ALONSO RAMOS GAVILÁN. HISTORIA DÉ COPACABANA. Алонсо Рамос Гавилан. История Копакабаны.

Алонсо Рамос Гавилан. История Копакабаны.
ALONSO RAMOS GAVILÁN. HISTORIA DÉ COPACABANA.

HISTORIA DEL CÉLEBRE
SANTUARIO DE NUESTRA
SEÑORA DE COPACABANA
Y SUS MILAGROS E
INVENCIÓN DE LA CRUZ
DE CARABUCO

OBRA CUSTODIADA POR EL
ARCHIVO Y BIBLIOTECA NACIONALES DE BOLIVIA

Habiendo visto esta impresión y que está corregida con e] original, se tasó
a real de a treinta y cuatro maravedís, cada pliego del dicho libro, en papel.

ERRATAS

Folio 3.— cierras, léase sierras.
Folio 4.— adentto, 1. adentro.
Folio 6.— invenicon, 1. invención – pro esto, 1. por esto.
Folio 9.— considerción, 1. consideración.
Folio 11.— tratanto, 1. tratando – tenerlo, 1. tenerlos.
Folio 35.— osotros, 1. esotros.
Folio 43.— comenzó a resplandecer en milagros. 1. hizo muchos milagros.
Folio 59.— remura, 1. ternura.
Folio 83.— compaz, 1. compás.
Folio 95.— asaeteaban, 1. asaeteaban.
Folio 108.—facta elí, 1. facía est.
Folio 135.— predidación, 1. predicación.
Folio 163.— aleuntando, 1. levantando.
Folio 171.— Imagrn, 1. imagen.
Folio 183.— Copacana, L Copacabana.
Folio 230.— stirpate, L stipate.
Folio 412.— hermoso titulo, 1. honroso título.

LICENCIA

Don Francisco de Borja, Príncipe de Esquilache, Conde de Mayalde, Gentil-
hombre de la Cámara del Rey nuestro señor, su Virrey lugarteniente. Gobernador,
Capitán General, de estos reynos y provincias del Perú, tierra firme y Chile, etc. Por
cuanto, el padre Fray Alonso Ramos Gavilán, del Orden de San Agustín, me hizo
relación que había compuesto un libro intitulado. Historia de Nuestra Señora de
Copacabana, y era muy útil y provechoso para todo género, me pidió y suplicó
le hiciese merced de darle licencia para imprimir el dicho libro. Y por mi visto lo

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

susodicho, mandé dar y di la presente por la cual doy licencia al dicho padre,
para que el en persona o la que tuviese su poder, y no otra alguna, pueda impri-
mir e imprima el dicho libro, por tiempo de diez años, que se cuentan de la fecha
de ésta en adelante, so pena que el que lo imprimiere sin su orden, o de quien el
dicho poder tuviere, haya perdido y pierda la dicha impresión, moldes y apare-
jos de ésta, y más quinientos pesos de oro, aplicados tercias partes, cámara, juez
y denunciador, con que en el modo de la dicha impresión se guarde las leyes y
pragmáticas de su Majestad, que cerca de esto tratan, y con que primero que se
venda se traiga a corregir con el original, y se tase. En el Callao a 10 de diciem-
bre de 1620.
El Príncipe
Por mandato del Virrey, Don Iosef de Cáceres.
Aprovación del P.M.F. Luis de Bilbao, del orden de Predicadores, catedrático de
prima de Teología en la Universidad de los Reyes.
Por mandato de V. Excel, leí un libro intitulado. Historia de la Virgen San-
tísima de Copacabana, compuesto por el P.F. Alonso Ramos, del orden de N.P. S.
Agustín, y no hallo en el cosa alguna contraria a nuestra fe católica, ni a las bue-
nas costumbres, antes me parece será muy importante a la reformación de ellas,
por ser el asunto muy piadoso y devoto, el estilo suave y claro, acompañado de
mucha erudición de letras divinas y humanas, y le juzgo por importante para los
naturales de esta tierra, que tantos favores han recibido de aquella milagrosa ima-
gen; creciendo cada día más con el recuerdo de ellos en la devoción que le tienen
y desengañándose de sus errores y gentiles ritos, de que en la primera parte de
este libro se trata, con muy graves fundamentos de antiguas tradiciones, de que hay
muy poca noticia en estos reinos, y así me parece podrá V. Excel, darle licencia
si fuere servido para que se imprima, en este convento de nuestra Señora del Ro-
sario de Lima, 16 de noviembre d» 1620 años.
El M. F. Luis de Bilbao
Aprobación del P.F. Miguel de Ribera, Lector jubilado del Orden del S.P. S. Fran-
cisco de la ciudad de los reyes.
Por orden de su Excelencia, vi este libro intitulado Historia del Célebre San-
tuario de la Virgen Santísima de Copacabana, compuesto por el muy reverendo
P. Fray Alonso Ramos, Predicador del Orden de N.P. S. Agustín; y demás de con-
cordar con su original, siento no contradecir a las buenas costumbres ni a nues-
tra santa fé católica sino ser una obra del cielo, útilísima para todos, en que mues-
tra el autor su grande erudición y devoción a la Virgen Santísima con la que se
despertará la de muchos a visitar este gran santuario, de que redundará grande
gloria a Nuestra Señora, alabándole todos por haber desterrado la idolatría de
aquella provincia y plantado la f» y templo a su santa madre. En testimonio de la
cual lo firmé en S. Francisco de Lima, a 28 de marzo de 1621.

Fr. Miguel de Ribera

HISTORIA DÉ COPACABANA

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Licencia del Padre Visitador
El Maestro F. Pedro de la Madriz, Visitador, Reformador General de esta
Provincia del Perú y Chile del Orden de los Hermitaños de nuestro Padre San Agus-
tín, por letras patentes de nuestro Padre Reverendísimo, a nos dirigidas ganadas a
instancia de la Majestad Católica del rey nuestro Señor, y esforzadas con sus Rea-
les cédulas, y en esta dicha Provincia admitidas y obedecidas. Por cuanto el P.F.
Alonso Ramos, Predicador de esta nuestra Provincia, me ha hecho relación dicien-
do, que tiene compuesto un libro que se intitula: Historia del Célebre Santuario de
N.S. de Copacabana (que es monasterio de nuestra Religión) con un breve tra-
tado de como han de hacer allí las novenas las personas que van a visitar aque-
lla Santa Imagen, y que acerca del dicho libro están hechas las diligencias ne-
cesarias, conforme a nuestras constituciones y pragmáticas de su Majestad, y que
está visto y examinado y aprobado, por personas dotadas de esta provincia a
quien lo cometí. Atento a lo cual me pidió que diese licencia para que dicho libro
se pudiese imprimir, lo cual por mi visto y que la lectura ha de ser muy bien re-
cibida, y de mucha edificación para todas las personas que le leyeren, por la gran
devoción que en estos reinos hay con la Santa Imagen de Copacabana, mandé dar,
y di la presente, por la cual doy facultad al dicho P.F. Alonso Ramos, para que
pueda imprimir el dicho libro, y mando en virtud de Santa obediencia, ningún
nuestro inferior se lo impida. Dada en este nuestro Convento, de nuestro Padre
San Agustín de los Reyes, en 22 de diciembre de este presente año, de 1620, fir-
mada de nuestro nombre, y sellada con el sello de nuestro oficio, y refrendada
de nuestro secretario.
Fray Pedro de la Madriz,
Visitador Reformador General

Por mandado de su Paternidad muy Reverenda, Fray Gaspar de VillarroeL Secret.
APROBACIÓN DEL P.M.F. FRANCISCO DE LA SERNA. Prior del Convento de Lima
y Catedrático de Teología en la Universidad de los Reyes.
Por comisión de nuestro P.MJr. Pedro de la Madriz, visitador, reformador ge-
neral, de estas provincias del Perú y Chile, etc. Yo. el M. Fr. Francisco de la Ser-
na, catedrático de teología y prior de este convento de N.P.S. Agustín de Lima, y
visto este libro que se intitula Historia de N.S. de Copacabana, compuesto por el
P.Fr. Alonso Ramos, predicador del dicho nuestro orden; en el cual no solo ha
descubierto con ventaja su gran devoción a la Virgen. Señora Nuestra de Copaca-
bana. siendo cronista de sus milagros, y sus grandezas, cosa que califica su celo
santo y religioso, mas también muestra la buena inteligencia y ejercicio que tiene
en las divinas letras y humanas historias, todo en orden a mover los corazones de
los fieles, a la devoción de N.S. de Copacabana. y aprovechamiento en la vir-
tud, lectura que no solo es católica, y útiL sino deleitable, y por todo lo dicho muy
digna de que salga a luz y se imprima. Así lo siento, en el convento de N.P.S.
Agustín, en 23 de enero de 1621.

Fr. Francisco de la Serna

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P. ALONSO RAMOS 6ÁVÍLAN

APROBACIÓN DEL P.M.F. DIEGO PÉREZ, catedrático de Sagrada Escritura en la
Universidad de los Reyes.
Habiendo visto y examinado por comisión de nuestro muy RJ>. el MJr. Pe-
dro de la Madriz. Visitador. Reformador General de estas Provincias del Perú y
Chile, etc. Este libro intitulado: Historia de Nuestra Señora de Copacabana. com-
puesto por el P. Fr. Alonso Ramos, predicador de nuestra orden, libro bien desea-
do en este reino de todos los fieles, y en particular de aquellos a quienes la Vir-
gen Santísima se ha mostrado más favorable con particulares milagros que con
ellos ha obrado, no es hallado en él cosa que desdiga de nuestra santa fé católi-
ca muy conforme al común sentimiento de los santos, y así me parece que toda
esta obra es digna de estimación pues con nueva diligencia ha descubierto el ori-
gen de la idolatría de las bárbaras gentes de este reino que por no haber habido
escritura en éL estaba sepultado en eterno olvido y para que no le queden las
maravillas y grandezas de favores singulares con que la Virgen se ha dado a
conocer entre aquellas bárbaras gentes que tan deslumbrada tenía la luz de la
lumbre natural que Dios estampó en nuestras almas, la erudición del libro, su
buena manera de inquirir antigüedades olvidadas, su claridad de estilo y la bre-
vedad con que se dice mucho, todas Juntas muestran la conveniencia que hay pa-
ra que salga a luz esta obra, y se imprima. Dado en este Convento de los Reyes
del Orden de N.P.S. Agustín, en 23 de enero de 1621.
El M.Fr. Diego Pérez

APROBACIÓN DEL PADRE FR. GASPAR DE VILLARROEL. Maestro en Teología y
Catedrático de Prima, que ha sido en este Convento de Lima, y compañero de nues-
tro muy Reverendo Padre Visitador, Reformador General, el Maestro Fray Pedro
de la Madriz.
Por comisión de nuestro muy R.P. M. F. Pedro de la Madriz, Visitador, Refor-
mador General de estas Provincias del Perú y Chile, etc. Vi un libro intitulado His-
toria de la Virgen de Copacabana, que ha compuesto el PJ*. Alonso Ramos, Predi-
cador de nuestra religión, y hallo en él muy apacible el estilo, varia la historia, au-
torizada con la Sagrada Escritura, y con bastante arrimo en agudezas de santos,
regala la erudición, el entendimiento, y la llaneza afervora la voluntad, que no
habiendo hallado N.P.S. Agustín, traza con que hablando en su lenguaje a los
doctos, sin hurtar nada a la obligación de instruir ignorantes, juzgo por menos pe-
ligroso el descrédito de su ingenio entre los resabidos, que faltan a la enseñanza
de los que no saben: “Malo me grammatici reprehendant, quam ut non intelligant
populi”. Ha abierto el autor camino, con que queda libre de la obligación a letra-
dos, y hombres sin letras, en que pone San Pablo a todos los que enseñan, porque
si bien para estos se inclina la pluma, tal vez la levanta para esotros de manera
que por remontada apenas se divisa. Alteza bien debida a la humildad con que el
P.F. Alonso Ramos, achica en su estimación sus buenas letras, como muestra en
muchas partes de su libro, y pues no hay en él cosa que disuene a buena doctri-
na, antes muchas que edifican, se le podrá dar licencia para que se imprima, en
este Convento de N.P.S. Agustín de Lima en 25 días del mes de enero de 1621.

Fr. Gaspar de Villarroel

AL DOCTOR DON ALONSO BRAVO DE SARAVIA Y SOTOMAYOR. Covollero del
Hábito de Santiago, del Consejo de su Majestad y su Presidente que fue de la
Real Sala del Crimen de la ciudad de los Reyes, y al presente su Oidor en la Au-
diencia de la ciudad de México.
No satisfago al deseo con haber empezado a decir, las alabanzas de la Vir-
gen en este libro, si también no lo pongo en manos de v.m. donde lo que al autor
le falta de crédito y autoridad, sobra en ello de nobleza, prudencia, sangre, libe-
ralidad y letras. Seguro estoy por esto, que a la sombra de tal protección ha de
cubrir mis faltas la de un ilustre caballero, militar por una parte, y por la otra
la de un senador, o Pompilio Huma que de entre ambas cosas son los resplan-
dores que arroía el género su pecho que es escogido por escudo, lo primero por
las militares insignias con que eV valor y realeza de sus progenitores, y sangre.
así ilustrando la naturaleza y nacimiento; y lo segundo por las adquisitas letras
con que ha honrado al Perú, patria de v.m. y mía. así como la ilustró y engrande-
ció su nobilísimo y claro padre, liberándola de las manos de la tiranía, en que
las puso la rebelión de Francisco Fernández Girón, a Chile del orgullo y atrevi-
miento con que los ¡indios de guerra y paz. se habían rebelado contra la real Co-
rona. Acuerdóme haber leído que Praxíteles. excelente escultor, habiendo empeza-
do a esculpir una estatua de Belona. y otra de Minerva, diosas, aquella de la gue-
rra, y ésta de la paz. las dejó sin acabar y mandó que las perfeccionase después
de su muerte, un hijo suyo heredero del primor, y sutileza de su arte, y habiéndolo
hecho así, quedaron tan perfectas, que si bien hacían gran memoria de Praxíteles
su padre, celebrando los primeros dibujos suyos, no lo hacían menor de su hijo,
para engrandecer la sutileza con que había imitado a su padre por la perfección
de la obra. Justamente pudiera el Perú fabricar a v.m. y a su ilustre y sabio padre,
dos estatuas, pues el con armas y letras (ilegible en el original) de Gobernador en
Chile; y en el Perú, Oidor, y Presidente, y un Guerrero Capitán General contra el
Tirano; dígalo entre otras batallas que dio, su fidelidad y lealtad, la famosa de
Pucará donde su prudencia y valor desbarató al Tirano (como lo refieren las Cró-
nicas impresas y otros muchos papeles que visto en estas partes de mano escrita.
que tienen que eternizar su memoria) y restauró la tierra de entre las manos de la
traición, poniendo por resto en servicio de su rey en lo adquirido, la plaza de
Oidor, su dignidad, y Presidencia, y en lo natural su vida, prudencia y sangre, cu-
yo origen derivado por ilustres progenitores viene desde el Infante Sardavia. hijo
del Rey Viterico, tan autorizado por serlo como conocido por godo; y en cuanto a
los bienes de fortuna el descanso, y las muchas riquezas que tenía, que todo esto
empleó y gastó en el servicio de su rey. parece que fue manda de su testamento,
si no es que diga disposición del cielo, que por muerte de tal padre, viniese al
Perú, van. a ocupar otra plaza de Presidente, y alcalde de Corte, en que a tantos
años, que como heredero universal de sus grandezas lo gobierna, con general aplau-
so, y aceptación de todos, y a no haber la envidia de México, queriendo arrebatar-
nos a v.m. deseoso aquel reino de gozar también de sus ilustres prendas, felicísi-

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

ma y cabal fuera la fortuna del Perú, mas como la luz de tal biio en su patria,
no es bien que sea sólo de tramontana estrella, sino de errático y resplandeciente!
lucero, pasando de este nuevo mundo, es bien que también al otro con experien-
cia de que en lo tocante a Consejos de guerra es otro Aquilea, y en los de paz.
un Licurgo Lacedemonio. con que propiamente se ve entreambos ministerios, ha
sido otro hijo de Praxíteles. en quien dejó su padre estampado, el retrato de su
valor, grandeza y prudencia, y así le convienen las mismas estatuas de Belona y
y Minerva, por eterna memoria, de que con armas y letras, padre e hijo, han ser-
vido a su Rey. honrando a sus vasallos, y patria. Estas son las causas que me
han movido a dedicar a v.m. este libro, de los milagros de la Virgen de Copaca-
bana. y libro y autor que escoge el brazo de tan grandioso caudal y se abraza
con seno de tan ennoblecido pecho, seguro puede salir a vista de entreambos a
dos nuevos mundos. Perú y México, y aún embarcarse viento en popa, con el alien-
to de tal Mecenas, hasta los confines de la tierra, sin temer las tormentas de Pa-
linuro, porque sonando las alabanzas de esta Virgen, se ha de sentir también el
vigor del brazo que me defiende. Lima. 23 de enero, de 1621.

D. V.m. Capellán.
Fr. Alonso Ramos Gavilán

PROLOGO AL LECTOR

No hubiera yo emprendido asunto tamaño, si la obediencia no hubiera ani-
mado mi cortedad, si los defectos de la obra te causaren hastío, los podrá endulzar
la devoción de la Virgen, y gane el Libro por ella, lo que pudiera perder por el
Autor, si alguna parte te aficionare la voluntad su lectura, sufre la que no te con-
tentare, que a sombra de lo más deleitoso, se suele ir lo menos apetecible.
Vale
EPÍSTOLA DEL LICENCIADO D. FRANCISCO FERNANDEZ DE CORDOVA. abo-
bado de la Real Audiencia de los Reyes, Corregidor de Guamanga, al Padre Fray
Alonso Ramos Gavilán, su Maestro de Retórica, por su libro de nuestra Señora de
Copacabana.
Rastros vemos (dice Séneca) de cuan benévolos ojos muestra Dios a la tie-
rra, cuando la enriquece con alguna cosa particular y ansia aquel Paraíso ame-
no que hizo taller de sus obras le puso al Oriente para que se viese que cuan-
do bañase el sol de luz la tierra, aquella llevase las primicias de ella, y las ven-
tajas del calor con que fomentando las criaturas, así vivientes como insensibles
diesen muestra de tal favor; pero no por eso dejó menos favorecida a la tierra me-
ridional, antes se ve ilustrada con grandes riquezas, porque el sol la mira con
más ardor, hiriéndola en recto Zenit Y no se olvidando del Occidente y como don-
de se recuesta de noche el soL pues enriqueció con increíbles gracias estas Indias
Occidentales con que se muestra que da Dios a dos manos los bienes al mundo,
y como extendiendo los brazos al Oriente el derecho, al Occidente el izquierdo, y
si “In dextera illius longitudo dierum, & in sinistra divina© & gloria”. Bien le puso
al Oriente el árbol de la vida, y a este Occidente, riquezas y gloria. Digo rique-
zas porque en este Perú se han hallado las mayores del mundo, donde las hi-
pérboles son verdades llanas y las exageraciones testimonios claros de los ojos.
Que hay arenas de oro. montes de plata, venas de bronce que día a día se dice
por un poeta más vemos que miente.
“Haec eadem Argén ti rivos aerisq; metalla,
Ostendit venis atq; auro plurima fluxit.”
Y de nuestra España: “Quidquid ab auriferis elector Ibera fosis”.
Y de sus ños: “Non illi fatis esL e turbato fordibus Auto, Herm° & Hesperio
qui sonat anise tagus”. Otros de otras Provincias dicen que son fértiles de dro-
gas, y que sus árboles todo el año tienen frutos diversos: pero todo es fábula allí,
y aquí todo es verdad. Los arroyos de este Reino dan pepitas de oro riquísimo,
sus cerros plata, y tanta que de sólo el de Potosí parece increíble a quien le ve.

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

que haya dado de sus entrañas tantas barras, que ocuparan limpias, sitio de dos
montes grandes como el, las frutas perpetuas, raras, bezares (sic) monstruosas,
drogas y piedras ricas, sin otros metales, y minas innumerables de otras cosas
que enriquecieron otro mundo. Pues la gloria que tiene es gloriosa (digo de hijos
Criollos) de felicísimos ingenios, de increíble agudeza, de industria rara, y de fe-
cundidad elocuente, es numerar las estrellas del firmamento, por ser como ellas
claros, y en número tantos; pues los hombres de valor para gobierno y armas,
togas y arneses: no se alcanza a decir, la agudeza para los ardides, presteza en
la ejecución, madurez e.n los consejos, pecho en las dificultades como los Araucos
experimentan, a pesar de sus monstruosos bárbaros. Y a fe de entender de esto
que hacen más de su parte los hijos de este reino, porque ni tienen rey que los
mire, aliente o premie, por estar tan lejos de sus ojos y tan remoto de sus ma-
nos, y así se exceden a sí mismos, siendo hijos de la nobleza mejorada con su
valor, y siendo más aventajados en esta transplantación, que fueron en su nativo
plantel, de donde resulta gran hermosura del trono de su gloria temporal, tan lle-
na de merecimientos, cuanto digna de premios, no alcanzados por falta de la ven-
tura (que esta tiene a muchos hijos, y nietos de conquistadores pobres, y arrin-
conados). Poco fuera esto si en lo espiritual no tuvieran minas de riqueza y gloria
principiada, para llenar con la etema esta diestra del Occidente, grandes suje-
tos en virtud, oración, contemplación, limosnas increíbles, fervor de la conversión
de los Gentiles, celo de extirpar sus idolatrías, hallándoce en esto, no sólo religio-
sos lenguaraces criollos, sino clérigos observantísimos. No se espanta San Jeróni-
mo que los desiertos de Egipto y Palestina, sean fértiles de Santos porque lo atri-
buye a que el sol de justicia y Oriente CHRISTO los honró con sus divinas plan-
tas, y lo que ellas siendo tan soberanas hollaron, qué mucho que produzca plan-
tas Angélicas y Santos? Pues a que podremos atribuir los bienes y dichas, de este
reino del Perú, después de la dichosa entrada del Evangelio, sino a que su Santí-
sima Madre la Virgen MARÍA quiso tomar a su cargo este Oriente?, y si como dijo
el Príncipe de los Poetas, “Divisum Imperium cum love Caesat habet”.
CHRISTO, y su madre tienen partido el mundo y entre los dos como entre
dos polos, Ártico y Antartico, se sostiene CHRISTO en el Oriente y MARÍA en el
Occidente. Comenzó este favor en España, ilustrándola con diversas apariciones
y con sus Imágenes milagrosas (de que hoy día goza con gran consuelo de sus hi-
jos) prosiguióse aqueste favor, viniendo con sus hijos los españoles a este reino, y
nuevo mundo más occidental, para serles su luz, y ayudarles a convertir estos Gen-
tiles. Vino pues en la idea de los oficiales, y quiso que hiciesen retratos suyos, y
el más natural a mi parecer fue uno que se comenzó a labrar junto al rico cerro
de Potosí y se acabó en Chuquiabo, y de todo punto miraculosamente, por virtud
soberana se perfeccionó en Copacabana, donde los fieles de ordinario la visitan.
Si los antiguos llamaban a sus dioses caseros Penates (esto es; Penes nos nati).
Nacidos entre nosotros. Esta preciosa Imagen de Copacabana, nació entre nosotros
en este reino, y con su asistencia le ilustra, y ennoblece, acudiendo al consuelo de
todos sus hijos. Tomó Dios por instrumento de su gloria, el mismo que el barbarig-
mo había tomado para su perdición, pues por los ídolos de los demonios, que con
profanos ritos adoraron los Incas en aquel sitio, gustó poner la Imagen de su San-
tísima Madre, para que con culto de Iperdulia fuese respetada, y venerada, y en
ella hallasen los fieles el remedio de sus necesidades. Tuvo el demonio, templo de-
dicado al sol natural, para ser (con varios ritos y ceremonias) adorado en el, pone
pues Dios en aqueste mismo lugar a la vestida del verdadero Sol, para que con su
luz se auyenten las tinieblas de Satanás: y de camino quiso el Soberano Dios fa-

HISTORIA

D E

COPACABANA

9

voredéndolo a este nuevo mundo, con milagrosas Imágenes de su Santísima Ma-
dre honrar la Religión Agustiniana, con encomendarle los tres Santuarios milagro-
sos de que goza, tomando cosa de punta a punta a lo largo de la tierra, para que
la Virgen fuese amparo de ella, y el Argos de sus necesidades. El nombre de Co-
pacabana es de piedra preciosa, y veo que haciéndose la Virgen Santísima, mu-
ro de este reino, será de piedras preciosas que le rodean todo. Uno de los nom-
bres de MARÍA es muro: “Ego murus”. Y si preguntaren de qué materiales diré
que de los mejores que tiene Dios pues la fabricó preciosa ciudad suya, desta dice
por eso y por: “Ponam iaspiden propugnáculo tua”. Pondré por guarnición los je-
fes (sic) A este propósito dijo el Espíritu Santo: “Ecce murus forin fecus in circuito
Domus vadique & in manu viri calamus”. En viendo el muro que rodeaba la iglesia
vio un varón con una pluma en la mano. ¿Qué tiene que ver muro con pluma?,
¿cañones de batir, culebrinas fuertes, mosquetes reforzados, vaya, pero un cañón,
o pluma de escribir en la mano de un hombre?, ya me entienden los que entienden
algo, fue decir Dios: a mi Madre tengo de poner por muro y para su defensa la
tengo de encomendar al hombre de menor pluma del mundo, que sin hacer agravio
a nadie es Agustino, tengo una gran pluma para escribir grandezas de mi Madre,
y de sus Santas Imágenes, y así lo hace tomando la pluma un hijo suyo, planta
y Criollo de este Reino para que en estilo agudo y discursos dados, con ánimo
devoto, diga los muchos milagros que Dios ha obrado en la casa y convento de
San Agustín, donde está la Imagen divina de Copacabana. O cuan dichosos pue-
do llamar a los Religiosos de aquel Sagrario, pues están tan cerca de la fuente de
los favores y oran donde la Virgen oye con benévolos oídos a quien la llama devo-
tamente. Y no será menos dichoso V.P. mi Padre Fray Alonso Ramos, pues es el
que tomó en su servicio la pluma, y le dedicó su trabajo y estudio. Por un dispen-
sario que hizo San Ildefonso en honra de la Virgen María, le dijo Santa Leocadia:
“Per te venit Domina mea, quae coeli culmina tenet”. Por ti Alonso vino la honra de
la Reina del cielo y así digo a V.P. “Per te venit Domina mea quae Perusi culmina
tenet”.
Yo como discípulo de V.P. de las letras humanas, y a quien debo lo que
sé quise escribir esta Epístola, para suplicarle no se canse de proseguir el libro
comenzado, aunque le cueste trabajo, que sacándola a luz será para honra de los
Criollos de este Reino, fama de su Religión, crédito de sus discípulos, servicio a
nuestro Señor, y a su madre Santísima: V.P. se anime y manifieste su celo y de-
voción, ocupándome en su servicio, cuya vida nuestro Señor guarde.
Guamanga, septiembre 8 de 1620.

De V.P.

El L.D. Francisco Fernández de Córdova.

Al Padre Fr. Alonso Ramos Gavilán, autor de este libro, el P.F. Antonio de
la Calancha, de su mismo hábito.

Dos milagros más verán
En tu obra peregrina.
Donde en toda paz están
Una Paloma divina
En manos de un Gavilán.

Y porque el otro veamos
Para gloria más crecida.

En autor, y libro hallamos
Al fruto, y árbol de vida.

Colgado de vuestros Ramos.

PRIMERA PARTE DE LA HISTORIA DEL CELEBRE
Y MILAGROSO SANTUARIO DE LA INSIGNE
IMAGEN DE N. SEÑORA DE COPACABANA

CAPITULO I
CUAL SEA EL SITIO DE COPACABANA Y EL FIN QUE EL INCA PRETENDIÓ
EN SU NUEVA POBLACIÓN
En el Perú parte de la Antartica región y nuevo mundo difamada por
los antiguos que la tuvieron por inhabitable en los postreros términos de las
cincuenta y más leguas del mar del Sur, y otras tantas, o menos de las
montañas y tierra aún no conquistada de los Indios Chunchos, están las dos
muy conocidas Provincias, la una llamada Chucuito, y la otra Omasuyo,
entre ambas en altura de diecisiete grados, poco más o menos. Tienen es-
tas dos Provincias, su sitio y población a la vista, y orillas de la gran lagu-
na Titicaca, llamada comunmente de Chucuito, cuya circunferencia es de
ochenta leguas y más, y la mayor parte ciñe la población de las dos dichas
Provincias.
En esta gran laguna entran muchos ríos que por invierno son cauda-
losos, además de otros infinitos arroyos que le surten con perpetuas aguas.
•T* i
Críanse en esta laguna cinco diferentes peces, como son boga, ornan-
tos, suches, y otros muy pequeños, que comunmente llaman los Indios
Chinichallua y en solo el estrecho de Tiquina anexo a Copacabana se ha-
lla en cual y cual parte pejereyes, esta diferencia de peces es toda buena
de comer, aunque muchos huyen de los suches, que es él pez mayor que se
halla en la laguna, porque ha acontecido hallar en sus vientres, culebras y
sapos, y aunque son peces muy sabrosos al gusto, los tienen conmunmen-
te por dañosos a la salud, y así algunos tienen por importante prevención
ponerlos antes en sal para comerlos.
En esta laguna hay gran diversidad de aves marinas, y muchos
patos que se crían en las orillas entre los esteros y yerba que en abundan-
cia produce. El agua no es salobre, aunque gruesa, y a propósito para
el brevaje de que estos Naturales usan, y con ser esta laguna tan grande
como está dicho tiene su desaguadero muy conocido de hasta setenta y un
pasos de latitud, está junto de Cepita, pueblo tan grande que tiene tres Pa-
rroquias, que en esta tierra es mucho y cada una de ellas su Cura.

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

Pásase este desaguadero por una puente que se hace de balsas de
enea, es camino Redi para las Provincias de los Charcas, Tucumán y Río
de la Plata.
El desaguadero tan conocido en el Perú corre por los Pacajes hasta
la destemplada Paria, donde abriéndose se forma otra laguna mediana que
llega hasta los Aullagas y no es tan pequeña que no tenga treinta leguas
de box (sic) cogiendo muy gran parte de la Provincia de los Carangas allí
se hunde toda el agua por las entrañas de la tierra sin saberse donde vaya
p salir, siendo cierto que responde a alguna parte, mas cual sea anda en opi-
niones porque unos dicen sale entre Arica y Tacana, repartida en muchos
manantiales y arroyuelos que allí se ven cerca del mar y es muy verosímil
esta opinión porque en la laguna de Paria (de que vamos tratando) se cría
Vina hierba llamada totora, común mantenimiento y pasto de las cabalga-
duras, y de que tienen muy grande aprovechamiento los Indios vendiéndo-
la, así para este ministerio como para hacer sus balsas con que pescan y
en que se pasan los ríos, en el tiempo del invierno, esta totora pues se ve
y ha visto muchas veces por estos manantiales y es sin duda que la mis-
ma agua que se resume la lleva y hace demostración de ella en los dichos
manantiales, aunque otros que presumiendo de muy prácticos publican
haber medido la tierra a pasos sustentan que esta gran laguna va a salir
hacia el Paraguay entre dos altísimas sierras. La primer opinión es la más
recibida y tiene más probabilidad conforme al paraje en que la agua se
esconde y a la disposición de la tierra.
Volviendo a la laguna de Chucuito de que voy tratando, hay muchas
islas, es entre todas señalada la de Titicaca de donde la laguna tomó nom-
bre y de quien hay después mucho que decir, pues en ella estuvo aquel fa-
moso adoratorio y Templo del Sol, cuya memoria durará cuanto durare la
que estos Naturales tienen de su principio. A la parte oriental casi al fin de
las dos dichas provincias, muy vecino a la laguna, está el solemne sitio y
dichosísimo asiento de Copacabana, último pueblo de la jurisdicción de
Omasuyo, una grande legua del cual está Yunguyo, lugar primero de la
Govemación de Chucuito. A estos dos pueblos se entra por un promontorio
r.o manga que hace la tierra firme hasta el famoso estrecho de Tiquina don-
de toda el agua de la laguna se angosta y hace canal, por espacio de lo
que alcanzarán dos o tres tiros de arcabuz, distancia que da lugar en tiem-
po sereno de oirse la voz, con que los indios barqueros piden alguna cosa
a los de tierra y el ladrido de los perros que se percibe de la otra parte
como el estrecho de Helesponto.
En el asiento de Yunguyo vienen a estar tan vecinas las costas, que
baña al promontorio de una parte y de otra y afirman los naturales tuvo
el Inca muy puesto en plática romper la tierra y hacer lugar por donde las
aguas se comunicasen, y aquí tuvo echada una cerca que tomaba de cos-
ta a costa y en ella hizo puertas, porteros y guardias, que con sumo cuidado
examinaban a los que venían en demanda de su romería a las islas, don-
de estaban los adoratorios y los entregaban a un Penitenciario, que para
este efecto residía allí, el cual según la calidad de sus culpas les imponía
las penitencias, que después de haberles dado ciertos golpes con un gui-
jarro en las espaldas se abstenían, de sal, ají (¿fué son pimientos) y carne.

HISTORIA DE COPACABANA

13

y hecha esta ceremonia de expiación, o de confusión diría yo a la tibieza
con que va hoy a ese adoratorio el Cristianismo.
Pasaban al pueblo de Copacabana, que es la tierra adentro una gran-
de legua ribera de dos ensenadas que la laguna hace apasibles a la vista
entre dos no muy encumbrados, pero arriscados cerros que tienen por nom-
bre, el uno Llallagua o Iscallallagua y el otro, que está muy conjunto al
convento y casa de la Serenísima Virgen, fue llamado Quisani o Sirocani,
que hasta el día de hoy conservan sus nombres.
En este cerro Sirocani se ve ahora el lugar y modo de suplicio con
que el Inca castigaba a los rebeldes y duros de cerviz, y para que se se-
pa el modo de castigo; y tormentos que usaba el Inca, le quiero poner aquí
en testimonio de la servidumbre de que libró Dios a estos pobres Indios,
dándoles señor que los gobierne con amor suave y paz segura.
Cuando algún Indio se rebelaba mostrándose inobediente a sus man-
datos, el Inca le mandaba colgar de los pies, para que así pendiente con
aquel espantoso espectáculo, engendrase escarmiento en el corazón de los
otros (y nadie) pena de incurrir en el mismo castigo, se atrevía a quitarle
de aquel puesto, donde venia a acabar la vida, siendo pasto de los buitres
que comunmente los Indios Naturales llaman cóndores.
Es la planicie del asiento espaciosa y suficiente para algunas semen-
teras, y en la parte menos llana de ella está fundado el pueblo de hasta
ochocientos y más humosas casas pequeñas al modo y usanza de la tierra.
Su Temple es riguroso de frío, aunque algo más apacible que los
otros del Collao, danse en algunas semillas y legumbres así de la tierra
como de Castilla, tiene lo que basta de manantiales de agua dulce, y bue-
na. Críanse algunos árboles grandes, como son saúcos, quinuales y algunos
alisos, de donde viene ser copioso de leña a que ayudan mucho los matorra-
les que en su comarca se crian.
Del cogollo del saúco se aprovechan los Naturales en sus enfermeda-
des para purgas y evacuaciones y los españoles para diversas enfermeda-
des que por no ser prolijo no pongo aquí.
De los Quisuales usan los Naturales para dar apetito a sus comidas
este es el árbol que produce el azafrán de la tierra, de que usan los españo-
les, a falta del de Castilla. De las ramas de aqueste árbol hacen sus tacllas
que son sus arados, todo lo cual y ser este asiento la entrada más a pro-
pósito, más fácil y quieta para el altar y Templo de Titicaca, fue parte para
que el Inca la poblase de la gente, o Indios que adelante se dirá.
CAPITULO II
TRATA EL ORIGEN DE LOS INCAS. Y CUALES FUERON LOS QUE
CELEBRARON A TITICACA
Después que este nombre de Inca, o Inga se inventó en el reino del
Perú, son muchos los que se precian del, intitulándose así, unos como des-
cendientes por línea recta, otros por la transversal, otros por deudos y pa-

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p. ALONSO RAMOS GAVILÁN

rientes, y finalmente otros porque son de nación así intitulada, y verdadera-
mente en el talle y trato se dejan conocerlos que lo son porque tienen na-
tural nobleza y bondad y no se si en tiempo de aquellos famosos Incas usa-
ban tantos de este renombre, porque én efecto así como en Egipto los Re-
yes se llamaban faraones y en Persia, Sultanes, así acá en el Perú, Incas
o Ingas. El primero que inventó este nombre fue Manco Capac Inca, del cual
quieren decir no se le conoció padre ni madre. Dándose a pensar los Indios
de su Inca lo mismo que la Sagrada Escritura dijo de Melquisedec, Rey de
Salen y Sacedote de Dios, cuyo origen y decendencia se calla como el após-
tol San Pablo apuntó en la Epístola Ad Hebreos “sine parre, & sine marre &
sine genealogía”. Volviendo pues a nuestro primer Inca el quiso dar a enten-
der y aún así lo entendieron estos bárbaros, fue su principio no como el de
los demás hombres, sino que había salido de una ventana de piedra que es-
tá en Tambo, o Pacaritambo siete u ocho leguas del Cuzco hacia Taurisca,
invención que halló el Indio para hacerse respetar.
Bien diferente origen y más admirable quieren otros haya sido el de
los Incas, porque dice que un Cacique cerca del Cuzco tuvo dos hijos, el
mayor (que le sucedió) de la figura y color que los demás Indios, y el me-
nor que le nació en la vejez habido en mujer ajena, salió tan rubio y blan-
co que admirado el viejo padre de la novedad acudió a sus malas artes, con-
sultando a un grande hechicero amigo suyo, y entre los dos hallaron que
si aquel niño se criaba con grande secreto hasia cierto tiempo, vendría a
ser un señor poderoso, entrególe por ésto el padre al amigo, a que dio me-
jor lugar la falta de la madre que murió de su parto, y comenzóse a criar
con el recato posible, sin que del caso supiesen más de los dos y una India
ama conjurada con toda fuerza para el silencio; murió poco después el pa-
dre dejando de nuevo encomendado el niño y su secreta crianza, con algu-
nos avisos y prevenciones que adelante había de observar el hechicero,
que no se descuidó punto, así por cumplir la última voluntad del amigo,
como por que luego se le ofreció el interés propio de casar una sola hija
que tenía pequeñuela, si adelante viese el oráculo iba saliendo cierto en
favor del niño, el cual fue creciendo y con la edad haciéndose tan hermoso
en aquel extraño color que el hechicero imaginó que era hijo del Sol a quien
ellos adoraban, por su Dios principal.
A esta imaginación ayudó el Demonio como es verosímil, viniéndole
a persuadir lo que después ejecutó el Indio, porque apenas habló su alum-
no cuando (habiendo muerto a la India que lo criaba para más asegurar
el secreto), le comenzó a enseñar lo que a su tiempo había de hacer, amaes-
trándole sagazmente en todo, y dándole a entender que era hijo del sol,
y para que teniéndose por más que hombre, criase orgullo y altivez confor-
me a su linaje y llevase menos mal su clausura, en este tiempo fue jun-
tamente labrando una camiseta de hojas de oro y plata matizado con arte
de algunas plumas extrañas que imitaban oro y azul, y un llauto o coro-
na de lo mismo, que lanzase de sí como rayos parecidos a los del Sol Lle-
gado el mozo a los veinte años bien instruido en lo que debía hacer y aca-
bada esta labor tan ingeniosa como rica, aguardó el ayo (digamos) ocasión
en que toda la gente de aquella comarca se juntase en borrachera gene-
ral, a la falda de un alto cerro vecino a Tambo, cuya cumbre era lo prime-
ro que el Sol hería en despuntando por su Oriente y en una cueva que en lo

HISTORIA DE COPACABANA

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alto había tuvo encubierto al mancebo y bien prevenido para que a cierta
seña saliese de improviso con aquella vestidura y corona, puesto en pie
en la cima del monte vuelto al Sol hablase a los Indios lo que tenía bien
estudiado y como (se debe presumir) con muchos ensayos que a solas ha
brían los dos hecho en el mismo lugar. Llegado el tiempo, congregada la
gente de la noche antes que pasaron bebiendo, y venido el día al punto
que el Sol rayaba el collado y echa la seña apareció sobre todos en pie
el dispuesto mozo así vestido cuyo color tan blanco y rubio, con la extra-
ña vestidura y tocado en que el Sol daba de lleno resplandeció de modo
que se arrebató los ojos de todos con admiración extraña, y después que los
hizo atentos con su vista los admiró más con su habla, porgue en voz alta
la que bastó para ser oído sin descomponerla les dijo sereno y grave estas
palabras: sabed que yo soy el que por vuestro Dios adoráis, sin engañaros
en esto he querido mostrarme a vosotros bajando del cielo por hallarme obli-
gado de vuestros sacrificios y doliéndome vuestra ignorancia en goberna-
ros por tantas cabezas, yo soy solo en el Cielo y así quiero que en la tie-
rra haya y no sólo que a todos gobierne, siendo respetado como Dios. Este
será mi hijo que de aquí a ocho días a esta misma hora en este asiento y
con la propia figura que me veis ahora, bajará a quedarse entre vosotros
para gobernaros, respetadle y adoradle como a mí que soy su padre, dan-
do la nueva por todas las tierras, para que sus gentes acudan a lo mis-
mo y advertid por su autoridad os hablará pocas veces remitiendo las más,
despachos a fulano (y señaló el ayo) de cuya boca sabréis lo que manda
mi hijo, de quien tendré nietos que irán sucediendo en el Reyno, que desde
ahora es mi voluntad dejar entre vosotros establecido. Dicho esto súbito
se traspuso por la otra banda del monte escondiéndose en la cueva. Los
Indios ya como bárbaros, o ya como bien bebidos de la noche antes o ya
movidos con la maravilla del color, hábito y resplandor, y palabras del
mozo, las creyeron como las dijo, quedando con el espanto que pueda ima-
ginarse. Corrió la voz de suerte que al octavo día concurrió infinita gente a
recibir al hijo del Sol por su Rey, y al punto señalado lo vieron resplande-
cer en lo alto y bajar callando, recibiéronle con grandes bailes y canciones,
habiéndose vestido todos ricamente como lo pedía la fiesta. Comenzó a des-
pachar por mano del ayo con tanta prudencia que confirmó el engaño, en-
vió sus embajadores a las demás partes de donde algunos crédulos del ca-
so le venían a dar la obediencia, y a los incrédulos traía por fuerza, por-
que ya la tenía de gente para hacerles guerra, por este orden fue dilatando
su gobierno y haciendo su nombre tan respetado como admirable. Casóse
con la hija de su ayo, tuvo hijos que, herederos de su fama, se fueron apo-
derando de los Indios con el tiempo, hasta establecer su monarquía en el
Perú. Este por tradiciones antiguas se halla haber sido el principio de los
Incas, yo no lo afirmo, antes dejo a la prudente consideración del lector que
juzgue libre lo que más llegado a la verdad le parezca. Lo que certifico en
consecuencia de esto, es que después acá se han visto algunos Indios (si
bien raros) de color tan rubio y blanco como el inglés, o flamenco que más
lo sea. Y en Lima se vio uno cuya blancura le quitaba la vista, y aún era
voz que los Indios le respetaban como a hijo del Sol a que se añade que
hoy tienen creído los Indios que su primer Inca no fue hombre. Averiguada-
mente este fue el primero que se llamó Inca y trató como señor.

