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Хорхе Хуан и Антонио де Ульоа. Секретные сведения об Америке. Jorge Juan y Antonio de Ulloa. NOTICIAS SECRETAS DE AMERICA

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Хорхе Хуан и Антонио де Ульоа. Секретные сведения об Америке.
Jorge Juan y Antonio de Ulloa. NOTICIAS SECRETAS DE AMERICA.

INDICE

NOTICIAS SECRETAS DE AMÉRICA

Introducción
Siglas con que se designan los centros donde se conservan los documentos citados
Bibliografía

DISCURSO Y REFLEXIONES POLITICAS SOBRE EL ESTADO PRESENTE DE LOS REINOS DEL PERU

Prólogo
Sesión primera. Del estado en que se hallan las plazas de armas de la América Meridional y del modo en que se hace en ellas el servicio
Sesión segunda. Hácese presente la escasez de armas que generalmente se padece en todo el Perú y lo tocante a municiones de guerra
Sesión tercera. Del ilícito comercio que se hace en todos los reinos de Cartagena, Tierra Firme y el Perú, tanto con géneros de Europa como con los de la China en el Perú. El modo de ejecutarlo, y vías por donde se introducen, con las causales de que no se pueda conseguir su extinción y, juntamente, del fraude y extravío que padecen los Derechos Reales en el comercio lícito
Sesión cuarta. En que se expone el tiránico modo de gobierno establecido en el Perú por los corregidores sobre los indios, y [el] estado miserable a que éstos viven reducidos con el método de dar las residencias los corregidores o gobernadores
Sesión quinta. Trátase de las extorsiones que padecen los indios por medio de los curas, con distinción de las que cometen con ellos los eclesiásticos seculares y los regulares, [y] el extravío de su conducta, de donde redunda la tibieza con que los indios guardan la religión, y el que la miren con indiferencia [trátase del estado de las iglesias]
Sesión sexta. Dáse noticia del servicio que hacen los indios en varias especies de haciendas para su cultivo y [en] fábricas [de telares] de la mita, y del gravamen que de ella les resulta a los indios; y, últimamente, del rigor con que se les trata
Sesión séptima. Continúase el trato que se les da a los indios en el Perú, y la injusticia en haberlos despojado de la mayor parte de las tierras que les pertenecían; del perjuicio que en esto se va adelantando cada vez más, y del poco abrigo que hallan en los protectores fiscales para que los defiendan y procuren les sean guardados sus fueros y derechos con aquel fervor que era necesario. [Los hospitales para indios.]
Sesión octava. Conclúyese que de lo mucho que padecen los indios nace la oposición que se encuentra en los indios infieles para admitir el Evangelio y reducirse al vasallaje de los Reyes de España; se trata del corto fruto de las misiones
Sesión novena. Trátase de los bandos o parcialidades contrarias en el Perú entre europeos y criollos; su causa, el escándalo que ocasionan generalmente en todas las ciudades y poblaciones grandes, y la poca sujeción con que, unos y otros, miran la justicia para contenerse
Sesión décima. Trátase del gobierno civil y político del Perú, de la conducta de sus jueces y de la poca utilidad de muchos empleos, que se pudieran suprimir y resultar de ello beneficio a la Real Hacienda
Sesión undécima. Dase noticia de la conducta del estado eclesiástico en todo el Perú; de los graves desórdenes de su vida y, particularmente, en las religiones; de los alborotos y escándalos que se promueven con el motivo de los capítulos
Sesión duodécima. Dase noticia de las riquezas que encierran en sí los reinos del Perú; de los minerales de oro, plata y de otros varios me-tales y piedras exquisitas, con una razón de las muchas que, por descuido o falta de providencia, no se trabajan; de la grande fertilidad de aquellos países, su proporcionalidad para toda suerte de plantas y frutos, y su fecundidad en resinas y en toda suerte de simples

DISCURSO Y REFLEXIONES POLITICAS SOBRE EL ESTADO PRESENTE DE LA MARINA EN LOS REINOS DEL PERU

Prólogo
Punto primero. Hácese relación de los puertos principales de las costas del mar del Sur pertenecientes a los tres reinos de Tierra Firme, Perú y Chile, individuándose [aquellos] en que está el establecimiento de la Armada Naval, con algunos reparos que se ofrecen convenientes para su mejor estado, y con particularidad del de Guayaquil
Punto segundo. Trátase de los astilleros que hay en las costas del mar del Sur, y con particularidad del de Guayaquil, que es el principal, donde se fabrican y carenan casi todos los navíos que navegan en aquellos mares
Punto tercero.Trátase de los arsenales reales que había en el Perú para los navíos que componían aquella armada; el método de su administración y desorden que había en ella, y del número de bajeles que existían el año de 1745
Punto cuarto. Trátase de la maestranza que ha habido siempre en el arsenal del Callao, y de los oficiales de que se compone, y de los efectos que se consumen, tanto en los navíos de guerra como en los marchantes, y de sus calidades
Punto quinto. Hácese relación del estado del Cuerpo de Marina en la mar del Sur; grados de los que comandan y de los demás oficiales; guarnición que llevan los navíos de guerra, y su tripulación de marinería cuando van a campaña; modo de hacer el servicio a bordo y el de suministrarse los víveres por raciones, y sus especies. [Hácese también relación del estado de los hospitales]
Punto sexto. Explícase todo lo perteneciente a navíos marchantes de la mar del Sur; su aparejo y el modo de armarlos y de equiparlos; e igualmente el de navegar, y cargar en los viajes; y el poco orden y formalidad en los puertos para el buen régimen y gobierno, así de la marinería y navíos que entran y salen en ellos, como de todo lo demás conducente al mismo ministerio

NOTICIAS SECRETAS DE AMÉRICA
DISCURSO Y REFLEXIONES POLITICAS SOBRE EL
ESTADO PRESENTE DE LOS REINOS DEL PERU

[por lo tocante a su] gobierno, régimen particular de aquellos habitadores y abusos que se han introducido en uno y otro; dáse individual noticia de las causales de su origen y se proponen algunos medios para evitarlos.

[Trátase también de lo tocante a su] Marina; su gobierno, arsenales, maestranza, viajes, armamentos, plana mayor de sus oficiales [y] sus suelos; [trátase también] de los navíos marchantes.

Escritas por orden del Rey Nuestro Señor por Don Jorge Juan, Comendador de [Aliaga] en el Orden de San Juan y Don Antonio de Ulloa, miembros de la Real Sociedad de Londres, socios correspondientes de la Academia Real de las Ciencias de París y Capitanes de Navío de la Real Armada

DISCURSO Y REFLEXIONES POLITICAS SOBRE EL
ESTADO PRESENTE DE LOS REINOS DEL PERU

SU GOBIERNO, RÉGIMEN PARTICULAR DE AQUELLOS HABITADORES,
Y ABUSOS QUE SE HAN INTRODUCIDO EN UNO Y OTRO; DÁSE
INDIVIDUAL NOTICIA DE LAS CAUSALES DE SU ORIGEN,
Y SE PROPONEN ALGUNOS MEDIOS PARA EVITARLOS.

Escritas
de orden del Rey Nuestro Señor
por Don Jorge Juan, Comendador de
Aliaga en el Orden de San Juan, y
Don Antonio de Ulloa, Miembros
de la Real Sociedad de Londres,
socios correspondientes de la
Academia Real de las Ciencias
de París, y Capitanes de Navío de la
Real Armada
PROLOGO

1. Entre los grandes cuidados de que sin duda está rodeada la soberanía del trono y el desvelado oficio del reinar, ocupan el más superior los dos importantes, cuanto incomparables, bienes de la eterna salud y de la humana sociedad de los súbditos, como que en ellos están cifrados las dos más principales atenciones de los príncipes: la Religión y la Justicia, a las cuales, y a los medios de su conservación, deben dirigirse sus paternales anhelos y sus más piadosas solicitudes; objetos uno y otro que, siéndolo de la cristiana política, se hacen dignos acreedores de que en ellos se deposite continuamente la consideración, y que a su mejor logro conspiren, con anticipada y pronta providencia, cuantas líneas tire esta sabia ciencia, y que, o ya previendo los obstáculos que se pueden en lo sucesivo originar contra ellos, les aplique preservativo con que se evite el caso de que existan, o ya conociendo los daños sucesivos, procure poner en ellos el remedio conveniente para que así se restituyan las cosas al estado en que, según todas reglas de razón y de justicia, deberían haberse conservado sin intermisión.

2. Los países de las Indias, abundantes, ricos y florecientes, y, por tanto, expuestos también a la delicadeza y al lujo; distantes de su príncipe y de sus superiores ministros; gobernados por personas que, muchas veces, no atienden a otros intereses que a los suyos en particular, y, al presente, conducidos a tal estado por la duración y demasiado arraigamiento del mal, que ni la justicia se halla con la suficiente autoridad, ni la razón con poder para hacer contrarresto alguno al desorden o al vicio. No es mucho que, por consiguiente, experimenten abusos introducidos en todo el estado de la república; daños en la inobservancia de las leyes, o en la novedad de poco justas costumbres; excesos en la conducta de los ministros y de los poderosos, con grave detrimento de los flacos y de los desvalidos; escándalos en la vida licenciosa de todos, y un casi continuo y general desvío de lo recto y de lo que, en los bien ordenados estados, se anhela y se solicita. Ni es mucho que, faltando el buen ejemplo en los unos, y comunicándose insensiblemente el daño a los otros, o todos queden infectos de éste, o resten pocos exentos para poder, por sí, restablecer las cosas al ser en el que debían estar.

3. La noticia de todo esto, que no puede conservarse absolutamente oculta por más que la disminuya la distancia, obligó, sin duda, a que entre los demás encargos que se pusieron a nuestro cuidado cuando pasamos a los reinos del Perú, fuese uno el de adquirir con exactitud y la más posible prolijidad y atención, todo lo que pareciese digno de ella acerca del gobierno, administración de justicia, costumbres y estado de aquellos reinos, con todo lo tocante a su civil economía, militar y política. Así lo procuramos ejecutar el tiempo que nos mantuvimos allá, arreglándonos puntualmente a los capítulos de nuestra instrucción; tomando los informes de las personas más desinteresadas, inteligentes y rectas, en aquellas cosas que, por nuestra propia experiencia, no podíamos averiguar; indagando por todas partes, con atenta cuanto prolija curiosidad, lo que podía de algún modo conducir a nuestro asunto, y procurando asegurar siempre el concepto con la calificación de las noticias y la repetición o examen de los sucesos. De modo que en todo hemos llevado la mira de proceder libres, cuanto ser pudiese, de preocupación o de interés, para excusar el riesgo de quedar expuestos al error, o a la falsedad, escollos de que continuamente hemos procurado estar distantes o, al menos, apartarnos a fuerza de la diligencia y de la precaución. Nuestro principal objeto ha sido el de inquirir sólo la verdad y, al presente, el de proponerla descubiertamente a los ojos de los superiores ministros, con el fin de que, sabidos los males que allí se padecen, pueda aplicárseles el conveniente remedio que dicte la prudencia y proporcionase con el tiempo la ocurrencia de las ocasiones.

4. En atención a esto, y a que el público no puede tener interés en ser instruido de noticias que, al paso que no le pueden inducir bien alguno, causarían a los naturales de aquellas partes, en común, un disfame que de ningún modo se podría justificar, se nos ordenó por el señor marqués de La Ensenada que, conteniendo nuestra obra en la parte que se hubiese de publicar todas aquellas cosas útiles al común de las gentes en lo tocante a historia natural, moral y política en general, quedasen reservados los particulares asuntos que contendrá este tratado, para secreta instrucción de los ministros y de aquellos que habían de saberlos, no para hacer divertimiento del ajeno daño, o para que fuese objeto de la detracción lo que debe serlo del cuidado y de la conmiseración, sino, antes bien, para cuidar incesantemente de los medios con que se llegue al tan deseado fin de reformar y mejorar del todo aquellos países; colocar en su debido trono en ellos la religión y la justicia; hacer que sientan todos aquellos vasallos, aun desde tanta distancia, los benévolos influjos y vital calor con que la sabia política de nuestros reyes los atiende y beneficia, y, finalmente, perfeccionar el mejor gobierno y la más recta administración de aquellos súbditos, para que, con las providencias acertadas y la rectitud de tales fines, se extingan los abusos y se disipen enteramente aquellos viciosos establecimientos que suelen ser de perniciosas consecuencias a los estados y, a veces, los instrumentos con que se fabrica su ruina o su deterioración.

5. Estas materias reservadas son las que contiene la presente obra, dividida en doce sesiones, con la prevención de haber de quedar su noticia para el solo fin que va expresado, debiéndose temer de lo contrario sucediesen con su divulgación los daños que con las representaciones del obispo de Chiapa, que tanto descrédito han causado para con los extranjeros al común de toda la nación española, cuando los excesos inevitables en los súbditos, y más cuando están distantes de sus príncipes, los hacen y creen generales y característicos a todos los demás. En esta suposición no se podrá hacer extraño lo irregular de algunos casos que se referirán, y parecerán, a primera vista, increíbles si [no estamos] hechos cargo de a cuánto puede extenderse la humana malicia cuando, lejos de lo que suele más contenerla, esto es, el temor de las leyes y el miedo del castigo, se deja llevar del desenfrenado ímpetu de las pasiones; o si, reflexionando sobre los principios del desorden que quedan apuntados, se detuviere un poco la consideración a especular qué efectos no serán capaces de producir en aquellos países el demasiado anhelo del interés y codicia de que la mayor parte de sus habitadores se hallan poseídos, la libertad y licencioso modo de vida, y la casi ninguna sujeción a magistrados o leyes, debajo de cuyos supuestos nada se podrá hacer difícil del consenso, ni repugnante a la más escrupulosa y detenida credulidad.

6. Este, pues, es el fin único de esta obra, éstos los fundamentos y principios sobre que se ha escrito, y éste será el deseo que más vivamente nos ha impelido a disponerla, solicitando en ella el mayor bien de aquellos pueblos a que quedamos deudores por el beneficio de tantos años de nuestra habitación y a quienes procuramos satisfacer con esta solicitud-, el mejor servicio de nuestro príncipe y desempeño de su real confianza y el mayor ensalce de la religión, que tanto se hallan interesados en el asunto del presente trabajo.

SESION PRIMERA

Del estado en que se hallan las plazas de armas de la América Meridional
y del modo en que se hace en ellas el servicio

1. Aunque el asunto principal de esta sesión no sea tratar del estado que al presente gozan las plazas de armas de la América Meridional en las costas del mar del Norte, porque en el discurso del tiempo que ha mediado desde el año de 1735, que estuvimos en ellas, han tenido mucha mutación, y principalmente desde que se declaró la guerra contra Inglaterra, con cuyo motivo se han mejorado unas y empeorado otras, no obstante no dejaremos de relacionar aquel estado en que las conocimos entonces, para que se pueda formar concepto del que tenían, y del descuido y falta de defensa en que estaban, unas por el poco celo en el que gobernaba, o sobra de malicia en los que obedecían, y otras por defecto del temperamento y contrariedad de los climas que gozan, los cuales, no admitiendo alteración por nuestras disposiciones, subsistirá siempre la imposibilidad de que se puedan mantener en tan buena disposición las plazas a ellos sujetas, y a sus incomodidades, que encuentren en ellas una regular defensa los que intenten invadirlas. Pero siendo el principal objeto de este discurso las plazas marítimas que corresponden a las costas del mar del Sur, será de éstas de quien se deberá formar el perfecto concepto de su estado, como que es el que verdaderamente tienen al presente, para cuyo fin no excusaremos ningunas noticias de las que nuestra especulación pudo adquirir con la ocasión de haberlas reconocido con toda prolijidad por repetidas veces.

2. Las plazas de armas por donde hicimos tránsito para pasar al Perú, en las costas del mar del Norte, fueron Cartagena y Portobelo, y la fortaleza de Chagres, que defiende la entrada del río del mismo nombre. Todas tres, aunque en lo material de las fortificaciones eran fuertes, en lo esencial no tenían aquellas formalidades que son correspondientes a las obras de fortificación para hacer una vigorosa resistencia, y aunque se experimentó lo contrario en las de Cartagena [en 1741], cuando los ingleses le pusieron el sitio, de donde los rechazó, con tanto honor que llenó de gloria las armas de España, una defensa tan esforzada como la que [se] hizo, ya se sabe que para ello concurrieron los poderosos socorros de estar en aquel puerto la escuadra que comandaba el teniente general don Blas de Lezo, cuyas tripulaciones y municiones se emplearon contra el enemigo desde el primer ataque al castillo de San Luis de Bocachica, y, retirándose a la plaza cuando el extremo obligó a ello, no cesaron hasta que, desesperanzados, los enemigos la dejaron libre. A más de este [socorro] tuvo también el de la tropa que se envió de España determinadamente para guarnecerla, y últimamente el de los dos jefes tan experimentados como don Sebastián de Eslava [virrey del Nuevo Reino de Granada] y don Blas de Lezo, todo lo cual le faltaba cuando estuvimos allí [de julio a noviembre de 1735], y aún le faltaba también la mayor parte de la guarnición que le correspondía por dotación.

3. La guarnición de Cartagena debía ser entonces de diez compañías de tropa reglada, de a 77 hombres cada una, incluso los oficiales, que componen 770 hombres. Esta era la [tropa] que le correspondía por dotación para guarnecer la plaza y las tres fortalezas principales exteriores, y aunque este número no es suficiente para que pudiera resistir a los insultos de enemigos en tiempo de guerra, juntas a éstas las compañías de milicias que compone el vecindario, [se] podía formar un cuerpo suficiente para hacer una defensa regular. En esta inteligencia estaría sin duda el ministerio de España, y con Justa razón confiado en el número de aquella tropa que en los pagamentos parecía completa, pero en la realidad le faltaba mucho para estarlo, pues era tan corto el número de soldados que había, que la mayor parte de las garitas estaban desamparadas, y los cortos puestos donde había centinelas no eran guardados con aquella formalidad y cuidado que corresponde, porque manteniéndose en ellos de plantón un mismo soldado por espacio de dos meses, y aun tres, sin ser dudado en todo este tiempo, la garita le servía de habitación para dormir, y todo el resto del día se estaba en la ciudad sin volver a ella si la casualidad no le llevaba por allí. Estos centinelas solían mudarse al cabo de un largo tiempo como el que queda dicho, pasando de aquel puesto a otro, donde sucedía lo mismo, y de ello se podrá inferir qué número de gente sería el de toda aquella guarnición, pues no sólo no había el necesario para mudar las guardias (aunque se hacía la ceremonia) y las centinelas a las horas regulares, pero ni aun para cubrir todos los lugares del recinto que ocupan las fortificaciones.

4. Lo mismo que sucedía en la plaza pasaba en las fortalezas exteriores, y, en unas y en otras, aun aquéllos tan poco soldados eran tales por su avanzada edad e intercedencias, que sólo haciendo el servicio de un modo tan descansado podían sobrellevarlo. Los únicos parajes donde había alguna formalidad era en las puertas, cuyas guardias se componían del oficial a quien pertenecía, un sargento o un cabo, y uno o dos soldados. En esto consistía entonces toda la [formalidad] del servicio que se hacía en aquella plaza, y éstas eran las fuerzas militares que tenía, cuya cortedad es en parte originada de los nuevos y más elevados pensamientos que conciben los españoles cuando van a las Indias, de que ha nacido que no tenga subsistencia la tropa que se envía de España, porque haciendo cada uno de los soldados idea de mayor fortuna, desertan los más, y pasando a lo interior del país, o introduciéndose al Perú, dejan el ejercicio de las armas y se dedican al comercio. Este desorden es tan difícil de evitar cuanto es más extendida y dilatada toda aquella América, que les sirve de asilo para no poder ser encontrados aunque se hicieran muy vivas diligencias en su seguimiento. La poca subsistencia que tiene la tropa que va de España, y la dificultad de completar el número con gente del país, que además de no tener disciplina y no ser propia para ella, no es la más reducible a la vida militar, parece que puede ser bastante disculpa para que fuese tan corto el número que había; pero ¿cuál será la que podría darse capaz de salvar el cargo de que, aun no llegando toda la guarnición a la quinta parte de la que debía haber por dotación, se pasasen las revistas por completas? De lo cual no sólo fuimos instruidos en aquella ciudad por algunos sargentos que nos aseguraron que aunque sus compañías pasaban por completas en las revistas, distaban tanto de estarlo que, entre oficiales y soldados, apenas llegaban a 15 hombres, y algunas tenían menos, sino que también lo reconocimos en algunas de las mismas certificaciones de las revistas que se envían a la Caja Real de Quito como descargo del situado que se remite de ella anualmente, en las cuales van siempre completas las compañías.

5. A1 respecto de lo que sucedía con la tropa era todo lo demás perteneciente a plaza, porque la mayor parte de la artillería estaba mal montada; en esto, empero, había remedado alguna cosa el gobernador, haciendo afustes para alguna parte, aunque corta, porque parece que no tuvo fondos entonces con que extenderse a más.

6. La plaza de Portobelo estaba en peor estado que la de Cartagena, porque al descuido y demasiada confianza de los gobernadores se agregaba la mala disposición del terreno y la contrariedad del temperamento. De lo primero nacía que las fortificaciones de aquel puerto no pudiesen ser regulares, porque empezando la planta de cada fortaleza desde aquel plano contiguo a la playa, se iban encumbrando después por las faldas de los cerros que les hacían espaldas, de suerte que la mayor parte de sus obras quedaban descubiertas, y con sólo batir éstas era suficiente para destruir la fortaleza y menoscabar la guarnición con las propias ruinas. De la contrariedad que se experimenta en aquel temperamento resulta que, siendo sumamente húmedo y cálido, no pueden tener subsistencia los afustes de la artillería, porque se pudren las maderas con facilidad y se abren con la fuerza de los soles; pero esto no obstante, si no acompañara a todo el descuido de los que mandan, no es tan pronta la corrupción de las maderas que dejen de permanecer cuatro o seis años capaces de servir, teniendo la precaución de darles alquitrán siempre que lo necesiten, porque es forzoso advertir que, al paso que el temperamento es tan húmedo y corruptivo, las maderas son también de más resistencia y solidez, como se experimenta con las caobas y cedros, que son los más comunes, y lo mismo con las de otras especies que son propias para el mismo fin. Lo que sucede es que al cabo de mucho tiempo, cuando ya están envejecidas las cureñas, ocurren a Panamá para que de allí se dé providencia a que se hagan, y cuando la han conseguido se contentan con fabricar un corto número, que es lo suficiente para que conste que se ha distribuido lo librado en el fin a que se destinó, y queda la mayor parte en el mismo estado que tenían antes que la Real Hacienda hubiera hecho el desembolso.

7. La guarnición de estas fortalezas, que eran tres (estando la ciudad abierta y sólo defendida de ellas), constaba de 150 hombres, con corta diferencia, los cuales se destacan de Panamá, la mayor parte de ellos de las milicias que tiene aquella ciudad, y se componen de mulatos y tercerones, a quienes se les socorre con el prest regular siempre que son empleados en destacamentos. Pero sucedía que, a poco tiempo de entrar en Portobelo, enfermaban, y se imposibilitaban totalmente para hacer ningún servicio, y aun los que estaban buenos no lo parecían en el semblante, y en la debilidad que demuestran exteriormente. En parte puede nacer esto de que, mudándose cada mes, nunca llega el caso de que se connaturalicen con el temperamento, como sucede con la gente que reside allí de continuo, la cual no enferma después de estar acostumbrada al temple, y se mantiene sana en él; pero esto no puede llegar a verificarse con la tropa, respecto a no haber gente patricia de que poder levantar y mantener la dotación de la plaza, porque en tiempo muerto no hacen residencia en Portobelo más que aquellas familias que están obligadas a ello por la precisión de sus empleos, excusándose el hacerla las que son de distinción; a proporción se experimenta entre las de las castas, pues luego que salen de negros, ascendiendo a contarse entre los blancos, dejan aquel país y se retiran a Panamá o a otra población de las de aquellas provincias.

8. La fortaleza de Chagres es de una situación admirable por estar fundada sobre un alto peñasco escarpado hacia la mar, desde donde domina el fondeadero preciso de las embarcaciones grandes, y cubre con sus fuegos, por otra parte, la entrada del río. Esta [fortaleza] no se hallaba en mucho mejor estado que Portobelo cuando estuvimos allí, aunque tenía el pronto recurso de ser socorrida por el vecindario de un pueblo, que, con el nombre de San Lorenzo de Chagres, está junto al mismo fuerte, y se componía como de 40 a 50 casas de paja, y de 350 personas de todos sexos y edades, de las cuales se podían sacar hasta 100 hombres de armas [entre] negros, mulatos y otras castas de que se componen las familias del pueblo, socorro bastante para la corta guarnición del fuerte, que se componía de 86 hombres en todo.

9. En lo demás de cureñas, municiones, y otras providencias, no se diferenciaba Chagres de Portobelo, y uno y otro no se hallaban en postura de hacer más defensa que la de empezar a resistir y [luego] rendirse por necesidad, porque les faltaba todo lo preciso para hacer otra cosa, y en semejante coyuntura es de poca o ninguna entidad la fortaleza o ventaja del terreno.

10. Tanto en la fortaleza de Chagres como en las que había en Portobelo notamos, no sin novedad, que todas las oficinas y alojamientos interiores eran de madera, siendo así que no hay embarazo para que lo fuesen de piedra, como las murallas de la fortificación, de ladrillos, adobes y aun de tapiales de tierra, cuyas materias son incomparablemente menos expuestas a los estragos del fuego, cuyos accidentes son tanto más comunes en las ocasiones de combates cuanto son materias inflamables y combustibles todas las que entonces se manejan. Por esto ha padecido la fortaleza de Chagres, particularmente en el año de 1670, cuando el pirata inglés Juan Morgan la atacó y tomó, lo que no hubiera conseguido si, prendiéndose fuego a las obras interiores de madera, no la desamparasen los mismos defensores. Y aunque esto tenga el obstáculo de que los costos serán muy excesivos si se hiciera todo de piedra, hay en contra el fácil recurso de poderlo fabricar de adobes o tapiales, y aun de ladrillo, pues no falta de qué poderlo hacer, ni piedra para la cal, mayormente en unos parajes donde tanto abunda la leña para cocerlos.

11. El estado que tenían aquellas plazas de la costa del mar del Norte estaba tan puntualmente conocido por los ingleses, que no ignoraban su debilidad y lo distante de los recursos para recibir socorros. Todo lo tenían tan prolijamente examinado que no les eran extraños los menores ápices de lo que allí pasaba, y con esta seguridad tomaron mayores alientos para hacer las empresas que han intentado en el discurso de la presente guerra contra aquellas plazas.

12. Ya quedan vistos en lo antecedente los motivos de habérseles frustrado sus designios en la de Cartagena: por haber recibido y hallarse con tan considerables socorros aquella plaza, sin los cuales era regular los hubiesen logrado. Y lo mismo se podría haber temido de la invasión que después intentaron contra Panamá el año de 1742, si no los hubiese hecho desistir de ella el temor [a] los refuerzos que les avisaron [había] recibido la plaza con lo cual desmayaron tan fácilmente que no se atrevieron a acometerla, y a no suceder así, hubiera sido muy factible que se hubiesen apoderado de ella mediante las buenas prevenciones que llevaban y las escasas con que se hallaba la plaza para resistirles, porque lo perteneciente a tren de artillería ni reconocía mejoras al de Portobelo ni excedía al de Chagres; las municiones eran muy escasas, y la gente que militaba en tan corto número que desde el primer golpe que hicieron los ingleses sobre Portobelo [desembarcando allí], fue preciso que [en Panamá] tomaran las armas los forasteros que se hallaban en la plaza, y que, haciendo guardia como la tropa reglada, ocupasen los puestos que debía llenar aquélla.

13. El virrey [marqués de Villagarcía] envió los socorros que pudo, según alcanzaban sus fuerzas, porque tampoco se determinaba a remitirlos a Panamá tan considerables que quedasen desmembradas las fuerzas de Lima totalmente y que no fuesen suficientes las que quedasen para resistir alguna otra invasión que pudiese sobrevenir, por la parte del mar del Sur, en el mismo Callao o en otro puerto de los que están inmediatos a aquella capital.

14. Vernon llegó a Portobelo con 2.500 hombres blancos y 500 negros de desembarco para ir a sitiar a Panamá, conducidos en 53 embarcaciones, y considerando que se agregarían otros muchos de voluntarios, [pensó que] en todo podrían componer cerca de 4.000 hombres, cuyo armamento fondeó en Portobelo el 15 de abril, pero hasta el 11 de junio no pudo salir del Callao el primer socorro que envió el virrey a Panamá, y consistía en dos compañías de a 50 hombres y algunos víveres, y así, en el intermedio que llegó, hubo tiempo suficiente para haber hecho el sitio de la plaza y para rendirla. En los dos meses y medio, o cerca de tres, desde que los enemigos entraron en Portobelo hasta que en Panamá se recibió este socorro, el mayor que tenía aquella plaza era el que le suministró la escuadra de los cuatro navíos y una fragata que había enviado el virrey en seguimiento de Anson, y fondeó en el Puerto de Perico el [22 de marzo], de la cual se habían sacado [unos] 35 hombres por navío para la defensa de la plaza, que en todos componían [150] hombres. Pero a Vernon se le pintó el caso de distinto modo, diciéndole que la escuadra se componía de cuatro navíos grandes (lo cual era cierto respecto del buque, pero no como él lo comprendió, porque ninguno excedía de 30 cañones, y éstos de un calibre muy corto), y una fragata que, conjeturando él sería de 50 cañones, sólo montaba 20, [y] de estos [barcos] le dijeron que habían llevado más de 500 hombres de desembarco; [las noticias le abultaron] la cantidad del socorro de un modo que, a no atropellarlas con temeridad, era forzoso mudar de dictamen y suspender la determinación. Pero en la realidad no era suficiente el socorro que la plaza había recibido, ni las fuerzas que tenía, para hacer una larga resistencia, ni cabía [tal] aunque se intentase socorrerla con todas las tripulaciones y municiones de los navíos, dejándolos desamparados en una ocasión tan crítica como aquella en que, si inquietaban los temores de que Vernon la atacase por tierra, no se temía menos que Anson la bloquease por mar, pues hasta entonces no se tenía noticia de su paradero.

15. En este conflicto se vio Panamá por falta de aquel regular estado en que se deben mantener las plazas en tiempo de paz, para que en los de guerra no experimenten algún mal suceso, ni se vean precisadas a tomar las precauciones cuando ya no hay el tiempo necesario para concluirlas, y ponerlas en aptitud de servir, y siendo aquélla la llave de los dos reinos del Perú y Nueva España, lo necesita mucho más que otras. Bien podemos condescender en que el no estar el tren en estado de servicio proviniese de que no hubiese habido caudal en el real erario para costearlo; que el no tener las municiones de guerra correspondientes naciese de no habérsele suministrado; que el no estar las fortificaciones tan perfeccionadas, de no haberse atendido a los informes de los gobernadores, cuando los han hecho para que se dé providencia, pero ¿qué disculpa se podrá encontrar de tanta fuerza que salve el descuido de no tener aquella plaza completa de guarnición de su dotación, siendo cosa cierta que nunca deja de recibir los situados regulares para sus pagamentos, los cuales se remiten de Lima indefectiblemente? Difícil será hallar salida a este reparo, y ésta la deberán dar aquellos a cuyo cargo esté la administración y dispendio de aquel caudal.

16. Panamá, aunque está cerrada de muralla de piedra y ésta se halla en buen estado, particularmente por la parte de tierra, no tiene por ésta, que es la que peligra mediante ser la única [por] donde se puede formar ataque, más resguardo que el de un simple foso, ni otra obra avanzada que la cubra; y así toda su fuerza consiste en esta muralla y sus bastiones, lo cual, una vez vencido, queda llana la plaza. Y no fuera ni difícil ni costoso con exceso fortalecerla con las obras que requiere, y pueden ponerla en estado de mayor fuerza, atento a no ser grande el ámbito en donde se pueden formar ataque contra ella, provenido de que la mayor parte del terreno se compone de playa peñascosa que queda anegada con las crecientes, y así reduce a corto distrito el firme que es contiguo a la muralla.

17. Entrando a registrar ya las plazas del Perú no será extraño que encontremos en ellas lo mismo que en las antecedentes, siendo en las Indias generales, y como característicos, los descuidos, de modo que, si bien se repara, las mismas flaquezas de que adolecen unas padecen otras.

18. Las plazas principales que tiene el Perú son: El Callao, que con harta lástima quedó últimamente destruido al ímpetu de las olas [el 28 de octubre de 1746]; Valparaíso, La Concepción y Valdivia; de cada una diremos lo que pudiéremos en particular.

19. Las fortalezas del Callao consistían en una muralla sencilla de piedra, guarnecida de bastiones o baluartes nada regulares, sin ningún foso, porque la calidad del terreno no lo permitía a causa de que, componiéndose todo él de guijarrería suelta y algún poco de tierra y arena por encima, luego que se cava cosa de tres o cuatro pies de profundidad, y en parajes mucho menos, se da en agua, y el suelo es de ninguna subsistencia. La artillería que coronaba estas murallas era toda de bronce, pero tan cansada que, en lugar de oídos, tenía agujeros de cerca de dos pulgadas de diámetro, de modo que al tiempo de hacer salva con ella dejaba de percibirse el estruendo de algunos tiros dentro del mismo Callao, porque la pólvora salía inflamada or los mismos fogones. Y de esta suerte estaba cuando legamos a Lima llamados de aquel virrey en el año de 40, el cual reparó este grave defecto haciendo que se echasen granos de hierro en todos. Y fue el primero de los encargos que en aquella ocasión nos hizo el virrey, el de reconocer si esta obra se ejecutaba con la precisión y acierto que se requería, en cuya forma lo practicamos, y vimos que se hacía con tanta perfección que no encontramos defecto en ella. Los granos tenían cerca de tres pulgadas de diámetro, y algunos menos, según lo requería la abertura que había hecho el fuego en el oído; entraban tan a fuerza de torno, que muchas veces se torció el que entraba antes de llegar a su lugar, y era menester volver a sacarlo para meter otro; después que quedaba ajustado se unía por la superficie cóncava, o alma del cañón, tan bien que, no formando más que un cuerpo con ella, parecía que se había limado por dentro para igualarlo. Con esta providencia volvió a quedar corriente toda aquella artillería, sin la cual, además de que hubiera sido de un costo exorbitante el refundirla, habría sido necesario mucho tiempo para ponerla en estado de servicio, cuando en la coyuntura lo que importaba más era la brevedad, por tenerse ya el aviso de que la escuadra de Anson estaba inmediata a entrar en aquellos mares, y [porque] allí se podía adelantar menos que en otro paraje la refundición, porque no hay casa determinadamente para ella.

20. Lo más particular en este asunto, y que se hace digno de notar, es el que se hubiese encontrado en aquellos parajes quién ejecutase esta obra con la formalidad que necesitaba, y más que esto, el que lo fuese un platero mestizo, cuyo nombre no merece quedar confundido en el olvido, el cual, sin haber salido de Lima, ni ser de profesión artillero, se ofreció a [hacer aquello para] lo que los mismos a quienes les pertenecía no encontraban recurso. Llámase este mestizo Francisco de Villachica, y por un precio tan moderado para aquellos reinos como el de 130 pesos, y algunos por menos, a proporción de los calibres, ajustó con el virrey cada grano, y los dejó en tan buen estado como el que hubieran adquirido refundiéndose.

21. La artillería del Callao se puso corriente entonces, y en estado de servicio, porque la urgencia lo pedía con instancia; pero no se hubiera atendido a ella si la evidente noticia de que pasaba a aquella mar una escuadra enemiga, no hubiera hecho atener a su reparo, con que si repentinamente hubiesen entrado en el mar del Sur algunos piratas o corsarios de fuerzas, como en varias ocasiones ha sucedido, absolutamente no tendría con qué defenderse aquella plaza, no habiendo en ella ningún cañón en estado de hacer fuego, porque el tiro que se hacía con ellos apenas tenía actividad para sacar el taco del cañón y dejarlo cae
allí inmediato; esto puede parecer exageración, pero varias veces lo notamos con no poca admiración.
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22. A1 mismo respecto que la artillería estaban sus afustes, pues había muchos tales que era menester ayudarlos con puntales para que pudiesen soportar el peso del cañón [afustes] tan consumidos con el tiempo que estaban incapaces de hacer un solo tiro, algunos con una sola rueda muy descuadernada y mantenido el eje por la otra parte con una banqueta, otros con la mitad de las gualderas desechas, y los menos malos sin los herrajes correspondientes o tan gastados que los pernos de traviesa parecían hilos. El mismo motivo que hubo para reparar la artillería obligó a que se fabricasen cureñas para toda la muralla, y aunque se empezó esta obra en aquel mismo año [de 1740], aún no estaba concluida en el de 1744, que dejamos los reinos del Perú.

23. La inmediata presencia del virrey, con que logra aquella plaza el ser visitada de continuo por él, parece que debería contener el fraude de la guarnición y que no fuese como en aquellas que se hallan distantes de su vista, pero no sucede así, porque si lo hay grande en éstas, no es menor el que se experimenta en El Callao. Tiene éste por dotación siete compañías de a 100 hombres de infantería, y otra de artillería que se compone de un teniente general de artillería, un capitán, dos condestables principales, 10 ordinarios, dos ayudantes y 70 artilleros. Esta dotación es la suficiente para guarnecer aquella plaza, porque aunque de ella se destaca la guarnición de Valdivia, que consiste en una compañía que se remuda anualmente, y asimismo la tropa que llevan los navíos de guerra siempre que salen armados, como se agregan después las milicias y tropa que se levanta de nuevo según lo pide la ocasión, es muy correspondiente el número que le queda para que, acompañado del que se le introduce, no tenga nada que temer. Pero es tanto el fraude, que pudiera tomarse a buen partido que estuviera existente la cuarta parte, siendo así que para el rey lo está toda, porque en las revistas parecen completas las compañías, y esto se hace con tal arte que, aunque el virrey asista a ellas, no le es fácil conocer la falta.

24. Aunque El Callao tiene un gobernador particular, no asiste éste en la plaza si no es cuando la urgencia de la ocasión le obliga a ello, porque siendo al mismo tiempo cabo principal de las armas de todo el Perú, le precisa la asistencia de este empleo a tener la suya en Lima de continuo, y en su lugar gobierna El Callao un maestre de campo, que viene a ser como el teniente de rey de la plaza; al cargo del que ocupa este empleo están las compañías de infantería, y corre con la de artilleros el teniente general de la artillería. Lo que sucede en unas y otras es que ocurren de Lima todos aquellos oficiales, y aun maestros, que trabajan en los oficios mecánicos de la ciudad, como plateros, pintores, escultores, zapateros, sastres y otros semejantes, a sentar plaza, bien sea en la artillería o bien en la infantería, no con el fin de servirla, sino con el de gozar del fuero militar y verse libres por este medio de las persecuciones de los alguaciles de justicia o de algunas pequeñas pensiones de otros jueces; para esto hacen el convenio de dejar todo el sueldo al oficial principal a quien corresponden, y quedan éstos con el título de soldados o artilleros privilegiados. Llega el caso de hacerse la revista y, concurriendo todos al Callao, se presentan las compañías tan completas que nunca falta un hombre, siendo así que los que verdaderamente tienen de servicio no exceden de 25 a 30 hombres, y todo el resto es ingreso de los que cometen el fraude. Es éste tan considerable que siendo a razón de 15 pesos por mes el prest de cada soldado de infantería, se puede juzgar por él a lo que subirá la suma que resulta, aun cuando no se supusiera más que la mitad de la tropa. Los artilleros, aunque muchos menos en número, tienen prest más crecido, y ha llegado a tanto el abuso en esta compañía, que se experimenta allí al contrario de lo que sucede en Europa, y es que aun aquellos que solicitan serlo y servir la plaza, a más de haber de dar ellos un tanto por la entrada al teniente general por modo de regalo, hay ajuste entre los dos, y se convienen en lo que el condestable o artillero ha de ceder mensualmente al teniente general, del prest que el rey les da; este ajuste se hace conforme la ocasión y pretendientes a la plaza vaca, ya a la mitad, o ya a la tercera o cuarta parte. Esto que decimos no ha sido sólo informe que nos hayan dado en aquel reino, sino lo que hemos tocado y visto, a fuerza de experiencia, en el mismo Callao y Lima.

25. Un reparo que se puede ofrecer consiste en averiguar el modo que tienen para componerse habiendo de enviar completos los destacamentos que se remiten a Valdivia. Pero esto tiene tantas salidas que no les sirve de embarazo, y así, cuando se llega el tiempo de enviarlos, se recluta otra tanta gente como la que va, y muchas veces suelen ser los mismos recién reclutados los que componen el destacamento completo, sin que en él se incluya algún soldado disciplinado, y así no hay motivo para que se altere el orden regular en El Callao. Pero aunque se logre el enviar a Valdivia el destacamento completo, salga éste así del Callao y entre del mismo modo en su destino, apenas llega, empieza a conceder licencias aquel gobernador, con tanta prontitud que hemos visto volver algunos en el mismo navío que los llevó, y sólo reserva a aquellos que son muy precisos para la plaza. De tal suerte que, sin haber muerto en Valdivia, son tan cortos los que retornan al remudarse el destacamento que, por lo regular, se reducen a los oficiales, sargentos, cabos y algunos pocos soldados.

26. Este fraude de las guarniciones es una dolencia tan envejecida en aquellos reinos, que se practica en ellos con tanta libertad y desahogo como si fuera precepto de las ordenanzas militares el que se ejecutara, y está tan cundido el vicio entre los que mandan y los que debían celarlo, que con dificultad se podría reformar sin tomar para ello tales providencias que no quedase raíz de este desorden capaz de volver a inficionar a los que nuevamente van de España a ocupar aquellos empleos.

27. Volviendo a la plaza del Callao para concluir con sus noticias, era su fundación, antes que el efecto de este último terremoto la hubiese del todo aniquilado, tal que continuamente padecía con los embates del mar. Esto sucedía por aquella parte que correspondía a la marina, por la cual tenía ya robado el batidero de las aguas una gran porción de lo que antiguamente fue plaza, y cada vez iba robando de nuevo, en cuya oposición era forzoso mantener estacadas y redientes, a fin de que con ellos se guareciese del peligro. En esta fábrica y manutención se embebían crecidas sumas de dinero de la Hacienda Real, y nunca bastaban para conseguir el fin, porque todo cuanto se trabajaba en el verano, lo desbarataba y deshacía la resaca del invierno, y era menester volver a empezar de nuevo y trabajar continuamente sin ningún fruto; en esto se consumía la gran cantidad de mangles que se lleva de Guayaquil anualmente por cuenta del rey, que es en lo que pagan el tributo todos aquellos indios pertenecientes a la jurisdicción de este corregimiento, y vecinos a los parajes donde se hacen los cortes. Cuyo expendio se podría evitar dándole a la plaza otra nueva situación en tal paraje que, aunque distase de la playa alguna cosa, no le faltasen las ventajas que tenía en el que ocupaba de cubrir el puerto con sus fuegos, y se quitaba la ocasión de que, además de lo que legítimamente se consumía en estas continuas obras, que nunca cesaban, se evitase la pérdida de lo que se extraviaba, tanto en mangles como en jornales, lo cual podía montar sumas muy considerables.

28. El único perjuicio que puede resultar de retirar alguna cosa hacia adentro la plaza del Callao, apartándola de la playa, es para el comercio, porque estando allí las bodegas o almacenes en donde se reciben todos los frutos y géneros que desembarcan, bastaban los negros esclavos para conducirlos desde los muelles a su destino. Pero si se aparta de allí, será forzoso hacerlo en carros o recuas, y todo consistirá en un poco más de trabajo, pero no en atraso ni pérdida, porque cada bodega tiene recuas de mulas propias para hacer las conducciones a Lima, y con estas mismas la podrán hacer desde el muelle al paraje en donde se situase la plaza nuevamente.

29. La plaza de Valparaíso, aunque consistía sólo en un fuerte grande construido sobre una eminencia que se señorea de todo el puerto y, principalmente, del fondeadero de los navíos, es la única que se hallaba en buen estado y disciplina. Mucha parte de su obra es moderna, hecha por el celo del presidente que entonces mandaba el reino de Chile, el teniente general de los ejércitos don José Manso; su artillería y afustes estaban en un estado muy bueno; la guarnición que entonces tenía era, la mayor parte, del segundo batallón del regimiento de Portugal, que se había enviado a aquel reino a solicitud del mismo presidente y a efectos de las representaciones que tenía interpuestas, hecho cargo de que la tropa reglada del propio país no sirve con la puntualidad que la disciplinada en el ejército, pero no obstante esto, tenía una pequeña guarnición de tropa de las milicias de aquel reino, al sueldo, y además de ésta tienen aquellas fortalezas el recurso de las milicias que componen los vecindarios de las poblaciones y campañas circunvecinas, para ocurrir a las armas en caso necesario. Por tanto, la guarnición, como asimismo la fortaleza, son muy suficientes para defender aquel puerto y tener a cubierto la población que, según se ha dicho en la segunda parte de la Historia del Viaje, es muy reducida y sólo sirve de escala para el comercio de frutos que pasa de aquel reino al Callao, pero siendo de grande entidad aquel puerto por el crecido tráfico que, con este fin, se hace en él bajando a sus almacenes todos los [frutos] que se cogen en las campañas de Santiago para embarcarse, con madura reflexión puso todo su conato el presidente en fortalecerlo bien, conociendo la mucha necesidad que tenía de estar en el mejor estado de defensa que puede permitir la mala disposición del terreno.

30. Pasando, pues, a la tercera plaza de armas de las que regulamos como tales en aquellas costas del Perú, será preciso entrar a reconocer la de La Concepción. Esta no tiene más que un fuerte, situado a la parte de la marina, que defiende o hace frente a uno de los dos fondeaderos que hay en aquella bahía, nombrado el puerto de Cerrillo Verde, el cual está tan inmediato a la ciudad que dista de ella poco más de media legua. El fuerte consiste en una batería sencilla, muy reducida y dominada de varias alturas que circundan el todo de la población, de modo que haciendo desembarco en Talcaguano, que es el puerto principal y dista de La Concepción cosa de dos leguas y media o poco más, se puede entrar en la ciudad sin que la batería o fuerte lo estorbe, atento a ser aquélla abierta por todas partes. Su principal defensa consiste en el crecido número de milicias que, en poco tiempo, se pueden juntar en ella, porque todos los vecinos que habitan en las campañas de su pertenencia están alistados, formando distintas compañías, y con el más leve rumor, bien sea de indios, porque los de Arauco, aunque se hallen de paz, suelen quebrantarla repentinamente, o bien sea de piratas o corsarios que intenten atacarla o sorprenderla para practicar en ella sus comunes hostilidades, se juntan todas y acuden inmediatamente a su defensa.

31. La mayor parte o casi todas estas milicias son de caballería, proviniendo esto de que toda aquella gente está tan habituada a andar a caballo que es cosa rara verlos a pie ni en los campos ni en la ciudad, aunque sea muy corto el tránsito que hayan de hacer, y de que es tanta la abundancia de caballos que cría y tiene aquel reino, que no hay hombre, por pobre que sea, a quien le falten uno o dos, logrando la oportunidad de su cómodo precio y la de su manutención, que no les cuesta nada porque la lozana fertilidad de los campos se los mantiene. Pero aunque estas milicias componen un cuerpo de tropas bíen crecido, padecen la falta de no usar todos armas de fuego, sino lanzas largas con medias lunas de acero en el un extremo, y aunque son diestros en su manejo y sumamente prontos en el de los caballos, no se pueden juzgar capaces de hacer resistencia formal a algún cuerpo de tropas regladas que se les presentara con la ventaja de armas de fuego.

32. Son dependientes de La Concepción los fuertes que están en las fronteras de Arauco y Tucapel, los cuales son también muy reducidos, porque no necesitan ni de gran capacidad, ni de mucha obra de fortificación, ni de grandes fuerzas para el fin que tienen, que es el de contener a los [indios] infieles.

33. En La Concepción no milita la misma paridad [que en los fuertes de la frontera], porque aquélla es una bahía admirable por sí, el territorio abundante de muchas minas, como se dirá en su lugar, y fértil con arrogante vicio, según queda expresado en la descripción que se ha dado en el segundo tomo de la historia de este viaje, cuyas inestimables circunstancias están tan especulizadas por los franceses como la poca dificultad que puede haber en apoderarse de ella. Con que es muy dable, según los buenos deseos que las naciones extrañas han tenido en todos tiempos de hacer colonias en aquellas partes, que si se les proporciona la ocasión, no la desprecien, y una vez que lo consigan no será tan fácil desalojarlos, atento el estado en que al presente se hallan aquellos reinos.

34. No sería preciso, para poner aquella ciudad en un estado bueno de defensa, cerrarla de murallas, haciendo un costo tan crecido como el que se ocasionaría en ello, ni convendría tampoco, porque estando aquel país tan expuesto a los estragos de los terremotos como el de Lima, según lo acreditó en La Concepción, y en todo aquel reino, el que padeció el año de 1730, y otros más antiguos, sería hacer fortalezas sin seguridad de su permanencia, y lo más sensible en este caso sería, sobre su crecido costo, la tardanza que era preciso padecer hasta volverlas a reedificar, aun cuando no hubiese escasez de dineros. Por esta razón son superfluas muchas obras de fortificación, y sin ellas pudiera defenderse muy bien haciendo que se fabricasen dos medianos fuertes, o tres; el uno ocupando la altura que más domina la ciudad, con atención a que cubriese sus avenidas; el otro en Talcaguano, donde parece que es inexcusable, respecto de ser aquel puerto el regular donde pueden fondear los navíos y hacer el desembarco, y el único que tiene agua, y si se quisiese, podría fabricarse el otro sobre el Cerrillo Verde, que es el puerto de buen fondeadero que está inmediato a la ciudad, para que su artillería lo cubriese a buena distancia.

35. En otro país que no fuera en Chile, pudieran ser menos practicables estas fortalezas si se atendía más al crecido expendio que se había de tener en mantener sus guarniciones que a su necesidad. Pero en este de que se trata se allana y facilita con el recurso de las milicias, porque señalando para la defensa de cada uno aquella gente que tiene sus habitaciones en la inmediación de ellos, sabrían que habían de acudir al que le correspondía, y así como ahora se presentan en campo raso, entonces lo harían a un fuerte, que por endeble que fuese no lo sería tanto como no habiéndolo, y para cuando no se ofreciese motivo de acudir a él las milicias, sería bastante una compañía de 25 a 30 hombres al sueldo, que guarneciese cada uno y cuidase, al mismo tiempo, del tren y armas que le pertenecían.

36. La fortaleza que actualmente tiene La Concepción está guarnecida de artillería de bronce, cuyo número, aunque no es grande, es suficiente y proporcionado a la capacidad de su recinto. En el año de 1743, que fue en [el] que la reconocimos, estaba así la artillería como las cureñas y demás cosas pertenecientes al tren, en buen estado, y se habían hecho en lo interior de la misma fortaleza algunas obras buenas, por disposición del gobernador de aquel reino, don José Manso; su guarnición era también proporcionada, y se componía de gente del país, disciplinada y al sueldo. No tuvimos noticia de que en ella hubiese el desorden que en las otras plazas, y no es extraño, porque con el motivo de residir allí los seis meses del año el presidente de Chile, y ser muy celoso el que entonces ocupaba este empleo, no daba lugar a que hubiese fraude. Pero no obstante esto, como su presencia no podía estar en todas partes, no dejaba de experimentarse alguno en las guarniciones de los fuertes de la frontera, según nos informaron, en el año de 1744, los cabos destacados en ellos, pero aun en éstos no era comparable el que había al que se experimentaba en las otras plazas de que hemos hecho mención.

37. La última plaza de las propuestas es la de Valdivia. Y aunque no se nos proporcionó ocasión de llegar a ella, es tan grande el desorden que allí se practicaba que no puede hacerse disimulable a ninguna inteligencia. Con el motivo de haber tratado con varias personas que por repetidas veces han estado allí, logramos el instruirnos, bien por menor, en los asuntos más principales. Pero como suele adelantar muchas veces la ponderación, o la malicia, a lo que reconoce la imparcialidad, abultando los asuntos hasta tal punto que convierte en gravedad lo que intrínsecamente suele ser delito tan pequeño que sea digno del indulto de la disimulación, nos es forzoso hacer antes la protesta necesaria, advirtiendo que lo que podemos decir tocante a esta plaza va fundado en las noticias que nos dieron de ella, y debajo de este supuesto lo podremos hacer, dispuestos siempre a confesar que tal vez a mejores informes y noticias deba ceder nuestro juicio la vez, [siempre] que aquéllas aparezcan en la forma y seguridad correspondiente.

38. Está fundada Valdivia dentro del río que llaman de Quiriquina y en la costa Oriental de él, distando de la embocadura del río cosa de diez leguas. Por la parte de tierra cierra a la población una muralla guarnecida de baluartes y resguardada de un foso, que es muy suficiente para defenderse, no solamente de los indios infieles, sino de cualquiera invasión que los enemigos puedan proyectar contra ella. Pero, aun siendo las fortificaciones que cubren la ciudad tan bien dispuestas, no son éstas las que hacen fuerte aquella plaza, sino las que defienden la entrada del río, para cuyo fin tiene cuatro fuertes tan bien dispuestos que, jugando entre todos más de 100 cañones de buen calibre, ha de vencer los fuegos de todos ellos la embarcación que quisiere tomar puerto, y sin conseguir este triunfo no puede hacer desembarco en ninguna parte, porque las costas marítimas que corren al Sur y al Norte son tan bravas y altas, compuestas de peñasquería escarpada, que en ningún paraje lo permiten.

39. En la costa del Sur, luego que se estrecha la entrada del río, tienen su situación dos fortalezas. La más Occidental y exterior se nombra Castillo de Amargos, y la más Oriental, que está ya dentro del primer paso estrecho de la entrada, la del Corral, entre las cuales forman un puerto con este mismo nombre, y en él no están menos sujetas a los cuatro fuegos de las fortalezas las embarcaciones que fondean en él, que al tiempo de ir entrando. La costa marítima del Norte con la Occidental del río, forman una punta que, con la que ocupa el Castillo de Amargos, hace la entrada del río, y en ella hay otra fortaleza nombrada Castillo de Niebla. Entre ésta y la fortaleza del Corral se halla una isla que hace frente al canal de la entrada, y en ella está fundado el Castillo de Mancera, de modo que la defiende en cuanto puede alcanzar el tiro. Entre las cuatro fortalezas montan 108 cañones, que defienden la entrada del río, y, con ésta, la de la ciudad. No se permite que entre embarcación de gavías sin que primero esté reconocida y asegurado de ella el gobernador de la plaza, cuya disciplina no se observa en los demás puertos, pues todos están abiertos y así viene a ser éste el único cerrado que hay en aquellas costas y el único también que está fortalecido con la formalidad y circunstancias que se requieren para no tener que temer en ningún caso o accidente.

40. La tropa reglada que guarnece las fortificaciones de esta plaza es destacamento que se hace de las de Lima. Pero además de ésta compone su vecindario distintas compañías, unas de tropa reglada al sueldo y otras de milicias, porque siendo presidio cerrado, están obligados a tomar las armas en caso necesario todos sus moradores, cuyas familias no dejan de ser ya en crecido número. Fuera de esto recibe los delincuentes de todo el Perú, y con ellos se hace el trabajo que necesitan las fortificaciones para sus reparos.

41. Mantiénese esta plaza con dos situados que recibe anualmente; el uno se le despacha de Lima, que consiste en el dinero y géneros necesarios para el pagamento de toda la guarnición, gobernador y demás oficiales de la plana mayor; y el otro, de víveres, que le suministra el reino de Chile. Pero uno y otro vienen a resultar y resumirse en utilidad del gobernador, por causa del pernicioso abuso que entre ellos tienen establecido con la autoridad despótica de ser absolutos y de estar retirados del conocimiento de los superiores, para que no sea fácil se corrijan los desórdenes de su conducta.

42. Está dispuesto que la mitad o tercera parte del importe de este situado que se remite de Lima, vaya en géneros de mercaderías y que, al mismo respecto, se repartan en Valdivia entre los acreedores a él, para que, con esta providencia, tenga aquella gente de qué vestirse cómodamente y no carezca de una cosa tan precisa por habitar en paraje donde no se hace ningún comercio, y por esto les sería forzoso a sus habitantes enviar o ir a comprarlos hasta Lima, cosa que no es practicable ni regular; por lo cual se repara [esto] con la acertada disposición de dar a cada uno la parte proporcionada de lo que ha de percibir, en géneros de ropa, y lo restante en dinero. En esta forma está dispuesto que se haga, y aunque las remisiones se practican así, no se cumple el fin al tiempo de la entrega, porque los gobernadores se apropian el todo de las mercancías, aunque excedan sobresalientemente a lo que les pertenece por sus sueldos, y pagan a las guarniciones y demás personas que gozan sueldos por el rey en dinero. Después abren sus tiendas, en las cuales ponen cajeros, y, dando a cada género todo el valor que quieren, dentro de corto tiempo quedan hechos dueños de todo el dinero del situado, porque como toda aquella gente está necesitada de lo preciso para vestirse, no tiene más recurso que el de las tiendas del gobernador, ni puede eximirse de pasar por el exceso de los precios que éste impone a aquellos géneros. Con cuyo arbitrio, los gobernadores se aprovechan de todo el situado, consiguiéndolo de tal modo que, al cabo de dos años de estar en el gobierno, son acreedores a él por entero, porque ya entonces están adeudados con ellos todos los de aquel vecindario. De cuyo modo, que es el más injusto y tiránico que se puede imaginar, sacan de aquel gobierno unos caudales tan crecidos como es notorio, sin haber llevado a él otro principio más que el del empleo, el cual tiene fama en todos aquellos reinos por lo mucho que adquieren en él los que lo sirven.

43. De este voluntario pagamento sólo se eximen los que tienen empleos superiores, a quienes, como por modo de gracia u obsequio, conceden los gobernadores aquella parte que les pertenece en géneros. Pero como éstos son pocos, la mayor parte de aquella gente está precisada a pasar por el rigor de la ley que impone el gobernador.

44. Se acordó la providencia de que se enviase a Valdivia una parte del situado en géneros de ropa, con tan madura reflexión que, conociendo la urgente necesidad de ella, se dispuso que interviniesen los mismos oficiales reales de Lima y un apoderado que tiene en aquella ciudad la plaza, para solicitar el situado a su tiempo y hacerse cargo de la compra de los géneros, cuyas facturas se remiten para que, por el tanto del costo, se repartan después en aquellos a quienes legítimamente les pertenezca. Pero toda esta formalidad queda desvanecida después que entra en aquella plaza, y sólo sirve para que el mismo gobernador arregle sus ganancias sobre el costo principal.

45. Casi lo mismo que se practica con el situado de Lima, de dinero y ropas, se ejecuta con el de La Concepción, que es de víveres; y aunque no con tanto rigor como aquél, no se diferencia en mucho el método que observan los gobernadores en su expendio. Pero lo que se ofrece en esto de más particular es que el costo del transporte del situado de Limase hace a expensas del mismo [situado], y por prorrata se le descuenta a cada uno el tanto por ciento de él, como si efectivamente hubieran de percibirlo en la forma que les corresponde, con que entre todos vienen a costearle al gobernador el flete de los géneros para que los tiranice con ellos. Lo mismo sucede con el de víveres, para cuyo transporte mantiene Valdivia una embarcación cuya madera la cortan y conducen al astillero los forzados y algunos indios que mantienen la plaza; y entre los carpinteros, herreros y calafates que el rey tiene en ella, se fabrica y carena cuando lo necesita, como cosa que pertenece a la plaza y no al gobernador. La misma gente que sirve al rey en ella va en la embarcación y luego que llega con los víveres al puerto, se hace dueño de ellos el gobernador, guardando el mismo régimen que con el otro situado para con las personas que obtienen los primeros empleos, y lo que distribuye en todos los demás es por unos precios tan levantados como los quiere imponer su codicia.

46. Aún no son éstas dos las únicas vías de ingreso que tienen aquellos gobernadores, porque como el fin de sacar más y más crece a proporción que [se] enriquecen, haciendo, como en la hidropesía, vicio el desorden, no dejan arbitrio por donde no se introduzcan las máximas de adquirir, y puesto en ello todo el cognato, es esto lo que arrastra su primera atención. Con este fin tienen continuamente ocupados a los desterrados en el corte y conducción de una madera que llaman allí lumas, y tiene gran consumo y estimación en Lima por su buena calidad y, principalmente, por la de ser sólida y cimbrosa, y apartándolos del principal destino de ocuparse en los trabajos de las fortificaciones, los reducen a esclavos propios; con el mismo [fin] emplean a los indios, y parece que cuanto encierra en sí aquella plaza debe conspirar a la propia utilidad del gobernador para que se enriquezca a expensas del vecindario, de la tropa, de los indios, de los forzados y aún del propio rey, pues hasta los oficiales de carpinteros y herreros que se mantienen allí, trabajan todo el año en su provecho.

47. Para mayor convencimiento del mucho desorden que hay en aquella plaza sobre este particular, podrá servir de ejemplo lo que sucedió con el que la gobernaba ínterin estuvimos en aquel reino. Este se hallaba en los últimos años de su gobierno, y habiendo seguido el régimen que halló establecido por sus antecesores, parece que, con algún celo cristiano, escrupulizó en el modo de conducta que había tenido para hacer un caudal muy crecido que tenía, y deseando reparar los perjuicios que para esto había causado a todo el vecindario, repartió entre él 40.000 pesos de su caudal propio, cuya cantidad aunque fuese corta respecto de lo mucho que se había utilizado, fue muy considerable para aquella gente, que nunca había experimentado igual liberalidad en sus antecesores.

48. Asentado, pues, que los gobernadores de Valdivia tengan una conducta tan extraviada como la que se acaba de ver, ¿qué buen celo al servicio de su rey se puede esperar de ellos? Pues aun cuando no hicieran injusticia, ninguna consideración bastaría para que se pudiese [confiar en] ellos al ver embebida su atención en el comercio y en el modo de hacer caudal para quedar ricos; agréguese ahora a esto la tiranía con que tratan a toda aquella gente que es dependiente de su mando, y se conocerá cuán apartada es su conducta de la que deberían tener.

49. Estos grandes desórdenes, regulares en Valdivia, dieron ocasión a don José Manso, ínterin que gobernaba los reinos de Chile, para representar a S. M. [el 28 de febrero de 1739], lo que le pareció conveniente a fin de contenerlos. Y se mandó en su consecuencia que aquella plaza se agregase a la jurisdicción de los presidentes de Chile, y que estuviesen sujetos a éstos los que la gobernasen; cuya providencia fue en todo acertada, así para el fin de estorbar la extraviada conducta de los gobernadores, como porque estando [más] inmediata [la plaza] a [la capital de] este reino, puede el presidente providenciar en lo que necesite con más prontitud que si hubiera de ocurrir a Lima, que era de donde dependía antes y suministrarle lo necesario cuando lo pida la ocasión.

50. La comunicación de esta plaza con el reino de Chile se hace por tierra cuando hay paces con los indios de Arauco y Tucapeles, pero cuando están de guerra contra los españoles, queda interceptada esta vía, porque el camino hace paso por sus tierras, atravesándolas. Los situados de víveres que se le suministran se llevan siempre de La Concepción por mar, y se hace esto en el verano, porque en entrando el invierno no es practicable aquella navegación, lo cual proviene de los nortes, como tenemos ya notado en el segundo tomo de la Historia.

51. Además de estas cuatro plazas que tiene el Perú en las costas del mar del Sur, hay fortalezas en otros puertos de las mismas costas, pero tan reducidas que son sólo unas pequeñas baterías; tales son las de Guayaquil, Palta y Arica. Pero en los [lugares] de Ilo, Pisco, Cobija, Copiapó, Coquimbo, y algunos otros que son muy buenos puertos, no tienen ni aún la pequeña defensa que aquéllos. Con que todos ellos están expuestos a los primeros peligros de cualquiera endeble invasión, si bien es preciso reparar que de sus reducidas poblaciones pueden sacar poco fruto los piratas o enemigos, porque son muy cortas y pobres, y nunca se pudieran guardar bien por serradas abiertas la mayor parte de ellos, y poder hacerse desembarco en varios sitios. Pero entre los tres [puertos] primeros está el de Guayaquil, que necesitaba tener defensa con formalidad por las circunstancias que en él concurren.

52. En la descripción particular de esta ciudad y su río queda dicho lo correspondiente al paraje que ocupa, su situación en el río del mismo nombre y los puertos que tiene, tanto en la isla de La Puná, que está en la medianía de su desembocadura, como dentro del mismo río, [en paraje] inmediato a la ciudad, por cuya razón no será necesario volverlo a repetir aquí, y así podremos continuar lo que resta sobre el particular de esta ciudad, para que se venga en conocimiento de lo importante que es el que este puerto se guarde como uno de los más principales que tiene la mar del Sur en las costas del Perú.

53. Es tal la disposición o planta que tiene Guayaquil que aunque por tierra no puede ser invadida a menos de hacer desembarco en la misma ciudad, porque la naturaleza del terreno, todo él pantanoso, no lo permite, por agua tiene tres avenidas tan peligrosas que cada una necesita ser guardada en particular. La primera es la del río principal, la cual no es la de mayor cuidado, porque siempre que intenten entrar por ella los enemigos, han de ser sentidos con tanta anticipación que darán tiempo bastante para que las milicias que forma aquel vecindario se dispongan a recibirlos. La segunda y tercera son un brazo del mismo río y un estero; aquél, a quien llaman el Brazo de Santay, que teniendo la una boca cosa de leguas más abajo de la ciudad, en la orilla opuesta a la que ocupa ésta, va a corresponder con la otra [boca] precisamente a la medianía de la población, de tal suerte que, sin ser sentidos, pueden tomar su derrota haciendo tiempo a que entre la oscuridad de la noche y, manteniéndose cubiertos al abrigo de la misma isla de Santay, sorprender con gran facilidad la ciudad, pues con sólo hacer la travesía del río se hallan dentro de ella, sin que en este caso puedan servir las fortalezas para defenderla. La tercera, que es el Estero Salado, tiene la entrada en la costa que corre de isla Verde hacia el Occidente, formando por aquella parte la ensenada de La Puná; éste va a fenecer a espaldas de la ciudad, y tan cercano a la Ciudad Vieja que sólo dista de ella cosa de un tiro de escopeta, o poco más. Con que viene a quedar la ciudad expuesta a estas tres avenidas, las cuales, correspondiendo a distintas partes, no pueden ser guardadas sin fortalezas particulares que defiendan el paso de cada una, pues como ya se ha experimentado, se ha visto sorprendida de enemigos y saqueada, cuando su vecindario estaba más pronto para la defensa, por haber tenido ocasión de introducirse en sus botes y lanchas por el Estero Salado, facilitándolos la noticia de esta entrada, y conduciéndolos por ella, un mulato que, sentido de algunos agravios que le habían hecho sujetos de la ciudad, se valió de esta ocasión para vengar su encono. Y por esto, los piratas que se mantenían en La Puná ya sin ánimo de continuar la invasión por saber que Guayaquil estaba prevenida para recibirlos, hallando coyuntura de sorprenderla, se aprovecharon de ella de tal suerte que, ínterin estaba su vecindario esperándolos en un fuerte que correspondía al río principal, llegaron favorecidos de la oscuridad de la noche y se apoderaron de todo tan a su salvo que, cuando los otros fueron sabidores del caso, sobresaltados con la repentina noticia y alboroto, no les quedó más arbitrio que el de huir y dejarles el fuerte. Y aunque algunos se retiraron a otra pequeña batería que había en [la] Ciudad Vieja, después de una corta resistencia se vieron precisados a entregarla. Este caso sucedió el año de 1709, y fue saqueada la ciudad por Guillermo Dampierre y Roggier, que mandaban dos fragatas de 20 a 30 cañones.

54. Con el motivo de esta última guerra que aún existe se fabricaron en la ciudad dos fuertes uno guarneciéndola por la parte del río principal, y otro haciéndole guardia por la del Estero Salado. El primero tenía bastante capacidad, pero estaba mal proveído de artillería, siendo la causa de esto que [habiéndose] enviado por el virrey de Lima la que había, se reducía ésta a unos cañones de hierro desfogonados, tan viejos e irrgulares en sus calibres, y en tan mal estado, que sólo la necesidad de no haber otros podía obligar a servirse de ellos; el fuerte que defendía el desembarco por el Estero Salado no tenía artillería, y sólo venía a servir de que se recogiese en él la gente para hacer fuego a cubierto con la fusilería. Uno y otro son de madera, pero de tal calidad que es incorruptible debajo del agua y en el lodo o cieno, a lo cual obliga la naturaleza del terreno que por ser todo él cenagoso, y de una tierra tan esponjosa que con los primeros aguaceros es bastante para que se convierta en ciénaga, no permite que se puedan hacer obras de cantería.

55. Además de estos dos fuertes se conserva todavía la batería de la Ciudad Vieja, situada en el extremo de ella. Esta es de piedra, porque el terreno que ocupaba de antes la ciudad principal (y se llama hoy Ciudad Vieja) es cascajoso y sólido, y así se podía fabricar en él con las materias más consistentes, [lo] que no permite el que ocupa al presente la nueva ciudad; su artillería consistía en tres cañones o cuatro, muy pequeños, y en tan mal estado como los que había en el fuerte principal. Ninguno de estos dos [fuertes] pueden defender perfectamente la ciudad [por dos motivos]; lo uno porque la boca de Santay corresponde a la medianía de los dos, y lo otro porque aunque aquella boca se cerrase, teniendo el río por aquella parte más de media legua de ancho, y siendo sus orillas tan pobladas de manglares que aun de día se hace dificultoso distinguir las canoas que navegan inmediatas a ellos, confundiéndolas las muchas ramazones de estos árboles y sus hojas, no hay inconveniente para que las embarcaciones de enemigos entren navegando contra aquella orilla, esperando para ello que los favorezcan las sombras de la noche y, atravesando después el río por frente de la misma ciudad, entren en ella sin dificultad.

56. La toma de Palta por el vicealmirante Anson, y los recelos de que adelantase sus ideas hasta Guayaquil, dieron motivo a la Audiencia de Quito para que, entre otras providencias para su socorro [dadas en diciembre de 1741], fuese una la de encargarnos el que pasásemos a aquella ciudad a disponer lo que pareciere más conveniente para su defensa. Y con esta ocasión fue preciso examinarla toda con algún más cuidado y reflexión que el que hasta entonces se había tenido, pasando don Jorge Juan a reconocer todo el Estero Salado, cuyo brazo es tan considerable que, en las cuatro leguas que navegó por él desde la ciudad hacia su boca, encontró siempre 14 brazas de agua, y aún más en algunos parajes; pero la gente del país aseguraba que en la boca tenía poco fondo. Hechos capaces de todo [esto], y de que por el brazo de Santa y sólo pueden navegar embarcaciones pequeñas, como botes y lanchas, por ser su fondo muy poco, y que por el río principal no puede entrar ninguna es especie de embarcaciones si no es con marea, y las grandes descargadas, por algunos bajos que hay en él, nos pareció que lo único que se podía arbitrar era cegar el brazo de Santay y el Estero Salado, lo cual se conseguiría con sólo la diligencia de derribar los árboles que pueblan ambas orillas, y entonces quedaría reducida la entrada a la del río principal; y mediante que en éste es preciso hacerla con embarcaciones menores, como botes o lanchas, fuimos de sentir que se fabricasen dos medias galeras, las cuales podrían hacerles resistencia en el mismo río, embarazándoles llegar al paraje donde pudiesen desembarcar. Este dictamen, con la aprobación de aquella ciudad, se participó a la Audiencia de Quito, cuyo tribunal dio orden para que se pusiese en ejecución, y así se practicó en lo que pertenecía a fabricar las galeras, pero reservaron la que miraba al caño y estero para ocasión que urgiese más, porque ya consideraban que Anson no entraría en aquel puerto.

57. Para la guarnición de los dos fuertes que entonces tenía Guayaquil se habían llamado todas las milicias, que componían varias compañías de caballería e infantería, a las cuales se les daba entonces prest como a tropa reglada, pero sin este motivo no tienen alguno. El número de las compañías que se juntaron entonces fueron ocho: tres de caballería, otras tres de infantería, una de indios flecheros, y otra de forasteros; esta última no tiene número fijo, porque pertenecen a ella todos los que, en tales ocasiones, se hallan en la ciudad. Y aunque no compusiesen más de 400 hombres entre todas (que excedían), era número bastante para defenderla una vez bien dispuestas las providencias, de suerte que no les quedase a los enemigos más entrada que la del río, y que estuviesen prontas las galeras a oponérseles, sin ser necesario que se alargasen mucho de la ciudad. Pero fuera de esta gente, recibió Guayaquil otras compañías que se enviaron de toda la provincia de Quito, aunque llegaron tan tarde que, si Anson se hubiera dirigido allí, no le hubiera servido de nada este socorro y como las invasiones no esperan una demora tan larga cual se necesita para ocurrir a Quito, que se levante allí la gente, que forme compañías, y que baje a Guayaquil, es preciso que las fuerzas de aquella ciudad se regulen por las que puede juntar entre su vecindario y el que habita en los lugares inmediatos de su Jurisdicción, que son los que legítimamente están en postura de acudir en tiempo a defenderla.

58. Ni los fuertes, ni las galeras que pueden defender a Guayaquil en tiempo de guerra, necesitan de gran número de gente en el de paz, pues con sólo aquella muy precisa para que cuide de tener cerrado el fuerte y de guardar lo que hubiese en él, es bastante, y las galeras, con la precaución de vararlas y tenerlas hechas ramadas que las defiendan del sol y aguaceros, no necesitan de más. Y como desde que cualquiera embarcación de enemigos entra por la isla de La Puná, hasta que su gente pueda llegar a Guayaquil, ha de pasar medio día natural, aun haciendo la mayor diligencia que es posible, y en Guayaquil se tiene la noticia por medio de un tiro que se dispara en La Puná, y otros dos que corresponden en distintos parajes de la distancia que media, llega la de cualquier acontecimiento dentro del breve tiempo que el sonido gasta en correr de un lugar a otro, y siendo allí, en Guayaquil, donde está lo más fuerte de la maestranza de todas aquellas mares, en muy corto tiempo tienen [aprestadas] las galeras y puestas en el agua, de suerte que antes que los enemigos puedan haber entrado [dentro del río alguna distancia considerable] están prontas a emplearse contra ellos.

59. Es el puerto de Guayaquil de suma importancia en aquellas mares, porque además de ser la llave de los comercios de las provincias de Quito con todas las demás del Perú y costas de Nueva España, y forzoso paso para su comunicación, es asimismo el más bello astillero que reconocen aquellos mares, tanto por la abundancia de las maderas cuanto por su sobresaliente calidad y comodidad de hacer las fábricas, siendo también el único donde se pueden construir navíos grandes para guerra o para comercio, como también el más propio para carenar, cuyas circunstancias no las gozan otros puertos de astillero que hay en las costas de Chile, o en las de los reinos de Nueva España. Por lo cual es siempre de temer la desgracia de que se apodere de Guayaquil alguna de las potencias extranjeras que tanta solicitud han puesto en formar colonia en aquel mar, pues con sólo este puerto tenía bastante para ser dueña de todo el comercio del mar del Sur, y al paso que ella estaría en aptitud de mantener los navíos que hubiese menester, nos privaría de ello a los españoles, por ser los dueños de las maderas y arboladuras, que es lo principal de la construcción, y con la abundancia de algodón que aquel país produce, tendrían lonas y no les faltaría nada para completar sus intentos, de cuyos principios serían bien malas las consecuencias que se originarían.

60. A1 mismo respecto que el puerto de Guayaquil, se hace digno de atención el de Atacames, que está en la desembocadura del río de las Esmeraldas. Pero en éste, que hasta el presente ha estado casi abandonado, milita otra circunstancia, porque no es Esmeraldas, ni Atacames, los que por sí se hagan acreedores al mayor cuidado de la defensa, sino por la facilidad que hay de introducirse hasta Quito, subiendo primero el río de Esmeraldas y concluyendo el tránsito corto de las últimas jornadas por el nuevo camino que se ha abierto, destinado a facilitar el comercio entre las provincias de Quito y reino de Tierra Firme, el cual es tan corto que consiste en 18 leguas marítimas, que son las que hay en esta forma: desde Silanche, que es el desembarcadero del río, hasta Niguas, cinco; de Niguas por el Tambillo, Gualea y Nenegal a Nono, ocho, y de Nono a Quito, otras cinco; y todas se pueden andar, por ser los caminos malos, en cuatro días. El río de las Esmeraldas tiene, desde su desembarcadero al mar hasta Silanche, 25 de las mismas leguas, y todas ellas son navegables en embarcaciones menores, como lanchas y botes, y a la desembocadura de este río, cosa de tres leguas al Sudoeste, está el puerto de Atacames, que es muy seguro. Con que, qué duda hay, a vista de los ejemplares tantas veces experimentados con Panamá y puertos del mar del Sur, que si llega a proporcionárseles ocasión a los piratas, [no] dejen de emprender sus acostumbrados arrojos contra Quito, siéndoles no más ardua la empresa que la que hizo [Enrique] Morgan el año de 1670 contra Panamá, y menos difícil que la de otros que le siguieron después e hicieron el tránsito del istmo de Panamá por el Darién para pasar al mar del Sur, unos en el año de 1672 con Juan o Jen Ran, y otros hasta el número de 150 hombres comandados de Bartolomé Sharp, en el de 1680, que juntos no fueron cortas las hostilidades que practicaron en todas aquellas costas. A vista de estos ejemplares, no parece conforme a buena política vivir con tanta confianza que se dejen abandonados unos parajes tan importantes como aquellos, mayormente cuando lo están de modo que no tienen los enemigos que vencer otra dificultad de fortalezas, ni guarniciones, más que la del camino, para el cual tienen a la vista un incitativo tan poderoso en las crecidas riquezas que encierra una ciudad como la de Quito, que al paso que son incomparablemente mayores que las que tenía Panamá cuando padeció con Morgan, no hay en ella los obstáculos, que se ofrecían en aquélla, de ser preciso vencer dos fortalezas antes de conseguir el intento.

61. Parece que se hace extraño el que habiendo entrado a la mar del Sur tantos piratas, y siendo tan fácil como se propone el internar a Quito por aquella vía [del camino de Esmeraldas], y esta ciudad tan digno objeto de su codicia, no haya habido hasta el presente, entre todos ellos, quien intentase el viaje. Pero esto es provenido de que, en el tiempo que los piratas frecuentaron aquellos mares, estaba cerrado el camino que sale de Esmeraldas a Quito, y no era conocido aún de los mismos del país. Pero ahora que no sólo lo es para aquellos naturales, [sino] también para los extranjeros, que lo tienen reconocido muy prolijamente y aun sacado planos de él, que saben la total falta de defensa en que están todas las poblaciones de la sierra y la abundancia de bastimentos que hay en ellas, es de temer que no olviden tales noticias, y que, aprovechándose de ellas, ejecuten lo que nunca han proyectado por falta de luces.

62. El camino desde Quito a Esmeraldas se proyectó y abrió con el celoso fin de facilitar el comercio entre Quito y Panamá, de lo cual una y otra provincia reciben frandes beneficios. La primera dando salida a los muchos rutos que produce su territorio, y la segunda siendo abastecida de ellos con abundancia y más conveniencia que los que logra, y se remiten, de Lima y Trujillo; y además de esto, puede contribuirle repetidos y prontos socorros de víveres, gente, pólvora y otras cosas, la provincia de Quito a Panamá, en caso de verse invadida esta plaza, lo que no es fácil consiga faltando el comercio entre las dos por esta vía, porque o bien ha de ocurrir a Lima, cuya resulta es tan dilatada como queda ya vista, o a Guayaquil, de donde además de ser casi triplicado el tiempo que se necesita para el viaje, no se le puede socorrer con nada, porque sus frutos son de distinta calidad que los de Quito, su gente la necesita para sí, y carece de todo lo demás. Con que se concluye de todo que, siendo conveniente el que haya inmediata vía de Quito a Panamá, tanto para que con el comercio florezca más aquélla y sean partícipes en ésta de lo que allí produce la tierra lozanamente, como para que ésta pueda ser socorrida en caso necesario, se hace indispensable que estén guardados la entrada del río y el puerto de Atacames, con cuya reparo ni Quito peligrará, ni estarán expuestos los almacenes y embarcaciones, que por precisión ha de haber o en el mismo puerto o en la entrada del río, lo cual se puede conseguir sin hacer muchos costos a la Real Hacienda y, si el comercio es grande, sin ocasionarle ningunos, del modo siguiente:

63. En cada paraje donde hay bodegas o aduanas en aquel reino, como en la jurisdicción de Guayaquil, en Cruces y otras partes, está reglado que cada carga que transite por allí, si es de frutos o géneros de la tierra pague un real de derechos, y el doble cada fardo de mercancías de Europa; y por este indulto tan pequeño tienen almacenes donde se reciben hasta que sus dueños logran ocasión de darles curso, con que parece que más es este derecho por el almacenaje que por vía de tributo, pues si no lo tuvieran allí, lo habían de buscar en otra parte, donde también lo habían de pagar. Esto supuesto, y también el que [ni] uno, ni dos reales de derechos más del que es regular en cada carga de frutos o mercancías, no es perjuicio para el dueño respecto del crecido aumento de precio que va a adelantar en Panamá, no sería irregular que a cada carga se le impusiese este indulto, y que el producto de él, que sería tanto más crecido cuanto fuese mayor el comercio, se aplicase para la fábrica y subsistencia de los fuertes necesarios, y para la manutención de alguna tropa que, sin ser en número crecido, bastase para guarnecerlos, y junta con la gente del país, sería suficiente para su defensa y estorbar el paso a los enemigos que intentasen allanarlo.

64. Además de la seguridad que tendría entonces la provincia de Quito, y de que, con el motivo de este comercio, se poblarían todas aquellas tierras que pertenecen al gobierno de Atacames y al presente no lo están, resultaría para Quito otro beneficio grande, y sería que tendría este lugar de Atacames como presidio para condenar a él los malhechores, cuyo género de castigo ahora no [se] practica, porque, siendo Valdivia el único lugar destinado a este fin, no llega el caso de que se ponga en ejecución, a causa de que siendo la distancia tan dilatada, son los gastos de conducirlos muy crecidos, y si los hubieran de costear las justicias, sería castigarse a sí mismas con la imposición de estas multas; y así, aunque se condene al destierro de Valdivia en las sentencias, no llega el caso de que se cumplan en esto. El justo temor de que se hubiesen de ejecutar, y el de ver el lugar del castigo inmediato, corregiría mucho los desórdenes de aquella gente malévola, y reduciría al trabajo a los que ahora no lo reconocen y, llenos de pereza, están abandonados a los vicios. Con que de todos modos contribuiría la fortaleza de este puerto al bien de aquella provincia y, principalmente, a su seguridad, de que carece totalmente.

65. Supuesto, como se ha dicho al principio de esta sesión, que no es bastante providencia para las plazas de aquella América Meridional en las costas del mar del Norte, la de enviar tropas de España para que las guarnezcan, por la total deserción que es regular en ellas, y que las que tienen las de las costas del mar del Sur es gente sin disciplina ni experiencia para la guerra, parece que convendría disponer esto en tal conformidad que, sin hacer saca de gente España, se pudiesen guarnecer todas las plazas que lo requieren, con tropa veterana, disciplinada y acostumbrada a la guerra, y que, al mismo tiempo, no estuviese sujeta a la propensión de desertar, como que también fuese toda ella de vasallos del rey, pues siempre que se consiguiese en esta forma, no habría qué temer en aquellas plazas. Y como lo más arduo en estas materias es el conocer los arbitrios que deban contribuir a ello sin grave perjuicio del común ni de los países propondremos el medio que se nos ofrece, según lo podemos concebir mejor.

66. Es de advertir de las provincias interiores de aquella parte de América, que son las que están en la serranía, son asimismo las más dilatadas y pobladas de gente que hay en todas ellas. En éstas abunda mucho la casta de mestizos, y éstos son de muy corta o ninguna utilidad en aquellos países, porque la abundancia de frutos que hay en ellos, y la inaplicación que es común en éstos al trabajo, los tiene reducidos a vida ociosa y perezosa y hechos depósito de todos los vicios; la mayor parte de esta gente no se reduce nunca al matrimonio, y viven escandalosamente, aunque allí no es extraño este régimen por ser muy común. Hacer saca de esta gente sería beneficio para aquellos pueblos; traerla a España y formar con ella algunos regimientos que sirviesen en las plazas y en campaña, lo sería también para España, y volver a restituir a las Indias parte de ella con destino a aquellas plazas, sería tal vez conseguir enteramente lo que se desea para su seguridad. Porque esta gente, como que es de distinto color que los españoles, o conocida por sus facciones, lleva patente el sobre escripto de su casta por todas partes, y conocidos por mestizos o por mulatos (que también de ésta se deberían traer, porque hay parajes donde abundan, y los mestizos no), en ninguno de las Indias pueden tener esperanza de hacer fortuna, y como sea éste el incentivo que da motivo a la deserción de los españoles, faltándole totalmente a esta gente, no hay duda que permanecerían, porque todos ellos saben muy bien la poca o ninguna estimación que tienen en sus países, y así, poco estímulo pueden tener para internarse en ellos conociendo que la fortuna no puede serles más favorable, estando al descubierto la poca suerte que les cupo en su nacimiento.

67. Nunca sería conveniente el que esta gente se mezclase en los regimientos con la española, para evitar que, familiarizados con los legítimamente blancos, concibiesen en España más altos pensamientos que los que tienen en sus países natales y no quisiesen volver allá. [Como decíamos, nunca sería conveniente que esta gente se mezclase en los regimientos con la española], sino que con ellos se formasen aquellos regimientos que pareciesen necesarios para mantener las guarniciones de todas aquellas plazas, y éste habría de ser su fin e instituto. Pero en estos regimientos convendría que los oficiales fuesen españoles hasta los subtenientes inclusive, y los sargentos y cabos de ellos mismos, a fin de que tuviesen mejor disciplina y que se impusiesen en ella.

68. Toda la dificultad que se ofrece en esta nueva providencia consiste en hacer el transporte de esta gente desde las ciudades, villas, etc., de donde saliesen, hasta España, sin gravamen del Real Erario. Pero esto se conseguiría sin mucha dificultad disponiendo que cada ciudad, o cabeza de corregimiento, hiciese el transporte de la gente que hubiese de dar, hasta el puerto de mar más inmediato, a costa de los mismos pueblos; y para que no fuesen gravados sensiblemente, que los vecindarios concurriesen unos con mulas y otros con víveres de sus cosechas, con los cuales se transportasen y mantuviesen. Pero llegados al puerto de mar, se les debería dar ración en él por cuenta de S. M., hasta que se embarcasen, y por esto no se conducirían allí hasta que hubiese pronta ocasión de enviarlos a España.

69. El transporte de esta gente desde los puertos del mar del Sur hasta los de España puede hacerse arreglado al método que haya en el comercio con aquellas partes, o bien trayéndoles en derechura en los navíos de guerra y registros que fuesen a aquel mar, o bien llevándolos en los mismos navíos del Perú a Panamá, de donde se transportarían a Portobelo para embarcarse en los galeones, a cuyo fin convenía que se instituyese el que, a proporción de las toneladas que tuviese cada navío marchante, hubiese de estar obligado a traer un número determinado de gente, estableciendo, por ejemplo, que por cada diez toneladas le perteneciese un hombre; y lo mismo para llevarlos. [El transporte de estos soldados quedaría así solucionado], fuera de los que los navíos de guerra pudiesen también recibir llevando a las Indias, y trayendo de ellas, la gente de guarnición para aquellas plazas. No se les hacía perjuicio sensible a los dueños del navío porque, aunque esta gente no fuese marinera de profesión, puesta a bordo de los navíos y al lado de marineros viejos, trabajaría en todo lo que no fuese faena de peligro o de cuidado, que son las que requieren gente hábil, como lo hace la infantería de marina en los navíos de guerra; y así, un navío [de] 300 toneladas, que estará tripulado con 50 ó 60 hombres, llevaría y traería 30 de éstos, y con otros 25 ó 30 marineros buenos, tendría bastante para su viaje. Con que haciéndose en esta forma, parece que se lograría el fin, sin que resultase perjuicio ni a la Real Hacienda, ni a los particulares.

70. Esta gente que hubiese sido ya disciplinada en España y volviese destinada a las plazas de armas, sería por todos títulos más propia para ellas que la que se envía de España, pues con la práctica de ir y venir como marineros se habitaría también en este ejercicio, que es una de las circunstancias que necesitan las guarniciones de las plazas del Perú, porque siendo marítimas, se ofrece en ellas continuamente hacer algunos armamentos, ya de navíos de guerra o de balandras corsarias particulares, como se practica en Cartagena; y debiéndose guarnecer con la tropa de dotación que tiene la misma plaza, son más a propósito para esto los que ya han navegado que los que siempre han servido en tierra. En la plaza del Callao se hace tan precisa esta providencia como que ni la plaza tiene más guarnición que la de marina, ni los navíos de guerra se tripulan con otra tropa que con la que guarnece la plaza, porque una misma sirve a entrambos fines.

71. Los beneficios que a España y a las Indias se seguirían de esto están patentes; a España ayudando las Indias con gente para la guerra cuando se ofreciese, y tanta cuanta de allá pudiese venir se dejaría acá de sacar de los pueblos; a las Indias limpiando las poblaciones de gente vagamunda y viciosa, [dando] guarniciones a sus plazas de gente segura, vasallos del rey, y no propensa a la deserción, como lo son los españoles. Y además de estas ventajas, se conseguiría también que, siendo bien disciplinada, pudiesen tener confianza en ella los gobernadores, tanto para hacer las defensas que se ofreciesen contra los enemigos del rey, cuanto para hacer respetables entre aquellos vasallos las órdenes reales, reduciéndolos a la debida obediencia, que ahora conocen con más tibieza que veneración. Y, últimamente, por este medio se podría conseguir hacer de unos países sin más sujeción que la voluntariedad de sus moradores, unos arreglados a las leyes de justicia, tan necesarias en todo el mundo para el bien público y para la seguridad de las monarquías.

72. Establecido el que se trajese a España la gente que está más de sobra en las Indias, en la conformidad que queda dicho, resta decir el mejor modo de sacarla de aquellas poblaciones, sin perjuicio de ellas, lo cual debería hacerse por corregimientos, y asignando a cada uno aquel número que pareciese proporcionado según su extensión y poblaciones. Para esto daremos una norma por los que pertenecen a la provincia de Quito, la cual puede servir de régimen para arreglar los de las demás provincias.

73. La ciudad de Quito está regulada por las noticias de sus padrones de 50 a 60 mil almas de ambos sexos y todas castas. Su corregimiento se compone, además de la ciudad, de 29 curatos o pueblos principales, que casi todos tienen otro pueblo por anexo, y muchos dos y aun tres, y aunque la mayor parte de éstos se componen de indios, hay otros que son de mestizos enteramente, y otros en donde hay indios y mestizos. Con que no será mucho asignar a todo este corregimiento 50 hombres que deba dar anualmente.

74. La ciudad de San Juan de Pasto, cuyo partido, aunque perteneciente al gobierno de Popayán, es dependiente de la Audiencia de Quito y de esta provincia, tiene de 6.000 a 8.000 personas. Su jurisdicción consta de 27 pueblos, y mucha parte de ellos son compuestos de mestizos. Con que pueden asignársele 25 hombres anuales.

75. La villa de San Miguel de Ibarra se regula tener de 6.000 a 8.000 almas. Su jurisdicción se compone de 10 pueblos principales, muy grandes, y otros anexos. Su asignación puede, sin ningún perjuicio, hacerse de 25 hombres.

76. El asiento de Otavalo está regulado que tiene de 18.000 a 20.000 almas dentro de sus goteras. Este corregimiento se compone de seis pueblos principales fuera de los anexos, todos de mucho gentío. Pero porque la mayor parte del [gentío] que [se] comprende [en] toda su jurisdicción son indios, bastará asignarle otros 25 hombres.

77. El corregimiento de Barbacoas no debe contribuir gente ninguna, porque es muy corto el número de los que tiene en su jurisdicción.

78. El asiento de Latacunga tiene dentro de sus goteras de 10.000 a 12.000 almas. La jurisdicción de su corregimiento se compone de 19 pueblos principales muy grandes y muchos anexos; con que, sin hacerle gravamen, pueden repartírsele 30 hombres anuales.

79. El asiento de Ambato, que es tenientazgo de Riobamba, tiene en sus goteras de 8.000 a 10.000 almas. Su jurisdicción se compone de 16 pueblos principales y muchos anexos. Los mestizos abundan mucho en él y es gente inquieta y belicosa, tal que en toda la provincia padece esta nota, por lo cual se le pueden asignar 40 hombres al año.

80. La villa de Riobamba tiene en sus goteras de 16.000 a 20.000 almas. Su jurisdicción, extra de la de Ambato, se compone de 18 pueblos principales y muchos anexos, todos bien grandes. Pero por tener muchos indios bastará repartirle 35 hombres.

81. El asiento de Chimbo es corto. Guaranda, que es ahora el pueblo principal, donde residen los corregidores, tendrá de 6.000 a 8.000 plazas. En todo se compone su jurisdicción de ocho pueblos, y en ellos hay mucha parte de mestizos, con que pueden asignársele 25 hombres al año.

82. La ciudad de Guayaquil tendrá de 16.000 a 20.000 almas en sus goteras, y su jurisdicción se compone de 14 pueblos principales y algunos anexos. La mayor parte de la gente que los habita son mulatos y castas de éstos. Se pueden sacar anualmente 40 personas. Es gente libre, belicosa y resuelta.

83. El asiento de Alausi, tenientazgo perteneciente al corregimiento de Cuenca, tiene de 5.000 a 6.000 almas, y su jurisdicción se compone de cuatro pueblos principales y algunos anexos. Por ser indios la mayor parte de los que los habitan, bastará asignarle 10 hombres.

84. La ciudad de Cuenca está regulada de 25.000 a 30.000 almas. Su jurisdicción se compone de nueve pueblos principales, muy grandes; entre ellos hay algunos que tienen hasta cinco y seis anexos. La casta de mestizos abunda mucho en toda la jurisdicción; es gente muy altiva, muy perezosa, viciosa y mal inclinada. De esta ciudad y los pueblos de su pertenencia pueden sacarse anualmente 50 hombres o más y le será de un grandísimo beneficio.

85. La ciudad de Loja tiene de 8.000 a 10.000 almas, según se regula. Su jurisdicción se compone de 14 pueblos principales y varios anexos. Pueden sacársele 30 hombres anualmente.

86. Los gobiernos no deben comprenderse aquí, porque antes bien necesitan de gente respecto de la que tienen, como después se dirá. Y es de advertir que ésta que se saca de los corregimientos no perjudica a la que debe asignarse a estos gobiernos, por la mucha que hay en aquellas poblaciones sin oficio ni ejercicio. Y toda la que contribuirá la provincia de Quito para este fin se puede ver en el resumen siguiente.

87. Resumen de la gente que se puede sacar de la provincia de Quito anualmente para servir en el ejército:

Hombres anuales

Del corregimiento de Quito…… …… 50
Jurisdicción de Pasto 25
Corregimiento de San Miguel de Ibarra 25
Corregimiento de Otavalo . 25
Corregimiento de Latacunga 30
Jurisdicción de Ambato 40
Corregimiento de Riobamba 35
Corregimiento de Chimbo 25
Corregimiento de Guayaquil 40
jurisdicción de Alausi . 10
Corregimiento de Cuenca 50
Corregimiento de Loja . 30

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88. A este respecto puede hacerse la repartición en todas las demás provincias del Perú, y aumentar o disminuir el número según fuese necesario; porque aunque se haga institución de que se dé anualmente esta gente, si no se necesitare tanta, puede reducirse a la mitad, o a la tercera parte, conforme conviniese. Pero la aumentación no ha de ser tanta que llegue a perjudicar a las provincias, sino solamente en ocasiones como en la presente guerra, que en España hay necesidad de ella, y fuera conveniencia para los navíos marchantes el traer de allá más gente, pues con ella serían mayores sus fuerzas y no peligrarían tanto con los corsarios enemigos.

89. Está claro que si se hubiese de ceñir el transporte de esta gente a la precisión de un hombre por cada diez toneladas en los navíos marchantes, siendo pocos los que van no podrían traerla toda. Pero esto se salva con aumentar el número de la que cada navío deba traer a proporción de la que deba venir, porque todo su costo consistirá en los víveres y aguadas. Mas, como las ganancias que quedan a los navíos que pasan a las Indias con permiso son muy sobresalientes, esta pequeña pensión que se les impone no les es de tanto perjuicio como si hicieran el viaje a otras partes.

90. Como una de las dificultades de esta providencia estaría en el modo de sacar la gente de aquellos países sin que causase alboroto, ni hubiese entre la gente distinguida quienes se atreviesen a estorbarlo o protegiesen a los que fuesen nombrados para venir, libertándolos de ello, se debería hacer cargo de esta comisión a los ayuntamientos de las ciudades y villas, para que éstos dispusiesen la leva en toda la jurisdicción del corregimiento, arreglando por sí, con la asistencia del corregidor y de los alcaldes, el repartimiento que se habría de hacer a cada pueblo. El cual concluido, habría de remitirse a la Audiencia a donde perteneciese para que fuese aprobado por este tribunal, y después lo deberían poner en ejecución los mismos alcaldes ordinarios, pasando en persona, uno por cada lado de la jurisdicción, a sacar la gente que tuviese asignado cada pueblo, sin que el corregidor tuviese que intervenir en esto, ni en otra cosa de todo el asunto, más que en autorizar la junta, porque haciéndolo los alcaldes, como patricios a los cuales, y a toda la gente de lustre, miran los plebeyos con entera sumisión y obediencia, pasarán por todo lo que éstos quisieren imponerles, sin inquietarse; lo que no sucede respecto de los corregidores, porque siendo forasteros los tienen siempre en oje-riza, y los reputan por hombres que van a hacer caudal, y no a gobernar.

91. Para obligar a los ayuntamientos a que hiciesen esta leva con el celo y eficacia necesarios sería conveniente establecer una ley en que se ordenase que los regidores que no concurriesen a ello con toda eficacia, fuesen privados por las Audiencias de los oficios, y que no pudiesen volver a ejercerlos, ni ser nombrados alcaldes ordinarios, ni tener otro cargo ninguno, honorífico, del servicio del rey, o de la república, a menos de ser habilitados nuevamente por el Consejo de las Indias. Pero asimismo que los que habiendo sido 10 años regidores y uno alcaldes y hubiesen desempeñando en todos ellos esta obligación, se le reconociese por servicio y mérito bastante para ser atendidos y premiados para cuando llegase la ocasión; y para remunerarlos con cosa que los estimulara, podían asignarse a este fin varios empleos de honor que hay allá, los cuales no son de gravamen al Real Erario, y [sí] de mucha estimación para aquellas gentes; tales son el de maestre de campo, el de sargento mayor, el de general de caballería, los de capitanes, y otros que pudieran conferírseles de los que hay en España, que serían para aquella nobleza de tanta estimación como ahora los cortos que tienen, porque hace gran vanidad por esta parte, y por tal de obtenerlos (particularmente si fuesen empleos de honor, sin ejercicio, de los que hay en la Casa Real) se emularían todos los de más lustres en hacer méritos para que se les confiriesen.

92. Los mismos ayuntamientos deberían encargarse de las providencias de su conducción hasta el puerto más inmediato, para continuar, desde él, el viaje por mar. Y para que ésta fuese gente de servicio, la debería recibir el gobernador y oficiales reales del dicho primer puerto para que los que no fuesen de la marca, edad y circunstancias que se les prescribiese, los excluyesen, y sería del cargo de los mismos ayuntamientos el volverlos a conducir a su costa hasta sus propios pueblos, y reemplazarlos, también a su costa, con otros.

93. Ya se está viniendo a los ojos una dificultad tocante a la conducción de esta gente hasta el puerto inme-diato, y [es] el modo de guardarlos y evitar su fuga, lo cual se debería hacer con el auxilio de las milicias de cada corregimiento, ordenándose que los acompañasen, y para que a éstas no se les siguiese grave perjuicio, que en cada pueblo se remudasen. Pero los que, no obstante esta providencia, desertasen, éstos se habrían de solicitar en todos los corregimientos comarcanos, y por este hecho quedar condenados a ir a servir de forzados al gobierno a donde perteneciesen, por tiempo de cinco años, de lo cual se tratará más adelante. Pero no serían muchos los que desertasen, porque aquella gente ordinaria no demuestra resistencia en el particular de venir a España, ni mira con el horror que acá, entre la gente rústica, el ejercicio militar, porque no conoce sus pensiones y peligros.

94. A los ayuntamientos convendría, para el fin de esta leva, que se les diesen ordenanzas que pudiesen servirles de régimen para hacerla con formalidad, disponiendo por ellas que hubiesen de ser, los que reclutasen, mozos desde 16 a 20 años, porque no fuesen con la mayor edad embebecidos en los vicios. Que fuesen mestizos hasta el cuarto grado, esto es, hijos de español e india, hijo de español y mestiza en primer grado, de español y mestiza en el segundo grado y de español y mestiza en tercer grado; a excepción del primer grado, los demás son tan blancos como los españoles, y particularmente los de las dos últimas castas son ya rubios, de tal forma que aunque allá son conocidos por ciertas señales que los distinguen de los españoles, en España no se podrá acertar a distinguirlos, a menos de poner en ello bastante cuidado.

95. En tercer lugar se debería disponer que fuesen de marca, y con todas aquellas circunstancias que son regulares en las reclutas.

96. No se deberían comprender en estas reclutas los que estuviesen casados, pero los que lo fuesen y no hicieren vida con sus propias mujeres, después que hubiesen pasado un año de estar separados de ellas, no solamente habrían de ser comprendidos en la leva, sino preferidos a los que no fuesen casados, porque es muy regular el que se casen y después abandonen las mujeres propias para tomar otras, y así remudar cuantas se les antoja. Con esta providencia pudiera ser no sólo que se consiguiese el fin principal de tener buena tropa y segura para guarnecer las plazas de armas de las Indias, sino que casándose todos los que quisiesen librarse del peligro de salir de sus países, y haciendo vida con sus legítimas mujeres, se aumentasen los vecindarios y se acrecentasen las poblaciones, lo cual contribuiría en gran manera para poder poblar los dilatados y amenos países que hasta ahora están abandonados.

97. Un reparo se ofrece en contra de esta providencia, y es que, fiándose de esta gente la guarda y defensa de las Indias, sería de temer en ella alguna infidelidad o alzamiento, y si volvía a sus países hábil en el ejercicio de la guerra y llenos del nuevo aliento que en ella se cría, no serían capaces de sujeción; a lo cual satisfaremos para que quede destruida la fuerza de aquel justo reparo, aunque su fuerza está solamente en la exterior consideración, como haremos ver.

98. Siendo el principal fin de traer a España esta gente el de hacer tropa con ella para guarnecer las plazas de la América Meridional, no hay necesidad de que vuelvan nunca a sus países, porque sólo se ha de llevar la necesaria a las plazas de armas como a Cartagena, Santa Marta, Caracas, Panamá, El Callao, Valparaíso, La Concepción, Valdivia y Buenos Aires, con tal orden que los que fueren de Chile deberán ir a las costas del mar del Norte y Panamá [y] los de Quito, Popayan y otras provincias interiores, al Callao y Chile o Buenos Aires, porque de esta suerte estaban en países tan extraños para ellos como para los españoles, mediante que distan de los de su nacimiento mil y más leguas. Pero un mestizo de Quito, mestizo se queda en todas las Indias y por tal es conocido, y así, aunque en país muy apartado del suyo propio, nunca tendrá lugar de levantar el ánimo, como lo hacen los europeos, para lograr mayor fortuna, y se conseguirá el fin de que no deserten, o a lo menos, de que, aunque lo hagan algunos, no sea con la generalidad que los españoles. La demás gente que sobrare se deberá mantener en España en sus propios regimientos, y con ésta se mudará la de aquellas plazas cada cuatro o cada cinco años, pero sin dejar que medie más tiempo para que no tenga lugar de volverse a viciar con la pereza y flojera que reinan en aquellos países. No volviendo, pues, a sus tierras, no hay fundamento para tener que recelar de ellos; pero aunque volviesen, tampoco, porque aunque es gente voluntariosa ahora, nace esto de que no reconoce obediencia ni sabe lo que es sujeción, y sus genios y natural, por el contrario, son dóciles y se reducen con facilidad a aquello en que se les impone cuando hay resolución en el que lo manda, como podrá verse por los ejemplos que citaremos en otras partes.

99. No debe haber tampoco ningún temor en poner las plazas de armas en la confianza de esta gente, como no lo hay ahora para que lo estén, porque las guarniciones de todas las del Perú siempre han sido de gente criolla; lo mismo las de Panamá, con las demás fortalezas de su dependencia, y del mismo modo las de Cartagena y Santa Marta, no obstante las que se les han enviado de España, porque esta tropa ha desertado, toda o parte, en el primero y segundo año, y la que ha guardado la plaza después ha sido aquella poca del mismo país, compuesta de mulatos, blancos y castas fuera del primer grado, y nunca se ha dado ejemplar de que esta gente se haya alborotado ni dado motivo de desconfianza, que es prueba de su docilidad.

100. Si la gente de aquel país, no reconociendo la fuerza de la obediencia en la milicia, ni teniendo disciplina, que es la que puede infundirla, no ha dado motivo para que se desconfíe de su lealtad, con mucha menos razón puede haberlo cuando sepa la subordinación que ha de tener a sus superiores. [Al dejar de] ignorar la gravedad del delito y estando hecho a verlo castigar con severidad y rectitud, huirá de cometerlo [con mayor razón] que cuando sólo lo conoce por cosa leve, y hallándose instruidos en que, como soldados, son la confianza del monarca y la defensa de sus derechos, mirarán con más formalidad su ejercicio que cuando les parece que todo él consiste en tomar el fusil y en hacer una centinela, sin poder penetrar perfectamente la seriedad y solidez de su ministerio; y, últimamente, sabiendo obedecer, sabrá respetar, sabrá temer y sabrá cumplir con su obligación, que es lo que ahora ignoran aquellas gentes, y lo que les falta para ser buenos soldados, porque soldados ya lo son y lo han sido, aunque malos. Con que toda esta nueva disposición sólo se reduce a darles disciplina y a que, con ella, guarnezcan las plazas que están guarneciendo sin tenerla.

101. Si el disciplinar gente del Perú y el guarnecer con ella las plazas del Perú fuese cosa peligrosa, contra su seguridad, debería suceder lo mismo en todos los reinos y repúblicas del mundo, porque la misma gente de cada uno, disciplinada, es la que los defiende y la que sujeta a sus propios compatriotas cuando, alterados sus ánimos, quieren contravenir a la obediencia del príncipe. De modo que un hombre, hecho soldado, se transforma en un hombre que ni a extraños ni a patricios, y aun hasta sus mismos dependientes, trata con otro modo que con el que le ordenan sus superiores; si éstos le disponen que los mire como amigos, lo es fino, y si como a enemigos, no pueden tener otro mayor, porque con la obediencia rompe los vínculos del cariño y del afecto. Esto les falta a los del Perú, porque no tienen disciplina, y si con ella se les adelanta algo, es a favor de la lealtad que deben guardar al príncipe, obedeciendo con puntualidad y ciegamente las órdenes de sus superiores.

102. Aunque inquieta aquella gente del Perú, aunque belicosos los de algunas provincias, y aunque arrojados los de otras, son todos muy leales, y tanto para su rey, que nunca se les ha sentido la más leve flaqueza en sus inclinaciones que dé a entender sospecha de infidelidad, siendo así que nadie los sujeta. Con que aquellos desórdenes son hijos de la ignorancia más bien que de la malicia, y de ver que nunca llega el caso, o rara vez, en que los refrena el castigo, por lo cual no llega tampoco el de que tengan enmienda. Aquellas gentes se reconocen vasallos de los reyes de España y, aunque mestizos, se honran con ser españoles y salir de indios; de tal modo que, no obstante participar tanto de uno como de otro, son acérrimos enemigos de los indios, que son su propia sangre. Con que por ninguna parte debe hacer motivo de recelo capaz de embarazar esta disposición si, por otra parte, no tiene objeciones de otra especie que la puedan embarazar, las cuales [no serán de mucha importancia para que] se hayan ocultado a los alcances de nuestra comprensión.

103. La tropa formada con esta gente, aunque en el color no fuese toda igual y alguna pareciese más morena que los españoles, no dejaría de ser tan lucida y buena como la mejor de Europa, porque los mestizos son regularmente bien hechos, fornidos y altos, algunos tanto que exceden a los hombres regulares, y es propia para la guerra, porque se crían en sus países acostumbrados a trajinar de unas partes a otras, hechos a andar descalzos, regularmente con mucho desabrigo y mal comidos. Con que ningún trabajo se les hará extraño en la guerra, ni la alta de conveniencias será para ellos incomodidad.

SESION SEGUNDA

Hácese presente la escasez de armas que generalmente se
padece en todo el Perú y lo tocante a municiones de guerra

1. En esta sesión no tocaremos nada sobre las plazas situadas en la América Meridional que corresponden al mar del Norte, así porque con la frecuencia de embarcaciones que van de Europa a ellas no son las armas tan escasas, como porque en este particular no tenemos las más prolijas y ciertas noticias. Y así, pasando con nuestra relación directamente al reino del Perú, nos detendremos en puntualizarla, con las circunstancias que se requieren para que se pueda comprender su actual estado en el particular de cada especie, con la formalidad que recomienda la importancia del asunto.

2. Es tan común la falta de armas de todas especies en el Perú, que no es comprensible su escasez, a menos de haberlo experimentado, en las ocasiones en que se hace forzoso echar mano de ellas para ocurrir a las urgencias. Y a no haberse ofrecido tanto motivo como el de pasar a aquellos mares escuadra enemiga y a haberse de poner en defensa todas las ciudades y demás poblaciones, no hubiera sido fácil concebir la raridad de las que actualmente hay en todos aquellos reinos, ni podríamos atrevernos a juzgarlo, porque se hace inverosímil su corto número y calidad en una providencia tan indispensable para la defensa. En los fines del año de 1740 se pusieron en el mejor estado posible, para resistir la invasión de ingleses que se esperaba, todas aquellas costas y pueblos, para lo cual [las autoridades] alistaron la gente perteneciente a sus jurisdicciones y arreglaron las compañías, pero zozobraron todas las disposiciones al querer juntar armas de chispa y de corte para proveerlas a todas. En Guayaquil, viendo que no tenían otro recurso ni medio de conseguirlas sino el de enviar a comprarlas al reino de Nueva España, arbitraron por el cabildo, no obstante la rigurosa prohibición para que vayan navíos con cualquier pretexto a los puertos de aquel reino, en dar registro y comisión “por conviene” a uno, para que fuese a ellos y comprase el número necesario de armas de chispa, a fin de armar con ellas las compañías de infantería y caballería. Pero no se logró el fin, porque la embarcación se perdió en aquellas costas, y el que fue con el encargo no las encontró de venta, aunque pasó su diligencia a México. Y así se volvió sin ellas, y las milicias se quedaron como se estaban: armadas con lanzas y machetes de monte, que eran las que acostumbraban las de a caballo, y los de infantería, unos con lanzas, a manera de alabardas, y otros con arcabuces de mecha, que son las únicas [armas de fuego] de que se conservan algunas, pero aun de éstas tan pocas y en tan mal estado, que sólo sirven de formalidad a la vista, o de espanto a los que las ven de lejos.

