Х. Роберто Паэс. Испанские колониальные хронисты: часть вторая. J. Roberto Páez. Cronistas coloniales – Segunda parte

Х. Роберто Паэс. Испанские колониальные хронисты: часть вторая.

Cronistas coloniales : (Segunda parte)
[Estudio, biografías y selecciones de J. Roberto Páez]

Índice

• Cronistas coloniales
• (Segunda parte)

o Pedro Cieza de León
o
 Biografía de Pedro de Cieza de León
o
 La Crónica del Perú nuevamente escrita por Pedro de Cieza de Léon

 Capítulo XXXIX

 Capítulo XL

 Capítulo XLI

 Capítulo XLII

 Capítulo XLIII

 Capítulo XLIV

 Capítulo XLV

 Capítulo XLVI

 Capítulo XLVII

 Capítulo XLVIII

 Capítulo XLIX

 Capítulo L

 Capítulo LI

 Capítulo LII

 Capítulo LIII

 Capítulo LIV

 Capítulo LV

 Capítulo LVI

 Capítulo LXIV

 Capítulo LXV

 Capítulo LXVI

 Capítulo LXVII

 Capítulo LXVIII
o
 Del Señorío de los Incas
Tercera parte de la Crónica del Perú de Pedro de Cieza de León
Libro 2.º M.S.

 Capítulo I

 Capítulo II

 Capítulo III

 Capítulo IV

 Capítulo V

 Capítulo VI

 Capítulo VI

 Capítulo VIII

 Capítulo IX

 Capítulo X

 Capítulo XI

 Capítulo XII

 Capítulo XIII

 Capítulo XIV

 Capítulo XV
o
 Mercurio Peruano
Revista Mensual de Ciencias Sociales y Letras
Director: Víctor Andrés Belaunde
Año XXI, Volumen XXVII – Número 233

 Capítulo XVI

 Capítulo XVII

 Capítulo XVIII

 Capítulo XIX
o
 Mercurio Peruano
Revista Mensual de Ciencias Sociales y Letras
Director: Víctor Andrés Belaunde
Año XXVI, Volumen XXXII – Número 289

 Capítulo XVIII

 Capítulo XIX

 Capítulo XX

 Capítulo XXI

 Capítulo XXII
o
 Guerras civiles del Perú
por Pedro Cieza de León
Tomo II, Guerra de Chupas

 Capítulo LXXI

o Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez
o
 Biografía de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez
o
 Historia general y natural de las Indias islas y Tierra Firme del mar Océano por el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez
Tercera parte de la general y natural historia de las Indias islas y Tierra Firme del mar Océano. Libro XLIX

 Capítulo I

 Capítulo II
Primeramente:

 Capítulo III

 Capítulo IV

 Capítulo V

o Agustín de Zárate
o
 Biografía de Agustín de Zárate
o
 Historia del descubrimiento y conquista de la provincia del Perú y de las guerras y cosas señaladas en ella, acaecidas hasta el vencimiento de Gonzalo Pizarro y de sus secuaces, que en ella se rebelaron contra Su Majestad, por Agustín de Zárate

 Capítulo V

 Capítulo VI

 Capítulo VII

 Capítulo VIII

 Capítulo IX
o
 Libro cuarto
Que trata del viaje que Gonzalo Pizarro hizo al descubrimiento de la provincia de la Canela, y de la muerte del Marqués

 Capítulo I

 Capítulo II

 Capítulo III

 Capítulo IV

 Capítulo V

o Antonio de Herrera y Tordesillas
Cronista Mayor de Indias
o
 Biografía de Antonio Herrera y Tordesillas, Cronista Mayor de Indias
o
 Antonio de Herrera. Historia General de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del mar Océano
Descripción de las Indias occidentales de Antonio de Herrera Cronista Mayor de Su Majestad de las Indias y su cronista de Castilla

 Capítulo XVII

 Libro Cuarto

 Capítulo XI

 Capítulo XII

 Libro Quinto

 Capítulo I

 Libro Sexto

 Capítulo I

 Capítulo II

 Capítulo III

 Capítulo V

 Capítulo VI

 Libro séptimo

 Capítulo XIV

 Capítulo XV

 Libro Décimo

 Capítulo XI

 Capítulo XII

 Capítulo XIV

 Libro Octavo

 Capítulo VI

 Capítulo VII

 Capítulo VIII

 Libro noveno

 Capítulo II

 Capítulo III

 Capítulo IV

 Capítulo V

 Capítulo VI

o Toribio de Ortiguera
Alcalde de Quito y cronista de Indias
o
 Biografía de Toribio de Ortiguera Alcalde de Quito y cronista de Indias

 Capítulo XIV

 Capítulo XV

o Fray Reginaldo de Lizarraga Orden de los dominicos
Vecino de Quito y obispo de la Imperial y de Asunción
o
 Biografía de fray Reginaldo de Lizarraga Orden de los dominicos
Vecino de Quito y obispo de la Imperial y de Asunción

 Capítulo II

 Capítulo III

 Capítulo IV

 Capítulo V

 Capítulo LXIX

 Capítulo LXX

 Capítulo LXXI

 Capítulo LXXII

o Pedro Ordóñez de Ceballos (El Clérigo Agradecido)
(Vecino de Quito y cura de Pimampiro)
o
 Biografía de Pedro de Ordóñez de Ceballos
o
 Libro Segundo

 Capítulo XXIX

 Capítulo XXX

 Capítulo XXXI

 Capítulo XXXII

 Capítulo XXXV

 Capítulo XXXVI

 Capítulo XXXVII

 Capítulo último

o Fray Antonio Vázquez de Espinosa
o
 Biografía de fray Antonio Vázquez de Espinosa, carmelita descalzo
o
 Segunda parte
Libro tercero
Del distrito de la Audiencia de Quito

 Capítulo I

 Capítulo II

 Capítulo III

 Capítulo IV

 Capítulo V

 Capítulo VI

 Capítulo VII

 Capítulo VIII

 Capítulo IX

 Capítulo X

 Capítulo XI

 Capítulo XII

 Capítulo XIII

 Capítulo XIII

 Capítulo XIV

 Capítulo XV

 Capítulo XVII

 Capítulo XVIII
 Capítulo 17 (sic)

Pedro Cieza de León
-[30-33]-
Biografía de Pedro de Cieza de León
Ha sido llamado acertadamente Príncipe de los Cronistas de Indias, Pedro de Cieza de León, primacía que la comparte con el capitán don Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, que después de cruzar doce veces el Océano y tras duchas y labores titánicas, enseñó, como escribe don Julio Dejador, «a España y a Europa entera las maravillas de la naturaleza de América; la historia de la Conquista y los intentos e intereses de los que la llevaron a cabo».
Como Oviedo y Valdez, Cieza de León sirvió en las filas españolas y supo aunar, con sin igual maestría, las armas y las letras; la nobilísima profesión militar y el ejercicio glorioso de la pluma. Vecino de Sevilla, se declara en el título de su magno libro La Crónica del Perú, dedicado al muy alto y poderoso señor don Felipe Segundo, Príncipe de España, Crónica que, según su autor, «se comenzó a escribir en la ciudad de Cartago, de la Gobernación de Popayán, año de 1541, y se acabó de escribir originalmente en -34- la ciudad de Los Reyes, del reino del Perú, a ocho días del mes de Setiembre de 1550 años».
El que en Sevilla, en 1553 y en las prensas de Martín de Montesdeoca daba a luz ese libro de veras inmortal, era un soldado de España que a la sazón contaba pocos años de edad, pues, había nacido entre 1520 y 1522, sin que sea posible precisar aún la fecha exactamente, en la villa extremeña de Llerena.
Salió de España hacia 1535, es decir a los trece años de edad, si lo suponemos nacido en 1522. De Lima se ausentó hacia fines de 1550, para ir a Sevilla en donde editó su libro y en la misma ciudad murió el mes de julio de 1554, a la temprana edad de treinta y dos años, cuando tanto se podía esperar todavía de su portentosa pluma.
El tiempo que Cieza de León pasó en América fue de provecho para las letras, pues sin descuidar los deberes militares, supo emplear sus dotes de observación y su claro ingenio en atesorar para sus libros datos de sin igual importancia. No se movió a escribir por vanidad. Lo hizo por vocación irresistible; por necesidad innata de su naturaleza, y ante todo, por amor a Dios y a su patria. En el Prólogo del libro antes citado manifiesta cómo vaciló algún tiempo entre el deseo de poner por escrito cuanto sus ojos veían en América y el temor de no poder hacerlo por carecer de dotes para ello. Atribuye a gracia divina el que haya triunfado el afán por escribir la Crónica de los altos hechos castellanos. Movieron su ánimo, según dice, en primer lugar, el ver que nadie cuidaba de escribir la relación de los hechas castellanos en el Nuevo Mundo; en segundo lugar, la gloria que España debía recibir cuando se supiera por todos qué número tan grande de idólatras había llegado a conocer al verdadero Dios gracia a la conquista de América por gentes hispanas, y en tercer lugar, la grandeza de la Corona de Castilla a la que había de atribuirse -35- perpetuamente el esfuerzo realizado por ampliar sus dominios, con nuevos y no soñados territorios.
Puesto a la tarea de consignar por escrito las fatigas de los conquistadores, repartió su tiempo entre los ejercicios militares y los afanes de cronista. Así escribe:
Temeridad parece intentar un hombre de tan pocas letras lo que otros muchos no osaron, mayormente estando ocupado en las cosas de la guerra; pues, muchas veces cuando los otros soldados descansaban, me cansaba yo escribiendo. Mas ni esto, ni las asperezas de tierras, montañas y ríos ya dichos, intolerables hambres y necesidades, nunca bastaron para estorbar mis dos oficios de escribir y seguir a mi bandera y capitán, sin hacer falta.

Este capitán al que siguió por mucho tiempo y del que recibió no pocas recompensas fue el señor capitán don Sebastián de Benalcázar, al que Cieza llama «Fundador de la ciudad de Quito».
La tarea del historiador la concibió Pedro de Cieza de León como la más excelsa de todas. Según su parecer, el historiador halla su recompensa más cumplida en haber escrito la verdad, aún cuando no obtenga ninguna otra; esa le basta y esa justifica todos sus afanes. Se expresa así:
Por haber escrito esta obra con tantos trabajos, me parece que debería bastar para que los lectores me perdonasen las faltas que en ella a su juicio habrá. Y si ellos no perdonan, a mí me basta haber escrito lo cierto; porque esto es lo que más he procurado, porque mucho de lo que escribo vi por mis ojos estando presente, y anduve muchas tierras y provincias por ver lo mejor, y lo que no vi trabajé de me informar de personas de gran crédito, cristianos e indios.

Entre las muchas tierras que Cieza de León visitó para escribir su Crónica del Perú se cuenta la nuestra. A Quito dedicó a más de un libro entero:
-36-
La Guerra de Quito, editada por el insigne Marcos Jiménez de la Espada, varios capítulos en la Crónica del Perú. Así el que tituló Del sitio que tiene la ciudad de San Francisco del Quito y de su fundación y quien fue el que la fundó, en el que consignó datos de gran valor y que revelan profunda observación. De nuestra ciudad capital dice:
Es sitio sano, más frío que caliente. Está la ciudad metida debajo de la línea equinoccial tanto que la pasa casi a siete leguas. Es tierra toda la que tiene por términos al parecer estéril, pero en efecto es fértil, porque en ella se crían los ganados abundantemente y lo mismo todos los otros bastimentos de pan y legumbres, frutas y aves. Es la disposición de la tierra muy alegre, y en extremo se parece a la de España en la hierba y en el tiempo, porque entra el verano por el mes de abril y marzo y dura hasta el mes de noviembre, y aunque es fría, se agosta la tierra ni más ni menos que en España. Los naturales de la comarca en general son más domésticos y bien inclinados y más sin vicio que ningunos de los pasados, ni aún de los que hay en toda la mayor parte del Perú, lo cual es según lo que yo vi y entendí.

De la Fundación de Quito, escribe:
Digo que la fundó y pobló el capitán Sebastián de Belalcázar, que después fue adelantado y gobernador en la provincia de Popayán, en nombre del Emperador don Carlos, nuestro señor, siendo el adelantado don Francisco Pizarro gobernador y capitán general de los reinos del Perú y provincias de la Nueva Castilla, año del Nacimiento de Nuestro Redentor Jesucristo de 1534 años.

Razón de sobra tuvo don Moisés Sáenz para escribir en la página 302 de su libro sobre El India Peruano que la Crónica del Perú, de Cieza de León, en su primera y segunda parte es libro fundamental para la historia prehispánica y que Las Guerras -37- del Perú y de Quito, del mismo autor lo son para el conocimiento de la conquista.
No careció Cieza de León del conocimiento de su propia valía, cuando escribió en su afamada Crónica las siguientes palabras:
Llamó a la escriptura Cicerón, testigo de los tiempos, maestra de la vida, y luz de la verdad. Lo que yo pido es que, en pago de mi trabajo, aunque vaya esta escriptura desnuda de retórica sea mirada con moderación, pues, a lo que siento va tan acompañada de verdad. La cual subjeto al parecer de los doctos y virtuosos, y a los demás pido se contenten con solamente leer, sin querer juzgar lo que no entienden.

Leamos ciertamente no una sino muchas veces los libros del que ha sido juzgado por los doctos como el primero de los cronistas de Indias.
En la Introducción al precioso libro Tres relaciones de antigüedades peruanas, que en 1879 publicó el más ilustre de los americanistas, don Marcos Jiménez de la Espada, al hablar de los españoles que habían ido a América no ya con el deseo de hacerse ricos, sino para observar y describir los países que ese iban descubriendo y sus habitantes y también para evangelizar a estos últimos, citó a fray Domingo de Santo Tomás, de la Orden de los predicadores, con estas palabras:
De clérigos y religiosos, se cuenta al buen Fray Domingo de Santo Tomás, que al estudiar el idioma de los naturales, de que compuso el primer Arte y Vocabulario conocidos, investigó sus costumbres y ceremonias religiosas, consignándolas en escritos que vieron y aprovecharon algunos Cronistas del Perú.

Entre los cronistas que aprovecharon los datos y observaciones reunidos por fray Domingo de Santo Tomás, se cuenta Pedro de Cieza de León, según Raúl Porras Barrenechea, quien al hablar de las lenguas indígenas del Perú, se expresa así:
-38-
La aprehensión de las lenguas indígenas por el conquistador fue lenta y difícil. En las primeras crónicas sólo se recogieron muy pocas palabras, generalmente correspondientes a personajes o lugares, groseramente deformadas. Las primeras palabras comunes incorporadas son las de Inca, yunga y mamacona. Algunos soldados, como Hernando de Aldama, aprenden el quechua de boca de los intérpretes Felipillo y Martinillo, pero en 1550 es todavía muy corto el caudal de palabras incorporado a las crónicas de Cieza o de Zárate. Uno de los primeros quechuistas es Fray Domingo de Santo Tomás, quien inició a Cieza en el estudio de las costumbres indígenas, y otro el soldar do Juan de Betanzos, que escribe en 1552 la Suma y Narración de los Incas.
Fray Domingo de Santo Tomás es, sin duda, el fundador de los estudios de lingüística en el Perú. Era sevillano y vino a Lima en el primer equipo de frailes dominicos que trajo Fray Vicente de Valverde en 1538. Vivió algún tiempo en la costa del Perú, donde fundó las casas de Chincha, de Chicama y Trujillo y se familiarizó con las costumbres de los naturales.
En 1545 era Prior del Convento Dominico de Lima y cuando Cieza llegó al Perú, en 1548, era ya maestro en «cosas de indios». Había estudiado el quechua, comenzando probablemente por el yunga y predicaba ya a los indios en su lengua. Descubrió la declinación de los nombres y la conjugación de los verbos, poniendo los cimientos de los estudios de quechua. Establecida la Universidad de San Marcos fue el primero que se graduó en ella de doctor y el primer catedrático de Prima de Teología. Fue a España en 1557 y regresó como Obispo de Charcas en 1561 y murió en Chuquisaca en 1570. Su retrato se conserva en la Universidad de San Marcos.
La obra fundamental de Fray Domingo de Santo Tomás es la publicación que hizo en España de la primera Gramática y del primer Vocabulario quechuas, en 1560. Ambos trabajos inician la labor científica -39- del quechuismo. La Gramática y el Vocabulario de Fray Domingo son los primeros documentos escritos sobre la lengua oficial de los Incas.

(Fuentes Históricas Peruanas. Páginas 25 y 26. Lima, 1955)

Era de veras interesante descubrir en qué fuentes se inspiró Cieza de León, para sus trabajos inmortales. No olvidemos que nuestro compatriota, reverendo padre fray José María Vargas, de la Orden de predicadores, escribió una notable biografía del insigne fray Domingo de Santo Tomás, su hermano de hábito, y que también reimprimió en Quito el Vocabulario de este benemérito maestro de Cieza. El padre Vargas señala el año de 1540 como el en que pasó fray Domingo al Perú, llevado por fray Francisco Martínez Toscano y no por el padre Valverde.
En la Cuarta Reunión del Congreso Internacional de Americanistas, verificada en Madrid el año de 1881, presentó don Marcos Jiménez de la Espada a la Asamblea el volumen que él acaba de publicar y que encerraba la segunda parte de la Crónica del Perú, escrita por Pedro de Cieza de León, volumen titulado El Señorío de los Incas. En tan solemne ocasión dijo Jiménez de la Espada al ofrecer el libro de Cieza a cada uno de los asistentes al Congreso, lo siguiente:
Mi objeto al ofrecer un ejemplar a cada uno de los señores que forman el Congreso Americanista es él siguiente:
Suministrar un fundamento más a la crítica que en mi concepto merecen las historias que hasta ahora pasan por oficiales y fidedignas entre nosotros acerca de los sucesos, tanto anteriores como coetáneos, de la conquista, y aún posteriores a nuestra dominación ultramarina. Este libro que tengo el honor de ofrecer al Congreso es la segunda parte de la gran crónica que escribió Cieza de León, la cual ha sido fraudulentamente plagiada por alguno de nuestros más reputados cronistas: delito literario que ha traído por consecuencia que un modesto y laborioso soldado, conquistador -40- y descubridor de los primeros, que anduvo todo el país que describió y conoció de todos los sucesos de que se hizo cargo en su obra admirable, que antes que nadie se atrevió a descifrar y ordenar los anales misteriosos de los tiempos anteriores de la conquista, haya sido suplantado por el que hoy todavía lleva la palma y la primacía entre los escritores de antigüedades peruanas, el inca Garcilaso de la Vega.
El año 1550 acabó Pedro de Cieza de León la historia de los incas, y en el de 1606 concluyó Garcilaso la suya. Yo pregunto a los señores que me escuchan, que tanto conocen la antigua historia de América, si han visto alguna vez, al tratarse de los Incas y sus hechos citar como autoridad el nombre de Pedro de Cieza de León. Nunca. Garcilaso ha sido el que ha llevado siempre la preferencia; y hasta el famoso Prescott, desmintiendo en este punto su erudición y sagacidad indiscutibles, ha pospuesto a las afirmaciones y fantasías de Garcilaso los textos de otros que han escrito con anterioridad a él y con más garantías de veracidad y acierto.
Paréceme, pues, justificado mi empeño de propagar el conocimiento de esta obra hasta ahora usurpada totalmente por el cronista. Herrera, a costa de la gloria de su autor. Y los que tengan la bondad de leerla comprenderán sin gran esfuerzo la superioridad crítica que distingue a Cieza de León comparado con Garcilaso. Este conocía mejor que Cieza la lengua de los soberanos y gentes que pretendía historiar, como que era la de toda su familia y la suya, como que era inca; pero apasionado por las cosas de su familia, convirtió en fábulas, abultándolos y adulterándolos, los hechos que como reales y positivos consigna en su crónica Pedro de Cieza. Yo creo, pues, que en desagravio a la memoria de este desgraciado cronista, es justo que se propague este escrito, como todos los suyos, y cundan sus ideas entre los que se dedican al estudia de las antigüedades americanas.

(Actas -41- del Congreso de Americanistas, reunido en Madrid el año de 1882. Tomo I. Páginas 214 a 216)

Razón tuvo Jiménez de la Espada al llamar desgraciado a Cieza de León, pues, lo fue como nadie en la suerte de sus libros. Hay que recordar en efecto y lo ha narrado brillantemente, entre otros, Gustavo Otero Muñoz, en el ensayo biográfico sobre Cieza que publicó el año de 1938 en Bogotá, que el manuscrito de la Segunda parte de la Crónica del Perú, que trata del Señorío de los incas yupanquis y de sus grandes hechos y gobernación, se guardaba inédito en la Biblioteca del Escorial. Lord Kingsborough sacó de él una copia y de ésta se tomó otra copia que fue a poder del historiador norteamericano Prescott, autor de la Conquista del Perú, en esta última el encargado de sacarla cometió el grave error de poner la palabra por en vez de para, con lo que se atribuyó al Presidente del Consejo de Indias, don Juan de Sarmiento la paternidad del Señorío de los Incas. Fue necesaria la intervención de Jiménez de la Espada pura que Cieza recuperara, al cabo de trescientos treinta años de haberlo escrito, la paternidad de su libro.
También el Tercer libro de las Guerras Civiles del Perú, el cual se llama la Guerra de Quito, se lo habla apropiado íntegramente el cronista don Antonio de Herrera, quien, como dijo Jiménez de la Espada, se atrevió a sepultar en sus Bodegas una crónica entera y modelo de su clase, y con ella el nombre de un soldado valiente y pundonoroso, los afanes y desvelos de un hombre honrado y de elevada inteligencia y una reputación de historiador más grande y bien ganada que la suya. Jiménez de la Espada, el restaurador de la fama de Cieza de León, con el códice original de la Guerra de Quito a la mano, comprobó el plagio de Herrera y Tordecillas.
A los sesenta y un años de haber publicado Jiménez de la Espada la Segunda parte de la Crónica del Perú -42- de Cieza de León, volvió a editarla con las notas del americanista español y con otras suyas, en Buenos Aires en 1943, don Alberto María Salas, miembro de la Sociedad Científica Argentina, en impresión cuidadosa y numerada, precedida de interesante estudio sobre Cieza. Creo oportuno insertar sólo el juicio que a Salas le merece la obra del gran cronista sobre el Señorío de los Incas. Después de describir el asombro que le causaron a Cieza de León, que venía desde Tierra Firme, comarca de indios caribes, desnudos, sin siembras ni orden aparente alguno, las tierras del Perú, en donde halló una civilización en todo superior y en algunos aspectos, como el de la conservación de los caminos, mejor aún que la de la misma España, anota Salas cómo Cieza se propuso averiguar todo lo que era dable acerca del origen de los incas, sus instituciones, su historia y expansión territorial. Había llegado al Perú, quince años después de la muerte de Atahualpa. Encontró a muchos de los antiguos conquistadores que conocieron al regio prisionero de Pizarro. En el Cuzco vivían los descendientes de Huayna Capae y muchos miembros de la nobleza que habían escapado a la matanza ordenada por Atahualpa. Los indios celebraban todavía, en lugares apartados, sus fiestas y ceremonias religiosas; conservaban ocultos sus ídolos y las momias de los incas y sus coyas, ya petrificadas. Estas son las fuentes para el relato del cronista, que será imparcial, pues, dice Salas:
Está libre, Cieza de León, de todo compromiso. No los reconoce. Su simpatía hacia el indígena no vicia en nada la seriedad de su Crónica; antes por el contrario nos está indicando que se ha acercado a esa realidad dispuesto a comprender, sin otras prevenciones más peligrosas y deformadoras.

Termina así la Introducción de Salas al libro de Cieza:
El Inca, con su solemnidad y poder reverenciado, inobjetable, le deslumbra, convirtiéndose en el eje de su relato. Se diría que es toda la tierra de América, sus misterios y la sugestión profunda de las comarcas -43- desconocidas, atrapando al conquistador, desquitando a toda la raza indígena de su vencimiento. Cieza que pasó a América con la edad en que sólo se concibe la aventura, acabó haciendo relación y crónica de esta tierra, fatigosa ambición que no le reparó de pobrezas, pero que nos ha dejado las páginas honestas de este libro, la memoria perpetuada a través de los siglos, que han sido el olvido de tantos.

