra vez á bus- carlos, como lo hizo, despachando otro bergantín que los halló y recogió con alegría de los unos y los otros ; y tomando la vuelta otra vez del viaje para donde estaba el Gobernador, llegó á la isla de Sylua, desde donde todos juntos prosiguieron el-suyo para Cubagua : y porque al tiempo de la tormenta que dijimos habia dado á todos los bergantines, se derrotó uno de ellos tan á lo largo, que hasta entonces no habían tenido rastro ni nuevas de él, acordó el Alvaro de Ordas de mudar los intentos que tenia do no llegar á la fortaleza de Paria, tomando la vuelta de ella por saber si habia llegado por allí el bergantín ó podían tomar rastro de él ; y también por si podían hallar algún socorro de comida, de que ya iban harto necesitados, llegaron á la casa fuerte, y no hallando en ella á nadie, les salieron en vano ambos intentos, aunque el de remediar el hambre que llevaban repararon algo, sa- tisfaciéndola con algunos cueros de Manatí que hallaron á medio podrir en un muladar cerca de la fortaleza, los cuales cociendo sin sal con muchos bledos que habia en el mismo sitio, comieron tan á sabor que les supo á tostadas. Cogieron de estos bledos la cantidad que pudieron, aunque no la que quisieron, para el matalotaje del resto de la navegación, que al fin los sustentó, aunque no á satisfacción del hambre que siempre les iba picando, con otros intolerables trabajos, por ir metidos en un golfo tan inquieto y siempre á pique de perder las vidas. Llegábanse á las veces á tierra, y mariscando lo que podían hallar iban sobrellevan- do los bledos, que tenían por el principal matalotaje. En esto estaban ocupados todos una tarde (surtos en un puerto los bergantines), cuando llegaron dos barcos que iban á la isla de la Trinidad, cargados de matalotajes para la jornada de Gerónimo Ortal, que estaba allí disponiéndola y haciéndose de gente, para comenzarla en busca de la suya, que habia en- viado con el Alonso de Herrera el rio de Orinoco, como ya dijimos, habiéndole obligado á recogerse á aquella isla para esto. Los indios de Paria, que rebelado se habían, flechado ciertos soldados con mala yerba y puéstolos en peligro de muerte, diéronles los de los bar- cos algo del matalotaje que llevaban, y los de los bergantines en pago á ellos la nueva de todo el suceso de la jornada, con que se apartaron los unos de los otros, porque aunque los de Ordas tuvieron estas nuevas de Gerónimo Ortal, estándose todavía con las mismas sos- pechas de que si los cogía debajo de su jurisdicción les habia de obligar á tomar otra vez la vuelta del rio, no quisieron tomar la de la isla Trinidad sino seguir su derrota para la de Cubagua, á donde el Ordas fué á parar con su bergantín en compañía de otro ; y el otro bergantín con una piragua en que iban ocho soldados, aportó con un tiempo que les dio FRAY PEDRO SIMON. (3.* NOTICIA.) cuatro ó seis leguas adelante á la isla Margarita, donde los recibieron con buen agasajo y repararon la mayor necesidad que llevaban, que era de comidas. Desde donde á pocos dias se tornaron á embarcar y tomar la vuelta de Cubagua, que la hallaron tan falta de sustento que aun para sí no lo tenían los vecinos, con que la gente de los primeros bergantines, si no fueron algunos que tenían amigos que los hospe- daron en sus casas, los demás se fueron á posar á unos aposentos de la iglesia, y los del otro (que después llegó de la Margarita) se aposentaron en el hospital, de donde salían de noche á pedir limosna para sustentarse, que les era mayor género de calamidad y trabajo á los más, que todos juntos los que habian pasado en la jornada. Socorriólos Dios en este tiem- po, disponiendo que se les diese de comer por tres dias sin pedirlo, porque habiendo expe- dido la Santidad de Clemente VII el octavo jubileo general plenísimo, concediéndolo á los que hiciesen ciertas diligencias y obras pías entre ellos, ordenó qué diesen de comer tres dias á tres pobres, y como éstos lo eran tanto, que ninguno más en aquella ciudad se ejer- citó en ellos esta obra de caridad, siendo convidados del Pontífice, con que sacaron refec- ción del jubileo para los cuerpos y las almas. Llegados los barcos del matalotaje á la isla de la Trinidad, y dádole aviso á Geró- nimo Ortal de la vuelta y pérdida de su gente, sintiólos por extremo por ver atados los pasos á los intentos de su jornada, porque aunque tenia poca gente consigo en la isla, por ser algunos de ellos soldados viejos y experimentados en jornadas y trabajos, entre los cua- les estaba Agustín Delgado, con quien había tenido traza para allegarlo á la suya, de sacar- lo de la devoción de Antonio Sedeño cuando estuvo en la isla de Cubagua. Con todo eso tenia bríos para emprender la jornada y subir el rio siguiendo á los demás, pues juntándo- se con ellos se haría cuerpo de gente (caso que tuviese por cierto que algunos de los prime- ros hubiesen faltado) para conseguir los buenos fines que se prometía. Pero viendo que se habia quedado solo con aquellos pocos, que no eran bastantes para lo dicho y menos para sustentarse en aquella isla, y por no ser tampoco de su gobierno, salióse de ella con toda su gente, y llegando á Tierrafirme surgió en un puerto llamado Neberi, dos leguas abajo del de Maracapana, con intentos de verse con sus soldados desbaratados del Orinoco, en la isla de Cubagua, y diligenciar con ellos si podía alcanzar de algunos volviesen con él en demanda de sus noticias de Meta, que fué lo que los soldados siempre anduvieron recelan- do, como vimos cuando no quisieron llegar de camino á verse con él, como ni tampoco ahora fué posible inclinarlos á tornar á emprender lo que tan mal les habia salido, después de tan inmensos trabajos que tenían tan presentes ; y así, solo Alvaro de Ordas, con quien profe- saba estrecha amistad por amor de su tio don Diego de Ordas, y otros dos ó tres soldados que también por amistad que le tenían y por no andar limosneando en Cubagua, se volvie- ron con él al puerto de Neberi, donde habia dejado con Agustín Delgado la demás de su gente. Ya en este tiempo se habia llegado el mes de Abril del año de mil y quinientos y treinta y seis. CUARTA NOTICIA HISTORIAL DE LAS CONQUISTAS DE TIEBMFIKME. CAPÍTULO I. I. Daños que se siguieron en hacer á los indios esclavos por abusar de las licencias que para ello se les daban—II. Modo con que abusaban de ellas, y que después se prohibió esta esclavitud— III. Trata el Gobernador Gerónimo Ortal de darse á esta granjeria—IV. Da principio á ella en- viando á eso una tropa de soldados. FUERON increíbles los daños que en estos tiempos y los de antes, después que se descu- brieron estas tierras, se siguieron (como ya dejamos tocado en otras partes) de haber- se dado licencia para que se tuviesen por esclavos los indios, la cual tormenta y trabajos corrió más suerte "que en otra parte de las Indias, en la de esta Tierrafirme, que hay desde Maracapana hasta el cabo de la Vela, por haber sido la primera que se descubrió y donde primero se comenzó este abuso ; llamóle así, porque lo fué, pues usaban mal por la mayor parte de la licencia que el Rey daba para esto, interpretándola según las leyes de avaricia y codicia, que son los dos fundamentos de todos los pecados del mundo, como dijo San Juan, porque el ordinario temor de las licencias era : tendréis por esclavos á aquellos que los señores naturales de la tierra tienen por tales y os vendieron. Que es la misma justificación con que se pueden tener y tienen por esclavos los negros que se traen de Guinea ; porque habiéndolos y comprándolos de otros que los tienen por esclavos, por haberlos habido en buena guerra, lo cual, es lícito por derecho de las gentes en todas las naciones del mundo, también lo es de que los tengan los cristianos habiéndolos comprado, de quien por derecho natural Ron señores y los tienen lícitamente por tales esclavos, sin que tengan obligación los cristianos á escudriñar si las guerras donde los han habido hayan sido entre ellos justas ó no, si no es que les conste con evidencia no haber tenido justificación ni tenerla la es- clavitud de los que compran, porque en tal caso tampoco seria lícito el comprarlos ni te- nerlos por esclavos, pues los habían habido de quien no se los habia podido vender. Y porque no salgamos del intento de la Historia, reduciéndola á materias políticas>

de que otros muchos han tratado con cuidado, dejo de tratar aquí si hay otros caminos de

más del que hemos dicho, por donde sea lícito tener por esclavos los indios en común ó

algunas naciones de ellos, como son por comer carne humana ó por hacer resistencia á los

españoles defendiendo sus tierras que naturalmente poseen. Y así solo me vuelvo á tratar

del modo tan abusivo que tenían de entender las licencias que se les daban y en hacer es-

clavos á los pobres indios. Pues juntándose algunos de estos licenciados con la gente que

llevaban para el efecto, y habiendo tratado del modo más conveniente á su codicia, para

esto daban un albazo, inopinada y secretamente, sobre un pueblo de indios, procurando

prender al Cacique lo primero y con él á los más que podían de sus vasallos; y después de

conocido al principal, decían que si quería verse libre les vendiese aquellos indios que ha-

bían preso en su pueblo, por tal ó tal cosa que le darian de las de Castilla. Por verse libre

el Cacique les hacia generosa larga graciosamente de todos, sin querer por ellos alguna cosa;

pero queriendo los agresores, á su parecer, dar color ala justificación del hecho, amenazando

al Cacique, lo hacían parecer ante el Juez y Veedor, que por parte del Rey estaban puestos

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14G

FRAY PEDRO SIMON.

(4.a NOTICIA.)

para que se registrasen ante ellos los esclavos y se justificase la esclavitud, viendo si habia

fraude en el becbo ó no. Pero como muchas veces, llevados de la codicia estos mismos ofi-

ciales, eran parciales é iban todos á la parte de las ganancias, forzando los de este trato á

que dijera el Cacique que habia vendido aquella gente á los ciistianos, daba el Veedor por

justificada la venta y el ser lícito tenerlos por esclavos, -en cuyo precio daban al Cacique

cuatro niñerías que en Castilla valdrían diez maravedís, y cuando sobre esto le querían hacer

mucha cortesía, le entregaban algunas de sus mujeres, cargando estos avarientos mercaderes

con depravadas conciencias con toda la demás gente, chusma y Gandules, con que se vi-

nieron á estragar tanto estas provincias y robarse infinidad de haciendas; los cuales hechos

(bien á la vista del mundo) quiso Dios no quedasen sin castigo, pues habiéndose tenido

advertencia en los fines que tuvieron los más de los desalmados hombres que andaban en

este trato, se vio haber sido miserabilísimos con muertes trabajosas y escandalosas, porque

pecados de agravio y escándalo á voces piden estos fines; si bien en estas provincias y en todas

las demás de estas Indias se prohibió luego á pocos años esto, por no parecer tan justificado,

aunque tales causas suelen suceder en tales ó tales indios, que lo es el tenerlos por esclavos

á lo menos por algún tiempo.

En el que se hallaba Gerónimo Ortal viéndose anegado y desamparado de los suyo&

y los que le habían querido seguir, por ser tan pocos que no bastaban para emprender la

jornada que pretendía ni ninguna otra de consideración que fuese á lo largo, y de propósito

le obligó á reparar la pobreza en que se hallaba, por el camino que llevaban los más en

aquel tiempo, con que remediaban sus necesidades, que era el de hacer esclavos; para lo

cual tenia cédula del Rey, que en aquellos tiempos era más dificultoso de alcanzar que do

guardarla, pues siempre se daba con la justificación que hemos dicho y se guardaba con el

abuso que declaramos; aunque no todos los que trataban de esto eran de iguales y desalma-

das conciencias, pues no faltaba entre ellos quien justificase el hecho ajustándolo al tenor de

las licencias que para ello se le daban, délos cuales sabemos fué uno el Gerónimo Ortal, que

por procurar ser tan ajustado en este trato y en no querer que su gente hiciese algún agravio

á los indios, así en esto como en robarles sus haciendas, daban mil trazas sus Capitanes y sol-

dados, que eran de más anchas conciencias^ para que no fuese con ellos en las entradas que

hacían la tierra adentro á hacer esclavos.

