Хосе де Акоста. Естественная и моральная история Индий. Часть 1.
José de Acosta. Historia natural y moral de las Indias. Parte 1.
Historia natural y moral de las Indias
José de Acosta
A la serenísima infanta doña Isabel Clara Eugenia de Austria
SEÑORA
Habiéndome, la Majestad del Rey, nuestro Señor, dado licencia de ofrecer a V. A. esta pequeña obra, intitulada Historia natural y moral de las Indias, no se me podrá atribuir a falta de consideración querer ocupar el tiempo, que en cosas de importancia Vuestra Alteza tan santamente gasta, divirtiéndola a materias, que por tocar en Filosofía son algo oscuras, y por ser de gentes bárbaras no parecen a propósito. Mas porque el conocimiento y especulación de cosas naturales, mayormente si son notables y raras, causa natural gusto y deleite en entendimientos delicados, y la noticia de costumbres y hechos extraños también con su novedad aplace, tengo para mí, que para Vuestra Alteza podrá servir de un honesto y útil entretenimiento, darle ocasión de considerar en obras que el Altísimo ha fabricado en la máquina de este Mundo, especialmente en aquellas partes que llamamos Indias, que por ser nuevas tierras dan más que considerar, y por ser de nuevos vasallos, que el Sumo Dios dió a la Corona de España, no es del todo ajeno, ni extraño su conocimiento.
Mi deseo es que V. A. algunos ratos de tiempo se entretenga con esta lectura, que por eso va en vulgar; y si no me engaño, no es para entendimientos vulgares, y podrá ser, que, como en otras cosas, así en ésta, mostrando gusto Vuestra Alteza sea favorecida esta obrilla, para que por tal medio también el Rey, nuestro Señor, huelgue de entretener alguna vez el tiempo con la relación y consideración de cosa y gentes que a su Real Corona tanto tocan, a cuya Majestad dediqué otro libro, que de la predicación evangélica de aquellas Indias compuse en latín. Y todo ello deseo que sirva para que con la noticia de lo que Dios nuestro Señor repartió, y depositó de sus tesoros en aquellos Reinos, sean las gentes de ellos más ayudadas y favorecidas de estas de acá, a quien su divina y alta Providencia las tiene encomendadas.
Suplico a V. A. que si en algunas partes esta obrilla no pareciere tan apacible, no deje de pasar los ojos por las demás, que podrá ser, que unas u otras sean de gusto, y siéndolo, no podrán dejar de ser de provecho, y muy grande, pues este favor será en bien de gentes y tierras tan necesitadas de él. Dios nuestro Señor guarde y prospere a V. A. muchos años, como sus siervos cotidiana y afectuosamente lo suplicamos a su Divina Majestad. Amén. En Sevilla, primero de marzo de mil y quinientos y noventa años.
JOSEPH DE ACOSTA
Proemio al lector
Del nuevo mundo e Indias Occidentales han escrito muchos autores diversos libros y relaciones, en que dan noticia de las cosas nuevas y extrañas, que en aquellas partes se han descubierto, y de los hechos y sucesos de los españoles que las han conquistado y poblado. Mas hasta ahora no he visto autor que trate de declarar las causas y razón de tales novedades y extrañezas de naturaleza, ni que haga discurso o inquisición en esta parte; ni tampoco he topado libro cuyo argumento sea los hechos e historia de los mismos indios antiguos y naturales habitadores del nuevo orbe.
A la verdad ambas cosas tienen dificultad no pequeña. La primera, por ser cosas de naturaleza, que salen de la Filosofía antiguamente recibida y platicada; como es ser la región que llaman tórrida muy húmeda, y en partes muy templada; llover en ella cuando el sol anda más cerca, y otras cosas semejantes. Y los que han escrito de Indias Occidentales no han hecho profesión de tanta Filosofía, ni aun los más de ellos han hecho advertencia en tales cosas. La segunda, de tratar los hechos e historia propia de los indios, requería mucho trato y muy intrínseco con los mismos indios, del cual carecieron los más que han escrito de Indias; o por no saber su lengua, o por no cuidar de saber sus antigüedades; así se contentaron con relatar algunas de sus cosas superficiales.
Deseando, pues, yo tener alguna más especial noticia de sus cosas, hice diligencia con hombres prácticos y muy versados en tales materias, y de sus pláticas y relaciones copiosas pude sacar lo que juzgué bastar para dar noticia de las costumbres y hechos de estas gentes. Y en lo natural de aquellas tierras y sus propiedades con la experiencia de muchos años, y con la diligencia de inquirir, discurrir y conferir con personas sabias y expertas; también me parece que se me ofrecieron algunas advertencias que podrían servir y aprovechar a otros ingenios mejores, para buscar la verdad, o pasar más adelante, si les pareciese bien lo que aquí hallasen.
Así que aunque el mundo nuevo ya no es nuevo, sino viejo, según hay mucho dicho, y escrito de él, todavía me parece que en alguna manera se podrá tener esta Historia por nueva, por ser juntamente Historia, y en parte Filosofía, y por ser no sólo de las obras de naturaleza, sino también de las del libre albedrío, que son los hechos y costumbres de hombres. Por donde me pareció darle nombre de Historia natural y moral de las Indias, abrazando con este intento ambas cosas.
En los dos primeros libros se trata, lo que toca al Cielo, temperamento y habitación de aquel orbe; los cuales libros yo había primero escrito en latín, y ahora los he traducido usando más de la licencia de autor que de la obligación de intérprete, por acomodarme mejor a aquellos a quien se escribe en vulgar. En los otros dos libros siguientes se trata, lo que de elementos y mixtos naturales, que son metales, plantas y animales, parece notable en Indias. De los hombres y de sus hechos (quiero decir de los mismos indios, y de sus ritos, y costumbres, y gobierno, y guerras, y sucesos) refieren los demás libros, lo que se ha podido averiguar, y parece digno de relación. Cómo se hayan sabido los sucesos y hechos antiguos de indios, no teniendo ellos escritura como nosotros, en la misma Historia se dirá, pues no es pequeña parte de sus habilidades haber podido y sabido conservar sus antiguallas, sin usar ni tener letras algunas.
El fin de este trabajo es, que por la noticia de las obras naturales que el autor tan sabio de toda naturaleza ha hecho, se le dé alabanza y gloria al altísimo Dios, que es maravilloso en todas partes; y por el conocimiento de las costumbres y cosas propias de los indios, ellos sean ayudados a conseguir y permanecer en la gracia de la alta vocación del Santo Evangelio, al cual se dignó en el fin de los siglos traer gente tan ciega, el que alumbra desde los montes altísimos de su eternidad. Ultra de eso podrá cada uno para sí sacar también algún fruto, pues por bajo que sea el sujeto, el hombre sabio saca para sí sabiduría; y de los más viles y pequeños animalejos se puede tirar muy alta consideración y muy provechosa filosofía.
Sólo resta advertir al lector que los dos primeros libros de esta Historia o discurso se escribieron estando en el Perú, y los otros cinco después en Europa, habiéndome ordenado la obediencia volver por acá, Y así los unos hablan de las cosas de Indias como de cosas presentes, y los otros como de cosas ausentes. Para que esta diversidad de hablar no ofenda, me pareció advertir aquí la causa.
Libro primero
Capítulo I
De la opinión que algunos autores tuvieron, que el cielo no se extendía al nuevo mundo
Estuvieron tan lejos los antiguos de pensar que hubiese gentes en este nuevo mundo, que muchos de ellos no quisieron creer que había tierra de esta parte; y lo que es más de maravillar, no faltó quien también negase haber acá este cielo que vemos. Porque aunque es verdad que los más y los mejores de los filósofos sintieron, que el cielo era todo redondo, como en efecto, lo es, y que así rodeaba por todas partes la tierra, y la encerraba en sí; con todo eso, algunos, y no pocos, ni de los de menos autoridad entre los sagrados doctores, tuvieron diferente opinión, imaginando la fábrica de este mundo a manera de una casa, en la cual el techo que la cubre, sólo la rodea por lo alto, y no la cerca por todas partes; dando por razón de esto, que de otra suerte estuviera la tierra en medio colgada del aire, que parece cosa ajena de toda razón. Y también que en todos los edificios vemos que el cimiento está de una parte, y el techo de otra contraria; y así, conforme a buena consideración, en este gran edificio del mundo, todo el cielo estará a una parte encima, y toda la tierra a otra diferente debajo.
El glorioso Crisóstomo, como quien se había más ocupado en el estudio de las letras sagradas, que no en el de las ciencias humanas,1 muestra ser de esta opinión, haciendo donaire en sus comentarios sobre la epístola ad Hebaeos, de los que afirman, que es el cielo todo redondo, y parécele que la divina Escritura2 quiere dar a entender otra cosa, llamando al cielo tabernáculo y tienda, o toldo que puso Dios. Y aún pasa allí el Santo3 más adelante en decir, que no es el cielo el que se mueve y anda, sino que el sol y la luna y las estrellas son las que se mueven en el cielo, en la manera que los pájaros se mueven por el aire; y no como los filósofos piensan, que se revuelven con el mismo cielo, como los rayos con su rueda.
Van con este parecer de Crisóstomo Teodoreto, autor grave, y Teofilacto,4 como suele casi en todo. Y Lactancio Firmiano,5 antes de todos los dichos, sintiendo lo mismo, no se acaba de reir y burlar de la opinión de los peripatéticos y académicos que dan al cielo figura redonda, y ponen la tierra en medio del mundo, porque le parece cosa de risa que esté la tierra colgada del aire, como está tocado. Por donde viene a conformarse más con el parecer de Epicuro, que dijo no haber otra cosa de la otra parte de la tierra, sino un caos y abismo infinito. Y aun parece tirar algo a esto lo que dice San Jerónimo,6 escribiendo sobre la epístola a los efesios, por estas palabras: El filósofo natural pasa con su consideración lo alto del cielo; y de la otra parte del profundo de la tierra y abismos halla un inmenso vacío. De Procopio refieren7 aunque yo no lo he visto- que afirma sobre el libro del Génesis, que la opinión de Aristóteles cerca de la figura y movimiento circular del cielo, es contraria y repugnante a la divina Escritura.
Pero que sientan y digan los dichos autores cosas como éstas, no hay que maravillarnos; pues es notorio, que no se curaron tanto de las ciencias y demostraciones de filosofía, atendiendo a otros estudios más importantes. Lo que parece más de maravillar, es que, siendo San Agustín tan aventajado en todas las ciencias naturales, y que en la Astrología y en la Física supo tanto; con todo eso se queda siempre dudoso, y sin determinarse en si el cielo rodea la tierra de todas partes, o no. Qué se me da a mí, dice él,8 que pensemos que el cielo, como una bola, encierre en sí la tierra de todas partes, estando ella en medio del mundo, como en el fiel, o que digamos que no es así, sino que cubre el cielo a la tierra por una parte solamente, como un plato grande que está encima. En el propio lugar donde dice lo referido, da a entender, y aún lo dice claro, que no hay demostración, sino sólo conjeturas, para afirmar que el cielo es de figura redonda. Y allí y en otras partes9 tiene por cosa dudosa el movimiento circular de los cielos.
No se ha de ofender nadie, ni tener en menos los santos doctores de la Iglesia, si en algún punto de la filosofía y ciencias naturales sienten diferentemente de lo que está más recibido y aprobado por buena filosofía; pues todo su estudio fué conocer, y servir y predicar al Criador, y en esto tuvieron grande excelencia. Y como empleados del todo en esto, que es lo que importa, no es mucho que en el estudio y conocimiento de las criaturas, no hayan todas veces por entero acertado. Harto más ciertamente son de reprehender los sabios de este siglo, y filósofos vanos, que conociendo y alcanzando el ser y orden de estas criaturas, el curso y movimiento de los cielos, no llegaron los desventurados a conocer al Criador y Hacedor de todo esto; y ocupándose todos en estas hechuras, y obras de tanto primor, no subieron con el pensamiento a descubrir al Autor soberano, como la divina Sabiduría lo advierte;10 o ya que conocieron al Criador y Señor de todo,11 no le sirvieron, y glorificaron como debían, desvanecidos por sus invenciones, cosa que tan justamente les arguye y acusa el Apóstol.
Capítulo II
Que el cielo es redondo por todas partes, y se mueve en torno de sí mismo
Mas viniendo a nuestro propósito, no hay duda sino que lo que el Aristóteles y los demás peripatéticos, juntamente con los estoicos, sintieron,12 cuanto a ser el cielo todo de figura redonda, y moverse circularmente y en torno, es puntualmente tanta verdad, que la vemos con nuestros ojos los que vivimos, en el Pirú; harto más manifiesta por la experiencia, de lo que nos pudiera ser por cualquiera razón y demostración filosófica.
Porque para saber que el cielo es todo redondo, y que ciñe y rodea por todas partes la tierra, y no poner duda en ello, basta mirar desde este hemisferio aquella parte y región del cielo, que da vuelta a la tierra, la cual los antiguos jamás vieron. Basta haber visto y notado ambos a dos polos, en que el cielo se revuelve como en sus quicios, digo el polo ártico y septentrional, que ven los de Europa, y estotro antártico o austral -de que duda Agustino-,13 cuando, pasada la línea equinoccial, trocamos el Norte con el Sur, acá en el Pirú. Basta finalmente haber corrido navegando más de sesenta grados de Norte a Sur, cuarenta de la una banda de la línea, y veintitrés de la otra banda; dejando por ahora el testimonio de otros que han navegado en mucha más altura, y llegado a casi sesenta grados al Sur.
¿Quién dirá que la nao Victoria, digna, cierto, de perpetua memoria, no ganó la victoria y triunfo de la redondez del mundo, y no menos de aquel tan vano vacío, y caos infinito que ponían los otros filósofos debajo de la tierra, pues dio vuelta al mundo, y rodeó la inmensidad del gran océano? ¿A quién no le parecerá que con este hecho mostró, que toda la grandeza de la tierra, por mayor que se pinte, está sujeta a los pies de un hombre, pues la pudo medir?
Así que, sin duda, es el cielo de redonda y perfecta figura, y la tierra, abrazándose con el agua, hacen un globo o bola cabal, que resulta de los dos elementos, y tiene sus términos y límites, su redondez y grandeza. Lo cual se puede bastantemente probar y demostrar por razones de filosofía y de astrología, y dejando aparte aquellas sutiles, que se alegan comúnmente de que al cuerpo más perfecto (cual es el cielo) se le debe la más perfecta figura, que, sin duda, es la redonda: de que el movimiento circular no puede ser igual y firme, si hace esquina en alguna parte y se tuerce, como es forzoso si el sol y luna y estrellas no dan vuelta redonda al mundo. Mas dejando esto aparte, como digo, paréceme a mí que sola la luna debe bastar, en este caso, como testigo fiel en el cielo; pues entonces solamente se oscurece y padece eclipse cuando acaece ponérsele la redondez de la tierra ex diámetro entre ella y el sol, y así estorbar el paso a los rayos del sol; lo cual cierto no podría ser si no estuviese la tierra en medio del mundo, rodeada de todas partes de los orbes celestes.
Aunque tampoco ha faltado quien ponga duda si el resplandor de la luna se le comunica de la luz del sol.14 Mas ya esto es demasiado dudar, pues no se puede hallar otra causa razonable de los eclipses y de los llenos y cuartos de luna, sino la comunicación del resplandor del sol. También, si lo miramos, veremos que la noche ninguna otra cosa es sino la oscuridad causada de la sombra de la tierra, por pasársele el sol a otra banda. Pues si el sol no pasa por la otra parte de la tierra, sino que el tiempo de ponerse se torna haciendo esquina y torciendo, lo cual forzoso ha de conceder el que dice que el cielo no es redondo, sino que, como un plato, cubre la haz de la tierra; síguese claramente que no podrá hacer la diferencia que vemos de los días y noches, que en unas regiones del mundo son luengos y breves a sus tiempos y en otras son perpétuamente iguales.
Lo que el santo doctor Agustino escribe15 en los libros de Genesi ad litteram, que se pueden salvar bien todas las oposiciones, y conversiones, y elevaciones, y caimientos, y cualesquiera otros aspectos y disposiciones de los planetas y estrellas, con que entendamos que se mueven ellas, estándose el cielo mismo quedo y sin moverse, bien fácil se me hace a mí de entenderlo, y se le hará a cualquiera, como haya licencia de fingir lo que se nos antojare, porque si ponemos, por caso, que cada estrella y planeta es un cuerpo por sí, y que le menea y lleva un ángel, al modo que llevó a Habacuch a Babilonia,16 ¿quién será tan ciego que no vea que todas las diversidades que parecen de aspectos en los planetas y estrellas podrán proceder de la diversidad del movimiento que el que las mueve voluntariamente les da?
Empero no da lugar la buena razón a que el espacio y región por donde se fingen andar o volar las estrellas deje de ser elemental y corruptible, pues se divide y aparta cuando ellas pasan, que, cierto, no pasan por vacuo, y si la región en que las estrellas y planetas se mueven, es corruptible, también, ciertamente lo han de ser ellas de su naturaleza y, por el consiguiente, se han de mudar y alterar y, en fin, acabar. Porque, naturalmente, lo contenido no es más durable que su continente. Decir, pues, que aquellos cuerpos celestes son corruptibles, ni viene con lo que la Escritura dice en el salmo,17 que los hizo Dios para siempre, ni, aun tampoco, dice bien con el orden y conservación de este universo. Digo más, que para confirmar esta verdad de que los mismos cielos son los que se mueven, y en ellos las estrellas andan en torno, podemos alegar con los ojos, pues vemos manifiestamente, que no sólo se mueven las estrellas, sino partes y regiones enteras del cielo; no hablo sólo de las partes lúcidas y resplandecientes, como es la que llaman vía láctea, que nuestro vulgar dice camino de Santiago, sino mucho más digo esto por otras partes oscuras y negras que hay en el cielo. Porque realmente vemos en él unas como manchas, que son muy notables, las cuales jamás me acuerdo haber echado de ver en el cielo cuando estaba en Europa, y acá, en este otro hemisferio, las he visto muy manifiestas. Son estas manchas de color y forma que la parte de la luna eclipsada, y paréncensele en aquella negrura y sombrío. Andan pegadas a las mismas estrellas y siempre de un mismo tenor y tamaño, como con experiencia clarísima lo hemos advertido y mirado.
A alguno, por ventura, le parecerá cosa nueva, y preguntará de qué pueda proceder tal género de manchas en el cielo. Yo cierto no alcanzo hasta ahora más de pensar que, como la galaxia o vía láctea, dicen los filósofos, que resulta de ser partes del cielo más densas y ópacas, y que por eso reciben más luz, así, también, por el contrario, hay otras partes muy raras y muy diáfanas o transparentes, y, como reciben menos luz, parecen partes más negras. Sea ésta, o no sea ésta, la causa (que causa cierta no puedo afirmarla), a lo menos en el hecho que haya las dichas manchas en el cielo, y que, sin discrepar, se menean con el mismo compás que las estrellas, es experiencia certísima y de propósito muchas veces considerada. Infiérese de todo lo dicho que, sin duda ninguna, los cielos encierran en sí de todas partes la tierra, moviéndose siempre al derredor de ella, sin que haya para qué poner esto más en cuestión.
Capítulo III
Que la Sagrada Escritura nos da a entender que la tierra está en medio del mundo
Y aunque a Procopio Gaceo y a otros de su opinión les parezca que es contrario a la divina Escritura poner la tierra en medio del mundo y hacer el cielo todo redondo, mas en la verdad ésta no sólo no es doctrina contraria, sino, antes, muy conforme a lo que las letras sagradas nos enseñan. Porque, dejando aparte que la misma Escritura18 usa de este término muchas veces: la redondez de la tierra, y que en otra parte apunta que todo cuanto hay corporal es rodeado del cielo y como abarcado de su redondez; a lo menos aquello del Eclesiastés19 no se puede dejar de tener por muy claro, donde dice: Nace el sol y pónese, y vuélvese a su lugar, y allí tornando a nacer da vuelta por el medio día y tuércese hacia el norte: rodeando todas las cosas anda el espíritu al derredor y vuélvese a sus mismos cercos.
En este lugar dice la paráfrasis y exposición de Gregorio el Neocesariense o el Nacianceno: El sol, habiendo corrido toda la tierra, vuélvese, como en torno, hasta su mismo término y punto. Esto que dice Salomón y declara Gregorio, cierto no podía ser si alguna parte de la tierra dejase de estar rodeada del cielo. Y así lo entiende San Jerónimo,20 escribiendo sobre la epístola a los efesios, de esta manera: Los más comúnmente afirman, conformándose con el Eclesiastés, que el cielo es redondo y que se mueve en torno, a manera de bola. Y es cosa llana que ninguna figura redonda tiene latitud, ni longitud, ni altura, ni profundo, porque es por todas partes igual y pareja, etcétera. Luego, según San Jerónimo, lo que los más sienten del cielo que es redondo, no sólo no es contrario a la Escritura, pero muy conforme con ella. Pues San Basilio21 y San Ambrosio, que de ordinario le siguen en los libros llamados Hexamerón, aunque se muestran un poco dudosos en este punto, al fin, más se inclinan a conceder la redondez del mundo. Verdad es que, con la quinta sustancia que Aristóteles atribuye al cielo, no está bien San Ambrosio.22
Del lugar de la tierra y de su firmeza es cosa, cierto, de ver cuán galanamente y con cuánta gracia habla la divina Escritura, para causarnos gran admiración y no menor gusto de aquella inefable potencia y sabiduría del Criador. Porque en una parte nos refiere Dios23 que él fué el que estableció las columnas que sustentan la tierra, dándonos a entender, como bien declara San Ambrosio,24 que el peso inmenso de toda la tierra le sustentan las manos del divino poder, que así usa la Escritura25 nombrar columnas del cielo y de la tierra, no cierto las del otro Atlante, que fingieron los poetas, sino otras propias de la palabra eterna de Dios, que con su virtud sostiene cielos y tierra.26 Mas en otro lugar la misma divina Escritura,27 para significarnos cómo la tierra está pegada y por gran parte rodeada del elemento del agua, dice galanamente: que asentó Dios la tierra sobre las aguas; y en otro lugar: que fundó la redondez de la tierra sobre la mar.
Y aunque San Agustín28 no quiere que se saque de este lugar, como sentencia de fe, que la tierra y agua hacen un globo en medio del mundo, y así pretende dar otra exposición a las sobredichas palabras del salmo; pero el sentido llano sin duda es el que está dicho, que es darnos a entender que no hay para qué imaginar otros cimientos ni estribos de la tierra, sino el agua, la cual, con ser tan fácil y mudable, la hace la sabiduría del supremo Artífice, que sostenga y encierre aquesta inmensa máquina de la tierra. Y dícese estar la tierra fundada y sostenida sobre las aguas y sobre el mar, siendo verdad que antes la tierra está debajo del agua, que no sobre el agua, porque a nuestra imaginación y pensamiento lo que está de la otra banda de la tierra que habitamos nos parece que está debajo de la tierra; y así el mar y aguas que ciñen la tierra por la otra parte imaginamos que están debajo y la tierra encima de ellas. Pero la verdad es que lo que es propiamente debajo siempre es lo que está más en medio del universo. Mas habla la Escritura conforme a nuestro modo de imaginar y hablar.
Preguntará alguno: pues la tierra está sobre las aguas, según la Escritura, ¿las mismas aguas sobre qué estarán, o qué apoyo ternán? Y si la tierra y agua hacen una bola redonda, ¿toda esta tan terrible máquina dónde se podrá sostener? A eso satisface en otra parte la divina Escritura,29 causando mayor admiración del poder del criador: extiende, dice, al aquilón sobre vacío, y tiene colgada la tierra sobre no nada. Cierto galanamente lo dijo; porque realmente parece que está colgada sobre no nada la máquina de la tierra y agua, cuando se figura estar en medio del aire, como en efecto está.
Esta maravilla, de que tanto se admiran los hombres, aún la encarece más Dios preguntando al mismo Job:30 ¿Quién echó los cordeles para la fábrica de la tierra? Dime si lo has pensado ¿o en qué cimiento están aseguradas sus bases? Finalmente, para que se acabase de entender la traza de este maravilloso edificio del mundo, el profeta David, gran alabador y cantor de las obras de Dios, en un salmo31 que hizo a este propósito, dice así: Tú, que fundaste la tierra sobre su misma estabilidad y firmeza, sin que bambalee ni se trastorne para siempre jamás. Quiere decir la causa porque estando la tierra puesta en medio del aire no se cae, ni bambalea, es porque tiene seguros fundamentos de su natural estabilidad, la cual le dio su sapientísimo Criador para que en sí misma se sustente, sin que haya menester otros apoyos ni estribos.
Aquí, pues, se engaña la imaginación humana, buscando otros cimientos a la tierra, y procede el engaño de medir las obras divinas con las humanas. Así que no hay que temer, por más que parezca que esta tan gran máquina cuelga del aire, que se caiga o trastorne, que no se trastornará, como dijo el salmo32 para siempre jamás. Con razón, por cierto, David, después de haber contemplado y cantado tan maravillosas obras de Dios, añade: Gozarse ha el Señor en sus obras; y después: ¡Oh, qué engrandecidas son tus obras, Señor! Bien parece que salieron todas de tu saber.
Yo, cierto, si he de decir lo que pasa, digo que, diversas veces que he peregrinado, pasando esos grandes golfos del mar océano, y caminando por estotras regiones de tierras tan extrañas, poniéndome a mirar y considerar la grandeza y extrañeza de estas obras de Dios, no podía dejar de sentir admirable gusto, con la consideración de aquella soberana sabiduría y grandeza del Hacedor, que reluce en éstas sus obras tanto, que en comparación de esto todos los palacios de los reyes, y todas las invenciones humanas me parecen poquedad y vileza. ¡Oh, cuántas veces se me venía al pensamiento y a la boca aquello del salmo:33 Gran recreación me habéis, Señor, dado con vuestras obras, y no dejaré de regocijarme en mirar las hechuras de vuestras manos!
Realmente tienen las obras de la divina arte un no sé qué de gracia y primor como escondido y secreto, con que miradas una y otra y muchas veces causan siempre un nuevo gusto. Al revés de las obras humanas, que aunque estén fabricadas con mucho artificio, en haciendo costumbre de mirarse, no se tienen en nada, y aun cuasi causan enfado. Sean jardines muy amenos, sean palacios y templos galanísimos, sean alcázares de soberbio edificio, sean pinturas, o tallas, o piedras de exquisita invención y labor, tengan todo el primor posible; es cosa cierta y averiguada que, en mirándose dos o tres veces, apenas hay poner los ojos con atención, sino que luego se divierten a mirar otras cosas, como hartos de aquella vista. Mas la mar, si la miráis, o ponéis los ojos en un peñasco alto, que sale acullá con extrañeza, o el campo cuando está vestido de su natural verdura y flores, o el raudal de un río que corre furioso, y está sin cesar batiendo las peñas, y como bramando en su combate; y finalmente, cualesquiera obras de naturaleza, por más veces que se miren, siempre causan nueva recreación, y jamás enfada su vista, que parece, sin duda, que son como un convite copioso y magnífico de la divina sabiduría, que allí de callada, sin cansar jamás, apacienta y deleita nuestra consideración.
Capítulo IV
En que se responde a lo que se alega de la Escritura contra la redondez del cielo
Mas volviendo a la figura del cielo, no sé de qué autoridades de la Escritura se haya podido colegir que no sea redondo, y su movimiento circular. Porque llamar San Pablo34 al cielo un tabernáculo o tienda que puso Dios, y no el hombre, no veo que haga al caso, pues aunque nos digan que es tabernáculo puesto por Dios, no por eso hemos de entender que a manera de toldo cubre por una parte solamente la tierra y que está allí sin mudarse, como lo quisieron entender algunos. Trataba el Apóstol la semejanza, del tabernáculo antiguo de la ley, y a ese propósito dijo que el tabernáculo de la ley nueva de gracia es el cielo, en el cual entró el sumo sacerdote Jesucristo de una vez por su sangre, y de aquí infiere que hay tanta ventaja del nuevo tabernáculo al viejo, cuanto hay de diferencia entre el autor del nuevo, que es Dios, y el obrador del viejo, que fué hombre. Aunque es verdad que también el viejo tabernáculo se hizo por la sabiduría de Dios, que enseñó a su maestro Beseleél.35 Ni hay para qué buscar en las semejanzas o parábolas o alegorías, que en todo y por todo cuadren a lo que se traen, como el bienaventurado Crisóstomo36 a otro propósito lo advierte escogidamente.
La otra autoridad que refiere San Agustín, que alegan algunos, para probar que el cielo no es redondo, diciendo:37 Extiende el cielo como piel, de donde infieren que no es redondo, sino llano en lo de arriba, con facilidad y bien responde el mismo santo doctor,38 que en estas palabras del salmo no se nos da a entender la figura del cielo, sino la facilidad con que Dios obró un cielo tan grande, pues no le fué a Dios más difícil sacar una cubierta tan inmensa del cielo, que lo fuera a nosotros desplegar una piel doblada. O pretendió quizá darnos a entender la gran majestad de Dios, al cual sirve el cielo tan hermoso y tan grande, de lo que a nosotros nos sirve en el campo un toldo o tienda de pieles. Lo que un poeta galanamente declaró diciendo: El toldo del claro cielo.
Lo otro que dice Isaías:39 El cielo me sirve de silla, y la tierra de escabelo para mis pies; si fuéramos del error de los antropomorfitas, que ponían miembros corporales en Dios según su divinidad, pudiera darnos en qué entender para declarar cómo era posible ser la tierra escabelo de los pies de Dios, estando en medio del mundo, si hinche Dios todo el mundo, porque había de tener pies de una parte y de otra, y muchas cabezas al derredor, que es cosa de risa y donaire. Basta, pues, saber que en las divinas Escrituras no hemos de seguir la letra que mata, sino el espíritu que da vida, como dice San Pablo.40
Capítulo V
De la hechura y gesto del cielo del nuevo mundo
Cuál sea el gesto y manera de este cielo que está a la banda del sur, pregúntanlo muchos en Europa, porque en los antiguos no pueden leer cosa cierta, porque aunque concluyen eficazmente que hay cielo de esta parte del mundo; pero qué talle y hechura tenga no lo pudieron ellos alcanzar. Aunque es verdad que tratan mucho41 de una grande y hermosa estrella que acá vemos, que ellos llaman Canopo. Los que de nuevo navegan a estas partes suelen escribir cosas grandes de este cielo; es, a saber, que es muy resplandeciente, y que tiene muchas y muy grandes estrellas. En efecto, las cosas de lejos se pintan muy engrandecidas. Pero a mí al revés me parece, y tengo por llano que a la otra banda del norte hay más número de estrellas y de más ilustre grandeza. Ni veo acá estrellas que excedan a la bocina y al carro. Bien es verdad que el crucero de acá es hermoso y de vista admirable. Crucero llamamos cuatro estrellas notables que hacen entre sí forma de cruz, puestas en mucha igualdad y proporción.
Creen los ignorantes que este crucero es el polo del sur porque ven a los marineros tomar el altura por el crucero de acá, como allá suelen por el norte, mas engáñanse. Y la razón porque lo hacen así los marineros es porque no hay de esta banda estrella fija que muestre al polo, al modo que allá la estrella del norte lo hace, y así toman la altura por la estrella que es el pie del crucero, la cual estrella dista del verdadero y fijo polo treinta grados, como la estrella del norte allá dista tres y algo más. Y así es más difícil de tomar acá la altura, porque la dicha estrella del pie del crucero ha de estar derecha, lo cual es solamente a un tiempo de la noche, que en diversas partes del año es a diferentes horas, y en mucho tiempo del año en toda la noche no llega a encumbrar, que es cosa disgustosa para tomar el altura. Y así los más diestros pilotos no se cuidan del crucero, sino por el astrolabio toman el sol, y ven en él el altura en que se hallan: en lo cual se aventajan comúnmente los portugueses, como gente que tiene más curso de navegar, de cuantas naciones hay en el mundo.
Hay también de esta parte del sur otras estrellas, que en alguna manera responden a las del norte. La vía láctea, que llaman, corre mucho y muy resplandecientes a esta banda, y vénse en ella aquellas manchas negras tan admirables, de que arriba hicimos mención; otras particularidades otros las dirán o advertirán con más cuidado; bástenos por ahora esto poco que habemos referido.
Capítulo VI
Que el mundo hacia ambos polos tiene tierra y mar
No está hecho poco, pues hemos salido con que acá tenemos cielo, y nos cobija como a los de Europa y Asia y África. Y de esta consideración nos aprovechamos a veces, cuando algunos o muchos de los que acá suspiran por España, y no saben hablar sino de su tierra, se maravillan y aun enojan con nosotros, pareciéndoles que estamos olvidados, y hacemos poco caso de nuestra común patria, a los cuales respondemos que por eso no nos fatiga el deseo de volver a España, porque hallamos que el cielo nos cae tan cerca por el Perú como por España. Pues, como dice bien San Jerónimo, escribiendo a Paulino, tan cerca está la puerta del cielo de Bretaña como de Jerusalén.
Pero ya que el cielo de todas partes toma al mundo en derredor, es bien que se entienda que no por eso se sigue que haya tierra de todas partes del mundo. Porque siendo así que los dos elementos de tierra y agua componen un globo o bola redonda, como los más y los mejores de los antiguos, según refiere Plutarco,42 lo sintieron, y con demostraciones certísimas se prueba; podríase pensar que la mar ocupa toda la parte que cae al polo antártico o sur, de tal modo, que no deje lugar alguno a la tierra por aquella banda, según que San Agustín, doctamente arguye,43 contra la opinión de los que ponen antípodas. No advierten, dice, que aunque se crea o se pruebe que el mundo es de figura redonda como una bola, no por eso está luego en la mano que por aquella otra parte del mundo esté la tierra descubierta y sin agua.
Dice bien, sin duda, San Agustín en esto. Pero tampoco se sigue, ni se prueba lo contrario, que es no haber tierra descubierta al polo antártico, y ya la experiencia a los ojos lo ha mostrado ser así, que en efecto la hay. Porque aunque la mayor parte del mundo, que cae al dicho polo antártico, esté ocupada del mar, pero no es toda ella, antes hay tierra, de suerte que a todas partes del mundo la tierra y el agua se están como abrazando, y dando entrada la una a la otra. Que de verdad es cosa para mucho admirar y glorificar el arte del Criador soberano.
Sabemos por la Sagrada Escritura,44 que en el principio del mundo fueron las aguas congregadas, y se juntaron en un lugar, y que la tierra con esto se descubrió. Y también las mismas sagradas letras nos enseñan que estas congregaciones de aguas se llamaron mar, y como ellas son muchas, hay de necesidad muchos mares. Y no sólo en el Mediterráneo hay esta diversidad de mares, llamándose uno el Euxino, otro el Caspio, otro el Eritreo o Bermejo, otro el Pérsico, otro el de Italia, y otros muchos así; mas también el mismo océano grande, que en la divina Escritura se suele llamar abismo, aunque en realidad de verdad sea uno, pero en muchas diferencias y maneras, como respecto de este Perú y de toda la América es uno el que llaman mar del Norte, y otro el mar del Sur. Y en la India Oriental, uno es el mar Indico, otro el de la China.
Yo he advertido, así en lo que he navegado como en lo que he entendido de relaciones de otros, que nunca la mar se aparta de la tierra más de mil leguas, sino que donde quiera, por mucho que corre el océano, no pasa de la dicha medida. No quiero decir que no se navegan más de mil leguas del mar océano, que esto sería disparate, pues sabemos que las naves de Portugal navegan cuatro tanto y más, y aun todo el mundo en redondo se puede navegar por mar, como en nuestro tiempo lo hemos ya visto, sin poderse dudar en ello. Mas lo que digo y afirmo es que en lo que hasta ahora está descubierto, ninguna tierra dista por línea recta de la tierra firme o islas que le caen más cerca, sino a lo sumo mil leguas, y que así entre tierra y tierra nunca corre mayor espacio de mar, tomándolo por la parte que una tierra está más cercana de otra, porque del fin de Europa, y de África y de su costa no distan las Islas Canarias y las de las Azores, con las del Cabo Verde, y las demás en aquel paraje, más de trescientas o quinientas leguas a lo sumo de tierra firme.
De las dichas islas, haciendo discurso hacia la India Occidental, apenas hay novecientas leguas hasta llegar a las islas que llaman Dominica, y las Vírgenes, y la Beata, y las demás. Y éstas van corriendo por su orden hasta las que llaman de Barlovento, que son de Cuba, y Española, y Boriquen. De éstas, hasta dar en la tierra firme apenas hay doscientas o trescientas leguas, y por partes, muy mucho menos. La tierra firme luego corre una cosa infinita desde la tierra de la Florida hasta acullá a la tierra de los Patagones, y por estotra parte del sur, desde el estrecho de Magallanes hasta el cabo Mendocino, corre una tierra larguísima, pero no muy ancha, y por donde más ancha es aquí en esta parte del Perú, que dista del Brasil obra de mil leguas. En este mismo mar del sur, aunque no se halla ni sabe fin la vuelta del poniente, pero no ha muchos años que se descubrieron las islas que intitularon de Salomón, que son muchas y muy grandes y distan de este Perú como ochocientas leguas. Y porque se ha observado y se halla así, que donde quiera que hay islas, muchas y grandes, se halla no muy lejos tierra firme, de ahí viene que muchos, y yo con ellos, tienen opinión que hay cerca de las dichas islas de Salomón tierra firme grandísima, la cual responde a la nuestra América por parte del poniente, y sería posible que corriese por la altura del sur hacia el estrecho de Magallanes. La nueva Guinea se entiende que es tierra firme, y algunos doctos la pintan muy cerca de las islas de Salomón.
Así que es muy conforme a razón que aún está por descubrir buena parte del mundo. Pues ya por este mar del sur navegan también los nuestros a la China y Filipinas; y a la ida de acá allá no nos dicen que pasan más, largo mar que viniendo de España a estas Indias. Mas por donde se continúan y traban el un mar océano con el otro, digo el mar del Sur con el mar del Norte, por la parte del polo Antártico bien se sabe que es por el estrecho tan señalado de Magallanes, que está en altura de cincuenta y un grados. Pero si al otro lado del mundo al polo del norte también se continúan y corren estos dos mares, grande cosa es que muchos la han pesquisado; pero que yo sepa, nadie hasta ahora ha dado en ella, solamente por conjeturas, y no sé qué indicios, afirman algunos, que hay otro estrecho hacia el norte, semejante al de Magallanes. Para el intento que llevamos, bástanos hasta ahora saber de cierto que hay tierra de esta parte del sur, y que es tierra tan grande como toda la Europa y Asia, y aún África; y que a ambos polos del mundo se hallan mares y tierras abrazados entre sí, en lo cual los antiguos, como a quienes les faltaba experiencia, pudieron poner duda y hacer contradicción.
Capítulo VII
En que se reprueba la opinión de Lactancio, que dijo no haber Antípodas
Pero ya que se sabe que hay tierra a la parte del sur o polo antártico, resta ver si hay en ella hombres que la habiten que fué en tiempos pasados una cuestión muy reñida. Lactancio Firmiano,45 y San Agustín46 hacen gran donaire de los que afirman haber antípodas, que quiere decir hombres que traen sus pies contrarios a los nuestros. Mas aunque en tenerlo por cosa de burla convienen estos dos autores: pero en las razones y motivos de su opinión van por muy diferentes caminos, como en los ingenios eran bien diferentes. Lactancio vase con el vulgo, pareciéndole cosa de risa decir que el cielo está en torno por todas partes, y la tierra está en medio, rodeada de él como una pelota; y así escribe en esta manera: ¿Qué camino lleva lo que algunos quieren decir, que hay antípodas, que ponen sus pisadas contrarias a las nuestras? ¿Por ventura hay hombre tan tonto que crea haber gentes que andan los pies arriba y la cabeza abajo? ¿y que las cosas que acá están asentadas, estén allá trastornadas colgando? ¿y que los árboles y los panes crecen allá hacia abajo? ¿y que las lluvias y la nieve y el granizo suben a la tierra hacia arriba? y después de otras palabras añade Lactancio aquestas: El imaginar al cielo redondo fué causa de inventar estos hombres antípodas colgados del aire. Y así, no tengo más que decir de tales filósofos, sino que en errando una vez, porfían en sus disparates, defendiendo los unos con los otros. Hasta aquí son palabras de Lactancio.
Mas por más que él diga, nosotros que habitamos al presente en la parte del mundo, que responde en contrario de la Asia, y somos sus antíctonos, como los cosmógrafos hablan, ni nos vemos andar colgando, ni que andemos las cabezas abajo y los pies arriba. Cierto es cosa maravillosa considerar, que al entendimiento humano por una parte no le sea posible percibir y alcanzar la verdad, sin usar de imaginaciones, y por otra tampoco le sea posible dejar de errar, si del todo se va tras la imaginación. No podemos entender que el cielo es redondo, como lo es, y que la tierra está en medio, sino imaginándolo. Mas si a esta misma imaginación no la corrige y reforma la razón, sino que se deja el entendimiento llevar de ella, forzoso hemos de ser engañados y errar. Por donde sacaremos con manifiesta experiencia, que hay en nuestras almas cierta lumbre del cielo, con la cual vemos y juzgamos aun las mismas imágenes y formas interiores, que se nos ofrecen para entender: y con la dicha lumbre interior aprobamos o desecharnos lo que ellas nos están diciendo. De aquí se ve claro, cómo el ánima racional es sobre toda naturaleza corporal; y cómo la fuerza y vigor eterno de la verdad, preside en el más alto lugar del hombre; y vese como muestra y declara bien que ésta su luz tan pura es participada de aquella suma y primera luz; y quien esto no lo sabe o lo duda, podemos bien decir que no sabe o duda si es hombre.
Así que si a nuestra imaginación preguntamos, qué le parece de la redondez del cielo, cierto no nos dirá otra cosa sino lo que dijo a Lactancio. Es a saber, que si es el cielo redondo, el sol y las estrellas habrán de caerse cuando se trasponen, y levantarse cuando van al medio día; y que la tierra está colgada en el aire; y que los hombres que moran de la otra parte de la tierra, han de andar pies arriba y cabeza abajo; y que las lluvias allí no caen de lo alto antes suben de abajo; y las demás monstruosidades, que aun decirlas provoca a risa. Mas si se consulta la fuerza de la razón, hará poco caso de todas estas pinturas vanas, y no escuchará a la imaginación más que a una vieja loca: y con aquella su entereza y gravedad, responderá, que es engaño grande fabricar en nuestra imaginación a todo el mundo a manera de una casa, en la cual está debajo de su cimiento la tierra, y encima de su techo está el cielo: y dirá también, que como en los animales siempre la cabeza es lo más alto y supremo del animal, aunque no todos los animales tengan la cabeza de una misma manera, sino unos puesta hacia arriba, como los hombres, otros atravesada, como los ganados, otros en medio, como el pulpo y la araña; así también el cielo donde quiera que esté, está arriba, y la tierra ni más ni menos, donde quiera que esté está debajo.
Porque siendo así, que nuestra imaginación está asida a tiempo y lugar, y el mismo tiempo y lugar no lo percibe universalmente, sino particularizado, de ahí le viene que cuando la levantan a considerar cosas que exceden y sobrepujan tiempo y lugar conocido, luego se cae: y si la razón no la sustenta y levanta, no puede un punto tenerse en pie. Y así veremos, que nuestra imaginación, cuando se trata de la creación del mundo, anda a buscar tiempo antes de criarse el mundo, y para fabricarse el mundo, también señala lugar, y no acaba de ver que se pudiese de otra suerte el mundo hacer; siendo verdad, que la razón claramente nos muestra, que ni hubo tiempo antes de haber movimiento, cuya medida es el tiempo, ni hubo lugar alguno antes del mismo universo, que encierra todo lugar. Por tanto el filósofo excelente Aristóteles, clara y brevemente satisface47 al argumento que hacen contra el lugar de la tierra, tomado del modo nuestro de imaginar, diciendo con gran verdad, que en el mundo el mismo lugar es en medio y abajo, y cuanto más en medio está una cosa, tanto más abajo, la cual respuesta alegando Lactancio Firmiano, sin reprobarla con alguna razón, pasa con decir, que no se puede detener en reprobarla por la priesa que lleva a otras cosas.
Capítulo VIII
Del motivo que tuvo San Agustín para negar los Antípodas
Muy otra fué la razón que movió a San Agustín, como de tan alto ingenio, para negar los antípodas. Porque la razón que arriba dijimos, de que andarían al revés los antípodas, el mismo santo doctor la deshace en su libro de los Predicamentos. Los antiguos, dice él,48 afirman, que por todas partes está la tierra debajo y el cielo encima. Conforme a lo cual los antípodas, que según se dice, pisan al revés de nosotros, tienen también el cielo encima de sus cabezas. Pues entendiendo esto San Agustín tan conforme a buena filosofía, ¿qué será la razón por donde persona tan docta se movió a la contraria opinión?
Fué cierto el motivo que tuvo tomado de las entrañas de la sagrada teología, conforme a la cual nos enseñan las divinas letras, que todos los hombres del mundo descienden de un primer hombre, que fué Adán. Pues decir, que los hombres habían podido pasar al nuevo mundo, atravesando ese infinito piélago del mar océano, parecía cosa increíble y un puro desatino. Y en verdad, que si el suceso palpable, y experiencia de lo que hemos visto en nuestros siglos, no nos desengañará, hasta el día de hoy se tuviera por razón insoluble la dicha. Y ya que sabemos, que no es concluyente ni verdadera la dicha razón, con todo eso nos queda bien que hacer para darle respuesta, quiero decir, para declarar en qué modo, y por qué vía pudo pasar el linaje de los hombres acá, o cómo vinieron, y por dónde, a poblar estas Indias.
Y porque adelante se ha de tratar esto muy de propósito, por ahora bien será que oigamos lo que el santo doctor Agustino disputa de esta materia en los libros de la Ciudad de Dios,49 el cual dice así: Lo que algunos platican, que hay antípodas, esto es, gentes que habitan de la otra parte de la tierra, donde el sol nace al tiempo que a nosotros se pone, y que las pisadas de éstos son al revés de las nuestras, esto no es cosa que se ha de creer. Pues no lo afirman por relación cierta que de ello tengan, sino solamente por un discurso de filosofía que hacen, con que concluyen que, estando la tierra en medio del mundo rodeada de todas partes del cielo, igualmente ha de ser forzosamente lugar más bajo siempre el que estuviere más en medio del mundo. Y después añade: De ninguna manera engaña la divina Escritura, cuya verdad en lo que refiere haber pasado se prueba bien, viendo cuán puntualmente sucede lo que profetiza que ha de venir. Y es cosa de disparate decir que de estas partes del mundo hayan podido hombres llegar al otro nuevo mundo, y pasar esa inmensidad del mar océano, pues de otra suerte no es posible haber allá hombres, siendo verdad que todos los hombres descienden de aquel primer hombre.
Según esto toda la dificultad de San Agustín no fué otra sino la incomparable grandeza del mar océano. Y el mismo parecer tuvo San Gregorio Nacianceno afirmando, como cosa sin duda, que pasado el estrecho de Gibraltar es imposible navegarse el mar. En una epístola que escribe,50 dice a este propósito: Estoy muy bien con lo que dice Píndaro, que después de Cádiz es la mar innavegable de hombres. Y él mismo, en la oración funeral que hizo a San Basilio, dice que a ninguno le fué concedido pasar el estrecho de Gibraltar navegando la mar. Y aunque es verdad que esto se tomó como por refrán del poeta Píndaro, que dice que así a sabios como a necios les está vedado saber lo que está adelante de Gibraltar; pero la misma origen de este refrán da bien a entender cuán asentados estuvieron los antiguos en la dicha opinión; y, así, por los libros de los poetas, y de los historiadores, y de los cosmógrafos antiguos, el fin y términos de la tierra se ponen en Cádiz, la de nuestra España; allí fabrican las columnas de Hércules, allí encierran los términos del imperio romano, allí pintan los fines del mundo.
Y no solamente las letras profanas, más aún las sagradas, también hablan en esa forma, acomodándose a nuestro lenguaje, donde dicen51 que se publicó el edicto de Augusto César, para que todo el mundo se empadronase; y de Alejandro el Magno, que extendió su imperio hasta los cabos de la tierra;52 y en otra parte dicen:53 Que el Evangelio ha crecido y hecho fruto en todo el mundo universo. Porque, por estilo usado, llama la Escritura todo el mundo a la mayor parte del mundo, que hasta entonces estaba descubierto y conocido. Ni el otro mar de la India oriental, ni este otro de la occidental, entendieron los antiguos que se pudiese navegar, y en esto concordaron generalmente. Por lo cual, Plinio, como cosa llana y cierta, escribe:54 Los mares que atajan la tierra nos quitan de la tierra habitable la mitad por medio, porque ni de acá se puede pasar allá, ni de allá venir acá. Esto mismo sintieron Tulio y Macrobio, y Pomponio Mela, y finalmente fué el común parecer de los escritores antiguos.
Capítulo IX
De la opinión que tuvo Aristóteles cerca del Nuevo Mundo, y qué es lo que le engañó para negarle
Hubo, demás de las dichas, otra razón también, por la cual se movieron los antiguos a creer que era imposible el pasar los hombres de allá a este nuevo mundo, y fué decir que, allende de la inmensidad del océano, era el calor de la región que llaman tórrida o quemada tan excesivo, que no consentía, ni por mar ni por tierra, pasar los hombres, por atrevidos que fuesen, de un polo al otro polo. Porque, aun aquellos filósofos que afirmaron ser la tierra redonda, como, en efecto, lo es, y haber hacia ambos polos del mundo tierra habitable, con todo eso negaron que pudiese habitarse del linaje humano la región que cae en medio, y se comprende entre los dos trópicos, que es la mayor de las cinco zonas o regiones en que los cosmógrafos y astrólogos parten el mundo. La razón que daban de ser esta zona tórrida inhabitable era el ardor del sol, que siempre anda encima tan cercano y abrasa toda aquella región, y, por el consiguiente, la hace falta de aguas y pastos.
De esta opinión fué Aristóteles, que, aunque tan gran filósofo, se engañó en esta parte. Para cuya inteligencia será bien decir en qué procedió bien con su discurso y en qué vino a errar. Disputando, pues, el filósofo55 del viento ábrego o sur, si hemos de entender que nace del mediodía o no, sino del otro polo contrario al norte, escribe en esta manera: La razón nos enseña que la latitud y ancho de la tierra que se habita tiene sus límites, pero no puede toda esta tierra habitable continuarse entre sí, por no ser templado el medio. Porque cierto es que en su longitud, que es de oriente a poniente, no tiene exceso de frío ni de calor, pero tiénele en su latitud, que es del polo a la línea equinoccial, y así podría, sin duda, andarse toda la tierra en torno por su longitud, si no lo estorbase en algunas partes la grandeza del mar que la ataja.
Hasta aquí no hay más que pedir en lo que dice Aristóteles, y tiene gran razón en que la tierra, por su longitud, que es de oriente a poniente, corre con más igualdad y más acomodada a la vida y habitación humana, que por su latitud, que es del norte al mediodía, y esto pasa así no sólo por la razón que toca Aristóteles de haber la misma templanza del cielo de oriente a poniente, pues dista siempre igualmente del frío del norte y del calor del mediodía, sino por otra razón también, porque, yendo en longitud, siempre hay días y noches sucesivamente, lo cual, yendo en latitud, no puede ser, pues se ha de llegar forzoso a aquella región polar, donde hay una parte del año noche continuada que dure seis meses, lo cual para la vida humana es de grandísimo inconveniente.
Pasa más adelante el filósofo reprendiendo a los geógrafos que describían la tierra en su tiempo, y dice así: Lo que he dicho se puede bien advertir en los caminos que hacen por tierra y en las navegaciones de mar, pues hay gran diferencia de su longitud a su latitud. Porque el espacio que hay desde las columnas de Hércules, que es Gibraltar, hasta la India, oriental, excede en proporción más que de cinco a tres al espacio que hay desde la Etiopía hasta la laguna Meotis y últimos fines de los Seitas, y esto consta por la cuenta de jornadas y de navegación cuanto se ha podido hasta ahora con la experiencia alcanzar. Y tenemos noticia de la latitud que hay de la tórrida habitable hasta las partes de ella que no se habitan.
En esto se le debe perdonar a Aristóteles, pues en su tiempo no se había descubierto más de la Etiopía primera, que llaman exterior y cae junto a la Arabia Y África; la otra Etiopía, interior, no la supieron en su tiempo ni tuvieron noticia de aquella inmensa tierra que cae donde son ahora las tierras del Preste Juan, y mucho menos toda la demás tierra que cae debajo de la equinoccial y va corriendo hasta pasar el trópico de Capricornio y para en el Cabo de Buena Esperanza, tan conocido y famoso por la navegación de los portugueses. Desde el cual cabo, si se mide la tierra hasta pasada la Scitia y Tartaria, no hay duda sino que esta latitud y espacio será tan grande como la longitud y espacio que hay desde Gibraltar hasta la India oriental.
Es cosa llana que los antiguos ignoraron los principios del Nilo y lo último de la Etiopía, y por eso Lucano reprehende56 la curiosidad de Julio César en querer inquirir el principio del Nilo, y dice en su verso:
¿Qué tienes tú, romano, que ponerte
a inquirir del Nilo el nacimiento?
Y el mismo poeta hablando con el propio Nilo, dice:
Pues es tu nacimiento tan oculto,
que ignora el mundo todo cuyo seas.
Mas conforme a la Sagrada Escritura, bien se entiende que sea habitable aquella tierra, pues de otra suerte no dijera el profeta Sofonías,57 hablando de la vocación al evangelio de aquellas gentes: De más allá de los ríos de Etiopía me traerán presentes los hijos de mis esparcidos, que así llama a los apóstoles. Pero, como está dicho, justo es perdonar al filósofo por haber creído a los historiadores y cosmógrafos de su tiempo.
Examinemos ahora lo que se sigue: La una parte, dice, del mundo, que es la septentrional puesta al norte, pasada la zona templada es inhabitable por el frío excesivo; la otra parte, que está al mediodía, también es inhabitable en pasando del trópico por el excesivo calor. Mas las partes del mundo que corren pasada la India, de una banda, y pasadas las columnas de Hércules, de otra, cierto es que no se juntan entre sí, por atajarlas el gran mar océano. En esto postrero dice mucha verdad; pero añade luego: Por cuanto a la otra parte del mundo es necesario que la tierra tenga la misma proporción con su polo antártico, que tiene esta nuestra parte habitable con el suyo, que es norte. No hay duda sino que en todo ha de proceder el otro mundo como este de acá, en todas las demás cosas, y especialmente en el nacimiento y orden de los vientos; y después de decir otras razones que no hacen a nuestro caso, concluye Aristóteles diciendo: Forzoso hemos de conceder que el ábrego es aquel viento que sopla de la región que se abrasa de calor, y la tal región, por tener tan cercano al sol, carece de aguas y de pastos.
Este es el parecer de Aristóteles: y cierto que apenas pudo alcanzar más la conjetura humana. De donde vengo, cuando lo pienso cristianamente, a advertir muchas veces cuán flaca y corta sea la filosofía de los sabios de este siglo en las cosas divinas, pues, aun en las humanas, donde tanto les parece que saben, a veces tan poco aciertan. Siente Aristóteles y afirma que la tierra que está a este polo del sur habitable es, según su longitud, grandísima, que es de oriente a poniente, y que, según su latitud, que es desde el polo del sur hasta la equinoccial, es cortísima. Esto es tan al revés de la verdad, que cuasi toda la habitación que hay a esta banda del polo antártico es, según la latitud, quiero decir, del polo a la línea, y por la longitud, que es de oriente a poniente, es tan pequeña, que excede y sobrepuja la latitud a la longitud en este nuevo orbe, tanto como diez exceden a tres, y aún más.
Lo otro, que afirma ser del todo inhabitable la región media, que llaman tórrida zona, por el excesivo calor, causado de la vecindad del sol, y por esta causa carecer de aguas y pastos, esto todo pasa al revés. Porque la mayor parte de este nuevo mundo, y muy poblada de hombres y animales, está entre los dos trópicos en la misma tórrida zona; y de pastos y aguas es la región más abundante de cuantas tiene el mundo universo, y por la mayor parte es región muy templada, para que se vea que, aun en esto natural, hizo Dios necia la sabiduría de este siglo. En conclusión, la tórrida zona es habitable y se habita copiosísimamente, cuanto quiera que los antiguos lo tengan por imposible. Mas la otra zona o región, que cae entre la tórrida y la polar al sur, aunque por su sitio sea muy cómoda para la vida humana; pero son muy pocos los que habitan en ella, pues apenas se sabe de otra, sino del reino de Chile y un pedazo cerca del cabo de Buena Esperanza; lo demás tiénelo ocupado el mar océano.
Aunque hay muchos que tienen por opinión, y de mí confieso que no estoy lejos de su parecer, que hay mucha más tierra que no está descubierta, y que ésta ha de ser tierra firme opuesta a la tierra de Chile, que vaya corriendo al sur pasado el círculo o trópico de Capricornio. Y si la hay, sin duda es tierra de excelente condición, por estar en medio de los dos extremos y en el mismo puesto que lo mejor de Europa. Y cuanto a esto, bien atinada anduvo la conjetura de Aristóteles. Pero hablando de lo que hasta ahora está descubierto, lo que hay en aquel puesto es muy poca tierra, habiendo en la tórrida muchísima y muy habitada.
Capítulo X
Que Plinio y los más de los antiguos sintieron lo mismo que Aristóteles
El parecer de Aristóteles siguió a la letra Plinio, el cual dice así:58 El temple de la región del medio del mundo, por donde anda de contino el sol, y está abrasada como de fuego cercano, y toda quemada y como humeando. Junto a esta de en medio hay otras dos regiones de ambos lados, las cuales, por caer entre el ardor de ésta y el cruel frío de las otras dos extremas, son templadas. Mas estas dos templadas no se pueden comunicar entre sí por el excesivo ardor del cielo. Esta propia fué la opinión de los otros antiguos, la cual galanamente celebra el poeta en sus versos:59
Rodean cinco cintas todo el cielo:
De éstas, una con sol perpetuo ardiente
tienen de quemazón bermejo el suelo.
Y el mismo poeta en otro cabo:60
Oyólo, si hay alguno que allá habite,
donde se tiende la región más larga,
que en medio de las cuatro el sol derrite.
Y otro poeta aún más claro dice lo mismo:61
Son en la tierra iguales las regiones
a las del cielo; y de estas cinco, aquella
que está en medio, no tiene poblaciones
por el bravo calor.
Fundóse esta opinión común de los antiguos en una razón que les pareció cierta e inexpugnable. Veían que, en tanto era una región más caliente, cuando se acercaba más al mediodía. Y es esto tanta verdad, que en una misma provincia de Italia es la Pulla más cálida que la Toscana, por esa razón; y por la misma, en España es más caliente el Andalucía que Vizcaya, y esto en tanto grado, que, no siendo la diferencia de más de ocho grados, y aun no cabales, se tiene la una por muy caliente y la otra por muy fría. De aquí inferían por buena consecuencia, que aquella región que se allegase tanto al mediodía, que tuviese el sol sobre su cabeza, necesariamente había de sentir un perpetuo y excesivo calor.
Demás de esto veían también que todas las diferencias que al año tiene, de primavera, estío, otoño, invierno, proceden de acercarse o alejarse el sol. Y echando de ver que estando ellos aún bien lejos del trópico, a donde llega el sol en verano, con todo eso, por írseles acercando, sentían terribles calores en estío, hacían su cuenta, que si tuvieran al sol tan cerca de sí, que anduviera encima de sus cabezas, y esto por todo el discurso del año, fuera el calor tan insufrible, que, sin duda, se consumieran y abrasaran los hombres de tal exceso. Esta fué la razón que venció a los antiguos para tener por no habitable la región de en medio, que por eso llamaron tórrida zona. Y cierto que si la misma experiencia por vista de ojos no nos hubiera desengañado, hoy día dijéramos todos que era razón concluyente y matemática, porque veamos cuán flaco es nuestro entendimiento para alcanzar aún estas cosas naturales.
