Правильно писать по-испански
ESCRIBIR CORRECTAMENTE en español o castellana
Правильно писать по-испански
ESCRIBIR CORRECTAMENTE en español o castellana
IDIOMA
I
En un primer acercamiento, llamaremos léxico al conjunto, caudal o sistema de palabras y voces que componen una lengua; mientras que con el término semántica aludiremos al significado o sentido de las palabras.
Hablar y escribir con propiedad
El vocablo propiedad, según una de las acepciones que recoge la Real Academia Española en su Diccionario de la Lengua Española, aparece definido del siguiente modo: Significado o sentido peculiar y exacto de las voces o frases.
Por otra parte, se escucha con cierta frecuencia, refiriéndose a una persona concreta, que sabe hablar con propiedad; o, por el contrario, a veces se dice que esa persona no sabe hablar con propiedad.
Sea como fuere, lo cierto es que para hablar o escribir con propiedad hay que saber seleccionar las palabras adecuadas en cada momento y, en consecuencia, es preciso conocer su sentido y su significado. De aquí la importancia del Léxico y la Semántica. Como ya hemos dicho el Léxico es el vocabulario, el conjunto de palabras que componen una lengua; mientras que la Semántica estudia el significado de las palabras. Para hablar con propiedad una lengua, hay que conocer el mayor número de palabras y emplearlas con su sentido preciso en cada contexto o situación. En español se cometen incorrecciones léxicas y semánticas, por parte de algunos hablantes cuando, por ejemplo, dicen cocretas en vez de croquetas; dentrífico, en lugar de dentífrico; tortículis por tortícolis; cuete, aunque la palabra correcta sea cohete…
Con cierta frecuencia se cometen incorrecciones léxicas y semánticas en ambientes cultos, que repugnan al instinto lingüístico y chocan con el buen sentido del castellano moderno y de todos los tiempos; lo cual revela que en todas las profesiones hay personas mal instruidas. Y así, se escuchan vocablos como posicionamiento para referirse a posición, toma de postura o actitud. También se dice redimensionar, cuando, para referirse a variaciones o cambios en la dimensión, lo correcto es reajustar, reducir, adecuar o aumentar. A veces, se oye el barbarismo publicitar, cuando en el idioma español las palabras correctas, en este caso, son: anunciar, divulgar, hacer publicidad, hacer propaganda, dar a la publicidad, publicar…
Incorrecciones semánticas
En ocasiones, tanto en el habla como en la escritura, se incurre en errores y faltas semánticas. Así, por ejemplo, se ha popularizado el empleo del verbo coger con el sentido de caber, lo cual constituye un vulgarismo semántico.
Ejemplo Incorrecto: El coche nuevo es tan grande que no coge en el garaje.
Ejemplo correcto: E coche nuevo es tan grande que no cabe en el garaje.
Ejemplo correcto: Ya llegó el taxi, coge tus maletas.
Otro tanto sucede con el vocablo especular, que viene a convertirse en término socorrido con harta frecuencia. Y así, en vez de prever, sospechar, calcular, opinar, presumir, conjeturar, creer… se utiliza, exclusivamente, especular. Sin embargo, en español, la palabra especular no tiene el sentido que, erróneamente, se le atribuye.
No obstante, es admisible el empleo del vocablo especular en construcciones como especular con algo y especular en papel (Manuel Seco, en su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española. También la Agencia Efe, en su Manual de español urgente).
Veamos, pues, la totalidad de significados de la palabra especular en el Diccionario de la Real Academia:
especular (1). Transparente, diáfano. Perteneciente al espejo.
especular (2). Registrar, mirar con atención una cosa para reconocerla y examinarla. Meditar, contemplar, considerar, reflexionar. Comerciar, traficar. Procurar provecho o ganancia fuera del tráfico mercantil.
Ejemplo incorrecto: Se especula que habrá acuerdo entre trabajadores y empresarios.
Ejemplo correcto: Se cree que habrá acuerdo entre trabajadores y empresarios.
Ejemplo correcto: Las especulaciones de los antiguos filósofos han sido provechosas para la ciencia moderna.
Ejemplo correcto: Las leyes prohiben la especulación con los alquileres de pisos y locales.
Ejemplo correcto: La hermosa ninfa se miraba en la tersa superficie especular del lago de aguas transparentes.
La incorrección semántica alcanza, también, al vocablo puntual que, en ocasiones, se emplea en el sentido de concreto o de detalle, esto es, opuesto a los términos global, general, universal… Y así, se habla de asunto puntual, cuando lo correcto es decir asunto concreto.
II
La lengua española o castellana aparece clasificada por los lingüistas en el conjunto propio de las cuatro lenguas mayores del mundo y, dentro del denominado grupo de lengua materna, ocupa el segundo lugar: es un inestimable patrimonio colectivo que sus hablantes han de valorar y cuidar.
Para valorar y cuidar nuestro idioma debemos conocerlo y usarlo correctamente; por ello, procuraremos siempre que en nuestros mensajes y expresiones no aparezcan términos impropios, carentes de sentido o incluso extravagantes.
La Agencia EFE, en su Manual de español urgente, califica de extravagancias léxicas a determinados términos empleados con profusión —y como si fueran comodines, ya que sus mentores los acoplan a cualquier oración contexto o frase, lo que indica que no dicen lo que piensan ni hablan de lo que saben— por personajes públicos que, desgraciadamente, no conocen el valor de las palabras y, en consecuencia, ignoran cómo ordenar y comunicar sus propios pensamientos.
En ocasiones, se falta a la norma idiomática por pereza, es decir, en vez de consultar el diccionario cuando se duda sobre la impropiedad o inexistencia de un vocablo determinado se prefiere repetir ese vocablo.
Constituyen claros ejemplos de pereza el empleo reiterativo del verbo realizar, el uso indebido de las locuciones a nivel de o en base a y el abuso de los vocablos posicionamiento y posicionar. Los vocablos posicionamiento y posicionar no están registrados en el Diccionario de la Real Academia porque se consideran neologismos innecesarios; y ciertamente, así es, pues el Diccionario ya contiene los términos correctos —a los que se quiere emular cuando se emplean los neologismos citados— que deben usarse siempre que el contexto lo requiera; esos términos, o expresiones, correctos son: actitud, postura, toma de postura, posición, situar, colocar…
Otra impropiedad léxica, bastante manoseada por los perezosos, es aquella que consiste en atribuir a la palabra puntual el sentido de concreto o de detalle. Y así, con frecuencia se oye hablar de temas puntuales con el sentido de casos concretos o casos actuales; como si puntual fuera un término equivalente —un sinónimo— a concreto o al vocablo actual. Señalaremos, en cambio, que puntual es un adjetivo que significa diligente, pronto, pormenorizado…; y también se dice que una persona es puntual porque ha llegado a la hora en punto a una cita.
No obstante, quienes emplean erróneamente el vocablo puntual se quieren referir, por lo general, a los términos concreto y actual, lo que constituye una impropiedad léxica que conviene evitar.
También se encuentra muy extendido el uso del vocablo tema (con el que se alude a la idea central o al asunto de que se trata en una conferencia, discurso, escrito…), con el significado equivalente a las palabras cuestión, motivo o asunto. El abuso del término tema empobrece el léxico de nuestro idioma.
En ocasiones, y para no ser tachados de puristas (purista = Extremadamente riguroso en evitar o censurar toda palabra o giro de origen extranjero), conviene emplear palabras que, por no tener equivalencia con ninguna otra ya existente, parecen firmemente instaladas en la lengua, según el instinto idiomático, esto es, en general el uso debe prevalecer sobre consideraciones etimológicas o ante cualesquiera otros criterios.
Tal sucede con los vocablos competitividad (capacidad para competir) y privatizar (confiar, o transferir, bienes públicos al sector privado) que recientemente han sido aceptados por la Real Academia por considerar que son palabras necesarias. Y así, se oye muy a menudo hablar de: competitividad de las empresas, privatizar un servicio, privatizar los transportes, privatizar las empresas deficitarias,…
Sin embargo, el vocablo desafortunadamente, por ejemplo, no existe en español, aunque los despreciadores del idioma, particularmente ciertos traductores (?) perezosos, lo utilicen en sus escritos con el sentido de infortunadamente, desgraciadamente, desdichadamente…
En cuanto al término desafortunado, que equivale a sin fortuna, conviene señalar que hoy día se ha generalizado su uso con el significado de no oportuno o desacertado. Y así, se oye habitualmente decir de un personaje público, por ejemplo, que estuvo desafortunado en sus declaraciones.
III
La palabra, entronque léxico de la estructura de la frase, expresa y representa ideas. Mediante las palabras se transmiten los pensamientos y se dota de contenido al mensaje que el hablante transmitirá al oyente; luego, las palabras también conforman la realidad.
Basándonos en la propia experiencia, y en aseveraciones ajenas, podemos afirmar que los hablantes y oyentes del español manejan descuidadamente el idioma porque desconocen el valor de las palabras. En consecuencia, conviene evitar las impropiedades léxicas para que la desidia no se apodere del lenguaje, ni la sinrazón domine las ideas o anule los pensamientos, lo cual afectaría negativamente a la comunicación y comprensión de los mensajes con todo lo que ello conlleva: deficiente captación de la realidad, conocimiento superficial del entorno, conceptos elementales, etcétera.
Para no dejarse engañar con discursos vacíos de contenido, aunque plenos de términos rimbombantes y de barbarismos que revelan la ignorancia y la pedantería de quienes los pronuncian y los escriben, y aun son una muestra de la actitud despreciativa del comunicante hacia su lengua materna y hacia los oyentes, es imprescindible conocer el valor de las palabras.
Por tanto, el buen uso de las palabras evitará que se produzcan impropiedades léxicas y enunciados ininteligibles, al mismo tiempo propiciará la transmisión del contenido cabal de un determinado mensaje. Así pues, hay que concluir que el empleo de barbarismos innecesarios, el uso de solecismos, la deformación de voces y el olvido de la norma lingüística en la construcción de giros no contribuyen, de ningún modo, a clarificar el mensaje que se quiere transmitir.
Generalmente, los barbarismos son vocablos o giros procedentes de otras lenguas y, en sentido restringido, el barbarismo es sinónimo de extranjerismo. Según su origen, los extranjerismos se denominan: anglicismos, si provienen del inglés; galicismos, cuando derivan del francés; germanismos, si provienen del alemán; italianismos, cuando se basan en el italiano; etcétera. El diccionario de la Real Academia Española, especialmente en su última edición, coincidente con la celebración del V Centenario, ya recoge un buen número de vocablos considerados extranjerismos.
Sin embargo, las voces que provienen del griego —helenismos— o del latín —latinismos— tienen un carácter básico en la formación del idioma español y, por consiguiente, no se consideran barbarismos o extranjerismos.
El solecismo es una palabra que, literalmente, significa hablar defectuoso; y se diferencia del barbarismo porque, mientras éste es un error cometido por el empleo de una forma inexistente en la lengua, el solecismo consiste en el mal uso de una forma existente. (Lázaro Carreter, en su “Diccionario de términos filológicos”).
Expresiones incorrectas y vulgaridades léxicas
Con frecuencia, se emplea erróneamente el término asequible, en lugar de accesible. Y así, no hay que decir de una persona que es asequible sino que debe emplearse la palabra correcta, esto es, accesible. Con la palabra asequible designamos aquello que se puede conseguir o alcanzar; mientras que el término accesible significa de fácil acceso o trato. Ejemplos: Este coche no es asequible para nosotros, a causa de su precio excesivo. Nuestro vecino es una persona accesible.
Tampoco hay que confundir el vocablo adición, sinónimo de suma, con adicción, término con el que se alude al hábito de quienes se dejan dominar por el consumo de estupefacientes.
No debe utilizarse la locución prepositiva al respecto de, sino con respecto de o también respecto a. A menudo se emplean erróneamente expresiones como una acción a imitar cuando lo correcto es una acción imitable o digna de ser imitada. Constituye también un error decir o escribir a celebrar en Roma la próxima semana, pues lo correcto es que se celebrará en Roma la próxima semana. Otro tanto sucede con la locución por contra, que se emplea erróneamente en vez de las expresiones correctas por el contrario, por lo contrario o al contrario.
Algunas veces, los hablantes dudan al emplear correctamente el superlativo fortísimo y erróneamente dicen y escriben fuertísimo.
La palabra versátil es un adjetivo que significa voluble e inconstante; es incorrecto, pues, asociarlo al significado de términos como dúctil, capaz, polifacético, etcétera.
A menudo se dice y escribe fuistes, llegastes, vinistes, leistes…, cuando lo correcto es fuiste, llegaste, viniste, leiste… En español, el adjetivo agresivo significa que provoca, ofende, o ataca. Es una incorrección léxica, por ejemplo, emplear el término agresivo en vez de vocablos como imaginativo, dinámico, activo, emprendedor, etcétera. Las frases en nuestra escuela de negocios preparamos comerciales agresivos o hay que llevar a cabo una campaña política agresiva chocan contra los usos idiomáticos del español y, en consecuencia, deben enunciarse correctamente; dígase y escríbase, pues, en nuestra escuela de negocios preparamos comerciales dinámicos, emprendedores, activos… y hay que llevar a cabo una campaña política imaginativa, dinámica, activa…
A veces se emplea el vocablo nominar incorrectamente; y así, se oye decir que una persona fue nominada para un premio; cuando lo correcto es decir que una persona fue propuesta, presentada, seleccionada…. para un premio.
IV
El lenguaje es, por así decirlo, la herramienta que manejan de continuo los componentes de una comunidad de hablantes y, en consecuencia, se halla en continua evolución o cambio; no es obra conclusa o acabada: el lenguaje es actividad.
El buen uso de la palabra hablada y escrita conlleva cierta complejidad que habrá de resolverse en un determinado momento y en un contexto concreto. Luego, el tiempo y el espacio son variables que inciden sobre el lenguaje dándole vida y, a la vez, condicionándole. El significado de las palabras evoluciona, y cobra sentido, con el transcurso del tiempo y dentro de un espacio concreto. El mensaje cabal convierte a la palabra en garante de la fiabilidad de los contenidos que el emisor desea transmitir al receptor. Mas ambos, palabra y mensaje cabal, están sujetos a los avatares del contexto en el que se producen, al paso del tiempo y a los cambios y transformaciones que experimenta la propia comunidad de hablantes.
Y así, se habla de un “eje de simultaneidades” o eje horizontal, en donde la acción del tiempo quedaría excluida; y de un “eje de sucesiones” o eje vertical, mediante el cual es posible considerar sólo una cosa cada vez y en donde sí cuenta la acción del tiempo. Mediante el “eje de simultaneidades” se hace referencia a los aspectos estáticos o sincrónicos de la lengua, a los denominados estados de lengua; mientras que al “eje de sucesiones” se le relaciona con la evolución o diacrónica de la lengua. En consecuencia, y definitivamente, habrá una lingüística sincrónica y una lingüística diacrónica. La primera se refiere al aspecto estático de la lengua, estudia un estado de lengua; mientras que la segunda comprende todo lo que se relaciona con los cambios de la lengua, esto es, estudia las fases de evolución de la lengua.
Mensaje cabal
De los cambios que se han operado en el significado de las palabras a través del tiempo se encarga la semántica; mientras que la lexicología se interesa por el sentido que, dentro del sistema léxico de una lengua, posee una palabra en un momento concreto. La lexicología, pues, estudia el léxico de una lengua desde una perspectiva estática, sin tener en cuenta la acción del tiempo sobre las palabras; mientras que la semántica estudia la significación de las palabras, y se interesa por la evolución de los vocablos y su cambio de sentido a través del tiempo; por eso se habla de “cambios semánticos o cambios de significados”. La semántica es, por tanto, una disciplina diacrónica (algunos lingüistas no lo creen así, y hablan de “semántica sincrónica y semántica diacrónica”); mientras que la lexicología estudia el léxico de una lengua desde un punto de vista sincrónico.
Así pues, cuando el emisor utiliza una palabra con sentido distinto al que le corresponde falta a la precisión semántica y no transmite un mensaje cabal al receptor. De ahí que todo hablante esté obligado a conocer el significado de las palabras. Aunque, en ocasiones, esto no resulta fácil, ya que las palabras adquieren un sentido especial en la construcción de una determinada frase —polisemia, sinonimia, antonimia, homonimia, metonimia, metáfora—, y el significado de ciertos vocablos no es fijo ni absoluto sino que depende de varios factores: sociales, históricos, lingüísticos, emotivos, etcétera.
Polisemia
Una misma palabra puede tener más de un significado, en cuyo caso nos encontramos con el fenómeno de la polisemia: “planta”, “gato”, “cabo”.
Ejemplos de frases con distintos significados de la palabra “planta”:
“Me duele la planta del pie”. “Debes regar la planta que te regalé para que no se seque”. “La bodega tiene una moderan planta embotelladora”. “El campesino planta lúpulo en las tierras de regadío”. “El alcalde inauguró la nueva planta productora de energía”.
Ejemplos de frases con distintos significados de la palabra “gato”:
“Hay que levantar el coche con el gato para sustituir la rueda pinchada por la de repuesto”. “Hemos visto un gato montés por el campo”.
Ejemplos de frases con distintos significados de la palabra “cabo”:
“Los turistas recorrieron el museo de cabo a rabo”. “El cabo ordenó a los soldados que se pusieran firmes”. “Pasaron sus vacaciones cerca del cabo de Peñas”. “En este negocio no hay que dejar ningún cabo suelto”.
Antonimia
Se denomina antonimia a la significación contraria de dos palabras. En la antonimia se enfrentan conceptos y se marca la oposición drástica de ideas. Ejemplos: “bueno—malo”, “positivo—negativo”,”comedia—drama”,”verdadero—falso”,”claro—oscuro”.
Homonimia
Cuando dos palabras se pronuncian de idéntico modo —aunque difieran en su ortografía—, pero tienen distinto significado, se dice que son homónimas: “ola—hola”; “ojear—hojear”;”echo—hecho”.
Metáfora
Literalmente, la metáfora significa “transposición”. A la metáfora también se la considera una figura retórica mediante la cual se presentan como idénticos dos términos distintos. Por ejemplo, cuando oímos la expresión boca de mina entendemos que se nos habla de la entrada de una mina. Lo mismo ocurre con la exclamación ¡qué burro eres! referida a una persona; sabemos que quiere decir que esa persona es muy torpe.
Metonimia
Literalmente, la metonimia significa cambio de nombre. La metonimia está considerada como una figura retórica que se emplea por los hablantes para facilitar la comprensión del mensaje se quiere transmitir al oyente. En la metonimia, la palabra empleada en un sentido que no es el habitual. Por ejemplo cuando alguien nos dice que nos invita a tomar una copa, en realidad está refiriéndose al contenido de la copa y no a la propia copa. Y cuando oímos que no pasa ni un alma por la calle, en realidad entendemos que no pasa ninguna persona por la calle.
Sinonimia
Varias palabras distintas pueden tener el mismo significado, en cuyo caso nos encontramos ante el fenómeno de la sinonimia: “perro—can—sabueso”; “burro—asno—jumento—pollino”; “trabajo—labor—ocupación”; “novato—aprendiz—principiante”.
Ejemplos de frases con términos sinónimos
“El perro ladra”. “El can ladra”. “El sabueso ladra”.
“El burro va cargado”. “El asno va cargado”. “El jumento va cargado”. “El pollino va cargado”.
“Acabaron pronto su trabajo”. “Acabaron pronto su labor”. “Acabaron pronto su ocupación”.
“El jefe de taller enseña una nueva técnica al novato”. “El jefe de taller enseña una nueva técnica al aprendiz”. “El jefe de taller enseña una nueva técnica al principiante”.
V
“Debemos conocer cómo es nuestro idioma y, de acuerdo con este conocimiento, establecer cómo debemos usarlo. Nuestro idioma es un modo de ser, una forma de cultura, algo más que un código de señales, que hoy, tengámoslo presente, se extiende por doce millones de kilómetros cuadrados y que es casi el único vínculo que une a más de trescientos millones de seres humanos.” (Texto entresacado de la ponencia leída por Pedro García Domínguez, filólogo del DEPARTAMENTO DE ESPAÑOL URGENTE de la Agencia EFE, en la “Fundación Germán Sánchez Ruipérez”).
Puesto que pertenecemos a una comunidad de hablantes cuantitativamente respetable —ya se ha dicho que hablan español más de trescientos millones de personas—, y dado que el aspecto social y el aspecto individual son dos componentes esenciales del lenguaje, tenemos la responsabilidad social y personal de conocer nuestro idioma. Sólo conociendo el idioma sabremos manejarlo y, consecuentemente, transmitir nuestras ideas con claridad y comunicar nuestros mensajes con la suficiente transparencia como para ser entendidos y comprendidos. Es obvio, sin embargo, que los profesionales de la palabra hablada y escrita, los periodistas, locutores, presentadores, creativos y publicistas, además de una responsabilidad social, tienen también la obligación moral de usar correctamente el lenguaje, pues es su herramienta de trabajo y han de manejarla con sabiduría y justeza para que sus mensajes sean veraces, convincentes y efectivos y, por consiguiente, merece el mayor de los respetos: “La lengua es un instrumento y, como en todo instrumento, la gradación de habilidades en su uso es muy extensa.” (Gregorio Salvador en “Lengua española y lenguas de España”).
Sobre eufemismos y tabúes
Sabemos, que la semántica es la parte de la lingüística que se ocupa del significado y la evolución de las palabras. Además, se han señalado ya algunas de las causas por las que se han producido los cambios semánticos. Seguidamente, y con objeto de ampliar los conocimientos sobre el lenguaje, describiremos también aquellos factores sociales que más han contribuido al afianzamiento de ciertos cambios semánticos; nos referimos, especialmente, al eufemismo y al tabú.
Eufemismo
Se produce un eufemismo cuando en determinados contextos y ocasiones los hablantes evitan pronunciar una palabra concreta, porque la consideran soez o malsonante o porque va contra los usos y normas sociales, y la sustituyen por otra más suave o, por así decirlo, más decorosa. Por ejemplo, habitualmente se utiliza la expresión nuestros mayores en vez de nuestros viejos. También, a menudo se emplea la palabra baño, o servicio, y se evita decir retrete. Es frecuente, además, oír seno en vez de pecho; embarazo en lugar de preñez; invidente por ciego.
En la jerga político—social abundan los eufemismos; y así, en vez de manifestar que se producirán despidos y aumentará el desempleo se oye, por ejemplo, la expresión flexibilidad del mercado laboral; también, en vez de anunciar, pura y simplemente, una subida de precios se dice que habrá un reajuste de precios; con frecuencia, los responsables de la hacienda pública hablan de presión fiscal en vez de aumento de los impuestos. En ocasiones se emplea la expresión eufemística reconversión industrial para referirse al cierre de fábricas e industrias.
Tabú
Literalmente la palabra tabú, que es un vocablo polinesio, significa lo sagrado y lo prohibido. Desde el punto de vista lingüístico, se considera que una palabra es tabú cuando, por razones sociales o psicológicas o de otra índole, no se puede decir.
Lázaro Carreter, en su “Diccionario de términos filológicos”, define el término tabú del siguiente modo: “Voz polinesia que, en Lingüística, se utiliza para designar cualquier palabra que, por motivos religiosos, supersticiosos o de índole social, es evitada por el hablante, el cual debe aludir al concepto mediante una metáfora, una perífrasis (en este sentido son tabúes muchos eufemismos) o una deformación del vocablo propio.”
Perífrasis
En síntesis, la perífrasis es un circunloquio y una digresión, pues consiste en expresar por medio de un rodeo de palabras algo que se hubiera podido decir de forma más simple: lengua de Cervantes para referirse al castellano.
VI
Los estudiosos de la lengua afirman que las palabras y sus significados constituyen un sistema solidario; de ahí que el vocabulario de un idioma aparezca dividido en sectores que se denominan campos semánticos.
Los campos semánticos están compuestos por palabras que se relacionan entre sí, de tal manera que el significado de cada una de ellas depende de sus relaciones con las demás. Las palabras pertenecientes al mismo campo semántico comparten, pues, una significación común y representan una parte de la realidad que quieren significar.
Y así, al campo semántico del concepto temperatura pertenecen las palabras frío, caliente, templado, tibio, helado…
Al campo semántico del concepto tiempo pertenecen las palabras año, década, mes, semana, día, hora, minuto, segundo…
El campo semántico del concepto medida engloba los términos ancho, largo, alto, profundo…
El campo semántico del concepto lácteo comprende las palabras leche, mantequilla, nata, queso…
El campo semántico del concepto espacio abarca los términos amplio, angosto…
Al campo semántico del concepto parentesco pertenecen las palabras primo, tío, sobrino, hermano, padre, madre, abuelo…
La palabra
Todo lo anterior nos lleva a considerar la palabra como unidad de significación. Por consiguiente, es cierto que las palabras que se encuentran codificadas en los diccionarios tienen diversos significados pero, también es verdad que, por sí solas, son neutras y sólo adquieren su sentido más pleno al entrar en la construcción de una frase dicha por un hablante concreto. Las palabras, ya fue dicho por los clásicos, son las unidades significativas más pequeñas del habla. Las palabras también son signos que representan ideas, y su significado irá formándose conforme al uso que los hablantes hagan de ellas. Luego, el verdadero sentido de las palabras se irá fraguando a medida que los hablantes vayan utilizándolas. Por tanto, el significado de las palabras está sujeto a variaciones y cambios; y la semántica, que estudia la significación de las palabras, también se ocupa de la evolución de los significados de esas mismas palabras; merced a la semántica se pueden conocer las causas del cambio de significación de las palabras.
En el diálogo las palabras alcanzan su sentido expresivo y su valor exclamativo, pues sólo en la viveza del diálogo surge la réplica directa por parte del interlocutor. Al reforzamiento expresivo del diálogo contribuyen el énfasis, la hipérbole, la redundancia, las reiteraciones, la elipsis…
El énfasis
Mediante el énfasis, el interlocutor que participa en un diálogo da a entender más de lo que verdaderamente dice, o también quiere hacer comprender lo que no dice. El énfasis implica intensidad y entonación al articular las frases, y puede ser tan exageradamente cuidada la pronunciación del discurso o de la réplica, por parte de un determinado hablante, que acaso se llegue a la afectación o a la grandilocuencia: Afectación en la expresión, en el tono de la voz o en el gesto.
Un ejemplo claro de énfasis lo constituye el siguiente fragmento, entresacado de una célebre obra de Jacinto Benavente: “por quererla quien la quiere, la llaman la Malquerida.”
La hipérbole
Mediante la hipérbole se exagera el mensaje y su sentido a fin de aumentar o disminuir excesivamente la verdad de aquello de que se habla.
Ejemplos de hipérbole los encontramos frecuentemente en muchos de los escritos, y dichos, de nuestros autores clásicos y en sentencias y adagios populares: “y por llanto, el mar profundo” (Salinas). “Hace un siglo que no te veo por estos contornos”. “Un millón de gracias”. “Te lo he repetido un sinnúmero de veces”. “Mi amigo es la bondad personificada”.
La redundancia
Mediante la redundancia se repiten inútilmente conceptos, y palabras, que no son necesarios para el mejor conocimiento de un mensaje: Demasía o profusión viciosa de palabras.
Sin embargo, en ocasiones, el empleo reiterado de algunos vocablos superfluos puede conferir fuerza y belleza a una expresión. Ejemplos de redundancias: “Lo vi con mis propios ojos”. “El avión vuela por el aire”. “Yo mismo estuve en el lugar de los hechos”.
A veces, el interlocutor pretende ahorrar al máximo las palabras y omite en su mensaje ciertos términos que considera superfluos; es lo que se llama la ley del menor esfuerzo. Los lingüistas denominan a este fenómeno “braquilogía”, término que definen del modo siguiente: “Empleo de una expresión corta equivalente a otra más amplia o complicada: me creo honrado (creo que soy honrado).” (Lázaro Carreter, en su “Diccionario de términos filológicos”).
Elipsis
Similar a la braquilogía, puesto que también consiste en un ahorro de palabras, es la elipsis; un fenómeno que consiste en omitir en la oración palabras que no son indispensables para la claridad del sentido; por eso se dice, simplemente, que la elipsis consiste en la supresión de una o más palabras. Aunque esta supresión de una o más palabras no debe alterar el sentido de la frase; por ejemplo, un hablante puede preguntar ¿Qué tal? y el interlocutor sobrentender ¿Qué tal te parece?.
VII
Las palabras son señales o símbolos con cuyo sentido se identifica una determinada comunidad de hablantes, la cual no sólo deberá diferenciarlos sino que también ha de tener la capacidad para saber utilizarlos y emplearlos correctamente a fin de conocer, al propio tiempo, tanto los hechos del mundo exterior como del propio mundo subjetivo.
Los signos lingüísticos son arbitrarios, esto es, convencionales, y las palabras que forman parte de una lengua siempre están penetradas de actividad mental; por consiguiente, la esencia intrínseca de una comunidad de hablantes consiste en desarrollar la capacidad de comunicarse, objetivo que se logra con las palabras y mediante las palabras; y, ya que las palabras representan objetos, muestran hechos o describen situaciones y acontecimientos, puede concluirse que no hay comunicación sin contenido ni palabras vacías; luego, el lenguaje es un sistema de signos y, en cuanto que se compone de palabras, es además una institución humana que surge de la vida en sociedad; no se puede considerar el lenguaje como una entidad ideal que evoluciona al margen de la sociedad, ya que el lenguaje no existe independientemente de quienes piensan y hablan, y su evolución representa uno de los aspectos del propio proceso de evolución social; el lenguaje es también el instrumento de que se sirve la comunidad de hablantes para expresar los hechos de la realidad: las palabras garantizan la conexión entre el lenguaje y la realidad.
Lenguaje, lengua y habla
Podría decirse, claramente, que el lenguaje es la facultad común que tienen todos las personas para comunicarse y, en cuanto institución humana, no es inmutable sino que puede cambiar a causa de circunstancias y necesidades diversas o por influencia de otras comunidades. A los distintos modos en que se puede presentar un lenguaje los llamamos lenguas. Y una lengua tendrá como función principal el servir de nudo de comunicación entre las distintas personas que la utilizan, de ahí que los cambios que se producen en una lengua respondan a la necesidad de simplificar el proceso de comunicación entre los miembros de una comunidad de hablantes.
Pero el lenguaje, además de asegurar la comunicación, ejerce también otras funciones, a saber:
El lenguaje sirve de soporte al pensamiento; de ahí que, desde un punto de vista general, pueda afirmarse que el lenguaje de un grupo social concreto determina su modo de pensamiento y su cultura. El lenguaje es una herramienta que el hablante utiliza para expresarse, para manifestar lo que siente sin preocuparse de las posibles reacciones de los oyentes; en este caso, el hablante encuentra en la lengua un modo de afirmarse ante sí mismo y ante los restantes miembros de la comunidad de hablantes sin que en realidad sienta la necesidad de comunicar nada sino que, exclusivamente, desea manifestar su estado psíquico.
El lenguaje cuenta también con la denominada función estética; que corresponde principalmente al lenguaje literario —la literatura como arte y el concepto de estilo del lenguaje— y, en concreto, se refiere a la función que desempeña una palabra en su contexto. No obstante, y teniendo en cuenta todo lo dicho anteriormente, conviene afirmar que el fin principal, la función central, del lenguaje es la comunicación; por lo que el lenguaje comportará una serie de hechos: el sonido, el pensamiento, lo individual, lo social…
Lengua
Se ha dicho, desde una perspectiva psicológica, que el lenguaje es un sistema de reflejos y de señales condicionadas: la palabra es una señal y el lenguaje un sistema de señales altamente especializado.
Sin embargo, aquí nos interesa el lenguaje desde el punto de vista lingüístico y, en tal sentido, diremos que fue el célebre gramático suizo Ferdinand de Saussure (1857—1913) quien afirmó que el lenguaje es la suma de la lengua y el habla: la lengua pertenece al ámbito social mientras que el habla es un hecho individual. Lo social (la lengua), y lo individual (el habla) son dos componentes esenciales del lenguaje.
La lengua no debe confundirse con el lenguaje pues, como se ha dicho, es una parte esencial de él. La lengua es el producto social de la institución humana del lenguaje, esto es, un conjunto de hábitos lingüísticos que la sociedad ha elaborado convencionalmente, y que permite al individuo comprender y hacerse comprender: la lengua es una institución social; pero se distingue en muchos rasgos de las demás instituciones políticas, jurídicas, etc. Para comprender su naturaleza especial, hay que hacer intervenir un nuevo orden de hechos. La lengua es un sistema de signos que expresan ideas y, por tanto, comparable a la escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de urbanidad, a las señales militares, etc. Sólo que es el más importante de esos sistemas. (Saussure)
Características de la lengua
La lengua no es una elaboración o función del sujeto hablante, sino que es el producto o la herencia que el hablante recibe de la sociedad a la que pertenece. El hablante, considerado individualmente, no puede crear ni modificar la lengua. La lengua, dado su carácter social, es aprendida.
La lengua es, además, un modelo general y constante que existe en la conciencia de todos los miembros de una comunidad de hablantes concreta: es el sistema que constituye una abstracción que determina el proceso de comunicación humana.
El habla
El habla, como ya se ha dicho anteriormente, es la parte individual del lenguaje. Es un acto individual de la voluntad y de la inteligencia mediante el cual se lleva a cabo la realización concreta de la lengua, en un momento y en un lugar determinados, en cada uno de los miembros de la comunidad lingüística.
La lengua, por tanto, es un fenómeno social, mientras que el habla es individual, aunque ambas se suponen recíprocamente.
Para distinguir más claramente entre lengua y habla diremos que lengua es: social; un vehículo de comunicación; un código; existe potencialmente; un hecho psicológico; es permanente.
En tanto que el habla es: individual; el uso que se hace del vehículo de comunicación que es la lengua; es la codificación de un mensaje según ese código; es la lengua actualizada; es un hecho psicofísico; es pasajera.
Tanto la lengua como el habla tienen dos facetas denominadas significante o expresión y significado o contenido.
Del significante en el plano del habla se ocupa la Fonética. Y del significante en el plano de la lengua se ocupa la Fonología. Finalmente, del estudio de los significados se ocupa la Semántica.
VIII
Es cierto que las palabras son combinaciones de sonidos que el hablante emite, maneja y ordena para transmitir mensajes y, en definitiva, para comunicarse; pero, también, las palabras designan ideas cuya entidad real no se corresponde con objeto material alguno.
Sucede, que los hablantes hemos aprendido una serie de combinaciones de sonidos —las palabras—, los cuales utilizamos en lugar de los objetos para componer aquellos mensajes que deseamos comunicar a nuestros interlocutores. Y así, para citar un ejemplo, cuando el emisor quiere comunicar al receptor el mensaje “casa grande” —que está compuesto por dos palabras— no le entrega una casa grande sino que le proporciona, emite, unos sonidos determinados:
“Icl+lal+lsl+lal +
Igl +Irl +lal +Inl +Idl +lel”
Estos sonidos —cuya principal característica es su naturaleza auditiva— están formados por signos, es decir, por elementos que representan, o se ponen “en lugar de”, un objeto. Por ejemplo, el objeto “reloj” —instrumento o máquina que sirve para medir el tiempo o dividir el día en horas, minutos y segundos— está representado por la palabra o el signo “reloj”. Dicho de otro modo, la palabra “reloj” es signo del objeto “reloj”.
Del mismo modo, cuando, por ejemplo, el receptor escucha la palabra “justicia” enseguida sabe que tal palabra designa la idea de justicia, la cual asocia al signo balanza; luego, la balanza es signo de la justicia.
Por tanto, un determinado estímulo que nos indique algo puede ser un signo lingüístico, y mediante el uso de las palabras transformamos los signos o señales en símbolos; por lo que, entre las funciones específicas de las palabras está la de sustituir los sonidos por los símbolos verbales. Al signo lingüístico, pues, le corresponde también la misión de relacionar y unir al hablante con los objetos.
Por consiguiente, el signo lingüístico goza también de dos propiedades o características que, aunque parezca paradójico, se denominan “inmutabilidad” y “mutabilidad”:
Primeramente, señalaremos que el signo lingüístico es inmutable ya que, dada su arbitrariedad, no cambia a través del tiempo. Y, además, porque hace falta una gran cantidad de signos para crear una lengua; si fueran pocos se podrían cambiar fácilmente. También, por la complejidad que encierra el funcionamiento de una lengua y a causa de lo reacia que se muestra la comunidad de hablantes ante determinadas innovaciones.
En segundo lugar, diremos que el signo lingüístico es mudable; porque, además de que se da una continuidad en el tiempo, puede producirse una alteración; aunque ésta es siempre relativa, pues en toda alteración preexiste siempre la materia vieja; y así, es propio del hablante saber “utilizar los signos y crear símbolos, de los que los más importantes son las palabras, que representan objetos, situaciones y acontecimientos no presentes en el medio en que se desenvuelve el sujeto. Todas estas posibilidades humanas están facilitadas por la posesión de un cerebro y de un sistema nervioso altamente diferenciados”.
De ahí que, para construir un mensaje, haya que seleccionar y combinar correctamente los signos necesarios, lo cual equivale a codificarlo. Por consiguiente, el emisor debe codificar el mensaje que desea transmitir, y el receptor tiene que decodificarlo. Y ello es así porque en toda comunicación hay transmisión de un mensaje, de un conocimiento, desde un hablante a otro hablante:
codificar un mensaje es emplear el código, que el emisor debe conocer, para elegir y combinar de manera adecuada los signos que ha de manejar.
decodificar un mensaje equivale a entenderlo y localizarlo para así descifrar las combinaciones de sus signos y, en definitiva, comprender su significado.
En consecuencia para codificar un mensaje, el emisor realizará las siguientes operaciones:
1. Elaboración del concepto que quiera comunicar.
2. Elección del sistema de comunicación que va a utilizar.
3. Codificación del mensaje.
4. Transmisión del mensaje.
Por su parte, el receptor llevará a cabo también las siguientes operaciones que, sin embargo, no serán opuestas:
1. Recibirá el mensaje
2. Determinará cuál es el sistema de comunicación utilizado.
3. Decodificará el mensaje.
4. Elaborará el concepto transmitido.
En la práctica, siempre que el código se domine a la perfección, las operaciones descritas se efectúan a gran velocidad y casi simultáneamente; en realidad, como todos podemos comprobar dada nuestra condición de hablantes de una lengua concreta, transcurre muy poco tiempo desde que pensamos un concepto hasta que elaboramos y pronunciamos la frase correspondiente.
Para reforzar los argumentos descritos, citaremos a Manuel Alvar, de la Real Academia, que, en su libro “El español de las dos orillas”, dice lo siguiente: “La lengua, como sistema de signos que es, está inserta dentro de una vida social en la que tiene sentido y sin ella carecería, empezando por el mero hecho de su existencia. Comunicar es transmitir y se transmite para que un receptor escuche, y descodifique nuestro mensaje, pues de otro modo el mensaje sería lanzar llamadas a un vacío que no podría recibirlas. Ahora bien, codificar y descodificar supone poseer la clave que permita interpretar los signos que recibimos. Es decir, el mensaje se transmite en un contexto, que también es estrictamente lingüístico”.
Por lo demás, y según las modernas teorías de la información, tal transmisión es un fenómeno bastante complejo, pues el mensaje se define como información comunicada. Esta información, a su vez, consta de contenido y forma. Asimismo, al contenido se le denomina también estructura profunda; mientras que a la forma se la conoce igualmente como estructura superficial. La estructura profunda se refiere al plano del contenido, y la estructura superficial equivale al plano de la expresión.
Ejemplos:
1. Los peones principiantes atienden las explicaciones del maestro albañil.
La frase del ejemplo propuesto nos da a entender que un maestro albañil está enseñando el oficio a quienes van a iniciarse en el difícil arte de la construcción; esta idea es, pues, la estructura profunda. Idea que también puede transmitirse de otros modos distintos, a saber:
2. Los aprendices atienden las explicaciones del maestro albañil.
3.Los ayudantes novatos atienden las explicaciones del maestro albañil.
4.Los nuevos contratados escuchan atentamente las explicaciones del maestro albañil.
El contenido estructura profunda es la idea que queremos comunicar. La forma o estructura superficial se compone de los elementos materiales portadores de esa idea. Estas tres últimas frases tienen idéntica estructura profunda —la cual coincide con la estructura profunda de la primera frase—, pues en todas late la misma idea principal de la primera frase, es decir, se habla de personas que quieren trabajar, y alcanzar una cualificación profesional, en el sector de la construcción.
Por consiguiente, los tres ejemplos propuestos contienen una idea única y latente; pero, para comunicar esa idea, el hablante tiene la posibilidad de seleccionar una u otra frase, esto es, puede emplear indistintamente cualquiera de las tres expresiones propuestas, las cuales constituirán la estructura superficial de esas oraciones.
En consecuencia, hemos de señalar, por último, que algunos cualificados lingüistas contemporáneos opinan que las lenguas se diferencian exclusivamente en la estructura superficial.
Por todo ello, podemos concluir que la interpretación y comprensión de las palabras y de la lengua dependen de la cantidad —es decir, del número— y calidad de señales que el hablante sea capaz de captar.
IX
Puesto que el fin último de la lengua es la comunicación, se hace necesario que los objetos puedan ser nombrados por los hablantes, quienes deberán saber, cuando se hallan ante un objeto determinado, cómo nombrarlo para que no exista confusión al describirlo cabalmente pues, en definitiva, la semántica exige el principio de coherencia lógica entre el concepto manejado por el hablante y el objeto que éste tiene ante sí.
Con los sentimientos, las sensaciones, las percepciones, el dolor…, ocurre lo mismo; y así, cuando el emisor o hablante desea transmitir, por ejemplo, un determinado estado de ánimo tiene que hacerlo siempre conforme al principio de coherencia semántica pues, de lo contrario, no sería captado el sentido íntimo de su mensaje por el oyente o receptor. Por consiguiente, y en sentido amplio, puede afirmarse que hay más de una semántica o, dicho de otro modo, los significados de las palabras entrañan conceptos plenos de contenido y los mensajes siempre han de ser comunicables; de lo contrario, podría concluirse que no hay mensaje. El orden de las palabras —según fue dicho por los autores clásicos— guarda un estrecho paralelismo con la disposición de las cosas, de los hechos o de las realidades.
Semántica lógica
Cuando se considera a la semántica desde una perspectiva lógica nos hallamos ante la denominada semántica lógica, mediante la cual se establece una ilación o una unión entre el signo linguístico y la realidad, y también se desarrolla el conjunto de reglas que aseguran una exacta y cabal significación. Dichas reglas, en opinión del prestigioso y célebre pensador Carnap, “determinan bajo qué condiciones es aplicable un signo a un objeto o a una situación, y permiten poner en relación los signos y las situaciones que son susceptibles de designar”.
De todo lo anterior se deduce que la esencia del lenguaje, su propia naturaleza, lleva intrínsica la situación comunicable. En consecuencia, existirá un lenguaje ideal formalizado mediante el cual se logra la definición exacta de los conceptos; un lenguaje ideal, en definitiva, distinto del lenguaje común, ordinario o de uso: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo La lógica llena el mundo; los límites del mundo son también sus límites.” (Wittgenstein).
Semántica psicológica
Cuando el hablante se encuentra ante la situación de explicar cómo debe comunicar su mundo anímico e íntimo, cobra sentido la denominada semántica psicológica; por mor de la cual el emisor o hablante manifiesta lo que ocurre en su espíritu. Existe, pues, un lenguaje que se nutre de los enunciados que aluden a los fenómenos mentales; un lenguaje sobre el pensamiento, el sentimiento, la emoción, la memoria…; un lenguaje que, utilizado definitivamente por el hablante, se convierte en discurso psicológico. Este uso que el hablante hace del lenguaje no es social, ni sus mensajes son intencionales o deliberados; no se trata, en fin, de un lenguaje moral…. Decididamente, mediante la semántica psicológica es posible desvelar, descubrir, interpretar y sacar a la luz el mecanismo psíquico que se establece entre el hablante o emisor y el oyente o receptor.
Semántica lingüística
Si el hablante tiene que transmitir, mediante el lenguaje articulado, un mensaje cargado de significación y contenido debe conocer, de modo exhaustivo, la semántica linguística, que es la que propiamente se ocupa de la significación de las palabras. Las restantes semánticas, es decir, la semántica lógica y la semántica psicológica se diferencian de la semántica lingüística; y a fin de distinguirlas, transcribiremos el siguiente ejemplo:
“Imaginémonos en presencia del objeto vaso, ante cuya observación un hablante dice vaso. Hay en semántica lógica, una coherencia, diríamos lógica, entre el concepto vaso y el objeto que tenemos delante. Si el hablante dijera botella, la sémántica lógica nos hablaría de error a causa de esa transmisión con confusión; la ética nos hablaría de mentira si el hablante ha observado que es vaso pero ha dicho botella con intención de engañar; la semántica psicológica indagaría las asociaciones mentales que han inducido al hablante a decir botella ante un vaso y las razones psicológicas de esta falsa visión individual. Lingüísticamente no ha habido ni error ni mentira, sino un funcionamiento de la palabra vaso frente a copa, un funcionamiento de botella frante a jarra, garrafa, frasco,… Y, también lingüísticamente, se tiene en cada una de esas palabras un presupuesto recíproco entre significado y significante cuyo conjunto da un contenido en nuestra lengua castellana.” (Vidal Lamíquiz).
Hemos empleado con frecuencia, la expresión lenguaje articulado para referirnos al lenguaje humano; por ello, conviene precisar más el sentido de esos conceptos y, en consecuencia, de la doble articulación del lenguaje.
Primera articulación del lenguaje
Merced a esta peculiaridad del lenguaje, todo hecho de experiencia que el emisor vaya a transmitir, toda necesidad que se desee hacer conocer a otra persona, se analiza en una sucesión de unidades, cada una de ellas dotadas de una forma vocal y de un sentido. Por ejemplo, si sufro dolores de cabeza, y quiero comunicar esa sensación de dolor a otra persona, puedo dar un grito, pero el oyente no sabrá exactamente qué es lo que me pasa, y además este acto no basta para hacer una comunicación lingüística. Sin embargo, si digo: “me duele la cabeza”, habré logrado la comunicación, ya que el oyente sabrá perfectamente lo específico de mi situación.
Pero, si nos fijamos bien en nuestro ejemplo, observaremos que, en puridad, lo que hemos hecho es pronunciar cuatro palabras sucesivas (“me” — “duele” — “la” — “cabeza”), cuatro unidades que podríamos encontrar en otro contexto, en el que significasen cosas distintas. Ejemplo: Iba en la “cabeza” de la manifestación.
También, simplemente podemos decir “cabeza”. La utilización de estas unidades supone una gran economía para la comunicación, ya que con muchas unidades como estas —”cabeza”, “la”, “de”, “en”, duele”…—, ampliamente combinadas, puede un hablante comunicar toda su experiencia. Llegados a este punto cabría hacerse una reflexión, la cual consistiría en pensar cómo sería posible la comunicación si cada experiencia, cada situación, tuviera que ser comunicada separadamente, esto es, por gritos inarticulados y diferentes.
Segunda articulación del lenguaje
El lenguaje humano se organiza o se articula según una serie de unidades de la primera articulación; asimismo, ha quedado señalado que cada una de esas unidades tiene un sentido y también una forma fónica, es decir, un sonido. La palabra “cabeza”, por ejemplo, tiene un sentido: aquello que significa la palabra (“Parte superior del cuerpo humano”. “Intelecto, talento”. “Retrato en escultura o pintura”. “Principio o parte extrema de una cosa”…), y una forma fónica: un sonido.
Esta unidad, “cabeza”, no la podemos dividir en cuanto a su sentido, ya que no significa nada, “ca” — “be” — “za”, pero sí la podemos dividir en cuanto a su función. Y así, la unidad “cabeza” podemos dividirla en seis sonidos o unidades de la segunda articulación: /c/—/a/—/b/—/e/—/z/—/a/ .Merced a la segunda articulación del lenguaje, la lengua puede limitarse a unas decenas, por así decirlo, de producciones fónicas distintas que se combinan para obtener la forma vocálica de la primera articulación.
Unidades lingüísticas de base
Un enunciado como “me duele la cabeza” o una parte de dicho enunciado que tenga sentido se llama signo lingüístico. Y todo signo lingüístico se compone de un significado —un sentido o valor— y de un significante, en virtud del cual se manifiesta el signo.
A su vez, el signo lingüístico está dividido en unidades de la primera articulación o monemas, cada una de las cuales tiene también un significante y un significado. El significante de los monemas aparece dividido, a su vez, en unidades de la segunda articulación, ya que es el que reviste la forma fónica; esta última unidad se denomina fonema. Respecto al monema cabe decir que puede constituir por sí mismo un signo lingüístico, pero no así el fonema. En el enunciado del ejemplo que venimos utilizando, tendríamos lo siguiente:
“Me duele la cabeza”— signo lingüístico.
Me—duele—la—cabeza— 4 monemas.
/M/—/e/—/d/—/u/—/e/—/l/—/e/—/l/—/a/—/c/—/a/—/b/—/e/—/z/—/a/— 15 fonemas; algunos repetidos.
Por consiguiente, los sonidos utilizados en el acto de hablar se organizan, en cuanto a su realización material, conforme al clásico y conocido esquema siguiente:
Lo articulatorio —propio del hablante.
Lo acústico —equivale a las vibraciones del aire.
Lo auditivo —propio del oyente.
X
Mediante el lenguaje, el hablante comunica sus pensamientos al oyente y, al propio tiempo, el primero aprehende el mensaje contenido en la réplica del segundo: entre hablante y oyente se establece, pues, una comunicación dinámica gracias a la capacidad de ambos para usar palabras, formar frases y combinarlas adecuadamente.
Aunque hay varios tipos de lenguaje —imitativo o mímico, táctil, gestual, olfativo, visual…— el que corresponde a la facultad del habla, el denominado lenguaje auditivo, hablado o articulado, es el que interesa a la lingüística o ciencia del lenguaje; de ahí que la lingüística se defina también como la ciencia del lenguaje articulado. Además, al investigar desde diversos puntos de vista, y al aplicar diferentes métodos, los lingüistas han descubierto que existen varias modalidades de esta ciencia del lenguaje; aunque, en sentido estricto, se habla de tres lingüísticas, a saber: lingüística histórica; lingüística estructural; y lingüística generativa o transformacional.
— Lingüística histórica: mira hacia el pasado de la lengua; se ocupa de la historia y evolución de la lengua.
— Lingüística estructural: estudia el uso diario de la lengua y la describe desde su presente.
— Lingüística generativa y transformacional: se interesa por el futuro de la lengua, le importa cómo va a ser la lengua.
La denominada Gramática tradicional que, en sentido amplio, puede considerarse como una especie de prehistoria de la lingüística, por así decirlo, pretenderá fijará unas normas de alcance universal, es decir, válidas para todas las lenguas; y también tratará sobre las primeras manifestaciones lingüísticas, tales como:
— la escritura jeroglífica egipcia; especialmente en cuanto su expresión simbólica va evolucionando hasta conformar un código de signos indicadores de significados y sonidos. Y así, señalaremos, por ejemplo, que en las tiras del famoso “Libro de los muertos”, y junto a los dibujos que representan escarabajos, se intercalan pictogramas que tienen forma de boca, lo cual significa “hablar”. Los antiguos egipcios consideraban que la escritura la había creado un dios y que luego se la había donado a los hombres; la misma palabra “jeroglífico” significaría literalmente “escritura de los dioses”. Generalmente, los pictogramas expresan ideas; pero también existen otros signos, denominados fonogramas, que representan sonidos.
— la escritura cuneiforme de la civilización sumerio—acadia; los signos grabados, mediante cañas afiladas, en numerosas tabletas o planchas de arcilla, llegaban a representar y constituir casi un alfabeto y un extenso vocabulario. A modo de ejemplo ilustrativo, baste citar la gran biblioteca de Nínive, creada por el rey asirio Asurbanipal (nacido hacia el año 668, antes de nuestra era, y muerto hacia el año 626), y compuesta por más de 22.000 planchas de arcilla que trataban de temas diversos, tales como historia, medicina, astronomía, textos mercantiles, gestas y epopeyas. De entre estas últimas cabe destacar el célebre “Poema de Gilgamesh”, considerado como la primera epopeya del mundo, y contenido todo él en doce tabletas de arcilla, de cuyo texto entresacamos el siguiente fragmento.
— la escritura ideográfica de la antigua China; cuyos ideogramas son símbolos que representan conceptos.
— la lengua sánscrita o védica, de los antiguos hindúes; por cuanto constituye el primer ensayo de sistematización de una lengua que, entre otros aspectos sobresalientes, destaca por su fonología, morfología y sintaxis.
— la lengua hebrea, cuyos documentos históricos, por ejemplo la Biblia, contienen numerosas referencias al conocimiento lingüístico mediante la introducción de etimologías y la aparición del bilingüismo o el plurilingüismo a causa de las relaciones con otros pueblos.
— la invención del alfabeto y el perfeccionamiento de la escritura que los fenicios, fieles a su espíritu mercantil y comercial, legan a la humanidad; y cuya inmediata consecuencia será la eliminación de los antiguos ideogramas y la consiguiente introducción de la economía y el pragmatismo lingüístico.
— los textos griegos que versarán específicamente sobre aspectos concretos de la lengua; además de que se lleva a cabo el perfeccionamiento del alfabeto de manera que el nombre de una letra repita el sonido que representa: alfabeto, palabra formada con las dos primeras letras griegas “alfa” y “beta”; y que también equivale al abecedario, término proveniente de las letras “a”, “b”, “c” y “d”. No obstante, los griegos se preguntan, sobre todo, por el origen y la naturaleza del lenguaje. Así, dos grandes pensadores griegos expondrán sus puntos de vista opuestos: Platón, por un lado, defiende la adecuación natural entre la palabra y el objeto por ella designado; mientras que Aristóteles, por el contrario, es firme partidario de la inadecuación entre la palabra y el objeto que ésta designa:
Pero, eso sí, con que una vez algo haya sido puesto por escrito, las palabras ruedan por doquier, igual entre los entendidos que como entre aquellos a los que no les importa en absoluto, sin saber distinguir a quiénes conviene hablar y a quiénes no. Y si son maltratadas o vituperadas injustamente necesitan siempre la ayuda del padre, ya que ellas solas no son capaces de defenderse ni de ayudarse a sí mismas. (Fragmento del Fedro, de Platón; citado por Emilio Lledó en su obra “El surco del tiempo”).