(Obra citada. Ediciones Argentinas «Solar». Buenos Aires, 1943)

Se sabía de la existencia, de la Tercera parte de la Crónica de Pedro de Cieza de León, mas el texto de ella, no lo conocíamos, hasta que un investigador peruano, el doctor don Rafael Loredo, del Instituto Histórico del Perú, comenzó en 1946 la publicación de los capítulos de esa Tercera parte de la Crónica de Cieza, en el Mercurio Peruano que se edita en Lima bajo la dirección del doctor Víctor Andrés Belaunde.
El doctor Daniel Cossio Villegas propuso inmediatamente de aparecidos aquellos capítulos al doctor Loredo, publicar en México sin pérdida de tiempo toda aquella «Tercera Parte» de la Crónica que en hora buena había sido hallada, propuesta que no la aceptó el doctor Loredo, por estimar que debía hacerse en el Perú y no en otra parte aquella publicación. Hasta abril de 1951, o sea en el lapso de seis años, se habían editado los quince primeros capítulos de Cieza. El ritmo de la publicación, como se ve, ha sido por demás lento. Tenemos ya otros capítulos que han visto la luz en Mercurio Peruano, en las siguientes fechas: abril de 1951; agosto de 1953; julio de 1955; febrero de 1956; mayo de 1957 y que en total abrazan cuarenta y ocho capítulos. Se hallan totalmente agotados los números de Mercurio Peruano anteriores a abril de 1951. Volvemos a comprobar la poca suerte de Cieza de León con sus escritos, ya que parecería normal el que se hubiera dado a las prensas lo que se había tenido la fortuna de hallar de tan connotado cronista de Indias.
-44-
El doctor Raúl Porras Barrenechea en Mercurio Peruano de abril de 1951, escribió un «Comentario» a los capítulos de Cieza, en el que expresa que debe estimarse como un fausto suceso histórico la publicación de don Rafael Loredo, de una obra que se tenía como perdida. Cieza sólo alcanzó a publicar en Sevilla, como sabemos, la Primera parte de la Crónica o descripción del Perú, dejando inéditas y acaso truncas las partes segunda, tercera y cuarta de esta obra trascendental, relativa al imperio incaico, al descubrimiento y conquista y a las guerras civiles. Herrera explotó y copió en sus Décadas estas partes, «con alevosía de experto plagiario», dice el doctor Porras. El Señorío de los Incas, lo atribuyó, Prescott a Sarmiento, hasta que Jiménez de la Espada redimió del olvido el manuscrito y lo restituyó a Cieza con su edición española de 1880. De los cinco libros de las Guerras Civiles, anunciados por el propio Cieza, vieron la luz los libros primero y segundo, relativos a la guerra de las Salinas y de Chupas. Jiménez de la Espada publicó en 1871 los cincuenta y tres capítulos de La Guerra de Quito y los restantes, hasta el capítulo doscientos treinta y nueve publicó Serrano y Sanz. Inéditos quedaban: la Tercera parte del descubrimiento y conquista del Perú; los libros cuarto y quinto de las guerras civiles, referentes a las guerras de Huarina y de Jaquijaguana y los dos comentarios ofrecidos por Cieza sobre los acontecimientos del Perú, después de fundada la Audiencia, hasta la salida de la Gasca.
Continúa el doctor Porras y dice que se sabía de la existencia de la Tercera Parte, pues, en 1877 Jiménez de la Espada pudo consultar ampliamente el manuscrito que resultó estar en posesión de don José Sancho Rayón. El librero y bibliógrafo Obadiah Rich, aseveró también haber encontrado en Madrid la segunda y tercera parte de Cieza. A la muerte de José Sancho Rayón, pasó, según parece, el manuscrito de la Tercera parte a la biblioteca del Conde de Heredia Espinola, en Madrid, mas, este señor no le consintió verlo -45- al doctor Porras Barrenechea, durante su estadía en la capital de España -1935 a 1941- pese a las cartas de presentación que para ello había obtenido de connotados personajes. Afortunadamente Jiménez de la Espada poseyó una copia de esa famosa Tercera parte y, según cree el doctor Porras, es la que está permitiendo al doctor Rafael Loredo realizar la publicación en Mercurio Peruano.
Parecería natural que el afortunado editor doctor Loredo dijera de dónde procede el texto que está utilizando y también que la edición se hiciera con la debida rapidez, pues, han pasado ya trece años y aún no vemos el final de la obra, mas, el sino fatal que persigue a Cieza se ha opuesto a ello.
Por lo menos en algo ha estado afortunado el mayor de los cronistas de Indias y es en que un inteligente investigador halló en los Archivos de Sevilla, recientemente, los datos que nos permiten completar la biografía del gran Cieza, de la mejor manera. Nos referimos a dan Miguel Maticorena Estrada que en el Anuario de Estudios Americanos, de Sevilla tomo XII, del año 1955, nos ha dado importantes noticias sobre el cronista, las mismas que vamos a resumir de inmediato, en beneficio de quienes no pueden tener a la mano aquél Anuario.
Entre los años 1535 y 1550, escribe Maticorena Estrada, el itinerario ultramarino de Cieza fue un constante viaje por Cartagena, Popayán, Quito, Lima, el Callao, Cuzco, hasta retornar a Sevilla de donde había salido sin cumplir todavía los trece años de edad.
Sirvió a las órdenes de Alonso de Cáceres y Jorge Robledo y luego a las de Benalcázar. En plena guerra civil acudió al llamamiento del Pacificador la Gasca, peleando como soldado en Jaquijaguana. Había estado en la fundación de Ancerma y en la de Cartago, ciudad ésta en donde comenzó a escribir la «Primera Parte» de su obra, que luego terminaría en Lima.
-46-
De vuelta a España, en marzo de 1553, la casa de Martín de Montesdeoca, en Sevilla, publicaba la Crónica del Perú.
El erudito peruano Manuel González de la Rosa y luego Jiménez de la Espada, dieron a conocer la «Segunda Parte» de la obra, sobre el Señorío de los Incas Yupanguis y sus grandes hechos y gobernación. La «Tercera Parte» fue descubierta y viene editándola don Rafael Loredo en la Revista Mercurio Peruano.
De los cinco libros de las guerras civiles, están perdidos los de las guerras de Huarina y Jaquijaguana, así como dos Comentarios sobre los sucesos peruanos del período de la fundación de la Audiencia y la salida de la Gasca, el uno, y el otro, sobre la entrada del virrey Mendoza.
Cieza tiene buen sentido para juzgar, búsqueda y perspicacia para indagar las antiguas tradiciones, comprensión de las supervivencias indígenas y su actitud caritativa hacia los indios es notable, condicionada ésta, en cierto sentido, por la reacción en contra de los encomenderos rebeldes, que encarnó el gobierno de la Gasca.
De El Señorío de los Incas ha dicho Raúl Porras Barrenechea: Admira cómo en época tan convulsa, como la de 1548 a 1550, en que estuvo Cieza en el Perú, haya podido escribir obra de tan sólida armazón, de documentación tan segura y verídica y de tanta madurez, sobre la historia e instituciones del Incario. La historia del Incario nace adulta en Ciezaa. Nadie puede disputarle la primacía en el Imperio Incaico. La historia del cronista castellano hace entrar de golpe a los Incas en la historia universal.
Los libros de las guerras civiles, al igual que el descubrimiento y conquista del Perú, fueron utilizados por Antonio de Herrera en sus famosas Décadas, la que ha dado lugar a una de las acusaciones de plagio más conocidas, de la historiografía americanista.
-47-
Jiménez de la Espada decía en la semblanza de Cieza que hizo preceder a la edición de la Guerra de Quito, que eran pocos los datos personales que el autor nos había suministrado, por ello los documentos con él relacionados son de gran importancia.
Se sabía que luego de terminada la Crónica en Lima, en setiembre de 1550, regresa inmediatamente a Sevilla y de aquí, a fines de 1552, va a Toledo y presenta su libro al Príncipe don Felipe. Aparece su libro en marzo de 1553 y se pierde el recuerdo del autor, creyéndole en un momento fallecido en el olvido hacia 1560, cosa que se ha venido repitiendo desde Nicolás Antonio hasta nuestros días. Nuevos documentos prueban que los últimos años de Cieza transcurrieron en Sevilla.
Natural de la villa extremeña de Llerena, Pedro de Cieza era hijo de Leonor de Cazalla, muerta ya en 1554, y de Lope de León, vecino de la misma villa. Tuvo tres hermanos: un varón y dos mujeres. Pasó a Indias el 3 de junio de 1535. Nació entre los años 1520 y 1522. Gozó de buena situación económica como lo prueba su testamento.
En 1551, Pedro de Cieza de León casó con Isabel López de Abreu, hija de dos vecinos de Sevilla: María de Abreu y Juan de Llerena, éste último activo comerciante, vinculado a diversos negocios locales e indianos.
Cieza de León mantenía por parte de su madre vínculos con los conocidos Cazalla de Llerena, y por tanto con el famoso Pedro López de Cazalla, escribano mayor de la Nueva Castilla y secretario de la Gasca.
A los pocos años de haber contraído matrimonio, pierde a su mujer, ya que ésta muere en marzo de 1554, y a continuación, el 2 de julio de 1554, lunes por la mañana, muere Cieza de León, aquejado por una constante enfermedad y por el dolor que le causara el fallecimiento de su esposa. Contaba apenas -48- treinta y dos o treinta y cuatro años de edad. Fue inmenso su pesar por no poder concluir las obras que tenía comenzadas, dada su falta de salud.
El 23 de junio de 1554, Juran de Llerena copió de su mano las últimas disposiciones de Pedro de Cieza, para su testamento, pues éste ya no podía escribir, aunque conservaba pleno entendimiento y lucidez de mente. En ese testamento mandó limosnas para los niños de la doctrina cristiana; para las monjas de la Concepción y para otras monjas más; para hospitales e iglesias, en especial para los de su ciudad natal: Llerena.
De la difusión de la Crónica del Perú, sabemos, por el mismo testamento, que en Medina del Campo Juan de Espinosa vendió ciento treinta ejemplares; en Toledo, treinta Juan Sánchez de Andrade, y ocho Diego Gutiérrez de los Ríos en Córdoba. Juan de Cazalla, de Sevilla, se encargó de vender más de cien ejemplares. También se enviaron ejemplares a Honduras y a Santo Domingo.
Ordenó misas rezadas por el alma de los indios, de los sitios y lugares de Indias donde él estuvo.
Ordenó Cieza que todos los manuscritos que él dejaba sobre asuntos de Indias, se depositaran en una arca con llave, en un convento, por el tiempo de quince años, sin que antes pudiera publicarse nada de ellos. Sus albaceas no cumplieron con lo ordenado y su hermano Rodrigo de Cieza realizó muchas gestiones para recaudar esos manuscritos extraviados indebidamente por los albaceas y a lo que parece hasta ahora, en parte definitivamente perdidos.
No hay duda de que quien aprovechó más de los papeles de Cieza fue Antonio de Herrera, nombrado Cronista Real en mayo de 1596, así como lo hizo con la Historia de las Indias de Las Casas, con la Crónica de la Nueva España, de Cervantes de Salazar y con tantas y tantas otras obras, cuya desaparición hace que aquellas famosas Décadas tengan valor excepcional, -49- como repositorio de las cosas ajenas. Los autores despojadas por Herrera, quedan relegados al anonimato y sólo en raras ocasiones cita la fuente de donde ha tomado sus noticias.
Maticorena Estrada recuerda que la distribución de la obra de Cieza es la siguiente:
Primera parte: La Crónica del Perú.
Segunda parte: Señorío de los incas.
Tercera parte: Descubrimiento y conquista, del Perú.
Cuarta parte: Las Guerras Civiles del Perú.
Esta parte se divide en cinco libros:
Primer Libro: Guerra de las Salinas.
Segundo Libro: Guerra de Chupas.
Tercer Libro: Guerra de Quito.
Todos estos publicados ya.
No se han encontrado aún los libros Cuarto y Quinto de las Guerras Civiles, o sea los de Huarinas y de Jaquijaguana, y los dos Comentarios finales que tampoco se conoce. -El doctor Rafael Loredo ha sostenido que el libro de Huarinas debió quedar a medio hacer y tal vez ocurrió lo propio con el de Jaquijaguana.
La vida de Cieza fue muy corta, oscura y diligente; fecunda y fatigosa, proyectada en una búsqueda interior llena de armonía y de equilibrio; pera contenida por una resignación sencilla y melancólica. Queda determinada la fecha de su viaje a Indias, en junio de 1535. Vemos que la religiosidad es el soporte de su actitud ante los indios; su preocupación se ve colmada con la prematura muerte de su mujer; su vida, acabada por la enfermedad que reiteradamente había tenido. -50-
Conocemos su amistad hacia Bartolomé de Las Casas; su vinculación con Robledo, con Pedro Alonso de Carrasco y Alonso Canalla. Y se precisa también que avecindado en la calle de las Armas, en Sevilla, murió el día 2 de julio de 1554 y fue enterrado en la Iglesia de San Vicente.
En su «Descubrimiento del Río de las Amazonas, según la Relación hasta ahora inédita de fray Gaspar de Carvajal», al hablar de los autores que han escrito del viaje de Orellana, dice don José Toribio Medina:
Pedro Cieza de León, es otro de los historiadores del viaje de Orellana que se halla exactamente en mismo caso que Fernández de Oviedo. Su libro de la Guerra de Chupas, que contiene datos preciosos sobre el camino que anduvo Orellana desde su salida de Guayaquil hasta su reunión con Gonzalo Pizarro, que sería inútil encontrar en otra parte, ha permanecido inédito e ignorado mientras no se publicó la Colección de Documentos para la Historia de España.

Las páginas a las que se refiere el gran polígrafo chileno las insertamos en este libro, pues, tenemos la suerte de poseer un ejemplar de la preciosa obra de Cieza, ahora al alcance de todos los estudiosos.

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La Crónica del Perú nuevamente escrita por Pedro de Cieza de Léon
-[52]- -[53]-
Capítulo XXXIX
De los mas pueblos y aposentos que hay desde Carangue hasta llegar a la ciudad de Quito, y de lo que cuentan del hurto que hicieron los del Otabalo a los de Carangue.

Ya conté en el capítulo pasado el mando y grande poder que los ingas, reyes del Cuzco, tuvieron en todo el Perú, y será bien, pues ya algún tanto se declaró aquello, proseguir adelante.
De los reales aposentos de Carangue, por el camino famoso de los ingas, se va hasta llegar al aposento de Otabalo, que no ha sido ni deja de ser muy principal y rico; el cual tiene a una parte y a otra grandes poblaciones de indios naturales. Los que están al Poniente -54- destos aposentos son Poritaco, Collahuazo, los guancas y cayambes, y cerca del río grande del Marañón están los quijos, pueblos derramados, llenos de grandes montañas. Por aquí entró Gonzalo Pizarro a la entrada de La Canela que dicen, con buena copia de españoles y muy lucidos y gran abasto de mantenimiento; y con todo esto, pasó grandísimo trabajo y mucha hambre. En la cuarta parte desta obra daré noticia cumplida deste descubrimiento, y contaré cómo se descubrió por aquella parte el río Grande, y cómo por él salió al mar Océano el capitán Orillana, y la ida que hizo a España, hasta que Su Majestad lo nombró por su gobernador y adelantado de aquellas tierras.
Hacia el norte están las estancias o tierras de labor de Cotocoyambe y las montañas de Yumbo y otras poblaciones muchas, y algunas que no se han descubierto enteramente.
Estos naturales de Otabalo y Carangue se llaman los guamaraconas por lo que dije de las muertes que hizo Guaynacapa en la laguna, donde mató los mas de los hombres de edad; porque, no dejando en estos pueblos sino a los niños, díjoles guamaracona, que quiere decir en nuestra lengua, agora sois muchachos. Son muy enemigos los de Carangue de los de Otabalo; porque cuentan los mas dellos que, como se divulgase por toda la comarca del Quito (en cuyas términos están estos indios) de la entrada de los españoles en el reino y de la prisión de Atabaliba, después de haber recebido grande espanto y admiración, teniendo por cosa de gran maravilla y nunca vista lo que oían de los caballos y de su gran ligereza, creyendo que los hombres que en ellos venían y ellos fuese todo un cuerpo, derramó la fama sobre la venida de los españoles cosas grandes entre estas gentes; y estaban aguardando su venida, creyendo que, pues habían sido poderosos para desbaratar al Inga su señor, que también lo serían para sojuzgarlos a todos ellos. Y en este tiempo dicen que el mayordomo o señor de Carangue tenía gran cantidad de tesoro en sus aposentos, suyo y del Inga. Y Otabalo, que debía de ser cauteloso, -55- mirando agudamente que en semejantes tiempos se han grandes tesoros y cosas preciadas, pues estaba todo perturbado; porque, como dice el pueblo, a río vuelto, etc., llamó a los más de sus indios y principales, entre los cuales escogió y señaló los que le parecieron mas dispuestos y ligeros, y a estos mandó que se vistiesen de sus camisetas y mantas largas, y que tomando varas delgadas y cumplidas, subiesen en los mayores de sus carneros y se pusiesen por los altos y collados de manera que pudiesen ser vistos por los de Carangue, y él con otro mayor número de indios y algunas mujeres, fingiendo gran miedo y mostrando ir temerosos, llegaron al pueblo de Carangue, diciendo cómo venían huyendo de la furia de los españoles, que encima de sus caballos habían dado en sus pueblos, y por escapar de su crueldad habían dejado sus tesoros y haciendas.
Puso, según se dice, grande espanto esta nueva, y tuviéronla por cierta, porque los indios en los carneros parecieron por los altos y laderas, y como estuviesen apartados, creyeron ser verdad lo que Otabalo afirmaba, y sin tiento comenzaron a huir. Otabalo, haciendo muestra de querer hacer lo mismo, se quedó en la rezaga con su gente y dio la vuelta a los aposentos destos indios de Carangue, y robó todo el tesoro que halló, que no fue poco, y vuelto a su pueblo, dende a pocos días fue publicado el engaño.
Entendido el hurto tan extraño, mostraron gran sentimiento los de Carangue, y hubo algunos debates entre unos y otros; mas, como el capitán Sebastián de Belalcázar con las españoles, dende a pocos días que esto pasó, entró en las provincias del Quito, dejaron sus pasiones por entender en defenderse. Y así, Otabalo y los suyos se quedaron con lo que robaron, según dicen muchos indios de aquellas partes, y la enemistad no ha cesado entre ellos.
De los aposentos de Otabalo se va a los de Cochesqui; y para ir a estos aposentos se pasa un puerto de nieve, y una legua antes de llegar a ellos es la tierra -56- tan fría, que se vive con algún trabajo. De Cochesqui se camina a Guallabamba, que está del Quito cuatro leguas, donde, por ser la tierra baja y estar casi debajo de la equinocial, es cálido; mas no tanto, que no esté muy poblado y se den todas las cosas necesarias a la humana sustentación de los hombres. Y agora los que habemos anclado por estas partes hemos conocido lo que hay debajo desta línea equinocial, aunque algunos autores antiguos (como tengo dicho) tuvieron ser tierra inhabitable. Debajo della hay invierno y verano, y está poblada de muchas gentes, y las cosas que se siembran se dan muy abundantemente, en especial trigo y cebada.
Por los caminos que van por estos aposentos hay algunos ríos, y todos tienen sus puentes, y ellos van bien desechados, y hay grandes edificios y muchas cosas que ver, que, por acortar escriptura, voy pasando por ella.
De Guallabamba a la ciudad de Quito hay cuatro leguas, en el término de las cuales hay algunas estancias y caserías que los españoles tienen para criar sus ganados, hasta llegar al campo de Añiquito; adonde en el año de 1546 años, por el mes de enero, llegó el visorrey Blasco Núñez Vela con alguna copia de españoles que le seguían, contra la rebelión de los que sustentaban la tiranía; y salió desta ciudad de Quito Gonzalo Pizarro, que con colores falsas había tomado el gobierno del reino, y llamándose Gobernador, acompañado de la mayor parte de la nobleza de todo el Perú, dio batalla al Visorrey, en la cual el mal afortunado Visorrey fue muerto, y muchos varones y caballeros valerosos, que mostrando su lealtad y deseo que tenían de servir a Su Majestad quedaron muertos en el campo, según que más largamente lo trataré en la cuarta parte desta obra, que es donde escribo las guerras civiles tan crueles que hubo en el Perú entre los mismos españoles, que no será poca lástima oírlas. Pasado este campo de Añaquito, se llega luego a la ciudad de Quitto, la cual está fundada y trazada de la manera siguiente. -57-

Capítulo XL
Del sitio que tiene la ciudad de San Francisco del Quito, y de su fundación, y quien fue el que la fundó.

La ciudad de San Francisco del Quito está a la parte del norte en la inferior provincia del reino del Perú. Corre el término desta provincia de longitud (que es de este oeste) casi setenta leguas, y de latitud veinte y cinco o treinta. Está asentada en unos antiguos aposentos que los ingas habían en el tiempo de su señorío mandado hacer en aquella parte, y habíalos ilustrado y acrecentado Guaynacapa y el gran Tapainga, su padre. A estos aposentos tan reales y principales llamaban los naturales Quito, por donde la ciudad tomó denominación y nombre del mismo que tenían los antiguos. Es sitio sano, más frío que caliente. Tiene la ciudad poca vista de campos o casi ninguna, porque está asentada en una pequeña llanada a manera de hoya que unas sierras altas donde ella está arrimada hacen que están de la misma ciudad entre el Norte y el Poniente. Es tan pequeño sitio y llanada, que se tiene que el tiempo adelante han de edificar con trabajo si la ciudad se quisiere alargar, la cual podrían hacer muy fuerte si fuese necesario. Tiene por comarcanas las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquile, las cuales están della a la parte del Poniente a sesenta y a ochenta leguas, y a la del sur tiene asimismo las ciudades de Loja y San Miguel, la una ciento y treinta, la otra ochenta. A la parte del Levante están della las montañas y nacimiento del río que en el mar Océano es llamado Mar Dulce, que es el más cercano al de Marañón. También está en el propio paraje la villa de Pasto, y a la parte del norte la gobernación de Popayán, que queda atrás.
Esta ciudad de Quito está metida debajo la línea equinocial tanto, que la pasa casi a siete leguas. Es tierra toda la que tiene por términos al parecer estéril; -58- pero en efecto es muy fértil; porque en ella se crían todos los ganados abundantemente, y lo mismo todos los otros bastimentos de pan y legumbres, frutas y aves. Es la disposición de la tierra muy alegre, y en extremo parece a la de España en la yerba y en el tiempo, porque entra el verano por el mes de abril y marzo y dura hasta el mes de noviembre; y aunque es fría, se agosta la tierra ni más ni menos que en España.
En las vegas se coge gran cantidad de trigo y cebada, y es mucho el mantenimiento que hay en la comarca desta ciudad, y por tiempo se darán toda la mayor parte de las frutas que hay en nuestra España, porque ya se comienzan a criar algunas. Los naturales de naturales de la comarca en general san más domésticos y bien inclinados y más sin vicio que ningunos de los pasados, ni aun de los que hay en toda la mayor parte del Perú, lo cuales según lo que yo vi y entendí; otros habrá que tendrán otro parecer; más si hubiesen visto y notado lo uno y lo otra como yo, tengo por cierto que serán de mi opinión. Es gente mediana de cuerpo y grandes labradores, y han vivido con los mismos ritos que los reyes ingas, salvo que no han sido tan políticos ni lo son, porque fueron conquistados dellos, y por su mano dada la orden que agora tienen en el vivir; porque antiguamente eran como los comarcanos a ellos, mal vestidos y sin industria en el edificar.
Hay muchos valles calientes, donde se crían muchos árboles de frutas y legumbres, de que hay grande cantidad en todo lo mas del año. También se dan en estos valles viñas, aunque, como es principio, de sola la esperanza que se tiene de que se darán muy bien se puede hacer relación, y no otra cosa. Hay árboles muy grandes de naranjos y limas, y las legumbres de España que se crían son muy singulares, y todas las más y principales que son necesarias para el mantenimiento de los hombres. También hay una manera de especia que llamamos canela, la cual traen de las montañas que están a la parte del Levante, que es una fruta o manera de flor que nace en los muy grandes árboles de la canela, que -59- no hay en España que se puedan comparar, sino es aquel ornamento o capullo de las bellotas, salvo que es leonado en la colar, algo tirante a negro, y es más grueso y de mayor concavidad; es muy sabroso al gusto, tanto como la canela, sino que se compadece comerlo mas que en polvo, porque usando dello como de canela en guisados, pierde la fuerza y aun el gusto; es cálido y cordial, según la experiencia que dél se tiene, porque los naturales de la tierra lo rescatan y usan dello en sus enfermedades; especialmente aprovecha para dolor de ijada y de tripas y para dolor de estómago; lo cual toman bebido en sus brebajes.
Tienen mucha cantidad de algodón, de que se hacen ropas para su vestir y para pagar sus tributos. Había en los términos desta ciudad de Quito gran cantidad deste ganado que nosotros llamamos ovejas, que más propiamente tiran a camellos. Adelante trataré deste ganado y de su talle, y cuantas diferencias hay destas ovejas y carneros que decimos del Perú. Hay también muchos venados y muy grande cantidad de conejos y perdices, tórtolas, palomas y otras cazas. De los mantenimientos naturales fuera del maíz, hay otros dos que se tienen por principal bastimento entre los indios; al uno llaman papas, que es a manera de turmas de tierra, el cual, después de cocido, queda tan tierno por de dentro como castaña cocida; no tiene cáscara ni cuesco más que lo que tiene la turma de la tierra; porque también nace debajo de tierra, como ella; produce esta fruta una yerba ni más ni menos que la amapola; hay otro bastimento muy bueno, a quien llaman quinua, la cual tiene la hoja ni más ni menos que bledo morisco, y crece la planta dél casi un estado de hombre, y echa una semilla muy menuda, della es blanca y della es colorada; de la cual hacen brebajes, y también la comen guisada como nosotros el arroz.
Otras muchas raíces y semillas hay sin estas; más conociendo el provecho y utilidad del trigo y de la cebada, muchos de los naturales subjetos a esta ciudad del Quito siembran de lo uno y de lo otro, y usan comer dello, y hacen brebajes de la cebada. Y como arriba dije, -60- todos estos indios son dados, a la labor, porque son grandes labradores, aunque en algunas provincias son diferentes de las otras naciones, como diré cuando pasaré por ellos, porque las mujeres son las que labran los campos y benefician las tierras y mieses, y los maridos hilan y tejen y se ocupan en hacer ropa y se dan a otros oficios feminiles, que debieran aprender de los ingas; porque yo he visto en pueblos de indios comarcanos al Cuzco, de la generación de los ingas, mientras las mujeres están arando, estar ellos hilando y aderezando sus armas y su vestido, y hacen cosas más pertenecientes para el uso de las mujeres que no para el ejercicio de los hombres. Había en el tiempo de los ingas un camino real hecho a manos y fuerzas de hombres, que salía desta ciudad y llegaba hasta la del Cuzco, de donde salía otro tan grande y soberbio como él, que iba hasta la provincia de Chile, que está del Quito más de mil y docientas leguas; en los cuales caminos había a tres y a cuatro leguas muy galanos y hermosos aposentos o palacios de los señores, y muy ricamente aderezados. Podrase comparar este camino a la calzada que los romanos hicieron, que en España llamamos camino de la Plata.
Detenido me he en contar las particularidades de Quito más de la que suelo en la ciudades de que tengo escripto en lo de atrás, y esto ha sido porque (como algunas veces) esta ciudad es la primera población del Perú por aquella parte, y por ser siempre muy estimada, y agora en este tiempo todavía es de lo bueno del Perú; y para concluir con ella, digo que la fundó y pobló el capitán Sebastián de Belalcázar, que después fue adelantado y gobernador en la provincia de Popayán, en nombre del emperador don Carlos, nuestro señor, siendo el adelantado don Francisco Pizarro, gobernador y capitán general de los reinos del Perú y provincias de la Nueva Castilla, año del nacimiento de nuestro redentor Jesucristo de 1534 años. -61-

Capítulo XLI
De los pueblos que hay salidos del Quito hasta llegar a los reales palacios de Tumebamba, y de algunas costumbres que tienen los naturales dellos.