Mas ya podemos decir que a la buena dicha de nuestros siglos le cupo alcanzar aquellas dos grandes maravillas es, a saber, navegarse el mar océano con gran facilidad y gozar los hombres en la tórrida zona de lindísimo temple, cosas que nunca los antiguos se pudieron persuadir. De estas dos maravillas la postrera, de la habitación y cualidades de la tórrida zona, hemos de tratar, con ayuda de Dios, largamente en el libro siguiente. Y así, en éste será bien declarar la otra, del modo de navegar el océano, porque nos importa mucho para el intento que llevamos en esta obra. Pero, antes de venir a este punto, convendrá decir qué es lo que sintieron los antiguos de estas nuevas gentes que llamamos indios.
Capítulo XI
Que se halla en los antiguos alguna noticia de este Nuevo Mundo
Resumiendo lo dicho, queda que los antiguos o no creyeron haber hombres pasado el trópico de Canero, como San Agustín y Lactancio sintieron, o que, si había hombres, a lo menos no habitaban entre los trópicos, como lo afirman Aristóteles y Plinio, y antes que ellos, Parménides filósofo.62 Ser de otra suerte lo uno y lo otro, ya está asaz averiguado. Mas todavía muchos con curiosidad preguntan si, de esta verdad que en nuestros tiempos es tan notoria, hubo en los pasados alguna noticia. Porque parece, cierto, cosa muy extraña, que sea tamaño este mundo nuevo, como con nuestros ojos le vemos, y que en tantos siglos atrás no haya sido sabido por los antiguos. Por donde, pretendiendo quizá algunos menoscabar en esta parte la felicidad de nuestros tiempos y oscurecer la gloria de nuestra nación, procuran mostrar que este nuevo mundo fué conocido por los antiguos, y realmente no se puede negar que haya de esto algunos rastros.
Escribe San Jerónimo,63 en la epístola a los efesios: Con razón preguntamos qué quiera decir el Apóstol en aquellas palabras: En las cuales cosas anduvistes un tiempo según el siglo de este mundo, si quiere por ventura dar a entender que hay otro siglo que no pertenezca a este mundo, sino a otros mundos, de los cuales escribe Clemente en su epístola: El océano y los mundos que están allende del océano. Esto es de San Jerónimo. Yo cierto no alcanzo qué epístola sea ésta de Clemente, que San Jerónimo cita; pero ninguna duda tengo que lo escribió así San Clemente, pues lo alega San Jerónimo. Y claramente refiere San Clemente que, pasado el mar océano, hay otro mundo y aun mundos, como pasa, en efecto, de verdad, pues hay tan excesiva distancia del un nuevo mundo al otro nuevo, quiero decir, de este Perú y India occidental a la India oriental y China.
También Plinio, que fué tan extremado en inquirir las cosas extrañas y de admiración, refiere en su Historia natural,64 que Hannón, capitán de los cartagineses, navegó desde Gibraltar, costeando la mar, hasta lo último de Arabia, y que dejó escrita esta su navegación. Lo cual si es así, como Plinio lo dice, síguese claramente que navegó el dicho Hannón todo cuanto los portugueses hoy día navegan, pasando dos veces la equinoccial, que es cosa para espantar. Y según lo trae el mismo Plinio65 de Cornelio Nepote, autor grave, el propio espacio navegó otro hombre llamado Eudoxo, aunque por camino contrario, porque, huyendo el dicho Eudoxo del rey de los Latiros, salió por el mar Bermejo al mar océano, y por él volteando llegó hasta el estrecho de Gibraltar, lo cual afirma el Cornelio Nepote haber acaecido en su tiempo.
También escriben autores graves, que una nave de cartaginenses, llevándola la fuerza del viento por el mar océano, vino a reconocer una tierra nunca hasta entonces sabida, y que, volviendo después a Cartago, puso gran gana a los cartaginenses de descubrir y poblar aquella tierra, y que el senado con riguroso decreto vedó la tal navegación, temiendo que con la codicia de nuevas tierras se menoscabase su patria. De todo esto se puede bien colegir que hubiese en los antiguos algún conocimiento del nuevo mundo; aunque particularizando a esta nuestra América, y toda esta India occidental, apenas se halla cosa cierta en los libros de los escritores antiguos. Mas de la India oriental, no sólo de allende, sino también de aquende, que antiguamente era la más remota, por caminarse al contrario de ahora, digo que se halla mención, y no muy corta, ni muy oscura. Porque, ¿a quién no le es fácil hallar en los antiguos la Malaca, que llamaban Aurea Chersoneso? Y al cabo de Comorín, que se decía Promontorium Cori, ¿y la grande y célebre isla de Sumatra, por antiguo nombre tan celebrado, Taprobana? ¿Qué diremos de las dos Etiopías? ¿Qué de los Bracmanes? ¿Qué de la gran tierra de los Chinas? ¿Quién duda en los libros de los antiguos que traten de estas cosas no pocas veces?
Mas de las Indias occidentales no hallamos en Plinio que en esta navegación pasase de las islas Canarias, que él llama Fortunatas, y la principal de ellas dice66 haberse llamado Canaria, por la multitud de canes o perros que en ella había. Pasadas las Canarias, apenas hay rastro en los antiguos de la navegación que hoy se hace por el golfo, que con mucha razón le llaman grande. Con todo eso se mueven muchos a pensar que profetizó Séneca el trágico de estas Indias occidentales, lo que leemos en su tragedia Medea67 en sus versos anapésticos, que, reducidos al metro castellano, dicen así:
Tras luengos años verná
un siglo nuevo y dichoso,
que al océano anchuroso,
sus límites pasará.
Descubrirán grande tierra,
verán otro nuevo Mundo,
navegando el gran profundo,
que ahora el paso nos cierra.
La Thule tan afamada
como del mundo postrera,
quedará en esta carrera
por muy cercana contada.
Esto canta Séneca en sus versos, y no podemos negar que al pie de la letra pasa así, pues los años luengos que dice, si se cuentan del tiempo del trágico, son al pie de mil cuatrocientos, y si del de Medea, son más de dos mil; que el océano anchuroso haya dado el paso, que tenía cerrado, y que se haya descubierto grande tierra, mayor que toda Europa y Asia, y se habite otro nuevo mundo, vémoslo por nuestros ojos cumplido, y en esto no hay duda. En lo que la puede con razón haber es en si Séneca adivinó o si, acaso, dió en esto su poesía. Yo, para decir lo que siento, siento que adivinó con el modo de adivinar que tienen los hombres sabios y astutos. Veía que ya en su tiempo se tentaban nuevas navegaciones y viajes por el mar; sabía bien, como filósofo, que había otra tierra opuesta del mismo ser, que llaman antíctona. Pudo con este fundamento considerar que la osadía y habilidad de los hombres en fin llegaría a pasar el mar océano, y, pasándole, descubrir nuevas tierras y otro mundo, mayormente siendo ya cosa sabida en tiempo de Séneca el suceso de aquellos naufragios que refiere Plinio, con que se pasó el gran mar océano.
Y que éste haya sido el motivo de la profecía de Séneca, parece lo dan a entender los versos que preceden, donde, habiendo alabado el sosiego y vida poco bulliciosa de los antiguos, dice así:
Mas ahora es otro tiempo,
y el mar de fuerza o de grado
ha de dar paso al osado,
y el pasarle es pasatiempo.
Y más abajo dice así:
Al alto mar proceloso
ya cualquier barca se atreve:
todo viaje es ya breve
al navegante curioso.
No hay ya tierra por saber,
no hay reino por conquistar,
nuevos muros ha de hallar
quien se piensa defender.
Todo anda ya trastornado,
sin dejar cosa en su asiento:
el mundo claro y exento
no hay ya en él rincón cerrado.
El indio cálido bebe
del río Araxis helado,
y el persa en Albis bañado,
y el Rhin más frío que nieve.
De esta tan crecida osadía de los hombres viene Séneca a conjeturar lo que luego pone, como el extremo a que ha de llegar, diciendo: Tras luengos años verna, etc., como está ya dicho.
Capítulo XII
Qué sintió Platón de esta India occidental
Mas si alguno hubo que tocase más en particular esta India occidental, parece que se le debe a Platón esa gloria, el cual, en su Timeo escribe así: En aquel tiempo no se podía navegar aquel golfo (y va hablando del mar Atlántico, que es el que está en saliendo del estrecho de Gibraltar), porque tenía cerrado el paso a la boca de las columnas de Hércules, que vosotros soléis llamar (que es el mismo estrecho de Gibraltar), y era aquella isla que estaba entonces junto a la boca dicha, de tanta grandeza, que excede a toda la África y Asia juntas. De esta isla había paso entonces a otras islas para los que iban a ellas, y de las otras islas se iba a toda la tierra firme, que estaba frontero de ellas, cercada del verdadero mar. Esto cuenta Cricias en Platón.
Y los que se persuaden que esta narración de Platón es historia, y verdadera historia, declarada en esta forma, dicen que aquella grande isla, llamada Atlantis, la cual excedía en grandeza a África y Asia juntas, ocupaba entonces la mayor parte del mar océano, llamado Atlántico, que ahora navegan los españoles, y que las otras islas que dice estaban cercanas a esta grande son las que hoy día llaman islas de Barlovento, es, a saber, Cuba, Española, San Juan de Puerto Rico, Jamaica y otras de aquel paraje. Y que la tierra firme que dice es la que hoy día se llama Tierra Firme, y este Perú y América. El mar verdadero que dice estar junto aquella tierra firme, declaran que es éste mar del sur, y que por eso se llama verdadero mar, porque en comparación de su inmensidad esotros mares mediterráneos, y aun el mismo Atlántico, son como mares de burla. Con ingenio cierto y delicadeza está explicado Platón por los dichos autores curiosos: con cuanta verdad y certeza, eso en otra parte se tratará.
Capítulo XIII
Que algunos han creído que en las Divinas Escrituras Ofir signifique este nuestro Perú
No falta también a quien le parezca que en las sagradas letras hay mención de esta India occidental, entendiendo por el Ofir que ellas tanto celebran este nuestro Perú. Roberto Stéfano, o por mejor decir, Francisco Vatablo, hombre en la lengua hebrea aventajado, según nuestro preceptor, que fué discípulo suyo, decía, en los escolios sobre el capítulo nono del tercer libro de los Reyes,68 escribe que la isla Española que halló Cristóbal Colón era el Ofir, de donde Salomón traía cuatrocientos y veinte, o cuatrocientos y cincuenta talentos de oro muy fino. Porque tal es el oro de Cibao que los nuestros traen de la Española. Y no faltan autores doctos que afirmen69 ser Ofir este nuestro Perú, deduciendo el un nombre del otro, y creyendo que en el tiempo que se escribió el libro del Paralipomenon se llamaba Perú como ahora.
Fúndase en que refiere la Escritura70 que se traía de Ofir oro finísimo y piedras muy preciosas, y madera escogidísima, de todo lo cual abunda, según dicen estos autores, el Perú. Mas a mi parecer está muy lejos el Perú de ser el Ofir, que la Escritura celebra.71 Porque aunque hay en él copia de oro, ‘no es en tanto grado que haga ventaja en esto a la fama de riqueza que tuvo antiguamente la India oriental. Las piedras tan preciosas, y aquella tan excelente madera, que nunca tal se vió en Jerusalén, cierto yo no lo veo, porque aunque hay esmeraldas escogidas, y algunos árboles de palo recio y oloroso; pero no hallo aquí cosa digna de aquel encarecimiento que pone la Escritura. Ni aun me parece que lleva buen camino pensar que Salomón, dejada la India oriental riquísima, enviase sus flotas a esta última tierra. Y si hubiera venido tantas veces, más rastros fuera razón que halláramos de ello.
Mas la etimología del nombre Ofir, y reducción al nombre de Perú, téngolo por negocio de poca sustancia, siendo, como es cierto, que ni el nombre del Perú es tan antiguo ni tan general a toda esta tierra. Ha sido costumbre muy ordinaria en estos descubrimientos del nuevo mundo poner nombres a las tierras y puertos de la ocasión que se les ofrecía, y así se entiende haber pasado en nombrar a este reino Perú. Acá es opinión que de un río en que a los principios dieron los españoles, llamado por los naturales Pirú, intitularon toda esta tierra Pirú. Y es argumento de esto que los indios naturales del Perú ni usan ni saben tal nombre de su tierra. Al mismo tono parece afirmar que Sefer en la Escritura son estos Andes, que son unas sierras altísimas del Perú. Ni basta haber alguna afinidad o semejanza de vocablos, pues de esa suerte también diríamos que Yucatán es Yectán, a quien nombra la Escritura; ni los nombres de Tito y de Paulo que usaron los reyes Ingas de este Perú se debe pensar que vinieron de romanos o de cristianos, pues es muy ligero indicio para afirmar cosas tan grandes.
Lo que algunos escriben, que Tarsis y Ofir no eran en una misma navegación ni provincia, claramente se ve ser contra la intención de la Escritura, confiriendo el capítulo XXII del cuarto libro de los Reyes con el capítulo XX del segundo libro del Paralipomenon. Porque lo que en los Reyes dice que Josafat hizo flota en Asiongaber para ir por oro a Ofir, eso mismo refiere el Paralipomenon haberse hecho la dicha flota para ir a Tarsis. De donde claro se colige que en el propósito tomó por una misma cosa la Escritura a Tarsis y Ofir.
Preguntarme ha alguno a mí, según esto, qué región o provincia sea el Ofir adonde iba la flota de Salomón con marineros de Hirán, rey de Tiro y Sidón, para traerle oro; a do también, pretendiendo ir la flota del rey Josafat, padeció naufragio en Asiongaber, como refiere la Escritura.72 En esto digo que me allego de mejor gana a la opinión de Josefo, en los libros de Antiquitatibus, donde dice que es provincia de la India oriental, la cual fundó aquel Ofir hijo de Yectán, de quien se hace mención en el Génesis:73 y era esta provincia abundante de oro finísimo. De aquí procedió el celebrarse tanto el oro de Ofir o de Ofaz, y según algunos quieren decir, el obrizo es como el ofirizo, porque habiendo siete linajes de oro, como refiere San Jerónimo, el de Ofir era tenido por el más fino, así como acá celebramos el oro de Valdivia, o el de Carabaya.
La principal razón que me mueve a pensar que Ofir está en la India oriental, y no en esta occidental, es porque no podía venir acá la flota de Salomón sin pasar toda la India oriental y toda la China y otro infinito mar; y no es verosímil que atravesasen todo el mundo para venir a buscar acá el oro, mayormente siendo esta tierra tal, que no se podía tener noticia de ella por viaje de tierra; y mostraremos después que los antiguos no alcanzaron el arte de navegar, que ahora se usa, sin el cual no podían engolfarse tanto. Finalmente, en estas cosas, cuando no se traen indicios ciertos, sino conjeturas ligeras, no obligan a creerse más de lo que a cada uno le parece.
Capítulo XIV
Qué significan en la Escritura Tarsis y Ofir
Y si valen conjeturas y sospechas, las mías son que en la divina Escritura los vocablos de Ofir y de Tarsis las más veces no significan algún determinado lugar, sino que su significación es general cerca de los hebreos, como en nuestro vulgar el vocablo de Indias es general, porque el uso y lenguaje nuestro nombrando Indias es significar unas tierras muy apartadas, y muy ricas, y muy extrañas de las nuestras; y así los españoles igualmente llamamos Indias al Perú, y a Méjico, y a la China, y a Malaca, y al Brasil; y de cualquier parte de éstas que vengan cartas decimos que son cartas de las Indias, siendo las dichas tierras y reinos de inmensa distancia y diversidad entre sí. Aunque tampoco se puede negar que el nombre de Indias se tome de la India oriental; y porque cerca de los antiguos esa India se celebraba por tierra remotísima, de ahí viene que estotra tierra tan remota, cuando se descubrió, la llamaron también India, por ser tan apartada como tenida por el cabo del mundo; y así llaman indios a los que moran en el cabo del mundo.
Al mismo modo me parece a mí que Tarsis en las divinas letras, lo más común no significa lugar ni parte determinada, sino unas regiones muy remotas; y al parecer de las gentes, muy extrañas y ricas. Porque lo que Josefo y algunos quieren decir, que Tarsis y Tarso es lo mismo en la Escritura, paréceme que con razón lo reprueba San Jerónimo,74 no sólo porque se escriben con diversas letras los dos dichos vocablos, teniendo uno aspiración y otro no, sino también porque muy muchas cosas que se escriben de Tarsis no pueden cuadrar a Tarso, ciudad de Cilicia. Bien es verdad que en alguna parte se insinúa en la Escritura que Tarsis cae en Cilicia, pues se escribe así de Holofernes en el libro de Judith:75 Y como pasase los términos de los Asirios, llegó a los grandes montes Ange (que por ventura es el Tauro),76 los cuales montes caen a la siniestra de Cilicia, y entró en todos sus castillos, y se apoderó de todas sus fuerzas, y quebrantó aquella ciudad tan nombrada Melithi, y despojó a todos los hijos de Tarsis y a los de Ismael, que estaban frontero del desierto, y los que estaban al mediodía hacia tierra de Cellón, y pasó al Eufrates, etc. Mas, como he dicho, pocas veces cuadra a la ciudad de Tarso lo que se dice de Tarsis.
Teodoreto77 y otros, siguiendo la interpretación de los Setenta, en algunas partes ponen a Tarsis en África, y quieren decir que es la misma que fué antiguamente Cartago,78 y ahora reino de Túnez. Y dicen que allá pensó hacer su camino Jonás, cuando la Escritura refiere que quiso huir del Señor a Tarsis. Otros quieren decir que Tarsis es cierta región de la India, como parece sentir San Jerónimo.79 No contradigo yo por ahora a estas opiniones pero afírmome en que no significa siempre una determinada región o parte del mundo. Los Magos que vinieron a adorar a Cristo cierto es que fueron de Oriente, y también se colige de la Escritura80 que eran de Sabá, y de Epha, y de Madian; y hombres doctos sienten que eran de Etiopía, y de Arabia, y de Persia. Y de éstos canta el salmo y la Iglesia: Los reyes de Tarsis traerán presentes. Concedamos, pues, con San Jerónimo, que Tarsis es vocablo de muchos significados en la Escritura, y que unas veces se entiende por la piedra crisólito o jacinto; otras alguna cierta región de la India; otras la mar, que tiene el color de jacinto cuando reverbera el sol.
Pero con mucha razón el mismo santo doctor niega que fuese región de la India el Tarsis donde Jonás huía, pues saliendo de Jope era imposible navegar a la India por aquel mar; porque Jope, que hoy se llama Jafa, no es puerto del mar Bermejo, que se junta con el mar oriental Indico, sino del mar Mediterráneo, que no sale a aquel mar Indico: de donde se colige clarísimamente que la navegación que hacía la flota de Salomón81 de Asiongaber (donde se perdieron las naves del rey Josafat) iba por el mar Bermejo a Ofir y a Tarsis; que lo uno y lo otro afirma expresamente la Escritura,82 fué muy diferente de la que Jonás pretendió hacer a Tarsis. Pues es Asiongaber puerto de una ciudad de Idumea, puesta en el estrecho, que se hace donde el mar Bermejo se junta con el gran Océano.
De aquel Ofir, y de aquel Tarsis (sea lo que rnandaren) traían a Salomón oro, y plata, y marfil, y monos, y pavos, con navegación de tres años muy prolija. Todo lo cual sin duda era de la India oriental, que abunda de todas esas cosas, como Plinio largamente lo enseña, y nuestros tiempos lo prueban asaz. De este nuestro Perú no pudo llevarse marfil, no habiendo acá memoria de elefantes: oro y plata, y monos muy graciosos bien pudieran llevarse; pero en fin, mi parecer es que por Tarsis se entiende en la Escritura, comúnmente, o el mar grande, o regiones apartadísimas y muy extrañas; y así me doy a entender que las profecías que hablan de Tarsis, pues el espíritu de profecía lo alcanza todo, se pueden bien acomodar muchas veces a las cosas del nuevo orbe.
Capítulo XV
De la profecía de Abdías que algunos declaran de estas Indias
No falta quien diga y afirme, que está profetizado en las divinas letras tanto antes, que este nuevo orbe había de ser convertido a Cristo, y esto por gente española.83 A este propósito declaran el remate de la profecía de Abdías, que dice así: Y la transmigración de este ejército de los hijos de Israel, todas las cosas de los Cananeos hasta Sarepta; y la transmigración de Jerusalén, que está en el Bósforo,84 poseerá las ciudades del austro; y subirán los salvadores al monte de Sión para juzgar el monte de Esaú; y será el reino para el Señor. Esto es puesto de nuestra Vulgata así a la letra. Del hebreo leen los autores que digo en esta manera: Y la transmigración de este ejército de los hijos de Israel cananeos hasta Sarfat (que es Francia), y la transmigración de Jerusalén, que está en Sefarad (que es España) poseerá por heredad las ciudades del austro; y subirán los que procuran la salvación al monte de Sión para juzgar el monte de Esaú; y será el reino para el Señor.
Mas por qué Sefarad, que San Jerónimo interpreta el Bósforo o estrecho, y los Setenta interpretan, Eufrata, signifique a España, algunos no alegan testimonio de los antiguos, ni razón que persuada más de parecerles así. Otros alegan a la paráfrasis caldaica, que lo siente así, y los antiguos rabinos que lo declaran de esta manera. Como a Sarfat, donde nuestra Vulgata y los Setenta tienen Sarepta, entienden por Francia. Y dejando esta disputa, que toca a pericia de lenguas, ¿qué obligación hay para entender por las ciudades de austro o de Nageb (como ponen los Setenta) las gentes del nuevo mundo? ¿Qué obligación también hay para entender la gente española, por la transmigración de Jerusalén en Sefarad? Si no es que tomemos a Jerusalén espiritualmente, y por ella entendamos la Iglesia. De suerte que el Espíritu Santo, por la transmigración de Jerusalén, que está en Sefarad, nos signifique los hijos de la santa Iglesia, que moran en los fines de la tierra o en los puertos: porque eso denota en lengua siriaca Sefarad, y viene bien con nuestra España, que según los antiguos es lo último de la tierra, y cuasi toda ella está rodeada de mar. Por las ciudades del austro o del sur puédense entender estas Indias, pues lo más de este mundo nuevo está al medio día, y aun gran parte de él mira el polo del sur. Lo que se sigue: y subirán los que procuran la salvación al monte de Sión para juzgar el monte de Esaú, no es trabajoso de declarar, diciendo que se acogen a la doctrina y fuerza de la Iglesia santa los que pretenden deshacer los errores y profanidades de los gentiles: porque eso denota juzgar al monte de Esaú. Y síguese bien, que entonces será el reino no para los de España o para los de Europa, sino para Cristo nuestro Señor.
Quien quisiere declarar en esta forma la profecía de Abdías no debe ser reprobado, pues es cierto que el Espíritu Santo supo todos los secretos tanto antes: y parece cosa muy razonable que de un negocio tan grande como es el descubrimiento y conversión a la fe de Cristo del nuevo mundo, haya alguna mención en las sagradas Escrituras. Isaías dice:85 ¡Ay de las alas de las naos que van de la otra parte de la Etiopía! Todo aquel capítulo, autores muy doctos le declaran de las Indias, a quien me remito. El mismo profeta en otra parte dice86 que los que fueren salvos de Israel, irán muy lejos a Tarsis, a islas muy remotas, y que convertirán al Señor muchas y varias gentes, donde nombra a Grecia, Italia y África y otras muchas naciones; y sin duda se puede bien aplicar a la conversión de estas gentes de Indias. Pues ya lo que el Salvador con tanto peso nos afirma, que se predicará el evangelio en todo el mundo,87 y que entonces vendrá el fin, ciertamente declara que en cuanto dura el mundo hay todavía gentes a quien Cristo no esté anunciado. Por tanto debemos colegir que a los antiguos les quedó gran parte por conocer, y que a nosotros hoy día nos está encubierta no pequeña parte del mundo.
Capítulo XVI
De qué modo pudieron venir a Indias los primeros hombres, y que no navegaron de propósito a estas partes
Ahora es tiempo de responder a los que dicen que no hay antípodas, y que no se puede habitar esta región en que vivimos. Gran espanto le puso a San Agustín la inmensidad del océano para pensar que el linaje humano hubiese pasado a este nuevo mundo. Y pues por una parte sabemos de cierto que ha muchos siglos que hay hombres en estas partes, y por otra no podemos negar lo que la divina Escritura claramente enseña,88 de haber procedido todos los hombres de un primer hombre, quedamos sin duda obligados a confesar que pasaron acá los hombres de allá de Europa, o de Asia, o de África; pero el cómo y por qué camino vinieron todavía los inquirimos y deseamos saber.
Cierto no es de pensar que hubo otra arca de Noé en que aportasen hombres a Indias: ni mucho menos que algún ángel trajese colgados por el cabello, como el profeta Abacuch,89 a los primeros pobladores de este mundo. Porque no se trata qué es lo que pudo hacer Dios, sino qué es conforme a razón y al orden y estilo de las cosas humanas. Y así se deben en verdad tener por maravillosas, y propias de los secretos de Dios ambas cosas: una que haya podido pasar el género humano tan gran inmensidad de mares y tierras; otra, que habiendo tan innumerables gentes acá, estuviesen ocultas a los nuestros tantos siglos. Porque, pregunto yo, ¿con qué pensamiento, con qué industria, con qué fuerza pasó tan copioso mar el linaje de los indios? ¿Quién pudo ser el inventor y movedor de pasaje tan extraño? Verdaderamente he dado y tomado conmigo y con otros en este punto por muchas veces, y jamás acabo de hallar cosa que me satisfaga. Pero en fin, diré lo que se me ofrece: y pues me faltan testigos a quien seguir, dejaréme ir por el hilo de la razón, aunque sea delgado, hasta que del todo se me desaparezca de los ojos.
Cosa cierta es que vinieron los primeros indios por una de tres maneras a la tierra del Pirú. Porqué o vinieron por mar o por tierra; y si por mar, o acaso o por determinación suya: digo acaso, echados con alguna gran fuerza de tempestad, como acaece en tiempos contrarios y forzosos: digo por determinación que pretendiesen navegar e inquirir nuevas tierras. Fuera de estas tres maneras, no me ocurre otra posible, si hemos de hablar según el curso de las cosas humanas, y no ponernos a fabricar ficciones poéticas y fabulosas: sino es que se le antoje a alguno buscar otra águila, como la de Ganimedes, o algún caballo con alas, como el de Perseo, para llevar los indios por el aire: o por ventura le agrada aprestar peces sirenas y nicolaos para pasarlos por mar. Dejando, pues, pláticas de burlas, examinemos por sí cada uno de los tres modos que pusimos; quizá será de provecho y de gusto esta pesquisa.
Primeramente parece que podríamos atajar razones con decir que de la manera que venimos ahora a las Indias, guiándose los pilotos por el altura y conocimiento del cielo, y con la industria de marear las velas conforme a los tiempos que corren, así vinieron y descubrieron y poblaron los antiguos pobladores de estas Indias. ¿Por qué no? ¿Por ventura, sólo nuestro siglo y solos nuestros hombres han alcanzado este secreto de navegar el océano? Vemos que en nuestros tiempos se navega el océano para descubrir nuevas tierras, como pocos años ha navegó Álvaro Mendaña y sus compañeros, saliendo del puerto de Lima la vuelta del poniente, en demanda de la tierra que responde, leste oeste, al Perú; y al cabo de tres meses hallaron las islas que intitularon de Salomón, que son muchas y grandes; y es opinión muy fundada que caen junto a la nueva Guinea, o por lo menos tienen tierra firme muy cerca; y hoy día vemos que, por orden del Rey y de su Consejo, se trata de hacer nueva jornada para aquellas islas. Y pues esto pasa así, ¿por qué no diremos que los antiguos con pretensión de descubrir la tierra que llaman antíctona opuesta a la suya, la cual había de haber según buena filosofía, con tal deseo se animaron a hacer viaje por mar, y no parar hasta dar con las tierras que buscaban?
Cierto ninguna repugnancia hay en pensar que antiguamente acaeció lo que ahora acaece. Mayormente que la divina Escritura refiere90 que de los de Tiro y Sidón recibió Salomón maestros y pilotos muy diestros en la mar, y que con éstos se hizo aquella navegación de tres años. ¿A qué propósito se encarece el arte de los marineros y su ciencia y se cuenta navegación tan prolija de tres años si no fuera para dar a entender que se navegaba el gran océano por la flota de Salomón? No son pocos los que lo sienten así, y aún les parece que tuvo poca razón San Agustín de espantarse y embarazarse con la inmensidad del mar océano, pues pudo bien conjeturar de la navegación referida de Salomón, que no era tan difícil de navegarse.
Mas diciendo verdad, yo estoy de muy diferente opinión, y no me puedo persuadir que hayan venido los primeros Indios a este nuevo Mundo por navegación ordenada y hecha de propósito, ni aun quiero conceder que los antiguos hayan alcanzado la destreza de navegar, con que hoy día los hombres pasan el mar océano, de cualquiera parte a cualquiera otra que se les antoja, lo cual hacen con increíble presteza y certinidad, pues de cosa tan grande y tan notable no hallo rastros en toda la antigüedad. El uso de la piedra imán, y del aguja de marear, ni la topo yo en los antiguos, ni aun creo que tuvieron noticia de él: y quitado el conocimiento del aguja de marear, bien se ve que es imposible pasar el océano. Los que algo entienden de mar, entienden bien lo que digo. Porque así es pensar, que el marinero puesto en medio del mar sepa enderezar su proa a donde quiere, si le falta la aguja de marear, como pensar, que el que está sin ojos muestre con el dedo lo que está cerca, y lo que está lejos acullá en un cerro.
Es cosa de admiración, que una tan excelente propiedad de la piedra imán la hayan ignorado tanto tiempo los antiguos, y se haya descubierto por los modernos. Haberla ignorado los antiguos, claramente se entiende de Plinio,91 que con ser tan curioso historiador de las cosas naturales, contando tantas maravillas de la piedra imán, jamás apunta palabra de esta virtud y eficacia, que es la más admirable, que tiene de hacer mirar al norte el hierro que toca. Como tampoco Aristóteles habló de ello, ni Teofrasto, ni Dioscórides, ni Lucrecio,92 ni historiador, ni filósofo natural, que yo haya visto, aunque tratan de la piedra imán. Tampoco San Agustín toca en esto, escribiendo por otra parte muchas y maravillosas excelencias de la piedra imán, en los libros de la Ciudad de Dios.93 Y es cierto que cuantas maravillas se cuentan de esta piedra, todas quedan muy cortas respecto de esta tan extraña de mirar siempre al Norte, que es un gran milagro de naturaleza. Hay otro argumento también, y es, que tratando Plinio94 de los primeros inventores de navegación, y refiriendo allí de los demás instrumentos y aparejos, no habla palabra del aguja de marear, ni de la piedra imán: sólo dice, que el arte de notar las estrellas en la navegación salió de los de Fenicia.
No hay duda sino que los antiguos lo que alcanzaron del arte de navegar, era todo mirando las estrellas, y notando las playas, y cabos, y diferencias de tierras. Si se hallaban en alta mar, tan entrados que por todas partes perdiesen la tierra de vista, no sabían enderezar la proa por otro regimiento, sino por las estrellas, y sol y luna. Cuando esto faltaba, como en tiempo nublado acaece, regíanse por la cualidad del viento y por conjeturas del camino que habían hecho. Finalmente, iban por su tino, como en estas Indias también los indios navegan grandes caminos de mar guiados de sola su industria y tino. Hace mucho a este propósito lo que escribe Plinio95 de los isleños de la Taprobana, que ahora se llama Sumatra, cerca del arte e industria con que navegaban, escribiendo en esta manera: Los de Taprobana no ven el norte, y para navegar suplen esta falta llevando consigo ciertos pájaros, los cuales sueltan a menudo, y como los pájaros por natural instinto vuelan hacia la tierra, los marineros enderezan su proa tras ellos. ¿Quién duda, si estos tuvieran noticia del aguja, que no tomaran por guías a los pájaros, para ir en demanda de la tierra?
En conclusión, basta por razón, para entender que los antiguos no alcanzaron este secreto de la piedra imán, ver que para cosa tan notable, como es el aguja de marear, no se halla vocablo latino, ni griego, ni hebraico. Tuviera sin falta algún nombre en estas lenguas cosa tan importante, si la conocieran. De donde se verá la causa, por qué ahora los pilotos para encomendar la vía al que lleva el timón, se sientan en lo alto de la popa, que es por mirar de allí el aguja, y antiguamente se sentaban en la proa, por mirar las diferencias de tierras y mares, y de allí mandaban la vía, como lo hacen también ahora muchas veces al entrar o salir de los puertos. Y por eso los griegos llamaban a los pilotos proritas, porque iban en la proa.
Capítulo XVII
De la propiedad y virtud admirable de la piedra imán para navegar; y que los antiguos no la conocieron
De lo dicho se entiende, que a la piedra imán se debe la navegación de las Indias, tan cierta y tan breve, que el día que hoy vemos muchos hombres, que han hecho viaje de Lisboa a Goa, y de Sevilla a Méjico y a Panamá; y en estotro mar del sur hasta la China y hasta el estrecho de Magallanes: y esto con tanta facilidad como se va el labrador de su aldea a la villa. Ya hemos visto hombres que han hecho quince viajes, y aun dieciocho a las Indias: de otros hemos oído, que pasan de veinte veces las que han ido y vuelto, pasando ese mar océano, en el cual cierto no hallan rastro de los que han caminado por él, ni topan caminante a quien preguntar el camino. Porque, como dice el Sabio:96 la nao corta el agua y sus ondas, sin dejar rastro por donde pasa, ni hacer senda en las ondas. Mas con la fuerza de la piedra imán se abre camino descubierto por todo el grande océano, por haberle el altísimo Criador comunicado tal virtud, que de solo tocarla el hierro, queda con la mira y movimiento al Norte, sin desfallecer en parte alguna del mundo.
Disputen otros e inquieran la causa de esta maravilla, y afirmen cuanto quisieren no sé qué simpatía; a mí más gusto me da, mirando estas grandezas, alabar aquel poder y providencia del sumo Hacedor, y gozarme de considerar sus obras maravillosas. Aquí cierto viene bien decir con Salomón a Dios:97 ¡Oh, Padre, cuya providencia gobierna a un palo, dando en él muy cierto camino por el mar, y senda muy segura entre las fieras ondas, mostrando juntamente que pudieras librar de todo, aunque fuese yendo sin nao por la mar! Pero porque tus obras no carezcan de sabiduría, por esto confían los hombres sus vidas de un pequeño madero, y atravesando el mar se han escapado en un barco. También aquello del Salmista98 viene aquí bien: Los que bajan a la mar en naos haciendo sus funciones en las muchas aguas, esos son los que han visto las obras del Señor, y sus maravillas en el profundo. Que cierto no es de las menores maravillas de Dios, que la fuerza de una pedrezuela tan pequeña mande en la mar, y obligue al abismo inmenso a obedecer, y estar a su orden. Esto, porque cada día acontece, y es cosa tan fácil, ni se maravillan los hombres de ello, ni aun se les acuerda de pensarlo; y por ser la franqueza tanta, por eso los inconsiderados la tienen en menos. Mas a los que bien lo miran, oblígales la razón a bendecir la sabiduría de Dios, y darle gracias por tan grande beneficio y merced.
Siendo determinación del cielo que se descubriesen las naciones de Indias, que tanto tiempo estuvieron encubiertas, habiéndose de frecuentar esta carrera, para que tantas almas viniesen en conocimiento de Jesucristo, y alcanzasen su eterna salud, proveyóse también del cielo de guía segura para los que andan este camino, y fue la guía el aguja de marear, y la virtud de la piedra imán. Desde qué tiempo haya sido descubierto y usado este artificio de navegar, no se puede saber con certidumbre. El no haber sido cosa muy antigua, téngolo para mí por llano. porque además de las razones que en el capítulo pasado se tocaron, yo no he leído en los antiguos que tratan de relojes,99 mención alguna de la piedra imán, siendo verdad que en los relojes de sol portátiles que usamos, es el más ordinario instrumento el aguja tocada a la piedra imán. Autores nobles escriben en la historia de la India oriental,100 que el primero que por mar la descubrió, que fue Vasco de Gama, topó en el paraje de Mozambique con ciertos marineros moros, que usaban el aguja de marear, y mediante ella navegaron aquellos mares. Mas de quien aprendieron aquel artificio, no lo escriben; antes algunos de estos escritores afirman lo que sentimos, de haber ignorado los antiguos este secreto.
Pero diré otra maravilla aun mayor de la aguja de marear, que se pudiera tener por increíble, si no se hubiera visto, y con clara experiencia tan frecuentemente manifestado. El hierro tocado y refregado con la parte de la piedra imán, que en su nacimiento mira al Sur, cobra virtud de mirar al contrario, que es el Norte, siempre y en todas partes; pero no en todas le mira por igual derecho. Hay ciertos puntos y climas, donde puntualmente mira al Norte, y se fija en él; en pasando de allí ladea un poco o al oriente o al poniente, y tanto más cuanto se va más apartando de aquel clima. Eso es lo que los marineros llaman nordestar y noruestar. El nordestar, es ladearse inclinando a levante; noruestar inclinando a poniente.
Esta inclinación o ladear del aguja importa tanto saberla, que aunque es pequeña, si no se advierte, errarán la navegación, e irán a parar a diferente lugar del que pretenden. Decíame a mí un piloto muy diestro, portugués, que eran cuatro puntos en todo el orbe, donde se fijaba la aguja con el Norte, y contábalas por sus nombres, de que no me acuerdo bien. Uno de estos es el paraje de las islas del Cuervo, en las Terceras o islas de Azores, como es cosa ya muy sabida. Pasando de allí a más altura, noruestea, que es decir. que declina al poniente. Pasando al contrario a menos altura hacia el equinoccial nordestea, que es inclinar al oriente. Qué tanto y hasta dónde, diránlo los maestros de esta arte. Lo que yo diré es, que de buena gana preguntaría a los bachilleres que presumen de saberlo todo, que sea, que me digan la causa de este efecto. Por qué un poco de hierro de fregarse con la piedra imán, concibe tanta virtud de mirar siempre al Norte, y esto con tanta destreza, que sabe los climas y posturas diversas del mundo, dónde se ha de fijar, dónde inclinar a un lado, dónde a otro, que no hay filósofo, ni cosmógrafo, que así lo sepa.
Y si de estas cosas, que cada día traemos al ojo, no podemos hallar la razón, y sin duda se nos hicieran duras de creer si no las viéramos tan palpablemente, ¿quién no verá la necedad y disparate que es querernos hacer jueces, y sujetar a nuestra razón las cosas divinas y soberanas? Mejor es, como dice Gregorio teólogo, que a la fe se sujete la razón, pues aun en su casa no sabe bien entenderse. Baste esta digresión, y volvamos a nuestro cuento, concluyendo que el uso de la aguja de mar no le alcanzaron los antiguos: de donde se infiere que fue imposible hacer viaje del otro mundo a éste por el océano, llevando intento y determinación de pasar acá.
Capítulo XVIII
En que se responde a los que sienten haberse navegado antiguamente el océano, como ahora
Lo que se alega en contrario de lo dicho, que la flota de Salomón navegaba en tres años, no convence, pues no afirman las sagradas letras, que se gastaban tres años en aquel viaje, sino que en cada tres años una vez se hacía viaje. Y aunque demos que durante tres años la navegación, pudo ser, y es más conforme a razón, que navegando a la India oriental, se detuviese la flota por la diversidad de puertos y regiones que iba reconociendo y tomando, como ahora todo el mar del sur se navega cuasi desde Chile hasta Nueva España; el cual modo de navegar, aunque tiene más certidumbre, por ir siempre a vista de tierra, es empero muy prolijo por el rodeo que de fuerza ha de hacer por las costas, y mucha dilación en diversos puertos.
Cierto, yo no hallo en los antiguos que se hayan arrojado a lo muy adentro del mar océano, ni pienso que lo que navegaron de él, fué de otra suerte, que lo que el día de hoy se navega del Mediterráneo. Por donde se mueven hombres doctos a creer, que antiguamente no navegaban sin remos, como quien siempre iba costeando la tierra. Y aún parece, lo da así a entender la divina Escritura cuando refiere aquella famosa navegación del profeta Jonás, donde dice,101 que los marineros, forzados del tiempo, remaron a tierra.
Capítulo XIX
Que se puede pensar, que los primeros pobladores de Indias aportaron a ellas echados de tormenta, y contra su voluntad
Habiendo mostrado que no lleva camino pensar, que los primeros moradores de Indias hayan venido a ellas con navegación hecha para ese fin, bien se sigue, que si vinieron por mar, haya sido acaso, y por fuerza de tormentas, el haber llegado a Indias. Lo cual, por inmenso que sea el mar océano, no es cosa increíble. Porque, pues, así sucedió en el descubrimiento de nuestros tiempos, cuando aquel marinero (cuyo nombre aún no sabemos, para que negocio tan grande no se atribuya a otro autor, sino a Dios), habiendo por un terrible e importuno temporal reconocido el nuevo mundo, dejó por paga del buen hospedaje a Cristóbal Colón la noticia de cosa tan grande; así pudo ser, que algunas gentes de Europa, o de África antiguamente hayan sido arrebatadas de la fuerza del viento, y arrojadas a tierras no conocidas, pasado el mar océano. ¿Quién no sabe, que muchas, o las más de las regiones que se han descubierto en este nuevo mundo, ha sido por esta forma? ¿Qué se debe más a la violencia de temporales su descubrimiento, que a la buena industria de los que las descubrieron?
Y porque no se piense que sólo en nuestros tiempos han sucedido semejantes viajes hechos por la grandeza de nuestras naves, y por el esfuerzo de nuestros hombres, podrá desengañarse fácilmente en esta parte, quien leyere lo que Plinio refiere102 haber sucedido a muchos antiguos. Escribe, pues, de esta manera: Teniendo el cargo Gayo César, hijo de Augusto, en el mar de Arabia, cuentan haber visto y conocido señas de naves españolas, que habían padecido naufragio; y dice más después: Nepote refiere del rodeo septentrional, que se trajeron a Quinto Metelo Célere, compañero en el consulado de Gayo Afranio (siendo el dicho Metelo procónsul en la Galia) unos indios presentados por el Rey de Suevia: los cuales indios, navegando desde la India para sus contrataciones, por la fuerza de los temporales, fueron echados en Germania. Por cierto, si Plinio dice verdad, no navegan hoy día los portugueses más de lo que en aquellos dos naufragios se navegó, el uno desde España hasta el mar Bermejo, y el otro desde la India oriental hasta Alemania.
En otro libro escribe el propio autor103 que un criado de Annio Plocanio, el cual tenía arrendados los derechos del mar Bermejo, navegando la vuelta de la Arabia, sobreviniendo nortes furiosos, en quince días vino pasada la Carmania, a tomar a Hippuros, puerto de la Taprobana, que hoy día llaman Sumatra. También cuentan, que una nao de cartagineses del mar de Mauritania fué arrebatada de brisas hasta ponerse a vista del nuevo orbe. No es cosa nueva para los que tienen alguna experiencia de mar, el correr a veces temporales forzosos, y muy porfiados, sin aflojar un momento de su furia. A mí me acaeció pasando a Indias, verme en la primera tierra poblada de españoles, en quince días después de salidos de las Canarias, y sin duda fuera más breve el viaje, si se dieran velas a la brisa fresca que corría. Así que me parece cosa muy verosímil que hayan, en tiempos pasados, venido a Indias hombres vencidos de la furia del viento, sin tener ellos tal pensamiento.
Hay en el Perú gran relación de unos gigantes que vinieron en aquellas partes, cuyos huesos se hallan, hoy día, de disforme grandeza, cerca de Manta, y de Puerto Viejo, y en proporción habían de ser aquellos hombres más que tres tanto mayores, que los indios de ahora. Dicen que aquellos gigantes vinieron por mar, y que hicieron guerra a los de tierra, y que edificaron edificios soberbios, y muestran hoy un pozo hecho de piedras de gran valor. Dicen más, que aquellos hombres haciendo pecados enormes, y especial usando contra natura, fueron abrasados y consumidos con fuego que vino del cielo. También cuentan los indios de lea, y los de Arica, que solían antiguamente navegar a unas islas al poniente, muy lejos, y la navegación era en unos cueros de lobo marino hinchados. De manera, que no faltan indicios de que se haya navegado la mar del sur, antes que viniesen españoles por ella.
Así que podríamos pensar, que se comenzó a habitar el nuevo orbe de hombres, a quien la contrariedad del tiempo, y la fuerza de nortes echó allá, como al fin vino a descubrirse en nuestros tiempos. Es así, y mucho para considerar, que las cosas de gran importancia de naturaleza por la mayor parte se han hallado acaso, y sin pretenderse, y no por la habilidad y diligencia humana. Las más de las yerbas saludables, las más de las piedras, las plantas, los metales, las perlas, el oro, el imán, el ámbar, el diamante y las demás cosas semejantes. Y así sus propiedades y provechos, cierto más se han venido a saber por casuales acontecimientos, que no por arte e industria de hombres, para que se vea, que el loor y gloria de tales maravillas se debe a la providencia del Criador, y no al ingenio de los hombres. Porque lo que a nuestro parecer sucede acaso, eso mismo lo ordena Dios muy sobrepensado.
Capítulo XX
Que con todo eso es más conforme a buena razón pensar que vinieron por tierra los primeros pobladores de Indias
Concluyo, pues, con decir que es bien probable de pensar, que los primeros aportaron a Indias por naufragio y tempestad de mar. Mas ofrécese aquí una dificultad, que me da mucho en qué entender, y es que ya que demos que hayan venido hombres por mar a tierras tan remotas, y que de ellos se han multiplicado las naciones que vemos; pero las bestias y alimañas, que cría el nuevo orbe, muchas y grande, no sé cómo nos demos maña a embarcarlas y llevarlas por mar a las Indias. La razón porque nos hallamos forzados a decir que los hombres de las Indias fueron de Europa o de Asia es, por no contradecir a la sagrada Escritura, que claramente enseña, que todos los hombres descienden de Adán, y así no podemos dar otro origen a los hombres de Indias. Pues la misma divina Escritura también nos dice,104 que todas las bestias y animales de la tierra perecieron, sino las que se reservaron para propagación de su género, en el arca de Noé. Así también es fuerza reducir la propagación de todos los animales dichos a los que salieron del arca en los montes de Ararat, donde ella hizo pie; de manera que como para los hombres, así también para las bestias, nos es necesidad buscar camino, por donde hayan pasado del viejo mundo al nuevo.
San Agustín, tratando esta cuestión:105 cómo se hallan en algunas islas lobos, y tigres y otras fieras, que no son de provecho para los hombres, porque de los elefantes, caballos, bueyes, perros y otros animales de que se sirven los hombres, no tiene embarazo pensar, que por industria de hombres se llevaron por mar con naos, como los vemos hoy día, que se llevan desde oriente a Europa, y desde Europa al Perú con navegación tan larga; pero de los animales, que para nada son de provecho, y antes son de mucho daño, como son lobos, en qué forma hayan pasado a las islas, si es verdad, como lo es, que el diluvio bañó toda la tierra, tratándolo el sobredicho santo y doctísimo varón, procura librarse de estas angustias, con decir, que tales bestias pasaron a nado a las islas o alguno por codicia de cazar las llevó, o fué ordenación de Dios, que se produjesen, de la tierra, al modo que en la primera creación dijo Dios:106 Produzca la tierra ánima viviente en su género, jumentos y animales rateros, y fieras del campo, según sus especies.
Mas cierto que si queremos aplicar esta solución a nuestro propósito, más enmarañado se nos queda el negocio. Porque comenzando de lo postrero, no es conforme al orden de naturaleza, ni conforme al orden del gobierno que Dios tiene puesto, que animales perfectos, como leones, tigres y lobos, se engendren de la tierra sin generación. De ese modo se producen ranas y ratones, y avispas y otros animales imperfectos. Mas ¿a qué propósito la Escritura tan por menudo dice:107 Tomarás de todos los animales, y de las aves del cielo siete y siete, machos y hembras, para que se salve su generación sobre la tierra, si había de tener el mundo tales animales después del diluvio por nuevo modo de producción sin junta de macho y hembra? Y aún queda luego otra cuestión: ¿por qué naciendo de la tierra, conforme a esta opinión, tales animales, no los tienen todas las tierras, e islas, pues ya no se mira el orden natural de multiplicarse, sino sola la liberalidad del Criador?
Que hayan pasado algunos animales de aquellos por pretensión de tener caza, que era otra respuesta, no lo tengo por cosa increíble, pues vemos mil veces que para sola grandeza suelen príncipes y señores tener en sus jaulas leones, osos y otras fieras, mayormente cuando se han traído de tierras muy lejos. Pero esto creerlo de lobos y de zorras, y de otros tales animales bajos y sin provecho, que no tienen cosa notable, sino sólo hacer mal a los ganados, y decir que para caza se trajeron por mar, por cierto es cosa muy sin razón. ¿Quién se podrá persuadir, que con navegación tan infinita, hubo hombres, que pusieron diligencia en llevar al Perú zorras, mayormente las que llaman añas, que es un linaje el más sucio y hediondo de cuantos he visto? ¿Quién dirá que trajeron leones y tigres? Harto es, y aun demasiado, que pudiesen escapar los hombres con las vidas en tan prolijo viaje, viniendo con tormenta, como hemos dicho, cuanto más tratar de llevar zorras y lobos, y mantenerlos por mar. Cierto es cosa de burla aun imaginarlo.
Pues si vinieron por mar estos animales, sólo resta, que hayan pasado a nado. Esto ser cosa posible y hacedera, cuanto a algunas islas que distan poco de otras, o de la tierra firme, no se puede negar la experiencia cierta, con que vemos, que por alguna grave necesidad a veces nadan estos animales días y noches enteras, y al cabo escapan nadando; pero esto se entiende en golfillos pequeños. Porque nuestro océano haría burla de semejantes nadadores, pues aún a las aves de gran vuelo les faltan las alas para pasar tan gran abismo. Bien se hallan pájaros, que vuelen más de cien leguas, como los hemos visto navegando diversas veces: pero pasar todo el mar océano volando es imposible, o a lo menos muy difícil. Siendo así todo lo dicho, ¿por dónde abriremos camino para pasar fieras y pájaros a las Indias?, ¿de qué manera pudieron ir del un mundo al otro?
Este discurso que he dicho, es para mí una gran conjetura para pensar que el nuevo orbe, que llamamos Indias, no está del todo diviso y apartado del otro orbe. Y por decir mi opinión, tengo para mí días ha, que la una tierra y la otra en alguna parte se juntan, y continúan, o a lo menos se avecinan y allegan mucho. Hasta ahora, a lo menos no hay certidumbre de lo contrario. Porque al polo ártico, que llaman norte, no está descubierta y sabida toda la longitud de la tierra: y no faltan muchos que afirmen, que sobre la Florida corre la tierra larguísimamente al septentrión, la cual dicen que llega hasta el mar Seítico, o hasta el Germánico. Otros añaden que ha habido nave que, navegando por allí, relató haber visto los Bacallaos correr hasta los fines cuasi de Europa. Pues ya sobre el cabo Mendocino en la mar del sur, tampoco se sabe hasta dónde corre la tierra, made que todos dicen que es cosa inmensa lo que corre. Volviendo al otro polo del sur, no hay hombre que sepa dónde para la tierra, que está de la otra banda del Estrecho de Magallanes. Una nao del Obispo de Plasencia, que subió del Estrecho, refirió que siempre había visto tierra, y lo mismo contaba Hernando Lamero, piloto, que por tormenta pasó dos o tres grados arriba del estrecho. Así que ni hay razón en contrario, ni experiencia que deshaga mi imaginación, u opinión de que toda la tierra se junta, y continúa en alguna parte, a lo menos se allega mucho.
Si esto es verdad, como en efecto me lo parece, fácil respuesta tiene la duda tan difícil que habíamos propuesto: como pasaron a las Indias los primeros pobladores de ellas, porque se ha de decir, que pasaron, no tanto navegando por- mar, como caminando por tierra; y ese camino lo hicieron muy sin pensar, mudando sitios y tierras poco a poco; y unos poblando las ya halladas, otros buscando otras de nuevo, vinieron por discurso de tiempo a henchir las tierras de Indias de tantas naciones y gentes y lenguas.
Capítulo XXI
En qué manera pasaron bestias y ganados a las tierras de Indias
Ayudan grandemente al parecer ya dicho los indicios que se ofrecen a los que con curiosidad examinan el modo de habitación de los indios. Porque dondequiera que se halla isla muy apartada de tierra firme, y también de otras islas, como es la Bermuda, hállase ser falta de hombres del todo. La razón es porque no navegaban los antiguos sino a playas cercanas, y cuasi siempre a vista de tierra. A esto se alega que en ninguna tierra de Indias se han hallado navíos grandes, cuales se requieren para pasar golfos grandes. Lo que se halla son balsas, o piraguas, o canoas, que todas ellas son menos que chalupas; y de tales embarcaciones solas usaban los indios, con las cuales no podían engolfarse sin manifiesto y cierto peligro de perecer; y cuando tuvieran navíos bastantes para engolfarse, no sabían de aguja, ni de astrolabio, ni de cuadrante. Si estuvieran dieciocho días sin ver tierra, era imposible no perderse, sin saber de sí. Vemos islas pobladísimas de indios, y sus navegaciones muy usadas; pero eran las que digo, que podían hacer indios en canoa o piraguas, y sin aguja de marear.
Cuando los indios que moraban en Tumbez vieron la primera vez nuestros españoles que navegaban al Pirú, y miraron la grandeza de las velas tendidas y los bajeles también grandes, quedaron atónitos: y como nunca pudieron pensar que eran navíos, por no haberlos vistos jamás de aquella forma y tamaño, dicen que se dieron a entender que debían de ser rocas y peñascos sobre la mar; y como veían que andaban, y no se hundían, estuvieron como fuera de sí de espanto gran rato, hasta que mirando más vieron unos hombres barbudos que andaban por los navíos, los cuales creyeron que debían ser algunos dioses, o gente de allá del cielo. Donde se ve bien cuán ajena cosa era para los indios usar naos grandes, ni tener noticia de ellas. Hay otra cosa que en gran manera persuade a la opinión dicha, y es que aquellas alimañas que dijimos no ser creíble haberlos embarcado hombres para las Indias se hallan en lo que es tierra firme, y no se hallan en las islas que disten de la tierra firme cuatro jornadas. Yo he hecho diligencia en averiguar esto, pareciéndome que era negocio de gran momento para determinarme en la opinión que he dicho, de que la tierra de Indias, y la de Europa y Asia y África tienen continuación entre sí, o a lo menos se llegan mucho en alguna parte.
Hay en la América y Perú muchas fieras, como son leones, aunque éstos no igualan en grandeza y braveza, y en el mismo color rojo a los famosos leones de África; hay tigres muchos, y muy crueles, aunque lo son más comúnmente con indios que con españoles; hay osos, aunque no tantos; hay jabalíes, hay zorras innumerables. De todos estos géneros de animales, si quisiéramos buscarlos en la isla de Cuba, o en la Española, o en Jamaica, o en la Margarita, o en la Dominica, no se hallará ninguno. Con esto viene que las dichas islas, con ser tan grandes y tan fértiles, no tenían antiguamente, cuando a ellas aportaron españoles, de esotros animales tampoco, que son de provecho; y ahora tienen innumerables manadas de caballos, de bueyes y vacas, de perros, de puercos; y es en tanto grado, que los ganados de vacas no tienen ya dueños ciertos, por haber tanto multiplicado, que son del primero que las desjarreta en el monte o campo: lo cual hacen los moradores de aquellas islas para aprovecharse de los cueros para su mercancía de corambre, dejando la carne por allí, sin comerla. Los perros han en tanto exceso multiplicado, que andan manadas de ellos; y hechos bravos hacen tanto mal al ganado, como si fueran lobos, que es un grave daño de aquellas islas.
No sólo carecen de fieras, sino también de aves y pájaros en gran parte. Papagayos hay muchos, los cuales tienen gran vuelo y andan a bandas juntos; también tienen otros pájaros, pero pocos, como he dicho. De perdices no me acuerdo haber visto, ni sabido que las tengan, como las hay en el Perú, y mucho menos los que en el Perú llaman guanacos, y vicuñas, que son como cabras montesas ligerísimas, en cuyos buches se hallan las piedras bezaares, que precian algunos, y son a veces mayores que un huevo de gallina tanto y medio. Tampoco tienen otro género de ganado, que nosotros llamamos ovejas de las Indias, las cuales, demás de la lana y carne, con que se visten y mantienen los indios, sirven también de recua y jumentos para llevar cargas; llevan la mitad de la carga de una mula, y son de poco gasto a sus dueños, porque ni han menester herraduras, ni albardas, ni otros aparejos, ni cebada para su comer; todo esto les dió naturaleza sin costa, queriendo favorecer a la pobre gente de los indios.
De todos estos géneros de animales y de otros muchos que se dirán en su lugar, abunda la tierra firme de Indias; las islas de todos carecen, si no son los que han embarcado españoles. Verdad es que en algunas islas vido tigres un hermano nuestro, según él refería, andando en una peregrinación y naufragio trabajosísimo; mas preguntado qué tanto estarían de tierra firme aquellas islas, dijo que obra de seis u ocho leguas a lo más, el cual espacio de mar, no hay duda, sino que pueden pasarle a nado los tigres. De estos indicios y de otros semejantes se puede colegir que hayan pasado los indios a poblar aquella tierra, más por camino de tierra que de mar; o si hubo navegación, que fué no grande, ni dificultosa, porque, en efecto, debe de continuarse el un orbe con el otro o a lo menos estar en alguna parte muy cercanos entre sí.
Capítulo XXII
Que no pasó el linaje de indios por la isla Atlántida, como algunos imaginan
No faltan algunos108 que, siguiendo el parecer de Platón, que arriba referimos, dicen que fueron esas gentes de Europa o de África a aquella famosa isla y tan cantada Atlántida, y de ella pasaron a otras y otras islas, hasta llegar a la tierra firme de Indias. Porque de todo esto hace mención el Cricias de Platón en su Timeo. Porque si era la isla Atlántida tan grande como toda la Asia y África juntas, y aún mayor, como siente Platón, forzoso había de tomar todo el océano Atlántico y llegar cuasi a las islas del nuevo orbe. Y dice más Platón: que con un terrible diluvio se anegó aquella su isla Atlántida, y por eso dejó aquel mar imposibilitado de navegarse, por los muchos bajíos de peñas, y arrecifes, y de mucha lama, y que así lo estaba en su tiempo; pero que después con el tiempo hicieron asiento las ruinas de aquella isla anegada, y en fin, dieron lugar a navegarse.