— la aportación de los árabes a la lengua tendrá connotaciones religiosas derivadas de la obligación de recitar correctamente el Corán, su libro sagrado. La peculiaridad de la escritura árabe es que carece de vocales, aunque oralmente si se pronuncian.
— la época medieval destaca por sus reflexiones lingüísticas, y por el empleo de la lengua en el desvelamiento de las especulaciones filosóficas: Gramática especulativa.
Surge en el medievo el nominalismo: las palabras únicamente son los nombres de las cosas.
Aparece también la teoría de una lengua universal con una gramática común a todas las lenguas.
Alfonso X el Sabio crea la escuela de traductores de Toledo, en donde se realiza un trabajo en equipo y se manejan la lengua latina, la árabe y la romance; precursora, esta última, de la lengua castellana.
—la época del Renacimiento supondrá una renovación de los estudios gramaticales.
La movilidad geográfica, el resurgir de nuevas nacionalidades, el auge del humanismo, el conocimiento de otras lenguas y la invención de la imprenta, son todos factores que contribuyen a la decisiva diferenciación entre letras y sonidos.
El humanismo fue un movimiento intelectual desarrollado en Europa durante los siglos XIV y XV que, rompiendo las tradiciones escolásticas medievales y exaltando en su totalidad las cualidades propias de la naturaleza humana, pretendía descubrir al hombre y dar un sentido racional a la vida tomando como maestros a los griegos clásicos y latinos, cuyas obras exhumó y estudió con entusiasmo.
Surgen en España las figuras de Antonio de Nebrija, Juan de Valdés, Gonzalo Correas, Sebastián de Covarrubias y Francisco Sánchez de las Brozas, El Brocense.
Antonio de Nebrija, con su Gramática castellana, editada en 1492, se propone unificar y fijar la lengua castellana, ya que sanciona los empleos correctos e incorrectos de la lengua con un criterio lógico y desde la autoridad que le confiere la protección de los Reyes Católicos.
Puesto que Nebrija era un latinista, en un primer acercamiento podríamos decir que se propuso aplicar al castellano los preceptos de la propia gramática latina pero, basado en el conocimiento de los grandes autores clásicos, quiso establecer preceptos y normas teóricas que rigieran los fenómenos lingüísticos.
Juan de Valdés, sucesor de Nebrija, contribuye con su obra “Diálogo de la lengua” (hacia 1535) al perfeccionamiento de la lengua castellana e, “impulsado por el afán de reglamentar usos, formula normas arbitrarias; pero la mayoría de las que da son exactos, y tiene un sentido muy certero de los usos preferibles en los casos de duda.” (Lapesa, en “Historia de la lengua española”)
Gonzalo Correas destaca por su deseo de armonizar la escritura con la pronunciación, aunque para ello sea necesario reformar la ortografía; sin embargo, el maestro Correas es más conocido por su célebre Vocabulario de refranes.
Sebastián de Covarrubias sobresale por ser el autor del interesante libro titulado Tesoro de la lengua castellana o española; se trata de un diccionario que recoge ideas inéditas y costumbres curiosas que se exponen de forma sencilla al definir las palabras. Francisco Sánchez de las Brozas, El Brocense, defendió el uso del castellano frente al latín; y destacó por su obra Minerva (1587), considerada como la primera gramática general europea, en la cual expone puntos de vista coincidentes con las modernas teorías sobre el lenguaje. En general, esta Gramática antigua se ocupaba especialmente de la lengua escrita y era sobre todo un instrumento de enseñanza del buen uso del lenguaje.
XI
El lenguaje no es una creación definitiva, ya que se encuentra en continua evolución y, en consecuencia, las lenguas no deben ser sometidas a una norma invariable y fija, a una ley válida para todas las gramáticas; puesto que lo propio de la lengua, su atractivo, es la diversidad, no ha de considerarse encomiable la postura del purista que prefiere encerrar la lengua en el cofre de las normas antes que verla libre y utilizada con soltura por los hablantes.
El dinamismo y el cambio de las ideas y del pensamiento conlleva, también, la evolución del lenguaje; y así, la denominada Gramática tradicional se convertirá en la antesala de los estudios normativos del lenguaje. El aspecto formal y el afán por lograr la pureza de la lengua culminarán en el establecimiento de escuelas y academias que representarán un claro avance en el campo de la Gramática histórica, cuya metodología intentará clasificar las diferentes lenguas y explicar su origen común. Este movimiento lingüístico culminará en la gramática comparada que, en España, será asumida por la escuela del gran filólogo Ramón Menéndez Pidal (1869—1968), quien plasmó sus teorías lingüísticas en su célebre libro titulado Manual de Gramática Histórica Española, y que destacó por sus estudios sobre el origen del español y sus investigaciones sobre los textos primitivos.
Surgen, también, las teorías empiristas, cuyo representante más cualificado será el pensador inglés Francis Bacon, quien distinguirá dos clases de gramática: la literaria o normativa, y la gramática filosófica.
A la gramática normativa le preocupará el uso correcto de la lengua y su fijación que, junto al afán por seleccionar los autores más representativos de la literatura de cada época, constituirán los principales criterios de selección de las diversas acepciones.
En este contexto histórico, caracterizado por la preocupación que se concede al lenguaje y su dinamismo y evolución, tiene lugar, en los inicios del siglo XVIII, la fundación de la Real Academia Española, cuyo lema “limpia, fija y da esplendor” expresa con claridad los fines de tan loable, y necesaria, institución.
La Real Academia publica el prestigioso “Diccionario de Autoridades” que se irá editando a lo largo de trece años, de 1726 a 1739, y destacará por su preocupación lexicográfica, ya que cada palabra incorporada a este diccionario irá avalada por citas entresacadas de los escritos de los más cualificados autores.
Más tarde, la Real Academia también publicará un libro sobre ortografía, que era otra de las preocupaciones de los gramáticos del siglo XVIII; y, ya a finales de ese mismo siglo, la Real Academia saca a la luz su célebre Gramática, en donde primarán los aspectos normativos de la lengua. También editó la Real Academia el Quijote, en 1780; y el Fuero Juzgo, en 1815. En un esfuerzo de adaptación, la prosa española del siglo XVIII sacrificó la pompa a la claridad; ya que no posee grandes cualidades estéticas, adquirió una sencillez de tono moderno que constituye su mayor atractivo. (Rafael Lapesa, en “Historia de la lengua española”).
Dentro de la corriente de la gramática filosófica también hay que citar al prestigioso pensador inglés John Locke quien, en su célebre libro titulado Ensayo sobre el conocimiento humano, llega a delimitar el sentido de los términos palabra y objeto, y a establecer una relación no unívoca entre la palabra y la idea: Siendo toda persona consciente de que piensa, y siendo las ideas que están en su mente aquello en que, cuando piensa, se ocupa, está fuera de toda duda que la persona tiene en su mente muchas ideas, como son las expresadas por estos términos: blandura, dureza, dulzura, pensamiento, movimiento, elefante, ejército, embriaguez y otras. Lo primero que hay que inquirir, pues, sobre ellas es: cómo llega la persona a tener esas ideas.
La Escuela de Port—Royal
Este movimiento, que aboga por el predominio de la lógica en la gramática, surge por influencia de las teorías del pensador francés Descartes, y no tiene en cuenta la experiencia para deducir las categorías gramaticales; por el contrario, la Escuela de Port—Royal introduce, y defiende, la teoría mediante la cual las categorías gramaticales se basan en un principio lógico y formal. Los problemas del lenguaje, por consiguiente, hay que abordarlos desde una perspectiva formal y lógica; y el lenguaje debe caracterizarse por la claridad y la belleza. La escuela de Port—Royal editará también, en la segunda mitad del siglo XVII, una gramática razonada con la que se pretende abarcar todas las generalidades del lenguaje. Las letras ya empiezan a considerarse grafemas, esto es, caracteres o signos, y también sonidos diferenciados. En morfología se llega a concluir que con el adjetivo se designa a los accidentes (el accidente se caracteriza por su dependencia de la sustancia), mientras que el nombre o sustantivo denota sustancia (lo propio de la sustancia es la diferenciación, y también la autonomía). Y, mediante el verbo, los hablantes pueden afirmar y juzgar.
La morfología es una parte de la lingüística que considera los hechos del lenguaje desde el punto de vista de la forma; es decir, en un primer acercamiento, puede afirmarse que la morfología gramatical estudia la forma de las palabras. No obstante, actualmente existe la tendencia —por parte de la mayoría de los lingüistas— a considerar juntas la forma y la función gramatical, en cuyo caso se habla de morfosintaxis.
Para algunos cualificados pensadores el lenguaje es idéntico a la poesía y, puesto que la poesía es imaginación, resultará, entonces, que los fenómenos fundamentales del lenguaje, y el lenguaje mismo, no son obviamente algo lógico, formal o predecible; luego, los representantes de la antigua escuela de Port—Royal, partidarios de abordar los hechos del lenguaje desde el punto de vista de la lógica, tenían únicamente razón en aquella época y en aquel contexto. Por tanto, y definitivamente, el lenguaje se considera hoy como un fenómeno social que se basa en la facultad humana de comunicarse mediante signos orales o escritos.
Origen del lenguaje
Cuando se habla del origen del lenguaje suele decirse, en primer lugar, que este asunto constituye un problema: el problema del origen del lenguaje, dicen muchos estudiosos del tema.
Es bien cierto que ya los antiguos pensadores griegos se plantearon el origen del lenguaje. Y así, ya se preguntaba Platón, en su obra el Cratilo, si las palabras pueden llevarnos al conocimiento de las cosas. Y Aristóteles, que fue discípulo de Platón, aseguraba que el lenguaje era producto de una convención humana.
Con el tiempo, y siguiendo el relato del Génesis, se afirmará que el lenguaje fue revelado por Dios a los hombres y mujeres que poblaban la tierra; tal sería la denominada teoría sobrenatural del lenguaje.
Hoy debemos decir que el lenguaje y la sociedad humana son desarrollos paralelos (Vidal Lamíquiz).
Sin embargo, hay principalmente tres teorías sobre el origen del lenguaje, a saber: Teoría del origen activo; Teoría del origen imitativo; y Teoría del origen social.
Teoría del origen activo: también se la conoce como teoría del lenguaje natural, puesto que su defensores afirman que el lenguaje surge espontáneamente, esto es, a causa de las exclamaciones y los gritos emitidos por los humanos al expresar sus sentimientos y comunicar sus sensaciones.
Teoría del origen imitativo: puesto que el lenguaje natural lleva implícita la carencia de significación intencional es seguro que no puede provenir de aquí el lenguaje sino que, por el contrario, debe tener su origen en acciones o hechos plenos de connotaciones simbólicas. Y así, el lenguaje se originaría por mor del instinto de imitación; el hombre primitivo tendía a reproducir el mundo exterior y, por ejemplo, si oía cantar a un pájaro quería emular su sonido para nombrarlo: a cada impresión recibida del exterior le correspondería una determinada expresión.
Teoría del origen social: los defensores de esta teoría afirman que el lenguaje es, sobre todo, un producto que surge de la relación entre los miembros de un grupo determinado: la evolución del lenguaje sería paralela a la evolución de la sociedad.
Sin embargo, está claro que el origen del lenguaje no es de tipo lingüístico y, aunque se llegara a reconstruir un único idioma primitivo, no por eso se llegaría a dilucidar el origen del lenguaje. Por tanto, hay que decir que el lenguaje surgió cuando coincidieron ciertas condiciones psicológicas y sociales; por tanto, el día en que los humanos sintieron la necesidad de comunicarse entre sí surgió el lenguaje, y su asunción por la comunidad de hablantes adquirió consistencia cuando el cerebro humano estuvo suficientemente desarrollado: El lenguaje existe como un artefacto en el mundo externo —siendo un conjunto de símbolos en combinaciones admisibles— y como la incorporación cerebral de esos símbolos y de los principios que determinan sus combinaciones. Para representar el lenguaje utiliza el cerebro la misma maquinaria de la que se sirve para representar cualquier otra entidad A medida que los neurólogos vayan conociendo mejor la base neural de las representaciones cerebrales de los objetos externos, de los sucesos y de sus relaciones, irán profundizando en la representación del lenguaje en el cerebro y cómo funcionan los mecanismos que conectan a ambos. (Antonio Damasio y Hanna Damasio, en la revista “Investigación y Ciencia” del mes de noviembre de 1992).
XII
La lengua de una determinada comunidad de hablantes tiene mucho de institución social; por consiguiente, evolucionará al tiempo que lo hace la propia sociedad, y también se adaptará a las necesidades de la colectividad gracias al uso que de ella hacen los hablantes; de ahí que una lengua, cuanto más útil resulte a sus hablantes tanto más viva y dinámica será.
La estructura del lenguaje permanecerá fija en una determinada comunidad de hablantes mientras no cambien los hábitos de pensamiento de esa colectividad: el lenguaje no es una especie de ente ideal que subsista fuera o al margen de la propia comunidad de hablantes que lo usa y emplea. En consecuencia, toda lengua estará sujeta a los avatares y cambios producidos en la propia comunidad de hablantes que la ha hecho suya.
Pero, dada la complejidad de las diversas lenguas, hay que concluir que sus componentes no evolucionan de modo simultáneo; y así, a la hora de producirse transformaciones y cambios en el lenguaje existirán ciertas diferencias entre vocabulario, fonética y morfología o morfosintaxis.
De las transformaciones en el vocabulario, se ocuparán la semántica y la lexicología; y también la lexicografía. La semántica, recordémoslo, estudiaba la significación y la evolución de las palabras, su punto de vista era diacrónico; mientras que la lexicología se ocupaba del significado concreto de las palabras en un momento determinado, su perspectiva era sincrónica. La lexicorafía, en cambio, tiene como objetivo la elaboración razonada o científica de los diccionarios; la lexicografía es, por así decirlo, el arte de componer diccionarios. El tesoro de términos léxicos que una lengua contiene está recogido en los diccionarios.
Diccionarios normativos
El Diccionario de la Real Academia, y que ha sido publicado con el título de Diccionario de la Lengua Española, es un diccionario normativo, pues las palabras que se recogen en él tienen la indicación de palabras de uso correcto. Algunas de las palabras que recogen los diccionarios normativos serán consideradas, actualmente, como arcaicas y sólo aparecen en textos históricos y literarios; además, y desde un punto de vista exhaustivo, los diccionarios normativos también incorporan otros vocablos de alcance universal, y que son utilizados habitualmente por toda la comunidad de hablantes. Para seleccionar las palabras que van a entrar a formar parte del acervo común del idioma español, la Real Academia recurre a las fuentes literarias, pero también sigue el criterio de uso, esto es, registra los vocablos que han sido empleados durante un largo periodo de tiempo por los hablantes y, por consiguiente, han sido sancionados por el uso. En cambio, algunas palabras de utilización reciente no son incorporadas al diccionario normativo porque, con cierta frecuencia, son términos que se ponen de moda, por así decirlo y, pasado un tiempo, la propia comunidad de hablantes deja de usarlos.
Diccionarios de uso
En los denominados diccionarios de uso se da entrada a gran cantidad de palabras que se usan en la comunidad de hablantes con bastante frecuencia, y sin tener en cuenta las normas académicas. En español, los diccionarios de uso más conocidos son el de María Moliner y el de Martín Alonso.
Recientemente, también se han editado prestigiosos diccionarios que podríamos llamar de uso, pues recogen términos que en la comunidad de hablantes del español se utilizan con profusión.
Acaso el más completo de entre estos diccionarios sea el “VOX”, editado con el título de Diccionario actual de la Lengua Española, en cuyo prólogo, escrito por Manuel Alvar, se puede leer lo siguiente: “Con el fin de atender las necesidades de sus usuarios, de reflejar de la manera más fiel posible el estado actual de nuestra lengua, y de no aumentar demasiado el volumen de la obra, se han suprimido voces y acepciones anticuadas, por más que todavía permanezcan entre sus páginas bastantes con poca frecuencia de uso. Por el contrario, se han incorporado voces nuevas y significados que no constaban en el diccionarios del que parte éste, con la pretensión de reflejar de la forma más fiel posible el español de nuestros días, de poner en manos de cualquier persona culta el caudal léxico con el que, por una razón u otra, puede encontrase. Con esta misma finalidad han permanecido los artículos y acepciones de uso geográfico restringido los artículos y acepciones de uso geográfico restringido, con muy leves modificaciones y alguna incorporación nueva. Por el contrario, se han revisado de una manera sistemática algunos grupos de palabras como los nombres de las aves, plantas, de mamíferos, de peces, de insectos, en la intención de proporcionar definiciones modernas y acordes con los cambios que se han producido en esos dominios. El léxico procedente de las ciencias y de las técnicas se ha visto incrementado con no pocos elementos, algunos de ellos de la máxima actualidad. El interior de los artículos apenas ha sido modificado sino para corregir errores, actualizar contenidos, o para introducir los nuevos significados. No obstante, el espacio dedicado a la etimología sí se ha visto alterado —especialmente en las palabras compuestas— pues han sido revisados y actualizados los prefijos y elementos compositivos. También se han alterado las referencias a los modelos de la conjugación verbal irregular, como consecuencia de la elaboración de un nuevo cuadro de irregularidades que facilite al usuario la consulta y el conocimiento de su propia lengua.”
A este grupo también pertenece el Diccionario esencial de la Lengua Española, publicado por la editorial Santillana.
Diccionarios ideológicos
En estos diccionarios se ordenan los términos atendiendo a su significado; y así, los vocablos se agrupan en torno a las ideas que expresan, y no conforme al criterio morfológico que usualmente se emplea en los restantes diccionarios.
Para confeccionar un diccionario ideológico es necesario que, previamente, el autor delimite la serie de conceptos que van a ser tenidos en cuenta por su afinidad y semejanza (sinónimos) o por su oposición y diferencia (antónimos o contrarios). No obstante, hay que advertir que resulta ciertamente difícil establecer semejanzas entre términos, ya que, en puridad, a cada vocablo, según el contexto en que se halle, le corresponde un sólo significado. Igualmente, es muy poco frecuente que dos voces se contrapongan totalmente pues, dado que no ha de considerarse la palabra aislada en el caso que nos ocupa, resultará que todo vocablo hará referencia a un significado concreto y determinado.
En cierto modo, y desde un punto de vista extremo, puede afirmarse que acaso la sinonimia y la antonimia puras no se dan más que en contados casos y más bien se trata, la mayoría de las veces, de convenciones o acuerdos tácitos establecidos y aceptados en la comunidad de hablantes.
El diccionario ideológico más completo y prestigioso en español es el de Julio Casares, el cual lleva por título Diccionario ideológico de la Lengua Española.
Diccionarios etimológicos
Estos diccionarios se interesan por las palabras desde una perspectiva histórica y, en razón de su evolución, recogen y registran los vocablos. El más conocido de entre los diccionarios etimológicos es el de Juan Corominas, que está publicado con el título de Diccionario critico, etimológico, de la Lengua Castellana. También conviene mencionar el Diccionario etimológico español e hispánico, de Vicente García de Diego.
Por lo demás, es obvio que existen otros muchos diccionarios especializados y monográficos, los cuales tratan de materias muy diversas y recogen distintas terminologías: profesionales, jergas, hablas regionales…
Es muy importante consultar los diccionarios, pues en ellos se encuentra el más valioso patrimonio, constituido por todo el vocabulario de una lengua, que ha ido acumulándose a través de los tiempos, y que la comunidad de hablantes ha manejado a fin de comunicarse en distintos contextos históricos. Esta comunicación, cuya eficacia depende de la adecuada selección de las palabras, así como de la fluidez verbal que el hablante, en un contexto concreto, sea capaz de demostrar, será tanto más precisa cuanto mayor sea el grado de conocimiento que dicho hablante tiene de su lengua y, muy particularmente, del significado de las palabras que conforman su vocabulario.
En consecuencia, y basándonos en el criterio de uso del léxico de una lengua, cabe hablar de tres niveles, a saber: primeramente del nivel del hablante cuando actúa sólo como emisor que quiere comunicar sus ideas, en cuyo caso su vocabulario es cuantitativo y se caracteriza por el número de términos (vocabulario básico) que emplea y domina; en segundo lugar citaremos el nivel de grupo lingüístico, que estará constituido por el léxico específico de una determinada ciencia y de una técnica concretas, en donde es obligatorio que el hablante posea el suficiente grado de formación como para saber utilizar, y comprender, los términos exigibles en ese contexto científico o técnico; y por último, está el nivel de la propia lengua, en donde ya no existe propiamente un vocabulario sino un léxico, es decir, el léxico de la lengua que, en definitiva, no es otro que el diccionario.
XIII
Los clásicos griegos llamaban paradojas a las expresiones o razonamientos que se apartaban de la norma y de la común opinión, y que eran debidas a la ambigüedad del lenguaje y a la contradicción que ello implicaba. Y los autores latinos decían que a esas paradojas había que llamarlas cosas que maravillan, pues en ellas se propongan expresiones que sorprenden por su complejo y contradictorio contenido.
Fue Cicerón —quien afirmaba que la vida humana debe regirse por la razón— el autor latino que acuñó para las paradojas la expresión “cosas que maravillan” pues, según decía, constituía un hecho extraordinario que la ambigüedad del lenguaje pudiera dar lugar a opiniones, verdaderas o falsas, con las que se proponía la unión de ideas aparentemente contrarias.
Literalmente, la palabra paradoja, que es un término derivado del griego para—doxa, significa contrario a la opinión. Sin embargo, y como ya ha quedado dicho, desde el punto de vista de los autores latinos, las paradojas son cosas que maravillan.
Estudiosos de todos los tiempos se han interesado por las paradojas y las han clasificado conforme a distintos criterios y de diversos modos. Mas, desde el punto de vista lingüístico, las paradojas surgen cuando en el uso del lenguaje se concede prioridad al elemento formal y se relegan los valores semánticos y el significado de los términos de que se compone una expresión o un mensaje.
Y así, se ha hablado de paradojas verdaderas (o verídicas), falsas (o falsídicas) y antinomias: cuando la idea contenida en la expresión expuesta es falsa, se trata de una paradoja falsa; pero, si la idea contenida en la expresión expuesta es verdadera, nos hallamos ante una paradoja verdadera; y, finalmente, cuando se trata de una idea resultante de la contradicción entre dos proposiciones, estamos ante una paradoja contradictoria.
También las paradojas lógicas o paradojas matemáticas (paradoja del mayor número ordinal; paradoja del mayor número cardinal; teoría de los tipos, enunciada por Russell…) han sido objeto de análisis por parte de los estudiosos a través de los tiempos.
Así mismo, se ha hablado de paradojas existenciales, que guardan relación con las denominadas verdades profundas, y de paradojas psicológicas, que equivalen a las llamadas verdades de sentido común.
Sin embargo, en nuestro caso, las paradojas que más nos interesan son las conocidas como paradojas semánticas, pues su planteamiento se expone mediante palabras y expresiones con sus correspondientes estructuras superficial y profunda, en donde se pone de manifiesto el dominio y manejo de lenguaje, y en donde las soluciones a las paradojas propuestas se basan en la denominada teoría de los lenguajes y de los metalenguajes. Al metalenguaje también se le llama lenguaje—objeto; y así, habrá metalenguaje siempre que podamos expresar por medio del lenguaje lo que se contiene en el propio lenguaje.
De entre las paradojas semánticas más conocidas destacaremos las siguientes:
Paradoja del mentiroso
La paradoja del mentiroso aparece ya enunciada y expuesta hace más de dos mil años y, desde entonces acá, ha sufrido diversas modificaciones; en consecuencia, actualmente, se conocen tres versiones distintas, a saber:
1º versión:
— Supongamos que una persona dice: “Yo miento” .
Argumentación:
Si la expresión Yo miento es verdadera, entonces la persona que la dice no miente y, por consiguiente, Yo miento será una afirmación falsa.
Pero, si la expresión Yo miento es falsa, entonces la persona que la dice miente, por lo que la frase Yo miento será verdadera.
2º versión:
— Imaginemos que una persona afirma lo siguiente: “Lo que digo no es verdad”.
Argumentación:
Si la frase Lo que digo no es verdad es verdadera, entonces Lo que digo no es verdad es una expresión falsa.
Pero, si la frase Lo que digo no es verdad es falsa, entonces Lo que digo no es verdad es una expresión verdadera.
3º versión:
Es la debida al pensador cretense Epiménides, por eso se la conoce con el nombre de paradoja de Epiménides o paradoja de El cretense.
— En esta paradoja, Epiménides, que es cretense, dice lo siguiente: Todos los cretenses mienten.
Argumentación:
Si la afirmación Todos los cretenses mienten es verdadera, entonces Epiménides, que es cretense, es un mentiroso; por consiguiente, la expresión Todos los cretenses mienten será falsa.
Pero, si la expresión Todos los cretenses mienten es falsa, entonces no todos los cretenses son mentirosos y, en consecuencia, Epiménides, que es cretense, puede que no sea mentiroso; por consiguiente, la expresión Todos los cretenses mienten puede ser verdadera.
Hay otras paradojas basadas en la de Epiménides, una la expone Cervantes en El Quijote (2ª parte, capítulo LI), y trata de un hombre que debe confesar ante cuatro jueces por qué quiere pasar el puente que éstos custodian por orden del dueño de esos contornos, es decir, del río del puente y del señorío: “Si alguno pasare por este puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurase verdad, déjenle pasar; y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna”. Sabida esta ley y la rigurosa condición de ella, pasaban muchos, y luego en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad, y los jueces los dejaban pasar libremente. Sucedió, pues, que tomando juramento a un hombre, juró y dijo que por el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento, y dijeron: “Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y, conforme a la ley debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y, habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre.”
La otra paradoja, también basada en la de Epiménides, es la conocida como paradoja de El hombre condenado a ser fusilado, la cual está recogida en el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora, en donde se dice lo siguiente: Un juez condena un Lunes a un acusado a ser fusilado cualquier día de la semana que termina el siguiente Sábado siempre que el reo no pueda saber con un día de antelación si va ser efectivamente fusilado; caso de saberlo le será condonada la pena capital. El abogado razona con el reo y lo convence de que la sentencia no puede ejecutarse. En efecto, no puede ser fusilado el Sábado siguiente, porque al llegar el Viernes el reo sabría que iba a ser fusilado el Sábado, único día de la semana que queda.
El Sábado queda, pues, excluido. No puede ser fusilado el Viernes, porque al llegar el Jueves el reo sabría que iba a ser fusilado el Viernes, único día que, excluido el Sábado, le queda a la semana. El Viernes queda, pues, excluido. No puede ser fusilado el Jueves, etc., etc. Y sin embargo, el hecho es que si se propone que la pena sea cumplida el reo va a ser fusilado cualquier día de la semana— por ejemplo, el Miércoles—, sin que el reo pueda saberlo con un día de antelación.
Paradoja del abogado que pierde el juicio o lo gana
También mencionaremos la histórica y célebre paradoja del letrado que, antes de graduarse y obtener su título para ejercer la profesión de abogado, recibe clases de un prestigioso catedrático de derecho; ambos acuerdan que el futuro abogado pagará esas enseñanzas cuando gane el primer juicio. Pasa el tiempo y el alumno ya es abogado, pero aún no ha participado en juicio alguno ni tampoco ha pagado a su antiguo profesor aquellas clases que le sirvieron para sacar uno de los primeros números de su profesión. En consecuencia, el profesor, viendo que su alumno no le paga, decide denunciarle; y, entonces, el alumno le argumenta del siguiente modo: “O pierdo el juicio o lo gano. Si lo gano no tendré que pagarte, pues así lo habrá decidido el juez. Y si lo pierdo tampoco te pagaré, puesto que, en virtud de nuestro acuerdo, sólo debo pagarte cuando gane el primer juicio”. Pero el profesor replica al alumno, y le argumenta lo siguiente: “O pierdes el juicio o lo ganas. Si lo pierdes tendrás que pagarme, porque así lo habrá dictaminado el juez. Y si lo ganas también tienes que pagarme pues, en cumplimiento de nuestro acuerdo, debes pagarme cuando ganes el primer juicio”.
XIV
Mediante el coloquio y el diálogo, el hablante puede transmitir sus ideas y comunicar cualesquiera mensajes al receptor. Y también, quienes participan en un coloquio, pueden compartir sus pensamientos, discrepar, coincidir y, en suma, conocer a los restantes interlocutores. Desde este punto de vista, el coloquio ha sido considerado como un método eficaz para la práctica de la tolerancia y como una escuela del comportamiento.
Se ha hablado del concepto comunicación y frecuentemente se ha descrito su significado concreto: esquema de la comunicación, teoría de la comunicación, finalidad de la comunicación, comunicación por medio del coloquio… En este caso, vamos a ocuparnos precisamente de llenar de contenido este último enunciado que hemos titulado comunicación por medio del coloquio.
En un primer acercamiento, diremos que el coloquio es una garantía de comunicación, pues el término coloquio equivale a conversar y conferenciar. El diccionario de la Real Academia define el coloquio, en su primera acepción, como la conferencia o plática entre dos o más personas; y en su segunda acepción, considera al coloquio como una composición literaria, prosaica o poética, en forma de diálogo.
La comunicación mediante el coloquio exige unos determinados supuestos o requisitos previos. En primer lugar, como ya ha quedado dicho, y más concretamente al hablar del origen del lenguaje, precisamente fue gracias a la comunicación por lo que surgió el mensaje. Luego, en definitiva, el fin principal del lenguaje no es otro más que la comunicación, y para que haya comunicación es necesario que se lleve a cabo la emisión de un mensaje y que, a su vez, ese mensaje sea recibido por un interlocutor distinto de quien ha enviado el mensaje.
En consecuencia, el coloquio surge de la combinación entre el mensaje que envía el hablante al oyente y la respuesta que el receptor se verá obligado a elaborar para replicar a su interlocutor. Por consiguiente, habrá coloquio cuando haya transmisión de un mensaje y siempre que dicho mensaje esté cargado de contenido; pues, podría suceder que un interlocutor emitiera palabras sin sentido, esto es, con significado ambiguo o ininteligibles, con lo cual no se cumpliría el principal requisito de la comunicación que consiste en la transmisión de mensajes; pero, como es obvio, sin contenido no hay mensaje. Y esto es así porque una de las características primordiales del mensaje es su efectividad; y la efectividad queda demostrada exclusivamente cuando el receptor haya comprendido o captado el mensaje enviado por el emisor.
Y así, el esquema universal que ilustra la estructura simplísima del coloquio, y que mostrará esta interacción necesaria entre mensaje y comunicación, lo cual hará posible que se lleve a cabo un verdadero coloquio, sería como sigue:
Emisión + Recepción + Réplica = Coloquio
Conforme a todo lo anterior, podemos afirmar que entre hablante y oyente debe establecerse una comunicación mutua a fin de que el coloquio funcione, lo cual sólo es posible si se cumplen los tres estadios del citado esquema universal, esto es, que el hablante emita un mensaje que debe ser captado y comprendido por el oyente quien, a su vez, responderá y argumentará como lo considere conveniente y, de este modo, ya puede afirmarse que se produce la réplica; con lo que, definitivamente, se cerrará el círculo y se desarrollará el coloquio.
Además del mensaje y de la efectividad inherentes al coloquio, y teniendo presente que para su funcionamiento es necesario que se lleve a la práctica el esquema universal indicado anteriormente, conviene también enumerar los tres elementos principales del coloquio, a saber: interlocutores, situación y contexto.
Interlocutores
Puesto que en el coloquio se usa la lengua como herramienta de comunicación y, como ya hemos indicado en otras ocasiones, la lengua es un sistema de signos, resultará que, para que se efectúe la comunicación por medio del coloquio es necesario que los interlocutores manejen y usen el mismo código. Los interlocutores no cuentan únicamente con este código estrictamente lingüístico, sino que también pueden recurrir a otros formas de comunicación calificadas por los estudiosos del lenguaje como circunstancias extralingüísticas, a las que pertenecerían, por ejemplo, cualquier clase de ademán, gesto o amago mímico, etcétera.
No obstante, lo propio es que los interlocutores sean personas y, como tal, proyecten en el coloquio su modo de ser y su actitud. De ahí que los interlocutores, cuando participan en el coloquio como emisores, lo hagan en primera persona; y cuando participan en el coloquio como receptores, lo hacen utilizando la segunda persona.
De este modo, en el coloquio se fomentarán el diálogo y la convivencia. Y las personas que participan en el coloquio se enfrentarán, como interlocutores que son, por medio del diálogo:
En un posible léxico coloquial sería forzoso registrar los modismos, las fórmulas de cortesía, los juramentos y términos de bendición o maldición.
La entonación y el ritmo de la prosa hablada serían otro elemento determinante del diálogo.
Los diálogos deben ser auténticos, no inventados o supuestos. La invención sería contraproducente, por muy verídica que la suponga. Tampoco son de resultados positivos las encuestas, que carecen de espontaneidad. Todo diálogo debe llevar su contexto y su situación. El diálogo familiar es una síntesis viva de muchas cosas. El lenguaje escrito que más se parece al habla de la calle y del coloquio amistoso es el que empleamos en nuestras cartas familiares. (Martín Alonso, en “Gramática del español contemporáneo”).
La situación
Como todos sabemos, el coloquio siempre se realiza en un determinado lugar, esto es, dentro de un contorno que les resulta familiar a los interlocutores o que, por el contrario, ni siquiera conocen:
La situación incluye el contorno físico siempre que influya en el coloquio, las incidencias de la acción que se desarrolla al alcance de los interlocutores y siempre que influyan en el diálogo, (cuando hablamos y pasa un amigo haciéndonos cambiar el tema de la conversación). También hay que contar con un contorno conocido por los interlocutores aunque no sea inmediatamente percibido por ellos. (Si hablamos en una casa de Madrid, la idea de estar en esa población, es decir, Madrid, actúa en el coloquio aunque en realidad no la vemos).
La situación es importante, ya que no sólo están en ella los interlocutores sino también los objetos que a menudo sirven de referencia o contexto situacional. Por otra parte cada situación determina de manera muy importante el contenido, es decir la naturaleza de los mensajes en el coloquio. (Manuel Criado del Val).
Respecto al contexto cabe decir que implica referencia, y así, el emisor señala a una persona cercana, que se encuentra en el mismo lugar del coloquio, y dice este señor es un conocido o esta señora asiste a menudo a nuestros coloquios. De por sí, el coloquio no lo forma un grupo homogéneo de personas sino que en él participan interlocutores de todas clases, que se diferencian por su condición social, profesión, edad, cultura…; de ahí la riqueza del contexto y el “proceso nivelador” que iguala y unifica los criterios de los distintos interlocutores.
XV
“La lengua es, repitamos, la más social de todas las creaciones, pero con su propia peculiaridad. Cierto que sin sociedad no podría existir ninguna lengua y cierto también que la lengua consigue que la propia sociedad se realice.” (Manuel Alvar, en “Lengua y sociedad”)
Una antigua leyenda, que forma parte de la rica e interesante mitología griega, consideraba que el alfabeto había sido transmitido a los humanos por Cadmo, legendario fundador de la ciudad de Tebas, en donde luego reinaría después de vencer a un terrible dragón que tenía atemorizados a todos los habitantes de aquella zona. Cadmo era hijo de Agenor, rey de Fenicia, y tenía una hermana llamada Europa. La hermosura de esta muchacha era tal que el propio Zeus se enamoró de ella y, aprovechando que la joven cuidaba los rebaños de su padre, se convirtió en toro y se acercó zalamero hasta su regazo; Europa, atraída por la docilidad de un animal con tan bella estampa se montó confiada sobre su lomo, y entonces, como por ensalmo, el toro manso se volvió bravo repentinamente y escapó de aquel lugar llevando consigo a Europa, y después de atravesar el mar llegó hasta Creta, donde se quedó para vivir con la muchacha. Desde entonces, este hecho mitológico es conocido como “El rapto de Europa”.
La mitología no explica de dónde le llegó a Cadmo el alfabeto y, en realidad, cabe suponer que semejante acontecimiento simboliza la importancia que en la antigüedad se concedía a las letras y al orden en que debían colocarse para que, de su interrelación y combinación, surgieran los elementos del texto: la palabra aislada, la frase, el enunciado…; y, en definitiva, la comunicación se hiciera posible mediante ese prodigio que consistía en juntar letras para confeccionar palabras, unir palabras para formar oraciones, servirse de las oraciones para afianzar el mensaje y enviar el mensaje para establecer la comunicación plena de sentido; mensajes que antes de salir a la luz para convertirse en palabras ya estaban en la mente conformando pensamientos.
Mas, las letras son los signos gráficos de que nos servimos para representar los sonidos que, a su vez, conformarán la esencia del propio lenguaje humano, el cual nació como un medio que resultaba práctico y útil a la comunidad humana, especialmente cuando se trata de transmitir nociones y conceptos abstractos que facilitan la comprensión de los mensajes y favorecen la comunicación en la comunidad de hablantes.
Y, según las últimas y más notables investigaciones neurológicas, el lenguaje se procesa en el cerebro; y la principal área auditiva del cerebro —pues parece que existen varias áreas auditivas en los diversos lóbulos, circunvoluciones y surcos de la corteza cerebral— está localizada en el lóbulo temporal, debajo del surco lateral. De ahí la importancia que tiene el conocimiento profundo de la estructura cerebral para los estudiosos de la lengua y para los especialistas en otras áreas del saber que se preocupan por el maravilloso mundo del lenguaje con todas sus implicaciones: palabras, conceptos, signos, fonemas, sonidos…
Y así, la revista Investigación y Ciencia, en su número de noviembre de 1992, publica un interesantísimo y documentado artículo, traducido por J.M. García de la Mora, de dos prestigiosos neurólogos contemporáneos, Antonio R. Damasio y Hanna Damasio, titulado Cerebro y lenguaje que, por su interés, recomendamos a todos aquellos que se ocupan, y preocupan, del lenguaje y su atractivo, y del que entresacamos el siguiente fragmento: Nosotros creemos que el cerebro procesa el lenguaje por medio de tres grupos de estructuras que actúan influyéndose recíprocamente. Primero, un amplio conjunto de sistemas neurales, que hay en los dos hemisferios, en el derecho y en el izquierdo, representa las interacciones lingüísticas entre el cuerpo y su entorno, en cuanto mediadas por diversos sistemas sensoriales y motores, es decir, todo lo que la persona hace, percibe, piensa o siente mientras actúa en el mundo.
El cerebro no sólo clasifica estas representaciones no lingüísticas (por aspectos tales como la forma, el color, la secuencia o el estado emocional), sino que también crea otro nivel de representaciones simbólicas que constituyen la base para la abstracción y la metáfora.
Segundo: un número menor de sistemas neurales, localizados por lo general en el hemisferio cerebral izquierdo, representa los fonemas, las combinaciones fonémicas y las reglas sintácticas para combinar las palabras. Si se les ha estimulado desde el interior del cerebro, estos sistemas reúnen las formas verbales y generan las frases que se han de pronunciar o escribir. Si el estímulo procede del exterior (por el habla o por algún texto), efectúan el procesamiento inicial de las señales del lenguaje auditivo o visual.
Un tercer conjunto de estructuras, en buena parte localizado también en el hemisferio izquierdo, sirve de intermediario. Puede tomar un concepto y estimular la producción de formas verbales, o puede recibir palabras y hacer que el cerebro evoque los conceptos correspondientes.
Cualidades del sonido
Pero, desde una perspectiva estrictamente lingüística, importa el estudio del sonido denominado articulado; concepto que ya hemos mencionado anteriormente y que nos llevará, ahora, a desarrollar y describir sus aspectos fonológicos. Por consiguiente, comenzaremos enumerando las cuatro cualidades físicas del sonido, a saber: tono, timbre, cantidad e intensidad. Sentados estos principios, nos ocuparemos del estudio del sonido y, en consecuencia, comenzaremos diciendo que la producción de todo sonido se debe en origen a un movimiento vibratorio causado por cualquier agente en un cuerpo que se encuentre en posición de reposo: “La sensación del sonido es producida por variaciones de presión que son captadas por el oído humano. El sonido se transmite energéticamente en forma de ondas a través de un soporte que puede ser sólido, líquido o gaseoso y presentar diversas formas: térmica, magnética, electrónica, etcétera.
La onda sonora del lenguaje oral se manifiesta en variaciones de presión que se transmiten en forma de ondas sinusoidales. El medio elástico más frecuente en la comunicación verbal suele ser el aire a través del cual el sonido se propaga a una velocidad aproximada de 340 metros por segundo”
Aquel movimiento vibratorio que mencionábamos más arriba tiene la cualidad de provocar una onda sonora que puede ser:
Simple: cuando en su composición no interviene más que una onda.
Compuesta: cuando en una composición intervienen varias ondas.
Periódica o armónica: cuando cada vibración se repite con la misma duración y amplitud a lo largo del tiempo.
Aperiódica o inarmónica: cuando varían las duraciones y amplitudes de cada vibración a lo largo del tiempo.
También habrá que tener en cuenta los tres aspectos siguientes:
Ciclo, periodo o vibración doble: es el camino recorrido por el péndulo en una ida y vuelta completa.
Amplitud: es la distancia desde la posición de reposo hasta el punto de mayor alejamiento, esto es, “la variación máxima del estado de normalidad.”
Frecuencia: es el número de ciclos por unidad de tiempo. Merced a la frecuencia se puede distinguir si un sonido es agudo o grave.
Asimismo, conviene enumerar los componentes acústicos o cualidades del sonido:
Tono: se llama también primer armónico, armónico fundamental o tono fundamental. Es el resultado del número de vibraciones completas de las cuerdas vocales por unidad de tiempo. El tono es la “altura” del sonido, y, cuando el número de vibraciones por unidad de tiempo es considerable, se le denomina “agudo” o “alto”; y si el número de vibraciones por unidad de tiempo no es considerable entonces el tono es “grave” o “bajo”.
Timbre: es el resultado de la conformación de los armónicos de un sonido, conformación que depende del volumen y abertura de las cavidades de resonancia donde se produce. El timbre de un sonido será agudo cuando sus armónicos tengan una alta frecuencia; y será grave cuando los citados armónicos tengan una baja frecuencia.
Intensidad: la intensidad depende de la amplitud de la vibración total, es decir, de la suma de las amplitudes de todos los armónicos. Mediante la intensidad establecemos si un sonido es más fuerte o más débil. Cuanto mayor es la energía articulatoria que empleamos en la emisión de un sonido, mayor será la amplitud y, por consiguiente, la intensidad.
Duración: es el tiempo que empleamos en la emisión de un sonido; y viene expresada en centésimas de segundo.
XVI
El aparato fonador humano constituye un logro de la naturaleza, ya que sólo los humanos gozan del privilegio de comunicarse con sus semejantes mediante palabras, frases, enunciados, oraciones, relatos…; esto es, únicamente los humanos se aprovechan de su aparato fonador para articular palabras y para manejar, por así decirlo, la maravillosa técnica del lenguaje articulado.
Ya quedó dicho, al hablar del sonido, que, desde una perspectiva lingüística, lo importante es el denominado sonido articulado, esto es, el producido por el aparato fonador humano: Fonética fisiológica.
De ahí que: el sonido sea una consecuencia de las vibraciones; que haga falta un medio transmisor para que el sonido se propague; y que el sonido se transmita por medio de ondas.
Mas, esas ondas, si no son periódicas, producen ruido. Pero el sonido es una onda periódica. Al hablar se producen ondas periódicas y no periódicas: las vocales tienen ondas periódicas; mientras que las consonantes tienen más ondas “no periódicas”: Fonética acústica.
Por consiguiente, la producción del sonido articulado resulta clave para comprender el nivel lingüístico de la expresión y para establecer los límites de la denominada fonética fisiológica. En general, puede decirse que la “Fonética” se ocupa del significante en el plano del habla; mientras que la “Fonología” se interesa también por el significante, pero en el plano de la lengua. Más adelante desarrollaremos exhaustivamente ambos conceptos; antes conviene que nos detengamos en la descripción del aparato fonador humano y en la producción del sonido articulado.
Los órganos de la fonación
El aire, como todos sabemos, es necesario para la vida; pero, el aire también nos sirve para hablar. Al respirar, el aire entra y sale en las vías respiratorias:
Aspiración o inspiración: acción de entrar el aire en las vías respiratorias
Espiración: salida del aire; durante este movimiento de expulsión o espiración del aire es cuando normalmente hablamos.
Y así, en el lenguaje, lo fundamental para la producción de sonidos es la espiración: acción mediante la cual el aire que sale de los pulmones va a la tráquea y, de aquí, a la laringe.
Enumeremos, pues, el con junto total de órganos que intervienen en la fonación y que, en un primer acercamiento, se clasifican del siguiente modo:
Cavidades infraglóticas: pulmones, bronquios y tráquea.
Cavidades supraglóticas: cavidad bucal (boca, lengua, dientes, labios y paladar).
Cavidad laríngea u órgano fonador: laringe, glotis y cuerdas vocales.
Cavidades infraglóticas
Como ya se ha dicho, las cavidades infraglóticas comprenden tres órganos, que son los propios de la respiración: los pulmones, los bronquios y la tráquea.
Los pulmones:
Son dos masas esponjosas y elásticas situadas en la caja torácica formada por tejido conjuntivo. El espacio libre entre los dos pulmones se llama mediastino y está ocupado por el corazón y las vías respiratorias. Cada pulmón está completamente revestido por una membrana llamada pleura, formada por dos hojas, una adherida al pulmón y otra a la caja torácica; de este modo, cada pulmón está protegido por un doble saco, cerrado en todas sus partes y privado de aire, y que contienen en su interior un líquido (líquido pleural) cuya infección provoca la pleuresía. A cada uno de los pulmones penetran los bronquios que llevan el aire, arterias y venas.
El proceso de la respiración que realizan los pulmones es como sigue:
La entrada y salida del aire en los pulmones se produce mediante movimientos sistémicos de la caja torácica, llamados movimientos respiratorios que, como ya quedó dicho anteriormente, son dos: inspiración o entrada del aire y espiración o salida del aire.
Para la inspiración, los músculos intercostales externos se contraen llevando hacia arriba y hacia afuera las costillas, mientras el diafragma disminuye su convexidad y se baja, por lo que las vísceras abdominales son comprimidas y el abdomen se hace más saliente. Así, la cavidad torácica se ensancha y el pulmón se dilata. El vacío que se forma en esta dilatación hace que el aire exterior penetre en los pulmones.
Después de una breve pausa, los músculos intercostales externos y el diafragma se relajan, con lo cual el diafragma sube, las costillas se bajan y el volumen de la caja torácica disminuye; por lo tanto, los pulmones son comprimidos y expulsan el aire.
En definitiva, los movimientos respiratorios se deben a la contracción de los músculos respiratorios, es decir, al diafragma y los intercostales, por medio de los cuales, los pulmones son dilatados y comprimidos como fuelles.
Los bronquios:
Son dos gruesos tubos en que se bifurca la tráquea y que luego se ramifica extraordinariamente en el interior de los pulmones formando los bronquiolos. Los extremos de éstos constituyen los alveolos pulmonares, cuya superficie presenta nuevas bolsitas llamadas vesículas pulmonares.
La tráquea:
Es un tubo convexo por delante y aplanado por detrás que desciende a lo largo del cuello, por delante del esófago. Está compuesto de quince a veinte semicírculos cartilaginosos (cartílagos traqueales) que pueden ser comprimidos en el momento de la alimentación para que se dilate el esófago y permita el paso del alimento.
Cavidad supraglótica
Comprende, como ya ha quedado dicho antes, todos los órganos situados en la cavidad bucal: boca, labios, paladar, dientes y lengua. Cada uno de estos órganos tiene una función importante en la producción de los distintos sonidos. En la lengua se distinguen el ápice, el dorso (predorso, mediodorso y posdorso) y la raíz. La lengua es la que sirve para modificar la caja de resonancia y las cavidades bucales. A su vez, en el paladar se distinguen tres zonas, a saber: prepalatal, medio palatal y pospalatal.
Cavidad laríngea u órgano fonador
La cavidad laríngea comprende la glotis, las cuerdas vocales y la faringe.
La glotis se encuentra a la altura de la nuez, y está formada por dos repliegues musculares de las paredes del canal espiratorio. Estos repliegues, que son los que presentan un primer obstáculo a la salida del aire de los pulmones, reciben el nombre de cuerdas vocales; éstas son como dos telas o tendones que están apoyadas en varios músculos que giran y, al ponerse horizontales, vibran. Se pueden estirar más o menos, produciendo una mayor frecuencia (altura) según estén más o menos tensas. Cuando se aproximan totalmente las cuerdas vocales pueden cerrar por completo el paso del aire.
En la respiración, las cuerdas vocales están ampliamente separadas y el aire pasa libremente a través de la glotis en los dos sentidos.
Al hablar es frecuente que las cuerdas vocales estén en contacto y que entren en vibración por la presión del aire espirado. El sonido que resulta de las vibraciones de la glotis se llama voz.
El timbre, más o menos grave o agudo, de la voz depende, en principio, de la longitud de las cuerdas vocales. Las mujeres, cuya glotis es menos larga que la de los hombres, tienen la voz más aguda.
La faringe es una cavidad que se encuentra al fondo de la boca; si miramos en un espejo la cavidad bucal veremos al fondo del todo la pared posterior de la faringe. El paladar, que forma la bóveda de la boca, termina por un repliegue de mucosa llamado velo del paladar, que configura dos áreas separadas por una lengüeta llamada úvula o campanilla.
La faringe comunica con las fosas nasales, mientras el velo del paladar no se apoye en su pared posterior.
El velo del paladar, cuando se habla, puede estar bajado o levantado; si está bajado, una parte del aire espirado pasa a las fosas nasales y sale al exterior sin encontrar ningún obstáculo. Esta parte del aire se pierde por la boca, que es el lugar donde la mayor parte de los sonidos tienen un aspecto característico. Los sonidos están mejor diferenciados si la columna de aire llega totalmente a la boca, es decir, si el velo del paladar está levantado.
XVII
En el sistema fonador humano el sonido puede originarse de diversos modos, por ejemplo a causa de la vibración de las cuerdas vocales, por un impulso de aire a través de los órganos articulatorios y, en suma, por la combinación de ambos factores. La producción, por parte de los hablantes, del sonido articulado no sería posible de no existir los órganos articulatorios apropiados.
Ya hemos descrito exhaustivamente, los órganos de la fonación; y también hemos definido someramente tanto la fonética fisiológica como la fonética acústica. Por todo ello, y siguiendo con los diferentes aspectos del sonido articulado, nos ocuparemos, a continuación, del mecanismo de la articulación; pero, antes, conviene hacer una mención especial del fenómeno auditivo, el cual se ha intentado explicar y desarrollar mediante diversas teorías:
— Teoría de la resonancia. Fue expuesta en la segunda mitad del siglo diecinueve por un célebre fisiólogo alemán, quien ideó un resonador para analizar los sonidos; semejante dispositivo consistía en una esfera hueca que entraba en resonancia al penetrar en ella una vibración sonora con una determinada frecuencia.
Ese fenómeno es conocido como el fenómeno de la vibración “simpática”, la cual consiste en que “si se canta una nota en un piano abierto, se pone en movimiento la cuerda correspondiente, e incluso las cuerdas correspondientes a una gama de tonalidades también pueden vibrar. Si se observa esta resonancia entre un estímulo sonoro y las cuerdas de un piano, parece lógico pensar que en el oído debían existir este tipo de resonadores”.
— Teoría de la frecuencia. También se denomina teoría del teléfono, y explica cómo el órgano de Corti funciona de manera similar al diafragma de un receptor telefónico.
— Teoría del patrón sonoro. Mediante esta teoría se da a entender que “la membrana basilar vibra como un todo ante cualquier sonido pero tomando diferentes patrones de reacción vibratoria según la nota o serie de notas de que se trate”.
Dicho todo lo anterior, comenzaremos por explicar que los sonidos del habla tienen normalmente su origen en una espiración del aire que viene de los pulmones.
Este aire que proviene de los pulmones, después de pasar por los bronquios y la tráquea, llega a la laringe, en donde se encuentran las cuerdas vocales.
Si las cuerdas vocales vibran, se producen los “sonidos sonoros”: vocálicos y consonánticos.
Si las cuerdas vocales no vibran se producen los “sonidos sordos”.
Las vibraciones de las cuerdas vocales provocan la formación de una onda sonora que llamamos “tono fundamental”.
Esta onda así creada no es simple, sino compuesta, ya que el tono fundamental crea una serie de armónicos que se le superponen. La onda compuesta, formada en la laringe, pasa a las cavidades supraglóticas; estas actúan como filtros que sólo dejan pasar las frecuencias que coinciden con estas cavidades de resonancia. Este conjunto formado por el tono fundamental más los armónicos filtrados constituye el “timbre del sonido”.
Se llama “intensidad del sonido” a la fuerza o presión del aire sobre las cuerdas vocales, lo que ocasiona una mayor o menor amplitud vibratoria.
La corriente de aire que sale de la laringe sufre diversas modificaciones en la faringe, las fosas nasales y la boca, en virtud de contactos o estrechamientos que se producen en determinados puntos de su trayectoria. Tales modificaciones reciben el nombre general de “articulación”.