Como se echó de ver en una que intentó hacer por haber dado noticia los indios la-

dinos que vivían cerca del puerto de Maracapana y donde él estaba, que habían siempre

procurado conservarse en paz con los españoles, diciéndoles que á pocas jornadas de aquel

puerto, la tierra adentro, vivían en una gran población un Senci principal, llamado Guara-

mental, poderoso en riquezas y número de vasallos, para donde se encendieren luego los

ánimos de los soldados, deseando haber á las manos lo uno y lo otro; y no atreviéndose el

Gobernador Ortal á fiar la entrada de otro que de su persona, por las razones dichas, fueron

tantas las persuasiones con que los soldados procuraron disuadirle de eso, pareciéndoles que

habia de enfrenar su larga mano y demasías, que al fin lo hubieron de convencer que se

quedara en el puerto y enviara con cincuenta hombres al Capitán Agustín Delgado, quer

como dijimos, habia traído en su compañía desde Cubagua, hombre muy de hecho, experi-

mentado en negocios de guerra y entradas, por haberse hallado en algunas de las que se

hacían á la tierra de Berbería desde las islas de Canaria, su tierra, y en las de aquellas pro-

vincias de Maracapana, como ya hemos tocado en algunas partes. No tenia poca experiencia

en guazabaras de indios, donde sus valerosos hechos se habían señalado siempre entre los

demás, por donde era estimado de todos los soldados, y así, á su petición lo señaló el Go-

bernador por cabo de los cincuenta y envió á aquella entrada con instrucción de lo que ha-

bían de hacer para no agraviar á nadie.

CAPÍTULO II.

I. Sabe el Cacique Guaramental de la ida de los españoles á su casa, yB sáleles de paz.—II. Aposén-

tanse en ella por algunos dias, donde fueron bien regalados.—III. Buscando trazas para sus

intentos, ofrecen al Cacique desagraviarlo de sus enemigos.—IV. Dispónese todo para salir áV

una jornada contra el enemigo de Guaramental.

O estaba tan descuidado el Cacique Guaramental, desde luego que supo tenia espa–

ñoles por convecinos, que no tuviera noticias con tiempo de la entrada que estos ciiv-

(CAP. II.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

147

cuenta intentaban para dar sobre él y su gente, y habiendo escarmentado en cabeza ajena,

por lo que les había sucedido con soldados á otros caciques sus convecinos, por haberles querido

hacer resistencia, y de algunos que con dádivas compraban y conservaban su amistad, acordó

de ganar con la mano á estos soldados y ofrecérsela, enviando para el efecto algunos de sus

principales vasallos con algunos presentes de oro y comidas, y que dijesen de su parte al

Capitán se sirviese de recibirle en su amistad que él prometía guardar, y servir todo el

tiempo que por allí anduviese, en cuya demostración le ofrecía su pueblo y casas, donde

le daría posada y serviría de todo lo necesario á él y á todos sus soldados y gente de ser-

vicio. Los cuales tuvieron menos gusto de la embajada, que si fuera de hacerles resistencia

y querer tomar las armas para contra ellos, porque con esta paz les ataba las manos para

que sus codiciosos deseos no las metieran en las riquezas y bienes del Cacique y sus va-

sallos, que eran lo que más pretendían,

Pero al fin el Capitán Agustín Delgado no pudo huir el cuerpo en admitir lo que

el Cacique le ofrecía, y así recibió amigablemente la embajada y los embajadores y el pre-

sente que le traían, ofreciéndole las mismas correspondencias á Guaramental, con que des-

pidió á los mensajeros, marchando tras ellos sin detenerse hasta llegar al pueblo, donde los

salió á recibir el Cacique acompañado de sus caballeros, con grandes demostraciones de

alegría, y aposentó al Capitán y á todos los que iban con él, con su servicio y jumentos, en

una muy bien fabricada ramada que mandó hacer de nuevo para el intento, dentro de su

cercado, en que cupieron todos con mucha comodidad. Este cercado donde tenia sus oasas

el Cacique y se aposentaron los españoles, era de más de trescientos pasos en cuadro, cercado

todo de gruesos troncos de espinosas ceibas y otros palos, entretejidos todos de largas y

crecidas puntas naturales, con que la cerca no solo se defendía para que no se le arrimasen,

pero también defendía los de dentro, en especial si era gente desnuda, como lo eran aque-

llos indios, para que no pudiesen subir por ella, demás de ser los troncos muy altos con

que tenían el sitio por inexpugnable.

Las casas del Cacique, aunque de paja y á su modo, estaban bien y curiosamente

labradas, demás de las cuales, con buena distinción y traza, tenía otros muchos cuartos

divididos en aposentos para sus mujeres y gente de servicio, almacenes en que estaba toda

suerte de armas que usaban en sus guerras, y otros pertrechos ; grandes galas de plume-

ría, encrespados penachos, muchos bastimentos de carne de monte seca, maíz, cazabe y

otras comidas, con muchas mácuras llenas de su vino hecho del maíz y yucas, que es su

principal sustento. De todo lo cual hizo demostración en razón de estado y grandeza el

Cacique Guaramental, mandando proveer con abundancia á toda la compañía, y para que

no faltase, que fuesen trayendo los vecinos del pueblo y de otros, sin cesar á todas horas,

como ya él lo tenia repartido, porque era hombre de buen gobierno y á quien temían y

respetaban sus vasallos, por lo cual no osaban hacer otra cosa, y porque conocían el sem-

blante de los soldados, y aun en las muestras que entre todos estos regalos daban de su co-

dicia, que si se les daba ocasión faltándoles en algo para saquearles el pueblo y hacerles

otros daños, no habían de ser parte para atajarlos el cuidado con que en todo les acudían.

Los días que se detuvieron en este pueblo, fué bien de los cabellos, porque si bien no

les faltaba nada de lo necesario para su sustento y regalo, como todo venia á parar en esto,

y veian atajados todos los caminos de los deseos que los habían sacado de su ranchería y

puerto, porque, conforme á buena disciplina, no hallaban camino para hacer mal á quien les

hacia tanto bien, gastando sus haciendas en sustentar los estomagados. Ya de esto imagina-

ban caminos por donde sacar á luz, con efecto, los deseos de hacienda que los traían inquie-

tos. Entre los demás pensamientos que echaban á volar en busca de estas trazas les cuadró

uno, de hablar al Cacique y preguntarle si entre sus convecinos tenia algún enemigo de

quien hubiese recibido algunos agravios, porque ellos (estándole tan obligados con el buen

tratamiento) se ofrecian á desagraviarlo, con intentos de, vueltos de esto, hacer algún pi-

Uaj e, con que comenzasen á paladear su hambre. No fué poco el gusto que recibió de este

ofrecimiento el Cacique, ni le pareció haber sido mal empleada la costa que le habían

hecho, si ellos estaban fijos en lo que le prometían, porque se hallaba agraviado de cierto

principal convecino suyo, llamado Arcupon, con quien de muy atrasados tiempos habia

tenido crueles enemistades y guerras, en las cuales le habia despojado al Guaramental de

la posesión de una laguna de pesquería, que él y sus pasados habían siempre poseído para

•sus pescas y recreaciones.

Y así agradeciéndoles el ofrecimiento que le hacían, respondió que tenia aquel Ca-

148

FRAY PEDRO SIMON.

(4.a NOTICIA.)

cique por su enemigo, y que si le querian cumplir la palabra, él les daria guías y gente de

guerra que les ayudasen á pelear. Los soldados no deseaban otra cosa, aceptando la empresa

con facilidad, y con esta misma rogaron al Capitán no la desechase, poniéndole por delante

la pobreza de todos y el remedio que podría tener en la facción ; á que el Capitán no fué

tan poco dificultoso corresponder, y así concertó que no se dilatase la salida más que hasta

otro dia á la del sol, por el peligro que podía haber en que avisasen del trato al enemigo

de Guaramental, el cual con esta resolución juntó hasta novecientos indios de guerra aque-

lla noche, de los que tenia más á mano, y abriendo los almacenes y atarazanas donde tenia

las comidas y armas para tales ocasiones, fué repartiendo por su propia mauo á cada uno

como le pareció. Y habiéndoles exhortado el orden que habían de guardar, con un largo

parlamento y hecho ciertas ceremonias que entre ellos se usaban en estas ocasiones, y ha-

biéndoles nombrado un Capitán á quien habían de obedecer, y que por la mañana á las

primeras luces estuvieran todos en la plaza, donde los aguardarían los españoles, con quienes

habían de ir, los despidió á sus casas á prima noche (que ya en disponer estas cosas se ha-

bía llegado) para que bebiesen todo lo que restaba de ella é hiciesen sus bailes y danzas,

pues sin haber precedido esto, según lo usaban, de ninguna manera saliera ninguno del

pueblo para la guerra.

CAPITULO III.

I. Sale Agustín Delgado con los soldados y otros indio3 amigos, y dan sobre el pueblo de Arcu-

pon.—II. Entre los demás que sacaron de este pueblo fueron cuatro mujeres muy hermosas.—

III. Tienen noticia de otro Cacique rico, y pártense en su demanda.—IV. Túvola el Cacique de

su ida, y sáleles de paz, con que luego tomaron la vuelta del puerto de Neberi.

APENAS habia despuntado otro dia las primeras luces, cuando hallándose juntos los

novecientos indios con los españoles, comenzaron á seguir la vuelta del pueblo de

Arcupon, que estaba de allí dos jornadas pequeñas, y habiendo caminado la una de dia por

trochas excusadas de entre árboles, por no ser sentidos, y descansado el primer cuarto de

la noche caminando el resto de ella, llegaron al quebrar del alba á vista del pueblo, que

estaba sentado á la margen de un pequeño rio, llamado Dunare, de amenísimas riberas,

pobladas de toda suerte de árboles frutales y silvestres, fresco, de apacible y agradable

temple, bien proveído de todo género de caza y pesca, valientes y dispuestos indios y de

indias de muy buen parecer, bien trazada toda la población de las casas, sobre quien die-

ron entre dos luces, comenzando á ranchear cuanto topaban, con que se hizo no pequeño

estrago, así de esto como de muertes de muchos indios, no por manos de los españoles, por-

que aunque prendieron no mataron á ninguno, sino de los indios de Guaramental, que

tomando brios al abrigo de los soldados, los empleaban con tan cruel fiereza en sus contra-

rios, que con cruelísimas muertes, como siempre ellos lo tienen de costumbre en estas enemi-

gas, no dejaban persona á vida de cuantas podían haber á las manos, sino eran algunas

pequeñuelas criaturas que ellos podían criar y hacer á sus costumbres, teniéndolos siempre

por esclavos; y quiero decir esta palabra, que si alguna vez entre estos sacos y estragos

que hacen los unos indios en pueblos de los otros, hallan á vueltas de las demás personas

algunas criaturas que sean hijas de español é india, que acá se llaman mestizos, en ninguno

ensangrientan primero sus manos, ni con más gusto, que en ellos, con temores que en cre-

ciendo los han de sujetar como lo hicieron sus padres, y así de ordinario aborrecen más los

indios á los mestizos que á los españoles,” y les temen más, porque los hallan más crueles

para con ellos, y por la razón dicha.

Entre el saco que sacaron de este pueblo, no con poco estrago de haciendas y vidas,

pues entre los demás perdió la suya peleando el Cacique Arcupon, se hallaron cuatro chi-

nas, que son iudias de poca edad hasta que se casan, tan blancas, rubias y hermosas, como

si se hubieran criado en Flandes, de que también se han hallado algunas en estos llanos, la

tierra más dentro, y yo he visto una que se ha criado en esta ciudad de Santafé desde niña,

tan blanca y rubia como hemos dicho. Preguntando los españoles si aquellas cuatro mu-

jeres eran de otra nación circunvecina á este pueblo que fuesen todas de aquel color, les

respondieron ser nacidas y criadas en aquel pueblo, y que aquella blancura les venia de

haber estado desde que nacieron tan encerradas que jamás les habia cubierto el sol, como

se echaba de ver, pues al modo de aves nocturnas, en sacándolas á él se cubrían los ojos,

por lo mucho que les ofendía la luz.

(CAP. IV.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

149

Ya iban acabando los soldados é indios de hacer el rancheo y estrago del pueblo

cuando llegaron otros ochocientos de socorro que en favor de los cristianos enviaba el

Guaramental, los cuales entregándose de nuevo en las reliquias que habían quedado del

primer saco, acabaron de asolarlo totalmente, á quien el Capitán Delgado con los primeros

novecientos que los habían acompañado, pareciéndole ya no tenia necesidad de los unos ni

los otros, volvió á enviar á su pueblo, y él con sus soldados, viendo que era poco el ran-

cheo que habían habido á las manos en aquél, por haber sido tantos los indios que se ha-

bían hallado en el pillaje, se procuró informar de otras poblaciones donde pudiesen hacer

lo mismo, con deseos de mayores provechos. Diéronle noticias, entre estas diligencias, de otro

pueblo que estaba dos leguas de aquél, cuyo Cacique se llamaba Guere, de crecidas rique-

zas que poseía, y gran número de vasallos que se las tributaban, en cuya demanda se par-

tieron luego.