Desde la ciudad de San Francisco de Quito hasta los palacios de Tumebamba hay cincuenta y tres leguas. Luego que salen della, por el camino ya dicho se va a un pueblo llamado Panzaleo. Los naturales dél difieren en algo a los comarcanos, especialmente en la ligadura de la cabeza; porque por ella son conocidos las linajes de los indios y las provincias donde son naturales.
Estos y todos los deste reino en más de mil y docientas leguas hablaban la lengua general de los ingas, que es la que se usaba en el Cuzco. Y hablábase esta lengua generalmente, porque los señores ingas lo mandaban y era ley en todo su reino, y castigaban a los padres si la dejaban de mostrar a sus hijos en la niñez. Mas, no embargante que hablaban la lengua del Cuzco (como digo), todos se tenían sus lenguas, las que usaron sus antepasados. Y así, estos de Panzaleo tenían otra lengua que los de Carangue y Otabalo. Son del cuerpo y disposición como los que declaré en el capítulo pasado. Andan vestidos con sus camisetas sin mangas ni collar, no mas que abiertas por los lados, por donde sacan los brazos, y por arriba, por donde asimismo sacan la cabeza, y con sus mantas largas de lana y algunas de algodón. Y desta ropa la de los señores era muy prima y con colores muchas y muy perfectas. Por zapatos traen unas ojotas de una raíz o yerba que llaman cabuya, que echa unas pencas grandes, de las cuales salen unas hebras blancas, como de cáñamo, muy recios y provechosas, y destas hacen sus ojotas o albarcas, que les sirven por zapatos, y por la cabeza traen puestos sus ramales. Las mujeres, algunas andan vestidas a uso del Cuzco, muy galanas, con una manta larga que las cubre desde el cuello hasta los pies, sin sacar más de los brazos, y por la cintura se la atan con uno que llaman chumbe, a manera de una reata galana y muy prima y algo más ancha. Con estas -62- se atan y aprietan la cintura, y luego se ponen otra manta delgada, llamada líquida1, que les cae por encima de los hombros y deciende hasta cubrir los pies. Tienen para prender estas mantas, unos alfileres de plata o de oro grandes, y al cabo algo anchos, que llaman topos. Por la cabeza se ponen también una cinta no poca galana, que nombran vincha, y con sus ojotas en los pies andan. En fin, el uso del vestir de las señoras del Cuzco ha sido el mejor y más galano y rico que hasta agora se ha visto en todas estas Indias. Los cabellos tienen gran cuidado de se los peinar, y traenlos muy largos. En otra parte trataré más largamente este traje de las pallas o señoras del Cuzco.
Entre este pueblo de Panzaleo y la ciudad del Quito hay algunas poblaciones a una parte y a otra en unos montes. A la parte del Poniente está el valle de Uchillo y Langazi, a donde se dan, por ser la tierra muy templada, muchas cosas de las que escrebí en el capítulo de la fundación de Quito, y los naturales son amigos y confederados. Por estas tierras no se comen los unos a otros, ni son tan malos como algunos de las naturales de las provincias que en lo de atrás tengo escripto. Antiguamente solían tener grandes adoratorios a diversos dioses; según publica la fama dellos mismos. Después que fueron señoreadas por los reyes ingas hacían sus sacrificios al sol, al cual adoraban por Dios.
De aquí se torna un camino que va a los montes de Yumbo, en los cuales están unas poblaciones, donde los naturales della son de no tan buen servicio como los comarcanos a Quito, ni tan domables, antes son más viciosos y soberbios; lo cual hace el vivir en tierra tan áspera y tener en ella, por ser cálida y fértil, mucho regalo. Adoran también al sol y parécense en las costumbres y afectos a sus comarcanos; porque fueron, como ellos, sojuzgados por el gran Topainga Yupangue y por Guaynacapa, su hijo.
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Otro camino sale hacia el nacimiento del sol, que va a otras poblaciones llamadas Quijo, pobladas de indios de la manera y costumbres destos.
Adelante de Panzaleo tres leguas están los aposentos y pueblo de Mulahalo, que, aunque agora es pueblo pequeño por haberse apocado los naturales, antiguamente tenía aposentos para cuando los ingas o sus capitanes pasaban por allí, con grandes depósitos para proveimientos de la gente de guerra. Está a la mano derecha de este pueblo de Mulahalo un volcán a boca de fuego, del cual dicen los indios que antiguamente reventó y echó de sí gran cantidad de piedras y ceniza; tanto, que destruyó mucha parte de los pueblos donde alcanzó aquella tormenta. Quieren decir algunos que antes que reventase se veían visiones infernales y se oían algunas voces temerosas. Y parece ser cierto lo que cuentan estos indios deste volcán, parque al tiempo que el adelantado don Pedro de Albarado, gobernador que fue de la provincia de Guatimala, entró en el Perú con su armada, viniendo a salir a estas provincias de Quito, les pareció que llovió ceniza algunos días, y así lo afirman los españoles que venían con él. Y era que debió de reventar alguna boca de fuego destas, de las cuales hay muchas en aquellas sierras, por los grandes mineros que debe de haber de piedra azufre.
Poco más adelante de Mulahalo está el pueblo y grandes aposentos llamados de la Tacunga, que eran tan principales como los de Quito. Y en los edificios, aunque están ruinados, se parece la grandeza dellos, porque en algunas paredes destos aposentos se ve bien claro dónde estaban encajadas las ovejas de oro y otras grandezas que esculpían en las paredes. Especialmente había esta riqueza en el aposento que estaba señalado para los reyes ingas, y en templo del sol, donde se hacían los sacrificios y supersticiones, que es donde también estaban cantidad de vírgines, dedicadas para el servicio del templo, a las cuales (como ya otras veces he dicho) llamaban mamaconas. No embargante que en los pueblos pasados que he dicho hubiese aposentos y depósitos, no había en -64- tiempo de los ingas casa real ni templo principal, como aquí ni en otros pueblos más adelante, hasta llegar a Tumebamba, como en esta historia iré relatando. En este pueblo tenían los señores ingas puesto mayordomo mayor, que tenía cargo de coger los tributos de las provincias comarcanas y recogerlos allí, adonde asimismo había gran cantidad de mitimaes. Esto es, que, visto por los ingas que la cabeza de su imperio era la ciudad del Cuzco, de donde se daban las leyes y salían los capitanes a seguir la guerra, el cual estaba de Quito más, de seiscientas leguas y de Chile otro mayor camino; considerando ser toda esta longura de tierra poblada de gentes bárbaras, y algunas muy belicosas; para con más facilidad tener seguro y quieto su señorío, tenían esta orden desde el tiempo del rey inga Yupangue, padre del gran Topainga Yupangue y abuelo de Guaynacapa, que luego que conquistaban una provincia destas grandes mandaban salir o pasar de allí diez o doce mil hombres con sus mujeres, o seis mil, o la cantidad que querían. Los cuales se pasaban a otro pueblo a provincia que fuese del temple y manera del de donde salían; porque, si eran de tierra fría eran llevados a tierra fría, y si de caliente a caliente; y estos tales eran llamados mitimaes, que quiere significar indios venidos de una tierra a otra. A los cuales se les daban heredades en los campos y tierras para sus labores, y sitio para hacer sus casas. Y a estos mitimaes mandaban los ingas que estuviesen siempre obedientes a lo que sus gobernadores y capitanes les mandasen; de tal manera, que si los naturales se rebelasen, siendo ellos de parte del gobernador, eran luego castigados y reducidos al servicio de los ingas. Y por consiguiente, si los mitimaes buscaban algún alboroto eran apremiados por los naturales; y con esta industria tenían estos señores su imperio seguro que no se les rebelase, y las provincias bien proveídas de mantenimiento, porque la mayor parte de la gente dellas estaban, como digo, los de unas tierras en otras. Y tuvieron otro aviso para no ser aborrecidos de los naturales, que nunca quitaron el señorío de ser caciques a las que les venía de herencia y eran naturales. Y si por ventura alguno cometía -65- delicto o se hallaba culpado en tal manera que mereciese ser privado del señorío que tenía, daban y encomendaban el cacicazgo a sus hijos o hermanos, y mandaban que fuesen obedecidos por todos. En el libro de los ingas trato más largamente esta cuenta de los mitimaes, que se entiende lo que tengo dicho. Y volviendo a la materia, digo que en estos aposentos tan principales de la Tacunga había destos indios a quien llaman mitimaes, que tenían cargo de hacer lo que por el mayordomo del Inga les era mandado. Alrededor destos aposentos a una parte y a otra hay las poblaciones y estancias de los caciques y principales, que no están poco proveídos de mantenimientos.
Cuando se dio la última batalla en el Perú (que fue en el valle de Xaquixaguana, donde Gonzalo Pizarro fue muerto), salimos de la gobernación de Popayán con el adelantado don Sebastián de Belalcázar pocos menos de docientos españoles, para hallarnos de la parte de Su Majestad contra los tiranos; y por cierto que llegamos algunos de nosotros a este pueblo, porque no caminábamos todos juntos, y que nos proveían de bastimento y de las demás cosas necesarias con tanta razón y tan cumplidamente, que no sé adonde mejor se pudiera hacer. Porque en una parte tenían gran cantidad de conejos y en otra de puercos y en otra de gallinas, y por el consiguiente de ovejas y corderos y carneros, y otras aves; y así, proveían a todos los que por allí pasaban. Andan todos vestidos con sus mantas y camisetas, ricas y galanas, y más bastas; cada uno como tiene la posibilidad. Las mujeres andan tan bien vestidas como dije que andaban las de Mulahalo, y son casi de la habla dellos. Las casas que tienen todas son de piedra y cubiertas con paja; unas dellas son grandes y otras pequeñas, como es la persona y tiene el aparejo. Los señores y capitanes tienen muchas mujeres; pero la una dellas ha de ser la principal y legítima de la sucesión; de la cual se hereda el señorío. Adoran al sol, y cuando se mueren los señores les hacen sepulturas grandes en los cerros o campos, adonde los meten con sus joyas de oro y plata y armas, -66- ropa y mujeres vivas, y no las más feas, y mucho mantenimiento. Y esta costumbre de enterrar así los muertos en toda la mayor parte destas Indias se usa, por consejo del demonio, que les hace entender que de aquella suerte han de ir al reino que él les tiene aparejado; hacen muy grandes lloros por los difuntos, y las mujeres que quedan sin se matar, con las demás sirvientes, se tresquilan y están muchos días en lloros continuos; y después de llorar la mayor parte del día y la noche en que mueren, un año arreo, lo lloran. Usan el beber ni más ni menos que los pasados, y tienen por costumbre de comer luego por la mañana, y comen en el suelo, sin se dar mucho por manteles ni por otros paños; y después que han comido su maíz y carne o pescado, todo el día gastan en beber su chicha o vino que hacen del maíz, trayendo siempre el vaso en la mano. Tienen gran cuidado de hacer sus areitos o cantares ordenadamente, asidos los hombres y mujeres de las manos, y andando a la redonda a son de un atambor, recontando en sus cantares y endechas las cosas pasadas, y siempre bebiendo hasta quedar muy embriagados; y como están sin sentido, algunos toman las mujeres que quieren, y llevadas a alguna casa, usan con ellas sus lujurias, sin tenerlo por cosa fea, porque ni entienden el don que está debajo de la vergüenza ni miran mucho en la honra, ni tienen mucha cuenta con el mundo, parque no procuran más de comer lo que cogen con el trabajo de sus manos. Creen la inmortalidad del ánima, a lo que entendemos dellos, y conocen que hay Hacedor de todas las cosas del mundo; en tal manera, que contemplando la grandeza del cielo y el movimiento del sol y de la luna y de las otras maravillas, tienen que hay Hacedor destas cosas, aunque, ciegos y engañados del demonio, creen que el mismo demonio en todo tiene poder, puesto que muchos dellos; viendo sus maldades y que nunca dice verdad ni la trata, lo aborrecen, y más le obedecen por temor, que por creer que en él haya deidad. Al sol hacen grandes reverencias y le tienen por dios; los sacerdotes usaban de gran santimonia, y son reverenciados por todos y tenidos en mucho, donde los hay.
-67-
Otras costumbres y cosas tenía que decir destos indios; y pues casi las guardan y tienen generalmente, yendo caminando por las provincias iré tratando de todas, y concluyo en este capítulo con decir que estos de la Tacunga usan por armas para pelear lanzas de palma y tiraderas y dardos y hondas. Son morenos como los ya dichos; las mujeres muy amorosas, y algunas hermosas. Hay todavía muchos mitimaes de los que había en el tiempo que los ingas señoreaban las provincias de su reino.

Capítulo XLII
De los más pueblos que hay desde la Tacunga hasta llegar a Riobamba, y lo que pasó en él entre el adelantado don Pedro de Albarado y el mariscal don Diego de Almagro.

Luego que salen de la Tacunga, por el camino real que va a la grande ciudad del Cuzco se llega a los aposentos del Muliambato, de los cuales no tengo que decir más de que están poblados de indios de la nación, y costumbres de los de la Tacunga; y había aposentos ordinarios, y depósitos de las cosas que por los delegados del Inga era mandado, y obedecían al mayordomo mayor, que estaba en la Tacunga; porque los señores tenían aquellos por cosa principal, como Quito y Tumebamba, Caxamalca, Jauja y Bilcas y Paria, y otros de la misma manera, que eran como cabeza de reino o de obispo, como le quisieren dar el sentido, y adonde estaban los capitanes y gobernadores, que tenían poder de hacer justicia y formar ejércitos si alguna guerra se ofrecía, o se levantaba algún tirano; no embargante que las cosas arduas y de mucha importancia no lo determinaban -68- sin lo hacer saber a los reyes ingas; para lo cual tenían gran aviso y orden, que en ocho días iba por la posta la nueva de Quito al Cuzco; porque, para hacello, tenían cada media legua una pequeña casa, adonde estaban siempre dos indios con sus mujeres, y así como llegaba la nueva que habían de llevar el aviso, iban corriendo el uno sin parar la media legua, y antes que llegase, a veces decía lo que pasaba y había de decir; lo cual oído por el otro que estaba en otra casa, corría otra media legua con tanta ligereza, que, según es la tierra áspera y fragosa, en caballos ni mulas no pudieran ir con más brevedad; y porque en el libro de los reyes ingas (que es el que saldrá con ayuda de Dios tras éste ) trato largo esto de las postas, no diré mas; porque lo que toco, solamente es para dar claridad al lector y para que lo entienda.
De Muliambato se va al río llamado Ambato, donde asimismo hay aposentos que servían de lo que los pasados. Luego están tres leguas de allí las suntuosos aposentos de Mocha, tantos y tan grandes, que yo me espanté de los ver; pero ya, como los reyes ingas perdieron su señorío, todos los palacios y aposentos, can otras grandezas suyas, se han ruinado y parado tales, que no se ven más de las trazas y alguna parte de los edificios dellos, que, como fuesen obrados de linda piedra y de obra muy prima, durará grandes tiempos y edades estas memorias, sin se acabar de gastar.
Hay a la redonda de Mocha algunos pueblos de indios, los cuales todos andan vestidos, y lo mismo sus mujeres, y guardan las costumbres que tienen los de atrás, y son de una misma lengua.
A la parte del Poniente están los pueblos de indios llamados sichos, y al oriente los pillaros; todos, unos y otros, tienen grandes provisiones de mantenimientos, porque la tierra es muy fértil y hay grandes manadas de venados y algunas ovejas y carneros de los que se nombran del Perú, y muchos conejos y perdices, tórtolas y otras cazas. Sin esto, por todos estos pueblos y -69- campos tienen los españoles gran cantidad de hatos de vacas, las cuales se crían muchas por los pastos tan excelentes que tienen, y muchas cabras por ser la tierra aparejada para ellas, que no les falta mantenimiento; y puercos se crían más y mejores que en la mayor parte de las Indias, y se hacen tan buenos perniles y tocinos como en Sierra Morena.
Saliendo de Mocha se llega a los grandes aposentos de Riobamba, que no son menos de ver que los de Mocha; los cuales están en la provincia de los Puruaes, en unos muy hermosos y vistosos campos, muy propios a los de España en el temple, yerbas y flores y otras cosas, como sabe quien por ellas ha andado. En este Riobamba estuvo algunos días depositada la ciudad de Quito o asentada, desde donde se pasó a donde agora está, y sin esto, son más memorados estos aposentos de Riobamba; porque, como el adelantado don Pedro de Albarado, gobernador que fue de la provincia de Guatimala, que confina con el gran reino de la Nueva España, saliese con una armada de navíos llenos de muchos y muy principales caballeros (de lo cual largamente trataré en la tercera parte desta obra), saltando en la costa con los españoles a la fama del Quito, entró por unas montañas bien ásperas y fragosas, adonde pasaron grandes hambres y necesidades. Y no me parece que debo pasar de aquí sin decir alguna parte de los males y trabajos que estos españoles y todos los demás padecieron en el descubrimiento destas Indias, porque yo tengo por muy cierto que ninguna nación ni gente que en el mundo haya sido, tantos ha pasado. Cosa es muy digna de notar que en menos tiempo de sesenta años se haya descubierto una navegación tan larga y una tierra tan grande y llena de tantas gentes, descubriéndola por montañas muy ásperas y fragosas y por desiertos sin camino, y haberlas conquistado y ganado, y en ellas poblado de nuevo más de docientas ciudades. Cierto los que esto han hecho; merecedores son de gran loor y de perpetua fama, mucho mayor que la que mi memoria sabrá imaginar ni mi flaca mano escrebir. Una cosa diré por muy -70- cierta, que en este camino se padeció tanta hambre y cansancio, que muchos dejaron cargas de oro y muy ricas esmeraldas por no tener fuerzas para las llevar. Pues pasando adelante digo que, como ya se supiese en el Cuzco la venida del adelantado don Pedro de Albarado por una probanza que trajo Gabriel de Rojas; el gobernador don Francisco Pizarro, no embargante que estaba ocupado en poblar aquella ciudad de cristianos, salió della para tomar posesión en la marítima costa de la Mar del Sur y tierra de los llanos, y al mariscal don Diego de Almagro, su compañero, mandó que a toda furia fuese a las provincias de Quito y tomase en su poder la gente de guerra que su capitán Sebastián de Belálcazar tenía, y pusiese en todo el recaudo que convenía. Y así, a grandes jornadas el diligente Mariscal anduvo, hasta llegar a las provincias de Quito, y tomó en sí la gente que halló allí, hablando ásperamente al capitán Belalcázar porque había salido de Tangaraca sin mandamiento del Gobernador.
Y pasadas otras cosas que tengo escriptas en su lugar, el adelantado don Pedro de Albarado, acompañado de Diego de Albarado, de Gómez de Albarado, de Alonso de Albarado, mariscal que es agora del Perú, y del capitán Garcilaso de la Vega, Juan de Saavedra, Gómez de Albarado, y de otros caballeros de mucha calidad, que en la parte por mí alegada tengo nombrados, llegó cerca de donde estaba el mariscal don Diego de Almagro y pasaron algunos trances; tanto, que algunos creyeron que llegaran a romper unos con otros; y por medio del licenciado Caldera y de otras personas cuerdas vinieron a concertarse que el Adelantado dejase en el Perú la armada de navíos que traía y pertrechos pertenecientes para la guerra y armada, y los demás aderezos y gente, y que por los gastos que en ello había hecho se le diesen cien mil castellanos; lo cual capitulado y concertado, el Mariscal tomó en sí la gente, y el Adelantado se fue a la ciudad de Los Reyes, donde ya el gobernador don Francisco Pizarro, sabidos los conciertos, lo estaba aguardando, y le hizo la honra y buen recibimiento que merecía un capitán tan valeroso como fue don Pedro de -71- Albarado; y dándole sus cien mil castellanos, se volvió a su gobernación de Guatimala. Todo lo cual que tengo escripto pasó y se concertó en los aposentos y llanura de Riobamba, de que agora trato. También fue aquí donde el capitán Belalcázar, que después fue gobernador de la provincia de Popayán, tuvo una batalla con los indios bien porfiada, y adonde, con muerte de muchos dellos, quedó la victoria con los cristianos, según se contará adelante.

Capítulo XLIII
Que trata de lo que hay que decir de los más pueblos de indios que hay hasta llegar a los aposentos de Tumebamba.

Estos aposentos de Riobamba ya tengo dicha cómo están en la provincia de los Puruaes, que es de lo bien poblado de la comarca de la ciudad de Quito; y de buena gente; estos andan vestidos, ellas y sus mujeres. Tienen las costumbres que usan sus comarcanos, y para ser conoscidos, traen su ligadura en la cabeza, y algunos o todos los más tienen los cabellos muy largos y se los entrenchan bien menudamente; las mujeres hacen lo mismo. Adoran al sol, hablan con el demonio los que entre todos escogen por más idóneos para semejante caso, y tuvieron, y aun parece que tienen otros ritos y abusos, como tuvieron los ingas, de quien fueron conquistados. A los señores cuando se mueren les hacen, en la parte del campo que quieren, una sepultura honda cuadrada, adonde le meten con sus armas y tesoro, si lo tiene. Algunas destas sepulturas hacen en las propias casas de sus moradas; guardan lo que generalmente todos -72- los más de los naturales destas partes usan, que es echar en las sepulturas mujeres vivas de las más hermosas; lo cual hacen porque yo he oído a indios que para entre ellos son tenidos por hombres de crédito, que algunas veces, permitiéndolo Dios por sus pecados y idolatrías, con las ilusiones del demonio, les parece ver a los que de mucho tiempo eran muertos, andar por sus heredades adornados con lo que llevaron consigo, y acompañados con las mujeres que con ellos se metieron vivas; y viendo esto, pareciéndoles que adonde las ánimas van es menester oro y mujeres, lo echan todo, como he dicho. La causa desto, y también por qué hereda el señorío el hijo de la hermana, y no del hermano, adelante lo trataré.
Muchos pueblos hay en esta provincia de los Puruaes, a una parte y a otra, que no trato dellos por evitar prolijidad. A la parte de Levante de Riobamba están otras poblaciones en la montaña que confina con los nacimientos del río del Marañón y la sierra llamada Tingurahua, al rededor de la cual hay asimismo muchas poblaciones; las cuales unas y otras guardan y tienen las mismas costumbres que estotros indios, y andan todos ellos vestidos, y sus casas son hechas de piedra. Fueron conquistados por los señores ingas y sus capitanes y hablan la lengua general del Cuzco, aunque tenían y tienen la suyas particulares. A la parte del Poniente está otra sierra nevada, y en ella no hay mucha población, que llaman Urcolazo. Cerca desta tierra se toma un camino que va a salir a la ciudad de Santiago, que llaman Guayaquil.
Saliendo de Riobamba, se va a otros aposentos llamados Cayambi. Es la tierra toda por aquí llana y muy fría; partidos della, se llega a los tambos o aposentos de Teocaxas, que están puestos en unos grandes llanos despoblados y no poco fríos, en donde se dio entre los indios naturales y el capitán Sebastián de Belalcázar la batalla llamada Teocaxas; la cual, aunque duró el día entero y fue muy reñida (según diré en la tercera parte desta obra) ninguna de las partes alcanzó la vitoria. -73-
Tres leguas de aquí están los aposentos principales, que llaman Tiquizambi, que tienen a la mano diestra a Guayaquil y a sus montañas, y a la siniestra a Pomollata y Quizna y Macas, con otras regiones que hay, hasta entrar en las del Río Grande, que así se llaman; pasados de aquí, en lo bajo están los aposentos de Chanchán, la cual, por ser tierra cálida, es llamada por los naturales ynga, que quiere significar ser tierra caliente; adonde, por no haber nieves ni frío demasiado, se crían árboles y otras cosas que no hay adonde hace frío; y por esta causa todos los que moran en valles o regiones calientes y templadas san llamados yungas, y hoy día tienen este nombre, y jamás se perderá mientras hubiere gentes, aunque pasen muchas edades. Hay destos aposentos hasta los reales suntuosos de Tumebamba casi veinte leguas; el cual término está todo repartido de aposentos y depósitos que estaban hechos a dos y a tres y a cuatro leguas. Entre los cuales están dos principales, llamado el uno Cañaribamba y el otro Hatuncañari, de donde tomaron los naturales nombre, y su provincia, de llamarse los cañares, como hoy se llaman. A la mano diestra y siniestra deste real camino que llevo, hay no pocos pueblos y provincias, las cuales no nombro, porque los naturales dellas, como fueron conquistados y señoreados por los reyes ingas, guardaban las costumbres de los que voy contando, y hablaban la lengua general del Cuzco, y andaban vestidos ellos y sus mujeres. Y en la orden de sus casamientos y heredar el señorío se hacía como los que he dicho atrás en otros capítulos, y lo mismo en meter cosas de comer en las sepulturas y en los lloros generales, y en enterrar con ellos mujeres vivas. Todos tenían por dios soberano al sol; creían lo que todos creen, que hay Hacedor de todas las cosas criadas, al cual en la lengua del Cuzco llaman Ticebiracoche; y aunque tuviesen este conocimiento, antiguamente adoraban árboles y piedras y a la luna, y otras cosas, impuestas en ellos por el demonio, enemigo nuestro, con el cual hablan los señalados para ello, y le obedescen en muchas cosas; aunque ya en estos tiempos, habiendo nuestro Dios y Señor alzado su ira -74- destas gentes, fue servido que se predicase el sagrado Evangelio y tuviesen lumbre de la fe, que no alcanzaban. Y así, en estos tiempos ya aborrecen al demonio y en muchas partes que era estimado y venerado, es aborrecido y detestado como malo, y los templos de los malditos dioses deshechos y derribados; de tal manera, que ya no hay señal de estatua ni simulacro, y muchos se han vuelto cristianos, y en pocos pueblos del Perú dejan de estar clérigos y frailes que los dotrinan. Y para que más fácilmente conozcan el error en que han vivido y, conoscido, abracen nuestra santa fe, se han hecho arte para hablar su lengua con gran industria, para que se entiendan los unos y los otros; en lo cual no ha trabajado poco el reverendo padre fray Domingo de Santo Tomás, de la orden de señor Santo Domingo. Hay en todo lo más deste camino ríos pequeños, y algunos medianos y pocos grandes, todos de agua muy singular; y en algunos hay puentes para pasar de una parte a otra.
En los tiempos pasados, antes que los españoles ganasen este reino, había por todas estas sierras y campañas gran cantidad de ovejas de las de aquella tierra, y mayor número de guanacos y vicuñas; más, con la priesa que se han dad o en las matar los españoles, han quedado tan pocas, que casi ya no hay ninguna. Lobos ni otras bestias, ni animales dañosos no se han hallado en estas partes, salvo los tigres que dije haber en las montañas de la Buenaventura, y algunos leones pequeños y osos También se ven por la quebradas y partes donde hay montañas algunas culebras y, por todas partes, raposas, chuchas y otras salvajinas de las que en aquella tierra se crían; perdices, palomas, tórtolas y venados hay muchos, y en la comarca de Quito hay gran cantidad de conejos, y por las montañas algunas dantas. -75-

Capítulo XLIV
De la grandeza de los ricos palacios que había en los asientos de Tumebamba de la provincia de los cañares.