16

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

CAPITULO ra
EN QUE SE PROSIGUE LA MISMA MATERIA DE LOS INCAS
El segundo Inca fue Sinchiroca, hijo de Manco Capac Inca, Indio
valiente y como ya a lo inventado es fácil añadir, según aquel axioma:
“Facile est inventis addere”, este se dio buena maña y amplió el respeto
suyo con darse a conocer a los comarcanos más de lo que ellos quisieran.
Tuvo cinco hijos, el sucesor y heredero se llamaba Lluquiyupanqui, el cual
no hizo más de susentar su patrimonio en paz, tuvo a la vejez un hijo que
se nombró Mayta Capac Inca, que fue valiente y amigo de dilatar su seño-
río, conquistó los Indios que estaban dentro y fuera de la ciudad del Cuz-
co donde el Inca tenía su Real Palacio y Corte. Fue el primero que allí man-
dó con Imperio, lo que no habían podido hacer sus antepasados; tuvo un
hijo entre otros llamado Capac Yupanqui Inca, quinto de este nombre. Pa-
recióse mucho a su abuelo imitándole en la paz y sosiego, no hizo cosa
de memoria; este entre otros tuvo un hijo que se llamó Ruca Inca, tampo-
co este acrecentó ni ganó cosa de nuevo, pero tuvo muchos hijos y todos
valientes y belicosos, y entre ellos a Yaguarguac Inca Yupanqui, que sien-
do de tres meses, queriéndole matar lloró sangre y teniendo esto a gran
presagio, le dejaron vivo, fue después valeroso y asimismo tuvo muchos hi-
jos y todos amigos de la guerra y en especial Viracocha Inca, que le su-
cedió en el reino. Tuvo este Viracocha Inca entre los demás un hijo llama-
do Pachacuti Inca, nono del apellido, que excedió en valentía y determinación
a todos sus parientes. Conquisrtó hasta Vilcas, cerca de Guamangas, y su-
jetó a su dominio Caciques de mucha cuenta, que eran los señores que
por allí mandaban. Fue este el primero que dio principio a la gran fortaleza
del Cuzco, y el que la trazó que fue obra de grande señor y de hombre mag-
nánimo y prevenido, tuvo cinco hijos, sucedióle el mayor de ellos llamado
Topa Inca Yupanqui. Este fue hombre valientísimo y de gran gobierno, su-
jetó a su Imperio toda la tierra, desde Quito hasta Chile, respetáronle sus
vasallos por más que hombre, hízose servir con tanta puntualidad y grande-
za que cosas al parecer imposibles hizo fáciles, llevábanle el pescado de
la mar, vivo a muchas leguas de donde él estaba! Este fue el primero de
los Incas que visitó la famosa isla Titicaca y la autorizó con su presencia.
También vino a ella un hijo de éste que se llamó Guayna Capac
Inca que ensanchó su Reyno hasta Pasto, más allá de Quito, y por otras
partes hasta los Cayambis y Ruparupa, acabó lo que su abuelo y padre
habían comenzado en la insigne fortaleza del Cuzco. Puso todo el reino en
más concierto y razón y este fue a buena cuenta el Inca undécimo, tuvo dos
hijos llamados Gualpar Inca, el uno, y el otro Atabalipa Inca que entream-
bos vivían encontradísimos y traían guerra al tiempo que los españoles en-
traron en el Reyno, que fue permisión divina para que con tanta facilidad
se ganase. De estos dos hermanos, hijos de Guayna Capac Inca, el mayor
era Guasnar Inca y el menor Atabalipa Inca, y con ser menor éste era más
poderoso por ser de más ánimo y brío, habíale cabido el ser rey y señor
de Quito, y de toda aquella comarca por que su padre Guayna Capac Inca
por vía de paz les había dividido el reino, mas como dice el poeta Séneca
(in Agamen, act. 2): “Nec regna focium ferré, nec taedae siunt”.

HISTORIA DE COPACABANA

17

Que en el Imperio nadie quiere tener igual sino ser solo y absoluto, y
las mismas razones tocó en su Pharsálica, Lucano, tratando de Pompeyo y
César. Que cada cual quería ser solo en el Imperio; esto mismo da a enten-
der agudamente Alciato en la emblema 92: “Unoque residunt. Arbusto
geminae non bene físedulae”.
Así entre estos dos hermanos hubo guerras muy crueles y como más
animoso Atabalipa con ser hermano menor, como ya está dicho, dio tanta
guerra al mayor que por sus capitanes (que los tenía famosos), vino a suge-
tar y rendir a Guascar Inca y se le llevaron preso a Cajamarca donde estaba.
En esta ocasión entraron los Españoles en Cajamarca, y sabiendo
que el Inca, señor de la tierra, estaba en unos baños de acuerdo con Fran-
cisco Pizarro y de los demás, enviaron al Capitán Hernando de Soto con
embajada, para que tuviese por bien de darles licencia que querían verle y
tratar cosas de importancia. Fue el Capitán Soto a verse con el Inca y a
pedirle licencia para alojarse en Cajamarca en tanto que el iba allá. Re-
cibió el Inca al Capitán Hernando de Soto, con gran majestad y sin gastar
muchas palabras le dijo: ve, di a tu capitán que mando yo que restituya
todo lo que a mis vasallos ha robado y se salga luego de mi tierra que con
esto yo le recibiré por amigo, y déjate ir en paz y seré buen amigo del Em-
perador. Dile más, que mañana seré en Cajamarca, que allí veré lo que se
ha de hacer y entonces me dará noticia del Emperador y del Papa, que de
tan lejanas tierras me envían a visitar. Espantados quedaron el Capitán So-
to y Hernando Pizarro que iba con él, así de la gravedad del Inca como de
las grandes riquezas que habían visto; luego otro día después de haber des-
pedido al Capitán Soto y a Hernando Pizarro, se partió el Inca para Caja-
marca con tanto espacio y majestad que en sola una legua tardó cuatro ho-
ras y llevábanle en un guando o litera de oro macizo forrado de plumas de
papagayo y de otras aves de varios colores, iba en hombros de caciques
que eran los grandes de su Reyno. El asiento que traía era un muy hermo-
so tablón de oro, que pesó (costó) veinte y cinco mil ducados, y uncí almoha-
da de lana finísima, toda guarnecida de piedras preciosas, de inestimable
valor, traía en la frente una borla de lana roja que ellos llaman Mascaypa-
chi, que era la insignia de los Incas, que les servía como a los Reyes, las
coronas, delante de él, iban casi trecientos Indios como lacayos vestidos de
muy ricas libreas, quitando las pajas y piedras del camino, y otras baila-
ban y cantaban; detrás de él venían muchos Caciques también en andas,
con aquesta majestad llegó a Cajamarca, donde sucedió el prender los es-
pañoles al Inca, y matarle, como largamente se refiere en las Crónicas del
Perú. Viéndose el Inca en Cajamarca preso, dio orden como muriese su her-
mano Guascar, porque los españoles preguntaron mucho por él, y tenían
nueva de que sus Capitanes le habían preso en una batalla que le dieron en
Quiquipaypan cerca del Cuzco, y a la sazón que algunos de los nuestros
iban al Cuzco, venían ya con el Guascar Inca hacia donde estaba Atabalipa,
el cual, haciéndole envío con toda prisa orden para que le matasen; y así
lo hicieron donde les cogió la voz, que fué en Andamarca, treinta leguas
poco más o menos de Cajamarca”. A este tiempo el Inca Atabalipa no tenía
consigo todo su ejército, cuando los españoles le prendieron, porque había
enviado la mayor parte de él con sus más? valerosos capitanes, contra su
hermano Guascar, que con poderoso ejército venía a encontrarle. Y sucedió
que viniendo Guascar Inca marchando, se apartó de su ejército, y descui-

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

dadamente cayó en manos de la gente de su hermano Atabalipa. Sabido
esto por los fieles vasallos de Guascar, y que ellos no podían vengar la
muerte de su querido Rey, y afable Inca, hicieron solemnes sacrificios y
plegarias a sus vanos Dioses, que pues en la tierra no había resistencia a
las fuerzas del tirano Atabalipa, que enviasen del Cielo, quién le castigase.
Sucedió pues, que en este mismo tiempo los españoles desbarataron y pren-
dieron a Atabalipa Inca, que con la sobredicha victoria estaba ufanísimo;
sabiendo esto los Indios del Cuzco, vasallos de Guascar Inca, y que eran
muy pocos los cristianos, que habían hecho aquella hazaña, dijeron que eran
gente venida del cielo y enviada de los dioses, por lo cual llamaron a los
españoles, y los llaman hoy día, Viracochas, denominándolos de un ídolo
principal que tenían llamado Viracocha, que presidía a los mares, lagunas,
fuentes y ríos. Y así propiamente Viracocha quiere decir gente venida del
Cielo o endiosada. Muertos los dos Incas Guascar y Atabalipa sucedió en
el Imperio Manco Inca, y tuvo por heredero al Inca Sayretopa, el cual sa-
lió de Bilcabamba y fue a Lima, que es la ciudad de los Reyes a verse
con el Virrey Don Andrés Hurtado de Mendoza, y allí le dio la obediencia,
y al Rey nuestro señor en su persona.
Esta es en breve la noticia que he querido dar de los Incas Reyes del
Perú. Por no ser mi intento hacer larga narración de ellos, ni ser muy impor-
tante sus genealogías ni hazañas para el asunto de este libro, además de
que muchos Cronistas han tenido ya los Reyes antepasados del Perú. De
todos los Incas referidos, ninguno visitó la isla Titicaca sino solo los dos ya
dichos. Topa Inca Yupanqui y Guayna Capac su hijo, y así siempre que
se hiciere mención del Inca en esta historia se ha de entender por Topa
Inca o Guayna Capac.
CAPITULO IV
TRATA EL PRINCIPIO QUE TUVO LA VENIDA DE TOPA INCA A LA ISLA
FAMOSA DE TITICACA
Es satanás, Príncipe de las tinieblas perdido por honra y en razón de
conseguirla ha procurado y procura siempre autorizar su reino, de donde
le vino toda su ruina, porque según consideración de San Bernardo al tiem-
po que el altísimo quiso hacer prueba de aquella naturaleza espiritual que
había criado tan desnuda de carne, cuanto vestida de divinos primores,
que Isaías la llama lucero de la mañana. “Quo modo cecidisti de coelo
Lucifer, qui mane oriebaris initium Diei”. Le llama Job, la obra primera y en
que el artífice quiso mostrar su primor, y el profeta Ezequiel hablando en
persona de Dios dice de aquesta bellísima criatura que lo fue con extremo
antes que cayera. “Tu gignaculum similitudinis mea” (Ezech, 28). Retrato
de la Divina semejanza, el primer trazado que hizo Dios de su hermosura,
más allegado y conjunto al original divino, un retrato de la suma de Dios,
adornada así de los bienes naturales, como gratuitos, lo que hizo fue re-
presentarle el Verbo Divino humano, en forma y figura de un niño hermo-
sísimo, y mandarle que lo adorase, lo cual parece apuntar el Apóstol San
Pablo. “Et quum iterum introducit primogenitum, in orbem terrae, dicit, & ado-
rent eum omnes Angelí Dei. “Ad Heb. cap. I). Es introduciendo otra vez al
primogénito en el orbe, la cual partícula, & quum iterum, presupone prime-

HISTORIA DE COPACABANA

19

ra representación que fue esta hecha a las Espíritus Celestiales, de los cua-
les los tocados de ambición, dejándose llevar de ella, no quisieron adorar
al niño, y dieron consigo en el abismo, cerrándoles Dios la puerta del Cielo
para siempre. Porque como dice el mismo Bernardo, “Cecidit irreparabiliter,
cayó fin remedio ni reparo (Ho. I, advent). Por esta causa pues el Demonio
(que este es el nombre que le dan las divinas letras) que propiamente se-
gún dice el Abad Ruperto es lo mismo que “sciens”, el que sabe, porque no
hay treta que no alcance, ni maña que no use, ni malicia en que no tenga
la prima, que a eso se encaminó el trueque de los nombres, y en vez de
“seraph” llamarle “cherub”. “Et tu Cherub extentus, & protegens” (Ezech).
Habiéndole Dios revelado luego el instante de su creación que había de
unir así una criatura suya, con tan estrecho nudo, que ella y Dios, y Dios y
ella fuesen una persona y un supuesto, desdeñándose de adorar a otra
criatura inferior, pareciéndole que no podía Dios hacer otra, que se com-
parase con su belleza. Conociendo que el hombre era para quien tanta ven-
tura estaba guardada, cobró tal ojeriza y enemistad contra él, que desde
entonces, hasta ahora no hace otra cosa, sino perseguir al hombre, y como
cobarde, no atreviéndose a ponerse rostro a rostro contra Dios, viene a ven-
garse en sus siervos y vasallos, que son los hombres, imitando en esto al
toro, que despedaza al hombre, o bulto de paja, por ser semejanza del
hombre. Esta pues es la causa porque la Sagrada Escritura le llama en el
libro de Job “Behemoth” (Job. 40), que en lengua Hebrea quiere decir bes-
tias, porque la palabra “Behema”, cuyo plural es “Behemoth”, significa
bestia, y bestia no como quiera sino labrada, y compuesta de diversas for-
mas brutales, una quimera espantosa. También le llama Ballena, y otras
veces Tigre, por su fiereza y ligereza, y de aquí tomaron motivo los Sa-
grados Doctores de apodarle con fieros epítetos de crueles animales y sal-
vaginas fieras.
El Príncipe de los Apóstoles le compara al león, vuestro adversario
el Demonio como león que brama, anda de una parte a otra, buscando a
quien despedazar. Y nuestro Padre S. Agustín le asimila al perro fiero,
que está puesto en cadena “catenis constrictus est”. El Divino Basilio en una
homilía le llama onza, que tiene tan fiera enemistad con el hombre, y está
tan sedienta de su sangre, que cuando a él no le puede haber a las ma-
nos, si encuentra su figura, embiste con ella, derríbala, písala, arrástrala,
despedázala, y no queda mal ninguno que pueda y no le haga. El Demonio
ya que no alcanza a poner las manos en Dios, que es con lo que él quedara
satisfecho, acomete al hombre procurando apoderarse de su alma, y así
por cuantas vías el puede intenta apartarle de Dios, y aunque sabe, que la
adoración es debida a solo Dios, “Dominum Deum tuum adorabis, & illi
soli servies” (Deut. 6). Adorarás a tu Dios y a El solo servirás (Math. 4). Por
el odio que siempre brota en su alma contra su Criador, y de recudida se
endereza al hombre, procurando estorbar esta adoración y reverencia, ha
ciendo que la pongan en cosas vanas. Y así en este Reyno dio traza para
que los Naturales de él le adorasen con grandes supersticiones en todas
partes, particularmente en Titicaca, donde quiso ser más celebrado. Para
mejor fundar su intento, dio orden como a este fin viniesen a él algunos
de los reyes de la tierra, y el que en ella había cobrado mayor dominio, y
reputación, el cual con tanto extremo se había ya enseñoreado de los co-
razones, voluntades, y haciendas, que los que antes con armas resistían

20

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

su poder, ya le tenían tan rendida la voluntad, que juzgaban por traidor y
sin fe, al que le ocultaba cosa alguna de importancia.
La isla Titicaca era la cosa más célebre que había entre los Indios
Collas, uno de los ancianos que desde su niñez se había criado en el minis-
terio de aquel famoso adoratorio, queriendo ganar gracias con Topa Inca
Yupanqui, que ya se había declarado por devotísimo al Sol, tomó como
pudo su camino, e hizo jomada al Cuzco donde el Inca a la sazón estaba,
y presentándose ante él, con los ademanes y ceremonias que ellos suelen,
tales cosas le supo decir de su adoratorio y con tal eficaz energía que le per-
suadió a una más que aficionada devoción de él; dijole su principio y an-
tigüedad, encarecióle el puesto y sitio de la isla. Ponderóle las muchas y
nunca vistas maravillas que allí gozaban y finalmente, cuanto pudo, le
exageró los oráculos que del Sol tenían y cómo le habían visto salir de
aquella peña, en la cual jamás ave asentaba el pié, y que pues era ya se-
ñor absoluto de la tierra, que no dejase de tomar posesión personalmente
de la isla. Con extraño gusto oyó Topa Inca al viejo, y con cuidado le rega-
ló encargándole el secreto de su demanda, diciendo que él sin falta iría
a visitar tan grandioso templo, de quién tanto le había dicho, y así de he-
cho lo hizo; aunque antes tuvo algunos disgustos que nacieron de haberle
entendido su determinación, entre los Capitanes y deudos suyos, por haber
desabrochado su pecho a una de sus concubinas, la que más estimaba.
No puedo aunque sea de paso, y a costa de alguna digresión, dejar
de decir, como muchas y aún las más veces son las mujeres la causa de
las mayores ruinas, porque no solo pretendo mover los corazones de los
que este libro leyeren, a la devoción de Copacabana, sino también adver-
tirles de lo que convenga a la honra de Dios y provecho del alma. Este
Inca estuvo ya casi disuadido de ir a visitar el adoratorio y Templo del
Sol, por haber fiado su secreto de una mujer, en quien más tarda la con-
cepción de la palabra que oye, que el parto de ellas. Ovidio y San Fulgen-
cio dicen que los trabajos del mundo no pudieron sujetar a Hércules, y que
Omphale, reina de Lidia, le trajo siempre a sus pies (Ovidio, ep. 9 S. Fulg.
lib. 2, mirbeo). Digamos las palabras de Fulgencio, que como fue fraile
Agustino parece que el peso de ellas trasunto de San Agustín, mi padre:
“Quem mundi magnitude vincere non potuit, libido conpresit”. Iudic. 16). Y
ya sabemos lo que le vino a Sansón por haberse fiado de su amada Dalila,
y descubiertole su secreto. Aunque los Capitanes de Topa Inca le contra-
decían la ida a Titicaca, porque tenía muchas cosas a qué acudir, y de
importancia, que posponerlas a esta jomada era grande inconveniente, en
especial que habiendo forzoso de navegar por la laguna, para entrar en la
isla era ponerse a mucho riesgo, supuesto que no lo había hecho en su
vida, de la cual por entonces, dependía la Monarquía de los Incas. Supo
Topa Inca darse tan buena maña, y decirles tan vivas razones que redu-
jo todos los pareceres al suyo, refiriéndoles las palabras del viejo, el len-
guaje y encarecimiento y promesas con que a él le había inclinado a ir a
ver el célebre adoratorio de Titicaca, y así con los mayores actos de de-
voción acompañándose de alguna gente ilustre, de su guarda, se dispuso
a este viaje. Llegado a el embarcadero que estos llaman Iampopata, que
está medio cuarto de legua de la isla, entró en una balsa grande y a pro-
pósito.

HISTORIA DE COPACABANA

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Es tradición que esta entrada fue con exquisitos actos, ceremonias y
sacrificios; y que considerando el golfo que se atraviesa y de lo de más que
a la primera vista se ofrece, comenzó a admirar, y a concebir interiormen-
te preñeces grandes de la isla, y a no dudar en cosa alguna de las que el
viejo le había dicho. Luego sin más ver determinó hacerse señor absoluto
de la isla en lo cual no hubo más dificultades ni trabajo del que había to-
mado en venir a ella, y sin dar audiencia a los Naturales, y vecinos de la
isla, los trasladó al pueblo de Yunguyo, reservando algunos viejos y viejas
que el Indio, su guía, señaló para maestros de ceremonias, los cuales como
doctos y cursados en su oficio, le catequizaron en lo que allí había de obser-
var si quería tener grato a su devoto el Sol, que era el ídolo principal a quien
los Incas adoraban.
Cuando llegó a vista de la deseada peña no hizo menos que mo-
charla (que es lo que nosotros decimos adorarla). Como si viera a Dios en
zarza, se descalzó, miró con atención y no viendo en la peña señal alguna,
que mostrase haber asentado pájaro allí, la tuvo por tan misteriosa como
le habían significado, y de tal suerte acreditó aquella romería, que cobró
opinión de la más célebre de todo el reino que de la misma manera que en
tiempos pasados acudían los Atenienses, y otras naciones al Templo de
Apolo en Delfos, donde daba el oráculo respuestas, así acá en el Perú ve-
nían desde Quito, Pasto y Chile a esta isla Titicaca, a encomendarse al
Sol, a quien tenían por Supremo Señor, y Dios; y si de los últimos y remo-
tos lugares de la tierra acudían, claro está que no faltarían los más cercanos
y con más frecuencia.
Tanto autoriza, y tanto puede el ejemplo bueno, o malo de un Prínci-
pe, que como la misma experiencia nos enseña, tiene este ejemplo más fuer-
za que sus leyes y decretos. “Componitur orbis, regís ad exemplum: Dijo
eso otro poeta: “Nec sic inflectere sensus humanus aedicta valent, quam
vita regentis”. Dijo Claudiano en el cuarto Consulado de Honorio, y el Di-
vino Espíritu, en sus Sapienciales: “Qualis rector est civitatís, tales, & in
habitantes inest”. (Ecclesiast) 10). Gran brio pone al soldado ver que su
Capitán es el primero en dar el asalto, el delantero en romper el escuadrón
y en acometer lo más arduo, y dificultoso, con harta gala lo dijo Séneca:
“Voluntas hominis, natura contumax est, facilius sequitur cuam ducatur”.
Guiada con el ejemplo camina la voluntad, que el buen ejemplo de que
va delante, todas las dificultades hace que atropelle. No faltó un punto a
esta devoción del padre su hijo Guayna Capac Inca, como quiera que ade-
lante siguió otro rumbo en que si disponiéndose con mejores costumbres per-
severara, por ventura no quedara inferior a sus predecesores.
CAPITULO V
TRATA DE LA ISLA TITICACA Y COSAS PARTICULARES
Por una de tres maneras (según doctrina del ingenioso Ricardo, libro
de Trinitate) se viene en el conocimiento cierto de una cosa, o por el ejer-
cicio de los sentidos exteriores, o por el discurso y raciocinación que el hom-
bre hace mediante los principios naturales, o los que de alguna arte tiene,
o por la fé, y crédito que se debe al que da testimonio y afirma la tal cosa;

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

con esta última manera de conocimiento le había yo tenido de esta isla Ti-
ticaca, mas por no hablar de solo oídas quise enterarme más, registrando
con la vista lo que tan a la mano tenía, de modo que de los que en la
isla al presente hay que ver, puedo decir que afirmo lo que con mis ojos
vi, y con mis manos traté, y si lo que dijere no fuere tanto como contempla-
tivos presumen, atribuyase a la falta de letras, y escritura que entre los Na-
turales de aqueste reino había, porque si como la isla cayó en gente bárba-
ra y sin letras ni estudio, cayera en otra de ingenio y curiosidad, tan cele-
brada permaneciera como la de Delfos o la de Chipre y otras de que los
poetas hicieron mucho caudal. Y no porque tenga la grandeza de aquellas,
la fertilidad, las aguas, población y temperamento, ni porque goza la ex-
celencia, y privilegio de Rodas, que es la primera que el Sol en saliendo
baña y donde estuvo el Coloso, uno de los siete milagros del mundo, sino
por el mucho caso que de ella hicieron los Incas señores del grande y opu-
lento Perú, y la infinita sangre que allí derramaron de niños inocentes ofre-
cida vanamente, con exquisitas y extraordinarias ceremonias, que cierto
pone admiración y causa espanto lo que los antiguos afirman, si todo mere-
ce crédito. Como quiera que a mi no me pasa por el pensamiento escribir
en este libro sino aquello que muy creíble fuera, y por lo menos no se vis-
tiere de evidencia, o probabilidad, porque no pretendo con vana ostenta-
ción ni parlero lenguaje entretener gustos ajenos, ni con menoscabo de la
verdad, despertar lisonjeras lenguas, ni vender por cierto lo que no se pu-
diese empeñar por tal. Digo en la naturaleza de las cosas, que en lo que
es milagroso son sobre la facultad de ella, y en eso no se debe atender a lo
que Dios puede, y suele hacer en orden al aprovechamiento nuestro y Igle-
sia suya.
Volviendo pues al intento digo, que habiendo visto la isla, pasando
gran parte de ella, y aún rodeándola por el agua en una balsa, hallé que
podía escribir y tratar de ella como quien la ha visto, y como testigo, cual
el derecho dispone para que haga fé.
Nuestra isla tiene de longitud casi dos leguas, y otras tantas de tra-
vesía, y según las ensenadas que son muchas, tendrá toda seis leguas,
poco más o menos de box, su temple es mejor que el de Copacabana, tie-
ne en pocas partes agua, pero es bastante y buena. La arboleda que en
ella hay que es mucha dicen los Indios ser toda puesta a mano por orden
del Inca, creo se engañan en esto como en otras cosas, porque otras islas
hay que la tienen, sino es que en todas ellas se hubiesen plantado por
mandato del mismo Inca, que en esto y en otras cosas fue diligentísimo y
curioso. Acuerdóme que en la Provincia de los Omasuyos, donde la obe-
diencia me ocupó en doctrinar a los Indios en un pueblo llamado Ayri-
guanca, me mostró un Indio muy viejo una mata que daba unas hojas muy
pequeñas de las cuales usaban los Indios en lugar de tabaco, y moliéndolo
tomaban, que comunmente se suele llamar topasayre, y me certificó, que
por mandato del Inca de partes muy lejanas se había traído aquella mata,
y no se da en otra parte de aquella Provincia.
Lo que el Inca hizo plantar, y es cosa cierta son unas estacas de
molles y alisos, que aún duran hoy día, de donde y de otras experiencias
se conoce bien la mejoría y ventajas, que hace en temple Titicaca a los de-
más del Collao. Tiene fuera de lo dicho, playas muy apacibles, tanto que si

HISTORIA DE COPACABANA

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en ellas hubiera arroyos de agua, fuera de gran recreación, porque algu-
nas hay de arena blanca tan cristalina que lleva tras sí la vista, convidán-
dola a regocijo notable. De estas playas autorizó el Inca algunos con suntuo-
sos edificios de casas, torres, y ordenados asientos, bien como manifestan-
do el gusto, y placer que su ánimo en aquellos lugares recibía.
En una de estas playas vecina a la peña Titicaca, intentó el Inca
sembrar una chacra de Coca para el Sol.
Es la Coca planta tan delicada y achacosa, que quiere temple cálido
y húmedo, junto con esto es tan vendible entre los Naturales que el trato
de ella ha enriquecido y enriquece a muchos hombres, es de tanta estima
acá entre los Naturales, la Coca, como en México el Cacao, porque tam-
bién les sirve de comida, y con el zumo de ella se sustentan, y así algunos
Indios viejos la traen en la boca. Pues para que esta planta se diese en la
Isla hizo el Inca a gran fuerza de brazos, y trabajo ahondar la tierra y dar-
le el posible abrigo, y aunque con mucha dificultad, él casi saliera con su
intento, porque la Coca prendió, mas como el artificio era tan violento no
pudo permanecer, y al mejor tiempo vino de romanía lo alto del cerro, y
soterró la mal lograda sementera, con cantidad de gente, según algunos di-
cen, con lo cual el Inca cesó de su dificultosa demanda. Sintió en el alma,
no poder salir con ella, mas suplió esta falta con sacrificar algunos niños,
y con ofrecer la sangre de los soterrados, cuyo miserable fin dio por bueno,
y lo aplicó en orden del holocausto, con que le pareció templaba aquel su-
ceso desgraciado. No he podido averiguar cual de los dos Incas intentó
hacer esta sementera, mas todo lo que es edificio se pone a cuenta de Topa
Inca, padre de Guayna Capac. Grandes patrañas y novelas se cuentan de
esta isla, como que toda ella la cercaba una monstruosa culebra, que era
guarda suya. Creo entendían por esta culebra el agua que la ciñe, o por
ventura algunas fantásticas visiones, o apariciones que el padre de la men-
tira hacía en presencia de los simples Indios, para tenerlos siempre encarce-
lados y ciegos en su ignorancia, y sujetos a su obediencia.
CAPITULO VI
EL MODO QUE GUARDABAN DE SACRIFICAR LOS NIÑOS
El Demonio, Ángel de tinieblas, que siendo en sus principios, la más
hermosa criatura que Dios había creado, y perdiendo por su culpa el bien
que gozan sus compañeros, cayó desde el cielo como rayo, y vive en tor-
mentos eternos con rabia mortal contra Dios, y contra el hombre. Contra
Dios, porque le hizo a su parecer agravio, contra el hombre porque le mira
con ojos de ocasión de su caída. Y así como opuesto de Dios camina por
pasos contrarios. Dios procura al hombre para bien y remedio del mismo
hombre; el Demonio también le procura, mas es para daño y destrucción
suya, y para dar a entender esto el glorioso San Isidro usa de la metáfora
del diamante y de la piedra imán, poniendo las propiedades de levantar el
hierro: pero de tal suerte dice el Santo, que si ambas atraen el hierro que
tocan, pero con esta diferencia, que tocada la piedra imán del diamante
queda destituida de poder levantar ni atraer a sí hierro alguno, por haber-
se alzado con toda la virtud el diamante. De donde viene a inferir el santo

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

glorioso que por el diamante debemos entender a Cristo, Señor nuestro, o
a la Virgen Santísima, su Madre; y por la piedra imán al opuesto Caristo,
que es el Demonio, o al mundo porque los unos, y los otros tienen virtud
de atraer almas para sí. La Sacratísima Reyna de los Angeles con sus con-
tinuas intercesiones, como Madre de pecadores intercede por ellos, y les
pide la gracia y Cristo la concede, juntamente con su gloria, “Gratiam & glo-
riam dabit Dominus” (Psalm. 83). El mundo atrae a deleites y contentos. El
Demonio a infierno y tormento. Y así viene muy bien que el hierro sea
jeroglífico del hombre, tras cuya alma andan Dios y el Demonio, pero con
tal diferencia que después que el diamante. Cristo, a guien con este nom-
bre llamó Amos, según la traslación de los 70, cuando dice que vio un Va-
rón, respondiendo a la pregunta “Quid tu vides Amos” (Amos. 7). Dijo “Vi-
rum”. Veo un Varón, leen los 70: “Adamantem ego video”. Veo un diaman-
te. Este pues atrajo a sí el hierro del hombre, que como pesado plomo se
iba sumergiendo en las aguas, “Sicut plumbum in aquis vehementibus”
(Exod. 15). Figurado también en aquel hierro del milagro de Helifeo (A reg.
6), que al golpe que dio un leño en las aguas donde estaba escondido, se
levantó juntándose al astil, que no fue sino una figura de lo que sucedió
a este Divino diamante con el hombre miserable, que sepultado en sus tra-
bajos, arrojándole Cristo el palo de su Cruz le sacó fuera uniéndolo y jun-
tándolo a sí. Como lo dijo por San Juan. “Cum exaltatus fuero a térra omnia
traham ad me ipsum” (S. Juan, 12). Y aún fue el traerlo a sí con aquella ma-
ravillosa diferencia, que dijimos, porque allí en la Cruz: “Mors, & vita duello
conflixere mirando”, la muerte y la vida. Cristo y el Demonio se juntaron
a batalla, y se dieron toques fortísimos por el hombre, y de esta junta y
toque, resultó quedar el diamante Cristo con una inefable virtud de atraer
hombres. “Propterea quod laboravit, videbit semen longaemum”, y la virtud
del demonio desflaquecida y debilitada, como lo dijo San Lucas en su un-
décimo capítulo, donde (para que entendiésemos lo mucho que el demonio
podía en el mundo, antes de la venida del Hijo de Dios, y su muerte y lo
poco que después de ella puede) lo introduce, como a un Alcaide de una
fortaleza, que con grande paz y sin contradicción la tenía enseñoreada y
a su voluntad la gobernaba, hasta que vino otro más fuerte y valeroso Ca-
pitán a combatírsela y éste le privó de su antigua posesión, le quitó des-
pojos y todas las armas y poder en que antes confiaba. Y en aquél virginal
cántico de la Magníficat, nos anuncia la soberana Virgen María, con gran
certeza, como el demonio con sus secuaces, había de ser derribado de su
silla y potestad; y que los pobrecitos figurados en el hierro habían de ser
en la iglesia de Dios ensalzados. “Deposuit patentes de sede, & exaltavit
humiles”. (Luc. 7, Psalm. 33). Desde entonces, pues quedó tan rendido el de-
monio y tan sin fuerza que si los hombres no le siguen y se van tras él,
el no los atraerá tras sí; que es lo que dice mi gran Padre Agustino: “Latrare
potest solicitare potest, sed morderé omnimodo potest”. Bien puede ladrar
más en ninguna manera puede hacer daño. Pero con todo esto está tan
obstinado en su malicia y tan reconcentrado su rabioso enojo en sus en-
trañas, que sabiendo que no puede cosa, si el hombre no le ayuda, no
deja de inquietar y perturbar, procurando con engaños torcer los caminos
del hombre, haciendo que se lleguen a él, porque ve la naturaleza nuestra
depravada, y tan ciego nuestro entendimiento, que para dar con él en tie-
rra, es menester muy poco, y entre estos diabólicos engaños, es uno pedir
humana sangre, como ve que Dios pide corazones; “Prehesi miter tuum

HISTORIA DE COPACABANA

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mihi” (Proverv. 23), Hijo dame tu corazón y como está la vida en la sangre,
quiere que la vida le rindan en señal de vasallaje. De aquí nació que de
ninguna cosa gustase tanto, ni se tuviese por tan servido, como que en sus
templos se derramasen sangre humana, sacrificándole hombres; y así aque-
llos idólatras, de los cuales se hace mención en el libro de los Reyes, vien-
do que el Profeta Elias mofaba de Baal, a quién llamaban y que él no
respondía (3 reg. 18), procurando atraerlo, sacaron lancetas y cuchillos que
tenían y comenzaron a herirse, como tenían por costumbre hasta vertir
sangre; porque sabían ellos muy bien que de propósito y a sabiendas, no
les oían sus dioses, o por mejor decir los demonios, hasta que se herían y
sacaban sangre, porque no había cosa de que más gustase. Nuestro Padre
San Agustín, en los libros de la ciudad de Dios, trata de los sacrificios de
los Gentiles. El Poeta Ovidio en sus fastos y Séneca en sus tragedias, dan
a entender lo mismo. Virgilio en el libro segundo de los Eneydos, lo ma-
nifiesta claramente por aquel Verso que dice: “Sanguine placastos ventos
& virgine caesa” (Virg. L. 2).
En los sacrificios de Saturno, se hacían muchos de hombres hechos
pedazos. Abominando el Santo Profeta David, sacrificios tan crueles y es-
pantosos, dice de ellos: Ofrecieron en sacrificio sus hijos y hijas a los de-
monios, derramando la inocente sangre. El Profeta Isaías, también hace
mención de estos sacrificios: “Inmolantes párvulos in torrentibus subter emi-
nentes perras” (Isai. 57, Ps. 105). Y si Dios mandó al Patriarca Abraham que
le ofreciese en holocausto a su unigénito ama a los hombres y no se de-
leita en su muerte y perdición, jamás consintió que semejantes sacrificios
de personas llegasen a efecto, solamente se contentó con la obediencia del
Santo Patriarca, y con aquella prontitud de ánimo con la cual ofreciera no
sola la vida de su hijo, sino la suya propia, si Dios se lo mandara. El de-
monio no se paga de voluntades, sino quiere que se pongan por obra los
sacrificios y que en su honra y servicio se derrame toda la sangre posible;
como estaba tan apoderado de aqueste Reyno, no hubo menester mucho
para acabar con ellos, le ofreciesen en sacrificio gran cantidad de niños;
y así en fiestas señaladas, se les ofrecían; particularmente cuando espera-
ban lograr sus peticiones y ruegos. Cuando los Indios acudían a los Sa-
cerdotes de las Guacas, (que así nombran sus adoratorios) lo primero que
ellos les aconsejaban si querían alcanzar lo que pedían, era que si tenían
hijos, los ofreciesen en sacrificio.
El orden que guardaban los Sacerdotes en sacrificar los niños era
notable; poníanlos sobre una losa grande, los rostros hacia el Cielo, vueltos
al Sol y tirándoles del cuello, ponían sobre él una teja o piedra lisa algo
ancha, y con otra le daban encima tales golpes que le quitaban en breve
la vida y así muertos los dejaban dentro de la misma Guaca; con esto se
daba el demonio por servido y luego en los retretes y lugares oscuros les
hablaba, acudiendo a darles respuesta a gusto de quien los escuchaba y
muchas veces en daño de los mismos Indios, como lo han echado de ver
después que han recibido el Santo Evangelio. Aunque en muchos no ha
bastado el conocimiento de este engaño, advertirles de su error, siendo co-
mo son, por la mayor parte inclinados a seguir los ritos y ceremonias de sus
antepasados; y casi todos los viejos duran en ritos e idolatrías, particular-
mente los que viven en las punas y lugares demasiadamente destemplados
y fríos; a cuya causa ahora, con particular providencia trata nuestra sa-

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

grada Religión, de enviar predicadores por todo el reino para que tan no-
civa semilla quede extirpada. Y este año de 1620, han entrado a los Chun-
chos tres Religiosos nuestros, aventurando manifiestamente sus vidas por la
conversión de aquella gente, sírvase nuestro Señor de alentarlos con su
espíritu y dar llenos a sus buenos deseos, “Quidat velle, det preficere”. En
negocios grandes y de importancia usaron casi en todo el Perú y en parti-
cular en el Cuzco y en Titicaca, sacrificar niños de edad de seis hasta doce
años, y las más veces usaban de este sacrificio en cosas que importaban
al Inca, como en sus enfermedades, para alcanzarle salud, o para que con-
siguiese victoria cuando iba a alguna guerra, o cuando le daban la borla
del reino; luego a los principios que comenzaban a gobernar, ejercitando
su oficio de Rey y Señor.
Oh Dios de mi vida, o Padre piadoso cuan otras son vuestras entra-
ñas. “O nimia chantas ut feruum redimeres, filium tradidisti”. Compra un
bárbaro su salud a precio de tantas vidas de inocentes y compráis vos la
de vuestros esclavos, a precio de la de vuestro inocente hijo.
En las solemnidades y fiestas principales del Sol, y de la Luna, en adó-
ratenos señalados sacrificaban número de doscientos niños que solo el De-
monio pudiera no mostrar hastío, con beber tanta sangre humana, cuando
cualquiera otra enemistad se aplacara con mucha menos. Solían muchas
veces usar de otra ceremonia que era ahogarlos, después de haberles da-
do muy bien de comer, y beber, llenándoles la boca con coca molida, de-
teniéndoles el resuello. Entonábanlos con ciertos visajes y ceremonias y
otras veces los degollaban y con su sangre se teñían el rostro y los vasos
con que antes del sacrificio habían dado de beber a los niños, los enterra-
ban con ellos y esta es la causa de que en algunas sepulturas antiguas,
se suelen hallar muchos de estos vasos, que ellos llaman queros a los que
son de madera y a los de plata, aquillas.
Para prueba y mayor testificación de que en estos reinos del Perú,
pedía y se le daba al demonio en sacrificio sangre humana, quiero referir
lo que vi el año 1617, a los fines del mes de abril, en un pueblo de los Ay-
maraes. Obispado del Cuzco, que sucedió a un religioso de mi orden., con
una endemoniada. Y fue el caso que después de haber hecho el Demonio
notables resistencias para no dejar el cuerpo de una mujer de quién estaba
apoderado, llegó al pueblo el religioso, traído de lástima y compasión, por-
que la causaba grande ver tan mal tratada a manos del Demonio aquella
miserable. La venida del religioso enfrenó la furia de aquel enemigo y
tan de veras con la virtud de Dios le sujetó, que a su despecho le hizo con-
fesar en voz alta los engaños y supersticiones, que con su industria había
introducido entre los Indios, de aquella Provincia. Importó mucho esta ac-
ción para desengaño de los Naturales, como el día de hoy convence la en-
mienda y por entonces se vio en las confesiones y públicas penitencias de
muchos Indios, que sabe Dios dar salud con la lanceta del enemigo, y dar
remedios de vida por manos de la enemistad. “Salutem exinimicis nostris, &
de manu omnium, qui oderunt nos “. (Luc. 11). Dejo muchos notables acae-
cimientos, que en la expulsión de este Demonio sucedieron, por no venirme al
intento. Llevaba el religioso consigo un muchacho Indio, que en el tiempo de
los exorcismos tenía la Cruz en las manos; contra este Indiezuelo ende-
rezaba el Demonio sus iras tan descubiertamente, que arremetiendo una vez