Al pasar el aire por la faringe se producen otras divisiones del material fónico. Si el velo del paladar está separado se producen los sonidos consonánticos nasales. Si están abiertas simultáneamente la cavidad bucal y la cavidad nasal, se originan los “sonidos vocálicos nasales”, también llamados “oronasales” porque parte sale por la nariz y parte por la boca:
— El sonido “oral”; se denomina así porque sale por la boca, y el velo del paladar o campanilla se va hacia atrás y deja que el aire pase a la nariz.
— El sonido “nasal”; se llama de este modo porque sale por la nariz, y el velo del paladar se queda caído y pasa el aire por la boca.
Ejemplos: la letra “a” es sonora y oral; la letra “m” es sonora y nasal.
Posteriormente, el aire pasa a la cavidad bucal. El lugar en donde se produce el contacto o estrechamiento necesario para articular un sonido se llama “punto o lugar de articulación”. Según su punto de articulación, los sonidos se clasifican en: bilabiales, labiodentales, interdentales, linguodentales, linguovelares…
Modo de articulación
Para determinar y describir la naturaleza de un sonido cualquiera no basta con saber dónde se articula, sino que hay que tener también en cuenta cómo se produce esa articulación. Por consiguiente, se llama “modo de articulación” a la posición que adoptan los órganos articulatorios en cuanto a sus grados de abertura o cerrazón. La “cerrazón”, desde el punto de vista fonético, es aquella “cualidad que adquiere un sonido al cerrarse los órganos articuladores”.
Y con el término “cerrazón”, según el “Diccionario de términos filológicos”, de Lázaro Carreter, “se designa el concepto contrario al de abertura”.
Los órganos articulatorios de que hemos hablado pueden estar abiertos, medio cerrados o continuos y cerrados. Y, según este concepto, podemos dividir los sonidos articulados en:
— Oclusivos: Cuando se produce un cierre completo de los órganos articulatorios y se impide totalmente la salida del aire, el cual saldrá después de ese cierre momentáneo.
— Fricativos: Cuando el sonido se emite a través de un estrechamiento de los órganos articulatorios sin que éstos lleguen a juntarse, en cuyo caso el aire sale con dificultad y como rozando.
— Africados: Cuando al cierre completo de los órganos articulatorios sucede una pequeña abertura por donde se desliza el aire contenido en el primer momento del cierre, percibiéndose claramente las característica de la fricción: es una mezcla de los dos anteriores, pues empieza por oclusión y termina en fricación.
— Nasales: Cuando la cavidad bucal está cerrada y el pasaje nasal permanece abierto.
— Líquidos: A su vez se dividen en laterales, cuando el aire sale por un lado, o por ambos, de la cavidad bucal; y vibrantes, cuando la lengua realiza uno o varios movimientos rápidos que interrumpen alternativamente la salida del aire.
En consecuencia, y conforme a todo lo que hemos venido diciendo hasta aquí, podemos dividir definitivamente los sonidos según diversos y diferentes criterios, a saber:
— Por la acción de las cuerdas vocales: se dividen en sonidos articulados sonoros y sonidos articulados sordos.
A una consonante, normalmente sonora, que por asimilación pierde su sonoridad, se la denomina “ensordecida”; y cuando acaece lo contrario se dice que es una consonante “sonorizada”.
— Por la acción del velo del paladar: se dividen en orales y nasales.
— Por el modo de articulación: se dividen en oclusivas, fricativas, africadas…
— Por el lugar de articulación: se dividen en vocales y consonantes. Las vocales, a su vez, pueden ser anteriores, centrales y posteriores. Mientras que las consonantes pueden ser bilabiales, labiodentales, linguodentales o dentales, linguointerdentales o interdentales, linguoalveolares o alveolares, linguopalatales o palatales y linguovelares o velares.
Definición de una consonante
Para definir una consonante ha de tenerse en cuenta el modo de articulación, el lugar de articulación, la acción de las cuerdas vocales y la acción del velo del paladar. Por ejemplo, la /p/ de la palabra /pata/ es una consonante oclusiva, bilabial, sorda y oral.
Tiempo de la articulación
Se distinguen tres tiempos o momentos en la pronunciación de todo sonido articulado:
— intensión o implosión: en él los órganos realizan los movimientos necesarios para producir el sonido articulado.
— tensión: los órganos articulatorios mantienen su posición durante más o menos tiempo.
— distensión o explosión: principalmente los órganos vuelven a su posición habitual.
La tensión es el momento más característico del sonido. Durante la intensión y la distensión se realizan los enlaces con los sonidos contiguos en la palabra y en la frase.
En el acto del habla real es poco frecuente que los sonidos desarrollen por entero estos tres tiempos articulatorios. Lo normal es que, dentro de la sílaba, se supriman, abrevien, alarguen o modifiquen alguno de ellos, de tal manera que las denominaciones de implosión y explosión se aplican hoy casi exclusivamente a la sílaba.
En ocasiones, los hablantes dudan al emplear el infinitivo “deber” solo o en la forma “deber” más la preposición “de” (“deber+d”). En el primer caso expresa obligación; mientras que en el segundo caso indica duda o probabilidad. Por ejemplo, cuando decimos que “El avión debe llegar a las diez”, estamos expresando que el avión tiene que llegar, es obligatorio que llegue, a las diez. Mientras que si decimos que “El avión debe de llegar a las diez”, estamos indicando que es probable —que puede ser o que acaso suceda— que el avión llegue a las diez.
XVIII
“El lenguaje es un método exclusivamente humano, y no instintivo, de comunicar ideas, emociones y deseos por medio de un sistema de símbolos producidos de manera deliberada. Estos símbolos son ante todo auditivos, y son producidos por los llamados órganos del habla”.(E. Sapir).
Hasta ahora hemos descrito, de modo exhaustivo, el mecanismo de la articulación con todo lo que ello implica: órganos de fonación o del habla; tiempo, modo y lugar o punto de articulación; componentes acústicos del sonido…
Por consiguiente, de lo antedicho se sigue que todo lo tratado hasta aquí ha estado referido a los sonidos, esto es, pertenecería al campo de la Fonética; luego, ya contamos con suficientes datos para definir esta parte de la lingüística; y así, diremos que la Fonética se ocupa, particularmente, de los sonidos o, como dice Lázaro Carreter, la Fonética es una Rama de la Ciencia del Lenguaje que examina, desde un punto de vista físico o fisiológico, el aspecto material de los sonidos del lenguaje, independientemente de su función lingüística.
Por consiguiente, el alfabeto fonético, o la clasificación de los sonidos, surge a causa de la necesidad, por parte de los lingüistas, de estudiar las distintas maneras de pronunciar que tienen las personas cuando hablan; aunque existen muchos modos de pronunciar y, en definitiva, puede afirmarse que nunca hay dos sonidos exactamente iguales.
Luego, los sonidos no se realizan, no se emiten, de igual modo por todos los hablantes de una misma comunidad lingüística; por ello, la Fonética pretende describir con detalle esas diferentes maneras de pronunciar los distintos sonidos De ahí que adquiera gran importancia la producción de los sonidos, y también su interpretación, pues, durante el acto del habla, el emisor emite sonidos y el receptor, cuya función es escuchar, los percibe: “Ahora bien, la producción de los sonidos, así como su interpretación, están profundamente relacionadas con la actividad psíquica del ser humano y no debemos olvidar que si la laringe nos permite emitir sonidos, y que los elementos fundamentales constitutivos del sonido como el tono, timbre y la intensidad tienen su origen en ella y dependen de las diferentes posiciones de la lengua, labios, etcétera, dentro de la cavidad bucal, hablamos realmente con nuestro cerebro y la interpretación de los sonidos del lenguaje que llegan a nuestro oído depende también del cerebro”.
Así mismo, según dejó dicho el eminente gramático suizo Saussute, el signo lingüístico tiene dos caras, esto es, se compone de dos elementos: concepto o significado e imagen acústica o significante. Estos elementos, es decir, tanto el significado como el significante, se interrelacionan y requieren mutuamente. Por tanto, el signo lingüístico es la combinación del significado y del significante; ambos vocablos se usan con preferencia a los términos “concepto” e “imagen acústica”, ya que estos últimos pueden resultar ambiguos. Como ya hemos dicho, en anteriores páginas de la presente obra, el significante equivale a la expresión, mientras que el significado se corresponde con el contenido:
—concepto—significado—contenido.
—imagen acústica—significante—expresión.
En consecuencia, la Fonética se ocupa del análisis de los sonidos en el plano del habla, y su definición más técnica sería aquella que la considera como la parte de la lingüística que estudia la substancia de las formas del significante en el plano del habla.
El habla, desde la propia perspectiva lingüística, constituye, junto con la lengua, un factor del lenguaje. Recordemos, así mismo, que el lenguaje es la facultad humana de poder comunicarse mediante signos orales o escritos.
Tanto la lengua como el habla, por tanto, constituyen el lenguaje.
La lengua, como parte esencial del lenguaje, es el sistema de signos, el código, que una determinada comunidad de hablantes ha creado a fin de que sus componentes puedan ejercitar esa facultad humana del lenguaje. En este sentido, Lázaro Carreter dice de la lengua que es un sistema de signos que los hablantes aprenden y retienen en su memoria. Se trata de un código que conoce cada hablante—oyente para usarlo cuando lo necesita. Este código, conocido y respetado por cuantos hablan una lengua, permite cifrar y descifrar mensajes. Y así, se habla de “Lengua Española”, “Lengua Francesa”, “Lengua Inglesa”…
El habla está considerada como la realización concreta de la lengua. Cada hablante selecciona, al hablar, los signos que cree conveniente y respeta las reglas y normas que la lengua pone a su disposición de manera sistemática, los cuales extrae de su propio pensamiento o de su mente. El habla, pues, es un acto singular por el cual, en un momento dado, un hablante cifra un mensaje concreto, eligiendo en el código los signos y las reglas que necesita en aquel momento. En definitiva, concluiremos que el lenguaje, emanación plena del espíritu colectivo, se compone de la lengua y el habla.
Respecto al término lingüística, empleado con profusión en las páginas de la presente obra, hemos de señalar, en un primer acercamiento, que es la ciencia del lenguaje articulado. Por consiguiente, tanto la Fonética como la Fonología pertenecen al campo de la Lingüística; y ambas disciplinas, como ya quedó dicho, se ocupan del aspecto fónico del lenguaje.
También se ocupan del estudio del Lenguaje las siguientes disciplinas: Gramática, Etimología, Semántica, Semiología, Filología, Estilística, Historia de la Lengua, Filosofía del Lenguaje… La Gramática tiene por objeto el estudio de las formas y funciones de los signos lingüísticos, es decir, estudia el sistema o estructura de una lengua. La Gramática se compone, a su vez, y principalmente, de dos partes denominadas Morfología y Sintaxis. La Morfología, propiamente hablando, es el estudio de la forma de la palabra: se ocupa de las palabras en cuanto que constituyen parte del plano asociativo, y de los elementos de relación gramatical o morfemas. En ocasiones, se considera a la Lexicología —disciplina que, como ya hemos explicado en otras ocasiones, estudia el léxico o sistema de palabras que componen una lengua— dentro de la Morfología. Con respecto a la Sintaxis puede decirse lo mismo que de la Morfología aunque, de modo particular, aquélla estudia las relaciones que las palabras contraen en la frase, así como los nexos o uniones que se establecen entre oraciones y frases. No obstante, la frontera, por así decirlo, entre Morfología y Sintaxis no está perfectamente dilucidada, de ahí que se emplee con más frecuencia el término Morfosintaxis.
La Etimología es una disciplina lingüística que se ocupa de estudiar el origen, la significación y la forma de las palabras. A propósito de la Etimología dirá Saussure que, sobre todo, se encarga de la explicación de las palabras mediante la investigación de sus relaciones con otras palabras. Explicar quiere decir remitir a términos conocidos, y en lingüística “explicar una palabra es remitirla a otras palabras”, puesto que no hay relaciones necesarias entre el sonido y el sentido. La etimología no se contenta con explicar palabras aisladas sino que también hace, por así decirlo, la historia de las familias de palabras, lo mismo que hace la de los elementos formativos, prefijos, sufijos, etcétera.
De la Semántica ya hemos hablado exhaustivamente en anteriores páginas de la presente obra, por lo que sólo es necesario recordar que también pertenece a la Lingüística, y que se ocupa de la parte del signo lingüístico relativa al significado. Respecto a la Semiología, fue también Saussure quien, al hablar del sentido o el lugar de la Lengua en los hechos humanos, afirmó que era posible concebir una ciencia que estudiara la vida de los signos en el seno de la vida social; la cual formaría parte de la psicología social, y, por consiguiente, de la psicología general. A esta ciencia habría que denominarla Semiología —término que procede del griego semeion, que significa signo—, pues nos enseñaría en qué consisten los signos y qué leyes los rigen. La Filología estudia el lenguaje de forma distinta a como lo estudia la Lingüística: Ambas ciencias estudian el lenguaje, pero de distinto modo. La Filología lo estudia con vistas a la mejor comprensión o fijación de un texto; la Lingüística, en cambio, centra exclusivamente su interés en la lengua hablada o escrita, utilizando los textos, cuando existen y los precisa, sólo como modelo para conocerla mejor.
La Estilística también es otra disciplina que tiene como centro el estilo, la expresión o la forma de la obra literaria. Y así, existe una Estilística Lingüística y también una Estilística Literaria; la primera trata de precisar los diversos matices que una lengua pone al servicio de los hablantes para que expresen su estados afectivos, mientras que la segunda destaca como auxiliar de la crítica literaria propiamente dicha.
En cuanto a la Historia de la Lengua, hay que decir que, como su nombre indica, es una disciplina que se ocupa del estudio histórico o de la evolución de la lengua española a lo largo de los siglos.
La Filosofía del Lenguaje estudia el lenguaje atendiendo, sobre todo, a su función comunicativa. Según Ferrater Mora, es posible que una filosofía suficientemente amplia del lenguaje haya de tener en cuenta no solamente el lenguaje como función y comunicación, sino asimismo el lenguaje como función perceptiva, es decir, como conjunto de actos por medio de los cuales un organismo constituye su mundo como sistema de la realidad.
XIX
La Fonética tiene por objeto el análisis o estudio de los sonidos, y responde a preguntas relacionadas con el cómo y el dónde de la pronunciación o articulación del sonido: ¿cómo se pronuncia un sonido concreto en un contexto determinado?.
Ya quedó dicho que la Fonética tenía por objeto el análisis o estudio de los sonidos, y respondía a preguntas relacionadas con el cómo y el dónde de la pronunciación o articulación del sonido: ¿cómo se pronuncia un sonido concreto en un contexto determinado?
La Fonología, en cambio, “organiza los sonidos en sistema, valiéndose de sus caracteres articulatorios y de la distribución de estos sonidos en la cadena sonora del habla. Establece así unidades de sonido que reciben el nombre de fonemas. Los fonemas se caracterizan por su función significante, por su capacidad para diferenciar significaciones. Así ocurre, por ejemplo, con las unidades “r”, “rr” y “b” en “caro”, “carro” y “cabo”. Dentro del contexto “ca—o” podemos situar los fonemas “r”, “rr” y “b”… Pero si elegimos “b”, no existe libertad de opción entre las dos “b” de “rombo” y “robo”, porque el empleo de uno o de otro está determinado por el contorno. Son miembros de un fonema, pero no fonemas independientes”. (Real Academia Española, en “Esbozo de una nueva Gramática de la Lengua Española”).
La Fonología, por tanto, se ocupa del estudio de los fonemas, y, concretamente, trata del análisis del enunciado en fonemas, de la clasificación de esos fonemas y del examen de sus combinaciones para formar los significantes de la lengua. En consecuencia, se puede hablar de un alfabeto fonológico donde se representan las unidades abstractas con las que identificamos los sonidos en nuestra mente. Estas unidades abstractas constituyen un sonido ideal y se denominan fonemas; éstos constituyen, dentro de una lengua, un número fijo y cerrado, y son muy pocos. En español hay 24 fonemas: 5 vocálicos y 19 consonánticos. Los fonemas vocálicos o vocales pueden constituir sílabas por sí solos: “o—í—a”, “rí—o”, “le—o”…; mientras que los fonemas consonánticos necesitan acompañarse de los vocálicos para formar sílabas: “ron—da”, “fal—da”, “man—ta”, “ca—sa”…
Fonemas vocálicos:
1.— lal — Ejemplos: ala, pasa.
2.— lel — Ejemplos: eje, peste.
3.— lil — Ejemplos: vil, mili.
4.— lol — Ejemplos: polo, coro.
5.— lul — Ejemplos: tul, tururú.
Fonemas consonánticos. Se clasifican, a su vez, en oclusivos (6 fonemas), fricativos (5 fonemas), africados (1 fonema), nasales (3 fonemas), líquidos o laterales (2 fonemas), vibrantes simples (1 fonema) y vibrantes múltiples (1 fonema).
Oclusivos:
6.— Ipl — Ejemplos: pasa, tapa.
7.— Ibl — Ejemplos: baca, vaca.
8.— Itl — Ejemplos: total, coto.
9.— Idl — Ejemplos: dedo, duende.
10.— Ikl — Ejemplos: kafkiano, quiosco, casa.
11.— Igl — Ejemplos: guepardo, galgo.
Fricativos:
12.— Ifl — Ejemplos: fama, fe.
13.— IzI — Ejemplos: cine, zona.
14.— Isl — Ejemplos: soso, sastre.
15.— Iyl — Ejemplos: yaya, cayado.
16.— Ixl — Ejemplos: jefe, gemelo.
Africados:
17.— IchI — Ejemplos: ocho, chiste.
Nasales:
18.— Iml — Ejemplos: mamá, lema.
19.— Inl — Ejemplos: lana, anda.
20.— Iñl — Ejemplos: leña, sueño.
Líquidos o laterales:
21.— IlI — Ejemplos: pala, ala.
22.— IllI — Ejemplos: calle, valla, llave.
Vibrantes simples:
23.— Irl — Ejemplos: camarero, pera.
Vibrantes múltiples:
24.— Irrl — Ejemplos: roca, perro, remo, alrededor.
Al abordar la definición del fonema, y explicar el alcance de este término, señalaremos, en un primer acercamiento, que no hay que confundir, ni identificar, el fonema con el sonido, puesto que ambos son distintos. El fonema InI, por ejemplo, presenta distintos sonidos según su punto de articulación ya que puede ser interdental, dental, alveolar, palatal y velar. Una cosa es, pues, el sonido que en cada caso pronunciamos, y otra el fonema, especie o tipo ideal de sonido al que aspiramos como hablantes. Todo idioma, como ya quedó dicho anteriormente, posee un número limitado de fonemas a los cuales se refieren los ilimitados sonidos que en la realidad, esto es, en el acto del habla, se pronuncian. Y así, los fonemas son elementos diferenciales que no tienen significación en sí mismos, y, en un determinado significante, distinguen un determinado significado de todos los demás.
Así mismo, los fonemas tienen distintas características:
— es diferenciador porque cada fonema se delimita dentro del sistema por las cualidades que lo distinguen de los demás y porque es portador de una intención significante diferencial.
Ejemplo: En las palabras “bata” y “pata” los sonidos son muy parecidos, sin embargo el significado es totalmente diferente. Pues bien, lo que confiere a esas palabras su carácter distintivo, su diferencia (“rasgo distintivo”, “pertinente” o “fonológico”), es que poseen dos fonemas distintos Ibl y Ipl.
Lo mismo sucede con las palabras “sol” y “sal”; ambas se diferencian porque poseen dos fonemas distintos: lol y lal.
— es indivisible, ya que no puede descomponerse en unidades menores, como ocurre con la sílaba o el grupo fónico.
Ejemplo: Una palabra como “paso” está formada por una serie de cuatro fonemas Ipl + lal + Isl + lol, y resulta imposible descomponer en más partes esta palabra por la sencilla razón de que los fonemas no se dividen.
— es abstracto, puesto que no se trata de un sonido sino de un modelo o tipo ideal de sonido. Cuando hablamos, no pronunciamos fonemas sino sonidos, y sonidos concretos: bilabiales, labiodentales, linguovelares, linguodentales, palatales…
Para aclarar aún más la diferencia entre sonido y fonema, pongamos un ejemplo:
Entre dos o más sonidos puede haber diferencias fonéticas sin valor fonológico. Tal ocurre, en el castellano, con la “o” de la palabra “sol” y de la palabra “cosa” . La primera es una vocal abierta {sol}, la segunda es una vocal cerrada {kósa}. En cambio, el hablante ignora el timbre distinto con que se pronuncia cada vocal porque, en castellano, ambas constituyen un mismo fonema, esto es, el fonema loI.
Sin embargo, en el catalán, por ejemplo, la “o” de la palabra “dona” (del verbo “donar”) y la “o” de la palabra “dona” (“mujer”) son muy distintas, y ello porque en catalán los sonidos {o} abierto y {o} cerrado son fonemas distintos, es decir, confieren un significado diferente a las palabras en que están situados.
Esto es importante tenerlo en cuenta a la hora de aprender nuevos idiomas. Los franceses, por ejemplo, que desconocen el fonema Ixl, al oír palabras españolas como “paja” tienden a interpretarla como /paka/, y ello no sucede por un defecto de audición sino por la ausencia en su sistema —en su lengua— de un fonema al cual referir el sonido que oye. Por esto, en el aprendizaje de lenguas vivas no se consigue reproducir con exactitud las articulaciones hasta que se ha formado la imagen mental de los fonemas nuevos.
Añadamos, finalmente, que cuando hablamos de sonidos no hay que olvidar que estamos situados en el plano del habla, es decir, en el plano de los fenómenos físicos y fisiológicos, mientras que cuando hablamos de fonemas estamos en el plano de la lengua que es algo abstracto, algo psíquico. De ahí que los sonidos no sean fonemas sino las distintas realizaciones que en el plano del habla puede tener un fonema.
Tampoco debemos confundir los términos, y los signos alfabéticos que los representan en la escritura. Los fonemas del español no son las 28 letras del alfabeto, aunque sí se le aproximan mucho. Llegados a este punto conviene aclarar que, oficialmente, el alfabeto español consta de 28 letras, y si se contempla también la “w” como letra, entonces tendría 29. No obstante, según la común opinión entre filólogos, lingüistas y académicos de la Lengua, es recomendable la homologación de los diccionarios de español conforme al uso internacional.
Alfabeto español actual
Letras:
1.— “A”, “a”: nombre “a”, en plural “as”.
2.— “B”, “b”: nombre “b”, en plural “bes”.
3.— “C”, “c”: nombre “ce”, en plural “ces”.
4.— “D”, “d”: nombre “de”, en plural “des”.
5.— “E”, “e”: nombre “e”, en plural “ees”.
6.— “F”, “f”: nombre “efe”, en plural “efes”.
7.— “G”, “g”: nombre “ge”, en plural “ges”.
8.— “H”, “h”: nombre “hache”, en plural “haches”.
9.— “I”, “i”: nombre “i”, en plural “íes”.
10.— “J”, “j”: nombre ” jota”, en plural “jotas”.
11.— “K”, “k”: nombre “ka”, en plural “kas”.
12.— “L”, “l”: nombre “ele”, en plural “eles”.
13.— “M”, “m”: nombre “eme”, en plural “emes”.
14.— “N”, “n”: nombre “ene”, en plural “emes”.
15.— “Ñ”, “ñ”: nombre “eñe”, en plural “eñes”.
16.— “O”, “o”: nombre “o”, en plural “oes”.
17.— “P”, “p”: nombre “p”, en plural “pes”.
18.— “Q”, “q”: nombre “cu”, en plural “cus”.
19.— “R”, “r”: nombre “erre”, en plural “erres”.
20.— “S”, “s”: nombre “ese”, en plural “eses”.
21.— “T”, “t”: nombre “te”, en plural “tes”.
22.— “U”, “u”: nombre “u”, en plural “úes”.
23 .— “V”, “v”: nombre “uve”, en plural “uves”.
24.— “W”, “w”: nombre “uve doble”.
25.— “X”, “x”: nombre “equis”, en plural “equis”.
26.— “Y”, “y”: nombre “y griega”.
27.— “Z”, “z”: nombre “zeta” (escrito también “ceta” o “zeda” (escrito también “ceda”), en plural “zetas” o “zedas”
Veamos, a continuación, una lista de palabras que constituyen otros tantos ejemplos de oposiciones fonológicas, y cuyo significado es diferente únicamente porque poseen un fonema distinto:
Ejemplos de oposición entre palabras que poseen los fonemas: /b/,/m/
“bota” y “mota” —— “bar” y “mar”
“besa” y “mesa” —— “lobo” y “lomo”
“bala” y “mala” —— “bote” y “mote”
“binar” y “minar” —— “daba” y “dama”
Ejemplos de oposición entre palabras que poseen los fonemas: /d/, /t/
“codo” y “coto” —— “modo” y “moto”
“cada” y “cata” —— “rada” y ”rata”
“tienda” y “tienta” —— “condado” y “contado”
“saldo” y “salto” —— “boda” y “bota”
IDIOMA
XX
“Ciertamente, el idioma es un resumen de la experiencia humana. Detrás de él se halla la vida; y las gentes se pueden entender hablando por la sola razón de que tanto el que habla como el que escucha refieren sus palabras a una experiencia”. (Vladimir Zvegintsev. “El Correo de la Unesco”. Septiembre, 1965).
Los fonemas, en cuanto unidades mínimas de sonido, no se pueden dividir en otras unidades más pequeñas. Por ello, cuando las lenguas abandonaron, y prescindieron, de los signos silábicos sustituyéndolos por los alfabéticos, lo que pretendieron fue reproducir los fonemas, esto es, representar cada fonema por una única letra. Mas, la evolución lingüística y las diferencias dialectales hacen desaparecer fonemas y crean otros nuevos, sin que la ortografía refleje tales cambios. Así tenemos, por ejemplo, que, en español, la “h” es, por decirlo de algún modo, una letra ociosa, ya que no se pronuncia ni, en consecuencia, tiene sonido alguno; la “v” no es un fonema distinto de la “b”, es decir, ambas letras representan el mismo sonido, aunque todavía algunos hablantes vacilen y las pronuncien de distinta manera; la “c”, “k”, y “q” son distintas grafías que corresponden al mismo fonema; etcétera.
Entonces, ¿cómo distinguir los fonemas? A esta pregunta responden los estudiosos de la Fonología diciendo que se distinguen por oposición o contraste, esto es, porque las palabras no significan lo mismo cuando se sustituye un fonema por otro— Compárense, por ejemplo, las palabras gota/cota, base/pase, cómo oponen entre sí los fonemas g/c y b/p, respectivamente.
Ahora bien, conviene recordar que cada fonema es un conjunto de cualidades acústicas y fisiológicas, es decir, cada fonema tiene un punto y un modo de articulación, es sonoro o sordo, oral o nasal… Entre este conjunto de cualidades importa determinar cuál de ellos tiene carácter diferencial para crear oposiciones o contrastes dentro del sistema fonológico.
En términos generales puede decirse que la oposición entre dos fonemas puede ser:
— correlativa: cuando son afines entre sí. Ejemplos:
/p/, fonema consonante bilabial, oclusivo, oral y sordo./b/, fonema consonante bilabial, oclusivo, oral y sonoro.
A estos dos fonemas lo que les confiere el carácter distintivo es el ser sonoro o sordo. A lo que le da carácter diferencial a un fonema se le llama rasgo pertinente, y a lo que no le confiere ese carácter se le denomina rasgo no pertinente.
Los dos fonemas propuestos tienen cuatro rasgos característicos: tres no pertinentes y uno pertinente.
— disyuntiva: cuando no son afines entre sí.
Ejemplos: /b/, fonema consonante bilabial, oclusivo, oral y sonoro./k/, fonema consonante linguovelar, oclusivo, oral y sordo.
En definitiva, entre dos fonemas se establece una oposición correlativa cuando se distinguen solamente por un rasgo pertinente que es el que le da su valor diferencial. Y se dice que la oposición es disyuntiva cuando dos fonemas se distingue por más de un rasgo pertinente.
—Neutralización: cuando dos fonemas, en ciertas posiciones, pierden su rasgo distintivo o pertinente se dice que se “neutralizan”. Así, por ejemplo, el fonema /n/ en la palabra “gran” toma distintas realizaciones según la letra inicial de la palabra siguiente:
— como {m} en “gran poeta”
— como {n} en “gran torero”
— como {ñ} en “gran charco”
Como vemos en este ejemplo, la /n/ pierde su rasgo pertinente a causa de su situación; y cuando esto sucede, es decir, cuando dos o más fonemas se neutralizan, se pueden sustituir por dos o más fonemas que tengan como característica principal el rasgo común a ambos; este fonema resultante se conoce con el nombre de archifonema, y se le suele representar por una letra mayúscula. Si el fonema se define como la suma de los rasgos pertinentes, el archifonema es el conjunto de rasgos pertinentes comunes a dos o más fonemas que son lo único que lo presentan todos.
Un fonema puede tener diferentes realizaciones fonéticas según las modificaciones que sufra por la acción de los sonidos que lo rodean, entonces puede variar su lugar de articulación sin que por ello cambie el valor significativo de la palabra. Estos sonidos nuevos que resultan se denominan alófonos o variantes combinatorias.
Las vocales
Las vocales son fonemas sonoros y abiertos que se distinguen entre sí por un timbre característico. El carácter de sonido abierto es lo que más caracteriza a las vocales y las distingue de las consonantes. Estas, como ya ha quedado dicho en otras ocasiones, establecen un obstáculo al paso del aire, mientras que las vocales se caracterizan por la ausencia de obstáculos.
Los órganos situados entre la glotis y la salida exterior del aire son los decisivos en la constitución del sonido de las vocales.
Si el velo del paladar se separa de la cara posterior de la laringe se obtienen sonidos nasales, y si permanece unido orales.
El movimiento de los labios es determinativo también en el sonido de las vocales, aunque lo más importante es la lengua. Según la posición de la lengua tendremos un criterio de división de las vocales en:
— anteriores: la parte anterior de la lengua se eleva hacia la región prepalatal (“e”, “i”).
— central: la lengua adopta una posición relativamente plana, sin inclinación alguna hacia adelante o hacia atrás (ejemplo: “a”).
— posterior: la lengua se retrae hacia el interior de la boca (ejemplos: “o”, “u”).
Las vocales anteriores corresponden a las vocales agudas, mientras que las posteriores equivalen a las vocales graves.
Así mismo, cuando se necesita subir o aproximar la lengua lo más posible hasta el paladar duro o bien al paladar blando, para pronunciarlas, las vocales también se denominan entonces “altas”, “vocales de pequeña abertura”, “vocales cerradas” y “vocales extremas” (ejemplos: “i”, “u”); y si la lengua se sube un poco menos al pronunciarlas, esto es, se separa más de la bóveda de la cavidad bucal, entonces se llaman “vocales de abertura media” o “vocales medias” (ejemplos: “e”, “o”); por último, si la lengua permanece casi recta, separándose aún más de la bóveda palatal, nos hallamos ante las vocales denominadas de “gran abertura”, “vocales abiertas” o “vocales bajas” (ejemplo: “a”).
Veamos, a continuación, algunas palabras que constituyen otros tantos ejemplos de oposiciones fonológicas, y cuyo significado es distinto sólo porque poseen un fonema diferente:
Ejemplos de oposición entre palabras que contienen los fonemas: /p/, /b/
“par” y “bar” — “pala” y “bala”
“polo” y “bolo” — “poda” y “boda”
“lapa” y “lava” — “sopa” y “soba”
“capa” y “cava” — “trapa” y “traba”
“pana” y “vana” — “pompa” y “bomba”
Ejemplos de oposición entre palabras que contienen los fonemas: /t/ /d/
“tapa” y “data” — “pota” y “poda”
“toma” y “doma” — “soltar” y “soldar”
“veta” y “veda” — “rotar” y “rodar”
“sota” y “soda” — “contado” y “condado”
“mota” y “moda” — “moto” y “modo”
“cata” y “cada” — “altea” y “aldea”
XXI
“Desde el momento en que las palabras se conciben en la mente, están situadas ya en el tiempo de la vida, en el tiempo del presente y la posibilidad, en el tiempo de las semillas. En este nivel de la temporalidad siempre hay que hacer algo con ellas, aunque sea moverlas en el discurso interior, o comunicarlas o discutirlas con otro”. (Emilio LLedó. “El surco del tiempo”).
La unidad inmediatamente superior al fonema es la sílaba; de donde se sigue que la sílaba está compuesta de fonemas o, dicho de otro modo, que puede dividirse en unidades más pequeñas. Una característica propia de los fonemas es que no pueden dividirse en unidades más pequeñas. Sin embargo, en realidad, los fonemas no se dan de forma aislada sino que se hallan agrupados en unidades superiores, es decir, en sílabas. Luego, las sílabas pueden estar integradas por uno o varios fonemas. Por ejemplo, en la palabra “elaboras” vemos que hay cuatro sílabas: “e—la—bo—ras”. La primera de ellas está constituida por un solo fonema, /le/; la segunda por dos, /l/ + /a/; la tercera también tiene dos fonemas, /b/ + /o/; y la cuarta se compone de tres fonemas, /r/ + /a/ + /s/.
También, en el ejemplo propuesto observamos que la base de cada sílaba es una vocal; por tanto, podemos afirmar que, en español, no hay sílabas que puedan constituirse sin vocales, es decir, las sílabas siempre tienen que llevar como mínimo una vocal. En cambio, no sucede lo mismo con las consonantes, ya que pueden constituirse sílabas sin consonante alguna; un ejemplo de ello es la primera sílaba de la palabra propuesta anteriormente, esto es, la sílaba representada por el fonema /e/ de la palabra “elaboras”.
Así mismo, si reparamos, por ejemplo, en el vocablo monosílabo “sol”, observamos que el primer sonido de la sílaba se inicia con la consonante “s”, lo cual constituye la denominada fase inicial de la sílaba; la vocal “o”, por su parte, forma el núcleo de la sílaba, y es la que confiere todo el valor fisiológico y las cualidades acústicas, en su grado máximo, a la sílaba: es la fase central y culminante de la sílaba; finalmente, tenemos la consonante “l” que viene a ser la llamada “fase final” de la sílaba. Por tanto, el esquema general de la sílaba estaría compuesto por las siguientes fases: fase inicial, núcleo o fase central y fase final.
La fase inicial y la fase final se denominan también márgenes silábicos: la fase inicial es el margen silábico prenuclear, mientras que la fase final constituye el margen silábico pos nuclear.
La fase central o culminante es el núcleo de la sílaba. Por ejemplo, si analizamos la palabra monosílaba “cal” tenemos que la consonante “c”, por encontrarse antes del núcleo, es la fase inicial o margen silábico prenuclear; y que la consonante “l”, por estar después del núcleo, constituye la fase final o margen silábico posnuclear; mientras que, finalmente, la vocal “a” conforma el núcleo de la sílaba, y se caracteriza porque: es el sonido más abierto, el de mayor intensidad, el más perceptible, el que cuenta con mayor tensión articulatoria y el de mayor grado de sonoridad.
La primera consecuencia directa de todo lo antedicho nos conduce a un mejor y más exhaustivo conocimiento de los grupos vocálicos, es decir, de los diptongos y los triptongos.
Los diptongos
Llamamos diptongo a la reunión de dos vocales, una cerrada y otra abierta, que forman una sola sílaba.
La vocal más abierta representaría el punto vocálico de la sílaba; la más cerrada se sitúa en la tensión o en la distensión. Por consiguiente, la vocal abierta es la que constituye el “núcleo” silábico, mientras que la vocal cerrada formará parte del “margen” silábico.
En español, las vocales extremas, “i”, “u”, se llaman débiles porque al formar diptongo con “a”, “e”, “o”, fuertes, éstas constituyen el núcleo silábico y aquellas quedan en posición inicial (tensión) o final (distensión). En estas condiciones, “i”, “u”, se abrevian, al mismo tiempo que estrechan su articulación hasta el punto de perder en parte su naturaleza vocálica y convertirse en “semiconsonantes” y “semivocales”.
Los diptongos pueden ser crecientes y decrecientes
Diptongos crecientes: son aquellos que van de una máxima oscuridad, por así decirlo, a una máxima abertura, en cuyo caso la vocal que forma el núcleo silábico se encuentra situada en posición secundaria y, además, los órganos que intervienen en la articulación, especialmente la lengua, se mueven y se desplazan desde una posición cerrada a una abierta; la representación gráfica del diptongo creciente podría ser similar al signo matemático , que significa “mayor que”. En español conocemos seis diptongos decrecientes: tres formados por una vocal más la letra “i” (vocal + “i”), y otros tres constituidos por una vocal más la letra “u” (vocal + “u”).
Ejemplos de diptongos decrecientes formados por las vocales “a”, “e”, “o” más la letra “i”, cuando ésta actúa como semivocal:
el grupo “a+i”, “ai”, forma parte de las siguientes palabras: “aíre “, “baile “, “caiga”, “aislar”, “paisaje”…
el grupo “e+i”, “ei”, está contenido en las siguientes palabras: “peine”, “treinta”, “reina”…
el grupo “o+i”, “oi” está presente en las siguientes palabras: “boina”, “hoy”, “moisés”, “zoilo”, “mesozoico”…
Ejemplos de diptongos decrecientes formados por las vocales “a”, “e”, “o” más la letra “u”, cuando ésta actúa como semivocal:
el grupo “a+u”, “au”, forma parte de las siguientes palabras: “aula”, “aura”, “auricular”, “raudo”, “causa”, “caudal”, “paulatino”, “automóvil”, “maula”, “fausto”…
el grupo “e+u” “eu” se encuentra en las palabras siguientes: “deuda”, “feudal”…
el grupo “o+u” “ou” está presente en las siguientes palabras: “bournonita”, “bous”…
XXII
El lenguaje evoluciona a la par que la propia comunidad de hablantes que lo utiliza para comunicarse; de ahí que, a lo largo de los tiempos, los lingüistas se hayan esforzado en afirmar que el acto del habla incide sobre el propio contexto donde se produce. En consecuencia, y definitivamente, el lenguaje no es una obra acabada o conclusa sino que evoluciona, cambia y se transforma del mismo modo que lo hacen las sociedades humanas.
Ya quedó dicho que la sílaba era la unidad inmediatamente superior al fonema, y que el análisis exhaustivo de la sílaba nos conducía al conocimiento detallado de los diptongos, hiatos y triptongos.
La estructura de la comunicación es compleja y dinámica, y el acto del habla se realiza, en ocasiones, de un modo tan automático que los hablantes apenas reparan en ello; y, en definitiva, aunque antes de comunicar un mensaje es preceptivo que el emisor seleccione las palabras que considere más adecuadas para así transmitir con nitidez un contenido concreto en un determinado contexto, sin embargo, no por ello, los protagonistas de las palabras tienen necesidad de conocer, antes de emitir un mensaje, cada uno de los sonidos que van a utilizar _pues ya quedó dicho con anterioridad que una de las bases sustentadoras del lenguaje es el fonema, esto es, la representación de un sonido_ ni tampoco necesitan saber si los sonidos que van a manejar son abiertos, cerrados, nasales, orales…; antes bien, y como es obvio, son los estudiosos del lenguaje quienes se ocupan de conocer a fondo, es decir, exhaustivamente, todos los entresijos de esta maravilla que constituye la común herramienta de las sociedades humanas, las cuales se transforman, así, en comunidades de hablantes. El lenguaje bulle, se mueve, vibra y fluctúa con el uso dentro de las comunidades de hablantes; el lenguaje, con todas sus implicaciones, es dinámico y vivo; las palabras contienen dentro de sí todo el sentimiento y la pena que una persona es capaz de comunicar; por medio de las palabras también se expresa la alegría y el buen ánimo; las palabras lo son todo para los hablantes, de ahí que conocer el sentido de las palabras, su valor, sea un deber inherente a toda persona que, en cuanto hablante, debe comunicarse con sus semejantes dentro de un contexto concreto formado por otros hablantes de su misma lengua.
Los lingüistas tienen como objetivo estudiar la estructura de la lengua con todas sus implicaciones y, al propio tiempo, deben comunicar sus conclusiones, descubrimientos e investigaciones a toda la comunidad de hablantes y, cuando esto ocurre, nos hallamos ante la ciencia del lenguaje; sucede, entonces, que el lenguaje se ocupa del lenguaje mismo, esto es, nos hallamos ante una de las funciones del lenguaje denominada metalenguaje, es decir, uno de los fines que debe cumplir el lenguaje debe ser el de hablar sobre el lenguaje mismo. Y así, desde este punto de vista, cuando nos ocupamos de un tema concreto, por ejemplo, cuando explicamos el mecanismo normativo de los diptongos, hiatos y triptongos del idioma español, estamos haciendo uso, en cierto modo, de esa función metalingüística del lenguaje.
Y cuando un lingüista concreto, un estudioso del lenguaje, enuncia sus hallazgos sobre el lenguaje está, también, haciendo uso de esa función denominada metalenguaje. Un claro ejemplo de todo cuanto decimos lo constituyen las conclusiones del célebre y notorio lingüista Sapir quien, en su conocida y famosa obra titulada, precisamente, “El Lenguaje”, manifiesta lo siguiente: “Entre los hechos generales relativos al lenguaje, no hay uno que nos impresione tanto como su universalidad. Podrá haber discusiones en cuanto a las actividades que se realizan en una tribu determinada son merecedoras del nombre de religión o de arte, pero no tenemos noticias de un sólo pueblo que carezca de lenguaje bien desarrollado. El más atrasado de los bosquimanos de Sudáfrica se expresa en las formas de un rico sistema simbólico que, en lo esencial, se puede comparar perfectamente con el habla de un francés culto”.
Hiatos
Podemos decir, en un primer acercamiento, que el hiato consiste en la destrucción de un diptongo por medio de un acento ortográfico o tilde. Por tanto, hiatos y diptongos guardan una estrecha relación. Y así, ya hemos definido el diptongo como la reunión de dos vocales, una cerrada y otra abierta, que forman una sola sílaba: como ya sabemos, en la lengua española, y desde el punto de vista ortográfico, hay diptongo cuando, no importa en qué orden, las dos vocales cerradas (“i “, “u”) concurren en la misma sílaba o se juntan indistintamente con cualquier otra vocal.
En el hiato también concurren dos vocales, una de ellas cerrada y la otra abierta, una abierta y otra cerrada o las dos abiertas, pero, sin embargo, no forman una única sílaba, es decir, pertenecen a sílabas distintas. Es por esto por lo que se dice del hiato que es la destrucción de un diptongo.
Hiatos formados por la concurrencia de una vocal cerrada y otra abierta
“ia”, “ie”, “io”, “ua”, “ue”, “uo”.
Ejemplos de palabras que cuentan con un hiato formado por la concurrencia de una vocal cerrada y otra abierta: “día”, “piano”, “arpía”; “bienio”, “diedro”, “ríe”; “tío”, “lío”, “río”; “sitúa”, “rúa”, “púa”; “actúe”, “acentúe”, “desvirtúe”; dúo, “sitúo”, “actúo”.
La palabra “día”, con hiato en “ia”, tiene dos sílabas:
“dí-a”.
La palabra “piano”, con un hiato en “ia”, tiene tres sílabas:
“pi-a-no”.
La palabra “arpía”, con un hiato en “ia”, tiene tres sílabas:”ar-pí-a”.
La palabra “bienio”, con un hiato en “ie”, tiene tres sílabas: “bi-enio”.
La palabra “diedro”, con un hiato en “ie”, tiene tres sílabas: “di-e-dro”.
La palabra “ríe”, con un hiato en “ie”, tiene dos sílabas: “rí-e”.
La palabra “tío”, con un hiato en “io”, tiene dos sílabas: “tí-o”.
La palabra “lío”, con un hiato en “io”, tiene dos sílabas: “lí-o”.
La palabra “río”, con un hiato en “io”, tiene dos sílabas: “rí-o”.
La palabra “sitúa”, con un hiato en “ua”, tiene tres sílabas: “si-tú-a”.
La palabra “rúa”, con un hiato en “ua”, tiene dos sílabas: “rú-a”.
La palabra “púa”, con un hiato ; en “ua”, tiene dos sílabas: “pú-a”.
La palabra “actúe”, con un hiato en “ue”, tiene tres sílabas: “ac-tú-e”.
La palabra “acentúe”, con un hiato en “ue”, tiene cuatro sílabas: “a-cen-tú-e”.
La palabra “desvirtúe”, con un hiato en “ue”, tiene cuatro sílabas: “des-vir-tú-e”.
La palabra “dúo”, con un hiato en “uo”, tiene dos sílabas: “dú-o”.
La palabra “sitúo”, con un hiato en “uo”, tiene tres sílabas: “si-tú-o”.
La palabra “actúo”, con un hiato en “uo”, tiene tres sílabas: “ac-tú-o”.
Hiatos formados por la concurrencia de una vocal abierta y otra cerrada
“ai”, “au”, “ei”, “eu”, “oi”.
Ejemplos de palabras que cuentan con un hiato formado por la concurrencia de una vocal abierta y otra cerrada: “país”, “maíz”, “caída”; “baúl”, “laúd”, “saúco”; “reír”, “leísmo”, “seísmo”; “reúma”, “transeúnte”, “reúno”; “oír”, “loísmo”, “roído”.
La palabra “país”, con un hiato en “ai”, tiene dos sílabas:”pa-ís”.
La palabra “maíz”, con un hiato en “ai”, tiene dos sílabas: “ma-íz”.
La palabra “caída”, con un hiato en “ai”, tiene tres sílabas: “ca-í-da”.
La palabra “baúl”, con un hiato en “au”, tiene dos sílabas:”ba-úl”.
La palabra “laúd”, con un hiato en “au”, tiene dos sílabas: “la-úd”.
La palabra “saúco”, con un hiato en “au”, tiene tres sílabas: “sa-ú-co”.
La palabra “reír”, con un hiato en “ei”, tiene dos sílabas: “re-ír”.
La palabra “leísmo”, con un hiato en “ei”, tiene tres sílabas: “le-ís-mo”.
La palabra “seísmo”, con un hiato en “ei”, tiene tres sílabas: “se-ís-mo”.
La palabra “reúma”, con un hiato en “eu”, tiene tres sílabas: “re-ú-ma”.
La palabra “transeúnte”, con un hiato en “eu”, tiene cuatro sílabas: “tran-se-ún-te”.
La palabra “reúno”, con un hiato en “eu”, tiene tres sílabas: “re-ú-no”.
La palabra “oír”, con un hiato en “oi”, tiene dos sílabas: “o-ír”.
La palabra “loísmo”, con un hiato en “oi”, tiene tres sílabas: “lo-ís-mo”.
La palabra “roído”, con un hiato en “oi”, tiene tres sílabas: “ro-í-do”.
Hiatos formados por la concurrencia de dos vocales abiertas
“ao”, “oa”, “ae”, “ea”, “oe”, “eo”.
Ejemplos de palabras que cuentan con un hiato formado por la concurrencia de dos vocales abiertas: “caoba”, “caótico”, “caos”; “boato”, “coágulo”, “toalla”; “paella”, “caer”, “maestro”; “real”, “beato”, “lea”; “poeta”, “soez”, “coercitivo”; “aseo”, “rubéola”, “rodeo”.
La palabra “caoba”, con un hiato en “ao”, tiene tres sílabas “ca-o-ba”.
La palabra “caótico”, con un hiato en “ao”, tiene cuatro sílabas: “ca-ó-ti-co”.
La palabra “caos”, con un hiato en “ao”, tiene dos sílabas: “ca-os”.
La palabra “boato”, con un hiato en “oa”, tiene tres sílabas: “bo-a-to”.
La palabra “coágulo”. con un hiato en “oa”, tiene cuatro sílabas: “co-á-gu-lo”.
La palabra “toalla” con un hiato en “oa”, tiene tres sílabas: “to-a-lla”.
La palabra “paella”, con un hiato en “ae”, tiene tres sílabas: “pa-e-lla”.
La palabra “caer”, con un hiato en “ae”, tiene dos sílabas: “ca-er”.
La palabra “maestro”, con un hiato en “ae”, tiene tres sílabas: “ma-es-tro”.
La palabra “real”, con un hiato en “ea”, tiene dos sílabas: re-al.
La palabra “beato”, con un hiato en “ea”, tiene tres sílabas: “be-a-to”.
La palabra “lea”, con un hiato en “ea”, tiene dos sílabas: “le-a”.
La palabra “poeta”, con un hiato en “oe”, tiene tres sílabas: “po-e-ta”.
La palabra “soez”, con un hiato en “oe”, tiene dos sílabas: “so-ez”.
La palabra “coercitivo”, con un hiato en “oe”, tiene cinco sílabas: “co-er-ci-ti vo”.
La palabra “aseo”, con un hiato en “eo”, tiene tres sílabas: “a-se-o”.
La palabra “rubéola”, con un hiato en “eo”, tiene cuatro sílabas: “ru-bé-o-la”.
La palabra “rodeo”, con un hiato en “eo”, tiene tres sílabas: “ro-de-o”.
Triptongo
En cuanto a los triptongos, hemos de decir que llamamos triptongo a la reunión de tres vocales que concurren en una misma sílaba.
Y más concretamente, en un triptongo se reúnen dos vocales débiles y una fuerte.
El núcleo silábico de los triptongos siempre lo forma la vocal más abierta que, como es obvio, posee también la mayor intensidad o energía articulatoria.
En español, hay triptongo, por ejemplo, en las siguientes palabras: “despreciáis”, “buey”, “averigüáis”…
Y cuando una palabra tiene por sílaba tónica un triptongo, la tilde debe escribirse sobre la vocal más abierta o más fuerte.
XXIII
Además de otras muchas diferencias, las vocales y las consonantes se distinguen por que en las primeras hay menos ruidos que en las segundas o, mejor dicho, las vocales tienen menos variedad de ruidos que las consonantes. Sin embargo, tanto en las vocales como en las consonantes hay ondas periódicas y no periódicas, aunque en las vocales las ondas son más puras, con menos ruidos.
La importancia de las letras o grafemas, de los sonidos, de los fonemas, de las sílabas, de las palabras y, en definitiva, de todas las unidades y componentes del lenguaje, es tan extraordinaria que los más prestigiosos lingüistas de todos los tiempos han dedicado lo mejor de su tiempo a ese tema tan universal; de ahí que el lenguaje se haya comparado a un edificio construido, por así decirlo, con materiales nobles. En este sentido, el prestigioso lingüista Sapir dice lo siguiente:”Si el lenguaje es un edificio, y si los elementos significantes del lenguaje son ladrillos de que está hecho el edificio, entonces los sonidos del habla no pueden compararse sino con el barro, todavía sin modelar y sin cocer, con el cual se fabrican los ladrillos. Los verdaderos elementos del lenguaje, los elementos significantes, son por lo general series de sonidos que constituyen palabras, o partes significantes de palabras, o bien grupos de palabras. Lo que distingue entre sí a estos elementos es que cada uno de ellos resulta el signo externo de una idea determinada, ya sea un concepto único (o una imagen única), ya cierto número de conceptos (o de imágenes) claramente conectadas y que forman un todo”.
Diversidad de sonidos
En un primer acercamiento, atendiendo a la diversidad de sus sonidos, y partiendo del criterio basado en el modo de articulación, las consonantes se dividen en varios grupos, a saber: oclusivas, fricativas, africadas, nasales y líquidas.
Las oclusivas reciben este nombre porque, al pronunciarlas, el aire sale, tras un cierre momentáneo, de los órganos articulatorios.
Las fricativas se denominan así porque, para decirlo de un modo simple, al pronunciarlas el aire sale con dificultad, como rozando.
Las africadas empiezan realizándose como oclusivas y terminan siendo fricativas, por lo que son una mezcla de oclusión y fricación.
Las nasales reciben este nombre porque, al pronunciarlas, el aire sale por la nariz.
A las líquidas se las denomina así porque en su realización se pronuncian como si fueran una mezcla de sonido consonántico y vocálico.
En español, el grupo de las consonantes oclusivas se subdivide, atendiendo al lugar de articulación, en tres apartados: bilabiales, dentales y velares. Y, según su sonoridad, se clasifican en sonoros y sordos.
Los fonemas oclusivos españoles son seis, y se enumeran del siguiente modo:
1°. Bilabial sordo, que se representa como sigue: |pl
2°. Bilabial sonoro, escrito como sigue: Ibl
3°. Dental sordo, que se escribe como sigue: Itl
4°. Dental sonoro, escrito como sigue: Idl
5°. Velar sonoro, escrito como sigue: Igl
5°. Velar sordo, escrito como sigue: IkI
Oclusivo bilabial sordo
El fonema Ipl se representa fonéticamente por {p}, y en la ortografía responde siempre al grafema o letra “p”.
Por el lugar de articulación, el fonema Ipl es bilabial, ya que al pronunciarlo intervienen de manera notable los dos labios que, al ponerse en contacto, impiden que salga el aire durante unos instantes.
Así mismo, como durante la pronunciación de la consonante “p” no vibran las cuerdas vocales, se trata de un fonema sordo.
Ejemplos: /papel/; se pronuncia {papél}; y se escribe papel.
|papada|; se pronuncia {papáda}; y se escribe “papada”.
|pipa|; se pronuncia {pípa]; y se escribe “pipa”.
|pez|; se pronuncia {pez}; y se escribe “pez”.
En consecuencia, la consonante “p” se define como el fonema Ipl, oclusivo, bilabial y sordo.
Oclusivo bilabial sonoro
El fonema Ibl equivale al sonido {b}, y en la ortografía se representa indistintamente por los grafemas “b” o “v”. Se articula así cuando va después de una pausa o tras una de las consonantes nasales “m” o “n”.
Aunque en español no existe el sonido {v}, en ocasiones o en determinadas zonas geográficas, algunos hablantes pronuncian la “v” de forma distinta a la “b”, incurriendo en el vicio conocido por el nombre de “ultracorrección”. Lázaro Carreter, en su cualificado “Diccionario de términos filológicos”, recoge el término “ultracorrección” y dice lo siguiente: Fenómeno que se produce cuando el hablante interpreta una forma correcta del lenguaje como incorrecta y la restituye a la forma que él cree normal. El hablante yeísta, p. ej., tiene conciencia de su confusión de “ll” e “y”, y al escribir o hablar con cuidado introduce erróneamente el fonema “ll” en palabras que deberían llevar el fonema “y”: “aller” “ayer”, “rellerta” “reyerta”.
