Доминго Фаустино Сармьенто. Плутоград. Domingo Faustino Sarmiento. Argirópolis

Доминго Фаустино Сармьенто. “Плутоград”
Доминго Фаустино Сармьенто. Аргирополис.
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO. ARGIRÓPOLIS

Доминго Фаустино Сармьенто. “Плутоград”
Доминго Фаустино Сармьенто. Аргирополис.
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO. ARGIRÓPOLIS

A R G I R Ó P O L I S

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Prólogo
Argirópolis fue publicada por primera vez en
1850, en Santiago de Chile, sin nombre de autor.
Sarmiento, sin duda, quiso que fuera un testimonio
anónimo, para dar más eficacia a su proyecto, que
intentaba superar, en la coincidencia de intereses
políticos y económicos comunes, los conflictos internos
y externos de la Argentina, Uruguay y Paraguay.
El título del libro define el ambicioso
propósito: “Argirópolis o la Capital de los Estados
Confederados del Río de la Plata. Solución de las
dificultades que embarazan la pacificación permanente
del Río de la Plata, por medio de la convocación
de un Congreso, y la creación de una capital en
la isla de Martín García, de cuya posesión (hoy en
poder de la Francia) dependen la libre navegación
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de los ríos, y la independencia, desarrollo y libertad
del Paraguay, el Uruguay y las provincias argentinas
del Litoral”.
Se tiraron del libro, editado por la imprenta de
Julio Belin, dos mil ejemplares, cifra considerable
para la época. Simultáneamente, con fecha 30 de
junio de 1850, apareció en Santiago una traducción
francesa, “improvisada en cuarenta y ocho horas, en
ausencia de M. Sarmiento”, dice en la misma su autor,
J. M. B. Lenoir, Vice Rector del Liceo de Valparaíso.
La traducción fue muy deficiente y poco
tiempo después se publicó en París, por la imprenta
Eugene Belin, una nueva, hecha por Ange Champgobert,
a quien Sarmiento había conocido durante
su viaje a Europa y lo había convertido en corresponsal
del diario Tribuna. En ambas traducciones
figura el nombre del autor de la obra, Domingo
Faustino Sarmiento, con algunos de los títulos que
ya podía ostentar: miembro de la Universidad de
Chile, del Instituto Histórico de Francia y de la Facultad
de profesores de enseñanza primaria de Madrid.
Va de suyo que Sarmiento intentó con esa
traducción de su obra interesar a las autoridades y a
la opinión pública francesas en ese proyecto constitucional,
que no tenía nada de improvisado. Un
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año después de su primera edición en español, o sea
en 1851, anunciado ya el Pronunciamiento de Urquiza
contra Rosas, Sarmiento pensó que su nombre
ya no era un obstáculo previsible para difundirlo
como autor del libro; había recibido el apoyo de
Urquiza en carta en la que le decía: “Yo estoy colocado
en la posición que Ud. tan vivamente deseaba”.
Juzgó entonces que podía dar a conocer su
autoría y lo hizo de una manera singular: aprovechó
la publicación de una memoria que había escrito en
Alemania sobre “Emigración alemana al Río de la
Plata”, enriquecida con notas del Dr. Wappaüs
(Vappaús dice en esa primera edición) de la Universidad
de Gotinga, ambas traducidas por el Dr. Hilliger,
para agregar al título esta expresión: “Y seguida
de Argirópolis”, incluyendo esta obra en el mismo
volumen, con lo cual daba a conocer su autoría.
Emigración alemana al Río de la Placa no es libro
ajeno al proyecto de Argirópolis, como no lo son
ninguno de los libros y artículos publicados por
Sarmiento a su regreso de su viaje a Europa, África
y Estados Unidos; el tomo VI de sus Obras recoge,
bajo el título general de “Política argentina” muchos
de esos artículos, todos anteriores a Argirópolis, en
los que Sarmiento demuestra una sorprendente caD
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pacidad intelectual para la teoría y práctica constitucional,
como lo han señalado, en estudios que le
han dedicado, Rafael Bielsa, Clodomiro Zavalía,
Alfredo Orgaz, Absalón Rojas, Héctor Lanfranco,
Alberto Rodríguez Galán, Segundo V. Linares
Quintana, Natalio Botana, José R. López, y en sendos
libros sobre Sarmiento y la Constitución, Alberto
Mosquera y Dardo Pérez Guilhou. Esta
acotación bibliográfica parece oportuna, para reiterar
que Argirópolis no fue fruto de una improvisación,
como algunos han calificado con injusticia, a
buena parte de la obra de Sarmiento, sino fruto de
severos estudios y reflexiones, trasmutados en el
apasionado estilo que definió su personalidad de
escritor.
Argirópolis es libro fundamental en la obra de
Sarmiento, pero lo es también para quien se interese
en el estudio del proceso institucional del país, sobre
todo a partir de 1827, desde que el Gobernador
Manuel Dorrego solicitó el cargo de Encargado de
las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina,
que le fue concedido, afirma una y otra vez
Sarmiento, a título provisorio, hasta tanto se reuniese
la Convención o Congreso General que dictara la
Constitución que debía regir en el país unificado. Ya
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en el capítulo “Presente y porvenir” de su clásico
Facundo había insistido en recordar a todos y especialmente
a Rosas, las estipulaciones del Pacto Federal
de 1831, por las que se establecía que una vez
lograda la tranquilidad y libertad de cada una de las
provincias adheridas al Pacto, se arreglara por medio
de un Congreso Federativo la administración
del país bajo el sistema federal que Sarmiento juzgaba
se había impuesto en los hechos. La Comisión
representativa creada en dicho Pacto para hacer
cumplir la finalidad esencial del mismo, funcionó
poco tiempo, pues Rosas retiró su delegado, a fin de
que dicha Comisión no limitara el poder que él ejercía
ya sobre todo el país, no obstante la tenaz resistencia
de algunas provincias, plegadas después a la
autoridad de Rosas.
Al escribir Argirópolis en 1850, Sarmiento había
estudiado todos los pactos firmados hasta entonces;
tenía una clara percepción de lo hacedero y advertía
muy bien las fronteras psicológicas que separaban
provincias y países, más que las geográficas e históricas.
Ninguna política exterior es inocente: Sarmiento
lo sabía bien y por eso trató de separar y
condenar la ambición de dominio perdurable de las
grandes potencias, mediatizadoras de países recién
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nacidos, de aquellas contingencias del poderío comercial,
que él alentaba combatir con armas similares,
proyectadas hacia el futuro.
El tono general de su libro -ya señalamos su
propósito de anonimato- razonado, bien documentado
y apacible, se expresa en estos párrafos de su
introducción: “Ningún sentimiento de hostilidad
tienen estas páginas, que tienen por base el derecho
escrito que resulta de los tratados, convenciones y
pactos celebrados entre los gobiernos federales de la
República o Confederación Argentina”. Y agrega
que el propósito de su libro es “terminar la guerra,
constituir el país, acabar con las animosidades, conciliar
intereses de suyo divergentes, conservar las
autoridades actuales, echar las bases del desarrollo
de la riqueza y dar a cada provincia y cada estado
comprometido lo que le pertenece”. Señala la gravitación
de Francia en la solución posible de la
cuestión -y era obvio que no podía no tenerla en
cuenta- sobre todo, agrega Sarmiento, en lo que
concierne al dominio sobre la isla Martín García,
cerrojo de los ríos que confluyen en el Plata y que
son para él -y los hechos lo comprobaron- las arterias
de los Estados, “que improvisan en pocos años
pueblos, ciudades, riquezas, naves, ideas, etc.”
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Sarmiento no pide el reconocimiento de ninguna
originalidad personal en esas ideas. Son las de la
precaria tradición institucional, y las expuestas en
trabajos de Juan Bautista Alberdi, Andrés Lamas,
Félix Frías, Mariano Fragueiro, Pedro Ferré, Facundo
Quiroga y Florencio Varela. El agregó las suyas,
en las que había mucho de intuición y mucho de
estudio, sobre todo de la entonces exitosa experiencia
norteamericana, y a todas las unificó en un proyecto
coherente, realizable, hasta donde lo
comprendieran y aceptaran las partes interesadas,
incluyendo su proposición calificada como utópica
de la capital en la isla Martín García. Paul Groussac
la calificó de “fantasía” y lo repitió Emilio Ravignani,
con más comprensión de su finalidad transitoria.
Años después de la aparición de Argirópolis, Sarmiento
relativizó aquella iniciativa, pero no tenía
que arrepentirse de haberla propuesto: bajo el influjo
de la solución encontrada en los Estados Unidos
para no declarar capital a la ciudad más
poderosa, Nueva York, vio en la isla de Martín García
una solución abarcadora de todos los problemas
y abierta como un abanico, por su condición de cerrojo
de los ríos, a las comunicaciones fluviales que,
según él, podían llegar hasta el Orinoco. Porque ese
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era el punto capital en la concepción política de
Sarmiento: las vías de comunicación que abrirían a
la circulación los productos de la región y el intercambio
con Europa.
Sobre la cuestión había escrito en numerosos
artículos, con sorprendente conocimiento geográfico,
como lo destacó el historiador padre Guillermo
Furlong en “Sarmiento y la geografía”. En la iniciativa
sarmientina, como asimismo había señalado en
el Facundo, los vínculos entre la Argentina, el Uruguay
y el Paraguay, que algunos críticos juzgaron
como intento de reconstruir el Virreynato del Río
de la Plata, que con verdad puede decirse que nunca
llegó a establecerse cabalmente, esos vínculos y las
formas que adquirieran, debían surgir del acuerdo
espontáneo, sin presiones, de las partes interesadas.
Dice Sarmiento: “Lejos de nosotros la idea de querer
someter a la República del Uruguay, ni al Paraguay,
a condiciones que no hayan sido libremente
discutidas por ellos. Por esto que pedimos la reunión
de un Congreso General, en que todos los intereses
sean atendidos y que el pacto de unión y
federación se establezca bajo tales bases”. Sarmiento
pensaba que con argumentos tales, Rosas no podría
seguir oponiéndose a la realización del Congreso,
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cláusula fundamental del pacto de 1831. Rosas tenía
sus razones para oponerse, como lo afirmó en la
carta a Facundo Quiroga, escrita en la Hacienda de
Figueroa, pero no tenía razón. Rosas fue un bonaerense,
lo fue siempre; aun en el exilio ponderaba el
poderío que el destino, según él, había dado a la
provincia el puerto; la carta que escribió a Terrero
en 1869, publicada por Enrique M. Barba, es significativa
de su creencia en una Buenos Aires como
Estado soberano.
Argirópolis es libro esencial, aunque no frecuentado.
Debe volverse a su texto, bajo la luz del
proyecto y realización del Mercosur. Emilio Ravignani
consideraba que Argirópolis es de lectura indispensable,
por las intuiciones geniales de
Sarmiento, entre las que no incluye la idea de la isla
de Martín García como capital. Pero sin duda es
relevante el juicio de Julio Irazusta, el acrisolado
historiador de la época de Rosas, que examinó sin
concesiones, y en ocasiones con injusticia, la acción
de Sarmiento. De Argirópolis dice: “Salvo errores
inevitables en el espíritu faccioso que lo anima
siempre -dice Irazusta- Sarmiento escribe el primer
estudio sobre el desarrollo constitucional, que se
haya intentado antes de nuestra generación, interD
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pretando a la luz de los hechos y no de las teorías.
La parábola que va de la disolución del cuerpo nacional
en 1827, hasta la creación del Encargo de las
Relaciones Exteriores por borrego, está descripta en
Argirópolis de modo que no ha sido superado por
los mejores “historiadores”. Y agrega Irazusta: “Hay
un punto en el que no se le puede negar la influencia
que ejerció en los acontecimientos. Gran parte
del libro está destinada a proponer un programa,
que Urquiza habría de hacer suyo: el de convocar
un Congreso Nacional, que iba a resolver automáticamente
todos los problemas, según el utopismo
constitucionalista del siglo XIX, mil veces fracasado
-dice Irazusta- pero siempre renaciente”.
En los últimos años, libros y artículos de relevantes
maestros del derecho constitucional han
probado que no hubo en Sarmiento utopismo de
regodeo, sino claro y apasionado sentido de lo hacedero,
para la formación institucional del Estado
argentino, que lo tuvo y tiene como uno de sus
mentores, y en este caso especialmente de la “plegaria
de Argirópolis” como la calificó Aníbal Ponce.
JAVIER FERNÁNDEZ
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INTRODUCCIÓN DEL AUTOR
¿Cuántos años dura la guerra que desola las
márgenes del Plata? ¿Cuánta sangre y cuántos millones
ha costado ya y cuántos ha de costar aún?
¿Quiénes derraman esa sangre, y cuya es la fortuna
que se malgasta? ¿Quién tiene interés en la prolongación
de la guerra? ¿Por qué se pelean y entre
quiénes? ¿Quién, en fin, puede prever el desenlace
de tantas complicaciones? ¿No hay medio al alcance
del hombre para conciliar los diversos intereses que
se chocan?
El presente opúsculo ha sido escrito con la
mente de sugerir, por el estudio de los antecedentes
de la lucha, la geografía del país y las instituciones
argentinas, un medio de pacificación que a la vez
ponga término a los males presentes y ciegue en su
fuente la causa de nuevas complicaciones, dejando
definitivamente constituidos aquellos países.
Este criterio se dirige a los gobiernos confederados
de las provincias argentinas, al jefe de las
fuerzas que sitian a Montevideo y al agente de la
Francia, que sostiene la defensa de la plaza creyendo
interesada la suerte de sus nacionales en el desenlace
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de la lucha. Todos estos y el gobierno del Paraguay
son personajes obligados de aquel sangriento drama.
Los pueblos argentino y oriental, bajo la presión
del azote de la guerra y los poderes absolutos e
irresponsables con que han armado a sus gobiernos
para ponerlos a la altura de las dificultades con que
luchan, los pueblos, decíamos, no tienen un carácter
activo en los sucesos. Sufren, pagan y esperan.
Ningún sentimiento de hostilidad abrigan estas
páginas, que tienen por base el derecho escrito que
resulta de los tratados, convenciones y pactos celebrados
entre los gobiernos federales de la República
o Confederación Argentina. Las medidas que proponemos
son, a más de legítimas y perfectamente
legales, conformes al derecho federal que sirve de
base a todos los poderes actuales de la Confederación.
Tienen su apoyo en el interés de todos los actores
en la lucha, se fundan en la constitución
geográfica del país, y lo que apenas podría esperarse,
dejan a cada uno en el puesto que ocupa, a los pueblos
libres sin subversión, la guerra concluida sin
derrota, y el porvenir asegurado sin nuevos sacrificios.
Terminar la guerra, constituir el país, acabar con
las animosidades, conciliar intereses de suyo diverD
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gentes, conservar las autoridades actuales, echar las
bases del desarrollo de la riqueza y dar a cada provincia
y a cada Estado comprometido lo que le
pertenece, ¿no son, por ventura, demasiados bienes
para tratar con ligereza el medio que se propone
para obtenerlos?
La Francia esta en primera línea entre los Estados
compro-metidos en esta cuestión. Sus rentas
sostienen a Montevideo, sus armas ocupan a Martín
García. Su decisión, pues, ejerce una inevitable influencia
en los destinos próximos y futuros de la
lucha; pero la dignidad de nación tan grande mezclada
por accidente en cuestiones de chiquillos, le
impone el deber de dar una solución a la altura de
su poder y de la posición que ocupa entre las naciones
civilizadas. La cuestión del Río de la Plata es
para la Europa entera de un interés permanente. La
emigración europea empieza a aglomerarse en
aquellas playas; y las complicaciones que su presencia
ha hecho nacer en Montevideo se reproducirán
en adelante con más energía, en razón del aumento
creciente de la emigración. Hoy hay cien mil europeos
en el Río de la Plata; dentro de cinco años habrá
un millón.
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Los pueblos, como los hombres, se atraen y se
buscan por afinidades de religión, de costumbres, de
clima, de idiomas y de todo lo que constituye el
tinte especial de una civilización. Predomina en el
Río de la Plata la emigración francesa, española, italiana;
esto es, predomina la emigración católica romana,
meridional de la Europa, hacia los climas y
países católicos romanos, meridionales del nuevo
mundo. La Francia es la nación que por su influjo,
su poder y sus instituciones representa en la tierra la
civilización católica y artística del Mediodía.
La Francia ha hecho bien de quedarse hasta el
desenlace en el punto que su posición le asigna en el
Río de la Plata, punto adonde propenden instintivamente
los pueblos meridionales de Europa a reproducir
su civilización, sus instituciones y sus artes.
La Inglaterra, el protestantismo, la industria sajona,
han encontrado en la América del Norte un pueblo
digno de representarlos en los destinos futuros del
mundo.
¿Hay en Sudamérica terreno preparado para
igual producción de la civilización católica? ¡Piénselo
bien la Francia! ¡Piénselo bien M. Leprédour!
Estamos ya cansados en América de esperar que los
grandes de la tierra dejen de obrar cual pigmeos.
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Después de la Francia, quienes más pueden hacer
por la realización de la pacífica idea que emitimos
son los gobiernos federales e independientes
del litoral de los ríos que forman el Plata. La cuestión
es de vida o muerte para ellos. Martín García,
vuelto a poder del gobierno de Buenos Aires y un
vapor de guerra paseándose por las aguas del Paraná,
el silencio, la sumisión, reinarán en ambas orillas.
¡Adiós arreglo de la navegación de los ríos,
tantas veces solicitado por los gobiernos federales
de Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos, y otras tantas
mañosamente diferido a la decisión de un congreso,
que ha puesto el mayor arte en hacerlo olvidar;
adiós, federación; adiós, igualdad entre las provincias!
El gobierno de Buenos Aires tendrá bajo su pie
a los pueblos del interior por la aduana del puerto
único, como el carcelero a los presos por la puerta
que custodia.
Martín García es el cerrojo echado a la entrada
de los ríos. ¡Ay de los que quedan dentro, si el gobierno
de una provincia logra atarse la llave al cinto!
Allí están los destinos futuros del Río de la Plata. El
interior, al oeste de la Pampa, se muere de muerte
natural; está lejos, muy lejos de la costa, donde el
comercio europeo enriquece, y agranda ciudades,
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puebla desiertos, crea poder y desenvuelve civilización.
Toda la vida va a transportarse a los ríos navegables,
que son las arterias de los Estados, que llevan
a todas partes y difunden a su alrededor
movimiento, producción, artefactos; que improvisan
en pocos años pueblos, ciudades, riquezas, naves,
armas, ideas. Si hay alguien, empero, a quien le
interesa mantener por algunos años más en el seno
de la nada este porvenir asignado a las provincias
litorales, muy bisoño andaría si lo dejase nacer. El
gobernador de Entre Ríos ha sido unitario y es hoy
sincero federal. Su nombre es la gloria más alta de la
Confederación. Jefe de un ejército que siempre ha
vencido, gobernador de una provincia donde la
prensa se ha elevado, donde el Estado ha organizado
la instrucción primaria, las provincias de la Confederación
y los argentinos, separados de la familia
común, ¿volverán en vano sus ojos a ese lado, esperando
que de allí salga la palabra congreso, que puede
allanar tantas dificultades?
Pero en la historia, como en la vida, hay minutos
de que dependen los más grandes acontecimientos.
La Francia entregará la isla de Martín
García al encargado de las Relaciones Exteriores:
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nada más justo. ¿Y después? Después la historia
olvidará que era gobernador de Entre Ríos un cierto
general que dio batallas y murió de nulidad, oscuro
y oscurecido por la posición de su pobre provincia.
Nosotros hemos debido indicarlo todo, apuntar
los medios y señalar el fin. Entran en los primeros
los hombres que deben y pueden ponerlos en ejercicio,
sin faltar a su deber, sin salir de los límites del
derecho natural y escrito. No se rompe bruscamente
con los antecedentes, como no se improvisan hombres.
El general Urquiza es el segundo jefe expectable
de la Confederación Argentina; él la ha hecho
triunfar de sus enemigos por las armas. A él, como
gobernador de Entre Ríos, le interesa vivamente la
cuestión de que vamos a ocuparnos. ¿Será él el único
hombre que habiendo sabido elevarse por su
energía y talento, llegado a cierta altura no ha alcanzado
a medir el nuevo horizonte sometido a sus
miradas, ni comprender que cada situación tiene sus
deberes, que cada escalón de la vida conduce a otro
más alto? La historia, por desgracia, está llena de
ejemplos, y de esta pasta está amasada la generalidad
de los hombres.
Por lo que a nosotros respecta, hemos cumplido
con el deber, acaso por la última vez, que nos imA
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pone la sangre argentina que corre por nuestras venas.
Si no hemos servido con nuestras ideas a la patria
común, nuestro deseo de conseguirlo es
vehemente por lo menos.
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CAPITULO I
ORIGEN Y CONDICIONES DEL ENCARGO
DE LAS RELACIO-NES EXTERIORES
HECHO AL GOBIERNO DE BUENOS AIRES
POR LAS PROVINCIAS DE LA REPÚBLICA
ARGENTINA.
En todos los asuntos que dividen la opinión de
los hombres conviene, antes de entrar en discusión,
fijar el sentido e importancia que se da a las palabras;
sucediendo con esto no pocas veces encontrarse
que estaban de acuerdo en el fondo, los que
un momento antes no podían entenderse. Esta
práctica, aconsejada por la prudencia en asuntos
ordinarios, debe ser escrupulosamente aplicada a la
discusión de la más grave cuestión que haya hasta
hoy llamado la atención de la América, cual es la
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que se debate actualmente por las armas y la diplomacia,
con la sangre y la fortuna de los pueblos del
Río de la Plata. Montevideo, el Paraguay, la navegación
de los ríos, el encargado de las Relaciones Exteriores,
ningún hombre de éstos pasará por nuestra
pluma sin que hayamos consultado sus antecedentes,
compulsado la historia y dádoles su verdadera
importancia, de manera que si no logran universal
aceptación, las consecuencias que habremos de deducir
de los hechos que vamos a estudiar, los principios
y las causas de que emanan quedarán por lo
menos fuera de controversia, para servir de base a
otras conclusiones contrarias emanadas de juicio
más recto que el nuestro. Por otra parte, es nuestro
ánimo decidido poner en este examen la más severa
imparcialidad, a fin de alejar toda prevención de
espíritu, aun de parte de aquellos que menos dispuestos
se sientan a participar de nuestras opiniones.
Como el actor más conspicuo de la larga y ruidosa
cuestión del Plata es el encargado de las Relaciones
Exteriores de la Confederación Argentina,
hemos debido antes de todo averiguar de dónde
emanó este cargo, su objeto y funciones, sin lo cual
nos expondríamos a extraviarnos en la apreciación
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de los hechos, por no conocer la importancia y el
carácter de los personajes a quienes está encomendada
su dirección.
Durante los primeros años de la lucha de la independencia,
como las Provincias Unidas no estaban
reconocidas por las naciones extranjeras,
nuestras relaciones exteriores eran insignificantes y
poco ostensibles. La presidencia de don Bernardino
Rivadavia atrajo a Buenos Aires los agentes caracterizados
de algunas naciones europeas, entre ellas la
Inglaterra, que acreditó cerca de él a un agente de
rango superior, como a potencia sólo inferior en
jerarquía a tres o cuatro grandes gabinetes europeos.
Con la disolución del congreso y la renuncia del
presidente de la República, la nación quedaba en
estado de acefalía, no habiendo una autoridad emanada
de la voluntad y elección de las diversas provincias
que la forman, cerca de la cual los agentes
diplomáticos pudiesen representar a sus respectivos
gobiernos. De aquí vino la necesidad, mientras la
república se constituía, de encargar a alguno de los
gobiernos del mantenimiento de las relaciones exteriores.
El coronel borrego, entonces gobernador de
Buenos Aires, solicitó este encargo de los gobiernos
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de las provincias, los cuales lo concedieron ya directamente,
ya por delegados, ya, en fin, por ley
sancionada por las legislaturas. Del contexto e ilación
de los diversos artículos de aquellas convenciones
con que se hacía el encargo de las relaciones
exteriores al gobierno de Buenos Aires, que lo solicitaba,
el cual no era otro que parar los inconvenientes
del momento, mientras se reunía un cuerpo
deliberante, fuese congreso o convención preliminar,
a lo cual debía procederse inmediatamente, anticipándose
el gobierno de Buenos Aires, hasta
señalar en dichas estipulaciones el lugar que creía
adecuado para la próxima reunión del Congreso.
En la convención celebrada por don Manuel
Moreno, a nombre del gobierno de Buenos Aires,
con el de Córdoba, se acordó por el artículo VII
que “los gobiernos de Buenos Aires y de Córdoba
convenían en invitar por sí, con previo acuerdo del
de Santa Fe, a las demás provincias de la república a
la reunión de un congreso nacional para organizarla
y constituirla…”, y por el artículo VIII se estipulaba
que “interín se instala constitucionalmente el gobierno
general de la república, el de la provincia de
Córdoba autoriza por su parte al de Buenos Aires
para dirigir las relaciones exteriores y se comproD
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mete a solicitar la autorización de los gobiernos con
quienes no esté en disidencia”1.
El artículo XV de la convención celebrada en
Santa Fe y Buenos Aires, por el enviado ad hoc,
don Tomás Guido, dice: “Los gobiernos de Buenos
Aires y Santa Fe convienen en invitar a las demás
provincias de la república a la convención y reunión
de un congreso nacional para organizarla y constituirla.”
Por el artículo XVI el gobierno de Santa Fe
autoriza al de Buenos Aires “para dirigir las relaciones
exteriores con los Estados europeos y americanos,
y se compromete a recabar el accesit de las
provincias de Corrientes y Entre Ríos”2.
Por el tratado celebrado el 4 de enero de 1831
entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, y ratificado
por el general Balcarce en Buenos Aires en 10
de enero, las partes contratantes estipularon: “Invitar
a todas las demás provincias de la República a
reunirse en federación con las tres litorales, y a que
por medio de un congreso general federativo se
arregle la administración general del país bajo el
sistema federal, su comercio interior y exterior, su
1 21 de septiembre de 1829.
2 Convención formada en Buenos Aires el 18 de octubre de 1827, entre Tomás
Guido y Domingo Cullen, y ratificada por el general Vaimont y don
Estanislao López.
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navegación, el cobro y distribución de las rentas
generales, consultando del mejor modo posible la
seguridad y engrandecimiento de la República, su
crédito interior y exterior, y la soberanía y libertad
de cada una de las provincias.”
