Хосе Эчегарай. Sic vos non vobis или Последнее подаяние.
José Echegaray. Sic vos non vobis o La última limosna
Деревенская комедия в трех действиях и в прозе
Comedia rústica en tres actos y en prosa
Escrita expresamente para la Señorita Guerrero
REPARTO
PERSONAJES
ACTORES
PAQUITA
Srta. Guerrero.
MARUJA
Srta. García.
LORENZA
Srta. Martínez.
DOÑA GERTRUDIS
Srta. Suárez.
DON MARCELO
Sr. Cepillo.
JUAN
Thuillier.
DON BLAS
Mario.
DON SILVIO
Balaguer.
DON GABINO
García Ortega.
DON DAMIÁN
Mendiguchía.
LACAYO
N. N.
Época: principio del siglo XIX o fin del XVIII.
A la señorita Doña María Guerrero
Ya que fué usted tan bondadosa que, accediendo a mi ruego espontáneo y repetido, y venciendo su delicada resistencia a tomar una obra que no había de representarse por ahora más que una noche, aceptó usted para su beneficio mi humilde comedia rústica, continúe usted sus bondades aceptando la dedicatoria, que respetuosamente te ofrezco, de mi última producción, la cual con gracia tan encantadora y tan profundo sentimiento ha interpretado usted.
Y, al dedicársela, permítame usted que le dirija algunas breves palabras, a modo de consejo, que debe ser achaque de la edad esto de aconsejar a todo el mundo y también, y sobre todo, vea usted en esta dedicatoria un tributo de admiración por sus singulares condiciones para el arte dramático.
El talento de usted es grande; su sensibilidad, exquisita; su instinto artístico, que suple a la experiencia de la vida, admira a cuantos con imparcialidad la siguen en sus trabajos escénicos: su buen gusto y su distinción no tienen límites más que en sí mismos, y su manera de comprender las caracteres revela elevadas facultades.
En brevísimos años, que a lo que recuerdo no pasan de cinco o seis, ha llegado usted por derecho propio a donde no se llega sino en doce o catorce de lucha y de trabajo, aun teniendo verdadero mérito. Para muchos, éste sería el fin; para usted debe ser el principio de una carrera brillante y gloriosa.
Siga usted con la fe en el arte, y sin pensar más que en el arte, que es una de las pocas cosas verdaderas; siga usted sin vanidades, que son ajenas a su carácter, pero sin desfallecimientos cobardes, sean cuales fueren las injusticias que con usted puedan cometerse.
Al público se le respeta siempre, pero no se le adula; por mucho que valga, el arte vale más.
A la crítica ilustrada y noble, aunque censure, se la respeta también y se la escucha, y en ella se aprende.
A la crítica, aun siendo inepta, que se dan casos, con tal que sea digna y cortés, se la sufre con resignación y hasta con aquella benevolencia que la buena educación aconseja.
A la crítica de última clase, démosle ese nombre de crítica, que yo no puedo darle su nombre propio, dirigiéndome a usted; a la crítica chabacana, grosera, ridícula, sin ningún linaje de cultura literaria ni aun de cultura civil, a ésa se la desprecia.
Créame usted: el desprecio, cuando hay razón para despreciar, es el mejor castigo.
Conque adelante, y no dude del respetuoso y verdadero cariño que le profesa,
José Echegaray
Sic vos non vobis o La última limosna
José Echegaray
Acto primero
La escena representa un parque o jardín. A la derecha del espectador, la fachada del hotel o palacio. A la izquierda, el bosque. En el fondo, una tapia con una gran verja. Detrás, árboles y horizonte. En el parque, arbolado, flores, mecedoras, dos bancos, mesitas de té, etc.
Escena primera
Don Marcelo, paseando; Don Blas, sentado y fumando una pipa, que no abandona en toda la comedia, es flemático y frío.
MARCELO.-Ya te dice mi confesión: confesión general.
BLAS.-Bueno.
MARCELO.-Bueno es que digas bueno.
BLAS.-Malo.
MARCELO.-¿En qué quedamos?
BLAS.-En nada.
MARCELO.-Eres irresistible, Blas. Con tu eterna concisión, no hay manera de conocer lo que opinas sobre cosa alguna. Escuchas impasible, como estatua de piedra. Chupas la pipa; echas una bocanada de humo; das un paseo, y cuando más, como culebrina que se dispara, lanzas en línea recta un vocablo muy seco: «Bueno; malo; nada». ¡Allá va la bala!
BLAS.-¿Y qué?
MARCELO.-Que quiero que me digas tu opinión.
BLAS.-¿Para qué?
MARCELO.-Para saberla, y si me convences, para seguirla.
BLAS.-¡Ca!
MARCELO.-¿Que no la seguiría si me convenciese?
BLAS.-No.
MARCELO.-¿Soy un ser irracional?
BLAS.-Casi.
MARCELO.-Muchas gracias.
BLAS.-No hay de qué.
MARCELO.-Pero di algo; di algo. ¡Rayos y truenos, que voy a perder la paciencia! Di que mis proyectos son disparatados; que soy un loco; que soy un imbécil; que mi plan no tiene sentido común. ¡Todo lo que quieras; pero habla!
BLAS.-(Haciendo un esfuerzo.) Pues digo… todo eso…
MARCELO.-¿Te parece un desatino lo que te he contado?
BLAS.-Claro.
MARCELO.-Para mí no lo es.
BLAS.-Mejor.
MARCELO.-Pues vengan las razones.
BLAS.-¿Tu edad?
MARCELO.-Cincuenta y…
BLAS.-Nueve.
MARCELO.-¡Vete al diablo! Cincuenta y uno escasos, porque no los he cumplido.
BLAS.-Te sobran veinte.
MARCELO.-Estoy más fuerte que a los treinta; porque de un puñetazo te aplasto el cráneo, y eso que es duro.
BLAS.-(Tocándose la cabeza.) ¡Algo!…
MARCELO.-De modo que si la única razón es la edad…
BLAS.-No.
MARCELO.-Vengan las otras razones.
BLAS.-Después.
MARCELO.-Pues sigamos con las primaveras.
BLAS.-Con los inviernos.
MARCELO.-Yo, cincuenta.
BLAS.-¿Y ella?
MARCELO.-Dieciocho.
BLAS.-¡Aprieta!
MARCELO.-El pescuezo te apretaría yo. Eso de la edad es una preocupación; después de todo, cuando ella tenga treinta, tendré yo sesenta.
BLAS.-Y dos.
MARCELO.-¿Qué más da? La diferencia entre sesenta y sesenta y dos son…
BLAS.-Dos.
MARCELO.-Es decir, nada.
BLAS.-Es decir, dos.
MARCELO.-A los sesenta y dos seré yo un hércules; y los hércules son…
BLAS.-Solteros.
MARCELO.-Y los posmas como tú, ¿qué son?
BLAS.-Solteros también.
MARCELO.-Pues sigamos: cuando ella tenga. cuarenta, tendré yo setenta… (Notando un movimiento de Don Blas y apresurándose.) y dos.
BLAS.-Eso.
MARCELO.-Mi abuelo se casó a los setenta y cinco.
BLAS.-Gran novio.
MARCELO.-En suma, que yo sé lo que me hago.
BLAS.-Corriente.
MARCELO.-Otras razones en contra de mi boda pueden alegarse, ya lo sé. Sí, señor; otras razones hay. Yo adivino lo que estás pensado.
BLAS.-¿Entonces?
MARCELO.-Quiero oírlo de tus labios para rebatirlo, para desmenuzarlo, para pulverizarlo.
BLAS.-Pulveriza.
MARCELO.-Tú piensas que soy hombre de alta posición, de bastante cultura intelectual.
BLAS.-¡Hombre!
MARCELO.-Inmensamente rico.
BLAS.-Eso sí.
MARCELO.-Educado en los Estados Unidos entre las clases más opulentas…
BLAS.-Eso, también.
MARCELO.-De elevado talento…
BLAS.-¡Humm!
MARCELO.-¡No mujas! No digo que lo sea yo; digo que lo piensas tú.
BLAS.-(Levantándose.) Poco a poco. ¿Si sabré yo lo que yo pienso? Mi pensamiento no necesita intérpretes. ¡Vaya, vaya! ¡Ahora se empeña en convencerme de que yo tengo a don Marcelo por un dechado de perfecciones morales y materiales! ¡Demonio y qué modestia! (Se vuelve a sentar y vuelve a la pipa.)
MARCELO.-¡La primera vez que has ensartado tres oraciones, seguidas ha sido para declarar que me crees tonto! ¡Demonio de hombre!
BLAS.-Tampoco eso.
MARCELO.-Pues ¿qué soy yo?
BLAS.-Terco.
MARCELO.-¿Nada más?
BLAS.-Tozudo.
MARCELO.-¿Nada más?
BLAS.-Cabezudo.
MARCELO.-Y tú, irresistible.
BLAS.-Paciencia. (Pausa.)
MARCELO.-Atiéndeme, Blas. Por lo menos, atiéndeme. Ya sé que Paquita…
BLAS.-Pacorra…
MARCELO.-Así la llamaban antes; pero desde hoy se llamará Paquita.
BLAS.-Pues Paquita.
MARCELO.-Ya sé que Paquita, por la pobreza en que ha vivido; por su familia…. es decir, por no tener casi familia; por las influencias del medio social…
BLAS.-Rústico.
MARCELO.-Del medio rústico en que ha crecido, casi no tiene educación.
BLAS.-Sin casi.
MARCELO.-Poco a poco: sabe leer, y muy bien.
BLAS.-¡Ah!
MARCELO.-Sabe escribir, y muy bien.
BLAS.-¡Oh!
MARCELO.-Y aunque sea una pobre lugareña…
BLAS.-No: una salvaje.
MARCELO.-Aunque sea una salvaje, su inteligencia es noble. Allá, a su manera, ¡qué ideas expresa! Pues si las expresa, bien o mal, es que las tiene. Dice cosas que a veces me dejan parado.
BLAS.-En firme.
MARCELO.-En firme siempre lo estoy.
BLAS.-Sea enhorabuena.
MARCELO.-Pongamos que hoy es Paquita una chicota del campo, una pobre lugareña, una pequeña salvaje, ¿Y qué? Se la educa, y en un año, en dos años…, ¡una gran dama!
BLAS.-¿Vas a educarla?
MARCELO.-Ese es mi plan. Educar a mi futura mujer antes que lo sea. De Pacorra haré Paquita; de la mujer rústica, una doncella gentil; de la lugareña, una dama aristocrática e inteligente; al cristal en bruto le sacaré las facetas; a la bondad nativa, sentimientos delicados; al vigoroso ramaje, flores y aromas; y cuando termine mi obra, y la tosca pero divina aldeana se convierta en la mujer ideal, mi Paquita será mía, y habré forzado las puertas del cielo para vivir eternamente entre los bienaventurados. (Pausa.) ¿Qué dices de mi plan? De aquí salió. (Tocándose la frente.)
BLAS.-Ya se conoce.
MARCELO.-¡Mentecato!
BLAS.-Gracias.
MARCELO.-Siempre fuiste estúpido.
BLAS.-Edúcame como a Pacorra.
MARCELO.-Que te eduque el diablo.
BLAS.-Ya lo hizo.
MARCELO.-Y puede estar orgulloso de su discípulo.
BLAS.-Lo está.
MARCELO.-Conque ya estás enterado. Educo, a Paquita y me caso después.
BLAS.-¿Conque la educas?
MARCELO.-Sí.
BLAS.-Tú mismo.
MARCELO.-Hombre, yo, no. Yo soy ilustrado, por más que tú digas, pero no puedo servir de maestro. Además, desde que la proclamé oficialmente como mi futura esposa, no puedo vivir con ella. Y, por, otra parte, necesito ir a Nueva York, para redondear mis negocios, uno o dos años. Aquí se queda Paquita con su abuela.
BLAS.-¿Con la tía Maruja?
MARCELO.-Con doña María.
BLAS.-¿Vas a educar también a la abuela?
MARCELO.-Tiene la mejor de las educaciones: honradez. Y el mejor de los maestros: un corazón sano.
BLAS.-Y yo, ¿qué hago?
MARCELO.-Te quedas aquí, al frente de todo esto. Pues iba diciendo que en cuanto haga conocer mi decisión a doña María…
BLAS.-A Maruja.
MARCELO.-Cuando Pacorra se llame Paquita, Maruja se llamará doña María.
BLAS.-Y yo, ¿cómo me llamaré?
MARCELO.-Como te llamas: Blas. ¿Tú sabes lo que en griego quiere decir Blas?
BLAS.-No.
MARCELO.-Quiere decir tonto.
BLAS.-Sigue tú, sabio.
MARCELO.-¿Y sabes lo que quiere decir en griego sigue?
BLAS.-Tampoco.
MARCELO.-Pues quiere decir calla. De modo que yo soy el que dice: Sigue, Blas.
BLAS.-Un calamar helénico por aproximación.
MARCELO.-Para uso de los Blases sin aproximación.
BLAS.-¿Vas a enseñar griego a Paquita?
MARCELO.-Voy a tomarle maestros de todo lo divino y de todo lo humano para que sea un portento y tengamos que arrodillarnos ante ella.
BLAS.-¿Y cuándo empiezas?
MARCELO.-Hoy mismo. Hice llamar hace poco a Maruja; viene; le explico mis proyectos; los aprueba. Tengo una conferencia con Paquita; le digo que quiero casarme con ella, y corno ella me quiere muchísimo, dice que sí. Llegan los maestros…
BLAS.-¡Hola, hola!
MARCELO.-Llegan los maestros; lo dejo todo corriente; me despido; le doy un beso a Paquita; se queda llorando; me voy a Liverpool; lo arreglo todo; vuelvo; veo a Paquita; me asombro y me caso.
BLAS.-Y te asombras más.
MARCELO.-Y te muelo a palos.
BLAS.-Sigue, Blas.
Escena II
Don Marcelo, Don Blas y Maruja.
MARUJA.-¿Me llamaba el señor?… ¡Ay Jesús!… Ahora me lo han dicho. ¿Le hice esperar?
MARCELO.-Sí, la llamaba a usted; pero tranquilícese, que no esperé mucho.
MARUJA.-¡Hacer esperar al señor! ¡Válgame Dios!
MARCELO.-Si digo que no.
MARUJA.-Es que si el señor me dice: «Tú y tu nieta os vais a tirar al remanso de la presa…», ¡ya estamos allá! ¡Conque figúrese!
MARCELO.-Ya lo sé. Vamos, siéntate aquí y escúchame con mucha atención.
MARUJA.-Sí, señor; sí, señor.
MARCELO.-Hay que empezar por el principio. Y como éste, que es para mí como un hermano, llegó hace poco y no sabe nada…, es preciso que usted le cuente su historia a don Blas.
MARUJA.-¿Dice usted mi historia?
MARCELO.-Su vida de usted… y la vida de Paquita.
MARUJA.-¡Mi vida!… ¡Qué cosas dice el señor!… ¡La vida de Pacorra!… Pero ¡si no tenemos nada de eso!
MARCELO.-Sí, mujer; todo el que vive tiene vida, y le han pasado cosas, y ha tenido penas y alegrías.
MARUJA.-Penas, sí, señor. Alegrías…. sí, una muy grande: mi Pacorra… ¡Y las alegrías de ahora…. las que debernos. al señor don Marcelo!
BLAS.-¿Se casó usted?
MARUJA.-Naturalmente…, pues si tengo una nieta…, ¿qué remedio? Y también tuve una hija; y también se casó; y por eso tengo a Pacorra, ¿comprende usted?
BLAS.-Me parece que sí.
MARUJA.-Y mire usted: el marido de mi hija era un buen hombre…, y todos decían que hubiera sido algo: tenía de aquí… (Tocándose la frente.), pero no pasó de capataz.
BLAS.-¿Se murió?
MARUJA.-¡Le mataron esas malditas ruinas!… Malditas, no, que son de don Marcelo. Benditas de Dios, que dan de comer a mucha gente. ¡Qué pena…. qué lástima!… ¡Ay, si aquél viviera, otra sería nuestra suerte!… Pero mejor que ésta que tenemos…. ¡ay, eso no!… Mejor que servir a don Marcelo, no cabe. ¡Pues si estamos más contentas y más agradecidas!… Pues ¿y Pacorra?…, ¡ay señor don Marcelo!…
MARCELO.-¡Me quiere mucho!
MARUJA.-¡Si le quiere!… Mire: ha puesto su retrato de usted en un marco dorado, y todas las mañanas y todas las noches le reza: de rodillas, le reza; créame: como le digo, que el de allá arriba sabe si digo la verdad. De rodillas le reza, como si fuera usted un santo: ¡corno que lo es usted! Santos conozco yo que no valen tanto.
MARCELO.-(A Don Blas, en voz baja.) ¿Qué tal?
BLAS.-Muy bien.
MARCELO.-¿Y qué reza?
MARUJA.-¡Toma!…. oraciones que yo le enseñé. Y oraciones que ella compone allá a su modo. Pacorra tiene mucho de aquí. (Tocándose la frente.) Como su padre y como toda la familia.
MARCELO.-(Como antes.) ¿Qué tal?
BLAS.-Perfectamente.
MARUJA.-¡Ay!, si su padre viviese no estaría la chica como está: hecha una zafia, una bestia, con perdón sea dicho. Su padre, de día a trabajar y de noche a dar lección a la zagala. Pero, en fin, aquel pedrusco negro de la galería pudo más que el pobre.
BLAS.-¿Y su hija de usted?
MARUJA.-Dió en llorar y en enflaquecer…, y luego la miseria y el hambre… Pues se la llevó Dios con el otro Y yo me quedé con Pacorra de seis años… y sola en el mundo.
BLAS.-Bueno.
MARUJA.-¡Ay!, no, señor; eso no es bueno…. no es bueno.
BLAS.-Quise decir malo.
MARUJA.-Si no hubiera sido por Pacorra ya estaba yo, con aquéllos. arriba, en la gloria, que Su Divina Majestad me la tiene prometida.
BLAS.-¿Y después?
MARUJA.-Después me pasé a servir a una señora viuda, muy buena, muy buena, mejorando lo presente. ¿Sabe usted? En aquella casa que se ve al bajar la cuesta. Y sirviendo he vivido estos doce años, y Pacorra conmigo.
BLAS.-¿Hecha un salvaje?
MARUJA.-¿Qué quería usted que fuese? El sol, el viento, la lluvia y el monte, ¿qué han de criar? Matorrales, zarzas y chicas como Pacorra. Ahí tiene usted. Pero en lo tocante a estar bien cuidada…, ¡oh, eso…, la señora y yo no la descuidábamos!
MARCELO.-(Como antes.) ¿Qué tal?
BLAS.-Para servirte, ¿y tú?
MARCELO.-¡Imbécil!
BLAS.-Y al fin; ¿qué?
MARUJA.-¡Ay señor don Blas! Una noche la pobre señora se puso muy mala…, y no hubo remedio: se la llevó Dios, como a mi marido, como a mi hija, corno a aquel pobre hombre, como a todos. El sabrá por qué. ¡Ay mi señora! También tengo su retrato y también le rezo todas las noches. ¡Si es lo que tiene que ver! Yo reza que reza al retrato de mi señora y Pacorra al de don Marcelo.
MARCELO.-(Aparte.) ¡Es un ángel…, y cómo me quiere!
BLAS.-¿Y ustedes?
MARUJA.-Nos echaron a los dos días de muerta la señora…
BLAS.-¿A la calle?
MARUJA.-No, señor; ahí no hay calles: al campo.
BLAS.-Eso es.
MARUJA.-¡Yo y Pacorra!… Yo tan vieja como usted me ve y Pacorra tan chiquilla como es todavía. Claro, el ángel de Dios no sirve para nada.
BLAS.-(A Marcelo.) ¿Qué tal?
MARCELO.-Quiere decir que la pobrecilla no sabe hacer nada.
BLAS.-Pues eso.
MARUJA.-No, señor; no, señor. Sabe hacer quesos, y muy retebién.
BLAS.-¿De veras?
MARUJA.-Sí, señor ¡Y sabe tejer y adornar palmas con unas flores, y unos lazos, un entretejido! Como el señor cura siempre te daba este encargo para el Domingo de Ramos…
BLAS.-Pues con los quesos y las palmas…
MARCELO.-¡Hay que llevarla en palmitas!
BLAS.-Prefiero los quesos.
MARCELO.-Acabe usted la historia, María.