Esto tratan y disputan hombres de buenos ingenios muy de veras, y son cosas tan de burla considerándose un poco, que más parecen cuentos, o fábulas de Ovidio que historia, o filosofía digna de cuenta. Los más de los intérpretes y expositores de Platón afirman que es verdadera historia todo aquello que allí Cricias cuenta de tanta extrañeza del origen de la isla Atlántida, y de su grandeza, y de su prosperidad, y de las guerras que los de Europa y los de Atlántida entre sí tuvieron con todo lo demás. Muévense a tenerlo por verdadera historia, por las palabras de Cricias que pone Platón, en que dice en su Timeo que la plática que quiere tratar es de cosas extrañas, pero del todo verdaderas. Otros discípulos de Platón, considerando que todo aquel cuento tiene más arte de fábula que de historia, dicen que todo aquello se ha de entender por alegoría, que así lo pretendió su divino filósofo. De éstos es Proclo, y Porfirio, y aun Orígenes: son éstos tan dados a Platón, que así tratan sus escritos, como si fuesen libros de Moisés o de Esdras; y así donde las palabras de Platón no vienen con la verdad, luego dan en que se han de entender aquello en sentido místico y alegórico y que no puede ser menos.
Yo, por decir verdad, no tengo tanta reverencia a Platón, por más que le llamen divino, ni aun se me hace muy difícil de creer que pudo contar todo aquel cuento de la isla Atlántida por verdadera historia, y pudo ser con todo eso muy fina fábula, mayormente que refiere él haber aprendido aquella relación de Cricias, que, cuando muchachos, entre otros cantares y romances, cantaba aquel de la Atlántida. Sea como quisieren, haya escrito Platón por historia, o haya escrito por alegoría, lo que para mí es llano, es, que todo cuanto trata de aquella isla, comenzando en el diálogo Timeo, y prosiguiendo en el diálogo Cricias, no se puede contar en veras, sino es a muchachos y viejas. ¿Quién no tendrá por fábula decir, que Neptuno se enamoró de Clito, y tuvo de ella cinco veces gemelos de un vientre?, ¿y que de un collado sacó tres redondos de mar, y dos de tierra, tan parejos que parecían sacados por torno? ¿Pues qué diremos de aquel templo de mil pasos en largo, y quinientos en ancho, cuyas paredes por defuera estaban todas cubiertas de plata, y todos los altos de oro, y por de dentro era todo de bóveda de marfil labrado, y entretejido de oro, plata y azófar? Y al cabo el donoso remate de todo, con que concluye en el Timeo diciendo: En un día y una noche, viniendo un grande diluvio, todos nuestros soldados se los trago la tierra a montones; y la isla Atlántida de la misma manera anegada en la mar desapareció.
Por cierto ella lo acertó mucho en desaparecer toda tan presto, porque siendo isla mayor que toda la Asia y África juntas, hecha por arte de encantamiento, fué bien que así desapareciese. Y es muy bueno que diga que las ruinas y señales de esta tan grande isla se echan de ver debajo del mar, y los que lo han de echar de ver, que son los que navegan, no pueden navegar por allí. Pues añade donosamente: Por eso hasta el día de hoy ni se navega, ni puede aquel mar, porque la mucha lama que la isla después de anegada poco a poco crió, lo impide. Preguntara yo de buena gana, ¿qué piélago pudo bastar a tragarse tanta infinidad de tierra, que era más que toda la Asia y África juntas, y que llegaba hasta las Indias? ¿Y tragársela tan del todo, que ni aun rastro no haya quedado? Pues es notorio que en aquel mar donde dicen había la dicha isla, no hallan fondo hoy día los marineros, por más brazas de sonda que den. Mas es inconsideración querer disputar de cosas que, o se contaron por pasatiempo, o ya que se tenga la cuenta que es razón con la gravedad de Platón, puramente se dijeron para significar, como en pintura, la prosperidad de una ciudad, y su perdición tras ella.
El argumento que hacen para probar que realmente hubo isla Atlántida, de que aquel mar hoy día se nombra mar Atlántico, es de poca importancia, pues sabemos que en la última Mauritania está el monte Atlante, del cual siente Plinio109 que se le puso al mar el nombre de Atlántico. Y sin esto, el mismo Plinio refiere, que frontero del dicho monte está una isla llamada Atlántida, la cual dice ser muy pequeña y muy ruin.
Capítulo XXIII
Que es falsa la opinión de muchos, que afirman venir los indios de el linaje de los judíos
Ya que por la isla Atlántida no se abre camino para pasar los indios al nuevo mundo, paréceles a otros que debió de ser el camino el que escribe Esdras110 en el cuarto libro, donde dice así: Y porque le viste que recogía a sí otra muchedumbre pacífica, sabrás que éstos son los diez tribus que fueron llevados en cautiverio en tiempo del rey Osee, al cual llevó cautivo Salmanasar, rey de los Asirios y a éstos los pasó a la otra parte del río, y fueron trasladados a otra tierra. Ellos tuvieron entre sí acuerdo y determinación de dejar la multitud de los gentiles, y de pasarse a otra región más apartada, donde nunca habitó el género humano, para guardar siquiera allí su ley, la cual no habían guardado en su tierra. Entraron, pues, por unas entradas angostas del río Eúfrates; porque hizo el Altísimo entonces con ellos sus maravillas, y detuvo las corrientes del río, hasta que pasasen. Porque por aquella región era el camino muy largo de año y medio: y llámase aquella región Arsareth. Entonces habitaron allí hasta el último tiempo, y ahora cuando comenzaren a venir, tornará el Altísimo a detener otra vez las corrientes del río, para que puedan pasar; por eso viste aquella muchedumbre con paz.
Esta escritura de Esdras quieren algunos acomodar a los indios, diciendo que fueron de Dios llevados, donde nunca habitó el género humano, y que la tierra en que moran es tan apartada, que tiene año y medio de camino para ir a ella, y que esta gente es naturalmente pacífica. Que procedan los indios de linaje de judíos, el vulgo tiene por indicio cierto el ser medrosos y descaídos, y muy ceremoniáticos, y agudos y mentirosos. Demás de eso dicen, que su hábito parece el propio que usaban judíos, porque usan de una túnica o camiseta, y de un manto rodeado encima; traen los pies descalzos, o su calzado es unas suelas asidas por arriba, que ellos llaman ojotas. Y que éste haya sido el hábito de los hebreos dicen, que consta así por sus historias, como por pinturas antiguas, que los pintan vestidos en este traje. Y que estos dos vestidos, que solamente traen los indios, eran los que puso en apuesta Sansón, que la Escritura111 nombra tunicam et syndonem, y es lo mismo que los indios dicen camiseta y manta.
Mas todas estas son conjeturas muy livianas, y que tienen mucho más contra sí, que por sí. Sabemos que los hebreos usaron letras; en los indios no hay rastro de ellas: los otros eran muy amigos del dinero, éstos no se les da cosa. Los indios, si se vieran no estar circuncidados, no se tuvieran por judíos. Los indios poco ni mucho no se retajan, ni han dado jamás en esa ceremonia, como muchos de los de Etiopía y del oriente. Mas ¿qué tiene que ver, siendo los judíos tan amigos de conservar su lengua y antigüedad, y tanto que en todas las partes del mundo, que hoy viven, se diferencian de todos los demás, que en solas las Indias a ellos no se les haya olvidado su linaje, su ley, sus ceremonias, su Mesías, finalmente todo su judaísmo? Lo que dicen de ser los indios medrosos, y supersticiosos, y agudos y mentirosos, cuanto a lo primero, no es eso general a todos ellos; hay naciones entre estos bárbaros, muy ajenas de todo eso, hay naciones de indios bravísimos y atrevidísimos, haylas muy botas y groseras de ingenio. De ceremonias y supersticiones siempre los gentiles fueron amigos. El traje de sus vestidos, la causa porque es el que se refiere, es, por ser el más sencillo y natural del mundo, que apenas tiene artificio, y así fué común antiguamente no sólo a hebreos, sino a otras muchas naciones.
Pues ya la historia de Esdras (si se ha de hacer caso de escrituras apócrifas) más contradice, que ayuda su intento. Porque allí se dice que los diez tribus huyeron la multitud de gentiles, por guardar sus ceremonias y ley; mas los indios son dados a todas las idolatrías del mundo. Pues las entradas del río Eúfrates, vean bien los que eso sienten, en qué manera pueden llegar al nuevo orbe y vean si han de tornar por allí los indios, como se dice en el lugar referido. Y no sé yo por qué se han de llamar éstos gente pacífica, siendo verdad, que perpetuamente se han perseguido con guerras mortales unos a otros. En conclusión, no veo que el Eúfrates apócrifo de Esdras dé mejor paso a los hombres para el nuevo orbe, que le deba la Atlántida encantada y fabulosa de Platón.
Capítulo XXIV
Por qué razón no se puede averiguar bien el origen de los indios
Pero cosa es mejor de hacer desechar lo que es falso del origen de los indios, que determinar la verdad, porque ni hay escritura entre los indios, ni memoriales ciertos de sus primeros fundadores. Y por otra parte, en los libros de los que usaron letras, tampoco hay rastro de el nuevo mundo, pues ni hombres ni tierra, ni aun cielo les pareció a muchos de los antiguos, que no había en aquestas partes: y así no puede escapar de ser tenido por hombre temerario y muy arrojado el que se atreviere a prometer lo cierto de la primera origen de los indios, y de los primeros hombres que poblaron las Indias.
Mas así a bulto y por discreción podemos colegir de todo el discurso arriba hecho, que el linaje de los hombres se vino pasando poco a poco, hasta llegar al nuevo orbe, ayudando a esto la continuidad o vecindad de las tierras, y a tiempos alguna navegación, y que éste fué el orden de venir, y no hacer armada de propósito, ni suceder algún grande naufragio: aunque también pudo haber en parte algo de esto; porque siendo aquestas regiones larguísimas, y habiendo en ellas innumerables naciones, bien podemos creer, que unos de una suerte, y otros de otra se vinieron en fin a poblar. Mas al fin, en lo que me resumo, es que el continuarse la tierra de Indias con esotras del mundo, a lo menos estar muy cercanas, ha sido la más principal y mas verdadera razón de poblarse las Indias; y tengo para mí, que el nuevo orbe e Indias occidentales, no ha muchos millares de años que las habitan hombres, y que los primeros que entraron en ellas, más eran hombres salvajes y cazadores, que no gente de república, y pulida; y que aquéllos aportaron al nuevo mundo, por haberse perdido de su tierra o por hallarse estrechos y necesitados de buscar nueva tierra, y que hallándola comenzaron poco a poco a poblarla, no teniendo más ley que un poco de luz natural, y esa muy oscurecida, y cuando mucho algunas costumbres que les quedaron de su patria primera.
Aunque no es cosa increíble de pensar, que aunque hubiesen salido de tierras de policía, y bien gobernadas, se les olvidase todo con el largo tiempo, y poco uso; pues es notorio que aún en España y en Italia se hallan manadas de hombres, que si no es el gesto y figura, no tienen otra cosa de hombres. Así que por este camino vino a haber una barbaridad infinita en el nuevo mundo.
Capítulo XXV
Qué es lo que los indios suelen contar de su origen
Saber lo que los mismos indios suelen contar de sus principios y origen, no es cosa que importa mucho, pues más parecen sueños los que refieren, que historias. Hay entre ellos comúnmente gran pero no se puede bien determinar si noticia y mucha plática del diluvio; el diluvio que éstos refieren es el universal que cuenta la divina Escritura, o si fué algún otro diluvio o inundación particular de las regiones en que ellos moran, mas de que en aquestas tierras hombres expertos dicen que se ven señales claras de haber habido alguna grande inundación. Yo más me llego al parecer de los que sienten, que los rastros y señales que hay de diluvio no son del de Noé, sino de algún otro particular, como el que cuenta Platón, o el que los poetas cantan de Deucalión.
Como quiera que sea, dicen los indios que con aquel su diluvio se ahogaron todos los hombres y cuentan, que de la gran laguna Titicaca salió un Viracocha, el cual hizo asiento en Tiaguanaco, donde se ven hoy ruinas y pedazos de edificios antiguos y muy extraños, y que de allí vinieron al Cuzco, y así tornó a multiplicarse el género humano. Muestran en la misma laguna una isleta, donde fingen que se escondió y conservó el sol y por eso antiguamente le hacían allí muchos sacrificios, no sólo de ovejas, sino de hombres también.
Otros cuentan, que de cierta cueva por una ventana salieron seis, o no sé cuantos hombres, y que éstos dieron principio a la propagación de los hombres, y es donde llaman Pacari Tampo por esta causa. Y así tienen por opinión que los Tambos son el linaje más antiguo de los hombres. De aquí, dicen, que procedió Mangocapa, al cual reconocen por el fundador y cabeza de los Ingas, y que de éste procedieron dos familias o linajes, uno de Hanan Cuzco, otro de Urin Cuzco. Refieren que los reyes Ingas, cuando hacían guerra y conquistaban diversas provincias, daban por razón con que justificaban la guerra, que todas las gentes les debían reconocimiento, pues de su linaje y su patria se había renovado el mundo. Y así a ellos se les había revelado la verdadera religión y culto del cielo.
Mas ¿de qué sirve añadir más, pues todo va lleno de mentira, y ajeno de razón? Lo que hombres doctos afirman y escriben es, que todo cuanto hay de memoria y relación de estos indios llega a cuatrocientos años, y que todo lo de antes es pura confusión y tinieblas, sin poderse hallar cosa cierta. Y no es de maravillar, faltándoles libros y escritura, en cuyo lugar aquella su tan especial cuenta de los quipocamayos es harto y muy mucho, que pueda dar razón de cuatrocientos años. Haciendo yo diligencia para entender de ellos de qué tierras y de qué gente pasaron a la tierra en que viven, hallelos tan lejos de dar razón de esto, que antes tenían por muy llano, que ellos habían sido criados desde su primera origen en el mismo nuevo orbe donde habitan, a los cuales desengañamos con nuestra fe, que nos enseña, que todos los hombres proceden de un primer hombre.112
Hay conjeturas muy claras, que por gran tiempo no tuvieron estos hombres reyes, ni república concertada, sino que vivían por behetrías, como ahora los Floridos y los Chiriguanás, y los Brasiles, y otras naciones muchas, que no tienen ciertos reyes, sino conforme a la ocasión que se ofrece en guerra o paz, eligen sus caudillos, como se les antoja; mas con el tiempo algunos hombres que en fuerza y habilidad se aventajaban a los demás, comenzaron a señorear y mandar, como antiguamente Nembrot,113 y poco a poco creciendo vinieron a fundar los reinos de Perú y de Méjico, que nuestros españoles hallaron, que aunque eran bárbaros, pero hacían grandísima ventaja a los demás indios. Así que la razón dicha persuade, que se haya multiplicado y procedido el linaje de los indios por la mayor parte de hombres salvajes y fugitivos. Y esto baste cuanto a lo que del origen de estas gentes se ofrece tratar, dejando lo demás para cuando se traten sus historias más por extenso.
Libro segundo
Capítulo I
Qué se ha de tratar de la naturaleza de la equinoccial
Estando la mayor parte del nuevo mundo que se ha descubierto, debajo de la región de en medio del cielo, que es la que los antiguos llaman tórrida zona, teniéndola por inhabitable, es necesario para saber las cosas de Indias, entender la naturaleza y condición de esta región. No me parece a mí que dijeron mal los que afirmaron, que el conocimiento de las cosas de Indias dependía principalmente del conocimiento de la equinoccial; porque cuasi toda la diferencia que tiene un orbe del otro, procede de las propiedades de la equinoccial.
Y es de notar, que todo el espacio que hay entre los dos trópicos, se ha de reducir y examinar como por regla propia por la línea de en medio, que es la equinoccial, llamada así, porque cuando anda el Sol por ella, hace en todo el universo mundo iguales noches y días y también porque los que habitan debajo de ella, gozan todo el año de la propia igualdad de noches y días. En esta línea equinoccial hallamos tantas y tan admirables propiedades, que con gran razón despiertan y avivan los entendimientos para inquirir sus causas, guiándonos no tanto por la doctrina de los antiguos filósofos, cuanto por la verdadera razón y cierta experiencia.
Capítulo II
Qué les movió a los antiguos a tener por cosa sin duda que la tórrida era inhabitable
Ahora, pues, tomando la cosa de sus principios, nadie puede negar lo que clarísimamente vemos, que el sol con llegarse calienta, y con apartarse enfría. Testigos son de esto los días y las noches; testigos el invierno y el verano, cuya variación, y frío y calor se causa de acercarse, o alejarse el sol. Lo segundo, y no menos cierto, cuanto se acerca más el sol, y hiere más derechamente con sus rayos, tanto más quema la tierra. Vése claramente esto en el fervor del medio día, y en la fuerza del estío.
De aquí se saca e infiere bien (a lo que parece), que en tanto será una tierra más fría, cuanto se apartare más del movimiento del sol. Así experimentamos, que las tierras que se allegan más al septentrión y norte, son tierras más frías; y al contrario, las que se allegan más al zodíaco, donde anda el sol, son más calientes. Por esta orden excede en ser cálida la Etiopía a la África y Berbería, y éstas al Andalucía, y Andalucía a Castilla y Aragón, y éstas a Vizcaya y Francia; y cuanto más septentrionales, tanto son éstas y las demás provincias menos calientes: y así por el consiguiente las que se van más llegando al sol, y son heridas más derecho con sus rayos, sobrepujan en participar más el fervor del sol. Añaden algunos otros razón para lo mismo, y es el movimiento del cielo, que dentro de los trópicos es velocísimo, y cerca de los polos tardísimo: de donde concluyen, que la región que rodea el zodíaco tiene tres causas para abrasarse de calor, una la vecindad del sol, otra herirla derechos sus rayos, la tercera, participar el movimiento más apresurado del cielo.
Cuanto al calor y al frío lo que está dicho es lo que el sentido y la razón parece que de conformidad afirman. Cuanto a las otras dos cualidades, que son humedad y sequedad, ¿qué diremos? Lo mismo, sin falta, porque la sequedad parece causarla el acercarse el sol, y la humedad el alejarse el sol: porque la noche, como es más fría que el día, así también es más húmeda; el día como más caliente, así también mas seco. El invierno, cuando el sol está más lejos, es más frío y más lluvioso; el verano, cuando el sol está más cerca, es más caliente y más seco. Porque el fuego así como va cociendo o quemando, así va juntamente enjugando y secando.
Considerando, pues, lo que está dicho, Aristóteles y los otros filósofos atribuyeron a la región media, que llaman tórrida, juntamente exceso de calor y de sequedad: y así dijeron, que era a maravilla abrasada y seca, y por el consiguiente del todo falta de aguas y pastos. Y siendo así, forzoso había de ser muy incómoda y contraria a la habitación humana.
Capítulo III
Que la tórrida zona es humedísima; y que en esto se engañaron mucho los antiguos
Siendo al parecer todo lo que se ha dicho y propuesto verdadero, y cierto y claro, con todo eso, lo que de ello se viene a inferir es muy falso; porque la región media, que llaman tórrida, en realidad de verdad la habitan hombres, y la hemos habitado mucho tiempo, y en su habitación muy cómoda y muy apacible. Pues si es así, y es notorio que de verdades no se pueden seguir falsedades, siendo falsa la conclusión, como lo es, conviene que tornemos atrás por los mismos pasos, y miremos atentamente los principios, en donde pudo haber yerro y engaño. Primero diremos cual sea la verdad, según la experiencia certísima nos la ha mostrado; y después probaremos, aunque es negocio muy arduo, a dar la propia razón conforme a buena filosofía.
Era lo postrero que se propuso arriba, que la sequedad tanto es mayor, cuanto el sol está más cercano a la tierra. Esto parecía cosa llana y cierta; y no lo es, sino muy falsa, porque nunca hay mayores lluvias, y copia de aguas en la tórrida zona, que al tiempo que el sol anda encima muy cercano. Es cierto cosa admirable y dignísima de notar, que en la tórrida zona aquella parte del año es más serena y sin lluvias, en que el sol anda más apartado; y al revés, ninguna parte del año es más llena de lluvias, y nublados y nieves, donde ellas caen, que aquella en que el sol anda más cercano y vecino. Los que no han estado en el nuevo mundo, por ventura ternán esto por increíble; y aún a los que han estado, si no han parado mientes en ello, también quizá les parecerá nuevo: mas los unos y los otros con facilidad se darán por vencidos, en advirtiendo a la experiencia certísima de lo dicho.
En este Perú, que mira al polo del sur, o antártico, entonces está el sol más lejos, cuando está más cerca de Europa, como es en mayo, junio, julio, agosto, que anda muy cerca al trópico de Cancro. En estos meses dichos es grande la serenidad de el Perú: no hay lluvias, no caen nieves, todos los ríos corren muy menguados, y algunos se agotan. Mas después, pasando el año adelante, y acercándose el sol al círculo de Capricornio, comienzan luego las aguas, lluvias y nieves, y grandes crecientes de los ríos, es a saber, desde octubre hasta diciembre. Y cuando volviendo el sol de Capricornio hiere encima de las cabezas en el Perú, ahí es el furor de los aguaceros y grandes lluvias, y muchas nieves, y las avenidas bravas de los ríos, que es al mismo tiempo que reina el mayor calor del año, es a saber, desde enero hasta mediado marzo. Esto pasa así todos los años en esta provincia del Perú, sin que haya quien contradiga.
En las regiones que miran al polo ártico pasada la equinoccial, acaece entonces todo lo contrario, y es por la misma razón, ora tomemos a Panamá y toda aquella costa, ora la nueva España, ora las islas de Barlovento, Cuba, Española, Jamaica, San Juan de Puerto Rico, hallaremos sin falta que desde principio de noviembre hasta abril, gozan del cielo sereno y claro; y es la causa, que el sol, pasando la equinoccial hacia el trópico de Capricornio, se aparta entonces de las dichas regiones más que en otro tiempo del año. Y por el contrario, en las mismas tierras vienen aguaceros bravos, y muchas lluvias, cuando el sol se torna hacia ellas, y les anda más cerca, que es desde junio hasta septiembre, porque las hiere más cerca y más derechamente en esos meses.
Lo mismo está observado en la India oriental, y por la relación de las cartas de allá parece ser así. Así que es la regla general, aunque en algunas partes por especial causa padezca excepción, que en la región media o tórrida zona, que todo es uno, cuando el sol se aleja, es el tiempo sereno y hay más sequedad: cuando se acerca, es lluvioso y hay más humedad, y conforme al mucho o poco apartarse el sol, así es tener la tierra más o menos copia de aguas.
Capítulo IV
Que fuera de los trópicos es al revés que en la tórrida, y así hay más aguas cuando el sol se aparta más
Fuera de los trópicos acaece todo lo contrario, porque las lluvias con los fríos andan juntas, y el calor con la sequedad. En toda Europa es esto muy notorio y en todo el mundo viejo. En todo el mundo nuevo pasa de la misma suerte; de lo cual es testigo todo el reino de Chile, el cual por estar ya fuera del círculo de Capricornio, y tener tanta altura como España, pasa por las mismas leyes de invierno y verano, excepto que el invierno es allá cuando en España verano; y al revés, por mirar al polo contrario, y así en aquella provincia vienen las aguas con gran abundancia juntas con el frío, al tiempo que el sol se aparta más de aquella región, que es desde que comienza abril hasta todo septiembre. El calor y la sequedad vuelven cuando el sol se vuelve a acercar allá; finalmente pasa al pie de la letra lo mismo que en Europa.
De ahí procede, que así en los frutos de la tierra, como en ingenios, es aquella tierra más allegada a la condición de Europa, que otra de aquestas Indias. Lo mismo por el mismo orden, según cuentan, acaece en aquel gran pedazo de tierra, que más adelante de la interior Etiopía se va alargando, al modo de punta, hasta el cabo de Buena Esperanza. Y así dicen ser esta la verdadera causa de venir el tiempo de estío las inundaciones del Nilo, de las cuales tanto los antiguos disputaron. Porque aquella región comienza por abril, cuando ya el sol pasa del signo de Aries, a tener aguas de invierno, que lo es ya allí, y estas aguas, que parte proceden de nieves, parte de lluvias, van hinchendo aquellas grandes lagunas, de las cuales, según la verdadera y cierta Geografía, procede el Nilo; y así van poco a poco ensanchando sus corrientes, y al cabo de tiempo, corriendo larguísimo trecho vienen a inundar a Egipto al tiempo del estío, que parece cosa contra naturaleza, y es muy conforme a ella. Porque al mismo tiempo es estío en Egipto, que está al trópico de Cancro, y es fino invierno en las fuentes y lagunas del Nilo, que están al otro trópico de Capricornio.
Hay en la América otra inundación muy semejante a esta del Nilo, y es en el Paraguay, o Río de la Plata por otro nombre, el cual cada año, cogiendo infinidad de aguas, que se vierten de las sierras del Perú, sale tan desaforadamente de madre, y baña tan poderosamente toda aquella tierra, que les es forzoso a los que habitan en ella por aquellos, meses pasar su vida en barcos, o canoas dejando las poblaciones de tierra.
Capítulo V
Que dentro de los trópicos las aguas son en el estío o tiempo de calor; y de la cuenta del verano e invierno
En resolución, en las dos regiones, o zonas templadas, el verano se concierta con el calor y la sequedad: el invierno se concierta con el frío y humedad. Mas dentro de la tórrida zona no se conciertan entre sí de ese modo las dichas cualidades. Porque al calor siguen las lluvias; al frío (frío llamo falta de calor excesivo) sigue la serenidad. De aquí procede, que siendo verdad que en Europa el invierno se entiende por el frío y por las lluvias, y el verano por la calor y por la serenidad, nuestros españoles en el Perú y Nueva España, viendo que aquellas dos cualidades no se aparean, ni andan juntas como en España, llaman invierno al tiempo de muchas aguas, y llaman verano al tiempo de pocas, o ningunas. En lo cual llanamente se engañan; porque por esta regla dicen, que el verano es en la sierra del Perú desde abril hasta septiembre, porque se alzan entonces las aguas; y de septiembre a abril dicen que es invierno, porque vuelven las aguas; y así afirman, que en la sierra del Perú es verano, al mismo tiempo que en España, e invierno, ni más ni menos. Y cuando el sol anda por el cenit de sus cabezas, entonces creen que es finísimo invierno, porque son las mayores lluvias.
Pero esto es cosa de risa, como de quien habla sin letras; porque así como el día se diferencia de la noche por la presencia del sol y por su ausencia en nuestro hemisferio, según el movimiento del primer móvil, y esa es la definición del día y de la noche, así ni más ni menos se diferencia el verano del invierno, por la vecindad del sol, o por su apartamiento, según el movimiento propio del mismo sol, y esa es su definición. Luego entonces en realidad de verdad es verano, cuando el sol está en la suma propincuidad; y entonces invierno cuando está en el sumo apartamiento. Al apartamiento y allegamiento del sol síguese el calor y el frío, o templanza necesariamente; mas el llover o no llover, que es humedad y sequedad, no se siguen necesariamente. Y así se colige contra el vulgar parecer de muchos, que en el Perú el invierno es sereno y sin lluvias, y el verano es lluvioso; y no al revés, como el vulgo piensa, que el invierno es caliente, y el verano frío.
El mismo yerro es poner la diferencia que ponen entre la sierra y los llanos del Perú: dicen, que cuando en la sierra es verano, en los llanos es invierno, que es abril, mayo, junio, julio, agosto. Porque entonces la sierra goza de tiempo muy sereno, y son los soles sin aguaceros, y al mismo tiempo en los llanos hay niebla, y la que llaman garúa, que es una mollina o humedad muy mansa, con que se encubre el sol. Mas como está dicho, verano e invierno por la vecindad, o apartamiento del sol, se, han de determinar; y siendo así que en todo el Perú, así en sierra, como en llanos, a un mismo tiempo se acerca y aleja el sol, no hay razón para decir que, cuando es verano en una parte, es en la otra invierno. Aunque en esto de vocablos no hay para qué debatir, llámenlo como quisieren, y digan que es verano cuando no llueve, aunque haga más calor; poco importa. Lo que importa es saber la verdad que está declarada, que no siempre se alzan las aguas con acercarse más al sol, antes en la tórrida zona es ordinario lo contrario.
Capítulo VI
Que la tórrida tiene gran abundancia de aguas y pastos, por más que Aristóteles lo niegue
Según lo que está dicho, bien se puede entender que la tórrida zona tiene agua, y no es seca, lo cual es verdad en tanto grado, que en muchedumbre y dura de aguas hace ventaja a las otras regiones del mundo, salvo en algunas partes que hay arenales, o tierras desiertas y yermas, como también acaece en las otras partes a el mundo. De las aguas del cielo ya se ha mostrado que tiene copia de lluvias, de nieves, de escarchas, que especialmente abundan en la provincia del Perú. De las aguas de tierra, como son ríos, fuentes, arroyos, pozos, charcos, lagunas, no se ha dicho hasta ahora nada; pero, siendo ordinario responder las aguas de abajo a las de arriba, bien se deja también entender que las habrá. Hay, pues, tanta abundancia de aguas manantiales, que no se hallará que el universo tenga más ríos, ni mayores, ni más pantanos y lagos.
La mayor parte de la América por esta demasía de aguas no se puede habitar, porque los ríos con los aguaceros de verano salen bravamente de madre y todo lo desbaratan, y el lodo de los pantanos y atolladeros por infinitas partes no consiente pasarse. Por eso los que moran cerca del Paraguay, de que arriba hicimos mención, en sintiendo la creciente del río, antes que llegue de avenida, se meten en sus canoas y allí ponen su casa y hogar, y por espacio cuasi de tres meses nadando guarecen sus personas y hatillo. En volviendo a su madre el río, también ellos vuelven a sus moradas, que aún no están del todo enjutas.
Es tal la grandeza de este río, que, si se juntan en uno el Nilo y Ganges, y Eúfrates no le llegan con mucho. Pues, ¿qué diremos del río grande de la Magdalena, que entra en la mar entre Santa Marta y Cartagena, y que, con razón, le llaman el Río Grande? Cuando navegaba por allí me admiró ver que, diez leguas la mar adentro, hacía clarísima señal de sus corrientes, que sin duda toman de ancho dos leguas y más, no pudiéndolas vencer allí las olas e inmensidad del mar océano. Mas hablándose de ríos, con razón pone silencio a todos los demás aquel gran río, que unos llaman de las Amazonas, otros Marañón, otros el río de Orellana, al cual hallaron y navegaron los nuestros españoles; y cierto estoy en duda si le llame río o mar. Corre este río desde las sierras del Perú, de las cuales coge inmensidad de aguas, de lluvias y de ríos, que va recogiendo en sí, y pasando los grandes campos y llanadas del Paytiti, y del Dorado, y de las Amazonas, sale, en fin, al océano y entra en él cuasi frontero de las islas Margarita y Trinidad. Pero van tan extendidas sus riberas, especial en el postrer tercio, que hace en medio muchas y grandes islas, y lo que parece increíble, yendo por medio del río no miran los que miran sino cielo y río; aun cerros muy altos cercanos a sus riberas, dicen que se les encubre con la grandeza del río.
La anchura y grandeza tan maravillosa de este río, que justamente se puede llamar emperador de los ríos, supímosla de buen original, que fue un hermano de nuestra compañía que, siendo mozo, le anduvo y navegó todo, hallándose a todos los sucesos de aquella extraña entrada que hizo Pedro de Orsúa, y a los motines y hechos tan peligrosos del perverso Diego de Aguirre, de todos los cuales trabajos y peligros le libró el Señor, para hacerle de nuestra Compañía. Tales, pues, son los ríos que tienen la que llaman tórrida, seca y quemada región, a la cual Aristóteles y todos los antiguos tuvieron por pobre y falta de aguas y pastos.
Y porque he hecho mención del río Marañón, en razón de mostrar la abundancia de aguas que hay en la tórrida, paréceme tocar algo de la gran laguna que llaman Titicaca, la cual cae en la provincia del Collao, en medio de ella. Entran en este lago más de diez ríos y muy caudales; tiene un solo desaguadero, y ése no muy grande, aunque, a lo que dicen, es hondísimo; en el cual no es posible hacer puente, por la hondura y anchura del agua; ni se pasa en barcas, por la furia de la corriente, según dicen. Pásase con notable artificio, propio de indios, por una puente de paja echada sobre la misma agua, que, por ser materia tan liviana, no se hunde y es pasaje muy seguro y muy fácil. Boja la dicha laguna cuasi ochenta leguas; el largo será cuasi de treinta y cinco; el ancho mayor será de quince leguas; tiene islas, que antiguamente se habitaron y labraron, ahora están desiertas. Cría gran copia de un género de junco que llaman los indios totora, de la cual se sirven para mil cosas, porque es comida para puercos y para caballos y para los mismos hombres, y de ella hacen casa y fuego y barco y cuanto es menester: tanto hallan los Uros en su totora.
Son estos uros tan brutales, que ellos mismos no se tienen por hombres. Cuéntase de ellos que, preguntados qué gente eran, respondieron que ellos no eran hombres, sino uros, como si fuera otro género de animales. Halláronse pueblos enteros de uros, que moraban en la laguna en sus balsas de totora trabadas entre sí y atadas a algún peñasco, y acaecíales levarse de allí y mudarse todo un pueblo a otro sitio; y así, buscando hoy adonde estaban ayer, no hallarse rastro de ellos, ni de su pueblo.
De esta laguna, habiendo corrido el Desguadero como cincuenta leguas, se hace otra laguna menor, que llaman de Paria, y tiene ésta también sus isletas, y no se le sabe desaguadero. Piensan muchos que corre por debajo de tierra y que va a dar en el mar del sur, y traen, por consecuencia, un brazo de río que se ve entrar en la mar de muy cerca, sin saber su origen. Yo antes creo que las aguas de esta laguna se resuelven en la misma con el sol. Baste esta digresión para que conste cuán sin razón condenaron los antiguos a la región media por falta de aguas, siendo verdad que, así del cielo como del suelo, tiene copiosísimas aguas.
Capítulo VII
Trátase la razón por qué el sol fuera de los trópicos, cuando más dista, levanta aguas, y dentro de ellos al revés, cuando está más cerca
Pensando muchas veces con atención de qué causa proceda ser la equinoccial tan húmeda, como he dicho; deshaciendo el engaño de los antiguos, no se me ha ofrecido otra sino es que la gran fuerza que el sol tiene en ella atrae y levanta grandísima copia de vapores do todo el océano, que está allí tan extendido, y juntamente con levantar mucha copia de vapores, con grandísima presteza los deshace y vuelve en lluvias. Que provengan las lluvias y aguaceros del bravísimo ardor, pruébase por muchas y manifiestas experiencias. La primera es la que ya he dicho que el llover en ella es al tiempo que los rayos hieren más derechos, y por eso más recios; y cuando el sol ya se aparta y se va templando el calor, no caen lluvias ni aguaceros. Según esto, bien se infiere que la fuerza poderosa del sol es la que allí causa las lluvias.
Ítem, se ha observado, y es así en el Perú y en la Nueva España, que por toda la región tórrida los aguaceros y lluvias vienen de ordinario después de mediodía, cuando ya los rayos del sol han tomado toda su fuerza; por las mañanas, por maravilla llueve, por lo cual los caminantes tienen aviso de salir temprano y procurar para mediodía tener hecha su jornada, porque lo tienen por tiempo seguro de mojarse: esto saben bien los que han caminado en aquestas tierras. También dicen algunos pláticos que el mayor golpe de lluvias es cuando la luna está más llena. Aunque, por decir verdad, yo no he podido hacer juicio bastante de esto, aunque lo he experimentado algunas veces. Así que el año, el día y el mes todo da a entender la verdad dicha, que el exceso de calor en la tórrida causa las lluvias. La misma experiencia enseña lo propio en cosas artificiales, como las alquitaras y alambiques que sacan agua de hierbas o flores, porque la vehemencia del fuego encerrado levanta arriba copia de vapores, y luego, apretándolos, por no hallar salida, los vuelve en agua y licor. La misma filosofía pasa en la plata y oro, que se saca por azogue, porque si es el fuego poco y flojo, no se saca cuasi nada del azogue; si es fuerte, evapora mucho el azogue, y topando arriba con que llaman sombrero, luego se torna en ligor y gotea abajo. Así que la fuerza grande del calor, cuando halla materia aparejada, hace ambos efectos, uno de levantar vapores arriba, otro de derretirlos luego y volverlos en licor cuando hay estorbo para consumirlos y gastarlos.
Y aunque parezcan cosas contrarias que el mismo sol cause las lluvias en la tórrida, por estar muy cercano, y el mismo sol las cause fuera de ella, por estar apartado, y aunque parece repugnante lo uno a lo otro, pero bien mirado no lo es en realidad de verdad. Mil efectos naturales proceden de causas contrarias por el modo diverso. Ponemos a secar la ropa mojada al fuego, que calienta, y también al aire, que enfría. Los adobes se secan y cuajan con el sol y con: el hielo. El sueño se provoca con ejercicio moderado; si es demasiado, y si es muy poco o ninguno, quita el sueño. El fuego, si no le echan leña, se apaga; si le echan demasiada leña, también se apaga; si es proporcionada, susténtase y crece. Para ver, ni ha de estar la cosa muy cerca de los ojos, ni muy lejos; en buena distancia se ve, en demasiada se pierde y muy cercana tampoco se ve. Si los rayos del sol son muy flacos, no levantan nieblas de los ríos; si son muy recios, tan presto como levantan vapores. los deshacen, y así el moderado calor los levanta y los conserva. Por eso comúnmente ni se levantan nieblas de noche, ni al mediodía, sino a la mañana, cuando va entrando más el sol. A este tono hay otros mil ejemplos de cosas naturales, que se ven proceder muchas veces de causas contrarias. Por donde no debemos maravillarnos que el sol con su mucha vecindad levante lluvias, y con su mucho apartamiento también las mueva, y que siendo su presencia moderada, ni muy lejos. ni muy cerca, no las consienta.
Pero queda todavía gana de inquirir por qué razón dentro de la tórrida causa lluvias la mucha vecindad del sol, y fuera de la tórrida las causa su mucho apartamiento. A cuanto yo alcanzo, la razón es porque fuera de los trópicos en el invierno no tiene tanta fuerza el calor del sol, que baste a consumir los vapores que se levantan de la tierra y mar, y así éstos vapores se juntan en la región fría del aire en gran copia, y con el mismo frío se aprietan y espesan. y con esto, como exprimidos o apretados, se vuelven en agua. Porque aquel tiempo de invierno el sol está lejos y los días son cortos y las noches largas, lo cual todo hace para que el calor tenga poca fuerza. Mas cuando se va llegando el sol a los que están fuera de los trópicos, que es en tiempo de verano, es ya la fuerza del sol tal, que juntamente levanta vapores y consume y gasta y resuelve los mismos vapores que levanta.
Para la fuerza del calor ayuda ser el sol más cercano y los días mas largos. Mas dentro de los trópicos, en la región tórrida, el apartamiento del sol es igual a la mayor presencia de esotras regiones fuera de ellos, y así, por la misma razón, no llueve cuando el sol está más remoto en la tórrida, como no llueve cuando está más cercano a las regiones de fuera de ella, porque está en igual distancia, y así causa el mismo efecto de serenidad. Mas cuando en la tórrida llega el sol a la suma fuerza y hiere derecho las cabezas, no hay serenidad ni sequedad, como parecía que había de haber, sino grandes y repentinas lluvias. Porque con la fuerza excesiva de su calor atrae y levanta cuasi súbito grandísima copia de vapores de la tierra y mar océano; y siendo tanta la copia de vapores, no los disipando, ni derramando el viento, con facilidad se derriten y causan lluvias mal sazonadas. Porque la vehemencia excesiva del calor puede levantar de presto tantos vapores, y no puede tan de presto consumirlos y resolverlos; y así levantados y amontonados con su muchedumbre, se derriten y vuelven en agua.
Lo cual todo se entiende muy bien con un ejemplo manual. Cuando se pone a asar un pedazo de puerco, o de carnero, o de ternera, si es mucho el fuego y está muy cerca vemos que se derrite la grosura y corre y gotea en el suelo, y es la causa que la gran fuerza del fuego atrae y levanta aquel humor y vahos de la carne; y porque es mucha copia no puede resolverla, y así destila y cae; mas cuando el fuego es moderado y lo que se asa está en proporcionada distancia, vemos que se asa la carne y no corre ni destila, porque el calor va con moderación sacando la humedad y, con la misma, la va consumiendo y resolviendo. Por eso los que usan arte de cocina mandan que el fuego sea moderado y lo que se asa no esté muy lejos, ni demasiado cerca, porque no se derrita.
Otro ejemplo es en las candelas de cera o de sebo, que si es mucho el pábilo derrite el sebo o la cera, porque no puede gastar lo que levanta de humor. Mas si es la llama proporcionada, no se derrite ni cae la cera, porque la llama va gastando lo que va levantando. Esta, pues (a mi parecer), es la causa, porque en la equinoccial y tórrida la mucha fuerza del calor cause las lluvias que en otras regiones suele causar la flaqueza del calor.
Capítulo VIII
En qué manera se haya de entender lo que se dice de la tórrida zona
Siendo así que en las causas naturales y físicas no se ha de pedir regla infalible y matemática, sino que lo ordinario y muy común eso es lo que hace regla, conviene entender que en ese propio estilo se ha de tomar lo que vamos diciendo, que en la tórrida hay más humedad que en esotras regiones, y que en ella llueve cuando el sol anda más cercano. Pues esto es así según lo más común y ordinario, y no por eso negamos las excepciones que la naturaleza quiso dar a la regla dicha, haciendo algunas partes de la tórrida sumamente secas, como de la Etiopía refieren y de gran parte del Perú lo hemos visto, donde toda la costa y tierra que llaman llanos carece de lluvias y aun de aguas de pie, excepto algunos valles que gozan de las aguas que traen los ríos que bajan de las sierras. Todo lo demás son arenales y tierra estéril, donde apenas se hallarán fuentes y pozos; si algunos hay, son hondísimos.
Qué sea la causa que en estos llanos nunca llueve (que es cosa que muchos preguntan) decirse ha en su lugar queriendo Dios, sólo se pretende ahora mostrar que de las reglas naturales hay diversas excepciones. Y así, por ventura en alguna parte de la tórrida acaecerá que no llueva estando el sol más cercano, sino más distante, aunque hasta ahora yo no lo he visto ni sabido, mas si la hay, habráse de atribuir a especial cualidad de la tierra, siendo cosa perpetua; mas si unas veces es así y otras de otra manera, hase de entender que en las cosas naturales suceden diversos impedimentos con que unas y otras se embarazan. Pongamos ejemplo: Podrá ser que el sol cause lluvias y el viento las estorbe, o que las haga mas copiosas de lo que suelen. Tienen los vientos sus propiedades y diversos principios con que obran diferentes efectos, y muchas veces contrarios a lo que la razón y curso de tiempo piden. Y pues en todas partes suceden grandes variedades al año por la diversidad de aspectos de los planetas y diferencias de posturas, no será mucho que también acaezca algo de eso en la tórrida diferente de lo que hemos platicado de ella. Mas, en efecto, lo que hemos concluido es verdad cierta y experimentada que en la región de en medio, que llamamos tórrida, no hay la sequedad que pensaron los viejos, sino mucha humedad, y que las lluvias en ella son cuando el sol anda más cerca.
Capítulo IX
Que la tórrida no es en exceso caliente, sino moderadamente caliente
Hasta aquí se ha dicho de la humedad de la tórrida zona, ahora es bien decir de las otras dos cualidades, que son calor y frío. Al principio de este tratado dijimos cómo los antiguos entendieron que la tórrida era seca y caliente, y lo uno y lo otro en mucho exceso; pero la verdad es que no es así, sino que es húmeda y cálida, y su calor, por la mayor parte, no es excesivo, sino templado, cosa que se tuviera por increíble si no la hubiéramos asaz experimentado.
Diré lo que me pasó a mí cuando fui a las Indias; como había leído lo que los filósofos y poetas encarecen de la tórrida zona, estaba persuadido que, cuando llegase a la equinoccial, no había de poder sufrir el calor terrible; fué tan al revés, que al mismo tiempo que le pasé sentí tal frío, que algunas veces me salía al sol, por abrigarme, y era en tiempo que andaba el sol sobre las cabezas derechamente, que es en el signo de Aries, por marzo. Aquí yo confieso que me reí e hice donaire de los meteoros de Aristóteles y de su filosofía, viendo que en el lugar y en el tiempo que, conforme a sus reglas, había de arder todo y ser un fuego, yo y todos mis compañeros teníamos frío. Porque, en efecto, es así, que no hay en el mundo región más templada, ni más apacible, que debajo de la equinoccial.
Pero hay en ella gran diversidad, y no es en todas partes de un tenor; en partes es la tórrida zona muy templada, como en Quito y los llanos del Perú; en partes muy fría, como en Potosí, y en partes es muy caliente, como en Etiopía y en el Brasil y en los Malucos. Y siendo esta diversidad cierta y notoria, forzoso hemos de inquirir otra causa de frío y calor sin los rayos del sol, pues acaece en un mismo tiempo del año, lugares que tienen la misma altura y distancia de polos y equinoccial, sentir tanta diversidad, que unos se abrasan de calor y otros no se pueden valer de frío, otros se hallan templados con un moderado calor, Platón114 ponía su tan celebrada isla Atlántida en parte de la tórrida, pues dice que en cierto tiempo del año tenía al sol encima de sí; con todo eso, dice de ella que era templada, abundante y rica. Plinio115 pone a la Taprobana o Sumatra, que ahora llaman, debajo de la equinoccial, como, en efecto, lo está, la cual no sólo dice que es rica y próspera, sino también muy poblada de gente y de animales.
De lo cual se puede entender que, aunque los antiguos tuvieron por intolerable el calor de la tórrida, pero pudieron advertir que no era tan inhabitable, como la hacían. El excelentísimo astrólogo y cosmógrafo Ptolomeo y el insigne filósofo y médico Avicena atinaron harto mejor, pues ambos sintieron que debajo de la equinoccial había muy apacible habitación.
Capítulo X
Que el calor de la tórrida se templa con la muchedumbre de lluvias y con la brevedad de los días
Ser así verdad, como éstos dijeron, después que se halló el nuevo mundo quedó averiguado y sin duda. Mas es muy natural, cuando por experiencia se averigua alguna cosa que era fuera de nuestra opinión, querer luego inquirir y saber la causa de tal secreto. Así, deseamos entender por qué la región que tiene al sol más cercano y sobre sí, no sólo es más templada, pero en muchas partes es fría. Mirándolo ahora en común, dos causas son generales para hacer templada aquesta región.
La una es la que está arriba declarada, de ser región más húmeda y sujeta a lluvias, y no hay duda, sino que la lluvia refresca. Porque el elemento del agua es de su naturaleza frío, y aunque el agua por la fuerza del fuego se calienta, pero no deja de templar el ardor, que se causará de los rayos del sol puro. Pruébase bien esto por lo que refieren de la Arabia interior, que está abrasadísima del sol porque no tiene lluvias que templen la furia del sol. Las nubes hacen estorbo a los rayos del sol, para que no hieran tanto, y las lluvias que de ellas proceden también refrescan el aire y la tierra, y la humedecen; por más caliente que parezca el agua que llueve, en fin, se bebe y apaga la sed y el ardor, como lo han probado los nuestros, habiendo penuria de agua para beber. De suerte que, así la razón como la experiencia, nos muestran que la lluvia de suyo mitiga el calor; y pues hemos ya asentado que la tórrida es muy lluviosa, queda probado que en ella misma hay causa para templarse su calor.
A esto añadiré otra causa, que el entenderla bien importa no sólo para la cuestión presente, sino para otras muchas; y por decirlo en pocas palabras, la equinoccial, con tener soles más encendidos, tiénelos, empero, más cortos, y, así, siendo el espacio del calor del día más breve y menor, no enciende ni abrasa tanto; mas conviene que esto se declare y entienda más. Enseñan los maestros de esfera, y con mucha verdad, que cuanto es más oblicua y atravesada la subida del zodíaco en nuestro hemisferio, tanto los días y noches son más desiguales; y al contrario, donde es la esfera recta y los signos suben derechos, allí los tiempos de noche y día son iguales entre sí. Es también cosa llana que toda región que está entre los dos trópicos tiene menos desigualdad de días y noches, que fuera de ellos, y cuanto más se acerca a la línea, tanto es menor la dicha desigualdad.
Esto por vista de ojos lo hemos probado en estas partes. Los de Quito, porque caen debajo de la línea, en todo el año no tienen día mayor ni menor, ni noche tampoco, todo es parejo. Los de Lima, porque distan de la línea cuasi doce grados, echan de ver alguna diferencia de noches y días, pero muy poca., porque en diciembre y enero crecerá el día como una hora aun no entera. Los de Potosí mucho más tienen de diferencia en invierno y verano, porque están cuasi debajo del trópico. Los que están ya del todo fuera de los trópicos notan más la brevedad de los días de invierno y prolijidad de los de verano, y tanto más cuanto más se desvían de la línea y se llegan al polo; y así, Germania y Angla tienen en verano más largos días que Italia y España. Siendo esto así, como la esfera lo enseña y la experiencia clara lo muestra, hase de juntar otra proposición también verdadera que, para todos los efectos naturales, es de gran consideración: la perseverancia en obrar de su causa eficiente.
Esto supuesto, sí me preguntan por qué la equinoccial no tiene tan recios calores como otras regiones por estío, exempli gratia, Andalucía, por julio y agosto, finalmente responderé que la razón es porque los días de verano son más largos en Andalucía, y las noches más cortas; y el día, como es caliente, enciende; la noche es húmeda y fría, y refresca. Y por eso el Perú no siente tanto calor, porque los días de verano no son tan largos, ni las noches tan cortas y el calor del día se templa mucho con el frescor de la noche. Donde los días son de quince o dieciséis horas, con razón hará más calor que donde son de doce o trece horas y quedan otras tantas de la noche para refrigerar. Y así, aunque la tórrida excede en la vecindad del sol, excédenla esotras regiones en la prolijidad del sol. Y es, según razón, que caliente más un fuego, aunque sea algo menor, si persevera mucho, que no otro mayor, si dura menos; mayormente interpolándose con frescor. Puestas, pues, en una balanza estas dos propiedades de la tórrida, de ser más lluviosa al tiempo del mayor calor, y de tener los días más cortos, quizá parecerá que igualan a otras dos contrarias, que son tener el sol más cercano y más derecho, a lo menos que no les reconocerán mucha ventaja.
Capítulo XI
Que fuera de las dichas hay otras causas de ser la tórrida templada, y especialmente la vecindad del mar océano
Mas siendo universales y comunes las dos propiedades que he dicho, a toda la región tórrida, y con todo eso habiendo partes en ella que son muy calidas y otras también muy frías, y, finalmente, no siendo uno el temple de la tórrida y equinoccial sino que un mismo clima aquí es cálido, allí frío, acullá templado, y esto en un mismo tiempo, por fuerza hemos de buscar otras causas de donde proceda esta tan gran diversidad que se halla en la tórrida.
Pensando, pues, en esto con cuidado, hallo tres causas ciertas y claras, y otra cuarta oculta. Causas claras y ciertas digo: la primera, el océano; la segunda, la postura y sitio de la tierra; la tercera, la propiedad y naturaleza de diversos vientos. Fuera de estas tres, que las tengo por manifiestas, sospecho que hay otra cuarta oculta, que es propiedad de la misma tierra que se habita y particular eficacia e influencia de su cielo. Que no basten las causas generales que arriba se han tratado, será muy notorio a quien considerare lo que pasa en diversos cabos de la equinoccial. Manomotapa, y gran parte del reino del Preste Juan, están en la línea o muy cerca, y pasan terribles calores, y la gente que allí nace es toda negra, y no sólo allí, que es tierra firme, desnuda de mar, sino también en islas cercadas de mar acaece lo propio. La isla de Santo Tomé está en la línea, las islas de Cabo Verde están cerca, y tienen calores furiosos y toda la gente también es negra. Debajo de la misma línea, o muy cerca, cae parte del Perú y parte del nuevo reino de Granada, y son tierras muy templadas y que cuasi declinan más a frío que a calor, y la gente que crían es blanca. La tierra del Brasil está en la misma distancia de la línea que el Perú, y el Brasil y toda aquella costa es en extremo tierra cálida, con estar sobre la mar del norte. Estotra costa del Perú, que cae a la mar del sur, es muy templada.
Digo, pues, que quien mirare estas diferencias y quisiere dar razón de ellas, no podrá contentarse con las generales que se han traído para declarar cómo puede ser la tórrida tierra templada. Entre las causas especiales puse la primera la mar, porque, sin duda, su vecindad ayuda a templar y refrigerar el calor; porque, aunque es salobre su agua, en fin es agua, y el agua de suyo fría, y esto es sin duda. Con esto se junta que la profundidad inmensa del mar océano no da lugar a que el agua se caliente con el fervor del sol, de la manera que se calientan las aguas de ríos. Finalmente, como el salitre, con ser de naturaleza de sal, sirve para enfriar el agua, así también vemos por experiencia que el agua de la mar refresca, y así, en algunos puertos, como en el del Callao, hemos visto poner a enfriar el agua o vino para beber en frascos o cántaros metidos en la mar.
De todo lo cual se infiere que el océano tiene, sin duda, propiedad de templar y refrescar del calor demasiado; por eso se siente más calor en tierra que en mar coeteris paribus. Y comúnmente las tierras que gozan marina son más frescas que las apartadas de ella, coeteris paribus, como está dicho. Así que, siendo la mayor parte del nuevo orbe muy cercana al mar océano, aunque esté debajo de la tórrida, con razón diremos que de la mar recibe gran beneficio para templar su calor.
Capítulo XII
Que las tierras más altas son más frías, y qué sea la razón de esto
Pero discurriendo más, hallaremos que en la tierra, aunque esté en igual distancia de la mar y en unos mismos grados, con todo eso no es igual el calor, sino en una mucho, y en otra poco. Qué sea la causa de esto, no hay duda sino que el estar más honda o estar más levantada hace que sea la una caliente y la otra fría. Cosa clara es que las cumbres de los montes son más frías que las honduras de los valles, y esto no es sólo por haber mayor repercusión de los rayos del sol en los lugares bajos y cóncavos, aunque esto es mucha causa, sino que hay otra también, y es que la región del aire que dista más de la tierra y está más alta, de cierto es más fría.
Hacen prueba suficiente de esto las llanadas del Collao, en el Perú, y las de Popayán y las de Nueva España, que, sin duda, toda aquella es tierra alta, y por eso fría, aunque está cercada de cerros y muy expuesta a los rayos del sol. Pues si preguntamos ahora por qué los llanos de la costa en el Perú y en Nueva España es tierra caliente, y los llanos de las sierras del mismo Perú y Nueva España es tierra fría, por cierto que no veo que otra razón pueda darse, sino porque los unos llanos son de tierra baja y otros de tierra alta. El ser la región media del aire más fría que la inferior persuádelo la experiencia, porque cuanto los montes se acercan más a ella, tanto más participan de nieve y hielo y frío perpetuo. Persuádelo también la razón porque, si hay esfera de fuego, como Aristóteles y los más filósofos ponen por antiperístasis, ha de ser más fría la región media del aire, huyendo a ella el frío, como en los pozos hondos vemos en tiempo de verano. Por eso los filósofos afirman que las dos regiones extremas del aire, suprema e ínfima, son más cálidas, y la media más fría.
Y si esto es así verdad, como realmente lo muestra la experiencia, tenemos otra ayuda muy principal para hacer templada la tórrida, y es ser por la mayor parte tierra muy alta la de las Indias y llena de muchas cumbres de montes, que con su vecindad refrescan las comarcas do caen. Vense en las cumbres que digo perpetua nieve y escarcha, y las aguas hechas un hielo y aun heladas a veces del todo; y es de suerte el frío que allí hace, que quema la hierba. Y los hombres y caballos, cuando caminan por allí, se entorpecen de puro frío. Esto, como ya he dicho, acaece en medio de la tórrida, y acaece más ordinariamente cuando el sol anda por su zenit. Así que, ser los lugares de sierra más fríos que los de los valles y llanos, es cosa muy notoria, y la causa también lo es harto, que es participar los montes y lugares altos más de la región media del aire, que es frígidísima. Y la causa de ser más fría la región media del aire también está dicha, que es lanzar y echar de sí todo el frío la región del aire, que está vecina a la ígnea exhalación, que, según Aristóteles, está sobre la esfera del aire. Y así, todo el frío se recoge a la región media del aire por la fuerza del antiperístasis, que llaman los filósofos.
Tras esto, si me preguntare alguno si el aire es cálido y húmedo, como siente Aristóteles,116 y comúnmente dicen, ¿de dónde procede aquel frío que se recoge a la media región del aire? Pues de la esfera del fuego no puede proceder, y si procede del agua y tierra, conforme a razón, más fría había de ser la región ínfima, que no la de en medio. Cierto que si he de responder verdad, confesaré que esta objeción y argumento me hace tanta dificultad, que cuasi estoy por seguir la opinión de los que reprueban las cualidades sémolas y disímbolas que pone Aristóteles en los elementos y dicen que son imaginación. Y así, afirman que el aire es de su naturaleza frío, y para esto, cierto, traen muchas y grandes pruebas. Y dejando otras partes, una es muy notoria, que en medio de caniculares solemos con un ventalle hacernos aire, y hallamos que nos refresca; de suerte, que afirman estos autores que el calor no es propiedad de elemento alguno, sino de sólo el fuego, el cual está esparcido y metido en todas las cosas, según que el magno Dionisio enseña.117
Pero ahora sea así, ahora de otra manera (porque no me determino a contradecir a Aristóteles, si no es en cosa muy cierta), al fin todos convienen en que la región media del aire es mucho más fría que la inferior, cercana a la tierra, como también la experiencia lo muestra; pues allí se hacen las nieves y el granizo y la escarcha y los demás indicios de extremo frío. Pues, habiendo de una parte mar, de otra sierras altísimas, por bastantes causas se deben éstas tener para refrescar y templar el calor de la media región que llaman tórrida.
Capítulo XIII
Que la principal causa de ser la tórrida templada son los vientos frescos
Mas la templanza de esta región, principalmente y sobre todo, se debe a la propiedad del viento que en ella corre, que es muy fresco y apacible. Fué providencia del gran Dios, criador de todo, que en la región donde el sol se pasea siempre y con su fuego parece lo había de asolar todo, allí los vientos más ciertos y ordinarios fuesen a maravillar frescos, para que con su frescor se templase el ardor del sol. No parece que iban muy fuera de camino los que dijeron que el paraíso terrestre estaba debajo de la equinoccial, si no les engañara su razón, que para ser aquella región muy templada, les parecía bastar el ser allí los días y las noches iguales, a cuya opinión otros contradijeron, y el famoso poeta118 entre ellos, diciendo:
Y aquella parte
está siempre de un sol bravo encendida,
sin que fuego jamás de ella se aparte.
Y no es la frialdad de la noche tanta, que baste por sí sola a moderar y corregir tan bravos ardores del sol. Así que por beneficio del aire fresco y apacible recibe la tórrida tal templanza, que, siendo para los antiguos más que horno de fuego, sea para los que ahora la habitan más que primavera deleitosa. Y que este negocio consista principalmente en la cualidad del viento pruébase con indicios y razones claras. Vemos en un mismo clima unas tierras y pueblos más calientes que otros solo por participar menos del viento que refresca. Y así otras tierras donde no corre viento, o es muy terrestre, y abrasado como un bochorno, son tanto fatigadas del calor, que estar en ellas estar en horno encendido.
Tales pueblos y tierras hay no pocas en el Brasil, en Etiopía, en el Paraguay, como todos saben, y, lo que es más de advertir, no sólo en las tierras, sino en los mismos mares, se ven estas diferencias clarísimamente. Hay mares que sienten mucho calor, como cuentan del de Mozambique y del de Ormuz, allá en lo oriental; y en lo occidental el mar de Panamá, que por eso cría caimanes, y el mar del Brasil. Hay otros mares, y aun en los mismos grados de altura, muy frescos, como es el del Perú, en el cual tuvimos frío, como arriba conté, cuando le navegamos la vez primera, y esto siendo en marzo, cuando el sol anda por cima. Aquí cierto donde el cielo y el agua son de una misma suerte, no se puede pensar otra cosa de tan gran diferencia, sino la propiedad del viento, que o refresca o enciende.
