PEDRO DE ORSÚA. RELACIÓN DE LA JORNADA DE OMAGUA Y DORADO. Педро де Орсуа. Доклад о Походе в Омагуа и Эль Дорадо.

Педро де Орсуа. Доклад о Походе в Омагуа и Эль Дорадо.
PEDRO DE ORSÚA. RELACIÓN DE LA JORNADA DE OMAGUA Y DORADO.

RELACIÓN
DE TODO
LO QUE SUCEDIÓ EN LA JORNADA
DE
OMAGUA Y DORADO
HECHA POR EL GOBERNADOR
PEDRO DE ORSÚA

MADRID
MDCCCLXXXI

ADVERTENCIA PRELIMINAR.

I.

CUANDO la Providencia quiere atraer la civiliza-
ción á otras regiones, oculta siempre en ellas
el tesoro de un nuevo y anhelado vellocino. El
eterno argonauta de la historia busca sin cesar las co-
diciadas manzanas de oro, que guarda en su recinto el
maravilloso jardin de las Hespéridas. España fué en
otro tiempo, para los fenicios y los griegos, la tenta-
dora Hespérida que atraía la civilización hacia Occi-
dente, como la virgen América fué más tarde para los
españoles el soñado paraíso de inefables venturas y ri-
quezas. El oro, cuando ñola gloria, es el único aliciente
bastante poderoso para incitar al heroico aventurero
de los descubrimientos, á que abandone su patria pol-
los peligros de lejanas conquistas.
Misteriosas concausas, sorprendentes profecías,
extrañas ilusiones y fantásticas leyendas suelen con-
currir á la formación de opiniones populares, alguna
vez infundadas, otras veces muy razonables, pero que
siempre ejercen un influjo activo y eficaz en la con-

— VI —

ducta de los hombres y en la realización de los hechos
más importantes de la historia. Tales son las maravi-
llosas relaciones respecto á la antigua Atlántida de
Platón, á la isla de San Brandan y á la de las Siete
Ciudades; relaciones que, unidas á los famosos ver-
sos de Séneca en su Medéa, fueron como otros tantos
proféticos anuncios del descubrimiento del Nuevo
Mundo.
En el siglo xvi hubo aventureros que acometian
empresas tales, como las de buscar la mágica fuente
de la Salud, el templo de oro de Doboyba, los sepul-
cros también de oro de Zenú y aquel fabuloso rio, que
llamaban El Dorado, cuyas arenas eran piedras precio-
sas, y de cuyo fondo se sacaban pesados tejos de lu-
ciente oro.
Bajo el influjo de tan seductores ensueños, la
región más pobre y malsana del istmo de Panamá fué
denominada Castilla del Oro, y al poderoso incentivo
del preciado metal se debió el descubrimiento del mar
del Sur por Vasco Nuñez de Balboa; la conquista del
Perú por Francisco Pizarro, y la famosa jornada de
Pedro de Orsúa á Omagua y al Dorado, cuya intere-
sante RELACIÓN hoy damos á la estampa.
Ya desde muchos años atrás corrían por el Perú
estupendas noticias acerca de las auríferas regiones
que el capitán Orellana y sus compañeros aseguraban
haber visto cuando bajaron en un tosco bergantín por
el Marañon ó rio de las Amazonas, que éste nom-
bre le dieron sus primeros exploradores. Confirmaron
más tarde aquellas incitantes nuevas ciertos indios
brasileños que arribaron al Perú, cuando allí se hallaba
el insigne presidente Pedro de la Gasea, es decir,

– VII –

por los años de 1548. Los referidos indios afirmaron
que habian salido de sus tierras como unos doce mil,
con sus mujeres é hijos, y embarcándose en muchas
canoas subieron por el gran rio Marañon, y tardaron
más de diez años en llegar al Perú, en número de
trescientos con algunas mujeres, porque los demás
habian perecido en las guerras y trabajos que sufrie-
ron. Contaban maravillas de su prolongada excursión;
y, sobre todo, se hacian lenguas de una famosa pro-
vincia, llamada Omagua, ponderando sus grandes ri-
quezas.
Tales fueron los antecedentes que motivaron la re-
solución de D. Andrés Hurtado de Mendoza, tercer
marqués de Cañete, virey del Perú, disponiendo la
jornada de Pedro de Orsúa para la conquista de los
omeguas en aquellas apartadas y desconocidas regio-
nes. La presente RELACIÓN contiene los descubri-
mientos que hicieron aquellos revoltosos y fieros expe-
dicionarios, que asesinaron á su jefe Orsúa y desistie-
ron de buscar la tierra de Omagua, proponiéndose
regresar al Perú y mover allí guerra en rebelión con-
tra el rey de España. Contiene además este manuscrito
las inauditas crueldades que llevó á cabo el feroz Lope
de Aguirre, quien se hizo caudillo de aquella gente,
asesinó á muchos de sus secuaces y á D. Fernando
de Guzman, á quien habian proclamado por su Prín-
cipe; arribó á la isla Margarita, y allí dio muerte
á su gobernador, D. Juan de Villandrando \ y á otros

1 Era gobernadora perpetua de la isla Margarita, Doña Aldonza Man-
rique, y en nombre suyo desempeñaba este cargo su yerno, el referido
Villandrando.

– VIII —

cuatro más, entre ellos al regidor Cáceres, que era un
viejo manco y tullido, y después de robar á los veci-
nos, matando hasta once de éstos, dos frailes y dos
mujeres, y quitando además la vida á catorce de sus
mismos compañeros, el sanguinario Jefe determinó
embarcarse con su gente para la Burburata, situada en
Tierra-Firme, llevando el intento de atravesar todo
el territorio de Venezuela y de Nueva-Granada, á fin
de pasarse desde allí al Perú, adonde con particular
empeño deseaba llegar, pensando apoderarse de aquel
país y sustraerlo en su provecho á la dominación de la
Corona de Castilla.
La singularidad del carácter de Lope de Aguirre,
mezcla rarísima y extraña de encontradas calidades,
así como también el objeto principal que nos hemos
propuesto en la presente ADVERTENCIA, nos obligan
á entrar en algunos pormenores referentes á la historia
de este feroz caudillo. Era Lope de Aguirre natural
de la villa de Oñate, y en su mocedad embarcóse para
el Nuevo Mundo, como tantos otros aventureros, y
arribó al Perú en busca de fortuna y por valer más
con la lanza en la mano, según él mismo dice en su
atrevida y singularísima carta al rey Felipe II. Al prin-
cipio siguió el estandarte Real á las órdenes de Diego
de Rojas, y después sirvió con el capitán Pedro Al-
varez de Holguin, bajo el mando del gobernador
Vaca de Castro; pero más tarde fué uno de los parti-
darios de Gonzalo Pizarro, cuando éste se sublevó
contra el virey Blasco Nuñez de Vela, el cual pereció
miserablemente en la batalla de Añaquito.
Vencido á su vez Pizarro por la prudencia y ha-
bilidad del presidente la Gasea, que le condenó á mo-

– IX –

rir decapitado, Lope de Aguirre, que á la sazón se
hallaba en Nicaragua, logró escaparse de la persecu-
ción de las autoridades; mas con otros de sus turbulen-
tos compañeros no desistió de urdir asonadas y moti-
nes que no tuvieron efecto, hasta que al cabo de dos
años tomó parte en la rebelión promovida por D. Se-
bastian de Castilla, y entonces fué uno de los que ma-
taron al general Hinojosa, corregidor de las Charcas.
Deshecha la rebelión y muerto su jefe Castilla, fué
perseguido Aguirre como una de las principales cabe-
zas del motin, y anduvo mucho tiempo fugitivo y
oculto para sustraerse á las tenaces pesquisas del ma-
riscal Alonso de Alvarado, que con gran diligencia le
buscaba á él y á otros muchos de sus cómplices en la
sedición referida.
Por fortuna para el bullicioso Aguirre y sus cama-
radas, ocurrió el alzamiento de Francisco Hernández
Girón, y á fin de evitar que la insurrección tomase
mayores proporciones, la Audiencia del Perú, en nom-
bre del Rey, publicó un indulto general para cuantos
se hubiesen hallado en otras asonadas; pero con la pre-
cisa condición de que todos los agraciados habian de
seguir el estandarte Real, sirviendo en la guerra con-
tra el dicho Hernández Girón. Aprovechóse Lope de
aquella inesperada y feliz coyuntura, y á trueco del
perdón ofrecido, asistió á la indicada guerra bajo las
órdenes del mismo Alvarado que antes le perséguia,
y en la batalla de Chuquinga fué mal herido en la
pierna derecha.
Después de la derrota y último suplicio del rebelde
Hernández, el inquieto Aguirre, lejos de escarmentar
en cabeza agena y vivir tranquilo y seguro á la sombra

de la reciente amnistía, volvió de nuevo á sus antiguas
mañas, tramando conspiraciones de acuerdo con otros
revoltosos, y particularmente con un tal Lorenzo Sal-
duendo, uno de sus amigos, á quien él más adelante
dio muerte; y habiéndose cundido por entonces que el
domador de caballos, que tal era el oficio de Lope,
concertaba un motin contra la autoridad del Rey, fué
preso en el Cuzco y estuvo á pique de ser ahorcado;
pero aunque logró escaparse de aquel peligro, no pudo
evitar que lo desterrasen; y viéndose vigilado, perse-
guido y mal quisto de todos, resolvió concurrir á la
jornada del gobernador Pedro de Orsúa, que á la sa-
zón levantaba gente para la expedición que el Virey
habia confiado á su valor y pericia.
Era Orsúa mancebo de hasta treinta y cinco años,
de gentil disposición, bien que de mediana estatura,
de miembros proporcionados, rostro hermoso y ale-
gre, y barba taheña ó algo roja, muy bien puesta
y poblada. Se aventajaba notablemente en el manejo
de las armas, era muy diestro jinete y estaba dotado
de ánimo valeroso. Tenia muy buena conversación y
con ella sabia atraerse las voluntades, tratando siem-
pre á sus soldados con afabilidad y decoro. Cuidaba
mucho del atavío y adorno de su persona, y era muy
enamorado, aunque honesto y prudente en no tratar
de mujeres ni en alabarse de sus triunfos, como acon-
tece á muchos galanes presumidos y deslenguados.
Esta vehemente inclinación amorosa fué sin duda la
causa principal de su perdición y ruina.
Sucedió, pues, que hallándose en el pueblo de
Santa Cruz para preparar su partida Pedro de Orsúa,
vino á reunirse con él una dama joven y muy her-

mosa, llamada Doña Inés de Atienza *, la cual era su
amiga, y debia seguirle con otras dueñas á la remota
y peligrosa jornada. Grande impresión de escándalo
produjo esta noticia en el campo de los españoles, y
en vano los amigos del Gobernador le representaron
con muy atendibles razones la inconveniencia de su
conducta, que á causa del mal ejemplo, se prestaba
á los maliciosos y desvergonzados chistes de la solda-
desca; que podia originar la desestimación de su
gente; que ciertas hablillas en los corrillos de los sol-
dados no se pueden reprimir; que, si por el contrario,
pretendía castigarlas, seria tan imposible como poner
puertas al campo; que además la represión podia ser
harto peligrosa; que el buen gobierno de todos pade-
cería mengua con aquella constante distracción, y, por
último, que por aquel mal camino era muy de temer
que ocurriesen desmanes y motines, que desdorasen
su nombre, disminuyesen su autoridad y hasta malo-
grasen el éxito de la proyectada y gloriosa empresa.
Pero el Gobernador permaneció inflexible en su
propósito, ni tampoco hizo caso de dos cartas que le
escribió un grande amigo suyo, caballero principal del
Perú, llamado Pedro de Añasco, el cual habia sido
repetidas veces capitán del Rey, por cuyo motivo te-
nia mucha experiencia y conocimiento del carácter,
mañas é intenciones de algunos de los aventureros de
aquel país. El citado Añasco, en una de las referidas
cartas, decíale á Orsúa que la ida de Doña Inés, su
amiga, era causa de mucho escándalo, y por la cual

i Era natural de Lima ó de Trujillo, hija de Blas de Atienza, y ya
entonces estaba huérfana y no tenia más amparo que el de Orsúa.

— XII —
todos sus amigos estaban muy pesarosos, y que por
lo tanto, le rogaba encarecidamente que diera su con-
sentimiento para que él hiciese quedarse á la susodi-
cha dama, y que sabría encontrar modo y traza de
que ella ni nadie entendiesen que el mismo Goberna-
dor habia convenido en que aquélla no le acompañase,
que él tomaba este asunto á su cargo, y que sólo que-
ría saber que en ello no le contrariaba. Orsúa no
contestó sobre este punto á su buen amigo Añasco;
antes bien persistió en su deseo de que la hermosa
Doña Inés le siguiese.
En la otra carta, el antiguo y experto Capitán ma-
nifestó á su amigo que por diez hombres más ó me-
nos no dejaría de hacer su jornada, y que por su
bien le advertía que no llevase consigo á ciertos sol-
dados y que los apartase luego de sí, porque eran
bulliciosos y mal contentadizos, nombrando particular
y expresamente á Lope de Aguirre y á otros de sus
turbulentos compañeros. Ignórase lo que el Goberna-
dor contestó á esta carta; mas lo cierto fué que sólo
expulsó de sus filas á uno de los nombrados, y que
precisamente los otros fueron más tarde los feroces
asesinos del confiado é infeliz Orsúa.
II.
Con tales noticias previas, por más que sean harto
sucintas, en gracia de la brevedad, entendemos que ya
tiene el lector los datos suficientes para formar exacto
juicio de la importante cuestión crítica que vamos á
debatir, y que por su propia índole constituye el ob-

jeto principal de la presente ADVERTENCIA. Trátase
de fijar con la posible certidumbre, quién es el verda-
dero autor de la interesante RELACIÓN que hoy publi-
camos. Existen en la Biblioteca Nacional dos manus-
critos de letra del siglo xvi, el uno marcado con la
signatura J.—142, y el otro con la de J.—136. El
fondo y aun el texto, en general, de ambos escritos,
con algunas variantes que se citan al pié de cada pá-
gina, es el mismo; es decir, que los dos refieren la
jornada de Pedro de Orsúa á Omagua y al Dorado.
La disposición, la trama, la urdimbre, el contexto y
hasta los párrafos de ambas RELACIONES son comple-
tamente idénticos, y á esta importantísima circunstan-
cia se debe el que podamos apreciar del modo más
concreto y definido el carácter y naturaleza de las va-
riantes ó interpolaciones del un manuscrito con res-
pecto al otro.
Esta sencilla observación nos conduce á afirmar,
sin riesgo de equivocarnos, que el trabajo primitivo y
original fue uno sólo, y que después se hicieron en él
todas aquellas alteraciones que más podian convenir á
los fines del qtoe pretende aparecer como autor, bien
que de una manera indirecta, sin confesarlo paladina-
mente, y dejando al lector que lo deduzca del con-
texto del escrito. Ahora bien, si conseguimos explicar
satisfactoriamente los verdaderos móviles que inspira-
ron las indicadas interpolaciones, habremos encontrado
la solución del problema propuesto.
Así, pues, debemos examinar atentamente la ten-
dencia y contenido de las variantes, á fin de compren-
der bien el espíritu que las dictó, y colocados ya en
este punto de vista, desde luego advertimos que el

propósito del autor de todas las modificaciones conte-
nidas en el ejemplar J.—142, se dirige á exaltarla
personalidad y el carácter de Pedrárias de Almesto,
que es el mismo que pretende pasar por autor del ma-
nuscrito que publicamos, en tanto que en el ejem-
plar J.—136 se suprime casi todo lo que se refiere al
dicho Pedrárias, ó no se cuenta en términos tan lison-
jeros para éste, de modo que no puede caber duda en
que las enmiendas ó adiciones están hechas con el de-
signio indicado. En efecto, el ejemplar J.—136, en el
último folio (117 vuelto), dice lo que sigue: «Esta
RELACIÓN hizo un soldado llamado el Bachiller Fran-
cisco Vázquez, soldado del dicho tirano, uno de lo-
que no quisieron jurar á D. Fernando de Guzman por
Príncipe, ni desnaturalizarse de los reinos de Castilla,
ni negar á su Rey y señor. Puédesele dar crédito á
todo lo que escribe, porque fué hombre honrado y de
crédito, y vino con el dicho tirano hasta la ciudad de
Barequicimeto, donde mataron al dicho tirano, y
siempre el tirano le trató muy bien y á los demás que
no quisieron ser en el rebelión y fué la causa, como
hemos dicho, que primero que se rebelasen el dicho
tirano y el D. Fernando, amonestaron á todo el cam-
po que el que quisiese de su voluntad ser en el dicho
rebelión, lo dijese, y el que no, también, que allí no
se les hacia fuerza; por la cual causa los que fueron
rebeldes contra su Rey y señor, no tuvieron excusa
y son dignos de todo castigo.»

1 Este buen tratamiento debe entenderse con alguna restricción, pues
que Aguirre dio muerte á Juan Cabanas, que fué uno de los tres solda-
dos que manifestaron clara y abiertamente á los rebeldes que no los
querían seguir contra el servicio del Rey.

– XV –

Esta declaración es terminante y reúne todos los
caracteres apetecibles de sinceridad, espontaneidad y
veracidad que pueden y deben exigirse en cualquiera
escrito. La circustancia de ser Bachiller el soldado que
hace la RELACIÓN, añade á este juicio nueva fuerza y
eficacia. También deben tenerse en cuenta los pasajes
concordantes ó paralelos, como les llaman los críticos,
y en este concepto, entre otros que pudieran concur-
rir al mismo propósito’, citaremos el párrafo que se
inserta al pié de la pág. 29 como variante del ejem-
plar J.—136, y que dice así: «En este pueblo (Ma-
chifaro) hizo el gobernador Pedro de Orsúa, por sola
su autoridad, Provisor y Vicario de la jornada á un
clérigo, llamado Alonso Henao, diciendo que, por el
derecho del patronazgo que Su Majestad tiene en estas
partes de las Indias, y en todas las iglesias y obispados
de ellas, y dignidades y otros beneficios, que él, como
su Gobernador y que tenia sus reales poderes, en de-
fecto de Perlado, podia nombrar Provisor. Y la pri-
mera cosa que hizo el Sr. Vicario, después de acepta-
do el cargo, fué descomulgar, á petición del dicho
Gobernador, á todos los soldados que le fuesen á cargo
alguna cosa, así de herramientas, hachas, machetes,
azuelas, barrenas, clavos y otras herramientas, y ga-
nados de cabras, puercos y gallinas y otras cosas, que
luego lo manifestasen ó trajesen ante él, lo cual fué
muy murmurado en el campo, y aun altercado entre
algunos soldados que presumían de letras, diciendo que el
Gobernador no lo -pudo hacer, ni el clérigo aceptar. Tú-
vose á gran poquedad, y decian sus émulos, que sólo
para este efecto le habia nombrado por Vicario, y no
por otro fin ni provecho de los soldados.»