HISTORIA DE COPACABANA

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a él le hizo pedazos en la cabeza la Cruz que en las manos tenía. Y llegada
la hora del comer desvió con notable enfado las viandas, diciendo que nada
le entraba en gusto, sino los muchachos del tamaño de aquel que tenía la
Cruz. Ocasionó con estas palabras a que todos los presentes pensásemos
que aun perseveraban los Indios en darle al Demonio el cruel manteni-
miento, que le ofrecían en el tiempo de sus idolatrías y errores.
A quién no enternece el alma, ver que a vista de estas durezas con
que el Demonio trata a los suyos, no se echen de ver más las blanduras con
que nos llama Dios, y el dolor es que despreciadas éstas, tenga el Demonio
tantos que le sigan, ponderado tengo esto yo en aquella tentación del De-
monio: “Dic ut lapides isti panes fiant”. (Mat. 4). Quiere que quiebre el ayu-
no y aún para eso solo guijarros 1© ofrece y lo más ponderable es, que otra
letra dice: “Dic ut lapides isti, pañis fíat”. Un pan que ni de panes quisiera
veros satisfecho. Así trata el Demonio a los suyos y los halagos de Dios
no bastan a aficionarlos. Por eso se queja Dios con sentidísimas palabras
por Jeremías, el cual habiendo pedido a los Cielos, que se espanten de tan
grave culpa, y a sus puertas que se rompan de asombro, dice: Dejáronme
a mí fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas rotas, en que el agua
no se detiene, como si más claramente dijera, más consuelo hay en solo
Dios, que en todas las criaturas juntas y buscarle en ellas, es acudir a cis-
ternas rotas que no pueden retener el agua. (Icre. 2).
CAPITULO vn
DONDE CON ALGUNOS LUGARES DE LA SAGRADA ESCRITURA SE PRUE-
BA HABER PASADO A ESTAS PARTES UNO DE LOS DISCÍPULOS
DEL REDENTOR
Por casi inmemorial tradición tienen los Naturales de este Perú, en
especial los Serranos, que anduvo en el un hombre jamás visto otra vez,
predicando al verdadero Dios, y no pondría yo en duda que pasase en
estas partes alguno de los Discípulos del Maestro de la vida, pues todas
las del orbe gozaron de este bien. Y de los Santos Apóstoles y Discípulos
de Cristo, Señor nuestro, se entiende aquel lugar de Isaías: “Qui isti, qui
ut nubes volant? (Isai. 60). Quién son estos que vuelan como nubes?. La
doctrina Evangélica se compara a la nube, que riega la tierra. Y así el
Santo Moisés comparando su doctrina a la nube dijo en el Deuteronomio:
“Crezca mi doctrina como la lluvia, y mi palabra se derrame como el
rocío”. (Deut. 32). Porque los santos Apóstoles fueron nubes que se comen-
zaron a levantar del mar de Galilea y aunque de pequeño principio, como
las nubes, que se hacen de los vapores, ellas son las que truenan, y dis-
paran rayos, ellas las que llueven, y fertilizan la tierra. Así los Apóstoles
y Discípulos de Cristo Señor nuestro, aunque humildes pescadores ellos es-
pantaron el mundo y lo regaron, fertilizándole con su vida, ejemplo y
doctrina maravillosa. (Isa. 60). Fueron como palomas que trajeron a la Igle-
sia otras infinitas almas, y de los Santos Apóstoles y Discípulos de Cristo
nuestro bien se entiende aquel verso de David: “In omnem terram exivit
sonus eorum”. (Pf. 18). En toda la redondez de la tierra y allá en los últimos
fines, y términos de ella, se oyeron sus palabras, que viene muy bien con
aquel precepto del mismo Señor, que les mandó como consta del capítulo
último de San Marcos, que fuesen por todo el mundo y predicasen el San-

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

to Evangelio, (Mar. cap. último). “Euntes in mundum universum praedica-
te Evangelium omni creaturae”. Y aquel lugar del Profeta Abacuc, también
se entiende de Cristo, y de sus Santos Discípulos: “Ascendes super equos
tuos, & quadrigae tuae salvatio” (Abac. 3). Subirá Dios, dice el santo Profe-
ta Abacuc, sobre sus caballos, y sus carrozas llevarán la salvación del mun-
do. Explicando aqueste lugar el glorioso San Ambrosio dice: “Agitavit Chris-
tus Apostólos suos, quos diversa mundi direxit, ut toti orbi Evangelium
praedicarent”. Enderezó Cristo a sus Apóstoles, a diversas partes del mundo
para que en todas ellas predicasen su Santo Evangelio. Y supuesto esto, ten-
go por cosa cierta haber pasado a estas partes uno de los Discípulos. Si
bien leemos de los Hunos y Godos que habitaban allá en el mundo ignoto
e inaccesible, de esa otra parte de la laguna Meotis que no les faltó la
providencia Divina, pues el día que el Redentor del mundo nació, todos
los ídolos de aquella región, a voces publicaron era nacido el Rey de paz,
en medio del mundo; casi como llevando los tenores a los Angeles, que
en Palestina habían entonado este mismo motete. “Gloria in excelsis Deo”.
Por lo cual los Hunos y los Godos dejadas aquellas tierras, hicieron de sus
gentes dos gruesos ejércitos sobre sus heladas aguas, y llegaron al fin don-
de recibieron las del santo Bautismo.
Lo primero se escribe pasó en tierra de Etiopía, y por ventura alude
a esto lo del Poeta Virgilio: (AE ne. 6). “Huius in adventum, ima nunc, & Caspia
regna Responsibus horrent Divum, & Meotica tellus”.
Suidas, autor grave refiere, que habiendo Otaviano Augusto Cesar
puesto fin a las guerras, estando todo el mundo en gran quietud, y paz,
cerradas las puertas de Jano, ofreció un solemne sacrificio al oráculo Dei-
fico, de cien bueyes, que llamaban hecatombe, y otros muchos animales,
consultando al Dios Apolo sobre quién le había de suceder en el Imperio.
Y no le queriendo responder, tomó de nuevo el Emperador al sacrificio, y
preguntándole por qué no le respondía, compelido ya a pesar suyo, vino a
decir:
“Me puer Hebraeus Deus, Déos ipse gubernans.
Cederé sede iubet, tristem que reddire sub orcum.
Aris ergo de hinc tacitis obscedite nostris” (Nicephoro, cap. 17).
“Un niño, que su nación
Es Hebrea, y a mis Dioses
Los gobierna y manda a coces
Me tiene puesto en prisión.
Derribóme cual me veis,
y al fuego voy vivo y crudo.
Ya jamás me preguntéis.
Que soy oráculo mudo”.
De más de que el Apóstol San Pablo prueba haber sonado la voz
Evangélica en toda la tierra. Para lo cual alega al salmista, donde enten-
diendo, según exposición de San Gregorio sobre San Juan. (Homi 30, cap.
14). A los Santos Discípulos. En el nombre de cielos, dice, que sonó su voz
en toda la tierra, sin que quedase Provincia donde no llegase la virtud de
su poder y fama, ni parte tan desierta y estéril, que no la fertilizase su doc-
trina. Que esto pretendió Cristo persuadir a sus Discípulos, llamándolos luz

HISTORIA DE COPA CABANA

29

del mundo. Luego bien se debe entender haber llegado en estas partes, y
ser así, pues tan consonante es a esto, lo que entre los Indios se trata, de
que se vio un hombre nuevo y jamás otra vez visto, el cual hacía grandes
milagros y maravillas, por lo cual le pusieron por nombre (según afirman
algunos Indios antiquísimos) Tunupa, que es lo mismo que decir gran Sa-
bio, y Señor. (Math. 9). Pues aqueste glorioso Santo por su predicación fue
perseguido y finalmente martifizado de la manera que se sigue.
CAPITULO vm
QUE SE PROSIGUE LA MISMA MATERIA QUE EN EL CAPITULO
PASADO
De creer es, que el Santo Discípulo trabajó en el ministerio de su pre-
dicación lo posible, y que vista la mucha mies, los pocos obreros, y el me-
nos fruto que hacía, traería quebrantadísimo el corazón y haciendo por ins-
tantes mensajeros al cielo, de ardientes suspiros, pediría la conversión de
aquella descreída, bárbara y dura gente. Subiría de cuando en cuando en
lo alto de los montes y puestos los ojos en la multitud de ánimas que el de-
monio poseía, derramando por ellas abundantes lágrimas, puesta, como otro
Elias, la cabeza entre las rodillas y descubiertas las espaldas al cielo, con
celoso pecho y encendida voz, diría: Si mis deméritos. Señor, impiden el
fruto de vuestra divina palabra, aquí están las espaldas mías, lleva sobre
ellas la disciplina de vuestra paz y sobre estas ciegas almas la luz y sobe-
rano resplandor vuestro. Mas, si esta hora. Señor, no es llegada, llegue ya
siguiéndose vos, la que ha de poner quieto y dulce fin a mis cansados
días. Y en conclusión enseñadme Dios mío, a que acierte a cumplir en to-
do vuestra voluntad, pues sois mi Dios y confío que vuestro buen espíritu
me guiará por sendas no torcidas, llevándome siempre por derechos ca-
minos, que bien lo he menester pues vivo en destierro tan apartado. (Psal.
142). Esta oración y otras semejantes hacía el Santo Discípulo, no cesando
de predicar hasta que un día en pago de su deseo le quisieron apedrear
en el asiento de Cacha, cinco o seis jomadas del Cuzco, camino del Collao,
donde aun en este tiempo, según deponen los Naturales, se ven ciertas pe-
ñas abrasadas, dicen, que con fuego del cielo, que quiso vengar tan atre-
vida desvengüenza y tamaña demasía, dejando al Santo libre de aquellas
sacrilegas manos, que tan atrozmente pretendían quitarle la vida. Pasó ade-
lante el Santo varón, y saliendo a tierra del Collao, traía inquieto el pecho
de un celoso deseo de ver aquel famoso altar y adoratorio que los Collas
tenían en la isla Titicaca, y destruirle si pudiese, y por reparar aquel daño
grande, pidió a Dios determinase en aquel caso, lo que más era en orden
a su servicio. Y como le tenía su divina Majestad aparejada allí la corona
(Danie. 14), y triunfos de sus trabajos, pareceme, que enviaría algún Ángel
que como otro Abacuc, asiéndole de los cabellos lo pasase a aquel lago
de leones y fieras de mayor ferocidad, que las que guardaban al Profeta,
pues aquellas sin discurso, se rindieron y estas teniéndole se embravecían;
que hombres, por mayores enemigos los tuvo el Rey Darío, cuando fiando
a Daniel a los leones, juzgándolo seguro entre sus uñas, no se aseguró de
los que le aborrecían y por eso selló la puerta de la leonera. “Obsignavit
Rex annulo suo, nequid fieret contra Danielem.” (Danie. 6). Y de aquí es
que hay quien diga: Fio Dios del demonio la muerte de los primogénitos de
Egipto, habiendo librado los demás castigos en la disposición de Moisés;

30

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

porque los otros habían sido estragos generales y estos bien pueden fiarse
del furor del hombre, pero esotros limitase a solos los primogénitos y el hom-
bre no sabe hacer estragos con límite. No hay fiera tan formidable como
un hombre, que a eso se enderezó aquel célebre proverbio entre los grie-
gos: “Homo homini lupus”. Entre cuanta multitud hay en este reino de fieras
estuvo defendiendo el Discípulo de Cristo, y entre los hombres, a quienes
estaba haciendo bien, no pudo defenderse. Pues como estos Naturales di-
cen estando los Indios moradores de Titicaca con otros, que de la Provincia
habían acudido a una gran fiesta y solemnidad del adoratorio del Sol, muy
ocupados en los sacrificios, vieron, como que bajaba del cielo un hombre
blanco y zarco, casi en el traje y vestido de que ellos usan. El cual por
algunos días vivió allí y en este tiempo les predicó la creencia y culto de-
bido a un solo Dios universal, Creador y causa primera de todas las cosas.
Y visto el poco fruto que con esta verdad hacía y la dura obstinación en
que se estaban, determinó echar por otro rumbo. Comenzóles a reprehender
ásperamente su mal modo de vivir y bestiales costumbres, de donde vinie-
ron a cobrarle aborrecimiento grande, que es propio del pecador, querer
que le hablen a su gusto. “Loquimini nobis placentia” Isai. 30). Decían
esotros obstinados. De estos dice el Apóstol que a las verdades cerraran
los oídos. “A veritate quidem auditum avertent” (Ad Time 2. cap. 4). Pero a
mentirosos cuentos, a lisonjeras palabras los abrirán con presteza. “Ad fá-
bulas autem convertentur”. Que así los comparó bien el profeta al áspid, que
cierra las orejas a la voz del encantador, “sunt áspides surda, & obturantes
aures suas” (Psalm. 57). Cosa que tengo ponderando yo en lo que le suce-
dió a Pilotos con Cristo, nuestro Señor: “Quid est veritas?”. Y apenas se lo
preguntó, cuando le volvió las espaldas. “Et cum hoc dixiset, iterum exibit
ad lúdeos” (Ioann, 18). Esperad, no preguntáis que es verdad? No quiero
saberlo, ni escucharla quiero, eso es cerrar como áspid los oídos. Quiere el
mundo que le paladeen el gusto con lisonja, que no le reprehendan sus vi-
cios, no hay que decir verdades, que luego es aborrecido el que las trata,
blanco de murmuraciones, terreno de iras, y objeto de toda mala voluntad.
“V. & mihi, mater mea, quare, renuiste me, virum fixe” (Hiere. 15). Quejá-
base Jeremías de haber nacido por verse enemistado con el pueblo, a cau-
sa de decir verdades, que siempre amargan mucho y aún esto alcanzó aquel
Cómico en su Andria: “Obsequium amicus, veritas odium parit”. (Inerecio).
El condescender con el gusto y voluntad de otros, es causa de grangearlos,
por amigos, mas del decirles las verdades, se sigue tenerlos por enemigos.
Como sucedió a nuestro Santo, para cuya seguridad no bastó ser inculpa-
ble su vida, ni grande la autoridad, que con ella tenía granjeada, solo por-
que predicaba verdades como se verá ahora. Teníanle en gran veneración
tanto, que le vinieron a llamar Taapac, que quiere decir, hijo del Criador.
Tentáronle con riquezas, convidáronle con blanduras, añadieron amenazas,
pretendiendo con el se dejase de aquella doctrina y siguiese sus ceremo-
nias y ritos, adorando con ellos al Sol, y honrándole con sacrificios, de lo
cual él hizo ningún caso, antes con más instancia, y menos temor perseveró
en su predicación y ásperas reprehensiones, con las cuales los Indios se
irritaron de suerte que le empalaron cruelmente, atravesándole por todo el
cuerpo una estaca, que llaman ellos chonta, hecha de Palma, de que estos
Indios usan hasta hoy en la guerra, como arma no poco ofensiva, forma de
martirio que han usado otras veces, como se ve en el que hicieron al San-
to fray Diego Ortíz de la Orden de nuestro Padre San Agustín, que con fer-

HISTORIA DE COPACABANA

31

voroso ánimo y santo celo de la propagación del Evangelio, se entregó a
aquella bárbara Gentilidad, ofreciéndose a la obediencia, diciendo lo que
el Profeta Isaías: “Ecce ego mitte me” (ilsa 6.). Entró con ánimo intrépido
y empezó en preferencia del Inca a predicar la unidad de Dios, la Encama-
ción del Verbo, la muerte y resurrección suya y finalmente la resurrección
de todos los muertos. Y pareciéndole a uno de aquellos Capitanes más
allegados del Inca, que el Religioso había estado libre en su predicación,
alzó la mano y le dio una gran bofetada; como al Profeta Micheas, le dieron
otra, predicando verdades en presencia del Rey Iosafat, rey de Judea y
Achab, rey de Samaría. (3 Reg. 22). Al mismo punto que el atrevido e inso-
lente Capitán, le dio el bofetón, se le secó el brazo y con él seco vivió mu-
chos días en la ciudad del Cuzco, donde todos le conocimos castigado por
la justicia de Dios; pero mal enmendado por su mala obstinación. Entre
otras cosas de desengaño, que nuestro Santo Mártir predicó, en presencia
del Inca, fue el persuadirle que aquellos sacrificios que hacían eran al de-
monio y no al verdadero Dios y se ofreció demostrarlo visiblemente, para
que todos lo viesen y puestos todos los Indios alrededor de una piedra, don-
de se ofrecía el sacrificio al demonio puesto el Santo en oración, pidió a
Dios les abriese los ojos, mostrándoles con evidente señal el engaño en
que hasta entonces habían vivido. Y oída su oración, de improviso vieron
todos los Indios circunstantes, no con pequeña admiración suya, salir al de-
monio en forma visible entre las llamas y humos del sacrificio. Cosa tan
espantosa, que con su vista cayeron todos por el suelo y continuando su
predicación después de muchas molestias y cruelísimos azotes, tras ve-
nenosas bebidas que a palos y bofetones le obligaban a beber los Indios de
Bilcabamba, habiéndole roto la boca por la barba, y ensartado por ella una
soga, le llevaron arrastrando hasta el lugar del tormento, donde azotándole
segunda vez atado en una cruz, últimamente le empalaron con una chon-
ta, en aborrecimiento, y odio de su doctrina, como si hubiese merecido aquel
retomo al predicarles la verdad y haberles puesto a la vista el desengaño,
abriéndoles los ojos para que viesen al autor de la mentira. El cuerpo del
Santo Mártir está en la ciudad del Cuzco, en un hueco que para el propó-
sito se hizo en el altar mayor de la Iglesia de nuestro Padre San Agustín y
en él con gran reverencia colocó las Santas Reliquias el Reverendísimo Se-
ñor Don Antonio Raya, Obispo de aquella ciudad, donde por los méritos
del Santo Mártir ha obrado nuestro Señor grandes milagros, y no es el me-
nos grande el olor suavísimo de rosas, que de sí despiden los Santos hue-
sos, como convence la experiencia. Más crecido volumen pedían las mara-
villas de nuestro glorioso Mártir, a quién justísimamente debemos el título
de Protomártir de las Indias por haber sido el primero que en testimonio del
Evangelio, derramó su sangre en estos Reynos, después que aquellos pa-
saron los españoles. Yo me contento por ahora con esta breve relación, remi-
tiéndome a mayor volumen que de su historia escribirán otros, que yo me
he divertido a ella para mostrar que el martirio de nuestro Santo vino apren-
dido del que dieron al Santo Discípulo del Redentor, que murió empalado
en una chonta, o estaca de Palma, como hemos referido.
Pusieron pues al Santo Discípulo después de muerto, en una balsa
y echáronle en la grande laguna de Titicaca, a la providencia no de los
vientos, ni de las ondas, sino del cielo. Refieren pues, los antiguos que un
recio viento sopló en la popa de la balsa y la llevó como si fuera a vela,
y remo, con tanta velocidad que ponía admiración; y así tocó en tierra de

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

Chacamarca, donde ahora es el Desaguadero que antes de este suceso no
le había y la abrió con la proa de la balsa, dando suficiente lugar, para
que las aguas corriesen, y sobre ellas fue navegando hasta los Aullagas,
donde como arriba queda dicho, se hunden las aguas por las entrañas de
la tierra, y allí se dice, quedó el Santo cuerpo y que cada año en una de las
Pascuas, o por aquel tiempo, se veía allá una muy fresca y verde Palma,
aunque otros afirman se ve esta Palma en una isleta que el Desaguadero
hace vecina a la costa de Chile, sola y sin que le acompañe otro árbol al-
guno. Todo es posible a Dios, aunque yo no le vendo por indubitable. Lo que
puedo afirmar es haber oído a Indios ancianos de este asiento de Copa-
cabana y en especial a uno, que en el mismo convento sirve hoy día para
enseñar a leer y cantar a los muchachos del pueblo, para ministerio del Co-
ro y servicio de la Santa Virgen, el cual dice, que oyó a sus antepasados,
que en la misma isla Titicaca, quedaban impresas en las peñas las plan-
tas de los pies del Tunupa, que así llamaban al glorioso Santo, por ser
milagroso.
CAPITULO IX
DONDE SE TRATA DE LA SANTA CRUZ DE CARABUCO
Ninguno piense que la Cruz y la Virgen son cosas tan desengazadas
y tan desavenidas, que en un tratado no caben, pues de más, que San
Anselmo dice, que con su hijo estuvo crucificada, y así por haber estado
en ella, es tan suya la Cruz, como de su Hijo. Orígenes, Damaceno y Teo-
filato, de quién se vale Conisio, dicen que a la Virgen debe la Cruz la autori-
dad que goza, aunque debe a Cristo el merecerla, pues fue ella la prime-
ra criatura que en este mundo adoró e hizo reverencia a aquel madero y
de ella lo aprendió el resto del mundo. Y en esta conformidad, no será mu-
cho que si en el Calvario le hizo honra, y compañía, en su libro la honre
y la acompañe. Y así cuando de la Virgen de Copacabana se deje historia,
bien es que de la Santa Cruz de Carabuco, se entreteja en especial, cuan-
do son tan pareadas; que dijo en un Sermón San Cipriano, que para enju-
gar las lágrimas del mundo a su partida, no había dejado Cristo después
de su cuerpo Santísimo, reliquias más eficaces que la Virgen y la Cruz. Y
si estas razones generales bastan a juntar estas dos divinas joyas, estas
soberanas preseas, la que has de poner a la Virgen de Copacabana, y a
la Cruz de Carabuco en este libro, es evidente, pues en la isla Titicaca, en
este asiento, en Carabuco, y en la laguna hizo con la Cruz un Discípulo del
Señor, sus maravillas mayores. Recreándose la Esposa de las victorias y
triunfos que su divino Esposo había de alcanzar de sus enemigos deján-
dolos a todos vencidos, vino a decir: “Ascendam im palman, & aprehendam
fructus eius” (Cant. 7). Subiré sobre la Palma y cogeré de sus frutos. Por
la Palma entienden aquí los Doctores la Cruz de Cristo Señor nuestro, que
es señal de triunfo, pues mediante ella, el Salvador del mundo, triunfó de
todo el poder del infierno. Así lo afirma el Apóstol, donde hablando de Cris-
to nuestro bien, dice: “Delens quod adversus nos erat chirographum decreti,
quod erat contrarium nobis, & ipsum tulit de medio, affigens illud cruci” (Ad
Col. 2). Y no es mucho, que si el Redentor subido en la Cruz venció tan po-
derosos enemigos, diga la Esposa que fue lo mismo subir Cristo en la Cruz,
que subir en la Palma; porque siendo este árbol símbolo de la victoria ca-

HISTORIA DE COPACABANA

da paso de Cruz, fue sin duda, dar un paso más en el vencer: “Ascendam
in palmam”, este es el subir, “& aprehendam fructus eius”, este es el ven-
cer. De la Palma se escriben cosas maravillosas, y no es la menor que con
el peso que los otros árboles se inclinan y rinden, ella se levanta más y
sube prevaleciendo con valentía contra el peso. De esta propiedad habló
Aliciato, Emblema 36:
“Nititur in pondus palma, & consurgit in arcum
Quo magis & paenitur, hoc magis tollit onus”.
No escondió esta excelencia la Santa Cruz, que cuanto más le quisie-
ron oscurecer, y humillar sus enemigos, edificando sobre el lugar donde la
tenían escondida, un Templo de la diosa Venus, procurando con tan pe-
sada carga rendirla, tanto más ella como noble Palma, se levantó hasta
hacerse lugar sobre las coronas de los reyes y Emperadores y sobre las
Tiaras de los Pontífices; como dijo mi glorioso Padre San Agustín: “Atende
glorim crucis, iam in fronte regum cruxilla fixa est, cui inimici insulta-
verunt”. (Aug. Sup. Psalm. 54). Que es grande consuelo para los fieles, ver
sobre las coronas, los abatimientos de su Redentor y baldones. Así en el
nuevo mundo del Perú, donde, como ya hemos visto en el capítulo pasado,
anduvo uno de los Discípulos de Cristo Nuestro Señor, el cual como otro San
Andrés, predicaba al Crucificado, diciendo las excelencias de la Cruz, sus
maravillas y el bien que por ella habían alcanzado los hombres, y que
de ella huyan los demonios, viendo visiblemente los Indios de Carabuco,
de donde tomó nombre la Santa Cruz, de que vamos tratando, que los de-
monios no daban ya respuesta, sino que antes enmudecían y habían dicho,
que mientras no le quitasen la Cruz, que ante sus ojos estaba, no habían de
serles propicios, ni menos responderá sus preguntas. Que bien sabe el de-
monio encubrir lo que le es contrario, y disimular su ningún poder, con al-
gunos rebozos; porque no se conozca su flaqueza. Enmudecíale la Santísi-
ma Cruz del Santo Discípulo y decía que por tenerla delante no había de
responder, y decía bien, y verdad; pero muy encubierta, atribuyendo a su
enojo la falta del poder, pues sin duda fue la soberana Cruz, quién puso
en perpetuo silencio a todos los parleros ídolos de la Gentilidad, dejándolos
condenados a mudez eterna, con su vista. Y así se ha de entender aquel
lugar del Real Profeta David, (Psalm. 73): “Confregisti capita draconis”. Por-
que como dice el glorioso San Juan Crisóstomo, en cualquier parte que los
demonios ven la señal de la Santísima Cruz, huyen por haber sido lastima-
dos con ella. “Ubicumque Daemones signum Sanctaes Crucis viderint, territi
fugiunt baculum timentes, quo plagam acceperunt”. Deseoso de no perder
sus oráculos, y falsos dioses, los Indios dieron orden como quemar la Cruz
que el Santo Discípulo había levantado en Carabuco, y para esto hacién-
dola tres partes la echaron en una grandísima hoguera, donde pretendían
quedase resuelva en ceniza, gastando mucho tiempo, al cabo del cual se
hallaron burlados en su intento, porque no permitió el Señor quedase ven-
cida la señal de sus triunfos ni los idólatras saliesen con su determinación,
y así prevaleció el santo madero contra las llamas que encendió la malicia
de los bárbaros, sin permitir sobre sí señal o rastro notable del fuego, más
de aquel que fue necesario, para que se viese la maravilla del Señor, que
habiéndole dado fuego por mucho tiempo, solo quedasen las señales del,
por el un lado de la Cruz. Y es de ponderar, que con haber estado más
de mil y quinientos años enterrado aqueste precioso madero, y tan cerca

34

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

de la laguna, pues sus olas bañaban muchas veces el lugar, humedecién-
dole de ordinario, no se hubiese podrido. En memoria de haber estado aques-
ta preciosa reliquia allí, tienen cercado el lugar, y puesta una Cruz. Viéndose
pues, los Indios idólatras frustrados en su obra, dieron nuevo orden, y fue
que junto al mismo pueblo que está cerca a la laguna de que ya hemos
tratado, hiciesen una grande fosa, y en ella escondiesen la Cruz, y por
borrar su memoria de todo punto, enseñados del demonio, dejaron hecho
un albañal el sitio, que tenía sepultada la santa reliquia. Mas el Señor, que
no permite para extendidos plazos, semejantes insultos, quiso a su tiempo
descubrir la piedra preciosa y el candelero mucho más precioso que el del
Templo, pues en aquel ardía luz material y en éste se vio la que lo es de
todo el cielo. “Lucerna eius est agnus”, (Apac, 21). La luz del Sol es os-
cura en el cielo, en comparación de la que allí alumbra, que es la claridad
de Dios, y del divino Cordero, que no sin misterio, cuando el Redentor se
puso en la Cruz, se apagaron todas las luces del mundo, confesando que en
presencia de Cristo puesto en la Cruz, quedaba el Sol eclipsado y sin res-
plandor la Luna; así como a la vista de claridad más grande, apenas se
descubre la menor. Y así tengo por especialísima providencia del cielo, que
apercibiese Dios una Cruz en estos Reynos (tan antes de venir a ellos los
españoles), para que en ella, como en blandón resplandeciese el Evange-
lio de Cristo, apagando al Sol, y a la luna, que tenían principalísimo lugar
entre los ídolos de esta Gentilidad. Que con este recelo, sin duda, se dio
tanta prisa el demonio en esconderla, pareciéndole que cuando Dios, se
apercibía del candelero, quedaba empeñado a encender la antorcha. Mas
fue ociosa su prevención porque supo nuestro Señor dar una traza muy su-
ya, para descubrir el Santo Madero y el caso sucedió así: Acaeció que el
mismo día, que la Iglesia celebra fiesta al cuerpo de Cristo Señor Nuestro,
ocurriese otra que los Naturales tenían por solemne, conforme los ritos de
su Gentilidad; y así pudieron a sombra de nuestra Religión, disimular la su-
ya. Tienen los Indios en costumbre celebrar sus regocijos y fiestas bebiendo
hasta embriagarse y siendo así que la embriaguez turba demasiadamente
el juicio, fácilmente se enemistan después de embriagados los que al tiem-
po del beber se brindaron como amigos. Trabóse pues, entre los Indios una
grande pendencia, hasta venir a las manos, y entre otras palabras de in-
juria que los de una parcialidad decían a los de la otra, los Urinsayas, que
son los Indios Naturales de la Provincia, decían por baldón a los Anansa-
yas, que eran forasteros y advenedizos, gente sin tierra ni propia patria,
mantenidos por piedad en la suya. Los Anansayas respondieron que ellos
habían venido enviados por el Inca a aquella región porque conociéndolos
por malos, y poco fieles a su señor natural, gustaban estuviesen sujetos,
dándoles también a entender que eran mal inclinados idólatras y hechice-
ros, y que sus antepasados habían sido los que habían apedreado a un
Santo, pretendiendo quemar una Cruz que consigo traía, y que ésta la tenían
escondida, gustando de no manifestarla. Aquestas razones oyeron unos mu-
chachos, que servían al Cura de aquel pueblo, y se las refirieron con cu-
riosidad al Padre Sarmiento (que así se nombraba el que en aquel tiempo
era Cura en Carabuco) el que ya con halagos, ya con amenazas, vino a
sacar a luz el tesoro escondido, que estaba en tres partes y una plancha
de cobre, con que la Cruz estaba ceñida. Aqueste Sacerdote, que era gran
siervo de Dios con suma alegría, y la mayor devoción que pudo, armando
la Cruz, la puso en una Capilla, poco a poco se fue entibiando la devoción

HISTORIA DE COPACABANA

35

de ella, habiendo por algún tiempo sido muy frecuentada, de fuerte que
por espacio de muchos años estuvo sin ningún adorno, como suelen estar
otras Cruces, y cada cual cortaba a su gusto rajas de aquel Santo Madero,
hasta que pasando por allí el Reverendísimo señor Don Alonso Ramírez de
Vergara, Obispo de los Charcas (en cuyo tiempo la Santa Imagen de Copa-
cabana comenzó a resplandecer en milagros) informado de su origen, y
principio, haciendo las averiguaciones, y hallando verdaderamente ser re-
liquia y Cruz, que alguno de los Discípulos de Cristo había pasado, o hecho
en estas partes, la mandó colocar en lugar decente, para que fuese vene-
rada, como el milagro pedía; y así hoy la tienen bien adornada, y se
estiman en mucho las Cruces hechas de esta santa madera.
Por mandado de su Señoría, se hizo nueva Inquisición y escrutinio
del lugar donde había estado la Santa Cruz de Carabuco, y se buscó con
curiosidad el tercer clavo que faltaba de ella, porque la primera vez no
habían sacado más que los dos y el tercero que se halló después llevó el
señor Obispo a Chuquisaca, de donde por su muerte, el Licenciado Alonso
Maldonado, presidente que fue de la Real Audiencia de la Plata, hallándo-
se en un escritorio le tomó y llevó consigo a los reinos de España. Los dos
están en Carabuco y son de la misma hechura y forma que pintan los de
Cristo Señor Nuestro, cavaron para buscar el tercer clavo, casi tres estados.
Cuando se dividieron los obispados, dividieron aquesta Santa Cruz, aserrán-
dola por medios, y así se hicieron dos; con la una se quedó el pueblo de
Carabuco y con la otra Catedral de los Charcas. Ha obrado nuestro Señor
muchas maravillas por ella, y yo vi el poder suyo contra el Demonio, en
el suceso que ya conté en el capítulo sexto, de la mujer endemoniada, a
cuya causa algunos Indios Aymaraes usan traer consigo una Cruz, para
defenderse del enemigo; seguros que con aquella santa señal, están bien
defendidos, y amparados. Y porque nó (dice Ruperto) si ella desterró las
tinieblas y nos dio la luz, ahuyentando la muerte, llevándonos a la vida y a
la salud verdadera del alma. (Lib. 6 de Offi. t. 21. Homil de cruce, & latrone).
Y San Crisóstomo la llama causa de la bienaventuranza, la que quita la
discordia y establece firmeza repartiendo todos los bienes; y el temerla el de-
monio y respetarla, es por la afrenta con que se vio crucificado en ella; que
crucificarle en estatua, dijo San Ambrosio, que fue haber puesto una ser-
piente de metal crucificada, para la salud de los que mordió la serpiente.
Y aún a las espaldas de la Cruz de Cristo (dice Paulo Vidnerio) que fue el
demonio crucificado. Cristo fue visiblemente puesto en una Cruz, mas el de-
monio estuvo invisiblemente en ella, conforme aquello que dice San Pablo:
“Affigens illud cruci” (Ad Col. 2). Afijándole a la Cruz, y pues tan mal le
fue al demonio en la Cruz qué mucho que en los Aymaraes le temiese, y
antes en Carabuco la ocultase.
CAPITULO X
EN QUE SE PROSIGUE LA MISMA MATERIA, TOCANTE AL SANTO,
CUYA FUE LA CRUZ DE CARABUCO
No muy distante de Carabuco, se hallan tres piedras en forma trian-
gular, donde dicen los Indios que ataron al Santo y le dieron muchos azotes,
con intento de que muriese en aquel tormento.

36

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

Por los años de mil y seiscientos, un Corregidor con celo y pecho Cris-
tiano, deseoso de que se declarasen por extenso las cosas de aquel San-
to, hizo parecer ante sí un Cacique del pueblo de Carabuco llamado Don
Fernando, el cual según el aspecto y dicho de los que le conocían, fue juz-
gado por hombre de edad de ciento y veinte años, y sacándolo el corregidor
de su pueblo, lo llevó al de los Ancoraymes donde ya con blandura, ya
con rigor le pedía declarse todo lo que a sus antepasados había oído, to-
cante al Santo, cuya era la Cruz de Carabuco, confesó por escrito haberles
oído, que muchos años antes que a estas partes pasasen cristianos, ha-
bían visto a un hombre de gran estatura, vestido casi al modo y traje de
ellos, blanco y zarco que predicaba dando voces, que adorasen un solo
Dios reprehendiendo vicios, y que en compañía de cinco o seis indios, que
le seguían, traía una Cruz, de la cual se asombraba el enemigo, que de
ordinario les había persuadido lo matasen dándoles a entender, que de no
hacerlo se les seguiría mucho daño y menoscabo en sus cosas, dejando
él de darles sus oráculos, y respuestas, y que ataron al Santo a tres piedras,
puestas en triángulo, donde le dieron muchos azotes, e hicieron grandes mo-
lestias. Significó aqueste Cacique, haber oído a sus antepasados y en es-
pecial a sus deudos, que eran los señores de Carabuco, como habían oído
decir, que todas las veces que al Santo tenían en alguna aflicción y tor-
mento, bajaban aves muy vistosas a acompañarle, y que ahora que era
cristiano, juzgaba y echaba de ver, que aquellas aves eran Angeles que
Dios enviaba para consuelo de su Santo. Dijo también por cosa muy cierta,
que aqueste Santo traía consigo una cajuela pequeña, de que hay gran no-
ticia estar escondida en uno de los cerros de Carabuco y también que de-
jando los Indios atado al Santo a las tres piedras, bajaron hermosísimas
aves del cielo, que lo desataron y que el Santo tendiendo su capa sobre las
aguas, entró dentro de la laguna, navegando hacia Copacabana, y que pa-
sando por un totoral, dejó hecha una senda, la cual hasta hoy día veneran
los Indios; está en forma de un callejón. Afirman así Indios, como españoles,
que la totora de aqueste callejón parece recién cortada, estimanla en mucho
los Indios, porque la comen y dicen ser muy dulce, y provechosa para en-
fermedades, Uámanle en su lengua Puquina, Sehego. Esta relación me dio
Diego Núñez de Raya, hombre ya mayor y que de ordinario se ha ocupado
en hacer oficio de secretario acompañando a los visitadores de doctrinas.
Cuando cayó la ceniza en Arequipa y Camaná, en el puerto de Quilca,
en un cerro que está en el propio valle cerca del mar, un hombre que tenía
cuidado de una hacienda, viniendo por el mismo valle, junto a este cerro,
vio venir de lo alto mucha ceniza, que corría cual caudaloso río, esperó
sosegase su corriente, que acabada, halló algo cerca del mismo cerro, una
túnica, la cual no se pudo averiguar si era de lana o de algodón, larga y
al parecer inconsútil, que más parecía haber sido tejida toda de una pieza,
tiraba a color de tornasol, y con ella dos zapatos como sandalias cocidas
con el mismo cuero, que parecía de badana blanca y de tres suelas, con
mucha curiosidad y en la propia suela, por la parte de adentro el sudor
del pie, y era de hombre grande, que puso admiración a todos los que le
vieron. A este hombre le cogieron un zapato, y con el otro la túnica se
quedó, teniendo a buena dicha llevarla consigo a España (por estar de par-
tida para allá). Reliquias de tan subido valor porque siempre se entendió
eran del Santo de quien tratamos. El zapato quedó acá, le tuvo en su poder
un Religioso grave de nuestra Señora de la Merced, que en aquella sazón

HISTORIA DE COPACABANA

37

era Comendador de Camaná, y hoy día le tiene Doña María de Valencia,
mujer de Marcos Alvarez de Carmona, señora de la Gualca, en Carabeli,
en un cofre de plata y me afirmó el sobredicho Padre, que habiéndose pues-
to a muchos enfermos los sanaba, y que particularmente se vio esta ma-
ravilla con el Padre Juan Ángel de Rebolledo, cura de Carabeli y de Ático,
que viéndose fatigado de una grave enfermedad, sabiendo que otros sana-
ban tocando aquel zapato, le dio luego al punto comenzó a mejorar. Tam-
bién el Padre Gaspar de Arroyo, rector del Colegio de la Compañía de Je-
sús, de la ciudad de La Paz, viniendo con otros muchos religiosos de la mis-
ma Compañía, el año de 1619, acompañando al Padre Provincial, Diego Al-
varez de Paz, que vino a visitar el Santuario de Nuestra Señora de Copaca-
bana, ofreciéndose tratar de la Cruz de Carabuco; certificó en presencia de
todos, haber visto el zapato y dijo ser tan levantado el olor y fragancia que
de sí despedía, que dejaba atrás cualquier otro buen olor. No solo hermo-
sea Dios los pies de sus Predicadores, dándoles primor gracioso, con que
roben la vista, como dice Isaías: “Quam pulcri super montes pedes anun-
ciantis, & pradicantis pacen” (Isai. c. 52). Los pies de los mensajeros de Dios,
que son sus Predicadores, que anuncian y predican la paz, son hermosos y
hasta en su calzado asientan primores divinos, que a sus ojos enamoran;
que a esto alude el Apóstol San Pablo en la Epístola a los Romanos: “Quam
speciosi pedes Evangelizantium pacem” (Ad Ro. 10). O que hermosos son
los pies de los que anuncian la paz. Y en la Epístola a los Efesios: “Calceati
pedes in praeparationem Evangelii pacis” (Ad ef. 6). Como si dijera la her-
mosura de los pies de los Predicadores Evangélicos, consiste en que estén
calzados. Antiguamente casi para todas las acciones se descalzaban los
pies, para comer, cuando entraban a orar en los Templos y para adorar los
Reyes; pero aquí se pide, y alaba, que vengan calzados, y es para darnos
a entender la presteza, y cuidado que era necesario tener para ir a dar la
buenas nuevas al mundo, de la paz que habían de publicar en el Evangelio,
predicándole por todo el mundo, para lo cual era menester llevar bien el
calzado en los pies, para que ni la espina los lastimase, ni las víboras los
picasen, ni la piedra los desolase, ni los abrasase la arena. Finalmente
fuesen preparados contra todos los impedimentos que pudiesen retardarlos
en el camino. Tiénese por cosa probable que aquesta túnica, y zapatos eran
de aquél hombre, que según los Indios han afirmado por haberlo oído decir
a sus antepasados, predicaba al verdadero Dios, reprehendiéndoles sus vi-
cios, y maldades, y que dejasen de idolatrías, y es tradición, que tuvo su
morada en una cueva no muy distante de Carabuco.
En la Provincia de los Chachapoyas, está a cinco leguas de ella un
pueblo que se nombra San Antonio de Conilap, Corregimiento de los Chi-
llaos, y dos leguas de este pueblo, hay una losa grande, de estado y me-
dio de alto, y seis o siete varas de ancho; es blanca y al parecer labrada
a mano, encima están las estampas de dos pies juntos de a catorce puntos
cada uno y parece que el que allí los señaló debió de hincar las rodillas
porque están adelante de los pies dos concavidades, y en cada una de
ellas cabe una rodilla. Al lado de estas señales está señalado también un
bordón, que debe de tener dos varas de largo, con sus ñudos, de la misma
suerte de los que hoy día solemos ver. Dióse (al Rustrísimo Señor Arzobispo
Don Toribio Alfonso Mogrovejo, de santa memoria) noticia de aquesta loza,
y fue en persona a verla, y habiendo llegado y puéstose encima, vistas las

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

señales de los pies, rodillas y bordón, se arrodilló y dio gracias a Dios, a
cuya imitación hicieron lo mismo sus criados y todos los demás que le acom-
pañaban. Después de haberse informado su Señoría, de Indios ancianos.
que por tradición habían tenido noticia de un hombre vestido a manera de
Hermitaño o peregrino, la barba larga, y taheña, alto de cuerpo, blanco y
zarco, que les predicaba y que no dormía. Tuvo propósito el Santo Arzobis-
po, de llevar la loza al pueblo de Conila y asegurándole, que era menester
grandísima fuerza de Indios para ello, porque Collatupa, gobernador de
Guascaringa, que entró a conquistar, y pacificar aquella Provincia, propu-
so de sacar aquella loza, y llevarla con gran fuerza de Indios, y por ningún
caso pudieron moverla. Y el bárbaro mandó a los Indios, la adorasen al
tiempo que saliese el Sol. De este caso depusieron seis Indios de armas de
noventa y seis años. Y movido con esta noticia, mandó el señor Arzobispo
levantar una capilla que rodease la loza y la tuviese con decencia. Hallóse
a todo esto el Capitán Juan de Castillo Rengifo, Teniente General de esta
Provincia de Omasuyo, que en aquella sazón era Protector de los Indios, en
la ciudad de Chachapoyas, y sus Provincias, persona fidedigna, a quién
se debe dar crédito con satisfacción y por tenerla yo de su verdad, refiero
en este libro sus relaciones.
Lo que a personas curiosas he oído platicar, tocante a este glorioso
Santo, cuyo nombre, aún de cierto no se sabe, es haber venido a estas par-
tes del Perú, por el Brasil, Paraguay y Tucumán, y el Reverendísimo señor
Don Lorenzo de Grado, Obispo que fue del Paraguay y ahora lo es del Cuz-
co, pasando el año de mil y seiscientos y diez y nueve, por este Santuario
de Copacabana, ofreciéndose tratar de la Santísima Cruz de Carabuco, vino
a decir, que en todo aquel Obispado del Paraguay, hay grandes barruntos
de haber pasado por el uno de los Discípulos del Redentor. De aquí se dice
haber pasado a Chachapoyas y de ahí a los valles de Trujillo, y después
a los de Cañete, y de ésto hay grandes conjeturas porque en Calango, doc-
trina de los Padres del Orden del glorioso Padre y Patriarca Santo Domin-
go, se ve hoy día una gran loza, y en ella impresos los pies de un hom-
bre de gran estatura y unos caracteres en lengua que debe de ser griega,
o hebrea, porque no han acertado personas, que los han visto, con lo que
quieren decir. Los Indios viejos (tratando de aquellos caracteres, y de los
pies estampados en la loza) dicen que un hombre de grande estatura, blan-
co, zarco y de barba crecida, para darles a entender y comprobar que el
Dios a quien él predicaba era poderoso, y su ley verdadera, con el dedo ha-
bía hecho en la peña aquellas señales; esto aunque yo no lo he visto, helo
oído a Religiosos de mucho crédito, y autoridad, que han visto lo que se re-
fiere.
Cuando el Virrey Don Francisco de Toledo, subió a visitar la tierra de
arriba, le mostraron junto al Collao, otra loza en que estaba esculpida una
figura de un hombre de grave aspecto, con una manera de sombrero en la
cabeza y le dijeron que era la figura de un hombre, que en tiempos pasados
habían visto en estas partes y como entonces no había tanta noticia del
Santo Discípulo, entendiendo ser ídolo, la debieron deshacer. Este glorioso
Santo Discípulo vino al Collao, en donde como ya hemos visto, dio fin glo-
rioso a sus días, en la isla Titicaca, viniendo a parar su cuerpo en el Desa-
guadero de la grande laguna.