El Cacique Guere, habiéndole llegado mucho antes que los españoles la noticia de

que iban á sus tierras ó por haber sabido lo bien que le habia sucedido á Guaramental ha-

ciendo paces con ellos, ó por entender en común cuántos bienes traiga y males excuse la

paz (que hasta conocer esto no hay luz tan nebulosa de bárbaro que entre sus tinieblas no

se manifieste), envió al camino tres ó cuatro Capitanes de los más principales de los suyos,

ofreciéndosela y muy segura amistad, como lo verían con obras si se sirviesen de admitirlo

por amigo é irse á aposentar á su pueblo y casas. No pudo el Capitán Delgado huir el cuer-

po á admitir lo que se le ofrecía, como lo hizo, bien contra la voluntad de los soldados,

que pretendían más el cumplimiento de sus deseos de haber á las manos riquezas, que asen-

tar paces, por el estado de pobreza en que se hallaban. Llegaron al pueblo, donde le salió á

recibir Guere con el resto de sus principales, y aposentó en sus casas, dando por todos los

caminos que fueron menester muestras de amistad sin faltar en su servicio con todo lo que

pudieron y tuvieron los indios, á que correspondió con honrados términos y palabras el

Capitán, los dias que estuvo allí descansando, después de los cuales, sin haberles hecho otro

daño particular más que haberles gastado buena parte de sus comidas, tomando todos los

españoles la vuelta del pueblo del otro su amigo Guaramental, donde hallaron el mismo

alojamiento y gusto para recibirlos que antes; y recogida tanta abundancia de vituallas,

que habia largamente para sustentarse quinientos españoles con su carruaje hartos dias,

aunque á pocos (viendo no medraban en otra cosa que en comer) se salieron de este pueblo

y tomaron la vuelta del puerto de Neberi, donde habia quedado su Gobernador Gerónimo

Ortal, llevando las piezas de indios é indias que habían podido haber en el pueblo de Arcu-

pon, que se vendieron por esclavos, con cuyo precio y el poco oro que también habían po-

dido coger en el pillaje, fué razonable el número que se juntó.

CAPÍTULO IV.

I. Anda con cuidado Sedeño buscando gente para volverse otra vez á la isla de la Trinidad—II. Tiene

nuevas noticias de las riquezas de Meta—III. Estas noticias pusieron deseos en algunos soldados

para seguir á Sedeño, con que fué á la isla de Santo Domingo á pedir licencia para la jornada—

IV. Llega el Capitán Baptista con gente, enviado por Sedeño, al puerto de Maracapana, y Ortal

entra con la suya la tierra adentro.

O se le acababa á Antonio Sedeño el pió con que siempre andaba, desde que volvió á

la isla y ciudad de Puerto Rico, del de la Trinidad, como dijimos, de volverse á ésta

con deseos de no perder el gobierno y adelantamiento que el Rey le habia dado en ella; y

así en tanto que pasaban las cosas que hemos contado en la jornada del rio de Paria ú Ori-

noco y en la costa de Tierrafirme, andaba cuidadoso en la isla de Puerto Rico solicitando

los ánimos de los soldados y gente que hallaba desocupada á que quisiesen seguirle en esta

jomada. Pero esto le era más que dificultoso, por tenerla infamada tres cosas, que bastara la

una para hallar á todos desganados de emprenderla : lo primero por las pocas esperanzas de

provecho que todos se podían prometer en aquella tierra, por no haber hallado hasta en-

tonces en ella rastros de oro ni plata, que son los que allanan imposibles de dificultades;

pues á haber esto, las otras dos no lo fueran, que eran la bravosidad de los indios y fuerte

yerba con que peleaban, y la fragosidad de la tierra, toda montañosa y desacomodada para

crias y labranzas, á lo menos de las cosas de Castilla.

Esta fama que habia volado por todas aquellas islas y puertos de Tierrafirme, tenia

150

FRAY PEDRO SIMON.

(4.a NOTICIA.)

á los españoles del parecer dicho y al Gobernador Sedeño echando perpetuos balances sobre

lo que baria en razón de conseguir sus intentos, sin hallar sus pensamientos salida que le

cuadrase, hasta que se la dio el dicho de una india que tenia en su casa esclava, entre otros

que habia traido de Tierrafirme. La cual sobre las noticias que comunmente andaban de

las riquezas del rio de Meta, que habían sido las que habían hecho emprender las dos jor-

nadas de Ordas y Ortal, las engrandeció tanto levantando tan de punto las riquezas que por

allí bajaban de otras tierras, que, como hemos dicho, eran estas del Nuevo Reino de Grana-

da, de esmeraldas, oro, sal y telas de algodón, que prometiendo entregarle en ellas, si fuese

con la gente que bastase á resistir tantos y tan valientes indios como habia por el camino,

se consideraba ya Sedeño uno de los más principales príncipes del mundo en prosperidades

de esto y señorío de vasallos.

Comenzáronse á derramar y realzar de nuevo estas noticias que habia refrescado la

india, por parte del Sedeño y de algunos pocos de sus amigos, que al cebo de ellas se le

allegaron, que viendo que ya el intento de la jornada no era para la isla de la Trinidad,

que tanto se aborrecía, sino para la Tierrafirme y provincias tan gruesas y prósperas, donde

decia la india, se comenzaron á levantar los ánimos y bríos de algunos soldados vagabundos,

y que no tenían en qué entretenerse, que ya ellos solicitaban el de Antonio Sedeño para

que emprendiera esta jornada. El cual aprovechándose de la ocasión para conseguir sus pri-

meros intentos de no perder su Gobernación y adelantamiento, que era á lo que principal-

mente tenia la mira, por ser lo que más le importaba, condescendió con el parecer de los

que le persuadían esto, teniendo intentos de so color de las noticias de Meta juntar la gente

que pudiese y puesta en Tierrafirme, le seria fácil de buscar modo de dar la vuelta con to-

dos á la isla de la Trinidad.

Estos intentos solicitaron á Sedeño á tomar la vuelta de la isla y ciudad de Santo

Domingo, donde proponiendo las más claras y grandiosas noticias que j sobre todas las que

hasta allí habia habido, tenia de ellas grandes riquezas de las Provincias de Meta. Pidió

licencia á la Real Audiencia para hacer entradas en la Tierrafirme (tfaso que no pudiese

salir con lo capitulado de la isla de la Trinidad) y poder poblar en las Provincias que

descubriese, concediéndosele con facilidad esta licencia como la pidió, por los buenos efectos

que de lo que prometía se podían seguir. Con la cual y la fama dicha, que cada hora habia

ido tomando mayores fuerzas, volviendo á la isla de Puerto Rico con mucha brevedad, por

estar los ánimos tan bien inclinados, juntó hasta ciento y cuarenta hombres y con cuarenta

caballos los envió en dos carabelas con un Capitán llamado Baptista, á Tierrafirme,

quedándose él en la isla juntando más gente y otros pertrechos necesarios á la jornada. El

Baptista, con los que llevaba, llegando en pocos dias y buen tiempo á Tierrafirme,

desembarcó en el puerto de Maracapana, tierra por entonces famosa por sus muchos y ricos

naturales.

No tardó mucho después de haber desembarcado Baptista, que no lo supiese Geró-

nimo Ortal, por estar, como hemos dicho, este puerto del de Neberi, donde estaba rancheado,

solas dos leguas. No se alborotó de esta llegada de Baptista Gerónimo Ortal, si bien habia

surgido tan cerca de su puerto, donde él tenia tomada posesión de su Gobierno, antes se

comunicaron amigablemente el uno con el otro, pareciendo á ambos que en tierra tan larga

y tan poblada que era capaz de dar en qué entender á todas las provincias de España, no

habia para qué mover disensiones, pues para todos habia (sin estorbarse unos á otros) largas

tierras que pisar y conquistar. Dias habia cuando llegó Baptista, que Gerónimo Ortal

andaba disponiendo entrarse la tierra adentro con toda su gente, á que les iba forzando la

falta que tenían de comidas, y el deseo de hacer algún efecto allanando Provincias. Puso

esto en ejecución comenzando á caminar con hasta setenta soldados con quienes á pocos dias

topó con unas grandes y bien pobladas ciudades de moradores de tan buena masa y condi-

ción, que deseando más la paz y amistad, pareciéndoles ser de más estima que cuanto podían

gastar con los españoles, les salían á recibir al camino prometiéndosela, con que no les

sucedía á los soldados lo que pretendían, por tener puestos los ojos más en el provecho de

las riquezas que les podían venir á las manos en la dudosa guerra, que en la segura paz,

pues de esto no podían haber á ellas los esclavos y acrecentados caudales que en la otra

fueran posibles.

Pero el Gobernador, viendo ser obligación precisa, sin poder hacer otra cosa en

conciencia, los admitía de paz y prohibía con graves penas á los soldados les hiciesen

algún daño, aun en cosas muy menudas, lo cual hacían por miedo de la pena, pero no de

(CAP. V.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIR3ÍE.

151

la culpa. Viéndose tan enfrenados en sus deseos por la rectitud del Gerónimo Ortal, hicie-

ron junta todos, después de haber descansado ciertos dias en uno de aquellos pueblos

donde lo regalaron con todo lo que los indios tenian ; y volviendo otra vez (como en la

ocasión pasada) á persuadirle se volviese al puerto, donde quedó algún resto de la gente

con el carruaje, pues ellos bastaban á hacer aquellas entradas, sin poner su persona en

riesgo, fueron tan importunos en estas persuasiones, que ya casi llegaban á quererle forzar

á ello. Por lo cual, advirtiendo el Gobernador que podrían suceder mayores inconvenientes

de motines ú otra cosa, en la perseverancia de estar con ellos que en volverse al puerto,

como se le pedia, escogió esto por menos malo. Y dejándoles por cabeza y cabo al Capitán

Agustin Delgado, que era á quien ellos pediau los gobernase, que debiera de ser de tan

ancha conciencia como ellos, tomó hasta ocho compañeros, y con ellos la vuelta del puerto,

dejando encargado al Agustin Delgado las obligaciones que tenia de no hacer agravios en

ningunos de los pueblos ni indios con quienes se encontrase.

CAPÍTULO V.

I. Vuélvese Gerónimo Ortal al puerto, y los soldados prosiguen la entrada.—II.” Hacen esclavos los

soldados de Ortal á más de quinientos indios, y véndenlos.—III. Entrase Baptista á invernar la

tierra adentro, al pueblo de una Cacica.—IV. Envía Gerónimo Ortal al Capitán Nieto al pueblo

de Guaramental, donde le prendió el Capitán Baptista.

CON la partida de Gerónimo Ortal parece que se hallaron sus soldados con el desahogo

que deseaban, y sin estorbo para sus intentos, y así, poniéndolos en ejecución, comen-

zaron luego á desmandarse, entrando en las poblaciones circunvecinas á donde estaban,

donde por fas ó por nefas que estuviesen de paz y de guerra les robaban lo que tenian, y

tomaban por esclavos los que les parecían más á propósito para tener de ellos salida.

Ibanse con esto avispando los pueblos, con ser, como hemos dicho, todos de tan buena

masa, que tomando las armas en su defensa, la hacían de sus personas y hacienda, como en

especial sucedió en un pueblo llamado Menequí, donde sabiendo sus moradores iban los

españoles á hacer lo mismo que en otros pueblos habían hecho, los estuvieron aguardando

con buen orden de guerra, é hicieron rostro y resistencia á su entrada, con buenos princi-

pios de brios, si bien fueron bien pocos con los de los españoles, por la flaqueza de sus armas,

que al fin son todas de palo. Pero sirvióles la demostración de resistencia para que entrán-

doles el pueblo los soldados se abstuviesen de cautivar alguna gente, con temor de que

podia suceder que embarazados con los cautivos, si los demás revolviesen sobre ellos, no

se hallasen tan libres á la defensa, y así se contentaron sin llevar ninguna gente, sacar algo

de las demás cosas que pudieron haber á las manos, habiendo tomado en precio de ellas los

indios, el enviar heridos algunos de los soldados.

Con lo cual (que fué el último suceso de aquella entrada) y por haber ya hecho sus

mangas en los pueblos de antes, de algún oro y más de quinientas piezas de cautivos, die-

ron la vuelta al puerto de Neberi, donde les estaba aguardando su Gobernador, que reci-

biéndolos con alegría no puso mucho cuidado en informarse del modo que habían tenido en

hacer los esclavos, por entender serviría de poco esta diligencia, por no ser parte, aunque

quisiera, para remediarlo; y así se dio luego orden cómo se herrasen todos por esclavos,

ante los oficiales reales que cobraban los quintos. Y tratando luego de la venta con ciertos

mercaderes de este trato que habían llegado allí poco había con unas naves de las islas de

Santo Domingo, Puerto Rico, Margarita y otras (porque de éstos nunca faltaban, por saber

que siempre habia de asiento algunos soldados en aquella costa, que se ocupaban en hacer

estos esclavos teniéndolo por trato) los vendieron á todos, rescatando con unos mercaderías

de España, y otros por precio de oro cada uno, chico con grande, á razón de á diez pesos,

que como les habían costado poco no reparaban en darlos por moderados precios para no

espantar los mercaderes, sino que antes, engolosinados con lo poco que por ellos les pedían,

acudiesen con más frecuencia y no les faltase á quien venderlos, no mirando esta gente

(como aquellas culpas daban el golpe en las almas y no lo sentían) que algún tiempo lo

habían de sentir en almas y cuerpos, si los cogía la muerte sin hacer penitencia y satisfac-

ción de ellas.