MARUJA.-Sí que acabaré, que falta lo mejor: lo más triste y lo más alegre. Nos echaron de la casa, como dije, y nos encontramos Pacorra y yo ¡desamparadas! Pasaron días… Vamos, no quiero acordarme. Quise pedir limosna; Pacorra no quiso. Le rogué que se pusiera a servir y que me dejase a la gracia de Dios: no quiso tampoco. Y al anochecer del cuarto día estábamos en la cuneta de la carretera: yo echada y llorando; Pacorra sosteniendo mi cabeza en su falda y llorando también; cuando pasó un coche con un señor dentro: era don Marcelo; venía a estar unos meses al cuidado de sus minas. ¿Y ya qué falta, señor? (Mirando a Don Marcelo y levantando las manos.) ¡No es nada! ¡Ay señor, que Dios lo bendiga! ¡Eso es caridad!, ¡eso es buen corazón!, ¡eso es saberse la doctrina! ¡Compadecerse, yendo en coche, de unas pobres mujeres, que lloran en la cuneta! Y decirle al cochero: «¡Para, bestia!» Y bajarse como si fuese un cualquiera… ¡Pacorra y yo sí que debíamos bajarnos a besárle sus reales pies…, y si no loconsiente, sus reales… manos, y declararnos de por vida sus esclavas!
MARCELO.-Basta, hasta; no quiero esclavos.
MARUJA.-Pues agradecidas hasta la muerte… A usted y a toda su raza. ¡Qué lástima que el señor no esté casado y no tenga hijos, para que pudiéramos servir de algo Pacorra y yo, que ella también se da muy buena maña con los chiquituelos!
MARCELO.-¿Oyes?
MARUJA.-Mire que lo digo de corazón. Que no son pamemas. Cásese, cásese y ya verá.
MARCELO.-¡A eso vamos!
MARUJA.-¿Se casa el señor? ¡Qué alegría! Digo si es para bien del señor, que Dios quiera que lo sea. Porque me parece que la señora no nos echará. (Con cierto temor.)
MARCELO.-Me parece que no. Y para hablar de este asunto la llamé a usted y llamé a Paquita. Se trata de algo muy serio.
MARUJA.-¡Ay Dios mío! ¿Bueno o malo?
MARCELO.-(A Blas.) Yo creo que bueno, ¿eh?
BLAS.-Ello dirá.
MARCELO.-Pero ¿no viene Paquita?
MARUJA.-Mandé a buscarla. Está corriendo por ahí con el zopenco dé Juan y la bestia de su hermana Lorenza. Me dijeron que estaban en el remanso de la presa pon el perro. Pero, calle…, ya los oigo…. ya vienen… ¡Qué ruído meten! (Se oyen voces.)
MARCELO.-Ella es…. pero ¿vienen riñendo?
MARUJA.-(Asomándose a la verja.) ¡Ea, no reñir!… ¡A callarse!
MARCELO.-Déjelos usted: me hacen gracia.
MARUJA.-¡A callarse os digo!… ¡Qué chicos!
Escena III
Don Marcelo, Don Blas, Maruja, Paquita, Juan y Lorenza. Don Blas, siempre sentado y fumando. Don Marcelo se retira al fondo para observar. Juan, en traje de mozo de fragua y algo tiznado, y Lorenza, en traje de campesina, entran corriendo; detrás, Paquita con una rama de hojas, pegándoles a los dos; viste traje de aldeana, pero de mejor clase que Lorenza, y viene descompuesta, algo desgreñada y muy colérica y llorosa.
PAQUITA.-¡Bestiazas…. bestiazas…. malas entrañas! (Pegándoles.) ¡Os he de descuartizar!
JUAN.-(Parando los golpes.) ¡Pero si yo…
LORENZA.-(Lo mismo.) ¡Si fué ése!…
JUAN.-Si no lo hice a mal hacer…, si ésa me lo dijo…
PAQUITA.-Tú, ésa…. pues a los dos.
MARUJA.-¡Muchacha! ¡Muchacha!
PAQUITA.-Déjeme, abuela, déjeme. ¡Si lo merecen! ¡Si yo tuviera más fuerza!…
MARUJA.-Tú no reparas…
PAQUITA.-¡Yo no reparo sino en que me hacen llorar y en que por poco se me ahoga Canelo! ¡Pues si se ahoga mi perro, a la presa vais los dos de cabeza, borricotes! ¡Mala sangre tenéis! (Se acercan a ella Juan y Lorenza.)
JUAN.-¡Pacorra!
LORENZA.-¡Vamos, mujer!
PAQUITA.-¡Quita allá! ¡Quita allá! ¡Pobre Canelo! (Lloriqueando.)
MARUJA.-¿Por qué le habéis hecho llorar?
JUAN.-¿Pues por qué nos pega?
PAQUITA.-Les pegué después.
LORENZA.-¡Si era una broma!
JUAN.-Déjala, que como es la señorita!… ¡Desde que es señorita!.., ¡Desde que don Marcelo le da alas!… Claro, le enseñó don Marcelo a tratar esclavos…. digo, eso dicen… Pero ¡aunque estoy de negro, no soy negro!.., ¡sábelo tú!
LORENZA.-¡Eso!… ¡Eso!
MARUJA.-¡Silencio, mal educado!
PAQUITA.-(Yendo sobre él y amenazándole.) Si dices de don Marcelo, ¡tanto así!…. hago contigo lo que hiciste con el perro, ¿sabes tú? Al señor no se le toca, ¿sabes tú? ¡Ni hay que mentarlo para nada…. como no sea para adorarlo de rodillas!
MARCELO.-(En voz baja a Don Blas, al cual se ha acercado poco antes.) ¿Y ahora?
BLAS.-Ahora no digo nada…; luego…, veremos.
PAQUITA.-Conque tú te arrodillas para hablar de este asunto, o no me acuerdo del santo de tu nombre en jamás.
JUAN.-Yo me arrodillo ante ti cuando quieras…, pero no está bien como nos tratas.
LORENZA.-¡No está bien!
PAQUITA.-¡Lo está! ¡Lo está! ¡Y lo está!
MARCELO.-(Avanzando.) ¡Ea! No hay que incomodarse.
PAQUITA.-¡Ay señor…, qué vergüenza! ¡Estaba usted ahí! ¡Lo veis! ¡Por vosotros!
LORENZA.-(A Juan.) Te ha oído.
JUAN.-(A Lorenza.) Mejor.
MARCELO.-Vosotros os vais. (A Juan.) Tú, a la fragua. (A Lorenza.) Tú, a donde quieras. Ya me contará Paquita lo que habéis hecho.
JUAN.-(Con burla.) ¡Paquita! Me parece a mí…, me parece a mí… (Aparte.)
LORENZA.-(A Juan.) Vente.
PAQUITA.-¡Idos! ¡Ea! ¡Afuera!
JUAN.-(Acercándose muy humilde a Paquita.) No hice con mala intención lo del perro… No lo hice, Pacorra… (Mirando a Don Marcelo.) ¡Toma Paquita!
PAQUITA.-Bueno, bueno.
MARCELO.-Al trabajo.
JUAN.-Ya vamos; anda tú. (A su hermana.) El hierro que coja yo ahora contra el yunque… ¡me parece que ni en el laminador! Anda tú para alante. (A Lorenza. Salen los dos.)
Escena IV
Paquita, Maruja, don Marcelo y Don Blas.
MARCELO.-Si te incómoda ése, le echo a la calle.
PAQUITA.-No, señor, no. Es un borricote, pero es bueno. Pero como es tan borricote y tan tosco…, siempre machacando hierro…, y como no cavila…, a lo mejor, sin querer, hace una barbaridad.
MARUJA.-¿Y qué hizo?…. vamos, ¿qué hizo?
PAQUITA.-Pues verá usted, abuela; verá usted, don Marcelo. Estábamos junto al remanso de la presa los tres, jugando con el Canelo.
BLAS.-¿El perro?
PAQUITA.-Sí, señor; el perro. Es feo, pero yo le quiero mucho. Se puede querer a un animal, aunque sea feo, ¿verdad, don Marcelo?
BLAS.-(A Marcelo.) Apunta eso, que te sirve.
MARCELO.-Tienes razón, Paquita. Tienes razón.
PAQUITA.-(Riendo.) ¡Se ha empeñado usted en llamarme Paquita!
MARCELO.-(Con entusiasmo.) ¡Porque eres Paquita!… ¡Porque eres…!
BLAS.-(Conteniéndole.) ¡Vamos!
MARUJA.-Don Marcelo te llama como quiera.
PAQUITA.-Ya lo sé…. ya lo sé… Pero luego me hacen burla ésos; todo el santo día están: «¡Paquita! ¡Paquita!»
MARCELO.-Pues al que se burle de ti…
PAQUITA.-No lo hacen con mala intención; pero como siempre me llamaban Pacorra…. y resulta que soy Paquita…
MARUJA.-Bueno, sigue.
PAQUITA.-Pues estábamos jugando, jugando, como digo…. y va Juan y tira una piedra al remanso…, y va y dice: «Cógela, Canelo.» Conque yo le grito: «No hagas eso, que estamos cerca del sumidero del molino y el agua tira mucho. Que no hagas eso, que se va a ahogar el perro.» Y él, sin hacerme caso: «¡Anda, Canelo!» Y yo: «¡Quieto, Canelo!» Y él: «¡Anda!» Y yo: «¡Aquí!» El perro, quieto. El perro a nadie obedece más que a mí. Todos los perros son así conmigo.
BLAS.-(Mirando a Don Marcelo.) Todos. ¿Verdad?
MARCELO.-(Aparte.) Imbécil. (Alto.) ¿Y qué?
PAQUITA.-Que como Juan es tan duro de mollera, va y coge al perro y lo tira al remanso, diciendo: «¡Anda por la piedra, Canelo!» ¡Mire usted, se me pone el corazón así! (Enseñando el puño cerrado.) Porque ya veía yo lo que iba a suceder. El perro, nada que nada…, y el agua, tira que tira…. y yo gritando: «¡Aquí, Canelo, aquí!» «¡Ven, hermoso!» «¡Ven!» Y el animalito, manotazo y manotazo…. y con las patitas, dale y dale…. y yo metida en el agua: «¡Canelo, Canelo!», y la corriente, chupa que chupa. ¡Y se lo llevaba! Todo el cuerpo hundido y aquel hociquito tan mono, que yo he besado tantas veces, apenas si salía del agua. Y lo volvía a donde yo estaba, diciendo…. sí, señor, lo decía claramente: «¡Mira que me ahogo!» Yo me iba a tirar…, que me tiro, sí, señor… Por Canelo me tiro yo…, ¡y por usted también!
MARCELO.-(Cogiéndole una mano con entusiasmo.) ¡Gracias, Paquita!
BLAS.-(A Don Marcelo.) También se tiraba por el perro.
MARCELO.-Déjame. Acaba, Paquita.
PAQUITA.-Juan me sujetó con sus manazas. Lorenza tendió una rama a Canelo, el pobrecillo mordió: y tira, y tira hacia fuera… lo sacamos. ¡Mire usted, me lo comí a besos! Y luego cogí la rama y a los otros les sacudí de firme: usted lo ha visto. Pero tenía razón. Diga usted si no tenía razón: ¡Ea, que tenía razón! (Como una niña, entre enojo y lloriqueo.) ¡Cómo besé yo aquel hociquito!
MARCELO.-Ya lo creo: eres muy buena: tienes un corazón muy hermoso. ¡Hacer daño a un ser débil! Eso es infame y repugnante.
PAQUITA.-¡Qué bueno es don Marcelo!
MARCELO.-Oye, Paquita: quiero que hablemos los tres. No, los dos. Pero antes los tres.
BLAS.-Entonces, sobro.
MARCELO.-No: todavía los cuatro. Luego os echaré para quedarme solo con Paquita.
PAQUITA.-¡Conmigo!
MARCELO.-(A Paquita.) Sí; ahora, siéntate. (A Maruja.) Y siéntese usted. Y tú… haces lo que quieras.
MARUJA.-(Sentándose.) Si el señor lo manda.
MARCELO.-Tu abuela me contó vuestra historia.
PAQUITA.-¡La historia de Pacorra!
MARCELO.-Y yo voy a contaros la mía.
PAQUITA.-¡La de usted!… ¡Abuela, nos va a cantar su historia! ¡Tiene gracia! ¡Ay, qué divertida será! Cuente, cuente.
MARUJA.-La vida de un santo.
MARCELO.-No; santo, no. Por eso quiero contaros mi historia, y después de unas palabras que le he oído a Juan, es preciso. Quiero que me conozca Paquita… y luego que decida.
PAQUITA.-(A Maruja.) ¿Qué ha dicho? Que yo… Don Marcelo tiene algo. Vaya, pues empiece.
MARCELO.-La historia no es muy larga: cuatro palabras. Me encontré sin padres y sin parientes a los diez años; y además era pobre. Sólo me quedaba un tío, que se había ido a California. Un marino, vecino nuestro, me recogió y me llevó al mar con él. «Yo comercio con los Estados Unidos, me dijo; alguna vez encontraremos allá a tu tío.» Y al mar. El hombre era negrero, y cinco años, desde los diez a los quince, en el barco negrero estuve.
PAQUITA.-¡Qué bonito!… ¡Un barco negrero! Eso debe ser…. debe ser…. así… ¿Cómo es?
MARUJA.-Es una cosa muy mala.
PAQUITA.-¡Sí!
MARCELO.-Muy mala. Servían esos barcos para el comercio de esclavos. Se compraban o se cazaban negros en Africa y luego se vendían. Nosotros los vendíamos en los Estados Unidos. ¿Comprendes?
PAQUITA.-(Cogiéndole las manos.) Sí, señor. Y usted… ha sido eso… ¡Ay, qué pena! ¡Pero ya no lo es!
MARCELO.-No, hija. Yo era muy niño: me llevaban, ¡yo qué sabía! Se cae donde se cae.
PAQUITA.-Es verdad: usted en el negrero y Canelo en el remanso de la presa.
MARCELO.-Y él no tuvo la culpa de caer.
PAQUITA.-Es verdad: ni usted tampoco. ¿Es verdad, abuela, que no tuvo la culpa?
MARUJA.-¡Qué había de tener! ¡Por Dios, si es un bendito!
MARCELO.-Pues al vender un cargamento de esclavos una vez, me encontré con mi tío. Era uno de los compradores. Y mi capitán hizo entrega solemne de mi persona.
PAQUITA.-¿A su tío de usted?
MARCELO.-Sí.
PAQUITA.-¿Y su tío de usted compraba esclavos?
MARCELO.-Tenía ingenios, plantaciones…
PAQUITA.-¡Ay don Marcelo, y qué triste ha sido su vida de usted! ¡Primero con el que vendía y luego con el que compraba! ¡Vamos, abuela, que con esa vida haber salido tan bueno! ¡Se cayó el pobre Canelo en el remanso y salió de barro y porquería que no se podía coger: y usted se cae en el barco negrero, y se cae usted en la plantación, y sale usted tan limpio y tan honradote, y tan decente, y tan compasivo! ¡Vamos, que es usted…, me dan ganas de llorar pensando lo que es usted! ¡Ay abuelita, qué bueno, qué bueno, pero qué bueno! (Se abraza a MARUJA y lloriquea.)
MARCELO.-(A Don Blas.) ¡Es un ángel!
BLAS.-(A Don Marcelo.) Vestido de lugareña.
MARCELO.-¡Es una sensitiva!
BLAS.-Metida en un cardo.
MARCELO.-Será mi esposa: mi legítima esposa: me querrá mucho… ¡y me moriré por ella!
BLAS.-Lo creo.
PAQUITA.-¿Y cómo acaba la historia?
MARCELO.-Mi tío, aunque te parezca mentira, era un buen hombre, me quería con delirio; me educó a lo gran señor, y como él era inmensamente rico…. minas, plantaciones, miles de esclavos…, no hubo nada imposible para mí. Crecí, gocé…; se me había acorchado la piel en el barco negrero; se me estragó la conciencia con los placeres; se me embraveció la voluntad con la falta de freno. Llegué a ser egoísta, brutal, pervertido.
PAQUITA.-¡Ave María Purísima! ¡Ay abuela!…
MARCELO.-Te digo todo esto, porque hoy debo decirte la verdad entera; es preciso que me conozcas; yo no engaño a nadie y menos a ti. Luego tú decides.
PAQUITA.-¡Que yo decida, señor!… ¿Tú sabes lo que quiere decir?
MARUJA.-No lo sé, Pacorra; no lo sé.
MARCELO.-Déjame acabar. Yo en el fondo no era malo. A veces sentía aquí dentro… así como un pinchazo. Todavía lo siento algunas veces.
PAQUITA.-¿Un pinchazo? Pues oiga: una cataplasma de malvas, bien cargadita de manteca y con unas gotas del aceite de la lámpara que alumbra a la Virgen y no hay postema que resista.
BLAS.-(A parte.) ¡En estado primitivo!
MARCELO.-No me comprendiste; quería decir que, a veces, me atormentaba el remordimiento.
PAQUITA.-Ya… Pues para eso no sirve la cataplasma; pero puede usted consultar con el señor cura.
MARCELO.-Con él consultaremos los dos.
PAQUITA.-¡Yo también!… ¡Abuela!…
MARCELO.-Un día, por una cosa al parecer insignificante, estalló la gran crisis de mi vida, ¡la gran crisis!
PAQUITA.-¿La qué?… ¿La gran qué?… ¿Cómo es eso?
MARCELO.-La crisis. Es decir, que de golpe se me despertó la conciencia. ¿No has despertado tú nunca de golpe?
PAQUITA.-(Dando una palmada.) ¡Sí, señor!, una vez que me caí de la cama.
MARCELO.-Pues eso: yo me caí también, ¡de golpe!
PAQUITA.-¿Y cómo fué? ¿Soñó usted con el negrero?
MARCELO.-Algo de eso hubo. Estaba yo en el jardín de nuestro palacio…. de nuestro palacio puedo decir…. tirando al blanco: un blanco muy difícil: en el filo de un machete había que partir una bala. Tiré…, tiré…. tiré… tres veces y nada. ¡Estaba furioso, humillado! Apunté largo rato, fijé el pulso, la voluntad me petrificó el cuerpo; contuve la respiración; estiré los nervios. ¡Ah! ¡Ahora estaba seguro!… Y en el momento de disparar, un negrito de cuatro años, que jugaba a mi alrededor, mientras embobada me seguía con la vista su madre, vino, a caer entre mis piernas, me desvió el tiro y marré una vez más. No pude contenerme; le di un puntillazo, rodó, pegó con la cabeza en una piedra y sangre roja inundó su cara negra y su ensortijado pelambre.
PAQUITA.-¡Ay señor, y qué malo era usted!
MARUJA.-¡Chiquilla!
MARCELO.-Tiene razón. La madre se arrojó sobre mí como una tigre y clavó sus diez uñas en mi cara, pegando la suya brutal a la mía ensangrentada, y hundiendo los rayos de sus ojos en mi alma, mientras sus zarpas se hundían en mi piel.
PAQUITA.-¡Hizo bien!… ¡Digo…, usted pensará que hizo bien… porque como ahora es usted tan bueno!…
MARCELO.-Hizo bien y me salvó.
PAQUITA.-¿Castigó usted a la pobre mujer?
MARCELO.-No; me dejé arañar.
PAQUITA.-Así se hace.
BLAS.-(Aparte.) Ya lo educa.
MARCELO.-Me fuí a mi cuarto; en él me encerré y en ocho días no pude salir. ¿Adónde iba yo con aquella cara? Y durante esos ocho días vi constantemente pegado a mi rostro el hocico prolongado de la negra. Era horrible, pero era madre, y su cara de mona se me metió en el corazón convertida en cara de ángel.
PAQUITA.-¡Ajajá!
MARCELO.-Desde entonces me fuí transformando poco a poco, y el negrero y el libertino… al fin se sintió hombre. Cuando murió mi tío, dejándome heredero de su inmensa fortuna, di libertad a todos mis esclavos y a la negra de los arañazos la hice rica. Desde entonces jamás atropellé al débil; contuve mis ímpetus, con trabajo, pero los contuve, y seguí en línea recta y en línea recta voy.
PAQUITA.-(Con alegría.) ¡Vamos!
BLAS.-Y yo, ¿puedo marcharme en línea recta?
MARCELO.-Haz lo que quieras.
BLAS.-Lo digo porque me aburro.
MARCELO.-Pues vete.
BLAS.-(Aparte, a Don Marcelo.) ¿Es ahora la declaración?
MARCELO.-Sí.
BLAS.-Adiós.
MARCELO.-¿Me dejas?
BLAS.-En familia.
MARCELO.-¿Volverás?
BLAS.-Luego.
MARCELO.-Pues a pasear.
BLAS.-A eso voy. (Sale lentamente por el fondo y fumando.)
Escena V
Don Marcelo, Paquita y Maruja.
MARCELO.-Y ahora, vamos a lo importante.
MARUJA.-¡Ay señor! ¿Ocurre algo?
MARCELO.-Y muy grave.
PAQUITA.-¡Ay Dios mío! ¿Le pasa a usted algo malo?
