Х. Роберто Паэс. Испанские колониальные хронисты: часть вторая.
Cronistas coloniales : (Segunda parte)
[Estudio, biografías y selecciones de J. Roberto Páez]
Índice
• Cronistas coloniales
• (Segunda parte)
•
o Pedro Cieza de León
o
Biografía de Pedro de Cieza de León
o
La Crónica del Perú nuevamente escrita por Pedro de Cieza de Léon
Capítulo XXXIX
Capítulo XL
Capítulo XLI
Capítulo XLII
Capítulo XLIII
Capítulo XLIV
Capítulo XLV
Capítulo XLVI
Capítulo XLVII
Capítulo XLVIII
Capítulo XLIX
Capítulo L
Capítulo LI
Capítulo LII
Capítulo LIII
Capítulo LIV
Capítulo LV
Capítulo LVI
Capítulo LXIV
Capítulo LXV
Capítulo LXVI
Capítulo LXVII
Capítulo LXVIII
o
Del Señorío de los Incas
Tercera parte de la Crónica del Perú de Pedro de Cieza de León
Libro 2.º M.S.
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VI
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
o
Mercurio Peruano
Revista Mensual de Ciencias Sociales y Letras
Director: Víctor Andrés Belaunde
Año XXI, Volumen XXVII – Número 233
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
o
Mercurio Peruano
Revista Mensual de Ciencias Sociales y Letras
Director: Víctor Andrés Belaunde
Año XXVI, Volumen XXXII – Número 289
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
o
Guerras civiles del Perú
por Pedro Cieza de León
Tomo II, Guerra de Chupas
Capítulo LXXI
•
o Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez
o
Biografía de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez
o
Historia general y natural de las Indias islas y Tierra Firme del mar Océano por el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez
Tercera parte de la general y natural historia de las Indias islas y Tierra Firme del mar Océano. Libro XLIX
Capítulo I
Capítulo II
Primeramente:
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
•
o Agustín de Zárate
o
Biografía de Agustín de Zárate
o
Historia del descubrimiento y conquista de la provincia del Perú y de las guerras y cosas señaladas en ella, acaecidas hasta el vencimiento de Gonzalo Pizarro y de sus secuaces, que en ella se rebelaron contra Su Majestad, por Agustín de Zárate
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
o
Libro cuarto
Que trata del viaje que Gonzalo Pizarro hizo al descubrimiento de la provincia de la Canela, y de la muerte del Marqués
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
•
o Antonio de Herrera y Tordesillas
Cronista Mayor de Indias
o
Biografía de Antonio Herrera y Tordesillas, Cronista Mayor de Indias
o
Antonio de Herrera. Historia General de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del mar Océano
Descripción de las Indias occidentales de Antonio de Herrera Cronista Mayor de Su Majestad de las Indias y su cronista de Castilla
Capítulo XVII
Libro Cuarto
Capítulo XI
Capítulo XII
Libro Quinto
Capítulo I
Libro Sexto
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo V
Capítulo VI
Libro séptimo
Capítulo XIV
Capítulo XV
Libro Décimo
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIV
Libro Octavo
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Libro noveno
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
•
o Toribio de Ortiguera
Alcalde de Quito y cronista de Indias
o
Biografía de Toribio de Ortiguera Alcalde de Quito y cronista de Indias
Capítulo XIV
Capítulo XV
•
o Fray Reginaldo de Lizarraga Orden de los dominicos
Vecino de Quito y obispo de la Imperial y de Asunción
o
Biografía de fray Reginaldo de Lizarraga Orden de los dominicos
Vecino de Quito y obispo de la Imperial y de Asunción
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo LXIX
Capítulo LXX
Capítulo LXXI
Capítulo LXXII
•
o Pedro Ordóñez de Ceballos (El Clérigo Agradecido)
(Vecino de Quito y cura de Pimampiro)
o
Biografía de Pedro de Ordóñez de Ceballos
o
Libro Segundo
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI
Capítulo XXXII
Capítulo XXXV
Capítulo XXXVI
Capítulo XXXVII
Capítulo último
•
o Fray Antonio Vázquez de Espinosa
o
Biografía de fray Antonio Vázquez de Espinosa, carmelita descalzo
o
Segunda parte
Libro tercero
Del distrito de la Audiencia de Quito
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo 17 (sic)
Pedro Cieza de León
-[30-33]-
Biografía de Pedro de Cieza de León
Ha sido llamado acertadamente Príncipe de los Cronistas de Indias, Pedro de Cieza de León, primacía que la comparte con el capitán don Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, que después de cruzar doce veces el Océano y tras duchas y labores titánicas, enseñó, como escribe don Julio Dejador, «a España y a Europa entera las maravillas de la naturaleza de América; la historia de la Conquista y los intentos e intereses de los que la llevaron a cabo».
Como Oviedo y Valdez, Cieza de León sirvió en las filas españolas y supo aunar, con sin igual maestría, las armas y las letras; la nobilísima profesión militar y el ejercicio glorioso de la pluma. Vecino de Sevilla, se declara en el título de su magno libro La Crónica del Perú, dedicado al muy alto y poderoso señor don Felipe Segundo, Príncipe de España, Crónica que, según su autor, «se comenzó a escribir en la ciudad de Cartago, de la Gobernación de Popayán, año de 1541, y se acabó de escribir originalmente en -34- la ciudad de Los Reyes, del reino del Perú, a ocho días del mes de Setiembre de 1550 años».
El que en Sevilla, en 1553 y en las prensas de Martín de Montesdeoca daba a luz ese libro de veras inmortal, era un soldado de España que a la sazón contaba pocos años de edad, pues, había nacido entre 1520 y 1522, sin que sea posible precisar aún la fecha exactamente, en la villa extremeña de Llerena.
Salió de España hacia 1535, es decir a los trece años de edad, si lo suponemos nacido en 1522. De Lima se ausentó hacia fines de 1550, para ir a Sevilla en donde editó su libro y en la misma ciudad murió el mes de julio de 1554, a la temprana edad de treinta y dos años, cuando tanto se podía esperar todavía de su portentosa pluma.
El tiempo que Cieza de León pasó en América fue de provecho para las letras, pues sin descuidar los deberes militares, supo emplear sus dotes de observación y su claro ingenio en atesorar para sus libros datos de sin igual importancia. No se movió a escribir por vanidad. Lo hizo por vocación irresistible; por necesidad innata de su naturaleza, y ante todo, por amor a Dios y a su patria. En el Prólogo del libro antes citado manifiesta cómo vaciló algún tiempo entre el deseo de poner por escrito cuanto sus ojos veían en América y el temor de no poder hacerlo por carecer de dotes para ello. Atribuye a gracia divina el que haya triunfado el afán por escribir la Crónica de los altos hechos castellanos. Movieron su ánimo, según dice, en primer lugar, el ver que nadie cuidaba de escribir la relación de los hechas castellanos en el Nuevo Mundo; en segundo lugar, la gloria que España debía recibir cuando se supiera por todos qué número tan grande de idólatras había llegado a conocer al verdadero Dios gracia a la conquista de América por gentes hispanas, y en tercer lugar, la grandeza de la Corona de Castilla a la que había de atribuirse -35- perpetuamente el esfuerzo realizado por ampliar sus dominios, con nuevos y no soñados territorios.
Puesto a la tarea de consignar por escrito las fatigas de los conquistadores, repartió su tiempo entre los ejercicios militares y los afanes de cronista. Así escribe:
Temeridad parece intentar un hombre de tan pocas letras lo que otros muchos no osaron, mayormente estando ocupado en las cosas de la guerra; pues, muchas veces cuando los otros soldados descansaban, me cansaba yo escribiendo. Mas ni esto, ni las asperezas de tierras, montañas y ríos ya dichos, intolerables hambres y necesidades, nunca bastaron para estorbar mis dos oficios de escribir y seguir a mi bandera y capitán, sin hacer falta.
Este capitán al que siguió por mucho tiempo y del que recibió no pocas recompensas fue el señor capitán don Sebastián de Benalcázar, al que Cieza llama «Fundador de la ciudad de Quito».
La tarea del historiador la concibió Pedro de Cieza de León como la más excelsa de todas. Según su parecer, el historiador halla su recompensa más cumplida en haber escrito la verdad, aún cuando no obtenga ninguna otra; esa le basta y esa justifica todos sus afanes. Se expresa así:
Por haber escrito esta obra con tantos trabajos, me parece que debería bastar para que los lectores me perdonasen las faltas que en ella a su juicio habrá. Y si ellos no perdonan, a mí me basta haber escrito lo cierto; porque esto es lo que más he procurado, porque mucho de lo que escribo vi por mis ojos estando presente, y anduve muchas tierras y provincias por ver lo mejor, y lo que no vi trabajé de me informar de personas de gran crédito, cristianos e indios.
Entre las muchas tierras que Cieza de León visitó para escribir su Crónica del Perú se cuenta la nuestra. A Quito dedicó a más de un libro entero:
-36-
La Guerra de Quito, editada por el insigne Marcos Jiménez de la Espada, varios capítulos en la Crónica del Perú. Así el que tituló Del sitio que tiene la ciudad de San Francisco del Quito y de su fundación y quien fue el que la fundó, en el que consignó datos de gran valor y que revelan profunda observación. De nuestra ciudad capital dice:
Es sitio sano, más frío que caliente. Está la ciudad metida debajo de la línea equinoccial tanto que la pasa casi a siete leguas. Es tierra toda la que tiene por términos al parecer estéril, pero en efecto es fértil, porque en ella se crían los ganados abundantemente y lo mismo todos los otros bastimentos de pan y legumbres, frutas y aves. Es la disposición de la tierra muy alegre, y en extremo se parece a la de España en la hierba y en el tiempo, porque entra el verano por el mes de abril y marzo y dura hasta el mes de noviembre, y aunque es fría, se agosta la tierra ni más ni menos que en España. Los naturales de la comarca en general son más domésticos y bien inclinados y más sin vicio que ningunos de los pasados, ni aún de los que hay en toda la mayor parte del Perú, lo cual es según lo que yo vi y entendí.
De la Fundación de Quito, escribe:
Digo que la fundó y pobló el capitán Sebastián de Belalcázar, que después fue adelantado y gobernador en la provincia de Popayán, en nombre del Emperador don Carlos, nuestro señor, siendo el adelantado don Francisco Pizarro gobernador y capitán general de los reinos del Perú y provincias de la Nueva Castilla, año del Nacimiento de Nuestro Redentor Jesucristo de 1534 años.
Razón de sobra tuvo don Moisés Sáenz para escribir en la página 302 de su libro sobre El India Peruano que la Crónica del Perú, de Cieza de León, en su primera y segunda parte es libro fundamental para la historia prehispánica y que Las Guerras -37- del Perú y de Quito, del mismo autor lo son para el conocimiento de la conquista.
No careció Cieza de León del conocimiento de su propia valía, cuando escribió en su afamada Crónica las siguientes palabras:
Llamó a la escriptura Cicerón, testigo de los tiempos, maestra de la vida, y luz de la verdad. Lo que yo pido es que, en pago de mi trabajo, aunque vaya esta escriptura desnuda de retórica sea mirada con moderación, pues, a lo que siento va tan acompañada de verdad. La cual subjeto al parecer de los doctos y virtuosos, y a los demás pido se contenten con solamente leer, sin querer juzgar lo que no entienden.
Leamos ciertamente no una sino muchas veces los libros del que ha sido juzgado por los doctos como el primero de los cronistas de Indias.
En la Introducción al precioso libro Tres relaciones de antigüedades peruanas, que en 1879 publicó el más ilustre de los americanistas, don Marcos Jiménez de la Espada, al hablar de los españoles que habían ido a América no ya con el deseo de hacerse ricos, sino para observar y describir los países que ese iban descubriendo y sus habitantes y también para evangelizar a estos últimos, citó a fray Domingo de Santo Tomás, de la Orden de los predicadores, con estas palabras:
De clérigos y religiosos, se cuenta al buen Fray Domingo de Santo Tomás, que al estudiar el idioma de los naturales, de que compuso el primer Arte y Vocabulario conocidos, investigó sus costumbres y ceremonias religiosas, consignándolas en escritos que vieron y aprovecharon algunos Cronistas del Perú.
Entre los cronistas que aprovecharon los datos y observaciones reunidos por fray Domingo de Santo Tomás, se cuenta Pedro de Cieza de León, según Raúl Porras Barrenechea, quien al hablar de las lenguas indígenas del Perú, se expresa así:
-38-
La aprehensión de las lenguas indígenas por el conquistador fue lenta y difícil. En las primeras crónicas sólo se recogieron muy pocas palabras, generalmente correspondientes a personajes o lugares, groseramente deformadas. Las primeras palabras comunes incorporadas son las de Inca, yunga y mamacona. Algunos soldados, como Hernando de Aldama, aprenden el quechua de boca de los intérpretes Felipillo y Martinillo, pero en 1550 es todavía muy corto el caudal de palabras incorporado a las crónicas de Cieza o de Zárate. Uno de los primeros quechuistas es Fray Domingo de Santo Tomás, quien inició a Cieza en el estudio de las costumbres indígenas, y otro el soldar do Juan de Betanzos, que escribe en 1552 la Suma y Narración de los Incas.
Fray Domingo de Santo Tomás es, sin duda, el fundador de los estudios de lingüística en el Perú. Era sevillano y vino a Lima en el primer equipo de frailes dominicos que trajo Fray Vicente de Valverde en 1538. Vivió algún tiempo en la costa del Perú, donde fundó las casas de Chincha, de Chicama y Trujillo y se familiarizó con las costumbres de los naturales.
En 1545 era Prior del Convento Dominico de Lima y cuando Cieza llegó al Perú, en 1548, era ya maestro en «cosas de indios». Había estudiado el quechua, comenzando probablemente por el yunga y predicaba ya a los indios en su lengua. Descubrió la declinación de los nombres y la conjugación de los verbos, poniendo los cimientos de los estudios de quechua. Establecida la Universidad de San Marcos fue el primero que se graduó en ella de doctor y el primer catedrático de Prima de Teología. Fue a España en 1557 y regresó como Obispo de Charcas en 1561 y murió en Chuquisaca en 1570. Su retrato se conserva en la Universidad de San Marcos.
La obra fundamental de Fray Domingo de Santo Tomás es la publicación que hizo en España de la primera Gramática y del primer Vocabulario quechuas, en 1560. Ambos trabajos inician la labor científica -39- del quechuismo. La Gramática y el Vocabulario de Fray Domingo son los primeros documentos escritos sobre la lengua oficial de los Incas.
(Fuentes Históricas Peruanas. Páginas 25 y 26. Lima, 1955)
Era de veras interesante descubrir en qué fuentes se inspiró Cieza de León, para sus trabajos inmortales. No olvidemos que nuestro compatriota, reverendo padre fray José María Vargas, de la Orden de predicadores, escribió una notable biografía del insigne fray Domingo de Santo Tomás, su hermano de hábito, y que también reimprimió en Quito el Vocabulario de este benemérito maestro de Cieza. El padre Vargas señala el año de 1540 como el en que pasó fray Domingo al Perú, llevado por fray Francisco Martínez Toscano y no por el padre Valverde.
En la Cuarta Reunión del Congreso Internacional de Americanistas, verificada en Madrid el año de 1881, presentó don Marcos Jiménez de la Espada a la Asamblea el volumen que él acaba de publicar y que encerraba la segunda parte de la Crónica del Perú, escrita por Pedro de Cieza de León, volumen titulado El Señorío de los Incas. En tan solemne ocasión dijo Jiménez de la Espada al ofrecer el libro de Cieza a cada uno de los asistentes al Congreso, lo siguiente:
Mi objeto al ofrecer un ejemplar a cada uno de los señores que forman el Congreso Americanista es él siguiente:
Suministrar un fundamento más a la crítica que en mi concepto merecen las historias que hasta ahora pasan por oficiales y fidedignas entre nosotros acerca de los sucesos, tanto anteriores como coetáneos, de la conquista, y aún posteriores a nuestra dominación ultramarina. Este libro que tengo el honor de ofrecer al Congreso es la segunda parte de la gran crónica que escribió Cieza de León, la cual ha sido fraudulentamente plagiada por alguno de nuestros más reputados cronistas: delito literario que ha traído por consecuencia que un modesto y laborioso soldado, conquistador -40- y descubridor de los primeros, que anduvo todo el país que describió y conoció de todos los sucesos de que se hizo cargo en su obra admirable, que antes que nadie se atrevió a descifrar y ordenar los anales misteriosos de los tiempos anteriores de la conquista, haya sido suplantado por el que hoy todavía lleva la palma y la primacía entre los escritores de antigüedades peruanas, el inca Garcilaso de la Vega.
El año 1550 acabó Pedro de Cieza de León la historia de los incas, y en el de 1606 concluyó Garcilaso la suya. Yo pregunto a los señores que me escuchan, que tanto conocen la antigua historia de América, si han visto alguna vez, al tratarse de los Incas y sus hechos citar como autoridad el nombre de Pedro de Cieza de León. Nunca. Garcilaso ha sido el que ha llevado siempre la preferencia; y hasta el famoso Prescott, desmintiendo en este punto su erudición y sagacidad indiscutibles, ha pospuesto a las afirmaciones y fantasías de Garcilaso los textos de otros que han escrito con anterioridad a él y con más garantías de veracidad y acierto.
Paréceme, pues, justificado mi empeño de propagar el conocimiento de esta obra hasta ahora usurpada totalmente por el cronista. Herrera, a costa de la gloria de su autor. Y los que tengan la bondad de leerla comprenderán sin gran esfuerzo la superioridad crítica que distingue a Cieza de León comparado con Garcilaso. Este conocía mejor que Cieza la lengua de los soberanos y gentes que pretendía historiar, como que era la de toda su familia y la suya, como que era inca; pero apasionado por las cosas de su familia, convirtió en fábulas, abultándolos y adulterándolos, los hechos que como reales y positivos consigna en su crónica Pedro de Cieza. Yo creo, pues, que en desagravio a la memoria de este desgraciado cronista, es justo que se propague este escrito, como todos los suyos, y cundan sus ideas entre los que se dedican al estudia de las antigüedades americanas.
(Actas -41- del Congreso de Americanistas, reunido en Madrid el año de 1882. Tomo I. Páginas 214 a 216)
Razón tuvo Jiménez de la Espada al llamar desgraciado a Cieza de León, pues, lo fue como nadie en la suerte de sus libros. Hay que recordar en efecto y lo ha narrado brillantemente, entre otros, Gustavo Otero Muñoz, en el ensayo biográfico sobre Cieza que publicó el año de 1938 en Bogotá, que el manuscrito de la Segunda parte de la Crónica del Perú, que trata del Señorío de los incas yupanquis y de sus grandes hechos y gobernación, se guardaba inédito en la Biblioteca del Escorial. Lord Kingsborough sacó de él una copia y de ésta se tomó otra copia que fue a poder del historiador norteamericano Prescott, autor de la Conquista del Perú, en esta última el encargado de sacarla cometió el grave error de poner la palabra por en vez de para, con lo que se atribuyó al Presidente del Consejo de Indias, don Juan de Sarmiento la paternidad del Señorío de los Incas. Fue necesaria la intervención de Jiménez de la Espada pura que Cieza recuperara, al cabo de trescientos treinta años de haberlo escrito, la paternidad de su libro.
También el Tercer libro de las Guerras Civiles del Perú, el cual se llama la Guerra de Quito, se lo habla apropiado íntegramente el cronista don Antonio de Herrera, quien, como dijo Jiménez de la Espada, se atrevió a sepultar en sus Bodegas una crónica entera y modelo de su clase, y con ella el nombre de un soldado valiente y pundonoroso, los afanes y desvelos de un hombre honrado y de elevada inteligencia y una reputación de historiador más grande y bien ganada que la suya. Jiménez de la Espada, el restaurador de la fama de Cieza de León, con el códice original de la Guerra de Quito a la mano, comprobó el plagio de Herrera y Tordecillas.
A los sesenta y un años de haber publicado Jiménez de la Espada la Segunda parte de la Crónica del Perú -42- de Cieza de León, volvió a editarla con las notas del americanista español y con otras suyas, en Buenos Aires en 1943, don Alberto María Salas, miembro de la Sociedad Científica Argentina, en impresión cuidadosa y numerada, precedida de interesante estudio sobre Cieza. Creo oportuno insertar sólo el juicio que a Salas le merece la obra del gran cronista sobre el Señorío de los Incas. Después de describir el asombro que le causaron a Cieza de León, que venía desde Tierra Firme, comarca de indios caribes, desnudos, sin siembras ni orden aparente alguno, las tierras del Perú, en donde halló una civilización en todo superior y en algunos aspectos, como el de la conservación de los caminos, mejor aún que la de la misma España, anota Salas cómo Cieza se propuso averiguar todo lo que era dable acerca del origen de los incas, sus instituciones, su historia y expansión territorial. Había llegado al Perú, quince años después de la muerte de Atahualpa. Encontró a muchos de los antiguos conquistadores que conocieron al regio prisionero de Pizarro. En el Cuzco vivían los descendientes de Huayna Capae y muchos miembros de la nobleza que habían escapado a la matanza ordenada por Atahualpa. Los indios celebraban todavía, en lugares apartados, sus fiestas y ceremonias religiosas; conservaban ocultos sus ídolos y las momias de los incas y sus coyas, ya petrificadas. Estas son las fuentes para el relato del cronista, que será imparcial, pues, dice Salas:
Está libre, Cieza de León, de todo compromiso. No los reconoce. Su simpatía hacia el indígena no vicia en nada la seriedad de su Crónica; antes por el contrario nos está indicando que se ha acercado a esa realidad dispuesto a comprender, sin otras prevenciones más peligrosas y deformadoras.
Termina así la Introducción de Salas al libro de Cieza:
El Inca, con su solemnidad y poder reverenciado, inobjetable, le deslumbra, convirtiéndose en el eje de su relato. Se diría que es toda la tierra de América, sus misterios y la sugestión profunda de las comarcas -43- desconocidas, atrapando al conquistador, desquitando a toda la raza indígena de su vencimiento. Cieza que pasó a América con la edad en que sólo se concibe la aventura, acabó haciendo relación y crónica de esta tierra, fatigosa ambición que no le reparó de pobrezas, pero que nos ha dejado las páginas honestas de este libro, la memoria perpetuada a través de los siglos, que han sido el olvido de tantos.
(Obra citada. Ediciones Argentinas «Solar». Buenos Aires, 1943)
Se sabía de la existencia, de la Tercera parte de la Crónica de Pedro de Cieza de León, mas el texto de ella, no lo conocíamos, hasta que un investigador peruano, el doctor don Rafael Loredo, del Instituto Histórico del Perú, comenzó en 1946 la publicación de los capítulos de esa Tercera parte de la Crónica de Cieza, en el Mercurio Peruano que se edita en Lima bajo la dirección del doctor Víctor Andrés Belaunde.
El doctor Daniel Cossio Villegas propuso inmediatamente de aparecidos aquellos capítulos al doctor Loredo, publicar en México sin pérdida de tiempo toda aquella «Tercera Parte» de la Crónica que en hora buena había sido hallada, propuesta que no la aceptó el doctor Loredo, por estimar que debía hacerse en el Perú y no en otra parte aquella publicación. Hasta abril de 1951, o sea en el lapso de seis años, se habían editado los quince primeros capítulos de Cieza. El ritmo de la publicación, como se ve, ha sido por demás lento. Tenemos ya otros capítulos que han visto la luz en Mercurio Peruano, en las siguientes fechas: abril de 1951; agosto de 1953; julio de 1955; febrero de 1956; mayo de 1957 y que en total abrazan cuarenta y ocho capítulos. Se hallan totalmente agotados los números de Mercurio Peruano anteriores a abril de 1951. Volvemos a comprobar la poca suerte de Cieza de León con sus escritos, ya que parecería normal el que se hubiera dado a las prensas lo que se había tenido la fortuna de hallar de tan connotado cronista de Indias.
-44-
El doctor Raúl Porras Barrenechea en Mercurio Peruano de abril de 1951, escribió un «Comentario» a los capítulos de Cieza, en el que expresa que debe estimarse como un fausto suceso histórico la publicación de don Rafael Loredo, de una obra que se tenía como perdida. Cieza sólo alcanzó a publicar en Sevilla, como sabemos, la Primera parte de la Crónica o descripción del Perú, dejando inéditas y acaso truncas las partes segunda, tercera y cuarta de esta obra trascendental, relativa al imperio incaico, al descubrimiento y conquista y a las guerras civiles. Herrera explotó y copió en sus Décadas estas partes, «con alevosía de experto plagiario», dice el doctor Porras. El Señorío de los Incas, lo atribuyó, Prescott a Sarmiento, hasta que Jiménez de la Espada redimió del olvido el manuscrito y lo restituyó a Cieza con su edición española de 1880. De los cinco libros de las Guerras Civiles, anunciados por el propio Cieza, vieron la luz los libros primero y segundo, relativos a la guerra de las Salinas y de Chupas. Jiménez de la Espada publicó en 1871 los cincuenta y tres capítulos de La Guerra de Quito y los restantes, hasta el capítulo doscientos treinta y nueve publicó Serrano y Sanz. Inéditos quedaban: la Tercera parte del descubrimiento y conquista del Perú; los libros cuarto y quinto de las guerras civiles, referentes a las guerras de Huarina y de Jaquijaguana y los dos comentarios ofrecidos por Cieza sobre los acontecimientos del Perú, después de fundada la Audiencia, hasta la salida de la Gasca.
Continúa el doctor Porras y dice que se sabía de la existencia de la Tercera Parte, pues, en 1877 Jiménez de la Espada pudo consultar ampliamente el manuscrito que resultó estar en posesión de don José Sancho Rayón. El librero y bibliógrafo Obadiah Rich, aseveró también haber encontrado en Madrid la segunda y tercera parte de Cieza. A la muerte de José Sancho Rayón, pasó, según parece, el manuscrito de la Tercera parte a la biblioteca del Conde de Heredia Espinola, en Madrid, mas, este señor no le consintió verlo -45- al doctor Porras Barrenechea, durante su estadía en la capital de España -1935 a 1941- pese a las cartas de presentación que para ello había obtenido de connotados personajes. Afortunadamente Jiménez de la Espada poseyó una copia de esa famosa Tercera parte y, según cree el doctor Porras, es la que está permitiendo al doctor Rafael Loredo realizar la publicación en Mercurio Peruano.
Parecería natural que el afortunado editor doctor Loredo dijera de dónde procede el texto que está utilizando y también que la edición se hiciera con la debida rapidez, pues, han pasado ya trece años y aún no vemos el final de la obra, mas, el sino fatal que persigue a Cieza se ha opuesto a ello.
Por lo menos en algo ha estado afortunado el mayor de los cronistas de Indias y es en que un inteligente investigador halló en los Archivos de Sevilla, recientemente, los datos que nos permiten completar la biografía del gran Cieza, de la mejor manera. Nos referimos a dan Miguel Maticorena Estrada que en el Anuario de Estudios Americanos, de Sevilla tomo XII, del año 1955, nos ha dado importantes noticias sobre el cronista, las mismas que vamos a resumir de inmediato, en beneficio de quienes no pueden tener a la mano aquél Anuario.
Entre los años 1535 y 1550, escribe Maticorena Estrada, el itinerario ultramarino de Cieza fue un constante viaje por Cartagena, Popayán, Quito, Lima, el Callao, Cuzco, hasta retornar a Sevilla de donde había salido sin cumplir todavía los trece años de edad.
Sirvió a las órdenes de Alonso de Cáceres y Jorge Robledo y luego a las de Benalcázar. En plena guerra civil acudió al llamamiento del Pacificador la Gasca, peleando como soldado en Jaquijaguana. Había estado en la fundación de Ancerma y en la de Cartago, ciudad ésta en donde comenzó a escribir la «Primera Parte» de su obra, que luego terminaría en Lima.
-46-
De vuelta a España, en marzo de 1553, la casa de Martín de Montesdeoca, en Sevilla, publicaba la Crónica del Perú.
El erudito peruano Manuel González de la Rosa y luego Jiménez de la Espada, dieron a conocer la «Segunda Parte» de la obra, sobre el Señorío de los Incas Yupanguis y sus grandes hechos y gobernación. La «Tercera Parte» fue descubierta y viene editándola don Rafael Loredo en la Revista Mercurio Peruano.
De los cinco libros de las guerras civiles, están perdidos los de las guerras de Huarina y Jaquijaguana, así como dos Comentarios sobre los sucesos peruanos del período de la fundación de la Audiencia y la salida de la Gasca, el uno, y el otro, sobre la entrada del virrey Mendoza.
Cieza tiene buen sentido para juzgar, búsqueda y perspicacia para indagar las antiguas tradiciones, comprensión de las supervivencias indígenas y su actitud caritativa hacia los indios es notable, condicionada ésta, en cierto sentido, por la reacción en contra de los encomenderos rebeldes, que encarnó el gobierno de la Gasca.
De El Señorío de los Incas ha dicho Raúl Porras Barrenechea: Admira cómo en época tan convulsa, como la de 1548 a 1550, en que estuvo Cieza en el Perú, haya podido escribir obra de tan sólida armazón, de documentación tan segura y verídica y de tanta madurez, sobre la historia e instituciones del Incario. La historia del Incario nace adulta en Ciezaa. Nadie puede disputarle la primacía en el Imperio Incaico. La historia del cronista castellano hace entrar de golpe a los Incas en la historia universal.
Los libros de las guerras civiles, al igual que el descubrimiento y conquista del Perú, fueron utilizados por Antonio de Herrera en sus famosas Décadas, la que ha dado lugar a una de las acusaciones de plagio más conocidas, de la historiografía americanista.
-47-
Jiménez de la Espada decía en la semblanza de Cieza que hizo preceder a la edición de la Guerra de Quito, que eran pocos los datos personales que el autor nos había suministrado, por ello los documentos con él relacionados son de gran importancia.
Se sabía que luego de terminada la Crónica en Lima, en setiembre de 1550, regresa inmediatamente a Sevilla y de aquí, a fines de 1552, va a Toledo y presenta su libro al Príncipe don Felipe. Aparece su libro en marzo de 1553 y se pierde el recuerdo del autor, creyéndole en un momento fallecido en el olvido hacia 1560, cosa que se ha venido repitiendo desde Nicolás Antonio hasta nuestros días. Nuevos documentos prueban que los últimos años de Cieza transcurrieron en Sevilla.
Natural de la villa extremeña de Llerena, Pedro de Cieza era hijo de Leonor de Cazalla, muerta ya en 1554, y de Lope de León, vecino de la misma villa. Tuvo tres hermanos: un varón y dos mujeres. Pasó a Indias el 3 de junio de 1535. Nació entre los años 1520 y 1522. Gozó de buena situación económica como lo prueba su testamento.
En 1551, Pedro de Cieza de León casó con Isabel López de Abreu, hija de dos vecinos de Sevilla: María de Abreu y Juan de Llerena, éste último activo comerciante, vinculado a diversos negocios locales e indianos.
Cieza de León mantenía por parte de su madre vínculos con los conocidos Cazalla de Llerena, y por tanto con el famoso Pedro López de Cazalla, escribano mayor de la Nueva Castilla y secretario de la Gasca.
A los pocos años de haber contraído matrimonio, pierde a su mujer, ya que ésta muere en marzo de 1554, y a continuación, el 2 de julio de 1554, lunes por la mañana, muere Cieza de León, aquejado por una constante enfermedad y por el dolor que le causara el fallecimiento de su esposa. Contaba apenas -48- treinta y dos o treinta y cuatro años de edad. Fue inmenso su pesar por no poder concluir las obras que tenía comenzadas, dada su falta de salud.
El 23 de junio de 1554, Juran de Llerena copió de su mano las últimas disposiciones de Pedro de Cieza, para su testamento, pues éste ya no podía escribir, aunque conservaba pleno entendimiento y lucidez de mente. En ese testamento mandó limosnas para los niños de la doctrina cristiana; para las monjas de la Concepción y para otras monjas más; para hospitales e iglesias, en especial para los de su ciudad natal: Llerena.
De la difusión de la Crónica del Perú, sabemos, por el mismo testamento, que en Medina del Campo Juan de Espinosa vendió ciento treinta ejemplares; en Toledo, treinta Juan Sánchez de Andrade, y ocho Diego Gutiérrez de los Ríos en Córdoba. Juan de Cazalla, de Sevilla, se encargó de vender más de cien ejemplares. También se enviaron ejemplares a Honduras y a Santo Domingo.
Ordenó misas rezadas por el alma de los indios, de los sitios y lugares de Indias donde él estuvo.
Ordenó Cieza que todos los manuscritos que él dejaba sobre asuntos de Indias, se depositaran en una arca con llave, en un convento, por el tiempo de quince años, sin que antes pudiera publicarse nada de ellos. Sus albaceas no cumplieron con lo ordenado y su hermano Rodrigo de Cieza realizó muchas gestiones para recaudar esos manuscritos extraviados indebidamente por los albaceas y a lo que parece hasta ahora, en parte definitivamente perdidos.
No hay duda de que quien aprovechó más de los papeles de Cieza fue Antonio de Herrera, nombrado Cronista Real en mayo de 1596, así como lo hizo con la Historia de las Indias de Las Casas, con la Crónica de la Nueva España, de Cervantes de Salazar y con tantas y tantas otras obras, cuya desaparición hace que aquellas famosas Décadas tengan valor excepcional, -49- como repositorio de las cosas ajenas. Los autores despojadas por Herrera, quedan relegados al anonimato y sólo en raras ocasiones cita la fuente de donde ha tomado sus noticias.
Maticorena Estrada recuerda que la distribución de la obra de Cieza es la siguiente:
Primera parte: La Crónica del Perú.
Segunda parte: Señorío de los incas.
Tercera parte: Descubrimiento y conquista, del Perú.
Cuarta parte: Las Guerras Civiles del Perú.
Esta parte se divide en cinco libros:
Primer Libro: Guerra de las Salinas.
Segundo Libro: Guerra de Chupas.
Tercer Libro: Guerra de Quito.
Todos estos publicados ya.
No se han encontrado aún los libros Cuarto y Quinto de las Guerras Civiles, o sea los de Huarinas y de Jaquijaguana, y los dos Comentarios finales que tampoco se conoce. -El doctor Rafael Loredo ha sostenido que el libro de Huarinas debió quedar a medio hacer y tal vez ocurrió lo propio con el de Jaquijaguana.
La vida de Cieza fue muy corta, oscura y diligente; fecunda y fatigosa, proyectada en una búsqueda interior llena de armonía y de equilibrio; pera contenida por una resignación sencilla y melancólica. Queda determinada la fecha de su viaje a Indias, en junio de 1535. Vemos que la religiosidad es el soporte de su actitud ante los indios; su preocupación se ve colmada con la prematura muerte de su mujer; su vida, acabada por la enfermedad que reiteradamente había tenido. -50-
Conocemos su amistad hacia Bartolomé de Las Casas; su vinculación con Robledo, con Pedro Alonso de Carrasco y Alonso Canalla. Y se precisa también que avecindado en la calle de las Armas, en Sevilla, murió el día 2 de julio de 1554 y fue enterrado en la Iglesia de San Vicente.