3. La única compañía que tenía armas y se hallaba en buena disposición era la de forasteros, porque componiéndose toda de europeos, que son los que trafican, a ninguno le falta a lo menos escopeta, que llevan siempre consigo más por el gusto de cazar en los lugares donde hacen posada, que por la necesidad de ella para defenderse o guardar su hacienda. Y como en todas las ciudades y poblaciones grandes de aquellos reinos hay el mismo régimen de formar entre los forasteros una compañía, en todo [el territorio] es la única que se hallaba proveída de armas.

4. Las poblaciones desde Guayaquil hasta Lima estaban sobre este particular en un estado tan malo que en los cuerpos de guardia de cada una, donde se juntaban las milicias y se guardaban las armas, sólo se veían pedazos de palo con espigas de hierro atadas a la punta, queriendo ser lanzas; cañones viejos de escopetas y arcabuces antiguos sin llaves ni más cajas que un pedazo de palo contra el cual estaban amarrados con un cordel, de suerte que algunas veces los vimos. disparar teniéndolo uno y apuntado, mientras que otro le ponía fuego. Por este tenor estaba todo, de suerte que, aunque había gente, no podía hacer nada cuando llegase el caso de salir a función por falta de armas. No se ha de entender que era esto sólo en los pueblos pequeños, donde debía parecer menos extraño, sino en las ciudades y lugares grandes, como Piura, Lambayeque, Trujillo y las demás. Pues en Trujillo consistía el cuerpo de guardia principal, que estaba en las casas del Cabildo y Caja Real, haciendo frente a una de las fachadas de la plaza, en dos cañoncitos de a libra de calibre, de bronce, y hasta 10 ó 12 cañones de escopetas viejas y arcabuces antiguos, atados a pedazos de palo en la forma que queda dicho, y lo demás se reducía a lanzas, unas mal dispuestas, otras algo mejor, y, por la mayor parte, a palos largos, en la forma que se cortan del monte, con un pedazo de hierro agudo al extremo.

5. Los efectos de tan escasas prevenciones en todo aquel reino se experimentaron con la sensible pérdida de Palta en la invasión que padeció el año de 1741, día 24 de noviembre, por el vicealmirante Anson, pues con el corto número de gente que desembarcó en una lancha y [en un] bote se apoderó de ella y de todas las riquezas que encerraba, que entonces eran grandes, sin que se le pudiese hacer resistencia, porque no había fuerzas para ello, pues dos tiros que se dispararon de un pequeño fuertecillo que monta cuatro cañoncillos, en que consistía toda su defensa, fue menester que el mismo oficial real contador de Piura, don Nicolás de Salazar, con la ayuda de un negro esclavo suyo, los cargase de pesos fuertes por falta de otra munición. Pero aún no fue esto lo más, sino que habiéndose puesto en marcha para socorro de Palta el corregidor de Piura, que entonces lo era don Juan de Vinatea y Torres, con cosa de 150 hombres que pudo juntar por lo pronto para ir contra 50 que serían todos los ingleses, empezó a hacer tocar las calas, pífanos y clarines desde más de una legua antes de llegar a ellos, para darles aviso con el estruendo militar de que iba a recuperar el lugar, lo cual hizo con estratagema, para que, reconociendo los enemigos el socorro tan considerable que iba contra ellos, lo desamparasen, como lo consiguió, aunque, irritados los ingleses de ver que les iban a quitar la presa que ya habían hecho, se vengaron en pegar fuego al lugar al tiempo de partirse, y saqueando lo más precioso que había en él, dejaron reducido a cenizas todo lo demás. El día 12 de febrero del siguiente año de 42 volvimos a pasar por Piura, haciendo viaje a Lima para cumplir el orden que habíamos tenido del virrey, y preguntándole al corregidor cuál había sido la causa de no haber guardado silencio en su marcha, cuando fue con su gente a recuperar a Paita, para coger desprevenido al enemigo y sorprenderlo, respecto de que siendo los ingleses en tan corto número parece que no podía dudar de la victoria, nos satisfizo diciendo que entre toda la gente que llevaba no había 25 armas de fuego, y que todos los demás sólo llevaban picas y palos al hombro; [así que hubo de renunciar a la sorpresa], para que siendo vistos de los ingleses, temiesen y se retirasen. [El riesgo fue grande], porque si esta treta no le salía bien y antes, por el contrario, llegaban a percibir los ingleses las cortas fuerzas con que en realidad iba a atacarlos, no sólo hubieran hecho burla de él, pero con la confianza de la poca defensa en que se hallaba todo aquel país, hubieran cobrado nuevos ánimos y quizás intentando pasar a Piura a ejecutar lo mismo que en Palta.

6. Para mayor convencimiento de lo ya dicho será conveniente que, retrocediendo algo en nuestro discurso, volvamos a ver el socorro que recibió Guayaquil de toda la provincia de Quito, cuyos corregimientos concurrieron con una compañía cada uno, conforme se había acordado por la Audiencia [por temerse que fuese atacada por Anson]. La que formó la ciudad de Quito se componía de 72 hombres, y después de haberse recogido todas las armas de fuego que había en la ciudad (para lo cual, además de los rigurosos bandos mandando que todos los vecinos manifestasen las que tuviesen, enviaba el presidente a pedirlas cortesanamente, e iba en persona a solicitarlas de los más condecorados de la ciudad, y hasta el obispo salió a visitar las casas de los eclesiásticos para recoger las armas viejas que conservaban de la herencia de sus antepasados) sólo se pudieron juntar 60, unas antiguas, otras viejas, algunas modernas y en buen estado, y, por este tenor, unas cortas y otras largas. De suerte que, cual tenía una tercerola, cual una escopeta de caza, cual un arcabuz y cual una pistola, y aun así fue preciso que los 12 hombres restantes llevasen lanzas. Peor sucedió con la compañía de Latacunga, que, componiéndose de 50 hombres, sólo pudieron juntarse armas de fuego para 20. Y a este respecto en los demás corregimientos. En el de Guaranda tenía prontas el corregidor tres compañías, de las cuales bajó a Guayaquil la una, y sólo llevaba nueve armas de fuego, porque no había podido juntar más; lo mismo sucedió con las de Riobamba y otras, siendo lo peor que, del número de estas armas, no estaban de servicio la mitad.

7. Lo dicho hasta aquí parece que es suficiente sobre este particular para formar idea de la necesidad en que aquello está, debiéndose entender que, sin ninguna diferencia, sucede lo mismo en toda la extensión de aquellos reinos, desde Quito hasta Chile, pues no es menos lo que en Lima se carece de ellas que en los demás parajes. Allí fue preciso, para armar los tres regimientos que levantó el virrey marqués de Villagarcía, dos de caballería de a 500 hombres y uno de infantería de 1.000 hombres, que se fabricasen en Lima las espadas para los primeros; pero, como no había quien lo supiese hacer con perfección, después de haber consumido en ellas muy considerables sumas, quedaron con temple tan malo que continuamente se rompían en los ejercicios, y tan pesadas que no se podían manejar. No hubo igual providencia para suplir la falta de armas de fuego, pues, aunque el virrey dispuso que se comprasen todas las que hubiese, sin poner más límite en los precios que la voluntad de los que las vendían, nunca se pudieron completar, a mucha diferencia, las que se necesitaban, y con particularidad las pistolas para la caballería, que no se les pudo proveer de ellas hasta que de Buenos Aires se remitieron [al inicio de 1743] las que había llevado la escuadra que comandaba don José Pizarro. Pero como era general la falta en todos aquellos reinos y fue preciso que quedasen algunas en Buenos Aires, otras en Chile, y que se remitiesen otras a Panamá, aunque se suplió con ellas lo más preciso, no lucieron en ningún paraje, y menos que en todos en las ciudades de Valles, adonde no alcanzaron, siendo el único paraje de lo interior del país adonde se enviaron, a la provincia de Tarma, por la urgencia que había de armar gente contra los indios sublevados. Pero para que mejor se conozca cuán escasas estaban, nos parece conveniente dar noticia de los socorros que el virrey envió para contener aquella sublevación, que aunque parecerán pequeños, porque en realidad lo son, eran cuantiosos respecto al estado en que se hallaban aquellos reinos.

8. El 21 de [junio] del año de 1742 le fue participada al virrey por el corregidor de Jauja [don Manuel Martínez] la noticia de haberse sublevado los indios chumchos, de las modernas conversiones en los Andes, y cortos días después, que eran en número de más de 3.000, pidiéndole socorro, al mismo tiempo, para contenerlos, el cual se le envió conforme se determinó por un “acuerdo extraordinario” que a este fin hizo el virrey el 22 del mismo mes, y consistió en 42 arcabuces, sin ninguna otra cosa más. Los corregidores de Jauja y Tarma repitieron con frecuencia las noticias del pernicioso progreso que iba haciendo la sublevación, y el 24 de julio adelantó el de Tarma que ya quedaban los indios sólo ocho leguas distantes de aquel lugar, y que si no se les enviaba un socorro suficiente, tanto para contener [a] los sublevados cuanto para sujetar a los propios indios de aquella jurisdicción, que daban muestras de no mirar con displicencia este alboroto y de estar inclinados a él, corría mucho peligro toda la provincia. Con cuyo temor, y viendo cuán de veras iba el asunto, se determinó el virrey a enviar 150 armas, además de las que tenía remitidas, y dos destacamentos de a 50 hombres, uno de caballería y otro de infantería, para que, con la gente del país, ayudasen a contenerlos, lo cual fue también determinado por otro “acuerdo extraordinario” que se había tenido el día 23 del mismo mes de julio, antes que el corregidor de Tarma participase la última noticia de estar ya tan inmediatos los indios. Este socorro, aunque no era correspondiente a las fuerzas que ya tenían los sublevados, no fue completo, porque los destacamentos se redujeron entrambos a 60 hombres, los 30 de caballería y los otros 30 de infantería; las providencias que llevaron sólo fueron cinco pabellones o tiendas de campaña cada uno [de los destacamentos, y] 180 balas y 180 cartuchos de pólvora entre los dos, a razón de tres tiros cada hombre, de cuyos libramientos fui yo testigo ocular por el respectivo al que contenía las 180 balas, y por el mismo sargento mayor de la infantería, a quien se le libraron entrambos, supe ser de la misma [cuantía] el de los cartuchos de pólvora.

9. Ya queda expresada que casi todas las armas que manejan las milicias de La Concepción se reducen a lanzas, para las cuales hay dentro del pequeño fuerte que tiene aquella ciudad una armería muy bien dispuesta. Pero no se encuentran en ella si no es tal o cual arma de fuego, y aunque aquéllas son suficientes para los reencuentros que se ofrecen contra los indios, porque éstos no usan tampoco otras si no es lanzas y flechas, no son bastantes para hacer oposición a las naciones que acostumbran las de fuego, cuya ventaja es considerable a las de aquel país, por lo cual se debe considerar que se disminuyen sensiblemente las fuerzas que pudiera tener La Concepción para los casos en que padezca alguna invasión por las naciones de Europa, por no tener armas correspondientes, ofensivas y defensivas.

10. A proporción de lo que experimentan aquellos reinos por lo respectivo a armas, es en todo lo demás perteneciente a municiones de guerra, porque todo falta. Cuando despachó Quito la tropa que había de socorrer a Guayaquil, ni se hallaban balas, ni prevención de baleros para hacerlas. Y no sé qué providencia se hubiera dado si, entre las muchas que llevaron consigo a aquellos reinos los franceses de la Academia de París, no hubiera sido una dos baleros con moldes de distintos calibres, que fue el único recurso que tuvo entonces el presidente [de Quito]; y el artífice de instrumentos matemáticos que la misma compañía francesa había llevado [Msr. Hugot], fue forzoso se empleara en fundir las que fueron necesarias. A vista de esto ya no se hará extraño que hubiese andado el virrey tan ceñido en los libramientos dados a la tropa para socorrer a Tarma y Jauja.

11. Lo mismo que pasaba en Quito con las balas de fusil, sucedía en Lima con las de artillería, las cuales fue forzoso que se hicieran de bronce, con el crecido costo que se deja considerar, porque aunque se intentó fabricarlas de hierro refundiendo para ello algunos cañones viejos, no se logró el fin mediante que las que se hacían sacaban tan poca resistencia que se desbarataban con el golpe del martillo, sin aplicar demasiada fuerza; y aunque el coste de las de bronce es muy crecido, sería soportable para la necesidad si, con el motivo de ser un metal propio para muchas obras, no hubiera un fraude considerable en ellas, por las muchas que se roban aún después de almacenadas y entregadas con la mayor formalidad y exactitud.

12. Las compañías de granaderos, y con particularidad los armamentos que se disponen para los navíos, no pueden usar de otras granadas que las de vidrio, por falta de las de hierro. Y a este respecto se arbitra allí en otras cosas de que se carece, supliéndose como se puede, porque no yendo de España, no lo hay en el país, y es lo principal el que falta la materia, pues todas las cosas que piden ser de hierro fundido no se pueden hacer si no es en donde se trabajan minas de él. Allí se pudiera dar cultivo a las que hay de este metal, aunque no fuera con otra mira que la de proveer de balas todas aquellas plazas, hacer artillería para guarnecer los puertos y parajes que necesitan algún género de fortificación para su defensa, y bombas para aquellos donde las armadas marítimas pueden llegar a batir las fortificaciones, de cuya providencia carecen todas, porque en ninguna de ellas hay morteros, ni se conoce su uso.

13. Lo único de que aquel reino está abastecido con mayor providencia es de pólvora, porque hay fábrica de ella en la jurisdicción de Quito y en Lima. La de Quito está en el asiento de Latacunga, y se puede hacer en cantidad como se quisiere, pero al presente es poca la que se fabrica, siendo la causa el que no se suministra de allí a otra parte más que a Guayaquil. Pero pudiera acrecentarse y proveerse de ella a Panamá, mediante que, por el nuevo camino de Esmeraldas, será fácil y pronta su conducción.

14. La fábrica de Lima, que es mucho más considerable, pertenece en propiedad a un particular de aquella ciudad, y de éste se toma la necesaria para el servicio del rey. De allí se proveen El Callao, Panamá, Valparaíso, La Concepción y Valdivia, en cuyos parajes suele llegar a escasear tanto, en ocasiones, que, habiendo llegado yo a La Concepción con el navío que mandaba, haciendo el corso en aquellas costas, a principios de mayo del año de 1743, para dejar en la plaza un destacamento de tropa del regimiento de Portugal destinado a guarnecerla, me representó el gobernador de ella la escasez que padecía, que era tanta que aún le faltaba para corresponder a ningún saludo, y en consecuencia de ello le socorrí con 16 quintales, que eran los que podía suministrarle; los ocho de ellos [de los] que se habían embarcado para dejarlos en Valdivia y no llegó el caso de que se cumpliera, y los otros ocho de la [pólvora] de mi navío.

15. Los parajes húmedos y cálidos, como Guayaquil y Panamá, deben ser socorridos frecuentemente de esta munición, porque la cualidad del temperamento la echa a perder en poco tiempo, no obstante las precauciones que se tienen para reservarla de la humedad.

16. Por todo lo que queda dicho, se vendrá en conocimiento de la general falta de armas y municiones de guerra que hay en todos aquellos reinos, y que para proveerse de las necesarias no tienen más recurso que el de España. Por lo cual sería conveniente (a nuestro parecer) que por una vez se les suministrasen las precisas a costa de la Real Hacienda, y que se diesen tales disposiciones que, mediante ellas, se mantuviesen existentes siempre y en buen estado de servicio, porque sin esta circunstancia no se conseguiría el fin de encontrarlas en la ocasión de haberlas menester, por el sumo descuido con que miran estas cosas los gobernadores, corregidores, oficiales reales y otros ministros que debieran celar en ello. Y para que, según los parajes y capacidad de los que las necesitan, se pueda hacer la asignación y dar las órdenes más conducentes a su subsistencia, hemos juzgado al propósito el manifestar nuestro sentir, arreglado al conocimiento que tenemos de aquellas partes y al celo con que desearíamos que estuviesen en un estado tal que no tuviesen que temer aquellas costas de las empresas que maquina contra ellas la ambición y la malicia de los enemigos de Su Majestad, que ya que no basta su poder a apropiarse alguna parte de aquellos dilatados países, logra hacer considerables robos en sus poblaciones y destruirlas siempre que las diferencias de los monarcas les ofrecen la oportunidad para ello.

17. Las ciudades y poblaciones grandes que están en las serranías, no necesitan tanta providencia de armas como las que están vecinas a la marina, que es donde ejecutan sus hostilidades los piratas y corsarios. No obstante, siempre convendría que hubiese en ellas algún número determinado de armas, existentes tanto para socorrer a las poblaciones de la costa cuando lo necesitasen, cuanto para contener a los infieles que están en sus cercanías, y aun para hacer entrada en aquellas tierras que ocupan, cuando y como conviene, a fin de sujetarlos, reducirlos y poder auxiliar a los misioneros. Quito necesita tener esta providencia más que otra ciudad de las [serranas] porque toda la parte del Oriente confinante a aquella provincia es habitada de indios gentiles, y en la del Occidente tiene los dos puertos considerables de Atacames y Guayaquil, que debe socorrer en caso de invasión, porque en toda ella no hay más defensa que la de mantener bien guardadas estas dos puertas; tan esencial es uno y otro [puerto], cuanto que perdido el primero peligra la ciudad y aun la provincia entera, y perdido el segundo, no sólo hay el mismo peligro, sino que también se pierde un astillero tan admirable como aquél,
y unas montañas tan ricas de maderas como las que tiene en su jurisdicción. Por esto convendría que se le asignasen a Quito las armas correspondientes para poner en campaña 1.000 hombres, los 500 de infantería y otros 500 de caballería, número suficiente para toda aquella provincia. Pero fuera de éstas, se le deberían asignar a Guayaquil en particular las correspondientes para poder armar 500 hombres de sus patricios, los 300 de infantería y los 200 de caballería.

18. Atacarnes tendría bastante por ahora con las armas necesarias para 200 hombres: 100 de cada especie.

19. Piura necesita 400 por mitad; las 300 se deberían guardar en la ciudad capita, y los 100, por mitad, mantenerse siempre en Paita.

20. Lambayeque otras tantas, también por mitad.

21. Trujillo sería conveniente que tuviese otras 400 en la misma conformidad.

22. Guarmey tendría suficiente con 200 armas para 200 hombres, y otras tantas Chancay, y lo mismo cada uno de los siguientes [lugares]. Mas para que se vea lo que todos suman, volveremos a referir los antecedentes y se irán poniendo por su orden.

Armas para [Armas] para
infantería caballería
Quito 500 500
Guayaquil 300 200
Atacames 100 100
Piura 200 200
Lambayeque 200 200
Trujillo 200 200
Guarmey 100 100
Chancay 100 100
Pisco 100 100
Nasca 100 100
Ilo 50 150
Arica 100 50
Coquimbo 200 200
Valparaíso 400 200
La Concepción 300 300
Valdivia 600 300
Chiloé 300 000
3.850 3.000

23. Todo suma 3.850 armazones de fusiles y bayonetas para otros tantos infantes, y 3.000 carabinas, pares de pistolas y espadas para la caballería. Con esta providencia estarían todos los puertos guardados y en un estado admirable para resistir a cualquier enemigo que los quisiese invadir, y la gente que [acudiera] a su socorro, hallaría las necesarias cuando no las llevase, o dejaría las lanzas para tomar otras más aventajadas.

24. No hemos incluido aquí El Callao ni Lima, porque éstos necesitan mucho mayor número, mediante que aquella ciudad está obligada a socorrer con ellas [a] otras que las necesitan y que la plaza del Callao, además de las propias para su guarnición, es preciso que tenga las correspondientes para los armamentos marítimos. Esta y las de Panamá, Guayaquil, Valparaíso, La Concepción y Valdivia, necesitan balas de hierro, cuyo número ni se puede determinar, ni ser excesivo el que se envíe, aunque sea algo crecido, pues no teniendo otra parte de donde poderlas recibir que de estos reinos [de España], conviene siempre el que estén bien proveídos de ellas.

25. El modo de conservar y guardar estas armas es teniendo armerías en todos los parajes donde las deba haber, a imitación de las que hay en Panamá, Guayaquil, Lima, El Callao, Valparaíso, La Concepción y Valdivia, con una persona destinada para limpiarlas y cuidarlas, como también lo tienen todos los lugares donde hay armerías.

26. Las que hubiesen de estar en países cálidos y húmedos, como Guayaquil y Atacames, se deberían tener pavonadas, y para que no se enmoheciesen, todas en fundas de bayeta forradas por de dentro, a fin de que se conservasen mejor.

27. El modo de que siempre existiesen y de que estuviesen en buen ser, sería el de que se hiciese cargo de ellas a los gobernadores y corregidores, a quienes se les habían de entregar con asistencia de los oficiales de la Real Hacienda y del ayuntamiento de cada parte, con inventario muy por menor de sus especies, calidades y marcas, con toda claridad y distinción, para que por el mismo inventario las volviesen a entregar cuando concluyesen su gobierno. Y se debería ordenar que, aun antes de dar la residencia cada sujeto de éstos, desde el punto que cesase en el empleo, hiciese la entrega de ellas para que se pasasen [al] que entraba en su lugar; que si le faltase alguna o estuviese en mal estado, había de ser de su cargo el poner otra del mismo tamaño, especie y calidad, pero que hasta que lo tuviese cumplido no pudiese dar la residencia, ni salir de la ciudad, y que se le embargasen todos sus bienes. Pero que luego que lo cumpliese se le diese libertad, sin que se pudiese por este motivo descontarle de su hacienda cosa alguna, ni con título de diligencia, ni con algún otro colorido, y que pudiese dar la residencia de su gobierno.

28. Todo este rigor, que parece grande, se necesita para que pusiesen cuidado los gobernadores y corregidores en un asunto tan importante, y para que dedicasen a ello su atención por algunos ratos, retirándola de los demás fines en que la tienen embebida, [fines] únicamente de beneficio propio, como se dirá en su lugar. Y aunque parece agravio contra estos jueces el hacerles pagar las que se dañasen, pudiéndolo ocasionar el tiempo y no la omisión, no lo es, mediante que para un corregidor que en el término de cinco años hace un caudal de 50.000 pesos, poniendo su utilidad en una cosa moderada, ¿de qué pérdida puede serle el desembolso de 100 pesos, que será lo que le costarán cinco fusiles, costeados y puestos allá? No se les debe consentir, por ningún modo, el que se indulten en dar un tanto por las armas que les faltaren al tiempo de su entrega, aunque sea en una suma mucho mayor que la que pueden valer, y antes se ha de prohibir esto con graves penas, pues no siendo así, nunca podrán existir las armerías completas, porque hecho el ejemplar una vez, todos descuidarán, y con el seguro de que por tanta cantidad se libertan, sucederá lo mismo que está pasando con las residencias, y en pocos años no habrá rastro de tales armas, ni señal de haberlas habido. Y aunque entreguen el dinero que se quisiese asignarles como equivalente, se expenderá en otros fines, y no en el legítimo a que pertenece, por no haber recurso inmediato para hacerlo, lo que no sucederá sabiendo los gobernadores y corregidores que se hallan con este cargo, y tendrán cuidado, cuando van de España, de llevar consigo algunas armas de todas especies a fin de reemplazar las que les falten cuando concluyan su tiempo, y aquellos a quienes les sobraren las venderán a otro que no tenga bastantes con las que llevó, o a su mismo sucesor si es sujeto de aquellos países [o] que no ha ido recientemente de España. Y de este modo, sin ley que les obligue a ello, se hará costumbre el llevarlas, como se practica con la Recopilación de Indias y otros libros que les está mandado tener cuando se reciban en sus oficios.

29. Ahora resta proponer el modo con que se podrá saber si las armerías existen siempre en un mismo ser, y esto se conseguirá disponiendo que los presidentes de las provincias hagan visitas en todos los parajes donde hubiere armerías una vez cada ocho años, la que habrán de practicar antes de recibirse en sus empleos, para que vayan hechos capaces del estado en que están las que pertenezcan a cada uno, y puedan empezar su gobierno con las disposiciones conducentes al reemplazo de lo que hubieren echado [de] menos. Con este régimen, el presidente de Quito visitará a Atacames y Guayaquil sin que se les siga atraso, ni perjuicio en ello, porque haciendo regularmente su viaje, cuando van de España, por Panamá, no es extravío el que toquen en Atacames, y pasen después a Guayaquil, como que está en la derrota de su camino.

30. Los presidentes de Chile visitan regularmente a La Concepción, puesto que deben residir allí los seis meses del año, y los otros seis en Santiago, de donde bajan frecuentemente a Valparaíso. Y así sólo se les aumentará la penalidad de visitar a Chiloé y a Valdivia.

31. Al general de las armas del Perú, que es gobernador del Callao, pertenecerán las visitas de todas las armerías restantes, desde Piura y Paita hasta donde empieza la jurisdicción de los reinos de Chile. Por lo tocante a las que están desde Piura hasta Lima, con precisión ha de pasar por ellas al tiempo de conducirse a aquella ciudad cuando va a tomar la posesión de su empleo, con que sin emprender expresamente viaje con este fin, lo puede hacer; y lo mismo los virreyes, pues también han de pasar por ellas. Y por lo respectivo a las demás que están desde Lima hacia el Sur, es cosa que en el término de cuatro meses lo pueda concluir, cuyo tiempo no le haría falta para atender a otros negocios de su cargo, porque en el que durase su ausencia, si era antes de recibirse, debía continuarlos el que acababa, o el que estuviese de interino ocupando aquel empleo, y si fuese después de haberse recibido en él, se podría disponer que quedase en su lugar el teniente general de la caballería por lo que tocase al gobierno de las armas, y el maestre de campo del Callao por lo correspondiente al de esta plaza.

32. Tenemos dicho antes que la entrega de las armerías por los corregidores que acaban, y el recibo en los que entran, se había de hacer con la autoridad de los oficiales reales e intervención de los ayuntamientos, para que, como interesados éstos, no consintiesen en que por aquéllos se disimulase nada. Y para que con más rigor celasen este asunto, convendría ordenar que los ayuntamientos fuesen responsables de las faltas que hubiese y encontrasen los presidentes y gobernadores en sus visitas, conociéndose que provenían de no haberse hecho las entregas de las armerías con la formalidad y rectitud necesaria, en cuyo caso se les debería privar de los oficios de regidores y poner tenientes en sus lugares, ínterin que completaban las armas; pero no se les había de gravar en cosa alguna contra sus bienes, haciendas, ni caudales, ni sacar indultos con título de diligencias. Los alcaldes ordinarios deberían concluir su año como tales y si fuesen regidores, quedar igualmente privados de los oficios hasta que se habilitasen por medio del reemplazo de las armas que se hubiesen echado [de] menos, o estuviesen en mal estado.

33. A cada una de estas armerías sería conveniente destinarle dos o tres baleros con moldes, para que se fundiesen de todos tamaños las [balas] que fuesen necesarias, y una porción de piedras [de chispa] propias para cada especie de armas, porque allá no las hay, y suele haber ocasiones en que la piedra para una escopeta de caza vale cuatro reales de aquellas moneda; a este precio, y después a dos, vendieron los criados de los franceses que fueron en nuestra compañía porciones que llevaban para el uso de sus armas y diversión de la caza; en Lima las vimos valer a real y medio, y a dos, moneda de aquel país. Con que, por tanta estimación como allí tienen, y lo muy raras que son, se debería observar con ellas el mismo régimen que con las armas, cuidando de que no las abstrajesen y pusiesen en su lugar otras piedras inútiles, y de que no las partiesen para hacer dos de una, como tal vez podría suceder. Pero observándose todo con la precisión y puntualidad que llevamos manifestada, estamos persuadidos a que nunca descahecerían las armerías, y que siempre estarían aquellos reinos en buen estado para defenderse.

34. En esta providencia se ofrece el reparo de que, habiendo armas en aquellas ciudades y puertos, será de temer en ellos que con cualquiera motivo de inquietud en sus vecindarios, podrán éstos apoderarse de ellas y sublevarse. Pero a esto se satisface con que, si dependiese únicamente de las armas tales resoluciones, no dejarían de experimentarse en el Perú, aun no habiéndolas de fuego, mediante que no hay país en ninguna parte del mundo donde la gente haga más uso de las armas que en aquéllos, porque no se verá hombre que deje de llevar siempre consigo un puñal, o a quien le falta espada larga, que son las bastantes para poner en práctica una depravada resolución cuando, pervertido, el ánimo quiere romper los vínculos de la obediencia. Estas armas, que por sí son provocativas y no tienen al presente otras superiores que las contengan, no han llegado a inducir los genios de aquellas gentes a sublevarse, con que parece no hay razón que persuada a que sucederá cuando se provean de otras aquellas ciudades, mayormente debiendo ser los jueces y los leales más dueños de las armerías que los inquietos y desobedientes, y si éstos llegasen a querer apoderarse de ellas, no hemos de suponer a los otros tan faltos de resolución que dejen de precaverse con tiempo para sujetarlos cuando los antecedentes den motivos de sospecha.

35. Si este reparo fuera de consideración, no se podrán tener armerías en ningunas ciudades ni puertos, porque en todos militan las mismas circunstancias cuando no son plazas de armas. Es así que no se hace obstáculo para que las haya aún en las de reinos donde los genios de sus habitantes son más belicosos, inquietos y altivos que los de aquellas gentes, con que no debe ser de consecuencia para aquellos países, además de que, aun cuando este riesgo fuese cierto (lo que no sucede) se debería reflexionar cuál de los dos convendría precaver: si el de los enemigos, por dejarlos indefensos, que es evidente, o el de las inquietudes de los propios vasallos, que es remoto y tan poco regular como que no ha llegado el caso de que se experimente. Parece en toda razón que no cabe duda en la decisión, y que sería contra todo lo natural el exponer los reinos al peligro de que sean conquistados o destruidos por los enemigos, con el fin de evitar toda ocasión de que los propios [vasallos] se alboroten, lo cual, aunque efectivamente sucediese, podría remediarse siempre, ya volviendo ellos mismos a dar la obediencia, o ya sujetándolos con la gente que se podría evitar de otra provincia, de otra ciudad o de otro pueblo. Pero lo más concluyente de este asunto, y que se debe advertir, es que, aunque en los primeros años después que se conquistaron aquellos reinos, y aún en estos últimos, ha habido alborotos e inquietudes, nunca han pasado de particulares querellas, pretendiendo tomar venganza cada uno del partido contrario, pero sin pensar en faltar a la obediencia del príncipe, ni en usurparle la sumisión que es correspondiente a su soberanía.

36. Las armas no son directamente el origen de los disturbios, ni contribuyen, guardadas con economía y buen uso, a la desobediencia, porque aquéllos proceden de la inclinación de los hombres, y un país en donde con generalidad se carece de ellas, no está menos expuesto que otro, en donde las hay, a padecer inquietudes, porque las fuerzas naturales de sus gentes son siempre excesivas a fuerzas semejantes en los que deben sujetarlos, como también [a] las fuerzas acrecentadas por la invención de los hombres. Entre súbditos y superiores, son siempre superiores las de aquéllos que las de éstos, de modo que si se priva de armas a unos reinos, como el Perú, por el temor de que se subleven, debería privárseles [también] de aquellas fuerzas que les proveyó [la] naturaleza, o que ya tienen por la industria, porque tanto harán con éstas cuando falten otras superiores que los contengan, como con aquéllas. Y así, por ninguna parte que bien se reflexione sobre este particular, se hallará razón para dejar indefenso un reino a los insultos de los enemigos extraños, por precaver el riesgo, que no hay motivo de temer, en los patricios [y demás] vasallos, los que nunca han dado más pruebas que las de una firme lealtad, que es lo que hasta aquí se ha experimentado en aquellas gentes, bien que esto sea provenido de la mucha libertad y poca sujeción a pensiones con que viven.

SESION TERCERA

Del ilícito comercio que se hace en todos los reinos de Cartagena, Tierra firme y el Perú,
tanto con géneros de Europa como con los de la China en el Perú. El modo de ejecutarlo,
y vías por donde se introducen, con las causales de que no se pueda conseguir su extinción y,
juntamente, del fraude y extravío que padecen los Derechos Reales en el comercio lícito

1. Para tratar del comercio ilícito en las Indias, de cuyo mal no hay puerto, ciudad o población que no adolezca, con sólo la diferencia de ser en unos más cuantiosos que en otros, habremos de dar principio por Cartagena, como que es el primer puerto que se nos ofrece para este asunto, y donde parece que conjurada la malicia contra la legalidad, convierte en fraude aun aquellas mismas providencias y recursos que lo debían destruir y aniquilar, pues las que con tan premeditado acierto se han imaginado para desarraigar de las costas todos los motivos del ilícito trato, son las que ya en los tiempos presentes sirven de solapa para que se frecuenten aquellas prohibidas vías con mayor desahogo y seguridad.

2. Acordóse con bastante madurez, después de reflexionado el medio con que estorbar el cuantioso comercio [ilícito] que las provincias de arriba hacían en Cartagena, para cortar el motivo o pretexto que les daba ocasión a ello, que luego que llegasen a Cartagena las armadas de galeones, empezasen a vender libremente, y que pudiesen bajar a hacer sus compras los comerciantes de las tres provincias Santa Fe, Popayán y Quito , a fin de que se abasteciesen de los géneros que necesitaban para su consumo; porque se consideraba que esto era lo único que podía contener el desorden de ir a emplear en la costa, eximiéndolos de que hubiesen de bajar unidos con el comercio del Perú a hacer sus empleos en la feria de Portobelo, como estaba dispuesto antes, por considerarse serles extravío, mediante estar estas provincias tan apartadas de la derrota que lleva la armada del mar del Sur que, para unirse con ella necesitaban hacer mucho tránsito por tierra con sus caudales y con las mercancías, [tránsito] en que, además de los crecidos gastos que se les ocasionaban, los exponían a los evidentes e inevitables riesgos de los ríos y laderas. Estos inconvenientes hacían impracticable esta vía, y no usando de ella los comerciantes, quedaban aquellas provincias reducidas a los rezagos de galeones que volvían a Cartagena por no haber tenido despacho en Portobelo; [quedaban] precisados los comerciantes a emplear en ellos, que, siendo desechos del otro comercio, se deja entender sería lo peor, y [quedaban] atenidos asimismo a la cantidad, que tal vez no era suficiente para compensar todos los caudales que habían bajado de las tres provincias. De lo cual resultaba que aquellos que no tenían cabimiento para emplear en los rezagos, bien fuese por no alcanzar las mercaderías o por no encontrarlas a su satisfacción, pasaban a la costa con sus caudales, y allí empleaban [en mercancías ilícitas] para no volverse con ellos a sus países después de unos costos tan crecidos como los que se dejan considerar en tránsitos de 600 leguas, más o menos, parte por tierra y parte por el río Grande de la Magdalena, que hay para llegar a Cartagena, según del paraje de donde venían.

3. Con estas reflexiones se puso en uso el modo de emplear [los caudales] luego que llegase a Cartagena la armada, y se empezó a practicar desde el año de 1730, no sin que el comercio del Perú dejase de sentirlo. Y para evitar que a éstos se les siguiese algún perjuicio, como podría causarles si, empleando aquellas provincias, pasasen [luego] a vender sus géneros a Lima ínterin que los del Perú estaban en Portobelo, pues de esto resultaría que, a su vuelta, no tendrían los géneros que ellos llevasen toda la estimación que deberían, por hallarse ya, con los primeros, abastecido el Perú, se reparó este inconveniente mandando que, desde el punto que se publicase el arribo de galeones a Cartagena, se cerrase la comunicación de ropas y otros géneros de Europa entre Quito y Lima, con la severa pena de ser perdidas todas las [mercancías] que se intentasen introducir ocultamente, y multados los que lo ejecutasen, además de [en] esto, en otra suma. Con esta providencia quedaron las provincias de Quito, Popayán y Santa Fe en aptitud de poderse proveer de ropas a contemplación de sus comerciantes, y las de Lima y el Perú libres de que por aquéllas se perjudicase su comercio. Resolución fue ésta de tanta conveniencia que no será fácil mejorarla; pero aun siendo tan admirable, no ha tenido los efectos suficientes para remediar el principal asunto a que se dirigió, no porque falte ninguna de las circunstancias que necesitaba, sino porque el vicio que ha criado el comercio en aquellas partes es difícil que se desarraigue de los ánimos de los que se emplean en él, como se está viendo palpablemente.

4. El año de [1737] llegaron a Cartagena los registros que fueron convoyados por el teniente general don Blas de Lezo, y con ellos se ha experimentado cuán poco fruto se ha sacado de aquella providencia, porque bajan los comerciantes a aquella ciudad con una crecida suma de caudales, emplean allí la mitad, más o menos, según les parece, y con lo restante van a la costa, donde, hallando tanta providencia de lo que necesitan, concluyen el resto de su empleo [en mercancías ilícitas], y a la sombra de una guía y de la confianza de que lo disimulen los jueces por donde pasan hasta llegar a su destino, introducen dos o tres tantos más de lo que emplearon lícitamente. Así se estaba reconociendo en Quito donde, con el motivo de haberse retirado a ella [en 1740] el tesoro de galeones y comercio del Perú, subían todos los empleos, cuyas facturas, y no menos la calidad de las mercaderías, estaban publicando el hecho; pero ni aún era necesaria tanta prueba donde la fama común estaba siendo pregonera del desorden y manifestándolo sin cautelas, de modo que, al paso que no era ignorado de ninguno, se había hecho tan disimulable para todos que no causaba reparo, ni se hacía novedad. Además de estos [hechos] sobrevinieron tales accidentes que ellos mismos conspiraron a hacer más patente el fraude, porque algunos de los comerciantes que bajaban a Cartagena, después de haber hecho allí el menor empleo y pasando a la costa a concluirlo, fueron apre-sados por los ingleses al tiempo de hacer el tránsito marítimo, y conducidos a Jamaica con las ropas del primer empleo y el dinero que tenían reservado para el segundo; y de este modo, los mismos enemigos de la corona castigaron en ellos, por casualidad, su delito. Pero los que escapaban [con] bien, no encontraban ningún embarazo después que pudiese sobresaltarles con el temor de que, siendo descubierta la maldad, se les impusiese el castigo que correspondía.

5. Este comercio ilícito de la costa de Cartagena se hizo tan común que no se exceptuaron de él los comerciantes de España que habían ido en los registros, los cuales, viendo que iba larga su demora en Cartagena y que los gastos no cesaban, aunque hubiesen expendido las ropas, se entregaron a él con el pretexto de que sus ganancias les contribuyesen a soportarlos. Y con este motivo han mantenido siempre, desde el año de [1737] que llegaron allí y empezaron a vender a los comerciantes de Santa Fe, Popayán y Quito, hasta el de 1744, que salimos de Quito para España, llenos de mercaderías sus almacenes, porque, al paso que daban salida a unas, las reemplazaban con otras, bien que en esto, aunque algunos han ganado, otros han quedado totalmente arruinados, porque, padeciendo los riesgos de la costa, en la cual han sido apresados sus caudales, o los de ser descubiertos y descaminados en Cartagena, en unos o en otros accidentes lo han perdido todo cuando, más cebados en las ganancias de los primeros lances, continuaban este comercio con mayores confianzas.

6. Este lícito comercio que hacían los comerciantes de España en Cartagena, se debe tener por accidental, respecto de que siendo casualidad la irregular demora allí, faltando ésta, cesa también no solamente el motivo, sino el tiempo necesario para ello. Pero el que hacen los comerciantes de aquellas provincias interiores, no sólo es continuo en todas las ocasiones de armada, sino también en tiempo muerto, y aunque en éste no parezca tan cuantioso por hacerse con menos frecuencia, nunca falta.

7. Parece que habiendo tanto desahogo en el comercio ilícito de Cartagena, deberían llegar a España los ecos de sus noticias más abultadas de lo que vienen regularmente, porque, aunque no dejan de alcanzar algunas, no levantan el desorden a grado tan superior como el que acabamos de referir. Pero el que no suceda en esta forma no debe causar novedad, respecto de que, aun dentro del mismo Cartagena, no son sabidores de todo lo que pasa sobre este particular los jueces principales y celosos, porque como es allí el lugar donde se comete la culpa, es asimismo en donde todos la procuran ocultar para que, manteniéndose reservada de los ministros, no pueda llegar el caso de que se castigue el desorden y [se] ponga remedio en él. Y así no parece regular que un introductor de mercaderías haga público su delito; ni que otro que está tan comprendido en él como aquél, lo divulgue; ni que uno ni otro hagan alarde de descubrir la industria de que se valen para conseguir su fin, estando en el mismo paraje donde les amenaza el castigo; pero luego que se hallan fuera de él y en sitio donde no hay recelo que pueda atemorizar, se hace público el hecho, y se refiere como cosa pasada que ya no trae consecuencias nocivas contra sí. Esto estaba pasando en aquellos reinos, y todo lo que se mantenía sigilosamente oculto en Cartagena, publicaban en Quito los comerciantes, y aunque no se acusaban a sí mismos porque sería impropio, hacían pública la conducta de los de Cartagena con tanta puntualidad que señalaban los sujetos que hacían comercio de costa, expresando los viajes que hasta tal tiempo tenían hechos sus caudales, los quebrantos o ganancias que habían experimentado, y los que se mantenían libres de él por no haberse querido exponer a sus riesgos.

8. Por otra parte, los contrarios accidentes que experimentaban los que bajaban de las tres provincias, las facturas y calidades de las mercaderías, según tenemos ya dicho, eran clarines que divulgaban su conducta. Y entre éstos y aquéllos se hacía el fraude con igualdad, para lo cual es una de las pruebas que más lo convencen lo que sucedía con los caudales del Perú ínterin estuvieron en Quito.

9. La armada del Perú, que salió del puerto del Callao para Panamá el día 28 de junio del año de 1739, llevaba registrados cosa de nueve millones de pesos, inclusas las cantidades que se remitían a España. [Por] lo que llevaban para empleo, se consideraba que la feria sería ventajosa para el comercio de España, porque con los rezagos del Perú crecían más los caudales, y no eran equivalentes a ellos los géneros que llevaban cargados los registros. Estos caudales pasaron, después que se retiró [en 1740] la Armada del Sur a Guayaquil, íntegros a Quito, donde empleando unos en las menorías de géneros que había ya en aquélla, y en las que subieron inmediatamente de Santa Fe y Popayán, y bajando otros a hacer sus empleos a Cartagena, se abrió el comercio por aquella parte y empezó a hacer feria a fines del año de 1740. Esta no había cesado a mediados del año de 44 que dejamos aquellos reinos, en cuyo tiempo había ya muchas porciones de los mismos caudales que tenían hechos dos empleos y continuaban el tercero; esto es, que habiendo sido empleados en Quito luego que llegaron, pasaron a Lima, vendieron y volvieron a Quito; hicieron segundo empleo y se restituyeron a Lima con él, donde ya [lo] tenían vendido, y caminaban para hacer un tercer viaje. Bien que esto sólo sucedía con las pequeñas porciones de 30, 40 ó 50 mil pesos, porque las crecidas no podían tener tan pronto su despacho, habiendo entonces en Lima, por la brevedad de éste, tanta carestía de ropa que valía 12 y 13 pesos una pieza sencilla de bretaña angosta, 14 y 16 una vara de bayeta, y a este tenor todos los demás géneros. Con que las ventas de Cartagena no habían cesado y, con todo eso, existían tantos géneros que siempre esperaban los comerciantes ocasión oportuna para hacer la feria, como [si]tuviesen en [su] ser todas sus mercaderías y no las hubiesen desmembrado, para no decir vendido, por lo menos una vez con el continuo tráfico que hizo todo el comercio del Perú junto con [el de] las tres provincias de Quito, Santa Fe y Popayán.

10. En tiempo muerto no deja de hacerse algún comercio ilícito dentro de Cartagena por sus comerciantes, pero no es tanto como el que se practica en las costas de su inmediación, que es adonde acuden para este fin los comerciantes de la tierra de arriba, porque a más de ahorrarse la penalidad y costos de llegar hasta Cartagena, podría ser reparable entonces que fuesen a comprar allí en tiempo que no hay galeones. El que hace Cartagena en estas ocasiones es para el consumo de aquella ciudad y poblaciones de su jurisdicción, y también alguno, aunque no muy considerable, por los comerciantes gruesos que tienen allí su continua residencia, los cuales, con el pretexto o motivo de hacer por su cuenta remisiones a la tierra de arriba con los géneros que les quedan de armada, bien sea comprados o encomendados de los rezagos que no han tenido venta, incluyen con ellos algunos de la costa. Pero esto sucede cuando hay tardanza de galeones o registros, porque de no suceder así, no se experimentaría escasez de ropas y sobra de caudales en las provincias interiores, que es lo que da ocasión en toda aquella América a que los comerciantes se vicien en el comercio prohibido.

11. Entrando con nuestro asunto al mar del Sur, [diremos que] sus puertos no son menores almacenes de géneros de ilícito comercio que de los del permitido y corriente, y de haber alguna diferencia, podrá seguramente aplicarse por exceso al prohibido. Empezaremos por Panamá, que es la puerta por donde pasa todo, haciendo antes la prevención de dividirlo en tres especies: una, de géneros de Europa; otra, de negros, y la tercera y última, de géneros de la China. Las dos primeras se introducen en Panamá por la costa, y aunque precisamente no entren en aquella ciudad los que no se han de consumir en ella, pasan por la jurisdicción de la provincia, se depositan en sus pueblos, y de ellos van a bordo de los navíos que hacen viaje para los puertos del Perú, sin que se les ofrezca obstáculo a los interesados, porque, mediando el indulto que tienen establecido entre éstos y los que están para celarlo, pasan sin dificultad.

12. La gente que se emplea en la introducción de los géneros desde la costa del mar del Norte y los pone en la del Sur, son los mismos que tienen establecimientos en aquella provincia, y de éstos es de los que se valen los comerciantes para hacer sus empleos, mediando para ello un tanto por ciento que les dan, con lo cual se costean y les quedan ganancias suficientes. Estos tienen conocimiento de las veredas más seguras y ocultas, por las cuales se encaminan a los puertos donde están las embarcaciones de trato; compran y, por los mismos caminos o por otros algo extraviados si tienen algún motivo de recelo, se vuelven hasta poner los fardos en el paraje donde se ha con-tratado. Unas veces pasa el atrevimiento a introducirlos en Panamá, si les parece que conviene que salgan de aquella ciudad para el Perú llevando despachos corrientes, como que son mercancías de España rezagadas, para lo cual es preciso que la coyuntura sea proporcionada a este disimulo, y otras, que son las más regulares, lo embarcan directamente en los navíos sin pasar por la ciudad. Pero aun siendo de esta manera, se hace forzoso el disimulo en los jueces y guardas, porque es indispensable haber de pasar, antes de llegar a las playas del mar del Sur, por varios parajes adonde están apostados, por lo que si hubiera el debido celo en ellos, no se podría hacer este comercio.

13. Con el mismo método que se comercia en géneros ilícitamente en Panamá, se ejecuta con los negros en las ocasiones que existen los asientos, y al abrigo de una pequeña partida comprada en las factorías, se introducen otras de fraude, mucho más considerables. Pero, así para este género de comercio como para aquél, siempre es preciso que medie un indulto de tanto por cada fardo o por cabeza, con cuya circunstancia no hay ninguna dificultad para introducir todo lo que se quisiere, con el mismo desahogo que si fuera comercio lícito.

14. El comercio de los géneros de China, prohibido en aquellas partes, no tiene cabimiento en Panamá, porque abundando tanto el de la costa, no hay necesidad de él si no para algunas sedas. Pero como hay arbitrio en aquellos presidentes de conceder licencia a algunas em-barcaciones para que pasen a la costa de Nueva España, van éstas con registros corrientes, y a su vuelta infestan de ropa de la China todas las costas del Perú, porque, aunque no les es lícito llevarla, no por eso dejan de hacerlo, y tomando alguna carga de tinta añil, brea, alquitrán y hierro, que son los efectos que se pueden traer de Nueva España al Perú lícitamente, a la sombra de ellos entran todos los demás, no sin grave perjuicio del comercio lícito ni sin gran menoscabo de la Real Hacienda en los derechos que dejan de contribuir.

15. Uno de los almacenes principales en aquellas costas, donde entran con gran franqueza los géneros de la China, es Guayaquil. Y para que este fraude tenga algún género de disimulo llegan los navíos que vienen de la costa de Nueva España a cualquiera de los puertos de Atacames, Puerto Viejo, Manta o la punta de Santa Elena. Allí desembarcan todo lo que es contrabando, y mediando aquel indulto que tienen ya establecido, el mismo teniente del partido suministra bagajes y se conduce a Guayaquil, donde, interesados en ello el corregidor y oficiales reales, se desentienden de su entrada. Después pasa a Guayaquil la misma embarcación, y entonces se le ponen guardas; pasan a fondearla aquellos jueces, con cuya diligencia se falsifican jurídicamente las sospechas que pueda haber dado la embarcación, y, habiendo hecho una gran papelada de mucho volumen y poca sustancia, queda asegurado el dueño de la embarcación y resguardados los Jueces.

16. A este modo de consentir y aun patrocinar los contrabandos, llaman generalmente en aquellos países comer y dejar comer, y los jueces que los consienten por lo que les rinde cada fardo, hombres de buena índole que no hacen mal a nadie. Pero no atienden a que es defraudar las rentas reales, y que las defraudan de tal manera que aquello que el soberano prohibe absolutamente ellos lo dispensan, y que los derechos, que sólo pertenecen al príncipe, se los apropian ellos a sí mismos; como ni tampoco a que destruyen el comercio lícito, aminorándolo, y viciando los ánimos de aquellas gentes para que, dejándolo, se apliquen al que les está prohibido, pues con el seguro de que toda la pena que merecían por él se conmuta en pagar unos derechos, llevados de la mayor ventaja en las ganancias, no se detienen en lograr la ocasión luego que se les proporciona, y por esto será muy raro el comerciante de pequeño o grande caudal que se deja de interesar con el discurso del tiempo.

17. Puede hacerse reparable, y no sin bastante motivo, que pudiendo aquellos jueces descaminar toda la carga de una embarcación de las que llevan géneros prohibidos, y quedar muy interesados con la parte que les toque, o con toda ella, no lo ejecuten y se contenten con una cosa moderada, dejando que pase libre el introductor, cuando haciéndolo de aquella forma cumplían con las obligaciones de sus empleos, servían al soberano, al bien público y quedaban con un ingreso considerable. Pero ellos tienen razones favorables a su propio interés para no descaminar, y son que, si lo practicaran con uno, no volvería a aquel puerto, y entonces ni tendrían ocasión de hacer segundo descamino ni coyuntura de gozar ningún indulto, y como éstos se repiten con frecuencia, cuando no descaminan tienen una considerable renta en ellos, de la cual se privan cumpliendo con su obligación. De modo que todos aquellos corregidores y oficiales reales que están en postura de contrabandos, lleguen a sus puertos embarcaciones con contrabandos, no sólo [no] ponen mal semblante a los introductores, sino [que], por el contrario, los obsequian y congratulan para obligarlos a que prefieran aquel paraje. Con esta máxima, dirigida a que no cesen las contribuciones de los introductores, se deshacen todas las providencias que se puedan premeditar conducentes a la extinción del comercio ilícito, y lo mismo que sucede con el de las mercaderías de la China pasa con el de las de Europa que llevan a las costas las embarcaciones extranjeras.

18. Muy posible será que haga repugnancia tanta libertad como la que aquí se expresa en el juicio de las personas que no loan experimentado, y particularmente en el de aquellas que, distribuyendo la justicia con igualdad, viven arreglados a ella, celando con el servicio del monarca la conducta de su propia conciencia. Pero, suponiendo que sería horrible temeridad en nosotros ponderar más de lo que es en un asunto donde peligra el crédito y reputación de tantos, sólo podremos decir que todo lo que se expresa en cuanto a la libertad y publicidad con que se comercia allí ilícitamente, lo hemos tocado y experimentado en todas ocasiones, y que en presencia de uno de nosotros sucedió en uno de aquellos puertos que, hallándose varios comerciantes con designio de pasar a Panamá para emplear en ropa de contrabando, y si no la hubiese pronta hacerlo en la costa de Nueva España con géneros de la China, el mismo que les gobernaba, después de haberles obsequiado y asegurado que tendrían firme su amistad, les dijo que esperaba [merecerse] prefiriesen [para la vuelta] aquel puerto a otro cualquiera; que él les haría más equidad que la que podían esperar en ninguna otra parte, naciendo esto de que estaba recién entrado en el empleo, y como no conocían los comerciantes su genio o inclinación, quería darla a entender para que corriese la voz y acudiesen otros allí.

19. Muchas veces sucede que los corregidores y oficiales reales, queriendo manifestarse celosos, hagan uno u otro descamino, pero para ello es preciso que concurra una de las dos circunstancias [siguientes]: bien que tengan concebido encono con el sujeto por haberle trampeado algunos indultos u otro equivalente motivo, o que concurran tales circunstancias en el caso, que no penda ya de ellos el poderlo excusar. Pero estos [descaminos] no hacen ejemplar, respecto de que los interesados conocen que aquellos en quienes confiaban no han sido árbitros para eximirlos del descamino, y así queda en su ser la confianza, y los demás no alteran el concepto que por la anterior experiencia tenían hecho de los tales jueces.

20. De este comercio ilícito que se hace en Guayaquil, una parte se consume en aquella jurisdicción, otra entra en la provincia de Quito y, repartida en todos los corregimientos pertenecientes a la Audiencia, tiene en ellos su expendio, y otra parte se interna al Perú, donde también se reparte, y cuando la cantidad es grande alcanza hasta Lima.

21. Lo dicho hasta aquí es suficiente para que se comprenda el ilícito comercio que se hace en Quito y las vías por donde lo recibe, que son la de Cartagena, la de Guayaquil y por el puerto de Atacames. Por esta última no es tan cuantioso como por las dos primeras, porque como ha poco tiempo que se empezó a abrir aquel camino, no ha sido practicable sino en estos últimos años; pero aun ya en ellos han pasado algunas mercaderías.

22. Parece, según lo natural, que aquel paraje donde los virreyes tienen su asiento podría ser, en alguna manera, privilegiado con el respeto de su inmediata presencia [o] que a lo menos fuese menor el fraude en el comercio a vista de tanto tribunal, de tanto ministro y de tanto juez y guardas como hay para celarlo. Pero allí es donde el desorden llega a su mayor punto y donde sin temor, sin recelo y sin empacho se introducen las mercaderías de contrabando en la mitad del día, y aun son los mismos guardas los que las comboyan, las ponen en lugar seguro hasta que salgan del peligro que pudieran tener en poder de su mismo dueño, como recién llegado, y, para decirlo en una palabra, [incluso] son [ellos] los mismos introductores. Pero, ¿qué mucho [puede extrañar] que suceda esto con las [mercaderías] de contrabando si para tener ingreso solicitan ellos mismos que las que no lo son vayan sin guías, para aprovecharse de la mitad de los derechos, y que el interesado quede usufructuado en la otra mitad?; cuyo asunto es tan público y corriente que no hay ninguno que lo ignore ni que deje de aprovecharse de la ocasión.

23. Aquí es forzoso referir lo que el marqués de Villagarcía nos insinuó al tiempo de ir a tomar sus últimas órdenes para restituirnos a España. En el tiempo que este virrey gobernó aquellos reinos se habían acrecentado tanto las introducciones que ya no sabía qué medio tomar para atajarlas, porque con el motivo de la total escasez de géneros que padecía Lima y todo el Perú, tenían éstos crecido valor, según queda ya notado, y el incitativo de las ganancias tan crecidas que dejarían sus ventas a los mercaderes, aumentó en ellos el desorden, y todos arriesgaban sus caudales sin limitación; de aquí resultaba que se abasteciesen aquellos reinos suficientemente de ropas. El virrey conocía cuán cuantioso era este fraude, pero nunca se le proporcionaba ocasión de corregirlo, porque los demás jueces que estaban para celarlo lo consentían, y como no descaminaban a ninguno ni le pasaban aviso de que llegaban los mercaderes con ropa de ilícito comercio a los puertos de aquella costa, le era imposible hacer ejemplar para contenerlo.

24. Pasó a más este desorden, y fue que habiendo dado noticia al virrey, extrajudicialmente, algunos sujetos que conocían su buen celo de que incesantemente llegaban navíos a aquellos puertos con ropa de contrabando, y que el corregidor y oficiales reales a quienes pertenecían la dejaban pasar libremente y aun daban guías corrientes para que la pudiesen internar, eligió la persona en quien le pareció que hallaría más celo y desinterés para que fuese al tal puerto denunciado en particular a celar las introducciones y hacer pesquisa contra los que las habían permitido hasta entonces. Llegó éste a su destino, [a Paita], y con dictamen y convenio de los mismos contra quienes iba, se dispuso aumentar el derecho de indulto una tercera parte más, aplicada para el tal nuevo juez, y que pasasen las mercancías como antes. Súpolo el virrey y nombró otro en su lugar, que hizo lo mismo, hasta que, sabiéndose que debía llegar a aquel puerto un navío, [el “Santo Cristo de Lezo”], que hacía viaje de los puertos de Nueva España sumamente interesado en ropas de la China, dio comisión de juez de decomisos y pesquisado a uno de los alcaldes de corte de aquella Audiencia, [Don José Antonio de Villalta], el cual confiscó el navío luego que llegó, porque no era disimulable el caso; procesó al corregidor, oficiales reales y a los jueces antecesores a él, enviólos presos a Lima, y habiendo entrado las causas en la Audiencia se desfiguraron los casos que de allá se habían remitido con una plena justificación, de tal suerte que las graves culpas, acreedoras de muy severos castigos, quedaron destruidas y convertidas en parvidades tales que aun la pensión de una ligera multa no hallaba motivo suficiente sobre qué recaer. Y como el virrey sabía muy bien que estábamos hechos capaces de todo lo que pasaba en aquellos reinos sobre este particular y otros asuntos, al despedirnos nos pidió encarecidamente que, pues pasábamos a España, no dejásemos de informar al Ministerio sobre ello cuando llegase la ocasión, haciéndole presente [al ministro] que no teniendo los virreyes más arbitrio que el de castigar en las causas que se justificaba serlo legítimamente, allí era bastante esta circunstancia para que no llegase la ocasión de que se ejecutase ningún castigo, porque todas las culpas se desvanecían antes que llegase este caso. Y aunque en particular no ignoraba el virrey tanto fraude como había, porque todos aquellos géneros se vendían después en Lima públicamente, en lo jurídico le era preciso desentenderse de lo mismo que sabía con toda certidumbre. Por el siguiente caso que insertaremos se vendrá en más pleno conocimiento del sumo desahogo y libertad con que se comercia en el Perú con géneros prohibidos.

25. Restituyéndonos de Lima a Quito el año de 1741, y haciendo la travesía de mar que hay desde El Callao a Guayaquil en el navío “Las Caldas”, dio fondo éste en el puerto de Paita el día 15 de agosto y entonces se hallaban en el mismo puerto dos navíos, nombrados el uno “Los Angeles” y el otro “La Rosalía”. Aquél acababa de llegar de Panamá cargado de fardos de ilícito comercio, los cuales tenía ya descargados; parte de ellos iban caminando para Lima, y la mayor porción estaban arrumados todo lo largo de la calle de aquella población, porque no cabían en las casas y se estaba esperando que fuesen llegando las recuas de mulas necesarias para irlos despachando a Lima, no descaminados, como debiera ser, sino por cuenta de sus dueños, los cuales habían contribuido ocho pesos por cada fardo, que era entonces lo establecido, y con este indulto tenían el paso franco; el mismo teniente de oficial real, que era el que entonces residía en aquel puerto, solicitaba las recuas para su conducción y franqueaba las de los indios de toda la jurisdicción de Piura. El segundo navío, [“La Rosalía”], había hecho viaje de la costa de Nueva España también sin registro, como el primero, y porque los interesados en las mercancías prohibidas querían ir con ellas a Guayaquil para vender allí e internar la mayor parte de ellas a la provincia de Quito, y el maestre de esta embarcación estaba contrapunteado con aquellos oficiales reales, tomaron el puerto de Manta. Y habiendo desembarcado en él todo lo que era contrabando, hizo derrota después para Paita, llevando a su bordo la demás carga, que consistía en tinta añil, brea y alquitrán, y aunque estos efectos son permitidos allí, en el caso presente debía descaminarse por haber ido esta fragata a los puertos de Nueva España sin licencia y sin registro, y haber vuelto sin él, pero habiendo mediado una regalía o indulto, como con los fardos, no hubo dificultad en que continuase su viaje. Después, sin novedad, los comerciantes que desembarcaron en Manta sus mercaderías continuaron a Guayaquil, y, como contra éstos no tenían los oficiales reales ninguna displicencia, pasaron los géneros sin novedad.

26. Estos dos navíos fueron comprendidos en el número de los muchos de que se les hizo cargo al corregidor de Piura, oficiales reales y demás jueces, y todos los demás que antes y después entraron en aquel puerto fueron de la misma especie y sin variedad en las circunstancias. Esto supuesto, se pueden combinar los hechos con las resultas que hubo en las causas seguidas en el Tribunal de la Audiencia de Lima y ver cómo se pueden disponer unos casos tan constantes como éstos para que quede totalmente desvanecido en ellos el delito.

27. Es una prueba clara de la grande abundancia de este comercio ilícito y la facilidad con que se emplean en él sin reserva, el desahogo con que se hallaban en Paita los [comerciantes] del Perú, con crecidos caudales, cuando entró en aquel puerto el vicealmirante Anson y lo saqueó, dejándole sus riquezas admirado a él y a los suyos al ver en una población tan reducida y pobre, cantidad de plata y oro tan excesiva, y esto aun no habiendo logrado cogerla toda, porque queda dicho en otra parte, [que] la omisión de los que desembarcaron dio tiempo y oportunidad a los negros y mulatos vecinos de Palta y esclavos de los comerciantes para que pusiesen en libertad mucha parte, sacándola de las casas y enterrándola en la arena. También le sirvió de no menor admiración un barquillo costeño, de los que van del Callao a la costa de Paita a pescar el tollo, que apresó junto a las islas de Lobos y cogió en él más de 70.000 pesos en oro pero lo que extrañó más de este caso fue que su dueño se arriesgase con tanto caudal en una embarcación tan pequeña, y era el caso que éste hacía diligencia para llegar a Paita a tiempo de poderse incorporar con todos los demás comerciantes que estaban en aquel puerto, los cuales esperaban la salida de dos navíos que había en él para irse, unos a emplear a Panamá y otros a la costa de Nueva España, cuyo designio no podía ser oculto por no ser aquella derrota para otra parte.

28. La fardería del navío “Los Angeles”, que pasando de Panamá en ocasión que ni presente ni anteriormente había habido galeones ni registros, llegó a Palta [en 1741] sin guías ni registros, parece difícil el que [se] interne hasta Lima sin que sea conocido; pero no [se] para allí [el escándalo], porque, luego que están corrientes las cosas, se les dan guías contrahechas y despachos que se fingen, de modo que entran en Lima las recuas cargadas, el virrey las ve pasar desde los balcones de su palacio y, aun constándole que es mercancía de ilícito comercio, le hace persuadir a lo contrario la falsedad con que todo va dispuesto. Este asunto se hace sumamente difícil de creer, pero, con el buen artificio y el método en que se dispone, no debe ser extraño que en Lima no se haga reparable mediante que estos fardos van a la Caja Real, se registran allí, se toma razón de las guías y se cobran después los reales derechos que pertenecen por la entrada. Pero, ¿qué diremos de lo que se introduce en aquella ciudad sin tanta circunstancia ni otra formalidad que la de entrar con ello, seguros de que no ha de haber quien lo estorbe? Pues ahora se verá cómo se ejecuta, y para que no parezca que exageramos en nada, será refiriendo lo mismo que pasó en otro caso, de los cuales pudiéramos repetir varios.

29. El día 19 de noviembre de 1740, haciendo viaje de Quito a Lima, salimos de Piura, donde se incorporaron en nuestra compañía dos mercaderes que llevaban empleo de ropas, parte de la costa de Panamá y de la China. Estos habían conseguido alguna gracia en el indulto y no quisieron llevar guías de Piura para Lima, por ahorrarse en aquella ciudad el importe de la mitad de los derechos. Como entonces no estábamos tan instruidos en el método de todas las introducciones y la facilidad que hay para ello, se nos hacía difícil [creer que] pudiesen entrar en Lima con su empleo sin ser descubierto el fraude y, por consecuencia, descaminadas las mercancías, y más no siendo tan reducidas o pequeñas que se pudiesen ocultar fácilmente. Esta confusión en que estábamos, y la serenidad con que iban los dueños sin precaverse de nada, nos dio ocasión a investigar el motivo de su seguridad, y a saber de ellos que allí [donde] nosotros considerábamos el mayor riesgo, había de ser donde con más descuido y mayor confianza habían de abandonar sus mercaderías. Así sucedió, pues luego que llegamos a estar [a] una jornada de Lima, nosotros continuamos nuestro viaje, y ellos hicieron alto en aquel paraje, que era donde estaban los primeros guardas de Lima, los cuales tienen obligación de reconocer las guías y dar pase a los arrieros. Los dos comerciantes dieron noticia a estos guardas de que sus géneros eran de contrabando y no llevaban guía, y que las cargas se detendrían allí dos días, ínterin que el uno de los dos pasaba a ver al guarda mayor de Lima. Así lo ejecutaron, y aunque ninguno de los dos comerciantes tenía amistad ni conocimiento con el que ocupaba este empleo, el que se adelantó se fue derechamente a él y le descubrió todo el negocio, informándole que en el camino dejaba tantas cargas de mercadería que deberían llegar a Lima tal día a tal hora, que no llevaban guías ni despachos, y que así se sirviese disponer su entrada ínterin que él se iba a tal posada, adonde tenía aviso el otro compañero de venir con las demás [cargas] de sus equipajes que no contenían ningún fraude, y que a la misma posada le podía remitir esotras cuando fuese tiempo, y lo hallaría puntual a satisfacerle lo justo; el guarda mayor despachó otro guarda cuando le pareció tiempo, para que saliera a encontrarlas en el camino, y entre dos y tres de la tarde entraron en Lima [las cargas] y pasaron a ser depositadas en casa de uno de los mismos guardas, y el segundo interesado se fue a la posada con las que no tenían cosa de cuidado. Pasados dos o tres días fue el mismo guarda mayor con otros ministros y un escribano a registrar la habitación de estos comerciantes, suponiendo como haber tenido aviso de que eran recién llegados y que llevaban mercaderías de contrabando; reconocieron las petacas y lo demás de sus equipajes, y como no encontraron en ello lo que fingían que buscaban, hicieron poner esto por diligencia, con la cual desvanecían totalmente la noticia que ellos mismos habían esparcido. Estas diligencias jurídicas las pasaron después a los oficiales reales para que quedasen satisfechos, y habiendo mediado otros tres o cuatro días para que, si querían volver a repetir el reconocimiento, los oficiales reales no hallasen más de lo que constaba por las diligencias del primero, remitieron a la posada todas las mercaderías, tomando por indulto la mitad de lo que habían de pagar por derechos reales de entrada y alcabalas, y dejando la otra mitad en beneficio de los dueños; [recibidas éstas], empezaron éstos a desenfardelar desde el mismo día, y a vender públicamente sin riesgo ni reserva.

30. Con este método se hacen en Lima las introducciones sin que peligren los caudales empleados en los géneros prohibidos, y en esta forma lo practican los contrabandistas, quienes en parte deben ser disculpados, porque abriéndoseles las puertas para la entrada por los mismos que las habían de cerrar, se aprovechan ellos de la ocasión para adelantar las ganancias de su comercio, lo que no se atreverían a ejecutar si supieran que había de ser gran casualidad el salir con su fin, pues no hay ninguno tan falto de consideración que quisiera exponer caudales tan crecidos, como de 50.000 y 100.000 pesos, y en ocasiones mucho más, a un riesgo evidente, por el atractivo de las más sobresalientes ganancias. Pero lo más sensible y lastimoso de este asunto es que hasta el presente no se le reconoce remedio.

31. Si tan poco atenta en el cumplimiento de su obligación es la conducta de aquellos guardas por lo tocante a comercio ilícito, deberá aún causar más confusión lo que sucede en el lícito de géneros de Europa y del país, pues no contentos con el crecido ingreso que sacan del comercio prohibido, lo tienen también en éste, usurpándole al rey sus derechos; este desorden es tan grande que aún más es lo que ellos defraudan que lo que se contribuye al real erario. A este fin procuran los comerciantes dividir toda la porción de mercaderías que les pertenece en tres o cuatro partes, y sacan una guía de cada una; por ejemplo, siendo 100 fardos, sacan una guía de 20, otra de 30, otra de 15 y otra de 35, separadas. Al llegar cerca de Lima se adelanta el dueño principal, y llevando las cuatro guías consigo pasa a verse con el guarda mayor, el cual, habiéndolas reconocido, se conviene con él disponiendo que se presenten dos en las Cajas Reales y que se reserven las otras. Con esto entra toda la ropa, y apartadas las partidas pertenecientes a las guías reservadas, las ponen en paraje donde no estén a la vista con las otras, y pasa el mismo guarda mayor a hacer la visita de los fardos, acompañado de los demás sujetos a quienes corresponde hallarse en esta ceremonia; concluida esta diligencia, percibe la mitad de los derechos que habían de pagar aquellos fardos reservados y queda en beneficio del comerciante la otra mitad.

32. No hay duda que pudieran los comerciantes llevar fuera de guías todos aquellos fardos que tuvieran ánimo de introducir, con el ahorro de la mitad de derechos. Esto se hace regularmente con las mercaderías del país, porque, como no pueden equivocarse con las de Europa, no tienen peligro de que los corregidores por donde pasan pretendan ningún indulto sobre ellas para dejarlas pasar. Pero como en las mercaderías de Europa hay el riesgo de que, aun siendo de armada o registros, si no llevan guías las tengan por de ilícito comercio y quieran los corregidores tomar indulto para dejarlas pasar, evitan este expendio con aquella providencia de llevarlas corrientes, y no les sirve de estorbo esta prevención para conseguir su fin cuando llegan a Lima.

33. Lo mismo que se experimenta por tierra, sucede en el comercio marítimo, de modo que la embarcación que viene al Callao cargada de vinos, aguardientes, aceite, aceitunas y otros frutos de los que se producen en Pisco y Nasca; las que llegan de Chile con jarcias, suelas, cordobanes [y] sebo; las que van de la costa de Nueva España con tinta, alquitrán y brea, [o] las que de Guayaquil [van] con maderas, llevan registrada la mitad de la carga y va [la] otra mitad, o por lo menos un tercio de ella, fuera de registro, para que entre libre de derechos, pagando al guarda mayor del Callao la mitad de su importe. Esto es allí tan público y corriente que ya no se hace extraño ni notable a los que conocen aquel país, pero como no puede dejar de serlo acá, citaremos uno de los muchos casos en que lo experimentamos, para que el ejemplar convenza lo que se hace tan increíble a la razón.

34. El día 24 de diciembre del año de 1743, salí del puerto del Callao para restituirme a Quito [por] segunda vez en una embarcación que hacía viaje a Panamá, la cual, por ser pequeña, tenía su más regular tráfico en la costa de Pisco y Nasca, llevando frutos al Callao. Su dueño, que la mandaba, haciendo regulación de las ganancias que cada uno de aquellos viajes le dejaba, incluía entre ellas el ahorro de derechos que le pertenecía por la mitad de la carga que llevaba siempre fuera de registro. Y aunque yo no ignoraba nada de lo que sucedía sobre este particular, por ver si adelantaba a lo que ya sabía, le hice algunas preguntas sobre este asunto; y de ellas saqué que en aquellos viajes que son cortos, porque en cosa de un mes van y vuelven las embarcaciones, aun antes de salir del Callao están ya convenidos el guarda mayor y [el] dueño de la embarcación de la cantidad de carga que ha de ir fuera de registro, y siendo embarcación que no se emplee en otro tráfico más que en éste, si carga 500 botijas se ponen en registro 250 ó 300, y las demás entran de por alto, debajo de cuyo pie corre después en todos los demás viajes. En el que esta embarcación hacía a Panamá, que era el primero que había emprendido para aquella parte, sólo llevaba la cuarta parte de su cargazón fuera de registro, y nacía esto de que el dueño de ella no tenía conocimiento con aquellos guardas, pero decía que después de adquirir amistad con ellos, quedaría convenido en la cantidad que habría de llevar sin registrar en los demás viajes que ejecutase.

35. Aquí se puede ofrecer un reparo, y es que, puesto que allí se defraudan las rentas reales con tanta libertad y desahogo, sería más natural [que] la vez que se comete la maldad, [ya que] hay franqueza para todo, hacerla por entero, y no en parte. Pero esto tiene en su contra que los que cometen estas iniquidades, al paso que solicitan interesarse, quieren también quedar cubiertos y disimularlas, lo que no pudiera ser si faltara con qué hacer cara. Y así, a imitación de los reconocimientos que se practican en los fraudes de tierra pasando a visitar las mercaderías que lleva el comerciante y a ver si convienen con las guías, se practica también en el tráfico del mar, y pasan el juez nombrado para este asunto, los oficiales reales, guarda mayor y escribano de registro, a fondear la embarcación. Pero esta diligencia no se reduce a más que [a] hacer la plataforma de ello, pasando a su bordo con el registro que se les ha presentado, poniendo por diligencia que se ha registrado y que lleva la embarcación lo que consta del registro, y, últimamente, a tomar los derechos que les corresponden por la visita, sin que en realidad se haya hecho, ni sea posible aunque quisieran, porque no lo es el que se reconozca todo lo que tiene a su bordo una embarcación abarrotada, donde no se ve más que aquello que está superficialmente a la boca de la es cilla. Así, esta visita sólo sirve de aviso para el dueño de la embarcación de que puede descargar desde entonces libremente todo lo registrado, y lo que no lo está, porque los ministros del rey están ya satisfechos de lo que lleva y de que en ello no hay fraude.

36. La prueba más evidente del crecido fraude que se hace, en aquellos reinos, en los derechos de entradas y alcabalas que deben contribuir a la Hacienda real todos los géneros y efectos que entran en Lima, Callao y demás ciudades y puertos de aquellos reinos, y los de salida en los que los tienen, se puede ver en lo sucedido con los derechos de “mutuo y nuevo impuesto”, establecidos con el motivo de la guerra contra ingleses, para sufragar a los gastos extraordinarios de armamentos marítimos y manutención de tropa que se levantó. Estos derechos, que comprendían plata, géneros de Europa [y] del país, y frutos, sin excepción de otros que los del trigo y sebo, eran tan considerables sobre cada especie que, bien calculados por las reglas de lo que legítimamente entra en Lima anualmente según la práctica y conocimiento de los hombres más inteligentes en esta materia, debían sufragar en un año a mucho más de lo que importaba el expendio extraordinario que se hacía en él. Pero como el dinero se necesitaba de pronto, dispuso el virrey, con dictamen de la Audiencia, hacer una derrama entre el comercio y vecindario acaudalado de Lima, para habilitar con su monto la escuadra que despachó a Panamá por febrero del año de 42 y los navíos que habían de ir a Chile, lo cual se había de satisfacer de lo que produjesen estos derechos; y para que estuviesen mejor administrados y celados, dio la comisión de su cobranza al tribunal del consulado, esperando que vigilase más bien en ello por ser todo el comercio interesado, precediendo fianza que dio éste para obtener el depósito de lo que redituasen estos impuestos, y en su consecuencia puso contaduría particular aquel tribunal, nombró guarda mayor, visitador y otros guardas para que vigilasen en las entradas y evitasen los fraudes. Pero ¿qué sucedió, si no lo que con tanta desgracia es mal universal en aquellos reinos? Estos guardas se unieron con los otros y siguieron el mismo rumbo, de suerte que, al cabo de tres años de estarse cobrando, que era por octubre del año de 1744, permanecía el empeño en el mismo ser que a los principios, no alcanzando lo que se percibía a soportar los gastos que se repetían, aunque incomparablemente menores, desde el año de 43 en adelante que los que se habían hecho en los de 41 y 42, porque en el de 43 se reformaron los regimientos que se habían levantado, y sólo se armaron dos navíos [la Esperanza y el Belén] para que fuesen a las costas de Chile, y en el de 44 no se armó más que uno, [la Esperanza]. Con que todo se convertía en fraude, sin que se consiguiese el fin.

37. Lo que se hace más sensible en este particular es que ni el honor, ni la conciencia, ni el reconocimiento de verse mantenidos por el soberano con los crecidos salarios que le disfrutan, sirve de estímulo en aquellos países para celar lo que es de la obligación de cada uno. Y así está manteniendo el rey a los que le usurpan sus derechos [fiscales] y menoscaban su Real Hacienda.

37 bis. Volviendo al fraude que se practica en el Perú en los géneros que deben contribuir derechos reales, debemos advertir, para concluir este asunto, que lo mismo que queda dicho de Lima sucede generalmente en todas las demás ciudades y poblaciones de aquellos reinos, y que al tenor con que se practica en las mercaderías y frutos, sucede con todo lo demás con que allí se comercia, porque éste es mal universal de todo el reino, y general sobre toda suerte de mercaderías.

38. Sobre el particular del comercio ilícito que se hace en el Perú con géneros de Europa introducidos por la costa de Panamá, se ofrecen algunos medios que pueden contribuir a su extinción, de tal modo que casi enseña ya la experiencia que puede llegar aún a perderse este curso totalmente, pues al paso que lo hemos visto en su mayor auge, lo hemos conocido también en su total decadencia. Y para aclararnos sobre este asunto, estableceremos primero las causas que conocemos y dan ocasión a él.

39. Para que haya comercio ilícito es preciso no sólo que deje unas utilidades sobresalientes que sufraguen a las contribuciones que se han de hacer para facilitar los pasos y allanar las entradas, sino que deje mayores ganancias que el comercio lícito, porque si fueran iguales los beneficios de uno y otro a favor del dueño, no habría ninguno que, sólo por defraudar los derechos reales, se emplease en él, pues entonces sería ejecutar un daño sin expectativa de algún bien.

40. En segundo lugar, es de suponer que los caudales no pueden estar parados en el Perú, porque, siendo grandes los gastos, si no se hiciesen continuos empleos a proporción que unos efectos se van vendiendo y convirtiendo en dinero, resultaría que se menoscabarían y, con el tiempo, llegarían a deshacerse totalmente, como se experimenta con muchos. Esto asentado, se hace preciso ahora entrar a especular de qué modo se comercia allí con los géneros de Europa y con los del país, de lo cual y de lo que acabamos de establecer, se vendrá en conocimiento de las causas que tienen por principio estos desórdenes.

41. Para mejor inteligencia de lo que se va a explicar, será acertado suponer el caso de unos galeones, como que es en éstos en los que tienen recurso aquellos reinos para hacer sus empleos. Luego que el comercio del Perú se restituye a Lima después de concluidas sus compras en Portobelo, todos generalmente abren sus tiendas y ponen almacenes para empezar las ventas. De las provincias interiores y de toda la sierra bajan a Lima a emplear los que comercian con corto caudal unos compran a dinero de contado, y otros parte a contado y parte a crédito , pero además de esto, envían cajeros suyos los mismos comerciantes de Lima a aquellas provincias, para que vendan por su cuenta. De modo que, tanto por lo que expenden de esta manera, como por lo que venden dentro del mismo Lima, a los seis meses después de haber llegado [las mercancías] a aquella ciudad, se hallan ya con una gran porción de sus géneros reducidos a dinero, lo cual será mayor en unos que en otros, según la oportunidad de ventas que hubieren logrado. Este dinero y el que sucesivamente va haciendo el comerciante, si lo hubiera de tener parado hasta otros galeones, la mayor parte del tiempo no le redituaría nada y llegaría el caso de hallarse con todo su caudal en dinero, sin poderlo adelantar y, antes bien, comiendo de él, porque ni allí hay comercio de cambios, ni otro alguno en que poderlo entretener, porque un comerciante de Lima no ha de ir a comprarle a otro los géneros que le han quedado por no haberlos podido despachar con tanta prontitud, y como no hay armadas, ni registros que puedan tenerlo entretenido, faltándole otro recurso que el de enviarlo a la costa, [así lo hace. Para ello] se valen de la ocasión de algún comerciante de pequeño caudal que pase a Panamá y bien sea dándoselo a riesgo, por un tanto por ciento, o por su cuenta, le confía una parte de lo que tiene en plata para que nunca le falten géneros ni esté privado de ganancias, de cuyo modo van los caudales traficando sin parar; con el mismo motivo envían otras porciones a la costa de Nueva España, y no se les ofrece ocasión en qué poder hacer empleo que no la aprovechen, porque el comerciante, menos que otro ninguno, puede tener ocioso su caudal.

42. Esto sucede con los comerciantes gruesos, que son los que fomentan el trato ilícito, y los de pequeños caudales son los que personalmente van a hacer sus empleos, con tanta anticipación cuanto son menores los caudales que manejan, pues, como venden presto y se deshacen de los géneros con facilidad, luego que los tienen reducidos a dinero no piensan en otra cosa si no es en volverlo a emplear.

43. De aquí nace que nunca esté pronto el comercio del Perú para pasar a celebrar la feria a Portobelo cuando llegan los galeones, porque sus caudales están esparcidos unos en la tierra, todavía en efectos que no se han vendido, otros caminando ya hacia Lima, y otros juntos allí, lo cual sucedería en la misma forma al cabo de un año de celebrada una feria como al de tres o cuatro.

44. Es cierto que se puede hacer un reparo bien fundado: que teniendo géneros del país en que emplear aquellos caudales que se van convirtiendo en dinero, como son los paños, bayetas y lienzos que se fabrican en Quito, si no lo hacen será por inclinarse más a las ganancias del comercio prohibido, que a las del que no lo es, por ser menores. Pero no es ésta la causa, sino que el comercio de géneros de Europa se ha de considerar siempre independiente del del país, haciendo división de los caudales, de los cuales se ha de considerar aplicada la una parte a las mercaderías de Europa, y la otra a las del país. El [comercio] de estas últimas no cesa nunca, porque la gente que se vista de ellas, como son los mestizos, mulatos, indios y gente pobre, usándola siempre, tiene el mismo consumo en tiempo de armada como en el que no lo es, y así todos los comerciantes que bajan de las provincias de la sierra a emplear en Lima, compran parte de mercaderías de Europa, y parte de géneros del Perú, y lo mismo practican los comerciantes de Lima cuando hacen remisión de géneros por su cuenta a aquellos parajes. Con que, estando siempre en curso aquellos caudales que pertenecen a los géneros del país, no dejan hueco para que se empleen en ellos los que pertenecen a géneros de Europa y los de esta división son los que, por no tener en qué poderse embeber en el intervalo que media de una armada a otra, van a la costa o a los puertos de Nueva España.

45. Los géneros de la costa son comprados por aquellos comerciantes, cuando van a emplear en ellos, con tanta rebaja a los del lícito comercio de galeones que dejan usufructo a los que lo ejecutan para hacer las contribuciones necesarias hasta ponerlos en Lima, y allí logran después ganancias sobresalientes a las de los otros; pero aunque no fueran sino iguales, y aún algo menores, en tiempo muerto siempre les tendría cuenta comerciar en ellos [con sus caudales], mediante que no hay entonces asunto a qué poderlos dedicar con esperanza de otras [ganancias], ni mayores ni menores. Pero hay caso en que el usufructo de este comercio no iguala, con mucho, al del lícito, y entonces no es apetecible. Así se experimentó el año de 43, cuando llegaron [en junio] al puerto del Callao los tres navíos: el Luis Erasmo, el Lis y La Deliberanza, que, siendo franceses, pasaron a aquella mar con registro de ropas españolas, fletados por los comerciantes de Cádiz [Olave y Guisasola]. Pues, desde que se supo que habían pasado el cabo de Hornos y entrado en los puertos de Chile, cayó tanto [el precio de los géneros] que, conociendo su pérdida los que se hallaban entonces con cantidades de mercancías de contrabando de las de Europa, aunque quisieron salir de ellas antes que del todo se aminoraran sus precios, no lo pudieron conseguir sin pérdida de casi un doce por cien y más.

46. La entrada de estos tres navíos fue bastante para contener el desorden del ilícito comercio, haciendo que retrocediesen los que se hallaban en vía para ir a emplear. Después llegó la Marquesa de Antin y el año de 44 el Héctor y el Enrique, y hallándose Lima abastecida de géneros suficientemente, cesó totalmente el trato de Panamá, porque ya era pérdida el ir a emplear allá, y les tenía más cuenta a los comerciantes de pequeños caudales hacerlo en el mismo Lima que el arriesgarse con ellos a una pérdida evidente, porque, aunque las compras de la costa sean cómodas, los gastos de conducir los géneros hasta Lima y los de las contribuciones, juntos con el interés y riesgo del dinero, sube a tanto que son impracticables estos viajes habiendo frecuencias de navíos en la mar del Sur, aunque éstos [géneros se] vendan, como entonces [se] vendían, con unas ganancias sobresalientes. Los que reciben perjuicio cuando hay navíos de registro en la mar del Sur son los comerciantes que manejan caudales gruesos, porque como los registros venden a todos los que bajan a emplear de las provincias interiores de la sierra, se inclinan éstos a comprarles para lograr la mayor conveniencia que pueden hacer, y a los otros no les queda otro recurso más que el de comprar pequeñas porciones y remitirlas a la sierra de su cuenta; de lo que resulta que, yendo los registros con frecuencia, esto es, sin dejar de entrar ningún año los necesarios para el abasto de aquellos reinos, nunca llegará el caso de que escaseen los géneros y que sus precios tomen tanto auge que sea cómodo el ir a emplear en géneros de la costa. Así se experimentó entonces tan seguramente que aun el nombre “de costa” se había hecho aborrecible por el quebranto que tuvieron los muchos que se vieron sorprendidos con la novedad de estos navíos, y desde entonces hasta que dejamos aquellos reinos, no se oyó decir que se hubiese atrevido nadie a ir a Panamá con este fin.

47. No hay duda que lo grueso del comercio de Lima recibe menoscabo de que entren navíos en aquella mar, porque se les priva de que ellos sean los únicos que vendan en Lima, que es en lo que tienen todas las ganancias. Pero si el fin del comercio se reduce a abastecer de mercaderías aquellos reinos, y que éstas sean llevadas de España, quitando la ocasión de que sean los extranjeros quienes los surtan de ellas y se utilicen en sacar la plata con extravío [de ella], y en las ganancias de sus ventas, en este caso no se debe atender a la mayor comodidad de aquellos comerciantes, cuando, de procurársela, resulta el menoscabo del comercio de España y el de los derechos reales en la entrada y venta de géneros, y en la salida e indulto de la plata, sino a que se consiga el fin por el medio más proporcionado y eficaz para ello, y no hay otro donde hay tan poco celo como allí para mirar por la Hacienda Real, y tan poca legalidad en los que lo tienen a su cargo, que el de que aquellos reinos estén abastecidos de géneros continuamente. Y así el comercio lograría siempre la facilidad y brevedad del despacho de sus géneros, si de golpe no fueran muchos navíos y en ellos un crecido número de toneladas, pues en todos tiempos habría plata en Lima, otras cantidades en la sierra, y efectos en una y otra parte que fuesen continuamente circulando. De este modo se puede conseguir que llegue totalmente a olvidarse el nombre “de costa”, y que no tengan los caudales tanto motivo de extravío, pasando inmediatamente a poder de los extranjeros y, juntamente, el que se excusen fraudes en las entradas, porque, poniéndose todo cuidado en la cargazón de los navíos que hubieren de ir a aquellos puertos, y obligando a los cargadores a que paguen por entero en Lima todos los derechos correspondientes a la cargazón que constare por sus registros, aunque con licencia hayan vendido en otros puertos antes de llegar al del Callao, no podrá haber fraude en lo que perteneciere a todo lo registrado, debiéndose tener por cosa evidente que lo que saliere de España fuera de registro, ha de entrar en Lima sin embarazo ni pagar más derechos que la mitad, que será el irremediable indulto de los guardas.

48. Esta providencia de ir frecuentemente navíos con registro a aquellos puertos, no alcanza a destruir el ilícito comercio de los géneros de China que se llevan de la costa de Nueva España, porque es tanta la baratura que tienen allá, que no puede compararse, aun después de costeados y puestos en Lima, a la de los géneros equivalentes que se llevan de España. De lo cual nace que dejen unas ganancias exorbitantes que exceden de un cien por cien, y hay géneros entre los que se llevan que, logrando la coyuntura de comprar en Acapulco de la primera mano, pasan las utilidades que les quedan a los comerciantes, en los renglones más selectos, de un doscientos por cien, bien que hay otros que, en contraposición, sólo les deja un cincuenta por cien. Esto lo confirmé con la ocasión de haberse embarcado en La Deliberanza, para venir a España, un comerciante de aquellos reinos que acababa de hacer viaje de la costa de Nueva España a Lima, y tratando de las utilidades que deja aquel comercio decía que, después de haber tenido algunas averías en su empleo, le había quedado libre de todo costo un ciento cuarenta por cien del principal, pero que esto había nacido tanto de haber logrado la ocasión de emplear en [la] feria de Acapulco, cuanto porque las contribuciones para el pase habían sido muy moderadas en virtud de algunas recomendaciones que con prevención se les habían hecho a los jueces por donde había de pasar para que lo atendiesen.

49. Con todo esto, como los géneros de China que se pueden introducir en el Perú, por la mayor parte se reducen a sedas, siempre quedarán los de lana y lino, y tejidos de oro y plata, en su ser, y quitada la ocasión de que se introduzcan éstos por contrabando, además de que los tejidos de seda de la China, aunque embarazan el mayor consumo de los de Europa, no les quitan la estimación. Pero aquel comercio será inagotable, no sólo según nuestro sentir, sino por el de todos los hombres de comercio de aquel país, ínterin que vayan navíos de Manila a Acapulco, porque según dicen los mismos que emplean en estos géneros, aunque tuvieran grandes sospechas de que habían de ser descaminados, no podrían resistir a la tentación de la suma baratura con que se venden en Nueva España tales géneros.

50. Queda dicho que el único medio de destruir el comercio de la costa es el que haya abundancia de géneros en Lima, lo cual se ha de entender de tal modo que no sea tanta que esté continuamente abarrotada de géneros aquella ciudad, porque entonces redundaría en perjuicio de los comerciantes que los enviasen o fuesen con ellos, sino en un buen medio, [es decir], que sin faltar abundantemente, no sobre; y se puede hacer el cómputo de los que necesitan aquellos reinos por el regular consumo que hay en ellos. Cuando llegaron las primeras tres fragatas francesas a aquella mar, abundaban mucho las mercaderías en Lima, porque, por una parte, estaba abastecida de las que continuamente pasaban de Panamá; por otra, de las que se llevaban de Quito compradas en Cartagena y en su costa, cuyas remisiones no cesaban, y, por otra, de las que pasaban de Nueva España. Y con todo esto llegaron las fragatas y empezaron a vender con estimación sobresaliente, y hubieran evacuado enteramente su cargazón si no hubieran llevado entre ella algunos géneros que tienen allí poca salida. La Marquesa de Antin, que llegó muy poco después y empezó su venta casi al mismo tiempo que los otros, experimentó lo mismo, y así les sucedió también al Enrique y el Héctor. Con que, con mucha más razón sucederá esto cuando cesen las dos entradas de Cartagena y Panamá, que con precisión se han de exterminar, permaneciendo el comercio por la mar del Sur en la forma que queda dicho.

51. Ahora falta especulizar por qué vía puede convenir más el comercio para que se abastezcan de géneros aquellos reinos, si por la regular de Portobelo, que se hace en tiempo de paces, pues también por ésta se pudieran enviar registros con frecuencia, o por la del mar del Sur, pasando por el cabo de Hornos. Y parece que, a vista de lo que queda dicho sobre el comercio de Cartagena, no hay que dudar que la de ir en derechura al mar del Sur es la acertada, porque la otra, en lugar de extinguir el ilícito comercio, serviría de pretexto para acrecentarlo, y así sucede cuando hay armada de galeones, porque, dejándose rezagadas algunas cantidades de mercaderías en Panamá después que se vuelve la armada del [mar del] Sur para el Perú, o con ánimo de esperar otra ocasión en que los fletes sean más cómodos para enviarlas, o con el de venderlas allí, sirven éstos de capa para que, a su sombra, entren en Panamá continuamente los de la costa. Y así, desde la armada de galeones del año de 1730, que salió de Portobelo para volverse a Cartagena por junio del de 1731, hasta el año de 1736 por enero, todavía había en Panamá géneros de Europa con nombre de ser de la armada, y aunque siempre llevaban algunos las embarcaciones del Perú, nunca se llegaba a ver su fin. Con que esta vía no es conveniente nunca que se pretenda extinguir totalmente el ilícito comercio.

52. La vía de cabo de Hornos, que es la que miramos como la más acertada, tiene el grave inconveniente de aquella penosa navegación, difícil sólo para [la marinería de] nuestra nación, que no está acostumbrada a navegar en parajes donde, en lo más sazonado del verano, nieva y graniza, ni a sufrir las incomodidades de aquellas mares, casi siempre agitadas con extremo, ventando en
ellas continuos temporales, que es lo que los horroriza. Pero pudiera disponerse de tal suerte que, poco a poco, se fueran acostumbrando a soportar sus incomodidades los marineros de las costas de Cantabria y Galicia, que, más endurecidos al frío que los demás de España, podrían soportarlas más bien. Y con pocos que hubiese habituados, en el discurso de dos o tres viajes, a hacer su travesía, serían bastantes para que, a su lado, empezasen otros a seguir la misma carrera, y dentro de pocos años se tendría marinería bastante para no necesitar de la extranjera, que es la única que pasa ahora aquel cabo sin dificultad, porque, acostumbrados a los temporales del Norte, no se les hacen extraños aquéllos.

SESION CUARTA

En que se expone el tiránico modo de gobierno establecido en el Perú por los corregidores sobre los indios, y [el] estado
miserable a que éstos viven reducidos con el método de dar las residencias los corregidores o gobernadores

1. Tal es el asunto que empezaremos a tratar en esta sesión, y se continuará en las cuatro siguientes, que no puede entrar en él el discurso sin quedar el ánimo movido a compasión, ni es posible detenerse a pensar en él sin que con lástima deje de llorarse la miserable, infeliz y desventurada suerte de una nación que, sin otro delito que el de la simplicidad, ni más motivo que el de una ignorante sencillez, de señores han venido a ser esclavos. Pero de un género de esclavitud que, respecto de ella, podrán llamarse dichosos los que, en fuerza del derecho, la padecen, y ser éstos justamente envidiados de los que se llaman libres, y con tantas recomendaciones se hallan de los reyes para serlo, pues es mucho peor su estado, sujeción y miserias, que el de aquéllos.

2. En las sesiones pasadas hemos dado una idea del estado presente del Perú en cuanto a sus fortalezas, sus fuerzas y el fraude de su comercio, lo cual podrá parecer mucho respecto a aquellos asuntos. Esto no obstante, quedará muy disminuido con lo que se dirá en ésta y siguientes, pues aunque de otra naturaleza, parece que tienen unión entre sí, por lo que participan todas [estas sesiones] de falta de conciencia, de mala conducta y de extravío de la razón, a todo lo cual conspira la demasiada libertad, la falta de temor y la flaqueza de la justicia, motivos muy suficientes para que los abusos introducidos parcamente, se fomenten cada día más y más hasta que lleguen a excesos tales como los que ya se experimentan con lástima nunca bastantemente significada.

3. Empieza nuestro discurso por hacer presente el tiránico gobierno a que tienen reducidos a los indios los corregidores, y aunque es difícil tomar principio donde no lo hay, nos serviremos del que nos franquea una división que es preciso hacer de la naturaleza de los corre-gimientos del Perú. Estos, pues, son de dos clases, o en dos maneras: unos en donde no se admite o no está establecido hacer repartimientos y otros donde se hacen. Los primeros son los comprendidos en la jurisdicción de la Audiencia de Quito, y los segundos todos los demás del Perú, a exclusión del Paraguay y los de modernas conversiones, los cuales propiamente no lo son, porque ni tienen corregidores, ni hay quien apetezca serlo.

4. Nace la tiranía que experimentan los indios de la insaciable hambre de riquezas que llevan a las Indias los que van a gobernarlos, y como éstos no tengan otro arbitrio para conseguirlo que el de hostilizar a los indios de cuantos modos puede suministrarles la malicia, no dejan ninguno por planificar, y combatiéndolos por todas partes, con crueldad exigen de ellos más de lo que pudieran sacar de los propios esclavos. No está puesto en uso en la provincia de Quito hacer repartimientos, pero tienen los corregidores tantos otros caminos para tiranizarlos que no hace falta en ellos aquella cruel introducción, si bien es preciso confesar que se pueden llamar felices todos los que no están sujetos al rigor de los repartimientos. Mas no por esto les faltan pensiones, tan fuera de toda razón que los dejen en el estado más despreciable y triste que se puede imaginar.

5. Varios son los arbitrios de que se sirven los corregidores para hacer riquezas a costa de los indios y, entre ellos, podremos empezar con el de la cobranza de tributos, porque en ésta empieza a ejercitarse el rigor apartándose de la justicia, olvidando la caridad y perdiendo totalmente el temor a Dios. La cobranza de los tributos es uno de los renglones que aquellos corregidores cuentan como usufructo o ganancias de su corregimiento; claro es que si la hubieran de hacer en conciencia, no pudieran adquirir ningún adelantamiento en ello, ni perjudicar a los indios, ni defraudar al rey, pero todas [estas] tres cosas resultan de su mala conducta, y como la sed de la codicia no atiende más que a su fin, abandonados a la ambición, no miran a otra cosa sino a saciarla de cualquier modo, haciéndose la cuenta de que, en terminando el tiempo del gobierno y dando la residencia, quedan purgados a costa del obsequio que hacen al juez que va a recibirla.

6. Es adehala de los corregimientos la cobranza de los tributos que pagan los indios a Su Majestad, y si los corregidores, por algún fin o motivo, no se encargan de ella, es tan corto el sueldo que tienen por meros corregidores, particularmente en algunos corregimientos, que no les alcanza a mantenerse, y en otros se reduce a la mitad del sueldo que les corresponde cuando no están hechos cargo de esta cobranza; y por esto les es forzoso tomarla sobre sí, tanto para gozar el sueldo por entero, como para tener motivo de acrecentar las utilidades. Proveen la comisión de estas cobranzas los oficiales reales de las cajas a donde pertenece el corregimiento, mediando antes la fianza que dan aquellos a quienes se les confiere, para la seguridad de los haberes reales; mas, como estas fianzas han de ser a satisfacción de los oficiales reales, son árbitros éstos en nombrar a la persona más de su agrado, sin precisión de que haya de serlo el corregidor, pero es lo regular que recaiga en el que obtiene este empleo, para evitar las discordias que entre uno y otro se ofrecerían de no ejecutarlo así.

7. Estas cobranzas se hacen en la provincia de Quito de dos maneras: la una, por cuenta del rey, y la otra, por la de los corregidores. Siguiendo aquel método, deben dar cuenta a los oficiales de la Real Hacienda del importe de toda la cobranza en virtud de las cartas cuentas que se hacen para ello, que vienen a ser una enumeración de los indios que hay en la jurisdicción del corregimiento, formada por los libros bautismales y de entierros de cada curato. Y por el segundo [método], se saca a pregón la cobranza y se remata en un tanto al que más da, en cuyo caso es preferido el corregidor si la quiere tomar por la misma en que se remató; y de este modo, aunque se forma carta cuenta, sólo debe servir para saber los indios a quienes se les ha de cobrar, porque entonces no tiene más obligación el corregidor que la de enterar en las cajas reales la cantidad en que tomó la cobranza, conforme se van cumpliendo los tercios, y queda exento de dar cuentas. Este último método se empezó a practicar en la provincia de Quito con aprobación del virrey del Perú, marqués de Villagarcía, después que nos hallábamos en aquella provincia. Y obligó a que se tomase este arbitrio, por una parte, el considerable fraude que hacían los corregidores en perjuicio de la Real Hacienda, porque incluían en las cartas cuentas los indios que les parecía, disminuyendo el número de los que cobraban, con exceso, y dando los restantes por ausentes, impedidos o incobrables; por otra, el atraso que padecían los enteros, porque los corregidores se utilizaban con el dinero, dedicándolo al comercio para sus ganancias, en que, además de arriesgarlo, se perjudicaba la Real Hacienda considerablemente en la demora de su entrega, dilatada en ocasiones tanto tiempo que solían pasarse ocho y diez años sin concluirla; y, últimamente, pareció acertado, para eximir a los corregidores de las extorsiones de los oficiales reales, que muchas veces eran causa para que totalmente perdiese la Real Hacienda el importe de los tributos [o] parte de él.

8. Séase por el un método o por el otro, con el motivo de esta cobranza hace el corregidor dos visitas todos los años en los pueblos y haciendas que comprende su jurisdicción para cobrar en cada una el tercio que se cumple [y parte del anterior], porque divide el año en dos, que son San Juan y Navidad; cuyo arrendamiento no es menos acertado que todo lo demás si, con ejecutarlo así, no se adelantase la codicia, y la sinrazón, sin límites, perjudicando gravemente a aquella desdichada gente, a la cual mira el soberano con tan benigna piedad que, atendiendo a que la carga de esta pensión no les sirva a los indios de molestia, tiene ordenado no empiecen a pagar hasta tener cumplidos los 18 años y que, en el primero después, sólo se les cobre la mitad de lo que paga el resto de su parcialidad, y que a los 55 años dejen de pagar, quedando libres totalmente, porque empezando a decaer la robustez, se consideran menos ágiles y fuertes en esta edad para soportar otro trabajo que el necesario para mantenerse. Con esta pensión tan limitada que sufren desde los 18 hasta los 55 años y de cuyo producto la mayor parte se consume en ellos mismos, porque de él se pagan los estipendios de sus curas, el protector fiscal que los debe defender en todas sus causas y litigios, los caciques, por el derecho de cacicazgo, y los corregidores quedan libres de alcabalas y de toda otra contribución; además de estos [menores de 18 años y mayores de 55], están exentos de tributos los baldados o impedidos, ciegos, insensatos o imperfectos (de cuyas dos especies abunda mucho aquella nación), los caciques gobernadores y sus hijos primogénitos o herederos del cacicazgo, y todos los que sirven en las iglesias de sacristanes, cantores y los demás que componen el coro de la música, los alcaldes mayores el año que lo son, y los demás alcaldes ordinarios de las ciudades y pueblos dependientes de aquéllos. Según estas reglas, parece que el tributo de los indios no puede ser más benigno, a menos de exceptuarlos a todos de toda suerte de gabelas, pero ¿qué importa que parezca así a quien lo viere de lejos, si, con no observarse nada de lo dispuesto, de suave y piadoso se transforma en pesado y cruel? Porque los corregidores forman las cartas cuentas a su voluntad, de modo que hacen dos: una, que es la que ha de parecer, y ésta se hace en justicia, y otra, privada, que es por la que cobran y en donde está depositada su maldad. Por ésta hacen que paguen tributo los indios que no tienen edad para ello, cuando demuestran ser fornidos y corpulentos, pero no anticipan la cobranza en los que son endebles o afeminados, sin que les baste para eximirse de la injusticia ni lo que consta por el libro bautismal, ni las plegarias del indio, ni el patrocinio de alguno que vuelva por su derecho, porque hasta que le cobran el tributo por entero, como si legítimamente lo debiera, no paran. Lo mismo ejecutan con los que llegaron a la edad de estar exentos, y hasta que los ven en tanta senectud que sólo están capaces para mendigar, no los excluyen de la cobranza, y siendo los indios, por lo general, de larga vida, suelen estarles cobrando aun después de pasados los 70 años. Esto mismo practican en todos los demás cuando conocen que la lesión no es tanta que les impida totalmente a que hagan algún trabajo, porque, en sustancia, los únicos que están exentos para ellos son los que no tienen otro recurso en sus fuerzas, para vivir, que el de pedir limosna.

9. Los que se libertan de esta opresión de todos los que comprende la benignidad real en sus privilegios, son únicamente los caciques, alcaldes y los empleados en servicio de la Iglesia; y el no extenderse hasta éstos el contagio de la infelicidad es porque no alcanza a ellos la voluntariedad de los corregidores, pues si estuvieran tan indefensos como los demás, les sucedería lo mismo.

10. Este perjuicio que los corregidores hacen a los indios precisándoles a que paguen los que están exentos, parece que no es tan grande como lo da a entender nuestra prevención, porque quedando ceñido a los que están privilegiados, resulta contra ellos en particular, y no en general contra todo el común de los indios. Pero esta inteligencia no es la legítima, mediante que el perjuicio lo experimentan casi todos, pues ya porque empezaron a pagar tributo antes de la edad competente por sólo la voluntariedad del corregidor lo que suele suceder a la mayor parte de ellos, contribuyendo desde dos o tres años antes que les obligue , o ya porque los que pasan de la edad prescrita continúan pagándolo, a casi todos viene a comprender el agravio. Fuera de esto sucede que no dándoles a los muy jóvenes la corta edad reposo para sujetarse al trabajo con la precisión que se requiere, y haciéndolos pagar fuera de tiempo, se obliga a los padres hermanos mayores a que, por no ver castigado a un hijo o hermano, concurran con sus fuerzas a ayudarle para completar el tributo. Los que ya han salido de la edad es preciso que ocurran al trabajo de los hijos, hijas y al de las propias mujeres, para que contribuyan al complemento de lo que importa la contribución, y en una edad en que, por necesidad, habían de tener algún descanso, es e” la que más pensión tienen que sufrir. A este respecto sucede con los baldados, insensatos, imperfectos y demás que deberían gozar del privilegio, y carga el perjuicio sobre los otros, que, además de pagar por sí, tienen que hacerlo por los que les toca el parentesco, y sobre las indias, que trabajan todo el año para satisfacer al corregidor.

11. Todavía no queda satisfecha la injusticia y la maldad de los corregidores con hacer pagar a los que están exentos de tributos, porque se extiende a cobrar a unos y a otros, en algunas ocasiones, dos veces; y esto sucede con los indios sueltos, que son aquellos que no hacen mita o no viven en pueblos de caciques. Con los de estas dos clases no les queda arbitrio para ejecutarlo, porque los que hacen mita pagan los amos a quien sirven por ellos y recogen los recibos de los que están a su cargo, con los cuales quedan resguardados para en adelante, y los que habitan en pueblos pequeños pagan al cacique, y éste hace el entero por todos al corregidor. Pero los demás que viven en las poblaciones grandes no experimentan lo mismo, y les sucede que teniendo el corregidor varios cobradores para que perciban el tributo de ellos, les dan el recibo luego que lo han cobrado, pero como los indios son gente tan rústica y poco ladina que no alcanza a prevenirlas resultas que trae consigo el descuido de aquel papel, ni tengan ellos en sus casas la formalidad de alguna caja o paraje seguro donde reservarlo, al cabo de cortos días se le pierde o se le rompe, y queda en la precisión de volver a pagar, porque viniendo a él otro cobrador, o tal vez el mismo, a reconvenirle que le pague, aunque el indio se canse en persuadirle que ya tiene satisfecho el tercio, no basta para librarse de hacerlo nuevamente, porque ocurriendo a buscar el recibo y pareciéndole que no hay diferencia de un papel a otro, le presenta el primero que encuentra; como el cobrador no queda satisfecho, atribuye a picardía lo que es ignorancia, y después de maltratarlo carga con lo que es del desdichado indio, si es cosa de valor, y si no, lo pone en un obraje (que es lo más común) para ir desquitando el importe del tributo a costa de sus jornales, y allí lo tiene hasta que, lleno de miseria y necesidad, muere en poco tiempo, si en el intermedio no ha podido la mujer agenciar por alguna parte la cantidad de que le hacen cargo, o hay otra persona que la adelante con el cargo de que el indio la vaya a desquitar en su servicio.

12. Además de los privilegios que tienen aquellos indios, en que se les modifica la pensión ligera del tributo, gozan otro no menos piadoso que aquéllos, y es que los indios que han estado ausentes algún tiempo, como uno o dos años o más, y con este motivo no hayan pagado en el corregimiento adonde pertenecen los tributos, si vuelven a él no se les pueda cobrar más que un tercio, que es el inmediato cumplido, cuya providencia es muy acertada para aquella gente y tiene a su favor dos razones muy fuertes. La una es que, como todos los corregidores cobran a los indios forasteros del mismo modo que a los patricios, aunque el indio no pague al corregidor a quien pertenece, paga a otro, y así será raro que se liberte del tributo. La segunda, que, aunque el indio no pague a ningún corregidor en dos o tres años, y aunque en este tiempo haya ganado mucho, al cabo de él no tiene ni más caudal ni más bienes que los que le quedaron cuando hizo el último pagamento, con que, estando insolvente, queda por naturaleza absuelto de la deuda. Pero esto no se practica así, sino que luego que aparece el indio, se le hace cargo de todo el tiempo de que le faltan recibos después que el corregidor entró en el empleo, y como no se le hallan ningunos, sucede con él lo mismo que queda dicho de los libres, y si tiene alguna cosa que pueda valer algo, se le quita a cuenta de la deuda, pero él no se liberta del obraje hasta que [la] satisface enteramente.

13. Todas estas extorsiones, que en lo exterior se hacen con el disimulado pretexto de ser celo por el servicio del rey y de la Real Hacienda, legítimamente no son otra cosa sino acrecentamiento de la utilidad propia, valiéndose indignamente de aquel disfraz para justificar la iniquidad. Pero ella es tan exorbitante que se hace patente a los ojos de la razón, descubriendo por otros rumbos lo que pretende ocultar por aquél.

14. Son los indios unos verdaderos esclavos en aquellos países, y serían dichosos si sólo tuviesen un amo a quien contribuir lo que ganan con el sudor de su trabajo, pero son tantos que, al paso que les importa cumplir con todos, no son dueños de lo más mínimo [de lo] que, a fuerza de sudor y de un continuo afán, agencian con su trabajo. Mas, no apartándonos de lo que sufren con los corregidores, quedarán para las otras sesiones, como ya se ha prevenido, lo que pertenece a las demás.