Y si se advierte bien, en esta consideración del viento que se ha tocado podrás satisfacer por ella muchas dudas, que con razón ponen muchos, que parecen cosas extrañas y maravillosas. Es, a saber, ¿por qué hiriendo el sol en la tórrida, y particularmente en el Perú, muy más recio que por caniculares en España; con todo eso, se defienden de él con mucho menor reparo, tanto, que con la cubierta de una estera, o de un techo de paja, se hallan más reparados del calor, que en España con techo de madera, y aun de bóveda? Ítem, ¿por qué en el Perú las noches de verano no son calientes ni congojosas, como en España? Ítem, ¿por qué en las más altas cumbres de la sierra, aun entre montones de nieve, acaece muchas veces hacer calores insolubles? ¿Por qué en toda la provincia del Collar, estando a la sombra, por flaca que sea, hace frío, y en saliendo de ella al sol, luego se siente excesivo calor? Ítem, ¿por qué siendo toda la costa del Perú llena de arenales muertos, con todo eso es tan templada? Ítem, ¿por qué distando Potosí de la ciudad de la Plata sólo dieciocho leguas, y teniendo los mismos grados, hay tan notable diferencia, que Potosí es frigidísima, estéril y seca; la Plata, al contrario, es templada y declina a caliente y es muy apacible y muy fértil tierra?
En efecto, todas estas diferencias y extrañezas el viento es el que principalmente las causa, porque, en cesando el beneficio del viento fresco, es tan grande el ardor del sol, que, aunque sea en medio de nieves, abrasa; en volviendo el frescor del aire, luego se aplaca todo el calor, por grande que sea. Y donde es ordinario y como morador este viento fresco, no consiente que los humos terrenos y gruesos, que exhala la tierra, se junten y causen calor y congoja, lo cual en Europa es al revés, que por estos humos de la tierra, que queda como quemada del sol del día, son las noches tan calientes, pesadas o congojosas, y así parece que sale el aire muchas veces como de una boca de un horno.
Por la misma razón, en el Perú el frescor del viento hace que, en faltando de los rayos del sol, con cualquier sombra se sienta fresco. Otrosí, en Europa el tiempo más apacible y suave en el estío es por la mañanica. Por la tarde es el más recio y pesado. Mas en el Perú y en toda la equinoccial es al contrario, que, por cesar el viento de la mar por las mañanas y levantarse ya que el sol comienza a encumbrar, por eso el mayor calor se siente por las mañanas, hasta que viene la virazón, que llaman, o marea o viento de mar, que todo es uno, que comienza a sentirse fresco. De esto tuvimos experiencia larga el tiempo que estuvimos en las islas, que dicen de Barlovento, donde nos acaecía sudar muy bien por las mañanas y al tiempo de mediodía sentir buen fresco, por soplar entonces la brisa de ordinario, que es viento apacible y fresco.
Capítulo XIV
Que en la región de la equinoccial se vive vida muy apacible
Si guiaran su opinión por aquí los que dicen que el paraíso terrenal está debajo de la equinoccial,119 aún parece que llevaran algún camino. No porque me determine yo a que está allí el paraíso de deleites que dice la Escritura, pues sería temeridad afirmar eso por cosa cierta. Mas daguilla porque, si algún paraíso se puede decir en la tierra, es donde se goza un temple tan suave y apacible. Porque para la vida humana no hay cosa de igual pesadumbre y pena, como tener un cielo y aire contrario y pesado y enfermo; ni hay cosa más gustosa y apacible que gozar del cielo y aire suave, sano y alegre.
Está claro que de los elementos ninguno participamos más a menudo, ni más en lo interior del cuerpo, que el aire. Este rodea nuestros cuerpos, éste nos entra en las mismas entrañas y cada momento visita el corazón, y así le imprime sus propiedades. Si es aire corrupto, en tantico mata; si es saludable, repara las fuerzas; finalmente, sólo el aire podemos decir que es toda la vida de los hombres. Así que, aunque haya más riqueza y bienes, si el cielo es desabrido y malsano, por fuerza se ha de vivir vida penosa y disgustada. Mas si el aire y cielo es saludable y alegre y apacible, aunque no haya otra riqueza da contento y placer. Mirando la gran templanza y agradable temple de muchas tierras de Indias, donde ni se sabe qué es invierno que apriete con fríos, ni estío que congoje con calores; donde con una esfera se reparan de cualquier injurias del tiempo; donde apenas hay que mudar vestido en todo el año, digo cierto que, considerando esto, me ha parecido muchas veces, y me lo parece hoy día, que si acabasen los hombres consigo de desenlazarse de los lazos que la codicia les arma, y si se desengañasen de pretensiones inútiles y pesadas, sin duda podrían vivir en Indias vida muy descansada y agradable. Porque lo que los otros poetas cantan de los campos Elíseos y de la famosa Teme, y lo que Platón, o cuenta o finge de aquella su isla Atlántida, cierto lo hallarían los hombres en tales tierras si con generoso corazón quisiesen antes ser señores, que no esclavos de su dinero y codicia.
De las cualidades de la equinoccial y del calor y frío, sequedad y lluvias y de las causas de su templanza, bastará lo que hasta aquí se ha disputado. El tratar más en particular de las diversidades de vientos y aguas y tierras; ítem, de los metales, plantas y animales que de ahí proceden, de que en Indias hay grandes y maravillosas pruebas, quedará para otros libros. A éste, aunque, breve, la dificultad de lo que se ha tratado le hará por ventura parecer prolijo.
ADVERTENCIA AL LECTOR
Adviértese al lector que los dos libros precedentes se escribieron en latín, estando yo en el Perú; y así hablan de las cosas de Indias, como de cosas presentes. Después, habiendo venido a España, me pareció traducirlos en vulgar, y no quise mudar el modo de hablar que tenían. Pero en los cinco libros siguientes, porque los hice en Europa, fué forzoso mudar el modo de hablar: y así trato en ellos las cosas de Indias, como de tierras y cosas ausentes. Porque esta variedad de hablar pudiera con razón ofender al lector, me pareció advertirle de nuevo aquí.
Libro tercero
Capítulo I
Que la historia natural de cosas de las Indias es apacible y deleitosa
Toda historia natural es de suyo agradable, y a quien tiene consideración algo más levantada es también provechosa para alabar al autor de toda la naturaleza, como vemos que lo hacen los varones sabios y santos, mayormente David,120 en diversos salmos, donde celebra la excelencia de estas obras de Dios. Y Job,121 tratando de los secretos del Hacedor; y el mismo Señor, largamente respondiendo a Job.
Quien holgare de entender verdaderos hechos de esta naturaleza, que tan varia y abundante es, tendrá el gusto que da la historia, y tanto mejor historia cuanto los hechos no son por trazas de hombres, sino del Criador: Quien pasare adelante y llegare a entender las causas naturales de los efectos, tendrá el ejercicio de buena filosofía: Quien subiere más en su pensamiento y, mirando al sumo y primer Artífice de todas estas maravillas, gozare de su saber y grandeza, diremos que trata excelente teología. Así que para muchos buenos motivos puede servir la relación de cosas naturales, aunque la bajeza de muchos gustos suele más ordinario parar en lo menos útil, que es un deseo de saber cosas nuevas, que propiamente llamamos curiosidad.
La relación de cosas naturales de Indias, fuera de ese común apetito, tiene otro, por ser cosas remotas, y que muchas de ellas, o las más, no atinaron con ellas los más aventajados maestros de esta facultad entre los antiguos. Si de estas cosas naturales de Indias se hubiese de escribir copiosamente, y con la especulación que cosas tan notables requieren, no dudo yo que se podría hacer obra que llegase a las de Plinio y Teofrasto y Aristóteles. Mas ni yo hallo en mí ese caudal, ni, aunque le tuviera, fuera conforme a mi intento, que no pretendo más de ir apuntando algunas cosas naturales, que estando en Indias vi y consideré, o las oí de personas muy fidedignas, y me parece no están en Europa tan comúnmente sabidas. Y así en muchas de ellas pasaré sucintamente, o por estar ya escritas por otros, o por pedir más especulación de la que yo les he podido dar.
Capítulo II
De los vientos y sus diferencias y propiedades y causas en general
Habiéndose, pues, en los dos libros pasados tratado lo que toca al cielo y habitación de Indias en general, síguese decir de los tres elementos, aire, agua y tierra, y los compuestos de éstos, que son metales y plantas y animales. Porque del fuego no veo cosa especial en Indias, que no sea así en todas partes; si no le pareciese a alguno que el modo de sacar fuego que algunos indios usan, fregando unos palos con otros, y el de cocer en calabazas, echando en ellas piedras ardiendo y otros usos semejantes, eran de consideración, de lo cual anda escrito lo que hay que decir. Mas de los fuegos que hay en volcanes de Indias, que tienen digna consideración, diráse cómodamente, cuando se trate la diversidad de tierras donde esos fuegos y volcanes se hallan.
Así que, comenzando por los vientos, lo primero que digo es que, con razón, Salomón,122 entre las otras cosas de gran ciencia que Dios le había dado, cuenta y estima el saber la fuerza de los vientos y sus propiedades, que son cierto maravillosas. Porque unos son lluviosos, otros secos, unos enfermos y otros sanos, unos calientes y otros fríos, serenos y tormentosos, estériles y fructuosos, con otras mil diferencias. Hay vientos que en ciertas regiones corren y son como señores de ellas, sin sufrir competencia de sus contrarios. En otras partes andan a veces, ya vencen éstos, ya sus contrarios; a veces corren diversos, y aun contrarios juntos, y parten el camino entre sí, y acaece ir el uno por lo alto y el otro por lo bajo. Algunas veces se encuentran reciamente entre sí, que para los que andan en mar es fuerte peligro. Hay vientos que sirven para generación de animales, otros que las destruyen. Corriendo cierto viento se ve en alguna costa llover pulgas, no por manera de encarecer, sino que, en efecto, cubren el aire y cuajan la playa de la mar; en otras partes llueven sapillos.
Estas y otras diferencias, que se prueban tan ciertas, atribuyen comúnmente a los lugares por donde pasan estos vientos; porque dicen que de ellos toman sus cualidades de secos, o fríos, o húmedos, o cálidos, o enfermos, o sanos, y así las demás. Lo cual en parte es verdad y no se puede negar, porque en pocas lenguas se ven de un mismo viento notables diversidades. En España, pongo ejemplo, el solano o levante es comúnmente cálido y congojoso; en Murcia es el más sano y fresco que corre, porque viene por aquellas huertas y vega tan fresca y grande, donde se baña. Pocas leguas de ahí, en Cartagena, es el mismo viento pesado y malsano. El ábrego, que llaman los del mar océano sur, y los del Mediterráneo mezoyomo, comúnmente es lluvioso y molesto; en el mismo pueblo que digo, es sano y sereno. Plinio dice123 que en África llueve con viento del norte, y el viento de mediodía es sereno.
Y lo que en estos vientos he dicho, por ejemplo, en tan poca distancia verá, quien lo mirare con algún cuidado, que se verifica muchas veces, que en poco espacio de tierra o mar un mismo viento tiene propiedades muy diferentes, y a veces harto contrarias. De lo cual se arguye bien que el lugar por donde pasa le da su cualidad y propiedad; pero de tal modo es esto verdad, que no se puede de ninguna suerte decir que ésta sea toda la causa, ni aun la más principal de las diversidades y propiedades de los vientos. Porque en una misma región, que toma (pongo por caso) cincuenta leguas en redondo, claramente se percibe que el viento de una parte es cálido y húmedo y de la otra frío y seco, sin que en los lugares por do pasan haya tal diferencia, sino que de suyo se traen consigo esas cualidades los vientos, y así se les dan sus nombres generales, como propios, verbigracia, al septentrión, o cierzo, o norte, que todo es uno, ser frío y seco y deshacer nublados; a su contrario, el ábrego o leveche o sur, todo lo contrario, ser húmedo y cálido y levantar nublados.
Así que, siendo esto general y común, otra causa mas universal se ha de buscar para dar razones de estos efectos, y no hasta decir que el lugar por do pasan los vientos les da las propiedades que tienen, pues pasando por unos mismos lugares hacen efectos muy conocidamente contrarios. Así que es fuerza confesar que la región del cielo de donde soplan les da esas virtudes y cualidades. Y así el cierzo, porque sopla del norte, que es la región más apartada del sol, es de suyo frío. El ábrego, que sopla del mediodía, es de suyo caliente, y porque el calor atrae vapores es juntamente húmedo y lluvioso, y al revés el cierzo seco y sutil, por no dejar cuajar los vapores, y a este modo se puede discurrir en otros vientos, atribuyendo las propiedades que tienen a las regiones del aire de donde soplan.
Mas hincando la consideración en esto un poco más, no acaba de satisfacer del todo esta razón, porque preguntaré yo, ¿qué hace la región del aire, de donde viene el viento, si allí no se halla su cualidad? Quiero decir, en Germania el ábrego es cálido y lluvioso, y en África el cierzo frío y seco; cierto es que, de cualquier región de Germania donde se engendre el ábrego, ha de ser más fría que cualquiera de África, donde se engendra el cierzo. Pues, ¿por qué razón ha de ser mas frío en África el cierzo que el ábrego en Germania, siendo verdad que procede de región más cálida?
Dirán que viene del norte, que es frío. No satisface, ni es verdad, porque, según eso, cuando corre en África el cierzo, había de correr en toda la región hasta el norte. Y no es así, pues en un mismo tiempo corren nortes en tierra de menos grados, y son fríos; y corren vendavales en tierra de más grados, y son cálidos; y esto es cierto y evidente y cotidiano. Donde, a mi juicio claramente se infiere, que ni basta decir que los lugares por do pasan los vientos les dan sus cualidades, ni tampoco satisface decir, que por soplar de diversas regiones del aire tienen esas diferencias, aunque, como he dicho, lo uno y lo otro es verdad; pero es menester más que eso.
Cual sea la propia, y original causa de estas diferencias tan extrañas de vientos, yo no atino a otra, sino que el eficiente, y quien produce el viento, ese le da la primera y más original propiedad. Porque la materia de que se hacen los vientos, que según Aristóteles y razón, son exhalaciones de los elementos inferiores, aunque con su diversidad de ser más gruesa, o más sutil, más seco o más húmeda, puede causar, y en efecto causa gran parte de esta diversidad; pero tampoco basta, por la misma razón que está tocada; es a saber: que en una misma región donde los vapores y exhalaciones son de un mismo género, se levantan vientos de operaciones contrarias. Y así parece se ha de reducir el negocio al eficiente superior y celeste, que ha de ser el sol, y movimiento e influencia de los cielos que de diversas partes mueven e influyen variamente.
Y porque estos principios de mover e influirnos son a los hombres tan ocultos, y ellos en sí tan poderosos y eficaces, con gran espíritu de sabiduría dijo el santo profeta David,124 entre otras grandezas del Señor; y lo mismo replicó el profeta Jeremías;125 Qui profert ventos de thesauris suis. El que saca los vientos de sus tesoros. Cierto, tesoros son ocultos y ricos estos principios, que en su eficiencia tiene el autor de todo, conque cuando quiere, con suma facilidad saca para castigo, o para regalo de los hombres, y envía el viento que quiere. Y no como el otro Eolo, que neciamente fingieron los poetas tener en su cueva encerrados los vientos como a fieras en jaula.
El principio y origen de estos vientos no le vemos, ni aun sabemos qué tanto durarán, ni dónde procedieron, ni hasta dónde llegarán. Mas vemos y sabemos de cierto los diferentes efectos que hacen, como nos advirtió la suma Verdad y autor de todo, diciendo:126 Spiritus ubi vult spirat: et vocem ejus audis: et nescis unde venit aut quo vadat. El espíritu o viento sopla donde le parece, y bien que sientes su soplo, mas no sabes de dónde procedió, ni a dónde ha de llegar. Para que entendamos, que entendiendo tan poco en cosa que tan presente y tan cotidiana nos es, no hemos de presumir de comprender lo que tan alto y tan oculto es como las causas y motivos del Espíritu Santo.
Bástanos conocer sus operaciones y efectos, que en su grandeza y pureza se nos descubren bastantemente. Y también bastará haber filosofado esto poco de los vientos en general, y de las causas de sus diferencias, y propiedades, y operaciones, que en suma las hemos reducido a tres, es a saber: a los lugares por do pasan, a las regiones de donde soplan y a la virtud celeste movedora y causadora del viento.
Capítulo III
De algunas propiedades de vientos que corren en el nuevo orbe
Cuestión es muy disputada por Aristóteles127 si el viento austro, que llamamos ábrego, o leveche, o sur (que por ahora todo es uno) sopla desde el otro polo antártico, o solamente de la equinoccial y mediodía, que en efecto es preguntar si aquella cualidad que tiene de ser lluvioso y caliente le permanece pasada la equinoccial Y cierto es bien para dudar, porque aunque se pasa la equinoccial, no deja de ser viento austro o sur, pues viene de un mismo lado del mundo, como el viento norte, que corre del lado contrario, no deja de ser norte, aunque se pase la tórrida y la línea. Y así parece que ambos vientos, han de conservar sus primeras propiedades, el uno de ser caliente y húmedo, y el otro de ser frío y seco: el austro de causar nublados y lluvias; y el bóreas, o norte de derramallas y serenar el cielo.
Mas Aristóteles a la contraria opinión se llega más, porque por eso es el norte en Europa frío, porque viene del polo, que es región sumamente fría; y el ábrego al revés es caliente, porque viene del mediodía, que es la región que el sol más calienta. Pues la misma razón obliga a que los que habitan de la otra parte de la línea les sea el austro frío, y el cierzo, o norte caliente, porque allí el austro viene del polo, y el norte viene del mediodía. Y aun parece que ha de ser el austro, o sur más frío allá, que es acá el cierzo o norte. Porque se tiene por región más fría la del polo del sur que la del polo del norte, a causa de gastar el sol siete días del año más hacia el trópico del Cancro que hacia el de Capricornio, como claramente se ve por los equinoccios y solsticios que hace en ambos círculos Con que parece quiso la naturaleza declarar la ventaja y nobleza, que esta media parte del mundo, que está al norte, tiene sobre la otra media, que está al sur.
Siendo así, parece concluyente razón para entender que se truecan estas cualidades de los vientos en pasando la línea. Mas en efecto no pasa así, cuanto yo he podido comprehender con la experiencia de algunos años que anduve en aquella parte del mundo, que cae pasada la línea al sur. Bien es verdad que el viento norte no es allá tan generalmente frío y sereno como acá. En algunas partes del Perú experimentan que el norte les es enfermo y pesado, como en Lima y en los llanos. Y por toda aquella costa, que corre más de quinientas leguas, tienen al sur por saludable y fresco, y lo que más es, serenísimo; pues con él jamás llueve, todo al contrario de lo que pasa en Europa, y de esta parte de la línea; pero esto de la costa del Perú no hace regla, antes es excepción, y una maravilla de naturaleza, que es nunca llover en aquella costa, y siempre correr un viento, sin dar lugar a su contrario; de lo cual se dirá después lo que pareciere.
Agora quedamos con esto, que el norte no tiene de la otra parte de la línea las propiedades que el austro tiene de ésta, aunque ambos soplan de el mediodía a regiones opuestas. Porque no es general allá que el norte sea cálido, ni lluvioso, como lo es acá el austro, antes llueve allá también con el austro, como se ve en toda la sierra del Perú, y en Chile, y en la tierra de Congo, que está pasada la línea, y muy dentro en la mar. Y en Potosí el viento que llaman tomahaui, que si no me acuerdo mal, es nuestro cierzo, es extremadamente seco y frío, y desabrido como por acá. Verdad es que no es por allá tan cierto el disipar las nubes el norte, o cierzo, como acá, antes, si no me engaño, muchas veces llueve con él.
No hay duda sino que de los lugares por do pasan, y de las próximas regiones de donde nacen, se les pega a los vientos tan grande diversidad y efectos contrarios, como cada día se experimentan en mil partes. Pero hablando en general, para la cualidad de los vientos, más se mira en los lados y partes del mundo, de donde proceden, que no en ser de ésta, o de la otra parte de la línea, como a mi parecer acertadamente lo sintió el filósofo. Estos vientos capitales, que son oriente y poniente, ni acá ni allá tiene tan notorias y universales cualidades como los dos dichos. Pero comúnmente por acá el solano o levante es pesado y mal sano, el poniente, o céfiro es más apacible y sano. En Indias, y en toda la tórrida, el viento de oriente, que llaman brisa, es, al contrario de acá, muy sano y apacible. Del de poniente no sabré decir cosa cierta ni general, mayormente no corriendo en la tórrida ese viento, sino rarísimas veces. Porque en todo lo que se navega entre los trópicos es ordinario y regular viento el de la brisa. Lo cual por ser una de las maravillosas obras de naturaleza es bien se entienda de raíz como pasa.
Capítulo IV
Que en la tórrida zona corren siempre brisas, y fuera de ella vendavales y brisas
No es el camino de mar como el de tierra, que por donde se va por allí se vuelve. El mismo camino es, dijo el filósofo, de Atenas a Tebas, y de Tebas a Atenas. En la mar no es así, por un camino se va, y por otro diferente se vuelve. Los primeros descubridores de Indias occidentales, y aun de la oriental, pasaron gran trabajo y dificultad en hallar la derrota cierta para ir, y no menos para volver,128 hasta que la experiencia, que es la maestra de estos secretos, les enseñó que no era el navegar por el océano, como el ir por el Mediterráneo a Italia, donde se van reconociendo a ida y vuelta unos mismos puertos y cabos, y sólo se espera el favor del aire, que con el tiempo se muda. Y aun cuando esto falta, se valen del remo; y así van y vienen galeras costeando.
En el mar Océano en ciertos parajes no hay esperar otro viento: ya se sabe que el que corre ha de correr más o menos: en fin, el que es bueno para ir no es para volver. Porque en pasando del trópico, y entrando en la tórrida señorean la mar siempre los vientos que vienen del nacimiento del sol, que perpetuamente soplan, sin que jamás den lugar a que los vientos contrarios por allí prevalezcan, ni aun se sientan. En donde hay dos cosas maravillosas: una, que en aquella región, que es la mayor de las cinco, en que dividen el mundo, reinen vientos de oriente, que llaman brisas, sin que los de poniente, o de mediodía, que llaman vendavales, tengan lugar de correr en ningún tiempo de todo el año. Otra maravilla es que jamás faltan por allí brisas, y en tanto más ciertas son cuanto el paraje es más propincuo a la línea, que parece habían de ser allí ordinarias las calmas, por ser la parte del mundo más sujeta al ardor del sol; y es al contrario; que apenas se hallan calmas, y la brisa es mucho más fresca y durable. En todo lo que se ha navegado de Indias se ha averiguado ser así.
Esta, pues, es la causa de ser mucho más breve, y más fácil, y aun más segura la navegación que se hace yendo de España a las Indias occidentales que la de ellas volviendo a España. Salen de Sevilla las flotas, y hasta llegar a las Canarias sienten la mayor dificultad, por ser aquel golfo de las Yeguas vario y contrastado de varios vientos. Pasadas las Canarias, van bajando hasta entrar en la tórrida, y hallan luego la brisa, y navegan a popa, que apenas hay necesidad de tocar a las velas en todo el viaje. Por eso llamaron a aquel gran golfo el golfo de las Damas, por su quietud y apacibilidad. Así llegan hasta las islas Dominica, Guadalupe, Deseada, Marigalante, y las otras que están en aquel paraje, que son como arrabales de las tierras de Indias. Allí las flotas se dividen; y las que van a Nueva España echan a mano derecha en demanda de la Española, y reconociendo el cabo de San Antón, dan consigo en San Juan de Ulúa, sirviéndoles siempre la misma brisa. Las de Tierra Firme toman la izquierda, y van a reconocer la altísima sierra Tayrona, y tocan en Cartagena, y pasan a Nombre de Dios, de donde por tierra se va a Panamá, y de allí por la mar del sur al Perú.
Cuando vuelven las flotas a España hacen su viaje en esta forma: la de el Perú va a reconocer el cabo de San Antón, y en la isla de Cuba se entra en La Habana, que es un muy hermoso puerto de aquella isla. La flota de Nueva España viene también desde la Veracruz, o isla de San Juan de Ulúa a La Habana, aunque con trabajo, porque son ordinarias allí las brisas, que son vientos contrarios. En La Habana, juntas las flotas, van la vuelta de España buscando altura fuera de los trópicos, donde ya se hallan vendavales, y con ellos vienen a reconocer las islas de Azores, o Terceras, y de allí a Sevilla. De suerte que la ida es en poca altura, y siempre menos de veinte grados, que es ya dentro de los trópicos; y la vuelta es fuera de ellos, por lo menos en veintiocho o treinta grados.
Y es la razón, la que se ha dicho, que dentro de los trópicos reinan siempre vientos de oriente, y son buenos para ir de España a Indias occidentales, porque es ir de oriente a poniente. Fuera de los trópicos, que son en veinte y tres grados, hállanse vendavales, y tanto más ciertos, cuanto se sube a más altura; y son buenos para volver de Indias, porque son vientos de mediodía y poniente, y sirven para volver a oriente y norte.
El mismo discurso pasa en las navegaciones que se hacen por el mar del sur, navegando de la Nueva España, o el Perú a las Filipinas, o a la China, y volviendo de las Filipinas o China a la Nueva España. Porque a la ida, como es navegar de oriente a poniente, es fácil; y cerca de la línea se halla siempre viento a popa, que es brisa. El año de ochenta y cuatro salió del Callao de Lima un navío para las Filipinas, y navegó dos mil y setecientas leguas sin ver tierra: la primera que reconoció fué la isla de Luzón, a donde iba, y allí tomo puerto, habiendo hecho su viaje en dos meses, sin faltarles jamás viento, ni tener tormenta, y fué su derrota cuasi por debajo de la línea, porque de Lima, que está a doce grados al sur, vinieron a Manila, que está cuasi otros tantos al norte. La misma felicidad tuvo en la ida al descubrimiento de las islas que llaman de Salomón, Álvaro de Mendaña, cuando las descubrió, porque siempre tuvieron viento a popa, hasta topar las dichas islas, que deben de distar del Perú, de donde salieron, como mil leguas, y están en la propia altura al sur.
La vuelta es como de Indias a España, porque para hallar vendavales los que vuelven de las Filipinas, o China a Méjico, suben a mucha altura, hasta ponerse en el paraje de los Japones, y vienen a reconocer las Californias, y por la costa de la Nueva España tornan al puerto de Acapulco, de donde habían salido. De suerte, que en esta navegación está también verificado que de oriente a poniente se navega bien dentro de los trópicos, por reinar vientos orientales: y volviendo de poniente a oriente, se han de buscar los vendavales, o ponientes fuera de los trópicos en altura de veinte y siete grados arriba.
La misma experiencia hacen los portugueses en la navegación a la India, aunque es al revés, porque el ir de Portugal allá es trabajoso, y el volver es más fácil. Porque navegan a la ida de poniente a oriente, y así procuran subirse hasta hallar los vientos generales, que ellos dicen que son también de veinte y siete grados arriba. A la vuelta reconocen a las Terceras; pero esles más fácil, porque vienen de oriente, y sírvenles las brisas, o nordestes. Finalmente, ya es regla, y observación cierta de marineros, que dentro de los trópicos reinan los vientos de levante; y así es fácil navegar al poniente. Fuera de los trópicos unos tiempos hay brisas, otros, y lo más ordinario, hay vendavales; y por eso quien navega de poniente a oriente procura salirse de la tórrida, y ponerse en altura de veinte y siete grados arriba. Con la cual regla se han ya los hombres atrevido a emprender navegaciones extrañas para partes remotísimas, y jamás vistas,
Capítulo V
De las diferencias de brisas y vendavales con los demás vientos
Siendo lo que está dicho cosa tan probada y tan universal, no puede dejar de poner gana de inquirir la causa de este secreto, ¿por qué en la tórrida se navega siempre de oriente a poniente con tanta facilidad, y no al contrario?, que es lo mismo que preguntar ¿por qué reinan allí las brisas y no los vendavales? Pues en buena filosofía lo que es perpetuo, y universal, y de per se, que llaman los filósofos, ha de tener causa propia, y de per se. Mas antes de dar en esta cuestión, notable a nuestro parecer, será necesario declarar qué entendemos por brisas y qué por vendavales, y servirá para ésta, y para otras muchas cosas en materia de vientos y navegaciones.
Los que usan el arte de navegar cuentan treinta y dos diferencias de vientos, porque para llevar su proa al puerto que quieren, tienen necesidad de hacer su cuenta muy puntual, y lo más distinta y menuda que pueden; pues por poco que se eche a un lado, o a otro, hacen gran diferencia al cabo de su camino; y no cuentan más de treinta y dos porque estas divisiones bastan, y no se podría tener cuenta con más que éstas. Pero en rigor, como ponen treinta y dos, podrían poner sesenta y cuatro, y ciento veintiocho, y doscientos y cincuenta y seis; y finalmente, ir multiplicando estas partidas en infinito. Porque siendo como centro el lugar donde se halla el navío, y todo el hemisferio su circunferencia, ¿quién quita que no puedan salir de ese centro al círculo líneas innumerables?, y tantas partidas se contarán, y otras tantas divisiones de vientos; pues de todas las partes del hemisferio viene el viento, y el partille en tantas o tantas es, a nuestra consideración, que puede poner las que quisiere.
Mas el buen sentido de los hombres, y conformándose con él también la divina Escritura, señala cuatro vientos, que son los principales de todos, y como cuatro esquinas del universo, que se fabrican haciendo una cruz con dos líneas, que la una vaya de polo a polo, y la otra de un equinoccio al otro. Estos son el norte, o aquilón, y su contrario el austro, o viento que vulgarmente llamamos mediodía; y a la otra parte el oriente donde sale el sol, y el poniente donde se pone. Bien que la sagrada Escritura129 nombra otras diferencias de vientos en algunas partes, como el euroaquilo, que llaman los del mar océano nordeste, y los del Mediterráneo, gregal, de uno hace mención en la navegación de San Pablo. Pero las cuatro diferencias solemnes que todo el mundo sabe, esas celebran las divinas letras, que son, como está dicho, septentrión, y mediodía, y oriente y poniente.
Mas porque en el nacimiento del sol, de donde se nombra el oriente, se hallan tres diferencias que son las dos declinaciones mayores que hace, y el medio de ellas, según lo cual nace en diversos puestos en invierno y en verano, y en el medio; por eso con razón se cuentan otros dos vientos, que son oriente estival, y oriente hiemal; y por el consiguiente otros dos ponientes contrarios a éstos, estival y hiemal. Y así resultan ocho vientos en ocho puntos notables del cielo, que son los dos polos, y los dos equinoccios, y los dos solsticios con los opuestos en el mismo círculo. De esta suerte resultan ocho diferencias de vientos, que son notables, las cuales en diversas carreras de mar y tierra tienen diversos vocablos.
Los que navegan el océano suelen nombrarlos así: al que viene del polo nuestro, llaman norte, como al mismo polo: al que se sigue, y sale del oriente estival, nordeste: al que sale del oriente propio y equinoccial, llaman leste: al del oriente hiemal, sueste: al del mediodía, o polo antártico, sur: al que sale del ocaso hiemal, sudueste: al del ocaso propio y equinoccial, oeste: al del ocaso estival, norueste. Los demás vientos fabrican entre estos, y participan de los nombres de aquellos a que se allegan, como nornorueste, nornordeste, lesnordeste, lessueste, susueste, sudueste, ossudueste, osnurueste, que cierto en el mismo modo de nombrarse, muestran arte, y dan noticia de los lugares de donde proceden los dichos vientos.
En el mar Mediterráneo, aunque siguen la misma arte de contar, nombran diferentemente estos vientos. Al norte llaman tramontana: a su opuesto el sur llaman mezoyomo, o mediodía: al este llaman levante: al oeste poniente; y a los que entre estos cuatro se atraviesan, al sueste dicen jiroque, o jaloque, a su opuesto, que es norueste, llaman maestral: al nordeste llamar greco, o gregal, y a su contrario el sudueste llaman leveche, que es lívico, o africano en latín.
En latín los cuatro cabos son: septentrio, auster, subsolanus, favonius; y los entrepuestos son: aquilo, vulturnus, africus y corus. Según Plinio,130 vulturnus y curus son el mismo viento que es sueste, o jaloque: favonius el mismo que oeste, o poniente: aquilo y boreas el mismo que nornordeste, o gregal tramontana: africus y lybis el mismo que sudueste, o leveche: auster, y notus el mismo que sur, o mediodía: corus, y zefvrus el mismo que norueste, o maestral. Al propio que es nordeste, o gregal, no le da otro nombre sino phenicias: otros los declaran de otra manera; y no es de nuestro intento averiguar al presente los nombres latinos y griegos de los vientos.
Ahora digamos, cuales de estos vientos llaman brisas, y cuales vendavales, nuestros marineros del mar océano de Indias. Es así que mucho tiempo anduve confuso con estos nombres viéndoles usar de estos vocablos muy diferentemente hasta que percibí bien, que más son nombres generales, que no especiales de vientos ni partidas. Los que les sirven para ir a Indias, y dan cuasi a popa, llaman brisas, que, en efecto, comprehenden todos los vientos orientales, y sus allegados, y cuartas. Los que les sirven para volver de Indias llaman vendavales, que son desde el sur hasta el poniente estival. De manera, que hacen como dos cuadrillas de vientos, de cada parte la suya, cuyos caporales son: de una parte, nordeste, o gregal: de otra parte, sudeste, o leveche.
Mas es bien saber, que de los ocho vientos, o diferencias que contamos, los cinco son de provecho para navegar, y los otros tres no; quiero decir, que cuando navega en la mar una nao, puede caminar, y hacer el viaje que pretende, de cualquiera de cinco partes que corra el viento, aunque no le será igualmente provechoso; mas corriendo de una de tres, no podrá navegar a donde pretende. Como si va al sur con norte, y con nordeste, y con norueste navegará, y también con leste, y con oeste, porque los de los lados igualmente sirven para ir, y para venir. Mas corriendo sur, que es derechamente contrario, no puede navegar al sur, ni podrá con los otros dos laterales suyos, que son sueste y sudueste.
Esto es cosa muy trillada a los que andan por mar, y no había necesidad de ponerlo aquí, sino sólo para significar, que los vientos laterales del propio y verdadero oriente, esos soplan comúnmente en la tórrida, y los llaman brisas; y los vientos de mediodía hacia poniente, que sirven para navegar de occidente a oriente, no se hallan comúnmente en la tórrida, y así los suben a buscar fuera de los trópicos, y esos nombran los marineros de Indias comúnmente vendavales.
Capítulo VI
Qué sea la causa de hallarse siempre viento de oriente en la tórrida para navegar
Digamos ahora cerca de la cuestión propuesta, cuál sea la causa de navegarse bien en la tórrida de oriente a poniente, y no al contrario. Para lo cual se han de presuponer dos fundamentos verdaderos: el uno es, que el movimiento del primer móvil, que llaman rapto o diurno, no sólo lleva tras sí, y mueve a los orbes celestes a él inferiores, como cada día lo vemos en el sol, luna, y estrellas, sino que también los elementos participan aquel movimiento, en cuanto no son impedidos.
La tierra no se mueve así por su graveza tan grande, con que es inepta para ser movida circularmente, como también porque dista mucho del primer móvil. El elemento del agua tampoco tiene este movimiento diurno, porque con la tierra está abrazado, y hace una esfera, y la tierra no le consiente moverse circularmente. Esotros dos elementos fuego, y aire son más sutiles, y más cercanos a los orbes celestes, y así participan su movimiento, siendo llevados circularmente como los mismos cuerpos celestes. Del fuego no hay duda, si hay esfera suya, como Aristóteles, y los demás la ponen.
El aire es el que hace a nuestro caso: y que éste se mueva con el movimiento diurno de oriente a poniente, es certísimo, por las apariencias de los cometas, que clarísimamente se ven mover de oriente a occidente, naciendo y subiendo, y encumbrando y bajando; y finalmente, dando vuelta a nuestro hemisferio, de la misma manera que las estrellas que vemos mover en el firmamento. Y estando los cometas en la región, y esfera del aire, donde se engendran y aparecen, y se deshacen, imposible sería moverse circularmente, como se mueven, si el movimiento del aire donde están, no se moviese con ese propio movimiento. Porque siendo, como es, materia inflamada, estaría bien queda, y no andaría al derredor, si la esfera do está, estuviese queda. Si no es que finjamos que algún ángel, o inteligencia anda con el cometa trayéndole al derredor.
El año de mil y quinientos y setenta y siete se vio aquel maravilloso cometa, que levantaba una figura como de plumaje desde el horizonte cuasi hasta la mitad del cielo, y duró desde primero de noviembre hasta ocho de diciembre. Digo desde primero de noviembre, porque aunque en España se notó, vió a los nueve de noviembre, según refieren historias de aquel tiempo; pero en el Perú, donde yo estaba a la sazón, bien me acuerdo, que le vimos, y notamos ocho días antes por todos ellos. La causa de esta diversidad dirán otros; lo que yo ahora digo es, que en estos cuarenta días que duró, advertimos todos, así los que estaban en Europa, como los que estábamos entonces en Indias, que se movía cada día con el movimiento universal de oriente a poniente, como la luna y las otras estrellas. De donde consta, que siendo su región la esfera del aire, el mismo elemento se movía así. Advertimos también, que además de ese movimiento universal tenía otro particular, con que se movía con los planetas de occidente a oriente, porque cada noche estaba más oriental, como lo hace la luna, el sol, y la estrella de Venus.
Advertimos otrosí, que con otro tercero movimiento particularísimo se movía en el zodíaco hacia el norte; porque a cabo de algunas noches estaba más conjunto a signos septentrionales. Y por ventura fué esta la causa de verse primero este gran cometa de los que estaban más australes, como son los del Perú. Y después, como con el movimiento tercero, que he dicho, se llegaba más a los septentrionales, le comenzaron a ver más tarde los de Europa; pero todos pudieron notar las diferencias de movimientos que he dicho. De modo, que se pudo echar bien de ver que llegaba la impresión de diversos cuerpos celestes a la esfera del aire. Así que es negocio sin duda el moverse el aire con el movimiento circular del cielo, de oriente a poniente, que es el presupuesto, o fundamento.
El segundo no es menos cierto y notorio, es a saber, que este movimiento del aire, por las partes que caen debajo de la equinoccial, y son propincuas a ella, es velocísimo, y tanto más, cuanto más se acerca a la equinoccial, como por el consiguiente tanto es mas remiso y tardío este movimiento, cuanto más se aleja de la línea, y se acerca a los polos. La razón de esto es manifiesta, porque siendo la causa eficiente de este movimiento el movimiento del cuerpo celeste, forzoso ha de ser más presuroso, donde el cuerpo celeste se mueve más velozmente. Y que en el cielo la tórrida tenga más veloz movimiento, y en ella la línea más que otra parte alguna del cielo, querer mostrarlo sería hacer a los hombres faltos de vista: pues en una rueda es evidente, que la circunferencia mayor se mueve más velozmente que la menor, acabando su vuelta grande en el mismo espacio de tiempo que la menor acaba la suya chica.
De estos dos presupuestos se sigue la razón, porque los que navegan golfos grandes, navegando de oriente a poniente, hallan siempre viento a popa yendo en poca altura, y cuanto más cercanos a la equinoccial, tanto más cierto y durable es el viento; y al contrario navegando de poniente a oriente, siempre hallan viento por proa, y contrario. Porque el movimiento velocísimo de la equinoccial lleva tras sí al elemento del aire, como a los demás orbes superiores, y así el aire sigue siempre el movimiento del día yendo de oriente a poniente, sin jamas variar, y el movimiento del aire veloz y eficaz lleva también tras sí los vahos y exhalaciones que se levantan de la mar; y esto causa ser en aquellas partes y región continuo el viento de brisa, que corre de levante.
Decía el P. Alonso Sánchez, que es un religioso de nuestra Compañía, que anduvo en la India occidental, y en la oriental, como hombre tan plático, y tan ingenioso, que el navegar con tan continuo y durable tiempo debajo de la línea o cerca de ella, que le parecía a él, que el mismo aire movido del cielo era el que llevaba los navíos, y que no era aquello viento propiamente, ni exhalación, sino el propio elemento del aire movido del curso diurno del cielo. Traía en confirmación de esto, que en el golfo de las Damas, y en esotros grandes golfos que se navegan en la tórrida, es el tiempo uniforme, y las velas van con igualdad extraña, sin ímpetu ninguno, y sin que sea menester mudarlas cuasi en todo el camino. Y si no fuera aire movido del cielo, alguna vez faltara, y algunas se mudara en contrario, y algunas también fuera tormentoso.
Aunque esto está dicho doctamente, no se puede negar que sea también viento, y le haya, pues hay vahos y exhalaciones del mar; y vemos manifiestamente, que la misma brisa a ratos es más fuerte, y a ratos más remisa, tanto que a ratos no se pueden llevar velas enteras. Hase, pues, de entender, y es así la verdad, que el aire movido lleva tras sí los vahos que halla, porque su fuerza es grande, y no halla resistencia: y por eso es continuo y cuasi uniforme el viento de oriente a poniente cerca de la línea, y cuasi en toda la tórrida zona, que es el camino que anda el sol entre los dos círculos de Cancro y Capricornio.
Capítulo VII
Por qué causa se hallan más ordinarios vendavales saliendo de la tórrida a más altura
Quien considerare lo que está dicho, podrá también entender, que yendo de poniente a oriente en altura que exceda los trópicos, es conforme a razón hallar vendavales. Porque como el movimiento de la equinoccial tan veloz es causa que debajo de ella el aire se mueva, siguiendo su movimiento, que es de oriente a poniente, y que lleve tras sí de ordinario los vahos que la mar levanta; así al revés los vahos y exhalaciones que de los lados de la equinoccial o tórrida se levantan, con la repercusión que hacen topando en la corriente de la zona, revuelven casi en contrario, y causan los vendavales, o suduestes tan experimentados por esas partes. Así como vemos que las corrientes de las aguas, si son heridas y sacudidas de otras más recias, vuelven cuasi en contrario. Al mismo modo parece acaecer en los vahos y exhalaciones por donde los vientos se despiertan a unas partes y a otras.
Estos vendavales reinan más ordinariamente en mediana altura de veintisiete a treinta y siete grados, aunque no son tan ciertos y regulares como las brisas en poca altura, y la razón lo lleva; porque los vendavales no se causan de movimiento propio y uniforme del cielo, como las brisas cerca de la línea; pero son, como he dicho, más ordinarios, y muchas veces furiosos sobremanera y tormentosos. En pasando a mayor altura, como de cuarenta grados, tampoco hay más certidumbre de vientos en la mar, que en la tierra. Unas veces son brisas, o nortes; otras son vendavales, o ponientes; y así son las navegaciones más inciertas y peligrosas.
Capítulo VIII
De las excepciones que se hallan en la regla ya dicha, y de los vientos y calmas que hay en mar y tierra
Lo que se ha dicho de los vientos que corren de ordinario dentro y fuera de la tórrida, se ha de entender en la mar en los golfos grandes; porque en tierra es de otra suerte, en la cual se hallan todos vientos, por las grandes y desigualdades que tiene de sierras y valles, y multitud de ríos y lagos, y diversas facciones de país, de donde suben vapores gruesos y varios, y según diversos principios son movidos a unas y otras partes, así causan diversos vientos, sin que el movimiento del aire causado del cielo pueda prevalecer tanto, que siempre los lleve tras sí.
Y no sólo en la tierra, sino también en las costas del mar en la tórrida, se hallan estas diversidades de vientos por la misma causa. Porque hay terrales que vienen de tierra, y hay mareros que soplan del mar: de ordinario los de mar son suaves y sanos, y los de tierra pesados y malsanos, aunque, según la diferencia de las costas, así es la diversidad que en esto hay. Comúnmente los terrales o terrenos soplan después de medianoche hasta que el sol comienza a encumbrar; los de mar, desde que el sol va calentando hasta después de ponerse. Por ventura es la causa, que la tierra, como materia más gruesa, humea más ida la llama del sol, como lo hace la leña mal seca, que en apagándose la llama, humea más. La mar, como tiene más sutiles partes, no levanta humos, sino cuando la están calentando, como la paja, o heno, si es poca, y no bien seca, que levanta humo cuando la queman, y en cesando la llama cesa el humo. Cualquiera que sea la causa de esto, ello es cierto, que el viento terral prevalece más con la noche, y el del mar, al contrario, más con el día.
Por el mismo modo, como en las costas hay vientos contrarios, y violentos a veces, y muy tormentosos, acaece haber calmas y muy grandes. En gran golfo, navegando debajo de la línea, dicen hombres muy expertos, que no se acuerdan haber visto calmas, sino que siempre poco o mucho se navega, por causa del aire movido del movimiento celeste, que basta a llevar el navío, dando, como da, a popa. Ya dije, que en dos mil y setecientas leguas siempre debajo, o no más lejos de diez o doce grados de la línea fué una nao de Lima a Manila por febrero y marzo, que es cuando el sol anda más derecho encima, y en todo este espacio no hallaron calmas, sino viento fresco; y así en dos meses hicieron tan gran viaje. Mas cerca de la tierra, en las costas, o donde alcanzan los vapores de islas, o tierra firme, suele haber muchas y muy crueles calmas en la tórrida, y fuera de ella.
De la misma manera los turbiones, y aguaceros repentinos, y torbellinos, y otras pasiones tormentosas del aire, son más ciertas y ordinarias en las costas, y donde alcanzan los vahos de tierra que no en el gran golfo; esto entiendo en la tórrida, porque fuera de ella, así calmas, como turbiones, también se hallan en alta mar. No deja, con todo eso entre los trópicos, y en la misma línea de haber aguaceros, y súbitas lluvias a veces, aunque sea muy adentro en la mar, porque para eso bastan las exhalaciones y vapores del mar, que se mueven a veces presurosamente en el aire, y causan truenos y turbiones; pero esto es mucho más ordinario cerca de tierra, y en la misma tierra.
Cuando navegué del Perú a la Nueva España advertí, que todo el tiempo que fuimos por la costa del Perú, fué el viaje, como siempre suele, fácil y sereno, por el viento sur, que corre allí, y con él se viene a popa la vuelta de España, y de Nueva España: cuando atravesamos el golfo, como íbamos muy dentro en la mar, y cuasi debajo de la línea, fué el tiempo muy apacible, y fresco, y a popa. En llegando al paraje de Nicaragua, y por toda aquella costa, tuvimos tiempos contrarios, y muchos nublados y aguaceros, y viento que a veces bramaba horriblemente. Y toda esta navegación fué dentro de la zona tórrida, porque de doce grados al sur que está Lima, navegamos a diez y siete, que está Guatulco, puerto de Nueva España. Y creo que los que hubieren tenido cuenta en lo que han navegado dentro de la tórrida, hallarán, poco más o menos, lo que está dicho; y esto baste de la razón general de vientos que reinan en la tórrida zona por el mar.
Capítulo IX
De algunos efectos maravillosos de vientos en partes de Indias
Gran saber sería explicar por menudo los efectos admirables que hacen diversos vientos en diversas partes, y dar razón de tales obras. Hay vientos que naturalmente enturbian el agua de la mar, y la ponen verdinegra: otros la ponen clara como un espejo. Unos alegran de suyo y recrean, otros entristecen y ahogan. Los que crían gusanos de seda tienen gran cuenta con cerrar las ventanas cuando corren esos vendavales; y cuando corren los contrarios, las abren; y por cierta experiencia hallan, que con los unos se les muere su ganado, o desmedra, con los otros se mejora, y engorda. Y aun en sí mismo lo probará el que advirtiere en ello, que hacen notables impresiones y mudanzas en la disposición del cuerpo las variedades de vientos que andan, mayormente en las partes afectas o indispuestas, y tanto más, cuanto son delicadas. La Escritura131 llama a un viento, abrasador; y a otro le llama, viento de rocío suave.
Y no es maravilla que en las yerbas, y en los animales, y hombres se sientan tan notables efectos del viento, pues en el mismo hierro, que es el más duro de los metales, se sienten visiblemente. En diversas partes de Indias vi rejas de hierro molidas y deshechas, y que apretando el hierro entre los dedos se desmenuzaba, como si fuera heno o paja seca; y todo esto causado de solo el viento, que todo lo gastaba y corrompía sin remedio. Pero dejando otros efectos grandes y maravillosos, solamente quiero referir dos: uno, que con dar angustias más que de muerte, no empece: otro, que sin sentirse corta la vida.
El marearse los hombres que comienzan a navegar, es cosa muy ordinaria; y si como lo es tanto y tan sabido su poco daño, no se supiera, pensaran los hombres que era aquel el mal de muerte, según corta, congoja, y aflije el tiempo que dura, con fuertes bascas de estómago, y dolor de cabeza, y otros mil accidentes molestos. Este tan conocido y usado efecto hace en los hombres la novedad del aire de la mar, porque aunque es así que el movimiento del navío, y sus vaivenes hacen mucho al caso para marearse más o menos, y asimismo la infección y mal olor de cosas de naos; pero la propia y radical causa es el aire y vahos del mar, lo cual extraña tanto el cuerpo y el estómago que no está hecho a ello, que se altera y congoja terriblemente, porque el aire en fin es con el que vivimos y respiramos, y le metemos en las mismas entrañas, y las bañamos con él. Y así no hay cosa que más presto, ni más poderosamente altere, que la mudanza del aire que respiramos, como se ve en los que mueren de peste.
Y que sea el aire de la mar el principal movedor de aquella extraña indisposición y náusea, pruébase con muchas experiencias. Una es que, corriendo cierto aire de la mar fuerte, acaece marearse los que están en tierra, como a mí me ha acaecido ya veces. Otra, que cuanto mas se entra en mar, y se apartan de tierra, más se marean. Otra, que yendo cubiertos de alguna isla, en embocando aire de gruesa mar, se siente mucho más aquel accidente: aunque no se niega que el movimiento y agitación también causa mareamiento, pues vemos que hay hombres que pasando ríos en barcas se marean, y otros que sienten lo mismo andando en carros, o carrozas, según son las diversas complexiones de estómago: como al contrario hay otros, que por gruesas mares que haga, no saben jamás qué es marearse. Pero, en fin, llano y averiguado negocio es, que el aire de la mar causa de ordinario ese efecto en los que de nuevo entran en ella.
Ha querido decir todo esto para declarar un efecto extraño que hace en ciertas tierras de Indias el aire o viento que corre, que es marearse los hombres con él, no menos, sino mucho más que en la mar. Algunos lo tienen por fábula, y otros dicen que es encarecimiento esto: yo diré lo que pasó por mí. Hay en el Perú una sierra altísima, que llaman Pariacaca; yo había oído decir esta mudanza que causaba, e iba preparado lo mejor que pude, conforme a los documentos que dan allá los que llaman baquianos o pláticos; y con toda mi preparación, cuando subí las escaleras, que llaman, que es lo más alto de aquella sierra, cuasi súbito me dió una congoja tan mortal, que estuve con pensamientos de arrojarme de la cabalgadura en el suelo; y porque aunque íbamos muchos, cada uno apresuraba el paso, sin aguardar compañero, por salir presto de aquel mal paraje, sólo me hallé con un indio, al cual le rogué me ayudase a tener en la bestia. Y con esto luego tantas arcadas y vómitos, que pensé dar el alma, porque tras la comida y flemas, cólera y más cólera, y una amarilla, y otra verde, llegué a echar sangre, de la violencia que el estómago sentía.
Finalmente digo, que si aquello durara, entendiera ser cierto el morir, mas no duró sino obra de tres o cuatro horas, hasta que bajamos bien abajo y llegamos a temple más conveniente, donde todos los compañeros, que serían catorce o quince, estaban muy fatigados, algunos caminando pedían confesión, pensando realmente morir. Otros se apeaban, y de vómitos y cámaras estaban perdidos; a algunos me dijeron que les había sucedido acabar la vida de aquel accidente. Otro vi yo que se echaba en el suelo y daba gritos del rabioso dolor que le había causado la pasada de Pariacaca. Pero lo ordinario es no hacer daño de importancia, sino aquel fastidio y disgusto penoso que da mientras dura.
Y no es solamente aquel paso de la sierra Pariacaca el que hace este efecto, sino toda aquella cordillera, que corre a la larga más de quinientas leguas, y por donde quiera que se pase se siente aquella extraña destemplanza, aunque en unas partes más que en otras, y mucho más a los que suben de la costa de la mar a la sierra, que no en los que vuelven de la sierra a los llanos. Yo la pasé fuera de Pariacaca, también por los Lucanas y Soras, y en otra parte por los Collaguas, y en otra por los Cabanas; finalmente, por cuatro partes diferentes en diversas idas y venidas, y siempre en aquel paraje, sentí la alteración y mareamiento, que he dicho, aunque en ninguna tanto como en la primera vez de Pariacaca. La misma experiencia tienen los demás que la han probado.
Que la causa de esta destemplanza y alteración tan extraña sea el viento o aire que allí reina, no hay duda ninguna, porque todo el remedio (y lo es muy grande) que hallan es en taparse cuanto pueden oídos y narices y boca, y abrigarse de ropa especialmente el estómago. Porque el aire es tan sutil y penetrativo, que pasa las entrañas, y no sólo los hombres sienten aquella congoja, pero también las bestias, que a veces se encalman, de suerte que no hay espuelas que basten a movellas. Tengo para mí, que aquel paraje es uno de los lugares de la tierra que hay en el mundo más alto; porque es cosa inmensa lo que se sube, que, a mi parecer, los puertos nevados de España y los Pirineos y Alpes de Italia son como casas ordinarias respecto de torres altas, y así me persuado que el elemento del aire está allí tan sutil y delicado, que no se proporciona a la respiración humana, que le requiere más grueso y más templado, y esa creo es la causa de alterar tan fuertemente el estómago y descomponer todo el sujeto.
Los puertos nevados o sierras de Europa que yo he visto, bien que tienen aire frío, que da pena, y obliga a abrigarse muy bien: pero ese frío no quita la gana del comer, antes la provoca; ni causa vómitos, ni arcadas en el estómago, sino dolor en los pies o manos; finalmente, es exterior su operación: mas el de Indias, que digo, sin dar pena a manos, ni pies, ni parte exterior, revuelve las entrañas. Y, lo que es más de admirar, acaece haber muy gentiles soles y calor en el mismo paraje, por donde me persuado que el daño se recibe de la cualidad del aire que se aspira y respira, por ser sutilísimo y delicadísimo, y su frío no tanto sensible, como penetrativo.
De ordinario es despoblada aquella cordillera, sin pueblos, ni habitación humana, pero aun para los pasajeros apenas hay tambos, o chozas donde guarecerse de noche. Tampoco se crían animales buenos, ni malos, si no son vicuñas, cuya propiedad es extraña, como se dirá en su lugar. Está muchas veces la hierba quemada y negra del aire que digo. Dura el despoblado de veinte a treinta leguas de traviesa, y en largo, como he dicho, corre más de quinientas. Hay otros despoblados o desiertos o páramos, que llaman en el Perú punas, porque, vengamos a lo segundo que prometimos, donde la cualidad del aire sin sentir corta los cuerpos y vidas humanas.
En tiempos pasados caminaban los españoles del Perú al reino de Chile por la sierra, ahora se va de ordinario por mar, y algunas veces, por la costa, que, aunque es trabajoso y molestísimo camino, no tiene el peligro que el otro camino de la sierra, en el cual hay unas llanadas donde, al pasar, perecieron muchos hombres y otros escaparon con gran ventura, pero algunos de ellos mancos o lisiados. De allí un airecillo no recio, y penetra de suerte que caen muertos cuasi sin sentirlo, o se les caen cortados de los pies y manos dedos, que es cosa que parece fabulosa y no lo es, sino verdadera historia.
Yo conocí y traté mucho al general Jerónimo Costilla, antiguo poblador del Cuzco, al cual le faltaban tres o cuatro dedos de los pies que, pasando por aquel despoblado a Chile, se le cayeron, porque, penetrados de aquel airecillo, cuando los fué a mirar estaban muertos, y como se cae una manzana anublada del árbol, se cayeron ellos mismos, sin dar dolor, ni pesadumbre. Refería el sobredicho capitán que, de un buen ejército, que había pasado los años antes, después de descubierto aquel reino por Almagro, gran parte había quedado allí muerta, y que vió los cuerpos tendidos por allí y sin ningún olor malo ni corrupción. Y aún añadía otra cosa extraña, que hallaron vivo un muchacho, y, preguntado cómo había vivido, dijo que escondiéndose en no sé qué chocilla, de donde salía a cortar con un cuchillejo de la carne de un rocín muerto, y así se había sustentado largo tiempo; y que no sé cuántos compañeros que se mantenían de aquella suerte, ya se habían acabado todos, cayéndose un día uno y otro día otro amortecidos, y que él no quería ya sino acabar allí como los demás, porque no sentía en sí disposición para ir a parte ninguna, ni gustar de nada. La misma relación oí a otros, y, entre ellos, a uno que era de la Compañía y siendo seglar había pasado por allí.
Cosa maravillosa es la cualidad de aquel aire frío, para matar y, juntamente, para conservar los cuerpos muertos sin corrupción. Lo mismo me refirió un religioso grave, dominico, y perlado de su Orden, que lo había él visto, pasando por aquellos despoblados; y aún me contó que, siéndole forzoso hacer noche allí para ampararse del vientecillo, que digo que corre en aquel paraje tan mortal, no hallando otra cosa a manos, juntó cantidad de aquellos cuerpos muertos que había al derredor y hizo de ellos una como paredilla por cabecera de su cama; y así durmió, dándole la vida los muertos.
Sin duda es un género de frío aquél, tan penetrativo, que apaga el calor vital y corta su influencia, y, por ser juntamente sequísimo, no corrompe ni pudre los cuerpos muertos, porque la corrupción procede de calor y humedad. Cuanto a otro género de aire, que se siente sonar debajo de la tierra y causa temblores y terremotos, más en Indias que en otras partes, decirse ha cuando se trate de las cualidades de la tierra de Indias. Por ahora contentarnos hemos con lo dicho de los vientos y aires, y pasaremos a lo que se ofrece considerar del agua.
Capítulo X
Del océano, que rodea las Indias, y de la mar del norte y del sur
En materia de aguas el principado tiene el gran mar océano, por el cual se descubrieron las Indias, y todas sus tierras están rodeadas de él; porque, o son islas del mar océano, o tierra firme, que también por dondequiera que fenece y se acaba se parte con el mismo océano. No se ha hasta ahora en el nuevo orbe descubierto mar mediterráneo, como le tienen Europa, Asia y África, en las cuales entran unos brazos de aquel inmenso mar y hacen mares distintos, tomando los nombres de las provincias y tierras que bañan, y cuasi todos estos mares mediterráneos se continúan entre sí y, al cabo, con el mismo océano, en el estrecho de Gibraltar, que los antiguos nombraron columnas de Hércules. Aunque el mar Rojo, desasido de esotros mediterráneos, por sí se entra en el océano Índico, y el mar Caspio con ninguno se junta.
Mas en Indias, como digo, ningún otro mar se halla sino el océano, y éste dividen en dos: uno, que llaman Mar del Norte; otro, Mar del Sur. Porque la tierra de Indias occidentales, que fué descubierta primero por el océano que llega a España, toda está puesta al norte, y por esa tierra vinieron a descubrir mar de la otra parte de ella, la cual llamaron del sur, porque por ella bajaron hasta pasar la línea, y, perdido el norte o polo ártico, descubrieron el polo antártico, que llaman sur. Y de ahí quedó nombrar Mar del Sur todo aquel océano, que está de la otra parte de las Indias occidentales, aunque sea, grandísima parte de él puesta al norte, como lo está toda la costa de la Nueva España y de Nicaragua y de Guatimala y de Panamá. El primer descubridor de este mar del sur dicen haber sido un Vasco Núñez de Balboa; descubrióse por lo que ahora llaman Tierra Firme, en donde se estrecha la tierra lo sumo, y los dos mares se allegan tanto uno al otro, que no distan más de siete leguas, porque, aunque se andan dieciocho de Nombre de Dios a Panamá, es rodeando y buscando la comodidad del camino; mas tirando por recta línea no dista más de lo dicho un mar del otro.