HISTORIA DE COPACABANA

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CAPITULO XI
DE OTRAS COSAS NOTABLES CONCERNIENTES AL SANTO, CUYA
FUE LA CRUZ DE CARABUCO
La falta que los Indios han tenido de letras y caracteres ha hecho las-
timoso estrago en los acaecimientos de su antigüedad, que si bien es así
usaban de unos hilos o cordeles de varios colores (que ellos nombran qui-
pus), donde con cierto número de ñudos que hacían, dejaban algunas no-
ticias de sus hechos, con todo era tan dificultoso de dar a entender el orden
de sus cuentas, que los más diestros, muchas veces, se dan por vencidos
de la dificultad. Y la tradición también es corta entre estos Naturales, como
también lo fuera en todas las naciones del mundo a faltarles la escritura.
Porque los varios acaecimientos sucedidos por extendidas edades, y tiem-
pos, es dificultoso (sino quiero decir imposible) que estén seguros en la me-
moria de un hombre, para trasladarlos después, sin menoscabo en toda la
posteridad. Concedo que cual y cual suceso notable podrá transferirse de
unas en otras memorias; y así juzgo, que la venida de nuestro Santo a es-
tos Reynos, y Provincias de las Indias Occidentales, fue misterioso en la opi-
nión de los Indios, porque a menos que siendo en el crédito de ellos admira-
ble y de estruendo, no quedara tan firme su noticia. El año de mil y quinien-
tos y noventa y nueve, acaeció que Cristóbal Muñoz Sebada, hombre de
verdad y conocido por su proceder en estos Reynos, quiso informarse de
un Indio anciano, si tenía alguna noticia (derivada en él de sus mayores)
de la venida del Santo Discípulo, que plantó la Santa Cruz de Carabuco, e
hizo la pesquisa interviniendo a hacerla Diego Rubio Maldonado, que por ser
criollo era más ladino en el lenguaje. Respondió el Indio, que por tradición
antigua, era cosa entre ellos muy asentada, y segura, que al distrito de
Sicasica había venido un santo varón venerable en la presencia, grande
en la estatura de barba crecida, blanco y zarco, que predicó la ley de Dios,
muy conforme a la que ahora guardan los cristianos, y que comprobaba
su doctrina con milagros y maravillas grandes, y puso mucha fuerza el san-
to, en persuadir a los Indios edificasen una Iglesia dedicada al verdadero
Dios, donde su nombre fuese venerado, y ellos le adorasen con especial re-
ligión y culto, determináronse a la fábrica los Indios y teniendo ya junto
para techar el templo muchísimo icho (que es el esparto de la tierra) una
noche cuando el santo reposaba, y por no tener para su reposo otro lecho
que aquel esparto, dormía sobre él, les apareció el demonio con semblante
feroz y terrible, reprehendiéndoles la facilidad en dar crédito a un hombre
advenedizo y les mandó parasen en la obra de la Iglesia y por que el es-
parto aprovechase en su servicio, les mandó que con él quemasen luego
al santísimo Discípulo del Redentor, luciéronlo así los Indios y ardiendo el
icho con grandísima fuerza, salió el santo del fuego paso a paso, sin lesión
alguna, no mostró sobresalto o temor, no con pequeño asombro de aquellos
bárbaros, que arrepentidos de haber hecho cosa tan mala, quedaron muy
confusos. Contó más el Indio que otro día siguiente, después de aquel incen-
dio, yendo los Indios con el santo a una estancia, el demonio por atemori-
zarlos, armó un nublado espeso, con gran fuerza de truenos y rayos, de
manera que recogió los Indios con su espanto a unas peñas. El santo los
aseguró de todo mal suceso, y que se estuviesen quedos, y acabadas estas
razones, puesto de rodillas, levantadas las manos al cielo, hizo una profun-
da oración, que luego serenó los aires; porque nunca Dios es sordo a los

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

ruegos de sus justos, como nos dan testimonio las divinas letras. losué tuvo
poder para mandar el Sol, y hacerle parar en su carrera, como si tuviera
en la mano las riendas de toda la máquina del mundo. “Sol ne movearis
contra Gabaon” (los. c. 10). Elias guardó las llaves de las puertas del cielo
y las cerró para que no lloviese, por todo el tiempo que quiso, y las abrió
después, cuando gustó de que cayese la deseada lluvia, y diese frutos.
(3 Reg. 17). Moisés ató las manos a Dios por la oración y si no se opusiera,
como muro, delante del Pueblo a resistir la ira de Dios, de todo punto pere-
cieran. Así lo dio a entender el Real Profeta David: “Si non Moisés electus
eius stetiset in confractione” (Psalm. 105). Porque la palabra “Stare” en la
Sagrada Escritura, significa salir a la defensa y ponerse a reparar los gol-
pes de aquel que pretende ofender. Quedaron los Indios muy contentos y
predicándoles el Santo, la ley de Dios los exhortaba a que no tuviesen con-
cubinas, mas de sola una mujer; afeándoles el vicio de la embriaguez y
sensualidad. Por estas causas le vinieron a aborrecer, teniendo en poco su
doctrina, de modo que viendo el glorioso Santo, el poco fruto que en aquella
gente hacía, se fue a Carabuco, donde había dejado la Cruz, que hoy día
tienen. Y prosiguiendo adelante el Indio con sus noticias, dijo que no había
sido de todo punto ociosa la predicación del Santo, por que convirtió en
aquella Provincia cinco o seis Indios, que después perdieron sus vidas en
defensa de la Fé que recibieron, siendo Mártires de Jesucristo, y martiriza-
dos por los Indios de Carabuco. Y que reprehendiéndoles el Santo, el mal
que habían hecho, indignados ellos, le habían ligado de pies y manos y
atándole a una balsa le entregaron a las aguas de la laguna. Y que vie-
ron a una señora muy hermosa, que puesta sobre la balsa, libró al Santo,
y le acompañó navegando con él. Y claro está que el Dios, que al rebelde
pueblo dio paso enjuto entre las Bermejas aguas, sembrando y matizando
el suelo de varias, y diversas flores, dividiendo el mar, para dar por él, no
solo paso llano, pero también vergeles de suma recreación, por donde pu-
diese su pueblo pasar pisando flores de suerte que en la parte donde se les
representaba mayor imposibilidad, descubrieran más regalados entreteni-
mientos, como lo dice el Espíritu Santo en el libro de la Sabiduría: “Ex aqua,
qae ante erat, térra árida apparuit, & in mari rubro vía sine impedimento,
& campus germinans de profundo nimio: per quem omnis natío transivit,
tegebatur tua manu” (Sapien. 19). Que tan grandes favores hace a un al-
ma, que halla descanso en los rigores de la penitencia, teniéndola por sa-
brosa y llavadera; porque sabe Dios muy bien allanar todas sus barrancas,
y dificultades, como las allanó a los hijos de Israel en el mar Bermejo; y
al Apóstol San Pedro, en las líquidas ondas del mar, no negaría esta mer-
ced a quien por él padecía, pues tiene hipotecado su favor en cumplimiento
de su palabra, a los que la enseñaren: “Cum ipso sum in tribulatione, eri-
piam eum, & glorificabo eum”. (Psalm. 90). Con él estoy en la tribulación,
yo le libraré y le glorificaré. Los Indios deseosos de ver aquel milagro, unos
por una parte, y otros por otra, en sus balsas, iban siguiendo al Santo y
vieron que por el Desaguadero había entrado la balsa con la Señora, y el
Santo, y nunca más le tornaron a ver. Y es tradición muy cierta, y bien reci-
bida entre estos Naturales y refiérela un hombre curioso en inquirir cosas
antiguas del Perú, que el Santo Discípulo atravesó toda la laguna y llegó
a Puno, donde halló la gente en una gran fiesta y les predicó. Hizo allí su
habitación por algunos días, en una cueva, que hasta hoy día los Indios
la conocen y la llaman cueva del Santo. En Carabuco tenía cerca de su

HISTORIA DE COPACABANA

41

choza una fuente, que hoy la veneran los Indios y en sus enfermedades be-
ben de aquella agua, concediendo la Majestad Divina, que sean libres de
sus achaques y enfermedades. Esto depuso aquel Indio, y otros compañe-
ros suyos, que a la relación estaban presentes, contestando que así lo ha-
bían oído a sus antepasados, y por consejo del demonio habían enterra-
do la Cruz, porque había dicho que mientras no lo hiciesen, había de estar
sordo a sus ruegos y sin habla para responderles. Bien pudieron haber su-
cedido estas cosas en diversos tiempos, porque deseoso el Santo del bien
de aquellas almas, no dejaría de ponerse a todos riesgos por convertirlas,
acudiendo de ordinario a predicarles. Pudo ser, que desde Carabuco (libre
de las manos de estos) fuese a parar a la isla Titicaca, donde le aguarda-
ba la corona del martirio, como hemos visto y probado en otra parte.
El Licenciado Bernabé Sedeño, Cura y Beneficiado de Carabuco, gran
indagador de las antigüedades de este Reyno, tratando de esta Cruz, y del
Santo cuya era, me vino a decir, había hallado, que el nombre de Tunupa,
de que hoy usan los Indios nombrando al Santo milagroso, que habían vis-
to sus antepasados, era verdaderamente nombre de un gran Mago, o hechi-
cero contrario del Santo. Y que así como San Pedro tuvo por opuesto y ému-
lo a Simón Mago, y Santiago a Hermógenes; así este Santo Discípulo tenía
por adversario a Tunupa, y que los Indios confundían el nombre, acomo-
dándole al Santo, por haber visto hacer tantas maravillas, sino es, que ha-
biéndolo reducido, tomase de él el nombre, como Saulo el de Sergio Paulo,
a quién convirtió.
Es pública voz y fama, y lenguaje ordinario, que corre entre las per-
sonas que por allí residen, que en una isleta no muy distante de Carabuco,
en una peña están escritas unas letras que no se entendían, y al Corregi-
dor de aquel partido, Don Diego Campi, vi con ánimo y determinación de ir
a la isla y hacer sacar las letras, permitirá el Señor, que algún día, para
honra y gloria suya y de su Santo, se declaren más estos ocultos sucesos;
que como estos Indios carecieron de todo género de letras (como ya dije)
no hay que espantar, que cosas tan dignas de memoria estén perdidas. Por
hacer yo algún servicio al Señor, he puesto particular estudio en el escruti-
nio de lo que aquí he puesto, para que otros se animen y no dejen pasar
en silencio lo que alcanzaren saber. En Carabuco, por ser la gente de ella
muy dada a la idolatría, se dice por cosa muy indubitable, que el Santo
puso la Cruz en el lugar donde los hechiceros solían hacer sus juntas; y
todo el tiempo que estuvo puesta allí, enmudecieron los demonios, cesando
de dar respuestas; de aquí tomaron motivo los idólatras, de lanzar la Cruz
en la laguna, la cual por ser de madera tan pesada y tener tal propiedad,
que hasta una muy pequeña raja, con el agua se hunde (aunque en pre-
sencia de ellos se le iba al fondo), por la mañana la hallaban sobre el agua,
intentaron viendo ésto, quemarla, y gastaron mucha leña y tiempo y no pu-
diendo salir con lo que pretendían, la enterraron como hemos visto. Hanse
visto grandes milagros y maravillas que el Señor ha obrado por medio de
esta soberana Cruz, y no es la menor la que sucedió casi en los principios
de su dichosa invención con una India natural del mismo pueblo, que traía
una partícula de ella, y un Indio compatriota suyo hallándola sola en lugar
algo distante de su pueblo, quiso hacerle fuerza, la cual resistió todo lo po-
sible, mas viendo que no podía huirle, por obligarle a que la dejase le vino
a decir que mirase que traía consigo reliquia de la Santa Cruz de Carabuco.

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

El Indio como bárbaro y sensual no hizo caso de sus razones, instando en
su torpeza y siendo día claro y sereno, cayó un rayo y le mató; dejando
libre y sin lesión a la India, que procuraba huir la ofensa. Antes que se
descubriera aquella preciosa Cruz, era el pueblo de Carabuco muy infesta-
do de rayos y después acá han cesado, que conocidamente han echado de
verlo, los moradores del pueblo, que los ha librado de tan crueles tempes-
tades, por medio de aquella bendita reliquia y así todas sus esperanzas tie-
nen puestas en ella, después de Dios y es muy de ponderar, que después
que tienen la Cruz colocada y puesta en público, para que los fieles la ve-
neren, no se halla haber tenido año malo de comidas, sucediéndoles a és-
tos, casi lo mismo que a los de Copacabana, que sus sementeras son siem-
pre bien logradas y ésta es la causa que estos pueblos son los más enteros
de todo el Collao, respecto de los otros, que la hambre los suele obligar a
dejar su propia patria.
Los años pasados, queriendo celebrar Bernabé Sedeño (de quién se ha
hecho mención atrás), la fiesta del glorioso S. Bernabé, un muchacho de
los suyos que buscaba pájaros, puso fuego a un cuarto de su vivienda, que
tenía siete piezas, y llegando el fuego al cuarto en que tenía su cama, no
teniendo otro remedio, sacó una Cruz del palo de Carabuco y la puso en
el principio del cuarto y estando contiguo con él en que vivía, quiso Dios
por virtud de la Santa Cruz, no pasase de allí el fuego.
La razón que halló de haber dejado el Santo la Cruz en el pueblo
de Carabuco, es porque en aquel tiempo fue una de las poderosas repúbli-
cas que habitaban la ribera de la laguna, pues aún hoy conocen términos
suyos más de treinta leguas, ahora es pueblo pequeño porque de su so-
berbia nació que los domase el Inca con muerte de casi todos, aunque más
a la mano está el justo castigo de su crueldad, y a la muerte del justo atri-
buiría yo su menoscabo, que hasta en destruir ciudades por su muerte trae
señales de verdadero Discípulo.
El año de 1618, se amotinaron en el Desaguadero de Chacamarca
unos Indios Uros, comunmente llamados Ocrusumas, hicieron algunos daños
en las Provincias comarcanas, porque de los españoles, que ocultamente
habían muerto, tenían muchas armas, y a su castigo salió don Pedro Xara-
va. Gobernador de Chucuito, y llevó consigo muchos españoles entre los
cuales iba un mozo de edad de veinte años, hijo de Francisco Gómez, ciru-
jano de Juli, el cual hacía oficio de paje de armas, y llevaba una medida
de Nuestra Señora de Copacabana, con una Cruz de Carabuco al cuello, y
como había dormido vestido algunas noches, quiso nuestro Señor, que la
Cruz y la medida se le pusiesen a las espaldas, saltando este en la isla,
que era el fuerte de los Indios, el arcabucero que iba tras él, disparó su
espopeta con una bala de cadena, y al balance que hizo la balsa, bajó
la mano e hirió al mozo por las espaldas; mas resurtiendo hacia arriba le
pasó el sombrero por dos partes, de modo que salió por la copa de él, y las
dos balas quedaron señaladas en las espaldas, y la cadena quedó asida
en la ropilla del mozo, como manifestando el caso milagroso que así a la
Virgen, como a la Santa Cruz de Carabuco se atribuyó. En nacimiento de
gracias, acudió aqueste soldado a esta Santa Casa de Copacabana, y vimos
las señales referidas, que causaba admiración el verlas. Luego sucesiva-
mente, el año 1619 por el mes de octubre vino a este Santuario en romería,

HISTORIA DE COPACABANA

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un hombre llamado Pedro de Landa y con gran devoción (habiendo tocado
unas medidas de nuestra Señora) se puso una al cuello, enlazando en ella
una Cruz de Carabuco; porque con tales reliquias se aseguraba de todo mal
suceso, y no le salió mentida la confianza, porque yendo a Chucuito entre
luli e Hilavi, se levantó una gran tempestad de truenos y rayos, no cesaba
él en pronunciar el Santo nombre de Nuestra Señora de Copacabana, acor-
dándose de la Reliquia Santa que llevaba de la Cruz de Carabuco; lo mis-
mo hacía un mozo que iba en su compañía, al cual en aquella tormenta
oyó decir: Señor, que me ha descalabrado el rayo, volviendo los ojos y po-
niéndolos en el mozo le vio la frente desollada y luego en el mismo ins-
tante el mozo le dijo: también señor, veo la ropilla de v.m. pasada del rayo
por muchas partes, y halló ser así y que las ancas de la muía en que iba,
estaban todas desolladas; viendo esta maravilla a voces y con gran ternu-
ra publicaba las maravillas de la Virgen de Copacabana y las excelencias de
la Cruz de Carabuco, confesando que por tener aquellas preciosas reliquias,
le había Dios librado de tan manifiestos peligros. Yo doy fe, que vi la ropi-
lla de este hombre, en Chucuito, pasada por muchas partes, y comuniqué
con el mismo, fue este caso muy público.
CAPITULO XII
DE LAS NACIONES CON QUE EL INCA POBLÓ A COPACABANA
Todos los Capitanes y hombres de guerra han usado en sus victorias,
rendida una fuerza, poner en ella gente de guarnición, para seguro y guar-
da de sus conquistas. Si, que no es bien, duerma el vencedor mientras pue-
de velar el vencido. No careció de este aviso el Inca, ora porque la ins-
trucción de sus antepasados le advirtiese o ya porque la experiencia le
tenía hecho maestro en la milicia. En efecto, en todos los lugares cuyos mo-
radores eran briosos y altivos, para sacudir de la cerviz el yugo de su do-
minio, puso Capitanes y gente de confianza, traída de fuera, que llamaban
Mitimaes, o advenedizos, de esta vemos en el Perú cantidad de poblacio-
nes, donde se han quedado como en tierra propia. Copacabana, entre otros
pueblos, es el que se pobló con más copia de diferentes naciones, para cus-
todia y autoridad del falso santuario de Titicaca.
Trasplantó aquí el Inca (sacándolos de su natural) a los Anacuscos,
Hurincuscos, Ingas, Chinchisuyos, Quitos, Pastos, Chachapoyas, Cañares,
Cayambis, Latas, Cajamarcas, Guamachucos, GuayTas, Yauyos, Anearas,
Quichuas, Mayos, Guaneas, Andesuyos, Condesuyos, Chancas, Aymarás,
Ianaguaras, Chumbivilcas, Pabrechilques, Cillaguas, Hubinas, Canches, Ca-
nas, Quivarguaros, Lupacas, Capóneos, Pucopucos, Pacajes, Yungas, Caran-
gas, Quillacas, Chichas, Soras, Copayapos, Colliyungas, Guanacos y Huru-
quillas. De estas cuarenta y dos naciones, puso de cada una tantos Indios
casados, con orden, que si por discurso de tiempo faltase alguna, la traje-
sen de su natural. Todas las más están hoy tan desmedradas, que apenas
se halla alguno, que conserve el apellido, y la insignia de su nación. Las
cuatro están en algún aumento, como son los Ingas, los Lupacas, Chinchay-
suyos y aún también los Aymarás que con los Collas y Uros, hacen la po-
blación que al presente está repartida en tres gobernaciones, Anantayas,
Hurinsayas y Uros, fuera de otros que llaman forasteros, que también ha-

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

cen sus vecindades. La gente que habitaba la isla era natural de Yunguyo,
la cual como ya queda advertido, luego que el Inca entró en ella, la man-
dó reducir en el pueblo, donde agora están, y en su lugar puso otra que
fue escogida y de quién tenía satisfacción y crédito, que la seguridad del
caso requería; porque no le sucediese lo que a Michas, con el Levita Hebreo,
que acompañó a los que le llevaban hurtados los ídolos. “Tulit ephod, &
idola, ac scultile, & profectus est cum eis”. (Iudi, 18). Pues como Topainca
Yupanqui, hubiese hallado lugar tan a su propósito y quedado tan satisfe-
cho de él, determinó que allí habitase gente de su parentela, trayendo del
Cuzco algunos comunmente llamados Ingas, o Incas, para que éstos tuvie-
sen sujetas las demás naciones, que allí habían de residir, para guarda del
adoratorio. Puso por Gobernador a Apu Inga Sucso, nieto de Viracocha Inca,
que fue bisabuelo de Guaynacapac y abuelo de Topa Inca Yupanqui, por
haber conocido en el valor, pecho y gran valentía. Este Apu Inca Sucso, fue
padre de Apuchalco Yupanqui, abuelo de Don Alonso Viracocha Inca y de
Don Pablo, su hermano, que hoy día gobierna el pueblo. A este Apuchalco
Yupanqui envió Manco Inca, hijo de Guaynacapac a matar secretamente,
porque había dado favor a los españoles, que iban con Diego de Almagro a
la conquista de Chile, y antes de su muerte, como Gobernador poderoso, con
Paullo Topa Inca, hijo de Guaynacapac, (conocido amigo y favorecedor de
los españoles) de común acuerdo dieron la obediencia a nuestro invicto Em-
perador Carlos Quinto, favoreciendo a los españoles, y dándoles pasaje
seguro hasta Chile. Esta es la causa, que los Incas de este asiento de Co-
pacabana, han sido muy favorecidos de los señores Virreyes, y en parti-
cular de Don Francisco de Toledo, y de Don Luis de Velasco, marqués de
Salinas; los cuales con sus provisiones los relevaron de servicios persona-
les y de las minas de Potosí, como a nobles y de casa Real del Inca. Y hoy
día, muchos de los Indios mozos andan en probanzas e informaciones por
gozar de los privilegios concedidos a los Incas. Volviendo, pues, a nuestra
narración, este Topa Inca Yupanqui, formó un moderado pueblo, media le-
gua o casi, antes de la peña y adoratorio y en él labró su Real Palacio.
Los que ponían los pies en la isla o iban en demanda de su romería, o a
la labor de algunas sementeras, que en ella se hacían. Nú les era dado
llegar a vista de la peña, las manos vacías, ni menos que con registro de los
Penitenciarios, y Confesores, que residían en Yunguyo, para oir como de
penitencia, a los que acudían en romería al adoratorio de Titicaca.
En el Cuzco residía el sumo Sacerdote, al cual nombraban Bilaoma,
que propiamente quiere decir, el que derrama sangre: dábanle este título
por el oficio que tenía de acudir a los sacrificios de animales y porque an-
daba siempre ensangrentado. Este en compañía del Inca señalaba los Sa-
cerdotes para todas las Provincias y adoratorios.
El orden de confesarse con estos Sacerdotes, era que postrados y con
gran sumisión, decían sus pecados, el descuido que habían tenido en ser-
vicio de los ídolos, y en particular del Sol, que era el Dios principal que
adoraban. Y si acaso habían sido negligentes en el servicio del Inca, tam-
bién lo confesaban finalmente todo aquello que juzgaban por malo, lo ma-
nifestaban, pidiendo perdón acabada esta ceremonia, e impuesta la peni-
tencia, como ya en otro lugar hemos tratado, les daban pasaje para visitar
los templos, así del Sol como de la Luna, y los demás. Presagio por cierto
y como figura de lo que el día de hoy pasa, y debe hacerse en la santa

HISTORIA DE COPACABANA

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y devotísima estación, que los fieles hacen a la bendita Imagen de Nuestra
Señora de Copacabana, pues quererla visitar, la conciencia no muy puri-
ficada y limpia, es argumento de sobrada temeridad, mayormente que sien-
do estos los frutos principales y demás substancias que ella hace, el que de
estos se hiciere indigno, téngase por inmérito de poner en ella los ojos y
gozar de su regalada vista, pues vemos que aún los Gentiles observaban,
y querían que se guardase tanto respeto a sus ídolos y adoratorios, como
este Inca instituyó no consintiendo jamás que Indio alguno llegase más que
a dar una vista a la peña y esto muy prevenido con actos de penitencia y
devoción y cuando mucho llegaba a una puerta llamada Kentipunco, que
quiere decir puerta de tominejos, donde asistían los ministros que recibían
las ofrendas y oblaciones, distancia de hasta doscientos pasos de la peña.
Confusión grande es esta que debe avergonzar a muchos de los cristianos
que irreverentes y llenos de impurezas, osan visitar las Iglesias como si en-
trasen en las casas que el mundo tiene de placer y así se ponen a ver el
Sacramento divino con ojos humanos y conciencia torpe, como si fuese aque-
lla verdad el engaño que los herejes inventan, no considerando que estos
bárbaros y otros el día del juicio levantáronse a confundirlos, levantarse han
los Ninivitas, levantarse a la Reina de Saba, y con estos los confundirá el
Señor, arguyéndoles de la poca reverencia que le tenían sus fieles y la mu-
cha que a sus ídolos hacían los Gentiles. “Viri Ninivitae surgent in iudicio”.
(Math. 12). Que vaya de rodillas temblando el bárbaro y no le de lugar a
que visite sus vanos templos, si primero no da muestras de limpieza y que
al verdadero templo, donde no sangre de animales muertos, sino el verda-
dero Dios humanado se sacrifica, vamos con descuido, dolor es que pasma.
A Moisés no dejó Dios pisar la tierra, donde ardía la zarza, sino se descal-
zaba, porque era tierra santa”. Solve calceamentum de pedibus tuis: locus
enim, in quo stas, térra Sancta est.” (Exod. 3). Mandar Dios a Moisés, que
llegue a verle en la zarza descalzo, es decimos, que si queremos llegar a
gozarle, no cubramos los dos pies del entendimiento, y la voluntad con co-
sas bestiales, y muertas; que no pongamos el pensamiento ni el amor en
cosas caducas y perecederas; y Cristo Señor nuestro, dijo por San Mateo a
sus Apóstoles: “Excutiti pulverem de pedibus vestris” (Mah, 10). Sacudid el
polvo de vuestros pies, para que teniéndolos limpios de tierra, puedan tra-
tar cosas del cielo, y dar pasos con que lleguen a Dios, y le gocen, que es
el fin para que Dios crió al hombre “Solve calceamentum de pedibus tuis”.
Quítate los zapatos, porque la tierra que pisas es santa. “Locus in quo stas,
térra saeta est.” Y no tenía de santa, mas que tener un jeroglífico de los
misterios que gozamos ahora en la Encamación de Cristo Señor nuestro.
Por ventura, merece más solemne reverencia la estampa, que el original?
Más acatamiento la sombra, que la verdad? Más honorable culto la tierra
del monte, que la humanidad de Cristo? O bien no nos nombremos cristia-
nos, pues no lo parecemos, o bien procuremos parecer esto, que nos nom-
bramos.

En conclusión. Topa Inca Yupanqui, tomó esta obra con tantas veras,
que en razón de sustentarla y llevar adelante, hizo todo lo posible. De tal
manera sujetó la isla con lo perteneciente a ella a su dominio, y posesión,
que sin embargo del derecho hereditario, que después acá han alegado los
de Yunguyo, pretendiéndola cobrar, la poseen en este tiempo los de Copa-

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

cabana, por sentencia definitiva de juez competente, y los de Yunguyo, vien-
do la preciosa Imagen de la Virgen, sienten en extremo verse desposeídos
de su tierra.
CAPITULO XIII
QUE TRATA QUE SEA PROPIAMENTE TITICACA, Y LO QUE ALLÍ
HIZO EL INCA
No es cosa nueva tomar los lugares nombres de otros entre ellos más
eminentes, y aún las aguas se intitulan de las tierras por donde corren, o a
que están más vecinas. El mar Océano y Mediterráneo toman estos nom-
bres de las tierras donde baten, y el mar Bermejo se llama en Hebreo, Suph,
que es tanto como mar de juncos o carrisales, por los muchos que en él
se crían, el fuego con el vidrio forman un color rojo, y de sangre muy pa
recido al del mar Bermejo, que también se le da este nombre por el color
que tiene. Mar salado tiene este apellido, de un lugar llamado ciudad de
Sal, de quien hacen memoria las divinas letras en el capítulo undécimo
de Josué; Hija de Sión llaman los Profetas a la grande, y populosa ciudad
de Jerusalem, por tener por tan vecino al monte de Sion; llámase nuestra
laguna e isla Titicaca, por una peña llamada así, que significa peña don-
de anduvo el gato y dio gran resplandor. Para inteligencia de ésto, se ha
de advertir que Titi en lengua aymara, es lo mismo que gato montes, a
quien comunmente los indios en la lengua general Quichua llaman Oscollo,
y Kaca significa peña, y juntas las dos dicciones, Titicaca, significa lo
que hemos dicho. Fingen estos Indios que en tiempos pasados se vio un
gato en la peña con gran resplandor, y que de ordinario la paseaba, de
aquí tomaron motivo para decir que era peña donde el sol tenía sus pala-
cios, y así fue el mayor y más solemne adoratorio que tuvo el reino dedi-
cado a este planeta, que siempre ha engendrado grandes celos en Dios ha-
ciéndole los hombres competidor suyo, de no haberle adorado Job, hacía
cargos a Dios para que le aligerase las penas que padecía, “si vidi solem
cum fulgeret” (Job. 31). Considerada la etimología de este nombre Titicaca,
y de lo que del gato dice, me parece haber sido el demonio, que como para
engañar a Eva se vistió en traje de animal ladrón, acudiendo también a
pintar su gran ingratitud, en el que es vivo jeroglífico de ella; si no es que
ya aquel gato fuese el animal que llamamos Carbunco, porque en este rei-
no, hay gran noticia de ellos, y en la ciudad de Guanuco oí decir a muchas
personas fidedignas haberlos visto de noche, y que guiados de su resplan-
dor habían ido en su seguimiento, hallándose burlados después, porque este
animal tiene tal instinto, que con una cortina, o funda bellosa que le dio
naturaleza, cubre la piedra cuando siente que por ella van en su seguimien-
to y alcance. Tiénese por muy sin duda haber tenido el Inca algunas de es-
tas piedras, en particular una muy grande que llamaban Intiptoca, que es lo
mismo que cosa escupida del Sol.
Otra etimología hay de este nombre Titicaca, o Titikaka, titi significa
cobre, plomo estaño y kaka, peña y juntas las dos dicciones significan
peña de cobre, plomo o estaño que es el lugar determinado donde estaba el
altar y adoratorio del Sol. La frente de esta peña mira hacia la costa del mar
del Sur, tiene las espaldas hacia el medio día, la concavidad de ella es poca

HISTORIA DE COPACABANA

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y no de provecho alguno, en el convexo hace una manera de terraplén de
peña viva, cuya halda llega a besar el agua, en una ensenada que la
laguna hace, donde se ven los molles, allisos y otros árboles que plantó el
Inca, de suerte que la faz de Titicaca está a lo que la vista juzga en frente
del camino, entre Juli y Pomata, pueblos muy conocidos en la Provincia de
Chucuito, y así la peña viene a estar no al principio, ni al medio sino casi
al cabo de la isla hacia el occidente, para llegarse a ella se caminan desde
el primer desembarcadero, legua y tres cuartos. De su naturaleza no tiene
cosa que despierte el deseo de verla, antes es notablemente desproporcio-
nada, poco apacible y a la traza de un sobrecejo o padrastro que hace la
tierra con el cual corren peñascos contiguos, disformes y mal compuestos.
Finalmente ella es cosa que ni arrebata la vista, ni reparan los ojos en
ella, si no se vá con advertencia y propósito a verla. Tiene delante una gran
pampa o llanada que sirvió de cementerio, es de tierra fácil y ligera, y
aún dicen ser traída a mano, porque muchas veces el Inca por que no es-
tuviesen los Indios ociosos, les hacía mudar piedras de una parte a otra, y
llevar tierra que tenía por buena o otra donde no la había tal para fertilizar
sus campos, y ésta es cosa muy averiguada en el Perú. Y yo he visto en los
valles junto a la Barraca entre Guaura, y Chanchay, un cerro pequeño he-
cho a mano de tierra de Quito y en la ciudad del Cuzco se ve otro junto a
la fortaleza, porque aborrecía el Inca tanto como esto la ociosidad, madre
de todos los vicios. Nunca ha querido Dios consentirla en los suyos, que
de darle asiento en un alma se viene a apolülar, de suerte que no sirve de
cosa. Pintó un curioso por jeroglífico del ocio, una capa encerrada en un
cofre, que con la brevedad que esta se pierde herida de la polilla, así el
ocioso queda para nada. Desde el principio del mundo mostró Dios la ene-
mistad que a la ociosidad tuvo, pues criando al hombre Príncipe del uni-
verso y dándole un alcázar y casa de recreación como el Paraíso fue con
condición que trabajase. “Ut operaretur, & custodiret illum” (Gen. 2). Bes-
tias ñeras llamó nuestro padre San Agustín los vicios y codicias desorde-
nadas que de vivir holgado aquel pueblo, y en descansado ocio nacerían,
que despedazacen sus almas. Y la deshonestidad su principio tuvo en el
ocio, y aun Ovidio lo conoció, así vino a decir:

“Quam platanus rivo gaudet, quam populus vita,
tam Venus otia amat”.
Y no hay que dudar sino que enfrena a los vicios la ocupación, bien
lo dijo ese otro poeta Gentil en su versito: “Otia si tollas, periere Cupudinis
arcus”. Y otro poeta cristiano dijo agudamente:
“Semper agas aliquid, corrumpunt otia mentem,
Desidia est causa omnis, caput; mali”.
De los malos entendimientos de estos indios no hay que buscar cau-
sa, estando tan a la mano su ociosidad, en cuya compañía aún, las grandes
ingenios han peligrado. Con agudeza lo dijo Ovidio en la elegía XIII, del
lib. 5 de Tristibus.