Pero donde más aparente se hace esta condición
de la próxima e inmediata reunión de un congreso
general, es en la nota que pasó el gobierno de San
Juan, don Juan de la Cruz Vargas, instruyéndole del
objeto de la misión que le había confiado cerca de él
el coronel borrego, gobernador entonces de Buenos
Aires, quien lo acreditó en decreto de 1° de septiembre
de 1827.
“En la naturaleza misma de las cosas -dice el señor
Vargas3 -está el que la República conozca su
centro de unidad mientras no se constituye, y la persona
en quien delegaren las autoridades provinciales,
pueda expedirse desde luego en los dos ramos
de la guerra y relaciones extranjeras; al arbitrio de
las autoridades provinciales les es dado la elección
de la persona que, nacional, pero provisoriamente,
se encargue de estos ramos hasta la reunión de un
cuerpo nacional deliberante. Y si una vez puede te-
3 Registro oficial de la provincia de San Juan, libro 2º, número 24, página 1,
noviembre de 1827.
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ner la jactancia el que suscribe de abrir opinión sobre
la persona que es indicada, se atreverá a señalar
la del Excmo. gobernador de la provincia de Buenos
Aires.
“Porque, en primer lugar, tiene a la vista el
mando del ejército que se halla en campaña (el del
Brasil), la escuadra nacional, o mejor dicho, los
restos de uno y otro; en lo segundo, por lo que hace
a relaciones exteriores, allí existen los ministros o
agentes diplomáticos de las potencias que tienen
relaciones de amistad con nuestra República; en tercero,
porque así se han pronunciado algunas provincias,
entre ellas novísimamente la de Mendoza
por su ley de 30 de septiembre que acaba de pasar, y
finalmente, porque se encuentra una garantía en su
persona (Dorrego) contra el peligro de una “usurpación
abusiva” del mando, por cuanto ha dado una
prueba nada equívoca en favor de la autoridad de
los pueblos, poniéndose al nivel de ellos, según se
expresa en su circular, y lo ha marcado con los primeros
pasos de su gobierno, y según finalmente lo
ha comprobado eficaz e impertérritamente a la cabeza
de la oposición que derrocó (con influjo y esfuerzo
de las provincias) aquellas autoridades que
abusaron de la sinceridad y confianza de los pueA
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blos4. Las provincias podrán libremente designarles
las bases que quieran bajo el supuesto de que si el
gobierno de Buenos Aires se presta a encargarse de
los enunciados ramos, sólo será en fuerza de su patriotismo
y por rendir un servicio importante a la
causa pública, pues sin disputa se halla en mejor
proporción y aptitud, que los demás gobiernos para
prestarla.
“En seguida de esto, y por no continuar en la
acefalía en que nos observamos, debemos no perder
momento en concurrir a la formación de un cuerpo
deliberante, sea congreso o convención preliminar a
él, debiendo asegurar el que suscribe que sería preferente
la decisión por una convención desde luego,
más bien que un congreso constituyente, en razón
de que pudiéndose reunir con más brevedad la convención
que el congreso, aquélla le dará a éste bases
fijas sobre que pueda expedirse con más acierto, en
puntos determinados y fijos, evitando así las oscilaciones,
los errores y, si se quiere, los extravíos o
aberraciones que se han observado en los precedentes,
cuanto porque al parecer se pronuncian las
más de las provincias, pudiendo asegurar el que ha-
4 Alude al gobierno de Rivadavia y al Congreso de 1828, que declaró a Buenos
Aires capital de la República bajo el sistema unitario.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
30
bla estar por ella las otras dos tan heimanablemente
unidas a la de San Juan, en que primero abrió su
decisión5.
“Y como al decidirse esta provincia por la reunión
de ese cuerpo deliberante, ya sea convención o
congreso, parece regular señalarle el lugar, siendo
aconsejado el que suscribe indicar el de San Lorenzo
o el de Santa Fe, ha podido hacer inclinar a las
dos provincias en que ha tocado, por el punto de
San Lorenzo.”
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . .
“Sería un abundar si el enviado que habla se
detuviese en persuadir a S. E. el señor gobernador, a
la legislatura de la provincia, y a toda ella, que la
disposición de la de Buenos Aires es la de no separarse
un punto de la voluntad y opinión general,
nivelando su conducta con la de toda la República,
respetando religiosamente lo que se sancionare por
mayoría de los pueblos que la integran, y que está
pronta a dar todas las pruebas de franqueza y confraternidad
que sean necesarias para convencer que
en sus consejos no entran ideas interesadas ni mezquinas,
y que el bien general, el honor y la dignidad
5 Mendoza y San Luis.
A R G I R Ó P O L I S
31
de la República es el punto céntrico, siendo de ello
una prueba dada el haberse puesto a la par de todas
las provincias, tratándolas de igual a igual, así como
el digno jefe que la preside tiene adoptada la misma
marcha con respecto a los Excmos. gobiernos de
toda la nación, cuya conducta se manifiesta sin
asomos de reserva en el lenguaje de la mencionada
circular de 20 de agosto…”
En virtud de esta declaración de principios hecha
de una manera tan solemne por el enviado de
Buenos Aires, la junta provincial de San Juan declaró
en sesión del 20 de octubre del mismo año, lo
que sigue:
“Artículo 1º La provincia de San Juan autoriza
al gobernador y capitán general de la provincia de
Buenos Aires para los negocios de guerra y relaciones
extranjeras hacía la reunión del Congreso Nacional.
“Art. 2º La provincia de San Juan autoriza
igualmente al go-bernador de Buenos Aires para
formar amistad, alianza ofensiva y defensiva con
todas las repúblicas del continente americano, y recabar
la cooperación a la guerra, contra el emperador
del Brasil, etcétera.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
32
Y como si la junta de representantes de aquella
provincia temiese que el encargo de las relaciones
exteriores que hacía al gobierno de Buenos Aires
alejase la reunión próxima del congreso, que debía
ponerle término en la misma sesión en que concedía
el encargo provisorio, y con la misma fecha, sancionó
con fuerza de ley lo que sigue:
“Artículo 1° La provincia de San Juan declara
que no es su voluntad que la nación subsista inconstituida.
“Art. 2° En su virtud, se decide por la formación
de una convención o congreso general que reorganice
la nación y la constituya bajo de un
gobierno representativo, republicano, federal.
“Art. 3º La constitución que dé a la República el
congreso general será revisada y sancionada por la
provincia.”
El encargo provisorio de las relaciones exteriores
de tal manera depende del arbitrio de los gobiernos
de las provincias, que cada vez que en
Buenos Aires había cambio de gobernador, se ha
renovado con las mismas condiciones con que fue
otorgado la primera vez. Por la ley de la Sala de Representantes
de la provincia de San Juan, de 8 de
agosto de 1836, se sancionó lo que sigue:
A R G I R Ó P O L I S
33
“Artículo 1° La provincia de San Juan renueva
la ley de 20 de octubre de 1827, autorizando al Excelentísimo
señor gobernador de la provincia de
Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas, para entender
en los asuntos nacionales de guerra y relaciones
exteriores, hasta que se dé la Constitución que
ha de regir la República, y para formar alianza ofensiva
y defensiva con las demás repúblicas americanas.”
6 A continuación de esta ley está reproducido el
tratado cuadrilátero, y la de 1833, que constituyó a
San Juan parte integrante de la liga, con la intención
manifiesta de recordar al encargado que, en virtud
del pacto federal vigente, se reservaba el derecho de
revocar tal encargo, invitar a la reunión del congreso
todos los derechos que emanan de dicho tratado
que en su artículo 1º7 declara en “su vigor y fuerza
los tratados anteriores celebrados entre los mismos
gobiernos”. Así tenemos, pues, en esta provincia,
6 Registro oficial de la provincia de San Juan. 1836, número 1, libro 1º.
7 San Juan, febrero 25 de 1833. La Honorable Sala de Representantes de la
provincia, en uso de la soberanía que inviste, ha acordado con valor y fuerza
de ley lo siguiente: Art. 1º La provincia de San Juan se une a la liga de las
provincias litorales y se compromete del modo más solemne al cumplimiento
de los artículos que comprende el tratado definitivo de alianza ofensiva y
defensiva de 4 de enero de 1831, celebrado en Santa Fe. Art. 2º El Poder
Ejecutivo de la provincia hará saber oficialmente esta resolución a todas las
provincias hermanas confederadas, contestando de este modo a todas las
comunicaciones de sus dignos gobiernos a este respecto. Registro Oficial de la
provincia de San Juan, número 4, libro 2º.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
34
mientras fue regida constitucionalmente: 1º Los
motivos, espíritu y límites del encargo en la nota del
enviado Vargas, que motivó la ley de 20 de octubre
concediendo al gobierno de Buenos Aires el encargo
provisorio mientras se convoca el congreso
prometido. 2º Una ley de la misma fecha, mostrando
la mente de la legislatura de no conceder tal encargo
sino hasta la inmediata invocación. 3º
Renovación del encargo en la persona del señor Rosas,
por ley de 1836, mientras se reúne el congreso,
y 4º Reproducción a continuación del tratado cuadrilátero
y de su aceptación, para hacer constar los
derechos del gobierno de la provincia a invitar al
congreso y retirar el encargo.
Tal es el derecho público escrito que rige no
sólo el encargo de las relaciones exteriores, sino
también la iniciativa en la convocación del Congreso
Nacional.
El tratado cuadrilátero celebrado entre las provincias
del litoral de los ríos en 25 de enero de 1822,
corroborado por el tratado del 4 de enero de 1831, a
que han adherido todas las provincias confederadas,
establece como una de las funciones de la comisión
que ha de representar permanentemente en Santa
Fe a cada una de las partes contratantes. -“Invitar a
A R G I R Ó P O L I S
35
todas las demás de la República, cuando estén en
plena libertad y tranquilidad, a que por medio de un
congreso federativo se arregle la administración del
país bajo el sistema federal, su comercio interior y
exterior, su navegación, el cobro y distribución de
las rentas generales, y el pago de la deuda de la República.”
El estatuto provisorio que se dio la provincia
de Entre Ríos, en el mismo año 1822 en que
firmó el tratado cuadrilátero, da testimonio de este
espíritu de dependencia de la convocación del congreso
general de las provincias. “La provincia de
Entre Ríos, en el de La Plata, se declara y constituye,
con la calidad de por ahora, y hasta la sanción y
últimas declaraciones de un congreso general de
todas, sobre la forma de gobierno, en un formal
estado y gobierno representativo, dependiente, bajo
las leyes que por estatutos se establecen.”
“2º Ella es una parte integrante de las Provincias
Unidas del Río de la Plata, y forma con todas una
sola nación, que se reconocerá bajo aquel dictado, u
otro que acuerde el congreso general, a cuyas deliberaciones
se sujeta desde ahora, y promete estar y
pasar por ellas sin contradicción, así en esto como
en todo lo demás que le corresponde.”
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
36
La guerra civil que desoló la República desde
1829 hasta 1842 estorbó la realización de ese voto
unánime y sostenido por todos los pueblos en todas
las épocas y en todas las circunstancias. Habría sido
de temer, sin duda, que una vez autorizado cualquiera
de los gobiernos provisionalmente confederados
a ejercer parte de las atribuciones del poder
ejecutivo nacional, opusiese resistencia, demoras y
obstáculos, con este o el otro pretexto plausible,
para retardar la convocación del congreso; pues que
ejerciendo provisoriamente el poder nacional, el
interés personal del gobernante así autorizado lo
induciría a conservarlo todo el tiempo que fuese
posible. Pero contra esta usurpación, por desgracia
no sin ejemplo en la historia de los pueblos, ha quedado
siempre vigente al tenor literal del tratado
cuadrilátero, y el derecho primitivo de los pueblos y
de sus gobiernos, que les permite hacer cesar lo que
es provisorio y pedir el cumplimiento de la condición
en virtud de la cual se estipuló la parte del convenio
ya cumplido.
Los gobiernos confederados no pueden, legítimamente,
prescindir de la convocación de un congreso,
ni estipular ellos de una manera irrevocable,
por la sencilla razón de que no puede sin monstruoA
R G I R Ó P O L I S
37
sidad chocante simularse un congreso de gobernadores
para constituir una nación, porque sería seguro
que estipularían acuerdos en su propio beneficio
y conservación. El congreso tiene por base constitutiva
la elección de diputados ad hoc, elegidos por
el pueblo a quien van a constituir.
Resulta, pues, de la nota pasada al gobierno de
San Juan por el comisionado Dorrego gobernador
de Buenos Aires, y en cuya virtud se le encargó a él,
y después a sus sucesores, la gestión de las relaciones
exteriores:
1º Que es “del arbitrio de las autoridades provinciales”
la elección de la persona que nacional,
pero provisoriamente, se encargue de los ramos de
guerra y relaciones extranjeras hasta la reunión de
un cuerpo deliberante.
2º Que en virtud de ser el encargo provisorio, es
revocable por las mismas autoridades provinciales.
3º Que el gobierno de Buenos Aires, al solicitar
por medio de enviados dicho encargo, “ofrecía en
su persona una garantía contra el peligro de una
usurpación abusiva del mando”.
4º Que al pedir la autorización declaraba que no
debía perderse momento para la convocación de un
congreso, condición y término de la solicitud.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
38
5º Y último, que el tratado cuadrilátero, que es
ley vigente de la Confederación, a más de dar a cada
una de las provincias, establece las atribuciones que
son de la competencia exclusiva del congreso, a saber:
-Arreglar la administración general del país bajo
el sistema federal.
-Arreglar su comercio interior y exterior.
-Su navegación.
-El cobro y distribución de las rentas generales.
-El pago de la deuda pública.
Desde 1827, en que se anunció por el gobierno
de Buenos Aires la próxima convocación del congreso,
y en que las provincias declararon ser su voluntad
no permanecer inconstituidas; desde 1831,
en que se reservaba cada una la iniciativa de la convocación,
hasta 1850, que está para expirar, la palabra
congreso parece haber sido abolida de nuestro
lenguaje político, y lo que se dio como provisorio y
de las circunstancias del momento tomarse por definitivo
y normal.
Si hay un gobierno a quien el decoro y la dignidad
de su posición le imponen el deber de no oponer
resistencias a ese antiguo y postergado voto de
la nación, es el de Buenos Aires, por temor de que
A R G I R Ó P O L I S
39
la historia lo culpe de querer confiscar en provecho
del simple gobernador de una provincia las facultades
que sólo puede ejercer la nación; por temor de
que se crea que arrancó dolosamente a la sinceridad
de los gobiernos de las provincias una concesión
condicional, resuelto a no cumplir jamás con la
condición expresa en cuya virtud se hacía la concesión.
Últimamente el reproche de usurpación de
autoridad de que daba garantías la persona de Dorrego,
recaería sobre aquel que obteniendo la misma
concesión no reconociese lo que Dorrego reconoció
para obtenerla, en su circular de 30 de septiembre,
en que dio una prueba “nada equívoca en favor
de la autoridad de los pueblos”, “para convencer
que en sus consejos no entran miras mezquinas e
interesadas”, siendo de ello una prueba dada el haberse
puesto (Buenos Aires con la renuncia a la presidencia)
a la par de todas las provincias, tratándolas
de igual a igual. Si esta perfecta igualdad existe, el
cargo de usurpación no tiene lugar.
Dadas estas bases, que convención posterior
ninguna puede desvirtuar ni invalidar, porque son la
ley pública, el derecho nacional natural y escrito del
encargo de las relaciones exteriores, séanos permitido
entrar en el examen de los acontecimientos
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
40
posteriores y en los resultados obtenidos por el encargado
provisorio. Desde luego salta a la vista que
desde 1827, en que se hizo la autorización provisoria,
han transcurrido, hasta 1850, veintitrés años, sin
que la condición sine qua non de la convocación del
indispensable congreso haya tenido lugar; y como
en 1850 no se habla ni por incidente de la intención
de convocarlo, la razón natural induce a creer que
en 1860 aún no se hablará de tal institución. El estado
actual provisorio, aconsejado y pedido por el
gobierno de Buenos Aires, a condición de convocar
un congreso, ¿será la ley definitiva de la nación? ¿La
República se ha escogido una capital sin que se sepa
el día ni la época en que tuvo lugar tal denominación?
¿Las provincias han renunciado a su derecho,
no sólo de ser oídas, sino de dar sus órdenes a sus
encargados, y reunidas en congreso proveer a las
necesidades de todas y cada una de ellas? ¿Por qué
anomalía monstruosa sucede que una República
representativa federal no tiene congreso, mientras
todas las repúblicas americanas lo tienen, y aun los
gobiernos despóticos de Austria y de la Prusia han
aceptado u otorgado constituciones que reglan el
ejercicio de los poderes y aseguran la libre expresión
A R G I R Ó P O L I S
41
de la voluntad de los gobernados, representados
debidamente en asambleas y congresos?
Recomendamos estas consideraciones a todos
los ciudadanos federales de la República Argentina.
Sobre ellos pesa el cumplimiento de sus propias
promesas, sobre ellos la decadencia de la República,
su atraso en relación con las otras americanas. El
tiempo que pasa agrava la situación, cada día el mal
se hace irremediable y el estado provisorio que subsiste
por veintitrés años puede subsistir indefinidamente,
y las provincias quedar en lo sucesivo a
merced de los diversos gobernadores de la ciudad
de Buenos Aires.
La necesidad de la convocación inmediata del
congreso que resulta del estudio del derecho, no es
menos imperiosa que la que nace del examen de los
hechos actuales. ¿Cuál es la situación actual de la
República? Nuestras armas sitian a Montevideo hace
ocho años. Semejante duración es casi sin ejemplo
en la historia de las naciones. Nuestro
encargado provisorio de las relaciones exteriores ha
creído comprometida la dignidad nacional en restablecer
de viva fuerza en la autoridad legal de una
nación extraña al general Oribe. Ocho años ha corrido
la sangre argentina en una guerra exterior;
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
42
ocho años hace que la Francia y la Inglaterra han
tomado parte en estas disidencias. Ocho años que, a
causa de ellas, la Francia tiene en su poder un punto
importante de nuestro territorio; y ocho años hace
que las rentas de la nación, sus fuerzas, su energía,
se agotan y aniquilan en prosecución de aquella empresa.
Acaso el derecho está de nuestra parte; pero
¿debemos prolongar para siempre este estado de
cosas? ¿No pudiera buscarse un desenlace que dejase
bien parado el honor nacional, ahorrándonos para
lo sucesivo las calamidades de un estado
permanente de guerra y las humillaciones que en las
vicisitudes de los acontecimientos humanos están
reservadas, no para el injusto, sino para el débil? Si
somos fuertes, ¿por qué no hemos podido en ocho
años ocupar una ciudad despoblada, consumida por
las disensiones y la miseria? Y si somos fuertes, ¿por
qué no emplear nuestras fuerzas en constituirnos de
manera que todas las partes constituyentes del Estado
gocen de las mismas ventajas?
¿Tememos que las potencias extranjeras conquisten
nuestro territorio? Pero esto es precisamente
el mal a que nos expondríamos negándonos
a toda transacción y a todo arreglo que no sea soA
R G I R Ó P O L I S
43
meter a los otros poderes contrincantes a hacer lo
que nosotros queremos.
El único resultado claro que han dado ocho
años de luchas, hasta hoy estériles, es que nuestros
ejércitos estén fuera de los límites de la República, y
que la Francia retenga en su poder la isla de Martín
García, que es la llave del país. Si nuestro honor está
comprometido en la lucha, ¿lo está por ventura en
reconocer ciegamente como la única conducta buena
aquella que sigue el encargado de las relaciones
exteriores? ¿Amancilló su honor la orgullosa Inglaterra,
desaprobando altamente la conducta de sus
encargados en los asuntos del Plata, Mandeville,
Purvis, Ousseley? ¿Se ha degradado la Francia desconociendo
los actos de Deffaudis, Gross, de Mareuil,
Leprédour? Y lo que tan grandes naciones han
podido hacer sin mengua para satisfacernos de sus
buenas intenciones, ¿no podríamos hacer nosotros
ante ellas y el mundo, para que se viese que no era
obstinación ciega, ni terquedad irreflexiva, lo que
nos impulsa a llevar el mantenimiento de lo que
creemos nuestro derecho más allá de los límites que
la prudencia y el interés nacional exigen?
Lejos de nosotros la idea de exigir una desaprobación
de la manera como se ha desempeñado el
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
44
encargo provisorio de mantener las relaciones exteriores
hecho al gobierno de Buenos Aires; pero nada
parece más natural que las provincias que lo
encargaron, reunidas en congreso, reasuman la comisión,
pidan cuenta del encargo, oigan por sí mismas
las quejas de las otras potencias, den la razón a
quien la tenga y adopten cualquier temperamento
que conduzca a conciliar el honor y la gloria de la
Confederación con su progreso y sus intereses destruidos
por esta guerra sin fin. Un encargado irresponsable
corre riesgo de abandonarse en la gestión
de los negocios públicos a los ímpetus de su carácter
personal, y dar por cuidado de los intereses de la
nación, celo por su gloria, lo que acaso no es más
que terquedad, orgullo y falta de habilidad y prudencia.
A R G I R Ó P O L I S
45
CAPITULO II
LAS PROVINCIAS UNIDAS DEL RÍ0 DE LA
PLATA, EL PARA-GUAY Y LA REPÚBLICA
DEL URUGUAY.
Para darnos idea de la gravedad de los negocios
que reclaman imperiosamente la convocación de un
congreso general que ponga término a la lucha que
por tantos años ensangrienta las márgenes del Río
de la Plata, debemos tener en cuenta los diversos
poderes interesados en su desenlace, y los altos intereses
que deben ser atendidos.
No es sólo una cuestión de la Confederación
Argentina la que se debate, sino la de las Antiguas
Provincias Unidas del Río de la Plata, y a más, otra
con la Francia, que ha hecho nacer la ingerencia que
sus nacionales emigrados a América han tomado en
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
46
los asuntos de Montevideo. Si las provincias que
componen hoy la Confederación Argentina, consultando
la paz y esperando desde 1842 un próximo
desenlace, han podido abandonar sin trabas la gestión
de sus relaciones exteriores a su encargado
provisorio, no sería justo exigir a Montevideo y al
Paraguay que se sometan a la decisión y a Ia voluntad
de dicho encargado sin que las provincias confederadas
traten de buscar por sí mismas y reunidas
en congreso un medio de avenimiento y arreglo.
La voz pública atribuye al encargado de las relaciones
exteriores el secreto designio de reunir el Paraguay
y el Uruguay a la Confederación Argentina.
Créese que el general Oribe, sometido al gobierno
de Buenos Aires de diez años a esta parte, obrando
con fuerzas argentinas, no podría, aunque quisiera,
en adelante substraerse a la influencia del gobierno
de Buenos Aires, que lo habría elevado y lo sostiene
en sus pretensiones. Cualquiera que sea la verdad a
este respecto, el hecho es que la República del Uruguay
ha estado por diez años y permanece complicada
en intereses y pasiones de partido con la
Confederación Argentina; que su independencia
definitiva no ha podido hacerse efectiva en el hecho,
estorbándolo la naturaleza de las cosas, los háA
R G I R Ó P O L I S
47
bitos comunes a ambos pueblos y sus verdaderos
intereses.
Apreciando en su justo valor los desastres de
que ha sido víctima Montevideo, las ingentes fortunas
destruidas, la campaña asolada y los millares de
cadáveres que ha costado esta fatal guerra, el observador,
entristecido, se pregunta si en el orden actual
de cosas, y con una pacificación que no remedie
radicalmente los males, podrán Montevideo y Buenos
Aires, desligados de todo vínculo político, permanecer
largos años en paz sin renovar sus
querellas y envolver el país en nuevos desastres.
¿Qué es lo que ha sucedido hasta aquí? El Uruguay
dividido en partidos, agitado por las ambiciones de
sus caudillos, no ha podido desprenderse de las
Provincias Unidas de que fue segregado. La ambición
del general Rivera le hizo llamar en su auxilio a
los argentinos que por millares estaban aislados en
Montevideo; y el general Oribe, para reponerse de
su vencimiento, buscó naturalmente el apoyo del
gobierno de Buenos Aires. Como se ve, y sin caracterizar
ninguno de estos hechos, la fuerza misma
de las cosas atraía al Uruguay en sostén de sus bandos
políticos nacionales, las influencias y las fuerzas
argentinas; y este hecho se repetirá siempre, con
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
48
iguales consecuencias desastrosas para el Uruguay
como para la Confederación Argentina; pues a nadie
se oculta que las luchas entre Oribe y Rivera, de
que procedió la guerra actual, nos cuestan millares
de vidas argentinas, todos los recursos de la nación
sacrificados durante diez años al empeño de restablecer
a Oribe, y la paralización de nuestro progreso,
por la extenuación de las provincias y la falta de
recursos para emprender las obras de utilidad pública
que faciliten el comercio, como apertura de caminos,
canales, navegación por vapor, etc.
Que si consideramos al Uruguay en completa
paz con la actual Confederación Argentina, los males
que es fácil prever no son menores que los que
provienen de la guerra. Montevideo y Buenos Aires,
situadas a la embocadura del Río de la Plata, recibiendo
cada una de primera mano las mercaderías
europeas, lucharán cada una de por sí por absorberse
el comercio del río, servir de almacén, de depósito
a las mercaderías, de centro de intercambio de
productos, y por una ruinosa competencia de favores
y ventajas ofrecidas al comercio, o promoviendo
disturbios en el Estado vecino, trabajarán por arruinarse
recíprocamente.
A R G I R Ó P O L I S
49
Hay quienes creen que la prolongación del sitio
de Montevideo por ocho años consecutivos, no
obstante la superioridad de las fuerzas sitiadoras y la
miseria y la debilidad de los sitiados, tiene en vista
arruinar lentamente a Montevideo, en beneficio de
Buenos Aires; y si este pensamiento es fundado,
puede decirse que el resultado ha ido más allá de lo
que una política de destrucción podía prometerse.
Sitiados y sitiadores, orientales y argentinos, amigos
y enemigos, nacionales y extranjeros, todos han
puesto la mano en la ruina del Estado uruguayo.
Oribe, para mantener un numeroso ejército, ha
diezmado los ganados; sus enemigos han asolado las
campañas, la ciudad se ha despoblado, sus edificios
y plazas públicas han sido vendidos a vil precio,
empeñadas sus rentas, destruido su comercio, y un
montón de ruinas reemplazado la pasada prosperidad
de Montevideo. Si Oribe penetra en Montevideo,
es claro que con él penetra la influencia
argentina, en despecho de los odios confesados u
ocultos que labran a los orientales. Si la influencia
argentina no triunfa, ¿se estará quieto el encargado
de las relaciones exteriores, sin estar tramando secretamente
nuevas complicaciones al Estado
Oriental?
