Juan Bautista Pomar. Relación de Tezcoco
En 9 días del mes de marzo de 1582 años, siendo visorrey desta Nueva España el muy excelente señor don Lorenzo Juárez de Mendoza, conde de Coruña y alcalde mayor desta ciudad de Tezcuco y su provincia el muy ilustre señor Juan Velázquez de Salazar, se acabó esta relación de la descripción della por mí Juan Baptista de Pomar, conforme a la institución de S. M. que recibí del señor alcalde mayor, escripta de molde, con otra del mismo tenor que antes había recibido de Alonso Villanueva Cervantes, su antecesor; la cual se hizo con la verdad pusible y habiendo primero hecho muchas diligencias para ello, buscando indios viejos y antiguos inteligentes de lo que en la dicha institución se contiene, buscando cantares antiquísimos de donde se coligió y tomó lo más que se ha hecho y escrito: y si en el discurso no se desmenuza y especifica lo que significaban algunas cosas de sus dioses y ídolos y cerimonias, antigüedades y costumbres, no se atribuya a descuido y negligencia, sino a que no se ha podido saber más, porque aun cuando hay indios viejos de a más de ochenta años de edad, no saben generalmente de todas sus antigüedades, sino unos uno y otros otro; y los que sabían las cosas más importantes, eran los sacerdotes de los ídolos, y los hijos de Nezahualpiltzintli, rey que fue desta ciudad y su provincia, son ya muertos; y demás desto faltan sus pinturas en que tenían sus historias, porque al tiempo que el marqués del Valle don Hernando Cortés con los demás conquistadores entraron la primera vez en ella, que habrá sesenta y cuatro años, poco más o menos, se las quemaron en las casas reales de Nezahualpiltzintli, en un gran aposento que era el archivo general de sus papeles, en que estaban pintadas todas sus cosas antiguas, que hoy día lloran sus descendientes con mucho sentimiento, por haber quedado como a escuras sin noticia ni memoria de los hechos de sus pasados; y los que habían quedado en poder de algunos principales, unos de una cosa y otros de otra, los quemaron de temor de don fray Juan [de] Zumárraga, primer arzobispo de México, porque no los atribuyese a cosas de idolatría, porque en aquella sazón estaba acusado por idólatra, después de ser bautizado, don Carlos Ometochtzin, hijo de Nezahualpiltzintli, con que del todo se acabaron y consumieron; y así ha hecho mucha falta para hacer copiosa esta relación, y tanto más se ha trabajado de buscar y escudriñar lo que se ha hecho; de manera que si en ello pareciere faltar algo y quedar en otras corto, se atribuya a lo dicho y no a falta de diligencia. Lo cual es lo que sigue:
[(XI) En los pueblos de los indios solamente se diga lo que distan del pueblo en cuyo corregimiento o jurisdicción estuvieren, y del que fuere su cabecera de doctrina, declarando todas las cabeceras que en la jurisdicción oviere, y los subjetos que cada cabecera tiene, por sus nombres.]
En cuanto a satisfacer y responder a la dicha instrucción, será desde el capítulo 11, por la orden y forma dellos; y así digo que esta ciudad de Tezcuco de que se ha de tratar, es pueblo poblado de indios, y una de las tres cabeceras de la Nueva España, y como tal está encomendada a la Corona Real; la cual en tiempo de su gentilidad alcanzó y tuvo grande y extendida jurisdicción en que entraban muchas tierras, pueblos y provincias: corría prolongado desde el Mar del Norte a la del Sur, con todo lo que se comprende a la banda del oriente hasta el puerto de la Vera Cruz, salvo la ciudad de Tlachcala y Huexutzinco; y de presente la tiene tan corta y estrecha, que no pasa de diez leguas por lo más largo, y de travesía apenas tiene dos. Cae en la jurisdicción y gobierno de los virreyes desta Nueva España, y es uno de los más honrosos cargos que proveen, y así lo han dado siempre a personas tales; y es cabecera de dotrina tan solamente del pueblo de Tetzoyucan, por no tener frailes ni otros que lo administren, y así es a cargo de los frailes franciscos deste convento; y en cuanto a la jurisdicción de los alcaldes mayores della, entran los pueblos de Huexutlan, Cohuatlichan, Chiauhtla, Tetzuyuca, que son de la Corona Real y pueblos de por sí, y que tienen gobernadores, alcaldes y justicias y regimiento, sobre los cuales no tiene el gobierno de los indios desta ciudad ninguna jurisdicción ni superioridad, si no es a los llamamientos generales, cuando se ofrecen negocios que tratar o hacer por mandamiento del virrey o audiencia real. En tal caso, no sólo ellos, obedécenle todas las provincias que tenla por sujetos en su antigüedad, aunque esto acontece raras veces.
[(XII) Y asimesmo lo que distan de los otros pueblos de indios o de españoles que en torno de sí tuvieren, declarando en los unos y los otros a qué parte dellos caen; y si las leguas son grandes o pequeñas, y los caminos por tierra llana o doblada, derechos o torcidos.]
Tiene esta ciudad Tezcuco a México a la banda del poniente a distancia de tres leguas, porque sólo esto hay por vía derecha por la laguna que está entre ambas ciudades, en medio de la cual termina la una con la otra, corriendo la línea y mojonera de norte a sur. Navégase por ésta en canoas, de la una ciudad a la otra; y para ir de Tezcuco a México por tierra hay dos caminos: el uno es saliendo hacia el norte y dando vuelta sobremano Siniestra, bajando la dicha laguna: es camino de siete leguas, llano y que se anda con carros; y queriendo ir por la parte del sur, a la ribera de la dicha laguna y bojando por mano derecha, hay espacio de ocho leguas, llano y de carros, y mas apacible por la frescura de las fuentes de agua dulce de los pueblos por donde se pasa. El pueblo de Chiauhtla cae de Tezcuco a la parte del norte, a menos de media legua, y otro tanto más adelante por la propia vía está el pueblo de Tetzoyucan, visita de la doctrina de los frailes de esta ciudad y a una legua de ella está el pueblo de Tepetlaoztoc, que tiene en encomienda el br. Juan Velázquez de Salazar. Entre el norte y el oriente y por la parte del sur tiene a Huexotla; dista de ella menos de media legua, y adelante, por la propia derecera, está Cohuatlichan como media legua. Camínase a todos ellos por caminos muy llanos y derechos, a pie y a caballo, aunque con trabajo, especialmente en tiempo de aguas, por la aspereza de la serranía que se atraviesa en medio.
[(XIII) Ítem, lo que quiere decir en lengua de indios el nombre del dicho pueblo de indios, y por que se llama así, si hubiere que saber en ello; y cómo se llama la lengua que los indios del dicho pueblo hablan.]
Está de la ciudad de Tezcoco, a la parte del oriente a una legua, un pequeño cerro que antiguamente se llamó Tetzcotl, lengua chichimeca de una generación de indios bárbaros, como alárabes de África, que primero hollaron y poblaron esta tierra y su comarca, venidos de hacia los Zacatecas, de donde son agora las minas más famosas desta Nueva España por su riqueza, y aun por la valentía de los indios dellas, que a opinión de hombres prácticos de naciones extranjeras son los mayores flecheros del mundo; y que después sobreviniendo los culhuaque, generación mexicana, poblando donde está agora esta ciudad, y corrompiendo el vocablo Tezcotl llamaron a la ciudad Tezcoco, se derivó de Tezcotl, y al cerro llamaron Tezcotzinco, nombre diminutivo, tomándolo por cosa pequeña, como lo es a respeto de otros cerros mayores, de suerte que Tetzcotl, puede ser verbo chichimeco. No se ha podido saber su verdadero significado, porque los chichimecas que primero le pusieron el nombre no sólo se han acabado, pero no hay memoria de su lengua ni quien sepa interpretar los nombres de muchas cosas que hasta agora en aquella lengua se nombran; y si dellos se trata en algunas pinturas y carateres, es para solamente los linajes y abolorios de los señores naturales desta tierra, que se jactan y precian de proceder dellos. Así que acabados o convertidos en culguaque usaron su lengua, que es la misma mexicana, y después andando el tiempo, llamaron a la comarca de la ciudad y su provincia Aculhuacan, en memoria de los chichimecas sus primeros pobladores, porque era gente más dispuesta y alta de los hombros arriba que los culhuaque, porque acol quiere decir «hombro», de manera que por aculhuaque se interpreta «hombrudos», y así nombraron a esta provincia Acolhuacan, que es tanto como decir tierra y provincia de los hombres hombrudos; y por la misma razón al lenguaje que generalmente en toda esta provincia hablan llamaron acolhuacatlatolli; y porque de culhuaque a aculhuaque hay mucha semejanza, y no se tome lo uno por lo otro, y por[que en] esto [no] haya error, se advierte que, como se ha dicho, aculhuaque son los chichimecas hombrudos y culhuaque son los advenedizos del enero mexicano, tomando la denominación de su nombre de Culhuacan, pueblo de donde vinieron de la parte del poniente: y el significado del de Huexutla es de «Lugar donde hay sauces», porque huexutl es sauz; y Cohuatlichan quiere decir «Casa de culebra». y que hay en este pueblo una cueva donde antiguamente se halló una de extraña grandeza, por cuyo respecto el pueblo tomó este nombre; y Chiauhtla, que quiere decir «Cenegado», se llamó así por las ciénegas que en él hay; y Tetzuyucan por un genero de piedra colorada, esponjosa y liviana que se llama tetzontli, la mejor que hay en esta tierra para edificar; y Tepetla y oztoc por las cuevas, de estos dos nombres se compone el del pueblo. Calpulalpa se interpreta por lugar y tierra de muchos barrios. Y así parece que Nezahualcoyotzin, rey que fue desta ciudad y su provincia, repartió aquella tierra entre los indios de seis barrios que en esta ciudad hay, llevando de cada uno cantidad de ellos a la poblar. Mazaapan se nombró así porque quiere decir en nuestro romance «Agua de venados». Yahualiuhcan por un cerro redondo en cuya falda están asentados y poblados los indios.
[(XIV) Cuyos eran en tiempo de su gentilidad, y el señorío que sobre ellos tenían sus señores, y lo que tributaban, y las adoraciones, ritos y costumbres, buenas o malas, que tenían.]
La ciudad de Tezcuco, con todas sus tierras, pueblos y provincias fue de los reyes de ella casi de mil años a esta parte, y aunque en su señorío hubo mucha variación y mudanzas, como hay en todas las cosas de esta vida, al fin cuando a ella llegó don Hernando Cortés y los demás conquistadores halló que la poseía Cacamatzin, último rey de ella, hijo de Nezahualpiltzintli, de la sangre y estirpe real de los chichimecas; y porque éste no reinó más que tres años y por haber sido, muy vicioso, no se tratará de él en esta relación, sino de Nezahualpiltzintli, su padre, y de Nezahualcoyotzin, su abuelo, porque con éstos irá muy acertada, por haber sido hombres muy virtuosos, y que redujeron a sus vasallos en buenas costumbres y modo honesto de vivir, como se dirá en su lugar. Y así el señorío que sobre ellos tuvieron se fundaba sobre muchas razones, y principalmente sobre tres. La primera porque los chichimecas que primero asentaron en esta tierra traían señor y rey natural, del cual procedieron los demás sus sucesores, heredando de padre a hijo el reino, y en este tiempo se conservó con otro mayor; porque todas las más naciones que hay en esta provincia son advenedizas, especialmente los culhuaque; y porque los señores chichimecas en cuyos tiempos llegaron los dejasen asentar y poblar, se les sometieron por vasallos como eran los chichimecas sus naturales. Y la otra, porque el tiempo adelante generalmente se rebelaron contra Ixtlilxochitl, padre de Nezahualcoyotzin, en favor de Tetzotzomoctli, señor de Azcaputzalco, su enemigo, al cual después de habelle mucho tiempo perseguido, en que pasaron muchos trances, lo mataron, y sojuzgados después, Nezahualcoyotzin, su hijo, con fuerza de armas y favor de los chalcas, ganó el imperio verdadero que sobre ellos tuvo, aunque después de allanados los trató humanamente, olvidando el rigor de la justicia que su rebelión y malicia merecían, con ellos usando de mucha clemencia, causa bastante para amarle y temerle, como realmente lo hicieron, y lo mismo a su hijo Nezahualpiltzintli. Estos le dieron leyes y ordenanzas con que se gobernasen y viviesen conforme a razón y pulicía cuyos tiempos llamaron ellos bienaventurados, por la mucha moderación con que los gobernaron, que duraron ochenta y tres años, que fue el tiempo que reinaron estos dos. Y así nunca acaban de decir bien de ellos, especialmente cuando padecen aflicciones y trabajos. Tenían sobre ellos dominio absoluto, pues estaba en su mano la muerte y la vida de ellos, y así de los demás señores sus inferiores; aunque estos dos príncipes, padre e hijo, siempre usaron de rectitud y justicia, como se colige de sus hechos y obras en paz y guerra, que están olvidadas por falta de letras, que según son las cosas que de ellos cuentan, especialmente de Nezahualcoyotzin, no merecían estar sepultadas. Estimaron en mucho a los virtuosos, y mas si eran valientes, y por esto les daban grandes premios y subían a grandes dignidades, y por la misma razón castigaban a los que erraban y excedían, viviendo viciosa y torpemente, aunque fuesen sus propios hijos, como por experiencia se vio en la justicia que de alguno de ellos hicieron, que se contará en su lugar. Era en su mano la paz y la guerra, y tan temidos y amados, que se averiguó que generalmente deseaban sus vasallos morir por ellos y por su servicio, en señal de amor; y así en casos de guerra que en su tiempo hubo se vio por experiencia. Era tan grande su potencia que se extendía hasta en aquellas cosas que ellos tenían por sagradas y divinas, eligiendo sacerdotes para el servicio de sus ídolos, y los quitaban cuando les parecía convenía, y ponían otros de nuevo; y finalmente hacían todo lo demás que a su culto y religión era menester. Lo que les daban de tributo era de los frutos naturales de cada tierra, dando cada indio la parte que le cabía conforme a la hacienda que poseía, si era mercader u oficial; y si labrador al respecto de las tierras que labraba, de manera que tributaban tan moderado que había muchos muy ricos y descansados. Los de las costas del Mar del Sur les daban oro en polvo, tejuelos, barretillas, bezotes y orejeras de lo mismo, y esclavos y plumajes ricos azules, muy estimados entre ellos, traídos por vía de rescate de las provincias de Huatimala. Dábanles cacao y algodón en capullo, miel blanca de abejas, ají de diferentes suertes, rodelas, vestimentas y arreos de guerra, y en cada uno de los pueblos una grande sementera de maíz, el cual cogido, quedaba en depósito en ellos mismos para el gasto ordinario de los mayordomos que en servicio del rey estaban en ellos. Los cuales tenían libertad de distribuir parte de ello, haciendo merced en nombre del rey a los que por algunos respetos lo merecían, de manera que estos mayordomos, que llamaban calpixque eran los que en cada pueblo administraban estas rentas y tributos, acudiendo con lo principal a su rey. Los de las costas del norte daban los mismos tributos, salvo la plumería rica porque no la alcanzaban; y los pueblos y provincias más cercanas daban su tributo en mantas, camisas, nahuas muy buenas de muchas y varias hechuras y colores, y sementeras grandes que hacían de maíz y otras semillas, sirviendo personalmente por su tanda y rueda en sus edificios, sin ninguna paga más que la comida, que les daban muy abastadamente los mayordomos que en cada pueblo había. Tenían cuidado de buscar y comprar, de las rentas que entraban en su poder, de las piedras ricas que podían haber, como era chalchihuites, que son unas piedras muy verdes que nosotros llamamos madre de esmeraldas o topacios, que eran los más estimados de ellos, y turquesas y esmeraldas, de las cuales hasta hoy no se ha hallado ningún minero ni nacimiento. Enviábanlas a su rey por la cosa más principal que le podían enviar, y así era la verdad, porque entre las riquezas de ellos estas piedras eran las de más valor. En lo que toca a la opinión a sus adoraciones hay mucha variedad; pero la opinión que más cerca de la verdad ha llegado, es que tenían muchos ídolos, y tantos, que casi para una cosa tenían uno, a los cuales adoraban y hacían sacrificios; y para entender cuáles y qué tales eran, se irá declarando lo mejor y más concertadamente que sea posible, y no se tratará de todos, porque sería dar en un infinito, sino de sólo tres que eran los que ellos tenían por más principales, y por el más supremo a Tetzcatlipuca y luego a Huitzilopochtli y luego Tlaloc. Tezcatlipuca que quiere decir «Espejo que humea», era hecho de madera, a la figura y semejanza de un hombre, con todos sus miembros y de la mejor proporción que el artífice que lo hacía podía. Tenía de los molledos abajo, hasta las manos, tiznados de negro y espejuelo, que es un género de metal reluciente que llaman los indios tezcapoctli, de donde se entiende se compuso el nombre de este ídolo. Tenía las piernas, de los medios muslos abajo, embijados de lo mismo: el rostro de hombre mozo y muy bien contrahecho, y una máscara con tres vetas de espejuelo y dos de oro que le atravesaban el rostro, con un bezote de caracol blanco y dos orejas grandes, como de lobo, de nácar muy reluciente, y debajo de ellas las otras que parecían propias, con sus orejeras de oro, y en la cabeza mucha plumería rica, y por collar tres sartas de piedras preciosas, que ellos llamaban teoxihuitl y nosotros turquesas, y por bajo de ellas un joyel de oro, que significaba el mundo, a lo menos hasta los fines de la tierra donde terminaban con la mar, porque hasta aquí entendían ellos que era el espacio y término de él. Tenía en cada molle o un brazalete de oro, y cubierto el cuerpo, hasta la horcajadura, con una manta de plumas de águila sembrada de hojas de oro, y un lienzo con los extremos muy galanamente labrados, que parece servía de pañete, con unas grebas de oro en las pantorrillas, y cascabeles de lo mismo en las gargantas de los pies. En ellos unas cutaras, y por bordón en la mano derecha una flecha grande con sus plumas y pedernal, que llamaban ellos teotopilli, que se interpreta «bordón divino o de Dios», y en la izquierda un ventador de plumas de garza y cuervo, y un instrumento como pífano, y por asiento un estrado de grandes flechas, y a los lados unos