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

“Adde, quod ingenium, longa rubigine lassum
Torpet, & e multo quam fuit ante minus,
Fertilis asiduo, si non renovetur aratro,
Nil nisi cum spinis gramen habebit ager,
Vertitur in teneram rariem, rrmiso; dehiscet
Si qua diu solitis cima vacabit aquis”.
Esta es sentencia verdadera, y en esto concuerda todos los doctores,
y no hay que dudar sino que en este vicio está toda nuestra perdición, bien
claramente lo dice y afirma S. Laurencio Justiniano: “Si ut aqua quae caret
decurso, aciacet in foveis putrecit, ac humano usu aliena eficitur, reple-
turq; animalibus venenatis, & noxiis, ita & corpus oüitabe confectum, concu-
piscentiam camalium parit in sanam”. (Lib. 4 de perfect. graduum.). Todos
los doctores están de este sentimiento, en especial San Crisóstomo en la
homilía 16, sobre la epístola ad Ephesios, y Nuestro padre San Agustín en
el libro de vera religione cap. 35 y las letras humanas están tan mal con
la ociosidad que no acaban de condenarla y a cada paso hallamos sen-
tencias que la reprueban; volviendo pues a la llanada de Titicaca, de don-
de salimos, digo que en aquesta pampa o llanada se han hallado muchos
ídolos de oro y vasos curiosos de barro con otras menudencias del tiem-
po antiguo, vense las catas que se han dado por buscar los tesoros que en
sus sepulcros enterraban los indios, está ya la pampa con el tiempo cubier-
ta de mucha maleza, en especial de icho o el pasto de la tierra. Al lado
derecho, como a treinta pasos de la peña a lo descubierto hacia el medio
día están las casas del Sol, del trueno y del relámpago, a quien los Indios
respetaban mucho. Más adelante de ellas, en la barranca que cae en frente
del camino (entre Juli y Pomata), está la despensa del Sol, que si el tiempo
no la hubiera desbaratado, tenía la vista en que entretenerse en sus edificios,
y traza, que era como un laberinto, por los innumerables retretes que tenía,
que los Indios llaman Chingana, que quiere decir, lugar donde se pierden.
Tiene en medio un vergel con su alameda de alisos cuya continua frescura
sustenta un dulce manantial de agua, que allí revienta. A lo sombrío de es-
tos árboles labró el Inca unos curiosos baños de piedra para el Sol, y su
culto: otros edificios hay hacia las vertientes de la isla, que miran al cami-
no de Omasuyo, a todo esto se entra por aquella puerta ya dicha, Kentipun-
cu, que está doscientos pasos antes de la peña, donde el Inca se descalzó
la primera vez, que allí puso los pies y ha de advertirse, que no porque allí
hubiese puerta se descalzó, antes porque hizo aquel acto de devoción, edi-
ficaron la puerta, al lado derecho de la cual se ve ciertos caserones, que
eran en aquel tiempo casas de habitaciones de los ministros del Santuario,
y de las vírgenes dedicadas al Sol. Poco adelante (pasada la puerta) pare-
ce una peña viva, sobre que pasa la senda hacia el falso santuario; en esta
peña están los rastros de pies humanos, de que ya hemos tratado. Antes de
llegar a este adoratorio, se había de pasar por tres puertas, que distaban las
unas de las otras poco más de veinte pasos; la primera se llamaba Puma-
puncu, que suena lo mismo que puerta del León porque había allí un León
de piedra, que decían guardaba la entrada, y en ésta antes de pasar, se
hacía una expiación de pecados, confesándolos al Sacerdote que allí re-
sidía.
La segunda puerta tenía por nombre Kentipunco, por estar matizada
toda de plumas de tominejos, a quien ellos llaman Kenti, aquí volvían de

HISTORIA DE COPACABANA

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nuevo a confesarse con otro Sacerdote que guardaba aquella puerta, este
aconsejaba a los peregrinos fuesen con devoción si querían ser favoreci-
dos del Sol a quien iban a adorar.
De la tercera puerta era el nombre, Pillcopuncu, que fuera puerta de
esperanza, estaba adornada con plumas verdes de un pájaro muy estimado
que se trae de los Chunchos llamado Pilleo, que hace muchos visos, en
esta puerta que era la última, el Sacerdote que custodiaba ella, persuadía con
gran eficacia al peregrino, hiciese muy riguroso examen de conciencia, por-
que no había de pasar teniéndola agrabada, y sí hacía otra reconcilia-
ción con el Sacerdote para esto dedicado. Buena lección para los indevotos
caminantes y peregrinos, que ni aún en días de precepto quieren oír la
misa, y qué afrenta general para aquellos que de año en año y esto forza-
dos hacen su confesión a vuela pie, gastando mucho tiempo en cuentas de
dos maravedís de hacienda recanteando un rato para ajusfar las de su alma.
CAPITULO XIV
DE LOS SACRIFICIOS QUE USO EL INCA Y DE COSAS MUY NOTABLES
ACERCA DE LA IDOLATRÍA
Los ídolos más conocidos entre los Indios, fueron el Sol, Luna y estre-
llas, truenos, rayos y las aguas, pareciéndoles tenían poder supremo sobre
la naturaleza, y acontecióles a aquestos miserables lo que dice el glorioso
Santo Tomás, suele a los rústicos que van a la corte, con deseo de ver al
Rey, y entrando en palacio, no ven Príncipe acompañado y lucido que no
piensen que es el Rey. Así mirando aquestos Indias al Sol, Luna, estrellas,
al mar, a la tierra, truenos y relámpagos como a supremos señores los ve-
neraban y adoraban con sacrificios. Han sido tan dados estos a la Idolatría
que hasta hoy tienen bien en que entender los Sacerdotes, y curas de ellos
porque apenas hay quien no quiera favorecer sus antiguos ritos, persuadi-
dos algunos que tienen cumplido con la ley santa, bautizándose, tomando
la ceniza a su tiempo y guardando otras ceremonias de la Iglesia Santa,
y que cumpliendo con esto pueden acudir sin escrúpulo de consciencia a
cosas de su antigüedad, para lo cual no faltan dogmatizadores que con ce-
lo de sus paternales leyes pretendiendo la conservación de ellas, acriminan
la impiedad que a su parecer cometen los que de golpe las olvidan, pues
las heredaron de sus progenitores y mamaron a los pechos de sus madres
y aprobando la ley cristiana no reprueban la de su antigüedad aunque es
verdad que en público la condenan, pero en sus bailes siempre se acuer-
dan de ella, dando a entender que así les conviene acudir a ésta, de cuan-
do en cuando, como siempre a la observancia de aquella. Esto se descu-
brió mucho en la ocasión pasada de la peste de viruela del año de mil
y quinientos y ochenta y nueve pues como bárbaros y no bien enterados
en las cosas de nuestra Santa Fe Católica, acudían con ceremonias y sacri-
ficios a encomendarse a los ídolos, deseando alcanzar remedio de sus ma-
les. En esta peste general cierto Religioso del Orden de nuestro Padre San
Agustín, cerca de la Ciudad de Guanuco descubrió muchos ídolos a quienes
acudían en aquellos trabajos, este fue negocio público y bien sabido en
la real audiencia de Lima, donde estimaron en mucho aquellos señores los
males que nuestro Religioso atajó con su predicación, desengañándoles del

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

error que estaban, persuadiéndoles que a solo Dios habían de acudir para
alcanzar el remedio que pretendían como el mismo Señor lo dice en el libro
cuarto de los Reyes, (4 Reg. cap. I) y en otras partes de las divinas letras.
Por ventura falta Dios en Israel? por qué acudir a consultar los Dioses de
Accaron? Acertados andaban los cristianos, que con procesiones y sacri-
ficios procuraban aplacar la ira de Dios, que es el verdadero camino (como
dijo su Majestad) en los que buscaban de otra parte la salud. “Numquid re-
sina non est in Gallaad? aut medicus non est ibi? (Hiere. 8). Por ventura no
hay resina en Galaad? o falta médico allí?
Todos aquellos lugares que están distantes de Copacabana, duran
en sus idolatrías; esto consta por lo que sucedió poco antes que se dividiese
el Obispado del Cuzco, cerca de Castrovirreina, en unos pueblos que lla-
man Chupamarca (en la Provincia de los Yauyos). Y en Guacra, donde
el Reverendísimo Señor Don Fernando de Mendoza, Obispo del Cuzco, me
puso en interim (siendo Provincial de mi Sagrada Religión, el muy Reveren-
do Padre Maestro Fray Diego Pérez, catedrático de Escriptura en la Univer-
sidad de los Reyes) donde se descubrieron muchos ídolos y gran suma de
idólatras y habiendo sentido algunas cosas de éstas, que escandalizaban;
avise al Señor Obispo, el cual mandó se hiciesen las diligencias necesa-
rias, y su Visitador descubrió muchos ídolos e idólatras y los principales
eran los Curacas o Caciques que es lo mismo. Y como no todas veces bas-
tan diligencias humanas y sea siempre necesario recurrir a las divinas, no
permitiendo, enfadado siempre, que a criaturas tan viles se den estos hono-
res divinos, habiendo los Religiosos de nuestra Religión hecho todas las
diligencias posibles, para desarraigar la idolatría e ídolos en la Provincia
de los Aymaraes, cuyas doctrinas y beneficios curados, están cometidos por
su Majestad, a los Religiosos del Orden de mi Padre San Agustín, que con
sus continuas predicaciones, han procurado siempre desterrar el culto y ve-
neración de sus falsos Dioses, el demonio que siempre procura derribar el
edificio que los Religiosos levantan. En el pueblo de Totora, al tiempo que
se edificaba la Iglesia, hicieron los Indios, que entendían en el edificio y
fábrica de ella, una cosa, que sola pudo ser invención del demonio para
que adorando el Santísimo Sacramento del Altar, adorasen también sus fal-
sos dioses, sin que a nadie se lo pudiese estorbar, y fue el pensamiento dia-
bólico, poner ídolos en el hueco de la pared, que correspondía a las espal-
das del Retablo del Altar mayor, y allí adoraban los ídolos, dejando de
dar la adoración al verdadero Dios, pero como nunca su divina Majestad,
ha querido admitir consortes en la gloria y honra, que a solo él se debe.
“Gloriam meam alteri non dabo” (Isai. 49). Ordenó su divina providen-
cia, que alborotándose el aire y anublándose las nubes con una crecida tem-
pestad, empezó a tronar y a relampaguear y despedir el cielo rayos de sí,
dando con uno de ellos en la Capilla mayor de aquella Iglesia sobre la pa-
red de la testera, quemándola toda y derribando todo el lienzo, yendo los
Religiosos a ver lo que había sucedido hallaron los ídolos, que allí estaban
escondidos y hecha diligente inquisición castigaron a los culpables y con
manifiestas señales persuadieron a todos los demás, cuanto se ofende a
Dios con este pecado de la idolatría, y cuan mal sufre que en su mismo Al-
tar estén juntos el Arca del divino Testamento y el Dragón de sus idolatrías.
Y llegando a esta sazón nuestro Padre Maestro Fray Diego Pérez, provin-
cial que entonces era a la visita de aquellas provincias, y viendo, que en
el pueblo de Totora no había Iglesia, que por no haberla, celebraban los

HISTORIA DE COPACABANA

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divinos Oficios en una ramada, reprehendiendo al Cura porque no la ha-
cía, y a los Curacas porque no ayudaban para el edificio de la Iglesia le
respondieron que la Justicia de Dios había derribado aquella Iglesia, con-
tándole todo el suceso, que acabo de referir y así mandó que se edificase
con asistencia siempre del Cura, para que los Indios no hiciesen otro seme-
jante embuste como el pasado.
Eficaz probanza de la inclinación que a darse a los ídolos tienen los
Naturales de esta tierra, hizo el demonio, que ya antes referí, cuando en
presencia de muchos Sacerdotes y españoles, dijo a los Indios, que la cau-
sa primera de sus ruinas y menoscabos, eran sus infidelidades con el verda-
dero Dios, a quien dejaban, por adorar ídolos, y Guacas. Y hízoles cargo
de los muchos perros y otros animales que por los montes y guáyeos, (así
dicen a las quebradas hondas) habían ofrecido a los demonios, el año de
mil y seiscientos y diez y seis, a veinte y seis de agosto, al tiempo que se
eclipsó la luna. Muchas veces he tocado ligeramente los sucesos que vi, y
algunas de las palabras que oí a este demonio, mientras no salía del cuerpo
miserable de la mujer, que atormentaba, mas hallándome con la pluma en
la mano, parecióme ocuparla más tiempo, que pide mi narración y mi in-
tento, en referir todo el caso, como testigo de vista, pues será muy posible,
que por falta de Escritor se ponga en olvido un acaecimiento, que por ser
tan raro en el Perú, pide perpetua memoria. Y doime licencia para escribir-
lo, llevado de la devoción que tengo al gloriosísimo San Juan de Sahagun,
patrón de la ciudad de Salamanca, y del Orden de nuestro glorioso Padre
San Agustín cuya virtud obró poderosamente en la expulsión del demonio,
como él confesó muchas veces y nadie culpará mi digresión, si como fiel
contraste, diera peso a las circunstancias que me arrebatan el discurso de
la acción principal, que no es romper el hilo de la historia el parar un rato,
sin proseguir con la hebra.
CAPITULO XV

DONDE SE REFIERE EL SUCESO PRODIGIOSO DE UNA ENDEMONIADA
El año de 1617, por el mes de abril, en la Provincia de los Aymaraes,
que (ya he dicho otra vez) pertenece al Obispado del Cuzco. En un pueblo
llamado Ancobamba, por secretos juicios de Dios nuestro Señor, se apoderó
el demonio de una mujer española, y casada, cuyo nombre callo por no
importar a la historia. Los primeros días usó de sus ardides y mañas el de-
monio para no ser conocido, ya enmudecía unas veces y ya otras hablaba
con tan grande molestia, que ni aún pequeños barruntos daba de sí, y cuan-
do vencido de su mala inclinación, atormentaba a la mujer, luego cesaba
por no ser sentido y disimulaba más con públicas acciones de religión, por
que rezaba y asistía a los divinos Oficios sin turbar el semblante, pero por
demás el lobo se viste con piel de oveja, si su mala inclinación ha de des-
cubrir, que es lobo, por más que usaba de sus hipocrecías. Porque la ene-
mistad que con los hombres tiene, a pocos lances descubrió su fiereza. El
rostro de la mujer, que solía ser antes apacible y hermoso, se trocó en abo-
minable y fiero, los ojos alegres en encarnizados, los labios rojos se pusie-
ron morados y demasiadamente gruesos, los cabellos tema perpetuamente

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

erizados, al fin todo el cuerpo y su figura mostraba la malicia del oficial
que así lo dispuso, y el desaliño de la casa descubría bien que era poco
aseado el huésped. Bien se descubría por el humo el fuego, más la ningu-
na experiencia, que de semejantes casos tenían los Sacerdotes de aquella
Provincia, fue causa a los principios de no hacerse tan de veras los exorcis-
mos para expeler al demonio, atribuyendo aquella mudanza a frenesí y a
otros accidentes, mas el enemigo que se aprovechaba a su contento de
aquellas dudas, maltratando aquel cuerpo, se dio más prisa en darse a
conocer que los Sacerdotes en conocerle. Oh admirable Dios y Señor mío,
en medio de las justicias te solemnicen tus misericordias; pues en las mis-
mas manos del enemigo cruel, se descubría tu piedad. Quien veía los ma-
los tratamientos que el demonio ejecutaba en aquel lastimado cuerpo, tan
bien conocía, que allí estaba atentísima tu providencia, permitiendo los gol-
pes, no al sabor del maldito ministro, sino al temple del vaso, que tú mismo
Dios formaste de tierra. Conocieron pues los Sacerdotes, que el demonio es-
taba apoderado del cuerpo de aquella mujer, y dieron principio a expelerle
con los exorcismos y ceremonias que tiene establecida la Iglesia, mas estu-
vo rebelde por muchos días, entreteniendo a todos con embustes y mentiras,
que por tales tengo las faltas que publicó de muchas personas, argumento
grave para temerle, pues mal callara las culpas del delincuente, quien fa-
brica delitos y hace dueños de ellos a quien no los cometió. Viéndose una
vez apretado el demonio con los exorcismos, respondió a voces, que era la
voluntad de Dios estuviese en aquel cuerpo, y que no presumiesen echarle
de él Clérigos ni Religiosos de tales, y tales Ordenes, repitió esto por mu-
chas veces y una entre otras advirtió uno de los presentes, que entre las Re-
ligiones que excluía el demonio, nunca nombró la de nuestro Padre San
Agustín, de donde se dieron cuenta que algún Religioso de esta Orden ha-
bía de expelerle; y por esta razón despacharon un mensaje, que fue el mis-
mo marido de la opresa, que me fue a llamar por más vecino, que en esta
coyuntura me tenía ocupado la obediencia en doctrinar a los Indios de Chi-
rirque y Chuquibamba, doctrinas y pueblos que tiene a su cuidado nuestra
Religión, en la Provincia de los Omasuyos, entristecióse el demonio de ma-
nera, que los circunstantes echaron de ver, y coligieron eran cierta su ex-
pulsión. Bien quisiera yo poner en otra cabeza la conclusión de esta obra;
y así lo tuve en intento, mas hallé que tenía poco o nada de qué gloriarme,
pues si bien es así que si Dios Nuestro Señor quiso hacerme ministro de
su poder, e instrumento de su virtud, no fue porque yo tuviese méritos, ni
le hubiese servido más, ni tanto como algunos de los muchos Sacerdotes
que allí se hallaron, antes juzgo que echó mano de mí como de más gran-
de pecador, para domar con el flaco instrumento la valentía del soberbio
Ángel, que nunca la altivez pudo estar tan vencida, como cuando se vio
derribada por brazos flojos y descaecidos. Que un justo ponga en asombro
al demonio no es de tanta admiración pues la virtud de la gracia, basta po-
ner en pasmo a todo el Infierno. Pero que quiera Dios poner en fatigas al
demonio y para esto no le envíe un Ángel que le venza ni un justo, y san-
to que le haga rostro, sino a un grande pecador, pienso para mí que no
fue tanto vencerle como hacer burla de él. Determiné pues a ponerme en
viaje arrojándome todo en el favor de Dios y en los méritos de los bien-
aventurados San Nicolás de Tolentino, cuyo manto y panecitos conmigo lle-
vaba, y en San Juan de Sahagún, cuya Imagen con especial cuidado gusté
llevar por ser devotos míos, llegué a la Iglesia del pueblo donde hallé gran

HISTORIA DE COPACABANA

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número de gente que por no haber visto en aquellas partes otro semejante
suceso, venían de varios lugares, así españoles, como Indios traídos de la
novedad, luego que el demonio me vio se turbó, y no apartaba los ojos de
mí; creo que hizo aquesta acción, por las reliquias de los dos Santos que
yo traía conmigo, y de esta verdad dio buen testimonio el suceso que to-
das las veces que le ponía delante la Imagen del glorioso San Juan de
Sahagun, empezaba a temblar como azogado, y a echar espumarajos por
la boca, apartando siempre los ojos del glorioso santo, y fue tan grande el
miedo que cobró que viéndome se echaba por los suelos y poniéndole un
día sobre la cabeza un manto pequeño, que traía la Imagen del bienaven-
turado San Nicolás, hacía el mismo sentimiento confesando que era su pe-
so intolerable, y no paraba hasta quitárselo de la cabeza, confesando, que
estos gloriosísimos santos le atormentaban. Oh infinito poder de nuestro
Creador, y soberano Dios, quien pudiera persuadirse, que espíritus tan va-
lientes habían de venir a tanta flaqueza? que siendo un Ángel poderoso a
trastornar un orbe, luego que perdió la gracia agobie, y arrodille con el
peso de media vara de tafetán, solo porque era manto de un fiel siervo de
Dios? Oh, si esta consideración durase en nuestros pechos para temer las
ofensas de nuestro Redentor Jesucristo, y para alentarnos a servirle.
Era martes el día que yo llegué al pueblo dicho de Ancobamba, co-
mencé los exorcismos teniendo todas las noches disciplina en compañía de
los Sacerdotes, y gente del pueblo que a ella ayudaban, y luego el demo-
nio enmudeció como otras veces hizo, por disimularse, mas otro día ponién-
dole a la vista la Imagen del glorioso y bienaventurado San Juan de Saha-
gun (cuyos méritos interpuse en esta expulsión), respondió el demonio, que
saldría luego por no verse tantas veces vejado del Santo, a cuyo imperio y
potestad le tenía Dios entregado, pidió licencia para entrarse en el cuerpo
de un Cacique, principal señor de aquel pueblo, que allí estaba presente,
y como nada de esto se le consintiese, acongojábase con demasiado dolor,
y en unas endechas tristes por extremo, y bien concertadas en mensura de
versos castellanos de seis o siete sílabas, se lamentó un grandísimo rato, y
tomó por argumento una batalla que tuvo con un Religioso Agustino, y fijan-
do los ojos en San Juan de Sahagun, repetía este verso: “Llevó el fraile la
victoria”. Y porque en este día le pusieron al cuello una cuenta de la bien-
aventurada santa Juana monja del Seráfico Padre San Francisco, añadió a
sus endechas esta copla: “Y Juanillo con su cuenta, también me atormenta”.
De donde colijo por cierto, que las cuentas de esta bendita santa, tienen vir-
tud contra los demonios. Y por qué no? si los tuvo Jesucristo, Nuestro Señor
en los cielos, consagrándolas por condescender con las peticiones de su
Santísima esposa? que en estas sagradas cuentas parece que previno mu-
nicón y balas contra todo el infierno. Advertí en esta ocasión el aborreci-
miento y enemistad que el demonio nos tiene, decía que le atormentaban
todas las cosas que son útiles al uso de los hombres, y señalando un chuse
o alfombra de la tierra, decía que le daba dolor porque el hombre se ser-
vía de ella, dijo que era su pena intolerable cuando veía que se salvaba
algún hombre, y que también le era tormento grande si se condenaba, por-
que entonces le doblaba Dios los tormentos. Oh triste engaño, que así nos
tiene ciegos y tan sin vista para advertir nuestros peligros. Cuales penas y
tormentos dejarán de ejecutar con rabia los demonios, si le dan pesadum-
bre hasta las cosas de que se sirven los hombres. Dios nos anime por su
misericordia el discurso. Bien quisiera el mal espíritu salir ya del cuerpo,

54

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

de aquella atormentada mujer, mas Dios que en este tiempo gobernó mi
discurso me puso en pensamiento mandase al demonio que en voz alta, y
en lenguaje de los Indios declarase a todos, los engaños, que tenía introdu-
cidos entre ellos, y les diese a entender la vanidad de sus idolatrías, y fal-
sos ritos, desde este punto enmudeció el demonio por cuatro días y estos
ocupé yo en el continuo ejercicio de exorcisar y acudir a otras santas ocu-
paciones. Algunas personas llenas de temor y asombro hacían públicas dis-
ciplinas y penitencias. En este tiempo advertí más cuidadosamente en los
varios movimientos y visages de la endemoniada, advertí que cuando le-
vantaba el Sacerdote la sagrada Hostia, traía los ojos volteados dentro de
la concavidad en círculos tan ligeros que casi no se podían apercibir, por
la presteza. Advertí también teniendo yo a la mujer asida por el brazo, que
en un brevísimo instante estaba ardiendo como una brasa y luego en otro
más fría y helada que la nieve. En este intervalo, que duraba su silencio
usaba el Demonio de señas, y acciones para darse a entender, y acuerdó-
me que llegándose cerca de un español soldado y valiente y brioso, le tiró
de la capa, y con el dedo índice, señaló el profundo como dándole a enten-
der que su viaje iba hacia allá, y replicando el soldado que tenía grandes
confianza de ir a la gloria, porque el Dios que había muerto por redimirle
se apiadaría de su alma, levantó el Demonio los ojos al cielo desesperada-
mente, y puesto en suspensión tendió los brazos y después los derribó con
grande despecho, significando cuan triste suerte vino a ser la suya, y cuan
dichosa la de aquel hombre, que por lo menos tenía esperanzas de salvar-
se, y gozar la gloria que los ángeles perdieron. Llegado el sexto día que fue
un domingo, día en que íorzozamente se habían de juntar los Indios a la
misa mayor, y habían de acudir de dos curatos, porque dos de los sacer-
dotes clérigos a cuyo cargo estaban aquellos beneficios, se detuvieron en el
pueblo para ayudar y favorecer a la pobre opresa. Aqueste día al tiempo
de decir la misa mayor, estando toda la iglesia llena de gente, proseguí con
los exorcismos valiéndome de los méritos de San Juan, cuya Imagen puse
en el altar, echóse de ver que el Demonio se rendía con la virtud de ellos,
porque comenzó a estremecerse y a sudar manifestando que el glorioso san-
to le atormentaba, y que San Agustín y San Nicolás hechos a una contra
él le oprimían, hallando tan buena ocasión y que había gran número de
gente, compelí al enemigo acudiese a lo que ya le tenía mandado que era
el desengaño de aquella miserable gente, comenzó pues el Demonio su ha-
bla, era áspera su voz y muy penetrante, declaró que era Demonio y Án-
gel de la suprema jerarquía a cuyo cuidado estaba el gobierno de los De-
monios inferiores que andaban por orden suya repartidos por todas las Pro-
vincias de los Aymaraes. dijo que su nombre era Satásico, compuesto del
verbo latino (seroseis, y del nombre Ficus) que junto significa lo mismo que
sembrador de cosas malas y manifestó a los Indios la vanidad de sus ido-
latrías y persuadióles la unidad de Dios, la Trinidad de las personas, la
Encamación del Verbo, díjoles finalmente que eran caudalosísimas las co-
sechas de almas, que el Infierno cogía en sus trojes y que temiesen a Dios,
adorándole a él solo como a Señor y Creador, y que se dejasen de Idola-
trías, y que la causa de estar vejados, era por apartarse de Dios, y darle
a la adoración de sus falsos dioses, muchas verdades dijo el demonio, a su
despecho este día, e importó mucho que ellas dijese, para que los Indios se
desengañasen, de la afición que tienen a la idolatría. Atemorizados queda-
ron los Indios, y públicamente lloraban sus hierros pasados, y si en aque-

HISTORIA DE COPACABANA

55

lia ocasión se hallaran algunos más sacerdotes, todos tuvieran bien en que
entender, según los Indios acudían a confesarse y a algunas penitencias
públicas, ya el demonio se mostraba muy amilanado, porque huía de la Igle-
sia, y sentía con extremo la sacasen del lugar donde la tenían y la pusie-
sen cerca del Altar, viéronse muchas cosas muy singulares en aquesta ex-
pusión y no fue la menor la que sucedió una noche que habiendo dejado
de hacer la disciplina que acostumbrábamos hacer por ella, entre las doce
y la una, se oyó en la Iglesia un ruido de disciplina, que según era grande
el estruendo de los golpes mostrábase crecidísimo, el número de los disci-
plinantes; acudimos a la Iglesia los Sacerdotes y algunos españoles e In-
dios, que por acompañar a la opresa, dormían en la sacristía, y encendien-
do luces no vimos cosa, habiéndose oído distintamente el ruido de los azotes.
Cosa fue esta que nos causó a todos grandísimo pavor, y espanto, y nos
quitó el sueño hasta la mañana, aqueste día entrando a verla, que ya esta-
ba en pie (aunque era muy de mañana) así como me vio se echó por el
suelo imaginando que había de acudir a los continuos exorcismos y estan-
do en ellos compelí al demonio dijese, en nombre de Dios y del glorioso
San Juan de Sahagun, qué significaba aquella disciplina que se oyó en la
Iglesia y respondió que San Juan de Sahagun y los Angeles Custodios, ha-
bían hecho aquella disciplina, por desenojar a Dios y aplacar su ira, a
quien tenían provocada gravemente, los indios con sus idolatrías. Bien co-
nozco que los Angeles y santos del cielo nunca se pervierten de su per-
petua holganza y Gloria, ni se castigan con penitencia y azotes, porque es-
to segundo, se contradice con aquello primero, que el deleite de la patria
eterna, no se compara bien, con el dolor de una disciplina, porque padecer
dolores y tormentos por una parte, y estar lleno de deleites y dulzuras del
cielo por otra, son estados tan opuestos, que en sólo Cristo, Redentor Nues-
tro, se pudieron convenir, por haber sido juntamente viador y comprehen-
sor, como los Teólogos enseñan, con el Angélico Doctor Santo Tomás, en
la 39 parte. Tengo pues por sin duda, que aquel estruendo de penitencia,
fue solamente un sensible indicio de la afectuosa caridad de San Juan de
Sahagun, como de los santos Angeles Custodios, que con ardiente celo,
del servicio de Dios, y fervorosa piedad, encaminada a los Indios misera-
bles y ciertos en su Idolatría, intercedieron ante la divina clemencia, rogan-
do por toda aquella Provincia, tan viva y piadosamente, que a ser nece-
saria, en ellos la penitencia y derramamiento de sangre, para la salvación
de los Naturales, no excusarían el vertirla. Así vemos en muchos santos,
varias apariciones de Cristo Señor Nuestro, ya unas veces azotado en una
columna, como le vio Santa Gertrudis, ya con la Cruz a cuestas, como le
vio San Pedro, y claro está, que semejantes visiones, no concluyen traba-
jos, ni dolores nuevos en Cristo, pero descubren afectos de su clemencia o
efectos de las culpas de los hombres, que hacen lo posible, por renovar
en su Redentor las heridas, que los sayones hicieron, como San Pedro Cri-
sólogo dice: “Letus quod impü militis lancea patefecit, refodere, manus ni-
titur obsequentis”. Antes de la expulsión de aqueste cruel enemigo, comen-
zó dentro de la Iglesia a llover un menudo rocío, sobre todos los que está-
bamos presentes a la expulsión, siendo así que el cielo estaba sereno y lim-
pio de nubes, no advertí de preguntarle la significación de aquella maravi-
llosa lluvia, porque de todo punto me ocupé en compelerle, saliese de aquel
miserable y lastimado cuerpo, como lo hizo, dando por señal de su salida,
un ramo de oliva silvestre, que los Indios llaman Quisuar, que echó por la

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

boca de la mujer, habiéndosele pedido echase cualquier cosa de las que
en sacrificio le ofrecían, vivió tres días y en ellos se dispuso, para morir
buenamente, y no volver a las manos de tan cruel enemigo, yo fío en la
misericordia de Dios, que no se perdió su alma.

CAPITULO XVI
EN QUE SE TRATA DE LOS HECHOS DE TOPA INCA. EN ORDEN AL CULTO
DE SUS ÍDOLOS. Y DE OTRAS VANAS SUPERSTICIONES
Cogiendo la hebra de nuestra narración del punto en que la dejamos,
bien se ve por este acaecimiento que acabo de referir, cuan arraigada está
en el ánimo de los Indios la Idolatría, pues fue necesario, que el mismo de-
monio les desengañase, pero como aquel desengaño, quedó incluido en el
estrecho compás de sólo un pueblo, no se ha extendido en todos la misma
persuación, y otra de menos poder, juzgo de bien poca importancia, para
arrancar de sus pechos raíces tan hondas a imitación de los Incas, que
fueron notablemente inclinados al culto de los ídolos. A todos se aventajó
Topa Inca, inventando nuevas, y extraordinarias maneras de sacrificios, ma-
yormente, en este adoratorio de esta isla Titicaca, a donde quiso que las
ofrendas que ofrecían al Sol fuesen extremadas en tanto grado, que no hizo
allí caudal de sus estimados cuyses, unos animalejos que crían los Indios
en sus casas, porque es comida que ordinariamente usan, y solían ofrecer-
los en sacrificio, y aprovecharse de ellos, para sus encantos y hechicerías,
de estos algunos son pardos, otros blancos, otros negros y de otros colores
diferentes, tampoco hizo caudal de sus confecciones de sebo, lana, y maíz,
ni de la efusión tan usada de su chicha, porque todo ello era allí accesorio,
dio en sacrificar corderos sin mancha alguna, niños y niñas de tierna edad,
que no pasasen de catorce a quince años, los cuales asimismo, no habían
de tener mancha, ni lunar y fue tanta la puntualidad que en esto se guardó,
que años después, habiendo llevado a una niña de doce a trece años, a la
isla Titicaca, para el sacrificio, le repudió el ministro, porque haciendo dili-
gente escrutinio, le halló un pequeño lunar en uno de los pechos. Esta niña
era ya mujer cuando los primeros españoles entraron en Chucuito, y tra-
bando amistad con uno de ellos le dijo el trance riguroso en que se había
visto, lo que le había valido para salir de él, y el tesoro que antiguamente
se ofrecía en aquel templo del Sol. Esta es cosa muy pública, y yo he oído
a muchos Indios muy antiguos haberse usado esto así.
No se ocultó a los moradores del Titicaca, la determinación, que en-
tre los españoles hubo de allí adelante de ir a la isla, y enterarse en la no-
ticia que ya tenían, así por parte de esta India, como por otras vías: porque
estando un día de mucha solemnidad en gran regocijo, oyeron tristes voces
que lamentaban a Apinguela y Bilacota, isla de que adelante se tratará,
y donde los demonios fueron venerados, y poniéndose luego los agoreros
a echar juicios, entró a todo correr, un ciervo por entre ellos, lo cual visto
atinaron con el mal pronóstico, breve jornada y viaje que los españoles ha-
bían de hacer, a la isla de Titicaca, como de hecho pasó.
En los pueblos de Piti y Mará Provincia de los Yanaguaras sucedió
el año de mil y quinientos y noventa y seis, siendo Obispo el señor don fray

HISTORIA DE COPACABANA

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Gregorio de Montalvo, que un Indio enseñado del espíritu maligno, cual
otro Anticristo, decía que era lugarteniente de Dios, predicando esto a los
Indios, que como noveleros traían mucho a su doctrina, haciéndoles creer
que una general peste de sarampión y viruelas, que pocos años antes ha-
bía corrido la tierra, era azote y castigo de su mudanza a la Fé de los Cris-
tianos. Era locuaz demasiadamente, y con sus mentirosas razones despojó
la fé de los corazones de muchos, persuadiéndoles, a que renegasen de
ella, y haciendo en presencia de ellos algunas fantásticas maravillas, par-
ticularmente un día de una junta donde se hallaron más de dos mil personas
de Piti, Mará y Aquira, en un cerro entre los dos pueblos Mará y Piti, don-
de los había congregado el embajador, y mentiroso Indio, mandándoles en
una noche clara que parecía que la Luna remedaba la mucha luz del Sol,
subiesen a aquel cerrillo que por asiento les tendió una mesa en su cumbre,
y al dogmatizador dio por cátedra, o señaló por pulpito un peñón, de donde
hizo un parlamento al rudo pueblo, causando mil vaivenes en sus corazo-
nes, en perjuicio de la verdadera fé, valióse para esto de otros encantos que
en prueba de su mentira obró, este discípulo de ella fue el primero que es-
tando limpio el cielo de nubes, levantando este Indio la mano, y como si la
tuviera para abrir los encerrados tesoros de la nieve (por quien preguntaba
Dios a Job) “Nunquid ingresus es thesauros nivis, aut thesauros grandinis
aspexisti? Por ventura has entrado en los tesoros de la nieve? Así cayó tan-
ta que la tierra se cubrió toda. (Job. 38). Otro asombro hizo acreditando su
poder, y autoridad y fue con la misma facilidad como si también fuese Prín-
cipe de la pluvia sosegarles dando tranquilidad a los aires, y serenando
los cielos corriendo, o recogiendo las negras cortinas de espesas nubes, que
tendió sobre las Estrellas a la vista de los Indios, que suspensos estaban
hechos testigos de aquellas maravillas, quedó la nieve por muchos días
certificando su caída.
Después despidiéndose de ellos, y diciéndoles que convenía su au-
sencia, para que la luz de su doctrina alumbrase los otros ciegos, hizo que
temblase aquel cerro y con su máquina diese un gran golpe en lo bajo de
él, habiendo también prometido esta señal de palabra en su despedimien-
to, esto certificaron muchos Indios y el peñón derribado a los pies afirma
haberlo sacudido de sus hombros. Para remate de sus iniquidades, y cum-
plimiento de su malicia, mandó este pseudo Profeta, a toda la multitud, que
despedazando una Cruz grande que allí había, la ofreciesen al fuego y así
la quemaron y en su lugar levantaron un ídolo, como si con esto quedase
vengado el Dragón, cuya cabeza ha de ser siempre escabel de los pies
de Dios. Todo esto se descubrió por un Indio que fue a denunciar de ello al
Visitador que a la sazón estaba en los pueblos, sin que fuese poderoso el de-
monio a estorbárselo con malos tratamientos, que le había hecho, despe-
ñándolo de una ladera, porque Dios que no quiso quedase en silencio mal-
dad que tantas voces dada a los cielos, guardaba al Indio, el cual dio luz
de todo a su Visitador, que con gran cuidado hizo su inquisición portándo-
se en sus sentencias, por el orden que le dio su prelado, a quien había hecho
sabedor del caso, prendieron al Indio, que era gafo de pies, y manos el
cual víspera de la sentencia se le desapareció ayudado del demonio, que
tantos ministros de estas ha tenido, aún entre aquesta gente inculta.
El Corregidor que entonces era de los Yanaguaras, Don Luis de Cár-
denas, con rigorosos tormentos hizo también la averiguación, donde una

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

vieja amiga de este torpe hipócrita rindió la vida a manos del tormento
hallando el Alma en las de Satanás, a quien en nombre de su engañoso y
falso predicador llamaba.
CAPITULO XVII
EN QUE SE PROSIGUE LA MISMA MATERIA Y SE PONEN ALGUNOS PRO-
NÓSTICOS, QUE PRECEDIERON A LA CAÍDA DE LOS INCAS,
Y VENIDA DE LOS ESPAÑOLES
Antes que los españoles entrasen en este nuevo mundo hubo grandes
pronósticos y precedieron señales espantosas, que anunciaron el suceso y
no fue la menor haber parido una India del Cuzco, dos criaturas de un vien-
tre, la una blanca con todo extremo y la otra por el consiguiente muy mo-
rena, visto de los hechizos y agoreros por mandado del Inca y Gobernadores
que allí habían acudido, haciendo junta de todos los magos, a quienes ellos
llaman Humu, Layca o Auqui, que de ordinario tenían pacto con el demo-
nio y por medio de estos les daba los vaticinios y respuestas, haciendo gran-
des sacrificios, consultaron los ídolos, y hieles declarado que habían de
venir a la tierra en breve tiempo gente nueva entendiendo a los españoles
y negros, y que estos habían de ser respetados y temidos de ellos. Alboro-
tóse la tierra con este anuncio, y con grandes sacrificios, que hicieron así en
el Cuzco como en todas las demás Provincias, que cada cual tenía su ído-
lo conocido, procuraron aplacarlos, entendiendo que por castigo de culpas
cometidas, les querían enviar nuevos hombres a que se enseñoreasen de
ellos. Que no hay duda sino que gobernarse por extranjeros es muy sensi-
ble, y entre los favores que Dios hace uno es cortar del mismo paño los
gobernadores, favor que prometió por el Profeta Oseas. “Dabo ei vinitores
eius, ex eoden loco” (Oseas 2.). Yo le daré personas que cuiden de la viña
que sean del mismo lugar. Gran desconsuelo es, que se enseñoreen del otro,
quien nunca le conoció, bien así lamentaban esotros la pérdida de sus cam-
pos repartidos entre los soldados, como despojos de la victoria. “Impius
haec tan culta novalia miles habebit? barbarus has segetes? in qua discor-
dia cives, Perduxit miseros, in queis consevimus agros”.
Que el cruel soldado ha de poseer estos barbechos tan buenos? el
extranjero haya de gozar de aquestos sembrados? mírese, a que estado ha
traído la discordia a los miserables ciudadanos? No es gran lástima dice
el mismo Poeta en otro lugar que el forastero y advenedizo haya de decir
a los Naturales de la tierra, “Haec mea sunt, veteres migrate coloni”. To-
do esto me pertenece, busque cada cual su remedio en otra parte y en esta
conformidad no es mucho sintiesen tanto los Indios saber que venían otros
a sujetarlos.
Aconteció en el Cuzco en un día muy solemne, que estando con gran
quietud y devoción en sus sacrificios, en el lugar y sitio donde ahora está
la Iglesia mayor, repentinamente un pájajro de varios colores nunca visto
se puso sobre el techo, el cual en voz alta que estremeció los corazones les
dio a entender y dijo claramente presto se acabarán vuestros ritos, y cere-
monia, y habrá otro nuevo modo de vivir. Aquesta ave la vieron muchos, y
la voz, y razones las apercibieron todos los que se hallaron presentes. Aun-

HISTORIA DE COPACABANA

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que los muchachos que del templo fueron echados (porque no hicieran rui-
do), fueron los que más depusieron de la vista de ella.
Que diferente devoción de la que ahora se vé en nuestras Iglesias,
que siendo casas de oración se convierten en lonja y casa de contratación
de aquesto se quejaba Cristo Nuestro Señor, por San Matheo, mi casa es
casa de oración y vosotros la habéis hecho mercado de bueyes y palomas,
y banco de dineros. Las Iglesias son lugares acomodadas para orar, y dar
fe a Dios, que por eso decía el santo Rey David: “Introibo in domum tuam”,
entraré en vuestra casa, adoraré en vuestro templo; (Mat. 21); Lucas 2; Psalm.
9); y siendo freno para nuestras vidas, que esto quiere decir templo, que
viene de un nombre Hebreo, Tepel, que es freno más se desenfrenen en él
los vicios, teniendo sus torpes tratos y lascivas conversaciones, en lugar que
tanto veneran los Angeles, es cosa lastimosa. Manda el Esposo a su Es-
posa que para conocerse vaya a apacentar sus cabritos a las cabanas de
los pastores, donde ellos asisten. “Pasee haedos tuos iuxta tabernáculo pas-
torum” (Cant. D) Donde la vista de sepulcros representación de muertos y
contemplación de Imágenes recogen los pensamientos, y hay los desata
con más presteza el pecador. Pues mire que aunque en él le parece que
Dios está encerrado entre cortinas debajo de Sacramentales especies, que
con divinos ojos mira, aunque por celosías. “En ipse stat post parietem nos-
trum” (Cant 2).
Al ruido de los muchachos salieron algunos a ver que fuese aquello,
y vieron el ave ir volando hasta que se les perdió de vista, de aquí vinieron
a decir los Magos, y Hechiceros que era cierta su ruina, y que nueva gente
se había de enseñorear de ellos. Este pronóstico y prodigio descubrió un
Indio llamado Tupagualpa, el cual certificó haber visto el ave, y haber oí-
do la voz.
A esto alude otro portento en México, el cual refiere Enrique Martínez
cosmógrafo, en su reportorio general tratado 2. cap. 25, que fue de una Águi-
la que haciendo presa de cierto labrador, que estaba en su labranza lo llevó
sin lastimarle, y lo entró en una cueva, donde el Águila dijo, poderoso señor
ya traje a quien mandaste, el labrador no vio a quién hablaba y solo oyó
una voz que le dijo, conoces ese hombre que está ahí, derribado en tierra, y
bajando el labrador los ojos, vio en el suelo un hombre con vestiduras rea-
les, y en las manos un pebete encendido, y habiéndole considerado todo, y
examinado de pies a cabeza dijo: gran señor, este parece a nuestro Rey Moc-
tezuma, respondió la voz bien dices, mírale cuan descuidado está de los
muchos males que le aguardan, por las grandes ofensas que a su Dios ha
hecho, y demasiadas tiranías a los suyos, ya es tiempo que las pague,
mira qué descuidado está y qué sin sentido, y para que mejor lo entien-
das, quítale de las manos ese pebete y llégaselo al muslo. Temió el labrador,
pero asegurándole la voz con más Imperio, llególe el pebete, y a la labor
del fuego, estuvo inmóvil el cuerpo. Mandóle el que le hablaba fuese a des-
pertar a Moctezuma del profundo sueño en que estaba, y para esto le vol-
vió el Águila a poner en el puesto de donde le había traído, el cual luego
en cumplimiento de. aquella espantosa visión, y mandato preciso, dio aviso
a Moctezuma del triste suceso, que le amenazaba; el cual mirándose halló
su muslo abrasado que hasta entonces no lo había sentido. Esto sucedió po-

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

co antes de la entrada de los españoles en aquel Reino, que fue un por-
tento, y prodigio que declaró su ruina.
En este asiento de Copacabana andando inquiriendo antiguallas hallé
un Indio muy viejo, el cual me certificó haber oído a sus antepasados, que
cuatro o cinco años antes que los Cristianos entrasen en el Perú, los ídolos
les habían declarado, cómo venía nueva gente por la mar, que era valero-
sa, blanca y barbada, y que por espacio de algunos meses se veía a me-
dia noche gran fuego en el cielo, en forma de pirámide, la cual salía siem-
pre al Oriente.
También nos dijo, que vieron una cometa larga, con una extremidad,
que tenía por principio, una cabeza como de cóndor o buitre. Todo esto pu-
do ser así pues sabemos por historias, que a ruinas y pérdidas de reinos,
y Provincias han antecedido grandes señales, y en el reino de México, su-
cedieron muchas como se ven en sus crónicas, y estando actualmente el
Inca Atabalipa o Ataguallpa (como otros le nombran) preso en Cajamar-
ca, se vieron algunas señales maravillosas y fray Prudencio de Sandoval
cronista del invicto Emperador Carlos Quinto, apuntó algunas. Volviendo
pues ahora a los sacrificios, que en tiempo de su gentilidad se ofrecían en
el Perú, y en particular en la isla Titicaca, donde afirman los Indios, ha-
bitaba el Sol, por haberlo visto según ficción de alqunos hechiceros salir
de aquella peña, era lo que se ofrecía oro, olata, conchas, palmas y ropa de
cumbi, la más fina que se tejía en toda la tierra, y así afirman aquestos
Indios tenía el Inca, cubierta la peña del adoratorio, con una cortina de
cumbi, el más sutil y delicado que jamás se vio en Indias. Todo el cóncavo
de la peña estaba cubierto de planchas de oro y plata, y en unos vacíos que
ahora se ven, se echaba la ofrenda que era a propósito, y conforme las
fiestas, que hacían, que unas eran más solemnes que otras, adornaban el
santuario, con cortinas de cumbi de diversos colores, esto viene muy bien
con lo que cuenta fray Prudencio de Sandoval, en el libro 13 de la historia
del Emperador, que cuando entraron los españoles en el Cuzco, hallaron
grandes riquezas, y que los templos de los ídolos, estaban cubiertos con
planchas de oro y plata. Asimismo se ve hoy, delante de la peña, por asien-
to una Cruz, que allí está puesta, una piedra redonda, a la traza de una
vasija en que echaban la chicha, que había de beber el Sol, no se con
qué instrumento se labró, porque está con extremo bien acabada.
También dicen tenía allí el Inca, un brasero muy grande de oro, y
por pies cuatro Leones del mismo metal, o de plata según otros, pieza de
mucho valor, de la cual no hay certeza, que se hiciese, aunque indios muy
viejos, han certificado que así como los moradores de la isla, entendieron
que con tantas ansias, buscaban los españoles plata y oro, la escondieron,
y que en la laguna echaron gran parte del tesoro que allí había. Yo bien
imagino, que de cuando en cuando, sacan los Caciques alguna plata y
oro, aunque nunca han podido con ellos, las personas que han teñido ma-
no, hacerles que descubran algo de lo mucho que hay escondido.