En algunas partes deste libro he apuntado el gran poder que tuvieron los ingas reyes del Perú, y su mucho valor, y como en más de mil y docientas leguas que mandaron de costa tenían sus delegados y gobernadores, y muchos aposentos y grandes depósitos llenos de las cosas necesarias; lo cual era para provisión de la gente de guerra; porque en uno destos depósitos había lanzas, y en otros dardos, y en otros ojotas, y en otros las demás armas que ellos tienen. Asimismo unos depósitos estaban proveídos de ropas ricas, y otros de más bastas, y otros de comida y todo, género de mantenimientos. De manera que, aposentado el señor en su aposento, y alojada la gente de guerra, ninguna cosa, desde la más pequeña hasta la mayor y más principal, dejaba de haber para que pudiesen ser proveídos; lo cual si lo eran, y hacían en la comarca algunos insulto y latrocinios, eran luego con gran rigor castigados, mostrándose en esto tan justicieros los señores ingas, que no dejaban de mandar ejecutar el castigo aunque fuese en sus propios hijos; y no embargante que tenían este orden, y había tantos depósitos y aposentos (que estaba el reino lleno dellos), tenían a diez leguas y a veinte, y a más y a menos, en la comarca de las provincias, unos palacios suntuosos para los reyes, y hecho templo del sol, a donde estaban los sacerdotes y las mamaconas vírgines ya dichas, y mayores depósitos que los ordinarios; y en estos estaba el Gobernador y capitán mayor del Inga con los indios mitimaes y más gente de servicio. Y el tiempo que no había guerra y el Señor no caminaba por aquella parte, tenía cuidado de cobrar los tributos de su tierra y término, y mandar bastecer los depósitos y renovarlos a los tiempos que convenían, y -76- hacer otras cosas grandes; porque, como tengo apuntado, era como cabeza de reino o de obispado. Era grande cosa uno destos palacios; porque, aunque moría uno de los reyes, el sucesor no ruinaba ni deshacía nada; antes lo acrecentaba y paraba más ilustre; porque cada uno hacía su palacio, mandando estar el de su antecesor adornado como él lo dejó.
Estos aposentos famosos de Tomebamba, que (como tengo dicho) están situados en la provincia de los Cañares, eran de los soberbios y ricos que hubo en todo el Perú, y adonde había los mayores y más primos edificios. Y cierto ninguna cosa dicen destos aposentos los indios, que no vemos que fuese más, por las reliquias que dellos han quedado.
Está a la parte del Poniente dellos la provincia de los Guancabilcas, que son términos de la ciudad de Guayaquile y Puerto Viejo, y al oriente el río grande del Marañón, con sus montañas y algunas, poblaciones.
Los aposentos de Tumebamba están asentados a las juntas de dos pequeños ríos en un llano de campaña que terná mas de doce leguas de contorno. Es tierra fría y bastecida de mucha caza de venados, conejos, perdices, tórtolas y otras aves. El templo del sol era hecho de piedras muy sutilmente labradas, y algunas destas piedras eran muy grandes, unas negras toscas, y otras parescían de jaspe. Algunos indios quisieran decir que la mayor parte de las piedras con que estaban hechos estos aposentos y templo del sol las habían traído de la gran ciudad del Cuzco por mandado del rey Guaynacapa y del gran Topainga, su padre, con crecidas maromas, que no es pequeña admiración (si así fue), por la grandeza y muy gran número de piedras y la gran longura del camino. Las portadas de muchos aposentos estaban galanas y muy pintadas, y en ellas asentadas algunas piedras preciosas y esmeraldas, y en lo de dentro estaban las paredes del templo del sol y los palacios de los reyes ingas, chapados de finismo oro y entalladas muchas figuras; lo cual estaba hecho todo lo más deste metal muy -77- fino. La cobertura destas casas era de paja, tan bien asentada y puesta, que si algún fuego no la gasta consume, durará muchos tiempos y edades sin gastarse. Por de dentro de los aposentos había algunos manojos de paja de oro, y por las paredes esculpidas ovejas y corderos de lo mismo, y aves y otras cosas muchas. Sin esto, cuenta que había suma grandísima de tesoro en cántaros y ollas y en otras cosas, y muchas mantas riquísimas llenas de argentería y chaquira. En fin, no puedo decir tanto, que no quede corto en querer engrandecer la riqueza que los ingas tenían en estos sus palacios reales, en los cuales había grandísima cuenta, y tenían cuidado muchos plateros de labrar las cosas que he dicho y otras muchas. La ropa de lana que había en los depósitos era tanta y tan rica, que si se guardara y no se perdiera valiera un gran tesoro. Las mujeres vírgines que estaban dedicadas al servicio del templo eran más de docientas y muy hermosas, naturales de los Cañares y de la comarca que hay en el distrito que gobernaba el mayordomo mayor del Inga, que residía en estos aposentos. Y ellas y los sacerdotes eran bien proveídos por los que tenían cargo del servicio del templo, a las puertas del cual había porteros, de los cuales se afirma que algunos eran castradas, que tenían cargo de mirar por las mamaconas, que así habían por nombre las que residían en los templos. Junto al templo y a las casas de los reyes ingas había gran número de aposentos, adonde se alojaba la gente de guerra, y mayores depósitos llenos de las cosas ya dichas; todo lo cual estaba siempre bastantemente proveído, aunque mucho se gastase; porque los contadores tenían a su usanza grande cuenta con lo que entraba y salía, y dello se hacía siempre la voluntad del señor. Los naturales desta provincia, que han por nombre los Cañares, como tengo dicho, son de buen cuerpo y de buenos rostros. Traen los cabellos muy largos, y con ellos dada una vuelta a la cabeza de tal manera, que can ella y con una corona que se ponen redonda de palo, tan delgado como aro de cedazo, se ve claramente ser cañares, porque para ser conoscidos traen esa señal. Sus mujeres por el consiguiente se precian -78- de traer los cabellos largos y dar otra vuelta con ellos en la cabeza, y de tal manera, que son tan conoscidas como sus maridos. Andan vestidos de ropa de lana y de algodón, y en los pies traen ojotas, que son (como tengo ya otra vez dicho) a manera de albarcas. Las mujeres son algunas hermosas y no poco ardientes en lujuria, amigas de españoles. Son estas mujeres para mucho trabajo, porque ellas son las que cavan las tierras y siembran los campos y cogen las sementeras, y muchos de sus maridos están en sus casas tejiendo y hilando y aderezando sus armas y ropa, y curando sus rostros y haciendo otros oficios afeminados. Y cuando algún ejército de españoles pasa por su provincia, siendo, como aquel tiempo eran, obligados a dar indios que llevasen a cuestas las cargas del fardaje de los españoles, muchos daban sus hijas y mujeres, y ellos se quedaban en sus casas. Lo cual yo vi al tiempo que íbamos a juntarnos con el licenciado Gasca, presidente de Su Majestad, porque nos dieron gran cantidad de mujeres, que nos llevaban las cargas de nuestro bagaje.
Algunos indios quieren decir que más hacen esta por lo gran falta que tienen de hombres y abundancia de mujeres, por causa de la gran crueldad que hizo Atabaliba en los naturales delta provincia al tiempo que entró en ella, después de haber en el pueblo de Ambato muerto y desbaratado al capitán general de Guascar inga, su hermano, llamado Atoco. Que afirman que, no embargante que salieron los hombres y niños con ramos verdes y hojas de palma a pedirle misericordia, con rostro airado, acompañado de gran severidad, mandó a sus gentes y capitanes de guerra que los matasen a todos; y así, fueron muertos gran número de hombres y niños, según que yo trato en la tercera parte desta historia. Por lo cual los que agora son vivos dicen que hay quince veces más mujeres que hombres; y habiendo tan gran número, sirven desto y de lo más que les mandan sus maridos y padres. Las casas que tienen los naturales cañares, de quien voy hablando, son pequeñas, hechas de piedra, la cobertura de paja. Es la tierra fértil y muy abundante de mantenimientos y caza. Adoran al -79- sol, como los pasados. Los señores se casan con las mujeres que quieren y más les agrada; y aunque éstas sean muchas, una es la principal. Y antes que se casen hacen gran convite, en el cual, después que han comido y bebido a su voluntad, hacen ciertas cosas a su uso. El hijo de la mujer principal hereda el señorío, aunque el señor tenga otros muchos hijos habidos en las demás mujeres. A los difuntos los metían en las sepulturas de la suerte que hacían sus comarcanos, acompañados de mujeres vivas, y meten con ellos de sus cosas ricas; y usan de las armas y costumbres que ellos. Son algunos grandes agoreros y hechiceros; pero no usan el pecado nefando ni otras idolatrías, más de que cierto solían estimar y reverenciar al diablo, con quien hablaban los que para ello estaban elegidos. En este tiempo son ya cristianos los señores, y se llamaba (cuando yo pasé por Tumebamba) el principal dellos don Fernando. Y ha placido a nuestro Dios y redentor que merezcan tener nombre de hijos suyos y estar debajo de la unión de nuestra Santa Madre Iglesia, pues es servido que oigan el sacro Evangelio, fructificando en ellos su palabra, y que los templos destos indios se hayan derribado.
Y si el demonio alguna vez los engaña, es con encubierto engaño, como suele muchas veces a los fieles, y no en público, como solía antes que en estas Indias se pusiese el estandarte de la cruz, bandera de Cristo.
Muy grandes cosas pasaron en el tiempo del reinado de los ingas en estos reales aposentos de Tomebamba, y muchos ejércitos se juntaron en ellos para cosas importantes. Cuando el Rey moría, lo primero que hacía el sucesor, después de haber tomado la borla o corona del reino, era enviar gobernadores a Quito y a este Tumebamba, a que tomasen la posesión en su nombre, mandando que luego le hiciesen palacios dorados y muy ricos, como los habían hecho a sus antecesores. Y así, cuentan los orejones del Cuzco, (que son los más sabios y principales deste reino (que inga Yupangue, padre del gran Topainga, que fue el fundador del templo, se holgaba de estar más tiempo en estos aposentos que en otra -80- parte; y lo mismo dicen de Topainga, su hijo. Y afirman que estando en ellos Guaynacapa, supo de la entrada de los españoles en su tierra, en tiempo que estaba don Francisco Pizarro en la costa con el navío en que venían él y sus trece compañeros, que fueron los primeros descubridores del Perú; y aun que dijo que después de sus días había de mandar el reino gente extraña y semejante a la que venía en el navío. Lo cual diría por dicho del demonio, como aquel que pronosticaba que los españoles habían de procurar de volver a la tierra con potencia grande. Y cierto oí a muchos indios entendidos y antiguos que sobre hacer unos palacios en estos aposentos fue harta parte para haber las diferencias que hubo entre Guascar y Atabaliba. Y concluyendo en esto, digo que fueron gran cosa los aposentos de Tumebamba; ya está todo desbaratado y muy ruinado, pero bien se ve lo mucho que fueron.
Es muy ancha esta provincia de los Cañares y llena de muchos ríos, en los cuales hay gran riqueza. El año de 1544 se descubrieron tan grandes y ricas minas en ellos, que sacaron los vecinos de la ciudad de Quito más de ochocientos mil pesos de oro. Y era tanta la cantidad que había deste metal, que muchos sacaban en la batea más oro que tierra. Lo cual afirmo porque pasó así, y hablé yo con quien en una batea sacó más de setecientos pesos de oro. Y sin lo que los españoles hubieron, sacaron los indios lo que no sabemos.
En toda parte desta provincia que se siembre trigo se da muy bien, y lo mismo hace la cebada, y se cree que se harán grandes viñas y se darán y criarán todas las frutas y legumbres que sembraren de las que hay en España, y de la tierra hay algunas muy sabrosas.
Para hacer y edificar ciudades no falta grande sitio, antes lo hay muy dispuesto. Cuando pasó por allí el Visorrey Blasco Núñez Vela, que iba huyendo de la furia tiránica de Gonzalo Pizarro y de los que eran de su parte, dicen que dijo que si se viese puesto en la gobernación del reino, que había de fundar en aquellos llanos -81- una ciudad, y repartir los indios comarcanos a los vecinos que en ella quedasen. Más siendo Dios servido, y permitiéndolo por algunas causas que él sabe, hubo de ser el Visorrey muerto; y Gonzalo Pizarro mandó al capitán Alonso de Mercadillo que fundase una ciudad en aquellas comarcas, y por tenerse este asiento por término de Quito no se pobló en él, y se asentó en la provincia de Chaparra, según diré luego. Desde la ciudad de San Francisco del Quito hasta es tos aposentos hay cincuenta y cinco leguas. Aquí dejaré el camino real por donde voy caminando, por dar noticia de los pueblos y regiones que hay en las comarcas de las ciudades Puerto Viejo y Guayaquil; y concluido con sus fundaciones, volveré al camino real que he comenzado.

Capítulo XLV
Del camino que hay de la provincia de Quito a la costa de la Mar del Sur, y términos de la ciudad de Puerto Viejo.

Llegado he con mi escriptura a los aposentos de Tumebamba, por poder dar noticia de manera que se entienda de las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil. Y cierto rehusé en este paso la carrera de pasar adelante; porque, lo uno, yo anduve poco por aquellas comarcas, y lo otro, porque los naturales son faltos de razón y orden política; tanto, que con gran dificultad se puede colegir dellos sino poco, y también porque me parescía que bastaba proseguir el camino real; más la obligación que tengo de satisfacer a los curiosos me hace tomar ánimo de pasar adelante para darles verdadera relación de todas las cosas que más posible me fuere. Lo cual creo -82- cierto me será agradescido por ellos y por los doctos hombres benévolos y prudentes. Y así, de lo más verdadero y cierto que yo hallé tomé la relación y noticia que aquí diré. Lo cual hecho, volveré a mi principal camino.
Pues volviendo a estas ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil, es desta manera: que saliendo por el camino de Quito a la parte de la costa de la Mar del Sur, comenzaré desde Quaque, que es por aquel cabo el principio desta tierra, y por la otra se podrá decir el fin. De Tumebamba no hay camino derecho a la costa, sino es para ir a salir a los términos de la ciudad de San Miguel, primera población hecha por los cristianos en el Perú.
Por lo cual digo que en la comarca de Quito, no muy lejos de Tumebamba, está una provincia que ha por nombre Chumbo, puesto que antes de llegar allí hay otras mayores y menores pobladas de gente vestida, y que sus mujeres son de buen parecer. Hay en la comarca destos pueblos aposentos principales, como en los pasados, y sirvieran y obedecieron a los ingas señores suyos, y hablaban la lengua general que se mandó por ellos que se usase en todas partes. Y a tiempos usan en congregaciones para hallarse en ellas los más principales, adonde tratan lo que conviene al beneficio, así de sus patrias como de los particulares provechos dellos. Tienen las costumbres como los que arriba he dicho, y son semejantes a ellos en las religiones. Adoran por dios al sol y a otros dioses que ellos tienen o tenían. Creen la inmortalidad del ánima. Tenían su cuenta con el demonio, y permitiéndolo Dios por sus pecados, tenía sobre ellos gran señorío. Agora en este tiempo, como por todas partes se predica la santa fe, muchos se llegan y están conjuntos con los cristianos, y tienen entre ellos clérigos y frailes que les doctrinan y enseñan las cosas de la fe.
Cada uno de los naturales destas provincias y todos los más linajes de gentes que habitan en aquellas partes tienen una señal muy cierta y usada, por la cual en todas partes son conocidos. Estando yo en el Cuzco entraban -83- de muchas partes gentes, y por las señales conocíamos que los unos eran canches y los otros cañas y los otros collas, y otros guancas y otros cañares y otros chachapoyas. Lo cual cierto fue galana invención para en tiempo de guerra no tenerse unos por otros, y para en tiempo de paz conocerse a sí propios entre muchos linajes de gentes que se congregaban por mandado de los señores y se juntaban para cosas tocantes a su servicio, siendo todos de una color y facciones y aspecto, y sin barbas, y con un vestido, y usando por toda la tierra un solo lenguaje. En todos los más destos pueblos principales hay iglesias adonde se dicen misas y se dotrina, y se tiene gran cuidada y orden en traer las muchachos hijos de los indios a que aprendan las oraciones, y con ayuda de Dios se tiene esperanza que siempre irá en crecimiento.
Desta provincia de Chumbo van hasta catorce leguas, todo camino áspero y a partes dificultoso, hasta llegar a un río, en el cual hay siempre naturales de la comarca que tienen balsas en que llevan a los caminantes por aquel río a salir al paso que dicen de Guaynacapa. El cual está (a lo que dicen) de la isla de la Puna doce leguas por una parte, y por otra hay indios naturales y no de tanta razón como las que atrás quedan, porque algunos dellos enteramente no fueron conquistados por los reyes ingas.

Capítulo XLVI
En que se da noticia de algunas cosas tocantes a las provincias de Puerto Viejo y a la línea equinoccial.

El primer puerto de la tierra del Perú es el de Pasaos, y dél y del río de Santiago comenzó la gobernación -84- del marqués don Francisco Pizarro, porque lo que queda atrás hacia la parte del norte cae en los términos de la provincia del río de San Juan; y así, se puede decir que entra en los límites de la ciudad de Santiago de Puerto Viejo, donde, por ser esta tierra tan vecina la equinocial, se cree que son en alguna manera los naturales no muy sanos.
En lo tocante a la línea, algunos de los cosmógrafos antiguos variaron, y erraron en afirmar que por ser cálida no se podía habitar. Y porque esto es claro y manifiesto a todos los que habemos visto la fertilidad de la tierra y abundancia de las cosas para la sustentación de los hombres pertenecientes, y porque desta línea equinocial se toca en algunas partes desta historia, por tanto daré aquí razón de lo que della tengo entendido de hombres peritos en la cosmografía; lo cual es, que la línea equinocial es una vara o círculo imaginado por medio del mundo, de Levante en Poniente, en igual apartamiento de los polos del mundo. Dícese equinocial porque pasando el sol por ella hace equinocio, que quiere decir igualdad del día y de la noche. Esto es dos veces en el año, que son a 11 de marzo y a 13 de setiembre. Y es de saber que (como dicho tengo), fue opinión de algunos autores antiguos que debajo desta línea equinocial era inhabitable; lo cual creyeron porque, como allí envía el sol sus rayos derechamente a la tierra, habría tan excesivo calor, que no se podría habitar. Desta opinión fueron Virgilio y Ovidio y otros singulares varones. Otros tuvieron que alguna parte sería habitada, siguiendo a Ptolomeo, que dice: «No conviene que pensemos que la tórrida zona totalmente sea inhabitada». Otros tuvieron que allí no solamente era templada y sin demasiado calor, más aun templadísima. Y esto afirma San Isidoro en el primero de las Etimologías, donde dice que el paraíso terrenal es en el oriente, debajo de la línea equinocial, templadísimo y amenísimo lugar. La experiencia agora nos muestra que, no solo debajo de la equinocial, más toda la tórrida zona, que es de un trópico a otro, es habitada, rica y viciosa, por razón de ser -85- todo el año los días y noches casi iguales. De manera que el frescor de la noche tiempla el calor del día, y así contino tiene la tierra sazón para producir y criar los frutos. Esto es lo que de su propio natural tiene, puesto que accidentalmente en algunas partes hace diferencia.
Pues tornando a esta provincia de Santiago de Puerto Viejo, digo que los indios desta tierra no viven mucho. Y para hacer esta experiencia en los españoles, hay tan pocos viejos hasta agora, que más se han apocado con las guerras que no con enfermedades. Desta línea hacia la parte del polo Ártico está el trópico de cáncer cuatrocientas y veinte leguas della, en veinte y tres grados y medio, donde el sol llega a los 11 de junio y nunca pasa dél; porque desde allí da la vuelta hacia la misma línea equinocial, y vuelve a ella a 13 de setiembre; y por el consiguiente deciende hasta el trópico de Capricornio otras cuatrocientas y veinte leguas, y está en los mismos veinte y tres grados y medio. Por manera que hay distancia de ochocientas y cuarenta leguas de trópico a trópico. A esto llamaron los antiguos la tórrida zona, que quiere decir tierra tostada o quemada, porque el sol en todo el año se mueve encima della.
Los naturales desta tierra son de mediano cuerpo, y tienen y poseen fertilísima tierra, porque se da gran cantidad de maíz, y yuca y ajes o batatas, y otras muchas maneras de raíces provechosas para la sustentación de los hombres. Y también hay gran cantidad de guayabas muy buenas, de dos o tres maneras, y guabas y aguacates y tunas de dos suertes, las unas blancas y de tan singular sabor, que se tiene por fruta gustosa; caimitos y otra fruta que llaman cerecillas. Hay también gran cantidad de melones de los de España y de los de la tierra, y se dan por todas partes muchas legumbres y habas, y hay muchos árboles de naranjos y limas, y no poca cantidad de plátanos, y se crían en algunas partes singulares piñas; y de los puercos que solía haber en la tierra hay gran cantidad, que tenían (como conté hablando del puerto de Uraba) el ombligo junto a los lomos, lo cual no es sino alguna cosa que allí les nace, y -86- como por la parte de abajo no se halla ombligo, dijeron serlo lo que está arriba; y la carne destos es muy sabrosa. También hay de los puercos de la casta de España y muchos venados de la más singular carne y sabrosa que hay en la mayor parte del Perú. Perdices se crían no pocas manadas dellas, y tórtolas, palomas, pavas, faisanes y otro gran número de aves, entre las cuales hay una que llaman juta, que será del tamaño de un gran pato; a esta crían los indios en sus casas, y son domésticas y buenas para comer. También hay otra que tiene por nombre maca, que es un poco menor que un gallo, y es linda cosa ver las colores que tiene y cuán vivas; el pico destas es algo grueso y mayor que un dedo, y partido en dos perfetísimas colores, amarilla y colorada. Por los montes se ven algunas zorras y osos, leoncillos pequeños y algunos tigres y culebras; pero, en fin, estos animales antes huyen del hombre que no le acometen. Otros algunos habrá de que yo no tengo noticia. Y también hay otras aves nocturnas y de rapiña, así por la costa como por la tierra dentro, y algunos condores y otras aves que llaman gallinazas hediondas, o por otro nombre auras. En las quebradas y montes hay grandes espesuras, florestas y árboles de muchas maneras, provechosos para hacer casas y otras cosas; en lo interior de algunos dellos crían abejas, que hacen en la concavidad de los árboles panales de miel singular. Tienen estos indios muchas pesquerías, adonde matan pescado en cantidad; entre ellos se toman unos que llaman bonitos, que es mala naturaleza de pescado, porque causa a quien lo come calenturas y otros males. Y aún en la mayor parte desta costa se crían en los hombres unas verrugas bermejas del grandor de nueces, y les nascen en la frente y en las narices y en otras partes; que, demás de ser mal grave, es mayor la fealdad que hace en los rostros, y créese que de comer algún pescado procede este mal. Como quiera que sea, reliquias son de aquella costa, y sin los naturales, ha habido muchos españoles que han tenido estas berrugas.
En esta costa y tierra subjeta a la ciudad de Puerto Viejo y a la de Guayaquil hay dos maneras de gente, -87- porque desde el cabo de Pasaos y río de Santiago hasta el pueblo de Zalango son los hombres labrados en el rostro, y comienza la labor desde el nacimiento de la oreja y superior dél, y desciende hasta la barba, del anchor que cada uno quiere. Porque unos se labran la mayor parte del rostro y otros menos, casi y de la manera que se labran los moros. Las mujeres destos indios, por el consiguiente, andan labradas y vestidas ellas y sus maridos de mantas y camisetas de algodón, y algunas de lana. Traen en sus personas algún adornamiento de joyas de oro y unas cuentas muy menudas, a quien llaman chaquira colorada, que era rescate extremado y rico. Y en otras provincias he visto yo que se tenía por tan preciada esta chaquira, que se daba harta cantidad de oro por ella. En la provincia de Quimbaya (que es donde está situada la ciudad de Cartago) le dieron ciertos caciques o principales al mariscal Robledo más de mil y quinientos pesos por poco menos de una libra. Pero en aquel tiempo por tres o cuatro diamantes de vidrio daban docientos y trecientos pesos. Y en esto de vender a los indios, seguro estamos que no nos llamaremos a engaño con ellos. Aún me ha acaecido vender a indio una hacha pequeña de cobre, y darme él por ella tanto oro fino como la hacha pesaba; y los pesos tampoco iban muy por el fiel; pero ya es otro tiempo, y saben bien vender lo que tienen y mercar lo que han menester. Y los principales pueblos donde los naturales usan labrarse en esta provincia son: Pasaos, Xaramixó, Pimpanguace, Peclansemeque y el valle de Xagua, Pechonse, y los de Monte Cristo, Apechigüe y Silos, y Canilloha y Manta y Zapil, Manaví, Xaraguaza, y otros que no se cuentan, que están a una parte y a otra. Las casas que tienen son de madera, y por cobertura paja, unas pequeñas y otras mayores, y como tiene la posibilidad el señor della.

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Capítulo XLVII
De lo que se tiene sobre si fueron conquistados estos indios desta comarca, o no, por los ingas, y la muerte que dieron a ciertos capitanes de Topainga Yupangue.

Muchos dicen que los señores ingas no conquistaron ni pusieran debajo de su señorío a estos indios naturales de Puerto Viejo de que voy aquí tratando; ni que enteramente los tuvieron en su servicio, aunque algunos afirman lo contrario, diciendo que sí los señorearon y tuvieron sobre ellos mando. Y cuenta el vulgo sobre esto que Guaynacapa en persona vino a los conquistar, y porque en cierto casa no quisieron cumplir su voluntad, que mandó por ley que ellos y sus descendientes y sucesores se sacasen tres dientes de la boca de los de la parte de encima y otros tres de los más bajos, y que en la provincia de los Guancabilcas se usó mucho tiempo esta costumbre. Y a la verdad, como todas las cosas del pueblo sea una confusión de variedad, y jamás saben dar en el blanco de la verdad, no me espanto que digan esto, pues en otras cosas mayores fingen desvaríos no pensados, que después quedan en el sentido de las gentes, y no ha de servir para entre los cuerdos sino de fábulas y novelas. Y esta digresión quiero hacerla en este lugar para que sirva en lo de adelante; pues las cosas que ya están escriptas, si se reiteran muchas veces es fastidio para el lector. Servirá (como digo) para dar aviso que en las más de las cosas que el vulgo cuenta de los acaescimientos que han pasado en Perú son variaciones, como arriba digo. Y en lo que toca a los naturales, los que fueren curiosos de saber sus secretos entenderán lo que yo digo. Y en lo tocante a la gobernación y a las guerras y debates que ha habido, no pongo por jueces sino a los varones que se hallaron en las consultas y congregaciones y en el despacho de los negocios; estos tales digan lo que pasó, y cuenten los dichos del pueblo, y verán cómo no concuerda lo uno con lo otro. Y esto baste para aquí.
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Volviendo pues al propósito, digo que (según yo tengo entendido de indios viejos, capitanes que fueron de Guaynacapa) en tiempo del gran Topainga Yupangue, su padre, vinieron ciertos capitanes suyos con alguna copia de gente, sacada de las guarniciones ordinarias que estaban en muchas provincias del reino, y con mañas y maneras que tuvieron los atrajeron a la amistad y servicio de Topainga Yupangue. Y muchos de los principales fueron con presentes a la provincia de los Paltas a le hacer reverencia; y él los recibió benignamente y con mucho amor, dando a algunos de los que le vinieron a ver piezas ricas de lana hechas en el Cuzco. Y como le conviniese volver a las provincias de arriba, adonde por su gran valor era tan estimado, que le llamaban padre y le honraban con nombres preeminentes, fue tanta su benevolencia y amor para con todos, que adquirió entre ellos fama perpetua. Y por dar asiento en cosas tocantes al buen gobierno del reino, partió sin poder por su persona visitar las provincias destos indios; en las cuales dejó algunos gobernadores y naturales del Cuzco, para que les hiciesen entender la manera con que habían de vivir para no ser tan rústicos y para otros efectos provechosos. Pero ellos; no solamente no quisieron admitir el buen deseo destos que por mandado de Topainga quedaron en estas provincias para que los encaminasen en buen uso de vivir y en la policía y costumbres suyas, y les hiciesen entender lo tocante a la agricultura, y les diesen manera de vivir con más acertada orden de la que ellos usaban; más antes, en pago del beneficio que recibieran si no fueran tan mal conocidos, los mataron todos, que no quedó ninguno en los términos desta comarca, sin que les hiciesen mal ni les fuesen tiranos para que lo mereciesen. Esta grande crueldad afirman que entendió Topainga, y por otras causas muy importantes la disimuló, no pudiendo entender en castigar a los que tan malamente habían muerto a estos sus capitanes y vasallos.