15. Los corregimientos de la provincia de Quito son de varias especies: unos de tráfico, otros de tierras de labor y otros de fábricas; en todos ellos tienen los corregidores una buena parte de utilidad para el acrecentamiento de su interés. En los de tráfico se agregan a sí la mayor parte, y sirviéndose de los mismos indios a quienes quitan este beneficio, los emplean en él, y dándoles muy limitadamente aquello que es indispensable para que se mantengan, se les hacen ventajosas las ganancias de lo mismo que a ellos les usurpan; en este ejercicio les hacen que se alternen, y con esta disposición los tienen siempre ocupados en su servicio. En los corregimientos de fábricas, donde por lo regular son todos los indios de su pertenencia, tejedores, hacen que les fabriquen telas, y dándoles puramente los materiales y una paga muy reducida, los tienen continuamente empleados en sus utilidades, como pudieran hacer con los esclavos; si de esto redun-dara después que les dispensasen los tributos, parece que entonces sería llevadera la pensión, pero, muy distantes de hacerles esta gracia (que sería justicia en ellos), se los cobran con el mismo rigor, como si en el discurso del año no les hubieran servido [en] nada. Los únicos que se exceptúan de estos servicios son los de aquellos parajes donde sólo hay haciendas de labor o de otras especies; pero si, por desgracia de ellos, llega a tenerla el corregidor propia o arrendada, viene a ser ésta el paradero de todos los indios que dejan de pagar los tributos con puntualidad. Y así, por todos caminos, no tiene aquella gente más libertad que la que el corregidor les permite, ni más ingre-so en su trabajo que el que, como cosa gratuita, les quiere conceder.

16. Al respecto de esto sucede en los casos de justicia, y no desean aquellos jueces otra cosa si no es que se rodee la ocasión para dejarlos totalmente aniquilados; de tal modo que con poco motivo tienen bastante para lograrlo, porque ya sea con el motivo de multas, o ya con el pretexto de costas, se hacen dueños de alguna mula, vaca u otra res que tengan los indios, y es a lo que se reduce el caudal y hacienda de los más ricos entre ellos. Estas extorsiones, que nunca tienen fin, los ha reducido a tan infeliz estado que no es comparable con el de los indios el de las gentes más pobres y míseras que se puedan imaginar. Pero ahora entraremos a examinar lo que sucede en los corregimientos donde se hacen los repartimientos, y se verán crueldades mayores por otro término.

17. Desde el corregimiento de Loja exclusive empiezan los repartimientos, establecimiento tan perverso que parece que fue impuesto para castigo de aquellas gentes, pues no se podía imaginar cosa más tiránica contra ellos. Es cierto que si se hiciera con regularidad, como parece que se arregló en su principio, no les perjudicaría, porque atendiendo a su mayor comodidad y a que no careciesen de lo necesario para vestirse, para trabajar y para el trajín y comercio, se ordenó que los corregidores llevasen cantidad de aquellos géneros que fuesen propios para cada corregimiento y los repartiesen entre los indios a unos precios moderados, a fin de que, teniendo con que trabajar, sacudiesen la pereza, dejasen la ociosidad, tan connatural a su genio, y agenciasen lo necesario para pagar sus tributos y mantenerse. Si esto se ejecutara así, contentándose los corregidores con unas moderadas ganancias, sería de mucho acierto, pero en la manera que se hace no le compete otro nombre sino el de una tiranía, y tan horrible que es la mayor que se puede discurrir.

18. Los repartimientos se componen de mulas, de mercancías de Europa y del país, y frutos, y como este uso viene de algún tiempo anterior, está ya regulado lo que sufre de repartimiento cada corregimiento, y a proporción de ello es mejor o no tan bueno, porque aquel que sufre más deja más utilidades. Como todos los corregidores dependientes del virreinato de Lima tienen que ir forzosamente a aquella ciudad para sacar el pase del virrey y despachos con que ha de ser recibido, y es Lima el principal depósito del comercio del Perú, es en aquella ciudad donde hacen el surtimiento de lo que han de repartir. Y para ello toman los géneros que necesitan del almacén de algún comerciante, fiados y con un precio sobresaliente, porque como los mismos de aquel comercio conocen las crecidas ganancias que les quedan a los corregidores, levantan de punto los intereses para aprovecharse en parte, y no teniendo el corregidor caudales entonces con que comprar por su cuenta, se ve en la precisión de pasar por lo que quiere el que le franquea las mercancías, que al mismo tiempo le ha de dar dinero en plata para comprar la partida de mulas que corresponde según el tráfico que hay en la jurisdicción.

19. Luego que el corregidor se recibe en su partido, da principio al gobierno de él por la enumeración o carta-cuenta de indios, con separación de cada pueblo. Y pasando personalmente a esta diligencia llevando consigo las mercancías que ha de repartir, va asignando la cantidad y especie que le parece a cada indio, y arbitrariamente impone en ellas los precios que le parecen, porque los indios ni saben qué es lo que de esto les ha de caber, ni lo que les ha de costar; cuando lo tiene concluido en un pueblo, le entrega al cacique toda la porción con una razón de lo que pertenece a cada uno, desde él inclusive hasta el menor de todos los que han de pagar tributo, y el corre-gidor pasa a otra parte a continuar su repartimiento. Al hacerle la entrega al cacique es cuando empiezan inútilmente las representaciones de éste y los clamores de todos, por una parte dándole a entender que no alcanzan sus fuerzas para tanta cantidad de mercaderías que les carga y que no pueden pagarlas; por otra, que tales y tales renglones no les sirven y son totalmente inútiles para ellos, y por otra, que los precios son tan exorbitantes que nunca se les han dado los géneros tan subidos de precio como en aquella ocasión. Pero de todo esto no sacan ninguna mejora y han de tomar lo que se les da, aunque sea con total repugnancia, y empezar a ver cómo han de pagar a los plazos y en las mismas ocasiones que hacen entero de tributos, siendo igual la pena que tienen por la falta de lo uno que por la de lo otro, con la diferencia de que el importe de este primer repartimiento lo han de tener satisfecho enteramente al cabo de los dos años o, lo más largo, de los dos años y medio, porque entonces vuelve a hacer segundo [repartimiento], que por lo regular suele no ser tan crecido como el primero.

20. Además de estos dos repartimientos, que vienen a ser los principales, siempre que los corregidores salen a visitar con el fin de cobrar (que no lo hacen sin este motivo), llevan consigo porción de géneros para volver a cargar de nuevo a aquellos que les pagan con más prontitud, y como regularmente en los otros repartimientos les dan a los indios aquellos géneros que son de menos uso para ellos y dejan reservados para éstas los que más necesitan, entonces con título de venta voluntaria, se ven precisados a hacer nuevo empeño, con libertad ya de poder elegir los géneros que les parece, pero no la de ajustar precio, porque éste es el derecho que reservan para sí los corregidores, el cual está ya tan entablado que no se les hace novedad a los que han de pasar por ello.

21. No tienen arbitrio los indios para surtirse, aun en esto que voluntariamente toman del corregidor, de otra parte, porque en los pueblos meramente de indios no permiten ellos que haya más tienda que la suya, y así tienen una en cada pueblo, donde precisamente han de ir a comprar. Esto último sucede también en los corregimientos de la provincia de Quito, e igualmente se les dan los géneros por precios exorbitantes, aunque no tanto como en los demás del Perú donde se hacen repartimientos. Tampoco se pueden eximir de tomar los géneros que se les reparten por aquellos precios que les impone el corregidor, aunque den el dinero de pronto, porque el darlo o no in-mediatamente queda a su arbitrio, y por adelantarlo no se les concede ninguna equidad, que parece sería justa.

22. Entre las muchas tiranías de que se componen estos repartimientos, de las cuales iremos trayendo algunas a la consideración, puede tener el primitivo lugar la que se ejecuta con el renglón de mulas, el cual es más crecido en aquellos corregimientos donde se hace otro tráfico fuera del de los géneros que él produce por sí, por ser tránsito a otras provincias. En éstos compran los corregidores partidas de 500 ó 600 mulas, más o menos, según necesita para repartir, y las hacen llevar de los parajes en donde hay crías. Cada mula, puesta en su corregimiento, las tiene de costo de 14 a 16 pesos y, cuando más, llega a 18, para cuyo precio es preciso o que sean muy buenas o que haya escasez de ellas; después las reparte entre los indios, asignándole a unos cuatro, a otros seis, más o menos, conforme considera la mayor oportunidad de pagárselas, y se las da, regularmente, por 40 pesos cada una, o por 44 si son sobresalientes, a pagar a plazos. Estos indios que las reciben no son dueños de trajinar con ellas a su arbitrio, porque les está prohibido rigurosamente que no puedan fletarlas a ninguno, a menos de que esto lo haga el mismo corregidor; y para ello se valen del fingido pretexto de celar el comercio ilícito, no siendo la causa si no para que no se haga ninguno que no les contribuya, y para ser dueños de hacerse pago, por su mano, del importe de las mulas.

23. Llegan los pasajeros a estos parajes, y su primera diligencia para proveerse de bagajes es dirigirse al corregidor llevándole la razón de los que necesitan; éste reconoce por su lista cuáles son los indios más adeudados en repartimiento de mulas, y les envía a avisar a sus pueblos que vengan para hacer viaje. El mismo corregidor recibe el importe de los fletes, quedando la mitad de ellos en su poder por cuenta de la deuda; la una cuarta parte se la devuelve al fletador para que le vaya suministrando al indio, por el camino, lo preciso para comprar el pasto de las bestias en las paradas; y de la otra cuarta parte paga los peones o arrieros que son necesarios para conducirlas además del amo. De modo que lo que queda a éste es tan corto que no le alcanza para mantener su persona en el viaje. De aquella parte que da a los arrieros, se queda también con la mitad, por cuenta de lo que éstos le deben del repartimiento de ropa.

24. Sale esta recua a su viaje y, como son tan largos los que se practican en aquellos reinos, se le fatigan con el camino o se le mueren algunas mulas, y ya entonces, no teniendo con qué fletar otra en su lugar, se ve precisado el indio a vender una por mucho menos precio de lo que le ha costado, para fletar dos con su importe, y suplir la falta de la vendida y de la muerta. Así, cuando llega a su destino, ya tiene dos menos, y, sin haber desquitado su importe ni utilizándose en nada, se halla adeudado y precisado a buscar de qué pagar. Si en el paraje adonde concluyó el viaje encuentra algún retorno, que siempre es raro y por menos precio, se aprovecha de esta ocasión para volver con algunas cargadas ligeramente, porque el mal estado en que ya quedan sus bestias no le permite otra cosa sin el riesgo de que se le mueran todas; con el producto que esto le deja procura salir de la deuda de las otras dos, y vuelve a quedar sin utilidad de todo el viaje.

25. Tiranía innegable es el modo del repartimiento de mulas que hacen los corregidores en el Perú, pero aún todavía es esta pequeña vejación para los indios a vista de las demás que ejecutan. Luego que el indio, a fuerza de viajes y de su propio trabajo, tiene satisfecho al corregidor enteramente el importe de las mulas, no se hace más memoria de él para darle viajes en que pueda ganar alguna cosa, ni puede ofrecérsele a él coyuntura para ello, respecto a que no son dueños de poderlas fletar a nadie; en esto se observa tanto rigor que aunque el indio esté adeudado con el corregidor por los demás géneros que le tiene repartidos, no es bastante motivo para darle ocasión en que se desquite con la recua, porque esta deuda la ha de pagar de otro trabajo, esto es, con el producto de sus chácaras, con el de los tejidos que hacen sus mujeres, con el poco ganado que cada uno cría, o con otra cosa equivalente. Pero el corregidor, para que el indio no esté vacante en el tráfico, le reparte otra porción de mulas luego que tiene desquitadas las primeras, y con esta industria los hacen trabajar continuamente en su provecho.

26. ¿Quién podrá dudar, a vista de esto, que los indios están en peor postura que los esclavos? Porque lo más que se puede hacer con éstos es darles un ejercicio y que trabajen en él para usufructo del amo, quedando expuesto éste a las pérdidas como a las ganancias, mas en los indios no sucede así, pues ellos han de subsanar la pérdida de las mulas que se les mueren desde el instante que se las entregan, y el corregidor percibe por entero las ganancias de todas, dejándoles, después que las han pagado, un caudal inútil, mediante no ser dueños para usar de él, y que sólo le puede aliviar para reemplazar con ellas las de otro repartimiento. Al esclavo se le ocupa en una sola cosa, y cuando concluye aquélla, en otra; y aun en aquellos países cada esclavo tiene su particular oficio o ejercicio, y cuando falla en él por falta de ocasión, no hace otra cosa, y es el amo quien pierde los jornales. Con los indios no sucede esto, sino que al paso que ellos tienen una ocupación, es preciso que las mujeres e hijos tengan otras para satisfacer a los distintos empeños que les hacen contraer los corregidores.

27. Se hace el repartimiento de mulas tan rigurosamente que es menester estar dejados de la mano de Dios para cometer tantas iniquidades, y para que esto se convenza más seguramente, citaremos un ejemplar de los que se experimentan a cada paso, por haber sido testigos de él. El año de 1742, pasando segunda vez a Lima llamados de aquel virrey, llegamos a una población en donde el día antes se había concluido el repartimiento, y de éste le habían cabido al dueño de la casa en donde nos hospedamos cuatro mulas. No había querido recibirlas él, ni a fuerza de las amenazas, ni de las instancias que el corregidor le hizo, porque las vio tan endebles que temía se le muriesen sin servir; y así, reconviniendo al corregidor no en lo levantado del precio, que era 44 pesos cada una, sino en la mala disposición de ellas, le dijo que le diese mulas buenas y no repugnaría en tomarlas, pero que aquéllas se estaban muriendo, y lo que le daba en ellas era únicamente el pellejo. Con esto se volvió a su casa, creyendo que le mejorarían el repartimiento, pero quedó muy engañado en ello porque aquella misma noche se las amarró a la puerta un alguacil, diciéndole desde afuera que allí le quedaban las mulas de orden del corregidor; él no hizo la diligencia de salir a recogerlas, porque tenía ya cerrada su puerta y, a la mañana siguiente, cuando lo fue a hacer, halló la una muerta, y no obstante esto, quedó con el cargo de pagarla, lo mismo que las que no lo estaban. Esto sucede muy de continuo, provenido de que, siendo animales nuevos, los sacan del paraje donde se crían y, en la distancia de 100 o más leguas que caminan, pasan por varios temples a que no están acostumbradas, y mudan igualmente de pasto, [así que] enferman y mueren muchas y para que esta pérdida no recaiga sobre los corregidores, hacen el repartimiento luego que llegan a su jurisdicción, sin diferirlo, y precisan a que cada uno cargue con la suerte que le cabe. Si ésta fuera compra voluntaria de los indios, o, a lo menos, que ellos se contentaran de lo que se les asigna, no habría qué reparar, pero que se les haya de dar lo que no les ha de servir, ni es de su aprobación, y se les haga pagar con tanta demasía, parece que es lo sumo adonde puede extenderse el rigor.

28. Dejando ya el repartimiento de mulas, pasaremos al de géneros y frutos, que no dará menos motivo de confusión que el que habrá causado el antecedente. Ya tenemos dicho que se les dan los géneros a los indios por unos precios tan exorbitantes que casi no tienen comparación en el exceso, y esto podrá comprobarse con lo que se ejecutó en una provincia poco distante de Lima, el año de 1743. Su corregidor llevó a ella, entre otros géneros, paños de Quito, que vareados en Lima, y siendo de la mejor calidad, valen de 28 a 30 reales la vara, pero los ordinarios, que son los que se llevan para los repartimientos, es raro que lleguen a 24 reales, porque en partida es su regular precio de 18 a 20 reales. Este corregidor los condujo 40 leguas, o poco más, distante de Lima y, con la demora de los dos años o dos y medio que tienen estas pagas, se los cargó a los indios a unos precios tan exorbitantes que, a no haber sido tan público el hecho, se debería dudar de él, pues pasan de los linderos de la crueldad los que le señaló. A este respecto hizo todo su repartimiento, y le salió de tal suerte que, no habiendo montado todo el principal sesenta mil pesos, tomando mulas y géneros sumamente sobrecargados, pasaba de 300.000 los que le correspondía sacar después de cumplidos los términos de la paga.

29. Los indios de este corregimiento, viéndose tiranizados con crueldad tan grande que sobrepujaba tanto a la que estaban acostumbrados a sufrir en los repartimientos de los corregidores antecesores a éste, ocurrieron a la justicia del virrey, llevándole las muestras de lo repartido y los precios. Una de las ocasiones que lo repitieron nos hallábamos presentes ínterin que dieron su queja; el virrey les oyó y mando que se viese este negocio en la Audiencia, pero de ello resultó que se mandase prender a los indios y fueron castigados por revoltosos. El caso fue que, luego que el corregidor supo haberse ausentado de la jurisdicción, no dudando que irían a quejarse de él, les formó causa de que eran revoltosos y que, temerosos del castigo, se habían ausentado. Esta información la remitió a la Audiencia, e interesando en su negocio los amigos que tenía en aquella ciudad, consiguió quedase enteramente destruida la queja de los indios y que se diese crédito a lo que alegaba contra ellos, para que no tan solamente no se les hiciese la justicia que pedían sino que, siendo castigados, no osasen otros repetir queja, con el mismo motivo, en adelante.

30. No está reducida toda la tiranía de los repartimientos a la exorbitancia de los precios, sino que se extiende también a las especies que les reparten, las cuales, por la mayor parte, son géneros de ningún servicio o utilidad para los indios. En España se suele hablar de esto teniéndolo más por exageración que por realidad, y no se dice lo que verdaderamente pasa, porque las noticias llegan ya disminuidas, y el temor de que se tengan por inverosímiles las apoca, ciñéndolas a la generalidad. Pero para que se convenza que es más lo que hacen allá los corregidores que lo que acá se dice, será conveniente traer a la consideración lo que dejamos advertido tocante al modo de proveerse los corregidores de las mercaderías que necesitan para su repartimiento, y se verá que un corregidor que llega al almacén de un mercader, a quien no conoce más que desde el poco tiempo que medió después de su llegada a Lima, ni éste a él, si no es por corregidor de tal o cual provincia que va a sacar fiado, porque entonces no tiene caudal para otra cosa, es preciso que reciba todo lo que éste le da, el cual no escrupuliza en darle los mayores drogones que tiene su almacén, y tal vez por sólo salir de éstos se arriesga a hacer la confian-za; pero aun supuesto que el comerciante quiera darle los géneros como si se los pagara de pronto, con todo eso es preciso que reciba surtimiento de todo lo que hay en el almacén, porque de otra suerte no le tiene allí utilidad al comerciante, y está ya puesto en estilo [hacer esto] en compras de porciones considerables. Esto asentado, y que el corregidor ha de llevar de todo lo que hay en un almacén, [conduce a que éste haya] de repartir precisamente [toda la mercadería], porque no es natural [que] quiera quedarse con lo que es inútil a los indios.

31. [Pero] ¿de qué podrá servirle a uno de éstos (a quien es menester considerar como el hombre más rústico, mísero y desdichado de España, que labora la tierra atenido al jornal que le da el amo, o sirviendo en aquellos ejercicios más humildes y bajos), media vara, tres cuartas o una de terciopelo, que se le pone a razón de 40 pesos o más? ¿En qué aprovechará otro tanto de persiana o de tafetán? ¿En qué un par de medias de seda, cuando diera gracias a Dios poderlas usar de lana, muy bastas y ordinarias? ¿Para qué necesitará este indio espejos si en todas sus rústicas habitaciones no se encuentra más que miseria, ni se ve otra cosa que humo? ¿Para qué querrá candados si, aun cuando él y toda su familia se ausenta por algún tiempo, con dejar medio entornada una puerta de cañas o de cuero tiene bastante para que todo quede seguro, porque no deja en ella cosa que guardar, ni sus alhajas corren peligro en ninguna parte que estén? Pero aun esto puede ser pasadero si se compara con lo que es más digno de celebrar: que les incluyan navajas de afeitar a una gente que no cría barba ni vello en todo el cuerpo, ni se corta el pelo jamás. Verdaderamente parece que es burlarse de ellos, pero ¿qué diremos de que les hagan tomar plumas y papel blanco, cuando la mayor parte de ellos no entiende el castellano y en su lengua natural no conocían el arte de escribir?, ¿que les repartan barajas, no conociendo sus figuras, ni siendo nación inclinada a este vicio?; igual a esto es darles cajetas para tabaco, no habiendo ejemplar de que ninguno lo tome entre ellos. Dejamos aparte los peines, sortijas, botones, libros, comedias, encajes, cintas y todo lo demás, que es para ellos tan inútil como lo antecedente, por no cansar con su relación, y bastará decir que lo único que les es de servicio se reduce al “tucuyo” o lienzo de algodón que se fabrica en Quito, paño o pañete de la tierra, bayeta y sombreros del país. Con que todo lo restante de tejidos, mercerías y libros o, en sustancia, todo lo que es mercadería de Europa, no les sirve de nada y les hacen pagar por ello con exorbitancia.

32. Algunos corregimientos hay donde se les reparten frutos, y éstos son aquellos que están a la mano para este tráfico; los que les dan son botijas de vino, aguardiente, aceitunas y aceite, que por lo regular de ninguno gastan. Y así, cuando reciben una botija de aguardiente, que se la cargan por 70 u 80 pesos, buscan entre los mestizos o pulperos quien se la compre; y se tienen por dichosos si hallan quien les dé de 10 a 12 pesos por ella. Lo mismo ejecutan con todo lo demás, cuando la desesperación y el enfado se modera en su sentimiento, y no les da motivo a que lo arrojen y hagan pedazos.

33. Esta inconsiderada conducta que usan los corregidores con los indios fue el principio que tuvo la sublevación de los chumchos, que últimamente negaron la obediencia y, ocupando los sitios circunvecinos a Tarma y Jauja, por la parte del Oriente en las montañas de los Andes, declararon la guerra contra los españoles desde mediados del año de 42, cuya rebelión no se ha podido apaciguar hasta el presente. Y éstas son parte de las tiranías que aquel caudillo [Juan Santos] les decía intentaba reformar sacándolos del gobierno de los españoles; éste era también el motivo de temerse que la provincia de Tarma siguiese toda ella el partido del rebelde, huyendo del peso de la tiranía, que cada vez parece que se les aumentaba más. Y [en] efecto, muchas familias de indios desampararon sus pueblos y se retiraron a las tierras donde se mantenían los chumchos con el partido que habían principiado tan favorablemente para ellos.

34. Otro caso sucedió en aquellas provincias muy semejante al anterior, y, aunque por distinto término, comprueba lo poco que se atiende a sus querellas y lo mucho que los tiranizan. Fue éste que, en una provincia donde por ser los indios sus habitadores modernamente reducidos al vasallaje de España, esto es, no de las primeras conquistas, se conservaban sin repartimiento, y como sus naturales viesen lo que pasaba con las otras en donde ya estaba establecido, no lo habían querido admitir, repugnándolo cuando los corregidores lo intentaban. Entró por último a gobernarlos uno más resuelto, o más atrevido porque a la cuenta militaban con él otras circunstancias que no habían concurrido en sus antecesores, y haciendo unión con él el cura (a quien le estaba bien el convenir con el corregidor), determinó introducir el repartimiento, mas, conociendo que los indios lo habían de resistir, dispuso el caso de modo que le saliera como él deseaba. Para esto se dedicó a obsequiar a los españoles que transitaban por su jurisdicción, y habiendo hecho detener en su misma casa a aquellos que necesitaba para el hecho con el pretexto de que le dilatasen el gusto de su compañía, convocó a los caciques y principales de los pueblos para que todos concurriesen en un día señalado a su casa, a fin de determinar el mejor medio de que los indios pagasen los tributos con más comodidad, dando a entender en ello el fingido celo de quererlos aliviar en cuanto pudiese. Los caciques, que no se recelaban de nada, acudieron el día citado a aquel pueblo principal, y ya entonces tenía el corregidor prevenidos a los españoles, sus huéspedes, porque les había dado a entender que aquellos indios eran tan altivos e indómitos que, además de habérsele querido sublevar en varias ocasiones, tenían dispuesta una general conjuración para darle muerte a él, a los curas y a todos los demás españoles que encontrasen, por lo cual esperaba que le favoreciesen para prenderlos, y les aseguró que en ello harían un gran servicio al rey. Apoyada esta idea [en] la influencia del cura, se persuadieron los españoles a que el hecho era cierto, y se ofrecieron a darle auxilio con sus personas y armas.

35. Llegado el día de la citación, hizo el corregidor que se ocultasen los españoles en las piezas más retiradas de su casa y los previno que a una seña saliesen y se echasen sobre los indios para prenderlos. Acudieron los caciques, alcaldes mayores, gobernadores y otros principales de todos aquellos pueblos, con grande obediencia y puntualidad, al llamamiento de su corregidor, en cuya casa iban entrando, a proporción que llegaban. Y cuando los vio juntos a todos, haciendo como que era tiempo de empezar a tratar sobre el asunto para que eran convocados, avisó con la seña a los españoles, y entre éstos, sus criados, él y algunos mestizos de aquel pueblo principal, los prendió a todos, sin encontrar resistencia en ninguno, porque quedaron sorprendidos con el repentino y no esperado accidente. Cargólos bien de prisiones, y, formándoles causa de inquietos y que, siendo los principales de los pueblos, alborotaban a los indios y los tenían persuadidos a que se sublevasen y negasen la obediencia y religión, los remitió a Lima con la causa. Examinóse el delito en la Audiencia y, aunque se sabía extrajudicialmente que todo lo que constaba de la causa era falso, pudo más el favor que la justicia, y fueron condenados los caciques y demás que habían ido presos con ellos, a servir en las canteras del rey de la isla de San Lorenzo, en el puerto del Callao, y otros en Valdivia. Con la prisión de todos los principales de los pueblos que pertenecían a aquel corregimiento tan sin culpa, quedaron atemorizados los indios y llenos de horror, y el corregidor lleno de autoridad para hacer de ellos lo que se le antojase; con esto hizo repartimiento y no halló repugnancia, que era todo su fin.

36. Este caso fue en Lima tan público que no había hombre razonable que no estuviese excandecido de él, y aunque bastaba la publicidad del hecho y la opinión de los imparciales para deberle dar entero crédito, no nos hubiéramos atrevido a exponerlo si uno de los muchos sujetos que conocimos en aquel reino, francés de nación, hombre sincero y de verdad, que se halló en la función dando auxilio al corregidor, no nos lo hubiera referido en la forma que queda dicho, cuya relación convino toda con la que oímos a aquellos infelices caciques en El Callao cuando, con el motivo de estar empleados en las obras de aquella plaza y armada, estaban ellos haciendo el servicio de forzados.

37. Este francés que con el motivo de estar empleado en el comercio, había hecho varios viajes por allí y conocía muy bien al corregidor, no ignoraba su fingido pretexto para prender a los indios y que todo ello era maldad execrable. Pero (como él mismo decía) necesitando complacerle, por no indisponerse con él y que, con este motivo, le hiciese algunas vejaciones cuando se le ofreciese volver a transitar por allí, se vio precisado a concurrir en ello; y del mismo modo lo hicieron todos los demás españoles, aunque ninguno ignoraba que cuanto el corregidor suponía era falsedad, y que todo su fin se reducía a apartar de allí los indios principales para que los demás no hiciesen resistencia a la nueva imposición, como los mismos mestizos y otros del pueblo se lo tenían advertido.

38. Luego que el corregidor logró hacer repartimiento, destinó una parte de indios a que trabajasen en las minas de criaderos de oro, que las hay en aquella provincia, a fin de que le pagasen el importe de lo repartido en este metal; estos criaderos no se trabajaban antes porque, hallándose en despoblados incultos y retirados de los lugares, y con otras incomodidades del temperamento y suelo, el uno muy frío y el otro húmedo e infructífero, no lo permitía [su situación], mayormente siendo muy poco el oro que se sacaba a expensas de un gran trabajo. A otros indios tenía empleados en que le proveyesen de ganado vacuno y carneros para el abasto de una ciudad inmediata, donde hizo obligación, y para cumplirla quitaba el ganado a los indios por un vil precio, y con él la oportunidad de que lo llevasen de su cuenta a vender a aquella ciudad, o que, sin apartarse de sus casas, lo vendiesen a los compradores de ella, que lo iban a buscar pagándo-les los precios regulares de su valor. Por este tenor, los empezó a poner en tanto estrecho, que los redujo al más infeliz estado.

39. Este es el gobierno que tienen todos los corregidores en aquellos reinos, a esto se reducen todos sus desvelos, [y] su justicia, y sus máximas no se encaminan a otro fin más que al de ver de qué manera podrán sacar más usufructo del corregimiento. Bien claro está ello a la vista, y la razón no puede desconocerlo si se considera que todos los corregidores que van a las Indias llegan allá tan pobres que, en lugar de tener, están adeudados en los empeños que contraen desde que salen de España hasta que entran en su jurisdicción, y que, en el corto tiempo de cinco años que les dura el empleo, sacan libres, los que menos, de 40 a 60 mil pesos, y muchos tanto más que pasan de 150 a 200 mil pesos, debiéndose entender esto después de haber pagado la residencia y todas sus anteriores deudas, y de haber gastado y triunfado sin límites el tiempo que han estado gobernando, siendo así que los salarios y obtenciones son tan limitados que no les alcanza para el plato, aunque se ciñan mucho en él, pues aunque hay corregidores que tienen de salarios, con la cobranza de tributos, de 4 a 5 mil pesos al año, los más no llegan a 2.000 pesos, y hay muchos que están ceñidos a 1.000; y aun cuando todos estuvieran sobre el pie de los 4.000 pesos, sólo bastaría este salario para mantenerse, y, a lo más, podrían quedarles de ahorro, cada año, 1.000 pesos o la mitad del salario, porque aunque tienen que viajar de unos pueblos a otros, es a costa de los mismos indios, los cuales les suministran mulas y el viático necesario para los días que se detienen en cada pueblo.

40. Habiendo concluido nuestro asunto por lo correspondiente a lo mucho que padecen los indios con los corregidores, podemos tocar de paso el método en que dan la residencia de su gobierno, después que lo tienen concluido, para que se vea el ningún recurso que tiene aquella miserable gente, ni esperanza de que la justicia llegue a sus puertas a favorecerlos.

41. Las residencias de los corregidores se proveen, unas por el Consejo de Indias y, otras, por los virreyes. Estos sólo tienen arbitrio para nombrar [jueces] cuando los corregidores tienen concluido su gobierno, y en España no se ha proveído su residencia en algún sujeto que a vaya a tomar; mas, aun siendo en esta forma, es preciso que el juez nombrado por el Consejo se presente ante el virrey con sus despachos para que se le dé el cúmplase. Luego que el corregidor tiene noticia del juez que le ha de residenciar, se vale de sus amigos en Lima para que lo cortejen en su nombre, y que le instruyan en lo necesario, a fin de que cuando salga de aquella ciudad, vaya convenido y no haya en qué detenerse. Aquí es preciso advertir que, extra de los regulares salarios que se le consideran al juez, a costa del residenciado, por espacio de tres meses, no obstante que la residencia no dura más que 40 días, está arreglado el valor de cada residencia proporcionado al del corregimiento o, más propiamente, el indulto que da el corregidor a su juez para que le absuelva de todos cargos. Esto está tan establecido y público que todos allá saben que la residencia de tal corregimiento vale tanto, y la del otro, tanto; y así de todas. Pero esto no obstante, si el corregidor ha agraviado a los vecinos españoles de su jurisdicción y hay recelos de que éstos le puedan hacer algunas acusaciones graves, en tal caso se levanta el precio por costa extraordinaria; pero de cualquier modo, el ajuste se hace y, a poco más costo, sale libre el corregidor.

42. Llega el juez de residencia al lugar principal del corregimiento; publícala y hace fijar los carteles; corren las demás diligencias, tomando información de los amigos y familiares del corregidor de que ha gobernado bien, que no ha hecho agravio a nadie, que ha tratado bien a los indios y, en fin, todo aquello que contribuye a su bien. Mas, para que no se haga extraña tanta rectitud y bondad, buscan tres o cuatro sujetos que depongan de él levemente; justifícase esto con el examen de los testigos que se llaman para su comprobación y, concluido que obró mal, se le multa en cosas tan leves como el delito. En estas diligencias se hace un legajo de autos bien abultado, y se va pasando el tiempo hasta que, terminado, se cierra la residencia. Preséntase en la Audiencia, se aprueba, y queda el corregidor tan justificado como lo estaba antes de empezar su gobierno, y el juez que lo residenció, ganancioso del indulto que le valió aquel negocio. Con tanto descaro se hacen estos ajustes y están tan entablados los precios de las residencias, que en la de Valdivia sucedía, hasta después de pocos años, que, como este paraje está tan retirado del comercio de aquellos reinos, es regular que los gobernadores que entran sean jueces de residencia de los que acaban, y como el valor de la residencia pasase sucesivamente de uno a otro, tenían los gobernadores cuatro talegas de mil pesos debajo del catre donde dormían, a cuya cantidad no llegaban nunca, [y no] porque no se les ofrecía ocasión que los precisase a ello. Y como luego que llegaba el sucesor, le cedía el que acababa aquella habitación para mayor obsequio, al tiempo de acompañarlo hasta ella le enseñaba los talegos y, asegurándole que debían estar cabales porque él no los había tocado, le decía que en aquella [cantidad] le había dado la residencia su antecesor, y que él se la daba en lo mismo. Este método se practicó hasta después que pasamos a aquellos reinos, según decían los del país, pero no sabemos si continúa todavía, aunque el que estén intactos o no los mismos talegos que le sirvieron a uno, para que sigan a todos los demás, es cuestión de poca sustancia, toda vez que exista la cantidad.

43. Si al tiempo que el juez está tomando la residencia ocurren algunos indios a deponer contra los corregidores sobre la tiranía e injusticias que les han hecho, los desimpresiona de ello diciéndoles que no se metan en pleitos, que tienen malas consecuencias contra ellos porque el corregidor les tiene justificado lo contrario, y bien por este término o por el pequeño indulto de que les dé el corregidor alguna corta cosa (lo mismo que quien engaña a un niño), consiguen que se desistan de la queja. Pero si encuentran [los jueces] mayor resistencia, los reprenden severamente, dándoles a entender que se les hace demasiada equidad en no castigarles los delitos que tienen plenamente justificados los corregidores contra ellos, y haciéndose mediadores, los mismos jueces lo persuaden, después de haber sufrido tantas tiranías, a que les deben estar obligados de no haberlos castigado en la ocasión con la severidad que merecían sus delitos. De suerte que lo mismo es para los indios la residencia, que si no la hubiera.

44. Si la acusación se hace por españoles sobre otros casos, procura mediar el juez y que se compongan de suerte que queden amigos y olvidados los agravios. Pero si no lo puede conseguir, sigue el litigio, y como de antemano está inclinado el juez al corregidor, siempre lo procura sacar bien, mas si no lo puede por sí, remite la causa a la Audiencia, y como va dispuesto en tales términos que lleva de su parte la mejor probanza, con poco esfuerzo que haga queda absuelto, y concluida su residencia como deseaba. Para prueba de todo llévese la especulación a registrar los castigos que se han hecho a la correspondencia de tanto exceso, y será raro que se halle alguno, con que es preciso conceder que en las residencias no hay materias suficiente sobre qué recaigan, siendo así que sobra tanta en la conducta de aquellos corregidores como queda visto por lo dicho en esta sesión y en la antecedente.

45. El remedio que pudiera ponerse a los desórdenes de los corregidores del Perú, si es que puede haber esperanzas de que se contengan y refrenen sus tiranías, consiste a nuestro entender en dos circunstancias: la una pende del acierto en la elección de sujetos, y la otra en que los corregimientos no se diesen por término limitado con precisión, de modo que, aunque tuviesen el preciso de cinco años, como sucede ahora, no lo fuese el que al cabo de ellos se hubiesen de mudar, cuando no diesen motivo a ello los que estuviesen en posesión.

46. Las circunstancias que deberían atenderse en los sujetos a quienes se les proveyesen corregimientos del Perú, consisten en que fuesen capaces, desinteresados, íntegros, pacíficos y de buena conciencia, con otras [realidades] que son correspondientes a éstas, para que con ellas mirasen a aquella infeliz gente con amor, los tratasen con cariño, procurasen su bien y los libertasen de las pensiones que pudieran ser evitables en ellos con el celo y respeto de unos corregidores que les hiciesen justicia y los protegiesen. Para lograr estas prendas en los sujetos y desarraigar de los que van a las Indias con semejantes empleos el exceso de su codicia, sería conveniente darlos a personas de mérito, de edad madura y de experimentada conducta. Estas, como que se le conferían los empleos para que fuesen a gobernar y a mirar por el bien y aumento de los indios, aunque se utilizasen algo a su costa, no sería con la tiranía y el desorden que lo hacen ahora los que, desde el punto que son nombrados en tales empleos, sólo piensan en la riqueza que han de atesorar los cinco años que se han de mantener en ellos; pero si no lo ejecutasen así, debería privárseles de ellos y castigar severamente [a los culpables] para el escarmiento de los demás.

47. Cuando estos empleos se dan por beneficio, como sucede ahora, haciéndolo con el fin de sufragar a los gastos de las guerras, no es posible encontrar en los sujetos tales circunstancias, porque en este caso no se puede atender a ellas tanto como cuando es el mérito de otros servicios el principal móvil de la gracia, y haciéndose la provisión por beneficio, es lo mismo que condescender o consentir las extorsiones contra los indios. De modo que, aunque las circunstancias de los sujetos sean las mejores, es preciso que se perviertan, porque, necesariamente, el que se desposee de su caudal para conseguir uno de estos empleos, se hace la cuenta de que con él se ha de mantener el tiempo que lo goza, ha de sacar libre la suma que dio por él, ha de sanear el riesgo del dinero [y] de su vida, ha de sacar el interés correspondiente a él y, últimamente, ha de ganar lo proporcionado al trabajo de los cinco años que está empleado. Estas son las cuentas del que beneficia un corregimiento, las cuales, bien miradas, no dejan de aparecer justas, porque compra o adelanta dinero para ganar, lo que no sucede con aquel a quien por gracia se le confiere, porque debe hacerse cargo de que, sin costarle nada, se le confiere un empleo de autoridad, y que con él se le da lo suficiente para que se mantenga con decencia, y aun para que le sobre; que el dárselo es para que gobierne en razón y en justicia, y no para que tiranice, y para que mire por los indios, sus súbditos, como por propios hijos, y no como si fueran esclavos o enemigos.

48. Bien es que hay ocasiones en que el beneficio de los empleos de las Indias se hace preciso, como sucede cuando con el motivo de las guerras no alcanzan las rentas del monarca a sufragar los gastos que se aumentan en la monarquía, sin cuyo recurso sería forzoso gravar a los demás vasallos, y redundaría en perjuicio de los de acá, sin que aquéllos participasen de él, estando obligados a ello, igualmente, unos y otros. Pero, aun en este caso, parece que se puede recurrir a otro arbitrio, sin que forzosamente haya de ser al del beneficio, y sería el de acrecentar el tributo de los indios, en tales ocasiones, de aquella cantidad que correspondiere a lo que había de importar el beneficio del corregimiento, de modo que fuesen los indios quienes lo beneficiasen y corriesen el riesgo del dinero, en lugar de los particulares, cada cinco años, ínterin durasen las guerras, para tener corregidor que los tratase bien. En cuyo modo, a costa de cuatro reales o un peso, aunque fueran dos, que pagase, además de su tributo, cada indio por una vez de cinco a cinco años, quedarían redimidos de la continua contribución en que los tienen los corregidores; y si este dinero se perdía, deberían hacer segunda derrama para reemplazarlo, la cual les sería soportable e incomparablemente más llevadero para ellos que sufrir las molestias del actual gobierno.

49. Proveyéndose en esta forma los corregimientos, debería prohibirse totalmente el que los corregidores pudiesen hacer repartimiento de ningunos géneros [y] especies, ni de mulas, entre los indios, y castigar con la mayor severidad a los que quebrantasen esta ley, aun en cosas leves, no debiendo servir de obstáculo para disponerlo así aquella fingida máxima que tienen divulgada los corregidores, de que si no se hacen estos repartimientos, es tanta la pereza, flojedad e [indolencia] de los indios que no trabajarán, mediante el que esto queda enteramente falsificado con el ejemplar de los corregimientos de la provincia de Quito; los cuales, a no ser de más indios que los del Perú, no tienen menos que los pertenecientes a las provincias más pingües, y en ninguno de ellos se hace repartimiento, ni de mulas, ni de géneros, y no hay provincia en todo el Perú en donde se trabaje más, ya en las haciendas cuantiosas, ya en manufacturas, o ya en tráfico. Con que es pura quimera la de suponer que convienen estos repartimientos para obligar a los indios a que trabajen porque con ella consiguen los corregidores todo su fin en las crecidas utilidades que sacan de los oficios.

50. En segundo lugar, debería apoyarse la prohibición que hay para que los corregidores puedan comerciar, ordenando que no lo pudiesen hacer ni por sí, ni por tercera persona, con pena de que todos los géneros que se reconociese pertenecer, en todo o en parte, a los corregidores se confiscasen y aplicasen a la fundación y subsistencia de los hospitales de los indios, de que se tratará en otra sesión. Pero por ser aquéllos unos países donde el comercio se hace asunto de diversión, se les podría dispensar, si pareciese conveniente, el que, fuera de lo que comprendiesen sus jurisdicciones, pudiesen comprar y vender como los demás particulares.

51. Prohibiéndoseles a los corregidores el comercio en sus corregimientos, lo estaba igualmente el que en ellos pudiesen tener tiendas en cabeza de un tercero y, faltando éstas, debería mandarse que todos los particulares que quisiesen pudiesen tenerlas por sí, y asimismo llevar mulas y todos los géneros y frutos que quisiesen para venderlos a los indios, como se practica en la provincia de Quito, para que con esto comprasen a su libertad, agradándose de la alhaja y según se conviniesen en el precio.

52. Ultimamente, debería mandarse que se observase puntualmente lo dispuesto por las leyes tocante a la cobranza de los tributos de los indios, encargando a las Audiencias y a los gobernadores que celasen este asunto con la mayor eficacia, y que inviolablemente ejecutasen el castigo correspondiente en los corregidores que contraviniesen a ello, cuyas penas deberían ir determinadas de acá [y] proporcionadas a la gravedad y circunstancias del delito.

53. La segunda circunstancia que queda dicha, tocante al tiempo de los corregimientos, se funda en que no cesando en los empleos los que una vez han sido proveídos en ellos, aunque hayan expirado los cinco años, no tienen motivo para hostilizar tanto a los indios con el fin de sacar de ellos todo el usufructo que pueden dar para quedar ricos, y que, después de haber terminado el tiempo, no se les haga extraña la falta del empleo. Llevados de esta expectativa, no atienden al perjuicio que hacen a aquella gente, y mirando limitado el tiempo del gobierno, procuran aprovecharlo en tanto que dura, porque después que se concluye no es ocasión de hacerlo. El corregidor que sabe que ha de ser prolongado a proporción que obrare bien, procurará no faltar a ello por no perder la renta segura de su salario y la gracia del soberano, y mirará por los indios dependientes de su jurisdicción con amor y cariño, como cosa propia, [ya] que mientras más los atendiere y procurare sus alivios, se aumentarán más y será mayor su jurisdicción; [por el contrario, es obvio] que el corregidor que va a las Indias a gozar este empleo el tiempo de los cinco años y no más, los mira a todos ellos como extraños, tira a sacar de su sudor y trabajo todo lo que puede, y no se le da nada de las malas consecuencias que se siguen después a su tiranía, como propios efectos de ello.

54. Establecido, pues, que los corregimientos no se terminasen precisamente al tiempo de los cinco años, y extinguidos en ellos los repartimientos, era preciso ponerlos todos en el pie de que los salarios de los corregidores no pudiesen ajar de dos mil pesos para que éstos tuviesen con qué mantenerse cómodamente, sin necesitar de hostilizar a los indios, ni de comerciar dentro de sus propias jurisdicciones. Y para que esto no redundase en perjuicio de la Real Hacienda, debería prorratearse el exceso de estos salarios a los que al presente tiene de asignación cada corregimiento, y cargar lo demás en el tributo de los mismos indios, cuya prorrata debería hacerse anualmente para que, a proporción que hubiese más indios, les tocase a menos, o al contrario. Este aumento de tributos, como el beneficio de los corregimientos que los mismos indios deberían hacer en cada cinco años en el tiempo de guerras, no sería de ningún perjuicio para ellos, con tal que por este medio consiguiesen libertarse de las gravosas pensiones a que están sujetos ahora con los corregidores, y no hay duda que [aun] cuando enteramente no lo consiguiesen, no serían tan tiránicas las que experimentarían.

55. El corregidor que no cumpliese bien las obligaciones de su cargo, ya porque él los estrechase con el fin de su utilidad propia, o porque no los protegiese y libertase de las extorsiones de los curas o de las de otros particulares, de que se tratará en las sesiones siguientes, debería ser depuesto y procesado inmediatamente; su caudal se debería secuestrar enteramente, y con cualquier cargo, aunque leve, que resultase contra él, debería perderlo enteramente y ser aplicado la mitad a la Cámara y la otra mitad a los hospitales de indios. Pero estos corregidores, una vez condenados por los tribunales de allá, no deberían ser rehabilitados ni absueltos por el Consejo de las Indias mediante que, si no se ejecutaba así, lo que sucedería es que los que allá fuesen condenados ocurrirían después al Consejo, y desfigurando sus delitos con siniestras informaciones, como lo hacen ahora, muchos serían absueltos y proveídos en los mismos o en otros, que es lo peor que se puede practicar, porque irritados contra los indios, aunque no lo dan a entender acá, van dispuestos a desquitarse de la acusación, de los gastos que se les ocasionan para purgarse de ella, del pesar y sobresaltos que les ha causado, y, finalmente, van prevenidos contra ellos para vengarse enteramente a fuerza de extorsiones, de maltrato y de tiranías.

56. Para dar más estímulo a los corregidores a que cumpliesen bien y mirasen en todo por los indios, convendría también darles ascenso en su carrera, de suerte que de un corregimiento corto, después de haberlo servido bien algún tiempo cumpliendo las obligaciones de su cargo, podrían ser adelantados a otro de mayor jurisdicción, y así hasta llegar a serlo de las ciudades grandes. Al presente no se regulan los corregimientos por mejores en cuanto a ser cabeza de ellos una ciudad, porque como se atiende sólo al usufructo que puede dar, naciendo éste del mayor número de indios que tiene en su jurisdicción, aquel que tiene más es preferible al que no [tiene] tantos, aunque el primero sea de un asiento y el segundo de una ciudad, y por esto el corregimiento de Latacunga o el de Otavalo, que son asientos, son mejores que el de Cuenca o el de Riobamba, todos en la provincia de Quito, porque estos dos últimos no dejan tanta utilidad como aqué-llos; lo mismo sucede en todas las demás provincias. Pero una vez que se extinguiesen los repartimientos y que los corregidores no pudiesen sacar de los indios más usufructo que el de sus salarios, en tal caso serían apreciables los de las ciudades y villas sobre los demás, porque en ellos se consiguen más comodidades para la vida que en los asientos, donde faltan muchas. Y sólo la expectativa de la mayor utilidad hace ahora que sean éstos más estimables que aquéllos.

57. Supuesto, pues, que los indios contribuirían por entero, de su propio trabajo, al beneficio de los corregimientos en tiempo de guerra, y siempre al cumplimiento de los dos mil pesos de salarios a los corregidores, que al presente no tienen tanto, debería ordenarse que no se les pudiese llevar nada por derechos de las diligencias de justicia que pudiesen ofrecérseles, y al contravenir a ello, aunque fuese en cosa muy leve, o por título de obsequio o regalo, se debía reputar por uno de los mayores delitos que pudiesen cometer los corregidores. Con esto se evitaría que padeciesen lo que ahora experimentan con harta lástima, y es que los corregidores se apropien, al fin del litigio, la alhaja puesta en demanda, y además de esto, lo poco que las dos partes tenían antes, con título de costas.

58. Como hay algunos corregimientos en donde, siendo corto el número de sus indios, sería gravarlos con exceso si se les cargaba lo necesario para beneficiar el corregimiento en tiempo de guerra y para acrecentar los salarios del corregidor hasta los dos mil pesos, éstos deberían extinguirse, bien fuese agregándolos a los inmediatos, o nombrando en ellos justicia mayor, sin salario, lo cual podría hacerse dando este título, por honor únicamente, a uno de los vecinos más acaudalados y de más respeto, y en quien se proveyese una vez; deberían ser éstos vitalicios, a menos de que se desistiesen ellos mismos, o que su mala conducta diese lugar a que se le privase. Esta provisión debería hacerse por Su Magestad, para quitar la ocasión de que el mayor valimiento con los secretarios de los virreyes u otros malos medios con la Audiencia, corrompiesen el buen orden de su provisión y para el mejor acierto de ella, debería ser circunstancia precisa para poderlo obtener, que el sujeto a quien se le confiriese estuviese establecido de asiento dentro de la jurisdicción. Pero no deberían incluirse en este número de los corregimientos cortos aquellos que lo son no porque tienen en sus jurisdicciones pocos indios, sino porque todos o la mayor parte de ellos son de encomiendas, porque debería declararse que éstos contribuyesen del mismo modo que los indios reales a las dos obenciones de beneficio y salario de los corregidores, mediante que estos jueces son comunes para todos, y por lo tal deben estar pensionados en ello todos los interesados.

59. Con estas disposiciones bien observadas, podría mejorarse el gobierno de aquellos países, cuyas resultas serían favorables a todos: el monarca las conocería en el acrecentamiento de los tributos reales y en el adelantamiento de las alcabalas, porque a proporción que se poblasen más aquellos países, sería el consumo de géneros mayor, y los reales derechos crecerían; los particulares las tendrían en el mayor número de indios para trabajar las minas, para dar cultivo a sus haciendas y para las manufacturas, y los propios indios, como los interesados principales, las gozarían en vivir más descansados, con mejores conveniencias, y cualquier pensión que pidiese la urgencia les sería soportable y la llevarían con gusto.

SESION QUINTA

Trátase de las extorsiones que padecen los indios por medio de los curas, con distinción de las que cometen con ellos los eclesiásticos seculares y los regulares, [y] el extravío de su conducta, de donde redunda la tibieza con que los indios guardan la religión, y el que la miren con indiferencia [trátase del estado de las iglesias]

1. Parece que, a vista de lo que se ha dicho en la sesión pasada, no caben más crueldades en el juicio humano que las que los corregidores practican con los indios, o que sus fuerzas, cansadas con el grave peso de aquellas tiránicas imposiciones, deben, rendidas, abatirse antes que soportar el acrecentamiento de la carga. Mas, como se halla fortaleza en su naturaleza y disposición en la humildad y sencillez de sus genios para resistir y para obedecer, no se cansa la codicia, ni se satisface la falta de consideración, de combatirlos por todas partes, de suerte que, aun por donde habían de experimentar el alivio, por donde habían de recibir el consuelo y donde habían de hallar acogida sus miserias, se les acrecienta el trabajo, se les aumenta la congoja y son conducidos a la infelicidad.

2. Esto experimentan los indios con sus curas, que debiendo ser sus padres espirituales y sus defensores contra las sinrazones de los corregidores, puestos de conformidad con éstos, se emulan a sacar el usufructo en competencia, a costa de la sangre y del sudor de tan mísera y desdichada gente, a quien faltando el pan para sustentarse sobran riquezas para engrandecer a otros. Este fue el fin de aquel cura de quien se hizo mención en la sesión pasada, para concurrir con su apoyo a hacer persuasible el supuesto y falso cúmulo de delitos que fraguó la intención depravada del corregidor contra los caciques y principales de aquellos pueblos para lograr por su parte el ingreso que antes no podía sacar de los indios. Y éstas son las razones que tienen todos los curas para no contradecir a los corregidores en sus depravados establecimientos y en tan injustas imposiciones.

3. Los curatos del Perú son en dos maneras: unos, administrados por clérigos, y otros, por religiosos regulares. De cada una de estas especies será preciso que tratemos en particular para mejor inteligencia de lo que pasa en ellos.

4. Los curatos de clérigos se proveen por oposición, y una de las circunstancias que ha de concurrir en los opositores [es] el ser hábiles en la lengua del inca (que es como allí denominan la común de los indios), y para ello han de ser examinados en ella. Concluidas las oposiciones pertenecientes a todos los curatos que a la sazón se hallan vacantes, cuyos actos se tienen en los palacios arzobispales u obispales, con la asistencia de las dignidades de la Iglesia que vienen a ser los jueces de ellas, se vota para la elección, y, según la pluralidad de los dictámenes en los sujetos que se han señalado más, forma nóminas el obispo, nombrando tres para cada curato, que, presentados al virrey o al presidente como vicepatronos, elige de ellos el que le parece, y se le dan los despachos correspondientes.

5. Estos curas, recibidos ya en sus iglesias, por lo general aplican todo su conato en hacer caudal, y para ello tienen varios establecimientos con los cuales atraen lo poco que les queda a los indios y ha podido escapar de la mano de los corregidores. Uno de sus arbitrios consiste en las hermandades, y son tantas las que forman en cada pueblo que los altares están llenos de santos por todas partes, y cada uno tiene la correspondiente hermandad; pero para que los indios no se abstraigan del trabajo se transfiere a los domingos la celebridad de aquellos santos que caen entre semana.

6. Llega el domingo en que se hace la festividad de un santo, y entre los mayordomos han de haber juntado, y llevarle al cura, la limosna de la misa cantada, que son cuatro pesos y medio; otros tantos por el sermón, que se reduce a decirles dos palabras en alabanza del santo, sin más trabajo ni estudio que como les vienen a la idea, en la misma lengua, y después pagan un tanto por el incienso, cera y procesión; pero a esto, que debe ser en dinero físico, se agrega después el camarico, que se reduce a un regalo de dos, tres o más docenas de gallinas, otras tantas de pollos, cuyes, huevos, carneros y algún cerdo si lo tienen. Con que, en llegando este día, arrastra el cura con todo lo que el indio ha podido juntar en el discurso del año, y con las aves y demás ganado que entre su mujer e hijos han criado en sus chozas a costa de quitarse el propio sustento, y de reducirse a hierbas campestres y a las semillas que recogen de las pequeñas chacaritas que cultivan; aquel que no lo tiene de suyo lo ha de comprar precisamente, y si le falta uno y otro se ha de empeñar o alquilarse por el tiempo necesario para llevarlo con prontitud. Así que el sermón se ha terminado, lee el cura en un papel, donde los lleva sentados, los nombres de los que han de ser mayordomos y fiscales de aquella fiesta para el año siguiente, y el que no lo acepta con voluntad lo admite a fuerza de azotes. Y en llegando su día no hay excusa que le liberte de aprontar el dinero, porque hasta que está junto y entregado al cura no se dice la misa, y espera aquél hasta las tres o las cuatro de la tarde, si es menester, para que se junte, como experimentamos en algunas ocasiones.

7. Del cuidado de los curas en que no falten las festividades de Iglesia resultan unas consecuencias tan nocivas como las que se experimentan con frecuencia, porque a la función de Iglesia se sigue la que tienen los mayordomos y fiscales, con la concurrencia de todos los indios que han asistido a la festividad, y reduciéndose a sus comunes festejos, que son los de desreglarse en la bebida de la chicha, no sólo se acaban de destruir consumiendo en ella la corta cantidad de maravedís que tienen para alimentarse, sino que, privados del sentido, se junten padre con hijas, hermanos con hermanas, y por este tenor todos entre sí, sin respeto de parentesco ni atención a proximidad. Los curas, que por el interés que reciben en estas fiestas no pueden reprenderles el desorden, porque ellos mismos les solicitan la ocasión, es preciso que lo disimulen y que, no ignorándolo, se hagan [los] desentendidos. Con que, a vista de esto, podrá reflexionarse si a una conducta tan extraviada en los que debían contenerlos y evitarles todos los motivos de desorden, debe corresponder más religión o cristiandad que la superficial, y aún peor ejecutada por la que se nota en los indios, pues si bien se examina se hallará que, aunque aquellas gentes estén reducidas, es tan poco el progreso en la religión que será difícil discernir la diferencia que hay de cuando se conquistaron al tiempo presente.

8. Además de las fiestas de hermandad, que no hay domingo ni día de precepto en que deje de celebrarse alguna, tienen el mes de finados. Y está establecido que todos los indios hayan de llevar ofrendas a la iglesia, las cuales se reducen a las mismas especies que las de los camaricos, y puestas sobre los sepulcros va diciendo el cura un responso sobre cada una, y sus criados recogiendo las ofrendas. Esto dura todo el mes [de noviembre], y para que no falte día los reparte el cura entre las haciendas y pueblos anexos del curato; los indios de cada una concurren en el que les pertenece, y fuera de las ofrendas han de pagar la limosna de la misa. Se hace digno de reparo lo que sucede en cuanto al vino, porque siendo costumbre ponerlo con lo demás que ofrecen, y siendo escaso en aquellas provincias retiradas, sólo el arbitrio pudiera suplir su falta; para esto hace poner el cura un poco del mismo que tiene para celebrar, dentro de una o dos botellas, y según la cantidad se lo alquila por dos o tres reales a la primera india que le espera con su ofrenda para que diga el responso; concluye en aquélla, y pasa la botella a la que sigue, pagando otro tanto por el alquiler, y de este modo da la vuelta a toda la iglesia y sirve la botella todo el tiempo que duran los finados.

9. Para que más sólidamente se conozca al exceso que esto llega y la crecida utilidad que sacan los curas de estas fiestas [de hermandad y del mes de finados], nos parece conveniente citar aquí lo que un cura de la provincia de Quito nos dijo transitando por su curato. Y fue que entre fiestas y finados recogía todos los años más de 200 carneros, 600 gallinas y pollos, de tres a cuatro mil cuyes y de 40.000 a 50.000 huevos, cuya memoria se conserva como se escribió en los originales de los diarios; siendo de suponer que el curato no era de los más aventajados, hágase, pues, sobre este principio el cómputo de lo que recogía en plata. Y supuesto que todo sale de una gente que no tiene más patrimonio que su trabajo personal y tantas obenciones sobre sí, se habrá de concluir que solamente teniéndolos continuamente atareados a ellos y a sus familias y desposeyéndolos de lo que les había de quedar para su sustento, se pueden exigir semejantes contribuciones.

10. Todos los días de domingo, que por obligación se les ha de decir la doctrina antes de la misa, ha de llevar cada india un huevo para el cura, en cuya forma está mandado por ordenanza, o en su lugar otra cosa equivalente; pero además de esto, que es [a] lo que se extien-de la obligación, precisan los curas a los indios a que les lleven un haz de leña cada uno, y los cholitos y cholas, que son los indios muchachos, asistiendo a la doctrina, todas las tardes han de llevar un haz de hierba proporcionado a sus endebles fuerzas para que se mantengan con ella las cabalgaduras y demás ganado que tienen los curas. Con estos arbitrios no necesitan gastar en nada, y al paso que están mantenidos por los indios se enriquecen a sus expensas, porque todo lo que juntan lo envían a vender a las ciudades, villas y asientos inmediatos y lo convierten en dinero. De este modo pueden levantar tanto la renta del curato que, reduciéndose su sínodo cuando más a 700 u 800 pesos, les reditúa 5.000 y 6.000 cada año, y algunos hay que exceden considerablemente a esta cantidad.

11. Todo lo antecedente es nada comparado con lo que sucede en los curatos administrados por los regulares, porque en éstos parece que subió de punto el interés para estrechar a los pobres indios, naciendo esto de que los curas, no siendo perpetuos, tiran a sacar, en el tiempo que les corresponde, todo lo que pueda dar de sí [el curato], sin atender más que a quedar con caudal después de fenecido su tiempo.

12. En este particular de la mutación de los curas regulares se siguen en el Perú dos métodos: el uno se practica en la provincia de Quito, [y] es el de mudar los curas y proveer de nuevo, en los mismos y en otros sujetos, [en] cada capítulo, y el otro, que se observa en todo lo restante del Perú, es [el] de conservarlos todo el tiempo que ellos quisieren permanecer, a menos que, sobreviniendo algún poderoso motivo, se haga preciso quitar un sujeto y poner otro, lo cual queda a discreción de los provinciales de cada religión. En ellos no hay oposición, [sino] sólo la circunstancia de formarse nóminas con tres sujetos para que elija el vicepatrono, al modo que lo hace con los seculares. De cualquiera de los dos modos, siempre es preciso que el cura que ha de entrar, o el que ha de permanecer, contribuya al provincial lo estipulado por cada curato, pero si se presenta otro que dé más, en tal caso es menester que adelante la cantidad el que esta-ba, porque de no [ser así] se provee en el competidor. Lo que se da por cada curato son sumas tan crecidas que se hacen increíbles, y así bastará decir por ahora que esto se regula por el usufructo que se puede sacar por él. Esta contribución redunda en perjuicio de los indios directamente, porque además de lo que el cura pretende sacar para sí es preciso saque la suma que ha de dar al provincial, y como esto se repite en cada capítulo, nace de aquí el que vivan con más pensión los indios pertenecientes a curas regulares que los que lo son de seculares.

13. Los medios que buscan aquellos para [enriquecerse], y [que] se van a referir, podrán excandecer los oídos y hacer titubear el concepto negándoles la credulidad, por lo que nos es preciso advertir que en lo que se dijere no se añade nada ni se pondera, y que lo que hu-biéramos visto se notará, como asimismo lo que supiéramos de informes, pues estamos persuadidos a que, habiéndosenos dispensado el honor y confianza de que se hagan estas relaciones privadas del estado de aquellos reinos para la mejor inteligencia de los ministros, ni nos fuera lícito ni justo omitir en ningún asunto.

14. Ellos [ los curas regulares ] hacen la siembra, deshierban y cosechan sin más costa en [ello] que mandarlo, [pues] los días de precepto se trabaja en su chácara, y para ello ha de asistir el un indio con los bueyes, y el que no, con su persona. Así, los días que Dios manda que se dediquen enteramente para su culto y adoración, y para que descansen todos del trabajo de la semana, dispensa el cura este precepto tan recomendable, porque es en beneficio suyo o en utilidad de una manceba. Pero porque estas cosas repugnan a toda razón, nos parece conveniente citar un caso experimentado por uno de nosotros, el cual será bastante para que después no se extrañe lo demás.

15. Es costumbre en todos los curatos repartir los días de cuaresma entre las haciendas que pertenecen al curato, para que vayan enviando sus indios a que se confiesen, a fin de que lo puedan estar todos, o la mayor parte, para el tiempo que manda la Iglesia. Hallábase uno de nosotros, en el año de 1744, en la hacienda de Colimbuela, inmediata a un páramo donde teníamos que hacer observaciones, en la provincia de Quito, y no lejos de un curato a quien pertenecía la jurisdicción eclesiástica de ella. Con este motivo, pasando a aquel pueblo a oír misa en un día de fiesta, concurrieron parte de los indios pertenecientes a la misma hacienda para confesarse, que para ello habían ido desde bien temprano, pero en lugar de suministrarles el cura este sacramento, los tenía ejercitados: a las indias, en los corredores o galerías del patio donde vivía, hilando [las] tareas de lana y algodón que les había dado, y a los indios, arando y haciendo siembra en su cosecha, de suerte que en la iglesia no había ninguno [confesándose], y para aprovechar el tiempo se les había dicho una misa temprano. El administrador de la hacienda, que se hallaba allí, no excusó informar que, después que concluían las tareas, se volvían a sus casas, pero que el modo que tenían para confesarlos no lo sabía, y aseguró que aquello se practicaba generalmente con los indios de las demás haciendas, y que todo lo que duraba la cuaresma y cosa de mes y medio después, gozaba el cura la misma conveniencia, porque para todo este tiempo tenía indios a su disposición.

16. Lo más escandaloso fue que el coro de la iglesia estaba ocupado con los telares, y aunque empezó a decirse la misa, no por eso dejaron de trabajar en ellos, y su ruido causaba la irreverencia que se puede considerar. Después que se acabó la misa y que salió la gente cerraron la iglesia y quedaron los indios en ella, como se practica en los obrajes, lo que no podía disimularse, porque el ruido de los telares se dejaba sentir desde afuera.

17. Al tenor de la conducta con que los tratan mientras viven es la impiedad que usan con ellos después de muertos, de modo que primero consienten que los cadáveres queden expuestos en los caminos a ser destrozados de los perros y engullidos de los buitres, que se muevan a compasión y les den sepultura cuando no se ha juntado de limosna el importe de los derechos por entero, cuyos ejemplares se están viendo a cada paso, caminando de unas partes a otras. Pero si el difunto deja alguna cosa, se hace entonces el cura universal heredero, recogiendo los bienes y ovejas, y despojando de todo a la mujer, hijos y hermanos. El modo de hacerlo y el de que les pertenezca de derecho es bien particular; redúcese a hacerle un entierro ostentoso, aunque lo repugnen los interesados, y con esto es bastante para que quede todo embebido en él. Y así, aunque se quejen los herederos y su protector fiscal solicite la satisfacción, la da el cura con la cuenta de las honras, posas y misas que le han dicho, y queda absuelto de la acusación y el cargo.

18. Es, pues, de suponer que después de haber sacado los curas todo el útil que pueden de los indios, no omiten el hacer lo mismo con las indias y cholas, para lo cual, a proporción que él se ingenia por su parte (que así se llama entre los curas el tiranizar), le aconsejaban a la concubina que haga lo mismo por la suya. Esta mujer, que está conocida por tal, y sin causar novedad en el pueblo por ser tan común en todos que en ninguno es reparable, toma a su disposición indias y cholas y, formando un obraje de todo el pueblo, a unas indias les da tarea de lana o algodón para que lo hilen, a otras de telar, a otras, las más viejas, inútiles para estos trabajos, les reparte gallinas y las pone en la obligación de que, dentro del término regular, le entreguen por cada una diez o doce [huevos], quedando a su cargo el mantenerlas, y si se mueren, reemplazarlas con otras. Y de este modo no se escapa ninguna de concurrir a su utilidad.

19. Del desorden de los curas, de lo mucho que los pensionan los corregidores y del mal trato que reciben generalmente de todos los españoles nace la infelicidad en que vive aquella gente, pues huyendo de la tiranía y deseando salir de la esclavitud se han sublevado muchos y pasado a las tierras no conquistadas, para continuar en las bárbaras costumbres de la gentilidad. Porque, si bien se repara, ¿qué ejemplo pueden sacar del escándalo perpetuo que están viendo en los curas, mayormente cuando es gente tan rústica que aprende más con el ejemplo que con lo que se les predica? Ni ¿qué impresión puede hacer en ellos la doctrina que se les enseña si todo lo experimentan al contrario? Porque, aunque se les dice que amen al prójimo, que sirven y amen a Dios guardando los preceptos de su santa ley, si no ven cumplido ni [lo] uno ni [lo] otro por lo que les habían de enseñar el camino, ¿qué mucho que ellos tengan tanta indiferencia en la religión, y que la estimen en tan poco que entren [en] ella y se mantengan, con la suma tibieza que se nota, teniéndola por cosa tan superficial y exterior como si consistiese sólo en las palabras y no en las obras y en la fe?

20. Ejemplo lastimoso de los perjuicios que sobrevienen por la mala conducta de los curas puede ser el que se nos representa en el pueblo de Pimampiro, perteneciente al corregimiento de la villa de San Miguel de Ibarra, en la provincia de Quito, cuyo vecindario, que según las vivas memorias que se conservan constaba de más de cinco mil personas, todos indios, no pudiendo soportar las muchas extorsiones a que los tenían reducidos, se sublevaron, y en una noche pasaron a la cordillera y se unieron con los indios infieles, con quienes han permanecido desde entonces, estando los sitios que ocupan tan inmediatos de la jurisdicción de aquella villa que sólo con la diligencia de subir en algunos cerros se dejan ver sus humaredas. Algunos de estos indios se han aparecido repentinamente en el pueblo de Mira, que es de los más cercanos a ellos, y se han vuelto a retirar con la misma prontitud.

21. También lo puede ser la pérdida de la famosa ciudad de Logroño y población de Guamboya, que componían lo más principal del gobierno de Macas, cuya capital, Sevilla del Oro, reducida ya a ruina, sólo existe como memoria triste del fin que tuvieron aquéllas. Este país es tan abundante de oro que, por el mucho que se sacaba de él, se le dio el nombre a la ciudad principal, y todavía se conserva en ella una romana con que se pesaba en la Caja Real el que se quintaba. Pero los corregidores por una parte y los curas por otra estrechaban tanto a los indios para que trabajaran en su beneficio, que los pusieron en el extremo de sublevarse, y, a imitación de lo que hicieron con Pedro Valdivia los de Arauco [y] Tucapel, [en] Chile, derritieron gran porción de oro y se lo infundieron [al gobernador don Martín García Oñez de Loyola] por todos los sentidos, dieron muerte a la mayor parte de los españoles, y apoderados de las mujeres, arrasaron aquella ciudad y las demás poblaciones, escapando solamente Sevilla del Oro y Zuña, una y otra tan menoscabadas ya con las frecuentes correrías que hacen los indios sobre ellas, que son sus vecindarios muy reducidos y tan pobres que no corre ninguna moneda en ellos. Pero para que se vea cuán contraria es la conducta que tienen los curas y, particularmente, la escandalosa de los regulares a facilitar la permanencia de los pueblos y naciones de antigua reducción, y mucho más para que se conviertan los que no lo están, referiremos un caso, sucedido en estos últimos años, que lo comprueba bastantemente.

22. Salió de la población o del sitio donde estaba la de Guamboya, un indio que repentinamente se apareció en la villa de Riobamba y se encaminó directamente a la casa de un clérigo avecindado allí y de conocida virtud, a quien le dijo que iba de parte de los suyos y de otras naciones muy cuantiosas, vecinas de aquélla, para hacerle saber que le querían tener por cura, que los bautizase y dijese misa, y en recompensa ellos le mantendrían si aceptaba el partido, le darían cuanto oro quisiese y las mujeres que fuesen de su gusto, pero que había de entrar solo, porque ni querían que llevase compañía de españoles o mestizos ni que fuese otro eclesiástico ninguno, dando por razón que el inclinarse a él era porque según las noticias que tenían, sabían que no era su codicia tan desmesurada como la de los demás; el clérigo, temiéndose de la barbaridad que es común en los indios, le respondió que por entonces no podía responderle, pero que dentro de un cierto tiempo lo haría. El indio dio muestras de quedar desconsolado, pero habiendo convenido en el día en que podría recibir la respuesta, señaló un paraje entre los páramos adonde había de ir el tal clérigo solo, y salir a recibirlo él con alguno de los suyos, para comboyarlo a sus tierras caso que aceptase la proposición, pero con la precisa circunstancia de que no le había de acompañar nadie. Con esto volvió a desaparecer, y, lleno de confusión, el eclesiástico pasó a Quito a consultar el caso con el obispo de aquella ciudad, don Andrés de Paredes (que había entrado en esta dignidad poco antes que nosotros llegásemos a aquella provincia). Este, con cristiano celo, lo alentó para que entrase a convertir tanta alma infiel como se disponía a recibir la fe por su medio. Resuelto a practicarlo, con aquel primer fervor que concibió del católico influjo y cristiana persuasión del obispo, se restituyó a Riobamba, mas la pusilanimidad de su ánimo, corto e irresoluto, empezó a hacer tanto efecto en él que, desalentándolo totalmente, no hubo términos que lo pudiesen reducir a que pasase al sitio señalado. Cuando se cumplió el plazo determinado, el indio lo ejecutó con otros de los suyos, y estuvo oculto algunos días, mas viendo que no aparecía el clérigo, volvió a entrar otra noche en Riobamba repentinamente y visitó a su deseado cura, el cual, aunque se ofrecía a condescender con su pretensión, ponía la circunstancia de que había de ser llevando, para su seguridad, algunos seglares, que era lo que los indios repugnaban más; con esta respuesta, no habiendo podido conseguir su fin a fuerza de ruegos y de darle todas las rústicas seguridades de confianza que le dictaba su limitada capacidad, volvió a ausentarse la misma noche, lleno de desconsuelo. El clérigo divulgó luego en Riobamba la segunda visita que le había hecho el indio, y dando aviso del lugar donde le había dicho que le esperaban los suyos, pasaron algunos sujetos a reconocerlo, y encontraron señales ciertas de haber habido gente, pero aunque pretendieron internarse con el fin de descubrir las veredas por donde habían andado los indios, no lo pudieron conseguir, porque a corta distancia perdieron totalmente el rastro.

23. Este caso causó bastante ruido en aquella provincia, y aunque se hace reparable el que se dirigiesen a aquel sacerdote y se hallase enterados de sus buenas costumbres, faltando absolutamente con ellos la comunicación, no lo será si se atiende a que, hostigados de los curas, aniquilados por los corregidores y sentidos del mal trato que se les da en las haciendas, se desaparecen muchos indios, y éstos se retiran a aquellos parajes no conquistados a vivir entre los gentiles, a los cuales informan muy pormenor de todo lo que pasa en los países y pueblos reducidos e indisponen sus ánimos de tal suerte que cada vez se imposibilita más su reducción. De estos que se huyen era el que, por las dos ocasiones, salió a Riobamba, y se dejaba entender porque, además de conocer al clérigo, hablaba con perfección la lengua del inca, que no está en uso entre aquellas naciones.

24. En este ejemplar se halla bastante prueba de la codicia y escandalosa conducta de los curas y del concepto que les es forzoso tener de ellos a los indios por las obras que experimentan. Bien claramente lo dio a entender éste en la expresión de que no querían otro que los doctrinase y gobernase sino a él, porque no los esclavizaría como hacían los demás españoles; ni querían que entrasen con él ningunos otros, temerosos de que, una vez que conociesen el camino, tuviesen ocasión de entrar después en cantidad y apoderarse de sus tierras y personas.

25. La más graciosa oferta de la sencillez y simplicidad de aquella gente, que puede servir de norma para su conocimiento, es la de darle cuantas mujeres fuesen de su gusto. Y nace esto de que, instruidos los indios en que los curas tienen consigo una mujer, del mismo modo que los seglares casados, y con ella una entera familia de hijos, están persuadidos a que este crimen tan horrible es cosa lícita, mediante que ellos y todo el mundo está continuamente siendo testigo de la repetición del sacrilegio que cometen. Y [estos curas] son capaces de causar terror y confusión en el espíritu más agigantado, al ver la libertad y el desahogo con que del lecho de la más horrible culpa pasa uno de aquellos sacerdotes a celebrar el más alto sacrificio que cabe en la imaginación. Cuyo asunto, aunque era más para [ser] llorado con sigilo que para [ser] estampado en el papel, el buen celo y el deseo de que se corrijan desórdenes tan execrables, nos obliga a no disimularlo, y para que se compruebe la demasiada liviandad de aquellos eclesiásticos se nos permitirá asimismo que citemos un caso muy divulgado en toda la provincia de Quito, aunque no fue de nuestro tiempo.

26. En uno de los pueblos de la jurisdicción de Cuenca, cuyo curato pertenece a una de las religiones regulares, se hallaba de cura un religioso de ella, en ocasión que el cacique del pueblo tenía una hija doncella que, en lo que cabe en indias, sobresalía a las demás en perfección. El cura la había solicitado con grandes instancias, pero su mucha honradez le había librado de caer en los torpes pensamientos de que se veía combatida, y el honor con que su padre procuraba portarse la tenía defendida. El cura no se contuvo con los desprecios de la india, y de resultas de ello se declaró con el padre, quien tuvo motivo bastante en la distinguida calidad de su sangre y en ser su hija la única heredera del cacicazgo, para resistir a tan depravados intentos. Viendo el cura que el cacique se declaraba contrario a sus ideas, dispuso un enredo para allanar las dificultades, tan perverso como lo podría inspirar un infernal espíritu, y fue el pedírsela al cacique en matrimonio, suponiéndole, para desvanecer la repugnancia que tanta novedad podía ocasionarle, que pediría licencia a su prelado, con cuya circunstancia le era lícito desposarse, y al mismo tiempo satisfizo aquellas dudas que se le ofrecían al cacique sobre este particular, diciéndole que, aunque esto no se practicaba con regularidad, era porque los prelados se negaban a tales licencias por no quedar gravados en la carga de mujeres e hijos de tanto religioso, que estaban obligados a mantener cuando las concedían, pero que en él no militaba esta circunstancia, porque, hallándose con bienes y caudal bastante para mantener su familia, estaba cierto que no se le negaría, por ser también la amistad que tenía con el prelado muy estrecha; a [lo] que añadió ejemplares falsos y relaciones imaginadas, con lo cual quedó convencido el cacique, y dada la palabra de que se casaría con su hija luego que tuviese corriente la licencia para ello. A este fin, aunque con distinto asunto, despachó inmediatamente un propio al provincial de su religión en Quito, y en el ínterin que volvía dispuso, con el auxilio del compañero que tenía en el curato, una patente falsa en que [se] suponía que aquel prelado le daba licencia para que se desposase; volvió el propio, y pasando el cacique a su casa a saber la resulta, le enseñó la patente y, lleno de contento, le dio el parabién del buen despacho. Aquella misma noche quedó hecho el fingido desposorio, y el teniente de cura hizo la función de párroco, sin concurrencia de testigos ni otra circunstancia, porque para tales casos dio a entender la malicia que no se necesitaban, y desde entonces quedaron viviendo juntos. Los indios del pueblo divulgaron la novedad de haberse casado su cura con la hija del cacique, pero ninguno se persuadió a que hubiese sido con tanta formalidad, y creyendo que sería haberla recibido por concubina, siendo tan común el tenerla, no causó ser entonces novedad. De este modo estuvieron viviendo algunos años, y después de haber tenido varios hijos se descubrió la maldad, y fue castigada con desterrar al religioso de un convento a otro y privarle de las funciones del sacerdocio por algún tiempo. La desdichada india quedó cargada de hijos, y el cacique, lleno de pesar de tanta burla, murió en breve tiempo, y vino a recaer la mayor parte del castigo sobre los que habían menos culpa.

27. La certidumbre de este caso consiste en la memoria que hay de él en aquellos países; en otros donde hubiera más recato pudiera atribuirse a historia fabulosa, pero donde es tan común la desarreglada vida, hay lugar para todo. Nosotros no lo podemos asegurar [a ciencia cierta], pero, por lo que experimentábamos, no se nos hizo repugnante su credulidad, [ya que], siempre que caminábamos, era la regular diversión, en la molestia de la jornada, la conversación con los indios que servían de guías, [la cual estaba] reducida a informarnos de la familia que tenía el cura del pueblo adonde nos encaminábamos, siendo bastante preguntarles el modo de portarse la mujer del cura para que ellos nos instruyesen en el número de las que le habían conocido, los hijos o hijas que tenía en cada una, sus linajes, y hasta las más pequeñas circunstancias de lo que con ellas sucedía en los pueblos.

28. Convéncese por lo que se experimenta en los curatos, que todo el conato de aquellos religiosos en solicitar semejantes empleos se reduce al fin de estrechar a los indios para enriquecerse a su costa y vivir con toda libertad, y así no hay entre ellos quien apetezca los de montaña, que son los de modernas conversiones, cuyos indios, no estando sujetos a algunas obvenciones, los curas no son árbitros para exigirlas y hacer que les contribuyan, como sucede con los otros; y aunque trabajan los indios voluntariamente, entre sus chácaras, una particular que dedican para el cura, como su producto sólo alcanza a lo necesario para mantenerse y no se extiende a atesorar, no es bastante para llenar los ensanches de la codicia. Así, los que van a ellos más es por castigo o extravagancia, o por el fin de hacer este mérito para conseguir después curato de pueblo antiguo, que por el desnudo de emplearse en la educación de los indios. Por lo cual se experimenta que aun estos pocos que admiten tales curatos se pasan la mayor parte o casi todo el año en los pueblos o ciudad donde les parece, y sólo entran a su iglesia una o dos veces para la celebridad que se hace de todas las fiestas del año en el corto tiempo de quince o veinte días, y volverse a salir de ellos luego que las han concluido.

29. Dáseles el nombre de curatos de montaña a los que caen a las faldas de las altas cordilleras de los Andes, en aquellos países que se extienden hacia el Oriente, de la de esta parte, y para el Occidente, de la que corresponde a la otra. El clima de ellos es cálido y húmedo, y por esta razón no muy cómodo para los que están acostumbrados al de la sierra. Esto contribuye a que sean poco o nada apetecibles y a que tengan motivo para no residir en ellos los sujetos que los admiten; pero si los moviera el celo de ensalzar la religión y los estimulara el deseo de que se salvaran aquellas almas, no repararían en las incomodidades ni les sería extraña la diferencia del temple. Pero reducido su conato al ingreso de los bienes temporales y no a la propagación de la fe, se les transforma en dificultades y se les convierte en repugnancia lo que no es vivir con la licenciosa costumbre que tienen entablada en los pueblos antiguos.

30. Habiendo tratado de lo que los curas tiranizan a los indios y de su mala conducta y pervertidas costumbres, podremos entrar a examinar el régimen y gobierno espiritual que tienen para educarlos y para instruirlos en los preceptos de la fe, sobre cuyo particular queda ya advertido que en los días de domingo se les recita la doctrina cristiana, lo cual se hace un rato antes que se diga la misa. A este fin acuden todos los indios, varones y hembras, grandes y pequeños, y juntos en el cementerio o plaza que está delante de la iglesia, sentados en el suelo, con separación de sexos y edades, empiezan a recitarla en la forma siguiente.

31. Cada cura tiene un indio ciego destinado para decir la doctrina a los demás; éste se pone en medio de todos y, formando una tonada que ni bien es cántico ni bien rezo, va diciendo las oraciones palabra por palabra, y el auditorio corresponde con su repetición; unas veces se hace esto en la lengua del inca o de los indios, que es lo más común, y otras en la castellana, que para ninguno de ellos es inteligible; media hora o poco más dura este rezo, y en ello queda terminada toda la enseñanza. De lo cual se saca tan poco fruto, por causa del método que siguen, que los indios e indias viejas, de sesenta o más años, no saben más que los cholitos pequeños, de seis u ocho años, y ni éstos ni aquéllos adelantan nada a los papagayos, porque ni se les pregunta en particular, ni se les explican los misterios de la fe con la formalidad necesaria, ni se examina si comprenden lo que dicen para dárselo entender con mayor claridad a los que por su rudeza la necesitasen, circunstancia tanto más precisa en aquella nación cuanto es menos el estímulo que tienen ellos en sus conciencias para instruirse, y mayor la tibieza propia de sus genios para las cosas de religión. Así, como toda la enseñanza se reduce más al aire de la tonada que al sentido de las palabras, solamente cantando saben por sí solos repetir a retazos algunas cosas; pero cuando se les pregunta en otra forma no aciertan a concertar palabra, y de lo muy poco que saben tienen tan escasa comprensión y firmeza de su sentido, que preguntándoles quién es la Santísima Trinidad, unas veces dicen que el Padre y otras que la Virgen Santísima; mas, si se les reconviene con alguna formalidad para fondear sus alcances, mudan de dictamen, inclinándose siempre a aquello que se les dice, aunque sean grandísimos despropósitos. Todo el cuidado de los curas consiste en que ninguno deje de llevar el camarico que le pertenece, y una vez recogido, que es a lo que se halla presente regularmente para conocer los que dejan de llevarlo y hacerles cargo de la deuda, les parece que han cumplido. Tan regular en este método de doctrinar los indios en todos los pueblos, que aun en aquellos en donde los curas se tienen por más celosos no se practica otro.

32. En todas las haciendas tienen asimismo otro ciego, al cual mantienen de limosna los dueños de ellas para el mismo fin. Y con esto concurren los que pertenecen a cada una, dos días o tres en la semana, en el patio de ella, y a las tres de la mañana, para que no pierdan tiempo del trabajo que deben hacer en el discurso del día, se les repite con el mismo tenor que se observa en la iglesia. Pero ni en una ni en otra parte se les predica sobre la fe ni se practica más diligencia en este asunto.

33. En la primera parte de la Historia de nuestro viaje advertimos ser tan corta la capacidad de los indios, después de tanto tiempo de su conquista, que aun todavía no son capaces, la mayor parte de ellos, de recibir el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, y que entre ciento habrá apenas cuatro o cinco a quienes se les suministre, siendo así que éstos de quien se habla son descendientes de los primeros conquistados. En el lugar citado se atribuye toda la culpa a la cortedad de sus talentos y a la indiferencia con que miran las cosas de la religión, porque allí no [correspondía decir] otra cosa; pero sin apartarnos totalmente de aquella aserción, es preciso convenir en que mucha parte de la ignorancia procede del total descuido de los curas y de la falta de enseñanza, sin cuya ayuda no es fácil que ningún gentil deje los falsos ritos de su religión por no conocer perfectamente el engaño, ni lograr la ilustración su entendimiento con las brillantes antorchas de la fe.

34. A una enseñanza de la doctrina tan pasajera y sin más explicación que el aire, ¿qué inteligencia puede corresponder? Y de una vida tan desastrada y escandalosa como la que se les representa en el espejo del que tienen por padre espiritual y por maestro, ¿qué continencia, qué virtud o qué estímulo a seguir lo bueno se puede esperar? En un pueblo donde estuvo uno de nosotros con toda la compañía francesa, quedó ésta escandalizada de ver que el cura principal estaba viviendo con tres mujeres, hermanas entre sí unas de otras, entre las cuales remudaba, y dos ayudantes de cura (que tenía por ser dilatado el curato) hacían vida maridable cada uno con otra mujer distinta; [de] esto, además de ser tan público como los matrimonios legítimos, pudimos ser más inmediatos testigos de ello, porque todos estábamos aposentados en casa del cura, y vivían también en ella [los] dos coadjutores con sus familias. A vista de esto, ¿cómo será extraño que los indios cometan desórdenes y se hallen arraigados en los vicios de la embriaguez y de la deshonestidad? Lastimosa cosa es lo que allí se experimenta sobre este particular, pero mucho más digna de llorarse la poca enmienda que puede esperarse en ello, porque hecha ya costumbre envejecida la mala vida, es empresa ardua el corregirla.

35. Una dificultad se está viniendo a los ojos sobre lo dicho acerca de tanto desorden, y es que, siendo tan públicos, no tengan corrección por los obispos y prelados [de las órdenes religiosas], en quien se debe considerar un cristiano celo. Mas esto nace de que, cuando hacen las visitas de los pueblos, lo encuentran todo tan arreglado que no hallan qué reformar, porque, siendo vida introducida comúnmente en aquellas partes, es muy rara la persona eclesiástica que no se encuentra comprendida en ella, y así estas culpas no se regulan delito en los curas de los pueblos cuando los primeros que incurren en ellas suelen ser los de la propia familia de los prelados, con sólo la diferencia de que los unos guardan más recato que los otros. En el palacio de uno de los obispos que conocimos en las provincias por donde transitamos, era tanto el desorden con que vivían los de su familia, confiados en la mansedumbre de su prelado y en la sencillez de su ánimo, que no se diferenciaba de las casas de los curas. Y por esto se reduce la visita a examinar los libros de la iglesia para ver si están corrientes; a registrar los ornamentos y a indagar si se les dice la doctrina a los indios en los días que esté mandado, con otras cosas de este tenor, con que queda concluida. En otra parte nos explayaremos más sobre las visitas que hacen los prelados de las religiones en los curatos de sus pertenencias, porque es más propio del asunto que se tratará en ella, siendo preciso advertir que hay tan poco recato en los curas sobre el desordenado régimen de sus costumbres, que no es suficiente temor el de las visitas para que se separen de la concubina, aunque no sea más que por el corto tiempo de aquellos días que dura. A vista de lo cual, ya no puede hacerse reparable que dejen de hacerlo cuando tienen otros huéspedes a quien no deben el temor, respeto y veneración que a aquéllos.

36. Para concluir el asunto de los curas, nos ha parecido conveniente decir algo tocante al régimen de hacer las fiestas de la Iglesia en aquellos pueblos que no tienen curas particulares, el cual es el mismo que se observa en los curatos de montaña, y asimismo daremos razón del estado de sus iglesias. Para esto es preciso suponer que los curatos se componen de varios pueblos, como queda ya explicado en el primer tomo de la Historia de nuestro viaje, tratando de la provincia de Quito, lo cual es regular también en los curatos de las demás provincias del Perú. Unos comprenden más poblaciones que otros, y, asimismo, están más o menos distantes del pueblo principal los anexos, pues hay muchos que están apartados catorce, veinte y más leguas; cuando estos anexos son grandes, mantiene el cura un coadjutor o ayudante de cura, pero no así cuando son pequeños. Séase teniendo coadjutor, o no habiéndolo, las festividades no se hacen en ellos sin la asistencia del cura principal, que va no por la devoción, sino a recoger el producto de ellas, y para que no se haga fraude por su teniente.

37. Cuando se acerca el día del santo a quien tiene el pueblo por patrón, pasa allá el cura con toda su familia, y adornada la iglesia, que está cerrada todo el año en los que no hace residencia algún teniente, empieza la hermandad del patrono (que se reduce a los mayordomos y fiscales) a hacer la primera fiesta, y en los días que se van siguiendo continúan todas las demás, hasta que se concluyen; de modo que, entonces, se celebra, [una en pos de otra], la Pascua de Navidad, la de Resurrección, la de Espíritu Santo, la festividad del Corpus, la de la Virgen, y todas las clásicas que hay entre año. Y, en el término de ocho o diez días, recoge el cura todo lo que en el discurso del año han podido agenciar los indios e indias, y se vuelve al pueblo adonde tiene su residencia, [no retornando] hasta el año siguiente.

38. Consisten las hermandades, como se ha dicho, en los mayordomos y fiscales de ellas, solamente, y los demás indios se consideran cofrades de todas, y como tales, por ser así la voluntad de los curas, hacen elección en los indios que les parece para que tengan aquellos ejercicios en el año siguiente, sin que en todo el intermedio se les ofrezca ocasión de usar de ellos. En los curatos de montaña, por lo regular, como no hay esperanza de tener aquel ingreso, aunque consten de varias poblaciones, sólo se hace en una la festividad, que comprende muchas, y el cura sale de él luego que las ha concluido; entonces confiesa a sus feligreses para todo el año, y bautiza a los que no lo están, dejando encargado al sacristán que eche agua a los que naciesen, cuando se tema peligro en sus vidas, a cuyo fin están instruidos en la forma del bautismo.

39. En los anejos de curatos de conversiones antiguas hay otro régimen algo más regular, y se reduce a que, luego que enferma algún indio y que avisan al cura, pasa éste a confesarlo o envía al teniente de cura (que regularmente mantienen consigo para este fin). Mas como las distancias suelen ser tan largas que a veces necesitan hacer una jornada o dos para llegar al sitio, si el accidente es violento muere el paciente antes que le haya llegado la providencia del confesor. Esto mismo se practica en las haciendas que corresponden a la jurisdicción de cada curato, cuya vecindad compone una población bien capaz, según los indios que la forman.

40. Todo el remedio que se podía aplicar para evitar las extorsiones de los curas, consiste en que se les prohibiese a éstos, no sólo con órdenes reales, sino también con censuras pontificias, y otras penas que pareciesen al propósito, el que hiciesen entre año, ni en su pueblo ni en los anejos, ninguna fiesta a costa de los indios, aunque éstos quisiesen voluntariamente contribuir con su limosna y gasto. Y al mismo respecto, que el cura no pudiese admitir de los indios, ni por modo de regalo, ni con el disfraz de camarico, ni con otro ninguno pretexto, otra cosa más que aquellos derechos de Iglesia justos y precisos, y el huevo del camarico que deben llevar cuando van a oír la doctrina.

41. Y mediante que esto no bastaría para librar a los indios enteramente de las obvenciones que los curas les imponen con la autoridad de tener aún mayor jurisdicción y dominio sobre ellos que los corregidores, o que sus propios amos, sería justo el prohibir que los curas pudiesen nombrar a los indios que han de ser alcaldes, como lo practican en los pueblos cortos, y que tengan sobre los indios ninguna otra jurisdicción, o intervención en ellos, que aquella que les pertenece para su enseñanza y gobierno espiritual, porque hasta el presente se extiende a tanto que tienen ceñida su libertad a su arbitrio, de tal suerte que aun los mismos corregidores no pueden mandarlos sin que los curas consientan en ello. Esta autoridad se han ido apropiando los curas insensiblemente, de suerte que ya se hallan con más despotiquez en los pueblos que la que puede pertenecer a los señores naturales, y de aquí nace el que los indios les tributen todo lo que puede rendir su trabajo, temiendo de su indignación el castigo que regularmente experimentan de ella.

42. Quitada de la jurisdicción de los curas el absoluto mando que tienen sobre los indios, y prohibidos los camaricos y fiestas de Iglesia, sólo resta que prohibirles, con penas muy severas, el que para ningún fin, ni propio ni público, pudiesen emplear a los indios en cosa de trabajo propio, porque los hacen trabajar en todos los ejercicios para que son capaces, y no les pagan nada valiéndose del privilegio de curas para justificar este derecho público, porque se valen de este pretexto para emplearlos en su propia utilidad; en cuyas ocasiones, si legítimamente fuese cosa en que el público se interesase, como sucede en la composición de caminos, puentes y tambos de su jurisdicción, esto debería ser mandado por el corregidor o alcaldes [mayores], y, en su defecto, por el cacique gobernador y alcaldes de los pueblos, y no por el cura, porque a éste no le pertenece, ni es de su estado, el gobierno político y civil de los pueblos, como se lo han apropiado sin más fundamento que el de suponer que los indios no tienen capacidad para gobernarse, pero, pues conocen las extorsiones que padecen, y distinguen lo tiránico de lo justo en lo que los curas y corregidores les hacen contribuir, no son tan incapaces como quieren suponerlos, y si ha corrido así aquel gobierno, y sin contradicción la incapacidad de los indios, es porque en la firmeza de este sentir consiste el usufructo de los que los tienen avasallados.

43. De la reforma de los abusos introducidos por los curas contra los indios, se saca que éstos vivan menos pensionados y que, no siéndoles tan pesado el vasallaje a los reyes de España, se les haga el gobierno menos aborrecible; que viendo desinterés en los curas y celo en ganar sus almas para Dios, sea para ellos más respetable la religión y la abracen con más amor, poniendo más atención en la veneración y comprensión de sus misterios, y más cuidado en guardar sus preceptos; y, últimamente, que estando menos pensionados, les sea mucho más fácil el pagar los tributos reales con puntualidad, y puedan soportar cualquier otra pequeña obvención que la necesidad y la ocasión precisaren a imponerles. Y en conclusión de ello, se debe esperar nazca el servicio de Dios, beneficio al rey y a la justicia, y utilidad a los indios en librarles de las pensiones injustas a los que los tienen reducidos la ambición y la codicia.

44. [No] es desigual a lo que queda dicho, la vigilancia y el amor que tienen los curas al buen estado y adorno de sus iglesias, las cuales están llenas de indecencias, impropias para celebrar en ellas el divino culto, siendo cosa [regular] que el cura críe caudal crecido para gastar y triunfar, y para mantener su casa con toda decencia, y que la de Dios carezca de ella enteramente.

45. Tal es la pobreza en que están la mayor parte de las iglesias de los curatos de indios, que en todo semeja a la que esta miserable gente tiene en sus casas; muchas están medio arruinadas, otras sin techumbre, [o] solamente la hay en aquel corto ámbito del presbiterio; los altares, tan pobres y mal cuidados que no [se] puede llegar a más; los ornamentos, tan rotos, viejos y sucios, que es cosa lastimosa que el culto divino se celebre en paraje tan impropio y con preparativos tales que hacen perder la veneración al sacerdote cuando sale revestido con ellos. Y todo procede de la ambición con que, apropiándose a sí los derechos de fábrica que pertenecen a la Iglesia, nunca llega a suceder que haya con qué repararla, ni con qué mantener siempre los ornamentos en [el] estado que corresponde para un ministerio tan alto como el de celebrar el divino culto.

46. Para que se vea el extremo a que esto llega, podemos asegurar que en un pueblo oímos misa que se decía con una vela de sebo, y habiendo estrechado al cura sobre este particular, dio por solución que en aquellos parajes tan retirados se dispensaba la materia de la vela por la escasez que se padecía de cera. A no haber visto el ejemplar, no pudiéramos creerlo, pero el mismo cura nos aseguró que en todos los pueblos donde la iglesia era tan pobre como en aquél, sucedía lo mismo. Asimismo notamos, como más regular en todos, que, por hacer más corto el gasto de la cera, dicen la misa (en casi todos los pueblos) con una vela solamente, extendiéndose la economía de los curas a tanto que las hacen fabricar como candelillas, y con un pávilo muy delgado, para que duren mucho y se consuma poca cera. ¡Excusando tanto los costos en el divino culto los que sacan tan cuantioso usufructo del curato, y que tan crecida suma desperdician en el desenfreno de sus vicios!

47. También observamos que las luces del depósito del Señor, desde el jueves al viernes santo, a excepción de una o dos que se ponen de cera, son de sebo todas las demás; y lo mismo sucede cuando descubren el Santísimo con el motivo de alguna festividad, siendo así que la cera con que se celebran las misas, y toda la que se usa en estas iglesias, en cera criolla, llamada también cera de palo, y es la que se cría allá, la cual es entre colorada y amarilla, y vale muy poco. Pero su propio precio no basta todavía para que los curas se dediquen a servirse de ella enteramente, abandonando el uso del sebo.

48. Las iglesias de valles no están en la misma conformidad, pues los curas procuran mantenerlas con decencia; sus fábricas materiales son, en lo exterior, vistosas y aseadas, y en lo interior se deja percibir el celo que falta en las otras. No proviene esto de que los curatos de valles sean de más utilidad que los de la sierra, ni de que el país sea más barato, pues antes bien, por el contrario, en todo lo que es valle están las cosas más caras, y no tan abundantes como en la sierra, sino de que los curas de valles han permanecido con más constancia en el celo de sus iglesias, manteniéndolas pundonorosamente con el aseo y decencia que les corresponde, cuando en la sierra se han dejado poseer del descuido enteramente, porque no están tan a la vista.

SESION SEXTA

Dáse noticia del servicio que hacen los indios en varias especies de haciendas para su cultivo y [en] fábricas [de telares]
de la mita, y del gravamen que de ella les resulta a los indios; y, últimamente, del rigor con que se les trata

1. Sin suponer cosa que no sea cierta, ni hacer ponderación que aparte nuestra narración de los términos de la verdad, podemos sentar, como cosa indisputable, que todas cuantas riquezas producen las Indias, y aun su misma subsistencia, es sudor de sus naturales, porque, si bien se repara, con ellos se trabajan las minas de oro y plata; con ellos se cultivan las tierras; ellos guardan y crían los ganados y, en una palabra, no hay trabajo recio en que no se empleen, siendo de todo ello tan mal recompensados que, si se quieren averiguar las gratificaciones de parte de los españoles, no se hallará ninguna más que un continuo y cruel castigo, menos piadoso que el que se ejecuta en las galeras. La religión ya queda visto del modo que se les da, quedando cuestionable en el prudente juicio si, verdaderamente, es o no más culpa de los que la enseñan que de los que deberían admitirla el dejar de tener en ella toda la solidez necesaria de verdaderos cristianos. Si [nos detenemos en] el oro y la plata que adquieren a costa de su sudor y trabajo, nunca llega el caso de parar en sus manos; si [en] los frutos que produce la tierra a espensas de su labranza, o los ganados que guardan y crían, casi nunca o en muy pocas [ocasiones] llega el caso de alimentarse con ellos y, finalmente, si [en] las mercancías que van de España, tampoco se les proporciona ocasión de usar de ellas, pues toda su manutención consiste en el maíz y hierbas silvestres, y su pobre y reducido vestuario se ve ceñido a aquellas rústicas telas que tejen sus mujeres, nada adelantadas a las que usaban en tiempo de la gentilidad. Con que por todas partes se halla verificado que, siendo cuanto producen las Indias efecto del trabajo de sus naturales habitantes, y éstos quien lo contribuyen, son los que menos los gozan y los que menos recompensados se encuentran del afán de sus tareas.

2. Para que se pueda hacer juicio sólido, tanto de lo que queda dicho en las dos sesiones antecedentes, como de lo que comprenderá ésta, es forzoso suponer que la vida y ejercicio de los indios en los corregimientos es conforme a las [riquezas y producción de las] provincias. Porque en aquellos donde hay minas que se trabajan, y no haciendas, los indios hacen mita en parte, y parte de ellos queda reservada del trabajo, alternativamente. Los que en su jurisdicción tienen haciendas y minas, los indios de mita se dividen y se reparten en los dos ejercicios: uno de sacar los metales de las venas de la tierra, y otro de labrarla y darle el cultivo necesario para que produzca los frutos. Los corregimientos que meramente son de haciendas u obrajes (que es lo que allá se entiende por fábricas de telares), en éstos se emplean todos los indios de mita en sus labores y tareas. Y hay también corregimientos en donde los indios no hacen mita, porque las haciendas se trabajan con negros esclavos y no hay minas de labor en aquellos contornos.

3. También es de suponer que los indios a quienes hostilizan los corregidores son los libres, esto es, los que no están de mita, porque los que se hallan empleados tienen bastante pensión con la precisión de cumplirla.

4. Consiste la mita en que todos los pueblos deben dar a las haciendas de su pertenencia, para que se trabajen, un número determinado de indios, según su erección; y lo mismo a las minas cuando, habiéndolas registrado sus dueños, han conseguido que se les conceda mita para hacer sus labores con más conveniencias. Estos indios deberían hacer mita en tiempo de un año y, concluido, restituirse a sus pueblos, porque yendo en su lugar otros a mudarlos, deberían quedar libres hasta que les volviera a tocar el turno. Pero esta formalidad, aunque bien dispuesta por las leyes, no se guarda ya, y así, lo mismo es para los indios el trabajar en mita para el amo de la mina o hacienda, que trabajar de libres para utilidad del corregidor, pues de ambos modos les es igual la pensión. Todos los corregimientos de la provincia de Quito, y los demás que siguen en las otras provincias del Perú hacia el Sur y son de serranía, tienen mita. Todos los de valles, hasta las jurisdicciones de Pisco y Nasca, no son de mita, por no haber en éstos minas de labor, y cultivarse la mayor parte o todas las haciendas que corresponden a valles, con negros esclavos; pero los que comprenden parte de serranía, en la extensión de ésta hacen sus indios mita. Esto asentado, diremos lo que sucede en la provincia de Quito, y de ello se puede venir en conocimiento de lo que pasa en todos los otros [corregimientos], en quienes corre una misma paridad. Y para hacerlo con más formalidad será preciso dividir las haciendas en cuatro clases, que serán: la primera, haciendas de sembradío; segunda, de hatos o vaquerías; tercera, de rebaños, y la cuarta y última, de obrajes. Debiéndose regular las de trapiche, que es una quinta especie, como las de la primera.

5. En las haciendas del primer orden, gana un indio gañán mitayo al año, según el paraje o corregimiento, pero lo regular es de 14 a 18 pesos; y además de esto, le da la hacienda un pedazo de tierra, como de 20 ó 30 varas en cuadro, para que haga en él una sementera, y le presta también los bueyes para que la are, quedando por esta paga obligado el indio a trabajar 300 días en el año, y a hacer tarea en cada uno. Y los restantes 65 se le dispensan por los domingos, fiestas de precepto para ellos, enfermedades u otro accidente que les estorbe el que puedan trabajar, y los mayordomos de las haciendas van apuntando, por semanas, todos los que cada indio ha trabajado, para ajustarle la cuenta al fin del año. No son solamente los indios mitayos los que se emplean en el trabajo de aquellas haciendas, sino también sus mujeres y los hijos capaces para ello, mas no por esto adelantan alguna otra ganancia más que la del igual rigor al que le corresponde al marido por la mita. Emplean a las mujeres y muchachos en la siembra del maíz, papas y otras simientes de plantío, en desherbar toda suerte de sementeras, y en cosecharlas y desgranarlas, y por este tenor en cuantas cosas se ofrecen en las haciendas. Con que es de gran conveniencia para los amos tener, con un criado tan mal pagado como queda dicho, tantos que le sirvan con tal género de sumisión.

6. Este indio, poniéndolo en un medio, paga ocho pesos de tributo en cada año, cuatro [a la mitad]; pues aunque hay parcialidades de indios que pagan menos, hay, por el contrario, otras que contribuyen más. Con que descontados de los 18 que gana, le quedan 10, y rebajando de éstos el costo de un capisayo, que consiste en tres varas de jerga, a razón de a seis reales, le vienen a quedar libres siete pesos y seis reales, con los cuales, y lo que le rinde la chacarita, se ha de mantener él, con su mujer e hijos, ha de hacer las fiestas de Iglesia que le asignare el cura, y se ha de vestir toda la familia. Pero aún hay que hacer otra rebaja, y es que la hacienda le da cada mes una media [fanega] de maíz, y se la cargan por el mismo precio a que vale en la ciudad, sin considerarles [de] menos el importe del flete de su conducción, el cual sube a veces tanto como vale el maíz cuando está barato. Con que, puesto por un precio ínfimo, será a seis reales la medía [fanega], y las 12 que regularmente se le dan en el año componen nueve pesos, con que ya el indio, después de haber trabajado todo el año, habiendo cogido seis fanegas de maíz, un capisayo y lo poco que puede usufructuarle la chacarita, que por ser tan poco es preciso que la hacienda le socorra con la media de maíz mensual, queda adeudado en un peso y dos reales. Pero aún no es esto lo más, sino que si (como hemos visto suceder) acierta a morirse en el páramo alguna res, la llevan a la hacienda y, para que no se pierda su valor, la reparten entre los indios, y aunque se les carga a precio moderado, siempre es cara, pues suele estar de tal suerte que sólo para dejar-la a los irracionales era buena.

7. Si la desgracia quiere que se le muera al indio algún hijo, o la mujer, o tiene alguna de las funciones de Iglesia a que los fuerzan los curas, entonces es menester que contraiga otro empeño con el dueño de la hacienda para que le supla lo que necesita; con que al cabo del año está adeudado en tanto o poco menos como lo que gana, sin haber entrado dinero en su poder, ni cosa que lo valga, y entonces pretende adquisición de derecho el amo sobre él, y no lo deja hasta que le pague la deuda; pero a proporción que le sirve, se acrecienta más y queda hecho esclavo por toda la vida él, y los hijos después que muere el padre.

8. Queda dicho que hay unos indios que pagan más por el tributo que otros, y en este particular son los menos pensionados los que pertenecen a encomiendas; pero esto no redunda de ninguna manera en beneficio de los indios, como debería ser, sino en provecho de los amos, porque a proporción les pagan menos salario por la mita, sin otro fundamento ni motivo que la de no tener tanto que satisfacer los indios por los tributos, cuando está patente a la razón que el tenerlos moderados la piedad de los soberanos, no es con otro fin que el de concederles a los mismos contribuyentes un privilegio por el cual les quede menos pesada la carga de esta contribución.

9. Otro rigor se practica con aquella gente, que aun para con los irracionales parecerá irregular y despiadado. Y es que el año que vale el maíz a tres o cuatro pesos por haber sido estéril, todos los frutos se aumentan en proporción, pero no así el salario de los mitayos, y como aquella simiente, que es su único sustento, tiene estimación y sus dueños desean convertirla en plata, dejan de darle a los indios aquella cantidad con que los socorren cuando está abundante, porque ni sus salarios alcanzan a la paga de su importe, ni los indios tienen otros bienes ni caudal con que comprarla fuera de los que produce su trabajo personal, y abandonados sin caridad a la miseria, los dejan perecer de necesidad. Esto se experimentó así en la provincia de Quito los años de 1743 y 1744, en que fue grande la escasez que hubo de estos granos, y mayor la impiedad con que los amos trataron a los mismos indios que les cultivaban las haciendas, a los cuales les suspendieron los socorros totalmente, y de aquí provino el ser muy considerable la mortandad de indios en todas las haciendas, además de la excesiva que experimentaron los pueblos, que los dejó casi asolados.

10. La producción de aquellas cortas chacaritas que siembran los indios, se reduce a un poco de maíz y algunas papas, en tan pequeña cantidad que en sí, en las gallinas y en otros animales que crían sus mujeres, lo consumen a proporción que toman sazón. La ocasión única en que prueban carne [en] todo el discurso del año es, como queda advertido, cuando se muere alguna res y se recoge antes que los cóndores o buitres la hayan concluido; su calidad ya se puede inferir, pues además de ser mortecina, suele ya tener tan mal olfato que es del todo insoportable. Y lo más tiránico en este asunto es que el que no la recibe voluntariamente, la ha de tomar por fuerza, y tal vez si pone en ello repugnancia, suele emplearse en él, a este fin, el castigo.

11. Los indios que hacen mita en las haciendas del segundo orden, [es decir, las] de hato o vaquería, suelen ganar alguna cosa, aunque corta, más que los gañanes, pero, a correspondencia, es su trabajo mayor. Hácesele cargo en estas haciendas a cada indio de un determinado número de vacas para que tenga cuidado de ellas, y de su leche ha de hacer los quesos que están regulados por cada una, los cuales se le entregan al mayordomo el último día de la semana, y éste los recibe por peso, con tanta prolijidad y rectitud que todo lo que falta del peso que deben tener es de cargo para el indio, siendo así que, aunque en parte puede provenir la falta de haberse aprovechado de alguna parte de la leche, por lo regular es dimanada de que las vacas no dan siempre una misma cantidad, o de que el descuido que pudo haber con algunas crías, la disminuyó. Sin considerar nada de esto, se le va aumentando el cargo a los indios, con tanto exceso que, al cabo del año, cuando deberían concluir la mita y quedar libres, se hallan más esclavizados que nunca, porque no teniendo con qué satisfacer aquella imaginada deuda, se ven precisados a continuar sirviendo a la hacienda, que es a lo que se reduce todo el recurso que les queda en semejantes casos. Este asunto lo indagué bastantemente en aquella provincia, y, por un sujeto que había manejado mucho tiempo las haciendas más cuantiosas que hay en ella, supe, con no pequeña admiración, que cuando entraron estas haciendas en [su] dirección, montaba la deuda de que se les hacía cargo a los indios más de 80.000 pesos [en] todo, sin que ellos hubiesen corrido con la venta de lo que las vacas producían, ni tenido otra incumbencia más que la de guardarlas y hacer los quesos que podían dar con su leche.
12. Parece que las deudas de estos indios, tanto en éstas como en las primeras haciendas, siendo gente que está insolvente, quedan reducidas a puras aprehensiones de la idea, y que de ellas es poco o ninguno el perjuicio que se les sigue a los indios. En parte sucede así, y en parte es al contrario. Es perjuicio para los indios estar adeudados con la hacienda, porque todo cuanto en particular pueden criar o agenciar, después de haber cumplido con el trabajo de su obligación, se levanta con ello el dueño de la hacienda por cuenta de la deuda, y cuando no lo hacen ellos por sí voluntariamente, los cargan de nuevos trabajos para que se desquiten, sin que nunca llegue este caso de estarlo totalmente; [pero] no es gravamen para ellos el quedar esclavizados por toda la vida en la hacienda, porque si se restituyeran a sus pueblos no estarían menos pensionados con la carga de los corregidores. A no ser así, y equivaler casi el gravamen y extorsiones de éstos a las de los dueños, sería injusticia grande el que no se mudasen cada año, porque estando en sus pueblos vivirían aquel tiempo con libertad, y ganarían para mantenerse con formalidad, ya fuese en el jornal diario o empleándose en los mismos ejercicios en que se ocupan los que permanecen en ellos, cuyas utilidades bastarían para sobrellevar, sin demasiado fastidio, la pensión de los tributos y la carga de la mita, pero de este desahogo se les defrauda por la insaciable codicia de los que los gobiernan.