Durante la pronunciación de la consonante “b” sí vibran las cuerdas vocales, luego se trata de un fonema sonoro.
Ejemplos:
|baba|; se pronuncia y suena {bába}; se escribe “baba”.
|baca|; se pronuncia y suena {báka}; se escribe “baca” y también “vaca” (referido al animal del mismo nombre).
|tubo|; se pronuncia y suena {túbo}; se escribe “tubo” y también “tuvo” (del verbo “tener”).
|béla|; se pronuncia y suena {béla}; se escribe “vela”.
En consecuencia, la consonante “b” se define como el fonema Ibl, oclusivo, bilabial y sonoro.
Oclusivo dental sordo
Equivale al fonema Itl, cuya realización fonética es {t}; y en la ortografía se representa por la letra “t”. Al pronunciar la consonante “t” no vibran las cuerdas vocales, luego se trata de un fonema sordo. Ejemplos: |pato|; se pronuncia y suena {páto}; se escribe “pato”.
|tetera|; se pronuncia y suena {tetéra}; se escribe “tetera”.
|patata|; se pronuncia y suena {patáta}; se escribe “patata”.
|petate|; se pronuncia y suena {petáte}; se escribe “petate”.
Por tanto, la consonante “t” se define como el fonema Itl, oclusivo, dental y sordo.
Oclusivo dental sonoro
El sonido {d} responde al fonema Idl. Se realiza de este modo cuando va en posición inicial de grupo fónico o después de una consonante nasal, “n”, o lateral, “d”. En la ortografía se representa por la letra “d”.
Cuando se pronuncia la consonante “d” sí vibran las cuerdas vocales y, en consecuencia, se trata de un fonema sonoro.
Ejemplos:
Idadol; se pronuncia y suena {dádo}; se escribe “dado”.
|dedal|; se pronuncia y suena {dedál}; se escribe “dedal”.
|dromedario|; se pronuncia y suena {dromedário}; se escribe “dromedario”.
|duplo|; se pronuncia y suena {dúplo}; se escribe “duplo”.
En consecuencia, la consonante “d” se define como el fonema Idl, oclusivo, dental y sonoro.
Oclusivo velar sonoro
El sonido de este fonema suele producirse después de pausa o consonante nasal, y cuando va a principio de grupo fónico. En la ortografía se representa por el grafema “g” ante las vocales “a”, “o”, “u”, por ejemplo: “gato”, “gotera” y “gula”. Y también se representa por el grupo “gu” más las vocales “e”, “i”, por ejemplo: “guerra” y “guitarra”.
Las cuerdas vocales sí vibran al pronunciar la consonante “g”, luego se trata de un fonema sonoro.
Ejemplos:
|gabela|; se pronuncia y suena {gabéla}; se escribe “gabela”.
Igasl; se pronuncia y suena {gás}; se escribe “gas”.
|goloso|; se pronuncia y suena {golóso}; se escribe “goloso”.
|gusano|; se pronuncia y suena {gusáno}; se escribe “gusano”.
|guepardo|; se pronuncia y suena {guepárdo}; se escribe “guepardo”.
|guisar|; se pronuncia y suena {guisár}; se escribe “guisar”.
La consonante “g”, por tanto, se define como el fonema Igl, oclusivo, velar y sonoro.
Oclusivo Velar sordo
Por lo general, la realización fonética de este fonema es {k}; de ahí que todos los estudiosos de la lingüística coincidan en afirmar que se trata del sonido y fonema {k}. Ortográficamente se representa por el propio grafema “k”, por ejemplo en las palabras “kilogramo”, “koala”, “kilovatio”. Cuando va seguida de las vocales “a”, “o”, “u”, se representa por la letra “c”. Y también, se representa por el grupo “qu” ante las vocales “i”, “e”; por ejemplo en las palabras “quirófano”, “quizá”, “quince”, “quiebra”, “queroseno’,”queso, quebrado”, “pequeño”…
Así mismo, las cuerdas vocales no vibran al pronunciar ; la consonante “k”, luego se trata de un fonema sordo.
Ejemplos:
|kiosco|; se pronuncia y suena {kiósko}; se escribe “kiosco” o “quiosco”.
|caseta|; se pronuncia y suena {kaséta}; se escribe “caseta”.
|coqueta| ; se pronuncia y suena {kokéta}; se escribe “coqueta”.
|paquete|; se pronuncia y suena {pakéte}; se escribe “paquete”.
|maquinar|; se pronuncia y suena {makinár}; se escribe “maquinar”.
Por tanto, la consonante “k” se define como el fonema Ikl, oclusivo, velar y sordo.
XXIV
Ciertamente, cuando decimos que los sonidos son maravillosos no hablamos en abstracto sino que nos referimos a los sonidos articulados, es decir, al hecho de la pronunciación, a los fonemas emitidos al hablar y, por extensión, a la cadencia sonora de las palabras y, en suma, a la entonación de frases, contenidos y mensajes.
Los sonidos consonánticos tienen más variedad de ruidos que los sonidos vocálicos pues, aunque ambos tipos de sonidos están formados por ondas periódicas y no periódicas, ocurre que en las vocales estas ondas son más puras, esto es, se producen con mayor limpieza y tienen menos ruidos.
Cuanto más investigan los lingüistas en el campo de los sonidos y de los fonemas de una determinada lengua más ensalzan la estructura de su cadena fónica, es decir, de los hechos tanto fonéticos como fonológicos. Claro está que la comunidad de hablantes de una misma lengua cumple con su principal objetivo, consistente en transmitir contenidos y mensajes mediante el uso de palabras correctas, siempre que en la práctica diaria quede demostrado el perfecto funcionamiento de esa comunicación lograda mediante el acto del habla y la emisión de aquellos sonidos contenidos en el código lingüístico por el que se rige dicha comunidad de hablantes.
A diferencia de los hablantes, los estudiosos del lenguaje resaltan la importancia de esta estructura de la cadena fónica y, además de ocuparse de los hechos fonéticos y fonológicos, investigan aspectos como la vertebración, combinación, variación, pronunciación, articulación… de los sonidos de una determinada lengua. Todo lo antedicho queda ilustrado profusa y sabiamente por el gran lingüista Sapir cuando dice lo siguiente: Se puede considerar el lenguaje como un instrumento capaz de responder a una enorme serie de empleos psíquicos. Su corriente no sólo va fluyendo paralela a la de los contenidos internos de la consciencia, sino que fluye paralela a ella en niveles distintos, que abarcan desde el estado mental en que dominan imágenes particulares hasta el estado en que los conceptos abstractos y sus relaciones mutuas son los únicos en que se enfoca la atención, lo cual suele llamarse razonamiento. Así, pues, lo único constante que hay en el lenguaje es su forma externa; su significado interior, su valor o intensidad psíquicos varían en gran medida de acuerdo con la atención o con el interés selectivo del espíritu y, obviamente, de acuerdo también con el desarrollo general de la inteligencia. Desde el punto de vista del lenguaje, el pensamiento se puede definir como el más elevado de los contenidos latentes o potenciales del habla, el contenido a que podemos llegar cuando nos esforzamos por adscribir a cada uno de los elementos del caudal lingüístico su pleno y absoluto valor conceptual. De aquí se sigue inmediatamente que el lenguaje y el pensamiento, en sentido estricto, no son coexistentes. A lo sumo, el lenguaje puede ser sólo la faceta exterior del pensamiento en el nivel más elevado, más generalizado, de la expresión simbólica. Para exponer nuestro punto de vista de manera algo distinta, el lenguaje es, por su origen, una función prerracional. Se esfuerza humildemente por elevarse hasta el pensamiento que está latente en sus clasificaciones y en sus formas y que en algunas ocasiones puede distinguirse en ellas; pero no es, como suele afirmarse con tanta ingenuidad, el rótulo final que se coloca sobre el pensamiento ya elaborado.
La mayor parte de las personas, cuando se les pregunta si pueden pensar sin necesidad de palabras, contestarán probablemente: Sí, pero no me resulta fácil hacerlo. De todos modos, sé que es algo posible. De manera que el lenguaje vendría a ser simple ropaje. Pero, ¿y si el lenguaje no fuera ese ropaje, sino más bien una ruta, un camino preparado?.
Los sonidos consonánticos
Continuando con la descripción de los distintos sonidos consonánticos del idioma español, atendiendo a su modo de articulación, definiremos seguidamente las consonantes pertenecientes al grupo que se conoce con el nombre de fricativas, las cuales se llaman así porque durante su articulación o pronunciación el aire sale con dificultad, como rozando, sin que su salida pueda ser interrumpida en ningún momento por cualesquiera de los órganos articulatorios que intervienen en la realización de tales sonidos; de ahí que las consonantes fricativas también se denominen “continuas”.
En español, el grupo de las consonantes fricativas se subdivide, atendiendo a su lugar de articulación, en cinco clases: labiodentales, linguointerdentales, linguoalveolares, linguopalatales y linguovelares. Y, atendiendo al criterio de la sonoridad, se clasifican en sonoras y sordas.
1°. Labiodental sordo, que se representa como sigue: /f/
2°. Linguointerdental sordo, escrito como sigue: /z/
3°. Linguoalveolar sordo, que se escribe como sigue: /s/
4°. Linguopalatal sonoro, escrito como sigue: /y/
5°. Linguovelar sordo, escrito como sigue: /j/
Así mismo, añadiremos que todas las consonantes fricativas son orales, es decir, en su articulación el aire sale por la boca, en oposición a las nasales que se caracterizan porque al pronunciarlas el aire sale por la nariz.
Los fonemas fricativos españoles son cinco, y se enumeran del siguiente modo:
Labiodental sordo
El fonema /f/ se representa fonéticamente por {f}, y en la ortografía responde siempre al grafema o letra “f”.
Por el lugar de articulación, el fonema /f/ es labiodental, ya que, al pronunciarlo, intervienen de manera activa el labio inferior y los incisivos superiores: el labio inferior roza ligeramente los incisivos superiores formándose una cavidad estrecha por la que discurrirá el aire sin interrupción.
Así mismo, como durante la pronunciación de la consonante “f’ no vibran las cuerdas vocales, se trata de un fonema sordo.
Ejemplos:
/feria/; se pronuncia {féria}; y se escribe “feria”.
/gafas/; pronunciación {gáfas}; escrito “gafas”.
/café/; se pronuncia {café}; y se escribe “café”.
/fe/; se pronuncia {fé}; y se escribe “fe”.
En consecuencia, la consonante “f” se define como el fonema /f/, fricativo, labiodental y sordo.
Linguointerdental fricativo sordo
El fonema /z/ se representa fonéticamente por {z}, y en la ortografía responde al grafema o letra “z”. No obstante, ante las vocales “e”, “i”, se representa por la letra “c”: “cena”, “cien”…
Por el lugar de articulación, el fonema /z/ es linguointerdental pues, al pronunciarlo, el ápice de la lengua se introduce entre ambos incisivos, los superiores y los inferiores, y el aire que produce la fonación sale de modo ininterrumpido y sin ningún impedimento.
Se trata de un fonema sordo, ya que durante su articulación no vibran las cuerdas vocales.
Ejemplos:
/caza/; se pronuncia {káza}; y se escribe “caza”.
/zine/; se pronuncia {zíne}; y se escribe “cine”.
/zera/; pronunciación {zéra}; escrito “cera”.
/azuzar/; se pronuncia {azuzár}; y se escribe “azuzar”.
/enzima/; se pronuncia {enzíma}; y se escribe “enzima”, cuando este término es un sustantivo ambiguo que significa lo siguiente: “Fermento soluble, de naturaleza compleja, que se forma y actúa en el organismo animal”; pero, también puede escribirse “encima”, en cuyo caso se trata de un adverbio que “indica el lugar o puesto superior respecto de otro inferior”.
Por todo ello, la “z” se define como el fonema /z/, linguointerdental, fricativo y sordo.
Linguoalveolar fricativo sordo
El fonema /s/ se representa fonéticamente por {s}, y en la ortografía responde al grafema o letra “s”.
Por el lugar o punto de articulación, el fonema /s/ es lingualveolar pues, durante su pronunciación, el ápice de la lengua se acerca a los alvéolos y deja una pequeña abertura por donde sale el aire sin interrupción.
Así mismo, como durante su pronunciación no vibran las cuerdas vocales, es un fonema sordo.
Ejemplos:
/soso/; se pronuncia {sóso}; y se escribe “soso”.
/sala/; pronunciación {sála}; escrito “sala”.
/seta/; se pronuncia {séta}; y se escribe “seta”.
/sastre/; pronunciación {sástre}; escrito “sastre”.
En consecuencia, la “s” se define como el fonema /s/, linguoalveolar, fricativo y sordo.
Linguopalatal fricativo sonoro
El fonema /y/ se representa fonéticamente por {y}, y en la ortografía responde al grafema o letra “y”; también se representa por las dos letras “hi” en palabras como “hierba”, “hierro”, “hielo”…
Por el lugar o punto de articulación, el fonema /y/ es linguopalatal, ya que, al articularlo, la lengua se sitúa en la parte media y anterior del paladar duro, dejando un pequeño conducto por donde saldrá el aire sin interrupción.
Se trata de un fonema sonoro, ya que sí vibran las cuerdas vocales durante su pronunciación.
Ejemplos:
/mayo/; se pronuncia {máyo}; y se escribe “mayo”.
/yugo/; se pronuncia {yúgo}; y se escribe “yugo”.
/playa/; pronunciación {pláya}; escrito “playa”.
/hierba/; se pronuncia {yérba}; y se escribe “hierba”.
Por tanto, la “y” se define como el fonema /y/, linguopalatal, fricativo y sonoro.
Linguovelar fricativo sordo
El fonema /j/ se representa fonética mente por {j}. Ortográficamente se representa por la letra “j”; también responde al grafema “g” cuando va seguido de las vocales “e”, “i”, en palabras como “gente”, “gitano”, “genio”.
Por el lugar o punto de articulación, el fonema /j/ es linguovelar, ya que, al pronunciarlo, el postdorso de la lengua se acerca al velo del paladar originando una estrechez por la que sale el aire sin interrupción.
Así mismo, las cuerdas vocales no vibran durante su pronunciación y, en consecuencia, se trata de un fonema sordo.
Ejemplos:
/jefe/; se pronuncia {jéfe}; y se escribe “jefe”.
/ojo/; pronunciación {ojo}; escrito ojo.
/caja/; se pronuncia {kája}; y se escribe “caja”.
/girasol/; pronunciación {jirasól); escrito “girasol”.
/ jaleo/; se pronuncia { jaléo}; y se escribe “jaleo”.
XXV
La emisión y articulación de los sonidos es un proceso complejo y dinámico producido por determinados órganos fonadores sin los cuales no sería posible el hecho tan extraordinario del lenguaje. La organización de los sonidos para que se produzca el acto del habla es una característica peculiar y privativa de los seres humanos que construyen sus mensajes en el seno de las comunidades de hablantes.
Denominación de los sonidos
Nuestro razonamiento sobre los sonidos consonánticos nos ha llevado a clasificarlos con criterios basados en el modo de articulación, el lugar de articulación y la sonoridad. Ya hemos descrito exhaustivamente los grupos de consonantes que denominábamos oclusivos y fricativos. Así mismo, decíamos que al pronunciar las consonantes oclusivas, el aire, durante unos instantes, quedaba retenido por la acción obstruccionista de los diversos órganos que intervienen en el proceso de la fonación; mientras que, por el contrario, en la articulación de las consonantes fricativas el aire salía con dificultad, como rozando, sin que su salida quedara interrumpida en ningún momento por los órganos articulatorios que intervienen en la realización de esos sonidos fricativos; de ahí que a las consonantes oclusivas también se las llame consonantes continuas. Todo esto ya quedó dicho en ocasiones anteriores y, por consiguiente, aquí nos ocuparemos de la definición y descripción de las consonantes pertenecientes al grupo de las denominadas africadas. Y así, señalaremos que, en español, sólo hay una consonante africada, a saber: la “ch”. Y, en puridad, no se puede hablar de grupo; por consiguiente, sólo nos queda señalar que se da el nombre de africado a aquel sonido en cuya articulación existe un momento oclusivo seguido de otro momento fricativo. De ahí que también se diga que las consonantes africadas son una mezcla de los dos sonidos que ya hemos descrito anteriormente, esto es, de los oclusivos y los fricativos.
Ese único fonema africado se denomina del siguiente modo:
Linguopalatal sordo: El fonema IchI se representa fonéticamente por {ch} y en la ortografía se escribe “ch”.
Por el lugar o punto de articulación, el fonema Ichl es linguopalatal, ya que, al articularlo, la lengua se sitúa en la parte media y anterior del paladar duro, dejando un pequeño conducto por donde saldrá el aire sin interrupción. En un primer momento, se establece un total contacto entre la lengua y el paladar para, a continuación, producirse un ligera separación entre ambos órganos fonadores; esta última situación corresponde al sentido fricativo del fonema Ichl.
Así mismo, dado que durante la pronunciación de la consonante “f” no vibran las cuerdas vocales, hay que concluir que se trata de un fonema sordo.
Además, puesto que al pronunciar la consonante Ichl el sonido sale por la boca, estamos ante un fonema oral.
Ejemplos:
ImuchachaI; se pronuncia {muchácha}; y se escribe “muchacha”.
ImechaI; pronunciación {mécha}; escrito “mechas”.
IkocheI; se pronuncia {kóche}; y se escribe “coche”.
IchisteI; se pronuncia {chíste}; y se escribe “chiste”.
InocheI; se pronuncia {nóche}; y se escribe “noche”.
IbichoI; pronunciación {bícho); escrito “bicho”.
En consecuencia, y definitivamente, la consonante “ch” se define como el fonema Ichl, africado, linguopalatal, sordo y oral.
A continuación, nos ocuparemos de las consonantes nasales que, como su nombre indica, se llaman así porque frente a un cierre de los órganos articulatorios bucales existe un pasaje rinofaríngeo abierto. Luego, la principal característica de las consonantes nasales es que el velo del paladar aparece separado de la pared faríngea y, en consecuencia, el aire fonador atraviesa o pasa libremente por las fosas nasales; esta peculiaridad o rasgo distintivo se conoce con el nombre de nasalidad.
Los fonemas nasales españoles son tres, los cuales se enumeran y denominan del siguiente modo:
1º. Bilabial sonoro, que se escribe como sigue: Iml
2.º Linguoalveolar sonoro, escrito como sigue: Inl
3º. Linguopalatal sonoro, que se escribe como sigue: Iñl
Bilabial nasal sonoro: El fonema Iml se representa fonéticamente por {m}, y en la ortografía responde al grafema o letra “m”.
Por el lugar de articulación, el fonema Iml es bilabial pues, al pronunciarlo, funcionan de modo notable los dos labios:
“Para su emisión los dos labios se cierran impidiendo la salida del aire a través de ellos. El velo del paladar permanece caído y las cuerdas vocales vibran”.
Se trata de un fonema sonoro, ya que, durante su pronunciación, sí vibran las cuerdas vocales.
Ejemplos:
Ikamal; se pronuncia {káma}; y se escribe “cama”.
Imamál; se pronuncia {mamá}; y se escribe “mamá”.
ImemoI; pronunciación {mémo}; escrito “memo”.
ImelómanoI; se pronuncia {melómano}; y se escribe “melómano”.
Imapal; se pronuncia {mápa]; y se escribe “mapa”.
Por todo ello, la “m” se define como el fonema Iml, bilabial, nasal y sonoro.
Linguoalveolar nasal sonoro: El fonema Inl se representa fonéticamente por {n}, y en la ortografía responde al grafema o letra “n”.Por el lugar o punto de articulación, el fonema Inl es lingualveolar pues, durante su pronunciación, el ápice de la lengua se acerca a los alvéolos y deja una pequeña abertura por donde sale el aire sin interrupción.
Así mismo, como durante su pronunciación sí vibran las cuerdas vocales, es un fonema sonoro.
Ejemplos:
/kana/; se pronuncia {kána}; y se escribe “cana”.
IlonaI; pronunciación {lóna}; escrito “lona”.
IpanaI; se pronuncia {pána}; y se escribe “pana”.
IlanaI; pronunciación {lána}; escrito “lana”.
InataI; se pronuncia {náta}; y se escribe “nata”.
En consecuencia, la “n” se define como el fonema InI, linguoalveolar, nasal y sonoro.
Linguopalatal nasal sonoro: El fonema Iñl se representa fonéticamente por {ñ}, y en la ortografía responde al grafema o letra “ñ”.
Durante la articulación de este fonema, la parte predorsal de la lengua se junta con la región prepalatal cerrando así la salida del aire y, como al propio tiempo el velo del paladar desciende, entonces el aire saldrá por las fosas nasales.
Se trata de un fonema sonoro, ya que sí vibran las cuerdas vocales durante su pronunciación.
Ejemplos:
Imañal; se pronuncia [máña}; y se escribe “maña”.
IleñaI; se pronuncia {léña}; y se escribe “leña”.
IñoñoI; pronunciación {ñóño}; escrito “ñoño”.
IkañaI; se pronuncia {káña}; y se escribe “caña”.
IsoñarI; pronunciación {soñar}; escrito “soñar”.
IkompañeroI; se pronuncia {kompañero}; y se escribe compañero.
A continuación, describiremos el grupo de consonantes líquidas, que se caracterizan porque poseen algunos rasgos propios de las vocales y, en realidad, forman como un grupo intermedio entre las vocales y las consonantes. Se trata de consonantes sonoras y orales.
Las consonantes líquidas se subdividen, a su vez, en laterales y vibrantes.
Durante la pronunciación de las laterales, el aire fonador sale por un estrechamiento producido entre la lengua y el paladar. Mientras que en las consonantes vibrantes se produce una o varias interrupciones momentáneas durante la salida del aire fonador.
En español hay dos fonemas laterales, que se denominan y definen del siguiente modo:
1º. Lingruoalveolar sonoro, que se representa como sigue: |l|
2º. Linguopalatal sonoro, que se representa como sigue: |ll|
Linguoalveolar lateral sonoro: El fonema |l| se representa fonéticamente por {l}. Ortográficamente se representa por la letra “l”.
Por el lugar o punto de articulación el fonema |l| es linguoalveolar, ya que, al pronunciarlo, el postdorso de la lengua se acerca al velo del paladar originando una estrechez por la que sale el aire sin interrupción.
Así mismo, las cuerdas vocales sí vibran durante su pronunciación y, en consecuencia, se trata de un fonema sonoro. Ejemplos:
Ipalal; se pronuncia {pála}; y se escribe “pala”.
|ala|, pronunciación {ála}; escrito “ala”.
|lote|; se pronuncia {lóte}; y se escribe “lote”.
|toldo|; pronunciación {tóldo}; escrito “toldo”.
|Ixaleo|; se pronuncia {xaléo}; y se escribe ” jaleo”.
|pelele|; pronunciación {peléle}; escrito “pelele”.
En consecuencia, la “l” se define como el fonema |l|, linguoalveolar, lateral y sonoro.
Linguopalatal lateral sonoro: El fonema |ll| se representa fonéticamente por {ll}, y en la ortografía se escribe “ll”.
Por el punto de articulación el fonema |ll| es linguopalatal ya que, durante su emisión, la lengua se sitúa en el paladar: “el ápice y los rebordes de la lengua se adhieren a los alvéolos y a las encías superiores, respectivamente, así como algo de la parte central de la lengua a la parte central del paladar, dejando un pequeño canal que desde el centro se dirige a la parte lateral de la lengua, por donde escapa el aire fonador”.
Durante su articulación sí vibran las cuerdas vocales y, en consecuencia, se trata de un fonema sonoro. Ejemplos:
|llama|; se pronuncia {lláma}; y se escribe “llama”.
|olla|; pronunciación {ólla}; escrito “olla”.
|kallada|; se pronuncia {kalláda}; se escribe “callada”.
|talla|; pronunciación {tálla}; escrito “talla”.
Por tanto, la “ll” se define como el fonema |ll| linguopalatal, lateral y sonoro.
Finalmente, en español, también hay dos fonemas vibrantes, los cuales se definen y denominan del siguiente modo:
1º. Linguoalveolar vibrante simple, que se representa como sigue: Irl
2º. Linguoalveolar vibrante múltiple, representado como sigue: Irrl
Linguoalveolar vibrante simple y sonoro:
El fonema Irl se representa fonéticamente por Irl, y en la ortografía se escribe”r”.
Por el lugar o punto de articulación el fonema Irl es linguoalveolar porque la lengua se apoya en los alvéolos.
Como además, al articular la “r” sí vibran las cuerdas vocales, nos hallamos entonces ante una consonante sonora.
Ejemplos:
/kamarero/; se pronuncia {kamaréro}; se escribe “camarero”.
Iperal; pronunciación {péra]; escrito “pera”.
Ikaral; se pronuncia {kára}; se escribe “cara”.
ItoroI; pronunciación {tóro}; escrito “toro”.
En consecuencia, la “r” se define como el fonema Irl, linguoalveolar, vibrante simple y sonoro.
Linguoalveolar vibrante múltiple y sonoro:
El fonema Irrl se representa fonéticamente por Irrl, y en la ortografía se escribe “rr”.
Por el punto de articulación es linguoalveolar, luego tiene idénticas características que el fonema vibrante simple. La diferencia radica en que el fonema vibrante múltiple “se caracteriza por la formación de dos o más oclusiones del ápice de la lengua contra los alvéolos”, es decir, se producen dos o tres contactos sucesivos del ápice de la lengua contra los alvéolos.
Durante la pronunciación de la “rr” sí vibran las cuerdas vocales, luego se trata de una consonante sonora.
Ejemplos:
IrotoI; pronunciación {róto}; escrito “roto”.
IperroI; se pronuncia {pérro}; se escribe “perro”.
IalrededorI; pronunciación {alrededór}; escrito “alrededor”.
Iratal; se pronuncia {ráta}; escrito ” rata”.
Por consiguiente, la “rr” se define como el fonema Irrl, linguoalveolar, vibrante múltiple y sonoro.
XXVI
Morfología
“La letra es un sonido indivisible, y no uno cualquiera de ellos, sino aquel que por su naturaleza entra en la formación de un sonido compuesto; porque los animales también emiten sonidos indivisibles, pero no doy a ninguno de ellos el nombre de letras”. (Aristóteles)
Hasta aquí nos hemos ocupado largo y tendido, esto es, exhaustivamente, de la descripción y el desarrollo de aquellos temas lingüísticos relacionados con el léxico, la semántica, la fonología y la fonética; a partir de ahora, examinaremos y abordaremos con detenimiento el campo de la Morfología con todas sus implicaciones.
En primer lugar, conviene señalar que muchos lingüistas no aceptan la tradicional distinción entre Morfología y Sintaxis, por lo que prefieren hablar de Morfosintaxis, término con el que designarán, al mismo tiempo, los hechos del lenguaje relativos a la función y a la forma. Desde un punto de vista práctico o, dicho de otro modo, desde una perspectiva metodológica, parece preferible considerar por separado ambas disciplinas lingüísticas y, por consiguiente, nos ocuparemos en primer lugar de la Morfología, cuya definición clásica, según Lázaro Carreter, sería: “Parte de la Gramática que se ocupa de las palabras en cuanto forman parte del plano asociativo, y de los elementos de relación gramatical o morfemas.
Constituyen, pues, su objeto: la flexión, la composición y la derivación de las palabras y la determinación de las categorías gramaticales”.
Aunque esta definición pueda parecer, a primera vista, algo complicada lo cierto es que deja claro cómo la Morfología gramatical se ocupa particularmente del estudio de la forma de la palabra mientras que la Sintaxis estudia esencialmente la frase; ambas, es decir, palabra y frase están consideradas en nuestro idioma como unidades expresivas, por lo que pueden estudiarse por separado aunque considerando siempre que también guardan una estrecha relación entre sí.
De manera definitiva, esquemática y simple podemos establecer una gradación que parte del fonema como unidad mínima de comunicación, se continúa con la sílaba como unidad inmediatamente superior al fonema, sigue con la palabra que contiene sílabas, llega hasta la frase que reúne palabras y acaso finalice en la narración que es un conjunto de frases:
fonema> > >sílaba> > >palabra> > >frase> > >narración
Hablando en términos de extensión e intensión afirmaremos que la frase es un concepto más extenso que la palabra, puesto que la frase está compuesta por palabras. En ocasiones, y según el contexto lingüístico en que se encuentre un determinado hablante, pueden coincidir palabra y frase o, dicho de otro modo, resulta que puede haber frases formadas con una sola palabra. Esto ocurre, por ejemplo, cuando el hablante, para aseverar o comunicar el hecho de que está lloviendo, emplea ante un determinado interlocutor la palabra aislada “llueve” que, en este contexto concreto, puede considerarse también como una frase. Otro tanto sucede con la sílaba y la palabra pues, aunque la palabra es un concepto más extenso que la sílaba lo cual quiere decir que las palabras están formadas por sílabas, sin embargo, hay ocasiones en las cuales palabra y sílaba coinciden; es decir, una palabra puede ser también, al propio tiempo, una sílaba o, lo que es igual, algunas palabras tienen una sola sílaba al igual que algunas frases tenían una sola palabra.
Reparemos, por ejemplo, en las palabras “sol”, “luz”, “cal”, “voz”, “fe”, “ley”, “buey”, “miel”, “fiel”, “pie”, “mar”… todas ellas son unidades expresivas, es decir, tienen un sentido por sí mismas y en cuanto palabras aisladas, lo cual puede comprobarse si buscamos su significado en el Diccionario de la Real Academia:
sol. Astro luminoso, centro de nuestro sistema planetario.
luz. Agente físico que hace visible los objetos. Claridad que irradian los cuerpos en combustión, ignición o incandescencia. Utensilio o aparato que sirve para alumbrar, como candelero, lámpara, vela, araña, etc. Esclarecimiento o claridad de la inteligencia.
cal: óxido de calcio, substancia blanca, ligera, caústica y alcalina, que en estado natural se halla siempre combinada con alguna otra. Cuando está viva, al contacto del agua se hidrata o apaga hinchándose con desprendimiento de calor, y, mezclada con arena, forma la argamasa o mortero.
voz. Sonido que el aire, expelido de los pulmones produce al salir de la laringe, haciendo que vibren las cuerdas vocales. Calidad, timbre o intensidad de este sonido. Sonido que forman algunas cosas inanimadas, heridas del viento o hiriendo en él. Grito, voz esforzada y levantada…
fe. {…} Confianza, buen concepto que se tiene de una persona o cosa. Creencia que se da a las cosas por la autoridad del que las dice o por la fama pública. Palabra que se da o promesa que se hace a uno con cierta solemnidad o publicidad…
ley. { …} Precepto dictado por la suprema autoridad, en que se manda o prohibe una cosa en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados. En el régimen constitucional, disposición votada por las Cortes y sancionada por el Jefe del Estado.
buey. Macho vacuno castrado…
miel. Substancia viscosa, amarillenta y muy dulce, que producen las abejas transformando en su estómago el jugo de las flores, y devolviéndolo por la boca para llenar los panales y que sirva de alimento a las crías…
fiel. Que guarda fe. Exacto, conforme a la verdad…
pie. Extremidad de cualquiera de los dos miembros inferiores del hombre, que sirve para sostener el cuerpo y andar…
mar. Masa de agua salada que cubre la mayor parte de la superficie de la tierra…
Todas estas palabras que, como es obvio y queda demostrado, tienen un sentido por sí mismas, cuentan únicamente con una sílaba son monosílabas y, en consecuencia, palabra y sílaba coinciden en los casos seleccionados:
“sol”: palabra cuya única sílaba es > que, a su vez, está formada por tres fonemas: /s/+/o/+/l/;
“luz”: palabra cuya única sílaba es > que, a su vez, se compone de tres fonemas /l/+/u/+/z/;
“cal”: palabra cuya única sílaba es > que, a su vez, cuenta con tres fonemas: /k/+/a/+/l/;
“voz”: palabra cuya única sílaba es > que, a su vez, se compone de tres fonemas /b/+/o/+/z/;
“fe”: palabra cuya única sílaba es > que, a su vez, se compone de dos fonemas /f/+/e/;
“ley”: palabra cuya única sílaba es >, ya que se trata de un diptongo formado por “e”, “y”, pues, como ya quedó dicho en anteriores ocasiones, en este caso la “y” funciona como una vocal cerrada; por lo demás, la palabra “ley” cuenta con tres fonemas /l/+/e/+/i/;
“buey”: palabra cuya única sílaba es >, ya que se trata de un triptongo formado por “u”, “e”, “y”; como en el caso anterior, la “y” se considera una vocal cerrada y, por consiguiente, la palabra “buey” tendrá cuatro fonemas /b/+/u/+/e/+/i/;
“miel”: palabra cuya única sílaba es > que, a su vez, cuenta con cuatro fonemas /m/+/i/+/e/+/l/;
“fiel”: palabra cuya única sílaba es > que, a su vez, tiene cuatro fonemas /f/+/i7+/e/+/i/;
“pie”: palabra cuya única sílaba es > que, a su vez, cuenta con tres fonemas /p/+/i/+/e/;
“mar”: palabra cuya única sílaba es > que, al propio tiempo, cuenta también con tres fonemas /m/+/a/+/r/ .
Ejemplos de frases que llevan alguna palabra monosílaba en su construcción
“Salga el sol por Antequera y póngase por donde quiera”.
“La luz de una bombilla alumbraba parte de la amplia estancia”.
“Los albañiles revocaron con cal la fachada del edificio”.
“Dice una célebre máximo que la voz del pueblo es voz del cielo”.
“La fe mueve montañas”.
“Cualquier ley postrera quita la fuerza a la primera”
“El buey afamado, deja el olivo cavado”.
“Fe sin obras, panal sin miel”.
“Año de miel, año de bien”.
“A quien contigo es fiel no le engañes”.
“He empezado el año con buen pie”.
En las siguientes frases hay un error lingüístico
Ejemplos:
“En ese aula no caben más alumnos”.
“Es conveniente que vengas detrás mío”.
“Es la catorceava vez que oígo hablar de crisis económica”
“Nadie debe decir de este agua no beberé”
Ejemplos correctos:
“En esa aula no caben más alumnos”.
“Es conveniente que vengas detrás de mí”.
“Es la decimocuarta (o decimacuarta) vez que oígo hablar de crisis económica”.
“Nadie debe decir de esta agua no beberé”.
XXVII
“La cuestión de la forma en el lenguaje se nos presenta bajo dos aspectos. Podemos, por una parte, considerar los métodos formales empleados por un idioma, sus “procedimientos gramaticales”, o bien, por otra parte, podemos determinar la distribución de los conceptos con referencia a la expresión formal. ¿Cuáles son los esquemas formales del lenguaje? y ¿qué tipos de conceptos constituyen el contenido de esos esquemas formales? Estos dos puntos de vista difieren por completo entre sí.” (E. Sapir).
Ya se ha dicho que muchos lingüistas no comparten la idea de separar la Morfología de la Sintaxis y, por consiguiente, consideran ambas disciplinas como una sola que denominan, precisamente, Morfosintaxis. Esta decisión de la mayoría de los lingüistas tiene su razón de ser, puesto que ambas materias, esto es, tanto la Morfología como la Sintaxis, son las dos partes de que, desde el punto de vista clásico, se compone la Gramática.
En general, la denominada estructura sistemática de la lengua se compone de las formas y funciones de los signos lingüísticos, los cuales son estudiados por la Gramática que, a su vez, y como ya sabemos, es una parte integrante de la Lingüística. Esta estructura sistemática de la lengua, por tanto, se compone de dos partes, a saber: la Morfología y la Sintaxis.
Consecuentemente, la Morfología estudiaría la flexión, composición y derivación de los sistemas lingüísticos o, dicho de otro modo, la Morfología se ocupa de las unidades intermedias entre los fonemas y las oraciones; mientras que la Sintaxis se encargaría exclusivamente de las oraciones, sus diversas clases, su relación y los nexos que se establecen entre ellas. De ahí que Morfología y Sintaxis puedan considerarse como una sola disciplina, puesto que no está muy clara la frontera o separación entre ambas ramas de la Gramática y, por consiguiente, se prefiera fundirlas en una sola disciplina: la Morfosintaxis.
No obstante lo anterior, y por una cuestión metodológica, aun estando de acuerdo con el orden común de la Morfosintaxis, es conveniente contemplar ambas disciplinas por separado, especialmente, se ocupaba del estudio de la forma de las palabras cuando son consideradas como elementos plenos de significación; como unidades expresivas, en definitiva.
También, y antes de ocuparnos de estas unidades expresivas que son las palabras, conviene señalar que la Real Academia, en su conocida obra titulada “Esbozo de una Gramática de la Lengua Española”, trata por separado ambas disciplinas. En concreto, la segunda parte del “Esbozo…” está dedicada a la Morfología, mientras que la tercera parte se ocupa de la Sintaxis; así mismo, la primera parte queda reservada para la Fonología.
Por otra parte, existe cierta dificultad para definir esta unidad de significación que es la palabra y que tanto incide en el estilo de un hablante determinado y, puesto que la palabra es parte principal del discurso, especialmente cuando el mensaje es oral, puede concluirse que, desde cierto punto de vista, formará parte de la Retórica, la cual considera el discurso desde un punto de vista artístico y estético, y consta de cinco partes jerárquicamente ordenadas, a saber:
Invención: Es la primera parte de la Retórica y, por consiguiente, se ocupa de buscar los diversos argumentos e ideas que luego han de ordenarse mediante la disposición.
Disposición: Ya quedó dicho que la “disposición” consiste en ordenar los argumentos y las fases del discurso a fin de transmitir con mayor precisión el mensaje o el contenido que se quiere comunicar.
Elocución: Mediante la “elocución”, el hablante selecciona, elige y dispone las palabras que va a emplear en su discurso; por consiguiente, la “elocución” es, justamente, la elección.
Memoria: Obviamente, la “memoria” hace alusión al recuerdo de las palabras y el contenido del discurso; un hablante que sin “memoria” no será nunca capaz de transmitir cabalmente sus ideas a un auditorio determinado.
Acción: Con la “acción” el discurso del hablante se hace más persuasivo y concluyente; la “acción”, pues, es puesta en práctica y exhortación.
La palabra, unidad expresiva
El primer parágrafo de la parte del “Esbozo…” que la Real Academia dedica a la Morfología ya anticipa, en su encabezamiento, el tema de que se va a tratar: “Palabra, forma lingüística y morfema”.
Por consiguiente, parece obligado comenzar por la descripción y el estudio de la palabra aislada y las partes de que consta: “Hemos examinado en la primera parte la naturaleza de los elementos mínimos del discurso, su clasificación, la capacidad de cada elemento para agruparse con otro en posición inmediata dentro de la secuencia del habla y la función identificativa y distintiva que desempeñan. Ninguno de ellos posee por sí mismo, considerado aisladamente, una significación dada, pero agrupado con otros y en virtud de esa función identificativa y distintiva contribuye cada uno a individualizar el relieve acústico de una sucesión de fonemas y a hacer posible, en condiciones dadas, la relación biunívoca entre el significante y el significado de un signo lingüístico. Un elemento lingüístico que es casi siempre (en español) de mayor extensión que el fonema constituye, por consiguiente, el terreno propio de la significación, y de esos elementos superiores vamos a ocuparnos en lo sucesivo.
Una clase de ellos la constituyen las palabras. Todo acto de elocución se compone de una o varias palabras. Las palabras pueden generalmente ser individualizadas en virtud de uno de sus caracteres más relevantes: el de la separabilidad. Separabilidad quiere decir posibilidad de aislarse unas de otras de otras dentro del cuerpo del discurso mediante una pausa que no aparece en la elocución normal y que recibe por eso el nombre de pausa virtual. No es pura casualidad que estas pausas elocutivas se correspondan casi siempre por palabras. Hemos visto que los fonemas han recibido del mismo modo especialmente en la lengua española una representación en gran parte inequívoca. Nada tiene de extraño que a pesar de su gran complejidad, la realidad de la lengua haya sido adecuadamente analizada por los que la emplean como instrumento.”
Estos elementos de que habla la Real Academia forman parte de toda expresión lingüística y constituyen la cadena hablada y, por lo demás, concurren en la palabra; de ahí que la palabra se pueda definir como un signo lingüístico que puede ser aislado, y su sentido recogido y registrado en los diccionarios; y, además, dentro de la palabra existen lo que denominamos elementos o unidades menores que, expuestos de menor a mayor amplitud, son los siguientes:
Fonema. Ya sabemos todo sobre el fonema y, por ello, tan sólo recordaremos que es la unidad mínima de sonido; por tanto, una palabra no puede dividirse en unidades más pequeñas que el fonema porque nos existen.
Monema. Es la unidad mínima de significación, es decir, el elemento que, dentro de una palabra, aporta la significación. El monema, a su vez, se divide en semantemas y morfemas.
Semantema. También se llama “raíz”, y es la parte del monema que se define como una unidad mínima léxica, pues confiere todo el significado esencial o temático a la palabra: es el elemento portador de la significación de la palabra.
Morfema. Es la parte del monema que, por así decirlo, señala la función sintáctica de la palabra, y delimita la función y significación de los semantemas. Cuando los morfemas tienen una forma separada de otras palabras se llaman independientes: preposiciones, conjunciones… Y si se encuentran dentro, o apoyados, de una raíz o semantema se llaman dependientes.
Ejemplo práctico
“casita”. En esta palabra vemos que hay seis fonemas, dos de ellos, concretamente los vocálicos, repetidos /k/+/a/+/s/+/i/+/t/+/a/; que además tiene dos morfemas “—it—” y “—a”; y que, finalmente, su semantema es “cas—”.
Ejemplos de palabras divididas en fonemas:
“casa”. Dividida en fonemas quedaría como sigue: /k/+/a/+/s/+a/.
“lazo”. Dividida en fonemas quedaría como sigue: /l/ + /a/ + /z/ + /o/.
“unas”. Dividida en fonemas quedaría como sigue: /u/ + /n/ + /a/ + /s.
“encima”. Dividida en fonemas quedaría como sigue: /e/+/n/+/z/+/i/+/m/+/a/.
XXVIII
“Ya en la India antigua discutían los filósofos si los vehículos primarios del significado eran las oraciones o las palabras. En favor de las palabras está el argumento de que hay un número limitado de ellas y pueden ser aprendidas de una vez para siempre. Las oraciones, en cambio, existen en número ilimitado; además, sólo somos capaces de utilizarlas adecuadamente tras haber aprendido a construirlas, como es obligado, a partir de palabras aprendidas de antemano”. (W. V. Quine)
Ya sabemos, que la Morfología se ocupaba del estudio de la forma de las palabras consideradas como elementos plenos de significación y como unidades expresivas, en definitiva; lo que implica, más concretamente, la consideración de las formas gramaticales o partes de la oración, esto es, del sustantivo, adjetivo, pronombre, verbo, adverbio, preposición y conjunción. Y, puesto que las oraciones, sus nexos y sus clases son estudiadas por la Sintaxis, parece conveniente hablar de Morfosintaxis. En este sentido, algunos lingüistas, aun reconociendo la validez de la separación entre morfología y sintaxis, prefieren, sin embargo, unir ambas ciencias en una sola porque su separación no puede justificarse de un modo suficientemente teórico; y así, Vidal Lamíquiz, en su obra “Lingüística Española”, dice lo siguiente: “Estamos ante el problema de estudiar la Morfología y la Sintaxis independientemente o unidas. La solución depende del enfoque de cada escuela o método. En nuestra opinión, si la Morfología y la Sintaxis se consideran como partes independientes de la Gramática, cada una de ellas debería referirse a un aspecto gramatical diferente y específico. En esta línea, se podría afirmar que la Morfología estudia el aspecto formal y la Sintaxis se preocupa por el aspecto funcional. Pero, como ya hemos dicho y observado, no existe tal independencia…”
Aun teniendo en cuenta todo lo anterior, y por una cuestión metodológica y práctica, aquí consideraremos la Morfología en sí misma, es decir, independientemente de su relación funcional con la Sintaxis y, por consiguiente, empezaremos por estudiar el nombre o sustantivo.
Sin embargo, antes de introducirnos de lleno en el tema apuntado, conviene ampliar los conocimientos de lo que se ha dado en llamar la cadena hablada y que, como ya hemos indicado en otra ocasión, se compone de varios elementos que, ordenados de menor a mayor, enumerábamos del siguiente modo: fonema, monema, semantema, morfema.
Cada una de estas unidades o elementos tiene su propia función pero, en ocasiones, puede suceder que morfema y palabra no se distingan y, en consecuencia, existe la posiblidad de que ambos elementos lingüísticos coincidan, lo cual no significa necesariamente que se confundan. Y así, la Real Academia, en el “Esbozo de una nueva Gramática de la Lengua Española”, al referirse al morfema y sus implicaciones explica que se trata de una “tercera forma lingüística”; textualmente, en el “Esbozo…” se dice lo siguiente: >.
Recordemos, también, que al definir el morfema explicábamos literalmente lo siguiente: “Es la parte del monema que, por así decirlo, señala la función sintáctica de la palabra, y delimita la función y significación de los semantemas. Cuando los morfemas tienen una forma separada de otras palabras se llaman independientes: preposiciones, conjunciones… Y si se encuentran dentro, o apoyados, de una raíz o semantema se llaman dependientes”.
De todo lo anterior se deduce que el morfema, en cuanto formante de la palabra, y en relación con la Morfología, cobra gran importancia; además, como veremos en posteriores ejemplos, también existe el denominado “morfema cero” (que se representa por el signo 0, esto es, por una línea recta que atraviesa simétricamente los cuadrantes primero y tercero de un círculo y, como si fuera la proyección de un diámetro longitudinal, pasa por su centro) que, aunque resulte paradójico, significa precisamente la ausencia de morfemas: cuando una palabra concreta carece de morfemas se habla de “morfema cero”. El signo Ø también se emplea en el campo de la Sintaxis para señalar, en una oración concreta, que el objeto puede “no” expresarse. El “morfema cero” hace alusión a las palabras según aparezcan en número singular o plural: “el repertorio de morfemas de número que afecta a casi todas las clases extensas de nombres y pronombres solo comprende tres morfemas: Ø/ses”.
Ejemplos de palabras con morfemas cero, “s” y “es”: número singular: palo +Ø > número plural: palo + s número singular: árbol+Ø > número plural: árbol + es número singular: casa+Ø > número plural: casa+s número singular: rascacielos+Ø > número plural: rascacielos+Ø número singular: láser+Ø > número plural: láser+Ø. En los ejemplos expuestos vemos que la palabra “palo” (término que, en su primera acepción, hace alusión a un trozo de madera “mucho más largo que grueso, generalmente cilíndrico y manuable”) está en singular y, por lo tanto, tiene un morfema cero porque carece del añadido de la “s” que lleva en su plural. Lo mismo sucede con la palabra “árbol” (vocablo que, en su primera acepción, significa “Planta perenne, de tronco leñoso que se ramifica a cierta altura del suelo”) que, cuando está en singular, tiene un morfema cero puesto que carece también del añadido “es”, el cual debe llevar para indicar su número plural.
Otro tanto se puede decir del término “casa” (palabra que, en su primera acepción, alude al ”Edificio o parte de él destinado para habitación humana”) que, cuando está en singular, tiene un morfema cero para indicar que carece de la “s” que lleva en su plural.
Igualmente ocurre con la palabra compuesta “rascacielos” (término que significa literalmente “Edificio muy alto y de muchos pisos”) que, al carecer de número plural, tendrá un morfema cero tanto cuando la palabra aparece en singular como cuando aparece en plural.
De modo similar al ejemplo anterior, también en la palabra “láser” se registran dos morfemas cero, puesto que carece de plural. El término “láser” ha sido recogido recientemente por la Real Academia en su Diccionario, y es una sigla utilizada para referirse a la “luz amplificada por la emisión estimulada de radiación”; el uso común ha consagrado el término “láser” como una palabra que significa lo siguiente: “Dispositivo que, gracias a un fenómeno de emisión estimulada, produce un haz luminoso monocromaático y coherente de gran energía. Este haz está formado por rayos prácticamente paralelos y, en consecuencia, su intensidad de iluminación apenas disminuye con la distancia”.
De ahí que, por lo general, en español, la formación del plural siga las siguientes reglas:
Las palabras terminadas en vocal no acentuada o en “é” acentuada forman su plural en “s”. Ejemplos: “letra”, su plural es “letras”; “café”, su plural es “cafés”; “cadi”, su plural es “cadis”; “vaso”, su plural es “vasos”…
Las palabras terminadas en consonante o en vocal acentuada forman su plural en “es”. Ejemplos: “castor”, su plural es “castores”; “latitud”, su plural es “latitudes”; “central”, su plural es “centrales”; “iraní”, su plural es iraníes; “marroquí”, su plural es “marroquíes”; “cadí”, su plural es “cadíes”…
{Se exceptúan, principalmente, aquellos extranjerismos terminados en consonante, de los cuales unos forman el plural en “—es” (“revólveres”, “chóferes”, “goles”), otros en “—s” (“clubs”, “coñacs”) y otros invariable (”déficit”, “lunch”). Y también se exceptúan las palabras “papá”, “mamá”, “sofá”, “esquí”, “dominó”}.
Las palabras graves y las esdrújulas permanecen invariables, por lo que podría decirse que no tienen plural. Ejemplos: ” jueves”, su plural es idéntico al singular, es decir, también “jueves”; “dosis”, su plural también es “dosis”…
Por todo ello, conviene agotar el análisis de este elemento lingüístico que, aparte de relacionar a las raíces o semantemas en la frase, delimita también su función y significación. En consecuencia, debemos señalar que los morfemas dependientes, también llamados derivativos, constituyen aquellos elementos formativos que en la palabra se denominan afijos.
Los afijos, junto con la raíz o semantema, hacen de la palabra una unidad plena de significación y sentido. Cuando el afijo aparece al principio de la palabra se denomina “prefijo”; si está situado en medio o dentro de la palabra se llama “infijo”; y, finalmente, cuando va al final de la palabra se le conoce con el nombre de ”sufijo” o “desinencia”. Respecto a los “sufijos” o “desinencias”, el ya citado “Esbozo…” de la Real Academia dice lo siguiente:
Los morfemas que ocupan el último o los úItimos lugares en las palabras (…) se distribuyen en dos grupos: los morfemas derivativos llamados también sufijos y los morfemas flexivos llamados también desinencias. Unos y otros constituyen en español repertorios reducidos y limitados y afectan a clases extensas de palabras. Los derivativos, sin embargo, forman series de palabras numéricamente desiguales. Así el sufijo “—oso” forma una serie de palabras derivadas que pertenecen, entre las de otras series, a la clase de nombres adjetivos: “mañ—oso”, “cel—oso”, “tumultuoso”… y el sufijo “—dad” otra serie de palabras que pertenecen a la clase de nombres sustantivos: “bel—dad”. “bondad”, “mal—dad”…
Ejemplos de palabras que llevan un prefijo: “in—voluntario ” “pre—meditar”, “ante—puesto “, ” re—poner”… Ejemplos de palabras que llevan un infijo: “hum ar—eda, polv—ar—eda… Ejemplo de palabras que llevan un sufijo: “variedad”, “sombr—ero”, “contr—ario” … Así mismo, cuando se suprimen todo los sufijos de una palabra lo que queda es la raíz o semantema.
XXIX
“Cada uno de nosotros ha aprendido su lengua observando la conducta verbal de otras personas y recibiendo el esfuerzo o la corrección de quienes observaban nuestra titubeante conducta verbal. No tenemos otra cosa que conducta pública en circunstancias observables”. (W. V. Quine)
Las palabras del notable pensador W.V. Quine, uno de los más cualificados estudiosos de la filosofía del lenguaje, son una prueba de la importancia de la lengua con todo lo que ello implica; y así, continuará diciendo el célebre pensador, a fin de agotar su argumentación, lo siguiente: “En tanto en cuanto nuestro dominio de la lengua supere todos los controles externos en aquellas circunstancias en las cuales nuestras preferencias o nuestra reacción a las preferencias de otros pueden ser evaluadas a la luz de alguna situación compartida podemos decir que todo marcha bien. Nuestra vida mental entre control externo y control externo no tiene relevancia alguna a la hora de evaluar nuestro dominio del lenguaje. No hay nada más que decir sobre el significado lingüístico que lo que se desprenda de la conducta pública en situaciones observables”.
Todos estos juicios sobre el lenguaje contribuyen a reforzar la importancia de su estudio y desarrollo en nuestro tiempo; por consiguiente, vale la pena que ampliemos todavía más toda reflexión sobre el lenguaje y que nos preocupemos por analizar de modo exhaustivo sus aspectos gramaticales y lingüísticos. De ahí que, aun teniendo en cuenta todo lo dicho hasta ahora, y por una cuestión metodológica y práctica, aquí nos propongamos considerar la Morfología en sí misma, es decir, independientemente de su relación funcional con la Sintaxis; y, por consiguiente, empezaremos por estudiar el nombre o sustantivo. Pero antes, matizaremos que, dentro del estudio gramatical del lenguaje, la Morfología y la Sintaxis pueden considerarse como disciplinas aisladas o en conjunto. Si se consideran aisladas, hallaremos que la Morfología como ya hemos afirmado con reiteración se ocupa del “estudio de las formas de las palabras” y, por consiguiente, abarcará todos aquellos aspectos relacionados directamente con el estudio gramatical de las expresiones lingüísticas que, desde el punto de vista clásico, se enumerarán del siguiente modo: “Composición”, “Derivación”, “Desinencias”, “Gradación” y “Partes de la Oración”.