— XVI –

¿Quien no vé aquí al Bachiller haciendo notar su
competencia para discutir y aun resolver la cuestión
en sentido negativo? Pero como este pasaje, no sola-
mente no le convenia á Pedrárias de Almesto, sino
que también pudiera perjudicarle, ya por terciar en
una disputa delicada, ya por suministrar indicios ó
circunstancias que no se acomodasen del todo á su
persona, lo suprimió sin contemplación alguna, como
tantos otros. Nótese además la especie de censura con
que termina el párrafo, diciendo que se juzgó mez-
quino el fin con que se hizo el nombramiento del Vi-
cario. Esta apreciación revela noble independencia en
el Bachiller para juzgar con estricta imparcialidad to-
dos los actos, siquiera fuesen del mismo Pedro de
Orsúa, á quien, por otra parte, siempre trata con
marcada benevolencia.
Vamos haciendo todas estas observaciones, que no
parecerán pequeñas ó livianas, si se considera que con
ellas es necesario reconstruir el carácter moral del Ba-
chiller Francisco Vázquez. En cuanto á Pedrárias,
desde luego se comprende que tampoco desease auto-
rizar aquella censura por no aparecer demasiado infle-
xible ó severo para con Orsúa, del cual intentaba
presentarse en esta RELACIÓN como el más íntimo y
familiar de sus amigos, y el que merecía su confianza
hasta el punto de dormir en su mismo aposento, y
pasarse largos ratos departiendo con él en las altas
horas de la noche, de lecho á lecho, cerca el uno del
otro, según afirma en el pasaje donde refiere la trá-
gica muerte del dicho gobernador Orsúa, la cual se
relata en el ejemplar J.—142 déla manera que sigue:
« Estaba este pueblo alzado sin gente por temor de noso-

— XVII —’

tros, y en lo que aquí nos detuvimos acabaron los conju-
rados de concertar esta maldad, y la efectuaron en la no”
che de Año nuevo, dia de la Circuncisión del Señor, y
primero del año de mil y quinientos y sesenta y uno, á dos
6 tres horas de la noche, juntándose con el dicho D. Fer-
nando hasta doce de estos traidores, dejando prevenidos
otros sus amigos y secuaces, que en oyendo su voz y ape-
llido acudiesen co?i sus armas; y fueron al aposento del
Gobernador, adonde le hallaron hablando con su amigo,
que se decia Pedrárias de Almesto, echados en sus
camas, cerca el uno del otro, porque se fiaba mucho
del y siempre habia sido su allegado y privado, y en-
traron los dichos traidores; y como vido el Goberna-
dor que venia gente, volvió el rostro hacia ellos, que
estaba en una hamaca, y les dijo : «¡Qué es ésto, ca-
balleros, á tal hora por acá!» Y respondiendo uno que
se decia Juan Alonso de la Bandera, dijo: «¡agora lo
veréis!» y le dio con una espada á dos manos por los
pechos, que lo pasó de una parte á otra, y luego se-
gundó D. Fernando y los demás que con él iban, y
como vido el Pedrárias, que con él estaba, que lo ma-
taban, comenzó á dar voces: «¡qué traición es ésta,
caballeros!» y echó mano á su espada para defender
al Gobernador, y anduvo un rato, hasta que le ame-
nazaron que diese las armas y no le matarian, y el
Pedrárias, viendo ser por demás, les dio las armas, y
al Gobernador le dieron muchas estocadas y cuchilla-
das hasta que lo mataron; y llevando rendido con ellos
al dicho Pedrárias de Almesto, se les huyó por el te-
mor que tuvo que lo matarian por haber sido amigo
de Pedro de Orsúa; y ansí ellos quedaron dando gran-
des voces, etc.»
b

— XVIII —

El objeto de la precedente interpolación es tan
claro y visible, que no necesitamos proceder á su aná-
lisis y comentario, pues que á la simple vista se des-
cubre que el propósito de Pedrárias es darse tono y
aire á la par de víctima y héroe, reconviniendo en sus
barbas á los furiosos y desalmados asesinos, llamán-
doles traidores y llevando su caballeresca valentía
hasta el punto de empuñar la espada en favor y de-
fensa de su malaventurado amigo y permanecer ri-
ñendo un rato con aquella feroz turba de rebeldes, sin
que éstos, siendo tantos, le hiciesen ni siquiera un
rasguño; antes, por el contrario, en aquellos momen-
tos tan críticos y terribles, nada favorables ni oportu-
nos para capitular con un sólo enemigo, mal armado,
acaso desnudo ó no del todo vestido, y además ater-
rado por la profunda y natural sorpresa que tal lance
habría producido aun en el más animoso, en tales mo-
mentos, repetimos, aquellos hombres, ciegos de có-
lera y rabia, se limitan á decirle con las espadas inmó-
viles, y sin duda con muy sosegadas razones, que
rinda las armas y le concederán la vida.
Toda esta escena, interpolada en el ejemplar J.-142,
tiene un marcado carácter de inverosimilitud y falacia.
Creemos firmemente que el Gobernador se hallaba
sólo en su aposento; pero aun admitiendo que Pedrá-
rias estuviese en su compañía, el caso debió pasar
muy de otro modo. El intento, la hora, el sitio, la
naturaleza del acto y la índole feroz de los actores,
inclinan vehementemente á pensar que si los rebeldes
hubiesen encontrado un amigo en compañía del Go-
bernador, a^uél habria sufrido sin falencia la misma
suerte que éste; presunción fundadísima que, dadas

— XIX —

todas las circunstancias del suceso, adquiriría nuevos
grados de verosimilitud y evidencia, si por un instante
se admitiese la suposición de que el tal amigo, lejos
de resignarse con el rigor irresistible de la situación,
hiciese armas contra tantos, tan fieros, tan decididos
y formidables adversarios, que llenos de ira y saña
encamináronse en seguida á dar muerte al Teniente
de Gobernador, como en efecto lo verificaron sin de-
tenerse.
En confirmación de nuestras apreciaciones, citare-
mos el relato que de la dicha muerte de Orsúa hace el
ejemplar J.—i36, en el cual se advierte más con-
gruencia con la naturaleza de las cosas, más verdad,
más sencillez, y todos aquellos caracteres y signos
que demuestran que el autor no se propone, ante todo,
realzar su mérito y poner en evidencia su personalidad,
sino referir lisa y llanamente el trágico suceso. Ambos
manuscritos están conformes en las primeras líneas del
párrafo trascrito en el anterior fragmento, y que van
en letra bastardilla, hasta llegar al dormitorio del Go-
bernador , en donde comienza la variante, que opor-
tunamente señalamos en el texto, al pié de la pág. 34,
pero que reproducimos aquí para que el lector com-
pare los dos pasajes, y con el debido conocimiento de
causa pueda formar su juicio.
He aquí cómo el ejemplar J.—136, después de
referir que los conjurados llegaron al aposento de
Orsúa, prosigue su narración: «…..y hallándole solo,
como solia estar, acostado en su cama, le dieron mu-
chas estocadas y cuchilladas, y él se levantó y quiso
huir, y cayó muerto entre unas ollas en que le guisa-
ban de comer. Quisieron decir que el primero que le

— XX —

dio herida y entró delante de todos fué un Alonso de
Montoya, á quien él habia tenido preso por dos ó tres
motines que habia querido hacer para huirse con gente,
y se lo habian averiguado, y fuera más acertado ha-
berle colgado, pues lo habia merecido. Desque hubie-
ron muerto al dicho Gobernador dieron grandes voces
diciendo: «¡Libertad! ¡libertad! ¡Viva el Rey! ¡Muerto
es el traidor tirano!» Queriendo encubrir su traición
y maldad con la voz del Rey, y porque no se enten-
diese hasta tener hecho su hecho. Y luego, parte de
estos traidores, fueron á muy gran priesa á matar á
D. Juan de Vargas, etc.»
Vemos, pues, que este último códice suprime todo
lo relativo á Pedrárias, el cual manifiesta el más vivo
interés en presentarse como amigo íntimo y muy que-
rido de Orsúa, y como víctima de la ojeriza y aversión
de los rebeldes, supuesto que con grandísimo cuidado
y exquisita diligencia procura armonizar todos los
pasajes siguientes con su anterior aserto, de que él
se hallaba en compañía del Gobernador, cuando éste
fué asesinado. En prueba de lo que decimos, baste
consignar aquí la variante que se encuentra en la
página 43, donde el texto del Bachiller Vázquez es
como sigue: «Los que aquella noche se hallaron en
matar á Pedro de Orsúa, Gobernador, y á su teniente
D.Juan de Vargas, según lo que se supo, fueron los
siguientes, etc.»
El ejemplar J. —142, conforme con las primeras
líneas del párrafo citado arriba, dice así: «Los que
aquella noche se hallaron, etc., según lo que yo vide por
vista de ojos, porque me hallé con el Gobernador; y es
muy cierto, porque demás desto, ellos después se loaban

dello, son los siguientes, etc.» No ha menester la verdad
tantos pleonasmos para abrirse crédito; pero dejando
ésto aparte, advertirá el lector que ya desde aquí, bien
que de un modo indirecto, comienza Pedrárias á insi-
nuarse como autor de la RELACIÓN, hablando de sí en
primera persona; conato y empeño que repite en otros
varios pasajes, por más que en ninguno se resuelva á
decir terminantemente que él es quien hace el relato,
como sin rodeos el Bachiller lo manifiesta.
En efecto, en el folio 49 del ejemplar J. —142, se
refiere la fuga de ciertos soldados de Lope de Aguirre
en esta forma: «Luego que desembarcó el tirano en
esta isla (La Margarita), se le quedaron aquella noche
huidos cinco soldados deseosos del servicio de Su Ma-
jestad, que fué el uno Gonzalo de Zúñiga, y un Fran-
cisco Vázquez, y un Juan de Villatoro, y un Pedrárias
de Almesto, y un Castillo, etc. »
El manuscrito J.—136 cuenta el caso de este
modo: «Desembarcado que fué el tirano en esta isla,
se le huyeron cuatro soldados deseosos del servicio de
Su Majestad, y se escondieron en el monte; el uno
llamado Francisco Vázquez, y otro Gonzalo de Zú-
ñiga, y otro Juan de Villate, y Luis Sánchez del
Castillo, etc.»
Resulta, pues, que según esta versión, Pedrárias
no fué de los que entonces se huyeron, y en su con-
secuencia, este códice omite después todo lo referente
á haber sido encontrado herido el dicho Pedrárias y
llevado ante Lope de Aguirre; pero sigue luego con-
forme con el J. —142, en cuanto á la prisión y muerte
de Castillo y Villatoro, así como también respecto á
no haber sido encontrados Vázquez ni Zúñiga.

Desde luego habrá comprendido el lector que el
hecho de haberse desertado el Pedrárias al mismo
tiempo que Vázquez huele á patraña que trasciende;
indicio y sospecha que adquieren mayor certidumbre,
si se considera el modo desconcertado con que el tal
Pedrárias refiere que á los tres dias de su fuga se pre-
sentó herido, y que el Alférez, cuyo nombre está en
blanco, enviado por Aguirre para matarle, creyó lo que
él le dijo, sin expresar la causa de la herida ni puntua-
lizar su naturaleza, importancia, ni región ó sitio del
cuerpo en que la tuviese. Conténtase, pues, con afir-
mar que como el Alférez le vio herido, por entonces no
le mató, como si él supiera que aquel lo habia de ma-
tar más adelante, añadiendo que lo llevó á las ancas de
su caballo delante del tirano, el cual limitóse á profe-
rir algunas amenazas, amonestándole que mirase por
sí; pero sin hacerle á la postre ningún daño.
Este desconcierto en la narración, así como la cir-
cunstancia, harto inverosímil de que el cruelísimo
Aguirre perdonase dos veces, en pocos dias á Pedrá-
rias, nos inclinan poderosamente á no dar crédito al
relato de su fuga en esta ocasión, y á sospechar con
fundamento que el verdadero móvil que hubo de
impulsarle á decir que se huyó cuando los otros cua-
tro, fué el no dar motivo para que se pensase que él
era menos leal que el Bachiller Vázquez y sus compa-
ñeros, y el demostrar que, como éstos, habia apro-

i Asi debió suceder necesariamente, si admitimos esta primera tuga.
supuesto que muy luego volvió á desertarse con Diego de Alarcon en la Bur-
burata, y entonces también obtuvo el inesperado perdón del feroz Aguir-
re: pero más adelante examinaremos con el debido detenimiento los mo-
tivos y circunstancias de tan singular é insólita clemencia.

— XXIIÍ —
vechado inmediatamente la primera coyuntura favo-
rable para huirse, apenas desembarcaron en la citada
isla Margarita. Nuestras apreciaciones sobre este
punto recibirán nueva luz y más grados de probabi-
lidad, cuando expongamos nuestro juicio sintético
acerca de los accidentes, móviles y concausas que pu-
dieron concurrir á que Pedrárias de Almesto, aprove-
chándose del trabajo del Bachiller Vázquez, preten-
diese pasar por autor de la RELACIÓN presente.
Continuando ahora nuestro análisis, notaremos que
ambos códices coinciden 1 en citar la fuga de dos solda-
dos, el uno llamado Pedro Arias (sic. en el J.—i36), y
el otro Diego de Alarcon, si bien en el ejemplar J.—142
se dice, con previsora intención, que á éstos siempre el
tirano los habia traido desarmados por no fiarse de
ellos, y porque entendia que no le habian de ser ami-
gos, mientras que en el J.—i36 se suprimen todas
estas meritorias circunstancias, refiriendo el caso con
naturalidad y sencillez, y atribuyendo al estar ya en
marcha y haber muchas puyas en los caminos el que
Aguirre no mandase algunos de los suyos en persecu-
ción de los fugados, y el que adoptase la resolución
de prender y llevarse consigo á la esposa y á la hija del
alcalde Chaves, á fin de obligar á éste y á su yerno á
que buscasen á los huidos y se los entregasen 2. Tam-
bién concuerdan ambos ejemplares en referir la enfer-
medad del tirano Lope de Aguirre diciendo: «…..y
así le llevaron á cuestas más de media legua, y algu-
nos de los que agora blasonan y se publican por muy
servidores de Su Majestad.»
1 J—142 folio 65 vuelto, pasaje correspondiente al folio «Decidlas y no tengáis miedo,
que yo os aseguro mi palabra que no se os hará mal
ninguno.» Y luego, el mercader comenzó á decir:
«Dicen, señor, que vuestra merced y todos los que
andan en su compañía son luteranos, malos y crue-
les.» Y el tirano se enojó y le dijo: «¡Bárbaro *, nes-
cio!» Y se quitó una celada de acero que en la cabeza
traia, y le amagó á dar con ella, y enojado desto lo
mató.
Mandó asimismo ahorcar aquí un soldado de sus
marañones, llamado Pérez, al cual halló el tirano fuera
del pueblo, echado junto á un arroyo de agua, que
estaba malo; y preguntándole el tirano que qué hacia
allí, le respondió que estaba muy malo, y el tirano le
dijo: «Luego, desa manera, señor Pérez, no podréis
seguir esta jornada; bueno será que os quedéis.» Y el
Pérez le dijo: «Sea como vuestra merced mandare.»
Y vuelto el tirano á su posada, mandó luego á sus mi-
nistros que le trujesen á este soldado, diciendo: «¡Trái-
ganme acá á Pérez, que está malo; curarlo hemos y
hacerle hemos algún regalo!» Y traido, le mandó luego
ahorcar, porque quisiera este maldito que ninguno
mostrara voluntad de quedarse, sino que todos le si-
guiesen, aunque fuese arrastrando; y después de
muerto, le pusieron un rótulo en los pechos que de-
cia: Por inútil y desaprovechado. Rogáronle los más
de sus capitanes por este soldado, que le diese la
vida; y respondió muy enojado, que nadie le ro-
gase por hombre que estuviese tibio en la guerra. Ha-
llaron en este pueblo de la Burburata algunas merca-

i «¡ Barbero necio! »

— 127 —
derías enterradas y escondidas, de paño y de lienzo y
cosas de comer, y muchas pipas de vino, todo lo cual
los dichos tiranos comieron y robaron; y no contentos
con beber el vino en más cantidad que habian menes-
ter, cocian con ello la carne y guisaban sus comidas;
y hubo algunos que desfondaban las pipas por una
parte y se metian desnudos en ellas á lavarse *, y en
bateas se lavaban muchos los pies las más de las no-
ches; cierto, cosa de gran destruicion y lástima.
Estando ya de camino para la Valencia 2 el per-
verso tirano, se huyeron dos soldados que habian de-
seado siempre el servicio de Su Majestad; el uno lla-
mado Pedrárias de Almesto 3, y el otro Diego de
Alarcon, á quien siempre el tirano habia traido des-
armados, por no se fiar dellos, y porque entendia el ti-
rano que no le habian de ser amigos; y como los echó
menos, hizo grandes bramuras, diciendo blasfemias, y
que si él creyera á sus amigos, él los hobiera hecho
pedazos; y mandó luego detener el campo otros dos
dias en el pueblo, y envió á prender á Chaves, el al-
calde que antes habia preso, y trayéndole delante del

i á lavarse en ellas.
Estando ya de camino, etc.
2 por donde se determinó de ir, etc.
3 Pedro Arias, y el otro Diego de Alarcon; y por esta causa, y por
miedo de las puyas, que decian que habia muchas en los caminos, invió
á prender á la mujer é hijos de Chaves, el Alcalde que antes habia pren-
dido; y le tenia consigo, diciéndole que, si no le buscaba los dichos sol-
dados y se los llevaba, ó inviaba á do quiera que estuviesen, que le habia
de llevar la dicha mujer y una hija que tenia casada con un D. Julián de
Mendoza ; y que ansimismo mandase á los indios que no pusiesen puyas,
y quitasen las que habian puesto. Y dejando el dicho aviso en la Borbu-
rata, porque hiciese lo que habia mandado, salió del pueblo, llevando la
mujer é hija del dicho Alcalde, dejando el dicho pueblo quemado y des-
truido y robado, etc.

— 128 —

le dijo: «Sabed que si no me buscáis los dos soldados
que se me han huido, que es el uno Pedrárias y el
otro Alarcon, que os tengo de llevar vuestra mujer
é hijos, y la mujer de D. Julián de Mendoza, vuestra
hija; por eso, abrí el ojo y hace lo que digo, si que-
réis excusar que no haya una gran crueldad en voso-
tros.» Y el dicho Alcalde, con gran diligencia, procuró
de buscar á los dichos soldados; y como en aquellos
dos dias no los pudo hallar, el perverso tirano les
llevó las mujeres al dicho Alcalde y Alguacil mayor,
D. Julián, y dejó el pueblo quemado y destruido y
robado, y las mujeres todas á pié, que serian diez ó
doce; y caminando hacia la Valencia, llevaba los tiros
de artillería y municiones en los caballos que allí habia
habido, y los soldados cargados con sus armas y hato
y comida. En este pueblo dejó, de su propia volun-
tad, tres soldados enfermos, que se decia uno Pare-
des y otro Ximenez y otro.Marquina.
Luego que los vecinos de la gobernación de Ve-
nezuela 1 supieron que el tirano habia desembarcado
en la Burburata, y pretendía entrar por la tierra
adentro, temiendo sus crueldades y maldades, de que
ya estaban 2 los vecinos de la Venezuela avisados, y de
Barchicimeto, que son los dos pueblos más cercanos á
la mar, y camino por do el tirano habia de pasar, se

i Luego que los vecinos de la Valencia supieron, etc.
2 de que ya estaban avisados, se fueron al monte con sus mujeres é
hijos y haciendas, desamparando su pueblo. Y caminando el tirano cami-
no de la dicha Valencia por una sierra arriba y muy áspera, que tiene
tres leguas de subida y una de bajada, ya que se vido encubierto de la
vista de la mar, etc. (Véasepág. i3o, Un. 23.)
(Está suprimido en el manuscrito J. 136 todo lo contenido en el final
de esta página y la siguiente, reanudándose el texto en la i3o.) (N. del E.)