MARCELO.-Yo creo que no.
PAQUITA.-Entonces, deje lo demás. (Pausa. Don Marcelo mira tiernamente a Paquita, se acerca y le coge una mano.)
MARCELO.-Paquita, ¡te quiero mucho!
PAQUITA.-¡Torna, ya se conoce! ¡Pues lo que hace con nosotras! ¡Si nos tiene, vamos como si fuéramos dos señoras! ¿Y qué hacemos nosotras, abuela? ¡Pues no hacemos nada!
MARUJA.-Hija, yo le cuido la ropa blanca.
PAQUITA.-Pero yo no le cuido nada. ¡Es una vergüenza! ¿Quiere usted que le cuide algo?
MARCELO.-A eso vamos.
PAQUITA.-Pues vamos.
MARCELO.-Acércate, mírame bien, más fija. Dame las dos manos. Así; no dejes de mirarme. (Paquita le obedece y abre mucho los ojos, entre asombrada y risueña. Maruja los contempla, abriendo la boca.)
PAQUITA.-¿Vamos a bailar? ¡Parece que vamos a bailar! Vaya, vaya; pues todavía está usted para echar una danza.
MARCELO.-Paquita, ¿quieres casarte conmigo?
PAQUITA.-(Separándose.) ¡Virgen Santísima!
MARUJA.-(Santiguándose.) ¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!
PAQUITA.-¿Pero es broma?
MARCELO.-¡Es tan verdad como el Dios que está en los cielos!
PAQUITA.-¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!, ¡ay! ¿Oye usted, abuela?
MARUJA.-¿Pero te lo crees tú, tonta? ¡Para ti está! ¡Es juego!…
PAQUITA.-(Seria.) Juró por el de arriba, abuela.
MARCELO.-¿Tú me quieres?
PAQUITA.-¡Ya lo creo! Pues si con lo que ha hecho por nosotras no le quisiera con toda mi alma, dígale a usted que era yo más mala…, más mala…, más mala que usted cuando andaba en el negrero y por los plantíos.
MARUJA.-Que no le quisiera a usted y ya vería lo que era su abuela; que dientes no tendrá, pero todavía tiene uñas como la negraza de los arañazos.
MARCELO.-Entonces, cosa hecha. ¿Quieres ser mi mujer? Dilo.
PAQUITA.-¡Señor! (Haciendo plieguecitos con el delantal y bajando los ojos, o cualquier otra monada que discurra la actriz.) ¡Señor! ¡Vamos, qué tiene que ver esto!
MARCELO.-Mi mujer, mi esposa, mi esposa legítima… allá en la iglesia.
PAQUITA.-(Con cierto asombro.) ¡Pues claro! ¡En la iglesia se casa la gente!
MARCELO.-Pues responde, ¿quieres ser mi mujer?
PAQUITA.-(Con una gran tentación de risa.) Vamos…; pero… ¡su mujer de usted! ¡Una señorona!… ¡Doña Paca! ¡Pacorra en coche! Señor; pero yo… ¿Y qué van a decir aquéllos?… Pero si no puede ser. Vamos, dígalo usted, abuela.
MARUJA.-Si él lo manda, hija.
MARCELO.-Responde tú.
PAQUITA.-Pero, don Marcelo, ¿cómo quiere usted que yo diga?…
MARCELO.-¿Te repugna? ¿Te repugno yo?
PAQUITA.-¡No! ¡No, por Dios!
MARCELO.-¿Quieres que yo sea feliz?
PAQUITA.-¡El alma doy porque usted lo sea!
MARCELO.-¡Pues dame la mano!
PAQUITA.-¡Tome: las dos!
MARCELO.-¿Conque quieres?
PAQUITA.-¿Usted se empeña? ¿Usted lo desea? ¿Usted lo manda?
MARCELO.-No lo mando; pero lo deseo… ¡tanto como la gloria!
PAQUITA.-¡Pues, ea!…, ¡me caso!
MARCELO.-¡Paquita!
MARUJA.-(Lloriqueando.) ¡Se casa, sí, señor! ¡Lo que usted mande) ¡Pues no es nada! ¡Usted se casa con quien quiera!… Y si quiere usted casarse con las dos…, con las dos.
MARCELO.-(Riendo.) Se lo agradezco; pero me basta con Paquita.
MARUJA.-¡Era un decir! ¡Si no sé lo que me pasa! ¡Pero qué cosa tan grande, señor!
PAQUITA.-(Seria.) Pero…. don Marcelo…. óigame.
MARCELO.-¿Te arrepientes?
PAQUITA.-Pacorra no se arrepiente de cumplir como debe cumplir una mujer como Pacorra.
MARCELO.-¿Nada más que por cumplir?
PAQUITA.-¡Y queriéndole de veras! No es que a mí me encalabrine eso del señorío: es que le quiero de veras.
MARCELO.-(Aparte.) ¡Es un ángel!
PAQUITA.-Pero oiga, ¿no será una vergüenza para usted, cuando la gente nos vea a los dos juntitos? No es que yo me niegue…, ¡allá que negara San Pedro a su Divino Maestro! ¡Yo no niego a don Marcelo! Si usted quiere, ahora mismo a la iglesia. Pero usted un señorón…. y yo…. ¡Pacorra en el coche de usted! ¡María. Santísima!
MARCELO.-Aunque estoy loco por ti…. ¡porque estoy loco!
PAQUITA.-Ya lo veo.
MARUJA.-No digas eso, chiquilla; que le estás quitando la voluntad.
MARCELO.-La voluntad ya me la quitó. Pues digo que, a pesar de todo, conozco las cosas; y no por mí, sino porque nadie se burle de mi Paquita…, ¡porque al que se burle, le arranco yo el corazón! ¡Que don Marcelo fué negrero y no le espanta la sangre negra o blanca! Digo que, por todo eso, he dispuesto que te den un barniz de sociedad.
PAQUITA.-(Asustada.) ¡Me van a dar un barniz! ¡Ay señor! ¡Mire que yo tengo el cutis suave!… Las manos, no; ¡pero yo no necesito barniz! ¡No, lo había oído nunca! ¡Para casarse hay que dar barniz, abuela!
MARUJA.-No sé; serán modas de la gente rica.
MARCELO.-(Riendo.) No, Paquita. No me comprendes. Quiero decir que hay que instruírte algo; enseñarte las costumbres, las maneras, el lenguaje de la clase social en que vas a vivir.
PAQUITA.-(Riendo.) Ya, toma; eso es otra cosa. Yo pensé que con una brocha me iban a pintar todo el cuerpo de barniz. ¡Qué bestia soy!
MARCELO.-Un barniz de ciencias, de literatura, de artes… Algún idioma. Y tienes mucho, talento.
PAQUITA.-¿Yo?… (Riendo.) ¡Usted cree que, yo! ¡No sé.. no sé!… Que yo tengo…
MARCELO.-Mucho talento; pero hay que cultivarlo… y serás…. serás ¡un asombro!
PAQUITA.-¿Usted cree?… No, pues tonta no soy.
MARUJA.-No, señor…; no, señor…;¡si el señor cura lo dice!… ¡Que tiene mucho pesquis!… y le enseñó el Padrenuestro y la Salve en latín… Dilo…. dilo para que lo oiga don Marcelo…
PAQUITA.-¡Quita allá!… ¡Para latines estoy yo!…
MARCELO.-Bueno. Pues mira, yo tengo que marcharme a América.
PAQUITA.-¡Qué pena!… ¡Ay don Marcelo!… ¡Qué pena tan grande!
MARCELO.-(Aparte.) ¡Me quiere, sí! (Alto.) De modo que hasta dentro de seis meses, de un año, a lo más de año y medio, no será la boda.
PAQUITA.-Cuando usted quiera. No corre prisa.
MARCELO.-(Aparte.) ¡Qué inocente! (Alto.) Sí, hija; si corre, prisa, pero no puede ser antes. En este tiempo tú sigues aquí con tu abuela; y tú eres el ama de todo esto, ¿comprendes?, ¡el ama!
PAQUITA.-¡Pacorra el ama!…, ¡toma!…, ¡toma! ¡Y ahora que se desmanden aquéllos!…, ¡que me eche el bestia de Juan el Canelo al agua!…, ya verá…, ya verá… ¡Soy el ama!…
MARUJA.-No tenga usted cuidado. ¡Yo la dirigiré!
PAQUITA.-Abuela, yo sé, a mi no tiene que dirigirme nadie.
MARUJA.-Eres muy niña.
PAQUITA.-Bueno; pues si no soy el ama, que diga que el ama es usted.
MARCELO.-No; tú eres el ama verdadera. Oye: van a venir, o habrán venido, tres maestros modestos, pero de gran saber y respetabilísimos. Además vendrá una señora, doña Gertrudis, también muy respetable…, ya verás, Paquita; en un año, ¡otra mujer!… Y después, ¡felices para toda la vida!
MARUJA.-Y diga usted: ¿La boda no podría ser antes y luego marcharse usted-a sus negocios?
PAQUITA.-Déjele usted, que sea cuando él disponga.
MARCELO.-No; lo he pensado maduramente; esto es lo mejor. Yo sé esperar. ¿Me querrás mucho?
PAQUITA.-Más de lo que le quiero…. yo no sé si podré.
MARCELO.-¡La vida doy por ti!
Escena VI
Don Marcelo, Paquita, Maruja y Don Blas; después, Don Silvio, Don Damián y Don Gabino.
BLAS.-Ya están ahí.
MARCELO.-¿Los profesores?
BLAS.-Sí.
MARCELO.-Pues que vengan; preséntalos tú.
BLAS.-Voy.
PAQUITA.-¿Son los maestros?
MARCELO.-Sí, Paquita. (Paquita se separa a un lado con Maruja, mientras recibe Don Marcelo a los profesores.)
PAQUITA.-¡Que miedo!… ¡Los maestros!… ¿Pegan, abuela?
MARUJA.-Qué han de pegar, tonta, si eres el ama. ¡El ama de todo esto!… Pregúntale si podremos salir en el coche.
PAQUITA.-¡Quita allá!… Hasta que no me. case, no puede ser.
BLAS.-Pasen ustedes.
MARCELO.-Señores…
DAMIÁN.-Don Marcelo…(Se dan las manos.)
GABINO.-Mi señor don Marcelo…
SILVIO.-Mi queridísirno señor don Marcelo.
MARCELO.-En el edificio de la dirección y del ingeniero hice que les preparasen las habitaciones…, no sé si serán de su agrado.
DAMIÁN.-Muy cómodas.
SILVIO.-Deliciosas.
GABINO.-Inmejorables,
MARCELO.-Son seis meses o un año de retiro; una, temporada de campo que pueden ustedes aprovechar para sus estudios.
SILVIO.-Complaciéndole a usted, estamos complacidos.
DAMIÁN.-Llevar ideas fecundas a un cerebro virgen es sembrar para el porvenir.
GABINO.-Uno mi voz a la de mis compañeros. Y esa señorita, ¿tiene buena voz?
MARCELO.-¡Divina!… Pero ahora la van ustedes a conocer. Paquita…
SILVIO.-¿Es aquélla?
MARCELO.-(Riendo.) Hizo. siempre vida de campo; una pequeña salvaje que van ustedes a civilizar.
SILVIO.-Salvaje, pero encantadora.
DAMIÁN.-Ya la educaremos.
SILVIO.-Ya la poetizaremos.
GABINO.-Ya la armonizaremos.
BLAS.-(Aparte.) Ya la estropearemos.
MARCELO.-Ven, Paquita, que quieren conocerte estos señores.
MARUJA.-(Empujándola.) Anda…, niña, anda…
PAQUITA.-(Recelosa.) ¿Son esos?…. ¿son esos tres?… ¡Qué feos y qué cara de mal genio!
MARCELO.-(Cogiéndola de la mano y llevándola.) Sí, hija… no tengas miedo.
PAQUITA.-(En voz baja.) ¿Y cuánto tiempo va a ser?
MARCELO.-Unos meses… (Presentándola.) Mi pupila…; su educanda de ustedes…; mi futura esposa…. mi Paquita… (Todos saludan. Presentando a los profesores.) Don Silvio del Valle… Don Damián Esparraguera… Don Gabino del Roncal…
DAMIÁN.-Saludamos con todo respeto a nuestra discípula.
SILVIO.-Y con toda simpatía.
GABINO.-Uno mi voz a la de mis dignos compañeros.
MARCELO.-(A Paquita.) Di algo.
PAQUITA.-Muy buenos días tengan ustedes y muy bien venidos sean. Ustedes, buenos, en compañía de la familia; me alegro. Yo, buena, para servir a ustedes en compañía de mi abuelita y de don Marcelo… (Agarrándose a Don Marcelo.) ¡No me deje usted!
MARCELO.-¡No puede estar sin mí!
BLAS.-¡Ay! ¡Ay!
DAMIÁN.-Empezaremos mañana.
SILVIO.-O esta tarde.
GABINO.-Esta noche le probaré la voz..
PAQUITA.-(Con llanto y angustia.) Don Marcelo…. don Marcelo… ¿Se va usted hoy?
MARCELO.-Sí, Paquita.
PAQUITA.-(Abrazándose a él.) ¡Vuelva usted pronto!
MARCELO.-¡Me quiere con toda el alma!
Telón
Acto segundo
La misma decoración del acto anterior.
Escena primera
Don Gabino, Don Damián y don Silvio; después, Don Blas.
DAMIÁN.-No viene ese hombre.
SILVIO.-Dos veces le hice llamar; pero tiene una calma
DAMIÁN.-Hay que hablarle claro.
GABINO.-Muy claro.
SILVIO.-Clarísimo.
GABINO.-Y que decida.
SILVIO.-Que resuelva.
DAMIÁN.-Que determine.
SILVIO.-Y, sobre todo, que hable; que hable, al menos una vez en su vida.
GABINO.-Pues me parece que nos hemos contagiado y que estamos hablando como él, a pistoletazos: ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
SILVIO.-Ya está aquí.
BLAS.-(Entra con mucha calma y fumando en pipa.) Señores…
DAMIÁN.-(Dándole la mano.) Don Blas…
SILVIO.-(Lo mismo.) Señor mío…
GABINO.-(Lo mismo.) Mi buen amigo…
BLAS.-Felices.
SILVIO.-Ya le habrán dicho que deseábamos celebrar con usted una conferencia muy larga, muy grave, muy decisiva.
DAMIÁN.-Eso es: larga, grave y decisiva.
GABINO.-Uno mi voz a la de mis ilustres amigos.
BLAS.-¿Muy larga?
SILVIO.-Así lo espero y aun lo temo.
BLAS.-Pues sentémonos.
SILVIO.-Hay que tomar la historia de muy lejos, ¿no les parece a ustedes? Don Marcelo fué siempre decidido protector de la literatura… y…
DAMIÁN.-Y de la ciencia.
GABINO.-Y del arte.
BLAS.-Y de las niñas bonitas.
SILVIO.-Digo que don Marcelo nos distinguió siempre con su amistad, con su simpatía, con su valiosa protección, y tuvo, por último, la feliz idea… ¿Me atreveré a llamarla feliz?
BLAS.-Atrévase, usted.
SILVIO.-Pues tuvo la feliz idea de confiarnos la educación literariocientificoartística de su encantadora pupila y prometida, la preciosa, la encantadora, la divina… y la diabólica Paquita, un año hace o poco más…
BLAS.-Catorce meses.
SILVIO.-Catorce meses hace que desempeñamos esta misión delicada con toda la lealtad, con todo el celo, con toda la exactitud, con todo el tacto…
BLAS.-Sí; con todo.
SILVIO.-Con todos los medios que nos sugiere nuestra experiencia. Y los resultados prácticos, pregunto yo con honrada franqueza, ¿han correspondido a nuestros esfuerzos, a nuestro celo, a nuestra actividad, a…?
BLAS.-Sí; a todo lo de antes.
SILVIO.-Mis compañeros dirán su opinión; por mi parte, con dolor profundo, afirmo que niego. Es decir, digo que no.
DAMIÁN.-Pues yo declaro en redondo que no.
GABINO.-Pues yo uno mi voz a la de mis queridos amigos.
BLAS.-Bueno; pues no.
SILVIO.-¿Y consiste acaso tan deplorable resultado en falta de aptitud de nuestra simpática Paquita? ¡Ah! Eso también lo niego con negación rotunda. Su imaginación, es vivísima; su talento, lúcido; su penetración, grande. Pero en la parte que pudiéramos llamar técnica, todo lo confunde, todo lo baraja, no sabe nada de nada.
DAMIÁN.-Talento natural, pero ignorancia suprema.
GABINO.-Voz divina, oído finísimo…; pero rompe las teclas del piano.
SILVIO.-No quiere aprender.
DAMIÁN.-No quiere estudiar.
GABINO.-(Acosando todos a Don Blas.) No quiere hacer nada esa criatura.
SILVIO.-¡Qué lecciones!
DAMIÁN.-¡Qué lucha!… ¡Ayer me rompió una máquina eléctrica!
GABINO.-¡Qué desentono!… Anteayer me dió un capirotazo en la nariz…. de broma, ¿eh?, pero me hizo daño.
SILVIO.-Senos escapa y se va a corretear con esos dos salvajes: con Juan y con Lorenza.
BLAS.-¡Guapa chica!
SILVIO.-¿Quién?
BLAS.-Lorenza.
SILVIO.-(Cruzándose de brazos.) Pues así estamos.
BLAS.-¿Y qué?
SILVIO.-Que nuestra situación es grave; nuestra posición, falsa; nuestra responsabilidad, inmensa. Volverá don Marcelo dentro de cuatro o cinco meses.
BLAS.-Antes.
SILVIO.-¡Antes! Ya lo oyen ustedes.
DAMIÁN.-Y quedaremos deshonrados a los ojos de nuestro ilustre amigo y protector.
GABINO.-¡Esto es para trinar! ¿No le parece a usted, don Blas?
BLAS.-Sí, señor; trine usted.
SILVIO.-Porque dirá don Marcelo «¿Qué habéis hecho de Paquita? ¿Qué habéis hecho de ella, pedagogos ineptos? Ignorante la dejé; ignorante la encuentro.».
BLAS.-¿Y qué remedio?
SILVIO.-A usted, acudimos como a la persona de más respetó de la casa.
BLAS.-Y yo, ¿qué hago?
DAMIÁN.-Llamar a Paquita, reñirle y obligarle a que, al me nos, aproveche estos cuatro o cinco meses últimos.
BLAS.-¡Meses! ¡Ya! ¡Ya!
GABINO.-¡Usted cree…!
BLAS.-Que el mejor día le tenemos aquí.
SILVIO.-No será el mejor: será el más funesto.
DAMIÁN.-Pero ¿cuándo?
BLAS.-No sé.
SILVIO.-Es decir, ¿que puede venir de pronto? ¿Puede venir este mes? ¿Puede venir esta semana?
BLAS.-Puede venir hoy mismo.
DAMIÁN.-Pero ¿es seguro?
BLAS.-Seguro, no.
SILVIO.-Avisará al menos.
BLAS.-Quince minutos antes de llegar. Desde el pueblo.
SILVIO.-¿Y qué hacemos?
DAMIÁN.-Tarde mucho o tarde poco, aprovechar el tiempo. Usted llama a Paquita.
BLAS.-¿Yo?
SILVIO.-¿Pues quién?
BLAS.-La llamaré.
DAMIÁN.-Usted la reprende.
BLAS.-La reprenderé.
GABINO.-Usted se muestra severo.
BLAS.-Me mostraré.
SILVIO.-Pero ahora mismo.
BLAS.-¿Ahora?
SILVIO.-Hay que ganar tiempo.
BLAS.-¿No sería mejor mañana?
DAMIÁN.-No, señor.
BLAS.-Pues que venga.
SILVIO.-Aquí viene la institutriz. Haga usted, don Blas, que comparezca ante nosotros Paquita.
BLAS.-Pues que comparezca.
Escena II
Don Blas, Don Silvio, Don Damián, Don Gabino y Doña Gertrudis.
GERTRUDIS.-(Muy alarmada.) ¿Han visto ustedes a Paquita?
SILVIO.-No la he visto en toda la mañana. Faltó a mi lección.
DAMIÁN.-Y a la mía.
GABINO.-Hace cuatro días que no da lección conmigo.
GERTRUDIS.-Pero ¿dónde está esa criatura? Señor don Blas, esto no puede continuar así. Yo no puedo con Paquita. Es muy buena, lo confieso. Muy simpática. La quiero mucho. Tiene disposiciones felicísimas; eso sí. ¡Cómo habla el francés! ¡Qué pronunciación para todos los idiomas! ¡Pero es una paloma torcaz! Don Blas, yo declino en usted todas mis responsabilidades.
DAMIÁN.-Y yo las mías.
SILVIO.-Y las mías yo.
GABINO.-Yo uno mis responsabilidades a las de mis dignos compañeros.