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
50
La posición del Paraguay con respecto a Buenos
Aires no es menos precaria y azarosa. Aquella remota
porción del antiguo virreinato de Buenos Aires
tuvo para declararse independiente que sacrificar
su comercio, su civilización, y entregarse a un tirano
sombrío, que, excitando el sentimiento de la independencia
y el odio a los argentinos y a los extranjeros,
redujo a la esclavitud más espantosa a sus
conciudadanos; porque es la práctica de todos los
tiranos apoyarse en un sentimiento natural, pero
irreflexivo, de los pueblos, para dominarlos.
El nombre del doctor Francia sólo recuerda hoy
todos los excesos, todas las crueldades de un déspota.
Muerto el tirano, el Paraguay, después de
treinta años de degradación y de miseria, se encuentra
en los mismos conflictos con las provincias
argentinas, y sin haber avanzado un paso en su imposible
conato de ser independiente. Colocado
aquel territorio en el interior de la América, a la
margen del río de su nombre, tiene cuatrocientas
leguas de ríos argentinos para ponerse en contacto
con el comercio europeo. Su interposición en el
tránsito de los pueblos argentinos lo hacen, además,
un obstáculo para el desarrollo de estos últimos.
Salta, Tucumán y Jujuy tendrían hoy una vía acuátiA
R G I R Ó P O L I S
51
ca por el río Bermejo, si el doctor Francia no hubiese
aprisionado al benemérito Soria, que emprendió
con suceso la navegación de aquel río hasta los confines
del Paraguay, donde fue detenido8. La Confederación
Argentina tiene, pues, un interés real en
evitar para lo sucesivo estos tropiezos opuestos a su
comercio, como asimismo el Paraguay tiene interés
en ligarse con la Confederación Argentina para gozar
de igual a igual con Buenos Aires de las ventajas
del comercio europeo.
Esta dependencia de la Confederación es común
a la República del Uruguay, cuya arteria de
comercio interior es el Uruguay mismo, con sus tributarios
que desembocan arriba de la isla de Martín
García, y, por tanto, queda subordinado, como el
Paraná, a la legislación que le imponga el Estado
poseedor de aquella isla, que sirve de fortificación
de la entrada de los ríos.
De todas estas consideraciones resulta que la
solución que haya de darse a la cuestión del Plata no
debe en justicia, y en previsión de males futuros,
entregarse a la dirección de un encargado provisorio,
a quien puede cegar su propio interés, o el de la
provincia confederada que rige. En esta solución
8 Véase la relación del viaje de Soria.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
52
final han de consultarse los intereses de cada una de
las provincias que forman la Confederación Argentina,
los de la República del Uruguay y los del Paraguay,
todas y cada una interesadas en hacer un
arreglo de sus relaciones comerciales, de la navegación
de sus ríos y de su independencia recíproca, sin
sacrificar los intereses de todas las provincias al interés
de una de ellas, ni el de todos los Estados
contrincantes al de uno solo.
Este temperamento, a más de aconsejarlo la estricta
justicia, lo reclama el estado actual de la lucha.
El encargado provisoriamente de las relaciones exteriores,
no obstante la energía de los medios empleados,
no obstante los inmensos recursos que la
Confederación ha puesto en sus manos, no obstante
el inaudito poder con que ha sido investido, hasta
poner las vidas y las fortunas de los ciudadanos a su
disposición, no ha podido en diez años de guerras
desastrosas, de negociaciones diplomáticas mil veces
anudadas y rotas otras tantas, terminar estas diferencias.
Después de diez años, el general Oribe, a
quien creyó del deber y del interés de la Confederación
Argentina restablecer en el mando, está fuera
de Montevideo; y en estos diez años tan calamitosos
para la Confederación y para el Estado del Uruguay,
A R G I R Ó P O L I S
53
no sólo Montevi-deo no ha sido sometido, sino que
nuevas complicaciones han surgido.
El Paraguay permanece, como en 1812, sin situación
política, y lo que es mil veces peor, una potencia
extranjera ocupa a título de rehenes un punto
importante de la República. El pabellón de Francia
flota sobre las fortalezas de Martín García.
No maldigamos de la Providencia, que dispone
y dirige los acontecimientos humanos. Deploremos
nuestros propios extravíos, que han concitado contra
nosotros tantos intereses y tantas pasiones; pero
antes de entregarnos al desaliento, busquemos el
medio de conciliar nuestra dignidad nacional con
los intereses de los demás, y sacar del mal mismo de
que somos víctimas el remedio que ha de estorbar
en lo sucesivo la repetición de iguales calamidades.
Acaso la Providencia ha querido favorecernos, poniendo
límites forzosos a nuestros deseos desordenados,
y ligando de tal manera intereses diversos,
que de la solución que las circunstancias del momento
exigen resulte la prosperidad de los Estados
del Río de la Plata y la libertad de los pueblos que
los forman.
La República del Uruguay, como la provincia
emancipada del Paraguay, repugnan someterse a la
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54
antigua dependencia en que antes estuvieron de
Buenos Aires. Montevideo no tiene sino motivos de
desconfianza y de odio contra su rival de comercio
y de posición en el Río de la Plata.
El Paraguay y el Uruguay no tienen interés alguno
que los ligue a Buenos Aires, que está fuera de
sus rutas naturales de comercio. Estos dos Estados
no tienen, además, ningún motivo de deferencia por
nuestro encargado de las relaciones exteriores, cuyo
nombre, cuya política, cuya voluntad, cuyo sistema
de gobierno, aparece hace quince años como la expresión
legal del nombre, de la política, de la voluntad
y del sistema de gobierno de la
Confederación Argentina. El gobierno de Montevideo,
como el general Oribe mismo, como el del Paraguay,
se negarían a entregar sus destinos en las
manos de nuestro encargado provisorio de las relaciones
exteriores. La ciudad comerciante de Montevideo
resistirá ahora y siempre a someterse a su
rival, la ciudad comerciante de Buenos Aires.
El derecho escrito, por otra parte, de las fracciones
del antiguo virreinato de Buenos Aires, separadas
más tarde, establece perentoriamente esta
independencia. En la convención celebrada el 11 de
octubre de 1811, entre las juntas gubernativas de
A R G I R Ó P O L I S
55
Buenos Aires y del Paraguay9, se establece, artículo
V, que: “Por consecuencia de la independencia en
que queda esta provincia del Paraguay de la de Buenos
Aires, conforme a lo convenido en la citada
contestación oficial del 28 de agosto último, tampoco
la mencionada Excma. Junta pondrá reparo en el
cumplimiento y ejecución de las demás deliberaciones
tomadas por esta del Paraguay en junta general,
conforme a las declaraciones del presente tratado; y
bajo de estos artículos, deseando ambas partes contratantes
estrechar más y más los vínculos y empeños
que unen y deben unir ambas provincias en una
federación y alianza indisoluble, se obliga cada una
por la suya, no sólo a conservar y cultivar una sincera,
sólida y perpetua amistad, sino también a auxiliarse
mutua y eficazmente en todo género de
auxilios, etc.”
No es menos explícita, en punto de independencia
de Buenos Aires, la convención preliminar
de paz entre el Brasil y la República Argentina que
aseguró la independencia de Montevideo, tít. V: “El
gobierno de la República Argentina concuerda en
declarar por su parte la independencia de Montevi-
9 Esta convención fue firmada en la Asunción del Paraguay por don Fulgencio
Yedros, el doctor Francia, el general Belgrano, don Pedro Juan Caballero y el
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56
deo y en que se constituya en Estado libre o independiente
en la forma declarada en el artículo antecedente
(bajo la forma de gobierno que juzgare
conveniente a sus intereses, necesidades y recursos).”
Art. X: “Siendo un deber de los dos gobiernos
contratantes auxiliar y proteger a la provincia de
Montevideo hasta que ella se constituya plenamente,
convienen los mismos gobiernos en que, si antes de
jurada la Constitución de la misma provincia y cinco
años después la tranquilidad y seguridad fuese perturbada
dentro de ella por la guerra civil, prestarán a
su gobierno legal el auxilio necesario para mantenerlo
y sostenerlo. Pasado el plazo expresado, cesará
toda la protección que por este artículo se
promete al gobierno legal de la provincia de Montevideo,
y la misma quedará en perpetua y absoluta
independencia.”
Estas cláusulas de la convención preliminar
ajustada, necesitan, para su inteligencia y alcance, ser
comparadas con las de las redacciones diversas que
en el curso de la negociación rechazaron constantemente
como inadmisibles los negociadores argentinos,
y entre las cuales se encuentra ésta: “Las
doctor don Vicente Echeverría.
A R G I R Ó P O L I S
57
partes contratantes se obligan a abstenerse, por sí,
de toda ingerencia directa o indirecta, y a estorbar
de común acuerdo, con todos sus medios, la ingerencia
de cualquiera otra potencia europea en la
formación de la constitución política y gobierno que
los habitantes de dicho Estado juzguen conveniente
establecer. Él será regido por autoridad del propio
país ejercida por sus naturales; -será asimismo declarado
incapaz de ser incorporado a otro país por sumisión,
por federación, o de cualquiera otra forma a
ningún otro Estado europeo o americano.”
Rechazado este artículo, que imponía límites a la
independencia y a las futuras formas de gobierno
que la provincia de Montevideo quisiese darse, según
se lo aconsejasen sus intereses, resulta demostrado
que la República del Uruguay, si así fuere su
voluntad, puede asociarse en federación a otro Estado,
sin traspasar los límites que el espíritu y la letra
de la convención preliminar de paz con el Brasil
imponía a la independencia por ella asegurada.
Ahora preguntaríamos nosotros: Atendida la
prolongación de la ruinosa lucha que ha sostenido la
República del Uruguay, sin desenlace posible hasta
hoy; atendida la inevitable fatalidad de su condición
que la liga forzosamente a las luchas políticas de la
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58
Confederación Argentina, como lo han demostrado
los veinte años de independencia ilusoria de que han
gozado, atendida la independencia de la Confederación
en la que queda el río Uruguay; bajo el dominio
de la isla de Martín García, atendido que esta isla no
puede serle entregada porque le quedaría sujeta la
navegación del Paraná, que domina conjuntamente
atendidos, en fin, los comunes intereses comerciales
de ambos Estados que la naturaleza ha ligado inseparablemente,
atendidos tan sagrados intereses, nosotros
preguntaríamos a los sitiadores y a los
sitiados en Montevideo, aquellas dos partes de una
nación empeñada ocho años en una lucha fratricida,
si hallan dificultad insuperable, invencible para asociarse
al Paraguay y a la República Argentina en una
federación con el nombre de Estados Unidos de la
América de Sur, u otro que borre todo asomo de
desigualdad.
Preguntamos al general Oribe, que obedece al
general argentino Rosas hace diez años, sin reserva,
sin contradicción, usando para sus propósitos del
poder, de los recursos, de la sangre de los argentinos,
si encontraría absurdo, chocante, reconocer la
autoridad de un congreso general, compuesto de
A R G I R Ó P O L I S
59
orientales y argentinos, para arreglar en común los
intereses de los Estados del Plata.
Preguntamos igualmente a la ciudad de Montevideo,
cuya suerte depende de auxilios extranjeros,
que de un día a otro puede por la suerte ser entregada
a la merced de su enemigo, si en lugar de someterse
a su rival Buenos Aires no se encontraría
bien servida formando parte de un grande Estado,
cuyas leyes fuesen igualmente equitativas para Buenos
Aires como para Montevideo, poniendo término
al estado provisorio de la Confederación
Argentina, que da existencias al poder provisional,
pero terrible e ilimitado, de que está investido el
encargado de las relaciones exteriores.
Nuestro ardiente deseo de ver terminarse una
lucha fratricida que tiene escandalizado al mundo,
avergonzada a la América, aniquilada la riqueza de
Estados que debieran ser florecientes, y aherrojada
la libertad de los pueblos que más sacrificios han
hecho por dársela, no nos alucina hasta creer que
todas las partes interesadas acogerían con ardor la
solución que ofrecemos a la situación actual. ¡No!
No es así como obran de ordinario los gobiernos ni
los partidos. El grito de las pasiones sofoca casi
siempre la voz templada de la razón, y el interés
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60
personal del ambicioso se antepone de ordinario al
interés duradero de la patria.
Proponemos una transacción, fundada en la
naturaleza de las cosas, y, afortunadamente, Estado
alguno de los comprometidos en la lucha es dueño
de su voluntad en este momento. El general Oribe
depende del encargado de las relaciones exteriores
que lo sostienen. El encargado provisorio depende
de los gobiernos de las provincias federales que le
confiaron el poder de representarlas, y pueden retirárselo.
El Paraguay está subordinado a la embocadura
de los ríos que le sirven de intermediarios con el
comercio europeo. Montevideo depende de los subsidios
que la Francia le adelanta para sostenerse. La
Confederación Argentina, el Paraguay y la República
del Uruguay están, en fin, dependientes de la posesión
de la isla Martín García, que es la llave del
comercio del Paraguay y del Paraná y, por tanto, de
los intereses de Montevideo, Buenos Aires Santa Fe,
Corrientes, Entre Ríos, el Paraguay y todas las provincias
enteras.
No hablemos, pues, de derechos imprescriptibles;
no busquemos en una tenaz y culpable obstinación
la solución de las dificultades que nos
A R G I R Ó P O L I S
61
asedian. Tomemos consejos de las circunstancias, y
demos a cada uno lo que legítimamente tiene derecho
de exigir, sin perjudicar a los demás. Si la violencia
ha de emplearse para compeler a una
transacción, que sea la que imponga la voluntad del
mayor número al menor. Nuestro derecho escrito
así lo establece. El gobierno de Buenos Aires, al solicitar
de las provincias el encargo provisorio de las
relaciones exteriores, prometió solamente “oponerse
al nivel de las provincias”, “esperar religiosamente
lo que sancionase la mayoría de los pueblos
que reintegran la República”… “por cuanto ha dado
pruebas nada equívocas en favor de la autoridad de
los pueblos”10.
Los Estados Unidos de Norte América, tan celosos
de sus libertades de Estados confederados,
sancionaron, al organizar la Federación, que si las
tres cuartas partes de los Estados reconocían la
Constitución, éstos compelerían por la fuerza de las
armas a los disidentes a conformarse con ella. Las
provincias argentina reunidas en congreso, y el Paraguay
y los diversos partidos que luchan en las murallas
de Montevideo, pueden, pues, compeler con
10 Véase la nota citada del enviado Vargas, en cuya virtud se concedió al
gobierno de Buenos Aires el encargo de las relaciones exteriores.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
62
sus armas y el auxilio de la Francia a someterse a la
decisión del congreso general, a cualquier gobierno
que, abusando de su fuerza y de su posición, se negase
por intereses particulares, suyo o de su provincia,
a entrar en un arreglo definitivo de este triste
estado de cosas, que ha hecho del Río de la Plata la
fábula del mundo, y un caos de confusión y de desastres.
Lejos de nosotros la idea de querer someter a la
República del Uruguay ni al Paraguay a condiciones
que no hayan sido libremente discutidas y aceptadas
por ellos. Lejos de nosotros la ruinosa idea de querer
que Montevideo abdique su rango y sus ventajas
comerciales en favor de Buenos Aires, su rival de
posición, como tampoco que el Paraguay acepte las
condiciones que para su libre comercio quieran imponerle
las ciudades ribereñas de los ríos que median
entre su territorio y el mar. Por esto es que
pedimos la reunión de un congreso general, en que
el pacto de unión y federación se establezca bajo
tales bases, que todas las partes contratantes encuentren
garantías de ser respetadas en sus intereses
y libertad política y comercial.
En virtud de estos mismos principios, el encargo
de las relaciones exteriores debe cesar por la
A R G I R Ó P O L I S
63
convocación inmediata del congreso, cuya ausencia
se propuso suplir por sólo algunos meses.
Las grandes ciudades de Montevideo, Buenos
Aires, ni la Asunción del Paraguay, pueden servir de
centro a las concesiones, porque ellas son las que
han sostenido y alimentado entre sí la lucha que por
tantos años ha devorado la substancia de los pueblos;
y el espíritu de conciliación que debe presidir
en este deseado arreglo, como el estudio de los intereses
vitales de cada una de las provincias confederales,
aconsejan que se remuevan desde ahora todos
los motivos de celos, de irritación, y todos los recuerdos
desagradables que puedan obstar a la
pronta pacificación del Río de la Plata y a la organización
definitiva de la Confederación.
Lo que no es sino una previsión natural con
respecto a la influencia de aquellas ciudades, se convierte
en un hecho, cuando se aplica al encargado de
las relaciones exteriores, quien, cualquiera que sea el
patriotismo que le atribuyamos, sus antecedentes, su
posición, le obligan a seguir fatalmente en adelante
la misma línea de conducta que ha seguido en diez
años. Por otra parte, el encargado provisorio, debiendo
concluir en su encargo en el momento que
se nombra y reúna el congreso, su interés personal,
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
64
cualesquiera que sus virtudes sean, le inducirá a
oponer obstáculo a la cesación del poder que inviste,
pues aunque provisorio, es tan extenso e ilimitado,
como no sería si fuese duradero y regular.
En 1833 el general Quiroga exigió la convocación
del congreso, retardada desde 1829 por nuestras
disensiones; y no obstante que entonces la
República gozaba de completa paz interior y la opinión
federal había triunfado en el gobierno de todas
las provincias, el de Buenos Aires encontró y expuso
razones más o menos plausibles para oponerse a
la deseada convocación, con el fin, es preciso no
disimulárselo, de perpetuar el encargo de las relaciones
exteriores de que estaba en posesión y de que
podría exonerarlo el congreso. El voto, pues, del
gobernador de Buenos Aires contra la inmediata
convocación del congreso sería, no nos cansaremos
de repetirlo, sospechoso de intentar la usurpación
del poder, contra la cual protestaba el coronel Dorrego
al solicitar el dicho encargo.
A R G I R Ó P O L I S
65
CAPITULO III
LA CAPITAL DE LOS ESTADOS UNIDOS
DEL RÍO DE LA PLATA.
Hay un hecho notable en la historia de la República
y de la Confederación Argentina, y es que
nunca ha reconocido una capital, y que el partido
federal se opuso a la constitución unitaria de 1826,
porque Buenos Aires era designada como centro de
los poderes políticos que dicha constitución creaba.
Los enviados del coronel Dorrego a las provincias,
inmediatamente después de la disolución del Congreso
de 1826 a fin de recabar de los gobiernos federales
el encargo provisorio de los ramos de
Guerra y Relaciones Extranjeras, indicaron a nombre
del Gobierno de Buenos Aires como punto de
reunión del próximo Congreso, a San Lorenzo, o
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
66
Santa Fe, ambos puntos fuera del territorio de Buenos
Aires, a fin de no herir las susceptibilidades de
las provincias; y aunque el enviado cerca del Gobierno
de San Juan se inclinase a hacer preferir a
San Lorenzo, la Convención de diputados se reunió
en Santa Fe, como punto más independiente de
Buenos Aires.
El tratado cuadrilátero adicionado que sirve de
pacto provisorio de la actual Confederación Argentina,
a más de establecer la obligación de cada provincia
contratante de invitar a Congreso en el
momento que la paz interior se restableciese, estipuló
en sus artículos adicionales de 1831 que: “Interin
durase el estado de cosas, y mientras no se
restablezca la paz pública en todas las provincias de
la República, residirá en la capital de Santa Fe una
comisión, compuesta de un diputado por cada una
de las provincias litorales, cuya denominación será
Comisión representativa de los gobiernos de las
provincias litorales de la República Argentina, cuyos
diputados podrán ser removidos al arbitrio de sus
respectivos gobiernos cuando lo juzguen conveA
R G I R Ó P O L I S
67
niente, nombrando otros inmediatamente en su lugar.”
11
Citamos esta cláusula para mostrar cuál fue el
pensamiento dominante de los pueblos con respecto
al lugar adecuado para la reunión de un Congreso
deliberante. Aquellos motivos, acaso
infundados, de temor a la influencia demasiado poderosa
de Buenos Aires, toman hoy nueva fuerza de
la circunstancia de ser aquella ciudad la residencia
del Encargado de los negocios exteriores, facultado
con la suma del poder público por la legislatura
provincial, en virtud de la cual los diputados del
Congreso deliberante quedarían por solo hecho de
estar en la ciudad de Buenos Aires bajo el régimen
de dependencia del poder absoluto que inviste el
gobernador de aquella provincia, y por tanto, privados
de toda independencia de la emisión, por la
prensa y en la tribuna de sus opiniones.
Ni se concibe cómo un congreso que puede residenciar
al encargado de las relaciones exteriores
sobre el uso que de tal encargo ha hecho en veintitrés
años, puede estar bajo la jurisdicción irresponsable
de ese mismo encargado. Pero la cuestión
11 Art. XV: El tratado celebrado entre los Excmos. Gobiernos de las provincias
litorales de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, en Santa Fe a 4 de enero
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
68
toma mayor gravedad cuando se considera que van
a arreglarse en este Congreso las diferencias que
existen entre las ciudades de Buenos Aires y Montevideo,
y a dar su legítima representación, no sólo a
cada una de las provincias de la Confederación, sino
al Paraguay, y tanto a los orientales que siguen las
banderas del general Oribe como a los orientales
que se defienden dentro de las murallas de Montevideo.
Ni sería fuera de propósito que los argentinos
que están expatriados en el Brasil, Uruguay, Chile y
otros puntos hiciesen oír su voz en cuestiones que
son de interés general, y que por la naturaleza misma
del asunto tienen por base reconocer los principios
federales como única base posible de unión
que admitiría el Paraguay y Montevideo.
El local para la reunión del congreso general ha
de estar de tal manera situado, con tales garantías
resguardado, que todas las opiniones se hallen en
completa libertad, todos los intereses respetados, y
todas las susceptibilidades puestas a cubierto de
cualquier viso de humillación. Si no existiera este
lugar privilegiado en el Río de la Plata, debiera inventarse
uno que estuviese al abrigo de toda conede
1831.
A R G I R Ó P O L I S
69
xión e influencia de los diversos Estados. Si no hubiese
una nación que por su respetabilidad pudiese
garantir este terreno neutro, debiera invocarse la
protección de alguna de las que han tomado parte
en la cuestión del Plata.
Afortunadamente el local existe, y es célebre ya
en la historia de las colonias españolas por la reunión
de los diputados de las coronas de España y
Portugal, para transigir por medio de convenios
amigables prolongadas cuestiones de límites y poner,
como al presente, término a guerras asoladoras.
La nación garante de la libertad de las discusiones
del congreso posee este punto del territorio, y el
medio de hacérselo devolver a la Confederación
sería ponerse en posesión de él el congreso general,
quedando desde este momento sometido a su jurisdicción.
Hablamos de la isla de Martín García, situada en
la confluencia de los grandes ríos, y cuya posesión
interesa igualmente a Buenos Aires, a Montevideo,
al Paraguay, a Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes,
cuyo comercio está subordinado al tránsito bajo las
fortalezas de esta isla. Ocupándola el congreso, la
ocuparán al mismo tiempo todas las provincias, todas
las ciudades interesadas, todos los Estados conD
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70
federados. Ocupada la isla central por el congreso,
quedaría garantizada la libertad comercial de todos
los Estados contratantes, sin el peligro que hoy subsiste
de que devuelta a la jurisdicción del gobierno
de Buenos Aires la libertad comercial de Entre Ríos,
Santa Fe, el Paraguay y el Uruguay sean en lo sucesivo
sometidas a las regulaciones que quiera imponerles
en su propio provecho el gobierno poseedor
de la isla fortificada y dejar con esto subsistentes
motivos de conflictos futuros.
Y siendo la cuestión principal, por no decir la
dificultad más seria, que en todos los países y en
todos tiempos ha ofrecido la unión de diversos Estados
o provincias en una federación, la ciudad capital
que deje a cada una de las partes contratantes
en toda libertad a que por este sistema aspiran, todos
nuestros estudios, dirigidos por la más severa
imparcialidad, deben consagrarse a examinar si la
isla de Martín García, colocada hoy por circunstancias
fuera de la influencia de los gobiernos argentinos,
puede servir de capital permanente de la
posible Unión, y si por su colocación geográfica es
el centro administrativo, económico y comercial,
forzoso, indispensable, para asegurar la reciprocidad
A R G I R Ó P O L I S
71
de ventajas que los Estados confederales deben
prometerse de su unión.
Téngase presente que la Gran Federación de los
Estados Unidos, el modelo de las repúblicas modernas
y el tipo que tuvieron a la vista los federales
de todas las Provincias Unidas del Río de la Plata,
tropezaron con la misma dificultad que la República
Argentina encontró desde los principios para constituirse.
Como a las márgenes del río de la Plata
Buenos Aires, a orillas del Atlántico Nueva York
era, en la época de constituirse los Estados Unidos,
la ciudad más rica, más populosa y por tanto más
influyente de las colonias inglesas emancipadas; pero
a causa de esta misma superioridad los demás
Estados y las ciudades de Filadelfia, Baltimore,
Boston, etc., se negaban tenazmente a aumentar la
desproporción de poder e influencia que existe naturalmente
entre ellas y Nueva York, dando esta
última mayor poder, haciéndola la residencia de los
poderes federales.
La prudencia de los patriotas norteamericanos
halló al fin en la creación de una nueva ciudad, Washington,
para que sirviese de capital a la Unión, un
expediente pacífico que conciliase las pretensiones
opuestas de las diversas ciudades que pudieron enD
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72
trar en la asociación sin sentirse dependientes las
unas de las otras. Nueva York, Boston, Baltimore,
etc., quedaron en posesión de todas sus ventajas de
posición, riqueza y comercio, dependiendo sólo de
las leyes generales de la improvisada capital.
Martín García llenaría aún mejor, que Washington
entre nosotros el importante rol de servir
de centro administrativo a la Unión. Por su condición
insular está independiente de ambas márgenes
del río; por su posición geográfica es la aduana común
de todos los pueblos riberanos, entrando desde
ahora en mancomunidad de intereses
comerciales y políticos el Paraguay, Corrientes,
Santa Fe, Entre Ríos y la República del Uruguay;
por su situación estratégica es el baluarte que guarda
la entrada de los ríos; y puesta bajo la jurisdicción
del gobierno general de la Unión será una barrera
insuperable contra todo amago de invasión. Las
ciudades de Buenos Aires y Montevideo, regidas
por unas mismas leyes comerciales, quedan en ambas
riberas de la boca del Plata, gozando, como no
han podido gozar hasta aquí, de las ventajas de su
contacto con el comercio europeo, a causa de la
rivalidad que abrigan y que las hace propender a
engrandecerse la una con ruina de la otra.