— 129 —

huyeron al monte llevando consigo sus mujeres é
hijos y hacienda, no les pareciendo que eran parte
para se poder defender; pero los vecinos de la ciudad
de Tocuyo, que están más lejanos de la mar, que
es donde residía al presente el Gobernador, que era el
licenciado Pedro Pablo Collado, tuvieron más ánimo y
mostraron más valor; y todos ellos, con su Goberna-
dor, acordaron que, poniendo sus mujeres é hijos en
cobro, ellos aventurasen sus personas á todo peligro,
por servir á Dios y á su Rey. Y luego el dicho Go-
bernador nombró oficiales de la guerra en nombre de
Su Majestad; é hizo Capitán general á un Gutiérrez
de la Peña, vecino del dicho Tocuyo, y que habia
sido gobernador en el Tocuyo antes que el licenciado
Collado; y asimismo hizo á otros vecinos capitanes
y alférez. Y luego el dicho Gutiérrez de la Peña, ca-
pitán general, juntó toda la gente del Tocuyo, en
que habia solos cuarenta y dos hombres de caballo
con lanzas y escampiles, y adargas de cueros de vaca
crudos y, con el estandarte Real alzado, se partió
para la ciudad de Barchicimeto, que es doce leguas
del dicho Tocuyo, hacia la mar, de manera que salie-
ron al camino al tirano, apellidando y enviando á lla-
mar toda la gente que habia en la dicha gobernación,
de los pueblos de Nira y Coy cas y otras partes; y
previniendo asimismo al capitán Pero Bravo, que es-
taba cuarenta leguas del pueblo del Tocuyo en otro
pueblo llamado Mérida, término del nuevo Reino de
Granada, y llegados á Barchicimeto, se aposentaron
en el pueblo, y los vecinos del, que andaban al
monte, sabida la nueva de la venida del General y
vecinos del Tocuyo, se vinieron á juntar con ellos,

9

— i3o —

que serian con los unos y con los otros ochenta hom-
bres de á caballo, con las armas y aderezos que habe-
rnos dicho; y poniendo las guardias y espías en los
caminos para que los tiranos no pudiesen venir sin
que ellos lo supiesen y entendiesen, y alzando de los
caminos todos los ganados y comidas que se pudieron
alzar, esperaron allí al tirano. Y desde á pocos dias
vino al pueblo de Coycas un Diego García de Pare-
des l, vecino del dicho pueblo de Coycas, con algunos
otros, sus amigos, y traian tres ó cuatro arcabuces,
que era la mayor fuerza de la gente de Venezuela, y
con su venida se holgaron mucho, y le dieron el
cargo de Maese de campo de Su Majestad, y cada
dia venian gentes de toda la Gobernación á servir á
Su Majestad.
Partido el tirano de la Burburata la vía de la
Nueva Valencia, como se ha dicho, aquel dia, yendo
caminando por la playa de la mar, vieron venir una
piragua que venia hacia el pueblo de la Burburata, y
parescíales que venia en ella gente española; y pen-

i Era hijo natural del famoso Diego García de Paredes, llamado el
Sansón de Extremadura, por sus hercúleas fuerzas y por ser nacido en
Trujillo. Hé aquí la noticia de él que da Tamayo de Vargas:
«Quedaron de Diego García de Paredes dos hijos, uno natural, de su
mismo nombre, y D. Sancho de Paredes, legítimo, de edad de 12 años
cuando él murió. El natural imitó los bríos de su padre, sirviendo algu-
nos años en la guerra de Italia, de adonde trajo por trofeo de su esfuerzo
dos banderas que hoy se ven sobre el cuerpo de su padre en Trujillo.
Pasó después, mal contento de la recompensa de sus servicios, á Panamá,
por los años de 1547, donde anduvo con el Presidente Gasea, que le hizo
armar barcos con gente para defender el puerto de Santa Marta y Carta-
gena, del peligro que de los franceses se temia. Atajáronse sus esperan-
zas aquí, porque, á la orilla de un rio, le despedazaron caimanes.»
(Diego García de Paredes y Relación breve de su tiempo , por Don
Tomás Tamayo de Vargas, folio i3q vuelto.) (N. del E.)

— I3I —

sando hacer el tirano alguna presa, caminando un
poco adelante hacia una sierra, ya que se vido en-
cubierto de la vista de la mar, paró é hizo alojar allí
su campo; y siendo de noche, el mismo tirano tomó
consigo veinticinco ó treinta arcabuceros, y volvió al
dicho pueblo, y dividiendo la gente que llevaba, unos
por una parte y otros por otra, mandó buscar las
casas del pueblo, y que prendiesen á cuantos hallasen;
y él solo se puso también á buscar por su parte, y no
hallaron á nadie. Y, ciertamente, los que aquella noche
fueron con él, no sé yo cómo se pueden excusar de
culpa, porque nunca hasta allí habia habido mejor co-
yuntura para le matar, si los que allí iban desearan el
servicio de Su Majestad, y principalmente el de Dios;
porque el tirano se quedó solo buscando las casas,
y con el abundancia de vino que habia, se emborrachó,
y cualquiera con facilidad lo pudiera matar allí, que
estaba fuera de la guardia de sus amigos; pero ellos
no quisieron ó no se atrevieron. Pudo ser que no
cayesen en ello, ó que Dios no fuese servido que por
entonces muriese. Y desta vuelta que hizo á la Burbu-
rata se le huyeron 1 otros tres soldados de sus mara-
ñones, llamados Rosales, Acosta, Jorge de Rojas 2;
y con el mucho vino que llevaban en el cuerpo, el
tirano y sus compañeros, no los echaron de menos
hasta la mañana.
En el entretanto que el tirano volvió á la Burbu-
rata , hubo en su campo algún alboroto y revueltas, y
la causa fué ésta. En el lugar del alojamiento habia
falta de agua, y fuéronla á buscar á unas quebradas
i se le huyeron tres soldados, etc.
2 Jorge de Rodas.

de montañas lejos de allí, adonde ciertos indios del
servicio de los dichos tiranos hallaron en el monte
cierta ranchería de gente que estaba por allí escondida,
los cuales se huyeron, sintiendo la gente que buscaba
el agua. En esta ranchería hallaron cierto hato y cosas
que los que allí estaban, con la prisa de huir, se habian
dejado, y entre estas cosas, una capa conoscida de un
Rodrigo Gutiérrez, marañon, que habernos dicho que
se pasó al fraile con Monguía, y una probanza de
abono que habia hecho ante la justicia de la Burbu-
rata; y en esta probanza habia sido testigo el Fran-
cisco Martin, piloto, que habernos dicho también que
era de los de Monguía y se habia vuelto á servir al
tirano á la Burburata; y como se leyese la probanza
y se viese en ella el dicho de Francisco Martin, que
abonaba mucho al Rodrigo Gutiérrez, un 1 mayor-
domo del tirano Lope de Aguirre, y á quien él habia
dejado el cargo del campo cuando el tirano volvió á la
Burburata, enojado del dicho Francisco Martin, pilo-
to, por lo que habia dicho 2 Rodrigo Gutiérrez, le dio
de puñaladas, y acudiendo otros’amigos del tirano, lo
acabaron; y un soldado, llamado Arana, de los amigos
y paniaguados del tirano, le tiró un arcabuzazo, y
errando al dicho Francisco Martin, dio á otro soldado
que estaba cabe él, preso, que decian que se habia
querido huir aquella noche, que se llamaba Antón
García, y le mató; y ansimismo murieron ambos á
dos. Algunos, y los más del campo, tuvieron por
muy cierto que el dicho Arana quiso matar al dicho
Antón García, so color de que tiraba al otro; y así, al
i un Juan de Aguirre, mayordomo, etc.
2 por lo que habia dicho en abono del Gutiérrez, etc.

— i33 —

dicho Arana no se le dio nada, y dicen que dijo que
se fuese el que él mató á su cuenta, que el General,
su señor, lo ternia por bien; y á esta causa hubo los
alborotos, porque unos loaban lo hecho y otros lo
vituperaban; pero el dicho Arana, como buen amigo
y servidor del tirano, fué á muy gran priesa á la Bur-
burata y avisó al tirano de lo que pasaba en su
campo, y él se volvió allá con toda brevedad, y se
holgó de lo hecho. Otro dia, por la mañana, partió
de allí, prosiguiendo su viaje para la Nueva Valencia,
adonde, por el mal camino y aspereza de la tierra, los
soldados dejaron en ella la mayor parte del hato que
llevaban á cuestas; y asimismo se quedaron allí ciertos
tiros de artillería de hierro que no los pudieron subir
las cabalgaduras que llevaban. Trabajaron mucho el
tirano y sus secuaces y amigos en subir la munición,
cargándola y descargándola muchas veces, y aliviando
las cargas á las cabalgaduras que se les cansaban, y
repartían entre sí las cargas y ellos las llevaban á
cuestas; y el mismo Lope de Aguirre iba cargado
también con harto peso de la dicha munición; y tra-
bajó aquí tanto, que cayó malo, y tanto, que el dia que
llegó á la Valencia, se apeó de un caballo en que iba,
no se pudiendo tener en la silla, y se tendió en el
suelo como muerto, y algunos soldados que con él se
hallaron lo llevaron ellos mismos á cuestas, y otros le
hacían sombra á manera de palio con una bandera;
cosa, cierto, vergonzosa y mala, y de que no se
pueden escapar 1 de que tenian mucha culpa, porque
i y de que no se pueden excusar de la culpa, pues tuvieron la ocasión
en la mano, porque no llevaba guardia; fuera más fácil de matar que un
pollo, porque como estaba malo, etc.

— i34 —

entonces llevaba muy poca guardia, y fuera cosa muy
fácil matarle, porque como él estaba malo, habia
enviado adelante á la Valencia todos sus amigos para
que tomasen el pueblo; y aun dicen que el dicho
tirano, fatigado con su enfermedad, les decia á veces:
«¡matarme, matarme!» que tampoco podia ir en la
hamaca 1; y en viendo alguna sombra, se arrojaba en
ella y se tendia en el suelo; y así le llevaron á cuestas
más de media legua, y algunos de los que agora bla-
sonan y se publican por muy servidores de Su Ma-
jestad 2. Y esto no lo vide yo, porque andaba en los
montes huido con mi compañero Diego de Alarcon 3,
porque hasta que me prendieron y volvieron al tirano,
no supe nada desto, como adelante se contará. Y desde
á pocos dias, el tirano convalesció y quedó bueno de
su enfermedad. Hallaron este pueblo de la Valencia
también despoblado como el de la Burburata, y á la
redonda del se hallaron ciertas yeguas y potros. Aquí
se estuvieron veinte dias ó más 4, domando las cabal-

i « ¡matarme, matarme, que tampoco puedo ir en la hamaca! »>
2 Y hasta que vinieron algunos negros que habian enviado á llamar. Y
ansí llegó desde la Borburata hasta Valencia, en seis dias, que serán
nueve ó diez leguas, donde ansimismo estuvo muy malo algunos dias; y
sus capitanes y los de su guardia y amigos andaban por de fuera enten-
diendo en cosas que les mandaba; y él estaba en la cama, y muchas veces
se quedó con solos dos arcabuceros de guardia; y todos los que querian
entraban en su aposento á verle, sin que á nadie pusiese estorbo. Y el
tirano estaba casi muerto, y no hubo ninguno que le acabase. Y desde á
pocos dias, el tirano convalesció, etc.
3 Habiendo dicho antes (pág. 127), que el soldado que huyó con Diego
de Alarcon se llamaba Pedrárias de Almesto, y hablando ahora en pri-
mera persona al citar al compañero de Diego de Alarcon, claro está que
aparece como autor de la Relación el Pedrárias. Advertimos de paso, que
en el J. 136 están suprimidas estas cuatro líneas. (N. del E.)
4 quince dias ó más, etc.

— i35 —

gaduras, que todas eran cerreras, para llevar su ar-
tillería y munición, y para encabalgar algunos de
sus capitanes y amigos. Y como viese el tirano que
toda la gente de los pueblos por donde hasta allí
habia venido se huían, y ninguno se venia á él, como
pensaba, blasfemaba, y renegando, decia muchas veces
que no creia en tal, si la gente de aquella tierra no
eran peores que bárbaros, y pusilánimos y cobardes; y
que ¿cómo era posible que nadie hasta allí se les
hubiese pasado, y que aquestos solos rehusasen la
guerra, que desde el principio del mundo los hombres
la habian amado y seguido, y aun en el cielo la habia
habido entre los ángeles cuando echaron del á Lucifer?
Y ansí se quejaba desto este tirano, como si él fuera
bueno y llevara alguna impresa justa y santa.
En este pueblo de la Valencia mandó ahorcar un
soldado de sus marañones, llamado Gonzalo Pagador,
porque salió un tiro de arcabuz del pueblo á coger
cierta fruta que llaman papayas, porque habia man-
dado que nadie saliese sin su licencia J, y mandólo col-
gar del mismo árbol que habia cogido la fruta.
Pasado esto 3, los soldados que atrás digimos que
se huyeron de la Burburata, de los dos primeros, el

i …..sin su licencia.
Pasado esto, etc.
2 Hé aquí como describe el manuscrito J. i36 este hecho que, por re-
ferirse al soldado Pedrárias, presunto autor de la Relación, y por las
muchas variantes que contiene, transcribimos por entero:
«Desde á pocos dias vinot’dc la Borburata á la dicha Valencia su yerno
del alcalde déla Borburata, Chaves, llamado D. Julián de Mendoza, cuya
mujer y suegra estaban en poder del tirano, y traia presos en una cadena
los dos soldados que digimos que se habian huido en la Borburata, que
eran Pedro Arias y Diego de Alarcon ; que el dicho Alcalde y su yerno se
dieron tan buena maña que los prendieron; y trayéndolos el dicho D. Julián

— i36 —

uno llamado Pedrárias de Almesto, y el otro Diego de

servir á Su Majestad, de salir al pueblo de la Bur-

por el camino, el Pedro Arias, ó porque se cansó, ó por probar si por
aquella vía le dejaban de llevar al tirano, temiendo la muerte que tenia
cercana, se sentó en el suelo y no se queria levantar; y el D. Julián le
dijo que anduviese, si nó, que con su cabeza haria pago al tirano; y el
Pedro Arias respondió que hiciese lo que quisiese, que él no podia más;
que le cortase la cabeza, que lo ternia’por mejor que no ir delante del tira-
no; sino que él tenia por bien de morir, por haber salido á servir á Dios
y al Rey. Y el D. Julián fué á él, y con una espada le comenzó á cortar la
cabeza por la garganta; y como el Pedro Arias vido que iba de veras, y se
sintió herido, le rogó al D. Julián le dejase, que no le matase; y ansí le
dejó, y comenzó á caminar con su herida en el pescuezo.
«Llegados á la Valencia, el tirano mandó hacer cuartos al Diego de
Alarcon, y le llevaron desde la posada del tirano al rollo de la plaza de la
Valencia por las calles, con un pregonero que decia: «Esta es la justicia
que manda hacer Lope de Aguirre, fuerte caudillo de la noble gente
marañona , á este hombre, por leal servidor del Rey de Castilla; mándale
hacer cuartos. Quien tal hizo, que tal pague.» Y ansí le cortaron la cabeza,
y hecho cuartos, los pusieron en palos por los caminos, y la cabeza en
el rollo. Y pasando el tirano por la plaza, viendo la cabeza en el rollo, dijo
á voces: «Allá estáis, amigo Alarcon; ¿cómo no viene el Rey de Castilla á
resucitaros?» É inspirando Dios en el dicho tirano, perdonó á Pedro Arias,
y le mandó curar de la herida de la garganta. Cosa, cierto, insólita (a),
y que hasta allí el dicho tirano no acostumbraba á hacer con nadie.
»Invió deste pueblo de la Valencia el dicho tirano á su capitán Cristóbal
García con gente á una laguna muy poderosa de agua dulce, etc.»

(a) Insólita, seguramente, y sin razonable explicación en el texto de este ejem-
plar, J. i36. La intervención de la hija del tirano, á que, como rumor solamente, y
con cierta pudorosa discreción, se alude en el manuscrito J. 142 , permite sospechar,
sin gran temeridad, alguna relación amorosa entre el perdonado y la caritativa y
hermosa mestiza. Si i esto se une el entrañable cariño que el padre la profesaba, pues
más adelante se dice «que se miraba en clla,« y el haberla asesinado en el momento en
qae vio huir, ya definitivamente, al Pedrárias, quedará satisfactoriamente explicado
el rasgo de piedad , nunca visto en el tirano. (N. del E.)

– i37 –
rey D. Felipe, nuestro señor; y así lo pusieron por
obra; y un dia, á medio dia, entraron en la plaza del
dicho pueblo de la Burburata, y poniéndose en medio
della los dichos dos soldados, comenzaron á dar voces
diciendo: «¡Quién está en este pueblo, salga á servir
al Rey, que á eso venimos; y álcese bandera por el
Rey, nuestro señor, que aquí nos juntaremos gente
para destruir á este perverso tirano!> Y acabado de
decir esto, salieron de sus casas siete ú ocho vecinos
y soldados, mostrando voluntad de hacer lo que el
dicho Pedrárias y Alarcon estaban diciendo. Y por
más asegurarlos, vienen el alcalde Chaves y D. Julián
de Mendoza, alguacil mayor del pueblo, con sus va-
ras, diciendo: «¡Caballeros, viva el Rey, que por él te-
nemos estas varas, y hacerse há como vuestras mer-
cedes lo dicen!» Y, como se vieron del dicho Pedrárias
y Alarcon, arremetieron con ellos los vecinos y al-
calde y alguacil mayor, con grandes voces, diciendo:
«¡Sed presos, traidores! ¡Viva el general Lope de
Aguirre!» Y el Pedrárias, como vido la traición, co-
menzóse á defender con su espada; y prendieron á
Diego de Alarcon; y al Pedrárias, viendo que se de-
fendía como podia, cargaron todos del Alarcon, y le
dejaron, y no le prendieron por entonces. Y luego
echaron muchas prisiones al dicho Alarcon, y el Pe-
drárias se tornó á huir al monte, adonde anduvo otros
cuatro dias; y como le aquejaba la hambre, hobo de
venir á buscar comida de noche, á una estancia en la
cual le tenian puestas espías; y á cabo deste tiempo, á
media noche, le tomaron dentro en un bohío, y allí le
prendieron el D. Julián con otros cuatro del pueblo,
y lo trujeron adonde estaba preso el Diego de Alar-

— i38 —

con, y les echaron dos colleras de hierro á cada uno,
y una cadena que, á ser de oro, habia bien para gas-
tar; y les contaron por qué lo hacían, y que era por-
que el tirano les habia llevado sus mujeres, y que las
querian rescatar á trueque de sus cabezas, pues el ti-
rano se las llevaba. Y porque Pedrárias preguntó al
alcalde Chaves que por qué tenia la vara del Rey en
la mano, siendo tan gran traidor, fué el Alcalde y tomó
una lanza que estaba allí, cabe él, y le tiró una lan-
zada, estando con la cadena y unas esposas a las ma-
nos. Y viendo el Alcalde la presa que habia hecho,
dio luego aviso por la posta al perverso tirano, para
que enviase gente por ellos; y ‘como vido que tarda-
ban, apercibió la gente del pueblo y les mandó, de
parte de Su Majestad, que llevasen los dichos dos
soldados y los entregasen al dicho tirano Lope de
Aguirre. Y ehPedrarias y Alarcon pidieron confesión
á un clérigo que se habia hallado allí á aquella sazón,
el cual rehusaba de hacerlo por miedo del tirano, y
en fin, confesó á los dichos dos soldados; y luego la
gente que estaba apercibida para ir en guarda destos
dos soldados, y con ellos el alguacil mayor D. Julián
de Mendoza, á media noche, hicieron que comenzasen
á caminar el Alarcon y Pedrárias, y los llevaron en
una cadena, y cada uno con dos collares al pescuezo;
y después de haber caminado como seis leguas aque-
lla noche y el dia siguiente, estando ya como tres le-
guas ó cuatro de la Valencia, donde estaba ya el ti-
rano alojado, el uno dellos, llamado Pedrárias, llamó
al D. Julián para que le pusiese bien la cadena, con
propósito de le quitar la espada y darle con ella, ó
soltarse de las prisiones, y habíale sucedido bien, sino

— 139 —

que su compañero se estaba quedo y decia: «¿para
qué es eso, sino morir como cristianos?» Y el dicho
Pedrárias, como vido que no habia podido salir con lo
que quiso hacer, se echó en el suelo y les rogó muy
encarecidamente que le cortasen allí la cabeza, por-
que con ella cumplirían, y les darían sus mujeres, por-
que no determinaba de ir á dar aquel contento á Lope
de Aguirre y á otros traidores; que por mayor pena
tenia aquello, aunque no lo hobiesen de matar, que
no morir antes de llegar allá. Y viendo los que lo lle-
vaban que no queria caminar, sino morir allí, acorda-
ron entre todos de cortarle la cabeza; y así le dieron
á escoger que dijese cómo queria que lo matasen, y
él respondió que para hacer más presto, que amola-
sen un cuchillo ó una espada, y que lo degollasen con
ella; y así lo pusieron por obra, que el D. Julián de
Mendoza tomó una espada ancha que llevaba, y la
amoló en una piedra junto á un arroyo que allí es-
taba, y se vino al dicho Pedrárias y le tornó á rogar
que caminase, y que quizá podría ser en aquel come-
dio hobiese remedio; y el Pedrárias le respondió que
lo soltase, pues él habia venido á servir al Rey, y que
aquello que hacían era gran traición; y el D. Julián
respondió que más queria su mujer, que después, á
Roma por todo. Y así dijo el Pedrárias: «Pues hace
lo que habéis de hacer, que yo soy muy contento; que
yo muero por lo que estamos obligados, que es por
servir á Dios y al Rey.» Y el D. Julián le tomó por la
barba diciendo que dijese el credo; y respondió: «Creo
en Dios y que sois un gran traidor.» Y diciendo esto,
pasó los filos de la espada dos ó tres veces por la gar-
ganta, y como la sangre saltó, el D. Julián se cortó