13. En las haciendas del tercer orden, que son las de rebaños, gana cada indio pastor 18 pesos, teniendo a su cargo una manada completa, y si tiene dos, gana algo más, aunque no el doble, como correspondería. Estos indios, que parece deberían ser los más bien librados, no están menos sujetos a la esclavitud que los demás, porque, siendo responsables de las manadas, se les hace cargo de todas las ovejas que les faltan al cabo del mes, a menos de que las haya entregado muertas, lo cual es tan difícil para ellos que es inconsideración la de pretenderlo, porque los parajes en donde estos indios pastean y habitan con sus manadas son en lo interior de los páramos, entre aquellas cañadas que forman entre sí las lomas y cerros de ellos, totalmente despobladas de otra cosa sino es de las ovejerías. Las caserías principales de estas haciendas suelen distar de aquéllas tres o cuatro leguas, y como en éstas se hacen también sementeras y son los mismos indios pastores los que se emplean en sus labores, es preciso que para atender al cultivo de las tierras dejen encomendados los rebaños a su mujer o hijos, no más grandes que de cinco a seis años, porque en teniendo suficiente edad para poderse ocupar en algo, trabajan en beneficio de la hacienda; con que, en el ínterin que está ausente, suelen morírseles algunas, quedando extraviadas en lo inculto y dilatado de aquellos páramos, y si tiene la desgracia de no encontrarlas cuando las echa [de] menos y las busca, se le hace cargo de ellas al cabo del mes, cuando se cuenta su manada, y sólo se le pasan en cuenta las que entrega vivas y muertas. Pero aunque nunca le obligara la hacienda a dejar la manada entregada a su mujer, no pudiera haber justicia que les condenara a la paga, mediante que es uno solo el que cuida de toda la manada, y tales los arajes de aquellos páramos que no es dable seguir con a vista todo el rebaño por entre quebradas, ciénagas, pajón y ladera; ni tampoco es evitable por el que las guarda el librarlas de las garras de los cóndores, pues, como sucede muy de continuo, y se ha referido en el primer tomo de la Historia de este viaje, a vista del pequeño cholito que guardaba una manada, y a la mía, bajó violenta una de estas aves, y haciendo presa en un cordero, se remontó con él sin que lo contuvieran los gritos del muchacho ni los ladridos de los perros.

14. Para que se vea más claramente la injusticia con que se trata en todo a los indios, se nos permitirá que comparemos aquellos indios pastores con los de acá de Europa, y la considerable diferencia de los unos a los otros servirá de prueba a lo que queda dicho.

15. Una manada de ovejas se regula en España por 500 cabezas, y para guardarla mantiene su amo un pastor y un zagal, que son dos hombres. En Andalucía gana el pastor 30 reales al mes, que son al año 24 pesos, y el zagal 20 reales, que componen 16 pesos, y unos y otros hacen 40 pesos; pero además de este salario, los ha de mantener el amo de pan, aceite, vinagre y sal, y ha de mantener los alanos, les ha de dar jumentos para llevar el hato, y, así que pasan de tres manadas, ha de mantener un rabadán para que continuamente las cele todas, el cual gana más salario que los pastores, y el amo le provee de caballo. En el Perú se regula cada manada por 800 a 1.000 cabezas, y se guarda con un solo hombre, que es el ovejero (conforme allí los llaman); éste no gana más que 18 pesos al año, de los cuales se ha de mantener él, su mujer e hijos, y los perros que le han de ayudar a cuidar del rebaño; pero de estos 18 pesos se ha de descontar el tribu-to, que siendo ocho pesos, puesto en un medio, sólo le quedan 10 para todo lo demás, y su amo no le da ninguna otra cosa. No se puede atribuir la cortedad de estos salarios a baratura de la tierra, pues, bien por el contrario, todo es en ella incomparablemente más subido de precio que en España. Lo mismo sucede en las otras suertes de haciendas, con que, sin escrúpulo, se puede asegurar que un país donde cuanto se come y viste es caro, se particulariza en ser el servicio de sus naturales barato con extremo, lo cual no puede suceder de otra forma sino vistiendo ellos tan reducidamente como se anotó en el mismo tomo de la Historia ya citado, manteniéndose con las hierbas silvestres del campo, y con maíz tostado o un poco de cebada molida, sin más aderezo ni composición que la de la harina.

16. En el cuarto y último orden de haciendas, que son los obrajes, parece se refunden todas las plagas de la miseria; allí se juntan todos los colmos de la infelicidad y se encuentran las mayores lástimas que puede producir la impiedad. Bien conocido ha sido esto de los ministros que ha tenido España y, en su consecuencia, se han tomado las más serias providencias que ha podido dictar la razón y aconsejar la justicia, pero la lástima ha sido que la libertad de aquellos países no ha dado lugar a que hayan tenido la debida observancia, según iremos viendo.

17. Son los obrajes un conjunto de las otras tres clases de hacienda y, fuera de las tierras que se cultivan, de las vacadas y de los rebaños, son las fábricas en donde se tejen los paños, bayetas, sargas y cosas de lana, que en todos los reinos del Perú se denominan con la voz de ropa de la tierra. En los tiempos pasados solamente había obrajes de cosas de lanas en la provincia de Quito, pero ya en los presentes se han establecido en las demás, aunque lo que se fabrica en las otras que están al sur de la de Quito son pañetes y algunas bayetas y jergas, debiéndose considerar aquéllos como paños muy ordinarios; pero hay provincias, como la de Cajamarca, donde se hacen tejidos de algodón y hay obrajes para este fin.

18. Para formar un perfecto juicio de lo que son los obrajes, es preciso considerarlos como una galera que nunca cesa de navegar y continuamente rema en calma, alejándosele tanto el puerto que no consigue nunca llegar a él, aunque su gente trabaja sin cesar con el fin de tener algún descanso. El modo de gobernarse los obrajes, el trabajo que tienen en él los indios a quienes comprende esta desgraciada suerte, y el riguroso castigo que experimentan aquellos miserables, aún puede ser que exceda a la comparación que se ha hecho, después de bien considerado.

19. Empieza, pues, el trabajo de los obrajes antes que aclare el día, a cuya hora acude cada indio a la pieza que le corresponde, según su ejercicio, y en ella se les reparten las tareas que les pertenecen; pero luego que se concluye esta diligencia, cierra las puertas el maestro de obraje y los deja encarcelados en ella. Al mediodía abre para que las mujeres de cada uno les entren la pobre y corta comida con que se han de sustentar, lo cual dura muy poco tiempo, y vuelven a quedar encerrados; a la noche, cuando ya la oscuridad no da lugar a que puedan trabajar, entra el maestro de obraje a recoger las tareas. Aquellos que no las han podido concluir son castigados con tanta crueldad que no es comprensible, y hechos verdugos aquellos hombres impíos, descargan a cientos los azotes sobre los miserables indios, porque no saben contarlos de otra manera, y, para conclusión del castigo, los dejan encerrados en la misma pieza o los ponen en el cepo de la que sirve de prisión, pues aunque toda la casa lo es, tienen lugar determinado con [cormas] para castigarlos más indignamente que [lo que] se puede hacer con los esclavos. En el discurso del día, hace el maestro de obraje, su ayudante y el mayordomo varias visitas en cada pieza, y el indio que encuentran descuidado en algo es inmediatamente castigado en la misma forma, con 100 ó 200 azotes, y prosigue después su trabajo hasta que es hora de dar de mano, y entonces se suele repetir en él el castigo.

20. Esto se ejecuta cotidianamente con los indios mitayos de los obrajes, y el castigo no les sirve de indulto para dispensarles la satisfacción de la deuda, pues, asentándoseles todas las faltas de tareas que hacen, permanecen obligados a completarlas al fin del año. Y así, sucesivamente, de unos en otros se acrecienta la deuda cada vez más y más, y con visos aparentes de razón se hace poderoso el derecho del amo para esclavizarlos, y lo quedan para siempre con todas sus familias. Aun todavía se tratan estos indios con algún amor y caridad respecto de lo que se ejecuta con aquellos que los corregidores condenan a los obrajes por haber dejado de pagar el tributo con puntualidad cuando les hacen cargo de él, y muchas veces [como ya se ha dicho] sin deberlo legítimamente. Estos indios ganan al día un real; medio se les retiene para pagar al corregidor, y el otro medio se asigna para su manutención, lo cual no es suficiente para un hombre que trabaja sin cesar todo el discurso del día. Y en prueba de ello, imagínese qué podrá comprar por medio real de plata, en aquel país, que sea capaz de sustentarlo, cuando ni aun tienen suficiente para la chicha, cuya bebida es tan necesaria en los indios, por hallarse acostumbrados y como connaturalizados con ella, que los alimenta y fortalece tanto como lo que comen. Además de esto, como el indio no es dueño de salir de aquella prisión, se ve precisado a tomar lo que el amo le quiere dar por aquel medio real; éste, con la autoridad de tal y el fin de no desperdiciar nada, aprovecha en ellos el maíz o cebada que se le ha dañado en las trojes, las reses que se le mueren e infestan el aire y, a este respecto, lo más malo y despreciable de sus frutos. De esto nace que aquellos indios enfermen al poco tiempo de estar en aquel lugar, y consumida su naturaleza, por una parte, con la necesidad, por otra, con la repetición del cruel castigo y, por otra, del mismo accidente que contraen con la mala calidad de su alimento, mueren aún antes de haber podido pagar los tributos con los jornales que hasta entonces han devengado. El indio pierde la vida y el país aquel habitante, de lo cual se origina la disminución tan grande que se reconoce de esta gente.

21. Tal es la lástima que causan cuando los sacan muertos, que conmoviera a compasión a los más despiadados corazones: sólo se ve en ellos un esqueleto que está diciendo la causa y motivo de haber perecido. Y la mayor parte de éstos mueren en los mismos obrajes con las tareas en las manos, porque aunque se sientan indispuestos y lo den a entender en los semblantes, no es bastante para que aquella tirana gente que los tiene a su cargo, los exceptúe del trabajo o procure su remedio antes, pues, acostumbrados a mirarlos con todo aborrecimiento, si los envían al hospital es cuando sus fuerzas están tan decaídas que fallecen sin llegar a él, y son felices los que tienen resistencia para ir a morir dentro de él. Por esto causa más temor en los indios el que los pongan en los obrajes que ningún otro castigo de los rigurosos que ha inventado la impiedad contra ellos; las indias, sus mujeres, empiezan a llorar su muerte desde el instante que los condenan a esta pena; los hijos hacen lo mismo respecto de los padres, y éstos por sus propios hijos no les queda recurso que no tomen para libertarles, y llega su desconsuelo al último extremo cuando sus diligencias no producen el efecto que desean. Y con sobrada razón se explica tanto su sentimiento, a vista del suplicio adonde ver conducir a las personas a quienes les recomienda el cariño y la unión del parentesco; entonces dirigen al cielo sus clamores, cuando en la tierra, hechos todos contrarios suyos, y sin atender a ninguna razón los que deberían atenderlos, los dejan abandonados a tanta infelicidad.

22. Diráse que el poner en los obrajes a los indios cuando dejan de pagar los tributos reales es necesario recurso para resarcir la pérdida, y por lo tal, se les permite que lo ejecuten así a los corregidores u otras personas que tengan esta cobranza a su cargo. Pero las Leyes de Indias, ni las estrechas órdenes de nuestros soberanos cerca de su observancia, ni disponen que se trate a los indios con crueldad tan grande como allí se practica, antes ordenan lo contrario, ni pudieron ser bastantemente circunstanciados los informes en que se fundaron para convenir en la asignación de una paga de jornal tan limitada, pues siempre atenderían los soberanos y sus Consejos a que, con la que se les hiciese a los indios en los obrajes, tuviesen para mantenerse y les quedase con qué irse descargando de la deuda. En el pie que al presente están, no se consigue ni uno ni otro, y así, mal pudo ser ésta la intención de semejante instituto.

23. El arbitrio de condenar los indios a estos abominables lugares se ha hecho tan común, que ya se destinan a la muerte civil de ellos por otros muchos asuntos. Una deuda corta y particular es bastante para hacerlo, y de autoridad propia les impone este castigo cualquiera particular; en los caminos se encuentran indios amarrados de los cabellos a las colas de los caballos, conduciéndolos a los obrajes los mestizos y la demás gente vil que puebla aquellos países, y tal vez por delitos tan leves como haberse ausentado de la dominación del que los lleva, huyendo de las crueldades que usan con ellos. Y aunque se quiera esforzar la tiranía con que trataban a estos indios los encomenderos en los principios de la conquista, no me persuado yo llegase a la que ahora ejecutan en ellos españoles y mestizos; y si entonces se servían de ellos como esclavos, tenían un solo amo en el encomendero, mas, en lugar de éste, se han [instituido] el corregidor, el cura y los dueños de las haciendas, que los tratan con más inhumanidad que la que se puede tener con los esclavos.

24. Estas noticias han llegado a la inteligencia de los soberanos y al conocimiento de sus celosos ministros en otras ocasiones antes que ésta, y en su consecuencia se repitieron las órdenes, prescritas desde mucho tiempo antes, para que se hagan visitas de obrajes por ministros de buena conciencia, integridad, justicia y desinterés, a fin de que, reconociendo el modo con que en ellos se trata a los indios, se reformase todo lo que es contra ellos, y se hiciese castigo severo en los dueños de obrajes que lo mereciesen. Pero todo el acierto de tan admirables disposiciones no ha podido producir, para aquella gente, el éxito favorable que correspondía, porque nunca han llegado a tener efecto las visitas y, por consiguiente, ni la reforma en la tiranía. Y aunque, entre las muchas personas de mala conciencia no han faltado otras que, con cristiandad y celo desinteresado, lo pretendieron ejecutar, encontraron en ellos tan altos montes de dificultad que, no acomodándose a recibir las crecidas sumas en que se indultaban los dueños de obrajes (como regularmente lo hacen los demás), se vieron precisados a abandonar la empresa sin concluirla. Sobre lo cual podrán servir de ejemplo los dos casos siguientes.

25. Proveyó el rey que está en el cielo, el señor don Felipe V, en uno de los corregimientos del Perú al padre José de Eslava (entonces seglar), hermano del virrey actual del Nuevo Reino de Granada, don Sebastián de Eslava, y de don Rafael, que fue gobernador de Castro Virreina y presidente de Santafé. LLegó este caballero al Perú en ocasión que le faltaba algún tiempo al corregidor a quien iba a suceder, y hecho capaz el virrey que gobernaba entonces aquellos reinos de sus singulares prendas, le nombró con grande acierto por juez visitador de los obrajes de la provincia de Quito, para que se ocupase en esto ínterin que se acercaba el tiempo de tomar posesión en su corregimiento. Llegó a Quito con esta incumbencia, y desde aquella ciudad, donde le visitaron todos los interesados en los obrajes, empezaron a persuadirle que se redujese al método que se había seguido hasta entonces y que no pretendiese innovarlo, el cual consiste en recibir de cada uno los regalos de dinero que le hacen, y formar una papelada llena de falsedades para que conste por ella lo que no se ha hecho, y que queden las cosas en el mismo estado, y las tiranías en su tenor. El desinterés y justificación de este caballero eran grandes, y aunque no muchos sus años, procedía en todo con sobrada madurez, y conociendo con ello la fuerza de aquella maldad y sus lastimosas consecuencias, despreció unos consejos tan depravados y, resuelto a gobernarse con integridad y limpieza, salió de Quito y se dirigió hacia el corregimiento de Otavalo, que es el primero que se sigue a aquél por la parte del Norte, con el ánimo de dar principio a su comisión y de hacer justicia a todos. Llegó a una hacienda [ cuyo nombre es Guachala,] que está al principio del llano de Cayambe y, por ser de obraje, quiso empezar desde ella las diligencias de su visita; el dueño de esta hacienda le recibió con mucho agrado y grandes aparatos de obsequio, y puesto de acuerdo ya con los demás dueños de obrajes de aquella jurisdicción, les pasó aviso de estar el juez en el suyo, con cuya noticia pasaron todos inmediatamente a ella a cortejarlo y llevarle al mismo tiempo algunas talegas de plata que habían juntado entre sí con el fin de prevenirlo con este presente, ganándolo por tal medio a su partido, y que no hiciese en su visita más diligencia que la de ceñirse a sus voluntades. Empezaron a tratar con él descubiertamente, mas viendo que no eran fáciles de conseguir sus intentos porque rechazaba el dinero y permanecía en el ánimo de hacer la visita con la formalidad que pedía el negocio, pasaron a ser amenazas los cortejos, y, quitando el embozo, le dieron a entender el peligro en que ponía su vida si continuaba en el camino o intentaba hacer alguna diligencia. Contenido con esto el celo eficaz de este juez, a vista de los temores que le infundían y de su falta de poder para hacerse respetar, se vio precisado a ceder, aunque sin manchar su integridad con la vileza del cohecho, ni gravar su conciencia disimulando las injusticias que se cometían contra los indios, pues, desengañado con las circunstancias de este caso, se volvió a Quito sin detenerse allí más tiempo, y yendo a aposentarse al colegio de la Compañía, pidió la sotana, sin hacer caso del corregimiento, ni de otros empleos de aquellas partes, porque quedó convencido de que en todos ellos quedaba gravada la conciencia si se procedía conforme al método del gobierno ya entablado en aquellos reinos, y [se hacía] peligrosa la vida si se pretendían reformar sus desórdenes.

26. Este sujeto fue de los mayores amigos que tuvimos en aquella ciudad, y con este motivo nos refirió el caso en varias ocasiones, cuando se ofrecía hablar de la tiranía con que se trata allí a los indios. Estuvimos a su muerte, que fue vaticinada por él mismo, y en toda su vida dio ejemplo muy singular, con una sólida virtud, no sólo a la Compañía, sino a cuantos le conocieron, por cuyo medio, y el de los grandes talentos que le ilustraban, se hizo acreedor de las mayores estimaciones, y de que su religión le venerase como lo merecía la santidad de sus costumbres.

27. Después de que tomó la sotana de la Compañía dio cuenta al virrey de lo que le había pasado y de su nuevo y más acertado estado, como asimismo del desengaño que acababa de recibir y [de] que estaba persuadido a que en todos los empleos de aquellas partes se obraba con igual riesgo, siendo la codicia la directora de la conducta en ellas.

28. Casi lo mismo sucedió algunos años después con don Baltasar de Abarca, a quien lo confirió la misma visita el marqués de Castelfuerte. Este sujeto, con quien tuvimos comunicación en Lima, donde ocupa el empleo de teniente general de la Caballería de aquellos reinos, poco después de haber llegado a Quito, y aun antes de empezar las diligencias de su comisión, se vio precisado a huir ocultamente de aquella provincia y volverse a Lima, porque, con el rumor que [se] había divulgado de que pasaba a visitarlos, intentaban los dueños de obrajes darle muerte cuando lo hallasen desprevenido, cuyo peligro no le dio tiempo ni aun para instruirse de lo que pasa en ellos y poderle dar aviso al virrey. A vista de esto (que se experimenta en todos los que no se convienen a la admisión de los inicuos obsequios), ¿qué remedio son las disposiciones con que el monarca desea patrocinar y amparar [a] aquella pobre gente? ¿De qué fruto es que los virreyes no se descuiden en nombrar jueces y que las audiencias den a estas provisiones su debido cumplimiento? ¿Ni qué adelantamiento para los indios el que recaiga el nombramiento en persona justa y desinteresada si no se consigue el que se cumplan los preceptos del soberano, que se obedezcan las órdenes de los virreyes ni que la justificación de los jueces logre ocasión de emplearse en favor de los indios? Todo lo cual proviene de que si hay unos ministros en aquellas partes que se declaren por la justicia, otros lo son en contra y otros indiferentes; éstos y aquéllos dejan de dar los auxilios necesarios cuando llega la ocasión, o si los dan es con tanta tibieza que infunden ánimo y confianza en los interesados para que hagan oposición a lo que no les tiene cuenta, y el cohecho, que por una parte no puede hacer su efecto, aplicado a otro lado lo produce con el éxito que no debiera.

29. Es común sentir de todos aquellos países, y particularmente en los de la sierra, el de que si los indios no hicieran mita serían perezosos y no se podrían trabajar las haciendas, cuyo supuesto es totalmente incierto, como haremos ver. Pero qué pueden decir los que tienen su interés en que haya mita sino que sin ella no se podrían mantener las Indias, [o] que si los indios no tuvieran esta sujeción se sublevarían, pues suponen que el no hacerlo es por lo muy oprimidos que los tienen los españoles. Estas y otras semejantes falsedades fabrica la malicia para disculpar la tiranía; pero, supuesto que sea como ellos pretenden, ¿qué ley ni qué razón puede haber para que no se les dé lo necesario para el sustento y a que se quiera que trabajen como esclavos? ¿Ni qué política puede condescender en que se haga así? Ninguna debemos considerar sino es que, encubierta la verdad con la falacia de los fingidos informes que se envían de allá (de que en parte somos testigos sobre algunos asuntos), se proceda con la inocencia de que son ciertos, y [hechos y remitidos] con el anhelo y fin de mirar por el bien común y subsistencia de aquellos reinos. Pero, para que se vea la malicia con que vienen los informes de allá, ponderando la pereza y lentitud de los indios, volveremos la atención a las haciendas que no tienen el beneficio de la mita, o donde es corto el número de mitayos. ¿Dejan éstas de trabajarse por eso? No, por cierto; pues con alguna más costa que las otras, todos tienen los indios que necesitan, sin otra diferencia que la de recibirlos a jornal diario, y en esta forma les pagan un real por cada día, y siendo paga tan corta, que bien considerada no les alcanza para sustentarse ellos solos, con todo no la desprecian, y siempre que tienen ocasión y no trabajo particular propio en qué ocuparse están puntuales a ganarla. Con que esto prueba que trabajarían, aunque no se les precisase a ello por el medio de la mita. Pero el caso está en que, recibiendo las haciendas indios a jornal diario los trescientos días del año, importarían 37 pesos y cuatro reales, y con esta cantidad no tendría el dueño de la hacienda más que una persona que le trabajase, cuando con la mita, dándoles menos de la mitad a cada uno, en los 18 pesos tienen, además de la rebaja del precio, que es tan considerable, el beneficio de servirse de una familia entera.

30. No se opone lo que acabamos de decir a lo que se ha dado a entender en el primer tomo de la Historia tocante a la naturaleza, propiedades y costumbres de los indios. Es evidente que son flemáticos y que cuesta [un] triunfo el hacerlos trabajar, pero en parte nace esto de que toda aquella nación está tan displicente y agraviada del trato que recibe de los españoles, que no es mucho el que todo lo hagan de mala gana. Y si no, considérese si dentro de España se instituyera el régimen de que los ricos obligasen a los pobres a que trabajasen en su beneficio sin recibir paga alguna, ¿qué voluntad tendrían [éstos] para hacerlo? [Y eso] dejando aparte la mucha menor que debe infundirles el continuo castigo con que los martirizan, sólo capaz de ser sufrido de una nación tan poco advertida como ella, o de los que, aherrojados, los sufren por necesidad, por ser correspondiente a sus delitos.

31. No es dudable que en los tiempos presentes demuestran los indios muy poca afición al trabajo, y no se puede negar que, por lo natural, son lentos, dejados y espaciosos. Su pereza se debe, empero, poner en un grado tal que, cuando conocen utilidad propia, no les sirve de estorbo. Están instituidas las reglas de gobierno y economía de aquellos países sobre un pie tan malo para los indios que, siendo igual el ingreso que resulta a favor de éstos trabajando o dejándolo de hacer, no se debe extrañar el que su flaqueza se incline más al lado de la pereza que al de las labores, siendo esto cosa natural en todos los hombres. Pues si se examinan las naciones más cultas del mundo, no se hallará, entre todas, alguna que se aplique a hacer obras sin el incentivo de algún adelantamiento, y aun aquellas que advertimos más laboriosas son las que más se estimulan de la utilidad. Para los indios es lo mismo ganar dinero a costa de su sudor y fatiga que no ganarlo, porque el interés que les resulta de ello es tan pasajero en sus manos que nunca llega el caso de que lo perciban, y la utilidad se queda en ideal para ellos, porque cuanto más trabajan y agencian, tanto [más rápidamente] pasan, sin hacer detención en su poder, al de los corregidores, al de los curas y al de los dueños de las haciendas. A vista de esto ¿quién habrá que con razón acredite a los indios de flojos y perezosos, y no a los españoles de aquellos países de tiranos, impíos y codiciosos?

32. Parece que es forzar demasiado la defensa de los indios el disculparlos y atribuir a los españoles la causa de su inaplicación, pero los ejemplares de la antigüedad nos acreditan el juicio y los modernos lo confirman con cuanta seguridad se puede imaginar. Si volvemos los ojos al tiempo de su gentilidad nos confundirán las muchas obras que hicieron, tan dignas de admiración que, aun en los tiempos presentes, no acertamos a discernir el cómo pudieron ejecutar cosas tan maravillosas. Dejemos aparte las que refieren las historias por si acaso su misma magnificencia les ha podido conducir a la sospecha de incierta, y sírvanos de ejemplar lo que, en los tiempos presen-tes, puede registrar la vista en los vestigios de aquellas obras que todavía permanecen, con los cuales tendremos materia suficiente no sólo para desvanecer la injusta opinión en que se les tiene, si [no] para acreditarlos de laboriosos y aplicados. La muchedumbre de acequias y su prolija industria ¿no lo da a entender así? Pues para aprovechar un pedazo de tierra, que era inútil sin el beneficio del riego, sacaban una acequia y, ladereando cerros para salvar las formidables quebradas que embarazaban su más próxima dirección, hacían que rodease el agua 30 y más leguas, según lo pedía la disposición del terreno, hasta que conseguían su premeditado fin, y con este [agua] cultivan aquel pedazo de tierra y lo hacían fecundo. Estas obras, que verdaderamente son grandes, quedaron desde entonces perfeccionadas para que, en los tiempos presentes, sirvan a los españoles, y aunque lo digamos con sentimiento, son los mismos españoles de aquellas partes quienes, con lamentable descuido, han dejado perder muchas que ya les hacen falta, sin que se reconozca obra de esta especie que no sea hecha antiguamente.

33. Los puentes, las calzadas y los caminos de todo el Perú fueron fabricados por los indios gentiles con gran prolijidad, y el descuido de los nuevos habitantes ha dejado perder la mayor parte. ¿En qué reino, por culto que sea, se verán caminos que, en más de 400 leguas de largo, observen una misma anchura y tengan guardados sus costados con murallas o paredes de suficiente grueso y ancho, sino en aquellos, donde a retazos se conservan en algunos parajes la memoria de esta gran obra y al mismo tiempo la de nuestro descuido? Los tambos que todavía existen en todo lo que se extiende la provincia de Quito y en las demás de serranía, ¿no son señales ciertas de que no vivían tan entregados al ocio sus moradores, que no lo sacudiesen para todas aquellas cosas que podían contribuirles a la comodidad? Los palacios, los templos y otras obras de que se ha hecho mención en la primera parte de la Historia no permiten, sin hacer injusticia a aquella nación, el que sea tenida tan del todo en la reputación de floja a inaplicable, cuando ellas prueban lo contrario. Examinemos ahora del modo que se portan en los presentes tiempos y se verá que, aun en éstos, no dejan de trabajar y de aplicarse a lo que les tiene cuenta.

34. Todos los indios libres cultivan las tierras que les pertenecen con tanta aplicación que no dejan retazo ninguno desperdiciado. Es cierto que son cortas sus chácaras, pero nace de que no tienen más tierras, y no de que les falte cuidado y celo para hacerlas producir. Los caciques, que tienen algunas más, hacen sementeras formales, crían ganados según sus posibilidades y oportunidad y granjean lo que pueden sin que les fuercen a ello como a los otros.

35. Los indios que no asisten en los obrajes siendo tejedores, y que consiguen tener alguna libertad después que concluyen las precisas tareas que les dan los corregidores, trabajan para sí en sus propias casas; todas las indias hacen lo mismo cuando tienen lugar para ello. Con que esto no se compone bien con lo que se les imputa de ser inaplicados, pues otra nación que no fuera aquélla olvidaría el trabajo totalmente con la memoria de que, cuanto les produce, ha de ser para beneficio ajeno y no para propia utilidad.

36. De lo que queda dicho se convence que los españoles de aquellos países han ponderado la indispensable necesidad de la mita por el beneficio de su propia utilidad, el cual resulta directamente en perjuicio de los indios y en gravamen de la Real Hacienda. Porque, siendo considerable el número de los que perecen en ella por el desmesurado rigor, por la falta de alimento y por la ninguna caridad que se tiene con ellos, tanto cuanto se disminuye el número de indios se acorta el producto de los tributos y se reducen las poblaciones, consecuencias tan evidentes que no puede dejar de conocerlas el más ciego o el más inadvertido.

37. Si por dejar de trabajar, y ser propensos a la ociosidad y a la pereza, se debiera imponer como castigo la mita, a ninguna otra gente le correspondería mejor que a tanto mestizo como hay en aquellos países. Porque éstos están de más en él, particularmente cuando no tienen algún oficio. ¿Cuánto mejor sería que éstos, que no se hallan pensionados en tributos, lo estuvieran en la mita que el que la hagan los que contribuyen en aquéllos? Para esta gente es ya deshonroso el emplearse en el cultivo de las tierras o en aquellos ejercicios más bajos, y son las ciudades y los pueblos un conjunto de éstos que viven de lo que hurtan o de ocuparse en cosas tan abominables que sería hacer ofensa al papel mancharlo con su explicación.

38. Aunque se ha dicho algo del castigo que se practica con los indios en los obrajes, no es suficiente para que se comprenda perfectamente el que se ejecuta en ellos [en todos los lugares], y por esto nos dilataremos en su explicación.

39. Al respecto que en las obrajes hay tres hombres o comitres que están sobre los indios continuamente, hay otros tres en las haciendas, que son el mayordomo, ayudante y mayoral. Este último, por ser siempre indio, no suele castigar a los demás, pero para autorizar su ministerio han entablado que tenga, como los dos primeros, un ramal, insignia del ejercicio. Cada uno tiene el suyo, sin largarlo de la mano en todo el día, y consiste en un palo como de una vara de largo y de un extremo penden seis u ocho látigos, de una vara de largo cada uno y de un dedo de grueso o muy pocos menos, hechos de cuero de vaca, torcidos a la manera de bordón y curados. Con estos ramales los castigan, y el modo es, a cualquier falta o descuido, mandarlos tender en el suelo, boca abajo, y despojándolos de aquellos ligeros calzoncillos (en que consiste lo más formal de su ropaje), les hacen que vayan cantando los latigazos que descargan sobre ellos, hasta completar el número de la sentencia. Después se levantan, y los tienen enseñados a que vayan a hincarse de rodillas delante del que los ha castigado y que, besándole la mano, le digan Dios se lo pague, y que le dé agradecimiento por haberlo castigado. Esto se practica con los indios viejos y mozos, como con los muchachos y mujeres, y llega a tanto extremo que también suelen ser comprendidos los caciques, aunque en éstos es más extraño, y sólo fuimos testigos de ello en una ocasión. Pero es general el ejecutarlo con todos los indios en las haciendas [y] en los curatos, y cualquier particular con el indio que se le antoja, aunque no le sirva, pues basta que aquél no haga tan puntualmente aquello que le mandan para obligarlo a que se tienda, y con las riendas de la cabalgadura, que parecen tejidas y hechas al propósito para castigarlos, lo ejecutan hasta quedar cansados. Este desorden llega a tanto exceso que los negros esclavos, los mulatos y la gente más vil lo ejecutan continuamente de su propia autoridad, sin más motivo ni otro fundamento que el de su antojo. De lo que se conocerá que se trata allí a los indios con mucho más rigor y crueldad que a los esclavos, y que está en más alto grado de aprecio y estimación un negro esclavo que un indio. No sucede esto sólo con uno u otro, sino generalmente con todos, y en prueba de ello referiremos lo que de experiencia propia podemos deponer.

40. En Cuenca vivíamos españoles y franceses en una misma casa, y entre los domésticos que tenía la compañía francesa unos eran europeos, otros mestizos del país y otros negros esclavos que la misma compañía francesa había llevado desde la colonia de Santo Domingo. Cuando se ofrecía limpiar los patios y oficinas de la casa, como era cosa que correspondía a los mestizos y negros, éstos, para no ocuparse en aquéllo, salían a la calle y haciendo [fuerza] a los indios que acertaban a pasar, los metían dentro de la casa y precisaban a que hicieran lo que les pertenecía a ellos. Reprendiósele [este proceder] a los primeros y se les castigó a los esclavos con el rigor que pedía [el asunto], pero como estaban viciados con el ejemplar de verlo practicar así en todas las otras casas, esperaban a hacer estas faenas cuando los amos estuviesen fuera de casa, para que no pudieran encontrarlos en el hecho. Mas esto no era mucho, porque al fin les daban las sobras de la cocina, que en alguna manera les compensaba el trabajo, pero el azotarlos los negros esclavos de aquellos españoles, el llevarlos amarrados a la cola de los caballos, como lo hacen los mestizos y los españoles, es cosa tan común que por tal no causa allí novedad.

41. Estos castigos ya dichos son los ordinarios que se hacen en los indios, pero cuando a la ira del amo o del mayordomo no le parece bastante por haber sido el delito algo mayor, también los pringan, como se suele practicar en algunas colonias con los negros, aunque de distinto modo. Este se reduce a tomar dos pedazos de yesca de maguey o chahuarquero (que es a lo que en Andalucía llaman pitacos) y, encendidos, golpean uno contra otro para que le caigan sobre la carne las chispas, al tiempo que los están azotando. En los obrajes y haciendas les ponen cormas para que no se huyan, como ya se ha dicho. Y porque ninguno de estos castigos es para los indios de tanta afrenta como el cortarles el pelo, que lo estiman en lo mismo que herrarlos, por quedar así señalados, lo ejecutan también cuando no está saciado su rigor. Y por último no puede inventar la desenfrenada cólera ningún castigo que no lo experimenten los indios de la mano de aquellos españoles.

42. Es dicho común en aquellos países de los hombres más razonables y timoratos que si los indios llevaran en amor de Dios los trabajos que pasan en el discurso de su vida, serían dignos de que, al punto que espirasen, los canonizase la Iglesia por santos, y se fundan en su continuo ayuno, en la perpetua desnudez, en su gran pobreza y en el exorbitante castigo que sufren, pues con ello tienen una bien crecida penitencia, desde que nacen hasta que mueren.

43. Se ha hecho ya en aquellos naturales la continuación del castigo una costumbre tal, que además de haberle perdido el temor, se les hace extraño cuando tiene algunas treguas. Los cholitos que crían los curas y otros particulares suelen entristecerse y aun se huyen cuando media algún tiempo sin castigarlos, y al hacerles cargo de la causa de su displicencia o de su fuga responden con inocencia que es porque estiman que no los quieren, infiriéndolo de que no los castigan. El fundamento de esto no nace de su simplicidad ni de que los indios grandes tengan amor al castigo, sino es de que, acostumbrados a este trato desde el tiempo de la conquista, han aprehendido a los españoles por gente de tal naturaleza que sus agasajos y caricias sean lo que a ellos les parece rigor y ofensa, y lo comprueban en que, después de haberlos martirizado a azotes, les dicen que se los dan porque los quieren. Los padres instruyen a los hijos en ella, y la inocencia de éstos se persuade con sencillez a creer por beneficio el que los hagan llorar y bañarse en lágrimas; de aquí nace también el que vayan a darle gracias al que los castiga, hincándose de rodillas delante de él, aunque sea un negro, y que le besen la mano dando muestras de estimar el mal que debería agraviarlos.

44. Tanto es el temor que el nombre de español o el de viracocha (que comprende a toda otra gente que no es indio) causa en los indios que, cuando quieren amedrentar a los pequeños hijuelos y hacerlos callar si lloran, o que se retiren a aquellas chozas donde viven, no hacen otra cosa sino es decirles que el viracocha va a cogerlos, y se horrorizan tanto que no encuentran lugar seguro donde esconderse. Cuando se encuentran por los campos inmediatos a los caminos algunas cholas o cholitos pasteando ganados, u ocupados en alguna otra cosa, corren despavoridos a retirarse de la vista de los españoles y a esconderse, huyendo de ellos como de gente que los procura ofender, dejando abandonados los rebaños y las simientes si están sembrando, por guardar las personas. Esto lo hemos experimentado continuamente, y aunque en algunas ocasiones se hacía preciso hablarlos para adquirir noticias del camino, no era posible conseguirlo ni lograr que se detuviesen a oír lo que se les preguntaba, con la particularidad de que, en corriendo uno de éstos, todos los que alcanzaban a verlo, aunque estén muy distantes, hacen lo mismo, y más fácil es dejarse caer por una quebrada abajo, si se llegan a ver atajados por ella, que esperar el peligro concebido de la inmediación del viracocha. Todo esto no tiene otro principio o fundamento que el mal trato que experimentan de todos generalmente, sobre cuyo particular nos hemos dilatado más de lo que pensábamos, por ser asunto en que no debemos omitir cosa alguna.

45. De dos maneras se puede providenciar para corregir el gravamen que se les causa a los indios en el servicio de mitayos y libres. La más ajustada a razón, y la más justa, sería extinguir la mita enteramente, y que los que tuviesen [las] haciendas, las minas, los obrajes, y, generalmente, todo, [las trabajasen] con indios libres sin poner fijeza en los jornales que hubiesen de ganar, sino según los pudiesen conseguir más o menos baratos los dueños de las haciendas, porque de este modo se arreglarían los indios a dar valor a su trabajo proporcionalmente al que tuviesen los frutos que les sirven de alimento, cuidando de que les quedase lo suficiente para pagar sus tributos al rey, y para vestirse; porque, bien mirado, ¿dónde puede haber cosa más injusta que la precisión que se les impone a los indios de que hayan de ganar por su trabajo personal un real y no más, estén caros o baratos los mantenimientos, cuando aun estando baratos no tienen bastante con él para mantenerse, y haberles de obligar a que, sin poder ganar más, se hayan de mantener con sus familias y pagar los tributos? En alguna manera es ponerlos en el extremo de que perezcan, [y para remediarlo] se debería disponer que no se les alterasen [los precios de] los alimentos, o dispensarles la paga de los tributos. No haciendo mita, y siendo dueños de alquilarse por el precio que se les hubiese cuenta, lo que trabajasen sería con voluntad, y en los obrajes no tendrían ocasión de tratarles mal, porque el indio a quien castigasen dejaría aquel jornal y buscaría otro, además de que no llegaría este caso [de tratarlos mal], como no sucede ahora con los libres, pues, por tal de que no falten, procuran contenerse los que los alquilan para poder hallar quien les trabaje.

46. Todo el mundo gritaría en el Perú contra una determinación de esta calidad, y con ponderaciones no cortas harían presente que se arruinaban aquellos reinos enteramente libertando a los indios de mita, porque no habría uno que quisiese trabajar, que peligraban aquellos países porque, poseídos los indios de ociosidad, cavilaban en sublevarse, y por este tenor fulminaría la malicia de los interesados tales acusaciones contra ellos, que darían ocasión a no proseguir en lo determinado, bien que se puede tener por cosa evidente que todo esto lo levantaría la depravada intención de los que se interesan en la mita de los indios para no perder las crecidas rentas que sacan de su trabajo. Y así, para evitar tanto alboroto como de esta resolución podría resultar, y que no tuviesen aquellas gentes ocasión de formar siniestras acusaciones contra la conducta de los indios, podría dejarse correr el servicio de mita, pero con una reforma tal que fuese soportable a los indios; por la cual debería disponerse que, además de los 18 pesos que ganan al presente por la mita, tuviesen obligación los amos de las haciendas a darles mensualmente el valor en dinero de la media fanega de maíz, y otra de cebada, a cada indio, o en especie cuando por ser de buena calidad quisiesen los indios surtirse de las mismas haciendas a donde estuviesen sirviendo, sin que esto sirviese de excusa para que, igualmente, les diesen el pedazo de tierra que les dan ahora, y los bueyes para ararlo.

47. En segundo lugar convendría prohibir totalmente que, en las haciendas u obrajes, se pudiese castigar a ningún indio, debajo de la pena de que el que se quejase por haber padecido siendo azotado, fuese remunerado con 50 pesos a costa de la hacienda, y el mestizo, mulato o negro que ejecutase el castigo en el indio, [fuese] azotado él por la justicia y desterrado a alguno de los presidios; pero si fuese español el que hubiese hecho por sí el tal castigo o mandádolo hacer, de cualquier calidad que fuese, tuviese pena de ser desterrado a servir en los presidios de aquella mar el tiempo de cinco años, y esta pena se debería cumplir con tanta circunspección que, sin admitir excusa ni indultos en el sujeto, debería condenársele a ella y hacerle que la cumpliese luego que el indio justificase ser cierta su delación, sin detenerse en si fue justo o no el castigo impuesto por el amo, porque sin esta circunstancia nunca llegaría el caso de que se hallase culpa en él, y siempre sería merecido del indio el tal castigo. Aunque se quiera exponer en contra de esto que, faltando el castigo, no trabajarán los indios al cumplimiento de sus tareas con la puntualidad que deben, para esto tienen los amos el recurso de despedirlos de su servicio, y tomar otros en su lugar, pues siendo buena la paga no les faltarán, y serán muy raros los que en esta conformidad no cumplan con su obligación.

48. En las haciendas de hato y ovejería no deberá hacérseles cargo a los indios de las faltas de los quesos y de las ovejas que se les pierden en los páramos, pues, como queda dicho, ni son capaces los indios de pagar lo uno ni lo otro, ni pueden ser responsables de ello, porque regularmente ni depende de falta de cuidado, ni de que ellos se aprovechan, y, por último, siempre que el amo sospeche que un indio deja de cumplir con su obligación, es árbitro para despedirlo y recibir otro, el cual hallará, porque no es gente tan abandonada que deje de conocer que es forzoso trabajar para mantenerse y para pagar los tributos.

49. Una de las cosas que más divierte a los indios libres, y los abstrae del trabajo, son las fiestas continuas que tienen introducidas los curas al asunto de cada santo, porque con el motivo de las danzas para las procesiones, con los cohetes y el atractivo de la bebida, se engrían en esto, y entonces no se acuerdan de ningún trabajo ni hacen aprecio de ninguna obligación; pero reformándose todas estas fiestas, como queda prevenido en la sesión antecedente, cesará en ellos el motivo de la distración, y no tendrán ocasión de volverse holgazanes. Por esto es conveniente hacer obligación de los corregidores, caciques, de los gobernadores de los pueblos y de los alcaldes de ellos, que celen el que los indios no [tengan] bebelonas ni funciones que los abstraigan, y el modo de evitarlas en ellos es prohibiéndolas en los pueblos, pues, con tal que no haya quien los anime para ellas, será bastante para que los indios no las dispongan por sí.

50. Para los obrajes no conocemos más que un remedio, y es el que no los haya sino dentro de las poblaciones y hasta un cuarto de legua distante de ellas, a fin de que en esta forma se puedan hacer las labores con indios sueltos, los cuales hayan de salir del obraje al anochecer para irse a sus casas; [han de ser] pagados en plata efectiva [por su] jornal, sin que por él se le pueda dar ni géneros ni frutos en equivalente, y el jornal de cada uno haya de ser arreglado a lo que el amo del obraje pudiera ajustar con ellos. Con este orden debe absolutamente prohibirse con severas penas que en los obrajes pueda haber indios mitayos, que es con los que más se ejercita la tiranía, ni que haya obrajes en las haciendas retiradas de población, que es en las que se necesita de estos indios por lo mismo que están distantes, y es asimismo en las que hay libertad para hacer mayores las extorsiones, por cuanto hay menos testigos de ellas. Para evitar cuanto sea posible el que, aun en estos obrajes [que estén] cerca de las poblaciones o en ellas mismas, tenga lugar la malicia de ejercitarse contra los indios, convendrá que se mande que las puertas de los obrajes estén continuamente abiertas, bien que el portero, que ahora hay en todos para que las tenga cerradas, lo haya también entonces para que cuide de que no se extravíen las lanas, y de ver quiénes son los que entran y los que salen, pero que no haya embarazo para que a todas horas entren los de afuera a ser testigos de la vida que se les da adentro a los indios. Y que los corregidores tengan obligación de hacer dos visitas cada año en los obrajes para oír los agravios de los indios y pasarlos a la noticia de la Audiencia, a fin de que se tome providencia por este tribunal con que contener los desórdenes y refrenar la demasiada libertad de los que los cometen contra los indios.

51. No se puede argüir que de faltar indios mitayos para los obrajes, faltará quien trabaje en aquellas provincias donde privan las manufacturas. Todos los indios, o la mayor parte, son tejedores, y los libres trabajan en sus casas por su cuenta, y cuando no tienen dinero para comprar materiales y para mantenerse, se alquilan para trabajar a jornal. Así lo tenemos experimentado en varios corregimientos, y en esta forma es más natural que lo que se dice de ellos tocante a su pereza, porque no es creíble, sin hacer repugnancia a la razón, el haberse de persuadir a que su desidia sea tanta que se deje morir un indio por no trabajar, cuando aun los irracionales trabajan en buscar alimento para mantenerse.

52. Sólo falta que determinar la forma en que se debería castigar a los indios que dejaren de entregar puntualmente los tributos, de modo que ni Su Majestad los pierda, ni se exponga el indio a perecer. Para esto se ha de atender a dos circunstancias; esto es, si el indio pertenece a población grande, o a pueblo pequeño, porque en cada uno de estos parajes militan distintas circunstancias. Si es en población grande, como alguna ciudad, villa o asiento, convendrá que haya un obraje particular destinado para que se pongan en él estos indios, y haciéndolos trabajar allí tareas regulares, se les asigne por jornal diario dos reales (que es lo menos que deberán ganar los indios libres en los trabajos más sencillos); el un real se le pagará al indio diariamente para que se mantenga, y el otro se le irá reteniendo a cuenta del tributo hasta que lo satisfaga, pero si el indio fuere tan ágil (como hay muchos) que por salir breve del obraje se aplique a trabajar y pudiere hacer en el día más de la tarea [asignada], en este caso deberá ganar [de] más todo aquello que fuere correspondiente a lo que excediere de lo regular.

53. En las poblaciones cortas, donde los caciques o gobernadores recogen el monto de los tributos de todos los indios de su pertenencia, cuando algún indio deje de enterar por su parte el que le corresponde, deberá el cacique o el gobernador sacar de los demás indios, [por] prorrata, el importe de los tributos que sus compañeros no tuvieren prontos, y castigar a éstos a satisfacción de los demás indios, imponiéndoles el trabajo o pensión en que se conviniera entre todos, a fin de que, con su producto, pueda hacerse pago [a los cumplidores] de lo que adelantaron por los omisos, para descontárselos en el tercio siguiente. Estos indios podrán ser puestos en obrajes de la misma suerte que los de poblaciones grandes, o dados a mita en alguna hacienda, hasta que se desquiten. Pero estas penas deben dejarse al arbitrio de los caciques y para que se logre el fin, no se les entregará a ellos ningún dinero, sino sólo el maíz y cebada que se les ha de dar mensualmente para su sustento, y el dinero se le entregará al cacique, a fin de que lo descargue de los demás indios.

54. Haciéndose en esta forma el castigo de los indios que no pagasen el tributo con puntualidad, se les daría emulación para que, entre sí, se estimulen a no ser descuidados en ello, por ser interés común de todos el que cada uno cumpla con su obligación. Y nunca padecerían menoscabo los tributos, que es lo que se va a salvar después de reformar los desórdenes e injusticias de la mita, y las tiranías y crueldades de los obrajes.

SESION SEPTIMA

Continúase el trato que se les da a los indios en el Perú, y la injusticia en haberlos despojado de la mayor parte de las tierras que les pertenecían; del perjuicio que en esto se va adelantando cada vez más, y del poco abrigo que hallan en los protectores fiscales para que los defiendan y procuren les sean guardados sus fueros y derechos con aquel fervor que era necesario. [Los hospitales para indios.]

1. Como son tantos los recursos que la malicia previene para adelantar y acrecentar las hostilidades a los indios, suministran éstas asuntos por todas partes para dilatar la relación de lo mucho que padecen. Lo que se ha dicho en las tres sesiones antecedentes pudiera ser bastante para que se comprendiese la tiranía a que está sujeta aquella miserable gente, pero no quedaría perfecta si se omitiese lo que debe contener esta [sesión], cuyo asunto no es menos importante que aquél, pues si allí se trata de lo mucho que todos se utilizan a costa de lo que agencian los indios, aquí debemos tratar del poder que tiene la codicia para desposeerlos aun de los medios de adquirir lo necesario para su sustento, y [de] lo preciso para la legítima contribución de los tributos a Su Majestad, única pensión que, según la piadosa mente de los reyes de España, católicos en todo, deberían tener, y tan moderada o regular que en ningún modo les serviría de carga, si estuviesen a sola ella reducidos. Este es el sentir de los mismos indios, de quienes lo hemos oído en distintas ocasiones, ya a algunos caciques, ya a otros de aquellos que nos asistían en los lugares desiertos que nos servían de habitación; con cuyo motivo, y el de aposentarnos unas veces en sus mismas casas o chozas, otras en las haciendas de todas especies, y en los pueblos, tuvimos bastante ocasión para ser testigos de sus clamores, y sabidores de las extorsiones e injusticias con que son molestados, asuntos [éstos] que han especulizado muy superficialmente, o nada, aun los mismos ministros que van a aquellas partes; unos, porque no se les proporciona tanta coyuntura para ello, y otros, porque no ponen cuidado más que en aquello que les tiene cuenta, y en lo que pueden adelantar su fortuna. Pero como en nosotros no militaba la misma circunstancia, porque nuestro conato no aspiraba a hacer mayor caudal que el de las noticias, ni a procurar en él otros adelantamientos que los de su seguridad y certidumbre, podemos decir, con toda confianza, [que] logramos el fin y satisfacción del deseo tan completamente como lo apetecíamos; nuestro pequeño y reducido tren no les infundía encogimiento a los indios para que, a nuestra vista, se acortasen; la familiaridad y el agrado con que los tratábamos, mirándolos como hombres y personas de nuestra misma especie, desahogaban y hacían cobrar aliento a la pusilanimidad de sus corazones para hacernos relación de sus sentimientos; la cabida que trabamos con ellos (y lo mismo los franceses) les infundía confianza para hacernos partícipes de sus quejas; la puntualidad de la paga a los que nos asistían, les daba motivo a que refiriesen la mala con que les correspondían los demás a quienes servían, y, últimamente, la [condición] de transitar por espacio de más de nueve años de unas provincias a otras, nos dio sobrada ocasión para confirmarlo todo, y aun para ver más de lo que ellos nos decían.

2. Una de las cosas que más mueven a compasión por aquellas gentes, es verlas ya despojadas totalmente de sus mismas tierras, pues, aunque a los principios de la conquista y establecimiento de los pueblos se les asignaron a éstos algunas porciones con el fin de que se repartiesen entre los caciques e indios de su pertenencia, ha ido cercenando tanta parte la codicia que, ya al presente, son muy reducidos los ámbitos que les han quedado, y la mayor parte de ellos están sin ningunas [tierras], unos, porque [abusando] de poder absoluto se las han quitado; otros, porque los dueños de las haciendas vecinas los han precisado a que se las vendan, y otros, porque con engaños de aquéllos, los han persuadido a que se despojen de ellas.

3. El primer cacique que conocimos en la provincia de Quito fue el del pueblo de Mulahaló, perteneciente al corregimiento de Lacatunga; llamábase éste don Manuel Sanipatin, hombre muy razonable, y tan amante de su rey que no podía disimular su mucha lealtad. En una de las ocasiones que se ofreció transitar por su pueblo y nos hospedamos en su casa, pobre a la verdad de alhajas pero llena de voluntad y de agrado, entre otras cosas de que se quejaba fue una: que teniendo dos pedazos de tierra que le pertenecían, y donde hacía sus siembras, un español dueño de hacienda, su vecino, deseando extender la suya con la agregación de la ajena, hizo postura en Quito, ante la Audiencia, del un pedazo; y aunque el cacique acudió inmediatamente a la defensa correspondiente, no pudo conseguir nada y, de un día al otro, le despojaron de su tierra, sin que le sirviesen súplicas, instancias, ni representaciones, ni hubiesen sido útiles las que interpuso ante el protector fiscal para que pusiese la eficacia necesaria en la defensa. Por este mismo tenor se venden, todos los días, tierras de los indios, luego que hay quien las solicite con empeño; este desorden proviene de que, como los indios no tienen más títulos de ellas que la antigua posesión, porque, aunque los hubiera, no son capaces de acertar a citar el oficio o archivo en donde estén, se dan por desiertas, y como tales se venden, coloreándose con este disfraz la injusticia. De esta suerte se han ido agrandando la mayor parte de las haciendas que ahora poseen los españoles seglares y comunidades, y aminorando las chácaras de los indios, a cuya proporción es forzoso disminuya también el número de ellos.

4. En la hacienda de Guachala, de donde se citó en la sesión antecedente el caso sucedido al padre José de Eslava, fuimos testigos de otro [caso] tocante al despojo de las tierras que suelen padecer allí los indios. Porque, habiendo llegado a ella a hacer noche en ocasión en que su dueño estaba allí, envió éste (luego que entramos) a llamar un indio que tenía tierras en su vecindad, y fingiéndole una ridícula fábula sobre el motivo de nuestra llegada, consiguió de él que, por una cosa muy corta, le dejase las tierras, entrando él a su posesión desde aquel día. Concluido con el indio el negociado, nos lo dio a entender el mismo dueño de la hacienda, de quien supimos cómo había mucho tiempo que solicitaba que el indio se las vendiese, el cual no convenía en ello, y no teniendo juego en la Audiencia para intentar el medio de que se las adjudicasen como usurpadas y realengas, echaba ideas sobre el modo de lograrlo, hasta que pudo su malicia conseguirlo, dándole a entender al indio que los franceses y nosotros íbamos, de orden del rey, a reconocer todas las tierras que tenían usurpadas los indios a los españoles, para despojarlos de ellas y volverlas a sus dueños; que las que él estaba gozando no le pertenecían, porque hallándose tan inmediatas de su hacienda, era usurpación de ella, y que así tratase de dejárselas buenamente, y le daría de caridad alguna cosa por cuenta de su valor, pero que si no condescendía en ello, pues ya estábamos en la hacienda y era éste el fin con que habíamos llegado, nos daría la queja, y entonces, por vía de justicia, se le quitarían y sería castigado como usurpador de lo ajeno. El indio, cuya simplicidad (regular en toda aquella gente) no alcanzaba a conocer la depravada intención del que le engañaba, creyendo ser cierta toda la artificiosa fábula, no se detuvo en cedérselas, y desde allí pasó derecho a mudar su pobre choza y dejárselas desembarazadas, pues, para evitar que no tuviese lugar de arrepentirse viniendo en conocimiento del enredo, le compró también las simientes que tenía sembradas.

5. Otros se valen de medios más inicuos que el antecedente, haciendo que los mayordomos de sus haciendas los persigan, incitándolos a provocación para tener motivos de ajarlos. Y de este modo consiguen, que, aburridos, les vendan las tierras, por hacérseles insoportables la vecindad de los españoles ricos y poderosos.

6. Dos beneficios grandes consiguen los dueños de las haciendas despojando a los indios de sus tierras: el uno es el agrandar las suyas, como queda dicho, y el otro, el que aquellos indios se vean precisados a hacer mita voluntaria, porque no hallando otra cosa equivalente en qué emplear aquel dinero y teniendo contra sí la ambición de los corregidores y curas, apenas se lo sienten cuando, buscando medios de conseguir su intento, hacen que pase a sus manos, sin que el indio saque ningún aprovechamiento; éste, que se halla sin tierras ni modo de mantenerse, no puede pagar el tributo cuando se le cumple el plazo, y se ve precisado, huyendo de un obraje, a venderse en una hacienda para que su amo lo satisfaga por él. Pero también resulta de esto su disminución, porque, empezando a entrar en él y en su familia la miseria, mueren y se consumen.

7. Son los indios de una cortedad y encogimiento tal que, faltándoles explicación y actividad para hacer valer sus derechos cuando llega la ocasión de necesitarlo, cerrados en las palabras mano o ari, no o sí, les falta resistencia, o formalidad, para hacer oposición en los litigios contra la malicia de los que pretenden usurparles lo que les pertenece; y por esto, despreciando los jueces sus defensas, creyendo que son enredos y mentiras de indios, los despiden, reprendiéndoles tal vez con severidad, de que resulta ser muy rara la ocasión en que la justicia se declare a su favor. Regularmente es la parte contraria algún sujeto de los más lucidos de la población, y tiene de su parte no sólo la voluntad de los jueces, sino también la amistad del protector, con que, a poca diligencia, tienen lo suficiente para conseguir lo que desean. Por esto deberían atender los ministros en las defensas que hacen los indios cuando se les quiere despojar de las tierras, o de otra cosa que les pertenezca, no a la fuerza de sus expresiones, ni a la solidez de las pruebas, porque una gente del todo rústica y poseída de ignorancia y simplicidad no puede darlas con la formalidad que sería necesario en rigor de juicio, sino a la cortedad de sus talentos, a la posesión de la alhaja, y al bien común de unas personas tan miserables y abatidas, y a procurar los medios de que no se disminuya la nación, sino, antes bien, se aumente por ser ella la que mantiene las Indias con su sudor y trabajo en las campañas; la que saca las riquezas, con el afán de sus tareas, de las minas, y la que sirve de instrumento para el comercio de géneros del país, con que se trafica en todos aquellos reinos, fabricando los que sirven al vestuario de toda la gente pobre, y, finalmente, ser los indios los que, sin fraude, contribuyen al erario todo el fondo con que se mantienen los ministros y jueces para el gobierno de aquellos reinos, [con que se mantienen] las guarniciones de las plazas para su defensa, y los que concurren por todos modos a las urgencias que se ofrecen en ellos. De tal suerte que, bien considerado, si faltasen, se habrían de reducir los habitantes españoles y mestizos a otro modo de vida muy distinto del que tienen ahora, o no sería posible que se mantuviesen aquellos países tan dilatados, ricos y abundantes.

8. La naturaleza, el genio y los cortos alcances en que al presente están los entendimientos de los indios, se hacen acreedores a que se reputen en todo tiempo por menores, mediante que si hoy se desposeen de una alhaja por atender a la presente urgencia, es no alcanzando a reflexionar la falta que les hará mañana. Esto asentado y a que así lo previenen las mismas leyes de Indias, aunque ellos quisieran vender las cortas tierras que les pertenecen voluntariamente, no se les debería permitir, para que, conservándolas siempre, nunca les faltase con qué mantenerse, y con ellas les fuese más llevadero el desagüe de lo que les estafan los corregidores, y de lo que les hacen contribuir los curas, y estuvieran en más proporción de poder satisfacer los tributos. Por esto sería acertado que hubiese una ley rigurosa prohibiendo que ningún indio pudiese vender las tierras que les perteneciesen, con pena de que el que se las comprase, las perdiese luego que fuese delatada la venta por otro indio, y éste las [pudiese] adquirir para sí. Asimismo, que las tierras realengas, en dos o tres leguas alrededor de las poblaciones, se adjudicasen a los indios, y que ningún español ni mestizo no sólo no las pudiese comprar mas tampoco sembrar, o pastear ganados en ellas, aunque estuviesen desiertas, porque se valen de este pretexto, aun estando regadas en ellas las simientes, para adjudicárselas y quitárselas a los indios, atrevidos de verlos tan despreciados y abatidos.

9. Y puesto que la mayor parte de las haciendas, y algunas todas enteras, se han formado con las tierras que se les han quitado a los indios, a unos con violencia, a otros con el incierto supuesto de ser libres, y a otros con engaño, convendría, para que aquella nación respirase de la estrechez en que vive y reparase en parte su infelicidad, si no el mandar que se les volviesen todas las que les pertenecían desde un cierto tiempo a esta parte, a lo menos que se les restituyesen la mitad de las que se les han quitado después de 20 años. Lo cual se pudiera hacer, según nos parece, sin escrúpulo de conciencia, mediante lo que se ha dicho, porque el que compra una alhaja a menor, sin la debida solemnidad, el que la compra con engaño, y el que la usurpa, están condenados en la pena de la restitución y en la pérdida de lo que dieron por ella; y así se les haría equidad, aun en dejarles la mitad. Este es, a nuestro parecer, el único medio por donde se pudiera atajar la disminución de los indios: dándoles con que se mantengan; de lo cual resultaría adelantamiento en los tributos, porque mientras más indios [haya], mayor será su monto, si al mismo tiempo se consigue que haya mejor conciencia y menos fraude en los corregidores.

10. Es sin duda que, si esto se plantificara, sería de temer alguna alteración en los que hoy están gozando las tierras de los indios, mayormente habiendo entrado ya la mayor parte de ellas en las comunidades, sobre lo cual se tratará en particular. Pero, a lo menos, se podría disponer que el mal no se aumentase, ordenando que ni los indios pudiesen vender las cortas tierras que poseen, ni las Audiencias disponer de ningunas con el título o motivo de ser libres, sino que las repartiese entre los indios de aquella jurisdicción a donde correspondiesen, con el régimen y método de no adjudicar a los de un pueblo las que perteneciesen a otros. Y con este arbitrio se conten-dría el menoscabo de aquella gente, ínterin que se proporcionase coyuntura para poderles restituir parte de las muchas que hoy se les tienen usurpadas.

11. La mayor dificultad que se nos ofrece, en este particular, es que se observasen estas órdenes con la puntualidad que se necesita, y que no se olvidasen, como regularmente sucede, después que ha pasado algún tiempo. Este es un asunto bien arduo en aquellos países, pues, si no estuvieran sujetas a tanta omisión las que previenen las Leyes de Indias a favor de sus naturales, son éstas tan aventajadas que con sólo el que se guardaran lisa y llanamente, no podría quedarles qué apetecer a los indios. Así lo conocen ellos en medio de su rusticidad, pues varias veces les tenemos oído repetir que tanto cuanto lo estiman las majestades de los reyes, mirándolos con paternal amor, los aborrecen los españoles, tratándolos con la mayor tiranía, como si fuesen los enemigos más acérrimos. Y no dejan de alcanzar, aun con la cortedad de sus talentos, que la recta justicia del monarca castigaría severamente a los que los hostilizan tanto, si tuvieran ellos la dicha de que llegase a su real inteligencia la noticia de lo mucho que sufren y el modo con que lo padecen; pero también conocen que es para ellos tan remoto este recurso, cuanto es menos capaz de la explicación la cortedad de sus alcances, [y] de poder rebatir la astucia de los siniestros informes que continuamente se hacen allá, proporcionados solamente a reducirlos cada vez a peor estado y a mayor infortunio.

12. No sería el mayor perjuicio respecto de los dueños de las haciendas, tanto seglares como eclesiásticos, la restitución a los indios de la mitad de las tierras que, desde 20 años a esta parte, les tienen usurpadas, mediante que hay particular con cuatro o cinco, y aun hasta ocho y nueve haciendas distintas, y hacienda en la provincia de Quito que coge 40 leguas de circuito, con que el que de cada una se restituyera un pedazo de tierra, proporcionado a su capacidad, de una legua o aunque fuera de dos, parece que no sería disminuirles las posesiones considerablemente; pero como las tierras que pertenecen [ o pertenecieron ] a los indios son las más cercanas a los pueblos [y] gozan mejor temperamento para la labor que las más distantes o que se extienden sobre los páramos, por esta razón son más apetecidas, y sentirían el largarlas. Las que se componen de páramos sirven, por lo regular, para mantener las vacadas y los rebaños, aunque absolutamente no les falten sitios adecuados para la labor, como son las cañadas y lugares bajos; como van a la mayor conveniencia, lo es para sus dueños no hacerla en aquellos parajes, y [sí] sembrar en los que están más a la mano para recoger las simientes y para conducirlas a las poblaciones. Aquellos sitios de los páramos nunca les son útiles a los indios, porque no tienen crías de ganados tan cuantiosas que necesiten páramos para mantenerlas, ni los espacios adecuados para siembra que hay en ellos, tampoco, porque los indios hacen su habitación o en la misma tierra que les pertenece, o en los pueblos cuando están cercanos a ellas, para poderlas guardar, con que si estuviesen retiradas, les sería forzoso irse a vivir allá, lo cual no convendría, porque alejándose de los pueblos, sería pensión para ellos el tener que caminar ocho o diez leguas los domingos y días de fiesta para ir con toda su familla a oír misa y asistir a las demás obligaciones de cristianos, y al mismo tiempo se daría en el escollo de la dificultad de gobernarlos e instruirlos.

13. No son tampoco propios para los indios aquellos lugares retirados, porque siempre se debe excusar el que sus tierras tengan vecindad con las de los españoles, para evitarles las ocasiones en que los mayordomos y los mismos dueños de las haciendas los perjudiquen, o que ellos lo hagan a los españoles, sea por descuido o de pura malicia (como pretenden éstos), y que con este motivo los ultrajen y tengan continuamente en ojeriza.

14. Por el mismo orden que les quita a los indios la posesión de las tierras que les pertenecen, hallándolos endebles y sin apoyo, se ejecuta con todo lo demás, y puede servir de bastante prueba lo que actualmente está sucediendo en Quito. Tiene aquella ciudad, entre los conventos de monjas, uno de Santa Clara, de fundación real, el cual se hizo para que las hijas de los caciques pudiesen tomar el hábito en él, porque aunque indias nobles, no querían admitirlas en las otras comunidades, y habiendo llegado sus quejas a la real mente, determinó se fundase éste para ellas. Mas, viendo las cacicas [que] eran pocas y, por consiguiente, corto el número de religiosas que había de ellas, abrieron la puerta desde los principios, y admitieron españolas, las cuales, hechas dueñas del mando, no quieren ya recibir a aquellas para quienes se fundó, y cuando les hacen la mayor equidad, las admiten únicamente de legas. Algunos caciques, y entre éstos uno de los que conocimos, no queriendo convenir en que su hija tomase el hábito de lega, sino de religiosa de coro y velo negro, y hallando repugnancia en las otras monjas, dieron sus quejas a la Audiencia y pidieron al protector que los defendiese, pero nunca pudieron salir con su intento, porque no hallaron ni en el tribunal, ni en su defensor, la protección y actividad que deseaban, y quedaron como antes, perdido el fuero de que sus hijas pudiesen ser religiosas en la clase que las españolas. Lo mismo experimentan en todos los demás asuntos de fueros y derechos, porque siempre sacan el peor partido, y en mucha parte depende del poco abrigo que encuentran en el protector.

15. Hallándonos en aquellas provincias, fue depuesto del empleo de protector de los indios de la Audiencia de Lima, don [Pedro] José de la Concha, porque llegaron a Su Majestad y sus ministros las quejas de lo mal que cumplía con la obligación de su ministerio. Es cierto que las quejas fueron justas, pero los que estábamos registrando la conducta de otros que se hallaban en iguales empleos, y veíamos que no le acompañaban, siendo tan dignos de ello como aquél, conocíamos hasta adónde llega el poder de las grandes distancias, pues, como casualidad dejó correr aquellas quejas hasta que terminasen su carrera, cuando quedan rendidas otras muchas en ella, y sin alientos para poderla concluir.

16. En prueba de todo lo que dejamos dicho, y de que son los indios contra quien va a parar todo, y los que cargan siempre con la peor parte, aunque sería suficiente para convencerlo lo anteriormente digo, nos ha parecido conveniente añadir lo que a nuestra vista se ejecutó con ellos.

17. El año de 1741, cuando el vicealmirante Anson dejó asolado el pueblo de Paita, se despachó de Quito a Atacames, para la seguridad de aquel puerto y resguardo del nuevo camino de Esmeraldas, la gente vagabunda y perdida que se hallaba en las cárceles, de la cual se formaron varias compañías, y éstas fueron las que se repartieron, unas para socorrer a Guayaquil, y las restantes para defender este otro puerto y camino. Para que fuese esta gente, y llevar las provisiones necesarias, se echó mano de las mulas que tenían los arrieros, y como era el destino que se les había de dar, servicio del rey y bien común, se determinó que no se les pagase ningún flete. Esta providencia no hubiera sido tan desacertada si, como comprendió a los indios, se extendiera igualmente en todos los vecinos de Quito y de los otros lugares acaudalados, que son los que tienen en sus haciendas recuas considerables para conducir sus frutos en ellas; pero no se ejecutó en esta forma aunque se había dispuesto así, porque tanto los eclesiásticos como los seglares españoles, que tenían mayor interés que otro ninguno en la defensa de su propio país y riquezas, se negaron a ello, y no queriendo concurrir los unos por el fuero de eclesiásticos, y los otros por la autoridad de caballeros, toda la desgracia vino a resultar contra la miseria de los indios, que no teniendo por todo caudal más que cuatro o seis mulas, con cuyos fletes ganaban para mantenerse y para pagar los tributos, quedaron de una vez sin este pequeño alivio. Porque, habiendo emprendido el viaje, las fragosidades del camino fueron causa para que, fatigadas, se les quedasen rendidas, contribuyendo también la diferencia del clima, porque, estando acostumbradas al frío de los páramos y de la provincia de Quito, pasaban al calor y continua humedad que son propios en aquellas montañas [y] les faltó la resistencia; de tal modo que, aun no llegando a la veintena parte de las que emprendieron el viaje las que retrocedieron, intentando salir de la montaña de Esmeraldas acabaron de morirse todas, unas antes de conseguirlo, y otras después que volvieron a entrar en el temple frío, y sus dueños las perdieron enteramente, sin tener recompensa alguna de ello. Ya se puede considerar de la suerte que quedarían, [pues] siendo su ejercicio el de arrieros, y no teniendo más caudal ni finca que aquélla, ¿en qué poder poner la esperanza de recuperarlo?

18. Supuesto lo antecedente, falta ver si se podría encontrar algún remedio a tanto daño, y mediante que el ser desatendidos pende, como se ha dado a entender, de no encontrar el apoyo necesario en los que deben defenderlos, debemos considerar ser esto provenido de dos causas: la primera, de que siendo vicio envejecido de todos los que pasan a Indias con empleos, llevar fijado el ánimo en hacer caudales, sin particularizarse en esto, lo ejecutan al correspondiente de los demás los que obtienen los cargos de fiscales protectores de indios; y la segunda, que por lo regular estos sujetos no son hábiles en el lenguaje [de los indios], circunstancia que se hace tan precisa en éstos como en los curas, y no así como [se] quiera, sino que, siendo tan corta en palabras la [lengua] que usan los indios, y compuesta de expresiones figuradas y alusivas, es forzoso para entenderlas bien, poseerlas con perfección. En este supuesto, sólo se ofrece a nuestra idea un recurso, que podrá hacerse extraño por no estar en práctica, pero [que] es el único que puede salvar aquellos dos inconvenientes; y el que parece más proporcionado para el efecto consiste en que las plazas de protectores fiscales, con los mismos honores, autoridad y privilegios de que son anejos a ellas al presente, se proveyesen en los hijos primogénitos de los caciques. Esta idea, que al mirarla de repente parece cosa monstruosa porque nunca se ha visto propuesta, y que aparenta, contra sí, grandes inconvenientes, todos ellos son puras fantasmas de la imaginación, porque, bien digerida y puntualizada, se encontrará en ella tanta fuerza que no sólo desvanecerá cualquier repugnancia, sino que podrá hacerse acreedora de la atención y, considerada con reflexión, ella misma dará a entender que el modo de que se consiga el cumplimiento de lo que la piedad de los reyes de España tiene, con tanto acierto, dispuesto a favor de los in-dios, es éste, y que no puede haber otro que le dispute la preferencia.

19. La mente de Su Majestad ha sido que no se tiranice a los indios y, en fe de esto, les tiene concedidos tanto fueros y privilegios como se advierten en las Leyes [de Indias]. Porque siendo los indios igualmente vasallos, como los españoles, si éstos agravian a aquéllos, no es dudable que el no dar providencia en su remedio la real piedad, o es porque no las puede encontrar su justicia, o porque la malicia de los que habitan aquellos países, o el interés de los jueces que van a ellos, se lo tienen oculto. Pero supuesto que ya no deba militar esta segunda razón [si se acepta nuestra proposición], y que sólo estribe toda la dificultad en la primera, [todo se solucionaría arbitrando lo apropiado o aplicando lo ya dispuesto]. Si el empleo de protector de indios, erigido únicamente a favor de éstos, no reconoce otro objeto que el de mirar por ellos en justicia, ¿quién mejor lo puede hacer e interesarse en el beneficio común de todos, sino uno de su misma nación? y ¿quién mejor hacerse cargo de sus razones que uno de su propia lengua, para pedir por ellos ante el tribunal y para ocurrir al Supremo Consejo de las Indias y aun a las plantas de la misma majestad, cuando en aquéllas se vieren desatendidas sus representaciones? Este solo temor bastaría para contener el desorden de los jueces, y para moderar las pasiones que el interés les hace concebir contra los indios; esto bastaría, y es el único remedio, para que los corregidores no los hostilizasen tan desenfrenadamente, para que los curas entrasen en razón, y para que los dueños de haciendas, los mestizos, y las demás castas no los ultrajasen tan inhumanamente.

20. Pero ya se está viniendo a los ojos el primer impedimento, y el más poderoso que tienen prevenido contra tan admirable providencia la depravada intención de aquellos ánimos, pues, como esto no les tendría cuenta a ninguno, no tardarían en emplear las falsedades, que hoy fulminan para hacer durables las tiranías, al fin de derribar a estos protectores, pretextando que con la demasiada autoridad que se les daba, y con la mejor protección que tenían los indios, saliendo [éstos] de su encogimiento, se querrían sublevar y hacer rey de su nación, que es la fantasma con que atemorizan para que no se inmute el gobierno que ellos, contra toda razón, han entablado. Pero esta abultada sombra de temores pudiera no hacer efecto en la inteligencia de los ministros de acá, si tuvieran un perfecto conocimiento de las propiedades, naturaleza y genio de los indios, que, según tenemos dicho en el primer apéndice del tomo segundo de nuestro viaje, no es inclinado a alboroto, ni a sublevaciones, lo que comprueba bastantemente el que ellos pasan por todas las imposiciones que se les quieren hacer, sin que les causen alteración más de la que es propia en los naturales dóciles y apacibles. Es cierto que una vez entrados en función, como allí se ha dicho, ni temen la muerte, ni los aterrorizan los castigos, ni hay medios de conciliar con ellos la amistad, hasta aniquilarlos. Pero esto procede, por la mayor parte, de que cuando llegan a estas extraordinarias determinaciones, tienen por felicidad mayor el morir en la demanda que el volver a quedar sujetos en el modo con que antes lo estaban, de donde se origina que los que una vez se sublevan y abandonan sus pueblos, no sean reducibles, ni vuelvan [a] la subordinación tan fácilmente, como se está experimentando con los indios de Chile, con los del gobierno de Quijos y de Macas, vecinos de la provincia de Quito y pertenecientes a ella, y con todos los que hasta ahora han negado la obediencia.

21. Para que se vea la solidez con que está fundado este dictamen, no hay más que volver los ojos a la más moderna sublevación de los indios de modernas conversiones, confinantes con las provincias de Jauja y Tarma [los chumchos]. Cuarenta años se han gastado solamente en disponerla, y toda ella se reducía a 2.000 indios cuando empezó [en 1742], siendo el principal fin con que ellos se resolvieron a negar la obediencia, el huir de las vejaciones y molestias de los curas, porque todavía no pagaban tributo; y el atractivo con que su caudillo les granjeaba la voluntad, era decirles que quería libertarlos de la opresión de los españoles. Si aquellas gentes, pues, fueran de ánimos revoltosos ¿hubiera quedado un solo indio, en todas las poblaciones del Perú, que no se hubiese retirado al partido del rebelde, siendo tanto lo que pasan, y la crueldad y desprecio con que son tratados? No por cierto. Y si queda alguna duda, compárese aquella gente con la de acá de Europa, donde apenas hay una mala cabeza que levante la voz en algún reino, cuando al instante tiene de su parte provincias enteras que le sigan, y se conocerá, en la confrontación, la diferencia, y que, por consiguiente, menos lo harían cuando tuviesen mejor trato. En prueba de esto y para que con más seguridad se pueda hacer completo concepto de lo que decimos, citaremos un caso que sucedió hallándonos en la provincia de Quito, y es bastante para confirmarlo.

22. En la jurisdicción de la villa de San Miguel de Ibarra, en el pueblo de Mira, se hallaba de cura uno de los sujetos con quien en Quito habíamos tenido gran correspondencia, y que era también de los muchos a quienes predomina con desenfrenado exceso la codicia. Era moderno en el curato, y por esto, queriendo empezar por los fines, fue su primera extorsión contra los indios la de despojarlos de todas las tierras que les pertenecían y adjudicárselas a sí, haciendo que los mismos dueños de ellas las cultivasen y pusiesen el trabajo personal en aprovechamiento del mismo cura. Los indios se vieron en tal estrecho de necesidad, con éstas y otras muchas extorsiones que no reservaban ni aun al cacique, que, al reconocer éste no había término ni modo que le contuviera, se fue a Quito a dar la queja al obispo, el cual, atendiendo a su justicia, le pareció que sería bastante, por la primera vez, para que el cura no prosiguiese sus atentados, el darle una reprensión. Mas sucedió al contrario, porque sentido de ello, fulminó contra el cacique que se quería sublevar y pasar con los demás indios a la cordillera, dejando desamparado el pueblo; puso la acusación ante la Audiencia, y para provocar al cacique a que hiciera alguna demostración que lo confirmase se apoderó de su hijo mayor y lo incluyó entre sus criados, dándole el ejercicio de que le cuidase de las cabalgaduras y sirviese de estribero, que es lo mismo que lacayo por acá. El cacique se sintió de esto con extremo, mas no [llevó] su despique por el lado que el cura lo tenía discurrido, pues, antes bien, queriendo volver por su honor sin salir de las vías y recursos lícitos, pasó a Quito, llevándose consigo algunos indios, y presentándose a la Audiencia se justificó de la acusación que siniestramente tenía hecha el cura contra él; quejóse de los enormes agravios que les hacía a él y a todos los indios, y del último que acababa de ejecutar, poniendo a su hijo en un ejercicio tan vil. Con esto exhortó la Audiencia al obispo, y este prelado llamó al cura y le hizo una severa reprensión, mandándole que diese satisfacción al cacique y que mudase de conducta, y habiéndolo ofrecido así, se le concedió licencia, después de algunos días, para que se restituyese al curato. Apenas entró en él cuando, más sentido contra el cacique y apoderado de ira, lo hizo llamar; acudió a su presencia con gran puntualidad, y, sin más razón que la de una desenfrenada venganza, lo hizo tender en el patio de su casa, y en presencia de la demás gente del pueblo, así españoles como mestizos e indios, lo hizo azotar, sin respetar ni su distinción, ni su calidad, ni la edad, que era ya crecida, y después le dijo que aquello lo hacía para que supiese las resultas que tenían las quejas que se daban contra los curas. Con esto se retiró del pueblo el cacique, avergonzado, a otro de la misma jurisdicción, y envió indios a Quito para que hiciesen presente a la Audiencia y obispo el ningún efecto que habían tenido las primeras providencias.

23. En este tiempo llegamos a Mira, y así el cacique, como todos los demás del pueblo, nos hicieron relación de lo que había pasado, pero nada le causaba más sentimiento al cacique que el haberle imputado, con tanta falsedad, el delito de que quería sublevarse e incurrir en el torpe borrón de desleal, y así decía, con bastante reflexión y capacidad, que ¿por qué había de hacer un agravio tal contra su señor rey (que es la expresión de que allá usan al nombrarle) cuando su piedad real los favorecía tanto, siendo el cura quien le agraviaba? Ni ¿cómo había de hacer él una vileza contra el honor de su fidelidad para que el cura triunfase de su reputación y conducta? Esto nos dio a entender varias veces, y lo mismo había dicho a los del pueblo, quienes nos lo refirieron con la última queja que este pobre cacique dio, y otras que hicieron los españoles y mestizos del pueblo, porque también llegaban a ellos las centellas del desorden. Nombró la Audiencia juez para que hiciese averiguación y justificase lo que allí pasaba, el cual vino a posar a la misma hacienda donde estábamos alojados, y antes de esto volvió a llamar al cura el obispo y puso un teniente en el curato. Las diligencias se hicieron con bastante formalidad, porque eran comprendidos todos los vecinos en las vejaciones del cura, que a serlo los indios solamente puede ser quedase oscurecida su justicia.

24. Nosotros nos retiramos a Quito, y mereciendo la confianza y buen concepto del obispo, al visitarlo quiso que le informásemos de lo cierto. Y en consecuencia de lo que se dijo quedó absorto del mucho sufrimiento de los indios y nos dio palabra de que aquel sujeto no volvería, ínterin que él ocupase la dignidad, ni al curato de Mira, ni a otro alguno, no obstante ser persona de quien el obispo había hecho grande estimación antes de suceder estos desórdenes. Estos desagravios consiguió por fin aquel cacique e indios por la casualidad de habernos hallado allí y sido testigos de su mala conducta, sin cuya circunstancia, y la de la generalidad de los excesos, hubiera deshecho el cura la gravedad de los cargos que ponían contra él, y los indios quedarían en peor estado que antes, y con la mancha de infidelidad que se les tenía imputada.

25. Véase ahora si lo que este cacique y sus indios padecieron no era bastante, en otra gente menos sufrida y más belicosa e inquieta, para intentar sublevarse y dar fin al cura, mucho más no habiendo en aquel pueblo quien los pudiese contener, ni de parte del cura quien se arrimase a su lado para defenderlo. Y cuando no sucediese esto ¿cómo sería posible evitar que se entrasen en los Andes si ellos lo hubiesen querido hacer, hallándose estas cordilleras tan inmediatas a aquel pueblo que en poco más de cuatro horas de camino se habrían puesto en las tierras libres y con los indios gentiles, cuya distancia es lo mismo para los indios como, entre nosotros, el atravesar una calle? Seguramente se puede creer que, cuando entonces no lo hicieron, fue prueba de su gran quietud y lealtad, lo cual, en lugar de esotro medio ilícito e indecoroso, les inclinó, no pudiendo sobrellevar las injurias y los malos tratos, a que casi todos los indios libres abandonasen su pueblo y pobres chozas y se repartiesen en otros de la misma jurisdicción, dando tiempo a que calmase aquella formidable tempestad que contra ellos se había levantado.

26. A vista de esto, no puede haber fuerza en la razón para persuadirnos a que ejecuten la vileza, que no hacen cuando se ven más abatidos, ajados y ofendidos, si estuviesen más bien tratados y favorecidos, porque ¿cómo hemos de creer que la crueldad o el rigor infunda en estas gentes lealtad y amor a su rey, [y] que el buen trato, la protección y el cariño los haya de transformar en rebeldes, siendo una nación que ama tanto el agasajo y las caricias, que estima como fineza, la mayor que le pueden hacer, el que sus amos les den los desperdicios de todo lo que comen, y tienen en más un pedazo de pan mordido de su boca, o lamer un plato donde hayan comido sus amos, que una porción de vianda que no la hayan tocado? Para ellos es de estimación que aquellos a quienes sirven los pongan junto a sí, y lo mismo el que se les consienta echarse en el suelo inmediatos a los pies de la cama de los amos, y a este respecto, todo lo que es dar pruebas de que los estiman, es para ellos de suma vanagloria y alegría.

27. Si se discurre en la lealtad por otro lado, ninguna nación se encontrará en el mundo que hable con más respeto y veneración de su rey. Nunca toman su nombre en la boca que no antepongan el distintivo de “señor”, como se ha dicho, y que al mismo tiempo no se descubran la cabeza, ceremonia que ni de los corregidores, ni de los curas, ni de otros han aprendido, pues, antes por el contrario, en ningún sujeto ven el ejemplo, y contra el torrente de todos, permanecen constantes en esta observancia. Dicen regularmente “el señor rey”, y algunas veces, según el asunto, “el señor nuestro rey”, pareciéndoles irreverencia nombrar al soberano de otra suerte, lo cual proviene de que, como regularmente oyen decir el señor virrey, el señor presidente, el señor obispo, etc., porque así está puesto en estilo en aquellas partes, se persuaden ellos, y no sin razón, a que si se guarda este respeto a los que son vasallos, es mucho más justo con el príncipe. Con el mismo fundamento, no pudiendo alcanzar ellos la causa de que se hable con Dios sencilla y llanamente, nunca nombran al Santísimo sin anteponer el distintivo de “señor”, diciendo el “Señor Santísimo Sacramento”. Todo prueba la veneración, el respeto y el amor con que tratan a la majestad, y es asunto digno de la admiración en una gente tan rústica, tan sin cultura en los entendimientos, y que sólo por noticias muy remotas llega a conocer que tiene rey. Por tanto, parece son mucho más acreedores a que se les corresponda, en pago de la lealtad y amor a su príncipe, con tratarlos benigna y cuerdamente, y con honrarlos cuando no lo desmerecen su conducta y operaciones.

28. Si en alguna gente se podría tener recelo de sublevación en las Indias de aquella parte meridional, debería recaer esta sospecha sobre los españoles o sobre los mestizos, que, entregados a la ociosidad y abandonados a los vicios, son los que levantan los ruidos. Pero este punto debe tratarse en particular, y por esto lo dejamos para la sesión adonde corresponde.

29. Determinado, pues, el establecimiento de que fuesen los hijos primogénitos o segundos de los caciques los protectores de los indios, sería preciso revestirse en los primeros años de una gran paciencia y de una confianza muy completa a favor de los indios, persuadiéndose con firmeza que todo cuanto pudiesen deponer contra ellos los ministros, jueces y particulares no era más que artificio para destruir la dada providencia. [Será] forzoso no hacer entero aprecio de las justificaciones que se envían de allá, en cuyo asunto se pudiera decir mucho, y para que la confianza quedase más asegurada [deberíase] hacer que el acusado y el acusador o los acusadores hubiesen de venir a España inmediatamente, guardándose esto con tanto rigor en los principios que, si fuese preciso, por hallarse comprendidos todos los que componen el cuerpo de una Audiencia, viniesen todos, y en su lugar pasase allá uno de los ministros más acreditados del Consejo de Indias, que con rectitud y desinterés hiciese la averiguación, y, concluida legalmente, se castigase acá severamente a los culpados, haciendo algunos ejemplares tales que llegasen allá las noticias tan vivas cuanto se necesita, para que todos conocieran que donde hay justicia no sirve de embarazo al castigo la distancia.

30. El primer caso sucedería, pero viendo que se llevaba el negocio con tanta formalidad y que ni a unos ni a otros se les dispensaba nada de la pena, sería bastante para que no sobreviniese otro. En prueba de ello servirá lo sucedido en tiempo que el marqués de Castelfuerte era virrey del Perú. El ejemplar único que hizo [en 1731] con el protector de indios de la Audiencia de Chuquisaca, don José de Antequera, cuando los ruidos del Paraguay, infundió tanto temor y respeto en las Audiencias, en los corregidores, en los demás ministros y en todo el Perú que, según nos refirió un sujeto que había sido escribano de cámara de la Audiencia de Quito, al leerse las cartas que escribía a aquel tribunal se demudaban todos de color, y cuando recelaban que pudiesen contener alguna reprensión, no atreviéndose a oírla, le decían al mismo escribano que abriese la carta antes de entrar en acuerdo, y se instruyese en su contexto para decirlo después con menos severidad que las de sus expresiones. Un sujeto del respeto de este virrey, y de su justificación y de su desinterés, necesita el Perú, y otro Santa Fe, para entablar las protectorías de los indios en los mismos indios, sin que los alborotos que se deben esperar con esta providencia den en qué entender acá. Pero es necesario que estos sujetos estén primero enterados de todo lo que pasa, para que no se dejen vencer de las adulaciones, de los engaños y de aquel pánico terror de la sublevación, que es el escudo con que se defiende la costumbre.

31. Determinado que fuesen los primogénitos de los caciques [los] protectores fiscales de los demás indios, se había de disponer que, desde la edad de ocho años, los enviasen sus padres a estos reinos, y que en ellos se les enseñasen las primeras letras, y después se repartiesen en los colegios mayores a hacer los regulares cursos de filosofía y leyes, y los que quisieren de teología, también; con esta providencia se arraigarían en la fe e instruirán en ella sólidamente a los demás indios cuando volviesen a sus países. Y para que su manutención acá no perjudicase al Real Erario, se podía cargar a los indios en medio real más de tributo al año, que lo contribuirían muy contentos para este fin. En los ya aptos para el ministerio se habían de proveer las protecturías, dándolas a los que tuviesen informes más aventajados de los mismos colegios, así de sus aprovechamientos en las ciencias como de sus conductas, y se debería observar que el de una provincia fuese a ser protector a otra distante, para apartarlos del amor de la propia patria, quedando a su arbitrio, después que recayese en ellos el cacicazgo, el dejar la garnacha e ir a gozarlo, o permanecer con el empleo renunciando el cacicazgo en su hermano inmediato, interinamente, hasta que fuese tiempo de que su hijo mayor pudiese entrar en él; porque se había de hacer incompatible el ser protector fiscal de indios y cacique a un mismo tiempo, a menos que, por convenir el que permaneciese en la protecturía, se obligase a ello, y entonces le dispensaría el monarca que nombrase teniente, como y cuando le pareciese, en el patrimonio, pero precisándole a que recayese la elección en indio noble o por lo menos libre de pensión de tributos.

32. Estos protectores, como no habían de tener ascenso en las Audiencias, pues el fin es sólo el que los indios tengan quien los defienda con amor e interés, todos ellos dejarían las garnachas cuando llegase el tiempo de entrar a ser caciques, para gozar con quietud y reposo las conveniencias que les pertenecían sin trabajo ni afán. Y convendría así para que después fuese uno de ellos protector particular de cada corregimiento, como los hay ahora, los cuales sirven para dirigir aquellas primeras instancias que se hacen ante los corregidores, y se observa en muchas provincias, aunque no en otras; los nombramientos de estos protectores particulares, que ahora los hacen los virreyes y Audiencias o presidentes, y recaen en españoles legos que sólo van a tomar la granjería del oficio, habían de ir por turno entre todos los caciques dependientes de cada corregimiento, para que el trabajo de defender a los indios fuese compartido entre todos. Y supuesto que no hostilizando a los caciques, ni quitándoles lo que les pertenece, tienen en qué mantenerse, se podía suprimir que los indios contribuyesen derechos a estos protectores por las diligencias que hacen a su favor, o si se alguna que para hacerles apetecible este trabajo tuviesen alguna recompensa, se les podría formar una asignación fija a costa de los mismos indios, acrecentando el medio real más de la derrama de mantener los hijos de los caciques [con] otro cuartillo, cuyo producto montaría tanto que con él habría bastante para la gratificación del protector, para papel sellado y para otras diligencias de justicia.

33. Decimos que se habían de traer los hijos de los caciques a España desde una edad tan tierna, para que acá se instruyesen en las primeras letras y en las humanas y ciencias, para lo cual son varias y fuertes las razones; una, el apartarlos del desprecio y odio con que los españoles de su edad los tratarían en las escuelas de allá, bastante para que nunca aprendiesen cosa alguna; segunda, para que se aprovechasen de la enseñanza de los maestros, la cual no tendrían allá, porque basta el ser indio para que todos tengan a desdoro el enseñarle, aun los mismos mestizos; tercera, para que, apartados de los vicios con que allá despiertan los entendimientos de todos, engendrasen en ellos nueva naturaleza las buenas costumbres, y fuesen timoratos a Dios y celosos de sus conciencias; cuarta, para que contrajesen amor al monarca, respeto a su soberanía, y veneración a sus preceptos, y para que conociesen que la rectitud de su real justicia no pretende hostilizarlos ni que se les agravie; quinta, para que sin pasión se hiciesen las propuestas por estos colegios, y no se les defraudase el mérito, suponiéndolos ignorantes, rudos e incapaces del ministerio que se les debía conferir; sexta, para que sus entendimientos se habilitasen con la comunicación de gentes distintas de las de allá en modales, costumbres y trato, y para que concibiesen amor a toda la nación.

34. Aquellos que descubriesen malas inclinaciones, genios altivos o ánimos belicosos, éstos se deberían inclinar acá al servicio militar, para que, embelesados en el honor de los ascensos, no tuviesen deseos de restituirse a sus países, disponiéndose que los cacicazgos pasasen al hermano inmediato; con esto se evitaría que fuesen a sus países a causar alborotos. [De todas formas debemos señalar] que sería muy raro el que descubriese esta disposición, porque naturalmente se inclina el genio de los indios más a la apacibilidad y a la quietud que a la altivez y desasosiego.

35. No quedaría defraudada esta idea por falta de aplicación ni de habilidad en aquellas gentes; antes bien, podría ser que la delicadeza de sus ingenios se aventajase a los celebrados de por acá, según la mucha agilidad que se nota en ellos para hacer e imitar todo lo que ven, como se ha dicho en la primera parte de nuestra historia. Si cupiera, por ejemplar, el de algunos mestizos, podíamos traer a la memoria, entre ellos, el de un Garcilaso Inca, pero los indios puros no se han visto todavía en el caso de medir sus talentos en las letras, porque no se les han franqueado las luces de ellas por el medio de las escuelas.

36. Una de las cosas que deben causar novedad es que se les prive a los indios del sacerdocio después de tantos años de convertidos. Con razón se ha observado esto atendiendo a la corta capacidad que concurre en ellos, y no reputándose ni aun aptos a recibir el sacramento de la eucaristía, menos lo serán para el de las órdenes. Pero ¿de qué nace esta grande ignorancia si no es de la falta de educación y de doctrina? Si se les diera la necesaria se descubriría en ellos el inestimable tesoro del entendimiento, que hasta ahora se mantiene escondido entre las sombras de la ignorancia y en los embarazos de la falta de cultura. ¿Qué fuéramos nosotros si hubiéramos nacido y nos criáramos con la falta de maestros que los indios? A no decir que peores, seríamos lo mismo. Supuesto, pues, que entre los que se educasen en los colegios de acá hubiese algunos que se inclinasen a la Iglesia, deberían concedérseles las órdenes sacerdotales y establecerse que éstos, sin hacer oposiciones allá, fuesen preferidos en los mejores curatos a todos los españoles, y que si su conducta lo mereciese ascendiesen también a las dignidades eclesiásticas. Esto solo bastaría para contener los desórdenes de los demás curas, y para darles emulación a que enseñasen a los indios con la formalidad y cuidado que se requiere. El ver los indios uno de su nación puesto en el altar, causaría en todos tanto regocijo que no sé si alcanzarían sus fuerzas a sobrellevarlo sin que el mismo gusto los ahogase. Bien se deja considerar el amor, la voluntad y la dulzura con que estos curas los instruirían en los preceptos de la religión; el aborrecimiento que tomarían a los vicios, y el horror, viéndolos reprendidos por los suyos mismos, y la puntualidad con que guardarían los preceptos de Dios y de la Iglesia, al verlos respetados de sus curas y apoyados con el ejemplo de la predicación de uno de su misma nación.

37. El segundo reparo que podrán objetar los que repugnarían esta providencia es el de que, recayendo las protecturías en los hijos mayores de los caciques, y quedando a su arbitrio el permanecer en ellas y renunciar por sí los cacicazgos en uno de sus hermanos hasta que el hijo mayor estuviese en aptitud de entrar en ellos, se disminuirían los tributos, mediante quedar exentos de él los caciques. Esta objeción es de tan poca monta que no merece casi la atención, pues no pudiéndose extender el número de los exentados más que al de las Audiencias, aun cuando fuese mucho más considerable, no se debía reparar en ella, antes bien [se debía] sacrificar la cantidad de su importe al logro de que no padeciese toda aquella gente, además de que de esta providencia resultaría grande aumento en los indios, y [que] no fueran cada vez en mayor decadencia. Lo mismo decimos de los pocos que quedarían acá en el ejército, y en cuanto a los que recibiesen las órdenes sagradas, como no debían dárseles éstas más que a aquellos cuya inclinación y virtud lo pidiese con instancia, no serían muchos, mayormente cuando, siendo los herederos del cacicazgo, habría pocos que quisiesen dejar la sucesión de sus familias para el segundo hermano; pero siempre convendría que hubiese algunos curas de la misma nación, por los motivos que dejamos dichos, bien fuesen de los hijos mayores de los caciques o de los segundos, [de los que sería conveniente] que se trajesen algunos. Con el mismo fin era preciso instituir las circunstancias de que se hubiesen de ordenar acá, en España, y que quedase prohibido el que ninguno pudiese recibir las órdenes allá ni dárselas los obispos con ningún pretexto. De este modo quedaría evitado el que, por librarse de la paga de los tributos, se ordenasen muchos indios o entrasen en las religiones, y a costa de perderse los de 50 ó 60 sujetos indios que se proveyesen en curatos, en una provincia como la de Quito, que tiene 200, se remediarían muchos males y se contendrían los desórdenes, sin que en ello hubiese pérdida alguna, respecto de que al presente, entre sacristanes, cantores y criados de los curas, que hay en todos los pueblos con el título de “servicio de Iglesia”, se emplean doce o catorce indios en cada uno, los cuales están libres de tributo. Y así, al aumentar uno más o el suprimir de aquellos tantos cuantos hubiese curas indios, no sería menoscabo para los tributos.

38. Otra objeción que se le pondría a esta determinación sería la de que si había de vestir garnacha y entrar en la Audiencia un indio, o si habría de sentarse en el coro de una catedral. Pero éstas, y otras que se pueden hacer no más formales que ellas, no merecen el que nos detengamos a su solución, pues ¿cuánto peor es, si se examina con alguna reflexión, que haya en unos y en otros empleos sujetos con mezcla de sangre y otras manchas que ya ha borrado, si no de la memoria, [sí] de la murmuración, la dignidad? Siendo, pues, los hijos de los caciques de sangre limpia, y nobles en su modo, ¿ qué reparo puede ser el que el color del cutis no sea tan blanco como el de los españoles? ¿Dejará de haber entre los españoles linajes esclarecidísimos por no ser nosotros tan blancos como los nacionales del Norte? Pues del mismo modo ni este ni otros reparos que podrá prevenir la malicia, deben servir de obstáculo para dejar de resolver en cosa tan necesaria, una vez que queda desvanecido el principal obstáculo de que, trayendo a España los indios, con la diferencia de temperamento y de comidas, morirían todos. [Este reparo] no es de grande entidad, porque trayendo indios que no sean de temperamentos cálidos semejantes a los de Guayaquil, Tierra Firme y otras [tierras] semejantes, no extrañarían ni lo uno ni lo otro, porque desde Lima para el Sur, y toda la serranía, tienen temples unos como el de España, y otros aún algo más fríos, [y] los mantenimientos son los mismos. Y si esta objeción no tiene fuerza para el caso, con que no deteniéndonos más en este asunto podremos pasar a otro, para dar fin a esta sesión.

39. La grande mortandad que causa en los indios la epidemia de las viruelas proviene, además del peligro que es propio de esta enfermedad, del grande desamparo en que los halla cuando los acomete, y de la falta total de providencia para su curación. Todos saben que no hay accidente que pida mayor abrigo, y, por el contrario, no hay mayor desabrigo que el de los indios, pues, como se ha dicho en la primera parte de la Historia, su alojamiento está reducido a una pobre choza, sus muebles son ningunos, sus vestidos consisten en la camiseta y capisayo, su cama en dos o tres pellejos de carnero, y aquí se concluye todo el ajuar y vestimenta. En este estado les coge la enfermedad y, haciendo su curso regular, termina con la vida. Allí ni hay otras personas que los asistan, a excepción de las propias indias, sus mujeres, ni más medicamentos que la naturaleza, ni otro regalo para su alimento que el continuo de las hierbas, camcha, mascha y chicha. Con que no solamente las viruelas, sino cualquier otra enfermedad grave es mortal en ellos desde que empieza. En el tomo ya citado de la Historia queda dicho lo perteneciente a la mala providencia de hospitales que hay en todo aquel país, pues, aunque todos los lugares grandes, como ciudades, villas y asientos, tienen fundación de ellos y éstos son de patronato real, sólo permanecen sus nombres y los solares en donde estaban las fábricas, lo cual se puede inferir por lo que sucede en la provincia de Quito, donde siendo siete las fundaciones de hospitales sólo existe uno, que es el de la capital, y de los restantes ya no ha quedado ni aun el simple cubierto. Indagando la causa de que se hallase en tal estado una providencia tan necesaria, y más precisa en aquellos países que en algún otro, sólo se pudo sacar en limpio que en unos era por haber dejado perder las rentas, y en otros porque la mala administración de ellas era causa de que quedasen embebidas en las particulares utilidades de los administradores, pero no [pudimos averiguar] cuál fuese la de que estuviesen deterioradas ni cuál la de que no hubiese quién celase la conducta de los administradores.

40. Aunque estos hospitales estuviesen en el mejor estado que se pueda discurrir, no bastarían a que se pudiesen socorrer en ellos todos los indios, porque, [como los que hay son pocos], no es comodidad para un enfermo el tener que caminar doce o quince leguas, que tal vez habrá desde su pueblo hasta el lugar en que se halla el hospital. Y así, aunque no se ofreciera este inconveniente, nunca serían bastantes los que pudiese haber, mucho más no siendo las rentas de todos ellos muy sobresalientes, ni habiendo en las poblaciones donde los hay, a excepción de Quito, en toda aquella provincia, médico ni botica para la asistencia. Con que, aun cuando estuvieran en estado de servicio los hospitales que tienen fundación, lo que no hallarían en ellos los indios y los demás pobres sería buena cama, buen alimento y curanderos que los asistiesen. [Por] esto mismo convendría que se estableciese en cada pueblo [un hospital], y para ello [que hubiera] una casa donde a lo menos tuviesen el abrigo y alimento necesario; pero sería forzoso huir de que corriese con su situado quien se utilizase en él y no atendiese al bien de los indios con el amor y caridad necesaria.

41. Del mismo modo se les debería obligar a los dueños de toda suerte de haciendas, pues tanto usufructo sacan de lo que tiranizan a los indios, a que tuviesen un lugar acomodado, capaz y con buenas camas, para aliviar a los enfermos de su hacienda, mediante que el número de los que algunas tienen es tan grande que suele pasar de 200, que son otras tantas familias. Esta enfermería debería tener separación de sala para mujeres y para hombres, y en ellas se les debería suministrar a los indios, a costa de las mismas haciendas, el alimento necesario, porque para todo dejan las ganancias que se sacan de su trabajo. Con esta providencia no serían tantos los que muriesen de miseria y de desabrigo. Y para que [esta enfermería] estuviese siempre existente, convenía también la providencia de que los protectores fiscales fuesen de los mismos indios, como se ha dicho, ordenándose que los particulares de los corregimientos, el año que lo fuesen, visitasen una vez todos los hospitales sin excepción de ninguno, aunque los administrasen regulares, e hiciesen un estado de ellos, el cual habían de enviar al protector fiscal de la Audiencia adonde perteneciese, para que, enterado éste de todo, pudiese dar cuenta a aquel tribunal y pedir en justicia lo que fuese necesario, para que así ni se defraudase lo que se asignase a esta providencia ni decayesen, por falta de cuidado, del buen estado en que se deben mantener siempre.

42. Asentada ya esta providencia tan necesaria y urgente en todos aquellos reinos, resta ver en qué modo se podría mantener sin gravamen del Real Erario, perjuicio de los indios, ni grave pensión de los particulares; [pero se ha de tener en cuenta que incluso] si faltaran otros recursos, sería más conveniente y caritativo a su favor, el gravar a aquellos [indios] en uno o en dos reales o más, si fuese necesario, al año, sobre el tributo que pagan, que el que deje de haber estos hospitales, mediante que, aumentándoseles los salarios de mita al pie que ya se ha dicho, y los jornales de los libres, les sería llevadera cualquier pensión que se les impusiere en su propio beneficio. Pero atendiendo a que no es necesario gravarlos más de lo que están para que se erijan y mantengan estos hospitales, ocurriremos a los demás arbitrios que no perjudican al rey en nada, ni al público sensiblemente.

43. El primer recurso que se ofrece es el de las penas de cámara de aquellas audiencias, cuyo monto ha estado puesto en práctica repartirlo entre sí los oidores por Navidad, con cuyo incentivo no sólo han tenido motivo para conmutar en ellas las penas de más rigor, que eran correspondientes a otros [tales] delitos, sino que, huyendo de distribuirlas en los legítimos fines que se les asignaban, por no disminuir el propio ingreso, no llega el caso de que se cumplan los destierros de los que salen condenados al presidio de Valdivia, por ahorrar el costo de conducirlos hasta Lima, que es de donde se despacha el situado. Y puesto que ni en esto, ni en ninguna otra cosa equivalente, se consumen, parece que no se les puede dar destino más acertado y propio que el de los hospitales para los indios. Pero como no serían equivalentes para tantos como se proponen, se hace preciso recurrir a otros arbitrios, a fin de que, con el producto de todos, se puedan mantener; dos son los que contribuirán a ello, tales que aún puede ser excedan a lo que necesitamos. Y como éstos se deben arreglar según conviniere mejor en cada provincia, pondremos el ejemplo en las de Quito y Lima, a cuyo respecto se podrá considerar lo que conviniere más en las otras, según el tráfico y efectos que produce cada una.

44. No hay hacienda, sea de religión, de eclesiásticos seculares, o de seglares, que no se sirva de indios, en todo el Perú, como queda dicho, a excepción de las de trapiche, o ingenios de azúcar, que tiene la Compañía [de Jesús] en la provincia de Quito, y de las haciendas de “valles”, pertenecientes a toda suerte de personas, que se trabajan con negros. En esta suposición, podemos decir, sin apartarnos mucho de lo riguroso, que son los indios los que trabajan en todas las haciendas, fábricas, minas y ejercicios de arrieros, para que se trafique de unas partes a otras, y siendo así, parece que es de justicia el que todos los que se utilizan en el trabajo de los indios, contribuyan a su curación cuando están enfermos, a fin de que su número no descaezca, pues en tanto cuanto hay indios, tendrán ganancias, y en siendo pocos, no las lograrán tan aventajadas. Empezando, pues, ya a determinar el modo de la contribución, sin que se haga pesada para los particulares, porque se debe atender no menos a éstos que a aquéllos, pudiera imponerse en la provincia de Quito sobre todos los géneros y efectos que le entran, sea por el camino de Popayán, o por las vías de las bodegas de Guayaquil, una cosa proporcionada, además, de lo que ahora pagan, en esta forma:

45. En las bodegas de Babahoyo, el Caracol, Yaguache y el Naranjal, paga de aduana una botija de aguardiente de Castilla (que es el de uvas), un real por derechos de aduanas, y puesta en Quito vale de 60 a 70 pesos; con que el que se le asignase otro real más que hubiese de pagar en la misma bodega para los hospitales, no sería cosa tan excesiva que hiciese perjuicio a nadie. Cada botija de vino de la Nazca paga, en las mismas bodegas, medio real, y vale en Quito de 20 a 25 pesos; con que el hacer que pagase otro medio real, no es demasía. Un fardo de ropa de la tierra que baja de Quito, paga real y se le podía cargar reales de hospitales; si es de ropa de Castilla (distintivo que le dan allí a todo lo que es cosa de Europa) paga reales y se le podría echar más para los hospitales. A este respecto, pudiera hacerse en todo lo demás, y subiría a tanto que, a no ser bastante este renglón sólo para mantener los hospitales, le faltaría muy poco.

46. El segundo arbitrio para la misma provincia de Quito debe recaer sobre los aguardientes que se fabrican con el jugo de la caña de azúcar, cuyo consumo es tan considerable en toda ella que no es comparable al que tiene el vino y aguardiente de uvas juntos, porque éstos le tienen muy poco y el de aquél es grandísimo, como se ha dicho en la primera parte de [la Historia de] nuestro viaje; esto se ha de entender a excepción de Guayaquil, porque en aquella ciudad sólo se gastan de estos frutos los que van de Lima. Este aguardiente de cañas está prohibido rigurosamente, y asignadas penas a los que contravengan en ello; pero como los remedios a esta prohibición son dar a los gobernadores nuevos motivos de ingreso, y que, indultándose los dueños de trapiches con los gobernadores y ministros, se les disimule, y aún [se les] dé amplia facultad para que lo fabriquen y vendan públicamente, y respecto a que es imposible lograr el fin, y que el daño que esta bebida causa a la naturaleza no es tan considerable como el que ocasiona el de uvas, parece que convendría levantar la prohibición, y que la utilidad que con ella tienen los gobernadores y demás ministros, recayese lícitamente en los hospitales, imponiendo en cada arroba el derecho de dos reales, o más si pareciese necesario, cuya carga no es más gravosa contra los dueños principales que las demás que quedan asignadas, y sería bastante, como se ha dicho, para sostener esta piadosa obra.

47. Dos razones hay en Quito para que nunca pueda faltar la fábrica y uso de este aguardiente. La primera, que la cantidad que dan de él en las pulperías por medio real, equivale a la que costaría ocho reales del de uva; y así, si no se vendiera, o habían de dejar su uso los que lo acostumbran (cosa que se puede tener por imposible en aquellos reinos), o la gente ordinaria y pobre que no pudiera soportar el costo del de uvas había de hurtar para comprarlo, siendo cosa negada el que se pasen sin él. Y la segunda, que hay muchas haciendas de cañas, las cuales no siendo propias para otra cosa por su temperamento, el jugo de la caña no lo es tampoco para otro fin que el de hacer aguardientes, porque no puede cuajar en azúcares, ni convertirse en buenas mieles, por ser aguanosos; con que, o sería forzoso que sus dueños las abandonasen totalmente, o mantenerlas con el fin de hacer guarapos y aguardientes.

48. El aguardiente de cañas, cuando no es resacado, ni es tan fuerte o violento como el de uvas, ni tan nocivo a la salud, según el dictamen del botánico que envió el rey de Francia con la compañía francesa, monsieur De Jussleu porque, además de la menor fortaleza, no es tan seco, y mucho más balsámico. Por esta razón, el mismo monsieur De Jussieu, un sujeto muy arreglado, para cuando se sentía algo indispuesto del estómago, lo prefería, tomando una corta porción de él y quemándolo primero con un terroncillo de azúcar, y aconsejaba a todos que hiciesen lo mismo, y que diesen de mano al otro; para toda suerte de medicamentos lo empleaba siempre, y nunca quería servirse del de uvas, diciendo que no sabía cómo podían haber informado a España hombres que se tuviesen por inteligentes en la medicina, que este aguardiente era más perjudicial a la salud que el otro, siendo totalmente al contrario. Del mismo sentir era monsieur Seniergues, cirujano de aquella compañía, y se servía de él, dándole la misma preferencia que el botánico.