A R G I R Ó P O L I S
73
Bastarían a nuestro juicio estas ventajas para decidir
en favor de la capitalización de Martín García,
aun a aquéllos que menos simpatías tengan con el
sistema federal. Mas hay otras consideraciones que
deben tenerse presentes para la grave solución de
este asunto, y que trataremos de exponer detalladamente.
La riqueza de las naciones, y por consecuencia
su poder, proviene de la facilidad de sus
comunicaciones interiores, de la multitud de puertos
en contacto con el comercio de las otras naciones.
La Francia, por ejemplo, en Europa, debe su esplendor
a las vías de comunicación fluvial que le
permiten exportar sus productos con poco recargo
de costos de transporte por el Loire y el Garona al
Atlántico, por el Sena al canal de la Mancha, por el
Ródano al Mediterráneo, por el Rin al Zuiderzé o
mar del Norte, que la pone en comunicación con el
Báltico.
Sus numerosos puertos en tres mares distintos
la hacen el centro de un vasto comercio, con el Levante
y África, por Marsella, con América por Burdeos,
y El Havre, por la costa del Rin con la
Alemania, la Holanda y la Bélgica. El canal del Languedoc
establece entre el Ródano y el Garona una
vía de comunicación, criterio que facilita por el coD
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74
razón de la Francia el transporte de las mercaderías
de un mar a otro.
La Inglaterra, por su forma insular, presenta
puertos a todos los mares y en todos los extremos,
facilitando una red de caminos de hierro para la
pronta circulación de los productos por por todos
los extremos del Reino Unido.
Los Estados Unidos de Norteamérica son la
maravilla de la fácil comunicación de todos los extremos
de la Unión con el comercio europeo, y de
todos los Estados centrales con las costas, por medio
de canales, ríos, ferrocarriles y caminos. Por el
norte la cadena de lagos más extensa de la tierra y el
San Lorenzo abren al comercio europeo los Estados
de Illinois, Indiana, Ohio, Pensilvania y Nueva
York; por el Este están en comunicación con el
Atlántico, Maine, Hampshire, Massachusetts, Connecticut,
Nueva York, Delaware, Nueva Jersey, ambas
Carolinas, Georgia y Florida; por el Sur con el
Golfo de México, la Luisiana, Alabama y por el
Mississippi con el mismo golfo, los Estados bañados
por el estuario que forman el Missouri, el
Arkansas, el Ohio, el Illinois y otros muchos ríos
que miden entre sí diez mil millas de navegación; y
este prodigioso conjunto de puntos de contacto con
A R G I R Ó P O L I S
75
el comercio exterior, ligado por el más grande sistema
de canales artificiales y de caminos de hierro
que exista en nación alguna de la tierra, esta exposición
de todos los Estados y este fácil contacto con
el comercio exterior, sin contar con los nuevos establecimientos
de Oregon y California en el Pacífico,
hacen de los Estados Unidos, no sólo el Estado
más poderoso del mundo, sino que asegura la libertad
e independencia de cada Estado de la Unión,
respecto a los demás Estados unidos. El comercio
extranjero acumula en los puntos que frecuenta,
población y riqueza; y la riqueza y la población de
una ciudad acumulan poder, recursos, inteligencia e
influjo, que van más tarde a obrar sobre los otros
pueblos, colocados en situaciones menos aventajadas.
Si se consulta el mapa geográfico de la República
Argentina se notará que es, casi sin excepción de
país alguno de la tierra, el más ruinosamente organizado
para la distribución proporcional de la riqueza,
el poder y la civilización por todas las provincias
confederadas. Al Oeste las escarpadas cordilleras de
los Andes, que embarazan la comunicación inmediata
con el Pacífico a las provincias de Mendoza,
San Juan, La Rioja, Catamarca, Salta, Jujuy y TucuD
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76
mán; y como si los obstáculos naturales no fuesen
bastantes para estorbar el desarrollo de aquellas
provincias, el encargado provisorio de las relaciones
exteriores, por un decreto que carece de antecedentes
en la historia de los gobiernos, ha puesto
obstáculos al comercio en aquellas provincias con
Chile y a su ya difícil contacto con los mercados
extranjeros por esta parte.
Al Sur, lejos de estar en condición la actual
Confederación Argentina de poder cambiar sus
productos con nación alguna civilizada, sufre las
devastaciones de los salvajes, quienes, gracias a
nuestro abandono, a la pobreza de las provincias del
interior, y a la guerra exterior que nos aniquila, han
logrado en estos últimos diez años despoblar una
parte de la República, hacer azarosa la comunicación
con el puerto de Buenos Aires y acercar el desierto
hasta el río Tercero.
Por el Norte, el desierto por una parte y las
provincias del sur de Bolivia, escasas de productos
de lucrativo intercambio, esterilizan los esfuerzos de
la industria.
Por el Este, en fin, el más envidiable sistema de
ríos cerrados al comercio extranjero, y en un ángulo
extremo de este inmenso territorio que mide más de
A R G I R Ó P O L I S
77
500 leguas de largo, y entre trescientas a cuatrocientas
leguas de ancho, un solo puerto, en Buenos
Aires, adonde las mercaderías de las demás provincias
han de venir a cambiarse forzosamente con las
mercaderías europeas, y esto sin el auxilio de canales
artificiales, sin el de ríos navegables ni ferrocarriles,
ni aun caminos transitables en que la previsión del
gobierno haya puesto alguno de los medios auxiliares
que la inteligencia humana ha hecho vulgares
aun entre los pueblos más atrasados de la tierra.
Buenos Aires es el punto de una circunferencia
adonde convergen de todos los otros extremos las
líneas de comunicación, resultando que los puntos
más distantes están, por este solo hecho, condenados
a la ruina inevitable que traerá a la larga la diferencia
de precios de producción de las mismas
materias acusadas por el mayor costo de la exportación.
Un solo ejemplo al alcance de todos hará sensible
nuestra idea. El precio de los cueros,
producción común a todas las provincias, lo establece
en el mercado de Buenos Aires la demanda
que de este artículo hay en Europa.
Si el precio es de ocho reales en Buenos Aires,
¿qué resulta para las provincias que están obligadas
a traer a este punto sus productos? Que los cueros
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78
producidos en Córdoba llevan ya por el flete la pérdida
de tres reales, los de San Luis cuatro, los de La
Rioja y Tucumán siete y aun ocho reales; de donde
resulta que esta producción condena necesariamente
a la pobreza y a la nulidad a las provincias del
interior según la mayor o menor distancia a que se
encuentran del único puerto, sin que la provincia de
Buenos Aires gane un ápice de su prosperidad, debida
al contacto inmediato del comercio europeo;
pues las pérdidas que experimentan las provincias
en su largo y difícil transporte no influyen ni en el
precio corriente, ni aumentan los provechos de los
productores del mismo artículo en Buenos Aires.
Estas comparaciones pueden hacerse en todos los
ramos que constituyen la riqueza de la actual Confederación.
No es nuestro ánimo inducir a creer que haya
en esta disposición de las relaciones comerciales de
las provincias con el puerto intención de hacerlas
mal y reducirlas lentamente a la despoblación y a la
miseria, como ya se nota en todos los ángulos de la
República.
Esta mala distribución de las ventajas comerciales
obrada por la configuración geográfica del
territorio que ocupa la actual Confederación, debe
A R G I R Ó P O L I S
79
remediarla el congreso nacional, en cuanto es dado
a la previsión y a la voluntad humana, teniendo presente
que no es el puerto de Buenos Aires la vía que
la naturaleza ha indicado para la cómoda exportación
de los productos del trabajo de los pueblos del
interior.
La más ligera inspección de la carta geográfica
muestra que el Paraguay, Corrientes, Entre Ríos y
Santa Fe tienen en los ríos que atraviesan su territorio,
medios fáciles de exportación y de contacto con
el comercio europeo. De la misma inspección y del
viaje de exploración del Bermejo hecho por el benemérito
Soria, resulta que Tucumán, Salta y Jujuy
encontrarían por aquella vía acuática exportación
provechosa a sus productos.
La provincia de Córdoba, limítrofe de Santa Fe,
encontraría en la canalización del Tercero y en su
inmediación al Paraná, una vía de exportación menos
costosa y que puede hacerse común a Santiago
del Estero y a Catamarca, no excluyéndose de las
ventajas de esta vía las provincias de Cuyo, cuyo
camino carril ha sido desviado al norte por las depredaciones
de los salvajes hasta costear las márgenes
del río Tercero hasta el punto en que éste busca
su unión con el Paraná.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
80
El antiguo camino carril de Cuyo a Buenos Aires
se dirigía en línea recta desde San Luis al puerto,
pasando por Río Quinto, población destruida durante
estos últimos años por los salvajes, San José
del Morro, igualmente despoblada, Julu, Cañada
Honda, hasta tocar en el fuerte de Santa Calatina
destruido por los salvajes como las poblaciones anteriores.
De allí seguía hasta el fuerte de las Tunas a
Taperas, igualmente despoblado hoy, hasta tocar
con la punta del Sauce, destruida igualmente.
Hasta que al fin por Melincué, la laguna del Bagual,
el Per-gamino y el Fortín de Areco, entraba
por Luján a Buenos Aires.
Hoy el camino de carreta sigue desde Arrecifes
al norte costeando el Paraná hasta tocar la esquina
del Tercero, cuya margen sigue al Oeste hasta la
Herradura, a San José, desde donde inclinándose al
Sur busca la dirección de San Luis. Como se ve, la
arteria única del comercio de Cuyo con Buenos Aires
describe desde San Luis un arco de círculo, cuya
cuerda es el camino antiguo, midiendo más de
treinta leguas la distancia al norte del camino transitable,
lo que hace un tercio más de marcha, y por
tanto un aumento más de costos, de tiempo y de
A R G I R Ó P O L I S
81
flete de los productos, que sin esto tenían ya que
soportar el transporte de trescientas leguas.
Nuestro objeto al poner de manifiesto estas líneas
naturales de comercio, es mostrar cómo la naturaleza
misma tiene señalada a Martín García como
capital de la federación, ya sea de las actuales provincias
argentinas, ya sea la más completa y necesaria
de todos los estados riberanos que formaron
antes el virreinato, y cuyos intereses políticos y comerciales,
como sus ríos y sus vías de comunicación,
se reúnen en Martín García.
La creación de un puerto de comercio exterior
en Martín García, suministrando las mercaderías
europeas a las provincias del interior que pueden
aprovechar el contacto o la proximidad de las vías
fluviales, precipitará por aquella parte el desenvolvimiento
de la riqueza y la mayor exportación de
productos, que desde allí seguirán la dirección que
intereses del comercio les señalen, ya sea acumulándose
en Buenos Aires o Montevideo, ya exportándose
directamente hacia el exterior.
El gobierno de Buenos Aires no tiene interés alguno
que lo induzca a propender a la prosperidad
de las provincias del interior. La fuente de su riqueza
la encuentra exclusivamente en las producciones
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
82
de su provincia y en su contacto con el comercio
extranjero. Así es que durante diez años ha visto
arrasadas las campañas de Córdoba y San Luis por
los bárbaros, sin tomar medidas para estorbar la
repetición de estas depredaciones.
Un gobierno general emanado de un congreso
de diputados de las provincias y reunido en lugar
adecuado para la libertad de las deliberaciones y en
el punto céntrico de sus relaciones comerciales, se
ocupará desde luego en facilitar todas las vías de
comunicación entre las provincias y los puertos que
se establezcan estudiando las necesidades del país
como que de ese estudio resultará para las provincias
mismas la prosperidad que echan de menos y
cuya falta ellas solas sienten.
Es asombroso, en efecto, el cúmulo de trabajos,
viajes, exploraciones y expediciones que nos ha legado
el gobierno español, y los muchos que se han
agregado después de la independencia. Un tesoro
hay sepultado en los archivos del departamento topográfico
de Buenos Aires, independiente de los
numerosos trabajos publicados por don Pedro A. de
Angelis en su colección de documentos, y el Comercio
del Plata en su útil y provechosa biblioteca.
El ingeniero español don Andrés García, hablando
A R G I R Ó P O L I S
83
del río Tercero, en su informe al gobierno de Buenos
Aires en 1813, dice: “Las provincias de Cuyo y
de Córdoba harán sus exportaciones de frutos navegando
el río Tercero, Jujuy, Salta y Tucumán
hasta la Nueva Orán, enviarán los suyos por el río
Bermejo hasta Corrientes. Tarija y demás provincias
de la Sierra podrán hacerlo por el Pilcomayo al Paraguay,
y el resto del alto Perú alguna vez allanará el
paso del río de este nombre.
“Por si se recomiendan finalmente las navegaciones
del Uruguay, y frutos de la provincia de Misiones,
para su exportación, estas grandes obras
esperan sólo un pequeño impulso del gobierno para
que poniendo en movimiento los resortes que deben
perfeccionarlas hagan felices a sus habitantes.
“He dicho un pequeño impulso, porque no hay
montes que horadar como el canal de Languedoc;
no hay montañas que trepar, como en el que se trabaja
del Sena al Mosa, y de Venecia al condado de
Niza, y finalmente, no hay dique para contener la
violencia de las aguas, como en Holanda; sólo son
precisos brazos, marineros y actividad en la empresa.”
12
12 Memoria sobre la navegación del Tercero y otros ríos que concluyen al
Paraná, por don Pedro Andrés García.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
84
¿Por qué no se ha puesto mano a ninguno de
estos trabajos después de la caída del gobierno nacional,
sino porque no teniendo el encargado provisorio
de las relaciones exteriores interés ninguno en
que Córdoba, Salta, Tucumán, etc., mejoren sus vías,
y siendo éstas demasiado pobres para emprenderlo
por sí mismas, no hay ese gobierno que dé un
pequeño impulso a trabajos que son vulgares en
Estados más pequeños.
El objeto de una Confederación es reunir la
fuerza colectiva de la nación al provecho y ventaja
de cada uno de los Estados asociados, y sería ridículo
suponer que haya Estados que se reúnan libremente
para renunciar a toda esperanza de
progreso y de mejora, para sí mismos, abandonando
el poder, la riqueza, la gloria y todas las ventajas
comerciales y políticas a uno solo de los Estados y a
un solo individuo.
Las provincias de Cuyo, es verdad, no están estrechamente
ligadas con el nuevo centro comercial
que la capitalización de Martín García crearía para
todas las demás provincias y los Estados del Paraguay
y del Uruguay; pero, a más de que ellas gozarían
de la ventaja de dirigirse a Buenos Aires o Santa
Fe, en busca de las mercaderías europeas, con el
A R G I R Ó P O L I S
85
desenvolvimiento de la provincia de Córdoba, tan
rica en productos, ganarían en medios y facilidades
de exportación.
La provincia de Córdoba como centro de la República
requiere toda la solicitud del congreso, pues
que introducidas las mejoras y el progreso hasta su
seno, las provincias limítrofes al Oeste, Catamarca,
La Rioja y Cuyo participarían del movimiento.
Las provincias de Cuyo, molestadas hoy en sus
relaciones comerciales con Chile, por disposiciones
tan inconcebibles en su espíritu y objeto, como absurdas
en la forma, pudieran con el auxilio del congreso
nacional aprovechar las facilidades de
exportación que ofrece el sistema de lagos en Huanacache,
y el navegable Desaguadero, para cortar
sus distancias, disminuir sus costos de transporte
que los colocan en la última escala de los pueblos
argentinos, asaltados en las pampas por los salvajes,
oprimidos por gabelas vejetorias en cuatro o cinco
provincias del tránsito y devorados por los costos
del tránsito, para exportar mercaderías que sin costo
alguno les hacen fatalmente el precio ruinoso que
les hace malograr el fruto de tan largos afanes.
Todos los pueblos de la Confederación han
sentido los males que se causan con los derechos de
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
86
tránsito que se imponen unos a otros, y aun el encargado
provisorio de relaciones exteriores ha manifestado
su pesar de que tales males se prolonguen.
Pero nadie ha observado que distraídas en Buenos
Aires las rentas que se cobran sobre las mercaderías
consumidas por los pueblos, los pobres
gobiernos confederados carecen de recursos para
sostenerse, no habiendo rentas nacionales que vengan
en su auxilio, viéndose forzados a arruinar a sus
propios pueblos para existir.
Consideraciones de tanta gravedad hacen premiosa,
urgente, la convocación del congreso general,
en lugar independiente y libre de influencias
fatales al interés de cada una de las provincias confederadas.
La prolongación del provisorio encargado
de las relaciones exteriores, hecho por las
provincias hace 23 años, a condición de la inmediata
convocatoria de un cuerpo deliberante, consumará
más tarde la ruina de los pueblos, si no aprovechamos
del incidente que nos ha deparado la Providencia,
haciendo que la isla de Martín García, llave del
comercio interior, esté fuera del dominio del gobierno
de Buenos Aires, y pueda entrar en el dominio
del congreso general.
A R G I R Ó P O L I S
87
CAPITULO IV
ATRIBUCIONES DEL CONGRESO.
Es carácter privativo de la verdad hacerse, una
vez enunciada, asequible a toas las inteligencias,
vencer en la conciencia pública las resistencias que
las pasiones y los intereses sublevan, hasta formar a
la larga la convicción íntima de los pueblos, así como
es señal infalible de error el empeño de apartarlos
del examen y discusión de sus propios
intereses, exaltando pasiones rencorosas que ofuscan
la mente y quitan al espíritu la justicia y exactitud
de sus juicios.
Creemos haber mostrado a nuestros compatriotas
una vía pacífica y conciliadora para allanar las
dificultades que los rodean, sin sacrificar a su interés
el interés de sus adversarios.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
88
Nos hemos atenido hasta aquí en el examen de
las diversas cuestiones que hemos tocado, al texto
literal de las convenciones, leyes y decretos emitidos
por los gobiernos federales de la República Argentina,
y no abandonaremos este camino mientras la
historia política y diplomática de nuestro país nos
suministre datos para ello. Cuando hablamos de las
atribuciones del congreso, no nos proponemos detenernos
en las que competen a todos los congresos
del mundo, cuales son examinar la conducta de sus
encargados, aprobar o rechazar tratados, declarar la
guerra y sancionar definitivamente la paz, constituir
la nación y hacer uso en todos los negocios públicos
de la soberanía que inviste.
Ni nos limitamos al voto enunciado por los gobiernos
federales de San Luis, Mendoza y San Juan
dirigiéndolas en 1827 al gobierno de La Rioja13, en
que decían: “Los GG. que suscriben están persuadidos
que, sean cuales fueren los motivos que han
causado las interiores desavenencias, el sentimiento
general de los pueblos y de los buenos ciudadanos
es, sin duda, conseguir el objeto primario de nuestra
gloriosa revolución de 1810; asegurar la independencia
y formar una República con leyes sabias y
13 Registro oficial de la provincia de San Juan, libro 2°, número 10.
A R G I R Ó P O L I S
89
benéficas, bajo de las que podamos gozar de libertad
y de felicidad. Están también persuadidos que,
siendo la diferencia de opiniones sobre los medios
de conseguir un mismo fin, lo que principalmente
obsta a él es no dejarse escuchar el voto general de
la nación, sofocado por medio de las armas, sin oír
la voz respetuosa de la razón, y sin prever que la
sangre que se derrame entre los ciudadanos de una
misma patria nos atrae el descrédito de la nación
ante los que nos observan, y la ruina de la República.
En el estado a que han llegado nuestras desgracias,
es forzoso un medio que nos preserve de la
última ruina.”
Es triste, sin duda, que tan santos votos y tan
amargos hechos sean aún en 1850, como lo eran en
1827, un vano, estéril e impotente deseo. Pero apelaremos
a algo más positivo que simples votos y
deseos, a pactos vigentes suscriptos por los gobiernos
de las provincias del litoral, y a los que han adherido
más tarde los demás gobiernos que forman
la provisoria Confederación.
En el tratado cuadrilátero, ley vigente hoy, en la
atribución quinta de la comisión que debía existir
mientras no se estableciese la paz pública, están
acordadas las funciones del congreso.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
90
Repetiremos esta cláusula para mejor inteligencia:
“Quinta. Invitar a todas las provincias… a que,
por medio de un congreso general federativo, se
arregle la administración general del país, bajo el
sistema federal, su comercio exterior e interior, su
navegación, el cobro y distribución de las rentas
generales y el pago de las deudas de la República, su
crédito interior y exterior, y la soberanía, libertad e
independencia de cada una de las provincias.”14
Tal es el texto de la ley escrita y reconocida por
todas las provincias de la Confederación, tal la misión
del congreso, por la que han trabajado incesantemente
todos los gobiernos federales, y que se
ha hecho en vano esperar veintitrés años, desde el
día en que se confió el encargo de las relaciones
exteriores al gobierno de Buenos Aires. Las necesidades
que se hacían sentir en 1831 son las mismas y
mayores en 1850.
La administración general del país bajo el sistema
federal ha sido sancionada por los hechos y la
reclama hoy más que nunca la complicación del Paraguay
con la Confederación Argentina, obrada por
la muerte del doctor Francia, y de la República del
14 Ratificado por parte de Buenos Aires en 1° de Febrero de 1831 por el general
Balcarce, gobernador de la provincia, y don Tomás Anchorena, ministro
A R G I R Ó P O L I S
91
Uruguay, causada por nuestra ingerencia en las luchas
entre el general Oribe, que la Confederación
sostiene, y sus adversarios políticos atrincherados
por ocho años en la ciudad de Montevideo.
El partido unitario, que pretendió dar otra organización
al país, ha desaparecido, constando de
todos los documentos públicos de la Confederación
la uniformidad del voto de los pueblos en favor del
sistema federal. Es inútil, pues, detenerse sobre este
punto decidido de hecho y de derecho. El congreso
será federativo, en cumplimiento del tratado que
liga a todos los pueblos de la República.
COMERCIO INTERIOR Y EXTERIOR
Este segundo objeto de la reunión del congreso
es hoy más que nunca urgente y necesario. El encargado
de las relaciones exteriores no puede, en
virtud de su cargo, expedirse en punto que es de la
atribución exclusiva del congreso, según el pacto
federal y la naturaleza de los poderes legislativos.
Vías de comunicación, trabajos de utilidad nacional,
arreglo de derechos nacionales, extinción de las
del interior.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
92
aduanas interiores, todo esto pertenece al congreso.
El comercio de las provincias del interior con las
costas del Pacífico está cerrado hace cuatro años; el
clamor de los pueblos contra los derechos que agobian
el tránsito de las mercaderías entre unas provincias
y otras se ha hecho unísono y general.
La Confederación tiene aduanas exteriores en
los puntos que están en contacto con el extranjero,
y el congreso sólo puede deliberar sobre el cobro y
distribución de las rentas generales. La Confederación
actual presenta la imagen del caos en materia
de administración y de rentas, y los abusos que en
ella se perpetúan después de cuarenta años de independencia
no tienen ejemplo en pueblo ninguno de
la tierra.
NAVEGACIÓN
Este es el punto culminante de las atribuciones
del Congreso. No es sin duda la navegación del Río
de la Plata, desde Martín García hasta entrar en el
mar, lo que por arreglo de la navegación entendían
los gobiernos que estipularon el tratado de 4 de enero
de 1831, que hoy sirve de pacto federal. La naveA
R G I R Ó P O L I S
93
gación de esta parte del río era entonces, como lo es
hoy, libre de toda jurisdicción, puesto que, en contacto
inmediato con el mar, pertenecía con igualdad
de derechos a la Confederación y a la República del
Uruguay. Arreglar el uso de esta parte del río sería
como arreglar el uso del aire, de la luz, que a todos
pertenece.
En la convención celebrada en 1827 entre los
comisionados de los gobiernos de Santa Fe y de
Buenos Aires, y ratificada por el general Viamonte
como gobernador de esta última ciudad, y don Manuel
de Encalada como ministro del Interior, hay
tres cláusulas que se corresponden y suceden como
complementos las unas de las otras. Por el artículo
XV, los gobiernos contratantes convienen en invitar
a las provincias de la República a la convocación y
reunión de un congreso para organizarla y constituirla.
Por el artículo XVI, el gobierno de Santa Fe
autoriza al de Buenos Aires para dirigir las relaciones
exteriores con los Estados europeos y americanos.
Por el artículo XVII se estatuye que “hasta que
se establezca un arreglo definitivo sobre la navegación
del río Paraná, ambos gobiernos se obligan a
dejarla en el estado que tenía el 30 de noviembre del
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
94
año anterior”. Esta dificultad en el tratado de 1829
entre los gobiernos de Santa Fe y Buenos Aires, es
la misma que ambos gobiernos y el de Entre Ríos,
interesados igualmente en la navegación del Paraná,
declararon en el tratado posterior de 1831 ser de la
competencia del congreso general arreglar, arreglando
la navegación. Todo convenio, pues, celebrado
por el encargado de las relaciones exteriores
sobre la navegación de los ríos es una invasión sobre
las atribuciones del congreso, único que puede
estatuir sobre este punto de interés nacional. Esta
soberana competencia del congreso en asuntos de
navegación de los ríos era ya reconocida por los gobiernos
de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe
desde 1820. En la convención celebrada por aquellos
gobiernos en 13 de febrero de aquel año, se estipula,
por el artículo IV, que: “Entre los ríos
Uruguay y Paraná navegarán únicamente los buques
de las provincias amigas cuyas costas sean bañadas
por dichos ríos.
“El comercio continuará, como hasta aquí, reservándose
a la decisión del congreso cualesquiera
reformas que sobre el particular solicitasen las partes
contratantes.”
A R G I R Ó P O L I S
95
El gobernador de Santa Fe, el general López,
que solicitaba en 1829 el arreglo de la navegación,
murió sin haber visto colmados sus deseos, y lo que
es aun más singular, la ciudad de Santa Fe desde
entonces acá se ha arruinado y despoblado, en despecho
de las ventajas de su posición a orillas de un
gran río navegable, rodeado por el Carcarañá y teniendo
en su territorio la embocadura del río Tercero,
de Córdoba.