En su «Descubrimiento del Río de las Amazonas, según la Relación hasta ahora inédita de fray Gaspar de Carvajal», al hablar de los autores que han escrito del viaje de Orellana, dice don José Toribio Medina:
Pedro Cieza de León, es otro de los historiadores del viaje de Orellana que se halla exactamente en mismo caso que Fernández de Oviedo. Su libro de la Guerra de Chupas, que contiene datos preciosos sobre el camino que anduvo Orellana desde su salida de Guayaquil hasta su reunión con Gonzalo Pizarro, que sería inútil encontrar en otra parte, ha permanecido inédito e ignorado mientras no se publicó la Colección de Documentos para la Historia de España.
Las páginas a las que se refiere el gran polígrafo chileno las insertamos en este libro, pues, tenemos la suerte de poseer un ejemplar de la preciosa obra de Cieza, ahora al alcance de todos los estudiosos.
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La Crónica del Perú nuevamente escrita por Pedro de Cieza de Léon
-[52]- -[53]-
Capítulo XXXIX
De los mas pueblos y aposentos que hay desde Carangue hasta llegar a la ciudad de Quito, y de lo que cuentan del hurto que hicieron los del Otabalo a los de Carangue.
Ya conté en el capítulo pasado el mando y grande poder que los ingas, reyes del Cuzco, tuvieron en todo el Perú, y será bien, pues ya algún tanto se declaró aquello, proseguir adelante.
De los reales aposentos de Carangue, por el camino famoso de los ingas, se va hasta llegar al aposento de Otabalo, que no ha sido ni deja de ser muy principal y rico; el cual tiene a una parte y a otra grandes poblaciones de indios naturales. Los que están al Poniente -54- destos aposentos son Poritaco, Collahuazo, los guancas y cayambes, y cerca del río grande del Marañón están los quijos, pueblos derramados, llenos de grandes montañas. Por aquí entró Gonzalo Pizarro a la entrada de La Canela que dicen, con buena copia de españoles y muy lucidos y gran abasto de mantenimiento; y con todo esto, pasó grandísimo trabajo y mucha hambre. En la cuarta parte desta obra daré noticia cumplida deste descubrimiento, y contaré cómo se descubrió por aquella parte el río Grande, y cómo por él salió al mar Océano el capitán Orillana, y la ida que hizo a España, hasta que Su Majestad lo nombró por su gobernador y adelantado de aquellas tierras.
Hacia el norte están las estancias o tierras de labor de Cotocoyambe y las montañas de Yumbo y otras poblaciones muchas, y algunas que no se han descubierto enteramente.
Estos naturales de Otabalo y Carangue se llaman los guamaraconas por lo que dije de las muertes que hizo Guaynacapa en la laguna, donde mató los mas de los hombres de edad; porque, no dejando en estos pueblos sino a los niños, díjoles guamaracona, que quiere decir en nuestra lengua, agora sois muchachos. Son muy enemigos los de Carangue de los de Otabalo; porque cuentan los mas dellos que, como se divulgase por toda la comarca del Quito (en cuyas términos están estos indios) de la entrada de los españoles en el reino y de la prisión de Atabaliba, después de haber recebido grande espanto y admiración, teniendo por cosa de gran maravilla y nunca vista lo que oían de los caballos y de su gran ligereza, creyendo que los hombres que en ellos venían y ellos fuese todo un cuerpo, derramó la fama sobre la venida de los españoles cosas grandes entre estas gentes; y estaban aguardando su venida, creyendo que, pues habían sido poderosos para desbaratar al Inga su señor, que también lo serían para sojuzgarlos a todos ellos. Y en este tiempo dicen que el mayordomo o señor de Carangue tenía gran cantidad de tesoro en sus aposentos, suyo y del Inga. Y Otabalo, que debía de ser cauteloso, -55- mirando agudamente que en semejantes tiempos se han grandes tesoros y cosas preciadas, pues estaba todo perturbado; porque, como dice el pueblo, a río vuelto, etc., llamó a los más de sus indios y principales, entre los cuales escogió y señaló los que le parecieron mas dispuestos y ligeros, y a estos mandó que se vistiesen de sus camisetas y mantas largas, y que tomando varas delgadas y cumplidas, subiesen en los mayores de sus carneros y se pusiesen por los altos y collados de manera que pudiesen ser vistos por los de Carangue, y él con otro mayor número de indios y algunas mujeres, fingiendo gran miedo y mostrando ir temerosos, llegaron al pueblo de Carangue, diciendo cómo venían huyendo de la furia de los españoles, que encima de sus caballos habían dado en sus pueblos, y por escapar de su crueldad habían dejado sus tesoros y haciendas.
Puso, según se dice, grande espanto esta nueva, y tuviéronla por cierta, porque los indios en los carneros parecieron por los altos y laderas, y como estuviesen apartados, creyeron ser verdad lo que Otabalo afirmaba, y sin tiento comenzaron a huir. Otabalo, haciendo muestra de querer hacer lo mismo, se quedó en la rezaga con su gente y dio la vuelta a los aposentos destos indios de Carangue, y robó todo el tesoro que halló, que no fue poco, y vuelto a su pueblo, dende a pocos días fue publicado el engaño.
Entendido el hurto tan extraño, mostraron gran sentimiento los de Carangue, y hubo algunos debates entre unos y otros; mas, como el capitán Sebastián de Belalcázar con las españoles, dende a pocos días que esto pasó, entró en las provincias del Quito, dejaron sus pasiones por entender en defenderse. Y así, Otabalo y los suyos se quedaron con lo que robaron, según dicen muchos indios de aquellas partes, y la enemistad no ha cesado entre ellos.
De los aposentos de Otabalo se va a los de Cochesqui; y para ir a estos aposentos se pasa un puerto de nieve, y una legua antes de llegar a ellos es la tierra -56- tan fría, que se vive con algún trabajo. De Cochesqui se camina a Guallabamba, que está del Quito cuatro leguas, donde, por ser la tierra baja y estar casi debajo de la equinocial, es cálido; mas no tanto, que no esté muy poblado y se den todas las cosas necesarias a la humana sustentación de los hombres. Y agora los que habemos anclado por estas partes hemos conocido lo que hay debajo desta línea equinocial, aunque algunos autores antiguos (como tengo dicho) tuvieron ser tierra inhabitable. Debajo della hay invierno y verano, y está poblada de muchas gentes, y las cosas que se siembran se dan muy abundantemente, en especial trigo y cebada.
Por los caminos que van por estos aposentos hay algunos ríos, y todos tienen sus puentes, y ellos van bien desechados, y hay grandes edificios y muchas cosas que ver, que, por acortar escriptura, voy pasando por ella.
De Guallabamba a la ciudad de Quito hay cuatro leguas, en el término de las cuales hay algunas estancias y caserías que los españoles tienen para criar sus ganados, hasta llegar al campo de Añiquito; adonde en el año de 1546 años, por el mes de enero, llegó el visorrey Blasco Núñez Vela con alguna copia de españoles que le seguían, contra la rebelión de los que sustentaban la tiranía; y salió desta ciudad de Quito Gonzalo Pizarro, que con colores falsas había tomado el gobierno del reino, y llamándose Gobernador, acompañado de la mayor parte de la nobleza de todo el Perú, dio batalla al Visorrey, en la cual el mal afortunado Visorrey fue muerto, y muchos varones y caballeros valerosos, que mostrando su lealtad y deseo que tenían de servir a Su Majestad quedaron muertos en el campo, según que más largamente lo trataré en la cuarta parte desta obra, que es donde escribo las guerras civiles tan crueles que hubo en el Perú entre los mismos españoles, que no será poca lástima oírlas. Pasado este campo de Añaquito, se llega luego a la ciudad de Quitto, la cual está fundada y trazada de la manera siguiente. -57-
Capítulo XL
Del sitio que tiene la ciudad de San Francisco del Quito, y de su fundación, y quien fue el que la fundó.
La ciudad de San Francisco del Quito está a la parte del norte en la inferior provincia del reino del Perú. Corre el término desta provincia de longitud (que es de este oeste) casi setenta leguas, y de latitud veinte y cinco o treinta. Está asentada en unos antiguos aposentos que los ingas habían en el tiempo de su señorío mandado hacer en aquella parte, y habíalos ilustrado y acrecentado Guaynacapa y el gran Tapainga, su padre. A estos aposentos tan reales y principales llamaban los naturales Quito, por donde la ciudad tomó denominación y nombre del mismo que tenían los antiguos. Es sitio sano, más frío que caliente. Tiene la ciudad poca vista de campos o casi ninguna, porque está asentada en una pequeña llanada a manera de hoya que unas sierras altas donde ella está arrimada hacen que están de la misma ciudad entre el Norte y el Poniente. Es tan pequeño sitio y llanada, que se tiene que el tiempo adelante han de edificar con trabajo si la ciudad se quisiere alargar, la cual podrían hacer muy fuerte si fuese necesario. Tiene por comarcanas las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquile, las cuales están della a la parte del Poniente a sesenta y a ochenta leguas, y a la del sur tiene asimismo las ciudades de Loja y San Miguel, la una ciento y treinta, la otra ochenta. A la parte del Levante están della las montañas y nacimiento del río que en el mar Océano es llamado Mar Dulce, que es el más cercano al de Marañón. También está en el propio paraje la villa de Pasto, y a la parte del norte la gobernación de Popayán, que queda atrás.
Esta ciudad de Quito está metida debajo la línea equinocial tanto, que la pasa casi a siete leguas. Es tierra toda la que tiene por términos al parecer estéril; -58- pero en efecto es muy fértil; porque en ella se crían todos los ganados abundantemente, y lo mismo todos los otros bastimentos de pan y legumbres, frutas y aves. Es la disposición de la tierra muy alegre, y en extremo parece a la de España en la yerba y en el tiempo, porque entra el verano por el mes de abril y marzo y dura hasta el mes de noviembre; y aunque es fría, se agosta la tierra ni más ni menos que en España.
En las vegas se coge gran cantidad de trigo y cebada, y es mucho el mantenimiento que hay en la comarca desta ciudad, y por tiempo se darán toda la mayor parte de las frutas que hay en nuestra España, porque ya se comienzan a criar algunas. Los naturales de naturales de la comarca en general san más domésticos y bien inclinados y más sin vicio que ningunos de los pasados, ni aun de los que hay en toda la mayor parte del Perú, lo cuales según lo que yo vi y entendí; otros habrá que tendrán otro parecer; más si hubiesen visto y notado lo uno y lo otra como yo, tengo por cierto que serán de mi opinión. Es gente mediana de cuerpo y grandes labradores, y han vivido con los mismos ritos que los reyes ingas, salvo que no han sido tan políticos ni lo son, porque fueron conquistados dellos, y por su mano dada la orden que agora tienen en el vivir; porque antiguamente eran como los comarcanos a ellos, mal vestidos y sin industria en el edificar.
Hay muchos valles calientes, donde se crían muchos árboles de frutas y legumbres, de que hay grande cantidad en todo lo mas del año. También se dan en estos valles viñas, aunque, como es principio, de sola la esperanza que se tiene de que se darán muy bien se puede hacer relación, y no otra cosa. Hay árboles muy grandes de naranjos y limas, y las legumbres de España que se crían son muy singulares, y todas las más y principales que son necesarias para el mantenimiento de los hombres. También hay una manera de especia que llamamos canela, la cual traen de las montañas que están a la parte del Levante, que es una fruta o manera de flor que nace en los muy grandes árboles de la canela, que -59- no hay en España que se puedan comparar, sino es aquel ornamento o capullo de las bellotas, salvo que es leonado en la colar, algo tirante a negro, y es más grueso y de mayor concavidad; es muy sabroso al gusto, tanto como la canela, sino que se compadece comerlo mas que en polvo, porque usando dello como de canela en guisados, pierde la fuerza y aun el gusto; es cálido y cordial, según la experiencia que dél se tiene, porque los naturales de la tierra lo rescatan y usan dello en sus enfermedades; especialmente aprovecha para dolor de ijada y de tripas y para dolor de estómago; lo cual toman bebido en sus brebajes.
Tienen mucha cantidad de algodón, de que se hacen ropas para su vestir y para pagar sus tributos. Había en los términos desta ciudad de Quito gran cantidad deste ganado que nosotros llamamos ovejas, que más propiamente tiran a camellos. Adelante trataré deste ganado y de su talle, y cuantas diferencias hay destas ovejas y carneros que decimos del Perú. Hay también muchos venados y muy grande cantidad de conejos y perdices, tórtolas, palomas y otras cazas. De los mantenimientos naturales fuera del maíz, hay otros dos que se tienen por principal bastimento entre los indios; al uno llaman papas, que es a manera de turmas de tierra, el cual, después de cocido, queda tan tierno por de dentro como castaña cocida; no tiene cáscara ni cuesco más que lo que tiene la turma de la tierra; porque también nace debajo de tierra, como ella; produce esta fruta una yerba ni más ni menos que la amapola; hay otro bastimento muy bueno, a quien llaman quinua, la cual tiene la hoja ni más ni menos que bledo morisco, y crece la planta dél casi un estado de hombre, y echa una semilla muy menuda, della es blanca y della es colorada; de la cual hacen brebajes, y también la comen guisada como nosotros el arroz.
Otras muchas raíces y semillas hay sin estas; más conociendo el provecho y utilidad del trigo y de la cebada, muchos de los naturales subjetos a esta ciudad del Quito siembran de lo uno y de lo otro, y usan comer dello, y hacen brebajes de la cebada. Y como arriba dije, -60- todos estos indios son dados, a la labor, porque son grandes labradores, aunque en algunas provincias son diferentes de las otras naciones, como diré cuando pasaré por ellos, porque las mujeres son las que labran los campos y benefician las tierras y mieses, y los maridos hilan y tejen y se ocupan en hacer ropa y se dan a otros oficios feminiles, que debieran aprender de los ingas; porque yo he visto en pueblos de indios comarcanos al Cuzco, de la generación de los ingas, mientras las mujeres están arando, estar ellos hilando y aderezando sus armas y su vestido, y hacen cosas más pertenecientes para el uso de las mujeres que no para el ejercicio de los hombres. Había en el tiempo de los ingas un camino real hecho a manos y fuerzas de hombres, que salía desta ciudad y llegaba hasta la del Cuzco, de donde salía otro tan grande y soberbio como él, que iba hasta la provincia de Chile, que está del Quito más de mil y docientas leguas; en los cuales caminos había a tres y a cuatro leguas muy galanos y hermosos aposentos o palacios de los señores, y muy ricamente aderezados. Podrase comparar este camino a la calzada que los romanos hicieron, que en España llamamos camino de la Plata.
Detenido me he en contar las particularidades de Quito más de la que suelo en la ciudades de que tengo escripto en lo de atrás, y esto ha sido porque (como algunas veces) esta ciudad es la primera población del Perú por aquella parte, y por ser siempre muy estimada, y agora en este tiempo todavía es de lo bueno del Perú; y para concluir con ella, digo que la fundó y pobló el capitán Sebastián de Belalcázar, que después fue adelantado y gobernador en la provincia de Popayán, en nombre del emperador don Carlos, nuestro señor, siendo el adelantado don Francisco Pizarro, gobernador y capitán general de los reinos del Perú y provincias de la Nueva Castilla, año del nacimiento de nuestro redentor Jesucristo de 1534 años. -61-
Capítulo XLI
De los pueblos que hay salidos del Quito hasta llegar a los reales palacios de Tumebamba, y de algunas costumbres que tienen los naturales dellos.
Desde la ciudad de San Francisco de Quito hasta los palacios de Tumebamba hay cincuenta y tres leguas. Luego que salen della, por el camino ya dicho se va a un pueblo llamado Panzaleo. Los naturales dél difieren en algo a los comarcanos, especialmente en la ligadura de la cabeza; porque por ella son conocidos las linajes de los indios y las provincias donde son naturales.
Estos y todos los deste reino en más de mil y docientas leguas hablaban la lengua general de los ingas, que es la que se usaba en el Cuzco. Y hablábase esta lengua generalmente, porque los señores ingas lo mandaban y era ley en todo su reino, y castigaban a los padres si la dejaban de mostrar a sus hijos en la niñez. Mas, no embargante que hablaban la lengua del Cuzco (como digo), todos se tenían sus lenguas, las que usaron sus antepasados. Y así, estos de Panzaleo tenían otra lengua que los de Carangue y Otabalo. Son del cuerpo y disposición como los que declaré en el capítulo pasado. Andan vestidos con sus camisetas sin mangas ni collar, no mas que abiertas por los lados, por donde sacan los brazos, y por arriba, por donde asimismo sacan la cabeza, y con sus mantas largas de lana y algunas de algodón. Y desta ropa la de los señores era muy prima y con colores muchas y muy perfectas. Por zapatos traen unas ojotas de una raíz o yerba que llaman cabuya, que echa unas pencas grandes, de las cuales salen unas hebras blancas, como de cáñamo, muy recios y provechosas, y destas hacen sus ojotas o albarcas, que les sirven por zapatos, y por la cabeza traen puestos sus ramales. Las mujeres, algunas andan vestidas a uso del Cuzco, muy galanas, con una manta larga que las cubre desde el cuello hasta los pies, sin sacar más de los brazos, y por la cintura se la atan con uno que llaman chumbe, a manera de una reata galana y muy prima y algo más ancha. Con estas -62- se atan y aprietan la cintura, y luego se ponen otra manta delgada, llamada líquida1, que les cae por encima de los hombros y deciende hasta cubrir los pies. Tienen para prender estas mantas, unos alfileres de plata o de oro grandes, y al cabo algo anchos, que llaman topos. Por la cabeza se ponen también una cinta no poca galana, que nombran vincha, y con sus ojotas en los pies andan. En fin, el uso del vestir de las señoras del Cuzco ha sido el mejor y más galano y rico que hasta agora se ha visto en todas estas Indias. Los cabellos tienen gran cuidado de se los peinar, y traenlos muy largos. En otra parte trataré más largamente este traje de las pallas o señoras del Cuzco.
Entre este pueblo de Panzaleo y la ciudad del Quito hay algunas poblaciones a una parte y a otra en unos montes. A la parte del Poniente está el valle de Uchillo y Langazi, a donde se dan, por ser la tierra muy templada, muchas cosas de las que escrebí en el capítulo de la fundación de Quito, y los naturales son amigos y confederados. Por estas tierras no se comen los unos a otros, ni son tan malos como algunos de las naturales de las provincias que en lo de atrás tengo escripto. Antiguamente solían tener grandes adoratorios a diversos dioses; según publica la fama dellos mismos. Después que fueron señoreadas por los reyes ingas hacían sus sacrificios al sol, al cual adoraban por Dios.
De aquí se torna un camino que va a los montes de Yumbo, en los cuales están unas poblaciones, donde los naturales della son de no tan buen servicio como los comarcanos a Quito, ni tan domables, antes son más viciosos y soberbios; lo cual hace el vivir en tierra tan áspera y tener en ella, por ser cálida y fértil, mucho regalo. Adoran también al sol y parécense en las costumbres y afectos a sus comarcanos; porque fueron, como ellos, sojuzgados por el gran Topainga Yupangue y por Guaynacapa, su hijo.
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Otro camino sale hacia el nacimiento del sol, que va a otras poblaciones llamadas Quijo, pobladas de indios de la manera y costumbres destos.
Adelante de Panzaleo tres leguas están los aposentos y pueblo de Mulahalo, que, aunque agora es pueblo pequeño por haberse apocado los naturales, antiguamente tenía aposentos para cuando los ingas o sus capitanes pasaban por allí, con grandes depósitos para proveimientos de la gente de guerra. Está a la mano derecha de este pueblo de Mulahalo un volcán a boca de fuego, del cual dicen los indios que antiguamente reventó y echó de sí gran cantidad de piedras y ceniza; tanto, que destruyó mucha parte de los pueblos donde alcanzó aquella tormenta. Quieren decir algunos que antes que reventase se veían visiones infernales y se oían algunas voces temerosas. Y parece ser cierto lo que cuentan estos indios deste volcán, parque al tiempo que el adelantado don Pedro de Albarado, gobernador que fue de la provincia de Guatimala, entró en el Perú con su armada, viniendo a salir a estas provincias de Quito, les pareció que llovió ceniza algunos días, y así lo afirman los españoles que venían con él. Y era que debió de reventar alguna boca de fuego destas, de las cuales hay muchas en aquellas sierras, por los grandes mineros que debe de haber de piedra azufre.
Poco más adelante de Mulahalo está el pueblo y grandes aposentos llamados de la Tacunga, que eran tan principales como los de Quito. Y en los edificios, aunque están ruinados, se parece la grandeza dellos, porque en algunas paredes destos aposentos se ve bien claro dónde estaban encajadas las ovejas de oro y otras grandezas que esculpían en las paredes. Especialmente había esta riqueza en el aposento que estaba señalado para los reyes ingas, y en templo del sol, donde se hacían los sacrificios y supersticiones, que es donde también estaban cantidad de vírgines, dedicadas para el servicio del templo, a las cuales (como ya otras veces he dicho) llamaban mamaconas. No embargante que en los pueblos pasados que he dicho hubiese aposentos y depósitos, no había en -64- tiempo de los ingas casa real ni templo principal, como aquí ni en otros pueblos más adelante, hasta llegar a Tumebamba, como en esta historia iré relatando. En este pueblo tenían los señores ingas puesto mayordomo mayor, que tenía cargo de coger los tributos de las provincias comarcanas y recogerlos allí, adonde asimismo había gran cantidad de mitimaes. Esto es, que, visto por los ingas que la cabeza de su imperio era la ciudad del Cuzco, de donde se daban las leyes y salían los capitanes a seguir la guerra, el cual estaba de Quito más, de seiscientas leguas y de Chile otro mayor camino; considerando ser toda esta longura de tierra poblada de gentes bárbaras, y algunas muy belicosas; para con más facilidad tener seguro y quieto su señorío, tenían esta orden desde el tiempo del rey inga Yupangue, padre del gran Topainga Yupangue y abuelo de Guaynacapa, que luego que conquistaban una provincia destas grandes mandaban salir o pasar de allí diez o doce mil hombres con sus mujeres, o seis mil, o la cantidad que querían. Los cuales se pasaban a otro pueblo a provincia que fuese del temple y manera del de donde salían; porque, si eran de tierra fría eran llevados a tierra fría, y si de caliente a caliente; y estos tales eran llamados mitimaes, que quiere significar indios venidos de una tierra a otra. A los cuales se les daban heredades en los campos y tierras para sus labores, y sitio para hacer sus casas. Y a estos mitimaes mandaban los ingas que estuviesen siempre obedientes a lo que sus gobernadores y capitanes les mandasen; de tal manera, que si los naturales se rebelasen, siendo ellos de parte del gobernador, eran luego castigados y reducidos al servicio de los ingas. Y por consiguiente, si los mitimaes buscaban algún alboroto eran apremiados por los naturales; y con esta industria tenían estos señores su imperio seguro que no se les rebelase, y las provincias bien proveídas de mantenimiento, porque la mayor parte de la gente dellas estaban, como digo, los de unas tierras en otras. Y tuvieron otro aviso para no ser aborrecidos de los naturales, que nunca quitaron el señorío de ser caciques a las que les venía de herencia y eran naturales. Y si por ventura alguno cometía -65- delicto o se hallaba culpado en tal manera que mereciese ser privado del señorío que tenía, daban y encomendaban el cacicazgo a sus hijos o hermanos, y mandaban que fuesen obedecidos por todos. En el libro de los ingas trato más largamente esta cuenta de los mitimaes, que se entiende lo que tengo dicho. Y volviendo a la materia, digo que en estos aposentos tan principales de la Tacunga había destos indios a quien llaman mitimaes, que tenían cargo de hacer lo que por el mayordomo del Inga les era mandado. Alrededor destos aposentos a una parte y a otra hay las poblaciones y estancias de los caciques y principales, que no están poco proveídos de mantenimientos.
Cuando se dio la última batalla en el Perú (que fue en el valle de Xaquixaguana, donde Gonzalo Pizarro fue muerto), salimos de la gobernación de Popayán con el adelantado don Sebastián de Belalcázar pocos menos de docientos españoles, para hallarnos de la parte de Su Majestad contra los tiranos; y por cierto que llegamos algunos de nosotros a este pueblo, porque no caminábamos todos juntos, y que nos proveían de bastimento y de las demás cosas necesarias con tanta razón y tan cumplidamente, que no sé adonde mejor se pudiera hacer. Porque en una parte tenían gran cantidad de conejos y en otra de puercos y en otra de gallinas, y por el consiguiente de ovejas y corderos y carneros, y otras aves; y así, proveían a todos los que por allí pasaban. Andan todos vestidos con sus mantas y camisetas, ricas y galanas, y más bastas; cada uno como tiene la posibilidad. Las mujeres andan tan bien vestidas como dije que andaban las de Mulahalo, y son casi de la habla dellos. Las casas que tienen todas son de piedra y cubiertas con paja; unas dellas son grandes y otras pequeñas, como es la persona y tiene el aparejo. Los señores y capitanes tienen muchas mujeres; pero la una dellas ha de ser la principal y legítima de la sucesión; de la cual se hereda el señorío. Adoran al sol, y cuando se mueren los señores les hacen sepulturas grandes en los cerros o campos, adonde los meten con sus joyas de oro y plata y armas, -66- ropa y mujeres vivas, y no las más feas, y mucho mantenimiento. Y esta costumbre de enterrar así los muertos en toda la mayor parte destas Indias se usa, por consejo del demonio, que les hace entender que de aquella suerte han de ir al reino que él les tiene aparejado; hacen muy grandes lloros por los difuntos, y las mujeres que quedan sin se matar, con las demás sirvientes, se tresquilan y están muchos días en lloros continuos; y después de llorar la mayor parte del día y la noche en que mueren, un año arreo, lo lloran. Usan el beber ni más ni menos que los pasados, y tienen por costumbre de comer luego por la mañana, y comen en el suelo, sin se dar mucho por manteles ni por otros paños; y después que han comido su maíz y carne o pescado, todo el día gastan en beber su chicha o vino que hacen del maíz, trayendo siempre el vaso en la mano. Tienen gran cuidado de hacer sus areitos o cantares ordenadamente, asidos los hombres y mujeres de las manos, y andando a la redonda a son de un atambor, recontando en sus cantares y endechas las cosas pasadas, y siempre bebiendo hasta quedar muy embriagados; y como están sin sentido, algunos toman las mujeres que quieren, y llevadas a alguna casa, usan con ellas sus lujurias, sin tenerlo por cosa fea, porque ni entienden el don que está debajo de la vergüenza ni miran mucho en la honra, ni tienen mucha cuenta con el mundo, parque no procuran más de comer lo que cogen con el trabajo de sus manos. Creen la inmortalidad del ánima, a lo que entendemos dellos, y conocen que hay Hacedor de todas las cosas del mundo; en tal manera, que contemplando la grandeza del cielo y el movimiento del sol y de la luna y de las otras maravillas, tienen que hay Hacedor destas cosas, aunque, ciegos y engañados del demonio, creen que el mismo demonio en todo tiene poder, puesto que muchos dellos; viendo sus maldades y que nunca dice verdad ni la trata, lo aborrecen, y más le obedecen por temor, que por creer que en él haya deidad. Al sol hacen grandes reverencias y le tienen por dios; los sacerdotes usaban de gran santimonia, y son reverenciados por todos y tenidos en mucho, donde los hay.
-67-
Otras costumbres y cosas tenía que decir destos indios; y pues casi las guardan y tienen generalmente, yendo caminando por las provincias iré tratando de todas, y concluyo en este capítulo con decir que estos de la Tacunga usan por armas para pelear lanzas de palma y tiraderas y dardos y hondas. Son morenos como los ya dichos; las mujeres muy amorosas, y algunas hermosas. Hay todavía muchos mitimaes de los que había en el tiempo que los ingas señoreaban las provincias de su reino.
Capítulo XLII
De los más pueblos que hay desde la Tacunga hasta llegar a Riobamba, y lo que pasó en él entre el adelantado don Pedro de Albarado y el mariscal don Diego de Almagro.
Luego que salen de la Tacunga, por el camino real que va a la grande ciudad del Cuzco se llega a los aposentos del Muliambato, de los cuales no tengo que decir más de que están poblados de indios de la nación, y costumbres de los de la Tacunga; y había aposentos ordinarios, y depósitos de las cosas que por los delegados del Inga era mandado, y obedecían al mayordomo mayor, que estaba en la Tacunga; porque los señores tenían aquellos por cosa principal, como Quito y Tumebamba, Caxamalca, Jauja y Bilcas y Paria, y otros de la misma manera, que eran como cabeza de reino o de obispo, como le quisieren dar el sentido, y adonde estaban los capitanes y gobernadores, que tenían poder de hacer justicia y formar ejércitos si alguna guerra se ofrecía, o se levantaba algún tirano; no embargante que las cosas arduas y de mucha importancia no lo determinaban -68- sin lo hacer saber a los reyes ingas; para lo cual tenían gran aviso y orden, que en ocho días iba por la posta la nueva de Quito al Cuzco; porque, para hacello, tenían cada media legua una pequeña casa, adonde estaban siempre dos indios con sus mujeres, y así como llegaba la nueva que habían de llevar el aviso, iban corriendo el uno sin parar la media legua, y antes que llegase, a veces decía lo que pasaba y había de decir; lo cual oído por el otro que estaba en otra casa, corría otra media legua con tanta ligereza, que, según es la tierra áspera y fragosa, en caballos ni mulas no pudieran ir con más brevedad; y porque en el libro de los reyes ingas (que es el que saldrá con ayuda de Dios tras éste ) trato largo esto de las postas, no diré mas; porque lo que toco, solamente es para dar claridad al lector y para que lo entienda.
De Muliambato se va al río llamado Ambato, donde asimismo hay aposentos que servían de lo que los pasados. Luego están tres leguas de allí las suntuosos aposentos de Mocha, tantos y tan grandes, que yo me espanté de los ver; pero ya, como los reyes ingas perdieron su señorío, todos los palacios y aposentos, can otras grandezas suyas, se han ruinado y parado tales, que no se ven más de las trazas y alguna parte de los edificios dellos, que, como fuesen obrados de linda piedra y de obra muy prima, durará grandes tiempos y edades estas memorias, sin se acabar de gastar.
Hay a la redonda de Mocha algunos pueblos de indios, los cuales todos andan vestidos, y lo mismo sus mujeres, y guardan las costumbres que tienen los de atrás, y son de una misma lengua.
A la parte del Poniente están los pueblos de indios llamados sichos, y al oriente los pillaros; todos, unos y otros, tienen grandes provisiones de mantenimientos, porque la tierra es muy fértil y hay grandes manadas de venados y algunas ovejas y carneros de los que se nombran del Perú, y muchos conejos y perdices, tórtolas y otras cazas. Sin esto, por todos estos pueblos y -69- campos tienen los españoles gran cantidad de hatos de vacas, las cuales se crían muchas por los pastos tan excelentes que tienen, y muchas cabras por ser la tierra aparejada para ellas, que no les falta mantenimiento; y puercos se crían más y mejores que en la mayor parte de las Indias, y se hacen tan buenos perniles y tocinos como en Sierra Morena.
Saliendo de Mocha se llega a los grandes aposentos de Riobamba, que no son menos de ver que los de Mocha; los cuales están en la provincia de los Puruaes, en unos muy hermosos y vistosos campos, muy propios a los de España en el temple, yerbas y flores y otras cosas, como sabe quien por ellas ha andado. En este Riobamba estuvo algunos días depositada la ciudad de Quito o asentada, desde donde se pasó a donde agora está, y sin esto, son más memorados estos aposentos de Riobamba; porque, como el adelantado don Pedro de Albarado, gobernador que fue de la provincia de Guatimala, que confina con el gran reino de la Nueva España, saliese con una armada de navíos llenos de muchos y muy principales caballeros (de lo cual largamente trataré en la tercera parte desta obra), saltando en la costa con los españoles a la fama del Quito, entró por unas montañas bien ásperas y fragosas, adonde pasaron grandes hambres y necesidades. Y no me parece que debo pasar de aquí sin decir alguna parte de los males y trabajos que estos españoles y todos los demás padecieron en el descubrimiento destas Indias, porque yo tengo por muy cierto que ninguna nación ni gente que en el mundo haya sido, tantos ha pasado. Cosa es muy digna de notar que en menos tiempo de sesenta años se haya descubierto una navegación tan larga y una tierra tan grande y llena de tantas gentes, descubriéndola por montañas muy ásperas y fragosas y por desiertos sin camino, y haberlas conquistado y ganado, y en ellas poblado de nuevo más de docientas ciudades. Cierto los que esto han hecho; merecedores son de gran loor y de perpetua fama, mucho mayor que la que mi memoria sabrá imaginar ni mi flaca mano escrebir. Una cosa diré por muy -70- cierta, que en este camino se padeció tanta hambre y cansancio, que muchos dejaron cargas de oro y muy ricas esmeraldas por no tener fuerzas para las llevar. Pues pasando adelante digo que, como ya se supiese en el Cuzco la venida del adelantado don Pedro de Albarado por una probanza que trajo Gabriel de Rojas; el gobernador don Francisco Pizarro, no embargante que estaba ocupado en poblar aquella ciudad de cristianos, salió della para tomar posesión en la marítima costa de la Mar del Sur y tierra de los llanos, y al mariscal don Diego de Almagro, su compañero, mandó que a toda furia fuese a las provincias de Quito y tomase en su poder la gente de guerra que su capitán Sebastián de Belálcazar tenía, y pusiese en todo el recaudo que convenía. Y así, a grandes jornadas el diligente Mariscal anduvo, hasta llegar a las provincias de Quito, y tomó en sí la gente que halló allí, hablando ásperamente al capitán Belalcázar porque había salido de Tangaraca sin mandamiento del Gobernador.