HISTORIA DE COPACABANA

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CAPITULO XVIII
DE LAS VÍRGENES DEDICADAS AL SOL QUE HUBO EN EL PERÚ
El demonio que en todo ha querido ser simil y remedo de Dios, sa-
biendo cuanto ama la limpieza, (con ser la misma inmundicia, y torpeza
este enemigo) todavía como pudo pretendió en este nuevo mundo quitar al
sumo Dios esta gloria, y servirse de integridad, y pureza haciendo que tam-
bién a él le ofreciesen Vírgenes, según que antiguamente se lee habérselas
ofrecido, y dedicado a la Diosa Vesta, de donde vinieron a llamarse Vírge-
nes Vestales, de éstas hace mención nuestro padre San Agustín en los li-
bros de la Ciudad de Dios y Tito Livio en sus décadas, y sin esto otros mu-
chos autores (Aug. lib. 4. de Civi Dei). Acá en el Perú hubo muchas casas
de Vírgenes, dedicadas al Sol, y porque los que de éstas han tratado las lla-
man vestales, algunas veces les doy yo este nombre. Por lo menos en cada
Provincia en los lugares más señalados, había de haber una casa, en la
cual estaban dos géneros de Vírgenes, unas ancianas comunmente llama-
das Mamaconas, y otras niñas con otros nombres. Las Mamaconas no ser-
vían sino de enseñar a las novicias, que eran las niñas, que de edad de
ocho años las admitían en aquel recogimiento donde se criaban, hasta los
quince o diez y seis años, y en llegando a esta edad, o las sacaban para
sacrificarlas al Sol, o las llevaban al Inca para que las diese por mujeres
a sus Capitanes o parientes, o a los más familiares suyos, y muchas veces
admitía para su servicio algunas de estas Vírgenes, y se casaba con ellas,
escogiendo las más principales; esto no se hacía, sino en fiestas muy seña-
ladas, teniendo primero orden del Inca para ello.
En esta Isla Titicaca, por ser el adoratorio más señalado, a donde
concurrían de todo el reino, hubo tres géneros de Vírgenes, unas muy her-
mosas que llamaban Guayruro, otras no tan hermosas, que tenían por nom-
bre Yuracaclla, otras que eran menos hermosas, que nombraban Pacoaclla.
Cada una de éstas tenía una como Abadesa, que era una India anciana,
que también había de ser Virgen, la cual cuidaba de todas la de su monas-
terio, y les repartía el hilado y ropa que habían de hacer. Que son muy
hermanas o deben serlo, la Virginidad, y la ocupación, y en realidad de
verdad, como en la pelea de la castidad, está librada la victoria en solo huir,
mientras más se embarazan los sentidos, más enfrenada queda la lascivia y
más olvidada la deshonestidad. (S. Ambr. lib. I, de Virginitate). Esto alcan-
zaron aún los Indios barbaros, cuando con tan gran cuidado ordenaban
que siempre tuviesen ocupación sus Vírgenes.
A las chicas las enseñaban a hilar, y otras cosas fáciles y entrando
en edad, las ponían a tejer y a oficios con que pudiesen pasar la vida; no
permitiendo que estuviesen ociosas, conociendo a la ociosidad, por ma-
dre de todos los vicios.
La ropa e hilado de estas Vírgenes, era lo más curioso y de mayor
estima que había en el Reino, pues había de servir, así para el ministerio
de los ídolos, como para el vestuario del Inca, o de sus Capitanes más se-
ñalados. Algunas se ocupaban, en hacer chicha para los sacrificios (aunque
no les era permitido a ellas usar de este brevaje) porque no fuese causa la
embriaguez de algunos pecados lascivos y deshonestos, pues es cierto, que

62

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

donde la hay reina Venus, y por el contrario faltando muere. “Sine Cerere
& Bacho, friget Venus” (Terencio) y Virgilio dice agudamente sobre este pen-
samiento: “Nec Veneris, nec tu vini capiaris amore, uno namq; modo, vina.
Venus, nocent”. (Virgilio).
Y el poeta lírico en una de sus Epístolas, habla doctamente:
“Quid non ebrietas, designat? operta recludit.
Spes iubet esse ratas, in praelia trudit inermem” (Horacio)
Y dejando dichos de Poetas Gentiles, se me ofrece aquella senten-
cia de San Gregorio. La abstinencia de los manjares es fortísima, contra
el vicio de la lujuria, porque si ella es fuego, quitarle los manjares, es qui-
tarle la leña, principalmente el vino, en el cual como dice el Apóstol, está
la lujuria. “Nolite inebriari vino in quo est luxuria” (Ad Ephe. 5). Cada una
de estas Vírgenes había de dormir sola en su celda. Tres veces al día las
visitaban, por la mañana, a medio día y a la noche. En fiestas principales
sacaban de estas Vírgenes, para ofrecerlas en sacrificio al Sol, degollándo-
las, y con su sangre, rociaban el adoratorio y los ministros con la misma
sangre se ungían los rostros, entendiendo que el mayor, y más grato servi-
cio, que podían hacer al Sol, era aqueste. De estas Vírgenes sacaban otras,
con ocasión de que sirviesen de barrer, limpiar el adoratorio, obligadas a
perpetua Virgnidad, llamaban las mujeres del Sol, trueno, o rayo, que eran
los dioses de la isla, y los que con más veneración eran respetados. Para el
sustento de estas Vírgenes, que eran en gran número, porque de todo el Rei-
no traían las hijas de los Indios más principales escogiendo las más her-
mosas, habían rentas y heredades propias, de cuyos frutos se sustentaban,
y los Indios de Omasuyos, Orcosuyo y Chucuito, estaban obligados a hacer-
les sus chacras o sementeras, así de papas, ocas, quinua, como de las de-
más legumbres y los del Arecaja y Yungas comarcanos, habían de acudir
a la sementera de maíz, obligando a otros que estaban algo más distantes
a que acudiesen con aquellas cosas, que por los Gobernadores les estaba
ordenado.
En la isla Coata se hallan grandes edificios, porque el Inca Guayna-
capac quiso aventajarle a su padre, y así intentó cosas nuevas por seña-
larse, edificó una casa, para vivienda de las Vírgenes dedicadas al Sol, para
que cuidasen del adorno de su templo, y de su esposa la Luna, que en aques-
ta isla, tenía su casa señalada. Tocante a esta isla no hay que advertir más
que se hallaron labradas en piedra muchas figuras de animales diversos, casi
semejantes a las que los españoles hallaron en México, cuando ganaron
aquella tierra, que por arte del demonio, las debieron de labrar. Al monas-
terio, o casa donde estaban estas Vírgenes llamaban Acllaguasi (que sue-
na lo mismo que casa de escogidas). Cada casa de éstas tenía su Vicario o
Gobernador, el cual vivía no muy distante de ella, Uámanle Apopanaca,
con facultad de escoger, todas las que quisiese, de cualquier calidad que
fuese, siendo menores de ocho años, y antes de admitirlas veía si tenían
algún defecto, o fealdad que estorbase, aquella forma de religión que profe-
saban. Porque decían, que las dedicadas a su Dios, no habían de tener má-
cula alguna. A cualquiera que sin licencia del Inca o del Gobernador, en-
traba en algunos de estos recogimientos, le costaba la vida, que a unos ahor-
caban luego o las empozaban, cubriéndolas de piedras, y para horror y es-

HISTORIA DE COPACABANA 6i
panto de otras, quemaban algunas de las que eran cogidas en semejan-
te crimen, o las asateaban (y este castigo llamaba guachi) y si se averigua-
ba haber alguna Virgen de estas, despreciado la pureza prometida, la ente-
rraban viva, que en esto se asimliaba, el castigo que acá dio el Inca con
sus Vírgenes con el que los Romanos ejecutaban, en sus Vírgenes Vestales
(Aug. lib. 3 de civi Dei, cap. 5).
San Jerónimo, en la epístola ad Salutiam de Virginitate servando,
excelentes cosas dice, de lo que la conversación de los hombres ha de huir-
se, si la continencia ha de asegurarse, y así el encierro propísimo de las
mujeres, dice la escritura que es el Esposo. Y en la Esposa lo da a entender
bien claro. Lirio de los valles, es título del Esposo. “Lilium couugllium” (Cant
2.) y de un cerrado huerto, es Lirio la Esposa, y aún defendido de espinas.
“Sicut Lilium ínter spinas, sic árnica mea ínter filias” (Cant. 2). Es mi amiga
entre las hijas, como el Lirio hermoso entre las espinas. Que así como el lirio
pierde su olor si se manosea, la doncella que con los hombres trata, pierde
su fragancia y pone a peligro su entereza. Ha de ser la doncella, como la
polilla, que vive en el cofre encerrada entre la grana, y en poniendo las
ropas al oreo y sacándolas a la ventana muere la polilla, así es la donce-
lla que vive en lo retirado de su casa, y en queriendo orearse por las calles
y ventanas luego es perdida como la hija de Jepte, que por no guardar
clausura perdió su vida, y es bien que la traigamos por ejemplo, de las que
no la saben guardar. Si está por salir de su clausura, a recibir a su padre,
perdió la vida, la doncella que en estos miserables tiempos, no guarda re-
cogimiento, por andarse en comedias, visitas y jardines, qué mucho que
pierda la vida de la gracia, y por eso dijo el Espíritu Santo de Dios, en el
capítulo 7. del Eclesiástico: “Filiae tibi sunt? Serva corpus illarum” (Eccles. 7).
Tienes hijas? Pues mira por el cuerpo de ellas, pero qué importa que éste lo
aseguren las rejas, si una lasciva conversación y el desenfreno de un li-
viano pensamiento entre la entereza del cuerpo, deja perdida el alma. El
glorioso Doctor de la Iglesia, San Basilio, apenas se atreve a reprehender,
en las Esposas de Cristo desenvoltura, juzgando que es tan execrable, que
no hay modestia, que en su conversación se sufra, y harta confusión es, la
puntualidad, con que las Esposas del demonio, conservaban su integridad.
CAPITULO XIX
EN QUE SE PROSIGUE LA MISMA MATERIA Y SE TOCAN
COSAS CURIOSAS
A la principal de aquestas Vírgenes, que nombraban Mamaconas, ve-
neraban como a mujer del Sol, y aunque todas eran respetadas, ésta con
singulares actos y ceremonias era preferida, porque en sus mayores fies-
tas la sacaban vestida de ricas ropas, y la ponían en medio de la multitud,
para que le ofrecieran todos, dones y presentes, como a Esposa de su Dios.
Estaba ésta con las demás Vírgenes recogida, y encerrada y aquel reco-
gimiento y clausura era parte para que más las veneraran y mirasen como
a cosas del Dios que adoraban, que hasta el demonio les dio a entender
pagarse del recogimiento, de las que a su servicio, estaban dedicadas.
Entre las cosas de inmortal renombre, que Salomón puso en la fá-
brica del Templo, fue levantar, dos bellísimas columnas de metal, de diez

64

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

y ocho codos de altura cada una y llegando más en particular, al artificio
de sus chapiteles dice dos cosas, que estaban cubiertas con unas redes, y
lo segundo que su íábrica era. “Quasi opera libii fabricata”. Que estaban
echos al modo de azucenas, cada cual de estas columnas, en un bellísimo
jeroglífico de la Iglesia, porque así la llamó San Pablo: “Columna & fir
mamentum veritatis” (I. Timet 3.) columna y firmamento de la verdad, por^
que aunque más se embravezcan las aguas de las herejías. “Portae inferí
non prevalebunt adversus eam” (Mat. 19). Y dejando aparte las dos, que las
columnas tenían, la basa, pedestal y chapitel, esta tercera parte dice que
era hecha como de azucenas, que es símbolo del estado de las Vírgenes,
consagradas a Dios, que como bellísimas y fragantes azucenas viven en
el mundo y el Esposo entre ellas se apacienta. “Qui pascitur inter filia”. (Cant.
6). Y dice que estos lirios estaban cubiertos de redes, porque quiere Dios tan
para sí las Vírgenes, que puestas en retiro entre paredes, allí tengan su alo-
jamiento y abrigo, de suerte que ni aún por brújula, quisiera Dios que el
mundo se las mirase, porque es cosa muy tierna la integridad, solo un mi-
rar risueño, una palabra sin recato la deslustra, desflora y la marchita y es
tan delicada, que con facilidad la aojan y así quiere Dios que se guarde, se
conserve, se retire y viva entre claustro y paredes, que por eso es compara-
da a los Angeles, y aún son las Vírgenes más que Angeles, y en algunas
cosas preferidas a ellos, y no es mucho decir que se aventajan a los Ange-
les. La integridad es virtud de quien el mismo Dios hace honra, y díjolo
delgadamente Nacianceno, en uno de sus versos. “Prima Virgo Trias est,
siquidem patre natura Narco”. El Primer Virgen el la Trinidad de Dios,
no hace Dios honra de ella al llamarla Profeta, porque el Profeta no lo ve
todo clara y distintamente como Dios, ni se precia de llamarse Apóstol,
porque Apóstol quiere decir enviado, y la Trinidad es la que envía. Ni Con-
fesor porque antes ella es a quien todos confesamos, ni se precia de lla-
marse Mártir, pues es imposible padecer aquella inmortal naturaleza, pues
la que excluye todos los demás apellidos, quiere el de Virgen para sí. “Pri-
ma triados Virgo est”, pues que mayor excelencia se puede imaginar de la
Virginidad, pues sola ella puede convenir a Dios. Bendito sea tal estado,
benditos los que le siguen:
Volviendo pues a las Vírgenes de aquesta bárbara gentilidad, las
Mamaconas dedicadas al Sol, y los ministros de su falso adoratorio, se sus-
tentaban más de las rentas señaladas, de lo que sobraba de las ofrendas
que el Inca, y sus capitanes enviaban finalmente, para hacer reseña de su
devoción y acreditar aquella romería, ayunó allí el Inca un año entero, abs-
teniéndose de sal, ají y carne, no guardando en lo demás forma de ayuno.
Cosa averiguada es entre estos Indios del Collao, que cuando el Inca fue
a su romería de Titicaca, se le apareció el Demonio en forma de un Indio
lucido, que le dijo le quería hablar a solas, que mandase a su gente se
retirasen, y que solo él le siguiese, fueron hasta el embarcadero solos tra-
tando cosas del gobierno, y orden que había de tener. Anduvo el demonio
sobre las aguas y queriéndole seguir el Inca, le mandó que aderezase su
balsa, porque no era para todos andar sobre las aguas. Por estas y por otras
cosas semejantes, celebró tanto el Inca el adoratorio de Titicaca y lustrán-
dole con varios edificios y procurando que las casas de las Vírgenes dedi-
cadas al Sol, hubiesen las cosas necesarias. Todo el fundamento de Titicaca
y su singular estimación, fue el afirmar y tener por cierto los antiguos que
careciendo de luz algunos días, vieron después salir al Sol de aquella pe-

HISTORIA DE COPACABANA

65

ña, de donde resultó la obscuridad en que estos anduvieron, hasta que la
verdadero luz y Sol de justicia resplandeció en el Perú. Puédese creer que
las tinieblas fueron aquellas del día en que el obrador de nuestra salud
padeció, y que reparasen estos en ella, como en cosa tan extraordinaria, y
nunca vista, como se escribe haber reparado, el Filósofo Dionisio Areopa-
gita, y al descubrir el Sol, se le antojase a algún hechicero que salía de
ella. Aunque para lo que ellos querían inventar, no era menester tanta oca-
sión y fundamento. Cuando estas Vírgenes dedicadas al Sol pasaban de
la edad florida y venían a hacerse ya mujeres habían de guardar perpe-
tua Virgnidad, por haber sido dedicadas al Sol. Y en confirmación de esto,
quiero contar un caso notable que hará poco más de nueve años sucedió
por los de 1611, en el pueblo de Viacha, una jomada de la ciudad de La
Paz, siendo doctrinero en él, el Racionero Ruiz López de Frías Cuello el cual
certificó a muchas personas, que habían muerto en el pueblo, una India
vieja que a su parecer tendría más de 120 años y que yéndola a confesar
le dijo que no estaba bautizada y que estaba Virgen, preguntándole la
causa declaró haber sido de las dedicadas al Sol, y que por esta causa nin-
gún Indio se había atrevido a tener mala amistad con ella. Bautizóla con
gran gusto, dando infinitas gracias a Dios porque así quiso honrar a esta
pobre India, por la limpieza que conservó en vida, guardando perpetua vir-
ginidad, que hasta en los gentiles la respeta Dios, que mandó a Josué pa-
sase a cuchillo todos los culpados y a vueltas todo el pueblo, solamente le
exceptuó las vírgenes. “Omne generis masculini & mulieres quae cognove-
runt viros interficite. Virgules autem resérvate” (Indic. 12). Mueran chicos y
grandes, mueran todas las mujeres, que hubieran tenido amistad con hom-
bres, pero en ninguna manera hagan mal a las Vírgenes, miren por ellas.
En el asiento de Copacabana, en el cerro llamado Llallagua, donde
se vé hoy día la ermita de Santa Bárbara, al pie del, como bajamos a la
laguna en frente de Pomata había un cercado, que llaman Taguakouyo, don-
de recogían las Vírgenes que sacaban de la isla, señaladas para el sacrificio,
y para el tiempo que se había de hacer, las ponían en unas balsas muy com-
puestas, y las llevaban donde se había de hacer la víctima sangrienta al
Sol o a la Luna. Procuraban que no fuesen de mucha edad y las más her-
mosas, llevándolas curiosamente vestidas. Y tres meses antes del sacrificio,
las hacían los ministros ayunar, dándoles moderadamente de comer, obligán-
dolas a que se abstuviesen de sal, ají y carne, a este ayuno o abstinencia
acudían también los del pueblo, privándose de todo regalo, aguardando su
solemne fiesta del Capac Raymi, que de ordinario por lo que se ha visto,
se suele encontrar con la solemne, que nosotros celebramos del CORPUS
CHRISTI. Otro caso no menos memorable, que el que ha poco referimos, se
me ofrece para prueba de que algunos Indios Caciques, allá en sus retretes
con el secreto a ellos posible, siguiendo los pasos de sus mayores, consa-
gran y dedican vírgenes a sus falsos dioses. Por el año 1598, en el Corregi-
miento de Caracollo, distrito de Sicasica, buscando Pedro Franco, unas mi-
nas (ya tarde, cansado del trabajo) llegó a unas sepulturas para hacer noche
allí, y entre ellas vio una que se señalaba por ser mayor que las otras, y
oyó en ella un quejido lastimoso que le estremeció las carnes, y de ahí
a un rato, otro y viendo que iban en aumento, alcanzándose a otros, cono-
ciendo ser humanos se acercó a ella y hallóla recién tapiada, abrióla con
una barreta que llevaba y alió una niña hermosísima de edad de diez años,
que estaba ya en lo último, porque tres o cuatro días había (según declaró)

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

que la habían puesto allí los Curacas de Sicasica, ofreciéndola a sus vanos
dioses, sacóla y regalóla de manera que volviese en sí y vivió mucho tiem-
po, de que hay gran noticia por ser público. El origen de estas Vírgenes de-
dicadas al Sol, fué desde Pachacuti Inca, y en Copacabana desde Topa
Inca padre de Guainacapac.
CAPITULO XX
DE OTRAS COSAS QUE HUBO EN COPACABANA Y DEL BUEN GOBIERNO.
QUE TUVO EL INCA, TODO A FIN DE QUE SE SIRVIESE BIEN EL
ADORATORIO DEL SOL
Era tanta la gente que de todo el reino sujeto al Inca acudía a este
adoratorio, que mandó se hiciesen hospederías públicas donde se recogie-
sen los peregrinos. A estas hospederías (que eran unos galpones grandes)
llaman acá en el Perú comunmente tambos, y a los que se hacían para los
que acudían a los adoratorios, nombraban corpaguasi, que suena lo mismo,
que en nuestro vulgar, casa de peregrinos, donde eran regalados, mientras
duraba el tiempo de su romería. Viniendo de Yunguyo, llegaban primero a
Copacabana, donde cada uno era regalado, según la calidad de su perso-
na, dándoles lo necesario de comida y bebida, y si eran pobres se les daba
algún vestido. Para esto tenía el Inca, en el lugar de Loca, media legua de
Copacabana, unas alhóndigas o graneros, que los Indios llaman coicas, don-
de se recogía toda la comida, así para el sustento de la gente de guerra
como para los ministros de los templos, y para los peregrinos que a ellos
acudían, de estos depósitos se ven alrededor de Copacabana, por las faldas
de los cerros.
Saliendo de Copacabana, en prosecución de su romería, cualquier
peregrino era fuerza, pasar por otras dos hosterías, que estaban en el ca-
mino antes de llegar a Titicaca, donde de la gente que para este ministerio
que allí estaba, eran recogidos y regalados. Es común opinión entre los In-
dios, que en todos los depósitos, se recogían gran suma de maíz y otras le-
gumbres, y mucha cantidad de charque (que este nombre tiene la cecina, a
que no acosumbran echar sal).
Para que se evitasen pecados más graves, conociendo la mala incli-
nación de los Lupacas (gente muy dada a deshonestidad) ordenó el Inca,
que en Copacabana hubiese lugar señalado para algunas mujeres hermo-
sas, puestas en custodia, para aquellos que quisiesen casarse, sin la acos-
tumbrada ceremonia, respecto de su pobreza. El Gobernador conforme los
servicios y calidad de los postulantes, les daba la mujer o mujeres que
pedían, dando orden en que se ocupasen en algún ejercicio para poder pa-
sar la vida.
Era grande el cuidado, que el Inca mandaba poner, en que se cas-
tigase aquellos que eran flojos, remisos y descuidados, en las cosas tocan-
tes al servicio y culto de sus vanos dioses. A todos aquellos que cometían
graves culpas, los ajusticiaban luego, o llevaban al Cuzco, donde tenía sus
leoneras y allí echaban a los delincuentes, para que fuesen comidos y des-
pedazados de aquellos fieros animales. Esta pena se solía también ejecutar
en aquellos que inquietaban a las Vírgenes dedicadas al Sol.

HISTORIA DE COPACABANA

67

El Gobernador que residía en Copacabana era de la casa Real del
Inca, inmediato a su persona, tema el asiento tan sujeto, que así los mo-
radores, como los forasteros y los que acudían a visitar los templos del
Sol y de la Luna y de otros ídolos, no se atrevían a embriagarse en días
particulares. Tampoco usaban hurtar ni aún cosa de muy poco valor, por-
que entre ellos el hurto era gran delito; así por la infamia en que se incu-
rría como por los grandes castigos, que contra los tales se ejecutaban, y así
cualquiera, con seguridad podía dejar, en su casa o chacra lo que tenía. No
se atrevían a reñir unos con otros, porque el castigo era, contra los pen-
dencieros, riguroso.
Andaba el Gobenador en traje de Inca, solamente se diferenciaba
del verdadero señor y Rey de ellos, en traer la borla a un lado, que solo
al Inca pertenecía traerla sobre la frente. Este cuidaba que todos viviesen
bien, sin hacer uno agravio a otro, traía siempre la gente bien ocupada y
en tiempo de sementeras, hacía que se ayudasen y esta es la causa por-
que sembraban tanto. Cada Gobernador en la Provincia, o lugar que era
a su cargo, hacía lo mismo, procurando que no estuviesen ociosos los indios.
Era orden del Inca dar comida y vestuario a los chasquis o correos,
que tenía así en Copacabana, como en otros lugares para el aviso breve
de las cosas que sucedían. Estos eran muy estimados del Inca, que por go-
zar de sus favores, procuraban desde niños, darse a los juegos Olímpicos, en
que los Gobernadores del Inca, solían ejercitar a los muchachos con pre-
mios que se les señalaban.
Sábese de cierto, que algunos de estos correos, que tenía así en Co-
pacabana, como en otros lugares para el aviso breve de las cosas que suj
cedían. Estos eran muy estimados del Inca, que por gozar de sus favores,
procuraban desde niños, darse a los juegos Olímpicos, en que los Goberna-
dores del Inca, solían ejercitar a los muchachos con premios que se les
señalaban.
Sábese de cierto, que algunos de estos correos, por ganar nombre,
señalándose en ligereza, solían ir desde Copacabana al Cuzco, (distancia
de doce a trece jomadas, en tres o cuatro días) e Indio hubo que en poca
más distancia de tiempo estando el Inca en Tiahuanacu desde el Cuzco, que
como se sabe están más distantes, que el Cuzco y Copacabana, vino a dar-
le cierta nueva de importancia, admirado el Inca de su ligereza, le mandó
sentar diciéndole, Tiay guanaco, que es como si dijera, siéntate gamo, pues
eres ligero como él. De aquí tomó nombre aquel asiento.
Conociendo el Inca, que la gente Lupaca, era lasciva, y deshonesta,
y que gustaba vestirse afeminadamente, usó de grandes castigos para redu-
cirlos a buena policía, y así muchas veces, les quitaba los ganados y co-
midas, para que la necesidad y la hambre los tuviera más oprimidos, y los
inclinase más al trabajo, que por esto dijo el poeta Plauto: “Nam illa omnes
artes perdocet, ubi quem attigit”.

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

CAPITULO XXI
DE LO QUE HACÍAN LOS INDIOS CUANDO CAMINABAN Y LAS
COSAS QUE ADORABAN
Cosa fue muy usada en todo el Perú, adorar los Indios, cerros, piedras,
peñascos, árboles, manantiales, y lagunas y cualquiera cosa notable que
en los caminos encontraban, y a cada cosa de estas ofrecían sacrificios.
En este pueblo de Copacabana, que fue cabeza de idolatría, y donde más
se ofendió Nuestro Señor, por ser grandes los ritos y supersticiones que en
¿1 se hallaron, hubo gran número de Apachetas, que para declarar que
sean, se ha de notar que usaban los Indios, y hoy en muchas partes no
lo han olvidado muchos, y en particular los viejos, que cuando van ca-
mino, echan en lo alto de algún cerro, o encrucijada algunas piedras donde
hallan algún montón de ellas, y antes de Ueqar a semejantes lugares,
hallan algún montón de ellas, y antes de llegar a semejantes lugares, van
con algún temor y devoción, pidiendo al cerro favor y pasaje próspero. A es-
tos promontorios y rimeros de piedras, llamaban Apachetas y suelen ofre-
cer el calzado viejo, (que llaman ellos ojotas), coca, plumas, y otras cosas
ridiculas, y cuando más no pueden, echan una piedra, y la suelen llevar
un buen rato en hombros, hasta llegar al lugar donde se ha de poner, y todo
esto que echaban era ofrenda, para pedir nuevas fuerzas al demonio. Y era
tanta la ceguera de estos miserables Indios, que por semejante acto creían,
que cobraban aliento, y vigor, y muchos están todavía en esta ceguera. De
este rito y ceremonia hace mención el Concilio Límense segunda parte 2.
cap. 29. Por todos los caminos del Perú, y en particular de los de la sierra,
se hallan grandes rimeros de piedras ofrecidas al demonio, hállanse tam-
bién muchas inmundicias, que por ellas echan ahora de ver los Indios la-
dinos, y los que con españoles y sacerdotes se han criado el error en que
estaban sus antepasados y que el demonio, como quien es la misma inmun-
dicia y abominación se paga de semejantes servicios. Casi de este mismo
disparate usaban los antiguos gentiles, de los cuales se hace mención en
los Proverbios. “Sicut qui mittit lapidem in acervum Mercuri ita qui tribuit
insipienti honorem”. (Prob. 26). Como quien ofrece piedras al montón de
Mercurio, así el que honra a necios. Que es lo mismo que decir que no se
saca más fruto, ni utilidad de lo segundo, que de lo primero porque ni la
estatua de piedra de Mercurio siente, ni el necio sabe agradecer la honra
que le hacen.
De otra ofrenda no menos donosa usaban estos Indios, cuando pasa-
ban por los Apachetas, que era tirarse de las pestañas o cejas, y poner lo
que de ellas arrancaban junto a la boca, alzado el rostro al Sol, y con un
soplo arrojarlas en alto, ofreciéndolas a los cerros, o a los Apachetas, o a
aquellos Dioses que en mayor veneración tenían, y cuando habían de pasar
por aquestos lugares, iban con gran recogimiento de corazón deseosos de
agradar al sitio, por parecerles que había en él alguna Deidad, y que se-
mejantes dioses eran los que favorecían a los hombres, dándoles fuerzas y
las cosas necesarias. Lo mismo juzgaban de los manantiales y lagunas que
encontraban y muchos gustaban vivir cerca de aquestos lugares. Todas las
veces, que así los pescadores como los caminantes habían de entrar en los
ríos, arroyos o lagunas, luego al principio recogían en la boca una poca
de agua y la bebían, en señal de veneración y respeto, juzgando que con

HISTORIA DE COPACABANA

69

aquesta ceremonia tendrían muy próspero suceso, en lo que intentaban
hacer, asegurándose de todo mal, hoy día están muchos en aqueste mismo
error. Tan ciega estaba la Sinagoga, pues todos los bienes que habían re-
cibido de la mano de Dios, los referían a los ídolos, dándoles como dice Oseas,
título y renombre de amigos y amadores. “Vadam post amatares meos qui
dant panes mihi” (Exod. 32). Quiero agradar y seguir a mis amigos, porque
uno me da una cosa y otro otra, uno pan, otro vino, otro lana y hasta lo
que tengo de beber me dan, y así dijeron los Israelitas. Estos son tus dioses,
Israel, los que te sacaron de la tierra de Egipto y mintieron pues aquel fue
hecho Dios de ayer acá, y antes habían ellos salido de Egipto, que el be-
cerro fuera hecho Dios. (Hier 44.). Lo mismo dijeron por Jeremías, nosotros,
nuestros padres, nuestros Reyes y Principes, sacrificamos en las ciudades de
Judea, y en las plazas de Jerusalem a la luna, y nos vimos hartos de pan y
desde aquel tiempo, que dejamos de ofrecerles sacrificios, nos vemos nece-
sitados, perseguidos y muertos de hambre. Error en que toda la gentilidad
ha estado, atribuyendo al Sol, a la Luna y a las Estrellas, todos los bienes
que reciben de la franca y liberal mano de Dios, y aunque pudiera ejem-
plificar con muchos ejemplos, basta para mi propósito uno sucedido en este
reino, donde tan viva estuvo siempre la idolatría y más en particular en
esta isla Titicaca, y en todos sus lugares comarcanos a la laguna que lla-
man de Chucuito, en cuyo territorio, siendo Gobernador el Conde de la Go-
mera, haciendo diligente escrutinio de los Indios, que vivían en aquellas
islas y entre algunos totorales (que hay muchos en toda su circunferencia)
y entre otras personas envejecidas en la idolatría que allí se hallaron, fue
sacada de entre aquellos totorales (que son como juncos grandes o espa-
dañas) una India criada toda su vida en aquella laguna sin conocimiento
de Dios, sin urbanidad, ni policía humana, como una bestia y predicándola
y enseñándole la fe de un verdadero Dios a quién se debe la adoración, que
la criatura ha de dar a su criador, y diciéndole el que la predicaba aquel
luqar de San Pablo. “In ipso enim vivimus, & movemur, & sumus” (A Eto.
17). Porque él es el autor que nos da la vida, y que la conserva de cuyas
liberales manos recibimos el sustento ordinario”. “Aperis manumtuam & im-
ples omne animal benedictione” (Ps. 144). Respondió la India que su Dios
era aquella laguna que le daba el pescado, que comía y el cochucho que
se coje en sus orillas y la totora con que cubría su desnudez y sus; raíces le
servían también de sustento. Que es lo mismo que dijeron los otros. “Vadam
post amatores meos, qui dant mihi linum, & lanam” Y estaba tan ciega su
alma con las tinieblas de su ignorancia, que no le pudieron persuadir que
había otro Dios sino su laguna, de quien le venía todo el sustento a su pa-
recer. Bien diferente lenguaje del que tuvo el Patriarca Jacob, cuando desper-
tando de aquel sueño en que vio la escala que con sus dos extremidades
tocaba el cielo y el suelo arrimado Dios a lo alto de ella dijo en el Génesis
28. “Si fuerit Deus mecuc & custodierit me in via etc.”. Si Dios fuere conmi-
go y me guardare en aquesta jornada y me diera pan que coma y vesti-
duras que me vista y con prosperidad me volviera a la casa de mi padre,
será mi Dios. “Erit mihi Dominus in Deum” Que bien merece serlo aquel de
cuyas manos vienen derivados todos los bienes.
Ya gracias sean dadas al omnipotente Dios, y a la esclarecida rei-
na de los Angeles, la Virgen de Copacabana, que en este asiento de donde
ella es Patrono, no hay rastro de ídolos ni de apachetas, ni de cosa que

70

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

huela a idolatría, porque como los Naturales de aqueste lugar y de casi to-
da su comarca han visto tantas maravillas y milagros que la Virgen ha
obrado en favor suyo, olvidados de sus locas ceremonias y ritos supersticio-
sos acuden a ella, que como verdadera Madre y Señora jamás se cansa de
favorecerlos con larga mano. De esto se han mostrado entre los demás In-
dios del Perú, gratos a la Virgen, los de Copacabana que en señal y ren-
dimiento de gracias, han procurado siempre desterrar de sus fiestas sus en-
fadosos atambores (singular brindis y de gran fuerza entre los Indios para
sus borracheras) no consintiéndolas estos de Copacabana, ni los bailes de
sus antepasados, que tan vivos los tienen los del Perú, por dar un cierto
olor y descubrir unas vislumbres de Idolatría, a que tienen dado de mano,
los de este pueblo, que con devoción increíble, solo tratan el culto de la
Virgen, cosa que de ordinario despierta la lengua de los pasajeros, no de-
jando sellados con el silencio sus labios para que dentro queden escondi-
das las alabanzas de la Virgen, en ver que el pueblo que antes era maes-
tro de errores, sea ya tan verdadero y despierto discípulo de verdad. Ra-
zones que aluden a las que San León dijo, tratando de Roma. “Et quae erat
magistra erroris facta est dicipula veritatis”. Los que con particular discre-
ción pintan semejante devoción digna de consagrarse, a la inmortalidad,
son los Religiosos de todas las órdenes, que a aquella santa casa acuden a
novenas y si bien es verdad que Dios, por los méritos de su Madre Santí-
sima, ha sido el agente principal que ha desterrado y destruido la Idolatría
de todo el territorio de Copacabana, también se deben alabanzas dignas
de no sepultarlas en olvido, a los Religiosos de nuestro Padre San Agustín,
que como ministros de Dios e instrumentos suyos, han puesto tan fervoroso
conato en extirpar de raíz toda la Idolatría, teniendo para esto, también por
muy grande ayuda de costa, el Cristianismo y su celo, del Doctor Alberto
de Acuña, Catedrático de Cánones, que fue de la Universidad de los Reyes,
y Oidor que al presente es, en su Real Audiencia, a quien su Majestad tie-
ne hecha merced de la encomienda del repartimiento de los Indios de Co-
pacabana, cuanto es de su parte ha procurado siempre, que en aquella ca-
sa haya ministros idóneos y suficientes para llevar adelante este buen in-
tento, y desterrar de raíz toda cualquiera superstición, en que estos mise-
rables Indios, tan empeñados estaban, de suerte que a los Religiosos, como
a predicadores Evangélicos, y Angeles de Paz, a quién dijo el Profeta Isaías,
en persona de Dios. “Ite Angelí veloces, ad gentem convulsam, & dilacera-
tam.” (Isaías 18). Id Angeles veloces, a la gente arrancada y despedazada que
tales eran estos miserables, en quien aún la lumbre natural estaba tan des-
lustrada, que adoraban piedras, y otras cosas indignas de ningún respeto,
y así a los tales Religiosos y a la diligencia, del Doctor Alberto Acuña se de-
be lo que dice el Apóstol: “Ego plantavi, Apollo rigavit, sed Deus incremen-
tum dedit”. (I Corint. 3). Los Religiosos han plantado esta buena doctrina en
estos naturales, y el dueño de ellos, como tan celoso la procura conservar,
dando Dios para lo uno y para lo otro tan divinos y prósperos acrecenta-
mientos.