Composición: Se trata de un procedimiento que se utiliza en el lenguaje para construir palabras que pueden considerarse nuevas, para lo cual se echa mano de palabras ya existentes. El vocablo así creado tendrá, obviamente, un sentido único y particular, esto es, distinto de aquellos términos originales a partir de los cuales se formó. De ahí que, fundamentalmente, la “Composición” pueda definirse del siguiente modo: “Procedimiento mediante el cual dos o más palabras se juntan para formar una nueva”.
Y así, por ejemplo, la reunión de los vocablos “contra” y “ventana” dan lugar a una palabra nueva que todos conocemos: “contraventana”. Si buscamos en el Diccionario de la Real Academia el término “contra” podemos leer, en su primera acepción, lo siguiente: “preposición con que se denota la oposición y contrariedad de una cosa con otra. Tiene uso como prefijo en voces compuestas”.
Así mismo, el Diccionario, a propósito de la palabra “ventana”, dice lo siguiente: “Abertura más o menos elevada sobre el suelo, que se deja en una pared para dar luz y ventilación. Hoja u hojas de madera y de cristales con que se cierra esa abertura”.
Si, finalmente, buscamos en el Diccionario la palabra “contraventana” que, como ya quedó dicho anteriormente, se ha formado por la reunión del término “contra” y el vocablo “ventana”, comprobaremos que significa lo siguiente: “Puerta que interiormente cierra sobre la vidriera. Puerta de madera que en los países fríos se pone en la parte de afuera para mayor resguardo de las ventanas y vidrieras”.
Por consiguiente, podemos concluir que, efectivamente, la palabra nueva “contraventana” tiene significado propio y se diferencia de los términos “contra” y “ventana” a partir de los cuales se ha formado.
Luego, gramaticalmente, y desde el punto de vista de la Morfología, se puede definir la “Composición” del siguiente modo: “Procedimiento por el cual se forman vocablos agregando a uno simple una o más preposiciones o partículas u otro vocablo íntegro o modificado por eufonía: anteponer, reconvenir, hincapié, cejijunto.”
Llegados a este punto, habrá que reparar en el término “eufonía”, el cual significa lo siguiente: “Sonoridad agradable que resulta de la acertada combinación de los elementos acústicos de la palabra”.
Respecto al sentido de la “Composición”, dice Lázaro Carreter lo siguiente: “Uno de los procedimientos de que la lengua se sirve para obtener palabras nuevas, consistente en la reunión de dos o más palabras en una sola, la cual casi siempre (composición elíptica), adquiere un significado que excede al de la simple agregación de los significados de las palabras componentes: contraofensiva, ferrocarril. Los elementos que entran en una composición se llaman componentes, y la palabra que resulta, palabra compuesta o compuesto”. Este autor añade que hay dos clases de “Composición”: propia e impropia.
Composición propia. En este tipo de composición sólo recibe accidentes gramaticales el último elemento: “guardagujas”, “guardabarros”, “bocamangas”, “rascacielos”, “paraguas”.
Composición impropia. En este caso todo los componentes reciben accidentes, por ejemplo “ricos—nombres”.
Derivación: Como su propio nombre indica, se trata de un procedimiento utilizado para formar una palabra nueva añadiendo, suprimiendo o intercambiando otros términos ya existentes que se denominan primitivos; de ahí que al nuevo término se le llame derivado. El elemento más importante que entra en la derivación es el sufijo, en síntesis, se trata de un morfema unido a una palabra en su parte final.
Ejemplos de palabras que llevan un sufijo: “varie—dad”, “sombr—ero”, “contr—ario”, “dímelo”…
Al igual que en el caso de la “Composición”, también en la “Derivación” ocurre que la nueva palabra, formada a partir de otras ya existentes, tiene su propio y único sentido, todo lo cual la hace diferente y única. De ahí que la “Derivación” sea el medio más común para formar palabras nuevas a partir de una primitiva a la cual se le añade un sufijo que, entonces, pasa a denominarse sufijo derivativo.
Cuando añadimos un sufijo al final de una palabra se modifica el significado o la función de ésta. Y así, por ejemplo, si analizamos la palabra “redactor” hallaremos que se compone del elemento “redac—” y el sufijo “—tor”. Por lo demás, hay sufijos que provienen del griego, por ejemplo el sufijo “—ismo”, el cual forma parte de muchas palabras: “feminismo”, “machismo”, “cubismo”, “modelismo”, ” neorrealismo”, “liberalismo”, “cristianismo”, “luteranismo”…
Así mismo, en ocasiones se habla de una “derivación” culta y de otra popular; aquélla es la formada por elementos considerados vulgares, mientras que ésta se forma con elementos denominados cultos.
Señalaremos, también, que los diminutivos, aumentativos y despectivos están considerados como elementos derivativos.
Por todo lo anterior, gramaticalmente, y desde el punto de vista de la “Morfología”, la derivación puede definirse del siguiente modo: “Procedimiento por el cual se forman vocablos ampliando o alterando la estructura o significación de otros que se llaman primitivos: cuchillada, de cuchillo; marina, de mar…
En ocasiones puede ocurrir, no obstante, que la palabra se acorte, en lugar de aumentar, en cuyo caso nos hallamos ante la denominada “Derivación regresiva”. Por ejemplo, señalaremos que la palabra “legislar” que significa “dar, hacer o establecer leyes, deriva, de forma regresiva, del vocablo “legislador” con el que, literalmente, se alude a quien legisla.” >.
Respecto a la “Derivación”, se puede leer, en el “Diccionario de términos filológicos” de Lázaro Carreter, lo siguiente:
1.—Procedimiento de formación de una palabra nueva, mediante la adición, supresión o intercambio de sufijos (“bolso—bolsillo”, “avanzar—avance”, “portero—portería”). En el primer caso, existe una derivación progresiva, que da origen, ordinariamente, a derivados postverbales.
2.—Se habla de derivación impropia (frente a la propia, que seria la descrita) cuando una palabra, sin cambiar de forma, desempeña funciones nuevas. Así; cuando un nombre propio se emplea como nombre común: “un mecenas”, “un quijote”.
3.—Hay derivación inmediata o simple cuando un sufijo se añade directamente al tema (“par—lar”), y mediata o compleja, cuando se interponen otros afijos ( “parl—ot—e—ar”.)
4.—Dependencia etimológica de una palabra, respecto de otra que es su étimo.
Debemos aclarar que el término “étimo” significa lo siguiente: “Raíz o vocablo de que procede otro u otros”.
Desarrollaremos los procedimientos restantes y que ya hemos apuntado al principio de esta sección, nos referimos a las “Desinencias”, a la “Gradación y a las “Partes de la Oración”.
Ejemplos de palabras “Compuestas” y sus significados “todo poderoso”: Que todo lo puede. “litografía”: Arte de dibujar o grabar en piedra, preparada al efecto, para multiplicar los ejemplares de un dibujo o escrito.
“agridulce”: Que tiene mezcla de agrio y dulce.
“coligarse”: Unirse, confederarse unos con otros para algún fin.
“coliflor”: Variedad de col que al entallecerse echa un conjunto de tallitos compuesto de diversas cabezuelas o grumitos blancos. Se come cocida y condimentada de diferentes modos.
“bienmesabe”: Dulce de claras de huevo y azúcar clarificado, con el cual se forman los merengues.
“quitasol”: Especie de paraguas para resguardarse del sol.
“quitasueño”: Lo que causa preocupación o desvelo.
“malandanza”: Mala fortuna, desgracia.
“vaivén”: Movimiento alternativo de un cuerpo que después de recorrer una línea vuelve a describirla, caminando en sentido contrario.
“correveidile”: Persona que lleva y trae cuentos y chismes.
“correverás”: Juguete para niños, que se mueve por un resorte oculto.
XXX
“El lenguaje sólo existe en la medida en que se emplea de hecho, en la medida en que se habla y se oye, se escribe y se lee. Todos los cambios importantes que tengan lugar en él deben producirse primeramente como variaciones individuales”. (E. Sapir).
Siguiendo con nuestra disertación, sobre los aspectos relacionados directamente con el estudio gramatical de las expresiones lingüísticas, y para agotar el estudio exhaustivo de la forma de las palabras, nos ocuparemos ahora de las Desinencias. Recordemos que el orden propuesto con anterioridad era el siguiente: Composición, Derivación, Desinencias, Gradación y Partes de la Oración. Desinencias: Algunos lingüistas identifican las desinencias con los sufijos y, en realidad, ambos elementos únicamente se diferencian por su función y por su empleo. Ya quedó dicho que el sufijo era un afijo que iba pospuesto, esto es, colocado al final de una palabra para formar otro vocablo derivado del término original. El sufijo, por tanto, es un morfema que, unido a una base en su final, forma un derivado. Son prefijos las terminaciones “ote”, “ico”, “dor”, “ivo”, “encia”, “oso”, “ito”, “mento”, “dad”, “ario”, los cuales pueden aparecer en palabras como “chicote”, “pequeñico”, “comprador”, “altivo”, “permanencia”, “tumultuoso”, “hombrecito”, ” juramento”, “beldad”, “bancario” . Respecto a la desinencia, señalaremos que también es un morfema mediante el cual podemos saber el caso, el número y el género de un sustantivo, o también distinguir la persona y el tiempo de un verbo. Lázaro Carreter dice, a propósito de la Desinencia, lo siguiente: “Elemento flexivo que se añade a un tema en la declinación y en la conjugación. En el primer caso, se llama desinencia casual, e indica el caso, el género y el número; en el segundo, desinencia verbal o personal, e indica la persona, el número, el tiempo, el modo, la voz, etc.”; y, citando a un cualificado lingüista, añadirá que: “Las desinencias son directamente comparables a los sufijos; son también elementos sobreañadidos a la raíz. Sólo se les distingue de los sufijos por el empleo, pues el sufijo sirve para indicar la categoría general a que pertenece la palabra (nombre de agente, de acción, de instrumento, aumentativo, diminutivo, etc.), mientras que la desinencia indica simplemente el papel que desempeña la palabra en la frase”.
De todo lo dicho, se sigue que hay desinencias de género y desinencias de número, de ahí la importancia de la concordancia y sus reglas. Según la Real Academia, la “concordancia es en nuestra lengua la igualdad de género y número entre adjetivo o artículo y sustantivo, y la igualdad de número y persona entre el verbo y su sujeto. Con la pérdida de la declinación latina quedaron muy simplificadas las leyes de la concordancia en las lenguas romances, las cuales se limitan al ajuste entre las categorías gramaticales de género, número y persona. En español, además, por el hecho de estar contenido el sujeto en la desinencia verbal, la concordancia de verbo y sujeto rige únicamente para los casos de determinación y desarrollo del sujeto fuera del verbo que lo contiene. Estos casos son frecuentes en tercera persona, pero son innecesarios y generalmente poco usuales en las personas primera y segunda, que están presentes en el diálogo”.
Por tanto, en realidad, la concordancia es siempre una “relación interna entre los elementos de la frase, que consiste en la igualdad de género y número (y caso) entre el sustantivo, el adjetivo, el artículo y el pronombre. Y en la igualdad de número y persona entre un verbo y su sujeto”.
La definición gramatical de Concordancia sería como sigue: “Conformidad de accidentes entre dos o más palabras variables. Todas éstas, menos el verbo, concuerdan en género y número; y el verbo con su nominativo, en número y persona”.
Reglas de la Concordancia
La estructura fundamental de las reglas de la Concordancia fue establecida por el prestigioso gramático venezolano Andrés Bello (1781—1865), en su célebre obra “Gramática de la Lengua Castellana”. En esencia, hay dos reglas principales que rigen la concordancia, son las denominadas reglas generales: Primera regla general. Si el verbo se refiere a un solo sujeto, concierta con él en número y persona; y ando el adjetivo se refiere a un solo sustantivo, concierta con él en género y número.
Ejemplos: “El turista visitó el museo recién inaugurado”.”Los turistas visitaron el museo recién inaugurado”.”Pasó por mi calle un autocar lleno de viajeros”. “Pasaron por mi calle unos autocares llenos de viajeros”. “EI estudiante entró en clase”. “Los estudiantes entraron en clase”.
Segunda regla general. En el caso de que el verbo se refiera a varios sujetos deberá ir en plural. Cuando concurren personas verbales diferentes, la segunda es preferida a la tercera, y la primera a todas.
Si el adjetivo se refiere a varios sustantivos, va en plural. Si los sustantivos son de diferente género, predomina el masculino. Ejemplos: “Tu madre y tú saldréis temprano”.”Tu madre, tú y yo saldremos temprano”. “Pusieron en el examen preguntas muy difíciles”.
No obstante, estas reglas generales, según explica la Real Academia, “rigen la concordancia gramatical, es decir, la que los hablantes aspiran a realizar según la norma colectiva, más o menos consciente, que la lengua impone a todos como imagen o modelo ideal. Es también, en consecuencia, la que los gramáticos aconsejan como correcta en los casos de duda. Pero en el habla real aparecen a veces desajustes y vacilaciones entre el pensamiento y su expresión, es decir, discordancias gramaticales motivadas, bien por impericia o poco esmero del hablante, o bien por la naturaleza misma del significado y el significante.
Por esto, la rapidez improvisadora del habla coloquial fortalece el sentido de la norma gramatical. A medida que el idioma iba acreciendo su tradición literaria a lo largo de su historia, se confirmaban las reglas generales, y al mismo tiempo se delimitaba el alcance de las anomalías que el uso sancionaba como posibles en la expresión correcta”.
Así mismo, existen casos especiales de concordancia que no se ajustan a las normas generales; tal es el caso, por ejemplo, de la concordancia de los colectivos, acerca de lo cual, en su “Esbozo de una nueva gramática de la Lengua Española”, expone lo siguiente la Real Academia: Cuando el sustantivo es un nombre colectivo y está en singular, el verbo se ha de poner en el mismo número; pero puede usarse en el plural, considerando en el colectivo, no el número singular que representa su forma, sino el de las cosas o personas que incluye. Cuando dice Cervantes: “Finalmente, todas las dueñas le sellaron (a Sancho) y otra mucha gente de casa le pellizcaron”, el verbo “pellizcaron” está en plural, concertando con el sustantivo “gente”, que significa muchedumbre de personas. En los escritores antiguos son muy comunes expresiones como esta: “Acudieron a la ciudad multitud de gente”; pero conviene usar con parsimonia y tino tales licencias.
En ocasiones, la concordancia entre sustantivo y adjetivo puede crear algún problema a los hablantes. Por ejemplo, a veces, al designar dos asignaturas encontramos vacilaciones en el número del adjetivo:
“Geografía e Historia española (o españolas)”. En este caso ambas formas son correctas, aunque está más extendido el uso del adjetivo singular; por consiguiente, aquí sería preferible decir y escribir “Geografía e Historia española”.
Así mismo, señalaremos que cuando un adjetivo va detrás de dos o más sustantivos, concertará con ellos en plural; por ejemplo “Cuidó a su hijo con amor y ternura envidiables”. Y, finalmente, cuando el adjetivo precede a dos o más sustantivos, concierta con el más próximo; por ejemplo “El público lo recibió con entusiasta admiración y aplauso”.
Conforme al orden propuesto, definiremos a continuación la Gradación que, como su nombre indica, implica enumeración y se encuentra en el discurso para resaltar un determinado orden de valores: importancia significativa, expresividad, comprensión…
En la Retórica también se concede mucha importancia a la Gradación y, en consecuencia, se la considera como una “Figura que consiste en juntar en el discurso palabras o frases que, con respecto a su significación, vayan como ascendiendo o descendiendo por grados, de modo que cada una de ellas exprese algo más o menos que la anterior”.
Ejemplos de discordancias entre sujeto y verbo
A veces, los hablantes faltan a la norma gramatical que explica cómo el sujeto y el verbo tienen que concordar en “número” y “persona”. Y así se llega a decir “Yo me gustaría que fuéramos juntos al cine”, en lugar de la expresión correcta “A mi me gustaría que fuéramos juntos al cine”.
También se oye decir “Mis amigos parecen que no me comprenden”, cuando lo correcto es “Mis amigos parece que no me comprenden”.
Así mismo, hay veces que leemos carteles, mensajes o comunicados redactados de forma errónea; por ejemplo, cuando vemos escrito “En esta tienda se vende bolsos de piel” en lugar de la expresión correcta “En esta tienda se venden bolsos de piel”.
XXXI
“Varios decenios de lingüística aparentemente centrada en la lengua hablada la única merecedora de tal nombre han soslayado una y otra vez el enfrentamiento con la realidad más viva y auténtica de la comunicación entre los humanos, la que llamaremos coloquial.” (Emilio Lorenzo).
Conforme al orden que venimos siguiendo en nuestro estudio sobre las expresiones lingüísticas, nos ocuparemos ahora de la denominada “Gradación”. Señalaremos, nuevamente, que el orden propuesto con anterioridad era el siguiente: Composición, Derivación, Desinencias, Gradación y Partes de la Oración.
Gradación: En un primer acercamiento, señalaremos que la gradación es sinónimo de sucesión y que, definida desde el punto de vista de la construcción artística del mensaje que vamos a transmitir se trata de una figura retórica “que consiste en juntar en el discurso palabras o frases que, con respecto a su significación, vayan como ascendiendo o descendiendo por grados, de modo que cada una de ellas exprese algo más o menos que la anterior”.
Pero, la gradación es también, y sobre todo, detalle y relación. Lázaro Carreter identifica gradación y enumeración y, en consecuencia, define la gradación del modo siguiente: Enumeración en que se sigue un determinado orden de valores: intensidad significativa, expresividad, extensión, comprensión, etcétera. Puede ser ascendente o clímax: “Acude, acorre, vuela, / traspasa el alta sierra, ocupa el llano, / no perdones la espuela, / no des paz a la mano, / menea fulminando el hierro insano” (Fr. Luis de León), y descendente. Cuando una palabra de un miembro se repite en el siguiente, ligándolos, se produce la concatenación: “Sale de la guerra paz, de la paz abundancia, de la abundancia ocio, del ocio vicio, del vicio guerra.”
Por lo demás, y desde una perspectiva gramatical, se habla de los grados del adjetivo, aspecto que, aunque cuantitativo, se transforma en una cualidad propia de los adjetivos para expresar diferentes grados de plenitud o intensidad. La Real Academia, en este punto, afirma que “La gradación se expresa con el auxilio de un adverbio cuantitativo: nada firme, poco firme, algo firme, bastante firme, muy firme.”
De entre los valores relacionados con la gradación, y que se han señalado anteriormente, sobresalen la intensidad significativa, la expresividad, la extensión y la comprensión; todos ellos caen dentro del campo inherente al valor artístico o estético de la significación y su materialización en la narración y, más concretamente, en la descripción; y, además, constituyen la denominada función expresiva del lenguaje.
Función expresiva del lenguaje
Dentro de las denominadas funciones del lenguaje, sobresale la expresiva que, en síntesis, es aquella mediante la cual el hablante muestra su mundo anímico y expresa un determinado estado de ánimo.
Se ha llegado a decir, que la carga significativa que lleva consigo el lenguaje expresivo depende a veces de algo tan insignificante como una coma.
Y, en el caso concreto de la expresividad, señalaremos que es un concepto equivalente a cierta clase de lexía que los estudiosos del lenguaje denominan afectividad lingüística.
Mas, antes de seguir adelante, conviene aclarar que el término lexía se define del siguiente modo: “Es la unidad lexical memorizada”. Y así, por ejemplo, cuando el hablante emplea la expresión “meter la pata” no construye su mensaje en el momento en que habla sino que lo toma de su “memoria lexical”, por así decirlo. En consecuencia, y como esa memoria lexical puede comprender palabras, oraciones, textos…: resulta obvio que habrá varias clases de lexías, a saber: lexía simple, lexía compuesta, lexía textual, etcétera.
—Lexía simple: Principalmente se identifica con la palabra, el término o el vocablo. Ejemplos: “color”, “caballero”, “árbol”, “entre”, “ahora”, “puente”, “mar”…
—Lexía compuesta: Puede decirse que es aquella que se forma de palabras compuestas: Ejemplos: “manirroto”, “carricoche”, “vaivén”, “sobreprecio”, “todopoderoso”, “alicorto”, “minifalda”, “ropavejero”…
—Lexía textual: Se refiere, especialmente, al texto memorizado y cargado de significación como, por ejemplo, es el caso de los refranes, proverbios, dichos, máximas, modismos, etcétera. Ejemplos: “Habla más que una cotorra”. “Come más que un lima”. “Vive su propia vida”. “Así se escribe la historia”. “Ojos que no ven, corazón que no siente”. “Desgraciado en el juego, afortunado en amores”…
—Intensidad significativa: Mediante la intensidad significativa el hablante logra dar mayor relieve significativo a su mensaje.
En ocasiones, los lingüistas hablan también de aspecto intensivo para referirse al aspecto que presenta la acción verbal como más intensa que la de otro verbo tomado como punto de referencia.
Así mismo, y desde una perspectiva estilística, se puede afirmar que el aspecto expresivo del lenguaje es aquel que alude a nuestra vida anímica; y, en consecuencia, señalaremos lo siguiente: “El lenguaje no es sólo un instrumento de pensar y de entenderse, es sobre todo el medio con que nosotros nos manifestamos ante nosotros mismos y ante los demás con el que cobran forma, como materia de conciencia, nuestra representaciones, nuestras apetencias, nuestras voliciones y nuestras sensaciones de placer o desplacer”. En definitiva, concluiremos que las palabras no solo tienen un sentido, un significado, sino que también expresan, y encierran, contenidos psíquicos: lo afectivo, lo fantástico, lo sugestivo.
Este aspecto expresivo del lenguaje puede variar, esto es, admite gradaciones o matizaciones, en cuyo caso nos encontramos ante el “énfasis” el “pleonasmo”, el “anacoluto”, el “solecismo”, la “anáfora”, el “hipérbaton”, el “palíndromo” o “capicúa”, el ” juego de palabras”, el “calambur”…
Del “énfasis” consistía en dar a entender más de lo que se expresa con palabras; mientras que del “pleonasmo” afirmábamos, asimismo, que indicaba “sobreabundancia”, y, en consecuencia, se le denominaba también “redundancia”.
Ejemplo de una frase que lleva “énfasis”: “Por quererla quien la quiere / la llaman la Malquerida”.
Ejemplos de frases con un “pleonasmo”: “Lo vi con mis propios ojos”. “Se fue volando por el aire”.
El “anacoluto” es una inconsecuencia, o falta de ilación, en la construcción sintáctica de una frase, por lo que se produce falta de coherencia gramatical.
Ejemplos de “anacoluto”: “Aquel de buenos abrigo,/ amado por virtuoso / de la gente / el maestre don Rodrigo / Manrique, tan famoso / y tan valiente,/ sus grandes hechos y claros / no cumple que los alabe…” (Jorge Manrique). ” El alma que por su culpa se aparta de esta fuente y se planta en otra de muy mal olor, todo lo que corre della es la mesma desventura y suciedad” (Santa Teresa).
El “solecismo” es la falta de sintaxis y el mal uso de un idioma, es decir, un error cometido contra la exactitud o pureza de un idioma. Según Lázaro Carreter, el término “solecismo” se emplea como opuesto a “barbarismo”; mientras éste es un error cometido por el empleo de una forma inexistente en la lengua, el solecismo consiste en el mal uso de una forma existente. Tradicionalmente se admite, con escaso fundamento, que el término griego (“solocisnós”) aludía al mal uso lingüístico de los habitantes de Soli, ciudad de Cilicia.
Ejemplos de “solecismos”: “Ves a ver si han llegado todos los invitados” (lo correcto es “Ve a ver si han llegado todos los invitados”. “Cayó boca a bajo” lo correcto es “Cayó boca abajo”). “Decirme lo que habéis pensado” (lo correcto es “Decidme lo que habéis pensado”).
La “anáfora”: Es un figura retórica que consiste en la repetición de una o varias palabras al comienzo de una frase o en principio de diversas frases en un período. Ejemplo de “anáfora”: “Traed, traed de vino vasos llenos” (Arias Montano).
El “hipérbaton”: Figura de dicción que consiste en invertir o alterar el orden de las palabras en la oración simple, o de las oraciones en el período.
Ejemplo de “hipérbaton”: “Pidió las llaves a la sobrina del aposento” (Cervantes); cuando lo correcto es “Pidió las llaves del aposento a la sobrina”.
El “palíndromo” o “capicúa”: Se trata de una palabra o frase que se lee igual de derecha a izquierda que de izquierda a derecha o de principio a fin que de fin a principio.
Ejemplo de “palíndromo” o “capicúa”: “anilina” (palabra que leída de atrás adelante también es “anilina”). “Dábale arroz a la zorra el abad” (frase que cuando se lee de fin a principio también dice “Dábale arroz a la zorra el abad”).
El “juego de palabras”: Consiste en utilizar una misma palabra dos veces o en sentido equívoco para producir cierto contraste en sus diversos significados. Hay dos tipos de juego de palabras, a saber: la “dilogía” y el “calambur”.
La “dilogía”: Consiste en el empleo de una misma palabra con dos significados diversos.
El “calambur”: Cuando las sílabas de dos palabras contiguas producen o sugieren un sentido radicalmente distinto, nos hallamos ante el “calambur”. Se da, por ejemplo, en las adivinanzas: “Oro parece plata no (=plátano) es”.
Ejemplos de “juego de palabras”: “Con los tragos del que suelo / llamar yo néctar divino,/ y a quien otros llaman vino / porque nos vino del cielo” (Baltasar de Alcázar). “¿Este es conde? Sí, este esconde la calidad y el dinero” (Ruíz de Alarcón)
XXXII
“Todo aquello que puede ser dicho, puede decirse con claridad: y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse.” (Wittgenstein).
Iniciamos aquí el estudio y desarrollo del nombre sustantivo que se diferencia del nombre adjetivo denominado así porque, tanto desde el punto de vista semántico como desde una perspectiva morfológica, es el compuesto o la palabra que porta y contiene la sustancia, el sentido y el significado principal de la cadena fónica, lo que explica que por sí solo tenga sentido y no necesite de ningún otro componente para sustentar su sentido pleno; por consiguiente, los posibles componentes resultarán accesorios y su función consistirá en añadir o acentuar el sentido y el significado del sustantivo.
Según Aristóteles, el concepto de substancia es uno de los más fundamentales puesto que nos remite a lo inmutable, a lo que permanece y no cambia y, en consecuencia, se opone a la noción de accidentes:
Substancia: Aquello que antes que todo es ser, y no un ser determinado, sino ser sin más, absolutamente. La substancia existe por sí misma y en sí misma, separadamente de cualquier otra cosa, y que permanece a través de todas las mutaciones y cambios. Lo propio de la substancia, pues, es ser ella misma y no depender ni estar en ningún sujeto a diferencia de los accidentes, que existen siempre unidos a su sujeto.
Accidentes: Se contraponen a la substancia, ya que no pueden existir por sí mismos, pues su esencia es tanto la dependencia como la subordinación.
Por ejemplo, el agua puede calentarse, enfriarse, helarse o evaporarse, pero siempre permanece bajo ese tipo de mutaciones la misma agua.
Luego, la substancia agua permanece, y los accidentes que la calientan, enfrían, etc., cambian y están sujetos a mutación.
Desde el punto de vista gramatical, los accidentes equivalen a los morfemas que, como ya se ha dicho son los elementos lingüísticos, o las partes de la palabra, no susceptibles de ser divididos en unidades más pequeñas.
Así mismo, tradicionalmente, el nombre está considerado como una de las partes de la oración y, en tal sentido, la Real Academia, en su “Esbozo de una nueva gramática de la Lengua Española”, señala lo siguiente: “La distribución de las palabras en clases o partes de la oración o del discurso puede hacerse con criterios morfológicos o sintácticos, es decir, atendiendo exclusivamente a la forma de la palabra o bien a su función sintáctica. Frecuentemente uno y otro criterio se superponen: la forma implica la función e inversamente. En otros casos ambos criterios contribuyen a la clasificación, de manera complementaria. En español y en otras lenguas de sistema análogo al español, el criterio morfológico puede bastar por sí solo para clasificar todas las palabras de la lengua en dos grandes grupos: las variables y las invariables.”
Pero, desde una perspectiva sintáctica, el nombre sustantivo también es el núcleo del sintagma nominal, y su función esencial consiste en ser sujeto de la oración. Y, además de la función de sujeto, el nombre sustantivo puede tener otras funciones varias, tales como complemento directo, indirecto y circunstancial.
Una historia singular
No obstante, la historia del nombre comienza en la antigüedad clásica, cuando un grupo de estudiosos del lenguaje, conocido como los “sofistas”, explicaba que el nombre servía para designar la cosa que previamente se había establecido, es decir, el nombre era entonces una convención puesto que, por costumbre o asentimiento general, una determinada comunidad de hablantes acordaba denominar a las cosas con unos nombres determinados, luego los objetos y las cosas existían únicamente cuando se las daba un nombre; esta teoría se conocería más adelante con el nombre de nominalismo que, desde el punto de vista de la teoría del pensamiento, es la tendencia a negar la existencia objetiva de las ideas, las cuales se consideran convenciones o nombres, simplemente. En cuanto teoría filosófica, el nominalismo se opone al realismo y al idealismo: el realismo preconiza la existencia objetiva de las ideas, y el idealismo considera que la idea es el principio del ser y el conocer. En consecuencia, según los idealistas, el nombre sería el instrumento, útil o herramienta, merced al cual es posible hablar del ser de las cosas.
En la antigüedad, con el término “nombre” (“nomen”) se designaba tanto al adjetivo como al sustantivo, y fue en la Edad Media cuando se produjo la separación de ambas categorías. En la moderna gramática, el término “nombre” se aplica por antonomasia al sustantivo y, desde un punto de vista objetivo, es el vocablo que expresa una sustancia independiente, por lo que se opone al “adjetivo” que implica todo aquello considerado accesorio, añadido, secundario y dependiente.
Siguiendo con nuestro razonamiento histórico, diremos que fue Aristóteles quien primero confirió al nombre aspectos gramaticales, aunque también se refirió a él desde el punto de vista lógico y, por consiguiente, el nombre sería “un sonido vocal que posee un significado convencional.”
Más adelante, en el medievo, esta definición del nombre que hizo suya la antigüedad clásica se consideró dentro del denominado “Arte de la Gramática” y, en consecuencia, el nombre fue asociado tanto a la significación como a la idea, y surgió la división del nombre en varias clases: sustantivos y adjetivos, en cuyo caso pertenecerían a la gramática; abstractos y concretos, que entrarían dentro del campo de la lógica; comunes y propios, que se considerarían tanto desde una perspectiva lógica como desde un punto de vista gramatical…
A partir de aquí se empezó a considerar el nombre exclusivamente como portador de significación y, por ello, fue relacionado con el aspecto semántico; no obstante, la mezcla de los elementos lógicos y gramaticales contribuyó al amplio desarrollo de la teoría de los nombres. Y así, surgieron los nombres de primera imposición (que se aplican a las cosas) y los nombres de segunda imposición (que se aplican a palabras).
Posteriormente, en la época moderna, el nombre fue estudiado desde un punto de vista psicológico y denotativo. Así mismo, algunos autores declararán que no es cierto que cada cosa pueda tener un nombre sino que, por el contrario, pueden designarse varias cosas mediante un nombre, lo cual se justifica por la comodidad de su uso y, por consiguiente, los nombres se comprenderán en función de las ideas que designan: puede haber nombres de ideas simples y complejas, y nombres comunes y propios. También, entonces, se habló, por ejemplo, de nombres positivos y negativos; contradictorios; particulares, universales e indefinidos; absolutos y relativos; simples y compuestos…
Hubo, así mismo, pensadores que consideraron los nombres como una especie de signos y, en consecuencia, los nombres designarían cosas particulares o conjuntos de cosas particulares y, en ambos casos, los nombres sustituirían a imágenes o representaciones de esos objetos por ellos designados.
En la época contemporánea, el nombre se asocia sobre todo con la semántica y con la lógica; además, se distingue entre “nombrar” y “enunciar” y, en consecuencia, algunos autores dicen lo siguiente:
“Por nombres no debemos entender meros sustantivos, los cuales no expresan por sí solos ningún acto completo. Si queremos comprender claramente lo que son y significan aquí los nombres, lo mejor será considerar las conexiones y principalmente los enunciados en que los nombres funcionan en su significación normal. Vemos entonces que las palabras que deben ser consideradas como nombres sólo expresan un acto completo cuando o representan el sujeto simple completo de un enunciado o, prescindiendo de las formas sintácticas, pueden desempeñar en un enunciado la función de sujeto simple, sin alteración de su esencia intencional.”
También, cualificados investigadores del lenguaje llaman a los nombres actos nominales, y afirman que “un enunciado no puede funcionar nunca como nombre, ni un nombre como enunciado, sin alterar su naturaleza esencial, esto es, sin una alteración de su esencia significativa y con ella de la significación misma”.
En definitiva, actualmente, la investigación del nombre viene realizándose por el grupo de estudiosos de tendencia analítica que, en cierto modo, guarda relación con la época antigua y medieval. No obstante, determinadas afirmaciones emitidas por algunos de los representantes de este grupo de tendencia analítica han sido calificadas de radicales por prestigiosos lingüistas y notables estudiosos del lenguaje. Y así, se ha dicho que los nombres propios no tienen significación o, si la tienen, está formada por el objeto nombrado. Así mismo, también se ha llegado a afirmar que existen nombres que son disfraces de descripciones; “que hay nombres que nombran un objeto existente y otros que nombran (o se proponen nombrar) algo que no existe o no existe todavía y a lo cual se propone dar un determinado nombre; que hay nombres propios usados como nombres comunes y nombres comunes que han terminado por adquirir la categoría de nombres propios…”
En síntesis, y después de todo lo antedicho, podemos definir hoy día el nombre sustantivo como aquella palabra con que se designan uno o más objetos pensados como conceptos independientes. Tales objetos se refieren a seres vivos y cosas existentes en la naturaleza (árbol, silla) o en nuestra mente (valor, emoción).
Desde una perspectiva morfológica, hemos de decir que el sustantivo se compone de:
raíz o semantema y morfemas o formantes, que van unidos a la raíz.
A la raíz o semantema también se le denomina lexema, ya que es el elemento de la palabra portador de la significación.
Ejemplos de palabras con sus raíces y morfemas. Si, por ejemplo, tomamos el sustantivo “vengo” observaremos que su raíz o lexema es “ven” y el morfema o formante que va unido a la raíz corresponde al término “go”.
Raíz o lexema: “ven—”; morfema o formante: “—go”. Otro tanto sucede con las siguientes palabras: “lobos”, “cantar”, “sordidez”, “contrario”, “sombrero”, “cuñados”, “opinas”…
Raíz o lexema: “lob—”; morfema o formante: “—os”.z
Raíz o lexema: “cant—”; morfema o formante: “—ar”.
Raíz o lexema: “sordid—”; morfema o formante: “—ez”.
Raíz o lexema: “contr—”; morfema o formante: “—ario”.
Raíz o lexema: “sombr—”; morfema o formante: “—ero”.
Raíz o lexema: “cuñad—”; morfema o formante: “—os”.
Raíz o lexema: “opin—”; morfema o formante: “as—”.
XXXIII
“Si, con la escritura, los hombres se hacen más sabios y más memoriosos, quiere decir que han superado, en parte, el estrecho horizonte de posibilidades que la naturaleza les abre”. (Emilio Lledó).
Ya quedó dicho que el nombre sustantivo se diferenciaba del nombre adjetivo, aunque ambos tienen en común su pertenencia a una categoría superior que, como es obvio, se denomina nombre: “Adjetivo y sustantivo poseen, en efecto, muchos caracteres comunes Tienen unos mismos morfemas de número y las variantes de estos morfemas aparecen condicionadas por los mismos contornos fonológicos. Los morfemas derivativos de uno y otro no son en muchos casos diferentes y algunos de ellos se caracterizan por la propiedad de poder formar, a partir de un mismo tema de derivación, un sustantivo y un adjetivo. Así ocurre, por ejemplo, con los nombres gentilicios: toled—ano, malagueño, bilba—ino. En estos casos, la construcción sintáctica decide la categoría, pero a veces tampoco es decisiva la función. Así ocurre en la lengua española en muchos casos en que uno de estos nombres actúa como complemento predicativo. Si decimos o escribimos: Los españoles pierden, la agrupación con el articulo, además de la función de sujeto, nos indica que españoles es aquí sustantivo, a menos que el pasaje anterior sea un miembro disyecto de una frase más extensa, por ejemplo: Los jugadores italianos ganan y los españoles pierden, en donde el articulo los puede ser un articulo anafórico (= repetitivo) y equivaler a los jugadores, con lo que españoles sera un adjetivo, lo mismo que en la frase los jugadores españoles. Pero si decimos son españoles, fallan los criterios sintácticos para decidir si españoles es nombre sustantivo o adjetivo.
Tenemos entonces un caso de indistinción o sincretismo entre dos categorías.” (Real Academia).
Antes de seguir adelante, conviene dilucidar el significado de dos términos empleados en el párrafo anterior, y que hemos entrecomillado con el fin de explicar su significado; se trata de los vocablos disyecto y sincretismo.
— disyecto: equivale aquí a separado, apartado, desunido…
— sincretismo: Reunión o concentración de dos o más funciones gramaticales en una sola. “Fenómeno que se produce cuando una forma asume diversas funciones. (…) El sincretismo tiene dos clases de manifestaciones: la coincidencia y la implicación”. El primer vocablo es sinónimo de identidad y concurrencia, mientras que con el segundo se alude a la contradicción y oposición de los términos entre sí.
Por otro lado, el nombre sustantivo es una clase de lexía. ” Unidad lexical memorizada”. Y también, con el propósito de aclarar, y ampliar, el sentido del término lexía se decía que, cuando el hablante emplea la expresión “meter la pata” no construye su mensaje en el momento en que habla sino que lo toma de su “memoria lexical”. En consecuencia, y como esa memoria lexical puede comprender palabras, oraciones, textos… resulta obvio que habrá varias clases de lexías, a saber: lexía simple, lexía compuesta, lexía textual, etcétera.
— Lexía simple: Principalmente se identifica con la palabra, el término o el vocablo. Ejemplos: “color”, “caballero”, “árbol”, “entre”, “ahora”, “puente”, “mar”…
— Lexía compuesta: Puede decirse que es aquella que se forma de palabras compuestas: Ejemplos: “manirroto”, “carricoche”, “vaivén”, “sobreprecio”, “todopoderoso”, “alicorto”, “minifalda”, “ropavejero”…
— Lexía textual: Se refiere, especialmente, al texto memorizado y cargado de significación como, por ejemplo, es el caso de los refranes, proverbios, dichos, máximas, modismos, etcétera. Ejemplos: “Habla más que una cotorra”. “Come más que un lima”. “Vive su propia vida”. “Así se escribe la historia”. “Ojos que no ven, corazón que no siente”. “Desgraciado en el juego, afortunado en amores”… Pero, además, existe una clase de lexías con morfema lexical a la que pertenece el sustantivo; y, desde este punto de vista, surge el número y el género, con lo que el sustantivo se caracterizaría por las marcas de determinación o artículos, por el número y por el género.
Masculinos y femeninos
En español, según la Real Academia, atendiendo al género, los nombres sustantivos se dividen en femeninos y masculinos. El término “género” proviene del vocablo griego “genos”, cuya raíz comprende e implica tanto el término gramatical “género” como el sexo de los seres vivos. Por tanto, el género utiliza la misma morfología que el sexo; y así, habrá género masculino y femenino, y sexo macho y hembra. Así mismo, respecto a la categoría nominal del neutro, hay que señalar que no existe en la lengua española: “Decimos que un nombre es femenino o masculino cuando las formas respectivamente femeninas o masculinas del artículo y de algunos pronombres, caracterizadas las primeras por el morfema de género —a, y las segundas por el morfema de género —o, —e o por ningún morfema, se agrupan directamente con el sustantivo en construcción atributiva o aluden a él fuera de esta construcción. Con arreglo a esta definición son femeninos la mujer, la vestal, la perdiz, aquella flor, No hay ocasión como ésta, y son masculinos el hombre, el adalid, el ratón, algún mal, Estos son mis poderes.”
Por lo demás, cuando los nombres sustantivos comunes (denominados también apelativos) son de persona, los hablantes tienden a considerar que los géneros femeninos y masculinos designan respectivamente a mujeres y varones, o hembra y macho de algunas especies animales: “Esta idea se acerca bastante a la verdad, sobre todo si más que a los sustantivos la aplicamos a las formas del artículo y de los pronombres de que acabamos de hacer mención, incluyendo entre ellas las formas del pronombre personal de tercera persona, en los casos o en la mayor parte de los casos en que unas y otras realizan por sí mismas una mención de persona, es decir, fuera de la construcción atributiva: Hoy la he visto, la he visto hoy y me ha mirado (Bécquer). A ese le arreglo yo las cuentas, etc. Solo existe una limitación a este principio. Los plurales masculinos, los, ellos, estos, etc., designan una pluralidad de varones, pero también pueden designar conjuntamente una pluralidad de hembras y varones, cualquiera que sea el número de ellos y de ellas, lo que se produce en virtud de la idea general o genérica que es inherente al masculino. Los nombres apelativos de persona, en cambio, tienen estas y otras limitaciones. No solamente los plurales masculinos, como hijos, hermanos, pueden significar varones y hembras conjuntamente. El singular masculino hombre equivale a varón, pero también designa mujeres y varones empleado como término general o genérico. Por otra parte, ha habido en español antiguo y clásico, y hay femeninos que designan varón, o que pueden designar mujer o varón indistintamente: la centinela, la guarda, (. ..), la guía, la vela, la imaginaria. El empleo metafórico de nombres femeninos o masculinos de cosa para designar persona puede dar también nacimiento a nombres de varón del género femenino: esa mala cabeza, o masculinos de mujer: ese pendón.
Fuera de este uso metafórico, los nombres masculinos de mujer son escasos: el marimacho.” (Real Academia).
Consiguientemente, la significación de sexo “se aplica a los humanos y a los animales. Es binario: macho/hembra. Su significante es generalmente un morfema sufijado (—o)/—a, cero / —o); a veces, es solamente sensible a través del determinante”. Y así, tenemos que el sexo puede estar incluido en el lexema: sobrin—o/sobrin—a; profesor/profesor—a; el testigo/la testigo; toro/vaca.
No obstante, al evolucionar la lengua en las sociedades humanas, los hablantes han tenido necesidad de creación —de ahí que siempre digamos del lenguaje que se encuentra en continua evolución y cambio, que es dinámico y evoluciona a la par que los humanos y los tiempos— por así decirlo y, en consecuencia, surgen determinadas dudas: “el ministro llega a ser la ministro después de la ministra; el modelo (mujeres) se convierte en la modelo.”
Por otro lado, la oposición macho/hembra es simétrica y exclusiva en cuanto a su referencia: primo se refiere a los hombres, prima se refiere a las mujeres. (…) Pero en su funcionamiento, esta oposición es asimétrica. Si, en la referencia se encuentran hombres y mujeres, es la forma (morfología) del macho la que se emplea: tus primos. Una forma en a implica una referencia totalmente femenina; una forma en —o puede referirse a un conjunto masculino o mezclando masculino y femenino:
Morfología: —a— Referencia: sexo femenino
Morfología: —o— Referencia: sexo masculino y sexo masculino y femenino.
Así mismo, atendiendo al criterio de la extensión de empleo, el femenino será “intensivo (marcado, limitado) y el masculino extensivo (no marcado). Esto explica ciertos comportamientos:
— la concordancia con el masculino plural: mi hijo y mi hija quedaron encantados;
— el masculino plural para referirse a una pareja: los reyes, los padres (con una ambigüedad naturalmente);
— la elección del masculino cuando no interesa al sexo: Origen del hombre americano, el perro, fiel compañero del hombre.” (Bernard Pottier).
Ejemplos, y definición, de palabras consideradas como nombres sustantivos con la inclusión de su género:
— “lámpara”: Utensilio para dar luz que consta de uno o varios mecheros con un depósito para la materia combustible, cuando es líquida; de una boquilla en que se quema un gas que llega a ella desde el depósito en que se produce; o de un globo de cristal, abierto unas veces y herméticamente cerrado otras, dentro del cual hay unos carbones o un hilo metálico que se ponen candentes al pasar por ellos una corriente eléctrica.
El género del sustantivo “lámpara” es femenino.
—”flota”: Conjunto de barcos mercantes de un país, compañía de navegación o línea marítima. El género de la palabra “flota” es femenino.
— “aguachirle”: Cualquier licor sin fuerza ni sustancia.
El género de término “aguachirle” también es femenino.
XXXIV
“Que dos personas se hablen o escriban nos parece un hecho tan banal y evidente que no pensamos en el complicado proceso que tiene lugar cuando se produce un contacto de este tipo ni en las condiciones que deben cumplirse para que la comunicación constituya una realidad.” (Bertil Malmberg, en “La Lengua y el hombre”).
Ya hemos hablado del género del nombre sustantivo, y aquí y ahora nos proponemos tratar aquellos aspectos relativos al número en el nombre sustantivo. Pero, antes de abordar el tema apuntado, conviene que fijemos algunos conceptos relativos a la clasificación semántica del nombre sustantivo, esto es, considerado el nombre sustantivo desde la perspectiva de su significación se dividirá, principalmente, en: “común” y “propio”.
— Nombre sustantivo “común”: También se denomina “genérico” y “apelativo”, porque conviene a todos los seres (personas, animales o cosas) de una misma clase: “niño”, “hombre”, “caballo”, “herramienta”…
— Nombre sustantivo “propio”: Por medio del sustantivo propio individualizamos a las personas, animales u objetos; por tanto, es aquel que se atribuye a una persona o cosa determinada y, en consecuencia, se opone al nombre sustantivo común. Así mismo, el nombre sustantivo propio no atiende a notas semánticas inherentes a los sujetos u objetos que nombra y, por consiguiente, es como una especie de etiqueta: “León” puede ser el nombre de un animal, de una ciudad o de una persona. Lo mismo sucede con el término “Gata”, que puede ser un animal o un accidente geográfico. Ejemplos: “El cabo de Gata se encuentra en Almería”. “He llevado mi gata al veterinario para que la vacune…
Además de comunes y propios hay otras clases de nombres sustantivos, por ejemplo “individuales” y colectivos; concretos y abstractos; simples” y “compuestos”…
— Nombres “individuales”: Son aquellos que, como la propia palabra indica, designan elementos individuales: ” libro”, “casa”, “pino”, “roble”, ” jilguero”, “ruiseñor”…
— Nombres “colectivos”: Se refieren aunque su expresión aparezca en singular a un conjunto de cosas de la misma especie o a un grupo de elementos: “muchedumbre”, “enjambre”, “docena”, “arboleda”, “regimiento”, “ejército”, ” robledal”…
— Nombres concretos: Designan seres o elementos reales, es decir, con existencia real o sensible: “tierra”, “cara”, “hoja”, “viento, “silla”…
— Nombres abstractos: Designan realidades no sensibles por sí mismas sino relacionadas con elementos reales: “blancura” (se relaciona con “blanco”), “ternura” (se relaciona con “tierno”), “vejez” (se relaciona con “viejo”), “bondad” (se relaciona con “bueno”), “verdad” (se relaciona con “verdadero”)…
— Nombres simples: Están formados exclusivamente por una palabra y, en consecuencia, se puede decir que la mayoría de los nombres son simples: “aceite”, “agua”, “noche”, “día”, “mañana”…
— Nombres compuestos: Son aquellos que están formados por dos palabras que, originariamente, se escribían separadas y ahora se escriben juntas: “abrelatas”, “paraguas”, “anteojo”, “bocacalle”, “rompeolas”, “vaivén”, “matasanos “, “bienvenida”…
Además, hay que añadir a esta clasificación los nombres sustantivos denominados numerales que, como la propia palabra indica, son aquellos que expresan número en sí mismos; no obstante, hablaremos de los numerales en el apartado reservado a los nombres adjetivos.
Sustantivación
Desde una perspectiva gramatical, el fenómeno de la sustantivación se produce cuando una palabra o un grupo de palabras funcionan como nombres sustantivos aunque, por su origen, no sean tales nombres.
En definitiva, y según la opinión de prestigiosos lingüistas, la sustantivación consistiría “en trasladar a la categoría de sustantivos palabras que originariamente no lo son.”
Se puede hablar, por tanto, de un tipo de sustantivación que se produce por la transformación permanente de ciertas palabras en sustantivos; ésta transformación se denomina funcional o accidental y consiste en que una palabra, frase u oración pasa a tener valor sustantivo porque tal es la función que desempeña en un determinado contexto.
De modo sintético, en español, las clases de palabras que más frecuentemente han pasado a producir sustantivos serían: Los nombres propios de personas (“Ser un quijote”); los adjetivos (“Estío o tiempo estival”); los participios, infinitivos y otras formas de los verbos; los adverbios; y, finalmente, otras palabras.
EI número en el nombre sustantivo
Al igual que el género, el número también ha de ser tenido en cuenta al hablar del nombre sustantivo, ya que sirve para establecer la concordancia de esa parte de la oración. Y así, es tan importante el número del nombre sustantivo que la Real Academia dedica una sección completa de su “Esbozo…” a hablar de este tema: “En contraste con el género, el número gramatical constituye en sus grandes líneas un sistema coherente que afecta por igual a todos los sustantivos apelativos. En singular carecen de morfema. En plural hay tres morfemas, o más exactamente, tres variantes de un solo morfema: —es, —s, carencia de morfema, o con otras palabras, morfema cero. Para formar el plural se agrega al singular de cada nombre una de las variantes del morfema del plural, no cualquiera de ellas, sino la que resulta impuesta por la estructura fonológica del singular: según el sonido en que termina, según su acentuación y según sea o no monosilábico. De esta regulación tratan los parágrafos siguientes.
Apelativos terminados en consonante.— Cuando el singular de un nombre polisílabo termina en la consonante —s, inmediatamente precedido o no de otra consonante, y su acentuación no es aguda, para la formación del plural se emplea la variante cero. Se produce entonces, por consiguiente, indistinción o sincretismo de singular y plural. En estos casos, lo mismo que ocurre con los sustantivos que carecen de terminación especial masculina o femenina, el sincretismo se resuelve en la secuencia sintáctica con el auxilio de las formas de número diferenciadas de que están dotados la mayor parte de los pronombres y adjetivos. La lista de sustantivos apelativos que pueden incluirse en este grupo, de muy diverso origen, algunos formados en español, es muy numerosa: el, los atlas; el, los papanatas; el, los lunes (martes, miércoles, etc.), caries, quepis, dosis, crisis, mantis, glotis. litis, brindis, perdis, intríngulis, virus, ántrax, tórax, bíceps, fórceps, etc. Especialmente numerosa es la serie de tecnicismos en —sis,, las catarsis, las diagnosis, los énfasis, los éxtasis, . Al mismo grupo pertenecen los femeninos procedentes de femeninos griegos en —itis,: artritis, nefritis, pleuritis, faringitis, laringitis, neuritis, otitis, peritonitis, sinusitis, mieditis (de uso familiar), etc.”
Por tanto, señalaremos que el número de un nombre sustantivo está en función de la categoría de cantidad y, en consecuencia, puede ser singular y plural. En español, el sistema de expresión del número en el nombre sustantivo es sencillo y regular, pues se basa en la oposición entre el singular y el plural. Por consiguiente, los morfemas de número están en función de la terminación de la palabra y pueden ser “es” y “s”; por ejemplo, “casa—s” (“casa”, “casas”) y “virtudes (“virtud”, “virtudes”).
El número singular carece de marca, por lo que señala la ausencia de morfema o grado cero; y para representar gráficamente esta disposición como ya quedó dicho al hablar del morfema cero se emplea un círculo cruzado con una línea oblicua que pasa por su centro (0); como es obvio, el número singular puede indicar un elemento, por ejemplo “álamo”; pero, también, un conjunto de elementos: “alameda”.
El número plural puede presentar tres aspectos, a saber:
– más de un elemento: “álamos”;
– más de un conjunto de elementos: “alamedas”;
– en nombres que no forman series la oposición uno contra varios: “agua / aguas, arena / arenas, vino”/”vinos”…
Conviene señalar que, en ocasiones, pueden producirse dudas sobre la concordancia de los sustantivos colectivos, es decir, de aquellos nombres que tienen forma singular pero significado plural; en estos casos, la concordancia en español suele realizarse bien considerando la forma, en cuyo caso la concordancia se hace en singular, o bien dando preferencia al significado, en cuyo caso la concordancia se hace en plural.
Ejemplos, y definición, de normas de formación del plural en algunos nombres sustantivos:
En español, la formación del plural en los nombres sustantivos se atiene a las siguientes normas:
— Los nombres terminados en vocal no acentuada o en “e” acentuada forman el plural en “s”. Ejemplos: “casa”/”casas”, “paraje”/”parajes”, “litri”/”litris” ,”cero”/”ceros”, “café”/”cafés”…
— Los nombres terminados en consonante o en vocal acentuada forman el plural en “es”. Ejemplos: “pared”/”paredes”, “sabor”/”sabores”, ” jabalí “/” jabalíes”, “marroquí “/”marroquíes.
No obstante, siguiendo a Manuel Seco, hay que hacer ciertas matizaciones a la regla que acabamos de reseñar: Los extranjerismos terminados en consonante forman unos el plural en “es” (“revólveres”, “chóferes”, “goles”), otros en “s” (“clubs”, “coñacs”) y otros invariable (“déficit”, “lunch”).
Y, respecto a los nombres terminados en vocal acentuada, existen excepciones tales como “papá” (plural “papás”), “mamá” (plural “mamás”), “sofá” (plural “sofás”), “esquí” (plural “esquís”), “dominó” (plural “dominós”).
XXXV
Siguiendo con las cuestiones relativas al número gramatical en los sustantivos, conviene resaltar que, además de marcar e indicar la concordancia, siempre el número aporta una información, o aclara y matiza el sentido de un nombre sustantivo concreto.