como tabiques o setos; él con el adorno que hemos dicho y como aquí va pintado, estaba en un cu y templo de esta ciudad, en un barrio de seis que hay en ella, que se llama Huiznahuac, en donde era frecuentemente adorado y servido con muchos sacrificios de hombres y ofrendas de todo género de cosas, y en especial de copal, que es un genero de incienso que hay en esta tierra. A éste representaba siempre a la continua un indio de los prisioneros que eran habidos en guerra, que fuese valiente, de Huexotzinco o de Tlaxcalla, porque estos comúnmente eran más estimados de valientes que ninguno de las otras naciones. Tenía por oficio, de media noche para adelante, andar libremente por la ciudad, y aun alargarse media legua de ella y más, con sólo dos hombres que le daban por criados, que iban tras él apartados un tiro de piedra, despertando la gente con el ruido de los cascabeles y del pífano que tocaba de cuando en cuando; y luego que lo sentían, cada uno en su casa tomaba unas brasas en un brasero, y en ellas echaba del incienso que hemos dicho, y con el humo de él incensaba hacia la parte de oriente, y luego hacia el poniente y sur y norte; y el que podía le salía al encuentro y lo incesaba en reverencia de lo que representaba; y cuando era cerca del día se recogía de manera que no le tomase la luz fuera del templo, haciendo esto de continuo sin faltar noche ninguna, y lo que se desvelaba de noche dormía de día. Andaba vestido con semejantes arreos que los del ídolo, salvo la plumería de la cabeza y manta. Tenía licencia de ir las veces que quería a la plaza y mercado, y subirse a lo alto de un pequeño cu que estaba en él, sin hacer otro efecto más que estarse un rato por su contento, y volverse a su templo. Traía una manta de red y el cabello afeitado, en la forma que va pintado en esta relación, que para que se entendiese mejor se pintaron dos: el uno de la propia forma que era el mismo ídolo y estatua, que es el primero, y el otro de la propia forma que andaba el prisionero que lo representaba, que es el segundo; el cual, cuando era día de fiesta, o cuando había de ser sacrificado, que en esto venía a parar el desventurado, se componía de semejantes arreos que los del ídolo. El otro, que se llamaba Huitzilopuchtli, era también de madera, como aquí va pintado, semejante a un hombre mozo, muy bien retratado, con unas plumas ricas por vestimenta, y manta de lo mismo con tres sartas de chalchihuites, de los que hemos dicho, a la garganta, y un joyel de turquesas en el pecho, engastadas en oro con cascabeles de lo mismo, y en el rostro con dos vetas de oro y otras dos de turquesas, sutilmente labradas y compuestas, y un bezote de caracol blanco, con orejeras de turquesas, y plumería de águila por cabellera, con un capelete de plumas azules adornado de ciertas estampas de oro, y a las espaldas una compostura de plumería a la semejanza de la cabeza de un pájaro pequeño que se cría en esta tierra, que se llama huitzitzili, que significaba el nombre del ídolo: porque del nombre de este pájaro y de cosa izquierda, que en su lengua se dice opochtli, se componía el nombre de este ídolo. Tenía una rodela en la mano izquierda, de plumería, con unas hojas de oro que atravesaban por medio de ella. Tenía sus grebas de oro con sus cascabeles, con cutaras azules, y un pañete con los extremos muy sutilmente tejidos de diversos colores: las piernas veteadas de tinta azul, y en la mano derecha una flecha larga con casquillo de pedernal, arma antigua de los mexicanos, que se tiraban con un artificio pequeño como cruz que tenía en la mano. Y por asiento y estrado lo propio que Tezcatlipoca. A éste no representaba nadie si no era el rey. Cuando moría lo componían de semejantes ornatos, y con ellos quemaban el cuerpo hasta hacerse ceniza, de lo cual se tratará adelante. El otro, llamado Tlaloc, que dizque quiere decir abundador de la tierra, era ídolo de las lluvias y temporales, y también era compuesto de madera, al talle y estatura de un hombre; y todo su traje y vestidura significaba a lluvias y abundancia de frutos. El cuerpo tenía tiznado y untado de un licor de un árbol que llamaban olli, de que hacían las pelotas con que jugaban, y nosotros lo llamamos batey, que es lengua de las islas de Santo Domingo. Tenía en la mano derecha una vara de oro volteada que significaba el relámpago, y en la izquierda una rodela de pluma con guarnición de nácar por encima a manera de red, y sobre las vestiduras, que también eran de plumas azules, tenía la misma guarnición con la orladura de cierta labor tejida de pelos de liebre y conejo, a manera de medias cañas. El rostro era de una figura feísima que ellos en sus pinturas y caracteres figuraban por las lluvias, con una larga cabellera y un grande capelete de plumería blanca y verde, que significaban los frutos verdes y frondosos, y de aquella una sarta de chalchihuites, con grebas de cuero en las piernas, y por asiento un estrado de madera con almenas a la redonda, como por él parece pintado aquí; el cual no tenía indio que lo representase. El templo principal de estos ídolos Hultzilopuchtli y Tlaloc estaba edificado en medio de la ciudad, cuadrado y macizo como terrapleno de barro y piedra, y solamente las haces de cal y canto. Tenía en cada cuadro ochenta brazas largas, y de allí veintisiete: tenía ciento y sesenta escalones a la parte de poniente por donde a él se subía. Comenzaba su edificio desde sus cimientos de tal forma, que como iba subiendo se iba disminuyendo y estrechando de todas partes en forma piramidal, y de trecho a trecho hacía un descanso como poyo alrededor de todo él, como camino de un estado, en medio de las gradas, que subía de abajo arriba hasta la cumbre, que era como división para hacer dos subidas que entrambas iban a parar en un patio que en lo más alto de él se hacía, en donde había dos aposentos grandes, el uno mayor que el otro: en el mayor, que estaba a la parte del sur, estaba el ídolo Huitzilopuchtli, y en el otro, que era el menor, que estaba a la parte del norte, estaba el ídolo Tlaloch, que ellos y los aposentos miraban a la parte del poniente, y por delante el patio que se ha dicho, prolongado de norte a sur, muy llano y lucido, y tan capaz que cabían en él sin pesadumbre quinientos hombres; y al un lado de él hacia la huerta del aposento mayor de Huitzilopuchtli, una piedra levantada de una vara en alto, con lo alto e ella al talle de un cofre tumbado, que nombraban techcatl donde sacrificaban los indios. Estos ídolos estaban sentados, sin embargo, de que se han pintado parados, porque se ha hecho para dar mejor a entender su forma, talle y compostura. Tenía cada aposento de éstos tres sobrados que se mandaban por de dentro de uno en otro con una escalera de madera movediza. Teníanlos llenos de munición de todo género de armas, especialmente de macanas, rodelas, arcos y flechas, lanzas y guijarros y todo género de vestimentas y arreos de guerra; y para que se entienda mejor el talle y forma que este cu tenía, va también pintado en esta relación. El cu de Tezcatlipoca, ídolo principal, estaba, como se ha dicho, en el barrio de Huiznahuac, mucho mas pequeño, pero de la misma hechura, salvo que no tenía división en las gradas. Averiguóse que Nezahualcoyotzin dejó estar en este barrio a este ídolo a contemplación de los indios de él, a cuyo cargo era el guardario, porque sus antepasados lo habían traído al tiempo que a esta tierra vinieron, en la forma que adelante se dirá. Tenía también este templo encima de la casa del ídolo otros tres sobrados adonde asimismo se guardaba la munición que se ha dicho. Hallóse que Nezahualcoyotzin fue el primero que recogió a este ídolo de diversas partes de todos los barrios de esta ciudad en donde estaban derramados en muy pequeños cues y templos, y les hizo el grande que se ha hecho relación y otros muchos, dentro de un cercado muy grande. Junto al cu y templo mayor había una sala y aposento que llamaban tlacatecco, que se interpreta por casa de hombres de dignidad, en donde se guardaban por cosas principalísimas y divinas dos envoltorios o líos de muchas mantas muy ricas y muy blancas, el uno del ídolo de Tezcatlipoca, y el otro de Huitzilopuchtli. En el de Tezcatlipoca estaba un espejo de alinde(1) del trabajo y compás de una media naranja grande, engastado en una piedra negra tosca. Estaban con ella muchas piedras ricas sueltas, como era chalchihuites, esmeraldas, turquesas y de otros muchos géneros, y la manta que estaba más cercana del espejo y piedras era pintada de osamenta humana. Dicen que en este espejo vieron muchas veces al Tezcatlipoca en la forma que se ha dicho y pintado, salvo el adorno de plumería que a su estatua después se añadió, y que de aquí tomó el nombre de Tezcatlipoca, y que cuando vinieron los antepasados de los del barrio de Huiznahuac, que eran culhuaque de Culhuacan, provincia de esta Nueva España en el gobierno de Guadalajara, venía hablando con ellos este espejo en voz humana, para que pasasen adelante y no parasen ni asentasen en las partes que viniendo pretendieron parar y poblar, hasta que llegaron a esta tierra de los chichimecas aculhuaque, donde llegados no les habló más, y por eso hicieron en ella su asiento, de permisión de Quinantzin, señor que era de los chichimecas, y antecesor de Nezahualcoyotzin, y no se halla que después acá les hablase más, salvo que algunas veces lo veían en sueños y mandaba algunas cosas que después hacían; eran los sacerdotes de su templo que estaban en su guarda y servicio, y que esto era muy raras veces. El otro lío de Huitzilopuchtli era de otra burlería de menos fundamento que estotro, porque era de dos púas de maguey, planta muy conocida en esta tierra por su gran provecho y utilidad para la sustentación humana, que estaban atadas y envueltas en muchas mantas, y que los culhuaque que se llamaban mexica lo trajeron antiguamente de la misma provincia de Culhuacan, y no dan ni se halla razón alguna por qué estas púas fuesen tenidas por cosa sagrada, ni que en su virtud se hubiesen hecho algunos engaños o cosas milagrosas, como el lío o espejo de Tezcatlipoca, más de que sus antiguos le hicieron la estatua que hemos dicho y pintado, llamándole Huitzilopuchtli, según y de la forma que lo tenían antiguamente en su provincia de Culhuacan. El ídolo y estatua llamado Tlaloch es más antiguo en esta tierra, porque dicen que los mismos culhuaque le hallaron en esta tierra, y no haciendo caso de él los chichimecas, ellos le comenzaron a adorar y reverenciar por dios de las aguas. Estaba en el monte mayor y más alto de esta ciudad, a la parte de levante de la gran serranía y cordillera del volcán de Chalco, cosa muy conocida y famosa en esta tierra, y de que en la descripción de Chalco y Huexotzinco se habrá dado razón por los que han hecho las relaciones. Llamóse este cerro donde antiquísimamente estaba este ídolo Tlaloc, de manera que el ídolo se llamaba Tlaloc, y el cerro y montaña lo mismo. Estaba en lo más alto de su cumbre: era de piedra blanca y liviana, semejante a la que llaman pómez, aunque algo más dura y mas pesada, labrado a la figura y talle de un cuerpo humano, sin diferencia ninguna. Estaba sentado sobre una loza cuadrada, y en la cabeza, de la misma piedra, un vaso como lebrillo, bien proporcionado y capaz de caber en él como seis cuartillos de agua. Tenía dentro, de aquel licor llamado ollí, de que ya se trató: estaba derretido como pez cuando la cuecen, salvo que aunque frío y helado no se torna a endurecer y en él había de todas semillas de las que usan y se mantienen los naturales, como era maíz blanco, negro, colorado y amarillo, y frijoles de muchos géneros y colores, chia, huautli y michhuautli, y ají de todas las suertes que podían haberlos que lo tenían a cargo, renovandole cada año a cierto tiempo. Estaba el ídolo el rostro al oriente. Hacíanle sacrificios de niños inocentes, cada año una vez, como en su lugar se dirá. No saben dar razón [de] quién lo labró, ni por qué lo adoraban por dios de los temporales, más de que por algunas inteligencias hay sospechas que lo hicieron un género de gentes que llamaron tulteca, que hubo antiguamente en esta tierra, que se despoblaron de ella muchos años antes que los chichimecas la tornasen a poblar. Dicen que Nezahualcoyotzin por reverencia de este ídolo hizo el otro de que se ha tratado, poniéndolo en el cu y templo principal de esta ciudad, en compañía de Huitzilopuchtli que Nezahualpitzintli, su sucesor, por mejorar al ídolo de piedra que estaba en el monte, mandó hacer otro mayor, de piedra negra y más dura y pesada, de la grandeza y estatura de un cuerpo humano, y quitar el antiguo y poner éste en su lugar. Y que andando el tiempo fue echo pedazos por un rayo que dio en él, y atribuyéndolo a milagro, tornaron a poner el otro antiguo, desenterrándolo de donde lo tenían enterrado cerca de allí; y a éste hallaron en tiempo de don fray Juan Zumárraga, primer arzobispo de México, pegado el un brazo con tres gruesos clavos de oro y uno de cobre: que haciéndolo pedazos por su mandado se los quitaron. En lo que toca a sus ceremonias y sacrificios, lo que se ha podido sacar de raíz, investigando la verdad de ello, es que el sacrificio de hombres a estos ídolos, que fue invención de los mexicanos en esta manera: que después que los señores chichimecas de Azcapotzalco los dejaron asentar y poblar adonde ahora es la ciudad de México, con título de sus vasallos, andando el tiempo y emparentándose con hombres principales y señores de la tierra, por causas que en sus historias se cuentan, se rebelaron contra sus señores, y de tal manera, que tomando las armas contra ellos, en poco tiempo los sojuzgaron, y que por honrar más a sus ídolos los hicieron sacrificios de nombres, de los que en la prosecución de esta guerra y rebelión prendían, en señal y agradecimiento de sus victorias, para tenellos más gratos y favorables, pareciendoles que ningún sacrificio les sería más apacible que de aquellas cosas que más valor y estimación tuviesen; y como ninguna cosa sea de tanto precio como el hombre, y más si es habido y preso en guerra con tantos trabajos y riesgos como en ella hay, determinaron de hacerle sacrificio de ellos, y aunque entonces fue con moderación, después creció como fue creciendo su potencia, hasta venir a tanta ceguedad y error como en el que estaban al tiempo que los primeros conquistadores vinieron a esta tierra; que pluguiera a Nuestro Señor fuera ochenta años antes, por en aquel tiempo aún no había memoria de esta diabólica invención; de manera que a imitación de los mexicanos se introdujo en toda esta tierra, a lo menos en esta ciudad y en Tlacuba, Chalco y Huextitzinco y Tlaxcalla.
El modo y orden que en esto tenían era que los enemigos que en la guerra podían matar no los mataban, antes los tomaban vivos y traían presos a fin de sacrificallos, y por otras muchas razones y respetos, de que se les seguía mucho provecho, honra y fama. Los días de sus sacrificios eran solamente los días de fiesta, y para esto es de saber que tenían en cada un año diez y ocho fiestas, y todas ellas diferentes, en que honraban diversos ídolos, de suerte que en cada un año no se solemnizaba más que una vez cada fiesta, aunque es verdad que tenían unas por más principales y de más dignidad que las otras, especialmente de los tres ídolos de que se ha tratado, que a ellos hacían grandes y señalados sacrificios de todo género de prisioneros, y especialmente el día de la fiesta de otro ídolo que se llamaba Xipe, que era como dios de las guerras, al cual sacrificaban los más valientes prisioneros, a fin de tener famosos a los que los prendieron, con diferente solemnidad que la de los otros sacrificios ordinarios de que adelante se tratará. Finalmente, que allegado el día y fiesta de Tezcatlipoca, que ellos llamaban tochcatl, sacrificaban en su templo todos los prisioneros que habían recogido de toda suerte, edad sexo, excepto los que como esforzados eran reservados para el día del ídolo Xipe, que por otro nombre llamaban Tlatluhquitezcatl, que es tanto como decir Espejo bermejo o encendido. Degollábanlos con un pedernal agudo por los pechos sobre la piedra llamada techcatl, poniéndolos sobre ella de espaldas; y cargando cinco o seis hombres de la cabeza, brazos piernas hacia el suelo, tumbaba el pecho y estómago hacia arriba, y así un sacerdote de los que para esto estaban diputados y en servicio del demonio, el más principal, que se llamaba Quetzalcohuatl, lo abría con facilidad de la una tetilla a la otra, y lo primero que hacía era sacalle el corazón, el cual palpitando lo arrojaba a los pies del ídolo, y sin reverencia ni modo comedido; tras esto entregaba luego el cuerpo al dueño que se entiende al que lo había prendido, y por esta orden sacrificaban todos; y los que había para el sacrificio de aquel día acabados, los demás sacerdotes recogían todos los corazones, y después de cocidos se los comían, de suerte que este miembro tan principal en las entrañas del hombre estaba diputado para estos sacerdotes servidores del demonio; y por esta propia orden sacrificaban al ídolo Huitzilopuchtli cuando llegaba el día de su fiesta; y los cuerpos, después que los llevaban sus dueños, los hacían pedazos, y cocidos en grandes ollas, los enviaban por toda la ciudad y por todos los pueblos comarcanos, hasta que no quedase cosa, en muy pequenos pedazos, que cada uno no tenía media onza, en presente a los caciques, señores y principales y mayordomos, y a mercaderes, y a todo género de hombres ricos de quien entendían sacar algún interés, sin que se averiguase que para ellos dejasen cosa ninguna de él para comer, porque les era prohibido, salvo los huesos, que se les quedaban por trofeo y señal de su esfuerzo y valentía, poniéndolos en su casa en parte donde los que entrasen los pudiesen ver. Dábanles aquellos a quien se presentaba cada un pedacito de esta carne, mantas, camisas, nahuas, plumas ricas, piedras preciosas, esclavos, maíz, bezotes y orejeras de oro, rodelas, vestimentas y arreos de guerra, cada uno como le parecía o podía, no tanto por que tuviese algún valor aquella carne, pues muchos no la comían, cuanto por premio del valiente que se la enviaba, con que quedaban ricos y prósperos.