BLAS.-Y yo, ¿en quién las declino?
SILVIO.-A usted le pertenecen por entero.
BLAS.-¡Ah: en su abuela!
GERTRUDIS.-¡Ay don Blas, si esto es irresistible!
DAMIÁN.-¡Intolerable!
SILVIO.-Pero ¿dónde está Paquita?
GERTRUDIS.-Don Blas, hay que buscarla.
BLAS.-Que la busquen.
GERTRUDIS.-Pero ¿adónde a ido? ¡A mí me va a dar algo!
SILVIO.-Resuelva usted, don Blas.
BLAS.-¡Don Silvio!
SILVIO.-¡Qué!
BLAS.-¡Ordene usted!
SILVIO.-Qué?
BLAS.-Que me la traigan.
SILVIO.-¡Al diablo el imbécil!
Escena III
Don Blas, Don Silvio, Don Damián, Don Gabino, Doña Gertrudis y Maruja.
GERTRUDIS.-Aquí viene doña María… Quizá ella podrá darnos alguna noticia de esa Paquita de mis pecados.
MARUJA.-¿Han visto ustedes a mi nieta? ¿Ha vuelto?
GERTRUDIS.-Pero ¿adónde ha ido?
MARUJA.-No sé; y ya estoy alarmada.
SILVIO.-Lo estamos todos, señora. Hasta don Blas.
BLAS.-¿Yo? ¡Ah…, sí…, también!
GABINO.-(A Maruja.) Usted, ¿qué sabe?
MARUJA.-Yo…, nada. Me acosté temprano, porque no estaba buena. Me levanté temprano, porque estaba mejor. Fui a su cuarto y había volado el pájaro.
SILVIO.-Pero,¿adónde ha ido? Si don Marcelo llegase de pronto, como dice este señor que puede llegar, y nos preguntase por su Paquita, ¿qué le decíamos? ¿Qué le decía usted, don Blas?
BLAS.-¿Yo? Nada.
SILVIO.-¡Pero, hombre!
BLAS.-¡Si no sé nada!
DAMIÁN.-Hay que preguntar.
GABINO.-Hay que inquirir.
GERTRUDIS.-Hay que mandar gente al bosque.
MARUJA.-¡Mi pobre Pacorra! ¿Le habrá sucedido algo? Aunque yo creo que no, porque de éstas ha hecho muchas. Y además, me dijo el jardinero que muy tempranito, al rayar el día, la vió con Juan y con Lorenza ir así como hacia el picacho del Gaitán.
SILVIO.-¡Acabara usted, señora! Se fué de expedición con esos dos brutos a ver salir el sol desde arriba.
GERTRUDIS.-Eso será. Pero ya tenía tiempo para estar de vuelta. Supongan ustedes que le sucede algo. ¿Y entonces?
MARUJA.-¡Sucederle…, no le sucede nada!
SILVIO.-Y cuando don Marcelo vuelva y sepa estas cosas irregulares…, me atreveré a llamarlas irregulares…, ¿qué dirá? ¿Qué se le ocurrirá? ¿Qué cara pondrá?
MARUJA.-¡Es verdad! ¡Ríñanla ustedes mucho! ¡Se acabaron las explicaciones!
SILVIO.-(A Don Blas.) De todas maneras, usted se encarga de poner orden.
BLAS.-Me encargo.
GERTRUDIS.-¡A ver, a ver! ¿No es aquélla?
MARUJA.-¡A ver! ¡No veo!
SILVIO.-Sí; es ella.
GERTRUDIS.-¡Gracias a Dios!… ¡Ay Dios mío, tenía un susto!… ¡Pobrecilla!
MARUJA.-Ahora ya la veo… ¡Qué mona viene!
DAMIÁN.-Esas zalamerías, esos mimos, pierden a Paquita. Mire usted, doña María, retírese usted, porque delante de usted no hay modo de reñirla.
MARUJA.-Bueno, bueno; como ustedes dispongan. Pero no la riñan mucho; ella no la hace a mal hacer. Es su costumbre: ya ven ustedes.
DAMIÁN.-Y usted, doña Gertrudis, márchese con doña María, porque usted también es blanda de corazón.
GERTRUDIS.-Es que Paquita es monísima… y yo…. si no fuera por mi responsabilidad… ¡Ah, es que conmigo ha adelantado mucho! De mí no la diga usted nada, don Blas.
BLAS.-Ni palabra.
MARUJA.-Viene hecha un sol. (Mirando hacia donde viene Juan.)
GERTRUDIS.-¡Un sol sofocado! Pero tiene usted razón: un sol. ¡Pobrecilla!, si le quitan esos paseos, la matan. Verá usted como le dan un mal rato los pedagogos.
Escena IV
Don Blas, Don Silvio, Don Damián y Don Gabino; Paquita entra muy sofocada y con una rosa en el pecho.
PAQUITA.-Muy buenos días. ¡Qué calor!… ¡Felices, don Blas!… (Aparte.) ¡Qué caras!
BLAS.-Felices.
PAQUITA.-¡Quite usted, que voy a sentarme ahí!… ¡Ah!, ¿me permite usted?… (Primero con decisión, después con afectada finura.)
BLAS.-Bien está. (Levantándose. Paquita se sienta.) Y bien estaba yo. (Se sienta en otro lado.)
DAMIÁN.-Señorita, faltó usted a mi lección.
SILVIO.-Y a la mía.
GABINO.-Y a la mía también.
PAQUITA.-Es verdad.
SILVIO.-¿Por qué?
PAQUITA.-Porque estuve ocupada.
SILVIO.-¿En qué?
PAQUITA.-¿Y a usted qué le importa?
SILVIO.-(A Damián.) Por lo visto aprovecha las lecciones de buena educación de doña Gertrudis, lo mismo que las nuestras.
PAQUITA.-Lo dije en broma. Estuve de paseo. Me levanté cuando era todavía de noche y me fui con Juan y con Lorenza al picacho del Gaitán a ver salir el sol. ¡Cómo estaba el bosque! ¡Qué medias luces y qué frescura! Los árboles respirando fuerte y sacudiéndose con la brisa como si echasen fuera la ropa de la cama. ¡Y los pajaritos, qué monos despertaban! ¡Pío, pio, pío! ¡Y saltaban del nido y sacudían las alitas! ¡Pío, pio, pío! Es lo que yo digo: ¡cosa más rara! Se despereza un hombre, ¡y qué feo se pone y qué groserote! Se despereza un pajarito, ¡y qué monísimo! ¿Por qué será esto, don Silvio? Usted, que sabe tantas cosas, dígame: ¿por qué es esto?
SILVIO.-(Preparándose para un discurso.) Paquita, es una ley calológica y consiste…
PAQUITA.-No me lo diga usted: de todas maneras yo no había de entenderlo.
DAMIÁN.-(Con severidad.) Y allá fueron ustedes sin pensar…
PAQUITA.-Sí, señor. Sin pensar… ¡Hala!, ¡hala!, ¡hala!… ¡Al picacho! ¡Qué alegría da el amanecer! ¡Y qué vista desde lo alto!… ¡Si aún la tengo aquí, metida en los ojos!… ¡Aquella nube blanca ya se enciende!, ¡qué sofocadita se pone; será que le da vergüenza que la vea el sol vestida con su toilette du matin! ¿No se dice así, don Silvio? ¡Y qué coloradote sale el sol! ¡Hecho un buen mozo! ¡Allá van rayos y rayos! ¡Que le pega a la roca!, ¡que le pega a la nube!, ¡que le pega al bosque y lo agujerea!, ¡que sacude al río y parece que lo abrillanta! ¡Por todas partes latigazos de luz!… ¡Muy hermoso!, ¡muy hermoso! ¡Me daba una alegría! ¡Me daban unas ganas de pegar yo también a Juan y a Lorenza! ¡Sobre todo a Juan! ¡Con qué gusto le hubiera pegado en aquella cabezota tan fuerte y en aquel pechazo tan anchote!… ¡Toma, toma, toma! (Dándole un golpe en el pecho a Don Blas.)
SILVIO.-¡Jesús! ¡Paquita!
DAMIÁN.-¡Paquita, por Dios!
GABINO.-¡Qué criatura; por eso me rompe las teclas del piano, pensando que le pega a Juan!
PAQUITA.-No; si no le pegué. Se ha vuelto muy formalote y se enfada. Desde que el señor director de las minas le ha tomado por su cuenta y le enseña esas cosas que nadie sabe, se ha vuelto muy estirado y muy soso. Va para sabio, como ustedes, y concluirá por ser un mamarracho.
SILVIO.-¡Mil gracias!
PAQUITA.-No; si es verdad. Ya no se ríe. No dice nada. Peco sigue haciendo barbaridades. Figúense ustedes: allá en el picacho, en un tajo de la roca, ¡muy profundo, muy profundo!, que no se ve el fondo, y muy hacia fuera, había prendido esta rosa, ¡una rosa tan encarnada mirando una sima tan negra! ¡Tienen unos caprichos las flores!, y estaba si me caigo, si no me caigo…, pues yo también tuve el capricho de cogerla: cada una tiene sus caprichos. Sin pensar lo dije, y el bestia de Juan se tiende y echa el cuerpo hacia fuera y hacia fuera, y estira el brazo y lo estira para trincar la rosa… Y yo… «¡Que no!, ¡que no!, ¡bestia!, ¡que te matas!» Pues nada, a sacar el cuerpo y a sacarle cada vez más! «¡Que te matas!» Y él, con una voz muy ronca…. ¡como que tenía toda la sangre en la cabeza!…, me dice: «¡Si me mato, mejor!» ¿Han visto ustedes qué bestia?… Y, claro, se le venció el cuerpo, y se iba abajo… ¡Y se va si yo no me tiro y lo agarro por las patas!…
SILVIO.-¡Paquita, por las patas!
PAQUITA.-¡Cada una se agarra como puede! ¡Por las patas, sí, señor; y gracias, y echándole encima mi cuerpo!, y así y todo, nos íbamos los dos a lo hondo, porque como él pesa tanto y es tan fuerte…, ¡me vencía!… «Suelta -me grita ya con las ansias-, que si no, te matas tú también!» Y yo: «¡Me mato, pues mejor!» ¡Toma terquedad! Y si no nos sujeta Lorenza ¡nos matamos los dos, como hay Dios! ¡Pero él cogió la rosa me la dió, y es ésta ¡Pobrecillo!
SILVIO.-¡Paquita!
DAMIÁN.-¡Don Blas, diga usted algo!
BLAS.-(Como despertando.) ¡Ah!…, ¡sí!
GABINO.-¡Pero fuerte!
SILVIO.-¡Muy fuerte!
BLAS.-(Con severidad.) ¡Paquita!
PAQUITA.-¿Qué?
BLAS.-(Lo mismo.) ¿Conque fuiste al picacho?
PAQUITA.-Sí, señor.
BLAS.-(Con tono amenazador.) ¡Al picacho!
PAQUITA.-¡Claro, y estaba muy hermoso!
BLAS.-(Lo mismo.) ¿Y por qué no me lo dijiste?
SILVIO.-Así, así.
PAQUITA.-¿Para qué?
BLAS.-(Con tono natural.) Toma, para ir con vosotros.
SILVIO.-¡Oh, qué hombre!
BLAS.-¿Fué Lorenza?
PAQUITA.-¿No ha oído usted que sí?
BLAS.-Pues hija, habérmelo dicho.
SILVIO.-¡Don Blas!
BLAS.-Es verdad.
DAMIÁN.-¡Don Blas!
BLAS.-(Otra vez con tono fuerte.) ¡Paquita!
PAQUITA.-¿Qué?
BLAS.-Dicen ésos que eres holgazana.
PAQUITA.-Pues bien trabajo.
BLAS.-Y muy rebelde.
SILVIO.-Siga, siga.
BLAS.-¡Hola, hola!
PAQUITA.-No me riña usted, don Blas.
BLAS.-(Cambiando otra vez de tono.) ¡Y Lorenza estaba guapota!
DAMIÁN.-¡Don Blas!
BLAS.-(Con nuevo enojo.) ¡Esto no puede seguir!
PAQUITA.-¿Y qué es esto?
BLAS.-Tu conducta.
SILVIO.-Su conducta de usted, señorita. Don Marcelo puede llegar de un día a otro; de un minuto a otro minuto; ¡mañana, hoy, ahora mismo!
PAQUITA.-¡Qué alegría!… ¡Abrazar a don Marcelo!
BLAS.-Y llega y dice…
PAQUITA.-¿Qué?
BLAS.-A casarnos.
PAQUITA.-(Con cierta tristeza.) Cuando él disponga; yo todo lo que él quiera; pues apenas si le debo…, ¡lo que ha hecho conmigo!… Como si hubiera cogido a un gusanillo del bosque y le hubiera dicho: «¡Anda, hijo, que ya eres emperador!».
SILVIO.-Pues mal le paga usted, Paquita.
BLAS.-Muy mal.
PAQUITA.-Pues yo, ¿qué hago? ¿No le obedezco en todo?… Dice «A estudiar»; pues estudio, y eso que me revienta.
SILVIO.-¡Qué término, Paquita! ¿Ha leído usted en toda la Retórica un término así?
PAQUITA.-Pero, señor, cuando a una le revienta una cosa, ¿cómo dice que le ha reventado?
GABINO.-¡Paquita!…. pero es un término bajuno.
PAQUITA.-Pues en aquellos versos decía: «Revienta la nube en rayos»; pues si revienta la nube, puedo reventar yo.
SILVIO.-¡Basta!…, ¡basta!… ¿Cree usted que de esta manera paga usted los beneficios que debe a don Marcelo? Llegará, se acercará a usted, creerá encontrar una señorita fina, distinguida, ilustrada, ¿y qué encontrará? Dígalo usted, don Blas, ¿qué encontrará?
BLAS.-¿Qué encontrará?
PAQUITA.-No; si yo sé también ponerme fina; que lo digo doña Gertrudis.
DAMIÁN.-¿Le da a usted lecciones de finura Juanito?
PAQUITA.-No, si se ha afinado mucho desde que aprende con el ingeniero. Porque también le dan lecciones. Ahora le dan lecciones a todo el mundo. ¡Ea, que todos hemos de ser sabios!… Savant!… Je suis savant, tu est savant, il est savant… Tomen ustedes finura.
DAMIÁN.-¡Qué criatura!
BLAS.-¡Monísima!… ¡Y Lorenza muy guapa!
SILVIO.-(A Don Blas, con enojo.) ¿Es eso lo que resuelve usted?
BLAS.-(Volviendo a la severidad.) ¡Ah!… ¡Paquita!…
PAQUITA.-¡Don Blas!
BLAS.-Hay que estudiar.
PAQUITA.-Bueno, estudiaré; desde mañana estudiaré.
SILVIO.-Hay que afinarse.
PAQUITA.-Bueno; desde mañana me afinaré.
DAMIÁN.-Usted lo puede todo, si quiere.
PAQUITA.-(Pensativa.) Todo, no.
GABINO.-¿Pues que mas quiere usted?
PAQUITA.-¿Yo? Nada. Ya sé que tengo mucho más de lo que merezco. Pero todo…, todo no lo tengo…, todo no lo tiene nadie más que Dios. (Tristemente.)
SILVIO.-(Aparte, a Don Blas.) Le hizo impresión lo que le hernos dicho.
BLAS.-¿Estuve fuerte?
SILVIO.-Me parece que no.
BLAS.-Me voy.
PAQUITA.-¿Adónde va usted?
BLAS.-A descansar. (Sale lentamente.)
PAQUITA.-Pues ustedes también deben estar fatigados, con esa reprimenda que me echaron; conque márchense a descansar y déjenme descansar a mí, que también estoy molida de veras.
SILVIO.-¡Molida! ¡Otro término!
DAMIÁN.-Como usted disponga; pero desde mañana.
PAQUITA.-Desde pasado mañana, a estudiar.
DAMIÁN.-Mañana hemos dicho.
PAQUITA.-Bueno, pues mañana. Pero ahora…
DAMIÁN.-Ahora nos retiramos.
SILVIO.-¡Adiós, Paquita!
GABINO.-¡Paquita, adiós!
PAQUITA.-¡Adiós!… ¡Adiós!… ¡Adiós!… (Aparte.) Un adiós para cada uno, que si no dicen que no tengo buena educación.
SILVIO.-(A los otros.) Corno llegue don Marcelo de pronto, nos hemos lucido.
DAMIÁN.-Me parece que de todas maneras.
GABINO.-Me parece que sí. (Salen.)
Escena V
Paquita, sola.
PAQUITA.-Pues me han puesto triste. Que me porto muy mal con don Marcelo… Es verdad: muy mal. Te dijo: «A pulirte, Pacorra». Y tú…. ya…. ya…, tan bestia como cuando él se marchó. ¡Después que se casa contigo… y que te quiere tanto!… Pero no te quiere así: tosca, mal educada, rústica. Porque es claro, si te quisiese así, se hubiera casado antes de marcharse. Te quiere fina, muy fina: como las de su clase. Se presenta de pronto, ¿y qué haces? Dar un aullido y dos brincos y abrazarle: ¡bonito recibimiento! ¡Buen pago le das, a él, que te recogió como a un perro hambriento…. a él que quería hacerte feliz!… ¡Sí, Pacorra, feliz!… ¡Siéndolo él, lo serás, ingratona! ¡Quisiera yo ver cómo te quejas estando él contento!… Lo que tú merecías ya lo sé yo: que él te plantase y que te casaras con el bestia de Juan… ¡Pobrecillo!… ¡Pues por poco se mata por mí!… Vamos, ¡a que voy a llorar!
Escena VI
Paquita y Juan.
JUAN.-¿Qué tienes? ¿Por qué lloras? ¿Quién te hizo llorar?
PAQUITA.-¡Ah!…, eres tú… Bueno; pues lloro porque me da la gana. Cada uno llora cuando llora y cuando le apetece. ¡Vaya con el hombre! ¡Tomándome a mí cuentas! ¿Y no estás tú triste y engollipado desde que el ingeniero te desasna? Pues yo estoy como estoy.
JUAN.-Es que nunca has estado así.
PAQUITA.-Ni tú. Antes eras muy burro, pero muy divertido. Y desde hace un año, desde que das lecciones con ese señor de las minas…, ¡Dios mío, cómo estás! Y es que te entró la envidia, ¡porque eras más envidioso!… Viste que a mí me iban a enseñar todas esas cosas…. ¡y te recomiste!…. y se te metió en la cabeza aprender para que te contaran entre los veinticuatro sabios de Grecia… No, los sabios eran siete. Los veinticuatro eran los de Sevilla. Bueno; lo mismo da: el caso es que eres malo, malo y retemalo, y que estás…
JUAN.-Yo estoy como estoy, y tú estás como estás, que tampoco eres tan divertida como antes…, ni tan guapa…, ¡ni tan guapa!…; no te rías, vanidosa…. ¡ni yo te quiero tanto como antes!
PAQUITA.-¡No (Con burla.) ¡Qué pena! ¡Mira que voy a llorar otra vez! Mucha falta me hace tu cariño, ni el de Lorenza, ni el de nadie.
JUAN.-¡Claro! ¡Queriéndote tu esposo don Marcelo!
PAQUITA.-Cabal. ¡Y de don Marcelo cuidadito con lo que hablas! Te digo que ese hombre ¡es sagrado!
JUAN.-¡Sagrado…. sagrado!… Pues que le pongan en un altar y a ti en otro…. y ya iremos a rezaros…
PAQUITA.-Buena falta te hace rezar, ¡que te has vuelto más hereje desde que te han instruído!
JUAN.-Más herejes son los que han comerciado con carne humana.
PAQUITA.-¡Mentira… mentira!… Don Marcelo no ha hecho eso.
JUAN.-¿Quién habla de don Marcelo? Yo hablo de los que han ganado mucho oro con sangre de hombre y luego se lo ofrecen a cualquier buena moza para que vaya en coche con ellos…. y las hay tan tontas que hasta se engríen; y tan ingratas…, más vale callar.
PAQUITA.-Oye, Juanito, ya otra vez me saliste con el mismo cantar y no lo sufro. Yo no soy ingrata con nadie, que a nadie le debo nada, más que a don Marcelo; y a ése le pagaré con mi vida, con mi alma, con mi felicidad…; y aunque me muriese de pena, me casaría, y me moriría riendo para darle gusto.
JUAN.-¿De modo que sólo te casas por pagarle lo que le debes, y vas a ser infeliz, y vas a llorar mucho, y te vas a morir? ¡Ay, qué gusto, Pacorra!… ¡Si yo le decia a Lorenza que eres muy buena!… ¡Claro…, claro…, siempre lo fuiste!… ¡Pacorra!…
Pacorra.-Y tú, ¡qué bestia eres! ¡Pues no te da alegría que yo me muera de pena! ¡El muy zángano!