— HO —

y turbó, y no hizo más; y el dicho Pedrárias se quedó
desangrando con una grande herida en el pescuezo, y
así, creyendo que lo habia degollado, lo dejaron estar
toda aquella noche, hasta que amanesció; y como fué
Dios servido que no pasasen los filos el gasnate,
quedó vivo; y viendo que estaba de aquella manera,
tornáronle á rogar que llegase adonde el tirano estaba,
y aunque no queria, sino que le acabasen de matar, á
ruego de todos, caminó y llegaron adonde el tirano
estaba, al cual hubo algunos de sus amigos que, como
supieron la llegada destos dos soldados, le pidieron
albricias al tirano por su venida; que todo lo que se
va diciendo es bien público, y por probanzas pares-
cerá más bastantemente declarado. Así que, llegados á
la Valencia, mandó el tirano á parte de sus amigos, y
á otros que no lo eran tanto, para que metiesen prenda,
que antes de llegar adonde estaba, les diesen de agu-
jazos y los hiciesen pedazos; y así, salieron ciertos,
que no se dicen sus nombres, y comenzaron á decir
á los dos soldados: «¿Pues cómo en poder de nuestros
enemigos nos dejábades y os íbades al Rey? ¿Qué pen-
sábades?» Y el Pedrárias respondió, ya más fuera de
juicio: «Y pues que hayamos de morir, ya está hecho;
¿qué remedio?» Y estando en esto, llegó nueva del ti-
rano Lope de Aguirre que los llevasen delante del,
que les queria hablar; y así, aquestos sus ministros,
no tuvieron lugar de ejecutar sus intenciones ruines,
y lleváronlos delante el tirano, el cual les dijo: «¿Pues
qué es lo que habéis hecho? Pues, por vida de Dios,
que venís á buen tiempo, que yo tenia prometido de
dos marañones de sus pellejos hacer un atambor, y
agora se cumplirá; y veremos si el rey D. Felipe, á

— I4I —

quien fuistes á servir, si os resucitará; que, por vida
de Dios, que ni da vidas ni sana heridas.» Y luego se
entró en el aposento adonde estaba su hija, á poner
una cota y celada; y quieren decir que fué, cierto, la
hija la que le rogó que no matase á Pedrárias, y que
por su ruego lo hizo. Y así, cuando salió de su apo-
sento, contó cierto 1 que en todos los romanos, del
cual nunca se acuerda ninguno de qué manera fué,
porque unos estaban con gran pesar de ver á los dos
soldados en el paso tan peligroso, y otros que se cree
que de gozo no cabían por ver en qué entender; y
en fin, acabado su cuento, arremetió con el dicho Pe-
drárias y lo abrazó diciendo: «A éste quiero dejar
vivo, y á ese otro hacedlo luego pedazos.» Y luego al
Diego de Alarcon lo tomaron entre aquellos crueles
sayones, y un Carrion, mestizo, alguacil mayor del
campo, y le llevaron desde la posada del tirano por
las calles, y entre los toldos del campo con un prego-
nero que decia en alta voz: «Esta es la justicia que
manda hacer Lope de Aguirre, fuerte caudillo de la
gente marañona, á este hombre, por servidor del Rey
de Castilla. Mándale hacer cuartos. Quien tal hizo
que tal pague.» Y así, le cortaron la cabeza, y hecho
cuartos lo pusieron en palos en una manera de plaza,
y la cabeza en el medio en el rollo; y decia á voces el
tirano, con muchos soldados alrededor de la cabeza
del Diego de Alarcon: «¡Ah, caballeros soldados, que
nescio quedara Pedrárias si estuviera como su com-
pañero, que no viene el Rey de Castilla á resucitarle!»
Y al Pedrárias le decia que abriese el ojo, que ni el
i ¿Diría acaso el original:…..cierto cuento que pasó entre los romanos?
(Nota del Editor.)

— I42 —

Rey le diera la vida, ni le sanaría la herida. Y luego
mandó curar al dicho Pedrárias de Almesto, y le per-
donó, echándole cargo que mirase lo que habia hecho
por él, que, cierto, fué cosa de gran milagro que Dios
habia inspirado en el tirano para no usar de su gran
crueldad; y cosa que es insólita, y que hasta allí el
dicho tirano no habia usado con otro ninguno; y luego
le dieron seis puntos en la herida al dicho Pedrárias
de Almesto, de la cual se pensó muriera.
Envió deste pueblo 1 el dicho tirano á su capitán,
Cristóbal García, con gente á una laguna muy pode-
rosa 2 que estaba cerca de la Valencia 3, y llámase esta
laguna Carigua; que hay en ella muchas islas pobladas
de indios, que le habian dicho al tirano que algunos
vecinos de la Valencia estaban allí escondidos, y que
tenian consigo la mayor parte de la ropa y hacienda
de todo el pueblo, y les mandó que en todo caso pro-
curasen de entrar dentro, y prendiese á los que halla-
se, y trújese la ropa; y fué Dios servido que no
hubiese efecto, porque ciertas balsas de caña que
hicieron no pudieron sustentar peso sobre el agua,
que luego se sumian é iban al fondo en entrando en
ellas, y así se volvieron sin hacer nada.
Luego vino nueva que el alcalde Chaves, de la
Burburata, envió á decir al tirano que tenia preso al
Rodrigo Gutiérrez. Este soldado es de los que pasa-
ron con Monguía al fraile. Y también decia el alcalde
Chaves que enviase por él 4, el cual prendió el traidor

i de la Valencia, etc.
2 de agua dulce.
3 poco más de una legua, que se llama Acarigua.
4 al cual el dicho Alcalde prendió en la iglesia, etc.

— i43 —

del Alcalde en la iglesia de la Burburata, que el dicho
Diego Gutiérrez se habia huido á ella y metídose
dentro; y allí fué el dicho Alcalde y le echó prisiones,
y lo tenia á recaudo esperando á que el tirano enviase
por él; el cual, como lo supo, envió luego á gran priesa
y placer á Francisco de Carrion, su Alguacil mayor,
con doce soldados, para que se lo trajesen; pero el
dicho Gutiérrez 1 se dio buena maña á cohechar un
negro que lo guardaba, que se soltó de las prisiones
antes que llegasen los que iban por él; que le valió no
menos que la vida; y los dichos soldados se volvieron
sin él, de que el tirano rescibió mucha pena, y riñó
mucho al dicho su Alguacil mayor y soldados, porque
no habian muerto al dicho alcalde Chaves, pensando
que él lo habia soltado. Y desde á pocos dias, según se
dijo, el alcalde Chaves envió á avisar al tirano por una
carta suya como 2 los vecinos de la gobernación de Ve-
nezuela se juntaban contra él, y habian alzado estan-
darte Real, y que convocaban toda la tierra comarcana,
pidiendo socorro hasta el Nuevo reino de Granada 3,
por lo cual el tirano apresuró su partida.
i se dio tan buena maña, que se soltó de las prisiones antes que lle-
gase el Alguacil y los demás que iban , etc.
2 el gobernador Pablo Collado y el mariscal Gutierre de la Peña, ve-
cino del Tocuyo , y otros caballeros de la tierra adentro, daban orden de
juntar gente para desbaratar al dicho tirano, que habia de pasar de fuerza
por sus pueblos; y para esto, habia el Gobernador nombrado por Capitán
general del campo del Rey al dicho mariscal Gutierre de la Peña, y al ca-
pitán Diego García de Paredes por Maese de campo, y ansí nombró
demás capitanes ; y se habia alzado el estandarte Real, etc.
3 que fué caso mal hecho para un alcalde del Rey.
Sabida del tirano esta nueva , apresuró luego su partida, y la noche
antes que se partiese, mandó que toda la gente fuese á dormir á un cer-
cado de bahareques, etc.
(Sigue como en la pág. i53, porque en el manuscrito J. i36, la carta
dirigida al Rey está algunos folios antes). (N. del E.)

—. —
En el tiempo que en este pueblo de la Valencia se
detuvo, escribió este perverso tirano una carta para
Su Majestad del rey D. Felipe, nuestro señor, tan
mala y desvergonzada como él, la cual envió desde la
Valencia con el padre Contreras, tomando del seguri-
dad, conjuramento, que enviaria la dicha carta á la
Audiencia real de Santo Domingo, para que de allí
fuese á Su Majestad, y le dio licencia al padre Con-
treras para que de allí volviese á la isla Margarita. El
llevó la dicha carta y la envió á Santo Domingo,
como habia prometido, y la carta dice desta manera:
«Rey Felipe, natural español, hijo de Carlos,
invencible:
>Lope de Aguirre, tu mínimo vasallo, cristiano
viejo, de medianos padres, hijo-dalgo, natural vascon-
gado, en el reino de España, en la villa de Oñate ve-
cino, en mi mocedad pasé el mar Océano á las partes
del Pirú, por valer más con la lanza en la mano, y por
cumplir con la deuda que debe todo hombre de bien; y
así, en veinte y cuatro años, te he hecho muchos servi-
cios en el Pirú en conquistas de indios, y en poblar
pueblos en tu servicio, especialmente en bataUas y
reencuentros que ha habido en tu nombre, siempre
conforme á mis fuerzas y posibilidad, sin importunar
á tus oficiales por paga, como parescerá por tus reales
libros.
>Bien creo, excelentísimo Rey y Señor, aunque
para mí y mis compañeros no has sido tal, sino cruel
é ingrato á tan buenos servicios como has recibido de
nosotros; aunque también bien creo que te deben de
engañar los que te escriben desta tierra, como están
lejos. Avisóte, Rey español, adonde cumple haya toda

– i4S –
justicia y rectitud, para tan buenos vasallos como en
estas tierras tienes, aunque yo, por no poder sufrir
más las crueldades que usan estos tus oidores,
Visorey y gobernadores, he salido de hecho con mis
compañeros, cuyos nombres después diré, de tu obe-
diencia, y desnaturándonos de nuestras tierras, que es
España, y hacerte en estas partes la más cruda guerra
que nuestras fuerzas pudieren sustentar y sufrir; y
esto, cree, Rey y Señor, nos ha hecho hacer el no poder
sufrir los grandes pechos, premios y castigos injustos
que nos dan estos tus ministros que, por remediar á
sus hijos y criados, nos han usurpado y robado nues-
tra fama, vida y honra, que es lástima, ¡oh Rey! y
el mal tratamiento que se nos ha hecho. Y ansí, yo,
manco de mi pierna derecha, de dos arcabuzazos 1 que
me dieron en el valle de Chuquinga, con el mariscal
Alonso de Alvarado, siguiendo tu voz y apellidándola
contra Francisco Hernández Girón, rebelde á tu ser-
vicio, como yo y mis compañeros al presente somos
y seremos hasta la muerte, porque ya de hecho hemos
alcanzado en este reino cuan cruel eres, y quebranta-
dor de fe y palabra; y así tenemos en esta tierra tus
perdones por de menos crédito que los libros de Mar-
tin Lutero. Pues tu Virey, marqués de Cañete, malo,
lujurioso, ambicioso tirano, ahorcó á Martin de Ro-
bles, hombre señalado en tu servicio, y al bravoso
Thomás Vázquez, conquistador del Pirú, y al triste
de Alonso Diaz, que trabajó más en el descubri-
miento deste reino que los exploradores de Moysen

i de los arcabuzazos que me dieron en la batalla de Ghucuniga con
el mariscal, etc.

10

— 146 —

en el desierto; y á Piedrahita 1, que rompió muchas
batallas en tu servicio, y aun en Lucara 2, ellos te
dieron la victoria, porque si no se pasaran, hoy fuera
Francisco Hernández rey del Pirú. Y no tengas en
mucho el servicio que tus oidores te escriben haberte
hecho, porque es muy gran fábula si llaman servicio
haberte gastado ochocientos mil pesos de tu Real caja
para sus vicios y maldades. Castígalos como á malos,
que de cierto lo son.
>Mira, mira, Rey español, que no seas cruel á
tus vasallos, ni ingrato, pues estando tu padre y tú
en los reinos de Castilla, sin ninguna zozobra, te han
dado tus vasallos, á costa de su sangre y hacienda,
tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes.
Y mira, Rey y Señor, que no puedes llevar con título
de Rey justo ningún interés destas partes donde no
aventuraste nada, sin que primero los que en ello han
trabajado 3 sean gratificados.
»Por cierto lo tengo que van pocos reyes al infier-
no, porque sois pocos; que si muchos fuésedes, nin-
guno podria ir al cielo, porque creo allá seríades peores
que Lucifer, según tenéis sed y hambre y ambición de
hartaros de sangre humana; mas no me maravillo ni
hago caso de vosotros, pues os llamáis siempre meno-
res de edad, y todo hombre inocente es loco; y vuestro
gobierno es aire. Y, cierto, á Dios hago solemnemente
voto, yo y mis docientos arcabuceros marañones, con-
quistadores, hijos-dalgo, de no te dejar ministro tuyo
á vida, porque yo sé hasta dónde alcanza tu clemencia;
1 buen Capitán que rompió, etc.
2 Pucará.
3 y sudado su sangre, etc.

— H7 —
y el dia de hoy nos hallamos los más bien aventurados
de los nascidos, por estar como estamos en estas partes
de Indias, teniendo la fe y mandamientos de Dios en-
teros, y sin corrupción, como cristianos; manteniendo
todo lo que manda la Sancta Madre Iglesia de Roma;
y pretendemos, aunque pecadores en la vida, rescibir
martirio por los mandamientos de Dios.
> A la salida que hicimos del rio de las Amazonas,
que se llama el Marañon *, vi en una isla poblada de
cristianos, que tiene por nombre la Margarita, unas
relaciones que venian de España, de la gran cisma de
luteranos que hay en ella, que nos pusieron temor y
espanto, pues aquí en nuestra compañía, hubo un
alemán, por su nombre Monteverde, y lo hice hacer
pedazos. Los hados darán la paga á los cuerpos, pero
donde nosotros estuviéremos, cree, excelente Prín-
cipe, que cumple que todos vivan muy perfectamente
en la fée de Cristo.
»Especialmente es tan grande la disolución de los
frailes en estas partes, que, cierto, conviene que
venga sobre ellos tu ira y castigo, porque ya no hay
ninguno que presuma de menos que de Gobernador.
Mira, mira, Rey, no les creas lo que te dijeren,
pues las lágrimas que allá echan delante tu Real
persona, es para venir acá á mandar. Si quieres saber
la vida que por acá tienen, es entender en mercade-
rías, procurar y adquirir bienes temporales, vender
los Sacramentos de la Iglesia por prescio; enemigos de
pobres, incaritativos, ambiciosos, glotones y sober-
bios; de manera que, por mínimo que sea un fraile,

i por otro nombre, etc.

— 148 —

pretende mandar y gobernar todas estas tierras. Pon
remedio, Rey y Señor, porque destas cosas y malos
exemplos no está imprimida ni fijada la fée en los
naturales; y, más te digo, que si esta disolución destos
frailes no se quita de aquí, no faltarán escándalos.
>Aunque yo y mis compañeros, por la gran razón
que tenemos, nos hayamos determinado de morir,
desto y otras cosas pasadas, singular Rey, tu has sido
causa, por no te doler del trabajo destos vasallos, y no
mirar lo mucho que les debes; que si tú no miras por
ellos, y te descuidas con estos tus oidores, nunca se
acertará en el gobierno. Por cierto, no hay para qué
presentar testigos, más de avisarte cómo estos, tus
oidores, tienen cada un año cuatro mil pesos de sala-
rio y ocho mil de costa, y al cabo de tres años tienen
cada uno sesenta mil pesos ahorrados, y heredamien-
tos y posesiones; y con todo esto, si se contentasen
con servirlos como á hombres \ medio mal y trabajo
seria el nuestro; mas, por nuestros pecados, quieren
que do quiera que los topemos, nos hinquemos de ro-
dillas y los adoremos como á Nabucodonosor; cosa,
cierto, insufrible. Y yo, como hombre que estoy lasti-
mado y manco de mis miembros en tu servicio, y mis
compañeros viejos y cansados en lo mismo, nunca te
he de dejar de avisar, que no fies en estos letrados tu
Real conciencia, que no cumple á tu Real servicio
descuidarte con estos, que se les va todo el tiempo en
casar hijos é hijas, y no entienden en otra cosa, y su
refrán entre ellos, y muy común, es: «A tuerto y á
derecho, nuestra casa hasta el techo.>

1 que los sirvamos, etc.

— i49 —

»Pues los frailes, á ningún indio pobre quieren ab-
solver ni predicar y están aposentados en los mejores
repartimientos del Pirú, y la vida que tienen es áspera
y peligrosa 2, porque cada uno dellos tiene por peni-
tencia en sus cocinas una docena de mozas, y no muy
viejas, y otros tantos muchachos que les vayan á pes-
car: pues á matar perdices y á traer fruta, todo el
repartimiento tiene que hacer con ellos; que, en fe
de cristianos, te juro, Rey y Señor, que si no pones
remedio en las maldades desta tierra, que te ha de
venir azote del cielo; y esto dígolo por avisarte de la
verdad, aunque yo y mis compañeros no queremos ni
esperamos de tí3 misericordia.
»¡Ay, ay! qué lástima tan grande que, César y
Emperador, tu padre conquistase con la fuerza de
España 4 la superbia Germania, y gastase tanta mo-
neda, llevada destas Indias, descubiertas por nosotros,
que no te duelas de nuestra vejez y cansancio, siquiera
para matarnos la hambre un dia! Sabes que vemos en
estas partes, excelente Rey y Señor, que conquistaste
á Alemania con armas, y Alemania ha conquistado á
España con vicios, de que, cierto, nos hallamos acá
más contentos con maíz y agua, sólo por estar apar-
tados de tan mala ironía, que los que en ella han caido
pueden estar con sus regalos. Anden las guerras por
donde anduvieron 5, pues para los hombres se hicie-
ron ; mas en ningún tiempo, ni por adversidad que

i quieren predicar; y están, etc.
2 es áspera y fatigosa, porque, etc.
3 de tí nada, ni misericordia.
4 con la fuerza /de españoles, etc.
5 anduvieren,

— i5o —

nos venga, no dejaremos de ser sujetos y obedientes á
los preceptos de la Santa Madre Iglesia romana.
>No podemos creer, excelente Rey y Señor, que
tú seas cruel para tan buenos vasallos como en estas
partes tienes; sino que estos tus malos oidores y mi-
nistros lo deben de hacer sin tu consentimiento. Dígo-
lo, excelente Rey y Señor, porque en la ciudad de
Los Reyes, dos leguas della, junto á la mar, se des-
cubrió una laguna donde se cria algún pescado, que
Dios lo permitió que fuese así; y estos tus malos oido-
res y oficiales de tu Real patrimonio r, por aprovechar-
se del pescado, como lo hacen, para sus regalos y vi-
cios, la arriendan en tu nombre, dándonos á entender,
como si fuésemos inhábiles, que es por tu voluntad.
Si ello es así, déjanos, Señor, pescar algún pescado
siquiera, pues que trabajamos en descubrirlo; porque
el Rey de Castilla no tiene necesidad de cuatrocientos
pesos, que es la cantidad por que se arrienda. Y pues,
esclarecido Rey, no pedimos mercedes en Córdoba 2,
ni en Valladolid, ni en toda España, que es tu patri-
monio, duélete, Señor, de alimentar los pobres cansa-
dos en los frutos y réditos desta tierra, y mira, Rey y
Señor, que hay Dios para todos, igual justicia, premio,
paraíso é infierno.
>En el año de cincuenta y nueve dio el Marqués de
Cañete la jornada del rio de las Amazonas 3 á Pedro de
Orsúa, navarro, y por decir verdad, francés; y tardó
en hacer navios hasta el año de sesenta, en la provincia
de los Motilones, que es término del Pirú; y porque
i de tu Real persona, etc.
2 en C, ni en Sevilla, ni en V., etc.
3 que por otra parte llaman Omagua, etc.