Y pasadas otras cosas que tengo escriptas en su lugar, el adelantado don Pedro de Albarado, acompañado de Diego de Albarado, de Gómez de Albarado, de Alonso de Albarado, mariscal que es agora del Perú, y del capitán Garcilaso de la Vega, Juan de Saavedra, Gómez de Albarado, y de otros caballeros de mucha calidad, que en la parte por mí alegada tengo nombrados, llegó cerca de donde estaba el mariscal don Diego de Almagro y pasaron algunos trances; tanto, que algunos creyeron que llegaran a romper unos con otros; y por medio del licenciado Caldera y de otras personas cuerdas vinieron a concertarse que el Adelantado dejase en el Perú la armada de navíos que traía y pertrechos pertenecientes para la guerra y armada, y los demás aderezos y gente, y que por los gastos que en ello había hecho se le diesen cien mil castellanos; lo cual capitulado y concertado, el Mariscal tomó en sí la gente, y el Adelantado se fue a la ciudad de Los Reyes, donde ya el gobernador don Francisco Pizarro, sabidos los conciertos, lo estaba aguardando, y le hizo la honra y buen recibimiento que merecía un capitán tan valeroso como fue don Pedro de -71- Albarado; y dándole sus cien mil castellanos, se volvió a su gobernación de Guatimala. Todo lo cual que tengo escripto pasó y se concertó en los aposentos y llanura de Riobamba, de que agora trato. También fue aquí donde el capitán Belalcázar, que después fue gobernador de la provincia de Popayán, tuvo una batalla con los indios bien porfiada, y adonde, con muerte de muchos dellos, quedó la victoria con los cristianos, según se contará adelante.
Capítulo XLIII
Que trata de lo que hay que decir de los más pueblos de indios que hay hasta llegar a los aposentos de Tumebamba.
Estos aposentos de Riobamba ya tengo dicha cómo están en la provincia de los Puruaes, que es de lo bien poblado de la comarca de la ciudad de Quito; y de buena gente; estos andan vestidos, ellas y sus mujeres. Tienen las costumbres que usan sus comarcanos, y para ser conoscidos, traen su ligadura en la cabeza, y algunos o todos los más tienen los cabellos muy largos y se los entrenchan bien menudamente; las mujeres hacen lo mismo. Adoran al sol, hablan con el demonio los que entre todos escogen por más idóneos para semejante caso, y tuvieron, y aun parece que tienen otros ritos y abusos, como tuvieron los ingas, de quien fueron conquistados. A los señores cuando se mueren les hacen, en la parte del campo que quieren, una sepultura honda cuadrada, adonde le meten con sus armas y tesoro, si lo tiene. Algunas destas sepulturas hacen en las propias casas de sus moradas; guardan lo que generalmente todos -72- los más de los naturales destas partes usan, que es echar en las sepulturas mujeres vivas de las más hermosas; lo cual hacen porque yo he oído a indios que para entre ellos son tenidos por hombres de crédito, que algunas veces, permitiéndolo Dios por sus pecados y idolatrías, con las ilusiones del demonio, les parece ver a los que de mucho tiempo eran muertos, andar por sus heredades adornados con lo que llevaron consigo, y acompañados con las mujeres que con ellos se metieron vivas; y viendo esto, pareciéndoles que adonde las ánimas van es menester oro y mujeres, lo echan todo, como he dicho. La causa desto, y también por qué hereda el señorío el hijo de la hermana, y no del hermano, adelante lo trataré.
Muchos pueblos hay en esta provincia de los Puruaes, a una parte y a otra, que no trato dellos por evitar prolijidad. A la parte de Levante de Riobamba están otras poblaciones en la montaña que confina con los nacimientos del río del Marañón y la sierra llamada Tingurahua, al rededor de la cual hay asimismo muchas poblaciones; las cuales unas y otras guardan y tienen las mismas costumbres que estotros indios, y andan todos ellos vestidos, y sus casas son hechas de piedra. Fueron conquistados por los señores ingas y sus capitanes y hablan la lengua general del Cuzco, aunque tenían y tienen la suyas particulares. A la parte del Poniente está otra sierra nevada, y en ella no hay mucha población, que llaman Urcolazo. Cerca desta tierra se toma un camino que va a salir a la ciudad de Santiago, que llaman Guayaquil.
Saliendo de Riobamba, se va a otros aposentos llamados Cayambi. Es la tierra toda por aquí llana y muy fría; partidos della, se llega a los tambos o aposentos de Teocaxas, que están puestos en unos grandes llanos despoblados y no poco fríos, en donde se dio entre los indios naturales y el capitán Sebastián de Belalcázar la batalla llamada Teocaxas; la cual, aunque duró el día entero y fue muy reñida (según diré en la tercera parte desta obra) ninguna de las partes alcanzó la vitoria. -73-
Tres leguas de aquí están los aposentos principales, que llaman Tiquizambi, que tienen a la mano diestra a Guayaquil y a sus montañas, y a la siniestra a Pomollata y Quizna y Macas, con otras regiones que hay, hasta entrar en las del Río Grande, que así se llaman; pasados de aquí, en lo bajo están los aposentos de Chanchán, la cual, por ser tierra cálida, es llamada por los naturales ynga, que quiere significar ser tierra caliente; adonde, por no haber nieves ni frío demasiado, se crían árboles y otras cosas que no hay adonde hace frío; y por esta causa todos los que moran en valles o regiones calientes y templadas san llamados yungas, y hoy día tienen este nombre, y jamás se perderá mientras hubiere gentes, aunque pasen muchas edades. Hay destos aposentos hasta los reales suntuosos de Tumebamba casi veinte leguas; el cual término está todo repartido de aposentos y depósitos que estaban hechos a dos y a tres y a cuatro leguas. Entre los cuales están dos principales, llamado el uno Cañaribamba y el otro Hatuncañari, de donde tomaron los naturales nombre, y su provincia, de llamarse los cañares, como hoy se llaman. A la mano diestra y siniestra deste real camino que llevo, hay no pocos pueblos y provincias, las cuales no nombro, porque los naturales dellas, como fueron conquistados y señoreados por los reyes ingas, guardaban las costumbres de los que voy contando, y hablaban la lengua general del Cuzco, y andaban vestidos ellos y sus mujeres. Y en la orden de sus casamientos y heredar el señorío se hacía como los que he dicho atrás en otros capítulos, y lo mismo en meter cosas de comer en las sepulturas y en los lloros generales, y en enterrar con ellos mujeres vivas. Todos tenían por dios soberano al sol; creían lo que todos creen, que hay Hacedor de todas las cosas criadas, al cual en la lengua del Cuzco llaman Ticebiracoche; y aunque tuviesen este conocimiento, antiguamente adoraban árboles y piedras y a la luna, y otras cosas, impuestas en ellos por el demonio, enemigo nuestro, con el cual hablan los señalados para ello, y le obedescen en muchas cosas; aunque ya en estos tiempos, habiendo nuestro Dios y Señor alzado su ira -74- destas gentes, fue servido que se predicase el sagrado Evangelio y tuviesen lumbre de la fe, que no alcanzaban. Y así, en estos tiempos ya aborrecen al demonio y en muchas partes que era estimado y venerado, es aborrecido y detestado como malo, y los templos de los malditos dioses deshechos y derribados; de tal manera, que ya no hay señal de estatua ni simulacro, y muchos se han vuelto cristianos, y en pocos pueblos del Perú dejan de estar clérigos y frailes que los dotrinan. Y para que más fácilmente conozcan el error en que han vivido y, conoscido, abracen nuestra santa fe, se han hecho arte para hablar su lengua con gran industria, para que se entiendan los unos y los otros; en lo cual no ha trabajado poco el reverendo padre fray Domingo de Santo Tomás, de la orden de señor Santo Domingo. Hay en todo lo más deste camino ríos pequeños, y algunos medianos y pocos grandes, todos de agua muy singular; y en algunos hay puentes para pasar de una parte a otra.
En los tiempos pasados, antes que los españoles ganasen este reino, había por todas estas sierras y campañas gran cantidad de ovejas de las de aquella tierra, y mayor número de guanacos y vicuñas; más, con la priesa que se han dad o en las matar los españoles, han quedado tan pocas, que casi ya no hay ninguna. Lobos ni otras bestias, ni animales dañosos no se han hallado en estas partes, salvo los tigres que dije haber en las montañas de la Buenaventura, y algunos leones pequeños y osos También se ven por la quebradas y partes donde hay montañas algunas culebras y, por todas partes, raposas, chuchas y otras salvajinas de las que en aquella tierra se crían; perdices, palomas, tórtolas y venados hay muchos, y en la comarca de Quito hay gran cantidad de conejos, y por las montañas algunas dantas. -75-
Capítulo XLIV
De la grandeza de los ricos palacios que había en los asientos de Tumebamba de la provincia de los cañares.
En algunas partes deste libro he apuntado el gran poder que tuvieron los ingas reyes del Perú, y su mucho valor, y como en más de mil y docientas leguas que mandaron de costa tenían sus delegados y gobernadores, y muchos aposentos y grandes depósitos llenos de las cosas necesarias; lo cual era para provisión de la gente de guerra; porque en uno destos depósitos había lanzas, y en otros dardos, y en otros ojotas, y en otros las demás armas que ellos tienen. Asimismo unos depósitos estaban proveídos de ropas ricas, y otros de más bastas, y otros de comida y todo, género de mantenimientos. De manera que, aposentado el señor en su aposento, y alojada la gente de guerra, ninguna cosa, desde la más pequeña hasta la mayor y más principal, dejaba de haber para que pudiesen ser proveídos; lo cual si lo eran, y hacían en la comarca algunos insulto y latrocinios, eran luego con gran rigor castigados, mostrándose en esto tan justicieros los señores ingas, que no dejaban de mandar ejecutar el castigo aunque fuese en sus propios hijos; y no embargante que tenían este orden, y había tantos depósitos y aposentos (que estaba el reino lleno dellos), tenían a diez leguas y a veinte, y a más y a menos, en la comarca de las provincias, unos palacios suntuosos para los reyes, y hecho templo del sol, a donde estaban los sacerdotes y las mamaconas vírgines ya dichas, y mayores depósitos que los ordinarios; y en estos estaba el Gobernador y capitán mayor del Inga con los indios mitimaes y más gente de servicio. Y el tiempo que no había guerra y el Señor no caminaba por aquella parte, tenía cuidado de cobrar los tributos de su tierra y término, y mandar bastecer los depósitos y renovarlos a los tiempos que convenían, y -76- hacer otras cosas grandes; porque, como tengo apuntado, era como cabeza de reino o de obispado. Era grande cosa uno destos palacios; porque, aunque moría uno de los reyes, el sucesor no ruinaba ni deshacía nada; antes lo acrecentaba y paraba más ilustre; porque cada uno hacía su palacio, mandando estar el de su antecesor adornado como él lo dejó.
Estos aposentos famosos de Tomebamba, que (como tengo dicho) están situados en la provincia de los Cañares, eran de los soberbios y ricos que hubo en todo el Perú, y adonde había los mayores y más primos edificios. Y cierto ninguna cosa dicen destos aposentos los indios, que no vemos que fuese más, por las reliquias que dellos han quedado.
Está a la parte del Poniente dellos la provincia de los Guancabilcas, que son términos de la ciudad de Guayaquile y Puerto Viejo, y al oriente el río grande del Marañón, con sus montañas y algunas, poblaciones.
Los aposentos de Tumebamba están asentados a las juntas de dos pequeños ríos en un llano de campaña que terná mas de doce leguas de contorno. Es tierra fría y bastecida de mucha caza de venados, conejos, perdices, tórtolas y otras aves. El templo del sol era hecho de piedras muy sutilmente labradas, y algunas destas piedras eran muy grandes, unas negras toscas, y otras parescían de jaspe. Algunos indios quisieran decir que la mayor parte de las piedras con que estaban hechos estos aposentos y templo del sol las habían traído de la gran ciudad del Cuzco por mandado del rey Guaynacapa y del gran Topainga, su padre, con crecidas maromas, que no es pequeña admiración (si así fue), por la grandeza y muy gran número de piedras y la gran longura del camino. Las portadas de muchos aposentos estaban galanas y muy pintadas, y en ellas asentadas algunas piedras preciosas y esmeraldas, y en lo de dentro estaban las paredes del templo del sol y los palacios de los reyes ingas, chapados de finismo oro y entalladas muchas figuras; lo cual estaba hecho todo lo más deste metal muy -77- fino. La cobertura destas casas era de paja, tan bien asentada y puesta, que si algún fuego no la gasta consume, durará muchos tiempos y edades sin gastarse. Por de dentro de los aposentos había algunos manojos de paja de oro, y por las paredes esculpidas ovejas y corderos de lo mismo, y aves y otras cosas muchas. Sin esto, cuenta que había suma grandísima de tesoro en cántaros y ollas y en otras cosas, y muchas mantas riquísimas llenas de argentería y chaquira. En fin, no puedo decir tanto, que no quede corto en querer engrandecer la riqueza que los ingas tenían en estos sus palacios reales, en los cuales había grandísima cuenta, y tenían cuidado muchos plateros de labrar las cosas que he dicho y otras muchas. La ropa de lana que había en los depósitos era tanta y tan rica, que si se guardara y no se perdiera valiera un gran tesoro. Las mujeres vírgines que estaban dedicadas al servicio del templo eran más de docientas y muy hermosas, naturales de los Cañares y de la comarca que hay en el distrito que gobernaba el mayordomo mayor del Inga, que residía en estos aposentos. Y ellas y los sacerdotes eran bien proveídos por los que tenían cargo del servicio del templo, a las puertas del cual había porteros, de los cuales se afirma que algunos eran castradas, que tenían cargo de mirar por las mamaconas, que así habían por nombre las que residían en los templos. Junto al templo y a las casas de los reyes ingas había gran número de aposentos, adonde se alojaba la gente de guerra, y mayores depósitos llenos de las cosas ya dichas; todo lo cual estaba siempre bastantemente proveído, aunque mucho se gastase; porque los contadores tenían a su usanza grande cuenta con lo que entraba y salía, y dello se hacía siempre la voluntad del señor. Los naturales desta provincia, que han por nombre los Cañares, como tengo dicho, son de buen cuerpo y de buenos rostros. Traen los cabellos muy largos, y con ellos dada una vuelta a la cabeza de tal manera, que can ella y con una corona que se ponen redonda de palo, tan delgado como aro de cedazo, se ve claramente ser cañares, porque para ser conoscidos traen esa señal. Sus mujeres por el consiguiente se precian -78- de traer los cabellos largos y dar otra vuelta con ellos en la cabeza, y de tal manera, que son tan conoscidas como sus maridos. Andan vestidos de ropa de lana y de algodón, y en los pies traen ojotas, que son (como tengo ya otra vez dicho) a manera de albarcas. Las mujeres son algunas hermosas y no poco ardientes en lujuria, amigas de españoles. Son estas mujeres para mucho trabajo, porque ellas son las que cavan las tierras y siembran los campos y cogen las sementeras, y muchos de sus maridos están en sus casas tejiendo y hilando y aderezando sus armas y ropa, y curando sus rostros y haciendo otros oficios afeminados. Y cuando algún ejército de españoles pasa por su provincia, siendo, como aquel tiempo eran, obligados a dar indios que llevasen a cuestas las cargas del fardaje de los españoles, muchos daban sus hijas y mujeres, y ellos se quedaban en sus casas. Lo cual yo vi al tiempo que íbamos a juntarnos con el licenciado Gasca, presidente de Su Majestad, porque nos dieron gran cantidad de mujeres, que nos llevaban las cargas de nuestro bagaje.
Algunos indios quieren decir que más hacen esta por lo gran falta que tienen de hombres y abundancia de mujeres, por causa de la gran crueldad que hizo Atabaliba en los naturales delta provincia al tiempo que entró en ella, después de haber en el pueblo de Ambato muerto y desbaratado al capitán general de Guascar inga, su hermano, llamado Atoco. Que afirman que, no embargante que salieron los hombres y niños con ramos verdes y hojas de palma a pedirle misericordia, con rostro airado, acompañado de gran severidad, mandó a sus gentes y capitanes de guerra que los matasen a todos; y así, fueron muertos gran número de hombres y niños, según que yo trato en la tercera parte desta historia. Por lo cual los que agora son vivos dicen que hay quince veces más mujeres que hombres; y habiendo tan gran número, sirven desto y de lo más que les mandan sus maridos y padres. Las casas que tienen los naturales cañares, de quien voy hablando, son pequeñas, hechas de piedra, la cobertura de paja. Es la tierra fértil y muy abundante de mantenimientos y caza. Adoran al -79- sol, como los pasados. Los señores se casan con las mujeres que quieren y más les agrada; y aunque éstas sean muchas, una es la principal. Y antes que se casen hacen gran convite, en el cual, después que han comido y bebido a su voluntad, hacen ciertas cosas a su uso. El hijo de la mujer principal hereda el señorío, aunque el señor tenga otros muchos hijos habidos en las demás mujeres. A los difuntos los metían en las sepulturas de la suerte que hacían sus comarcanos, acompañados de mujeres vivas, y meten con ellos de sus cosas ricas; y usan de las armas y costumbres que ellos. Son algunos grandes agoreros y hechiceros; pero no usan el pecado nefando ni otras idolatrías, más de que cierto solían estimar y reverenciar al diablo, con quien hablaban los que para ello estaban elegidos. En este tiempo son ya cristianos los señores, y se llamaba (cuando yo pasé por Tumebamba) el principal dellos don Fernando. Y ha placido a nuestro Dios y redentor que merezcan tener nombre de hijos suyos y estar debajo de la unión de nuestra Santa Madre Iglesia, pues es servido que oigan el sacro Evangelio, fructificando en ellos su palabra, y que los templos destos indios se hayan derribado.
Y si el demonio alguna vez los engaña, es con encubierto engaño, como suele muchas veces a los fieles, y no en público, como solía antes que en estas Indias se pusiese el estandarte de la cruz, bandera de Cristo.
Muy grandes cosas pasaron en el tiempo del reinado de los ingas en estos reales aposentos de Tomebamba, y muchos ejércitos se juntaron en ellos para cosas importantes. Cuando el Rey moría, lo primero que hacía el sucesor, después de haber tomado la borla o corona del reino, era enviar gobernadores a Quito y a este Tumebamba, a que tomasen la posesión en su nombre, mandando que luego le hiciesen palacios dorados y muy ricos, como los habían hecho a sus antecesores. Y así, cuentan los orejones del Cuzco, (que son los más sabios y principales deste reino (que inga Yupangue, padre del gran Topainga, que fue el fundador del templo, se holgaba de estar más tiempo en estos aposentos que en otra -80- parte; y lo mismo dicen de Topainga, su hijo. Y afirman que estando en ellos Guaynacapa, supo de la entrada de los españoles en su tierra, en tiempo que estaba don Francisco Pizarro en la costa con el navío en que venían él y sus trece compañeros, que fueron los primeros descubridores del Perú; y aun que dijo que después de sus días había de mandar el reino gente extraña y semejante a la que venía en el navío. Lo cual diría por dicho del demonio, como aquel que pronosticaba que los españoles habían de procurar de volver a la tierra con potencia grande. Y cierto oí a muchos indios entendidos y antiguos que sobre hacer unos palacios en estos aposentos fue harta parte para haber las diferencias que hubo entre Guascar y Atabaliba. Y concluyendo en esto, digo que fueron gran cosa los aposentos de Tumebamba; ya está todo desbaratado y muy ruinado, pero bien se ve lo mucho que fueron.
Es muy ancha esta provincia de los Cañares y llena de muchos ríos, en los cuales hay gran riqueza. El año de 1544 se descubrieron tan grandes y ricas minas en ellos, que sacaron los vecinos de la ciudad de Quito más de ochocientos mil pesos de oro. Y era tanta la cantidad que había deste metal, que muchos sacaban en la batea más oro que tierra. Lo cual afirmo porque pasó así, y hablé yo con quien en una batea sacó más de setecientos pesos de oro. Y sin lo que los españoles hubieron, sacaron los indios lo que no sabemos.
En toda parte desta provincia que se siembre trigo se da muy bien, y lo mismo hace la cebada, y se cree que se harán grandes viñas y se darán y criarán todas las frutas y legumbres que sembraren de las que hay en España, y de la tierra hay algunas muy sabrosas.
Para hacer y edificar ciudades no falta grande sitio, antes lo hay muy dispuesto. Cuando pasó por allí el Visorrey Blasco Núñez Vela, que iba huyendo de la furia tiránica de Gonzalo Pizarro y de los que eran de su parte, dicen que dijo que si se viese puesto en la gobernación del reino, que había de fundar en aquellos llanos -81- una ciudad, y repartir los indios comarcanos a los vecinos que en ella quedasen. Más siendo Dios servido, y permitiéndolo por algunas causas que él sabe, hubo de ser el Visorrey muerto; y Gonzalo Pizarro mandó al capitán Alonso de Mercadillo que fundase una ciudad en aquellas comarcas, y por tenerse este asiento por término de Quito no se pobló en él, y se asentó en la provincia de Chaparra, según diré luego. Desde la ciudad de San Francisco del Quito hasta es tos aposentos hay cincuenta y cinco leguas. Aquí dejaré el camino real por donde voy caminando, por dar noticia de los pueblos y regiones que hay en las comarcas de las ciudades Puerto Viejo y Guayaquil; y concluido con sus fundaciones, volveré al camino real que he comenzado.
Capítulo XLV
Del camino que hay de la provincia de Quito a la costa de la Mar del Sur, y términos de la ciudad de Puerto Viejo.
Llegado he con mi escriptura a los aposentos de Tumebamba, por poder dar noticia de manera que se entienda de las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil. Y cierto rehusé en este paso la carrera de pasar adelante; porque, lo uno, yo anduve poco por aquellas comarcas, y lo otro, porque los naturales son faltos de razón y orden política; tanto, que con gran dificultad se puede colegir dellos sino poco, y también porque me parescía que bastaba proseguir el camino real; más la obligación que tengo de satisfacer a los curiosos me hace tomar ánimo de pasar adelante para darles verdadera relación de todas las cosas que más posible me fuere. Lo cual creo -82- cierto me será agradescido por ellos y por los doctos hombres benévolos y prudentes. Y así, de lo más verdadero y cierto que yo hallé tomé la relación y noticia que aquí diré. Lo cual hecho, volveré a mi principal camino.
Pues volviendo a estas ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil, es desta manera: que saliendo por el camino de Quito a la parte de la costa de la Mar del Sur, comenzaré desde Quaque, que es por aquel cabo el principio desta tierra, y por la otra se podrá decir el fin. De Tumebamba no hay camino derecho a la costa, sino es para ir a salir a los términos de la ciudad de San Miguel, primera población hecha por los cristianos en el Perú.
Por lo cual digo que en la comarca de Quito, no muy lejos de Tumebamba, está una provincia que ha por nombre Chumbo, puesto que antes de llegar allí hay otras mayores y menores pobladas de gente vestida, y que sus mujeres son de buen parecer. Hay en la comarca destos pueblos aposentos principales, como en los pasados, y sirvieran y obedecieron a los ingas señores suyos, y hablaban la lengua general que se mandó por ellos que se usase en todas partes. Y a tiempos usan en congregaciones para hallarse en ellas los más principales, adonde tratan lo que conviene al beneficio, así de sus patrias como de los particulares provechos dellos. Tienen las costumbres como los que arriba he dicho, y son semejantes a ellos en las religiones. Adoran por dios al sol y a otros dioses que ellos tienen o tenían. Creen la inmortalidad del ánima. Tenían su cuenta con el demonio, y permitiéndolo Dios por sus pecados, tenía sobre ellos gran señorío. Agora en este tiempo, como por todas partes se predica la santa fe, muchos se llegan y están conjuntos con los cristianos, y tienen entre ellos clérigos y frailes que les doctrinan y enseñan las cosas de la fe.
Cada uno de los naturales destas provincias y todos los más linajes de gentes que habitan en aquellas partes tienen una señal muy cierta y usada, por la cual en todas partes son conocidos. Estando yo en el Cuzco entraban -83- de muchas partes gentes, y por las señales conocíamos que los unos eran canches y los otros cañas y los otros collas, y otros guancas y otros cañares y otros chachapoyas. Lo cual cierto fue galana invención para en tiempo de guerra no tenerse unos por otros, y para en tiempo de paz conocerse a sí propios entre muchos linajes de gentes que se congregaban por mandado de los señores y se juntaban para cosas tocantes a su servicio, siendo todos de una color y facciones y aspecto, y sin barbas, y con un vestido, y usando por toda la tierra un solo lenguaje. En todos los más destos pueblos principales hay iglesias adonde se dicen misas y se dotrina, y se tiene gran cuidada y orden en traer las muchachos hijos de los indios a que aprendan las oraciones, y con ayuda de Dios se tiene esperanza que siempre irá en crecimiento.
Desta provincia de Chumbo van hasta catorce leguas, todo camino áspero y a partes dificultoso, hasta llegar a un río, en el cual hay siempre naturales de la comarca que tienen balsas en que llevan a los caminantes por aquel río a salir al paso que dicen de Guaynacapa. El cual está (a lo que dicen) de la isla de la Puna doce leguas por una parte, y por otra hay indios naturales y no de tanta razón como las que atrás quedan, porque algunos dellos enteramente no fueron conquistados por los reyes ingas.
Capítulo XLVI
En que se da noticia de algunas cosas tocantes a las provincias de Puerto Viejo y a la línea equinoccial.
El primer puerto de la tierra del Perú es el de Pasaos, y dél y del río de Santiago comenzó la gobernación -84- del marqués don Francisco Pizarro, porque lo que queda atrás hacia la parte del norte cae en los términos de la provincia del río de San Juan; y así, se puede decir que entra en los límites de la ciudad de Santiago de Puerto Viejo, donde, por ser esta tierra tan vecina la equinocial, se cree que son en alguna manera los naturales no muy sanos.
En lo tocante a la línea, algunos de los cosmógrafos antiguos variaron, y erraron en afirmar que por ser cálida no se podía habitar. Y porque esto es claro y manifiesto a todos los que habemos visto la fertilidad de la tierra y abundancia de las cosas para la sustentación de los hombres pertenecientes, y porque desta línea equinocial se toca en algunas partes desta historia, por tanto daré aquí razón de lo que della tengo entendido de hombres peritos en la cosmografía; lo cual es, que la línea equinocial es una vara o círculo imaginado por medio del mundo, de Levante en Poniente, en igual apartamiento de los polos del mundo. Dícese equinocial porque pasando el sol por ella hace equinocio, que quiere decir igualdad del día y de la noche. Esto es dos veces en el año, que son a 11 de marzo y a 13 de setiembre. Y es de saber que (como dicho tengo), fue opinión de algunos autores antiguos que debajo desta línea equinocial era inhabitable; lo cual creyeron porque, como allí envía el sol sus rayos derechamente a la tierra, habría tan excesivo calor, que no se podría habitar. Desta opinión fueron Virgilio y Ovidio y otros singulares varones. Otros tuvieron que alguna parte sería habitada, siguiendo a Ptolomeo, que dice: «No conviene que pensemos que la tórrida zona totalmente sea inhabitada». Otros tuvieron que allí no solamente era templada y sin demasiado calor, más aun templadísima. Y esto afirma San Isidoro en el primero de las Etimologías, donde dice que el paraíso terrenal es en el oriente, debajo de la línea equinocial, templadísimo y amenísimo lugar. La experiencia agora nos muestra que, no solo debajo de la equinocial, más toda la tórrida zona, que es de un trópico a otro, es habitada, rica y viciosa, por razón de ser -85- todo el año los días y noches casi iguales. De manera que el frescor de la noche tiempla el calor del día, y así contino tiene la tierra sazón para producir y criar los frutos. Esto es lo que de su propio natural tiene, puesto que accidentalmente en algunas partes hace diferencia.
Pues tornando a esta provincia de Santiago de Puerto Viejo, digo que los indios desta tierra no viven mucho. Y para hacer esta experiencia en los españoles, hay tan pocos viejos hasta agora, que más se han apocado con las guerras que no con enfermedades. Desta línea hacia la parte del polo Ártico está el trópico de cáncer cuatrocientas y veinte leguas della, en veinte y tres grados y medio, donde el sol llega a los 11 de junio y nunca pasa dél; porque desde allí da la vuelta hacia la misma línea equinocial, y vuelve a ella a 13 de setiembre; y por el consiguiente deciende hasta el trópico de Capricornio otras cuatrocientas y veinte leguas, y está en los mismos veinte y tres grados y medio. Por manera que hay distancia de ochocientas y cuarenta leguas de trópico a trópico. A esto llamaron los antiguos la tórrida zona, que quiere decir tierra tostada o quemada, porque el sol en todo el año se mueve encima della.
Los naturales desta tierra son de mediano cuerpo, y tienen y poseen fertilísima tierra, porque se da gran cantidad de maíz, y yuca y ajes o batatas, y otras muchas maneras de raíces provechosas para la sustentación de los hombres. Y también hay gran cantidad de guayabas muy buenas, de dos o tres maneras, y guabas y aguacates y tunas de dos suertes, las unas blancas y de tan singular sabor, que se tiene por fruta gustosa; caimitos y otra fruta que llaman cerecillas. Hay también gran cantidad de melones de los de España y de los de la tierra, y se dan por todas partes muchas legumbres y habas, y hay muchos árboles de naranjos y limas, y no poca cantidad de plátanos, y se crían en algunas partes singulares piñas; y de los puercos que solía haber en la tierra hay gran cantidad, que tenían (como conté hablando del puerto de Uraba) el ombligo junto a los lomos, lo cual no es sino alguna cosa que allí les nace, y -86- como por la parte de abajo no se halla ombligo, dijeron serlo lo que está arriba; y la carne destos es muy sabrosa. También hay de los puercos de la casta de España y muchos venados de la más singular carne y sabrosa que hay en la mayor parte del Perú. Perdices se crían no pocas manadas dellas, y tórtolas, palomas, pavas, faisanes y otro gran número de aves, entre las cuales hay una que llaman juta, que será del tamaño de un gran pato; a esta crían los indios en sus casas, y son domésticas y buenas para comer. También hay otra que tiene por nombre maca, que es un poco menor que un gallo, y es linda cosa ver las colores que tiene y cuán vivas; el pico destas es algo grueso y mayor que un dedo, y partido en dos perfetísimas colores, amarilla y colorada. Por los montes se ven algunas zorras y osos, leoncillos pequeños y algunos tigres y culebras; pero, en fin, estos animales antes huyen del hombre que no le acometen. Otros algunos habrá de que yo no tengo noticia. Y también hay otras aves nocturnas y de rapiña, así por la costa como por la tierra dentro, y algunos condores y otras aves que llaman gallinazas hediondas, o por otro nombre auras. En las quebradas y montes hay grandes espesuras, florestas y árboles de muchas maneras, provechosos para hacer casas y otras cosas; en lo interior de algunos dellos crían abejas, que hacen en la concavidad de los árboles panales de miel singular. Tienen estos indios muchas pesquerías, adonde matan pescado en cantidad; entre ellos se toman unos que llaman bonitos, que es mala naturaleza de pescado, porque causa a quien lo come calenturas y otros males. Y aún en la mayor parte desta costa se crían en los hombres unas verrugas bermejas del grandor de nueces, y les nascen en la frente y en las narices y en otras partes; que, demás de ser mal grave, es mayor la fealdad que hace en los rostros, y créese que de comer algún pescado procede este mal. Como quiera que sea, reliquias son de aquella costa, y sin los naturales, ha habido muchos españoles que han tenido estas berrugas.
En esta costa y tierra subjeta a la ciudad de Puerto Viejo y a la de Guayaquil hay dos maneras de gente, -87- porque desde el cabo de Pasaos y río de Santiago hasta el pueblo de Zalango son los hombres labrados en el rostro, y comienza la labor desde el nacimiento de la oreja y superior dél, y desciende hasta la barba, del anchor que cada uno quiere. Porque unos se labran la mayor parte del rostro y otros menos, casi y de la manera que se labran los moros. Las mujeres destos indios, por el consiguiente, andan labradas y vestidas ellas y sus maridos de mantas y camisetas de algodón, y algunas de lana. Traen en sus personas algún adornamiento de joyas de oro y unas cuentas muy menudas, a quien llaman chaquira colorada, que era rescate extremado y rico. Y en otras provincias he visto yo que se tenía por tan preciada esta chaquira, que se daba harta cantidad de oro por ella. En la provincia de Quimbaya (que es donde está situada la ciudad de Cartago) le dieron ciertos caciques o principales al mariscal Robledo más de mil y quinientos pesos por poco menos de una libra. Pero en aquel tiempo por tres o cuatro diamantes de vidrio daban docientos y trecientos pesos. Y en esto de vender a los indios, seguro estamos que no nos llamaremos a engaño con ellos. Aún me ha acaecido vender a indio una hacha pequeña de cobre, y darme él por ella tanto oro fino como la hacha pesaba; y los pesos tampoco iban muy por el fiel; pero ya es otro tiempo, y saben bien vender lo que tienen y mercar lo que han menester. Y los principales pueblos donde los naturales usan labrarse en esta provincia son: Pasaos, Xaramixó, Pimpanguace, Peclansemeque y el valle de Xagua, Pechonse, y los de Monte Cristo, Apechigüe y Silos, y Canilloha y Manta y Zapil, Manaví, Xaraguaza, y otros que no se cuentan, que están a una parte y a otra. Las casas que tienen son de madera, y por cobertura paja, unas pequeñas y otras mayores, y como tiene la posibilidad el señor della.
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Capítulo XLVII
De lo que se tiene sobre si fueron conquistados estos indios desta comarca, o no, por los ingas, y la muerte que dieron a ciertos capitanes de Topainga Yupangue.
Muchos dicen que los señores ingas no conquistaron ni pusieran debajo de su señorío a estos indios naturales de Puerto Viejo de que voy aquí tratando; ni que enteramente los tuvieron en su servicio, aunque algunos afirman lo contrario, diciendo que sí los señorearon y tuvieron sobre ellos mando. Y cuenta el vulgo sobre esto que Guaynacapa en persona vino a los conquistar, y porque en cierto casa no quisieron cumplir su voluntad, que mandó por ley que ellos y sus descendientes y sucesores se sacasen tres dientes de la boca de los de la parte de encima y otros tres de los más bajos, y que en la provincia de los Guancabilcas se usó mucho tiempo esta costumbre. Y a la verdad, como todas las cosas del pueblo sea una confusión de variedad, y jamás saben dar en el blanco de la verdad, no me espanto que digan esto, pues en otras cosas mayores fingen desvaríos no pensados, que después quedan en el sentido de las gentes, y no ha de servir para entre los cuerdos sino de fábulas y novelas. Y esta digresión quiero hacerla en este lugar para que sirva en lo de adelante; pues las cosas que ya están escriptas, si se reiteran muchas veces es fastidio para el lector. Servirá (como digo) para dar aviso que en las más de las cosas que el vulgo cuenta de los acaescimientos que han pasado en Perú son variaciones, como arriba digo. Y en lo que toca a los naturales, los que fueren curiosos de saber sus secretos entenderán lo que yo digo. Y en lo tocante a la gobernación y a las guerras y debates que ha habido, no pongo por jueces sino a los varones que se hallaron en las consultas y congregaciones y en el despacho de los negocios; estos tales digan lo que pasó, y cuenten los dichos del pueblo, y verán cómo no concuerda lo uno con lo otro. Y esto baste para aquí.