Y así, mediante la información proveniente del número, se sabe si el “referente” es uno o varios, es decir, más de uno. El término “referente” está considerado como un participio activo del verbo “referir” y significa, literalmente, lo siguiente: “Que refiere o que dice relación a otra cosa”. Por tanto, cuando el “referente” es uno se trata del número singular, y si hay más de uno o varios estamos ante el número plural. Luego, en el nombre sustantivo, y dentro de un contexto lingüístico concreto, el número representa una estructura de oposición entre el singular y el plural.
Ya quedó dicho, también, que el número singular carece de marca y que, por lo tanto, señala la ausencia de morfema o el grado cero; y también decíamos que para representar gráficamente esta disposición se empleaba un signo que consistía en un círculo cruzado por una línea oblicua. Señalábamos, además, que el número singular indica un elemento (“manzano”) o también una serie de elementos (“pomarada”), mientras que el número plural puede presentar tres aspectos: más de un elemento (“manzanos”), más de un conjunto de elementos (“pomaradas”) y, cuando se trata de nombres sustantivos que no forman series, aparece la oposición uno contra varios “pan” / “panes”, “can” / “canes”)…
Consideraciones teóricas y prácticas sobre el número
Por consiguiente, a las normas de formación del plural en los nombres sustantivos, ya apuntadas en otra ocasión, y que pueden considerarse generales, hay que añadir, no obstante, determinadas matizaciones tendentes a lograr un mayor y más perfecto conocimiento del uso del lenguaje. Y, en consecuencia, señalaremos lo siguiente:
Cuando una palabra termina en —s, y no es aguda, el plural no se marca o, dicho de otro modo, no tiene plural.
Por ello, algunos días de la semana, por ejemplo, hacen igual el singular que el plural, es decir, las palabras “lunes”, “martes”, “miércoles”, ” jueves” y “viernes” no tienen plural. Luego, en español, lo correcto es “el lunes” para el singular, o “los lunes” para el plural; “el martes” para el singular o “los martes” para el plural; “el miércoles” para el singular o “los miércoles” para el plural; “el jueves” para el singular o “los jueves” para el plural; “el viernes” para el singular o “los viernes” para el plural.
Ejemplos correctos: “Las reuniones siempre se celebran los lunes”. “El dentista abre su consulta los miércoles”.
Nótese que, por razón del acento, los vocablos apuntados terminan en s y no son términos agudos sino graves o llanos excepto la palabra “miércoles” que es esdrújula, puesto que, como ya sabemos, su sílaba tónica es la penúltima. Así, al descomponer en sílabas la palabra “lunes”, quedaría “lu—nes”, es decir, tenemos dos sílabas, de las cuales la última (“—nes”) es átona y la penúltima es la tónica (“lu— ). El esquema silábico del término “lunes” tomaría, por tanto, la formaó—o, que indica que se trata de una palabra grave o llana, pues su sílaba tónica es la penúltima. El esquema silábico de una palabra aguda sería o—ó, por ejemplo “te—lar”; y, finalmente, el esquema correspondiente a las palabras esdrújulas sería ó—o—o, por ejemplo “miér—co—les”.
Tras esta digresión, seguiremos con nuestras consideraciones teóricas y prácticas sobre las particularidades del número en los nombres sustantivos. Por consiguiente, señalaremos que existe, además, un grupo de vocablos que no presenta variación de número, es decir, se trata de palabras que hacen igual el singular que el plural; y así tenemos que, por ejemplo, los términos “caries”, “dosis”, “artrosis”… se utilizan de idéntico modo tanto en singular como en plural. Luego, en español, lo correcto es “la caries” para el singular o “las caries” para el plural; “la dosis” para el singular o “las dosis” para el plural; “la artrosis” para el singular o “las artrosis”.
Lo mismo puede decirse a propósito de la palabra “galimatías”, vocablo que carece de singular. Luego, es incorrecto el empleo del término “galimatía”, debe decirse y escribirse siempre “galimatías”.
Ejemplos incorrectos: “Tengo una carie en la muela del juicio”. “Esta reunión es un galimatía, pues no se entiende nada de lo que dicen los asistentes”.
Ejemplos correctos: “Tengo una caries en la muela del juicio”. “Esta reunión es un galimatías”, pues no se entiende nada de lo que dicen los asistentes.
Por consiguiente, en los vocablos de los ejemplos apuntados no se distinguen el singular y el plural, excepto por la concordancia con los determinantes o artículos que los acompañan; de ahí la importancia de conocer perfectamente todas las reglas y normas de concordancia.
Algunos nombres sustantivos cambian el lugar de su sílaba tónica cuando pasan del singular al plural; tal es el caso de los vocablos “carácter”, “régimen”, “espécimen”… cuyo plural será “caracteres”, “regímenes”, especímenes … respectivamente. Ejemplos correctos: “Escribió su nombre con caracteres imborrables”.”En los últimos tiempos han cambiado algunos regímenes políticos”. “Me presentaron los planos de unos especímenes de edificios prefabricados”.
Hay palabras que carecen totalmente de plural, es decir, que ni siquiera admiten que pueda construirse su plural con algún determinante, como en los casos expuestos anteriormente. Se trata de palabras que nunca pueden ponerse en plural; tal es el caso de “salud”, “cenit”, “cariz”, “caos”, “sed”…
A estas palabras que no admiten nunca plural se las conoce por el nombre de “singularia tantum”.
“Singularia tantum”. Se aplica este término a los nombres que no admiten plural: “cariz”, “oeste”, “grima”, etcétera. (Lázaro Carreter).
Ejemplos correctos: “La salud es lo más importante”. “El cenit es un punto del hemisferio celeste”. “No me gusta el cariz que están tomando los acontecimientos”. “La ciudad está inmersa en un caos del que será difícil sacarla”. “Algunos testigos declararon que acudían a la cita del abogado defensor porque tenían sed de justicia”. “El sol se pone por el oeste”. “Los incendios provocados en los bosques me causan grima…
Por lo demás, también existe otro grupo de palabras cuya nota principal es que no admiten el número singular, es decir, siempre aparecen en plural y nunca en singular; tal es el caso de “enseres”, “víveres “, ” arras “, “anales “, “finanzas “, “añicos”…
Estos vocablos que no admiren nunca un singular se denominan “pluralia tanrum”.
“Pluralia tantum”. Se dice de las palabras que sólo poseen número plural: “albricias”, “exequias”, “nupcias”, etcétera.
Ejemplos correctos: “Acumuló tantas deudas a causa del juego que sus acreedores lo desahuciaron y perdió su casa con todos sus enseres”. “Ya sólo tenían víveres para dos días”. “El desposado entregó las arras a la desposada”. “Ciertos hechos extraordinarios y curiosos están escritos en los anales de la historia”. “Es tan buen empresario que hasta sus competidores lo consideran como un mago de las finanzas”. “El espejo se cayó y se hizo añicos”. “Se casaron en segundas nupcias”…
Los pronombres indefinidos “cualquiera” y “quienquiera” hacen su plural de la forma “cualesquiera” y “quienesquiera”. Sin embargo, este último plural es raro y muy poco usado. Por otra parte, cuando el pronombre indefinido va seguido de la preposición “de” se empleará entonces la forma singular “cualquiera” o “quienquiera”.
Ejemplos correctos: “Cualesquiera que sean tus razones para actuar así, no apruebo la decisión que has tomado”. “Quienesquiera que sean los ladrones no podrán esconder su botín”. “Vendrán en cualquiera de lo trenes que llegan a las ocho”.
A propósito del término “quienquiera”, Manuel Seco dice lo siguiente: Pronombre indefinido. Designa persona indeterminada y siempre tiene función sustantiva. En la lengua actual solo tiene uso como antecedente del relativo “que”: “quienquiera que sea, lo propala en las casas de los enemigos”.
Y también, a propósito del vocablo “cualquiera”, explica el autor citado que carece de variación genérica, es decir, que tiene la misma forma tanto para el femenino como , para el masculino; y añade lo siguiente:
Con función sustantiva designa persona indeterminada, a no ser que lleve complemento partitivo. En oraciones exclamativas puede expresar, irónicamente, negación: “¡Cualquiera entiende a las mujeres”! (Benavente).
Con función adjetiva puede acompañar a sustantivos de persona o de cosa, antepuesto en la forma “cualquiera” o bien pospuesto; en este caso, el nombre va precedido de algún determinante: “cualquier pretexto; un pretexto cualquiera”. También puede ir con algunos pronombres sustantivos, como adjetivo pospuesto: “uno (una) cualquiera, otro (otra) cualquiera”.
Como antecedente de un pronombre relativo, el sentido de “cualquiera” es generalizador: “cualquiera que lo hubiera visto, de no conocerlo, se hubiera creído ante el mismísimo San Roque” (Cela, “La familia de Pascual Duarte’).”
Ejemplos prácticos
Las letras vocales, cuando funcionan como sustantivos, hacen su plural del siguiente modo: “aes”, “ees”, “íes”, “oes”, “úes” . Ejemplos correctos: “Hay que poner los puntos sobre las íes”. “La palabra “canasta” está formada por tres aes y tres consonantes”. Los plurales de las partículas “sí” y “no”, cuando éstas funcionan como sustantivos, son “síes” y “noes” respectivamente. Ejemplos correctos: “Hecho el recuento de la votación se han contabilizado veinte síes y quince noes.”
Las notas musicales “do”, “re”, “mi “, “fa”, “sol”, “la”, “si” hacen el plural del modo siguiente: “dos”,”res”, “mis”, “fas”, “soles”, “sis” .
Ejemplo correcto: “No se oyen con nitidez las notas sis ni fas en los ensayos”.
Es muy importante tener en cuenta que las palabras terminadas en “x” no sufren variación en su plural.
Ejemplos correctos: “Los culturistas mostraban sus fuertes tórax”. “Los proveedores me han enviado tres fax en los que me anuncian sus nuevos productos”.
En virtud de lo antedicho, señalaremos que es incorrecto decir o escribir “los faxes”.
IDIOMA
XXXVI
Ya hemos hablado del nombre sustantivo, ahora nos ocuparemos del nombre adjetivo más comúnmente llamado adjetivoque, en un primer acercamiento, y de modo general, podemos afirmar que se trata de una palabra o de una parte variable de la oración que desempeña la función de modificador del nombre sustantivo o simplemente del nombre.
Cuando el adjetivo modifica o complementa directamente al nombre su función es adyacente, en cuyo caso se trata de un complemento del nombre; pero el adjetivo también puede modificar o complementar al nombre a través de un verbo y, en este caso, nos hallamos ante la función adjetiva denominada atributo o predicativo. Así, por ejemplo, en la frase “El trabajador responsable conviene a la empresa”, vemos que el término adyacente “cualificado” es un adjetivo que complementa directamente al nombre “trabajador”. En cambio, si reparamos, por ejemplo, en la expresión “El opositor se puso nervioso”, observamos que el vocablo “nervioso” dice algo del opositor, esto es, se trata de un “atributo”. Y si, finalmente, nos fijamos en la frase “Este libro es interesante”, veremos que con el término “interesante” se predica algo del vocablo “libro”, por lo que se trataría de un adjetivo predicativo. Así mismo, conviene aclarar que, con relativa frecuencia, los adjetivos también pueden actuar como sustantivos, esto es, muchos adjetivos pueden funcionar como adjetivos y como nombres.
Epítetos y especificativos
En general, siempre se ha dicho que el adjetivo calificativo tiene por objeto, precisamente, calificar al nombre; lo cual significa que el adjetivo puede añadir una cualidad al nombre, es decir, en cuanto que adjunto al nombre, lo califica y resalta una determinada característica que éste posee. Por ejemplo: no es lo mismo decir “un pobre hombre” que “un hombre pobre”; en el primer caso, el adjetivo “pobre” añade una cualidad al nombre “hombre”, en cambio, con la expresión “un hombre pobre”, se especifica, se concreta y se aumenta la comprensión del nombre “hombre”, por lo que aquí se introduce un matiz que sirve para diferenciar a “un hombre pobre” de, por ejemplo, “un hombre rico”, “un hombre agradecido”, “un hombre respetado”, “un hombre bueno”, “un hombre amable”, “un hombre espléndido”, “un hombre fuerte”, “un hombre débil”…; de ahí que estos adjetivos se denominen “especificativos”.
En definitiva, señalaremos que, por una parte, existe el adjetivo calificativo que añade, o subraya, una cualidad al nombre del que es adyacente, mientras que también está el adjetivo calificativo propiamente dicho, y al que denominamos adjetivo “especificativo”, cuya función consiste en añadir una nota, o notas, que contribuye a incrementar la comprensión del nombre al que acompaña. Estos adjetivos se denominan epítetos y especificativos, respectivamente. El epíteto, por tanto, tiene especialmente una función expresiva, señala una cualidad inherente al nombre. En la lengua española, el epíteto suele ir, por lo general, antepuesto al nombre: “negra noche”, “blanca nieve”, “altas torres”…; luego, el epíteto hace resaltar una cualidad del nombre y tiene valor subjetivo y afectivo, por lo que es signo de estimación preferente. Sin embargo, cuando cambia de lugar, es decir, cuando va detrás del nombre, prima lo objetivo sobre lo subjetivo: “buena persona” es una expresión subjetiva, mientras que “persona buena” es un aserto objetivo.
La Real Academia y el adjetivo
La Real Academia explica que el nombre adjetivo y el nombre sustantivo poseen características comunes, tanto funcionales como formales: “Actúan unos y otros como predicativos con determinados verbos; por ej.: ser. En su formación entran, en gran parte, sufijos comunes de derivación. Muchos nombres son adjetivos y sustantivos: amigo, vecino. Con independencia, además, de los nombres que se hallan en este caso, varios adjetivos aparecen tratados como sustantivos en determinados contextos, con diferentes grados de sustantivación, especialmente los que tienen significación de persona, o se emplean con esta significación, sobre todo en plural: los mejores, los invencibles. Los sustantivos, a su vez, desempeñan una de las funciones más caracterizadas del adjetivo, la de atributo: vida padre, ciudad satélite, un día fenómeno, aunque este cambio de categoría es en español mucho menos frecuente que el de la sustantivación.
El empleo como atributo es la función más importante del nombre adjetivo. Hay construcción atributiva no solamente cuando el adjetivo se coloca en posición inmediata al sustantivo de que depende: las buenas gentes, o coordinado con otro adjetivo que se halla en esta posición: ojos claros, serenos; un día puro, alegre, libre quiero, o separado del sustantivo por razón del orden más libre que adoptan las palabras en la lengua poética: Y entre las nubes mueve / su carro Dios ligero y reluciente (Fr. L. de León, A Felipe Ruíz), sino también cuando se agrupa con un artículo o un pronombre que remite anafóricamente al sustantivo de que depende y lo representa: el hombre nuevo y el antiguo; unos días buenos y otros malos. Otra de las construcciones típicas del adjetivo, escasamente compartida por el sustantivo, es su agrupación en número singular y género masculino con el artículo neutro lo: Lo cortés no quita lo valiente. Con verbos y adverbios especialmente comparte la propiedad de agruparse con adverbios de grado y de modo.”
Antes de seguir adelante con nuestra descripción del adjetivo, procede hacer una digresión a fin de reparar en el significado del adverbio “anafóricamente”, empleado en el párrafo precedente. Este vocablo, “perteneciente o relativo a la anáfora”, nos remite obviamente a la palabra “anáfora” que, desde el punto de vista de la antigua retórica, equivale a la repetición; ya decíamos acerca de esta figura retórica de la “anáfora” lo siguiente: “Es un figura retórica que consiste en la repetición de una o varias palabras al comienzo de una frase o en principio de diversas frases en un período”.
Ejemplo de “náfora”: “raed, traed de vino vasos llenos” (Arias Montano).
Por otra parte, señalaremos que, en ocasiones, hay palabras que pasan a desempeñar una función que es propia del adjetivo, fenómeno que los lingüistas denominan “metábasis”, sinónimo de “trasposición” e “hipóstasis”; se trata, en realidad, como dice Lázaro Carreter, del cambio de categoría que experimenta una palabra: “Así, por ejemplo, el sustantivo cerbatana se hace adjetivo en la frase de Quevedo era un clérigo cerbatana.”
Efectivamente, en el capítulo tercero de su obra “Historia de la vida del buscón”, Quevedo describe magistralmente a un personaje que llama “el licenciado Cabra” y que, según explica el autor, “tenía por oficio criar hijos de caballeros” y, además, añade lo siguiente: “El era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo. No hay más que decir para quien sabe el refrán que dice ni gato ni perro de aquella color. Los ojos, avecinados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos; tan hundidos y obscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio, porque cuestan dinero; las barbas, descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate, largo como avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de comer, forzada de la necesidad; los brazos, secos; las manos, como un manojo de sarmiento cada una. Mirado de medio abajo, parecía tenedor, o compás con dos piernas largas y flacas”.
La palabra “búas”, que emplea Quevedo para describir al “licenciado Cabra” en el párrafo precedente, tiene aquí el sentido de “tumorcillo” o “postilla” (“postilla” = “costra que al secarse forman las llagas o granos”), y, sin duda, el autor se refiere, en realidad, al término “bubas”, palabra con que se designa a los “Tumores blandos que se presentan de ordinario en la región inguinal y a veces en las axilas y en el cuello.”
Respecto a la expresión “la nariz, entre Roma y Francia”, señalaremos que, según los comentaristas y estudiosos de textos literarios se trata de un giro empleado por Quevedo para indicar que el “licenciado Cabra” tenía la nariz roma, es decir, aplastada y también desfigurada, como si hubiese padecido una conocida enfermedad de la época denominada el mal francés.
Rango secundario
Hecha, pues, esta aclaración, procede seguir adelante con el desarrollo del adjetivo y, por consiguiente, conviene añadir que, en opinión de Lázaro Carreter, el adjetivo es una palabra que funciona ordinariamente como complemento nominal adjunto y, por tanto, de rango secundario. En la época clásica, los estudiosos de la gramática no distinguían entre el sustantivo y el adjetivo, ya que ambas palabras eran consideradas como categorías del nombre, es decir, del denominado “nomen”. Como ya dijimos en otra ocasión, fue en la Edad Media cuando se estableció la distinción entre el nombre sustantivo y el nombre adjetivo: Se distingue entre adjetivos atributivos (unidos “sindéticamente” al nombre: “noche oscura” u “oscura noche”) y adjetivos predicativos (ligados al nombre mediante un verbo copulativo: “la noche era oscura”. {…j. Se distingue también entre adjetivos calificativos y determinativos. Los primeros expresan una cualidad del sustantivo (“luz brillante”), mientras que los segundos delimitan la extensión en que se toma el sustantivo, añadiéndole diversas notas; sus especies son: numerales (“capítulo primero”), posesivos (“tus guantes”), demostrativos (“esa puerta”), interrogativos (“¿qué calle?”), exclamativos (“¡qué calle!”) e indefinidos (algunas personas). Sintácticamente, se diferencian en español en que, en la oración enunciativa, los calificativos no pueden funcionar como actualizadores del nombre para la función de sujeto, mientras que los determinativos pueden hacerlo.
Ejemplos prácticos
Significado de la palabra “asindéticamente”, empleada al hablar de los adjetivos distributivos dentro del contexto siguiente: unidos “asindéticamente” al nombre: “noche oscura” u “oscura noche”.
La palabra “asindéticamente” nos remite al término “asindético” que significa referido a una cláusula, oración o período la omisión de las conjunciones en la construcción de la cláusula.
En la retórica se denomina “asíndeton” al fenómeno lingüístico mediante el cual se prescinde de la conjunciones para unir términos que deberían llevar ir enlazados con estas partículas. Ejemplos: “Llegó, vio, venció”
XXXVII
Los denominados adjetivos calificativos (califican al sustantivo al que acompañan), y que, a su vez, se dividían en epítetos (señalan una determinada cualidad que corresponde al sustantivo) y especificativos (añaden matices semánticos al nombre). A continuación, desarrollaremos diversos aspectos relacionados con el adjetivo, y definiremos sus formas apocopadas y sus grados de significación.
Comenzaremos señalando que el adjetivo se añade, por así decirlo, al sustantivo, y puede precederle o ir colocado detrás, en cuyo caso varía el sentido expresivo del adjetivo. Y así, cuando el adjetivo precede al sustantivo se resalta una determinada cualidad de éste y la frase adquiere, por ejemplo, un valor más subjetivo o afectivo. Por consiguiente, no será lo mismo decir “un gran cuadro” que un “cuadro grande”: en el primer caso, el adjetivo “gran” resalta lo expresivo y significativo del sustantivo “cuadro”; mientras que en el segundo caso (“cuadro grande”), únicamente se da a entender que estamos ante un cuadro de grandes proporciones, pero no se dice nada de los posibles valores pictóricos, temáticos, estructurales, simbólicos… del cuadro en cuestión. De ahí que uno de los criterios de clasificación de los adjetivos sea aquel que atiende al lugar que ocupa éste en relación al sustantivo, esto es, si va delante o detrás del sustantivo. Así mismo, algunos adjetivos, cuando van antepuestos, pueden sufrir la pérdida de su parte final, en cuyo caso nos encontramos ante la forma denominada “apócope “. Precisamente, en el ejemplo que hemos puesto más arriba podemos comprobar que el adjetivo “gran” (antepuesto al sustantivo “cuadro”) es “apócope” del término “grande”. Por otro lado, señalaremos también que los adjetivos admiten sufijos apreciativos: “grandecito “, “delgaducho”, “animalote”); aunque, el rasgo más característico y esencial del adjetivo es la gradación, merced a la cual los adjetivos se diferencian de los sustantivos y, en consecuencia, ese fenómeno conocido como “gradación” conlleva la clasificación de los adjetivos en comparativos y superlativos. “La gradación se expresa con el auxilio de un adverbio cuantitativo: nada firme, poco firme, algo firme, bastante firme, muy firme”; más adelante desarrollaremos exhaustivamente el tema de la “gradación”.
Las formas apocopadas del adjetivo
Desde el punto de vista gramatical, el término “apócope” es femenino y consiste en la supresión de algún sonido al final de una palabra, por ejemplo, “primer” por “primero”, “algún” por “alguno” “gran” por “grande”… En este sentido, la Real Academia, dice lo siguiente: “Los masculinos singulares bueno y malo se reducen a buen y mal respectivamente en toda construcción atributiva cuando preceden inmediatamente a la palabra que es núcleo de la construcción atributiva (sustantivo o palabra que haga sus veces) y cualesquiera que sean los fonemas a los que preceden: al buen tuntún; buen entendedor; de buen ver; mal aspecto; mal cuerpo, etc. Los femeninos singulares buena y mala pierden, en las mismas condiciones, la vocal —a, pero solo en la frase en buen hora, en mal hora (se dice también en buena, en mala hora). De la naturaleza de los fonemas contiguos depende, en cambio, en gran parte el uso de grande y de su forma apocopada gran, con pérdida en este caso de la última sílaba. La forma apocopada es casi la última usada ante nombre que empieza por consonante:
gran triunfo, gran derrota. Grande es de escaso uso en esta posición: grande lienzo (G. Miró, La novela de mi amigo, V). Pero es la única que se emplea en la perífrasis de superlativo: la más grande ilusión, el más grande saqueo. Ante nombre que empieza por vocal hoy se emplea mucho más gran que grande: gran empeño, gran infamia, y bastante más también de lo que fue empleada por los clásicos. Hoy grande es de uso casi exclusivamente literario.
Los gramáticos suelen tratar en este punto de la forma san ante el nombre propio del varón reconocido por santo bajo el Nuevo Testamento: San Juan, San Lucas, San Pedro. Sin duda es esta una construcción atributiva, pero san tiene aquí un carácter lingüístico especial análogo al de don en Don Pedro, Don Juan, etc. Se trata de un título, empleado para aludir a una tercera persona gramatical, pero también para dirigirse con él a la persona que lo ostenta.”
Grados de significación del adjetivo
La gradación del adjetivo implica un criterio semántico, de ahí que los lingüistas hablen de “grados de significación del adjetivo, que son “las distintas variaciones de intensidad significativa que pueden experimentar los adjetivos”. En consecuencia, hemos de concluir que los adjetivos pueden cuatificarse, lo que equivale a afirmar que mediante los adjetivos es posible establecer una comparación entre personas, cualidades o cosas, lo que dará lugar a que una determinada cualidad o significación de un adjetivo concreto sea elevada también al máximo. Pero, al propio tiempo, esta gradación del adjetivo conlleva determinados cambios formales y ciertas características sintácticas. Por consiguiente, y desde este triple criterio, podemos afirmar que hay también otros tantos grados del adjetivo, los cuales se denominan: positivo, comparativo y superlativo.
Adjetivos en grado positivo: son aquellos que carecen de cuantificador, y se caracterizan porque presentan la cualidad sin ninguna variación, por ejemplo, alto, alegre, pequeño.
Ejemplos: “Edificio alto”. “Niño alegre”. “Coche pequeño”…
Adjetivos en grado comparativo: se distinguen porque confrontan la intensidad que una cualidad presenta en un objeto con la que presenta en otro y, dado que lo propio de la intensidad es el cambio y la variación, se establece que puede haber tres clases de comparativos, a saber de “Superioridad”, de “inferioridad” y de “igualdad”. El adjetivo comparativo de “Superioridad” seforma con tas palabras “más…que”
Ejemplos “Esta torre es más alta que aquella”, “El coche nuevo resulta más cómodo que el viejo”, “Algunos alumnos son más aplicados que otros”
El adjetivo comparativo de “inferioridad” se forma con los términos “menos que”
Ejemplos: “Esta torre es menos alta que aquella”
“El coche nuevo resulta menos cómodo que el viejo”.
“Algunos alumnos son menos aplicados que otros”. El adjetivo comparativo de “igualdad” se construye con las palabras “tan… como”.
Ejemplos: “Esta torre es tan alta como aquella”.
“El coche nuevo resulta tan cómodo como el viejo”. “Algunos alumnos son tan aplicados como otros”. Por consiguiente, de todo lo antedicho se deduce que el matiz de grado de los comparativos viene marcado por los adverbios “más”, “menos”, “tan” y los nexos conjuntivos “que” y “como”; de ahí que se conozcan también con el nombre de comparativos “analíticos”.
No obstante, algunos adjetivos adoptan formas especiales mediante las cuales el comparativo se condensa en una sola palabra, por ejemplo, “mejor”, “peor”, “mayor”, “menor”; de ahí que se denominen comparativos sintéticos.
Adjetivos en grado superlativo: se caracterizan porque expresan la cualidad en su mayor intensidad, relativa o absoluta y, por lo general, se forman con los sufijos o terminaciones “—ísimo”, “—ísima”. Aunque también se pueden formar con los cuantificadores adverbiales “muy”, “enormemente”, “extraordinariamente”… En estos casos, el superlativo se denomina absoluto; y también, al superlativo absoluto, se le da el nombre de “elativo”; así lo registra Lázaro Carreter en su “Diccionario de términos filológicos” donde, refiriéndose al término “elativo”, dice lo siguiente: “Se da este nombre, alguna vez, al superlativo absoluto.”
Sin embargo, unos pocos adjetivos pueden presentar un superlativo sintético; por ejemplo, cuando el lexema lleva los diptongos “ie”, “ue”, el superlativo se trasforma en “e” y “o”, respectivamente. Ejemplos: “cierto—certísimo”, “nuevo—novísimo”… Otro tanto sucede, por ejemplo, con los adjetivos “fiel”, “amable”, “notable”… cuyo superlativo será, respectivamente, “fidelísimo”, “amabilísimo”, “notabilísimo”…Así mismo, el superlativo de algunos adjetivos se forma añadiendo la terminación “—érrimo”. Ejemplos: de “mísero” “misérrimo”; de “pobre” “paupérrimo”; de “célebre” “celebérrimo”… Además, hay adjetivos que no admiten el grado superlativo, por ejemplo, “ruin”, ” jubilado”, “político”, “común”… Finalmente, en ocasiones, existen formas especiales de gradación para el comparativo y el superlativo, las cuales pueden enunciarse del siguiente modo:
— “bueno”, “mejor”, “óptimo” (“buenísimo”).
—”malo”, “peor”, “pésimo” (“malísimo”).
— “grande, mayor, máximo (grandísimo).
—”pequeño”, “menor”, “mínimo” (“pequeñísimo”).
— “alto”, “superior”, “supremo” (“sumo”, “altísimo”).
— “bajo”, “inferior”, “ínfimo” (“bajísimo).
Ejemplos prácticos
Ejemplos de frases construidas con algún adjetivo que no admite el grado superlativo:
“Estamos en el piso principal de esta casa”. “Corrió tan bien en el maratón que llegó el primero”. “Es un soltero de oro”. “La cuestión que vamos a dilucidar es fundamental para la buena marcha de nuestros asuntos”.
Los adjetivos principal, primero, soltero y fundamental no admiten el grado superlativo.
XXXVIII
Siguiendo con nuestra descripción del adjetivo, y una vez definidos sus grados y las formas apocopadas, nos ocuparemos ahora tanto del género como del número gramatical de los adjetivos. Por consiguiente, hemos de decir que en general, y atendiendo a su género gramatical, los adjetivos se clasifican principalmente en dos grupos que pueden enunciarse como sigue: los que tienen una flexión genérica y los que carecen de flexión genérica.
Los que tienen flexión genérica son aquellos adjetivos que gramaticalmente se distinguen por sus morfemas: uno para el masculino y otro para el femenino. Ejemplos: “Traje nuevo””Casa nueva”. “Hombre alto”mujer alta.
Puede observarse, en los ejemplos propuestos, que los adjetivos ” nuevo ” y ” nueva”, “alto” y “alta” se diferencian únicamente por los morfemas “—o” y “—a”, respectivamente. Por consiguiente, podemos afirmar que a este grupo pertenecen los adjetivos que tienen una terminación para los masculinos y otra para los femeninos.
En cambio, los que carecen de flexión genérica, ofrecen una forma única, es decir, tienen una sola terminación que corresponderá tanto al masculino como al femenino. Ejemplos: “Hombre agradable” “Mujer agradable”. “Muchacho feliz”—Muchacha feliz.
En los ejemplos propuestos puede comprobarse cómo los adjetivos “agradable” y “feliz” permanecen con su misma estructura, tanto cuando son masculinos (en el caso de “Hombre agradable” y “Muchacho feliz”) como cuando son femeninos (en el caso de “Mujer agradable” y “Muchacha feliz”).
Por consiguiente, y desde un punto de vista práctico, señalaremos que:
Los adjetivos terminados en “—o” indican el género masculino y los terminados en “—a” señalan el género femenino.
Los adjetivos terminados en cualquier otra vocal o en consonante no sufren variación alguna, es decir, tienen la misma forma tanto si se refieren al género femenino como al masculino. Por tanto, en las frases “señor amable”—”señora amable”, el adjetivo “amable” (que no termina ni en “—o” ni en “—a”, sino en “—e”) permanece invariable tanto cuando la expresión que conforma es masculina, “señor amable”, como si denota género femenino, “señora amable”.
Algunos adjetivos que terminan en “—an”, “—on”, “or”… agregan una “_a” a la forma masculina para formar el femenino. De ahí que tengamos los siguientes pares de adjetivos: “holgazán—holgazana”, “dormilón—dormilona”, “vividor—vividora”, “soñador—soñadora”… No obstante, hay algunas excepciones: “mayor”, “anterior”, etc.
La norma y el precepto
La Real Academia, al explicar el adjetivo y el género gramatical, dice lo siguiente: “Por su forma genérica los adjetivos se dividen en tres grupos: los que son genéricamente invariables (grupo primero); los que poseen femenino —a, masculino —o (grupo segundo), y los que tienen un femenino —a y un masculino que no es —o (grupo tercero). Por otra parte, la formación ísimo, —ísima de superlativo, que adoptan gran parte o la mayor parte de los adjetivos, dota a los que no lo tenían ya, especialmente a los de la clase primera, del morfema de género —o, —a, que es así un morfema flexivo que caracteriza a la clase entera de los adjetivos.
Son genéricamente invariables los adjetivos que terminan en —a en singular. Se trata casi siempre de nombres que además de funcionar como adjetivos: mirada, gesto hipócrita; arma, puñal homicida; pueblo, población indígena; idea, pensamiento suicida, etc., actúan también como sustantivos comunes: el, la hipócrita; el, la homicida, etc., especialmente nombres gentilicios: azteca, celta, croata, escita, hitita, israelita, maya, persa, etc.; de sustantivos de color, que pueden funcionar también como adjetivos: escarlata, lila, malva, etc., y de algunos pocos nombres que se emplean exclusivamente o predominantemente como adjetivos: agrícola, hortícola, silvícola, vinícola; cosmopolita, universalista, etc. Son también invariables en cuanto al género los adjetivos en —i, casi todos ellos de acentuación aguda, en gran parte sustantivos apelativos comunes al mismo tiempo y especialmente gentilicios como los en —a: alfonsí, baladí, carmesí, cursi, israelí, marroquí, muladí, zegrí, etc., y los adjetivos en u, también gentilicios: hindú, zulú, etc.
La mayor parte de los adjetivos terminados en —e, muy superiores en número a los del apartado anterior, son también invariables. Entre ellos los formados con el sufijo —ble, —bre: agradable, deleznable, ingobernable, probable, salubre, etc.; con el sufijo —ense, —iense, que forma gentilicios: almeriense, bonaerense, hispalense, matritense, y otras clases de nombres {…}. Son también invariables en cuanto al género la mayor parte de los adjetivos que terminan en consonante y entre ellos en —az, iz, —oz, casi todos heredados del latín: agraz, audaz, contumaz, feraz, lenguaraz, montaraz, rapaz, torcaz; atroz, veloz; feliz; los adjetivos agudos formados con el sufijo —al, —ar: elemental, fenomenal, meridional; bacilar, celular, tubular; los adjetivos llanos terminados en —il (lat. ilis), casi todos heredados: ágil, errátil, contráctil; los agudos (lat. ili: pueril, mujeril, caciquil (en contraste, unos y otros, con algún sustantivo de la misma terminación o del mismo sufijo dotado de moción genérica); los comparativos: mejor, peor, mayor, menor, superior, inferior, interior, exterior, ulterior, citerior; varios adjetivos aislados, algunos de los cuales funcionan también como sustantivos o predominantemente como sustantivos (des)cortés, gris; azul, cruel, (in)fiel; {…}, y algunos adjetivos compuestos cuyo segundo elemento es en latín, en español o en ambas lenguas un nombre sustantivo: ab—origen, a—fín, im—par, bi— tri— multicolor, etc.
Los adjetivos que distinguen un masculino —o y un femenino —a constituyen en español el grupo más numeroso.”
En consecuencia, y ya para concluir, resumiremos que para la formación del femenino de los adjetivos habrá que tener en cuenta lo siguiente:
Los adjetivos con las terminaciones enumeradas a continuación, forman el femenino en —a, por ejemplo:
— “—o” (“bello”, “duro”), hace el femenino en “—a” (“bella”, “dura”).
— “—ete” (“regordete”), hace el femenino en “—a” (“regordeta”).
— “—ote” (“grandote”), hace el femenino en “—a” (“grandota”).
— “—ín” diminutivo(“pequeñín”), hace el femenino en “—a” (“pequeñina”).
— “—ón” (“pelón”), hace el femenino en “—a” (“pelona”).
— “—án” (“holgazán”), hace el femenino en “—a” (“holgazana”).
— “—or” (“reidor”), hace el femenino en “—a” (“reidora”); no obstante, en este caso, se exceptúan los vocablos “exterior”, “interior”, “superior”, “inferior”, “ulterior”, “mayor”, “menor”, “mejor”, “peor”.
La misma norma rige para los adjetivos terminados en consonante, si el adjetivo es gentilicio: “andaluz” (hace el femenino en “—a”, “andaluza”); “leonés” (hace el femenino en “a”, “leonesa”); “mallorquin” (hace el femenino en “—a”, “mallorquina”).
Otros adjetivos con distintas terminaciones no sufren modificación alguna, por ejemplo:
“amable”, “belga”, “baladí”, “azul”, “ruin”, “familiar”, “cortés”, “soez”… Todos estos vocablos permanecen invariables, es decir, mantienen la misma forma gramatical para ambos géneros: masculino y femenino.
Así mismo, en cuanto al adjetivo y el número gramatical, señalaremos que, al igual que en el caso del nombre sustantivo, diremos que los adjetivos terminados en vocal no acentuada hacen el plural en “—s”. Ejemplos: “alegre—alegres “; ” soñadora—soñadoras “; ” nuevo—nuevos”; “creativo—creativos”; “amena—amenas”; “disciplinado—disciplinados”…
Mientras que el plural de los adjetivos que acaban en consonante se forma añadiendo la terminación “—es”, incluso cuando el singular finalice con el morfema “—s”. Ejemplos: “discriminador—discriminadores”; “elemental—elementales “; “gris—grises”…
Por otra parte, conviene añadir que, ya que el adjetivo es una forma secundaria del sustantivo, entre ambas partes de la oración se establece cierta clase de relación que produce determinados efectos; por ejemplo, que entre el sustantivo y el nombre haya, por lo general, una concordancia de género y número. Aunque, en ocasiones, especialmente cuando son varios los sustantivos a que debe referirse un mismo adjetivo, sobre todo si son de distinto género o número.
Ejemplos prácticos
Selección y significado de textos, vocablos, términos y palabras:
“Las variantes del morfema de plural y los principales fonomorfológicos de su distribución son en general comunes al sustantivo y al adjetivo. El morfema cero no es frecuente, sin embargo, en el adjetivo: triángulo, triángulos isósceles; Una madre mochales (E. d’Ors, El secreto de la filosofía); Moza serrana, rubiales y pecosa (Valle—Inclán, Viva mi dueño). Apenas existen adjetivos terminados en vocal con el morfema —es: carmesíes, muladíes” (Real Academia).
“Delante de dos o más nombres el adjetivo concuerda generalmente con el primero de ellos: los bellos capiteles y columnas le maravillaron.
Cuando se refiere a varios nombres debe ponerse en masculino plural, excepto si todos los nombres son femeninos: rejas, puertas y ventanas estaban nuevas / la casa y sus habitantes eran nuevos para él.” (S. Quesada Marco).
XXXIX
Continuando con nuestras reflexiones acerca del nombre adjetivo, y una vez descritos los denominados adjetivos calificativos, especificativos y epítetos, nos ocuparemos a continuación del enunciado y desarrollo de los adjetivos determinativos que, a su vez, se dividen en demostrativos, posesivos, numerales, interrogativos y exclamativos, cuantitativos, indefinidos y relativos.
No obstante, antes de iniciar el estudio de las diversas clases de adjetivos que acabamos de enumerar, conviene que nos detengamos, tanto como sea necesario, en ciertas propiedades y cualidades de los adjetivos, y concretamente, en aquellos casos denominados sustantivación y adverbialización del adjetivo; todo lo cual es debido a que el adjetivo rige al sustantivo, y también a otras partes de la oración, y conviene con el adverbio. Por consiguiente, diremos que muchos adjetivos pueden funcionar o actuar como sustantivos y, en consecuencia, sucede en ocasiones que la cualidad inherente a un determinado adjetivo adquiere un carácter sustantivo. Si reparamos, por ejemplo, en la frase “una mujer joven” podemos observar cómo al sustantivo “mujer” se le atribuye la cualidad de la juventud por medio del adjetivo “joven”. En cambio, cuando decimos “una joven”, en realidad se ha fundido en una sola palabra (en el adjetivo “joven”) lo sustantivo y lo adjetivo: Hemos creado un nuevo sustantivo, que no es término adjunto sino único o primario que llamamos sustantivación: una joven, con todas las cualidades de mujer y de juventud.
Sustantivación de los adjetivos
Hay diversas clases de sustantivación adjetival, tales como la “sustantivación adjetival que designa personas”, la “sustantivación adjetival de concretos y abstractos” y, muy especialmente, la sustantivación del adjetivo mediante el artículo o determinante “lo” cuando va antepuesto a la forma masculina singular, que destaca porque no tiene variación de género ni de número. Ejemplos: “A mí me gusta lo tradicional y lo sencillo”. “Lo mejor no puede ser enemigo de lo bueno”
“Esta sustantivación”, explica Martín Alonso, “alcanza a todos los adjetivos, pero algunos han entrado de una manera fija en la corriente sustantiva: el duro (moneda); las medias. Tengamos en cuenta, para todas las variantes y transformaciones adjetivas, que el adjetivo no expresa un modo de ser la realidad sino un modo de pensarla y representarla y de hacerla figurar en la frase.”
Adverbialización de los adjetivos
En cuanto a la adverbialización, hay que destacar que tanto el adjetivo como el adverbio son elementos que califican y determinan; aunque el adjetivo lo hace en función del sustantivo. Por tanto, no tiene nada de extraño que se produzcan adjetivaciones de adverbios: “un hombre ast”; “un niño bien”…y que, además, se adverbialice sin necesidad de sufijos: “recio”, “mucho”, “poco”, “demasiado”. Asimismo, nos encontramos con el caso especial de los adverbios en “—mente” y su relación con los adjetivos. En tal sentido, la Real Academia dice lo siguiente:
La mayor parte de los adjetivos españoles, cualquiera que sea su origen, variables o no variables genéricamente, poseen la propiedad de formar adverbios de modo mediante su agrupación con el morfemamente. La formación procede del sustantivo femenino latino mens, mentis “mente, espíritu, intención” empleado como ablativo instrumental y precedido de un adjetivo o participio, en construcción atributiva: pia mente (Plinio), bona mente (Quintiliano), simulata mente (Virgilio). Debilitada la significación del sustantivo, los dos términos llegaron a formar una unidad léxica con valor de adverbio de modo en la mayor parte de la Romania (Península Ibérica, Francia, Italia). Del origen de la formación quedan todavía como residuos:
1°. La posibilidad de emplear el simple adjetivo en vez de la forma adverbial cuando esta aparece coordinada con otro adverbio en —mente: “pura y simplemente”, en vez de “puramente y simplemente”. La supresión de mente afecta hoy siempre al primer término de la coordinación y es preferentemente de uso literario.
2°. El mantenimiento de la acentuación prosódica en los dos componentes del adverbio, y por lo tanto, la aplicación al adjetivo de las reglas generales relativas al acento ortográfico:”sutilmente”, “cortésmente”, “débilmente”, “erróneamente”. Esta particularidad acentual es muy probablemente una consecuencia inevitable de la organización sintáctica pura y simplemente, antiquísima en español, de que hemos hablado antes.
3°. La concurrencia de la formación adverbial en mente con locuciones adverbiales de modo en las que parece la preposición con: “hábilmente” = “con habilidad”, lo que procede del origen instrumental de dicha formación.
El adjetivo, siempre en concordancia femenina y singular con —mente, es susceptible de aparecer en el adverbio no solo en su forma primitiva rápidamente, sino con el morfema —ísimo: rapidísimamente.
Por estas particularidades acentuales, morfológicas y sintácticas, y además por el hecho de afectar a toda una clase extensa de palabras, la formación en —mente se separa de la composición y de la derivación.
Asimismo, conviene mencionar al denominado “adjetivo verbal” que, en definitiva, es el participio en función adjetiva, cuando no ha perdido aún su naturaleza verbal. Como dice Lázaro Carreter, “en español resulta difícil trazar un límite entre el adjetivo y el participio”.
Adjetivos determinativos
Tras esta amplia digresión, por así decirlo, comenzaremos a definir cada una de las clases de los adjetivos que hemos enumerado más arriba, y para ello nos ocuparemos, primeramente, de los adjetivos determinativos en general, y destacaremos que, al igual que los artículos, también funcionan como determinantes. Los adjetivos determinativos se caracterizan porque delimitan la extensión en que se toma el sustantivo al que acompañan, añadiéndole diversas notas. Como ya se ha dicho, hay diversas especies de adjetivos determinativos, entre los que destacan los denominados “demostrativos” que tienen la función de indicar la posición del sustantivo respecto al que habla o escucha.
Adjetivos demostrativos
Enumeraremos, en primer lugar, los que indican que el sustantivo está cerca del emisor, esto es, del que habla, y son los siguientes: “este”, “esta”, “estos”, “estas”.
Ejemplos: “esta pluma escribe muy bien”; “este lapicero no tiene punta”; estos libros son de gran interés; “estas casas son muy altas”.
Si reparamos en la frase “esta pluma escribe muy bien”, el adjetivo demostrativo “esta” indica que el sustantivo “pluma” se encuentra cerca del hablante. Otro tanto sucede cuando una persona dice “este lapicero no tiene punta”, ya que utiliza el adjetivo demostrativo “este” porque el “lapicero” (palabra que funciona como sustantivo) está cerca de ella, de la persona que habla.
Lo mismo ocurre con la expresión “estos libros son de gran interés”, puesto que el empleo del adjetivo demostrativo “estos” viene justificado a causa de que los “libros” (vocablo que funciona como nombre en esta frase) se hallan cerca del hablante.
Finalmente, cuando alguien dice “estas casas son muy altas” está refiriéndose a unas “casas” (nombre) que están cerca de él, es decir del hablante, ya que emplea el adjetivo demostrativo “estas” precisamente para indicar la cercanía o proximidad de las “casas”.
Asimismo, hay también adjetivos demostrativos que indican que el sustantivo, o aquello de lo que se habla, está cerca del receptor o de quien escucha, y son: “ese”, “esa”, “esos”, “esas”.
Ejemplos: “préstame ese libro”; “cierra esa puerta”; “no lleves esos zapatos a la fiesta”; “come esas cerezas”.
Si reparamos en la frase “préstame ese libro”, observaremos que el adjetivo demostrativo “ese” pone de manifiesto que el “libro” (palabra que funciona como nombre en esta frase) está cerca del receptor, es decir, de la persona que escucha.
Y con la expresión “cierra esa puerta” sucede lo mismo, ya que el adjetivo demostrativo “esa” indica que la “puerta” (palabra que funciona como nombre en esta oración) se halla cerca del receptor o de quien escucha.
Asimismo, cuando un hablante dice “no lleves esos zapatos a la fiesta”, emplea el adjetivo demostrativo “esos” porque los “zapatos” (palabra que funciona como sustantivo en esta frase) están cerca de su interlocutor; y en cualquier caso, dentro del presente contexto, el empleo del adjetivo demostrativo “esos” expresa que quien escucha se encuentra más cerca del objeto (en este caso de los “zapatos”) que el emisor o quien habla.
En cuanto a la expresión “come esas cerezas”, cabe decir que el adjetivo demostrativo “esas” se emplea en esta ocasión para indicar que el receptor está más cerca de las “cerezas” (sustantivo) que el emisor.
Los adjetivos demostrativos pueden expresar e indicar también referencias temporales, es decir, mayor o menor lejanía en el tiempo; tal sería el caso de expresiones como “este año”, “aquel día”, “ese mes”…
Finalmente, hay adjetivos demostrativos que revelan que no está cerca ni el emisor ni el receptor, y son los siguientes: “aquel”, “aquella”, “aquellos”, “aquellas”
Ejemplos prácticos
“Mis padres viajan en aquel avión”. “Los muebles están en aquella habitación”. “Se escondieron tras de aquellos matorrales”. “Aquellas montañas son muy altas”.
En la frase “Mis padres viajan en aquel avión”, se puede observar que el adjetivo demostrativo “aquel” indica lejanía, ya que el “avión” (sustantivo) no está cerca de quien habla ni de quien escucha.
La expresión “Los muebles están en aquella habitación” contiene el adjetivo determinativo “aquella” porque el hablante y el oyente se encuentran lejos de la “habitación” señalada por la persona que habla.
En la oración “Se escondieron tras aquellos matorrales”, hay un adjetivo demostrativo, “aquellos”, que indica cómo el hablante y el oyente se hallan lejos de los “matorrales”; este último vocablo es el sustantivo que guarda relación con el emisor y el receptor, es decir, con quien habla y con quien escucha.
El demostrativo “aquellas” es empleado por el hablante, en la frase “Aquellas montañas son muy altas”, para indicar que tanto él como su interlocutor, o interlocutores, están lejos de las “montañas”; este último término es el sustantivo al que va referido el adjetivo demostrativo “aquellas”.
XL
“No se trata sólo del sentido de las palabras. Se trata de las extrañas alianzas en que entran y que definen una más alta realidad; de las alteraciones de la sintaxis normal, que crean nuevas aproximaciones entre las cosas; de las unidades literarias, nuevos signos complejos que llegan hasta la obra total, irrepetible. La lengua, ese instrumento inigualado, casi mágico, para descubrirnos y descubrir el mundo tiene fallos y lagunas” (Rodríguez Adrados, en “Alabanza y vituperio de la lengua”)
Siguiendo con nuestra disertación acerca del adjetivo, nos ocuparemos seguidamente de las clases o especies de adjetivos determinativos que aún faltan por definir, y que son los siguientes: posesivos, numerales, interrogativos y exclamativos, cuantitativos, indefinidos y relativos.
No obstante, señalaremos, en primer lugar, que el término “determinativo” es genérico, y que, aplicado al adjetivo, determina la extensión de éste. También conviene resaltar que, sintácticamente, la función del adjetivo consiste en complementar al nombre.
Recordemos, pues, que los adjetivos demostrativos delimitan la extensión en que se toma el sustantivo al que acompañan, añadiéndole diversas notas. Asimismo, respecto a los adjetivos posesivos diremos, en un primer acercamiento, que son aquellos que indican posesión o pertenencia, y se caracterizan porque especifican que el poseedor es primera, segunda o tercera persona y, también, indican si es uno o varios los objetos poseídos. Por consiguiente, pueden darse los siguientes casos de adjetivos posesivos:
Cuando hay un solo poseedor en primera persona y un solo objeto poseído, tenemos los adjetivos posesivos “mío” y “mía” o la apócope que sustituye a ambos, es decir, “mi”.
Ejemplos: “libro mío”, “casa mía”; “mi libro”, “mi casa”.
Si reparamos en cualquiera de los ejemplos propuestos, podemos observar que “libro mío”, o “mi libro”, indica que hay un poseedor en primera persona (“yo”) y un objeto poseído (“libro”). Y lo mismo puede decirse de los sucesivos ejemplos explicativos contenidos en las siguientes líneas.
Cuando hay un solo poseedor en primera persona y varios objetos poseídos, tenemos los adjetivos posesivos “míos”, “mías” o la apócope “mis” que engloba a ambos.
Ejemplos: “libros míos”, “casas mías”; “mis libros”, “mis casas”.
Cuando hay varios poseedores en primera persona y un solo objeto poseído, tenemos los adjetivos posesivos “nuestro” y “nuestra”.
Ejemplos: “libro nuestro”, “casa nuestra”.
Cuando hay varios poseedores en primera persona y varios objetos poseídos, tenemos los adjetivos posesivos “nuestros” y “nuestras”.
Ejemplos: “libros nuestros”, “casas nuestras”.
Cuando hay un solo poseedor en segunda persona y un solo objeto poseído, nos hallamos ante los adjetivos posesivos “tuyo”, “tuya” o con la apócope que engloba a ambos, esto es, “tu”.
Ejemplos: “libro tuyo”, “casa tuya”; “tu libro”, “tu casa”.
Cuando hay un solo poseedor en segunda persona y varios objetos poseídos, tenemos los adjetivos posesivos “tuyas”, “tuyos” o la apócope “tu” que puede sustituir a ambos.
Ejemplos: “libros tuyos”, “casas tuyas”; “tus libros”, “tus casas”.
Cuando hay varios poseedores en segunda persona y un solo objeto poseído, estamos ante los adjetivos posesivos “vuestro” y “vuestra”.
Ejemplos: “libro vuestro”, “casa vuestra”.
Cuando hay varios poseedores en segunda persona y varios objetos poseídos, tenemos los adjetivos posesivos “vuestros” y “vuestras”.
Ejemplos: “libros vuestros”, “casas vuestras”.
Cuando hay un solo poseedor en tercera persona y un solo objeto poseído, tenemos los adjetivos posesivos “suyo”, “suya” o la apócope “su”, que sustituye a ambos.
Ejemplos: “libro suyo”, “casa suya”; “su libro”, “su casa”.
Cuando hay un solo poseedor en tercera persona y varios objetos poseídos, tenemos los adjetivos posesivos “suyos”, “suyas” o el apócope “sus”, que sustituye a ambos.
Ejemplos: “libros suyos”, “casas suyas”; “sus libros”, “sus casas”.
Cuando hay varios poseedores en tercera persona y un solo objeto poseído, estamos ante un caso similar a “un solo poseedor en tercera persona y un solo objeto poseído”, es decir, tendremos los adjetivos posesivos “suyo”, “suya” o el apocope “su” que engloba a ambos.
Ejemplos: “libro suyo”, “casa suya”; “su libro”, “su casa”.
Cuando hay varios poseedores en tercera persona y varios objetos poseídos, nos encontramos con un caso análogo a “un poseedor en tercera persona y varios objetos poseídos”, esto es, tendremos los adjetivos posesivos “suyos”, “suyas” o el apócope “sus”, que engloba a ambos.
Ejemplos: “libros suyos”, “casas suyas”; “sus libros”, “sus casas”
Adjetivos numerales
Como la misma palabra indica, los adjetivos numerales son aquellos que expresan número en relación con el nombre; y, a su vez, se pueden clasificar en “cardinales”, “ordinales”, “partitivos”, “múltiplos”, “distributivos”…
Cardinales.— Se trata de adjetivos que indican un número entero y concreto: “tres”, “cuatro”…”doscientos”…”cuarenta mil”…
Ejemplos: “tres años”, “cuatro perras”… “doscientos libros”. .. “cuarenta mil pesetas”…
El término “cardinal”, como dice Lázaro Carreter, “fue creado por Prisciano (512—560) para aludir a los numerales que designan los números enteros.”
Ordinales.— Indica el lugar, o la posición, que algo ocupa en una serie, gradación o sucesión: “cuarto”, “quinto”, “sexto”…”duodécimo”, “decimotercero”, “decimocuarto”… “vigésimo”, “vigésimo primero”… “cuadragésimo”…
Ejemplos: “Llegó a la meta en quinto lugar”. “Es el primero de la clase”.