El otro ídolo Tlaloc, que era el sacrificio de que le hacían muy diferente de estotros, porque llegado el día de su fiesta, que comúnmente era por el mes de mayo, según que se coligió de su cuenta, recogían diez o quince niños inocentes, de hasta siete u ocho años de edad, esclavos, que los daban los señores personas ricas por ofrenda para este efecto, y los llevaban al monte donde el ídolo de piedra estaba, y allí con un pedernal agudo los degollaba un sacerdote, o carnicero por mejor decir, que estaba elegido para el servicio de este demonio, y degollados por la garganta, los echaban en una caverna abertura natural que había en unas peñas junto al ídolo, muy escura y profunda, sin hacer otra fiesta ni ceremonia.
El otro ídolo llamado Xipe, de quien se prometió tratar, hacían los sacrificios de los indios más valientes que se habían escogido a elección del rey, haciendo primero muchas averiguaciones y diligencias del esfuerzo y ánimo de cada uno y su valentía, porque si no eran tales no morían en el sacrificio de este ídolo, que como se ha dicho era como dios particular de las guerras y batallas. Lo primero que hacían era que a cada uno de estos valientes los emplumaban desde los muslos para abajo, con los brazos y cabeza, de pluma blanca, con engrudo, y les ponían unas jaquetas de papel, señales entre ellos de dolor y luto, y luego los traían a todos en ringlera, como en procesión, trayendo cada uno dos hombres de guarda. El uno era el que le había vencido y prendido, y el otro era otro valiente, que llamaban tequiahua; y llegados al lugar del sacrificio, que era junto al pie del templo y cue grande llamado temalacatle, que era un edificio de terrapleno cuadrado con escalones por todas partes, no más alto de cuanto se subía a él con cuatro gradas, de tres brazas por cada parte, y en medio una piedra grande y de la propia hechura que una piedra grande de molino, en la cual ponían al prisionero que había de ser sacrificado, atado por la cintura con una cuerda que prendían de la piedra, no más larga de cuanto pudiese bajar todas las gradas y un paso o dos más adelante. Dábanle un padrino en hábito de valiente, de lobo, que llamaban quetlachtli que servía de esto, una rodela y con su macana de encina toda emplumada, pero sin navajas; y al un lado deste lugar y sacrificio estaban cuatro indios los más valientes y escogidos que había en toda la ciudad y su provincia, los dos con hábito y traje de valientes y grandes tigres, porque vestían sus pellejos, y los otros dos en figura de dos grandes águilas de muchas y grandes plumas, uno de los cuales echaban para que pelease con el que había de ser sacrificado. Llevaba rodela y macana con navajas o pedernal, y de esta manera y al son de un atambor y de otro instrumento que llamaban teponaxtli y cantando, peleaban el uno con el otro; y si el prisionero había recibido un golpe o dos, de tal manera que al parecer no se podía ya defender, llegaba luego el cihuacohuatl, que era sacerdote principal, y lo degollaba luego en una piedra que junto a este sacrificadero estaba, semejante a la que en el cu principal había, sacándole el corazón por los pechos, el cual y el cuerpo recibía el dueño, y antes que lo llevase a su casa, tomaba el corazón y lo ofrecía al ídolo Xipe en su templo, y en un vaso tomaba parte de la sangre e iba a todos los templos rociando con ella a los ídolos, a lo menos a los más principales, aquellos que no estaban adornados y vestidos de ornamentos ricos y preciosos, porque estando de esta manera, por no ensuciarlos pasaban adelante a los otros que no estaban de fiesta, y a estos embestía con aquella sangre hasta que se acababa, y el cuerpo se lo llevaba para hacer de él lo que ya se dicho atrás, salvo que le desollaban, y un indio pobre se vestía el pellejo al revés, y andaba a mendigar con él por todas las partes que podía, hasta que pasasen veinte días, que era como semana de esta fiesta; y si acaso el prisionero era muy valiente, que peleando vencía a éste que le cabía en suerte, aunque lo matase, como algunas veces aconteció, no por eso era libre, antes le echaban luego otro de los tres que quedaban, y al fin era vencido de alguno de ellos; porque no se halla que ninguno fuese tan valeroso, que escapase de alguno de las cuatro, especialmente que entre ellos había de haber uno que fuese izquierdo, de cuyas manos parecía imposible poder escapar, porque este estaba hecho a pelear con diestro, y el pobre prisionero no con zurdos, y así le tenía ventaja, y más tomándole sobre cansado. Hállase que muchos no quisieron gastar tiempo en esta vanidad, sino que luego se rendían a la muerte y sacrificio, con que hacían menos famosos a los que los habían preso y vencido, de manera que tanto cuanto más esfuerzo y ánimo mostraban peleando en este sacrificio, tanto más fama de valientes cobraban los que en la guerra los habían vencido y preso y traído al sacrificio, teniéndolos en tanta más estimación cuanto de más valor se habían conocido en el prisionero; y era esto una cosa tan deseada entre ellos, que aunque había muchos indios que habían prendido en la guerra muchos enemigos, no llegaban a sacrificar ninguno en este sacrificio de Xipe, si [como] se ha dicho no era muy averiguado ser valiente para la dignidad de este día. Hallábanse a este espectáculo todos aquellos que representaban a los ídolos, junto al sacrificio, parados en pie, y lo mejor vestidos y adornados que para tal fiesta convenía, por su orden, y conforme a la dignidad y alteza de los ídolos a quien representaban, porque estaba primero el de Tezcatlepoca, y luego Hultzilopuchtli, y Tlaloc y Xipe, y los demás de quien no se trata por ser de menos cuenta. Hallábanse a este sacrificio mucha más gente que de los demás, porque como cosa famosa de hombres valientes que en él morían, concurrían de todas partes a verle, y aun los reyes permitían que pudiesen hallarse a él libre y seguramente indios tlaxcaltecas y huexutzincas, sus enemigos, para que de su vista, como de cosa espantosa, pudiesen dar razón en sus tierras. Era cosa maravillosa dizque de ver el clamor y llanto que hacían, no sólo las mujeres, pero los hombres, con la vista de este espantoso sacrificio, imaginando que ellos, sus hijos, hermanos, tíos y sobrinos, amigos, andando en la guerra, habían de parar en esto, porque es verdad que generalmente todo su cuidado y en que mas ponían su felicidad era el ejercicio militar, y haber de ello el premio, las honras y provechos que suele traer a los valientes y esforzados, y se preciaban de que las heredades y otros bienes que tenían fuesen ganados por esta vía, y los que no tenían ánimo y valor para ellos eran tenidos en poco, y como tales los ocupaban en cosas bajas y viles, si no eran hombres de linaje y sangre, y aun éstos, para ser admitidos entre los demás valientes, habían de ser señalados en algunas facultades, especialmente en administrar justicia, o en componer cantos, o ser hombres hábiles y de consejo para los Consejos que tenían; y con todo esto no habían de traer el cabello afeitado de la forma que los hombres militares lo traían, ni componerse de semejantes arreos que ellos, ni traer más vestido que una manta llana blanca de poco valor; de suerte que para el servicio y sacrificio de estos ídolos, y para llegar a tener honra y hacienda, el camino que les parecía para llegar a él era éste, porque decían que el tener la guerra tantos trabajos y peligros, y vencellos con ánimo y esfuerzo, se merecía dignamente galardón de sus dioses y del mundo.
Y volviendo a lo de los sacrificios se concluirá con decir una cosa de admiración: y es que el prisionero valiente que representaba al Tezcatlipuca, con tener tanta libertad como ya se ha dicho, y estar tan certificado de su muerte, no se averiguó que jamás ninguno de todos los que para esto fueron electos se hubiese huido ni puesto esclavo pudiéndolo hacer, pareciéndole cosa indigna para hombres que representaban tan gran majestad como la de este ídolo, por no ser tenido por cobarde y medroso, no sólo en esta tierra, pero en la suya con perpetua infamia, y ansí queriendo antes morir ganando fama eterna, porque esto tenían por gloria y fin venturoso; y casi lo mismo se dice de la chusma de los demás prisioneros, aunque tenían más guarda, aunque no sin ocasiones de poderse ir, y con todo esto jamás se aprovecharon de ellas, por manera que el que este ídolo Tezcatlipoca representaba no vivía más que un año desde que era para este efecto nombrado, porque llegado el día de su fiesta luego era sacrificado por la orden que los demás, salvo que con mayor pompa y arreos que los demás prisioneros, porque era vestido y compuesto de semejantes hábitos que los muy ricos del ídolo, y luego era electo otro que al cabo venía a parar en lo mismo, si no era que sirviendo bien el oficio que le daban, era conservada su vida por el rey para que pasase adelante; pero daba un esclavo para que en su lugar fuese sacrificado; pero al fin, tarde o temprano, había de venir a esto; y porque se vaya dando cabo a estos sacrificios que por ser tan horrendos y en que tantas ánimas se perdieron, y ser cosa tan odiosa, se tratará agora de las ceremonias, ayunos, y penitencias que hacían de muchas y diversas maneras, porque los sacerdotes que en los templos servían se punzaban los molledos y los muslos, y aun algunos por mucha penitencia las lenguas, pasándoselas con navajas como lancetas, y otros pasaban más adelante, que tomaban juncos ásperos y nudosos, los colgaban y pasaban por la herida echa en la lengua. Esto no lo hacían de ordinario todos juntos ni cada día, sino uno hoy y otro, otro día, trocándose por su orden, y con esta sangre untaban después(2) de maguey frescas, que con sus pencas cada día ponían en los templos los sacerdotes que llamaban tlamacazque, sobre ciertas ramas de abeto también frescas. No se pudo saber este misterio y significación de esto, por eso se pasa delante. La demás gente no se punzaba desta manera, ni tampoco todos, sino solamente el que quería por devoción y sacrificio se picaba una oreja y sacaba alguna sangre poca o mucha, como quería. Estos tlamacazque estaban de ordinario en los templos, y no eran casados, ni se les permitía llegar a mujer, antes vivían castamente, y tenían libertad de dejar el sacerdocio cuando les pareciese y casarse; pero si acaso hallaban alguno con alguna mujer fornicando, no tenía más pena de que era echado del templo y servicio de él trasquilado el cabello que tenía en cierta forma afeitado por señal del sacerdocio, aunque esto acaecía muy pocas veces. Estos andaban de ordinario embijados de negro todo el cuerpo y rostro, y con solamente mantas blancas llanas, sin otro ornamento. Había en cada templo uno de estos tenido por mayor, a quien los demás respetaban y obedecían como a señor o más principal, que se llamaba Quetzalcohuatl. Algunos morían viejos en este oficio. Había en cada templo hasta cuarenta, a lo menos en los principales, y en los demás cuatro o cinco; en otros ninguno. Los mayorales eran elegidos por el rey, y después que había hecho gran examen de su vida y buenas costumbres y habilidades, y que tuviese mucha noticia de su religión y manera de criar y doctrinar a los nobles en todo género de buena crianza y doctrina. Eran sustentados de cierta renta que por el rey estaba señalado. No era lícito llevar a estas casas y templos mujeres ningunas.
El ayuno general era de ocho a ocho años, y no más de cuatro días, que no comían otra vianda más que unos tamales cocidos de maíz, frijoles sin sal ni otro ningún apetito, ni bebían ningún brebaje, más que agua simple. De estos tamales no hay más diferencia de las tortillas, más que ser hechos como bollos y cocidos en agua simple. Ponían en las casas reales y en los templos ciertas juncias que significaban el ayuno. No se pudo saber por qué se hacía, más de que era introducido de largo tiempo por los culhuaque, sin castigar al que lo quebrantaba. Cuando iban a la guerra, ayunaban los padres y madres de los que iban a ella, en diferente forma de lo general, porque comían a medio día solamente, y no se afeitaban el cabello ni limpiaban los rostros hasta que hubiesen vuelto los hijos, o los que les tocaban en amistad o parentesco. Entonces hacían fiesta y convite, y mucho más costoso si traía prisioneros; y si eran muertos, en tal caso les lloraban ochenta días con todos sus parientes, juntándose para ello en casa del muerto. El rey ayunaba con más abstinencia y aspereza todo el tiempo que se detenía la gente de guerra hasta que volvía, aunque fuese un año, mandando cesar los cantos, entretenimientos y areitos generales y particulares, y todo género de instrumentos y cosas de alegría, y los juegos del batey, de que adelante se tratará. Esto cesaba cuando llegaba alguna fiesta de regocijo de algún ídolo, pero luego tornaban a su ayuno, y el rey acudía más a menudo al templo a encensar al ídolo Tezcatlipoca, y ni en público ni en secreto no traía arreos ni vestidos costosos sino llanos y muy honestos; a lo menos ninguno que demostrase alegría ni contento, dando en todo a entender el cuidado que le daban sus vasallos por los peligros de la guerra, y por la misma razón todos los grandes de su corte y la gente común representaban lo mismo.
Lo que sentían algunos principales y señores de sus ídolos y dioses, es que sin embargo de que los adoraban y hacían los sacrificios que se han dicho, todavía dudaron de que realmente fuesen dioses, sino que era engaño creer que unos bultos de palo y de piedra, hechos por manos de hombres, fuesen dioses, especialmente Nezahualcoyotzin, que es el que más vaciló buscando de donde tomar lumbre para certificarse del verdadero Dios y Criador de todas cosas; y como Dios Nuestro Señor por su secreto juicio no fue servido de alumbralle, tornaba a lo que sus padres adoraron, y de eso dan testimonio muchos cantos antiguos que hoy se saben a pedazos, porque en ellos hay muchos nombres y epítetos honrosos de Dios, como es el decir que había uno solo y que este era el Hacedor del cielo y de la tierra, y sustentaba todo lo hecho y lo criado por él, y que estaba donde no tenía segundo, y en un lugar después de nueve andanas, y que no se había visto jamás en forma ni cuerpo humano, ni en otra figura, y que al lugar donde estaba iban a parar las almas de los virtuosos después de muertos, y que las de los malos iban a otro lugar de penas trabajos horribles; y jamás, aunque tenían muchos ídolos que representaban diferentes dioses, nunca cuando se ofrecía a tratar los nombraban a todos en general ni en particular a cada uno, sino que decían en su lengua in Tloque in Nahuaque, que quiere decir el Señor del cielo y de la tierra: señal evidentísima de que tuvieron por cierto no haber más de uno; y esto no sólo los más prudentes y discretos, pero aun la gente común lo decía así, de manera que la gente de más razón y entendimiento, que eran los nobles, entendieron esto, como se coligió de las averiguaciones que sobre ello se hicieron, y en especial de sus cantos, que es de donde más lumbre se tomó; y en efecto en ellos hay gran noticia de sus antigüedades, en forma de crónica y historia; pero para entenderlos es menester ser gran lengua, de manera que cerca de lo que toca a sus dioses entendieron algunos el engaño en que vivían, y de esto se sigue haber también alcanzado a saber de la inmortalidad del alma.
Casamiento. Y en cuanto a lo que toca a sus costumbres buenas y malas, se tratará primero de la de los reyes y gente ilustre, y luego de las del común y plebeyas, aunque en pocas diferían. Tenía el rey las mujeres que quería de todo género de linajes, altos y bajos, y entre todas tenía una por legítima, la cual procuraban que fuese de linaje principal y alta sangre, si fuese posible, con la cual hacían ciertas ceremonias que no hacían con las demás, que era poner una estera, la más galana que se podía haber, en frente de la chimenea o fogón que en lo principal de la casa había, y allí asentaban a los novios, atando uno con otro los vestidos de entrambos; y estando de esta manera llegaban los principales de su reino a darles el parabién, y que Dios les diese hijos en quien como por sucesión resplandeciese su nobleza memoria; y luego llegaban los embajadores de los demás reyes de México y Tacuba, y hacían lo mismo en nombre de sus señores, y tras ellos los demás de los señores sus inferiores; y despedidos todos, luego los llevaban al lecho donde consumían su matrimonio, y al cabo de cuatro días tornaban a saber de ellos con muchas palabras amorosas y tiernas, encomendándoles su conformidad y amor; y el hijo mayor que de esta mujer nacía heredaba el estado de su padre después de sus días, siendo preferido sobre todos los demás sus hermanos mayores y menores que su padre dejaba de diferentes madres, aunque conforme a su posibilidad les daba en vida o en muerte lo que le parecía, a unos más o menos, conforme a su mérito, dando a cada uno la dignidad de que más capaz y hábil era, mereciéndolo primero no por ser hijo de rey, sino por pura virtud de esfuerzo y valentía, o otras habilidades y gracias, de que se irá tratando; y esta orden del suceder se guardó en los reyes de esta ciudad hasta que quebró en Nezahualpitzintli, que por no haber hijo legítimo de su legítima mujer, hija de Axayacatzin, rey de México, que la mató por adúltera, ha andado el gobierno de su estado por vía de elección en sus hijos que hubo de diferentes madres, de suerte que le han poseído siete hermanos, sin que ninguno de ellos se alzase con él para poderlo dejar a sus hijos, porque todos han sido en tiempo que la fe estaba ya plantada en esta tierra y por el rey, nuestro señor, que sus justicias lo estorbaran. Los demás principales y grandes tenían la misma orden en sus matrimonios, aunque en lo tocante a la sucesión era a su elección y albedrío, porque siempre dejaban por heredero de su estado al hijo de la mujer legítima, el más virtuoso, aunque fuese el menor, y sino era ninguno de ellos tal, lo era cualquiera de los otros de las demás mujeres, con tal que prefiriese a todos en virtud, de tal suerte que aunque toda su bienaventuranza ponían en las armas, no bastaba que para esto fuese muy valeroso, sino muy aprobado en virtud, para heredar y gobernar el Estado, y en lo demás con los demás hijos hacían lo mismo que se ha dicho de los reyes.