Han platicado algunos de romper este camino de siete leguas y juntar el un mar con el otro, para hacer cómodo el pasaje al Perú, en el cual dan más costa y trabajo dieciocho leguas de tierra, que hay entre Nombre de Dios y Panamá, que dos mil y trescientas que hay de mar. A esta plática no falta quien diga que sería anegar la tierra, porque quieren decir que el un mar está mas bajo que el otro, como en tiempos pasados se halla por las historias haberse dejado de continuar por la misma consideración el mar Rojo con el Nilo, en tiempo del Rey Sesostris, y después del Imperio Otomano.132 Mas para mí tengo por cosa vana tal pretensión, aunque no hubiese el inconveniente que dice, el cual yo no tengo por cierto: pero eslo para mí, que ningún poder humano bastará a derribar el monte fortísimo e impenetrable que Dios puso entre los dos mares, de montes y peñas durísimas, que bastan a sustentar la furia de ambos mares. Y cuando fuese a hombres posible, sería, a mi parecer, muy justo temer del castigo del cielo querer enmendar las obras que el Hacedor, con sumo acuerdo y providencia, ordenó en la fábrica de este universo.
Cesando, pues, de este cuidado de abrir la tierra y unir los mares, hubo otro menos temerario; pero, bien difícil y peligroso de inquirir, si estos dos grandes abismos se juntaban en alguna parte del mundo. Y esta fué la empresa de Fernando Magallanes, caballero portugués, cuya osadía y constancia grande en inquirir este secreto, y no menos feliz suceso en hallarle, con eterna memoria puso nombre al estrecho, que, con razón, por su inventor, se llama de Magallanes, del cual, como de una de las grandes maravillas del mundo, trataremos un poco.
El estrecho, pues, que en la mar del sur halló Magallanes, creyeron algunos, o que no lo había, o se había ya cerrado como don Alonso de Ercilla escribe en su Araucana, y hoy día hay quien diga que no hay tal estrecho, sino que son islas entre la mar, porque lo que es tierra firme, se acaba allí, y el resto es todo islas, y al cabo de ellas se juntan el un mar con el otro amplísimamente, o, por mejor decir, se es todo un mismo mar. Pero de cierto consta haber el estrecho y tierra larguísima a la una banda y a la otra, aunque la que está de la otra parte del estrecho, al sur, no se sabe hasta dónde llegue. Después de Magallanes pasó el estrecho una nao del obispo de Plasencia, don Gutierre Carvajal, cuyo mástil dicen que está en Lima, a la entrada de Palacio.
De la banda del sur se fué después a descubrir por orden de don García de Mendoza que entonces tenía el gobierno de Chile, y así le halló y pasó el capitán Ladrillero, cuya relación notable yo leí, aunque dice no haberse atrevido a desembocar el estrecho, sino que, habiendo ya reconocido la mar del norte, dió la vuelta por el aspereza del tiempo, que era ya entrado el invierno, y venían según dice, las olas del norte furiosas, y las mares hechas todas espuma de bravas. En nuestros días pasó el propio estrecho Francisco Drac, inglés cosario; después le pasó el capitán Sarmiento por la banda del sur, y ahora, últimamente, en este año pasado de ochenta y siete, con la instrucción que dió Drac, le han pasado otros cosarios ingleses, que al presente andan en la costa del Perú. Y porque me parece notable la relación que yo tuve del piloto mayor, que le pasó, la pondré aquí.
Capítulo XI
Del estrecho de Magallanes: cómo se pasó por la banda del sur
Año de mil y quinientos y setenta y nueve; habiendo Francisco Drac pasado el estrecho de Magallanes, y corrido la costa de Chile y de todo el Perú, y robado el navío de San Juan de Antona, donde iba gran suma de barras de plata, el virrey don Francisco de Toledo armó y envió dos navíos buenos, para que reconociesen el estrecho, yendo por capitán Pedro Sarmiento, hombre docto en astrología.
Salieron del Callao, de Lima, por principio de octubre, y porque aquella costa tiene viento contrario, que corre siempre del sur, hiciéronse mucho a la mar y, con muy próspero viaje, en poco más de treinta días se pusieron en el paraje del estrecho. Pero, porque es dificultoso de reconocer, para este efecto llegándose a tierra entraron en una ensenada grande, donde hay un archipiélago de islas. Sarmiento porfiaba que allí era el estrecho, y tardó más de un mes en buscarle por diversas calas y caletas, y subiendo sobre cerros altos de tierra. Viendo que no le hallaban, a requerimiento que los del armada le hicieron, en fin tornó a salir a la mar, y hízose a lo largo. El mismo día les dió un temporal recio, con el cual corrieron, y a prima noche vieron el farol de la capitana, y luego desapareció, que nunca más la vido la otra nao. El día siguiente, durando la furia del viento, que era travesía, los de la capitana vieron una abra que hacía la tierra, y parecióles recogerse allí y abrigarse hasta que el temporal pasase.
Sucedió que, reconocida la abra, vieron que iba entrando más y más en tierra, y sospechando que fuese el estrecho que buscaban, tomando el sol halláronse en cincuenta y un grados y medio, que es la propia altura del estrecho. Y para certificarse más echaron el bergantín, el cual, habiendo corrido muchas leguas por aquel brazo de mar adentro, sin ver fin de él, acabaron de persuadirse que allí era el estrecho. Y porque tenían orden de pasarle, dejaron una cruz alta puesta allí, y letra abajo, para que el otro navío, si aportase allí, supiese de la capitana y la siguiese.
Pasaron, pues, con buen tiempo y sin dificultad el estrecho, y, salidos a la mar del norte, fueron a no sé qué isla, donde hicieron aguada y se reformaron, y de allí tomaron su derrota a Cabo Verde, de donde el piloto mayor volvió al Perú por la vía de Cartagena y Panamá, y trajo al virrey la relación del estrecho y de todo lo sucedido, y fué remunerado conforme al buen servicio que había hecho. Mas el capitán Pedro Sarmiento, de Cabo Verde pasó a Sevilla en la nao que había pasado el estrecho, y fué a la corte, donde su majestad le hizo mucha merced, y a su instancia mandó armar una gruesa armada que envió con Diego Flores de Valdés, para poblar y fortificar el estrecho; aunque con varios sucesos la dicha armada tuvo mucha costa y poco efecto.
Volviendo ahora a la otra nao almiranta, que iba en compañía de la capitana, habiéndose perdido de ella con aquel temporal que dije, procuró hacerse a la mar lo más que pudo; mas, como el viento era travesía y forzoso, entendió de cierto parecer, así se confesaron y aparejaron para morir todos. Duróles el temporal sin aflojar tres días, de los cuales pensando dar en tierra cada hora, fué al revés, que siempre veían írseles desviando más la tierra, hasta que, al cabo del tercero día, aplacando la tormenta, tomando el sol se hallaron en cincuenta y seis grados, y viendo que no habían dado al través, antes se hallaban más lejos de la tierra, quedaron admirados; de donde infirieron (como Hernando Lamero, piloto de la dicha nao, me lo contó), que la tierra que está de la otra parte del estrecho, como vamos por el mar del sur, no corría por el mismo rumbo que hasta el estrecho, sino que hacía vuelta hacia levante, pues de otra suerte no fuera posible dejar de zabordar en ella con la travesía que corrió tanto tiempo. Pero no pasaron más adelante, ni supieron si se acababa allí la tierra (como algunos quieren decir que es isla lo que hay pasado el estrecho, y que se juntan allí los dos mares de norte y sur), o si iba corriendo la vuelta del leste hasta juntarse con la tierra de Vista que llaman, que responde al cabo de Buena Esperanza, como es opinión de otros.
La verdad de esto no está averiguada hoy día, ni se halla quien haya bojado aquella tierra. El virrey don Martín Enríquez me dijo a mí que tenía por invención del cosario inglés la fama que se había echado, de que el estrecho hacía luego isla, y se juntaban ambos mares; porque él siendo virrey de la Nueva España, había examinado con diligencia al piloto portugués que allí dejó Francisco Drac, y jamás tal entendió de él, sino que era verdadero estrecho, y tierra firme de ambas parte;. Dando, pues, vuelta la dicha nao almiranta, reconocieron el estrecho, según el dicho Hernando Lamero me refirió; pero por otra boca o entrada que hace en más altura, por causa de cierta isla grande que está a la boca del estrecho, que llaman la Campana, por la hechura que tiene; y él quiso, según decía, pasarle, y el almirante y soldados no lo consintieron, pareciéndoles que era ya muy entrado el tiempo y que corrían mucho peligro; y así se volvieron a Chile y al Perú sin haberle pasado.
Capítulo XII
Del estrecho que algunos afirman haber en la Florida
Como Magallanes halló aquel estrecho, que esta al sur, así han otros pretendido descubrir otro estrecho, que dicen haber al norte, el cual fabrican en la tierra de la Florida, la cual corre tanto, que no se sabe su término. El adelantado Pedro Meléndez, hombre tan plático y excelente en la mar, afirmaba ser cosa cierta el haber estrecho, y que el rey le había mandado descubrirle, de lo cual mostraba grandísima gana. Traía razones para probar su opinión, porque decía que se habían visto en la mar del norte pedazos de navíos que usan los chinos, lo cual no fuera posible si no hubiera paso de la una mar a la otra.
Ítem, refería que en cierta bahía grande que hay en la Florida, y entra trescientas leguas la tierra adentro, se veían ballenas a ciertos tiempos, que venían del otro mar; otros indicios también, refería, concluyendo, finalmente que, a la sabiduría del Hacedor y buen orden de naturaleza pertenecía, que, como había comunicación, y pasó entre los dos mares al polo antártico, así también la hubiese al polo ártico, que es más principal. Este estrecho, dicen algunos, que tuvo de él noticia aquel gran cosario Drac, y que así lo significó él cuando pasó la costa de Nueva España por la mar del sur, y aún se piensan que hayan entrado por él los cosarios ingleses, que este año pasado de mil quinientos ochenta y siete robaron un navío que venía de las Filipinas con gran cantidad de oro y otras riquezas, la cual presa hicieron junto a las Californias, que siempre reconocen las naos que vuelven a la Nueva España de las Filipinas y de la China.
Según es la osadía de los hombres y el ansia de hallar nuevos modos de acrecentarse, yo aseguro que antes de muchos años se sepa también este secreto, que es cierto cosa digna de admiración, que, como las hormiguillas tras el rastro, y noticia de las cosas nuevas, no paran hasta dar con lo dulce de la codicia y gloria humana. Y la alta y eterna sabiduría del Creador usa de esta natural curiosidad de los hombres para comunicar la luz de su Santo Evangelio a gentes que todavía viven en las tinieblas oscuras de sus errores. Mas, en fin, hasta ahora el estrecho del polo ártico, si le hay, no está descubierto; y así, será justo decir las propiedades y noticias que del antártico ya descubierto y sabido nos refieren los mismos que por sus ojos las vieron.
Capítulo XIII
De las propiedades del estrecho de Magallanes
El estrecho, como está dicho, está en altura de cincuenta y dos grados escasos al sur; tiene de espacio, desde un mar a otro, noventa, o cien leguas; donde más angosto, será de una legua, algo menos; y allí pretendían que el rey pusiese una fuerza para defender el paso. El fondo en partes es tan profundo, que no se puede sondar; en otras se halla fondo y en algunas no tiene más que dieciocho, y aun en otras no más de quince brazas. De las cien leguas que tiene de largo de mar a mar, se reconoce claro que las treinta va entrando por su parte la mar del sur, y va haciendo señal con sus olas: y las otras setenta leguas hace señal la mar del norte con las suyas.
Hay empero esta diferencia, que las treinta del sur corre entre peñas altísimas, cuyas cumbres están cubiertas perpetuamente de nieve, y, según son altas, parece que se juntan; y por eso es tan difícil reconocer la entrada del estrecho por la mar del sur. Estas mismas treinta leguas es de inmensa profundidad, sin que se pueda dar fondo en ellas; pero puédense varar los navíos en tierra, según es fondable su ribera. Las otras setenta leguas, que entra la mar del norte, se halla fondo, y tiene a la una banda y a la otra grandes campos y zabanas, que allá llaman. Entran en el estrecho muchos ríos y grandes de linda agua. Hay maravillosas arboledas y algunos árboles de madera escogida y olorosa y no conocida por acá, de que llevaron muestra los que pasaron del Perú. Hay grandes praderías la tierra adentro; hace diversas islas en medio del estrecho.
Los indios, que habitan a la banda del sur, son pocos, chicos y ruines; los que habitan a la banda del norte son grandes y valientes, de los cuales trajeron a España algunos que tomaron. Hallaron pedazos de paño azul y otras insignias claras de haber pasado por allí gente de Europa. Los indios saludaron a los nuestros con el nombre de Jesús. Son flecheros, andan vestidos de pieles de venados, de que hay copia por allí. Crecen y descrecen las aguas del estrecho con las mareas, y vense venir las unas mareas de la mar del norte y las otras de la mar del sur claramente; y en el lugar donde se encuentran, que, como he dicho, es treinta leguas del sur y setenta del norte, parece ha de haber más peligro que en todo el resto.
Pero cuando pasó la capitana de Sarmiento, que he dicho, no padecieron grave tormenta, antes hallaron menos dificultad de lo que pensaron. Porque demás de ser entonces el tiempo bonancible, vienen las olas del mar del norte muy quebrantadas, por el gran espacio de setenta leguas que entran; y las olas del mar del sur, por ser su profundo inmenso, tampoco muestran tanta furia, anegándose en aquella profundidad. Bien es verdad que en tiempo de invierno es innavegable el estrecho por la braveza de los vientos e hinchazón de los mares que allí hay, y por eso se han perdido algunas naos que han pretendido pasar el estrecho, y de la parte del sur sola una le ha pasado, que es la capitana que he dicho, de cuyo piloto mayor, llamado Hernando Alonso, tuve yo muy larga relación de todo lo que digo, y vi la verdadera descripción y costa del estrecho, que, como la iban pasando, la fueron haciendo, cuya copia trajeron al rey a España, y llevaron a su virrey al Perú.
Capítulo XIV
Del flujo y reflujo del mar océano en Indias
Uno de los secretos admirables de naturaleza es el flujo y reflujo del mar, no solamente por la extrañeza de su crecimiento y disminución, sino mucho más por la variedad que en diversos mares se halla en esto, y aun en diversas playas de un mismo mar.
Hay mares que no tienen el flujo y reflujo cotidiano, como consta del Mediterráneo inferior, que es el Tirreno; teniendo flujo y reflujo cotidiano el Mediterráneo superior, que es el mar de Venecia, cosa, que con razón, causa admiración, porque siendo ambos Mediterráneos, y no mayor el de Venecia, aquel tiene flujo y reflujo, como el océano, y es otro mar de Italia no lo tiene; pero algunos Mediterráneos manifiestamente tienen crecimiento y menguante cada mes, otros ni al día, ni al mes. Otros mares como el océano de España, tienen el flujo y reflujo de cada día y, ultra de éste, el de cada mes, que son dos; es, a saber, a la entrada y a la llena de luna, que llaman aguas vivas. Mar que tenga el crecimiento y disminución de cada día, y no le tenga el de cada mes, no sé que le haya.
En las Indias es cosa de admiración la variedad que hay en esto; partes hay en que llena y vacía la mar cada día dos leguas, como se ve en Panamá, y en aguas vivas es mucho más. Hay otras donde es tan poco lo que sube y lo que baja, que apenas se conoce la diferencia. Lo común es tener el mar océano creciente y menguante, cotidiana y menstrua; y la cotidiana es dos veces al día natural, y siempre tres cuartos de hora menos el un día del otro, conforme al movimiento de la luna, y así nunca la marea un día es a la hora del otro.
Este flujo y reflujo han querido algunos sentir que es movimiento local del agua del mar, de suerte que el agua que viene creciendo a una parte, va descreciendo a la contraria, y así es menguante en la parte opuesta del mar cuando es acá creciente. A la manera que en una caldera hace ondas el agua, que es llano que, cuando a la una parte sube, baja a la otra. Otros afirman que el mar a un mismo tiempo crece a todas partes, y a un mismo tiempo mengua también a todas partes; de modo que es como el hervor de la olla, que juntamente sube y se extiende a todas sus partes, y cuando se aplaca, juntamente se disminuye a todas partes.
Este segundo parecer es verdadero, y se puede tener, a mi juicio, por cierto y averiguado, no tanto por las razones que para esto dan los filósofos que en sus meteoros fundan esta opinión, cuanto por la experiencia cierta que de este negocio se ha ya podido alcanzar. Porque, para satisfacerme de este punto y cuestión, yo pregunté, con muy particular curiosidad al piloto arriba dicho, como eran las mareas que en el estrecho hallaron, si por ventura descrecían y menguaban las mareas del mar del sur, al tiempo que subían y pujaban las del mar del norte, y al contrario. Porque, siendo esto así, era claro que el crecer el mar de una parte, era descrecer de otra, que es lo que la primera opinión afirma. Respondióme que no era de esa suerte, sino que, clarísimamente, a un propio tiempo venían creciendo las mareas del mar del norte y las del mar del sur, hasta encontrarse unas olas con otras, y que a un mismo tiempo volvían a bajar cada una a su mar; y que este pujar y subir, y después bajar y menguar, era cosa que cada día la veían, y que el golpe y encuentro de la una y otra creciente era (como tengo dicho) a las setenta leguas del mar del norte y treinta del mar del sur.
De donde se colige manifiestamente que el flujo y reflujo del océano no es puro movimiento local, sino alteración y fervor con que realmente todas sus aguas suben y crecen a un mismo tiempo, y a otro tiempo bajan y menguan, de la manera que del fervor de la olla se ha puesto la semejanza. No fuera posible comprender por vía de experiencia este negocio, sino en el estrecho, donde se junta todo el mar océano entre sí. Porque por las playas opuestas, saber si cuando en la una crece, descrece en la otra, sólo los ángeles lo podrían averiguar, que los hombres no tienen ojos para ver tanta distancia, ni pies para poder llevar los ojos con la presteza que una marea da de tiempo, que son solamente seis horas.
Capítulo XV
De diversos pescados y modos de pescar de los indios
Hay en el océano multitud de pescados que sólo el Hacedor puede declarar sus especies y propiedades. Muchos de ellos son del mismo género que en la mar de Europa se hallan, como lizas, sábalos, que suben de la mar a los ríos, dorados, sardinas y otros muchos. Otros hay que no sé que los haya por acá, como los que llaman cabrillas, y tienen alguna semejanza con truchas, y los que en Nueva España llaman bobos, que suben de la mar a los ríos. Besugos, ni truchas, no las he visto; dicen que en tierra de Chile las hay. Atunes hay algunos, aunque raros, en la costa del Perú, y es opinión que a tiempos suben a desovar al estrecho de Magallanes, como en España al estrecho de Gibraltar, y por eso se hallan más en la costa de Chile, aunque el atún que yo he visto traído de allá no es tal como lo de España.
En las islas que llaman de Barlovento, que son Cuba, la Española, Puerto Rico, Jamaica, se halla el que llaman manatí, extraño género de pescado, si pescado se puede llamar animal que pare vivos sus hijos, y tiene tetas, y leche con que los cría, y pace yerba en el campo; pero en efecto habita de ordinario en el agua, y por eso le comen por pescado, aunque yo cuando en Santo Domingo lo comí un viernes, casi tenía escrúpulo, no tanto por lo dicho, como porque en el color y sabor no parecían sino tajadas de ternera, y en parte de pernil, las postas de este pescado: es grande como una vara.
De los tiburones, y de su increíble voracidad, me maravillé con razón cuando vi que de uno que habían tomado en el puerto que he dicho le sacaron del buche un cuchillo grande carnicero, y un anzuelo grande de hierro, y un pedazo grande de la cabeza de una vaca con su cuerno entero, y aun no sé si ambos a dos. Yo vi por pasatiempo echar, colgado de muy alto, en una poza que hace la mar, un cuarto de un rocín, y venir a él al momento una cuadrilla de tiburones tras el olor; y porque se gozase mejor la fiesta, no llegaba al agua la carne del rocín, sino levantada no sé cuántos palmos; tenía en derredor esta gentecilla que digo, que daban saltos, y de una arremetida en el aire cortaban carne y hueso, con extraña presteza, y así cercenaban el mismo jarrete de el rocín, como si fuera un trancho de lechuga; pero tales navajas tienen en aquella su dentadura.
Asidos a estos fieros tiburones andan unos pececillos, que llaman romeros, y por más que hagan no los pueden echar de sí: estos se mantienen de lo que a los tiburones se les escapa por los lados. Voladores son otros pececillos que se hallan en la mar dentro de los trópicos, y no sé que se hallen fuera. A éstos persiguen los dorados, y por escapar de ellos saltan de la mar, y van buen pedazo por el aire; por eso los llaman voladores: tienen unas aletas como de tetilla o pergamino que les sustentan un rato en el aire. En el navío en que yo iba voló o saltó uno, y vi la facción que digo de alas.
De los lagartos o caimanes que llaman hay mucho escrito en Historias de Indias; son verdaderamente los que Plinio y los antiguos llaman cocodrilos. Hállanse en las playas y ríos calientes: en las playas o ríos fríos no se hallan. Por eso en toda la costa del Perú no los hay hasta Payta, y de allí adelante son frecuentísimos en los ríos. Es animal ferocísimo, aunque muy torpe: la presa hace fuera del agua, y en ella ahoga lo que toma vivo; pero no lo traga sino fuera del agua, porque tiene el tragadero de suerte que fácilmente se ahogaría entrándole agua.
Es maravilla la pelea del caimán con el tigre, que los hay ferocísimos en Indias. Un religioso nuestro me refirió haber visto a estas bestias pelear cruelísimamente a la orilla de la mar. El caimán con su cola daba recios golpes al tigre, y procuraba con su gran fuerza llevarle al agua; el tigre hacía fuerte presa en el caimán con las garras, tirándole a tierra. Al fin prevaleció el tigre, y abrió al lagarto; debió de ser por la barriga, que la tiene blanda, que todo lo demás no hay lanza, y aun apenas arcabuz que lo pase. Más excelente fué la victoria que tuvo de otro caimán un indio, al cual le arrebató un hijuelo, y se lo metió debajo del agua, de que el indio lastimado y sañudo se echó luego tras él con un cuchillo, y como son excelentes buzos, y el caimán no prende sino fuera del agua, por debajo de la barriga le hirió, de suerte que el caimán se salió herido a la ribera, y soltó al muchacho, aunque ya muerto y ahogado.
Pero más maravillosa es la pelea que tienen los indios con las ballenas, que cierto es una grandeza del Hacedor de todo dar a gente tan flaca como indios habilidad y osadía para tomarse con la más fiera y disforme bestia de cuantas hay en el universo; y no sólo pelear, pero vencer y triunfar tan gallardamente. Viendo esto, me he acordado muchas veces de aquello del salmo,133 que se dice de la ballena: Draco iste, quem formasti ad illudendum ei. ¿Qué más burla que llevar un indio solo con un cordel vencida y atada una ballena tan grande como un monte?
El estilo que tienen, según me refirieron personas expertas, los indios de la Florida, donde hay gran cantidad de ballenas, es meterse en una canoa, o barquilla, que es como una artesa, y bogando llégase al costado de la ballena, y con gran ligereza salta, y sube sobre su cerviz, y allí caballero, aguardando tiempo, mete un palo agudo y recio, que trae consigo, por la una ventana de la nariz de la ballena; llamo nariz a aquella fístula por donde respiran las ballenas; luego le golpea con otro palo muy bien, y le hace entrar bien profundo. Brama la ballena, y da golpes en la mar, y levanta montes de agua, y húndese dentro con furia, y torna a saltar, no sabiendo qué hacerse de rabia. Estáse quedo el indio y muy caballero, y la enmienda que hace del mal hecho es hincarle otro palo semejante en la otra ventana, y golpearle de modo que le tapa del todo, y le quita la respiración; y con esto se vuelve a su canoa, que tiene asida al lado de la ballena con una cuerda, pero deja primero bien atada su cuerda a la ballena, y haciéndose a un lado con su canoa, va así dando cuerda a la ballena. La cual, mientras está en mucha agua, da vueltas a una parte y a otra, como loca de enojo, y al fin se va acercando a tierra, donde con la enormidad de su cuerpo presto encalla, sin poder ir ni volver. Aquí acuden gran copia de indios al vencido para coger sus despojos. En efecto, la acaban de matar, y la parten y hacen trozos, y de su carne harto perversa, secándola y moliéndola hacen ciertos polvos que usan para su comida, y les dura largo tiempo. También se cumple aquí lo que de la misma ballena dice otro salmo:134 Dedisti eum escam populis Aethiopum. El adelantado Pedro Meléndez muchas veces contaba esta pesquería, de que también hace mención Monardes en su libro.
Aunque es más menuda, no deja de ser digna de referirse también otra pesquería que usan de ordinario los indios en la mar. Hacen unos como manojos de juncia, o espadañas secas bien atadas, que allá llaman balsas, y llévanlas a cuestas hasta la mar, donde arrojándolas con presteza suben en ellas, y así caballeros se entran la mar adentro, y bogando con unos canaletes de un lado y de otro se van una y dos leguas en alta mar a pescar; llevan en los dichos manojos sus redes y cuerdas, y sustentándose sobre las balsas, lanzan su red, y están pescando grande parte de la noche, o del día, hasta que hinchen su medida, con que dan la vuelta muy contentos. Cierto, verlos ir a pescar en el Callao de Lima era para mí cosa de gran recreación, porque eran muchos, y cada uno en su balsilla caballero, o sentado a porfía cortando las olas del mar, que es bravo allí donde pescan, parecían los tritones, o Neptunos que pintan sobre el agua. En llegando a tierra, sacan su barco a cuestas, y luego le deshacen; y tienden por aquella playa las espadañas para que se enjuguen y sequen.
Otros indios de los valles de Ica solían ir a pescar en unos cueros, o pellejos de lobo marino hinchados, y de tiempo a tiempo los soplaban como a pelotas de viento para que no se hundiesen. En el valle de Cañete, que antiguamente decían el Guarco, había innumerables indios pescadores; y porque resistieron al Inga, cuando fué conquistando aquella tierra, fingió paces con ellos, y ellos por hacerle fiesta, hicieron una pesca solemne de muchos millares de indios, que en sus balsas entraron en la mar: a la vuelta, el Inga tuvo apercibidos soldados de callada, y hizo en ellos cruel estrago, por donde quedó aquella tierra tan despoblada, siendo tan abundante.
Otro género de pesca vi, a que me llevó el virrey don Francisco de Toledo; verdad es que no era en mar, sino en un río, que llaman el Río Grande, en la provincia de los Charcas, donde unos indios Chiriguanás se zambullían debajo del agua, y nadando con admirable presteza seguían los peces, y con unas fisgas, o harpones que llevaban en la mano derecha, nadando solo con la izquierda herían el pescado; y así atravesado lo sacaban arriba, que cierto parecían ellos ser más peces que hombres de la tierra. Y ya que hemos salido de la mar, vamos a esotros géneros de aguas que restan por decir.
Capítulo XVI
De las lagunas y lagos que se hallan en Indias
En lugar del mar Mediterráneo, que gozan las regiones del viejo orbe, proveyó el Criador en el nuevo de muchos lagos, y algunos tan grandes que se pueden llamar mares; pues al de Palestina le llama así la Escritura, no siendo mayor, ni aun tan grande como alguno de éstos.
El principal es el de Titicaca en el Perú, en las provincias del Collao, del cual se ha dicho en el libro precedente que tiene de boj casi ochenta leguas, y entran en él diez o doce ríos caudales. Comenzóse un tiempo a navegar en barcos, o navíos, y diéronse tan mala maña, que el primer navío que entró se abrió con un temporal que hubo en la laguna. El agua no es del todo amarga y salobre como la del mar; pero es tan gruesa, que no es para beber. Cría dos géneros de pescado en abundancia; uno llaman suches, que es grande y sabroso, pero flemoso y mal sano; otro bogas, más sano, aunque pequeño y muy espinoso. De patos y patillos de agua hay innumerable cosa en toda la laguna.
Cuando quieren hacer fiesta los indios a algún personaje que pasa por Chucuito o por Omasuyo, que son las dos riberas de la laguna, juntan gran copia de balsas, y en torno van persiguiendo y encerrando los patos, hasta tomar a manos cuantos quieren: llaman este modo de cazar chaco. Están a las riberas de esta laguna de una y otra parte las mejores poblaciones de indios del Perú. Por el desaguadero de ésta se hace otra menor laguna, aunque bien grande, que se llama Paria, donde también hay mucho ganado especial porcuno, que se da allí en extremo, por la totora que cría la laguna, con que engorda bien ese ganado.
Hay muchas otras lagunas en los lugares altos de la sierra, de las cuales nacen ríos o arroyos, que vienen adelante a ser muy caudalosos ríos. Como vamos de Arequipa al Collao, hay en lo alto dos lagunas hermosas a una banda y a otra del camino: de la una sale un arroyo que después se hace río, y va a la mar del sur; de la otra dicen que tiene principio el río famoso de Aporima, del cual se cree que procede con la gran junta de ríos que se llegan de aquellas sierras, el ínclito río de las Amazonas, por otro nombre el Marañón.
Es cosa que muchas veces consideré, de dónde proviene haber tantos lagos en lo alto de aquellas sierras y cordilleras, en las cuales no entran ríos, antes salen muy copiosos arroyos y no se sienten menguar cuasi en todo el año las dichas lagunas. Pensar que de nieves que se derriten, o de lluvias del cielo se hacen estos lagos que digo, no satisface del todo, porque muchos de ellos no tienen esa copia de nieve, ni tanta lluvia, y no se sienten menguar, que todo arguye ser agua manantial, que la naturaleza proveyó allí, aunque bien es de creer se ayudan de nieves y lluvias en algunos tiempos del año. Son estos lagos tan ordinarios en las más altas cumbres de la sierras, que apenas hay ríos notables que no tenga su nacimiento de alguno de ellos. El agua de estos lagos es limpia y clara: crían poco pescado, y ese menudo, por el frío que continuo tienen, aunque por otra nueva maravilla se hallan algunas de estas lagunas ser sumamente calientes.
En fin del valle de Tarapaya, cerca de Potosí, hay una laguna redonda, y tanto, que parece hecha por compás, y con ser la tierra donde sale frigidísima, es el agua calidísima. Suelen nadar en ella cerca de la orilla, porque entrando más no pueden sufrir el calor. En medio de esta laguna se hace un remolino y borbollón de más de veinte pies en largo y ancho, y es allí el propio manantial de la laguna, la cual, con ser su manantial tan grande, nunca la sienten crecer cosa alguna, que parece se exhala allí, o tiene algunos desaguaderos encubiertos. Pero tampoco la ven menguar, que es otra maravilla, con haber sacado de ella una corriente gruesa para moler ciertos ingenios de metal, y siendo tanta el agua que desagua, había de menguar algo de razón.
Dejando el Perú, y pasando a la Nueva España, no son menos memorables las lagunas que en ellas se hallan, especialmente aquella tan famosa de Méjico, en la cual hay dos diferencias de aguas, una es salobre y como de mar, otra clara y dulce, causada de ríos que entran allí. En medio de la laguna está un peñol muy gracioso, y en él baños de agua caliente, y mana allí, que para salud lo tienen por muy aprobado. Hay sementeras hechas en medio de las lagunas que están fundadas sobre la propia agua, y hechos sus camellones llenos de mil diferencias de semillas y yerbas, y infinitas flores, que si no es viéndolo, no se puede bien figurar cómo es.
La ciudad de Méjico está fundada sobre esta laguna, aunque los españoles han ido cegando con tierra todo el sitio de la ciudad, y sólo han dejado algunas acequias grandes, y otras menores que entran, y dan vuelta al pueblo: con estas acequias tienen gran comodidad para el acarreto de todo cuanto han menester de leña, yerba, piedra, madera, frutos de la tierra y todo lo demás. Cortés fabricó bergantines cuando conquistó a Méjico; después pareció que era más seguro no usarlos; y así sólo se sirven de canoas, de que hay grande abundancia. Tiene la laguna mucha pesca y caza, aunque no vi yo de ella pescado de precio: dicen valen los provechos de ella más de trescientos mil ducados.
Otra y otras lagunas hay también no lejos de allí, de donde se lleva harto pescado a Méjico. La provincia de Mechoacán se dice así, por ser tierra de mucho pescado: hay lagunas hermosas y grandes, abundantísimas de pescado, y es aquella tierra sana y fresca. Otros muchos lagos hay, que hacer mención de todos, ni aun saberlos en particular no es posible. Sólo se advierta lo que en el libro precedente se anotó, que debajo de la tórrida hay mayor copia de lagos que en otra parte de el mundo. Con lo dicho, y otro poco que digamos de ríos y fuentes, quedará acabado lo que se ofrece decir en esta materia.
Capítulo XVII
De diversas fuentes y manantiales
Como en otras partes del mundo, así en las Indias hay gran diversidad de manantiales, fuentes y ríos, y algunos de propiedades extrañas.
En Guancavelica de el Perú, donde están las minas de azogue, hay una fuente que mana agua caliente, y como va manando el agua se va convirtiendo en peña. De esta peña o piedra tienen edificadas casi todas las casas de aquel pueblo. Es piedra blanda, y suave de cortar; y con hierro la cortan y labran con la facilidad que si fuese madera, y es liviana y durable. De esta agua, si beben hombres o animales, mueren, porque se les congela en el vientre, y se hace piedra; y así han muerto algunos caballos. Como se va convirtiendo en piedra, el agua que va manando tapa el camino a la demás, y así es forzoso mudar la corriente, por lo cual mana por diversas partes, como va creciendo la peña.
En la punta o cabo de Santa Elena hay un manantial o fuente de un betún, que en el Perú llaman Copey. Debe de ser a este modo lo que la Escritura refiere135 de aquel valle silvestre, donde se hallaban pozos de betún. Aprovéchanse los marineros de aquella fuente o pozo de copey, para brear las jarcias y aparejos, porque les sirve como la pez y brea de España para aquel efecto. Viniendo navegando para la Nueva España por la costa de el Perú, me mostró el piloto la isla, que llaman de Lobos, donde nace otra fuente o pozo del copey, o betún que he dicho, con que asimismo brean las jarcias. Y hay otra fuente o manantial de alquitrán. Díjome el sobredicho piloto, hombre excelente en su ministerio, que le había acaecido navegando por allí algunas veces estando tan metido a la mar, que no había visto de tierra, saber por el olor del copey dónde se hallaban, tan cierto como si hubiera reconocido tierra: tanto es el olor que perpetuamente se esparce de aquel manantial.
En los baños que llaman de el Inga hay un canal de agua, que sale hirviendo, y junto a él otro de agua tan fría como de nieve. Usaba el Inga templar la una con la otra como quería; y es de notar, que tan cerca uno de otro haya manantiales de tan contrarias cualidades. Otros innumerables hay, en especial en la provincia de las Charcas, en cuya agua no se puede sufrir tener la mano por espacio de una Ave María, como yo lo vi sobre apuesta.
En el Cuzco tienen una heredad donde mana una fuente de sal, que así como va manando se va tornando sal; y es blanca y buena a maravilla, que si en otras partes fuera, no fuera poca riqueza; allí no lo es por la abundancia que hay de sal. Las aguas que corren en Guayaquil, que es en el Perú cuasi debajo de la equinoccial, las tienen por saludables para el mal francés y otros semejantes; y así van allí a cobrar salud de partes muy remotas: dicen ser la causa que hay por aquella tierra infinita cosa de la raíz que llaman zarzaparrilla, cuya virtud y operación es tan notoria, y que las aguas toman de aquella virtud, para sanar.
Bilcanota es un cerro que, según la opinión de la gente, está en el lugar más alto de el Perú. Por lo alto está cubierto de nieve, y por partes todo negro como carbón. Salen de él dos manantiales a partes contrarias, que en breve rato se hacen arroyos grandes, y poco después ríos muy caudalosos; va el uno al Collao a la gran laguna de Titicaca; el otro va a los Andes, y es el que llaman Yucay, que juntándose con otros sale a la mar del norte con excesiva corriente. Este manantial, cuando sale de la peña Bilcanota que he dicho, es de la misma manera que agua de lejía, la color cenicienta, y todo él vaheando un humo de cosa quemada, y así corre largo trecho, hasta que la multitud de aguas que entran en él le apagan aquel fuego, y humo que saca de su principio. En la Nueva España vi un manantial como de tinta algo azul, otro en el Perú de color rojo como de sangre, por donde le llaman el río Bermejo.
Capítulo XVIII
De ríos
Entre todos los ríos, no sólo de Indias, sino del universo mundo, el principado tiene el río Marañón, o de las Amazonas, del cual se dijo en el libro pasado. Por éste han navegado diversas veces españoles, pretendiendo descubrir tierras, que según fama son de grandes riquezas, especialmente la que llaman el Dorado, y el Paytiti. El adelantado Juan de Salinas hizo una entrada por él notable, aunque fué de poco efecto.
Tiene un paso que le llaman el Pongo, que debe ser de los peligrosos de el mundo, porque recogido entre dos peñas altísimas tajadas, da un salto abajo de terrible profundidad, adonde el agua con el gran golpe hace tales remolinos, que parece imposible dejar de anegarse y hundirse allí. Con todo eso la osadía de los hombres acometió a pasar aquel paso por la codicia del Dorado tan afamado. Dejáronse caer de lo alto arrebatados del furor del río, y asiéndose bien a las canoas, o barcas en que iban, aunque se trastornaban al caer y ellos y sus canoas se hundían, tornaban a lo alto, y en fin, con maña y fuerza salían. En efecto, escapó todo el ejército, excepto muy poquitos que se ahogaron; y lo que más admira, diéronse tan buena maña, que no se les perdió la munición y pólvora que llevaban. A la vuelta (porque al cabo de grandes trabajos y peligros la hubieron de dar por allí) subieron por una de aquellas peñas altísimas, asiéndose a los puñales que hincaban.
Otra entrada hizo por el mismo río el capitán Pedro de Orsúa, y muerto él, y amotinada la gente, otros capitanes prosiguieron por el brazo que viene hasta el mar del norte. Decíanos un religioso de nuestra compañía, que siendo seglar se halló en toda aquella jornada, que cuasi cien leguas subían las marcas el río arriba, y que cuando viene ya a mezclarse con el mar, que es cuasi debajo, o muy cerca de la línea, tiene setenta leguas de boca, cosa increíble, y que excede a la anchura del mar Mediterráneo; aunque otros no le dan en sus descripciones sino veinticinco o treinta leguas de boca.
Después de este río tiene el segundo lugar en el universo el río de la Plata, que por otro nombre se dice el Paraguay, el cual corre de las cordilleras del Perú, y entra en la mar en altura de treinta y cinco grados al sur. Crece al modo que dice del Nilo; pero mucho más sin comparación, y deja hechos mar los campos que bañan por espacio de tres meses; después se vuelve a su madre; suben por él navío grandes muy muchas leguas.
Otros ríos hay que, aunque no de tanta grandeza, pero igualan y aun vencen a los mayores de Europa, como el de la Magdalena, cerca de Santa Marta, y el río Grande, y el de Alvarado, en Nueva España, y otros innumerables. De la parte del sur, en las sierras del Perú, no son tan grandes los ríos comúnmente, porque tienen poco espacio de corrida y no pueden juntar tantas aguas; pero son recios, por caer de la sierra, y tienen avenidas súbitas, y por eso son peligrosos y han sido causa de muchas muertes; en tiempos de calores crecen y vienen de avenida. Yo pasé veintisiete por la costa, y ninguno de ellos a vado.
Usan los indios de mil artificios para pasar los ríos. En algunas partes tienen una gran soga atravesada de banda a banda, y en ella un cestón o canasto, en el cual se mete el que ha de pasar, y desde la ribera tiran de él, y así pasa en su cesto. En otras partes va el indio como caballero en una balsa de paja, y toma a las ancas al que ha de pasar, y bogando con un canalete pasa. En otras partes tienen una gran red de calabazas, sobre las cuales echan las personas o ropa que han de pasar, y los indios, asidos con unas cuerdas, van nadando y tirando de la balsa de calabazas, como caballos tiran un coche o carroza, y otros detrás van dando empellones a la balsa para ayudarla. Pasados, toman a cuestas su balsa de calabazas y tornan a pasar a nado; esto hacen en el río de Santa del Perú. En el de Alvarado, de Nueva España, pasamos sobre una tabla que toman a hombros los indios, y cuando pierden pie, nadan.
Estas y otras mil maneras que tienen de pasar los ríos ponen, cierto, miedo cuando se miran, por parecer medios tan flacos y frágiles; pero, en efecto, son muy seguros. Puentes ellos no las usaban, sino de crisnejas y paja. Ya hay en algunos ríos puentes de piedra por la diligencia de algunos gobernadores, pero harto menos de las que fuera razón en tierra, donde tantos hombres se ahogan por falta de ellas, y que tanto dinero dan, de que no sólo España, pero tierras extranjeras fabrican soberbios edificios.
De los ríos que corren de las sierras sacan en los valles y llanos los indios muchas y grandes acequias para regar la tierra, las cuales usaron hacen con tanto orden y tan buen modo, que en Murcia, ni en Milán no le hay mejor; y esta es la mayor riqueza, o toda la que hay en los llanos del Perú, como también en otras muchas partes de Indias.
Capítulo XIX
De la cualidad de la tierra de Indias en general
La cualidad de la tierra de Indias (pues es éste el postrero de los tres elementos que propusimos tratar en este libro) en gran parte se puede bien entender, por lo que está disputado en el libro antecedente de la tórrida zona, pues la mayor parte de Indias cae debajo de ella. Pero, para que mejor se entienda, he considerado tres diferencias de tierra en lo que he andado en aquellas partes: una es baja y otra muy alta, y la que está en medio de estos extremos.
La tierra baja es la que es costa de mar, que en todas las Indias se halla, y ésta de ordinario es muy húmeda y caliente, y así es la menos sana y menos poblada al presente. Bien que hubo antiguamente grandes poblaciones de indios, como de las historias de la Nueva España y del Perú consta, porque como les era natural aquella región a los que en ella nacían y se criaban, conservábanse bien. Vivían de pesquerías del mar y de las sementeras que hacían, sacando acequias de los ríos, con que suplían la falta de lluvias, que ordinariamente es poca en la costa, y en algunas partes ninguna del todo.
Tiene esta tierra baja grandísimos pedazos inhabitables, ya por arenales, que los hay crueles, y montes enteros de arena; ya por ciénagas que, como corre el agua de los altos, muchas veces no halla salida y viértese y hace pantanos y tierras anegadizas sin remedio. En efecto, la mayor parte de toda la costa del mar es de esta suerte en Indias, mayormente por la parte del mar del sur. En nuestro tiempo está tan disminuida y menoscabada la habitación de estas costas o llanos, que de treinta partes deben de haber acabado las veintinueve: lo que dura de indios, creen muchos se acabará antes de mucho. Atribuyen esto diversos a diversas causas, unos a demasiado trabajo que han dado a los indios, otros al diverso modo de mantenimientos y bebidas que usan, después que participan. del uso de españoles; otros, al demasiado vicio que en beber y en otros abusos tienen. Y yo, para mí, creo que este desorden es la mayor causa de su disminución, y el disputarlo no es para agora.
En esta tierra baja que digo, que generalmente es malsana y poco apta para la habitación humana, hay excepción de algunas partes que son templadas y fértiles, como es gran parte de los llanos del Perú, donde hay valles frescos y abundantes. Sustenta por la mayor parte la habitación de la costa el comercio por mar con España, del cual pende todo el estado de las Indias. Están pobladas en la costa algunas ciudades, como en el Perú, Lima y Trujillo; Panamá y Cartagena, en Tierra Firme; Santo Domingo, y Puerto Rico y La Habana, en las islas, y muchos pueblos menores, como la Veracruz, en la Nueva España; Ica y Arica, y otros en el Perú; y comúnmente los puertos (aunque poca) tienen alguna población. La segunda manera de tierra es por otro extremo muy alta y, por el consiguiente, fría y seca, como lo son las sierras comúnmente. Esta tierra no es fértil, ni apacible, pero es sana, y así es muy habitada; tiene pastos y, con ellos, mucho ganado, que es gran parte del sustento de la vida humana; con esto suplen la falta de sementeras, rescatando y trajinando. Lo que hace estas tierras ser habitadas, y algunas muy pobladas, es la riqueza de minas que se halla en ellas, porque a la plata y al oro obedece todo. En éstas, por ocasión de las minas, hay algunas poblaciones de españoles y de indios muy crecidas, como es Potosí y Guancavelica, en el Perú; los Zacatecas, en Nueva España. De indios hay por todas las serranías grande habitación, y hoy día se sustentan y aún quieren decir que van en crecimiento los indios, salvo que la labor de minas gasta muchos, y algunas enfermedades generales han consumido gran parte, como el cocoliste en la Nueva España: pero, en efecto, de parte de su vivienda no se ve que vayan en disminución.
En este extremo de tierra alta, fría y seca hay los dos beneficios que he dicho de pastos y minas, que recompensan bien otros dos que tienen las tierras bajas de costa, que es el beneficio de la contratación de mar y la fertilidad de vino, que no se da sino en estas tierras muy calientes. Entre estos dos extremos hay la tierra de mediana altura, que, aunque una más o menos que otra, no llega, ni al calor de la costa, ni al destemple de puras sierras. En esta manera de tierra se dan sementeras bien de trigo, cebada y maíz, las cuales no se dan en tierras muy altas, aunque sí en bajas. Tienen también abundancia de pastos, ganados; frutas y arboledas, se dan asaz y las verduras. Para la salud y para el contento es la mejor habitación, y así lo más que está poblado en Indias es de esta cualidad. Yo lo he considerado con alguna atención en diversos caminos y discursos que he hecho, y hallado por buena cuenta, que las provincias y partes más pobladas y mejores de Indias son de este jaez. En la Nueva España (que sin duda es de lo mejor que rodea el sol) mírese que, por doquiera que se entre, tras la costa luego se va subiendo, subiendo, y aunque de la suma subida se torna a declinar después, es poco, y queda la tierra mucho más alta que está la costa. Así está todo el contorno de Méjico, y lo que mira el volcán, que es la mejor tierra de Indias. Así en el Perú, Arequipa y Guamanga y el Cuzco, aunque un algo más y otra algo menos; pero, en fin, toda es tierra alta y que de ella se baja a valles hondos y se sube a sierras altas, y lo mismo me dicen de Quito y de Santa Fe y de lo mejor del Nuevo Reino.
Finalmente, tengo por gran acuerdo del Hacedor proveer que cuasi la mayor parte de esta sierra de Indias fuese alta, porque fuese templada, pues siendo baja fuera muy cálida debajo de la zona tórrida, mayormente distando de la mar. Tiene también cuasi canta tierra yo he visto en Indias vecindad de sierras altas por un cabo o por otro, y algunas veces por todas partes. Tanto es esto, que muchas veces dejé allá que deseaba verme en parte donde todo el horizonte se terminase con el cielo y tierra tendida, como en España en mil campos se ve; pero jamás me acuerdo haber visto en Indias tal vista, ni en islas, ni en tierra firme, aunque anduve más de setecientas leguas en largo. Mas, como digo, para la habitación de aquella región fué muy conveniente la vecindad de los montes y sierras para templar el calor del sol. Y así, todo lo más habitado de Indias es del modo que está dicho, y, en general toda ella es tierra de mucha hierba y pastos y arboleda, al contrario de lo que Aristóteles y los antiguos pensaron. De suerte que, cuando van de Europa a Indias, se maravillan de ver tierra tan amena y tan verde y tan llena de frescura, aunque tiene algunas excepciones esta regla, y la principal es de la tierra del Perú, que es extraña entre todas, de la cual diremos agora.
Capítulo XX
De las propiedades de la tierra del Perú
Por Perú entendemos no toda aquella gran parte del mundo que intitulan la América, pues en ésta se comprende el Brasil y el reino de Chile y el de Granada, y nada de esto es Perú, sino solamente aquella parte que cae a la banda del sur y comienza del reino de Quito, que está debajo de la línea, y corre en largo hasta el reino de Chile, que sale de los trópicos, que serán seiscientas leguas en largo, y en el ancho no más de hasta lo que toman los Andes, que serán cincuenta leguas comúnmente, aunque en algunas partes, como hacia Chachapoyas, hay más.
Este pedazo de mundo, que se llama Perú, es de más notable consideración, por tener propiedades muy extrañas y ser cuasi excepción de la regla general de tierras de Indias. Porque lo primero toda su costa no tiene sino un viento, y ese no es el que suele correr debajo de la tórrida, sino su contrario, que es el sur y sudueste. Lo segundo, con ser de su naturaleza este viento el más tempestuoso y más pesado y enfermo de todos, es allí a maravilla suave, sano y regalado, tanto, que a él se debe la habitación de aquella costa, que sin él fuera inhabitable de caliente y congojosa. Lo tercero, en toda aquella costa nunca llueve, ni truena, ni graniza, ni nieva, que es cosa admirable. Lo cuarto, en muy poca distancia junto a la costa llueve y nieva y truena terriblemente. Lo quinto, corriendo dos cordilleras de montes al parejo, y en una misma altura de polo, en la una hay grandísima arboleda y llueve lo más del año y es muy cálida; la otra todo lo contrario, es toda pelada, muy fría y tiene el año repartido en invierno y verano, en lluvias y serenidad.
Para que todo esto se perciba mejor, hase de considerar que el Perú está dividido en tres como tiras largas y angostas, que son llanos, sierras y andes; los llanos son costa de la mar, la sierra es todo cuestas con algunos valles, los andes son montes espesísimos. Tienen los llanos de ancho como diez leguas, y en algunas partes menos; en otras algo más; la sierra tendrá veinte, los andes otras veinte, en partes más y en partes menos; corren lo largo de norte a sur, lo ancho de oriente a poniente. Es, pues, cosa maravillosa, que en tan poca distancia como son cincuenta leguas, distando igualmente de la línea y polo, haya tan grande diversidad, que en la una parte cuasi siempre llueve, en la otra parte cuasi nunca llueve y en la otra un tiempo llueve y otro no llueve.
En la costa o llanos nunca llueve, aunque a veces cae una agua menudilla, que ellos llaman garúa y en Castilla mollina, y ésta a veces llega a unos goteroncillos de agua que cae; pero, en efecto, no hay tejados ni agua que obligue a ellos. Los tejados son una estera con un poco de tierra encima, y eso les basta. En los Andes cuasi todo el año llueve, aunque un tiempo hay más serenidad que otro. En la sierra que cae en medio de estos extremos llueve a los mismos tiempos que en España, que es desde septiembre a abril. Y esotro tiempo está sereno, que es cuando más desviado anda el sol, y lo contrario cuando más cercano, de lo cual se trató asaz en el libro pasado.
Lo que llaman andes y lo que llaman sierra son dos cordilleras de montes altísimos, y deben de correr más de mil leguas la una a vista de la otra, cuasi como paralelas. En la sierra se crían cuasi innumerables manadas de vicuñas, que son aquéllas como cabras monteses tan ligeras. Críanse también los que llaman guanacos y pacos, que son los carneros, y juntamente los jumentos de aquella tierra, de que se tratará a su tiempo. En los Andes se crían monos y micos muchos y muy graciosos, y papagayos en cuantidad. Dase la hierba o árbol que llaman coca, que tan estimada es de los indios y tanto dinero vale su trato. Lo que llaman sierra, en partes donde se abre, hace valles, que son la mejor habitación del Perú, como el de Jauja, el de Andaguaylas, el de Yucay. En estos valles se da maíz y trigo y frutas, en unas más y en otras menos.
Pasada la ciudad del Cuzco (que era antiguamente la corte de los señores de aquellos reinos), las dos cordilleras que he dicho se apartan más una de otra y dejan en medio una campaña grande o llanadas, que llaman la provincia del Collao. En éstas hay cuantidad de ríos y la gran laguna Titicaca, y tierras grandes y pastos copiosos; pero, aunque es tierra llana, tiene la misma altura y destemplanza de sierra. Tampoco cría arboleda, ni leña, pero suplen la falta de pan con unas raíces que siembran, que llaman papas, las cuales debajo de la tierra se dan, y éstas son comida de los indios, y secándolas y curándolas hacen de ellas lo que llaman chuño, que es el pan y sustento de aquella tierra. También se dan algunas otras raíces y hierbezuelas, que comen. Es tierra sana y la más poblada de Indias y la más rica, por el abundancia de ganados que se crían bien, así de los de Europa, ovejas, vacas, cabras, como de los de la tierra, que llaman guanacos y pacos; hay caza de perdices harta. Tras la provincia de Collao viene la de los Charcas, donde hay valles calientes y de grandísima fertilidad, y hay cerros asperísimos y de gran riqueza de minas, que en ninguna parte del mundo las hay, ni ha habido mayores ni tales.
Capítulo XXI
De las causas que dan de no llover en los llanos
Como es cosa tan extraordinaria que haya tierra donde jamás llueve ni truena, naturalmente apetecen los hombres saber la causa de tal novedad. El discurso que hacen algunos que lo han considerado con atención es que por falta de materia no se levantan en aquella costa vahos gruesos y suficientes para engendrar lluvia, sino sólo delgados, que bastan a hacer aquella niebla y garúa. Como vemos que en Europa muchos días por la mañana se levantan vahos, que no paran en lluvia, sino sólo en nieblas, lo cual proviene de la materia por no ser gruesa y suficiente para volverse en lluvia. Y que en la costa del Perú sea eso perpetuo, como en Europa algunas veces, dicen ser la causa que toda aquella región es sequísima y inepta para vapores gruesos.
La sequedad bien se ve por los arenales inmensos que tiene y porque ni fuentes ni pozos no se hallan si no es en grandísima profundidad de quince y más estados, y aun esos han de ser cercanos a ríos, de cuya agua trascolada se hallan pozos, tanto que, por experiencia, se ha visto que, quitando el río de su madre y echándole por otra, se han secado los pozos, hasta que volvió el río a su corriente. De parte de la causa material para no llover dan ésta. De parte de la eficiente dan otra, no de menos consideración, y es que la altura excesiva de la sierra que corre por toda la costa abriga aquellos llanos, de suerte que no deja soplar viento de parte de tierra si no es tan alto que excede aquellas cumbres tan levantadas, y así no corre más del viento de mar, el cual, no teniendo contrario, no aprieta ni exprime los vapores que se levantan para que hagan lluvia. De manera que el abrigo de la sierra estorba el condensarse los vapores y hace que todos se vayan en nieblas esparcidas.
Con este discurso vienen algunas experiencias, como es llover en algunos collados de la costa que están algo menos abrigados, como son los cerros de Ático y Arequipa. Ítem, haber algunos años que han corrido nortes o brisas por todo el espacio que alcanzaron, como acaeció el año de setenta y ocho en los llanos de Trujillo, donde llovió muchísimo, cosa que no habían visto muchos siglos había. Ítem, en la misma costa llueve donde alcanzan de ordinario brisas o nortes, como en Guayaquil, y en donde se alza mucho la tierra y se desvía del abrigo de los cerros, como pasado Arica. De esta manera discurren algunos. Podrá discurrir cada uno como mejor le pareciere. Esto es cierto que, bajando de la sierra a los llanos, se suelen ver dos como cielos, uno claro y sereno en lo alto, otro oscuro y como un velo pardo tendido debajo, que cubre toda la costa.
Mas, aunque no llueve, aquella neblina es a maravilla provechosa para producir hierba la tierra y para que las sementeras tengan sazón; porque, aunque tengan agua de pie cuanta quieran sacada de las acequias, no sé qué virtud se tiene la humedad del cielo, que faltando aquella garúa hay gran falta en las sementeras. Y lo que es más de admirar, que los arenales secos y estériles con la garúa o niebla se visten de hierba y flores, que es cosa deleitosísima de mirar y de gran utilidad para los pastos de los ganados, que engordan con aquella hierba a placer, como se ve en la sierra que llaman del Arena, cerca de la ciudad de los Reyes.
Capítulo XXII
De la propiedad de Nueva España y islas y las demás tierras
En pastos excede la Nueva España, y así hay innumerables crías de caballos, vacas, ovejas y de lo demás. También es muy abundante de frutas y no menos de sementeras de todo grano; en efecto, es la tierra más proveída y abastada de Indias. En una cosa, empero, le hace gran ventaja el Perú, que es el vino, porque en el Perú se da mucho y bueno, y cada día va creciendo la labor de viñas que se dan en valles muy calientes, donde hay regadío de acequias. En la Nueva España, aunque hay uvas, no llegan a aquella sazón que se requiere para hacer vino; la causa es llover allá por julio y agosto, que es cuando la uva madura, y así no llega a madurar lo que es menester. Y si con mucha diligencia se quisiese hacer vino, sería como lo del Genovesado y de Lombardía, que es muy flaco y tiene mucha aspereza en el gusto, que no parece hecho de uvas.
Las islas que llaman de Barlovento, que es la Española, Cuba y Puerto Rico, y otras por allí, tienen grandísima verdura y pastos, y ganados mayores en grande abundancia. Hay cosa innumerable de vacas y puercos hechos silvestres. La granjería de estas islas es ingenios de azúcar y corambre; tienen mucha cañafístola y jengibre, que ver lo que en una flota viene de esto, parece cosa increíble que en toda Europa se puede gastar tanto. Traen también madera de excelentes cualidades y vista, como ébano y otras, para edificios y para labor. Hay mucho de aquel palo que llaman santo, que es para curar el mal de bubas. Todas estas islas y las que están por aquel paraje, que son innumerables, tienen hermosísima y fresquísima vista, porque todo el año están vestidas de hierba y llenas de arboledas, que no saben que es otoño ni invierno, por la continuada humedad con el calor de la tórrida.
Con ser infinita tierra, tiene poca habitación, porque de suyo cría grandes y espesos arcabucos (que así llaman allá los bosques espesos), y en los llanos hay muchas ciénagas y pantanos. Otra razón principal de su poca habitación es haber permanecido pocos de los indios naturales, por la inconsideración y desorden de los primeros conquistadores y pobladores. Sírvense en gran parte de negros; pero éstos cuestan caros y no son buenos para cultivar la tierra. No llevan pan ni vino estas islas, porque la demasiada fertilidad y vicio de la tierra no lo deja granar, sino todo lo echa en hierba y sale muy desigual. Tampoco se dan olivos, a lo menos no llevan olivas, sino mucha hoja y frescor de vista, y no llega a fruto. El pan que usan es cazavi, de que diremos en su lugar. Los ríos de estas islas tienen oro, que algunos sacan; pero es poco, por falta de naturales que lo beneficien. En estas islas estuve menos de un año, y la relación que tengo de la tierra firme de Indias donde no he estado, como es la Florida y Nicaragua y Guatimala y otras, es cuasi de estas condiciones que he dicho. En las cuales, las cosas más particulares de naturaleza que hay no las pongo por no tener entera noticia de ellas.