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Volviendo pues al propósito, digo que (según yo tengo entendido de indios viejos, capitanes que fueron de Guaynacapa) en tiempo del gran Topainga Yupangue, su padre, vinieron ciertos capitanes suyos con alguna copia de gente, sacada de las guarniciones ordinarias que estaban en muchas provincias del reino, y con mañas y maneras que tuvieron los atrajeron a la amistad y servicio de Topainga Yupangue. Y muchos de los principales fueron con presentes a la provincia de los Paltas a le hacer reverencia; y él los recibió benignamente y con mucho amor, dando a algunos de los que le vinieron a ver piezas ricas de lana hechas en el Cuzco. Y como le conviniese volver a las provincias de arriba, adonde por su gran valor era tan estimado, que le llamaban padre y le honraban con nombres preeminentes, fue tanta su benevolencia y amor para con todos, que adquirió entre ellos fama perpetua. Y por dar asiento en cosas tocantes al buen gobierno del reino, partió sin poder por su persona visitar las provincias destos indios; en las cuales dejó algunos gobernadores y naturales del Cuzco, para que les hiciesen entender la manera con que habían de vivir para no ser tan rústicos y para otros efectos provechosos. Pero ellos; no solamente no quisieron admitir el buen deseo destos que por mandado de Topainga quedaron en estas provincias para que los encaminasen en buen uso de vivir y en la policía y costumbres suyas, y les hiciesen entender lo tocante a la agricultura, y les diesen manera de vivir con más acertada orden de la que ellos usaban; más antes, en pago del beneficio que recibieran si no fueran tan mal conocidos, los mataron todos, que no quedó ninguno en los términos desta comarca, sin que les hiciesen mal ni les fuesen tiranos para que lo mereciesen. Esta grande crueldad afirman que entendió Topainga, y por otras causas muy importantes la disimuló, no pudiendo entender en castigar a los que tan malamente habían muerto a estos sus capitanes y vasallos.
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Capítulo XLVIII
Cómo estos indios fueron conquistados por Guaynacapa, y de cómo hablaban con el demonio, y sacrificaban y enterraban con los señores mujeres vivas.
Pasado lo que tengo contado en esta provincia de Santiago, comarcana a la ciudad de Puerto Viejo, es público entre muchos de los naturales della que andando los tiempos, y reinando en el Cuzco aquel que tuvieron por grande y poderoso rey, llamado Guaynacapa, abajando por su propia persona a visitar las provincias de Quito, sojuzgó enteramente a su señorío a todos estos naturales desta provincia: aunque cuentan que primero le mataron mayor número de gente y capitanes que a su padre Topainga, y con mayor falsedad y engaño, como diré en el capítulo siguiente. Y hase de entender que todas estas materias que escribo en lo tocante a los sucesos y cosas de los indios, lo cuento y trato por relación que de todo me dieron ellos mismos; los cuales, por no tener letras ni saberlas, y para que el tiempo no consumiese sus acaescimientos y hazañas, tenían una gentil y galana invención, como trataré en segunda parte desta crónica. Y aunque en estas comarcas se hicieron servicios a Guaynacapa, y presentes de esmeraldas ricas y de oro y de las cosas que ellos más tenían, no había aposentos ni depósitos, como habemos dicho que hay en las provincias pasadas. Y esto también lo causaba ser la tierra tan enferma y los pueblos tan pequeños; lo cual era causa que no quisiesen residir en ella los orejones, por tenerla por de poca estimación, pues en la que ellos moraban y poseían había bien donde se pudiesen extender. Eran los naturales destos pueblos que digo, en extremo agoreros y usaban de grandes religiones; tanto, que en la mayor parte del Perú no hubo otras gentes que tanto como estas sacrificasen, según es público y notorio. Sus sacerdotes tenían cuidado de los templos y del servicio de los simulacros o ídolos que representaban la figura de sus falsos dioses; delante -91- de los cuales, a sus tiempos y horas, decían algunos cantares y hacían las cerimonias que aprendieron de sus mayores, al uso y costumbre que sus antiguos tenían. Y el demonio con espantable figura se dejaba ver de los que estaban establecidos y señalados para aquel maldito oficio; los cuales eran muy reverenciados y temidos por todos los linajes y tierras desos indios. Entre ellos uno era el que daba las respuestas y les hacía entender todo lo que pasaba, y aún muchas veces, por no perder el crédito y reputación y carecer de su honor, hacía apariencias con grandes meneos, para que creyesen que el demonio le comunicaba las cosas arduas y de mucha calidad, y todo lo que había de suceder en lo futuro; en lo cual pocas veces acertaba, aunque hablase por boca del mismo diablo. Y ninguna batalla ni acaescimiento ha pasado entre nosotros mismos, en nuestras guerras locas y civiles, que los indios de todo este reino y provincia no lo hayan primero anunciado y dicho; más cómo y adónde se ha de dar, antes ni agora ni en ningún tiempo nunca de veras aciertan ni acertaban; pues está muy claro, y así se ha de creer, que sólo Dios sabe los acaescimientos por venir, y no otra criatura. Y si el demonio acierta en algo es acaso, y porque siempre responde equívocamente, que es decir, palabras que pueden tener muchos, entendimientos. Y por el don de su sutilidad y astucia, y por la mucha edad y experiencia que tiene en todas las cosas, habla con los simples que le oyen; y así, muchos de los gentiles conocieron el engaño destas respuestas. Muchos destos indios tienen por cierto el demonio ser falso y malo, y le obedescían más por temor que por amor, como trataré más largo en lo de adelante. De manera que estos indios, unas veces engañados por el demonio, y otras por el mismo sacerdote, fingiendo lo que no era, los traía sometidos en su servicio, todo por la permisión del poderoso Dios. En los templos o guacas, que es su adoratorio, les daban a los que tenían por dioses, presentes y servicios, y mataban animales para ofrecer por sacrificio la sangre dellos. Y porque les fuese más grato, sacrificaban otra cosa más noble, que era sangre de algunos -92- indios, a lo que muchos afirman. Y si habían preso a algunos de sus comarcanos, con quien tuviesen guerra o alguna enemistad, juntábanse (según también cuentan), y después de haberse embriagado con su vino y haber hecho lo mismo del preso, con sus navajas de pedernal o de cobre el sacerdote mayor dellos lo mataba, y cortándole la cabeza, la ofrecían con el cuerpo al maldito demonio, enemigo de la natura humana. Y cuando alguno dellos estaba enfermo, bañábase muchas veces, y hacía otras ofrendas y sacrificios, pidiendo la salud.
Los señores que morían eran muy llorados y metidos en las sepulturas, adonde también echaban con ellos algunas mujeres vivas y otras cosas de las más preciadas que ellos tenían. No ignoraban la inmortalidad del ánima; más tampoco podemos afirmar que lo sabían enteramente. Más es cierto que estos, y aun los más de gran parte destas Indias (según contaré adelante), que con las ilusiones del demonio, andando por las sementeras, se les aparece en figura de las personas que ya eran muertas, de los que habían sido sus conocidos, y por ventura padres o parientes; los cuales parecía que andaban con su servicio y aparato, como cuando estaban en el mundo. Con tales apariencias ciegos, los tristes seguían la voluntad del demonio; y así, metían en las sepulturas la compañía de vivos y otras cosas, para que llevase el muerto más honra; teniendo ellos que haciéndolo así guardaban sus religiones y cumplían el mandamiento de sus dioses, y iban a lugar deleitoso y muy alegre, adonde habían de andar envueltos en sus comidas y bebidas, como solían acá en el mundo al tiempo que fueron vivos.
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Capítulo XLIX
De cómo se daban poco estos indios de haber las mujeres vírgines, y de cómo usaban el nefando pecado de la sodomía.
En muchas destas partes los indios dellas adoraban al sol, aunque todavía tenían tino a creer que había un Hacedor, y que su asiento era en el cielo. El adorar al sol, o debieron de tomarlo de los ingas, o era por ellos hecho antiguamente en la provincia de los Guancavilcas, por sacrificio establecido por los mayores y usado de muchas tiempos dellos.
Solían (según dicen) sacarse tres dientes de lo superior de la boca y otros tres de lo inferior, como en lo de atrás apunté, y sacaban destos dientes los padres a los hijos cuando eran de muy tierna edad, y creían que en hacerlo no cometían maldad, antes lo tenían por servicio grato y muy apacible a sus dioses. Casábanse como lo hacían sus comarcanos, y aun oí afirmar que algunos o los más, antes que casasen, a la que había de tener marido la corrompían, usando con ella sus lujurias. Y sobre esto me acuerdo de que en cierta parte de la provincia de Cartagena, cuando casan las hijas y se ha de entregar la esposa al novio, la madre de la moza, en presencia de algunos de su linaje, la corrompe con los dedos. De manera que se tenía por más honor entregarla al marido con esta manera de corrupción que no con su virginidad. Ya de la una costumbre o de la otra, mejor era la que usan algunas destas tierras, y es, que los más parientes y amigos tornan dueña a la que está virgen, y con aquella condición la casan y los maridos la reciben.
Heredan en el señorío, que es mando sobre los indios, el hijo al padre, y si no, el segundo hermano; y faltando estos (conforme a la relación que a mí me dieron), viene al hijo de la hermana. Hay algunas mujeres de buen parescer. Entre estos indios de que voy -94- tratando, y en sus pueblos se hace el mejor y más sabroso pan de maíz que en la mayor parte de las Indias, tan gustoso y bien amasado, que es mejor que alguno de trigo que se tiene por bueno.
En algunos pueblos destos indios tienen gran cantidad de cueros de hombres llenos de ceniza, tan espantables como los que dije en lo de atrás que había en el valle de Lile, subjeto a la ciudad de Cali. Pues como estos fuesen malos y viciosos, no embargante que entre ellos había mujeres muchas, y algunas hermosas, los más dellos usaban (a lo que a mí me certificaron) pública y descubiertamente del pecado nefando de la sodomía; en lo cual dicen que se gloriaban demasiadamente. Verdad es que los años pasados el capitán Pacheco y el capitán Olmos, que agora está en España, hicieron castigo sobre los que cometían el pecado susodicho, amonestándolos cuánto dello el poderoso Dios se desirve. Y los escarmentaron de tal manera, que ya se usa poco o nada este pecado, ni aun las demás costumbres que tenían dañosas, ni usan los otros de sus religiones, porque han oído doctrina de muchos clérigos, y frailes, y van entendiendo cómo nuestra fe es la perfecta y la verdadera y que los dichos del demonio son falsos y sin fundamento, y cuyas engañosas respuestas han cesado. Y por todas partes donde el santo Evangelio se predica y se pone la cruz, se espanta y huye, y en público no osa hablar ni hacer más que los salteadores, que hacen a hurto y en oculto sus saltos. Lo cual hace el demonio a los flacos, y a los que por sus pecados están endurecidos en sus vicios. Verdad es que la fe prime mejor en los mozos que no en muchos viejos; porque, como están envejecidos en sus vicios, no dejan de cometer sus antiguos pecados secretamente, y de tal manera, que los cristianos no los pueden entender. Los mozos oyen a los sacerdotes nuestros, y escuchan sus santas amonestaciones, y siguen nuestra doctrina cristiana. De manera que en estas comarcas hay de malos y buenos, como en todas las demás partes.
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Capítulo L
Cómo antiguamente tuvieron una esmeralda por dios, en que adoraban los indios de Manta; y otras cosas que hay que decir destos indios.
En muchas historias que he visto, he leído, si no me engaño, que en unas provincias adoraban por dios a la semejanza del toro, y en otra a la del gallo y en otra al león, y por consiguiente tenían mil supersticiones desto, que más parece, al leerlo, materia para reír que no para otra cosa alguna. Y sólo noto desto que digo, que los griegos fueron excelentes varones, y en quien muchos tiempos y edades florecieron las letras, y hubo en ellos varones muy ilustres y que vivirá la memoria dellos todo el tiempo que hubiere escripturas, y cayeron en este error. Los egipcios fue lo mismo, y los bactrianos y babilónicos; pues los romanos, a dicho de graves y doctos hombres, les pasaron; y tuvieron unos y otros unas maneras de dioses, que son cosa donosa pensar en ello, aunque algunas destas naciones atribuyan el adorar y reverenciar por dios a uno por haber recebido dél algún beneficio, como fue a Saturno y a Júpiter y a otros; más ya eran hombres, y no bestias. De manera pues que adonde había tanta ciencia humana, aunque falsa y engañosa, erraran. Así estos indios, no embargante que adoraban al sol y a la luna, también adoraban en árboles, en piedras y en la mar y en la tierra, y en otras cosas que la imaginación les daba. Aunque, según yo me informé, en todas las más partes destas que tenían por sagradas era visto por sus sacerdotes el demonio, con el cual comunicaban no otra cosa que perdición para sus ánimas. Y así, en el templo muy principal de Pachacama tenían una zorra en grande estimación, la cual adoraban. Y en otras partes, como iré contando en esta historia, y en esta comarca afirman que el señor de Manta tiene o tenía una piedra de esmeralda, de mucha grandeza y muy rica, la cual tuvieron y -96- poseyeron sus antecesores por muy venerada y estimada, y algunos días la ponían en público, y la adoraban y reverenciaban como si estuviera en ella encerrada alguna deidad. Y como algún indio o india estuviese malo, después de haber hecho sus sacrificios iban a hacer oración a la piedra, a la cual afirman que hacían servicio de otras piedras, haciendo entender el sacerdote que hablaba con el demonio que venía la salud mediante aquellas ofrendas, las cuales después el cacique y otros ministros del demonio aplicaban a sí, porque de muchas partes de la tierra adentro venían los que estaban enfermos al pueblo de Manta a hacer los sacrificios y a ofrecer sus dones. Y así, me afirmaron a mí algunos españoles de los primeros que descubrieron este reino, hallar mucha riqueza en este pueblo de Manta, y que siempre dio más que los comarcanos a él a los que tuvieron por señores o encomenderos. Y dicen que esta piedra tan grande y rica, que jamás han querido decir della, aunque han hecho hartas amenazas a los señores y principales, ni aun lo dirán jamás, a lo que se cree, aunque los maten a todos: tanta fue la veneración en que la tenían. Este pueblo de Manta está en la costa, y por el consiguiente todos los más de los que he contado. La tierra adentro hay más número de gente y mayores pueblos, y difieren en la lengua a los de la costa, y tienen los mismos mantenimientos y frutas que ellos. Sus casas son de madera, pequeñas; la cobertura de paja o de hoja de palma. Andan vestidos unos y otros, estos que nombro, serranos, y lo mismo sus mujeres. Alcanzaron algún ganado de las ovejas que dicen del Perú, aunque no tantas como en Quito ni en las provincias del Cuzco. No eran tan grandes hechiceros ni agoreros como los de la costa, ni aún eran tan malos en usar el pecado nefando. Tienese esperanza que hay minas de oro en algunos ríos desta sierra, y que cierto está en ella la riquísima mina de las esmeraldas; la cual, aunque muchos capitanes han procurado saber dónde está, no se ha podido alcanzar, ni los naturales lo dirán. Verdad es que el capitán Olmos dicen que tuvo lengua desta mina, y aún afirman que supo dónde estaba; lo cual -97- yo creo, si así fuera, lo dijera a sus hermanos o a otras personas. Y cierto, mucho ha sido el número de esmeraldas que se han visto y hallado en esta comarca de Puerto Viejo; y son las mejores de todas las Indias; porque, aunque en el nuevo reino de Granada haya más, no son tales, ni con mucho se igualan en el valor las mejores de allá a las comunes de acá.
Los caraques y sus comarcanos es otro linaje de gente, y no son labrados, y eran de menor saber que sus vecinos, porque eran behetrías; por causas muy livianas se daban guerra unos a otros. En naciendo la criatura le alhajaban la cabeza, y después la ponían entre dos tablas, liada de tal manera, que cuando era de cuatro o cinco años le quedaba ancha o larga y sin colodrillo; y esto muchos lo hacen, y no contentándose con las cabezas que Dios les da, quieren ellos darles el talle que más les agrada; y así, unos la hacen ancha y otros larga. Decían ellos que ponían destos talles las cabezas porque serían más sanos y para más trabajo. Algunas destas gentes, especialmente los que están abajo del pueblo de Colima a la parte del norte, andaban desnudos, y se contrataban con los indios de la costa que va de largo hacia el río de San Juan. Y cuentan que Guaynacapa, llegó, después de haberle muerto sus capitanes, hasta Colima, adonde mandó hacer una fortaleza; y como viese andar los indios desnudos, no pasó adelante, antes dicen que dio la vuelta, mandando a ciertos capitanes suyos que contratasen y señoreasen lo que pudiesen, y llegaron por entonces al río de Santiago. Y cuentan muchos españoles que hay vivos en este tiempo de los que vinieron con el adelantado don Pedro de Albarado, especialmente lo oí al mariscal Alonso de Albarado y a los capitanes Garcilaso de la Vega y Juan de Saavedra, y a otro hidalgo que ha por nombre Suer de Cangas, que, como el adelantado don Pedro llegase a desembarcar con su gente en esta costa, y llegado a este pueblo, hallaron gran cantidad de oro y plata en vasos y otras joyas preciadas; sin lo cual, hallaron tan gran número de esmeraldas, que si las conocieran y guardaran se hubiera por su valor mucha suma de dinero; mas, -98- como todos afirmasen que eran de vidrio, y que para hacer la experiencia (porque entre algunos se platicaba que podrían ser piedras) las llevaban donde tenían una bigornia, y que allí con martillos las quebraban, diciendo que si eran de vidrio luego se quebrarían, y si eran piedras se pararían más perfectas con los golpes. De manera que por la falta de conoscimiento y poca experiencia quebraron mucha destas esmeraldas, y pocos se aprovecharon dellas, ni tampoco del oro y plata gozaron, porque pasaron grandes hambres y fríos, y por las montañas y caminos se dejaban las cargas del oro y de la plata. Y porque en la tercera parte he dicho ya tener escrito estos sucesos cumplidamente, pasaré adelante.
Capítulo LI
En que se concluye la relación de los indios de la provincia de Puerto Viejo, y lo demás tocante a su fundación, y quien fue el fundador.
Brevemente voy tratando lo tocante a estas provincias de Puerto Viejo, porque lo más sustancial lo he declarado, para luego volver a los aposentos de Tumebamba, donde dejé la historia de que voy tratando. Por tanto, digo que luego que el adelantado don Pedro de Albarado y el mariscal don Diego de Almagro se concertaron en los llanos de Riobamba, el adelantado don Pedro se fue para la ciudad de Los Reyes, que era adonde había de recebir la paga de los cien mil castellanos que se le dieron por el armada. Y en el ínterin el mariscal don Diego de Almagro dejó mandado al capitán Sebastián de Belalcázar algunas cosas tocantes a la provincia -99- y conquista del Quito, y entendió en reformar los pueblos marítimos de la costa, lo cual hizo en San Miguel y en Chimo; miró lugar provechoso y que tuviese las calidades convenientes para fundar la ciudad de Trujillo, que después pobló el marqués don Francisco Pizarro.
En todos estos caminos verdaderamente (según que yo entendí) el mariscal don Diego de Almagro se mostró diligente capitán; el cual, como llegase a la ciudad de San Miguel, y supiese que las naos que venían de la Tierra Firme y de las provincias de Nicaragua y Guatemala y de la Nueva España, llegadas a la costa del Perú, saltaban los que venían en ellas en tierra y hacían mucho daño en los naturales de Manta y en los más indios de la costa de Puerto Viejo, por evitar estos daños, y para que los naturales fuesen mirados y favorescidos, porque supo que había copia dellos y adonde se podía fundar una villa o ciudad, determinó de enviar un capitán a lo hacer.
Y así, dicen que mandó luego al capitán Francisco Pacheco que saliese con la gente necesaria para ello; y Francisco Pacheco, haciéndolo así como le fue mandado, se embarcó en un pueblo que ha por nombre Picuazá, y en la parte que mejor le paresció, fundó y pobló la ciudad de Puerto Viejo, que entonces se nombró villa. Esto fue día de San Gregorio, a 12 de marzo, año del nascimiento de nuestro redentor Jesucristo de 1535, y fundose en nombre del emperador don Carlos, nuestra rey y señor.
Estando entendiendo en esta conquista y población el capitán Francisco Pacheco, vino del Quito (donde también andaba por teniente general de don Francisco Pizarro el capitán Sebastián de Belalcázar) Pedro de Puelles, con alguna copia de españoles a poblar la misma costa de la Mar del Sur, y hubo entre unos y otros, a lo que cuentan, algunas cosquillas2, hasta que, ida la nueva al gobernador don Francisco Pizarro, envió a -100- mandar lo que entendió que convenía más al servicio de Su Majestad y a la buena gobernación y conservación de los indios. Y así, después de haber el capitán Francisco Pacheco conquistado las provincias, y andado por ellas poco menos tiempo de dos años, pobló la ciudad, como tengo dicho, habiéndose vuelto el capitán Pedro de Puelles a Quito. Llamose al principio la villa nueva de Puerto Viejo, la cual está asentada en lo mejor y más conveniente de sus comarcas, no muy lejos de la Mar del Sur. En muchos términos desta ciudad de Puerto Viejo hacen para enterrar los difuntos unos hoyos muy hondos, que tienen más talle de pozos que de sepulturas; y cuando quieren meterlos dentro, después de estar bien limpio de la tierra que han cavado, júntase mucha gente de los mismos indios, adonde bailan y cantan y lloran, todo en un tiempo, sin olvidar el beber, tañendo sus atambores y otras músicas más temerosas que suaves; y hechas estas cosas, y otras a uso de sus antepasados, meten al difunto dentro destas sepulturas tan hondas; con el cual, si es señor o principal, ponen dos o tres mujeres de las más hermosas y queridas suyas, y otras joyas de las más preciadas, y con la comida y cántaros de su vino de maíz, los que les parece. Hecha esto, ponen encima de la sepultura una caña de las gordas que ya he dicho haber en aquellas partes, y coma sean estas cañas huecas, tienen cuidado a sus tiempos de les echar deste brebaje, que estos llaman azua, hecho de maíz o de otras raíces; porque, engañados del demonio, creen y tienen por opinión (según yo lo entendí dellos) que el muerto bebe deste vino que por la caña le echan. Esta costumbre de meter consigo los muertos sus armas en las sepulturas, y su tesoro y mucho mantenimiento, se usaba generalmente en la mayor parte destas tierras que se han descubierto; y en muchas provincias metían también mujeres vivas y muchachos.
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Capítulo LII
De los pozos que hay en la punta de Santa Elena, y de lo que cuentan de la venida que hicieron los gigantes en aquella parte, y del ojo de Alquitrán que en ella esta.
Porque al principio desta obra conté en particular los nombres de los puertos que hay en la costa del Perú, llevando la orden desde Panamá hasta los fines de la provincia de Chile, que es una gran longura, me pareció que no convenía tornarlos a recitar, y por esta causa no trataré desto. También he dado ya noticia de los principales pueblos desta comarca; y porque en el Perú hay fama de los gigantes que vinieron a desembarcar a la costa en la punta de Santa Elena, que es en los términos desta ciudad de Puerto Viejo, me pareció dar noticia de lo que oí dellos, según que yo lo entendí, sin mirar las opiniones del vulgo y sus dichos varios, que siempre engrandece las cosas más de lo que fueron.
Cuentan los naturales por relación que oyeron de sus padres, la cual ellos tuvieron y tenían de muy atrás que vinieron por la mar en unas balsas de juncos a manera de grandes barcas unos hombres tan grandes, que tenía tanto uno dellos de la rodilla abajo como un hombre de los comunes en todo el cuerpo, aunque fuese de buena estatura, y que sus miembros conformaban con la grandeza de sus cuerpos, tan disformes, que era cosa monstruosa ver las cabezas, según eran grandes, y los cabellos, que les llegaban a las espaldas. Los ojos señalan que eran tan grandes como pequeños platos. Afirman que no tenían barbas, y que venían vestidos algunos dellos con pieles de animales y otros con la ropa que les dio natura, y que no trajeron mujeres consigo. Los cuales, como llegasen a esta punta, después de haber en ella hecho su asiento a manera de pueblo (que aún en estos tiempos hay memoria de los sitios fiestas casas que tuvieron), como no hallasen agua, para remediar -102- la falta que della sentían, hicieron unos pozos hondísimos; obra por cierto digna de memoria, hecho por tan fortísimos hombres como se presume que serían aquellos, pues era tanta su grandeza. Y cavaron estos pozos en peña viva hasta que hallaron el agua, y después los labraron desde ella hasta arriba de piedra, de tal manera, que durará muchos tiempos y edades; en las cuales hay muy buena y sabrosa agua, y siempre tan fría, que es gran contento beberla. Habiendo pues hecho sus asientos estos crecidos hombres o gigantes, y teniendo estos pozos o cisternas, de donde bebían, todo el mantenimiento que hallaban en la comarca de la tierra que ellos podían hollar lo destruían y comían; tanto, que dicen que uno dellos comía más vianda que cincuenta hombres de los naturales de aquella tierra; y como no bastaba la comida que hallaban para sustentarse, mataban mucho pescado en la mar con sus redes y aparejos, que según razón tenían. Vivieron en grande aborrecimiento de los naturales; porque por usar con sus mujeres las mataban, y a ellos hacían lo mismo por otras causas. Y los indios no se hallaban bastantes para matar a esta nueva gente que había venido a ocuparles su tierra y señorío; aunque se hicieron grandes juntas para platicar sobre ellos; pero no les osaran acometer. Pasados algunos años, estando todavía estos gigantes en esta parte, como les faltasen mujeres, y las naturales no les cuadrasen por su grandeza, o porque sería vicio usado entre ellos, por consejo y inducimiento del maldito demonio, usaban unos con otros el pecado nefando de la sodomía, tan gravísimo y horrendo; el cual usaban y cometían pública y descubiertamente, sin temor de Dios y poca vergüenza en sí mismos. Y afirman todos los naturales que Dios nuestro Señor, no siendo servido de disimular pecado tan malo, les envió el castigo conforme a la fealdad del pecado. Y así, dicen que, estando todos juntos envueltos en su maldita sodomía, vino fuego del cielo temeroso y muy espantable, haciendo gran ruido, del medio del cual salió un ángel resplandeciente, con una espada tajante y muy refulgente, con la cual de un solo golpe los mató a todos y el fuego los -103- consumió; que no quedó sino algunos huesos y calaveras, que para memoria del castigo quiso Dios que quedasen sin ser consumidos del fuego. Esto dicen de los gigantes; lo cual creemos que pasó, porque en esta parte que dicen se han hallado y se hallan huesos grandísimos. Y yo he oído a españoles que han visto pedazo de muela, que juzgaban que a estar entera pesara más de media libra carnicera; y también que habían visto otro pedazo del hueso de una canilla, que es cosa admirable contar cuán grande era; lo cual hace testigo haber pasado; porque, sin esto, se ve adonde tuvieron los sitios de los pueblos y los pozos o cisternas que hicieron. Querer afirmar o decir de qué parte o por qué camino vinieron estos, no lo puedo afirmar, porque no lo sé. Este año de 1550 oí yo contar, estando en la ciudad de Los Reyes, que siendo el ilustrísimo don Antonio de Mendoza visorrey y gobernador de la Nueva España, se hallaron ciertos huesos en ella de hombres tan grandes como los destos gigantes, y aún mayores; y sin esto, también he oído antes de agora que en un antiquísimo sepulcro se hallaron en la ciudad de Méjico o en otra parte de aquel reino ciertos huesos de gigantes. Por donde se puede tener, pues tantos lo vieron y lo afirman, que hubo estos gigantes, y aún podrían ser todas unos. En esta punta de Santa Elena (que, como dicho tengo, está en la costa del Perú, en los términos de la ciudad de Puerto Viejo) se ve una cosa muy de notar, y es, que hay ciertos ojos y mineros de alquitrán tan perfecto, que podrían calafetear con ello a todos los navíos que quisiesen, porque mana; y este alquitrán debe ser algún minero que pasa por aquel lugar, el cual sale muy caliente; y destos mineros de alquitrán yo no he visto ninguno en las partes de las Indias que he andado; aunque creo que Gonzalo Hernández de Oviedo, en su primera parte de la Historia natural y general de Indias, da noticia deste y de otros. Mas, como yo no escribo generalmente de las Indias, sino de las particularidades y acaescimientos del Perú, no trato de lo que hay en otras partes, y con esto se concluye en lo tocante a la ciudad de Puerto Viejo.
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Capítulo LIII
De la fundación de la ciudad de Guayaquil, y de la muerte que dieron los naturales a ciertos capitanes de Guaynacapa.
Más adelante, hacia el Poniente, está la ciudad de Guayaquil, y luego que se entra en sus términos los indios son guancavilcas, de los desdentados, que por sacrificio y antigua costumbre y por honra de sus malditos dioses se sacaban los dientes que he dicho atrás, y por haber ya declarado su traje y costumbres, no quiero en este capítulo tornarlo a repetir.
En tiempo de Topainga Yupangue, señor del Cuzco, ya dije cómo después de haber vencido y subjectado las naciones deste reino, en que se mostró capitán excelente y alcanzó grandes vitorias y trofeos deshaciendo las guarniciones de los naturales, porque en ninguna parte parescían otras armas ni gente de guerra, sino la que por su mandado estaba puesta en los lugares que él constituía, mandó a ciertos capitanes suyos que fuesen corriendo de largo la costa y mirasen lo que en ella estaba poblado, y procurasen con toda benevolencia y amistad allegarlo a su servicio; a los cuales sucedió lo que dije atrás, que fueron muertos, sin quedar ninguno con la vida, y no se entendió por entonces en dar el castigo que merescían aquellos que, falseando la paz, habían muerto a los que debajo de su amistad dormían (como dicen) sin cuidado ni recelo de semejante traición; porque el Inga estaba en el Cuzco, y sus gobernadores y delegados tenían harto que hacer en sustentar los términos que cada uno gobernaba. Andando los tiempos, como Guaynacapa sucediese en el señorío, y saliese tan valeroso y valiente capitán como su padre, y aún de más prudencia y vanaglorioso de mandar, con gran celeridad salió del Cuzco acompañado de los más principales orejones de los dos famosos linajes de la ciudad del Cuzco, que habían por nombre los hanancuzcos y orencuzcos, -105- el cual después de haber visitado el solemne templo de Pachacama y las guarniciones que estaban y por su mandado residían en la provincia de Jauja y en la de Caxamalca y otras partes, así de los moradores de la serranía, como de los que vivían en los fructíferos valles de los llanos, llegó a la costa, y en el puerto de Túmbez se había hecho una fortaleza por su mandado, aunque algunos indios dicen ser más antiguo este edificio; y por estar los moradores de la isla de la Puná diferentes con los naturales de Túmbez, les fue fácil de hacer la fortaleza a los capitanes del Inga, que a no haber estas guerrillas y debates locos, pudiera ser que se vieran en trabajo. De manera que puesta en término de acabar, llegó Guaynacapa, el cual mandó edificar el templo del sol junto a la fortaleza de Túmbez, y colocar en él número de más de docientas vírgenes, las más hermosas que se hallaron en la comarca, hijas de los principales de los pueblos. Y en esta fortaleza (que en tiempo que no estaba ruinada fue a lo que dicen, cosa harto de ver) tenía Guaynacapa su capitán o delegado con cantidad de mitimaes y muchos depósitos llenos de cosas preciadas, con copia de mantenimiento para sustentación de los que en ella residían, y para la gente de guerra que por allí pasase. Y aún cuentan que le trujeron un león y un tigre muy fiero, y que mandó los tuviesen muy guardados; las cuales bestias deben ser las que echaron para que despedazasen al capitán Pedro de Candía al tiempo que el gobernador don Francisco Pizarro, con sus trece compañeros (que fueron los descubridores del Perú, como se tratará en la tercera parte desta obra), llegaron a esta tierra. Y en esta fortaleza de Túmbez había gran número de plateros que hacían cántaros de oro y plata con otras muchas maneras de joyas, así para el servicio y ornamento del templo, que ellos tenían por sacrosanto, como para el servicio del mismo Inga, y para chapar las planchas deste metal por las paredes de los templos y palacios. Y las mujeres que estaban dedicadas para el servicio del templo no entendían en más que hilar y tejer ropa finísima de lana, lo cual hacían con mucho primor. Y porque estas -106- materias se escriben bien larga y copiosamente en la segunda parte, que es de lo que pude entender del reinado de los ingas que hubo en el Perú, desde Mangocapa, que fue el primero, hasta Guascar, que derechamente siendo señor, fue el último, no trataré aquí en este capítulo más de lo que conviene para su claridad. Pues luego que Guaynacapa se vio apoderado en la provincia de las guancavilcas, y en la de Túmbez y en lo demás a ello comarcano, envió a mandar a Tumbala, señor de la Puná, que viniese a le hacer reverencia, y después que le hubiese obedescido, le contribuyese con lo que hubiese en su isla. Oído por el señor de la isla de la Puná lo que el Inga mandaba, pesole en gran manera; porque, siendo él señor y habiendo recebido aquella dignidad de sus progenitores, tenía por grave carga, perdiendo la libertad, don tan estimado por todas las naciones del mundo, recibir al extraño por solo y universal señor de su isla, al cual sabía que, no solamente habían de servir con las personas, más permitir que en ella se hiciesen casas fuertes y edificios, y a su costa sustentarlos y proveerlos, y aun darle para su servicio sus hijas y mujeres las más hermosas, que era lo que más sentían. Más, al fin, platicado unos con otros de la calamidad presente, y cuán poca era su potencia para repudiar el poder del Inga, hallaron que sería consejo saludable otorgarle amistad, aunque fuese con fingida paz. Y con esto envió Tumbala mensajeros propios a Guaynacapa con presentes, haciéndole grandes ofrescimientos, persuadiéndole quisiese venir a la isla de la Puná a holgarse en ella algunos días. Lo cual pasado, y Guaynacapa satisfecho de la humildad con que se ofrecían a su servicio, Tumbala, con los más principales de la isla, hicieron sacrificios a sus dioses, pidiendo a los adivinos respuesta de lo que harían para no ser subjetos del que pensaba de todos ser soberano señor. Y cuenta la fama vulgar que enviaron sus mensajeros a muchas partes de la comarca de la Tierra Firme para tentar los ánimos de los naturales della; porque procuraban con sus dichos y persuaciones provocarlos a ira contra Guaynacapa, para que, levantándose y tomadas las armas, -107- eximir de sí el mando y señorío del Inga. Y esto se hacía con una secreta disimulación, que por pocos, fuera de los movedores, era entendida. Y en el ínterin destas pláticas Guaynacapa vino a la isla de la Puná, y en ella fue honradamente recebido y aposentado en los aposentos reales que para él estaban ordenados y hechos de tiempo breve, en los cuales se congregaban los orejones con los de la isla, mostrando todos una amicicia simple y no fingida.