HISTORIA DE COPACABANA

71

CAPITULO XXII
DE OTROS RITOS Y CEREMONIAS QUE USABAN LOS INDIOS EN TIEMPO
DE SU GENTILIDAD Y DE COMO ENTERRABAN SUS DIFUNTOS
En cierto tiempo del año, por el mes de febrero, (al cual llamaban
Atumpocoy) los Indios Incas, así del Cuzco como de Copacabana, tenían
un juego, y era que hacían unas grandes bolas, del esparto que ellos tie-
nen, comunmente llamado icho, y ciñiéndose con sus mantas, encendían
las bolas, o pelotas y con grandes alaridos iban volcándolas y echándolas
fuera del pueblo, con que entendían que quedaban libres de enfermedades,
eran grandes los fuegos que hacían, no quedando alguno que no diese mues-
tras de regocijo, y les era permitido brindarse unos a otros. Acostumbraban
también bañarse así en los arroyos como en los ríos y lagunas, creyendo
por habérselo dicho el demonio, que aquellas aguas dejaban salvoconduc-
to, contra todas enfermedades, quedando libres y limpios de ellas, llamaban
a este juego Pancunco, hacíase de parte de noche, y eran grandes las ofen-
sas que contra Dios se cometían, porgue la misma noche, les daba licencia
para las maldades que en juegos nocturnos suelen suceder, asimilábanse es-
tas fiestas a las que los Romanos hacían, en honra del Dios Februa, pur-
gando la ciudad. (Aug. lib. 7 cap. 7 de civit Dei). Usaban de otros juegos,
que aún hoy en algunas partes se suelen ejercitar en las plazas, y en los
campos tirando de unos cordeles con tres ramales, y en los extremos unas
pelotas pequeñas de plomo o cobre, que llaman ellos en su lengua lliui, o
ayllos, con que tirando en alto suelen cojer pájaros, cuando van volando.
Y aquel se señalaba que con sus cordeles le enredaba, trayéndolo a tierra,
y cada cual por evitar confusión, señalaba sus cordeles, de estos usaban de
ordinario, para cojer Vicuñas y Venados, que tirándoles a los pies los pren-
den, de modo que no se pueden menear y en sus juegos echan un cordel
de aquestos, y aquel que enlaza el primero que se arrojó, suele cantar vic-
toria y llevar el premio señalado. De este ejercicio usaban o al principio de
sus sementeras, o a la siega, y cosecha de sus labores, o en fiestas solem-
nes que se celebraban, en honra de sus vanos Dioses.
Cuando morían los Incas, y señores principales o algunos de su fami-
lia, tenían sus entierros señalados en el Cuzco y preservados los llevaban
allá, usando de sus ritos y ceremonias. Todos dejaban tesoros y hacienda
para rentas del adoratorio, donde eran sus cuerpos enterrados y ninguno de
los que sucedían en el Imperio a los Incas, Gobernadores, Curacas y prin-
cipales (que siempre entraban por sucesión y línea recta) tenía licencia pa-
ra aprovecharse de los tesoros y vajillas de su antecesor con que se hacía
enterrar. En vida cada uno de estos señores hacía una estatua de piedra o
madera, para que por ella se acordasen los vivos de él. Y cuando eran
estatuas de los Incas o señores grandes las llevaban a la guerra y res-
petaban trayendo a la memoria el original de aquella estatua. Este fue un
género de Idolatría general entre los Indios, que adoraban las estatuas de
los Incas, y señores grandes.
Cuando Don Francisco de Toledo, Virrey que fue de aquestos Rey-
nos, llegó a la ciudad del Cuzco, (teniendo noticia del entierro de los Incas),
sacó muchos cuerpos enteros que por espacio de muchos años se habían
conservado, sabiendo la propensión tan grande que los Indios tenían a ado-

72

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

rar los cuerpos de sus Incas, los hizo quemar públicamente por quitarles la
ocasión. El padre Joseph de Acosta, en su libro de la historia moral de In-
dia, hace mención de aquestos entierros. Era costumbre cuando moría al-
gún señor de aquestos, matar las mujeres más queridas y a sus criados y
oficiales para que fuesen a servirle a la otra vida, confesando con aqueste
hecho la inmortalidad del alma. Cuando murió Guaynacapac Inca, mata-
ron mil y tantas personas de todas edades que como Rey y señor gustó lle-
var a la otra vida gran acompañamiento y tener quién le sirviese. A esta
crueldad extraña, precedían grandes bailes y borracheras, muchas can-
ciones y endechas en que significaban las hazañas y hechos insignes, bon-
dad y nobleza del difunto y al cabo mataban aquellos que habían de ir a
acompañarle a la otra vida, teniéndose ellos por dichosos de ir a servir a
tan gran señor, esto se usaba solamente con los señores grandes. La gente
ordinaria, tenía otra superstición y ceremonia, y era que enterraban los
difuntos con todas las vasijas de oro, plata y vestidos que tenían en vida,
poniéndoles a un lado de la sepultura algunos cántaros de chicha y co-
mida, porque como gente bárbara juzgaba que en la otra vida tenía nece-
sidad de estas cosas el difunto, y así a sus tiempos le echaban comida y
bebida sus parientes. En los valles de Trujillo y Lambayeque que se ve en
los campos muchas sepulturas de Indios y unas cañas grandes de Guaya-
quil huecas que salen de ellas, por donde les echaban la comida y bebi-
da. Nuestro Padre San Agustín da a entender haberse usado casi esto mis-
mo en tiempo de la gentilidad. (Aug. epístola 64). Cuando moría alguno,
acudían los parientes y los de su familia, amigos, y conocidos a llorarle y
las viejas, con sus adufes, entonaban endechas tristes y con ellas acudían
a los lugares donde tenía sus chacras o posesiones, hasta llegar al de la
sepultura, donde le dejaban con extraordinarias ceremonias no dejando su
lúgubre canto. Antes de salir de la casa del difunto, comían y bebían de
lo que había dejado, y en estos gastos los parientes no eran escasos.
Tenían sus aniversarios y cada año por el mismo tiempo, en que
uno había muerto, había junta de parientes y amigos y sobre la sepultura
ponían abundancia de comida y bebida y se refrescaban los cantos, tra-
yendo a la memoria en sus endechas las hazañas y cosas insignes en que
el difunto se había ocupado, y aquellas cosas que más había aparecido.
Conforme a la calidad de la persona que enterraban así usaban de cere-
monias, refiriendo en todas ellas, aquellas cosas que eran en alabanza del
difunto, con que pretendían mover a compasión y lágrimas a los circuns-
tantes.
Cuando el difunto era principal y de la casa Real del Inca demás de
las ceremonias ya dichas usaban de otra graciosa y era que delante del
difunto iban dos mozos bien dispuestos, vestidos de colorado, bien pintados
en su traje, estos llevaban en las manos dos grandes ovillos de lana colo-
rada, y las bocas llenas de coca, soplando y echando a rodar los ovillos y
a gran prisa tornándolos a recoger. Esto se hizo en el entierro de Paullo
Topa Inca, padre de Don Carlos Inca, y abuelo de Don Melchor Inca, que
murió en España, pregunté con curiosidad qué querían dar a entender en
aquella ceremonia, y no supieron los Indios viejos, darme razón de lo que
preguntaba, mas de aquella ceremonia llamaban Puroca.
Por los años de 1607, siendo Provincial de mi sagrada Religión, el
muy Reverendo Padre Maestro, fray Diego Pérez, Catedrático de Escritura

HISTORIA DE COPACABANA

73

en la Universidad de los Reyes, acertó la obediencia a enviarme a predicar
a las minas y asiento de la ciudad de Castrovirreyna, que por otro nom-
bre se llama Choclococha, donde a la sazón estaba el Reverendísimo Se-
ñor Don Fernando Mendoza, Obispo del Cuzco, el cual antes que se dividie-
sen los Obispos (con consentimiento de mis prelados, me puso en una doc-
trina no muy distante de Castrovirreyna, en la Provincia de los Yauyos,
donde murió un Indio, que debía de ser de los principales de aquel pueblo,
y noté que cuando le llevaban a enterrar, iba toda su parentela cubiertas
las cabezas y con bordones en las manos hasta los niños y niñas, y por
más que quise estorbar esta ceremonia, no pude por entonces, luego otro
día a la misma hora vi gran junta, así de Indios como de Indias, que con
sus adufes y cantos tristes, celebraban las exequias del Indio, y sus parien-
tes dieron una comida espléndida a todos los que habían acudido. Yo avi-
sé al señor Obispo de lo que había visto, para que mandase poner remedio
porque ni pude averiguar el intento de aquella ceremonia, ni persuadirme
que no era muy supersticiosa.
Los Indios Collas, enterraban sus difuntos fuera del pueblo, en los
campos usando de unas sepulturas en forma de torrecillas, donde junta-
mente con el difunto encerraban alguna comida y bebida y el vestuario que
tenía. Procuraban en general todos, conservar los cuerpos de sus difuntos
y para poder hacer ésto, labraban unas bóvedas o sepulturas en forma de
unas casillas, donde después de haber quitado al difunto los intestinos, le
echaban dentro un gran golpe de harina de Quinua, o Cañagüa, (otro gé-
nero de ella, aunque silvestre) y con otras unciones le embalsamaban para
que así se conservasen los cuerpos, y la experiencia ha enseñado ser efi-
caz esta forma de ungir los cuerpos, para reservarlos y el padre Joseph de
Acosta en el libro 5. de la historia natural de Indias, cap. 6, afirma que en
tiempo del Marqués de Cañete, el viejo, se trajeron tres cuerpos de In-
cas del Cuzco, a esta de Lima, por extirpar la Idolatría de los Indios y que
causó gran admiración que al cabo de tanto tiempo se hubiesen conservado
con tan linda tez, y tan enteros, y es cosa ordinaria en sepulturas antiguas,
hallar cuerpos enteros, habiéndose enterrado muchos siglos antes. Hubo gran
abuso entre esta gente, y fue que cuando estaba enfermo algún Indio prin-
cipal o común, acudían luego a los hechiceros para saber si escaparían
de aquella enfermedad o no, y si el Mago afirmaba ser cierta la muerte del
enfermo, luego al punto ofrecía en sacrificio el hijo que tenía, invocando al
Sol o al Viracocha Dios principal entre ellos, diciendo conténtate Dios, con
la muerte de mi hijo, y no quieras quitarme la vida a mi, que basta ofre-
cer la del hijo que tanto se quiere. Y al cabo quedaban perdidas ambas.
CAPITULO XXIII
DE LOS RITOS Y CEREMONIAS QUE GUARDABAN LOS INDIOS, CUAN-
DO SE CASABAN Y DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS QUE TUVIERON
No ha habido nación tan bárbara en el mundo, donde a su bruto mo-
do no se haya guardado algún género de policía en sus tratos y en especial
en sus casamientos, y así entre estos bárbaros cuanto su natural instinto
les daba lugar había también su orden y aunque vestidos de mil confusiones
en sus costumbres, sin embargo que en elegir la mujer de mayor virtud eran

74

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

atentados, (prudencia acabada ya en el mundo a manos de la codicia) pues
la dote sustituye en vez de la virtud. Eran diligentes en cuidar de las bue-
nas prendas que habían de tener las que por esposas escogían. Teniendo
a buena suerte fuesen virtuosas y dadas al trabajo. Tenían singulares cere-
monias y ritos en sus matrimonios, aventajábanse extremadamente en ellos
al tamaño de su calidad los Incas. Estos cuando trataban de casarse iban
con suntuoso aparato y acompañamiento de caciques, gobernadores, capi-
tanes y toda la demás gente principal, que todos ellos iban a su usanza cu-
riosamente vestidos, las calles por donde habían de pasar estaban entol-
dadas de ricas mantas y cumbis vistosos, entapizadas las paredes y alfom-
brados los suelos de ricos chuzes (que son los tapes y alfombras que usa
esta gente) unas como mantas gruesas labradas de diferentes colores. En
casa de la desposada había otro no menor acompañamiento que con gran-
de regocijo recibía su Inca, y hasta la puerta venían acompañando a la
que había de ser su Coya (que es lo mismo que Reina) llegaba el Inca y
con sus propias manos calzaba a la que había de ser su mujer, unas muy
ricas sandalias (o como los Indios llaman ojotas) todas guarnecidas con oro,
las cuales donaba el Inca a su esposa como presente que le traía desde
su casa. Hecha esta ceremonia toda la gente principal trocaba sus ropas y
mudaba el curioso vestido (con que estaban galanamente compuestos) en
otro más vistoso. Tenían para este tiempo muchos criados cargados de paja
y todas las espigas del ichu hechas de oro, asentadas curiosamente sobre
la natural varilla del icho, derramaban toda esta rica paja por el suelo del
patio y casa de la recién desposada, y hecho esto llegaba el Inca y tomando
de la mano a su mujer le decía: eha, vamos señora y reina, y ella le res-
pondía: vamos enhorabuena solo Señor y Rey. El día y noche antecedente
a este desposorio, ayunaba todo el pueblo no comiendo sal, ají (que este
era su ayuno). Acabado el desposorio (que no era más de estas ceremonias)
todos los principales y capitanes, daban a los Indios pobres aquellos sus
ricos vesitdos con que habían ido en el acompañamiento, repartiéndoles
aquellas espigas de oro, las cuales después ellos ofrecían a sus ídolos. El
Inca y su mujer no daban sus vestidos, pero repartían ropas así a Indios
pobres, como a sus Capitanes, surtiéndolas con joyas de oro. Pasado el
día de la fiesta holgaban un mes, entreteniendo el tiempo en banquetes
para demostración de la fiesta y su grandeza. Colgaban de la puerta de
los casados camisetas de hilo de oro de mucho valor, acabadas curiosamen-
te y éstas eran del Inca, que gustaba (acabadas las fiestas) se las llevase
al padre de la Coya, luego llegaban todos los principales y Capitanes al
Inca con una muy profunda inclinación y humilde reverencia, le hacía un
comedido parlamento, sobre que mirase por su nueva mujer y Coya del
Reino, que la quisiese y acariciase, (exortación harto necesaria entre cris-
tianos) que olvidados de que se las han dado por compañeras, las tratan
como a esclavas. Y notaron algunos Rabinos y también lo advirtió Pineda
en su monarquía, lib. I, que había formado Dios a Eva de una costilla del
lado izquierdo de Adán, para instruirle que como a su corazón la quisiese.
Y advierten las mujeres que no las hizo Dios, como ponderan muchos au-
tores, de los pies, porque no es razón que las huellen ni de la cabeza, por-
que no se suban sobre ella, aunque a todo lo que no es su marido han de
ser superiores y ahora entiendo yo el misterio de quitarle Dios una “í” al
nombre de Sarra, porque nombrándose antes Sarraí, que significa “Domi-
na mea”, Señora mía, sin la “í” solo significa “Domina”, quítese pues esa

HISTORIA DE COPACABANA

75

letra (dice Dios) porque esa señora entienda que lo es de todo lo que no fue-
re su marido y eso significó Dios, añadiendo una letra al nombre de
Abraham, que se nombró antes Abram, para que hasta en los nombres se
descubriesen las ventajas, que el marido hace a su mujer. Y así ella ha
de respetarlo como a su cabeza y amarlo como a su más llegada compa-
ñía, que en fé de eso también, a la Coya se le encargaba, el cuidado con
su compañero y el regalo de su Rey, que por eso en habiendo exortado los
Principales al Inca, luego vueltos a ella, le hacían otro parlamento del mis-
mo tenor, y que pues era mujer del Inca, que le sirviese, y regalase mu-
cho, viviendo siempre con presta obediencia a sus mandatos. Acabada es-
ta plática, enderezaban otras a los dos juntos, encargándoles el Gobierno
del Reino, el amor de los suyos, y la particular afición a los pobres, con
otras muchas cosas tocantes al Gobierno, y conservación del Reino.
Tenían estos bárbaros Incas, una depravada y diabólica costumbre,
y era que aunque tenían muchas mujeres, se casaban con su hermana si
ellos querían, como no fuese de madre, esto acostumbraban más los herede-
ros del Reino.
En algunas fiestas solemnes que tenían, hacían el Quicuchico (que
era peinar el cabello a las muchachas y trenzarlo atrás, significando con
esto que eran ya mujeres dispuestas para darles estado y que podían ya
casarse, poníanlas en plaza pública, (que llamaban Aucaypata) donde les
ataban los dos dedos pulgares en forma de Cruz y las hacían ayunar siete
dís, dándoles por cada uno unas mazorcas de maíz o cierto número de
granos, sin que pudiesen comer otra cosa y la bebida que había de ser
agua líquida, se la daban también por medida y tasa. Ponían gran cuida-
do en que no quebrantasen el ayuno, y si acaso por flaqueza las muchachas
no podían pasar adelante con él, que es riguroso, dispensaban con ellas
haciendo primero junta de sus parientes, y de toda su familia sobre el caso,
y los más ancianos sentándose junto a la muchacha, (con quién se había
de dispensar) con palabras amorosas la reprendían diciendo, hasta este
tiempo has sido niña, y como tal no has perdonado los descuidos de la
niñez, no has tenido el respeto debido a tus padres y mayores, ahora que
ya tienes juicio has de proceder muy diferentemente, sirviéndolos y hon
rondólos, y pues presto has de tener marido, es bien que entiendas la obli-
gación que tienes, has de cuidar como señora de casa, de toda cosa cuan-
to en ella hubiere. A tu marido has de regalar con el cuidado posible, ha-
ciéndole de comer, y chicha para que beba, has de trabajar de ordinario,
hilando y tejiendo por que así seras amada y querida. Acabado el parla
mentó, vestían a la muchacha muy galana, y curiosamente de una ropa de
muchas listas y colores (que llaman ellos Ancallo) y de esta suerte sus pa-
rientes los más cercanos la llevaban de la mano hasta le puerta de su ca-
sa donde la tenían en pie, dando lugar a que viniesen los mozos y preten-
sores del casamiento, los cuales bien aderezados llegaban, llevando cada
uno en las manos unas sandalias (calzado de que ellas usan) y se las ofre-
cían, y si recibía el presente, era señal e indicio de que le escogía por es-
poso y así iban pasando hasta que admitía el presente que se le hacía y
cuando le acababan de recibir los parientes del nuevo desposado, se re-
gocijaban y daban muestras de placer, diciendo ya nuestro pariente se
nos caía, demos orden de juntar las cosas necesarias. El mismo regocijo pa-
gaban con otro igual los parientes de la desposada, con recíprocos presen-

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

tes y en espacio de veinte o treinta días, los unos y los otros, juntaban la
leña y el ichu necesario y todo lo llevaban a casa de la desposada, la cual
aún no había salido de la de sus padres, ni se había hecho entrega de
ella al desposado hasta el día señalado para las fiestas del desposorio.
Y entonces juntaban toda la chicha que se había hecho en la una parte y
en la otra, que de ordinario suele ser en la casa de los padres del desposa-
do. Acudían primero a la casa de la desposada, todos los parientes del que
se había de desposar y sus amigos con algunos presentes de leña, y chi-
cha, tocando unas flautillas de que ellos usan y llevaban a la recién casa-
da muy bien vestida a la casa de él, acompañábanla la madre y hermanas
del desposado llevándola en medio, tocando los varones unas flautas que
eran de hueso o barro, y las viejas que la acompañaban sus adufes, esta
ceremonia se usaba solamente con las doncellas y con las más principales
y en testimonio de que nunca habían tenido amistad con varones, llevaban
en sus llicllas (que son sus mantos) unas listas blancas de lana, y en lle-
gando a la casa del marido ellas solas entraban derechas en ella y si no
eran doncellas entraban de espaldas, mirando hacia el patio.
El año de 1618, noté en Copacabana una curiosidad, y antigualla que
dura hasta hoy entre la gente noble, y la tomaron de los Incas. Casáronse
.unos Indios principales y estando toda la gente así de la parcialidad del
desposado, como de ellas, en un lugar juntos, cierto Religioso que cuida-
ba de la doctrina, me llevó a ver la fiesta y vi que estando toda la gente
junta en un patio, entraron en él una gran procesión de Indios e Indias, mu-
chachos y muchachas y cada cual llevaba en las manos algún presente, y
todo se ponía en un aposento que servía de recoger el ajuar que se daba
a los desposados, unos llevaban cántaros, otros ollas, otros chuño, maíz,
platos, vestidos, otros llevaban el calzado que se habían de poner, los
chuces en que habían de dormir y lista de los cameros que les habían de
entregar y todos aquellos dones se habían recogido así de los parientes,
amigos y vecinos del desposado como de ella. Y viendo esta curiosidad
y admirándome de ella, me dijeron los Indios, padre no hacemos esto por
rito ni ceremonia, sino porque estos casados tengan lo necesario y sirvan
mejor a Dios, no faltándoles nada.
En algunas fiestas solemnes y de regocijo, cada parcialidad, barrio
o ayllo traía sus niños de hasta trece o catorce años, poco más o menos, y
poníanlos en lugar público, donde fuesen vistos de todos y allí los azota-
ban en los pies, brazos y manos, con unas hondas hechas de pieles de
animales, hasta que derramaban alguna sangre. Después el principal de
aquella parcialidad reprendía a los azotados, dándoles buenos consejos,
diciéndoles que ya no habían de vivir como muchachos, pues habían lle-
gado al tiempo que como varones se habían de ocupar en cosas tocantes
al servicio de su comunidad, y del Inca su señor y juntando los que habían
sido azotados los trasquilaban y poniéndoles después de tres en tres, o de
dos en dos, en una llanada cerca de la laguna, a cierta señal que les ha-
cían, habían de partir todos de carrera hasta lo alto del cerro, donde es-
taban los jueces, para ver quién era el victorioso. El cerro hasta este tiem-
po observa su nombre de Llallivaco, (porque en él se ejercitaban los juegos
olímpicos) despertando y probando los muchachos en correr. A aquellos
que llegaban primero al pueblo, y fin de la carrera, los premiaban dándo-
les unas patenas de plata, de que usan los Indios sobre sus llautos, (que

HISTORIA DE COPACABANA

77

son sombreros de ellos) y a las tales patenas llaman Canipos o les daban
unas chuspas (que son unas bolsas pendientes, como tahalíes que atra-
viesan el pecho) de que todavían usan, para echar la coca, y éstas que da-
ban en premio eran en extremo curiosas porque eran de cumbi, y a sola
la gente principal era permitido usar de ellas, y los que se ejercitaban en
estos juegos olímpicos eran nobles porque siempre el Inca gustó de ser-
virse de gente que lo fuese. Y así aquellos que en los tales juegos se ha-
bían aventajado, los ocupaba en oficios honrosos, como que fuesen Correos
(que acá llamamos chasquis) o en hacer los Capitanes o Gobernadores, o
en otros oficios entre ellos de estima, porque los juzgaba el Inca por va-
lientes, y para mucho por haberse señalado en ligereza y en señal de
que los daba por nobles y fuesen conocidos por tales, mandaba les orada-
sen las orejas, que eran insignia de nobles y valientes. Pero aquellos a
quiénes la flojedad dejaba atrás rendidos, a manos del cansancio, en estos
juegos olímpicos, sus padres parientes, y los de su parcialidad, los re
ñían avergonzándolos con palabras injuriosas y aún de nuevo los azotaban
y ocupaban en que acarreasen leña, icho y otras cosas, todo para con-
fusión de los tales, y lo que traían se repartía entre aquellos que le ha-
bían castigado, que de ordinario eran los más cercanos parientes. Pero
si acaso salían victoriosos, los regalaban y festejaban dándoles muy bien
de comer y beber, honrándose con ellos, por ser honra de los padres tener
hijos eminentes. A ciertos tiempos así a los unos como a los otros, los lleva-
ban al Inca, donde los Capitanes y Gobernadores le informaban de las par-
tes de cada uno y conforme a la nobleza y calidad de sus padres los hon-
raban y premiaban, señalándoles oficios en que se ocupasen, o envián-
dolos a las guerras para que allí más descubriesen su valor; y a los que
habían sido flojos, los ocupaban en cosas humildes y de poco trabajo, como
que fuesen pastores y sembrasen, o acarreasen las cosas necesarias (a la
conservación de sus vidas) de una a otra parte.
CAPITULO XXIV
DONDE SE TRATAN COSAS NOTABLES Y CURIOSAS, Y DEL COMPUTO
Y FIESTAS QUE TUVIERON
Todos los españoles curiosos, y en particular aquellos que con dili-
gencia singular han gastado algún tiempo en inquirir antiguallas de estos
naturales, y del Gobierno que en tiempo de su gentilidad tuvieron, han ha-
llado cosas de admiración. De estas notó muchas y muy singulares el Li-
cenciado Polo y los Religiosos y Clérigos que en la administración de los
Santos Sacramentos se han ocupado en este nuevo mundo y gran Perú.
El Concilio provincial que se celebró en Lima, en tiempo que gobernaba
Don Martín Enriquez y Visorey y el santo Arzobispo Don Toribio Alfonso
Mogorobejo, averiguaron los señores obispos, y personas eminentes de to-
das las religiones que los Indios habían tenido repartimiento de tiempos, y
su Cómputo y Calendario que es una de las más notorias muestras de su
ingenio, regíanse por Lunas, y así vinieron a dividir el año en doce meses
y venían a dar otros tantos días como los latinos y común cuenta nuestra, y
once días que les venían a sobrar de la suya, los consumían en los mis-
mos meses.

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

Dio principio a su calendario el mes de diciembre, al cual pusieron
por nombre Capacrayme; (que es como si dijeran fiesta rica, y principal)
porque en este mes se hacían grandes sacrificios en honra del Sol, del ra-
yo y trueno y ofrecían gran suma de cameros y corderos, quemándolos de-
lante de sus ídolos, con leña labrada y olorosa, ofrecían al Sol mucha pla-
ta y oro y los que en semejante solemnidad no ofrecían algo, quedaban
como corridos y avergonzados. En el lugar del sacrificio ponían las tres es-
tatuas del Sol, muy parecidas las unas a las otras y las tres del trueno,
porque el demonio todo cuanto pudo hurtar de la verdad, para sus mentiras,
y engaños lo hizo, y así les quiso a su modo dar a entender que había tri-
nidad, pero como Dios sabe lastimarle con sus propias armas, y vencerle con
sus mismas estratagemas, de ahí quiso que tomasen los Indios para no
tener el misterio de la Trinidad por imposible. David juzgó por la mejor
espada la que había sido de Goliat. Y Judas Macabeo, peleó toda su vida
con la que había quitado a su enemigo. Que no hay tan sabroso vencer,
como rendir al contrario con sus mismas armas y ahora entiendo yo la
traza de haber con Agustino tan grande factor de herejes degollado la here-
jía; porque el demonio quedase más corrido viendo que volviéndola contra
él le atravesaban con su saeta. Y eso fue hacer que Paulo fuese el muro
de la Iglesia, siendo antes quién la desmantelaba. Y un árbol determinó
Dios fuese nuestro reparo en el mismo punto que en árbol perdimos la
vida. Que así entiendo yo el (Tune) que la Iglesia canta. “Ipse lignum tune
notavit, damna ligni ut solveret”. Y fue conveniente así, porque el mismo
instrumento de nuestros mayores daños fuese el obrador de nuestros más
crecidos bienes, y así el embeleso con que el demonio quiso introducir, en-
tre estos miserables Indios una Trinidad fingida, gustó Dios que sirviese
para hacer más creíble la Trinidad verdadera.
En la Provincia de los Charcas, en tiempos pasados, cierto Visitador,
hizo una información en que averiguó que los Indios tenían un ídolo lla-
mado Tangatanga, del cual decían que en uno eran tres y en tres uno, de
esto hace mención el Padre Acosta en su libro. Al mismo modo en la isla de
Titicaca, a donde estaba el principal templo del Sol, tenía tres estatuas, in-
troduciendo el demonio trinidad, nombrábanlas por aquestos nombres,
Apuynti, Churipunti, Intipguanqui, que quiere decir el padre, el señor Sol,
el hijo Sol, y el hermano Sol. Afirmando que era un solo Dios. Lo mismo
afirmaban del trueno, diciendo que presidía en la región del aire, que cau-
saba los aguaceros y nieves.
Por aqueste mes los Indios por sus parcialidades, juntaban en Copa-
cabana cerca de la laguna, en una plaza grande todos los cameros y cor-
deros que habían de ofrecer en sacrificio en la isla, y al son de sus flau-
tas y adufes, poniéndoles unas borlas de muchas colores a todos, con gran
gusto y regocijo los llevaban a la isla, donde de muy ricos y vistosos cum-
bis cubrían la peña, (adoratorio del Sol) y a prima noche encendían una
gran hoguera que imitaban luego las demás islas, porque los moradores de
ellas viendo los humos y fuegos, seguían a la que teman por cabeza. Otro
día siguiente se hada el sacrificio de los cameros y corderos también se
sacrificaban muchos niños inocentes y con la sangre de ellos rociaban la
peña del adoratorio. Estaba cubierta con planchas de oro y plata, y porque
con los rayos del Sol reverberaba tanto la peña dijeron los Indios que no

HISTORIA DE COPACABANA

79

pasaba pájaro ninguno por junto a ella, sino es que por arte y orden del
demonio huyesen las aves de aquel lugar.
En estas fiestas de Capacrayme, que siempre se hacían por diciem-
bre, el Inca o sus Gobernadores armaban caballeros a los mozos que en los
juegos olímpicos se habían señalado y a todos los hijos de los nobles del
Reyno, les daba insignias de nobleza vistiéndolos de camisetas y mantas
curiosas de cumpi y en la cabeza les punían (a un lado) una manera de
borla y el Inca (si se hallaba presente, y si no sus Gobernadores) les ha-
cían una plática animándoles a que fuesen briosos, y se señalasen en las
guerras, pues la nobleza los diferenciaba de los plebeyos. Poníanles en-
tonces unos pañetes (que llaman guaras) como si dijéramos calzones y a
esta ceremonia llamaban Guarachico, eran grandes los bailes que usaban
y antes de la fiesta o baile azotaban en los pies y brazos a los nuevos caba-
lleros y con su propia sangre les ungían el rostro, todo para darles a en-
tender que en servicio del Inca, si necesario fuese, habían de derramar su
sangre. A estas fiestas no acudía ningún colla, pero después se les daba li-
cencia para poder entrar, dándoles a comer de unos bollos, amasados con
sangre de los animales, que se ofrecían en sacrificio. A estos bollos llama-
ban y hoy día llaman sanco, eran de maíz blanco, todo encaminado a dar
haberse de hallar a semejantes fiestas, habían de estar limpios que hasta
a entender que habían de guardar lealtad y fidelidad al Inca; y que para
el padre de la mentira, quiere dar a entender no se paga de fiestas donde
los corazones están inmundos. De esto trata bien difusamente el Profeta
Isaías. “Calendas vestras, & solemnitates vestras, odivit anima mea”. (Isaías
1). En gran enfado le entra despertando su ira, las fiestas que por solo rego-
cijo particular sin atención al culto y honra divina se hacen.
Al segundo mes, (según su cuenta) era enero, llamaban Camay, era
dedicado al supremo Dios, a quien nombraban Viracocha, usaban casi de
los mismos sacrificios, solamente se diferenciaba de los demás meses, por-
que en este recogían todas las cenizas de los animales que quemaban y
llevándolas a los arroyos y ríos las entregaban a su corriente iban tres o
cuatro leguas, acompañándolas con muchas voces y alaridos, pidiendo a
las aguas fuesen a hacer depósito de aquellas cenizas en el mar, porque
allí las había de recibir el Viracocha, en cuya honra hacían aquel servicio.
También echaban por los ríos y arroyos alguna sangre de animales, chicha
y comida, pareciéndoles que con aquesta ceremonia, serían fértiles los años
y su Dios muy propicio.
Al mes de febrero llamaban Atumpocoy, sacrificaban cien carneros
bermejos regando las cenizas con mucha chicha, este era el mes cuando
sacaban a las doncellas a plaza pública donde las peinaban y componían
para dar a entender era llegado el tiempo en que se habían de casar.
Al mes de marzo nombraban Pachapocoy, sacrificaban cien carneros
negros y con la sangre de ellos regaban el suelo donde estaba el ídolo,
a quien se hacía el sacrificio.
El mes de abril tenía nombre de Atiguayquin, ofrecían cien carneros
listados, (que llaman moromoros) y con la sangre de ellos, regaban el ado-
ratorio del Sol, ofreciendo muchas riquezas, así de oro, como de plata, con-

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

chas y mucha plumería de pájaros diversos y muy vistosos. Ofrecían mu-
cha coca y en todos los sacrificios que hacían al Sol, era costumbre poner
muy ricas y vistosas telas de cumbi, sobre el adoratorio del Sol, los que al
sacrificio acudían, iban con muestras y señales de devoción por el silencio
que guardaban. Los animales que habían de ser ofrecidos, estaban adorna-
dos con rosas de varios colores.
Al mes de mayo significaban con nombre de Atuncusqui, Aymoray,
sacrificaban en él cien carneros de todos colores y eran grandes los ritos
y ceremonias de que usaban, demasiándose los bailes porque en aqueste
tiempo era costumbre llevar a sus casas el maíz que habían cogido de sus
sementeras. En sus cantos (como si el maíz fuera cosa viva y animada)
hablaban con él, pidiéndole no se les acabase. Y para esta ceremonia
escogían en la misma chacra algún maíz señalado y poniéndole en una
pirua o troje, usaban de ciertas supersticiones, y tres noches continuas le
velaban, al cabo de ellas cubrían la pirua y como a cosa divina la reve-
renciaban creyendo aquesta bárbara gente que de esta suerte se daba y
conservaba el maíz. Donde había copia de hechiceros, se juntaban en las
casas principales de los Indios de más caudal, donde usaban de sus ce-
remonias, invocando al demonio para que les declarase, si aquel maíz tenía
fuerza para el subsecuente año y como estaba tan apoderado de ellos, al-
gunas veces les respondía de la misma troje, diciéndoles que no, entonces
cada uno con la solemnidad que podía, volvía al lugar donde se había co-
gido el maíz y lo sacrificaba al fuego, tornando de nuevo con otros cantos
y bailes a encerrar en sus graneros el maíz, que había de servir para semi-
lla el siguiente año, y volvían a consultar a los agoreros, si sería bueno
para guardar y hasta que a gusto hallaban respuesta, no descansaban. A
estas fiestas llamaban Aymoray, y en muchas partes del Perú dura entre
los Indios hacer algunas ceremonias de estas, ocultamente.
Aunque es verdad que en este pueblo de Copacabana, Pomata, Juli y
otros que están muy conjuntos a este santuario, han cesado aquestos ritos,
respecto de la Virgen, que con sus continuos milagros, les ha abierto los
ojos, que tan ciegos se los tenía la idolatría.
En confirmación de esto que voy diciendo, quiero poner lo que vi por
el mes de mayo de 1618, que del pueblo de Pomata, doctrina de los padres
del glorioso santo Domingo, vino una India vieja a que le dijesen una misa
de Nuestra Señora, en esta su santa casa en nacimiento de gracias, por
la buena cosecha que le había dado Dios, por intercesión de la Virgen su
madre, a la cual se había encomendado, señales manifiestas de que ya
conocen la verdad, y el error en que había estado sus antepasados.
Al séptimo mes, que corresponde a nuestro junio, llamaban Aucay-
cusqui Intiraime. Era general en todos el regocijo en que en este mes ha-
bía, por ser muy señalada. Aquesta fiesta era una’de las solemnes del Sol,
sacrificaban cien carneros guanacos, hacíanse gran suma de estatuas, de
leña de quinua labrada a su uso y adornábanlas con muy ricas vestiduras
y hacían un baile llamado cayo, extendiendo por los caminos por donde
pasaban, muchas flores. Vestíanse los Indios, las más curiosas ropas y por
el consiguiente las mujeres, y casi todos se afeitaban y la gente principal
se ponía unas patenas de oro en la barba, y todos iban de esta manera al

HISTORIA DE COPACABANA

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adoratorio del Sol, a ofrecer sus sacrificios. Llevaban a compás de grandes
bailes y regocijos, los animales que se habían de ofrecer, que iban con
muchas borlas y los rostros pintados y teñidos de rojo. La peña del adora-
torio se adornaba con admirable artificio y curiosidad. Por este tiempo usa-
ban de grandes invenciones y conforme los oficios en que se ocupaban, así
ordenaban sus bailes que con apariencia y rudas invenciones a su modo
decían aquello en que se ocupaban. Los pastores bailaban de una manera,
los guerreros de otra y los Incas de otra y cada nación en sus bailes se
diferenciaba de los otras. Era grande la embriaguez porque había licencia
general para beber.
A todos los padres de los niños que habían de ser sacrificados en
la isla, los festejaban primero como a personas que habían merecido ofre-
cer sus hijos al Sol. A los niños porque no sintiesen dolor en la muerte,
los privaban de juicio adurmiendo sus sentidos con la chicha que les ha-
cían beber y cuando era llegada la hora del sacrificio, les escondían en la
boca un gran puño de coca molida, con que los ahogaban y con unas lan-
cetas de un sutil pedernal les sacaban sangre con que rociaban la peña
del adoratorio, y los sacerdotes se teñían el rostro.
Esta fiesta del Intiraime, celebraban casi por el mismo tiempo, que
nosotros celebramos la del CORPUS CHRISTI e informados los señores Obis-
pos, de los ritos y ceremonias que por entonces usaban, con título y oca-
sión de celebrar nuestro sacro santo misterio, quitaron muchas cosas, de-
jándoles solamente los bailes por ser regocijo, prohibiéndoles los cantares
antiguos. El Reverendísimo señor Don Fray Luis de Ore, del orden del Será-
fico Padre San Francisco y Obispo de la Imperial, en el libro que compuso
intitulado, Símbolo Indiano, tradujo muchos himnos y cánticos para mu-
chas festividades, así de la Virgen como del señor y de santos, lo mismo
han hecho religiosos de otras órdenes y en particular el padre fray Juan
Caxica, Religioso de mi sagrada Religión, que con sumo celo del bien de
las almas, y conversión de estos naturales, compuso muchos cánticos de-
votos y muchas oraciones en lengua de ellos. Escribió aqueste padre, trein-
ta y dos cuerpos de libros, en ella a dos lenguas, Aymara y Quichua que
en ambas fue excelente, no dejando cosa de las necesarias, para la bue-
na instrucción y enseñanza de los Indios, no se imprimen porque no tiene
caudal la Religión, para costear la impresión, aunque conoce bien para ins-
truirlos son importantísimos). Con estas cosas han ido olvidando los can-
tares en alabanza de sus ídolos, y aficionándose con extremo, a las cosas
de nuestra verdadera Religión.
Al octavo mes, llamaban Chaguahuarqui, correspondía al de julio,
ofrecían cien carneros oques, (que es color que se asimila al de los Visca-
chas). Las fiestas señaladamente se hacían en honra de la Luna, cuyo tem-
plo era muy frecuentado.
Al mes de agosto nombraban Yapaquis, ofrecían otros cien carneros
e,n sacrificio, y de ordinario era quemándolos, por este mes invocaban a los
ídolos, que tenían en sus chacras o heredades, y en honra de ellos mataban
gran suma de cuyes y los quemaban juntamente con los carneros y otras
ofrendas, para que sus Dioses, compadeciéndose de ellos, estorbasen el
daño, que el agua, hielo, aire, y sol hacían a sus sembrados.

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

Al décimo mes nombraban Corayme, este correspondía al de sep-
tiembre, en el cual ofrecían otros cien carneros blancos lanudos, este era
el mes en que se hacía, aquella gran fiesta que ellos llamaban Sitúa, en
que se congregaba todo el pueblo, esperando que saliese la Luna nueva,
y a su despuntar daban grandes alaridos y hacían lumbres y corrían encen-
diendo unos hachones de icho y a voces decían vaya el mal fuera, dában-
se unos a otros con los fuegos, en señal de regocijo, nombraban a este jue-
go Pancunco, bañábanse en esta fiesta en las lagunas, ríos, y fuentes y
después gastaban, cuatro días continuos en banquetes, enderezando sus can-
ciones en loor de sus Dioses, y en particular de la Luna, llamándola madre;
las Indias preñadas la invocaban imitando en esto a los Romanos, de los
cuales dice el Poeta Cómico, que la veneraban y que las preñadas la lla-
maban unas veces Iuno, otras Lucinas. “Iuno, Lucina, fer opem”. A cual-
quier eclipse de luna generalmente en todas partes, Indios e Indias, chi-
cos y grandes, daban muchas voces y encendían lumbres a son de sus
tambores, llorando la enfermedad que su bárbaro antojo imaginaba en la
luna, juzgando de aquel eclipse, la muerte y fin de aquel Planeta, y para
mayor tristeza y muestra de dolor y sentimiento, cogían a los perros y los
azotaban, para que sus aullidos hiciesen compañía a sus tristezas, esto no-
té estando por doctrinante en la Provincia de los Omasuyos, en un pueblo
llamado Corpaguasi, donde el año de 1616 a los 26 de agosto, en aquel
eclipse general que se vio entre las ocho o las nueve de la noche, a des-
horas oí repicar las campanas y entendiendo que se quemaba alguna casa,
salí a ver la lástima y no hallándola pregunté la causa del repique, res-
pondióme el Indio que repicaba padre Quillamguañun (que quiere decir,
padre que se muere la luna) entonces advertí lo que tengo referido, de los
fuego, gritería, y aullidos de perros. Al día siguiente les prediqué y di a
entender el error en que estaban, que era cosa natural eclipsarse la luna
y que era gravísimo el pecado, que hacían usando de aquel rito y cere-
monia.
Al décimo mes, (sic) que correspondía al de octubre, llamaban Oma-
rayme punchayqui, en el cual como en los demás, ofrecían otros cien cor-
deros en sacrificio y si acaso por este tiempo no llovía, acudían a los más
empinados cerros, a los cuales también adoraban, invocándolos y con gran-
des sumisiones les pedían agua, viéndose necesitados y faltos de ella, usa-
ban de una ceremonia ridicula y era que en una llanada ataban un car-
nero negro y en tomo de él, vertían mucha chicha y no le daban de comer
hasta que lloviese, y acontecía muchas veces morirse el carnero, sin que
por eso dejasen de persistir en su engaño. También usaban poner sobre
unas peñas unos idolillos de sapos y otros animales inmundos, creyendo
que con aquesta ceremonia alcanzaban la agua que tanto deseaban, esto
noté en el pueblo de Corpaguasi (que es un agregado de muchas naciones
y anexo de clérigos y religiosos de mi Orden) donde los alcaldes Omasuyos
que están sujetas a nuestros religiosos) prendieron a unos indios pastores
Yanaguaras, porque hallaron que apacentando ganados, tenían en su po-
der unos idolillos de barro y piedra de figuras de sapos y carneros y al-
gunas sabandijas que aguardaban en la falda de un cerro. Estos idolillos
vinieron a mi poder, y públicamente los hice quemar, y a los idólatras cas-
tigar, esto fue el año de 1617.