Estas ventajas de posesión, que habrían bastado
en los Estados Unidos de Norte América para crear
en diez años una ciudad populosa, centro de un
vasto comercio, a Santa Fe no le trajeron sino su
ruina y despoblación que describe así sir Woodwine
Parish en su obra sobre la República Argentina dedicada
al general Rosas15:
“En otros tiempos, Santa Fe, bajo la protección
del gobierno central, que no economizaba gastos
para construir puentes y mantener las fuerzas necesarias
para contener a los indios, era el punto central
no solamente entre Buenos Aires y el Paraguay, sino
entre éste y las provincias de Cuyo y Tucumán; los
vino y frutos secos de Mendoza y San Juan eran
15 Buenas Aires and the Provinces of the Río de la Plata, their present state
trade and debt. by sir Woodwine C. II.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
96
conducidos a Santa Fe, para ser transportados a Corrientes
y al Paraguay, que en cambio proveían a los
habitantes de aquellas provincias, como también a
las de Chile y del Perú, por la misma vía, con toda la
hierba mate necesaria para el consumo, el cual, en
aquellas provincias solamente, estaba calculado de 3
a 4 millones de libras.
“Los estancieros eran los más ricos del virreinato
y sus haciendas no solamente cubrían el territorio
de Santa Fe, sino que en las costas orientales
de Entre Ríos ocupaban grandes espacios de terreno,
de donde suministraban la mayor pacte de las
cincuenta mil mulas que se enviaban anualmente a
Salta para el servicio del Perú.
“Su situación es muy diferente hoy día; la clausura
del comercio con el Paraguay y el Perú la ha
reducido al más deplorable estado de miseria, y su
separación de la capital, habiéndola dejado sin medios
suficientes de defensa, los salvajes la han atacado
con impunidad, desolado la mayor parte de la
provincia, y más de una vez amenazado la ciudad
misma con una destrucción completa.”
En 1807, en la época de la riqueza y comercio
de Santa Fe, la ciudad de Buenos Aires sólo tenía
edificadas como ciento cincuenta manzanas, en un
A R G I R Ó P O L I S
97
radio de cosa de mil varas, en derredor de la fortaleza,
cuyo espacio queda hoy comprendido entre las
calles de Chile y Belgrano, al sur la de Tacuarí, la de
Maipú, al este, y las del Parque16, Corrientes y la de
la Piedad al norte, según constancia de planos de la
época que copió sir Woodwine Parish. Buenos Aires
debió permanecer en ese estado o crecer lentamente
hasta 1810, época en que el comercio abierto
a todas las naciones vino a darle nueva vida.
En 1838 la ciudad abrazaba ya un área de trescientas
treinta cuadras cuadradas. Pero en 1838,
Santa Fe, el antiguo centro del comercio del Paraguay
con el Alto Perú, Chile, Cuyo, Tucumán,
¡contaba apenas 1.500 habitantes!
¿A qué cúmulo de causas tan extraordinarias y
destructoras puede atribuirse decadencia y ruina que
sólo ha necesitado treinta años para consumarse?
Santa Fe había salido victoriosa de todas sus luchas
civiles, llegando su buena fortuna y el terror de sus
armas hasta imponer un tributo anual a la poderosa
Buenos Aires.
La provincia se había librado del azote de las disensiones
intestinas que antes de 1820 y después de
1829 turbaron la tranquilidad de Buenos Aires.
16 Hoy, Lavalle.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
98
Ningún ejército invasor la ha saqueado, como en
tiempos atrás lo fue Tucumán, y, sin embargo, la
ciudad que dio el grito de federación se muere lentamente
cual si estuviera carcomida por un mal secreto,
y el viajero que contempla hoy el yermo que
ocupaban antes sus templos y edificios no sabe a
qué atribuir la desaparición de una ciudad que parecía
tan favorecida por la naturaleza.
Mientras este extraño fenómeno tiene lugar en
el Paraná, veamos lo que ha sucedido al mismo
tiempo a algunas leguas más abajo, donde el Paraná
cambia su nombre por Río de la Plata. Buenos Aires,
en 1770, ocupaba el tercio del espacio que hoy
ocupa, y desde 1810 en adelante su población crece
rápidamente, sus riquezas acrecen, y hoy es una de
las primeras ciudades de la América del Sur.
En la otra margen del Plata, Montevideo, fundada
en 1760, crece en población hasta ocupar el
espacio que limitaba la antigua muralla, y en 1836,
desbordada la población, y destruido el muro español
de defensa, la ciudad abraza triple extensión de
terreno, y en los lugares que un año antes crecían
abrojos se levantan como por encanto palacios en
que se ostentan los mármoles de Italia y las bellezas
y comodidades de la arquitectura moderna.
A R G I R Ó P O L I S
99
¿Por qué causa oculta, pues, Santa Fe se desmorona
y Buenos Aires y Montevideo se ensanchan,
pueblan y enriquecen? ¿No están las tres ciudades
sobre las márgenes del mismo río? ¿No gozan de las
mismas leyes comerciales? He aquí, pues, explicado
el fenómeno. Buenos Aires y Montevideo son
puertos abiertos al comercio europeo, a los buques
de todas las naciones. Mientras que Santa Fe sólo
podía admitir en su puerto los buquecillos de cabotaje,
Buenos Aires y Montevideo eran centros comerciales,
y Santa Fe, aunque puerto, no lo era ni
podía serlo por la interdicción del comercio europeo
en que están las ciudades litorales del Paraná.
Corrientes, si no se ha arruinado del todo, ¿es
por ventura ciudad tan rica, tan populosa y civilizada
como Buenos Aires?
Por qué causa si no por el contacto inmediato
con el comercio europeo, Montevideo ha crecido a
nuestra vista, en sólo los diez años que sucedieron
al sitio, y las otras ciudades del litoral de los ríos
permanecen estacionarias, despobladas, pobres y
subalternas en la escala de la civilización?
Esta es una ley universal. Del libre intercambio
de productos entre una ciudad y los demás mercados
del mundo depende su engrandecimiento y su
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
100
prosperidad. La riqueza de los Estados depende del
mayor número de puntos comerciales que encierran,
de la mayor extensión de sus costas. Chile es
en América un Estado centralizado: Valparaíso era
el puerto de la provincia de Santiago, capital del
Estado. La aduana general de la República estaba en
la capital; pero los legisladores chilenos, persuadidos
de que el engrandecimiento de la nación depende de
la riqueza de cada una de las provincias que la forman,
han ido abriendo al comercio extranjero
puertos en las provincias, según se hacía sentir la
necesidad. Fueron declarados Concepción y Coquimbo
puertos mayores para el tráfico europeo; lo
fue en seguida Chiloé; más tarde Valparaíso fue erigido
en provincia separada; más tarde Constitución
y Copiapó han sido franqueados al comercio europeo.
Ya hemos hecho sentir en otra parte la ruinosa
organización actual de la Confederación, con un
solo puerto habilitado para el comercio extranjero;
pero a la sabia y meditada deliberación del congreso
le toca remediar por leyes previsoras este error de la
naturaleza. El congreso decidirá si cuando el mar no
baña nuestro territorio sino por un extremo la voluntad
humana podrá prolongar hacia el interior por
A R G I R Ó P O L I S
101
medio de ríos, que son extensos como mares, la
comunicación y contacto directo con el comercio
extranjero; el congreso resolverá si conviene aplicar
a Santa Fe destruida, a Corrientes y Entre Ríos anonadadas,
al Paraguay sepultado en el interior de la
América, el mismo ensalmo que ha hecho en pocos
años la prosperidad, el engrandecimiento de Montevideo
y Buenos Aires. El congreso, en fin, dirá si
el Río de la Plata es el hijo predilecto de la Confederación,
y si el Paraná, el Uruguay y el Paraguay deben
permanecer siempre fuera de la ley de la
distribución equitativa de las ventajas comerciales
de la asociación.
Nosotros no prejuzgamos nada. Si hay dificultades
que vencer, la sabiduría de los legisladores sabrá
allanaras. Si hay intereses, fiscales, rentísticos,
aduaneros que consultar, el congreso sabrá dejarlos
satisfechos; si hay precauciones de seguridad nacional
que tomar, las instituciones, las leyes, los tratados,
las restricciones, cuanto la inteligencia humana
puede prever y establecer, bastarán a resguardar todos
los intereses. Vergüenza sería que el gobierno
de Buenos Aires se empeñase en probar a sus confederados
del litoral de los ríos que nos les conviene
enriquecerse por la misma vía que se ha enriquecido
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
102
Buenos Aires; que sería una calamidad para ellos y
para la nación que en las aduanas de Santa Fe, Corrientes
y Entre Ríos se colectase un millón de pesos
anuales de derechos de exportación e
importación sobre las mercaderías, mientras la
aduana de Buenos Aires pone a disposición del encargado
de negocios cuatro millones de pesos
anuales, con los que puede sostener ejércitos, marina,
empleados, jueces, al mismo tiempo que las
provincias perecen de consunción y miseria, arruinándose
entre sí con gabelas y pechos.
Lo que hay de más notable en esta desigualdad,
en la distribución de las ventajas comerciales entre
las provincias, es que la ciudad de Buenos Aires nada
pierde porque la riqueza se desenvuelva en el
interior, ganando, al contrario, su comercio con la
creación de nuevos mercados, y el aumento de la
población y de la riqueza del interior, que duplica las
materias comerciales, pone en circulación mayores
capitales y reproduce al infinito el movimiento comercial,
distribuyéndolo sobre todos los puntos del
territorio. La estrechez de ideas que prevalece entre
nosotros ha hecho creer a muchos espíritus mezquinos
que Buenos Aires no podía engrandecerse
sino con la ruina de Montevideo y la estancación,
A R G I R Ó P O L I S
103
nulidad y atraso de las provincias. Pero basta echar
la vista por la carta de los Estados Unidos para sentir
cuán absurda es semejante idea. Las ciudades
más populosas y más comerciantes, Boston, Halifax,
Salem, Nueva York, Baltimore, Filadelfia, están situadas
todas sobre una misma costa en un espacio
de menos de 40 leguas, y entre estos pueblos comerciantes
la pequeña ciudad de Salem tiene mayor
riqueza, en proporción, de sus habitantes, que ciudad
ninguna de la tierra. El comercio se estimula a
sí mismo, y la riqueza y variedad de los mercados
sometidos a su especulación son el elemento de su
prosperidad. No puede haber comercio entre una
ciudad rica y una provincia pobre, porque no hay
igual masa de productos que cambiar entre sí. Un
dato reciente, y de cuya importancia puede juzgar el
más negado, comprueba la verdad de este axioma.
El movimiento de cabotaje del Paraná que registra
una gaceta de Buenos Aires de este año, da los siguientes
resultados:
CAPITANÍA DEL PUERTO
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
104
¡VIVA LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA!
!MUERAN LOS SALVAJES UNITARIOS!
Relación de los buques nacionales que han salido
del puerto, hoy, día de la fecha, con expresión de
sus toneladas, destinos y cargamentos:
Pailebot nacional “Tres Amigos”, de 15 toneladas,
patrón Lorenzo Brisoles, para Santa Fe, en lastre;
por José M. Rughi.
Pailebot nacional “Cirus”, de 15 toneladas, patrón
Juan Mi-goui, para Santa Fe, en lastre; por José
M. Rughi.
Pailebot entrerriano “Emelina”, de 19 toneladas,
patrón Pedro Rosel, para el Monte, en lastre; por el
patrón.
Pailebot nacional “Hermán”, de 44 toneladas,
patrón José Puyol, para Santa Fe, en lastre; por D.
Gandulfo.
Pailebot nacional “Teresa”, de 25 toneladas, patrón
Lázaro Buzzone, para Santa Fe, en lastre; por
José M. Rughi.
Bote nacional “Juanita”, de 3 toneladas, patrón
Juan Porcela, para Gualeguaychú; en lastre; por José
M. Rughi.
A R G I R Ó P O L I S
105
Bergantín goleta nacional “Francisco”, de 125
toneladas, patrón Gregorio Gastaldi, para Gualeguaychú,
en lastre; por Ocampo y Risi (hijo).
Pailebot nacional “Vicente”, de 80 toneladas,
patrón Antonio Ravena, para Santa Fe, en lastre;
por Casares e hijos.
Lanchón nacional “Principiante”, de (…) toneladas,
patrón Antonio justo, para el Monte, en lastre;
por B. Encalada.
Balandra nacional “Carmen”, de 8 toneladas,
patrón Eduar-do Holeo, para el Monte, en lastre;
por el patrón.
Pailebot nacional “Francisco Primero”, de 13
toneladas, patrón Manuel Bruzone, para Las Palmas,
en lastre; por José M. Rughi.
Goleta nacional “Ceferina”, de 44 toneladas,
patrón Manuel Sosa, para la Concordia, con 6 bordolesas
vino; por el patrón.
Ballenera nacional “Carmelita”, de 15 toneladas,
patrón Pe-dro Ferraro, para Gualeguaychú, con 10
pipas de vino tinto; por Ocean y Risso.
Lancha nacional “Literito”, de 6 toneladas, patrón
Andrés Chavos, para Zárate, con 4 bultos
efectos; por el patrón.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
106
Goleta nacional “Adelaida”, de 55 toneladas,
patrón Marcelo Ambrosi, para la Concordia, en lastre;
por D. Gandulfo.
Goleta nacional “Palmira”, de 20 toneladas, patrón
Pablo Capurro, para la Concordia, con 50 barricas
harina, 25 petacas tabaco, 1 bultito
encomienda, 15 bultos efectos, 1 baúl perfumería, 2
bultos efectos, por D. Gandulfo.
Bergantín goleta entrerriano “San José”, de 87
toneladas, patrón Esteban Guastavino, para la Concepción
del Uruguay, con 400 fanegas sal, 10 pipas
vacías, 2 cajoncitos efectos, 10 íd. fideos; por José
M. Rughi.
Goleta Nacional “Carolina”, de 50 toneladas,
patrón Esteban Chiquero, para la Victoria, con 3
fardos efectos, 8 piezas íd., 1 cajón íd., 950 fanegas
sal, 25 tirantillos, 20 quintales fierro; por E. Ochoa y
Cía.
Goleta Nacional “Clara”, de 51 toneladas, patrón
Luis Boisa, para la Concordia, con 46 cajones
efectos, 20 fardos bayeta, 6 barricas ferretería, 4
bolsas arroz, 10 rollos tabaco, 1 bolsa cominos, 1 íd.
anís en grano, 12 barricas fideos; por D. Gandulfo.
Goleta nacional “Flor de Buenos Aires”, de 60
toneladas, patrón Juan Figari, para la Concordia,
A R G I R Ó P O L I S
107
con 2 cajones mercancías, 1 pieza bayeta, 3 pipas
vino, 13 farditos mercancías, 25 cajoncitos pasas, 19
damajuanas anís, 27 ollas de fierro, 10 barricas azúcar,
20 sacos pasas, 10 rollos tabaco, 4 barrilitos ferretería;
por José M. Rughi.
Goleta nacional “Josefina”, de 45 toneladas, patrón
Lázaro Borda, de Arengo, para la Concordia,
con 1 atado asierra, 8 canastos clavos, 2 atados cencerros,
1 tinaja de barro, 2 medias bolsas garbanzos,
1 atado cuadros, 2 sacos maní, 1 barrica azúcar, 2
balas papel, 1 barril aceitunas, 10 bolsas fariña, media
pipa vinagre, 20 damajuanas anís, 29 íd. ginebra,
1 barrica calderas, 6 baulitos efectos, 2 piezas bayeta,
3 docenas ollas, 2 barricas azúcar, 1 saco pasas, 2
rollos tabaco, 6 cajones mercancías, 8 bultos íd., 6
fardos íd., por el patrón.
Son nacionales………………………………………
21
Pedro
Ximeno.
Buenos Aires, Abril 17 de 1850.
De los 21 buques, sólo ocho llevan algunas
mercaderías en cambio de los productos que importaron;
y estos ocho se dirigen a aquellos puertos
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
108
en donde queda alguna vida comercial. La ruina de
Santa Fe está patente en esta lista de buques en lastre,
que parece una procesión mortuoria.
¡Cómo cambiaría de aspecto la situación de
aquellas provincias, sometidos los ríos a una legislación
más liberal, poniendo en contacto todos sus
puertos con el comercio europeo, que limita hoy su
acción vivificante a sólo Buenos Aires y Montevideo!
El sistema de ríos navegables a que sirve de
embocadura el de la Plata, pone en contacto más de
diez mil leguas cuadradas de la América del Sur. Las
inexploradas riquezas de Mattogrosso, los ricos
productos del Paraguay y el Brasil, Salta, Córdoba y
las demás provincias adyacentes se reúnen de todos
los puntos del horizonte, de todas las latitudes y de
todos los climas en las vías de navegación que proporcionan
el Paraguay, que nace a los 12° de latitud,
el Paraná a los 17°, el Uruguay que comienza a ser
navegable 160 leguas más allá de su confluencia con
el Paraná, el Bermejo que viene de dirección
opuesta, el Pilcomayo cuya navegación es por lo
menos verosímil; agregándose a estas vías formadas
por la naturaleza las que la industria y la conveniencia
han de abrir desde el momento en que cuenten
A R G I R Ó P O L I S
109
cambiar ventajosamente los productos nacionales
por los artefactos europeos.
Pocos años bastarán para que, habilitadas estas
grandes arterias destinadas por la Provincia a llevar
el movimiento y la vida a todos los extremos de la
República, nuevos territorios sean poblados, mayor
número de ciudades riberanas creadas, haciendo
con la misma masa de productos exportados la
prosperidad de todas ellas, y ensanchando la esfera
de las especulaciones de Buenos Aires y Montevideo,
cuya situación aventajada las hará siempre florecientes.
Estas franquicias fluviales, sobre las que un
congreso de las provincias interesadas sólo puede
estatuir, concurren en tiempo, con los medios de
obviar las dificultades que hasta aquí han paralizado
el movimiento de los ríos. La tiranía ignorante y
sombría del doctor Francia fue largo tiempo una
barrera puesta a la navegación de los ríos. Sus celos
mezquinos y la ignorancia de sus verdaderos intereses
le indujo a dejar estériles los resultados obtenidos
por Soria en la feliz explotación del Bermejo. La
variable dirección de los cauces de los ríos era hasta
ahora poco un retardo insuperable para la rápida
navegación fluvial, por la imposibilidad de la propia
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
110
dirección de los vientos. Las expediciones que remontan
el Paraná emplean de ordinario meses enteros
en remontar pocos centenares de leguas.
Algunos buques de los 117 que remontaron los ríos
después de la batalla de Obligado, invirtieron más
tiempo de ida y vuelta hasta Corrientes que el que se
necesitaría para hacer un viaje a Europa. Pero el
doctor Francia ha muerto en la misma época en que
se aplicaba el vapor al remolque de los buques de
vela en los ríos. De Nueva York a Albany remontan
y descienden vapores arrastrando tras sí o a sus
costados catorce embarcaciones cargadas de tal masa
de mercaderías, que distribuido entre ellas el
costo del motor auxiliar se hace imperceptible. En
todos los puertos de difícil entrada los vapores de
remolque remedian este inconveniente.
Así, pues, el Paraná, el Uruguay, el Paraguay, serán
por los medios poderosos de que la industria
moderna está armada, vehículos de comunicación
tan rápida, tan frecuente y extensa, como se han
hecho en estos últimos años el Ohio, el Mississippi
en los Estados Unidos, ríos desiertos y casi inexplorados
no hace veinte años y que hoy surcan cuatrocientos
vapores y veinte mil embarcaciones de vela.
¿A qué causa sino a una mala legislación fluvial
A R G I R Ó P O L I S
111
puede atribuirse el que tan vasto sistema de ríos navegables
por tantos centenares de leguas no tengan
sus márgenes cubiertas de ciudades ricas y populosas,
y no arrastren sobre sus quietas aguas sino miserables
y escasas producciones?
Guardémonos de los que nos hablan de la seguridad
nacional para cerrar los ríos al comercio europeo,
mientras ellos llenan la bolsa abriendo sus
puertos a ese mismo comercio; guardémonos de los
que nos aconsejan permanecer en la inacción y en la
miseria, mientras ellos ven crecer a influjo del comercio
extranjero sus ciudades, su riqueza y esplendor.
Los sacrificios, como las ventajas, deben
distribuirse proporcional- mente entre todos los
asociados; de lo contrario, se constituiría una sociedad
leonina, en la que el uno tendría el poder y los
otros la sumisión, el uno la riqueza y la miseria los
otros. Veinte años de tristísima experiencia han debido
aleccionar a los que ni pueden ni quieren ser el
león de la tábula.
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112
CAPITULO V
ARGIRÓPOLIS.17
Creemos haber llegado a establecer sólidamente
la conveniencia, la necesidad y la justicia de crear
una capital en el punto céntrico del Río de la Plata,
que poniendo por su posición geográfica en armonía
todos los intereses que se chocan sin provecho
después de tan largos años, termine a satisfacción de
todos los partidos, de todos los Estados del Plata la
guerra que los desoía, para cuya solución han sido
impotentes las armas de la Confederación Argentina
y la diplomacia europea. Efectivamente, la creación
de una capital en Martín García, para conciliar los
17 Para evitar una perifrasia, creamos un nombre técnico, emanado de la
naturaleza del objeto denominado “arguríón”, palabra griega que significa
plata, y “polis”, terminación de ciudad. “Argirópolis”: ciudad del Plata.
A R G I R Ó P O L I S
113
intereses y la libertad de los Estados confederados,
tiene en su apoyo:
1° El ejemplo de los Estados Unidos de Norte
América, que adoptaron en igual caso el mismo
temperamento para constituir la Federación. Washington
fue creada para servir de capital de la
Unión Americana y su distrito entregado al congreso.
2° Que por su forma insular Martín García se
desliga naturalmente de toda influencia de cada una
de las provincias que forman la Unión.
3° Que cerrando la entrada al Paraná y al Uruguay,
las provincias ribereñas de Corrientes, Santa
Fe, Entre Ríos y sus limítrofes, como asimismo el
Paraguay y la República del Uruguay, unidas en un
interés común, están interesados en la independencia
de dicha isla de toda otra provincia que pueda,
ahora o en lo sucesivo, someter la navegación interior
de los ríos a las regulaciones que su interés particular
le aconseje imponer.
4° Que si han de hacerse estipulaciones entre el
Paraguay y el Uruguay con la Confederación actual
para garantirse recíprocamente la navegación de sus
ríos, estas estipulaciones no pueden ser duraderas y
firmes mientras los tres Estados no tengan igualdad
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
114
de dominio sobre la isla fuerte que cierra el tránsito,
y esta igualdad supone la asociación y federación de
los tres Estados en un cuerpo unido por un interés
y un centro común.
5° Que la situación extranjera de Martín García
la hace un baluarte de defensa para los Estados y,
por tanto, está llamada a ser el centro de la Unión.
6° Que la situación geográfica de las provincias
de la Confederación Argentina hace de esta isla, no
sólo el centro administrativo y comercial, sino la
aduana general para la percepción de los derechos
de exportación e importación.
7° Que deja a Buenos Aires y Montevideo en
pleno goce de las ventajas comerciales que les asegura
su situación a ambos lados de la embocadura
del río, sometidas a una legislación común que estorbe
en adelante la competencia y rivalidad comercial
que las ha arrastrado a pretender destruirse
mutuamente en las guerras, intervenciones y luchas
de partido que ambas han fomentado durante los
quince años precedentes.
8° Que la población de la isla creará en pocos
años un nuevo centro comercial común a las dos
ciudades, y por tanto un nuevo elemento de prospeA
R G I R Ó P O L I S
115
ridad para ellas, aumentando el número de ciudades
comerciantes y ricas del río de la Plata.
9° Que no estando en poder de ninguno de los
Estados la isla, y siendo la posesión actual que de
ella tiene la Francia por vía de rehenes, la Francia se
prestaría a devolverla a un congreso reunido en ella
para terminar la guerra, y el congreso tendría interés
de entrar en su inmediata posesión, en nombre de
todos los Estados interesados.
10° Que convocado el congreso, el encargo de
las relaciones exteriores hecho provisoriamente al
gobierno de una de las provincias deja de ser una
amenaza constante de usurpación del poder nacional,
efectuada por la duración y la irresponsabilidad
del encargado, y las concesiones que solicita diariamente
de los poderdantes, para extender su autoridad
a punto de someterlos a ellos mismos a su
dominio.
Militan en favor de la fusión de los tres Estados
del Plata en un solo cuerpo, el espíritu de la época y
las necesidades de las naciones modernas. La especie
humana marcha a reunirse en grandes grupos,
por razas, por lenguas, por civilizaciones idénticas y
análogas. La India desde principios de este siglo trabaja
por reunirse en una sola nación, y las últimas
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
116
revueltas de la Lombardía y Venecia han tenido por
instigador el espíritu italiano.
La Alemania por la Asamblea de Francfort o la
política de Prusia o del Austria, aspira al mismo fin.
Los Estados Unidos del Norte se agrandan por la
creación de nuevos Estados y la anexión de los vecinos.
Tejas, el Nuevo Méjico y California han cedido
ya a esta atracción, y el alto y bajo Canadá
continúan cada vez más atormentados por el deseo
de adherirse a un gran centro de Unión. Esta propensión
a aglomerarse las poblaciones se explica
fácilmente por las necesidades de la época. La ciencia
económica muestra desde el mecanismo de las
fábricas hasta la administración de los Estados, que
grandes masas de capitales y brazos soportan con
menos gasto el personal que reclaman. Cuando por
otra parte brillan en la tierra cuatro o cinco grandes
naciones, los hechos y los hombres de las pequeñas
pasan inapercibidos, valiendo más ser diputado de la
cámara baja en Inglaterra que presidente en una república
oscura.
Las repúblicas sudamericanas han pasado todas
más o menos por la propensión a descomponerse
en pequeñas fracciones, solicitadas por una anárquica
e irreflexiva aspiración a una independencia ruiA
R G I R Ó P O L I S
117
nosa, obscura, sin representación en la escala de las
naciones. Centro América ha hecho un estado soberano
de cada aldea: la antigua Colombia diósela para
tres repúblicas; las Provincias Unidas del Río de la
Plata se descompusieron en Bolivia, Paraguay, Uruguay
y Confederación Argentina, y aun esta última
llevó el afán de descomposición hasta constituirse
en un caos sin constitución y sin regla conocida, de
donde ha salido la actual Confederación, encabezada
en el exterior por un encargado provisorio de las
relaciones exteriores.
Los Estados del Plata están llamados, por los
vínculos con que la naturaleza los ha estrechado
entre sí, a formar una sola nación. Su vecindad al
Brasil, fuerte de cuatro millones de habitantes, los
ponen en una inferioridad de fuerzas que sólo el
valor y los grandes sacrificios pueden suplir.
La dignidad y posición futura de la raza española
en el Atlántico exige que se presente ante las
naciones en un cuerpo de nación que un día rivalice
en poder y en progreso con la raza sajona del Norte,
ya que el espacio del país que ocupa en el estuario
del Plata es tan extenso, rico y favorecido como el
que ocupan los Estados Unidos del Norte. El mundo
está cansado de oír hablar de estas reyertas ameD
O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
118
ricanas entre ciudades que apenas son algo más que
aldeas, entre naciones que no cuentan más poblaciones
que un departamento o un condado.