JUAN.-Claro, ¿a qué estamos? ¿No tengo yo penas? ¡Pues tenlas tú! ¡Y que llores, que libres hasta que se te sequen los manantiales! ¡Y que se te pongan los ojos con ribetes encarnados! ¡Y que se te chupe la cara! ¡Y que te quede tan poco pelo que se te vea el casco de vieja! ¡Y que cuando te abrace don Marcelo abrace a una bruja o una tarasca! ¡Al negrero, la tarasca! ¡Como Dios me permita ver eso…. voy a pegar un estallido de alegría!
PAQUITA.-¡Malas entrañas! ¡Mucho me has querido tú! Por ser la primera vez que me lo dices, ¡lo dices con gracia!
JUAN.-Yo no digo nada. Lo que digo es que no te puedo aguantar.
PAQUITA.-Mejor. Pero dejemos esto. Oye, estúpido, mala lengua: don Marcelo no fué negrero nunca. Heredó esclavos y les dió libertad. Libertad de balde, ¿entiendes? ¡Porque tiene un corazón más grande que tu cabeza! Y como vuelvas a mentarlo, ni para bien ni para mal, te juro por estas cinco (Haciendo las cruces.) que no me vuelves a ver en esta vida. Te lo juro, y mira que yo también soy cabezuda. Ni tú tienes cariño, ni conciencia, ni ley, ni nada. Vamos, Juan, que yo creo que eres otro hombre.
JUAN.-¡Yo por ti soy capaz de hacer cien veces más que ese hombre! ¡Si yo fuera rico!… ¡A que si no te casases con él, te echaba otra vez a la cuneta!… Di tú que lo que hace es comprarte.
PAQUITA.-¡Falso…, falso!… Atiende, renegado. Poco antes de marcharse le dió unos papeles a la abuela, y dijo: «Ya es rica Pacorra: que se case conmigo, o no quiera casarse, o que yo me muera en América, decía el pobre, Pacorra es rica». De manera que ni me compra ni me vendo. ¿Lo has comprendido? Y en cuanto a si me pondré fea…. puede ser…, pero por hoy…. ¡qué sé yo!…. me parece que todavía hay para rato. (Riendo y coqueteando un poco.)
JUAN.-Perdóname: te quiero mucho. No hablaré más de don Marcelo, ¡palabra! Pero no me eches ni creas que soy malo. Eso, sí: ¡si cogiera a don Marcelo entre el yunque y mi martillo…!
PAQUITA.-¡Vete!
JUAN.-Ha sido la última vez: la despedida. Pero ¡pensar que tú no vas a ser lo que eras antes: mi Pacorra, mi compañera!… (Evocando recuerdos.) «¿Que adónde vamos esta tarde?, que al río. ¿Que adónde vamos mañana?, que al picacho. ¿Qué adónde iremos el domingo?, que a merendar juntos». ¿Y cuándo te enfadabas conmigo y me pegabas? ¿Te acuerdas? Mira, cuando me sacudiste por lo de Canelo…, ya sabes, cuando lo tiré ad remanso…, me hiciste en el brazo un rasguño muy regular… ¡Pues estuve rascándolo más y más para que no se cerrase! Y cuando supe lo de la boda, me encarnicé de modo que se me armó una cantera, ¡que ya, ya! Y decía yo, clavando las, uñas: «¡Aquí para toda la vida el sello de sangre que me puso esa maldita!» Pero tengo una encarnadura tan perra, que se me cerró la herida. La cicatriz, ésa no se borra.
PAQUITA.-¡A ver, Juanito!
JUAN.-Mira, mira…
PAQUITA.-No, quita, quita… (Llorando.) ¡Pobrecillo! ¡Vamos, que hoy todos me hacen llorar! Los maestros…, y ése…, y don Marcelo, que vuelve… Señor, en la cuneta lloraba, pero no de este modo.
JUAN.-¿Qué vuelve don Marcelo has dicho?
PAQUITA.-¿Pues había de quedarse allí siempre?
JUAN.-(Brutalmente.) ¡Entonces, llora!
PAQUITA.-¡Pues llora tú también!
JUAN.-No me falta mucho. (Se tira en un banco.)
Escena VII
Paquita y Juan; Don Blas, con una carta.
BLAS.-(Reparando en ellos.) Bueno…, bueno…. hola…
JUAN.-(Se sienta.) Buenos días.
BLAS.-(Haciendo levantar a Juan.) Haz el favor…, estoy cansado.
JUAN.-Pues descanse.
BLAS.-¿Conque sabes, Paquita…?
PAQUITA.-¿El qué?
BLAS.-La noticia.
PAQUITA.-¿Qué noticia?
BLAS.-(Enseñando una carta.) Esta: la trajo un propio.
PAQUITA.-¿Y qué es eso?
BLAS.-Una carta.
PAQUITA.-¿De él?
JUAN.-¿De don Marcelo?
BLAS.-Sí.
PAQUITA.-¿Está bueno?
BLAS.-Sí.
PAQUITA.-¿Y qué dice?
JUAN.-¿Qué te importa? La carta es para don Blas. ¡Buena educación te enseñó doña Gertrudis!
PAQUITA.-¿Es para usted?
BLAS.-Sí.
PAQUITA.-Y para mí, ¿no dice nada?
BLAS.-Sí.
PAQUITA.-¿Y qué dice?
JUAN.-¡Otra!
BLAS.-Si lo iba a decir.
PAQUITA.-Léala usted.
JUAN.-¡Dale!
PAQUITA.-Digo…, si puede leerse.
BLAS.-Sí.
PAQUITA.-(Acercándose a Don Blas, como para leer con él.) Pues a ver…
BLAS.-(Mirando con terror la carta.) «Acabo de llegar…» ¡Qué larga!…
Escena VIII
Paquita, Juan, Don Blas, Doña Gertrudis y Maruja.
GERTRUDIS.-¡Paquita!¡Paquita!
MARUJA.-¡Pacorra!
GERTRUDIS.-¿No sabes?¡Ay Virgen Santísima!
MARUJA.-¿No sabes? ¡Qué alegría!
GERTRUDIS.-¡Don Marcelo vuelve!
MARUJA.-Sí, hija; ¡vuelve!
BLAS.-Se lo estaba diciendo.
JUAN.-Pero ¿cuándo vuelve?
PAQUITA.-Pero ¿será pronto?
MARUJA.-¡En seguida…, en seguida!
GERTRUDIS.-Ahora mismo.
PAQUITA.-¿De veras? ¡Qué gusto!
GERTRUDIS.-Ha escrito a tu abuela y creo que también a don Blas.
JUAN.-¿Desde dónde?
GERTRUDIS.-Desde el pueblo.
PAQUITA.-¡Ay Dios mío!
JUAN.-¡Entonces está aquí dentro de diez minutos!
BLAS.-Sí, lo estaba diciendo.
PAQUITA.-(Acercándose otra vez a Don Blas.) Lea usted… Lea usted….
BLAS.-«Acabo de llegar…»
Escena IX
Paquita, Juan, Don Blas, Doña Gertrudis, Maruja y Don Silvio.
SILVIO.-Pero ¿es verdad lo que acaban de decirme?
BLAS.-¿Qué?
SILVIO.-¡Que va a llegar don Marcelo!
BLAS.-Sí.
PAQUITA.-Es verdad, sí, señor; es verdad. El tiempo preciso para que vaya a buscarle el coche al pueblo, donde le ha dejado el carruaje de la posta. ¡Cuánto deseaba verle!
SILVIO.-¡Don Marcelo llega! ¿De modo que llega?
BLAS.-Llega. (Presentando la carta.)
SILVIO.-¿Qué dice?
BLAS.-Es larguita.
SILVIO.-Pero ¿qué dice?
BLAS.-Léanla ustedes.
SILVIO.-¡A ver!
PAQUITA.-¡A ver! (Se agrupan los tres y leen en voz baja.)
GERTRUDIS.-¡Ay doña María!, ¿qué va a pasar aquí?
MARUJA.-Nada, hija: que vendrá don Marcelo, y que se casarán, y que seremos muy felices.
SILVIO.-¡Se nos echó la casa encima! ¡Paquita, Paquita! ¿Y ahora?
PAQUITA.-¿Ahora, qué? ¡Mucha alegría! Saltarle al cuello y darle un abrazo y un beso.
GERTRUDIS.-¡Un abrazo!
JUAN.-¡Un beso!
SILVIO.-Pero, ¿qué dirá don Marcelo?
PAQUITA.-¿Por qué? ¿Por el abrazo y el beso? Pues alegrarse mucho.
MARUJA.-Pues yo tampoco sé por qué está eso mal.
PAQUITA.-Al despedirse y al volver todo el mundo se abraza y se besa.
JUAN.-¡Nadie! ¡Eso es no tener vergüenza!
PAQUITA.-Pero ¿le parecerá mal a don Marcelo?
MARUJA.-Tú haz lo que te salga del corazón.
PAQUITA.-(A Don Blas.) ¿A usted quo le parece: le recibo por lo basto o por lo fino?
BLAS.-¿Qué más da?
GERTRUDIS.-Mira, Paquita: las demostraciones de afecto están bien, pero sin estrépito, sin descomponerse: nada de besar; ¡besar una señorita a un señor!
JUAN.-¿Lo estás oyendo?
SILVIO.-(A parte.) ¡Esta chica hará alguna barrabasada!
PAQUITA.-Pero ¡si yo no le beso, como aquí todos le tienen tanto respeto, no le abrazará ni le besará nadie, y será un recibimiento muy frío para el buen señor!
JUAN.-Por eso no te apures: yo le abrazaré por todos. ¡Como yo le apriete!
SILVIO.-(A parte.) ¡Qué bestia es este hombre!
GERTRUDIS.-¡Por Dios, hija, no hagas ninguna ordinariez!
SILVIO.-Muy contenida, Paquita, muy contenida.
PAQUITA.-Bien está.
MARUJA.-Pues yo no sé, yo no sé… ¡Un buen abrazo!
GERTRUDIS.-¡Y yo creo que debía cambiar de traje!
SILVIO.-Ya lo creo; esa vestimenta campestre no es propia de una desposada de su categoría.
PAQUITA.-¿También eso? Pues yo creía que así estaba bien.
GERTRUDIS.-No, hija; no.
PAQUITA.-Bueno. Si ha de ser para dar gusto a don Marcelo, vamos allá. Pero venga usted, doña Gertrudis; porque juego cualquier cosa que me ponga les ha de parecer a ustedes mal.
GERTRUDIS.-Sí, hija, vamos.
MARUJA.-Yo también voy.
PAQUITA.-¡Qué sé yo…; qué sé yo!… Rebajaríamos el beso; pero un abrazo…, a una persona que se quiere, y si es fina, mejor que mejor. A Juan…. a ése, nunca, porque es muy bruto, y una vez que me abrazó por poco me troncha por la cintura. Como que yo le dije: «Hijo, cruz y raya». Pero a don Marcelo, ¿que importa? (Todo esto se lo dice a las dos mujeres al retirarse las tres.)
GERTRUDIS.-¡Jesús, qué chica!
MARUJA.-¡Qué chica!
PAQUITA.-Vamos pronto, que puede llegar. (Salen las tres.)
Escena X
Don Blas, Don Silvio y Juan; después, Don Damián y Don Gabino.
JUAN.-Anda, anda a ponerte guapa para recibirle. Pues yo no me muevo de aquí hasta que venga ese hombre.
SILVIO.-Lo que yo temía. Don Marcelo es así. ¡Allá voy, y se nos cae encima como una bomba! ¡Bien estamos! Conque don Marcelo…
DAMIÁN.-¿Y qué? Hemos hecho lo que hemos podido.
SILVIO.-Usted es buen testigo, don Blas, de que por falta de celo no hemos pecado.
DAMIÁN.-No, señor; no hemos pecado.
GABINO.-Yo, por mi parte.
SILVIO.-¡Yo, tres horas de lección!
DAMIÁN.-Yo, otras tres.
GABINO.-Y otras tres yo.
DAMIÁN.-Yo, nociones de Física, nociones de Química, nociones de Botánica…
SILVIO.-Yo, Historia; yo, Geografía; yo, Retórica; yo, Poética; yo, algunas frases latinas para acostumbrar al oído, algunas frases griegas para acostumbrar la garganta.
GABINO.-Dispensen ustedes…, dispensen ustedes… El oído y la garganta de Paquita han corrido de mi cuenta! Yo, solfeo; yo, canto; yo, el piano; yo, el arpa…
SILVIO.-Y doña Gertrudis, ¡bien ha trabajado! ¡Ella, francés; ella, inglés; ella, italiano; ella, alemán…
DAMIÁN.-¡Y en año y medio!
GABINO.-¡En catorce meses!
SILVIO.-(A Don Blas.) ¡Usted lo ha visto!
BLAS.- Sí.
DAMIÁN.-¿Se puede hacer más?
BLAS.-No.
DAMIÁN.-¿Hay alguien que pudiera hacer siquiera tanto?
BLAS.-¡Qué sé yo!
SILVIO.-Pues verán ustedes qué lucidos nos deja esa criatura encantadora.
GABINO.-(Mirando al reloj.) Pronto lo veremos.
DAMIÁN.-¿Desde el pueblo aquí?
BLAS.-Minutos.
GABINO.-¿Y qué dice la carta?
SILVIO.-La tiene don Blas.
DAMIÁN.-¿Qué dice?
BLAS.-Lea usted. (Se la da.)
SILVIO.-«Acabo de llegar. Mándame el coche. Me detendré media hora: sólo quiero dar un abrazo a Paquita. Prepara un bocado».
DAMIÁN.-¿Qué bocado es ése? (Con asombro.) ¡Cómo viene ese hombre que necesita que le pongan un bocado!
BLAS.-Bocado es almuerzo.
DAMIÁN.-Ya.
SILVIO.-(Sigue leyendo.) «Salgo en seguida para Madrid a fin de arreglar algunos asuntos y de preparar la boda. ¡Con mil diablos, que no me hagan esperar!».
DAMIÁN.-¡Bueno viene!
GABINO.-Sí que viene. Ahí está: ¡el coche echa chispas!
SILVIO.-¡Disparado!
JUAN.-(Aparte.) ¡Una buena carga de pólvora le pondría yo!
Escena XI
Don Blas, Don Marcelo, Don Silvio, Don Damián, Don Gabino y Juan.
BLAS.-¡Vaya, vaya! (Se acerca a la verja lentamente.)
SILVIO.-Ya le tenemos.
MARCELO.-(Desde dentro.) No desenganches, espera: antes de media hora volvemos al pueblo.
BLAS.-¡Ea!
MARCELO.-Ya estoy aquí.
BLAS.-¿Qué tal?
MARCELO.-¡Dame los brazos, soso!
BLAS.-Pues toma…. aguarda. (Poniéndole la pipa en la boca para tener libres los brazos. Se abrazan)
MARCELO.-Quita esa pipa de los demonios, que por poco me abrasas.
SILVIO.-Don Marcelo, bien venido.
MARCELO.-Don Silvio, siempre a sus órdenes. (Se dan la mano.)
DAMIÁN.-Señor don Marcelo…
MARCELO.-Don Damián….
GABINO.-Muy fatigado del viajé, ¿eh?
MARCELO.-No mucho. ¿Y Paquita?
SILVIO.-Aquí estaba hace un momento.
MARCELO.-Pero ¿dónde está? ¿Por qué no sale a recibirme? ¿No llegó mi carta?
BLAS.-Llegó.
MARCELO.-¿Y no se ha enterado Paquita?
BLAS.-Se enteró.
MARCELO.-¿Pues por qué no viene…, ni ella, ni su abuela, ni doña Gertrudis?
BLAS.-Te diré…
MARCELO.-Pues di,¡pero pronto! ¿Qué pasa? ¿Está enferma Paquita?
BLAS.-No.
MARCELO.-¡Pues habla! ¡Hablen ustedes, por todos los diablos!
BLAS.-Si no me dejas.
DAMIÁN.-(A Don Gabino.) ¡Cómo viene!
GABINO.-Ya, ya.
MARCELO.-¿Se explican ustedes? ¿Sí o no?
SILVIO.-Don Marcelo, Paquita estuvo toda la mañana en el campo.
DAMIÁN.-¡Una expedición científica!…
BLAS.-Cogiendo flores con…
DAMIÁN.-Herborizando.
MARCELO.-¿Y qué?
DAMIÁN.-Que estaba en traje de campo, con el desorden y el desaliño propio de estas excursiones, y para recibir a usted dignamente fué a cambiar de vestido.
Silvio.-Eso, a cambiar de traje: coqueterías femeniles.
MARCELO.-Para recibirme a mí cambiar de traje! ¡Qué ocurrencia!
SILVIO.-Fué de doña Gertrudis la ocurrencia.
DAMIÁN.-Nosotros dijimos: ¡para recibir a don Marcelo, cambiar de traje!
GABINO.-Yo observé que me parecía inútil.
MARCELO.-Que venga como esté, aunque sea en enaguas.
BLAS.-Vienes peor que te fuiste.
MARCELO.-Es que me desesperan estas tardanzas y estas etiquetas. (A Juan.) Oye tú, zángano, que venga Paquita y que me traigan el almuerzo; pero a escape. (Juan no se mueve.) ¿No me oyes?… ¡Avisa! ¿Qué haces ahí clavado como un poste?… ¡Vamos!…
JUAN.-No soy criado de la casa.
MARCELO.-¿Pues qué eres?
JUAN.-Oficial de la herrería.
MARCELO.-Lo mismo da: a mis órdenes te tengo.
JUAN.-En la herrería; aquí, no.
MARCELO.-En todas partes. ¡Obedece!
JUAN.-Cuando ruegue usted, no cuando mande.
MARCELO.-¿Qué? ¿Cómo? ¿Quién es el insolente?
SILVIO.-(A Don Marcelo, en voz baja.) El mayor bruto de estos contornos.
BLAS.-Es Juan.
MARCELO.-¿Y quién es Juan?
JUAN.-Un cualquiera; pero no un esclavo: no se confunda, mi amo.
MARCELO.-(Como para arrojarse sobre Juan.) ¡Ah!… (Conteniéndose.) Pero ¡éste es un salvaje!
BLAS.-Es hermano de Lorenza.
MARCELO.-¿Y quién es Lorenza?
BLAS.-Una guapa chica.
MARCELO.-Quedo enterado.
BLAS.-Los que tiraron
MARCELO.-¿Qué tiraron?
BLAS.-El perro
MARCELO.-(Riendo.) ¡Ah, sí! ¡El perro de Paquita!
BLAS.-Canelo.
MARCELO.-Bueno. ¡Quítate de mi vista, mastuerzo!
JUAN.-Corriente.
MARCELO.-(Aparte.) Tiene dignidad este bestia.
BLAS.-(A Juan.) Oye…
JUAN.-¿Qué?
BLAS.-Traéte a Lorenza.
JUAN.-¿Para qué?
BLAS.-Para saludar a don Marcelo y para que hagáis las paces.
SILVIO.-¡Qué discursos echa don Blas! Se va soltando.
JUAN.-Sí que volveré. (Sale.)
SILVIO.-Ya ve usted, don Marcelo, de qué gente estaba rodeada Paquita. ¡De modo que nuestra tarea ha sido. grandemente laboriosa!
DAMIÁN.-Ha sido dificilísima, créanos usted.
GABINO.-¡Por todo extremo difícil, don Marcelo!
MARCELO.-¿Pero se civilizó?
SILVIO.-Usted lo verá.
MARCELO.-(A Don Blas.) ¿Está hermosa?
BLAS.-¿Quién, Lorenza?
MARCELO.-Paquita.
BLAS.-¡Divina!
MARCELO.-¡Si no viene voy yo!
BLAS.-Aquí está.
SILVIO.-(Aparte.) Dios nos coja confesados.
Escena XII
Don Marcelo, Don Blas, Don Damián, Don Silvio y Don Gabino; Paquita, con traje de señorita; Maruja y Doña Gertrudis.
MARCELO.-¡Mi Paquita! (Corriendo a ella con los brazos abiertos.)
PAQUITA.-¡Don Marcelo! (Conteniéndose.) ¡Ah, qué dicha!(Le tiende la mano.)
MARCELO.-¿Nada más?
PAQUITA.-(Presentándole la frente.) «Embrassez-moi, mon ami».
SILVIO.-Toda una dama.
MARCELO.-Ya lo veo.
MARUJA.-Y para esta vieja, ¿no hay un abrazo?
MARCELO.-¿Tú abrazas todavía? (Abrazándola.)
GERTRUDIS.-Don Marcelo…
MARCELO.-(Señalando a Paquita.) La felicito a usted por sus triunfos.
GERTRUDIS.-Di algo más, Paquita.
PAQUITA.-La felicidad embarga mi voz… (A Doña Gertrudis.) ¿Se dice embargar?