La tierra que más se parece a España y a las demás regiones de Europa en todas las Indias occidentales es el reino de Chile, el cual sale de la regla de esotras tierras, por ser fuera de la tórrida y trópico de Capricornio su asiento. Es tierra de suyo fértil y fresca; lleva todo género de frutos de España, dase vino y pan en abundancia, es copiosa de pastos y ganados, el temple sano y templado entre calor y frío, hay verano e invierno perfectamente, tiene copia de oro muy fino. Con todo esto, está pobre y mal poblada por la continua guerra que los araucanos y sus aliados hacen, porque son indios robustos y amigos de su libertad.
Capítulo XXIII
De la tierra que se ignora y de la diversidad de un día entero entre orientales y occidentales
Hay grandes conjeturas que en la zona templada que está al polo antártico hay tierras prósperas y grandes, mas hasta hoy día no están descubiertas, ni se sabe de otra tierra en aquella zona, si no es la de Chile y algún pedazo de la que corre de Etiopía al cabo de Buena Esperanza, como en el primer libro se dijo. En las otras dos zonas polares tampoco se sabe si hay habitación, ni sí llegan allá por la banda del polo antártico o sur. La tierra que cae pasado el estrecho de Magallanes, porque lo más alto que se ha conocido de ella es en cincuenta y seis grados, como está arriba dicho. Tampoco se sabe por la banda del polo ártico o norte a dónde llega la tierra que corre sobre el cabo Mendocino y Californias. Ni el fin y término de la Florida, ni qué tanto se extiende al occidente. Poco ha que se ha descubierto gran tierra, que llaman el Nuevo Méjico, donde dicen hay mucha gente y hablan la lengua mejicana.
Las Filipinas y islas consecuentes, según personas pláticas de ellas refieren, corren más de novecientas leguas. Pues tratar de la China y Cochinchina y Sian, y las demás provincias que tocan a la India oriental, es cosa infinita y ajena de mi intención, que es sólo de las Indias occidentales. En la misma América, cuyos términos por todas partes se saben, no se sabe la mayor parte de ella, que es lo que cae entre el Perú y Brasil; y hay diversas opiniones de unos que dicen que toda es tierra anegadiza, llena de lagunas y pantanos, y de otros que afirman haber allí grandes y floridos reinos, y fabrican allí el Paytiti, y el Dorado, y los Césares, y dicen haber cosas maravillosas.
A uno de nuestra Compañía, persona fidedigna, oí yo que él había visto grandes poblaciones, y caminos tan abiertos y trillados como de Salamanca a Valladolid; y esto fué cuando se hizo la entrada o descubrimiento por el gran río de las Amazonas o Marañón por Pedro de Orsúa, y después otros que le sucedieron; y creyendo que el Dorado que buscaban estaba adelante, no quisieron poblar allí; y después se quedaron sin el Dorado (que nunca hallaron), y sin aquella gran provincia que dejaron. En efecto, es cosa hasta hoy oculta la habitación de la América, exceptos los extremos, que son el Perú y Brasil, y donde viene a angostarse la tierra, que es el río de la Plata, y después Tucumán, dando vuelta a Chile y a los Charcas. Ahora últimamente, por cartas de los nuestros que andan en Santa Cruz de la Sierra, se tiene por relación fresca que se van descubriendo grandes provincias y poblaciones en aquellas partes que caen entre el Perú y Brasil.
Esto descubrirá el tiempo, que según es la diligencia y osadía de rodear el mundo por una y otra parte, podemos bien creer que, como se ha descubierto lo de hasta aquí, se descubrirá lo que resta, para que el Santo Evangelio sea anunciado en el universo mundo, pues se han ya topado por oriente y poniente, haciendo círculo perfecto del universo, las dos coronas de Portugal y Castilla, hasta juntar sus descubrimientos, que cierto es cosa de consideración que por el oriente hayan los unos llegado hasta la China y Japón, y por el poniente los otros a las Filipinas, que están vecinas, y cuasi pegadas con la China. Porque de la isla de Luzón, que es la principal de las Filipinas, en donde está la ciudad de Manila, hasta Macán, que es la isla de Cantón, no hay sino ochenta o cien leguas de mar en medio.
Y es cosa maravillosa que, con haber tan poca distancia, traen un día entero de diferencia en su cuenta: de suerte que en Macán es domingo al mismo tiempo que en Manila es sábado; y así en lo demás, siempre los de Macán y la China llevan un día delantero, y los de las Filipinas le llevan atrasado. Acaeció al Padre Alonso Sánchez (de quien arriba se ha hecho mención), que yendo de las Filipinas llegó a Macán en dos de mayo, según su cuenta; y queriendo rezar de San Atanasio, halló que se celebraba la fiesta de la invención de la Cruz, porque contaban allí tres de mayo. Lo mismo le sucedió otra vez que hicieron viaje allá. A algunos ha maravillado esta variedad, y les parece que es yerro de los unos o de los otros; y no lo es, sino cuenta verdadera y bien observada. Porque según los diferentes caminos por donde han sido los unos y los otros, es forzoso cuando se encuentran tener un día de diferencia. La razón de esto es, porque los que navegan de occidente a oriente van siempre ganando día, porque el sol les va saliendo más presto; los que navegan de oriente a poniente, al revés, van siempre perdiendo día o atrasándose, porque el sol les va saliendo más tarde, y según lo que más se van llegando a oriente o a poniente, así es tener el día más temprano o más tarde.
En el Perú, que es occidental respecto de España, van más de seis horas traseros, de modo que cuando en España es medio día, amanece en el Perú; y cuando amanece acá, es allá media noche. La prueba de esto he yo hecho palpable, por computación de eclipses del sol y de la luna. Agora, pues, los portugueses han hecho su navegación de poniente a oriente, los castellanos de oriente a poniente; cuando se han venido a juntar (que es en las Filipinas y Macán), los unos han ganado doce horas de delantera, los otros han perdido otras tantas; y así a un mismo punto y a un mismo tiempo hallan la diferencia de veinte y cuatro horas, que es día entero; y por eso forzoso los unos están en tres de mayo, cuando los otros cuentan a dos; y los unos ayunan sábado santo, y los otros comen carne en día de Resurrección.
Y si fingiésemos que pasasen adelante, cercando otra vez al mundo, y llevando su cuenta, cuando se tornasen a juntar, se llevarían dos días de diferencia en su cuenta. Porque, como he dicho, los que van al nacimiento del sol, van contando el día más temprano, como les va saliendo más presto; y los que van al ocaso, al revés, van contando el día más tarde, como les va saliendo más tarde. Finalmente, la diversidad de los meridianos hace la diversa cuenta de los días, y como los que van navegando a oriente o poniente van mudando meridianos sin sentirlo, y por otra parte van prosiguiendo en la misma cuenta en que se hallan cuando salen, es necesario que cuando hayan dado vuelta entera al mundo, se hallen con yerro de un día entero.
Capítulo XXIV
De los volcanes o bocas de fuego
Aunque en otras partes se hallan bocas de fuego, como el monte Etna y el Vesubio, que ahora llaman el monte de Soma, en Indias es cosa muy notable lo que se halla de esto. Son los volcanes de ordinario cerros muy altos, que se señalan entre las cumbres de los otros montes. Tienen en lo alto una llanura, y en medio una hoya o boca grande, que baja hasta el profundo, que es cosa temerosa mirarlos. De estas bocas hechan humo y algunas veces fuego. Algunos hay que es muy poco el humo que echan, y cuasi no tienen más de la forma de volcanes, como es el de Arequipa, que es de inmensa altura, y cuasi todo de arena, en cuya subida gastan dos días; pero no han hallado cosa notable de fuego, sino rastros de los sacrificios que allí hacían indios en tiempo de su gentilidad, y algún poco de humo alguna vez.
El volcán de Méjico, que está cerca de la Puebla de los Angeles, es también de admirable altura, que sube de treinta leguas al derredor. Sale de este volcán no continuamente, sino a tiempos, cuasi cada día un gran golpe de humo, y sale derecho en alto como una vira; después se va haciendo como un pluma de muy grande, hasta que cesa del todo, y luego se convierte en una como nube negra. Lo más ordinario es salir por la mañana salido el sol, y a la noche cuando se pone, aunque también lo he visto a otras horas. Sale a vueltas del humo también mucha ceniza: fuego no se ha visto salir hasta agora; hay recelo que salga, y abrase la tierra, que es la mejor de aquel reino, la que tiene en su contorno. Tienen por averiguado que de este volcán y de la sierra de Tlaxcala, que está vecina, se hace cierta correspondencia, por donde son tantos los truenos y relámpagos, y aun rayos, que de ordinario se sienten por allí. A este volcán han subido y entrado en él españoles y sacado alcrebite o piedra azufre para hacer pólvora. Cortés cuenta la diligencia que él hizo para descubrir lo que allí había.
Los volcanes de Guatimala son más famosos, así por su grandeza, que los navegantes de la mar del sur descubren de muy lejos, como por la braveza de fuego que echan de sí. En veinte y tres de diciembre del año de ochenta y seis pasado sucedió caer cuasi toda la ciudad de Guatimala de un temblor, y morir algunas personas. Había ya seis meses que de noche ni de día no cesó el volcán de echar de sí por lo alto, y como vomitar un río de fuego, cuya materia, cayendo por las faldas del volcán, se convertía en ceniza y cantería quemada. Excede el juicio humano cómo pudiese sacar de su centro tanta materia como por todos aquellos meses lanzaba de sí. Este volcán no solía echar sino humo, y eso no siempre; y algunas veces también hacía algunas llamaradas. Tuve yo esta relación, estando en Méjico, por una carta de un secretario del Audiencia de Guatimala, fidedigna, y aun entonces no había cesado el echar el fuego que se ha dicho de aquel volcán.
En Quito los años pasados, hallándome en la ciudad de los Reyes, el volcán que tiene vecino echó de sí tanta ceniza, que por muchas leguas llovió ceniza tanta, que escureció del todo el día; y en Quito cayó de modo, que no era posible andar por las calles. Otros volcanes han visto que no echan llama, ni humo, ni ceniza, sino allá en lo profundo están ardiendo en vivo fuego sin parar. De éstos era aquél, que en nuestro tiempo un clérigo cudicioso se persuadió, que era masa de oro la que ardía, concluyendo que no podía ser otra materia, ni metal, cosa que tantos años ardía sin gastarse jamás; y con esta persuasión hizo ciertos calderos y cadenas, con no sé qué ingenio, para coger y sacar oro de aquel pozo; más hizo burla de él el fuego, porque no había bien llegado la cadena de hierro y el caldero cuando luego se deshacía y cortaba como si fuera estopa. Todavía me dijeron que porfiaba el sobredicho, y que andaba dando otras trazas cómo sacar el oro que imaginaba.
Capítulo XXV
Qué sea la causa de durar tanto tiempo el fuego y humo de estos volcanes
No hay para qué referir más número de volcanes, pues de los dichos se puede entender lo que en esto pasa. Pero es cosa digna de disputar qué sea la causa de durar el fuego y humo de estos volcanes, porque parece cosa prodigiosa, y que excede el curso natural, sacar de su estómago tanta cosa como vomitan. ¿Dónde está aquella materia, o quién se le da, o cómo se hace?
Tienen algunos por opinión que los volcanes van gastando la materia interior que ya tienen de su composición, y así creen que ternán naturalmente fin en habiendo consumido la leña, digamos, que tienen. En consecuencia de esta opinión se muestran hoy día algunos cerros, de donde se saca piedra quemada y muy liviana; pero muy recia y muy excelente para edificios, como es la que en Méjico se trae para algunas fábricas. Y, en efecto, parece ser lo que dicen, que aquellos cerros tuvieron fuego natural un tiempo, y que se acabó, acabada la materia que pudo gastar, y así dejó aquellas piedras pasadas de fuego. Yo no contradigo a esto, cuanto a pensar que haya habido allí fuego, y en su modo sido volcanes aquellos en algún tiempo. Mas háceseme cosa dura creer que en todos los volcanes pasa así, viendo que la materia que de sí echan es cuasi infinita, y que no puede caber allá en sus entrañas junta. Y demás de eso hay volcanes que en centenares y aún millares de años se están siempre de un ser, y, con el mismo continente lanzan de sí humo, fuego y ceniza.
Plinio, el historiador natural (según refiere el otro Plinio, su sobrino), por especular este secreto, y ver cómo pasaba el negocio, llegándose a la conversación de el fuego de un volcán de estos, murió, y fué a acabar de averiguarlo allá. Yo, de más afuera mirándolo, digo que tengo para mí, que como hay en la tierra lugares que tienen virtud de atraer a sí materia vaporosa, y convertirla en agua, y esas son fuentes que siempre manan, y siempre tienen de qué manar, porque atraen así la materia de el agua; así también hay lugares que tienen propiedad de atraer a si exhalaciones secas y cálidas, y esas convierten en fuego y en humo, y con la fuerza de ellas lanzan también otra materia gruesa que se resuelve en ceniza, o en piedra pómez, o semejante. Y que esto sea así, es indicio bastante al ser a tiempos el echar el humo, y no siempre, y a tiempos fuego, y no siempre. Porque es, según lo que ha podido atraer y digerir; y como las fuentes en tiempo de invierno abundan, y en verano se acortan, y aun algunas cesan del todo, según la virtud y eficacia que tienen, y según la materia se ofrece, así los volcanes en el echar más o menos fuego a diversos tiempos.
Lo que otros platican que es fuego del infierno, y que sale de allá, para considerar por allí lo de la otra vida puede servir; pero si el infierno está, como platican los teólogos, en el centro, y la tierra tiene de diámetro más de dos mil leguas, no se puede bien asentar que salga de el centro aquel fuego. Cuanto más que el fuego del infierno, según San Basilio136 y otros santos enseñan, es muy diferente de este que vemos, porque no tiene luz y abrasa incomparablemente más que este nuestro. Así que concluyo con parecerme lo que tengo dicho más razonable.
Capítulo XXVI
De los temblores de tierra
Algunos han pensando que de estos volcanes que hay en Indias procedan los temblores de tierra que por allá son harto frecuentes. Mas porque los hay en partes también que no tienen vecindad con volcanes, no puede ser esa toda la causa.
Bien es verdad que en cierta forma tiene lo uno con lo otro mucha semejanza, porque las exhalaciones cálidas que se engendran en las íntimas concavidades de la tierra parece que son la principal materia del fuego de los volcanes, con las cuales se encienden también otra materia más gruesa y hace aquellas apariencias de humos y llamas que salen; y las mismas exhalaciones, no hallando debajo de la tierra salida fácil, mueven la tierra con aquella violencia para salir, de donde se causa el ruido horrible que suena debajo de la tierra, y el movimiento de la misma tierra agitada de la exhalación encendida, así como la pólvora tocándola el fuego rompe peñas y muros en las minas, y como la castaña puesta al fuego salta, y se rompe, y da estallido, en concibiendo el aire, que está dentro de su cáscara, el vigor del fuego.
Lo más ordinario de estos temblores o terremotos suele ser en tierras marítimas que tienen agua vecina. Y así se ve en Europa y en Indias que los pueblos muy apartados de mar y aguas sienten menos de este trabajo, y los que son puertos, o playas, o costa, o tienen vecindad con eso, padecen más esta calamidad. En el Perú ha sido cosa maravillosa y mucho de notar que desde Chile a Quito, que son más de quinientas leguas, han ido los terremotos por su orden corriendo, digo los grandes y famosos que otros menores han sido ordinarios. En la costa de Chile, no me acuerdo qué año, hubo uno terribilísimo que trastornó montes enteros, y cerró con ellos la corriente a los ríos, y los hizo lagunas, y derribó pueblos, y mató cuantidad de hombres, y hizo salir la mar de sí por algunas leguas, dejando en seco los navíos muy lejos de su puesto, y otras cosas semejantes de mucho espanto. Y si bien me acuerdo, dijeron había corrido trescientas leguas por la costa el movimiento que hizo aquel terremoto.
De ahí a pocos años el de ochenta y dos fué el temblor de Arequipa, que asoló cuasi aquella ciudad. Después, el año de ochenta y seis, a nueve de julio, fué el de la ciudad de los Reyes, que, según escribió el Virrey, había corrido en largo por la costa ciento y setenta leguas, y en ancho la sierra adentro cincuenta leguas. En este temblor fué gran misericordia del Señor prevenir la gente con un ruido grande, que sintieron algún poco antes del temblor, y como están allí advertidos por la costumbre, luego se pusieron en cobro, saliéndose a las calles, o plazas, o huertas, finalmente, a lo descubierto. Y así, aunque arruinó mucho aquella ciudad, y los principales edificios de ella los derribó o maltrató mucho; pero de la gente sólo refieren haber muerto hasta catorce o veinte personas. Hizo también entonces la mar el mismo movimiento que había hecho en Chile, que fué poco después de pasado el temblor de tierra salir ella muy brava de sus playas y entrar la tierra adentro cuasi dos leguas, porque subió más de catorce brazas, y cubrió toda aquella playa, nadando en el agua que dije las vigas y madera que allí había.
Después, el año siguiente, hubo otro temblor semejante en el reino y ciudad de Quito, que parece han ido sucediendo por su orden en aquella costa todos estos terremotos notables. Y, en efecto, es sujeta a este trabajo, porque ya que no tienen en los llanos del Perú la persecución del cielo de truenos y rayos, no les falte de la tierra que temer, y así todos tengan a vista alguaciles de la divina justicia, para temer a Dios, pues, como dice la Escritura:137 Fecit haec, ut timeatur.
Volviendo a la proposición, digo que son más sujetas a estos temblores las tierras marítimas; y la causa a mi parecer es que con el agua se tapan y obstruyen los agujeros y aperturas de la tierra por donde había de exhalar y despedir las exhalaciones cálidas, que se engendran. Y también la humedad condensa la superficie de la tierra, y hace que se encierren y reconcentren más allá dentro los humos calientes, que vienen a romper encendiéndose. Algunos han observado que, tras años muy secos viniendo tiempos lluviosos, suelen moverse tales temblores de tierra, y es por la misma razón, a la cual ayuda la experiencia, que dicen de haber menos temblores donde hay muchos pozos. A la ciudad de Méjico tienen por opinión que le es causa de algunos temblores que tiene, aunque no grandes, la laguna en que está. Aunque también es verdad que ciudades y tierras muy mediterráneas y apartadas de mar sienten a veces grandes daños de terremotos, como en Indias la ciudad de Chachapoyas, y en Italia la de Ferrara, aunque ésta, por la vecindad del río, y no mucha distancia del mar Adriático, antes parece se debe contar con las marítimas para el caso de que se trata.
En Chuquiabo, que por otro nombre se dice la Paz, ciudad del Perú, sucedió un caso en esta materia raro el año de ochenta y uno, y fué caer de repente un pedazo grandísimo de una altísima barranca cerca de un pueblo llamado Angoango, donde había indios hechiceros e idólatras. Tomó gran parte de este pueblo y mató cantidad de los dichos indios; y lo que apenas parece creíble; pero afírmanlo personas fidedignas, corrió la tierra, que se derribó continuadamente legua y media, como si fuera agua o cera derretida, de modo que tapó una laguna, y quedó aquella tierra tendida por toda esta distancia.
Capítulo XXVII
Cómo se abrazan la tierra y la mar
Acabaré con este elemento juntándolo con el precedente del agua, cuyo orden y trabazón entre sí es admirable. Tienen estos dos elementos partida entre sí una misma esfera, y abrázanse en mil maneras. En unas partes combate el agua a la tierra furiosamente como enemiga; en otras la ciñe mansamente. Hay donde la mar se entra por la tierra adentro mucho camino, como a visitarla; hay donde se paga la tierra con echar a la mar unas puntas que llega a sus entrañas. En partes se acaba el un elemento, y comienza el otro muy poco a poco, dando lugar uno a otro. En partes cada uno de ellos tiene al juntarse su profundo inmenso, porque se hallan islas en la mar del sur, y otras en la del norte, que llegando los navíos junto a ellas, aunque echan la sonda, en setenta y ochenta brazas no hallan fondo.
De donde se ve que son como unos espigones o puntas de tierra, que suben del profundo, cosa que pone grande admiración. De esta suerte me dijo un piloto experto que eran las islas que llaman de Lobos, y otra al principio de la costa de Nueva España, que llaman de los Cocos. Y aun hay parte donde en medio del inmenso océano, sin verse tierra en muchas leguas al derredor, se ven dos como torres altísimas, o picos de viva peña, que salen en medio del mar, y junto a ellos no se halla tierra ni fondo. La forma que enteramente hace la tierra en Indias no se puede entender por no saberse las extremidades ni estar descubiertas hasta el día presente; pero así gruesamente podemos decir que es como de corazón con los pulmones, lo más ancho de este como corazón es del Brasil al Perú: la punta al estrecho de Magallanes: el alto donde remata es Tierra Firme, y de allí vuelve a ensanchar poco a poco hasta llegar a la grandeza de la Florida, y tierras superiores que no se saben bien.
Otras particularidades de estas tierras de Indias se pueden entender de Comentarios que han hecho españoles, de sus sucesos y descubrimientos, y entre éstos la peregrinación que yo escribí de un hermano de nuestra Compañía, que cierto es extraña, pueda dar mucha noticia. Con esto quedará dicho lo que ha parecido bastar al presente para dar alguna inteligencia de cosas de Indias, cuanto a los comunes elementos de que constan todas las regiones del mundo.
Libro cuarto
Capítulo I
De tres géneros de mixtos que se han de tratar en esta Historia
Habiendo tratado en el libro precedente de lo que toca a elementos y simples, lo que en materia de Indias nos ha ocurrido, en este presente trataremos de los compuestos y mixtos, cuanto al intento que llevamos, pareciere convenir. Y aunque hay otros muchos géneros, a tres reduciremos esta materia, que son metales, plantas y animales.
Los metales son como plantas encubiertas en las entrañas de la tierra, y tienen alguna semejanza en el modo de producirse, pues se ven también sus ramos, y como tronco de donde salen, que son las vetas mayores y menores que entre sí tienen notable trabazón y concierto, y en alguna manera parece que crecen los minerales al modo de plantas. No porque tengan verdadera vegetativa y vida interior, que esto es sólo de verdaderas plantas, sino porque de tal modo se producen en las entrañas de la tierra por virtud y eficacia del sol, y de los otros planetas, que por discurso de tiempo largo se van acrecentando, y cuasi propagando. Y así como los metales son como plantas ocultas de la tierra, así también podemos decir que las plantas son como animales fijos en un lugar, cuya vida se gobierna del alimento que la naturaleza les provee en su propio nacimiento. Mas los animales exceden a las plantas, que como tienen ser más perfecto, tienen necesidad de alimento también más perfecto; y para buscalle, les dió la naturaleza movimiento; y para conocelle y descubrille, sentido.
De suerte, que la tierra estéril y ruda es como materia y alimento de los metales; la tierra fértil y de más sazón es materia y alimento de plantas; las mismas plantas son alimento de animales; y las plantas y animales alimento de los hombres; sirviendo siempre la naturaleza inferior para sustento de la superior, y la menos perfecta subordinándose a la más perfecta. De donde se entiende cuán lejos está el oro, y la plata, y lo demás que los hombres ciegos de codicia estiman en tanto de ser fin digno del hombre, pues están tantos grados más abajo que el hombre; y sólo al Criador y universal Hacedor de todo está sujeto y ordenado el hombre, como a propio fin y descanso suyo, y todo lo demás no más de en cuanto le conduce y ayuda a conseguir este fin.
Quien con esta filosofía mira las cosas criadas, y discurre por ellas, puede sacar fruto de su conocimiento y consideración, sirviéndose de ellas para conocer y glorificar al autor de todas. Quien no pasa más adelante de entender sus propiedades y utilidades, o será curioso en el saber o codicioso en el adquirir, y al cabo le serán las criaturas lo que dice el Sabio,138 que son a los pies de los insipientes y necios; conviene a saber, lazo y red en que caen y se enredan.
Con el fin, pues, e intento dicho, para que el Criador sea glorificado en sus criaturas, pretendo decir en este libro algo de lo mucho que hay digno de historia en Indias cerca de los metales, plantas y animales que son más propiamente de aquellas partes. Y porque tratar esto exactamente sería obra muy grande, y que requiere mayor conocimiento que el mío, y mucha más desocupación de la que tengo, digo que solamente pienso tratar sucintamente algunas cosas que, por experiencia o por relación verdadera, he considerado cerca de las tres cosas que he propuesto, dejando para otros más curiosos y diligentes la averiguación más larga de estas materias.
Capítulo II
De la abundancia de metales que hay en las Indias occidentales
Los metales crió la sabiduría de Dios para medicina, y para defensa, y para ornato, y para instrumento de las operaciones de los hombres. De todas estas cuatro cosas se pueden fácilmente dar ejemplos; mas el principal fin de los metales es la última de ellas. Porque la vida humana no sólo ha menester sustentarse como la de los animales, sino también ha de obrar conforme a la capacidad y razón que le dió el Criador; y así como es su ingenio tan extendido a diversas artes y facultades, así también proveyó el mismo Autor que tuviese materia de diversos artificios para reparo, seguridad, ornato y abundancia de sus operaciones.
Siendo, pues, tanta la diversidad de metales que encerró el Criador en los armarios y sótanos de la tierra, de todos ellos tiene utilidad la vida humana. De unos se sirve para cura de enfermedades; de otros para armas y defensa contra sus enemigos; de otros para aderezo y gala de sus personas y habitaciones; de otros para vasijas, y herramientas, y varios instrumentos que inventa el arte humano. Pero sobre todos estos usos que son sencillos y naturales halló la comunicación de los hombres el uso del dinero, el cual, como dijo el filósofo,139 es medida de todas las cosas, y siendo una cosa sola en naturaleza, es todas en virtud porque el dinero es comida, vestido, casa, cabalgadura y cuanto los hombres han menester. Y así obedece todo al dinero, como dice el Sabio.140
Para esta invención, de hacer que una cosa fuese todas las cosas, guiados de natural instinto eligieron los hombres la cosa más durable y más tratable, que es el metal; y entre los metalos quisieron que aquellos tuviesen principado en esta invención de ser dinero, que por su naturaleza eran más durables o incorruptibles, que son la plata y el oro. Los cuales, no sólo entre los hebreos, asirios, griegos y romanos y otras naciones de Europa y Asia tuvieron estima, sino también entre las más remotas y bárbaras naciones del universo, como son los indios, así orientales como occidentales, donde el oro y plata fué tenida en precio y estima; y como tal usada en los templos y palacios, y ornato de reyes y nobles.
Porque aunque se han hallado algunos bárbaros que no conocían la plata ni el oro, como cuentan de los Floridos, que tomaban las talegas o sacos en que iba el dinero, y al mismo dinero le dejaban echado por ahí en la playa como a cosa inútil. Y Plinio refiere141 de los Babitacos, que aborrecían el oro, y por eso lo sepultaban donde nadie pudiese servirse de él; pero de estos Floridos, y de aquellos Babitacos ha habido y hay hoy día pocos; y de los que estiman, buscan y guardan el oro y la plata, hay muchos, sin que tengan necesidad de aprender esto de los que han ido de Europa. Verdad es que su codicia de ellos no llegó a tanto como la de los nuestros, ni idolatraron tanto con el oro y plata, aunque eran idólatras, como algunos malos cristianos, que han hecho por el oro y plata excesos tan grandes.
Mas es cosa de alta consideración que la sabiduría del eterno Señor quisiese enriquecer las tierras del mundo más apartadas y habitadas de gente menos política, y allí pusiese la mayor abundancia de minas que jamás hubo, para con esto convidar a los hombres a buscar aquellas tierras, y tenerlas, y de camino comunicar su religión y culto del verdadero Dios a los que no le conocían, cumpliéndose la profecía de Isaías,142 que la Iglesia había de extender sus términos, no sólo a la diestra, sino también a la siniestra, que es como San Agustín declara143 haberse de propagar el evangelio, no sólo por los que sinceramente y con caridad lo predicasen, sino también por los que por fines y medios temporales y humanos lo anunciasen. Por donde vemos que las tierras de Indias más copiosas de minas y riqueza han sido las más cultivadas en la religión cristiana en nuestros tiempos, aprovechándose el Señor para sus fines soberanos de nuestras pretensiones. Cerca de esto decía un hombre sabio que lo que hace un padre con una hija fea para casarla, que es darle mucha dote, eso había hecho Dios con aquella tierra tan trabajosa, de darle mucha riqueza de minas, para que con este medio hallase quien la quisiese.
Hay, pues, en las Indias occidentales gran copia de minas, y haylas de todos metales, de cobre, de hierro, de plomo, de estaño, de azogue, de plata, de oro. Y entre todas las partes de Indias los reinos del Perú son los que más abundan de metales, especialmente de plata y oro y azogue; y es en tanta manera, que cada día se descubren nuevas minas. Y según es la cualidad de la tierra, es cosa sin duda, que son sin comparación muchas más las que están por descubrir que las descubiertas, y aun parece que toda la tierra está como sembrada de estos metales más que ninguna otra que se sepa al presente en el mundo ni que en lo pasado se haya escrito.
Capítulo III
De la cualidad de la tierra donde se hallan metales; y que no se labran todos en Indias; y de cómo usaban los indios de los metales
La causa de haber tanta riqueza de metales en Indias, especialmente en las occidentales del Perú, es, como está dicho, la voluntad del Criador, que repartió sus dones como le plugo. Pero llegándonos a la razón y filosofía, es gran verdad lo que escribió Filón, hombre sabio,144 diciendo que el oro, plata y metales naturalmente nacían en las tierras más estériles e infructuosas.
Así vemos que tierras de buen tempero y fértiles de yerba y frutos, raras veces o nunca son de minas,145 contentándose la naturaleza con darles vigor para producir los frutos más necesarios al gobierno y vida de los animales y hombres. Al contrario, en tierras muy ásperas, secas y estériles, en sierras muy altas, en peñas muy agrias, en temples muy desabridos, allí es donde se hallan minas de plata y de azogue y lavaderos de oro; y toda cuanta riqueza ha venido a España, después que se descubrieron las Indias occidentales, ha sido sacada de semejantes lugares ásperos, trabajosos, desabridos y estériles; mas el gusto del dinero les hace suaves, y abundantes, y muy poblados.
Y aunque hay en Indias, como he dicho, vetas y minas de todos metales, pero no se labran sino solamente minas de plata y oro, y también de azogue, porque es necesario para sacar la plata y el oro. El hierro llevan de España y de la China. Cobre usaron labrar los indios, porque sus herramientas y armas no eran comúnmente de hierro, sino de cobre. Después que españoles tienen las Indias, poco se labran, ni siguen minas de cobre, aunque las hay muchas, porque buscan los metales más ricos, y en esos gastan su tiempo y trabajo; para esotros se sirven de lo que va de España, o de lo que a vueltas del beneficio de oro y plata resulta.
No se halla que los indios usasen oro, ni plata, ni metal para moneda, ni para precio de las cosas; usábanlo para ornato, como está dicho. Y así tenían en templos, palacios y sepulturas grande suma, y mil géneros de vasijas de oro y plata. Para contratar y comprar no tenían dinero, sino trocaban unas cosas con otras, como de los antiguos refiere Homero y cuenta Plinio.146 Había algunas cosas de más estima que corrían por precio en lugar de dinero; y hasta el día de hoy dura entre los indios esta costumbre. Como en las provincias de Méjico usan de cacao, que es una frutilla, en lugar de dinero, y con ella rescatan lo que quieren. En el Perú sirve de lo mismo la coca, que es una hoja que los indios precian mucho. Como en el Paraguay usan cuños de hierro por moneda, y en Santa Cruz de la Sierra algodón tejido. Finalmente, su modo de contratar de los indios, su comprar y vender fué cambiar y rescatar cosas por cosas; y con ser los mercados grandísimos y frecuentísimos, no les hizo falta el dinero, ni habían menester terceros, porque todos estaban muy diestros en saber cuánto de qué cosa era justo dar por tanto de otra cosa.
Después que entraron españoles, usaron también los indios el oro y plata para comprar, y a los principios no había moneda, sino la plata por peso era el precio, como de los romanos antiguos se cuenta.147 Después, por más comodidad, se labró moneda en Méjico y en el Perú; mas hasta hoy ningún dinero se gasta en Indias occidentales de cobre u otro metal, sino solamente plata u oro. Porque la riqueza y grosedad de aquella tierra no ha admitido la moneda que llaman de vellón, ni otros géneros de mezclas que usan en Italia y en otras provincias de Europa. Aunque es verdad que en algunas islas de Indias, como son Santo Domingo y Puerto Rico, usan de moneda de cobre, que son unos cuartos que en solas aquellas islas tienen valor porque hay poca plata; y oro, aunque hay mucho, no hay quien lo beneficie. Mas porque la riqueza de Indias y el uso de labrar minas consiste en oro y plata y azogue, de estos tres metales diré algo, dejando por agora los demás.
Capítulo IV
Del oro que se labra en Indias
El oro entre todos los metales fué siempre estimado por el más principal, y con razón, porque es el más durable o incorruptible, pues el fuego que consume, o disminuye a los demás, a éste antes le abona y perfecciona, y el oro que ha pasado por mucho fuego, queda de su color y es finísimo. El cual propiamente, según Plinio dice, se llama obrizo,148 de que tanta mención hace la Escritura. Y el uso que gasta todos los otros, como dice el mismo Plinio, al oro solo no le menoscaba cosa, ni le carcome, ni envejece, y con ser tan firme en su ser, se deja tanto doblar y adelgazar, que es cosa de maravilla. Los batihojas y tiradores saben bien la fuerza del oro en dejarse tanto adelgazar y doblar, sin quebrar jamás. Lo cual todo, con otras excelentes propiedades que tiene, bien considerado dará a los hombres espirituales ocasión de entender por qué en las divinas Letras149 la caridad se asemeja al oro. En lo demás, para que él se estime y busque, poca necesidad hay de contar sus excelencias, pues la mayor que tiene es estar entre los hombres ya conocido por el supremo poder y grandeza del mundo. Viniendo a nuestro propósito, hoy en Indias gran copia de este metal, y sábese de historias ciertas que los Ingas del Perú no se contentaron de tener vasijas mayores y menores de oro, jarros, y copas y tazas y frascos y cántaros y aun tinajas, sino que también tenían sillas y andas, o literas de oro macizo, y en sus templos colocaron diversas estatuas de oro macizo. En Méjico también hubo mucho de esto, aunque no tanto; y cuando los primeros conquistadores fueron al uno y otro reino, fueron inmensas las riquezas que hallaron, y muchas más sin comparación la que los indios ocultaron y hundieron. El haber usado de plata para herrar los caballos a falta de hierro y haber dado trescientos escudos de oro por una botija o cántaro de vino, con otros excesos tales, parecería fabuloso contarlo, y, en efecto, pasaron cosas mayores que éstas.
Sácase el oro en aquellas partes en tres maneras; yo, a lo menos, de estas tres maneras lo he visto. Porque se halla oro en pepita y oro en polvo y oro en piedra. Oro en pepita llaman unos pedazos de oro que se hallan así enteros y sin mezcla de otro metal, que no tienen necesidad de fundirse, ni beneficiarse por fuego; llámanlos pepitas, porque de ordinario son pedazos pequeños del tamaño de pepita de melón o de calabaza. Y esto es lo que dice Job:150 Glebae illius aurum, aunque acaece haberlos, y yo los he visto mucho mayores, y algunos han llegado a pesar muchas libras. Esta es grandeza de este metal sólo, según Plinio afirma,151 que se halla así hecho y perfecto, lo cual en los otros no acaece, que siempre tienen escoria y han menester fuego para apurarse. Aunque también he visto yo plata natural a modo de escarcha, y también hay las que llaman en Indias papas de plata, que acaece hallarse plata fina en pedazos, a modo de turmas de tierra; mas esto en la plata es raro y en el oro es cosa muy ordinaria. De este oro en pepitas es poco lo que se halla respecto de los demás.
El oro en piedra es una veta de oro que nace en la misma piedra o pedernal, y yo he visto de las minas de Zaruma, en la gobernación de Salinas, piedras bien grandes pasadas todas de oro, y otras ser la mitad oro y la mitad piedra. El oro de esta suerte se halla en pozos y en minas, que tienen sus vetas como las de plata, y son dificultosísimas de labrar. El modo de labrar el oro sacado de piedra, que usaron antiguamente los reyes de Egipto, escribe Agatárchides en el quinto libro de la historia del mar Eritreo, o Bermejo, según refiere Focio en su biblioteca, y es cosa de admiración cuán semejante es lo que allí refiere a lo que ahora se usa en el beneficio de estos metales de oro y plata. La mayor cantidad de oro que se saca en Indias es en polvo, que se halla en ríos o lugares por donde ha pasado mucha agua. Abundan los ríos de Indias de este género, como los antiguos celebraron el Tajo, de España, y el Pactolo, de Asia, y el Ganges, de la India oriental. Y lo que nosotros llamamos oro en polvo, llamaban ellos ramenta auri. Y también entonces era la mayor cantidad de oro lo que se hacía de estos ramentos o polvos de oro que se hallaban en ríos.
En nuestros tiempos, en las islas de Barlovento, Española y Cuba y Puerto Rico, hubo y hay gran copia en los ríos; más por la falta de naturales y por la dificultad de sacarlo, es poco lo que viene de ellas a España. En el reino de Chile y en el de Quito y en el nuevo reino de Granada hay mucha cantidad. El más celebrado es el oro de Carabaya, en el Perú, y el de Valdivia, en Chile, porque llega a toda la ley, que son veintitrés quilates y medio, y aun a veces pasa. También es celebrado el oro de Veragua por muy fino. De las Filipinas y China traen también mucho oro a Méjico, pero comúnmente es bajo y de poca ley.
Hállase el oro mezclado o con plata o con cobre. Plinio dice152 que ningún oro hay donde no haya algo de plata; mas el que tiene mezcla de plata comúnmente es de menos quilates que el que la tiene de cobre. Si tiene la quinta parte de plata, dice Plinio153 que se llama propiamente electro, y que tiene propiedad de resplandecer a la lumbre de fuego mucho más que la plata fina, ni el oro fino. El que es sobre cobre, de ordinario es oro más alto. El oro en polvo se beneficia en lavaderos, lavándolo mucho en el agua, hasta que el arena o barro se cae de las bateas o barreñas, y el oro, como de más peso, hace asiento abajo. Benefíciase también con azogue; también se apura con agua fuerte, porque el alumbre, de que ella se hace, tiene esa fuerza de apartar el oro de todo lo demás. Después de purificado, o fundido, hacen tejos o barretas para traerlo a España, porque oro en polvo no se puede sacar de Indias, pues no se puede quintar y marcar y quilatar hasta fundirse.
Solía España, según refiere el historiador sobredicho,154 abundar sobre todas las provincias del mundo de estos metales de oro y plata, especialmente Galicia y Lusitania, y, sobre todo, las Asturias, de donde refiere que se traían a Roma cada año veinte mil libras de oro, y que en ninguna otra tierra se hallaba tanta abundancia. Lo cual parece testificar el libro de los Macabeos, dende dice155 entre las mayores grandezas de los romanos, que hubieron a su poder los metales de plata y oro que hay en España. Ahora a España le viene este gran tesoro de Indias, ordenando la divina providencia que unos reinos sirvan a otros y comuniquen su riqueza y participen de su gobierno, para bien de los unos y de los otros, si usan debidamente de los bienes que tienen.
La suma de oro que se trae de Indias no se puede bien tasar; pero puédese bien afirmar que es harto mayor que la que refiere, Plinio haberse llevado de España a Roma cada año. En la flota que yo vine, el año de ochenta y siete, fué la relación de Tierra Firme doce cajones de oro, que por lo menos es cada cajón cuatro arrobas. Y de Nueva España, mil y ciento cincuenta y seis marcos de oro. Esto sólo para el rey, sin lo que vino para particulares registrado, y sin lo que vino por registrar, que suele ser mucho. Y esto baste para lo que toca al oro de Indias; de la plata diremos agora.
Capítulo V
De la plata de Indias
En el libro de Job156 leemos así: Tiene la plata ciertos principios y raíces de sus venas, y el oro tiene su cierto lugar, donde se cuaja. El hierro cavando se saca de la tierra, y la piedra deshecha con el calor se vuelve en cobre. Admirablemente con pocas palabras declara las propiedades de estos cuatro metales, plata, oro, hierro, cobre.
De los lugares donde se cuaja y engendra el oro algo se ha dicho, que son, o piedras en lo profundo de los montes y senos de la tierra, o arena de los ríos y lugares anegadizos, o cerros muy altos, de donde los polvos de oro se deslizan con el agua, como es más común opinión en Indias. De dende vienen muchos del vulgo a creer que del tiempo del diluvio sucedió hallarse en el agua el oro en partes tan extrañas como se halla. De las venas de la plata, o vetas, y de sus principios y raíces, que dice Job, trataremos agora, diciendo primero que la causa de tener el segundo lugar en los metales la plata, es por llegarse al oro mas que otro ninguno en el ser durable y padecer menos del fuego y dejarse más tratar y labrar, y aun hace ventaja al oro en relucir más y sonar más. También porque su color es más conforme a la luz y su sonido es más delicado y penetrativo. Y partes hay donde estiman la plata más que el oro; pero el ser más raro el oro y la naturaleza más escasa en darlo, es argumento de ser metal más precioso, aunque hay tierras, como refieren de la China, donde se halla más fácilmente oro que plata; lo común y ordinario es ser más fácil y más abundante la plata.
En las Indias occidentales proveyó el Criador tanta riqueza de ella, que todo lo que se sabe de las historias antiguas y todo lo que encarecen las argentifodinas de España y de otras partes es menos que lo que vimos en aquellas partes. Hállanse minas de plata comúnmente en cerros y montes muy ásperos y desiertos, aunque también se han hallado en zabanas a campos. Estas son en dos maneras: unas llaman sueltas, otras llaman vetas fijas. Las sueltas son unos pedazos de metal, que acaece estar en partes donde, acabado aquel pedazo, no se halla más. Las vetas fijas son las que en hondo y en largo tienen prosecución, al modo de ramos grandes de un árbol, y donde se halla una de éstas es cosa ordinaria haber cerca luego otras y otras vetas.
El modo de labrar y beneficiar la plata, que los indios usaron, fué por fundición, que es derritiendo aquella masa de metal al fuego, el cual echa la escoria a una parte y aparta la plata del plomo y del estaño y del cobre y de la demás mezcla que tiene. Para esto hacían unos como hornillos, donde el viento soplase recio, y con leña y carbón hacían su operación. A éstas en el Perú llaman guayras. Después que los españoles entraron, demás del dicho modo de fundición, que también se usa, benefician la plata por azogue, y aún es más la plata que con él sacan, que no la de fundición. Porque hay metal de plata que no se beneficia, ni aprovecha con fuego, sino con azogue, y éste comúnmente es metal pobre, de lo cual hay mucha mayor cantidad. Pobre llaman al que tiene poca plata en mucha cantidad, rico al que da mucha plata.
Y es cosa maravillosa que no sólo se halla esta diferencia de sacarse por fuego un metal de plata y otro no por fuego, sino por azogue; sino que en los mismos metales que el fuego saca por fundición hay algunos que, si el fuego se enciende con aire artificial, como de fuelles, no se derrite, ni se funde, sino que ha de ser aire natural que corra; y hay metales que se funden tan bien o mejor con aire artificial dado con fuelles. El metal de las minas de Porco se beneficia y funde fácilmente con fuelles; el metal de las minas de Potosí no se funde con fuelles, ni aprovecha sino el aire de guayras, que son aquellos hornillos que están en las laderas del cerro al viento natural, con el cual se derrite aquel metal. Y aunque dar razón de esta diversidad es difícil, es ella muy cierta por experiencia larga.
Otras mil delicadezas ha hallado la curiosidad y codicia de este metal, que tanto los hombres aman, de las cuales diremos algunas adelante. Las principales partes de Indias que dan plata son la Nueva España y Perú; mas las minas del Perú son de grande ventaja, y entre ellas tienen el primado del mundo las de Potosí. De las cuales trataremos un poco despacio, por ser de las cosas más célebres y más notables que hay en las Indias occidentales.
Capítulo VI
Del cerro de Potosí y de su descubrimiento
El cerro tan nombrado de Potosí está en la provincia de los Charcas, en el reino del Perú; dista de la equinoccial a la parte del sur, o -polo antártico, veintiún grados y dos tercios, de suerte que cae dentro de los trópicos, en lo último de la tórrida zona. Y con todo eso es en extremo frío, más que Castilla la Vieja en España y más que Flandes, habiendo de ser templado o caliente conforme a la altura del polo en que está.
Hácele frío estar tan levantado y empinado, y ser todo bañado de vientos muy fríos y destemplados, especialmente el que allí llaman tomahavi, que es impetuoso y frigidísimo y reina por mayo, junio, julio y agosto. Su habitación es seca, fría y muy desabrida, y del todo estéril, que no se da ni produce fruto, ni grano, ni hierba, y así naturalmente, es inhabitable por el mal temple del cielo y por la gran esterilidad de la tierra. Mas la fuerza de la plata, que llama a sí con su codicia las otras cosas, ha poblado aquel cerro de la mayor población que hay en todos aquellos reinos, y la ha hecho tan abundante de todas comidas y regalos, que ninguna cosa se puede desear que no se halle allí en abundancia; y siendo todo de acarreto, están las plazas llenas de frutas, conservas, regalos, vinos excesivos, sedas y galas, tanto como donde más.
La color de este cerro tira a rojo oscuro; tiene una graciosísima vista, a modo de un pabellón igual, o un pan de azúcar; empínase y señorea todos los otros cerros que hay en su contorno; su subida es agra, aunque se anda toda a caballo; remátese en punta en forma redonda: tiene de boj y contorno una legua por su falda; hay desde la cumbre de este cerro hasta su pie y planta mil seiscientas veinticuatro varas de las comunes, que, reducidas a medida y cuenta de leguas españolas, hacen un cuarto de legua.
En este cerro, al pie de su falda, está otro cerro pequeño que nace de él, el cual antiguamente tuvo algunas minas de metales sueltos, que se hallaban como en bolsas y no en veta fija, y eran muy ricos, aunque pocos; llámanle Guayna Potosí, que quiere decir Potosí el mozo. De la falda de este pequeño cerro comienza la población de españoles o indios, que han venido a la riqueza y labor de Potosí. Tendrá la dicha población dos leguas de contorno; en ella es el mayor concurso y contratación que hay en el Perú.
Las minas de este cerro no fueron labradas en tiempo de los Ingas, que fueron señores del Perú antes de entrar los españoles, aunque cerca de Potosí labraron las minas de Perco, que está a seis leguas. La causa debió de ser no tener noticia de ellas, aunque otros cuentan no sé qué fábula, que quisieron labrar aquellas minas y oyeron ciertas voces que decían a los indios que no tocasen allí, que estaba aquel cerro guardado para otros. En efecto, hasta doce años después de entrados los españoles en el Perú, ninguna noticia se tuvo de Potosí y de su riqueza, cuyo descubrimiento fué en este modo.
Un indio llamado Gualpa, de nación Chumbibilca, que es en tierra del Cuzco, yendo un día por la parte del poniente siguiendo unos venados, se le fueron subiendo el cerro arriba y, como es tan empinado y entonces estaba mucha parte cubierto de unos árboles, que llaman quinua, y de muy muchas matas, para subir un paso algo áspero le fué forzoso asirse a una rama que estaba nacida en la veta, que tomó nombre la Rica, y en la raíz y vacío que dejó, conoció el metal que era muy rico, por la experiencia que tenía de lo de Porco, y halló en el suelo, junto a la veta, unos pedazos de metal que se habían soltado de ella, y no se dejaban bien conocer, por tener la color gastada del sol y agua, y llevólos a Porco a ensayar por guayra (esto es probar el metal por fuego), y como viese su extremada riqueza, secretamente labraba la veta sin comunicarlo con nadie, hasta tanto que un indio Guanca, natural del valle de Jauja, que es en el término de la ciudad de los Reyes, que era vecino en Porco del dicho Gualpa Chumbibilca, vió que sacaba de las fundiciones que hacía, mayores tejos de los que ordinariamente se fundían de los metales de aquel asiento, y que estaba mejorado en los atavíos de su persona, porque hasta allí había vivido probremente.
Con lo cual, con ver que el metal que aquel su vecino labraba, era diferente de lo de Porco, se movió a inquirir aquel secreto, y, aunque el otro procuró encubrillo, tanto le importunó, que hubo de llevalle al cerro de Potosí, al cabo de otro mes que gozaba de aquel tesoro. Allí el Gualpa dijo al Guanca que tomase para sí una veta, que él también había descubierto, que estaba cerca de la Rica, y es la que hoy día tiene nombre de la veta de Diego Centeno, que no era menos rica, aunque era más dura de labrar, y con esta conformidad partieron entre sí el cerro de la mayor riqueza del mundo.
Sucedió después que, teniendo el Guanca alguna dificultad en labrar su veta por ser dura, y no queriéndole el otro Gualpa dar parte en la suya, se desavinieron; y así, por esto, como por otras diferencias, enojado el Guanca de Jauja, dió parte de este negocio a su amo, que se llamaba Villarroel, que era un español que residía en Porco. El Villarroel, queriendo satisfacerse de la verdad, fué a Potosí y, hallando la riqueza que su yanacona o criado le decía, hizo registrar al Guanca, estacándose con él en la veta que fué dicha Centeno. Llaman estacarse, señalar por suyo el espacio de las varas que concede la ley a los que hallan mina, o la labran, con lo cual, y con manifestallo ante la justicia, quedan por señores de la mina para labrarla por suya, pagando al rey sus quintos.
En fin, el primer registro y manifestación que se hizo de las minas de Potosí fué en veintiún días del mes de abril del año de mil y quinientos y cuarenta y cinco, en el asiento del Porco, por los dichos Villarroel, español, y Guanca, indio. Luego, de allí a pocos días, se descubrió otra veta que llaman del Estaño, que ha sido riquísima, aunque trabajosísima de labrar, por ser su metal tan duro como pedernal. Después, a treinta y uno de agosto del mismo año de cuarenta y cinco, se registró la veta que llaman Mendieta, y estas cuatro son las cuatro vetas principales de Potosí.
De la veta Rica, que fué la primera que se descubrió, se dice que estaba el metal una lanza en alto, a manera de unos riscos, levantado de la superficie de la tierra, como una cresta que tenía trescientos pies de largo y trece de ancho, y quieren decir que quedó descubierta y descarnada del diluvio, resistiendo como parte más dura al ímpetu y fuerza de las aguas. Y era tan rico el metal, que tenía la mitad de plata, y fué perseverando su riqueza hasta los cincuenta y sesenta estados en hondo, que vino a faltar.
En el modo que está dicho, se descubrió Potosí, ordenando la divina Providencia, para felicidad de España, que la mayor riqueza que se sabe que haya habido en el mundo estuviese oculta y se manifestase en tiempo que el emperador Carlos V, de glorioso nombre, tenía el imperio y los reinos de España, y señoríos de Indias. Sabido en el reino del Perú el descubrimiento de Potosí, luego acudieron muchos españoles y casi la mayor parte de los vecinos de la ciudad de la Plata, que está dieciocho leguas de Potosí, para tomar minas en él; acudieron también gran cantidad de indios de diversas provincias, y especialmente los guayradores de Porco; y en breve tiempo fué la mayor población del reino.
Capítulo VII
De la riqueza que se ha sacado y cada día se va sacando del cerro de Potosí
Dudado he muchas veces si se halla en las historias y relaciones de los antiguos tan gran riqueza de minas, como la que en nuestros tiempos hemos visto en el Perú. Si algunas minas hubo en el mundo ricas y afamadas por tales fueron las que en España tuvieron los cartaginenses, y después los romanos. Las cuales, como ya he dicho, no sólo las letras profanas, sino las sagradas también, encarecen a maravilla.
Quien más en particular haga memoria de estas minas que yo haya leído es Plinio, el cual escribe en su natural historia así:157 Hállase plata cuasi en todas provincias, pero la más excelente es la de España. Esta también se da en tierra estéril y en riscos y cerros, y doquiera que se halla una veta de plata es cosa cierta hallar otra no lejos de ella; lo mismo acaece cuasi a los otros metales, y por eso los griegos (según parece) los llamaron metales. Es cosa maravillosa que duran hasta el día de hoy en las Españas los pozos de minas que comenzaron a labrar en tiempo de Aníbal, en tanto que aun los mismos nombres de los que descubrieron aquellas minas les permanecen el día de hoy, entre las cuales fué famosa la que de su descubridor llaman Bebelo también agora. De esta mina se sacó tanta riqueza, que daba a su dueño Aníbal cada día trescientas libras de plata, y hasta el día presente se ha proseguido la labor de esta mina, la cual está ya cavada y profunda en el cerro por espacio de mil quinientos pasos; por todo el cual espacio tan largo sacan el agua los gascones por el tiempo y medida que las candelas les duran; y así vienen a sacar tanta, que parece río.
Todas estas son palabras de Plinio, las cuales he querido aquí recitar, porque darán gusto a los que saben de minas, viendo que lo mismo que ellos hoy experimentan, pasó por los antiguos. En especial es notable la riqueza de aquella mina de Aníbal en los Pirineos, que poseyeron los romanos, y continuaron su labor hasta en tiempo de Plinio, que fueron como trescientos años, cuya profundidad era de mil quinientos pasos, que es milla y media.158 Y a los principios fué tan rica, que le valía a su dueño trescientas libras a doce onzas cada día.
Mas, aunque ésta haya sido extremada riqueza, yo pienso todavía que no llega a la de nuestros tiempos en Potosí, porque, según parece por los libros reales de la Casa de Contratación de aquel asiento, y lo afirman hombres ancianos fidedignos, en tiempo que el licenciado Polo gobernaba, que fué hartos años después del descubrimiento del cerro, se metían a quintar cada sábado de ciento y cincuenta mil pesos a doscientos mil, y valían los quintos treinta y cuarenta mil pesos, y cada año millón y medio, o poco menos. De modo que, conforme a esta cuenta, cada día se sacaban de aquellas minas obra de treinta mil pesos, y le valían al rey los quintos seis mil pesos al día. Hay otra cosa que alegar por la riqueza de Potosí, y es que la cuenta que se ha hecho es sólo de la plata que se marcaba y quintaba. Y es cosa muy notoria en el Perú, que largos tiempos se usó en aquellos reinos la plata que llamaban corriente, la cual no era marcada y quintada; y es conclusión de los que bien saben de aquellas minas, que en aquel tiempo grandísima parte de la plata que se sacaba de Potosí se quedaba por quintar, que era toda la que andaba entre indios, y mucha de la de los españoles, como yo lo vi durar hasta mi tiempo. Así que se puede bien creer que el tercio de la riqueza de Potosí, si ya no era la mitad, no se manifestaba, ni quintaba.
Hay aún otra consideración mayor, que Plinio pone, haberse labrado mil y quinientos pasos aquella veta de Bebelo, y que por todo este espacio sacaban agua, que es el mayor impedimento que puede haber para sacar riqueza de minas. Las de Potosí, con pasar muchas de ellas de doscientos estados su profundidad, nunca han dado en agua que es la mayor felicidad de aquel cerro: pues las minas de Porco, cuyo metal es riquísimo, se dejan hoy día de proseguir y beneficiar por el fastidio del agua en que han dado, porque cavar peñas, y sacar agua, son dos trabajos insufribles para buscar metal: basta el primero, y sobra. Finalmente, el día de hoy tiene la Católica Majestad un año con otro un millón de solos los quintos de plata del cerro de Potosí, sin la otra riqueza de azogues, y otros derechos de la hacienda real, que es otro grande tesoro.
Echándola cuenta los hombres expertos dicen, que lo que se ha metido a quintar en la caja de Potosí, aunque no permanecen los libros de sus primeros quintos con la claridad que hoy hay, porque los primeros años se hacían las cobranzas por romana (tanta era la grosedad que había); pero por la memoria de la averiguación que hizo el visorey D. Francisco de Toledo el año de setenta y cuatro, se halló, que fueron setenta y seis millones hasta el dicho año, y desde el dicho año hasta el ochenta y cinco inclusive, parece por los libros reales haberse quintado treinta y cinco millones. De manera, que monta lo que se había quintada hasta el año de ochenta y cinco ciento y once millones de pesos ensayados, que cada peso vale trece reales y un cuartillo. Y esto sin la plata que se ha sacado sin quintar, y se ha venido a quintar en otras cajas reales, y sin lo que en plata corriente se ha gastado, y lo hay por quintar, que es cosa sin número. Esta cuenta enviaron de Potosí al Virrey, el año que he dicho, estando yo en el Perú; y después acá aún ha sido mayor la riqueza que ha venido en las flotas del Perú, porque en la que yo vine el año de ochenta y siete, fueron once millones los que vinieron en ambas flotas del Perú y Méjico, y era del Rey cuasi la mitad, y de éstas las dos tercias partes del Perú.
He querido hacer esta relación tan particular, para que se entienda la potencia que la Divina Majestad ha sido servida de dar a los reyes de España, en cuya cabeza se han juntado tantas coronas y reinos, y por especial favor del cielo se han juntado también la India oriental con la occidental, dando cerco al mundo con su poder. Lo cual se debe pensar ha sido por providencia de nuestro Dios, para el bien de aquellas gentes, que viven tan remotas de su cabeza, que es el Pontífice Romano, vicario de Cristo nuestro señor, en cuya fe y obediencia solamente pueden ser salvas. Y también para la defensa de la misma fe católica e Iglesia romana en estas partes, donde tanto es la verdad opugnada y perseguida de los herejes. Y pues el Señor de los cielos, que da y quita los reinos a quien quiere, y como quiere, así ha ordenado, debemos suplicarle con humildad, se digne favorecer el celo tan pío de el Rey Católico dándole próspero suceso, y victoria contra los enemigos de su santa fe, pues en esta causa gasta el tesoro de Indias, que le ha dado, y aun ha menester mucho más. Pero por ocasión de las riquezas de Potosí baste haber hecho esta digresión, y agora volvamos a decir cómo se labran las minas, y cómo se benefician los metales que de ellas se sacan.
Capítulo VIII
Del modo de labrar las minas de Potosí
Bien dijo Boecio159 cuando se quejó del primer inventor de minas:
Heu primus quis fuit ille,
Auri qui pondera tecti,
Gemmasque latere volentes,
Pretiosa pericula fodit.
Peligros preciosos los llama con razón, porque es grande el trabajo y peligro con que se sacan estos metales, que tanto aprecian los hombres. Plinio dice,160 que en Italia hay muchos metales, pero que los antiguos no consintieron beneficiarse por conservar la gente. De España los traían, y como a tributarios hacían los españoles labrar minas. Lo propio hace ahora España con Indias, que habiendo todavía en España sin duda mucha riqueza de metales, no se dan a buscarlos, ni aún se consiente labrar por los inconvenientes que se ven; y de Indias traen tanta riqueza, donde el buscalla y sacalla no cuesta poco trabajo, ni aun es de poco riesgo.
Tiene el cerro de Potosí cuatro vetas principales, como está dicho, que son: la Rica, la de Centeno, la del Estaño, la Mendieta. Todas estas vetas están a la parte oriental del cerro, como mirando al nacimiento del sol; a la occidental no se halla ninguna. Corren las dichas vetas norte sur, que es de polo a polo. Tienen de ancho por donde más, seis pies; por donde menos, un palmo. Otras diversas hay, que saben de éstas, como de ramos grandes los más pequeños suelen producirse en el árbol. Cada veta tiene diversas minas, que son partes de ella misma, y han tomado posesión, y repartidose entre diversos dueños, cuyos nombres tienen de ordinario. La mina mayor tiene ochenta varas, y no puede tener más por ley ninguna; la menor tiene cuatro. Todas estas minas hoy día llegan a mucha profundidad. En la veta Rica se cuentan setenta y ocho minas; llegan a ciento y ochenta estados en algunas partes, y aun a doscientos de hondura. En la veta de Centeno se cuentan veinticuatro minas. Llegan algunas a sesenta, y aun a ochenta estados de hondura, y así a este modo es de las otras vetas y minas de aquel cerro.