49. En Lima no corre la misma paridad que en Quito, porque, con la abundancia que hay de vinos y aguardientes de uvas, no se fabrica de cañas, o es poco el que se hace, y, a proporción, tiene muy escaso consumo. Pero hasta la imposición sobre los géneros y efectos que entran por mar y por tierra, para [obtener] lo que pueden necesitar todos los hospitales de los pueblos de la jurisdicción de aquella Audiencia. Del mismo modo se debe arreglar la contribución en todas las demás y, sin que la carga venga a ser gravosa al público, hacer una obra, la mayor, más necesaria y piadosa, que se puede discurrir para el bien común de los indios.

50. Una de las circunstancias más dignas de atención en este particular, y en que se debe poner todo cuidado, es en que los eclesiásticos concurran a ella del mismo modo que los seglares, sin excepción de ninguno, porque lo contrario sería que todo el peso recayese sobre estos últimos, siendo general para todos el bien, y quienes más lo disfrutan, las religiones, por ser mayor el número de haciendas que gozan. No se les ha de permitir, por ningún motivo, el que se puedan indultar ando por una vez un tanto, mediante a que no corresponde el tal indulto, ni conviene en una cosa que debe subsistir siempre, sino que cada uno pague, de lo que entrare o sacare, el [pertinente] derecho de hospitalidad; ni deben exceptuarse, por lo que ya queda dicho, aquellas religiones que tuvieren preeminencias más sobresalientes que las comunes en las demás, sino que todas pasen por un mismo reglamento, pues tanto servicio reciben de los indios los que tienen estas preeminencias, como los que carecen de ellas.

51. El establecimiento de estas contribuciones, aunque tan justas y moderadas como queda visto, no dejará de encontrar bastantes contradicciones. Los dueños de haciendas dirán que es fuera de razón el que [por una parte] se les obligue a tener hospitales, y por otra parte a contribuir para la subsistencia de los de los pueblos; las religiones, entre éstos, saldrán representando que en sus conventos y hospicios tienen enfermerías para sí, y que en ellas se curan todos los indios que les asisten, [y] los comerciantes, que ellos pagan por entero a los indios cuando los emplean. Pero todo esto no debe hacer fuerza, porque tan desamparados están los indios que sirven a las religiones en las ciudades, como los que hacen mita en las haciendas, y como los que viven en los pueblos con la voz de libres. Los dueños de haciendas deben contribuir no menos al bien común de los indios libres [que] al de los que mantienen en ellas de mitayos, porque deben considerar que aquéllos, [aunque] no hagan mita (como sucede ahora), son causa de que la puedan hacer los otros, y que si se guardara el orden de la mita, deberían irse remudando, como tenemos dicho; con que no es menor el interés que tienen en los unos que el que reciben de los otros. Los comerciantes, aunque es cierto pagan por entero a los indios, y mejor que ningunos otros, deben reflexionar que no les bastaría el dinero si les faltasen indios para hacer su comercio. Y, en una palabra, que todo cuanto se cultiva y se trafica en el Perú, según queda ya advertido, se hace por medio de los indios, con que todos deben concurrir, en justicia, a su subsistencia y a procurar los medios de reparar su decadencia.

52. Determinado ya el modo de que los hospitales se mantengan, nos resta ver cuál será el que se pueda arbitrar para que todo el producto de lo asignado no se convierta en fraude, y deje de conseguirse el fin; de qué sujetos se podrá echar mano para que administren estos caudales y dispongan su distribución con celo, con inteligencia, con aplicación y con limpieza; a quién se nombrará en cada pueblo para que tenga a su cargo la administración de los hospitales, y cómo se dispondrá todo de suerte que se luzca y que los indios gocen beneficio tan grande. Si se les hace el encargo de esta dirección a los obispos, aunque estos prelados quieran manifestar el mayor celo que es posible, toda la vez que ahora no remedian los desórdenes de los curas y de los demás eclesiásticos que están a su disposición, ¿qué seguridad puede haber de que lo hagan en asunto que no grava tanto sus conciencias como aquél? [Poca,] mayormente cuando, siéndoles forzoso descargar lo fuerte de este peso sobre otras personas de su confianza, es darles ingreso a éstos y quitar comodidad a los indios. Si se encarga de ello a los gobernadores, es lo mismo que agregarles una nueva renta a las muchas que ellos se procuran. Si se da a las religiones hospitaleras, como a la de Nuestra Señora de Belem, establecida en todos aquellos reinos, o a la de San Juan de Dios, será agregar riquezas a las comunidades, sobre las muchas que allí tienen, sin beneficio del público, ni esperanza de tenerlo. Sólo un arbitrio hay, el único a nuestro parecer que puede salvar los inconvenientes de aquéllos, y es que todo este negocio se ponga al cuidado y celo de los padres de la Compañía, pues aunque su instituto no sea de hospitalidad, el dirigir este negocio no es ser hospitaleros, ni es menos piadoso y agradable a Dios el de tomarlo a su cargo que el de la predicación y enseñanza del Evangelio, pues uno y otro son actos de caridad, la cual en ninguna religión, de las que hasta el presente se hallan establecidas en las Indias, se nota con las ventajas que en ésta, en cuyo asunto nos dilataremos lo necesario cuando tratemos de las religiones. Con que sería muy acertado encomendarle [a la Compañía] esta obra tan importante, y aun obligarla a que la admitiese, si se reconociese necesario. Pero para evitar que el público o las demás religiones, movidas de la natural envidia que regularmente acomete a la mayor confianza, fulminasen contra ella las poco fundadas voces que han solido, pretendiendo manchar el acierto de su conducta, se dispondría todo con las precauciones necesarias, como las que podremos exponer, u otras equivalentes, que lo evitasen.

53. A la religión de la Compañía había de pertenecer el percibir inmediatamente todo lo asignado a hospitales, sin que entrase en las cajas reales, ni los oficiales de la Real Hacienda tuviesen intervención en ello; sólo sí [intervendría], como de testigo autorizado, con consentimiento [expreso], el protector fiscal de los indios, haciendo el oficio [de tal en lo referente al] producto del derecho de hospitalidad, y no [en] otra cosa [si no] para dar razón al Consejo de Indias inmediatamente, [y] sin que las Audiencias pudiesen tener tampoco más conocimiento en este asunto que los oficiales reales, a fin de evitar con esto el que el producto de la hospitalidad se aplicase a otro destino que el legítimo suyo, con cualquiera urgencia o motivo que se ofreciese [y] que los oficiales reales pudiesen oscurecer parte de su producto, retardar las entregas, pretender gajes o tener algún otro arbitrio en ello.

54. Se le debería conceder a la religión de la Compañía [que] por sí, con intervención del protector fiscal, pudiese nombrar los administradores y guardas necesarios para que éstos percibiesen los derechos de los hospitales, y que los minasen a su salvoconducto siempre que les pareciese, gozando aquellos a quienes diesen estos empleos y ejercicios los mismos fueros y preeminencias que tienen los que están empleados en las rentas reales. Pero si le pareciese a esta religión [conveniente] el poner administradores o procuradores de su misma religión, que lo pudiese hacer, pero que en este caso hubiese de haber un tesorero seglar que percibiese el dinero de la primera mano, el cual debería ser nombrado por la misma Compañía, con intervención del protector fiscal.

55. Cada mes se debería hacer la entrega del dinero a la Compañía, y el administrador o tesorero manifestar sus libros de entradas al protector, para que éste tomase una razón por mayor de la que hubiese habido en él. Y en todo lo demás la Compañía sería libre para distribuir el dinero, nombrar un administrador de hospital en cada pueblo, y mujeres para que asistiesen en ellos, que son allá las curanderas, y demás providencias necesarias.

56. El protector fiscal debería enviar al Consejo de Indias cada año, según se ha dicho, la razón del dinero que la Compañía hubiese percibido, y esta religión la de su distribución por menor, sin más justificación que la de su dicho, el cual es digno de mayor fe que los que pueden venir autorizados de jueces y escribanos. Porque cuando hay extravío en la distribución concurren todos a él, y unos ocultan la mala conducta de los otros, por cuya razón es difícil llegar a conocer acá lo que allá se ejecuta.

57. Déjase comprender que la Compañía tomaría sus medidas en todo, empezando por hacer elección de un sujeto de gobierno, inteligencia y capacidad que manejase todos los fondos a imitación de los procuradores que tiene en todas las provincias para el de las rentas que les pertenecen. La misma Compañía tendría otros procuradores de la misma religión en cada colegio particular, para que estuviese al cargo de él el gobierno económico de los hospitales que perteneciesen a cada corregimiento, lo cual consistiría solamente en dar esta comisión a uno de los sujetos que asistiesen a él, sin que en esto se les siguiese perjuicio alguno, mediante que en todos ellos tienen colegios, y en uno u otro donde faltase, como sucede en la provincia de Quito, que de todos los corregimientos que le pertenecen, sólo en el de Chimbo no tienen colegio, allí destinarían un sujeto para que residiese en alguna de sus haciendas, o, si no la tuviesen, podían agregar esta procuraduría a la más inmediata. Con lo cual estarían celados, y en un permanente ser, todos los hospitales, con buena asistencia, sin que hiciese falta nada, bien servidos y sin que se desperdiciase en extraviados fines lo que se asignase para ellos. Porque además del don de gobierno, en que todos convienen a favor de esta religión, su celo, su eficacia, su caridad y el amor particular con que mira y trata a los indios, son prendas que se hallan tan elevadas en todos sus individuos que los hace dignos y únicos acreedores a tanta confianza, cual la necesita y pide el cuidado de los indios, los cuales, verdaderamente menores, hoy no tienen quien mire por ellos, aun con aquella precisa caridad de prójimos.

58. Para cualquiera otra especie de tribunal, comunidad, o sujeto a quien se hiciera este encargo, que no sea la Compañía, no le serviría de pensión o carga, sino de comodidad y provecho, porque aunque empezaran con fervor como les sucedió a los padres betlemitas en Quito, cuando consiguieron que se les adjudicasen las rentas de aquel hospital y lo tomaron a su cargo , después se aplicarían al aumento de la propia utilidad, dejando el fin principal tan decaído cuanto ya está dando a entender la experiencia en aquél, y como se está palpando en las memorias de los demás hospitales que se fundaron de orden de Su Majestad, y a sus reales expensas, en las principales poblaciones de aquella provincia; esto es lo que no hay motivos de recelar de parte de la Compañía. Para esta religión sería pensión verdaderamente este encargo y, por tanto, habría la precisión de remunerárselo en algo, lo cual podría ser en que sus géneros y efectos no hiciesen ninguna contribución con fin de hospitalidad, mediante que bastaba la de dar y mantener procuradores en todos los corregimientos para que cuidasen de todo lo perteneciente a hospitales. Pero porque esta gracia, que bien mirada sería justicia, enconaría más los ánimos de las otras religiones contra ésta, y aun los de algunos seglares (aunque no todos), para que no causase en ellos tanto reparo, convendría que, por lo perteneciente a aguardientes, no pagasen nada, lo cual no sería para ellos más que una gracia distintiva de honor, en que se perpetuaría a la memoria la rectitud con que observan y guardan las órdenes del soberano, porque en sus haciendas y trapiches no se ha fabricado nunca aguardiente de cañas para vender, y que de todos los demás géneros contribuyesen con la mitad de lo que correspondería, o con aquello que pareciese conveniente, únicamente para que no tuviesen que decir, o fulminar, como lo suele hacer la indiscreción.

59. Esta obra sería la más heroica y la más agradable a Dios que se puede imaginar. Los hombres desapasionados y que tuvieren conocimiento de aquellos países lo sentirán así, y aún los mismos que los habitan, cuando reflexionen, no dejarán de conocer cuán necesaria es y la grande utilidad que facilitará a todos, conteniendo tanta mortandad de indios como perece por falta de un recurso semejante. Por esto no hemos escrupulizado en detenernos algo sobre ella y en proponer los medios que nos han parecido más propios, según los podemos alcanzar, con el buen fin de que se repare en parte aquella miserable gente, y que se les procuren los mejores medios de aliviarlos en tanta miseria y desdicha como la que están experimentando y padeciendo.

SESION OCTAVA

Conclúyese que de lo mucho que padecen los indios nace
la oposición que se encuentra en los indios infieles para admitir
el Evangelio y reducirse al vasallaje de los reyes de
España; se trata del corto fruto de las misiones

1. Quien con atención se hubiere hecho capaz de lo que se contiene en las cuatro sesiones antecedentes, conocerá la razón con que los indios infieles aborrecen la dominación de los españoles y el motivo que los induce a mirar con desprecio la religión católica en que se les desea instruir, pues, atendido, según ellos lo reflexionan, que la religión, en el modo que la experimentan, viene a quedar en un medio tan irregular de sujetarlos al duro yugo de la tiranía, no es mucho que se muestren tan renitentes y obstinados para no admitirla, cuando se les están presentando a la vista los lastimosos ejemplares de lo que pasa por los de su misma nación ya convertidos. Ni tampoco lo es el que, siendo libres, quieran, aunque a costa de una vida vagante, desastrada y bárbara, huir de las comodidades de la racionalidad, por no acercarse a las puertas de la esclavitud.

2. Uno de los asuntos principales que se nos encargaron en la instrucción fue el de que nos informásemos de los parajes que permanecen habitados por los indios bravos, la inmediación que tienen ellos a nuestras poblaciones, las naciones que los componen, y la facilidad o dificultad que haya para reducirlos con su genio y costumbres. Estos serán los asuntos que se comprenderán en esta sesión, y, como accesorio a ellos, insertaremos también una noticia de las misiones que mantienen las religiones en los países de infieles pertenecientes a la provincia de Quito, que es de la que tenemos noticias suficientes para poderlo hacer con la precisión que pide esta materia, en la cual procuraremos individualizar lo que pertenece a cada punto.

3. De cuanto se extiende la América meridional, se puede bien considerar que lo único poblado por los españoles y donde hay pueblos que reconocen por señor a los reyes de España, es el ámbito que forman entre sí las dos cordilleras reales de los Andes, y lo que se dilata desde la cordillera occidental hasta las costas del mar del Sur, si bien en éstas hay algunos espacios que están totalmente despoblados, o ya por ser llanos muy dilatados donde falta la proporción para ello, o por haberse mantenido en aquellas tierras los indios bravos sin querer reducirse a la obediencia; así se observa en la costa que corre desde Arica a Valparaíso y de La Concepción a Valdivia, no seguida enteramente, sino en algunos tránsitos.

4. Las poblaciones españolas de la sierra se extienden por el oriente hasta ocupar las faldas occidentales de la cordillera oriental de los Andes, como se ha dicho en la descripción de la provincia de Quito, tomo primero de la Relación de nuestro viaje, y desde las faldas orientales de esta misma cordillera (cuyo país empieza ya a ser montañoso, húmedo y cálido) en adelante, hacia el oriente, tienen principio las habitaciones de los indios infieles, tan poco distantes de las de los españoles que con sólo subir a lo alto de las cordilleras (como lo acostumbran los corredores de venados) se dejan percibir las humaredas de los indios gentiles, y sus países corren, hasta ir a encontrarse con las costas del Brasil, por espacio de más de 600 leguas.

5. Las naciones que pueblan todos aquellos anchurosos y largos espacios son muy numerosas, y cada población suele ser una y distinta en lengua de sus inmediatas, y aunque en lo general de las costumbres no sea muy sensible la diferencia, se nota, no obstante, alguna variedad entre ellas, ya sea en los falsos ritos de su idolatría, ya en el régimen de su gobierno o ya en el conjunto de sus propiedades.

6. Muy pocas son, de todas estas naciones, las que reciben misioneros, y más remisas o renitentes en esto las que están más inmediatas a las poblaciones españolas. Con particularidad son en este punto más pertinaces que ningunas las que, habiéndolos tenido una vez, llegaron a sublevarse cometiendo alguna atrocidad contra ellos, porque, temerosos del castigo de que se reconocen merecedores, no hay términos que las puedan reducir. Lo mismo sucede con los que se sublevan de las poblaciones españolas, y aun en éstos concurre otra circunstancia más, que es la de huir del maltrato que han experimentado; de aquí se sigue el grave daño que causan instruyendo en ello a las naciones con quien se juntan y a las demás que son sus comarcanas, para que aborrezcan el solo nombre de españoles, y totalmente se nieguen a admitir la religión.

7. No podemos negar que los indios son por su naturaleza inclinados a la ociosidad, a la idolatría y a todo aquello que es propio de la irracionalidad en que viven, porque en todas las naciones del mundo es natural, y se experimenta, que cada una aprecia, como las mejores, aquellas costumbres, modales y religión en que nació y le criaron, [y que], por el contrario cualquiera otra extraña no le parece bien, ni se hiciera a ella sin grande repugnancia y fuerza. Por esto, no sólo no se debe extrañar el que los indios sean difíciles de reducir a otras costumbres tan diversas a [las] que están habituados, cuanto se opone el trabajo a la ociosidad o la racionalidad a la barbarie, sino que es digno de admiración el que, sin mayor contrariedad, se encuentre docilidad bastante en algunas naciones para admitir misioneros y recibir los ritos y leyes de una religión que los obliga enteramente a abandonar sus falsos ídolos, a dejar sus antiguas y ya connaturales costumbres, y a separarse de la superstición y de los agüeros con que los tiene embelesados el infernal espíritu para asegurarlos más en su esclavitud.

8. Siendo común y propio de todas las naciones (como acabamos de decir) la oposición a otras leyes, divinas y humanas, distintas de las que entre ellas están establecidas, y no menos la repugnancia a haber de abandonar sus ancianas costumbres, podremos dar por sentado que de dos circunstancias que hacen difícil la reducción de los indios, es ésta la primera, y debemos mirarla como natural y general en todas, y no como determinadamente particular en aquella gente; la segunda es el maltrato que les está amenazando en los españoles, después de haberse reducido. Sin esta circunstancia, bastaría sólo la de sacarlos de una vida holgazana, ociosa y libre para ponerlos en otra laboriosa, quieta y domiciliada, para que hubiese repugnancia de su parte en este trueque, aunque no recibiesen de los españoles ningún mal trato; agréguese, pues, ahora, el peso de éste, y se conocerá cuánta mayor debe ser la dificultad. De aquí proviene en gran parte el daño de que los indios no se dociliten con facilidad, y el de que tengan la religión cristiana en el poco digno concepto de que es el primer escalón por donde suben al teatro de sus miserias y trabajos.

9. No se debe entender que todas las naciones de indios infieles que no han tenido misioneros ha sido porque absolutamente no los han querido admitir, sino porque no se ha intentado el introducírselos. En algunas partes [esto ha] provenido de que, hallándose distantes de las cordilleras, son ellas y sus países desconocidos a los españoles, y en otras, porque las fragosidades y la mala calidad de los temples no son propios para otras gentes que para aquellas que se han criado en ellos; mas no por esto dejarían de poder subsistir una vez que se empezaran a poblar, a formar pueblos, y a hacer sementeras correspondientes al temperamento, como sucede en otros tan cálidos y húmedos como los que se mantienen desconocidos hasta el presente. Con que donde únicamente hay misiones es en algunos de los parajes conocidos, que suelen estar inmediatos a las cordilleras o en las orillas de los ríos caudalosos, como sucede en el Marañón; díjose en algunos porque no es tampoco en todos donde entran misioneros, lo cual proviene de que en los demás no les admiten los indios, por estar impresionados de los motivos que quedan ya explicados.

10. Siendo tantas las naciones de indios gentiles que hacen vecindad a la provincia de Quito, pues en todo lo que se extiende de Norte a Sur corren por la parte del Oriente los países de ellos, son muy cortas, a correspondencia, las misiones establecidas, y muchas menos las religiones que, con celo evangélico, se dedican a este fin, pues a excepción de la Compañía de Jesús, que después de muchos años ha mantenido la de Mainas, todas las otras o no tienen misiones algunas o sólo conservan uno u otro pueblo, lo bastante únicamente para tener motivo, con este pretexto, de llevar misioneros, cuyos sujetos son empleados después en los particulares asuntos y fines de la misma religión, sin que nunca llegue el caso de que vayan a predicar y extender el Evangelio entre los infieles. Tan general es esto que no hay religión alguna que no lo ejecute así, y la de la Compañía lo practica del mismo modo que las demás, de tal suerte que de cada veinte sujetos que van de España, apenas uno, y cuando más dos, entran en las misiones, porque la misma religión no destina a este fin mayor número. Es cierto que la Compañía tiene formadas más poblaciones en los países de infieles que ninguna otra religión, pero no por esto es menor el número de europeos que mantiene permanentes en los colegios españoles que aquellas [otras religiones], porque antes bien excede en mucho, lo cual nace de que lleva misioneros más frecuentemente y mucho mayor número en cada vez.

11. Viven todos en España en la inteligencia (y aun en las mismas comunidades se cree) que los misioneros que van a las Indias deben pasar inmediatamente a la conversión de los infieles, y enfervorizados en esto, hacen muchos sujetos la solicitud de que los incluyan en las misiones. Pero como no sucede así, se hallan burlados cuando llegan allá, viendo cuán distinto es su ejercicio del que tenían concebido, y se hallan imposibilitados de poder retroceder. Lo que sucede con estas misiones que se envían es que luego que llegan allá, los reparten, si son de la Compañía en los colegios, y si de otras religiones que tienen alternativa, en los conventos de toda la provincia, aplicando unos a las cátedras, otros al púlpito, otros a las procuradurías, y otros al manejo de las haciendas, como sucede acá en España, sin diferencia alguna. En estos ministerios y ejercicios los mantienen o los hacen variar pasándolos de unos a otros, y el asunto que par-ticipa menos de las misiones y misioneros es el de su propio y único fin, porque una vez completo de curas el corto número de pueblos de que se componen las misiones, sólo cuando muere alguno, o cuando otro quiere retirarse por hallarse cansado con el peso de la edad, se destina otro en su lugar, y de uno a otro [suceso] suelen pasarse cuatro y cinco años, o más tiempo.

12. No siendo el fin de la predicación a los infieles el que promueve la solicitud que hacen las religiones para llevar misioneros a las Indias, precisamente han de tener otro de donde les resulte algún beneficio, porque si no fuera así, no se meterían en un costo como el que hacen por su parte, extra del que contribuye la Real Hacienda, pudiendo evitarlo. Y esto es lo que vamos a declarar.

13. Las religiones que tienen alternativa en todos los empleos propios de ellas, no pueden pasarse sin tener sujetos europeos, porque se expondrían a perder este fuero, y no teniendo otro medio para llevarlos, se valen del de las misiones, a fin de que pasen con él, y como esta providencia no les conviene a los criollos, se despachan siempre los procuradores a solicitarles cuando está la alternativa en sujeto europeo. Bastando, pues, para lograr el fin, un corto número de sujetos, se reducen a él las religiones, a excepción de la Compañía, la cual tiene otros motivos particulares, como son: el de mantener un equilibrio en todos los colegios entre europeos y criollos; el de que las buenas costumbres y educación de los primeros predomine sobre las malas que adquieren los segundos desde que empiezan a ver la luz; para que los colegios no descaezcan de aquel régimen y formalidad que es general en esta religión tanto en España como en todos los de-más reinos católicos y libres adonde está extendida; y para que sean los europeos quienes manejen las rentas que pertenecen a los colegios, con celo, economía y gobierno, porque son muy raros los criollos en quienes concurren estas circunstancias, y así no son aptos para estos ministerios, como tampoco para emplearse en las misiones, no siendo para tal encargo tan adecuada su conducta.

14. En el año de 1744, hallándonos ya próximos a dejar aquellos reinos, llegó a Quito una misión de la Compañía que acababa de llegar de España y se componía de crecido número de sujetos, los cuales, como iban persuadidos que luego que llegasen los destinarían a los países de infieles para emplearse en predicarles y vieron que no se promovía este asunto, después de haber pasado algunos meses todos empezaron a mostrarse descontentos y tan aburridos que, si se les hubiera dejado arbitrio para volverse a España, hubiera quedado allí raro o ninguno, porque decían que para permanecer en los colegios les era de más estimación y más agradable el hacerlo en los de España. Con esta inquietud y poco sosiego estaban aquellos misioneros, conociendo cuán distantes se hallaban de obtener el fin que concibieron cuando se determinaron a pasar a las Indias. Y la misma tienen todos, hasta que con el tiempo se van acostumbrando al país y perdiendo aquella impresión.

15. Todas las misiones que corresponden a la dilatada provincia de Quito están reducidas a las que tiene la Compañía en el río Marañón, y cinco pueblos que tiene la de San Francisco hacia las cabeceras del río Putumayo en Sucumbíos, pero ni todas las de la Compañía, ni éstas del orden seráfico, tienen curas en todos los pueblos, como debiera ser; y para que se vea esto más palpablemente, nos valdremos de una razón de la última visita que, de orden de Su Majestad, comunicada directamente al obispo de Quito, don Andrés de Paredes y [Armendáriz], practicó, por comisión particular de este prelado, el doctor don Diego de Riofrío y Peralta, cura de la parroquia de Santa Bárbara de aquella ciudad, en el año de 1745, que es la más completa y formal que se ha hecho desde que se principiaron aquellas misiones, y la más instructiva para poder hacerse capaces de su estado presente.

16. La religión seráfica tiene solamente cinco pueblos en las misiones de Sucumbíos, que son: San Miguel, San José, San Diego de los Palmares, Yancue y Nariguera, y estas misiones pertenecen a la jurisdicción de Pasto, que es parte del gobierno de Popayán, aunque dependiente en el gobierno de la Audiencia de Quito.

17. Las misiones de la Compañía empiezan desde Archidona, ciudad cuyo curato pertenecía a los clérigos y lo permutaron éstos con otro que la Compañía tenía en las montañas de la parte de Guayaquil. El curato de Archidona tiene tres anexos, distantes de aquella ciudad de seis a siete leguas cada uno, y son: Misagualli, habitado por españoles, mestizos y negros; Thena, de indios, y Napo, también de indios.

18. Segunda misión, San Miguel de Siecoya. Los indios de este pueblo se habían sublevado contra el padre misionero, y en 9 de enero de 1745 le dieron muerte y quemaron a él y a dos mozos que tenía en su compañía. Llamábase este cura el padre Francisco Real y tenía a su cargo, además del pueblo principal donde hacía su más continua residencia, otros seis pueblos, cuyos nombres son San Bartolomé de Necoya, San Pedro de Aguarico, San Estanislao de Aguarico, San Luis Gonzaga de Aguarico, Santa Cruz de Aguarico y el Nombre de Jesús; [Aguarico] es el nombre del río en cuyas orillas están situados los pueblos. En estos seis anexos se comprendían 2.063 personas de ambos sexos y todas edades; los 1.628 cristianos y los 435 catecúmenos. Aunque tuvieron noticia de la atrocidad cometida por los del pueblo principal, no quisieron seguir el mal ejemplo de ellos, antes bien, esperaban tranquilamente en sus pueblos que se les enviase nuevo misionero, dando a entender que miraban con disgusto el atentado de aquellos sacrílegos indios. Este misionero a quien habían dado muerte era de los que modernamente habían llegado a Quito en la última misión que pasó de España, y faltándole totalmente el conocimiento de las costumbres, genios y propiedades de los indios, carecía del método que requiere su gobierno para que no se les hagan ásperas las reprensiones, ni duro el retirarlos de la barbaridad de sus costumbres y tenacidad de los vicios a que están connaturalizados.

19. Tercera misión, San José de Guajoya. Era su cura misionero el padre Joaquín Pietragrasa, quien tenía a su cargo, además del pueblo principal, el del Nombre de María y los tres [siguientes]: San Javier de Icaguates, San Juan Bautista de los Encabellados y la Reina de los Ángeles, en los que por ser pueblos formados nuevamente, residía también un hermano de la Compañía, Salvador Sánchez, para instruir los indios en la doctrina y enseñarlos a rezar.

20. Cuarta misión, al cargo del padre Francisco Pérez: San Javier de Urarines, pueblo también recién formado; pero los que siguen son de las antiguas misiones de Mainas, en el río Marañón.

21. Quinta misión, la ciudad de San Francisco de Borja, capital del gobierno de Maynas, tan reducida que sólo contaba, por la enumeración que hizo el visitador citado, de 143 almas en ambos sexos y todas edades; esto se entiende de indios, y 66 personas más de españoles. Tiene por anexos a los pueblos de San Ignacio de Maynas y Andoas del Alto; su cura era el padre Juan Magnin.

22. Sexta misión, Santo Tomás Apóstol de Andoas, al cuidado del padre Enrique Fransen, con los pueblos de [Simigaes] y San José de Pinches.

23. Séptima misión, la Concepción de Cahuapanas, al cuidado del padre Francisco Ren.

24. Octava misión, la Presentación de Chayabitas y la Encarnación de Paranapuas, al cuidado del padre Ignacio Falcón.

25. Novena misión, la Concepción de Jíbaros, al cargo del padre Ignacio Michael.

26. Décima misión, Santiago de la Laguna, al cargo del padre Adan Scheffen, el cual tenía por compañero al padre Guillermo Gremez, porque siendo éste el pueblo principal de las misiones, se compone de 1.107 almas.

27. Undécima, San Javier de Chamicuros y San Antonio de Abad de Aguanos, estos dos al cargo del padre José Bamonte.

28. Duodécima, Nuestra Señora de las Nieves de Yurimaguas, San Antonio de Padua de Nainiches y San Francisco Regis del Paradero, al cargo del padre Leonardo Deubler.

29. Decimotercera, San Joachin de [la Grande] Omagua, su cura misionero el padre Adan Widman.

30. Decimocuarta, San Pablo Apóstol de Napeanos, al cargo del padre Martín Iriarte.

31. Decimoquinta, San Felipe de Amaona, al cuidado del hermano Juan Herraez.

32. Decimosexta, San Simón de Nahuapo, al cargo del padre Sancho Araújo y también el pueblo nombrado San Francisco Regis de Yameos.

33. Decimoséptima, San Ignacio de Pebas y Caumares y Nuestra Señora de las Nieves de Cahicaches, al cargo del padre Francisco Falcombeli.

34. Con que las misiones de Maynas y Quijos, que están al cargo de la Compañía, constan de 40 pueblos y en ellos ocupa 18 sujetos, los 17 curas y el uno teniente de cura, comprendiéndose en todos 12.85 almas, las 9.856 cristianos, y los 2.939 catecúmenos. Es cierto que muchos de estos pueblos que están como anexos necesitarían para su adelantamiento y mejor estado un misionero particular, pero, no obstante su falta, se hallan estas misiones sin comparación, en un fin mucho más aventajado que las de San Francisco, porque [en] las de la Compañía el número de sujetos que les está asignado hace su continua residencia en los curatos, visitando con frecuencia los anexos; tiene iglesias y capillas decentes, y aunque sus adornos no son de mucho valor, son de aseo y de primor, con lo cual luce allí la aplicación y celo cristiano y se deja percibir la reverencia con que se celebra el divino culto. No así en los pueblos de misiones de Sucumbíos, que pertenecen a la religión seráfica, porque los curas hacen muy corta residencia en ellos, las iglesias están con la mayor indecencia que se puede imaginar, y lo mismo los ornamentos; el pasto espiritual que suministran a los indios es casi ninguno, y a este respecto, como todo pende de falta de celo, en lugar de haber adelantamiento en ellas, hay atraso.

35. No incluimos entre los curatos de misiones a los que se llaman de montaña, porque aunque caen hacía aquellas mismas partes donde [están] las misiones, legítimamente no lo son, ni el instituto de los curas es de conquistar las almas de aquellos gentiles que tienen por vecindad, sino sólo el de dar pasto espiritual a las que comprenden sus vecindarios.

36. Habiendo llegado a tocar en el punto de las misiones de Maynas, no sería justo desentendernos de sus principios y de los progresos que la Compañía ha hecho en ellas, mayormente cuando la relación de estas noticias podrá acreditar bastantemente todo lo que dejamos dicho en su particular.

37. Con el motivo de haber subido por el río Marañón una flotilla portuguesa, compuesta de 47 canoas grandes, al cargo del capitán Pedro Texeira, dispuso la Audiencia de Quito que a su retorno al Pará, de cuyas inmediaciones habían salido con el fin de descubrir el curso de aquel gran río, bajasen con ellos dos padres de la Compañía para que con mayor individualidad examinasen aquellos territorios, se hiciesen capaces de las naciones que [lo] habitaban y anotasen las demás particularidades conducentes a su mejor conocimiento. La Compañía, que desde algunos años antes tenía puesta su atención en el descubrimiento de aquel anchuroso país y en extender la religión de Jesucristo entre las muchas naciones bárbaras que lo pueblan, admitió con gran gusto el encargo, y fueron elegidos para su desempeño los padres Cristóbal de Acuña y Andrés de Artieda.

38. La flota portuguesa había salido de las cercanías del Pará a [28] de octubre de 1637 y gastó en llegar al puerto de Payamino, primero donde hicieron parada, perteneciente a la provincia de Quijos, hasta [el] 24 de junio de 1638, del cual pasó Texeira a Quito con algunos de los suyos, dejando allí su demás gente con el grueso del armamento. Después de haber hecho en Quito la relación de su viaje, y que estuvieron prontos los dos padres nombrados por la Compañía y aprobados de la Audiencia, salieron todos de Quito el 16 de febrero de 1639 y, caminando por Archidona, fueron a encontrar la armadilla al puerto de Payamino, donde se había quedado.

39. Ya por este tiempo [había] misioneros de la Compañía en el Marañón, bien que sólo en sus cabeceras, porque siendo virrey del Perú el príncipe de Esquilache, se dio el gobierno de Maynas a don Diego Baca de Vega, por su vida y la de su hijo mayor, don Pedro Baca de la Cadena. Aquél, que había solicitado y promovido la conquista de aquellos países a su costa, después de tener reducida la nación maynas, había fundado la ciudad de San Francisco de Borja el año de 1634, instituyéndola cabeza de su gobierno, y teniendo ya tan buenos principios en él, había solicitado con la Compañía de Quito y con la Audiencia, que se destinasen sujetos de aquella religión para que entrasen a misión, lo cual se le concedió con gran complacencia, tanto del tribunal como de la Compañía de Jesús. Y por entonces fueron destinados a ser fundadores de aquella misión los padres Gaspar de Cuxia y Lucas de Cueva, los cuales hicieron su entrada a Maynas el año de 1637 por el camino de Patate; desde que llegaron a la ciudad de Borja, estos dos padres tomaron a su cargo aquel curato y empezaron ejercer su misión en él, doctrinando a los indios ya reducidos y procurando reducir los de aquella misma nación mayna que no lo estaban hasta entonces.

40. Los padres Acuña y Artieda, que llegaron, aunque con mucho trabajo, felizmente al puerto donde la armadilla portuguesa los esperaba, bajaron con ella al Pará. Llegaron a aquella ciudad por diciembre del mismo año de 1639, después de diez meses de camino por tierra y navegación de río, de donde, habiendo tomado aquel preciso descanso para desahogarse de las fatigas pasadas, se pusieron en vía para España a fin de informar a Su Majestad de lo operado para aquel descubrimiento, y de lo que en él había advertido su cuidado. En el año de 1640 llegaron a la corte de Madrid y después de haber hecho las representaciones correspondientes de todo lo que habían visto, y de haberse detenido más de un año en la corte en solicitud de fomentos para aquella dilatada conquista, no pudieron conseguir nada, porque las turbulencias en que España se hallaba envuelta con los alborotos procedidos de la rebelión del reino de Portugal, tenía justamente ocupada la atención del monarca y el cuidado de sus ministros. Viendo, pues, los padres de la Compañía cuán difícil era el logro de su deseo en ocasión tan crítica que sólo se pensaba en los ejércitos militares para contener la osadía de los sublevados, se determinó el padre Andrés de Artieda a dejar la corte y volverse a su provincia de Quito para promover desde allí la empresa con la Audiencia y su colegio, en quienes tenía cifradas mayores esperanzas. Así lo hizo, y el año de 1643 volvió a Quito, y alentando los ánimos de todos, quiso, para infundirles mayor fervor en la empresa, volver a entrar de nuevo en el Marañón, y pasando por la capital de Maynas, llevó consigo al padre Lucas de Cueva, al teniente de Borja y algunos soldados, con los cuales entró a la nación de los omaguas y tomó posesión jurídica de aquella provincia y de todo el río en nombre del rey católico don Felipe IV, según lo expresa en un informe el padre Martín Francisco de Figueroa de la misma Compañía.

41. El padre Acuña tuvo por conveniente permanecer en la Corte algún tiempo más, con el deseo de ver si, serenándose algo las cosas de la guerra, podían tener cabimiento sus instancias y solicitudes; pero reconociendo que cada vez se encendían más las inquietudes y que daban mayor cuidado a la corte los progresos de los portugueses en su sublevación, determinó seguir a su compañero en los galeones que se siguieron a aquéllos. Y habiendo pasado de Panamá a Lima, donde lo llevaron los cuidados de algunos otros negocios, murió allí.

42. Como los primeros misioneros que entraron [en] Maynas con el destino de predicar a los indios, los padres Gaspar de Cuxia y Lucas de la Cueva, hallaron tanto fruto entre la abundancia de aquellas naciones que no bastaban ya sus fuerzas para atender a tanta reducción, porque los indios recibían sin repugnancia la religión que se les predicaba, ocurrieron a Quito pidiendo que se les destinasen nuevos compañeros para aprovecharse de tanta mies como la que prometía la docilidad de los indios y la buena disposición en que estaban de hacerse cristianos. Su representación, siendo tan justa, fue atendida, y el colegio de Quito nombró a los padres Bartolomé Pérez y Francisco de Figueroa, pero aún no siendo suficiente este refuerzo para la gran cosecha que daban aquellos vastos países con el grano del Evangelio, se vio precisado a pasar a Quito en persona, el año de 1650, el padre Gaspar de Cuxia, en solicitud de nuevos operarios. El colegio de Quito le concedió tres sujetos más, y con ellos volvió a restituirse a sus misiones, donde, hallándose ya siete en todos y repartiéndose por aquellas provincias de infieles, era admirable el fruto de almas que iban ganando para el verdadero Dios a expensas de su trabajo, de la fatiga, de las incomodidades y de los peligros que era preciso pasar para sacarlos de tanta esclavitud y ceguedad.

43. Hasta el año de 1666 fundaron trece pueblos grandes y de mucho gentío con los indios que fueron atrayendo, y para ello unieron varias naciones de aquellas vagantes y gentílicas, por cuya causa dieron a los pueblos los nombres del las más numerosas y, por esta misma los cambiaron después, según las otras nuevas que se les agregaban. Los nombres de los que entonces se llegaron a formar son los siguientes:

1. La Limpia Concepción de Xeberos.

2. San Pablo de los Pambadeques.

3. San José de los Ataguates.

4. Santo Tomé de los Cutinanas.

5. Santa María de Guallaga.

6. Nuestra Señora de Loreto de Paranapura.

7. Santa María de Ucayali.

8. San Ignacio de los Barbudos.

9. San Javier de los Aguanos.

10. El pueblo de los Angeles de Roa Maynas.

11. San Antonio, segundo pueblo de los Aguanos.

12. San Salvador de los Zapas.

13. El Nombre de Jesús de los Coronados.

44. Estos trece pueblos no tenían más que siete misioneros, aunque eran tan grandes y de tanto gentío que no sería mucho el que cada uno tuviese su misionero particular para que siempre asistiese en él; pero faltándoles y estando distantes, unos de otros, seis, ocho y más leguas, se deja conocer la sinceridad y sencillez de los indios y la facilidad de reducirlos a todo cuanto se pretende exigir de ellos, cuando se acierta con el método de sus genios, y a introducirlos en los ritos de la religión cristiana, en la obediencia del que los ha de gobernar y en las nuevas costumbres, por las sendas adecuadas a sus naturales. Los pueblos de cristianos viejos necesitan cada uno tener su cura particular para el pasto espiritual de las gentes que los componen, y con mucha mayor razón se hace precisa esta providencia en los de los nuevos, porque éstos están más expuestos a perecer en los precipicios de la infidelidad y de la inconstancia, dándoles, tal vez, su propia imaginación, la mayor libertad de que se despojaron para recibir la religión , sus antiguos ritos y la despotiquez en que vivían, sin la menor sujeción a las leyes divinas, ni humanas, y asimismo representándoseles como extraños o como gravosas las pensiones de la civil vida, los preceptos de la religión, y la observancia de las leyes y costumbres, totalmente opuestas a las que eran naturales en ellos. La falta de misioneros en estas nuevas conversiones del Marañón no debe recaer sobre la Compañía, porque todo cuanto esta religión hacía entonces era a su costa, no teniendo otro fomento que el de sus rentas propias para sufragar a los gastos que ocasionaban estas misiones; y además de esto, eran muy pocos los misioneros que se llevaban de España hasta entonces, así porque no tenía motivo para hacerlo esta religión, como porque no estaba tan entablada su remisión con la regularidad que después, no porque absolutamente no las llevasen, sino es porque o mediaba más tiempo de unas a otras o se componían las misiones de menor número de sujetos, cuyas razones no militan ya en los tiempos posteriores ni en los presentes, porque con el motivo de las primeras conquistas espirituales que consiguió la Compañía, ha llevado misioneros frecuentemente y en número crecido.

45. El año de 1681, que fue 15 años después de la numeración de las primeras conversiones, se habían aumentado las poblaciones con ocho pueblos más, pero no así los misioneros, no obstante que en el intermedio de estos 15 años habían pasado de España a Quito muchos misioneros y suficientes para poder tener pobladas de sujetos aquellas conversiones. Por la nómina que sigue se reconocerán los pueblos que se formaron con los indios convertidos hasta este año, y el número de misioneros que cuidaban de ellos (45 a).

Pueblos
46. La primera misión era la del curato de Borja, y la tenía a su cargo
el padre Juan Jiménez, con los pueblos siguientes, compuestos de indios
maynas:

San Luis Gonzaga, San Ignacio y Santa Teresa de Jesús; en todo 4

47. La segunda misión, que tenía a su cargo el padre Francisco
Fernández, en el río Pastasa, se componía de los pueblos:

Los Angeles, de indios Roa Maynas
El Nombre de Jesús, de Coronados en todo 3
San Francisco Javier, de los Gayes

48. La tercera misión estaba al cargo del padre Pedro de Cáceres,
y se componía de estos pueblos:

La Concepción de Jeberos
Nuestra Señora de Loreto, de
Panarapuras en todo 4
El anexo, de Chayanavitas
El anexo, de Muniches

49. La cuarta y última misión era la de La Laguna; estaba al cargo
del padre Lorenzo Lucero. Además de La Laguna, tenía agregados
nueve pueblos, que son los siguientes:

Santa María, de Ucayales
Santiago, de Jitipos y Chepeos
San Lorenzo, de Tibilos
San Javier, de Chamicuros
San Antonio Abad, de Aguanos en todo 10
Santa María, de Guayaga
San José, de Maparinas
San Ignacio, de Mayurunas
San Estanislao, de Otanabis
[en total]……21

50. Con que todas las misiones de Maynas se componían entonces de 21 pueblos y, según dice el padre Manuel Rodríguez en su Historia del Marañón y Amazonas, no había en ellos más que cuatro misioneros, que son los que quedan ya nombrados. Y todos los que se habían empleado desde el año de 1638, en que tuvieron su primer establecimiento, hasta el principio del de 81, en que se formó aquel estado, entrando a predicar entre aquellas naciones, fueron 24 padres de la Compañía y tres hermanos, de los cuales murió la mayor parte entre ellos.

51. La nación de los indios omaguas, que era una de las más numerosas que poblaban el Marañón, había despachado mensajeros al pueblo de La Laguna, el año de 1681, pidiendo al padre Lorenzo Lucero, entonces superior de las misiones, que les diese misioneros, porque, agradados del buen trato que éstos daban a las otras naciones que se les habían encomendado, y de las mejoras que reconocían en ellas después de haberse reducido a gobierno tan sabio y justo, querían agregarse a ellas para gozar de los mismos beneficios y con ellos el de la doctrina evangélica. Pero como las misiones estaban tan escasas de sujetos que aún faltaban los precisos para la asistencia de los pueblos ya formados, no se les pudo conceder por entonces lo que solicitaban, y lo que se hizo fue darles esperanza de que en la primera ocasión que entrasen nuevos misioneros, se les cumplirían los deseos con el destino de alguno que los tomase a su cargo y fuese su cura. Lo cual no se pudo cumplir hasta el año de 1686 que, habiendo llegado de España a Quito una misión compuesta de muchos sujetos, se destinaron algunos, aunque en corto número, para aliviar el trabajo a los que estaban en las misiones, y entre éstos fue destinado para allí el padre Samuel Fritz, natural de Bohemia, en quien recayó la suerte de ir a la nueva misión de los omaguas, porque, luego que estos indios tuvieron noticia de que habían llegado a La Laguna nuevos misioneros y que se disponía el uno de ellos para bajar a sus países, se adelantaron a recibirlo, y en más de 30 canoas subieron hasta La Laguna a fin de comboyarlo a sus tierras.

52. Había sucedido al padre Lorenzo Lucero, en el cargo de superior de las misiones, el padre Francisco Viva y, como sujeto de gran capacidad y elevados talentos, luego que vio al padre Samuel Fritz, hizo un concepto tan completo de sus prendas que le pareció no podía hacer elección de otro más adecuado para aquella empresa; cuyo sabio juicio se confirmó con las proezas que [con] su predicación y enseñanza hizo, en corto tiempo, en aquellas y otras varias naciones que redujo al gremio de nuestra católica fe.

53. Ya se deja comprender que en una nación que de su propio motu solicitaba tener misioneros, no sería necesario tanto afán y trabajo para que prestase la atención [debida] a lo que se le predicaba y abrazase la religión del verdadero Dios en que se les deseaba instruir, como en aquellas otras con quienes, antes de llegar a este caso, era forzoso contraer amistad yéndolas a solicitar entre las montañas, bosques y lugares retirados, donde como fieras andan esparcidas. Los omaguas, luego que se vieron con su padre, mirándolo como el rescatador de sus almas, se volvieron con él a sus países llenos de contento y alegría, dándole a entender así en los festejos con que lo celebraban de unas canoas a otras mientras duró por el río su viaje. Así llegaron al primer puesto de los que les pertenecían, y pareciéndoles que no era justo el que hubiese de entrar en él por sus pies, lo cargaron sobre sus brazos a porfía entre los más distinguidos de la compañía, y con danzas y música de flautas, pífanos y otros instrumentos a su moda, lo sacaron de a canoa en que iba y lo llevaron hasta el alojamiento que, entre sus rancherías, le tenían ya prevenido. Después que hubo descansado en aquel sitio (que al igual de todos los demás no tenían todavía formalidad de pueblos), lo fueron conduciendo a las demás islas que estaban pobladas por la misma nación de los omaguas y pasaban de 30, para que lo conociesen y empezasen a [tratarle] los que habían de ser feligreses, en cuya forma se principió aquella gran misión. Y fueron tan prósperos sus progresos que, en menos de tres años, se bautizaron casi todos los indios adultos, por estar ya capaces para ello, habiendo desde los principios franqueado este sacramento el padre Fritz a los párvulos, que no necesitaban, por el pronto, la instrucción que aquéllos en los misterios de la fe.

54. Estando empleado el padre Samuel Fritz en la doctrina y enseñanza de los indios omaguas, tuvo noticia de otras naciones que estaban vecinas a ella siguiendo el curso del río, como la de los Yurimaguas, la de los Ayzuares, Baromas y otras, y, sabiendo que no resistirían el admitir la religión católica, pasó a ellas y las halló tan prontas a recibirla que desde luego los empezó a catequizar para suministrarlas el bautismo; tanta fue la prosperidad con que corrieron estas misiones que, hasta el año de 1689, eran ya los pueblos de omaguas 38, de quienes hacía cabeza el de San Joaquín de la Grande Omagua, uno grande de Yurimaguas y dos de la nación Aizuari. Todos éstos tenía a su cuidado el padre Samuel Fritz, de tal suerte que, según refiere el mismo padre en una relación particular que hizo de su misión, apenas tenía tiempo en el discurso de un año para hacer una visita en todos ellos, y tan sólo el corto que se detenía en cada uno doctrinando a los adultos y bautizando a los que nacían, era el que podía residir allí, con que todo lo demás del tiempo vivían aquellos indios solos, sin más sujeción que la de sus propias voluntades. Pero era tal ésta que no llegó el caso de que se ofreciesen alborotos entre ellos, pretendiendo abandonar la religión que se les había enseñado para volver a los falsos ritos de las gentílicas, que se les tenían prohibidas.

55. El padre Fritz, rendido del mucho trabajo y de la continua fatiga con que era preciso que estuviese, siendo su vida una continua peregrinación de unos pueblos a otros, llegó a perder la salud, y el accidente tomó tanto cuerpo que él precisó bajar al Pará, el mismo año de 1689, para buscar algún alivio entre los médicos de aquella ciudad. Los portugueses, sospechosos de que su enfermedad había sido pretexto para bajar reconociendo todo lo restante del Marañón, desde la boca del río Negro (que era hasta donde llegaban sus misiones) hasta el Pará, lo tuvieron detenido después que se recuperó, y dieron parte de su bajada a la corte de Portugal, cuyas resultas, aunque tan favorables para el padre como las podía apetecer, no llegaron al Pará hasta mediados del año de 1691, con que se restituyó a sus misiones. Pero habiéndosele dado un oficial y siete soldados portugueses para que le acompañasen como por modo de mayor cortejo, luego que entraron en la nación de los azuaris los quiso despedir el padre Fritz, porque tanto los indios de las naciones antecedentes por donde habían pasado (quienes en la bajada se le habían dado por amigos al padre, saliéndolo a buscar a las rancherías) como los de ésta, se habían retirado y dejado sus pueblos temerosos de los portugueses. Estos no condescendieron a su instancia de que se volviesen, llevados de otros fines distintos de los que daban a entender al padre, como se lo declaró el cabo portugués luego que llegaron al pueblo Mayabara, último de los yurimaguas, en donde, volviendo a instar el padre Fritz que se volviesen, puesto que quedaba ya en su misión, le dijo que el no haberlo hecho hasta entonces era porque llevaba orden de su gobernador [Antonio de Alburquerque] de tomar posesión de aquellas tierras, hasta las de los omaguas inclusive, en nombre del rey de Portugal, porque eran de su pertenencia, y que, por lo tal, lo intimaba que se retirase de ellas y las dejase libres. El padre Fritz extrañó esta resolución, tanto más cuanto era contraria a la determinación que se había dado en la corte de Lisboa en conformidad de lo que el mismo padre tenía representado desde el Pará, y habiéndole reconvenido al cabo con ello, consiguió que se volviese sin hacer más instancia en su pretensión, por entonces; mas habiendo navegado los portugueses río abajo un día de camino, hicieron alto en Guapapate, frente de un pueblo del mismo nombre, en cuyo sitio hicieron un desmonte hacia la parte del Sur, y dejaron por lindero un árbol grande, cuya especie distinguen con el nombre de samona, como que hasta allí les pertenecía el terreno, dejando avisado a algunos indios que dentro de poco tiempo volverían a hacer población en aquel sitio.

56. Previendo el padre Fritz las malas consecuencias que se habían de seguir contra aquellas misiones por el demasiado atrevimiento de los portugueses, si no se tomaba con tiempo alguna providencia para contenerlos, y habiendo comunicado el caso con el vicesuperior de las misiones, el padre Enrique Richter (porque el superior padre Francisco Viva estaba en Jaén), y con el gobernador de Maynas, don Gerónimo Baca de Vega, con parecer de entrambos se determinó a pasar a Lima en persona para informar al virrey vocalmente del estado en que se hallaban las misiones y del peligro que les amenazaba, para que arbitrase el modo de contener los designios de los portugueses. El virrey de Lima, que entonces lo era el conde de la Monclova, y a su ejemplar toda aquella ciudad, quedó admirada del mucho fruto que la palabra del Evangelio, divulgada en el río Marañón por boca del padre Fritz, había conseguido, y su vista llenó a todos de edificación. Pero llegando al punto principal de poner remedio en los adelantamientos que los portugueses iban haciendo en los dominios de España, y de los que nuevamente amenazaban a toda aquella misión que se extendía desde la boca del río Napo hasta la del río Negro, notaba poco fervor en el virrey para condescender en la defensa de aquellas tierras, y lo daba a entender con todo desembozo la respuesta que le daba, que, sacada a la letra de la relación manuscrita del padre Fritz, se reducía a que, mediante el ser los portugueses cristianos católicos, como los españoles, y gente belicosa, no se le ofrecía medio para hacerlos que se contuviesen en sus límites sin llegar a rompimiento, el cual era excusado mediante que aquellos bosques no fructificaban nada en lo temporal al rey de España, como otras muchas provincias que, con más razón y título, se debían defender de hostiles invasiones. Y concluía diciendo que, en lo dilatado de las Indias, había bastantes tierras para entrambas coronas; pero que con todo esto informaría cuanto antes a Su Majestad.

57. Cierto que a no referir estas razones un sujeto de tanta virtud y circunstancias cuales concurrían en aquel misionero, se debería negarle la credulidad, pues parecen más propias de un hombre independiente del vasallaje a los príncipes interesados legítimamente en las Indias, que de un ministro y gobernador general del rey de España en todos los países de aquellas mismas Indias, sobre quien se solicitaba por el padre Fritz la defensa contra la usurpación. No nos atreveríamos a trasladar aquí este dicho, tan mal reflexionado y disonante, sin la plena seguridad que nos deja una copia que se halla en nuestro poder de la relación original del padre Fritz, la cual conseguimos en Quito, de los archivos de la Compañía. Por lo perteneciente a misiones de Maynas, en ella se dejan ver, por una parte, las instancias que el padre Fritz hacía con su religión para que se le enviasen sujetos que le ayudasen a llevar el peso de aquellas misiones y a recibir bajo de su dirección las muchas naciones que estaban dispuestas a admitir la luz del Evangelio, y pidiendo misioneros que desterrasen de sus entendimientos la ignorancia; y, por otra parte, se hace patente la [ineficacia] de su súplica ante el virrey, representándole el inmediato peligro de perderse en que estaban los dominios del rey y conversiones de la Compañía si no se daba providencia que asegurase aquellos nuevos países y vasallos ganados con el fervor y eficacia de sus persuasiones, y con el afán y fatiga de sus incesantes peregrinaciones y trabajosas tareas. Pero parece que al paso de este religioso, edificativo en todo, era ayudado de Dios para que al eco de su voz se rindiesen las racionales criaturas que, llenas de barbaridad, poblaban aquellos espesos y dilatados montes, [para que] aquellos incultos países le tributasen almas para el cielo, y todo aquel oculto mundo le abriese las puertas de la confianza para que entrase en él a dilatar el Evangelio, [era] desgraciado con los hombres preciados de más inteligentes, [quienes] le negaban todos los auxilios que imploraba para el aumento y seguridad de sus conversiones; porque ni en su religión hicieron el efecto que correspondían sus solicitudes, ni [en] el ánimo del virrey infundieron sus súplicas el fervor que necesitaba, y por tanto descuido se vieron malogradas, dentro de muy breve tiempo, unas conquistas que habían empezado con tanta prosperidad. Porque, reconociendo los portugueses que no había ninguna dificultad en apropiarse aquellos pueblos, hicieron varias entradas a ellos, de modo que se fueron haciendo dueños de los países que pertenecían a los yurimaguas y demás naciones más abajo de los omaguas; y aquéllos, después de haber sufrido varias correrías de los portugueses, en que les apresaron para esclavos muchos de sus dependientes, se vieron precisados a abandonar su territorio y a retirarse al de los omaguas, para tener alguna seguridad.

58. La entera confianza de la quietud en que quedaban los portugueses, hechos dueños de los países que usurpaban, después de apropiárselos, porque no se procuraban recuperar una vez que su atrevimiento entraba a poseerlos, les dio aliento para hacer más arrojada su empresa; de suerte que, hasta el año de 1732, se habían ya apoderado de todos los países que median entre los ríos Napo y Negro, pero aun en este año se adelantó mucho más la osadía, pues con ella se introdujo una armadilla de canoas, despachadas del Pará, por el río Napo, en el río Aguarico, que desagua en él, con ánimo de fortalecerse allí para ir granjeando aquel terreno. Y aunque no lo ejecutaron precisamente en el paraje que llevaban premeditado, porque lo resistieron con persuasiones los misioneros de la Compañía que estaban allí, lo ejecutaron [un] poco más abajo, sin que de parte de la Audiencia de Quito, a cuyo tribunal pasaron sus quejas los misioneros, ni de la del virrey de Lima (a cuyo gobierno pertenecía entonces), se diese providencia conducente a desalojarlos de aquellos sitios que no les pertenecían por otro derecho que el de la violencia.

59. No debemos culpar el atrevimiento de los portugueses por internarse en tierras que no les corresponden, mediante provenir esto del descuido y omisión con que los españoles los consienten. Por una parte contribuye a ello la cortedad de misioneros que hay en aquellos dilatados países, siendo tantas sus poblaciones, y por otra, la falta de fomento en mantener gente capaz de tomar las armas, cuando la ocasión lo pide, para rechazar el orgullo de los que quieran insultarlos, y así no debe causar admiración el que esta nación se haga dueña de unos pueblos que encuentra sin defensa y sin curas. Las misiones que el padre Samuel Fritz había adelantado se componía de 41 pueblos, y tan apartados unos de otros que entre los primeros, en lo alto del río, y los últimos, más bajos, mediaba la distancia de más de 100 leguas; los 40 estaban continuamente desamparados, ínterin que el padre visitaba el uno, con que ¿qué mucho que los portugueses, hallándolos con sólo indios, se los fuesen apropiando y que lo hiciesen con tanta más seguridad cuanto les enseñaba la experiencia que lo que adquirían una vez no se les disputaba nunca?

60. Todas estas misiones consisten en haber juntado naciones vacantes que habitaron siempre las orillas de aquel gran río [y] reducirlas a que, formando pueblos, vivan en ellos con racionalidad y cultura; el misionero viene a ser cura y gobernador, y quien los dirige en el modo de hacer vida sociable los doctrina y enseña para que se hagan capaces en la religión y para que guarden sus preceptos. Lo principal de estos pueblos se compone de indios convertidos y reducidos a la vida culta ya de muchos años, y a éstos se suelen agregar otros indios infieles, o bien por verse hostigados de las guerras continuas que suelen tener con las naciones que les hacen vecindad, para huir de las crueldades con que les amenazan, y guarecerse al abrigo de los padres misioneros, cuyo respeto contiene a los contrarios, con cuya ocasión tiene éste la de predicarles y empezar a docilitarlos y disponerlos a que reciban el bautismo, o ya solicitados de los misioneros. Pero suelen ser tan inconstantes que aunque oyen entonces el Evangelio con bastante atención, dando muestras de quererlo recibir, luego que se les pasa aquel fervor, contraído, en la mayor parte, del temor que les dio motivo a dejar sus tierras, o la obligación en que los constituye la memoria de las dádivas, y que se ven privados de sus brutales costumbres y reprendidos en los abominables vicios a que están habituados, se huyen muchos y vuelven a ellas cuando contemplan que se habrá apaciguado la ira de aquellas naciones contra quienes guerreaban. Otras veces suelen enviar mensajeros los mismos curas de los pueblos a las naciones inmediatas cuando conocen que encontrarán disposición en ellos para admitir el bien que se les propone, y asimismo van a sus poblaciones los misioneros a persuadirlos y obligarlos con el presente de algunas brujerías, en cuya forma consiguen que se vuelvan dóciles, y convengan en hacer asiento en una parte, formando población, no muy distante de la que el misionero tiene a su cargo como principal, para poder ir a visitarlos frecuentemente y a instruirlos en los preceptos de la religión, a fin de que puedan estar capaces del bautismo.

61. Cuando estos nuevos pueblos se hallan ya en estado de mantener misioneros particulares o curas, y que en alguna manera hay seguridad de que permanecerán, entonces se les envían. Pero estas conversiones llevan tanta lentitud que pasan muchos años sin aumentarse a los antiguos un solo pueblo. Esto no obstante, aunque con espacio tal, no se deja de conseguir a la fin algún fruto en premio de tanto trabajo, pero lo consiguen únicamente las misiones que tiene la Compañía a su cargo, porque [sus misioneros] son los que mantienen celo para solicitarlo y fervor constante para permanecer en tales empresas, sin que la inconstancia de los indios los desaliente, ni los trabajos y fatigas que han menester pasar en aquellos países y climas tan contrarios, los desanimen.

62. Las misiones que pertenecen a la religión de San Francisco se reducen a ir un cura a cada una de aquellas poblaciones antiguas y permanecer en [ellas] sin diferencia ni más trabajo que el que tienen en las de españoles, porque sus vecindarios se reducen a gentes de todas castas, desde blancos y mestizos para abajo. Cuando, hostigados éstos de las correrías con que los sobresaltan frecuentemente los indios, toman las armas contra ellos y hacen entradas en sus tierras, suelen aprisionar algunos, y a éstos es a quienes instruyen los curas en los preceptos de la religión, para bautizarlos. Con que estas misiones sólo consisten en otros tantos curatos donde la diferencia del país y temple hace toda la que hay de ellos a los que tienen en países españoles.

63. Ya tenemos dicho que uno de los principales obstáculos para que no [se] internen los misioneros en lo mucho que se dilatan aquellos países proviene de que el territorio y las naciones que lo habitan son desconocidos en parte, y a esto se agrega el ser todo montuoso, lleno de fragosidades casi impenetrables, y de unos temples sumamente cálidos y húmedos, donde decaen las naturalezas poco acostumbradas a ello. Si se hubiera de entrar a estos sitios no haciendo [memento] de aquellas dificultades, sería preciso que fuese por una de dos vías: la primera es por las misiones del Marañón, procurando ir ganando terreno y reduciendo las naciones que se encontrasen, y la segunda, atravesando aquella cordillera Oriental de los Andes, que hoy sirve de barrera al territorio español, para ir granjeando países al Oriente, por los de los gobiernos de Yahuarzongo, Macas y Quijos, los cuales estuvieron poblados antiguamente por los españoles hasta que, sublevados los indios, quedaron [éstos] hechos dueños absolutos de ellos, y sólo permanecen allí unas cortas poblaciones, muy reducidas, como memorias lastimosas de lo que aquello fue. Para que se vea, pues, en qué consiste ahora toda su formalidad, daremos razón de las que pertenecen a cada uno.

64. El gobierno de Yahuarzongo, que es el más austral de los que pertenecen a Quito, confina por el Sur con el corregimiento de Piura; por el Occidente, con el de Loja; por el Norte hace división entre él y Maynas el río de Santiago, que entra en el Marañón, y por el Oriente se dilata hasta este caudaloso río. Su territorio es muy grande, pero una gran parte de él está despoblado, y lo restante habitado de indios infieles, a excepción de lo que ocupan cinco poblaciones: Valladolid, Loyola, Zamora, las Caballerizas y Santiago de las Montañas, de las cuales las tres primeras mantienen el título de ciudades, pero son tan reducidas, pobres y desmanteladas que ni aun el de pueblos merecen, a cuya imitación y proporción son los otros dos.

65. El segundo gobierno que sigue al septentrión de Yaguazongo es el de Macas, que, aunque en la antigüedad estuvo muy poblado y fue, como ya se ha dicho en otra parte, de los más ricos países que se conocieron en el Perú, ya está reducido a la cortedad y miseria de una ciudad, que es Sevilla del Oro, y un pueblo principal, que es Zuña, una y otros tan desmantelados, pobres y cortos como los del gobierno de Yaguarzongo, y ambos tienen algunas pequeñas poblaciones por anexos.

66. Las poblaciones que pertenecen al gobierno de Mainas quedan ya explicadas, con que podemos evitar su repetición, y las del de Quijos son una ciudad con el mismo nombre, Baeza, Archidona, Avila y Cofanes. Las tres primeras tienen el título de ciudad y no otra cosa, porque en todo son como las que quedan nombradas pertenecientes a los demás gobiernos. Todo el país que media entre las poblaciones que pertenecen al un gobierno y las que son dependientes de otro, está habitado de indios infieles, y si se intentaran conquistar debería hacerse continuando desde los mismos gobiernos, para que ni entre ellos ni entre las nuevas conquistas que se hiciesen y los países de españoles quedase ninguna [nación india] que pudiese inquietar a las demás.

67. Teniendo este principio aquellos países, es evidente que si hubiera celo en las religiones para convertir los indios mantendrían misiones en todos estos gobiernos, procurando con suavidad y agasajo granjear la voluntad de los indios, como lo hace en Maynas la [religión] de la Compañía. Pero si no lo ejecutan así es porque todo el cuidado de sus individuos se reduce a conseguir curatos donde puedan sacar usufructo sin trabajo ni pensión, y no siendo factible esto en las misiones, porque para emplearse en ellas es menester despojarse de todo interés y olvidar totalmente la codicia, no hay sujeto que lo apetezca, ni en las religiones fervor para emprenderlo. Una de las grandes lástimas que se deben llorar de aquel país es que, siendo tan cuantiosas las comunidades que hay en él y tan ricas todas ellas, ni de la abundancia de sujetos, ni de los tesoros que gozan en las sobresalientes rentas que disfrutan gocen los indios el beneficio de alguna pequeña parte que se dedique a solicitarles la salvación por el medio de la predicación y enseñanza del Evangelio, lo cual debería ser único objeto y ocupación de todas. Pero en la sesión donde con particularidad hablaremos de las comunidades se reconocerá cuán distintos son los fines y vida de los que las componen de los que corresponden a misioneros.

68. Así como hemos dicho que son dos las vías por donde se puede entrar a la reducción de aquellos países, son dos también los medios que consideramos propios para emprenderlo, y capaces para conseguir la conquista, pero deben unirse para que operen a un mismo tiempo. [Uno es la predicación misional y otro es la acción armada]. Siendo los indios por su naturaleza amantes del agrado y del cariño, se consigue con ellos por este medio lo que no se puede alcanzar muchas veces por otros violentos; pero como no sea dable encontrar aún en la docilidad de aquellas gentes tanta conformidad, unión y sencillez cuanta sería precisa para que del todo se entreguen a la conducta de los misioneros sin volverse a acordar de sus falsos ritos, de sus brutales costumbres, de su vida ociosa y vagante y de sus abominables vicios, se hace preciso que, al paso que se granjean sus voluntades con halagos, con suavidad, con paciencia y con dádivas, se les infunda respeto, manifestándoles [que existen] fuerzas suficientes para sujetarlos y castigar en ellos el atrevimiento cuando su osadía dé lugar a ello. Porque muchas veces ha sucedido, y últimamente acaba de experimentarse en las misiones de Maynas, que, fastidiados los pueblos ya reducidos de verse reprendidos por el misionero [por] el fervor [con] que éste procura apartarlos de la idolatría, con el deseo de contenerlos en el desorden de los vicios, o con otro celoso fin dirigido a su bien, uniéndose entre sí, se rebelan contra él y, dándole alevosa muerte, abandonan el pueblo y vuelven a la libertad de su licenciosa vida, perdiéndose por falta de temor el trabajo y afán de muchos años empleados en su conversión. Los mismos misioneros de la Compañía, que son los que pueden dar visto en este asunto, son de dictamen que debe haber fuerzas donde haya misiones, para que su vista infunda temor a los indios y dé autoridad a los misioneros. Y en algunas ocasiones en que los indios se les han sublevado, han tenido por conveniente el ocurrir a la Audiencia de Quito pidiendo que se envíe socorro de gente que siga a los amotinados hasta volverlos a sujetar, haciendo en ellos algunos moderados castigos para que con esto escarmienten ellos y teman los de las demás poblaciones. Pero nunca se les ha dado, y este descuido, omisión o falta de providencia para hacerlo ha dado motivo a que otras poblaciones sigan el mal ejemplo y a que los indios infieles, que nunca llegaron a sujetarse, tengan atrevimiento para inquietar a los cristianos dentro de sus mismas poblaciones, de saquearlas y de llevarse aprisionadas las indias que encuentran en ellas, después de haber cometido atrocidades con los indios cristianos que caen en sus manos.

69. No será conveniente el emplear estas fuerzas en reducir a los indios entrando en ellos a fuego y a sangre, [sino] sólo en aquellas naciones que suelen encontrarse con tanta repugnancia que no hay otro medio más que el de la violencia para conseguir su reducción y [habilitación]; en éstas es preciso valerse de las armas, y particularmente entran en este número todas las que han sido sublevadas. Con esto se emplean a un mismo tiempo los dos medios, aplicando a cada nación el que le pertenece, y, sin pérdida de tiempo ni peligro de que lo granjeado una vez se vuelve a perder, se pueda adelantar tanto cuanto se hiciere el ánimo de reducir. Pero sin el auxilio de alguna gente que sostenga las misiones nunca es posible lograr el fin, lo cual se está haciendo patente a la vista en el ejemplar de lo poco que, en el transcurso de más de cien años, se ha adelantado en las misiones de Maynas y en los territorios que, por falta de estas fuerzas para contener [incursiones y alzamientos], se han perdido en los demás gobiernos de la provincia de Quito.

70. Ya asentado que para reducir a aquellas gentes y para que subsistan en la obediencia de los curas es preciso que haya algunas fuerzas, debemos pasar a determinar qué religiones son las más propias para predicarles el Evangelio y en qué modo se puede mantener la gente de armas necesaria, que debe sostener las misiones, sin grave perjuicio del real erario, asuntos que son los más principales a que se debe atender para que empresas de esta calidad se puedan plantificar y subsistir.

71. Todas las religiones predican el Evangelio y todas son propias para instruir en la fe de Jesucristo y para doctrinar en ella a los infieles, pero en donde se hace preciso que el agrado, el cariño, la suavidad y la dulzura vayan haciéndose dueños de la voluntad, para que, adquirido por estos medios el triunfo de la confianza, hallen cabida las persuasiones, es preciso hacer elección de sujetos en quien concurran estas circunstancias, pues de ellas solas se debe esperar el buen éxito de la conquista, y faltando, será trabajar para no conseguir [nada]. En estas particulares circunstancias es la religión de la Compañía la que parece está dotada más sobresalientemente, porque desde los primeros pasos que dan sus hijos en el noviciado, empiezan a adquirir distintas propiedades, perfeccionando las que antes tenían. De aquí nace que ninguna otra religión haya hecho tanto fruto en las misiones de las Indias, [y la causa de ello es] porque los genios de sus individuos se acomodan bien a todo, lo que es preciso que concurra en los que han de tener por ejercicio la conversión de unas gentes tan bárbaras e ignorantes como son los indios [de la selva]. Así lo está manifestando el progreso que tienen hecho en el Marañón, donde hubieran podido llegar hasta su desembocadura, reduciendo todas las naciones que poblaban las dilatadas orillas de este río y las más contiguas a ellas, no menos que las que habitan en las demás que le tributan sus aguas, si la osadía de los portugueses del Pará no se lo hubieran estorbado.

72. [No] debemos estar a los ejemplares que en varias relaciones citan las demás religiones de lo mucho que adelantan en las que les pertenecen, porque lo que en ellas se pondera lleva la máxima de embelesar a los ministros de por acá en sus ideas, y bien mirado y reconocido por sujetos que tengan inteligencia de lo que sucede en aquellos países, se vendrá a averiguar que todo es fingimiento y que ninguna puede hacer en esto competencia a la de la Compañía. Por esta razón nos hemos ceñido únicamente a hacer la comparación en la provincia de Quito, adonde tenemos tan individualizado este asunto que no será fácil el que las religiones se atrevan a contradecirlo sin el peligro de no poder satisfacer a las reconvenciones que se les harían si intentasen hacer ver que su celo y los progresos de él, o sus costumbres y modales, querían parecerse a las de la Compañía, o que eran tan propias como las de ésta para la reducción de los indios.

73. Ya puestos en este punto, no debemos confundirlo con lo que antes queda dicho de ser muy corto el número de sujetos que la Compañía destina a las misiones, respecto del crecido que componen las que van de España, pues cuando decimos de sus individuos que son más celosos que [los de] las demás religiones en adelantar las que tienen a su cargo, no nos oponemos a aquello, como ni tampoco cuando les aplicamos como más regulares a concurrir en ellos las buenas partidas que debe tener un misionero. Solamente debemos reducir nuestra idea a un punto, que es ver si a la misión de Maynas, que está a su cargo, hay equivalente en las que tienen las demás religiones en aquella provincia, y puesto que no se encuentra ninguna, ni se puede hacer comparación, será forzoso concluir que la Compañía cumple mejor con su instituto, que es más propia y más celosa que las otras para el de misioneros, aunque no lo cumpla tan completamente como se quisiera.

74. Además de la buena política y de las partidas que ilustran a esta religión, propias para el ejercicio de misioneros, concurre en ella la advertida precaución de no destinar toda suerte de sujetos a este ministerio, porque sería atentado el no preferir de lo bueno lo mejor, cuando entre un conjunto de muchas personas se debe concebir que hay diversidad de inclinaciones y de genios. Esta religión, que con regular acierto procede en todo, dedica a las misiones a aquellos sujetos en quienes, al paso que se señala más el fervor, se encuentran propiedades más adecuadas para el intento, y que por todos títulos son más al propósito para el de misioneros. Esto coadyuva en parte a que no todos los sujetos que van en las misiones puedan tener el destino de ir a predicar a los infieles, pero no hay duda que se debería dedicar a este ejercicio número más crecido del que se destina a él, mediante que lo es también el de los que descubren capacidad para ello.

75. Las otras religiones no siguen esta política aún para proveer los curatos de aquellos cortos pueblos que tienen en los países de infieles, pues los sujetos que [se] proveen [en ellos] son aquellos a quienes, por no estar graduados, por no tener valimiento, o por no considerarlos dignos de curatos de utilidad dentro de los países de españoles, los destierran a ellos, dándoselos como en método de pensión, para que les sirva de mérito el haberla tenido en las incomodidades de aquellos temples, y se habiliten con él a tener derecho en adelante a otros curatos mejores. De modo que no se paran en la madurez del sujeto, en sus buenas costumbres, en su fervor y celo, en su agrado y agasajo, y en otras muchas circunstancias precisas en los que han de ser misioneros, sino solamente en poner un cura que redima de esta carga a los religiosos graves, a los capaces y a los que deberían emplearse en la predicación del Evangelio y, en una palabra, van a salir de la obligación, aunque no cumplen con ella.

76. Contribuye también, y no poco, para que la Compañía no destine a las misiones el mayor número de sujetos que pudiera tener empleados en ellas, la falta de fomento y de seguridad en las naciones que se reducen; lo cual no sucedería si en la ciudad capital de las misiones del Marañón hubiera gente que los pudiera sostener y causar respeto entre los indios, de la cual convendría se hiciesen destacamentos, y que éstos hubiesen de residir en los pueblos que nombrasen los mismos misioneros, según conviniese, para estar inmediatos, más o menos, a las poblaciones que fuesen reduciendo. Lo cual necesitaba tanta formalidad y orden que no [se] saliesen de los preceptos que les impusiesen los misioneros, y que no cometiesen extorsiones contra los indios, o que pudiesen servirles de mal ejemplo, porque en tales casos serían de más perjuicio que de utilidad.

77. Los indios son de tal naturaleza que, aunque se hace indispensable para civilizarlos que tengan a la vista algún temor, ha de ser esto con una templanza tal que no lleguen a horrorizarse con él, sino que sólo sirva para contenerlos y para que conozcan que están prontas las fuerzas a sujetarlos si dan motivo a usar de ellas abusando de la bondad con que se les trata. Este solo temor basta para que ellos no piensen en inquietudes, ni se alboroten; pero en faltando de su vista falta igualmente en ellos la sujeción y les sirven de poco o de ningún temor las simples amonestaciones de los misioneros. Las misiones que tiene la Compañía en las orillas del caudaloso río Marañón están sujetas con la inmediación de la ciudad capital de San Francisco de Borja, porque de ésta ha solido despacharse gente en socorro de los misioneros cuando lo han pedido, aunque han ido tan tarde y han sido tan cortos que sólo han bastado para contener a los demás pueblos y no para escarmentar a los ya sublevados. Por esta razón se hacía preciso que hubiese en la ciudad de Borja gente a quien se le pudiese obligar a tomar las armas, y que acudiese con prontitud a dar los socorros que fuesen necesarios, y puesto que se nombra un gobernador de Maynas, que lo es de aquellas misiones, debería tener esta gente a su mando, dándosele orden de que, siempre que los misioneros le pidiesen auxilio, lo hubiese de dar sin la más leve detención, ya fuese contra los indios infieles, contra los de los pueblos cuando hiciesen algunos alborotos, o contra los portugueses, si entrasen a inquietarlos para aprisionar a los indios ya reducidos y llevarlos por esclavos a sus chácaras y trapiches, como lo han ejecutado en varias ocasiones atrevidos con la confianza de ver el desamparo y ninguna resistencia que tienen estas misiones, y que no hay fuerzas prontas para castigar la osadía con que se arrojan a cometer estas hostilidades.

78. Así como tenemos dicho en la primera sesión que convendría al resguardo del puerto de Atacames y al bien de Quito que se despachasen a él todos los delincuentes que dejan de ser castigados por no tener inmediato el recurso de presidio adonde poderlos enviar, y todos los mestizos ociosos, que viven sin oficio ni beneficio atenidos a lo que hurtan, del mismo modo convendría hacer una repartición [o, mejor dicho, una asignación] de los corregimientos de toda la provincia [a los gobiernos de Yaguarzongo, Macas, Maynas y Quijos] para que cada uno desterrase la gente de esta especie al paraje que le correspondiese, los cuales, una vez puestos allí, habían de cumplir el tiempo de su destierro. Aquellos que fuesen como tales [trabajarían] sirviendo en el mismo modo que todos los presidiarios, y finalizado este [tiempo de su condena] se les había de precisar a que se mantuviesen allí, volviendo a despacharlos las justicias cuando intentasen restituirse a las jurisdicciones de los corregimientos. Los que no fuesen por más delitos que el de ser vagabundos (gente que abunda tanto en toda aquella provincia que con ella solo sería bastante para poblar el distrito de todos los gobiernos), a éstos no correspondía darles más pena que la de haber de residir en los sitios adonde perteneciesen según la ciudad, villa o asiento donde hubiesen sido aprendidos, dándoles tierras de las muchas que hay incultas, para que las labrasen y se pudiesen mantener. Pero unos y otros habían de estar obligados a tomar las armas siempre que se ofreciese la ocasión, como lo hacen ahora los que viven en todas aquellas poblaciones circunvecinas a los infieles.

79. A esta gente que se destinase para los gobiernos de Yaguarzongo, Macas, Maynas y Quijos, era forzoso darles ración de víveres por algún tiempo, ínterin que aquello tomaba formalidad, y a todos el primer año después de llegados, hasta que ellos por sí tuviesen frutos de sus labores particulares. Y como sería un costo muy crecido e insoportable si se hubiese de hacer del Real Erario, para evitarlo y que no faltase la providencia necesaria se debería disponer que el ejercicio de los forzados fuese de desmontar tierras, hacer siembras y criar ganados para los almacenes reales. Y porque si esto se ponía al cargo del gobernador, o no sería cuidado y fomentado con el celo que requiere, o, según la costumbre de aquellos países, sería aumentarle este ingreso, el cual no llegaría nunca el caso de que se emplease en beneficio del común y en adelantamiento del fin con que se instituía, respecto de que esta providencia debería mirarse como anexa y correspondiente a las misiones, se había de disponer que las mismas misiones pusiesen coadjutores en las haciendas, y un procurador en la ciudad capital, para que por su disposición corriese el cultivo de las tierras, las siembras, las cosechas y la repartición de raciones. Con esto, no solamente estarían aquellas gentes abastecidas de todo lo necesario para el sustento, sino que sobraría para dar socorros de víveres a los pueblos que lo necesitasen, y particularmente a los modernos.

80. Todo esto parece difícil porque nunca se ha hecho, pero no lo es en unos países donde sobran tierras y gentes. Sobran tierras y son tan dilatadas las que no reconocen más dueños que a los indios bravos, y muchas ni aun a éstos, que pudieran ser reinos muy grandes; y sobran gentes porque en todos los países está de más tanta abundancia de mestizos como hay en ellos, sin servir ni para el cultivo de las tierras, ni para el ejercicio de las artes, ni para otra cosa más que para vivir de lo que la malicia y la mala inclinación les induce. En otro país donde faltasen estas dos circunstancias tan precisas, sería impracticable esta idea, pero no en aquel donde sólo falta dirección para que se ejecute, celo para adelantar, y constancia para permanecer en el empeño de lo que se proyecta. Ya se ve que los ministros de acá no pueden promover estas cosas faltándoles los informes que necesitarían para disponerlas y ordenarlas, lo cual nace de que los que van allá con empleos, no llevando otra mira si no es la de ver lo que pueden sacar del oficio que se les confiere, se les da poco de que se adelanten las conquistas, ni de que decaigan los dominios del rey; aquello no les conviene que se ejecute en sus tiempos, porque si hubie-ran de poner en ello la atención, les haría falta [tiempo] para granjear, y así huyen de informar lo verídico, si es que alguna vez informan; y con esto último tampoco les está bien informar, porque son ellos la causa de todas las decadencias que se experimentan en aquellos reinos.

81. Supuesto, pues, que en sola la religión de la Compañía se reconoce el correspondiente celo para adelantar las conversiones, que los modales y costumbres de las otras no son adecuadas para ello, [y] que la Compañía lleva a las Indias cuadruplicado o quintuplicado número de sujetos más del que emplea en sus misiones en el gobierno de Maynas, se le debería precisar a que estableciese misiones en los otros tres de Yaguarzongo, Macas y Quijos, y de este modo podrían dirigir en todos ellos las haciendas que se formasen para la subministración de víveres, a fin de que nunca llegase el caso de que entrasen en la dirección de los gobernadores, ni de otros que no fuese en la suya, porque lo mismo sería salir de su conducta que malograrse el fin enteramente. Es claro que la emulación y la envidia no dejaría de estar alerta contra la Compañía, publicando que la mayor utilidad de estas haciendas se la aplicaba a sí, y aunque convengamos en que sucediese así, no faltaría nunca lo necesario para las raciones que se hubiesen de subministrar, en cuya forma podía dárseles de barato el que se aprovechasen de lo restante, pues se lograba el intento, debiéndose lo demás atribuir a su buena industria, a su aplicación y a la formalidad de su gobierno.

82. El primer paso que se debe dar para que esto tenga efecto, y sea útil en los gobiernos la gente que hubiera de destinarse a ellos, consiste en que se les provea de armas, sobre lo cual se ha dicho lo bastante en la sesión segunda. Y aunque allí no se incluyeron las que se de-berían asignar a cada uno de estos gobiernos, fue porque ínterin que no se determina que se pueblen aquellos países y se destina gente para ello tomando las medidas necesarias, no hacen mucha falta, aunque no dañaría tampoco el que se despachasen algunas para el uso de los moradores que al presente tiene cada una de aquellas poblaciones. Y como todas están igualmente expuestas a los insultos de los indios, en caso de enviarse era preciso ordenar que las que fuesen destinadas para cada gobierno estuviesen repartidas en los pueblos principales, a la dirección y cuidado de los gobernadores y de sus tenientes.

83. Estos gobiernos se deberían proveer, ya que no se hiciese lo mismo con todos los corregimientos, como se ha dicho en su lugar, en militares, sujetos experimentados, y de edad madura, no tanta que no estuviesen capaces para salir a campaña contra los indios cuando llegase la ocasión, pero no convendría que fuesen de tan poca edad que pudiesen aspirar a hacer un caudal sobresaliente para gozarlo después fuera de aquellos empleos, sino, antes bien, que sabiendo tenían un buen sueldo para mantenerse, procurasen permanecer allí hasta que los méritos de cada uno los hiciesen acreedores de otras mayores confianzas. No convendría tampoco que se les diesen los gobiernos por tiempo limitado, a fin de que viéndose con renta para toda la vida si obrasen bien, mirasen con amor el servicio del rey, procurasen fomentar las misiones y hacer por su parte las conquistas que se proporcionasen para agrandar la jurisdicción del gobierno, lo cual había de ser con dictamen del superior de las misiones, y siempre quedaba abierto el campo para privarlos de los empleos cuando su conducta no fuese la más acertada, cuya autoridad se le debería conferir al virrey, y la de que nombrase un gobernador ínterin, pero no más que por el tiempo que tardase en ir otro de España nombrado por Su Majestad, para que los virreyes no pudiesen tener interés en poner gobernadores de su facción, ni dar lugar a que la envidia pusiese mal con ellos a los legítimos, valiéndose de este medio para disfrutar el empleo.

84. Estos gobernadores deberían hacer informe, una vez cada año, directamente a Su Majestad, del estado de las misiones, para que los ministros se enterasen en el adelantamiento que tuviesen, y de si cumplían las órdenes dadas tocantes al despacho de la gente que se debería enviar. Asimismo sería conveniente que el superior de cada misión enviase anualmente una relación del estado de las que estuviesen a su cargo, y de la conducta y celo del gobernador, para que, confrontando una con otra, se viniese en conocimiento de la realidad. También se le debería obligar al gobernador a que enviase razón de todos los sujetos que estuviesen empleados en ellas, y teniendo otra de los que fuesen de España cada vez que se enviasen misiones, se sabría el destino de todos.

85. Mucho convendría que se le obligase a la Compañía a que todos los sujetos que no fuesen aptos para emplearse en las misiones, que los hubiesen de volver a España a su costa, y llevar otros en su lugar sin que el Real Erario les contribuyese con nada para el transporte de este reemplazo. Y con esto se evitaría el que llevasen muchos que, luego que llegan a las Indias, dejan la sotana y quedan de seglares, porque regularmente son muchachos que la toman para pasar a las Indias, de donde redunda el perjuicio que se hace a España de sacarle gente cuando debería añadírsele, y al Real Erario de hacerle contribuir en la conducción de sujetos que no se emplean en el fin a que van destinados. Y pues las demás religiones no tienen misiones formales en aquellas provincias, y que los sujetos que llevan con este título es puramente con el fin de mantener la alternativa y de su propio interés, convendría que absolutamente se prohibiese el que llevasen ninguno, y se ordenase que las misiones que hoy tienen pasasen a la Compañía, puesto que, como se dirá en la sesión a donde corresponde, no son aptos para estos ejercicios, y antes bien perjudiciales por la mala conducta que guardan.

86. En todo lo que hemos visto de las Indias hemos encontrado igual conducta en las religiones que la que guardan en Quito, y de esto debemos inferir, no sin razón, que es correspondiente a la que tienen en aquella provincia, en las demás, por lo tocante a misiones; por lo cual convendría que en todas se ejecutase lo mismo que en ella, a menos de que de nuevo quisiesen volver a hacerse cargo de las misiones, ofreciendo poner más eficacia en su adelantamiento. Pero si se viese que no lo cumplían después de pasados algunos cortos años, como en término de seis u ocho, entonces se les deberían quitar y hacer que la Compañía las tomase todas a su cargo.

87. Ningún otro medio que el que queda propuesto de destinar la gente haragana y ociosa de aquellas provincias o corregimientos a las misiones, es capaz de facilitar el adelantamiento que se puede desear. Ni ningún otro se puede hacer con menos costo del Real Erario, porque aunque se envíe gente a descubrir y conquistar aquellos países, precisamente se les ha de dar sueldo y es preciso hacer víveres para la expedición, y enviar socorros de ellos y de gente, y no siendo posible que se vayan estableciendo los mismos conquistadores en lo que fueren ganando, precisamente han de volver a sus países, y entonces quedan abandonados los que se han reducido y los indios sin ninguna sujeción, con que fácilmente volverán a negar la obediencia. Así se ha experimentado en el poco efecto que han hecho las expediciones formadas en Quito para ir al Marañón, y en otras que se promovieron en Cuenca para ir a descubrir, en el gobierno de Macas, la ciudad de Logroño y población de Guamboya; en unas y otras se hicieron grandes expendios de caudales, sin ningún fruto. Bien pudiéramos citar los tiempos y conformidad en que se han hecho estas entradas, pero no lo haremos por no dilatarnos más en estas relaciones.

88. Asentada ya el propuesto medio como el único y el de menos costo para hacer las reducciones de aquellos países hasta ahora no conocidos, resta decir el orden que se debe guardar en ello para que todos los gobiernos reciban la gente que puedan necesitar, y para que, a un mismo tiempo, se pueblen y adelanten las conversiones con igualdad. Para ello se debería disponer que cada corregimiento envíe su gente al gobierno que le perteneciere, por cuyo arreglamiento los de la villa de San Miguel de Ibarra y de Otavalo enviarán los suyos al gobierno de Quijos; los de Quito, al de Esmeraldas o Atacames; los de Latacunga y Riobamba, al de Maynas; el de Cuenca, a Macas, y el de Loja, a Yaguarzongo. Pero si la gente que pudiere ir a establecerse de estos corregimientos en los gobiernos de su pertenencia, no fuese bastante para la que necesitan algunos, en tal caso se le puede agregar parte de otro a donde la haya con exceso; como, por ejemplo, de los dos corregimientos de la villa de San Miguel de Ibarra y de Otavalo no habrá mucha gente que enviar al gobierno de Quijos, y en el de Quito excederá la que se podrá remitir a la que necesite Atacames, de éste se puede asignar alguna para Quijos; los de Latacunga y Riobamba pueden dar bastante número a Maynas, y asimismo los otros dos a sus correspondientes. En cada corregimiento se ha de disponer que los ayuntamientos, si fueren ciudades o villas, o los corregidores, siendo asientos como los de Latacunga, Ambato y Alausi, o pueblos como el de Otavalo, tengan un libro a donde se asienten los que se destinaren para los gobiernos, con su filiación y reseñas, de las cuales habrán de enviar copia a los gobernadores para que éstos las trasladen a sus libros; y en caso de que alguno deserte, sea de los que se desterraren por delitos o de los que se enviaren por vagabundos y ociosos, habrá de escribir en su seguimiento el gobernador a todos los corregidores para que lo soliciten y vuelvan a remitírselo inmediatamente; por cuya fuga se puede establecer que el que la hiciere quede condenado en hacer servicio de presidiario por espacio de dos años, y si lo fuere, que se le carguen estos dos años más.

89. Toda la dificultad de este asunto estriba en que se observe esta providencia con puntualidad, y en esto es en lo que no se encuentran muchos recursos por el poco o ningún aprecio que merecen allá las órdenes que se envían de acá. Los corregidores, aunque lo quieran celar mucho, no lo podrán conseguir porque la gente lucida de aquellas ciudades y villas no se lo permitirán, mediante que la casa de cada uno es un sagrado, y que toda esta gente ociosa encuentra asilo en ellos con sólo la relación de emplearse en ser mediadores de las vilezas que cometen por haberse acogido a su amparo; de modo que no habría otro medio más que el de hacer en alguno un ejemplar para que los otros supiesen que habían de reconocer sujeción a la justicia, como lo ejecutó en Lima el marqués de Castelfuerte siendo virrey, cuyo caso nos parece digno de este lugar.

90. Antes que el marqués de Castelfuerte pasase a gobernar el Perú [en 1724] sucedía en Lima lo mismo que está pasando ahora en las demás ciudades del Perú, y es que la casa de cada caballero particular era un sagrado a donde ni la jurisdicción de la justicia, ni el respeto del virrey, podía alcanzar. Cometió uno de aquella gente ordinaria un delito y, para librarse de que la justicia lo castigase, se acogió a la casa de uno de los caballeros de allí. Preguntó el virrey, cuando le dieron parte del hecho, si lo habían preso, y habiéndole dicho que no, quiso saber el motivo, y habiéndose impuesto en que era porque estaba retirado el reo a la casa de aquel caballero, a donde no podían prenderlo, mandó al alcalde ordinario ante quien corría la causa, que inmediatamente fuese a prenderlo. El dueño de la casa no se hallaba en ella, pero estando su mujer, rechazó al alcalde con demasiada altivez y aun con amenazas de que, si repetía el atrevimiento de violar su sagrado, haría que entre sus esclavos y domésticos le ayudasen a castigar la osadía. El alcalde, que también era uno de los caballeros de allí, hallando esta resistencia y disimulando el vituperio con que la señora le había tratado, para no exasperar el ánimo del virrey le dio a entender que el caballero estaba fuera de la ciudad, en una hacienda suya (como era cierto), y que no hallándose en la casa más que la señora, en quien había encontrado alguna displicencia, causada de que empezase por ella el ejemplar de que allanasen las casas de la gente de distinción, no había tenido por conveniente el pasar adelante en la diligencia. Y como el virrey instase en que volviese a llevarle el reo o que, de lo contrario, lo haría poner a él en la cárcel en el lugar que correspondía al delincuente, se vio precisado a pedirle por merced que lo excusase de este lance, en lo cual le evitaría un desaire y cuento que podía traer consigo malas consecuencias, y que se sirviese tomar otra providencia en que él no interviniese. Con este motivo mandó el virrey al capitán de su guardia de caballos que fuese a prender al reo de su orden, pero irritada la señora, más que con el alcalde contra él, lo puso en el estrecho de volver al virrey, diciéndole descubiertamente lo que pasaba, y hecho cargo de ello, mandó entonces que fuese una compañía de infantería o un destacamento de tropa, y que cercasen toda la casa, y en caso de que la señora continuase en hacer resistencia, que a ella, a toda la familia y al reo se prendiesen y fuesen puestos en la cárcel pública, a excepción de la señora, que quería la llevasen primero a su presencia para destinarla después prisión correspondiente. Con esta orden volvió el capitán de caballos a continuar su diligencia, y aunque ya estaba armada la señora con todos los criados para recibirlo, al ver cercada la casa y saber lo que el virrey mandaba, hubo de ceder y dejar que la allanasen y que sacasen el reo que se hallaba dentro.

91. Viendo el marqués de Castelfuerte que el no castigar aquella despotiquez era exponerse todos los días a un lance, [y] no pudiendo ejecutarlo como correspondía en una señora (que son las que sacan la cara en semejantes ocasiones), envió inmediatamente un destacamento de caballería a la hacienda en donde estaba el caballero dueño de la casa, con orden de que lo llevasen preso a Lima. Hízose así y, sin dar treguas, lo condenó inmediatamente a Valdivia, para cuyo fin despachó, sin otro motivo, una de las fragatas que estaban en El Callao, dejando burlados los empeños del arzobispo, de todo el cabildo eclesiástico, de los oidores y de todo lo lucido de la ciudad, que quiso interceder por él, pero inútilmente; y no llevando tiempo determinado en el destierro, lo mantuvo en él hasta que murió lleno de pesar. Este caso hizo que decayese tanto la altivez y presunción de aquella nobleza que, por huir de semejante peligro, ninguno pensó en adelante en recoger en su casa a los que huían de la justicia.

92. Es cierto que aquel sujeto padeció una pena algo mayor que la que parece proporcionada a su culpa, y así lo conocía el marqués de Castelfuerte, pero decía que si los maridos no permitiesen tales atrevimientos y desacatos contra la justicia a sus mujeres, no las cometerían éstas, y que no habiendo otro medio para contenerlos, era forzoso castigar al marido, porque así padecían éste y su mujer. Toda aquella ciudad trataba al marqués de Castelfuerte, con este caso, de injusto, de cruel y de voluntarioso, pero era tal el respeto que le tenían que ninguno se atrevía a decirlo tan alto que pudiese llegar a hacer eco en sus oídos. Y después que pasaron estos primeros lances con que reformó la máquina de abusos que encontró allí, ningún virrey ha sido (según el concepto de todas aquellas gentes) más justo, caritativo, afable y propio para gobernar, que él, pues lo que al principio le objetaban era lo que después sentían todos más en abono y beneficio del común, que era el que no dispensaba castigo en el que lo merecía, ni se vencía a los presentes, a los ruegos, ni a las súplicas.

93. Uno de estos ejemplares era tan preciso, como en Lima, en cada una de aquellas ciudades capitales y corregimientos para domar la altivez de sus vecinos y hacerles que tuviesen respeto a la justicia y que venerasen, como es justo, las órdenes reales que se envían de acá, y así podría tener efecto lo que se propone del destierro que se debería hacer de toda aquella gente perdida, a los gobiernos. Pero sin esto, es empresa tan ardua que, a no juzgarla enteramente por imposible, la concebimos muy poco menos, y que nunca podrá tener formalidad.

94. Pero no milita esta dificultad en lo que tenemos dicho en la sesión primera tocante a la gente que se debe enviar a España, por cuanto aquella providencia no puede defraudarse en su cumplimiento, mediante el que la gente que se repartiere en cada corregimiento ha de venir a España, y se ha de saber por la que llegare, si se cumple o no lo determinado; lo cual no sucede en la misma forma con la que se destine a los gobiernos, porque, quedándose allá, habrá más arbitrio en aquellas gentes para usar de su despotismo, y en la distinguida más atrevimiento para apadrinar la inobediencia contra el cumplimiento de estas órdenes, además de que, mirando aquello como destierro y castigo, siempre infundirá en ellos más repugnancia que el venir a España, a lo cual no tendrán tanta oposición, así porque todos apetecen el ver los reinos de Europa, como por mirar como cosa honorífica el venir para emplearse en servicio del rey. Y así habrá muchos que, sin ninguna violencia, querrán venir a España, y ninguno que convenga en desterrarse a los gobiernos, dejando su patria por [éstos].

95. Supuesto que se lograse vencer la dificultad anterior, queda que satisfacer a varias objeciones que se pueden poner, y se reducen a que, siendo gente inquieta estos mestizos que se desterrasen a los gobiernos, holgazana y viciosa, sería de temer en ellos alguna sublevación; la segunda, que siendo varones todos los que se desterrasen, y no enviándose mujeres, nunca podrían aumentar la población. Estas son las dos más principales tocante a esta gente, y luego hay otra perteneciente a la Compañía, que sería la de que, haciéndolos depositarios de todas las haciendas, se alzarían al fin con su propiedad, y quizás se harían absolutos de todos los países que perteneciesen a misiones, como se dice del Paraguay; cuyos asuntos satisfaremos en particular, como mejor alcanzaremos.

96. Claro es que si se enviasen mestizos contra su voluntad a un país donde no hubiese más que el gobernador de él, los misioneros e indios infieles, es natural el que, huyendo del destierro, se sublevasen contra los pocos a quienes habían de estar sujetos, para recuperar la libertad. Pero esto no sucedería así en aquellos gobiernos, mediante el que, aunque están despoblados, no [lo están] tanto que falte gente en ellos para sujetarlos, y así los llamamos despoblados porque en realidad lo están a proporción del país. Para ejemplo de esto traeremos a la consideración el gobierno de Macas, el cual consta de una ciudad, que es la capital, Sevilla del Oro, vulgarmente llamada Macas, y un pueblo principal, que es Zuña; Sevilla del Oro tiene cuatro pequeñas poblaciones por anejos, que son San Miguel de Narváez, Barahonas, Yuquipa y Juan López; y Zuña tiene tres, cuyos nombres son Pairá, Copueno y Aguayos. En todos éstos se pueden juntar hasta 800 hombres de armas, que son muy suficientes para tener sujetos los que se le fuesen enviando del corregimiento de Cuenca, porque, cuando más, irían treinta o cuarenta hombres en cada un año, y aunque fuesen tantos que llegasen a cien, ni harían falta en el corregimiento de donde se sacasen, ni serían bastante para dar ninguna zozobra, mayormente cuando los gobernadores tendrían cuidado de no hacer mucha confianza de ellos hasta que hubiesen sentado el pie y estuviesen avecindados, lo cual no sería difícil, porque así que se casasen y que estuviesen acostumbrados al país, sucedería con ellos lo mismo que con todos los nuevos pobladores, y lo que sucedió con los que ahora están haciendo allí sus moradas, cuando los llevaron, además de que esta dificultad no podrá durar más que los seis u ocho primeros años, ínterin que se empieza a entablar comercio, mediante que, luego que lo haya, no será necesario el hacerlos ir por fuerza, pues de los mismos que entran y salen manteniendo el tráfico, quedarán muchos allí voluntariamente.

97. A correspondencia de las poblaciones que tiene el gobierno de Macas son las que hay en los otros [cuatro], con la diferencia de que en éstos es algo mayor, aunque corta, la diferencia; con que de ningún modo hay peligro en enviar esta gente, la cual, sabiendo que ha de permanecer allí y teniendo de qué mantenerse, en poco tiempo olvidará el engreimiento de su patria, y ellos mismos conocerán su bien, cuando lo empiecen a gozar.

98. Para satisfacer a la segunda objeción [ que siendo varones todos los que se desterrasen, y no enviándose mujeres, nunca podría aumentar la población ], hay un medio tan adecuado como el antecedente, y de no menos beneficio para la ciudad, villa o pueblo de donde se sacasen las mujeres, que el de quitarle los vagabundos. Consiste, pues, en disponer que todas las mujeres, sean blancas o mestizas, que están en mala vida, o con [seglares], con religiosos o con otros eclesiásticos, se envíen inmediatamente desterradas al gobierno donde pertenecieren o, si pareciese más conveniente para que los mestizos y españoles no repugnen el tomarlas por mujeres legítimas habiéndolas conocido en su mala vida, aunque entre ellos no es muy reparable esta falta, se puede disponer que las de Quito (por ejemplo) vayan a Macas, y las de Cuenca a Esmeraldas. Y en esta forma, cambiándolas de los unos a los otros, e imponiendo en los gobiernos severos castigos para los que viviesen mal, o la pena de servir dos años de forzados, se les obligaría a que se casasen, que es el modo de que se aumenten las poblaciones. Con esta providencia se evitaría aquel escándalo tan terrible que hay en todas aquellas partes, y el ejemplar de estos castigos podría contribuir a que hubiese recato y menos desorden en las mujeres, sabiendo que no había de haber remisión en el destierro.

99. La ejecución de esta providencia aún es más ardua que la de enviar a los hombres vagabundos, no obstante el ser ésta tan difícil como se ha dado a entender. Y proviene de que las comunidades y demás eclesiásticos están allí sobre un pie tal que no solamente ellos gozan del fuero eclesiástico, sino que no hay juez que se atreva a violar el sagrado de las casas articulares que tienen fuera de la comunidad, donde viven con las concubinas, ni quien tenga osadía para emprender nada contra aquellas mujeres que corren de su cuenta. Esta es la dificultad inexpugnable que se encuentra en todo este asunto y la que no alcanza a vencer nuestro discurso por más que quiera buscar medios que la allanen, como se reconocerá por lo que diremos en particular sobre este asunto. Pero aunque no fuesen determinadamente estas mujeres, y que pareciese injusto condenar a unas y dejar a otras, que tienen mayor delito, sin pena, podrían enviarse todas las que redujesen su mala vida a la que tienen con los seglares, porque al paso que las otras son muchas, no son pocas éstas, y tantas que sobrarían para los hombres que se enviasen.

100. Puede decirse también que esta gente hecha a malas costumbres no convendría que estuviese a vista de unas que empezaban a convertirse, pero extra de que, según llevamos dicho, los institutos que allí se estableciesen les obligarían a que las mudasen en buenas, éstos que se enviasen no debían habitar en los pueblos de modernas conversiones, sino en donde los gobernadores hiciesen su residencia, que regularmente es en las capitales, hasta que después que estuviesen ya acostumbrados a las nuevas reglas de vida que se les diesen, pudiesen ir esparciéndose en las poblaciones que ellos mismos formarían interpoladas entre las de los indios; enseñándolos a que los tratasen como a otros hombres no diferentes de ellos, perderían el hábito que tienen de servirse de ellos, como lo ejecutan en los países españoles, de ajarlos y tratarlos con indignidad, para lo cual contribuiría mucho la primera institución de hacerlos que por sí cultivasen la tierra y sirviesen en los demás ejercicios y ministerios, aunque fuesen españoles (que es el nombre distintivo que tienen en aquellas partes para dar a entender que son blancos). Con esto perderían la gravedad y el aborrecimiento con que miran todos los trabajos, porque ellos mismos han establecido el abuso de que se hagan por los indios.

101. La última objeción, que se dirige contra los padres de la Compañía, es, a nuestro parecer, la de menos fundamento, aunque no se conciba así; porque el poner a su cargo y dirección las haciendas, y a su conducta los presidiarios, ni sería darles aquéllas, ni tampoco apropiarles por esclavos hombres libres. Las haciendas se pondrían en su poder como en administración, y cuando hubiese tantas tierras desmontadas y aplicadas al cultivo que sobrasen para las que serían necesarias al fin de tener abundancia de simientes y raíces correspondientes a las que se hubiesen de distribuir en raciones, entonces se aplicarían al común de cada pueblo las que sobrasen, o se repartirían por mitad entre indios y españoles o mestizos, con prohibición de que ningunas se pudiesen vender, para que con este motivo no se les quitasen a los que tuviesen más derecho a ellas, para adjudicárselas a los hombres ricos. Y para que éstos pudiesen tener haciendas correspondientes a sus caudales, porque siempre conviene que en las poblaciones haya vecinos acaudalados, se les concede-ría que pudiesen desmontar a su costa las tierras que eligiesen, como fuese por lo menos una o dos leguas en contorno de las poblaciones y apartados de ellas, y todas las que desmontasen y cultivasen quedarían para siempre en beneficio de los que lo hiciesen. Esta distancia que señalamos apartada de las poblaciones, es para que las tierras comprendidas en ella quedasen reservadas a los indios y gente pobre, que necesita tener las suyas más cercanas a los pueblos para cultivarlas y acarrear sus simientes con comodidad. Si sucediese que la Compañía no se ciñese a tener una buena conducta en la administración de aquellas tierras que administrase, cuyo caso no nos parece que se llegaría a experimentar, queriendo apropiárselas, entonces quedaba el recurso de informar al soberano para que, en su inteligencia, pudiese ordenar que pasase al gobierno que hubiese dado la queja un ministro de su Consejo de las Indias para que lo visitase, y dejando para el común de los recién idos las que fuesen necesarias, repartiese las otras entre el común del vecindario. Pero si la querella fuese injusta, se le daría facultad y mandaría por orden que castigase severamente a los promovedores de ella, por sediciosos y alborotadores.

102. Como sería conveniente que en cada gobierno hubiese colegios de la Compañía a proporción que fuese grande su población, convendría que, para su fundación y subsistencia se les adjudicase la décima parte (y si pareciese poco, otra mayor) de todas las tierras que se fuesen repartiendo entre el común. Y además de éstas, les sería permitido el que, a su costa, pudiesen desmontar, fuera de los términos señalados, las que les pareciesen, a fin de que tuviesen buenas haciendas y pudiesen mantener bastante número de sujetos, el cual habría de ser correspondiente a las poblaciones, para que con ellos se pudiesen remudar los misioneros cuando unos estuviesen cansados, y acudir a las demás obligaciones de su estado e instituto en las poblaciones de españoles.

103. Como en estos gobiernos se menoscabarían muchas armas por el motivo de ser preciso usarlas frecuentemente en las salidas que se hiciesen contra los indios infieles, convendría que cada año se enviasen a cada uno 25 ó 30 armazones completos para infantería. Y la mayor parte de las que se destinasen a ellos, o todas, habrían de ser para infantería, que es en la forma que puede combatir la gente contra los indios en aquellos parajes, por ser todos ellos montuosos, fragosos y encenagados, pero si fuesen necesarias algunas de caballería, se podrían enviar cuando los gobernadores las pidiesen diciendo ser convenientes.

104. Convendría que se ordenase también a los oficiales reales a quienes tocase, que pagasen los sueldos de los gobernadores de estos países de misiones mensualmente, o como ellos lo quisiesen recibir según les tuviese más cuenta, pero con preferencia a todo otro, especificándose que aún a los de presidentes y oidores, sin descontarles ninguna cosa en la Caja Real, para que, nombrando cada gobernador su apoderado, estuviese socorrido con puntualidad y no necesitase salir del distrito de su gobierno para ir a la Caja Real a hacer pretensión de que se les socorra con lo que se les debe del sueldo, como sucede ahora. Pues como los oficiales reales los detengan la paga y no puedan conseguirla sino a costa de mucho tiempo de empeño y de cederles, por vía de regalo, una parte de ella, resulta el que lo más del tiempo se ven precisados a residir fuera del gobierno, lo cual no convendría entonces por ningún modo.

105. De la población y reducción de aquellos países, que al presente lo están únicamente de indios infieles, resultarían grandísimos beneficiosa Dios, al rey y a todos los españoles. El principal de ellos, con el cual no se puede comparar ningún otro, sería el de propagar la fe católica entre la muchedumbre de naciones bárbaras que los habita, dilatando la ley evangélica en ellas y sacando de la esclavitud del demonio tanta inmensidad de almas como se pierden por no haber entrado allí la caridad de la ley de Jesucristo. Este solo triunfo bastaría para no dilatarles a aquellas gentes tanto bien por más tiempo, rescatando sus almas con el conocimiento de la fe. Pero ya que nuestra fragilidad sea tanta que, para moverse a las cosas divinas, necesita ser estimulada de algún interés propio, en ninguna parte podrá encontrarlo mayor que en aquellas empresas, gloriosas por todos títulos, pues al paso que lo son para la mayor honra de Dios, lo son también para hacer próspera la nación española con el mucho usufructo que puede sacar de aquellos países.

106. Poblados tan vastos territorios como lo son aquéllos, y reducidos a la verdadera ley sus habitadores, se podría dar cultivo a las muchas plantas articulares que producen. De allí se podrían sacar la canela, tan exquisita como la del Oriente; la vainilla, tan selecta como la que producen otras provincias de las Indias, o mejor; el estoraque, fragantísimo, y las varias especies de gomas, resinas y frutos que, con particularidad y admiración, derraman aquellos bosques. Allí se podría trabajar en las muchas minas de oro en que se trabajó en aquellos primitivos tiempos de la conquista, cuando algunos de aquellos gobiernos estuvieron en más prosperidad que la que tienen al presente, y desentrañando de la tierra los minerales de otras especies que encierra, se podría hacer un comercio grande, dándole a las naciones extranjeras lo que ellas venden en crecidos precios a los españoles por la falta de aplicación que ha habido en hacer que florezca el comercio de frutos de las Indias, nacido de haber estado reducido a metales ricos de oro y plata, por la lisonja de la primera impresión que hacen a la vista.

107. Además de los beneficios antecedentes se conseguirían otros muy ventajosos, y entre éstos el de limpiar aquellas provincias de la gente ociosa que la infesta de vicios, y el de acostumbrarla a trabajar y a sacudir la pereza y la demasiada presunción con que están engreídos; cuyos fines serían bastantes para no dejar de poner en planta esta providencia, aun cuando no concurrieran los poderosos que quedan dichos.