GERTRUDIS.-Sí, hija; muy bien. (Don Marcelo contempla con curiosidad y tristeza a Paquita.)
PAQUITA.-La gratitud, señor don Marcelo, me daría acentos extraordinarios, si me los diese. ¡Ah mi cariñoso protector!…, ¿cómo pudiera la humilde Paquita corresponder a la magnanimidad de la ilustre personalidad que en usted resplandece? ¡Oh mi magnánimo protector! (A Doña Gertrudis.) (¿Va bien?)
GERTRUDIS.-(Muy bien.)
MARUJA.-(¡Habla como un ángel!)
SILVIO.-(¡Vamos con la niña!)
MARCELO.-Paquita, yo te felicito por tus adelantos. Te dejé hecha una lugareña… y te encuentro convertida… ¡en un mamarracho!
PAQUITA.-(Con enternecimiento y en su tono de siempre.) Pues como a usted le guste… Eso es lo que yo quiero…. ¡porque eso es lo que debo hacer!… ¡Por usted soy capaz de ponerme a cuatro patas!…
SILVIO.-(¡Ya metió la pata!) (Movizniento de horror en todos los profesores.)
MARCELO.-(Acercándose.) ¡Eso…, eso…, Paquita!… (¡Todavía hay algo de aquello!)
GERTRUDIS.-¡Por Dios!
MARUJA.-(¡Más fina, hija, más fina!)
PAQUITA.-Perdone usted… Todavía no he podido desechar la rusticidad agreste de mis tiernos años en estas selváticas espesuras y en estos eminentes mentes transcurrida. (A Doña Gertrudis.) (¿Está bien?)
GERTRUDIS.-(Muy bien.)
MARCELO.-(Nada, ¡que me la han puesto en solfa estos imbéciles!) Pero ¿tú me quieres?
PAQUITA.-Pues si con lo que me quiere usted yo no le quisiese…, ¡haría usted bien en descuartizarme! (Doña Gertrudis le tira del vestido.)
MARCELO.-¡Así!… ¡Así!…
PAQUITA.-Con mi propia existencia escasamente pagaría la propia deuda de mi ánima. (¿Es fino lo de ánima?)
GERTRUDIS.-(Sí, pero no había necesidad.)
MARCELO.-Bueno, ¡basta! Y por todas las ánimas del purgatorio, que me traigan el almuerzo, que tengo que marcharme…
PAQUITA.-Allá voy…
GERTRUDIS.-Usted, no.
MARUJA.-Iré yo. (Sale.)
PAQUITA.-Perdone usted, don Marcelo; por el afán de servirle me olvidaba de la dignidad que corresponde a su futura esposa.
MARCELO.-(A Paquita.) Tienes más sentido que todos ellos; pero trabajo ha de costarme deshacer la obra de estos mentecatos. (Pausa. La contempla con amor. A Don Blas. Los demás forman grupos.) (¡Qué hermosa! ¡Más hermosa que nunca! Ni el ridículo puede con ella.)
BLAS.-(Podrá contigo.)
MARCELO.-(Ya veremos.) Ven aquí, Paquita. (Llevándola aparte.) ¿Me quieres siempre? Contesta sin que te oigan aquéllos…
PAQUITA.-¡Siempre! ¡Eso, sí! Le quiero a usted como querría a mi padre.
MARCELO.-¡Paquita!
PAQUITA.-No…, más…, debe ser más, porque con su padre no se casa una.
MARCELO.-¿Y conmigo?
PAQUITA.-¿Pues no vamos a casarnos?
MARCELO.-¿Pero a gusto tuyo? ¿No estás arrepentida? Porque ésa sería mi desesperación.
PAQUITA.-Y la mía si fuese la de usted. Yo quiero que usted sea feliz. Yo no sé si está bien que diga estas cosas. ¿Es esto bastante fino?
MARCELO.-¡Qué me importa!
PAQUITA.-Ya me afinaré, don Marcelo; ya me afinaré.
MARUJA.-El almuerzo, aquí está el almuerzo. (Entra con dos criados que traen el almuerzo y que lo colocan sobre una de las mesitas.)
MARCELO.-Tengo un hambre como un lobo. (Sentándose. Los demás le rodean.) Y un humor como, un condenado.
SILVIO.-(Por Dios, Paquita, mire usted qué cara tiene don Marcelo! ¡Por Dios, Paquita, no haga usted desatinos!)
PAQUITA.-(Pero ¿qué debo hacer? Porque yo no acierto.)
DAMIÁN.-Demostrar con discreción que no ha perdido usted el tiempo. Algo aprendió usted. ¡Lúzcalo usted, Paquita!)
PAQUITA.-(Acercándose a la mesa.) ¿Qué busca usted, don Marcelo? ¿Acido marino muriático desflogisticado?
MARCELO.-¿Qué dice esta chica?
DAMIÁN.-Quiso decir sal para demostrar que sabe lo que es sal.
PAQUITA.-Eso; pues eso es sal; nadie lo diría, pero eso es.
MARCELO.-Pues cuando no sabías lo que era la sal eras mucho más salada.
DAMIÁN.-Tiene, tiene disposición para las ciencias.
MARCELO.-De todo lo que has estudiado, ¿qué te gusta mas?
PAQUITA.-(Con resolución.) ¿A mí? Nada. (Todos se ríen.)
SILVIO.-No; pues a los estudios literarios les tiene afición. Dígale usted, dígale usted algo en latín a don Marcelo.
MARCELO.-¿También eso? ¿También latín?
SILVIO.-Muy poco, muy poco… ¿Usted comprende? ¡Una idea!
MARCELO.-(Con seis meses más de este sistema…, ¡idiota!) Vamos, di algo. (Burlándose.) «Dominus vobiscum».
PAQUITA.-Será aquello tan bonito…, «sic vos non vobis». ¿No quiere decir eso? (A Don Silvio.) (¿Ha dicho vobis?)
SILVIO.-(Debe ser eso… Vamos…, vamos… Dilo de todas maneras.)
GABINO.-¡Verá usted con qué gracia lo dice!
Escena XIII
Don Marcelo, Paquita, Don Silvio, Don Damián, Don Gabino, Maruja, Doña Gertrudis y Don Blas; entran por el fondo Juan y Lorenza.
BLAS.-(Viendo a Lorenza.) ¡Hola!
MARCELO.-¿Dices algo?
BLAS.-Aquí está.
MARCELO.-¿Quién?
BLAS.-Lorenza.
MARCELO.-¿Quién es Lorenza?
BLAS.-La hermana.
MARCELO.-¿De quién?
BLAS.-De Juan.
MARCELO.-¿Quién es Juan?
BLAS.-El de antes.
MARCELO.-(Mirando a los dos.) ¡Ah, sí!…
BLAS.-(A Lorenza.) Saluda.
LORENZA.-Señor…
MARCELO.-Gracias. Empieza tú, Paquita, porque se hace tarde y voy a marcharme sin oírte ese párrafo de latín.
SILVIO.-Vamos, hija, buen ánimo, no te cortes. (Se pone al lado de Paquita.)
PAQUITA.-Bueno. «Sic vos non vobis…».
SILVIO.-Pero antes explica la historia.
PAQUITA.-Virgilio era un poeta.
MARCELO.-Ya lo sabemos.
PAQUITA.-Y compuso…, compuso…, ¿qué compuso, don Silvio?
SILVIO.-(Al oído.) Un dístico.
PAQUITA.-Compuso un dístico…, vamos, un dístico que le gustó mucho al emperador, porque le daba mucho sahumerio. Pero Virgilio no dijo que era suyo. Y otro poeta…
SILVIO.-(Apuntando.) Coplero.
PAQUITA.-Y otro coplero se lo apropió. Y el emperador le premió y le regaló no sé cuantas cosas Conque entonces Virgilio va y qué hace escribe en la pared… (A Don Silvio.) ¿En qué pared?
SILVIO.-En la puerta del palacio.
PAQUITA.-En la puerta del palacio del emperador: «Sic vos non vobis: sic vos non vobis…», así cuatro veces. Y dice: «A concluir eso, caballeros». Conque nadie supo concluirlo, y Bertoldo, menos.
SILVIO.-¡Por Dios sacramentado, hija! ¡Bertoldo, no: Batilo!
PAQUITA.-Y Batilo, menos. (A Don Silvio.) (No lo había notado.) Y Virgilio, como era tan listo, los remató en un periquete. Así…
SILVIO.-Eso de rematar y del periquete… En fin, vamos a ver.
PAQUITA.-«Sic vos non vobis nidificats aves».
SILVIO.-Que quiere decir…
PAQUITA.-Así vosotras y no para vosotras fabricáis vuestros nidos, ¡oh aves!
SILVIO.-Siga usted.
PAQUITA.-«Sic vos non vobis vellera fertis oves». Así vosotras, ovejas, y no para vosotras, lleváis encima el blanco vellón.
SILVIO.-No dice lo de blanco, pero adelante: no está mal que un vellón sea blanco.
PAQUITA.-«Sic vos non vobis, mellificatis, apes». Así vosotras, y no para vosotras, labráis la miel, ¡oh abejas! «Sic vos non vobis, fertis aratra, boyes». Así vosotros, y no para vosotros, mansos bueyes, arrastráis el arado por el campo.
SILVIO.-Bueno, bueno; traducción libre, pero está bien. (A Don Marcelo.) ¿Qué tal?
MARCELO.-(Sombrío.) ¿Y a qué viene enseñar esas tonterías a Paquita?
SILVIO.-¡Don Marcelo!
DAMIÁN.-(A Don Gabino.) Tiene razón.
MARCELO.-¡Latinajos que aprende de memoria y que no entiende!
PAQUITA.-(Picada.) ¡Sí lo entiendo!
MARCELO.-¡Qué has de entender!
PAQUITA.-Pues sí, señor. Yo lo explicaré.
MARCELO.-¡Qué has de explicar tú!
PAQUITA.-¡Vaya que sí! Es lo mismo que si le dijeran a usted: «Tú has hecho de este palacio un nido para tu Paquita, tú has echado sobre el cuerpo de la rústica galas y ricos trajes…, vamos, como el vellón aquel; tú fabricas para la pobre muchacha toda la miel de tu cariño; tú trabajas en la labor de la vida para regalarla comodidades y placeres…. y viene otro señor con las manos lavadas y te la quita, y tú te quedas como el ave, como la ovejuela, como la abeja y como el buey de Virgilio». ¿No es esto? Dígalo usted.
MARCELO.-(Dando un puñetazo y saltando de la mesa.) ¡Esto es intolerable! ¿A qué viene enseñar a Paquita esos desatinos?
PAQUITA.-¡Ay Dios mío, abuela, doña Gertrudis!
GERTRUDIS.-¿Lo ves, hija?
MARUJA.-Se enfadó por lo del buey.
SILVIO.-Pero don Marcelo…
DAMIÁN.-Don Marcelo, ¡por Dios!…
GABINO.-Considere usted…
MARCELO.-¡Basta! Acabaron ciencias, artes, retórica y buena educación. Ya está bastante afinada Paquita; demasiado. Ahora, a embrutecerla otro poco. Profundamente agradecido a su celo; ustedes se quedan aquí hasta que yo vuelva; cuestión de un par de meses. ¡Pero nada de lecciones!
PAQUITA.-¡Qué gusto!
SILVIO.-Pero en dos meses más…
MARCELO.-En dos meses más esa criatura encantadora sería un definitivo mamarracho. (Cogiendo a Paquita por la mano.) ¡No más lecciones! Vuelve al seno de la Naturaleza, embrutécete, embastécete, bestialízate. Por maestros, el bosque, el monte, el sol, el viento; lo más salvaje, lo más rústico. Mira, por maestros, esos dos… (Señalando a Juan y Lorenza.), que dicen que son los más estúpidos de la comarca.
PAQUITA.-Sí, señor; yo le obedeceré en todo.
MARCELO.-¡Adiós, Paquita! ¡Te quiero como siempre; eres buena como, siempre; hermosa, más que nunca! Pero hasta que no te eduquen esos…, irresistible. Adiós. (A Don Blas.) Señores, quedan ustedes en su casa, y perdonen el mal humor. (Se inclina con cortedad.) ¡ Pedro, el coche y a escape! ¡Adiós, señores! ¡Adiós Paquita! ¡Adiós, Pacorra! ¡En marcha! ¡El diablo cargue conmigo y con estos imbéciles (Sale por el foro.).
Escena XIV
Dichos, menos Don Marcelo.
JUAN.-¡Ahora yo mando!
MARUJA.-¡Pero Paquita!
PAQUITA.-Don Marcelo lo ha dispuesto, y hasta que vuelva…
JUAN.-¡Hasta que él vuelva, tú comnigo! Y antes que vuelva, ya iremos al picacho, y estando arriba… ¡Pacorra…, Pacorra!… ¡Qué fácil es que rodemos al fondo!… ¿Te acuerdas? Aún quedaba otra rosa que coger.
Telón
Acto tercero
La misma decoración del acto anterior.
Escena primera.
Don Silvio y Don Gabino; después Don Damián, en traje de camino.
GABINO.-Lucidos nos vamos.
SILVIO.-Pero con dignidad.
DAMIÁN.-(Entrando.) ¿No despertó don Marcelo todavía?
SILVIO.-Todavía no. Y estamos esperando a que despierte para despedirnos.
DAMIÁN.-A eso precisamente vengo. ¿Llegó tarde don Marcelo?
SILVIO.-Muy tarde y sin avisar a nadie. Todos dormían ya. Según me dijo doña Gertrudis, viene muy sombrío. Y sin ver a Paquita, y sin permitir que la despertasen, se encerró en su cuarto.
DAMIÁN.-¿Y continúa durmiendo?
GABINO.-Así parece.
DAMIÁN.-¿Quién le recibió?
SILVIO.-Ya lo he dicho: doña Gertrudis.
DAMIÁN.-¿Y Paquita?
GABINO.-No se enteró. Dormía, por lo visto, con sueño profundísimo.
DAMIÁN.-¡Ya lo creo! ¡Tal ejercicio hace! Todo el día por esos valles y por esos montes con «su ilustre preceptor».
SILVIO.-El insigne Juan.
DAMIÁN.-¡Ya, ya! ¡Conque de paseo Paquita y Juanito! Yo no he vuelto por aquí desde que me destituyó solemnemente don Marcelo.
SILVIO.-Ni yo.
GABINO.-¡Oh! Ni yo tampoco.
SILVIO.-Pero nos mandó don Marcelo de palabra, y por carta después, que esperásemos…, y esperé.
DAMIÁN.-Era un acto de cortesía.
SILVIO.-(Con misterio.) Pero yo sé todo lo que pasa por doña Gertrudis… (Riendo.), que, entre paréntesis, se ha dedicado a la educación de doña María.
DAMIÁN.-(Con curiosidad.) ¿Y qué pasa?
GABINO.-(Lo mismo.) ¿Qué pasa?
SILVIO.-(Con malicia.) Nada; lo que les he referido: Paquita y Juanito…, de paseo.
DAMIÁN.-¿Solos el nuevo profesor y la preciosa educanda?
SILVIO.-No; los acompaña Lorenza, la hermana de Juan, ¡una chica muy guapa!
DAMIÁN.-¡Ya…, ya lo reparé hace algunos meses!… ¡Muy guapa!
SILVIO.-Y don Blas, saliendo de su apatía, los acompaña también. Dice que necesita velar por la prometida de su amigo.
DAMIÁN.-¿Y los cuatro…?
GABINO.-¿Los cuatro…?
SILVIO.-Por esos andurriales.
DAMIÁN.-(Con sigilo.) ¿Saben ustedes lo que yo creo? Que don Marcelo es… ¡un pobre hombre!
GABINO.-¡Pobre, y cuenta los millones por centenares!
DAMIÁN.-Pues con todos esos millones… es un pobre hombre. Al diablo se le ocurre encomendar a Juan la educación de Paquita.
SILVIO.-Aquello fué una genialidad, un arranque de mal humor, una «boutade»; aquello no fué serio; ya lo comprenden ustedes.
GABINO.-Fué un modo de despedirnos.
DAMIÁN.-Tal vez. Pero en serio debimos tomarlo nosotros, siquiera por delicadeza.
SILVIO.-Claro está.
GABINO.-Y muy en serio lo tomó el bestia de Juan.
SILVIO.-No es bestia: es un tunante muy largo.
DAMIÁN.-¡Qué ha de ser bestia! El director, míster Collins, que le ha tomado bajo su protección, dice que ese herrero será algo, será mucho. Por herreros empezaron algunos grandes hombres.
SILVIO.-¡Y con qué humildad acató ella las órdenes de don Marcelo!
DAMIÁN.-(Con intención.) Me parece que más se aplicará a las lecciones de Juan que a las nuestras.
SILVIO.-Y más obediente será.
GABINO.-Es de temer…, digo, es de creer.
DAMIÁN.-Ya se lo insinuaba yo a don Marcelo al contestar a su carta.
SILVIO.-¡Hombre, qué coincidencia! Yo también se lo insinuaba». «Nosotros sembramos, Juan recoge: sic vos non vobis».Así se lo decía.
GABINO.-¡Ya, ya!… ¡Casualidad es! Porque algo le insinuaba yo también.
SILVIO.-(Riendo.) ¡Resulta, señores, que todos se lo hemos insinuado!
DAMIÁN.-¡Ya verán ustedes como no se da por entendido!
Escena II
Don Damián, Don Gabino, Don Silvio y Doña Gertrudis.
GERTRUDIS.-¡Felices días!
SILVIO.-(Saludándose todos.) ¡Muy felices!
DAMIÁN.-¿Despertó don Marcelo?
GERTRUDIS.-No lo sé. Me he asomado dos o tres veces a su cuarto; pero todo está muy oscuro.
SILVIO.-Muy oscuro, créame usted.
GERTRUDIS.-Pues no me atreví a entrar. Si continúa durmiendo o si despertó y medita en la oscuridad, no lo sé.
GABINO.-Y Paquita, ¿despertó?
GERTRUDIS.-¡Ya lo creo! Como que tenían preparada una expedición a la sierra, y vinieron a buscarla Juan, Lorenza y don Blas.
SILVIO.-¿Y allá se fué con los otros «a ver salir el sol» mientras don Marcelo medita en la oscuridad?
GERTRUDIS.-¡Ay señores!… ¡Eso, no!… ¡Válgame, Dios! Paquita es aturdida, amiga de divertirse, holgazana…. pero no hace esas cosas. En cuanto supo que había vuelto don Marcelo, les despachó a todos con muy malos modos…. sobre todo a Juan. Pero como Juan tiene ese geniazo, se empeñó en llevársela…. y ella, ¡ya, ya!, ¡le dijo cosas!… El otro se marchó con la cabeza baja y mordiéndose los puños.
DAMIÁN.-¿Qué les parece a ustedes?
SILVIO.-¡Ya, ya!
GERTRUDIS.-¡Oh! Tres o cuatro veces le he escrito a don Marcelo que la compañía de Juan no es «conveniente» para Paquita. Y también se lo he dicho a doña María; pero doña María es una bendita del Señor.
DAMIÁN.-Y ahora, ¿qué hace Paquita?
GERTRUDIS.-En la sala que precede al cuarto de don Marcelo está sentadita y esperando que don Marcelo despierte. De cuando en cuando se acerca de puntillas, abre la puerta un poco, lo ve todo oscuro y vuelve a sentarse.
GABINO.-¿Y habrá demostrado mucha alegría por la vuelta de su futuro esposo?
GERTRUDIS.-No sé, porque quien le dió la noticia fué su abuela. Pero ahora más bien parece triste. Tendrá miedo que le riña don Marcelo.
Escena III
Doña Gertrudis, Don Silvio. Don Damián y Don Gabino; por el fondo, Lorenza y Don Blas.
LORENZA.-Muy buenos días nos dé Dios.
BLAS.-Salud.
SILVIO.-Don Blas…
DAMIÁN.-Felices.
GERTRUDIS.-¿Viene usted de su paseíto matinal?
BLAS.-Matinal.
LORENZA.-Como Pacorra…. digo Paquita…, no quiso acompañarnos, porque vino el otro…. nos fuirnos por ahí los tres: don Blas, Juanito y yo; y ahora volvemos, porque ya pica el sol.
BLAS.-Sí pica.
DAMIÁN.-(A Don Blas.) ¿Y se han divertido ustedes?
BLAS.-Algo.
LORENZA.-No mucho. Faltando Paquita no hay diversión. Don Blas no habla nunca, ¡y Juan lleva una cara de condenado! ¡Porque es más voluntarioso! ¡Que habíamos de ir esta mañana como siempre! ¡Pero si no puede ir Paquita! ¡Señor, hay que ponerse en razón! Si había venido el otro… A cada uno hay que darle lo suyo; y don Marcelo es el amo de todos nosotros al fin y al cabo. Porque es el que tiene la plata; y el que tiene la plata…, tiene la plata. ¿No digo bien, don Blas?