— 151 —

los indios andan rapados á navaja, se llaman Motilo-
nes : aunque estos navios, por ser la tierra donde se
hicieron lluviosa, al tiempo del echarlos al agua se
nos quebraron los más dellos, y hicimos balsas, y de-
jamos los caballos y haciendas, y nos echamos el rio
abajo, con harto riesgo de nuestras personas; y luego
topamos los más poderosísimos rios de Pirú, de ma-
nera que nos vimos en Golfo-duce; caminamos de
prima faz trecientas leguas, desde el embarcadero don-
de nos embarcamos la primera vez.
»Fué este Gobernador tan perverso, ambicioso y
miserable, que no lo pudimos sufrir; y así, por ser
imposible relatar sus maldades, y por tenerme por parte
en mi caso, como me ternas, excelente Rey y Señor,
no diré cosa más de que le matamos; muerte, cierto,
bien breve. Y luego á un mancebo, caballero de Sevi-
lla, que se llamaba D. Fernando de Guzman, lo alza-
mos por nuestro Rey y lo juramos por tal, como tu
Real persona verá por las firmas de todos los que en
ello nos hallamos, que quedan en la isla Margarita en
estas Indias; y á mí me nombraron por su Maese de
campo; y porque no consentí en sus insultos y malda-
des , me quisieron matar, y yo maté al nuevo Rey y
al Capitán de su guardia, y Teniente general, y á
cuatro capitanes, y á su mayordomo, y á un su ca-
pellán, clérigo de misa, y á una mujer, de la liga
contra mí, y un Comendador de Rodas, y á un Almi-
rante y dos alférez, y otros cinco ó seis aliados suyos,
y con intención de llevar la guerra adelante y morir
en ella, por las muchas crueldades que tus ministros
usan con nosotros; y nombré de nuevo capitanes y
Sargento mayor, y me quisieron matar, y yo los

— 152 —

ahorqué á todos. Y caminando nuestra derrota, pa-
sando todas estas muertes y malas venturas en este
rio Marañon, tardamos hasta la boca del y hasta la
mar, más de diez meses y medio: caminamos cien
jornadas justas: anduvimos mil y quinientas leguas.
Es rio grande y temeroso: tiene de boca ochenta le-
guas de agua dulce, y no como dicen: por muchos
brazos tiene grandes bajos, y ochocientas leguas de
desierto, sin género de poblado, como tu Majestad
lo verá por una relación que hemos hecho, bien verda-
dera. En la derrota que corrimos, tiene seis mil islas.
¡Sabe Dios cómo nos escapamos deste lago tan teme-
roso! Avisóte, Rey y Señor, no proveas ni consientas
que se haga alguna armada para este rio tan mal afor-
tunado, porque en fe de cristiano te juro, Rey y
Señor, que si vinieren cien mil hombres, ninguno es-
cape \ porque la relación es falsa, y no hay en el rio
otra cosa, que desesperar, especialmente para los cha-
petones de España.
»Los capitanes y oficiales que al presente llevo,
y prometen de morir en esta demanda, como hom-
bres lastimados, son: Juan Gerónimo de Espíndola,
ginovés, capitán de infantería 2; los dos andaluces;
capitán de á caballo Diego Tirado, andaluz, que tus
oidores, Rey y Señor, le quitaron con grande agravio
indios que habia ganado con su lanza; capitán de mi
guardia Roberto de Coca 3, y á su alférez Nuflo Her-
nández, valenciano; Juan López de Ayala, de Cuenca,

i por las relaciones falsas, etc.
2 almirante; Juan Gómez, Cristóbal García, capitán de infantería; á
los dos andaluces, capitanes de á caballo, Diego Tirado , etc,
3 Roberto de Sosa, etc.

— i53 —

nuestro pagador; alférez general Blas Gutiérrez, con-
quistador, de veinte y siete años, alférez, natural de
Sevilla; Custodio Hernández, alférez, portugués;
Diego de Torres, alférez, navarro; sargento Pedro
Rodríguez Viso, Diego de Figueroa, Cristóbal de Ri-
vas, conquistador; Pedro de Rojas, andaluz; Juan de
Salcedo *, alférez de á caballo; Bartolomé Sánchez
Paniagua, nuestro barrachel; Diego Sánchez Bilbao,
nuestro pagador 2.
»Y otros muchos hijos-dalgo desta liga, ruegan á
Dios, Nuestro Señor, te aumente siempre en bien y
ensalce en prosperidad contra el turco y franceses, y
todos los demás que en estas partes te quisieran hacer
guerra; y en estas nos dé Dios gracia que podamos
alcanzar con nuestras armas el precio 3 que se nos
debe, pues nos han negado lo que de derecho se nos
debia.—Hijo de fieles vasallos 4 en tierra vascongada,
y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud, Lope de
Aguirre, el Peregrino.»
Hecho esto 5, el perverso tirano se daba priesa á
salir de la Valencia, y cuando quiso salir, una noche
antes, mandó que toda la gente fuese á dormir á un
cercado de bahareques, de una casa donde él posaba.

i Juan de Saucedo , etc.
2 nuestro proveedor, y otros muchos, etc.
3 el premio.
4 fieles vasallos tuyos en tierra Vascongada, y yo rebelde, etc.
5 En el manuscrito J. i36, lo que sigue viene á continuación de las
palabras «…..y habian avisado hasta el Nuevo Reino de Granada se les
inviase socorro, que fué caso mal hecho para un alcalde del Rey.» (Véase
pág. 143, notanúm. 3.) El párrafo empieza así: «Sabida del tirano esta
nueva, apresuró luego su partida, y la noche antes que se partiese, mandó
que toda la gente fuese á dormir á un cercado de bahareques de una
casa , etc.» (N. del E.)

– i54 –
Aquella mesma noche mandó matar secretamente tres
soldados de sus marañones, uno llamado Benito Diaz,
porque habia dicho que tenia un pariente en el Nuevo
reino, y á un Fulano de Lora y á otro Cigarra, porque
los tenia por sospechosos, y temió que se le huyesen;
y en la mañana, cuando de allí se partió, mandó poner
fuego á una casa donde estaban los muertos; y partido
de allí para Barchicimeto camino de la sierra, dejando
el dicho pueblo de la Valencia todo quemado y destrui-
do, llevando muchas cabalgaduras, y habiendo muerto
muchos ganados de vacas, terneras y carneros.
2 Entretanto que el dicho tirano estuvo en la Va-
lencia domando potros, que fué primero su oficio en
Pirú, los más vecinos de la gobernación de Vene-
zuela 3 se allegaron y recogieron en la ciudad de Bar-
chicimeto , donde estaba su Capitán general; y allí se
juntaron en pocos dias más de ciento y cincuenta de á
caballo, deseosos de servir á su Rey y defender sus
casas 4 y haciendas de tan mal tirano; y estuvieron casi
mes y medio esperando la venida del tirano. Y 5 en
i Barequicimeto.
2 EL DISBARATE Y MUERTE DE AGUIRRE.
Entretanto que Lope de Aguirre estuvo en la Valencia, etc.
3 los vecinos de toda la Gobernación se convocaron y daban prisa para
resistir al dicho tirano ; y para esto, como hemos dicho, nombró el go-
bernador Pablo Collado, al dicho Gutierre de la Peña, por Capitán general
del campo del Rey, y al Diego García de Paredes, Maese de campo, y
diéronse tan buena maña, que en pocos dias se juntaron más de ciento y
cincuenta hombres de á caballo, etc.
4 y también vino á este socorro el capitán Bravo, vecino de la ciudad
de Mérida, del Nuevo reino, y trujo treinta hombres de á caballo, muy
bien aderezados; de manera que habia al pié de doscientos hombres de á
caballo, sin los peones; y estuvieron casi mes y medio esperando, etc.
5 Y estando suspensos aguardándole, que estaban algo dudosos si ver-
nia, que no tenian noticia del, si venia ó se volvía atrás, ni sabían la cer-
tidumbre, fué Dios servido que las trajo á su campo, etc.

— i55 —

este tiempo, estando todos suspensos, y temerosos y
dudosos, que no sabian del dicho tirano, ni dónde
estaba, ni qué hacia, ni por dónde ni cuándo habia
de venir, y que cada dia se aumentaba la fama
de sus crueldades, que no dejaba de ponerles harto
miedo, fué Dios servido que les trujo á su campo
uno de sus marañones, que habia venido con los
dichos tiranos hasta la isla Margarita, y desde allí
se habia huido, llamado Peralonso Galeas, hombre
viejo y de crédito, el cual1 procuró de pasar en una
canoa á Tierra-Firme, y desde Maracapana á la Bur-
burata, y á la Valenciana 2, donde estaba escondido
cuando llegó el tirano allí; y dejándolo en la Valen-
cia, se vino á Barchicimeto al campo de Su Majes-
tad; y algunos del dicho campo, como estaban teme-
rosos y recatados, dijeron que no se debian fiar del
dicho Peralonso, que podia ser echadizo para que los
espiase; y pusieron en él sospecha, y echaban diver-
sos juicios; pero tratándole y conversándole, en su
poca malicia conocieron su lealtad, y se holgaron con
él mucho, porque les dio particular cuenta del dicho
tirano y de su gente, y de las armas y municiones y
artillerías que traian, y el número de la gente, que to-
dos deseaban saber; y les dio esperanza cierta de vic-
toria, diciéndoles que, sin les dar batalla, los destrui-
rían, porque los 3 demás hombres de bien que traia el
tirano, viendo el campo y estandarte real de Su Ma-

i el cual, habiendo una canoa, se pasó á Tierra-Firme, etc.
2 y á la Valencia, etc.
3 los más de los soldados del tirano, viendo, etc,

— i56 —

jestad, se pasarían á él \ porque estos tales deseaban
mucho servir á Su Majestad; salvo algunos que eran
amigos del tirano y estaban prendados, que estos no
serian más de hasta sesenta ó pocos más. Con estas
nuevas, se les quitó á los del campo de Su Majestad
gran parte del temor que tenian, y rescibieron gran
contento, porque les habian dicho, y ellos creían, que
el tirano traia 2 mucho más poder del que el dicho
Peralonso les habia dicho y certificado; y con esto, lo
creyeron é hicieron mucha honra, y de allí lo envia-
ron al Tocuyo, y que diese cuenta á su gobernador 3
Pablo Collado, que estaba enfermo del corazón, según
se entendió por lo susodicho.
Partido ya el tirano de la Valencia, como habe-
rnos dicho, y caminando para Barchicimeto, en el
camino 4 se le huyeron ocho ó diez soldados y se fue-
ron al monte; y visto por el tirano, blasfemaba y
renegaba y hacia bramuras, y dijo sospirando: «¡Oh,
pese á tal 5! que bien he dicho yo que me habíades
de dejar al tiempo de la mayor necesidad. ¡Oh, pro-
feta Antoñico, que profetizastes la verdad, que si yo
á tí te hubiera creido, no se me hubieran huido estos
marañones!» Y esto decia por un muchacho, llamado

i ansí por los malos tratamientos que el tirano les hacia, como porque
muchos deseaban servir á Su Majestad, salvo algunos que eran amigos
del tirano; y que estos serian hasta cincuenta ó sesenta. Con estas nue-
vas, etc.
2 muchos más soldados y más poder, etc.
3 que está en el dicho Tocuyo mal dispuesto; y así fué, y le dio rela-
ción de todo, muy larga, y se tornó al campo del Rey.
Partido el dicho tirano, etc.
4 bien cerca de la Valencia, se le huyeron, etc.
5 ¡Oh, pese á tal! marañones, que bien he dicho yo dias há, que me
habíades, etc.

Antoñico, que servia al dicho tirano, el cual le queria
mucho y el muchacho le decia muchas veces que no
se fiase en los marañones, que se habian todos de huir
y dejarlo; y cada vez que se le huia alguno, luego
acudía al profeta Antoñico y decia: «Veis aquí quien
me ha profetizado esto muchos dias ha.» Pero un su
almirante, Juan Gómez, tan perverso como él, y aún
creo que peor, le dijo: «¡Oh, pese á tal, Señor, qué
bueno andaba vuestra merced el otro dia, si como
fueron tres fueran treinta!» Y esto decia por los tres
soldados que habia muerto al partir de la Valencia. Y
dijo más este dicho Juan Gómez: «¡Oh, pese á tal, se-
ñor, que hay por aquí muchos y buenos árboles!» 2
Desde á dos ó tres dias que caminó, dio en unas ran-
cheras de negros de los vecinos de la Gobernación, y
por hacer comida, se detuvo allí un dia, y principal-
mente por recoger 3 los dichos negros, de los cuales él
se pensaba ayudar, y traia en su campo quince ó veinte
dellos con su Capitán general 4, á los cuales decia que
eran libres, y que á todos los que se le juntasen habia
de dar libertad; y hacíales tan buen tratamiento, y aun
mejor, que á los españoles; y ellos, con este favor, ha-
cían fuerzas y robos, y muertes, y otros daños y males;
y el tirano se holgaba dello, y aún para más les daba
licencia; pero aquí le salió en vano su trabajo, por-
que los dueños de los negros, sabida su venida, los
i al cual él queria mucho.
2 dándole á entender que colgase á todos los que tenia por sospe-
chosos.
A los dos dias que caminó, dio en unas rancherías de minas de ne-
gros, etc.
3 si pudiese, etc.
4 con su Capitán, á los cuales, etc.

— i58 —

habian puesto en cobro. Otro dia, siguiendo su camino,
le llovió un aguacero pequeño al subir de una cuesta
pequeña, que como era agria y estaba lodosa, y las
cabalgaduras que traian sus cargas y municiones eran
las más yeguas cansadas, resbalaban y caian, sin poder
dar paso adelante; lo cual, visto por el tirano, dijo
tantas blasfemias contra Dios y sus Santos, que á
todos los que lo oian ponian temor y espanto; y
dijo muy enojado: «¿Piensa Dios que porque llueva
no tengo de ir al Pirú y destruir al mundo? pues en-
gañado está conmigo.» Y estas y otras semejantes
blasfemias duró hasta que acabaron de hacer en toda
la cuesta escalones, con azadones, y las cabalgaduras
acabaron de subir. Entretanto que él aquí se detuvo,
los de su vanguardia que no supieron nada, camina-
ron mucho, que pensaban que todos les seguian; y
cuando el tirano acabó de subir arriba, y no vido casi
ningún soldado, comenzó á blasfemar otra vez de
veras, y dijo á Juan de Aguirre y á su Capitán de la
guardia, y á otros amigos que estaban con él: «Yo,
señores, os profetizo que si en esta Gobernación no
se nos allegan cuarenta ó cincuenta soldados, que no
lleguemos al reino, según las voluntades que en mis
marañones conozco.» Y fué con grande enojo y á gran
priesa hasta alcanzar la vanguardia, y ultrajando y
vituperando los soldados y capitanes, los hizo volver 2
atrás á lo alto de la cuesta. Llegado al valle que dicen
de las Damas 3, lleno de maíz, junto á un rio, de que el

i los de su guardia, etc.
2 volver á dormir atrás, etc.
3 que será como diez leguas de Barequicimeto, halló junto á un rio
un bohío de maíz, de que el tirano se holgó, etc.

– i59 –
tirano se holgó mucho, que ya les comenzaba á faltar
la comida, y para hacerla, se detuvieron aquí un dia.
Aquí dicen que, desabrido y desconfiado de sus mara-
ñones, entró en consulta con sus capitanes y amigos,
y determinaba matar á todos los sospechosos y enfer-
mos, que serian más de cuarenta, y quedarse con cien
soldados de los más sus amigos; pero algunos de la
dicha consulta le fueron á la mano, movidos por
Dios, que no consintió que tal crueldad se efectuase;
y así cesó por entonces éste su mal propósito. Otro
dia, de mañana, partido de allí, caminó con gran
priesa hasta la noche, y paró junto á una acequia de
agua, y este dia vido corredores del campo de Su Ma-
jestad que estaban en Barchicimeto, ocho leguas de
allí; porque, sabido en el dicho campo la venida del
tirano, salió el Maese de campo, Diego García de Pa-
redes \ á los reconocer y hacer algún daño, si hallase
coyuntura, con catorce ó quince de á caballo. Aquí
en este valle, en un paso de montaña, se encontraron
de repente los unos con los otros, y los tiranos dieron
arma en su campo, y los del Rey, como lo vieron,
quisieron revolver tan presto para atrás, que como
venian unos tras otros, y el camino era estrecho, y de
monte, con la priesa del-revolver, unos á otros se
embarazaron y se hicieron 2 gran estorbo, de manera
que, antes que se desembarazasen, dejaron allí dos
lanzas y ciertas caperuzas monteras que, con la priesa,
se les cayeron, y se retiraron atrás á unas cabanas 3,
donde durmieron aquella noche.
i con ciertos soldados, etc.
2 y se hicieron una macamorra, de manera que, etc.
3 á unas cabanas.

— i6o —

Por el dicho tirano vistos los corredores del
campo de Su Majestad, todos se pusieron en arma, y
el tirano Lope de Aguirre mandó poner la gente á
punto, y que los arcabuceros encendiesen las mechas,
que los tomaron descuidados los dichos corredores,
tanto, que no se halló en todo su campo más de una
á dos mechas encendidas; y descansando el tirano en
aquella acequia tres ó cuatro horas, estuvo mofando y
burlando de la gente del campo de Su Majestad, así
de las lanzas que se les cayeron, como de las monte-
ras, que las más eran de algodón *, muy viejas y gra-
sicntas, y decia á sus soldados. «¡Mirad, marañones, á
qué tierra os ha traido la fortuna 2, y dónde os queréis
quedar y huir! ¡Mirad qué monteras los galanes de
Meliola 3! ¡Mirad qué medrados están los servidores
del Rey de Castilla!» Y á cabo deste tiempo, con la
luna que hacia clara, caminó toda la noche, llevando
puestas guardas secretas á los soldados que tenia por
sospechosos, porque no se les huyesen; y ya que lle-
gaban cerca donde estaban durmiendo los corredores
del campo de Su Majestad, fueron dellos sentidos;
y viendo ellos que ya no podian hacer ningún daño
al dicho tirano, porque ya los habian visto, se fue-
ron á su campo 4 y dieron nueva de la breve venida
del tirano; y sabido, entre todos fué acordado que,

i de manta de algodón, etc.
2 os ha traido Dios y vuestra fortuna, etc.
3 Meliona.
4 se volvieron á su campo, donde estaba su General con la demás
gente muy apercibido, y llegado que fué el Maese de campo, contó al di-
cho General y á los demás lo que le habia sucedido con el dicho tirano, y
dónde, y en qué coyuntura; y uno de los soldados que llevaba, en alguna
manera, el Maese de campo, corrido de haber dejado allá la lanza, tenia

— I6I —

porque el campo estaba alojado dentro del pueblo, y
si allí el tirano les acometiese de noche ó de dia, les
ternia gran ventaja, por ser todos ellos arcabuceros,
y que las casas y paredes les eran reparo, y los del
campo de Su Majestad eran todos de á caballo; y por
esta causa acordaron que el campo se mudase de allí
y se saliese á la hora so 1 cerca de unas cabanas anchas
y llanas que están junto del dicho pueblo, para po-
derse mejor aprovechar de los caballos, y se alojaron
en una quebrada en medio de las dichas cabanas 2,
adonde tenian agua, y llevaron todo el bastimento
necesario para ellos y sus caballos.
Caminó el dicho tirano Lope de Aguirre con su
gente toda la noche y otro dia hasta hora de vísperas,
sin parar, y á esta hora, ya que estaban legua y media
de Barchicimeto, paró y se alojó por allí aquella noche,
y mandó asentar su artillería al camino del dicho pue-
blo; y puesta su guardia y centinelas, envió desde
allá una carta á los vecinos de Barchicimeto con un
indio ladino del Pirú, en que les decia que no se huye-
sen ni dejasen su pueblo, que él les prometía que á
nadie haria mal ni daño, y que no queria dellos ni de
vergüenza llegar adonde estaba su General, y el dicho General le llamó y
le dijo al dicho soldado que qué habia hecho de su lanza; y él le contó lo
que habia pasado, y que no habia sido en su mano: el General le dio otra
lanza muy buena, y otra al compañero que se le habia caido, y les dijo:
«Señores, no tengan pena deso; al tiempo del pelear quiero yo no se les
caigan las lanzas, que desotra suerte, son desgracias.» Y los soldados fue-
ron muy contentos del buen término que el General tuvo con ellos.
Sabida la nueva por todo el campo del Rey como el tirano se venia
acercando poco á poco, fué acordado por el dicho General y Maese de
campo, y demás capitanes y gente de cuenta, que porque el campo estaba
alojado dentro del pueblo, etc.
i y se saliese á lo raso, cerca de unas cabanas.
2 cabanas.
n

— 162 —

toda la Gobernación más de la comida y algunas cabal-
gaduras, pagándoselas; y que el que de su voluntad le
quisiese seguir é ir con él, que le haria buen trata-
miento en todo, y le daria de comer en el Pirú; y
que si se huyesen del, les prometia de quemar y aso-
lar el pueblo y destruirles los ganados y sementeras,
y hacer pedazos todos los que dellos pudiese haber l.
Durmió el tirano allí aquella noche con toda su
guardia y buenas velas, y otro dia, por la mañana,
que fué miércoles, veinte y dos de Octubre de mil y
quinientos y sesenta y un años, caminó hacia el pueblo
de Barchicimeto, y mandó públicamente á todos los
suyos que cualquier soldado que saliese del campo tres
pasos, que le matasen á arcabuzazos; y ya que llegaba
cerca del campo de Su Majestad y del pueblo, vido
la gente del Rey muy cerca de sí, que le estaba
aguardando en lo alto de una barranca del otro cami-
no, al cabo del pueblo, de manera que entre los unos
y los otros estaba el pueblo; y el tirano, aguardando
en la playa de un rio que es allí junto, y recogiendo
su gente y poniéndola en ordenanza, y los de quien
él más se fiaba en la vanguardia, y con todas sus
banderas 2 tendidas, que eran seis, las cuatro de campo
y las dos estandartes, comenzó á caminar hacia ellos 3
con el recuaje y servicio puesto á las espaldas de sí; y
ya que llegaba cerca, mandó disparar gran salva de
arcabucería, echándoles grandes cargas 4 para que die-
i pudiese haber á las manos. Esta carta se recibió en el campo del
Rey, y no se hizo caso della, porque ya estaban avisados de la fuerza y
gente que traia, como se ha dicho. Durmió el tirano, etc.
2 sus banderas y estandartes tendidos.
3 hacia nuestra gente.
4 en los arcabuces, etc.