108. Lo mismo que decimos de lo tocante al modo de fomentar y proteger las misiones de la Compañía, y el de entablarlas en los gobiernos de la pertenencia de Quito donde no las hay, se debe ejecutar en los países dependientes de las demás provincias, particularmente en aquellos reinos del Perú, mediante el que, a muy corta diferencia, concurren en todos ellos unas mismas circunstancias. Y si la riqueza de algunos en minerales, frutos y gomas no fuere la misma que en los que llevamos citados ahora, habrá otros equivalentes que las hagan dignas de estimación.

109. Entre las providencias que podrán contribuir a la mayor facilidad de la conversión de aquellos indios, no serán las que menos conduzcan a este fin las que tocamos acerca del modo de haberse con los indios, en [las sesiones antecedentes]. Porque el ejemplar de verse bien tratados con la estimación que les perteneciese, con comodidades para la vida que no pueden gozar mientras que permanecen en sus bárbaras costumbres, y con tranquilidad, no teniendo sobre sí la presión de estar sujetos a las continuas y crueles guerras que se hacen unas naciones a otras, los inclinaría a que ellos mismos se entregasen a la suavidad de las leyes, y que recibiesen el Evangelio. Así lo conseguían los emperadores incas cuando formaban aquel imperio, pues muchas naciones grandes y poderosas se les sometían voluntariamente para gozar de los beneficios y comodidades que adquirían por su medio; y las que voluntariamente se entregaban, se hallaban tan bien debajo de sus leyes, y con las demás providencias y disposiciones de su gobierno, que nunca pensaban en ser desleales, y sólo se vio ser excepción de esta regla alguna otra muy rara nación, de las más bárbaras, que por estar viviendo de su natural como fieras, procuró sacudir el yugo del imperio para quedar libre del de la razón, porque a la verdad, todas conocían que ningún otro gobierno, ni el suyo propio, les podía ser más aventajado que el de los incas. Cierto que, en este particular, se hace digno de la mayor admiración y de todo aplauso el ver en unos pueblos tan poco cultos como los de los incas en aquellos tiempos de su gentilidad y del primer establecimiento de aquel imperio, la suma política de sus leyes, el buen orden de ellas y la sutileza de las máximas que guardaban en su erección para que, haciéndose cómodas a los indios, las apeteciesen ellos mismos, y se diesen sin dificultad al yugo de la obediencia.

110. Los incas nos dejaron, aunque hombres gobernados únicamente de una ley natural muy simple y sencilla, el admirable ejemplo de su gobierno en las máximas que guardaban para conquistar la voluntad de los indios y reducirlos a su obediencia, para hacerse amados de ellos en el extremo que lo fueron, y para que sus leyes se observasen con la mayor precisión. Las cuales, al paso que eran dulces, suaves y justas, no dejaban también de ser rigurosas cuando se hacía preciso que predominase, a la clemencia, la severidad. Ellos conquistaban las provincias, cuando no podían por los medios de la persuasión y del agrado, por el de las armas, y aun siendo en esta forma, vivían los vasallos sin repugnancia al dominio que los sujetaba, porque no les daba lugar a otra cosa el buen trato. Este es el que se necesita en aquellas gentes para que no resistan tenazmente el venir a la dominación española, pues si viesen los infieles vivir con comodidad a los vasallos del rey, que eran tratados con estimación, y lo mucho que se procura su bien, depondrán el horrible concepto de tiranos en que tienen concebidos a los españoles, y no será difícil su conversión. Las leyes dispuestas a favor de ellos son admirables, según tenemos ya dicho, [pero] la falta de su cumplimiento es el origen del mal, pues de éste nace todo lo que padecen. Si se consigue que se reformen los abusos introducidos contra los indios, y que se les trate como es justo y correspondiente a hombres, se puede esperar que tendrán un éxito feliz las misiones, y que en tiempo muy corto se logrará lo que, en el mucho que ha pasado desde la conquista acá, no se ha podido conseguir.

111. No dejará de hacerse reparable, por todo lo que dejamos dicho, el que, hablando del estado de las misiones, en unas partes se culpe [a] la conducta de la Compañía como que depende de ella no haber sido mayor el adelantamiento de las misiones, y en otras parezca que nos inclinamos a dar a entender que no depende del celo de la Compañía únicamente este progreso, y últimamente aplaudimos su celo en otros parajes, y concluimos que es la religión más propia y apta para la conversión de los indios. Esto que parece contradicción no lo es, ni se debe tener por tal, porque procurando hacer cierta nuestra relación y despojarla de toda contemplación, es forzoso que, haciendo justicia en todo, culpemos la conducta de la Compañía en el pequeño desliz de la tibieza que ha tenido, por sus particulares fines, en ser tan corto el número de sujetos destinados a las misiones respecto del crecido que lleva de España para ellas. Pero esta falta no debe oscurecer la mayor distinción y celo con que se porta respecto de las demás religiones, ni nace de ella la falta que tienen aquellos gobiernos de fomento y de fuerza para poner en seguridad el fruto que pudieran coger a expensas de su fervor, antes bien, como se ha dicho, la poca seguridad de que subsistan las conversiones modernas puede servirles de disculpa para no poner toda su eficacia en ade-lantarlas. Con que bien considerado todo lo que se ha dicho, se concluirá que la Compañía atiende a sus particulares fines con los misioneros que lleva de España, pero que, con todo, no olvida el de la conversión de los infieles, ni tiene abandonado este asunto, pues, aunque sea poco, adelanta en él, que es lo que no se experimenta en las demás religiones. Por esta causa se hace la conducta de la Compañía más recomendable, comparativamente, en la estimación, y es digna del aplauso, y, últimamente, que, sin el debido fomento, será poco el adelantamiento de aquellas conquistas espirituales, y nunca podrán ser grandes los progresos, aunque la Compañía quiera dedicar a ellas el todo de su atención.

SESION NOVENA

Trátase de los bandos o parcialidades contrarias en el Perú
entre europeos y criollos; su causa, el escándalo que ocasionan
generalmente en todas las ciudades y poblaciones grandes,
y la poca sujeción y respeto con que, unos y otros,
miran la justicia para contenerse

1. No dejará de parecer cosa impropia, por más que ya se hayan visto de ello varios ejemplares, que entre gentes de una misma nación y de una misma religión, y aun de una misma sangre, haya tanta contrariedad y encono como la que se deja percibir en el Perú, donde las ciudades y poblaciones grandes son un teatro de discordia y de continua oposición entre españoles y criollos. De aquí nacen los repetidos alborotos que se experimentan, porque el odio, recíprocamente concebido por cada partido en oposición del contrario, se fomenta cada vez más, y no pierde ocasión de las que se le pueden ofrecer, para respirar la venganza y hacer manifestación de la desunión o contrariedad que está aposesionada de sus ánimos.

2. Basta ser europeo (o chapetón, [como se dice] en el Perú) para declararse inmediatamente contrario a los criollos, y es suficiente el haber nacido en las Indias, para aborrecer a los europeos; cuya contrariedad se levanta a tan alto grado que, en alguna manera, puede exceder a la desenfrenada rabia con que se vituperan y ultrajan dos naciones totalmente encontradas, porque si en éstas suele haber algún término, entre los españoles del Perú no se encuentra, y en vez de disiparse con la mayor comunicación, con el lance del parentesco, o con otros motivos propios a conciliar la unión y la amistad, sucede al contrario: que cada vez crece más la discordia y es mayor la ojeriza, y antes bien, a proporción del más trato, cobra alientos mayores la llama de la disensión, y recuperando los ánimos el fervor perdido con los asuntos que se promueven, toma más vigor este fuego.

3. En todo el Perú es una enfermedad general que padecen aquellas ciudades y poblaciones la de estas dos parcialidades, si bien se advierte entre ellas alguna pequeña diferencia, por ser en unas mucho mayor el escándalo que en otras. [No] se libertan de padecer este achaque las primeras cabezas de los pueblos, las dignidades más respetables, ni las religiones más cultas, políticas y sabias; las poblaciones son el teatro público de los dos partidos opuestos; los senados [o cabildos] en donde desfoga su ponzoña la más irreconciliable enemistad, las comunidades donde continuamente se ven inflamaos los ánimos con la violenta llama del odio; las casas particulares, donde la ocasión del parentesco llega a hacer enlace de europeos y criollos, no son menos depósitos de ira y de contrariedad. De modo que, bien considerado, esto deja de ser purgatorio de los ánimos y pasa a ser infierno de sus individuos, apartando de ellos enteramente la tranquilidad y teniéndolos en un continuo desasosiego con la batalla que suscitan las varias especies de discordia que sirven de alimento al fuego del aborrecimiento.

4. Las ciudades y poblaciones donde sobresalen más los escándalos de estas parcialidades son las de la serranía, lo cual, sin duda, nace del menor comercio de forasteros que hay en ellas. Porque en las ciudades de valles, donde es éste mayor y continuo, aunque en lo interior no dejen de padecer los habitadores de ellas alguna displicencia unos con otros, no lo hacen tan pública como en aquéllas, donde no se puede divertir, con otros asuntos, el de la parcialidad.

5. Estas contrariedades, tan comunes allí y tan acérrimas que desde los principios que uno llega a aquellas partes las conoce, y a poco tiempo pasa a ser comprendido en ellas, precisamente han de haber tenido algún principio que les sirviese de causa, y deben alimentarse ínterin que no cesa aquél. Así debemos explicarlo en el discurso de esta sesión, porque sin aclararlo, jamás se podría hacer un legítimo concepto de ello, ni aplicar el remedio a mal que tanto lo necesita.

6. Aunque las parcialidades de europeos y criollos pueden reconocer por principios varias causas, parece que las esenciales deben ser dos, que son: la demasiada vanidad, presunción y soberanía que reina en los criollos, y el mísero y desdichado estado en que llegan regularmente los europeos. Cuando pasan de España a aquellas partes, éstos mejoran de fortuna con la ayuda de otros parientes o amigos, y a expensas de su trabajo y aplicación, con lo cual, dentro de pocos años están en aptitud de recibir por mujer a la más elevada en calidad de toda la ciudad; pero como no se borra de la memoria el infeliz estado en que le conocieron, a la primera ocasión de algún disgusto entre él y los parientes, sacan al público todas las faltas, sin la más leve reflexión, y quedan enardecidos los ánimos para siempre. Los demás europeos se inclinan al partido del europeo ofendido, los criollos al de los que también se tienen por tales, y con esto es bastante para renovar en la memoria aquellas simientes que se sembraron en los ánimos desde muy antiguo.

7. Es de suponer que la vanidad de los criollos, y su presunción en punto de calidad, se encumbra a tanto que cabilan continuamente en la disposición y orden de sus genealogías, de modo que no tengan que envidiar en nobleza y antigüedad a la de las primeras casas de España. Y como están embelesados de continuo en este punto, se hace asunto de la primera conversación con los forasteros recién llegados, para instruirlos en la nobleza de la casa de cada uno; pero bien especulizada, sin pasión, a cortos pasos que se den, se encuentran tales tropiezos, que es rara la familia donde falte mezcla de sangre y otros obstáculos no menores. Lo más célebre de este caso viene a ser que ellos mismos se hacen pregoneros de sus faltas recíprocamente, porque sin necesidad de indagar nada, al paso que cada uno procura dar a entender y hacer informe de su prosapia pintando la esclarecida nobleza de su familia, para distinguirla de las demás que hay en la misma ciudad y que no se equivoque con aquéllas, saca a luz todas las flaquezas de las otras, y borrones o tachas que oscurecen su pureza, de modo que todo sale a luz. Repitiéndose esto, del mismo modo, por todas las otras [familias] contra aquéllas, en breve tiempo es sabidor cualquiera de todo el estado de aquellas familias, aun cuando menos lo pretende indagar. Y como los mismos europeos que toman por mujeres a aquellas señoras de la primera jerarquía, no ignoran las intercadencias que padecen sus familias, tienen despique, cuando se les sonroja por los propios parientes con su anterior pobreza y estado de infelicidad, de darles en rostro con los defectos de la ponderada calidad que tanto blasonan. Y esto suministra bastante materia entre unos y otros para que nunca se pueda hacer olvidadizo el sentimiento de los vituperios que recibe del contrario partido.

8. Esta misma vanidad de los criollos, que con particularidad se nota en las ciudades de la sierra por tener menos ocasión de tratar con gentes forasteras extra de aquellas que se establecen en cada población, los aparta del trabajo y de ocuparse del comercio, único ejercicio que hay en las Indias capaz de mantener los caudales sin descrecimiento, y los introduce en los vicios que son connaturales a una vida licenciosa y floja. Por esta carrera dan fin en poco tiempo de lo mucho que sus padres les dejan, perdiendo los caudales y menoscabando las fincas, y los europeos, valiéndose de tan buena proporción como lo es la del descuido de los criollos, la aprovechan y hacen caudal, porque dedicándose al comercio consiguen en poco tiempo ponerse en un buen pie, y acreditados y fuera de la primera miseria en que llegaron son solicitados para los primeros casamientos, porque las criollas, reconociendo el desastre de los de su misma patria, hacen más estimación de aquéllos y los prefieren para casarse.

9. Esta mayor aceptación que merecen, por la causa dicha, los europeos a las criollas; el ser dueños de los caudales más floridos, como que su aplicación y economía las abre medios para adquirirlos y conservarlos, y el tener a su favor la confianza y estimación de los gobernadores y ministros, porque [por] sus acciones y conducta se hacen acreedores a ello, no son pequeños motivos para incitar la envidia de los criollos. Y así se lastiman éstos de que los europeos van descalzos a sus tierras y, después que consiguen en ella más fortuna que las que sus padres y países les dieron, se hacen dueños absolutos de ellas. Todo se verifica así porque, después que se casan, entran a ser regidores, e inmediatamente obtienen los empleos de alcaldes ordinarios, de modo que, en el discurso de diez u once años, se halla gobernando una ciudad de aquéllas, y hecho señor de los aplausos y de las primeras estimaciones un hombre que antes pregonaba por las calles, con un atadillo, las menudas mercancías y bujerías que otro le dio fiadas para que empezase a trabajar. Pero la culpa de esto está en los mismos criollos, porque si se dedicasen al comercio grueso cuando poseen caudales para ello, no los menoscabaran, como sucede, en tiempo tan corto como el que gasta el europeo en criar el suyo; si se separaran de los vicios y mantuvieran sus mujeres propias con honra y estimación, no darían lugar a que las de su país mismo les manifestaran tanto despego y aborrecimiento, y si vivieran arreglados a unas costumbres y modales buenos, siempre tendrían a su favor el aplauso y estimación que se arrastran a sí los forasteros. Pero como nada de esto se acomoda a sus genios, queda siempre la raíz de la envidia para introducir tales sentimientos en sus ánimos inconsiderablemente, sin reflexionar que son ellos mismos los que dan a los europeos toda la estimación, autoridad y convenencias que disfrutan.

10. Desde que los hijos de los europeos nacen y tienen las luces, aunque endebles, de la razón, o desde que la racionalidad empieza a correr los velos de la inocencia, tiene principio en ellos la oposición a los europeos. Porque, como desde la tierna edad empiezan a imprimirse en sus entendimientos los malos conceptos de sus padres que oyen a sus parientes y que les enseñan, con abominable ejemplo, los que debieran hacer en ellos una buena educación, conciben odio contra los mismos que los engendraron y, crecido en ellos el aborrecimiento a los europeos, no necesitan de otro motivo que el de esta preocupación para que, cuando descollan en edad, sean acérrimos a los europeos, y lo den a entender desde la primera ocasión en que pueden manifestarlo, sin reparo ni miramiento, tal vez, de que sea contra sus mismos padres. Así no es extraño el oírles repetir a algunos que si pudieran sacarse de las venas la sangre de españoles que tienen por sus padres, lo harían porque no estuviese mezclada con la que adquirieron de las madres. ¡Necia y más que necia proposición, pues si fuera dable que sacaran toda la sangre de españoles, no correría por sus venas otra más que la de negros o indios!

11. Como los europeos o chapetones llegan a aquellos países pobres, descarriados y, entre tantos como van, la mayor parte viene a ser de un nacimiento bajo en España, o de linajes poco distinguidos, los criollos, sin hacer distinción de unos a otros, los tratan a todos igualmente por dos extremos: por el de la amistad y buena correspondencia [y por el del más absoluto desprecio]. Basta el que sean de Europa para que, mirándolos como personas de gran lustre, hagan de ellos la mayor estimación y como tales los obsequien, llegando esto a tan sumo grado que, aun aquellas familias que se tienen en más, ponen a su mesa a los inferiores que pasan de España, aunque sea en el ejercicio de servir a otro, y así no pueden hacer distinción del amo al criado cuando concurren juntos a la casa de algún criollo; del mismo modo le ofrecen asiento a su lado, aun siendo en presencia de sus amos, y a este respecto hacen con ellos otros extremos que son causa de que aquellos que por las cortas ventajas de su nacimiento y crianza no tuvieran alientos para salir de un estado humilde, animados después que llegan a las Indias de tanta estimación, levantan los pensamientos y no paran con ellos hasta fijarlos en lo más encumbrado. No tienen los criollos más fundamento para tal conducta que el decir que son blancos, y por esta sola prerrogativa son acreedores legítimos a tanto distintivo, sin pararse a considerar cuál es su estado, ni a inferir, por el que llevan, cuál puede ser su calidad. De este abuso resultan para las Indias los graves perjuicios que después se dirán, y él tiene su origen en que, como las familias legítimamente blancas allá son raras, porque en lo general sólo las distinguidas gozan este privilegio, se [coloca a la blancura accidental en] el lugar que debería corresponder a la mayor jerarquía en la calidad, y por esto, en siendo europeo, sin otra más circunstancia, se juzgan merecedores del mismo aplauso y cortejo que se hace a los que van allá con empleos, cuyo honor los debería distinguir del común de los demás.

12. A proporción que, en unas ciudades más que en otras, tratan a los europeos sin la distinción entre sí que corresponde a la calidad y empleo de cada uno, tienen más facilidad de encumbrarse y hacer enlace con las [gentes] que componen allí la nobleza, los que en España no fueron muy favorecidos en su nacimiento. Pues tal vez, aun sin la circunstancia de que lo grande del caudal pueda servir de equivalente a la falta de la calidad, basta el dote de haber nacido en Europa y el de ser blancos para aspirar a las primeras de aquellas que se estiman por las principales señoras del país.

13. De este extremo pasan los criollos a otro, no menos malo, cuando el motivo de algún sentimiento les induce a que los ultrajes y palabras vilipendiosas sirvan de despique al encono de sus ánimos. Entonces motejan a los europeos con la misma generalidad que antes los cortejaban y obsequiaban, y no excusan el tratarlos de gente vil, mal nacida, sin que quede ejercicio bajo ni nacimiento ruin o tacha fea que no les atribuyan; de lo cual se origina que los que reciben esta vejación se venguen sacando a luz las que tienen las mismas familias, y, enredadas unas con otras, no hay alguna que quede libre de este pernicioso incendio. Los criollos se fundan, para vituperar así a los europeos, en el mísero e infeliz estado en que vieron llegar a sus tierras a los más, y éstos en lo mismo que les tienen oído a ellos recíprocamente hablando los unos de la calidad de los otros, y así todos se ofenden con las faltas que conocen en los partidos contrarios, sin exclusión de ninguno, y viven en una continua inquietud y desasosiego.

14. Este es el origen principal de la desunión que tanto ruido suele ocasionar en aquellas poblaciones del Perú y en unas ciudades donde las muchas conveniencias y libertad pudieran hacer felices a sus vecinos con una vida la más [regalada], tranquila y quieta que fuera deseable, los tiene la contradicción y la imprudencia en una repetida guerra, llenos de pesares, rodeados de zozobras y metidos en un golfo de disgustos y desazones, solicitadas de ellos mismos por la poca continencia que tienen, y de la poca reflexión con que se precipitan al fomento de las parcialidades.

15. De la inconsiderada distinción con que tratan los criollos a los europeos cuando los miran amistosamente, y particularmente recién llegados por considerarlos entonces todavía fuera de parcialidad, se origina, como ya se ha dicho, el que éstos levanten los pensamientos más allá de los términos adonde, en correspondencia de sus calidades y estado, deberían llegar, y de aquí proviene que los que pasan de Europa llevando aprendo algún oficio, en llegando allá se aparten totalmente de su cultura. Por esta razón, todos los artes mecánicos y oficios no pueden adquirir allí más perfección o adelantamiento que aquel en que quedaron en el primitivo tiempo y en que los conservan los indios y mestizos, empleados únicamente en ellos. Por lo mismo, aunque España se despuebla con la mucha gente que pasa a las Indias, no consiguen aquellos países ningún adelantamiento, mediante que cada uno solicita el suyo propio y no piensa en el del país en común.

16. Contribuye mucho el poco orden que hay en las Indias sobre el particular de los europeos que pasan a ellas, y a que sea tan cuantioso su número, con perjuicio de la población de España, la costumbre introducida, tal vez desde el principio de la conquista, de gozar fueros de nobleza todos los españoles que van a establecerse allí. Esta introducción, que entonces pudo autorizar con razón el mérito de la milicia y la atención a que se poblasen aquellos países, ya en los presentes tiempos en que hay provincias tan bien o mejor pobladas que España, es perjudicial a ésta y a aquéllos. A España, por la mucha gente que sale de ella a adquirir en las Indias los dos caudales más estimables a los hombres, de que no gozan acá todos, que son: el de las riquezas o bienes de fortuna y el de la nobleza, porque se les dispensa enteramente el privilegio de ella a los que van y, en su consecuencia, están en aptitud para los actos distintivos, reservados a los nobles, que es la más segura ejecutoria que puede haber en aquellas partes. Es nociva también a las Indias porque, además de llenarlas de disturbios y de disensiones, de oscurecerse y denigrarse en ellas la nobleza, y de infestarlas de ociosidad y vicios, se hallan abandonados los artes mecánicos y todos los ministerios laboriosos que son precisos en una bien ordenada república, por desdeñarse allá de ellos los que acá no tenían motivo alguno para haber de rehusarlos.

17. Supuesto, pues, que de los muchos españoles que pasan al Perú sin provisión de cargo o licencia no resulta, ni para aquellos reinos ni para los de España, adelantamiento alguno, sino, antes bien, perjuicio a entrambos, y que no han bastado las órdenes rigurosas y las acordadas disposiciones para contener el curso de los que van sin otro título que el de hacer fortuna, se nos ofrece un medio que parece podría surtir mejor efecto que los hasta aquí usados; el cual se reduce a establecer una ley no sólo que derogue y anule aquella primera, sino que totalmente sea contraria, disponiéndose en ella que todos los que pasasen a las Indias sin licencia de S. M., o que no vayan provistos en algún empleo, aunque en España fuesen nobles, se reputen en las Indias por plebeyos, y que, en su consecuencia, no puedan ejercer ningún cargo ni oficio correspondiente a los nobles en aquellas ciudades, villas y pueblos, y particularmente los de regidores, ni hacerse elección de alcaldes ordinarios en estos sujetos, con la prohibición de que los demás regidores no puedan contravenir a ello, y pena de que si lo ejecutasen, aunque fuese por conviene, se habría de reputar por nula la elección, y para evitar alborotos privar de los oficios a todos los regidores que hubiesen votado contra la ley, sin que pudiesen volver a ejercerlos hasta ser habilitados por S. M. Con lo cual no podrían los mismos regidores valerse de pretextos para hacer alcaldes a los europeos que no fuesen de los que hubiesen ido a las Indias con licencia o destino de oren de Su Majestad.

18. [Del] mismo modo se había de prohibir el que los europeos en quienes no concurriesen las mismas circunstancias pudiesen ser matriculados en el cuerpo de aquel comercio, imponiéndose alguna pena rigurosa a los priores y cónsules que contraviniesen a ello. Y es cierto que faltándoles estas dos circunstancias, que son las que sirven de apoyo a los europeos que van a las Indias, o muchos dejarían de ir, o los que fuesen sabrían que habrían de estar atenidos a manejarse en los oficios o ejercicios que llevasen aprendidos de España, y así, unos se dedicarían a la labor de las minas, otros a la cultura de las tierras y otros al trabajo y perfección de las artes, con lo cual contribuirían a sus adelantamientos. Pero lo más cierto es que, como no querrían ir a no mejorar de fortuna tan considerablemente como lo consiguen ahora, serían menos los que pasarían allá que los que van ahora con este estímulo.

19. Para el mejor cumplimiento de esta nueva ley (a nuestro parecer la única que podría poner términos en tanto desorden) se debería ordenar que en los días de año nuevo, después de hecha la elección de los alcaldes, se renovase en público su promulgación, y sería bastante este acto para que huyesen aquellas familias de lustre de emparentar con ninguno de los comprendidos en ella, porque el hacerlo ahora es con la persuasión de que no pierden en ello. El saber que no podían tener ningún cargo honorífico y, con particularidad, que no podían ser regidores ni alcaldes ordinarios, era suficiente para que los mirasen sin la estimación y aprecio con que ahora los reputan, figurándose como felicidad el meterlos en sus casas, porque es en las Indias, aunque tanto vituperan a los europeos con la envidia de verlos adelantados, cosa honrosa para aquellas gentes el darles a sus hijas en matrimonio, huyendo de hacerlo con los criollos, cuyas faltas de familia (como casi comunes en todas) y defectos del proceder son públicos entre ellos y van a evitar con los europeos, aunque sean, como dicen, zarrapastrosos.

20. Para el mejor acierto de las providencias que se dan en España conducentes al gobierno de las Indias conviene que los ministros estén hechos capaces del genio de aquellas gentes y lo que allá sucede, para que sean adecuadas y surtan todo el buen efecto que se desea. La ley que se estableciese declarando plebeyos a todos los que pasasen a las Indias sin llevar licencia del rey, no serviría de nada sin las circunstancias que quedan prescriptas y particularmente sin la de privarlos enteramente de los cargos honoríficos de las repúblicas, porque aquélla se aboliría y, perdiéndose poco a poco de la memoria, bastaría el que pudiesen entrar en éstos para que, por la mala observancia, quedase enteramente destruida. La más sensible circunstancia adonde se les puede tocar a criollos y europeos en todo el Perú es en la de privarlos de los cargos de regidores e inhabilitarlos para los de alcaldes, o de poder matricularse en el cuerpo de aquel comercio; porque todo el efecto que la ley no puede producir allí por sí sola, estas particulares circunstancias, que son anejas a la misma ley, lo conseguirán, levantando su fuerza tan de punto que le dará su mayor valimiento. Y es la razón porque, mirándose estos empleos como propios distintivos de la nobleza, aunque de suyo la gocen por nacimiento los europeos que van o los criollos, es la primera circunstancia de los que se establecen de nuevo, ya solteros o casándose, el agregarse a los ayuntamientos y el solicitar que recaiga en ellos la elección de alcaldes, como que con esto queda hecha pública la calidad y ensalzada la nobleza; pero sin ello permanece entre sombras, haciéndose en algún modo dudosa la distinción del sujeto. La ineptitud en cualquiera para obtener estos empleos es el obstáculo más formidable que se pueda discurrir para que las Indias dejen de ser el atractivo tan eficaz de los europeos, y particularmente será obstáculo a que se queden en ellas, porque, faltándoles allá el caudal de la nobleza, es correspondiente les falte también el de la riqueza y bienes de fortuna, mediante que la mayor parte de los que adquieren [de estos segundos] lo hacen ayudados de los caudales que reciben en dote o de los que les confían los mismos que pretenden darles sus hijas en matrimonio, para que empiecen a criar hacienda con las ganancias que les deje su solicitud y aplicación.

21. Hácese patente lo apreciable que es para los que habitan en las Indias este punto de condecorarse en los ayuntamientos de las ciudades y villas, con los ejemplares que continuamente se experimentan siempre que lega el caso de que se hagan las elecciones de alcaldes, porque entonces procuran habilitarse todos los regidores que no lo están, con el fin único de tener voto en ellas, y por esto muchos a quienes en todo el discurso del año no es posible cobrarles lo que deben a la Real Hacienda, en llegando a este caso ellos mismos se empeñan, y empeñan alguna de sus fincas, para satisfacerlo con tiempo, y que sus votos no tengan nulidad como lo previenen las leyes de Indias. Con que supuesto que ésta es la parte más sensible a aquellas gentes, se les debe tocar por ella para reducirlos a que observen lo que se ordenare.

22. No hay, a nuestro parecer, otro medio más acertado para apagar la llama de aquellas parcialidades, vicio tan envejecido en el Perú, y casi desde el tiempo de su conquista, que el de humillar la soberanía que conciben todos los europeos que van allá, debiéndose entender que los que fueron menos favorecidos en su nacimiento son los que más concurren a este incendio, y por su causa entran en el mismo fuego todos los demás, aunque siempre se repara en los que tienen más distinción de calidad, que se conservan por lo regular imparciales, de tal modo que, aunque participen del calor de las disputas, no llegan a encenderse en él como los otros. A esta providencia se le puede poner la objeción de que si con ella se consigue privar a los europeos el que vayan en tan crecido número, como hasta ahora, a las Indias, siendo éstos los que mantienen todo o la mayor parte del comercio de aquellas partes, de su falta se seguirá perjuicio muy grave a éste, y asimismo [que], siendo causa de que las poblaciones se mantengan en el estado que están por los muchos que se casan en ellas, se disminuirán precisamente cuando no tengan este recurso. Pero una y otra [objeción] se pueden salvar y quedará convencida su poca fuerza con lo que expondremos ahora.

23. Es cierto ser los europeos los que hasta ahora mantienen el comercio de las Indias, si no en el todo, [sí en] la mayor parte. Pero la generalidad de esto se experimenta más en las ciudades y poblaciones de la sierra que en las de valles, porque si se vuelven los ojos a los puertos de mar se verá que tanto comercio hacen en ellos los europeos como los criollos, y lo mismo, a poca diferencia, sucede en Lima; con que si en estas partes no hubiera europeos que comerciaran, es sin duda que los criollos lo harían en todo, como ahora lo hacen en parte, mayormente cuando, siéndoles entonces más saneadas las ganancias, por ser únicos, su atractivo inclinaría más a ellas su aplicación. En la sierra hacen el comercio en la mayor parte los europeos, provenido de que los criollos, dándoles un tanto por ciento, se escusan los viajes; pero si no tuvieran aquel recurso, la necesidad les precisaría a emplearse en él, porque el que tuviese efectos habría de solicitar su expendio, y al que le faltasen, los habría de buscar a menos de querer perderse enteramente, abandonando caudales y fincas. Y éste tal vez sería un medio admirable para que muchos [que] hasta ahora [han estado] llenos de pereza, entregados a los vicios y confiados en que tienen quien los sirva (como ellos dicen), se dedicasen a tener ocupación, y con la diversión de ésta dejasen la ociosidad y olvidasen las costumbres viciosas. Pero aunque no sucediese esto así, nunca faltarían europeos que comerciasen de los muchos que, yendo provistos con empleos, [se quedasen, o de los que pasasen] con licencia, los cuales serían suficientes para este fin, porque es de suponer que no todos, sino la menor parte de los que van a las Indias, se ejercitan en él, y los demás se pierden engañados de la impresión poco fundada que los arrastra allá, de que siendo países ricos aquéllos, por precisión se han de enriquecer, cuyo juicio es el más errado que pueden formarlos entendimientos, porque los que [se] enriquecen son sólo aquellos que encuentran el abrigo de al-gunos parientes ricos que los fomenten, el de conocidos patricios que los ayuden, u otros a quienes la casualidad les abre las puertas para hacer fortuna. Estos son los que se casan en aquellas ciudades con personas distinguidas de ellas, y los demás permanecen siempre en una vida totalmente infeliz, arrastrada y mísera, sin servir allá para nada, porque la distinción de ser europeos no les permite el que se dediquen a ejercicios bajos, siendo perjuicio a España su falta, porque con ella se aminoran los vecindarios.

24. Los actos en que se hacen las elecciones de los alcaldes son en los que más descubiertamente se desenfrenan las pasiones de los dos partidos, porque, compuestos los ayuntamientos de europeos y criollos, cada uno procura que los de su parcialidad sean los que prevalezcan. Allí la tenacidad adquiere soberanía sobre toda razón, y, enfervorizados en la contienda que es propia donde un cuerpo político dividido en contrarios bandos está ya exasperado de antemano, se acrecientan las mordicantes sátiras de uno a otro, y con ellas crece la enemistad y se comentan las vejaciones entre los dependientes de uno y otro. Con que estas elecciones, cuyo fin debiera ser para dar gobierno y mantener en paz la república todo el discurso del año, son, por el contrario, las que renuevan la discordia y adelantan la enemistad y los alborotos.

25. En otros países que no fueran los del Perú producirían estas disensiones sucesos muy lastimosos si llegase a desfogar la ira en el uso de las armas; pero, como esto sucede en raras ocasiones, por lo regular suele contenerse en las amenazas y convertirse la furia en los vitu-perios y desaires que de una y otra parte hacen a la contraria, de donde resultan las inconsideradas y molestas quejas con que de continuo mortifican allá a los virreyes, y que trascienden hasta los ministros de España. Y aunque hay ocasiones en que también las armas toman parte en las particulares satisfacciones de los agravios recíprocos, se disipan con facilidad estos alborotos y no se acre-cientan, como pudiera suceder y sería natural, donde no llega el caso de haber una legítima y verdadera reconciliación.

26. No es menor que la de los seglares la inquietud en que viven las comunidades cuando, con el motivo de la “alternativa”, se hallan juntos en ellas europeos y criollos. Entre ellos se forman igualmente dos partidos, los cuales están continuamente opuestos y tan alborotados que hacen testigo al público de sus indiscretas contiendas. Los religiosos se interesan en las de los seglares y éstos en las de las comunidades, y así, sin más motivo ni otro interés que el ser criollo o chapetón, es bastante para tener pasión, para hacerse parcial del correspondiente [bando], y para suministrar materia al fuego encendido. A tanto extremo llega esto que no se exceptúa de ellos la religión más cauta, la más advertida, la más sabia y la que enseña con su gobierno y prudencia el que deben tener las gentes más avisadas; todo su estudio político no basta para ahogar en sus senos el humo de este incendio; su disimulo no tiene las correspondientes fuerzas para evitar el que no se hiciesen públicos los particulares sentimientos, y su gobierno no puede conseguir el que vivan europeos y criollos con hermandad. Este ejemplar servirá de régimen para comprender cuán comunes eran, en aquellas partes, estas parciales disensiones entre europeos y criollos, cuando hecho ya como instituto preciso de aquellas ciudades se regula extraño el que sus vecindarios puedan vivir con unión y tranquilidad.

27. El gobierno de la Compañía, tan sabio y tan prudente, como todos saben, es el que acabamos de referir, y si en aquellas partes procura el pundonor de esta religión no apartarse del que mantiene aún en naciones muy extrañas, con tal concierto que parece que las [que] más se diferencian entre sí en la política de sus gobiernos y costumbres, se hermanan con toda perfección por medio de esta religión, en el Perú no lo puede conseguir. Aquellos colegios son depósitos de sujetos de todas naciones, porque en ellos hay españoles, italianos, alemanes, flamencos y aun de otras bajo de estos mismos títulos, y todos viven con unión entre sí, a excepción de europeos y criollos, que es el punto crítico en donde no cabe disimulo, siendo así que el gobierno de ellos, bien discurrido con la más sabia reflexión que es imaginable, unas veces recae en los criollos y otras en los europeos, sin más regularidad que la del mérito y aptitud de cada uno, [por lo que no debiera haber causa de enfrentamiento], pero faltándoles asunto a unos y a otros sobre que fundar la discordia, los europeos se valen de la ineptitud de los criollos para algunos ministerios, y éstos se despican dando a entender a los otros que los llevan comprados de España en la misma forma que los esclavos, para que sirvan en ellos. ¡Cosa irrisible, verdaderamente, entre sujetos tan serios y sabios como aquéllos, para que les sirva de principio a la continua guerra en que están, cuyos alborotos se hacen tanto más escandalosos cuanto son más extraños en la conducta de esta religión!

28. A vista de esto, ¿qué mucho será que las otras [religiones] y los seglares, donde la prudencia no tiene tanto cabimiento, causen los ruidos que se experimentan y que se difundan aún hasta las otras religiones compuestas todas de criollos? Porque llegando muy calientes las cenizas de estas inquietudes encienden en sus ánimos el mismo fuego, y porque falta la materia necesaria para ello, se dispone [de ella] con la cisma de unos que se apasionan más por los europeos extraños que por los criollos propios, con lo cual tienen bastante asunto para no estar exentos de alborotos. Esto no obstante, hay alguna diferencia entre unas y otras, porque como los de éstas que se componen enteramente de criollos, no tienen fomento propio, suele extinguirse la discordia con más facilidad y conciliarse la amistad.

29. Como estas parcialidades a veces se encienden tanto que las ciudades llegan a estar en un continuo alboroto, si entonces falta prudencia en el que gobierna para contenerlas o se inclina inconsideradamente a alguno de los dos partidos, crece, como es natural, el atrevimiento y se hace más incorregible el vicio de las pasiones. Por esta razón convendría que los que fuesen a las Indias con empleos de gobernadores, presidentes, oidores y aun de virreyes, fuesen sujetos de una conducta bien experimentada, desinteresados para que los obsequios de los bandos no tuviesen poder de inclinarlos a su facción, de mucha prudencia, disimulo, cautela y de resolución para castigar la osadía cuando los medios suaves y amistosos no fuesen bastantes a contener la demasiada libertad con que suelen a veces los partidos tomar venganza por sí. Y como no son regulares estas circunstancias en los que no han gobernado, ni menos sabido bien obedecer, por esto no son los criollos los más propios para ello, porque nacidos y criados entre las mismas parcialidades, es preciso que [en ellos] se conserven y estén sujetos a ellas; ni tampoco los europeos en quienes no concurren las sabias luces del gobierno para dirigir por ellas su conducta con acierto. Los empleos de gobierno deberían proveerse en sujetos que ya hubiesen gobernado en España, a quienes la experiencia y los errores cometidos en el noviciado hubiesen abierto los ojos enseñándoles el mejor modo de gobernar; y los jueces no deberían ir a tener sus principios en aquellos tribunales. Estas dos circunstancias se hacen tanto más precisas cuanto están más retirados aquellos países de la fuente del gobierno, cuyo depósito se debe considerar en el monarca; la falta de recurso, o lo dilatado de él, hace que se disminuya el temor en los jueces, y de esto se origina el que descuiden en el mejor acierto de sus resoluciones, porque se les da muy poco que sean justas o no, lo cual no sucedería tan fácilmente cuando estuviese formado hábito en el ánimo el de procurarse como legítimo honor al mejor acierto.

30. Muchas veces se experimenta ahora ser caudillos de las parcialidades los gobernadores, y protectores de ellas los ministros de aquellos tribunales, y con el título solapado de proteger la justicia, dan calor a la discordia. No es, empero, tan común este accidente en los hombres maduros, ejercitados antes en los tribunales de Europa, como en los que tienen por su primera escala la de entrar gobernando una provincia en aquellos reinos, o salir de aquellos colegios llenos de vicios, propias herencias del país, para empezar desde luego en los tribunales a manejar la justicia sin alguna práctica de ella, y no acomodándose a refrenar las pasiones propias, conforme lo pedía la obligación de su ministerio, tampoco pueden corregir el desorden de las ajenas. En este asunto de elección de gobernadores y jueces para aquellas partes, se debería poner la más cuerda atención, si se desea la seguridad, el buen orden y quietud de aquellos países, y que su gobierno sea acertado; pero ínterin que se provean en personas de cortas experiencias y de conducta no conocida, no puede esperarse ningún buen éxito, ni que cesen los disturbios m otros males que son tan comunes en aquellas ciudades.

31. Varios ejemplares pudiéramos citar sobre este particular de lo que experimentamos en unas y otras [partes], pero no nos parece tan necesario que debamos dilatarnos en ello cuando la razón natural está dictando lo mismo que decimos. Pero para que no falte el conocimiento de lo mucho que se arriesga en esto, diremos solamente que hallándonos en Lima en una de las ocasiones que residimos en aquella ciudad, entre varios empleos que fueron proveídos de España, lo estuvieron en ellos dos sujetos cuyas malas inclinaciones y extraviada conducta sobresalían tanto y se hacían tan notables que, por ser el escándalo de la ciudad, estuvieron los parientes del uno dispuestos a solicitarle destierro para Valdivia, el cual no se practicó porque, al estar entendiendo en ello y esperando ocasión para enviarlo, recibieron la noticia primera de que estaba provisto en plaza de oidor para la Audiencia de Panamá. No llegó a cumplirse porque la alta providencia de Dios lo dispuso de modo que, aunque la gracia le estuvo concedida, se ofrecieron tales accidentes que trastornaron la suerte de éste; pero la del otro corrió, siendo así que entre la conducta de los dos no se reconocía diferencia. Considérese ahora qué gobierno, qué justicia, qué tranquilidad, ni qué paz puede haber en unas partes donde los jueces son reos.

32. A vista de esto, ya no deberá causar admiración que el todo de los vecindarios se halle convertido en unos teatros de guerra viva; que cada uno obre a su libertad y que en todas partes reine el desorden, la injusticia, la desobediencia y el vicio. Si sucediera esto con uno u otro sujeto, no debería ser tan notable y se podría juzgar que dejarían sus malas costumbres y propiedades después de caracterizados con los empleos, porque era regular que uno cuya conducta no fuese la más acertada, entre muchos buenos se reformase con la compañía de éstos, pero no sucede así, antes al contrario, [porque] como son iguales los partidos, [al ser] más fácil que la flaqueza humana se incline a lo malo que el que lo deponga para seguir lo bueno, lo que sucede es que, [aun] cuando no se perviertan enteramente los más arreglados a razón, se adulteran en parte, y los de inclinaciones depravadas no detienen el curso que empezaron a seguir en ellas desde los primeros pasos de su vida.

33. No podemos en el todo [adherirnos al] dictamen de que los criollos no sean aptos para gobernar, cuyo asunto trataremos en particular en otra sesión, pero según lo que tenemos experimentado, diremos no haber cosa que más acalore las parcialidades que el ser las dos cabezas, seglar y eclesiástica, de una de aquellas provincias, ambas criollas; porque si esto recae, como sucede por lo regular, en sujetos que no se han ejercitado en otros empleos de la misma naturaleza fuera de sus propios países, con el imprudente engreimiento de hallarse levantados a la dignidad y de ser compatriotas, abanderizados descubiertamente por su partido aumentan la confianza de éste e infunden ánimo en el contrario para vengar los celos que les ocasiona el ver a esotro más favorecido. Esto no sucede cuando recaen en europeos los dos primeros empleos, porque aunque la conducta del uno sea desarreglada, la contiene la del otro con la mayor confianza y satisfacción que suele haber entre los dos, siendo por lo común regular que la de entrambos, como sujetos menos apasionados, sea buena. Porque siendo el gobernador de una de aquellas provincias hombre de mérito y calidad, como, en correspondencia de estas prendas, procura no ofender a nadie, con la misma estimación mira al criollo que al europeo que lo merece, y ni en los unos ni en los otros pone tanta confianza que dé motivo de sentimiento a los otros. Pero también cuando el gobernador europeo es veleidoso y de genio inquieto, o amigo de alborotos, sucede con él lo que con los criollos.

34. Cuando el gobierno político recae en europeo y el eclesiástico de la misma provincia en criollo, suele haber sus intercadencias, pero siempre que el uno de los dos tenga reposo y prudencia, es bastante para que el otro le imite, y así es raro que estando proveídos en esta forma, sucedan más alborotos o disturbios que los regulares. Pero como con el motivo del vicepatronato que está depositado en el seglar, y de la presentación de los curatos que corresponde a los obispos, tienen bastante asunto para discordar, cuando empiezan a contrapuntearse son grandes los escándalos que resultan, y con éstos vienen a caer uno y otro en las parcialidades, dando fomento a ello, que es bastante causa para que se enardezcan los ánimos. Y como un volcán que después de haber mitigado la violencia de sus llamas por algún tiempo, vuelve a recobrar fomento con la nueva materia que ha preparado en sus senos, y a brotar mayores incendios, del mismo modo aquellos espíritus respiran con mayor fuerza llamaradas de enemistad y contradicción al ver el mal ejemplo de la división entre los dos jefes, seglar y eclesiástico. Por esta razón, y para evitar tanto daño, conviene que se mire muy bien y que se conozca la conducta de los sujetos antes de ser proveídos en aquellos empleos, porque el yerro que se comete en la mala elección, aunque tiene remedio, es tan tardo que ya cuando se llega a aplicar, o no es necesario porque cansados de luchar los ánimos, en oposición unos de otros, se ha disipado el ardor del encono, y suele resucitarlo tal vez la providencia, o da nuevos alientos al vencedor para que con mayor confianza aumente las vejaciones contra el contrario partido, de suerte que, de todos modos, vuelve a suscitarse la discordia.

35. Los capítulos de las religiones que tienen alternativa son otros fomentos para la desunión de aquellas gentes, y como este asunto se deberá tratar en otra sesión particular, bastará decir en ésta que [de] todos los [asuntos] que pertenecen a donde se mezclan europeos y criollos, son, generalmente, los [capítulos los] que la producen; [y] este [asunto] más que otro, por cuanto en él hay intereses que mueven a solicitar [a] cada partido [que] sea el suyo el que prevalezca, y [aun] cuando no fueran otros más que los de la amistad, bastarían [éstos] para alterar la quietud y sosiego de los seglares, los cuales, como ya se ha dicho, no pueden dejar de declararse en correspondencia de lo que ejecutan por ellos las mismas religiones, las cuales se interesan entonces no menos que si fuese en causa propia. En la sesión a donde corresponde se verá cuán de poco beneficio es para las Indias, y para las comunidades, el que haya alternativa en ellas, y los perjuicios que de esto resultan; en ésta continuaremos con las noticias pertenecientes a la poca sujeción y respeto que tienen aquellas gentes a los jueces y justicias, como correspondiente a la voluntariedad con que viven, de donde procede el desorden y alborotos, tan regulares en aquellas partes.

36. No tendrían razón los que habitan en las Indias, y particularmente en el Perú, de cuyos países principalmente hablamos, si no permaneciesen siempre leales a los reyes de España y fuesen inmutables en la fe, sin mezclarse en las alteraciones que otros reinos dependientes de esta corona han padecido; porque no pueden apetecer, tanto los criollos como los europeos que pasan allá, otro gobierno que les sea más ventajoso, una libertad más completa que la que tienen, ni una despotiquez que les dé más ensanches. Allí viven todos según quieren, sin pensión de gabelas, porque todas están reducidas a las alcabalas, y aun en éstas ya queda visto con cuánta voluntariedad las contribuyen; no tienen otra sujeción a los gobernadores que la que voluntariamente les quieren prestar por no dejar de reconocerse vasallos; carecen de temor a las justicias porque cada uno se considera un soberano, y con este tenor ellos son tan dueños de sí, del país y de sus bienes, que nunca llega a sus ánimos el temor de que sus caudales hayan de desmembrarse con el motivo de la necesidad que suelen padecer los monarcas cuando la dilación de las guerras menoscaba sus rentas y los reduce a la precisión de acrecentar las pensiones a los vasallos para haberla de sostener. Allí, el que tiene haciendas es dueño de ellas y de su producto libremente; el que comercia, de las mercaderías y frutos con que se maneja; el rico no teme que su caudal se disminuya porque el rey le pida algún empréstito, ni lo ponga en la precisión de hacer gasto exorbitante; el pobre no anda fugitivo y ausente de su casa con el recelo de que alguna leva lo lleve a la guerra contra su voluntad; y así, blancos y mestizos están tan distantes de que el gobierno los moleste, que si supieran aprovecharse de las comodidades que gozan, y de la bondad del país, podrían con justo título ser envidiados de todas las naciones por la mucha [ventaja] que corresponde al pie en que se halla establecido aquel gobierno, y la mucha libertad que con él consiguen.

37. Las guerras, los contratiempos de ellas, las pérdidas que acarrea la desgraciada fortuna de una potencia, los sobresaltos que causa el enemigo cuando, victorioso, entra haciendo trofeo de una provincia con su estrago, o el sentimiento por la destrucción de un ejército, son accidentes tales para aquellas partes que, llegando a ellas como sombras muy tenues, carecen de fuerza bastante para mortificar el ánimo con su impresión, y mirándolos desde allá como cosas pasadas y distantes, causan el mismo efecto que las historias antiguas, que sirven de diversión al entendimiento; tanta suele ser, tal vez, la indiferencia con que se miran estas cosas, que algunas pasan en el concepto de muchos por fábulas históricas. Es cierto, como muchos dicen, que aquellas gentes, en gran parte viven ignorando el estado político de las potencias de Europa; que carecen de las noticias instructivas de la cultura y gobierno de estos reinos, de los derechos de los príncipes y de todo lo que corresponde a los hombre cultos para saber lo que pasa en el mundo, pero ¿qué falta les hace esto a unas gentes que no reconocen [el] peligro de tener que contender con naciones extrañas, ni aun que tratarlas, y si puede ser más, ni aun que verlas? Todas las luces de que aquéllos carecen, precisamente políticas, se pudieran dar por bien empleadas si supieran aprovecharse del inestimable tesoro de la comodidad que les está ofreciendo la situación de sus países, y aun si se dedicasen a gozar sus propias luces, podrían instruirse en lo que no lo están con tanta perfección como los europeos. Pero la desgracia de su mala conducta está en que ni disfrutan aquéllas, ni consiguen esclarecerse con éstas.

38. Cada particular se estima tanto con lo que goza que se considera como un pequeño soberano en sus mismas tierras, siendo dueño absoluto de ellas, y casi sin otra sujeción que la de su arbitrio. En las ciudades, en las villas o en los asientos donde hacen su residencia continua, son oráculos de la demás gente, y toda la autoridad que tienen los corregidores no es más que la que quieren darles los vecinos más condecorados, a cuya imitación lo ejecutan los de menos distinción; por esto, si el corregidor se lleva bien con ellos, tiene lugar de un vecino, honrado como otro cualquiera, pero si se contrapuntea en jurisdicciones, o si quiere ostentar superioridad por el empleo, no es nada, porque armados contra él, dejando de haber quien le obedezca, queda extinguido su empleo, y si pasa adelante con sus intentos, es bastante para que lo trastornen.

39. Hay unas poblaciones en donde esta voluntariedad se halla más en su punto, de tal modo que suelen pasar a efectos las amenazas, y si la conducta del que gobierna no es la más prudente y sagaz, tendría poca seguridad en su vida. Nunca o rara vez llega a suceder este caso, porque como los corregidores se hacen el ánimo de atender a sus utilidades propias, dejan el gobierno o la mayor parte de él en los alcaldes, y con este arbitrio se eximen de los asuntos que pudieran redundar en [su] pesar. Pero como algunos casos sean tales que no permitan disimulo, es en éstos donde más descubiertamente se conoce el despotismo de aquellas gentes, para cuya inteligencia nos parece que convendrá citar algún suceso de los muchos que pasaron en aquellas provincias ínterin que estuvimos en ellas.

40. En una de las poblaciones de aquellos reinos, que no siendo de las más numerosas no es tampoco de las menores, tuvieron contrapunteo un caballero criollo y otro europeo, del cual resultó salir desafiados con padrinos, públicamente. El uno de los dos partidos quedó tan mal que, sin acabar de reñir la pendencia, volvió la espalda al contrario y huyó, después de herido, por no rendirle las armas; este hecho se hizo tan público que, deseando vengarse el que quedó mal puesto en la pendencia, y no teniendo valor para intentarla segunda vez, tomó el medio más inicuo de prevenirse de armas de fuego y buscar a los contrarios cuando estuviesen menos prevenidos. Ya entonces habían crecido los partidos y, abanderizados los chapetones o europeos de la una parte, y los criollos de la otra, era grande el escándalo y las provocaciones. Ultimamente vino a parar el negocio en que, acechándose unos a otros, anduvieron a trabucazos varias noches dentro de la plaza de la misma población, y a hora tal que no eran otras que las primeras sombras las que hacían oscuridad.

41. El corregidor, aunque estaba allí, no había querido pasar a hacer diligencia ninguna para contenerlos, porque no habiendo bastado las que interpuso de la amistad, no se consideraba con fuerzas para hacer otra cosa. Habiendo, pues, llegado el eco de este alboroto a la ciudad capital de la provincia, se le mandó que prendiese a los culpados para castigarlos, mas luego que éstos lo supieron, se dispusieron en sus casas con la tropa de mestizos, criados y dependientes que tenían, y con las armas de fuego que pudieron, para resistirle caso que intentase poner por obra lo que la Audiencia le mandaba. Estimulado él con el orden de aquel tribunal, por una parte, y temeroso, por otra, de las fuezas con que se hallaban los delincuentes, se valió de un arbitrio que le suministró la prudencia, para quedar bien con todos sin peligro propio; tal fue el de enviarles un recado cortés, pidiéndoles licencia para ir a visitar sus casas, bajo de la seguridad de que no llegaría al paraje donde ellos se retirasen. Viendo éstos que no peligraban con la tal visita y que de hacerla las resultaba beneficio, vinieron en consentir que pasase, y se retiraron a una pieza que, cerrada, les sirvió de fortaleza. Llegó el corregidor con su escribano, alguacil mayor, ministros y otras gentes, a la casa, dando con el aparato muestras de que iban en realidad a hacer la prisión; registráronla sin llegar a la pieza donde estaban [los acusados] (lo cual era tan sabido del escribano y demás ministros, como del corregidor), y no habiéndolos encontrado en las que visitaron, se concluyó la diligencia y se dio satisfacción a la Audiencia con un testimonio de ella; con esto salieron todos de su reclusión, y empezaron a aparecer en público como si estuviesen ya purgados del delito; en la Audiencia no se ignoró todo el hecho, pero considerado no serle posible al corregidor hacer otra demostración más formal, se disimuló todo. Cosa de seis meses después que sucediese esto, llegamos nosotros a aquella población, y habiéndonos obsequiado unos y otros, merecimos de su atención que, por nuestro medio, se reconciliasen y volviesen a correr bien, con lo cual se desvaneció el escándalo de aquella división.

42. Lo mismo sucede en aquellas partes cuando se despachan jueces por los oficiales reales para que pongan cobro a las cantidades que los particulares deben a la Real Hacienda, porque regularmente, aunque los corregidores y justicias los admiten y les dan toda facultad para uso de sus comisiones, los individuos particulares de la ciudad, villa o asiento contra quienes va el juez, lo rechazan, y no peligran en la resistencia. Los ejemplares de esto se están palpando a cada paso, con que pagan a la Real Hacienda los deudores cuando voluntariamente quieren, y no hay apremio que les pueda obligar a los que no lo hacen así; esto se debe entender a excepción de los corregidores, con los cuales sucede muy diferentemente.

43. Entre las muchas y grandes poblaciones que contiene el Perú, hay unas en donde se nota mayor esta libre voluntariedad, pero, con más o menos desahogo, no hay ninguna en donde falte. En prueba de ello referiremos lo que, a nuestra vista, pasó en Lima, donde parece que la presencia del virrey y el temor de estar allí las fuerzas del reino, debería contener algún tanto a sus habitadores. Con el motivo de la guerra contra Inglaterra y las prevenciones que se dieron precaviendo el reparo necesario a los insultos que esta nación podía hacer en aquellos reinos, determinó el virrey, siguiendo el dictamen de un “acuerdo” hecho a este fin, hacer una derrama entre el comercio y vecindario de Lima para recoger de pronto la suma que se necesitaba; y siendo empréstito, y no donativo, se asignó el derecho de un nuevo impuesto sobre todos los géneros y frutos que entrasen en Lima, para su paga; porque el fin fue [el] de sufragar a los gastos de la guerra, y como el impuesto no podía suministrar de pronto las sumas que urgían, fue preciso tomarlas adelantadas de los particulares, para satisfacerlas después. Los comerciantes no tuvieron modo con que excusarse a su entero, porque si lo hubieran intentado lo padecerían con la retención de los efectos que entrasen e su cuenta, y por esto convinieron en hacer prontamente la entrega de la parte que les cupo; pero los demás vecinos de la ciudad lo resistieron tanto que no fue dable, ni el virrey tuvo poder para obligarlos a que pagasen lo que se les había repartido, lo cual le dio motivo a poner presos, en sus casas, a algunos, destinando soldados que los guardasen, a quienes asignó crecidos salarios a costa de los mismos sujetos. Pero esta providencia no bastó, porque ni pagaron a los soldados, ni se consiguió que hiciesen el entero, y al cabo de algunos días fue forzoso hacer que se retirasen las guardias, dejándolos libres al ver que no se lograba el intento, y que era exasperar los ánimos y darles ocasión a que formasen algún alboroto si se pasase adelante con las diligencias.

44. Casi lo mismo sucedió con la cobranza del donativo que Su Majestad pidió para la fábrica del palacio que se está actualmente haciendo [en Madrid]. Los que lo pagaron rigurosamente fueron los indios, porque se les aumentaron los tributos de aquel año en la cantidad que correspondía; los mestizos lo pagaron, si no todos, la mayor parte; los españoles o gente blanca de poca distinción unos sí y otros no, y los de más lustre, unos lo pagaron enteramente, otros lo que quisieron y no lo que se les tenía asignado, y hubo muchos que no quisieron pagar nada, por más instancias que les hicieron los corregidores y tribunales. Con que propiamente se reduce aquello a que la justicia no tiene más lugar que el que le quieren dar los moradores de aquellos países.

45. Al respecto que hay ciudades y poblaciones donde la justicia tiene menos poder que en otras, las hay también donde los genios de sus habitadores son más inquietos, altivos y ruidosos. En éstas no es menester mucho asunto para que se alboroten, y formando especie de motín o motín verdadero, atropellan los fueros de la justicia, lo que da no poco cuidado a los corregidores y otros jueces, porque trasciende la falta de respeto aun hasta los oidores, cuando no siendo bastante la autoridad de los primeros para contener los desórdenes, los despachan las Audiencias a entender en algunas causas. Sobre lo cual pudiéramos citar algunos casos sucedidos en nuestro tiempo, que omitimos por no dilatar más esta sesión.

46. La demasiada libertad de aquellos pueblos y la poca sujeción a la justicia que reconocen sus habitadores, nace de que no hay recurso en los que mandan para poderlos contener, ni es dable el proporcionar medios para ello, porque todos aquellos vastos países están del mismo modo, y no hay, en la extensión de más de 1.500 leguas que corren desde las costas de Caracas, Santa Marta y Cartagena hasta Lima, otra tropa que la corta a que están ceñidas las plazas de armas situadas en los extremos de tan dilatado territorio, ni fuera dable, aunque se quisiera criar tropa, el poderla mantener, mediante que sería mucho mayor su costo que todo el producto de las Indias, como se verificó en los años desde 1740 hasta el de [1743], que habiéndose levantado en Lima 2.000 hombres de tropa para cubrir aquellas costas contra los insultos de los ingleses, no bastaban para ello los haberes reales que, como en caja universal del Perú, se juntaban en la de Lima siendo así que todos los sueldos, que se cobraban en las Cajas Reales, de los gobernadores, ministros y otros sujetos que dependen de ellas, se redujeron en todos aquellos reinos a la mitad, quedando la otra mitad para sufragar a los gastos de la guerra , ni el “nuevo impuesto” establecido sobre todos los efectos y frutos, el cual no dejaba de ser bastantemente crecido. Y con todo, fue forzoso reformar la tropa en el año de [43], dejándola reducida al corto número de su antiguo pie, que era el preciso para la guarnición de la plaza de El Callao. Así, la justicia no tiene más poder para hacerse respetar que el de tres o cuatro mestizos, más o menos según la capacidad de la población, que son los alguaciles que auxilian a los jueces, y aun a éstos, como gente de una casta inferior y dependientes todos de los principales de la ciudad, les falta en las ocasiones la resolución para emprender nada contra ellos, aun siendo mandados por los tribunales o acompañados por los jueces, porque el respeto con que los miran los contiene enteramente a hacerlo.

47. No nos parece que sería conveniente hacer entera novedad en aquellos reinos sobre el particular de su gobierno, toda la vez que, aunque se intentase poner sobre otro pie, no podría subsistir, mediante no ser dable el mantener gente que autorice y haga respetables a los ministros, y que sin ella serían de temer algunos alborotos, tales que peligrase con ellos la seguridad de aquellos países, porque una repentina alteración [de la] mucha libertad a la sujeción, aunque no excediese ésta de lo que parece razonable, no podía dejar de hacer un efecto grande en los ánimos. Pero asimismo conocemos no ser tampoco justa la conducta que tienen [como] vasallos, ni [como] pueblos que deben vivir arreglados a las leyes, y con subordinación a la justicia, y ya que en el todo ni es dable el corregir tanto desorden, ni convendría hacerlo, podría en parte remediarse por medio de la elección de los gobernadores, corregidores y ministros, procurando que sus calidades fuesen tales que no les predominase la codicia, que su madurez supiese con prudencia corregir los defectos en que pudiese ser disimulable un castigo severo, y que no faltase en ellos entereza para ejecutarlo en aquellos cuyo atrevimiento y enormidad los hiciese incapaces del indulto. Porque es de suponer que aunque aquellas gentes están tan sobre sí que ninguno quiere reconocer otro que le vaya a la mano en sus desórdenes y en su demasiada licencia, es asimismo tan dócil que cualquiera ejemplar hace en ellos un efecto grandísimo, como se ha dicho en otra parte, lo cual proviene de lo poco o nada acostumbrados que están al castigo, cuya falta los conduce al extremo de tanta inobediencia.

48. Origínase en gran parte el desprecio con que la justicia es tratada en aquellos países, de la extraviada conducta de los que gobiernan, porque si el público observa en ellos un genio ambicioso y amigo de enriquecerse con perjuicio de todos, unas costumbres viciosas que, por ser él quien las había de corregir en los demás, causan mayor escándalo, y una dirección pervertida y abandonada al imperio de sus pasiones y de la parcialidad ¿qué mucho será que los particulares hagan poco aprecio, o ninguno, de su autoridad, y que miren la justicia como cosa irrisible e ideal, pero que nunca llega a tener uso en la práctica de la república? Por esto será justo no atribuir toda la culpa a los moradores de aquellos países, sino partirla entre éstos y los jueces, como que ellos fomentan y dan aliento a los otros para que se hagan despreciables las órdenes, para que los preceptos no se veneren, y para que aquellos pueblos sean monstruos sin cabeza y sin gobierno.

49. Todos los pueblos bien considerados se deben regular, en cuanto a las costumbres, por una copia viva del que los domina, y así vemos que las virtudes o vicios de un príncipe tienen, entre los vasallos, la misma estimación o desprecio que merecen en el ánimo de aquél, porque mirándose todos en él como en un espejo, reflectan sus acciones en los súbditos y son imitadas de ellos, de modo que, aún para el objeto más alto y venerable, que es la religión, suele ser el más fuerte imán de los súbditos la sola elección y juicio del soberano. En el Perú, y en todas las Indias, [de] donde el monarca se halla tan distante que los rayos de su luz ni pueden imprimirse ni causar la debida reflexión, ocupan su lugar, aunque sin llenarlo (por la grande distancia que hay de un rey a su vasallo), los virreyes, a quienes como a los oráculos políticos de aquellos países, procuran imitar todos. Y observando en éstos que los particulares fines de hacer su autoridad mayor, de acrecentar su interés, o de adelantar las conveniencias de sus familiares o confidentes, son causa para que se niegue el cumplimiento de muchas órdenes reales, con el pretexto, unas veces, de que conviene; otras, de que hay fuero para no ponerlas en ejecución, y otras, de no ser ocasión de practicarlas, siguen el ejemplo los demás súbditos con tanta puntualidad que, pasando de unos a otros por su orden, no queda ninguno, hasta el más pequeño, que no practique lo mismo con las que le pertenecen. Y así, los tribunales de audiencias lo ejecutan en la misma forma con las órdenes que se les envían de España, o con las que los virreyes les dan; los oficiales reales, corregidores y ayuntamientos, con las respectivas que reciben, y por este tenor todos los particulares, de modo que está tan entablado esto que es cosa común, [al] recibir el orden, decir que la obedecen pero que no la ejecutan por tener que representar; si el orden es del monarca, la distinguen con la circunstancia de besarla, ponerla sobre las cabezas y añadir después de la fórmula que en propias voces es: Obedezco y no ejecuto, porque tengo que representar sobre ello.

50. A proporción que con este abuso se trunca la fuerza de las órdenes más respetables, pierden todo su valor las que no lo son tanto, y se hacen irrisibles las de los corregidores para con los particulares que están bajo de su obediencia. No nos opondremos a que, en muchas ocasiones, tienen motivos suficientes los virreyes para suspender el cumplimiento de las cédulas que les van de España, y como los casos en que aciertan, o los [casos] en que lo hacen por su propio interés, necesitan para su explicación de alguna extensión, lo reservamos para la sesión siguiente, en que trataremos del gobierno civil y político de aquellos reinos, pero quedará asentado en ésta que la inobediencia de aquellos pueblos a los que los gobiernan procede en parte del mal ejemplo que tienen en éstos, [y] de la tibieza y poco afecto con que miran las órdenes que se les dan por los mayores.

51. Al mismo respecto que las parcialidades se componen de seglares y eclesiásticos, la altivez de los genios y la libertad reina con igualdad en unos y en otros, con tanto exceso en estos últimos que hace criar nuevos alientos y que adquieran más bríos los primeros, confiados en que no les puede faltar su socorro cuando llega la ocasión de necesitarlo. Todo el estado eclesiástico está comprendido en este desorden, y las religiones (a excepción de la Compañía, que en todo sigue política muy contraria) son las que sobresalen más, mezclándose en los asuntos que no les corresponden ni son propios de su estado.Y como, tanto los dependientes de las religiones como los demás eclesiásticos, se atreven con osadía a perder el respeto de los jueces, el mal ejemplo que dan en ello a los seglares es causa para que éstos se contengan menos, y menosprecien sus órdenes. Aquéllos son unos países donde el poder y el atrevimiento pasa a ser desahogo en los eclesiásticos, y confiados en el fuero que gozan, tienen osadía para burlarse a cada paso de los corregidores, y aun de otros ministros más caracterizados; allí es (y nos parece que el único país) en donde se ve ir los eclesiásticos de mano armada a provocar, con osado descoco y satisfacción, a un ministro dentro de su casa, y a dejarlo abochornado a fuerza de libertades; allí donde se experi-mentan de noche cuadrillas de veinte y más frailes disfrazados por las calles, causando los alborotos que sólo pudieran esperarse de una gente perdida y arrestada; allí donde tienen poder para ir con absoluto despotismo a la cárcel y, sin que nadie se les pueda oponer, ponen en libertad al reo a quien la justicia quiere castigar, como sucedió en Cuenca pocos días antes que llegásemos a aquella ciudad el año de 1740; y allí es donde los jueces no se atreven a violar el asilo de las casas de los eclesiásticos para sacar de ellos los reos que se valen de él, como experimentamos en el pueblo de Lambayeque el año de [1740], pasando por él para Lima: que un simple clérigo tuvo atrevimiento para intentar apalear al corregidor porque fue a su casa a sacar un reo que acababa de dar de puñaladas a otro y se había retirado a ella; y últimamente, allí es donde no hay poder para que ejerza el suyo la justicia. Estos ejemplares con [que] los eclesiásticos se están excediendo y mofándose a cada paso de los jueces, sirven de norma para que los seglares no los miren con el respeto que debieran, y el demasiado abuso de aquéllos da ocasión a que el vicio de éstos sea más desmesurado.

52. No será mucho que los eclesiásticos hagan tanto desprecio, como queda visto, de la justicia, cuando lo hacen igualmente de sus mismos prelados. Y por esta razón no es factible el poderles ir a la mano, ni el castigar sus atentados, ni tampoco lo es el reformar la máquina infinita de abusos introducidos en aquellos países y anticuados en sus moradores desde los primeros que pasaron a ellos e hicieron allí su establecimiento. Estos desórdenes, cuyos orígenes son tantos y tan varios, son incorregibles, sus causas no se pueden del todo exterminar, y si en parte al menos no ataja sus aumentos la buena elección de los gobernadores y demás ministros, y el ver en éstos las circunstancias de desinteresados e imparciales, de buenas costumbres, afables con todos y severos con sólo aquellos cuya mala conducta se hace merecedora del castigo y del desagrado, y [si] esto no contiene los ánimos de aquellas gentes y los reduce a la razón, no hay método, según nuestros alcances, con que se pueda conseguir y que sea practicable en aquellas partes, pues todos cuantos se pueden imaginar parece que pierden su eficacia en la misma distancia y modo de plantificarlos.

SESION DECIMA

Trátase del gobierno civil y político del Perú, de la conducta
de sus jueces y de la poca utilidad de muchos empleos,
que se pudieran suprimir y resultar de ello beneficio
a la Real Hacienda

1. Todas las leyes establecidas entre las naciones sabias no reconocen otro objeto que el de contener los vicios propios en la naturaleza de los hombres, para que por su medio puedan superar la inclinación que los arrastra, y hacerse justicia a sí mismos, aun a costa de la repugnancia de haberse de vencer, apartándose de lo que propone, como más útil o conducente, el propio concepto, y siguiendo la dirección del ajeno. Pero como esta resolución sea tan ardua, cuanto que para ella es preciso sujetar a la naturaleza desapropiándola de los juicios que, como a hijos de su entendimiento, atiende y estima, por esto la sabiduría de los hombres, precaviendo que este obstáculo no oscureciese o embarazase la observancia de las leyes justas, entregándolas al olvido si se dejasen al arbitrio, dispuso que al paso que se formasen fuesen promulgadas con repetidos recuerdos, y las sostuviese el poder cuando la indiscreción o la repugnancia pretendiese destruirlas. Con este fin han sido establecidas en la república de las gentes los príncipes, los magistrados y los jueces particulares, para que subdelegándose la autoridad de unos en otros, se distribuya la justicia con equidad entre los mismos hombres, se les haga conocer los propios hierros y los defectos de la conducta, y el castigo sirva [para] contener a los que atentamente perjudican el derecho de las gentes haciendo agravio al bien común. Este es el verdadero instituto de los jueces en las repúblicas, y éste es el fin que debieran reconocer como objeto de su obligación. Pero como la ya viciada naturaleza no exceptúe a ninguno de [la] común sugestión del apetito, por esto sucede que unos, más endebles o con menos entereza [que] otros se dejan vencer más fácilmente, y a proporción que son las vías por donde las pasiones pueden inclinarse, son los precipicios que, con disfrazado engaño, se le presentan al ánimo para persuadirlo a que, falto de reflexión, se despeñe. De aquí podemos concluir que, así como el que está más abandonado a sus devaneos se halla con mayor proximidad de peligrar entre ellos, del mismo modo los países que ofrecen más ocasión son más expuestos a hacer caer aun a aquellos de mayor cautela. Esto viene a suceder en las Indias, cuyos vastos países sólo ofrecen principios y caídas para los que van a gobernarlas, como se irá viendo; por esto es necesario mucho más cuidado que en otros donde no sea tanto [el] riesgo, para haber de elegir los sujetos que hayan de ir con tal carácter.

2. Ya queda visto, por lo que se dijo en la sesión antecedente y otras, la despotiquez y libertad con que se vive en el Perú, y sería cosa extraña que no se extendiese esta franqueza, o por mejor decir, este vicio, aún hasta a los mismos jueces, en quienes, a proporción de la mayor superioridad, corresponde también más exención, y que [no] participasen ellos de lo que los demás, mayormente cuando, con el auxilio de la autoridad, tienen más ocasión de gozar mejor de los fueros que les permite la libertad del país.

3. Empieza el abuso del Perú desde aquellos que debieran corregirlo, y si inmediatamente no comprende a la primera cabeza o a los de mayor jerarquía, a lo menos lo consienten todos con tanta libertad en sus dependientes que lo que dejan de pecar por sí, se convierte en culpas de omisión, porque lo disimulan en sus allegados, de suerte que, a no ser mayor el daño que resulta de ello, no es nada menor.

4. Ofrece el Perú a los ojos de los que lo gobiernan [unos grandes atractivos]; con el lisonjero engaño de una despótica autoridad, [ofrece el Perú] el mayor engrandecimiento, cifrado en la ostentación tan grande del poder; con el imán de los metales preciosos, paladea a la codicia y al deseo, y con el atractivo de aquellas gentes, encanta, embelesa y hace que se venza a los aplausos el que pudiera apetecerlos menos. En estas tres circunstancias está envuelto todo el veneno que atosiga y mata el buen gobierno de aquellos reinos, y de cada una de éstas trataremos con particularidad, diciendo de ellas lo que fuere necesario.

5. Desde el instante que un virrey se recibe en el Perú y toma posesión del empleo, se empieza a ver equivocado con la majestad. Especúlense las ceremonias de su entrada pública en Lima que tenemos descritas en el segundo tomo de la Historia de nuestro viaje, y se verá cómo todas las circunstancias que se practican para esta función, se lo pueden hacer concebir. Así, los alcaldes ordinarios les sirven de palafreneros, llevando a pie, uno a cada lado, las riendas de su caballo; su persona es conducida debajo de un magnífico palio, cuyas varas llevan los regidores de la ciudad, y dejando aparte otras muchas ceremonias y obsequios correspondientes a éstos, ¿qué mayor podría ser la distinción y majestuoso aparato con que al príncipe verdadero recibiesen sus vasallos más leales y queridos? Considérese, pues, ahora, un virrey tan colmado de aplausos y tan lleno de rendimientos, rodeado de veneración, y en unos países tan distantes de su soberano, y será forzoso concebir, conviniendo con nosotros, que habrá de considerarse a sí mismo cual otro soberano, con sólo la distinción de la dependencia y de la limitada duración de esta majestad. ¿Qué mucho, pues, será que interprete las órdenes del príncipe, o que las ponga en ejecución con demasiada tibieza? Al verse con autoridad para todo, y capaz de arbitrar pretextos bastan-tes, o motivos aparentes, para no darles el debido cumplimiento suponiendo que no conviene el ejecutarlo, ¿qué habrá que espantar que se desentienda de lo que se le ordena, por no bajar nada de la suprema y absoluta superioridad en que se ve? Ni ¿cómo podrá extrañarse el que lo disponga todo a su voluntad, teniendo de su parte la confianza del monarca, y estando seguro de que prevalecerán sus informes a los que pudiesen hacer contrarios todos los demás? Pues este mismo régimen, esta independencia y esta voluntariedad es, a correspondencia de los sujetos y de los ministerios, un establecimiento universal en los reinos del Perú; la misma indiferencia por lo tocante a la tibia o ninguna observancia de las órdenes reales es común a todos los demás, y se ha hecho ya regular instituto de jueces y ministros.

6. Debajo de este supuesto, y ciñéndonos a lo más preciso por no dilatar la narración, habremos de dar una razón individual de aquellos asuntos que se particularizan más, citando los ejemplares que correspondieren a ellos, porque con esto se afirme el juicio con mucha mayor seguridad, y pueda deducir las regulares consecuencias a las materias omitidas.

7. Gozan los virreyes del Perú el privilegio de proveer todos los corregimientos vacantes por dos años. Este [privilegio] sería muy justo para que, con tal arbitrio, pudiesen remunerar los servicios que aquellos moradores hiciesen al rey, mediante no haber en aquellas partes otra cosa con que gratificar a los que se distinguen en el real servicio. Pero en ninguna manera se ejecuta así, porque recaen todos, cuando no en personas que los adquieren por medio de interés, en aquellos que, haciendo obsequio y galantería para su negociación, logran que se les abran las puertas del valimiento. De este modo sólo consiguen ser provistos en los corregimientos vacantes los que tienen el auxilio de la introducción, adquirido con regalos de valor, y de ninguna manera aquellos en quienes puramente hay mérito por el servicio, y no posibles para hacerlo valer. Así, quedan aquellos que sirven al rey defraudados de los premios que el mismo monarca les destina, y los que tienen lugar de introducirse en la estimación del virrey, o en la confianza de los que componen su familia, son los que disfrutan las conveniencias, con usurpación de los que legítimamente las deberían gozar. Virreyes han conocido el Perú tan poco cautos en este particular que hacían fuese público el cohecho, otros que lo han admitido con tono o disfraz de regalo, y otros, más cautos, [que] aunque lo han permitido a su propio beneficio, ha sido con tal industria que han dejado dudoso el hecho para que unos lo atribuyan a interés de sus criados y confidentes, y otros a utilidad de los mismos virreyes, partiéndolo con los que intervienen en la negociación. Pero también ha habido otros [virreyes] tan apartados de interés y tan arreglados a justicia que ni han querido admitir nada por estas mercedes, ni han consentido que lo hiciesen sus familiares.

8. Entre los sujetos que como beneméritos tienen derecho a los corregimientos vacantes, está comprendida la misma familia de los virreyes, porque éstos no llevan más asignación de salarios, para mantener la ostentación correspondiente al empleo, que la esperanza de [proveer a sus familiares] en ellos. Y aunque esto sea cosa justa, debe entenderse en cuanto se les gradúe el mérito, y, a proporción del que tienen, alternen con los demás particulares. Pero no puede serlo el que se les provea en un oficio vacante y, acabando de servirlo, en otro y, de este modo, consecutivamente ínterin que el virrey permanece en el gobierno, porque esto es aplicar a los familiares todo el premio y despojar de él a los que no lo son, siendo el derecho que adquieren por mérito, si no igual, mayor. Algunos virreyes lo han practicado así, pero otros se han excedido tanto en atender a los de su familia con perjuicio de los extraños, que han solido darles, a un tiempo, dos o tres oficios a un mismo sujeto, para que los beneficie bajo del embozo de nombrar tenientes en ellos que los sirvan por el propietario. Y con esta máxima salvan la fuerza de la ley, que les prohíbe el que consientan que se beneficien estos empleos sin expresa facultad del príncipe.

9. El derecho que los virreyes tienen para poner sujetos en estos oficios, luego que los que estaban en ellos han concluido su tiempo y está pasado el de los edictos que se fijan para que ocurran con sus cédulas los nuevos provistos, es tan fuerte que inmediatamente los provee y queda el propietario, aunque ocurra cortos días después con sus despachos, precisado a esperar que el provisto por el virrey concluya los dos años de su gracia, de lo cual resulta perjuicio no pequeño contra los provistos en España, pues tal vez es sujeto de tan cortos posibles que le faltan los precisos para mantenerse aquel tiempo. En consideración de esto, han solido algunos virreyes tener la atención de ocuparlos en otros oficios vacantes o en algunas comisiones particulares para que tengan con qué mantenerse ínterin que se llega el tiempo de que entren en el suyo, pero no son todos los que lo ejecutan así.

10. Las residencias de los corregidores corren en el mismo pie que [la provisión de] los corregimientos, de suerte que aquellas en que a su tiempo no llegan las provisiones de España, las confieren los virreyes a los sujetos que les presenta su secretario de cámara, de quien son gajes éstos [nombramientos]. Y lo que sucede es que, como ya está establecido el producto de cada una o regulado su valor, o bien las benefician los secretarios, o van a medias con los sujetos a quienes se les hacen las gracias. Siendo esto así, se deja entender la ninguna justicia que se observa en ellas, y la confianza con que irán los jueces, teniendo a su favor la del mismo secretario, por cuya mano corren todas, como también las buenas o malas resultas que haya de ellas.

11. Lo mismo sucede con los empleos de oficiales reales cuando están vacantes y, generalmente, con todos, así políticos y gubernativos, como militares, a excepción de los ministros de las Audiencias, que no puede crear ni proveer interinamente. Con que se deja percibir que, para un [virrey que fuese un] sujeto algo inclinado a hacer caudal, son bastantes los conductos por donde interesarse y todos perjudiciales al bien público. Porque el que adquiere uno de estos empleos por beneficio, ya sea descubierto o disfrazado, haciéndose cargo de que tiene a su favor el apoyo y patrocinio del virrey, no se detiene en nada y, con tan buena sombra, lo atropella todo a fin de sacar el mayor producto para resarcir el gasto y quedar utilizado, sin reparar en los perjuicios ajenos.

12. Sobre la precisión que se guarda en la subsistencia de los empleos proveídos por el virrey con perjuicio de los propietarios y agravio de la justicia, podremos citar dos casos, entre los muchos que se experimentan, los cuales servirán de norma a los demás.

13. Concluía el corregidor de Loja, en la provincia de Quito, su tiempo, y el que había gobernado parece se señaló, más que otros, en las extorsiones contra los indios, y en los atentados cometidos contra otros particulares; y como de tanto desorden era preciso resultase acrecentamiento del indulto para el juez que fuese a residenciarlo, a fin de poder salir absuelto, dispuso que uno de sus mayores amigos pasase a Lima, con tiempo, a solicitar que se le concediese aquella residencia (práctica muy usada allí). Consiguiólo y antes de haber concluido su término el corregidor, llegó a Quito otra persona proveída por el Consejo de las Indias en la misma residencia. Presentóse [ésta] con sus despachos ante el virrey y, en primera instancia, se le negó el cumplimiento por estar ya dada a otro; pero habiendo representado, se le dio habilitación, y [se] ordenó al que a solicitud del corregidor la había conseguido, que no continuase en ella, pero representando también éste por su parte, salió otro despacho suspendiendo a los dos hasta que se ventilase y quedase aclarado cuál de ellos debería ser el legítimo juez. Formóse litigio, que duró un año con corta diferencia, y nunca se hubiera terminado a favor del que fue de España si, con la ocasión de haber mediado este tiempo, no se hubiera hecho convenio entre él y la otra parte, la cual cedió cuando tuvo asegurado el buen éxito, sometiéndose al nuevo juez.

14. En otro corregimiento sucedió que el que lo concluía, habiendo sido uno de los más culpados que entonces se conocían en las introducciones del ilícito comercio, pudo tener granjeada de antemano la confianza del secretario y asesor del virrey, de modo que consiguió [que] se interesasen éstos mismos tanto en su residencia, que enviaron persona de su confianza para que la tomase, a la cual instruyeron en lo que había de hacer aun antes de salir de Lima, diciéndole, que todo su trabajo consistía en el que podía darle el viaje de ida y vuelta y que, en recompensa de ello, se le regalaba con 4.000 pesos. Así lo ejecutó el juez, y el corregidor quedó tan justificado que, habiendo sido el que protegía con más desahogo y desenfado el ilícito comercio, se acreditó por medio de la residencia de hombre de mucho celo, desinterés y justicia.

15. Si el genio de los virreyes, o de los primeros de su familia, acierta a caer en el vicio de la codicia, pasa el desorden a mayor extremo y llega hasta [a] hacer fijar los edictos de los corregimientos vacantes, aun sabiendo que están proveídos y los sujetos a quienes pertenecen ya en las Indias, para tener [así] oportunidad de conferirlos a otros antes que los propietarios se presenten con sus cédulas, y disfrutar de este modo el lucro de su beneficio. No decimos ni podemos arrojarnos a hacer juicio de que este abuso sea común en todos, porque el prorrumpir tal proposición sería temeridad, sólo sí que algunos lo han practicado, bien que muchas veces provienen tales exce-sos de la malicia de los familiares o confidentes, y no puramente de culpa [de] los virreyes, en quienes no es regular hagan tanta impresión los estímulos del interés.

16. Este debe suponerse que es el origen y el primer móvil del mal gobierno que experimentan los reinos del Perú, siendo tal su introducción en todas las materias y de tanta entidad los que suelen mediar, que no hay sonrojo en los particulares para ofrecerlo como medianero de la gracia para con los más caracterizados del gobierno, ni empacho o reparo en éstos para dejar de recibirlo. Muchos virreyes suelen ir tan armados y bien dispuestos a resistir contra este poderoso enemigo, que lo rechazan vigorosamente, y para que no pueda acometerles por ninguna parte, prohíben a su familia el admitir obsequio de tal calidad. Pero lo que sucede es que dura este régimen los primeros dos o tres años, y al fin de ellos empiezan a vencerse con los repetidos esfuerzos de las ocasiones e importunidades, porque no cesando nunca la molestia de los cortejos y presentes, van ganando poco a poco la voluntad, hasta que, apoderados de ella insensiblemente, consiguen enteramente el triunfo, siendo lo más que se ha experimentado en el Perú, sobre este particular, en algunos virreyes, el que su entereza a no admitir obsequios de valor ha durado más tiempo en unos que en otros, pero al fin se han dejado llevar todos de la tenaz porfía de estos tan poderosos ruegos, cediendo su resistencia a la lisonja de preciosos metales que los avaloran.

17. Desde el instante de entrar los virreyes en el Perú empiezan a señalarse sus moradores en esta especie de cortejos, y, procurando distinguirse cada uno para introducirse en su gracia, rueda el oro y la plata prodigiosamente, convertido en vajillas y alhajas de sumo valor, de cuyas piezas se componen los presentes que les hacen. Pasada esta primera ocasión, [en] que la generosidad empieza los esfuerzos del combate contra la integridad y desinterés de los virreyes, se sigue después, fuera de otras entre año, la del día de su nombre, en el cual es tan cuantioso el ingreso que suele llegar y aun exceder a la suma de 50 a 60.000 pesos, que viene a ser aún más de lo asig-nado por el sueldo, agregándose a esto después los regalos particulares de los que han disfrutado su favor en las pretensiones y consecución de alguna gracia. De aquí se podrá conjeturar lo que montará todo y lo mucho que se acrecentará cuando el virrey se muestre con inclinación al lado del interés, pues entonces con sólo abrir la mano para recibir, tiene suficiente para colmarse de riquezas. Ahora, pues, bien considerado, ¿cuál será el hombre que pueda asegurar, por arreglada que sea su conciencia, que no caerá en una repetición de tentaciones de esta calidad? Muchos podrán, a la verdad, prometerlo, pero muy raros tal vez acertarán a cumplirlo, y con particularidad si pasan de tres o cuatro años los que se detienen allí, porque lo que no consigue el exceso de la cantidad en una sola vez, alcanza la continuidad y el mal ejemplo. Por esto deben ser disculpados los virreyes cuando el recibir no es con demasía o con grave perjuicio de tercero, y sí sólo por tener a su favor la razón del estilo, que lo califica de política demostración, lo cual puede muy bien no ser efecto de ánimo codicioso y avaro, como con efecto lo ha acreditado así la experiencia en los que se han mantenido tres y cuatro años con limpieza y después han declinado a la conducta de los demás. Pero, ¿qué importa que un .virrey desprecie los obsequios, aun en aquellos años, si los de su familia o los de su confianza los admiten, y cuando no les es permitido de otro modo, guardando sigilo, éstos disponen su ánimo de tal modo que lo preparan a que condescienda en el [deseo] de los pretensores que los cortejan? Con que es corto embarazo (toda la vez que sucede el mal) el que sea porque el virrey admitió el presente con que se le brindó, o porque se repartió entre los que intervinieron de la solicitud.

18. Lo cierto es que son muy poderosos los combates del oro y de la plata, y que han sido pocas las fortalezas que les hayan hecho resistencia y por fin no hayan quedado vencidas a la continua porfía de tales enemigos. Pero cuando desde luego encuentran abrigo en lugar de resistencia, es imponderablemente mayor el daño [que] causan, mayor la ruina, y, haciendo que se desaparezca la justicia, debilitan la razón y ciegan el entendimiento. Sobre esto nos parece al propósito citar un caso sucedido con uno de los virreyes que ha tenido el Perú, para que se vea la fuerza del incentivo que lleva consigo el interés.

19. Gobernaba al Perú un virrey cuya codicia ha dejado bien oscurecida su fama, y ofreciéndose tratar en la Audiencia un asunto de justicia, viendo la parte interesada que no la tenía a su favor, ni derecho para esperarla, buscó conducto por donde granjear la voluntad del virrey; consiguiólo, y que éste se interesase por él. Habló el virrey el día que se había de votar el negocio en el acuerdo de tal modo, que conocieron los ministros hallarse empeñado con extremo en aquella materia, y esta advertencia sirvió de que votasen todos a su contemplación, a excepción de uno cuya conciencia fue más ajustada. Concluyóse el acuerdo, y habiéndose retirado el virrey a su alojamiento, le siguió poco después el juez que se había declarado en contra de su dictamen. Entró a verle para disculparse y pedirle que le perdonase, porque su conciencia no le permitía otra cosa, mayormente siendo un asunto de justicia y donde ésta se hallaba tan declarada; dejólo decir todo lo que quiso y después le respondió dándole pruebas de quedar en su amistad, no obstante el haberse opuesto a su empeño. Pero, habiendo terminado la conversación, le preguntó el virrey con gran disimulo si le habían pretendido cohechar en alguna ocasión para ganarle el voto, y despreciado él el regalo por no faltar a la obligación de su empleo ni a la rectitud de justicia; res-pondió el ministro que sí, y fue refiriendo las ocasiones en que había sucedido. El virrey le aplaudió grandemente su entereza y desinterés, y al fin, llegándose a una mesa que estaba en medio de la pieza, levantó una toalla, y descubriendo una grande fuente de oro colmada de tejos, de cajas llenas de oro en polvo y de doblones, le dijo [que] no se admiraba de su mucha justificación y limpieza, porque tal vez todas las tentaciones que le habían acometido no pasarían de alguna caja de oro, de algunos candeleros u otras piezas de plata que, por su poco valor, eran despreciables, pero que si le tentasen con una fuente como aquella, sería capaz no sólo de sacrificar la justicia, sino de hacer mil sacrilegios en un día, si tantos le pidiesen. El ministro quedó admirado de lo que vio y, sin saber qué respuesta dar, se despidió del virrey lleno de confusión con lo que había visto y no esperaba.

20. Semejantes obsequios, tan frecuentes como lo son allí, bastan para pervertir la conducta de los virreyes cuando su genio no es naturalmente desinteresado y se hallan prevenidos con una omnímoda aversión y positiva abominación a este vicio, porque aquellos que no delinquen en los primeros ataques de los presentes, suelen vencerse con la continuación. Y así, junto el interés con la soberanía, enducen tal envaramiento en sus ánimos, que no es mucho atiendan poco a la precisión de las órdenes, mayormente cuando concurren ambos motivos para no guardarlas.

21. De aquí nace el que den puntual cumplimiento a las que les parece, y las que no, las vuelven inútiles con el motivo de que no conviene dárselo por varias razones que se ofrecen en su contra y cuya fuerza no se conoce en España. Es evidente que hay muchas ocasiones en que no conviene ponerlas en ejecución porque, efectivamente, hay embarazos legítimos para ello, y si los virreyes no reflexionasen los casos y [no] tuviesen la libertad de poder arbitrar y suspender su ejecución, se cometerían muchos absurdos en el gobierno, y los desaciertos serían muy repetidos. El abuso sólo está en que el privilegio de tal alta confianza, que debería mirarse como cosa sagrada para no profanarlo, se aplique a otros casos en que no hay más razón que la voluntad, y el hacer ostentación del poder. Para conseguir esto con menor peligro, acuden al apoyo de las Audiencias y, con un acuerdo, quedan resguardados de cualquier contraria resulta. Varios casos pudiéramos citar en este particular, pero nos ceñiremos a uno que será suficiente para comprobación de lo que tenemos dicho, debiéndose entender que en todas las demás materias de distinta naturaleza, sucede lo mismo que con ésta.

22. Con el motivo de la guera contra Inglaterra, [en 1740] destinó Su Majestad una de sus escuadras para que guardase las costas y puertos del mar del Sur, dando su comando al teniente general don José Pizarro, entonces jefe de escuadra y confiriéndole asimismo el carácter de comandante general del mar del Sur. Ordenóse al virrey que todas las expediciones y providencias marítimas las consultase con este jefe para proceder en ellas de común acuerdo, cosa tan justa, tan propia y tan necesaria como que, no siendo marítimos los virreyes, carecen de las luces necesarias para proceder con acierto en las providencias que corresponden a este particular, y habiendo allí un jefe del celo, experiencia y conducta tan acreditada como don José Pizarro, sería extraño que no se le comunicasen las providencias marítimas y se consultase su dictamen. Así lo mandaba el rey, y así lo dictaba la razón, pero nada se ejecutó menos que esto, porque disimulando el virrey la precisión de la orden, y huyendo de tener que partir su autoridad con otro, ni se dignó comunicarle sus determinaciones hasta que llegaba el término de mandarle que las pusiese en ejecución, ni cedió nunca a las representaciones de este jefe, por no manifestar que cedía, o por no dar a entender que miraba con sujeción sus consultas. Y en consecuencia de esto, por lo mismo que aquel jefe iba tan autorizado, tuvo que simular algunos desaires y que reducirse a pasar por todo cuanto disponía el virrey, después de hacerle aquellas protestas y reconvenciones que eran propias de su carácter y obligación, huyendo siempre los lances que a otro menos prudente y advertido hubieran hecho caer en más sensibles consecuencias.

23. Interin que el virrey tenía a un jefe, enviado por el mismo rey, abandonado para las consultas, separado de su confianza para los pareceres, y aun despojado de los ministerios que le pertenecían directamente, hacía consultas con su secretario y con su asesor, personas, una y otra, de tan reducidos alcances en los asuntos de marina que no tenían de ellos el menor conocimiento. Con éstos confería y, para quedar al resguardo de las malas consecuencias que se podían seguir de tales determinaciones, las autorizaba después con el dictamen de los oidores, llamando a junta de Guerra. Y allí donde don José Pizarro venía a ser el único que podía hablar con acierto, era también sólo y sin contrarresto al dictamen de todos los demás, que no entendían ni aun la materia de que se trataba, porque allí concurrían los oidores y oficiales de aquel país, tan poco hábiles en las cosas de marina como el virrey, su secretario y el asesor. Pero aun estas juntas sólo se convocaban para los asuntos más graves, porque los que [el virrey] no consideraba de tanta entidad, los resolvía por sí con el dictamen de los dos a quienes consultaba como más confidentes.

24. A vista de esto, se puede hacer juicio de lo que sucederá en otras materias de menos recomendación, y cuyas consecuencias no fuesen tan sensibles como las que entonces pudieron tener éstas. Y esto, aun siendo el virrey que gobernaba entonces uno de los que más arregladamente han procedido, [más] se han señalado en la moderación y menos ha [envanecido] o hecho salir fuera de sí el excesivo brillo de la autoridad. Pero con todo, no podía hacérsele llevadero el haber de reducirse a ceder o partir con otro la superioridad.

25. Para evitar esto, sería conveniente que las órdenes que se despachasen a los virreyes, a las audiencias o a otros ministros, [y] que conviniese el que se ejecutasen absolutamente, se las distinguiese de modo que allá no tuviesen embarazo o tergiversación en los asuntos que, por estar bien digeridos acá, no debiesen admitir demora en su cumplimiento, quedando los otros en que no concurriese tal circunstancia, en el mismo estado de poder representar los perjuicios que de su práctica se podían originar. En aquellas era forzoso coartar la autoridad de los virreyes, obligándoles por todos los medios posibles a que las hubiesen de observar con exacta puntualidad, y dirigiéndoselas con tanta claridad y precisión que no quedase el más leve resquicio por donde pudiese introducirse el arbitrio de una siniestra interpretación, porque sin esta circunstancia, se les buscarían tantas [interpretaciones] allá (como sucede ahora) que hallarían bastante campo para negarles su legítimo curso, siendo necesario hacerse cargo [de] que las expresiones más fuertes y las frases más específicas y vigorosas aún no bastan para preservarlas del peligro, creyéndose todas hijas, más que de la voluntad del príncipe, del estilo de las secretarías. Y las otras [órdenes] podían correr en el orden regular que hasta aquí.

26. [Continuando con el tema de los cohechos, hemos de decir que] al respecto de los virreyes, sucede con los demás, gobernadores, ministros de las audiencias y con los jueces, con sola la diferencia de no ser los regalos tan cuantiosos, y de que suelen no ir disimulados con el embozo de obsequios, porque el desahogo es tanto mayor, que llega al extremo de tratarse en público el ajuste de los negocios con el mismo desenfado y libertad que se hiciera en cualquier permitido contrato; por esto es regular que el que da más, tenga también más justicia. En prueba de lo cual podremos citar algunos casos de los que sucedieron en nuestro tiempo ciñéndonos a los más breves y omitiendo los demás para no ser molestos en su repetición.

27. Cuando pasamos por Panamá, se hallaba en tal constitución, tan unido el cuerpo de aquella Audiencia, y tan desacreditada la justicia, que entre los sujetos que formaban este tribunal había uno cuyo desahogo sobresalía al de los demás, y éste tenía a su cargo el ajustar los pleitos y convenirse con los interesados en el importe de las gracias, lo cual se practicaba tan sin reserva que andaba en almoneda la justicia y se le aplicaba al que más daba, de suerte que, después que tenía contratado con la una parte, sin cerrar el ajuste llamaba [a] la contraria y, suponiéndola que deseaba atenderla, la descubría la cantidad que la otra daba, instándola a que adelantase algo, para poder inclinar la voluntad de los demás ministros a su favor. Concluido el convenio y finalizado el ajuste, votaban todos a su contemplación, porque él venía a ser el que hacía valer el derecho de cada una de las partes, según el mérito de la que más se alargaba, y luego el producto se compartía entre todos.

28. Sucedió, pues, ínterin nos mantuvimos allí, que un maestre de navío ganó la voluntad del presidente [Dionisio Martínez de la Vega] para una licencia de hacer viaje a los puertos de Nueva España llevando los frutos que sobraban en Panamá, privilegio de que se hallaban en posesión los presidentes y que fuera bien concedido si no abusasen de él, porque con esta providencia se conseguirían dos beneficios bien grandes: el uno a favor del comercio, evitando la pérdida de los frutos que se pierden en aquel temperamento cuando por su abundancia no pueden tener pronto expendio, lo que resulta en perjuicio grande de sus interesados; y el otro, el de abastecer aquellos puertos, que por lo regular están muy escasos. Con la confianza que este maestre tenía en el favor del presidente, no se precaucionó en ganar también el de los oidores y, llegando el tiempo de que se ejecutase el viaje, después de tener cargado y listo el navío para hacerse a la vela, salió la Audiencia estorbándoselo, y fueron tan fuertes los motivos que hizo presentes para ello, que se le retiró la licencia, y el navío tuvo que volverse al Perú con una considerable pérdida. Pero poco tiempo después se le concedió por la Audiencia a otro la licencia que a esotro se le dificultó porque no se supo manejar.

29. El sujeto que estaba dirigiendo y corría con estos contratos sólo permaneció en aquella audiencia cosa de tres o cuatro años, porque fue ascendido a otra, y en tan corto tiempo tuvo él bastante para juntar un caudal que pasaba de 30.000 pesos. De aquí se puede inferir cuál sería el ingreso y cuál la conducta, debiéndose suponer que los salarios de los ministros de las Indias, aunque son bastantes para mantenerse con una decencia regular, según corresponde a su carácter, en ningún modo [son suficientes] para hacer caudal.

30. En la Audiencia de Quito se ofreció, del mismo modo, que el difinitorio de San Agustín ocurriese por vía de fuerza, pidiendo que se declarase la [nulidad de las censuras publicadas por] su provincial y que se le exhortase lo absolviese y habilitase en su ministerio, levantando una excomunión que había declarado contra todos los que lo componían, por no haber dado cumplimiento a una patente del general, la cual, presentada con advertencia por el mismo provincial en aquel tribunal anticipadamente, había declarado éste que debía correr y ponerse en ejecución; pero como el definitorio junto hizo resistencia a ello y estuvo constante en no admitirla, había publicado el provincial las censuras contenidas en ella misma, intra claustra, contra los que repugnasen o se opusiesen a su cumplimiento y los tenía privados de las funciones del definitorio. La Audiencia dilató algunos días la conclusión de este negocio, y en ellos tuvieron tiempo los jueces de hacer convenio con los interesados. Pero el mayor desahogo estuvo en el que presidía, porque públicamente estimulaba a los unos para que alargasen la estimación de su voto a la que los contrarios le daban; llamaba a los otros, y los persuadía a que acrecentaran la suma sobre la cantidad del partido opuesto y, por último, el que más pudo extenderse fue el que quedó victorioso.

31. El caso más digno de notar, que sucedió en aquella audiencia sobre este particular, fue el que avino con un sujeto en el seguimiento de un pleito, el cual estaba ya en tan mal estado por la pasión con que los jueces se habían declarado a favor del contrario, que tenía perdidas todas las esperanzas de conseguir en él nada favorable. Viéndose, pues, en el extremo de perder una finca que la parte contraria le tenía usurpada, y que no había medio para que los jueces le oyesen en justicia, acordó hacer delación de su derecho a favor de una señora, sobrina de uno de los ministros; y habiendo hablado con [éste], le dio a entender que, mediante a no tener herederos forzosos, determinaba, si ganaba el pleito, renunciar aquella finca (que era una hacienda) a favor de su sobrina, dotándola con ella porque su ánimo no era otro que el de que no se mantuviese el contrario con la usurpación de lo que no le pertenecía. Este ministro empezó a atenderlo desde entonces, y a desimpresionar a los demás del mal concepto en que estaban contra él, de suerte que consiguió inclinarlos a su favor y que ganase en vista y revista, y lo pusiesen en posesión de la alhaja. Cuando lo estuvo, pasó a visitar al ministro que había tomado por protector, y le dijo que le perdonase si no le cumplía la palabra, porque estaba tan necesitado que no podía usar galanterías con lo que había menester para mantenerse y le pertenecía de derecho; que lo que había ofrecido era únicamente para conseguir su fin, viendo que no había otro medio con que apartarlos de la injusticia que pretendían hacer contra él, pero que, a ley de agradecido, sabría gratificarle lo que había hecho, cuando la misma finca le usufructuase para ello, porque la cortedad de sus posibles no se lo permitían por entonces. Con esto quedó en posesión de su alhaja, no sin corto sentimiento de aquel ministro que, viéndose tan burlado en las esperanzas, no dejó de hacer sus mayores esfuerzos para tomar satisfacción del chasco.

32. Todas las audiencias corren bajo de este mismo pie, pero donde la concurrencia de negocios, como sucede en Lima, es mayor, son más frecuentes [los cohechos] y en todas partes se practican con una misma publicidad y desembozo. En prueba de ello y de la libertad con que reciben los jueces a todas manos, sin cautela ni disimulo, referiremos lo que pasó con los capitanes franceses de las fragatas Nuestra Señora de la Deliberanza y el Lis, que, con registro de ropas, pasaron al mar del Sur [en 1743]. Fue el caso que entraron en litigio los fletadores de estas fragatas, sujetos españoles [de Cádiz], con sus capitanes, y habiendo ganado el pleito estos últimos, como cosa establecida en el país y corriente en él, pasaron a visitar a los ministros de la Audiencia para darles las gracias de lo que habían hecho a su favor. Y como entre todos se hubiese distinguido más en protejerlos uno de ellos, al mismo tiempo que le fueron a cumplimentar, le llevaron un cartucho con 100 doblones gruesos, algunas cajas de oro y otras menudencias de valor; pero como no fuese esto lo que según el establecimiento del país correspondía a un asunto de la importancia de aquél, iban con el temor de que pudiese parecerle corta la suma y darles alguna sorrostrada. Llegaron a su presencia y, después de los cumplidos que son regulares en tales ocasiones, le ofrecieron su presente. El ministro lo recibió con muestras de mucho agrado y, en presencia de ellos, lo abrió y fue registrando todo. Después, con gran espacio, se puso a contar los doblones y, así que lo estuvieron, volvió a recogerlos en el papel en que iban y, poniéndolo todo en la misma forma que se lo habían presentado, lo devolvió a los capitanes, diciéndoles que lo había reconocido todo y contado el dinero para saber lo que tenía que agradecer a su liberalidad; que lo daba por recibido y que les suplicaba volviesen a admitirlo de su mano, como un nuevo obsequio que les hacía; que él se alegraba haber tenido aquella ocasión para servirlos, y que lo que esperaba de ellos era que, cuando se restituyesen a Europa, divulgasen, contra la común opinión, la del desinterés y limpieza con que se les había atendido en aquel negocio, declarándoles la justicia porque la tenían en su contienda, y no por interés. Los capitanes se volvieron con esto muy contentos por haber salido del bochorno con felicidad, pero haciendo muy contrario concepto de aquel ministro que lo que él presumió con su galantería, porque conocían que el haberla usado fue por no desacreditar su conducta con extranjeros que en países extraños pudieran divulgar la mala de todos los que ocupan tales empleos, y que el haberlos atendido en el tribunal era con reconocimiento a los obsequios que de antemano le habían hecho, regalándole varias cosas de valor de las mercaderías que llevaban. Los demás oidores recibieron el presente que les cupo, a excepción de los que habían sido en contra, y los franceses quedaron escandalizados del desahogo y libertad con que todos reciben, haciendo granjería pública [de] los votos y feria común [de] la justicia.

33. Son tantos los casos que se pudieran citar tocantes a esto, que bastarían para hacer un volumen crecido los sucedidos durante nuestra demora en aquellos reinos. No nos admira, ni se hace extraño a ninguno, el que haya corrupción en los gobernadores, que los magistrados se abandonen al interés, ni que los jueces se venzan a tales obsequios, porque es vicio tan general entre todas las naciones esta flaqueza, que no hay alguna que se vea exenta de él. Lo que puede causar novedad es la general corruptela que hay allí, la publicidad de los cohechos, y [la] desmesurada ambición con que los jueces se abandonan al interés, sin reparar en nada. Y, a nuestro entender, proviene esto de dos causas: la una es la mayor ocasión que hay en aquellos países para ello, no teniendo quién les vaya a la mano o los contenga, y siendo como frutos del oro y la plata, y la segunda, que los que van a ser jueces, siendo regular que no hayan tenido otro manejo de gobierno sino el que allí aprenden, y siendo éste tan viciado y malo como queda visto, por precisión han de seguir su conducta bajo del mismo pie. Por esto convendría mucho, como ya se ha dicho, que los que fuesen proveídos en plazas de ministros para aquellas partes, lo hubiesen sido antes en las audiencias de España, y que de éstas se entresacasen aquellos sujetos más timoratos y de mejores costumbres para que, aunque se pervirtiesen algo con el vicio desmesurado de aquella tierra, no fuese con tanto extremo como los otros, [de] quienes no se ha ofrecido la ocasión de experimentar de cerca su conducta e inclinación.

34. Una de las cosas que con más fuerza se prohíben a los gobernadores, ministros de las audiencias, oficiales reales, corregidores y otras personas que tienen empleos de esta calidad, es el que puedan comerciar mientras se mantienen en ellos, lo cual se estableció con justa razón para evitar los gravámenes que de ello deben resultar al rey y al público. Pero no hay ley, entre las muchas que tienen perdido su valor en el Perú, que se guarde menos que ésta, porque sin el peligro de incurrir en la pena de su inobediencia, y sin la zozobra de que pueda resultarles perjuicio, comercian todos con tanta libertad como si el comercio fuera su principal ocupación. Es cierto que no se deben mirar como incursos en esto los virreyes, en quienes no se ha notado tal desliz, ni hay necesidad de incluirse en él para adquirir cuantas riquezas pueden desear, [ya que les basta] con sólo el comercio de las gracias que penden de su arbitrio, pero comercian todos sus dependientes, que es lo mismo para el daño; comercian los gobernadores, los ministros y todos los demás en quienes está prohibido, como si fuesen comerciantes de profesión.

35. Si no resultase perjuicio de esta corruptela, pudiera ser disimulable, pero es tanto el que se origina de ella, que no puede llegar a más. Comerciando, como sucede, los dependientes de los virreyes y los ministros de las audiencias, es consiguiente no sólo el que los caudales o efectos que les pertenecen, sino todos los de aquel sujeto que los maneja en confianza, gocen distintos fueros que los que se le guardarían a un simple particular, o [a quien] no tuviese tanta dependencia con personas tan caracterizadas. De aquí nace que aunque el comerciante que lleva a su cargo estas encomiendas reduzca todo su empleo a géneros prohibidos o de ilícito comercio, no arriesga nada en ello, porque en todas partes tiene franca la entrada y en ninguna hay quien pueda atrevérsele. Y de aquí el que, aunque más eficacia se ponga en celar estas introducciones, y aunque más cuidado haya en la elección de los sujetos en quienes se deposite esta confianza, nunca se podrá conseguir el fin, porque ¿qué hombre habrá tan inconsiderado y poco cuerdo que se atreva a hacer agravio contra aquel a quien está sujeto y subordinado? Ninguno se encontrará, y no será bastante para que lo practique, la mayor confianza o seguridad que en España pueda tener del ministerio, toda la vez que ha de ir a ejecutar sus órdenes a las Indias, donde en el ínterin que él ocurra con los informes de lo que allá se experimenta, lo pueden haber perdido entre los que se hallan sentidos de su integridad, fulminándole graves delitos, pasando por justificación lo que no es sino venganza y atropellamiento. ¿Quién será, pues, el que se atreva a detener un empleo de mercancías, cuando de antemano se le ha advertido por algún familiar del virrey, por algún ministro, o por otra persona de semejante autoridad y poder, que facilite todo lo necesario al sujeto que lo lleva a su cargo? Ni ¿quién tendrá osadía, ni aun por mera curiosidad, de preguntar qué es lo que lleva un fardo u otro, sabiendo que es cosa tan sagrada que aun la vista es menester que se contenga para no ofenderlo? Nadie habrá que lo intente, aunque se vea estimulado de su buen proceder, aunque su propio celo le reprenda, o aunque su justificación se lo desapruebe.

36. El comerciante confidente de algún ministro, o de otra persona de las nombradas, emprende su viaje y hace el empleo [en] los géneros que le parecen a su satisfacción y en el paraje donde se le proporciona más comodidad; después se restituye con ellos y pasa por todas partes francamente. El cognato de los corregidores, oficiales reales u otras personas a cuyo cargo está el celar las introducciones ilícitas, se vuelve en obsequiarle lo mejor que pueden; en facilitarle bagajes, indios y todos los demás que necesita, para granjear su amistad, y con ella la del sujeto de quien depende, a fin de tenerlo propicio en la ocasión que le hayan menester. De aquí nace que las quejas más justificadas que van a los virreyes o a las audiencias contra los corregidores, ya sea por los indios o por otros dependientes de sus jurisdicciones, pierdan toda su fuerza y que no se castigue la iniquidad, ni se modere la tiranía; de aquí el que, con estos ejemplares, no pongan reparo los mismos jueces que habían de celar las introducciones, en consentirlas a los demás sujetos particulares, mediante un indulto para ello; de aquí el que los mismos corregidores, oficiales reales y todo el comercio, no escrupulice en hacer lícito lo que está prohibido, y, últimamente, de aquí el crecido fraude que se hace a la Real Hacienda en los derechos reales que dejan de contribuir todos estos géneros y, a su ejemplar, los demás sobre que se extiende el abuso, dejando aparte las otras injusticias que se cometerán por proteger cada uno al sujeto que le aumenta su caudal, manejándolo en el comercio. Este asunto no necesitaría de citar ejemplar, siendo cosa tan corriente en aquellos reinos que no admite ninguna duda, pero para no apartarnos del método que hasta aquí hemos seguido, referiremos el último caso que experimentamos en Lima, que bastará para la inteligencia de lo que queda dicho.