Para remedio de esta gran profundidad de minas se inventaron los socavones, que llaman, que son unas cuevas que van hechas por bajo desde un lado del cerro, atravesándole hasta llegar a las vetas. Porque se ha de saber, que las vetas, aunque corren norte sur, como está dicho; pero esto es bajando desde la cumbre hasta la falda y asiento del cerro según se cree, que serán según conjetura de algunos, más de mil y doscientos estados. Y a esta cuenta, aunque las minas van tan hondas, les falta otro seis tanto hasta su raíz y fondo, que según quieren decir, ha de ser riquísimo, como tronco y manantial de todas las vetas. Aunque hasta agora antes se ha mostrado lo contrario por la experiencia, que mientras más alta ha estado la veta, ha sido más rica, y como va bajando en hondo, va siendo su metal más pobre; pero en fin, para labrar las minas con menos costa, y trabajo y riesgo, inventaron los socavones, por los cuales se entra y sale a paso llano. Tienen de ancho ocho pies, y de alto más de un estado. Ciérranse con sus puertas, sácanse por ellos los metales con mucha facilidad, y págase al dueño del socavón el quinto de todo el metal que por él se saca.
Hay hechos ya nueve socavones, y otros se están haciendo. Un socavón, que llaman del Venino, que va a la veta Rica, se labró en veintinueve años, comenzándose el año mil quinientos cincuenta y seis, que fueron once después de descubrirse aquellas minas, y acabándose el año de ochenta y cinco en once de abril. Este socavón alcanzó a la veta Rica en treinta y cinco estados de hueco hasta su fondo, y hay desde donde se juntó con la veta hasta lo alto de la mina otros ciento treinta y cinco estados, que por todo este profundo bajaban a labrar aquellas minas. Tiene todo el socavón, desde la boca hasta la veta, que llaman el crucero, doscientas y cincuenta varas, las cuales tardaron en labrarse los veinte y nueve años que está dicho, para que se vea lo que trabajan los hombres por ir a buscar la plata a las entrañas del profundo.
Con todo eso, trabajan allá dentro, donde es perpetua obscuridad, sin saber poco ni mucho cuando es día, ni cuando es noche. Y como son lugares que nunca los visita el sol, no sólo hay perpetuas tinieblas, más también mucho frío, y un aire muy grueso, y ajeno de la naturaleza humana; y así sucede marearse los que allá entran de nuevo, como a mí me acaeció, sintiendo bascas y congoja de estómago. Trabajan con velas siempre los que labran repartiendo el trabajo, de suerte que unos labran de día, y descansan de noche, y otros al revés les suceden. El metal es duro comúnmente, y sácanlo a golpes de barreta quebrantándole, que es quebrar un pedernal. Después lo suben a cuestas por unas escaleras hechizas de tres ramales de cuero de vaca retorcido, como gruesas maromas, y de un ramal a otro puestos palos como escalones, de manera que puede subir un hombre, y bajar otro juntamente.
Tienen estas escalas de largo diez estados, y al fin de ellas está otra escala del mismo largo, que comienza de un relej, o poyo, donde hay hechos de madera unos descansos a manera de andamios, porque son muchas las escalas que se suben. Saca un hombre carga de dos arrobas atada la manta a los pechos, y el metal que va en ellas a la espalda: suben de tres en tres. El delantero lleva una vela atada al dedo pulgar para que vean, porque, como está dicho, ninguna luz hay del cielo, y vanse asiendo con ambas manos; y así suben tan grande espacio, que como ya dije, pasa muchas veces de ciento cincuenta estados; cosa horrible, y que en pensalla aún pone grima; tanto es el amor del dinero, por cuya recuesta se hace y padece tanto.
No sin razón exclama Plinio tratando de esto:161 Entramos hasta las entrañas de la tierra, y hasta allá en el lugar de los condenados buscamos las riquezas. Y después en el mismo libro:162 Obras son más que de gigantes las que hacen los que sacan los metales, haciendo agujeros y callejones en lo profundo, por tan grande trecho barrenando los montes a luz de candelas, donde todo el espacio de noche y día es igual, y en muchos meses no se ve el día, donde acaece caerse las paredes de la mina súbitamente y matar de golpe a los mineros. Y poco después añade: Hieren la dura peña con almádanas que tienen ciento cincuenta libras de hierro: sacan los metales a cuestas trabajando de noche y de día, y unos entregan la carga a otros, y todo a oscuras, pues sólo los últimos ven la luz. Con cuños de hierro y con almádanas rompen las peñas y pedernales, por recios y duros que sean; porque en fin es más recia y más dura la hambre del dinero.
Esto es de Plinio, que aunque habla como historiador de entonces, más parece profeta de ahora. Y no es menos lo que Focio de Agatárchides refiere, del trabajo inmenso que pasaban los que llamaban crisios en sacar y beneficiar el oro, porque siempre, como el sobredicho autor dice, el oro y plata causan tanto trabajo al haberse, cuanto dan de contento al tenerse.
Capítulo IX
Cómo se beneficia el metal de plata
La veta en que hemos dicho que se halla la plata, va de ordinario entre dos peñas que llaman la caja, y la una de ellas suele ser durísima como pedernal: la otra blanda, y más fácil de romper: el metal va en medio, no todo igual, ni de un valor, porque hay en esto mismo uno muy rico que llaman cacilla, o tacana, de donde se saca mucha plata: hay otro pobre, de donde se saca poca. El metal rico de este cerro es de color de ámbar, y otro toca en más negro: hay otro que es de color como rojo: otro como ceniciento, y en efecto tiene diversos colores, y a quien no sabe lo que es, todo ello le parece piedra de por ahí; mas los mineros en las pintas, y vetillas, y en ciertas señales conocen luego su fineza.
Todo este metal que sacan de las minas se trae en carneros del Perú, que sirven de jumentos, y se lleva a las moliendas. El que es metal rico se beneficia por fundición en aquellos hornillos que llaman guayras: éste es el metal que es más plomoso, y el plomo le hace derretir; y aún para mejor derretirlo, echan los indios el que llaman soroche que es un metal muy plomizo. Con el fuego la escoria corre abajo, el plomo y la plata se derriten, y la plata anda nadando sobre el plomo hasta que se apura: tornan después a refinar más y más la plata. Suelen salir de un quintal de metal treinta, cuarenta y cincuenta pesos de plata por fundición. A mí me dieron para muestra metales de que salían por fundición más de doscientos pesos, y de doscientos y cincuenta por quintal; riqueza rara y cuasi increíble, si no lo testificara el fuego con manifiesta experiencia, pero semejantes metales son muy raros.
El metal pobre es el que de un quintal da dos, o tres pesos, o cinco, o seis, o no mucho más: éste ordinariamente no es plomizo, sino seco; y así por fuego no se puede beneficiar. A cuya causa gran tiempo estuvo en Potosí inmensa suma de estos metales pobres, que eran desechos, y como granzas de los buenos metales, hasta que se introdujo el beneficio de los azogues, con los cuales aquellos desechos, o desmontes que llamaban, fueron de inmensa riqueza, porque el azogue con extraña y maravillosa propiedad apura la plata, y sirve para estos metales secos y pobres, y se gasta y consume menos azogue en ellos lo cual no es en los ricos, que cuanto más lo son, tanto más azogue consumen de ordinario.
Hoy día el mayor beneficio de plata, y cuasi toda la abundancia de ella en Potosí es por el azogue, como también en las minas de las Zacatecas, y otras de la Nueva España. Había antiguamente en las laderas de Potosí, y por las cumbres y collados más de seis mil guayras, que son aquellos hornillos donde se derrite el metal, puestos al modo de luminarias, que verlos arder de noche, y dar lumbre tan lejos, y estar en sí hechos un ascua roja de fuego, era espectáculo agradable. Ahora si llegan a mil o dos mil guayras, será mucho, porque, como he dicho, la fundición es poca, y el beneficio del azogue es toda la riqueza. Y porque las propiedades del azogue con admirables, y el modo de beneficiar con él la plata muy notable, trataré de el azogue, y de sus minas y labor, lo que pareciere conveniente al propósito.
Capítulo X
De las propiedades maravillosas del azogue
El azogue, que por otro nombre se llama argenvivo, como también le nombran los latinos, porque parece plata viva, según bulle y anda a unas partes y otras velozmente, entre todos los metales tiene grandes y maravillosas propiedades. Lo primero, siendo verdadero metal, no es duro, informado y consistente, como los demás, sino líquido y que corre, no como la plata y el oro, que derretidos del fuego, son líquidos y corren, sino de su propia naturaleza, y con ser licor, es más pesado que ningún otro metal; y así los demás nadan en el azogue, y no se hunden como más livianos. Yo he visto en un barreño de azogue echar dos libras de hierro, y andar nadando encima el hierro sin hundirse, como si fuera palo o corcho en el agua. Plinio hace excepción diciendo,163 que sólo el oro se hunde, y no nada sobre el azogue: no he visto la experiencia, y por ventura es, porque el azogue naturalmente rodea luego el oro, y lo esconde en sí.
Es esta la más importante propiedad que tiene, que con maravilloso afecto se pega al oro, y le busca, y se va él do quiera que le huele. Y no sólo esto, mas así se encarna con él, y lo junta así, que le desnuda y despega de cualesquier otros metales o cuerpos en que está mezclado, por lo cual toman oro los que se quieren preservar del daño del azogue. A hombres que han echado azogue en los oídos para matarlos secretamente, ha sido el remedio meter por el oído una paletilla de oro, con que llaman el azogue, y la sacan blanca, de lo que se ha pegado al oro. En Madrid, yendo a ver las obras notables de Jácomo de Trezo, excelente artífice milanés, labraba para San Lorenzo el Real, sucedió ser en día que doraban unas piezas del retablo, que eran de bronce, lo cual se hace con azogue; y porque el humo del azogue es mortal, me dijeron que se prevenían los oficiales contra este veneno con tomar un doblón de oro desmenuzado, el cual pasado al estómago llamaba allí cualquier azogue que por los oídos, ojos, narices o boca les entrase de aquel humo mortal, y con esto se preservaban del daño del azogue, yéndose todo él al oro que estaba en el estómago, y saliendo después todo por la vía natural: cosa, cierto, digna de admiración, después que el azogue ha limpiado al oro, y purgádole de todos los otros metales y mezclas, también le aparta el fuego a él de su amigo el oro, y así le deja del todo puro sin fuego. Dice Plinio,164 que con cierta arte apartaban el oro del azogue: no sé yo que ahora se use tal arte.
Paréceme, que los antiguos no alcanzaron, que la plata se beneficiase por azogue, que es hoy día el mayor uso y más principal provecho del azogue, porque expresamente dice, que a ninguno otro metal abraza sino sólo al oro, y donde trata del modo de beneficiar la plata, sólo hace mención de fundición: por donde se puede colegir, que este secreto no le alcanzaron los antiguos. En efecto, aunque la principal amistad del azogue sea con el oro, todavía donde no hay oro se va a la plata, y la abraza, aunque no tan presto como a el oro: y al cabo también la limpia, y la apura de la tierra y cobre y plomo con que se cría, sin ser necesario el fuego, que por fundición refina los metales; aunque para despegar y desasir del azogue a la plata también interviene el fuego, como adelante se dirá. De esotros metales, fuera de oro y plata, no hace caso el azogue, antes los carcome y gasta, y horada y se va y huye de ellos, que también es cosa admirable. Por donde le echan en vasos de barro, o en pieles de animales, porque vasijas de cobre, hierro u otro metal luego las pasa y barrena, y toda otra materia penetra y corrompe, por donde le llama Plinio veneno de todas las cosas, y dice, que todo lo come y gasta.
En sepulturas de hombres muertos se halla azogue, que después de haberlos gastado, él se sale muy a su salvo entero. Háse hallado también en las médulas y tuétanos de hombres o animales, que recibiendo su humo por la boca o narices, allá dentro se congela, y penetra los mismos huesos. Por eso es tan peligrosa la conversación con criatura tan atrevida y mortal. Pues es otra gracia que tiene, que bulle, y se hace cien mil gotillas, y por menudas que sean, no se pierde una, sino que por acá, o por allá se torna a juntar con su licor, y cuasi es incorruptible, y apenas hay cosa que le pueda gastar: por donde el sobredicho Plinio le llama sudor eterno. Otra propiedad tiene, que siendo el azogue el que aparta el oro del cobre y todos metales, cuando quieren juntar oro con cobre, o bronce, o plata, que es dorando, el medianero de esta junta es el azogue, porque mediante él se doran esos metales.
Entre todas estas maravillas de este licor extraño, la que a mí me ha parecido más digna de ponderar, es, que siendo la cosa más pesada del mundo, inmediatamente se vuelve en la más liviana del mundo, que es humo, con que sube arriba resuelto, y luego el mismo humo, que es cosa tan liviana, inmediatamente se vuelve en cosa tan pesada como es el propio licor de azogue, en que se resuelve. Porque en topando el humo de aquel metal cuerpo duro arriba, o llegando a región fría, luego al punto se cuaja, y torna a caer hecho azogue, y si dan fuego otra vez al azogue, se hace humo, y del humo torna sin dilación a caer el licor del azogue. Cierto, transmutación inmediata de cosa tan pesada en cosa tan liviana, y al revés; por cosa rara se puede tener en naturaleza. Y en todas estas y otras extrañezas que tiene este metal, es digno el Autor de su naturaleza, de ser glorificado, pues a sus leyes ocultas obedece tan prontamente toda naturaleza criada.
Capítulo XI
Dónde se halla el azogue, y cómo se descubrieron sus minas riquísimas en Guancavelica
Hállase el azogue en una manera de piedra, que da juntamente el bermellón, que los antiguos llamaron minio, y hoy día se dicen estar miniadas las imágenes que con azogue pintan en los cristales. El minio o bermellón celebraron los antiguos en grande manera, teniéndole por color sagrado, como Plinio refiere; y así dice,165 que solían teñir con él el rostro de Júpiter los romanos, y los cuerpos de los que triunfaban, y que en la Etiopía, así los ídolos, como los gobernadores, se teñían el rostro de minio. Y que era estimado en Roma en tanto grado el bermellón (el cual solamente se llevaba de España, donde hubo muchos pozos y minas de azogue, y hasta el día de hoy las hay), que no consentían los romanos que se beneficiase en España aquel metal, porque no les hurtasen algo, sino así en piedra como lo sacaban de la mina, se llevaba sellado a Roma, y allá lo beneficiaban y llevaban cada año de España, especial del Andalucía, obra de diez mil libras; y esto tenían los romanos por excesiva riqueza.
Todo esto he referido del sobredicho autor, porque a los que ven lo que hoy día pasa en el Perú, les dará gusto saber lo que antiguamente pasó a los más poderosos señores del mundo. Dígolo, porque los Ingas, reyes del Perú, y los indios naturales de él labraron gran tiempo las minas del azogue, sin saber del azogue, ni conocelle, ni pretender otra cosa sino este minio, o bermellón que ellos llaman llimpi, el cual preciaban mucho para el mismo efecto que Plinio ha referido de los romanos y etíopes, que es para pintarse o teñirse con él los rostros y cuerpos suyos y de sus ídolos: lo cual usaron mucho los indios, especialmente cuando iban a la guerra, y hoy día lo usan cuando hacen algunas fiestas o danzas, y llámanlo embijarse, porque les parecía que los rostros así embijados ponían terror; y agora les parece que es mucha gala.
Con este fin, en los cerros de Guancavelica, que son en el Perú cerca de la ciudad de Guamanga, hicieron labores extrañas de minas, de donde sacaban este metal, y es de modo, que si hoy día entran por las cuevas o socavones que los indios hicieron, se pierden los hombres, y no atinan a salir. Mas ni se cuidaban del azogue, que está naturalmente en la misma materia o metal de bermellón, ni aun conocían que hubiese tal cosa en el mundo. Y no sólo los indios, mas ni aún los españoles conocieron aquella riqueza por muchos años, hasta que gobernando el licenciado Castro el Perú, el año de sesenta y seis y sesenta y siete se descubrieron las minas de azogue en esta forma.
Vino a poder de un hombre inteligente llamado Enrique Garcés, portugués de nación, el metal colorado que he dicho, que llamaban los indios llimpi, con que se tiñen los rostros, y mirándolo conoció ser el que en castilla llaman bermellón; y como sabía que el bermellón se saca del mismo metal que el azogue, conjeturó, que aquellas minas habían de ser azogue. Fué allá, y hizo la experiencia y ensaye, y halló ser así, y de esta manera descubiertas las minas de Paleas en término de Guamanga, fueron diversos a beneficiar el azogue para llevarle a Méjico, donde la planta se beneficiaba por azogue, con cuya ocasión se hicieron ricos no pocos. Y aquel asiento de minas, que llaman Guancavelica, se pobló de españoles y de indios que acudieron, y hoy día acuden a la labor de las dichas minas de azogue, que son muchas y prósperas.
Entre todas es cosa ilustrísima la mina que llaman de Amador de Cabrera, por otro nombre la de los Santos, la cual es un peñasco de piedra durísima empapada toda en azogue de tanta grandeza, que se extiende por ochenta varas de largo y cuarenta de ancho, y por toda esta cuadra está hecha su labor en hondura de setenta estados, y pueden labrar en ella más de trescientos hombres juntos, por su gran capacidad. Esta mina descubrió un indio de Amador de Cabrera, llamado Navincopa, de el pueblo de Acoria: registróla Amador de Cabrera en su nombre: trajo pleito con el Fisco, y por ejecutoria se le dió el usufructo de ella, por ser descubridora. Después la vendió por doscientos y cincuenta mil ducados, y pareciéndole que había sido engañado en la venta, tornó a poner pleito, porque dicen que vale más de quinientos mil ducados, y aún a muchos les parece que vale un millón; cosa rara haber mina de tanta riqueza.
En tiempo que gobernaba el Perú don Francisco de Toledo, un hombre que había estado en Méjico, y visto cómo se sacaba plata con los azogues, llamado Pero Fernández de Velasco, se ofreció a sacar la plata de Potosí por azogue. Y hecha la prueba, y saliendo muy bien, el año de setenta y uno se comenzó en Potosí a beneficiar la plata con los azogues que se llevaron de Guancavelica, y fué el total remedio de aquellas minas, porque con el azogue se sacó plata infinita de los metales que estaban desechados que llamaban desmontes. Porque como está dicho, el azogue apura la plata, aunque sea pobre, y de poca ley, y seca, lo cual no hace la fundición de fuego.
Tiene el Rey Católico, de la labor de las minas de azogue, sin costa, ni riesgo alguno, cerca de cuatrocientos mil pesos de minas, que son de a catorce reales, o poco menos, sin lo que después de ello procede, por el beneficio que se hace en Potosí, que es otra riqueza grandísima. Sácanse un año con otro de estas minas de Guancavelica, ocho mil quintales de azogue, y aún más.
Capítulo XII
Del arte que se saca el azogue, y beneficia con él la plata
Digamos ahora cómo se saca el azogue, y como se saca con él la plata. La piedra, o metal donde el azogue se halla, se muele y pone en unas ollas al fuego tapadas, y allí fundiéndose o derritiéndose aquel metal, se despide de él el azogue con la fuerza del fuego, y sale en exhalación a vueltas del humo del dicho fuego, y suele ir siempre arriba, hasta tanto que topa algún cuerpo, donde para y se cuaja, o, si pasa arriba sin topar cuerpo duro, llega hasta donde se enfría, y allí se cuaja y vuelve a caer abajo. Cuando está hecha la fundición destapan las ollas y sacan el metal. La cual procuran se haga estando ya frías, porque si da algún humo o vapor de aquél a las personas que destapan las ollas, se azogan y mueren, o quedan muy maltratadas, o pierden los dientes.
Para dar fuego a los metales, porque se gasta infinita leña, halló un minero, por nombre Rodrigo de Torres, una invención utilísima, y fué coger de una paja que nace por todos aquellos cerros del Perú, la cual allá llaman Icho, y es a modo de esparto, y con ella dan fuego. Es cosa maravillosa la fuerza que tiene esta paja para fundir aquellos metales, que es, como lo que dice Plinio,166 del oro que se funde con llama de paja, no fundiéndose con brasas de leña fortísima. El azogue así fundido lo ponen en badanas, porque en cuero se puede guardar, y así se mete en los almacenes del rey, y de allí se lleva por mar a Arica, y de allí a Potosí en recuas o carneros de la tierra.
Consúmese comúnmente en el beneficio de los metales en Potosí de seis a siete mil quintales por año, sin lo que se saca de las lamas (que son las heces que quedan, y barro de los primeros lavatorios de metales que se hacen en tinas), las cuales lamas se queman y benefician en hornos para sacar el azogue que en ellas queda, y habrá más de cincuenta hornos de éstos en la villa de Potosí y en Tarapaya. Será la cuantidad de los metales que se benefician, según han echado la cuenta hombres pláticos, mas de trescientos mil quintales al año, de cuyas lamas beneficiadas se sacarán más de dos mil quintales de azogue.
Y es de saber que la cualidad de los metales es varia, porque acaece que un metal da mucha plata y consume poco azogue; otro, al revés, da poca plata y consume mucho azogue, otro da mucha y consume mucho, otro da poca y consume poco, y conforme a cómo es el acertar en estos metales, así es el enriquecer poco, o mucho, o perder en el trato de metales. Aunque lo más ordinario es que en metal rico, como da mucha plata, así consume mucho azogue, y el pobre, al revés.
El metal se muele muy bien primero con los mazos de ingenios, que golpean la piedra como batanes, y después de bien molido el metal, lo ciernen con unos cedazos de telas de arambre, que hacen la harina tan delgada como los comunes de cerdas; y ciernen estos cedazos, si están bien armados y puestos, treinta quintales entre noche y día. Cernida que está la harina del metal, la pasan a unos cajones de buitrones, donde la mortifican con salmuera, echando a cada cincuenta quintales de harina cinco quintales de sal, y esto se hace para que la sal desengrase la harina de metal del barro o lama que tiene, con lo cual el azogue recibe mejor la plata. Exprimen luego con un lienzo de Holanda cruda el azogue sobre el metal, y sale el azogue como un rocío, y así van revolviendo el metal para que a todo él se comunique este rocío del azogue.
Antes de inventarse los buitrones de fuego se amasaba muchas y diversas veces el metal con el azogue, así echado en unas artesas, y hacían pellas grandes como de barro, y dejábanlo estar algunos días, y tornaban a amasallo otra vez y otra, hasta que se entendía que estaba ya incorporado el azogue en la plata, lo cual tardaba veinte días y más, y cuando menos, nueve. Después, por aviso que hubo, como la gana de adquirir es diligente, hallaron que, para abreviar el tiempo, el fuego ayudaba mucho a que el azogue tomase la plata con presteza, y así trazaron los buitrones, donde ponen unos cajones grandes, en que echan el metal con sal y azogue, y por debajo dan fuego manso en ciertas bóvedas hechas a propósito, y en espacio de cinco días o seis el azogue incorpora en sí la plata.
Cuando se entiende que ya el azogue ha hecho su oficio, que es juntar la plata, mucha o poca, sin dejar nada de ella, y embeberla en sí, como la esponja al agua, incorporándola consigo y apartándola de la tierra, plomo y cobre, con que se cría, entonces tratan de descubrirla, sacarla y apartarla del mismo azogue, lo cual hacen en esta forma: Echan el metal en unas tinas de agua, donde con unos molinetes o ruedas de agua, trayendo al derredor el metal, como quien deslíe o hace mostaza, va saliendo el barro o lama del metal en el agua que corre, y la plata y azogue, como cosa más pesada, hace asiento en el suelo de la tina. El metal que queda está como arena, y de aquí lo sacan y llevan a lavar otra vuelta con bateas en unas balsas o pozas de agua, y allí acaba de caerse el barro, y deja la plata y azogue a solas, aunque a vueltas del barro y lama va siempre algo de plata y azogue, que llaman relaves; y también procuran después sacallo y aprovechallo.
Limpia, pues, que está la plata y el azogue, que ya ello reluce, despedido todo el barro y tierra, toman todo este metal y, echado en un lienzo, exprímenlo fuertemente, y así sale todo el azogue que no está incorporado en la plata y queda lo demás hecho todo una pella de plata y azogue, al modo que queda lo duro y cibera de las almendras cuando exprimen el almendrada; y estando bien exprimida la pella que queda, sola es la sexta parte de plata, y las otras cinco son azogue. De manera que, si queda una pella de sesenta libras, las diez libras son de plata y las cincuenta de azogue. De estas pellas se hacen las piñas a modo de panes de azúcar, huecas por dentro, y hácenlas de cien libras de ordinario. Y para apartar la plata del azogue, pónenlas en fuego fuerte, donde las cubren con un vaso de barro de la hechura de los moldes de panes de azúcar, que son como unos caperuzones, y cúbrenlas de carbón y danles fuego, con el cual el azogue se exhala en humo, y topando en el caperuzón de barro, allí se cuaja y destila, como los vapores de la olla en la cobertera, y por un cañón al modo de alambique, recíbese todo el azogue que se destila, y tórnase a cobrar, quedando la plata sola.
La cual en forma y tamaño, es la misma; en el peso es cinco partes menos que antes; queda toda crespa y esponjada, que es cosa de ver; de dos de estas piñas se hace una barra de plata que pesa sesenta y cinco o sesenta y seis marcos, y así se lleva a ensayar, quintar y marcar. Y es tan fina la plata sacada por azogue, que jamás baja de dos mil y trescientos y ochenta de ley; y es tan excelente, que para labrarse han menester que los plateros la bajen de ley echándole liga o mezcla, y lo mismo hacen en las casas de moneda, donde se labra y acuña. Todos estos tormentos y, por decirlo así, martirios pasa la plata para ser fina, que, si bien se mira, es un amasijo formado, donde se muele y se cierne y se amasa y se leuda y se cuece la plata, y aun fuera de esto se lava y relava, y se cuece y recuece, pasando por mazos y cedazos, y artesas y buitrones y tinas y bateas y exprimideros y hornos, y, finalmente, por agua y fuego.
Digo esto porque, viendo este artificio en Potosí, consideraba lo que dice la Escritura de los justos,167 que: Colabit eos, et purgabit cuasi argentub . Y lo que dice en otra parte:168 Sicut argentum probatum terroe, purgatum septuplum. Que para apurar la plata y afinalla y limpialla de la tierra y barro en que se cría, siete veces la purgan y purifican, porque, en efecto, son siete, esto es, muchas y muchas las veces que la atormentan hasta dejalla pura y fina. Y así es la doctrina del Señor, y lo han de ser las almas que han de participar de su pureza divina.
Capítulo XIII
De los ingenios para moler metales, y del ensaye de la plata
Para concluir con esta materia de plata y metales restan dos cosas por decir: una es de los ingenios y moliendas, otra de los ensayes.
Ya se dijo que el metal se muele para recibir el azogue. Esta molienda se hace con diversos ingenios: unos que traen caballos, como atahonas, y otros que se mueven con el golpe del agua, como aceñas o molinos; y de los unos y los otros hay gran cantidad. Y porque el agua, que comúnmente es la que llueve, no la hay bastante en Potosí, sino en tres o cuatro meses, que son diciembre, enero y febrero, han hecho unas lagunas que tienen de contorno como a mil y setecientas varas, y de hondo tres estados, y son siete, con sus compuertas; y cuando es menester usar de alguna, la alzan y sale un cuerpo de agua, y las fiestas las cierran. Cuando se hinchen las lagunas, y el año es copioso de agua, dura la molienda seis o siete meses, de modo que también para la plata piden los hombres ya buen año de aguas en Potosí, como en otras partes para el pan.
Otros ingenios hay en Tarapaya, que es un valle tres o cuatro leguas de Potosí, donde corre un río, y en otras partes hay otros ingenios. Hay esta diversidad, que unos ingenios tienen a seis mazos, otros a doce y catorce. Muélese el metal en unos morteros, donde día y noche lo están echando, y de allí llevan lo que está molido a cerner. Están en la ribera del arroyo de Potosí cuarenta y ocho ingenios de agua, de a ocho, diez y doce mazos; otros cuatro ingenios están en otro lado, que llaman Tanacoñuño. En el valle de Tarapaya hay veintidós ingenios, todos éstos son de agua; fuera de los cuales hay en Potosí otros treinta ingenios de caballos, y fuera de Potosí otros algunos; tanta ha sido la diligencia e industria de sacar plata. La cual finalmente se ensaya y prueba por los ensayadores y maestros que tiene el rey puestos, para dar su ley a cada pieza.
Llévanse las barras de plata al ensayador, el cual pone a cada una su número porque el ensaye se hace de muchas juntas. Saca de cada una un bocado y pésale fielmente; échale en una copella, que es un vasito hecho de ceniza de huesos molidos y quemados. Pone estos vasitos por su orden en el horno u hornaza, dales fuego fortísimo, derrítese el metal, todo, y lo que es plomo se va en humo, el cobre o estaño se deshace, queda la plata finísima, hecha de color de fuego. Es cosa maravillosa que, cuando está así refinada, aunque esté líquida y derretida no se vierte volviendo la copella o vaso donde está hacia abajo, sino que se queda fija, sin caer gota. En la color y en otras señales conoce el ensayador cuando está afinada; saca del horno las copellas, vuelve a pesar delicadísimamente cada pedacito, mira lo que ha mermado y faltando de su peso, porque la que es de ley subida merma poco, y la que es de ley baja, mucho. Y así, conforme a lo que ha mermado, ve la ley que tiene, y esa asienta, y señala en cada barra puntualmente.
Es el peso tan delicado, y las pesicas o gramos tan menudos, que no se pueden asir con los dedos, sino con unas pinzas, y el peso se hace a luz de candela, porque no dé aire que haga menear las balanzas, porque de aquel poquito depende el precio y valor de toda una barra. Cierto es cosa delicada y que requiere gran destreza, de la cual también se aprovecha la divina Escritura en diversas partes,169 para declarar de qué modo prueba Dios a los suyos, y para notar las diferencias de méritos y valor de las almas, y especialmente donde a Jeremías, profeta, le da Dios título de ensayador,170 para que conozca y declare el valor espiritual de los hombres y sus obras, que es negocio propio del Espíritu de Dios, que es el que pesa los espíritus de los hombres.171 Y con esto nos podemos contentar cuanto a materia de plata, metales y minas, y pasar adelante a los otros dos propuestos de plantas y animales.
Capítulo XIV
De las esmeraldas
Aunque será bien primero decir algo de las esmeraldas, que así por ser cosa preciada, como el oro y plata de que se ha dicho, como por ser su nacimiento también en minas de metales, según Plinio,172 no viene fuera de propósito tratar aquí de ellas.
Antiguamente fué la esmeralda estimada en mucho, y, como el dicho autor escribe, tenía el tercer lugar entre las joyas, después del diamante y de la margarita. Hoy día, ni la esmeralda se tiene en tanto, ni la margarita, por la abundancia que las Indias han dado de ambas cosas, sólo el diamante se queda con su reinado, que no se lo quitará nadie: tras él, los rubíes finos y otras piedras se precian en más que las esmeraldas Son amigos los hombres de singularidad, y lo que ven ya común no lo precian. De un español cuentan que, en Italia, al principio que se hallaron en Indias, mostró una esmeralda a un lapidario y preguntó el precio; vista por el otro, que era de excelente cualidad y tamaño, respondió que cien escudos; mostróle otra mayor, dijo que trescientos. Engolosinado del negocio, llevóle a su casa y mostróle un cajón lleno de ellas; en viendo tantas, dijo el italiano: Señor, éstas valen a escudo. Así ha pasado en Indias y España, que el haber hallado tanta riqueza de estas piedras les ha quitado el valor.
Plinio dice excelencias de ellas y que no hay cosa más agradable, ni más saludable a la vista, y tiene razón, pero importa poco su autoridad mientras hubiere tantas. La otra Lolia Romana, de quien cuenta173 que, en un tocado y vestido labrado de perlas y esmeraldas, echó cuatrocientos mil ducados de valor; pudiera hoy día con menos de cuarenta mil hacer dos pares como aquél. En diversas partes de Indias se han hallado. Los reyes mejicanos las preciaban, y aun usaban algunos horadar las narices y poner allí una excelente esmeralda. En los rostros de sus ídolos también las ponían. Mas donde se ha hallado, y hoy día se halla más abundancia, es en el nuevo reino de Granada y en el Perú, cerca de Manta y Puertoviejo.
Hay por allí dentro una tierra que llaman de las Esmeraldas, por la noticia que hay de haber muchas, aunque no ha sido hasta ahora conquistada aquella tierra. Las esmeraldas nacen en piedras a modo de cristales, y yo las he visto en la misma piedra, que van haciendo como veta, y, según parece, poco a poco se van cuajando y afinando, porque vi unas medio blancas, medio verdes, otras cuasi blancas, otras ya verdes y perfectas del todo. Algunas he visto del grandor de una nuez, y mayores las hay. Pero no sé que en nuestros tiempos se hayan descubierto del tamaño del catino o joya que tienen en Génova, que con razón la precian en tanto por joya, y no por reliquia, pues no consta que lo sea, antes lo contrario.
Pero sin comparación excede lo que Teofrasto refiere de la esmeralda que presentó el rey de Babilonia al rey de Egipto, que tenía de largo cuatro codos y tres de ancho, y que en el templo de Júpiter había una aguja hecha de cuatro piedras de esmeraldas, que tenía de largo cuarenta codos y de ancho en partes cuatro y en partes dos, y que en su tiempo en Tiro había en el templo de Hércules un pilar de esmeralda. Por ventura era, como dice Plinio,174 de piedra verde que tira a esmeralda, y la llaman esmeralda falsa. Como algunos quieren decir, que ciertos pilares que hay en la iglesia catedral de Córdoba, desde el tiempo que fué mezquita de los reyes Miramamolines, moros, que reinaron en Córdoba, que son de piedra de esmeralda.
En la flota del año ochenta y siete, en que yo vine de Indias, trajeron dos cajones de esmeraldas, que tenía cada uno de ellos por lo menos cuatro arrobas, por donde se puede ver la abundancia que hay. Celebra la divina Escritura175 las esmeraldas como joya muy preciada, y pónelas así entre las piedras preciosas que traía en el pecho el sumo pontífice, como en las que adornan los muros de la celestial Jerusalén.
Capítulo XV
De las perlas
Ya que tratamos la principal riqueza que se trae de Indias, no es justo olvidar las perlas que los antiguos llamaban margaritas, cuya estima en los primeros fué tanta, que eran tenidas por cosa que sólo a personas reales pertenecían. Hoy día es tanta la copia de ellas, que hasta las negras traen sartas de perlas.
Críanse en los ostiones o conchas del mar, entre la misma carne, y a mí me ha acaecido, comiendo algún ostión, hallar la perla en medio. Las conchas tienen por de dentro unas colores del cielo muy vivas, y en algunas partes hacen cucharas de ellas, que llaman de nácar. Son las perlas de diferentísimos modos en el tamaño, figura, color y lisura, y así su precio es muy diferente. Unas llaman Avemarías, por ser como cuentos pequeños de rosario; otras Paternostres, por ser gruesas. Raras veces se hallan dos que en todo convengan en tamaño, en forma o en color. Por eso los romanos -según escribe Plinio-176 las llamaron Uniones.
Cuando se aciertan a topar dos que en todo convengan, suben mucho de precio, especialmente para zarcillos; algunos pares he visto que los estimaban en millares de ducados, aunque no llegasen al valor de las dos perlas de Cleopatra, que cuenta Plinio177 haber valido cada una cien mil ducados, con que ganó aquella reina loca la apuesta que hizo con Marco Antonio, de gastar en una cena más de cien mil ducados, porque, acabadas las viandas, echó en vinagre fuerte una de aquellas perlas, y, deshecha así, se la tragó; la otra dice que, partida en dos, fué puesta en el Panteón de Roma, en los zarcillos de la estatua de Venus. Y del otro Clodio, hijo del farsante, o trágico Esopo, cuenta que, en un banquete, dió a cada uno de los convidados una perla rica deshecha en vinagre, entre los otros platos, para hacer la fiesta magnífica. Fueron locuras de aquellos tiempos éstas, y las de los nuestros no son muy menores, pues hemos visto no sólo los sombreros y trenas, más los botines y chapines de mujeres de por ahí cuajados todos de labores de perlas.
Sácanse las perlas en diversas partes de Indias, donde con más abundancia es en el mar del sur, cerca de Panamá, donde están las islas, que por esta cansa llaman de las Perlas. Pero en más cantidad y mejores se sacan en el mar del norte, cerca, del río que llaman de la Hacha. Allí supe cómo se hacía esta granjería, que es con harta costa y trabajo de los pobres buzos, los cuales bajan seis y nueve y aun doce brazas en hondo a buscar los ostiones, que de ordinario están asidos a las peñas y escollos de la mar. De allí los arrancan y se cargan de ellos, y se suben, y los echan en las canoas, donde los abren y sacan aquel tesoro que tienen dentro. El frío del agua allá dentro del mar es grande, y mucho mayor el trabajo de tener el aliento estando un cuarto de hora a veces, y aun media, en hacer su pesca. Para que puedan tener el aliento, hácenles a los pobres buzos que coman poco, y manjar muy seco, y que sean continentes. De manera que también la codicia tiene sus abstinentes y continentes, aunque sea a su pesar.
Lábranse de diversas maneras las perlas, y horadánlas para sartas. Hay ya gran demasía donde quiera. El año de ochenta y siete vi en la memoria de lo que venía de Indias para el rey, dieciocho marcos de perlas y otros tres cajones de ellas, y para particulares, mil y doscientos y sesenta y cuatro marcos de perlas, y sin esto otras siete talegas por pesar, que en otro tiempo se tuviera por fabuloso.
Capítulo XVI
Del pan de Indias y del maíz
Viniendo a las plantas, trataremos de las que son más propias de Indias, y después de las comunes a aquella tierra y a ésta de Europa. Y porque las plantas fueron criadas principalmente para mantenimiento del hombre, y el principal de que se sustenta es el pan, será bien decir qué pan hay en Indias y qué cosa usan en lugar de pan.
El nombre de pan es allá también usado con propiedad de su lengua, que en el Perú llaman tanta, y en otras partes de otras maneras. Mas la cualidad y sustancia del pan que los indios tenían y usaban, es cosa muy diversa del nuestro, porque ningún género de trigo se halla que tuviesen, ni cebada, ni mijo, ni panizo, ni esotros granos usados para pan en Europa. En lugar de esto usaban de otros géneros de granos y de raíces; entre todos, tiene el principal lugar, y con razón, el grano de maíz, que en Castilla llaman trigo de las Indias y en Italia grano de Turquía. Así como en las partes del orbe antiguo, que son Europa, Asia y África, el grano más común a los hombres es el trigo, así en las partes del nuevo orbe ha sido y es el grano de maíz, y cuasi se ha hallado en todos los reinos de Indias occidentales, en Perú, en Nueva España, en Nuevo Reino, en Guatimala, en Chile, en toda Tierra Firme. De las islas de Barlovento, que son Cuba, la Española, Jamaica, San Juan, no sé que se usase antiguamente el maíz; hoy día usan más la yuca y cazavi, de que luego diré.
El grano del maíz, en fuerza y sustento, pienso que no es inferior al trigo; es más grueso y cálido, y engendra sangre; por donde los que de nuevo lo comen, si es con demasía, suelen padecer hinchazones y sarna. Nace en cañas y cada una lleva una o dos mazorcas, donde está pegado el grano; y con ser granos gruesos, tienen muchos, y en algunas contamos setecientos granos. Siémbrase a mano, y no esparcido; quiere tierra caliente y húmeda. Dase en muchas partes de Indias con grande abundancia; coger trescientas hanegas de una sembradura no es cosa muy rara. Hay diferencia en el maíz, como también en los trigos; uno es grueso y sustancioso; otro, chico y sequillo, que llaman moroche; las hojas del maíz y la caña verde es escogida comida para cabalgaduras, y aun seca también sirve como de paja. El mismo grano es de más sustento para los caballos y mulas, que la cebada; y así es ordinario en aquellas partes, teniendo aviso de dar de beber a las bestias primero que coman el maíz, porque bebiendo sobre él se hinchan y les da torzón, como también lo hace el trigo.
El pan de los indios es el maíz; cómenlo comúnmente cocido así en grano y caliente, que llaman ellos mote; como comen los chinos y japoneses el arroz, también cocido con su agua caliente. Algunas veces lo comen tostado; hay maíz redondo y grueso, como lo de los Lucanas, que lo comen españoles por golosina tostado, y tiene mejor sabor que garbanzos tostados. Otro modo de comerlo más regalado es moliendo el maíz y haciendo de su harina masa, y de ella unas tortillas que se ponen al fuego, y así calientes se ponen a la mesa y se comen; en algunas partes las llaman arepas. Hacen también de la propia masa unos bollos redondos, y sazónanlos de cierto modo, que duran, y se comen por regalo. Y porque no falte la curiosidad también en comidas de Indias, han inventado hacer cierto modo de pasteles de esta masa, y de la flor de su harina con azúcar, bicochuelos y melindres que llaman.
No les sirve a los indios el maíz sólo de pan, sino también de vino, porque de él hacen sus bebidas, con que se embriagan harto más presto que con vino de uvas. El vino de maíz, que llaman en el Perú azúa, y por vocablo de Indias común chicha, se hace en diversos modos. El más fuerte, al modo de cerveza, humedeciendo primero el grano de maíz, hasta que comienza a brotar, y después cociéndolo con cierto orden, sale tan recio que, a pocos lances derriba; éste llaman en el Perú sora, y es prohibido por ley, por los graves daños que trae emborrachando bravamente; mas la ley sirve de poco, que así como así lo usan, y se están bailando y bebiendo noches y días enteros. Este modo de hacer brebaje con que emborracharse, de granos mojados y después cocidos, refiere Plinio178 haberse usado antiguamente en España y Francia, y en otras provincias, como hoy día en Flandes, se usa la cerveza hecha de granos de cebada.
Otro modo de hacer azúa o chicha es mascando el maíz y haciendo levadura y de lo que así se masca, y después cocido; y aún es opinión de indios que, para hacer buena levadura, se ha de mascar por viejas podridas, que aun oillo pone asco, y ellos no lo tienen de beber aquel vino. El modo más limpio y más sano y que menos encalabria es de maíz tostado; eso usan los indios más pulidos y algunos españoles por medicina; porque, en efecto, hallan que para riñones y orina es muy saludable bebida, por donde apenas se halla en indios semejante mal, por el uso de beber su chicha.
Cuando el maíz está tierno en su mazorca y como en leche, cocido o tostado lo comen por regalo indios y españoles; también lo echan en la olla y en guisados, y es buena comida. Los cebones de maíz son muy gordos y sirven para manteca en lugar de aceite; de manera que para bestias y para hombres, para pan y para vino y para aceite aprovecha en Indias el maíz. Y así, decía el virrey don Francisco de Toledo, que dos cosas tenía de sustancia y riqueza el Perú, que eran el maíz y el ganado de la tierra. Y cierto tenía mucha razón, porque ambas cosas sirven por mil.
De dónde fué el maíz a Indias, y por qué este grano tan provechoso le llaman en Italia grano de Turquía, mejor sabré preguntarlo, que decirlo. Porque, en efecto, en los antiguos en hallo rastro de este genero, aunque el milio, que Plinio escribe179 haber venido a Italia de la India diez años había cuando escribió, tiene alguna similitud con el maíz, en lo que dice que es grano y que nace en caña, y se cubre de hoja, y que tiene al remate como cabellos, y el ser fertilísimo, todo lo cual no cuadra con el mijo, que comúnmente entienden por milio. En fin, repartió el Criador a todas partes su gobierno; a este orbe dió el trigo, que es el principal sustento de los hombres; a aquel de Indias dio el maíz, que, tras el trigo, tiene el segundo lugar, para sustento de hombres y animales.
Capítulo XVII
De las yucas, y cazavi, y papas y chuño, y arroz
En algunas partes de Indias usan un género de pan que llaman cazavi, el cual se hace de cierta raíz que se llama yuca. Es la yuca raíz grande y gruesa, la cual cortan en partes menudas y la rallan, y como en prensa la exprimen; y lo que queda es una como torta delgada, muy grande y ancha casi como una adarga. Esta así es el pan que comen; es cosa sin gusto y desabrida, pero sana y de sustento; por eso decíamos, estando en la Española, que era propia comida para contra la gula porque se podía comer sin escrúpulo de que el apetito causase exceso.
Es necesario humedecer el cazavi para comello, porque es áspero y raspa; humedécese con agua o caldo fácilmente, y para sopas es bueno, porque empapa mucho, y así hacen capirotadas de ello. En leche y en miel de cañas, ni aun en vino apenas se humedece ni pasa, como hace el pan de trigo. De este cazavi hay uno más delicado, que es hecho de la flor que ellos llaman jaujau, que en aquellas parte se precia, y yo preciaría más un pedazo de pan, por duro y moreno que fuese. Es cosa de maravilla que el zumo o agua que exprimen de aquella raíz de que hacen el cazavi es mortal veneno y, si se bebe, mata, y la sustancia que queda es pan sano, como está dicho.
Hay género de yuca que llaman dulce, que no tiene en su zumo ese veneno, y esta yuca se come así en raíz cocida o asada, y es buena comida. Dura el cazavi mucho tiempo, y así lo llevan en lugar de bizcocho para navegantes. Donde más se usa esta comida es en las islas que llaman de Barlovento, que son, como arriba está dicho, Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico, Jamaica y algunas otras de aquel paraje; la causa es no darse trigo, ni aun maíz, sino mal. El trigo en sembrándolo luego nace con grande frescura, pero tan desigualmente, que no se puede coger, porque de una misma sementera al mismo tiempo uno está en berza, otro en espiga, otro brota; uno está alto, otro bajo; uno es todo hierba, otro grana. Y aunque han llevado labradores para ver si podrían hacer agricultura de trigo, no tiene remedio la cualidad de la tierra. Tráese harina de la Nueva España, o llévase de España, o de las Canarias, y está tan húmeda, que el pan apenas es de gusto ni provecho. Las hostias, cuando decíamos Misa, se nos doblaban como si fuera papel mojado, esto causa el extremo de humedad y calor juntamente que hay en aquella tierra.
Otro extremo contrario es el que en otras partes de Indias quita el pan de trigo y de maíz, como es lo alto de la sierra del Perú y las provincias que llaman del Collao, que es la mayor parte de aquel reino; donde el temperamento es tan frío y tan seco, que no da lugar a criarse trigo, ni maíz, en cuyo lugar usan los indios otro género de raíces, que llaman papas, que son a modo de turmas de tierra y echan arriba una poquilla hoja. Estas papas cogen y déjanlas secar bien al sol y, quebrantándolas, hacen lo que llaman chuño, que se conserva así muchos días y les sirve de pan, y es en aquel reino gran contratación la de este chuño para las minas de Potosí. Cómense también las papas así frescas cocidas o asadas, y de un género de ellas más apacible, que se da también en lugares calientes, hacen cierto guisado o cazuela, que llaman locro. En fin, estas raíces son todo el pan de aquella tierra, y cuando el año es bueno de éstas, están contentos, porque hartos años es les añublan y hielan en la misma tierra: tanto es el frío y destemple de aquella región. Traen el maíz de los valles y de la costa de la mar, y de los españoles regalados, de las mismas partes y de otras harina y trigo, que como la sierra es seca, se conserva bien, y se hace buen pan.
En otras partes de Indias, como son las islas Filipinas, usan por pan el arroz, el cual en toda aquella tierra y en la China se da escogido, y es de mucho y muy buen sustento; cuécenlo, y en unas porcelanas o salserillas, así caliente en su agua, lo van mezclando con la vianda. Hacen también su vino en muchas partes del grano del arroz humedeciéndolo, y después cociéndolo al modo que la cerveza de Flandes o la azúa del Perú. Es el arroz comida poco menos universal en el mundo que el trigo y el maíz, y por ventura lo es más porque ultra de la China, Japones, Filipinas y gran parte de la India oriental es en la África y Etiopía el grano más ordinario. Quiere el arroz mucha humedad, y cuasi la tierra empapada en agua y empantanada. En Europa, en Perú y Méjico, donde hay trigo, cómese el arroz por guisado o vianda, y no por pan, cociéndose en leche, o con el graso de la olla, y en otras maneras. El más escogido grano es el que viene de las Filipinas y China, como está dicho. Y esto baste así en común para entender lo que en Indias se come por pan.
Capítulo XVIII
De diversas raíces que se dan en Indias
Aunque en los frutos que se dan sobre la tierra, es más copiosa y abundante la tierra de acá, por la gran diversidad de árboles, frutales y de hortalizas; pero en raíces y comidas debajo de tierra paréceme que es mayor la abundancia de allá, porque en este género acá hay rábanos y nabos y canarias y chicorias y cebollas y ajos y algunas otras raíces de provecho: allá hay tantas, que no sabré contarlas. Las que agora me ocurren, además de las papas, que son lo principal, son ocas y yanaocas, y camotes y batatas y jíquima, y yuca y cochuchu y cazavi y totora y maní y otros cien géneros que no me acuerdo.
Algunos de éstos se han traído a Europa, como son batatas, y se comen por cosa de buen gusto; como también se han llevado a Indias las raíces de acá; y aún hay esta ventaja, que se dan en Indias mucho mejor las cosas de Europa que en Europa las de Indias: la causa pienso ser que allá hay más diversidad de temples que acá; y así es fácil acomodar allá las plantas al temple que quieran. Y aun algunas cosas de acá parece darse mejor en Indias, porque cebollas y ajos y canarias no se dan mejor en España que en el Perú; y nabos se han dado allá en tanta abundancia, que han cundido en algunas partes, de suerte que me afirman que, para sembrar de trigo unas tierras, no podían valerse con la fuerza de los nabos que allí habían cundido. Rábanos más gruesos que un brazo de hombre, y muy tiernos, y de muy buen sabor, hartas veces los vimos.
De aquellas raíces que dije, algunas son comida ordinaria, como camotes, que asados sirven de fruta o legumbres; otras hay que sirven para regalo, como el cochucho, que es una raicilla pequeña y dulce, que algunos suelen confitarla para más golosina; otras sirven para refrescar, como la jíquima, que es muy fría y húmeda; y en verano, en tiempo de estío refresca y apaga la sed; para sustancia y mantenimiento, las papas y ocas hacen ventaja. De las raíces de Europa el ajo estiman sobre todo los indios, y le tienen por cosa de gran importancia, y no les falta razón porque les abriga y calienta el estómago; según ellos le comen de buena gana y asaz, así crudo como le echa la tierra.
Capítulo XIX
De diversos géneros de verduras y legumbres; y de los que llaman pepinos, y piñas, y frutilla de Chile, y ciruelas
Ya que hemos comenzado por plantas menores, brevemente se podrá decir lo que toca a verduras y hortaliza, y lo que los latinos llaman arbusta, que todo esto no llega a ser árboles. Hay algunos géneros de estos arbustos o verduras en Indias que son de muy buen gusto: a muchas de estas cosas de Indias los primeros españoles les pusieron nombres de España, tomados de otras cosas a que tienen alguna semejanza, como piñas y pepinos y ciruelas, siendo en la verdad, frutas diversísimas; y que es mucho más sin comparación en lo que difieren, de las que en Castilla se llaman por esos nombres.
Las piñas son del tamaño y figura exterior de las piñas de Castilla: en lo de dentro totalmente difieren, porque ni tienen piñones, ni apartamientos de cáscaras, sino todo es carne de comer, quitada la corteza de fuera; y es fruta de excelente olor, y de mucho apetito para comer: el sabor tiene un agrillo dulce y jugoso: cómenlas haciendo tajadas de ellas, y echándolas un rato en agua y sal. Algunos tienen opinión que engendran cólera, y dicen que no es comida muy sana, mas no he visto experiencia que las acredite mal. Nacen en una como caña o verga, que sale de entre muchas hojas, al modo que el azucena o lirio; y en el tamaño será poco mayor, aunque más grueso. El remate de cada caña de éstas es la piña: dáse en tierras cálidas y húmedas; las mejores son de las islas de Barlovento. En el Perú no se dan: tráenlas de los Andes; pero no son buenas ni bien maduras. Al emperador don Carlos le presentaron una de estas piñas, que no debió costar poco cuidado traerla de Indias en su planta, que de otra suerte no podía venir: el olor alabó, el sabor no quiso ver qué tal era. De estas piñas en la Nueva España he visto conserva extremada.
Tampoco los que llaman pepinos son árboles, sino hortaliza, que en un año hace su curso. Pusiéronles este nombre porque algunos de ellos o los más tienen el largo y el redondo semejante a pepino de España, mas en todo lo demás difieren porque el color no es verde, sino morado, o amarillo, o blanco, y no son espinosos ni escabrosos, sino muy lisos, y el gusto tienen diferentísimo y de mucha ventaja, porque tienen también éstos un agrete dulce muy sabroso cuando son de buena sazón, aunque no tan agudo como la piña: son muy jugosos, y frescos, y fáciles de digestión; para refrescar en tiempo de calor son buenos: móndase la cáscara, que es blanda, y todo lo demás es carne; dánse en tierras templadas, y quieren regadío, y aunque por la figura los llaman pepinos, muchos de ellos hay redondos del todo y otros de diferente hechura, de modo que ni aun la figura no tienen de pepinos. Esta planta no me acuerdo haberla visto en Nueva España ni en las islas, sino sólo en las llanos del Perú.
La que llaman frutilla de Chile tiene también apetitoso comer, que cuasi tira al sabor de guindas; mas en todo es muy diferente, porque no es árbol, sino yerba que crece poco y se esparce por la tierra, y de aquella frutilla que en el color y granillos tira a moras, cuando están blancas por madurar, aunque es más ahusada y mayor que moras. Dicen que en Chile se halla naturalmente nacida esta frutilla en los campos. Donde yo la he visto siémbrase de rama, y críase como otra hortaliza.
Las que llaman ciruelas son verdaderamente fruta de árboles, y tienen más semejanza con verdaderas ciruelas. Son en diversas maneras: unas llaman de Nicaragua, que son muy coloradas y pequeñas; y fuera del hollejo y hueso apenas tienen carne que comer; pero eso poco que tienen es de escogido gusto y un agrillo tan bueno o mejor que el de guinda; tiénenlas por muy sanas, y así las dan a enfermos, y especialmente para provocar gana de comer. Otras hay grandes, y de color escura y de mucha carne; pero es comida gruesa y de poco gusto, que son como chabacanas. Estas tienen dos o tres hosezuelos pequeños en cada una.
Y por volver a las verduras y hortalizas, aunque las hay diversas, y otras muchas demás de las dichas; pero yo no he hallado que los indios tuviesen huertos diversos de hortaliza, sino que cultivaban la tierra a pedazos para legumbres, que ellos usan, como los que llaman frísoles y pallares, que les sirven como acá garbanzos, habas y lentejas; y no he alcanzado que éstos ni otro género de legumbres de Europa los hubiese antes de entrar los españoles, los cuales han llevado hortalizas y legumbres de España, y se dan allá extremadamente, y aun en partes hay que excede mucho la fertilidad a la de acá, como si dijéramos de los melones, que se dan en el valle de Ica en el Perú, de suerte que se hace cepa la raíz y dura años, y da cada uno melones, y la podan como si fuese árbol, cosa que no sé que en parte ninguna de España acaezca.
Pues las calabazas de Indias es otra monstruosidad de su grandeza y vicio con que se crían, especialmente las que son propias de la tierra, que allá llaman zapallos, cuya carne sirve para comer, especialmente en cuaresma, cocida o guisada. Hay de este género de calabazas mil diferencias, y algunas son tan disformes de grandes, que dejándolas secar, hacen de su corteza, cortada por medio y limpia, como canastos, en que ponen todo el aderezo para una comida; de otros pequeños hacen vasos para comer o beber y lábranlos graciosamente para diversos usos. Y esto dicho de las plantas menores, pasaremos a las mayores con que se diga primero del ají, que es todavía de este distrito.
Capítulo XX
Del ají o pimienta de las Indias
En las Indias occidentales no se ha topado especería propia, como pimienta, clavo, canela, nuez, jengibre. Aunque un hermano nuestro, que peregrinó por diversas y muchas partes, contaba que en unos desiertos de la isla de Jamaica había topado unos árboles que daban pimienta, pero no se sabe que lo sean ni hay contratación de ella. El jengibre se trajo de la India a la Española, y ha multiplicado de suerte que ya no saben qué hacerse de tanto jengibre, porque en la flota del año de ochenta y siete se trajeron veinte y dos mil cincuenta y tres quintales de ello a Sevilla.
Pero la natural especería que dió Dios a las Indias de occidente es la que en Castilla llaman pimienta de las Indias, y en Indias por vocablo general tomado de la primera tierra de islas que conquistaron nombran ají, y en lengua del Cuzco se dice uchu, y en la de Méjico, chili. Esta es cosa ya bien conocida; y así hay poco que tratar de ella; sólo es de saber que cerca de los antiguos indios fué muy preciada y la llevaban a las partes donde no se da por mercadería importante. No se da en tierras frías, como la sierra del Perú: dáse en valles calientes y de regadío. Hay ají de diversos colores: verde, colorado y amarillo; hay uno bravo, que llaman caribe, que pica y muerde reciamente; otro hay manso, y alguno dulce que se come a bocados. Alguno menudo hay que huele en la boca como almizcle, y es muy bueno. Lo que pica del ají es las venillas y pepita; lo demás no muerde: cómese verde y seco, y molido y entero, y en la olla y en guisados.
Es la principal salsa, y toda la especería de Indias: comido con moderación ayuda al estómago para la digestión; pero si es demasiado, tiene muy ruines efectos; porque de suyo es muy cálido, humoso y penetrativo. Por donde el mucho uso de él en mozos es perjudicial a la salud, mayormente del alma, porque provoca a sensualidad; y es cosa donosa que con ser esta experiencia tan notoria del fuego que tiene en sí, y que al entrar y al salir dicen todos que quema, con todo eso quieren algunos, y no pocos, defender que el ají no es cálido, sino fresco y bien templado. Yo digo que de la pimienta diré lo mismo, y no me traerán más experiencias de lo uno que de lo otro; así que es cosa de burla decir que no es cálido, y en mucho extremo.
Para templar el ají usan de sal, que le corrige mucho, porque son entre sí muy contrarios, y el uno al otro se enfrenan; usan también tomates, que son frescos y sanos, y es un género de granos gruesos jugosos, y hacen gustosa salsa, y por sí son buenos de comer. Hállase esta pimienta de Indias universalmente en todas ellas, en las islas, en Nueva España, en Perú y en todo lo demás descubierto; de modo que, como el maíz es el grano más general para el pan, así el ají es la especia más común para salsa y guisados.
Capítulo XXI
Del plátano
Pasando a plantas mayores, en el linaje de árboles, el primero de Indias, de quien es razón hablar, es el plátano o plántano, como el vulgo le llama. Algún tiempo dudé si el plátano que los antiguos celebraron, y éste de Indias era de una especie; mas visto lo que es éste, y lo que del otro escriben, no hay duda sino que son diversísimos. La causa de haberle llamado plátano los españoles (porque los naturales no tenían tal vocablo) fué como en otras cosas, alguna similitud que hallaron, como llaman ciruelas y piñas y almendras y pepinos, cosas tan diferentes de las que en Castilla son de esos géneros.
En lo que me parece que debieron de hallar semejanza entre estos plátanos de Indias y los plátanos que celebran los antiguos, es en la grandeza de las hojas, porque las tienen grandísimas y fresquísimas estos plátanos, y de aquéllos se celebra mucho la grandeza y frescor de sus hojas, también ser planta que quiere mucha agua, y cuasi continua. Lo cual viene con aquello de la escritura:180 Como plátano junto a las aguas. Mas en realidad de verdad no tiene que ver la una planta con la otra, más que el huevo con la castaña, como dicen. Porque lo primero el plátano antiguo no lleva fruta, o a lo menos no se hacía caso de ella; lo principal porque le estimaban era por la sombra que hacía; de suerte que no había más sol debajo de un plátano que debajo de un tejado.