Pero para que la Confederación Argentina pretendiese
hacerse el centro, solicitando esta concentración
de los Estados que se han desprendido de
ella, era necesario que se mostrase digna de tan honrosas
simpatías, que en lugar de llevar la guerra y la
desolación a sus vecinos, los eclipsase por el brillo
de sus instituciones, por el desarrollo de su riqueza.
¿Quién querrá adherirse a un Estado regido por la
violencia y el arbitrio irresponsable de un mandatario
que no tiene aún un título permanente para ejercer
la autoridad suprema?
¿A la sombra de qué Constitución sancionada
por los pueblos vendrían a reposarse el Paraguay
envilecido y anulado por el doctor Francia, el Uruguay
dilapidado por Rivera o amenazado por Oribe
de gobernarlo por derecho de conquista? Buscarían
en esta asociación, anónima, acéfala y sostenida sólo
por la violencia, respeto por las opiniones, libertad
para el pensamiento, igualdad para los Estados confederados
en la distribución de las ventajas de la
asociación? Sólo la convocación inmediata del Congreso
y la promulgación de una Constitución que
A R G I R Ó P O L I S
119
regle las relaciones de Estado a Estado y garantice
los derechos y la libertad de los ciudadanos puede
servir de base a la inevitable reunión de los Estados
del Plata y con ella a la cesación de las luchas, odios
y rivalidades que los afligen, para dejar que el porvenir
inmenso a que están llamadas aquellas comarcas
alcancen a las generaciones actuales con algunas
de sus bendiciones.
Si todas estas ventajas y resultados obtenidos
sin efusión de sangre, sin trastornos ni cambios peligrosos,
no pudieran obtenerse de una vez, bastaría
que una sola de ellas fuese inmediata y efectiva para
hacer apetecible por lo menos la invención de la
capital de los Estados del Plata. Nosotros no pedimos
más a los hombres desapasionados y a quienes
no extravían pasiones culpables, que mediten sobre
estos puntos y habitúen su espíritu a creer posible lo
que es verosímil, a desear que sea un hecho lo que
en teoría presenta tan bellas formas.
¿Qué obstáculos impedirían que la idea se convirtiese
en hecho práctico, que el deseo se tornase
en realidad? ¿No se presta la superficie de Martín
García a contener una ciudad? ¡Cómo! ¿Génova, la
ciudad de los palacios, no pudo llegar a ser ella sola
una de las más poderosas repúblicas de Italia? ¿No
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120
están sus templos y edificios derramados sobre el
declive rápido de una montaña, no habiendo en toda
la ciudad sino dos calles, a lo largo de la angosta
franja, de tierra que a fuerza de arte han arrebatado
a las olas del mar? ¿La célebre Venecia, fundada sobre
estacas en el seno de las lagunas, no fue apellidada
la reina del Adriático y sus habitantes no
tuvieron por largos siglos el destino del mundo en
sus manos? Y sin buscar ejemplos tan lejos, ¿han
impedido las montañas y el mar que Valparaíso, que
sólo contenía una calle hace veinte años, contenga
hoy cincuenta mil habitantes y sea el centro del comercio
del Pacífico?
La América española se distingue por la superficie
desmesurada que ocupan sus ciudades apenas
pobladas; y el hábito de ver diseminarse los edificios
de un solo piso en las llanuras nos predispone a hallar
estrecho el espacio en que en Europa están reunidos
doscientos mil habitantes. De este despilfarro
de terreno viene que ninguna ciudad española en
América pueda ser iluminada por el gas ni servida
de agua, porque el costo excesivo de los caños que
deben distribuir una u otra no encuentran cincuenta
habitantes en una cuadra. Por otra parte, es un hecho
conquistado que la grandeza de los pueblos ha
A R G I R Ó P O L I S
121
estado siempre en proporción de las dificultades
que han tenido que vencer. Los climas fríos engendran
hombres industriosos, las costas tempestuosas
crean marinos osados. Venecia fue libre y grande
por sus lagunas, como Nápoles fue siempre presa
de los conquistadores por sus llanuras risueñas.
Nuestra pampa nos hace indolentes, el alimento
fácil del pastoreo nos retiene en la nulidad.
Pero Martín García no está en las condiciones
de aquellas ciudades que la industria humana ha hecho
surgir en despecho de la naturaleza, dondequiera
que un poderoso interés aglomeraba hombres y
edificios. Su extensión se presta a todas las aplicaciones
apetecibles. El general Lavalle hizo durante
su mansión en aquella isla desmontar una porción
de terreno y cultivar en él cereales.
Nuestro juicio no está habituado a la repentina
aparición de ciudades populosas. Estamos habituados
a verlas morir más bien de inanición.
¡San Luis, Santa Fe, La Rioja, que la tierra que
ha recibido en su seno los escombros de vuestros
templos de barro os sea propicia! Preséntasenos a la
imaginación invenciblemente chozas de paja, calles
informes, aldeanos medio desnudos por moradores.
Sólo el espíritu de los norteamericanos no se sorD
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122
prende de encontrar una ciudad populosa iluminada
por el gas, donde dos años antes crecían encinas y
robles. El mapa de los Estados Unidos envejece en
cinco años; en cada nueva sesión del congreso los
diputados tienen que hacer lugar al representante de
un nuevo Estado que pide asiento en el Capitolio, y
las ciudades nacen de piedra y calicanto, se endurecen
al sol de un año y ven aumentar sus habitantes
por millares cada semana. Hay quienes trafican en la
crianza e invención de ciudades, y tal especulador
que compró a un dólar el acre de tierras baldías las
menudea un año después a una guinea la yarda.
Que Argirópolis sea, y tales son las ventajas de
su posición que la virilidad completa será contemporánea
de su infancia. La aduana de los estupendos
ríos que recorriendo medio mundo vienen a reunirse
en sus puertos atraerá allí cien casas de comercio.
El congreso, el presidente de la Unión, el tribunal
supremo de justicia, una sede arzobispal, el Departamento
Topográfico, la administración de los
vapores, la escuela náutica, la universidad, una escuela
politécnica, otra de artes y oficios, y otra normal
para maestros de escuela, el arsenal de marina,
los astilleros, y otros mil establecimientos administrativos
y preparativos que supone la capital de un
A R G I R Ó P O L I S
123
Estado civilizado servirán de núcleos de población
suficiente para formar una ciudad. ¡A cuántas aplicaciones
públicas se ofrece el laberinto de canales e
islas que forman el delta del Paraná! ¿Por qué no
hemos de abandonarnos a la perspectiva de ver los
mismos efectos, cuando las causas son más poderosas?
¿Queréis puertos espaciosos, seguros, cómodos?
Cread docks como los de Londres en el
Támesis, como los de Liverpool en Mirvay, que
guardan las naves debajo de llave y las cargan con
carretas atracadas a su bordo. ¿Queréis fortificaciones
inexpugnables? Estableced sobre las aguas del
río, sostenidas por anclas, baterías flotantes con cañones
a la Paixhans. Esta es la última palabra de la
fortificación marítima, los navíos de tres puentes no
osan acercárseles.
La calidad montañosa del terreno hace de esta
circunstancia una ventaja. Los accidentes del terreno
rompen la monotonía del paisaje; los puntos elevados
prestan su apoyo a las fortificaciones. Una plataforma
culminante servirá de base al capitolio
argentino, donde habrá de reunirse el congreso de la
Unión. La piedra de las excavaciones de Martín
García sirve de pavimento a las calles de Buenos
Aires, y no hay gloria sin granito que la perpetúe.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
124
Argirópolis (la ciudad del Plata) nacería rica de elementos
de construcción duradera; los ríos, sus tributarios,
le atraerán a sus puertos las maderas de
toda la América Central. Si queréis saber lo que la
industria europea puede hacer en su obsequio, no
hay más que ver que a dos mil leguas más lejos lleva
el interés del comercio. Los diarios publican recientemente
las siguientes noticias de California:
“Por ejemplo, el año pasado fueron remitidos
seis hoteles, diez almacenes completos, nueve juegos
de bolos, 372 casas de madera, 59 de hierro, 7
ídem portátiles, 29 casas de hierro galvanizado, un
gran almacén de hierro galvanizado y un gran número
increíble de departamentos de casa, tanto de
madera como de hierro. Este artículo está calculado
en millares. Es extraordinaria la cantidad remitida de
materiales de construcción: pasan de cuatro millones
los pies de madera, y más de un millón las ripias
y ladrillos.”
¿Dirásenos que todos estos son sueños? ¡Ah!
Sueños, en efecto; pero sueños que ennoblecen al
hombre, y que para los pueblos basta que los tengan
y hagan de su realización el objeto de sus aspiraciones,
para verlos realizados. Sueño, empero, que han
realizado todos los pueblos civilizados, que se repite
A R G I R Ó P O L I S
125
por horas en los Estados Unidos, y que California
ha hecho vulgar en un año, sin gobierno, sin otro
auxilio que la voluntad individual contra la naturaleza
en despecho de las distancias.
La civilización, armada hoy de los instrumentos
de poder que ha puesto en sus manos la ciencia, los
lleva consigo dondequiera que penetra. Dése hipotéticamente
una ciudad como Venus, saliendo de
entre la espuma de las aguas de un conjunto de ríos
y el comercio pondrá de su cuenta en un año todos
los accesorios y vehículos que aceleren el movimiento.
Los vapores de remolque saldrán como en
la boca del Mississippi al amanecer a caza de naves
retardadas por los contrarios vientos.
Los mil canales en que el Paraná se deshilacha al
hacerse Río de la Plata serán frecuentados por millares
de botes, falúas y lanchas que se agitan incesantemente
en las marinas adyacentes a los puertos.
Cuanto punto abordable presentan las costas del
Uruguay, el Paraná y ambas márgenes del Plata serán
otros tantos mercados de provisiones, contándose
por minutos las distancias que el vapor mide
desde la isla a Buenos Aires, cuyas torres se divisan:
doce años han bastado para producir en California
estos asombrosos resultados:
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
126
“Entre San Francisco y Panamá se emplean como
paquetes regulares los siguientes vapores: Oregon,
Panamá, California, Unicorn, Fenerre,
Carolina, Isthmus, Columbus, Sarah Sands, New
Orleans. Estos diez vapores, de las mayores dimensiones
conocidas, están en contacto con los siguientes
en el Atlántico: Crescent City, Empire City,
Falcon, Ohio Georgia, Cherokee, Philadelphia. Al
movimiento activo de la población que imprimen la
actividad incesante de estos diez y siete vapores se
agrega la de catorce vapores más, que en los ríos de
California y en las aguas del Pacífico se emplean
inmediatamente, y son: Senator, Hatford, Spitfire,
West Point, Eudora, Sea Gull, Taboga, W. J. Pause,
Chesapeake, Gold Hunter, New-World, Wilson, G.
Hunt, Confidence, Goliath.”
Dos años ha que el teatro de tanta actividad era
un yermo, interrumpido de tarde en tarde por pobres
y atrasadas poblaciones mejicanas, sin industria
y durmiendo dos siglos hacía sobre montones de
oro.
Nunca hemos podido echar una mirada distraída
sobre la carta del Río de la Plata, sin que los ojos
se sientan atraídos irresistiblemente por la sorprendente
disposición de Entre Ríos para convertirse en
A R G I R Ó P O L I S
127
el país más rico del universo. No tenemos embarazo
de decirlo; la naturaleza no ha creado pedazo de
tierra más privilegiado. El Egipto es estrecho, la
Holanda cenagosa, la Francia misma mal regada.
Todo el país cruzado a lo larga por cuchillas montuosas
que accidentan blandamente el paisaje, y fijando
las nubes alimentan las lluvias. En el centro,
entre dos de estas eminencias, corre el Gualeguay,
formado por cuarenta y ocho arroyos, que a derecha
y a izquierda subdividen el valle o basin, con una
red de canales de irrigación. Paralela al Paraguay
corre otra cuchilla, de donde se desprenden casi en
línea recta más de ochenta corrientes de agua, que
corresponden a una por legua. Otro tanto sucede en
el lado opuesto, hacia el Paraná, y todo este estupendo
país, abrazado, envuelto en toda su extensión
por el Paraná y el Uruguay que lo circundan.
Entre Ríos, el día que haya leyes inteligentes de
navegación, será el paraíso terrenal, el centro del
poder y de la riqueza, el conjunto más compacto de
ciudades florecientes. Situada en la embocadura de
dos ríos que vienen de las zonas tórridas, bajo el
clima templado que media entre 34° y 30° de latitud,
regado a palmos, a dos más de Europa, ¿por
qué no es hoy una nación, en lugar de una provincia
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128
pobre y despoblada? Desde luego, la falta de leyes
de navegación; pero principalmente una mala aplicación
de territorio privilegiado.
El Entre Ríos es un pedazo de tierra regado por
la naturaleza con el esmero de un jardín; ¡pero en
este jardín pacen hoy rebaños de vacas! La legua
cuadrada de terrenos, con bosques y arroyos en el
estado de naturaleza, no puede consagrarse al pastoreo
sino de un cierto número de animales. Como
estos animales dan al año un producto fijo, el
monto del valor de este producto anual es como el
interés de un capital que representa el valor del espacio
de tierra que el ganado ocupa, y el del ganado
mismo; de donde resulta que la tierra no puede tener,
en razón de sus productos, sino un valor insignificante.
Cambiemos la aplicación dada a la tierra; pongamos
en lugar del ganado hombres cultivándola, y
hagamos el mismo cómputo. La cuadra de terreno
regada por los centenares de arroyos da una cantidad
de productos cuyo valor aumenta indefinidamente
en proporción del trabajo y en razón de las
facilidades de exportación; de donde resulta que la
tierra puede tener un valor ilimitado en razón de sus
productos.
A R G I R Ó P O L I S
129
El propietario de una legua de terreno de pastoreo
puede, pues, aplicándolo o abandonándolo a la
agricultura, obtener los resultados que en Montevideo
se obtuvieron aplicando a ciudad el espacio de
tierra que yacía inculta fuera de la muralla; y lo que
hoy vale cientos de pesos valdrá en pocos años
cientos de millones, con sólo desmenuzar en pequeños
lotes la propiedad territorial y venderla a
colonizadores alemanes, como los que han poblado
en estos diez años últimos las márgenes del Ohio en
los Estados Unidos. Ahora el Entre Ríos está rodeado
de países que no producen cereales. Se haría
el granero de los pueblos, desde el Paraguay hasta
Martín García, el del Brasil y el de la Inglaterra, a
donde se exportan de Chile con ventaja los trigos.
En Entre Ríos debiera prohibirse la cría de ganado,
para entregarse sin estorbo a la cría de ciudades, al
aumento de la población y al cultivo esmerado de
pedazo de tierra tan lujosamente dotado.
La proximidad de un gran centro de comercio,
como el que ha de formarse en la capital de los Estados
del Plata; la reunión de un Congreso que regle
y fomente la navegación de los ríos; una Constitución
que distribuya equitativamente las ventajas comerciales;
en fin, la provisión de un gran
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
130
movimiento de buques y de hombres, darían en poquísimos
años al Entre Ríos la alta posición que a
sus habitantes depara la Providencia. Martín García
sería el granero del Entre Ríos, para satisfacer desde
allí la demanda de productos agrícolas hecha por el
comercio marítimo para la exportación y por el consumo
de las ciudades circunvecinas.
Volviendo a las ventajas que aseguraría a los
Estados del Plata la creación en aquella isla de una
ciudad capital, apuntaremos una que para nosotros
al menos es de una trascendencia incalculable. Tal
es la influencia que ejercería sobre los hábitos nacionales
esta sociedad echada en el agua, si es posible
decirlo, y rodeada necesariamente de todos los
medios de poder que da la civilización. A nadie se
ocultan los defectos que nos ha inoculado el género
de vida llevado en el continente, el rancho, el caballo,
el ganado, la falta de utensilios, como la facilidad
de suplirlos por medios atrasados. ¡Qué cambio en
las ideas y en las costumbres! ¡Si en lugar de caballos
fuesen necesarios botes para pasearse los jóvenes; si
en vez de domar potros el pueblo tuviese allí que
someter con el remo olas alborotadas; si en lugar de
paja y tierra para improvisarse una cabaña se viese
obligado a cortar a escuadra el granito! El pueblo
A R G I R Ó P O L I S
131
educado en esta escuela sería una pepinera de navegantes
intrépidos, de industriales laboriosos, de
hombres desenvueltos y familiarizados con todos
los usos y medios de acción que hacen a los norteamericanos
tan superiores a los pueblos de la
América del Sur.
La otra consecuencia sería aun más inmediata, y
no tenemos embarazo de indicarla, y es que proporcionaría
ocasión de obrar un cambio completo en la
política actual de los gobiernos de la Confederación.
La necesidad de triunfar de las resistencias, el deseo
de dominar las dificultades que se han opuesto hasta
aquí a la organización de la república, ha hecho que
los gobiernos se hayan armado de poderes terribles
que hacen ilusoria toda libertad. Pasado, empero, el
peligro que autorizó esta acrecentación de poder, es
casi imposible desmontar aquellas máquinas. El gobernante
se ha acostumbrado en diez años de práctica
al uso del poder absoluto; el pueblo a temblar y
temer; y la legislatura provincial que autorizó al ejecutivo
ha venido a quedar tan subyugada e intimidada
por su misma criatura, que tiembla sólo de
pensar que en sus manos estaría el hacer cesar las
facultades que concedió.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
132
Los hombres que están a la cabeza de los pueblos,
y cuya voluntad representan o dominan, tienen
un gran cargo que pesa sobre ellos. El partido unitario,
cuales quiera que sus desaciertos fueren, reunió
un Congreso y dio una Constitución a los pueblos.
Los federales no creyeron consultados en ella los
intereses de las provincias, y el coronel Dorrego,
según la declaración oficial de su agente cerca de las
provincias de Cuyo, “puesto a la cabeza de la oposición
derrocó (con esfuerzo y refuerzo de las provincias)
aquellas autoridades que abusaron de la
confianza y sinceridad de los pueblos”. Derrocadas
las autoridades nacionales “y para no continuar en la
acefalía en que nos observamos”, añadía el mismo
enviado solicitando el provisorio encargo de las relaciones
exteriores, “debemos no perder un momento
en concurrir a la formación de un cuerpo
deliberante, sea congreso o convención preliminar a
él”18. El gobierno federal de San Juan, al otorgar el
encargo solicitado, declaró por una ley de legislatura,
“que no era la voluntad de la provincia el que la
nación subsistiese inconstituida”19. Todos los pueblos
hicieron iguales declaraciones. ¿Han cumplido
18 Registro oficial de la provincia de San Juan, ya citado.
19 Registro ibíd.
A R G I R Ó P O L I S
133
los gobiernos federales tan solemnes promesas en
23 años transcurridos? ¿De quiénes dirá la historia
imparcial que abusaron de la confianza y sinceridad
de los pueblos?
Por otra parte, esos unitarios, proscritos, perseguidos
a muerte, condenados al exterminio por las
leyes de sangre y de odio, ¿tenían o no derecho de
desconocer un sistema provisorio que había mentido
a sus promesas, que no era expresión de la nación,
legítimamente manifestada en un congreso
prometido? La constitución unitaria fue echada por
tierra; ¿pusisteis en su lugar la Constitución federal
ara que los unitarios reconociesen la ley a que estaban
obligaos a someterse? La reunión del congreso,
pues, que así lo habíais prometido, y la creación de
una capital independiente de toda influencia local,
daría por resultado, a más de dejar satisfecho el voto
de la mayoría federal, quitar a los unitarios todo
pretexto para desconocer el orden existente, pues
que sería la ley común y definitiva de los pueblos.
Los unitarios son un mito, un espantajo, de cuya
sombra aprovechan aspiraciones torcidas. ¡Dejemos
en paz sus cenizas! Los unitarios ejercieron el poder
en 1824, y suponiendo que la generalidad de sus
miembros tuvieron entonces la edad madura que
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
134
corresponde a hombres públicos, hoy, después de
veintiséis años transcurridos, los que sobreviven al
exterminio que ha pesado sobre ellos, han encanecido,
y cargados de años, debilitados por los sufrimientos
de una vida azarosa, sólo piden que se les
deje descender en paz a la tumba que los aguarda.
A R G I R Ó P O L I S
135
CAPITULO VI
DE LAS RELACIONES NATURALES DE LA
EUROPA CON EL RÍO DE LA PLATA.
Hemos cuidado intencionalmente de apartar del
grave examen que nos ocupa una de las faces que
presenta la cuestión del Río de la Plata, y no la menos
influyente, a fin de no complicar las cuestiones
y oscurecer la verdad con la multitud de tópicos y
detalles. La Francia y la Inglaterra se han presentado
sucesivamente, durante estos últimos diez años,
pretendiendo a veces haber sido perjudicadas en los
intereses de sus nacionales, ya ofreciendo y aun interponiendo
su intervención en la lucha de Montevideo
con Buenos Aires, ya, en fin, creyéndose
solidarias en la independencia de la República del
Uruguay. Los acontecimientos que han tenido lugar
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
136
en el Río de la Plata, la prolongación indefinida de
las negociaciones, aquel continuo enviar agentes
para desaprobar sus actos en seguida, han dejado de
manifestar que los gobiernos inglés y francés, como
el Brasil y otras potencias que han tomado parte
accidentalmente en el debate, no tienen una idea
bien clara de la naturaleza de las cuestiones que se
agitan en el Río de la Plata, marchando a la ventura,
guiadas por las impresiones del momento, la impresión
personal de este o el otro ministro, y cediendo
a la presión de los graves acontecimientos que tienen
hoy lugar en Europa. Ni podemos acusar a la
Francia y a la Inglaterra de injusticia sistemática
contra nosotros. La Presse, uno de los diarios más
acreditados de Europa, y el Courrier du Havre, en
Francia, están hace ocho años convertidos en órganos
influyentes de la manera de ver del encargado
de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina,
de manera que podemos decir que los intereses
de la Confederación han tenido sus órganos
oficiales en la prensa europea; y el debate de la
Asamblea Nacional en las ruidosas sesiones del mes
de febrero del presente año ofrecieron una mayoría
de más de trescientos diputados que no querían llevar
las cosas al extremo, para otros inevitable, de un
A R G I R Ó P O L I S
137
rompimiento. En Inglaterra ha sucedido otro tanto
en la prensa y en el parlamento, encontrando el encargado
de las relaciones exteriores en el lord Palmerston
un ministro enteramente dispuesto en su
favor. Así, pues, debemos deplorar los errores de la
opinión en Europa, sin atribuir los actos de sus gobiernos
hacia nosotros a un pensamiento fijo de
hostilidad y a intención de dañarnos. No es menor
la divergencia de las opiniones en la Confederación
Argentina.
La generalidad cree, y la prensa y los gobiernos
fomentan estas deplorables disposiciones, que las
potencias europeas pretenden subyugarnos y atacar
nuestra independencia nacional, “hacernos presa del
ingrato pérfido extranjero, sometiéndonos a sus
brutales caprichos e infames aspiraciones”20. La
verdad es que esas potencias a quienes un gobierno
se atreve a atribuir oficialmente actos o pensamientos
infames y brutales, han permanecido diez
años sin emplear medio ninguno reprobado para
llevar a cabo sus designios, y que veinte veces han
consentido en desaprobar los actos de sus enviados,
destituirlos y retirarlos, sin obtener con ello resulta-
20 Nota oficial del Excmo. señor gobernador de la provincia de Santa Fe,
inserta en la “Gaceta”, de Buenos Aires.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
138
do alguno definitivo. ¿Puede la Confederación Argentina
lisonjearse de haber una sola vez en los
quince años desaprobado, como lo han hecho la
Francia y la Inglaterra, un acto de su encargado en
las relaciones exteriores, destituídolo como la Francia
y la Inglaterra lo hicieron con Ousley y Deffaudis,
y buscado por su parte aquellos medios que sin
deshonra puede un pueblo tocar para quitar en sus
desavenencias con las demás naciones todo motivo
de irritación innecesaria? ¿Qué diferencia de poder
hay entre nuestro encargado de las relaciones exteriores
y un negociador francés? El primero, como
su título lo dice y como los tratados con las provincias
lo establecen, es un simple comisionado provisorio,
cuyos actos, para ser definitivos, necesitan la
aprobación y ratificación de las autoridades de los
pueblos que lo constituyeron su encargado.
La Inglaterra ha demostrado por su conducta
reciente cuán fatigada estaba de sostener una cuestión
interminable, y la Francia, después de haber
probado todos los medios que la prudencia sugiere,
aún no se resuelve sin tentar nuevas negociaciones a
romper definitivamente con la Confederación Argentina
o su representante en las relaciones exteriores.
Apartemos, pues, todo espíritu de prevención
A R G I R Ó P O L I S
139
en el examen de las pretensiones de aquellas potencias
y limitémonos a indagar cuáles son sus verdaderos
y permanentes intereses en América y hasta
dónde esos intereses pueden conciliarse con los
nuestros.
La Inglaterra ni la Francia pueden abrigar el más
remoto pensamiento de conquista. Una y otra se
observan, y la guerra sería el primer fruto de una
tentativa de este género. Los economistas ingleses
han demostrado cuán ruinosas son para la metrópoli
las colonias, y esta doctrina ha pasado ya a dirigirla
política del gabinete. El artículo 66 de la
Constitución de la República francesa ha prohibido
al gobierno francés toda guerra de conquista; y aun
antes de promulgada esta Constitución los ministros
de Luis Felipe declararon solemnemente a la Inglaterra
que su ocupación de la isla de Martín García
era provisoria, reconociendo en ella la soberanía de
la Confederación Argentina; y a menos que no temamos
que en despecho de declaraciones tan solemnes
la Francia haga lo que se ha hecho con el
encargado de las relaciones exteriores tomado provisoriamente
mientras se procedía a la convocación
de un congreso, nada tenemos que temer por esta
parte.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
140
En cuanto a la libre navegación de los ríos, la
Francia y la Inglaterra han declarado que no tenían
derecho a exigirla, y el encargado de las relaciones
exteriores, negándose a estipular a este respecto, no
ha hecho más que mantenerse en los límites de sus
atribuciones, pues por la naturaleza de las cosas y el
texto literal del tratado adicional al cuadrilátero, que
sirve de pacto federal, el arreglo de la navegación es
de la competencia exclusiva del Congreso de las
provincias argentinas, así declarado por tratados
suscriptos por el gobierno de Buenos Aires antes y
después que le fuese encargada la gestión provisoria
de las relaciones exteriores.