Y como muchos de los de la Tierra Firme deseasen, vivir como vivieron sus antepasados, y siempre el mando extraño y peregrino se tiene por muy grave y pesado, y el natural por muy fácil y ligero, conjuráronse con los de la isla de Puná para matar a todos los que había en su tierra que entraron con el Inga. Y dicen que en este tiempo Guaynacapa mandó a ciertos capitanes suyos que con cantidad de gente de guerra fuesen a visitar ciertos pueblos de la Tierra Firme y a ordenar ciertas cosas que convenían a su servicio, y que mandaron a las naturales de aquella isla que los llevasen en balsas por la mar a desembarcar por un río arriba a parte dispuesta para ir adonde iban encaminados, y que hecho y ordenado por Guaynacapa esto y otras cosas en esta isla, se volvió a Túmbez o a otra parte cerca della, y que salido, luego entraron los orejones, mancebos nobles del Cuzco, con sus capitanes, en las balsas, que muchas y grandes estaban aparejadas, y como fuesen descuidados dentro en el agua, los naturales engañosamente desataban las cuerdas con que iban atados los palos de las balsas, de tal manera que los pobres orejones caían en el agua, adonde con gran crueldad los mataban con las armas secretas que llevaban; y así, matando a unos y ahogando a otros, fueron todos los orejones muertos, sin quedar en las balsas sino algunas mantas, con otras joyas suyas. Hechas estas muertes, los agresores era mucha la alegría que tenían, y en las mismas balsas se saludaban y hablaban tan alegremente, que pensaban que por la hazaña que habían cometido estaba ya el Inga con todas sus reliquias en su poder. Y ellos, -108- gozándose del trofeo y victoria, se aprovechaban de los tesoros y ornamentos de aquella gente del Cuzco; más de otra suerte les sucedió el pensamiento, como iré relatando, a lo que ellos mismos cuentan. Muertos (como es dicho) los orejones que vinieron en las balsas, los matadores con gran celeridad volvieron adonde habían salido para meter de nuevo más gente en ellas. Y como estuviesen descuidados del juego que habían hecho a sus confines, embarcáronse mayor número con sus ropas, armas y ornamentos, y en la parte que mataron a las de antes, mataron a estos, sin que ninguno escapase; porque, si querían salvar las vidas algunos que sabían nadar, eran muertos con crueles y temerosos golpes que les daban, y si se zambullían para ir huyendo de los enemigos a pedir favor a los peces que en el piélago del mar tienen su morada, no les aprovechaba, porque eran tan diestros en el nadar como lo son los mismos peces; porque lo más del tiempo que viven gastan dentro en la mar en sus pesquerías; alcanzábanlos, y allí en el agua los mataban y ahogaban, de manera que la mar estaba llena de la sangre, que era señal de triste espectáculo. Pues luego que fueron muertos los orejones que vinieron en las balsas, los de la Puná con los otros que les habían sido consortes en el negocio se volvieron a su isla. Estas cosas fueron sabidas por el rey Guaynacapa, el cual, como lo supo, recibió (a lo que dicen) grande enojo y mostró mucho sentimiento porque tantos de los suyos y tan principales careciesen de sepulturas (y a la verdad en la mayor parte de las Indias se tiene más cuidado de hacer y adornar la sepultura donde han de meterse después de muertos, que no en aderezar la casa en que han de vivir siendo vivos), y que luego hizo llamamiento de gente, juntando las reliquias que le habían quedado, y con gran voluntad entendió en castigar los bárbaros de tal manera, que, aunque ellos quisieron ponerse en resistencia, no fueron parte ni tampoco de gozar del perdón, porque el delito se tenía por tan grave, que más se entendía en castigarlo con toda severidad que en perdonarlo con clemencia ni humanidad. Y así, fueron muertos con diferentes especies de muertes muchos -109- millares de indios, y empalados y ahogados no pocos de los principales que fueron en el consejo. Después de haber hecho el castigo bien grande y temeroso, Guaynacapa mandó que en sus cantares en tiempos tristes y calamitosos se refiriese la maldad que allí se cometió; lo cual, con otras cosas, recitan ellos en sus lenguas como a manera de endechas. Y luego intentó de mandar hacer por el río de Guayaquil, que es muy grande, una calzada, que cierto, según paresce por algunos pedazos que della se ve, era casa soberbia; más no se acabó ni se hizo por entero lo que él quería; y llámase esto que digo el paso de Guaynacapa. Y hecho este castigo, y mandado que todos obedesciesen a su gobernador, que estaba en la fortaleza de Túmbez, y ordenadas otras cosas, el Inga salió de aquella comarca. Otros pueblos y provincias están en los términos fiesta ciudad de Guayaquil, que no hay que decir dellos más que son de la manera y traje de los ya dichos, y tienen una misma tierra.
Capítulo LIV
De la isla de la Puna y de la Plata, y de la admirable raíz que llaman zarzaparrilla, tan provechosa para todas enfermedades.
La isla de la Puna, que está cerca del puerto de Túmbez, terná de contorno poco más de diez leguas. Fue antiguamente tenida en mucho, porque, demás de ser los moradores della muy grandes contratantes y tener en su isla abasto de las cosas pertenecientes para la humana sustentación, que era causa bastante para ser ricos; eran para entre sus comarcanos tenidos por -110- valientes. Y así, en los siglos pasados tuvieron muy grandes guerras y contiendas con los naturales de Túmbez y con otras comarcas. Y por causas muy livianas se mataban unos a otros, robándose y tomándose las mujeres y hijos. El gran Topainga envió embajadores a los desta isla, pidiéndoles que quisiesen ser sus amigos y confederados; y ellos, por la fama que tenía; y porque habían oído dél grandes cosas, oyeron su embajada, más no le sirvieron ni fueron enteramente sojuzgados hasta el tiempo de Guaynacapa, aunque otros dicen que antes fueron metidos debajo del señorío de los ingas por inga Yupangue, y que se rebelaron. Como quiera que sea, pasó lo que he dicho de los capitanes que mataron, según es público. Son de medianos cuerpos, morenos, andan vestidos con ropas de algodón ellos y sus mujeres, y traen grandes vueltas de chaquira en algunas partes del cuerpo, y ponense algunas piezas de oro para mostrarse galanos.
Tiene esta isla grandes florestas y arboledas, y es muy viciosa de frutas. Dase mucho maíz y yuca y otras raíces gustosas, y asimismo hay en ella muchas aves de todo género, muchos papagayos y guacamayas, y gaticos pintados y monos y zorras, leones y culebras, y otros muchos animales. Cuando los señores se mueren son muy llorados por toda la gente della, así hombres como mujeres, y entiérranlos con gran veneración a su uso, poniendo en la sepultura cosas de las más ricas que él tiene y sus armas, y algunas de sus mujeres de las más hermosas, las cuales, como acostumbran en la mayor parte destas Indias, se meten vivas en las sepulturas para tener compañía a sus maridos. Lloran a los difuntos muchos días arreo, y tresquílanse las mujeres que en su casa quedan, y aun las más cercanas en parentesco; y pónense a tiempos tristes y hácenles sus obsequios. Eran dados a la religión y amigos de cometer algunos vicios. El demonio tenía sobre ellos el poder que sobre los pasados, y ellos con él sus pláticas, las cuales oían por los que estaban señalados para aquel efeto.
Tuvieron sus templos en partes ocultas y escuras, adonde con pinturas horribles tenían las paredes esculpidas. -111- Y delante de sus altares, donde se hacían los sacrificios, mataban algunos animales y algunas aves, y aun también mataban, a lo que se dice, indios esclavos o tomados en tiempo de guerra en otras tierras, y ofrecían la sangre dellos a su maldito diablo.
En otra isla pequeña que confina con esta, la cual llaman de la Plata, tenían en tiempo de sus padres un templo o guaca, adonde también adoraban a sus dioses y hacían sacrificios, y en circuito del templo y junto al adoratorio tenían cantidad de oro y plata y otras cosas ricas de sus ropas de lana y joyas, las cuales en diversos tiempos habían allí ofrecido. También dicen que cometían algunos destos de la Puna el pecado nefando. En este tiempo, por la voluntad de Dios, no son tan malos; y si lo son, no públicamente ni hacen pecados al descubierto, porque hay en la isla clérigo, y tienen ya conocimiento de la ceguedad con que vivieron sus padres y cuán engañosa era su creencia, y cuánto se gana en creer nuestra santa fe católica y tener por Dios a Jesucristo nuestro redentor. Y así, por su gran bondad, permitiéndolo su misericordia, muchos se han vuelto cristianos, y cada día se vuelven más.
Aquí nace una yerba, de que hay mucha en esta isla y en los términos desta ciudad de Guayaquil, la cual llaman zarzaparrilla, porque sale como zarza de su nacimiento, hecha por los pimpollos y más partes de sus ramos unas pequeñas hojas. Las raíces desta yerba son provechosas para muchas enfermedades, y más para el mal de bubas y dolores que causa a los hombres esta pestífera enfermedad; y así, a los que quieren sanar, con meterse en un aposento caliente y que esté abrigado, de manera que la frialdad o aire no dañe al enfermo, con solamente purgarse y comer viandas delicadas y de dieta y beber del agua destas raíces, las cuales cuecen lo que conviene para aquel efecto, y sacada el agua, que sale muy clara y no de mal sabor ni ningún olor, dándola a beber al enfermo algunos días, sin le hacer otro beneficio, purga la maletía del cuerpo de tal manera, que en breve queda más sano que antes estaba, -112- y el cuerpo más enjuto y sin señal ni cosa de las que suelen quedar con otras curas; antes queda en tanta perfección, que parece nunca estuvo malo; y así verdaderamente se han hecho grandes curas en este pueblo de Guayaquil en diversos tiempos. Y muchos que traían las asaduras dañadas y los cuerpos podridos, con solamente beber el agua destas raíces quedaban sanos y de mejor color que antes que estuviesen enfermos. Y otros que venían agravados de las bubas y las traían metidas en el cuerpo y la boca de mal olor, bebiendo esta agua los días convenientes, también sanaban. En fin, muchos fueron hinchados y otros llagados y volvieron a sus casas sanos. Y tengo por cierto que es una de las mejores raíces o yerbas del mundo y la más provechosa, como se ve en muchos que han sanado con ella. En muchas partes de las Indias hay desta zarzaparrilla; pero hállase que no es tan buena ni tan perfecta como la que se cría en la isla de la Puná y en los términos de la ciudad de Guayaquil.
Capítulo LV
De cómo se fundó y pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil, y de algunos pueblos de indios que son a ella subjetos, y otras cosas hasta salir de sus términos.
Para que se entienda la manera como se pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil, será necesario decir algo dello, conforme a la relación que yo pude alcanzar, no embargante que en la tercera parte desta obra se trata más largo en el lugar que se cuenta el descubrimiento de Quito y conquista de aquellas provincias por el capitán Sebastián de Belalcázar, el cual, como tuviese -113- poderes largos del adelantado don Francisco Pizarro, y supiese haber gente en las provincias de Guayaquil, acordó por su persona poblar en la comarca dellas una ciudad. Y así, con los españoles que le pareció llevar, salió de San Miguel, donde a la sazón estaba allegando gente para volver a la conquista del Quito, y entrando en la provincia, luego procuró atraer los naturales a la paz de los españoles y a que conociesen, que habían de tener por señor y rey natural a Su Majestad. Y como los indios ya sabían estar poblado de cristianos San Miguel y Puerto Viejo, y lo mismo Quito, salieron muchos dellos de paz, mostrando holgarse con su venida; y así, el capitán Sebastián de Belalcázar en la parte que le pareció fundó la ciudad, donde estuvo pocos días, porque le convino ir la vuelta de Quito, dejando por alcaide y capitán a un Diego Daza. Y como saliese la provincia, no se tardó mucho cuando los indios comenzaron a entender las importunidades de los españoles y la gran cobdicia que tenían, y la priesa con que les pedían oro y plata y mujeres hermosas. Y estando divididos unos de otros, acordaron los indios, después de lo haber platicado en sus ayuntamientos, de los matar, pues tan fácilmente lo podían hacer; y como lo determinaron lo pusieron por obra, y dieron en los cristianos estando bien descuidados de tal cosa, y mataron a todos las más, que no escaparon sino cinco o seis dellos y su caudillo Diego Daza; los cuales pudieron, aunque con trabajo y gran peligro, llegar a la ciudad del Quito, de donde había salido ya el capitán Belalcázar a hacer el descubrimiento de las provincias que están más llegadas al norte, dejando en su lugar a un capitán que ha por nombre Juan Díaz Hidalgo. Y como se supiese en Quito esta nueva, algunos cristianos volvieron con el mismo Diego Daza y con el capitán Tapia, que quiso hallarse en esta población para entender en ella; y vueltos, tuvieron algunos rencuentros con los indios, porque unos a otros se habían hablado y animado, diciendo que habían de morir por defender sus personas y haciendas. Y aunque los españoles procuraron de los atraer de paz, no podían, por les haber cobrado grande odio y enemistad; -114- la cual mostraron de tal manera, que mataron algunos cristianos y caballos, y los demás se volvieron a Quito. Pasado lo que voy contando, el gobernador don Francisco Pizarro, como lo supo, envió al capitán Zaera a que hiciese esta población; el cual, entrando de nuevo en la provincia, estando entendiendo en hacer el repartimiento del depósito de los pueblos y caciques entre los españoles que con él entraron en aquella conquista, el Gobernador lo envió a llamar a toda priesa para que fuese con la gente que con él estaba al socorro de la ciudad de Los Reyes, porque los indios la tuvieron cercada por algunas partes. Con esta nueva y mando del Gobernador se tornó a despoblar la nueva ciudad. Pasados algunos días, por mandado del mismo adelantado don Francisco Pizarro, tornó a entrar en la provincia el capitán Francisco de Orillana con mayor cantidad de españoles y caballos, y en el mejor sitio y más dispuesto pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil en nombre de Su Majestad, siendo su gobernador y capitán general en el Perú don Francisco Pizarro, año de nuestra reparación de 1537 años. Muchos indios de los guancavilcas sirven a los españoles vecinos desta ciudad de Santiago de Guayaquil; y sin ellos, están en sus comarcas y jurisdicción los pueblos de Yagual, Colonche, Chanduy, Chongon, Daule, Chonana, y otros muchos que no quiero contar porque va poco en ello. Todos están poblados en tierras fértiles de mantenimiento, y todas las frutas que he contado haber en otras partes tienen ellos abundantemente. Y en las concavidades de los árboles se cría mucha miel singular. Hay en los términos desta ciudad grandes campos rasos de campaña, y algunas montañas, florestas y espesuras de grandes arboledas. De las sierras abajan ríos de agua muy buena.
Los indios, con sus mujeres, andan vestidos con sus camisetas y algunos maures para cubrir sus vergüenzas. En las cabezas se ponen unas coronas de cuentas muy menudas, a quien llaman chaquira, y algunas son de plata y otras de cuero de tigre o de león. El vestido que las mujeres usan es ponerse una manta de la cintura abajo, y otra que les cubre hasta los hombros, y traen -115- los cabellos largos. En algunos destos pueblos los caciques y principales se clavan los dientes con puntas de oro. Es fama entre algunos que cuando hacen sus sementeras sacrifican sangre humana y corazones de hombres a quienes ellos reverenciaban por dioses, y que había en cada pueblo indios viejos que hablaban con el demonio. Y cuándo los señores estaban enfermos, para aplacar la ira de sus dioses y pedirles salud hacían otros sacrificios llenos de sus supersticiones, matando hombres, según yo tuve por relación, teniendo por grato sacrificio el que se hacía can sangre humana. Y para hacer estas cosas tenían sus atambores y campanillas y ídolos, algunos figurados a manera de león o de tigre, en que adoraban. Cuando los señores morían, hacían una sepultura redonda con su bóveda, la puerta adonde sale el sol, y en ella le metían, acompañado de mujeres vivas y sus armas y otras cosas, de la manera que acostumbraban todos los más que quedan atrás. Las armas con que pelean estos indios son varas y bastones, que acá llamamos macanas. La mayor parte dellos se ha consumido y acabado. De los que quedan, por la voluntad de Dios se han vuelto cristianos algunos, y poco a poco van olvidando sus costumbres malas y se llegan a nuestra santa fe. Y pareciéndome que basta lo dicho de las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil, volveré al camino real de los ingas, que dejé llegado a los aposentos reales de Tumebamba.
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Capítulo LVI
De los pueblos de indios que hay saliendo de los aposentos de Tumebamba hasta llegar al paraje de la ciudad de Loja, y de la fundación resta ciudad.
Saliendo de Tumebamba por el gran camino hacia la ciudad del Cuzco, se va por toda la provincia de los Cañares hasta llegar a Cañaribamba y a otros aposentos que están más adelante. Por una parte y por otra se ven pueblos desta misma provincia y una montaña que está a la parte de oriente, la vertiente de la cual es poblada y discurre hacía el río del Marañón. Estando fuera de los términos destos indios cañares, se llega a la provincia de los Paltas, en la cual hay unos aposentos que se nombran en este tiempo de las Piedras, porque allí se vieron muchas y muy primas, que los reyes ingas en el tiempo de su reinado habían mandado a sus mayordomos o delegados, por tener por importante esta provincia de los Paltas, se hiciesen estos tambos, los cuales fueron grandes y galanos, y labrada política y muy primamente la cantería con que estaban hechos, y asentados en el nacimiento del río de Túmbez, y junto a ellos muchos depósitos ordinarios, donde echaban los tributos y contribuciones que los naturales eran obligados a dar a su rey y señor, y a sus gobernadores en su nombre.
Hacia el Poniente tiestos aposentos está la ciudad de Puerto Viejo; al oriente están las provincias de los bracamoros, en las cuales hay grandes regiones y muchos ríos, y algunos muy crecidos y poderosos. Y se tiene grande esperanza que andando veinte o treinta jornadas hallarán tierra fértil y muy rica; y hay grandes montañas, y algunas muy espantables y temerosas. Los indios andan desnudos, y no son de tanta razón como los del Perú, ni fueron subjetados por los reyes ingas, ni tienen la policía que éstos, ni en sus juntas se guarda orden ni la tuvieron más que los indios subjetos a la -117- ciudad de Antiocha y a la villa de Arma, y a los más de la gobernación de Popayán; porque estos que están en estas provincias de los bracamoros les imitan en las más de las costumbres, y en tener casi unos mismos afectos naturales como ellas; afirman que son muy valientes y guerreros. Y aun los mismos orejones del Cuzco confiesan que Guaynacapa volvió huyendo de la furia dellos.
El capitán Pedro de Vergara anduvo algunos años descubriendo y conquistando en aquella región, y pobló en cierta parte della. Y con las alteraciones que hubo en el Perú, no se acabó de hacer enteramente el descubrimiento; antes salieron por dos o tres veces los españoles que en él andaban para seguir las guerras civiles. Después el presidentes Pedro de la Gasca tornó a enviar a este descubrimiento al capitán Diego Palomino, vecino de la ciudad de San Miguel. Y aún estando yo en la ciudad de Los Reyes vinieron ciertos conquistadores a dar cuenta al dicho presidente y oidores de lo que por ellos había sido hecho. Y como es muy curioso el doctor Bravo de Saravia, oidor de aquella Real Audiencia, le estaban dando cuenta en particular de lo que habían descubierto. Y verdaderamente, metiendo por aquella parte buena copia de gente, el capitán que descubriere al occidente dará en próspera tierra y muy rica, a lo que yo alcancé, por la gran noticia que tengo dello. Y no embargante que a mí me conste haber poblado el capitán Diego Palomino, por no saber la certidumbre de aquella población ni los nombres de los pueblos, dejaré de decir lo que de las demás se cuenta, aunque basta lo apuntado para que se entienda lo que puede ser. De la provincia de los Cañares a la ciudad de Loja (que es la que también nombran la Zarza) ponen diez y siete leguas; el camino todo fragoso y con algunos cenagales. Está entremedias la población de los Paltas, como tengo dicho.
Luego que parten del aposento de las Piedras comienza una montaña no muy grande, aunque muy fría, que dura poco más de diez leguas, al fin de la cual está otro -118- aposento; que tiene por nombre Tambo Blanco; de donde el camino real va a dar al río llamado Catamayo.
A la mano diestra, cerca deste mismo río, está asentada la ciudad de Loja, la cual fundó el capitán Alonso de Mercadillo en nombre de Su Majestad, año del Señor de 1546 años.
A una parte y a otra de donde está fundada esta ciudad de Loja hay muchas y muy grandes poblaciones, y los naturales dellos casi guardan y tienen las mismas costumbres que usan sus comarcanos; y para ser conocidos tienen sus llautos o ligaduras en las cabezas. Usaban de sacrificios como los demás, adorando por dios al sol y a otras cosas más comunes; cuanto al Hacedor de todo lo criado, tenían lo que he dicho tener otros; y en lo que toca a la inmortalidad del ánima, todos en tienden que en lo interior del hombre hay más que cuerpo mortal. Muertos los principales, engañados por el demonio como los demás destos indios, los ponen en sepulturas grandes, acompañados de mujeres vivas y de sus cosas preciadas.
Y aún hasta los indios pobres tuvieron gran diligencia en adornar sus sepulturas; pero ya, como algunos entiendan lo poco que aprovecha usar de sus vanidades antiguas, no conscienten matar mujeres para echarlas con los que mueren en ellas, ni derraman sangre humana, ni son tan curiosos en esto de las sepulturas; antes, riéndose de los que lo hacen, aborrecen lo que primero sus mayores tuvieron en tanto; de donde ha venido que, no tan solamente no curan de gastar el tiempo en hacer estos solemnes sepulcros, más antes, sintiéndose vecinos a la muerte mandan que los entierren, como a los cristianos, en sepulturas pobres y pequeñas; esto guardan agora los que, lavados con la santísima agua del baptismo, merecen llamarse siervos de Dios y ser tenidos por ovejas de su pasto; muchos millares de indios viejos hay que son tan malos agora como lo fueron antes, y lo serán hasta que Dios por su bondad y misericordia los traiga a verdadero conocimiento de su ley; y estos, en -119- lugares ocultos y desviados de las poblaciones y caminos que los cristianos usan y andan; y en altos cerros o entre algunas rocas de nieves, mandan poner sus cuerpos envueltos en cosas ricas y mantas grandes pintadas, con todo el oro que poseyeron; y estando sus ánimas en las tinieblas, los lloran muchos días, consintiendo los que dello tienen cargo que se maten algunas mujeres, para que vayan a les tener compañía, con muchas cosas de comer y de beber. Toda la mayor parte de los pueblos subjetos a esta ciudad fueron señoreados por los ingas, señores antiguos del Perú; los cuales (como en muchas partes desta historia tengo dicho) tuvieron su asiento y corte en el Cuzco, ciudad ilustrada por ellos, y que siempre fue cabeza de todas las provincias, y no embargante que muchos destas naturales fuesen de poca razón, mediante la comunicación que tuvieron con ellos, se apartaron de muchas cosas que tenían de rústicos, y se llegaron a alguna más policía. El temple destas provincias es bueno y sano; en los valles y riberas de ríos es más templado que en la serranía; lo poblado de las sierras es también buena tierra, más fría que caliente, aunque los desiertos y montañas y rocas nevadas lo son en extremo. Hay muchos guanacos y vicuñas, que son de la forma de sus ovejas, y muchas perdices, unas pocas menores que gallinas y otras mayores que tórtolas. En los valles y llanadas de riberas de ríos hay grandes florestas y muchas arboledas de frutas de las de la tierra, y los españoles en este tiempo han ya plantado algunas parras y higueras, naranjos y otros árboles de los de España. Críanse en los términos desta ciudad de Loja muchas manadas de puercos de la casta de los de España, y grandes hatos de cabras y otros ganados, porque tienen buenos pastos y muchas aguas de los ríos que por todas partes corren, los cuales abajan de las sierras, y son las aguas dellos muy delgadas; tienese esperanza de haber en los términos desta ciudad ricas minas de plata y de oro, en este tiempo se han ya descubierto en algunas partes; y los indios, como ya están seguros de los combates de la guerra, y con la paz sean señores de sus personas y haciendas, crían muchas gallinas de las -120- de España y capones, palomas y otras cosas de las que han podido haber. Legumbres se crían bien en esta nueva ciudad y en sus términos. Los naturales de las provincias subjetas a ella unos son de mediano cuerpo y otros no; todos andan vestidos con sus camisetas y mantas, y sus mujeres lo mismo. Adelante de la montaña, en lo interior della, afirman los naturales haber gran poblado y algunos ríos grandes, y la gente rica, de oro, no embargante que andan desnudos ellos y sus mujeres, porque la tierra debe ser más cálida que la del Perú, y porque los ingas no los señorearon. El capitán Alonso de Mercadillo, con copia de españoles, salió en este año de 1550 a ver esta noticia, que se tiene por grande. El sitio de la ciudad es el mejor y más conveniente que se lo pudo dar, para estar en comarca de la provincia. Los repartimientos de indios que tienen los vecinos della, los tenían primero por encomienda los que lo eran de Quito y San Miguel; y porque los españoles que caminaban por el camino real para ir al Quito y a otras partes corrían riesgo de los indios de Carrochamba y de Chaparra, se fundó esta ciudad, como ya está dicho; la cual, no embargante que la mandó poblar Gonzalo Pizarro en tiempo que andaba envuelto en su rebelión, el presidente Pedro de la Gasca, mirando que al servicio de majestad convenía que la ciudad ya dicha no se despoblase, aprobó su fundación, confirmando la encomienda a los que estaban señalados por vecinos y a los que, después de justiciado Gonzalo Pizarro, él dio indios. Y pareciéndome que basta lo ya contado desta ciudad, pasando adelante, trataré de las demás del reino.
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Capítulo LXIV
Cómo Guayna Capac entró por Bracamoros y volvió huyendo, y lo que más le sucedió hasta que llego a Quito.
Público es entre muchos naturales de estas partes que Guayna Capac entró por la tierra que llamamos Bracamoros, y que volvió huyendo de la furia de los hombres que en ella moran; los cuales se habían acaudillado y juntado para defender a quien los fuese a enojar; y sin los orejones del Cuzco, cuenta esto el señor de Chincha, y algunos principales del Collao y los de Xauxa. Y dicen todos, que yendo Guayna Capac acabando de asentar aquellas tierras por donde su padre pasó y que había sojuzgado, supo de cómo en los Bracamoros había muchos hombres y mujeres que tenían tierras fértiles, y que bien adentro de la tierra había una laguna y muchos ríos, llenos de grandes poblaciones. Cobdicioso de descubrir y ganoso de señorear, tomando la gente que le paresció, con poco bagaje, mandó caminar para allá, dejando el campo alojado por los tambos reales, y encomendado a su capitán general. Entrando en la tierra, iban abriendo3 el camino con asaz trabajo, porque pasada la cordillera de los promontorios nevados, dieron en la montaña de los Andes y hallaron ríos furiosos que pasar, y caían muchas aguas del cielo. Todo no fue parte para que el Inca dejase de llegar a donde los naturales por muchas partes puestos en sus fuertes le estaban aguardando, desde donde le mostraban sus vergüenzas, afeándole su venida; y comenzaron la guerra unos y otros, y tantos de los bárbaros se juntaron, los más desnudos sin traer ropas, a lo que se afirmaba, que el Inga determinó de se retirar, y lo hizo sin ganar nada en aquella tierra. Y los naturales que lo sintieron, le dieron tal priesa, que a paso largo, a veces haciendo rostro, a veces enviando presentes, se descabulló dellos y volvió huyendo a su reino, afirmando que se había de -122- vengar de los rabudos; lo cual decía, porque algunos traían las maures4largas que les colgaban por encima de las piernas.
Desde estas tierras, donde ya había reformado, se afirma también que envió capitanes con gente la que bastó, a que viesen la costa de la mar lo que había a la parte del norte, y que procurasen de atraer a su servicio los naturales del Guayaquil y Puerto Viejo; y que estos anduvieron por aquellas comarcas, en las cuales tuvieron guerra y algunas batallas, y en unos casos quedaban vencedores, y en otros no del todo; y ansí anduvieron hasta Collique, donde toparon con gentes que andaban desnudas y comían carne humana, y tenían las costumbres que hay tienen y usan los comarcanos al río de Sant Juan; de donde dieron la vuelta, sin querer pasar adelante, a dar aviso a su rey, que con toda su gente había llegado a los Cañares; a donde se holgó en extremo, porque dicen nacer5 allí, y que halló hechos grandes aposentos y tambos, y, mucho proveimiento, y envió embajadas a que le viniesen a ver de las comarcas; y de muchos lugares, le vinieron embajadores con presentes.
Tengo entendido que, por cierto alboroto que intentaron ciertos pueblos de la comarca del Cuzco, lo sintió tanto, que, después de haber quitado las cabezas a los principales, mandó expresamente que los indios de aquellos lugares trajiesen de las piedras del Cuzco la cantidad que señaló para hacer en Tomebamba unos aposentos de mucho primor, y que con maromas las trujiesen; y se cumplió su mandamiento. Y decía muchas veces Guayna Capac, que las gentes destos reinos, para tenellos bien sojuzgados, convenía, cuando no tuviesen que hacer ni que entender, hacerles pasar un monte de un lugar a otro; y aun del Cuzco mandó llevar piedras y losas para edificios del Quito, que hoy día tienen en los edificios que las pusieron.
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De Tomebamba salió Guayna Capac y pasó por los Puruaes, y descansó algunos días en Riobamba, y en Mocha y en La Tacunga descansaron sus gentes y tuvieron bien que beber del mucho brebaje que para ellos estaba aparejado y recogido de todas partes. Aquí fue saludado y visitado de muchos señores y capitanes de la comarca, y envió orejones fue el de su linaje6 a que fuesen por la costa de Los Llanos y por la serranía a tomar cuenta de los quiposcamayos, que son sus contadores, de lo que había en los depósitos, y a que supiesen cómo se habían con los naturales los quel tenía puestos por gobernadores, y si eran bien proveídos los templos del sol y los oráculos y guacas que había en todo lugar; y al Cuzco envió sus mensajero para que ordenasen las cosas que dejaba mandase y en todo se cumpliese su voluntad. Y no había día que no le venían correos, no uno ni pocos, sino muchos, del Cuzco, del Collao, de Chile y de todo su reino.
De La Tacunga anduvo hasta que allegó a Quito, donde fue recebido, a su modo y usanza, con grandes fiestas, y le entregó el Gobernador de su padre los tesoros, que eran muchos, con la ropa fina y cosas más que a su cargo eran; y honrole con palabras, loando su fidelidad, llamándole padre y que siempre le estimaría conforme a lo mucho que a su padre y a él había servido. Los pueblos comarcanos a Quito enviaron muchos presentes y bastimento para el rey, y mandó que en el Quito se hiciesen más aposentos y más fuertes de los que había; y púsose luego por obra, y fueron hechos los que los nuestros hallaron cuando aquella tierra ganaron.
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Capítulo LXV
De cómo Guayna Capac anduvo por los valles de Los Llanos, y lo que hizo.
Unos de los orejones afirman, que Guayna Capac desde el Quito volvió al Cuzco por Los Llanos hasta Pachacama, y otros que no, pues quedó en el Quito hasta que murió. En esto, inquerido lo que es más cierto, lo porné conforme a como lo oí a algunos principales que se hallaron por sus personas con él en esta guerra; que dicen, que estando en el Quito, le vinieron de muchas partes embajadores a congratularse con él en nombre de sus tierras; que teniendo y habiendo tomado (de) seguro y por muy pacífico (modo) a las provincias de la serranía, pensó que sería bien hacer jornada a las provincias de Puerto Viejo y a lo que llamamos Guayaquil, y a los Yuncas, y tomando su consejo con sus capitanes y principales, aprobaron su pensamiento y aconsejaron que lo pusiera por obra. Quedaron en el Quito muchas de sus gentes; con la que convino salió, y entró por aquellas tierras; en donde tuvo con algunos moradores dellas algunas refriegas; pero, al fin, unos y otros quedaron en su servicio y puestos en ellas gobernadores y mitimaes.
La Puna tenía recia guerra con Túmbez, y el Inca había mandado cesar las contiendas y que le recebiesen en la Puna, lo cual Tumbalá sintió mucho, porque era señor della; mas, no se atrevió a ponerse contra el Inca, antes lo recebió y hizo presentes con fingida paz; porque, como salió, procurándolo con los naturales de la tierra firme, trataron de matar muchos orejones con sus capitanes que con unas balsas iban a salir a un río para tomar la tierra firme; más Guayna Capac lo supo y sobre ello hizo lo que yo tengo escripto en la primera parte en el capítulo LIII; y hecho gran castigo, y mandando hacer la calzada, o paso fuerte que llaman de -125- Guayna Capac7, volvió y paró en Túmbez, donde estaban hechos edificios y templo del sol; y vinieron de las comarcas a le hacer reverencia con mucha humildad. Fue por los valles de Los Llanos poniéndolos en razón, repartiéndoles los términos y aguas, mandándoles que no se diesen guerra, y haciendo lo que en otros lugares se ha escripto. Y dicen dél, que yendo por el hermoso valle de Chayanta, cerca de Chimo, que es donde agora está la ciudad de Trujillo, estaba un indio viejo en una sementera, y como oyó que pasaba el rey por allí cerca, que cogió tres o cuatro pepinos que con su tierra y todo se los llevó, y le dijo: -«Ancha Atunapu micucampa»; que quiere decir: «Muy gran Señor, come tú esto».- Y que delante de los señores y más gente, tomó los pepinos, y comiendo de uno de ellos, dijo delante de todos, por agradar al viejo: «Xuylluy, ancha mizqui cay»; que en nuestra lengua quiere decir: «En verdad que es muy dulce esto». De que todos recibieron grandísimo placer.
Pues pasando adelante, hizo en Chimo y en Guañape, Guarmey, Guaura, Lima y en los más valles, lo quél era servido que hiciesen; y como llegase, a Pachacama; hizo grandes fiestas y muchos bailes y borracheras; y los sacerdotes, con sus mentiras, le decían las maldades que solían, inventadas con su astucia, aún algunas por boca del mesmo demonio, que en aquellos tiempos es público hablaba a éstos tales; y Guayna Capac, les dio, a lo que dicen, más de cient arrobas de oro y mill de plata y otras joyas y esmeraldas, con que se adornó más de lo que estaba el templo del sol y el antiguo de Pachacama.
De aquí, dicen algunos de los indios que subió al Cuzco, otros que volvió ál Quito. En fin, sea desta vez, o que haya sido primero, que va poco, él visitó todos Los Llanos, y para él se hizo el gran camino que por ellos vemos hecho, y ansí, sabemos que en Chincha y -126- en otras partes destos valles, hizo grandes aposentos y depósitos y templo del sol. Y puesto todo en razón, lo de Los Llanos y lo de la sierra, y teniendo todo el reino pacífico, revolvió sobre el Quito y movió la guerra a los padres de los que agora llaman Huambracunas8 y descubrió a la parte del sur hasta el río de Angasmayu.