37. El año de 1739 pasó a asistir a la feria de Portobelo uno de los comerciantes de Lima con quien, después que se restituyó de este viaje, tuvimos conocimiento. Iba encargado, entre otras partidas que llevaba por encomienda, de una que pertenecía a un oidor de aquella audiencia. Como la feria no se pudo celebrar y los caudales pasaron a Quito por disposición del virrey, en la misma ocasión en que de Lima se participó a Panamá esta providencia, le dio orden el oidor al encomendero que procurase hacer empleo de lo que a él le pertenecía en la forma que le pareciese mejor y que tuviese menor demora. Con esta facultad, no se detuvo el comerciante y, dejando en el segundo encomendero las demás porciones, pasó a las costas de Nueva España con la que a él le pertenecía y la que correspondía al oidor; fue a Acapulco, concurrió a la venta de la nao de Filipinas y, después que estuvo listo, se restituyó al Perú. A1 desembarcar en Palta halló tan buena recomendación en un juez que por orden del virrey estaba entendiendo en la pesquisa de algunas introducciones anteriores y celando que no las hubiese de nuevo, que inmediatamente le proveyó de bagajes y lo despachó para Lima; los corregidores y oficiales reales de las demás partes por donde pasaba, lo llenaban de ofrecimientos y todos lo cortejaban, encargándole con encarecimiento que hiciese presente al ministro de aquella audiencia la puntualidad con que habían cumplido el orden que les había dado, sirviéndole en todo cuanto dependía de ellos. Este sujeto llegó a Lima, y habiendo vendido sus géneros con mucha estimación, ganó en ellos casi un 300 por 100. Por esto se inferirá el perjuicio grave que recibe el comercio con tales introducciones.

38. Unos hechos tan comunes y públicos como éstos, si se fueran a averiguar determinadamente por términos jurídicos, se desaparecerían totalmente de la comprensión y no se hallaría ni aun sombra de ellos, porque allí donde hay libertad para cometerlos, hay también los arbitrios necesarios para desfigurarlos cuando consideran los cómplices que se han llegado a hacer pecaminosos, y que, como tales, andan divulgados, pasando su publicidad de los límites en que ellos quisieran verlos contenidos, a los del escándalo y de la nota.

39. Con la misma facilidad, pues, que se cometen las maldades, se disfrazan cuando parece que de ellas puede resultar daño, y no hay otra cosa por ardua o falsa que sea que no tenga allí justificación. En propios términos nos explicaremos con decir que en el Perú se juega con la justicia a discreción, pero para conocerlo bien era menester estar allá viendo las informaciones que se hacen, las certificaciones jurídicas que se dan y los testimonios que se sacan en los asuntos que los piden, y viendo al mismo tiempo ejecutar lo contrario de todo lo que en ellas se contiene. Por esto, aunque los delitos que allá se cometen por unos sean muy grandes, no [lo] parecen en España, y aunque otros [tales caracteres] no los tengan, si e faltan posibles [al acusado] para poder inclinar a su interés a algún ministro que lo proteja, vienen a parecer gigantes, porque se hacen tan abultados que causarán asombro. Este es el régimen que siguen los instrumentos que se envían de allá pintando los servicios de los jueces y ministros, y [alguna] vez hemos sido testigos de que los que representaban como tales, más acreedores eran de castigo que de premio. Así, no deberá hacerse extraño que no se encuentren delitos donde el juicio está precisado a haberse de gobernar por lo escrito sobre el papel, y estampado en unos países donde la conciencia no se atribula por nada y donde el honor está cifrado en la riqueza.

40. La autoridad y despotismo, vuelvo a decir, de los ministros de las Indias y particularmente del Perú, que es de los que podemos hablar con seguridad, está a correspondencia en el mismo pie que la de los virreyes, y aún hay asuntos y ocasiones en que excede, porque en alguna manera se halla ceñida la de éstos a haberse de sujetar a los dictámenes de la audiencia, de lo cual resulta que los virreyes, si son personas justificadas y de integridad, no puedan castigar por sí los desórdenes, aunque los conozcan, porque la audiencia los absuelve; que [si] los virreyes [no son personas justificadas y de integridad] tengan el recurso de disculparse con la audiencia, y que ni uno ni otros mejoren el gobierno que está a su cargo, y resguardándose recíprocamente los virreyes con la audiencia y este tribunal con los virreyes, ni sea averiguable quién cometió la falta, ni corregible el exceso.

41. Se ven precisados los virreyes a sujetarse a los dictámenes de la audiencia porque, haciéndolo así, no pueden resultarles cargos en la residencia; y como es por el oidor más antiguo por quien se le forman, le es forzoso contemporizar, así [con] éste como [con] los demás, para no tener por enemigos a los que ha de reconocer por jueces. Por esta razón, la mayor parte de los asuntos gubernativos, que debería resolverlos por sí con sólo el dictamen de un asesor, los hace pasar a la audiencia, y allí se determinan, y habiendo en este tribunal interesados, séase de la especie que se quisiere imaginar, son las resultas más propiamente de partes que de jueces independientes; lo mismo sucede con lo que pertenece a hacienda real, que se determina en el tribunal correspondiente, y lo que mira a derecho o rigurosa justicia, por su propia naturaleza sigue el curso de la audiencia; con que los virreyes tienen refundida toda su autoridad, mirándolo legítimamente, en la provisión de los oficios vacantes, en dar el pase a los empleos provistos en España y en pasar la palabra en los demás asuntos de los tribunales a los particulares interesados, o de éstos a los tribunales a donde corresponde.

42. De la precisa intervención que es forzoso tengan los tribunales de las audiencias en todos los negocios gubernativos, resulta el desorden que tenemos manifestado en la sesión hablando del que cometen los corregidores con los indios y generalmente, el que se experimenta en la conclusión de todos los demás asuntos. Porque habiendo de ir a terminarse [todos los asuntos] a la audiencia, y no faltando entre los jueces alguno que haga por el acusado, con éste basta para inclinar a sus intereses los demás, y el delito, que en la acusación parecía enorme y digno de un castigo severo, después de examinado y de concluida su justificación, quedan tan desvanecido que hay ocasiones en que la pena debe trocarse en premio, y la reprensión en aplauso. Esto sucede con tanta regularidad que será fuerza de desgracia el que un sujeto no tenga valimiento para ser absuelto, o, a lo menos, el que le falte modo de disminuir la gravedad del delito de tal modo que no quede reducido [sino] a una parvedad despreciable. Con la confianza, pues, [de] los jueces inferiores [de] que sus delitos no llegarán a confirmarse como tales en los tribunales, no tienen reparo en cometerlos ni en perderles el temor, olvidarse de la justicia y no tener por objeto de su conducta otra cosa más que el adelantamiento del propio interés, y toda la vez que éste se consiga, no es del caso que sea justo o injusto el medio de que se valen para ello.

43. Muchos motivos hay para que los jueces deban hacerse protectores de los que cumplen mal las obligaciones correspondientes a sus oficios, pero la raíz de todos es el interés. El comercio que, por tercera mano, hacen los ministros, contribuye tanto que los liga y precisa a ello, como se verá claramente en el siguiente caso.

44. Siendo las introducciones de ropa de ilícito comercio que hubo en el Perú, desde el año de 39 en adelante, tan cuantiosas que no parecía sino que cada instante llegaba a Paita una armada de galeones y descargaba allí, y tan público este comercio que en medio del día entraban en Lima las recuas cargadas de fardos, le fue preciso al virrey enviar jueces pesquisidores a Paita para que averiguasen en este hecho que, sin más diligencia que el ver la fardería en Lima, en el camino, en el mismo Paita, y a bordo de los navíos que llegaban de Panamá, lo estaba sobradísimamente. No obstante, como ya se ha dicho en la sesión, los primeros jueces que se enviaron se corrompieron con tanta facilidad que, haciéndose del partido de los que había allí, no sólo protegieron el fraude futuro, sino que totalmente disimularon el pasado, queriendo persuadir, con sus justificaciones, que eran inciertos los hechos (que es a cuanto puede llegar el atrevimiento: falsificar con lo jurídico lo que están tocando, con universal escándalo, los sentidos), pero, finalmente, fue a entender en aquel asunto un juez más íntegro, [D. José Antonio de Villalta], y descubrió completamente toda la maldad, hizo causa contra los culpados y los envió presos a Lima. Luego que llegaron se empezó a tratar el asunto en la audiencia, donde tomó tan distinto semblante que salieron poco menos que absueltos, porque los delitos quedaron tan apocados que una moderada multa fue bastante para purgarlos, y ésta recayó no sobre la malicia principal, sino sobre la falta u omisión de haber incurrido en algunas inadvertencias. Esto proviene, como se ha dicho, de que hallándose gratificados los jueces por los reos, y siendo las introducciones que ellos mismos protegen las primeras que abren camino a las demás, precisamente han de procurar que no padezcan por ellas los que contribuyen con el disimulo a su entrada. Pero, aun cuando esto no fuera así, bastaría el enlace que hay de unos sujetos a otros, y el que tienen los negocios de interés entre sí, para que los jueces no tengan libertad de condenar a ninguno. Y brevemente se conocerá.

45. Un comerciante en Lima, o donde hay audiencia, que está hecho cargo de los intereses de un ministro, por el suyo propio franquea los géneros que ha menester a un corregidor; entra éste haciendo estrago en su jurisdicción, va la queja de sus extorsiones al virrey, lo hace llamar, preséntase, pasa la causa a la audiencia, [donde] ya el interesado comerciante tiene impuesto al ministro de su confianza en el negocio, y éste a los demás ministros que, como compañeros y que unos se necesitan a otros, es preciso que condesciendan en todo lo que pretende exigir de ellos, y ya dispuestos a ser favorables, se empieza la pesquisa contra la acusación; examínanse los testigos que presenta la parte agravante, hállase por esta justificación lo contrario de lo que se supone contra ella y, finalmente, manéjase la cosa con tal arte que queda absuelta, y los agraviados más ofendidos, padeciendo la nota de revoltosos, inquietos [y] parciales, a cuyos delitos corresponde alguna pena que suele no excusarse, no por castigarlos como culpados, que bien conocen los mismos jueces que no hay materia para ello, sino para que escarmienten y no se atrevan a repetir queja contra aquel sujeto.

46. Estos son los pasos y términos que siguen precisamente los negocios de justicia en las audiencias, y todo proviene, como se ha visto, del oculto enlace que tienen entre sí los jueces, los comerciantes y los ministros. Pero aun cuando éstos no hicieran comercio ninguno, bastarían los obsequios que reciben para hacer disimulables los agravios de los que gobiernan, y para apocar las culpas de todos los demás.

47. Nace todo este desorden de una diferencia grande que hay entre los que obtienen empleos en las Indias [y] los que se ocupan en España en los equivalentes; y consiste ésta en que allí no se contenta ninguno con tener un empleo que le rinda lo bastante para mantenerse con la regular decencia que le corresponde, sino que es preciso que con él haya de criar, en corto tiempo, un crecido caudal. Siendo en esta forma, por precisión se ha de valer de todas las ocasiones y medios para ello, aunque sea desatendiendo la justicia y atropellando el sagrado de las leyes.

48. [Y sin embargo] no hay gobierno que se hiciera tan fácil como el del Perú, si aquellos de quien depende obraran con desinterés e integridad. Porque todo está reducido a dos puntos, que [son]: que los corregidores cumplan con su obligación, y que los oficiales reales hagan lo mismo, celando los derechos reales. Y estos dos son tan limitados que con evitar las extorsiones [de los corregidores] contra los indios y mantener en buena paz [a] los demás dependientes de la jurisdicción, está concluido; los oficiales reales, cuidando de percibir los derechos de alcabalas, quintos y tributos, de pagar a los que tienen sueldos de la Real Hacienda y evitar el ilícito comercio, tienen cumplido. Pero estos dos cargos, mal administrados y peor remediados sus desórdenes, son bastantes para tener en un continuo litigio a aquellas gentes, y para dar quehacer con sus resultas al Tribunal Supremo del Consejo de las Indias de acá, al ministerio y al mismo monarca.

49. Siendo, pues, tan grande la autoridad de los ministros de aquellas audiencias, estando refundida en ellos la mayor de todo el gobierno, y obrando sin cargo de residencia, lo manejan y disponen [todo] a su voluntad, y como la distancia grande de allí a España no permite que lleguen con toda la viveza necesaria los yerros de su conducta, ni hay ocasión de corregirlos, ni de hacer ejemplar capaz de contenerlos, y creciendo en los sujetos la confianza, hacen y deshacen a su arbitrio, como verdaderos dueños de la acción. Esta autoridad, que para sus ánimos no reconoce términos, los llena tan sobradamente del ministerio que tienen que son indiferentes para ellos las órdenes más respetables, de las cuales observan lo que les parece, y lo ponen en ejecución cuando se les antoja, y dándoles distintas inteligencias de las que corresponden a su verdadero sentido, se excusan con que tienen que representar o con decir no ser conveniente su cumplimiento. Esto se practica con tanta sutileza que el orden más estrecho y preciso pierde toda su fuerza, y queda sin ningún valor cuando estos ministros lo quieren así, por medio de las interpretaciones que les buscan, o introduciendo la malicia por el resquicio de alguna cláusula indiferente, poco eficaz o confusa, pues aunque legítimamente no lo sea, basta sólo que convenga con lo que ellos pretenden, para que quede el todo del orden suspendido en su ejecución; lo que podrá acreditar el siguiente caso, que fue de los últimos que experimentamos.

50. En el año de 1743 llegaron al Perú los primeros navíos de registro que, con bandera francesa, pasaron a aquellos mares. La cédula en que Su Majestad concedía este permiso a los españoles que lo solicitaron decía, en una cláusula, que hallándose informado Su Majestad de la escasez de ropas de Europa que padecía el Perú, venía a conceder licencia a los tales sujetos para que cargasen tanto número de toneladas en Cádiz y pasasen con ellas a vender los efectos al Perú. Llegaron estos navíos y, como con el motivo de las introducciones se hallaban sumamente abastecidos de géneros aquellos reinos, y de empezar a vender los que iban de España se seguía perjuicio a los otros, salió el comercio de Lima poniendo embarazo en la venta y pretendiendo que hubiesen de permanecer sin hacerla el tiempo de un año, para que en este intermedio pudiesen ellos evacuar sus efectos, mediante haber siniestramente informado a Su Majestad para conseguir la licencia y supuéstole que el Perú estaba escaso de ropas, siendo así que abundaban. Y sirviéndose de aquella cláusula, pasó el litigio a la audiencia, donde estuvo algunos meses, y tan en punto de perderse por los de Europa que, a no haberse sabido manejar, como lo hicieron, se hubieran visto precisados a la demora, con el grave perjuicio de los atrasos y pérdidas que eran correspondientes.

51. Lo mismo se experimenta en todos los demás casos, porque [se] ha llegado a tal extremo que es abuso general en todas las audiencias el andar buscando interpretación a las órdenes que se les envían. Por esto es común sentir de todos que vale más en aquellas partes la amistad de un ministro que una cédula real, pues con el favor se está en aptitud de conseguir cuanto se pretende, y con la cédula real, sin la amistad, no.

52. Sentado, pues, por lo que dejamos dicho, que la mayor autoridad de las audiencias en materias de gobierno, cuando debiera corregir los defectos de éste, los acrecienta, por ser más los que se interesan en su desorden, parece que sería conveniente disponer que sólo tuviesen intervención estos tribunales en las materias de justicia o, al menos, poner alguna coartación en las gubernativas, de modo que éstas, en la mayor parte, dependiesen privativamente de los gobernadores, quedando responsables de su conducta en el Consejo Supremo de las Indias y también ante los virreyes. Estos deberían dar su residencia no allá, sino en el Consejo, adonde acudiesen los agraviados, por sí o por medio de apoderados, para pedir contra ellos. Con esto, los virreyes no se verían precisados a estar en una continua contemplación con los oidores, y aunque la providencia de haber de dar en España su residencia parece perjudicial a aquellas gentes por la necesidad de tener que ocurrir acá, no lo es tanto, mediante que continuamente vienen a sus pretensiones sujetos de aquellas partes, los cuales se harían cargo de los negocios de otros que se hallasen agraviados y, como patricios y cuasi interesables en ellos, los mirarían con el cuidado de propios. Además, que esto debe atenderse como providencia únicamente de formalidad, respecto que las residencias que se les toman allá a los virreyes no pasan de este término, y aunque su conducta haya sido la más pervertida, nunca se experimenta que resulten cargos contra ellos; lo mismo sucede con los gobernadores. Con que esto sirve únicamente de tenerlos precisados a que den razón de su conducta, aunque en la realidad no se cumpla con el rigor necesario.

53. A esta providencia es aneja la de prohibir que las materias puramente políticas y gubernativas pudiesen convertirse en materias de derecho, porque no evitándose este inconveniente, siempre permanecerá la dificultad en su fuerza. Y asimismo convendrá que, sin cercenar de aquellas facultades que conceden al respeto de los virreyes, se pusiesen términos algo más reducidos que los que reconoce ahora su soberanía, a fin de que, aunque depositarios de una confianza tal como la del gobierno de aquellos reinos, se conociesen vasallos con ceñida jurisdicción y arbitrio, disponiéndose para ello lo que ya dejamos advertido [en esta misma sesión] acerca de la observancia de las órdenes y su distinción.

54. Pudieran asimismo reducírseles a los virreyes algunas cosas que, aunque no pertenecen al gobierno, les engrandece y levanta fuera del término que les corresponde. Tal es la majestad de su entrada en Lima, sirviéndoles los alcaldes ordinarios de palafreneros, y, puesto que esta ceremonia es a caballo, se pudiera extinguir también la costumbre de ir debajo de palio, llevando sus varas los regidores que van a pie (54 a). Asimismo convendría que se extinguiese el método de cartas que está en práctica, en las cuales, a excepción de los títulos, ministros o gobernadores graduados, tratan impersonal a todos los demás particulares y jueces de otras clases, como a los oficiales reales, a los corregidores, a los regidores de las ciudades y, generalmente, a todos los demás. Estas ceremonias no son de consecuencia en lo formal, pero no dejan de infundir algunos humos de soberanía, los cuales no convienen allá en ninguna persona, aun cuando no pasen de aquella exterior presunción que adula a la persona,. sin propasarse en causar en ella el daño de la perversión.

55. Sería conveniente también precisar a los virreyes a que los empleos vacantes de oficiales reales, corregidores y otros los depositasen en aquellos sujetos que tienen mérito en servicio de S. M.; que no se pudiese beneficiar ninguno, como está mandado, ni admitir los virreyes, o sus secretarios ni asesores, obsequio ninguno de los sujetos proveídos en ellos, como ni éstos nombrar tenientes, fuera de aquellos que son precisos para los demás partidos subalternos de que se componen los corregimientos, porque esto es un disimulado modo de consentirles que los beneficien; que no pudiesen proveer ni estos empleos ni las residencias, hasta que hubiesen pasado seis meses después de haber cumplido los que los servían en propiedad, nombrando para este tiempo un justicia mayor que gobernase, a fin de que, si en este intermedio llegase el propietario provisto en España, pudiese entrar en su ejercicio inmediatamente sin el perjuicio de haberse de detener dos años; pero si cumplidos los seis meses no hubiese llegado el provisto para él, que en tal caso pudiese prolongar el gobierno del justicia mayor, o nombrar otro con el título de corregidor, por el tiempo de año y medio, que es el cumplimiento a los dos años, y que respecto a que en las secretarías de gobierno de los virreyes consta el tiempo en que empiezan a correrle a cada corregidor los cinco años que deben mantenerse en ellos, que cada año diesen cuenta a S. M. de los que están para cumplir y los que tienen provisión por futura para que, en su inteligencia, pudiesen ser proveídos a satisfacción del real agrado y nombrados los sujetos que hubiesen de residenciar a los que terminan. Con este orden podría ser factible que se mejorase el gobierno de aquellos reinos y que en ellos se atendiese a la justicia, reformándose en parte los abusos que poco a poco se han ido introduciendo en él, y con particularidad se conseguiría mejor si se procuraba en España proveer todos los empleos en sujetos ya experimentados, de conciencia e integridad, atendiendo para ello a los méritos de cada uno y extinguiendo enteramente la práctica de los beneficios, que es de donde toman principio todos los excesos.

56. Quedando ceñida la autoridad de las audiencias puramente a las materias de derecho, sería el desorden mucho menor, y aunque hubiese mala conducta en él, estaría ceñida a la de un sujeto y no a la de muchos, como sucede ahora, y así no serían tantos los extravíos de la justicia, siendo cierto que, mientras más sujetos tengan intervención en un negocio, más serán los que quieran interesarse en él, y el daño a correspondencia mayor. Habiendo uno solo, se interesa éste como tal y no repara en la mayor cantidad, porque es único; pero siendo muchos, a proporción del carácter, quiere ser graduado en el indulto cada uno.

57. Quedando establecidos los gobiernos y la jurisdicción de las audiencias en la forma que dejamos dicho, se pueden poner estos tribunales en el pie de tres oidores cada uno de ellos, el fiscal y un protector, cuyo número es bastante para evacuar los negocios correspondientes a él, porque ni necesitan de más ni un número más crecido ha de adelantar lo que este corto no hiciere. La experiencia lo está dando a entender así en el expediente que tienen ahora los negocios, que no es más pronto ni más arreglado a justicia el de los que corren por la Audiencia de Lima, donde hay muchos ministros, que los que se evacuan en las de Panamá y Quito, que por lo regular suelen estar ceñidas al número de tres [oidores], fiscal y protector de indios. Y aunque se pudiera decir que consiste esto en que la Audiencia de Lima está más cargada de negocios que las otras, provenido de la intervención que tiene en los [asuntos] gubernativos, cesando en el conocimiento de éstos, quedan todas iguales en cuanto a la cantidad y especies de materias de su pertenencia.

58. Ningún reino necesita de mayor reforma de ministros y jueces que el Perú, así porque la Hacienda Real no tiene fondos suficientes para mantenerlos, como porque en un país donde están tan viciados como en aquél, mientras menos hubiese, menos será el daño; por lo cual parece conveniente ceñirse a lo inexcusable, y siéndolo el que haya audiencia, se deben mantener éstas de aquel modo que sean menos gravosas al rey y más favorables para el público.

59. En la Audiencia de Lima, además de los ocho oidores de número que la componen y de un fiscal, hay una sala del crimen compuesta de cuatro alcaldes de corte, cuyos empleos son allí tan excusados que sin ellos se pasaría del mismo modo que teniéndolos, [pues] muy comúnmente sucede ser tan poco lo que tienen que hacer, que se les pasan meses enteros sin tratar de ninguna causa, y, aunque se juntan en su tribunal, es únicamente a cumplir con la obligación de la asistencia; así, estos empleos deben reputarse como muertos en que S. M. expende anualmente una crecida suma de dinero, sin provecho ni necesidad. La prueba de que se puede pasar Lima sin estos alcaldes de corte está clara en las demás audiencias, donde unos mismos ministros entienden en los negocios civiles, de gobierno y criminales, y siendo así, no sólo no dejan de atender a todos, sino que hay ocasiones en que se hallan vacantes; con que no hay embarazo para que se pongan todas en este mismo pie.

60. A correspondencia de los alcaldes de corte y de una parte de los oidores, cuyos empleos podían reformarse sin perjuicio del bien público y, antes bien, con beneficio del Real Erario, sucede con los muchos que hay en el Tribunal Mayor de Cuentas, el cual se compone de un regente, que preside en él; cinco contadores mayores de número y otros cinco supernumerarios, dos de resultas y dos ordenadors, y todos gozan sueldos bien crecidos.

61. El cargo de este Tribunal es de recibir y liquidar las cuentas de los corregidores y aprobarlas o adicionarlas, según lo requiere su estado, y, juntamente, las de los oficiales reales. Aquéllas se reconocen de tal conformidad que será raro el que en su examen se haya encontrado jamás tropiezo, con ser tantos los corregidores que han ido al Perú y han corrido con la cobranza de los tributos (motivo por [el] que deben presentarse allí estas cuentas), pero hay muchas tan postergadas que suelen pasarse diez, doce y más años después de presentadas, sin que se reconozcan, lo cual nace de que la parte interesada no acude con la cantidad que está puesta en práctica se haya de contribuir a los contadores que las ven, y aprontando ésta, ni se dilata su examen ni hay peligro de salir condenado en las partidas, porque en realidad suele venir ya salvada la dificultad en ellas. Y así, el fraude que se comete en la cobranza de estos tributos no es perceptible en las cuentas que presentan los corregidores, pues, haciéndose cargo de las sumas que importan las cobranzas en virtud sólo de las cartas cuentas que forman, en ellas va embebida la malicia de su propio interés. Estas cuentas se ajustan en la Caja Real adonde pertenecen los enteros, y el Tribunal Mayor de Cuentas no tiene que hacer otra cosa más que reconocerlas y aprobarlas, viendo si las partidas con que el corregidor se descarga, ya admitidas por tales en la Caja Real, son corrientes o no; para esto las comete el Tribunal a uno de los contadores y, con el parecer que éste da, las aprueba.

62. Las cuentas de los oficiales reales no llega el caso de recibirse por este Tribunal Mayor con tal formalidad que se liquide el cargo y data de cada tesorería, ni el de que se reconozca si la Caja Real queda con fondos o adeudada. Admítense los cargos y descargos que los oficiales reales envían, pero éstos no bastan para saber si en ellos están todas las entradas, y si las partidas de las salidas son legítimas o no; de donde nace que los oficiales reales de todas las tesorerías que hay en las Indias corren debajo de la buena fe y de la legalidad que se supone en ellos.

63. En dos ocasiones fuimos testigos de las cuentas que se tomaban á oficiales reales por comisión particular que S. M. confirió para ello; la una fue en Panamá, y el juez era don Juan José Robina, contador mayor del Tribunal Mayor de Cuentas de Lima, y la otra en las de Quito, siendo el juez don Manuel Rubio de Arévalo, oidor de aquella audiencia, que había sido promovido a la de Santa Fe. Tanto en la una caja como en la otra (pero particularmente en la de Panamá) resultaron graves cargos contra los oficiales reales, mas no llegó el caso de que se liquidasen las cuentas enteramente, y aunque eran atrasadas de muchos años, se quedaron sin concluir.

64. El Tribunal Mayor de Cuentas es indispensable, cuando no para puntualizar las de los oficiales reales con la precisión que sería necesario, [sí] para que éstos reconozcan sujeción a él y no estén absolutamente independientes, sin que haya quien les forme cargos y conozca su celo a favor de la Real Hacienda; pero pudieran reformarse algunos empleos de este Tribunal, dejándolos ceñidos a los precisos y no más, de suerte que tuviesen ocasión de devengar justamente los sueldos que gozan con el trabajo correspondiente a su ministerio, que es lo que no sucede ahora, porque estos empleos son en Lima, para los que los poseen, unos mayorazgos de ninguna pensión. En ellos, y en los ministros de las audiencias, se consume mucha cantidad de dinero del Real Erario, sin ningún beneficio, y en uno y en otro se han aumentado sujetos a los que se habían instituido en su primitiva erección. Esto se ha hecho pareciendo que con su acrecentamiento se conseguirá el fin más perfectamente, y lo que ha sucedido es gravar la Real Hacienda sin lograrlo, porque es menester suponer que como pende de la falta de aplicación y actividad en los empleados el atraso de los negocios, importa poco que haya muchos cuando siguen todos una misma carrera. En el Perú es accidente general a que están sujetos todos los que tienen empleos públicos, el atender a sus intereses particulares y no a lo que tienen a su cargo, con que la mayor abundancia de ministros no sirve de mejorar el estado de los tribunales ni la expedición de los negocios.

65. Los empleos que gozan en las Indias unas rentas más crecidas, saneadas y libres, son los de los Tribunales de Cruzada. Estos se componen de un comisario, tesorero y contador, aunque en muchas partes está resumido en un solo sujeto el empleo de tesorero en el de contador. Estos tribunales, que están allí en el mismo pie que los de España, son independientes de todos los demás; las personas que los forman tienen unos sueldos mucho mayores que los de ningún otro, pero, además de esto, son dueños de los caudales ínterin que se llega el tiempo de hacer remesas a España de lo que se ha juntado, con cuya oportunidad la tienen de hacer comercio con ellos a su arbitrio. Su conducta e integridad no es averiguable, mediante a que no tienen necesidad de hacerla pública, ni de darla a entender a nadie, con que estando unidos y en buena correspondencia (como sucede) el comisario, contador y tesorero, o los dos cuando estos últimos empleos están en un sujeto, son dueños de todo el fondo de cruzada sin el peligro de que en ningún tiempo les pueda resultar cargo, y sólo el ser los sueldos de tan conocida ventaja puede servir a la fundada presunción de que, contentándose con ellos, proceda con legalidad y desinterés su conducta.

66. Últimamente hay en todas las ciudades capitales de provincias una Tesorería de Bienes de Difuntos, cuyo manejo es tal que no corresponde a su instituto, porque si no es el todo, la mayor parte de lo que entra en ella se desaparece, de tal suerte que los herederos legítimos no llegan a percibir nunca lo que les pertenece. El cómo ni en qué se pierden las cantidades que entran en ella por modo de depósito, ni lo pudimos alcanzar ni es fácil averiguarlo. Lo que se sabe es que nunca o rara será la vez de que por esta Tesorería se cumplan las mandas sin que haya repetidas solicitudes de las partes, sin que preceda litigio y sin que se extravíe la mayor porción de las herencias, y esto es constando que fueron efectivas las cantidades y que como tales entraron en la caja, con que queda libertad al juicio para aplicarse a la parte que le parezca.

67. En la sesión primera se tocó lo necesario a los empleos militares. Los que hay en aquellos reinos son tan pocos que no se puede tener ninguno por superfluo. Esto se entiende de los que tienen sueldos, pues los que pertenecen a milicias, que puramente son honoríficos, aunque son muchos los que hay, ni causan gravamen a la Real Hacienda ni son perjudiciales al público, porque no tienen mando ni autoridad. Cada ciudad, villa y asiento tiene un maestre de campo, un sargento mayor y capitanes, cuyos títulos se dan por los virreyes y sirven sólo de honor a los que los obtienen, sin que gocen más fueros que los que son comunes a los demás particulares. Solamente tienen mando cuando se ofrece hacer alguna expedición, pero como esto sucede muy raras veces, lo es el que puedan usar de la autoridad de los empleos.

68. En Lima hay algunos otros empleos de tan poca utilidad como los de alcaldes de corte, o [los de] contadores y, si es posible, aún más excusados, tales son los de veedor, pagador y proveedor general de la Armada, cuyos sueldos son bien crecidos y sus ocupaciones en estos fines ningunas. De esto se dirá lo necesario en la relación particular del servicio y gobierno de la Marina, como que allí es adonde pertenecen sus noticias, por ser empleos propios de ella, aunque también se extienden al servicio de tierra de la plaza del Callao.

SESION UNDECIMA

Dase noticia de la conducta del estado eclesiástico en todo
el Perú; de los graves desórdenes de su vida y, particularmente,
en los religiosos; de los alborotos y escándalos que
se promueven con el motivo de los capítulos

1. Esta sesión es el punto crítico de la relación de aquellos reinos, tanto por la naturaleza del objeto que reconoce por asunto, cuanto por la particularidad de sus materias, las cuales ni pueden dejar de tratarse con la veneración que es propia al estado de los sujetos de quienes se ha de hablar, ni fuera justo quedasen en silencio los desórdenes que en ello hay, pues siendo públicos allá, ni debe haber disimulación que los oculte a la inteligencia de los ministros, ni puede de otra suerte encontrarse la proporción de que se remedien o reformen, pues siendo estos [ministros] el más acertado conducto por donde el soberano se hace capaz del gobierno que tienen sus dominios, de la conducta de sus ministros particulares y jueces, y de la justicia con que viven sus vasallos, querérselo ocultar [a los ministros] sería desear que nunca llegase a la noticia del príncipe y que, por consiguiente, jamás se pudiesen corregir los desórdenes de los vasallos, lo cual era condescender en su existencia. Cuando no concurrieran en nosotros más circunstancias que la de súbditos, debería sernos excusable el introducirnos en este asunto, y aún lo sería también en todos los que comprenden las demás sesiones de esta relación, pero añadiéndose la poderosa [circunstancia] de habernos confiado, entre los otros encargos, el de examinar el gobierno y estado de aquellos reinos, sería delito, después de haberlo cumplido, omitir cualquier asunto de los comprendidos [en ese concepto]. Porque, aunque por la gravedad de los sujetos a quienes pertenece este [asunto], parece que se hacía acreedor a algún disimulo, bien por el contrario la misma gravedad está clamando por su remedio, y admite menos dispensación, pues en él se interesa la religión, la cual no consiente ninguna especie de condescendencia o excusa.

2. El estado eclesiástico del Perú debe dividirse en secular y regular; uno y otro viven tan licenciosamente, con tanto escándalo y tan a su voluntariedad, que, aunque hay flaquezas en todos los hombres y en todos los países yerros de la frágil naturaleza, en aquellos [reinos] no parece sino que es preciso instituto de los eclesiásticos el sobresalir a todos los demás [estados] en las pervertidas costumbres de su desarreglada vida, siendo en aquel que más debía contenerse, en quien la desenvoltura tiene mayor resolución y los vicios encuentran más cabida. Así se experimenta en los sujetos que componen las religiones, y siendo éstos los que, por sus institutos y circunstancias, habían de corregir los deslices de la fragilidad, son quienes, con el mal ejemplo de sus desórdenes, los fomentan y les dan apoyo.

3. Los eclesiásticos seculares viven mal, pero, o bien porque en éstos es menos notada cualquier flaqueza o porque con pudor procuran disimularlas, o por lo uno y por lo otro, que es lo más seguro, aunque las resultas no dejan de ser escandalosas, con todo no llegan al grado que las de los regulares, en quienes desde el primer paso que dan, aun sin salir de sus conventos, es tan notado y tan público [su mal comportamiento] que escandaliza y llena el ánimo de horror.

4. Entre los vicios que tienen entablado su valimiento en el Perú, como el más escandaloso y el más general, podrá tener la primacía el del concubinaje, en el cual están comprendidos europeos y criollos, solteros, casados, eclesiásticos, seculares y religiosos. Esta generalidad tan absoluta parece que se debe estimar efecto de un hipérbole, porque, no exceptuándose los de ningún estado, deja sospechas bastantes para que pueda vacilar, dudosa en su creencia, la razón, y debiendo satisfacer a ésta, a fin de que con solidez se tranquilice, procuraremos hacerlo con algunos ejemplos que den a entender completamente lo que sucede en este particular, y los citaremos conforme los pidiere el asunto.

5. Es tan común el vivir las gentes de aquellos países en continuo amancebamiento que en los pueblos reducidos llega a hacerse el haberlo de estar caso de honra, y así, cuando algún forastero de los que llegan a ellos y residen [en ellos] algún tiempo no entra en la costumbre del país, es notado, y atribuía su continencia no a tal virtud, sino a efecto de miseria y de economía, y creen que lo hace por no gastar. Recién llegados nosotros a la provincia de Quito pasamos con toda la compañía francesa a un campo, distante de aquella ciudad poco más de cuatro leguas, donde se había de medir la primera base para continuar después las demás observaciones, y para estar con más proximidad a nuestra incumbencia nos hospedamos en varias haciendas que ocupaban el tal llano, desde las cuales íbamos los días de fiesta al pueblo inmediato a oír misa. Después de haber estado allí algunos días, preguntaba la gente del pueblo a la de las mismas haciendas por nuestras concubinas, y como les dijeron que vivíamos solos, haciendo una grande admiración daban a entender la que allí les causa una cosa que, fuera de aquel país, es tan regular.

6. Siendo, pues tan común allí este vicio, no podrá ser extraño el que participen de él los que, por el estado [tomado], deberían conservarse exentos de él, porque un mal tan general se introduce con facilidad aun a aquellos que más procuran preservarse de su infestación, y quitado de la consideración el reparo que podría haber en la pérdida del honor, entra el envejecido uso de la mala costumbre, y hace que el pudor se olvide de sí y que el temor no reconozca sujeción alguna.

7. Las libertades con que viven en aquellos países los religiosos son tales que ellas mismas abren las puertas al desorden. En las ciudades grandes la mayor parte de ellos vive fuera de los conventos, en casas particulares, y los conventos sirven únicamente a aquellos que no tienen posibles para mantener una casa, a los coristas y novicios u otros semejantes que, voluntariamente, quieren mantenerse en ellos. Del mismo modo, en las ciudades pequeñas, en las villas o en los asientos, los conventos están sin clausura, y así en éstos viven los religiosos con las concubinas dentro de sus celdas, como en aquellas [ciudades] las mantienen en sus casas particulares con toda precisión, imitando a los hombres casados.

8. Para haber de vivir fuera de sus conventos, los religiosos de todas las órdenes (a excepción de la Compañía) necesitan tener alguna de estas circunstancias: o el hallarse proveídos en curato, o el haber comprado alguna hacienda con su caudal, o el haberla tomado en arrendamiento de las muchas que suelen tener sin cultivo los conventos; cualquiera de [estas circunstancias] es suficiente motivo para mantener casa en la ciudad, y siempre que se le ofrezca pasar a allá irá a vivir en ella y no al convento. Además de esto, los maestros graduados y los que han sido caracterizados con los primeros empleos de la religión, aunque por modo de instituto suelen regularmente residir en los conventos, suelen tener su casa particular en la ciudad, donde viven su concubina e hijos, y él asiste lo más del tiempo. Es esto con tal seguridad y desahogo que inmediatamente que adolecen de cualquier accidente se mudan de asiento a ellas para curarse, y dejan el convento; pero aun sin tanto motivo se están en ellas casi siempre, y sólo van al convento a decir misa o a aparecer en él a las horas que se les antoja.

9. Además de lo antecedente, es tan poco o ninguno el cuidado que ponen estos sujetos en disimular esta conducta, que parece que ellos mismos hacen alarde de publicar su incontinencia. Así lo dan a entender siempre que viajan, porque llevando consigo la concubina, hijos y criados, van publicando el desorden de su vida. Muchísimas veces los hemos encontrado por los caminos en esta forma, pero se nota con más singularidad en las ocasiones de capítulos, porque en ellas se ven entrar públicamente, con todas sus familias, los que concurren a ellos, o ya por tener voto, o por solicitar curatos, y después de concluido este acto salen de la misma manera los que van provistos a los otros conventos, o en los curatos vacantes. Ínterin que residimos en Quito, se ofreció la coyuntura de hacerse el capítulo en la religión de San Francisco, y con el motivo de vivir en aquel barrio tuvimos el de ver por menor todo lo que pasaba, y era que desde quince días antes de celebrarse el capítulo se hacía diversión el ver los religiosos que iban llegando a la ciudad con sus concubinas, y más de un mes después que el capítulo se concluyó, duró la de ver salir los que volvían a sus nuevos destinos. En esta misma ocasión, viviendo un religioso con toda su familia frente de la casa en donde estaba hospedado uno de nosotros, acertó a morírsele un hijo; aquel mismo día, a las dos de la tarde, fue toda la comunidad a cantarle un responso, y después le fue dando el pésame al doliente cada uno de por sí, lo cual se pudo ver tan completamente porque los balcones de la una casa correspondían enfrente de los de la otra, y no se perdía acción de las que se ejecutaban, acreditándolo además la publicidad.

10. Todo esto, que parece mucho, es nada en comparación de lo demás que sucede, siendo de suponer que apenas alguno se escapa de este desorden, ya sea viviendo en las casas de la ciudad, ya en las haciendas o ya en los propios curatos, porque igualmente en unos como en otros parajes viven con igual desahogo y libertad. Mas lo que se hace más notable es el que los conventos estén reducidos a públicos burdeles, como sucede en los de las poblaciones cortas, y que en las grandes pasen a ser teatros de abominaciones inauditas y de los más execrables vicios, de suerte que hacen titubear el ánimo sobre cuál sea su dictamen cerca de la religión o si viven con temor y conocimiento de la católica.

11. Con el pretexto de ser corto el número de sujetos en los conventos de las ciudades pequeñas o poblaciones cortas, deja de haber clausura en ellos, y entran y salen mujeres a todas horas porque son las que acuden a los ejercicios de guisar, lavar y asistir a los religiosos, de modo que las mujeres hacen oficio de legos. Al respecto mismo de éstas, entran y salen las concubinas a todas horas, sin que en ello haya embarazo ni que se haga reparable, en prueba de lo cual citaremos dos casos, que servirán [para] confirmarlo.

12. Hallándonos en una ocasión próximos a pasar de Cuenca a Quito, fuimos a uno de aquellos conventos a despedirnos de algunos religiosos conocidos; llegamos a la celda del primero y encontramos en ella tres mujeres mozas de buen parecer, un religioso y otro, accidentado y fuera de sentido, en una cama, que era en cuya busca íbamos; las mujeres le sahumaban y hacían algunas diligencias para que volviese en sí. Preguntamos al otro religioso la causa del accidente, y en breves palabras nos instruyó en que la una de las tres mujeres, [la] que más se acercaba al enfermo y daba señales de mayor sentimiento, era su manceba, con la cual había tenido un disgusto el día antes, y estando enojado con ella fue ésta con indiscreción a ponérsele delante en la iglesia de un convento de monjas donde estaba predicando y, arrebatándosele la cólera con el efecto de su vista, le acometió tan de improviso aquel accidente que, cayendo en el púlpito, no había podido proseguir el sermón ni volver en sí. De este principio tomó asunto el tal religioso para hacer un largo discurso sobre las pensiones de la vida, y lo concluyó haciéndonos partícipes de que las otras dos asistentes pertenecían la una a él y la otra al que hacía cabeza de la comunidad.

13. En otra ocasión, habiendo asistido uno de los individuos de la compañía francesa a un fandango de los muchos que [se] hacen allí continuamente, trabó conversación con una de las concurrentes, y llegando el caso de retirarse casi a media noche, se le ofreció el francés a acompañarla. Ella admitió la oferta y, sin decir nada, dirigió su camino a uno de los conventos de frailes; llegó a la portería y llamó. El francés no sabía qué pensar a todo esto, y lleno de confusión esperaba ver el fin del suceso, el cual reconoció en breve tiempo con no pequeña admiración, porque, habiendo abierto el portero, se despidió de él la mujer y se entró adentro, diciéndole ser aquella su casa y dándole las gracias por el acompañamiento. Puede considerarse la suspensión en que quedaría el sujeto francés, poco acostumbrado hasta entonces a semejantes lances y a tanta disolución, pero se continuaron después los que él y todos los demás experimentamos, que ya no los extrañábamos.

14. Si hubiéramos de referir todos los casos de esta especie que pasaron durante nuestra demora en aquellos países, sería forzoso un volumen crecido para ello, pero lo dicho hasta aquí podrá bastar para la comprensión de lo que aquello es, sin adelantar tanto que se ofenda la consideración en la noticia de tales sucesos trasladados al papel. Mas esto no podrá evitarnos la circunstancia de haber de continuar nuestro asunto, dando noticia de todo lo que corresponde a él.

15. La mayor parte de los desórdenes, o todos los que se cometen en los fandangos disolutos, que en los países de aquella América son tan comunes, como ya se ha dicho en la Historia del viaje, no parece que son sino invenciones del mismo maligno espíritu, que las sugiere para tener más esclavizadas a aquellas gentes; pero se hace sumamente extraño y aun increíble que la elección de instrumentos para ponerlas en obra y darles curso sea en la forma que allí se experimenta, y que causa repugnancia a toda razón. Estos fandangos o bailes son regularmente dispuestos por los individuos de las religiones o, para decirlo con más propiedad, por los que allí se llaman religiosos, no siéndolo. Estos hacen el costo, concurren ellos y, juntando a sus concubinas, arman la función en una de sus mismas casas; luego que empieza el baile empieza el desorden en la bebida del aguardiente y mistelas, y a proporción que se calientan las cabezas va transmutándose la diversión en deshonestidad y en acciones tan descompuestas y torpes que sería temeridad el quererlas referir o poca cautela el manchar la narración con tal obscenidad. Y así, dejándolas ocultas en la cárcel del silencio, nos contentaremos con decir que toda la malicia con que se quiera discurrir sobre este asunto, por grande que sea, no llegará a penetrar la [cuantía] en que se hallan encenagados aquellos pervertidos ánimos, ni será bastante para comprenderla. ¡Tanto es lo que sube allí de punto la disolución y la desenvoltura!

16. Con el pretexto de hacerse estas funciones en la casa de algunos de los religiosos, es bastante para que no haya justicia que se atreva a su sagrado, y aunque [van] disfrazados en hábitos de seglares los promotores del baile, basta la pública fama para que puedan éstos ser desconocidos. La confianza, pues, y la libertad de que ninguna justicia tendrá atrevimiento para entrar en estas casas ni jurisdicción para contener los desórdenes que se cometen en ellas, hace [que] se suelte enteramente la osadía y no haya términos en la disolución.

17. Lo más digno de notarse en los fandangos de que empezamos a tratar es que unos actos tales donde no hay culpa abominable que no se cometa ni indecencia que no se practique son con los que celebran allí las tomas de hábitos de religiosos, [y] las profesiones, y lo más particular es que festejen del mismo modo con ellos la celebridad de cantar la primera misa, la cual parece que es disponer este noviciado a los comprendidos para que según él tengan la vida después. Y tan bien parece que se aprovechan, tan puntualmente, de estos depravados documentos, que no se apartan en lo más mínimo de su observancia.

18. Haráse, sin duda, particular la singularidad de los sujetos que más se señalan en este desorden, pues es extraño no sólo el que las personas de un estado como el religioso concurran inconsiderablemente a los escándalos de los seglares, sino que sean ellos los que en alguna manera los inventan y los que dan la norma a los demás para tener una vida tan desastrada. Pero a esto no tenemos otra cosa con que poder satisfacer más que con la propia experiencia, con los sucesos y con la publicidad de los hechos, la cual es tanta que, heredando allí los hijos los nombres de los empleos distintivos de sus padres, se ven, no sin admiración, en una ciudad como Quito, una infinidad de provinciales de todas las regiones, priores, guardianes, lectores y, a este respecto, de cuantos ejercicios hay en la religión; de modo que los hijos conservan siempre, como títulos de honor, los de la dignidad de su padre, y en lo público casi no son conocidos por otros, siendo el motivo de esto que, muy por el contrario de hacerse vilipendioso entre aquellas gentes el conservar estos nombres distintivos, los tienen por honoríficos, y tanto más cuanto la dignidad del sujeto es mayor. De modo que, así como se gradúan por ésta las personas, del mismo modo lo están los hijos con el mérito de sus padres, y no atendiendo a la ilegitimidad ni al sacrilegio se tienen por felices en poder hacer ostentación de la mayor graduación de la dignidad, y así, ni en ellos causa el menor sonrojo, ni se puede extrañar el ser nombrados por el carácter que sus padres obtuvieron en la religión.

19. Lo antecedente parece que da bastante prueba de lo incauta que es esta vida en los religiosos, pues, a excepción de los libros bautismales, no se distingue la notoriedad de sus hijos de la de los demás. Ellos hacen vida maridable con las mujeres que toman para sí, sin que haya quien les vaya a la mano, y, perdida enteramente la vergüenza y el rubor, atropellan el sagrado de la prohibición, y aún parece que ésta causa en ellos más considerables efectos, no conteniéndose aún su viciosa inclinación dentro de los límites de una regular relajación, sino pasando al extremo de la disolución y del escándalo, y excediendo en todo a los seglares más desarreglados y menos contenidos.

20. Aquí puede hacerse extraño que los superiores de las religiones no pongan remedio en este punto, y que, [aún] cuando no les moviera otro celo que el del propio honor de las religiones, no lo hagan a lo menos con esta particular idea. Pero a esto no es difícil la respuesta, diciendo no la ejecutan así como parece justo, y son varias las causas que tienen para ello; tal es la de que, siendo abuso envejecido, no es fácil ya el contenerlo; tal el de que, no haciéndose ya escandaloso por lo muy regular que es en todos aquellos países, está recibido como costumbre. Pero lo más cierto es que les falta autoridad a los superiores para contener estos desórdenes, porque están tan comprendidos en ellos como los más inferiores, y siendo [en ellos] en quienes empieza el mal ejemplo, no puede haber cabimiento para que la reprensión procure con severidad dar a conocer la culpa al que la comete para que se corrija. En prueba de esto se verá lo sucedido sobre el particular por el caso siguiente.

21. Hallábase de cura en un pueblo de los de la provincia de Quito un religioso que en otras ocasiones había sido provincial de su religión, pero tan desarreglado en sus costumbres y tan perversas todas que tenía alborotado el pueblo con el exceso de sus escándalos y desórdenes, de modo que pasaron las quejas de los vecinos al presidente de Quito y al obispo, quienes a la repetición de instancias, no pudiendo disimularlas ya, reconvinieron con exhortos al provincial que entonces gobernaba, para que contuviese al religioso. Llamólo, pues, y pareciendo en su presencia le reconvino amistosamente con su edad avanzada, con su carácter y con otras cosas que le parecieron propias para conseguir de él que dejase aquella mala vida y no le diese ocasión de tener que sentir con el presidente y obispo por causa de sus excesos. El religioso lo estuvo oyendo con gran reposo, y luego que acabó el provincial tomó la palabra y, con la licencia que permite la mayor graduación y la confianza de amigos, con otras circunstancias que desvanecen enteramente las formalidades del respeto y de la subordinación, le dijo con mucho desenfado que si necesitaba el curato para algo sólo era para mantener a sus concubinas y para enamorar, porque por lo que tocaba a su persona, con una saco y una ración de refectorio tenía bastante para vivir, y así que si intentaba prohibirle las diversiones que tenía, podía guardarse su curato, que no lo necesitaba para nada. El, por fin, volvió al pueblo y continuó en su pervertida vida, lo mismo que antes.

22. Pero ¿qué reprensión podrá dar el superior a un súbdito en un delito que comprende a ambos igualmente y que, cuando llega el caso, van de compañeros a las casas de sus concubinas sin la menor reserva, pues tanto acuden a la del provincial a celebrar alguna función como a la de otro religioso particular? Así, allá ya no es extraño a los seglares este método de vida en los religiosos. Lo que les escandaliza son los ruidos que se ofrecen entre ellos y las concubinas, entre los hijos tenidos en una y los de otra, y entre las mismas mujeres que viven en esta corruptela, cuando no se contenía el religioso con una sola, y da celos a otra. De modo que rara vez faltan ruidos, los cuales, cuando sobrevienen en pueblos cortos, son más sensibles, con particularidad si llegan a hallarse mezclados en ellos los mismos vecindarios; también suelen provenir de la superioridad y mano que las concubinas y los hijos de los curas quieren tener sobre los del pueblo, avasallándolos y tratándolos con menosprecio o reduciéndolos a vida servil, como si fueran [sus] propios domésticos. Y a este respecto proceden no menos los escándalos, no de ver a un religioso cargado de hijos, ni de que viva con una mujer descubiertamente haciendo vida maridable, sino de los desórdenes o inquietudes que trae consigo una conducta, por todos títulos mala y desarreglada.

23. Aunque este desarreglo de vida comprende allá a eclesiásticos seculares y regulares, son los seculares más contenidos y no dan tanta nota. Y entre unos y otros no deja de haber algunos sujetos que vivan más ejemplarmente, pero bien examinados, son éstos aquellos hombres en quienes la adelantada edad ha dado ocasión para mudar la costumbre y reducirse a vida más regular, y suele suceder, en uno y otro que está retirado a buen vivir, el que esto sea después de estar cargado de hijos y de años, y ya por naturaleza vecino a la sepultura.

24. Todo el retiro de estos hombres reputados ya por ejemplares mediante su virtud , todas sus mortificaciones y ayunos quedan reducidos a vivir con continencia, sin comunicación de concubinas. Esto, que a la primera vista parece poco triunfo, lo es grandísimo si se considera que hay muchas personas en quienes concurren las mismas circunstancias y no por esto se separan de este vicio tal vez hasta el instante en que mueren. Muchísimos son los ejemplares que de ello pudiéramos citar, pero nos ceñiremos a uno que será bastante para comprobación de lo que queda dicho.

25. En el llano donde se hicieron las primeras operaciones correspondientes a la medida de la Tierra estaban varias haciendas pertenecientes a religiosos, y entre ellas una que administraba uno de éstos, tan caracterizado que había obtenido en varias ocasiones el empleo de provincial. Era esta hacienda tan cercana a otra en donde nos alojábamos que por la mayor inmediación la preferíamos muchas veces para ir a oír misa los días de precepto. Con esta comunicación tuvimos bastante motivo de saber lo que pasaba en ella y en las demás inmediatas, pero aún no era necesaria tanta para no ignorarlo, siendo cosas tan públicas que, al mismo tiempo que informaban a uno de los nombres y pertenencias de las haciendas, le hacían capaz de todas las circunstancias que concurrirían en su dueño, sin olvidar las de su estado y vida. Este religioso, pues, pasaba ya de los ochenta años, pero, con todo, hacía vida maridable con una concubina moza y de buen parecer, de suerte que ésta se equivocaba con las hijas del religioso tenidas en otras mujeres, porque ya era ésta la cuarta o quinta que había conocido de asiento, y como hubiese en casi todas tenido hijos, era un enjambre de ellos el que había, unos pequeños y otros grandes. Toda esta familia se ponía a oír misa en el oratorio, y la concubina actual en el lugar preeminente, haciendo cabeza. El religioso decía la misa, y uno de sus hijos se la ayudaba. Lo más digno de reparo es que, aun habiendo estado por tres veces sacramentado y a los últimos de su vida, no había sido posible conseguir que la hiciese retirar de su presencia, y por último, a la cuarta, murió, como dicen, en sus manos. Pero esto no debe hacerse extraño si se atiende lo que queda dicho antes: que los que enferman en sus conventos salen de ellos para curarse en sus casas, en las cuales se conservan al lado de las concubinas y asistidos por ellas mismas, hasta que sanan o mueren.

26. Los religiosos, y todos aquellos que no pueden desposarse por ser contrario a su estado, no sólo viven gozando del matrimonio, sino que llevan ventajas a los que verdaderamente están casados, porque tienen la libertad de mudar mujeres, ya sea cuando no convienen con el genio o cuando han perdido con la edad la hermosura. Y así lo practican siempre que se les antoja o que se les ofrece ocasión de mejorarse en ellas. A las que dejan suelen asignarlas un tanto de semana para que se mantengan, y esto les corre, ínterin que viven, cuando el religioso de quien dependen es sujeto de conveniencias y de graduación. De estos antecedentes se puede reflexionar el estado que tendrá allí la religión, la gravedad de los sacrilegios que se cometerán a vista de todo el mundo, la indecencia grande con que se celebrará el Divino Culto, y la poca o ninguna seguridad que habrá en la fe. Déjase todo esto a la prudencia del juicio, porque no fuera justo el avivar en ello la consideración para acrecentar el sentimiento que de ella debe originarse.

27. Sólo falta ahora examinar qué casta o especie de mujeres es la que concurre y se abandona a esta especie de ilícita comunicación, porque en ello no hay menos que extrañar que en lo que se ha dicho antes.

28. No es regular en aquellos países haber mujeres públicas o comunes, cuales las hay en todas las poblaciones grandes de Europa, y, por el mismo respecto, tampoco lo es el que las mujeres guarden la honestidad que es correspondiente a las que no se casan, de suerte que, sin haber rameras en aquellas ciudades, está la disolución en el más alto punto adonde puede llegar la imaginación. Porque toda la honradez consiste allí en no entregarse profanamente a la variedad de sujetos que las soliciten, y ejecutándolo señaladamente con uno u otro no es ni desdoro ni asunto para desmerecer. Así, sin reserva o repugnancia, condescienda en las solicitudes cuando son acompañadas de alguna prueba o seguridad en la permanencia, lo cual se reputa entre aquellas gentes, a poca diferencia, por lo mismo que el matrimonio, con sólo la diferencia de que en [éste] sólo la muerte puede ocasionar separación verdadera, y en [aquél] la hay a voluntad de los sujetos.

29. Ya se ha dado a entender en otras partes que lo más crecido de aquellos vecindarios se compone de mestizos y gente de castas; en unas ciudades son éstas provenidas de la mezcla de indios y españoles, y en otras, de españoles y negros, y de españoles, negros e indios. De unas y de otras castas van saliendo con el discurso del tiempo, de tal suerte que llegan a convertirse en blancos totalmente, de modo que en la mezcla de españoles e indios, a la segunda generación ya no se distinguen de los españoles en el color, no obstante que hasta la cuarta no se llaman españoles; en la mezcla de españoles y negros conservan más tiempo la oscuridad, y se distinguen hasta el cuarto grado, o a lo menos hasta el tercero. Estos se conocen por el nombre genérico de mulatos, aunque después se les agrega el distintivo de tercerones, cuarterones, etcétera, según su jerarquía.

30. Estas mestizas o mulatas, desde el segundo grado hasta el cuarto y quinto, se dan generalmente a la vida licenciosa, aunque entre ellas no [es] reputada por tal, mediante el que miran con indiferencia el estado de casarse con sujeto de su igual al de amancebarse; pero aún es tanta la corruptela de aquellos países, que tienen por más honorífico esto último cuando consiguen en ello las ventajas que no podrían lograr por medio del matrimonio. [No son] sólo las mujeres comprendidas en las clases de mestizas o mulatas las únicas que se mantienen en esta moda de vida, porque al mismo respecto entran en ellas las que, habiendo salido enteramente de la raza de indios o de negros, ya se reputan y están tenidas por españolas. Y a proporción que es más o menos sobresaliente la calidad de cada una, procuran asimismo no entregarse sino a personas de más jerarquía, de suerte que un sujeto graduado, o ya en lo político, o en lo civil, o en lo seglar, o en lo eclesiástico, es regular que se incline a una mujer española, y tal vez, sin reparar el agravio que hace a la familia, a alguna de un nacimiento distinguido; pero la demás gente que no tiene tantas circunstancias se contenta o se aplica a las que no están tan cerca de ser españolas, según la calidad de cada sujeto. De modo que en este particular se ofrecen dos circunstancias; la una, la que ya queda dicha tocante a la calidad, porque una mestiza en tercer grado tendrá a desdoro el entregarse a otro mestizo también en tercer grado, pero no a un español, y con particularidad si es europeo, porque en este caso ya se supone favorecida, y mucho más cuando concurren en él otras circunstancias que levantan su jerarquía; en segundo lugar, atienden a los posibles de los sujetos para que puedan mantenerlas con la decencia que corresponde a la calidad de ellas, y según es ésta, así se eleva más o menos la ostentación y la profanidad. Estando corrientes estas dos circunstancias, no hay dificultad en todo lo demás, porque después se reduce a un matrimonio clandestino, el cual dura diez, quince o veinte años, hasta que el sujeto muda de idea y sigue otra carrera, o reforma aquella misma tomando otra mujer, lo cual suele suceder muy de continuo.

31. Tan contrario es para el desdoro este método de vida, o que redunde perjuicio de él al honor o decoro de las mujeres o de los hombres, que se celebran los adelantamientos de los concubinos públicamente por las mujeres que les pertenecen, y cuando un religioso ha conseguido dignidad de las de su religión, recibe parabienes su concubina, como interesada en el nuevo honor. A proporción de éstas, todas las demás, como que en ello consiguen mayor ingreso, que es lo que desean.

32. Es regular ser los religiosos los que tengan más ventaja en cuanto a las circunstancias de las mujeres que se les entregan, naciendo esto de que, al paso que están en aptitud de conseguir mayores conveniencias, tienen menores motivos de expendios en sí propios, y por esto lo convierten todo en ellas, lo que ni sucede en los seglares ni en los demás eclesiásticos, porque unos y otros, aunque las mantengan, no es gastando en ello todo su caudal, como lo practican los religiosos, los cuales, como ellos mismos dicen, con un saco tienen concluidas todas sus galas, y todas sus obligaciones están ceñidas a las que ellos mismos se imponen. Con que todo cuanto agencian, ya fuera o ya dentro de la religión, lo convierten en estas mujeres y son el remedio de sus familias.

33. Los hijos e hijas de estos religiosos, por lo regular, siguen el método de vida que tuvieron sus padres, y en esta forma se van heredando las costumbres de unos en otros. No obstante suelen casarse algunas, y esto sucede cuando sus padres han tenido posibles para dotarlas sobresalientemente, en cuyo caso solicitan sujeto de singulares prendas que darlas en matrimonio. Y es muy regular que suelan procurarlas algún europeo o chapetón de los recién llegados, porque éstos, pobres entonces y brindándoseles una fortuna tan considerable como la de tales dotes, no reparan mucho en las demás circunstancias, que son poco notables en el país.

34. Faltando, pues, según se infiere de lo que queda dicho, en los hombres el escrúpulo o repugnancia de parte de la conciencia para retraerse de tal vida, y el pudor o recato en las mujeres para lo mismo, no se hará repugnable el que [el número de esta ente] sea tanta que apenas haya alguno que no se halle comprendido en ella. No nos adelantaremos, con todo, a decir tanto por no infamar con una nota tal a los que tal vez se hallen exentos de incurrirla, pero podremos asegurar que de varios sujetos que conocidos y tratamos por de vida quieta y cristiana, y los cuales para nuestro concepto estaban en el de que siempre habían vivido en la misma regularidad, el tiempo nos dio a conocer lo contrario, y con circunstancias tales que nos daban motivo para dudar después aún de aquellos que, en lo exterior, dejaban más evidentes señales de virtud.

35. Este desorden en el régimen de vida, así en seglares como en eclesiásticos, es general en todo el Perú, de tal modo que lo mismo practican en Quito, en Lima y en las demás ciudades, sin diferencia alguna, siendo la raíz universal de este daño el que, como todos aquellos países se conquistaron y poblaron con unas mismas gentes, los abusos que éstos introdujeron en los principios han cundido con igualdad en ellos y se han hecho generales.

36. Lo cual supuesto, y continuando el hilo de nuestra narración, pasaremos a [dar noticia] de los alborotos y ruidos que se causan con el motivo de los capítulos en todas las religiones en las Indias, a excepción de la Compañía, que por tener distinto gobierno no está comprendida en lo que tenemos dicho hasta aquí, ni en lo que se dijere de aquí adelante.

37. Son los capítulos que las religiones celebran en aquellas provincias del Perú no menos escandalosos que la vida de sus individuos, por los ruidos y alborotos que ocasionan. El origen de todo este daño proviene de lo muy apetecibles que son los empleos y dignidades de las religiones, y de esto se originan todos los demás extravíos que padece la conducta de sus individuos. De aquí [nace] el que atiendan poco o nada a la conservación y aumento de las misiones, el que no se empleen en sus legítimos fines de predicar y convertir infieles, que parezcan en público haciendo bandos de parcialidades, fomentando y acalorando más las discordias de los particulares, cuando deberían ser los que mediasen en ellas y los apaciguasen; de aquí también nace la vida pervertida, desarreglada y escandalosa que tienen todos, desde el primero hasta el menor y, últimamente, que no sean religiosos los que componen el cuerpo de las religiones.

38. Todo el objeto de las comunidades está fijado en la elección de provinciales y, aunque el interés sólo sería bastante a arrastrar del todo la atención, ya en los tiempos presentes se agregan otros motivos más, como lo es el de la alternativa entre europeos y criollos; y aunque es cierto que con ésta se trunca el progreso continuo de un partido, ella por sí causa más alborotos que los que pudiera ocasionar toda la religión junta sin alternativa. Consiste ésta en que un trienio sea gobernada la provincia por europeo o chapetón, y otro por criollo, y a este mismo respecto se provean todos los demás empleos de prioratos, guardianías y curatos. Pero no todas las religiones gozan este modo de gobierno, porque aunque en el primitivo tiempo de su fundación lo tenían, después se ha abolido el derecho, como sucede en Quito en las religiones de San Agustín y la Merced, y en Lima con la de Santo Domingo, las cuales, aunque en otros tiempos se gobernaron con alternativa, al presente no la tienen; antes bien, para que no llegue el caso de que se vuelva a restituir, en algunas religiones ni dan el hábito a ningún europeo que quiera tomarlo en ella, ni admiten a ninguno que siendo religioso vaya con patente para ser conventual allí, de cuyo modo están libres de peligro de que se entable nuevamente la alternativa. El haberse extinguido en estas religiones ha sido por falta de sujetos en quienes recaiga el provincialato, no obstante lo preciso de las constituciones que, con particular [previsión] en algunas religiones, previenen que en caso de no haber más que un lego europeo, siendo éste apto para recibir las órdenes, se le ordene y recaiga en él la elección de provincial. Pero sin tanta estrechez como ésta, disponen [las constituciones] en todas las [demás] religiones que habiendo sujeto europeo sacerdote, aunque le falten todas las demás circunstancias, sea elegido en virtud de la alternativa.

39. La institución de que hubiese esta alternativa en aquellas religiones fue muy acertada porque, sin duda, llevó el fin de que, con esta providencia, se mantuviese en ellas el honor y el lustre, consiguiéndose que los abusos y desórdenes introducidos en el trienio que gobernase la provincia [un] criollo, si acaso había algunos, se corrigiesen en el gobierno siguiente de chapetón, cuyo sujeto, siendo al parecer natural que conservase las costumbres y buen régimen de su noviciado y provincia matriz, lo sería asimismo, el que procurase entablarlas en la otra el tiempo que gobernase. Siendo su instituto y el carácter con que pasó [el europeo] a las Indias el de misionero, también parece natural el que pusiese toda su atención, cuando tuviese acción para ello, en fomentar las misiones, adelantarlas y, con celo y fervor, solicitase todos los medios que pudiesen contribuir a la conversión de los infieles. Si esto se practicara y fuera [tal] la ocupación y cuidado de los provinciales europeos cuando lo fuesen por alternativa, no hay duda que seria muy útil tal providencia y que, en tal caso, debería mandarse que precisamente hubiera de haberla en las religiones que ya la han perdido, pero no siendo así, sino muy por el contrario, sería conveniente extinguirla en todas las religiones, pues, para que sus individuos vivan desarregladamente con el escándalo que ya se ha dicho, no es necesario enviarles sujetos de España, porque ellos lo harán por sí, sin dar ocasión a que con el mal ejemplo se perviertan los que no lo están. Pero vamos a internarnos más en todas las causas de tal conducta [polarizada en los capítulos].

40. El usufructo que dejan los provincialatos es tan cuantioso que, con justa razón, se hace en aquellas partes más apetecible el empleo y más acreedor a las disputas, pues si directamente interesa con cuantiosas riquezas al que lo disfruta, facilita potestad y da medio para partir el ingreso, sin perjuicio propio, entre los de la facción, y como ninguno tiene a bien el verse excluido de coyuntura tan favorable, procuran todos arrimarse a aquellos sujetos en quienes tienen esperanza de conseguir el adelantamiento que pretenden. Y como a esto se agregue también la inclinación y afecto de cada uno, de aquí nace el que se dividan en varios partidos y, declarados cada uno por el sujeto de su facción, rompen la guerra civil entre los dos bandos y dura perpetuamente; porque, aunque [sea] perdidoso el uno, queda siempre esperanzado en la venganza, y así o no llega el caso de que se termine la discordia o es raro el que todos se unan y tengan tranquilidad.

41. Antes de celebrarse los capítulos, se publican, como es regular, en toda la provincia para que todos los que tienen voto, y los que no lo tienen, acudan a la ciudad en donde se celebra; y así, dejando los prioratos, las guardianías y los curatos, pasan a hallarse en el capítulo, a cuyo fin llevan consigo parte de las riquezas que han atesorado hasta entonces; de modo que si se le hubiera de dar el nombre que propiamente pertenece a esto, sería el de feria el que le convendría, porque tal es la que en disfraz de capítulo se celebra. Cada sujeto hace manifestación de sus caudales y se previene de amigos, para lograr con ellos lo que solicita después de concluido el capítulo.

42. Déjase considerar que donde los pretensores son muchos y las alhajas que se ferian no tantas, precisamente han de quedar algunos sin ninguna y que, previendo esto los interesados, se esforzarán todos a tener mayor valimiento, a fin de no ser de los excluidos. Con lo cual se acrecentarán los ruidos, serán más vivas las parcialidades y estarán convertidos aquellos conventos en teatros de confusión en donde la discordia, la enemistad y la ira reinan alentadas del viento de la contrariedad que tienen unos ánimos contra otros. Y como las desazones y ruidos que traen consigo estas alteraciones no pueden estar sigilosas dentro de los ánimos de los que las promueven, en breve se hacen comunes a los ciudadanos y se convierten en asunto público [y] se vuelven objeto de las principales conversaciones; y esto empieza tal vez desde seis u ocho meses antes que se haga el capítulo, pues con la misma anticipación lo tratan las comunidades. Así, cuando lo interior de éstas se arde, toda la ciudad participa del incendio, y no hay persona de alta o baja esfera que no se declare por alguno de los partidos, ni que deje de tener parte en el capítulo; y así viene a haber tanta pasión en los seglares como en los religiosos, pues, aunque es cierto que la falta de otros asuntos que sirvan allí de diversión da motivo a que se hagan recomendables en la estimación los más pequeños, en el que se va tratando no sucede lo mismo, porque además de que excede el método de empeñarse en él a los términos regulares de mera diversión o entretenimiento, hay el poderoso fundamento de que la pasión de aquellas gentes se mueve por el interés que tienen en los capítulos, y éste es el que gobierna sus ánimos y los reduce a los extremos de una fervorosa contienda.

43. Tienen los seglares varios motivos que los interesen en los capítulos porque, si bien se repara, unos lo están en que sus ahijados sean los que salgan con el lauro, para que logren conveniencias y sean de todos, y así, los gobernadores o presidentes y los oidores no son los que menos parte tienen en los capítulos; otros se interesan en los amigos, otros en los parientes y, por este temor, cada uno tiene lo bastante para no gozar de tranquilidad en el ínterin que duran los alborotos del capítulo. Por esto, si los religiosos cabilan dentro de sus conventos, no se duermen los seglares afuera, y tanto cuanto los unos maquinan para destroncar las fuerzas del partido contrario, lo apoyan los otros con la persuasión y con el consejo, y lo toman a su cargo para que se cumpla su efecto más completamente por medio de sus diligencias y eficacia. De esta forma se mantienen unos y otros sin que en todo aquel tiempo se oigan más conversaciones ni se trate de otro asunto que del capítulo, del partido que tiene cada bando, de la sinrazón del contrario, y de la justicia del de la inclinación o interés de cada sujeto. Llega el día de la función y empieza en él la votación, con la cual empiezan asimismo a declararse descubiertamente los que son de cada partido, entre los cuales votan cada uno por el suyo, como que cada cual desea que prevalezca su bando. Pero como no puede haber más que un provincial y son dos o tres los que lo pretenden, empieza el desorden, falta la obediencia y, sin ella, unos acuden al tribunal de la Audiencia, otros se valen del favor del virrey o presidente, otros empiezan ya a huir para Roma reclamando ante sus generales de la fuerza y, por último, es el virrey, el gobernador o las audiencias quienes hacen que prevalezca el partido que es de su facción, aunque no sea el más justo. Y aunque por entonces, con el destierro de unos y con la mortificación de otros de los que han sido de contrario partido, se tranquilizan alguna cosa, queda no obstante el encono ardiendo interiormente, y tan deseoso de conseguir venganza que, aunque avasallado enteramente, no por esto disimula el sentimiento, y así vuelven a reverdecer estas semillas en el capítulo siguiente, de modo que en ninguno se terminan, pues, aunque lleven buen despacho los que de uno y otro partido ocurren a Roma, y los generales se inclinen siempre al lado de la justicia, no basta esto para extinguir aquella cisma que una vez tomó cuerpo y llegó a apoderarse de los ánimos.

44. Las religiones con alternativa tienen mayores motivos para que estos ruidos sobrevengan en todos los capítulos, porque aun sin éste, tenían bastante con sólo las parcialidades entre criollos y chapetones, para estar en una continua guerra. Pero aun no habiendo esta circunstancia, son por el mismo tenor los alborotos en las religiones en donde se extinguió la alternativa, con sola la causa de los crecidos intereses que pertenecen al provincialato y otros que son anejos a este empleo, los cuales se llevan la atención de los sujetos. Y como cosa tan propia, redunda de ello todo el ruido, las pasiones desenfrenadas, las inclinaciones y demás cosas que se experimentan.

45. Concluido el capítulo, que consiste en hacer la elección del provincial, provee éste todos los demás empleos a su contemplación, o deja por la primera vez la acción al que acaba, cuando ha sido de su facción, de suerte que el elegido hace este obsequio al que lo elige y, bien sea uno o bien el otro, nombra priores o guardianes para todos los conventos de la provincia, prorroga a los curas sus curatos, los promueve o nombra otros en su lugar, todo lo cual le vale sumas muy crecidas. Porque del mismo modo que se ha dicho de las residencias de los corregidores, sucede con todos estos empleos que dan los provinciales, para los cuales hay arancel, según el cual está regulado lo que cada uno debe contribuir, sea con título de pensión, con el de limosna, con el de obsequio o con el que se le quisiere aplicar, porque con cualquiera de estos pretextos [se encubre el arancel, y] ya se sabe que no se provee empleo ninguno si no es precediendo la cantidad determinada, o la obligación de haberla de entregar cuando el mismo empleo haya rendido para ello. Aunque el nuevo provincial ceda en el que acaba el privilegio de proveer todos estos empleos, no por esto deja de valerle sumas muy crecidas lo que se provee en aquella ocasión, porque, además de las que los interesados dan al que les hace la gracia, obsequian también al que cede la acción para ello, y así quedan con un ingreso muy sobresaliente, pero no es éste comparable al que hacen después en las visitas y en el capítulo intermedio, que es de donde sacan el mayor usufructo.

46. En el capítulo intermedio, cuyo fin es el de proveer lo que estuviese vacante, se ha hecho ya costumbre de no practicarlo así, sino de proveer enteramente todo lo que pertenece a la provincia, y aunque sea en los mismos sujetos a quienes se les confirió en el capítulo, ha de ser precediendo la circunstancia de volver a contribuir con lo que está asignado por el valor de cada empleo, porque sin ello se daría por vacante y nombraría a otro en él. Con que, en propios términos, vienen a ser dos capítulos los que tiene cada provincial para su ingreso.

47. Además de las contribuciones que hacen los religiosos empleados al provincial, tanto al tiempo de ser nombrados como al de ser reelegidos, tienen las obvenciones de la visita, en la cual cada prior o guardián, cura y hacendero, tiene obligación de acudir con un tanto, que es como derecho de la visita y obsequio al mismo tiempo. Esto se entiende después de mantenerlo a él y a su familia, con el mayor regalo que es posible, todo el tiempo que se mantiene en aquel pueblo, y de costearle todo el viaje hasta llegar al inmediato.

48. A1 mismo tiempo que se proveen los empleos eclesiásticos de toda la provincia, da el provincial en arrendamiento, a aquellos religiosos que no han podido tener cabimiento en los curatos y son de su facción, las haciendas que pertenecen a la misma provincia, de las cuales saca también no pequeño usufructo, porque los conventos se mantienen con las demás rentas particulares que pertenecen a cada uno. De suerte que, junto todo, saca el provincial en su trienio cien mil pesos saneados y mucho más, según es el provincialato, pues los de San Francisco y Santo Domingo de Lima se regulan que pasa cada uno de 300 a 400 mil pesos, y a éste respecto son todos los demás de aquella provincia. Ahora pueden disculparse, a vista de unas utilidades tan crecidas, los ruidos, los alborotos, las inquietudes y los sobresaltos que se ocasionan a religiosos y a seglares sobre los capítulos, pues, bien considerado, no es para menos lo que se expone a perder o se va a ganar en salir victoriosos de tal lance, porque además de que el honor y el carácter es grande, excede a uno y a otro el atractivo de un interés tan crecido como el que va cifrado en la consecución de tales empleos.

49. Todo el obsequio con que los provinciales gratifican a los que han sido de su facción, consiste en preferirlos para los empleos mediando en ello el regular indulto, estipulado ya, lo cual no borra el mérito del obsequio, porque siempre lo es el darle a un sujeto cosa en que pueda sacar libres doce mil pesos, o más, en el tiempo que hubiere de [gozarlo], aunque él haya concurrido con tres o cuatro mil pesos por modo de regalo, o tal vez, como sucede muy regularmente, de lo mismo que el empleo usufructa, haga el obsequio al provincial.

50. Lo más digno de reparo en este particular será el que una religión como la de San Francisco, no escrupulice allí en manejar los talegos de mil pesos como si fueran maravedises o, más propiamente, como si fueran camándulas; que trate y haga su feria de guardianías y curatos como las demás (esto se entiende siendo todas las casas que hay en el Perú de observantes y de recoletos); que los provinciales saquen de su trienio sumas aún más cuantiosas que los provinciales de las otras religiones, porque es mayor el número de curatos que les pertenecen, y que, a proporción, los guardianes y curas sean ricos, tengan caudales muy saneados, mantengan casas particulares y, finalmente, que haya provinciales, y de todas las otras jerarquías, ricos, ostentosos y haciendo eco en las ciudades y poblaciones grandes, en donde viven.

51. Además del cuantioso caudal que los provinciales sacan del tiempo que lo son, les corresponde de derecho, gratuitamente, luego que han concluido su gobierno, una de las mejores guardianías o curatos de toda la provincia, lo cual se entiende por aquel que da más usufructo, y asimismo son árbitros para escoger para sí la hacienda de la provincia que les parece mejor y, pagando lo que es regular de su arrendamiento, gozarla como propia para poder vivir en ella. A estas conveniencias se les agregan otras de honor y de utilidad, tan sobresalientes todas que no les queda ninguna otra cosa que apetecer.

52. Vista ya la utilidad que tienen los religiosos de todas las órdenes (a exclusión de la Compañía) en las Indias, y que no se les ofrecen motivos en qué expenderla, se está declarando el impropio uso que le darán en mantener una vida perdida y una conducta extraviada. Así se ve que, entre los viciosos que hay en las Indias, sobresalen a toda suerte de sujetos los religiosos, porque si es en el uso de las mujeres, ningunos lo tienen más comúnmente, ni con más desenfado ni desahogo que ellos; si es en el hablar, causa horror el oírles, viendo desatadas sus lenguas y hechas instrumentos de la mayor torpeza y de la sensualidad; ellos juegan como ningunos, beben con más desorden que los seglares, y no hay vicio que les sea ajeno. Todo lo cual nace de la obra de conveniencias, pues, no teniendo en qué emplearlas ni en qué emplear el tiempo que les sobra, aplican uno y otro a los vicios, y en ellos viven hasta que mueren.

53. Siendo (como no hay duda) evidente que el grave desorden de [los religiosos] en todo el Perú nace de las crecidas sumas que los interesan, y que éstas provienen de los cuartos, podría remediarse con facilidad disponiendo que ningún cuarto (los cuales gozan ahora con título de doctrina) pudiese ser administrado por religiones, sino que todos se agregasen a los obispos y se proveyesen en clérigos, los cuales, por mal que traten a los indios, los tratan con mucha menor tiranía que los religiosos. Y es la razón porque no tienen que sufragar nada para que se les confieran los curatos y, una vez que les son conferidos, no están pensionados en la repetición de los obsequios a los provinciales para ser prorrogados, y así, mirando los curatos como cosa propia y con amor, no hostilizan en ellos como los que, para mantenerse, para solicitar otro mayor, o para quedar con suficiente caudal luego que expire su término, necesitan estrechar la feligresía hasta el último extremo, a fin de sacar lo más que el curato pueda dar de sí. Esto mismo, experimentado allí en las dos suertes o especies de curatos, unos de clérigos y otros de religiosos, aquéllos perpetuos y éstos no, aquéllos conferidos por el mérito de las oposiciones y de los sujetos y éstos por el de la cantidad que dan por ellos a los provinciales, nos ha dado motivo a reflexionar sobre los corregimientos y a ser del dictamen que dejamos ya expuesto en la sesión [cuarta] sobre el temor que nos parece debería guardarse en su proveimiento.

54. No se evitaría con la providencia de proveerse en clérigos todos los curatos, el escándalo que da la mala vida, porque la de éstos y la de los religiosos, en lo formal es tan depravada una como otra; en lo accidental, no obstante, hay mucha diferencia a favor de los clérigos, porque éstos, como ya se ha dicho, son más cautos, procuran disimular sus flaquezas, se nota en ellos más pudor y ni sus palabras son con tanta desenvoltura, ni sus acciones tan escandalosas, de modo que, para que bien se conozca la diferencia que hay entre la disolución de los religiosos y la fragilidad de los clérigos, diremos que éstos no son ni más disolutos ni más libres que los seglares, antes bien, si hay diferencia entre los dos estados, podrá aplicarse a los clérigos el mayor disimulo y cohonestación, pero los religiosos, por el contrario, en todas circunstancias exceden en mucho a los seglares. Y así, aunque enteramente no se consiguiese la reforma de unos abusos tan perniciosos, podría lograrse en parte y aun tenerse esperanzas de que, con el tiempo, y los buenos ministros y prelados que se enviasen, se fuesen desarraigando los vicios, y los abusos perdiendo el valimiento que ahora tienen, y tomando régimen razonable aquellos países. Y aun cuando no se lograse esto, ni en todo ni en parte, se conseguirían otras ventajas muy favorables al rey y a los vasallos, y tan precisas ya en los tiempos presentes que, sin ellas, no podrán tener gran subsistencia aquellos reinos o, por lo menos, no debe haber esperanza de que sus poblaciones se adelanten a los dilatados países que aún hoy no reconocen más soberano que la barbaridad de los indios, ni más dueño que las fieras.

55. A esta providencia puede objetarse que el poseer curatos las religiones es nacido de que, faltando clérigos para ocuparlos, se las repartieron aún después de haberlos dejado hecho renuncia de ellos las religiones. Pero esto tiene fácil respuesta, pues, ordenando seglares a título de “suficiencia” para los curatos, habrá los bastantes para ellos, quedando a la prudencia de los obispos el no ordenar más que aquéllos que pareciesen precisos para ocupar todos los curatos, porque el extenderse a más sería aumentar los clérigos con exceso, sin tener rentas que darles de pronto para que se mantuviesen; pero si se pretendía que para ordenarse hubiesen de tener ca-pellanías suficientes, en tal caso no sería de extrañar el que no hubiese tantos clérigos cuantos se necesitasen para todos los curatos. Esto no obstante, aun sin aumentar eclesiásticos a los que al presente habrá en cada provincia, si de repente se diese la providencia de que pasasen todos los curatos a ser administrados por clérigos, no faltarían los precisos para llenarlos, porque hay muchos atenidos sólo a la cortedad de sus capellanías y a la misa, por no tener cabimiento en los curatos.

56. Alegarán las religiones, si se intenta despojarlas de los curatos o doctrinas, que no hay razón para hacerlo, y que su derecho a los curatos es, sin comparación, mucho mayor que el de los clérigos, porque, desde los primitivos tiempos en que se hicieron las conquistas, han trabajado en la conversión de aquellas gentes y en su enseñanza, lo cual no se les puede contradecir, pero de entonces acá hay la diferencia de que en aquellos tiempos tenían los pueblos a su cargo para trabajar en ellos y sacar sólo el fruto espiritual, y al presente lo que trabajan es en buscar modos para adelantar más las hostilidades contra los indios y cómo han de sacar mayor ingreso, y con tal de que este fin se consiga, no atienden a nada más. Siendo, pues, tan sensible la diferencia, y habiendo declinado tanto del cumplimiento de su obligación y del buen fin con que se les encomendó aquel ministerio, parece [que] no hay embarazo en privarlos de los curatos o doctrina o, por decirlo mejor, de unas utilidades crecidas que ni les corresponden por su estado, ni les hacen falta, y no siendo éstas el curato ni doctrina, claro es que no se les priva de lo que les pertenece, [y] sí sólo de lo que se han ido apropiando. De modo que, bien mirado, no se hallará por ninguna parte razón que con formalidad se oponga a la separación que se debe hacer de los curatos a las religiones, y [sí] muchas y muy poderosas que obliguen a ello, y que graven la conciencia si, conociéndolo como remedio para evitar tanto daño, se deja de hacer por otros particulares fines.

57. Según se ha dicho, es la sobra de dinero en los religiosos quien les da ocasión para que tengan una vida pervertida y mala, y siendo cosa innegable que estamos obligados a evitar los pecados de los prójimos contra Dios cuando su remedio penda de nuestra mano, en ninguno parece que esta obligación será más grande que en aquel cuya naturaleza y circunstancias son tales que no admiten disimulación, y traen consigo las gravísimas consecuencias contra la religión que vamos a aclarar.

58. La mala vida de los curas admite menos disimulación en aquellos países que en otro alguno, porque siendo recién convertidos a la fe y llenos todavía de gentiles, en éstos, como en plantas nuevas y en quienes no están bien arraigadas los misterios de la fe, causa malísimos efectos el desorden de los mismos que les predican el Evangelio y les han de reprender los vicios; de modo que la religión se hace irrisible y menospreciable entre aquellas gentes, viendo que se les mandan guardar unos preceptos y el ejemplo les enseña totalmente lo contrario. Los efectos de este desordenado y escandaloso régimen se están dejando ver en todas aquellas gentes por el poco fruto que la religión ha hecho en ellas, y sus malas consecuencias se experimentan en la constancia de los indios gentiles a permanecer en los falsos ritos de su idolatría, porque instruidos, como ya se ha advertido en otra sesión, de todo lo que sucede entre los indios cristianos y reducidos a la obediencia de los españoles, ni la religión les da golpe, quedándose lo bueno de ella oculto a su conocimiento, ni el gobierno político se les hace apetecible. Uno y otro [defecto] se podría remediar con las disposiciones que llevamos prevenidas, y esperarse de ellas alguna mejora de costumbres y policía en aquellos países.

59. Al mismo tiempo que se diese nueva forma en los curatos, convendría el que se prohibiese con la mayor eficacia y penas, hasta la de privación, que en ellos no pudiese haber fiesta alguna de Iglesia hecha por los indios, sino que los curas hubiesen de hacer por obligación las regulares de parroquias, sin que los indios las costeasen ni contribuyesen a ellas más que con sus personas, y que, aunque los mismos indios quisiesen hacerlas, no lo consintiesen los curas por ningún motivo; que con ningún pretexto ni ocasión pudiesen admitir los curas, ni precisar a los indios a que les den camaricos si no es el del huevo y leña que deben llevar los días de doctrina, y que ni por los sermones de doctrina, ni por los panegíricos, pudiesen admitir los curas ningún estipendio con éste o con otro título, estando obligados, como debería imponérseles por orden especial, a predicarles en todos los domingos y días de precepto un sermón sobre el Evangelio, ciñéndolo a que hubiese de durar precisamente media hora, porque de no [ser así] serían sermones como los que en algunas ocasiones hemos oído en aquellos pueblos, los cuales darán a conocer, con el ejemplo siguiente, el sumo descuido con que tratan las materias de religión, que son las que piden allí mayor formalidad, particularmente para con los indios.

60. Habiendo concurrido a oír misa en un pueblo un día de fiesta, en la provincia de Quito, eran ya las dos de la tarde y todavía no pensaba el cura en ir a la iglesia y, valiéndonos de la amistad que había con él, le instábamos a que no se detuviese más tiempo, porque estando todos en ayunas, empezaba a hacerse sentir la hambre. Viendo él nuestra justicia y no pudiendo acelerarse porque aquel día había fiesta y procesión solemne y no se habían juntado hasta entonces los mayordomos y priostes, nos dio a entender que aquella tardanza se desquitaría después, porque en todo sería breve. Efectivamente, después de las dos y media de la tarde pasamos a la iglesia y, habiendo anotado en tres muestras a segundos la hora a que se empezó la función, apenas se cumplieron diecisiete minutos hasta quedar concluida, y en tan corto espacio, además de la ceremonia del aspersorio, hubo la misa solemne con música, acabado el Evangelio predicó el mismo cura el asunto de la festividad en lengua de los indios, concluyó la misa y, luego, hizo una procesión alrededor de la plaza del pueblo, con la cual quedó terminada la función. Ya puede considerarse la aceleración con que se haría todo, pues los diecisiete minutos casi no son bastantes para referirlo. En este corto intervalo ganó el cura lo muy bastante en la limosna de la misa, del sermón, su asistencia en la procesión, y otros adherentes, que todo junto, con el camarico, pasaría de cincuenta pesos.

61. Este es el método con que los curas enseñan a los indios y el [modo] en que se celebran las festividades que ellos costean, el cual es general en todos los curatos. El cura de que hemos hablado era clérigo de los más capaces que hay en toda la provincia de Quito, y de los que se preciaban de cumplir mejor con las obligaciones de su oficio. Considérese, pues, los que ponen en ello menos cuidado, de qué forma se portarán.

62. No negaremos que con despojar de los curatos a las religiones no se evitará enteramente el escándalo de los curas, pero será incomparablemente mucho menor por la más arreglada vida de los seculares eclesiásticos y su mayor dependencia del celo de los obispos. Y así, poniendo en ellos todos los curatos, se conseguirán dos cosas: una, contener las tiranías contra los indios, y otra, refrenar la disolución y aminorar el escándalo, [lo] que no será pequeño triunfo en unos países donde estos desórdenes pasan ya tanto de raya. Pero además de éstas, se lograrán otras ventajas muy favorables para aquellos países, y la principal será escusar el que todas las tierras, las fincas y los bienes, lleguen a entrar enteramente en poder de las religiones, que es lo que ya se experimenta en gran parte con no pequeño perjuicio de los seglares, que, atendido el bien de la república y su conservación, deberían gozarlas, como que son los que mantienen los reinos y las monarquías.

63. Aunque los religiosos expenden en las concubinas e hijos que tienen en ellas mucha parte de lo que adquieren, otra no menor entra en la misma religión, lo cual ha de suceder, precisamente, porque siendo medio para poder vivir fuera de los conventos el tener hacienda propia y casas en la ciudad o villa a donde pertenecen, luego que se hallan con caudal suficiente, procuran comprarlas y, como estas fincas vienen a recaer en la religión por fin del religioso, resultan ser tantas las fincas de una y otra especie que poseen, que seguramente puede decirse no haber, fuera de aquellas que gozan con entero dominio, alguna de las que pertenecen a particulares, sin estar gravada con varios censos, los cuales son tan considerables en muchas, que llegan a montar sus réditos más que lo que puede importar su arrendamiento.

64. Como recaen en las religiones todas estas haciendas, y los conventos no pueden dar cultivo a todas y poner en ellas la atención, las dan a censo a los particulares con el indulto de alguna corta cantidad. Pero esto es para tener su posesión más segura, porque así sacan de ellas tanto cuanto rinden sus tierras, y a veces sube de ello el importe de los censos, y los particulares que las compran de las comunidades es para cultivarlas y trabajar sin propia utilidad, pues lo regular es que ésta no corresponda ni aun al trabajo personal, pero las toman porque la necesidad les obliga a ello, mediante no tener otro recurso.

65. Las haciendas que dan a censo las religiones no son tampoco las más opulentas ni las mejores, sino aquellas que no pueden dar ganancias muy ventajosas, porque las buenas, las que son grandes y pueden usufructuar mucho, las reserva para sí la misma religión y, o bien las hace administrar por religiosos, o se las da en arrendamiento para que de este modo quede dentro de sus dependientes el útil. Y de cualquier modo, será muy rara o ninguna la hacienda en que no tengan las religiones derecho y usufructo, [y] lo mismo sucede con las casas. Y cada vez se les van unas y otras agregando, porque continuamente compran nuevas fincas los religiosos o se consolidan a la propiedad las dadas a censo, con que los seglares vienen a ser unos meros administradores de las fincas que poseen.

66. Para que mejor se conciba el estado en que están aquellos reinos por lo mucho que va entrando en las religiones continuamente, no es menester más que hacer juicio de las cuantiosas sumas que, con el motivo de los curatos, entran en los religiosos. Supóngase que la mitad de ellas, o las dos tercias partes, las expenden en la manutención y gastos de las concubinas e hijos, con que la otra mitad, o por lo menos la tercera parte, queda a beneficio del convento; ésta se ha de suponer empleada en fincas y, por precisión, han de ser tantas que, con el discurso del tiempo, no ha de haber ninguna que no recaiga en ellas. Esto es lo que ya se experimenta, pues, a excepción de los mayorazgos o vínculos, que no son en crecido número, todas las demás son feudos de las comunidades, con sola la diferencia de ser en unas mayor que en otras la pensión. Esta estrechez en que ya al presente se hallan los seglares, forzados a vivir y a mantenerse de lo que sobra a las religiones, o de lo que éstas desperdician, tiene tan dispuestos los ánimos de aquellas gentes contra ellas, que es de temer el que, con algún motivo, produzca novedades desgraciadas. Así lo dan a entender, siempre que la ocasión rodea la coyuntura de tratar de este asunto, y así lo declararon bastantemente cuando empezó la guerra contra Inglaterra, no recelándose de decir los más prudentes, los más capaces, y aún se lo oímos a varios eclesiásticos seglares, que con tal que los ingleses los dejasen vivir en la religión católica, sería felicidad para aquellos países, y la mayor que sus moradores podían apetecer, la de que esta nación se apoderase de ellos, porque con este medio saldrían de la sujeción de pechar a las religiones. Semejantes proposiciones dan bastante indicio de lo que sienten los ánimos, y no deben despreciarse, mayormente cuando en ello se interesa la quietud y seguridad de las provincias, y la ordenada proporción con que deben estar los miembros de una república.

67. Este daño no sucede con los eclesiásticos seglares, porque aunque entren en su poder muchas riquezas, están precisados a expenderlas casi todas, porque, además de los gastos regulares en los curas religiosos, es forzoso mantengan los correspondientes al vestuario, que en aquellos países son los más crecidos. Y así hay la diferencia de que los religiosos reducen todas sus galas a un poco de jerga o lanilla, cuando los clérigos, para parecer con una decencia regular y proporcionada a su calidad y posibles, necesitan terciopelo, tisúes, brocatos, telas ricas de seda, bordados y paños finos. Pero, aunque extra de estos gastos les sobre mucho y lo apliquen a haciendas, pasan éstas o las casas a los parientes, o se venden a dinero de contado, de modo que nunca está perjudicado el público aunque entren las fincas en poder de los eclesiásticos seglares, como [sucede] cuando recaen en las religiones. No se les hace perjuicio a las comunidades, privándoles de los curatos, más que en el uso de este derecho, que tan mal han sabido administrar, y en el interés de los particulares, porque ellas no se mantienen de lo que rinden los curatos, sino de las fincas propias que tiene cada casa o convento, con que es cierto que les sobra todo lo demás, cuyas sumas, siendo las mayores y no teniendo en qué expenderlas precisamente, les ha de dar ocasión a que abusen de ellas y vayan a ser el paradero de los vicios, la causa de los escándalos y de los alborotos y ruidos.

68. Como las comunidades son las que gozan unas rentas y utilidades más seguras y crecidas en aquellas partes, son el atractivo de la juventud española y aun de la mestiza blanca, porque, considerando el estado de religioso no como estado de mayor perfección, sino como carrera para adelantar honor con el carácter de los empleos, y para hacer riqueza con estos mismos, aplican los padres a sus hijos desde tiernos a él, sin más inclinación ni voluntad que la del uso y [la] de estar puesto en práctica el que se haga apreciable esta vida; porque en ella, una vez que falta el temor de Dios y el miramiento para con el público, no carecen de nada y, antes bien, les sobran conveniencias, de lo cual redundan los daños que llevamos dicho y el de que sobrando muchas mujeres, se haya llegado a hacer tan corriente el concubinato como si fuera cosa lícita y que no casándose tantos como pudieran, carezcan de adelantamiento las poblaciones, pues aunque de los concubinatos resulten muchos hijos, es menor siempre su número que el que habría si los que viven amancebados estuviesen casados y, sucesivamente, lo fuesen sus hijos. Porque, [además], la misma libertad que hay en los hombres para dejar una mujer, hay en éstas para no tener fijeza ni ceñirse a una voluntad, y de aquí proviene que muchas se esterilicen y que, abandonados los hijos de otras por la duda de sus padres y no haber quien los reconozca por tales, se mueran y pierdan; de todo lo cual es consiguiente el que no se aumenten a proporción de lo que debieran. Así lo da a entender la experiencia y es el sentir de los más célebres naturalistas que han especulizado el asunto de la aumentación de los pueblos, los cuales uniformemente aseguran que la poligamia los aminora y que el modo de conseguir su mayor acrecentamiento es ciñéndose los hombres y mujeres a vivir en el lazo del matrimonio. El doctor Arbuthnott no sólo apoya este sentir, sino que lo demuestra en una memoria presentada a la Real Sociedad de Londres, registrada al número 328, página 186, de los registros de la Real Sociedad, por la cual concluye en un [escolio] que la poligamia es contraria a la ley de la naturaleza y de la justicia, y a la propagación del linaje humano, porque, siendo los varones y las hembras en igual número (según demuestra él mismo), si un hombre toma veinte mujeres, por precisión ha de haber 19 hombres celibatos, lo cual repugna al designio de la naturaleza, y no es regular que 20 mujeres puedan ser tan bien fecundas a la propagación por un hombre, como por veinte.

69. La libertad con que se vive en el Perú tiene tanto de poligamia cuanto de desorden, porque si unos se ciñen a una sola mujer y viven constantemente con ella, otros varían frecuentemente, de modo que se deben tener todas las que usan por otras tantas concubinas, en cuyo caso incurre en la pluralidad, y con ésta no puede haber procreación correspondiente, extra de que siendo totalmente contrario al estado sacerdotal y al religioso el usar de una o de muchas, debe por todos títulos evitarse la causa que lo es del abuso.

70. Faltando a las comunidades los curatos, se estancan las riquezas que continuamente entran en ellas, y quedarán reducidas a las que les redituaren las haciendas y fincas que poseen al presente, las cuales, aunque bien grandes, son inferiores a las que consiguen por medio de los curatos, y no teniendo ya esta expectativa, serán muchos menos los que seguirán la carrera de las religiones, y otros tantos más los que tomarán el estado matrimonial. Porque se ha de suponer que cuantos intereses dejasen de entrar en las religiones, han de circular entre los seglares y, teniendo éstos los posibles necesarios para mantenerse, es natural que tomen estado, del cual, sin contradicción, ha de resultar aumento del gentío y engrandecimiento de las poblaciones. Esto es lo que se necesita para que aquellos países tomen opulencia y que, con la que tuvieren, crezcan los ánimos de sus moradores y se adelanten a poblar y hacer la conquista de los espaciosos territorios que se mantienen hasta el presente abandonados.

71. Los únicos curatos que se les debe dejar a las religiones son los de conversiones modernas, que son precisamente de misiones, pero esto ha de ser en la forma que queda dicho en la sesión octava, porque en las misiones no tienen ocasión de utilizarse como en los curatos, y es más propio del carácter religioso este ejercicio que el de curas. Pero cuando las religiones no quisiesen continuar en él con el fervor y celo que se debe, en tal caso podrían agregarse todas a la Compañía, que las admitiría con gran amor y con la eficacia que ha manifestado en los demás países de infieles que ha tomado a su cargo.

72. Hállase esta religión fuera de los desórdenes de que hasta aquí hemos hablado, porque su gobierno, diverso en todo al de las otras, no los consiente en sus individuos, como ni la poca religión, los escándalos y el extravío de conducta que es regular en los demás, y aunque quiera empezar a nacer alguna especie de abuso, lo purga y extingue enteramente el celo de un gobierno sabio, con el cual se reparan inmediatamente las flaquezas de la fragilidad. Y así brilla siempre la pureza en la religión [de la Compañía], la honestidad se hace carácter de sus individuos, y el fervor cristiano, hecho pregonero de la justicia y de la integridad, está publicando el honor con que se mantiene igual en todas partes, de modo que, comparados en parte o en el todo un jesuita del Perú, sea criollo o europeo, con el de otro reino (y deponiendo de él aquella inconsiderada pasión nacional, que es incorregible y general en aquellos países), podrán equivocarse, sin que se encuentre cosa que los distinga, y del mismo modo un colegio a una provincia de allá parece que, a cada instante del día, se transporta de Europa a aquellos países y acaba de llegar a ellos, según conservan en todo la formalidad del gobierno y la precisión de las buenas costumbres, como preciso instituto de la religión.

73. La inmediación al mucho vicio que hay en aquel país es preciso pervierta la conducta de algunos de sus individuos, pero inmediatamente que se percibe la falta se pone el reparo al daño, y por medio de la expulsión se mantiene siempre en un ser el estado de la religión. Por esta razón es muy común el ver expulsos de la Compañía en aquellos países con abundancia, y el verlos asimismo expulsar continuamente cuando la repetición de las amonestaciones y consejos no puede conseguir la total enmienda. Este es el único medio de lograr la integridad y el buen orden, y éste el de mantenerse sin que la corruptela entre haciendo destrozo en las buenas costumbres.

73 bis. Entre las expulsiones que hubo mientras estuvimos en aquellos países fue célebre la que hizo en la provincia de Quito el padre Andrés Zárate, visitador nombrado por Roma, que había pasado de España para apaciguar algunas inquietudes que había en ella. Este sujeto, digno de la mayor estimación por su mucha capacidad, por su virtud, justificación, integridad e inflexible proceder, halló la provincia de Quito tan decaída de su legítimo ser, que fue menester un sujeto de toda su eficacia y celo para volverla a levantar sin peligro. El fue haciendo la visita de los colegios, y aunque de pronto no era corregible todo el daño porque habían tomado demasiado vuelo los abusos, cortó las alas a los progresos del desorden con la expulsión de los más culpados, de modo que el ejemplar lastimoso de éstos hizo volver sobre sí a los demás, y que entrasen en su acostumbrado régimen, con lo cual puso la obediencia en el grado que le correspondía, contuvo las pasiones y desterró enteramente las malas semillas de los vicios, que se habían apoderado en parte de los ánimos; siendo, empero, de suponer que todo esto que entonces se reformó en la Compañía, aunque eran demasiados excesos en el orden de aquella religión, eran nada respecto de los desórdenes de las demás, pues apenas parece que se llegaban a traslucir los defectos, sin seguridad bastante de que fuesen culpas. Esto es para los de afuera, pues no hay duda que interiormente se descubrían las manchas, y por esto fue preciso limpiarlas, sacándolas en los que eran causa de ellas.

74. Con este remedio quedó otra vez la Compañía como en su primitivo ser, y el padre Andrés Zárate llevó adelante su obra no sin embarazos y dificultades, pues, como entre los culpados había europeos y criollos, y se interesaban los seglares en unos y en otros, ya por parentesco o ya por amistad, pretendían, con imprudente resolución, ponerles contra la visita, manteniéndose por ello inquietas las ciudades, y pasando los vecindarios a contradecir, por los medios de la violencia, la justicia que intentaba hacer en sus súbditos. Los prelados de las demás religiones, los ministros y los jueces, divididos también en partidos por este asunto, aunque la mayor parte [estaba] declarada contra la Compañía, daba fomento a los demás, y de tal suerte se enconaron todos contra la Compañía, que el padre Zárate y los demás del partido de la justicia experimentaron desaires repetidos, así de los que gobernaban lo político como de los que hacían cabeza en lo eclesiástico, y como si este visitador hubiera ido a proceder contra ellos mismos sin jurisdicción competente, así lo trataban, como hombre que caducaba, como temario y como voluntarioso. Pero ni los desaires, ni los peligros, ni el verse aborrecido y odiado de todos, ni el que escribiesen contra él a su general le atemorizó para que cediese un punto en su comisión, hasta dejarla concluida y perfeccionada, en cuyo tiempo no cesaron las demostraciones del despecho, y aun al [tiempo] de salir de Quito para restituirse a Europa le hicieron varias burlas, en las cuales, según se publicó y según el atrevimiento de los que las inventaron y su poca cautela, parece que consintieron sujetos de las primeras circunstancias; algunas de ellas las pusieron en ejecución, otras no, porque tuvo poder para contenerlas la madura reflexión de algunos que disuadieron [a los implicados]. Hasta este punto llegó la enemistad contra el padre Andrés Zárate, [y todo] porque procuraba castigar y contener los desórdenes de su religión, y cumplía en ello con la comisión que se le había dado.

75. Varios motivos había para que se introdujesen como interesados a embarazar esta obra los que no parecen serlo, seglares y religiones. Tales eran el hallarse mezclado el honor de los particulares en los desórdenes de los de la Compañía, según era público, y como tal no podía desatenderse de ello el visitador, y el solicitar los seglares, en los jesuitas sindicados, que no se les castigasen las culpas, de suerte que, entre unos y otros, había tales enredos que ellos mismos no eran capaces de entenderse. Los seglares, que no se interesaban tan inmediatamente, lo estaban unos por paisanos de los culpados, otros por amigos, y así todos pretendían que el visitador no inmutase nada, cuando su obligación le precisaba a lo contrario. Las otras religiones, disimulando en sí culpas mucho más crecidas, juzgaban a tiranía el expulsar a los sujetos, porque, como frágiles, habían caído en los yerros a que son propensos todos los hombres, y siendo la Compañía únicamente la religión que permanece en aquellas partes arreglada a razón y observando con puntualidad los preceptos de su instituto, pretendían en alguna manera que se le disimulasen a sus individuos aquellas faltas, para que poco a poco fuese perdiendo el lustre con que brilla sobre las demás, y quedasen todas iguales, para de esta suerte no tener el escozor de ver en otra la mejoría que les pueda servir de descrédito y de freno, pues lo más que en ella se nota son las divisiones que padecen de europeos y criollos y los disgustos que de ello se les originan interiormente, sin que con todo lo demás de su gobierno se note cosa que se haga reparable.

76. La Compañía no tiene curatos en aquellos reinos, a excepción de los que mantiene en el Paraguay y en las misiones del Marañón, y con [sólo] esto se mantiene en todas las ciudades con gran decencia, la cual es mucho mayor que la de las demás religiones; sus iglesias están muy adornadas y ricas; sus colegios, muy capaces, bien fabricados y decentes; sus roperías, abastecidas; sus refectorios, regalados; sus porterías, llenas de pobres, a quienes reparten limosnas, y con todo esto sus procuradurías están muy ricas de dinero, siendo así que, además de no tener curatos, no tiene esta región más haciendas que aquellas que cultiva por sí, no tiene censos sobre las demás de los particulares, ni sobre las fincas de las poblaciones, con que, sin gravar en nada al público, posee más riquezas y más seguras rentas que las otras. Lo cual consiste únicamente en la mejor administración de las que gozan, y en que ninguno disfruta de ellas más que lo preciso para su sustento y manutención, que es lo que no sucede en las demás religiones, aludiendo a lo cual está muy en práctica allí un refrán, y es decir, que los jesuitas van todos a una, y los de las otras religiones a uña.

77. Es innegable que la Compañía se ha hecho poderosa en las Indias y que goza riquezas muy crecidas, y aunque no perjudique tanto a los particulares, no obstante convendría también poner límites a sus rentas, pues lo que ha sucedido es que, con lo que unas fincas les han producido, han comprado otras, y ya en los tiempos presentes son suyas las principales y las más cuantiosas. De tal modo que una provincia como la de Quito, en paños, en azúcares, dulces, en quesos y en los frutos que producen las haciendas de la Compañía, hace unas sumas muy considerables anualmente; lo mismo sucede con la provincia de Lima, y a este respecto con todas las otras, y por esto son los padres de la Compañía los que dan la ley en todas aquellas ciudades sobre los precios de estos efectos. De lo cual puede concluirse que, aunque no perjudiquen a los particulares con las compras de estas haciendas, porque las hacen con dinero propio adquirido en sus propias fincas, con todo esto acrecientan sus rentas con demasía, y por este motivo se apropian todo o la mayor parte del comercio de géneros del país. Ya hace en ello perjuicio al público, en la sustracción de estas ganancias, las cuales están de más en la Compañía, porque le sobran después de haber mantenido, con toda decencia y comodidad, los colegios y todo lo que es correspondiente al divino culto y a los religiosos, debiendo estar en el conocimiento de que, fuera de las fincas de cada colegio para mantenerse, hay además en los colegios máximos una procuraduría particular de la provincia, y a ésta pertenecen todas aquellas fincas de provincia, de cuyos usufructos no se hace ningún expendio en los colegios, aunque lo necesiten y estén alcanzados, porque una vez asignadas las rentas que parecen necesarias para la subsistencia de cada uno, con aquello se ha de mantener y aun lo ha de adelantar, y todo lo que sobra se agrega a la provincia, de donde no vuelve a salir para expenderse en ninguno de aquellos colegios. Estas rentas de provincia son tan cre-cidas que en una como la de Quito, en donde la Compañía tiene diez colegios, exceden aún a las particulares que pertenecen a todos los colegios juntos, por cuyo tenor se deben regular las demás, con que se ve claramente que son muy crecidas las sumas que les sobran, y el expendio que les dan a éstas se ignora allá, porque no se les conoce ninguno. Con todo esto, debe ser más disimulable el que entren caudales tan crecidos en la Compañía que en las demás religiones, atendiendo a que no son adquiridos con tiranía ni extorsiones contra los indios; a que en cualquiera cosa que lo expendan es bueno el fin en que se emplea, porque allá no se les ha podido notar que destinen mal aún una pequeña parte de ello, y últimamente, considerando que es una religión muy útil y necesaria para el público, y que sirve en las repúblicas, lo que no sucede allí con las demás.

78. La religión de la Compañía sirve al público, y es de grande utilidad en aquellas ciudades, porque ella da escuela y enseñanza a la juventud; sus religiosos predican continuamente a los indios en días señalados de la semana, y los instruyen en la doctrina cristiana; asimismo hacen misión al público, tanto en las ciudades, villas y asientos, en donde tienen colegios, como en los pueblos donde no los hay, y continuamente se emplea su fervor en la corrección de los vicios. Los colegios son unas casas donde están depositados los operarios espirituales para el bien de todos, y cumplen este instituto con tanta puntualidad que a todas horas del día y de la noche están prontos a ir a las confesiones que los llaman fuera, o a ayudar a los que están en la agonía de la muerte, y así parece que, aún más obligados que los curas propios, acuden a estas obras piadosas con celo y eficacia nunca bien ponderado, y que, a vista de su mucho fervor y puntualidad, han descargado sobre ellos esta obligación los mismos a quienes les correspondía. Si, por otra parte, van a verse sus iglesias, se hallará en ellas el culto en su mayor auge, decencia y reverencia, y con tan buena distribución que a todas horas del día, hasta la regular por la mañana, se celebran misas, con cuya providencia tiene el público el beneficio de cumplir con el precepto los días de guarda y domingos, sin pérdida de tiempo ni detrimento; en fin, las iglesias de la Compañía se diferencian de todas las demás tanto en su mayor decencia, primor y adornos, cuanto en la mayor concurrencia de gente, que atrae así la devoción del Divino Culto y su continuo ejercicio.

79. Las demás religiones en nada contribuyen al público, porque ni predican a los indios ni instruyen en la doctrina más que a los de sus curatos o doctrinas, y esto lo hacen en la forma que ya se ha dicho. Si predican a los seglares es cuando media interés; no confiesan ni dentro de sus conventos ni se incomodan en ir a practicar esta caridad con los enfermos; no dan limosnas ningunas y, por último, cada religioso atiende a sus fines particulares y a sus propios intereses, mas no al de la obligación que tienen, con que sólo son para sí.