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Capítulo XLVIII
Cómo estos indios fueron conquistados por Guaynacapa, y de cómo hablaban con el demonio, y sacrificaban y enterraban con los señores mujeres vivas.

Pasado lo que tengo contado en esta provincia de Santiago, comarcana a la ciudad de Puerto Viejo, es público entre muchos de los naturales della que andando los tiempos, y reinando en el Cuzco aquel que tuvieron por grande y poderoso rey, llamado Guaynacapa, abajando por su propia persona a visitar las provincias de Quito, sojuzgó enteramente a su señorío a todos estos naturales desta provincia: aunque cuentan que primero le mataron mayor número de gente y capitanes que a su padre Topainga, y con mayor falsedad y engaño, como diré en el capítulo siguiente. Y hase de entender que todas estas materias que escribo en lo tocante a los sucesos y cosas de los indios, lo cuento y trato por relación que de todo me dieron ellos mismos; los cuales, por no tener letras ni saberlas, y para que el tiempo no consumiese sus acaescimientos y hazañas, tenían una gentil y galana invención, como trataré en segunda parte desta crónica. Y aunque en estas comarcas se hicieron servicios a Guaynacapa, y presentes de esmeraldas ricas y de oro y de las cosas que ellos más tenían, no había aposentos ni depósitos, como habemos dicho que hay en las provincias pasadas. Y esto también lo causaba ser la tierra tan enferma y los pueblos tan pequeños; lo cual era causa que no quisiesen residir en ella los orejones, por tenerla por de poca estimación, pues en la que ellos moraban y poseían había bien donde se pudiesen extender. Eran los naturales destos pueblos que digo, en extremo agoreros y usaban de grandes religiones; tanto, que en la mayor parte del Perú no hubo otras gentes que tanto como estas sacrificasen, según es público y notorio. Sus sacerdotes tenían cuidado de los templos y del servicio de los simulacros o ídolos que representaban la figura de sus falsos dioses; delante -91- de los cuales, a sus tiempos y horas, decían algunos cantares y hacían las cerimonias que aprendieron de sus mayores, al uso y costumbre que sus antiguos tenían. Y el demonio con espantable figura se dejaba ver de los que estaban establecidos y señalados para aquel maldito oficio; los cuales eran muy reverenciados y temidos por todos los linajes y tierras desos indios. Entre ellos uno era el que daba las respuestas y les hacía entender todo lo que pasaba, y aún muchas veces, por no perder el crédito y reputación y carecer de su honor, hacía apariencias con grandes meneos, para que creyesen que el demonio le comunicaba las cosas arduas y de mucha calidad, y todo lo que había de suceder en lo futuro; en lo cual pocas veces acertaba, aunque hablase por boca del mismo diablo. Y ninguna batalla ni acaescimiento ha pasado entre nosotros mismos, en nuestras guerras locas y civiles, que los indios de todo este reino y provincia no lo hayan primero anunciado y dicho; más cómo y adónde se ha de dar, antes ni agora ni en ningún tiempo nunca de veras aciertan ni acertaban; pues está muy claro, y así se ha de creer, que sólo Dios sabe los acaescimientos por venir, y no otra criatura. Y si el demonio acierta en algo es acaso, y porque siempre responde equívocamente, que es decir, palabras que pueden tener muchos, entendimientos. Y por el don de su sutilidad y astucia, y por la mucha edad y experiencia que tiene en todas las cosas, habla con los simples que le oyen; y así, muchos de los gentiles conocieron el engaño destas respuestas. Muchos destos indios tienen por cierto el demonio ser falso y malo, y le obedescían más por temor que por amor, como trataré más largo en lo de adelante. De manera que estos indios, unas veces engañados por el demonio, y otras por el mismo sacerdote, fingiendo lo que no era, los traía sometidos en su servicio, todo por la permisión del poderoso Dios. En los templos o guacas, que es su adoratorio, les daban a los que tenían por dioses, presentes y servicios, y mataban animales para ofrecer por sacrificio la sangre dellos. Y porque les fuese más grato, sacrificaban otra cosa más noble, que era sangre de algunos -92- indios, a lo que muchos afirman. Y si habían preso a algunos de sus comarcanos, con quien tuviesen guerra o alguna enemistad, juntábanse (según también cuentan), y después de haberse embriagado con su vino y haber hecho lo mismo del preso, con sus navajas de pedernal o de cobre el sacerdote mayor dellos lo mataba, y cortándole la cabeza, la ofrecían con el cuerpo al maldito demonio, enemigo de la natura humana. Y cuando alguno dellos estaba enfermo, bañábase muchas veces, y hacía otras ofrendas y sacrificios, pidiendo la salud.
Los señores que morían eran muy llorados y metidos en las sepulturas, adonde también echaban con ellos algunas mujeres vivas y otras cosas de las más preciadas que ellos tenían. No ignoraban la inmortalidad del ánima; más tampoco podemos afirmar que lo sabían enteramente. Más es cierto que estos, y aun los más de gran parte destas Indias (según contaré adelante), que con las ilusiones del demonio, andando por las sementeras, se les aparece en figura de las personas que ya eran muertas, de los que habían sido sus conocidos, y por ventura padres o parientes; los cuales parecía que andaban con su servicio y aparato, como cuando estaban en el mundo. Con tales apariencias ciegos, los tristes seguían la voluntad del demonio; y así, metían en las sepulturas la compañía de vivos y otras cosas, para que llevase el muerto más honra; teniendo ellos que haciéndolo así guardaban sus religiones y cumplían el mandamiento de sus dioses, y iban a lugar deleitoso y muy alegre, adonde habían de andar envueltos en sus comidas y bebidas, como solían acá en el mundo al tiempo que fueron vivos.

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Capítulo XLIX
De cómo se daban poco estos indios de haber las mujeres vírgines, y de cómo usaban el nefando pecado de la sodomía.

En muchas destas partes los indios dellas adoraban al sol, aunque todavía tenían tino a creer que había un Hacedor, y que su asiento era en el cielo. El adorar al sol, o debieron de tomarlo de los ingas, o era por ellos hecho antiguamente en la provincia de los Guancavilcas, por sacrificio establecido por los mayores y usado de muchas tiempos dellos.
Solían (según dicen) sacarse tres dientes de lo superior de la boca y otros tres de lo inferior, como en lo de atrás apunté, y sacaban destos dientes los padres a los hijos cuando eran de muy tierna edad, y creían que en hacerlo no cometían maldad, antes lo tenían por servicio grato y muy apacible a sus dioses. Casábanse como lo hacían sus comarcanos, y aun oí afirmar que algunos o los más, antes que casasen, a la que había de tener marido la corrompían, usando con ella sus lujurias. Y sobre esto me acuerdo de que en cierta parte de la provincia de Cartagena, cuando casan las hijas y se ha de entregar la esposa al novio, la madre de la moza, en presencia de algunos de su linaje, la corrompe con los dedos. De manera que se tenía por más honor entregarla al marido con esta manera de corrupción que no con su virginidad. Ya de la una costumbre o de la otra, mejor era la que usan algunas destas tierras, y es, que los más parientes y amigos tornan dueña a la que está virgen, y con aquella condición la casan y los maridos la reciben.
Heredan en el señorío, que es mando sobre los indios, el hijo al padre, y si no, el segundo hermano; y faltando estos (conforme a la relación que a mí me dieron), viene al hijo de la hermana. Hay algunas mujeres de buen parescer. Entre estos indios de que voy -94- tratando, y en sus pueblos se hace el mejor y más sabroso pan de maíz que en la mayor parte de las Indias, tan gustoso y bien amasado, que es mejor que alguno de trigo que se tiene por bueno.
En algunos pueblos destos indios tienen gran cantidad de cueros de hombres llenos de ceniza, tan espantables como los que dije en lo de atrás que había en el valle de Lile, subjeto a la ciudad de Cali. Pues como estos fuesen malos y viciosos, no embargante que entre ellos había mujeres muchas, y algunas hermosas, los más dellos usaban (a lo que a mí me certificaron) pública y descubiertamente del pecado nefando de la sodomía; en lo cual dicen que se gloriaban demasiadamente. Verdad es que los años pasados el capitán Pacheco y el capitán Olmos, que agora está en España, hicieron castigo sobre los que cometían el pecado susodicho, amonestándolos cuánto dello el poderoso Dios se desirve. Y los escarmentaron de tal manera, que ya se usa poco o nada este pecado, ni aun las demás costumbres que tenían dañosas, ni usan los otros de sus religiones, porque han oído doctrina de muchos clérigos, y frailes, y van entendiendo cómo nuestra fe es la perfecta y la verdadera y que los dichos del demonio son falsos y sin fundamento, y cuyas engañosas respuestas han cesado. Y por todas partes donde el santo Evangelio se predica y se pone la cruz, se espanta y huye, y en público no osa hablar ni hacer más que los salteadores, que hacen a hurto y en oculto sus saltos. Lo cual hace el demonio a los flacos, y a los que por sus pecados están endurecidos en sus vicios. Verdad es que la fe prime mejor en los mozos que no en muchos viejos; porque, como están envejecidos en sus vicios, no dejan de cometer sus antiguos pecados secretamente, y de tal manera, que los cristianos no los pueden entender. Los mozos oyen a los sacerdotes nuestros, y escuchan sus santas amonestaciones, y siguen nuestra doctrina cristiana. De manera que en estas comarcas hay de malos y buenos, como en todas las demás partes.

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Capítulo L
Cómo antiguamente tuvieron una esmeralda por dios, en que adoraban los indios de Manta; y otras cosas que hay que decir destos indios.

En muchas historias que he visto, he leído, si no me engaño, que en unas provincias adoraban por dios a la semejanza del toro, y en otra a la del gallo y en otra al león, y por consiguiente tenían mil supersticiones desto, que más parece, al leerlo, materia para reír que no para otra cosa alguna. Y sólo noto desto que digo, que los griegos fueron excelentes varones, y en quien muchos tiempos y edades florecieron las letras, y hubo en ellos varones muy ilustres y que vivirá la memoria dellos todo el tiempo que hubiere escripturas, y cayeron en este error. Los egipcios fue lo mismo, y los bactrianos y babilónicos; pues los romanos, a dicho de graves y doctos hombres, les pasaron; y tuvieron unos y otros unas maneras de dioses, que son cosa donosa pensar en ello, aunque algunas destas naciones atribuyan el adorar y reverenciar por dios a uno por haber recebido dél algún beneficio, como fue a Saturno y a Júpiter y a otros; más ya eran hombres, y no bestias. De manera pues que adonde había tanta ciencia humana, aunque falsa y engañosa, erraran. Así estos indios, no embargante que adoraban al sol y a la luna, también adoraban en árboles, en piedras y en la mar y en la tierra, y en otras cosas que la imaginación les daba. Aunque, según yo me informé, en todas las más partes destas que tenían por sagradas era visto por sus sacerdotes el demonio, con el cual comunicaban no otra cosa que perdición para sus ánimas. Y así, en el templo muy principal de Pachacama tenían una zorra en grande estimación, la cual adoraban. Y en otras partes, como iré contando en esta historia, y en esta comarca afirman que el señor de Manta tiene o tenía una piedra de esmeralda, de mucha grandeza y muy rica, la cual tuvieron y -96- poseyeron sus antecesores por muy venerada y estimada, y algunos días la ponían en público, y la adoraban y reverenciaban como si estuviera en ella encerrada alguna deidad. Y como algún indio o india estuviese malo, después de haber hecho sus sacrificios iban a hacer oración a la piedra, a la cual afirman que hacían servicio de otras piedras, haciendo entender el sacerdote que hablaba con el demonio que venía la salud mediante aquellas ofrendas, las cuales después el cacique y otros ministros del demonio aplicaban a sí, porque de muchas partes de la tierra adentro venían los que estaban enfermos al pueblo de Manta a hacer los sacrificios y a ofrecer sus dones. Y así, me afirmaron a mí algunos españoles de los primeros que descubrieron este reino, hallar mucha riqueza en este pueblo de Manta, y que siempre dio más que los comarcanos a él a los que tuvieron por señores o encomenderos. Y dicen que esta piedra tan grande y rica, que jamás han querido decir della, aunque han hecho hartas amenazas a los señores y principales, ni aun lo dirán jamás, a lo que se cree, aunque los maten a todos: tanta fue la veneración en que la tenían. Este pueblo de Manta está en la costa, y por el consiguiente todos los más de los que he contado. La tierra adentro hay más número de gente y mayores pueblos, y difieren en la lengua a los de la costa, y tienen los mismos mantenimientos y frutas que ellos. Sus casas son de madera, pequeñas; la cobertura de paja o de hoja de palma. Andan vestidos unos y otros, estos que nombro, serranos, y lo mismo sus mujeres. Alcanzaron algún ganado de las ovejas que dicen del Perú, aunque no tantas como en Quito ni en las provincias del Cuzco. No eran tan grandes hechiceros ni agoreros como los de la costa, ni aún eran tan malos en usar el pecado nefando. Tienese esperanza que hay minas de oro en algunos ríos desta sierra, y que cierto está en ella la riquísima mina de las esmeraldas; la cual, aunque muchos capitanes han procurado saber dónde está, no se ha podido alcanzar, ni los naturales lo dirán. Verdad es que el capitán Olmos dicen que tuvo lengua desta mina, y aún afirman que supo dónde estaba; lo cual -97- yo creo, si así fuera, lo dijera a sus hermanos o a otras personas. Y cierto, mucho ha sido el número de esmeraldas que se han visto y hallado en esta comarca de Puerto Viejo; y son las mejores de todas las Indias; porque, aunque en el nuevo reino de Granada haya más, no son tales, ni con mucho se igualan en el valor las mejores de allá a las comunes de acá.
Los caraques y sus comarcanos es otro linaje de gente, y no son labrados, y eran de menor saber que sus vecinos, porque eran behetrías; por causas muy livianas se daban guerra unos a otros. En naciendo la criatura le alhajaban la cabeza, y después la ponían entre dos tablas, liada de tal manera, que cuando era de cuatro o cinco años le quedaba ancha o larga y sin colodrillo; y esto muchos lo hacen, y no contentándose con las cabezas que Dios les da, quieren ellos darles el talle que más les agrada; y así, unos la hacen ancha y otros larga. Decían ellos que ponían destos talles las cabezas porque serían más sanos y para más trabajo. Algunas destas gentes, especialmente los que están abajo del pueblo de Colima a la parte del norte, andaban desnudos, y se contrataban con los indios de la costa que va de largo hacia el río de San Juan. Y cuentan que Guaynacapa, llegó, después de haberle muerto sus capitanes, hasta Colima, adonde mandó hacer una fortaleza; y como viese andar los indios desnudos, no pasó adelante, antes dicen que dio la vuelta, mandando a ciertos capitanes suyos que contratasen y señoreasen lo que pudiesen, y llegaron por entonces al río de Santiago. Y cuentan muchos españoles que hay vivos en este tiempo de los que vinieron con el adelantado don Pedro de Albarado, especialmente lo oí al mariscal Alonso de Albarado y a los capitanes Garcilaso de la Vega y Juan de Saavedra, y a otro hidalgo que ha por nombre Suer de Cangas, que, como el adelantado don Pedro llegase a desembarcar con su gente en esta costa, y llegado a este pueblo, hallaron gran cantidad de oro y plata en vasos y otras joyas preciadas; sin lo cual, hallaron tan gran número de esmeraldas, que si las conocieran y guardaran se hubiera por su valor mucha suma de dinero; mas, -98- como todos afirmasen que eran de vidrio, y que para hacer la experiencia (porque entre algunos se platicaba que podrían ser piedras) las llevaban donde tenían una bigornia, y que allí con martillos las quebraban, diciendo que si eran de vidrio luego se quebrarían, y si eran piedras se pararían más perfectas con los golpes. De manera que por la falta de conoscimiento y poca experiencia quebraron mucha destas esmeraldas, y pocos se aprovecharon dellas, ni tampoco del oro y plata gozaron, porque pasaron grandes hambres y fríos, y por las montañas y caminos se dejaban las cargas del oro y de la plata. Y porque en la tercera parte he dicho ya tener escrito estos sucesos cumplidamente, pasaré adelante.

Capítulo LI
En que se concluye la relación de los indios de la provincia de Puerto Viejo, y lo demás tocante a su fundación, y quien fue el fundador.

Brevemente voy tratando lo tocante a estas provincias de Puerto Viejo, porque lo más sustancial lo he declarado, para luego volver a los aposentos de Tumebamba, donde dejé la historia de que voy tratando. Por tanto, digo que luego que el adelantado don Pedro de Albarado y el mariscal don Diego de Almagro se concertaron en los llanos de Riobamba, el adelantado don Pedro se fue para la ciudad de Los Reyes, que era adonde había de recebir la paga de los cien mil castellanos que se le dieron por el armada. Y en el ínterin el mariscal don Diego de Almagro dejó mandado al capitán Sebastián de Belalcázar algunas cosas tocantes a la provincia -99- y conquista del Quito, y entendió en reformar los pueblos marítimos de la costa, lo cual hizo en San Miguel y en Chimo; miró lugar provechoso y que tuviese las calidades convenientes para fundar la ciudad de Trujillo, que después pobló el marqués don Francisco Pizarro.
En todos estos caminos verdaderamente (según que yo entendí) el mariscal don Diego de Almagro se mostró diligente capitán; el cual, como llegase a la ciudad de San Miguel, y supiese que las naos que venían de la Tierra Firme y de las provincias de Nicaragua y Guatemala y de la Nueva España, llegadas a la costa del Perú, saltaban los que venían en ellas en tierra y hacían mucho daño en los naturales de Manta y en los más indios de la costa de Puerto Viejo, por evitar estos daños, y para que los naturales fuesen mirados y favorescidos, porque supo que había copia dellos y adonde se podía fundar una villa o ciudad, determinó de enviar un capitán a lo hacer.
Y así, dicen que mandó luego al capitán Francisco Pacheco que saliese con la gente necesaria para ello; y Francisco Pacheco, haciéndolo así como le fue mandado, se embarcó en un pueblo que ha por nombre Picuazá, y en la parte que mejor le paresció, fundó y pobló la ciudad de Puerto Viejo, que entonces se nombró villa. Esto fue día de San Gregorio, a 12 de marzo, año del nascimiento de nuestro redentor Jesucristo de 1535, y fundose en nombre del emperador don Carlos, nuestra rey y señor.
Estando entendiendo en esta conquista y población el capitán Francisco Pacheco, vino del Quito (donde también andaba por teniente general de don Francisco Pizarro el capitán Sebastián de Belalcázar) Pedro de Puelles, con alguna copia de españoles a poblar la misma costa de la Mar del Sur, y hubo entre unos y otros, a lo que cuentan, algunas cosquillas2, hasta que, ida la nueva al gobernador don Francisco Pizarro, envió a -100- mandar lo que entendió que convenía más al servicio de Su Majestad y a la buena gobernación y conservación de los indios. Y así, después de haber el capitán Francisco Pacheco conquistado las provincias, y andado por ellas poco menos tiempo de dos años, pobló la ciudad, como tengo dicho, habiéndose vuelto el capitán Pedro de Puelles a Quito. Llamose al principio la villa nueva de Puerto Viejo, la cual está asentada en lo mejor y más conveniente de sus comarcas, no muy lejos de la Mar del Sur. En muchos términos desta ciudad de Puerto Viejo hacen para enterrar los difuntos unos hoyos muy hondos, que tienen más talle de pozos que de sepulturas; y cuando quieren meterlos dentro, después de estar bien limpio de la tierra que han cavado, júntase mucha gente de los mismos indios, adonde bailan y cantan y lloran, todo en un tiempo, sin olvidar el beber, tañendo sus atambores y otras músicas más temerosas que suaves; y hechas estas cosas, y otras a uso de sus antepasados, meten al difunto dentro destas sepulturas tan hondas; con el cual, si es señor o principal, ponen dos o tres mujeres de las más hermosas y queridas suyas, y otras joyas de las más preciadas, y con la comida y cántaros de su vino de maíz, los que les parece. Hecha esto, ponen encima de la sepultura una caña de las gordas que ya he dicho haber en aquellas partes, y coma sean estas cañas huecas, tienen cuidado a sus tiempos de les echar deste brebaje, que estos llaman azua, hecho de maíz o de otras raíces; porque, engañados del demonio, creen y tienen por opinión (según yo lo entendí dellos) que el muerto bebe deste vino que por la caña le echan. Esta costumbre de meter consigo los muertos sus armas en las sepulturas, y su tesoro y mucho mantenimiento, se usaba generalmente en la mayor parte destas tierras que se han descubierto; y en muchas provincias metían también mujeres vivas y muchachos.

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Capítulo LII
De los pozos que hay en la punta de Santa Elena, y de lo que cuentan de la venida que hicieron los gigantes en aquella parte, y del ojo de Alquitrán que en ella esta.

Porque al principio desta obra conté en particular los nombres de los puertos que hay en la costa del Perú, llevando la orden desde Panamá hasta los fines de la provincia de Chile, que es una gran longura, me pareció que no convenía tornarlos a recitar, y por esta causa no trataré desto. También he dado ya noticia de los principales pueblos desta comarca; y porque en el Perú hay fama de los gigantes que vinieron a desembarcar a la costa en la punta de Santa Elena, que es en los términos desta ciudad de Puerto Viejo, me pareció dar noticia de lo que oí dellos, según que yo lo entendí, sin mirar las opiniones del vulgo y sus dichos varios, que siempre engrandece las cosas más de lo que fueron.
Cuentan los naturales por relación que oyeron de sus padres, la cual ellos tuvieron y tenían de muy atrás que vinieron por la mar en unas balsas de juncos a manera de grandes barcas unos hombres tan grandes, que tenía tanto uno dellos de la rodilla abajo como un hombre de los comunes en todo el cuerpo, aunque fuese de buena estatura, y que sus miembros conformaban con la grandeza de sus cuerpos, tan disformes, que era cosa monstruosa ver las cabezas, según eran grandes, y los cabellos, que les llegaban a las espaldas. Los ojos señalan que eran tan grandes como pequeños platos. Afirman que no tenían barbas, y que venían vestidos algunos dellos con pieles de animales y otros con la ropa que les dio natura, y que no trajeron mujeres consigo. Los cuales, como llegasen a esta punta, después de haber en ella hecho su asiento a manera de pueblo (que aún en estos tiempos hay memoria de los sitios fiestas casas que tuvieron), como no hallasen agua, para remediar -102- la falta que della sentían, hicieron unos pozos hondísimos; obra por cierto digna de memoria, hecho por tan fortísimos hombres como se presume que serían aquellos, pues era tanta su grandeza. Y cavaron estos pozos en peña viva hasta que hallaron el agua, y después los labraron desde ella hasta arriba de piedra, de tal manera, que durará muchos tiempos y edades; en las cuales hay muy buena y sabrosa agua, y siempre tan fría, que es gran contento beberla. Habiendo pues hecho sus asientos estos crecidos hombres o gigantes, y teniendo estos pozos o cisternas, de donde bebían, todo el mantenimiento que hallaban en la comarca de la tierra que ellos podían hollar lo destruían y comían; tanto, que dicen que uno dellos comía más vianda que cincuenta hombres de los naturales de aquella tierra; y como no bastaba la comida que hallaban para sustentarse, mataban mucho pescado en la mar con sus redes y aparejos, que según razón tenían. Vivieron en grande aborrecimiento de los naturales; porque por usar con sus mujeres las mataban, y a ellos hacían lo mismo por otras causas. Y los indios no se hallaban bastantes para matar a esta nueva gente que había venido a ocuparles su tierra y señorío; aunque se hicieron grandes juntas para platicar sobre ellos; pero no les osaran acometer. Pasados algunos años, estando todavía estos gigantes en esta parte, como les faltasen mujeres, y las naturales no les cuadrasen por su grandeza, o porque sería vicio usado entre ellos, por consejo y inducimiento del maldito demonio, usaban unos con otros el pecado nefando de la sodomía, tan gravísimo y horrendo; el cual usaban y cometían pública y descubiertamente, sin temor de Dios y poca vergüenza en sí mismos. Y afirman todos los naturales que Dios nuestro Señor, no siendo servido de disimular pecado tan malo, les envió el castigo conforme a la fealdad del pecado. Y así, dicen que, estando todos juntos envueltos en su maldita sodomía, vino fuego del cielo temeroso y muy espantable, haciendo gran ruido, del medio del cual salió un ángel resplandeciente, con una espada tajante y muy refulgente, con la cual de un solo golpe los mató a todos y el fuego los -103- consumió; que no quedó sino algunos huesos y calaveras, que para memoria del castigo quiso Dios que quedasen sin ser consumidos del fuego. Esto dicen de los gigantes; lo cual creemos que pasó, porque en esta parte que dicen se han hallado y se hallan huesos grandísimos. Y yo he oído a españoles que han visto pedazo de muela, que juzgaban que a estar entera pesara más de media libra carnicera; y también que habían visto otro pedazo del hueso de una canilla, que es cosa admirable contar cuán grande era; lo cual hace testigo haber pasado; porque, sin esto, se ve adonde tuvieron los sitios de los pueblos y los pozos o cisternas que hicieron. Querer afirmar o decir de qué parte o por qué camino vinieron estos, no lo puedo afirmar, porque no lo sé. Este año de 1550 oí yo contar, estando en la ciudad de Los Reyes, que siendo el ilustrísimo don Antonio de Mendoza visorrey y gobernador de la Nueva España, se hallaron ciertos huesos en ella de hombres tan grandes como los destos gigantes, y aún mayores; y sin esto, también he oído antes de agora que en un antiquísimo sepulcro se hallaron en la ciudad de Méjico o en otra parte de aquel reino ciertos huesos de gigantes. Por donde se puede tener, pues tantos lo vieron y lo afirman, que hubo estos gigantes, y aún podrían ser todas unos. En esta punta de Santa Elena (que, como dicho tengo, está en la costa del Perú, en los términos de la ciudad de Puerto Viejo) se ve una cosa muy de notar, y es, que hay ciertos ojos y mineros de alquitrán tan perfecto, que podrían calafetear con ello a todos los navíos que quisiesen, porque mana; y este alquitrán debe ser algún minero que pasa por aquel lugar, el cual sale muy caliente; y destos mineros de alquitrán yo no he visto ninguno en las partes de las Indias que he andado; aunque creo que Gonzalo Hernández de Oviedo, en su primera parte de la Historia natural y general de Indias, da noticia deste y de otros. Mas, como yo no escribo generalmente de las Indias, sino de las particularidades y acaescimientos del Perú, no trato de lo que hay en otras partes, y con esto se concluye en lo tocante a la ciudad de Puerto Viejo.