Capítulo LXVI
De cómo saliendo Guayna Capac de Quito, envió delante ciertos capitanes suyos, los cuales volvieron huyendo de los enemigos, y lo que sobre ello hizo.
Estando en Quito Guayna Capac con todos los capitanes y soldados viejos que con él estaban, cuentan por muy averiguado, que mandó que saliesen de sus capitanes con gente de guerra a sojuzgar ciertas naciones que no habían querido jamás tener su amistad; los cuales como ya supiesen su estado en el Quito, recelándose dello, se habían apercibido y buscada favores de sus vecinos y parientes para resistir a quien a buscarlos viniese; y tenían hechos fuertes y albarradas e muchas armas de las que ellos usan; y como salieron, Guayna Capac fue tras ellos para revolver a otra tierra que confinaba con ella, que toda debía de ser la comarca de lo que llamamos Quito; y como sus capitanes y gentes salieron a donde iban encaminados, teniendo en poco a los que iban a buscar, creyendo que con facilidad serían señores de sus campos y haciendas, se daban prisa andar; mas, de otra suerte les avino de lo que pensaban; porque al camino les salieron con grande vocería y alarido y dieran de tropel en ellas con tal denuedo, que mataron y cautivaron -127- muchos dellos, y así los trataron, que los desbarataron de todo punto y les constriñeron volver las espaldas, y a toda furia dieron la vuelta huyendo, y los enemigos vencedores tras ellos, matando y prendiendo todos los que podían.
Algunos de los más sueltos anduvieron mucho en gran manera, hasta que toparon con el Inca, a quien solamente dieron cuenta de la desgracia sucedida, que no poco le fatigó, y mirándolo discretamente, hizo un hecho de gran varón, que fue, mandar a los que se habían venido que callasen y a ninguna persona contasen lo que ya él sabia, antes volviesen al camino y avisasen a todos los que venían desbaratados, que hiciesen en el primero cerro que topasen, cuando a él viesen, un escuadrón, sin temor de morir a el que la suerte les cayere; porque él, con gente de refresco daría en los enemigos y los vengaría; y con esto se volvieron. Y no mostró turbación, porque consideró que si en el lugar quel estaba sabían la nueva, todos se juntarían y darían en él, y se vería en mayor aprieto; y con disimulación les dijo que se aparejasen, que quería ir a dar en cierta gente que verían cuando a ella llegasen. Y dejando las andas adelante de todos salió y caminó día y medio, y los que venían huyendo, que eran muchos, (como) vieron la gente que venía, que era suya, a mal de su grado pararon en una ladera, y los enemigos que los venían siguiendo, comenzaron de dar en ellos, y mataron muchos; más Guayna Capac, por tres partes dio en ellos, que no poco se turbaron de verse cercados, y de los que ya ellos tenían vencidos, aunque procuraron de se juntar y pelear, tal mano les dieron, que los campos se hinchían de los muertos, y queriendo huir, les tenía tomado el paso; y mataron tantos, que pocos se escaparon vivos, si no fueron los cautivos, que fueron muchos; y por donde venían estaba todo alterada, creyendo que al mismo Inca habían de matar y desbaratar los que ya por él eran muertos y presos. Y como se supo el fin dello, asentaron al pie del llano, mostrando todos gran placer.
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Guayna Capac recobró los suyos que eran vivos, y a los que eran muertos mandó hacer sepolturas y sus honras, conforme a su gentilidad, porque ellos todos conocen que hay en las ánimas inmortalidad; y también se hicieron, en donde esta batalla se dio, bultos de piedra y padrones9 para memoria de lo que se había hecho; y Guayna Capac envió aviso de todo esto hasta el Cuzco, y se reformó su gente, y fue adelante de Caranque.
Y los de Otavalo, Cayanbi, Cochasqui, Pifo10, con otros pueblos, habían hecho liga todos juntos y con otros muchos, de no dejarse sojuzgar del Inca, sino antes morir que perder su libertad y que en sus tierras se hiciesen casas fuertes, ni ellos ser obligados de tributar con sus presentes ir al Cuzco, tierra tan lejos como habían oído. Y hablado entre ellos esto, y tenido sus consideraciones, aguardaron al Inca, que sabían que venía a les dar guerra; el cual con los suyos anduvo hasta la comarca destos, donde mandó hacer sus albarradas y cercas fuertes, que llaman pucaraes, donde mandó meter su gente y servicio. Envió mensajeros a aquellas gentes con grandes presentes, rogándoles que no le diesen guerra, porque él no quería sino paz con condiciones honestas, y que en él siempre hallarían favor, como su padre, y que no quería tomalles nada, sino dalles de lo que traía. Más estas palabras tan blandas aprovecharon poco, porque la respuesta que le dieron fue, que luego de su tierra saliese, donde no, que por fuerza le echaban della; y así, en escuadrones vinieron para el Inca, que muy enojado, había puesto su gente en campaña; y dieron los enemigos en él de tal manera, que se afirma, sino fuera por la fortaleza que para se guarescer se había hecho, lo llevaran y de todo punto lo rompieran; mas, conociendo el daño que recebía, se retiró lo mejor que -129- pudo al pucará, donde todos se metieron los que en el campo no quedaron muertos, o, en poder de los enemigos, presos.
Capítulo LXVII
Cómo, juntando todo el poder de Guayna Capac, dio batalla a los enemigos y los venció y de la gran crueldad que uso con ellos.
Como aquellas gentes vieron como habían bastado a encerrar al Inca en su fuerza, y que habían muerto a muchos de los orejones del Cuzco, muy alegres, hacían muy gran ruido con sus propias voces, tanto, que ellos mismos no se oían; y traídos atabales, cantaban y bebían enviando mensajeros por toda la tierra, publicando que tenían al Inca cercado con todos los suyos; y muchos lo creyeron y se alegraron y aún vinieron a favorescer a sus amigos.
Guayna Capad tenía en su fuerte bastimentos, y había enviado a llamar a los gobernadores de Quito con parte de la gente que a su cargo tenían, y estaba con mucha saña, porque los enemigos no querían dejar las armas; a los cuales muchas veces intentó, con embajadas que les envió y dones y presentes, atraerlos a sí; mas, era en vano pensar tal cosa. El Inca engrosó su ejército, y los enemigos hecho lo mesmo, los cuales determinadamente acordaron de dar en el Inca y desbaratarlo, o morir sobre el caso en el campo; y así lo pusieron por obra, y rompieron dos cercas de la fortaleza, que a no haber otras que iban rodeando un cerro, sin duda por ellos quedara la victoria; mas, como su usanza es hacer un cercado con dos puertas, y más alto otro tanto, y así -130- hacer en un cerro siete u ocho fuerzas, para si la una perdieren, subirse a la otra, el Inca con su gente se guaresció en la más fuerte del cerro, donde, al cabo de algunos días, salió y dio en los enemigos con gran coraje.
Y afirman, que llegados sus capitanes y gente, les hizo la guerra, la cual fue cruel, y estuvo la victoria dudosa; mas, al fin, los del Cuzco se dieron tal maña, que mataron, gran número de los enemigos, y los que quedaron fueron huyendo. Y tan enojado estaba dellos el rey tirano, que de enojo, porque se pusieron en arma, porque querían defender su tierra sin reconocer subjeción, mandó a todos los suyos que buscasen todos los más que pudiesen ser habidos; y con gran diligencia los buscaron y prendieron a todos, que pocos se pudieron dellos descabullir; y junto a una laguna, que allí estaba, en su presencia, mandó que los degollasen y echasen dentro; y tanta fue la sangre de los muchos que mataron, que el agua perdió su color, y no (se) veía otra cosa que espesura de sangre. Hecha esta crueldad y gran maldad, mandó Guayna Capac parecer delante de sí a los hijos de los muertos, y mirándoles, dijo: «Campa mana, pucula tucuy huambracuna»11. Que quiere decir: «Vosotros no me haréis guerra, porque sois todos muchachos agora». Y desde entonces se les quedó por nombre hasta hoy a esta gente los «Guambracunas»12, y fueron muy valientes; y a la laguna le quedó por nombre el que hoy tiene, que es «Yahuarcocha», que quiere decir «lago de sangre». Y en los pueblos destos «Guambracunas» se pusieron mitimaes y gobernadores como en las más partes.
Y después de se haber reformado el campo, el Inca pasó adelante hacia la parte del Sur, con gran reputación con la victoria pasada, y anduvo descubriendo hasta el río de Angasmayo, que fueron los límites de su imperio. Y supo de los naturales cómo adelante había muchas gentes, y que todos andaban desnudos sin ninguna vergüenza, y que, todos comían carne humana, todos en general, y hacían algunas fuerzas en la comarca de los Pastos; y mandó a los principales que le tributasen, y -131- dijeron que no tenían que le dar, y por los componer, mandó que cada casa de la tierra fuese obligada a le dar tributo, a cada tantas lunas, de un canuto de piojos algo grande. Al principio, riéronse del mandamiento; mas, después, por muchos quellos tenían, no podían henchir tantos canutos. Criaron con el ganado que el Inca les mandó dejar, y tributaban de lo que se multiplicaba, y de la comida y raíces que hay en sus tierras. Y por algunas causas que para ello tuvo, Guayna Capa volvió al Quito, y mandó que en Caranqui estuviese templo del sol y guarnición de gente con mitimaes y capitán general con su Gobernador, para frontera de aquellas tierras y para guarda dellas.
Capítulo LXVIII
De cómo el rey Guayna volvió a Quito, y de cómo supo de los españoles que andaban por la costa, y de su muerte.
En este mesmo año andaba Francisco Pizarro con trece cristianos por esta costa13, y había dellos ido al, Quito aviso a Guayna Capac, a quien contaron el traje que traían, y la manera del navío, y cómo eran barbados y blancos y hablaban poco y no eran tan amigos de beber como ellos, y otras cosas de las que ellos pudieron. -132- saber. Y cudicioso de ver tal gente; dicen que mandó con brevedad le trujiesen uno de dos que decían haber quedado de aquellos hombres, porque las demás eran ya vueltos con su capitán a la Gorgona, donde habían dejado ciertos españoles con los indios e indias que tenían, como en su lugar contaremos14.Y dicen unos destos indios, que después de idos, a estos dos, que los mataron, de que recebió mucho enojo Guayna Capac. Otros cuentan que soñó que los traían, y como supieron en el camino su muerte15, los mataron. Sin esto, dicen otros que ellos se murieron. Lo que tenemos por más cierto es, que los mataron los indios dende a poco que ellos en su tierra quedaron16.
Pues estando Guayna Capac en el Quito grandes compañas de gente que tenía, y los demás señores de su tierra viéndose tan poderoso, pues mandaba desde el ría de Angasmayo al de Maule, que hay más de mill y doscientas leguas, y estando tan crecido en riquezas, que afirman que habían hecho traer a Quito más de quinientas cargas de oro, y más de mill de plata, y mucha pedrería y ropa fina, siendo temido de todos los suyos, porque no se le osaban desmandar, cuando luego hacía justicia; cuentan que vino una gran pestilencia de viruelas tan contagiosas, que murieron más de doscientas mill ánimas en todas las comarcas, parque fue general; y dándole a él el mal, no fue parte todo lo dicho para librarlo de la muerte, porquel gran Dios no era dello servido. Y como se sintió tocado de la enfermedad, mandó se hiciesen grandes sacrificios por su salud en toda la tierra, y por todas las guacas y templos del sol; mas yéndole agraviando, llamó a sus capitanes y parientes, y les habló algunas cosas, entre las cuales les dijo, -133- a lo que algunos dellos dicen, que él sabia que la gente que habían visto en el navío, volvería con potencia grande y que ganaría la tierra. Esto podría ser fábula, y si lo dijo, que fuese por boca del demonio, como quien sabía que los españoles iban para procurar de volver a señorear. Dicen otros destos mismos, que conociendo la gran tierra que había en los Quillacingas17 y Popayaneses, y que era mucho mandarlo uno, y que dijo que desde Quito para aquellas partes fuese de Atahuallpa, su hijo, a quien quería mucho, porque había andado con él siempre en la guerra; y que lo demás mandó que señorease y gobernase Guascar, único heredero del imperio. Otras indios dicen que no dividió el reina, antes dicen que dijo a los que estaban presentes, que bien sabían cómo se habían holgado que fuese Señor, después de sus días, su hijo Guascar, y de Chincha18 Ocllo, su hermana, con quien todos los del Cuzco mostraban contento; y puesto que si él tenía otros hijos de gran valor, entre los cuales estaban Manque Yupanqui, Tupac Inca, Guanca Auqui, Tupac Gualpa, Titu19, Guaman Gualpa, Manco Inca, Guascar, Cusi Hualpa20, Paullu Tupac21 Yupanqui, Conono, Atahuallpa, quiso no dalles nada de lo mucho que dejaba, sino que todo lo heredase del, como él lo heredó de su padre, y confiaba mucho guardaría su palabra, y que cumpliría lo que su corazón quería, aunque era muchacho; y que les rogó lo amasen y mirasen como era justo, y que hasta que no tuviese edad perfecta y gobernase, fuese su ayo, Colla Tupac22, su tío. Y como esto hobo dicho, murió.
Y luego que fue muerto Guayna Capac, fueron tan grandes los lloros, que ponían los alaridos que daban en las nubes, y hacían caer las aves aturdidas de lo muy alto hasta el suelo. Y por todas partes se divulgó la nueva, -134- y no había parte ninguna donde no se hiciese sentimiento notable. En Quito lo lloraron, a lo que dicen, diez días arreo; y dende allí lo llevaron a los Cañares, donde le lloraron una luna entera; y fueron acompañando el cuerpo muchos señores principales hasta el Cuzco, saliendo por los caminos los hombres y mujeres llorando y dando aullidos. En el Cuzco se hicieron más lloros, y fueron hechos sacrificios en los templos, y aderezaron de le enterrar conforme a su costumbre, creyendo que su ánima estaba en el cielo. Mataron, para meter con él en su sepoltura y en otras, más de cuatro mill ánimas, entre mujeres y pajes, y otros criados, tesoros, pedrería, y fina ropa. De creer es que sería suma grande la que pornían con él. No dicen en dónde ni cómo está enterrado, más de que concuerdan que su sepoltura se hizo en el Cuzco. Algunos indios me dijeron a mí que lo enterraron en el río de Angasmayo, sacándolo de su natural para hacer la sepoltura; mas no lo creo, y lo que dicen de que se enterró en el Cuzco, sí23.
De las cosas deste rey dicen tanto los indios, que no es nada lo que yo escribo ni cuento; y cierto, creo que dél y de sus padres y abuelos se dejan tantas cosas de escrebir, por no los alcanzar por entero, que fuera otro compendio mayor que el que se ha hecho».
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Del Señorío de los Incas
Tercera parte de la Crónica del Perú de Pedro de Cieza de León
Libro 2.º M.S.
-[138]- -139-
Capítulo I
Del descubrimiento del Perú.
No dejé cuando la pluma tomé, para contar a los hombres que hoy son y serán la conquista y descubrimiento que los nuestros españoles hicieron en el Perú, cuando lo ganaron e considerar que trataba de la más alta materia de que en el Universo se pudiera escribir, de cosas profanas, quiero decir, porque dónde vieron hombres lo que hoy ven, que en cient flotas cargadas de metal de oro y plata como si fuera hierro ni donde se vio ni leyó que tanta riqueza saliese de un reino tanta y tan grande, que no solamente está España llena destos tesoros y sus ciudades pobladas con hombres, digo muchos peruleros ricos que de acá han ido, más han encarecido el reino con el mucho dinero, que han llevado -140- tanto cuanto saben los que lo consideraren; y no solamente España, recibió esta carestía, más toda Europa se mudó del ser primero, y las mercadurías y todos tratos tienen otros precios que no tuvieron; tanto ha subido en España que si va como ha ido, no sé adonde se subirán los precios de las cosas, ni como los hombres podrán vivir (claro) de tierra para pasar la vida humana tan gruesa, tan harta, tan abundante, que en todo lugar que no hay nieve ni monte, no se puede mejorar, como algo dello apunté en la primera parte, que hobiere Dios permitido que tantos años y por tan largos tiempos estuviere cosa tan grande oculta al mundo y no conocida de los hombres, y hallada, descubierta y ganada en tiempo del Emperador don Carlos, que tanta necesidad de su ayuda ha tenido por las guerras que se le han ofrecido en germanía contra los luteranos y en otras jornadas importantísimas; porque cierto tengo para mí todo este orbe de Indias que tan grande es, ha sido descubierto en tiempos de mucha riqueza; más si se quisieren tomar por los oficiales reales trabajo de ver por los quintos lo que sumaba, montaría solo el tesoro que del Perú ha ido más que todo esotro junto, y no poco más, sino mucho en España ochocientos y veintidós años antes del nascimiento de Xpo que se encendieron los montes Perineos, que los fimas (¿fenicios?) y los de Macilla (¿Marisilia?) llevaron muchas naves cargadas de plata y oro; y en el Andalucía, después desto hobo mucho metal de plata, y sabemos que en Churabon en tiempo (claro) hobo tanta plata que no se tenía en cuenta; y cuando Salomón enriqueció el templo con vasos y riquezas, fue mucho lo que en ello se gastaba; y sin todo esto sabemos que en el Levante hay tierras ricas de oro y plata; más ni una cosa destas se puede igualar ni comparar con la del Perú, porque contado lo que hubo en Caxamalca cuando el rescate de Atabalipa y lo que después se repartió en Xauxa y en el Cuzco y lo que más se hubo en el reino es tan gran suma que yo, aunque pudiera, no lo oso afirmar; pero si con ello quisiera edificar otro templo se hiciera que fuera de más riquezas que el del Cuzco ni ninguno de cuantos en el mundo (¿han sido?). Ansí y todo es -141- nada lo que del Perú se ha sacado, para lo mucho que en la tierra está perdido enterrado en sopolturas de reyes y de caciques en los templos. Así lo conocían los mismos indios y lo confiesan. Pues después de todo esto que sé sacaron de Guailas, de Porco, de Caruaya, de Chile, de los Cañares, ¿quién contará el oro que destos lugares entró en España?, y si para esto ponemos tanta dificultad, qué diremos del cerro de Potosí, de quien tengo para mí ha salido desde que del sacan plata, con lo que los indios han llevado sin que sepan más de veinte y cinco millones de pesos de oro, todo en plata, y sacaran deste metal para siempre mientras hubiere hombres, como lo quisieran buscar. Y sin esto que comienzo la escritura delicada por contar el fin de la guerra de los dos hermanos Huascar y Atabalipa, y como trece xpnos lo descubrieron casi milagrosamente, y después fueron para lo ganar, por la guerra que hallaron trabada, no más de ciento y setenta; y com o después se fueron encadenando las cosas de unas en otras, a que en el Perú hobo tantas disenciones, tantas guerras entre los nuestros y tratadas tan ásperamente y unos con otros con tanta crueldad (claro) y los otros tiranos, y las cosas que pasaron en este (claro) con todos si no hobiese testigos muchos no sería creído, tanto, questando en el Perú no hay para que hablar de Italia, ni de Lombardia ni de otra tierra, aunque sea muy belicosa; pues lo que ha hecho tan poca gente no se puede comparar sino con ella misma. Con estas mudanzas murieron muchos que estaban obligados; llegaron a ser capitanes y en riqueza tanto que algunos tenían más renta una solo, que el mayor señor de España fuerel Rey (sic).
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Capítulo II
De cómo el gobernador Pedrarias nombró por capitán de la Mar del Sur, a Francisco Pizarro y cómo salió de Panamá al descubrimiento.
Después de Alonso de Ojeda y Nicuesa vino por gobernador Pedrarias Dávila y estuvo algunos tiempos en la ciudad del Darién, y como se poblase Panamá y el Reino de Tierra Firme, siendo primero descubierta la Mar del Sur por el adelantado Vasco Núñez de Balboa y por el piloto Pero Miguel, hijo de Juan de la Cosa, según algunos dicen tratábase sobre descubrir tierras en la dicha Mar del Sur, y como el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo que fue oficial real en el Darién, tenga tan elegante y bien escrito lo de aquellos tiempos, pues se halló presente y lo vido lo más dello, aunque yo alcance a tener alguna noticia y pudiera tratar algo dello, pasaré lo mucho que tengo que hacer remitiendo al tenor (¿lector?) a lo que Oviedo sobrello escribe donde lo verá bien largo y copiosa. Y con tanto digo, que en el tiempo que el Darién estuvo poblado, hobo entre los españoles que allí se hallaron dos llamado gel uno Francisco Pizarro que primero fue capitán de Alonso de Ojeda, y Diego de Almagro; y eran personas con quien tuvieron los gobernadores cuenta porque fueron para mucho trabajo y con constancia perseveraron en él, quedaron por vecinos en la ciudad de Panamá en el repartimiento que hizo de indios que hizo el gobernador Pedrarias; estos dos tenían compañía en sus indios y haciendas; y sucedió que Pedrarias envió a la Isla Española al capitán (Herrera) para que procurase de traer alguna gente y caballos para ir a poblar la provincia de Nicaragua antes que Gil Gonzales Dávila lo pudiera hacer, porque supo que lo andaba descubriendo para poblar. Informome Nicolás de Ribera, vecino de la ciudad de Los Reyes, que de los de aquel tiempo y no (y uno) de las trece que descubrieron el Perú, que supo que llegado (Herrera) a la ciudad de Santo Domingo, contrató -143- con un Juan Basurto para que viniese a Panamá donde Pedrarias le haría su capitán general para que pudiere ir a la provincia de Nicaragua a poblar y descubrir y codicioso Basurto de hacer aquella jornada vino a Tierra Firme; él trayendo alguna gente y caballos; y que en el inter de esto el gobernador Pedrarias había dado comisión para hacer la jornada dicha al capitán Francisco Hernandes (de Córdoba) de que Juan Basurto mostró sentimiento, y así lo entendió Pedrarias y porque no tuviera su venida por perdida, platicó con él para que pues ya no podía ir a lo de Nicaragua, por estar Francisco Hernández proveído en el cargo, que fuese a descubrir con algunos navíos por la Mar del Sur de que se tenía grande esperanza de hallar tierra rica. Dicen que Juan Basurto acetó el cargo que le daba Pedrarias, y qué para hacer la jornada más a su gusto, determinó de volver a Santo Domingo para traer más gente y caballos, porque en aquellos tiempos estaba desproveído el reino de Tierra Firme, y con mucha diligencia se partió para embarcarse en el nombre de Dios, donde la muerte atajó su pensamiento y le llamó para que fuera a dar cuenta de la jornada de su vida. En Panamá luego se supo de la muerte de este Basurto y como iba a hacer lo que se ha escrito; y estando en la misma ciudad por vecinos y siendo en ella compañeros Francisco Pizarro y Diego de Almagro, que también lo era con ellos Hernando de Luque, clérigo, trataron medio de burla sobre aquella jornada y cuanto había deseado el adelantado Vasco Núñez de Balboa hacerla y descubrir a la parte del Sur lo que hobiese. Pizarro dio muestra a sus compañeros tener desea de aventurar su persona y hacienda en hacer aquella jornada, de que Almagro plugo mucho, pareciéndole que sin aventurar nunca los hombres alcanzan lo que quieren; y determinaron de pedir la jornada para el dicho Francisco Pizarro; y así afirman los que esto saben y dellos son vivos que fueron a Pedrarias y le pidieron la demanda de aquel descubrimiento; y después de haber tenido sobrello grandes pláticas, Pedrarias se la concedió con tanto que hicieran con él compañía para que tuviere parte en el provecho que se hubiere, y siendo dello contentos los -144- compañeros, se hizo por todos cuatro la compañía, para que sacando los gastos que se hicieren, todo el oro y plata y otros despojos se partieron entre ellos por iguales partes sin que uno llevare más que otro; y dio Pedrarias a Francisco Pizarro provisión de su capitán, para que en nombre del Emperador hiciese el descubrimiento que de suso es dicho; y divulgase por Panamá de que no poco se reían los más de los vecinos teniéndolos por locos, porque querían gastar sus dineros para ir a descubrir manglares y ciburocos (ceborucos). Mas no por estos dichos dejaron de buscar dineros para proveimientos de la jornada, y mercaron un navío que estaba en el puerto, que dicen que era uno de los que hizo Vasco Núñez a un Pedro Gregorio, y llevaron por piloto, a lo que yo supe, había por nombre Hernán Peñate; diéronse priesa a aderezar el navío con velas y jarcia y de lo más que había menester para el viaje, y procuraron allegar alguna gente de la que había en la tierra y juntaron ochenta españoles poco más o menos, de los cuales iba por alférez Sauzedo y por tesorero Niculas de Ribera, y por veedor Juan Carvallo; y habiendo puesto a punto lo que convenía meter en el navío, fueron llevados a él cuatro caballos no mas, que se pudieron haber; y la gente se embarcó, y Francisco Pizarro despidiéndose de Pedrarias y de sus compañeros, hizo lo mismo.
Capítulo III
De cómo salió el capitán Francisco Pizarro al descubrimiento de la Mar del Sur y por qué se llamó el Perú aquel reino.
Habiéndose embarcado Francisco Pizarro con los cristianos españoles que con él fueron, salió del puerto de ciudad -145- de Panamá mediados el mes de noviembre de 1523 (sic) quedando en la ciudad Diego de Almagro para procurar gente y lo más para la conquista necesaria para enviar socorro a su compañero. Como Pizarro salió en su navío de Panamá; anduvieron hasta llegar a las Islas de las Perlas donde tomaron puerto y se proveyeron de agua y leña y de hierba para los caballos de donde anduvieron hasta el puerto que llaman de Piñas, por las muchas que junto a él se crían, y saltaron los españoles todos en tierra con su capitán que no quedó en la nave más que los marineros, determinaron de entrar la tierra adentro a buscar mantenimiento para fornecer el navío, creyendo que lo hallarían en la tierra de su cacique a quien llaman Berruquete o Peruquete; y anduvieran por un río arriba tres días con mucho trabajo, porque caminaban por montañas espantosas, que era la tierra por donde el río corría tan espesa y con trabajo podían andar; y llegando al pie de una gran sierra la siguieron yendo ya muy descaecidos del trabajo pasado y de lo poco que tenían que comer y por dormir en el suelo mojado entre los montes, llevando con todo esto sus espadas y rodelas en sus hombros con las mochilas, y tan fatigados llegaron, que de puro cansancio y quebrantamiento murió un cristiano llamado Morales, los indios que moraban entre aquellas montañas entendieron la venida de los españoles, y por la nueva que ya tenían de que eran muy crueles… (¿no quisieron?) aguardarlos antes desamparando sus casas hechas de madera y paja o hojas de palma, se metieron en la espesura de la montaña donde estaban seguros. Los españoles habían llegado a unas pequeñas casas que se decían ser del cacique Periquete (sic) donde no hallaron otra cosa que un maíz de (sic) las raíces que ellos comen. Dicen los antiguos españoles que el reino del Perú se llamó así por este pueblo o señorete llamado Peruquete (sic) y no por el río, porque no lo hay que tenga tal nombre. Los cristianos como no pudieron ver indio ninguno ni hallaron bastimentos ni nada de lo que pensaron, estaban muy tristes y espantados de ver tan mala tierra. Parecíales que el infierno no podía ser peor; más encomendándose -146- a Dios con mucha paciencia el capitán y ellos dieron la vuelta por donde habían venido adonde dejaron el navío, y llegaron a la mar bien cansados y llenos de lodos y los más descalzos con los pies llagados de la aspereza del monte y de las piedras del río. Luego se embarcaron y como mejor pudieron navegaron al Poniente prosiguiendo su descubrimiento, y a cabo de algunos días tomaron tierra en un puerto, que después llamaron de la Hambre donde se proveyeron de agua y leña.
Deste puerto salieron y navegaron diez días y faltábales el mantenimiento, que no daban a cada persona más que dos mazorcas o espigas de maíz para que comiesen en todo el día; y también tenían poca agua, porque no llevaban muchas vasijas; y carne no comían, porque ya no la tenían ni otro ningún refrigerio. Iban todos muy tristes y algunos se maldecían por haber salido de Panamá, donde ya no les faltaba de comer. Pizarro mutros trabajos había pasado en su vida y hambres caninas, y esforzaba a sus compañeras, diciéndoles que confiasen en Dios, y que él les depararía mantenimiento y buena tierra, y por consejo de todos volvieron atrás al puerto que habían dejado, que llamaron del Hambre, por la mucha con que en él entraron. Y los españoles con el trabajo pasado estaban muy flacos y amarillos tanto que eran gran lástima para ellos verse los unos a los otros; y la tierra que tenían delante era infernal, porque aun las aves y las bestias huyen de no habitar en ella. No veían sino breñales de espesura y manglares y agua del cielo y lo que siempre había en la tierra, y el sol con la espesura de los nublados tan ofuscado, que su claridad se pasaban algunos días que no veían sino la muerte; porque para volver a Panamá si lo quisiesen hacer, no tenían mantenimientos sino mataban los caballos. Y como hobiera entrellos hombres de consejo y que deseaban ver el cabo de la jornada; se determinó que fuesen en el navío a las Islas de las Perlas algunos dellos a buscar mantenimiento; y esto platicado, se puso por efecto, puesto que ni los que habían de ir tenían comida que llevar ni menos les quedaba a los demás.
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Capítulo IV
De cómo volvió Montenegro en la nave con algunos españoles a la Isla de las Perlas a buscar mantenimiento, sin llevar de comer sino fue un cuero de vaca seco y algunos palmitos amargos; y del trabajo y hambre que pasó Pizarro y los que con él quedaron.
Determinado por el capitán y sus compañeros que el navío volviese a las Perlas por algún bastimento, pues tanta necesidad dello tenían, no sabían con qué podían los que habían de ir sustentarse en el camino, porque no había maíz ni cosa otra que pudiesen comer, y buscallo por la tierra no tenían remedio, porque los indios estaban poblados en las montañas entre ríos furiosos y ciénegas; y después de lo haber tanteado y mirado, no hallaron otro remedio para todos no perecer, sino quel navío fuese y llevase para comer los que en él habían de ir un cuero de vaca que había en la misma nao bien seco y duro; y señalaron entre todos a Montenegro para que fuese a hacer lo desuso dicho; y sin el cuero cortaron junto a la costa algunos palmitos. amargos.
Algunos dellos comí yo en la montaña de Caramanta, cuando íbamos descubriendo con el Licenciado Juan de Vadillo. Montenegro prometió que diole (dándole) Dios buen viaje, procuraría con brevedad volver a remediar la necesidad que les quedaba. Y el cuero hacían pedazos teniendo en agua todo un día y una noche, lo cocían y comían con los palmitos, y encomendándose a Dios enderezaron su viaje a las Islas de las Perlas. Como la nao se fue el capitán y sus compañeros buscaban por entre aquellos manglares que comer deseando dar en algún poblado; más los fatigados hombres no hallaban sino árboles de mill maneras y muchas espinas y abrojos y mosquitos y otras cosas que todas daban pena y con ninguna tenían contento; y como la hambre les fatigare, cortaban -148- de aquellos palmitos amargos que entre la montaña hallaban unos bejucos en donde sacaban un fruto como bellota que tenía el color (¿olor?) casi como el ajo, y con la hambre comían dellas; y por la costa algunos días tomaban pescado; y con trabajo sustentaban sus vidas, deseando más que el vivir volver a ver el navío en que fue Montenegro con refresco. Más como la necesidad fuese tanta y los trabajos grandes y la tierra tan enferma y sombría y que lo más del tiempo llueve, paráronse tan malos, que murieron más de veinte españoles sin los que les se hincharon (sic) otros y todos estaban tan flacos que era muy gran lástima verlos. Pizarro tuvo ánimo dino de tal varón como él fue en no desmayar con lo que veía, antes él mismo buscaba algunos peces trabajando por los esforzar, poniéndoles esfuerzo para que no desmayasen diciéndoles que presto verían venir el navío en que fue Montenegro. Y habían hecho algunas chozas que acá llamamos ranchos, en que estaban para se guarecer del agua; y estando de esta manera, dicen que se pareció una vista de alto, que sería término de ocho leguas, una playa que un cristiano llamado Lobato dijo al capitán que le parecía que debían de ir algunos dellos allá por ventura hallarían alguna cosa que comer, pues de su estado no se esperaba otra cosa que la muerte; y teniendo por bueno el dicho de este Lobato, el capitán, con los que más aliviados estaban, se partió para ella con sus espadas y rodelas, quedándose los demás españoles en el real que allí tenían hecho; y como se partieron para la playa, anduvieron hasta llegar a ella, donde fue Dios servido que hallaron gran cantidad de cocos y vieron ciertos indios, y por tomar algunos, se dieron priesa a andar los españoles; mas como los indios los sintieron, pusiéronse en huida. Afirmome Niculas de Ribera que vieron que uno de aquellos indios se echó al agua y nadó cosa espantosa; porque fue más de seis leguas sin parar lo vieron ir nadando hasta que la noche vino y lo perdieron de vista. Los indios que más huyeron se metieron por unas ciénagas; los españoles tomaron dos dellos; los demás fueron a salir a un crecido río donde tenían sus canoas, y como los que se -149- escapan deballes (sic) y ansí fueron ellos alegres por no haber sido presos por los españoles, de quienes se espantaban poder sufrir tanto trabajo, y disque decía (¿y les decían?) ¿que por qué no rozaban y sembraban y comían dello sin querer buscar lo que ellos tenían para tomárselo por fuerza? Estas cosas questos indios dicen y otras sabese dellos mismos cuando eran tomados por los españoles, porque quiero en todo dar razón al lector. Estos indios traían arcos y flechas con yerba tan mala, que hiriendo a un indio de los mismos (¿nuestros?) con una flecha, murió dentro de tres o cuatro horas. En este alcana (¿alcance?) hallaron los españoles cantidad de una fanega de maíz, lo cual fue repartido entrellos.
Capítulo V
De cómo Montenegro llegó a las Islas de las Perlas y de cómo volvió con el socorro.