La gente común tenía cada uno una mujer, y si tenía posibilidad podía tener las que quería y podía sustentar. Muertos éstos, si quedaban bienes se repartían entre sus hijos igualmente, y si había alguno que fuese de mujer legítima no por eso tenía privilegio de gozar de más parte, porque esto no había lugar más de en los sucesores de los reyes y señores. Podían tomar por mujeres a las que lo habían sido de su padre, todas o las que quería; pero las demás que quedaban habían de guardar el hábito de viudas con mucha castidad y limpieza, hasta que hubiese quien las tomase por mujer, igual al primero marido, o que fuese la diferencia poca, y de esta manera la más de las mujeres que hubiesen sido de reyes se quedaban perpetuamente viudas, porque si no era con otro rey nunca más tornaban a casar, ni aun con señor, porque les parecía que era atrevimiento y desacato que se hacía al rey difunto y a su dignidad casarse con otro que no fuese tal. No podían tomar por mujeres a sus hermanas, ni aun el rey, y el que era tomado en este incesto, o con su propia madre, incurría en pena de muerte, la cual se ejecutaba en los unos y los otros sin remisión ninguna, y lo mismo era prohibido tomar por mujer o marido a abuelo o abuela, y a los demás descendientes o ascendientes por línea recta. En los demás parientes(3) se podían casar, porque no les era prohibido sino lo que se ha dicho.
En naciendo el hijo daban el parabién a sus padres sus amigos y deudos, y aun llevaban presentes conforme a la calidad del padre, al cual era dado el ponelle nombre, cada uno como quería o se le antojaba, dentro de cuatro días después de nacido, notificándolo a todos los que se hallaban presentes: dábanle una rodela y macana y arco y flecha; y a la hija su huso y rueca y otros aderezos de hilar y tejer; aunque los reyes y grandes señores tenían respeto a que fuese el nombre conforme a alguna cosa que en aquel tiempo había o sucedía digna de memoria, o la había o acaecía natural o accidental, de suerte que si hubo cometa lo nombraban Citlalpooca, que se interpreta estrella que humea; y si eclipsee luna o sol lo mismo, o si se cayó algún cerro o remaneció fuente de nuevo, lo mismo, casi queriendo perpetuar en esto la memoria de lo que entonces pasó. Al hijo, en cayéndosele el ombligo se llevaba con gran cuidado a enterrar en tierra de enemigos, dando a entender en esto que, por secreta propiedad, apetecería por esto la guerra y el ejercicio militar. Criaban los niños con regalo hasta que tenían entendimiento y uso de razón, y en conociéndosele los quitaban a las madres y llevaban luego a ciertas casas muy grandes que en los templos había, y allí eran enseñados por el sacerdote principal a todo ejercicio de virtud, honestidad y crianza, y especialmente en el arte militar, en lo cual ningún respeto les tenían; aunque fuesen los hijos legítimos del rey andaban con solamente unos pañetes de algodón con que cubrían las desvergüenzas, y unas mantas ásperas de nequén, sin diferenciar de los demás hijos de señores o hidalgos o plebeyos. Hacíanlos dormir en esteras y con una ropa de nequén basta y muy gorda. En siendo después de media noche se levantaban, y lo primero que hacían era bañarse en agua fría, sin jamás dejarlo de hacer en tiempo de fríos o calores, y luego tomaban escobas y barrían los templos y las casas y patios de ellos; y algunos por elección del sacerdote iban al monte por rama de abeto y por puyas para el culto y ceremonia que se dijo de los ídolos; y los demás, a lo menos los que eran ya mozuelos y los hombres ya hechos, cada uno tomaba un incensario de barro, que eran como grandes cucharas, y echando en ellos brasas de un grande fuego que toda la noche ardía incensaban hacia el oriente y hacia las demás partes referidas, y despiertos aguardaban que amaneciese. Hacían todo esto a fin de curtillos con los fríos y calores y poco sueño y poco comer para que habituados a ello, cuando se ofreciesen los trabajos en la guerra los sintiesen menos. A esta casa y a las demás venían los hijos del rey y los demás señores, y algunos de los plebeyos. Pasaban el día en enseñarles a bien hablar, a bien gobernar y a oír de justicia, y en pelear de rodela y macana, y con lanza con pedernal a manera de pica, y aunque no tan larga; y esto hacían los que ya tenían edad para ello. Otros se iban a la casa del canto y baile a deprender cantar y bailar; otros al juego de la pelota que se ha dicho, el cual estaba en la plaza pública, y en medio de ella era el propio suelo, y aunque algo levantado, de treinta pies de ancho y de noventa en largo, cercado de paredes de un estado en alto con cuatro esquinas, muy encaladas por la haz que caía adentro: el suelo de él sin encalar, sino muy limpio, y hecha una raya por medio que atravesaba por lo angosto. Se ponían los jugadores los unos al un cabo y los otros al otro, y servían con la mano la pelota, que era del tamaño de una mediana cabeza de hombre, muy redonda, y del licor de un árbol como leche, el cual para cuajallo lo cocían hasta cierto punto, con que se torna negro, que pesa como cuatro libras; y saltando llegaba a los otros jugadores, o salían a recibille el que estaba por principal, sin pasar de la raya con los pies ni aun con las manos, ni llegar a ella, y dábale con el cuadril o muslo, y por la propia orden le daban los otros, hasta que hacían ciertas faltas sobre que tenían cuenta y razón; y los primeros que llegaban a las rayas con que vencían, ganaban a los otros las preseas y joyas que jugaban, que era de todo género; porque había personas ricas y principales que jugaban piedras preciosas y joyas de oro y plumería, esclavos, mantas de todos géneros y armas y arreos de guerra, y había muchos apostadores que estaban a la mira ateniéndose a los unos o a los otros. jugaban de dos a dos, o de tres a tres cuando mucho, y uno a uno lo más ordinario. Había entre ellos grandes jugadores que hacían ventajas y partidos graciosos. Era juego de mucho ejercicio para la soltura y ligereza del cuerpo y fuerza de todos los miembros, por eso era permitido por los reyes, y aun algunos le ellos que salían de su autoridad le jugaban públicamente con señores y personas de suerte, y al presente no lo juegan porque al principio de su conversión se les prohibió por los frailes, pensando que en él había algunos hechizos o encomiendas y pactos con el demonio. De manera que los más de los hijos de los nobles y gente rica se criaban en estos ejercicios, cada uno conforme a la edad que tenía y a lo que más era aficionado. Cuando erraban y excedían en algo en la casa donde se criaban, o en otra parte, pública o secretamente, eran con mucha aspereza castigados de los sacerdotes mayores, porque les punzaban las orejas con puntas de maguey, o los muslos o molledos, o los colgaban de los pies, y en el aire les daban humo a narices con ají, o azotaban con ortigas. Todos sus yerros era en descuidarse de reverenciar a sus mayores, o a sus padres, o a los viejos o maestros, o si comían algo escondida y secretamente, aunque fuese de cosa que sus padres le hubiesen enviado, que les era vedado; pero algunos de piedad, se lo llevaban o enviaban, a lo menos las madres, porque lo que habían de comer había de ser por mano de su maestro, y esto habían de ser tortillas secas de maíz, sin otra vianda ni apetito, y tan limitado que solamente bastase a sustentarse, sin jamás hartarse. Su bebida era agua simple; comían dos veces al día, no en mesa ni en otro lugar para ello diputado, más de que los sacerdotes les arrojaban a cada uno una tortilla o dos, como les parecía que habían menester, sin comedimiento ni crianza, aunque fuera el único sucesor y heredero del reino, sino como quien arroja pan a los perros. En lo que más les persuadían era en lo de las armas, inclinándolos a ellas y dándoles a entender que por ellas y no por otro respeto habían de valer y tener, que ellas les habían de dar el ser y valor, y no la grandeza de sus padres los reyes. A lo menos Nezahualcoyotzin y Nezahualpitzintli nunca jamás tuvieron consigo a sus hijos, sino muy niños, y cuando los venían a conocer era ya por valor de sus personas, y que por esto lo mereciesen conocer por padre. Tenía el rey muchas casas en la ciudad en diferentes partes, y fuera de ella en vergeles y recreaciones, donde tenía sus mujeres y donde se criaban sus hijos con amas y criadas y servicio que se les daba para ello. Tenían su conversación con ellas cuando querían y con la que les parecía. Tenían consigo a alguna más de ordinario y más regaladas, a quien hacían más favores, por algunos respetos buenos que en ellas conocían. Las mujeres cuando nacían, o el padre o la madre les ponían nombre, y el ombligo, a diferencia del del varón, enterraban junto a los fogones, dando a entender por esto que serían inclinadas a ser caseras, como les parecía que eran obligadas. Imponíanles sus madres a tejer, hilar y hacer de comer: algunas había que se inclinaban a tañer, cantar y bailar. Casábanse demandadas a sus padres y jamás convidaban con ellas. Procuraban de tener las calidades que se ha dicho para merecer ser deseadas; y ellos tenían respeto a esto para tomallas por mujeres. Dábanles dote sus padres como podían. Las hijas de los reyes casaban con reyes o con señores; llevaban grandes dotes de pueblos, casas, tierras, esclavos, y otros muchos bienes y haberes. La mayor parte de los hijos de la gente común se criaban en otras casas que había en la ciudad, que llamaban telpochcalli, que se interpreta casa de mozos, donde también eran enseñados a las mismas costumbres y doctrina que en las otras de los sacerdotes de los templos, salvo cosas de sus ceremonias. Los más de éstos y sus padres se ocupaban de la labor de la tierra, en que ponían su principal fin, después del de las armas; y de éstos salían algunos hombres muy valerosos que después eran traídos al gobierno del pueblo, y a otros cargos y dignidades. Tenía el rey su audiencia real donde oían de justicia ciertos hombres para ellos señalados, y escogidísimos en discreción, habilidad y buena conciencia, los cuales con mucha benevolencia oían y conocían de las causas de civiles y criminales que se ofrecían entre todo género de partes, de cualquier calidad que fuesen, y sentenciaban conforme a las leyes que tenían sus reyes. Tenían en su audiencia mucha autoridad, silencio y escudriñaban con mucho cuidado la verdad de los negocios. Ninguno había de durar más de ochenta días, por calificado que fuese, haciendo sus informaciones de testigos, y cuando no los había, juzgaban por indicios que bastasen por prueba. Las cosas arduas las comunicaban con el rey, y las dudosas se las remitían, y él las determinaba después de muy bien informado de los jueces, que llamaban tetecuhtin, y de las propias partes. Había de éstos, seis de sangre real y otros tantos de los plebeyos, personas de mucha prueba y larga experiencia. No llevaban paga ni presente de las partes, ni se les permitía. Vivían tan justos y tan recatados en hacer justicia, que se averiguó que en tiempo de Nezahualcoyotzin y su hijo Nezahualpitzintli jamás hicieron cosa porque fuesen castigados ni depuestos de sus oficios. Procedían contra todo género de hombres, aunque fuesen contra los hijos de los reyes, los cuales castigaban con mayor aspereza y severidad que a los demás de la gente común, por ejemplallos: tanto, que a un hijo de Nezahualcoyotzin, muy valiente y valeroso, que fue acusado del pecado nefando, lo sentenciaron a muerte, confirmándolo su padre, y ejecutando él la sentencia; y otro que era legítimo heredero de Nezahualcoyotzin, llamado Tetzauhpiltzintli, que fue acusado de crimen legis contra Nezahualcoyotzin, su padre, fue por estos del consejo sentenciado a muerte, y ejecutada en él la sentencia. El rey tenía gran cuidado de en todo se hiciese justicia, y por esto los de este consejo la hacían, no sólo en esta ciudad en lo que en ella se ofrecía, pero contra los jueces que no la hacían en los demás pueblos donde para administralla eran puestos: y si alguno de éstos por pasión y afición no la hacía como debía, y era en negocio liviano, era por ello castigado con suspensión perpetua de oficio real, o por tiempo limitado, y desterrado por algún tiempo, o recluso en su casa, todo con pena de muerte si lo quebrantase, la cual se ejecutaba en el que lo quebrantaba. Las leyes que guardaban con más observancia, y con pena de muerte sin remisión ejecutaban, eran la primera y principal la traición al reino, porque el que era hallado o tomado por principal en este delito lo despedazaban vivo, cortaban por sus coyunturas con unos pedernales agudos, y tiraban con los miembros pedazos que cortaban, a la gente que a la mira se hallaban, procurando por esta vía eternizar en la memoria de los hombres tan espantable castigo, para que no se atreviesen jamás a intentar semejante cosa; y a los demás que hallaban culpados en ello eran ahorcados, y los bienes muebles de los unos y de los otros eran dados a sacomano, y las casas derribadas y sembradas de salitre, y la tierras confiscadas para el rey, quedando todos sus descendientes infames… era tan abominable este delito. Traición a la persona real jamás aconteció, si no fue lo que se contó de Tetzauhpiltzintli. Llamaban en su lengua tetzauhtlato al que lo cometía, que es tanto como decir, hecho prodigioso y cosa contra natura. Otro hijo de Nezahualpitzintli, muy valeroso, llamado Huexatzincatzin, se la hizo en echarse con una mujer de las de su padre, y por ello fue muerto entrambos. Y la mujer legítima de Nezahualpitzintli, hija del rey de México, también fue muerta por adúltera, y con ella todos los que se hallaron culpados en el delito. Los que cometían el pecado nefando eran sin remisión muertos, y era tan abominado entre ellos este delito que la mayor afrenta y baldón que uno podía hacer a otro era llamallo cuilon, que quiere decir puto en nuestra lengua; y generalmente a los adúlteros y adúlteras, si no era que los perdonaba la parte ofendida, daban la muerte con una losa que les dejaban caer sobre la cabeza, haciéndosela plasta; y lo mismo al que forzaba doncella o viuda, si no era mujer de amores, que ellos llamaban ahuiani, que se interpreta mujer que se da a holgar. Los ladrones padecían la misma pena, aunque ahogados con lazos que les echaban a los pescuezos, y lo mismo a los que se emborrachaban, si no eran muy viejos, que se les permitía beber, aunque eran muy corregidos cuando se embriagaban. Todos los demás delitos y excesos castigaban a albedrío de buen varón, arrimándose a lo que les parecía mas justo, y más conforme a razón. Si algún hijo del rey, o de otros señores, salían soberbios o arrogantes demasiado, aunque tuviesen mucho valor, eran por estos jueces desterrados por algún tiempo donde padeciesen algunos trabajos, con que corregían la demasía e insufrible presunción.