HISTORIA DE COPACABANA

83

Al último mes que era el de noviembre, llamaban Ayamara, el sa-
crificio era el ordinario de cien carneros, en este mes cuando la luna ya
había cobrado fuerzas y era casi llena hacían una fiesta que era entre ellos
muy solemne, llamada ituraime, eran grandes los ritos y ceremonias de
que usaban, grandes los bailes y banquetes porque por esta luna, era tam-
bién costumbre armar los muchachos caballeros, oradándoles las orejas.
Hacían los viejos y muchachos cierto alarde dando muchas vueltas. Ya
con el cuidado de los Sacerdotes, han cesado estos ritos, aunque los Indios
pastores en la puna observan las más de las tradiciones de los antiguos,
pareciéndoles impía cosa olvidarlas y así tengo por muy santa la visita que
se hace de las punas, cuando el celo de Dios mueve el pecho del doctri-
nante, desnudándolo de toda codicia, pero como ya la sienten los Indios
en quien les va a visitar, redimen sus reprehenciones con dádivas, que sue-
len derribar muy altas torres, así lo dio a entender el Poeta Ovidio.
“Muñera crede mihi, placant hominesq; Deosq;
Placatur donis, Iupiter ipse datis.
Quid faciet sapiens? stultus quoq; muñere gaudet
Ipse quoq; accepto muñere mitis erit”.
CAPITULO XXV
DE LOS RITOS Y ABUSOS QUE LOS INDIOS TENÍAN AL TIEMPO DE
TECHAR SUS CASAS. Y LEVANTAR EDIFICIOS
Ya que hemos visto los ritos y ceremonias, cómputo, calendario y fies-
tas que tenían los Indios, resta ahora tratar de como cubrían sus casas, y
las supersticiones de que usaban y antes de proseguir este capítulo quiero
referir un caso tan cierto, cuanto digno de admiración, que oí a un Religioso
grave de mi orden en conversación de otros, que en este convento de Co-
pacabana estuvieron un día, dando gracias a Dios entre otros muchos, por
las misericordias que había usado con los Indios de aquel pueblo, redu-
ciéndolos a su fé, desterrando todo error de corazones, donde tan de asiento
le había introducido el demonio, triunfando tiránicamente de ellos, fue el
caso que el demonio, que suele transformarse en Ángel de luz, para enga-
ñar a los ciegos que le buscan, un día hurtó la figura de un ave nocturna,
que como enemigo astuto, para conseguir su intento no hay hábito que no
mude, ni persona que no haga, ni animal cuyas costumbres no remede.
Entró pues aqueste enemigo en un banquete, que un Indio había ordenado
por dar alegre contrapeso a la costa, y trabajo en que le estaba una casa
que ya tenía acabada (costumbre muy recibida de esta nación, hacer gran-
des fiestas cuando levantan edificios), asistió el demonio por grande rato
en el banquete, con aquella forma, y figura de ave, que entró y porque
esta relación cobrase más crédito con los testigos, mandó el padre Prior
llamar un Indio, el cual depuso de este suceso como quien le vio, y de
su boca le oí yo por el orden que aquí refiero. Verdad es padres mios (dijo
el Indio) que siendo yo muchacho, antes que esta Santa Imagen estuviera
entre nosotros, vi en mi casa un día grande junta, y concurso de Indios
congregados todos a sus bailes y fiestas y vi ocularmente entrar una disfor-
me lechuza, que se asentó sobre una pirua o troje (donde se guarda la co.
mida) que había en aquella junta, y desde allí saludó a los Indios, en len-

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

gua Aymara, preguntándoles por su salud, respondieron los Indios en el
mismo idioma, y lenguaje, con sus rudas cortesías y cansadas sumisiones,
estar buenos a su servicio. Agradecióles el ave con palabras amorosas
la respuesta, diciéndoles el gusto que tenía de verlos allí en semejante jun-
ta. Mas contó el Indio, que su padre suplicó a la lechuza bajase del lugar
donde estaba, y se sentase entre ellos, a honrar aquella fiesta y que acu-
dió luego a sus ruegos y entonces su madre le mandó adorar aquella le-
chuza y que en señal de ello le llevase en un pequeño vaso (que ellos lla-
man kero) alguna chicha, la cual ofrenda recibió el disfrazado demonio y
con sus aparentes uñas de lechuza, punzó tanto cuanto las manos del nue-
vo copero, que le había servido la bebida. Añadió más el Indio, que cuando
sucedió esto era ya de noche y cuando con muy mezquina luz se veían los
unos a los otros; siempre este Príncipe de tinieblas en ellas sus fuertes.
Es costumbre muy connaturalizada entre los Indios, al cubrir y te-
char sus casas, hacer junta de hechiceros para que levanten figura y pro-
nostiquen el bien o mal que les aguarda en aquella casa. Invocan los de-
monios en su favor, con cantares tristes, al son de tamboriles destemplados
(para ellos suavísimos). Prosiguiendo con su plática el padre Prior Fray
Juan Vizcayno (Religioso antiguo y grandemente experto en cosas de los na-
turales) dijo que una vez un Indio llevado de curiosidad, quiso ver quien
era el demonio (que de ordinario asistía en sus bailes nocturnos) y tocando
sus ropas, lleno de horror, y espanto, las halló de una lana fofa y moja-
da, muy asquerosa. Más que ropa podía vestir tan infame huésped, que
por no haberlas tenido buenas y aseadas en las bodas del cielo, dieron
con él en las obscuras cárceles del Infierno.
Por los años de 1616, en cierta doctrina, cuatro jornadas del Cuzco,
un Cacique habiendo acabado de cubrir una casa nueva, aguardó día y
ocasión en que el Sacerdote que los doctrinaba, se ausentase del mismo
pueblo y juntando en la dicha choza toda su parentela y la mayor parte del
pueblo, hizo una gran fiesta, donde fueron muchos los bailes y las supers-
ticiones no pocas, renovando el uso antiguo de ellos, por no haber quien le
fuese a la mano, hizo repicar las campanas y tocar las chirimías; estando
todos en aquestos bailes entró un ave, la cual cogió el Cacique y con gran
alegría quitándose el sombrero, la puso sobre la cabeza diciendo, no me
puede ya suceder cosa mala, pues mi valedor me ha visitado. Y como gra-
cias a Dios están ya los más de los Indios desengañados y conocen que la
ley Evangélica es la buena y la sola segura y santa, no faltaron algunos
de los presentes que abominaron el caso, diciendo que el ave que había
entrado en la casa era el demonio, y así en breve se vino a publicar en
toda aquella Provincia, hasta venir a noticia del Reverendísimo señor Don
Fernando de Mendoza, obispo de la ciudad del Cuzco, el cual me envió co-
misión para averiguar el caso, y hallé al Cacique muy culpado que siguien-
do a sus abuelos y padres, se preciaba de hechicero; y temeroso del casti-
go hizo fuga, dejando su propia patria, dando con sus delitos ocasión al
Corregidor para quitarle el oficio de Cacique.
Mas nos contó el padre Prior, haber oído a un Sacerdote fidedigno,
que junto a Ytapaya (distrito de Cochabamba) vio en unos bailes una sier-
pe que bebía entre los Indios y que se había entendido ser el demonio, que
asistía en aquella torpe junta, que como en figura de serpiente logró sus

HISTORIA DE COPACABANA

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primeros engaños, conserva todavía aquella forma para con ella perse-
guir con los males que traza a los hombres.

CAPITULO XXVI
DE TRES TEMPLOS FAMOSOS QUE TUVO EL DEMONIO EN EL
REINO DEL PERÚ
El Angélico Doctor Santo Tomás, 2.2.q.8. arti.r. tratando de los tem-
plos de Dios, y la veneración debida a ellos, convida que vayan al templo
los fieles, por que es la lonja donde han de acudir los mercaderes del cielo,
esta es la parte principal de la Religión, que es una virtud, por la cual dan
a Dios culto, y reverencia los hombres, reconociéndole por Señor, y protes-
tando sus servicios, confesando debérsele, por innumerables títulos, no solo
con lo secreto del alma, sino con las obras manifiestas y ceremonias exte-
riores (2 Par. 6). Cuando el Rey Salomón (como consta del Paralipómenon)
acabó de edificar el templo, donde Dios fuese servido, hizo una tan larga,
como devota oración, pidiendo y suplicando a Dios vistiese de Gloria a
aquella su casa y la señalase por Asilo de todos los que allí viniesen a orar,
decretando propicia y favorablemente sus peticiones y memoriales, oyó la
divina Majestad, el ruego del docto Rey porque su clemencia nunca dila-
ta los plazos a las mercedes cuando no halla deméritos en quien las pide,
y en señal de que regalaría, siendo largo en hacer favores, a todos los que a
su templo acudiesen y que sus ruegos serían oídos. “Ignis de coelo des-
cendit”. Bajó fuego del cielo, que abrasó el sacrificio, y todo el templo que-
dó hecho un relicario de la Majestad del Señor, y fue de manera que has-
ta los Sacerdotes se veían embarazados con el respeto y no se amañaban
a los sacrificios. Vieron visiblemente todos los hijos de Israel bajar el fuego,
y la gloria del Señor, sobre la casa edificada para honra y gloria suya.
Fue grande la envidia del demonio, pero como entonces su partido
no estaba tan caído, díó orden y trazas como también a él le levantasen
aras y edificasen templos y así tuvo tantos y tan famosos pues según cons-
ta de las humanas letras, todos los Príncipes Griegos de común consentimien-
to, dieron nombre al de Diana, dándole al mundo por séptima maravilla y
en esto gastaron veinte y siete años y la mayor parte de sus riquezas.
Los Romanos por el consiguiente, como señores que fueron del mun-
do, labraron otros muchos y muy costosos templos, a sus falsos Dioses, que
eran los demonios, los cuales después de la muerte de Cristo, Señor Nues-
tro, por la predicación de los Apóstoles, y discípulos fueron conocidos por
falsos, y Dioses burladores, inicuos y perversos y como tales dejados y
sus templos destruidos, levantándose otros en honra de Cristo Señor Nues-
tro y de la soberana Virgen su madre, y de los santos apóstoles y de otros
muchos santos, que en servicio de Dios, ocuparon la vida, firmando con san-
gre la fé y creencia de un solo Dios. Estos templos escogió Dios por palacio
de su majestad, donde fuese servido de sus fieles y así viendo esto el santo
Rey David dijo: “Domum tuam decet santitudo, in longitudine dierum” (P.salm.
92). A vuestra casa Señor, se debe gran devoción, temor y reverencia, pues
en ella reside y asiste el Dios de la Majestad y grandeza Real, y substan-
cialmente en el Santísimo Sacramento del altar, y con él, por inefable conco-

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

mitancia toda la santísima Trinidad. Conociendo aquesto el demonio, y vien-
do que la presa se la iba de las manos y que el nombre de Cristo Señor Nues-
tro, crecía llevando tras su fragancia a gran priesa las almas, y que le iban
dejando a él, despertó a los Reyes y Monarcas del mundo, para que defen-
diesen su partido y que a fuerza de amenazas y tormentos borrasen la ver-
dadera Religión, y culto divino, dando nuevo lustre a la falsa y antigua de
los antepasados, burlándoles sus dañados intentos pues cuando pensó se-
pultar el nombre de CRISTO, Señor Nuestro, con derramada sangre, crecía
más el número de los Mártires con dobladas ventajas, pues por maravilla
en la primitiva iglesia, de las tres partes del mundo, Asia, África y Europa,
hubo retirado lugar ni humilde asiento, donde no se viesen las riquezas de
la Pasión de Cristo y se sintiese la fragancia de su santísimo nombre y en
honra suya y de su santísima Madre, no se levantasen templos, arruinán-
dose los de Satanás. Solamente le había quedado a este envidioso Prínci-
pe de las tinieblas, este nuevo mundo y gran América donde era señor
absoluto y donde como tal quiso ser adorado por Dios, y que en honra y
servicio suyo se levantasen templos en que fuese reverenciado su nombre,
tomó por instrumento y medio a los Incas, señores de la tierra y así tuvo
muchos, pero de estos fueron los más nombrados tres, que cada uno de
ellos podía competir con el más suntuoso y costoso de los antiguos Gentiles.
Entre estos costosísimos templos, y de tamañas riquezas, fue el de la isla
de Titicaca, de que ya hemos tratado en los capítulos pasados, y hecho lar-
ga mención. Solamente advierto aquí como fue el templo más visitado de
todos pues de todo el Reino acudían a él. Este adoratorio estaba dentro de
la misma isla, donde estaba una gran peña y en ella un claro y pequeño
hueco, que tenía por tradición haber sido puerta por donde había salido
el Sol.
Viniendo uno de los Incas a visitar aqueste templo, el demonio en fi-
gura de un gato montes, corrió por la peña, despidiendo de sí mucho fuego,
viendo esto el Inca, la veneró más, arrimando a ella muchos y soberbios
edificios y entre ellos fuera de las casas de las Vírgenes vestales y Mama-
conas, hizo uno dedicado al Sol, afirman los Indios viejos que estaban mu-
chos pájaros pintados, muchos tigres, leones, muchas figuras de hombres
con barbas y de caballos, y todas las naciones de los Indios de este Reino,
como Yungas, Chunchos, Panataguas, etc. Este templo fue el más rico de
todos los del Perú, porque como a él concurrían de todo el reino y de todo
cuanto a el Inca estaba sujeto, eran grandes las ofrendas que enriquecían
sus erarios. Es común fama y opinión que habiendo visto los Indios a los
primeros españoles que en la isla entraron, como fue el Capitán Ríeseos y
sus compañeros y conocida la insaciable hambre que apretaba sus entrañas,
escarmentados de la que vieron llevar a los españoles, echaron toda la
riqueza o la mayor parte en la laguna, y si alguna escondieron, no han po-
dido dar con ella.
En este templo daba oráculos el demonio y así de ordinario iban a
consultarle. Ya gracias al señor ha enmudecido, porque la Virgen sobera-
na, de quien se entiende aquel lugar de Génesis. “Ipsa conteret caput tuum”.
(Cap. 3). Yo criaré una mujer tan valerosa y esforzada que te desmenuce y
rompa la cabeza, venciendo tu furia y sujetando tu presunción y soberbia.
Esto se ha visto claramente pues le ha puesto freno y perpetuo silencio a
su opinión pues ya no se oye su nombre, si no es para maldecirle; y el de

HISTORIA DE COPACABANA

87

la Virgen es venerado de tal manera, que solo decir Virgen de Copacaba-
na, levanta los corazones y enciende los ánimos de ellos, dándoles brio para
devoción de tan alta señora, yo he visto en esta santa casa muchos Indios,
y de ordinario a la gente española, que puestos de rodillas ante la santa
Imagen, han regado el suelo con sus lágrimas.
El segundo templo famoso que hubo en el Perú fue el de la ciudad del
Cuzco, estaba edificado en el lugar a donde ahora está el Convento del
glorioso Patriarca Santo Domingo y los sillares y piedras del edificio, des-
cubren su grandeza, desde la fortaleza del Inca, que está en un alto, que
se ve de la misma ciudad, se venía por debajo de tierra a este templo, el
cual era como el Panteón de los Romanos, cuanto a ser casa de todos los
Dioses, porque en ésta pusieron los Incas, todos los ídolos de las Provincias
sujetas a ellos, y lo primero que hacían, (cuando a su corona sujetaban
alguna Provincia) era quitarles ídolos y llevarlos al Cuzco a donde acudían
cada año con grandes dones, y en honra de sus Dioses, cada Provincia ha-
cía excesivos gastos, ofreciendo mucho oro y plata y gran fuerza de anima-
les en sacrificio, con aquesta traza y orden que siguió el Inca, de tener como
rehenes los ídolos de la gente del Perú, aseguró su Reino y fue de manera
que no osaban levantarse contra él.
CAPITULO xxvn
EN QUE SE PROSIGUE LA MISMA MATERIA Y SE TRATA DE LOS TRES
TEMPLOS QUE EN CONTRAPOSICIÓN TIENE LA VIRGEN, EN PODER
DE RELIGIOSOS AGUSTINOS
Cuando los Incas echaban sobre la cerviz de algún vencido pueblo
el yugo de su mando, lo primero que hacían era, profanar sus aras, con ve-
néreos entretenimientos, por escarnecer aquellos Dioses vencidos, con esto
vino a hacerse tan temido, que conquistadas otras Provincias sólo de su
asombro (por verse libres del cerco, con el miedo los apretaba) le daban la
obediencia llamándole marido y señor de las guacas. Todos los ídolos que
por mandado del Inca iban presos al Cuzco, los ponían en lugar conocido
para que allí fuesen respetados, de manera que al paso que extendía el
Inca su Imperio, crecía en él la superstición, como los Romanos que adora-
ban los Dioses de cuantas naciones conocían, juzgando como dijo San
León Papa, en el sermón I. de San Pedro y San Pablo, que entonces esta-
ban más adelante en la verdadera Religión, cuando más llenos de la Ido-
latría. “Haec autem civitas ignorans suae prevectionis autorem, cum paene óm-
nibus dominaretur gentibus, omnium gentium serviebat erroribus & magnam si-
bi videbatus asumsisse Religione, guia nulla respuebat falsitatem”. Y esta era
la razón porque en el Cuzco se hizo templo general para todo género de Dio-
ses, juzgando el Inca que por ahí se hacía más famoso, y a ser del verdade-
ro Dios no se engañaba, que no hay tal autoridad como servirle, como ofre-
cerle que las ofrendas a Dios, siempre fueron acreditadas en la antigüedad,
que allá Homero la mayor de las alabanzas de Ulises dice, que fue empe-
zar las acciones de cada día por el sacrificio.
“Qui semper sacra deorum.
Ante alios fecjt cumulans altaría Dominus”

88

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

Pagábales el demonio a estos bárbaros del Perú sus sacrificios, solo
con hablarles, que en el templo que había en el Cuzco daba sus respuestas
y les hablaba visiblemente y a tiempos le veían en forma de una culebra
muy pintada. El modo que tenían de consultar a las guacas los Indios era,
que a prima noche entraban las espaldas vueltas al ídolo, agobiando el
cuerpo hacia atrás, inclinando la cabeza y así le consultaban la respuesta
que el demonio les daba, era de ordinario una manera de silvo temeroso;
todos sus vaticinios y respuestas eran encaminados a conocida pérdida de
los mismos Indios. Esto han echado de ver casi todos y particularmente que
por la continua conversación de sacerdotes y españoles, han abierto los
ojos que tan ciegos se los tenía la Idolatría, yo he oído a muchos tratando
de los sacrificios, que en tiempo de su gentilidad hacían, ofreciendo niños
y derramando sangre humana, este es buen tiempo, y el Dios que ahora
adoramos es el verdadero, pues se paga de corazones y no como el demo-
nio que pedía sangre humana. En esta casa del Sol en el Cuzco, tenían un
ídolo llamado Punchao, en forma de un Sol, era de oro finísimo con gran
riqueza de pedrería y puesto al oriente con tal artificio que en saliendo el
Sol parecía que se miraba en él como en espejo, con la repercusión de los
rayos, de suerte que parecía el ídolo otro Sol. Este era el Dios principal de
los Incas, en cuyo servicio se esmeraban y en el del ídolo llamado Pacha-
yachachic (que es como si dijéramos el hacedor del cielo). Cuando los pri-
meros Españoles entraron en el Cuzco, de más de las riquezas y tesoros
grandes que vinieron a sus codiciosas manos, dio en ellas el ídolo del Sol,
habiéndola a las suyas un soldado (que por serlo) no reparó en jugarlo, ni
sintió el perderlo. Este fue el famoso Mancio Sierra, de este juego nació el co-
mún proverbio, juega el Sol antes que salga.
El tercer templo del Perú fue el de Pachacama, cuatro leguas de la
ciudad de los Reyes, estaba edificado sobre un pequeño cerro, hecho (todo a
mano) de adobes, y de tierra, y en lo alto puesto el edificio, levantándose
desde la falda del mismo cerro, tenía muchas puertas, ellas y las paredes,
con figuras de animales fieros, osos, leones y otras bestias, y muchos pájaros
de la mar. Dentro del templo estaba el ídolo, y los sacerdotes que no fingían
pequeña santidad, habitaban en el mismo templo, y cuando la gente se
juntaba a los sacrificios, iban ellos los rostros hacia las puertas del templo,
vueltas las espaldas a la figura del ídolo, los ojos en tierra mostrando en
el aspecto gran turbación, al modo de lo que se escribe, de los sacerdotes
del Dios Apolo, cuando los Gentiles aguardaban sus respuestas. Delante de
la figura de este demonio, al cual nombraban Pachacamac (que significa
lo mismo que en nuestro vulgar, criador de la tierra) porque Camac significa
criador y Pacha quiere decir tierra, sacrificaban gran número de animales,
regando los suelos con mucha sangre humana, de personas que sacrifica-
ban. Daba en los días solemnes respuestas y oráculos. Este demonio a los
principios de la venida de los españoles, hizo gran sentimiento, viendo que
los Indios se bautizaban y vino a decirles que el Dios que los Cristianos pre-
dicaban y él, eran una misma cosa y desengañados los Indios, vinieron a
hacer burla de él, teniéndole por mentiroso y cobarde, pues huía de una
Cruz. Junto al templo de este demonio, había muchos y muy grandes apo-
sentos para los que venían en romería. En todo el circuito de la guaca, no
se permitía enterrar a nadie, sino eran señores o gente principal, o sacer-
dotes de aquel templo, o los que morían en su romería. Y porque he puesto
el sentimiento que el demonio hizo, viendo que los Indios recibían el agua

HISTORIA DE COPACABANA

89

del bautismo, como que el quedaba anegado, dando bramidos sin prove-
cho. “Ecce Gigantes gemunt sub aquis”. Quiero tocar de paso, lo que ciertos
Religiosos de mi sagrada Religión me certificaron, había sucedido en nues-
tro convento de Chuquisaca y fue que un Religioso se servía de un mucha-
cho Chiriguano (que son indios de guerra, que aún no están conquistados y
así se están en su gentilidad) que durmiendo este muchacho, con otros del
convento, junto a la sacristía a deshoras, acudía una fantasma y entresaca-
ba a este Chiriguano de los demás. Atemorizados los otros, por haber visto
esto, unas tres o cuatro veces, lo descubrieron a los Religiosos del convento,
los cuales vinieron a dar en el punto que no debía de ser el muchacho
bautizado. Averiguáronlo, salió verdadera su imaginación, y bautizáronle
con que quedó libre de tan terrible pesadilla.
A este falso santuario de Pachacama, acudían los Indios Yungas, que
es gente distinta de los Serranos, en costumbre, traje y modo de vivir y per-
mitió la Majestad divina, que también entre estos Indios, que era muy supers-
ticiosos, y dados a la Idolatría, para desengaño de ellos hubiese, otra Ima-
gen de Nuestra Señora, como la tienen los Serranos. La de los llanos se in-
titula Nuestra Señora de Guadalupe, está en los valles de Trujillos, siete
leguas de Saña. Fue el primer santuario del Perú, y la primera Imagen que
resplandeció en milagros. Está en poder de los Religiosos de nuestro padre
San Agustín, los cuales (desde que la trajeron de España) la poseyeron y
en su poder ha resplandecido, con grandes prodigios y maravillas y cono-
cidamente en este Reino del Perú, los Religiosos de nuestro gran padre Agus-
tino, han sido favorecidos de la esclarecida Reina de los Angeles, que los
ha escogido por sus capellanes, para entregarles sus santuarios, pues los
tres famosos que en él hay, están en su poder. En los llanos tierra de los
Yungas Nuestra Señora de Guadalupe. En la sierra en la Provincia de los
Omasuyos, Nuestra Señora de Copacabana y tres jornadas de esta dichosa
casa en el pueblo de Pucarani, Nuestra Señora que del mismo pueblo ha
tomado su apellido y así la llaman la Virgen de Pucarani, la cual después
de haber resplandecido en milagros la de Copacabana, descubrió sus ex-
celencias y milagrosa virtud, y parece que son hermanas en los milagros
las dos santas Imágenes, por haber sido uno el escultor de ambas que fue
un Indio principal nombrado, Don Francisco Titoyupangue (sic), de quien en
la segunda parte haremos larga mención.
Aquestas tres Imágenes, se han adelantado en favorecer este Reino
con singulares prodigios, y de ordinario todos los que acuden a sus san-
tuarios salen consolados, alcanzando todo lo que piden al Señor, por medio
de estas milagrosas Imágenes. En los dos santuarios y conventos, de Gua-
dalupe y Copacabana, he sido conventual y visto grandes maravillas y pa-
ra mayor devoción de la Virgen y consuelo de los fieles, daré noticia de
todos ellos, para que alaben y bendigan a la soberana Virgen María, que
como madre y Señora ha recogido debajo de su protección y amparo toda
la gente del Perú, favoreciéndoles conocidamente.

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

CAPITULO XXVIII
TRATA DE LA ISLA DE LA LUNA LLAMADA COATA. Y DE ALGUNAS
COSAS NOTABLES
La libertad y sobra de comidas, ocasionaron al hombre para que a
rienda suelta, licenciase sus lividinosos apetitos. Esta fue la iniquidad de
tu hermana Sodoma dijo Dios por Ezequiel, hablando con lerusalem, sober-
bia, hartura y abundancia de pan y ociosidad. (Ezeq. 15).
Como en los Incas señores del gran Perú, predominaban tanto estas
carniceras bestias, rendían sus falsos corazones al deshonesto vicio de la
sensualidad, connaturalizándose de tal manera en ellos, que les parecía ser
muy pesado el mortal curso sin el uso y servicio de mujeres. De aquí vino
que aquel bárbaro Topa Inca Yupanqui, señaló mujer al Sol y Coya de su
servicio, pareciéndole infidelidad lo contrario, para esto halló buena como-
didad en una isla, que dista de Titicaca una legua y más, hacia el Oriente,
mediana, de buen temple y poblada de alguna arboleda aunque sin agua
vecina. Esta isla dedicó a la luna y allí le hizo altar donde puso un bulto de
oro a la traza de una Coya, que representaba la mujer del Sol llamóla Coala
o Coyata, que es tanto como Reina.
Esta era la segunda romería después de haber llegado a la isla, y
era muy celebrada tanto que los Indios viejos (que desto se acuerdan) dicen,
acudía allí gente como ahora acuden Cristianos a la verdadera Reina de
los Angeles, la Virgen María, madre del verdadero Sol de Justicia Cristo
nuestro bien.
Habían muchas y muy frecuentes misiones de una isla, a otra, y gran-
des retomos, fingían los ministros de un templo, y del otro, que la Coya
mujer del Sol, teniendo las veces de la luna la enviaba sus recados y que
el Sol se los retornaba con caricias de recíproca afición, iban y venían bre-
vajes y hacían tiempo para beber a una. Demás de esto para representar
las figuras al vivo se componían en cada uno de los adoratorios, un mi-
nistro mayor y una Mamacona que hacían los personajes del Sol y de la
Luna, cubiertos con láminas de oro el que representaba el Sol, y el de la
Luna con sus planchas de plata, brindábanse, regalando la Coya al Sol,
pidiéndole tiempo fértil, y apacible y que sustentase en regalada vida al
Inca y a los demás que con tanta fé y devoción empleaban sus volunta-
des en su servicio. En esta vanidad consumían aquellos bárbaros el tiempo
de su mísera y ociosa vida, remontando sus lascivas fiestas y banquetes y
revolcándose como torpes e inmundos animales, en el cieno de sus obse-
nas costumbres.
En el asiento de Copacabana, se ven hoy casa y aposentos que eran
del Sol y de la Luna, que a estos planetas reverenciaban como a Deidad
superior. Donde está ahora fundado el convento, se ven todavía algunos
rastros de los edificios famosos de piedra labrada, que era casa dedicada
al Sol. Habían dos muy fieros leones de piedra, y dos cóndores o buitres
que estaban puestos junto a un edificio curioso, donde dicen había un es-
tanque hecho a mano, en que el Inca se recreaba y bañaba. Aquí como era
la primera estación, viniendo de Yunguyo, acudían primero los peregrinos

HISTORIA DE COPACABANA

91

y después de haber adorado al Sol, hincaban las rodillas, haciendo reve-
rencia a aquellos animales, cuyas figuras se ven hoy, aunque maltradadas
por el tiempo y después de haber descansado uno o dos días, pasaban al
gran templo del Sol, que estaba en Titicaca, o pasaban a la isla de Coata,
a adorar la Luna, para tenerla grata y favorable, juzgando ser mujer del Sol.
En este asiento de Copacabana, tenía el Inca dos mil Indios francos de
todo tributo, pecho y ocupación que solo servían de limpiar las casas que
digo y acudir a su reparo y al de las que había en las islas Titicaca y Coata.
Estos estaban libres de tributos y pechos y otras imposiciones y escusados
de acudir a los ministerios de la guerra, pareciéndoles que gente ocupada
en servicio de sus Dioses, era bien relevarla de otras ocupaciones, que les
podían ser estorbo para la ejecución de sus ministerios y después acá, han
pedido estos Indios se les concedan los mismos fueros y privilegios a ellos,
que al presente están en servicio de la sacratísima Reina de los Angeles,
como se les concedían a los otros por estar ocupados en servicio de sus fal-
sos Dioses, y como la lumbre natural de quién dijo David: “Signatum est
super nos lumen vultus tui Domine” (Psalm. 4). Señalada está sobre nosotros
la luz de tu rostro, lumbre que militando debajo de ella nos guía al verda-
dero bien, para quien fuimos criados y aunque es verdad que algunas veces
por el pecado está aquesta lumbre obscurecida, y anublada, pero nunca lle-
ga a estar apagada tan del todo, que no se echen de ver algunos rayos
de la lumbre, que Dios imprimió en estas almas. Pasando por este convento
de Nuestra Señora de Copacabana, nuestro Padre Maestro Fray Diego Pé-
rez (que entonces era Provincial) a la visita que se hacía de la Provincia,
viendo los pocos Indios que acudían, a la fábrica de la Capilla mayor (que
entonces se empezó a hacer) pidió a los Curacas y Caciques principales que
acudiesen con algunos más Indios, para llevar adelante la fábrica de una
tan insigne obra, y de tanta importancia, para que aquella santa Imagen
estuviese con la veneración debida. El Curaca principal le respondió que
suplicase al Virrey que entonces gobernaba (que era el Marqués de Mon-
tesclaros) que los relevase de las obligaciones y mitas o servicios personales,
a que acuden de ordinario los Indios al cerro de Potosí. Haciendo este ar-
gumento el Indio bárbaro, en quien la fuerza de la razón natural, que no
está tan del todo prostrada le hizo decir. Si en tiempo cuando estábamos
todos ocupados en servicio del demonio, el Inca nos relevaba de servicios
personales, y de acudir a la guerra, porque ahora después que la verdad
del Evangelio se nos ha predicado, estando como estamos en servicio de la
madre del verdadero Dios, no nos han de relevar siquiera de las mitas de
Potosí? para que con esto podamos acudir con más puntualidad al servicio
de aquesta santa Imagen, y mientras esto no se hiciere es fuerza que las
cosas vayan cada día de mal en peor y las del culto diurno y acrecentamien-
to de su templo, se queden muy atrás. Harta confusión para nosotros, pues
el bárbaro, y sin conocimiento del verdadero Dios, halló que era cosa muy
conforme a razón, señalar gajes a los que estaban ocupados en servicio de
sus falsos dioses, porque en ninguna manera faltasen en su ministerio. Hoy
se ven en las faldas de los cerros dg la jurisdicción de Copacabana (hasta
llegar a las islas tan nombradas) unas trojes donde encerraban la comida,
para que no se sintiese la falta, en los tiempos calamitosos.
Premiaba aventajadísimamente a los Prefectos y Gobernadores de
esta gente, que de ordinario (como hemos dicho) eran d© la casa y familia

92

P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

de los Incas, y con ellos tenía dispensado en el rigor de algunas premáticas
y leyes penales, que en la demás multitud hacía ejecutar, y ya que hemos
dicho las ruines costumbres y cobardes ánimos de esta bárbara gente, no
será razón dejar en silencio las grandezas de algunos, que como no hay
hermosura tan perfecta que no tenga su lunar, ni cosa tan acabada en que
no se halle un si no, asi lo dijo el otro Poeta.
“Omnes in visi vulnerat hasta nisi”.
Así en esta gente a quien pudo bien acreditar de valerosa, (si el ejer
cicio militar les ayudase) una valiente India, natural de Copacabana del
ayllo Guayro, casada con un Indio Canche, la cual si viviera en Roma, tu-
viera estatua que por largos años pregonara su nombre, digno de estar entre
los de la fama, pues libró a su república y pueblo y fue así. Como los Incas hu-
biesen dado la vuelta al Cuzco, después de entabladas las cosas de Titicaca,
Coata y Copacabana, los Indios de Yunguyo, viéndose enajenados de sus es-
timada y querida isla, juzgando a injusticia la que Topa Inca había usado
con ellos y que la nueva de que los españoles habían entrado en la tierra
iba cada día siendo más cierta, determinaron deshacer aquel agravio y co-
brar su isla por fuerza de armas, érales forzoso ganar primero el pueblo
porque de otra suerte quedarían burlados y en agraz sus deseos, porque el
Inca había tomado los puertos y pasos de la isla, con cercas que había he-
cho en el pueblo de Yunguyo, y fortalecido los de gente de guarnición, y
ocupando también el puesto de Tiquina para la isla, y así era imposible
tomarla, sin sujetar primero a Copacabana y para esto esperaron tiempo y
puestas sus espías supieron de ellas que toda la fuerza de Copacabana se
fundaba en las sementeras y la gente que en el pueblo había, de más de
ser poca estaba bien descuidada, de la traición que les amenazaba, lo cual
visto por los Yunguyos (luego sin más consejo) entraron de golpe al pueblo,
con ayuda de algunos Lupacas y Pacajes (gente contraria a los de Copa-
cabana) y aunque hallaron alguna resistencia fue poca y así iban ganando
tierra, desbaratando los contrarios, entre estos andaba el Indio Canche, que
cayó mal herido en el asalto, viéndole así caído su mujer Gúayro, revestida
de un ánimo más que varonil, y desnudando al descaecido marido las ar-
mas, se armó de ellas, dando tanto en que entender al enemigo, a quien
como tigre cuando le roban los hijos o leona hambrienta, se había opues-
to que con su ánimo y voces, de tal manera hizo rostro al contrario, y tanto
valieron sus palabras, que avivaron a los ya desmayados soldados, po-
niendo en cada uno nuevo coraje, que con ellos, y los que venían de refres-
co, sustentó la diferencia y combate y defendió la fuerza que esotros pre-
tendían entrar, haciéndoles con gran afrenta suya volver las espaldas y
que los que cantaban victoria fuesen llorando su vergonzoso vencimiento.
En este asiento de Copacabana, se ve hoy la horca, donde eran cas-
tigados los delincuentes, como lo fueron los principales agresores de aques-
ta rebelión. Está en el cerro Sirocani, y era una gran losa abrazada de dos
altas peñas, donde asentaban al reo y después de haberle allí afligido, le
ahorcaban, quedando pendiente el cuerpo de una cuerda, que corría por el
claro de una de las dos peñas, a otros colgaban de los pies, dejándolos
allí rendir el alma; a la entrada de este suplicio, que está en forma de calle-
jón, que hacen las dos peñas, estaba una barrenada, de modo que puede
pasar una soga gruesa, donde dicen (también) los Indios que ataban las

HISTORIA DE COPACABANA

93

monos al delincuente, teniéndole abrazado de la peña, hasta que el ham-
bre u otro de los ministros de la muerte, le quitaban la vida. Por curiosidad
el año de 1618, todos los Religiosos de esta santa casa fuimos con el padre
Prior a ver este lugar, y notamos las cosas referidas.
CAPITULO XXIX
DONDE SE PONEN OTRAS COSAS NOTABLES. TOCANTES A LAS
ISLAS Y COPACABANA
Cuando los Indios celebraban las fiestas solemnes del Sol, particu-
larmente la del Capacrayme, y la del Inti Raime, los de la parcialidad de
los Incas, ponían a todos los ídolos en sus andas (que ellos llaman rampa)
y adornándolas con muchas flores y planchas de oro, y plata, y mucha
plumería, hacían sus bailes y fiestas, iban todos hacia la isla y las ponían
en un lugar llamado Aycaypata, donde estaba una gran placa y allí se ha-
cían las fiestas. Había un templo grande con cinco puertas y no se permi-
tía a ningún Indio Colla, asistir ni hallarse a estas fiestas, ni entrar hasta
que fuesen acabadas. Maldición que Dios echó contra los Moabitas y Amo-
nitas, de los cuales hace mención el libro del Deuteronomio, cap. 23. “Ammo-
nites, & Moabites etiam post decimam generationem non intrabunt Eccle-
siam Domini in aetemum” Y después lo dijo por Jeremías en sus trenos.
“Quia vidit gentes ingresas sanctuarium suum, de quibus praeceperas ne
intrarent in Ecclesiam tuam”. (Hiere. I). Y a esta gente Colla como a gente
maldita y más desordenada en todos los vicios de la sensualidad, los tenía
por particular decreto excluidos de aquellas sus mayores festividades. Des-
pués de haber puesto los ídolos en sus lugares iban descalzos y sin man-
tas, y prostrábanse ante ellos, adorándolos. Daba principio a esta adoración
el más principal que se hallaba en la fiesta. Instrucción harto necesaria pa-
ra que el cristianismo reconozca la humildad con que debe celebrar el sa-
crosanto misterio del altar, y que el más autorizado piense que postrarse
ante el Santísimo Sacramento es lo que le autoriza más, que eso es pin-
tamos San Juan veinte y cuatro ancianos con diademas en las cabezas, los
cuales arrojaban sus cetros y coronas por tierra delante del Cordero, dando
a entender que no eran cetros, sus cetros, ni coronas sus coronas, en pre-
sencia de su Majestad y grandeza. “Procidebant viginti quatuor séniores
ante sedentem in throno”. (Apoc. 1). Y con razón dice el Evangelio, “& co-
ronae in capitibus eorum”, que tienen las coronas cuando las arrojan que
el renuncarilas por Dios no es perderlas, sino perpetuarlas. El abatirse en
la presencia de Dios, no es desautorizarle, sino entablar de nuevo la auto-
ridad y antes engreírse delante de nuestro Dios es apocarse. Ponderado
es en aquel ídolo de Dagón, que cuando pusieron en su ara el arca del
testamento cayó él y le hallaron cortada la cabeza. “Porro Dagon solus trun-
cus” (Reg. 5), qué fué la causa? pero ya la sé. Quedóse junto al arca, quiso
estar hombro a hombro con Dios; pues ciegúenle la cabeza de sobre los
hombros; quede descabezado, que autoridades con Dios acarrean la suma
desautoridad. Notables fueron las palabras de David a su mujer, cuando
sentida que hubiese bailado en presencia del arca del testamento, le dijo
que había parecido un truhán”. Ante Dominum, qui elegit me potius, quam
patrem tuum ludam, & vilior fiam, plusq, factus sum.” (2. Reg. 6). En presencia
del Señor, que le quitó a tu padre el Reino, y me le dio a mi, más y más me

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P. ALONSO RAMOS GAVILÁN

tengo de envilecer cada día, si es vileza el achicarme cuando le miro a
él. Más de lo que parece se encubre en estas palabras. A qué propósito hace
mención del Reino que se quitó a Saúl. Acordemos cuando después de la
inobediencia, con que contra el precepto de Dios, reservo Saúl la presa de
Amalee, llegó Samuel a reprehenderle, intimándole el enojo con que esta-
ba Dios, respondió ya veo que pequé. “Peccavi”, pero hónrame en presen-
cia de mis vasallos “Honora me coram populo”. Honra queréis (dice Samuel)
cuando está Dios enojado? teméis rebelión del pueblo si os ve desgraciado
con Dios? el reino temporal tratáis de conservar, habiendo perdido el eterno?
pues ese y esotro os quitarán. “Hodie abstulit Dominus Regnum tuum a te”.
Ahora a nuestro lugar. “Ante Dominum qui elegit me potius quam Patrem
tuum”. En presencia de un Dios que supo quitar el Reino a tu padre por en-
greído, no pienso engreírme sino apocarme. “Vilior fiam plusq; factus sum”.
Por el suelo me arrastraré, que la honra que parece se pierde apocándose
por Dios, antes así se asegura. No es muy de ponderar? que aconsejase Dios
perdamos, el padre, la madre, la tierra, la hacienda y aún la vida por él,
y nunca dice que por él perdamos nuestra honra. Pero ya entiendo el porqué
Dios de mi vida, porque no mandáis vos imposibles, sabéis que cuando nos
envileciéramos más por vuestro amor, cuando en oficios que parece des-
dicen a la honra quisiéramos perderla, eso será entablarla y así nadie pue-
de en vuestro servicio perder su honor, verdad que alcanzó aún para sus
secuaces el demonio, pues al mismo tiempo que los católicos celebran fies-
tas al Santísimo Sacramento, hacía con las mismas ceremonias celebrar
las suyas, y que al pasar su trasumpto se postrasen los principales, echasen
en tierra sus mantas y sin llautos, le adorasen. Al pasar su procesión, ado-
raban primero la estatua del Sol, y luego la de la Luna y a ésta seguía
el adorar el trueno y luego a los demás ídolos, que cada cual tenía su insig-
nia con que se diferenciaba de los demás. Al ídolo del Sol figuraban en for-
ma de un Inca todo de oro, muy lucido con mucha pedrería, que ponía
admiración a los que lo miraban. Pintaban a la Luna en traje de una Rei-
na, y era de plata, al trueno tan bien le figuraban con ropaje, e insignias de
un Indio muy lucido era de plata. Acabadas estas sumisiones y postracio-
nes que hacían, alzando las manos en alto, dando señal con la boca como
que besaban, comenzaban los bailes, los cuales acababan en beber y hol-
garse a su modo, que a este blanco tiraban todos sus pensamientos.
Entre otras cosas notables que se hallaron en Copacabana, fue un
solar dedicado a la misma tierra, que así como los Romanos y Gentiles an-
tiguos, adoraban a la Diosa Tellus obligándola en sus sacrificios a que acu-
diese con buenos temporales, así los Indios del Cuzco, y los de Copacabana,
que en todo se asimilaban por tarer su principio y origen de allá, y ser me-
ros Incas, reverenciaban a la tierra y antes de labrarla ofrecían sus sacri-
ficios, pidiendo que acudiese como buena madre, con el sustento necesario
a sus hijos, el nombre con que la llamaban era Pachamama, que significa
tanto como la madre tierra. (Aug. de civit lib. 7. cap. 23).
Topa Inca (finalmente) después de haber reducido a policía la isla y
sus anexos y las cosas tocantes a Copacabana determinó dar la vuelta al
Cuzco, y para ello mandó llamar a su hijo Guaynacapac, al cual dejó allí
por su teniente, partiéndose con designio de volver andando el tiempo pero
llegó la muerte que le atajó los pasos, y feneció cuentas con sus vanos y
gentílicos pensamientos.

KUPRIENKO