Ya en este tiempo (que eran los últimos dias del año de mil y quinientos y treinta

152

PRAY PEDRO SIMON.

(4.a NOTICIA i)

y seis) iban apuntando las aguas del invierno (que en todas estas tierras comienza por en-

tonces al contrario de otras, como son éstas del Nuevo Reino, que entonces se acaba) y la

hambre por la falta de comidas en la gente del Capitán Baptista. en el puerto de Maraca^

pana, por lo cual acordó entrarse á invernar la tierra adentro, donde pudiera reparar esta

necesidad y esperar á su Gobernador Sedeño que aguardaba por horas, dejando dispuesto

en el puerto cómo pudiera entender cuando llegase, la derrota que llevaba. Hízolo así to-

mándola para el pueblo del Cacique Guaramental, por donde pasó después de haber tomado

algún refresco, sin detenerse hasta dos jornadas más adelante, donde se alojó en el pueblo

de una gran señora Cacica, llamada Orocomay, donde procuraba sustentarse con el menor

perjuicio que podia. asi de los indios del pueblo como de los españoles de Gerónimo Ortal,

que andaban divididos para sustentarse entre los pueblos de los indios amigos, si bien ya le

habían quedado al Gerónimo Ortal solos treinta hombres, por haberse huido los demás,

cada cual por donde*podia, y éstos hubieran hecho lo mismo si hallaran la comodidad de

los otros con quien asentar, para hacer alguna jornada, porque aunque se le habían ofreci-

do algunos al Baptista, diciendo que si los quería admitir en su compañía le servirían, no

habia querido acudir á esto, pareciéndole no era esto acudir á los honrados respectos y

amistades que habia comenzado con Gerónimo Ortal, fineza que habia sido de estima entre

los soldados del uno y del otro, con que habia cobrado nombre el Baptista de hombre de

buenos é hidalgos respectos, y lo conservara mucho más, si no lo deslustrara después con

lo que hizo con el Capitán Nieto de los de Gerónimo Ortal, como luego diremos.

Una de las más principales razones, sobre la que hemos dicho de que el Gerónimo

Ortal les iba á la mano para no desenfrenarse en insolencias, porque se le iban deslizando

por una parte y otra, hasta quedar con tan pocos como hemos dicho, era el saber que el

tiempo de las cédulas de su gobierno se iba cumpliendo del todo, ó lo estaba ya, el cual

inconveniente procuraba reparar el Gerónimo Ortal diciendo que esperaba por horas nue-

vos recaudos de España en confirmación de él, con que pensaba emprender nuevas jornadas,

para las cuales, en dándose la voz, se llegaría más gente de la que hubiese menester; y así,

que los que quisiesen perseverar con él (decia á sus soldados) saldrían con grandes mejoras

de su mano, que todos los demás con que entretenía á aquellos con que se hallaba, á quien

(como no tenia bastante sustento) enviaba (como dijimos) entre los pueblos de los indios

amigos, donde se entretenían mientras llegaban los recaudos que decia, y rescataban comi-

das y esclavos con las cosas de Castilla que habían comprado de los navios á trueque de los

otros que les vendieron.

Para que estos soldados, que andaban divididos, tuvieran más seguro de lo que se

les podia ofrecer, así entre indios, de quienes en la mejor paz no se puede tener ninguno,

como de los soldados de Baptista, si acaso algunos no quisiesen guardar la amistad que

entre las dos cabezas se habían prometido, ordenó el Gerónimo Ortal que el Capitán Nieto

(uno de los que tenia entre sus soldados, con cinco ó seis de ellos) fuese al pueblo del ami-

go Guaramental, que era casi á la mitad de la Provincia donde andaban divididos los com-

pañeros, y les hiciese escolta desde allí para todo acaecimiento. Súpolo el Capitán Baptista,

y olvidado de las cortesías y demostraciones de amistad que habia tenido en los puertos

con el Gerónimo Ortal, mudó de intentos, teniéndolos ya de destruirlo con toda su gente.

Lo cual, según entendieron algunos soldados, habia hecho entonces por haberse

hecho ya á las mañas y usanza de aquellas jornadas en que no estaba experimentado, por

ser chapetón en la tierra cuando tuvo aquellos cumplimientos y cortesías, y también por-

que le pareció era contra su presunción y punto de honra, y en su vituperio y menosprecio

el haberle puesto Gerónimo Ortal, tan cerca de donde él estaba, al Capitán Nieto con sol-

dados. Y así, enviando cuarenta de los suyos, les mandó que diesen una trasnochada sobre

el Capitán Nieto y sus compañeros y los desarmasen y quitasen un solo caballo que tenian,

añadiendo por fin de las causas dichas, de que por aquel camino se amedrentaría el Geró-

nimo Ortal y sus soldados, de manera que por temores de que él no tos acabase de destruir,

siendo tan pocos, y él de tan conocidas ventajas de gente, se saliesen de la tierra y quedase

él solo en ella. Fueron puntuales los cuarenta soldados de Baptista en lo que les mandó, y

dando un albazo sobre el Capitán Nieto y los demás, con que los cogieron desapercibidos y

casi durmiendo, los despojaron de las pocas armas y el caballo que tenian, y dejándolos

casi sin vestidos se volvieron con el flaco despojo á su Capitán, que lo estimó eu más que si

fueran los tesoros del Craso y Creso.

(CAP. VI.) NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTÍÍS«¡5lÍSSJAmME, 155

l MVE33ITY )

CAPÍTULO VI. ^ . J

I. No le parece al Capitán Baptista que Gerónimo Ortal puede tomar satisfacción de la injuria que

hizo al Capitán Nieto—II. Prende Gerónimo Ortal la gente que de nuevo llegó, enviada por Se-

deño al puerto de Maracapana—III. Envía Ortal á tomar los pasos de los caminos para que no

se dé aviso á Baptista—IV. Sale Gerónimo Ortal en demanda del Capitán Baptista.

O les pareció tan bien este hecho del Capitán Baptista á todos sus soldados, que no lo

comenzasen luego á murmurar, y no tan en secreto que no viniese á su noticia, y que

también decian que no tenían que prometerse ningún seguro, pues estaba claro que el Ge-

rónimo Ortal habia de procurar satisfacerse del agravio, y que por donde se podia ase-

gurar algo, era procurando haberle también á las mauos y ó sus amigos, poniéndolos en

parte segura, donde aunque quisiesen no pudiesen tomar las armas para la venganza; por-

que, como dice el adagio español, la pendencia ó no comenzarla ó acabarla. No solo no aten-

dió mucho á estas pláticas, ó por mejor decir avisos, el Baptista, ni algunos de sus amigos,

pero antes se reian diciendo donaires, con el seguro que tenían de lo poco que les parecía

podía hacer Gerónimo Ortal con tan pocos soldados como tenia, y esos tan desavenidos como

él sabia. El Capitán Nieto no se durmió en dar aviso á su Gobernador de la injuria que á

él y á sus soldados se les habia hecho, debajo del seguro de amistad que se habia trabado

entre todos, la cual injuria no solo el Gerónimo Ortal, sino aun también cada soldado de

los suyos, tomó por propia y propuso vengarla por entero cada uno, como si en particular

la hubieran recibido: en especial quedaron irritados á esto, habiendo alcanzado á saber al-

gunas palabras que habia dicho el Baptista y su gente en menosprecio y poca estimación de

la de Ortal, que fué ponerle espuelas á lo dicho.

En este tiempo llegó al puerto de Maracapana otra carabela con ciento y cincuenta

hombres y treinta caballos, y por Capitán de ella un Vega, que lo enviaba el Gobernador

Antonio Sedeño desde Puerto Rico donde él, aunque se quedaba para traer más gente y

estuvo hasta cuando diremos. Esta carabela, al entrar en el puerto, dio al través y se hizo

pedazos, dando lugar primero que se fuera á pique á que se sacase sin peligro cuanto venia

en ella, quejólo en perderse ella se resolvió todo el daño del naufragio, por haber sido tan

á la lengua del agua. No pasó mucho tiempo, por estar, como hemos dicho, los dos puertos

tan cerca, que no supiese Gerónimo Ortal de la llegada y suceso de la carabela, y parecién-

dole juntamente con los Capitanes Agustín Delgado, Nieto y otros sus amigos, que les

habia (como dicen) caido la sopa en la miel, trayéndoles la ocasión á las manos

para comenzar á satisfacerse de la injuria del Capitán Baptista, siendo todos uuos, por ser de

un Gobernador los que habían llegado al puerto, y los otros de Baptista, y que seria acer-

tado embestir á los del naufragio á tiempo que estuviesen descuidados, determinaron (de

parecer de todos) hacerlo así, y pareciéudoles habia-peligro en la tardanza, sin detenerse

un punto, con la poca gente y armas que se hallaron en el puerto, marcharon aquella mis-

ma noche que se siguió al dia que habían desembarcado, y llegando al cuarto del alba á

donde estaban alojados, y sin postas de guarda, dieron sobre ellos que estaban casi dormi-

dos, y almadeados, sin que hubiese entre toda la gente hombre de bríos que tomase las ar-

mas, sino fué un clérigo que venia en la compañía, que los tuvo tan buenos, que procuró

defenderse lo que pudo y hacer rostro á todos los contrarios; pero al fin como sólo se cansó

presto y rindió las armas, como los demás también lo hicieron, no solo por lo dicho sino por

entender por el ruido que hacían los que los iban prendiendo y ser de noche, que era mu-

cha más fuerza de gente y que podia suceder los matasen á todos si se ponían en resistencia,

y de estos dos males escogieron el menor, que fué dejarse prender y despojar de todo cuan-

to traían.

Lo cual hicieron tan del todo los soldados de Gerónimo Ortal, que ni aun cuchillo

de escribanías con que pudiesen cortar la comida les dejaron, ni otra cosa que les fuese de

provecho, fuera de alguno del matalotaje que traían, con que sin hacerles otro daño de

herida ni mal tratamiento tomaron la vuelta aquel mismo día de su alojamiento y puerto

de Neberi, donde comenzaron luego á dar orden en cómo habían de seguir la venganza con-

tra Baptista, por verse ya con tan acrecentadas fuerzas de armas y treinta caballos, porque

no les dejaron uno; pero entre tanto que acababan de dar asiento al acertado modo que

habían de tener nara haber á las manos al Baptista y su gente, ó á lo menos desbaratarlo

154

FRAY PEDRO SIMON.

(4.a NOTICIA.)

para atajar que no tuviese aviso el Baptista de lo sucedido con el Capitán Vega y sn gente,

ni de la del Baptista supiese comunicar con la del Vega, les p necio acertado se pusiesen

centinelas ra los pasos forzosos de los caminos por donde habían de ir estas nuevas, y que

se guardasen de manera que nadie pasase que uo fuese preso. Buscaron para esto soldados

tan á propósito que pnestr° en los pasos tuvieron ta uta vigilancia que dentro de pocos dias

prendieron en ellos c-ixi treinta hombres que de los del Capitán Vega iban á dar aviso al

Baptista. Lo cual pudieron hacer con facilidad por ser chapetones en aquellas tierras y no

saber desechar aquellos pasos forzosos, y por ir desarmados.

No se descuidó con esto el Gerónimo Ortal en dar prisa á su partida, pues con la

brevedad posible, habiendo repartido entre sus soldados las armas y caballos del pillaje, y

dado comisión de su Teniente general á Agustin Delgado, se partió para la Provincia de la

Cacica Orocomay, donde aun se estaba el Capitán^ Baptista, y llegando á los puestos de las

centinelas que habia enviado, halló que tenian presos los soldados dichos, á los cuales pro-

curó, con persuasiones, reducir a su compañía y que le siguiesen en aquella jornada, pro-

metiéndoles gratificárselo, y que el que no quisiese hacerlo así, con mucho gusto, se vol-

viese desde allí á la costa. Viendo los presos cuan favorable le mostraba el rostro la fortuna

al Gerónimo Ortal, los más se determinaron á seguirle, con los cuales, y con algunos otros

que recogió de los que dijimos andaban esparcidos por los pueblos de los indios amigos,

juntó más de cincuenta hombres, con que fué marchando á paso largo y jornadas dobladas,

hasta que llegó al alojamiento del Capitán Baptista, sobre quien dio una noche, sin que

ninguno hubiese tenido rastro de su venida, pero hallólo casi despoblado, pues no habia

más que veinte hombres en él, por haber ido los demás con su Capitán la tierra adentro á

buscar comidas.