Esta limitación de las atribuciones del encargado
se funda en razones de conveniencia que saltan a
primera vista. Los gobiernos federales de Santa Fe,
Corrientes y Entre Ríos no habían podido arribar a
un arreglo definitivo con el gobierno de Buenos
Aires sobre la navegación del Paraná, como consta
de cláusula expresa de diversos tratados, reservando
la resolución de las dificultades al Congreso.
Ahora, estos mismos gobiernos, al encargar al
de Buenos. Aires representar la República ante las
potencias extranjeras, proveyeron que el arreglo de
la navegación de los ríos quedaría, como antes, reA
R G I R Ó P O L I S
141
servado a la decisión del Congreso, previendo que, a
pretexto o con motivo de un tratado con una nación
extraña, el gobierno de Buenos Aires podría
aprovecharse de su carácter de encargado para estatuir
cosas que serían en perjuicio de las provincias
litorales y en provecho de una idea culpable de monopolio
en favor de la provincia que presidía. Lo
contrario habría sido librar a la decisión del gobierno
de una de las partes interesadas la solución misma
a que no había podido arribar en los anteriores
tratados. Cuando el encargado de las relaciones exteriores
ha declarado la clausura de los ríos interiores,
ha declarado simplemente que no estaba en sus
atribuciones hacer cambio ninguno en el status quo
existente, por ser una facultad reservada al Congreso
por el gobierno de Buenos Aires y los de las provincias
litorales.
Esclarecidos todos estos puntos capitales, para
alejar toda preocupación y toda irrigación del espíritu,
examinemos ahora cuáles son los intereses de
la Francia y de la Inglaterra en la América del Sur,
poniéndonos por un momento de su lado, para no
subsistir nuestros intereses a los suyos. Dos grandes
móviles traen a la Europa a interesarse en nuestras
cuestiones americanas. Desde luego, la Europa deD
O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
142
sea vender en América el mayor número de mercaderías
posible y exportar la mayor cantidad posible
de productos americanos.
Para conseguir esto, la Inglaterra y la Francia
propenderán siempre a obtener tratados que les
aseguren todas las facilidades de vender mucho y
comprar mucho, y los medios de penetrar por todo
el país con sus mercaderías, remontar los ríos hasta
Mattogrosso, si es posible y si allí encuentra el comercio
probabilidad de hacer cambios ventajosos.
Este interés europeo en nuestro país estará completamente
de acuerdo con el nuestro, a condición
de proveer a la seguridad de nuestro territorio y al
cobro de los derechos de importación y exportación
que las necesidades del Estado hagan necesario imponer;
porque también nuestro interés está en vender
la mayor suma de productos posible y comprar
la mayor cantidad de artefactos europeos. No es
rico el que tiene plata, sino el que produce y sabe
gozar del fruto de su trabajo. Nosotros no seremos
fabricantes sino con el lapso de los siglos y con la
aglomeración de millones de habitantes; nuestro
medio sencillo de riqueza está en la exportación de
las materias primas que la fabricación europea necesita.
A R G I R Ó P O L I S
143
Muy contentos estarían los europeos, pues, sí la
navegación de los ríos interiores se les abriese bajo
las regulaciones que exige la seguridad nacional y la
percepción de los derechos; pero más contentos
quedarían los pueblos del interior, que con esta
aproximación a sus fronteras de la actividad europea
y del movimiento mercantil hallarían medios de enriquecerse,
poblarse y civilizarse ni más ni menos
como Buenos Aires y Montevideo se han poblado y
enriquecido rápidamente con la apertura de sus
puertos al comercio extranjero. En este punto, pues,
nuestro interés es casi el mismo que el de las potencias
europeas, y bastarían algunas leyes inteligentes y
previsoras para que se armonizasen del todo. No es,
pues, de esta fuente de donde pueden emanar las
desavenencias de que somos víctimas. Dejamos a
un lado estimar lo que en un interés de monopolio
comercial pudieran pretender Buenos Aires o
Montevideo, y las razones de conveniencia que
pueden darse para sostener que el libre acceso acordado
a las naves europeas en aquellas dos ciudades,
tan fecundo en riqueza y poder para ellas, sea funesto
a Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. Estos son
misterios cuya profundidad no seríamos capaces de
sondear.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
144
El otro interés de la Europa en América es el de
sus nacionales, y éste, es preciso decirlo, es el menos
fácil de manejar: los fardos van a donde los llevan;
pero los hombres obran, se mezclan con la sociedad,
tienen pasiones, virtudes y vicios, y a veces se
salen de los límites que la moral, las leyes, las costumbres
les imponen. La Europa tiene interés en
que sus hombres sean respetados en sus intereses,
en su vida y en su libertad: nada más justo. Mas no
pocas veces la mala intención de sus agentes diplomáticos,
los informes apasionados, y debemos decirlo,
nuestro estado de desorganización y de
violencia, dan lugar a colisiones y reclamos injustos
o exagerados. ¿Cuál es nuestro interés en este caso?
¿Es distinto del interés de las naciones europeas?
No. Es el mismo. La América está colocada en una
condición que hace para ella un elemento de prosperidad
y engrandecimiento el atraer a su seno el
mayor número de extranjeros. La colonización española,
dilatándose sobre una inmensa extensión
del país, lo dejó casi despoblado. La Confederación
Argentina tiene país para cien millones de habitantes,
y no cuenta con un millón de hijos. En nuestra
época no es posible esperar el lento progreso de la
A R G I R Ó P O L I S
145
población natural, sin condenarse a la nulidad por
siglos enteros.
La emigración del exceso de población de unas
naciones Viejas a las nuevas hace el efecto del vapor
aplicado a la industria: centuplicar las fuerzas y producir
en un día el trabajo de un siglo. Así se han
engrandecido y poblado los Estados Unidos, así
hemos de engrandecernos nosotros; y para nosotros
el concurso de los europeos es más necesario que
no lo es para los norteamericanos. Descendientes
éstos de la industriosa, navegante, manufacturera
Inglaterra, tienen en sus tradiciones nacionales, en
su educación y en sus propensiones de raza elementos
de desenvolvimiento, riqueza y civilización
que les bastarían sin auxilio extraño.
Nosotros necesitamos mezclarnos a la población
de países más adelantados que el nuestro, para
que nos comuniquen sus artes, sus industrias, su
actividad y su aptitud al trabajo. El europeo que
viene a establecerse entre nosotros, si hace una gran
fortuna, esa fortuna no existía antes, la ha creado él,
la ha añadido a la riqueza del país. La tierra que labra,
la casa que construye, el establecimiento que
levanta, son adquisiciones y progresos para el país; y
sus medios industriales, aunque él se vaya, quedan
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
146
en el dominio de los conocimientos adquiridos para
nosotros.
El medio, pues, de volar, de suplicar al tiempo y
a la distancia para poblar, enriquecer nuestro país y
hacerlo fuerte contra la Europa, es hacer segura la
situación de los extranjeros, atraerlos a nuestro
suelo, allanarles el camino de establecerse y hacerles
amar el país, para que atraigan a su vez a otros con
la noticia de su bienestar y de las ventajas de su posición.
Europa en este momento es presa de trastornos
que desquician las fortunas, conmueven las
sociedades, ahuyentan los capitales, y los hombres,
inquietos por su porvenir tan nebuloso, suspiran
por encontrar un país a donde trasladarse y fijar su
morada.
La habilidad política de un gobierno americano
estaría, pues, en mostrarse no sólo dispuesto a recibir
esos millones de huéspedes, sino en solicitarlos,
seducirlos, ofrecerles ventajas, abrirles medios y
caminos de establecerse y fijarse en el país. Los
franceses, italianos, españoles y todos los pueblos
del Mediodía de Europa son irresistiblemente atraídos
a emigrar a la América del Sur, por la analogía
de idioma, de clima, de religión y de costumbres, y
esta es la causa por que se ve abundar la población
A R G I R Ó P O L I S
147
italiana, francesa y española en Buenos Aires y
Montevideo; esta es la causa por que la Francia persiste
en ingerirse en nuestros asuntos hasta dejar
asegurada la posesión de sus nacionales en número
tan crecido, expuestos a las guerras, las devastaciones,
las violencias y las persecuciones de que son
víctimas los pueblos del Río de la Plata hace veinte
años.
Porque este y no otro es el origen de esas intervenciones,
bloqueos y pretensiones que mantienen
la incertidumbre y la desconfianza. Lo que ha ocurrido
con los extranjeros en Montevideo es un hecho
que emana de la naturaleza de las cosas, y que
ha de repetirse en la América del Sur si los gobiernos
en lugar de provocar las antipatías de esa masa
de población que cada día acrecienta la nuestra, no
se pone en armonía con el espíritu de la época.
Sin duda que tenemos el derecho de emplear
nuestra independencia en degollarnos los unos a los
otros, en proclamar un partido el exterminio de
otro, en hacer pasar la guerra civil de un extremo a
otro de la República, en confiscar las propiedades y
no reconocer otra ley de gobierno, otro principio de
orden ni otra constitución que la voluntad del que
manda, revestida del pomposo nombre de facultaD
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148
des extraordinarias, de suma del poder público.
¿Quién niega a Buenos Aires el derecho de sitiar a
Montevideo, restablecer autoridades destituidas,
asolar las campañas por ocho años, prolongando
una guerra de exterminio? Nadie puede impedirnos
que en asunto tan grave como el que se propone la
Confederación con la lucha oriental, se inviertan
sesenta millones de pesos fuertes en ocho años por
los contendientes, que arruinen cien millones en las
devastaciones inevitables de la guerra y dejen de
crearse mayor suma de valores, por el progreso de la
riqueza, detenido por la interrupción de los trabajos
y el malestar general.
Que en lugar de canales, caminos, muelles, vapores,
telégrafos, tengamos en actividad cañones,
minas, contraminas, ejércitos y flotas; nada más legítimo.
Pero al menos reconozcamos que la población
extranjera que viene buscando la paz y la
libertad necesarias para hacer progresar su industria
no debe mirar con ojo indiferente el que un ejército
venga a sitiar la ciudad que habita, paralizar el comercio,
dispersar la población y destruir en un día el
trabajo de años de actividad y de esfuerzos.
El comercio en América lo hacen los europeos
en Valparaíso como en Buenos Aires y Montevideo;
A R G I R Ó P O L I S
149
y todas las perturbaciones a que aquellos países están
sujetos, los triunfos y reveses de los partidos, las
persecuciones y confiscaciones a que están expuestos
los ciudadanos argentinos u orientales, van necesariamente
a influir sobre el curso de los
negocios, a paralizar el comercio, a interrumpir las
relaciones. Hoy se cierra el comercio del Paraguay,
mañana se interrumpe el de Montevideo, un decreto
paraliza el de Chile, una escuadra bloquea a Buenos
Aires, una provincia se subleva, el papel sube o baja
a merced de las oscilaciones de los negocios públicos,
y nadie cuenta con el día de mañana amenazado
de una quiebra por causas que salen de los
límites de la previsión humana.
Para saber cuánto debe afectar a los extranjeros
tal género de vida y tal teatro para el comercio,
basta echar una mirada por los estados que la Comandancia
del puerto de Buenos Aires presenta a
los efectos introducidos en un día por mar y las casas
a quienes vienen consignados, que son: a Rodríguez
– S. Hale – Freyer hermanos – O. J. Hayes y
Cía. – Rodgers – E. Gowland y Cía. – Lowry –
Zimmerman Frazier y Cía. – Llavallol e hijos – D. J.
Wisser – Bunge, Bornefeld y Cía. – Lohman – Pérez
y Méndez – R. de Chapeaurouge – Ravier hermanos
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150
– Fabre y Heven – Eberhard y Cía. – Constant Dimet
– Zurrarán y Treserra – Dunoye y Cía. – Sourde –
Caumartin – Richard – Click y Cía. – Henrand –
Hulman – Moirand – Prelig y Cía. – D. E. Urien –
Desjean y Hugh – Arrotea – Widekin y Cía. – Renner
y Cía. – Krutish y Cía. – W. Paris – Corti Francischeli
– Goujon – Solanet – Lezica y Cía. – Alberti y Cía. –
Klappenblacke y Cía. – Audiffred – Sean – Freustein
– Yanitz y hermanos – De Lachaux – Guerrico – Richard
Berthol – Gautier – Houlon – Larroche, Ducoux,
Machain – J. M. del Pont.
Sobre el total de cincuenta y tres casas de consignación
sólo cinco están presididas por nombres
argentinos, las demás son europeas. ¿Arruináis a
Montevideo, perseguís a los unitarios? El comercio
y la industria europea sienten de rechazo el golpe,
porque cada uno de estos acontecimientos va a refluir
sobre sus intereses y sus especulaciones. ¿Qué
extraño es, pues, que las potencias extranjeras con
derecho o sin él, pero compelidas a ello por nuestros
desórdenes, quieren a todo trance que Montevideo
no caiga en nuestras manos, creyendo con su
intervención atajar la propagación del mal?
Y sobre todo, si queremos ser respetados y ahorrarnos
cuestiones, ¿por qué no principiaríamos por
A R G I R Ó P O L I S
151
donde debiéramos principiar, que es poner orden en
nuestras cosas y hacernos respetar por el solo hecho
de ser dignos de respeto? Veamos un poco.
¿Hay en la Confederación Argentina una constitución
federal, federalísima, que deslinde los poderes
de los gobernantes, reconozca los derechos de
los gobernados y les indique sus obligaciones? No,
esa constitución no existe. El congreso que debe
votarla está por convocarse hace veintitrés años, y
lo que es más deplorable, es que las autoridades que
deben su existencia a la promesa solemne de convocar
un congreso, guardan sobre este punto un
silencio culpable. ¿Quién es el jefe de esta República
sin cabeza, sin ley, sin forma, de esta Confederación
que no está federada por vínculo ninguno, y que
sólo reconoce por representación, por ley, constitución,
la voluntad omnipotente, irresponsable, de un
simple encargado provisorio de las relaciones exteriores?
Este estado de cosas debe tener un término y
este término debe ser en este momento, o si no,
nunca. En este momento nadie puede abusar de su
posición, ningún interés puede ser oprimido.
Montevideo aún resiste, sus derechos pueden
ser oídos. Oribe está fuerte; pero el triunfo comD
O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
152
pleto no lo embriaga al punto de negarse a toda
transacción. La suerte de Montevideo depende de la
voluntad de Francia, como el poder de Oribe depende
del poder de Rosas. El encargado de las relaciones
exteriores tiene su título provisorio de los
gobiernos de las provincias, que tienen el derecho
de suspenderlo, convocando al Congreso, facultad
que cada uno se ha reservado en el tratado adicional
al cuadrilátero.
Si el encargado de las relaciones exteriores quisiese
alzarse con el poder, estorbando el cumplimiento
de la condición con que lo obtuvo, entonces
la isla de Martín García, que está en poder de la
Francia, y que asegura la libertad de Entre Ríos, Corrientes
y Santa Fe, por una simple protesta de alguno
de aquellos gobiernos, se conserva en rehenes
y en depósito en poder de la Francia, hasta hacer
entrar en su deber al usurpador.
La Francia y la Inglaterra tienen interés en que
se legisle la navegación de los ríos, lo que sólo puede
hacer el congreso, como no puede haber tratado
celebrado por el encargado de las relaciones exteriores
sin que sea ratificado por el congreso, única autoridad
competente para ello.
A R G I R Ó P O L I S
153
Todo ciudadano argentino, todo federal, todo
oriental puede prohijar esta idea, difundirla, defenderla,
popularizarla. ¿Será declarado salvaje unitario
el que pida la constitución federal de la República,
conforme al voto de la legislatura de San Juan que
declaró que no quería que la República permaneciese
inconstituida? ¿Será declarado mal federal el gobierno
que en virtud de las convenciones celebradas
antes y después del encargo hecho al gobierno de
Buenos Aires de las relaciones exteriores, pida la
convocación del congreso? ¿Será tachado de mal
argentino el que se interese en atraer a orientales y
paraguayos a reunirse en una gran nación para poner
término a las luchas presentes y futuras que
amenazan su porvenir? ¿Entrará en el número de
los anarquistas sanguinarios el que pida que cese la
efusión de sangre, que se extirpen las causas que la
promueven, que se asocien todos en un interés común,
que lejos de debilitar la autoridad de los gobiernos
federales, ni amenazarlos por revueltas,
aumenten su respetabilidad con la sanción de un
congreso que ponga término al estado provisorio
que pesa por tantos años sobre la República y complica
todas las cuestiones y las hace interminables?
El encargado de las relaciones exteriores obtendrá
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
154
un voto de gracias por la energía tenaz con que ha
defendido los derechos de la Confederación; pero la
nación se emancipará con este paso de la tutela en
que ha caído, por la imposibilidad de hacer efectiva
la responsabilidad de su encargado.
¿Quién se puede hacer ilusión a este respecto?
Las legislaturas de las provincias, los gobernadores y
los pueblos están condenados a cada nuevo acto del
encargado a darle un millón de gracias, a aplaudir a
grito herido, a ofrecerle las fortunas y las vidas, para
que haga de ellas lo que a su beneplácito cuadra.
Las Gacetas de Buenos Aires, los decretos de
los gobernadores, las leyes de las juntas provinciales,
están ahí revelando al mundo este hecho que se repite
todos los días, sin que una sola vez se haya levantado
una voz, no decimos para protestar contra
un acto, o mal comprendido o mal desempeñado,
para romper ese coro eterno de alabanzas, que a
fuerza de repetirlas dejan sospechar de la sinceridad
y de la espontaneidad con que se hacen.
El mal no está en los hombres, sino en la falta
de instituciones, en la falsedad de posición de cada
uno de los personajes de este extraño drama. El encargado
de las relaciones exteriores, nominalmente
subordinado a los gobiernos de la provincia de
A R G I R Ó P O L I S
155
quienes tiene el encargo, somete a la aprobación de
éstos un acto consumado de su política. Pero los
gobernadores que deben examinarlo estando dispersos
no pueden comunicarse sus observaciones, no
pueden discutir entre sí sobre la bondad o perversidad
del acto.
Se temen y desconfían los unos de los otros;
están bajo la influencia de su comitente, que es más
fuerte que cada uno de ellos. Si uno desaprobase lo
obrado o pidiese explicaciones, como no está sostenido
por los demás, se expone a quedar fuera de la
ley, declarado enemigo de la Federación. El resultado
inevitable, fatal, es una aprobación completa,
absoluta, sin reserva ni explicaciones.
Ahora, como el ejercicio de todo poder no reconoce
límites claros sino cuando hay otros poderes
interesados en no ser absorbidos, resulta que el encargo
de las relaciones exteriores ha ido, a medida
que lo requerían las circunstancias del momento,
ensanchándose, fortificándose e invadiendo las atribuciones
de los gobiernos de las provincias, las de la
Iglesia, las que están declaradas pertenecen al Congreso,
en fin, las que no pertenecen sino al mismo
Dios, único poder a quien le es permitido cambiar el
orden de los acontecimientos humanos. Hoy día los
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
156
gobiernos de las provincias confederadas no saben a
punto fijo dónde terminan sus atribuciones y principian
las del encargado.
A R G I R Ó P O L I S
157
CAPITULO VII
DEL PODER NACIONAL.
Hay condiciones especiales para los gobiernos
de la América del Sur, que por no haber sido comprendidas
hasta hoy, en unos países se mantiene el
atraso por el conato de legislar sobre lo que existe,
imitando en esto a los gobiernos antiguos de Europa,
o se destruye todo por espíritu de antipatía a lo
europeo, por americanismo. Lo primero conduce al
quietismo; lo segundo, a la barbarie. La América del
Sur se encontraba en 1810 bajo condiciones únicas
en la historia de los pueblos civilizados o cristianos.
Con un continente inmensa y una población escasa;
con ríos navegables, sin naves, ni el hábito de
navegarlos; con una tierra fértil y sin ciencia para
cultivarla; con ciudades en el interior sin comunicaD
O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
158
ción fácil con los puertos; con un pueblo habituado
a los usos y necesidades de la vida civilizada y sin
industria para satisfacerlos. Dados estos antecedentes,
cuya verdad nadie pone en duda, el tiempo por
sí solo no puede producir una mejora de situación
sensible; porque no hay progreso sino donde hay
rudimentos que desenvolver, como ciencia, industria,
etcétera. La independencia conquistada no podía
ser un bien sino a condición de darnos libertad
para corregir los defectos que había negado la colonización;
la independencia, para perpetuar el mal
existente, podría traer por consecuencia la destrucción
de lo que existía, por la pereza y las pasiones
desencadenadas.
Estos principios sencillos, pero de una aplicación
muy general los limitaremos aquí a unos
cuantos casos de una experiencia práctica. La República
Argentina, por ejemplo, es un país despoblado
desde el estrecho de Magallanes hasta más allá del
Chaco. En el interior hay una población reducida en
número y nula en cuanto a capacidad industrial,
porque no ha heredado de sus padres ni las artes
mecánicas, ni las máquinas que las auxilian, ni el
conocimiento de las ciencias que las dirigen y varían.
Los gobiernos americanos nacidos de la indeA
R G I R Ó P O L I S
159
pendencia debían, pues, ocuparse exclusivamente en
hacer de esta inmensa extensión de país un Estado;
de los ríos, medios de comunicación y exportación;
de la población tan reducida, una nación.
Pero si hubiese un gobierno de esperar que el
tiempo le trajese estos resultados, para que la población
actual reproduciéndose pueda llegar a componer
una nación de millones de hombres, dos serían
los resultados: primero, que se necesitarían quinientos
años para obtenerlo, y en seguida que se
reproducirían los mismos hombres con su escasez
actual de conocimientos, su falta de nociones industriales,
etc. Esto es lo que sucede hasta ahora
poco en la España europea; se continúa así en Marruecos,
en África, y otros países. La población crece
después de siglos; pero la civilización de los
habitantes no está hoy más avanzada que lo que estaba
quinientos años antes. ¿Por medio de qué prodigio,
pues, podría un gobierno acelerar la obra del
tiempo y mejorar a la vez la condición inteligente,
industrial y productiva de la población actual?
La emigración europea responde a todas estas
cuestiones. Hágase de la República Argentina la patria
de todos los hombres que vengan de Europa;
déjeseles en libertad de obrar y de mezclarse con
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
160
nuestra población, tomando parte en nuestros trabajos,
disfrutando de nuestras ventajas. Esto es lo
que sucede hoy en Norte América, que tenía tres
millones de habitantes cuando se hizo independiente,
y cuenta hoy veinticinco; que se componía
sólo de trece Estados, y hoy se compone de veintiocho,
entre los cuales hay muchos poblados casi exclusivamente
por los emigrantes. De Inglaterra han
emigrado en 10 años medio millón de hombres, y
de Europa entera emigran por año igual número de
almas, de las cuales la mitad se dirige a los Estados
Unidos y la otra se dispersa por todos los países
nuevos del mundo, llevando a todas partes industria,
medios nuevos de adquirir y con frecuencia
fortunas hechas. He aquí una estadística de los emigrados
que han desembarcado en Nueva York en
1849:
A R G I R Ó P O L I S
161
Procedentes de Irlanda……………………………………..
112.591
de Alemania…………………………………………………….
55.705
de Inglaterra…………………………………………………….
28.321
de Escocia……………………………………………………….
8.890
de Noruega………………………………………………………
3.830
de Francia………………………………………………………..
2.683
de Holanda……………………………………………………….
2.447
del País de Gales……………………………………………….
1.782
de Suecia………………………………………………………….
1.007
de Suiza……………………………………………………………
1.045
de Italia…………………………………………………………….
602
de las Indias Occidentales…………………………………..
449
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
162
de Portugal……………………………………………………….
287
de España…………………………………………………………
214
de Cerdeña……………………………………………………….
172
de Dinamarca……………………………………………………
150
de la Nueva Escocia…………………………………………..
141
de Polonia…………………………………………………………
133
de Bélgica…………………………………………………………
118
del Canadá………………………………………………………..
59
de Rusia……………………………………………………………
38
Figuran en este estado otros países por corto
número emigrados, hasta componer un total de
220.603.
Donde esta masa de población se reúne, se devastan
campos incultos, se levantan ciudades, se
pueblan de naves los ríos, se recargan los mercados
A R G I R Ó P O L I S
163
de productos, porque el europeo trae consigo una
parte de la ciencia, de la industria y de los medios
mecánicos de producir de las naciones civilizadas;
de donde resulta que cuantos más europeos acudan
a un país, más se irá pareciendo ese país a la Europa,
hasta que llegue un día en que le sea superior en
riqueza, en población y en industria, cosa que ya
sucede hoy en los Estados Unidos.
¿Han obrado en vista de este resultado nuestros
gobiernos? Nuestra triste historia está ahí para responder.
Veinte años nos hemos ocupado en saber si
seríamos federales o unitarios. Pero qué organización
es posible dar a un país despoblado, a un millón
de hombres derramados sobre una extensión
sin límites? Y como para hacer unitarios o federales
era necesario que los unos matasen a los otros, las
persiguiesen y expatriasen, en lugar de doblar el país
ha disminuido la población; en lugar de adelantar en
saber, se ha tenido cuidado de perseguir a los más
instruidos.
Se necesitaba atraer población de otros países
para que aumentase nuestro número y riqueza e introdujese
el conocimiento de las artes y de las ciencias
que nos faltan, y en veinte años no hemos
hecho más que gritar contra los extranjeros, e intiD
O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
164
midar a los que se dispondrían en Europa a venir
con sus familias y su industria a establecerse entre
nosotros; y como estas antipatías originan guerras,
bloqueos, y que para resistirlos se necesita dinero y
ejércitos, mientras nos defendíamos en el Río de la
Plata, los indios salvajes despoblaban con sus depredaciones
el interior, y reducían aun más que lo
que estaba antes la parte ocupada por los cristianos.
Así vamos cada día de mal en peor, y continuará
el mal en adelante, mientras no organicemos un gobierno
nacional que se proponga por objeto único
de sus esfuerzos poblar el país y crear riquezas. Este
propósito, seguido con tesón por una serie de años,
acelerará de un modo prodigioso nuestro desenvolvimiento,
pero para llevarlo a cabo se requiere otra
organización dada al país, y otro espíritu que el que
ha aconsejado y dirigido la política de la nación.
¿Qué hacen, por ejemplo, esos enviados que ganan
diez mil pesos anuales, en Washington, Río de Janeiro,
Londres, París? Arrastrarse ante gobiernos
que no hacen caso de ellos, o confundirse entre la
turba de diplomáticos haraganes, dándose aire de
grandes señores y dándose buena vida con nuestras
rentas.