— i63 —

sen mayores respuestas, pensando con aquello poner
temor á los contrarios; y mandó luego dar otra vez
carga, y que cada arcabucero echase pelotas con alam-
bre para que hiciesen más daño *, que son desta ma-
nera: dos pelotas de plomo, y asidas la una de la otra
con un hilo de alambre, algo grueso, de largo de
palmo y medio, en manera que no se pudiesen desha-
cer; y así tiradas, van cortando y despedazando
cuanto topan. La gente del campo de Su Majestad,
viendo los tiranos ya cerca de sí, comenzaron á bajar
del barranco á lo llano, con estandarte Real alzado, y
caminaron hacia ellos, y los tiranos asimismo, de
manera que en el dicho pueblo se juntaron, y entre
las casas y calles del se trabó entre los unos y los otros
una escaramuza, de manera que faltó poco para ve-
nir en rompimiento; pero los capitanes del campo de
Su Majestad 2 lo estorbaron y hicieron retirar su gen-
te, aguardando mejor coyuntura; y, cierto, fué buen
acuerdo, porque si entonces rompieran, no pudieran
dejar de rescibir grandísimo daño, porque la gente
del tirano eran todos arcabuceros, y tenian por reparo
las casas y bahareques del pueblo; y viendo á los del
Rey venir tan determinados, y no sabiendo su inten-
ción , ni si hallarían en ellos misericordia, si se les pa-
sasen , por ventura pelearan todos con buenas ganas,
y sabe Dios lo que fuera; y así, los del campo de Su
Majestad se tornaron á retirar á la barranca, y el
tirano se quedó en el pueblo, y alojó su campo en
una cuadra cercada, de alto de más de dos tapias,
i más daño. La gente del campo de Su Majestad, etc.
2 y el General les estorbó que no se rompiese, y hizo retirar su
gente, etc.

— ló4 —

almenado todo á la redonda, que eran las casas del
capitán Damián de Barrio, vecino de dicho pueblo; lo
cual hizo, lo uno por estar más guardado de la gente
de caballo, y lo otro por tener allí guardados los sos-
pechosos, que no se pudiesen huir al campo de Su
Majestad, que era lo que 1 los hombres de bien que
traia deseaban, los cuales no eran mucha cantidad.
Retirados los del campo de Su Majestad á la bar-
ranca, se estuvieron allí gran rato, por ver lo que
hacia el dicho tirano y su gente, y aguardando asi-
mismo si alguno se le pasaba, como el Peralonso les
habia dicho; y como nadie no venia, se volvieron á
descansar á su alojamiento, dejando sobre el campo
del tirano doce de á caballo por corredores. Y en esto
el Maese de campo, Diego García 2, con ocho de ca-
ballo, fué, sin ser visto de los dichos tiranos, y dio
en su retaguardia, y les tomó cierto bagaje que venia
muy atrás, y les tomó cuatro cabalgaduras con alguna
ropa, y entre ello alguna munición de pólvora de su
artillería, que hizo harto provecho á los del campo de
Su Majestad, que para los pocos arcabuces que tenian
no habia munición. Después de se haber aposentado
los tiranos en aquel cercado, como se ha dicho, salie-
ron algunos de sus soldados por las casas del pueblo á
buscar y recoger lo que en ellas habia, y en las dichas
casas hallaron muchas cédulas de perdón que decian
que el licenciado Pablo Collado, gobernador de aque-
lla provincia, perdonaría 3 á todos los que se pasa-
sen á su Real servicio, de todos y cualesquier delitos
1 que era lo que siempre desearon. Retirados, etc.
2 de Paredes.
3 en nombre de Su Majestad, etc.

— i65 —

que hubiesen cometido en la dicha tiranía x, con tanto
que hiciesen esto antes de dar reencuentro y batalla á
la gente y campo de Su Majestad. Y algunas destas
cédulas fueron á manos del tirano, que sus amigos se
las llevaron; y él, haciendo juntar á toda su gente,
les hizo un largo razonamiento diciéndoles que consi-
derasen las muertes y daños que habian hecho, y que
tuviesen por cierto que el mismo Rey no les podia de
justicia perdonar, que cuánto menos podia un gober-
nadorcillo bachillerejo de dos nominativos; y que
aquello era para los engañar 2, como habian hecho á
Martin de Robles, y Tomás Vázquez, y Piedrahita
y otros que, con los perdones del Rey, los ahorcaron,
y que escarmentasen en cabeza ajena, pues era claro
lo que les decia, y otras muchas cosas que les ponia
por delante. Andando, pues, los soldados del tirano
por el pueblo, después de haber recogido lo que por
las casas hallaron, por mandado del tirano, sus allega-
dos amigos les pusieron fuego; y quemándose una
casa cercana de la iglesia, el fuego saltó en ella y se
quemó toda 3; y dicen que el tirano, viendo el fuego
encendido, mandó sacar los ornamentos é imágenes, y
los hizo guardar; y asimesmo se quemó la dicha iglesia
y casi todo el pueblo, que no quedaron sino unas
pocas de casas á un lado, las cuales los del campo de
Su Majestad, viniendo secretamente, las quemaron,
porque estaban en daño suyo y aparejadas para que
desde allí los tiranos los hiciesen daño.
Aquella noche durmieron el un campo y el otro
i y algunas de estas cédulas, etc.
2 para los engañar. Andando, pues, los soldados, etc.
3 y dijo el tirano, viéndola quemar, que sacasen los ornamentos, etc.

— i66 —

con buena guardia, relevándose 1 y guardándose cada
una de su contrario; y otro dia, jueves, al cuarto del
alba, dieron los del campo de Su Majestad una arma
á los dichos tiranos con cinco arcabuces solos que
tenian; y el tirano, que sintió el rebato, mandó que
todos callasen y estuviesen prestos; y en amaneciendo,
echó el tirano hasta cuarenta arcabuceros, y les man-
dó que escondidamente fuesen por una quebrada
arriba, y acometiesen á los que les habian dado el
arma; y ellos lo hicieron tan bien, que, sin ser vistos
ni sentidos, dieron sobre ellos, donde se trabó una
escaramuza2; y sin que hubiese ningún herido, cada
cual de las partes se retiraron á su campo. Y este
mismo dia, jueves, ya tarde, vino al campo el gober-
nador Pablo Collado, que hasta entonces habia estado
malo en el Tocuyo, y por aquella causa no habia ve-
nido 3, aunque hubo muchos que se lo atribuyeron á
mal; y con él venia el capitán Pedro Bravo con veinte
hombres de á caballo, de Mérida, los cuales, sabiendo
ya que el tirano Aguirre estaba en la gobernación de
Venezuela, deseosos de servir á Su Majestad y ganar
honra, vinieron en socorro de los vecinos della desde
la dicha ciudad de Mérida, que es término del Nuevo
Reino de Granada, sesenta leguas del pueblo de Bar-
chicimeto, y con su venida dieron gran ánimo y alegría

i con buena guardia, recelándose uno de otro; y otro dia, jueves, etc.
i una brava y peligrosa escaramuza.
3 no habia venido antes, cuando vino el capitán Pedro Bravo, de Mé-
rida, con los treinta hombres de socorro, todos de á caballo, y descosos de
servir á su Rey y señor; que se holgaron harto el General y los demás
con su venida, y se animaron mucho, por ser toda buena gente y de ver-
güenza; y á esta causa no temían al tirano, y con mucha razón, porque
se hallaban ciento y ochenta hombres, etc.

— 167 —

en el campo de Su Majestad, tanto, que se contaban
ya por vencedores, y no tenian en nada al tirano, y
con mucha razón, porque se hallaban ciento y ochenta
hombres de á caballo, y hombres de bien y de ver-
güenza, y deseosos de servir á Dios y á su Rey y
señor natural, y defender sus mujeres y hijos, casas
y haciendas de tan malos, perversos y crueles tiranos,
y morir haciendo lo que debian. En todo este tiempo
no dejaban de andar corredores sobre el campo del
tirano; lo uno, porque no tuviesen lugar de salir á
tomar comidas ni cabalgaduras, y lo otro, porque si
algunos de los del tirano se quisiesen pasar al Rey,
como les habia dicho Peralonso, que hallasen aparejo
y socorro en los dichos corredores para guardarlos y
llevarlos al campo de Su Majestad.
Algunos soldados de los que en el campo del ti-
rano estaban, deseosos de servir á Su Majestad, y
de pasarse á su campo, no tuvieron coyuntura para
lo poder hacer, por estar encerrados en aquel cercado
de tapias, y por la gran guardia que de noche y de
dia el tirano tenia de sus amigos, hasta el tercero dia,
que fué viernes, que se pasaron dos soldados del
dicho tirano al campo de Su Majestad, con dos arca-
buces ; el uno llamado García Rengel, y otro Guer-
rero; los cuales dieron esperanza de que se pasarían
otros muchos, y ayudaron con su -llegada mucho,
porque se acabó de confirmar lo que les habia dicho
Peralonso; y señaladamente dijeron estos dos solda-
dos que se pasarían un Juan Jerónimo de Espíndola,
capitán del dicho tirano, y un Hernán Centeno *, que

1 su amigo.

— 168 —

estos sin falta lo harían, en teniendo lugar, con la
más gente que pudiesen. Los del campo de Su Ma-
jestad hicieron buen acogimiento á los dichos solda-
dos y les dieron caballos, y iban con los corredores á
hablar á los del tirano para que pasasen. La noche
siguiente envió el dicho tirano al Capitán de su guar-
dia Roberto de Coca !, y al capitán Cristóbal García,
con otros amigos y paniaguados suyos, hasta sesenta
arcabuceros, á que con diligencia y secreto buscasen
el lugar donde estaba el campo de Su Majestad, que
no lo sabían, y diesen en él, é hiciesen todo el daño
que pudiesen, y tomasen los caballos, de que el tirano
tenia gran falta y nescesidad, y que se recogiesen
luego á su fuerte, que otro dia, de mañana, él saldría
con la demás gente á le socorrer y hacer espaldas,
aunque los más destos soldados no sabían á qué iban,
mas que pensaban que á buscar cabalgaduras y gana-
dos, que así lo habian publicado el tirano y sus ami-
gos. Y caminando de noche en busca del campo de Su
Majestad, fueron sentidos de un capitán2, Romero,
que venia á la sazón del pueblo de Nira 3, que es en la
dicha Gobernación, á servir á Su Majestad, con ocho
ó diez compañeros; y andando por aquellas cabanas 4
en busca del campo del Rey, vio á los dichos arcabu-
ceros; y como los vio todos á pié, conosció que eran
de los tiranos; y sospechando lo que era, á gran
priesa, dando voces, atinó hacia donde le paresció que
podia estar el campo de Su Majestad; y topando con

i Roberto de Sosa.
2 de un capitán Diego Ro[mero].
3 Nirba.
4 por aquella cabana.

los corredores, les dijo lo que habia visto; y él con
ellos avisaron con brevedad al campo de Su Majes-
tad que, aunque tenia buenas guardas y centinelas *,
estaban bien descuidados de aquello; y toda la gente
cabalgó y salieron en busca de los dichos tiranos;
y como no topasen con ellos en gran rato, por ser
de noche, acordaron que el Maese de campo que-
dase con sesenta de á caballo buscando los dichos
tiranos, y que si los hallasen no se quitasen de sobre
ellos hasta la mañana, porque no tuviesen lugar de
hacer lo que pretendían 2; y toda la demás gente se
volvió á reposar á su alojamiento; y el dicho Maese
de campo, con la dicha gente, anduvieron casi toda
la noche buscándolos; pero ellos, viendo como eran
sentidos y que su propósito no podia haber efecto,
se escondieron en un vállete pequeño de cabana alta,
donde no podian ser vistos, sino pasando por ellos. Y
el Maese de campo y los que iban con él, cansados
de buscarlos, y no los pudiendo hallar, se volvieron á
su campo, donde estuvieron toda la noche en arma,
sin reposar ni dormir, porque como sus corredores y
centinelas sentian cualquier ruido, y ya sabian que la
gente del tirano andaba fuera, pensaban que eran
ellos, y no hacian sino dar armas por una y otra
parte.
Venida la mañana, fueron descubiertos los tiranos
en la cabana, y todo el campo de Su Majestad fué
sobre ellos; y no atreviéndose los del tirano á esperar

i estaban algo descuidados; y más de aquella emboscada ó asalto que
les querian dar los dichos tiranos. Y luego que se tuvo el aviso, cabalgó
el General y toda la gente de á caballo, y fueron en busca, etc.
2 y el General se volvió con toda la demás gente.

— 170 —

en lo llano, enviaron á pedir socorro al tirano, y se
retiraron á una barranca de un rio que estaba cerca de
dellos, que es alta y de montaña, y allí se hicieron
fuertes, por temor de los caballos; pero no tardó mu-
cho el tirano Lope de Aguirre en los socorrer, que le
vino nueva cómo estaban; y luego se partió del fuerte
con veinte y cinco ó treinta arcabuceros y la bandera
de su guardia tendida, que era negra, con dos espadas
sangrientas en medio della, y tocando con una trom-
peta y un atambor; y juntándose con la demás gen-
te, salieron todos á lo llano, y entre los unos y los
otros se trabó una hermosa y bien trabada escaramuza;
y aunque los del campo de Su Majestad se iban reti-
rando , era para sacar á los del tirano á lo llano, y des-
viarlos de una barranca que allí estaba, para se poder
aprovechar de los caballos; y el dicho tirano los iba si-
guiendo á gran priesa; y desque estuvieron apartados
á su voluntad, y bien en lo llano los del campo de Su
Majestad, volvieron sobre ellos con gran ánimo. Aquí
se trabó la escaramuza bien brava y reñida; de suerte
que la gente del tirano no tenia piquería, y así se
comenzaron á turbar, viéndose acometer por todas
partes, que casi los tenian cercados. Andando, pues,
en la dicha escaramuza un Capitán de caballos del
dicho tirano, llamado Diego Tirado, andaba encima
de una yegua, y salia á hacer algunas arremetidas con-
tra los del campo de Su Majestad *, pareciéndole

1 y deseoso de se pasar á él, porque el tirano muchas veces le habia
querido matar, y le habia dicho que si este Diego Tirado le era leal, que
todo el mundo habia de tener por suyo, y que su remedio estaba en él, y
en que este Capitán le siguiese ya. Y dando una vez una arremetida más
larga de lo que solia hacer, se pasó al campo de Su Majestad, diciendo á

coyuntura, y que muy á su salvo y sin riesgo nin-
guno lo podia hacer; y dando una arremetida, como
solia hacer, se pasó al campo de Su Majestad; y
luego el tirano se comenzó á retraer, muy espantado
de que el Diego Tirado se le habia huido. Y para que
la gente suya no cobrase ánimo para hacer lo mismo,
el tirano comenzó á decir: «¡Ah caballeros, reportaos!
que á Diego Tirado yo lo envió para cierto negocio
que nos conviene á todos; y tené creido que no se fué
sin mi licencia.» Y esto hacia cautelosamente para que
no le desamparasen. Y como Diego Tirado se pasó,
fué llevado al gobernador Pablo Collado, y él y los
demás oficiales del campo de Su Majestad se holgaron
mucho 1 con él y le hicieron mucha honra; y el dicho

voces: «¡Viva el Rey! ¡Viva el Rey! Ea, caballeros, retírense donde van,
que van perdidos y los matarán á todos!»
Aunque los del campo del Rey en esta escaramuza pudieron herir, y
aun matar algunos de los tiranos, por tenerlos en la cabana rasa, pero no
lo quisieron hacer, porque ya sabían que algunos tenian voluntad de
pasarse al campo del Rey; y, si hirieran alguno, podría ser quitárseles la
voluntad, y así fué muy buen acuerdo.
De la pasada del dicho capitán Diego Tirado, el tirano recibió mucho
enojo y pesadumbre y algunos de sus amigos desmayaron mucho, por
ser el dicho Tirado de los más confiados que el tirano traia consigo; aun-
que el dicho tirano, luego, de repente, por asegurar su gente, les dijo que
no se escandalizasen, que él habia inviado al dicho Diego Tirado con
cierta embajada al General, y con esto se aseguraron algún tanto; pero
viendo que no volvía con el recaudo, se animaron los que tenian volun-
tad de se pasar al campo del Rey, y por el consiguiente á los demás les
pesó mucho.
Luego que al dicho Diego Tirado se pasó, fué llevado adonde estaba el
gobernador Pablo Collado, etc.
i y tanto , que como les dijo y avisó que se estuviesen quedos, y no
hiciesen más de lo que él les avisase, y que él desbarataría al dicho tirano,
le hicieron mucha cortesía ; y el dicho Gobernador le dio un buen caballo
en que él andaba, y mandó á todos los Capitanes que no hiciesen más de
lo que el dicho capitán Diego Tirado les mandase; y todos lo consintie-
ron ; y el dicho Gobernador cabalgó en la yegua del dicho Diego Tirado,

— 172 —

gobernador Pablo Collado le dio un caballo bueno
en que él andaba; y como se vido á caballo el Diego
Tirado, revolvió sobre la gente del tirano dando
voces: «¡Ea caballeros! ¡á la bandera Real! ¡al Rey, que
hace mercedes!» 1 Que, cierto, en esto él lo hizo
bien para restaurar y enmendar su vida y vivir que en
tiempo atrás habia tenido; porque entre los hombres
no debemos juzgar su intención, sino las obras que
cada uno hace; y esto no lo digo sino por tratar ver-
dad, como es justo que todo hombre de bien se precie
de tenerla por principal pieza de su arnés; y porque
los señores Oidores me mandaron hiciese esta relación
por la vía y orden que yo pudiese, y en ella declarase
todo lo subcedido en aquella jornada, porque habia
de ser enviada desta Real Audiencia del Nuevo Reino
de Granada á los señores del Consejo Real de Su Ma-
jestad en corte de España. Así que quiero decir, que
el dicho Diego Tirado vino a este Nuevo Reino de
Granada á los señores del Consejo Real de Su Ma-
jestad, no con poca presunción y pretensión de que

que era flaca y ruin; y luego que el dicho Tirado se vido en buen caballo,
fue” luego con la gente del Rey á la escaramuza, en la cual, dando voces
á los del tirano, diciéndoles: «¡Caballeros, á la bandera Real y al Rey, que
hace mercedes! que ese tirano mató al gobernador Pedro de Orsúa y ha
muerto á muchos amigos nuestros y deudos. ; Al Rey, al Rey! que hasta
que le veamos muerto, le tengo de seguir á ese tirano.» Y hizo retirar que
no rompiese contra el campo de Su Majestad, avisándoles á todos y al
dicho Gobernador que el tirano los mataría á todos, que no diesen la
batalla, que los del tirano se pasarían al Rey muy en breve, y seria ven-
cido sin muerte de españoles, como en efecto sucedió.
Acaesció en esta escaramuza una cosa bien de notar, etc. (Sigue
como en la pagina 175.)
1 Todo lo que sigue, referente á Diego Tirado, hasta la pág. 175,
párrafo que empieza con las palabras: «En esta escaramuza que aquí he
dicho que se trabó, etc.» está suprimido en el manuscrito. J. 136. (N. del E.)