Montenegro con los que iban en el navío navegaron hasta que llegaron a las Islas de las Perlas, bien fatigados de la hambre que habían padecido, y como allí llegaron, comieron y holgaron teniendo cuidado de volver brevemente a remediar los que quedaron con el capitán Francisco Pizarro; y luego metieron en el navío mucho maíz y carne y plátanos y otras frutas y raíces, y con todo ello dieron la vuelta a donde habían dejado a los cristianos; y llegaron a tiempo que el capitán con algunos dellos habían salido a lo que en el capítulo pasado se contó; y como vieron el navío fue tanto el placer y alegría que todos recibieron cuanto aquí se puede encarecer. Teníen en más el poco mantenimiento que en él -150- venía que a toda el oro del mundo; y así, antes de ser llegado al puerto, los que estaban enfermos como si estuvieran sanos se levantaron. El capitán Francisco Pizarro después que hobo andado algunos días por aquella playa donde hallaron los cocos y por el monte de la redonda, viendo que no podían hallar poblado alguno y que la tierra adentro era infernal, llena de ciénagas y de ríos, determinó de volver con sus compañeros al real donde habían quedado los otros. En el camino encontraron con (un) español que muy alegre venía a les contar la buena venida del navío y que traía en la mochila tres roscas de pan para el capitán y cuatro naranjas. Entendido lo que pasaba, no fue menos el placer que recibió el capitán y los que con él iban que el que habían recibida los otros; y dieron gracias a Dios, porque así se había acordado dellos en tiempo de tanto trabajo. Pizarro repartió las roscas y las cuatro naranjas por todos, sin comer dellas él más que cualquiera dellos y tanto esfuerzo tomaron, como si hobieran comido cada uno un capón; y con él anduvieron a toda prisa hasta que llegaron al real, adonde todos se hallaron (sic) alegremente y Montenegro dio cuenta al capitán de lo que había pasado en el viaje, y comieron todos de lo que vino en la nave hablando unos con otros de lo que por ellos había pasado hasta aquel tiempo. Dicen que faltaban veinte y siete españoles que se habían muerto con la hambre pasada los que duro (sic) y el capitán se embarcó en el navío, con determinación de correr la costa del largo al Poniente, donde esperaba topar alguna tierra buena fértil y rica; y como se hubiera embarcada navegaron y tomaron tierra en un puerto, que, por llegar día de Nuestra. Señora de la Candelaria, le pusieron por nombre puerto de la Candelaria; y vieron como atravesaban caminos por algunas partes, más la tierra era peor que la que dejaban atrás de manglares y montañas tan espantosa que parece llegar a las nubes, y tan espesa que no se veía sino raíces y árboles, porque el monte de acá es de otra manera que los de España. Sin esto; caían tantos y tan grandes aguaceros, que aún andar no podían. La ropa, con ser camisetas de anjeo, las más que traían, se -151- les podría y se les caía a pedazos los sombreros y bonetes. Hacía tan grandes relámpagos y truenos como han visto los que por aquella costa han andado y caían rayos. Con los nublados no veían el sol en muchos días y aunque salía la espesura del monte era tanta, que siempre andaban medio en tinieblas. Los mosquitos los fatigaban, porque, cierto, donde hay muchos es gran tormento. A mí me ha muchas veces acaecido estar de noche lloviendo y tronando, y salirme de la tienda del valle, e subirme a los cerros y estar a toda el agua por huir dellos. Son tan malos cuando son de los (¿ponzoñosos?) que muchos han muerto de achaque dellos. Los naturales de aquellas montañas en algunas partes hay muchos y en otras pocos, y como la tierra es tan grande, tienen bien donde se extender, porque no tienen pueblos juntos ni usan de la policía que otros, antes viven entre aquellos breñales o barrios con su mujer y hijos y en laderas cortan monte y siembran sus raíces y otras comidas. Todos entendían y sabían como andaba el navío por la costa, y como los españoles andaban saltando en los puertos, los que estaban cerca del mar poníanse en cobro sin les osar aguardar.
Capítulo VI
De cómo el capitán con los españoles dieron en un pueblo de indios donde hallaron cierto oro, y cómo tomaron puerto en pueblo quemado; de donde enviaron el navío a Panamá y lo que más paso.
Como Francisco Pizarro y sus compañeros viesen como había caminos entre aquellas montañas, determinaron de seguir por uno dellos para ver si daban en algún poblado -152- para tomar algunos indios de quien pudieran tomar lengua de la tierra en que estaban; y así, tomando sus espadas y rodelas anduvieron dos leguas o poco más la tierra adentro, donde toparon un pueblo pequeño, más no vieron indio ninguno, por que todos habían huido; más hallaron mucho maíz y raíces y carne de puerco y toparon más de seiscientos pesos de oro fino en joyas, y en las ollas que hallaron al fuego de los indios, entre la carne que sacaban dellas para comer, se vieron algunos pies y manos de hombres, por donde se creyó que los de aquella parte eran caribes y también tenían arcos y flechas con yerba de la que hacen con ponzoña. Los españoles comieron de lo que hallaron en aquel lugar y determinaron de dar la vuelta a la mar para embarcarse pues no habían podido tomar hombre ninguno de los naturales de aquella tierra. Entrados en el navío anduvieron costeando hasta que llegaron a un pueblo que llamaron Pueblo Quemado, donde con acuerdo de todos, se determinaron de entrar la tierra adentro, para ver si daban en pueblo que pudiesen tomar algunos indios, porque por entre los manglares veían caminos por donde era claro de conocer que había gente, pues, parecía estar muy seguido; y no se engañaban, porque por aquella parte había mucha gente y todos estaban avisados de cómo andaban en la tierra y tenían puestas sus mujeres y alhajas en cobro. Tomando los nuestros españoles por un camino de aquellos anduvieron poco más de una legua y dieron en un pueblo yermo porque los indios como de suso es dicho le habían desamparado y hallaron gran cantidad de maíz y muchos maizales, y otras raíces gustosas de las que ellos comen, y no pocas palmas de las de pixabaes, que es cosa muy buena; y estaba este pueblo en las cumbres de unas laderas o sierra asentado a su usanza, muy fuertemente, que parecía fortaleza. Como habían hallado tanto mantenimiento en aquel pueblo, pareciole así al capitán como a todos los españoles, que sería cosa muy acertada recogerse allí todos en aquel pueblo, pues era tan fuerte y estaba tan bien proveído de comida, y enviar la nave a Panamá a que trujese socorro de españoles y a que fuese adobada pues estaba -153- tan mal tratada, que por muchos lugares hacía agua; y pareciéndoles bien acertado, el capitán mandó a Gil de Montenegro, que con los españoles más sueltos y ligeros fuese a buscar algunos indios por entre el monte en los estalajes que tuviesen hechos, que acá llamamos ranchos, para que fuesen en el navío a ayudar a la bomba, porque todo era menester según había pocos marineros y el navío hacía agua. Los naturales de la comarca habíanse juntado y tratado entre ellos de la venida de los españoles, y como era grande afrenta suya andar huyendo de sus pueblos por miedo dellos, pues eran tan pocos, y determinaron de se poner a cualquier afrenta o peligro que les viniese por los expeler de sus tierras o matarlos sino quisiesen dejarlos, tratando mal de ellos, que eran vagabundos, pues por o trabajar andaban de tierra en tierra; y más que esto decían, como después lo confesaron algunos que dellos hobieron de venir a ser presos por los españoles; y como tuviesen esta determinación, tenían puestas escuchas y velas dellos mismos a la redonda del pueblo donde los españoles estaban para saber de (si) algunos dellos salían de allí a lo que determinaban de hacer; y como Gil de Montenegro con los españoles que fueron señalados para ir con él a la entrada que se había de hacer para tomar indios que yendo en la nave pudiesen dar a la bomba saliesen del pueblo, luego (de los) que estaban a la mira fue aviso al lugar donde la junta estaba con la determinación dicha, aunque tuviesen este designo los naturales en quien se hizo la liga para matar a los españoles o lanzarlos de sus tierras, todavía aunque no eran hábiles sesenta, les temían extrañamente; y este temor caber en tantos y que estaban en su tierra y la sabían y conocía, no sé a que se puede echar sino a Dios todopoderoso que ha permitido que los españoles salgan en tan grandes y dudosas cosas en tiempos y coyunturas que a no cegar el entendimiento a los indios, a soplos o con puños de tierra bastaban a los desbaratar; y creo que tampoco lo permitía por sus méritos sino que fue servido de volver por su honra y porque tenían su apellido; a muchos de los cuales por no conocer tan gran beneficio castigó poderosamente con brazo -154- de venganza, como hemos visto. Más como ya los montañeses tuviesen sus armas las que ellos usaban, y viesen divididos los cristianos, alegres por la división, pensaron de ir a dar en Montenegro y matar a los que con él venían, y luego ir adonde estaba el capitán y hacer lo mismo; pues si salían con lo primero, les sería lo demás fácil de hacer y así salieron a los nuestros llenos los rostros y cuerpos, porque ellos andaban desnudos, de la mixtura que ellos se ponen, que llamamos bija, que es como almagra, y de otra que tiene color amarilla y otros se untaron con bija que es como trementina (y a mí me han echado birmas con ella) parecían demonios y daban grandes alaridos a su uso porque así pelean y arremetieron a los españoles, que aunque vieron tantos enemigos delante y que ellos eran tan pocos, no desmayaron, más antes encomendandose a Dios y a su poderosa madre, echaron mano a sus espadas, hirieron en los indios que podían alcanzar diciéndoles Montegro, su caudillo, que los tuviesen en poco. Los indios procuraban de los matar; tiraban de sus dardos contra ellos, no osaban allegarse mucho por miedo de las espadas. Un cristiano a quien llaman (llamaban) Pedro Vizcaíno después de haber muerto algunos indios y herido, le dieron tales heridas, que murió luego dellas; y de un apretón que dieron mataron otros dos españoles y hirieron a otros. Los que quedaban se defendieron tan bien, que, espantados los indios que hombres humanos para tanto fuesen, mirando que por tres quellos habían muerto les faltaban tantos de los suyos, tornar, (sic) entre ellos a tratar de dejar aquellos y dar sobre los que había quedado; porque a razón por quedar enfermos no habían ido con aquellos que tanto daño les habían hecho; sin lo cual eran los menos a los que querían ir que no los que dejaban.
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Capítulo VI
De cómo los indios dieron con los españoles, y del aprieto en que se vio el capitán, y cómo los indios huyeron.
Habiendo los indios determinado de revolver sobre el capitán y los otros cristianos que con él quedaron, lo pusieron por obra y con grande estruendo y alaridos llegaron al lugar donde los cristianos estaban muy descuidados de pensar que los indios habían de venir a dar en ellos, mas, viendo los tiros de dardo y flechas que les tiraban con sus rodelas y espadas salieron para ellos yendo su capitán delante animándolos y poniéndoles esfuerzo para que tuviesen en poco a los muchos enemigos que sobrellos tenían; y encomendándose a Dios, Nuestro Señor y llamando en su ayuda al apóstol Santiago, resistieron a los indios con gran esfuerzo. Y el capitán estaba muy temeroso no hobieron los indios muerto a los cristianos que habían ido a entrar; los cuales, como los indios los dejaron, como mejor pudieron dieron la vuelta al real para se juntar con los demás compañeros. Los indios ahincábanse mucho por salir con su propósito matando a los cristianos; viendo lo que en ello les iba, peleaban valientemente y de los muchos golpes que recibieron de los indios fueron muertos dos españoles y heridos veinte, algunos mal. Fue Dios servido que los españoles que habían ido con Montenegro allegasen, que a tardarse algo más sin duda los unos y los otros corrieran riesgo; mas como se juntaron cobraron ánimo y defenderse (sic) de los indios. El capitán fuerte ánimo tuvo y con espada y rodela peleó siempre con esfuerzo, y este día lo tuvo harto conocían los indios que quien más mal les hacía era él, y deseando de le matar, cargaron muchos de tropel sobre él y diéronle algunas heridas, y tanto le fatigaron, que aunque tuvo siempre en la pelea una constancia, le hicieron ir rodando una ladera ayuso y abajaron algunos dellos muy alegres pensando que le habían -156- muerto, para le despojar y quitar las armas; más él llevó tan buen tino y tal aviso, que llegando a lo que era más llano, se puso en pie con su espada alta con determinación de vengar él mismo su muerte antes que los indios se la diesen; y a los primeros que llegaron hirió matando a uno o dos dellos. En esto los españoles habían visto lo que había sucedido a su capitán, y muy enojados de los indios les dieron tal mano, que les hicieron volver las espaldas dando aullidos y gemidos, espantados de ver como los españoles tenían virtud tan grande en pelear con silencio y juzgarán que en ellos había alguna deidad. Fueron algunos españoles a socorrer a Francisco Pizarro, al cual hallaron en el aprieto ques dicho, herido de algunas heridas y lo subieron arriba (a curar) dél y de los demás que estaban heridos, para los cuales había el refrigerio que el lector puede sentir, y aun para, curallos se hobo algún aceite para quemarles las heridas sería gran cosa. Visto por el capitán lo que les había sucedido y como no habían podido enviar el navío a Panamá por socorro y a lo aderezar porque estaba desbaratado y hacía por muchas lugares agua, tomando parecer con sus compañeros, se determinó por todos salir de aquel lugar, pues estaban en peligro, porque había muchos indios y los más dellos estaban heridos y todos muy flacos y que la tierra era mala y llena de trabajo y acordaron de embarcarse todos en la nao y arribar a Chicama, de donde enviarían a Panamá el navío; y como mejor pudieron se embarcaron y volvieron a Chicama. Y en el camino erraron a Diego de Almagro que habían salido de Panamá con socorro, como luego diré. Deste lugar se determinó por Francisco Pizarro y sus compañeros que volviese el navío a Panamá a lo que se ha dicho y que fuese en él Nicolás de Ribera tesorero con el oro que habían habido a dar cuenta al Gobernador como (tenían) tan buena noticia de adelante; y fue hecho así, que cuando todo el bastimento que había en la nao para que comiesen y pasaban de los trabajos dichos por ser tierra enferma y llena de montaña tan continua en llover y tronar como se ha dicho frío no hace ninguno, más la tierra es de grande humedad. Ribera -157- con los que había en la nave navegaron hasta que llegaron a las islas de las Perlas, donde supieron como Almagro había ido en busca dellos en una nao; y porque los cristianos que quedaron en Chicama se alegrasen con saber tal nueva despacharon una canoa con el aviso al capitán. Llegado a Panamá el navío, Nicolás de Ribera y los que iban con él dieron cuenta a Pedrarias de lo que hasta allí les había sucedido, desde que entraron en la tierra del cacique Pariquete (sic). En Panamá estaban con deseo de saber como les había ido en el descubrimiento a Pizarro y a sus compañeros, y espantáronse cuando oían de lo que habían pasado en los manglares donde andaban. Pedrarias mostró pesarle de que tantos españoles se hobiesen muerto; culpaba a Pizarro porque perseveraba en el descubrimiento, y por inducimiento de algunos malévolos que siempre se huelgan de tratar mal de los que bien lo hacen, publicó Pedrarias que le quería enviar un acompañado para que teniendo otro igual a él, se hiciese el descubrimiento sin tantas muertes; por esto y por otras causas dicen que Pedrarias quería enviar a Francisco Pizarro acompañado. Más viniendo a noticia del maestrescuela don Hernando de Luque su compañero, habló con Pedrarias diciéndole que no era cosa honesta lo que pensaba en aquello, y que le pagaba mal a Francisco Pizarro lo mucho que había trabajado y gastado en su servicio del rey y en otras cosas muchas le amonestó suplicándole no proveyere novedad ninguna hasta ver el fin de la jornada. Y tiniendo por justas las causas que le antepuso para que no lo hiciese el maestrescuela, no proveyó nada, y entendiose en adobar el navío. Así como lo he escrito me lo afirmó este Nicolás de Ribera que hoy es vivo y está en esta tierra y tiene indios en la ciudad de Los Reyes, donde es vecino. Y creed los que esto leyéredes, que en lo que escribo, antes me dejo mucho de lo que sé que más para, que no añadir tan solo una palabra de lo que no fue; y esto los varones buenos y honrados sin lo saber lo alcanzaran y contaron en ver la humildad y llaneza de mi estilo, sin buscar escrituras ni vocablos peregrinos ni otras retóricas que contar la verdad con sinceridad; porque para mí tengo, que el -158- buen escribir ha de ser como el razonar uno con otro y como se habla y no más. Y perdonadme si en esto me he alargado porque para lo de adelante servirá ser más (¿?) reiterar cosas destas. Y con tanto volveré al propósito.
Capítulo VIII
De cómo Diego de Almagro salió de Panamá en busca de su compañero con gente y socorro, y de cómo le quebraron un ojo y cómo se junto con él.
El capitán Francisco Pizarro salió (salido) de Panamá con su gente como se ha escrito, Diego de Almagro y el padre Luque entendieron en fornecer otro navío y allegar para que el mismo Almagro saliese a los buscar en aquel socorro; y como Almagro era tan diligente y de tanto cuidado, brevemente lo puso en orden pidiendo licencia a Pedrarias salió de Panamá antes que hubiese llegado Ribera el tesorero ni se supiese cosa ninguna del suceso de Francisco Pizarro ni que había hecho Dios dél. Dicen unos que sacó Almagro desta vez sesenta y cuatro hombres, otros dicen que sesenta; poco va en esto. Embarcáronse él y ellos en el puerto y navegaron la costa arriba en busca de los cristianos, los cuales estaban en Chisime (¿Chicama?) pasando su fortuna, curándose las heridas y los sanos buscando lo que les faltaba, y murieron algunos de enfermedad y otros estaban hinchados y los caimanes comieron dellos por los ríos cuando pasaban de una parte a otra. Los mosquitos los fatigaban demasiadamente. Pues como Diego de Almagro saliese de Panamá enderezaron su derrota por la costa arriba al Poniente -159- para buscar los cristianos porque no sabían cosa cierta adonde pudiesen estar, y tomando la costa saltaron en el batel en los puertos que hallaban sin dejar ninguno, y como no topasen con ellos, anduvieron hasta que llegaron al puerto del pueblo quemado donde primero había estado Pizarro con sus compañeros en los puertos que había visto conocido estaba por las cortaduras de machete y por pedazos de alpargatas y otras cosas como habían estado en los más dellas. En este pueblo quemado determinó Almagro con cincuenta españoles descubrir al pueblo y ver lo que había. Los naturales del habíanlo fortalecido con palenques fuertemente para defenderse de los cristianos si otra vez volviesen a ellas y sabían bien donde estaba Pizarro y de la venida de Almagro, y acaudillándose todos, se juntaron con determinación de procurar la muerte a quien por los robar y echar de sus casas y cautivalles sus mujeres y hijos se la venía a dar a ellos. Almagro con los que le acompañaron vieron la fuerza del pueblo y conocieron que había gente de guerra dentro, mas no por eso pensaron de se retirar, antes determinaron de dar en el pueblo y ganar la fuerza; mas como llegaron cerca, fue tan grande la grita y estruendo que los indios hicieron, y las voces que daban, que afirman algunos y lo cuentan por muy cierto, que ciertas españoles de los que iban, que los más eran naturales de cerca de Sayago, se espantaron y amedrentaron tanto de ver las fieras cataduras de los indios y la grita que daban, questuvieron por volver las espaldas de puro temor. Almagro con los que le siguieron arremetió para los indios que ya comenzaban de le tirar dardos y tiraderas, amenazándoles de muerte porque así entraban en su tierra contra la voluntad dellos sin les deber nada. Los españoles, teniendo en poco sus amenazas y grita, dieron en ellos con el silencio que suelen tienen (sic) cuando pelean, y mataron y hirieron a muchos dellos, y tanto los apretaron, que a su pesar les ganaron el palenque, habiendo primero un indio de aquellos arrojado una vara contra Almagro y apuntó tan bien, que le acertó en un ojo que se le quebró; y aun afirman que otros de los mismos indios venían contra él y si no fuera por un esclavo negro lo mataran. No desmayó aunque salió -160- herido tan malamente ni dejó de hacer el deber hasta que los indios de todo punto huyeron; y fue por los suyos metido en una casa y echaron en una cama de ramos que le pudieron hacer muy tristes por haber acaecido tal desgracia y con toda diligencia fue curado como mejor se pudo hacer; y estuvieron en aquella tierra hasta que sanó del ojo, aunque no quedó con la vista que primero en él tenía; y como estuviese sano se embarcaron en el navío no parecían (sic). Con esta congoja navegaron hasta que llegaron al paraje del río de Sant Juan, y hallaron de la una parte y de la otra del río algunos pueblos, y les pareció ser mejor tierra que toda la que habían visto. Los indios de la costa y de aquel río como vían el navío, espantábanse; no podían presumir que fuese y24 como subieron grandes panto (sic) algunos también haba que sabían y que no se holgaban de lo ver por la noticia que tenían. Pues como Almagro hubiese llegado al río de Sant Juan sin haber topado a sus compañeros ni rastro de donde estaban ni quel navío parecía, determinó de no pasar más adelante sino dar la vuelta a Panamá, creyendo sin duda alguna que Francisco Pizarro con los que con él salieron eran todos muertos; y así lo pusieron por obra con mucha tristeza, y ambaron hasta que llegaron a las Perlas; adonde consultasen (como saltasen) en tierra supieron como Ribera había vuelto a Panamá en el navío y cómo Pizarro con sus compañeros estaba en Chicama, donde habían quedado cuando el navío partió. Recibieron con esta nueva gran alegría y tornando a navegar fueron al puerto de Chicama, donde con mucho placer se recibieron los unos de los otros, contando los de tierra los trabajos grandes que habían pasado y los muchos que se habían muerto; los del navío y por el consiguiente decían lo mucho que había que andaban buscándolos y como habían llegado hasta el río de Sant Juan. Francisco Pizarro y sus compañeros mostraron que les pesaba mucho que hobiese perdido el ojo Almagro. Como se juntaron los dos compañeros Francisco Pizarro y Diego de Almagro, trataron -161- de muchas cosas tocantes al descubrimiento. Estaban mohínos porque no salían de manglares y montañas […] (preguntándose si) todo no fuera así (sic); mas como ya habían comenzado y estuviesen adeudados no les convenía salirse afuera sino echar el resto y con ello aventurar las vidas; y acordaron que Almagro volviese a Panamá a adobar los navíos y volver con más gente para proseguir el descubrimiento; y así como lo acordaron lo pusieron por obra, sacando en tierra todo el bastimento que había en la nao.
Capítulo IX
De cómo Diego de Almagro volvió a Panamá, donde halló que Pedrarias hacía gente para Nicaragua, y lo que le sucedió así a él como al capitán Francisco Pizarro su compañero.
Como se acordase que Diego de Almagro volviese a lo que se ha contado a Panamá, Francisco Pizarro con toda la gente, entendían en lo que solían, que era andar por entre aquellos ríos y manglares, donde había poca gente, porque los indios sus pueblos tienen pasadas las sierras, dellos al Norte y los más al Poniente; y si por entre aquellos ríos había algunos indios, como tenían noticia de los españoles está en la tierra y fuese tan grande y montañosa, desviábanse de no caer en sus manos, metiéndose en la espesura de los montes; más todavía se tomaban algunos de aquellos, hombres y mujeres de quien sabían por donde andaban, y como aquella costa es tan enferma y los trabajos fuesen grandes, cada día se les iban muriendo españoles y otros se hinchaban como odres. Tenían con los mosquitos su continuo tormento -162- y a algunos se les llagaban las piernas, y todos andaban mojados pasando ríos y ciénagas y recibiendo en si los grandes y pesados aguaceros. Con esta vida tan triste pasaban su tiempo congojándose muchos parque tan livianamente se habían movido a pasar tanto trabajo, y miseria. Pizarro siempre les puso ánimo con palabras de buen corazón y muy alegres, amonestándoles que sufriesen con paciencia aquellas cosas, porque nunca bien y gran provecho se alcanzaban livianamente y con facilidad, diciéndoles más, que como Almagro volviese con el socorro, irían todos juntos por mar a descubrir. Desta manera pasaban sus vidas con esperanza de lo que pensaban hallar y con la mala vida presente. Pues como Diego de Almagro se partió de Francisco Pizarro, volvió a Panamá, donde supo que Pedrarias, por ciertos movimientos que había hecho en la provincia de Nicaragua su capitán Francisco Hernández (de Córdoba) con gran saña que dél tenía, juntaba gente para le castigar; y como desembarcó se fue luego a le hablar y a dar cuenta adonde quedaba Francisco Pizarro y de lo mucho que habían trabajado por entre aquellos ríos y manglares por donde andaban, aunque todo lo querían pasar en la esperanza que tenían de que presto habían de dar en tierra de mucha gente y riqueza, y quel volvía a llevar de nuevo socorro y gente. El Gobernador dicen que oyó secamente lo que le contaba Almagro y que se conoció tener voluntad para no dar lugar a que más gente no saliese de Panamá; y Almagro que lo entendió, le tornó a hablar sobre el fin que había sido su venida, y como no le diese licencia para hacer gente, le hizo sobre ello algunos requerimientos y protestaciones; lo cual aprovechó, porque Pedrarias no estorbó lo que había dicho no querer, y Almagro y su compañero el padre Luque se dieron priesa a aderezar los navíos y hacer gente llamando todos a la tierra del Perú, por lo que se ha dicho en lo de atrás; y dicen algunos de los de aquel tiempo, que desta vez Pedrarias quería enviar acompañado a Francisco Pizarro y nombrar otro capitán para que juntamente con él hiciese el descubrimiento; y que como lo entendiese Almagro y el padre Luque procurar (sic) y estorbar -163- y lo acabaron con que se le diese a Diego de Almagro poder de capitán y provisión y que entrambos lo fuesen suyos. Otros dicen que no quería Pedrarias dar tal capitán y que Almagro tuvo sus inteligencias viendo que se había de ir a Nicaragua que hobo provisión de capitán. En esto no puedo afirmar cual dello ser lo cierto: sé que por mandar el padre niega al hijo y el hijo al padre. Desta vuelta de Diego de Almagro a Panamá volvió con título de capitán adonde quedó su compañero llevando dos navíos y dos canoas con gente y lo demás perteneciente para la jornada, y el piloto Bartolomé Ruiz que mucho había servido y sirvió fue con él; y con esta gente y navíos y canoas volvió Almagro en busca de Pizarro, adonde, cuando se vieron, se cuenta por cierto que Pizarro sintió notablemente haber Almagro procurado la provisión de capitán, creyendo que del había salido y no de Pedrarias; mas como no era tiempo de fingir enemistades, disimuló el enojo, aunque no lo olvidó; y fue leída públicamente la provisión dicha del capitán Diego de Almagro que también (¿tan bien?) se había justificado con su compañero y podía tener razón que porque a extraño no se diese tal cargo lo había tomado, pues si otra cosa fuera era grande afrenta dellos mismos; y quel no quería salir de lo que por él fuera mandado y ordenado. Y como se vieran con mucha gente y algunos caballeros (¿caballos?) determinaron salir a descubrir por mar, pues por la tierra, especialmente en lo estaba (sic) era tan trabajoso, así por el espesura de los manglares, como por los muchos ríos que había llenos de lagartos tan fieros y mosquitos que tanto les atormentaban; y con este acuerdo todos (en) los navíos se fueron a embarcar.
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Capítulo X
De cómo Pizarro y Almagro anduvieron hasta el río de Sant Juan adonde se acordó que el piloto Bartolomé Ruiz fuese descubriendo la costa al Poniente y Almagro volviese por más gente.
Habiendo ido a embarcar a los navíos los cristianos españoles con sus capitanes, para salir a descubrir la costa adelante, alzaron las áncoras y tendidas las velas partieron de allí y anduvieron hasta que llegaron a un río que llamaron de Cartagena, cercano al río de Sant Juan, y dicen que saltaron en tierra algunos españoles con sus rodelas y espadas en las canoas que llevaban, y que, dando de súpito en un pueblo de indios que estaba a la orilla del río de Sant Juan, tomaron cantidad de quince mil castellanos, poco más o menos, y hallaron bastimentos y prendiéronse algunos cautivos, con que dieron vuelta a las naves muy alegres y contentos en ver que comenzaban a dar en tierra rica de oro y con mantenimientos; más todavía les daba pena en ver que la tierra era en una manera, llena de ríos y ciénagas con mosquitos, y que las montañas eran tan grandes y espantosas, que parecía que en algunas partes se escondían sus ramas entre las nubes, según eran altas; y determinaron de saltar en tierra y ver lo que había en ella y si hallaban más oro, ques la pretensión de los que de España venimos a estas Indias, habiéndose de anteponer todo por dar a estas gentes noticia de nuestra sagrada religión. Con las canoas tomaron tierra los de los navíos, los indios daban a entender ser aquella comarca montañosa, como verán, más que bien adelante había otra tierra y otra gente. Quisieron andar para ver si podían la tierra adentro ver campaña, que era lo que deseaban, mas los ríos que hay son tantos, que no basta ni se puede andar si no es por agua, y así lo acostumbran los naturales en canoas. Andan todos desnudos y moran en caneis grandes de sesenta e setenta, más o menos con sus mujeres y -165- hijos, y estos están desviadas unos de otros. Alcanzan en muchas partes cantidad de oro fino y bajo. Escrito he más largo sobre esto en mi parte primera. Pues como viesen que no había remedio para descubrir la tierra adentro por los muchos ríos, como sobre ello hubiesen tenido su acuerdo, determinaron que los españoles con el capitán Francisco Pizarro quedasen en ella, pues había mucho maíz y raíces que comer y tenían las canoas para andar de una parte a otra, y que Diego de Almagro con aquel oro que se había hallado diese la vuelta a Panamá a recoger más gente, y el piloto Bartolomé Ruiz navegase la costa arriba todo lo que pudiese para ver qué tierra se descubría; y así se hizo, partiéndose Almagro a Panamá y Bartolomé Ruiz a descubrir la costa. Los que quedaron con Pizarro andaban entre aquellos ríos bien mojados del agua que contino llueve y de los ríos; no hallaban sino caneis de los dichos, maíz no les faltaba y había batatas y palmitos que era medio mal; pero los mosquitos no los dejaban, y como siempre había enfermos moríanse algunos. El capitán puso tanto en este descubrimiento, que por parecerme no bastar en lo encarecer ni tener en mi escribir aquella audacia que requería temblándome la mano cuando aquí llegué considerándolo pasar adelante dejándolo para que a mí compete (sic); aunque no dejaré de decir que solos españoles pudieron pasar lo que estos pasaron. El piloto Bartolomé Ruiz descubriendo por la costa navegó hasta llegar a la Isla del Gallo, la cual dicen que halló poblada y aun los indios a punto de guerra, por el aviso que fue de unos a otros de cómo andaban los españoles por sus tierras de donde pasó y anduvo hasta que descubrió la bahía que llamaron de Sant Mateo y vido en el río un pueblo grande lleno de gente, que espantados de ver la nao la estaban mirando creyendo que era cosa caída del cielo sin poder atinar qué fuese. La nao prosiguió su viaje y descubrió hasta lo que llaman Coaque, y andando más adelante por la derrota del Poniente, reconocieron en alta mar venía una vela latina tan gran bulto, que creyeron ser carabela, cosa que tuvieron por muy extraña, y como no parase el navío se conoció ser balsa, y arribando -166- sobrella la tomaron; y venían dentro cinco indios y dos muchachos y tres mujeres, los cuales quedaron presos en la nave; y preguntábanles por señas de donde (sic) y adelante qué tierra había; y con las mismas señas respondían ser naturales de Túmbez, como era la verdad. Mostraron lana hilada y por hilar que era de las ovejas, las cuales señalaban del arte que son, y decían que había tantas que cobrían los campos. Nombraban muchas veces a Guaynacapa y al Cuzco, donde había mucho oro y plata. Destas cosas y de las otras decían tantas, que los cristianos que iban en el navío los tenían por burla, porque siempre mienten en muchas cosas destas que cuentan los indios; mas estos en todo decían verdad. Bartolomé Ruiz, el piloto, les hizo buen tratamiento holgándose por llevar tal gente de buena razón y que andaban vestidos, para que Pizarro tomase lengua. Y andando más adelante descubrió hasta punto de pasar (punta de Poseso o Paseau), de donde determinó de dar la vuelta a donde el capitán había quedado; y llegando, saltó en tierra con los indios. El capitán lo recibió bien holgándose con las nuevas que traía de lo que había descubierto. Los indios estaban firmes en lo que habían contado; fue alegría para los españoles que con Pizarro estaban verlos y oírlos.
Capítulo XI
Cómo saliendo en las canoas españolas por bastimentos, fueron muertos todos los españoles que iban en la una canoa con su capitán Varelor (Vareza) por los indios.
En el entretanto que Diego de Almagro había vuelto a Panamá por gente y socorro para proseguir el descubrimiento, -167- habían determinado el capitán y sus compañeros de andar por entre aquellos ríos. Comieron hartos dellos lagartos. Los enfermos vivían muriendo. Los que estaban sanos aborrían la vida, deseaban la muerte por no verse como se veían. El capitán esforzábalos diciendo que, venido Almagro, irían todos a la tierra que los indios que se prendieron en las balsas decían que (sobre este que); no querían oírlo ni creer a los indios cuando consideraban estas cosas; y como faltase mantenimiento fue necesario salirlo a buscar, pues no tenían que comer. Y en las canoas fueron los que señalaron, nombrando entrellos a uno por caudillo; los demás con el capitán se quedaron en la ranchería que tenían hecha. Los indios de aquellos ríos tenían por pesado estar los españoles en su tierra; juntáronse muchas veces para tratar de los matar; no osaban a los público dar en ellos porque los temían y habían miedo a las ballestas y espadas; más pensaron que cuando saliesen en sus canoas, como salían, por los ríos, de hacer algún gran hecho y matar a los que más pudiesen. Pues como saliesen las canoas, una de ellas donde iban catorce cristianos españoles con su caudillo, que había por nombre Varela, se adelantó de las otras por un caudilloso (sic) río por donde subían a buscar mantenimiento, más de una legua y era todo manglares y espesura, con grandes senagares de la contina agua. Y en aquella tierra andan los ríos como las mares de la mar austral, que es diferente del Océano, cada día menguaban y crecían; y como fuese bajamar, menguó tanto el río, que la canoa quedó en seco. Los indios viéronlas venir y como se había de las otras canoas adelantado la questaba en seco, y muy alegres, y bien almagrados y enjaezados, abajaron más de treinta canoas pequeñas el río abajo para matar los questaban en la grande. Los cristianos vieron los venir mas no tenían remedio para pelear ni para saltar en tierra, y encomendándose a Dios esperaron a ver en que paraba. Los indios con la grita y alarido quellos suelen dar, se juntaron con ellos y los cercaron por todas partes y les tiraban flechas las que podían, y como el tiro era cierto y no estaba lejos, acertaban donde apuntaban. La fortuna -168- de los españoles fue infelice, porque por una parte se veían cercados de los indios; la tierra estaba lejos el agua para que la canoa pudiera andar; las otras canoas también estaban en seco, y no pudiendo resistir a los tiros de los indios, fueron todos muertos; y con placer grande que los indios tenían los desnudaron hasta los dejar en carnes; y como ya el agua creciese pudieron las otras canoas subir el río arriba y conocer el daño que los indios habían hecho, de que recibieron mucha pena; y no apartándose unos de otros, en las canoas apesar de los indios, tomaron el bastimento que quisieron en los pueblos que toparon y con ello y con la canoa en que habían muerto a los cristianos, que por ser grande los indios no la pudieron llevar, volvieron adonde habían dejado el capitán, y como entendió la desgracia sucedida le pesó mucho.