Prendieron á éstos sin resistencia, por ser tan pocos, y saquearon todo lo que halla-

ron en los ranchos, y tomando noticia de la derrota que el Baptista y su compañero habian

llevado, apenas hubieron despuntado las primeras luces cuando se partieron siguiéndola

con el mismo cuidado y paso largo que habian traído hasta allí, porque al tiempo que dieron

sobre el alojamiento se habia escapado un negro esclavo del Baptista é iba á toda prisa

delante de ellos á darle aviso de lo que pasaba, y procurando darle alcance antes que llega-

se á su amo y tuviese lugar de recoger su gente, si la traia esparcida, y prevenirse antes

que ellos llegaran, caminaban todo lo posible viendo el peligro que habia en la tardanza; y

así llegaron con brevedad aun pueblo de un indio principal, cristiano y ladino, llamado Die-

go, donde entendieron estaba el Capitán Baptista, pero no hallaron más que dos soldados

que habian quedado en guarda de algunas comidas de las que iban allegando allí y al negro

que habia salido á dar el aviso, á los cuales prendieron, con que se aseguraron del miedo

que llevaban no lo tuviese el Baptista, de cuya derrota, habiéndose informado, supieron

que estaba con su gente tres jornadas de allí, y que con brevedad lo esperaban.

En esto estaban ocupados Ortal y sus soldados, cuaudo llegó á la aldea su Cacique

don Diego, de donde estaba el Capitán Baptista, que venia á ver á su mujer, por haberlo

enviado á llamar, que estaba enferma. De éste supieron cómo el Baptista quedaba donde

habian dicho los dos soldados, y que en volviendo él se vendrían todos, que no quedaban

aguardando otra cosa sino su vuelta. Sabiendo el don Diego los intentos del Ortal, por ha-

bérselos dicho él mismo en secreto, nada le pesó de ellos, por haber recibido algunos agra-

vios del Baptista y sus soldados, con que el Gerónimo Ortal halló disposición en el indio

para que le ayudara á salir con la facción que pretendía; y así, le instituyó en lo que habia

de hacer cuando volviese á donde estaba el Baptista, asegurándole de que no habia en sn

pueblo, ni en otra parte de la comarca, quien le contradijese en nada, ni habia tenido ras-

tros ni noticias del Gerónimo Ortal; protestándole al indio que si lo hacía así, se lo gra-

tificaría bien, y si al contrario, lo destruiría á él y á toda su gente y vasallos.

(CAP TU.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

155

CAPÍTULO VIL

I. Tiene Gerónimo Ortal noticias dónde está el Capitán Baptista y cuándo ha de volver, y pónele

espías—II. Avisa al Baptista un clérigo del despojo que había hecho Ortal al Capitán Vega en

el puerto—III. Pónense en emboscada en el pueblo los soldados de Gerónimo Ortal, para ir pren-

diendo á los de Baptista como fuesen entrando—IV. Fué preso el Baptista con casi todos sus

soldados.

COMO el indio halló lo que deseaba en los intentos del Ortal, propuso de hacer lo que

le habia industriado mejor que se lo dijo, como lo hizo, y partiéndose de su pueblo den-

tro de dos dias, en otros dos llegó á verse con el Capitán Baptista y su gente, dejando dicho

que á otros dos de como llegase, estarían allí de vuelta todos, con que el Gerónimo Ortal,

sin descuidarse un punte al tiempo que convino, mandó poner atalayas en partes bien dis-

puestas, de donde se pudiese ver de mucha distancia el camino que habían de traer, las

cuales, estando con el cuidado que convenía al tiempo que dijo el indio que vendrían, die-

ron aviso como parecía descolgarse gente por la cuesta de una pequeña sierra que estaba

poco antes del pueblo. El Capitán Alderete, que era uno de los de mayor satisfacción que

estaba entre los de Gerónimo Ortal, por la experiencia que tenia en el arte militar y cos-

tumbres de los españoles en estas jornadas, dijo en dando las atalayas el aviso que en el

caminar de los soldados y orden ó desorden que trajesen, echaría de ver si estaban avisados

ó no, porque si lo estaban sería cosa cierta vendrían en orden, y si no á la deshilada cada

uno por su parte. Para certificarse de esto se subió á la cumbre de un bohío, y vio que en

bajando la gente á lo llano, por donde decían las centinelas, se juntaba y hacia muela,

que lo tuvo por señal de querer allí Ordenarse en escuadrón; y no fué eso sino que al pié

de la cuesta hallaron al clérigo que dijimos habia venido con el Capitán Vega, que les iba

á dar aviso.

El cual, como debiera de ser vaqueano en la tierra, y hombre de hecho, habia des-

mentido las centinelns que habia puesto en el camino el Gerónimo Ortal, y por otro dife-

rente de trochas que él sabia, ó por ventura habiéndolo guiado algún indio amigo, se había

escapado de caer en sus manos, y llegado al sitio donde ahora estaba con los soldados de

Baptista, sin haber encontrado en el camino ningún español, y así no supo dar razón cierta

dónde estaría el Gerónimo Ortal, antes después de haberle dicho lo que habia sucedido en

el puerto, de que recibió notable pena, aseguró al Capitán Baptista (que no le fué de poco

inconveniente) diciendo quedaba el Ortal tan atrás, que por mucha prisa que se diese no

se podían dar vista los unos á los otros en tres ó cuatro dias; aunque el sentimiento del

Baptista por el despojo de sus compañeros y victoria que habia tenido el Ortal. no era pe-

queño, haciendo, como dicen, de tripas corazón, comenzaron luego á blasonar de sus fuerzas

y bríos y hacer demostraciones de tener en poco las de su contrario, alargándose á decir

contra él palabras de vituperio, ó por parecerles estaban seguros de no verse con él, á lo

menos tan presto, ó que cuando se viesen eran muy menores las fuerzas que traia para con

las de sus brazos, y que sin armas, con solos papirotes, los rendirían. Y así fiados con vani-

dad en estas vanas presunciones, con el desorden que habían traído hasta allí, comenzaron

á-caminar lo que faltaba hasta el pueblo, donde estaba el Gerónimo Ortal con su £ente en

emboscada para dar á tiempo sobre ellos.

Reconoció todo esto el Capitán Alderete, y en el desorden que traían, que serian

fáciles de haber á las manos, y así dijo: que gente tan desbaratada como aquella que venia,

sin sangre se habia de vencer. Estaba entre el pueblo y la parte por donde venían los sol-

dados del Baptista una pequeña ceja de robles que tapaban el pueblo, de manera que los

que venían por aquella parte caminando no le podían dar vista ! sta estar en él, con que

no pudieron ver ni rastrear desde lejos los soldados del Ortal, ni sus caballos, cayendo sobre

esto el seguro que les había dado el clérigo; y atí dos peones ballesteros, que ror.so venían

delante de los demás, entraron primero en el pueblo con sus ballestas debajo el brazo y

sendas jaras en las manos, y puestos en la plaza del lugarejo, como no vieron alguna gente

de los naturales del pueblo, porque les habia hecho el Ortal se escondiesen todos, ni á los

dos compañeros que habían dejado en guarda del maíz, comenzaron á tañer con las jaras

en las ballestas, y decir casi por donaire: coque, coque, que en lengua de los naturales de

aquella tierra, era como decir, aquí no puede haber sino venados. Pero estando con este

156

FRAY PEDRO SIMON.

(4.a NOTICIA.)

descuido, volviendo el rostro á una parte, conocieron rastros de caballos, de que quedaron

admirados, y al punto, sin poder huir, sobresaltados, presos y desarmados y puestos á reca-

do de ocho ó diez soldados, que hicieron esta diligencia.

No con poca, ni oon menores brios, entró luego el clérigo por el pueblo, en un caba-

llo con una lanza y adarga, contra quien salió luego el Agustiu Delgado, y sin hacerle otro

mal que darle un vote con el recatón de la lanza, lo derribó del caballo y desarmó, dando el

caballo y las armas á uno de sus soldados. Y pareciéndoles ser ya sentidos, salieron todos

de la emboscada y comenzaron á prender los desordenados y descuidados soldados del Bap-

tista, el cual, sintiendo el alboroto (por no venir ya muy atrás), pegando las espuelas al ca-

ballo aceleró el paso por ver lo que pasaba, y al primer soldado á quien dio vista fué al

Capitán Nieto, que era (como dijimos) á quien habia desarmado y por quien se habian mo-

vido todas estas polvaredas; y enderezando contra él sus palabras, dijo á voces á Nieto:

soldados, matádmele. A esta coyuntura llegó el Capitán Agustin Delgado, que habia salido

del robledal por otra parte oon ciertos compañeros, y yéndose para el Baptista, que con

buen semblante y brío le esperó para combatirse con él, le dio una tan valiente lanzada en

un brazq^que se lo pasó y derribó del caballo y lo prendió, con que sus soldados, viendo

caido y preso á su Capitán, y aun teniéndolo por muerto, por haber visto la cruel lanzada,

dieron la vuelta retirándose hacia los que venían atrás y dándoles aviso del suceso de su

Capitán, comenzaron todos á esparcirse más de lo que venían, escapándose cada cual por

donde podia, metiéndose entre los árboles, arroyos, barrancas y matas.

Pero á la diligencia de los soldados de Gerónimo Ortal no se les escondieron tam-

bién, que yendo en su seguimiento no hubiesen muchos á las manos y los desarmasen y

pusiesen presos. Entre estos soldados de Baptista habia uno llamado Madroñal, que habia

toda su vida sido vaquero, y siendo de su natural robusto y de buenas fuerzas, habiéndolas

ejercitado en este oficio, era estimado de todos por valiente y muy diestro en un caballo;

pero yendo ahora huyendo entre los demás con el suyo y una lanza y adarga, le fué si-

guiendo solo el Capitán Agustin Delgado, á quien el vaquero, como lo viese solo que iba tras

él,x volviendo las riendas á su caballo le dijo: mucho he deseado dias há verme á solas con

vos, por experimentar hasta dónde llegan vuestras fuerzas, á quien respondió el Delgado:

bien á propósito es la ocasión y lugar para eso, y así templad bien las vuestras, que tam-

bién las quiero yo probar; y haciendo y diciendo comenzaron la escaramuza con sus armas

y caballos, y á pocas vueltas de ella le dio el Delgado tal golpe con el cuento de la lanza,

por no matarlo, al vaquero, que lo echó á rodar, desarmó y dio su caballo y armas á uno de

sus soldados que le venia á las espuelas.

Fueron tan buenas las diligencias que hicieron los soldados de Ortal en seguir el

alcance, que prendiendo á unos y rindiéndose otros, viendo no les era partido hacer otra

cosa, solo se escaparon hasta veinte hombres huyendo en sus caballos la vuelta de la costa,

á donde estaba la gente del Capitán Vega, y á donde llegaron sin haberles podido dar

alcance algunos soldados de Gerónimo Ortal que envió tras ellos, deseando tener con esto

del todo cumplida la victoria, y «porque no quedase quien pudiese rehacerse y juntar gente

contra él. Quedó desbaratada toda la gente del Baptista, y él preso en pago de su atrevida

y loca demasía que habia tenido con el Capitán Nieto, quebrantando las leyes de amistad

y las inconsideradas palabras que él y sus soldados habian hablado contra los de Gerónimo

Ortal. De estos desgraciados sucesos, y de los que desde el principio de su gobierno habia

tenido Sedeño, como hemos visto, vino á quedar en proverbio por toda aquella tierra, que

cuando á uno le sucedían desgracias, decían que parecía soldado de las jornadas de Sedeño.

CAPÍTULO VIII.

I. Descansan una noche después de la victoria, en que vinieron algunos los soldados ahuyentados.

—II. Admitió á los soldados de Baptista que lo quisiesen seguir, despidiéndolo á él y á los demás,

que se volvieron á la costa.—III. Determina Gerónimo Ortal proseguir su jornada en de-

manda de las noticias de Meta.—IV. Muere de un flechazo el Capitán Agustin Delgado.—

V. Comienzan á moverse sediciones contra Gerónimo Ortal.

APRISA iba ya cerrando el dia, cuando se acabaron todas estas facciones, y así pues-

tos en recado los presos y pillaje que habian habido de ellos, descansaron aquella

noche celebrando la victoria y satisfacción que ya tenían de la injuria que les habia hecho

(CAP. VIII.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

157

el Baptista (todo muy menos á lo cristiano que debieran) encubriéndose las luces del todo,

comenzaron á ir viniendo algunos de las reliquias de los soldados de Baptista que en el

conflicto de la batalla y prisiones habian estado escondidos entre los arcabucos y quebradas,

teniendo por mejor gozar de clemencia y misericordia, viniéndose de su voluntad á presentar

ante el Gobernador Gerónimo Ortal, que ponerse á peligro de lo que quiesen hacer de

ellos sus soldados como victoriosos, ó quedarse solos y con mayor riesgo entre aquello»

bárbaros, á quienes recibía el Ortal con palabras amigables, bien hechas de su condición.