Jura. Cuando el príncipe sucedía por el rey al reino, lo primero que hacían era cubrillo con un ropa real de algodón azu1 de la suerte que en esta relación va pintado, y poníanles unas cutaras a los pies, también azules; y en la cabeza, en lugar de corona y por insignia real, una venda de algodón azul forrada, que por la parte que caía encima de la frente era mas ancha y tanto que casi parecía una media mitra, y con estos hábitos y pompa real iba al templo mayor de Tezcatlipuca acompañado de todos los grandes y principales del reino y de los otros reyes de México y Tacuba, si se hallaban presentes; llegado en presencia del ídolo se humillaba a él, y luego le era dado en la mano un incensario, y con él le incensaba, haciendo lo mismo al oriente y al poniente, norte y sur, y hecho esto echaban las brasas en unos braseros que allí había, y decíale: «señor, yo soy venido a tu presencia para confirmación del oficio en que al presente soy constituido, porque sin tu voluntad no puede tener ninguna cosa efecto bueno, y pues tú lo permites, o de tenerme de tu mano y encaminarme el gobierno de este estado y reino, pues es tuyo, porque sin esto no acertaré en cosa buena, ni que aproveche a tus criaturas, y de aquí se me seguirá odio de ti y aborrecimiento con que me vengas a castigar y hacer mal»; con otras muchas palabras de humildad y recomendación. Y, de hecho, se bajaba con toda aquella gente, con mucho silencio y aplauso, y se aposentaba en la casa que al pie del cu y templo estaba, que, como ya se ha dicho, se llamaba casa de hombres de dignidad, y allí estaba cuatro días ayunando, sin comer más de una vez a mediodía, y sólo un manjar, y de esto poca cosa. Bebía agua simple. No había de llegar a mujer, ni hacer cosa que pareciese cosa deshonesta. Gastaba el tiempo en meditar y considerar el estado nuevo que le encargaban, de tanto poder y grandeza, y el cuidado que había de tener el gobierno de él. Todas las mañanas de estos cuatro días había de incensar al ídolo, y hacia las cuatro partes que se ha dicho y lo mismo a las tardes cuando ya se ponía el sol pasados los cuatro días era por ceremonia bañado con agua simple y fría, y puesta la corona y vestidos reales, acompañado de todos los grandes de su reino y de los embajadores o personas ilustres que le venían a ver, salía a la plaza al areito público, y bailaba con mucha mesura y gravedad, y principalmente le acompañaban este día al areito, hasta ir a su casa, todos los descendientes de las personas que acerca de lo de sus pasados tenían méritos, con ciertos líos y cosas de carga y mucha diversidad de insignias de dignidades, representando en esto la memoria de los servicios que sus pasados de ellos hicieron al rey nuevo u otros antecesores, dando a entender que por este mérito iban cargados de dones, bienes y de dignidades, ejemplando a los demás para que, haciendo lo mismo, esperasen semejante galardón. Acabado el areito, ya cerca de la noche, se iba a la casa real, y allí, en una sala grande, esperaba a que le diesen el parabién del reino, no con señales de gozo y contento, sino representándole los trabajos del gobierno y cuantos cuidados tenía; y que aquella dignidad real estaba acompañada de muchos sobresaltos y mudanzas, y que de él dependían el bien o el mal de todos, y como no se descuidase; y sobre esto era toda la tema de lo que le decía; pero las dos personas de mayor dignidad del reino después del rey, le hablaban con mayor libertad, y, llorando a lágrima viva, le decían que mirase por el bien público de manera que sirviese a Dios, porque por esto principalmente era puesto por él en aquella dignidad real, y que sobre todo prefiriese el bien general sobre el suyo particular, y que se acordase, cuando se viese muy vestido y adornado de hábitos reales, con mucha abundancia de comidas, diversidad de manjares, la necesidad y pobreza de los pobres para hacelles bien, y que no pensase que aquella majestad era suya perpetua sino prestada en tanto que hiciese el deber, porque sino luego sería depuesto de él por el que se lo había dado, con mucha mengua y ignominia, y otras muchas razones inclinándole a virtud, y muchas veces le enternecían de manera que le hacían llorar, y respondíales pocas palabras de agradecimiento, diciendo que sin embargo de que él fuese rey, que ellos habían de gobernar el reino, como lo hacían en tiempo de su antecesor; y que no le desamparasen, sino que, como hombres expertos en el gobierno, le dijesen y encaminasen en qué había de hacer; y despedidos con esto, de allí adelante mandaba y gobernaba como le parecía que convenía, poniendo todo su cuidado principalmente en tres cosas: la primera en los negocios de la guerra; lo segundo en el culto divino, y lo tercero en los frutos de la tierra, para que siempre hubiese mucha hartura. Oía todos los días de cosas de gobierno, porque las de justicia oían los jueces de quien ya se ha dicho. Despachaba con pocas palabras, y jamás se excedía de lo que mandaba. Tenía tiempo para oír cantos, de que eran muy amigos, porque en ellos, como se ha dicho, se contenían muchas cosas de virtud, hechos y hazañas de personas ilustres y de sus pasados, con lo cual levantaba el ánimo a cosas grandes, y también tenía otros de contento y pasatiempo y de cosas de amores. Salían pocas veces a lo público. Paseábanse a pie, yendo a algunas casas de placer que en la ciudad tenía o fuera de ella, yendo y viniendo con poca gente, y de la de su casa. Tenían de costumbre, después que habían comido y bebido su cacao, tomar humo de unos cañutos de caña que encendían, llenos de liquidámbar y otras cosas aromáticas, y también les daban flores, hechos ramilletes, de que eran muy amigos. No dormían entre día, y de noche muy poco, porque se acostaban tarde y se levantaban dos o tres horas antes que amaneciese a hacer sus incensarios a las cuatro partes del mundo en reverencia y sacrificio de dios, sin faltar jamás de hacello. Si era hombre de guerra y tenía la dignidad de tequihua, de que adelante se dirá, preciábase de ella con traer las insignias de ella. La corona no la traía de ordinario, sino cuando hacía cortes o ayuntamientos generales de los demás señores sus inferiores; entonces que trataban de sus negocios, se sentaba él solo en un cabo a una mano del fogón, porque en estos lugares reales jamás dejaba de haberle con lumbre, y los demás estaban apartados de él, sentados con mucho comedimiento y humildad, y hablaban por sus veces, sin que se interrumpiesen los unos a los otros,y consultaban todos los negocios del reino, y lo que se debía hacer para el buen gobierno de él, según el tiempo y la experiencia les enseñaba. Eran estos señores muy bien recibidos del rey y muy festejados con muchos dones que les mandaban dar, cuyos hijos vivían en la corte en servicio del rey y doctrinados de los sacerdotes. Tenía otro Consejo de guerra que llamaban Tequihuacacalli de donde se trataba de todo lo tocante a ella, asistiendo a él el capitán general de todo el reino, que se llamaba tlacochcalcatl, y de aquí salía consultadolo que se había de hacer, lo cual el general comunicabacon el rey. Ninguna guerra nueva se intentaba jamás sin consulta de todos tres reyes de Tezcuco, México y Tacuba, los cuales vivieron en mucha conformidad, que no es de poca admiración, aunque por uno de los de México fueron puestas asechanzas a Nezahualpitzintli para que lo matasen en la guerra de los huextitzincas, enviándoles sus insignias y armas pintadas para que lo conociesen; y porque no hace al propósito no se tratará de ello. Eran estos reyes tan cercanos parientes los unos de los otros, que no bajaban de tíos, sobrinos o primos. Eran amigos de saber el arte de los nigrománticos o hechiceros, para estar prevenidos contra ellos. Eran muysupersticiosos y agoreros, teniendo mucha cuenta con los cielos y sus mudanzas, y con todo género de aves nocturnas que generalmente las tenían por prodigiosas y señal de males venideros, adivinando por ellas los sucesos; y por algunas veces que acertaban, erraban las más. Toda la renta gastaba y consumía con todo género de gentes de su reino y de los ajenos con cuenta y razón que (…)(4) bia hambre o carestía sustentaba (…)(5) a todos sus vasallos, y por entonces mandaba cesar las guerras. Las mujeres que tenía eran cuantas quería, como se ha dicho, y no había menester más de que le pareciese bien, porque luego enviaba por ella, y sin réplica se la enviaban, si no era casada, porque en tal caso no la pedía ni quitaba a su dueño, por bien que le pareciese. Tenía gran cuenta si venía a su poder doncella, porque le parecía cosa vergonzosa para su grandeza tomar mujeres estrupadas; y cuando moría era cosa espantosa ver el sentimiento que todo el reino hacía, porque siempre fueron amados los reyes de esta ciudadde todos sus vasallos, a lo menos Nezahualcoyotzin y su hijo Nezahualpitzintli, y mucho más tiernamente le lloraban sus mujeres, hijos y criados y esclavos. Estaba el cuerpo después de [muerto en un] aposento airoso cuatro días, aguardando a los que de todas partes habían de venir a llorarle: poniéndole una pesada losa encima del vientre, porque con su frialdad le conservase sin corromperse, y con su peso no le dejase hinchar, adornado de sus hábitos e insignias reales, y cubierto con una ropa real azul; y estando de esta manera, llegaban todos los grandes de su reino y los reyes de México y Tlacopan y otros señores, o sus embajadoresde los dichos reyes y otros señores, que siempre eran personas graves, cada uno de por sí o de dos en dos, y como si estuviera vivo le decían que fuese enhorabuena su descanso, porque con su muerte se habían acabado todos los trabajos de esta vida, y que en premio de su valor y virtud de que todos se hallaban faltos y desamparados, había ido al lugar del descanso y deleite, donde [estaba] descuidado de las miserias del mundo, y en la variación y mudanza de sus cosas; y si le quedaban hijos o hermanos que le heredasen, le decían que aunque él se iba y era muerto, en efecto se podía decir que no moría, pues dejaba en su lugar hijos o hermanos, de quien tenían esperanza supliría su falta, y en su lugar gobernaría el estado que dejaba, y otras cosas a este tono. Los embajadores de los reyes decían lo mismo, añadiendo de parte del que los enviaba, que sin él se hallarían solos y desamparados de su buena fortuna, que mediante su valor les era favorable en el gobiernode sus reinos; y luego revolvía a los hijos o hermanos que [estaban presentes], y les traían a la memoria la grandeza y valor del difunto, contando las cosas más virtuosas y excelentes que por él fueron hechas, y que a imitación suya se esforzasen a hacer lo mismo, encargándose del reino. Pasados los cuatro días componían el cuerpo de semejantes arreos que los del ídolo Huitzilopochtli, y llevado al patio de su templo, que como se ha dicho era el principal cu de esta ciudad, y allí adornado como estaba era quemado hasta hacerse ceniza, con todos los hábitos reales que habían servido a su persona, con toda la pedrería rica y piedras preciosas de que siendo vivo se componía; y secas las cenizas y cogidas en una caja de piedra o madera, llevaban a la [casa real], en un aposento que para ello estaba asignado; y de lienzos atado, como mejor podían, hacían un bulto como de persona que estaba sentada, la cual puesta encima la caja, y cubrían de hábitos reales, y le ponían una máscara de oro o de turquesas engastonadas en otra máscara, y allí era guardado con mucha veneración, donde todos los que de nuevo venían y que no pudieron llegar a tiempo de llorarle el cuerpo presente, le lloraban y le hacían semejante plática, como se ha dicho. Poníanle delante cada día un servicio de comida real, y habiéndolo tenido un rato lo sacaban los que para ello tenían cuidado, y volvíanlo a la (…)(6) para que se gastase y comiese con lo demás que allí se guisaba. Poníanle sus ramilletes y uno de aquellos canutos que hemos dicho, en que recibían aquel humo de buen olor. Al tiempo que había de ser quemado el cuerpo mataban degollando todos los que de su voluntad querían morir con él, diciendo que querían ir en su compañía. Éstos siempre eran algunas de sus mujeres, especialmente las que más le habían amado en vida, por mostrar el mismo amor en la muerte. También lo hacían algunos de sus criados o esclavos, aunque de éstos y de esotros siempre eran pocos. Esta misma orden tenían en la muerte de los demás hombres principales, y en la de los [ple]beyos y gente común; y de cualquier edad que morían [quemaban] el cuerpo y enterraban las cenizas puestas en ollas de barro; salvo a los que morían de lepra, sarna, nacidos, diviesos y bubas y otros males de pudrición y materias, que los enterraban enteros, sin quemallos.
Las honras y lugares de dignidad siempre se daban a los más merecedores de ellas, teniendo respeto a que a las personas que se daban concurriesen en ellos las calidades que conviniesen, aunque, como se ha dicho, siempre eran preferidos los valientes, con tal que no faltase en ellos las demás partes, porque en tal caso no se tenía cuanta con su esfuerzo, sino con la prudencia para el gobierno del [cargo] que se le daba. No intervenía para alcanzar estas cosas intereses, favores, linaje, esfuerzo y valentía, sino sólo merecerlo con verdadera virtud, de que se había de tener larga y muy cierta experiencia. No se averiguó de que jamás nadie, de por sí ni por interpósita persona, ni por mucho que mereciese, les pretendiese encubierta ni descubiertamente, por muy privado que fuese del rey, ni de las personas que con él valían, y así eran dados a elección del rey, el cual siempre tenía respeto a lo que se ha dicho. Procuraban que los mozos, cuando viniesen a tener parte con mujeres, o casarse, tuvieran edad perfecta, y lo mismo las mujeres, porque decían si usaban de los actos venéreos en edad tierna y muy juvenil, impedían a la naturaleza, de tal manera que no llegaban a las fuerzas y grandeza del cuerpo [que con]venía y ella quería; y aun dicen que era embargo para la habilidad del entendimiento; y una de las principales cosas, demás de otras muchas, era esta la una porque se les prohibía el vino, porque decían que se les entorpecía el juicio.
Esforzábanse los nobles, y aun los plebeyos, si no eran para la guerra, para valer y ser sabios y componer cantos en que introducían por vía de historia muchos sucesos prósperos y adversos, y hechos notables de los reyes y de personas ilustres y de valer; y el que llegaba al punto de esta habilidad era tenido y muy estimado, porque casi eternizaba con estos cantos la memoria y fama de las cosas que en ellos componían, y por esto era premiado no sólo del rey, pero de todo el resto de los nobles. Otros se daban a oír en los Consejos, y con habilidad natural y con cargo (…)(7) ciencia de lo que en ellos sucedía venían a ser hombres muy prácticos, y conocidos por tales les daban cargos de justicia, otros en otras cosas virtuosas, de manera que por diferentes vías, como fuese virtuosa y noblemente, subían a valer y ser tenidos o estimados, aunque, como se ha dicho, ninguno de éstos, por famoso que fuese, ni porque fuese hijo de rey, había de llegar a gozar de los privilegios de los valientes, ni vestirse de sus hábitos ni trajes, ni traer sus insignias, porque a ellos solos se permitía traer el cabello afeitado en la forma que va aquí pintado, y vestirse de todas las vestiduras de las hechuras y colores que quisiese, salvo la ropa real azul que se ha pintado el traje de los reyes, ni ponerse aquella corona o insignia real de que ya se trató; y esto hacían principalmente para provocar a todos a uno, y a envidia virtuosa, y a aventurarse a la guerra, y hacer cosas dignas de merecer lo mismo que ellos, aunque para venir a ser tequihua, que era llegar a ser afeitado en la forma que se ha dicho y pintado, había de haber primero muerto o preso cuatro enemigos, que entonces con ciertos padrinos en el templo principal, ante el señor o rey, le daban la dignidad de caballería, afeitándole y dándole ciertas borlas de plumas para insignia de su dignidad y caballería, y desde allí adelante gozaba de privilegios y exenciones, entre las cuales eran en sentarse entre los demás tequihuaque, y hallarse en los Consejos de guerra, y comer y bailar con ellos, y sobre todo estaban en grado de alcanzar capitanías y oficios de guerra, y otras dignidades de paz y gobierno de la república, aunque no por eso había de dejar de dar su tributo al rey, porque generalmente los daban todos, si no eran dos géneros de personas. Los unos eran los hijos y descendientes de Nezahualcoyatzin, y los otros los que tenían méritos acerca de él, por haberle ayudado y servido en el tiempo que fue perseguido de su rebelde reino y naturales, matándole a su Padre, como se ha dicho; porque fuera de éstos, luego que los tornó a sojuzgar, en señal de su rebelión los hizo tributarios a todos generalmente, en que entraron muchos de sus deudos y parientes, que por no le haber acudido en tiempo de necesidad los hizo pecheros con los demás y hasta hoy los descendientes de Nezahualcoyotzin, cuando tienen diferencia con los demás les dan en cara con esta rebelión antigua de sus pasados, [y que por] esto eran pecheros, sin embargo [de que] fuesen de sangre ilustre o real, aunque los unos y los otros el día de hoy son todos tributarios a S. M.
Procuraban los nobles para su ejercicio y recreación deprender algunas artes y oficios, como era pintar, entallar en madera, piedra u oro, y labrar piedras ricas y dalles las formas y talles que querían, a semejanza de animales, pájaros y sabandijas. Aunque estas piedras estimaban, no era porque entendieran de ellas alguna virtud o propiedad natural, sino por la fineza de su color, y por haber pocas de ellas. Otros a ser canteros o carpinteros, y otros al conocimiento de las estrellas y movimientos de los cielos, por los cuales adivinaban algunos sucesos futuros; y se entiende que si tuvieran letras, llegaran a alcanzar muchos secretos naturales; pero como las pinturas no son muy capaces para retener en ella la memoria de las [cosas que se pintan], no pasaron adelante, porque casi en muriendo el que más al cabo llegaba, moría con él su ciencia. No había entre ellos hombre mujeril ni afeminado, y si alguno daba nota de esto, era con tanta prisa baldonado, que le hacían mudar costumbre y tomar ser y valor de hombre; y tanto se preciaban de serlo y de ejercer las armas, que muchos señores tuvieron forma de hacer matar a sus propios hijos cuando conocían de ellos falta del esfuerzo y ánimo, porque no viviesen infame y vergonzosamente entre los demás hombres de guerra.
Tenían por costumbre permitida de hacerse esclavo el que quería, con recibir el precio que (…)(8) paga de su persona, y con esto se obligaba a la sujeción y servidumbre de esclavo, y no podía ahorrarse en ninguna manera, si no era dando y volviendo lo que había recibido; pero esto sucedía pocas veces, y estos y los demás los compraban a mercaderes de tierras extrañas y que traían a estos reinos. Habían de ser de sus amos humanamente tratados, y cuando les daban vida áspera y cruel, que era evidente señal de esto el ponelles una toba de madera grande al pescuezo, eran libres si con ella huyendo se entraban en la casa real, por privilegio de los reyes, aunque a los dueños daban algún interés en recompensa de lo que les costó.
Tenían de costumbre cada ochenta días de ayuntarse los nobles y personas de toda dignidad y oficios en aquella casa de dignidad que hemos dicho, y un sacerdote viejo, con tal que fuese muy virtuoso y hábil, les hacía un razonamiento que duraba tres y cuatro horas, a manera de sermón, en que les decía las cosas que eran menester remediar, corregir o enmendar y (…)(9) tos generales, reprendiendo comúnmente los excesos que había, y enseñándoles a bien y virtuosamente vivir; de manera que algunos de éstos eran tan retóricos, que con su doctrina y ejemplo de buena vida hacían vivir a los hombres en orden y concierto, y los animaban y atraían fácilmente a hacer en la guerra cosas de valor y esfuerzo, y en las de paz cosas de virtud y buen gobierno; y esta costumbre era una de las cosas con que más se conservaron en su modo de vivir, en la forma que los hallaron los conquistadores, demás de que en los cantos y bailes públicos lo que se cantaba era de hechos notables que hicieron hombres pasados o presentes, o cosas que los buenos eran obligados a hacer; y esto se cantaba con tales palabras y compos[tura], que movía los ánimos de ellos a hacer lo mismo, y ponello por obra en ofreciéndose ocasión.
La comida y la bebida de los reyes y grandes señores y hombres ricos no eran nada viciosas, ni guisadas exquisitamente. No pasaba de gallinas, conejos o venados o aves salvajes, asado o cocido, y pan de maíz y ají, tenido por principal apetito; y la del común era mucho menos, porque caza no la alcanzaban, y cuando comían gallina era por fiesta y regocijo. Comían dos veces al día, una a la mañana y otra a la tarde. Su bebida de los poderosos era cacao, y por regalo bebían pinol hecho de chían; una semilla muy menuda, muy fresca y de mucha sustancia; y de esta usaban los plebeyos comúnmente, porque los más lo cogían en sus sementeras. Dormían poco, porque comúnmente se levantaban dos o tres horas antes que amaneciese a entender en sus granjerías y cultivar sus tierras, y a bañarse en baños que calentaban, hechos a manera de un aposento muy pequeño y muy bajo, en el un lado del cual tenían un hornillo pequeño en que encendían lumbre y echándole agua entraba el vapor en el aposento, y con el calor de él sudaban y se limpiaban y lavaban; y con esto por necesidad de enfermedades, porque de otra manera no se les permitía, especialmente a los hombres, porque decían que era regalo afeminado, y no de hombres ejercitados a la aspereza de los tiempos, demás que decían que encogían los nervios y cocía la sangre.
Los hombres de linaje y todos los oficios de dignidad y el mismo rey y los tequihuaque se trataban en sus vestidos muy honestos, porque no traían mas que mantas blancas, si no eran en las de fiesta y areitos públicos, que con po(…) diferente de los mexicanos, tlachcalteca o huexotzinca, que siempre andaban arreados a la soldadesca y fanfarronamente. Las leyes y ordenanzas y buenas costumbres modo de vivir que generalmente se guardaba en toda la tierra procedía de esta ciudad, porque los reyes de ella procuraron siempre que fuesen tales cuales se han dicho, y por ellas se gobernaban las demás tierras y provincias sujetas a México y Tacuba, y comúnmente se decía en toda la tierra que en esta ciudad tenía el archivo de su Consejo, leyes y ordenanzas que en ella les eran enseñadas para vivir honesta políticamente como hombres y no como bestias. Tenían el año de trescientos y sesenta y cuatro días, de manera que conforme a nuestro calendario diferían del nuestro un día y seis horas. Tenían diez y ocho fiestas cada daño, que caían (…) veinte días ca(…)(10) y los cuatro días que sobraban intercalares llamaban ellos nemontemi, que quiere decir que ni son del año que acaba ni del que comienza. Cada una de estas fiestas tenía su nombre diferente de las otras, y por cada una de ellas corrían los veinte días llamándolos por de aquella fiesta, y acabados, luego corrían otros tantos del nombre de la fiesta que se seguía, como si dijésemos un día de la semana de Ramos o de Pascua. Tenían por peligrosa la enfermedad que comenzaba en el tiempo de estos días intercalares.