Capítulo XII
Cómo Pedro de los Ríos vino por gobernador a Tierra Firme y de lo que hizo Almagro en Panamá hasta que volvió con gente.
Pedrarias Dávila había ido a Nicaragua adonde cortó la cabeza al capitán Francisco Hernández; según que tiene escrito el cronista Hernando (sic) de Oviedo, y d’España había enviado por su gobernador el Emperador a un caballero de Córdoba llamado Pedro de los Ríos, y llegó a Panamá andando Almagro descubriendo con Pizarro, su compañero; y fue admitido por los cabildos al cargo, y tenido por gobernador por los questaban en la provincia. Y esto entendido digo que volviendo a nuestra materia ya conté cómo Diego de Almagro, dejando en -169- el río de Sant Juan al capitán Pizarro con los españoles dio la vuelta a Panamá, y llegando a la isla de Taboga, supo estar Pedro de los Ríos por gobernador de la ciudad. Pesole, creyendo que sería estorbo para sacar gente de la tierra. No quiso entrar en el puerto hasta saber del padre Luque su compañero, lo que sobre aquello le parecía, y envió con prisa su mensajero, escribiendo con él a Luque, su compañero, su venida y a qué era, y el oro que traía y adonde dejaba a los españoles, y otras cosas. A Pedro de los Ríos escribió otra carta casi diciendo lo mismo, yendo con la de su compañero el maestrescuela, para que le dijese si conviniese o la rompiese si había de dañar. Mas como el clérigo Luque vio las cartas, habló con Pedro de los Ríos dándole la carta que Almagro le enviaba. Respondió que le pesaba el saber que tantos españoles se hobiesen muerto con aquella conquista. Prometió de dar el favor que pudiese, siendo servido Dios y del Rey. Mandó que luego viniesen a Panamá Diego de Almagro; a quien fue aviso de lo dicho y con su navío entró en el puerta de aquella ciudad, diciendo todos que venían del Perú. El Gobernador salió con algunos caballeros a le recibir hasta la marina, y por extenso le contó Almagro todo lo que había pasado y la esperanza que se tenía de que se había de descubrir tierra rica y muy poblada. Como esto entendió Pedro de los Ríos, confirmó los cargos que de mano de Pedrarias tenían Pizarro y Almagro; mandó darles provisiones dello, y permitió que se hiciese gente; y juntó Diego de Almagro con gran dificultad y trabajo hasta cuarenta españoles de los que habían venido de (sic) Panamá, porque en aquel tiempo no venían tantos como en este. Con esta gente y con seis caballos y el refresco que pudo haber de carnaje y alpargatas y camisas, bonetes, cosas de botica y más que convenían para los que estaban desproveídos tornó a salir de Panamá. En el inter questo pasaba, Francisco Pizarro y sus compañeros andaban como solían por entre aquellos ríos y manglares, comiéndose de mosquitos, pasando intolerables trabajos y desaventuras, y andaban aborrido de andar por aquel infierno; quisieran todos volverse a Panamá; como aún -170- el temor y vergüenza hubiesen consigo no osaban hacerlo contra la voluntad de su capitán; mas en tierra pobre no hay deslealtad, y adonde hay riqueza, la misma riqueza repuna contra la virtud, tanto que todo se rinde a la avaricia; y por haber dineros se meten muertos (se cometen muertes) y hacen robos y lo que habéis visto que ha pasado en estos años en este reino. Cuando estaban en corrillos los españoles, decían que los tenía Pizarro por fuerza; no lo inoraba él, mas disimulaba, porque tenían razón, y al hambriento no se puede remediar sino con hartallo. Aguardaba a su compañero con gran deseo de verlo. No se tardó muchos días cuando vieron el navío y salieron en tierra los que en él venían, espantándose los de la mar de ver a las de la tierra tan amarillos y flacos.
Capítulo XIII
De cómo los capitanes con los españoles se embarcaron y anduvieron hasta Tacamez y lo que les sucedió.
Habiendo Diego de Almagro juntádose con el capitán Francisco Pizarro, como se ha escrito en el capítulo pasado, determinaron de se embarcar todos los que habían venido y de antes estaban y procuraban de saber la tierra que decían los indios que Bartolomé Ruiz tomó en la balsa, a quien procuraban con diligencia mostrar la lengua nuestra, para que supiesen responder a lo que les preguntasen y fuesen intérpretes. Como se embarcaron, anduvieron hasta llegar a la Isla del Gallo adonde estuvieron quince días reformándose del trabajo pasado. Salieron luego, pasada este término, con los navíos y canoas -171- luengo de costa, y por un gran río que entraba en la mar, quiso Pizarro, que dentro de una canoa iba, a entrar (sic) para descubrir lo que había; más la canoa zozobró en una barra que estaba entre la mar y el río; la otra no corrió tanto riesgo, el capitán estaba en ella y veía andar a nado a los españoles de lo (la) que se había perdido, y con gran priesa llegó a la canoa para los recoger, y los tomaron todos sino fueron cinco que se ahogaron; y salieron de aquel lugar tan peligroso, se recogeron a los navíos y fueron hasta la bahía de Sant Mateo, donde saltaron todos en tierra y sacaron los caballos, y fueron la vuelta de Tacamez con ellos, porque antes por ser la tierra llena de manglares y de ríos, no habían sido menester. Deseaban mucho topar con algún hambre o mujer de aquella comarca, para tomar lengua de lo que habían (sic). Las de a caballo reconocieron buen trecho de allí questaba un indio ganoso (sic) de lo tomar pusieron las piernas para lo asir, mas como sintió la burla, espantado de los caballos, puso pies en huida con tanta ligereza, que los que le iban siguiendo se espantaron, y con temor de no quedar cautivo en poder de los españoles, cuya fama se extendía que de su crueldad, y con gana de no perder su naturaleza, corrió con tan gran denuedo, que me afirmó uno de los de a caballo, que el llegar suyo y el caer del indio en el suelo y salírsele el ánima perdiendo el aliento y vigor, fue todo uno. No dejaron de caminar los españoles pasando más trabajo que antes por los muchos mosquitos que había que eran tantos, que por huir de su importunidad, se metían entre la arena los hombres enterrándose hasta los ojos. Es plaga contagiosa la de los mosquitos. Moríanse cada día españoles dellas y de otras enfermedades que les recrecieron. Poco más adelante aquel lugar, tomaron tres o cuatro indios; dijeron medio por señas lo que había en aquella tierra. Prosiguiose el caminar por mar y tierra hasta llegar al pueblo de Tacamez, donde hallaron mucho maíz con otras comidas de las que usan las gentes de acá. Los naturales de la tierra sabían muy bien lo que pasaba, y como por la mar iban los navíos y por la tierra venían andando hombres blancos barbudos y que -172- traían los caballos que corrían como viento; preguntábanse unos a otros qué pretendían o qué buscaban, porque causa les robaban el oro que hallaban y les cautivaban sus mujeres, y a ellos hacían lo mismo; cobráronles gran desamor y entre muchos hicieron liga de los matar. Los españoles alegres con el mucho maíz que hallar (on) comían descansando; porque habiendo necesidad, como los hombres tengan maíz, no la sienten, pues del se hace miel tan buena como saben los que la han hecho y tan espesa como la quieren hacer, porque oy (¿yo?) habré hecho alguna en esta vida, y tienen pan y vino y vinagre, de manera con esto y con yerbas, que siempre las hay, no faltando sal, los que andan en descubrimiento llamábanse de buena dicha. Algunos de los indios habíanse puesto a vista con temor, porque su ánimo es poco; más deseaban (claro) para hacer algún daño a su salvo. Los españoles salieron parte dellos con rodelas y espadas, sin llevar más que dos caballos y fueron para los indios, más no osaron aguardar; por presto que se echaron a la mar se untaron las lanzas en la sangre de algunos dellos. Temerosos de tal gente no quisieron ponerse a la burla pasada. Estos, digo porque otros se acaudillaban para venir sobre los cristianos, que más de ocho días estuvieron allí; e un día oyeron soltar de los navíos un tiro, creyendo que venían sobrellos gran golpe de indios. Quiso el capitán revolver a la bahía, mas como lo comunicase con Almagro, no se supo en efecto, porque mandó algunos españoles que tomasen un cerrillo que acerca de allí estaba, para atalayar lo que hobiere, y era todo quince o veinte raposas grandes desde lejos como las veían, creían que eran indios. Yendo a reconocerlo que era uno de a caballo, lo entendió y avisó dello. E como hobiesen salidos todos del real, tenían (¿sed?) porque no había por allí ningún río ni xagüey de los muchos que en otras partes había sobradas, y por remediar la necesidad, mandó Pizarro que fuesen los questaban a caballo y que trujesen todos los cabacos (calabazos) que hubiese llenos de agua. De los naturales se habían juntado poco más de doscientos para dar guerra a los españoles, porque sin razón ni justicia andaban -173- por su tierra contra la voluntad dellos. Los que iban en los caballos, a la vuelta que volvían a la bahía, los vieron e determinaron dar en ellos; los indios los aguardaron por su mal, porque quedaron en el campo muertos ocho y cautivas tres; los demás huyeron espantados de las caballos. Los españoles fueron con el agua adonde los aguardaban sus compañeros bien fatigados de la sed, y todos fueron a la bahía donde hallaron bastimento y estuvieron nueve días; en los cuales platicaron mucho sobre rehacerse y juntar más gente para venir de propósito al descubrimiento de lo de adelante. Almagro lo contradecía diciendo que no se entendían en decir que sería acertado volver a Panamá, pues yendo pobres iban a pedir de comer por amor de Dios y a morar en las cárceles los questuviesen con deudas y que era harto mejor quedar donde hubiese bastimento y con los navíos ir por socorro a Panamá, que no desamparar la tierra. Dicen algunos que Pizarro estaba tan congojado con las trabajos que había pasado tan grandes en el descubrimiento que deseó entonces lo que jamás del se conoció que fue volverse a Panamá y que dijo a Diego de Almagro que como el andaba en los navíos yendo y viniendo sin tener falta de mantenimientos ni pasar por los excesivos trabajos que ellos habían pasado era de contraria/opinión para que no volviesen a Panamá y que Almagro respondió que/el quedaría con la gente de buena gana y que fuese/él a Panamá por el socorro y que sobresto hobieron palabras mayores tanto quel amistad y hermandad se volvió en rencor y que echaran mano a las espadas y rodelas con voluntad de se ir (sic) mas poniéndose/en medio el piloto Bartolomé (sic) Ruiz y Nicolás de Ribera y otros los apartaron y entreviniendo entrellos los tornaron a conformar y se abrazaron/olvidando la pasión dijo el capitán Pizarro que quedaría con la gente/en donde fuese mejor y que Almagro volviese a Panamá por socorro esto pasado salieron dallí y pasaron el río de la baya para ver unos pueblos que se parecían si era conveniente quedar en ellos/o buscar/otro lugar.
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Capítulo XIV
Cómo los españoles querían todos volverse a Panamá y cómo no pudieron, y Diego de Almagro se partió con los navíos quedando Pizarro en la Isla del Gallo, y de la copla que enviaron al gobernador Pedro de los Ríos.
Pasado el río los españoles no les contentó la tierra que vieron porque era muy cerrada de montaña y muy lluviosa y los ríos llenos de caneies de indios que bastaban a matar los que quedasen. Esto fue causa que la costa amba anduvieron hasta llegar a Tempulla, que llamaron Santiago, donde estaba un río caudaloso. Estuvieron por allí ocho o diez días; tuvieron temor a los indios y salieron con priesa daquella tierra. Todos los más hablaban mal de Pizarro y Almagro; decían que los tenían cautivos sin los querer dar licencia para salir dentre aquellos manglares; quisieron irse todos. Los capitanes con buenas palabras los divertían (desvelaban en el original) de aquello esforzándose los (claro) de lo de adelante; mas tenían sus pláticas por pesadas que por alegres. Con estas cosas volvieron a la bahía de Sant Mateo, donde tornaron a tratar en qué lugar sería seguro quedar entretanto que Almagro fuese a Panamá, y viniese a los buscar. Después de muchas consideraciones se acordó quel capitán Pizarro quedase en la Isla del Gallo hasta que el socorro viniese. Los españoles tornaron los más dellos a intentar que sería bueno volverse todos y no morir miserablemente adonde aun no tenían lugar sagrado para tener sepultura; y no más fuera parte sus importunidades, porque Dios permitió que de aquella vez se descubriese la grandeza del Perú. Almagro se aparejó para se ir, llevando grande aviso de recoger las cosas (¿cartas?) que fuesen, porque sabían que iban llenos (sic) de quejas de su compañero y del, porque perseveraban en el descubrimiento, y se embarcó en él un navío y se partió; en el otro lleva ron la gente a la isla -175- del Gallo, donde se habían de quedar todos eran ochenta y tantos españoles, porque ya se habían muerto las demás. Y a cabo de un mes que había que estaban en la Isla del Gallo, el capitán Pizarro determinó el otro navío fuese a Panamá, yendo en él veedor Carvayuelo, para que se adobase y viniese con el que llevó Almagro. Y como los españoles anduviesen de tan mala gana, afirman quescribieron algunos dellos cartas al gobernador Pedro de los Ríos, suplicándole que les quisiese libertar de la cautividad en que andaban, no embargante que Francisco Pizarro procuraba que no fuesen las cartas fueron algunas; y dicen que habiendo doña Catalina de Sayavedra, mujer del gobernador, enviado a pedir algunos ovillos de algodón hilado, porque le informaron que había en aquellas tierras mucho, que un español envió dentro de un ovillo una copla que decía:
A Señor Gobernador miradlo bien por entero
allá va el recogedor y acá queda el carnicero.
Aunque bien cuentan algunos que esta copla fue en el navío donde iba Almagro, entre otras que fueron para el Gobernador. También fue en el navío de Almagro un español llamado Lobato enviado de la gente para que procurase como fuesen puestos en libertad para salir dentre aquellos manglares; y este pudo salir para (¿por?) ser amigo de Almagro, que de otra manera no fuera. Partidos los navíos, como se ha dicho, y quedando en la Isla del Gallo Francisco Pizarro con los españoles, los indios isleños no quisieron tales vecinos y tuvieron por mejor dejalles sus casas y tierra que no estar entrellos, y pasáronse a la tierra firme, querellándose de aquellos advenedizos; lo cual decía por los españoles. Bastimento no había mucho en la isla; agua había tanta délos cielos que ordinariamente llovía lo más del tiempo, con andar la espesura de los nublados entre las nubes y la región del aire, el sol daba poca claridad y no veían el cielo aquella serenidad con que los hombres se conortan (confortan) y alegran sino oscuridad y ruido de truenos -176- con gran resplandor de relámpagos. Los mosquitos creanse abundantemente con estas cosas (¿en esas costas?) y como los naturales faltasen, cargaban todos sobre los tristes hombres que solos en la isla habían quedado; y muchos andaban medio desnudos y sin tener con que se cobrir y como anduviesen mojados y por entre aquellas montañas y malos caminos, murieron parte dellos: porque sin todas estas penalidades morían ya de hambre y casi no hallaban que comer. Y con razón se dijo por algunos la muerte ser fin de los males; cierta en algunos tiempos he pasado yo tal vida en semejantes descubrimientos, que la he deseado; y lo (¿la?) que estos pasaban considerarla (han) los leyentes, aunque uno es sentir y otro es decir. Visto por Francisco Pizarro la necesidad que tenían de comida, platicó con sus compañeros sobre que sería acertado hacer un barco para pasar a buscar maíz a la tierra firme. Como a todos conviniese luego se puso por obra, y aunque se pasó trabajo grande en lo hacer, se acabó, y pasaron algunos españoles a la Tierra Firme y volvieron con el cargado de maíz con que todos se sostuvieron algunos días.
Capítulo XV
De cómo llegado Diego de Almagro a Panamá el gobernador Pedro de los Ríos, pesándole de la muerte de tanta gente no le consintió que sacase más, y como envió a Juan Tufín (sic por Tafur) y que (¿a?) que pusiese en libertad a los españoles y lo que hizo Pizarro con las (¿?) que sus compañeros le enviaron.
Diego de Almagro, como salió en el navío, como se ha dicho, prosiguió su viaje a Panamá, donde llegó brevemente -177- y entendido por el gobernador Pedro de los Ríos a lo que venía no le agradó antes mostró sentimiento porque se hobieron muerto tantos españoles en aquella tierra sin hacer fruto los trabajos que habían pasado y pasaban, y determinadamente dijo que había de buscar remedio para evitar quel daño no fuese adelante. Diego de Almagro le ponía por delante lo que habían gastado y lo que debían y como tenían gran noticia de lo de adelante. Réyese de su dicho él y todos diciendo que en la tierra de Peruquete, ¿qué podía haber sino buenos ríos y hartos manglares? El maestrescuela don Hernando de Luque, procuraba con todas sus fuerzas con Pedro de los Ríos para que no estorbase el descubrimiento que hacía Pizarro. No bastó él ni Almagro, porque Pedro de los Ríos quería enviar por los españoles, puesto que acabaron con él con gran dificultad que si veinte españoles de su voluntad de los que estaban en la conquista quisiesen seguir a Francisco Pizarro, que daba licencia que con un navío pudiesen describir por la misma costa lo de adelante, con tanto que dentro de seis meses estuviesen en Panamá, y si no llegasen a veinte y subiesen de diez, que daba la misma licencia. Y entendiese que hizo este Pedro de los Ríos por cumplir con Luque y con Almagro; porque fue público que habló con Juan Tafur, que fue el que llevó el mandamiento, para que procurase que no quedase cristiano ninguno en aquellas montañas. Como esto se proveyó, recibieron grande pena Almagro y el padre Luque, ponderando desde el principio el negocio, cuanto habían trabajado y gastado, lo mucho que debían y lo poco que tenían para lo pagar. Determinaron de escribir a Pizarro para que no volviere a Panamá aunque supiere morir, pues si no se descubría algo que fuese bueno, para siempre quedarían perdidos y afrentados. Juan Tafur con los navíos se partió y anduvo hasta que llegó a la Isla del Gallo, a tiempo que habían traído e n el barco una barca de maíz.
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Mercurio Peruano
Revista Mensual de Ciencias Sociales y Letras
Director: Víctor Andrés Belaunde
Año XXI, Volumen XXVII – Número 233
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Capítulo XVI
Cómo llegó Juan Tafur adonde estaban los cristianos, y cómo fueron puestos en libertad quiriendo todos si no fueron trece (E) volviéronse y estos y Pizarro se quedaron.
Llegado a la Isla del Gallo Juan Tafur con los navíos, como los españoles questaban con el capitán Francisco Pizarro entendieron a qué era su venida, lloraban de alegría. Parecíales que salían de otro cautiverio peor aquel de éxito. Echaban muchas bendiciones al Gobernador que tan bien lo miró. Presentó el mandamiento y fue obedecido, no dejando Francisco Pizarro de tener congoja grande, viendo por una parte como todos se querían ir, y mirando lo que sus compañeros le escribían, determinó de perseverar en su demanda, confiando en Dios que le daría aliento y aparejo para ello, y con semblante reposado dijo a sus compañeros cómo por virtud del mandamiento que había venido de Panamá podían volverse y era en su mano, y que si él no había consentido que dejasen la tierra, era porque, descubriendo alguna buena se remediasen, porque ir pobres a Panamá lo tenían (¿o tenía?) por más trabajo que no morir, pues iban a dar importunidad; y díjoles más que se holgaba de una cosa, que si habían pasado trabajo y hambres que (¿no?) se había él eximado de no pasarlos, sino hallarse en la delantera, como todos habían visto; por tanto que les rogaba lo mirasen y considerasen lo uno y lo otro y que les siguiesen para descubrir por camino de mar lo que hobiese pues los indios que tomó Bartolomé Ruiz decían tantas maravillas de la tierra de adelante. Aunque el capitán dijo estas palabras y otras a sus compañeros, no le quisieron oír, antes dieron prisa a Juan Tafur para que se volviese a Panamá y los sacase de entre aquellos montes, sino fueron trece, que de compasión que le tuvieron y por no querer volver a Panamá -182- , dijeron que le tendrían compañía para vivir o morir con él. Y porque permitiéndolo Dios, Francisco Pizarro con estos trece descubrió el Perú, como se dirá adelante, los nombraré a todos; y digo llamarse Cristóbal de Peralta, Nicolás de Ribera, Pedro de Candía, Domingo de Soria, Lucian (Soraluce), Francisco de Cuellar, Alonso de Molina, Pedro Falcon, García de Xérez, Antón de Carrión, Alonso Briceño, Martín de Páez, Juan de la Torre. Estos con toda la voluntad se ofrecieron de quedar con Pizarro, de que no poco se alegró, dando gracias a Dios por ello, pues había sido servido de ponelles en corazón la quedada. Y habló con Juan Tafur para que le diese uno de los navíos como el Gobernador mandaba, para los que le querían, seguir a descubrir lo de adelante. No quiso dar el navío Tafur, que fue otro dolor para el congojado Pizarro; ni bastó requerírselo ni protestárselo ni rogárselo ni aun partidos y promesas grandes que le hizo para que dejase uno de los navíos y como esto vio muy atribulado le dijo que se fuese con Dios, quel se quedaría con aquellos poquitos allí, hasta que de Panamá le enviasen navío. Tafur, no creyendo que quisiesen quedar entre indios tan pocos hombres, pues eran más temeridad que esfuerzo; le respondió que fuese en buen hora. Esto pasado, el capitán habló con los que habían de quedar con él para se determinar en qué lugar podrían quedar seguramente sin temor de los indios hasta que de Panamá les enviasen navío; y entrellos platicando (platicado) y bien pensando (pensado) acordaron de quedar en la isla de la Gorgona, aunque era mala tierra, porque no había gente y tenían agua y podrían con el maíz que tenían pasarse algunos días en ella. Y escribió a sus compañeros de la manera que quedaba y cuando convenía que con brevedad le enviasen navío para descubrir la tierra que decían los indios que se tomaron en la balsa. También escribió al Gobernador mostrando sentimiento por lo que había proveído; y metiéndose en los navíos Pizarro se quedó en la Gorgona con los ya nombrados e algunos indios e indias. Juan Tafur lo hizo tan mal, que dicen que aun no daba lugar para que sacasen el maíz que les había -183- de quedar, y que lo echaron en la marina con la prisa que daba, donde se perdió mucho dello; y se quería llevar los indios de Túmbez que tenía Pizarro para lenguas; mas, al fin los dio yendo Ribera por ellos al navío donde se estaban; y Juan Tafur con los españoles dio la vuelta a Panamá, habiéndole primero rogado Francisco Pizarro al piloto Bartolomé Ruiz, que volviese en el navío que había de venir, y quedó en la Gorgona con sus trece compañeros.
Capítulo XVII
Cómo el capitán Francisco Pizarro quedó en la isla desierta y de lo mucho que pasó él y sus compañeros y de la llegada de los navíos a Panamá.
Los que hobieren visto la isla de la Gorgona no se espantarán de ver cuanto encarezco lo que en ella pasaron los españoles y como no digo nada de su espesura tan cerrada y los cielos abiertos para echar agua encima della. En el mar Océano, entre las Indias, y la tercera estaba una isla a que llaman la Bermuda. Es mentada, porque en su paraje a la continua pasan tormenta los navegantes huyen della como de pestilencia. En la Mar del Sur la Gorgona tiene el sonido de no ser tierra ni isla sino aparencia del infierno. Y quiso Pizarro quedar en el lugar que conocía ser tan malo, por tenerlo por más seguro que la Isla del Gallo ni la tierra firme. Y fueron los trabajos que pasaron en ella en extremo grado grandes, porquel llover, tronar, relampaguear es contino; el sol dejase pocas veces ver, tanto que por -184- maravilla los nublados descubren para que las estrellas se vean en el cielo. Mosquitos hay los que bastaran a dar guerra a toda la gente del Turco. Gente no hay ninguno, ni fuera razón que poblar(a) en tierra tan mala. Montaña es mucha la que hay y tan espesa como espantosa. Lo que tiene de contorno esta isla en los grados questá, escrito lo tengo en mi primera parte. Los españoles sin perder la virtud de su esfuerzo, hicieron como mejor pudieron ranchos que llamamos «acá a» las chozas para guarecerse de las aguas; y de una ceiba hicieron una canoa pequeña, en la cual entraba el capitán con uno de los compañeros y tomaban peces con que algunos días comían todos. Otras veces salía con su ballesta y mataba de los que llamamos guadaquinajes, que son mayores que liebres y de tan buena carne; y dicen que hobo día quel solo con su ballesta mató diez destas. De manera questuvieron con gran paciencia entendían en no parar por buscar de comer para sus compañeros. Y tal fue su diligencia, que con la ballesta y canoa bastó a lo hacer sin mostrar sentimiento del agua ni de nunca enjugarse ni dejar de oír el continuo ruido de los mosquitos; questuvieron enfermos en esta isla Martín de Trujillo y Peralta, remediaron harto los guadatinajes para que comiesen. Hallaron en aquella isla una fruta que tenía el parecer casi a castaña, tan provechosa para purgar que no es menester otro ruibarbo, ni más que una dellas. Uno de los españoles comió dos y quedó, tan purgado, que aína se quedara bulrrado (sic). Vieron otra fruta montesina como ubillos; desta comían y era sabrosa. Entre las rocas y concavidades de las peñas questaban en la costa de la mar de la isla, tomaban pescado, e de día y de noche toparon culebras mostruos (sic) de grandes, mas no hacía daño ninguno. Monos los hay grandísimos, y gaticos pintados, con otras salvajinas extrañas muy de ver. De las sierras que hay en la isla abajan ríos que nacen en ella, de agua muy buena en todos los meses del año en la creciente de la luna, se ve que viene a esta isla por algunos cabos della, siendo ya pasado el día al poner del sol, enfinidad del -185- pece que llamamos aguja, a desovar en tierra. Los españoles alegres, aguardábanlos con palos y mataban los que querían; y pescaban muchos pargos y tiburones; y otras maricinas (sic) hallaban, y que fue Dios servido que, bastó a los sustentar con el maíz que les había quedado; de manera que nunca les faltó que comer. Todas las mañanas daban gracias a Dios y a las noches lo mismo, diciendo la salve y otras oraciones, como cristianos, y que Dios quiso guardar de tantos peligros. Por las horas sabían las fiestas, y teníanse (sic) cuenta en los viernes y domingos. Y con tanto los dejaré pasar esta vida hasta que el navío vuelva por ellos; y diré como llego Juan Tafur con los otros cristianos a Tierra Firme, que llamaban Castilla del Oro.
Capítulo XVIII
De cómo Jafur (sic por Juan Tafur) llegó a Panamá y cómo volvió un navío a la Gorgona al capitán Francisco Pizarro.
Habiendo dejado en la isla a Francisco Pizarro, Juan Tafur con los cristianos questaban embarcados en los navíos anduvieron hasta llegar a Panamá donde estaba el gobernador Pedro de los Ríos; y como supo que Francisco Pizarro con tan pocos españoles había quedado en la Gorgona pesole, diciendo, que, si se muriese o fuesen indios a lo matar, que sobrellos cargase la culpa, pues no habían querido venir en los navíos con Juan Tafur. Los que habían venido contaban las lástimas de los trabajos y hambres que habían pasado y era muy gran dolor oillos. El padre Luque y Diego de Almagro leyeron -186- las cartas de su compañero Francisco Pizarro y derramaron muchas lágrimas de compasión que del tuvieron, y con voluntad de le enviar con brevedad un navío para que con él pudiese descubrir lo de adelante o volverse a Panamá, fueron al Gobernador a pedille licencia para ello, poniéndole por delante grandes causas. Respondió que no quería dar tal licencia ni consentir que fuese navío de Panamá. Almagro con requerimientos se lo protestó, afirmando se hacía sin justicia, pues habiendo trabajado y gastado tanto en aquel descubrimiento, no quería dar lugar a que fuese navío a traer los que habían quedado en la isla. Con estas cosas y otras (que) dijo Almagro conociendo el Gobernador que tenía razón, dio licencia de que fuese el navío, de que se alegraron mucho los dos compañeros; y con mucha diligencia metieron en uno de los que estaban en el puerto mucho bastimento; y como estuviese presto para el viaje, volvieron al Gobernador a decille que diese lo que mandaba, porque lo querían enviar; y dicen que le había pesado por haber dado licencia para ello, y que respondió, que él enviaría a ver el navío y a lo que lo registrasen y le avisasen si estaba para navegar; y que habló de secreto con un Juan de Castañeda, para que yendo él con un carpintero a quien llamaban Hernando, a ver la nao, dijesen que no estaba para navegar ni salir del puerto hasta que la adobasen. Más cuentan que Castañeda, habiéndose cristianamente, lo hizo mejor que Pedro de los Ríos se lo había mandado, porque si hubiese traición aprovechó y no dañó nada, antes luego el mismo Pedro de los Ríos envió a llamar a Diego de Almagro, a quien dijo que fuese el navío con la bendición de Dios en busca del capitán, con tanto que cumpliesen lo quel les daría por una instrucción firmada de su nombre, que era la instancia della, que pudiesen navegar hasta seis meses los cuales pasados, viniesen a Panamá a dar cuenta de lo que habían hecho, so algunas penas que para ello puso. Esto hecho, el maestrescuela don Hernando de Luque y Diego de Almagro escribieron al capitán cartas alegres y que bien había mostrada su gran valor, pues así había osado con tan poca gente quedar en una tierra yerma y tan mala; y que habían trabajado harto de le enviar -187- navío, porque el Gobernador lo estorbaba; por tanto, que procurase de llegar con él a la tierra de Túmbez que los indios decían, pues llevaban a Bartolomé Ruiz en el navío por piloto, que fue el mesmo que les prendió en la balsa. Como lescribieron estas cosas y otras, se partió Bartolomé Ruiz con el navío, sin llevar más gente que los marineros, y se dio a priesa navegar camino de la Gorgona.
El capitán con los españoles que habían quedado en ella pasaban sus vidas con el trabajo que en el capítulo pasado se dijo, comiendo de lo que mariscaban y pescaban, y del maíz que les había quedado; estando aguardando el navío como si fuera la salvación de sus ánimas; tanto lo deseaban, que los selajes (sic) que se hacían bien dentro de la mar, se les antojaba que era él; y coma viesen que no venía a cabo de tanto tiempo que había que se partieron los navíos, muy congojados y trabajados estaban con determinación de hacer balsas para se volver a Panamá la costa abajo. Y habiendo (lo) concertado estuvieron un día bien adentro en la mar venir el navío; unos dellos los tuvieron (sic) por palo, otros por otra cosa, porque tanto lo deseaban, que aunque conocieron que era vela, no lo creían; más como llegó cerca blanquearon las velas y conocieron que era lo que tanto deseaban; de que recibieron tanta alegría que de gozo no podían hablar; y tomó puerto en la isla a hora de medio día saliendo luego en tierra el piloto Bartolomé Ruiz con algunos marineros y se abrazaron unos con otros con gran placer, contando los de tierra a los que venían por la mar lo que habían pasado en la isla, y ellos contaban lo que les había sucedido en el viaje, como se suele hacer.
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Capítulo XIX
De cómo el capitán Francisco Pizarro con sus compañeros salieron de la isla, y de lo que hicieron.
Después de haber llegado el navío a la Gorgona, como se ha contado, y que Francisco Pizarro hobo visto las cartas de sus compañeros lo platicó con los que con él estaban, que sería bien que en aquella isla se quedasen todos los indios e indias que tenían de servicio, pues había harto bastimiento de lo que había venido en el navío con el bagax que tenían, que no era mucho, y para en guarda dellos tres españoles de los más flacos. Este consejo fue loado de todos, y quedaron Peralta, Truxillo y Páez, los cuales con todo lo demás, se habían de tomar a la vuelta en el navío. Los indios de Túmbez fueron dentro, porque ya sabían hablar y convenía no ir sin ellos para tenellos por lenguas. El capitán con los demás se embarcaron, y derecho al Poniente, por la costa arriba, navegaron y fue Dios servido deles dar tan buen tiempo, que dentro de veinte días que había que navegaron, reconocieron una isla que estaba enfrente de Túmbez y cerca de la Puná, a quien pusieron por nombre Santa Clara; y como tubiesen falta de leña y de agua, arribaron a ella para se proveer. En aquesta isla no hay poblado ninguno, mas tomanla (sic) la comarca por sagrada, y a tiempos hacían en ella grandes sacrificios, ofreciéndole la ofrenda de la Capaciochi (sic) el demonio, quien estaba tan enseñoreado en estas gentes por la (hay un claro en la copia que debe llenarse con la palabra permisión) de Dios era visto por los sacerdotes (Aquí falta algo) tenían ídolos o piedras en que adoraban. Los indios de Túmbez que venían en el navío, como vieron la islata (sic) reconociéronla y con alegría decían al capitán cuán cerca estaban de su tierra. Echado el batal fueron allá el capitán con algunos de los españoles; e toparon la huata donde adoraban, que era su -189- ídolo de piedra poco mayor que la cabeza del hombre ahuesado con punta aguda. Vieron la gran muestra de la riqueza que tenían por delante, porque hallaron muchas piezas de oro e plata pequeñas a manera de figura, de manos, exetas (sic tetas) de mujer, e cabezas, e un cántaro de plata, que fue el primero que se tomó, en que cabía (sic) una arroba de agua, y algunas piezas de lana, que son sus mantas, a maravilla ricas e vistosas. Como los españoles vieron estas cosas y las hallaron, estaban tan alegres cuanto se puede pensar. Pizarro quejábase de los que fueron con Juan Tafur, pues por no venir con él, no serían parte para de aquella vez hacer algún gran hecho en la tierra. Recogéronse a la nao oyendo a los indios de Túmbez que no era nada aquello que habían hallado en aquella isla, para lo que había en los otros pueblos grandes de su tierra; y navegando su camino, otro día a hora de nona (tres de la tarde) vieron venir por la mar una balsa tan grande que parecía navío, y arribaron sobrella con la nao y tomáronla con quince o veinte indios que en ella venían vestidos con mantas, camisetas y en hábito de guerra, y dende a un rato vieron otras cuatro balsas con gente. Preguntaron a los indios que venían en la que había tomado, que ¿dónde iban y de dónde eran? Respondieron que ellos eran de Túmbez, que salían a dar guerra a los de la Puná, que eran sus enemigos; y así lo afirmaron las lenguas que traían. Como emparejaron con las otras balsas, tomáronlas con los indios que venían en ellas, haciéndoles entender que los detenían para los tener cautivos ni para los detener sino para que fuesen juntos a Tú