Luego que amaneció otro día, hizo se juntasen todos los presos de Baptista, y hablán-

doles con palabras afables, les dijo que á todos los que le quisiesen seguir, volvería sus armas,

caballos y todo lo demás que se les había tomado, sin faltar nada, y gratificaría sus trabajos

en las tierras que se fuesen descubriendo y poblando, como á los demás que siempre le ha-

bían seguido, pero que no quería violentar la voluntad de nadie, ni hacer fuerza á los que no

gustasen de esto sino de volverse á la costa, porque también daría para esto libre licencia á

los que la quisiesen, para que fuesen con solas sus personas, pues lo demás de justicia se debia

á sus soldados. Muchos de los de Baptista con esta plática se ofrecieron ir con el Gerónimo

Ortal, y servirle, á los cuales admitió con demostraciones de arnistad, y volvió como había

dicho todo cuanto reconocieron que les habian tomado en el pillaje, despidiendo al Capi-

tán Baptista y á los demás que le quisieron acompañar así desnudos y despojados de todo

lo demás, con sola una vara que cada uno llevaba en las manos á guisa de vencidos.

Hallándose Gerónimo Ortal después de esto con ciento y cincuenta hombres de su

devoción, les declaró luego sus intentos* que eran do proseguir su jornada en demanda de

las noticias de Meta, pues Dios se habia servido de reforzarle su ejército con tan buen

aparejo de tanta y tan buena gente, armas y caballos, con que podia asegurarse de buenos

sucesos. Vinieron tan en ello todos los Capitanes y soldados, que ya se les hacia cada hora

de dilación ciento, con que en poco espacio todo estuvo á pique para comenzar á caminar,

como lo hicieron, marchando siempre al Surueste, algo inclinados al Oeste, y habiendo ca-

minado algunos dias sin sucederles cosa notable, cuando llegaron á una gran población de

indios, llana y extendida, por estar unas de otras bien apartadas las casas, pero sin moradores,

por no haberse atrevido á esperarlos sabiendo que iban. Entregáronse en el pueblo los sol-

dados, y -trastornándolo en busca de pillaje, no hallaron más que comidas enterradas en

algunas vasijas, que aunque no fué lo que por entonces más deseaban, por no llevar aún

falta de esto, se alojaron en las mejores casas que les pareció, donde descansaron por algu-

nos dias. En uno de ellos vieron á deshoras bajar de lo alto de una cuchilla un indio que

venia hacia el Real con su arco y flechas en la mano, y hallándose más á punto de poder

salir á tomar aquel indio el Capitán Agustin Delgado, por tener ensillado su caballo (que lo

tenia siempre de costumbre andando en tierras de peligro, como hombre bien apercibido)

subió en él y salióle al encuentro, y viendo que el indio no hacia ninguna resistencia en

su defensa, echóle delante del caballo sin quitarle arco ni flechas, por verlo con tanta

mansedumbre.

A pocos pasos que habian dado, volviendo de esta suerte al Real, asomó por la misma

loma y trocha que habia bajado el indio, otro que pareció ser del mismo pueblo, dando

muy grandes voces en su lengua, hablando con el indio que traia Delgado antes cojido, y

diciéndole por oprobio, que dónde se sufría que un hombre se dejase prender de solo otro y

llevar cautivo á miserable servidumbre, que harto mejor le fuera morir defendiéndose que

con tanta cobardía dejarse cautivar del que lo llevaba, y que estuviese cierto que si esca-

paba de la prisión en que iba, y volvía otra vez á la presencia de sus parientes y naturales,

todos habian de ser en dar la más cruel muerte que pudiesen inventar. Indignóse con estas

razones el indio preso, de tal suerte, que poniendo una de las flechas que llevaba en el

arco, se volvió contra el Agustin Delgado para dispararla en él, que estaba á distancia aco-

modada para hacer buen tiro. Advirtiéndolo el Delgado, puso las piernas al caballo, el cual,

cuando llegó cerca del indio, reparó por estar amaestrado en esto, por ser usanza de los que

andaban haciendo esclavos, en yendo en alcance de algún indio, en llegando cerca repa-

rarse el caballo, para tomar al indio por los cabellos y llevarlo sin hacerle otro mal.

Esta maestría redundó entonces en daño del Agustin Delgado, pues como reparó el caba-

llo, tuvo el indio lugar do embeber en el arco la flecha y apuntar al rostro del ginete, el

cual se cubrió con la rodela, y viéndolo así reparado, el indio acometió á disparar la flecha

al pecho del caballo, lo que también quiso reparar el Capitán, pero como no lo pudo hacer

sin quedar él descubierto, subió en un instante el indio la puntería del arco, y disparan-

158

FRAY PEDRO SIMON.

(4.a NOTICIA.)

dolo con gran presteza, le clavó la flecha al Capitán entre los ojos y cejas, qne le llegó

hasta la tela de los sesos con una herida mortal, como se echó de ver, pues después de ha-

berse confesado y comulgado pasó de esta vida aquel mismo di a á la noche.

Pusieron cuidado los soldados, y hubieron á las manos al indio que lo hirió y al que

se lo aconsejó, é hicieron pagar la muerte del Capitán con las suyas, dándoselas al modo que

merecian. Fué crecido el sentimiento que el Gerónimo Ortal y sus amigos tuvieron de la

muerte de este Capitán, porque demás de ser soldado tan de hecho, como hemos visto, y bien

quisto y amado de todos, era el reaguardo del Gobernador en toda ocasión, y gran parte para

que todos le guardasen el respeto y obediencia que se le debia como á cabeza, sin dejar por

esto de ser amparo de los soldados, y mucha causa para que el Gerónimo Ortal lo tratase

tan amigablemente, como hemos visto. Pero como la sustancia de las cosas de esto mundo

sea no tener consistencia en un estado, con la muerte de este Capitán comenzaron á bajar

luego el próspero que habían tenido por algunos dias las cosas de Gerónimo Ortal, dando

luego los soldados y Capitanes en no tenerle el respeto que hasta allí, con que fueron suce-

diendo unos inconvenientes tras otros, como diremos.

Con la tristeza y sentimiento, que no podré significar, por la falta que comenzó

luego á sentir el Gobernador de este Capitán, dejando el pueblo, comenzó á seguir su

jornada en demanda de sus noticias, y caminando algunos dias, sin detenerse en ninguna

parte, porque se le iba acercando el invierno, iba buscando si encontraba con alguna Pro-

vincia bien dispuesta y proveída de comidas para invernar en ella. Entre la demás gente

que llevaba en su compañía el Gobernador era un Escalante, que tenia título de Veedor

del Rey, y á su cargo el guardar los quintos que le venían ; nombre indigesto, fragoso,

facineroso, envidioso é inclinado á sembrar disensiones, el cual, por haber tenido algunos

encuentros con el Gobernador, no solo no le trataba, pero aun procuraba desacreditarle

entre los soldados y Capitanes, intentando con esto derribarle del señorío que tenia de

Gobernador, y. para dar colóralas disensiones, arrojaba de intento á las veces algunas

razones en corro entre los Capitanes y personas más principales del campo, en que daba á

entender, y aun lo decia claro, que no obstante que Gerónimo Ortal gobernaba tiránica-

mente sin poder ser cabeza de aquellos soldados, por no tener suficientes poderes para ello,

ó porque (como dijimos) ya se le había acabado el tiempo de su gobierno, pero que también

usurpaba les reales quintos y otras cosas que pertenecían al Rey, lo cual no solo á él como

Veedor, pero aun á todos los del campo corrían obligaciones de pedirle cuenta de todo

esto, demás que bien conocían todos lo mucho que molestaba los naturales por donde

pasaban, robándoles en secreto cuanto oro tenían, dando trazas como poderlo haber á las

manos, sin que saliera en público, de lo cual no solo usurpaba los reales quiutos, como

habia dicho, sino también lo que á los Capitanes y soldados pertenecía, pues todos lo traza-

ban, y que seria acertado, para atajar estas maldades tan en perjuicio de todos, se le

pusiese un acompañado al Gerónimo Ortal, para que tuviese quien le mirase á las manos en

todas materias de intereses que se ofreciesen, tocantes al Rey y ejército.

*

CAPÍTULO IX.

I. Pone una ley el Gobernador Ortal para el buen gobierno de su campo.—II. Por la ejecución de

ella se comienzan á encender las disensiones.—III. Van creciendo las alteraciones y motin en el

campo hasta que llegan á privar de su gobierno al Gerónimo Ortal.—IV. Determinan los que

señalaron para regir el campo, que despojado Gerónimo Ortal de su gobierno, se vuelva á la costa

con su Maese de campo Ordas.

AESTAS sediciones que procuraba sembrar Escalante contra el crédito de Gerónimo

Ortal, se llegó para que sucedieran los efectos que diremos, elJbaber mandado publicar

por todo el ejército una ley (que fué la principal piedra de escándalo para todo) en que

mandaba que atento á que siempre se rancheaban en poblaciones de enemigos, los cuales

suelen en tiempes más seguros é inopinados tomar con traición las armas y dar sobre los

españoles, y habia algunos soldados tan descuidados, que en alojándose soltaban las armas

y caballos con que habían de pelear, descuidándose tan del todo de ellos, como si nunca las

hubieran de haber meni’.-ter, de donde sucedía que cuando en la repentina necesidad les

era forzoso estar prevenidos, no fácilmente lo podían hacer, por lo cual mandaba que

cualquiera soldado que por tres veces le fuese hallado el caballo suelto, se lo* quitasen y

(CAP. IX.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRHI.

159

diesen á otro. No pareció mal esto á los principios de su determinación hasta que se llega-

ron algunas ocasiones en que se pretendió ejecutar (propia naturaleza de las leyes, que ni

son malas ni buenas hasta que se ejecutan). Iban ya de todo punto entrando las aguas del

invierno, con que les fué forzoso, para pasarlo, alojarse en un pueblo llamado Temebiron,

donde después de alojados iba creciendo por horas la sedición y malicia del Escalante

contra el Gobernador, no perdiendo ocasión (y aun procurando traerla para su propósito)

en que no pusiese mayores veras entre los Capitanes y gente más granada del ejército, para

salir con lo que intentaba.

Los Capitanes Alderete y Nieto (que eran los principales á quien él procuraba in-

clinar á su pretensión), si bien eran muy grandes amigos del Gobernador y se presumia

que antes serian en su favor en todo trance que contra él, pretendiendo cada uno de ellos

ser el acompañado que solicitaba Escaíante se le diese. Despedíanlo dándole buenas espe-

ranzas de que podría ser que aquello tuviese efecto. Estas sediciones se iban cada dia en-

cendiendo más con la ocasión de estarse ociosos en el pueblo, por la que daban las aguas á

no poder salir, cuando un Alguacil del campo, habiéndole quitado su caballo por haberse

ejecutado en él el primero el decreto que el Gobernador había mandado publicar, habién-

dolo quebrantado, quiso que también se ejecutara en otro que había contravenido también

á lo mismo. Este era un soldado favorecido de particulares amigos que tenia, á quien eote

Alguacil quiso quitar su caballo, por per ya la tercera vez que lo habían hallado suelto. El

dueño del caballo (habiéndole avisado que se le traían por lo dicho) salió al camino rogan-

do al Alguacil se lo dejase; á lo que no quiso acudir por ningún ruego (por no degenerar

de ser Alguacil), pretendiendo con esto recuperar el que á él le habiau quitado. Altercando

estaban sobre esto el Alguacil y el soldado, cuando so llegó un amigo de éste, llamado Ma-

chín Dónate, vizcaíno (que después lo mataron los indios de Muzo en este Nuevo Reino

andando conquistando), y viendo que no aprovechaban ruegos con el Alguacil, arrebató el

caballo del cabestro, y casi por fuerza se lo quitó de las manos, vituperándolo con palabras,

en que le dio á entender que aquello mái era robo que otra cosa. Ibase ya con esto arman-

do pendencia con las alteraciones y voces que todos tres,daban, á las cuales salió de su po-

sada el Maese de campo Alvaro de Ordas, diciendo que aquello era más que descomedimiento,

pues lo tenían á los Alguaciles del Rey, á quien se les debe respeto por io que representan.