– i73 –

Su Majestad le hiciese mercedes y gratificase sus ser-
vicios, que para cada uno dellos tenia trecientos de-
servicios hechos; porque si él fuera bueno y verda-
dero servidor de Su Majestad, muchas veces lo pudo
mostrar con la obra, sin aguardar al cabo y al fin del
tirano; porque él fué uno de los tres primeros que
entraron en el pueblo de la isla Margarita, apelli-
dando la voz del tirano, y prendiendo, y hiriendo, y
rindiendo las justicias y gente del pueblo; y uno de los
que tomaron y saquearon la Caja Real, y la hicieron
pedazos; y siempre, como caudillo y capitán del tirano,
tenia los buenos caballos que en el campo habia, así
de los que tomaron al gobernador D. Juan de Villan-
drando y á los alcaldes del Rey; y en los dichos
caballos andaba en las estancias de la dicha isla sa-
queando y alanceando los vecinos della. Pues es claro
y notorio á todos que en la isla Margarita ciertos
indios flecheros le aguardaron un paso, porque les ha-
bia quitado sus mujeres y se las traian; y los indios,
por ver si podian tornar á haber sus mujeres, salie-
ron á ellos con buenas flechas, y los hirieron á todos;
que era caudillo y capitán Diego Tirado, y con él Ro-
berto de Coca, y un Diego Sánchez Bilbao; y los in-
dios les quitaron las mujeres, y ellos vinieron peligro-
samente heridos. Y tiempo tuvo, y no poco, para
hacer su pasada al campo del Rey, porque en la isla
se pudiera quedar, como otros lo hicieron; é ya que
no, bien pudiera dejar de pedir mercedes á Su Majes-
tad; que decia que él solo era el que desbarató al tirano,
quitando á muchos sus ventajas, que bien sabia que
otros lo habian hecho; pero como sea cosa cierta que
la verdad bien puede adelgazar y no quebrar, fué

— i74 —
Dios servido que hobiese quien la procuró decir; y á
estos señores de la Audiencia Real les constó ser así
bastantemente, y que hobo quien se aventuró y pa-
desció más por servir al Rey que no él; y bastara con-
tentarse como los demás, que se fuera lo uno por lo
otro. He dicho todo esto, porque hicieron cierta rela-
ción \ con que vivian muy engañados muchos en decir
que merescia Diego Tirado que Su Majestad le hiciese
mercedes; y así las alcanzó, que por principal negocio
tuvo que lo enviasen preso á la gobernación de Ve-
nezuela, remitido su negocio al Gobernador della. Y
también no soy de parecer que se haga relación y la
intitulen verdadera 2, pues en cosas van en contrario
della; y en especial, cosas que han de ir á poder de Su
Majestad y á los de su muy alto Consejo, han de ir

i Debe aludirse a la del manuscrito J. 136.
El haber suprimido éste todo lo que en el texto se dice en contra de Diego
Tirado, presentándole, en cambio, bajo muy buen aspecto; las quejas
que acaban de leerse, en que evidentemente se alude al autor de la Rela-
ción J. 142, mal recompensado por sus servicios al Rey, mientras veia
reconocidos y premiados los del tirano; la cita de cierta relación….. en
que se decia que merescia Diego Tirado que Su Majestad le hiciese
mercedes, palabras que, efectivamente, leemos en el manuscrito J. i36, y
el lector hallará más adelante (pág. 175, nota núm. 1), y, finalmente, el
haber suprimido ese mismo manuscrito, como se ha visto, lo favorableá
Pedrárias de Almesto, todo ello nos confirma en la sospecha de ser éste
el verdadero autor de la Relación J. 142, y que la J. i36 la hizo acaso el
bachiller Vázquez sobre la primera, suprimiendo, alterando ó añadiendo
algunos pasajes, con el interesado fin de favorecer al Diego Tirado y á
otros, acaso igualmente criminales.
Si se nos objetase que también la Relación J. 142 pudo escribirse para
favorecer al Almesto y acriminar á Diego Tirado, responderíamos que
contra el primero nada se dice en la J. 136 que pueda serle desfavorable,
y sí en la J. 142 respecto del segundo. (N. del E.)
2 Nueva prueba de que en estas, como en las palabras de más arriba,
se alude á la Relación J. 136, pues al fin de ella, hablando de su autor,
dice: «Puédesele dar crédito á todo lo que escribe, etc.» (N. del E.)

– i75 –

muy atentadas y comprobadas por personas que hayan
pasado por ello, y que se han de creer; porque de
esta manera, creo, no se pueden errar de dar á cada
uno el premio y galardón de lo que merescen.
En esta escaramuza que aquí he dicho que se
trabó, acaesció una cosa bien de notar; que, con ser
toda la gente del tirano arcabuceros, y andar con los
del Rey revueltos, y tirando muy amenudo, no hirie-
ron hombre ni caballo de los del campo de Su Majes-
tad, y ellos, con solos cinco ó seis arcabuces que
tenian, hirieron dos hombres de los del tirano, y á él
mismo le mataron una yegua que andaba con ella T.
Visto por el tirano Lope de Aguirre la pasada
de su capitán Diego Tirado, en quien él fiaba más
que en ninguno de los suyos, y el arcabuzazo que le
habian dado á su yegua, que le espantó y turbó
harto, y el ánimo con que le acometían los del campo
del Rey, y la flaqueza de los suyos; y como sus famo-
sos arcabuceros marañones no habian herido siquiera
un caballo solo de los contrarios, comenzó á conoscer
su perdición; y deseando remediar su perdición,
apeado de la yegua que le habian muerto, y con una
«
i Es cosa cierta y muy pública que, mediante haberse pasado el
dicho Diego Tirado al campo de Su Majestad, y dado la orden que con-
venia al servicio Real, se desbarató el dicho tirano, sin pérdida de ningún
soldado del campo del Rey, ni tampoco de los del tirano; bien que la
gente del Rey estaba ya determinada de vencerlo ó morir en la demanda,
por ser toda ella gente honrada y muy noble, y muchos hijos-dalgo,
deseosos de servir á Dios y á Su Majestad; y llanamente, él no saliera de
la Gobernación vivo, muriera quien muriera; pero fué Dios servido que lo
ordenó mejor, sin daño de los nuestros, y sólo el perverso murió, como
se verá adelante; pero con todo eso, es digno el dicho capitán Tirado de
que se le hagan mercedes.
Visto por el tirano Lope de Aguirre la pasada de su Capitán, etc.

— 176 —

lanza en la mano, comenzó á recoger los suyos, ayu-
dándole algunos de sus amigos á lanzadas, á la mayor
priesa que pudo, llevándolos por delante hacia la bar-
ranca que habernos dicho; y los del campo de Su Ma-
jestad tras él, para le desbaratar; y sin parar allí, se
fué á toda priesa á su fuerte, porque temió que le
tomasen los del campo de Su Majestad; y si ellos caye-
ran en ello, por allí le pudieran desbaratar más presto,
porque habia quedado en él poca gente, y enfermos,
y no de mucha confianza. Y vuelto el tirano á su
fuerte, y bien descontento, comenzó á vituperar sus
soldados y capitanes, llamándoles cobardes y para
poco, y decia asimismo: «Marañones, á las estrellas
tiráis.» Y luego comenzó á desarmar algunos de los
que tenia por sospechosos, y puso gran guardia en su
campo, de sus mayores amigos, porque no se le
huyese ninguno. Otro dia siguiente determinó con
algunos de sus amigos á hacer una gran crueldad, y
fué que hizo una lista de todos los soldados que tenia
por sospechosos, y los que estaban enfermos en su
campo, para los matar á todos, que serian más de cin-
cuenta hombres, y con los que le quedaban, retirarse
á la mar y procurar tomar algún navio, y tó*mar otra
derrota; y teniendo ya para efectuar su dañaSa volun-
tad, y desarmados los que pensaba matar, comuni-
cando su mala intención con otros sus amigos á quien
primero habia dado 2 cuenta desto, ellos, conosciendo
ya su perdición, y deseando acreditarse en algo para
se pasar al campo de Su Majestad, como después lo

1 que fué sábado, determinó, etc.
2 á quien primero no habia dado cuenta, etc.

— 177 —
hicieron, paresciéndoles que ya no tenian otro reme-
dio, se lo estorbaron por buenas razones, diciendo que
cómo se podian conoscer los sospechosos, si no era
cuál y cuándo; y que pensando que mataba á los tales,
por ventura mataria á los que le seguirían y serian
amigos; y, por el contrario, podría dejar vivos los que
le podian ser contrarios; y que lo juzgase por su capi-
tán Diego Tirado, que era uno de los en quien él
más fiaba 1 y se le habia huido; y que no era tiempo
de matar á nadie, porque, si mataba aquellos de quien
sospechaba, que los que quedasen vivos sospecharían
otro tanto, y que los habia de matar, y de temor
desto se le huirían todos, y que por donde pensaba
que acertaba podría errar. Y con esto, y con otras co-
sas que le dijeron, y sobre todo, la voluntad de Dios
que no consintió semejante crueldad, los dejó de ma-
tar; pero todavía quedó con voluntad de volverse
á la costa; y en esta determinación estaba. Y ansí,
guardando muy bien los arcabuces que habia quitado
á los suyos de quien tenia sospecha, y esto, porque,
ya que se pasasen al Rey, no llevasen arma con
que le dañasen, estúvose en el fuerte 2, sin salir del,
ni consentir que nadie saliese, tres dias. Fué desde
el viernes por la mañana, hasta el lunes, ordenando
su partida para la mar; y todos estos dias tuvo gran

i y le habia dejado el primero; y que otros que habia tenido y tenia
por sospechosos, le habian seguido, y podría ser que le fuesen buenos
amigos, y que no era tiempo de matar á nadie, etc.
2 estúvose sin salir del fuerte, desde que se le pasó Diego Tirado, que
fué viernes, por la mañana, hasta el lunes, sin consentir que nadie saliese
fuera, ni á buscar*comida, ni á otra cosa, ordenando su partida para la
mar, etc.

12

– i78 –

guardia de sus mayores amigos *, de los cuales tenia
por guardia y poco menos culpados que él en la dicha
tiranía, y otros de los que tenia desarmados por sos-
pechosos, que serian por todos quince ó veinte. Estos
dias se pasó gran hambre en el campo del tirano, que
como él no consentia que nadie saliese, por temor que
no se le huyesen, y para ir á buscar comida habian
de salir muchos juntos, porque siempre andaban á la
redonda del fuerte muchos de á caballo del campo de
Su Majestad, para los estorbar que no buscasen co-
mida, y para recoger 2 que no se le huyesen; por ma-
nera que, con la hambre, comieron aquellos dias en
el campo del tirano ciertos muletos y perros que ma-
taron, y aun se comieran las cabalgaduras, sino que
el tirano lo estorbó, porque las habia menester para
retirarse á la mar.
En este tiempo ?, de los soldados del tirano que
habian pasado aquellos dias al campo del Rey, fueron
avisados como el dicho tirano determinaba volverse á
la Burburata; y para saber si era verdad, salió el
Maese de campo con treinta ó cuarenta de caballo, y
se pusieron sobre el campo del tirano para ver lo que
hacían; y el lunes, por la mañana, que fueron veinte
y siete de Octubre del año de mil y quinientos y
sesenta y uno, teniendo el tirano desarmados gran
parte de su gente, y entre ellos algunos de sus capi-
tanes, y cargada ya su munición, y las armas en las
: porque nadie se le huyese; y con toda la diligencia que puso, se le
huyeron estos dias algunos de sus mayores amigos, de los que él tenia por
guardia, y poco menos culpados que él, etc.
2 los que se huian, por manera, etc.
3 En este tiempo, los del campo del Rey fueron avisados de ciertos
soldados que se pasaron al campo del Rey, etc.

— i79 —
cabalgaduras que allí tenian, quiso caminar hacia la
mar; pero ninguno de los suyos le quisieron seguir,
diciendo todos á una voz, que de noche era mejor
caminar, y que aguardasen á la noche; y tras esto los
desarmados comenzaron á decir que á dónde habian
de ir sin armas, y que no era bien acordado de volver
atrás; que les diesen sus armas y pasasen adelante,
que era lo mejor. Viendo el tirano sus voluntades,
deseándolos ya contentar, por probar si de aquella
manera le iria mejor, aunque ya era tarde para hacer
aquella prueba; y habiendo primero pasado entre él
y sus marañones algunos coloquios, en que sus mara-
ñones le respondían atrevidamente, y quejándose él
mucho de sus marañones que lo dejaban y se iban al
Rey, le respondió un Juan Jerónimo de Espíndola,
su Capitán, diciendo: que no tenia razón de quejarse
dellos; que si él cuando en la Margarita y Tierra-
Firme se le comenzaron á huir, los dejara, y no los
mandara buscar y ahorcar los que hallaba, que enton-
ces pudiera ver los que le quedaban, y qué era lo que
tenia en ellos, pero que él y sus amigos traian á los
más por fuerza, y que no se maravillase. A lo cual el
tirano respondió 1 que era verdad, aunque con harto
dolor de su corazón; y quiso matar al dicho Espíndo-
la, y no halló quien le ayudase á ello, porque los que
pudieran ayudarle, ya vian su perdición. Y luego el
tirano volvió sus armas á todos, y les dijo que se
hiciese como ellos lo quisiesen; y hubo algunos que
no las quisieron tomar, y el mismo tirano se lo fué á
rogar que las tomasen, y les pidió perdón diciendo

i A lo cual el tirano no respondió cosa, aunque con harto dolor, etc.

— i8o —

que un solo yerro bien se podia perdonar; como si
sólo en aquello hubiera ofendido á sus soldados; que
siempre los habia traido avasallados y abatidos y sin
libertad, que era lo que habia traido por apellido, ma-
tándolos y afrentándolos con obras y palabras; y al fin,
todos tomaron sus armas; y en este tiempo no hubo
ninguno que tuviese ánimo para le matar. Y luego
apareció sobre la barranca del fuerte el Maese de
campo de Su Majestad con la gente que traia, bien
cerca del tirano, á los cuales los del dicho tirano co-
menzaron á tirar arcabuzazos y hirieron en el pescuezo
al caballo en que venia el capitán Pedro Brabo 1; que
sola esta herida se rescibió en el campo de Su Majes-
tad. Y á esta hora, que seria poco antes de medio dia,
dijeron sus soldados al tirano que querian ir á trabar
una escaramuza con aquella gente que se les llegaba
muy cerca, y echarlos de alli; y el tirano se los salió
á mirar á la puerta del cercado. Y estando en esto,
su capitán Espíndola, tomando consigo algunos ami-
gos, á vista del2, so color de lo que habia dicho al ti-
rano, se comenzó á pasar á la gente del Rey, y se juntó
con el Maese de campo de Su Majestad, y tras él al-
guna parte de la gente que allí estaba; y el tirano, con
harto dolor y tristeza, los miraba cómo se iban; y tor-
nándose á entrar en su fuerte, halló que todos los
más que allí habian quedado se habian comenzado á

i Pedro Brabo de Molina.
2 á vista del tirano y de los demás, comenzó á decir á voces: «¡ Al Rey,
caballeros, al Rey!» Y se comenzó á ir hacia la barranca donde estaba
el Maese de campo con la gente, y tras él la mayor parte de la gente que
allí estaba, etc.

huir por una huerta saltando los bahareques y tapias
del fuerte; y viéndose con no más de seis ó siete de
los que decian ser sus amigos, y entre ellos un su
capitán Llamoso, le dijo el tirano: «Hijo, Llamoso,
¿qué os parece desto?» Y el Llamoso respondió: «Que
yo moriré con vuestra merced, y estaré hasta que nos
hagan pedazos.» Y el tirano volvió el rostro, y vido es-
tar un soldado, que hemos dicho que se habia señalado
en servir al Rey, que se decia Pedrárias de Almesto,
al cual le dijo el tirano: «Señor Pedradas, estaos
quedo, y no salgáis de aquí, que yo diré antes que
muera quién y cuántos han sido leales al Rey de Casti-
lla; que no piensen estos, hartos de matar á goberna-
dores y frailes y clérigos y mujeres, y robado los pue-
blos y quemádolos y asoládolos, y hecho pedazos las

i por una puerta de bahareques, que estaba en las espaldas del cer-
cado; y viéndose solo, sin ninguno de sus marañones, desesperado, rei-
nando el diablo en él, en lugar de arrepentimiento de sus pecados, hizo
una brava crueldad, mayor que las pasadas, con que echó el sello á todas
sus maldades, que fué dar de puñaladas á una sola hija que traia en el
campo, mestiza, y muy hermosa, y que se miraba en ella. Y cuando la
mató, dijo que la mataba porque no quedase entre sus enemigos, ni la
llamasen hija del tirano. Y á estas horas, andándose el dicho tirano
paseando por la casa donde posaba, dentro del cercado, desmamparado de
los suyos, llegaron algunos soldados desús marañones, de los que se le
habian huido antes, con otros del campo del Rey; y él, como los vido, se
rindió luego, y dio las armas á uno de sus marañones, llamado Custodio
Hernández, y muy su amigo. Y á este tiempo llegó el Maese de campo
Diego García de Paredes, con otros soldados que con él venian, y viendo
al tirano y á su hija cabe él llena de heridas, sabiendo quién era y cómo
la habia muerto, se espantaron todos de tan cruel hecho y lo afearon
mucho al tirano la maldad que habia hecho; el cual respondió lo que
digimos arriba y que tuvo por menos mal matarla que dejarla viva,
habiendo él de morir entre sus enemigos, y ser p… de todos. Y rogó el
tirano al Maese de campo que no le matase, etc. (Véasepág. i83, Un. n.)
Como se ve, también aquí está suprimido todo lo referente á la eficaz
intervención de Pedrárias de Almesto. (N. del E,)

— 182 —

cajas reales, que agora han de cumplir con pasarse á
carrera de caballo y á tiro de herrón al campo del Rey.»
Y el dicho Pedrárias, no hallándose seguro de las trai-
ciones de aquel, aguardó coyuntura, y como no tenia
armas, y estaban centinelas á la puerta del fuerte dos
arcabuceros, acordó de arremeter con una lanza que
allí estaba, y salir por la puerta dando voces: «¡al Rey!
¡al Rey!» y los que estaban guardando la puerta hicie-
ron lo mismo. Y luego los negros que estaban con su
General salieron diciendo al Pedrárias: «Señor, llévanos
al campo del Rey, porque no nos maten en el ca-
mino.» Y así, luego el tirano perverso, viéndose
casi solo, desesperado el diablo, en lugar de arrepen-
timiento de sus pecados, hizo otra crueldad mayor
que Jas pasadas, con que echó el sello á todas las
demás; que dio de puñaladas á una sola hija que
tenia, que mostraba quererla más que á sí. Y como
al dicho Maese de campo llegó el Pedrárias, y le
dijo del arte que quedaba el tirano, y vido que
venian con él todos los negros y las guardas que él
tenia puestas á la puerta del fuerte, tomando pares-
cer con el dicho Pedrárias que qué se haria, le res-
pondió que ir al fuerte y dar sobre él, y rendirle;
y así, el Diego García de Paredes, Maese de campo
de Su Majestad, mandó apear á uno de los que
allí venian en su compañía, y le dio el caballo al
dicho Pedrárias, y le dijo que fuesen ambos delante,
y los demás tras él, que serian como hasta quince
hombres de á caballo; y fueron de una arremetida al
fuerte, y el Maese de campo y el Pedrárias entraron
dentro, no con poco temor de la artillería, que pu-
diera estar el tirano con ella para dispararla en ellos;

— i83 —

y fué Dios servido que, como entraron, no habia el
tirano caido en ello, con su turbación; y allí se
apearon, y rindieron el tirano; el cual, como vido que
el Maese de campo y el Pedrárias echaron mano, y le
amagaban á dar con una espada, dijo: «¡Ah, señor Pe-
drárias! ¿qué malas obras os he hecho yo?» Y el Pedrá-
rias le comenzó á querer desarmar, y le quitó un capote
pardo con pasamanos que tenia sobre las armas; y
luego el Diego García de Paredes le quitó el coselete;
y luego llegó toda la gente de golpe, y allí hallaron á
los pies del tirano á su hija muerta á puñaladas. Y á
este tiempo rogó el tirano á Diego García de Paredes
que no lo consintiese matar de ninguno de sus mara-
ñones, y que lo oyesen primero, y lo llevasen al Go-
bernador y Capitán general, que queria hablar con
ellos cosas que convenían mucho al servicio de Su Ma-
jestad; pero dos de sus marañones, y no -poco cul-
pados \ que no se dirán sus nombres hasta que haya
oportunidad, como le oyeron decir estas palabras, por
temor de que no dijesen cosas que á ellos les dañasen 2
y condenasen, con los arcabuces que traian le tiraron
uno tras otro; y el primero arcabuzazo, que le dio algo
alto encima del pecho, habló entre dientes, no se supo
qué pudo decir; y luego como le tiraron el segundo,
cayó muerto sin encomendarse á Dios, sino como
hombre mal cristiano y, según sus obras y palabras,

i en la tiranía, ansí como le oyeron, etc.
2 y porque también el Maese de campo gustó dello; el uno dellos
llamado Custodio Hernández, y el otro Cristóbal Galindo, que traian dos
arcabuces cargados, le tiraron uno tras otro; y al primero arcabuzazo,
que le dio algo alto, encima del pecho, dicen que dijo: «No es éste nada;»
y al otro, que le dio por medio del pecho, dijo: «Este sí,» y así cayó luego
muerto, sin encomendarse á Dios, etc.