[(XV) Cómo se gobernaban, y con quién traían guerra, y cómo peleaban, y el hábito y traje que traían, y el que ahora traen, y los mantenimientos de que antes usaban y ahora usan, y si han vivido más o menos sanos antiguamente que ahora, y la causa que dello se entendiere.]
Gobernábanse con la obediencia grande que tenían al rey y a sus ministros, los cuales eran proveídos por él en todos los lugares y pueblos de su jurisdicción; y lo que se había de hacer mandaba el rey, y de mano en mano iba a parar hasta aquellos que lo ejecutaban y ponían por obra; y con guardar las costumbres y ordenanzas que (…)(11) ía, y castigando los excesos que se hacían al deber y con que cada uno usaba del oficio y gobierno que le era encomendado con mucho cuidado, y principalmente porque conocían del rey celo grande de justicia, vivían quietos y pacíficos, sin alterarse jamás; y sobre todo porque naturalmente los indios son muy domésticos y pacíficos unos con otros.
Las guerras que tenían de ordinario eran con los Tlachcalan y Huexutzinco, introducidas de voluntad y consentimiento de Nezahualcoyotzin, por dos cosas: la una por el ejercicio militar, para que por ellos buenos nobles mereciesen en todo tiempo premios dignos de hechos valerosos de armas, pareciéndoles que no era justo que lo que sus padres ganaron y ellos sustentaban con [esfuerzo], lo heredasen y poseyesen los hijos con una ociosa y vergonzosa paz, amiga de todos los vicios, y riesgo de caer en sujeción por falta de ejercicio y cuidado de enemigos; y así concertaron entre sí que esta guerra sirviese para solo este efecto, con que si hubiese hambre o carestía en las tierras de los unos, cesasen las guerras pudiesen libremente los otros entrar en las de los otros a proveerse de provisión, y que acabada la necesidad, también se acabasen las treguas; aunque esto no aconteció jamás en espacio de poco más de setenta años que duraron las guerras, que fue hasta la venida de los españoles a esta tierra; y asimismo concertaron que cuando aconteciese que los unos tuviesen necesidad del favor de los otros para contra otros enemigos que los tuviesen en algún aprieto y estrechura, fuesen obligadoslos otros a ayudallos con todo su poder; y lo otro y más principal fue para el servicio de sus ídolos, para que los prisioneros que hubiesen del un cabo y del otro fuesen para sacrificar a sus dioses, porque por la vecindad y cercanía que se tenían, excusarían de ir a lejas tierras a traer prisioneros para el ordinario sacrificio; y esto debe ser verdad por muchas razones y evidentes argumentos que lo comprueban. Lo primero, porque cuando Nezahualcoyotzin anduvo peregrino y ajeno de su reino por la rebelión de los suyos, como queda dicho, fue acogido de los señores tlaxcaltecos en su tierra; y como a su pariente y sangre y linaje, porque los tlaxcaltecos se precian de la descendencia de los chichimecas, le ayudaron a ganar de nuevo el reino y señorío, y lo mismo los huextitzincas, aunque no por obligación de parentesco sino por amistad; y es razonable cosa de creer que Nezahualcoyotzin, rey tan virtuoso, por no dar muestra de ingratitud no rompería con ellos por ninguna ocasión ni acontecimiento; y así, sin embargo de la guerra que la una gente hacía a la otra en lo público, él enviaba sus embajadores a visitar a los señores tlaxcaltecas, enviándoles dones y riquezas de las que ellos carecían, que ellos hacían lo mismo con él, aunque faltaban en presentes por ser pobres; y esta misma orden se tuvo con Nezahualpitzintli su sucesor. Yo alcancé a conocer uno de los embajadores, que se llamaba Tlalcoyotl, hombre de mucho ser, habilidad, y por estoy por la calidad de su oficio muy tenido y estimado entre los indios, del cual supe muchos secretos y antigüedades; cuanto más que lo que más testifica esta verdad son los cantos viejos y antiguos, donde en muchas partes de ellos trata de ello, demás que los huextitzincas en tiempo de Nezahualpitzintli, por estar perseguidos de las guerras ordinarias y no poderlas sustentar, y por la que de nuevo se les recreció de sus vecinos los tlaxcaltecas, se vinieron muchos señores de ellos a Tezcuco, México y Tacuba en nombre de su república a someterse por tributarios, porque querían más estar sujetos a esto, aunque infamemente,que no estar a la continua con sobresalto de las guerras, que era consumición de su patria, porque por morir muchos hombres en ellas había ya tan pocos, que de cuatro partes de la gente queen ella había, las tres eran de mujeres, y no permitiéndolo estos reyes, porque no cesase el ejercicio militar y el sacrificio de los prisioneros que en la guerra se habían, les mandaron volver con treguas que les otorgaron con cierto tiempo, y les dieron tanta cantidad de gente de mexicanos, tepanecas y tezcucanos que bastasen a defenderlos de los tlaxcaltecos, hasta que se reformaron en el número y fuerzas que antes tenían, y hoy día permanecen en Huexotzingo, estas tres naciones, que están pobladas en sus barrios de por sí, con voz y título de donde son; de manera que por esto se colige que estas dos ciudades eran verdaderamente conservadas para este efecto referido. Lo cual confirma lo que Motecuhsuma respondió al marqués del Valle, preguntándole la causa de no habellas ganado, pues su poder y de los demás señores de la tierra era tan aventajado, diciendo quepara la conservación del ejercicio militar y tener a mano prisioneros de valor para el sacrificio de sus dioses no había convenido sujetallas, porque conforme a su uso y derecho de guerra, a los que se daban y rendían no hacían ningún mal, antes los dejaban libremente con sola la imposición de lo que habían de tributar; y conforme a esto, si los sujetaran, como pudieran, se ponían en necesidad y trabajo de buscar prisioneros muy lejos y a tierras remotas, porque toda la cercanía tenían llana y sujeta; y dan otra razón también que confirma la opinión, y es que el principal regalo de que los señores de esta tierra usaban en su comer, era que las tortillas demaíz que habían de comer fuesen calientes y sacadas hirviendo del horno, porque comiéndolas de esta manera eran más fáciles de digestir, y así por la misma razón, que los hombres que se sacrificaban a los ídolos, que eran como su comida, y se (…)(12)querían que fuesen recientes y no añejos y consumidos de larga prisión y caminos. Yo, por apurar más esta verdad, lo he preguntado a algunos tlaxcaltecas, hombres viejos y de autoridad, y me han confesado ser verdad que sus antepasados habían impuesto de su voluntad las guerras que tenían antiguamente con los señores de esta ciudad, sólo por el ejercicio militar y servicio de los ídolos; y es general opinión en toda la tierra, especialmente entre los curiosos que han pretendido saber antigüedades de ella.
Las demás guerras y conquistas que tenían antes que los españoles viniesen eran pocas, porque, como se ha dicho, tenían toda la tierra casi sujeta, salvo a Michuacan, porque como nación valerosa y de gran provincia no pudieron sujetalla, antes vinieron de allá rompidos, una vez que intentaron entrar en ella; pero todo el resto de esta Nueva España, hasta cerca de Guatimala, tenían llano y sujeto. La orden que tuvieron para ello, en que se fundó su señorío, fue que Tetzotzomoctli, señor de Azcaputzalco, con el mucho poder que tuvo y el largo tiempo que vivió y la suerte que le favoreció, se enseñoreo antiguamente de casi toda la tierra, y como pretendiese tiranizar a Tezcuco, procuró matar a Ixtlilxuchitl, señor de él, como en efecto le mató por manos de los suyos, que a su instancia se rebelaron, y después, [como] su hijo Nezahualcoyotzin, con ánimo ensalzado procurase cobrar el reino de que estuvo despojado nueve años, fue ayudado de los señores mexicanos, sus tíos, que fue menester poca ocasión para hacello, porque uno de ellos, llamado Chimalpopoca, había sido muerto en prisión por el señor de Azcaputzalco, porque dicen que dio consejo para ciertas asechanzas que le ponían. Finalmente, Nezahualcoyotzin y sus tíos Izcohuatzin y Moteczuma el viejo se dieron tal maña y les favoreció la ventura de tal suerte, que en muy poco tiempo conquistaron y ganaron a fuerza de armas a Azcaputzalco, cabeza de la monarquía de Tetzotzomoctli, con todo lo demás que poseía, justa o injustamente; y de esta manera se apoderaron de toda la tierra, haciendo tres cabeceras, que fueron México, Tezcuco y Tacuba, poseyéndola en la forma que la hallaron los conquistadores, y algunos pueblos que no quisieron darse ni rendirse, de los que habían sido sujetos a Azcaputzalco, después de requeridos que se allanasen y diesen, y no lo haciendo, con dureza y vana constancia, les denunciaban guerra a fuego y a sangre, y en señal de ella les enviaban arcos y flechas, rodelas y macanas, para que pues estaban contumaces estuvieran también apercibidos, que no pudiesen decir en algún tiempo, agraviándose, que no se les requirió y apercibió; lo cual hacían por vía de justificar su causa; y así juntaban ejército de todas tres naciones de tezcucanos, mexicanos y tepanecas con que los conquistaban y allanaban. Y otros pueblos y provincias que después ganaron, se fundaba su justicia en que en ellos hacían algunos notables agravios a mercaderes de estas tres naciones, o los mataban astuciosamente por trabar guerra con ellos, y en enviando a pedir enmienda de ello, y no la queriendo hacer, se les notificaba la guerra por la orden que se ha dicho, y de aquí venían a la manos hasta ganallos y sujetallos; y desta forma, a lo menos con este achaque, se hicieron señores de toda la tierra, poniendo guarniciones de gente de todas tres naciones en las tierras y provincias que convenía para la seguridad de ella.
La orden y manera de su pelear era principalmente con rodela y macana guarnecida de navajas o pedernal, con quedaban grandes cuchilladas, y picas con puntas de pedernal, y con arco y flechas, aunque, estas gastadas, acudían a la rodela que llevaban a las espaldas y macana en la cinta, y peleaban a pie con los enemigos, y como ya se ha dicho siempre procuraban de habellos vivos a fin de sacrificallos, si no era que la necesidad les forzaba a matallos por no podellos traer ni haber quien le ayudase, o por otros respetos y priesas que se ofrecían. Las armas defensivas que llevaban eran solamentelas rodelas y unas jaquetillas de ñudillos que les cubrían el cuerpo, que ellos llamaban ichcahuipilli, y los que podían se guarnecían las pantorrillas con grevas de oro y los molledos con brazaletes de lo mismo, porque no tenían otro género de metal de que lo poder hacer, y todo lo demás del resto del cuerpo llevaban descubierto, salvo la cabeza, que siempre la adornaban con mucha plumería de todas suertes y colores. Algunos, por parecer fieros al enemigo, se embijaban de negro o de almagre y pintaban los rostros de diversas formas, y en las rodelas, lo mismo, pintaban rostros y figura espantables y desemejantes, y generalmente todos procuraban ir adornados de la plumería de la que conforme a su posibilidad podían haber y alcanzar; aunque esto les era ocasión de muerte, porque el enemigo, especialmente huexutzincas y tlaxcaltecas, se oponían contra el que más señalado andaba en ornamentos y plumajes, a fin de despojalle de ellos, porque carecían de ellos por su pobreza.
La guerra que hacían era a cada veinte días, conforme a la cuenta de sus fiestas del año, de manera que una vez lo habían con los tlaxcaltecas, y otra con los huextitzincas, y ellos por la propia cuenta los aguardaban los propios días en el campo y lugares de la pelea, sin errarse jamás. Llegados los ejércitos a enfrentarse el uno con el otro a tiro de flecha u honda, hasta gastar las municiones se venían juntando y allegando los unos contra los otros, y peleaban a macana y rodela; y los valientes y esforzados se señalaban en pelear y oponerse contra donde el enemigo estaba pujante o aventajado, corriendo a un cabo y a otro, y acudiendo donde había mayor peligro; y si [alguno] de los contrarios se señalaba en hecho y valor de armas, por el propio caso discurrían por el campo hasta hallarle y pelear con él conforme a la comodidad del tiempo y lugar; y algunos de éstos que eran conocidos por valerosos, se juntaban de los contrarios los más escogidos para dar en él y prendello o matallo, y el otro por defenderse con sus valedores, se fundaban las más peligrosas peleas, adonde acudía cada cual en favor de los suyos, y allí era la mayor mortandad; y muchas veces acontecía esto en diversas partes del campo, adonde acudían los generales con valerosos soldados y tequihuaque a animar y defender a los suyos; y muchas veces con industria dejaban de respeto alguna gente con mandato y orden de acudir a la mayor necesidad, con cuya venida de refrescos no podían los contrarios sustentar el peso de la batalla, y vueltas las espaldas huían, y en esta coyuntura había más cómodo lugar de prender a muchos de los contrarios, lo cual hacían yéndoles al alcance, aunque muchas veces revolvían con el esfuerzo de sus capitanes o de otros valerosos hombres, de tal suerte que unos que tenían ya prisioneros se hallaban burlados, y la necesidad que tenían de recogerse y no aguardar el peligro de caer en manos de los contrarios les forzaba a soltallos; y muchas veces acontecía que el prisionero suelto asía del que había sido antes prendido, hasta que llegaban los suyos, y lo acababan de sojuzgar y prender. Había entre ellos hombres tan valerosos que no se ocuaban en otra cosa más de en sustentar y tener en peso la batalla, sin curar de prender a ninguno contrario, aunque el tiempo y la ocasión se le ofreciese, por no poner en riesgo de ser el ejército rompido por los contrarios, si no era cuando estuviese ya seguro de esto; y éstos eran por la mayor parte los generales y capitanes. El ser rompidos acontecía pocas veces, porque por no lo ser ponían todo su valor y esfuerzo, porque demás del peligro en que se ponían y todo el ejército, aunque escapasen de manos de contrario eran gravemente castigados de sus señores con muertes y prisiones, con otros géneros de tormentos. Y por esto cada cual procuraba hacer el deber o morir honradamente y no con infamia en poder de los jueces, que con diligente inquisición averiguaba las faltas que en la guerra cometían, especialmente los que lo hacían de miedo y cobardía y por la misma razón hacían lo mismo de los que como valerosos hacían todo lo posible, cumpliendo con la obligación que de buenos soldados tenían, para dalles premio y galardón. Duraba la pelea hasta que los generales hacían señal de retirarse, lo cual hacían sin volver las espaldas hasta ver si el enemigo con repararse les daba lugar para ello. Cuando iban a la guerra siempre iban tres ejércitos, el uno de esta ciudad, y el otro de México, y el otro de Tacuba, y todos con sus generales llegaban un día antes de la batalla en el campo donde el enemigo los aguardaba o salía al encuentro, y todos tres concertaban el modo y orden que habían de tener, lo cual guardaban entre sí inviolablemente; y hecha la pelea como se ha dicho, se volvían con orden y concierto en formados escuadrones, hasta salir de donde hubiese temor o sospechas de que enemigos los pudiesen turbar o inquietar su camino, el cual hacían a la ida y venida con mucho recato, teniendo para ello muy fieles y diligentes espías que de mano en mano avisabana los generales de lo que había, a los cuales premiaban largamente. Cuando caminaban con el ejército a pelear, iban delante los más valientes escogidos soldados, y en su seguimiento el resto de la gente bisoña y nueva en el arte; y cuando venían de vuelta los echaban delante. Esto era solamente en las guerras de sus fronteros los huextitzincas y tlaxcaltecas; pero en las demás jornadas que hacían de caminos largos, en donde era, menester llevar bagaje y servicio, tenían otra orden, porque igualmente iban soldados viejos en la avanguardia como en la retaguardia, llevando en medio, en lo que se dice batalla, los soldados nuevos y la gente de servicio con el bagaje, echando siempre delante corredores de hombres ligeros y valientes para descubrir el campo y ver si los enemigos les ponían celadas y emboscadas, sin las espías que de ordinario iban y venían, y de noche procuraban alojarse en partes y lugares seguros y aventajados, velándose con guardia que tenían de mucho cuidado y vigilancia, aunque con todo esto los capitanes y generales no se descuidaban un punto; y por esta orden conquistaron y ganaron todo lo que poseían al tiempo que el marqués del Valle vino a esta tierra.
Vueltos de la guerra, era cosa de admiración las averiguaciones que había de las cosas que en la guerra sucedían, así de flaqueza y cobardía como de esfuerzo y valentía, especialmente se tenía gran cuenta si estando el ejército en punto de ser perdido por cobardía de algunos, y por el valor de algún valiente y esforzado no se rompió y perdió, para castigar a los unos y premiar a los otros. Otros tenían diferencias sobre los prisioneros, de cuál era el verdadero señor de él, porque acontecía haber sido preso alguno entre dos y tres y más, y conforme a esto y al tiempo que acudió a ayudar, así llevaba el premio; y si alguno con falsedad se aplicaba algún prisionero, diciendo haberle prendido, por el mismo caso, si se averiguaba lo contrario, era sentenciado a muerte y ejecutada en él la sentencia, aunque fuese el principal de los hijos del rey, de suerte que en esto no había cautelas ni favores para salir con ninguna maldad.