Sintióse el Machín Dónate, de manera que sin reparar en el que debia tener al Maese de

campo (que todo se originaba ya del secreto motín que tenían concertado por orden del

Escalante, como luego se vio), le respondió no se descomidiese, porque le pesaría. Fuese el

Ordas allegando á él, apellidando la voz del Rey para prenderle, pero el Machin Dónate, po-

niéndose ya á su defensa, sacó la espada y tiróle con tan buen brío una estocada, que á no

repararla un jubón estofado, queñndillo, que llamaban de los de Nicaragua, que llevaba

vestido el Ordas, fuera de peligro, pero esto lo reparó que no fuese de ninguno.

Comenzó con esto á crecer el alboroto entre los que hemos dicho, pero ninguno de

los demás, aunque lo oian y veían, salió de sus ranchos en favor de la justicia, sino fué el

Gobernador, que con la espada desenvainada y palabras ásperas se vino contra el Dónate y

le tiró una cuchillada, á quien respondió el soldado que no tirase otra porque le responde-

ría al mismo modo. No sintió bien el Gobernador del atrevimiento de éste soldado y peor

de que nadie hubiese salido á favorecer la justicia, y así, reportándose, ya con sospechas de

lo que podia ser, por tener días había entendidas las traiciones y disturbios en que andaba

el Escalante (soldado desgarrado desde las conquistas de Nueva España, donde fué Algua-

cil mayor),se volvió á su posada; pero apenas hubo entrado en ella, cuando salió de la suya

el Escalante con ciertos amigos suyos, diciendo á voces viva el Rey, que no han de ser sus

soldados tan mal tratados como lo son de Gerónimo Ortal,sin tener poder para ello. Tras él

salieron luego á las primeras voces los demás conspirados con sus armas, favoreciendo su

partido y palabras con otras semejantes, y los postreros se juntaron con éstos y los Capita-

nes Alderete y Nieto, y haciendo entre todos luego allí un conciliábulo, privaron al Gober-

nador Gerónimo Ortai de su oficio y dieron el cargo de gobernar y regir la gente del ejér-

cito á cinco principales que lo habían pretendido, y entre ellos el Alderete y Nieto; los

cuales mandaron luego al Gerónimo Ortal y á su Maese’de campo Ordas se saliesen de las

posadas que tenían en la plaza y se fuesen á otras que estaban un tiro de arcabuz aparta-

das del alojamiento principal, mandándoles no se atreviesen á salir de ellas hasta que ellos

determinasen otra cosa y lo que sobre todo se debia de hacer. luciéronlo así los dos, por la

fuerza que les hacían, á quienes tres ó cuatro amigos suyos, principales personas de los que

160

FEAT TEDKO SIMON.

(4.a NOTICIA.)

no habían sido en el motín, antes lo habían abominado como cosa contra la honra de los

que habían sido en él.

Dividiéronse luego en pareceres (sucesos propios de la tiranía) acerca de determinar

lo que se haria del Gerónimo Ortal y los que le siguiesen, porque algunos eran de parecer

que los matasen, diciendo que de los enemigos los menos; otros que no se llevase con esos

rigores, sino que los enviasen á la costa, pues esto bastaba para conseguir los intentos que

se tenían de que no gobernase. Mientras estaban estas determinaciones indecisas, no faltaron

algunos amigos del Gerónimo Ortal y del Alvaro de Ordas, que serian hasta treinta hom-

bres, todos de hecho, que les enviasen á decir en secreto que saliesen de sus posadas con

sus varas de justicia y que ellos se mostrarían en su favor y harían cuanto pudiesen para

que los volviesen todos á favorecer; lo cual podia tener efecto y asegurarse del todo fas

revueltas, con quitar la cabeza á tres ó cuatro. No se atrevió á esto el Gerónimo Ortal, pa-

reciéndole no se habia de poder salir con ello por las muchas guardas que estaban puestas

de parte de los conspirados entre su posada y el alojamiento de ellos. No sé si por haber

olido algo de este ofrecimiento que le hacían sus amigos al Gerónimo Ortal, ó temiéndose

de él y de lo que podría suceder en dilatar la determinación de lo que habían de hacer de

ellos, abreviaron con ella; y saliendo de la junta los diputados en el gobierno (de los cuales

no se tenia por menos principal el Escalante), hicieron juntar toda la gente del campo, á

quien hizo una larga plática, informando de nuevo en ella al Gerónimo Ortal, por usurpa-

dor de los Reales quintos y del sudor de los soldados; concluyendo que seria mayor servicio

de Dios y del Rey la administración de justicia que ellos pondrían de su mano, que no la

violenta y tiránica con que el Gerónimo Ortal gobernaba. Y que los que fuesen de parecer

de que el Ortal fuese despojado de la vara de gobierno y enviado á la costa con su Maese

de campo, lo dijesen luego allí ante un Escribano que tenia para eso, pretendiendo con esto

sacar firmas de todos los que habían convenido con él en el motín, para resguardo de lo que

le podia suceder por ello en algún tiempo.

En el que concluyó esta plática el Escalante, un soldado, llamado Francisco Mar-

tin, que estaba puesto por atalaya sobre un crecido árbol, para descubrir si venían algunos

indios de guerra, habiendo oido toda la plática, dijo desde el árbol á voces, le diesen por

testimonio, cómo él no consentía en que le quitasen el cargo al Gobernador y le enviasen

á la costa. Oyendo el Escalante las voces, y teniendo por atrevimiento el del soldado (que

podia suceder que con aquello se irritasen y atreviesen otros á decir lo mismo) mandó que

le tirasen una jara y lo matasen, lo cual, aunque no se hizo, puso tanto temor en otros que

eran de la misma opinión que el soldado y tenían intentos de declararse por el Gobernador,

que no se atrevieron á manifestar sus deseos; y así pasaron todos por lo que el Escalante

decia, y dándole al Gobernador y á su Maese de campo Ordas tres caballos y dos machos

en que llevasen la comida, despojándolos de todo lo demás y del gobierno, los enviaron á

la costa con ocho ó diez compañeros de los de su mayor devoción.

CAPÍTULO X.

I. Camina Gerónimo Ortal sin peligro, entre enemigos, hasta la costa, donde se embarcó—II. Caso

notable que le sucedió á un indio con un caimán—III. Reducen el gobierno de los cinco, á solos

dos Capitanes, Alderete y Nieto—IV. Tiene Escalante una muerte escandalosa, y corta un pié á

un soldado porque levantó un motin—V. Vuélvense veinte soldados á la costa y azotan á otro

que quiso hacer lo mismo.

COMENZÓ luego su viaje Gerónimo Ortal con su Maese de campo Ordas y la poca es-

colta que le dieron, y comenzando luego á entrar en Provincias de indios de guerra,

entró en mayores peligros que jamás en las jornadas habia tenido, gol* ir tan pocos y con

tan pocas armas; pero fué Dios servido de librarlo y favorecer la industria que en esto

tuvo, caminando siempre á paso largo, en especial cerca de las poblaciones de los indios,

con que ellos no se avispaban por verle ir tan de pasó, ni tenían lugar de hacer consultas

de guerra para salir contra ellos, porque jamás lo hacen estos indios á nadie sin que hayan

precedido éstas y embriagueces de sus vinos. Desechaban también los más peligrosos pasos,

y de gente más belicosa, pasándolos de noche por otras trochas que ya se sabian ^como va-

quéanos en las Provincias. Con estos peligros se fueron acercando á las que estaban más

convecinas al mar, donde andaba la gente de los Capitanes Baptista y Vega, á los cuales no

(CAP. X.)

NOTICIAS HISTORIALES Ó CONQUISTAS DE TIERRAFIRME.

161

tardaron en llegar las noticias de la vuelta de Gerónimo Ortal, por las que les dieron los

indios amigos que los habían visto, con que luego se alborotaron todos, y refrescando los

agravios que les habia hecho, hicieron mil diligencias para haberlo á las manos, poniendo

espías en todas partes y pasos forzosos por donde congeturaban habia de pasar ; si bien

todas salieron en vano, por lo dicho é ir .«iempre con sospechas de lo que habían de hacer

los dos Capitanes, sus contrarios, en sabiéndoles su-viaje, que no le fué de poca importancia

para escaparse por caminos secretos, y al fin de las manos de todos, hasta llegar al mar

donde se metió, al punto que llegó, en una canoa que parece se la tenia aparejada su buena

suerte, porque apenas se habia embarcado cuando llegaron á la costa tras él algunos solda-

dos de los dos Capitanes que le habían venido á los alcances, que viéndole ya hecho á lo

largo de tierra con la canoa, fué tan grande el corrimiento que tuvieron de que se les hu-

biese escapado de las manos, como el deseo que traían de haberle á ellas, por no poderse

vengar de las injurias que les habia hecho.

Estos mismos deseos movieron al Capitán Reinoso, que andaba por otra parte de

aquellas Povincias, á enviar aviso á los mismos Capitanes de la pasada del Gerónimo Ortal*

luego que tuvo nueva de ella, en un pueblo llamado Ivaurare, desde donde despachó por la

posta con este aviso un soldado portugués, llamado Pinto, entendiendo que los Capitanes

no lo sabían. Salió el soldado de este pueblo que lo despacharon, y llegando á pocas leguas

á otro, llamado Cumanagoto (donde después se pobló y hoy lo está un pueblo de españoles

aunque todavía los naturales de mala paz), tomando para su compañía y guia un hijo de un

principal de aquella tierra, llamado Rimarima; pasando adelante encontraron con un cau-

daloso rio, llamado Neberi, que no se podía pasar vadeando, ni á nado, por las muchas y

fuertes corrientes con que bajaba de la serranía, y no hallando á la banda que llegaron

canoa por donde pasarlo, le mandó el soldado á su compañero (que era buen nadador) pasa-

se á nado á la otra banda, y que en cierto pueblo de indios amigos, que estaba cerca, hu-

biese canoa para pasar. No rehusó el indio el arrojarse luego al rio por sus corrientes, pues

la destreza que tenia en nadar las venciera todas; pero hacíale retardar el hecho, verle

estar hirviendo de caimanes y el peligro tan conocido.

Pero como el portugués le apretase en eso, por la priesa con que iba para dar el

aviso á tiempo, tomando el indio un machete que llevaba y poniéndoselo en la cinta en un

cordel con que estaba ceñido á manera de pretina, y su manta de algodón arrollada en la

cabeza, se arrojó al agua y fué nadando hasta que hizo pié á la otra banda, donde, en afir-

mándose en los pies para salir, llegó un caimán con la ligereza que suelen (que es mucha)

para haberle de hacer presa: pero el indio, sin turbarse, antes con maravilloso brio, se re-

volvió de presto la manta al brazo izquierdo y lo alargó para que el lagarto hiciese presa

en él, como lo hizo, aunque tomando con la misma ligereza el indio el machete con la de-

recha, le dio un tan recio golpe en la cabeza que le hizo soltar la presa y derramar sangre

por la herida que le dio, á cuyo olor y vista del agua ensangrentada acudió luego otro cai-

mán, tan valiente como él, y asiéndose con el herido, comenzaron á pelear en el agua, te-

naceándose el uno al otro, con que tuvo lugar el indio de salir del rio libre y sin lesión en

el brazo, que no fué poco venturoso en esto y en haberlo soltado de la boca, cosa que pocas

veces sucede, habiendo hecho una vez presa.

Pasó con esto el indio al pueblo donde iba, y habiéndole traido canoa al soldado,

siguieron ambos su viaje hasta la costa, donde hallaron que habia sucedido lo que dijimos

con Gerónimo Ortal y su Maese de campo Ordas, y que desde allí habia tomado la vuelta

de Cubagua, desde donde fué á la isla y ciudad de Santo Domingo, y callando los agravios

que él habia hecho á la gente de Sedeño (porque no iba á eso) se quejó en aquella Real

cancillería, cómo le habían usurpado su gobierno y quedaban enseñoreados de él, á cuyo

remedio acudió la Audiencia, proveyendo un Juez sobre ello, que fué su mismo fiscal, lla-

mado el Licenciado Frias, de cuyos sucesos diromos después, porque ahora nos llaman los

que hubo con los soldados y sus regentes.

Los cuales, á otro dia de como se partió de ellos Ortal, advirtiendo no ser posible

ser acertado el gobierno de tan pocos hombres como habia en el ejército puesto en cinco

cabezas, pues todo habia de ser, confusión y nunca acabar de resolver cosa de importancia,

por pretender cada uno sustentar su parecer y opinión, acordaron que la jurisdicción que

se habia dado á los cinco se redujese á dos que la tuviesen igual, eligiendo para esto á los

Capitanes Alderete y Nieto, dándoles de común consentimiento largos poderes para gober-

nar, regir y castigar en todos los casos que se ofreciesen. 22

162

FRAY PEDRO SIMON.

(4.* NOTICIA.)