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Capítulo LIII
De la fundación de la ciudad de Guayaquil, y de la muerte que dieron los naturales a ciertos capitanes de Guaynacapa.

Más adelante, hacia el Poniente, está la ciudad de Guayaquil, y luego que se entra en sus términos los indios son guancavilcas, de los desdentados, que por sacrificio y antigua costumbre y por honra de sus malditos dioses se sacaban los dientes que he dicho atrás, y por haber ya declarado su traje y costumbres, no quiero en este capítulo tornarlo a repetir.
En tiempo de Topainga Yupangue, señor del Cuzco, ya dije cómo después de haber vencido y subjectado las naciones deste reino, en que se mostró capitán excelente y alcanzó grandes vitorias y trofeos deshaciendo las guarniciones de los naturales, porque en ninguna parte parescían otras armas ni gente de guerra, sino la que por su mandado estaba puesta en los lugares que él constituía, mandó a ciertos capitanes suyos que fuesen corriendo de largo la costa y mirasen lo que en ella estaba poblado, y procurasen con toda benevolencia y amistad allegarlo a su servicio; a los cuales sucedió lo que dije atrás, que fueron muertos, sin quedar ninguno con la vida, y no se entendió por entonces en dar el castigo que merescían aquellos que, falseando la paz, habían muerto a los que debajo de su amistad dormían (como dicen) sin cuidado ni recelo de semejante traición; porque el Inga estaba en el Cuzco, y sus gobernadores y delegados tenían harto que hacer en sustentar los términos que cada uno gobernaba. Andando los tiempos, como Guaynacapa sucediese en el señorío, y saliese tan valeroso y valiente capitán como su padre, y aún de más prudencia y vanaglorioso de mandar, con gran celeridad salió del Cuzco acompañado de los más principales orejones de los dos famosos linajes de la ciudad del Cuzco, que habían por nombre los hanancuzcos y orencuzcos, -105- el cual después de haber visitado el solemne templo de Pachacama y las guarniciones que estaban y por su mandado residían en la provincia de Jauja y en la de Caxamalca y otras partes, así de los moradores de la serranía, como de los que vivían en los fructíferos valles de los llanos, llegó a la costa, y en el puerto de Túmbez se había hecho una fortaleza por su mandado, aunque algunos indios dicen ser más antiguo este edificio; y por estar los moradores de la isla de la Puná diferentes con los naturales de Túmbez, les fue fácil de hacer la fortaleza a los capitanes del Inga, que a no haber estas guerrillas y debates locos, pudiera ser que se vieran en trabajo. De manera que puesta en término de acabar, llegó Guaynacapa, el cual mandó edificar el templo del sol junto a la fortaleza de Túmbez, y colocar en él número de más de docientas vírgenes, las más hermosas que se hallaron en la comarca, hijas de los principales de los pueblos. Y en esta fortaleza (que en tiempo que no estaba ruinada fue a lo que dicen, cosa harto de ver) tenía Guaynacapa su capitán o delegado con cantidad de mitimaes y muchos depósitos llenos de cosas preciadas, con copia de mantenimiento para sustentación de los que en ella residían, y para la gente de guerra que por allí pasase. Y aún cuentan que le trujeron un león y un tigre muy fiero, y que mandó los tuviesen muy guardados; las cuales bestias deben ser las que echaron para que despedazasen al capitán Pedro de Candía al tiempo que el gobernador don Francisco Pizarro, con sus trece compañeros (que fueron los descubridores del Perú, como se tratará en la tercera parte desta obra), llegaron a esta tierra. Y en esta fortaleza de Túmbez había gran número de plateros que hacían cántaros de oro y plata con otras muchas maneras de joyas, así para el servicio y ornamento del templo, que ellos tenían por sacrosanto, como para el servicio del mismo Inga, y para chapar las planchas deste metal por las paredes de los templos y palacios. Y las mujeres que estaban dedicadas para el servicio del templo no entendían en más que hilar y tejer ropa finísima de lana, lo cual hacían con mucho primor. Y porque estas -106- materias se escriben bien larga y copiosamente en la segunda parte, que es de lo que pude entender del reinado de los ingas que hubo en el Perú, desde Mangocapa, que fue el primero, hasta Guascar, que derechamente siendo señor, fue el último, no trataré aquí en este capítulo más de lo que conviene para su claridad. Pues luego que Guaynacapa se vio apoderado en la provincia de las guancavilcas, y en la de Túmbez y en lo demás a ello comarcano, envió a mandar a Tumbala, señor de la Puná, que viniese a le hacer reverencia, y después que le hubiese obedescido, le contribuyese con lo que hubiese en su isla. Oído por el señor de la isla de la Puná lo que el Inga mandaba, pesole en gran manera; porque, siendo él señor y habiendo recebido aquella dignidad de sus progenitores, tenía por grave carga, perdiendo la libertad, don tan estimado por todas las naciones del mundo, recibir al extraño por solo y universal señor de su isla, al cual sabía que, no solamente habían de servir con las personas, más permitir que en ella se hiciesen casas fuertes y edificios, y a su costa sustentarlos y proveerlos, y aun darle para su servicio sus hijas y mujeres las más hermosas, que era lo que más sentían. Más, al fin, platicado unos con otros de la calamidad presente, y cuán poca era su potencia para repudiar el poder del Inga, hallaron que sería consejo saludable otorgarle amistad, aunque fuese con fingida paz. Y con esto envió Tumbala mensajeros propios a Guaynacapa con presentes, haciéndole grandes ofrescimientos, persuadiéndole quisiese venir a la isla de la Puná a holgarse en ella algunos días. Lo cual pasado, y Guaynacapa satisfecho de la humildad con que se ofrecían a su servicio, Tumbala, con los más principales de la isla, hicieron sacrificios a sus dioses, pidiendo a los adivinos respuesta de lo que harían para no ser subjetos del que pensaba de todos ser soberano señor. Y cuenta la fama vulgar que enviaron sus mensajeros a muchas partes de la comarca de la Tierra Firme para tentar los ánimos de los naturales della; porque procuraban con sus dichos y persuaciones provocarlos a ira contra Guaynacapa, para que, levantándose y tomadas las armas, -107- eximir de sí el mando y señorío del Inga. Y esto se hacía con una secreta disimulación, que por pocos, fuera de los movedores, era entendida. Y en el ínterin destas pláticas Guaynacapa vino a la isla de la Puná, y en ella fue honradamente recebido y aposentado en los aposentos reales que para él estaban ordenados y hechos de tiempo breve, en los cuales se congregaban los orejones con los de la isla, mostrando todos una amicicia simple y no fingida.
Y como muchos de los de la Tierra Firme deseasen, vivir como vivieron sus antepasados, y siempre el mando extraño y peregrino se tiene por muy grave y pesado, y el natural por muy fácil y ligero, conjuráronse con los de la isla de Puná para matar a todos los que había en su tierra que entraron con el Inga. Y dicen que en este tiempo Guaynacapa mandó a ciertos capitanes suyos que con cantidad de gente de guerra fuesen a visitar ciertos pueblos de la Tierra Firme y a ordenar ciertas cosas que convenían a su servicio, y que mandaron a las naturales de aquella isla que los llevasen en balsas por la mar a desembarcar por un río arriba a parte dispuesta para ir adonde iban encaminados, y que hecho y ordenado por Guaynacapa esto y otras cosas en esta isla, se volvió a Túmbez o a otra parte cerca della, y que salido, luego entraron los orejones, mancebos nobles del Cuzco, con sus capitanes, en las balsas, que muchas y grandes estaban aparejadas, y como fuesen descuidados dentro en el agua, los naturales engañosamente desataban las cuerdas con que iban atados los palos de las balsas, de tal manera que los pobres orejones caían en el agua, adonde con gran crueldad los mataban con las armas secretas que llevaban; y así, matando a unos y ahogando a otros, fueron todos los orejones muertos, sin quedar en las balsas sino algunas mantas, con otras joyas suyas. Hechas estas muertes, los agresores era mucha la alegría que tenían, y en las mismas balsas se saludaban y hablaban tan alegremente, que pensaban que por la hazaña que habían cometido estaba ya el Inga con todas sus reliquias en su poder. Y ellos, -108- gozándose del trofeo y victoria, se aprovechaban de los tesoros y ornamentos de aquella gente del Cuzco; más de otra suerte les sucedió el pensamiento, como iré relatando, a lo que ellos mismos cuentan. Muertos (como es dicho) los orejones que vinieron en las balsas, los matadores con gran celeridad volvieron adonde habían salido para meter de nuevo más gente en ellas. Y como estuviesen descuidados del juego que habían hecho a sus confines, embarcáronse mayor número con sus ropas, armas y ornamentos, y en la parte que mataron a las de antes, mataron a estos, sin que ninguno escapase; porque, si querían salvar las vidas algunos que sabían nadar, eran muertos con crueles y temerosos golpes que les daban, y si se zambullían para ir huyendo de los enemigos a pedir favor a los peces que en el piélago del mar tienen su morada, no les aprovechaba, porque eran tan diestros en el nadar como lo son los mismos peces; porque lo más del tiempo que viven gastan dentro en la mar en sus pesquerías; alcanzábanlos, y allí en el agua los mataban y ahogaban, de manera que la mar estaba llena de la sangre, que era señal de triste espectáculo. Pues luego que fueron muertos los orejones que vinieron en las balsas, los de la Puná con los otros que les habían sido consortes en el negocio se volvieron a su isla. Estas cosas fueron sabidas por el rey Guaynacapa, el cual, como lo supo, recibió (a lo que dicen) grande enojo y mostró mucho sentimiento porque tantos de los suyos y tan principales careciesen de sepulturas (y a la verdad en la mayor parte de las Indias se tiene más cuidado de hacer y adornar la sepultura donde han de meterse después de muertos, que no en aderezar la casa en que han de vivir siendo vivos), y que luego hizo llamamiento de gente, juntando las reliquias que le habían quedado, y con gran voluntad entendió en castigar los bárbaros de tal manera, que, aunque ellos quisieron ponerse en resistencia, no fueron parte ni tampoco de gozar del perdón, porque el delito se tenía por tan grave, que más se entendía en castigarlo con toda severidad que en perdonarlo con clemencia ni humanidad. Y así, fueron muertos con diferentes especies de muertes muchos -109- millares de indios, y empalados y ahogados no pocos de los principales que fueron en el consejo. Después de haber hecho el castigo bien grande y temeroso, Guaynacapa mandó que en sus cantares en tiempos tristes y calamitosos se refiriese la maldad que allí se cometió; lo cual, con otras cosas, recitan ellos en sus lenguas como a manera de endechas. Y luego intentó de mandar hacer por el río de Guayaquil, que es muy grande, una calzada, que cierto, según paresce por algunos pedazos que della se ve, era casa soberbia; más no se acabó ni se hizo por entero lo que él quería; y llámase esto que digo el paso de Guaynacapa. Y hecho este castigo, y mandado que todos obedesciesen a su gobernador, que estaba en la fortaleza de Túmbez, y ordenadas otras cosas, el Inga salió de aquella comarca. Otros pueblos y provincias están en los términos fiesta ciudad de Guayaquil, que no hay que decir dellos más que son de la manera y traje de los ya dichos, y tienen una misma tierra.

Capítulo LIV
De la isla de la Puna y de la Plata, y de la admirable raíz que llaman zarzaparrilla, tan provechosa para todas enfermedades.

La isla de la Puna, que está cerca del puerto de Túmbez, terná de contorno poco más de diez leguas. Fue antiguamente tenida en mucho, porque, demás de ser los moradores della muy grandes contratantes y tener en su isla abasto de las cosas pertenecientes para la humana sustentación, que era causa bastante para ser ricos; eran para entre sus comarcanos tenidos por -110- valientes. Y así, en los siglos pasados tuvieron muy grandes guerras y contiendas con los naturales de Túmbez y con otras comarcas. Y por causas muy livianas se mataban unos a otros, robándose y tomándose las mujeres y hijos. El gran Topainga envió embajadores a los desta isla, pidiéndoles que quisiesen ser sus amigos y confederados; y ellos, por la fama que tenía; y porque habían oído dél grandes cosas, oyeron su embajada, más no le sirvieron ni fueron enteramente sojuzgados hasta el tiempo de Guaynacapa, aunque otros dicen que antes fueron metidos debajo del señorío de los ingas por inga Yupangue, y que se rebelaron. Como quiera que sea, pasó lo que he dicho de los capitanes que mataron, según es público. Son de medianos cuerpos, morenos, andan vestidos con ropas de algodón ellos y sus mujeres, y traen grandes vueltas de chaquira en algunas partes del cuerpo, y ponense algunas piezas de oro para mostrarse galanos.
Tiene esta isla grandes florestas y arboledas, y es muy viciosa de frutas. Dase mucho maíz y yuca y otras raíces gustosas, y asimismo hay en ella muchas aves de todo género, muchos papagayos y guacamayas, y gaticos pintados y monos y zorras, leones y culebras, y otros muchos animales. Cuando los señores se mueren son muy llorados por toda la gente della, así hombres como mujeres, y entiérranlos con gran veneración a su uso, poniendo en la sepultura cosas de las más ricas que él tiene y sus armas, y algunas de sus mujeres de las más hermosas, las cuales, como acostumbran en la mayor parte destas Indias, se meten vivas en las sepulturas para tener compañía a sus maridos. Lloran a los difuntos muchos días arreo, y tresquílanse las mujeres que en su casa quedan, y aun las más cercanas en parentesco; y pónense a tiempos tristes y hácenles sus obsequios. Eran dados a la religión y amigos de cometer algunos vicios. El demonio tenía sobre ellos el poder que sobre los pasados, y ellos con él sus pláticas, las cuales oían por los que estaban señalados para aquel efeto.
Tuvieron sus templos en partes ocultas y escuras, adonde con pinturas horribles tenían las paredes esculpidas. -111- Y delante de sus altares, donde se hacían los sacrificios, mataban algunos animales y algunas aves, y aun también mataban, a lo que se dice, indios esclavos o tomados en tiempo de guerra en otras tierras, y ofrecían la sangre dellos a su maldito diablo.
En otra isla pequeña que confina con esta, la cual llaman de la Plata, tenían en tiempo de sus padres un templo o guaca, adonde también adoraban a sus dioses y hacían sacrificios, y en circuito del templo y junto al adoratorio tenían cantidad de oro y plata y otras cosas ricas de sus ropas de lana y joyas, las cuales en diversos tiempos habían allí ofrecido. También dicen que cometían algunos destos de la Puna el pecado nefando. En este tiempo, por la voluntad de Dios, no son tan malos; y si lo son, no públicamente ni hacen pecados al descubierto, porque hay en la isla clérigo, y tienen ya conocimiento de la ceguedad con que vivieron sus padres y cuán engañosa era su creencia, y cuánto se gana en creer nuestra santa fe católica y tener por Dios a Jesucristo nuestro redentor. Y así, por su gran bondad, permitiéndolo su misericordia, muchos se han vuelto cristianos, y cada día se vuelven más.
Aquí nace una yerba, de que hay mucha en esta isla y en los términos desta ciudad de Guayaquil, la cual llaman zarzaparrilla, porque sale como zarza de su nacimiento, hecha por los pimpollos y más partes de sus ramos unas pequeñas hojas. Las raíces desta yerba son provechosas para muchas enfermedades, y más para el mal de bubas y dolores que causa a los hombres esta pestífera enfermedad; y así, a los que quieren sanar, con meterse en un aposento caliente y que esté abrigado, de manera que la frialdad o aire no dañe al enfermo, con solamente purgarse y comer viandas delicadas y de dieta y beber del agua destas raíces, las cuales cuecen lo que conviene para aquel efecto, y sacada el agua, que sale muy clara y no de mal sabor ni ningún olor, dándola a beber al enfermo algunos días, sin le hacer otro beneficio, purga la maletía del cuerpo de tal manera, que en breve queda más sano que antes estaba, -112- y el cuerpo más enjuto y sin señal ni cosa de las que suelen quedar con otras curas; antes queda en tanta perfección, que parece nunca estuvo malo; y así verdaderamente se han hecho grandes curas en este pueblo de Guayaquil en diversos tiempos. Y muchos que traían las asaduras dañadas y los cuerpos podridos, con solamente beber el agua destas raíces quedaban sanos y de mejor color que antes que estuviesen enfermos. Y otros que venían agravados de las bubas y las traían metidas en el cuerpo y la boca de mal olor, bebiendo esta agua los días convenientes, también sanaban. En fin, muchos fueron hinchados y otros llagados y volvieron a sus casas sanos. Y tengo por cierto que es una de las mejores raíces o yerbas del mundo y la más provechosa, como se ve en muchos que han sanado con ella. En muchas partes de las Indias hay desta zarzaparrilla; pero hállase que no es tan buena ni tan perfecta como la que se cría en la isla de la Puná y en los términos de la ciudad de Guayaquil.

Capítulo LV
De cómo se fundó y pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil, y de algunos pueblos de indios que son a ella subjetos, y otras cosas hasta salir de sus términos.

Para que se entienda la manera como se pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil, será necesario decir algo dello, conforme a la relación que yo pude alcanzar, no embargante que en la tercera parte desta obra se trata más largo en el lugar que se cuenta el descubrimiento de Quito y conquista de aquellas provincias por el capitán Sebastián de Belalcázar, el cual, como tuviese -113- poderes largos del adelantado don Francisco Pizarro, y supiese haber gente en las provincias de Guayaquil, acordó por su persona poblar en la comarca dellas una ciudad. Y así, con los españoles que le pareció llevar, salió de San Miguel, donde a la sazón estaba allegando gente para volver a la conquista del Quito, y entrando en la provincia, luego procuró atraer los naturales a la paz de los españoles y a que conociesen, que habían de tener por señor y rey natural a Su Majestad. Y como los indios ya sabían estar poblado de cristianos San Miguel y Puerto Viejo, y lo mismo Quito, salieron muchos dellos de paz, mostrando holgarse con su venida; y así, el capitán Sebastián de Belalcázar en la parte que le pareció fundó la ciudad, donde estuvo pocos días, porque le convino ir la vuelta de Quito, dejando por alcaide y capitán a un Diego Daza. Y como saliese la provincia, no se tardó mucho cuando los indios comenzaron a entender las importunidades de los españoles y la gran cobdicia que tenían, y la priesa con que les pedían oro y plata y mujeres hermosas. Y estando divididos unos de otros, acordaron los indios, después de lo haber platicado en sus ayuntamientos, de los matar, pues tan fácilmente lo podían hacer; y como lo determinaron lo pusieron por obra, y dieron en los cristianos estando bien descuidados de tal cosa, y mataron a todos las más, que no escaparon sino cinco o seis dellos y su caudillo Diego Daza; los cuales pudieron, aunque con trabajo y gran peligro, llegar a la ciudad del Quito, de donde había salido ya el capitán Belalcázar a hacer el descubrimiento de las provincias que están más llegadas al norte, dejando en su lugar a un capitán que ha por nombre Juan Díaz Hidalgo. Y como se supiese en Quito esta nueva, algunos cristianos volvieron con el mismo Diego Daza y con el capitán Tapia, que quiso hallarse en esta población para entender en ella; y vueltos, tuvieron algunos rencuentros con los indios, porque unos a otros se habían hablado y animado, diciendo que habían de morir por defender sus personas y haciendas. Y aunque los españoles procuraron de los atraer de paz, no podían, por les haber cobrado grande odio y enemistad; -114- la cual mostraron de tal manera, que mataron algunos cristianos y caballos, y los demás se volvieron a Quito. Pasado lo que voy contando, el gobernador don Francisco Pizarro, como lo supo, envió al capitán Zaera a que hiciese esta población; el cual, entrando de nuevo en la provincia, estando entendiendo en hacer el repartimiento del depósito de los pueblos y caciques entre los españoles que con él entraron en aquella conquista, el Gobernador lo envió a llamar a toda priesa para que fuese con la gente que con él estaba al socorro de la ciudad de Los Reyes, porque los indios la tuvieron cercada por algunas partes. Con esta nueva y mando del Gobernador se tornó a despoblar la nueva ciudad. Pasados algunos días, por mandado del mismo adelantado don Francisco Pizarro, tornó a entrar en la provincia el capitán Francisco de Orillana con mayor cantidad de españoles y caballos, y en el mejor sitio y más dispuesto pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil en nombre de Su Majestad, siendo su gobernador y capitán general en el Perú don Francisco Pizarro, año de nuestra reparación de 1537 años. Muchos indios de los guancavilcas sirven a los españoles vecinos desta ciudad de Santiago de Guayaquil; y sin ellos, están en sus comarcas y jurisdicción los pueblos de Yagual, Colonche, Chanduy, Chongon, Daule, Chonana, y otros muchos que no quiero contar porque va poco en ello. Todos están poblados en tierras fértiles de mantenimiento, y todas las frutas que he contado haber en otras partes tienen ellos abundantemente. Y en las concavidades de los árboles se cría mucha miel singular. Hay en los términos desta ciudad grandes campos rasos de campaña, y algunas montañas, florestas y espesuras de grandes arboledas. De las sierras abajan ríos de agua muy buena.
Los indios, con sus mujeres, andan vestidos con sus camisetas y algunos maures para cubrir sus vergüenzas. En las cabezas se ponen unas coronas de cuentas muy menudas, a quien llaman chaquira, y algunas son de plata y otras de cuero de tigre o de león. El vestido que las mujeres usan es ponerse una manta de la cintura abajo, y otra que les cubre hasta los hombros, y traen -115- los cabellos largos. En algunos destos pueblos los caciques y principales se clavan los dientes con puntas de oro. Es fama entre algunos que cuando hacen sus sementeras sacrifican sangre humana y corazones de hombres a quienes ellos reverenciaban por dioses, y que había en cada pueblo indios viejos que hablaban con el demonio. Y cuándo los señores estaban enfermos, para aplacar la ira de sus dioses y pedirles salud hacían otros sacrificios llenos de sus supersticiones, matando hombres, según yo tuve por relación, teniendo por grato sacrificio el que se hacía can sangre humana. Y para hacer estas cosas tenían sus atambores y campanillas y ídolos, algunos figurados a manera de león o de tigre, en que adoraban. Cuando los señores morían, hacían una sepultura redonda con su bóveda, la puerta adonde sale el sol, y en ella le metían, acompañado de mujeres vivas y sus armas y otras cosas, de la manera que acostumbraban todos los más que quedan atrás. Las armas con que pelean estos indios son varas y bastones, que acá llamamos macanas. La mayor parte dellos se ha consumido y acabado. De los que quedan, por la voluntad de Dios se han vuelto cristianos algunos, y poco a poco van olvidando sus costumbres malas y se llegan a nuestra santa fe. Y pareciéndome que basta lo dicho de las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil, volveré al camino real de los ingas, que dejé llegado a los aposentos reales de Tumebamba.

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Capítulo LVI
De los pueblos de indios que hay saliendo de los aposentos de Tumebamba hasta llegar al paraje de la ciudad de Loja, y de la fundación resta ciudad.