El plátano de Indias, por lo que es de tener en algo, y en mucho, es por la fruta, que la tiene muy buena; y para hacer sombra no es ni pueden estar sentados debajo de él. Ultra de eso, el plátano antiguo tenía tronco tan grande y ramos tan esparcidos, que refiere Plinio181 del otro Licinio, capitán romano, que con diez y ocho compañeros comió dentro de un hueco de un plátano muy a placer. Y del otro emperador Cayo Calígula, que con once convidados se sentó sobre los ramos de otro plátano en alto, y allí les dió un soberbio banquete. Los plátanos de Indias ni tienen hueco, ni tronco ni ramos. Añádese a lo dicho que los plátanos antiguos dábanse en Italia y en España, aunque vinieron de Grecia, y a Grecia de Asia, mas los plátanos de Indias no se dan en Italia y España; digo no se dan porque, aunque se han visto por acá, y yo vi uno en Sevilla en la huerta del Rey, pero no medran ni valen nada.
Finalmente, lo mismo en que hay la semejanza, son muy desemejantes, porque aunque la hoja de aquéllos era grande, no en tanto exceso, pues la junta Plinio182 con la hoja de la parra y de la higuera. Las hojas del plátano de Indias son de maravillosa grandeza, pues cubrirá una de ellas a un hombre, poco menos que de pies a cabeza. Así que no hay para qué poner esto jamás en duda; mas puesto que sea diverso este plátano de aquel antiguo, no por eso merece manos loor, sino quizá más por las propiedades tan provechosas que tiene. Es planta que en la tierra hace cepa, y de ella saca diversos pimpollos, sin estar asido ni trabado uno de otro.
Cada pimpollo crece, y hace como árbol por sí, engrosando y echando aquellas hojas de un verde muy fino y muy liso, y de la grandeza que he dicho. Cuando ha crecido como estado y medio o dos, echa un racimo sólo de plátanos, que unas veces son muchos, otras no tantos; en algunos se han contado trescientos: es cada uno de un palmo de largo, y más y menos, y grueso como de dos dedos o tres, aunque hay en esto mucha diferencia de unos a otros. Quítase fácilmente la cáscara o corteza; y todo lo demás es médula tiesa y tierna y de muy buen comer, porque es sana y sustenta: inclina un poco más a frío que calor esta fruta. Suélense los racimos que digo coger verdes, y en tinajas, abrigándolos, se maduran y sazonan, especialmente con cierta yerba que es a propósito para eso. Si los dejan madurar en el árbol tienen mejor gusto, y un olor como el de camuesas muy lindo. Duran cuasi todo el año, porque de la cepa del plátano, van siempre brotando pimpollos, y cuando uno acaba, otro comienza a dar fruto, otro está a medio crecer, otro retoña de nuevo; de suerte, que siempre suceden unos pimpollos a otros; y así todo el año hay fruto.
En dando su racimo cortan aquel brazo, porque no da más ninguno de uno, y una vez; pero la cepa, como digo, queda y brota de nuevo hasta que se cansa: dura por algunos años; quiere mucha humedad el plátano y tierra muy caliente; échanle al pie ceniza para más beneficio; hácense bosques espesos de los platanares, y son de mucho provecho, porque es la fruta que más se usa en Indias, y es cuasi en todas ellas universal, aunque dicen que su origen fué de Etiopía y que de allí vino; y en efecto, los negros lo usan mucho, y en algunas partes éste es su pan; también hacen vino de él. Cómese el plátano como fruta así crudo; ásase también y guísase; y hacen de él diversos potajes, y aun conservas; y en todo dice bien.
Hay unos plátanos pequeños y más delicados y blandos, que en la Española llaman dominicos; hay otros más gruesos y recios y colorados. En la tierra del Perú no se dan: tráense de los Andes; como a Méjico, de Cuernavaca y otros valles. En Tierra Firme y en algunas islas hay platanares grandísimos como bosques espesos; si el plátano fuera de provecho para el fuego, fuera la planta más útil que puede ser; pero no lo es porque ni su hoja ni sus ramos sirven de leña, y mucho menos de madera, por ser fofos y sin fuerza. Todavía las hojas secas sirvieron a don Alonso de Ercilla (como él dice) para escribir en Chile algunos pedazos de la Araucana; y a falta de papel no es mal remedio, pues será la hoja del ancho de un pliego de papel, o poco menos, y de largo tiene más de cuatro tanto.
Capítulo XXII
Del cacao y de la coca
Aunque el plátano es más provechoso, es más estimado el cacao en Méjico, y la coca en el Perú; y ambos a dos árboles son de no poca superstición. El cacao es una fruta menor que almendras, y más gruesa, la cual tostada no tiene mal sabor. Esta es tan preciada entre los indios, y aun entre los españoles, que es uno de los ricos y gruesos tratos de la Nueva España, porque como es fruta seca, guárdase sin dañarse largo tiempo, y traen navíos cargados de ella de la provincia de Guatimala; y este año pasado un corsario inglés quemó en el puerto de Guatulco de Nueva España más de cien mil cargas de cacao. Sirve también de moneda, porque con cinco cacaos se compra una cosa, y con treinta otra, y con ciento otra, sin que haya contradicción; y usan dar de limosna estos cacaos a pobres que piden.
El principal beneficio de este cacao es un brebaje que hacen, que llaman chocolate, que es cosa loca lo que en aquella tierra le precian, y algunos que no están hechos a él les hace asco, porque tiene una espuma arriba y un borbollón como de heces, que cierto es menester mucho crédito para pasar con ello. Y en fin, es la bebida preciada, y con que convidan a los señores que vienen o pasan por su tierra los indios; y los españoles, y más las españolas hechas a la tierra, se mueren por el negro chocolate. Este sobredicho chocolate dicen que hacen en diversas formas y temples, caliente, y fresco, y templado. Usan echarle especias y mucho chili; también le hacen en pasta, y dicen que es pectoral, y para el estómago y contra el catarro. Sea lo que mandaren, que en efecto los que no se han criado con esta opinión no lo apetecen.
El árbol donde se da esta fruta es mediano y bien hecho, y tiene hermosa copa; es tan delicado, que para guardarle del sol y que no le queme, ponen junto a él otro árbol grande, que sólo sirve de hacelle sombra, y a éste llaman la madre del cacao. Hay beneficio de cacaotales donde se crían, como viñas o olivares en España, por el trato y mercancía; la provincia que más abunda es la de Guatimala. En el Perú no se da; mas dáse la coca, que es otra superstición harto mayor, y parece cosa de fábula. En realidad de verdad, en sólo Potosí monta más de medio millón de pesos cada año la contratación de la coca, por gastarse de noventa a noventa y cinco mil cestos de ella, y aun el año de ochenta y tres fueron cien mil. Vale un cesto de coca en el Cuzco de dos pesos y medio a tres, y vale en Potosí de contado a cuatro pesos, y seis tomines, y a cinco pesos ensayados; y es el género sobre que se hacen cuasi todas las baratas o mohatras, porque es mercadería de que hay gran expedición.
Es, pues, la coca tan preciada una hoja verde pequeña que nace en unos arbolillos de obra de un estado de alto; críase en tierras calidísimas y muy húmedas; da este árbol cada cuatro meses esta hoja, que llaman allá tres mitas. Quiere mucho cuidado en cultivarse, porque es muy delicada, y mucho más en conservarse después de cogida. Métenla con mucho orden en unos cestos largos y angostos, y cargan los carneros de la tierra, que van con esta mercadería a manadas, con mil y dos mil y tres mil cestos. El ordinario es traerse de los Andes, de valles de calor insufrible, donde lo más del año llueve; y no cuesta poco trabajo a los indios, ni aun pocas vidas su beneficio, por ir de la sierra y temples fríos a cultivalla y beneficialla y traella. Así hubo grandes disputas y pareceres de letrados y sabios sobre si arrancarían todas las chacaras de coca; en fin, han permanecido.
Los indios la precian sobremanera, y en tiempo de los reyes Ingas no era lícito a los plebeyos usar la coca sin licencia del Inga o su gobernador. El uso es traerla en la boca y mascarla chupándola: no la tragan; dicen que les da gran esfuerzo y es singular regalo para ellos. Muchos hombres graves lo tienen por superstición, y cosa de pura imaginación. Yo, por decir verdad, no me persuado que sea pura imaginación; antes entiendo que en efecto obra fuerzas y aliento en los indios, porque se ve en efectos que no se pueden atribuir a imaginación, como es con un puño de coca caminar doblando jornadas, sin comer a veces otra cosa, y otras semejantes obras.
La salsa con que la comen es bien conforme al manjar, porque ella yo la he probado, y sabe a zumaque, y los indios la polvorean con ceniza de huesos quemados y molidos, o con cal, según otros dicen. A ellos les sabe bien, y dicen les hace provecho, y dan su dinero de buena gana por ella, y con ella rescatan, como si fuese moneda, cuanto quieren. Todo podría bien pasar si no fuese el beneficio y trato de ella con riesgo suyo y ocupación de tanta gente. Los señores Ingas usaban la coca por cosa real y regalada, y en sus sacrificios era la cosa que más ofrecían, quemándola en honor de sus ídolos.
Capítulo XXIII
Del magüey, del tunal, de la grana, del añil y algodón
El árbol de las maravillas es el magüey, de que los nuevos o chapetones (como en Indias los llaman) suelen escribir milagros, de que da agua y vino y aceite y vinagre y miel y arrope y hilo y aguja y otras cien cosas. El es un árbol que en la Nueva España estiman mucho los indios, y de ordinario tienen en su habitación alguno o algunos de este género para ayuda a su vida; y en los campos se da y le cultivan. Tiene unas hojas anchas y groseras, y el cabo de ellas es una punta aguda y recia que sirve para prender o asir como alfileres, o para coser, y ésta es el aguja: sacan de la hoja cierta hebra o hilo. El tronco, que es grueso, cuando está tierno, le cortan y queda una concavidad grande, donde sube la sustancia de la raíz, y es un licor que se bebe como agua, y es fresco y dulce; este mismo, cocido, se hace como vino, y dejándolo acedar se vuelve vinagre; y apurándolo el más al fuego es como miel; y a medio cocer sirve de arrope, y es de buen sabor y sano, y a mi parecer es mejor que arrope de uvas. Así van cociendo estas y otras diferencias de aquel jugo o licor, el cual se da en mucha cantidad; porque por algún tiempo cada día sacan algunas azumbres de ello. Hay este árbol también en el Perú, mas no le aprovechan como en la Nueva España. El palo de este árbol es fofo, y sirve para conservar el fuego, porque como mecha de arcabuz tiene el fuego, y le guarda mucho tiempo, y de esto he visto servirse de él los indios en el Perú.
El tunal es otro árbol célebre de la Nueva España, si árbol se debe llamar un montón de hojas o pencas unas sobre otras, y en esto es de la más extraña hechura que hay árbol porque nace una hoja, y de aquélla otra, y de ésta otra, y así va hasta el cabo; salvo que, como van saliendo hojas arriba o a los lados, las de abajo se van engrosando, y llegan cuasi a perder la figura de hoja, y hacer tronco y ramos, y todo él espinoso, áspero y feo, que por eso le llaman en algunas partes cardón. Hay cardones o tunales silvestres, y éstos, o no dan fruta o es muy espinosa y sin provecho. Hay tunales domésticos, y dan una fruta en Indias muy estimada que llaman tunas, y son mayores que ciruelas de fraile buen rato, y así rollizas abren la cáscara, que es gruesa, y dentro hay carne y granillos como de higos, que tienen muy buen gusto, y son muy dulces, especialmente las blancas, y tienen cierto olor suave; las coloradas no son tan buenas de ordinario.
Hay otros tunales que, aunque no dan ese fruto, los estiman mucho más y los cultivan con gran cuidado, porque aunque no dan fruta de tunas, dan empero el beneficio de la grana. Porque en las hojas de este árbol, cuando es bien cultivado, nacen unos gusanillos pegados a ella y cubiertos de cierta telilla delgada, los cuales delicadamente cogen y son la cochinilla tan afamada de Indias, con que tiñen la grana fina; déjanlos secar, y así secos los traen a España, que es una rica y gruesa mercadería; vale la arroba de esta cochinilla o grana muchos ducados. En la flota del año de ochenta y siete vinieron cinco mil seiscientas setenta y siete arrobas de grana, que montaron doscientos ochenta y tres mil setecientos y cincuenta pesos; y de ordinario viene cada año semejante riqueza.
Danse estos tunales en tierras templadas, que declinan a frío; en el Perú no se han dado hasta agora; y en España, aunque he visto alguna planta de éstas; pero no de suerte que haya que hacer caso de ella. Y aunque no es árbol, sino yerba de la que se saca el añil, que es para tinte de paños, por ser mercadería que viene con la grana, diré que también se da en cuantidad en la Nueva España, y vino en la flota que he dicho, obra de veinte y cinco mil y doscientas y sesenta y tres arrobas, que montaron otros tantos pesos.
El algodón también se da en árboles pequeños y en grandes, que tienen unos como capullos, los cuales se abren y dan aquella hilaza o vello, que cogido hilan y tejen, y hacen ropa de ello. Es uno de los mayores beneficios que tienen las Indias, porque les sirve en lugar de lino y de lana para ropa; dáse en tierras calientes en los valles y costa del Perú mucho, y en la Nueva España, y en Filipinas y China, y mucho más que en parte que yo sepa, en la provincia de Tucumán, y en la de Santa Cruz de la Sierra, y en el Paraguay; y en estas partes es el principal caudal. De las islas de Santo Domingo se trae algodón a España; y el año que he dicho se trajeron sesenta y cuatro arrobas. En las partes de Indias donde hay algodón es la tela de que más ordinariamente visten hombres y mujeres, y hacen ropa de mesa, y aun lonas o velas de naos. Hay uno vasto y grosero; otro delicado y sutil, y con diversos colores lo tiñen y hacen las diferencias que en paños de Europa vemos en las lanas.
Capítulo XXIV
De los mameyes y guayabos y paltos
Éstas que hemos dicho son las plantas de más granjería y vivienda en Indias. Hay también otras muchas para comer: entre ellas, los mameyes son preciados, del tamaño de grandes melocotones y mayores; tienen uno o dos huesos dentro; es la carne algo recia. Unos hay dulces y otros un poco agrios. La cáscara también es recia. De la carne de éstos hacen conserva, y parece carne de membrillo; son de buen comer, y su conserva mejor. Danse en las islas; no los he visto en el Perú; es árbol grande, bien hecho y de buena copa.
Los guayabos son otros árboles que comúnmente dan una fruta ruin, llena de pepitas recias, del tamaño de manzanas pequeñas. En Tierra Firme y en las islas es árbol y fruta de mala fama; dicen que huelen a chinches, y su sabor es muy grosero, y el efecto poco sano. En Santo Domingo y en aquellas islas hay montañas espesas de guayabos, y afirman que no había tal árbol cuando españoles arribaron allá, sino que llevado de no sé dónde ha multiplicado infinitamente. Porque las pepitas ningún animal las gasta, y vueltas, como la tierra es húmeda y cálida, dicen que han multiplicado lo que se ve. En el Perú es este árbol diferente, porque la fruta no es colorada, sino blanca, y no tiene ningún mal olor, y el sabor es bueno; y de algunos géneros de guayabos es tan buena la fruta como la muy buena de España, en especial los que llaman guayabos de Matos, y otras guayabillas chicas blancas. Es fruta para estómagos de buena digestión y sanos, porque es recia de digerir y fría, asaz.
Las paltas al revés son calientes y delicadas. Es el palto árbol grande, y bien hecho, y de buena copa, y su fruta de la figura de peras grandes; tiene dentro un hueso grandecillo; lo demás es carne blanda, y cuando están bien maduras es como manteca, y el gusto delicado y mantecoso. En el Perú son grandes las paltas, y tienen cáscara dura, que toda entera se quita. En Méjico por la mayor parte son pequeñas, y la cáscara delgada, que se monda como de manzanas; tiénenla por comida sana, y que algo declina a cálida, como he dicho.
Estos son los melocotones, manzanas y peras de Indias, mameyes, guayabas y paltas, aunque yo antes escogería las de Europa; otros por el uso o afición quizá ternán por buena o mejor aquella fruta de Indias. Una cosa es cierta, que los que no han visto y probado estas frutas les hará poco concepto leer esto, y aun les cansará el oíllo, y a mí también me va cansando; y así abreviaré con referir otras pocas de diferencias de frutas, porque todas es imposible.
Capítulo XXV
Del chicozapote y de las anonas y de los capolíes
Algunos encarecedores de cosas de Indias dijeron que había una fruta que era carne de membrillo, y otra que era manjar blanco, porque les pareció el sabor digno de estos nombres. La carne de membrillo o mermelada, si no estoy mal en el cuento, eran los que llaman zapotes o chicozapotes, que son de comida muy dulce y la color tira a la de conserva de membrillo. Esta fruta decían algunos criollos (como allá llaman a los nacidos de españoles en Indias) que excedían a todas las frutas de España. A mí no me lo parece: de gustos dicen que no hay que disputar; y aunque lo hubiera, no es digna disputa para escrebir. Danse en partes calientes de la Nueva España estos chicozapotes. Zapotes, que no creo difieren mucho, yo he visto de Tierra Firme; en el Perú no sé que haya tal fruta.
Allá el manjar blanco es la anona o guanábana, que se da en Tierra Firme. Es la anona del tamaño de pera muy grande, y así algo ahusada y abierta: todo lo de dentro es blando, y tierno como manteca, y blanco y dulce y de muy escogido gusto. No es manjar blanco, aunque es blanco manjar; ni aun el encarecimiento deja de ser largo, bien que tiene delicado y sabroso gusto; y a juicio de algunos es la mejor fruta de Indias. Tiene unas pepitas negras en cuantidad. Las mejores de éstas que he visto son en la Nueva España, donde también se dan los capolíes, que son como guindas, y tienen su hueso aunque algo mayor, y la forma y tamaño es de guindas, y el sabor bueno, y un dulce agrete. No he visto capolíes en otra parte.
Capítulo XXVI
De diversos géneros de frutales; y de los cocos y almendras de andes y almendras de chachapoyas
No es posible relatar todas las frutas y árboles de Indias, pues de muchas no tengo memoria, y de muchas más tampoco tengo noticia, y aun de las que me ocurren parece cosa de cansancio discurrir por todas. Pues se hallan otros géneros de frutales y frutas más groseras, como las que llaman lúcumas, de cuya fruta dicen por refrán que es madera disimulada; también los pacayes o guabas y hobos y nueces, que llaman encarceladas, que a muchos les parece ser nogales de la misma especie que son los de España; y aún dicen que si los traspusiesen de unas partes a otras a menudo, que vendrían a dar las nueces al mismo modo que las de España, porque por ser silvestres dan la fruta así, que apenas se puede gozar.
En fin, es bien considerar la providencia y riqueza del Criador, que repartió a tan diversas partes del mundo tanta variedad de árboles y frutales, todo para servicio de los hombres que habitan la tierra; y es cosa admirable ver tantas diferencias de hechuras, gustos y operaciones no conocidas ni oídas en el mundo antes que se descubriesen las Indias, de que Plinio y Dioscórides y Theofrasto y los más curiosos ninguna noticia alcanzaron con toda su diligencia y curiosidad. En nuestro tiempo no han faltado hombres curiosos que han hecho tratados de estas plantas de Indias y de hierbas y raíces, y de sus operaciones y medicinas; a los cuales podrá acudir quien deseare más cumplido conocimiento de estas materias.
Yo sólo pretendo decir superficial y sumariamente lo que me ocurre de esta historia, y todavía no me parece pasar en silencio los cocos o palmas de Indias, pero ser notable su propiedad. Palmas digo, no propiamente, ni de dátiles, sino semejantes en ser árboles altos y muy recios, e ir echando mayores ramas cuanto más van subiendo. Estas palmas o cocos dan un fruto que también le llaman coco, de que suelen hacer vasos para beber, y de algunos dicen que tienen virtud contra ponzoña y para mal de hijada. El núcleo o médula de éstos, cuando está cuajada y seca, es de comer y tira algo al sabor de castañas verdes. Cuando está en el árbol tierno el coco, es leche todo lo que está dentro, y bébenlo por regalo y para refrescar en tiempo de calores.
Vi estos árboles en San Juan de Puerto Rico y en otros lugares de Indias, y dijéronme una cosa notable, que cada luna o mes echaba este árbol un racimo nuevo de estos cocos, de manera que da doce frutos al año, como lo que se escribe en el Apocalipsi. Y a la verdad, así parecía, porque los racimos eran todos de diferentes edades: unos que comenzaban, otros hechos, otros a medio hacer, etc. Estos cocos que digo serán del tamaño de un meloncete pequeño; otros hay que llaman coquillos, y es mejor fruta, y la hay en Chile; son algo menores que nueces, pero más redondos. Hay otro género de cocos, que no dan esta médula así cuajada, sino que tiene cuantidad de unas como almendras, que están dentro, como los granos en la granada; son estas almendras mayores tres tanto que las almendras de Castilla; en el sabor se parecen; aunque son un poco más recias, son también jugosas o aceitosas; son de buen comer y sírvense de ellas, a falta de almendras, para regalos, como mazapanes y otras cosas tales. Llámanlas almendras de los Andes, porque se dan estos cocos copiosamente en los Andes del Perú, y son tan recios, que para abrir uno es menester darle con piedra muy grande y buena fuerza. Cuando se caen del árbol, si aciertan con alguna cabeza, la descalabran muy bien. Parece increíble que en el tamaño que tienen, que no son mayores que esotros cocos, a lo menos no mucho, tengan tanta multitud de aquellas almendras.
Pero en razón de almendras, y aun de fruta cualquiera, todos los árboles pueden callar con las almendras de Chachapoyas, que no les sé otro nombre. Es la fruta más delicada y regalada y más sana de cuantas yo he visto en Indias. Y aun un médico docto afirmaba que, entre cuantas frutas había en Indias y España, ninguna llegaba a la excelencia de estas almendras. Son menores que las de los Andes que dije, y mayores, a lo menos más gruesas, que las de Castilla. Son muy tiernas de comer, de mucho jugo y sustancia, y como mantecosas y muy suaves. Críanse en unos árboles altísimos y de grande copa, y, como a cosa preciada, la naturaleza les dió buena guarda. Están en unos erizos algo mayores y de más puntas que los de castañas. Cuando están estos erizos secos, se abren con facilidad y se saca el grano. Cuentan que los micos, que son muy golosos de esta fruta, y hay copia de ellos en los lugares de Chachapoyas, del Perú (donde solamente sé que haya estos árboles), para no espinarse en el erizo, y sacerle la almendra, arrójanlas desde lo alto del árbol recio en las piedras, y quebrándolas así, las acaban de abrir y comen a placer lo que quieren.
Capítulo XXVII
De diversas flores y de algunos árboles que solamente dan flores, y cómo los indios las usan
Son los indios muy amigos de flores, y en la Nueva España más que en parte del mundo; y así usan hacer varios ramilletes, que allá nombran suchiles, con tanta variedad y policía y gala, que no se puede desear más. A los señores y a los huéspedes por honor es uso ofrecelles los principales sus suchiles o ramilletes. Y eran tantos, cuando andábamos en aquella provincia, que no sabía el hombre qué se hacer de ellos.
Bien que las flores principales de Castilla las han allá acomodado para esto, porque se dan allá no menos que acá, como son claveles y clavellinas y rosas y azucena y jazmines y violetas y azahar y otras suertes de flores, que llevadas de España aprueban maravillosamente. Los rosales en algunas partes de puro vicio crecían mucho y dejaban de dar rosas. Sucedió una vez quemarse un rosal, y dar los pimpollos que brotaron luego rosas en abundancia, y de ahí aprendieron a podallas y quitalles el vicio, y dan rosas asaz.
Pero fuera de estas suertes de flores, que son llevadas de acá, hay allá otras muchas, cuyos nombres no sabré decir, coloradas y amarillas y azules y moradas y blancas, con mil diferencias, las cuales suelen los indios ponerse por gala en las cabezas como plumaje. Verdad es que muchas de estas flores no tienen más que la vista, porque el olor no es bueno, o es grosero, o ninguno, aunque hay algunas de excelente olor, como es las que da un árbol, que algunos llaman floripondio, que no da fruto ninguno, sino solamente flores, y éstas son grandes, mayores que azucenas y a modo de campanillas, todas blancas, y dentro unos hilos como el azucena, y en todo el año no cesa de estar echando estas flores, cuyo olor es a maravilla delicado y suave, especialmente en el frescor de la mañana. Por cosa digna de estar en los jardines reales la envió el virrey don Francisco de Toledo al rey don Felipe nuestro señor.
En la Nueva España estiman mucho los indios una flor que llaman yolosuchil, que quiere decir flor de corazón, porque tiene la misma hechura de un corazón, y aun en el tamaño no es mucho menor. Este género de flores lleva también otro árbol grande, sin dar otra fruta; tiene un olor recio y, a mi parecer, demasiado; a otros les parece muy bueno. La flor que llama del sol es cosa bien notoria, que tiene la figura del sol y se vuelve al movimiento del sol. Hay otras que llaman claveles de Indias y parecen un terciopelo morado y naranjado finísimo; también es cosa notoria. Estas no tienen olor que sea de precio, sino la vista. Otras flores hay que con la vista, ya que no tienen olor, tienen sabor, como las que saben a mastuerzo, y si se comiesen sin verse, por el gusto no juzgarían que eran otra cosa.
La flor de granadilla es tenida por cosa notable; dicen que tiene las insignias de la Pasión, y que se hallan en ella los clavos y la columna y los azotes y la corona de espinas y las llagas, y no les falta alguna razón, aunque para figurar todo lo dicho es menester algo de piedad, que ayude a parecer aquello; pero mucho está muy expreso, y la vista en sí es bella, aunque no tiene olor. La fruta que da llaman granadilla, y se come, o se bebe, o se sorbe, por mejor decir, para refrescar; es dulce, y a algunos les parece demasiado dulce. En sus bailes y fiestas usan los indios llevar en las manos flores, y los señores y reyes tenellas por grandeza. Por eso se ven pinturas de sus antiguos tan ordinariamente con flores en la mano, como acá usan pintallos con guantes. Y para materia de flores, harto está dicho; la albahaca, aunque no es flor, sino hierba, se usa para el mismo efecto de recreación y olor, y tenerla en los jardines y regalalla en sus tiestos. Por allá se da tan común y sin cuidado, y tanta, que no es albahaca, sino hierba tras cada acequia.
Capítulo XXVIII
Del bálsamo
Las plantas formó el soberano Hacedor, no sólo para comida, sino también para recreación, para medicina y para operaciones del hombre. De las que sirven de sustento, que es lo principal, se ha dicho, y algo también de las de recreación; de las de medicina y operaciones se dirá otro poco. Y aunque todo es medicinal en las plantas bien sabido y bien aplicado, pero algunas cosas hay que notoriamente muestran haberse ordenado de su Criador para medicina y salud de los hombres, como son licores o aceites o gomas o resinas, que echan diversas plantas, que con fácil experiencia dicen luego para qué son buenas.
Entre éstas, el bálsamo es celebrado con razón por su excelente olor, y mucho más extremado efecto de sanar heridas y otros diversos remedios para enfermedades, que en él se experimentan. No es el bálsamo que va de Indias occidentales, de la misma especie que el verdadero bálsamo que traen de Alejandría o del Cairo, y que antiguamente hubo en Judea, la cual, sola en el mundo, según Plinio escribe, poseyó esta grandeza hasta que los emperadores Vespasianos la trajeron a Roma e Italia. Muéveme a decir que no es de la misma especie el un licor y el otro, ver que los árboles de donde mana son entre sí muy diversos, porque el árbol del bálsamo de Palestina era pequeño y a modo de vid, como refiere Plinio de vista de ojos, y hoy día los que lo han visto en Oriente dicen lo mismo. Y la sagrada Escritura, el lugar donde se daba este bálsamo le llamaba viña de Engadi, por la similitud con las vides.
El árbol de donde se trae el bálsamo de Indias yo le he visto, y es tan grande como el granado, y aun mayor, y tira algo a su hechura, si bien me acuerdo, y no tiene que ver con vid. Aunque Estrabón escribe que el árbol antiguo de bálsamo era del tamaño de granados. Pero en los accidentes y en las operaciones son licores muy semejantes, como es en el olor admirable, en el curar heridas, en la color y modo de sustancia; pues lo que refieren183 del otro bálsamo, que lo hay blanco y bermejo y verde y negro, lo mismo se halla en el de Indias. Y como aquél se sacaba hiriendo o sajando la corteza y destilando por allí el licor, así se hace en el de Indias, aunque es más la cuantidad que destila. Y como en aquél hay uno puro, que se llama opobálsamo, que es la propia lágrima que destila, y hay otro no tan perfecto, que es el licor que se saca del mismo palo o corteza, y hojas exprimidas y cocidas al fuego, que llaman jilobálsamo, así también en el bálsamo de Indias hay uno puro que sale así del árbol, y hay otro que sacan los indios cociendo y exprimiendo las hojas y palos, y también le adulteran y acrecientan con otros licores, para que parezca más.
En efecto, se llama con mucha razón bálsamo, y lo es, aunque no sea de aquella especie, y es estimado en mucho, y lo fuera mucho más si no tuviera la falta que las esmeraldas y perlas han tenido, que es ser muchas. Lo que más importa es que, para la sustancia de hacer crisma, que tan necesario es en la santa Iglesia, y de tanta veneración, ha declarado la Sede Apostólica que con este bálsamo de Indias se haga crisma en Indias y con él se dé el sacramento de confirmación y los demás, donde la Iglesia lo usa.
Tráese a España el bálsamo de la Nueva España; y la provincia de Guatimala y de Chiapa y otras por allí es donde más abunda, aunque el más preciado es el que viene de la isla de Tolú, que es en Tierra Firme, no lejos de Cartagena. Aquel bálsamo es blanco, y tienen comúnmente por más perfecto el blanco que el bermejo, aunque Plinio184 el primer lugar da al bermejo, el segundo al blanco, el tercero al verde, el último al negro. Pero Estrabón185 parece preciar más el bálsamo blanco, como los nuestros lo precian. Del bálsamo de Indias trata largamente Monardes en la primera parte, y en la segunda, especialmente del de Cartagena o Tolú, que todo es uno. No he hallado que en tiempos antiguos los indios preciasen en mucho el bálsamo, ni aun tuviesen de él uso de importancia. Aunque Monardes dice que curaban con él los indios de sus heridas, y que de ellos aprendieron los españoles.
Capítulo XXIX
Del liquidámbar y otros aceites y gomas y drogas, que se traen de Indias
Después del bálsamo tiene estima el liquidámbar; es otro licor, también oloroso y medicinal, más espeso en sí y que se viene a cuajar y hacer pasta; de complexión cálido, de buen perfume y que le aplican a heridas y otras necesidades, en que me remito a los médicos, especialmente al doctor Monardes, que en la primera parte escribió de este licor y de otros muchos medicinales que vienen de Indias.
Viene también el liquidámbar de la Nueva España, y es, sin duda, aventajada aquella provincia en estas gomas, o licores, o jugos de árboles, y así tienen copia de diversas materias para perfumes y para medicinas, como es el ánime, que viene en grande cantidad; el copal y el suchicopal, que es otro género, como de estoraque y encienso, que también tiene excelentes operaciones y muy lindo olor para sahumerios. También la tacamahaca y la caraña, que son muy medicinales. El aceite que llaman de abeto, también de allá lo traen, y médicos y pintores se aprovechan asaz de él; los unos para sus emplastos y los otros para barniz de sus imágenes. Para medicina también se trae la cañafístola, la cual se da copiosamente en la Española, y es un árbol grande y echa por fruta aquellas cañas con su pulpa. Trajéronse en la flota en que yo vine, de Santo Domingo, cuarenta y ocho quintales de cañafístola.
La zarzaparrilla no es menos conocida para mil achaques; vinieron cincuenta quintales en la dicha flota de la misma isla. En el Perú hay de esta zarzaparrilla mucha; y muy excelente en tierra de Guayaquil, que está debajo de la línea. Allí se van muchos a curar, y es opinión que las mismas aguas simples que beben les causan salud, por pasar por copia de estas raíces, como está arriba dicho; con lo cual se junta, que para sudar en aquella tierra no son menester muchas frazadas y ropa.
El palo de guayacán, que por otro nombre dicen el palo santo o palo de las Indias, se da en abundancia en las mismas islas, y es tan pesado como hierro, y luego se hunde en el agua; de éste trajo la flota dicha trescientos y cincuenta quintales, y pudiera traer veinte y cien mil, si hubiera salida de tanto palo. Del palo del Brasil, que es tan colorado y encendido, y tan conocido y usado para tintes y para otros provechos, vinieron ciento treinta y cuatro quintales de la misma isla en la misma flota. Otros innumerables palos aromáticos y gomas y aceites y drogas hay en Indias que ni es posible referillas todas, ni importa al presente; sólo diré que, en tiempos de los reyes Ingas del Cuzco y de los reyes mejicanos, hubo muchos grandes hombres de curar con simples, y hacían curas aventajadas, por tener conocimiento de diversas virtudes y propiedades de hierbas y raíces y palos y plantas, que allá se dan, de que ninguna noticia tuvieron los antiguos de Europa.
Y para purgar hay mil cosas de estas simples, como raíz de Mechoacán, piñones de la Puna y conserva de Guánuco y aceite de Higuerilla y otras cien cosas que, bien aplicadas y a tiempo, no las tienen por de menor eficacia, que las drogas que vienen de Oriente; como podrá entender el que leyere lo que Monardes ha escrito en la primera y segunda parte, el cual también trata largamente del tabaco, del cual ha hecho notables experiencias contra veneno. Es el tabaco un arbolillo o planta asaz común, pero de raras virtudes; también en la que llaman contrayerba, y en otras diversas plantas, porque el Autor de todo repartió sus virtudes como él fué servido y no quiso que naciese cosa ociosa en el mundo; mas el conocello el hombre y sabor usar de ello como conviene, este es otro don soberano que concede el Criador a quien él es servido.
De esta materia de plantas de Indias, y de licores y otras cosas medicinales, hizo una insigne obra el doctor Francisco Hernández, por especial comisión de su majestad, haciendo pintar al natural todas las plantas de Indias, que, según dicen, pasan de mil y doscientas, y afirman haber costado esta obra más de sesenta mil ducados. De la cual hizo uno como extracto el doctor Nardo Antonio, médico italiano, con gran curiosidad. A los dichos libros y obras remito al que más por menudo y con perfición quisiere saber de plantas de Indias, mayormente para efectos de medicina.
Capítulo XXX
De las grandes arboledas de Indias y de los cedros y ceibas y otros árboles grandes
Como desde el principio del mundo la tierra produjo plantas y árboles por mandado del omnipotente Señor, en ninguna región deja de producir algún fruto; en unas más que en otras. Y fuera de los árboles y plantas que por industria de los hombres se han puesto y llevado de unas tierras a otras, hay gran número de árboles que sólo la naturaleza los ha producido. De éstos me doy a entender que en el nuevo orbe (que llamamos Indias) es mucho mayor la copia, así en número como en diferencias, que no en el orbe antiguo y tierras de Europa, Asia y África.
La razón es ser las Indias de temple cálido y húmedo, como está mostrado en el libro segundo contra la opinión con extremo vicio infinidad de estas de los antiguos, y así la tierra produce plantas silvestres y naturales. De donde viene a ser inhabitable y aun impenetrable la mayor parte de Indias, por bosques y montañas y arcabucos cerradísimos, que perpetuamente se han abierto. Para andar algunos caminos de Indias, mayormente en entradas de nuevo, ha sido y es necesario hacer camino a puro cortar con hachas árboles y rozar matorrales, que, como nos escriben padres que lo han probado, acaece en seis días caminar una legua y no más. Y un hermano nuestro, hombre fidedigno, nos contaba que, habiéndose perdido en unos montes, sin saber adonde ni por donde había de ir, vino a hallarse entre matorrales tan cerrados, que le fué forzoso andar por ellos, sin poner pie en tierra por espacio de quince días enteros. En los cuales, también por ver el sol y tomar algún tino, por ser tan cerrado de infinita arboleda aquel monte, subía algunas veces trepando hasta la cumbre de árboles altísimos, y desde allí descubría camino. Quien leyere la relación de las veces que este hombre se perdió, y los caminos que anduvo, y sucesos extraños que tuvo (la cual yo, por parecerme cosa digna de saber, escrebí sucintamente), y quien hubiere andado algo por montañas de Indias, aunque no sean sino las dieciocho leguas que hay de Nombre de Dios a Panamá, entenderá bien de qué manera es esta inmensidad de arboleda que hay en Indias.
Como allá nunca hay invierno que llegue a frío, y la humedad del cielo y del suelo es tanta, de ahí proviene que las tierras de montaña producen infinita arboleda, y las de campiña, que llaman zabanas, infinita hierba. Así que, para pastos, hierba, y para edificios, madera, y para el fuego, leña, no falta. Contar las diferencias y hechuras de tanto árbol silvestre es cosa imposible, porque de los más de ellos no se saben los nombres. Los cedros, tan encarecidos antiguamente, son por allá muy ordinarios para edificios y para naos, y hay diversidad de ellos: unos blancos y otros rojos y muy olorosos. Danse en los Andes del Perú y en las montañas de Tierra Firme y en las islas y en Nicaragua y en la Nueva España, gran cantidad. Laureles de hermosísima vista y altísimos, palmas infinitas, ceibas de que labran los indios las canoas, que son barcos hechos de una pieza.
De La Habana e isla de Cuba, donde hay inmensidad de semejantes árboles, traen a España palos de madera preciada, como son ébanos, caobana, granadillo, cedro y otras maderas que no conozco. También hay pinos grandes en Nueva España, aunque no tan recios como los de España; no llevan piñones, sino piñas vacías. Los robles que traen de Guayaquil son escogida madera y olorosa, cuando se labran; y de allí mismo cañas altísimas, cuyos cañutos hacen una botija o cántaro de agua, y sirven para edificios, y los palos de mangles, que hacen árboles y mástiles de naos, y los tienen por tan recios como si fuesen de hierro.
El molle es árbol de mucha virtud; da unos racimillos, de que hacen vino los indios. En Méjico le llaman árbol del Perú, porque vino de allá; pero dase también y mejor en la Nueva España, que en el Perú. Otras mil maneras hay de árboles, que es superfluo trabajo decirlas. Algunos de estos árboles son de enorme grandeza; sólo diré de uno que está en Tlacochabaya, tres leguas de Guajaca, en la Nueva España. Este, midiéndole aposta, se halló en sólo el hueco de dentro tener nueve brazas, y por defuera medido, cerca de la raíz, dieciséis brazas, y por lo más alto, doce. A este árbol hirió un rayo desde lo alto, por el corazón, hasta abajo, y dicen que dejó el hueco que está referido. Antes de herirle el rayo, dicen que hacía sombra bastante para mil hombres, y así se juntaban allí para hacer sus mitotes, bailes y supersticiones; todavía tiene rama y verdor, pero mucho menos. No saben qué especie de árbol sea, mas de que dicen que es género de cedro.
A quien le pareciere cedro fabuloso aqueste, lea lo que Plinio cuenta186 del plátano de Licia, cuyo hueco tenía ochenta y un pies, que más parecía cueva o casa, que no hueco de árbol; y la copa de él parecía un bosque entero, cuya sombra cubría los campos. Con éste se perderá el espanto y la maravilla del otro tejedor, que dentro del hueco de un castaño tenía casa y telar. Y del otro castaño o que se era, donde entraban a caballo ocho hombres y se tornaban a salir por el hueco de él sin embarazarse. En estos árboles así extraños y diformes ejercitaban sus idolatrías mucho los indios, como también lo usaron los antiguos gentiles, según refieren autores de aquel tiempo.
Capítulo XXXI
De las plantas y frutales que se han llevado de España a las Indias
Mejor han sido pagadas las Indias, en lo que toca a plantas, que en otras mercaderías, porque las que han venido a España son pocas y danse mal, las que han pasado de España son muchas y danse bien. No sé si digamos que lo hace la bondad de las plantas, para dar la gloria a lo de acá; o si digamos que lo hace la tierra, para que sea la gloria de allá. En conclusión, casi cuanto bueno se produce en España hay allá, y en partes aventajado, y en otras no tal, trigo, cebada, hortaliza y verdura y legumbres de todas suertes, como son lechugas, berzas, rábanos, cebollas, ajos, perejil, nabos, canarias, berenjenas, escarolas, acelgas, espinacas, garbanzos, habas, lentejas y, finalmente, cuanto por acá se da de esto casero y de provecho, porque han sido cuidadosos los que han ido, en llevar semillas de todo, y a todo ha respondido bien la tierra, aunque en diversas partes de uno más que de otro, y en algunas poco.
De árboles, los que más generalmente se han dado allá, y con más abundancia, son naranjos y limas y cidras y fruta de este linaje. Hay ya en algunas partes montañas y bosques de naranjales, lo cual, haciéndome maravilla, pregunté en una isla, ¿quién había henchido los campos de tanto naranjo? Respondiéronme que acaso se había hecho porque cayéndose algunas naranjas y pudriéndose la fruta, habían brotado de su simiente, y de la que de éstos y de otros llevaban las aguas a diversas partes, se venían a hacer a aquellos bosques espesos; parecióme buena razón. Dije ser ésta la fruta que generalmente se haya dado en Indias, porque en ninguna parte he estado de ellas donde no haya naranjas, por ser todas las Indias tierra caliente y húmeda, que es lo que quiere aquel árbol; en la sierra no se dan, tráense de los valles o de la costa. La conserva de naranjas cerradas que hacen en las islas es de la mejor que yo he visto allá, ni acá.
También se han dado bien duraznos, y sus consortes melocotones, y priscos, y albarcoques, aunque éstos más en Nueva España; en el Perú, fuera de duraznos, de esotros hay poco, y menos en las islas. Manzanas y peras se dan, pero moderadamente; ciruelas, muy cortamente; higos, en abundancia, mayormente en el Perú; membrillos, en todas partes, y en Nueva España de manera que por medio real nos daban cincuenta, a escoger; granadas también asaz, aunque todas son dulces; agras no se han dado bien. Melones, en partes los hay muy buenos, como en Tierra Firme y algunas partes del Perú. Guindas, ni cerezas, hasta ahora no han tenido dicha de hallar entrada en Indias; no creo es falta del temple, porque le hay en todas maneras, sino falta de cuidado o de acierto. De frutas de regalo apenas siento falte otra por allá. De fruta basta y grosera faltan bellotas y castañas, que no se han dado hasta agora, que yo sepa, en Indias. Almendras se dan, pero escasamente. Almendra y nuez y avellana va de España para gente regalada. Tampoco sé que haya nísperos, ni serbas, ni importan mucho. Y esto baste para entender, que no falta regalo de fruta asaz. Ahora digamos otro poco de plantas de provecho que han ido de España, y acabaremos esta plática de plantas, que ya va larga.
Capítulo XXXII
De uvas viñas y olivas y moreras y cañas de azúcar
Plantas de provecho entiendo las que demás de dar que comer en casa traen a su dueño dinero. La principal de éstas es la vid, que da el vino y el vinagre y la uva y la pasa y el agraz y el arrope; pero el vino es lo que importa.
En las islas y Tierra Firme no se da vino ni uvas; en la Nueva España hay parras y llevan uvas, pero no se hace vino. La causa debe ser no madurar del todo las uvas, por razón de las lluvias, que vienen por julio y agosto, y no las dejan bien sazonar; para comer solamente sirven. El vino llevan de España o de las Canarias; y así es en lo demás de Indias, salvo el Perú y Chile, donde hay viñas y se hace vino, y muy bueno; y de cada día crece así en cuantidad, porque es gran riqueza en aquella tierra, como en bondad, porque se entiende mejor el modo de hacerse. Las viñas del Perú son comúnmente en valles calientes, donde tienen acequias y se riegan a mano, porque la lluvia del cielo en los llanos no la hay y en la sierra no es a tiempo. En partes hay donde ni se riegan las viñas, del cielo ni del suelo, y dan en grande abundancia, como en el valle de Ica, y lo mismo en las hoyas que llaman de Villacuri, donde entre unos arenales muertos se hallan unos hoyos o tierras bajas de increíble frescura todo el año, sin llover jamás, ni haber acequia, ni riego humano. La causa es ser aquel terreno esponjoso y chupar el agua de ríos que bajan de la sierra y se empapan por aquellos arenales; o si es humedad de la mar (como otros piensan), hase de entender que el trascolarse por el arena hace que el agua no sea estéril y inútil, como el filósofo lo significa.
Han crecido tanto las viñas, que por su causa los diezmos de las Iglesias son hoy cinco y seis tanto de lo que eran ahora veinte años. Los valles más fértiles de viñas son Víctor, cerca de Arequipa; Ica, en términos de Lima; Caracato, en términos de Chuquiabo. Llévase este vino a Potosí y al Cuzco y a diversas partes; y es grande granjería, porque vale con toda la abundancia una botija o arroba cinco o seis ducados, y si es de España, que siempre se lleva en las flotas, diez y doce. En el reino de Chile se hace vino como en España, porque es el mismo temple; pero traído al Perú se daña. Uvas se gozan donde no se puede gozar vino, y es cosa de admirar que en la ciudad del Cuzco se hallarán uvas frescas todo el año. La causa de esto me dijeron ser los valles de aquella comarca, que en diversos meses del año dan fruto; y agora sea por el podar las vides a diversos tiempos, ora por cualidad de la tierra, en efecto, todo el año hay diversos valles que dan fruta.
Si alguno se maravilla de esto, más se maravillará de lo que diré, y quizá no lo creerá. Hay árboles en el Perú, que la una parte del árbol da fruta la mitad del año, y la otra parte la otra mitad. En Mala, trece leguas de la ciudad de los Reyes, la mitad de una higuera, que está a la banda del sur, está verde y da fruta un tiempo del año, cuando es verano en la sierra; y la otra mitad, que está hacia los llanos y mar, está verde y da fruta en otro tiempo diferente, cuando es verano en los llanos. Tanto como esto obra la variedad del templo y aire, que viene de una parte o de otra. La granjería del vino no es pequeña, pero no sale de su provincia.
Lo de la seda, que se hace en Nueva España, sale para otros reinos, como el Perú. No la había en tiempo de indios; de España se han llevado moreras, y danse bien, mayormente en la provincia que llaman la Misteca, donde se cría gusano de seda y se labra y hacen tafetanes buenos; damascos, rasos y terciopelos no se labran hasta agora. El azúcar es otra granjería más general, pues no sólo se gasta en Indias, sino también se trae a España harta cantidad, porque las cañas se dan escogidamente en diversas partes de Indias; en islas, en Méjico, en Perú y en otras partes han hecho ingenios de grande contratación. Del de la Nasca me afirmaron que solía rentar de treinta mil pesos arriba cada año. El de Chicama, junto a Trujillo, también era hacienda gruesa, y no menos lo son los de la Nueva España, porque es cosa loca lo que se consume de azúcar y conserva en Indias. De la isla de Santo Domingo se trajeron en la flota que vine ochocientas y noventa y ocho cajas y cajones de azúcar, que siendo del modo que yo las vi cargar en Puerto Rico será a mi parecer cada caja de ocho arrobas
Es esta del azúcar la principal granjería de aquellas islas tanto se han dado los hombres al apetito de lo dulce. Olivas y olivares también se han dado en Indias, digo en Méjico y Perú; pero hasta hoy no hay molino de aceite, ni se hace, porque para comer las quieren más y las sazonan bien. Para aceite hallan que es más la costa que el provecho; así que todo el aceite va de España. Con esto quede acabado con la materia de las plantas, y pasemos a la de animales de las Indias.
Capítulo XXXIII
De los ganados ovejuno y vacuno
De tres maneras hallo animales en Indias uno, que han sido llevados de españoles; otros, que aunque no han sido llevados por españoles, los hay en Indias de la misma especie que en Europa; otros, que son animales propios de Indias y no se hallan en España. En el primero modo son ovejas, vacas, cabras, puercos, caballos, asnos, perros, gatos y otros tales, pues estos géneros los hay en Indias.
El ganado menor ha multiplicado mucho; y si se pudieran aprovechar las lanas enviándose a Europa, fuera de las mayores riquezas que tuvieran las Indias. Porque el ganado ovejuno allá tiene grande abundancia de pastos, sin que se agote la yerba en muchas partes; y es de suerte la franqueza de pastos y dehesas, que en el Perú no hay pastos propios: cada uno apacienta do quiere. Por lo cual la carne es comúnmente abundante y barata por allá; y los demás provechos que de la oveja proceden, de quesos, leche, etc. Las lanas dejaron un tiempo perder del todo, hasta que se pusieron obrajes, en los cuales se hacen paños y frazadas, que ha sido gran socorro en aquella tierra para la gente pobre, porque la ropa de Castilla es muy costosa. Hay diversos obrajes en el Perú; mucho mas copia de ellos en Nueva España, aunque agora sea la lana no ser tan fina, agora los obrajes no labralla tan bien, es mucha la ventaja de la ropa que va de España, a la que en Indias se hace. Había hombres de setenta y de cien mil cabezas de ganado menor; y hoy día los hay poco menos, que a ser en Europa, fuera riqueza, grande y allá lo es moderada.
En muchas partes de Indias, y creo son las más, no se cría bien ganado menor, a causa de ser la yerba alta y la tierra tan viciosa, que no pueden apacentarse sino ganados mayores; y así de vacuno hay innumerable multitud. Y de esto en dos maneras: uno ganado manso, y que anda en sus hatos, como en tierra de los en otras provincias del Perú y en toda la Nueva España. De este ganado se aprovechan, como en España, para carne y manteca y terneras, y para bueyes de arado, etc. En otra forma hay de este ganado alzado al monte; y así por la espereza y espesura de los montes, como por su multitud, no se hierra, ni tiene dueño propio, sino como caza de monte, el primero que la montea y mata es el dueño. De este modo han multiplicado las vacas en la isla Española, y en otras de aquel contorno que andan a millares sin dueño por los montes y campos.
Aprovéchanse de este ganado para cueros: salen negros o blancos en sus caballos con desjarretaderas al campo, y corren los toros o vacas, y la res que hieren y cae es suya. Desuéllanla, y llevando el cuero a su casa dejan la carne perdida por ahí, sin haber quien la gaste ni quiera por la sobra que hay de ella. Tanto, que en aquella isla me afirmaron que en algunas partes había infección de la mucha carne que se corrompía. Este corambre que viene a España es una de las mejores granjerías de las islas y de Nueva España. Vinieron de Santo Domingo en la flota de ochenta y siete, treinta y cinco mil cuatrocientos cuarenta y cuatro cueros vacunos. De la Nueva España vinieron sesenta y cuatro mil y trescientos y cincuenta cueros, que los valuaron en noventa y seis mil y quinientos y treinta y dos pesos. Cuando descarga una flota de éstas, ver el río de Sevilla y aquel arenal donde se pone tanto cuero y tanta mercadería es cosa para admirar.
El ganado cabrío también se da; y ultra de los otros provechos de cabritos, de lecho, etc., es uno muy principal el sebo, con el cual comúnmente se alumbran ricos y pobres, porque como hay abundancia, les es más barato que aceite, aunque no es todo el sebo que en esto se gasta de macho. También para el calzado aderezan los cordovanes; mas no pienso que son tan buenos como los que llevan de Castilla.
Caballos se han dado, y se dan escogidamente en muchas partes o las más de Indias, y algunas razas hay de ellos tan buenos como los mejores de Castilla, así para carrera y gala como para camino y trabajo. Por lo cual allá el usar caballos para camino es lo más ordinario, aunque no faltan mulas y muchas, especialmente donde las recuas son de ellas, como en Tierra Firme. De asnos no hay tanta copia, ni tanto uso; y para trabajo es muy poco lo que se sirven de ellos. Camellos algunos, aunque pocos, vi en el Perú llevados de las Canarias, y multiplicados allá, pero cortamente.
Perros en la Española han crecido en número y en grandeza, de suerte que es plaga de aquella isla, porque se comen los ganados y andan a manadas por los campos. Los que los matan tienen premio por ello, como hacen con los lobos en España. Verdaderos perros no los había en Indias, sino unos semejantes a perrillos, que los indios llamaban alco; y por su semejanza a los que han sido llevados de España, también los llaman alco; y son tan amigos de estos perrillos, que se quitarán el comer por dárselo; y cuando van camino los llevan consigo a cuestas o en el seno. Y si están malos, el perrito ha de estar allí con ellos, sin servirse de ellos para cosa, sino sólo para buena amistad y compañía.
Capítulo XXXIV
De algunos animales de Europa que hallaron los españoles en Indias, y cómo hayan pasado
Todos estos animales que he dicho es cosa cierta que se llevaron de España, y que no los había en Indias cuando se descubrieron aún no ha cien años; y ultra de ser negocio que aún tiene testigos vivos, es bastante prueba ver que los indios no tienen en su lengua vocablos propios para estos animales, sino que se aprovechan de los mismos vocablos españoles, aunque corruptos, porque de donde les vino la cosa, como no la conocían, tomaron el vocablo de ella. Esta regla he hallado buena para discernir qué cosas tuviesen los indios antes de venir españoles, y qué cosas no. Porque aquellas que ellos ya tenían y conocían también les daban su nombre; las que de nuevo recibieron diéronles también nombres de nuevo, los cuales de ordinario son los mismos nombres españoles, aunque pronunciados a su modo, como al caballo, al vino y al trigo, etc.
Halláronse, pues, animales de la misma especie que en Europa, sin haber sido llevados de españoles. Hay leones, tigres, osos, jabalíes, zorras y otras fieras y animales silvestres, de los cuales hicimos en el primer libro argumento fuerte, que no siendo verosímil que por mar pasasen en Indias, pues pasar a nado el océano es imposible, y embarcarlos consigo hombres es locura, síguese que por alguna parte donde el un orbe se continúa y avecina al otro, hayan penetrado, y poco a poco poblado aquel mundo nuevo. Pues conforme a la divina Escritura,187 todos estos animales se salvaron en el arca de Noé, y de allí se han propagado en el mundo.
Los leones que por allá yo he visto no son bermejos, ni tienen aquellas vedijas con que los acostumbran pintar: son pardos, y no tan bravos como los pintan. Para cazarlos se juntan los indios en torno, que ellos llaman chaco, y a pedradas, y con palos y otros instrumentos los matan. Usan encaramarse también en árboles estos leones, y allí con lanzas o con ballestas, y mejor con arcabuz, los matan. Los tigres se tienen por más bravos y crueles, y que hacen salto más peligroso, por ser a traición. Son maculosos, y del mismo modo que los historiadores los describen. Algunas veces oí contar que estos tigres están cebados en indios, y que por eso no acometían a españoles, o muy poco, y que de entre ellos sacaban un indio y se le llevaban. Los osos, que en lengua del Cuzco llaman otoroncos, son de la misma especie que acá, y son hormigueros.
De colmeneros poca experiencia hay, porque los panales donde los hay en Indias danse en árboles, o debajo de la tierra, y no en colmenas al modo de Castilla; y los panales que yo he visto en la provincia de los Charcas, que allá nombran lechiguanas, son de color pardo y de muy poco jugo; más parecen paja dulce que panales de miel. Dicen que las abejas son tan chiquitas como moscas, y que enjambran debajo de la tierra: la miel es aceda y negra. En otras partes hay mejor miel, y panales más bien formados, como en la provincia de Tucumán, y en Chile, y en Cartagena. De los jabalíes tengo poca relación, más de haber oído a personas que dicen haberlos visto. Zorros y animales que degüellan el ganado hay más de los que los pastores quisieran.
Fuera de estos animales, que son fieros y perniciosos, hay otros provechosos que no fueron llevado por los españoles, como son los ciervos o venados, de que hay gran suma por todos aquellos montes; pero los más no son venados con cuernos; a lo menos ni yo los he visto, ni oído a quien los haya visto: todos son mochos como corzos. Todos estos animales que hayan pasado por su ligereza, y por ser naturalmente silvestres y de caza, desde el un orbe al otro, por donde se juntan, no se me hace difícil, sino muy probable y cuasi cierto, viendo que en islas grandísimas y muy apartadas de tierra firme no se hallan, cuanto yo he podido por alguna experiencia y relación alcanzar.
Capítulo XXXV
De aves que hay de acá, y cómo pasaron allá en Indias
Menos dificultad tiene creer lo mismo de aves, que hay del género de las de acá, como son perdices y tórtolas y palomas torcaces y codornices y diversas castas de halcones, que por muy preciados se envían a presentar de la Nueva España y del Perú a señores de España. Ítem, garzas y águilas de diversas castas. Estos y otros pájaros semejantes no hay duda que pudieron pasar y muy mejor como pasaron los leones, tigres y ciervos. Los papagayos también son de gran vuelo, y se hallan copiosamente en Indias, especialmente en los Andes del Perú; en las islas de Puerto Rico y Santo Domingo andan bandas de ellos como de palomas.
Finalmente, las aves con sus alas tienen camino a do quieren; y el pasar el golfo no les será a muchas muy difícil; pues es cosa cierta, y la afirma Plinio,188 que muchas pasan la mar y van a regiones muy extrañas, aunque tan grande golfo, como el mar océano de Indias, no sé yo que escriba nadie que lo pasen aves a vuelo. Mas tampoco lo tengo por del todo imposible, pues de algunas es opinión común de marineros que se ven doscientas, y aun muchas más leguas lejos de tierra; y también, según que Aristóteles enseña,189 las aves fácilmente sufren estar debajo del agua, porque su respiración es poca, como lo vemos en aves marinas, que se zabullen, y están buen rato; y así se podría pensar que pájaros y aves que se hallan en islas y tierra firme de Indias hayan pasado la mar descansando en islotes y tierras, que con instinto natural conocen, como de algunos lo refiere Plinio;190 o quizá dejándose caer en el agua cuando están fatigadas de volar, y de allí, después de descansar un rato, tornando a proseguir su vuelo.
Y cuanto a los pájaros que se hallan en islas, donde no se ven animales de tierra, tengo por sin duda que han pasado en una de las dos maneras dichas. Cuanto a las demás que se hallan en tierra firme, máxime las que no son de vuelo muy ligero, es mejor camino decir que fueron por do los animales de tierra que allá hay de los de Europa. Porque hay aves también en Indias muy pesadas, como avestruces, que se hallan en el Perú, y aun a veces suelen espantar a los carneros de la tierra que van cargados. Pero dejando estas aves, que ellas por si se gobiernan, sin que los hombres cuiden de ellas, si no es por vía de caza; de aves domésticas me he maravillado de las gallinas, porque, en efecto, las había antes de ir españoles; y es claro indicio tener nombres de allá, que a la gallina llaman gualpa y al huevo ronto; y el mismo refrán que tenemos de llamar a un hombre gallina, para notalle de cobarde, ese propio usan los indios. Y los que fueron al descubrimiento de las islas de Salomón refieren haber visto allá gallinas de las nuestras.
Puédese entender que, como la gallina es ave tan doméstica y tan provechosa, los mismos hombres las llevaron consigo, cuando pasaron de unas partes a otras, como hoy día vemos que caminan los indios llevando su gallina o pollito sobre la carga que llevan a las espaldas; y también las llevan fácilmente en sus gallineros hechos de paja o de palo. Finalmente, en Indias hay muchas especies de animales y aves de las de Europa que las hallaron allá los españoles, como son las que he referido y otras que otros dirán.