Los soldados que iban a la guerra no aguardaban paga ni salario, ellos ni sus capitanes, sino el premio digno de sus obras que con muy cierta esperanza aguardaban del rey, con muchas honras y favores. Tenían mañas y cautelas los generales y capitanes contra sus enemigos, porque muchas veces se ponían en emboscadas y echaban algunos soldados a que escaramuceasen con ellos, fingiendo retraerse a huir hasta metellos en la celada o emboscada, dándoles por las espaldas con mucho ruido y grita; y esto era en partes y lugares y tiempos muy aparejados y acomodados para ello, y cuando era en campo raso hacían muchas sepulturas de noche muy disimuladas, llevando la tierra que de ellas sacaban muy lejos, y en ellas se escondían los más valientes y esforzados soldados, y los generales echaban algunas ligeras bandas para escaramuzar con ellos hasta metellos adelante de los que estaban enterrados, y saliendo de sus sepulturas, les daban por las espaldas con muy grande grita y alarido, con que los turbaban y eran tomados del un cabo y del otro, haciendo en ellos estrago y matanza; y de estas astucias y otras cautelas usaban los generales y capitanes cursados, especialmente contra enemigos poco expertos en el ejercicio de las armas y guerras. Los que escapaban heridos o lisiados eran sustentados y curados por el rey, y a su costa. La guardaban con gran cuidado la disciplina y orden militar, sin exceder de lo que sus capitanes mandaban, so pena de muerte. Eran fidelísimos y constantes en toda adversidad, y padeciendo con extraña paciencia todos los trabajos de la guerra. No temían la muerte, sino el hacer cosa infame y afrentosa.
El hábito que traían en tiempo de su infidelidad, traían por vestido y hábito los principales y señores, como se ha dicho, una manta de algodón blanca y llana, cuadrada, y atada por el hombro, y unos lienzos por panetes con que cubrían los miembros vergonzosos, y las mujeres traían naguas a manera de faldellines sobre que se fajaban, y unas camisas que llamaban huipiles, de algodón de diferentes colores, y el cabello recogido y atado de la suerte que aquí va pintado. La gente común traían las mantas de nequén de maguey, y de lo mismo los panetes, y las mujeres al respeto, que los unos y las otras andaban casi desnudos, y al presente ellas traen el mismo hábito, aunque por honestidad han añadido una cobija blanca, y ellos traen, demás de las mantas, camisas y zaragüelles. Algunos traen ya zapatos en lugar de las cutaras que antiguamente usaban.
Los mantenimientos de que antes usaban es de lo propio que al presente usan y se mantienen, que es lo principal el maíz de diferentes colores, aunque lo mejor es el blanco, y de frijoles de diversas maneras y colores, de chían, que es una semilla de mucha sustancia, y de huauhtli y de michihuauhtli, y de ají, apetito principalísimo y jamás fastidioso, por ordinario y perpetuo que se coma, y con todos los géneros de comida le da gusto y sabor, y gallinas, conejos, liebres, venados y otras muchas suertes de aves de caza; y esto no lo alcanzaban sino los ricos, aunque ya la gente común el día de hoy goza de vaca y carnero, especialmente los que más tratan y conversan con los españoles. El pan de Castilla comen, por regalo y fruta, o por necesidad. Averiguóse una cosa digna de admiración, y es que en tiempo de su infidelidad vivieron sanísimos sin jamás saber que cosa era pestilencia, sino que los que morían habían de ser muy viejos o muy niños y tiernas criaturas; tanto, que se tenía por prodigio y mal agüero cuando moría alguno fuera de estos dos extremos, y no se halla que sus padres ni antepasados diesen noticia de haber habido jamás pestilencia ni mortandad, como después de su conversión las ha habido, tan grandes y crueles que se afirma haberse consumido por ellas de diez partes las nueve de la gente que había; y esto se entiende y tiene por experiencia desde que los primeros conquistadores vinieron a esta tierra, porque afirmaban que era sinúmero la gente que había, y parece bien claro que debía ser así por la mucha tierra que labraban y cultivaban, que hoy día parece acamellonada generalmente en todas partes, la mayor parte de la cual está desierta y eriaza, y con tres pestilencias generales que han tenido desde que los ganaron se han consumido y menguado de tal suerte, que dicen los indios viejos y antiguos con quien esta relación se hace, que pueblos y lugares pequeños sujetos e esta ciudad que tenían en su infidelidad más de a quince mil vecinos, no tienen al presente a seiscientos; y otros que no eran tan grandes están del todo despoblados y desiertos; y es cosa notoria que en la pestilencia general que hubo desde el año pasado de setenta y seis hasta el de ochenta se llevó de tres partes de la gente las dos, a lo menos en esta ciudad y de la de sus sujetos, que se sabe por el número y copia que de ella antes había, y por la cuenta que después acá se ha hecho de su cantidad por mandado de la Real Audiencia para hacer las tasaciones de su tributo; y en otras que hubo ha casi cuarenta años hizo otro tanto estrago, sin la primera de las viruelas al tiempo que estaban los conquistadores en la conquista de la ciudad de México, que se entiende por cosa averiguada haber hecho mayor daño que en las que después acá han tenido, sin otras muchas pestilencias que han tenido de menos furia.
Las causas de donde procedía la sanidad que afirman que tenían en su antigüedad, y las que hay para que al presente tengan tan grandes y tan generales mortandades, aunque se han investigado por muchos españoles doctos y hábiles en medicina, y por los propios indios, haciendo muchasdiligencias e inquisición de su vida y costumbres en tiempo de su infidelidad, y del modo que agora tienen de vivir, para tomar de ello inteligencias, no ha sido posible saberse alguna que del todo cuadre y satisfaga, puesto que los unos y los otros dicen, y lo mismo afirman todos los curiosos que han pretendido llevar esto al cabo, que si hay alguna causa de su consumición es el muy grande y excesivo trabajo que padecen en servicio de los españoles, en sus labores, haciendas y granjerías, porque de ordinario en cada semana se reparten para este efecto mucha cantidad de ellos en todos los pueblos de esta Nueva España, porque en todos los lugares de ellos tienen edificios, haciendas y granjerías de pan, ganados, minas y ingenios de azúcar, caleras y otras muchas maneras y suertes de ellas, que benefician y labran con ellos, que para ir a ellos a doce y a quince leguas de sus casas son compelidos y forzados, y que de lo que padecen allí de hambre y cansancio se debilitan y consumen de tal maneralos cuerpos, que cualquiera y liviana enfermedad que les dé basta para quitalles la vida, por el aparejo y de la mucha flaqueza que en ellos halla, y másde la congoja y fatiga de su espíritu, que nace de verse quitar la libertad que Dios les dio, sin embargo, de haberlo así declarado S.M. por sus leyes y ordenanzas reales para el buen tratamiento y gobierno de ellos, afirmando que del descontento de su espíritu no podía prevalecer con salud el cuerpo, y así andan muy afligidos, y se parece muy claro en sus personas, pues por defuera no muestran ningún género de alegría ni contento, y tienen razón, porque realmente los tratan muy peor que si fueran esclavos.
[XVI. En todos los pueblos de españoles y de indios se diga el asiento donde están poblados, si es sierra o valle o tierra descubierta y llana; y el nombre de la sierra o valle y comarca do estuvieren, y lo que quiere decir en su lengua el nombre de cada cosa.]
El asiento de esta ciudad y población de la mayor y más principal parte de ella es en un llano descubierto que se haceentre la laguna y la serranía y montaña grande de Tlaloc, que es el propio que se trató en el capítulo 14, en donde los indios tenían antiguamente el ídolo de las lluvias y temporales; y la comarca se llama Acolhuacatlalli, que quiere decir «tierra y provincia de los hombres hombrudos», como ya se declaró en el capítulo 13.
[XVII. Y si es en tierra o puesto sano o enfermo; y si enfermo, por qué causa (si se entendiere), y las enfermedades que comúnmente suceden, y los remedios que se suelen hacer para ellas.]
El puesto y sitio de la ciudad de Tezcuco, y generalmente de toda su tierra y provincia, es sana, y tal opinión tiene de los naturales de ella, y por los españoles que la conocen desde el tiempo que a aquesta tierra vinieron, aunque con todo esto en las pestilencias generales no fue exenta ni reservada. Las enfermedades que comúnmente suceden a los indios son calenturas y fiebres, que se curan con sangrías a nuestro modo, y purgas de la tierra de que ellos usan, de muchas y diversas cosas especialmente de raíces; y también suelen enfermar de ciciones tercianas y cuartanas, que asimismo curan con purgas. Algunos suelen tener bubas, pero muy pocos, y no les da ni penetra tanto en los huesos y partes interiores como a los españoles. Cúranselas con raíces que beben, y con sudar mucho trabajando. Suelen tener diviesos, sarna y nacidos, enfermedad vieja suya, que nace de sangre corrompida, aun[que] para las pestilencias generales que han tenido, a lo menos la de ahora siete años y la que pasó ha casi cuarenta, no tuvieron ni hallaron remedio, sin embargo de que entonces los médicos indios y españoles hicieron para ello las diligencias posibles, que ellos llaman cocoliztli ezalahuacque, quiere decir pestilencia de cólera adusta y requemada, y así era la verdad, porque los más que morían echaban por la boca un humor como sangre podrida. Las viruelas que tuvieron al principio de su conversión, por ser mal hasta entonces tan poco conocido de ellos, los maltrató y consumió gran parte, porque lo que tomaban por remedio les era causa de muerte, que era bañarse en agua fría, hasta que lo entendieron y usaron de abrigarse y sudar y hacer otros remedios que la necesidad y experiencia les enseñaba, con lo cual después acá, en otras veces que les ha dado se han curado, especialmente con sangrías. También han tenido pestilencias de paperas y flujo de sangre, aunque no tan mortíferas y contagiosas como las grandes, y también suelen tener tabardete y dolor de costado y cámaras de sangre; y como todas son enfermedades conocidas de los españoles, se han curado y curan por su orden y consejo, aplicándoles las medicinas y remedios ordinarios, con que se valen el día de hoy; de manera que para solos los cocoliztles no han hallado remedio; y si al principio se valieron contra él fueron dos géneros de personas, que eran las unas la gente rica vestida y abrigada y regalada, y la otra la que vivía en tierras cálidas de suerte que en la gente más pobre y que vivía en regiones frías y secas hicieron más efecto; el secreto y misterio de lo cual tampoco se pudo saber.
[XVIII. Qué tan lejos o cerca está de alguna sierra o cordillera señalada que esté cerca dél, y a qué parte le cae, y cómo se llama.]
Está la ciudad de Tezcuco, la sierra nevada y volcán de Chalco a la parte del Sur, aunque algo más inclinados al oriente; la sierra como a diez leguas y el volcán cuatro más adelante por la propia vía de ésta, de cuya cordillera procede la serranía y montaña grande de Tlaloc de esta ciudad, la cual continuada pasa adelante hacia el norte, hasta fenecer en la provincia de Octumpan.
[XIX. El río o ríos principales que pasaren por cerca, y qué tanto apartados dél, y a qué parte, y qué tan caudalosos son, y si hubiere que saber alguna cosa notable de sus nacimientos, aguas, huertas y aprovechamientos de sus riberas, y si hay en ellas o podrían haber algunos regadíos que fuesen de importancia.]
Río principal y caudaloso no hay ninguno en esta ciudad ni cerca de ella, porque los arroyos de agua que corren por ella apenas pueden llegar a la laguna en tiempo de seca. Aun para esto fue menester incorporar y reducir en uno muchas fuentes de sus propios nacimientos, quitándolos de sus cursos y corrientes naturales, recogiéndolos en caños y acequias que para ello hicieron Nezahualcoyotzin y Nezahualpitzintli, no tanto para beber, porque tenían agua de pozos para esto, cuanto para regar sus huertas y jardines y otras posesiones y casas de placer, aunque ahora se sirven de ella en muchas partes de sus riberas para regadíos de sementeras de maíz y trigo, y en que han hecho los españoles molinos y batanes; como es del río que viene a esta ciudad de las fuentes de Alatlhitia y de otras sus vecinas, de las montanas y serranía de esta ciudad, en los capítulos pasados referidas, con que antiguamente se regaban unas montañuelas cerros pequeños que llaman cuauhyacatl, que quiere decir «principio de monte», en donde los señores de esta ciudad tenían muchas y diversas plantas de flores de muchas y varias colores y muy singulares olores, así de las propias y que naturalmente se dan y crían en esta tierra, como otras de tierras templadas y calientes, que criaban con mucho regalo y beneficio. Y otro río que nace de las fuentes de Teotihuacan, pueblo que tiene en encomienda don Antonio de Bazán, alguacil mayor de la Santa Inquisición de esta Nueva España, que en tres leguas de aquí a la parte del norte, que asimismo Nezahualcoyotzin sacó de su vía y trujo a unas casas de placer como a un cuarto de legua de esta ciudad, que llaman Acatetelco, aunque ahora no llega a ellas por estar en muchas partes rompido y correr por diferentes vías, porque después que se acabó el poder que tenían los sucesores de estos señores, se han caído y venido en gran disminución y ruina todas sus cosas, y una de ellas es ésta. Riéganse con el agua de estos ríos todas las tierras o las más de sus riberas, cuando los años son tardíos o secos y faltos de agua.
[XX. Los lagos, lagunas o fuentes señaladas que hubiere en los términos de los pueblos, con las cosas notables que hubiere en ellos.]
Ya se ha dicho en el capítulo doce de esta relación, que entre esta ciudad y la de México está una laguna, de la cual lo que hay que decir es que de su propiedad y naturaleza es muy amarga, y muy peor sin comparación que la de la mar; y con no ser grande su hondo a respecto de los grandes y muchos ríos de agua dulce que en ella entran, no se mejora ni convierte en la dulzura de ella, antes se está y permanece siempre su amargura natural; y lo otro que aun[que] entran en ella otros ríos, y que alguna vez crece por muchas aguas, no sobrepuja de su ser ordinario arriba de una vara de medir, de donde se presume que tiene algunas vías y aberturas por donde se vacía y desagua, porque si algún año es algo falto de lluvias, mengua tanto que yo me acuerdo que por la sequedad del año apenas se podía navegar por ella; porque yendo por ella en una canoa a la ciudad de México vi una abertura de peña tosca que corría casi por medio de ella de norte a sur, y ancha de una braza y en partes más y menos llena de cieno, por donde debe sumirse el agua de ella, que casi por la mayor parte de ella llevaban la canoa a jorro, o como dicen a la sirga, huyendo de los bajíos y buscando lo más hondo para poder navegar; pero con todo esto no se ha podido saber dónde y a qué parte responda el agua de ella. No cría ningún genero de pescado, si no es a las bocas de los ríos, del agua de los que en ella entran, y esto es poco y pequeño y ruin. Tampoco cría ningún género de aves, porque los géneros de patos y ánsares y otras aves de agua que en ella hay, vienen, según dicen, de la Florida, y no duran más de cuanto dura el invierno; pero con toda su maldad todavía sacan de ella los indios sus vecinos muchos y muy ordinarios provechos. Lo primero es la mucha caza de aves que toman con redes, y el pescadillo que cogen, de que se mantienen casi todo el año, y un genero de comida que llaman tecuitlatl, que hacen de unas lamas verdes que cría, lo cual hecho tortas y cocido, queda con un color verde oscuro, que llaman los españoles queso de la tierra. Cría otro género de comida que se llama ezcauhitli, que hacen de unos gusanillos como lombrices, tan delgados y tan cuajados por su multitud y espesura, que apenas se puede juzgar si es cosa viva o no. Y otra que llaman ahuauhtli, que también comen ya los españoles los viernes, y que son unos huevecillos de unas mosquillas que se crían en ella; y otra que se llama michpitlin y cocolin; aunque las más de éstas no comían ni al presente comen personas principales, sino pobres y gente miserable. No se cría sal del agua de ella, ni aun salitre bueno, porque el que se da en sus riberas no sirve de más de para hacer jabón.
[XXI. Los volcanes, grutas y todas las cosas notables y admirables en naturaleza que hubiere en la comarca, dignas de ser sabidas.]
En cuanto a este capítulo veintiuno no hay que satisfacer ni responder, porque en esta ciudad y en su comarca no hay cosa notable ni digna de admiración, salvo las rutas y cuevas que en muchas partes de ella hay, especialmente las de Cuauhyacac, media legua de esta ciudad hacia la montaña, que son tan grandes y capaces, que pueden vivir en ellas doscientos hombres; y así la tuvieron por casa y asiento principal los señores chichimecas, antecesores de los reyes de esta ciudad, porque a la redonda y comarca hay otras muchas en que asimilan antiguamente los chichimecas, que todas ellas el día de hoy están desiertas y despobladas; pero muy tenidas y estimadas de los principales de estaciudad, sucesores de Nezahualcoyotzin, por la memoria de que sus antepasados, hombres tan valerosos y famosos en esta tierra, la hubiesen tenido por casa y morada.
[XXII. Los árboles silvestres que hubiere en la dicha comarca comúnmente, y los fructos y provechos que dellos y de sus maderas se saca, y para lo que son y serían buenas.]
Los árboles silvestres que hay en esta tierra y en su comarca, especialmente en los montes de esta ciudad, y de que más abunda, son tres géneros. El primero es el abeto, que los indios llaman huiyametl, que son árboles muy grandes y crecidos y muy derechos; y hay de ellos tan gordos, que tienen de redondo cuatro y cinco brazas por el pie y otros más y menos, de que hacen los indios grandes canoas para navegación de la laguna de que ya se ha tratado; y también sacan de ellos tablas para puertas, mesas y cajas; y lo principal de que sirven es para vigas y enmaderamientos, por ser muy derechos y poco ñudosos; y de ellos, especialmente de los nuevos, se saca el aceite que llaman de abeto, que es un licor tan blanco y claro como miel de abejas muy blancas. Es medicinal, y de que en muchas enfermedades se aprovechan los indios y españoles. Muy buena madera para mástiles. Otro género de árbol son pinos, que son de poco provecho, porque no sirven ni aprovechan más que para leña y carbón, y eso no bueno por su poca fuerza. No tienen piñones como los de Castilla. Sácase de ellos resina tea, de que se hace pez. Es madera fofa y de poca fuerza y muy liviana. Son altos y derechos, que a necesidad sirve alguna vez su madera de tablas para puertas o ventanas. El otro género es de robles y encinos, cuyos provechos no se escribe por ser muy netos. Hay madroños, árbol muy conocido, y álamos que llaman prietos, de ningún provecho, sino es para entallar, por ser laborable y liviana. Hay…(13) que llaman de la tierra, que difieren muy poco de los de Castilla; pero éstos son puestos a mano en el cerro de Tetzcuncinco, traídos de los montes de Chalco, donde se crían naturalmente abundancia de ellos.