BLAS.-Tú, siempre.
LORENZA.-¡Pues Juan que no! ¡Más cabezudo! Cuanto más se instruye, más cabezudo. Yo creo que ustedes, los que saben mucho, deben ser muy cabezudos… ¿No digo bien, don Blas?
BLAS.-Sí, hija.
Escena IV
Doña, Gertrudis, Don Blas, Don Silvio, Don Damián, Don Gabino y Lorenza; Maruja, por la derecha.
MARUJA.-Señores…, señores…, que ha despertado don Marcelo y pregunta por ustedes. ¡Vengan, vengan pronto! ¡Que se levanta de mal humor! Y que vaya usted también, don Blas.
BLAS.-Luego.
MARUJA.-Pues le llama a usted.
BLAS.-Ahora, ésos.
MARUJA.-Dice que usted.
BLAS.-Después.
MARUJA.-Dice que ahora mismo.
BLAS.-Estoy ocupado.
MARUJA.-Bueno…, yo, con decírselo… ¿Conque vienen ustedes? ¡Miren que se levanta muy emberrenchinado!
SILVIO.-¿Vamos allá?
GABINO.-Vamos.
DAMIÁN.-Y hay que hablarle clarito.
SILVIO.-Es nuestra liquidación profesional.
DAMIÁN.-Y cumplimos un deber de conciencia.
GABINO.-Pues allá. (Los tres, formando un grupo y hablando entre sí, se dirigen lentamente a la derecha.)
MARUJA.-(A Doña Gertrudis.) Y usted viene conmigo y esperamos las dos a que esos señores concluyan. Porque también quiere hablar con nosotras. Está con una cara que parece un señor juez.
GERTRUDIS.-¿Y entró Paquita?
MARUJA.-(Los tres profesores se detienen a oír.) ¡Ya lo creo! ¡La primera!
SILVIO.-¿Y qué?
MARUJA.-Que Paquita le abrazó mucho y lloró mucho. La pobre, como es tan cariñosa y como le quiere tanto…
DAMIÁN.-¿Y él?
MARUJA.-El…, como la quiere tanto y como es tan fuerte…. le dió un abrazo que yo dije: «¡Aquí acabó Pacorra!». Conque el pobre…. yo creo que se le llenaron los ojos de lágrimas, porque brillaban mucho…, y le dió un beso en la frente a Pacorra. Conque vamos, vamos… ¡Miren que sólo está dulzarrón con Paquita! Con los demás…, ¡hecho un oso!
SILVIO.-¡Pues el oso!
DAMIÁN.-¡A la caverna!
GABINO.-Ustedes delante. (Salen los tres.)
GERTRUDIS.-Me da miedo, doña María.
MARUJA.-No tenga miedo; allá está Pacorra; ella lo amansará. (Salen.)
Escena V
Don Blas y Lorenza. Don Blas, sentado y fumando siempre. Lorenza, a su alrededor.
LORENZA.-¿Qué está usted pensando? (Pausa.) ¿Eh?… Que no oigo lo que dice.
BLAS.-No digo nada.
LORENZA.-Ya; pues dice usted bastante. Vamos, rompa el frenillo; diga usted algo. Algo cavilará. usted.
BLAS.-No cavilo.
LORENZA.-¿Pues qué hace usted?
BLAS.-Mirar.
LORENZA.-¿A quién mira usted?
BLAS.-A ti.
LORENZA.-¿A mí?
BLAS.-¡Justo!
LORENZA.-Y yo, ¿qué tengo que mirar?
BLAS.-Muchas cosas.
LORENZA.-¿Cuáles?
BLAS.-Muchas.
LORENZA.-Dígalas.
BLAS.-¿Para qué?
LORENZA.-Toma, para saberlo. Conque vaya diciendo ¿Qué me mira?
BLAS.-La cara.
LORENZA.-¿Y qué más?
BLAS.-El cuerpo.
LORENZA.-¿Y qué más?
BLAS.-Ya está todo.
LORENZA.-Pronto concluyó.
BLAS.-Volveré a empezar.
LORENZA.-Pues empiece.
BLAS.-La cara…
LORENZA.-¿Y qué le parece?
BLAS.-Guapa.
LORENZA.-(Coqueteando a lo lugareña.) ¡Tiene usted muchas palabras!
BLAS.-Lo acertaste.
LORENZA.-No son muchas, pero son buenas.
BLAS.-Eso sí.
LORENZA.-¿Y qué más?
BLAS.-¿Qué más quieres?
LORENZA.-Yo, nada. De modo que hemos concluído.
BLAS.-Por hoy.
LORENZA.-¿Y mañana?
BLAS.-Lo mismo.
LORENZA.-¡Vaya un párrafo que hemos echado!
BLAS.-Echaremos otro.
LORENZA.-Muchas gracias.
BLAS.-No hay de qué.
LORENZA.-Pero usted, ¿cuándo revienta hablando como hablan las personas?
BLAS.-Cualquier día.
LORENZA.-Me parece a mí que será cualquier noche, para que no se vea ni se oiga lo que usted dice.
BLAS.-Puede ser.
LORENZA.-Vaya, me voy.
BLAS.-Adiós, Lorencita.
LORENZA.-Pues no me voy, que ahí viene Pacorra.
BLAS.-Pues quédate.
Escena VI
Don Blas, Lorenza y Paquita.
PAQUITA.-Don Blas, que vaya usted allá dentro. Don Marcelo quiere hablar con usted.
BLAS.-(Sin moverse.) Corriente.
PAQUITA.-Pues corriendo.
BLAS.-(Sin moverse.) Ya corro.
PAQUITA.-Si no se mueve usted.
BLAS.-(Se levanta y da unos pasos.) Ya me muevo.
PAQUITA.-Más vivo.
BLAS.-¿Con quien está?
PAQUITA.-Con mis profesores; pero creo que se marchaban.
BLAS.-Buen viaje.
PAQUITA.-¡Vamos!
BLAS.-(Mirando a Lorenza.) ¡Qué guapa!
PAQUITA.-¿Pero no va usted?
BLAS.-¿He de matarme?
PAQUITA.-¡Ea!
BLAS.-(Saliendo.) Adiós.
Escena VII
Paquita y Lorenza.
LORENZA.-¿Hablaste con don Marcelo?
PAQUITA.-Sí.
LORENZA.-¿Y qué te dijo?
PAQUITA.-¡Qué sé yo!… ¡Ahora voy a contarte lo que me dijo!… Las cosas que se dicen.
LORENZA.-¿Habló de la boda?
PAQUITA.-No; pero eso ya se sabe.. ¡Pues si el pobre es más bueno! ¡Y me quiere más! ¡Un hombre con todos tan fiero! ¡Y conmigo más dulce que el arrope!
LORENZA.-Don Marcelo en arrope.
PAQUITA.-En hablando con su Paquita, no levanta la voz más que un niño de cuatro años. ¡Conmigo se hace el chiquito, el chiquito, el chiquito! Que dan ganas de cogerle de la mano y de decirle: «Monín, ven de paseo».
LORENZA.-Metida en arrope me parece que estas tú también. ¡Ya lo creo! Ser tan rica y tan señorona; y correr en coche; y poder decir a todo el mundo: «A quitarse de en medio».
PAQUITA.-A mí… ¡qué me importa eso!
LORENZA.-Pues ¿por qué estás contenta?
PAQUITA.-¡Que yo estoy contenta!… ¡Ah, sí, vamos; estoy muy contenta!
LORENZA.-¡Claro!
PAQUITA.-Mucho.
LORENZA.-Porque le quieres a don Marcelo.
PAQUITA.-Eso… Y no te metas en lo que no te importa, ¡zángana!
LORENZA.-¡Perdone la señora! ¡Bien nos tratarás a Juan y a mí cuando seas doña Marcela! ¿Qué piensas hacer de Juan? ¿Tu lacayo o tu cochero?
PAQUITA.-Yo no sé lo que haré de Juan…. pero lo que haré de ti, ¡ya lo sé!
LORENZA.-Pega, hija, pega. Los pobres, ¿para qué estamos?
PAQUITA.-Porque he tenido esa suerte, porque Dios me la ha dado… ¡Juan y tú me tenéis envidia y me hacéis llorar!… ¡Pues para esto más vale morirse! Si los amigos de toda la vida…, porque una…, por un chipirón…. consigue eso…. que a mí no me importa…. ya la odian a una y la insultan…, y la gruñen por todo…. entonces, ¿para qué quiero nada? (Llorando.) Si no fuera por darle una pena a don Marcelo, y si no fuera por mi abuelita…. ya sé yo lo que haría: decirle a don Marcelo: «Ahí queda eso». ¡Cogeros a Juan y a ti por los cabezones y a comer tronches los tres y podrirnos de miseria!
LORENZA.-¡A que no lo haces!
PAQUITA.-Por den Marcelo.
LORENZA.-¡Qué lástima de niño!…, ¡el del paseíto por la mano!
PAQUITA.-A don Marcelo no le doy una pena por nada de este mundo. Por don Marcelo voy yo de rodillas de aquí a Roma y me dejo en el camino la piel de las rodillas y los huesos de las choquezuelas.
LORENZA.-¡Entonces le quieres mucho!
PAQUITA.-¡Con toda mi alma!
LORENZA.-Pues ¿para qué has de quererle más?
PAQUITA.-(Tristemente.) Quisiera yo… quererle con más franqueza…, que es como me figuro yo que se quieren los que se quieren para casarse. ¡Poderle pegar como le pego a Juan!… Pero a don Marcelo…, ¡a don Marcelo no le pegaré nunca!…
LORENZA.-¡Ya estás tú buena!
PAQUITA.-¡No me vengas a dar jaquecas!… ¡Vete!, ¡vete!…
LORENZA.-Es que tengo que decirte una cosa.
PAQUITA.-Pues desembucha.
LORENZA.-Juan… quiere verte… Ahí…. a la vuelta de la tapia espera.
PAQUITA.-¿Para qué quiere verme?
LORENZA.-Como esta mañana se marchó enfadado… y te dijo tantas cosas…, vamos, ya te acuerdas…, porque no quisiste venir con nosotros…. por eso… Pues quería pedirte perdón.
PAQUITA.-Bueno; después me lo pedirá.
LORENZA.-Dice que luego no puede ser; porque sale don Marcelo y estáis juntos y se acabó todo. De modo que él quiere aprovechar este rato en que estás desocupada.
PAQUITA.-No, no y no. No quiero verle; me has puesto tú de mal humor.
LORENZA.-Le va a dar mucha pena.
PAQUITA.-Que le dé.
LORENZA.-Si fuese a don Marcelo, no querrías tú darle penas…, pero a Juan… ¡Juan que se muera! ¿Qué importa?
PAQUITA.-¡Lorenza!…, ¡mira, Lorenza, que va de muchas!
LORENZA.-Pues mi hermano también sabe querer; y si tuviera cien veces más que don Marcelo, ¡todo te lo daría! ¿Es mentira acaso?
PAQUITA.-Es verdad.
LORENZA.-Y para sufrir tiene corazón como don Marcelo. Y más blando, porque es más joven.
PAQUITA.-Pero, atiende, ¡cabeza de pedernal! ¿Cómo nos encontró don Marcelo, y qué ha hecho de nosotras, de mi abuela y de mí? Vamos, dilo. ¿Cómo nos receló de la cuneta? ¡Asco daba tocarnos!
LORENZA.-Cuando hace años te morías de la viruela, ¡Juan se echó a ti y te comió a besos! ¡Que yo no quise ni acercarme! Y don Marcelo lo que es entonces no se casa contigo. Hoy te quiere porque eres guapa.
PAQUITA.-Pero ¿qué quieres que haga?
LORENZA.-Nada, hija; nada. Allá tú. Conque ¿lo digo que no quieres verle?… ¡Que madama no está, de manifiesto! ¿Se dice así?
PAQUITA.-Así mismo se dice.
LORENZA.-Bueno…, allá voy. Se lo diré con tiento…, porque está…
PAQUITA.-(Con ansia.) ¿Está malo?
LORENZA.-No me parece que está muy bueno. Tomó mucho sol esta mañana.
PAQUITA.-Y ¿por qué le dejaste?… Yo no le dejo nunca… o le pongo mi pañuelo blanco… (Evocando recuerdos.) ¡Qué cara tenía tan chusca con mi pañuelo blanco por la cabeza! ¡La tez tan oscura!…, ¡los dientes tan limpios!…, ¡los ojazos tan abiertos!…, ¡y por debajo del pañuelo blanco le salían unos mechones de pelo negro!… ¡Yo siempre le pegaba algún tirón!… ¡Pobre Juan! ¡Pobre Juan!… Bueno…, pues, oye, dile que venga… Yo veré si tiene calentura. No es más que para ver si tiene calentura. Y si no tiene calentura… se va. Se lo dices así. Pero que venga.
LORENZA.-Bueno…, bueno… Se lo diré así mismo.
PAQUITA.-Y vuelve tú con él.
LORENZA.-Ya…, ya…, ya volveré… las espaldas.
Escena VIII
Paquita; después, Juan.
PAQUITA.-Bien estamos, bien. Don Marcelo con aquella cara de santo, saltándosele las lágrimas; y Juan con aquella cara de moro y con calentura. ¿Y qué hago yo? ¡Señor, yo no puedo dividirme en dos pedazos! ¡Válgame Dios, qué hombres! No debía haber más que un hombre en el mundo y mejor para una; así no se vería una en estos apuros. ¡Vamos, que yo no sé qué hacer!… Sí lo sé: ¡Cumplir con don Marcelo! El otro es joven y fuerte, y don Marcelo viene muy quebrantado; si le doy una pena, ¡se acabó! Nada; se atiende al más débil; eso es lo que manda Dios. Juan tiene mucha vida y ya se consolará, ¡ya lo creo! Y se irá por ahí… y para que no le dé el sol, le pondrá el pañuelo blanco Casilda; bonito pañuelo, ¡más sucio!, el mío era blanco como la nieve; ¡y lo planchaba yo para él, por la mañanita temprano! No; si Juan consiente eso, ¡será un mal hombre! ¿No dice que me quiere tanto? ¡Pues que se muera de pena! ¡Eso es lo que hace una persona decente!… ¡Ea!, ¡que no sé lo que quiero!…, ¡que no puede ser una feliz nunca!… ¡Ya está ahí!… ¡Buen rato vamos a tener!
JUAN.-Paquita…
PAQUITA.-Juanillo…, ¿quieres algo?
JUAN.-Pedirte perdón.
PAQUITA.-¿Por qué?
JUAN.-Por lo que dije esta mañana.
PAQUITA.-Ya no me acuerdo.
JUAN.-Tú nunca te acuerdas de lo que te dice Juan.
PAQUITA.-(¡Ya empieza!) Cuando es malo se me olvida.
JUAN.-¿Y cuando es bueno?
PAQUITA.-¿Si es bueno?… Dices, ¿si es bueno?… Lo bueno de toda la verdad, no se olvida nunca.
JUAN.-Yo hablo siempre con verdad, no soy como otras personas.
PAQUITA.-(¡Ya aprieta!) No sé quiénes son esas personas.
JUAN.-Pues yo te lo diré.
PAQUITA.-Pues no me hace falta saberlo.
JUAN.-Pues te hace falta, porque eres tú.
PAQUITA.-(¡Ya la soltó!) Quedamos en que soy yo. Y si no querías decirme más que eso, hemos concluído.
JUAN.-¿Es decir, que me echas?
PAQUITA.-(Algo llorosa.) Yo no echo a nadie; para echar a alguien, me echaría a mí misma de cabeza en el remanso del molino.
JUAN.-¡Te sacaría yo, como te saqué otra vez!
PAQUITA.-(Casi llorando, o como crea la actriz que debe decirse.) ¡No, no me sacabas! Me abrazaría yo a ti muy fuerte para que no me sacaras, y nos llevara el agua y nos moliera a los dos juntos la piedra del molino.
JUAN.-¡Molernos a los dos juntos! ¡Moler y mezclar la piedra nuestros cuerpos y nuestra sangre! ¡Y entonces no separarnos nunca! ¡Ah, entonces que buscase don Marcelo en la masa jirones de Juan y jirones de Pacorra! ¡Eso…, eso…, buena idea has tenido, Pacorra, vamos allá!
PAQUITA.-No seas loco, ¡que tienes calentura!
JUAN.-¡Y tú muy fresca!
PAQUITA.-¿Muy fresca?… ¡Sí!… (Dándole la mano.) ¡Toca!
JUAN.-¡No, pues calorcillo… también lo tienes!… ¿Vamos al molino?
PAQUITA.-(Riendo con risa forzada.) ¿A matarnos? Tú no estás bueno; matarse es pecado, y no puede pecarse, que mata Dios.
JUAN.-¡Toma!, si nos matábamos antes, a ver cómo nos mataba El después.
PAQUITA.-Pues nos mataría las almas, torpe.
JUAN.-Si las mataba juntas…
PAQUITA.-¡Como que El está para hacer lo que a ti te convenga! Mandaría a uno a la quinta sima del infierno y al otro… allá…, más bajo…, más bajo…, a la última cueva del propio infierno. Mira, Juanillo, éstas son penas muy grandes, ya lo sé. Pero ya nos reuniremos en el cielo, en paz y gracia de Dios, y estaremos juntitos; tú y yo y don Marcelo.
JUAN.-¡Sólo contigo!… Con él, ni allá.
PAQUITA.-Pero, hombre, si allá todos son buenos amigos.
JUAN.-Bueno; pues que cada dos o tres siglos nos hiciese una visita de etiqueta.
PAQUITA.-En fin, Juanillo; ahora no hay más que conformarse con lo que Dios manda.
JUAN.-Dios manda que tú me quieras.
PAQUITA.-Manda que Pacorra haga feliz a ese santo varón.
JUAN.-Y de mí, ¿qué te manda que hagas?
PAQUITA.-¡Que te quiera mucho!… Y más de lo que te quiero, no puedo quererte.
JUAN.-¡Y te casas con el otro!
PAQUITA.-¡Ay, pero qué mollera tan dura tienes! Pero ¿no te lo he explicado, hombre? A ti te quiero como a Juan y a él como a un padre.
JUAN.-Pues con los padres está prohibido casarse.
PAQUITA.-¡Pues que me lo prohiban!… Pero que salga de él, que no salga de mí.
JUAN.-Pues dile esto que me has dicho y que disponga él. Y yo te juro que no digo ni palabra y que me voy para siempre.
PAQUITA.-¡Eso no!…, yo quiero verte de cuando en cuando.
JUAN.-Sí, de visita de etiqueta, como las de allá arriba que decías antes.
PAQUITA.-No, hombre, no. No serán de etiqueta.
JUAN.-Pues yo se lo digo a don Marcelo.
PAQUITA.-¿El qué?
JUAN.-Eso que has dicho: que me quieres como a Juan y a él como a «papá», y a que resuelva el «papá».
PAQUITA.-Si hicieses eso, te odiaba. ¡Mal corazón! ¡Eso era clavarle, un puñal al pobre hombre!
JUAN.-El que tengo aquí clavado, que lo lleve él un rato.
PAQUITA.-Tú no dices ni palabra.
JUAN.-La verdad hay que decirla y no hay que engañar a ese hombre.
PAQUITA.-Es que yo…, ¡entiéndelo, animal!…, ni le he engañado, ni le engañaré nunca, ¡en jamás de Dios!
JUAN.-Ni yo tampoco; por eso hay que hablar claro, ahora que es cuando hay tiempo.
PAQUITA.-¡Mira, Juan, no me vuelvas loca! Mira que ya tengo más calentura que tú.
JUAN.-(Se acerca y le coge la mano.) ¿A ver?
PAQUITA.-¡Sí…, toca…, toca!… ¡A ver si no abraso!
JUAN.-¡Sí, abrasas!… ¡Y los ojos los tienes muy encendidos! ¡No los apartes!
PAQUITA.-Es que tus ojazos me dan miedo.
JUAN.-¿Por qué, si te quieren tanto?
PAQUITA.-Por eso.
JUAN.-¡El que quiere tanto como yo… no hace daño!
PAQUITA.-Si tanto me quieres, no me apures y ayúdame a llevar estas penas, ¡que pesan mucho, Juanillo, y no puedo más!
JUAN.-(Ciñéndole la cintura.) Sí que te ayudaré, ¡pobre Pacorra!
PAQUITA.-Déjame.
JUAN.-Como dices que te ayude y que te pesan tanto las penas… ¡te las sostengo!
PAQUITA.-Sostenme el alma, que el cuerpo ya me lo sostendré yo.
JUAN.-¿Ayudándote don Marcelo? ¡Mira que me dan tentaciones de ahogarte!