Era tan infestado aquel sitio de Temebiron de tigres, y tan cebados en los indios,

con que cada noche, y aun de dia, les hacian menos muchos de los que llevaban de servicio,

que les fué forzoso, teniendo por mayor este inconveniente que las aguas, antes que ellas

dieran lugar, dejar este alojamiento y pasar á buscar otro de menos inconvenientes donde

pasar el resto del invierno, que no se pudo hacer sin muchos trabajos y peligros, por ser

tales las inundaciones de las aguas que todo lo tenían anegado, y las pequeñas quebradas

hechas crecidos é impetuosos rios, con que á cada paso se veían con ellas á riesgo de perder

, la vida; pero la necesidad dicha les obligaba á todo. Y atropellando con estas y otras in-

comodidades, llegaron á otro pueblo en pocos dias, por estar cerca, donde hallaron crecidas

labranzas, aunque sin última sazón, con que les fué forzoso poner en ellas gente de guarda

para su defensa cuando quisiesen sus dueños, ya que la tuviesen, cogerlas.

A poco de como se ranchearon en este pueblo, le dio una enfermedad al Escalante,

tan apretada y no conocida de los malos médicos que llevaban, que lo puso luego á lo úl-

timo, y necesitado de que le aconsejasen se confesase y ordenase su alma, aunque todo esto

fué en vano, pues parece quiso que correspondiese su muerte á su vida (como de ordinario

suele suceder), porque así como ésta fué obstinada en hacer mal, así lo estuvo en la muerte,

sin mostrar arrepentimiento de sus culpas ni querer confesarse, por muchas persuasiones

que para esto tuvo, dejándose morir sin muestras de cristiano, con harto escándalo de todos.

No á todos pareció bien (como hemos dicho) el hecho contra Gerónimo Ortal, ni el modo

que tenían en gobernar les dos nuevos Diputados, con que algunos de los de este parecer

trataron de juntarse, y en secreto tomar la vuelta de la costa, trasluciéndoseles ya que no

solo no había de tener efecto aquella jornada, pero de que había de parar en mal. No fué

este trato tan en secreto que no se viniese á descubrir, y hechas las averiguaciones por los

Gobernadores, de quién habia sido el principal motin del concierto, pareciéndoles merecía

justamente la muerte, la moderaron en hacerle cortar un pié, pretendiendo con esto ganar

nombre de piadosos antes que de crueles y severos, que suele ser el título que sigue de or-

dinario á los tiranos.

El invierno se acabó, y en todos ellos comenzaron nuevos bríos en proseguir su viaje

en la misma demanda de Meta; y después de algunos dias que caminaron sin estropezar

con algún suceso, encontraron con una abra que cortando la cordillera daba paso á un pe-

queño rio, por donde se fueron siguiendo agua arriba entre las poblaciones que tenia á sus

márgenes, por donde iban los soldados rancheando lo que hallaban, y sucedió que entre

las demás cosas que hubieron á las manos en los bohíos, fueron algunas de españoles, y

entre ellos algunos Ciavos de herrar, que no les puso poca admiración, pareciéndoles no ser

posible haber llegado por allí gente de España, ni estar tan cerca que pudieran los indios

haber habido de ellos aquellas cosas; pasando adelante, y toda ia abra- hasta llegar á los

principios del rio, dieron con un valle agradable, aunque pequeño, donde entre ciertos sol-

dados se levantó una pendencia tal, que fué ocasión para que uno de ellos, hombre de res-

peto, llamado Perdomo, con otros veinte compañeros, pidiese licencia para volverse á la

costa, pareciéndole no podía de otra suerte atajarse, ni otras muchas que iba sospechando

Be habían de encender á cada paso; ésta se les dio á éstos, y porque no se les antojase á

otros hacer lo mismo sin ella, se prohibió con pena de cien azotes á quien lo intentara,

como se ejecutó en un pobrete soldado que se le antojó salirse sólo del Real é irse tras el

Perdomo y sus compañeros, á poco de como habían salido, porque echándolo menos, y en-

viando tras él y trayéndolo, se los hicieron dar por mano de un esclavo, y luego se la die-

ron para que se fuera, con que los demás quedaron escarmentados.

CAPÍTULO XI.

I. Pasando adelante los soldados, encontraron con una casa de mujeres públicas—II. Prosiguiendo en

él encontraron rastros del Capitán Juan Martines y la gente de Fedreman—III. Llegan al aloja-

miento de éstos, sin que sucediesen alteraciones á las primeras vistas—IV. Salen todos á una

guazabara contra los indios Coyones y desbarátanlos—V. Envía el Capitán Martínez á Coro á los

Capitanes Alderete y Nieto, y quédase él con su gente.

DEL valle dicho pasaron á otro más espacioso, llano y agradable, que lo regaban dos

razonables rios, claro el uno y el otro de aguas turbias, entre los cuales se ranchearon,

por ser acomodado sitio para algunos dias, de donde salían tropas á hacer correrías por to-

(CAr. XI.)

NOTICIAS HISTORIALES

peleaban por sí mismos, teniendo por escudo y amparo siempre delante cuatro indios, por

entre los cuales disparaban sus flechas, sin que éstos desampararan los puestos, aunque ca-

yeran sobre ellos nubes de ellas, y si alguno caia, al punto ocupaban su lugar otros para

que no faltase. Dentro de sus cercados hacían en días señalados para esto señaladas fiestas

á que todos los indios de estas Provincias, y aun de todas estas Indias, tienen particularí-

sima inclinación, porque dejando aparte los corros y danzas ordinarias, que lo son mucho

entre ellos, en las coronaciones de sus Reyes y en otras singulares fiestas, hacían (como

dijimos) grandes gastos ; iban á éstas todos muy de gala, unos con encumbrados penachos

de varias plumas, otros con coronas de diferentes hechuras, chagualas de oro al pecho, en

las piernas para que sonasen como cascaveles, muchas sartas de caracoles y conchas ; pin-

tábanse otros todo el cuerpo de varios colores y figuras, y les parecía mejor el que más feo

entraba ; asíanse de las manos en corro, entremezclados hombres con mujeres; hacían figu-

ra de arco unas veces, otras de muela, otras á la larga pisando de esta manera, hacia atrás

y hacia adelante, siempre asidos á las manos, y si alguno se soltaba de la rueda, era para

saltar y voltear con gran ligereza ; callaban unos á veces, cantando los otros, gritando

todos, no faltaban un punto en el tono ni compás, con el cual conformaban los movimien-

tos del cuerpo, aunque eran muchos ; en las canciones graves y de cosas de mucho peso

que cantaban gobernaban la voz y cuerpo á compás, mayor en las juglares, alegres y de

más contento, iban á compásete y gallofado ó volado. Lo que de ordinario cantaban eran

alabanzas desús pasados y Caciques ; comenzaban en tono muy bajo, iban subiendo poco á

poco la voz hasta ponerla en grito ; repetían muchas veces trastrocando las palabras, la ala-

banza, diciendo: tenemos buen señor, señor tenemos bueno.

Cuando querían hacerle una grande fiesta al Cacique, armaban una danza entre

muchos mancebos, y habiendo limpiado una carrera de media legua antes de llegar á su

cercado, sin que en ella quedase una sola paja, cada cual con la mejor librea que podía,

de las dichas, comenzaba á bailar desde el principio de la carrera ó camino, que era ancho

de dos carretas, y cuando ya llegaban cerca de la puerta principal, iba caminando de espal-

das hasta llegar á ella el que guiaba la danza, y entrando él el primero, le seguían todos

haciendo cien mil monerías y visajes, ya á vista del Cacique y sus mujeres con todos los

principales que los estaban mirando, porque cuál hacia como que pescaba, otro que nadaba,

otro hacia del ciego, otro del cojo, otro reia, otro lloraba, bramaba otro como tigre, otro

gruñía, otros remedaban á las aves, y así de los demás, hasta que habían gastado un buen

rato en esto, porque después uno de ellos, poniéndose en parte donde todos le vean, con

mucho sosiego hacía una oración en que referia las grandezas del Cacique que hacia la

fiesta y de sus antepasados; estando todos entre tanto con atención, sentados en el suelo

sobre un poco de paja, de que estaba cubierto, viene tras esto la comida, sin levantarse de

allí, que son grandes tortas de cazabe, carne de venado, bollos, y otros de sus comestrajes.

Si acaso en esta ocasión entraban algunos españoles, les hacían presentes de oro y esclavos;

y si acaso el español no quería recibir el presente, se enojaban tan de veras con él, que le

decían se declarase por su enemigo, aunque los españoles se quitaban de aguardar la oca-

sión de estos enojos, deseando aun más de lo que se les daba.

Las doncellas andaban totalmente desnudas, solo traían por cenogiles unas hebras de

algodón, muy apretadas, por bajo y encima de las rodillas, para que las pantorrillas y mus-

los engordasen mucho, que lo tenían por hermosura; las casadas se ponían zaragüelles, ó

unos pequeños delantales. Dos años antes que se casase la doncella había de estar encerrada

sin salir de un aposento: la dote del casamiento era presentar, el que la pretendía, el pan

26

194 FRAY PEDRO SIMÓN. (4.a NOTICIA.)

de cazabe y carne quu era menester para las bodas, y la madera para hacer la casa; y el

padre de la novia estaba obligado á hacerla donde morasen los novios después del casa-

miento, que se celebraba como las demás sus fiestas, juntándose á hacer borracheras, en las

cuales bailaban los hombres al novio y las mujeres á la novia dos ó tres dias antes que se

la entregasen, y éstos acabados, se la daban al Piache para que se entretuviese á solas con

ella, y él.la entregaba al novio, con que quedaba hecho el casamiento; y si cometían adul-

terio, castigaban al adúltero, y á ella, repudiándola, la enviaban á casa de su padre. Cuando

staban tan enfermos, que ya después de todas sus diligencias los deshauciaba el Piache, los

acaban fuera del pueblo, y poniéndolos al tronco de un árbol, los dejaban solos con un

puño de maiz ó un pedazo de cazabe; si no moria en dos ó tres dias, lo volvían al pueblo

con grandes fiestas, y si moria, lo quemaban y guardaban la carne y huesos en cataunes

colgados en las cumbres de los bohíos. Esto se hacia con más solemnidad en la muerte de

3S Keyes ó Caciques, que eran muy amados de sus vasallos, porque, en muriendo, adorna-

ban al cuerpo de todas las joyas de oro con que se hallaba en la muerte y habia usado en

la vida, y habiéndolo embijado primero, lo tendrán en una barbacoa que hacían de nuevo

para esto, y con fuego manso debajo lo iban secando por espacio de ocho dias, en los cuales

renian á dar el pésame sus vasallos á la mujer é hijos ó parientes del difunto; y una vene-

able anciana, cada día de aquéllos, compuesta de muchas sartas de caracoles, en cuello,

brazos y piernas, salía á la plaza, y enfrente de la casa donde se estaba tostando el cuerpo,

con triste canto decía las proezas y valentías déla vida del difunto, y sacaba en ciertos

pasos, de como las iba cantando á vista de todos, unas veces el arco con que peleaba, otras

las flechas, otras la macana y otras la lanza; y así iba discurriendo por todo lo que habia

que sacar, sin callar á vueltas de esto las fiestas, convites, regocijos que habia hecho y lo

demás que á ella le parecía podría engrandecer á la persona de su señor.

Hecho esto, y el cuerpo ya tostado, raían la carne pegada á los huesos, y dejándolos

mondos, y cada uno de por sí, los metían en un catavre ó cestillo, y la carne en otra, y

ponian en los más alto del bohío para este dia que era la última ceremonia. Estaba ya dis-

puesto por los parientes del difunto todo lo necesario de bebidas y comidas para un largo

convite que hacían á todo el pueblo, que se juntaba en la misma plaza, delante de sus casas,

y sentados en el suelo tendían gran cantidad de tortas de cazabe, y sobre ellas (que no

habia otros platos) las presas de carne de venado y otros animales asados en barbacoa, con

mazamorras de harinas de pescado mezcladas con conejos y curies; . comían y bebían de

sus fuertes vinos hechos de maíz y raices de yuca, hasta que todos escapaban embriagados;

pero antes de esto, entre la comida, levantaban á una grandes llantos que se venían á con-

cluir cuando se acababa la comida. Sucedió algunas veces que estándose tostando el cuer-

po del difunto, entraba algún español, y sin que se lo contradijesen le quitaba las piezas do

oro que le parecía del cuerpo, y no hablándole nadie entonces palabra, aunque lo veían,

después por grandes ruegos se las tornaban á comprar (como si no fueran suyas) dándole

más de lo que valían, pareciéndoles que sin ellas no iria ni estaría con gusto el difunto en

la otra vida: que éstos indios siempre contestaban la habia, y que no morían las almas,

aunque con error de que en aquella comían de la suerte que en ésta; estropiezo común

que ha sido en todas estas Indias occidentales.

KUPRIENKO