80. Parecerá, puede ser, que hablamos con pasión a favor de la Compañía en lo que decimos de esta religión respecto de las demás, pero para que se vea que nuestro juicio no lleva otra mira que la de la verdad, puede reconocerse lo que se ha dicho en la sesión octava, y dándose allí noticia de la conducta que guarda la Compañía en las misiones de su cargo, se conocerá bastantemente la imparcialidad e indiferencia con que procedemos. Esta es la que hemos seguido en todos [los] asuntos que se han tratado y la que correspondía a nuestra obligación y al buen celo con que deseamos ver restablecida en su legítimo trono la justicia y la religión.

SESION DUODECIMA

Dase noticia de las riquezas que encierran en sí los reinos
del Perú; de los minerales de oro, plata y de otros varios
metales y piedras exquisitas, con una razón de las muchas
que, por descuido o falta de providencia, no se trabajan;
de la grande fertilidad de aquellos países, su
proporcionalidad para toda suerte de plantas y frutos, y su
fecundidad en resinas y en toda suerte de simples

1. Son los reinos del Perú y de Chile tan fecundos en minerales y plantas que parece se esmeró la naturaleza en enriquecerlos de las cosas que pueden ser más apreciables para el servicio de la vida humana. Los minerales de oro que penetran aquellos vastos territorios, los de plata en que están engastadas sus entrañas, los de tantos otros metales como allí se ven depositados, ni son menos comunes ni menos abundantes que los de piedras preciosas o los de otras materias oleaginosas, sulfúreas y nitrosas que corren por sus venas. La muchedumbre de plantas y sus particularidades hacen competencia con sus frutos, las de unas, a las resinas que destilan otras, y cuando no se particularizan en lo uno o en lo otro, lo hacen con la admirable calidad de sus maderas, propias para todos fines. Así parece que la Providencia Divina quiso juntar, en la extensión de aquellos países, todas las preciosidades que en particular repartió a los demás del mundo, y que fuesen el depósito principal de todas las maravillas con que lo enriqueció, para que de allí se difundiesen a los demás.

2. En dos modos se deben considerar las riquezas del Perú. Unas son visibles a los ojos del mundo, porque no cesan de tributarse a los que se emplean en su solicitud, y tales son los metales ricos de las minas del Potosí y de otras muchísimas que se trabajan continuamente, así de plata como de oro; las pesquerías de perlas de Panamá, de donde se sacan muchas y muy finas, y algunas tan disformes en el tamaño que causan admiración, y a esta proporción los demás metales menos ricos de otras minas, con los simples y frutos que abundantemente se sacan de aquellos reinos, en que se debe comprender todo aquello con que se comercia y se hace granjería entre aquellos reinos y los de España, que todos son de la mayor estimación. El segundo orden de o clase de riquezas se ha de entender el de aquellas minas de oro y plata que, o por desconocidas o por abandonadas, no rinden ningún usufructo a causa de que no se trabajan ni se procuran extraer de ellas las riquezas en que abundan, y del mismo modo otras varias especies de materias minerales que hay allí, frutos raros y exquisitos, y la diversidad de simples que próvidamente se encuentran, de los cuales no hace ningún uso la aplicación: unos por estar ocultos o ser difícil el sacarlos, otros por no haberse extendido el comercio hasta ellos, y otros porque verdaderamente la falta de aplicación de aquellas gentes los aprecia en poco, dejándose llevar sólo de la abundancia de los metales o de las otras cosas que, por su importancia, son dignas de la primera atención.

3. No pretendemos dar noticia en esta sesión de la suma de riqueza que tributa a España el Perú, porque sería engolfarnos en un asunto muy prolijo y dilatado; ni tampoco pensamos en hacer relación de las muchas minas que se laboran, de las plantas a que se da cultivo con estimación o de los simples que se hallan entre aquellas gentes atendidos; porque además de pedir estas materias una mayor extensión no conviene su asunto con nuestra idea, la cual se ciñe a dar razón de lo más notable que encierran aquellos reinos, y entre esto, de lo que la incuria tiene abandonado. No podemos prometer tampoco el dar una noticia completa de todo lo que se encuentra en aquellos reinos de particular, porque para hacerlo sería necesario haberlo traficado todo, haber residido y visitado hasta sus más reductas poblaciones, haber corrido sus despoblados, sus cordilleras y sus páramos, y no haber dejado cosa que no se hubiese examinado, cuya obra pedía mucho tiempo para que llegase a verse perfeccionada. Lo que sí haremos será dar una completa idea de la provincia de Quito, por la cual podrá juzgarse de lo perteneciente a las demás, bajo del supuesto de que todas se compiten en las riquezas y producciones.

4. Las tierras del Perú gozan diversidad de temples, y éstos son con respecto a dos causas: una, a la situación que tienen en cuanto a la esfera, hallándose más o menos apartados del Ecuador y, por consiguiente, más o menos cerca de los polos, y otra, según la mayor altura de los parajes, o la mayor distancia en que están éstos del centro de la Tierra. La diferencia de los territorios por la de su situación en la esfera causa variedad de temperamentos, y éstos son los que disponen la tierra en proporción para producir la variedad de plantas que se crían en ella. Por la de su mayor altura o elevación sobre la superficie del mar se igualan los climas, de tal conformidad que, en uno que está bajo el Ecuador, se hace igual su temperamento al de otro que está apartado de él 40, 50, 60 o más grados, de donde procede aquella admirable particularidad de la provincia de Quito de que, en el discurso de media jornada de camino, se varían todas las especies de los climas y temperamentos que se pueden mudar si uno caminase desde los principios de la zona frígida hasta lo más ardiente de la tórrida, encontrando en cada uno de ellos las plantas y frutos que sólo hallaría en países tan distantes, sobre cuyo particular queda dicho lo bastante en el tomo primero de la Relación de nuestro viaje. De esta tan admirable particularidad resulta la abundancia y generalidad en frutos, en plantas y en minerales, que es tan común en aquellos países, porque allí se crían los que son propios de ellos con la misma lozanía que los que se introducen de los extraños, y no estando ceñidos a los de una especie abundan los de todos temples, causando la combinada armonía de unos con otros producciones muy diversas de las que, a cada uno de ellos [por] separado, son naturales, y el conjunto de todos mantiene aquellos países en aptitud de ser propios para todo, y de que sobresalgan en él las mayores particularidades de la naturaleza, que suele notar la especulación en las producciones de todo lo vegetable.

5. No nos detendremos aquí en dar razón de la variedad de frutos, de que queda ya advertido lo bastante en los dos tomos de [la] historia de nuestro viaje, y así podremos empezar desde luego con la noticia de aquellas cosas que se omitieron allí, y para ello tomaremos principio en el reino de Tierra Firme, rico en minerales de oro y en pesuería de perlas, las cuales son el más seguro tesoro de los habitadores.

6. Abunda mucho el reino de Tierra Firme en minerales de oro, unos que caen hacia la provincia de Veraguas, otros que están en la de Panamá, y otros, que son los mayores y más abundantes, que se hallan en el [Darien]. Estos eran los que con más fervor se trabajaban en la antigüedad, pero después que se sublevaron los indios y se levantaron con casi toda la provincia, se hicieron dueños de las minas y se perdieron las labores de la mayor parte de ellas, con cuyo accidente quedaron reducidas a un número muy corto las que se trabajaban después; pero no deja de sacarse algún oro, aunque en pequeña cantidad, lo cual proviene parte del peligro que hay en tenerlas pobladas, parte por la poca aplicación que aquellos habitadores tienen a emplearse en este ejercicio, y parte también porque la inclinación los lleva a la pesquería de las perlas. Y esto es causa para que no se cultiven las labores de las minas con la eficacia que se haría si no tuviesen otro recurso los habitadores de aquel reino.

7. Los minerales preciosos de las perlas son principalmente las inmediaciones de las islas del Rey, de [Taboga] y otras, hasta el número de 43, que forman un pequeño archipiélago en la ensenada de Panamá. El primer español a quien los indios dieron la noticia de ellas fue a Vasco Núñez de Balboa, cuando pasó a descubrir la mar del Sur, al cual regaló con algunas el cacique Tumaco. Al presente son tan comunes allí, que será muy rara la persona de algún posible, vecina de Panamá, que no tenga negros esclavos suyos empleados en pescarlas, cuyo modo es el siguiente.

8. Los dueños de negros escogen los más adecuados para el fin de la pesquería que, por hacerse debajo del agua, es preciso que sean nadadores y de largo resuello. Estos los envían a las islas, en donde tienen su asiento o ranchería, dándoles lanchas acomodadas para el intento; en cada una de éstas se embarcan 18 ó 20 negros con un caporal, más o menos según la capacidad de la embarcación y el número de la cuadrilla. Alárganse de tierra a los parajes en donde tienen ya reconocido que están los criaderos, y donde el agua no exceda de 10, 12 ó 15 brazas sobre el fondo. Llegados al paraje se zambullen en el agua (después que ha fondeado la lancha) y se echan atados con una cuerda y un pequeño peso para bajar con menos dificultad, dejando atado el otro cabo de la cuerda en el lugar señalado que cada uno tiene en la lancha. Luego que llegan al fondo, arrancan una concha y la ponen debajo del brazo izquierdo, la segunda agarran con la misma mano, y la tercera con la derecha, con las cuales surgen; dejan aquéllas en un costalillo que tiene cada uno en la lancha, y [vuelven a zambullirse], en cuyo ejercicio se mantienen hasta que concluyen su tarea o están cansados del trabajo.

9. Cada uno de estos negros buzos tiene obligación de entregar diariamente a su amo un número de perlas que está ya establecido, y es el mismo entre todos; éste lo percibe el mayoral, que es el negro que gobierna la lancha. Luego que tienen en su saquillo las ostras necesarias, dejan de bajar y van abriéndolas y sacando las perlas que hay en ellas; entregan al mayoral el número de las que deben por obligación, las cuales no se repara que sean perfectas o pequeñas, porque todas han de pasar en la cuenta. Cumplido el número de las de obligación, son del negro todas las demás, aunque sean grandes, sobre las cuales no tiene su amo otro derecho que el de comprárselas por el mismo precio que el esclavo las hubiera de vender a otro particular.

10. No todos los días tienen seguridad los negros de poder completar su jornal, porque en muchas conchas de las que sacan o no hay perla, o no ha cuajado o, habiéndose muerto el ostión y padecido la perla con [la descomposición de] su productor, deja ésta de ser de recibo, en cuyos casos, todas las que salen en esta forma deben completarlas con perlas que lo sean, porque no se les admiten en cuenta los ostiones o las que tienen los defectos dichos.

11. Además del trabajo que les cuesta a los buzos esta pesquería, porque las conchas están asidas contra las peñas fuertemente, llevan el peligro de algunas especies de pescados que hay en abundancia, tan dañosos que, o bien se comen a los pescadores, o los oprimen contra el fondo, o en su mismo cuerpo, y [los] matan dejándose caer sobre ellos violentamente, y aunque en todas aquellas costas hay pescados de estas calidades y con las mismas propiedades, abundan mucho más en aquellos parajes donde el fondo es pródigo de esta riqueza. Los [tiburones] y tintoreras, que son de monstruosa grandeza, hacen pasto propio los cuerpos de los pescadores, y las mantas, cuyo nombre conviene a su figura y grandor porque son rayas muy disformes en el tamaño, los comprimen, ya estrechándolos entre sí, o ya contra el fondo. Para librarse de tanto peligro, lleva cada negro un cuchillo fornido y agudo con el cual hieren al pescado luego que lo perciben y, para ello, lo buscan por parte donde no pueda hacerles daño, con lo cual huyen y los dejan libres. El negro caporal, que se mantiene en la lancha, hace guardia a los que puede descubrir y avisa con las cuerdas, a que está amarrada cada uno de los buzos, para que se prevengan, y aun se echa al agua él, con un arma semejante a la de aquéllos, para ayudar a la defensa. Mas aunque hay toda esta precaución, suelen quedar sepultados en los buches de estos peces algunos negros, y otros [suelen quedar] baldados con alguna pierna o brazo menos, según la parte por donde los cogió.

12. De las perlas que se cogen allí, que por lo regular son de buen oriente, se expende una parte para Europa, aunque es la menor, y la mayor porción se lleva a Lima, donde se venden con mucha estimación, y se introducen también en todas las partes interiores del reino del Perú.

13. No es, en la mar del Sur, sola la ensenada de Panamá en donde se crían las perlas, ni tampoco son las de allí, según el sentir de los antiguos, las mejores que crían aquellas saladas ondas, porque esta prerrogativa la ha gozado la costa que se extiende desde Atacames hasta la punta de Santa Elena, lo cual es en la equinoccial y en sus inmediaciones, por la parte del Sur y Norte. En estos parajes hubo una gran pesquería de perlas en los tiempos pasados, y la principal estaba en el llamado Manta, cuyo nombre se le dio por la abundancia de peces mantas que hay en él, y este peligro contribuyó mucho a que se dejase perder la pesquería, pero el principal motivo de abandonarla fue el de haberse retirado de allí los vecinos acaudalados que la mantenían, huyendo de las pérdidas experimentadas en las invasiones de piratas enemigos que padecieron por repetidas ocasiones, contra cuyos insultos no tenían ninguna defensa, como tampoco la hay, aún en los tiempos presentes, en todas aquellas costas. La gente que habita ahora en las cortas poblaciones que han quedado, se reducen a indios y algunos mulatos, los cuales, escarmentados del destrozo que los tiburones y tintoreras o peces mantas han hecho en ellos, las han abandonado enteramente.

14. Esta pesquería de perlas de la costa de Manta corresponde a la provincia de Quito, de la cual empezaremos a tratar, examinando los minerales y demás cosas particulares dignas de atención que la adornan y hermosean.

15. Las riquezas de la provincia de Quito empiezan desde Barbacoas, que es el territorio más septentrional y occidental de ella. Este, pues, se compone todo de minerales de oro, cuyo metal es el que da ocupación a aquellos habitantes, porque a él se reduce todo el comercio del país y el que tienen con él los forasteros. Los minerales de este territorio no son de caja o en veta, sino de oro en grano y polvo, el cual se encuentra mezclado con la tierra en aquellos cerros, y por esta razón se diferencia del método común el que tienen para sacarlo. Consiste éste en hacer conducto para el agua hasta el paraje en donde está el asiento, de suerte que ésta se precipite desde lo alto abajo del cerro de donde se pretende sacar el oro; en la caída del agua se forman al propósito cuatro o cinco remansos, de suficiente capacidad para que se detenga allí alguna porción de agua y lleve corriente de unos a otros. Estando así dispuesto, quitan el agua, echándola por otra parte, y empiezan a hacer corte derrumbando, a fuerza de brazos, una parte de aquel cerro. Luego que ésta cae en el primer remanso o estanque, dejan ir el agua por allí y se empapa toda la tierra hasta que se hace lodo muy blando; entonces lo menean con unos instrumentos que tienen al propósito para que se deshaga y quede disuelto todo, y el agua, que no cesa de correr, va sacando lo más ligero hasta que en el estanque no queda más que las piedrecillas y materia más pesada, entre lo cual está el oro. Esta materia la cogen después en bateas de madera que al propósito tienen para el fin, y a fuerza de moverlas alrededor, como cuando se cierne alguna cosa, y de mudar aguas, se va separando toda la escoria y queda el oro en el fondo de las bateas, reducido a pequeñas puntitas, polvo y pepitas. Concluido en el primer lavadero, pasan los trabajadores al segundo, en donde hacen la misma diligencia a fin de recoger lo que ha escapado del primero con la corriente del agua, en cuya forma continúan hasta evacuarlos todos. Este trabajo se hace con negros esclavos que tiene cada dueño del lavadero y, en parte, se hace también con mulatos y gente libre de la que habita allí, con cuyo método allanan un cerro en poco tiempo y sacan las riquezas que guardaba en sus entrañas. Este oro tiene de ley de 22 a 23 quilates, pero también hay minerales en aquella jurisdicción donde baja la ley alguna cosa, aunque nunca de 21 quilates.

16. Es todo el país de Barbacoas muy abundante de arroyos y ríos, y por esto con poca dificultad conducen el agua a donde la necesitan, sin cuya oportunidad no podrían hacer ningún trabajo en aquellas minas, las cuales la necesitan con más abundancia que otras ningunas, no obstante el ser precisa en todas, para que siempre haya proporción de poderla llevar de unos cerros a otros, según el paraje en donde se trabaja.

17. En los términos de la jurisdicción de Loja, que son los últimos de la provincia de Quito por la parte austral, hay unos asientos de minas de oro cuya cabeza es la villa de Zaruma, y de ella toman nombre las minas. El metal que se saca de éstas es de ley muy baja, que no excede a la de 16 hasta 18 quilates, pero remuneran la poca ley en la abundancia, pues después de acrisolado y puesto el oro en la de 20 quilates, aún sale por menos costo que el que tiene el que con esta misma se saca regularmente de otras minas.

18. En la jurisdicción de la ciudad de Jaén de Bracamoros, cuya situación es en la entrada del río Marañón por aquella parte de Loja, hay asimismo minerales de oro cuyos metales son de más alta calidad que los que se sacan de Zaruma. En los tiempos antiguos, cosa de 80 a 100 años atrás, se trabajaban, pero ya en los presentes están abandonadas y sólo se saca de ellas algunas cantidades muy cortas, efectos de las labores de los vecinos de Jaén, que se dedican a ello. Las de Zaruma se han trabajado con más fervor hasta aquí, pero aún ya empiezan a descaecer, por falta de fomento.

19. En la jurisdicción del asiento de Latacunga y términos del curato de Angamarca, hay una mina de oro nombrada de Macuche. Trabajola antiguamente un vecino de Quito llamado N. Sarabia y entonces contribuía muchos quintos a Su Majestad de los metales ricos que daban sus vetas. Tapósele la boca con un crecido derrumbo que en una noche tempestuosa cayó del cerro, y quedaron sepultados dentro de ella los negros que la trabajaban, porque su riqueza era tal que daba alientos al dueño para que de día la trabajase con indios, y de noche, con los negros esclavos que tenía para este fin.

20. Después que quedó tapiada la boca, gastó mucho caudal en procurar descubrirla, mas nunca pudo conseguirlo. La misma desgracia experimentaron otros muchos sujetos que lo emprendieron después y, entre ellos, don Juan de Sosaya, presidente que fue de Quito, hasta que por último un vecino de Latacunga, don Manuel Pérez de Avila, con el motivo de tener una hacienda de trapiche cerca de la misma mina, la tomó a su cargo y empezó a trabajar en el derrumbo el año de 1734 y, después de haber gastado en ella más de 12.000 pesos, consiguió que en una noche de tempestad de muchas aguas y truenos, con las avenidas que bajaban por un arroyo del mismo cerro, se moviese el derrumbo y que, corriendo gran parte de él, se descubriese la boca de la mina [en 1743]. Con este acaecimiento feliz volvió a alentarse de nuevo hasta que consiguió sacar metales y pasar con ellos a Quito a registrar la mina y pedir a aquella Audiencia que se le diesen indios de la jurisdicción del corregimiento para proseguir trabajándola, como los había tenido el otro poseedor. Y aunque la Audiencia vino en ello y se los concedió, no llegó el caso de que se le cumpliese, porque los corregidores se desentendieron del orden llevados de otros particulares fines, con que, aunque la posesión de la mina permanece en el mismo sujeto, como no se trabaja con la eficacia que correspondería, no da utilidades ni a su dueño, ni a Su Majestad, ni a la provincia.

21. En la misma jurisdicción y términos del pueblo de [Sicchos] hay una mina de plata descubierta, cuyo nombre es Guacaya, y cosa de dos leguas hay otra empezada a trabajar superficialmente; pero en ninguna de ellas corren las labores en los tiempos presentes.

22. Cosa de 18 leguas del mismo pueblo de [Sicchos] hay otra mina de plata que tiene mucho crédito de ser rica; su nombre es Sarapullo. Esta se empezó a trabajar por un vecino de Quito llamado don Vicente de Rozas, pero habiendo gastado superfluamente un crecido caudal que tenía en fabricar palacio para vivienda, ingenio, y todas las demás oficinas correspondientes a una mina que está en la mayor opulencia, cuando miró por sí se halló sin caudal para hacer las labores de la mina, que eran las principales, ni quien se los facilitase, con que le fue preciso abandonarla.

23. En la jurisdicción de la villa de San Miguel de Ibarra, cerca del pueblo de Mira, hay cerros que desde la antigüedad conservan fama de contener minerales muy ricos; entre éstos es el más nombrado uno llamado Pachón, que dista poco del pueblo. Pocos años ha que un vecino de él a quien un indio vaquero había descubierto la entrada de la mina, sacó cantidad de oro de ella, y esto lo repitió por varias ocasiones hasta que enriqueció, según refieren los que le conocieron del mismo pueblo, pero nunca llegó el caso de que descubriese a otros la entrada de la mina, porque así que se vio con caudal, se ausentó del pueblo huyendo de las instancias y persecuciones de los demás vecinos.

24. En la jurisdicción del pueblo de Cayambe, perteneciente al corregimiento de Otavalo, hacia la parte del oriente de la hacienda nombrada Guachala, distante de ella cosa de dos días de camino, entre los muchos cerros que forma por allí la cordillera, hay tradición de que se hallan otros minerales de mucha riqueza que también se trabajaron en el tiempo de la gentilidad.

25. El cerro de Pichincha, que hace espaldas a la ciudad de Quito, conserva fama de rico de oro, y no ha muchos años que un indio llamado Cantolla lo sacaba, según refieren allí; y en tiempo de la gentilidad se extraía, a lo que aseguran las memorias que han quedado de ello, pero al presente se ignoran los parajes de las vetas. Es, sin duda, que lo hay, porque estando allí nosotros subía frecuentemente a este cerro un portugués avecindado en la ciudad, el cual tenía el ejercicio de ir a lavar a los arroyos que descienden de sus cumbres, con cuya diligencia sacaba algún polvo y pepitillas, aunque no en gran cantidad.

26. La jurisdicción del corregimiento de Riobamba es también muy abundante de minas de plata y de oro. Las registradas en la Caja Real de Quito por un solo sujeto de los que conocimos en aquella villa, eran 18, y todas de muchas abundancia y sobresaliente calidad. Pero no se trabajaba en ellas, porque varios accidentes sobrevenidos al dueño le hicieron variar la idea.

27. Los cerros de la jurisdicción de Cuenca tienen gran fama de encerrar minas muy ricas, pero de éstas son muy pocas las descubiertas, y no se trabaja en ninguna. En la jurisdicción de Alausi, tenientazgo que es del corregimiento de Cuenca, como seis leguas al Occidente distante de una hacienda de trapiche nombrada Susña, hay asimismo una mina de plata de mucha fama. El dueño del trapiche, que lo era don Martín Argudo, la tomó por su cuenta; pero nunca la trabajó con formalidad, porque su caudal no alcanzaba a ello ni encontró quien le diese fomento. Esto no obstante, en algunos intervalos de tiempo que pudo emplearse en ella, haciendo labores con los indios y negros del trapiche, sacó bastantes porciones de plata, proporcionadas a las labores que hacían, y se reconoció que acudían los metales con riqueza.

28. Todas estas [minas] que se han nombrado, y otras muchísimas de que no se hace mención, han sido registradas en las Cajas Reales de Quito, y se han sacado muestras de sus metales, que es la prueba más segura de su realidad. Después que llegamos nosotros a Quito, alcanzamos todavía, entre las especies de monedas falsas que se han fabricado allí, una hecha por un mestizo, el cual sacaba la plata de la mina y, en lo oculto de una profunda quebrada, se escondía con ella para sellarla; hacíala éste tan sobrada de peso que la plata menuda en reales y medios (que era lo que él hacía) pesaba cada uno el doble casi de lo que le correspondía. Habiéndole hecho cargo, después de tenerlo preso, que de dónde sacaba la plata, denunció la misma, y dijo que el darle más peso del que correspondía a la moneda era para que, si llegaba a ser descubierto, no le castigasen con la pena ordinaria, mediante a que aumentaba en el peso para cohonestar el delito y hacerlo menos grave.

29. Si se dejan los parajes que pertenecen a los corregimientos de la provincia de Quito y se entra a reconocer los que tocan a los gobiernos que también son parte de aquella provincia, se reconocerá que todo el territorio del de Macas fue, en los tiempos pasados, de los más ricos de oro que se conocieron en ella, por cuya razón le dieron a la capital el nombre de Sevilla del Oro. Los indios de este territorio se sublevaron y quedaron hechos dueños de las principales poblaciones, de suerte que el gobierno quedó reducido a dos muy cortas, y perdidas las memorias de las minas enteramente, pero no las de que [las] hubo, pues las cajas reales que se hallan al presente en Cuenca tuvieron su primer asiento en Sevilla del Oro, de donde las llevaron a Loja cuando se perdió aquel gobierno, y de Loja pasaron a Cuenca. Estas estaban en Sevilla del Oro para recoger los quintos que pertenecían a Su Majestad, los cuales eran tan considerables que se recibían al peso de una romana que existe todavía, aunque sin uso, porque cesó la causa de él. A correspondencia de la riqueza que había en Sevilla del Oro y su jurisdicción, se sabe que los demás gobiernos son abundantes de estos minerales. El de Maynas, entre todos, está en gran reputación de tenerlos, y se acredita en que, cuando entraron allí las primeras misiones de la Compañía, comerciaban algunas de aquellas bárbaras naciones que lo pueblan con los franceses de la Cayena y con los holandeses, por el río Orinoco. Y este trato lo mantenían por medio de otras naciones, y se reducía a planchitas de este metal, las cuales daban en trueque de hachas, cuchillos y otras herramientas y bujerías. Al presente se saca, si no es más abundancia, con la misma que entonces, y llega alguno hasta Quito. Los gobernadores de Maynas hacen también algún comercio con los indios cuando entraban a hacer sus visitas, llevando para este fin algunas mercancías menudas y bujerías, las cuales reparten entre los indios a trueque del oro.

30. De tanta mina, así de plata como de oro, en la provincia de Quito sólo hay labores corrientes en las de Barbacoas, y algunas, aunque cortas, en las de Zaruma, estando todas las demás abandonadas, lo cual procede de que aquellas gentes, unas se han atenido a las haciendas, y otras no tienen fondos para emprender el trabajo de ellas; con que, poco a poco, han ido perdiendo el uso de trabajarlas, y de este modo han llegado a olvidarlo casi enteramente. De lo cual ha resultado que siendo aquélla una de las provincias más pingües que hay en el Perú, se halle tan atrasada a todas, que está reducida, sobrándole géneros, frutos y minas, a que en ocasiones no corra en ella moneda, ni la haya, porque, aunque le entra de Lima la correspondiente a los efectos que salen de aquellos obrajes, como estas cantidades no paran allí, porque unas [se sacan] por la Caja Real en los situados que anualmente se remiten a Cartagena y Santa Marta, otras en trueque de géneros de Europa, y otras que pertenecen a distintos sujetos que, sin hacer allí ningún expendio, las sacan intactas y remiten a España, volviendo a salir todo el producto de lo que allí se fabrica, no hay lugar de que se detenga el dinero y de que corra de unas manos a otras, lo que se experimentaría al contrario cuando se hiciesen labores de minas, porque en este caso sería más lo que produjesen éstas y lo que entrase en Lima, que lo que saldría de la provincia, y así estaría siempre rica, como lo experimentó en la antigüedad.

31. Opónese a que se puedan trabajar las minas de la provincia de Quito, la precisión de haber de llevar el azogue para sus labores de las minas de Guancavelica, lo cual podría evitarse abriéndose las que están en la jurisdicción de Cuenca, de las cuales se dará razón porque con esta providencia lo tendrían más a mano los mineros y se les podría dar con más conveniencia mediante que se ahorrarían los costos de la conducción y la pérdida del que se desperdicia. Es sin duda, que la mayor oportunidad de tener azogues a mano y con conveniencia en su precio daría alientos a aquellas gentes para que se dedicasen a las labores de las minas, pero aún no bastaría esta providencia para que resucitase la inclinación ya muerta en aquel país, y se entregasen [sus habitantes] a este ejercicio casi del todo olvidado allí, [ya que] sería preciso facilitar medios de que tuviesen fondos para emprender tales labores, siendo cosa sentada que todas las minas necesitan aviadores para que se trabajen, y no se excusan éstos aun cuando los legítimos dueños tienen caudales muy floridos, porque, como suele suceder que lleguen a faltarles por el pronto, en este caso es indispensable el haber de ocurrir a los aviadores para que franqueen los caudales necesarios para que las labores no cesen. En la provincia de Quito se hace mucho más precisa esta circunstancia, por cuanto no hay ánimos en aquellos habitadores para arriesgar sus caudales en minas, por el poco concepto que tienen de ellas, y la desconfianza con que las miran, como también porque no hay muchos caudales crecidos de dinero físico, que son los que se necesitan para emprender la obra de las minas. Estas dificultades pudieran destruirse fácilmente dando fomento a la Compañía Real de Mineros del Perú, propuesta [en 1738] por don Pedro García de Vera, y aprobada por Su Majestad, en la cual se reduce su fin principal a ser aviadora la compañía de todas las minas que necesiten su fomento para conseguir los caudales necesarios, y de tomar a su cargo el cultivo de las que no tuviesen dueño, por hallarse abandonadas. Con un recurso tan admirable como el que todos tendrían en esta compañía, no solamente se trabajarían las minas que están abandonadas en la provincia de Quito, sino también otras muchas que padecen el mismo descuido en las demás provincias del Perú, y aun en aquellas en donde el cultivo de los minerales está en su mayor vigor.

32. Además del beneficio que resultaría del establecimiento de esta compañía al fomento de las minas, se experimentarían otros de no menor utilidad, como el de que teniendo gente hábil para el beneficio de los metales, se adelantaría su perfección; las minas que se abandonan por aguadas procurarían ponerlas corrientes dándoles los socavones que fuesen convenientes, según lo reconociese la pericia de los ingenieros que la misma compañía se propone mantener para este fin, y asimismo pondría corrientes muchas minas de cobre, estaño y plomo que, aunque están descubiertas, no se trabajan por falta de personas que las quieran tomar a su cargo. Estos son los fines con que se propuso aquella compañía, por todos motivos útil para aquellos reinos, pues por su medio se adelantarán las labores de todas, y se descubrirán muchas que no lo están, de lo cual resultarán grandes intereses al Real Erario, a todos los particulares y, con especialidad, a los de aquellos reinos, donde se hace tan preciso el trabajo de las minas, que la provincia que carece de ellas es siempre pobre, aunque abunde en todo lo demás.

33. La labor de las minas necesita de dos circunstancias para poder subsistir. La primera y más esencial es que su riqueza sea tal que lo que se sacare de ella equivalga a los costos de la extracción de los metales, a los de sus beneficios, a lo que se paga por quinto a Su Majestad, y que dejen al dueño unas ganancias sobresalientes; esto se puede conocer en parte desde los principios por las muestras de los metales, porque de ellos se infiere la riqueza de la mina, y así, luego que se empieza a trabajar en alguna, se lleva el seguro de lo que puede producir, bien que [esto] está sujeto a varios contratiempos, como son los de perderse la veta, escasear en metales, aguarse con demasía, o hacerse algún derrumbo considerable, en cuyos casos es necesario trabajar sin fruto hasta vencer el embarazo. Estos son los casos en que las minas necesitan tener aviadores que las fomenten para que no cese el trabajo aunque cesen las ganancias, y ésta es la segunda circunstancia que se hace indispensable para que el trabajo de las minas pueda subsistir. La primera lo es para que no falte quien las quiera trabajar, porque es cierto que si el sacar una onza de plata de una mina tiene de costo ocho reales de aquella moneda, no habrá quien tan inútilmente quiera emplearse en ello, [pues] si cuesta más [lo que se invierte que lo que se saca] sería necedad el hacerlo, y así, solamente dejando aquellas ganancias que son necesarias, habrá quien las tome a su cargo. La segunda viene a ser precisa para que, en la decadencia de la mina, no falten sus labores, aunque se hagan sin el presente útil, cuando por todas las señales hay visos de seguridad en que volverá a su abundancia, en cuyo caso, si no hubiese aviadores que fuesen suministrando las cantidades conforme se van necesitando, habiendo gastado el minero todo su caudal con prodigalidad y sin orden, le faltaría al tiempo que lo necesitase más para poder proseguir.

34. La provincia de Quito es más propia para cultivar las minas que otra alguna, porque la abundancia de toda suerte de víveres que goza y la comodidad de sus precios proporciona el que los jornales de los trabajadores, y todos los demás gastos que se ofrecen en las minas, sean con más conveniencia que en aquellas donde todo es escaso y se necesita llevarlo de fuera, como sucede en otras provincias del Perú; con que, por todos títulos, parece que con justicia se debe poner la atención en el fomento de las minas de aquélla, porque, según toda apariencia, se puede esperar sean de no menos conveniencia que las de otra parte. En cuanto a la riqueza de ellas ser grande, hay entre otras razones la de que, habiendo llevado a Lima metales de una mina de plata el año de 1728 el mismo sujeto que tenía registradas 18 de oro y plata en la Audiencia de Quito, y habiéndolos hecho reconocer por el ensayador mayor de aquella ciudad, que lo era entonces Juan Antonio de la Mota y Torres, certifica éste [el 27 de diciembre de 1728] que, según la pella que había sacado de los metales negrillos que se le habían entregado, correspondían a 80 marcos por cada cajón, que es cosa exorbitante respecto a lo que es regular en el común de las minas que se trabajan, pues basta que cada cajón dé, aun en los países más caros, de 8 a 10 marcos para que se costeen, como sucede en las minas de Potosí y de Lipes, que por estar en países incómodos donde es necesario hacer acarreo con los metales para llevarlos a otros más oportunos para el beneficio y que todo es caro en ellos, necesita dar 10 marcos de plata el cajón de mineral (que es a lo que llaman allí metal) para que se costee; pero en la provincia de Tarma no sucede lo mismo, y se costea el trabajo de las minas con cinco marcos de plata en cada cajón. Debiéndose entender que el cajón está regulado o consta de 50 quintales de mineral y que en todas las provincias se compone de esta misma cantidad de peso, y supuesto que los metales ensayados en Lima de la mina de Quito daban a entender que debían rendir 80 marcos por cajón, que es aún algo más de marco y medio de plata por quintal de mineral, se deja concebir que las minas de la provincia de Quito ofrecen tantas riquezas como las que dan las más celebradas del Perú, y que el haberse dejado abandonadas es provenido, en parte, por falta de fomento y, en parte, porque la misma abundancia del país infunde pereza en los que lo habitan.

35. Así como la naturaleza hizo depósito de tantas riquezas en la provincia de Quito, del mismo modo puso en ella todo lo que debía contribuir a la mayor conveniencia de su extracción, y así la proveyó abundantemente de alimentos muy sazonados, de gente fornida y en crecido número, de abundancia de ríos y arroyos que ofrecen comodidad para mover los ingenios para la molienda de los metales y a su lavado y, finalmente, franqueó minas de azogue para que, sin salir de allí, no faltase nada de lo que se necesita para cultivo de las de oro y de plata. Estas minas de azogue se hallan hacia la parte austral de aquella provincia, en la jurisdicción del corregimiento de Cuenca, cosa de cinco a seis leguas distante de esta ciudad hacia el Norte, cuyos parajes son conocidos por el nombre de Azogues, por los minerales abundantes que hay de él. En los tiempos pasados se trabajaban estas minas, y se sacaba [tanto] azogue cuanto se necesitaba para las minas de toda aquella provincia y para las de Cajamarca, pero después se mandaron cerrar, prohibiéndose con severas penas el que nadie pudiese extraerlo, lo cual se dispuso con el fin de que sólo se cultivasen las de Guancavelica, y que de éstas se llevasen azogues a todas las cajas reales para evitar el fraude que pudiese haber, tanto en los quintos como en el mismo azogue. Porque saliendo todo el que se consume en el Perú de una parte y haciéndosele cargo de él a los oficiales reales, a quienes se les remite, o a los particulares a quienes se les vende, quedan responsables los primeros a satisfacer, con la distribución que el azogue ha tenido y con el importe de su valor, el de los quintos correspondientes, y los particulares o con el mismo azogue o con la plata que quintan, porque teniendo ya regulado muy prolijamente los marcos y onzas de plata que pueden beneficiarse con cada libra de azogue, descontando las pérdidas que tiene este metal y lo que se consume, queda obligado el dueño de minas a quintar tantos marcos de plata cuantos corresponden a las libras de azogue que ha sacado del estanco, o de las cajas reales de donde se surtió, y, por consiguiente, lo está también a pagar los quintos y el importe del mismo azogue. Esto mismo pudiera hacerse en las minas de Cuenca, y sólo se ofrece el embarazo de que, si se pusiesen corrientes, podría entonces haber fraude en ellas y en las de Guancavelica, porque aunque no se hiciese en la misma provincia de donde se sacase, podría haberlo en la otra, y así, recíprocamente, se experimentaría en ambas. Este fue, según parece, el motivo que dio ocasión a que se cerrasen las de Cuenca, pero las consecuencias de ello han sido el cerrarse juntamente todas las minas [de plata] que se trabajaban en aquella provincia, y el que en ellas se haya olvidado el ejercicio de mineros. Claro es que hay más peligro de poderse cometer fraude en el azogue cuando se extrae éste en dos partes distintas que no cuando solamente es una la que surte todas las provincias de este metal, pero también es innegable que, en faltando o en llegando a ponerse en un precio muy exorbitante, se cierran todas las minas, y no es fácil el volverlas a habilitar después, cuando se desea reparar este daño. Y así es preciso reflexionar cuál de los dos perjuicios es mayor, si el de que se haga fraude en la extracción del azogue, o el de que se abandonen las minas; grandes son uno y otro, pero, a nuestro sentir, aún es mayor el que se cierren las minas, lo cual vamos a hacer ver.

36. En defraudarse el azogue pierde Su Majestad su valor y el importe de los quintos correspondientes a la plata que se beneficiare, pero en que se cierren las minas de plata y oro hace el Real Erario las mismas dos pérdidas y, además, todas las de las contribuciones que deben hacer estos metales después de sellados. Pierde el Real Erario el importe del azogue y el de los quintos porque, cuando no se trabajan las minas en que se emplea este metal, ni hay para qué comprarlo ni de qué satisfacer quintos; si se sacara el oro y la plata de la tierra, habría de circular, corriendo de unas manos a otras y, siendo así, precisamente se habría de comprar y vender con ella, con que se pagarían derechos de alcabalas, entradas y salidas de los efectos, indulto de las porciones que viniesen a España y, por último, al fin pararía en el Real Erario todo lo que se sacase de las minas; con que tanto cuanto queda en ellas escondido deja de poseer el soberano. Esta es una razón tan fuerte como que es innegable el que, a proporción de que los vasallos son ricos, lo es el soberano, porque cuanto poseen aquéllos llega, circulando, de ellos al príncipe, y tan presto está en unos como en otros; así se mantiene ínterin que no se extrae de los dominios y se lleva a otros ajenos, con que la provincia en las Indias a donde más riqueza tuvieren los vasallos, será la que más utilidad dé al príncipe, y consistiendo las [riquezas] de las Indias en plata y oro, de las cuales no participan más que aquellas provincias en donde se cultivan las minas, las que no gozan este beneficio no pueden contribuir al príncipe sobresalientemente. Con que parece que en el extremo de haber de perder el soberano por la extracción ilícita del azogue y de la plata, o por la falta de cultivo de las minas, debe mirarse aquélla como menos sensible que ésta y, por consiguiente, se debe sobrellevar el fraude que fuere inevitable en el azogue con tal de que las labores de las minas no descaezcan. Pero pueden tomarse tales precauciones para hacer la elección de los ministros que deban correr con las minas y distribución del azogue, que se cele esto con toda la eficacia necesaria para que del todo se evite el extravío o, a lo menos, para que sea el menor que fuere posible.

37. En la misma jurisdicción del curato de Azogues, cuya extensión en bastante grande, y no muy apartado del pueblo principal que hace cabeza de él, corre un río pequeño, el cual lleva, entre sus arenas, menudas chispas de una piedra que en el color, en lo duro de ellas y en su brío, persuaden bastantemente a que son rubíes. De este sentir fueron algunos sujetos de la compañía francesa que tenían inteligencia en piedras y las examinaron. Pero todas las que se sacan son pequeñitas, que las mayores llegan a ser apenas del porte de lentejas. El modo de encontrarlas es yéndose al río y lavando la arena en la misma conformidad que se hace para sacar el oro en las minas de lavadero. Hasta el presente, no se ha puesto cuidado en buscar la mina principal, ni es propia aquella gente para ocuparse en semejantes especulaciones, por lo que, si se quisiese hacer el descubrimiento de ella, sería necesario encargarlo con orden expresa a algún sujeto celoso en este particular e inteligente, a fin de que aplicase a ello todo su conato y, después de descubierta, reconociese su calidad, enviando al mismo tiempo a España muestras de todas las especies de los que se sacasen para que las viesen los lapidarios más peritos y determinasen si son verdaderamente rubíes, como los orientales, o no, con cuya certidumbre se podría proseguir después en el trabajo de la mina, si pareciese conveniente el hacerlo.

38. En varias partes del corregimiento de Cuenca, en lo que se dilata, se encuentran señales de haber minerales de hierro, y la ciudad capital está fundada sobre ellos, según toda apariencia, pues así lo comprobaron algunas experiencias que se hicieron con la piedra imán. Y, por último, hay minas de cristal de roca, de otras varias y distintas piedras, de vitriolo y otras especies que, si se trabajara en todas, podría aquella sola provincia enriquecer muchas de Europa.

39. A este respecto son todas las demás [tierras] del Perú y Chile, con sola la diferencia de contener más o menos riquezas. Y porque muchas de las que se encierran en sus entrañas son desconocidas en España, nos parece conveniente el dar una sucinta noticia de aquellas que más se particularizan y son comunes en nuestro conocimiento.

40. Desde las provincias de Chachapoyas y Cajamarca, [por] todas las otras que se extienden sobre la serranía y corren hacia el Sur, las minas de plata son en gran número y se trabajan con mucha emulación. En las que hacen inmediación a las provincias de Huancavelica y Huamanga, se encuentran varias vetas de lapislázuli, y de esta materia hemos reconocido en Lima algunos pedazos que decían ser sacados de allí. Entre los vecinos curiosos que tiene Lima, podrán contribuir con las noticias necesarias correspondientes a esta piedra, don Fernando Rodríguez, corregidor que fue del Cuzco, un francés avecinado allí, llamado don José Rozas, y un mestizo platero, hombre muy curioso y de grande habilidad, llamado don Francisco de Villachica. En la ciudad del Cuzco, podrá, asimismo, dar noticias tocantes a este particular don José Pardo de Figueroa, marqués de Valleumbroso, sujeto de gran capacidad, literatura y aplicación a la historia natural y a todo género de erudición.

41. El lapislázuli, piedra tan admirable por la hermosura de su color cuanto digna de estimación por su uso para sacar el “fino de ultramar”, es tan despreciable en aquellos países como que, a vista de los minerales ricos de oro y plata, no llaman la atención ningunos otros, pero asimismo tan común que hay varios minerales de ella, y aunque se suelen encontrar vetas entre las minas de oro y de plata, no es en éstas donde únicamente se halla, ni donde la hay con más abundancia. En las cercanías de Copiapó, y distando de ella 12 leguas, hay minas de esta calidad de piedra, descubiertas y reconocidas y, además, las hay de toda suerte de metales, como son de oro y de cobre, de estaño, de plomo, de hierro y de piedra imán. Pero solamente se trabajan las de oro, como que son las que, por excelencia del metal, se llevan la atención.

42. La virtud que tienen los imanes que se sacan de aquellas minas y, a su semejanza, las de otras que hay en las inmediaciones de Guamanga, es tan grande que excede incomparablemente a la de todas las piedras de su especie descubiertas hasta ahora en las demás partes del mundo.

43. En las cordilleras que corresponden a La Concepción, cosa de 80 leguas o algo más distante de esta ciudad, hay minas de lapislázuli según los informes que los vecinos de ella hacen sobre este particular, y la misma cordillera es abundante de minerales de cobre y de hierro; los de cobre atestigua la artillería que está montada en el pequeño fuerte que guarnece la ciudad, la cual dicen se fabricó con el que se sacó de aquellas minas. Estas montañas distarán de las pampas del Paraguay cosa de 14 a 18 ó 20 leguas, en lo cual puede haber alguna variedad, aunque no grande, porque el modo de estimar las distancias entre aquellas gentes es a discreción, según el paso de las cabalgaduras y del tiempo que emplean en andarlas. Pero en La Concepción son muy conocidos, tanto de los ciudadanos como de los guasos o gente campestre, los lugares de la cordillera en donde están patentes los minerales.

44. Alrededor de La Concepción hay varios lavaderos de oro, de donde la gente saca oro en polvo y pepitas, mas no se encuentra con abundancia grande, lo que sí sucede en las cordilleras, donde hay minas formales de toda suerte de metales, las cuales no se trabajan acaso por hallarse tan retiradas, como lo están, de las poblaciones de españoles y no lejos de las de indios bravos, los cuales habitan en las vecindades de aquellas cordilleras, y en algunas ocasiones se acercan a ellas más que en otras. Pero esto no debería ser motivo para que se dejasen abandonadas.

45. A este mismo respecto son abundantes de toda suerte de minerales las cordilleras que corresponden a Santiago, esto es, aquellas que están más inmediatas a esta ciudad, entre las cuales la que nombran de Lampaguay tiene muy divulgada la fama de su riqueza, porque en ella se encuentran minas de plata, de oro, de cobre, de plomo y de estaño. En ellas sucede lo que se experimenta en todas las demás del Perú, que es el que solamente se beneficien las de los metales más ricos y no se haga aprecio de las otras. También hay varias minas de oro en el cerro de Tiltil, que está en el camino que corre desde Santiago a Valparaíso. Todas estas minas de Chile estuvieron totalmente abandonadas hasta los años de 28 a 30, que empezaron a hacerse en ellas algunas labores; éstas fueron adelantándose poco a poco y, entrando la emulación en aquellas gentes, procuraron poner corrientes muchas de las que estaban entregadas al olvido y a la omisión; después se acabaron de adelantar mucho más con el motivo de haber entrado en el gobierno de aquel reino don José [Antonio] Manso [de Velasco], y han tenido tanto aumento que se hace ya un comercio muy crecido con el oro de las minas de aquel reino, porque se vende a los negociantes de Lima, los cuales lo apetecen y hacen tráfico con él. Su calidad es de 20 a 22 quilates, pero tienen todavía el defecto de que no han perfeccionado su beneficio los mineros con tanto adelantamiento que consigan extraerle el mercurio enteramente, y por esta razón se vende en Chile a precio muy bajo, de modo que, después de purificado y puesto en su ley, no es obstáculo la merma para que queden ganancias muy suficientes a los que lo compran en Chile y llevan a vender a Lima.

46. Al respecto que hay provincias en el Perú que son más próvidas de unos metales que de otros, y que cada una se señala en el que es más propio de ella, parece que el territorio de Coquimbo se particulariza en la abundancia de las minas de cobre, y en la buena calidad de este metal. Es tanto el que allí se saca que, aunque se abastecen de él todas las provincias del Perú, no por esto se pueden trabajar todas las minas que hay descubiertas, porque no iguala el consumo a lo que se podía sacar de ellas. Su calidad es admirable y el precio tan cómodo que vale el quintal de ocho a diez pesos comprándolo en barras de las mismas minas. La abundancia de éstas de cobre no estorba para que deje de haberlas también de oro y de lata y de otros metales. Entre las de oro hay algunas de las que llaman de criaderos, que son aquellas en donde superficialmente cría la tierra una especie de costra dura por la cual sobresalen las muestras de oro en muy pequeños granitos que resaltan a la vista, distinguiéndose de los demás de la materia terrestre; de esta especie las hay en varias partes de aquellos reinos y, con mucha frecuencia, en todo Chile.

47. Por este tenor no hay provincia en todos aquellos reinos donde las minas no estén en abundancia, ya de unos metales, ya de otros, o ya de todas especies, a los cuales acompañan, asimismo, los minerales de varias calidades de piedras, diversas en los colores, distintas en la dureza y particulares en sus castas y hermosura. Si se atiende a la piedra del gallinazo, se verá sobre una negrura que excede al azabache, un terso que no tiene comparación con el cristal más bien pulido, una dureza grande, una limpieza donde ni para hermosura admite veta que se haga reparable. Las piedras verdes, por otra parte, son también dignas de atención; las que llaman del Inca, los alabastros, los mármoles y los jaspes. Todo es común en aquellas altas montañas, pero todo parece que está de más en ellas, mediante el que nadie lo toca, ni se hace caso para emplearlo en nada.

48. En la jurisdicción de Quito corre un río que desemboca al mar por la inmediación del puerto de Atacames. Este tiene el nombre de Esmeraldas y parece, no sin razón, que lo toma de haber minas de estas piedras en su cercanía, porque de estos sitios las sacaban los indios gentiles y en ellos las encontraron los primeros españoles que fueron allí. De estas minas dan testimonio algunas piedras que se suelen encontrar todavía en aquellos mismos parajes, cuya dureza es incomparablemente mayor que la que tienen las que se sacan de las minas del reino de la Nueva Granada, y a proporción tienen más brío y son de mejor fondo que [éstas]. Ahora no hay noticia del paraje en donde se hallan las vetas, ni tampoco de que, después de conquistados aquellos países, se hayan sacado ningunas; esto puede provenir de que todo el territorio que pertenece a este gobierno ha estado abandonado e inculto hasta estos últimos tiempos, y tan modernos como desde el año de 1730 acá, que es en los que se han empezado a conocer con el motivo de abrirse camino para transitar en derechura desde Quito a Atacames, y pasar de este puerto a Panamá sin tener que hacer el rodeo de ir a dar la vuelta por Guayaquil.

49. Pasando de los metales y de las piedras a especulizar los demás minerales, se encontrarán los de copé, situados en la jurisdicción de la Punta de Santa Elena, y en las cercanías de Amotape, que lo es de la de Piura. Este copé es una especie de alquitrán del cual se sirven en aquella mar las embarcaciones marchantes para preparar con él las jarcias, pero tiene el grave defecto de ser tanta su fortaleza que las quema, y para templársela mezclan mitad de él y mitad de alquitrán del que se lleva de la costa de Nueva España, que es muy bueno.

50. En el territorio de Macas, que pertenece a la provincia de Quito, se encuentran minas de polvos azules. Bien que éstas corresponden a países poblados de infieles, esto no obstante, los habitadores de aquellas cortas poblaciones españolas que hay allí, se suelen arriesgar a irlos a sacar en algunas ocasiones. Poblándose aquel país y procurando que los indios se redujesen, se podrían cultivar estas minas con formalidad, las cuales serían de grande útil, pues se ahorrarían las sumas crecidas que sacan los extranjeros de España con lo que traen de este mineral.

51. Tanto en aquellos países a que en el Perú dan el nombre de valles, como en los que pertenecen a la serranía, hay mucha abundancia de minas de sal, de salitre, de vitriolo, de azufre, y de otras especies semejantes cuyas materias se están haciendo patentes a la vista ellas mismas. Pero en los [países] de Valles parece que se encuentran con más frecuencia que en la Sierra, y que a correspondencia abundan más, lo cual puede provenir de estar más superficiales las materias en éstos que en aquéllos, y que por esto se descubran mejor, sin ser la causa la mayor o menor abundancia.

52. Dejando ya las materias de minerales pasaremos a dar razón de algunas resinas y frutos de los muchos que enriquecen los bosques espesos de aquellos dilatados países. Y para que no falte ninguno de los que se particularizan más, incluiremos en la noticia los que se hallan en Cartagena y su costa, según llegaron a nuestra inteligencia.

53. Hácese particular en Cartagena el bejuco, cuya planta produce la habilla conocida bajo el nombre de habilla de Cartagena. Esta es digna de la mayor estimación por ser antiveneno eficaz contra la picada de toda suerte de víboras y animales ponzoñosos. La gente de aquel país y la demás a quienes se ha extendido la fama de su virtud, cuando han de entrar en los montes se previenen tomando en ayunas una pequeña porción de este habilla, y por ser su calidad muy activa y cálida, se guardan de beber licores fuertes hasta haber pasado dos o tres horas, con lo cual, aunque les pique alguna culebra, no reciben más daño que la herida de la mordedura.

54. En las sabanas que nombran de Tolú hay una especie de árboles que destilan el bálsamo conocido por el mismo nombre del país. Este bálsamo de Tolú merece tanta estimación entre los franceses y otras naciones extranjeras que el botánico de la Academia de las Ciencias llevó particular encargo para examinar el árbol prolijamente, mas no pudo conseguirlo, porque no le dio lugar a emprender el viaje la corteda de la demora que hizo su compañía en Cartagena. En aquel y en otros muchos parajes de la misma jurisdicción destilan otras especies de árboles el aceite de María, tomando el nombre de la planta.

55. En las montañas de Guayaquil se saca una resina negra, de la cual se hace lacre, y éste es el que se usa en toda aquella provincia. Tiene consistencia, bastante lustre y arde bien.

56. En la jurisdicción de Pasto, que pertenece a la provincia de Quito, se extrae de algunos árboles una goma conocida, no menos en aquella provincia que en otras muchas partes de la América, por el nombre de barniz de Pasto. Con ésta se dan los barnices, mezclándola con toda suerte de pinturas, las cuales se sientan sobre madera y quedan los colores tan hermosos, tan tersos y tan permanentes como el maque del Oriente, a que se agrega asimismo la circunstancia de que no se ablanda con el agua hirviendo ni la disuelven los licores fuertes.

57. En el mismo territorio de Pasto se saca una resina de la cual se hacen teas, y es tan propia para esto que los hachotes fabricados de ellas sin más pabilo que la propia materia, arden hasta que se consume toda, sin derretirse demasiado; hace luz muy clara, poco humo y tarda mucho en consumirse.

58. En la jurisdicción de Macas, entre otras varias resinas y bálsamos que destilan los árboles y llenan de fragancia el aire, hay una llamada estoraque que lo es tanto, tan suave su olor y tan delicado, que no difiere del menjuí almendrucado. Los árboles que la dan no están en grande abundancia porque sólo se encuentran esparcidos en lo espeso de aquellos bosques; esto no obstante, y el peligro con que se transita allí por los montes, causado de los indios gentiles que los habitan, los vecinos de las poblaciones se aventuran y sacan algunas pequeñas porciones de él.

59. Cosa muy común es que la producción de la cascarilla o quina se hace en las espesas montañas de la jurisdicción de Loja. Las especies que hay de ella, según las dio a conocer el botánico M. de Jussieu, son cuatro o cinco distintas, pero la superior de todas, que es el verdadero febrífugo y específico contra las calenturas, se distingue de las otras en que su cáscara es más delgada y fina y su color un colorado hermoso. Aunque las recomendaciones de esta especie de cascarilla son grandes, no se trae de ella a España porque los indios (que son los que la cogen) no tienen el cuidado que sería necesario para separarla de las otras especies, ni acertaban ellos a distinguirlas hasta que el mismo botánico la dio a conocer entre ellos, y recomendó que no la mezclasen, haciéndoles comprender que de este poco cuidado procedía la decadencia que [se] experimentaba ya en su venta, porque con la mala echaban a perder la buena. También enseñó a sacar el extracto de ella, en cuya forma sería el mejor modo de hacerla traer para evitar el que con el tiempo pierda lo vigoroso de su virtud.

60. En estos últimos años se han descubierto otras montañas muy dilatadas en donde también se crían los árboles que dan la cascarilla. Estas pertenecen a la jurisdicción de Cuenca, por la parte del Oriente, extendiéndose hacia el gobierno de Macas y ríos que entran en el Marañón, pero [esta quina] no está tan bien recibida como la de las montañas de Loja, y se duda que su calidad sea como la selecta que producen aquellas otras. En esta planta se comete un desorden nocivo para su comercio, y consiste en que el modo de sacar la cascarilla es derribando el árbol y descortezándolo después, y como no tienen el cuidado de volver a plantar otros en su lugar, no hay duda que con el transcurso del tiempo llegarán a quedar rasas aquellas montañas, pues aunque son muy dilatadas, tienen fin, y siendo continua la saca es preciso lo tengan también sus árboles. De este descuido o, por decirlo mejor, del desprecio con que aquellas gentes miran los tesoros que se ven depositados en sus países, se lamentaba, y con razón, el botánico francés, considerando que no solamente se hacen a sí propios el daño aquellos habitadores, perdiendo las utilidades de este mayorazgo con abusar de él de esta suerte, sino también a todas las naciones, en el menoscabo del específico. Para que no llegase, pues, el caso de que se pudiese extinguir la cascarilla, y que siempre estuviesen poblados de plantas de la calidad más superior todos aquellos montes, ya en mucha parte yermos, convendría que se mandase a los que envían a hacer corte de cascarilla que volviesen a dejarlos sembrados con plantas de la buena calidad, y que esto se hubiese de entender [en] cada uno [de] aquellos espacios que desmontasen. Y para que no se dejase de hacer esto por falta de quien lo celase, se debería encargar de ello al corregidor de Loja y a los alcaldes y ayuntamientos de aquella ciudad, los cuales deberían anualmente nombrar un juez para que fuese a reconocer las montañas y a satisfacerse de que se habían plantado árboles en los cortes que hubiesen hecho aquellos vecinos. Y caso que alguno no lo cumpliese, o no lo hiciese bien, se le apremiase a que lo ejecutase con la formalidad que fuese correspondiente, y para este fin convendría que se les multase a los omisos en alguna pena pecuniaria.

61. En el gobierno de Macas, que confina por el Occidente con la jurisdicción de Cuenca, se cría canela, la cual toma el mismo nombre distintivo del gobierno. Esta es, según el dictamen de los más hábiles naturalistas que han estado por allí y la han examinado, tan buena como la del Oriente, y su flor mucho mejor, porque la fragancia y gusto excede al que tiene la misma canela cuando llega a ponerse en su sazón. De esto nació el que los primeros españoles pusiesen el nombre de Canelos a aquellos países y a los indios sus habitadores, el cual conservan todavía. El cura de Zuña (que es una de las reducidas poblaciones que han quedado), don Juan José de Losa y Acuña, nos facilitó ramas de este árbol, cuyas hojas tenían la misma fragancia que es regular en la canela, y puestas en la boca sucedía lo mismo con el gusto; los individuos de la compañía francesa consiguieron también algunas ramas y las enviaron a Francia y a Inglaterra. En Londres, habiéndola recibido el año de 1739, se mandó por un acto del parlamento del año de 1741 que se abriesen láminas con la demostración de esta planta, que se hiciese su descripción y que se diese al público; así se ejecutó, y cuando yo me hallaba en aquella ciudad me regaló con uno de los ejemplares el secretario de la Sociedad Real, diciéndome que me daba una estampa de lo que todo el mundo tenía en estima y sólo los españoles despreciaban. Esta planta ha sido tan cuidada en la India Oriental que nunca se ha permitido el que se saque y haga su descripción con toda su perfección, y en el Perú no se hace aprecio de ella, porque sólo lo tiene lo que logra estimación en España, y como en tantos años no lo ha merecido la canela, tampoco allá la ha conseguido.

62. Hay en Macas dos especies de canela, siendo una sola la planta. Y nace la diversidad de que la que se saca del sitio que llaman Canelos es de unos árboles esparcidos en la montaña y ahogados con otros de varias especies y mucha mayor altura, los cuales les hacen sombra; la segunda está hacia Macas, y aunque [crece] en el monte sin otro cultivo que el que le da [la] naturaleza, están en sitios más desembarazados y libres. Esta diferencia de situación causa diversidad en las cortezas y hace que la de Canelos no iguale a la de Macas en la calidad; esto no obstante es la de Canelos la que se saca en más abundancia y la que tiene consumo en toda la provincia de Quito, porque su mayor cantidad da ocasión a que se trafique con ella. El sitio que nombran Canelos cae al Oriente de la cordillera Oriental de los Andes, correspondiendo entre los corregimientos de Riobamba y Ambato, con que viene a caer al norte del gobierno de Macas y al sur del de Quijos, en la mediación de uno y otro, en 1 grado 34 minutos de latitud austral, según lo determina don Pedro [Vicente] Maldonado, gobernador de Atacames, quien, pasando a España y habiendo hecho su viaje por el Marañón [en compañía de La Condamine], lo practicó desde Quito, para salir a aquel gran río por el camino de los Baños, uno de los tres que hay para entrar a él por aquella provincia. Este sujeto determinó hacer el viaje por Canelos para tener ocasión de examinar el árbol con su corteza en flor, y por las noticias que da de él se deja comprender que no hay diferencia en la especie del árbol al de Macas, y que la que se repara en la corteza debe provenir, como se ha dicho, de no tener cultivo aquellos árboles y de estar mezclados entre la variedad de otros, con cuya inmediación pierde su mayor vigor y delicadeza el suco nutritivo de la planta, y asimismo deja de perfeccionarse, porque el sol no la visita a proporción de lo que se requería, y de ello, sin duda, resultan dos causas: el que su corteza sea más impura, y de no tanta delicadeza en el gusto y olor como la de Macas. Por tanto, si la que se cría en Canelos estuviese cultivada y escombrados los árboles, se podría esperar que diesen tan buena canela como la que se coge en las inmediaciones de Macas, y que no cedería en nada a la de Oriente.

63. Como este sitio de Canelos hace división entre los dos gobiernos de Macas y Quijos, así como los árboles de la canela se extienden hacia Macas, del mismo modo crecen también en el territorio de Quijos, y con gran abundancia. Pero como todo el país no es menos cerrado de monte que el de Canelos, padecen los árboles de la canela el mismo embarazo que allí, y por esto no es mejor que aquélla. De ésta se saca bastante a la provincia de Quito, y por esta razón es conocida allí por el nombre de canela de Quijos. Con ella se hace algún comercio, el cual se extiende hasta valles, y se aprovechan de ella toda la gente pobre o de cortas conveniencias, que no puede costear la del Oriente; los demás la miran como cosa común, siendo propensión general de todas las Indias el no estimar lo que vale poco o lo que no tiene en España el mayor aprecio. Esta canela de Quijos o de Canelos se diferencia, en cuanto al gusto, de la de Macas y de la del Oriente, en que su picante es más seco y su fragancia no tan delicada.

64. Con gran facilidad podría conseguirse que se diese el cultivo necesario a estos árboles, y que los habitadores de los dos gobiernos se dedicasen a ello con toda formalidad, y sería disponiendo que se trajese de ella a España, y que se prohibiese enteramente la entrada de la del Oriente en todos los dominios del rey, lo cual sería justo por todos modos, pues es impropio que, habiendo en los países de España esta especería, no se haga aprecio de ella y se dé estimación a la que se introduce de los países extraños, y aunque su gusto y olor reconozca alguna diferencia a la del Oriente, no es tanta que se haga muy sensible en las cosas donde se pone, y así la mayor parte de aquellas gentes de Quito hacen labrar con ella el chocolate, y el que lo toma no puede distinguir si lo está con la de Quijos o con la de Castilla, que es la del Oriente. Trayéndose a España esta canela, tendría estimación en el país, y esto sólo bastaría para que los habitadores de Macas y Quijos hiciesen plantíos de árboles en los sitios donde no los hay y que fuesen oportunos para ella; para que se dedicasen a cuidar de estos árboles, desembarazando los sitios de montaña en donde están; para que tuviesen cuidado de darle los beneficios que pareciesen convenientes y fuese dictando la experiencia, y para que atendiesen a cortarla o descascarar el árbol cuando estuviese en sazón, circunstancias todas a que no atiende allí la rusticidad de los indios y la cortedad de sus luces en este particular, las que era preciso facilitarles para que la canela saliese con toda su perfección.

65. En ningún otro país que en aquél hubiera sido mirado con tanto descuido este árbol y se hubiera mantenido tan largo tiempo sin conseguir la estimación que se merece. Pero esta desgracia no se limita en él, pues otras muchas cosas preciosas que produce el Perú se hallan comprendidas en el mismo caso, sin que su particularidad haya llamado la atención, a fin de que les demos la estimación que se merecen y es justa, y la que saben darles todas las naciones doctas en esta suerte de política. La francesa, apasionada mucho por el café, viendo que en traerlo del Asia perdía sumas considerables, arbitró llevar plantas de él a la isla de La Martinica y a la de Santo Domingo, y en pocos años se han aumentado tanto los plantíos que han conseguido el fin de que, con lo que se produce de café en aquellas dos islas, haya cosecha muy suficiente para el consumo en ellas y el crecido que hay en Francia. Y para poder prohibir absolutamente la entrada y venta del del Oriente, no les sirvió para esto de objeción la grande diferencia que hay del uno al otro, no habiendo podido conseguir que el de estas islas sea tan bueno como aquél. Si esta nación tuviera en los países de su pertenencia un árbol tan estimable como el de la canela, ¿qué comercio no haría con él? Y ¿qué medios no pondría para cultivarlo y aumentar su especie a fin de acrecentar con ella la utilidad? Pues ¿por qué nosotros hemos de mostrarnos tan descuidados en aprovechar las riquezas que nos están brindando lozanamente los bosques dilatados del Perú? Lo cual no está ceñido a la canela, como se reconocerá. Pasaremos más adelante y registraremos lo que ofrece a la vista el Marañón.

66. Al oriente de los gobiernos de Macas y de Quijos corresponde el de Maynas, el cual se extiende por el río Marañón abajo hasta la boca del río Napo. Como se ha advertido en otra sesión, las orillas de este gran río y de otros muchos que le tributan el caudal de sus aguas, están pobladas de arboledas y bosques muy espesos, donde la diversidad de árboles, la variedad de hojas y la desigualdad en los tamaños es inexplicable. Entre éstos crece uno al cual le dan el nombre de clavo, porque su corteza tiene, con toda precisión, el mismo gusto, olor y actividad que el clavo de la India oriental; de ésta conservamos todavía algunos pedazos, que son la prueba más segura de su calidad y circunstancias. Esta corteza del clavo es semejante a la de la canela, y a la vista se diferencia de ella en el color, porque es algo oscuro, casi musgo. Como los portugueses tienen tomada la mayor parte de este río, introduciéndose insensiblemente en los países que corresponden a España, son igualmente dueños de estos árboles de clavo, que también se hallan en los parajes por ellos ocupados; con esta ocasión han llevado algunas porciones cortas de esta corteza a Lisboa, y el año de 1746, hallándose uno de nosotros allí, vio una poca en casa de unos comerciantes ingleses de aquella ciudad, y supo que la enviaban a Londres para que allí se reconociese y ver si enteramente se puede sustituir en lugar del clavo del Oriente; sin duda que en estas diligencias (las cuales se practicaban con algún sigilo) llevan algunos fines ventajosos para el comercio de su nación. En España ha habido tan poca aplicación al comercio de frutos de las Indias, que nunca se ha puesto cuidado en averiguar los que producen con particularidad para aprovecharse de ellos, y así no será mucho el que hasta el presente se haya ignorado que en el Marañón, y en la comprensión de los dominios del rey, hay corteza de clavo, cuyas singularidades lo hacen igual al mismo clavo en el gusto y olor, aunque varíe de él en la figura.

67. En cuanto al fruto que produce este árbol, no podemos decir cosa alguna, porque, no habiendo estado en el Marañón, no hemos tenido ocasión de verlo, y las luces de la botánica han estado y permanecen tan retiradas del conocimiento de nuestros españoles de allá, que no han sufragado para hacer su descripción. Y así, aunque desde los primeros misioneros de la Compañía que se establecieron en aquellos países se dio noticia de que se cría en ellos el árbol del clavo, han sido éstas tan sucintas que no [se] han extendido a más que a esta primera luz, sin pasar a la instructiva de su descripción particular, por lo cual, aunque se sacan de allí canutos de clavo, se ignora todavía la mayor individualidad de la planta de donde se quitan.

68. Ya tenemos en nuestras Indias, y sin salir de la provincia de Quito, descubierto el tesoro de los géneros de especería fina, de los polvos azules y del menjuí, los cuales extraen de España no cortas porciones de dinero, porque se compran a los extranjeros, de los que traen del Oriente, no solamente para lo que se consume en España, sino para lo que se gasta en las Indias, y aun en la misma provincia en donde ello se produce. Pero todavía será el descubrimiento mayor si entramos en la provincia de Chile, pues con ella se completarán las especerías finas que más se consumen en los dominios de España.

69. Las islas de Juan Fernández, que pertenecen al reino de Chile, son dos; la más inmediata a las costas de aquel reino, llamada de Tierra por esta causa, dista de Valparaíso cosa de cien leguas. En ella se crían, entre otros muchos árboles, unos que producen cierta semilla en todo semejante a la pimienta, cuya especie reconocimos personalmente el día 10 de enero del año de 1743, tiempo en que estaba ya cuajado su fruto, aunque verde todavía y empezando a sazonarse. Del suelo se pudieron recoger muchos granos que todavía no había corrompido la humedad, y, examinados, se halló en el gusto, en el olor y en el tamaño, y aun en la configuración que hacen las arrugas de su pellejo, ser legítimamente pimienta. El árbol que la produce es de bastante altura, su tronco fornido, poblado de ramas que forman una copa hueca y desigual, y su hoja no es muy grande. Hay estos árboles con mucha abundancia en aquella isla, y todos ellos cargan del fruto considerablemente, pero no se encuentran muchos de la misma especie juntos entre sí, sino esparcidos en aquellos montes y mezclados con los de otras.

70. Aunque esta isla tiene puertos, y con particularidad uno bien capaz donde pueden entrar navíos de todos tamaños, es peligroso para ellos por la mucha agua que hay en él, por su mal fondo, por su desabrigo a los vientos nortes, que son los que allí reinan en tiempo de invierno, y por los contrastes y ráfagas continuas que se experimentan aun en el tiempo del verano. Por esta razón no puede poblarse la isla con comodidad para mantener comercio con la tierra firme, a menos de hacerlo con embarcaciones menores, y aun así es siempre difícil, porque casi en todos tiempos hay grande resaca en las playas, y tales [olas] que estorban desembarcar en ellas; no obstante, si se quisiere poblar absolutamente quedaría algún arbitrio de hacerlo mediante que, en tiempo de verano y en embarcaciones grandes, se podría ir a ella y fondear en el puerto sin peligro. En lo restante [del año] da muestras el país de mucha abundancia y de que cuanto se sembrase en él produciría con lozanía, lo cual en algún modo confirma el que habiéndose pasado más de un año de la salida de ella del vicealmirante Anson; y siendo natural llevase en los navíos toda especie de verduras, las raíces de éstas o algunas semillas que hubieron de quedar esparcidas en la tierra habían vuelto a retoñar y se hallaban en los jardines que formaron los de aquella escuadra enemiga, [y] aunque en corto número, el bastante para conocer la fecundidad de la tierra y su aptitud para toda suerte de plantas de temples fríos.

71. En aquellos sitios que están más descampados y son lomas donde bate el viento libremente y el temporal no encuentra oposición se crían avenales tan altos y viciosos que queda oculto en ellos, con mucho exceso, el hombre más alto; a cuya similitud crece todo lo demás, y se da a conocer el vicio de la tierra en los árboles de todas especies, con su corpulencia y lozanía. Así es, sin duda, que, poblada aquella isla, produciría bastantemente para mantener a la gente que la habitase, y no sucedería en ella lo que en la de Fernando de Noroña, que tienen poblada los portugueses en el mar del Norte casi a la misma distancia de la costa del Brasil y en latitud de cuatro grados, con poca diferencia, austral, pues sin producir nada, y antes bien siendo forzoso mantenerla de todos víveres a expensas de las poblaciones de Brasil, la tienen poblada y muy fortalecida con el fin de evitar que otra nación extranjera se apodere de ella y haga establecimiento allí, como lo intentó ya en otros tiempos la francesa. Si se considerase igual riesgo en la de Juan Fernández, convendría poblarla para que nunca llegase el caso de ello, pues de ocuparla los extranjeros resultarían a aquellos reinos los perjuicios graves que se dejan considerar; mas parece irregular el que lo puedan hacer, o tener subsistencia, aunque lo emprendiesen, respecto a las circunstancias que se oponen a ello, siendo la principal la falta de puerto para permanecer [en] el invierno, y la distancia tan dilatada desde Europa allá, que hace remotos y casi imposibles los socorros. Y así, no parece pueda recelarse el que los extranjeros intenten poblarla y formar colonia en ella, en cuyo supuesto es excusado el hacerlo por parte de España.

72. Por otra parte se debe considerar que, aunque el puerto de aquella isla sea malo, no estorba esto el que los enemigos que pasan de los mares de Europa a aquellas lo tomen, y, aunque con parte de riesgo, se detengan en él, carenen las embarcaciones, refresquen la gente, hagan aguada, leña y fabriquen bizcocho con las harinas que llevan embarriladas, como lo practicó Anson y lo han ejecutado los demás corsarios y piratas, de que se sigue con todos éstos se han reparado suficientemente para cometer después sus hostilidades, lo que no les hubiera sucedido si no hallasen aquel recurso. Con que ya se prueba, con la propia experiencia, que aquella isla y su puerto, desamparado como hoy está, perjudica a la mar del Sur y que, sin su abrigo, ni el vicealmirante Anson, ni los corsarios o piratas, hubieran podido perjudicar sus costas, sus puertos y su comercio, y antes se hubieran visto precisados a entregarse ellos mismos, faltándoles dónde repararse y dónde refaccionar la aguada, la leña y aun los víveres con la grande abundancia de bacalao y otras especies de pescados que hay en toda la isla, y con particularidad en su puerto principal. Por lo que, para evitar que en adelante tengan los enemigos aquel recurso, somos del sentir que se debería construir una fortaleza en un sitio tal que desde ella estuviese guardado todo el puerto principal, cuyo paraje se determinará en la relación perteneciente a marina, y haciéndose presidio la isla, con algún corto número de guarnición se podría desterrar a ella la gente mala de todo el reino de Chile, y alguna de los del Perú, así hombres como mujeres, con la cual se fuese poblando insensiblemente de gente que se aplicase a su cultivo y, con particularidad, cuidase de los árboles de pimienta, haciendo plantíos formales de ellos para aumentar su número y acrecentar la cosecha, lo cual serviría de comercio entre ella y el reino de Chile, además del crecido que pudiera hacer con el bacalao y otras especies de pescados que abundan allí.

73. El que la isla de Tierra de Juan Fernández se poblase, no estorbaría a que se llevasen plantas de pimienta a Valparaíso y La Concepción, y que se les diese cultivo y procurase acrecentar este plantío, pues siendo poca la diferencia del temperamento de esta isla al de la tierra firme de Chile, no hay duda que prevalecerá allí, y que podrá hacerse su cosecha tan cuantiosa cuanto sea necesaria, porque la bondad del país y su fertilidad lo promete así. Y de este modo se podrían abastecer con ella todos aquellos reinos y traer a España la que fuese necesaria para el consumo de acá.

74. No decimos nada de la isla de Afuera de Juan Fernández, la más pequeña de ellas, porque ésta no tiene ningún puerto, malo ni bueno, ni se puede desembarcar en ella por ninguna parte, estando escarpada por todos lados con peñolería muy alta, y costa brava.

75. Por lo dicho antes, queda visto que las tres especerías más finas que se gastan en España las produce el Perú y que son propias de aquellos países, sin que haya contribuido a su producción el trasplante o la industria humana, con que no hay duda en que la naturaleza del país es adecuada para ello y que, si se le diese cultivo a estos árboles, se afinarían sus cortezas y frutos, y los que ahora no llegan a ser tan perfectos como los de la India, lo serían después que la industria se emplease en ellos. Lo cual se puede tener por cierto con el antecedente de ser el árbol de canela de Macas, al parecer, más perfecto que el de la India oriental, mediante que su flor exhala mucha mayor fragancia que la corteza, y su gusto es asimismo más vivo y aromático, lo que no sucede con la flor del de la India oriental; no solamente excede la flor del de Macas a su propia corteza, sino igualmente a la canela más selecta del Oriente, con que se puede inferir que, en teniendo cultivo, mejorará la calidad y será, si no excesiva a la de la canela oriental, nada inferior a ella.

76. Si pasa el cuidado de aquellas plantas que sirven sólo para el gusto, a examinar las que, por ser medicinales, se hacen recomendables en la estimación y necesarias para los accidentes a que está sujeta la naturaleza humana, no hallará menos asuntos para suspender la admiración en los páramos de aquellas agigantadas cordilleras, porque en ellos se encontrarán las hierbas exquisitas, tan llenas de virtudes cuanto rodeadas de aridez, pues, al reparar el suelo, entre arena muerta, peñolería y continuo hielo, apenas se concibe cómo producen tan admirables propiedades. Entre éstas debe mirarse, como prodigio de aquellos países, la hierba conocida en todos ellos por el nombre de calaguala. Su virtud es tan particular que sólo faltando su conocimiento en España y careciendo de las noticias de su uso para la medicina, puede no tener la estimación que le corresponde. Ella es un legítimo específico para hacer evacuar los humores de toda suerte de abscesos interiores, y lo mismo para los tumores exteriores, siendo disolvente y precipitativa. La más selecta es la que se cría en los páramos de las provincias meridionales del Perú, y aunque también la producen los que están inmediatos al Ecuador, no es tan eficaz como aquélla. Lo mismo sucede con la contrahierba o raicilla, que es, asimismo, producción de los páramos.

77. Otra hierba se cría también en los páramos, conocida por el nombre de canchalagua. Esta es febrífuga, diaforética y propia para otros medicamentos, cuyas particularidades, aunque han sido más felices que las de la calaguala, pues han conseguido divulgarse hasta España, con todo es muy poca la que se trae, porque no está puesto en práctica en el comercio el traer drogas medicinales, si no es de aquellas que absolutamente son necesarias y que su uso está muy establado.

78. Además de las hierbas ya citadas, hay otras varias que, aunque no tanto, son particulares por sus virtudes, siendo rara la que no se distingue en alguna. Mas, dejándolas como que se ha dicho lo suficiente de ellas, será justo tocar alguna cosa de los animales terrestres, acuátiles, insectos y aun los mariscos que se crían en aquellos países, para que se conozca que no hay parte por donde no contribuya todo a [hacerlos prósperos] y que, por cualquiera, [los] colma de las mayores dotes con que puede [adornarlos la] naturaleza.

79. Ya queda visto que las playas de Panamá y las de Manta son un tesoro inestimable por las perlas que se nutren entre sus ondas. Y a imitación de la particularidad de estas conchas, hay otra especie de marisco en la jurisdicción de la punta de Santa Elena, territorio perteneciente al corregimiento de Guayaquil, digna de atención por dar en su jugo la púrpura, que fue tan celebrada de los antiguos cuanto sentida después su pérdida. [Extraése] este color de unos caracoles que se crían en las peñas que bate el mar, los cuales contienen un licor lácteo que es con el que se da color de la púrpura, sin más diligencia que la de oprimir el animal para hacérselo expeler y untar en este suco lo que se quisiere teñir; y porque el animal se halla encerrado en un caracol, le dan allí el nombre de caracolillo a este color. Es éste tan fino y permanente, que existe con más vigor y viveza cuanto más se usa y se lava con mayor repetición. En la provincia de Nicoya, que es jurisdicción de Guatemala, se coge asimismo esta casta de caracol marino, y se extrae de él el mismo color, y en uno y otro paraje, no menos que en todo el Perú y reino de Nueva España, es estimado todo lo que se fabrica con el algodón teñido en este color.

80. En las costas del reino de Chile, hacia Valdivia y Chiloé, se coge mucho ámbar, pero no es de tan buena calidad como la que se lleva de la China al reino de Nueva España, y de allí pasa al del Perú. Por esta razón no se hace gran comercio con [él], y siempre tiene estimación [el] de la China.

81. En el puerto de la isla de Juan Fernández, según toda verosimilitud, se cría coral, si nos atenemos a lo que se experimentó cuando estuvimos allí, pues al [levar] un ancla, salió con ella una ramazón de esta planta que, aunque no estaba madura perfectamente, no dejaba duda en que lo era, y lo confirmaban otros varios pedazos pequeños que se sacaron en otras ocasiones, los cuales estaban más perfectos que la ramificación, y aun en ésta se encontraban algunos que lo estaban, asimismo, más que los restantes.

82. En este mismo puerto de Juan Fernández se cría una especie de pescados que se asemejan en la figura a los tollos. Este tiene dos espolones pequeños en el encuentro o nacimiento anterior de cada una de las dos aletas que están sobre su lomo; sacados estos espolones del animal, y puesta en la boca de una persona la parte que encarna en el cuerpo de él y le sirve de raíz, aplaca el dolor de muelas, y es tan eficaz para ello que, en el término de media hora, y en menos, lo desvanece totalmente. Así se acreditó en la ocasión que estuvimos allí por repetidas experiencias que se hicieron, pero deberían continuarse con los mismos huesos o espolones después que hubiese pasado mucho tiempo de haberlos sacado de él, para conocer si mantienen constantemente la virtud.

83. Entre los insectos terrestres o animales menores se encuentra de particular, en la jurisdicción del corregimiento de Loja, la cochinilla, conocida comúnmente por el nombre de grana, la cual es tan sobresaliente como la que se cría en la provincia de Oaxaca, que es en donde se coge la más fina. Con ésta de Loja se dan los tintes a las bayetas que se fabrican en Cuenca, y por esta razón son estimadas en todo el Perú con preferencia a todas las demás que se hacen en lo restante de la provincia de Quito. En la jurisdicción de Ambato, perteneciente al corregimiento de Riobamba, se cría también alguna, pero es muy poca porción respecto de la que se beneficia en Loja, y aquí no es toda la que podría [producirse], porque no es grande el consumo, mediante el no haber saca de ella.

84. En las montañas que se forman de las pendientes de las cordilleras orientales [de los Andes] que corren hacia Quijos y Macas, se cría el palo de tinta, semejante al conocido con el nombre de campeche, cuya tinta tiene algún consumo en las fábricas de Quito para teñir aquellas cosas menos recomendables, porque su calidad no es tan buena como la del añil.

85. Entre tanta variedad de cosas como el Perú produce y se crían en aquellas territorios y temples, se hacen recomendables, no menos que lo demás que allí se nota, las vicuñas, cuyo animal da la lana que se distingue por el mismo nombre, y su finura es bien conocida en todo el mundo, siendo tanta que aún excede a la de la seda. Los indios la aprovechaban en tiempo de su gentilidad para tejer mantas muy finas y otras cosas correspondientes a sus vestuarios, pero sólo gozaban de ella el inca y las demás personas reales o los que eran de la familia real, no consintiendo que se hiciese vulgar tanta finura. Y así, para los demás indios, [se] hacían los tejidos con la lana de las llamas y con la de los guanacos, [que] no es tan fina como la de la vicuña. Los españoles no hacen ya otro uso allá de ella que en sombreros y pañuelos, siendo así que su delicadeza la hace recomendable para otros tejidos de más consideración.

86. Aunque la lana de vicuña es tan fina que manejada entre las manos se desaparece al tacto, con todo esto no sabían en el Perú darle el beneficio que requería para la fábrica de los sombreros, porque al trabajarla la ponían tan bronca o áspera que quedaban bastos como si hubieran sido hechos con lana muy ordinaria, y por esto sólo podían servir entre los mestizos, los indios y aquella gente ordinaria. Así corrió lo que se fabricaba con esta lana sin ninguna estimación hasta los años de 1735 ó 1737, [en] que con el motivo de haber pasado al Perú, entre los extranjeros que penetran a aquellos reinos, un inglés sombrerero de profesión, se aplicó éste a su oficio y empezó a trabajar con la lana de vicuña en Lima, y a hacer sombreros tan finos que no cedían en calidad a los regulares de castor. Este inglés, aunque tomó allí oficiales del país que le ayudasen en su fábrica, reservó siempre en sí el secreto de darles lustre y de que la suavidad sobresaliese en ellos, para que ningún otro pudiese fabricarlos y partir con él las ganancias. Desde que en Lima se empezaron a ver estos sombreros, se inclinaron a ellos todos los sujetos de más distinción, porque, no siendo inferiores a los que se llevaban de Europa, hallaban en el precio una diferencia tan considerable como la de costar un sombrero de castor ordinario de París o de Londres de 12 a 16 pesos, y los de allí no exceder su valor de 4 a 5. Con esto decayeron enteramente los sombreros negros de Europa y tomaron estimación los fabricados en Lima, la cual se extendió en las demás provincias, de suerte que, dentro de muy corto tiempo, se hizo corriente el no gastarse otra calidad de sombreros negros más que los de Lima, y habiéndose llevado siempre a vender a Lima, para el uso de la gente ordinaria, los sombreros de vicuña que se fabricaban en Quito, repentinamente se cambió este comercio, y se llevaban a vender a Quito los de Lima, sin mutación en los precios, porque lo mismo había valido en Lima uno de los que se hacían en Quito, siendo ordinarios, que en Quito los fabricados en Lima, siendo finos. La comodidad del precio y la buena calidad y finura de los sombreros que fabricaba este inglés, le facilitaron un comercio tan crecido que ya casi no le era posible el poderlo sostener más. Habiendo hecho un competente caudal en el breve término de cuatro o cinco años, quiso retirarse con él a Inglaterra, como lo hizo, pero, agradecido al país que le había enriquecido, y a uno de los oficiales criollos que trabajó en su compañía desde los principios para ayudárselo a ganar, quiso premiarle descubriéndole el secreto de la última perfección para darles el lustre, suavidad y finura, y que quedase entablado en aquellos reinos el modo de aprovecharse de una de sus riquezas (que lo es con justo título de lana de vicuña) en la fábrica de sombreros finos.

87. Este mestizo de Lima, a quien el mismo inglés había enseñado el oficio de sombrerero desde los principios, cogiéndole de poca edad y cuando todavía no tenía aplicación a oficio alguno, quedó por heredero del secreto. Llámase Felipe de Vera y, con las buenas lecciones del maestro, ha continuado en Lima, de suerte que, no sólo no se echan [de] menos ya allí los sombreros finos de Europa, sino que es pérdida considerable el llevarlos, porque todos usan generalmente los de aquella fábrica. Este mestizo, no pudiendo callar el secreto, o no sabiendo guardarle, lo divulgó entre los demás del oficio, y de tal suerte se ha cundido que el año de 1742 trabajaban ya todos los sombrereros de Lima en sombreros finos, bien que de ninguna mano salían tan finos y perfectos como de la de Vera. Uno de los que éste fabricaba, no de los más superiores, y hecho el año de 1740, se conserva en nuestro poder, y no habiendo dejado de servir desde entonces acá, y de rodar entre las montañas del Perú al temporal, y en las navegaciones estando expuesto a los aires del mar, al agua salada y a otros accidentes que les perjudican, con todo esto está todavía en tal estado que, por su finura y suavidad y por la calidad que demuestra, hace increíble lo que ha trabajado y servido.

88. Tenían los sombreros de vicuña contra sí el defecto de que el sol y el agua los ablandaba tanto, o les quitaba el brío de tal suerte, que se les caían las alas y perdían toda su consistencia. Pero esto [sólo] se experimenta en aquellos ordinarios que se fabricaban en el Perú por los sombrereros de allí, y aún ahora sucede con algunos de los que se hacen con el secreto del inglés, pero es necesario reparar que ésta era una de sus circunstancias, porque en ninguno de los que él hacía se notaba tal defecto, ni concurre en los que hace su discípulo Felipe de Vera, como se puede comprobar todavía por el que conservamos de su mano.

89. La fábrica de sombreros de lana de vicuña del Perú se extiende también a los blancos, los cuales tienen allí, asimismo, un consumo muy crecido, porque, según la costumbre del país, los usan blancos para el traje de capa, y el negro lo acostumbran únicamente para cuando andan en cuerpo. De estos blancos se fabricaban también finos en el Potosí y otras provincias de aquella parte aún antes que el inglés llevase el secreto para los negros, y se hace mucho comercio con ellos, pero no tanto como pudiera ser, porque no cesando de llevarse los de castor extranjeros, o esta particularidad, o la de alguna diferencia que se encuentre, ya en el tacto o ya en la vista, hace más apreciables estos últimos; pero con todo, no es dudable que si se pusiera la atención en perfeccionarlos, se podrían hacer de la misma calidad que los de castor extranjeros, y se lograría [así] como con los negros: que se destruyesen estos dos renglones de comercio activo que tienen las naciones extrañas con las Indias de España y con los mismos reinos de España, pues, dado el necesario fomento a estas fábricas, bastarían para proveer todos los reinos de las Indias meridionales y septentrionales. Y si pareciese que esto perjudicaba al comercio activo de España y se quisiese evitar este inconveniente, en este caso podría disponerse que el mismo Vera o, si fuese muerto, el discípulo más aventajado que hubiere dejado, viniese a España y concurriese en la fábrica establecida modernamente para ayudar a perfeccionarla, pues, séase porque haya diferencia en los materiales, o porque en esta moderna fábrica no se han conseguido todavía las más exactas noticias que corresponden a su perfección, no hay duda que, comparados los sombreros hechos en ella a los fabricados en Lima, hay una grande diferencia a favor de estos últimos, [lo] que podría repararse fácilmente con aquella providencia, la cual se hace precisa para conocer perfectamente la excelencia del material.

90. Cosa impropia es que, siendo en los países pertenecientes a la Corona de España en donde se halla el material principal que conduce a la fábrica de los sombreros, haya de ser forzoso que los españoles, contribuyéndolo en parte a las naciones extrañas, reciban de éstas, después, lo que se labra con él. No es de admirar esto en los sombreros cuando con todo lo que se fabrica de lana ha sucedido lo mismo, pero si ha pasado en esta forma hasta ahora, parece que se debería poner remedio a que no continuase así, puesto que llegamos a conocer lo que nos importa esta sabia economía.

91. Establecidas en España fábricas de sombreros blancos finos para el consumo de las Indias, debería cuidarse de que la lana de vicuña no se extrajese para llevarse a los reinos extraños, con lo cual se imposibilitaba más el que pudiesen subsistir las fábricas de sombreros extranjeras, porque, aunque es cierto que los de castor se hacen con la lana de este animal, el cual se coge en el río de San Lorenzo y en todos aquellos países del Canadá, no es sola esta lana la que contribuye a su composición, porque si no entrase otra, ni pudiera hacer mezcla, [no] sería capaz que bastase a la crecida cantidad de sombreros que se fabrican solamente en los dos reinos de Inglaterra y Francia; y así, aunque se les da el nombre de castor, y efectivamente tengan parte del pelo de este animal, la mayor porción de que constan es de otras distintas especies, y entre éstas se debe considerar la vicuña como la que contribuye a ello más que otra. Es cierto que en Francia está prohibida la entrada de la lana de vicuña con el fin de que se trabaje todo con la de los animales que se cogen en el Canadá (lo que no sucede en Inglaterra, porque en este reino entra descubiertamente), pero esto no estorba a que se introduzca mucha, ni arguye mejoría (a excepción [de los hechos íntegramente con el pelo] del castor y [de] algunos otros [animales] que la tienen más fina) en todos [sus sombreros con respecto a] los demás, [que tienen mezcla con] la [lana de] vicuña.

92. Algunos poco instruidos en este particular dudarán, y no sin razón, el que se hagan los sombreros más finos que se fabrican en Inglaterra mezclando la lana de castor con la de vicuña, y por esto es forzoso advertir que la vicuña, aunque animal grande, tiene en su cuerpo varias especies de lana, unas más finas que otras, según del paraje que son, pero generalmente en todo él tiene dos: una es la lana pequeña, que es la más inmediata a la carne, y otra es la larga, la cual, habiendo crecido, ha engrosado asimismo, y ya no es tan fina como la otra. Los españoles no se detienen en hacer separación de estas lanas, y así no pueden fabricar con ellas más que una calidad de sombreros; los extranjeros tienen gran cuidado en apartarlas y, por esta razón, hacen sombreros más finos unos que otros, en cuya forma lo ejecutaba el inglés que pasó a Lima y lo ha practicado después su discípulo Felipe de Vera, y así hacía sombreros finos de todos precios, desde tres pesos, que era el inferior, hasta seis, que era el de los más superiores.

93. No debe tenerse por obstáculo, para que con la lana de vicuña se puedan fabricar sombreros blancos, el que su color sea musgo claro, porque este animal tiene toda la barriga, los hijares, parte del pecho y desde casi la mitad de los muslos hacia abajo, blanco, que es la lana de que ahora se sirven para los [sombreros] que se hacen.

94. La vicuña queda ya descrita en la Relación histórica de nuestro viaje, por cuya razón no volveremos a repetir aquí las noticias de su tamaño y estructura, pero no omitiremos decir que los parajes en donde este animal habita más, o donde se encuentra con más abundancia, es en los páramos de aquellas provincias del Perú más meridionales, como La Paz, Oruro, Potosí y [otros parajes] de puna. Allí es animal silvestre, pero no dañino, antes bien de la mansedumbre que las ovejas de España, aunque arisco y montaraz. Cuando le quieren coger, rodean entre mucha gente aquellos páramos en donde tienen destinada la cacería, y van acosando las vicuñas que encuentran para que, al fin, se acojan todas en alguna cañada; así que las tienen en ella, rodean una cuerda, sostenida sobre estacas, alrededor de las vicuñas, de suerte que les corresponde algo más arriba del pecho, de la cual cuelgan algunos trapos de varios colores, y con esto es bastante para que primero se dejen coger que aventurarse a salir. Cógenlas, pues, con lazos, y las van matando para quitarles la piel, dejando perdida allí la carne, que es muy buena, porque el fin es únicamente aprovecharse de la lana. Este es un método que no puede dejar de condenarse por abuso, porque tal es forzoso considerar el matar un animal que no hace daño, para sólo quitarle la lana. Así se han disminuido tanto que ya no se hallan sino con mucha dificultad, y antes que pasen muchos años se verá perdida la casta por el sumo descuido que tenemos en la conservación de aquello mismo que nos utiliza.

95. Cuando los incas eran soberanos del Perú, no había quien se atreviese a matar uno de estos animales, y hacían rodeo todos los años para juntarlos y quitarles la lana, después de lo cual volvían a dejarlos que se esparciesen por los campos, y de este modo iban siempre en aumento. Si se hubiera practicado esto después que los españoles entraron en aquellos países, no se hallaría tan deteriorada la casta de este ganado, mas, atendiendo únicamente a la comodidad del día, no han procurado nunca por su subsistencia, y así, unas veces matándolas con armas de fuego en la caza, y otras con las de corte, ya encorraladas, las han ido extinguiendo a gran priesa, sin atender a que una vez perdida su casta, no será fácil después el reparar la falta.

96. Nace en gran parte el motivo que tienen aquellas gentes, en los tiempos presentes, para matar las vicuñas, de que este animal es tan parecido en todo a los guanacos y a las llamas que se equivocan las lanas de unos y otros en el color, aunque no en lo largo, en que hay mucha diferencia, como también en el tamaño del cuerpo. Dicen, pues, los que compran esta lana en aquellas ciudades para trabajarla allí, que no siendo en pellejo, esto es, con pellejo y todo, hay engaño, porque la mezclan los vendedores con la de los guanacos y llamas, en cuya forma es [imposible] el separarlas. Y así nunca quieren tomarla si no es en las mismas pieles, que es el modo en que no puede haber engaño, mediante que la desigualdad de los tamaños hace conocer la especie del animal, y por esto todos los que se emplean en ir a coger esta lana, en lugar de trasquilarlos y volverlos a soltar, los matan y desuellan.

97. Esta cautela, que en Lima y otras ciudades del Perú donde no se crían las vicuñas tiene todo su valimiento, cesa en las otras provincias a donde el animal se cría y no está tan en su punta. Así, después de haber matado y quitado el pellejo a las vicuñas, las trasquilan y ponen su lana en sacos, en cuya forma baja después a venderse en la feria de galeones, pero no con la total seguridad de que no tenga mezcla de las otras de guanaco o llama; siendo éstas equivocables a los poco inteligentes, y pareciéndoles toda de vicuña, sólo podrá distinguir que aquella saca que tuviera más mezcla de la de llama o guanaco no es de tanta calidad como la que tuviere menos, y no sucede con éstas lo que con la de las ovejas, que quedando los vellones casi separados aún después de lavada, se distingue con facilidad la más fina de la que no es tanto.

98. Si la vicuña fuese un animal bravo y dañino, incapaz de haberlo a las manos sin exponerse a algún peligro, habría disculpa para matarlo por aprovecharse de su lana, pero siendo de una naturaleza tan doméstica y dócil como el ganado de lana común, es inconsideración grande el matarlos pudiendo conseguir el fin dejándolos vivos. Y por esto, atendiendo a su conservación y procurando su aumento, convendría ordenar con las penas más rigurosas que parezcan propias para el fin, que ninguno pudiese matar estos animales con cualquiera pretexto que fuese, y antes bien, que los indios vecinos de aquellas provincias en donde ahora han quedado con más abundancia, procuren domesticar algunos y tener cría de ellos para pagar los tributos que les corresponden, o por lo menos a mitad, en esta lana; éste es el modo de que volviesen a acrecentarse. Pero, para que no hubiese maldad en la lana mezclando la de vicuña con la de guanacos y llamas, se debería nombrar un reconocedor de lanas en cada ciudad de aquellas en donde hay tráfico en ellas, hombre inteligente, el cual las debería examinar todas, y de encontrar alguna mezclada, debería dar parte al gobernador y justicias del paraje para que castigasen al dueño con la mayor severidad que fuese dable, como a falsario, mediante que el ejecutar la mezcla con las lanas es faltar a la fe pública y contravenir a las leyes de la razón y de la justicia. Reconocidas estas lanas en aquella primera ciudad en don-de entrasen después de haberse quitado de las vicuñas, y enzurronadas, se deberían sellar las sacas con el sello real, y correr así por todo el reino, con cuya providencia se extinguiría el abuso de adulterarlas con las otras, y se perdería la bárbara costumbre de aniquilar la casta de un animal tan digno de ser estimado, siendo aún cosa vergonzosa el que la publicidad de este hecho se murmure entre las demás naciones de Europa como propia, únicamente, de unas gentes faltas de policía y de gobierno.

99. Aún se puede adelantar más sobre el particular de las lanas de vicuña, y es que no sería difícil el traer a España [algunos de estos animales y mantener cría de ellos, con lo cual se aseguraría más bien su casta. Sobre esto se ofrecerán algunos inconvenientes, y entre todos podrá serlo el de que, en tal caso, se esparcirán en todas las demás potencias de Europa, lo cual será lo mismo que despojarnos voluntariamente de las utilidades que produce este género, siendo único en nuestras Indias, pues dándolo a los extranjeros, los relevamos de la precisión de haberlo de comprar a los españoles. Si todo el punto consistiese sólo en hacer partícipes a las potencias extrañas de la lana de vicuña, porque la ocasión de haber en España este animal les facilitase la cría, no debería sentirse como pérdida con tal que los españoles no nos despojásemos del mismo animal, porque se ha de suponer que los simples que sacan los extranjeros de España es con el seguro de que, después de tejidos, los han de volver a introducir, y que han de sacar de ellos unas ganancias muy aventajadas. Pero si supieran que sólo en sus países se habían de consumir estos tejidos, debemos creer que, como fuese posible el pasarse sin ellos, lo harían, pero si absolutamente no lo pudiesen dispensar, sacarían lo menos que pudiesen.

100. Esto asentado, si se fabricasen en España sombreros finos blancos y negros con la lana de vicuña, y se consiguiese el quitar la venta a los sombreros de fuera del reino, no habría extranjero que quisiese extraer la lana, porque con las de otros animales que se hallan en los países de sus dependencias tendrían suficiente para mantener la fábrica de lo que se hubiese de consumir en su propio reino, y sería totalmente excusado el venir a España a comprar la de vicuña. Siendo esto así, de ningún perjuicio sería para los españoles el que se extendiesen las vicuñas a los extranjeros, toda la vez que, teniéndolas o no, de ningún modo habrían de venir a comprarla a España. El grave daño que resultaría de esto consiste en que si tuviesen la lana de vicuña por cosecha, siendo más baratos en los países extraños los jornales de los oficiales en toda suerte de manufactura, saldrían los sombreros fabricados en ellos por menos costo que los hechos en España, y así podrían darlos con más conveniencia, con lo cual irían destruyendo la fábrica de los de España insensiblemente, hasta que lograsen enteramente su ruina. Porque hemos de estar persuadidos a que siempre que los extranjeros puedan dar el género equivalente al que se hiciere en España, más barato que éste, siendo de una misma calidad, o es forzoso prohibir su entrada absolutamente o, siem-pre que tenga libertad para introducirse, ocasionará menoscabo en las fábricas de España. Este es, a nuestro sentir, el mayor obstáculo para el establecimiento de la cría de vicuñas en España; si no fuere de bastante fuerza para embarazar el que se haga, los demás que se pueden ofrecer aún son de mucha menor entidad y no servirán de estorbo para que se plantifique.

101. Las dificultades para traer a España la vicuña y establecer crías de este animal consisten, primeramente, en si el temperamento de acá será tan propio para estos animales como el de las Indias o, a lo menos, si será bueno para que puedan subsistir; en segundo lugar, si los pastos serán adecuados para ellos y, últimamente, si perjudicarán a los demás animales domésticos de lana, de piel y de cerda, ocupando parte de las tierras que tienen éstos para pacer.

102. En cuanto al temperamento, parece que en España lo hay igual al que ellos tienen en el Perú, y será bueno para este animal el de todas las serranías altas, como los Pirineos, las que dividen las Castillas, las de Granada, en Andalucía, y todas aquellas donde en el invierno haya fuerza de nieve y en el verano no deje de conservarse alguna, siendo frío su temperamento en todos tiempos, porque este animal habita siempre en las montañas de las cordilleras y, aunque no sobre el mismo hielo o nieve, en aquellas faldas que descienden de estos cerros y distan poco de lo muy frío. Con que no hay duda que los cerros elevados de las montañas que atraviesan a España son tan adecuados para ellos que será muy corta la diferencia del temple que tendrán allí al que gozan en las cordilleras del Perú.

103. En cuanto al pasto con que regularmente se sustenta este animal y es propio de aquellos sitios, no hay duda que se notará alguna diferencia, pero es menester suponer que cuando las vicuñas bajan a los llanos y cañadas, lo cual hacen muy frecuentemente, comen gramas y se alimentan con todas las especies de hierbas que comen las vacas y ovejas, con que, sucediendo esto allá, no hay razón para pensar que el pasto de España no sea adecuado para ellos. Lo único que se puede discurrir es que la diferencia de pastos podrá hacer que bastardee la lana, pero esto tiene la contra de que las ovejas, cuyo animal fue llevado de España a las Indias y se alimenta ahora con las mismas especies de pasto que las vicuñas, ni han afinado la lana, ni tampoco se les ha embastecido o bastardeado, con que, por la contraria, el animal que allá se mantiene con el propio pasto que las ovejas y vacas de España, traído acá, no tendrá mutación en su lana, ni en ninguna otra particularidad. Apóyase esto más con el ejemplar de lo que se experimenta en el Perú, y es que ni la diferencia de temperamento, ni la variedad de pasto, causan mutación sensible en él, porque de los páramos de la serranía lo llevan a Lima y, siendo considerable la diferencia del temperamento, no hace operación en él, y vive como si estuviera en sus páramos; traído a Lima y domesticado en las casas (donde lo hemos visto), lo alimentan con alcacer o cebada verde, y con alfalfa, y siendo hierbas que nunca ha comido, no le hacen novedad, que es lo mismo que sucede con nuestras ovejas, pues aunque su pasto regular son las hierbas silvestres del campo, no por esto dejan de comer cebada verde y otras hierbas como la alfalfa y semillas que se siembran. De lo cual se infiere que la naturaleza de la vicuña no es muy diversa de la de nuestras ovejas en cuanto a la propensión de lo que escoge por alimento y de las hierbas que les son propias para él.

104. La diferencia del temperamento, de uno frío a otro que no sea tanto, no causa en ellos mucha novedad, y proviene de que este animal es de tal naturaleza que se hace connatural en uno y en otro, y por esto, en tiempo que los emperadores incas reinaban en el Perú, que había prohibición para que ninguno pudiese matarlo, era tan común que no menos habitaba en los llanos templados que en los páramos fríos, y con indiferencia pasaba de unos a otros, ya fuese por buscar los pastos que le son más lisonjeros, o ya por gozar del temperamento a que su naturaleza se inclina en algunas estaciones del año; con que entonces habitaban en todos parajes, como se ha dicho, a menos de aquellos en que los temples son cálidos continuamente, y esto con exceso. No sucede ahora lo mismo, y es la causa porque desde que entraron los españoles en aquellos países, dieron en perseguirlos, como lo han ejecutado con todos los de otras especies, ya con el fin de aprovecharse de su lana, o ya con el motivo de hacer diversión [con] su caza; con que, habiendo muerto la ma-yor parte de las vicuñas que encontraban, sólo se preservaron de este estrago las que, huyendo de él, se retiraron a los parajes más distantes y a los páramos más elevados, en donde no es tan frecuente el arrojo de los cazadores.

105. Este animal es de tal naturaleza que, si se quiere, se puede reducir a manadas en tropa, como las ovejas, y si no, dejarlo a su libertad en los montes. Puede mantenerse en los llanos con tal que en tiempo de verano se retire a las faldas de los cerros, donde pueda gozar siem-pre un temperamento fresco, y sin ninguna diferencia se puede hacer con él lo mismo que con las ovejas, porque, aunque mucho más crecido que éstas y diferente en la figura, es tan manso como ellas, y en todo muy semejante a su docilidad.

106. Nunca perjudicarían las vicuñas a los otros ganados, si se trajesen a España, por quitarles las tierras que ocupan ahora, o por disminuirles las dehesas, mediante que las vicuñas pueden pacer en aquellos parajes donde los ganados de las otras especies no llegan por la rigidez del clima. Y si para aliviarlas del destrozo que podrían hacer los lobos en ellas se quisiesen guardar como las ovejas, no habría embarazo para ello, y su carne podría servir lo mismo que la de los carneros cuando se hubiese aumentado el número suficientemente, porque es de buen gusto y muy sana.

107. Ni el país, como se ha dado a entender, ni los gastos son contrarios para la cría de la vicuña en España, y sólo queda el inconveniente en la facilidad con que se podrían mantener, no menos que en España, en los demás reinos extraños, siendo [éste] el único embarazo que se opone al establecimiento de su cría. Esta no es necesaria en Europa con tal que se procure conservar la casta en el Perú, y que, en virtud de las providencias que se dieren, se cele su aumento y se prohiba con penas muy severas el que se maten para quitarles la lana, que es la causa de que se destruyan y de que se pueda temer su total exterminio. Y como en aquellos países no hay animales dañinos que las persigan y aminoren, será mucho más breve su restablecimiento.

108. Aunque se vive en España en la inteligencia de que se sacan de las vicuñas los bezoares, es con equivocación, por la que causa la semejanza de los guanacos, que son los que los crían. La diferencia que hay de un animal al otro sólo consiste en el tamaño, porque el guanaco es mayor que la vicuña, y en lo demás son totalmente parecidos. Estos guanacos son de un gran servicio en el Perú, porque en ellos se acarrean los metales, desde los minerales en donde se sacan hasta los ingenios en donde se benefician, y no pudiera hacerse en otra especie de animal por lo escabroso y áspero de las montañas por donde se hacen estos acarreos, tan malos y difíciles que sólo los guanacos y las llamas pueden andar por ellos con seguridad, saltando como los corzos o cabras de unas peñas a otras, sin que ellos ni la carga peligren. Estos guanacos son los que crían las piedras bezoares, y aunque las llamas y las vicuñas las críen también, no es tan común como [en] aquéllos, y así es lo regular buscarlas en los guanacos y no en las otras dos especies.

109. Los guanacos y las llamas tienen lana, como las vicuñas, mas no tan finas y más largas. Esto no obstante, los indios la aprovechan en mantas para sí, y en otras obras que tejen, correspondientes a la calidad de ellas. Pero pudieran aplicarlas a telas de más estimación si hubieran alcanzado el modo de hacer los hilados más delgados y los tejidos finos, porque la lana, aunque no sea de tanta delicadeza como la de la vicuña, es muy fina y muy suave al tacto.

110. Todas estas cosas que el Perú produce, y otras muchas que habrá particulares en aquellos dilatados reinos y países, cuyas noticias se ignoran por falta de aplicación, serían riquezas bastantes para otra nación que supiese darles la estimación que se merecen. Pero en poder de la nuestra, no sólo no sirven de adelantamiento, haciendo comercio con ellas y sacando de las otras naciones, que no las gozan, las utilidades de su valor, sino que ni aun sabemos aprovecharnos de ellas para nuestro propio uso. Y ésta es la causa esencial de que entre nosotros no se luzcan las riquezas que producen nuestras Indias, porque nos sujetamos a las del oro y la plata, dejando abandonado todo género de simples, para vernos después en la precisión de desposeernos del oro y de la plata por los mismos simples que poco antes despreciamos. Si volvemos los ojos a la política de las demás naciones, a pocos pasos que demos en la especulación de sus máximas, [nos] encontraremos con el tesoro de sus riquezas. La Francia estableció en sus colonias de Santo Domingo y la Martinica el comercio del café para excusarse de traerlo del Oriente con extracción de sus riquezas, y luego que lo vio en estado de sostener todo el consumo de sus reinos, no obstante el no ser tan bueno como el del Oriente, prohibió la entrada de éste con penas muy severas; lo mismo ha hecho con el añil, del cual hizo plantío en la isla de Santo Domingo, y al punto que empezó a prevalecer prohibió la entrada del extranjero con dos fines: uno, el de fomentar los plantíos propios, y otro, el de evitar los motivos de que se extraigan las riquezas que una vez entran en su reino; lo mismo sucede con las lanas de pellejo que sirven para la fábrica de los sombreros, y lo mismo con el tabaco y otros simples.

111. Si se va a examinar la conducta de la Inglaterra, aún todavía se descubrirá en ella mayor sutileza, pues en toda la colonia de Nueva Inglaterra, faltando minas de plata y de oro, se han hecho poderosos con sólo los frutos que produce la tierra, y con moneda de papel han fabricado ciudades de oro y plata, como lo está manifestando la de Boston, capital de la provincia de este mismo nombre, y otras varias [ciudades], tanto en la misma [provincia] como en las demás que les son contiguas.

112. Para sacar, pues, nosotros iguales ventajas a las que las demás naciones reconocen, nos bastaría al presente el hacer que floreciese nuestro comercio de lo que las Indias producen y está descubierto, aun omitiendo lo mucho que falta por descubrir para que rinda utilidades correspondientes a toda la nación. Y no será pequeño triunfo si se consigue, porque de él se seguirán después los descubrimientos de lo que ignoramos, y el hallar en las Indias un tesoro más cuantioso y seguro que el de las ricas y celebradas minas de Potosí, Puno y el Chocó, en sus frutos, en sus resinas, en sus hojas, en cortezas, en animales y, por decirlo de una vez, en todo lo que produce, porque todo es particular y digno de estimación.

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