PAQUITA.-¡Quita, quita…, que creo que viene!
JUAN.-Mejor.
PAQUITA.-¡Vete!
JUAN.-¡Tapujos!…, eso sí que no.
PAQUITA.-¡Pues lejos!
JUAN.-(Separándose.) Eso, bueno.
PAQUITA.-(Limpiándose.) ¡Va a conocer ese hombre que he llorado!
JUAN.-¿Y qué importa? ¿Ya quieres engañarle?
PAQUITA.-¡No es engañarle!… ¡Es no darle penas!
JUAN.-Ya habrá para todos.
Escena IX
Paquita, Juan y Don Marcelo.
MARCELO.-(Después de contemplarlos un momento.) Adiós, Juan.
JUAN.-Bien venido…, y para bien sea.
MARCELO.-He dicho Juan, porque me parece que tú eres Juan.
JUAN.-Creo que sí.
MARCELO.-¿Estáis enojados?… Lo pregunto, porque como estáis tan lejos uno de otro. ¡Dos buenos compañeros! ¡Dos buenos amigos! Eso no está bien.
PAQUITA.-No, señor; no estamos enojados.
JUAN.-Sí, señor; lo estamos.
PAQUITA.-(¡Más imprudente!)
MARCELO.-¿A quien creo?
PAQUITA.-A mí, don Marcelo; ése no dice ni pizca de verdad.
JUAN.-Usted verá a quién cree; eso no es cuenta mía.
MARCELO.-Yo te creo a ti, Juan. Porque ya me han dicho…. ya me han dicho… He hablado con don Damián, con don Silvio, con don Gabino, con doña Gertrudis y con el director que te da lecciones.
JUAN.-Sí, vamos; habló usted con todo el mundo. Me alegro; así estará usted instruido de todo.
PAQUITA.-(¡Nada, que no le deja!) No haga usted caso de ese zángano, don Marcelo. Vete a la herrería.
JUAN.-No me voy hasta que no me lo mande don Marcelo.
MARCELO.-No te vayas. Tenemos que hablar.
PAQUITA.-(¡Se nos cayó la casa!)
MARCELO.-¿Conque os habéis divertido tanto y os habéis paseado tanto mientras yo estuve en Madrid?
PAQUITA.-Sí, señor; algunas veces.
JUAN.-Todos los días.
PAQUITA.-Como usted mandó que le obedeciese…, como usted dijo: «El amo es Juan…», por eso.
MARCELO.-¿Por eso le obedeciste?
PAQUITA.-Claro.
MARCELO.-Bien hecho; es natural.
PAQUITA.-(Observándole.) (Pues parece muy tranquilo.)
MARCELO.-¿Y os ibais los dos?
PAQUITA.-Con don Blas y con Lorenza, siempre.
MARCELO.-(A Juan.) ¿Siempre?
JUAN.-Sí, señor; siempre llevábamos esos pegotes.
MARCELO.-Te creo. Todos me dicen que eres un hombre honrado y no tan bestia como yo, torpemente, imaginé, no sé por qué causa…, por habérselo oído a Paquita. Me engañaste, Paquita.
PAQUITA.-Yo no le engañé, ni le engañaré nunca; se lo juro por el alma de mi madre que está en gloria. ¡Antes me aplaste la muela del molino!
JUAN.-(¡Si ha de ser como antes decíamos!)
PAQUITA.-(¡Ya está aquél pensando algo!)
MARCELO.-Te creo, Paquita; también te creo.
JUAN.-Sí, vamos, usted cree a todo el mundo.
MARCELO.-(Con los dientes apretados y avanzando descompuesto.) ¡Yo no creo a nadie!
PAQUITA.-(Cerrándole el paso.) ¡Don Marcelo!
JUAN.-Pues yo no miento.
MARCELO.-¡Tú mientes como todos!
PAQUITA.-Sí, señor; ¡miente a todas horas!
JUAN.-Digo que no, que no…. y si no, póngame usted a prueba.
MARCELO.-Sí que te pondré. A ver: ¿No es verdad que tú me respetas mucho y me quieres mucho?
JUAN.-Respetarle, sí, señor. Porque ésa dice que es usted muy bueno, y por lo que ha hecho usted por doña Maruja y por Pacorra. Pero quererle, ¡ni esto! (Hace chasquear la uña con los dientes.)
PAQUITA.-(¡Ay, qué bruto!) ¡Don Marcelo!
MARCELO.-(A Paquita.) ¡Silencio! (A Juan.) ¿Por qué no me quieres?
JUAN.-Porque así son las cosas del mundo.
MARCELO.-¿Nada más?
JUAN.-Nada más.
PAQUITA.-(¡Gracias a Dios!)
MARCELO.-¿Ves cómo al cabo mientes?
JUAN.-¡Pues no miento! No le quiero a usted y casi le odio y siento impulsos de hacerle pedazos.
MARCELO.-¿Por qué? ¡Dilo si te atreves!
PAQUITA.-¡Juan!
MARCELO.-¡Dilo, cobarde!
JUAN.-Porquese casa usted con Pacorra.
PAQUITA.-¡Ya la soltó! ¡Virgen Santísima!
MARCELO.-Eres un hombre; venga esa mano.
JUAN.-Perdone usted, pero no puedo dársela.
PAQUITA.-¡No lo haga usted caso, don Marcelo!
MARCELO.-¡Silencio!
PAQUITA.-(Lloriqueando.) ¡Ya está enojado conmigo!
MARCELO.-¿Desde cuándo quieres a Paquita?
JUAN.-Yo creo que la quise siempre. Pero no lo conocí hasta que supe que se casaba usted con ella.
MARCELO.-(A Paquita.) Bueno. Y tú. ¿le quieres también? La verdad.
PAQUITA.-¡Por Dios, don Marcelo! ¡Qué cosas dice usted! ¿Pues no vamos a casarnos?
MARCELO.-¡La verdad!
PAQUITA.-¡Pero, señor!
MARCELO.-¡La exijo por la gratitud que me debes, por tu lealtad de mujer honrada!
PAQUITA.-¡Don Marcelo!
MARCELO.-¡La verdad!
PAQUITA.-¿Tendrá usted mucha pena?
MARCELO.-Mucha mayor si me engañas.
PAQUITA.-Entonces, lo diré: le quiero.
MARCELO.-¿Desde cuándo?
PAQUITA.-No lo sé. Ha debido ser desde que supe que iba a casarme con usted.
MARCELO.-Es decir, lo mismo que Juan.
PAQUITA.-Me parece que lo mismo, pero Juan podrá decirlo.
JUAN.-Lo mismo, sí, señor; lo mismo. (Pausa.)
PAQUITA.-¿Se ha enfadado usted?
MARCELO.-No; ya ves que no hay motivo.
PAQUITA.-Claro que no; porque yo, ¿qué culpa tengo?
MARCELO.-Ninguna. Son cosas del mundo. Pero ahora es preciso que tú decidas.
PAQUITA.-Yo, no, señor. Usted dispone, y yo le obedeceré. Se lo juro por la Santísima Virgen. Dice usted: «A casarse conmigo»; me caso, y tan agradecida. Dice usted: «A casarse con Juan»; me caso, y tan contenta.
MARCELO.-No; decidirás tú. Aquí nos tienes a los dos: escoge.
PAQUITA.-¡Ay, no; no es eso! No, no… ¡Que no va usted a quererme! ¡Va usted a despreciarme, va usted a pensar: «Chiquilla ingratata» ¡No soy ingrata, don Marcelo! (Se abraza a él, llorando.)
MARCELO.-No, Paquita. No diré eso.
PAQUITA.-Si digo: «Con Juan…», tan fijo como ésa es luz que me pierde usted el cariño.
MARCELO.-No; oye. La ilusión es más hermosa que la realidad, y a la ilusión se la quiere más que a la realidad; mucho más. Grande sería mi cariño si fueses mía; pero ¡si fueses de otro! ¡Oh, entonces, qué hermoso el bien perdido! ¡Qué apetitos devoradores por el bien ajeno! ¡Mi pasión crecería hasta el delirio! ¡Con ansias de naufrago, con sed rabiosa, con amor desesperado! Conque por eso no lo dejes.
PAQUITA.-Entonces, si ha de quererme usted más, cada vez más, como eso es lo que yo quiero, entonces ¡me casaré con Juan! Es por usted, don Marcelo, créame usted; por eso que me ha dicho.
MARCELO.-Conque ¿te casarás con Juan?
PAQUITA.-Si usted lo manda…
JUAN.-(Cogiéndola con ansia.) ¡Claro que lo manda, mujer!
MARCELO.-¡Pues no lo mando! ¡Qué diablos he de mandar, mentecato! ¿Crees tú que yo renuncio a lo que es mío, a lo que me he ganado por mi cariño, por mi honradez? Por mi honradez, sí. ¡Pude hacerla mi querida y voy a hacerla mi esposa!
JUAN.-¿Su querida de usted? No hubiera usted podido, que estaba yo aquí.
PAQUITA.-Eso no, aunque él no estuviese.
MARCELO.-Bueno, pues se acabó. Quise probaros; os probé. Esos amores son chiquilladas que pasan. El hierro se carcome, el granito se deshace, el amor se gasta.
JUAN.-Pues gaste usted el suyo. ¿No ha oído usted que me quiere?
MARCELO.-Note querrá tanto cuando se resigna a ser mi mujer.
JUAN.-Eso sí que es verdad.
MARCELO.-Sois dos chicos: yo soy un hombre. Di ya mis órdenes y está dispuesto el viaje. Allá dentro está todo arreglado. Te cojo y te llevo a Madrid; nos acompañan tus preceptores, y en llegando estarás en casa de mi hermana hasta que nos casemos.
PAQUITA.-Sí, Señor.
MARCELO.-Conque en marcha. No cambias de traje; un abrigo y un sombrero, y vuelve, que ya están los coches esperando.
JUAN.-(Aparte, con ademán desesperado.) ¡Al fin, negrero! ¡Y al fin, mujer!
MARCELO.-Anda.
PAQUITA.-(Camina lentamente.) Sí, señor.
MARCELO.-¿No vas contenta?
PAQUITA.-¡Sí, Señor!
MARCELO.-¡Es para que sea yo feliz!
PAQUITA.-Pues, voy contenta, don Marcelo! (Sale resueltamente.)
Escena X
Dichos, Don Blas y Lorenza, que se cruzan en la puerta con Paquita.
MARCELO.-(A Juan.) Tú puedes quedarte para despedirte de ella.
JUAN.-Me quedaré.
BLAS.-(Entrando con Lorenza.) Te digo que se va.
LORENZA.-¿Con Paquita?
BLAS.-Con Paquita.
LORENZA.-(Acercándose a su hermano.) ¡Pobre Juan!
MARCELO.-(A Don Blas.) Tú, ¿vienes conmigo?
BLAS.-No.
MARCELO.-¿Es decir, que te quedas?
BLAS.-Sí.
MARCELO.-Pues ven al pueblo.
BLAS.-Iré.
MARCELO.-¿Conque hago un disparate en casarme?
BLAS.-¡Qué sé yo! (Buscando con la vista.) ¿Adónde se fué esa Lorenza?
MARCELO.-Pero ¿no viene Paquita?
BLAS.-(Viendo a Lorenza.) Allí está.
MARCELO.-¿Quién?
BLAS.-Lorenza. (Se va junto a ella.)
Escena XI
Don Marcelo, Juan, Don Blas y Lorenza; Paquita y Maruja; con ellas, Gertrudis.
MARUJA.-¡Ay, hija mía de mi alma! (Todo esto sin abrazarse.)
PAQUITA.-Abuelita mía, ¡ay qué pena! ¡Mejor estábamos en la cuneta!
MARUJA.-¡Eso sí que no!
MARCELO.-Vamos Paquita. Es muy tarde.
PAQUITA.-Sí, señor; ya estoy dispuesta.
MARUJA.-Sí, don Marcelo, ya está dispuesta.
Escena XII
Don Blas, sentado en toda esta escena, fumando y mirando a lorenza. Juan y Lorenza, aparte y juntos. Formando otro grupo, Doña Gertrudis y Maruja; Paquita, separada tristemente; Don Marcelo la contempla.
MARCELO.-(Acercándose.) Adiós, doña María.
MARUJA.-Hágala usted muy feliz, don Marcelo. Usted es muy rico, pero ella es muy buena.
MARCELO.-Por eso me la llevo, porque es muy buena. (Separando a Maruja.) Una palabra; perdone usted, doña Gertrudis. Usted sabe que hice donación a Paquita de una cantidad de bastante importancia.
MARUJA.-¡Ay, señor, usted nos ha colmado de beneficios!
MARCELO.-Basta. Como se casa conmigo, no necesita esa donación, y se la traspaso a usted. Es decir, que todo eso es para usted, y cuando usted muera, para Paquita.
MARUJA.-¡Para mí esos millones! ¡Ave María Purísima! ¡Ay, don Marcelo! ¡Que yo le bese las manos!
MARCELO.-A Paquita, ni una palabra… ¡Nunca!
MARUJA.-¡No, señor!
MARCELO.-¿Lo jura usted?
MARUJA.-Lo juro, sí, señor.
MARCELO.-Y ahora, como no me gustan lloriqueos, un abrazo a Paquita, la despedida y adentro. Doña Gertrudis, hasta el día de la boda.
GERTRUDIS.-¡No se olvide usted de mí!
MARCELO.-Paquita, despídete.
PAQUITA.-¡Abuelita de mi alma!…
MARUJA.-¡Pacorra! (Se abrazan y lloran.) Abraza también a doña Gertrudis.
GERTRUDIS.-¡Adiós, Paquita!
MARUJA.-¡Adiós, nietecita mía!
PAQUITA.-¡Adiós! (Salen Maruja y Doña Gertrudis lloriqueando.)
Escena XIII.
Paquita, Don Marcelo, Juan, Don Blas y Lorenza.
MARCELO.-(Acercándose al fondo y dirigiéndose al lacayo, que pasa.) He dicho que acerquen el coche.
LACAYO.-Sí, señor.
MARCELO.-Paquita, despídete de Juan, y vámonos.
PAQUITA.-Cuando usted mande.
MARCELO.-¡He dicho que te despidas! ¡Os despedís para siempre, para siempre! Y yo lo permito; conque a despediros.
PAQUITA.-(Abrazándola.) ¡Lorenza!
LORENZA.-¡Ingratona, que Dios te lo premie!
MARCELO.-(A Don Blas.) Hazme el favor de irte.
BLAS.-¿Con Lorenza?
MARCELO.-O con el diablo.
BLAS.-Pues vámonos. (Salen los dos.)
MARCELO.-Estoy esperando…
PAQUITA.-Pues cuando usted quiera.
MARCELO.-He dicho que te despidas de Juan.
PAQUITA.-¡Juan! ¡Juanillo! (Acercándose y en voz baja.) ¡Mi Juanillo!
JUAN.-¡Quita! (Rechazándola. El coche avanza hasta ponerse delante de la verja, o si no hay espacio, puede suprimirse.)
PAQUITA.-Adiós! Ya estoy, don Marcelo.
JUAN.-¡Pues adiós! ¡Ya te acordarás tú! (Se precipita a la puerta.)
MARCELO.-(Cerrándole el paso.) ¿Adónde vas?
JUAN.-¿Y a usted qué le importa?
MARCELO.-Tú te quedas aquí viendo cómo se aleja ese coche…. ese coche que ya no volverá nunca.
JUAN.-¡Apártese usted!
MARCELO.-No sales.
JUAN.-¿Por qué?
MARCELO.-Porque yo no quiero, y aquí todos me obedecen.
JUAN.-¿Soy acaso un esclavo de esos que usted trataba?
PAQUITA.-¡Juan!
MARCELO.-¡Sí, lo eres, imbécil!
JUAN.-¡De nadie! ¡De ésa lo era, y ha roto la cadena!
MARCELO.-¡Pues sigues siéndolo! Y te pondré grillos, y te pondré argollas, y te quedarás aquí sujeto.
JUAN.-¡Pruebe usted!
MARCELO.-Empiezo por la argolla… ¡Abrázale! (Arrojando a Paquita en los brazos de Juan.)
PAQUITA.-¡Don Marcelo!…
JUAN.-¿Qué dice?
MARCELO.-(A Paquita.) Que le eches los brazos al cuello y que le sujetes mientras yo me voy.
PAQUITA.-¿Sólo?
MARCELO.-Claro; quedándote tú con él…, me voy solo.
PAQUITA.-¡Don Marcelo!… ¡Dios mío!
MARCELO.-Te quiero de veras y quiero que seas feliz. Conmigo no lo hubieras sido. Sé feliz con Juan. (A Juan.) ¿Creíste que me la llevaba? No; desde que supe vuestro amor, pensé en cedértela; pero en el turbulento trastorno de mi ser, todas las antiguas crueldades del negrero subieron del fondo del corazón a la superficie y me gocé en vuestro llanto. No duró mucho mi crueldad. Perdóname. Más durará la vuestra. Adiós.
PAQUITA.-¡Le quiero a usted con toda mi alma!
MARCELO.-En eso estamos. Adiós, Juan.
JUAN.-Don Marcelo, perdóneme usted…; voy a pedirle un último favor.
MARCELO.-Pide.
JUAN.-¿Me lo concederá usted?
MARCELO.-Si te concedí a ésa, ¿qué voy a negarte?
JUAN.-Don Marcelo, sé trabajar y sé ganarme la vida; permita usted que le devolvamos ese caudal que regaló usted a Paquita.
MARCELO.-Concedido; haces bien; lo recogeré. Adiós, Juan.
JUAN.-¡La mano!… (La estrecha y lo besa después.)
MARCELO.-Basta. Adiós, Paquita.
PAQUITA.-(Tendiéndole los brazos.) ¡Padre mío!…
MARCELO.-¡No! Te quiero demasiado para abrazarte hoy. Pudiera arrepentirme de lo que hice… No; déjame; adiós. (Quiere irse.)
PAQUITA.-¡No; todavía no! (Suplicante. Don Marcelo se detiene.) ¡He de consentir que se marche usted… y que se marche sin darme un abrazo! ¡Sin decirme que me perdona! ¡Sin decirme que me quiere como siempre! ¡No, don Marcelo; eso sí que no lo consiento! ¡Seguiré llorando su coche de usted y me volveré a caer en la cuneta! ¡De allí salí; pues allá vuelvo! ¡Don Marcelo, no hay felicidad para mí si usted me rechaza! Mire usted que la voluntad se me va con ese zángano; pero el alma…, ¡el alma se va con usted! ¡Hágame un huequecito sobre el corazón!
MARCELO.-¡Paquita!… ¡Paquita! ¡Ven! (Le abre los brazos.)
PAQUITA.-(Precipitándose.) ¡Don Marcelo… ¡Padre mío!… ¡Padre de mi alma!… ¡Mi redentor!… ¡Mi alegría!…
MARCELO.-Paquita, mucho he debido vencer mi voluntad… cuando me queda voluntad pata decirte: «¡Sé feliz!» (Intenta abrir los brazos, Paquita se lo impide.)
PAQUITA.-¿Y me suelta usted?… ¿Ya abre los brazos?… ¡Ah! ¡Ya lo comprendo! ¿Es que hace usted sitio para aquél? (Señalando a Juan.) ¡Juan!…, ¡aquí!…
JUAN.-Don Marcelo…, ¿qué quiere usted?
MARCELO.-¡Sí, ven! (Juan se precipita, Don Marcelo abraza a los dos.) ¡Sea!… ¡Os perdono!…, ¡os quiero!…, ¡velaré por vosotros!…, ¡echaré mis ternuras por otro cauce!… ¡Ay, qué triste y qué seco se quedará el antiguo! Basta. ¡Adiós! (Desprendiéndose.)
PAQUITA.-¡Padre mío!
JUAN.-¡Don Marcelo!
MARCELO.-Adiós, Paquita…, adiós, Juan. Que no me mire… No me mires…, es el último favor que te pido. (Paquita, llorando, oculta la cabeza en el pecho de Juan. Los dos forman un grupo que vuelve la espalda a Don Marcelo. Este se detiene en la verja y los contempla.) ¡Creo que están llorando los dos! ¡No se olvidarán de mí!
JUAN.-¡Pacorra! (Don Marcelo se acerca algo entre los árboles.)
PAQUITA.-¡Juanillo! (Se miran y sonríen entre lágrimas.) No me mires, no; ¡hoy no quiero tener ninguna alegría!
JUAN.-¡Pero mañana…!
PAQUITA.-¡Mañana, sí! Pero déjame llorar hoy.
MARCELO.-Hoy, no; mañana, sí. ¡Ese llanto!…, ¡ese llanto!… ¡La última limosna! (Se precipita en el coche y éste arranca, si es que está presente.)
Fin de «Sic vos non vobis o La última limosna»