Partitivos.— Designan la parte de un todo e implican fracción, de ahí que también se denominen “Numerales fraccionarios”: un “medio”, un “tercio”…
Múltiplos.— “Se da este nombre, y el de proporcional, a los numerales que significan multiplicación”: “doble”, ” triple”, “cuádruple”…
Distributivos.— Indican una correlación con respecto a los nombres. Se denominan “Numerales distributivos”, y atribuyen una misma cantidad a distintas personas o cosas: “sendos”, “ambos”.
Ejemplos: “Tenían sendos coches” (= “Tenían un coche cada uno”). “Había circulación en ambos sentidos”.
Adjetivos interrogativos y exclamativos
Expresan una determinada actitud del hablante o del emisor y, desde el punto de vista sintáctico, están presentes en oraciones interrogativas y exclamativas. Son tónicos y se escriben con tilde: “qué”, “cuánto”.
Ejemplos: “¿Qué problema tienes? ¡Cuánto me gusta esa película!”
Adjetivos cuantitativos
Se refieren a la cantidad, pero sin concretar ni especificar un número determinado: “demasiado”, “bastante “, “poco ” “suficiente “, “mucho”.
Ejemplos: “Tiene bastante fuerza”. “Hace mucho calor”. “Está demasiado lleno”.
Adjetivos indefinidos
Se caracterizan porque añaden al sustantivo una idea imprecisa y vaga: “algún”, “alguno”, “ningún”, ” ninguno”, “cualquier”, “todo”.
Ejemplos:”algún hombre”; “alguna mujer”; “ninguna persona”…
Adjetivos relativos
En general se trata de aquellos adjetivos que hacen referencia a un adjetivo que siempre va colocado detrás: “cuyo”, “cuanto”. Desde el punto de vista de la sintaxis se habla de oraciones adjetivas o de relativo para referirse a determinadas frases subordinadas, esto es, dependientes de un enunciado principal
Adjetivo verbal
Con frecuencia, los participios de los verbos funcionan como adjetivos, sin perder por ello su naturaleza verbal; sin embargo, en español resulta difícil “trazar un límite entre el adjetivo y el participio”.
Ejemplos prácticos
En ocasiones se emplea incorrectamente el adjetivo “cada” con un sentido de generalización y para indicar una acción habitual. Sin embargo, debemos señalar que la función fundamental de “cada” es la de adjetivo distributivo.
Ejemplos incorrectos: “Voy a trabajar cada día”. “Me ducho todos los días”…
Ejemplos correctos: “Voy a trabajar todos los días”. “Me ducho todos los días”…
Otro tanto sucede con la palabra “sendos”, adjetivo numeral distributivo, que se emplea incorrectamente al usarla en el mismo sentido que el término “ambos”. Pero “sendos” significa exactamente “uno o una para cada cual de dos o más personas o cosas”.
No son las condiciones sintácticas las que pueden fallar de manera absoluta si un adjetivo es restrictivo o es un epíteto, sino la intención del hablante y la intelección del oyente: si aquél calificó necesariamente para distinguir y éste comprendió la cualidad como distintiva, o no. Por eso, a menudo, sobre textos escritos, surgen casos en que la vacilación está justificada. Unico recurso no de eficiencia total, pero sí práctico, es suprimir el adjetivo y observar si la frase tiene, después de suprimido el adjetivo, un sentido o ningún sentido. Un hombre no tiene coche (entendido “un hombre” genéricamente, no individualmente, es decir, entendiendo un hombre de manera idéntica a como está tomado en la frase de la que se suprime el adjetivo) carece de sentido.
XLI
“Las lenguas son algo más que meros sistemas de transmisión del pensamiento. Son las vestiduras invisibles que envuelven nuestro espíritu y que dan una forma predeterminada a todas sus expresiones simbólicas. Cuando la expresión es de extraordinaria significación, la llamamos literatura.” (Sapir, en “El lenguaje”).
Para terminar la disertación que, acerca del adjetivo, venimos realizando hasta aquí, sólo nos queda reseñar una cuestión normativa, muy tenida en cuenta por la Real Academia en su “Esbozo de una nueva gramática de la Lengua Española”, que trata de los oficios y complementos del adjetivo, y cuyas argumentaciones transcribiremos a continuación:
Oficios.— El oficio propio del adjetivo es el de referir al sustantivo una caracterización o especificación, ya por simple unión atributiva, ya como complemento predicativo con verbo copulativo; v.gr.: casa antigua, primer premio; Pedro es alto. Puede calificar o determinar a la vez al sujeto, y al verbo en oraciones como: El hombre nace desnudo; Los excursionistas volvían cansados, en las cuales desempeña una doble función adjetiva y adverbial. Se adverbializa por completo en expresiones como “hablar claro”, “jugar limpio “, “golpear recio”; acompañados de preposición, algunos adjetivos forman locuciones adverbiales: “a ciegas”, “a oscuras”, “de nuevo”, “de firme”, “en serio”, “por último”, “por junto”. Se sustantiva con frecuencia en el contexto, bien por el empleo de artículos u otros vocablos determinativos, bien por el empleo de articulo u otros vocablos determinativos, bien por desempeñar por sí solo en la oración oficios propios del sustantivo; v. gr.: “lo fácil”, “lo difícil de un asunto”; “temer el ridículo”; “ese infeliz”; “Buenos y malos se alegraron de la noticia”; “No lo dijo a sordo ni a perezoso”.
Posición del adjetivo calificativo.— a) De un modo general, el adjetivo calificativo puede seguir o preceder al sustantivo a que se refiere. Desde el punto de vista de la corrección gramatical, nada se opone a que digamos “nubes blancas” o “blancas nubes”, “saludo afectuoso” o “afectuoso saludo”. Pero la forma interior del lenguaje que nos hace preferir una u otra colocación del adjetivo en cada caso concreto, está más o menos regulada por factores lógicos, estilísticos y rítmicos, que actúan conjuntamente a manera de tendencia, y motivan que no sea siempre ni del todo indiferente el lugar que ocupe el calificativo. b) El calificativo que sigue al sustantivo realiza el orden lineal o progresivo, en que el determinante sigue al determinado; su función normal es, pues, determinativa, definitoria, restrictiva de la significación del sustantivo. El caso extremo de esta secuencia ocurre cuando el sustantivo y el adjetivo guardan entre sí, respectivamente, la relación lógica del género a la especie; p ej.: “contador hidráulico, eléctrico”; “máquina calculadora, electrónica, cosechadora, excavadora”, etc.; “raza amarilla, blanca, negra, malaya”, etc.; “arquitectura civil, militar, religiosa”, etc. En tales ejemplos, que seria fácil multiplicar, la anticipación del adjetivo supondría un hipérbaton extremosamente violento, solo admisible en el lenguaje poético. Aun sin haber relación lógica necesaria entre sustantivo y adjetivo, la cualidad pospuesta excluye a todos los sustantivos que no participen de ella. Desde el punto de vista lógico, el adjetivo pospuesto delimita o restringe la extensión del sustantivo. Si decimos “un edificio hermoso”, excluimos de la imagen general de “edificio” a todos los que no sean “hermosos”. Por esto resultaría chocante la posposición de un adjetivo que signifique cualidades inseparablemente asociadas a la imagen del sustantivo, como “las ovejas mansas”, “los leones fieros”, “miel dulce”, “adelfa amarga”, ya que no podemos imaginar ovejas que no sean “mansas”, leones que no sean “fieros”, miel que no sea “dulce”, ni adelfa que no sea “amarga”. Podríamos, en cambio, enunciar estas mismas cualidades anteponiéndolas a los sustantivos con significado explicativo, insistente, y decir “las mansas ovejas”, “los fieros leones”, “dulce miel”, “amarga adelfa”. Si queremos dar a estos calificativos carácter explicativo que haga resaltar la cualidad, sin variar el orden de la construcción, será obligatorio aislarlos por medio de una pausa: “las ovejas, mansas”; “los leones, fieros”; “adelfas, amargas.”
c) El adjetivo antepuesto realiza el orden envolvente o anticipador en que el determinante precede al determinado; su función es explicativa, pero no definidora; la cualidad envuelve previamente a la cosa calificada; p. ej.: “blancas nubes”, “altas torres”, “valiosos cuadros”, frente a “nubes blancas”, “torres altas”, “cuadros valiosos”. La diferencia entre una y otra secuencia no es ciertamente lógica, sino estilística; la anteposición responde al deseo de avalorar la calidad, bien por su mayor importancia en la imaginación del hablante, bien por motivos afectivos. El adjetivo que se anticipa denota, pues, actitud valorativa o afectiva; por esto es muy frecuente en oraciones exclamativas, o en las que están más o menos teñidas de estimaciones y sentimientos: “¡Bonita casa.!”, ” EI cochino dinero tiene la culpa de todo!”, “Magnifica ocasión para hablarle”; “Vivía torturado por la insufrible espera de noticias”.
El artículo
Corresponde iniciar, aquí y ahora, el estudio de aquellos morfemas independientes cuyo principal cometido, desde el punto de vista lingüístico, consiste en señalar los sustantivos, las palabras sustantivadas y las oraciones sustantivas; se trata de los morfemas independientes que más comúnmente se denominan artículos.
Por tanto, en un primer acercamiento, se puede afirmar que los artículos tienen una función señalizadora o determinante, la cual puede ilustrarse mediante los siguientes ejemplos:
“El mueble” (determinante + sustantivo); expresión compuesta por el artículo “el” (determinante) más el sustantivo “mueble”.
“El antiguo” (determinante + adjetivo sustantivado); expresión compuesta por el determinante “el” y el adjetivo sustantivado “antiguo”.
“El saber lo que se hace (determinante + oración subordinada); expresión formada por el determinante “el” más la oración subordinada sustantiva “lo que se hace”.
En consecuencia, cabe señalar que el artículo es una palabra accesoria que se antepone al sustantivo para determinarlo (el mueble) o como signo de un objeto indeterminado (un mueble). De ahí que los artículos se clasifiquen tradicionalmente en “determinados” e “indeterminados”.
Artículos “determinados”: Se llaman también “definidos” y se caracterizan porque expresan un objeto consabido, es decir, del que ya se ha tratado con anterioridad. Los artículos determinados preceden a nombres concretos aunque, desde el punto de vista estilístico, puede haber variaciones y vacilaciones. Y así, el artículo determinado, cuando va ante nombres de personas, puede tener diversos valores expresivos: ante los nombres propios de persona es índice de habla popular (“la María”); el artículo no tiene esta connotación si se antepone a apellidos de artistas o escritores (“la Pardo Bazán”). Adquiere un sentido peyorativo cuando es usado en relatos o informes policiacos (“el Fernández”).
El artículo ante nombres geográficos presenta un uso vacilante y poco sistemático. Decimos “la Argentina”, pero no “la España”.
Algunos sustantivos femeninos que empiezan por “—a” tónica puede llevar antepuesto el artículo “el” (“el agua”, “el águila”).
Los artículos definidos o determinados son: “el” (masculino singular); “la” (femenino singular); “los” (masculino plural); “las” (femenino plural).
Artículos “indeterminados”: También se llaman “indefinidos” y, en esencia, designan un objeto no consabido por el receptor o por aquel a quien se dirige la palabra.
Los artículos indefinidos o indeterminados son: “un” o “uno” (masculino singular); “una” (femenino singular); “unos” (masculino plural); “unas” (femenino plural).
Los artículos indeterminados o indefinidos acompañan a nombres en sentido vago; y así, cuando un hablante dice “dame el libro” se refiere a un libro concreto, mientras que si dice “dame un libro” se refiere a cualquier libro y no a uno concreto.
Finalmente, señalaremos que también existe el artículo neutro “lo”. Se trata de una partícula que más bien expresa la ausencia de género. Por lo general, se utiliza el artículo neutro “lo” ante adjetivos sustantivados de carácter abstracto: “lo bueno”, “lo importante”, “lo adecuado”, “lo bello”, “lo mejor”… En este sentido, la Real Academia explica que “la sustantivación con lo da al adjetivo carácter abstracto”.
Asimismo, cabe mencionar también el caso de las “contracciones”, las cuales resultan de la unión de la preposición “a” con el artículo “el” (=”al”) y de la unión de la preposición “de” con el artículo “el” (=”del”).
Ejemplos prácticos
Como sabemos, el epíteto es en realidad un adjetivo explicativo que se emplea con una intención estilística para así incrementar, y contribuir, al atractivo de la obra literaria. Muchos escritores utilizaron, y utilizan, el epíteto antepuesto al sustantivo para impregnar su obra y sus historias de belleza; tal es el caso de Cervantes cuando, al describir la primera salida de su héroe don Quijote, emplea adjetivos antepuestos que resaltan el estilo retórico de los libros de caballerías.
Ejemplo: “Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos, con sus arpadas lenguas, habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada Aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando…don Quijote…comenzó a caminar…”
Ante nombres femeninos que empiezan por “á” tónica (aunque ésta vaya precedida de “h”) se emplea siempre el artículo “el”. Ejemplos: “el álgebra”, “el agua”, “el águila”, “el habla”, “el hacha”…
XLII
“Que las lenguas cambian es un hecho de dominio público. Incluso el no lingüista observa continuos cambios lingüísticos, la creación de nuevas palabras, la desaparición de las viejas, las modificaciones de la lengua escrita, las variaciones del estilo y el surgimiento de modas en la manera de escribir. Hasta cabe observar cambios de pronunciación en el transcurso de unos pocos años si se comparan, por ejemplo, las maneras de los más jóvenes y de los más viejos dentro de una misma comunidad lingüística.” (B. Malmberg, en “La lengua y el hombre”).
Por lo general, hasta aquí siempre se ha dicho que el pronombre sustituía al nombre, y los clásicos latinos lo denominaban “pronomen”, esto es, >; y, aunque esta aseveración sigue siendo cierta, sin embargo, no siempre el pronombre tiene como función sustituir al nombre. De ahí que se hable de los pronombres personales y su función y significación, y también de la morfología de los pronombres personales. Martín Alonso afirma que Hemos de huir de la manía arbitraria de considerar el pronombre como sustitutivo de nombre, solamente para evitar su repetición {…}. El pronombre, por el contrario señala los seres sin caracterizarlos, sin darles notas especificas, actuando en la frase como un puntero o señalador de cosas.
Así, por ejemplo, si reparamos en la frase “Vio la casa”, el sustantivo casa puede ser sustituido por el pronombre “la”, de donde resultará el aserto “La vio”. Por tanto, aunque en este caso el pronombre sí ha sustituido al nombre, no siempre es posible hacerlo; tal ocurre, por ejemplo, con el pronombre “yo” en la oración “Yo vi la casa”, donde es posible comprobar que el sustantivo “casa” no puede ser sustituido por el pronombre “yo”. Otro tanto sucede con la afirmación “Tú viste la película”, en la que el pronombre personal de segunda persona, “tú”, no sustituye gramaticalmente al sustantivo película. Por consiguiente, tanto el pronombre personal de primera persona, “yo”, como el pronombre personal de segunda persona, “tú” —siempre que estén en singular—, no son verdaderos sustitutos gramaticales y, en consecuencia, algunos lingüistas y gramáticos prefieren llamarlos “nombres personales”.
Por tanto, desde el punto de vista semántico, y dependiendo de los términos que lleven en torno suyo, los pronombres adquieren su significado pleno dentro del contexto en que vayan o se realicen, luego tienen un significado ocasional, por lo que puede decirse que los pronombres son palabras sin significado léxico y desempeñan las mismas funciones que los nombres y los adjetivos, es decir, pueden ser sujetos, núcleos de sintagmas nominales, complementos directos…
Hay varias clases de pronombres: personales, demostrativos, posesivos, relativos, indefinidos, interrogativos y exclamativos, etc. De entre todos ellos, destacaremos en primer lugar los pronombres personales.
Pronombres personales
En general, los pronombres personales sirven para indicar la situación del hablante en el diálogo o para presentar los interlocutores en un determinado contexto: El pronombre “yo”, de primera persona, señala al que habla, es decir, al emisor. Mientras que la segunda persona indica la situación del que escucha, es decir, del receptor. Finalmente, la tercera persona indica de quién o de quiénes se habla.
La función de los pronombres es gramatical. Su naturaleza es sustantiva, y pueden presentarse como sustitutos de otras palabras, ya citadas en el discurso, a las que hacen referencia, de ahí que, como ya hemos dicho anteriormente, desempeñen las funciones de sujeto, complemento directo y complemento indirecto. Por tanto, puede establecerse la interrelación de los tres pronombres personales fundamentales —”yo”, pronombre personal de primera persona; “tú”, pronombre personal de segunda persona; “él”, pronombre personal de tercera persona— que se ilustra a continuación:
— Pronombre personal de la persona: Señala la principal referencia del diálogo o la conversación, luego se trata de la persona que habla o emite el mensaje. Su representación, en singular, es “yo”, y desempeña la función de sujeto. El plural de la primera persona es “nosotros” para el masculino y “nosotras” para el femenino, ambas formas también desempeñan la función de sujeto.
Otras subclases de pronombres personales de primera persona son: “mí”, “me”, “conmigo”, para el singular, y “nos” para el plural. Asimismo, “mí” puede llevar adherida la preposición “con”, de donde resulta la forma flexiva “conmigo”; “me” desempeña las funciones tanto de objeto directo como indirecto; también, “conmigo” funciona como un complemento circunstancial y puede tener valor reflexivo, por ejemplo: “hablo conmigo mismo”; en cuanto a “nos” puede funcionar como objeto directo o indirecto.
— Pronombre personal de la persona: Presenta al interlocutor, esto es, a la persona que escucha, recibe o lee el mensaje. Su representación, en singular, es “tú” (o las variantes “usted” y “vos”), y desempeña la función de sujeto. El plural de la segunda persona es “vosotros”, para el masculino, y “vosotras” para el femenino (o la variante “ustedes” indistintamente para el masculino y el femenino), ambas formas desempeñan la función de sujeto.
Otras subclases de pronombres personales de segunda persona son: “re”, “ti” (o las variantes “usted” y “vos”), “contigo”, para el singular, y “os” para el plural. En todo caso, “te” desempeña las funciones tanto de objeto directo como indirecto; “tí” lleva adherida la preposición “con” lo que da lugar a la forma flexiva “contigo” que, además, funciona como un complemento circunstancial y puede actuar con valor reflexivo. Ejemplo: “hablas contigo mismo”. Respecto a “os” puede funcionar como objeto directo o indirecto.
— Pronombre personal de la persona: Es la persona de la que se habla, la persona que no participa activamente en la conversación ni en el coloquio: “Puede incluso definirse por oposición a las otras dos como la persona no interlocutora, ausente del continuo ir y venir del mensaje”. Su representación, en singular, es “él”, para el masculino; “ella”, para el femenino y “ello” para el neutro, y en todos los casos desempeña la función de sujeto. El plural de la tercera persona es “ellos”, para el masculino, y “ellas” para el femenino, ambas formas desempeñan también la función de sujeto.
Otras subclases de pronombres personales de tercera persona son: “le”, “la”, “lo”, “se”, “sí”, “consigo”, para el singular, y “les”, “las”, “los”, “se”, “sí”, “consigo”, para el plural. Por otra parte, “le” funciona como objeto indirecto; “la” desempeña la función de objeto directo; “lo” funciona como objeto directo; “se” hace el oficio de objeto indirecto; “sí” lleva adherida la preposición “con”, lo que da lugar a la forma flexiva “consigo”, que funciona como complemento circunstancial y, además, siempre actúa como reflexivo, al igual que “sí”. Ejemplos: “Luisa habla consigo”; “Luisa volvió en sí”. Asimismo, “les” funciona como objeto indirecto; “las”, al igual que “los”, actúa como objeto directo; finalmente, las formas “se”, “sí” y “consigo” tienen en plural idénticas funciones que en singular. Por otra parte, señalaremos que las formas neutras “lo” y “ello” son privativas del pronombre personal de tercera persona, lo cual asegura y confirma “su especial y no directa función en el diálogo.”
También, añadiremos que “usted” y “ustedes” son formas de cortesía; en cuanto a “vos”, su empleo es literario, y tanto “vos” como “nos”, diremos que se usaron antiguamente como plurales de respeto, se trata del llamado “plural mayestático”.
Ejemplos: “Nos el Papa”. “Nos el Rey”.
Por otra parte, señalaremos que los plurales personales, “nosotros” y “vosotros”, no representan la suma de los singulares “yo” y “tú”: >
A propósito de los pronombres personales, la Real Academia explica que >
XLIII
El habla es una actividad humana que varía sin límites precisos en los distintos grupos sociales, porque es una herencia puramente histórica del grupo, producto de un hábito social mantenido durante largo tiempo. Varía del mismo modo que lo hace todo , esfuerzo creador, quizá no de modo tan consciente, pero en todo caso de modo tan , verdadero como las religiones, las creencias, las costumbres y las artes de los diferentes pueblos. El caminar es una función orgánica, una función instintiva (aunque no, por supuesto, un instinto en sí mismo); mientras que el habla es una función adquirida, cultural» (E. Sapir, en el “Lenguaje”).
Continuando con nuestra descripción del pronombre, categoría variable o parte del discurso que, como ya quedó dicho, los clásicos latinos llamaban “pronomen”, y una vez enumeradas sus principales funciones, entre las que destacaban el “referirse a un nombre u objeto ya conocido” y “desempeñar los oficios en la frase de sujeto, predicado y complemento”, nos ocuparemos ahora de las clases de pronombres. Y así, puesto que ya hemos definido con anterioridad los pronombres personales, desarrollaremos a continuación las restantes clases de pronombres, empezando por los denominados “pronombres posesivos” para, más adelante, describir las restantes clases de pronombres, a saber: demostrativos, relativos, indefinidos, interrogativos y exclamativos, etc.
Sin embargo, antes de entrar a describir los pronombres posesivos, conviene detenerse en el uso de los pronombres de tercera persona “le”, “la” y “lo”, cuyo incorrecto empleo da lugar a los fenómenos conocidos como leísmo, laísmo y loísmo. Dado que la lengua, como tantas veces hemos repetido —y así lo aseveramos en la entradilla de la presente sección, al citar una frase del prestigioso lingüista Edward Sapir— se halla en continua evolución, esas formas de los citados pronombres personales están también, como la lengua misma, dentro de un proceso de transformación y cambio. En consecuencia, vale la pena significar que determinadas lenguas románicas heredaron del latín la denominada declinación pronominal y, en el caso del español, esa declinación pronominal quedó reducida a tres casos: “nominativo”, “acusativo” y “dativo”. Por lo tanto, al no tener esta nueva lengua un sistema completo, podía suceder que la comunidad de hablantes no llegara a comprenderla bien y que, en determinadas ocasiones, se usara incorrectamente. Lo cierto es que muy pronto el idioma español fue perdiendo la distinción original entre el uso del “dativo” y el “acusativo” hasta que los hablantes, al confundir ambos casos, tendieron a emplear otras nociones que les resultaban más comprensibles. Por ejemplo, prefirieron la oposición entre el sujeto y el complemento, la diferencia palpable entre el género masculino y el femenino o el neutro…
Por consiguiente: “Esta evolución de los pronombres átonos complementarios es la causa del gran número de confusiones y problemas que el uso y la interpretación de le, la, y lo plantea no solo a los hablantes sino también a las gramáticas españolas. Confusión agravada por tratarse de un proceso o evolución que todavía está en curso y que además presenta distintos grados y orientaciones, según sea la región española de que se trate.”
Leísmo
Como ya sabemos, está comúnmente aceptado que, en español, “le” funciona como objeto indirecto; “la” desempeña la función de objeto directo y “lo” funciona como objeto directo. Por tanto, matizando más la función de este pronombre personal de tercera persona, observamos que las formas para el objeto directo son “lo” (masculino y neutro) y “la” (femenino), con sus correspondientes plurales “los” y “las”. De ahí que, al sustituir un nombre de persona o un nombre de cosa por un pronombre que hace oficio de complemento directo, ambos coinciden. Y así, cuando reparamos, por ejemplo, en la frase “Miro el cuadro”, y la comparamos con la expresión “Lo miro”, tenemos que “el cuadro” —en la primera frase— es objeto directo y que coincide con el también objeto directo “Lo”, de la segunda expresión. Es decir, que en definitiva “Miro el cuadro” equivale a “Lo miro”. Del mismo modo, si comparamos la frase “Veo a Luisa” con la expresión “La veo”, observamos que en la primera el objeto directo es “a Luisa”, mientras que en la segunda expresión el objeto directo es “La”. Luego, podemos concluir que ambas frases coinciden y “Veo a Luisa” equivale a “La veo”. Pues bien, a veces, en los ejemplos propuestos, los hablantes —quizá por la similitud con las formas “me” y “te”— emplean la forma “le” en lugar de “lo” o de “la”: cambian el objeto directo “la” o “lo” por el objeto indirecto “le”. Este cambio se conoce con el nombre de “leísmo” y está aceptado por la Real Academia en los casos de nombres de personas; por ejemplo, si tenemos la frase “Vio a Pablo”, equivalente a la expresión “Lo vio”, señalaremos que también se puede decir “Le vio”.
Sin embargo, el “leísmo” no está admitido, ni es recomendado, con nombres de cosa; por ejemplo, si tenemos la frase “Vio el cuadro”, equivalente a la expresión “Lo vio”, advertiremos que es incorrecto decir “Le vio”.
Asimismo, hemos de señalar que en la función de objeto indirecto se emplean, indistintamente para el masculino y el femenino, las formas “le” y “les”. Ejemplos: “Escribí una carta a Luisa” equivale a “Le escribí una carta”. “Escribí una carta a Pablo” equivale a “Le escribí una carta”. En ambos ejemplos el pronombre personal “le”, que funciona como objeto indirecto, no experimenta variación de género.
Y, en fin, abundando más en nuestra definición del “leísmo”, señalaremos que, respecto al empleo incorrecto de “le” “la” y “lo”, se la dicho que la primera confusión tuvo su inicio en Castilla, y que afectó al uso de le, «que invadió el campo del complemento directo masculino dando origen a lo que denominamos “leísmo”. Las alternativas de esta concurrencia, que se pueden registrar en épocas históricas muy remotas, ha conducido a la Academia Española a proponer una solución intermedia entre el puro esquema etimológico y el más usual en la región castellana. La Academia permite el uso de “le” como complemento directo “de persona” y perpetúa el uso de “lo” como complemento directo “de cosa”. Según esta norma es correcto: “le encontré camino de su casa” (refiriéndose a una persona); pero si la referencia se dirige a un objeto habría que decir: “lo encontré (el objeto) camino de casa”.
Laísmo
Es un fenómeno mucho más vulgar que el “leísmo” y se produce al emplear la forma “la” (objeto directo, como ya sabemos) en función de objeto indirecto. El fenómeno del “laísmo” es muy grave, desde el punto de vista gramatical, y no está admitido por la Real Academia. Y así, en la frase “Escribí una carta a Luisa”, equivalente a la expresión “Le escribí una carta”, el fenómeno vulgar del “laísmo” convertiría esta última expresión en el mensaje incorrecto “La escribí una carta”.
Por consiguiente, llamamos “laísmo” al uso del pronombre átono “la” como complemento indirecto femenino: “la dije (a ella) que estabas aquí”, en vez de “le dije (a ella) que estabas aquí”. Lo mismo sucede en el plural, y constituye un error el siguiente ejemplo: “las dije” (a ellas), en lugar del uso etimológico correcto “les dije” (a ellas).
No obstante, conviene señalar que, tal como explican los estudiosos de la lengua, “El uso literario y la preceptiva misma de la gramática y de la enseñanza han frenado la evolución en este sentido y han contenido el laísmo al que se considera como incorrecto. Este uso laísta caracteriza a la región castellana y muy especialmente a Madrid”.
Loísmo
Su uso es menos frecuente que los anteriores y consiste en emplear la forma “lo” como si hiciera las veces de complemento indirecto. Y así, en la expresión “Concedieron un premio a Pablo”, equivalente a la frase “Le concedieron un premio”, el fenómeno del “loísmo” convierte a esta última en el aserto incorrecto “Lo concedieron un premio”.
En definitiva, los estudiosos de la lengua española explican, a propósito del “loísmo”, lo siguiente: “Llamamos “loísmo” al uso de “lo” o del plural “los” como complemento indirecto en Dativo (tanto masculino como neutro) en lugar de “le” y “les”. Se trata de una vacilación muy extendida tanto en el habla popular como culta y que afecta y se extiende al uso literario: “no lo he dado importancia” (por “no le he dado importancia”. “No los hace caso” (por “no les hace caso”).
Habrá que tener muy en cuenta, además, que en estos errores y problemas, como en otros muchos relacionados con la gramática, en los que el castellano o español está en evolución, lo verdaderamente importante es saber cuál es la situación presente, ya que ella es la que marca la norma del uso que llamamos correcto.”
Pronombres posesivos
Los posesivos se consideran términos pronominales que indican que lo nombrado por el sustantivo a que hace alusión es de la posesión o pertenencia de la primera, segunda o tercera persona que interviene en el diálogo. Y así, las formas de los pronombres posesivos son: “mío”, “tuyo” y “suyo”, para el singular (con sus correspondientes formas apocopadas “mi” “tu” y “su”), y “nuestro”, “vuestro” y “suyo” (para las personas del plural). Las formas apocopadas se emplean también en plural y permanecen invariables en cuanto al género, luego sólo varían de número, ejemplos: mi coche / mis coches; tu libro / tus libros; su chaqueta / sus chaquetas . Es importante advertir que los posesivos se refieren a las terceras personas de singular y plural; cada uno tiene cuatro formas (“tuyo, tuya, tuyos, tuyas”) y, por lo general, también se emplean con su función adjetiva. Y, desde el punto de vista de la significación, “nuestro” y “vuestro” pueden emplearse en singular, como en el caso de que una persona represente a una empresa, compañía o entidad; y así, cuando alguien forma parte del cuerpo de redacción de un periódico puede expresarse, por ejemplo, como sigue: “decíamos en nuestro artículo de opinión…. ”
— Los pronombres posesivos de 1ª persona pueden tener un poseedor y varios poseedores: Ejemplos con un poseedor: mío /míos; mía/mías; mi/mis.
Ejemplos con varios poseedores: nuestro/nuestros; nuestra/nuestras.
— Los pronombres posesivos de 2ª persona también pueden tener un poseedor y varios poseedores.
Ejemplos con un poseedor: tuyo/tuyos; tuya/tuyas; tu/tus.
Ejemplos con varios poseedores: vuestro/vuestros; vuestra/vuestras.
— Los pronombres posesivos de 3ª persona pueden tener uno o varios poseedores. Ejemplos: suyo/suyos; suya/suyas; su/sus.
XLIV
“Mediante la lengua, el hombre describe el mundo, da forma verbal a su pensamiento, sentimiento y voluntad, actúa sobre los otros hombres. La visión máximamente optimistas dirá que la lengua es una parte o al menos un revestimiento exacto de aquello que describe, dirá también que su estructura es la del pensamiento lógico; dirá que hace visible el mundo del sentimiento y que tiene poder.” (Francisco Rodríguez Adrados. “Alabanza y vituperio de la lengua”).
Para acabar con la descripción de los pronombres posesivos, recogeremos las teorías que, en tal sentido, enuncia la Real Academia: Los pronombres posesivos no tienen raíces que no pertenezcan también a los pronombres personales. Se diferencian de ellos morfológicamente por carecer de flexión casual. Se caracterizan además por la propiedad sintáctica de aparecer siempre, fuera de su función como predicados, en construcciones atributivas, a diferencia de los pronombres personales, que están privados de esta propiedad. (La subdivisión del nombre en dos subclases, nombre sustantivo y nombre adjetivo, es también aplicable a los pronombres, con la única diferencia de que los pronombres son o exclusivamente sustantivos, como los personales, o exclusivamente adjetivos, como los posesivos, o indistintamente lo uno y lo otro, como “alguno”, “mucho”. Los nombres, en cambio, son predominantemente sustantivos o adjetivos y el paso de una subclase a otra, con diferentes grados de sustanciación o de adjetivación, es fácil y frecuente en esta categoría de palabras.)
Los elementos que entran en la formación de los pronombres posesivos desempeñan diferente función gramatical. Por su raíz, los posesivos distinguen la categoría de persona ( 1ª, 2ª y 3ª) y son deícticos o anafóricos, no de otra manera que los pronombres personales. Sin embargo, este elemento radical no distingue nunca el sexo o el género gramatical de la persona o nombre a que señala, y en algunos casos, ni el género ni el número. “Nuestro” señala deícticamente a un plural, y en este sentido es plural pronominalmente, pero alude lo mismo a “nosotros” que a “nosotras” (“nuestro” = “de nosotros”, “de nosotras”). “Su” y “suyo” señalan indistintamente a un plural o a un singular, a un masculino, un femenino o un neutro (“suyo” = “de él”, “de ella”, “de ellos”, “de ellas”, “de ello”). Por el morfema de número, como en “mi”, “mis”, y en otros casos por los morfemas de género y número, como en “míos”, “mías”, se relacionan con el nombre, o palabra que haga sus veces, concertando con él en número y decidiendo a veces el género gramatical a que pertenece dicho nombre en los casos en que carece de forma genérica específica, como en “idólatras suyos y secuaces nuestros”.
Están, pues, implicadas en el pronombre posesivo una referencia a alguien o algo que posee, tiene, incluye en sí o está en determinada relación con alguien o algo, y una relación con la persona o cosa poseída, tenida, incluida, etc., representada por la palabra de que el posesivo es atributo. La palabra “posesivo” es un término convencional, pues aunque “nuestro” puede para frasearse casi siempre por “de nosotros”, la preposición “de” tiene en la paráfrasis muy variadas significaciones: “nuestro dinero”, “nuestro hijo”, “en nuestra busca” (“nos buscan”), “nuestra marcha” (“marchamos”). […) Como los pronombres personales, los posesivos distinguen formas acentuadas e inacentuadas, y contrastando con aquellos, formas apocopadas y formas plenas.
Ambigüedad en el uso de “su”
Finalmente, hemos de recordar que, tal y como se desprende de lo dicho hasta aquí, en español, el sistema de los posesivos abarca dos series: la adjetiva y la pronominal; ambas se diferencian, sobre todo porque aquélla es átona, mientras que ésta es tónica (el posesivo adjetivo es átono y el posesivo pronombre es tónico). Ejemplos: “mi cuaderno”/”el mío”; “mi bicicleta”/”la mía”.
En todo caso, cabe señalar que, en opinión de prestigiosos lingüistas, la “referencia principal de este sistema se dirige a la caracterización de las cosas poseídas, quedando a menudo en una posición ambigua la referencia al poseedor”. Así pues, en el ejemplo “Vimos a sus amigos”, amigos está claramente concordado con sus, pero el poseedor puede ser una persona en singular, usted, o varias personas, “ustedes”.
Asimismo, también es posible “una referencia no posesiva, sino de pertenencia o relación personal o afectiva (mi patria, mi vecino).”
Además, en el sistema posesivo español, existe cierta ambigüedad en el uso de “su”, donde no solamente falta la indicación clara del género del poseedor sino también la de su número. Y así, la misma forma “su” puede utilizarse en varios casos: “su” (de él); “su” (de ella); “su” (de usted); “su” (de ustedes); “su” (de ellos); “su” (de ellas).
El prestigioso filólogo y gramático Emilio Lorenzo, en su obra “El español de hoy, lengua en ebullición”, se refiere a esta ambigüedad que venimos señalando en el uso de “su” y explica cómo “las fórmulas que hoy y en otros tiempos ofrece el español para subsanar la ambigüedad del sistema —(su padre de usted, el libro de ella, la casa de éstos) parecen sólo medidas de emergencia y no las soluciones satisfactorias y permanentes que una auténtica necesidad suscitaría e impondría”. El autor citado añade, no obstante, “que el hablante español, cuando le interesa, sabe expresar la relación entre las cosas y sus poseedores por otros medios, si bien casi siempre de una manera atenuada: se puso el abrigo; se le murió el padre; le rompieron las gafas; le robaron el coche; sacamos los billetes esta mañana; etc.” Y, para terminar, comenta lo siguiente: “Todavía Cervantes añoraba aquella edad dorada en que se ignoraban las dos palabras “tuyo” y “mío” (Quijote, I, 11), pero ¿cuántos son hoy los que consideran inútiles los posesivos? Y, dentro de éstos, ¿cuáles se prodigan más: el “mío”, el “tuyo” o el “suyo” ? (“lo mío y lo tuyo” estamos aquí para defenderlo; lo “suyo”, aunque sea “de usted”, interesa menos afirmarlo). En este caso, la ambigüedad de “su”, “suyo” no parece obedecer a actitudes altruistas”.
La Real Academia, por su parte, abunda en el asunto de la ambigüedad de los posesivos y manifiesta lo siguiente: “Para evitar la ambigüedad que resulta en el empleo de “su”, “suyo” (= “de él”, “de ella”, “de ellos”, “de ellas”, “de ello”) suele sustituirse el posesivo por las fórmulas preposicionales: “Miraba su propio retrato en los ojos de él” (Unamuno, “Tres novelas ejemplares”), sustitución supeditada a la naturaleza de las construcciones y a la clase de relación “posesiva” que representa “de”. En la construcción antigua “su madre de Celestina” (hoy solo conservada con el complemento “usted”:”su hijo de usted”) hay un cruce de “su madre” y “la madre de Celestina” . La debilitación en español del valor reflexivo originario de “su”, “suyo”, causa de la ambigüedad, se corrige reforzando el valor reflexivo del pronombre con la adición del adjetivo “propio”, como en la primera parte del pasaje de Unamuno.”
Pronombres demostrativos
Tienen su origen, los pronombres demostrativos, en la necesidad de señalamiento, de ahí que su función sea “mostrar” los objetos; como dijo el gran gramático Bello, los pronombres demostrativos son aquellos de que nos servimos para mostrar los objetos señalando su situación respecto de determinada persona. Por tanto, los pronombres demostrativos señalan y muestran el objeto indicando distancia respecto de las tres personas gramaticales.
Las formas de los pronombres demostrativos, atendiendo a los diversos formas de señalamiento son: — “este”, “esta”, “estos”, “estas” (para indicar la cercanía del sujeto a la primera persona).
— “ese”, “esa”, “esos”, “esas” (para indicar la cercanía del objeto a la segunda persona).
— “aquel”, “aquella”, “aquellos”, “aquellas” (para señalar la distancia del objeto respecto a la primera y segunda personas).
Por lo demás, en la práctica de la lengua, los pronombres demostrativos son siempre palabras prosódicamente acentuadas, pues así se diferencian de los adjetivos demostrativos, que no se acentúan.: “La norma académica estableció, sin embargo, para los demostrativos una regulación ortográfica especial basada en la diferente función que desempeñan: se emplea la tilde cuando el pronombre es sustantivo (“éste”, “aquél”) y no se emplea cuando es adjetivo (“este lugar”, “aquel día”)”. Sin embargo, siempre que no exista anfibología se puede prescindir de la tilde.
Busquemos en el diccionario el significado del vocablo “anfibología”.
— anfibología: “Doble sentido, vicio de la palabra, cláusula o manera de hablar, a que puede darse más de una interpretación”.
Texto donde Don Quijote habla de un tiempo en que el significado de los posesivos “tuyo” y”mío” era ignorado:
— “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto.”
XLV
“Cuanto más concuerde una frase o una alocución con las experiencias de quien lee o escucha, tanto más efectiva y convincente será. Es en la comunicación, en el intercambio, donde los seres humanos toman conciencia de sus experiencias y donde las verifican. El buen estilo y el lenguaje correcto, aprovechan al lector, al oyente y al espectador.” (Enrique Fontanillo y María Isabel Riesco, en “Teleperversión de la Lengua”).
Siguiendo con nuestra descripción de las diversas clases de pronombres, y después de haber definido, de forma exhaustiva, los personales, posesivos y demostrativos, corresponde iniciar el análisis de los llamados pronombres relativos para, más adelante, ocuparnos de los pronombres indefinidos y terminar con el estudio de los interrogativos y exclamativos. No obstante, antes de entrar en materia, conviene señalar que, tal como ya quedó dicho al hablar de Fonología y Fonética, todas las formas del pronombre demostrativo llevan acento de intensidad, aunque no por ello será obligatorio señalar tales palabras con tilde, únicamente habrá que poner acento ortográfico cuando exista riesgo de anfibología o ambigüedad y no sea posible distinguir las diferentes funciones de determinados términos.
Asimismo, es necesario recordar que las diferentes clases de señalamiento han hecho necesaria la existencia de los pronombres demostrativos y, a su vez, la relación de éstos con el artículo. De ahí que pronombres demostrativos y artículos posean unos mismos caracteres morfológicos, especialmente en cuanto a las variaciones de género y número: “Todas las formas del demostrativo y del artículo masculinas y femeninas pueden agruparse con un nombre sustantivo o con la palabra que haga sus veces, las del artículo precediéndole: el mar, la mayor injusticia, el buen vivir, el cómo y el cuándo, las del demostrativo antepuestas o pospuestas: este negocio, aquella verdad, el hombre ese. Pero son incompatibles en posición inicial; el hombre ese, como acabamos de ver, pero no: el ese hombre. Por otra parte, todas las formas del demostrativo pueden actuar ilimitadamente como sustantivos (las neutras solo como sustantivos). En estos casos carecen, lo mismo que los pronombres personales, de la propiedad de ir acompañadas por atributos, si se exceptúa un reducido número de adjetivos: estos mismos, aquella sola, todos esos. {…} Las formas del artículo masculinas y femeninas realizan un género especial de señalamiento a un sustantivo del contexto o a algo presente en la situación, agrupándose entonces con un adjetivo. El adjetivo no es propiamente atributo del artículo, sino del sustantivo que el artículo representa: El mundo nuevo y el antiguo; ¡Qué memoria la mía! Los demostrativos masculinos y femeninos realizan pocas veces este género de señalamiento: Me ofrecen ese coche, pero yo prefiero este negro. Pero tanto el artículo como los demostrativos deícticos o anafóricos pueden introducir cláusulas de realtivo: los que fueron, esos que ves; hoy raramente el artículo cuando precede al relativo una preposición: aquél (con, de, en …) que; el de ahora, lo de marras.” (Real Academia).
Pronombres relativos
Se dice que los relativos, al igual que los restantes pronombres, tienen una significación circunstancial u ocasional y, además, su función es similar a la de los nombres sustantivos. Por consiguiente, podemos afirmar que un pronombre relativo es una forma sustantiva y que su significado, según los casos, está contenido en su antecedente. Pero además, los pronombres relativos, y en esto se diferencian de los restantes pronombres, también tienen la particularidad de introducir oraciones subordinadas y, en consecuencia, se puede decir que son bifuncionales: “Se diferencian de los restantes pronombres por el hecho de funcionar simultáneamente, en la mayor parte de los casos, como nexos de subordinación. El relativo, como nexo de subordinación, forma parte de la cláusula subordinada”. Esas oraciones subordinadas, introducidas por un pronombre relativo, se denominan “oraciones de relativo”, pero también se las conoce más comúnmente por el nombre de “oraciones subordinadas adjetivas”, o simplemente “adjetivas”, ya que el elemento antecedente es sustantivo. Ejemplo: “La casa que compré está muy deteriorada”. En opinión de Lázaro Carreter, el relativo es “todo elemento que hace referencia a algo ajeno a sí mismo; su forma, su función o su significación vienen condicionadas, pues, por dicha referencia”. El mismo autor, a propósito del relativo, añade lo siguiente: “término con que nos referimos abreviadamente al pronombre relativo. Este ejerce dos funciones fundamentales. Una anafórica, con relación al antecedente, y otra de nexo entre una oración principal y otra subordinada o inordenada, Así, en la frase “el libro que has leído es mío”, el pronombre “que” reproduce a “libro” y sirve de nexo conjuntivo entre la oración principal (“el libro es mío”) y la inordenada (“que has leído”).” Además, Lázaro Carreter habla de la “Oración de relativo o relativa”, para referirse a las oraciones subordinadas adjetivas, y en tal sentido explica lo siguiente: “Con este nombre y con el de “oración adjetiva” se designa toda subordinada o inordenada que se relaciona con la principal por medio de un pronombre relativo. Las oraciones relativas pueden ser explicativas y especificativas .”
Las formas de los pronombres relativos son idénticas a las de los pronombres interrogativos, aunque los relativos no llevan tilde. Por lo demás, la formas relativas suelen definirse como aquellas que hacen referencia a algo ajeno a sí mismo, y son: “que”, “cual”, “quien” y “cuyo”.
— “que”: se le denomina también “relativo de generalización” pues, de entre todos los pronombres relativos heredados del latín, es el que se usa con mayor frecuencia: “la casa que…”, “la persona que…”, “la mujer que…”, “el hombre que…”, “La casa en la que nací”, “Tengo varias cosas a las que atender”, “Supo lo que pasa”.
De todo lo anterior se deduce que el pronombre relativo “que” puede ir precedido de artículo, en cuyo caso forma los grupos “el que”, “la que”, “los que”, “las que” y “lo que”. Estos artículos están considerados como antecedentes en singular y en plural, de persona y de cosa o como neutro. Además, el relativo “que” puede ir precedido por preposiciones: “aquel es el hombre de que te hablé.”
Asimismo, el pronombre relativo “que” es invariable y, además de introducir oraciones especificativas y explicativas, puede ser sujeto y complemento: “Los comerciales que habían seguido el cursillo con aprovechamiento, lograron pronto los objetivos propuestos por la empresa” (oración especificativa). “Los comerciales, que habían seguido el cursillo con aprovechamiento, lograron pronto los objetivos propuestos por la empresa” (oración explicativa).
— “cual”: siempre se utiliza precedido de artículo, incluso en el caso del neutro, y se refiere a personas, animales y cosas; suele emplearse cuando el antecedente es complemento y no está cercano, y en caso de que el antecedente sea una oración se emplea “lo cual”: “La ternura de la cual era capaz…”, “Recuerdo aquel coche negro, el cual nunca tuvo graves averías”, “Estaba acostumbrado a caminar, lo cual era beneficioso para su salud”.
De lo antedicho se deduce que el pronombre relativo “cual” puede tomar las formas “el cual”, “la cual”, “los cuales” y “las cuales”.
— “quien”: siempre se refiere a personas, nunca lleva artículo y puede funcionar como sustantivo, en cuyo caso el antecedente aparece de forma expresa como término independiente. Asimismo, se emplea cuando el antecedente es complemento y puede introducir oraciones especificativas y explicativas; cuando actúa como sujeto de una oración únicamente puede introducir oraciones explicativas: “Llamaron a los bomberos, quienes acudieron con prontitud”, “quien calla otorga”, “quien venga detrás que arree”, “no tengo quien me quiera”.
— “cuyo”: concuerda con un nombre, al cual precede y del que es complemento, de ahí que se le haya llamado también “relativo posesivo”; además, puede ir acompañado de preposiciones: “Adquirió un coche antiguo, cuya principal característica es que se le puede quitar el techo”.
A propósito del pronombre relativo “cuyo”, la Real Academia dice lo siguiente: Cada uno de los masculinos y femeninos, singulares y plurales del relativo “cuyo” se antepone como adjetivo a un nombre apelativo, con significación de persona o de cosa, de la cláusula subordinada.
— “cuanto”: además de adverbio de cantidad, “cuanto” también puede ser pronombre relativo, y se emplea cuando tiene a “todo” como antecedente; de ahí que “cuanto”, “cuantos” y “cuantas” equivalgan a las formas “todo el que”, “todos los que” y “todas las que”, respectivamente: “Tomaba nota de cuantas incidencias iban produciéndose durante el viaje”, “Me explicó cuanto sabía y conocía acerca de tan engorroso asunto”.
Ejemplo del texto con en el que Cervantes inicia su inigualable, y universal, relato titulado “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha”, y donde el empleo del pronombre relativo “cuyo” ha quedado como paradigma del buen decir y el bien narrar:
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.”
XLVI
“El lenguaje y, en él, la escritura irrumpen con una forma nueva en el proceso de la comunicación. Entre la exterioridad y la supuesta interioridad se intercala un bloque de mensajes, insinuaciones, sentidos, opiniones, valoraciones que transforman la, en el fondo, solitaria fortaleza del yo.” (Emilio Lledó, en “El surco del tiempo”).
Corresponde aquí disertar sobre los pronombres indefinidos, de los que, en un primer acercamiento, puede afirmarse que se caracterizan porque su significación es indeterminada u ocasional y, además, su naturaleza resulta similar a los pronombres llamados cuantitativos; éstos indican número, aunque de una manera imprecisa, mientras que los indefinidos hacen referencia a la identidad. Pero, la significación de los indefinidos también puede hacer mención al objeto de modo general. La Real Academia contempla los pronombres indefinidos y los cuantitativos al mismo tiempo, y explica que ambos poseen componentes conceptuales y realizan esa referencia sin identificar personas y cosas, bien porque no importa o no conviene o no es posible esta operación: “La denominación de indefinidos conviene, pues, a todos los pronombres, incluso a los numerales. No solo “alguien” deja sin determinar si se trata de este o aquel, de Juan o de Pedro. En la frase nominal “los dos”, la determinación está a cargo del artículo. La denominación de cuantitativos suele aplicarse especialmente a los indefinidos que designan un número indeterminado de objetos: “muchos días”, “pocas esperanzas”, o una cantidad indeterminada a un grado indeterminado de algo: “bastante agua”, “demasiado calor”. Esta noción cuantitativa y numérica hace posible ordenar estos pronombres en series de mayor a menor número, cantidad, grado o inversamente (incluyendo a los numerales): “uno, “dos”, “tres “…”pocos”, “muchos”, “todos”; “bastante”, “mucho”, “demasiado”, “todo”. Algunos pronombres indefinidos, a los que no suele aplicarse esa denominación, no dejan de poder incluirse en la escala creciente o decreciente de los cuantitativos. No solamente “algunos” representa un número indeterminado de unidades, “alguien” y “alguno” una sola unidad, “algo” una cantidad mayor o menor. También “nadie” y “nada” representan el número “cero” y la cantidad “cero” de la escala: “nadie”, “alguien”, “dos”, “tres” …”varios”, “muchos “; ” nada”, “algo”, “poco”, ” bastante “, “demasiado”. Los términos indefinidos y cuantitativos son, por consiguiente, compatibles en muchos casos.”
Los pronombres indefinidos que tienen una significación indeterminada u ocasional son: “algo”, “alguien”, “alguno”, “cualquiera”. Y, entre los pronombres indefinidos que hacen mención al objeto de modo general, destacaremos “todo”, “nada”, “nadie”. Por lo demás, se dice que los pronombres indefinidos son correlativos de los interrogativos. Y así, pongamos por caso, si reparamos en una frase construida con el pronombre interrogativo “¿quién?” y, por ejemplo, nos preguntamos “¿Quién lo ha dicho?” se puede responder “alguien lo ha dicho”, “nadie lo ha dicho”, “cualquiera lo ha dicho”, “uno lo ha dicho”, “alguno lo ha dicho”, “ninguno lo ha dicho”… Y lo mismo ocurre con las respuestas a la pregunta “¿Qué podré hacer?”, las cuales podrían construirse como sigue: “algo podré hacer”, “nada podré hacer”, “poco podré hacer”, “mucho podré hacer”…
Son pronombres indefinidos los siguientes:
— “uno”: tiene variación de género y número (“uno”/”una”, “unos”/”unas”), y el neutro es “uno”. Esta forma neutra se emplea, hoy día, exclusivamente en el campo literario: “Una cosa es lo natural; otra lo sobrenatural. Uno, la rutina; otro, la libertad del día feriado. Uno, el pan nuestro de cada día; otro, la golosina” (Pérez de Ayala, en “El curandero de su honra”).
— “alguno” y “ninguno”: se trata de dos pronombres indefinidos compuestos con “uno”. Aunque el pronombre indefinido “alguno” está considerado como un término positivo, en ocasiones se emplea como término negativo. Y así, especialmente en la lengua literaria, se leen a menudo frases como “en parte alguna” o “en modo alguno” que, respectivamente, significan “en ninguna parte” y “de ningún modo”. En determinadas construcciones, ambos pronombres indefinidos se pueden intercambiar, llegando a producirse entre ellos cierta neutralización: “sin esperanza ninguna”/”sin esperanza alguna”; en este caso aparecen asociados a una frase negativa. Asimismo, ambos pronombres indefinidos tienen variaciones de género y número y, además, no se diferencian morfológicamente: “alguno”/”alguna”; “algunos”/”algunas”; “ninguno”/”ninguna”; ” ningunos “/” ningunas “.
El pronombre indefinido “alguno” toma la forma “algún” cuando va delante de un nombre masculino singular: “¿Ha llegado algún tren?”, ¿Se ha editado algún libro nuevo este mes?
El pronombre indefinido “ninguno” toma la forma “ningún” delante de los nombres en masculino singular: “No se ve ningún barco”, “No tiene ningún motivo para enfadarse”.
Por otra parte, algunos lingüistas llaman indefinidos personales a los pronombres indefinidos “alguno”/”ninguno” y “alguien”/”nadie”.
— “cualquiera”: se trata de un indefinido compuesto y no solo deja sin individualizar y sin identificar el objeto de su mención, como todos los indefinidos, sino que además, en virtud de un acto de inhibición estimativa que es su correlato psíquico, lo coloca en el mismo plano que los demás de su mismo género o especie.
Además, el pronombre indefinido “cualquiera” (cuyo plural es “cualesquiera”) pierde la “a” final delante de los nombres, y se convierte en “cualquier”: “Necesito encontrar cualquier trabajo”.
— “quienquiera”: este pronombre indefinido se usa muy poco, y está restringido casi exclusivamente al campo de lo literario.