Saliendo de Tumebamba por el gran camino hacia la ciudad del Cuzco, se va por toda la provincia de los Cañares hasta llegar a Cañaribamba y a otros aposentos que están más adelante. Por una parte y por otra se ven pueblos desta misma provincia y una montaña que está a la parte de oriente, la vertiente de la cual es poblada y discurre hacía el río del Marañón. Estando fuera de los términos destos indios cañares, se llega a la provincia de los Paltas, en la cual hay unos aposentos que se nombran en este tiempo de las Piedras, porque allí se vieron muchas y muy primas, que los reyes ingas en el tiempo de su reinado habían mandado a sus mayordomos o delegados, por tener por importante esta provincia de los Paltas, se hiciesen estos tambos, los cuales fueron grandes y galanos, y labrada política y muy primamente la cantería con que estaban hechos, y asentados en el nacimiento del río de Túmbez, y junto a ellos muchos depósitos ordinarios, donde echaban los tributos y contribuciones que los naturales eran obligados a dar a su rey y señor, y a sus gobernadores en su nombre.
Hacia el Poniente tiestos aposentos está la ciudad de Puerto Viejo; al oriente están las provincias de los bracamoros, en las cuales hay grandes regiones y muchos ríos, y algunos muy crecidos y poderosos. Y se tiene grande esperanza que andando veinte o treinta jornadas hallarán tierra fértil y muy rica; y hay grandes montañas, y algunas muy espantables y temerosas. Los indios andan desnudos, y no son de tanta razón como los del Perú, ni fueron subjetados por los reyes ingas, ni tienen la policía que éstos, ni en sus juntas se guarda orden ni la tuvieron más que los indios subjetos a la -117- ciudad de Antiocha y a la villa de Arma, y a los más de la gobernación de Popayán; porque estos que están en estas provincias de los bracamoros les imitan en las más de las costumbres, y en tener casi unos mismos afectos naturales como ellas; afirman que son muy valientes y guerreros. Y aun los mismos orejones del Cuzco confiesan que Guaynacapa volvió huyendo de la furia dellos.
El capitán Pedro de Vergara anduvo algunos años descubriendo y conquistando en aquella región, y pobló en cierta parte della. Y con las alteraciones que hubo en el Perú, no se acabó de hacer enteramente el descubrimiento; antes salieron por dos o tres veces los españoles que en él andaban para seguir las guerras civiles. Después el presidentes Pedro de la Gasca tornó a enviar a este descubrimiento al capitán Diego Palomino, vecino de la ciudad de San Miguel. Y aún estando yo en la ciudad de Los Reyes vinieron ciertos conquistadores a dar cuenta al dicho presidente y oidores de lo que por ellos había sido hecho. Y como es muy curioso el doctor Bravo de Saravia, oidor de aquella Real Audiencia, le estaban dando cuenta en particular de lo que habían descubierto. Y verdaderamente, metiendo por aquella parte buena copia de gente, el capitán que descubriere al occidente dará en próspera tierra y muy rica, a lo que yo alcancé, por la gran noticia que tengo dello. Y no embargante que a mí me conste haber poblado el capitán Diego Palomino, por no saber la certidumbre de aquella población ni los nombres de los pueblos, dejaré de decir lo que de las demás se cuenta, aunque basta lo apuntado para que se entienda lo que puede ser. De la provincia de los Cañares a la ciudad de Loja (que es la que también nombran la Zarza) ponen diez y siete leguas; el camino todo fragoso y con algunos cenagales. Está entremedias la población de los Paltas, como tengo dicho.
Luego que parten del aposento de las Piedras comienza una montaña no muy grande, aunque muy fría, que dura poco más de diez leguas, al fin de la cual está otro -118- aposento; que tiene por nombre Tambo Blanco; de donde el camino real va a dar al río llamado Catamayo.
A la mano diestra, cerca deste mismo río, está asentada la ciudad de Loja, la cual fundó el capitán Alonso de Mercadillo en nombre de Su Majestad, año del Señor de 1546 años.
A una parte y a otra de donde está fundada esta ciudad de Loja hay muchas y muy grandes poblaciones, y los naturales dellos casi guardan y tienen las mismas costumbres que usan sus comarcanos; y para ser conocidos tienen sus llautos o ligaduras en las cabezas. Usaban de sacrificios como los demás, adorando por dios al sol y a otras cosas más comunes; cuanto al Hacedor de todo lo criado, tenían lo que he dicho tener otros; y en lo que toca a la inmortalidad del ánima, todos en tienden que en lo interior del hombre hay más que cuerpo mortal. Muertos los principales, engañados por el demonio como los demás destos indios, los ponen en sepulturas grandes, acompañados de mujeres vivas y de sus cosas preciadas.
Y aún hasta los indios pobres tuvieron gran diligencia en adornar sus sepulturas; pero ya, como algunos entiendan lo poco que aprovecha usar de sus vanidades antiguas, no conscienten matar mujeres para echarlas con los que mueren en ellas, ni derraman sangre humana, ni son tan curiosos en esto de las sepulturas; antes, riéndose de los que lo hacen, aborrecen lo que primero sus mayores tuvieron en tanto; de donde ha venido que, no tan solamente no curan de gastar el tiempo en hacer estos solemnes sepulcros, más antes, sintiéndose vecinos a la muerte mandan que los entierren, como a los cristianos, en sepulturas pobres y pequeñas; esto guardan agora los que, lavados con la santísima agua del baptismo, merecen llamarse siervos de Dios y ser tenidos por ovejas de su pasto; muchos millares de indios viejos hay que son tan malos agora como lo fueron antes, y lo serán hasta que Dios por su bondad y misericordia los traiga a verdadero conocimiento de su ley; y estos, en -119- lugares ocultos y desviados de las poblaciones y caminos que los cristianos usan y andan; y en altos cerros o entre algunas rocas de nieves, mandan poner sus cuerpos envueltos en cosas ricas y mantas grandes pintadas, con todo el oro que poseyeron; y estando sus ánimas en las tinieblas, los lloran muchos días, consintiendo los que dello tienen cargo que se maten algunas mujeres, para que vayan a les tener compañía, con muchas cosas de comer y de beber. Toda la mayor parte de los pueblos subjetos a esta ciudad fueron señoreados por los ingas, señores antiguos del Perú; los cuales (como en muchas partes desta historia tengo dicho) tuvieron su asiento y corte en el Cuzco, ciudad ilustrada por ellos, y que siempre fue cabeza de todas las provincias, y no embargante que muchos destas naturales fuesen de poca razón, mediante la comunicación que tuvieron con ellos, se apartaron de muchas cosas que tenían de rústicos, y se llegaron a alguna más policía. El temple destas provincias es bueno y sano; en los valles y riberas de ríos es más templado que en la serranía; lo poblado de las sierras es también buena tierra, más fría que caliente, aunque los desiertos y montañas y rocas nevadas lo son en extremo. Hay muchos guanacos y vicuñas, que son de la forma de sus ovejas, y muchas perdices, unas pocas menores que gallinas y otras mayores que tórtolas. En los valles y llanadas de riberas de ríos hay grandes florestas y muchas arboledas de frutas de las de la tierra, y los españoles en este tiempo han ya plantado algunas parras y higueras, naranjos y otros árboles de los de España. Críanse en los términos desta ciudad de Loja muchas manadas de puercos de la casta de los de España, y grandes hatos de cabras y otros ganados, porque tienen buenos pastos y muchas aguas de los ríos que por todas partes corren, los cuales abajan de las sierras, y son las aguas dellos muy delgadas; tienese esperanza de haber en los términos desta ciudad ricas minas de plata y de oro, en este tiempo se han ya descubierto en algunas partes; y los indios, como ya están seguros de los combates de la guerra, y con la paz sean señores de sus personas y haciendas, crían muchas gallinas de las -120- de España y capones, palomas y otras cosas de las que han podido haber. Legumbres se crían bien en esta nueva ciudad y en sus términos. Los naturales de las provincias subjetas a ella unos son de mediano cuerpo y otros no; todos andan vestidos con sus camisetas y mantas, y sus mujeres lo mismo. Adelante de la montaña, en lo interior della, afirman los naturales haber gran poblado y algunos ríos grandes, y la gente rica, de oro, no embargante que andan desnudos ellos y sus mujeres, porque la tierra debe ser más cálida que la del Perú, y porque los ingas no los señorearon. El capitán Alonso de Mercadillo, con copia de españoles, salió en este año de 1550 a ver esta noticia, que se tiene por grande. El sitio de la ciudad es el mejor y más conveniente que se lo pudo dar, para estar en comarca de la provincia. Los repartimientos de indios que tienen los vecinos della, los tenían primero por encomienda los que lo eran de Quito y San Miguel; y porque los españoles que caminaban por el camino real para ir al Quito y a otras partes corrían riesgo de los indios de Carrochamba y de Chaparra, se fundó esta ciudad, como ya está dicho; la cual, no embargante que la mandó poblar Gonzalo Pizarro en tiempo que andaba envuelto en su rebelión, el presidente Pedro de la Gasca, mirando que al servicio de majestad convenía que la ciudad ya dicha no se despoblase, aprobó su fundación, confirmando la encomienda a los que estaban señalados por vecinos y a los que, después de justiciado Gonzalo Pizarro, él dio indios. Y pareciéndome que basta lo ya contado desta ciudad, pasando adelante, trataré de las demás del reino.

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Capítulo LXIV
Cómo Guayna Capac entró por Bracamoros y volvió huyendo, y lo que más le sucedió hasta que llego a Quito.

Público es entre muchos naturales de estas partes que Guayna Capac entró por la tierra que llamamos Bracamoros, y que volvió huyendo de la furia de los hombres que en ella moran; los cuales se habían acaudillado y juntado para defender a quien los fuese a enojar; y sin los orejones del Cuzco, cuenta esto el señor de Chincha, y algunos principales del Collao y los de Xauxa. Y dicen todos, que yendo Guayna Capac acabando de asentar aquellas tierras por donde su padre pasó y que había sojuzgado, supo de cómo en los Bracamoros había muchos hombres y mujeres que tenían tierras fértiles, y que bien adentro de la tierra había una laguna y muchos ríos, llenos de grandes poblaciones. Cobdicioso de descubrir y ganoso de señorear, tomando la gente que le paresció, con poco bagaje, mandó caminar para allá, dejando el campo alojado por los tambos reales, y encomendado a su capitán general. Entrando en la tierra, iban abriendo3 el camino con asaz trabajo, porque pasada la cordillera de los promontorios nevados, dieron en la montaña de los Andes y hallaron ríos furiosos que pasar, y caían muchas aguas del cielo. Todo no fue parte para que el Inca dejase de llegar a donde los naturales por muchas partes puestos en sus fuertes le estaban aguardando, desde donde le mostraban sus vergüenzas, afeándole su venida; y comenzaron la guerra unos y otros, y tantos de los bárbaros se juntaron, los más desnudos sin traer ropas, a lo que se afirmaba, que el Inga determinó de se retirar, y lo hizo sin ganar nada en aquella tierra. Y los naturales que lo sintieron, le dieron tal priesa, que a paso largo, a veces haciendo rostro, a veces enviando presentes, se descabulló dellos y volvió huyendo a su reino, afirmando que se había de -122- vengar de los rabudos; lo cual decía, porque algunos traían las maures4largas que les colgaban por encima de las piernas.
Desde estas tierras, donde ya había reformado, se afirma también que envió capitanes con gente la que bastó, a que viesen la costa de la mar lo que había a la parte del norte, y que procurasen de atraer a su servicio los naturales del Guayaquil y Puerto Viejo; y que estos anduvieron por aquellas comarcas, en las cuales tuvieron guerra y algunas batallas, y en unos casos quedaban vencedores, y en otros no del todo; y ansí anduvieron hasta Collique, donde toparon con gentes que andaban desnudas y comían carne humana, y tenían las costumbres que hay tienen y usan los comarcanos al río de Sant Juan; de donde dieron la vuelta, sin querer pasar adelante, a dar aviso a su rey, que con toda su gente había llegado a los Cañares; a donde se holgó en extremo, porque dicen nacer5 allí, y que halló hechos grandes aposentos y tambos, y, mucho proveimiento, y envió embajadas a que le viniesen a ver de las comarcas; y de muchos lugares, le vinieron embajadores con presentes.
Tengo entendido que, por cierto alboroto que intentaron ciertos pueblos de la comarca del Cuzco, lo sintió tanto, que, después de haber quitado las cabezas a los principales, mandó expresamente que los indios de aquellos lugares trajiesen de las piedras del Cuzco la cantidad que señaló para hacer en Tomebamba unos aposentos de mucho primor, y que con maromas las trujiesen; y se cumplió su mandamiento. Y decía muchas veces Guayna Capac, que las gentes destos reinos, para tenellos bien sojuzgados, convenía, cuando no tuviesen que hacer ni que entender, hacerles pasar un monte de un lugar a otro; y aun del Cuzco mandó llevar piedras y losas para edificios del Quito, que hoy día tienen en los edificios que las pusieron.
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De Tomebamba salió Guayna Capac y pasó por los Puruaes, y descansó algunos días en Riobamba, y en Mocha y en La Tacunga descansaron sus gentes y tuvieron bien que beber del mucho brebaje que para ellos estaba aparejado y recogido de todas partes. Aquí fue saludado y visitado de muchos señores y capitanes de la comarca, y envió orejones fue el de su linaje6 a que fuesen por la costa de Los Llanos y por la serranía a tomar cuenta de los quiposcamayos, que son sus contadores, de lo que había en los depósitos, y a que supiesen cómo se habían con los naturales los quel tenía puestos por gobernadores, y si eran bien proveídos los templos del sol y los oráculos y guacas que había en todo lugar; y al Cuzco envió sus mensajero para que ordenasen las cosas que dejaba mandase y en todo se cumpliese su voluntad. Y no había día que no le venían correos, no uno ni pocos, sino muchos, del Cuzco, del Collao, de Chile y de todo su reino.
De La Tacunga anduvo hasta que allegó a Quito, donde fue recebido, a su modo y usanza, con grandes fiestas, y le entregó el Gobernador de su padre los tesoros, que eran muchos, con la ropa fina y cosas más que a su cargo eran; y honrole con palabras, loando su fidelidad, llamándole padre y que siempre le estimaría conforme a lo mucho que a su padre y a él había servido. Los pueblos comarcanos a Quito enviaron muchos presentes y bastimento para el rey, y mandó que en el Quito se hiciesen más aposentos y más fuertes de los que había; y púsose luego por obra, y fueron hechos los que los nuestros hallaron cuando aquella tierra ganaron.
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Capítulo LXV
De cómo Guayna Capac anduvo por los valles de Los Llanos, y lo que hizo.

Unos de los orejones afirman, que Guayna Capac desde el Quito volvió al Cuzco por Los Llanos hasta Pachacama, y otros que no, pues quedó en el Quito hasta que murió. En esto, inquerido lo que es más cierto, lo porné conforme a como lo oí a algunos principales que se hallaron por sus personas con él en esta guerra; que dicen, que estando en el Quito, le vinieron de muchas partes embajadores a congratularse con él en nombre de sus tierras; que teniendo y habiendo tomado (de) seguro y por muy pacífico (modo) a las provincias de la serranía, pensó que sería bien hacer jornada a las provincias de Puerto Viejo y a lo que llamamos Guayaquil, y a los Yuncas, y tomando su consejo con sus capitanes y principales, aprobaron su pensamiento y aconsejaron que lo pusiera por obra. Quedaron en el Quito muchas de sus gentes; con la que convino salió, y entró por aquellas tierras; en donde tuvo con algunos moradores dellas algunas refriegas; pero, al fin, unos y otros quedaron en su servicio y puestos en ellas gobernadores y mitimaes.
La Puna tenía recia guerra con Túmbez, y el Inca había mandado cesar las contiendas y que le recebiesen en la Puna, lo cual Tumbalá sintió mucho, porque era señor della; mas, no se atrevió a ponerse contra el Inca, antes lo recebió y hizo presentes con fingida paz; porque, como salió, procurándolo con los naturales de la tierra firme, trataron de matar muchos orejones con sus capitanes que con unas balsas iban a salir a un río para tomar la tierra firme; más Guayna Capac lo supo y sobre ello hizo lo que yo tengo escripto en la primera parte en el capítulo LIII; y hecho gran castigo, y mandando hacer la calzada, o paso fuerte que llaman de -125- Guayna Capac7, volvió y paró en Túmbez, donde estaban hechos edificios y templo del sol; y vinieron de las comarcas a le hacer reverencia con mucha humildad. Fue por los valles de Los Llanos poniéndolos en razón, repartiéndoles los términos y aguas, mandándoles que no se diesen guerra, y haciendo lo que en otros lugares se ha escripto. Y dicen dél, que yendo por el hermoso valle de Chayanta, cerca de Chimo, que es donde agora está la ciudad de Trujillo, estaba un indio viejo en una sementera, y como oyó que pasaba el rey por allí cerca, que cogió tres o cuatro pepinos que con su tierra y todo se los llevó, y le dijo: -«Ancha Atunapu micucampa»; que quiere decir: «Muy gran Señor, come tú esto».- Y que delante de los señores y más gente, tomó los pepinos, y comiendo de uno de ellos, dijo delante de todos, por agradar al viejo: «Xuylluy, ancha mizqui cay»; que en nuestra lengua quiere decir: «En verdad que es muy dulce esto». De que todos recibieron grandísimo placer.
Pues pasando adelante, hizo en Chimo y en Guañape, Guarmey, Guaura, Lima y en los más valles, lo quél era servido que hiciesen; y como llegase, a Pachacama; hizo grandes fiestas y muchos bailes y borracheras; y los sacerdotes, con sus mentiras, le decían las maldades que solían, inventadas con su astucia, aún algunas por boca del mesmo demonio, que en aquellos tiempos es público hablaba a éstos tales; y Guayna Capac, les dio, a lo que dicen, más de cient arrobas de oro y mill de plata y otras joyas y esmeraldas, con que se adornó más de lo que estaba el templo del sol y el antiguo de Pachacama.
De aquí, dicen algunos de los indios que subió al Cuzco, otros que volvió ál Quito. En fin, sea desta vez, o que haya sido primero, que va poco, él visitó todos Los Llanos, y para él se hizo el gran camino que por ellos vemos hecho, y ansí, sabemos que en Chincha y -126- en otras partes destos valles, hizo grandes aposentos y depósitos y templo del sol. Y puesto todo en razón, lo de Los Llanos y lo de la sierra, y teniendo todo el reino pacífico, revolvió sobre el Quito y movió la guerra a los padres de los que agora llaman Huambracunas8 y descubrió a la parte del sur hasta el río de Angasmayu.
Capítulo LXVI
De cómo saliendo Guayna Capac de Quito, envió delante ciertos capitanes suyos, los cuales volvieron huyendo de los enemigos, y lo que sobre ello hizo.

Estando en Quito Guayna Capac con todos los capitanes y soldados viejos que con él estaban, cuentan por muy averiguado, que mandó que saliesen de sus capitanes con gente de guerra a sojuzgar ciertas naciones que no habían querido jamás tener su amistad; los cuales como ya supiesen su estado en el Quito, recelándose dello, se habían apercibido y buscada favores de sus vecinos y parientes para resistir a quien a buscarlos viniese; y tenían hechos fuertes y albarradas e muchas armas de las que ellos usan; y como salieron, Guayna Capac fue tras ellos para revolver a otra tierra que confinaba con ella, que toda debía de ser la comarca de lo que llamamos Quito; y como sus capitanes y gentes salieron a donde iban encaminados, teniendo en poco a los que iban a buscar, creyendo que con facilidad serían señores de sus campos y haciendas, se daban prisa andar; mas, de otra suerte les avino de lo que pensaban; porque al camino les salieron con grande vocería y alarido y dieran de tropel en ellas con tal denuedo, que mataron y cautivaron -127- muchos dellos, y así los trataron, que los desbarataron de todo punto y les constriñeron volver las espaldas, y a toda furia dieron la vuelta huyendo, y los enemigos vencedores tras ellos, matando y prendiendo todos los que podían.
Algunos de los más sueltos anduvieron mucho en gran manera, hasta que toparon con el Inca, a quien solamente dieron cuenta de la desgracia sucedida, que no poco le fatigó, y mirándolo discretamente, hizo un hecho de gran varón, que fue, mandar a los que se habían venido que callasen y a ninguna persona contasen lo que ya él sabia, antes volviesen al camino y avisasen a todos los que venían desbaratados, que hiciesen en el primero cerro que topasen, cuando a él viesen, un escuadrón, sin temor de morir a el que la suerte les cayere; porque él, con gente de refresco daría en los enemigos y los vengaría; y con esto se volvieron. Y no mostró turbación, porque consideró que si en el lugar quel estaba sabían la nueva, todos se juntarían y darían en él, y se vería en mayor aprieto; y con disimulación les dijo que se aparejasen, que quería ir a dar en cierta gente que verían cuando a ella llegasen. Y dejando las andas adelante de todos salió y caminó día y medio, y los que venían huyendo, que eran muchos, (como) vieron la gente que venía, que era suya, a mal de su grado pararon en una ladera, y los enemigos que los venían siguiendo, comenzaron de dar en ellos, y mataron muchos; más Guayna Capac, por tres partes dio en ellos, que no poco se turbaron de verse cercados, y de los que ya ellos tenían vencidos, aunque procuraron de se juntar y pelear, tal mano les dieron, que los campos se hinchían de los muertos, y queriendo huir, les tenía tomado el paso; y mataron tantos, que pocos se escaparon vivos, si no fueron los cautivos, que fueron muchos; y por donde venían estaba todo alterada, creyendo que al mismo Inca habían de matar y desbaratar los que ya por él eran muertos y presos. Y como se supo el fin dello, asentaron al pie del llano, mostrando todos gran placer.
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Guayna Capac recobró los suyos que eran vivos, y a los que eran muertos mandó hacer sepolturas y sus honras, conforme a su gentilidad, porque ellos todos conocen que hay en las ánimas inmortalidad; y también se hicieron, en donde esta batalla se dio, bultos de piedra y padrones9 para memoria de lo que se había hecho; y Guayna Capac envió aviso de todo esto hasta el Cuzco, y se reformó su gente, y fue adelante de Caranque.
Y los de Otavalo, Cayanbi, Cochasqui, Pifo10, con otros pueblos, habían hecho liga todos juntos y con otros muchos, de no dejarse sojuzgar del Inca, sino antes morir que perder su libertad y que en sus tierras se hiciesen casas fuertes, ni ellos ser obligados de tributar con sus presentes ir al Cuzco, tierra tan lejos como habían oído. Y hablado entre ellos esto, y tenido sus consideraciones, aguardaron al Inca, que sabían que venía a les dar guerra; el cual con los suyos anduvo hasta la comarca destos, donde mandó hacer sus albarradas y cercas fuertes, que llaman pucaraes, donde mandó meter su gente y servicio. Envió mensajeros a aquellas gentes con grandes presentes, rogándoles que no le diesen guerra, porque él no quería sino paz con condiciones honestas, y que en él siempre hallarían favor, como su padre, y que no quería tomalles nada, sino dalles de lo que traía. Más estas palabras tan blandas aprovecharon poco, porque la respuesta que le dieron fue, que luego de su tierra saliese, donde no, que por fuerza le echaban della; y así, en escuadrones vinieron para el Inca, que muy enojado, había puesto su gente en campaña; y dieron los enemigos en él de tal manera, que se afirma, sino fuera por la fortaleza que para se guarescer se había hecho, lo llevaran y de todo punto lo rompieran; mas, conociendo el daño que recebía, se retiró lo mejor que -129- pudo al pucará, donde todos se metieron los que en el campo no quedaron muertos, o, en poder de los enemigos, presos.

Capítulo LXVII
Cómo, juntando todo el poder de Guayna Capac, dio batalla a los enemigos y los venció y de la gran crueldad que uso con ellos.

Como aquellas gentes vieron como habían bastado a encerrar al Inca en su fuerza, y que habían muerto a muchos de los orejones del Cuzco, muy alegres, hacían muy gran ruido con sus propias voces, tanto, que ellos mismos no se oían; y traídos atabales, cantaban y bebían enviando mensajeros por toda la tierra, publicando que tenían al Inca cercado con todos los suyos; y muchos lo creyeron y se alegraron y aún vinieron a favorescer a sus amigos.
Guayna Capad tenía en su fuerte bastimentos, y había enviado a llamar a los gobernadores de Quito con parte de la gente que a su cargo tenían, y estaba con mucha saña, porque los enemigos no querían dejar las armas; a los cuales muchas veces intentó, con embajadas que les envió y dones y presentes, atraerlos a sí; mas, era en vano pensar tal cosa. El Inca engrosó su ejército, y los enemigos hecho lo mesmo, los cuales determinadamente acordaron de dar en el Inca y desbaratarlo, o morir sobre el caso en el campo; y así lo pusieron por obra, y rompieron dos cercas de la fortaleza, que a no haber otras que iban rodeando un cerro, sin duda por ellos quedara la victoria; mas, como su usanza es hacer un cercado con dos puertas, y más alto otro tanto, y así -130- hacer en un cerro siete u ocho fuerzas, para si la una perdieren, subirse a la otra, el Inca con su gente se guaresció en la más fuerte del cerro, donde, al cabo de algunos días, salió y dio en los enemigos con gran coraje.
Y afirman, que llegados sus capitanes y gente, les hizo la guerra, la cual fue cruel, y estuvo la victoria dudosa; mas, al fin, los del Cuzco se dieron tal maña, que mataron, gran número de los enemigos, y los que quedaron fueron huyendo. Y tan enojado estaba dellos el rey tirano, que de enojo, porque se pusieron en arma, porque querían defender su tierra sin reconocer subjeción, mandó a todos los suyos que buscasen todos los más que pudiesen ser habidos; y con gran diligencia los buscaron y prendieron a todos, que pocos se pudieron dellos descabullir; y junto a una laguna, que allí estaba, en su presencia, mandó que los degollasen y echasen dentro; y tanta fue la sangre de los muchos que mataron, que el agua perdió su color, y no (se) veía otra cosa que espesura de sangre. Hecha esta crueldad y gran maldad, mandó Guayna Capac parecer delante de sí a los hijos de los muertos, y mirándoles, dijo: «Campa mana, pucula tucuy huambracuna»11. Que quiere decir: «Vosotros no me haréis guerra, porque sois todos muchachos agora». Y desde entonces se les quedó por nombre hasta hoy a esta gente los «Guambracunas»12, y fueron muy valientes; y a la laguna le quedó por nombre el que hoy tiene, que es «Yahuarcocha», que quiere decir «lago de sangre». Y en los pueblos destos «Guambracunas» se pusieron mitimaes y gobernadores como en las más partes.
Y después de se haber reformado el campo, el Inca pasó adelante hacia la parte del Sur, con gran reputación con la victoria pasada, y anduvo descubriendo hasta el río de Angasmayo, que fueron los límites de su imperio. Y supo de los naturales cómo adelante había muchas gentes, y que todos andaban desnudos sin ninguna vergüenza, y que, todos comían carne humana, todos en general, y hacían algunas fuerzas en la comarca de los Pastos; y mandó a los principales que le tributasen, y -131- dijeron que no tenían que le dar, y por los componer, mandó que cada casa de la tierra fuese obligada a le dar tributo, a cada tantas lunas, de un canuto de piojos algo grande. Al principio, riéronse del mandamiento; mas, después, por muchos quellos tenían, no podían henchir tantos canutos. Criaron con el ganado que el Inca les mandó dejar, y tributaban de lo que se multiplicaba, y de la comida y raíces que hay en sus tierras. Y por algunas causas que para ello tuvo, Guayna Capa volvió al Quito, y mandó que en Caranqui estuviese templo del sol y guarnición de gente con mitimaes y capitán general con su Gobernador, para frontera de aquellas tierras y para guarda dellas.

Capítulo LXVIII
De cómo el rey Guayna volvió a Quito, y de cómo supo de los españoles que andaban por la costa, y de su muerte.