[XXIII. Los árboles de cultura y frutales que hay en la dicha tierra, y los que de España y otras partes se han llevado, y se dan o no se dan bien en ella.]
Los árboles de fruta naturales de esta tierra y que se dan bien en ella son cerezos, que labrado y en tierra cultivada dan muchas y buenas cerezas, de mucho sabor y gusto, y razonable mantenimiento. Hay manzanos que dan una fruta amarilla y algo encendida, casi del tamaño y gusto de la de Castilla que llamamos de por s[an] Juan. Hay de ellas unas mejores que otras, según el beneficio que a los árboles de ellas hacen o a la malicia o bondad de la tierra donde se crían. Estas y las cerezas pasan los indios y las guardan para comer por regalo en tiempo de invierno. En los árboles de estas manzanas se ingieren muy bien las de Castilla, y peras y membrillos. Morales de moras negras también tienen. Los aguacates y zapotes blancos, que llaman dormilones, que hay en esta ciudad, es en algunas partes abrigadas y lugares templados, y muy poco y ruin, porque su propia naturaleza es en tierra caliente, donde se da mucho y muy bueno, cuya propiedad no se sabe, porque habrán dado de ella razón los que hubieren hecho las relaciones de las tierras calientes. Hay tunales, planta muy conocida en esta tierra y aun en España, por lo que de acá a ella se ha llevado, que da y cría muchas muy buenas tunas y de muchos colores, como son las blancas, que son las mejores, y encarnadas, amarillas y coloradas, muy dulces y de muy singular sabor y olor. Hay otras que tienen la cáscara agra, que quitado solamente hollejo y comida con lo de dentro, que es muy dulce, hace un muy singular sabor. Generalmente las unas y las otras tienen propiedad de restreñir, y la razón es porque toda su sustancia, que es como agua, va por las vías de la orina, y las pepitas y granos de ella, seca y dura, pasa al estómago, el cual no es capaz a cocello y pudrillo, antes se apeñusca y endurece de tal manera, que con gran trabajo y dolor se purga, lo cual se excusa con comellas con pan, o muy pocas; y con todo eso, es esta fruta uno de los principales sustentos de chichimecas de las Zacatecas, a lo menos por todo el verano, porque en este tiempo se da y cría. No tienen otras frutas de que poder dar razón, porque por la frialdad de esta región no se dan otras, como se dan en las tierras calientes y templadas, que son muchas y muy diversas, de las cuales se gozan no menos que si fueran naturales, porque por ser muy cercanas las tierras donde se dan, se traen aquí con facilidad y muy frescas. De las que de España se han traído y se dan muy bien en esta ciudad y su comarca, son duraznos de todos géneros y melocotones, priscos y albarcoques, y los que llaman de Damasco, peras mayores y cermeñas, manzanas gordas que llaman de invierno, y de las de por s[an] Juan, y membrillos muy mejores que en España. Las granadas y ciruelas se crían muy mal, y la poca que se da es muy ruin y cocosa; y lo mismo eseueras y olivas y parras; aunque éstas, si se beneficiasen bien, todavía se darían, a lo menos las moscateles para fruta. Las naranjas, limas, cidra y sus semejantes se dan medianamente; pero es también en partes abrigadas y defendidas del Norte.
[XXIV. Los granos y semillas y otras hortalizas y verduras que sirven o han servido de sustento a los naturales.]
Los granos y semillas y otras hortalizas y verduras naturales que han servido y sirven de sustento a los naturales, las principales, después del maíz, son los frijoles de diferentes suertes y colores, que cocidos con ají es sustento principal y ordinario para ellos, y el chían, que es una semilla muy menuda, algo mayor que la de la mostaza, pero prolongadita y ovada, blanca y pardita, de la cual usan los naturales por sustento muy principal de mucha sustancia, que beben tostada, molida y desecha en agua, muy fresca y muy asitosa; y el huauhtli, que es una semilla como de nabos, y de su propia color, salvo que es chatilla como lantejas, de que después de molido y amasado hacen unos bollos metidos en hojas de maíz, que cuecen en ollas, o haciéndola tortillas cocidas en un comal, que es un tiesto redondo y llano que toma de redondo y circunferencia como dos varas de medir, que en los propios cuecen las tortillas de maíz, que es su pan cotidiano. Tienen mich-tortihuauhtli, que es otra semilla blanca y más menuda: de ésta hacen bollos por la propia orden que se ha dicho del huauhtli, y de ésta suelen beber después de tostada y molida y deshecha en agua miel. Tienen calabazas grandes y dulces, que cocidas o asadas comen por fruta, del talle, hechura y color, dentro y fuera, de los melones de Castilla, salvo que tienen cáscara, y no se pueden comer crudas, y sus pepitas que comen en muchos y diferentes guisados, y [sirven] de engrasallos por ser muy aceitosos. Tienen otra fruta que se dicen chayotli, espinosos como erizos o castañas, del tamaño de grandes membrillos; [se] comen cocidos: es fruta dulce y apacible, y que resisten la sed por ser aguanosas; y de estas legumbres o frutas tienen todo el año, que traen de tierra caliente. Tienen bledos, berros, cebolletas y verdolagas, que comen en los tiempos que se da. Tienen ají de su cosecha, de muchas suertes y colores, que comen en todos sus manjares, fresco y añejo, sin el cual ninguna comida les es grata y apacible: tienen gitomatl y miltomatl, que sirven de especia con el ají, de que hacen salsas y apetitos para comer, que por no haber fruta ni legumbre de España a que se parezca, no se trata más de ellos, y porque también es ya muy conocido, y aun se cría y da en España.
[XXV. Las que de España se han llevado, y si seda en la tierra el trigo, cebada, vino y aceite, en qué cantidad se coge, y si hay seda o grana en la tierra, y en qué cantidad.]
De las de España se han traído, como son coles, rábanos, cebollas, lechugas, usan generalmente de ella los indios a nuestro modo, pero poco, y se da y cría muy bien en esta ciudad en las huertas y jardines de los indios, con las demás verduras de yerbabuena, perejil y culantro, nabos, chirivías y zanahorias, salvo las berenjenas, porque se traen de las tierras templadas comarcanas a esta ciudad. El trigo, muchas suertes, y cebadas se da muy maravilloso en labranzas y heredades de españoles, porque muy pocos indios se dan a ello por no tener lugar, y aun apenas para sus propias sementeras, por estar de ordinario, ocupados en servicio de los españoles. Cogerse ha en Tezcuco y sus sujetos hasta diez mil fanegas de trigo, y de cebada muy poco, porque los que la siembran y cogen no es para vender, como el trigo, sino lo que les basta para gustar en sus casas. Tampoco se coge seda, aunque podría, porque hay morales de que sustentar el gusano, y en tiempo antiguo la cogía don Antonio Tlahuitoltzin, cacique y gobernador que fue de esta ciudad, hijo de Nezahualpitzintli. Grana, hay poca, pero no dentro en la ciudad, sino en tierras altas, como son las que hay entre ella y el monte y serranía de Tlaloc, por ser algo más templada, y aun aquí se dan poco por ella los indios; verdad sea que no pueden acudir a ello ni tienen tiempo por la ocupación ordinaria que tienen de los servicios personales, que a no ser por esto podrían tener tiempo para coger trigo y cebada, coger seda y grana.
[XXVI. Las yerbas o plantas aromáticas con que se curan los indios y las virtudes medicinales o venenosas de ellas.]
Las yerbas con que se curan los indios, raíces y plantas, granos y semillas, son muchos, así de los que se dan en esta ciudad, como de las que de fuera de ella se traen, de las cuales el doctor Francisco Hernández, protomédico de S. M., tomó muy larga y entera razón, escribió pinto en unos libros que de estas calidades y naturalezas hizo, en donde se verán sus propiedades y efectos, muy en particular de cada cosa, y así se satisfará a este capítulo, de lo que más generalmente usan y que más conocidos efectos hace en sus curas y medicamentos, porque tratar de todos era menester hacer un proceso y escritura de mucho volumen. La yerba que llaman picietl, que según dicen es la misma que en España llaman beleño, aprovéchanse de ella para dormir y amortiguar las carnes y no sentir el mucho trabajo que padece el cuerpo trabajando, la cual toman seca, molida y mojada y envuelta con una poca de cal en la boca, puesta entre el labio y las encías, tanta cantidad como cabrá en una avellana, al tiempo que se van a dormir o a trabajar; aunque muy pocos de los indios que se crían con españoles usan de ella, ni aun de la gente política y ciudadana, sino hombres rústicos y trabajadores. También toman de esta yerba por humo en cañutos de caña, envuelta con liquidámbar, porque atestados de ella los encienden por el un cabo, y por el otro lo chupan, con que dicen que enjugan el cerebro y purgan las reumas por la boca; y está ya tan admitido de los españoles que padecen estas enfermedades, que la usan para su remedio, y se hallan muy bien con ellos; y también usan de ella para ciciones, tercianas y cuartanas, tomándolo por vía de calilla, por que les hace purgar. Asimismo las hojas tostadas y puestas en la hijada, cuando hay dolor se quita con ellas. Tienen otra yerba que llaman cihuapatli, que quiere decir «medicina de mujeres», la cual bebida les hace luego parir y echar las pares, y ayuda a limpiarlas presto. Tienen otra yerba, la que se llama xiuhquilitl, que traen de tierra caliente, la cual molida y hecha masa se la ponen en la cabeza, y les quita el dolor de ella, y aprovecha para el empacho del estómago o ahito, y lo mesmo hace para el molimiento del cuerpo. Tienen un grano que se llama ololiuhqui, [que] también traen de tierra caliente, el cual molido y hecho masa y puesto en las partes hinchadas que proceden de dolores interiores, quita el dolor y la hinchazón; y asimismo tostado y molido y deshecho en agua y bebido, quita el molimiento del cuerpo, porque hace sudar. Raíces tienen muchas para purgar todo género de humores, y muy buenas, a opinión de los que lo entienden, salvo que no las saben aplicar, y así se curan por acertamiento y ventura y a poco más o menos. Plantas tienen algunas, y entre ellas por principal un género de maguey que llaman coxamalometl, con que se curan todo género de heridas, porque toman una penca y la asan en el rescoldo, y con el zumo de él caliente lavan la herida y le ponen encima la penca, y con esto la aseguran de pasmo. Es tan maravillosa su virtud y efecto, que se hacen curas con él que a juicio de médicos son tenidas por milagrosas. Tienen otra planta que también traen de tierra caliente, que llaman cuauhpatli, con cuya corteza hacen el vino blanco, y el mejor que ellos tienen, porque echado en la miel que sacan de los magueyes, y puesto en botijas y parte abrigada le hace hervir y convertir en vino. Este maguey [es] común y general; aunque hay muchas especies de él, unos mejores que otros, todos tienen una calidad. Es de mucho aprovechamiento para sustento de la vida humana, y aunque de él hay mucho escrito, por satisfacer a este capítulo se dirán algunos de sus aprovechamientos. Lo primero es, de la miel que sacan de él, virgen y pura, y de la color de una agua blanquizca, se hace el vino con el cuauhpatli que ya se ha referido,y también con una raíz que se dice ocpatli. Hácese de él miel para comer, porque sacada de él la que se ha dicho, la cuecen hasta espesarse y tornarse de color de un arrope muy encendido. Es singular provisión y mantenimiento. Hácese de ésta, azúcar que llaman chiancaca, y azúcar candi buena; y a falta de azúcar de Castilla o miel de abejas, se hacen con ella razonables conservas. De esta misma miel hacen otro género de vino que llaman aoctli, pero no tan bueno como el que hacen de la miel simple y por cocer, y así no usaban de él sino en las tierras donde no se criaba esta planta. Su tronco tierno y pencas cocido en barbacoa es buena comida y dulce. Del hilo y nequén de sus pencas hacen muchos géneros de mantas, de que generalmente usan los otomíes. Hácese de él todo género de sogas y cuerdas, hilo para coser cosas bastas. Finalmente, que es de tanta utilidad y provecho, que hasta de sus troncos y pencas hacen chozas y bohíos. Es muy buena para quemar y aun de su ceniza se hacen muy buenas cendradas en que los mineros sacan la plata. La lejía que de ella se saca es muy buena para los cabellos, y para otros muchos efectos. Las púas que estas pencas crían son muy agudas: enconosas si pican con ellas. Arrancadas de sus pencas, salen con cada una las hebras de su hilo que quiere el que las saca, con que se cocen muchas cosas groseras; de manera que para este proveyó naturaleza de hilo y aguja en un sujeto, sin usar de artificio ni industria humana. Por la mayor parte, en las regiones donde esta planta se cría es tierra seca y fría, y generalmente poblada de otomíes, indios muy poco labradores, y que suplen la falta de maíz con el provecho de esta planta. Tienen otras muchas plantas, raíces, yerbas buenas y malas, de que no se trata por no hacer largo proceso en esta relación; especialmente porque de ellas y de sus propiedades escribió muy largo el protomédico de S.M.
[XXVII. Los animales y aves, bravos y domésticos de la tierra, y los que de España se han llevado, y cómo se crían y multiplican en ella.]
No tenían ningún genero de animal para su servicio ni comer, si no era un género de perros del tamaño, de perdigueros que engordaban para comer la gente plebeya. Eran estos perros pelados y mudos, porque no ladraban, y engordaban tanto como puercos, porque los cebaban con pan de maíz y con el yzcahuidi que se ha dicho que cría la laguna. De los bravos hay venados de cuatro géneros, como son los grandes pardos, que llaman ciervos, de grandes cuernos aspas, que se crían en serranías peladas, y de otros algo menores, que llaman rabudos, que se crían en montes y espesuras, y otros que llaman corzos, de que se sacan las piedras que llaman bezares, y otros que llaman berrendos, aunque éstos no son de ningún provecho. Hay liebres y conejos y leones pardos y tigres y un género de gatos pintados que llaman ocotochtli, con cuyos pellejos se aforran ropas y zorras que llaman coyotes, y lobos como los de España, y un género de puercos que tienen el ombligo en el espinazo. De los domésticos traídos de España se dan muy abundantemente como son vacas, ovejas, puercos y yeguas Y algunos indios los crían y tienen, especialmente ovejas, y sin las enfermedades que comúnmente tienen en España, pero sin comparación es en mucha más cantidad las que de todo género crían los españoles, por la anchura de muchos sitios de estancias que se le han dado.
[XXX. Si hay salinas en el dicho pueblo o cerca dél, o de donde se proveen de sal, y de todas las otras cosas de que tuvieren falta para el mantenimiento o el vestido.]
No tienen salinas naturales, sino que la sal que gastan y de que usan es de panes, y sacada por artificio de cierta tierra salitral que se cría en algunas partes de la ribera de la laguna. El algodón de capullo que gastan para su ropa y vestido lo traen de las tierras calientes comarcanas, especialmente del Marquesado.
[XXXI. La forma y edificio de las casas, y los materiales que hay para edificarlas, en los dichos pueblos, o en otras partes de donde los trujesen.]
La forma y edificios de sus casas son bajas, sin sobrado ninguno, unas de piedra y cal, y otras de piedra y barro simple; las más de adobe, de que más usan en esta ciudad, por ser muy buenos, porque los hallamos hoy día a edificios viejos, hechos de más de doscientos años a esta parte, tan enteros y sanos, que largamente pueden servir en edificios nuevos. Tienen las cubiertas con vigas, y en lugar de tablas con muchas astillas muy menudas, tan bien puesta, que no cuela por entre ella ninguna tierra de la que ponen encima para terrado. La mayor parte de ellas tienen su patio, y a la redonda de él los aposentos que han menester, en que tienen sus dormitorios y recibimientos, para hombres en un cabo y en otro para mujeres; y despensas y cocinas y corrales de las casas de los principales y señores, especialmente las de los reyes son muy grandes y de tan poderosas maderas, que casi parece imposible que industria ni fuerzas humanas las pudieran poner en sus lugares, como por las ruinas de ellas hoy se ven en esta ciudad, especialmente en las casas de Nezahualcoyotzin que están en la plaza, que según su grandeza y el sitio y término de ellas, pudieran aposentarse en ellas más de mil hombres. Son sobre terraplenos, de un estado la que menos; de cinco o seis el que más. Los principales aposentos que tenían eran unas salas de veinte brazas y más de largo, y otros tantos en ancho, porque eran cuadrados y en medio de ellos muchos pilares de madera de trecho a trecho, sobre grandes basas de piedra, sobre las cuales ponían las madres en que cargaba la demás maderazón. No tenían estos aposentos puertas, sino unas portadas de madera como pilares, de la propia forma que los de dentro, tres brazas uno de otro, por donde se mandaban para entrar y salir; y como eran de madera y estaban descubiertas al sol y al agua, duraban poco, porque en comenzándose a podrir por los pies los pilares de las portadas, venían por allí a perderse toda la casa; y no duraba tan poco, que destos aposentos que ha más de ciento y cuarenta años que se edificaron, hay algunos todavía en pie y que se viven; de donde se juzga que si la maderazón de ella estuviera guardada y cubierta del agua, durara mucho más sin comparación de lo que ha durado. Tenía esta casa un patio muy grande con un suelo de argamasa muy enlucido y encalado, cercado de gradas por donde se subía a los grandes aposentos y salas que a la redonda tenía. Había en estas casas aposentos dedicados para los reyes de México y Tacuba, donde eran aposentados cuando a esta ciudad venían. Tenían aposentos para los demás señores inferiores del rey, sin otras muchas salas en que hacían sus audiencias y juzgados, y otras de consejos de guerra, y otras de la música y cantos ordinarios, y otras en que vivían las mujeres, con otros muchos palacios y grandes cocinas y corrales.
El modo y la traza de las demás casas de principales y hombres ricos es por la misma traza, pero muy pequeñas a respecto de las reales, aunque todas, como sea dicho se fundan sobre terrapleno, porque lo tienen por punto y blasón de largo tiempo introducido, el preciarse de proceder de casa conocida con terrapleno, como decir los hidalgos de España ser de casa y solar conocido.
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