– i84 –
como muy gentil hereje, fundado en vanidad, porque
le paresció á él que en aquello consistía su buenaven-
turanza, en que le tuviesen más por animoso que
por cristiano, porque habia dicho muchas veces que,
cuando no pudiese pasar al Pirú y destruirle, y matar
todos los que 1 en él estuviesen, que á lo menos la fama
de las cosas y crueldades que hubiese hecho, que-
daría en la memoria de los hombres para siempre; y
que su cabeza seria puesta en un rollo, para que su
memoria no peresciese, y que con esto se contentaba.
Y 2 ansí, fué su ánima álos infiernos para siempre, y
del quedará entre los hombres la fama que del mal-
vado Judas, para blasfemar y escupir de su nombre,
como del más malo y perverso hombre que habia nas-
cido en el mundo 3.
Muerto, pues, el perverso tirano, le fué cortada
la cabeza 4 por uno de sus marañones, y no poco culpa –

i matar todos los que contra él fuesen, que á lo menos, etc.
2 Y así se cumplió á la letra, y su ánima fué á los infiernos, adonde él
decia muchas veces que deseaba ir, porque allí estaba Julio César y el
Magno Alejandro y otros bravos capitanes á este tono, y que en el cielo
que estaban pescadores y carpinteros, gente de poco brío. Él se fué á los
infiernos á tenerles compañía, á do estará para siempre, y del queda y
quedará memoria, etc.
3 Aquí en esta muerte deste cruel tirano no faltaron contemplativos
del campo del Rey que dijeron que el Maese de campo no acertó en
habello mandado matar, pudiendo tomarlo vivo y traerlo ante su Gober-
nador y Capitán general; y que lo hizo, lo uno por decir que él lo mató,
y lo otro, porque andaba disgustoso con el dicho Gobernador. Sea como
fuere, que el Maese de campo sirvió muy bien á Su Majestad en este caso,
con mucho cuidado, como se ha visto en esta historia, y es digno de que
Su Majestad le haga mercedes.
Muerto, pues, el tirano, le fué cortada la cabeza, etc.
4 y salió el Custodio Hernández al encuentro con ella al Gobernador y
Capitán general, que ya venian con toda la gente que habia quedado con
ellos; y luego mandó el Gobernador hacerle cuartos, y puesto en cuatro
palos por los caminos alrededor de Barequicimeto, y su cabeza, etc.

— i85 —

do, llamado Custodio Hernández, que fuese con
Pedrárias de Almesto á dar la nueva al Gobernador y
Capitán general, que venian con toda la gente mar-
chando hacia el fuerte, para que el dicho Pedrárias
dijese la nueva cierta de la muerte del tirano, y tam-
bién para que al campo del Rey viniese con menos
zozobra; y luego que llegó el dicho Pedrárias, fué
bien recibido por el Gobernador y todo su campo, y
contó lo que pasaba, de que se rescibió gran con-
tento; y luego vino todo el campo y dieron en el
fuerte donde estaba el perverso tirano muerto, y en
aquel suelo, todo arrastrado de los negros y indios; y
el gobernador Pablo Collado mandó recoger las armas
y municiones, y que le hiciesen cuartos al tirano, y
lo pusiesen por los caminos alrededor de Barchicimeto,
y así se hizo; y su cabeza fué llevada al Tocuyo, y
en una jaula de hierro fué puesta en el rollo, y la
mano derecha 1 á la ciudad de Mérida, y la izquierda á
la Valencia; y como si fueran reliquias de algún Santo,
que no sólo se cumplió lo que él solo habia profeti-
zado de sí, pero aun más de lo que él pretendía y
deseaba, para que todos se acordasen del y no peres-
cíese su memoria perversa. Y, cierto, me paresce que
fuera mejor echalle á los perros que lo comieran
todo, para que su mala fama peresciera, y más presto
se perdiera de la memoria de los hombres, como
hombre tan perverso, que deseaba fama adquirida
con infamia. Decia este tirano algunas veces, que ya
sabia y tenia por cierto que su ánima no se podia sal-

i y la mano derecha llevó el capitán Pedro Bravo á Mérida, y la
izquierda á la Valencia, etc.

— i86 —

var; y que estando él vivo, ya sabia que ardia en los
infiernos; y que pues ya no podia ser más negro el
cuervo que sus alas, que habia de hacer crueldades y
maldades por donde sonase el nombre de Aguirre
por toda la tierra y hasta el noveno cielo. Y otras ve-
ces decia que Dios tenia el cielo para quien 1 le sirviese,
y la tierra para quien más pudiese; y que mostrase el
Rey de Castilla el testamento de Adán, si le habia
dejado á él esta tierra de las Indias. Decia que no de-
jasen los hombres, por miedo de ir ai infierno, de hacer
todo aquello que su apetito les pidiese, que sólo el
creer en Dios bastaba para ir al cielo; y que no queria
él los soldados muy cristianos ni rezadores, sino que,
si fuese menester, jugasen con el demonio el alma á
los dados; y así, era enemigo de los que traian cuen-
tas ó horas, y se las quitaba y rompia, y no las con-
sentía traer, ni osaban rezar delante del.
Muerto el tirano ya dicho, un lunes, á los veinte
y siete 2 del año de mil y quinientos y sesenta y uno,
víspera de los gloriosos Apóstoles San Simón y Judas,
desde á seis dias que llegó á la Nueva Valencia 3 y
ciudad de Barchicimeto, habiendo mandado solo en
su tiranía desde veinte y dos de Mayo del dicho año,
que mató el tirano á D. Fernando de Guzman, su
Príncipe, hasta este dia que murió, que fueron cinco
meses y cinco dias, habiendo muerto más de setenta 4
hombres, y entre ellos frailes y clérigos y mujeres.

i para quien bien le sirviese, etc.
2 de Octubre.
3 que llegó á la ciudad de la nueva Segovia de Barequicimeto, etc.
4 más de sesenta hombres, y entre ellos dos frailes y un clérigo, y cua-
tro mujeres con su hija.

– i87 –
Viendo este dicho tirano, tres dias antes de su
muerte, que su gente se comenzaba á pasar al servicio
del Rey, y que podria 1 ser que, desbaratado contra
su voluntad, porque le paresció á él que en la Gober-
nación de Venezuela que hubiera poca resistencia, y
aunque no le esperaran, por la poca gente y armas
que hay en ella, como hombre que no se acordaba de
Dios, ni consideraba su gran poder, y que como
cuando él quiere abate los soberbios por mano de los
flacos y humildes, dicen que dijo: «Si yo tengo de mo-
rir desbaratado en esta Gobernación de Venezuela, ni
creo en la fé de Dios, ni en la secta de Mahoma, ni
Lutero, ni gentilidad; y tengo que no hay más de
nacer y morir.» Y así murió sin confesión, y á arcabu-
zazos, descomulgado de muchas excomuniones reser-
vadas al Papa, así por las muertes de los frailes y cléri-
gos r y un Comendador de Rodas, como por muchos
incendios de pueblos, iglesias y otras cosas en esta
Relación declaradas; habiendo dicho infinitas herejías,
sin ninguna muestra ni señal de arrepentimiento ni de
cristiandad; por donde se puede entender qué tal
estará su ánima, pues murió hereje descomulgado,
sin haber absolución de sus excomuniones.
Era este tirano Lope de Aguirre hombre casi de
cincuenta años, muy pequeño de cuerpo, y poca per-
sona; mal agestado, la cara pequeña y chupada; los
ojos que, si miraba de hito, le estaban bullendo en el
casco, especial cuando estaba enojado. Era de agudo
y vivo ingenio, para ser hombre sin letras. Fué

i y que podria aquí haber disbarate, contra su opinión, porque le
pareció, etc.

— i88 —

vizcaíno, y según él decia, natural de Oñate, en la
provincia de Guipúzcoa. No he podido saber quién
fuesen sus padres, más de lo que él decia en una carta
que escribió al rey Don Felipe, nuestro señor, en que
dice que es hijo-dalgo; mas juzgándolo por sus obras \
fué tan cruel y perverso, que no se halla ni puede
notar en él cosa buena ni de virtud. Era bullicioso y
determinado, y en cuadrilla era esto; y fué gran su-
fridor de trabajos, especialmente del sueño, que en
todo el tiempo de su tiranía, pocas veces le vieron
dormir, si no era algún rato de dia, que siempre le
hallaban velando. Caminaba mucho á pié y cargado
con mucho peso; sufria continuamente muchas armas
á cuestas: muchas veces andaba con dos cotas bien
pesadas, y espada y daga y celada de acero, y un
arcabuz ó lanza en la mano; otras veces un peto. Era
naturalmente enemigo de los buenos y virtuosos, y
ansí, le parecían mal todas las obras santas y de virtud.
Era amigo y compañero de los bajos é infames hom-
bres, y mientras uno era más ladrón, malo, cruel,
era más su amigo. Fué siempre cauteloso, vario y
fementido, engañador: pocas veces se halló que dijese
verdad; y nunca, ó por maravilla, guardó palabra que
diese. Era vicioso, lujurioso, glotón; tomábase mu-
chas veces de vino. Era mal cristiano, y aun hereje
luterano, ó peor; pues hacia y decia las cosas que he-
mos dicho atrás, que era matar clérigos, frailes, mu-
jeres 2 y hombres inocentes sin culpa, y sin dejarles
confesar, aunque ellos lo pidiesen y hubiese aparejo.

i no lo mostró, porque, etc.
2 mujeres, niños inocentes, y aunque los que mataba pedían confe-
sión, etc.

— 189 —

Tuvo por vicio ordinario encomendar al demonio su
alma y cuerpo y persona, nombrando su cabeza, pier-
nas y brazos, y lo mismo sus cosas. No hablaba pala-
bra, sin blasfemar y renegar de Dios y de sus Santos.
Nunca supo decir ni dijo bien de nadie, ni aun de sus
amigos: era infamador de todos; y, finalmente T, no hay
algún vicio que en su persona no se hallase. Residió en
Pirú este tirano más de veinte años. Su ejercicio y ofi-
cio era domar potros ajenos, y quitarles los resabios.
Fué siempre inquieto y bullicioso, amigo de revueltas
y motines; y así, en pocos de los que en su tiempo hubo
en el Pirú se dejó de hallar. No sé cosa notable en
qué habia servido á Su Majestad; solamente fué con
Diego de Rojas á la entrada de los Chunchos, y des-
pués que de allá salió 2, con el capitán Pedro Alvarez
Holguin, en favor de Vaca de Castro; y víspera de
la batalla de Chupas, se escondió en Guamanga, por no
hallarse en ella; y en el alzamiento de Gonzalo
Pizarro, aunque fué por alguacil de Verdugo, se
quedó en Nicaragua, y no volvió 3 hasta pasada la ba-
talla de Xaquixaguana, y muerto y desbaratado Pi-
zarro. Y después desto, se halló en muchos bandos y
motines que no hubieron efecto; y fué uno de los que
mataron al general Hinojosa, Corregidor y Justicia
mayor de las Charcas, con D. Sebastian de Castilla, y
se alzaron contra Su Majestad; y después de muerto
y deshecho el dicho D. Sebastian, este tirano, como
principal en su motin, anduvo muchos dias huido y
escondido; y llamado á pregones, y sentenciado á
1 se hallaban en él todos los vicios humanos.
2 salió, fué con el capitán, etc.
3 y no volvió á Pirú, etc.

— 190 —

muerte; y, ciertamente, no se escapara de las manos
del mariscal Alonso de Alvarado, que con gran dili-
gencia le buscaba á él y á otros muchos desta rebelión,
sino que sucedió el alzamiento luego de Francisco
Hernández Girón; por lo cual gozó de un perdón ge-
neral que los Oidores del Pirú dieron, en nombre de
Su Majestad, á estos y á todos los demás que se hu-
biesen hallado en éste ó en otros motines cualesquier,
y delictos que hobiesen cometido, con que se metiesen
debajo del estandarte Real, y sirviesen á Su Majestad
en la guerra contra el tirano Francisco Hernández
Girón. Y así éste, por gozar deste perdón, hubo de
ir por fuerza con el dicho Mariscal; y á este Aguirre
le hirieron una pierna. Era tan bullicioso y mal acon-
dicionado, que no cabia en ningún pueblo del Pirú; y
de todos los más estaba desterrado, y no le sabían
otro nombre sino Aguirre el loco. Estuvo asimismo
preso en el Cuzco, porque dijeron, y así fué verdad,
que él y á un Lorenzo de Calduendo 1 hacían cierto
motin para se alzar contra Su Majestad. Tuviéronlo
ya para ahorcar, y viéndose perseguido de todos, por
sus delitos y excesos, acordó de se venir á esta jorna-
da con el gobernador Pedro de Orsúa; y esto, más
por la fama que hubo en Pirú que Pedro de Orsúa
juntaba gente para se alzar, que no por deseo que
tuviese de entradas. Y llegado á los Motilones, como
él conosció que Pedro de Orsúa no era hombre de los
que él pensaba, y le halló tan servidor del Rey,
quiso concertar de matar allí á Pedro de Orsúa, y alzar
por general á D. Martin de Guzman 2, para que volvie-
1 que él después mató, como se ha visto atrás, hacían cierto motin, etc.
2 á D. Fernando de Guzman.

sen sobre el Pirú, como se ha dicho, que él lo trató
con un Gonzalo Duarte; y ansí él fué la causa princi-
pal de la muerte del gobernador Pedro de Orsúa, ma-
tando á todos los que tenemos dichos; y hizo las
crueldades y maldades que hizo, y otras muchas.
He querido contar esto tan á la larga, por causa que
este tirano publicaba que se habia alzado porque
habia servido á Su Majestad veinte y cuatro años en
Pirú, y que no habia habido renumeracion de sus ser-
vicios; para que los que esto viesen y supiesen,
entiendan qué tales fueron sus servicios, y el galardón
que merescia por ellos; y cómo Su Majestad y sus
ministros, de quien él se quejaba, se habian habido
con él harto benignamente, pues no le habian quitado
la vida, meresciendo tantas veces la muerte
FIN.

i Aquí termina el manuscrito J. 142; el J. 136 añade todo lo que sigue:
Acabado el disbarate deste tirano cruel y malo, el Gobernador y Ca-
pitán general y demás capitanes se fueron al Tocuyo, donde residían; y
los vecinos de Barequicimeto tornaron á reedificar su pueblo, y los de
Mérida también se fueron; de manera que quedó la tierra sosegada con
la muerte de tan mal hombre; y los tiranos que con él venian, se fué cada
uno á buscar su ventura: algunos quedaron en la dicha Gobernación,
otros pasaron al Nuevo Reino de Granada. No dejó de haber algunas pesa-
dumbres entre el Gobernador y Maese de campo sobre el despojo del
tirano, pero el General lo apaciguó todo con sus buenos medios, y hubo
paz. Después de algunos dias, el dicho Gutiérrez de la Peña, general que
era del campo del Rey, se avió para ir á España; y asimismo el Maese
de campo, llevando bastantes informaciones del servicio que se le habia
hecho á Su Majestad en esta gobernación de Venezuela en haber desba-
ratado un tirano tan malo y pernicioso; y lo quemas se ha de agradecer,
sin que costase muerte ninguna del campo del Rey, ni tampoco un real de
su Real caja, sino á su costa de los dichos vecinos, como leales servidores
de Su Majestad; porque en el Nuevo Reino de Granada se gastó cantidad
de moneda en hacer gente y armas para contra este tirano; y en la ciudad

de Santo Domingo lo propio; y vino el capitán Ojeda con gente á esta Go-
bernación, al puerto de Borburata; pero ya estaba desbaratado: pero no
por eso se debe de no tenerlo á mucho á los Señores de la Audiencia, que
tuvieron el cuidado que era razón.
Pues idos estos caballeros á España y dada la dicha relación, Su Ma-
jestad lo tuvo en mucho el servicio que se le habia hecho en la dicha Go-
bernación, y para remunerar al dicho General el trabajo que se habia
tomado en su servicio, dicen que Su Majestad le dijo que pidiese merce-
des; y se le dio la mariscalía de esta Gobernación, y más le dio Su Majes-
tad sus armas y las del tirano, que eran una bandera negra, con dos es-
padas sangrientas; y más le dio siete leguas de tierra, donde él quisiese
tomarlas, en los términos del dicho Tocuyo, y pudiese poner horca y cu-
chillo , como cosa propia suya. Al dicho Diego García de Paredes, Maese
decampo, le dio la gobernación de Popayan, perpetua; pero no la gozó,
porque viniendo á la servir, le mataron indios en la provincia de Cara-
cas (a), como se verá en su historia de la ciudad de la Nueva Segovia de
Barequicimeto. Fué á España uh hidalgo, que se decia Gonzalo délos
Rios, hombre de prendas, y soldado de los descubridores de esta Gober-
nación; á éste le dio Su Majestad la tesorería de esta Gobernación, perpe-
tua; y más le mandó dar para la iglesia de la dicha ciudad, ornamentos y
campanas, lo que fuese menester, atento que el tirano habia quemado la
iglesia de la dicha ciudad. Fué servicio éste que á Su Majestad se le hizo,
digno de remuneración, porque no tan solamente se sirvió al Rey, pero
muy mucho servicio se hizo á Dios, Nuestro Señor, el cual les dé el pago,
como siempre da á los que le sirven, que es su santo reino.
Esta relación hizo un soldado, llamado el bachiller Francisco Vázquez,
soldado del dicho tirano; uno de los que no quisieron jurar á Don Fernando
de Guzman por Principe, ni desnaturalizarse de los Reinos de Castilla, ni
negar á su Rey y señor. Puédesele dar crédito á todo lo que escribe, por-
que fué hombre honrado y de crédito; y vino con el dicho tirano hasta la
ciudad de Barequicimeto, donde mataron al dicho tirano; y siempre el ti-
rano le trató muy bien á él y á los demás que no quisieron ser en el rebe-
lión; y fué la causa, como hemos dicho, que primero que se rebelasen el
dicho tirano y el D. Fernando, amonestaron á todo el campo que el que
quisiese de su voluntad ser en el dicho rebelión, lo dijese, y el que no,
también, que allí no se les hacia fuerza; por la cual causa, los que fueron
rebeldes contra su Rey y señor, no tuvieron excusa, y son dignos de todo
castigo.

(a) Según Tamayo de Vargas, que parece haber tomado sus noticias de la His-
toria del Perú, de Patencia, diéronle muerte los caimanes en un rio. (Véase
página i3o, nota núm. i.) (N. del E.)

KUPRIENKO