A R G I R Ó P O L I S
165
Estos enviados debían ser hombres laboriosos,
ocupados exclusivamente de estudiar los medios
que aquellas naciones emplean para enriquecerse; de
ponerse en contacto con los hombres que por su
ciencia, su industria, nos convendría hacer venir a
nuestro país. Nuestras embajadas en Europa deberían
ser oficinas públicas, para procurarnos y enviarnos
millares de emigrantes laboriosos, para
seducir hombres eminentes, para predisponer por la
prensa la opinión de la Europa en favor de nuestros
países, poco conocidos hasta hoy, si no es por sus
guerras y sus desórdenes. Oficinas de este género
establecidas en Burdeos, Havre, Cádiz, Génova,
Rotterdam, Hamburgo, nos enviarían cien mil emigrantes
por año, que en uno solo cubrirían de mieses
los campos y ciudades de todo el bello territorio
de Entre Ríos.
Tenemos un ejército y las disposiciones guerreras
de los argentinos los hacen aptos para la vida
militar. ¿Qué hemos hecho en diez años con nuestro
ejército? Acamparlo en el Cerrito de Montevideo
para que destruya ganados y mate hombres
extraviados, porque, o no hemos podido, o no hemos
querido tomar la plaza; pero en uno y otro caso
no hay gloria ni provecho. Y el ejército tiene una
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
166
grande y larga tarea que desempeñar entre nosotros.
Cada diez años se hacen entradas a los indios; los
indios se retiran al Sur a la aproximación de nuestras
fuerzas, y en cambio de los cien mil pesos que
ha costado la expedición, nuestros expedicionarios
vuelven con algunos centenares de ovejas tomadas a
los indios y algunos individuos de chusma por trofeos;
concluido lo cual, los indios reaparecen en
nuestras campañas y siguen sus depredaciones. Un
gobierno previsor debe obrar de otra manera. Desde
Bahía Blanca hasta la cordillera de los Andes,
apoyándose en la margen del río Colorado, debe de
diez en diez leguas erigirse un fuerte permanente, y
dispuesto de modo que sirva de núcleo a una ciudad.
Esto no haría más que quince a veinte fuertes,
los cuales formarían un límite final a la República
por el Sur. Las tribus salvajes que quedasen cortadas
por esta línea de puestos alcanzados, no resistirían
largo tiempo a la amenaza de ser aniquiladas, cogidas
entre dos fuerzas y diezmadas.
Dos vaporcitos echados en el Colorado, telégrafos
de brazos elevados sobre los fuertes para dar
desde cada uno de ellos la señal de la alarma a los
dos contiguos, son suficientes medios de mantener
la seguridad y las comunicaciones de la frontera. La
A R G I R Ó P O L I S
167
guarnición de estos puntos se haría con colonos
militares, a quienes se distribuiría el terreno adyacente
para estancias de ganados, proveyéndolos de
animales, plantas, etc. La Rusia ha poblado por este
sistema sus fronteras asiáticas, y la Francia no se
posesionó de la Argelia sino el día que acantonó sus
ejércitos en el Tell, dejando tras sí las poblaciones
árabes sometidas y arrollando por delante a las que
resistían en su poder21.
La pacificación de la frontera no se terminará,
aun así, dentro de cincuenta años; pero establecidos
estos puntos de ocupación, al Sur, los caminos deja-
21 El autor se muestra al parecer un poco atrasado, o los hechos han negado el
plan de ejecución treinta años después; pero podemos suministrar instrucciones
del origen de las diferencias. En 1846 visitó la colonia de Rajal, y recibió
el mariscal Bugeaud la explicación del cambio que él había introducido en la
estrategia de la conquista, que consistiría, en lugar de defender lo poblado,
avanzar el ejército a retaguardia de las tribus, lo que presenció en efecto,
trasladándose al Jil, provincia de Orán.
La elección por entonces del Colorado, en lugar del Río Negro, que en
seguida propone como segunda línea, la indujo el sabio d’Orbigny, diciéndose
que el espacio que media entre el Colorado y el Negro, que él había recorrido,
era un desierto de arena inhabitable y apenas transitable por falta de agua, por
lo que creía que no podía servir el Río Negro de línea de operaciones hacia el
interior de la pampa, por lo que debían estar en contacto los fuertes.
Aun la elección de telégrafos de brazos (ya desaparecidos) era calculada, no
obstante venir de los Estados Unidos, donde eran vulgares los telégrafos
eléctricos, pero no creía que pudiesen ponerse postes y alambres en país desierto
y amenazado por los salvajes. Los telégrafos de brazos, o de señales,
harían, pues, el papel que han hecho ahora los cañonazos de aviso. – (Nota del
autor, escrita en 1878.)
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
168
rán en breve de ser infestados por los salvajes, y las
provincias de Córdoba, San Luis y Mendoza avanzarían
sus fronteras, su población y ganados cien
leguas al Sur. La fortificación de algunos estrechos
desfiladeros por donde pasan la cordillera los indios
de Boroa, a hacer malones en la Sierra de la Ventana,
y las de San Luis y Córdoba, completarían este
sistema simple pero efectivo de pacificación interna.
Al Norte, otro ejército, otro sistema de colonias
fortificadas, la población, la ganadería, la agricultura
extendidas hasta allá para su sostén, continuarían la
obra de los españoles bajo un plan inteligente y seguido.
Los trabajos de Arenales, el viaje de Cruz
desde Antuco hasta Buenos Aires, y otras exploraciones
no menos importantes, están revelando lo
que debe hacerse, si no se quiere que las poblaciones
del interior sean aniquiladas.
En el extremo sur de la sierra del Alumbre o de
Santa Bárbara, en la provincia de Salta, existe el
fuerte de San Fernando, establecido por el gobierno
español en 1750. Desde allí al Sur hay camino transitado
hasta el fuerte y reducción de Miraflores, a
orillas del Salado, que viene de Santiago y continúa
al poblado por ambas márgenes hasta que, cambiando
su nombre en Tomé, desemboca en el ParaA
R G I R Ó P O L I S
169
ná, en las puertas de la ciudad de Santa Fe. El Salado
es el límite de las poblaciones cristianas al oeste
de Córdoba, poblaciones detenidas en su crecimiento
por los salvajes en estos últimos años.
Entre este río al Sur, el Paraná al Este, y el Bermejo
al Norte, media una extensión de país de más
de cuatro mil seiscientas leguas cuadradas que no ha
sido aún ocupada, y aunque este país sea inundable
en mucha extensión, seco en otras, el Estado necesita
ocuparlo, para arrojar a los bárbaros a la orilla
Norte del Bermejo, para despejar esta línea de comunicaciones
entre Jujuy, Salta, Tucumán y Santiago
del Estero con Corrientes, Paraguay y Entre
Ríos. La circunstancia de ser habitado por los indios,
muestra que la población cristiana puede medrar
allí, sin que deba excluirse la presunción de que
las inundaciones mismas puedan suministrar alimento
a la agricultura, como sucede en el Egipto,
que anega el Nilo periódicamente todos los años22.
Esta colonización militar al Norte y la que hemos
propuesto al Sur, encerrarían el espacio de país
comprendido entre los 23° y 40° de latitud, la cordillera
de los Andes y los ríos a cubierto de invasio-
22 La obra importantísima de Arenales, nuestro célebre ingeniero geógrafo,
sobre el Chaco suministra datos preciosos sobre esta parte de la República.
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
170
nes de los salvajes, a fin de que la colonización pacífica
se extienda a sus anchas y pueble tan vasto territorio.
A medida que aquellas líneas fuertes se
consoliden y pueblen, nuevos ejércitos de colonos
militares avanzarían al Sur y al Norte a formar nuevas
trincheras, ocupar y poblar nuevos países, apoyándose
al Sur en las márgenes del río Negro23,
navegable hasta la cordillera según la relación de
Villarino, y al Norte sobre el Pilcomayo, navegable
en partes, pero siempre una barrera para los salvajes
y una vía para los productos24.
Nuestros padres nos han dejado una inmensa
herencia desierta, y una inmensa tarea que llenar
para desempeñar nuestro papel de nación y de parte
constituyente del mundo. Esta es la obra de siglos, y
desde ahora se han de echar bases adecuadas a obra
tan extensa. Más difícil ha sido para los holandeses
poner coto al océano; más grande empresa ha aco-
23 La relación de Villarino, a que se refiere el autor, es exagerada en cuanto a
la fácil navegación del Río Negro. La expedición mandada por la administración
de Sarmiento, bajo las órdenes el comandante Guerrico para verificar
aquellos datos, remontó hasta un poco más arriba de Choele-Choel, y desde
allí, aunque encontraba agua, era demasiada la corriente y estrecho el canal
para avanzar hacia arriba, teniendo que llevar por tierra una lancha. – (Nota
del autor, escrita en I878.)
24 El gobierno de Chile envió hace cuatro meses al comandante de corbeta
Muñoz Camero a comprobar el rumor muy acreditado de que el Río Negro
tenía un origen en Chile, y podía por tanto ofrecer una línea de comercio y
comunicación entre el Atlántico y el Pacífico. El resultado no correspondió a
la esperanza: la cordillera se interpone entre los dos países.
A R G I R Ó P O L I S
171
metido la Francia para someter a los árabes. Nuestras
expedicioncillas a los indios para volver con
historias y paparruchas son especulaciones ruines de
gobernantes para arrancar contribuciones y enriquecerse,
o para preparar con ellas medios de engrandecimiento
personal. No son los indios los que
quedan cautivos; son los pobres pueblos, que suministraron
soldados y dinero.
Existe todavía en Buenos Aires una de las más
bellas instituciones de otros tiempos, aunque hoy
no se haga sentir por trabajo ninguno de consecuencia.
El Departamento Topográfico, hecho nacional,
debiera ser el foco de donde partiesen y a
donde volvieran todos los trabajos de reconocimiento,
mensuración y demás. Nuestro principal
elemento de prosperidad son los terrenos baldíos,
improductivos hoy, pero que pueden valer millones
desde el momento que se emprenda distribuirlos a
los colonos por un precio determinado. Una vez
aseguradas las fronteras por el sistema que hemos
indicado, el interior de la República debe ser objeto
de trabajos en grande escala. En los Estados Unidos,
el gobierno de Washington pone en venta todos
los años una porción de las tierras federales que
han sido medidas y deslindadas de antemano por
D O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
172
los ingenieros. De este modo entran por año en caja
doscientos mil pesos, y se echan los cimientos a
nuevas poblaciones y Estados. Correspondería al
Departamento Topográfico Nacional proceder a la
mensura y enajenación de las tierras baldías cultivables
en diversos puntos de la República, a fin de que
los emigrantes que lleguen de Europa sepan adonde
dirigirse, y no se acumulen en las costas por la incertidumbre
y el temor de aventurarse a ciegas en
un país desconocido. El interior debe hacerse viable
para la emigración, y una cadena de casas de posta
desde Buenos Aires a Mendoza y Tucumán asegurar
el tránsito de los caminantes a pie. En Bolivia, país
que reputamos más atrasado que el nuestro, el viajero
marcha por los desiertos, durmiendo de noche
en edificios decentes, construidos por el gobierno.
¿Quién que haya atravesado de Buenos Aires a San
Luis, no recuerda con horror aquellas pocilgas que
llevan el nombre de postas y que revelan el atraso
de que no se ve ejemplo en las llanuras del Asia,
donde de tiempo inmemorial existen caravanserrallos
para comodidad y abrigo de los traficantes? No
hay dificultades invencibles para la voluntad, ni inconvenientes
que no haya remediado la experiencia.
Los pozos artesianos, cuya construcción se ha simA
R G I R Ó P O L I S
173
plificado en estos últimos años, aseguran la provisión
de agua. Los ganados que se transportan de
Buenos Aires al interior se desbandan en los campos
al menor ruido que los asuste, por falta de
apriscos de distancia en distancia, donde pasen la
noche seguros. Una posta de la pampa debiera ser
en realidad una posta para el relevo de diligencias
regulares que hagan la travesía periódicamente, una
fortaleza, un aprisco para los ganados, una posada
para emigrantes, un telégrafo (de brazos) para
transmitir noticias, y un centro para que en los lugares
adecuados se aglomere población. El comercio
de Chile y el de Bolivia deben ser fomentados por
estos medios y otros que están a nuestro alcance.
En la pampa, una casa blanca y de regular elevación
se divisa de diez leguas a la redonda, y de un minarete
se descubren quince leguas, lo bastante para
ponerse a cubierto de sorpresas de los bárbaros durante
el día.
El Departamento Topográfico debiera promover
un sistema seguido de trabajos de exploración
en los ríos, para asegurarse de los que son navegables
y de los que pueden ser canalizados. Qué sabemos
hoy del Negro, del Colorado, del Bermejo,
del Pilcomayo, de los lagos de Guanacache, el TerD
O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
174
cero, y otras vías de transporte, sino lo que nos han
dejado los jesuitas y algunos exploradores mandados
por la corona española? ¿Ni quién puede emprender
este cúmulo de trabajos, sino un gobierno
nacional interesado en el desarrollo de todas las
partes del territorio, sin preocupación por favorecer
los intereses de una provincia en perjuicio de otra, y
con fondos nacionales cuyo empleo deba hacerse en
pro común?
Bompland, Parchappe, D’Orbigny han visitado
las riberas del Plata y enriquecido la ciencia europea
con datos preciosísimos. ¿Qué hemos sacado nosotros
del contacto de tan ilustres huéspedes? Y entre
nosotros todo está por hacerse en materia de conocer
el país donde vivimos y la naturaleza que nos
rodea. Estudios no menos vastos deben emprenderse
sobre la constitución geológica de países tan extensos.
¿Quién puede imaginarse las inexploradas
riquezas que esconde en sus entrañas la sierra de
Córdoba, cuyos sitios risueños y vistas pintorescas
recuerdan los Alpes de la Suiza? Viajeros europeos
han encontrado en ella siete especies de mármoles y
jaspes de una rara beldad; el hierro abunda; la plata
y el oro han sido explotados y mil elementos de riqueza
están esparcidos por doquier, esperando que
A R G I R Ó P O L I S
175
la industria venga a aprovecharlos. La provincia de
Córdoba, como centro de la República, debe ser el
depósito general de todos los medios de mejora que
hayan de ponerse en práctica para acelerar la población
del interior. Córdoba reúne las dos grandes
vías comerciales de Chile y Perú; desde Córdoba
puede canalizarse el Tercero, para ligarlo al gran
sistema de ríos. A Córdoba debe empujarse la emigración
europea, para que pueble las campañas y
eche las bases de una industria fabril; a que predisponen
las costumbres hacendosas de los habitantes
y las materias textiles que se producen en cantidades
enormes, un jardín de las plantas de Córdoba, para
enriquecer el interior de nuevas materias de cultura,
haras para la mejora de las razas de animales domésticos,
e introducción de otras nuevas, como caballos
de tiro normandos, como vacas y caballos de
raza inglesa.
El vulgo desdeña estas innovaciones, creyéndolas
superfluidades, hijas de un espíritu de novedad.
Téngase presente, sin embargo, que el primer carnero
merino introducido en Buenos Aires fue por la
solicitud de un gobierno ilustrado, y que veinticinco
años después Buenos Aires ha contado por millones
el producto de sus lanas refinadas. Hasta la aclimaD
O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
176
tación de camellos para la travesía de los desiertos
del interior debe ser materia de la solicitud de un
gobierno. Los hay en Pisa, en Italia, el clima de Argel
y de Marruecos, donde son el único vehículo de
transporte, no es más ardiente ni la tierra es más
árida que en la provincia de La Rioja. He aquí los
objetos de primera atención para un gobierno nacional:
atraer rápidamente la emigración europea,
que por el miedo que les inspiramos pasa a establecerse
en países más remotos; solicitarla, promoverla,
alentarla, hasta que se establezca una corriente natural
y espontánea, hasta que desde los puertos de Europa
hasta las márgenes del Plata pueda verse una
línea no interrumpida de embarcaciones. Esto no es
imposible ni lejano.
A Nueva York han llegado 14.000 emigrantes
en un solo día, y en Norte América cada día se hace
más contingente y precaria la condición de los emigrantes,
las tierras baldías están ahora a más de 400
leguas de las costas y los emigrantes sin auxilio del
gobierno, explotados por los especuladores, agotan
sus fuerzas y sus energías antes de haberse establecido.
Es más posible ahora que la Europa se conmueva
por sus cimientos, y son millones los homA
R G I R Ó P O L I S
177
bres cuya posición es desgraciada. ¿Qué habría sido
del país americano que por una buena inspiración
de la Providencia se hubiese hallado en aptitud de
recoger a bordo de sus naves en Europa para hospedarlos
en América, los señores madgyares que se
han asilado en Turquía, los sabios franceses perseguidos,
los patriotas alemanes pisoteados en Francfort?
La libertad, la grandeza y la civilización de los
Estados Unidos la han fundado, para gloria eterna
del pensamiento humano, algunos centenares de
puritanos proscriptos de Inglaterra, perseguidos allá
por revoltosos y turbulentos, y que reunidos en un
país virgen afianzaron para siempre la libertad y la
igualdad.
¡Cuántos trabajos tiene que emprender aún la
bella y favorecida provincia de Buenos Aires! Sus
campañas son eriales, tales como han salido de las
manos de la naturaleza; sus habitantes, ganados más
bien que hombres, y sus producciones hasta hoy tan
pingües empiezan a desmerecer en los mercados
europeos, por la revolución que en la industria ha
introducido el uso del hierro, del cobre, del plomo,
que han reemplazado al cuero en los implementos
mecánicos. Los almacenes de Buenos Aires se reD
O M I N G O F A U S T I N O S A R M I E N T O
178
cargan de mercaderías, y el comercio se estaciona
por falta de población que las consuma.
La leña y las maderas de construcción han de
venirle de afuera, porque aún no se ha pensado en
cubrir de bosque el terreno, y la agricultura es hasta
hoy, bajo el clima más propicio, materia de jardinería
y de provisión del mercado, más bien que asunto
de exportación. La Bahía Blanca pudiera convertirse
sobre ambas márgenes del Colorado en un centro
de colonización que extendiendo sus conquistas al
este y al noroeste se pusiese en contacto con la población
del Sur de la provincia.
La campaña habitada de Buenos Aires daría espacio
para la residencia de dos millones de labradores,
sin que para ello fuese necesario disminuir la
crianza de ganados. La Francia, no más grande que
aquella provincia, contiene treinta y seis millones de
habitantes, y mayor número de ganados que en
Buenos Aires. ¿Cuáles son, sin embargo, los progresos
que la industria hace en aquel país, aun en su
estado de barbarie? Según el mensaje del gobernador
de aquella provincia, resulta que de diez años a
esta parte la mayor parte de los ganados están alzados,
cual si vivieran en el estado de naturaleza.
A R G I R Ó P O L I S
179
La provincia ha pedido a su gobierno que a
trueque de continuar gobernándola deje sin despachar
los asuntos que no sean de interés nacional.
Nosotros aplaudimos el heroísmo de un pueblo que
pide a su gobernante que descuide todo lo que a su
propia administración y adelanto interesa, por cuidar
de los asuntos de interés nacional; mas nosotros
desearíamos por el contrario que contrajese a su
provincia sus desvelos, dejando al Congreso nacional
la incumbencia de velar por los intereses de todos.
Réstanos anticiparnos a la más vulgar de las
objeciones que se oponen a la realización de estos
sueños; sueños, sin embargo, que se realizan hoy a
nuestra vista, en los Estados Unidos, en California,
por los mismos medios que proponemos para
nuestro país. Una comparación. Buenos Aires es el
puerto único de la Confederación, la residencia del
encargado de las relaciones exteriores, el gobernador
con la suma del poder público: Buenos Aires, la
poderosa Buenos Aires, no tiene un muelle que facilite
el movimiento de las mercaderías, que ahorre
el ridículo expediente de cargar a hombros los pasajeros
o entrar carretas al río a recibir las mercaderías.
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180
San Francisco de California tiene en sólo dos
años doce muelles de desembarco, y uno de ellos
produce al día cuarenta mil pesos. Opónese á toda
idea de progreso entre nosotros la falta de dinero
para obras al parecer tan colosales.
Pero suponiendo que a las rentas se les hubiera
de dar un destino útil en estos últimos doce años, es
claro que por lo menos cuarenta millones de pesos
hubieran podido emplearse en muelles, caminos,
canales, postas, colonias militares y trabajos de exploración
y conmensuración. Pero no puede restaurarse
ya ni el tiempo ni las fortunas perdidas. Harto
hará Buenos Aires, en un siglo, si una bancarrota no
pone término a todo, en amortizar en un siglo los
cien millones de moneda ficticia con que ha gravado
su porvenir. ¿Valía, ¡Dios mío!, la pena de sacrificios
tan espantosos, de calamidades tan irreparables el
empeño de que Oribe o Rivera gobernasen en
Montevideo?
No desesperemos, sin embargo, del porvenir.
Haya tranquilidad fundada en bases estables, vuelva
la autoridad provisoria de la Confederación a su
centro legítimo que es el Congreso, y restableciéndose
la tranquilidad y la confianza, los capitales
abundarán. Los tres cuartos de los canales y camiA
R G I R Ó P O L I S
181
nos de hierro de los Estados Unidos se han ejecutado
con capitales ingleses. En Europa el dinero no
tiene otro interés que el tres por ciento, y aun el
dos; el capital calcula los riesgos, y no hay empresa
por lejana o problemática a la que un buen interés
no provoque capitales. Cuando se nos vea trabajar,
cuando desaparezcan esos gobiernos voluntariosos
y esas guerras obstinadas, los capitales, los brazos, la
industria europea vendrá de suyo a buscar, bajo la
salvaguardia de nuestras leyes, ocupación lucrativa.
Dos líneas de poblaciones fuertes al Sur y al Norte
de la República, aumentan de millones el valor de
los millares de leguas asegurados entre ellas. He aquí
ya un capital adquirido: un sistema de postas, telégrafos
y posadas que atraviese el interior en dos o
tres direcciones, para que los inmigrantes de todas
las edades y sexos puedan penetrar a beneficiar tierras
baldías, constituye por sí sólo valores de millones;
la navegación de los ríos promovida, facilitada,
ensanchada, importa millones; y la confianza que un
gobierno constituido inspira en los ánimos para
aventurar en empresas que requieren años para su
realización, vale millones de millones. No hagamos
depender los acontecimientos públicos, la guerra o
la paz, la libertad o la clausura de los ríos, el comerD
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cio por esta o la otra vía, de la, voluntad de un
hombre; porque es muy miserable la condición humana
para no extraviarse en la apreciación de los
hechos. Que la razón pública presida a todos los
actos del gobierno, como el interés general, tal como
lo entienden los gobiernos y no como lo cree un
gobernante, debe ser el objeto y fin de sus actos.
Todavía otra objeción: ¿Cuál será la constitución
que habrá de darse a la nueva federación o a la
actual, si no se logra el fin deseado? Pero esta cuestión
es más fácil de resolver que las demás. La naturaleza
del país y la colocación recíproca de las
provincias indican cuáles deben ser sus relaciones.
La voluntad nacional, la violencia, los hechos han
dado al Estado la forma federal. Las constituciones
no son más que la proclamación de los derechos y
obligaciones del hombre en la sociedad. En este
punto todas las constituciones del mundo pueden
reducirse a una sola. En materia de garantías, seguridad,
libertad, igualdad, basta declarar vigentes todas
las disposiciones de nuestras constituciones
antiguas, la del año 12, la del 18 y la de 1826.
En cuanto al mecanismo federal, no hay otra
regla que seguir por ahora que la constitución de los
Estados Unidos. ¿Queremos ser federales? SeáA
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183
moslo al menos como lo son los únicos pueblos que
tienen esta forma de gobierno. ¿Querríamos, acaso,
inventar otra forma federal desconocida hasta hoy
en la tierra? Entremos en un régimen cualquiera que
salga de lo arbitrario, de lo provisorio, de lo inconstituido,
y el tiempo, la tranquilidad, la experiencia
irán señalando los escollos y apuntando el remedio.
Todos los pueblos marchan en esta vía. El elemento
de orden de un país no es la coerción ni la comprensión
del gobierno. Son los intereses comprendidos.
La despoblación y la falta de industria
prohijan las revueltas: poblad y cread intereses. Haced
que el comercio penetre por todas partes, que
mil empresas se inicien, que millones de capitales
estén esperando sus productos, y crearéis un millón
de sostenedores del orden; establecido así este orden,
no es tan absurdo que los hombres de bien
deseen en secreto verlo desaparecer. Cambiad el
rumbo a las ideas, y en lugar de aspiraciones de partido
abridles un nuevo teatro de acción y fomentad
nuevas esperanzas. Las preocupaciones populares
pueden ser modificadas y dirigidas. Los romanos
habían mamado con la leche la idea de que estaban
destinados a dominar el mundo, y lo consiguieron.
Los franceses hace un siglo que se creen llamados a
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184
presidir la civilización moderna, y los esfuerzos de
sus labios parecen justificar sus pretensiones. Infundid
a los pueblos del Río de la Plata que están
destinados a ser una grande nación, que es argentino
el hombre que llega a sus playas, que su patria es
de todos los hombres de la tierra, que un porvenir
próximo va a cambiar su suerte actual, y a merced
de estas ideas, esos pueblos marcharán gustosos por
la vía que se les señale, y doscientos mil inmigrantes
introducidos en el país y algunos trabajos preparatorios
darán asidero en pocos años a tan risueñas esperanzas.
Llamaos Estados Unidos de la América
del Sur, y el sentimiento de la dignidad humana y
una noble emulación conspirarán en no hacer un
baldón del nombre a que se asocian ideas grandes.
A R G I R Ó P O L I S
185
Ediciones de ARGIRÓPOLIS.
Argirópolis o La Capital de los Estados Confederados
del RÍO DE LA PLATA
Solución de las dificultades que embarazan la pacificación
per-manente del Río de la Plata, por medio
de la Convocación de un Congreso, y la creación de
una Capital en la isla de Martín García, de cuya posesión
(hoy en poder de la Francia) depende la libre
navegación de los ríos, y la independencia, desarrollo,
y libertad del Paraguay, el Uruguay, y las Provincias
Arjentinas del litoral.
Primera edición, Santiago de Chile, Imprenta Julio
Belin Y Ca., 1850.
Argirópolis, Capital de los Estados Confederados.
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Доминго Фаустино Сармьенто. “Плутоград”
Доминго Фаустино Сармьенто. Аргирополис.
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO. ARGIRÓPOLIS

KUPRIENKO