— “más” y “menos”: ambos están considerados como pronombres indefinidos cuantitativos y son invariables, aunque pueden agruparse con nombres sustantivos de cualquier género y número, por lo general en singular con nombres de sustancia: “más, menos agua”, y en plural con nombres de cosas numerables: “más”, menos árboles.
— “otro”: este pronombre indefinido tiene acento de intensidad en la penúltima sílaba de todas las formas: “otro”/”otra”, “otros”/”otras”; puede significar persona o cosa y actuar, indistintamente, como pronombre sustantivo y adjetivo. Además, a causa de su contenido semántico, presupone que algo ha sido mencionado ya o va a mencionarse, o está implícito en el enunciado o en el contexto.
— “demás”: se trata de un pronombre indefinido invariable y equivale a “otro” pero, a diferencia de éste, se emplea a menudo con artículo plural y muy raramente con artículo singular. Ejemplos: “Era una persona que se portaba muy bien con los demás”. “La demás gente de casa se había ido a comer”.
Pronombres interrogativos y exclamativos
Son pronombres interrogativos los siguientes: “qué”, “cuál ” ,”cuáles “, “quién”, “quiénes “, “cuánto”, “cuánta”, “cuántos “, “cuántas”, “cúyo”, “cúya”, “cúyos”, “cúyas”. En general, puede afirmarse también que los pronombres interrogativos y exclamativos son similares a los pronombres relativos, aunque se diferencian de éstos porque llevan acento gráfico o tilde: “En lo esencial, los pronombres interrogativos no son diferentes por su forma de los relativos, y lo que distingue a los interrogativos frente a los relativos, y frente a los restantes pronombres, es el hecho de que sirven primordialmente como instrumentos a la función apelativa del lenguaje. La naturaleza de su señalamiento no es propiamente textual, sino apelativa. Apuntan al nombre de la persona o cosa inquirida mediante la pregunta, y en este sentido, entre el concepto implicado en el interrogativo y el nombre o pronombre con que es contestado en la respuesta, se da una relación de identidad, semejante a la que existe entre relativo y antecedente, semejanza que se explica por el origen común a una y otra clase de pronombres” (Real Academia).
Por lo demás, el hablante se sirve de los pronombres interrogativos para expresar su desconocimiento de la cantidad o de la identidad.
Así, por ejemplo, cuando en el contexto de un diálogo un hablante pregunta “¿Cuántos ejemplares quieres?” está indicándole a su interlocutor que desconoce el número de ejemplares que se reclaman. Por consiguiente, en el ejemplo propuesto, el pronombre interrogativo “cuánto”/”cuántos” no indica la cantidad sino que el hablante desconoce la cantidad.
Otro tanto sucede con el pronombre interrogativo “quién” en la frase “¿Quién está ahí?”, empleada para preguntar por la identidad de una persona.
En cambio, cuando se trata de individualizar personas o cosas dentro de un grupo se emplea el pronombre interrogativo “cuál”/”cuáles”. Ejemplo: “¿Cuál de estos libros te ha gustado más?”
Por otra parte, añadiremos que los pronombres interrogativos se convierten fácilmente en exclamativos: “Las oraciones exclamativas pronominales no son tampoco en lo esencial diferentes de las interrogativas, directas o indirectas”. Ejemplos: “¡Qué haces con mis cosas!”, “¡Quién pudiera salir de aquí!”, ” ¡Cuánto tiempo sin verte!
Ejemplos de textos donde el autor emplea pronombres indefinidos, interrogativos y exclamativos:
” — ¿Quién tenía el corte?
— Yo lo tenía. ¿Qué se ofrece?,”
(\/alle Inclán)
” — Adiós, Pablo, ya no te hablas con nadie. Claro, desde que estás enamorado…
— Adiós, Mari Tere. ¿Y Alfonso?
— Con la familia, hijo; está muy regenerado esta temporada.
Laurita frunció el morro; cuando se sentaron en el sofá, no cogió las manos a Pablo, como de costumbre. Pablo, en el fondo, sintió cierta sensación de alivio.
— Oye, ¿quién es esa chica?
— Una amiga.
Laurita se puso triste y capciosa.
— ¿Una amiga como soy yo ahora?
— No, hija.
— ¡Cómo dices una amiga!
— Bueno, una conocida.
— Sí, una conocida… Oye, Pablo.
Laurita, de repente, apareció con los ojos llenos de lágrimas.
— Qué.”
(Cela).
XLVII
“Dos vicios deben huirse igualmente en toda lengua viva: Incurren en el uno los que están aferrados a los escritores clásicos que nos han precedido, que no creen pura y castiza una voz si no está autorizada por ellos; y en el otro, que es el más frecuente, como que se hermana mucho con la ignorancia, consiste en adoptar sin discreción giros y nuevas voces”. (Emilio Lorenzo, en “El español de hoy, lengua en ebullición”).
Iniciamos, aquí, el estudio del verbo en español que, al contrario que en otras lenguas, no varía su función, aunque puede presentarse como acción, inacción, accidente, cualidad y posición, todo lo cual refuerza su carácter expresivo. Sin embargo, en inglés y en chino, por ejemplo, un mismo vocablo puede emplearse como nombre y como verbo, aunque las funciones de ambos quedan siempre perfectamente delimitadas en la frase, y tanto el hablante como el oyente saben siempre distinguir esas dos funciones fijándose en el orden de los elementos; este fenómeno, bastante desarrollado en algunas lenguas, se conoce con el nombre de “conversión”: “Esta facultad permite, sin modificación formal alguna, que una palabra, a manera de comodín, pueda desempeñar funciones distintas de acuerdo con la posición que ocupe en el discurso. {…} Entendemos que en el verbo español actual, como en el de otras lenguas modernas europeas, se funden y confunden dos conceptos nada nuevos, que son el de tiempo y el de modo, que no necesitan, por el momento, aclaración ninguna, excepto la de que ambos los vamos a emplear en el sentido más amplio” (Emilio Lorenzo, “op. cit.”).
Hay varios criterios para definir el verbo en la lengua española y, en general, los gramáticos de todos los tiempos se han ocupado del estudio del verbo desde diversos ángulos aunque, por lo común, la mayoría de los estudiosos de la lengua coinciden en afirmar que el verbo es una categoría gramatical que implica acción y, por consiguiente, se erige en eje natural —por así decirlo— de la frase, esto es, se constituye en núcleo del predicado, estableciéndose así una relación directa con el núcleo del sujeto, con el que concuerda en número y persona. De ahí que, en ocasiones y en determinados contextos, se pueda omitir el sujeto, ya que el número y las personas están contenidos en los denominados morfemas verbales. En este sentido, la Real Academia habla de morfemas flexivos y desinencias; y así, señala lo siguiente: Todos los verbos poseen unas mismas categorías de morfemas flexivos. Su forma, sin embargo, varía más o menos sensiblemente en algunos casos de unos verbos a otros. Se exceptúan las desinencias, que son comunes a todos los verbos. De algunas características existen dos o tres variedades: doble variedad, por ejemplo, en am—ába—mos frente a temí—a—mos y par—tía—mos; triple en am—a—mos, tem—e—mos, part—i—mos. Esta triple variación, que con rigurosa simetría aparece en algún otro morfema modal y temporal: am—a—d, tem—e—d, part—i—d, permite clasificar todos los verbos españoles en tres tipos: los de la 1ª, la 2ª y la 3ª conjugación, llamadas también conjugación en —ar, —er, —ir por el hecho de que esa triple variación se repite de manera simétrica en los infinitivos correspondientes: am—ar, te—mer, o part—ir. En estos tres verbos y en la mayor parte de los verbos españoles la raíz se mantiene invariable a lo largo de la flexión, si se exceptúa la posición del acento de intensidad, que unas veces afecta a la última sílaba de la raíz: “compart—o” (pronunciado “compárto”) y otras veces a la primera sílaba que sigue a la raíz: “compart—i—mos” (pronunciado “compartímos “), “compart—í—a—mos”. En el primer caso hablamos de formas fuertes, en el segundo de formas débiles. Son muchos, sin embargo, los verbos que además de esta variación acentual presentan en su raíz variaciones vocálicas: “sient—o”, “sent—imos”, o consonánticas: “luzc—o”, “luc—imos”, “pus—e”. Estos cambios de la raíz son de muy variada naturaleza y, por otra parte, algunos de ellos aparecen con frecuencia dentro de un mismo verbo en diferente proporción o afectan a veces a uno o a muy pocos verbos, todo lo cual haría no solo complicada y difícil la tarea de formar con ellos nuevos tipos homogéneos de flexión, como los de amar, temer, partir, sino en cierto modo inútil, porque ninguno de esos verbos de raíz variable deja de pertenecer, por la regularidad de sus morfemas modales y temporales, a alguna de las flexiones en “—ar”, “—er”, “—ir” dotadas de raíz invariable. Estos tres tipos de flexión constituyen la conjugación regular. Bajo el nombre de conjugación irregular se comprenden las diversas modalidades de las variaciones de la raíz y juntamente con ellas los casos, raros también, en que un mismo verbo presenta una o más raíces de diferentes origen etimológico. .. En cada una de las desinencias están representados al mismo tiempo una persona y un número gramatical determinado, sin que sea posible deslindar en la forma de cada desinencia los componentes fonológicos que corresponden a la persona y los que corresponden al número. Debe hablarse, por consiguiente, con más propiedad de morfemas de persona—número.
Definición y naturaleza del verbo
Por todo lo antedicho, puede concluirse que el verbo es una palabra especialmente predicativa, base y fundamento de la frase que consta de sujeto y predicado; y su definición, al igual que su naturaleza, puede hacerse atendiendo a diversos puntos de vista: a su significado, a su forma y a la función sintáctica.
El punto de vista del significado es el más tradicional para definir al verbo, en cuyo caso se trataría de la perspectiva semántica mediante la cual el verbo aparece considerado, y definido, como la expresión de un proceso que conlleva obligatoriamente una acción.
Atendiendo a su forma, se podría decir del verbo que es una raíz, o semantema, a la que modifican y concretan varios tipos de desinencias: persona, número, modo, voz, tiempo y aspecto. Estas desinencias son los morfemas del verbo y, por lo común, también se denominan “accidentes” verbales.
Finalmente, y desde una perspectiva sintáctica, los gramáticos señalan que el verbo tiene una función predicativa, y añaden que, aunque no es privativa del verbo, puede considerarse como su función primordial.
Persona y número
El verbo, como todos sabemos, y al igual que el pronombre personal, tiene tres personas, a saber: la primera persona, referida al hablante o al emisor; la segunda persona, que alude al receptor; la tercera persona, que señala aquel o aquello de lo que se habla. Mediante las personas gramaticales el verbo presenta sus variantes de forma.
Asimismo, el verbo tiene número singular cuando hay un solo sujeto, y su número es plural si se trata de varios sujetos. Los morfemas de número concuerdan con los morfemas de persona, y, por ejemplo, si reparamos en la palabra “cantaban” observaremos que está formada por los siguientes elementos:
• el lexema o raíz “cant—”;
• la vocal temática o de apoyo “a”;
• el morfema “—ba”, que expresa el modo, el tiempo y el aspecto (en este caso, se trata de modo indicativo, tiempo imperfecto y aspecto imperfectivo);
• el morfema de número y persona “—n” (número plural y tercera persona o, en otras palabras, tercera persona de plural).
Modo
Indica la actitud del hablante en relación a los hechos que enuncia. De ahí que si el hablante expresa objetivamente una realidad dada estemos ante el modo indicativo; y cuando el hablante muestra su opinión de forma subjetiva, por ejemplo, exponiendo sus ideas o sentimientos de modo que llega a tergiversar la realidad hasta convertirla en irrealidad, estamos ante el modo subjuntivo. Si, por otra parte, el hablante mantiene una determinada actitud ante su interlocutor, como en el caso de ordenarle algo directamente, estamos ante el modo imperativo.
En definitiva, el modo indicativo equivale a lo real y considera el hecho objetivamente, mientras que lo propio del modo subjuntivo es lo irreal y considera el hecho de manera subjetiva; y finalmente, en el modo imperativo prima el mandato sobre cualesquiera otras consideraciones.
Voz
En el verbo, la voz es un morfema que expresa si la significación del verbo es producida o recibida por el sujeto. De ahí que haya verbos en voz activa (producida por el sujeto) y verbos en voz pasiva (recibida por el sujeto). La voz activa, pues, indica una participación expresa del sujeto, mientras que la voz pasiva, por el contrario, señala que la participación del sujeto no es fundamentalmente considerada por parte de la expresión verbal.
Desde el punto de vista gramatical, senalaremos que la voz pasiva se forma con el verbo auxiliar “ser” y el participio del verbo que se conjuga.
Ejemplos: “El coche fue estacionado por el conductor”. “El presidente del consejo de administración es aplaudido por los consejeros que asisten a la convención”.
En general, los estudiosos de la estilística moderna aconsejan el uso de la voz activa: “Deberá darse preferencia a la voz activa sobre la pasiva (mejor Los presidentes han ratificado el acuerdo que El acuerdo ha sido ratificado por los presidentes). {…} La forma pasiva resulta no obstante insustituible cuando se desconoce o no interesa identificar al agente: La cartera fue devuelta a su propietaria. (Libro de Estilo de ABC)”.
Explicación de la abreviatura “op. cit.”, que aparece al principio del presente texto.
—”op. cit.”: Así se suele escribir, en abreviatura, la frase latina “opere citato” que significa literalmente “en la obra citada”. Es una expresión que se emplea cuando, en un escrito, se repiten o se citan textos de un mismo libro.
Ejemplos de frases en modo indicativo o enunciativas: “Estoy aquí para ayudarte”. “Vino en cuanto se lo pedí”.
Ejemplos de frases en modo subjuntivo o desiderativas u optativas: “Quiero que vengas”. “Prefiero que llame enseguida a su hermano”.
Ejemplos de oraciones en modo imperativo o frases que expresan mandato: “Ve a comprar el pan antes de que cierren”. “Abrid la puerta”. “¡Levantaos!”.
Ejemplos de oraciones en voz activa: “Los asistentes a la reunión aprobaron los presupuestos para el próximo año”. “Mis amigos llegaron tarde a la cita”.
Ejemplos de frases en voz pasiva: “El dinero donado anónimamente fue ingresado en una entidad bancaria”. “El avión fue reparado por los técnicos de mantenimiento”.
XLVIII
“Que el verbo es sólo uno de los varios elementos que constituyen nuestro principal medio de comunicación es algo que no se nos escapa. Por ello no es menester subrayar que un estudio exhaustivo del mismo habría de tener en cuenta, por lo menos, aquellas otras partes de la oración —no sólo el adverbio— que contribuyen a configurar el contorno significativo de la forma verbal.” (Emilio Lorenzo: “El español de hoy, lengua en ebullición”).
Siguiendo con nuestro análisis y desarrollo del verbo, y una vez definidos algunos de sus “accidentes” (persona, número, modo y voz), nos ocuparemos ahora de las restantes categorías que, conforme al orden propuesto, serán el tiempo y el aspecto. No obstante, conviene antes hacer una breve reseña acerca de las características —en gran parte similares a las del verbo latino— del verbo español, ya que su papel expresivo dentro de la frase resulta crucial y central; por tanto, puede afirmarse que el verbo castellano cumple una función coordinadora, esto es, confiere cabal estructura a la frase, ya que a él se refieren directa o indirectamente todos los complementos. Y, en definitiva, como dicen los gramáticos, algunas de las categorías citadas, por ejemplo el tiempo, han consolidado y precisado sus formas, mientras que otras, como el aspecto, aparecen sólo en determinadas situaciones del paradigma verbal, concretamente en la denominada voz perifrástica. Por otra parte, el modo subjuntivo, por ejemplo, ha perdido algunas formas verbales, como en el futuro de subjuntivo, que se usaban mucho en el castellano antiguo y, además, la frecuencia del empleo de las que se mantienen se ha reducido notablemente. Asimismo, la voz pasiva formada: con el verbo “ser” ha sido sustituida en la mayoría de los casos por la denominada pasiva refleja, que se construye mediante el pronombre reflexivo “se” y una forma verbal.
Perífrasis verbales
Otro tanto sucede con las denominadas perífrasis verbales, que consisten en el empleo de un verbo auxiliar seguido de un infinitivo, participio o gerundio, es decir, de las denominadas formas no personales del verbo. La Real Academia define las perífrasis verbales como sintagmas fijos que pueden afectar a todas las formas de su conjugación y que son capaces de producir en el significado del verbo ciertos matices o alteraciones expresivas. Y añade lo siguiente: Las perífrasis usuales en español son numerosas, y consisten en el empleo de un verbo auxiliar conjugado seguido de infinitivo, gerundio o participio. En ciertos casos se anteponen al infinitivo “que” o alguna preposición; la unión del auxiliar con el gerundio o el participio se hace siempre sin intermediarios. Ejemplos: Hay que trabajar; Iba a decir; Debes de conocerle; Estaba comiendo; Lo tengo oído muchas veces; Fueron descubiertos enseguida.
Un verbo auxiliar es aquel que pierde total o parcialmente su significado propio. Y así, cuando decimos, por ejemplo, “Voy a responder a tus acusaciones”, el verbo “ir” es auxiliar, ya que no expresa su primaria y original acepción de movimiento de un lugar a otro: “Por otra parte, la función auxiliar de un verbo, en cada caso, puede ser meramente ocasional, o bien puede representar un esquema sintáctico en vías de consolidación más o menos generalizada en la lengua. Por ejemplo, el verbo seguir, que en su acepción primaria significa “ir detrás o después de alguien o de algo”, significa también “proseguir o continuar” en la frase Sigo opinando lo mismo pero esta acepción traslaticia (que los diccionarios registran) no nos autoriza a pensar que seguir + gerundio sea una perífrasis verbal en la cual seguir funciona como auxiliar, puesto que su sentido traslaticio sería el mismo en frases como Sigo en mi opinión o Seguimos en la creencia, donde el verbo va acompañado de complementos nominales sin gerundio alguno.” (Real Academia).
Formas no personales
Se caracterizan porque no llevan morfemas de personas; son unas formas especiales que, a causa de sus características, son llamadas “verboides” por algunos estudiosos de la gramática y por los representantes de ciertas escuelas lingüísticas modernas.
Como ya dijimos mas arriba, las formas no personales son: infinitivo, gerundio y participio.
El infinitivo puede funcionar en ocasiones como sustantivo y realizar las mismas funciones que éste, por ejemplo, puede ser núcleo del sujeto: “Estudiar es bueno”.
Respecto al gerundio, diremos que se trata de una forma no personal invariable, que tiene ciertas semejanzas con el adverbio, y que puede ser complemento de un verbo principal, en cuyo caso indica el modo en que se realiza la acción. De ahí que pueda expresar modo, simultaneidad, causa o condición.
Ejemplos: “Vivió siempre preocupándose por los demás” (indica modo); “Se observaron cruzando la calle” (expresa simultaneidad); “Sabiendo que venían, preparó su habitación enseguida” (indica causa); “Reflexionando sería posible evitar ciertos inconvenientes” (expresa condición).
En cuanto al participio, cabe decir que varía su género y número para concertar con el nombre a que se refiere, como si se tratara de un adjetivo. Por tanto, el participio tiene morfema de género y número. Ejemplos: “Asunto concluido”/ “Asuntos concluidos”.
Por lo general, el participio entra a formar parte de las construcciones de los tiempos compuestos. Ejemplos: “he amado”, “hemos cantado”, “habéis terminado”…
Cuando el participio va con el verbo auxiliar “haber” forma los tiempos compuestos, y entonces es invariable, y además no puede intercalarse ningún adverbio, como a veces se hace impropia y erróneamente, entre el participio y el verbo. “Hemos visitado el museo de la ciencia y la técnica”. “Los turistas han visto los jardines del palacio”. Si el participio va con los verbos auxiliares “ser” o “estar” entonces concuerda con el sujeto. Ejemplos: “El coche ha sido fabricado en nuestra región”. “Algunos atletas estaban eliminados por no entrenarse”.
Tiempo
Puede decirse que el tiempo es el morfema, categoría o accidente más característico del verbo español, ya que, mediante el tiempo, se puede conocer si lo que indica el verbo sucede en el momento de la enunciación de la palabra, en el pasado o pretérito o en el porvenir o futuro: por mor de los tiempos verbales, se sabe si la acción tiene lugar el mismo momento en que hablamos, si es anterior o si tendrá lugar más adelante. De ahí que el tiempo no solo sea la categoría verbal más característica sino también la que mejor puede estudiarse, comprenderse y, en suma, analizarse. Por tanto, la ordenación temporal de las formas verbales se establece teniendo en cuenta cuándo se produce el acto del habla, lo que producirá las diversas formas indicadoras o las variaciones de tiempo que todos conocemos, a saber: presente (si la acción coincide con el momento en que hablamos), pretérito o pasado (si la acción es anterior al tiempo en que hablamos) y futuro (cuando la : acción es posterior al tiempo en que hablamos).
Es fundamental emplear —y conocer el significado— correctamente los diferentes tiempos verbales para construir y comunicar con nitidez y claridad los diversos mensajes que el hablante o emisor quiere transmitir al oyente o receptor. En español, los tiempos verbales son: presente de indicativo, pretérito perfecto de indicativo, pretérito indefinido, pretérito anterior, pretérito pluscuamperfecto de indicativo, pretérito imperfecto de indicativo, futuro imperfecto de indicativo, futuro perfecto de indicativo, potencial simple, potencial perfecto, presente de subjuntivo, pretérito perfecto de subjuntivo, pretérito imperfecto de subjuntivo, pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo y futuro de subjuntivo. Este último apenas se usa por los hablantes del español, luego se puede decir que el futuro de subjuntivo ha desaparecido de la lengua oral y apenas se emplea en la escrita.
Aspecto
Guarda relación con el tiempo y, en consecuencia, cuando una acción ha terminado —está completa—, decimos que su aspecto es perfectivo; si la acción no ha concluido —está incompleta—, se trata de un aspecto imperfectivo; pero puede ser que la acción esté realizándose —en desarrollo—, y entonces nos encontramos ante un aspecto durativo; y finalmente, cuando se trata de una acción acabada —concreta— estamos ante un aspecto denominado puntual.
No obstante lo anterior, conviene significar que no es fácil definir el aspecto verbal, aunque puede considerarse como una manera especial de la acción expresada por el verbo, bien en su realidad objetiva o en su valoración por el hablante. A propósito del aspecto de la acción verbal, la Real Academia explica que se trata de modificaciones morfológicas o perifrásticas, y que reciben el nombre de “aspectos” en cuanto pueden reforzar o alterar la clase de acción que cada verbo tiene por su significado propio. Así, por ejemplo, “enojarse” (comenzar a sentir enojo) toma aspecto incoativo, que no tiene el verbo “enojar”, por la añadidura del pronombre reflexivo; lo mismo ocurre entre “dormirse” (incoativo) y “dormir” (durativo).
Ejemplos de perífrasis verbales formadas por un verbo auxiliar más infinitivo: “Mañana voy a ir al colegio”. “Los muchachos echaron a correr”. “Se pusieron de acuerdo y vinieron a coincidir en el mismo análisis de la situación”. “La reunión acaba de comenzar”. “Volveré a leer este libro que tanto me ha gustado”.
“He de ir a trabajar ahora mismo”. “Hay que tener paciencia”. “A esta hora, el avión debe de estar lejos”. “Los alumnos deben entrar a clase enseguida”. “Los comensales se pusieron a comer”.
En ocasiones, la perífrasis verbal “deber de + infinitivo”, que denota suposición, conjetura o crencia, se emplea erróneamente y se confunde con “deber + infinitivo”, que expresa obligación: “Deben de volver” significa “supongo, creo que vuelven”, en tanto que “Deben volver, equivale a tienen obligación de volver”.
Ejemplos de perífrasis verbales formadas por un verbo auxiliar más gerundio: “Los ciclistas están pedaleando cuesta arriba”. “La gente estaba mirando el desfile”. “Mi amigo anda vendiendo componentes de ordenadores.”
Ejemplos de perífrasis verbales construidas por un verbo auxiliar más participio: “Tengo pensado ir al cine”. “El consejero de finanzas anda desacertado últimamente”. “La mujer del jefe va bien vestida”. “Nuestros padres se quedaron impresionados con la noticia”.
XLIX
El diccionario de la Real Academia dice, a propósito del Adverbio, lo siguiente: “Parte de la oración que sirve para modificar la significación del verbo o de cualquiera otra palabra que tenga un sentido calificativo o atributivo”; y añade que hay diversas clases de adverbios: de lugar, de tiempo, de modo, de cantidad, de orden, de afirmación, de negación.
Los estudiosos del lenguaje coinciden en afirmar que el Adverbio es una categoría gramatical cuyo nombre se debe, precisamente, a su posición; de ahí que ya los clásicos latinos, atendiendo a un criterio posicional, lo denominaran “ad—verbum”. Y, basándose en este criterio relativo a la posición, los gramáticos explican que el Adverbio es el término “adyacente” del verbo, y lo definen como la palabra modificadora por excelencia; en consecuencia, y desde este punto de vista, el Adverbio sería un modificador del sintagma verbal y, como tal, depende de otra palabra que, a su vez, es dependiente, por ejemplo, de un adjetivo, de otro adverbio y sobre todo de un verbo. Por tanto, el adverbio también puede completar a otro adverbio. Ejemplos: “Los alumnos se portaron bastante bien”. “Van a visitar el museo muy a menudo”. “Llegaron casi a escondidas”.
Asimismo, el Adverbio, dada su proximidad al adjetivo, en concreto al adjetivo calificativo, puede adjetivarse; y viceversa, es decir, también el adjetivo puede adverbializarse, lo que resulta mucho más frecuente. De ahí que, en ocasiones, resulte bastante difícil clasificar al Adverbio, ya que, a causa de estas características modificadoras, puede desempeñar diversas funciones. Desde el punto de vista sintáctico, por ejemplo, el Adverbio será el núcleo del sintagma circunstancial y, en general, la clasificación de los adverbios se hace conforme a tres criterios principales: etimológico, funcional y semántico.
Criterio etimológico
Desde el punto de vista etimológico, el Adverbio se puede clasificar en dos grandes grupos, a saber: “primitivos” y “derivados”. Los primeros, tal como indica su propio nombre, aluden a un significado antiguo, es decir, no derivado; mientras que los segundos, dependen, se forman, “se derivan” de los primitivos.
Criterio funcional
Atendiendo a la función que desempeñan, los adverbios pueden ser “calificativos” y “determinativos”. Los primeros desempeñan la misma función, dentro del sintagma verbal, que los adjetivos calificativos en el sintagma nominal y señalan la forma de actuar del sujeto en el predicado. Ejemplos: “Comprendemos que se comporte así”. “Lo sabe a ciencia cierta”. “Lo resolvió como buenamente pudo”. En cuanto a los adverbios determinativos, cabe señalar que modifican circunstancialmente al verbo, y pueden ser “pronominales” (cuya significación es ocasional o variable en relación con la posición que tenga la persona que habla) y “nominales” (que aluden a las cualidades). Ejemplos: “Ahí está tu libro”, “Allí está la casa de nuestros amigos”. “Hoy no vendré a comer”.
Por otra parte, los adverbios calificativos “bien”, “mal” , “peor” , “alto” , “bajo” , “seguramente” , “fielmente”…, son nominales.
Criterio semántico
Desde una perspectiva semántica, es decir, basada en la significación, los adverbios se clasifican del siguiente modo: de “lugar”, de “tiempo”, de “modo”, de “cantidad”, de “afirmación”, de “negación” y de “duda” o “dubitativos”.
— adverbios de lugar: donde, adonde, en donde, de donde, por donde, aquí, ahí, allí, acá, allá, encima, arriba, debajo, abajo, delante, detrás, adelante, atrás, dentro, fuera, cerca, lejos, alrededor…
— adverbios de tiempo: cuando, siempre, alguna vez, jamás, ahora, entonces, ayer, hoy, mañana, cuando quiera que, todavía, antes, después, pronto, tarde, temprano, de noche, de día, mientras…
— adverbios de modo: bien, mal, mejor, peor, apenas, así, adrede, deprisa, despacio, en general, en vano, casi, como, cual, tal, como quiera que…
Se incluyen también, en el grupo de los adverbios de modo, los denominados adverbios en “—mente”, que se forman a partir de determinados adjetivos, siempre que éstos sean del género femenino. Ejemplos: ligeramente, suavemente, obviamente, peligrosamente, justamente, buenamente… En ocasiones, estos adverbios de modo se construyen añadiendo la terminación “—mente” a los superlativos: “rapidísimamente”. En tal sentido, la Real Academia explica lo siguiente: “La mayor parte de los adjetivos españoles, cualquiera que sea su origen, variables o no variables genéricamente, poseen la propiedad de formar adverbios de modo mediante su agrupación con el morfema “—mente”. {…} La posibilidad de emplear el simple adjetivo en vez de la forma adverbial cuando esta f aparece coordinada con otro adverbio en “—mente”: “pura y simplemente”, en vez de “puramente” y “simplemente”. La supresión de “—mente” afecta hoy siempre al primer término de la coordinación y es preferentemente de uso literario. […} El adjetivo, siempre en concordancia femenina y singular con “—mente”, es susceptible de aparecer en el adverbio no solo en su forma positiva “rápidamente ,sino con el morfema —ísimo :rapidísimamente.”
— adverbios de cantidad: algo, nada, mucho (muy), más, menos, bastante, apenas, casi, cuanto, así, tanto (tan), cuanto quiera que, siquiera, sólo, solamente”
— adverbios de afirmación: se caracterizan porque modifican al conjunto oracional. Ejemplos: sí, cierto, ciertamente, desde luego, claro, en efecto, también, sin duda, seguro, seguramente…
— adverbios de negación: nada, no, nunca, jamás, tampoco, ni siquiera…
— adverbios de duda: acaso, quizá o quizás, tal vez…
Asimismo, hay que señalar que los adverbios admiten preposiciones. Ejemplos: “Vengo para mucho tiempo”, “Lo compré a muy bajo precio”, “Por aquí se llega enseguida”.
También cabe citar las denominadas locuciones adverbiales, que son frases hechas, modos y grupos de palabras que actúan y funcionan como un adverbio.
Ejemplos: “de par en par, “ni más ni menos”, “sin más ni más”, “a pies juntillas”, “al pie de la letra”,”a regañadientes”…
Además de lo antedicho, hay que añadir que el Adverbio está considerado por los gramáticos como una palabra invariable, en cuanto que no necesita de morfemas de número ni de género para establecer su concordancia. Por consiguiente, merced a esta invariabilidad, el Adverbio ocupa una posición extremadamente libre en la frase y destaca por su gran independencia respecto a la construcción sintáctica. En definitiva, hay que señalar que el adverbio es siempre invariable, y además, cuando va en una frase que lleva un tiempo compuesto, no debe intercalarse nunca entre el verbo auxiliar y el participio de ese tiempo compuesto. Por lo que, si reparamos en la expresión “ha llegado bien”, observaremos que resultaría impropio e incorrecto construirla de otro modo, como pudiera ser, por ejemplo, “ha bien llegado”.
No obstante, conviene señalar que esta invariabilidad del Adverbio no es total ni absoluta, pues puede admitir ciertas modificaciones limitadas a determinadas palabras; y así, por ejemplo, el Adverbio —de forma análoga a lo que sucede con el adjetivo— se presenta a veces, especialmente en aquellos contextos donde prima el uso de la lengua familiar, en forma de aumentativos, diminutivos, despectivos y también morfemas de grado, es decir, se trata de una variación apreciativa que deriva en formas muy especiales: “arribita”, “lejotes”, “más deprisa”, “más despacio”, “cerquita”,”prontito”,”ahorita”… En ocasiones, algunos términos considerados como adverbios, no modifican al verbo, ni al adjetivo, ni a otro adverbio, sino al enunciado completo, tal es el caso de los denominados adverbios de afirmación, de negación, de duda, etc. Ejemplos: “Trabaja mucho” (función circunstancial del adverbio “mucho”, ya que modifica al verbo “trabaja”). “Mi amigo está muy alegre” (el adverbio “muy” modifica al adjetivo “alegre”. “Come muy despacio” (el adverbio “muy” modifica a otro adverbio, es decir, al término “despacio”). “En semejantes circunstancias no habla” (el adverbio de negación «no» modifica a toda la expresión).
Por lo demás, conviene destacar que el adverbio también desempeña una función coloquial que puede llegar a ser predominante, sobre todo cuando se considera a la interrogación como formante de la estructura fundamental del coloquio, en cuyo caso comprobamos que ciertos adverbios pueden llegar a tener formas como las siguientes: “¿dónde?”, “¿cuándo?”, “¿cómo?”.
En definitiva, se puede resumir todo lo dicho sobre el Adverbio matizando que se trata de una categoría gramatical invariable, ya que carece de morfemas de género, de número, de persona… Por lo demás, la función principal del Adverbio es complementar al verbo.
Ejemplos de frases construidas con adverbios de modo terminados en “—mente”: “Me respondió violentamente y airadamente”. “Actuó amablemente, cortésmente y dócilmente”. “Me prestaron solamente y exclusivamente el dinero justo”.
Los tres ejemplos propuestos están formados por dos o más adverbios en “—mente” consecutivos y coordinados, por lo que es más correcto que este sufijo aparezca exclusivamente en el último de ellos, a saber: “Me respondió violenta y airadamente”. “Actuó amable, cortés y dócilmente”. “Me prestaron sola y exclusivamente el dinero justo”.
Ejemplos de frases construidas con los adverbios “adonde” (o “donde”) y “adónde” (o “dónde”): “Ese es el pueblo adonde (o “donde”) vamos a veranear”. “¿Adónde (o “dónde”) piensas ir de vacaciones el próximo verano?”. “Tengo varias ofertas y no sé adónde (o “dónde”) acudir en primer lugar”.
Como se puede observar en los ejemplos propuestos, el adverbio “adonde” es relativo, y si va con verbos de movimiento puede emplearse también la forma “donde”. Otro tanto se puede decir del adverbio interrogativo “adónde”, que cuando va con verbos de movimiento también puede usarse la forma equivalente “dónde”.
L
Respecto a la preposición, y atendiendo al punto de vista gramatical, se lee en el Diccionario de la Real Academia lo siguiente: “Parte invariable de la oración, cuyo oficio es denotar el régimen o relación que entre sí tienen dos palabras o términos. También se usa como prefijo”.
Respecto a la preposición, y atendiendo al punto de vista gramatical, se lee en el Diccionario de la Real Academia lo siguiente: “Parte invariable de la oración, cuyo oficio es denotar el régimen o relación que entre sí tienen dos palabras o términos. También se usa como prefijo.”
Asimismo, y también desde una perspectiva gramatical, la citada institución recoge en su diccionario el término conjunción, del cual dice que se trata de una “Parte invariable de la oración, que denota la relación que existe entre dos oraciones o entre miembros o vocablos de una de ellas, juntándolas o enlazándolas siempre gramaticalmente, aunque a veces signifique contrariedad o separación de sentido entre unos y otros.” Y otro tanto sucede con la interjección, a propósito de la cual explica el Diccionario de la Real Academia que se trata de una “Voz que formando por sí sola una oración elíptica o abreviada, expresa alguna impresión súbita, como asombro, sorpresa, dolor, molestia, amor, etc.”
De lo antedicho se deduce que la preposición y la conjunción son elementos invariables de la frase o del discurso, cuya principal función consiste en relacionar vocablos, palabras y oraciones. La interjección, sin embargo, es una categoría gramatical que puede formar frases por sí misma y, en consecuencia, no está considerada por los gramáticos como una parte de la oración.
En cuanto que morfemas, la preposición y la conjunción no dependen de ningún lexema: son morfemas libres. Pero además, y sobre todo, la preposición y la conjunción forman el grupo de los morfemas denominados nexivos, ya que su función principal es servir de nexo, enlace o unión entre sustantivos, adjetivos, pronombres, palabras, expresiones, frases, proposiciones…
Acerca de las preposiciones
La preposiciones carecen de morfemas, pues, según lo anteriormente expuesto, ellas mismas son morfemas, esto es, “palabras invariables que enlazan un elemento sintáctico cualquiera con un complemento sustantivo”, tal como las define la Real Academia.
En ocasiones, la preposición puede modificar la función de un sustantivo, de un verbo o de otros elementos similares. Y también pueden introducir oraciones subordinadas, en cuyo caso el verbo irá en infinitivo: “Trabajaba para vivir”. “Estudiaba para aprobar”. “Me alegro de abandonar este lugar”. “Vine por hacer un favor a tu hermano”.
El significado de las preposiciones españolas varía según el contexto en que se hallen y, en ocasiones, su empleo está en función del verbo que las rige; por consiguiente, si reparamos en la preposición “a” observaremos que puede indicar tiempo, lugar, dirección del movimiento o de la acción, modo, causa, precio… Ejemplos: “El avión llegó a las tres” (la preposición “a” indica tiempo). “El río nace a pocos kilómetros del pueblo” (la preposición a indica lugar). “Mañana iré a tu casa” (la preposición “a” señala el lugar y también implica acción y movimiento). “Lo hizo a su manera” (aquí, la preposición “a” indica modo o manera). “Repitió la lección a petición del profesor” (la preposición “a” expresa causa). “Las acciones de la nueva empresa se cotizaron a la baja” (la preposición “a” indica precio). Asimismo, se puede hablar de las denominadas locuciones preposicionales, que son grupos de palabras que funcionan como preposiciones, aunque algunos estudiosos de la gramática consideran estas locuciones como sintagmas adverbiales:
“en medio de”, “detrás de”, “encima de”, “delante de”, “debajo de”, “en contra de”, “a fuerza de”, “en lugar de”, “con rumbo a”. Ejemplos: “Aparcó en medio de la calle”. “Se escondió detrás de la puerta”. “Apilaron las cajas encima de los asientos destinados a los pasajeros”. “No te pongas delante de la gente que estorbas”. “Te esperan debajo de aquel árbol”. “La historia se volvió en contra de quienes la escribieron”. “Logró sus propósitos a fuerza de trabajo”. “Se puso en lugar de los damnificados”. “Salieron con rumbo a lo desconocido.
Por lo demás, hay preposiciones compuestas, esto es, que se agrupan entre sí: “tras de”, “desde por”, “de por”, “por entre”, “respecto a”, “tocante a”, “pese a”, “en cuanto a”, “para con”, “de entre”… Las preposiciones de la lengua castellana son las siguientes: “a”, “ante”, ” bajo”, (“cabe”), “con”, “contra”, “de”, “desde”, “en”, “entre” ” hacia”,”hasta”, “mediante”, “para”, “por” ,(“pro”), “durante”, (“según”), “sin”, (“so”), “sobre”, “tras”… Conviene señalar, a propósito de las preposiciones “cabe”, “pro”, “según” y “so”, que en la precedente enumeración aparecen entre paréntesis, lo siguiente: la preposición “cabe” apenas se utiliza en la actualidad, y la comunidad de hablantes la considera un arcaísmo, es decir, una voz anticuada. La preposición “pro” significa “a” o “en favor de” y se usa en contadas ocasiones, por ejemplo, en frases como “Cupón pro ciegos” y otras similares. A la preposición “según” se la considera, a veces, por algunos gramáticos como un adverbio o un nexo comparativo, luego no está muy claro su valor preposicional. Y la preposición “so” ha caído en desuso, excepto en aquellos casos donde entra a formar parte de expresiones tales como “so pena”, “so pretexto”…
Acerca de las conjunciones
Al igual que las preposiciones, las conjunciones también son morfemas libres (sin significado por sí mismos), y que tienen la función de servir de nexos entre palabras, construcciones o proposiciones equivalentes, es decir, del mismo nivel, de ahí que se denominen conjunciones coordinantes. Cuando los nexos se establecen entre estructuras de distinto nivel gramatical, las conjunciones se denominan subordinantes, en cuyo caso tendrán lugar las locuciones conjuntivas: “tan pronto como”, “a no ser que”, “para que”, “a fin de que”; por consiguiente, las conjunciones introducen también oraciones subordinadas, en cuyo caso el verbo irá en forma personal: “Deseo que vengan enseguida”. “Como quiero encontrar un buen trabajo, me preparo muy bien”.
Las conjunciones coordinantes pueden ser: copulativas, disyuntivas, adversativas, distributivas y explicativas.
Copulativas: “y” (“e”), “ni”, que”. Delante de palabras que empiezan por “i” se emplea la conjunción “e”. Ejemplos: “Luis y María vinieron en tren”. “Verano e invierno. “Mi amigo ni estudia ni trabaja”. “Fueron los electores, que no los elegidos, los que exigieron el cumplimiento de las promesas”.
Disyuntivas: “o” (“u”), “o bien”. Delante de palabras que empiezan por “o” se emplea la conjunción “u”. Ejemplos: “O lo tomas o lo dejas”. “Ya te lo he dicho siete u ocho veces, por lo menos”. “O bien puedo ir en avión o bien en tren”.
Adversativas: “mas”, “pero”, “sino”, “sin embargo”. Ejemplos: “Los consejeros están reunidos, mas no ha llegado el presidente”. “Acudí a la cita pero tú no estabas” . “No fue Juan sino Pedro” . “Llegué pronto, sin embargo el tren ya había salido”.
Distributivas: “bien… bien”, “ya… ya”, “ora… ora”, “sea… sea”. Ejemplos: “Bien en el trabajo bien en el estudio, siempre destaca”. “Ya te vayas ya te quedes, todo saldrá como está proyectado”. “Ora ríe ora llora”. “Sea por un motivo sea por otro, siempre llego tarde al trabajo”.
Explicativas: “o”, “o sea”, “es decir”, “esto es”. Ejemplos: “Roma, o la capital de Italia, es una ciudad llena de antiguos monumentos”. “Madrid, o sea, la capital de España, es una hermosa ciudad”. “A las dieciocho horas, esto es, a las seis de la tarde, saldremos de viaje”.
Las conjunciones subordinantes se clasifican del siguiente modo: causales, enunciativas, consecutivas, finales, temporales, concesivas…
Causales: “que”, “porque”, “pues”, “puesto que”, “ya que”…Ejemplos: “Trabaja, que, de lo contrario, no podrás vivir”. “Mi hermano estudia porque quiere aprobar”.
Enunciativas: “que”, “si”. Ejemplos: “Deseo que te recuperes pronto”. “No sé si llegará a tiempo”.
Consecutivas: “así que”, “conque”, “por consiguiente”… Ejemplos: “Estoy contento, así que te perdono”. “Mañana tienes un examen, conque debes estudiar”. Dentro de una semana se me acaban las vacaciones, por consiguiente, ahora quiero descansar”.
Finales: “para que”, “a fin de que”… Ejemplos: “Tienes que exponer tus cuadros en la galería de arte para que vean lo bien que pintas”. “Mañana acudiremos al concierto a fin de escuchar música clásica”.
Temporales: “cuando”, “mientras”, “desde que”, “hasta que”… Ejemplos: “Responderé cuando me pregunten”. “Estaré aquí mientras me necesiten”. “No nos habíamos visto desde que éramos niños”. “Viviré en esta ciudad hasta que me trasladen”.
Concesivas: “aunque”, “por más que”, “si bien”, “aun cuando”… Ejemplos: “Aunque estudia, no saca buenas notas”. “No conseguirá sus propósitos por más que se esfuerce”. “Aun cuando se entrena diariamente, no logra ganar ningún título”.
Acerca de las interjecciones
Las interjecciones no están consideradas como partes de la oración, ya que por sí mismas pueden formar oraciones; luego, en ocasiones, las interjecciones equivalen —o forman— a una frase completa, en cuyo caso se denominan oraciones unimembres, lo que quiere decir que están formadas por una única palabra.
Las interjecciones se clasifican en propias —constituidas por una sola palabra—, e impropias —formadas por una o varias palabras—. Ejemplos: “¡ah! “, “¡oh!”, “¡ay!”, “¡huy!” o “¡uy!”, “¡bah!”, “¡ojalá!”, “¡hola!”, “¡ajá!”, “¡bueno!”, “¡bravo!”, “¡vaya!”, “¡toma ya!”, “¡ahí va eso!”, “¡vaya por Dios!”…
Conforme a las normas de la Real Academia, el uso y significado de algunas preposiciones es como sigue:
“—”a”: “Esta preposición es de uso tan vario como frecuente en nuestra lengua.
Denota:
El complemento directo de persona y el indirecto.
El complemento con matiz de finalidad de ciertos verbos, cuando este complemento es un infinitivo: “Me enseñó a leer”; “Me invita a jugar”.
Cuando es complemento de un sustantivo, la construcción “a+infinitivo” empezó a usarse en frases calcadas del francés, como “total a pagar”, “efectos a cobrar”, “cantidades a deducir”, “asuntos a tratar”, que significan acciones de realización futura y próxima; se usan principalmente en facturas y otros documentos bancarios, comerciales y administrativos. No se dice, en cambio, “terrenos a vender”, “pisos a alquilar”, “personas a convocar”, “oraciones a rezar”, etc. A fin de evitar que tales construcciones se extiendan, todos los Congresos de Academias de la Lengua Española han acordado censurarlas como exóticas y recomendar que se las combata en la enseñanza. En lugar de ellas deben emplearse, según los casos: “Tengo terrenos que vender o para vender; pisos para alquilar; asuntos que tratar, por tratar o para tratar; personas que convocar”, etc.”
LI
Señalan los historiadores de la lingüística que fue en el siglo II, después de nuestra era, cuando, por primera vez, el gramático griego Apolonio Díscolo, nacido en Alejandría, empezó a emplear el término “sintaxis” en sus escritos para referirse a la unión y el orden que adoptaban las letras, o los sonidos, a fin de formar una palabra. Desde entonces, como as obvio, la “sintaxis” ha experimentado una notable evolución.
En el Diccionario de la Real Academia, se recoge la palabra Sintaxis en los siguientes términos:
“Parte de la gramática, que enseña a coordinar y unir las palabras para formar las oraciones y expresar conceptos. Divídise en regular y figurada. La primera pide que este enlace se haga del modo más lógico y sencillo. La segunda autoriza el uso de las figuras de construcción para dar a la expresión del pensamiento más vigor o elegancia. La figurada no es, como pudiera creerse, hija de caprichoso artificio: empléase, por el contrario, instintivamente en el lenguaje hablado”.
Como ya quedó dicho, de modo exhaustivo, en anteriores páginas de la presente obra, la Sintaxis permanece unida a la Morfología (Morfosintaxis) y, en consecuencia, podría decirse que, por sí sola, la Sintaxis no tiene la independencia que se le supone a una parte de la gramática. Sin embargo, por una cuestión práctica y útil, consideraremos a la Sintaxis en sí misma, es decir, como una parte de la gramática que se ocupa de manera especial por el aspecto funcional de los elementos de la frase. Y así, dice el profesor Lamíquiz (que, por lo demás, es partidario de la Morfosintaxis y no de considerar por separado ambas materias) que la Sintaxis “estudia el empleo funcional y la combinatoria distribucional de las diferentes unidades de los niveles morfosintácticos de la estructura del i signo lingüístico. Se puede afirmar que en cuanto dos morfemas se unen, ya hay Sintaxis”.
Asimismo, la Real Academia, que dedica a la Sintaxis casi la mitad de las páginas de su libro titulado “Esbozo de una Nueva Gramática de la Lengua Española”, señala que la Sintaxis se ocupa del estudio de “las agrupaciones de palabras conexas o relacionadas entre sí, con los medios para significar sus relaciones mutuas, y señala y clasifica las unidades o agrupaciones que la intención del hablante establece en el conjunto de la elocución”.
Concepto de oración
En consecuencia, y según lo antedicho, puede concluirse que la Sintaxis se ocupa especialmente de las unidades de sentido completo, esto es, de la “oraciones”, las cuales tendrán sentido completo en sí mismas si contienen una enunciación —afirmativa o negativa—, una pregunta, un deseo o un mandato. En todo caso, la “oración” puede definirse como una forma lingüística que no está incluida en otra forma lingüística superior, se trata de la unidad mayor de la Gramática, y se compone de otras unidades lingüística más pequeñas que se denominan sintagmas.
Por lo demás, a la división general de las “oraciones” en simples y compuestas, hay que añadir otra clasificación particular basada en la actitud del hablante, a saber; “enunciativas afirmativas”, “enunciativas negativas”, “interrogativas”, “exclamativas”, dubitativas, desiderativas, imperativas o exhortativas…
Dado que, como se ha dicho, las “oraciones” se componen de sintagmas, conviene señalar que los estudiosos del lenguaje no se ponen de acuerdo para definir estas unidades lingüisticas; no obstante, puede afirmarse que un sintagma es una palabra, o secuencia de palabras, que abarca y contiene dentro de sí un elemento central que desempeña la función de núcleo. Y así, en una oración puede baber sintagmas nominales, cuyo núcleo es un nombre; sintagmas verbales, que tienen por núcleo un verbo; sintagmas adjetivales, cuando su núcleo es un adjetivo; sintagmas preposicionales, en cuyo caso su núcleo estará formado por cualesquiera de las preposiciones existentes en la lengua castellana. Si, por ejemplo, reparamos en la oración “El alumno aprobó”, vemos que el sintagma nominal sería “El alumno” (el núcleo del sujeto es “alumno”), mientras que el sintagma verbal será “aprobó” que, a su vez, se corresponde con el núcleo del verbo.
En realidad, el sintagma es lo que se conoce comúnmente como frase: “En sentido gramatical llamamos “frase” a cualquier grupo de palabras conexo y dotado de sentido. Según esta definición, las oraciones son “frases”, pero no viceversa. Expresiones como “las recias murallas de la ciudad”; “en aquella playa solitaria y lejana”; “con habilidad sorprendente”, etc., son frases y no oraciones, porque su sentido no es completo en sí mismo”.
Aun teniendo en cuenta todo lo anterior, aquí nos interesa especialmente la parte práctica de la Sintaxis, es decir, el buen uso y la correcta concordancia de los elementos y términos que conforman las frases, las oraciones y los enunciados. De ahí que tenga que haber concordancia de número y persona entre los constituyentes que forman la estructura de la oración, es decir, entre sujeto y predicado. En esta unidad estructural que es la oración, el sujeto se define como la persona o cosa de la cual se dice algo, mientras que el predicado es aquello que se dice del sujeto. Ejemplo: “La luna sale de noche” (“La luna” es el sujeto de la oración, y “sale de noche”, el predicado).
Cuando la oración se forma con un verbo copulativo (“ser” o “estar”) y un atributo estamos ante un predicado nominal. Ejemplos: “Juan es maestro”. “Luisa es jueza”. “El mar es azul”
Y si la oración se estructura con un verbo pleno de significado propio, acompañado o no de un complemento, nos hallamos ante un predicado verbal. Las oraciones de predicado verbal pueden llevar complemento directo, en cuyo caso se denominan oraciones transitivas; o carecer de complemento directo, con lo que nos hallamos ante las oraciones intransitivas. Ejemplos: “Los viajeros suben al tren”. “El avión saldrá dentro de quince minutos”. “Los jardineros podan los árboles”.
Asimismo, el verbo puede estar en voz pasiva, por lo que se trataría de una oración pasiva: “Cuando el interés principal del que habla está en el objeto de la acción y no en el sujeto, suele expresarse el juicio por medio del verbo en construcción pasiva. El sujeto en estas oraciones recibe o sufre la acción verbal que otro ejecuta; por esto se denomina “sujeto paciente”; v. gr.: “El actor fue aplaudidísimo”; “Juan es respetado”; “La noticia era ya conocida”. (Real Academia. “Esbozo…”).”
También hay oraciones denominadas pasivas reflejas (formadas con “se” y el verbo en voz activa); oraciones de verbo reflexivo (el sujeto es agente y paciente a la vez, y se forman con el verbo en voz activa acompañado de los pronombres personales “me”, “te”, “se”, “nos” y “os”), y oraciones impersonales (el sujeto no se expresa ni se sobrentiende por el contexto o la situación de los hablantes). Ejemplos: “Se firmó el convenio por parte de los empresarios”; “Se han divulgado ciertas noticias por las agencias de prensa” (oraciones pasivas reflejas). “Yo me visto”; “Luis se lava las manos” (oraciones de verbo reflexivo o reflexivas). “Llaman al teléfono”; “Dicen que ramoso; La paz se firmó por fin” (oraciones impersonales).
Oraciones simples y compuestas
Definitivamente, entre las unidades lingüísticas sobresale la oración, que, según explica Lázaro Carreter, es toda forma lingüística que no está incluida en otra forma lingüística más amplia; y también, tal como señala la Real Academia, la oración está considerada como una “unidad del habla real con sentido completo en sí misma”. A ello, la citada institución, añade lo siguiente: Cada una de estas unidades puede contener un solo juicio (“oración simple”) o más de uno (“oración compuesta”). Considerando que el verbo es la palabra más característica de la oración —puesto que muchas veces contiene en sí al sujeto y es siempre el nexo entre los dos términos del juicio—, podemos concretar nuestro pensamiento diciendo que, para la práctica del análisis sintáctico, donde hay un verbo hay una oración simple; donde haya dos o más verbos trabados entre sí, tenemos una oración compuesta. {…} Ejemplos de oraciones simples: “Mi casa está cerca de aquí”; “Todavía no han llegado los excursionistas”. Ejemplos de oraciones compuestas: “Quisiera complacerte, pero no puedo”; “Todavía no han llegado los excursionistas que esperamos, porque sin duda habrán salido muy tarde”; “Aunque el tiempo sea malo, iremos de caza en cuanto amanezca.”
Правильно писать по-испански
ESCRIBIR CORRECTAMENTE en español o castellana
Для кого ця стаття? Для таких як я сам, хто в часи пандемії та суттєвої…
Git is a free and open source distributed version control system designed to handle everything from small…
ASCII Tables ASCII abbreviated from American Standard Code for Information Interchange, is a character encoding standard for electronic communication.…
Conda Managing Conda and Anaconda, Environments, Python, Configuration, Packages. Removing Packages or Environments Читати далі…
This website uses cookies.