En este mesmo año andaba Francisco Pizarro con trece cristianos por esta costa13, y había dellos ido al, Quito aviso a Guayna Capac, a quien contaron el traje que traían, y la manera del navío, y cómo eran barbados y blancos y hablaban poco y no eran tan amigos de beber como ellos, y otras cosas de las que ellos pudieron. -132- saber. Y cudicioso de ver tal gente; dicen que mandó con brevedad le trujiesen uno de dos que decían haber quedado de aquellos hombres, porque las demás eran ya vueltos con su capitán a la Gorgona, donde habían dejado ciertos españoles con los indios e indias que tenían, como en su lugar contaremos14.Y dicen unos destos indios, que después de idos, a estos dos, que los mataron, de que recebió mucho enojo Guayna Capac. Otros cuentan que soñó que los traían, y como supieron en el camino su muerte15, los mataron. Sin esto, dicen otros que ellos se murieron. Lo que tenemos por más cierto es, que los mataron los indios dende a poco que ellos en su tierra quedaron16.
Pues estando Guayna Capac en el Quito grandes compañas de gente que tenía, y los demás señores de su tierra viéndose tan poderoso, pues mandaba desde el ría de Angasmayo al de Maule, que hay más de mill y doscientas leguas, y estando tan crecido en riquezas, que afirman que habían hecho traer a Quito más de quinientas cargas de oro, y más de mill de plata, y mucha pedrería y ropa fina, siendo temido de todos los suyos, porque no se le osaban desmandar, cuando luego hacía justicia; cuentan que vino una gran pestilencia de viruelas tan contagiosas, que murieron más de doscientas mill ánimas en todas las comarcas, parque fue general; y dándole a él el mal, no fue parte todo lo dicho para librarlo de la muerte, porquel gran Dios no era dello servido. Y como se sintió tocado de la enfermedad, mandó se hiciesen grandes sacrificios por su salud en toda la tierra, y por todas las guacas y templos del sol; mas yéndole agraviando, llamó a sus capitanes y parientes, y les habló algunas cosas, entre las cuales les dijo, -133- a lo que algunos dellos dicen, que él sabia que la gente que habían visto en el navío, volvería con potencia grande y que ganaría la tierra. Esto podría ser fábula, y si lo dijo, que fuese por boca del demonio, como quien sabía que los españoles iban para procurar de volver a señorear. Dicen otros destos mismos, que conociendo la gran tierra que había en los Quillacingas17 y Popayaneses, y que era mucho mandarlo uno, y que dijo que desde Quito para aquellas partes fuese de Atahuallpa, su hijo, a quien quería mucho, porque había andado con él siempre en la guerra; y que lo demás mandó que señorease y gobernase Guascar, único heredero del imperio. Otras indios dicen que no dividió el reina, antes dicen que dijo a los que estaban presentes, que bien sabían cómo se habían holgado que fuese Señor, después de sus días, su hijo Guascar, y de Chincha18 Ocllo, su hermana, con quien todos los del Cuzco mostraban contento; y puesto que si él tenía otros hijos de gran valor, entre los cuales estaban Manque Yupanqui, Tupac Inca, Guanca Auqui, Tupac Gualpa, Titu19, Guaman Gualpa, Manco Inca, Guascar, Cusi Hualpa20, Paullu Tupac21 Yupanqui, Conono, Atahuallpa, quiso no dalles nada de lo mucho que dejaba, sino que todo lo heredase del, como él lo heredó de su padre, y confiaba mucho guardaría su palabra, y que cumpliría lo que su corazón quería, aunque era muchacho; y que les rogó lo amasen y mirasen como era justo, y que hasta que no tuviese edad perfecta y gobernase, fuese su ayo, Colla Tupac22, su tío. Y como esto hobo dicho, murió.
Y luego que fue muerto Guayna Capac, fueron tan grandes los lloros, que ponían los alaridos que daban en las nubes, y hacían caer las aves aturdidas de lo muy alto hasta el suelo. Y por todas partes se divulgó la nueva, -134- y no había parte ninguna donde no se hiciese sentimiento notable. En Quito lo lloraron, a lo que dicen, diez días arreo; y dende allí lo llevaron a los Cañares, donde le lloraron una luna entera; y fueron acompañando el cuerpo muchos señores principales hasta el Cuzco, saliendo por los caminos los hombres y mujeres llorando y dando aullidos. En el Cuzco se hicieron más lloros, y fueron hechos sacrificios en los templos, y aderezaron de le enterrar conforme a su costumbre, creyendo que su ánima estaba en el cielo. Mataron, para meter con él en su sepoltura y en otras, más de cuatro mill ánimas, entre mujeres y pajes, y otros criados, tesoros, pedrería, y fina ropa. De creer es que sería suma grande la que pornían con él. No dicen en dónde ni cómo está enterrado, más de que concuerdan que su sepoltura se hizo en el Cuzco. Algunos indios me dijeron a mí que lo enterraron en el río de Angasmayo, sacándolo de su natural para hacer la sepoltura; mas no lo creo, y lo que dicen de que se enterró en el Cuzco, sí23.
De las cosas deste rey dicen tanto los indios, que no es nada lo que yo escribo ni cuento; y cierto, creo que dél y de sus padres y abuelos se dejan tantas cosas de escrebir, por no los alcanzar por entero, que fuera otro compendio mayor que el que se ha hecho».

-[135-137]-
Del Señorío de los Incas
Tercera parte de la Crónica del Perú de Pedro de Cieza de León

Libro 2.º M.S.

-[138]- -139-
Capítulo I
Del descubrimiento del Perú.

No dejé cuando la pluma tomé, para contar a los hombres que hoy son y serán la conquista y descubrimiento que los nuestros españoles hicieron en el Perú, cuando lo ganaron e considerar que trataba de la más alta materia de que en el Universo se pudiera escribir, de cosas profanas, quiero decir, porque dónde vieron hombres lo que hoy ven, que en cient flotas cargadas de metal de oro y plata como si fuera hierro ni donde se vio ni leyó que tanta riqueza saliese de un reino tanta y tan grande, que no solamente está España llena destos tesoros y sus ciudades pobladas con hombres, digo muchos peruleros ricos que de acá han ido, más han encarecido el reino con el mucho dinero, que han llevado -140- tanto cuanto saben los que lo consideraren; y no solamente España, recibió esta carestía, más toda Europa se mudó del ser primero, y las mercadurías y todos tratos tienen otros precios que no tuvieron; tanto ha subido en España que si va como ha ido, no sé adonde se subirán los precios de las cosas, ni como los hombres podrán vivir (claro) de tierra para pasar la vida humana tan gruesa, tan harta, tan abundante, que en todo lugar que no hay nieve ni monte, no se puede mejorar, como algo dello apunté en la primera parte, que hobiere Dios permitido que tantos años y por tan largos tiempos estuviere cosa tan grande oculta al mundo y no conocida de los hombres, y hallada, descubierta y ganada en tiempo del Emperador don Carlos, que tanta necesidad de su ayuda ha tenido por las guerras que se le han ofrecido en germanía contra los luteranos y en otras jornadas importantísimas; porque cierto tengo para mí todo este orbe de Indias que tan grande es, ha sido descubierto en tiempos de mucha riqueza; más si se quisieren tomar por los oficiales reales trabajo de ver por los quintos lo que sumaba, montaría solo el tesoro que del Perú ha ido más que todo esotro junto, y no poco más, sino mucho en España ochocientos y veintidós años antes del nascimiento de Xpo que se encendieron los montes Perineos, que los fimas (¿fenicios?) y los de Macilla (¿Marisilia?) llevaron muchas naves cargadas de plata y oro; y en el Andalucía, después desto hobo mucho metal de plata, y sabemos que en Churabon en tiempo (claro) hobo tanta plata que no se tenía en cuenta; y cuando Salomón enriqueció el templo con vasos y riquezas, fue mucho lo que en ello se gastaba; y sin todo esto sabemos que en el Levante hay tierras ricas de oro y plata; más ni una cosa destas se puede igualar ni comparar con la del Perú, porque contado lo que hubo en Caxamalca cuando el rescate de Atabalipa y lo que después se repartió en Xauxa y en el Cuzco y lo que más se hubo en el reino es tan gran suma que yo, aunque pudiera, no lo oso afirmar; pero si con ello quisiera edificar otro templo se hiciera que fuera de más riquezas que el del Cuzco ni ninguno de cuantos en el mundo (¿han sido?). Ansí y todo es -141- nada lo que del Perú se ha sacado, para lo mucho que en la tierra está perdido enterrado en sopolturas de reyes y de caciques en los templos. Así lo conocían los mismos indios y lo confiesan. Pues después de todo esto que sé sacaron de Guailas, de Porco, de Caruaya, de Chile, de los Cañares, ¿quién contará el oro que destos lugares entró en España?, y si para esto ponemos tanta dificultad, qué diremos del cerro de Potosí, de quien tengo para mí ha salido desde que del sacan plata, con lo que los indios han llevado sin que sepan más de veinte y cinco millones de pesos de oro, todo en plata, y sacaran deste metal para siempre mientras hubiere hombres, como lo quisieran buscar. Y sin esto que comienzo la escritura delicada por contar el fin de la guerra de los dos hermanos Huascar y Atabalipa, y como trece xpnos lo descubrieron casi milagrosamente, y después fueron para lo ganar, por la guerra que hallaron trabada, no más de ciento y setenta; y com o después se fueron encadenando las cosas de unas en otras, a que en el Perú hobo tantas disenciones, tantas guerras entre los nuestros y tratadas tan ásperamente y unos con otros con tanta crueldad (claro) y los otros tiranos, y las cosas que pasaron en este (claro) con todos si no hobiese testigos muchos no sería creído, tanto, questando en el Perú no hay para que hablar de Italia, ni de Lombardia ni de otra tierra, aunque sea muy belicosa; pues lo que ha hecho tan poca gente no se puede comparar sino con ella misma. Con estas mudanzas murieron muchos que estaban obligados; llegaron a ser capitanes y en riqueza tanto que algunos tenían más renta una solo, que el mayor señor de España fuerel Rey (sic).

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Capítulo II
De cómo el gobernador Pedrarias nombró por capitán de la Mar del Sur, a Francisco Pizarro y cómo salió de Panamá al descubrimiento.

Después de Alonso de Ojeda y Nicuesa vino por gobernador Pedrarias Dávila y estuvo algunos tiempos en la ciudad del Darién, y como se poblase Panamá y el Reino de Tierra Firme, siendo primero descubierta la Mar del Sur por el adelantado Vasco Núñez de Balboa y por el piloto Pero Miguel, hijo de Juan de la Cosa, según algunos dicen tratábase sobre descubrir tierras en la dicha Mar del Sur, y como el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo que fue oficial real en el Darién, tenga tan elegante y bien escrito lo de aquellos tiempos, pues se halló presente y lo vido lo más dello, aunque yo alcance a tener alguna noticia y pudiera tratar algo dello, pasaré lo mucho que tengo que hacer remitiendo al tenor (¿lector?) a lo que Oviedo sobrello escribe donde lo verá bien largo y copiosa. Y con tanto digo, que en el tiempo que el Darién estuvo poblado, hobo entre los españoles que allí se hallaron dos llamado gel uno Francisco Pizarro que primero fue capitán de Alonso de Ojeda, y Diego de Almagro; y eran personas con quien tuvieron los gobernadores cuenta porque fueron para mucho trabajo y con constancia perseveraron en él, quedaron por vecinos en la ciudad de Panamá en el repartimiento que hizo de indios que hizo el gobernador Pedrarias; estos dos tenían compañía en sus indios y haciendas; y sucedió que Pedrarias envió a la Isla Española al capitán (Herrera) para que procurase de traer alguna gente y caballos para ir a poblar la provincia de Nicaragua antes que Gil Gonzales Dávila lo pudiera hacer, porque supo que lo andaba descubriendo para poblar. Informome Nicolás de Ribera, vecino de la ciudad de Los Reyes, que de los de aquel tiempo y no (y uno) de las trece que descubrieron el Perú, que supo que llegado (Herrera) a la ciudad de Santo Domingo, contrató -143- con un Juan Basurto para que viniese a Panamá donde Pedrarias le haría su capitán general para que pudiere ir a la provincia de Nicaragua a poblar y descubrir y codicioso Basurto de hacer aquella jornada vino a Tierra Firme; él trayendo alguna gente y caballos; y que en el inter de esto el gobernador Pedrarias había dado comisión para hacer la jornada dicha al capitán Francisco Hernandes (de Córdoba) de que Juan Basurto mostró sentimiento, y así lo entendió Pedrarias y porque no tuviera su venida por perdida, platicó con él para que pues ya no podía ir a lo de Nicaragua, por estar Francisco Hernández proveído en el cargo, que fuese a descubrir con algunos navíos por la Mar del Sur de que se tenía grande esperanza de hallar tierra rica. Dicen que Juan Basurto acetó el cargo que le daba Pedrarias, y qué para hacer la jornada más a su gusto, determinó de volver a Santo Domingo para traer más gente y caballos, porque en aquellos tiempos estaba desproveído el reino de Tierra Firme, y con mucha diligencia se partió para embarcarse en el nombre de Dios, donde la muerte atajó su pensamiento y le llamó para que fuera a dar cuenta de la jornada de su vida. En Panamá luego se supo de la muerte de este Basurto y como iba a hacer lo que se ha escrito; y estando en la misma ciudad por vecinos y siendo en ella compañeros Francisco Pizarro y Diego de Almagro, que también lo era con ellos Hernando de Luque, clérigo, trataron medio de burla sobre aquella jornada y cuanto había deseado el adelantado Vasco Núñez de Balboa hacerla y descubrir a la parte del Sur lo que hobiese. Pizarro dio muestra a sus compañeros tener desea de aventurar su persona y hacienda en hacer aquella jornada, de que Almagro plugo mucho, pareciéndole que sin aventurar nunca los hombres alcanzan lo que quieren; y determinaron de pedir la jornada para el dicho Francisco Pizarro; y así afirman los que esto saben y dellos son vivos que fueron a Pedrarias y le pidieron la demanda de aquel descubrimiento; y después de haber tenido sobrello grandes pláticas, Pedrarias se la concedió con tanto que hicieran con él compañía para que tuviere parte en el provecho que se hubiere, y siendo dello contentos los -144- compañeros, se hizo por todos cuatro la compañía, para que sacando los gastos que se hicieren, todo el oro y plata y otros despojos se partieron entre ellos por iguales partes sin que uno llevare más que otro; y dio Pedrarias a Francisco Pizarro provisión de su capitán, para que en nombre del Emperador hiciese el descubrimiento que de suso es dicho; y divulgase por Panamá de que no poco se reían los más de los vecinos teniéndolos por locos, porque querían gastar sus dineros para ir a descubrir manglares y ciburocos (ceborucos). Mas no por estos dichos dejaron de buscar dineros para proveimientos de la jornada, y mercaron un navío que estaba en el puerto, que dicen que era uno de los que hizo Vasco Núñez a un Pedro Gregorio, y llevaron por piloto, a lo que yo supe, había por nombre Hernán Peñate; diéronse priesa a aderezar el navío con velas y jarcia y de lo más que había menester para el viaje, y procuraron allegar alguna gente de la que había en la tierra y juntaron ochenta españoles poco más o menos, de los cuales iba por alférez Sauzedo y por tesorero Niculas de Ribera, y por veedor Juan Carvallo; y habiendo puesto a punto lo que convenía meter en el navío, fueron llevados a él cuatro caballos no mas, que se pudieron haber; y la gente se embarcó, y Francisco Pizarro despidiéndose de Pedrarias y de sus compañeros, hizo lo mismo.

Capítulo III
De cómo salió el capitán Francisco Pizarro al descubrimiento de la Mar del Sur y por qué se llamó el Perú aquel reino.

Habiéndose embarcado Francisco Pizarro con los cristianos españoles que con él fueron, salió del puerto de ciudad -145- de Panamá mediados el mes de noviembre de 1523 (sic) quedando en la ciudad Diego de Almagro para procurar gente y lo más para la conquista necesaria para enviar socorro a su compañero. Como Pizarro salió en su navío de Panamá; anduvieron hasta llegar a las Islas de las Perlas donde tomaron puerto y se proveyeron de agua y leña y de hierba para los caballos de donde anduvieron hasta el puerto que llaman de Piñas, por las muchas que junto a él se crían, y saltaron los españoles todos en tierra con su capitán que no quedó en la nave más que los marineros, determinaron de entrar la tierra adentro a buscar mantenimiento para fornecer el navío, creyendo que lo hallarían en la tierra de su cacique a quien llaman Berruquete o Peruquete; y anduvieran por un río arriba tres días con mucho trabajo, porque caminaban por montañas espantosas, que era la tierra por donde el río corría tan espesa y con trabajo podían andar; y llegando al pie de una gran sierra la siguieron yendo ya muy descaecidos del trabajo pasado y de lo poco que tenían que comer y por dormir en el suelo mojado entre los montes, llevando con todo esto sus espadas y rodelas en sus hombros con las mochilas, y tan fatigados llegaron, que de puro cansancio y quebrantamiento murió un cristiano llamado Morales, los indios que moraban entre aquellas montañas entendieron la venida de los españoles, y por la nueva que ya tenían de que eran muy crueles… (¿no quisieron?) aguardarlos antes desamparando sus casas hechas de madera y paja o hojas de palma, se metieron en la espesura de la montaña donde estaban seguros. Los españoles habían llegado a unas pequeñas casas que se decían ser del cacique Periquete (sic) donde no hallaron otra cosa que un maíz de (sic) las raíces que ellos comen. Dicen los antiguos españoles que el reino del Perú se llamó así por este pueblo o señorete llamado Peruquete (sic) y no por el río, porque no lo hay que tenga tal nombre. Los cristianos como no pudieron ver indio ninguno ni hallaron bastimentos ni nada de lo que pensaron, estaban muy tristes y espantados de ver tan mala tierra. Parecíales que el infierno no podía ser peor; más encomendándose -146- a Dios con mucha paciencia el capitán y ellos dieron la vuelta por donde habían venido adonde dejaron el navío, y llegaron a la mar bien cansados y llenos de lodos y los más descalzos con los pies llagados de la aspereza del monte y de las piedras del río. Luego se embarcaron y como mejor pudieron navegaron al Poniente prosiguiendo su descubrimiento, y a cabo de algunos días tomaron tierra en un puerto, que después llamaron de la Hambre donde se proveyeron de agua y leña.
Deste puerto salieron y navegaron diez días y faltábales el mantenimiento, que no daban a cada persona más que dos mazorcas o espigas de maíz para que comiesen en todo el día; y también tenían poca agua, porque no llevaban muchas vasijas; y carne no comían, porque ya no la tenían ni otro ningún refrigerio. Iban todos muy tristes y algunos se maldecían por haber salido de Panamá, donde ya no les faltaba de comer. Pizarro mutros trabajos había pasado en su vida y hambres caninas, y esforzaba a sus compañeras, diciéndoles que confiasen en Dios, y que él les depararía mantenimiento y buena tierra, y por consejo de todos volvieron atrás al puerto que habían dejado, que llamaron del Hambre, por la mucha con que en él entraron. Y los españoles con el trabajo pasado estaban muy flacos y amarillos tanto que eran gran lástima para ellos verse los unos a los otros; y la tierra que tenían delante era infernal, porque aun las aves y las bestias huyen de no habitar en ella. No veían sino breñales de espesura y manglares y agua del cielo y lo que siempre había en la tierra, y el sol con la espesura de los nublados tan ofuscado, que su claridad se pasaban algunos días que no veían sino la muerte; porque para volver a Panamá si lo quisiesen hacer, no tenían mantenimientos sino mataban los caballos. Y como hobiera entrellos hombres de consejo y que deseaban ver el cabo de la jornada; se determinó que fuesen en el navío a las Islas de las Perlas algunos dellos a buscar mantenimiento; y esto platicado, se puso por efecto, puesto que ni los que habían de ir tenían comida que llevar ni menos les quedaba a los demás.
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Capítulo IV
De cómo volvió Montenegro en la nave con algunos españoles a la Isla de las Perlas a buscar mantenimiento, sin llevar de comer sino fue un cuero de vaca seco y algunos palmitos amargos; y del trabajo y hambre que pasó Pizarro y los que con él quedaron.

Determinado por el capitán y sus compañeros que el navío volviese a las Perlas por algún bastimento, pues tanta necesidad dello tenían, no sabían con qué podían los que habían de ir sustentarse en el camino, porque no había maíz ni cosa otra que pudiesen comer, y buscallo por la tierra no tenían remedio, porque los indios estaban poblados en las montañas entre ríos furiosos y ciénegas; y después de lo haber tanteado y mirado, no hallaron otro remedio para todos no perecer, sino quel navío fuese y llevase para comer los que en él habían de ir un cuero de vaca que había en la misma nao bien seco y duro; y señalaron entre todos a Montenegro para que fuese a hacer lo desuso dicho; y sin el cuero cortaron junto a la costa algunos palmitos. amargos.
Algunos dellos comí yo en la montaña de Caramanta, cuando íbamos descubriendo con el Licenciado Juan de Vadillo. Montenegro prometió que diole (dándole) Dios buen viaje, procuraría con brevedad volver a remediar la necesidad que les quedaba. Y el cuero hacían pedazos teniendo en agua todo un día y una noche, lo cocían y comían con los palmitos, y encomendándose a Dios enderezaron su viaje a las Islas de las Perlas. Como la nao se fue el capitán y sus compañeros buscaban por entre aquellos manglares que comer deseando dar en algún poblado; más los fatigados hombres no hallaban sino árboles de mill maneras y muchas espinas y abrojos y mosquitos y otras cosas que todas daban pena y con ninguna tenían contento; y como la hambre les fatigare, cortaban -148- de aquellos palmitos amargos que entre la montaña hallaban unos bejucos en donde sacaban un fruto como bellota que tenía el color (¿olor?) casi como el ajo, y con la hambre comían dellas; y por la costa algunos días tomaban pescado; y con trabajo sustentaban sus vidas, deseando más que el vivir volver a ver el navío en que fue Montenegro con refresco. Más como la necesidad fuese tanta y los trabajos grandes y la tierra tan enferma y sombría y que lo más del tiempo llueve, paráronse tan malos, que murieron más de veinte españoles sin los que les se hincharon (sic) otros y todos estaban tan flacos que era muy gran lástima verlos. Pizarro tuvo ánimo dino de tal varón como él fue en no desmayar con lo que veía, antes él mismo buscaba algunos peces trabajando por los esforzar, poniéndoles esfuerzo para que no desmayasen diciéndoles que presto verían venir el navío en que fue Montenegro. Y habían hecho algunas chozas que acá llamamos ranchos, en que estaban para se guarecer del agua; y estando de esta manera, dicen que se pareció una vista de alto, que sería término de ocho leguas, una playa que un cristiano llamado Lobato dijo al capitán que le parecía que debían de ir algunos dellos allá por ventura hallarían alguna cosa que comer, pues de su estado no se esperaba otra cosa que la muerte; y teniendo por bueno el dicho de este Lobato, el capitán, con los que más aliviados estaban, se partió para ella con sus espadas y rodelas, quedándose los demás españoles en el real que allí tenían hecho; y como se partieron para la playa, anduvieron hasta llegar a ella, donde fue Dios servido que hallaron gran cantidad de cocos y vieron ciertos indios, y por tomar algunos, se dieron priesa a andar los españoles; mas como los indios los sintieron, pusiéronse en huida. Afirmome Niculas de Ribera que vieron que uno de aquellos indios se echó al agua y nadó cosa espantosa; porque fue más de seis leguas sin parar lo vieron ir nadando hasta que la noche vino y lo perdieron de vista. Los indios que más huyeron se metieron por unas ciénagas; los españoles tomaron dos dellos; los demás fueron a salir a un crecido río donde tenían sus canoas, y como los que se -149- escapan deballes (sic) y ansí fueron ellos alegres por no haber sido presos por los españoles, de quienes se espantaban poder sufrir tanto trabajo, y disque decía (¿y les decían?) ¿que por qué no rozaban y sembraban y comían dello sin querer buscar lo que ellos tenían para tomárselo por fuerza? Estas cosas questos indios dicen y otras sabese dellos mismos cuando eran tomados por los españoles, porque quiero en todo dar razón al lector. Estos indios traían arcos y flechas con yerba tan mala, que hiriendo a un indio de los mismos (¿nuestros?) con una flecha, murió dentro de tres o cuatro horas. En este alcana (¿alcance?) hallaron los españoles cantidad de una fanega de maíz, lo cual fue repartido entrellos.

Capítulo V
De cómo Montenegro llegó a las Islas de las Perlas y de cómo volvió con el socorro.

Montenegro con los que iban en el navío navegaron hasta que llegaron a las Islas de las Perlas, bien fatigados de la hambre que habían padecido, y como allí llegaron, comieron y holgaron teniendo cuidado de volver brevemente a remediar los que quedaron con el capitán Francisco Pizarro; y luego metieron en el navío mucho maíz y carne y plátanos y otras frutas y raíces, y con todo ello dieron la vuelta a donde habían dejado a los cristianos; y llegaron a tiempo que el capitán con algunos dellos habían salido a lo que en el capítulo pasado se contó; y como vieron el navío fue tanto el placer y alegría que todos recibieron cuanto aquí se puede encarecer. Teníen en más el poco mantenimiento que en él -150- venía que a toda el oro del mundo; y así, antes de ser llegado al puerto, los que estaban enfermos como si estuvieran sanos se levantaron. El capitán Francisco Pizarro después que hobo andado algunos días por aquella playa donde hallaron los cocos y por el monte de la redonda, viendo que no podían hallar poblado alguno y que la tierra adentro era infernal, llena de ciénagas y de ríos, determinó de volver con sus compañeros al real donde habían quedado los otros. En el camino encontraron con (un) español que muy alegre venía a les contar la buena venida del navío y que traía en la mochila tres roscas de pan para el capitán y cuatro naranjas. Entendido lo que pasaba, no fue menos el placer que recibió el capitán y los que con él iban que el que habían recibida los otros; y dieron gracias a Dios, porque así se había acordado dellos en tiempo de tanto trabajo. Pizarro repartió las roscas y las cuatro naranjas por todos, sin comer dellas él más que cualquiera dellos y tanto esfuerzo tomaron, como si hobieran comido cada uno un capón; y con él anduvieron a toda prisa hasta que llegaron al real, adonde todos se hallaron (sic) alegremente y Montenegro dio cuenta al capitán de lo que había pasado en el viaje, y comieron todos de lo que vino en la nave hablando unos con otros de lo que por ellos había pasado hasta aquel tiempo. Dicen que faltaban veinte y siete españoles que se habían muerto con la hambre pasada los que duro (sic) y el capitán se embarcó en el navío, con determinación de correr la costa del largo al Poniente, donde esperaba topar alguna tierra buena fértil y rica; y como se hubiera embarcada navegaron y tomaron tierra en un puerto, que, por llegar día de Nuestra. Señora de la Candelaria, le pusieron por nombre puerto de la Candelaria; y vieron como atravesaban caminos por algunas partes, más la tierra era peor que la que dejaban atrás de manglares y montañas tan espantosa que parece llegar a las nubes, y tan espesa que no se veía sino raíces y árboles, porque el monte de acá es de otra manera que los de España. Sin esto; caían tantos y tan grandes aguaceros, que aún andar no podían. La ropa, con ser camisetas de anjeo, las más que traían, se -151- les podría y se les caía a pedazos los sombreros y bonetes. Hacía tan grandes relámpagos y truenos como han visto los que por aquella costa han andado y caían rayos. Con los nublados no veían el sol en muchos días y aunque salía la espesura del monte era tanta, que siempre andaban medio en tinieblas. Los mosquitos los fatigaban, porque, cierto, donde hay muchos es gran tormento. A mí me ha muchas veces acaecido estar de noche lloviendo y tronando, y salirme de la tienda del valle, e subirme a los cerros y estar a toda el agua por huir dellos. Son tan malos cuando son de los (¿ponzoñosos?) que muchos han muerto de achaque dellos. Los naturales de aquellas montañas en algunas partes hay muchos y en otras pocos, y como la tierra es tan grande, tienen bien donde se extender, porque no tienen pueblos juntos ni usan de la policía que otros, antes viven entre aquellos breñales o barrios con su mujer y hijos y en laderas cortan monte y siembran sus raíces y otras comidas. Todos entendían y sabían como andaba el navío por la costa, y como los españoles andaban saltando en los puertos, los que estaban cerca del mar poníanse en cobro sin les osar aguardar.

Capítulo VI
De cómo el capitán con los españoles dieron en un pueblo de indios donde hallaron cierto oro, y cómo tomaron puerto en pueblo quemado; de donde enviaron el navío a Panamá y lo que más paso.

Como Francisco Pizarro y sus compañeros viesen como había caminos entre aquellas montañas, determinaron de seguir por uno dellos para ver si daban en algún poblado -152- para tomar algunos indios de quien pudieran tomar lengua de la tierra en que estaban; y así, tomando sus espadas y rodelas anduvieron dos leguas o poco más la tierra adentro, donde toparon un pueblo pequeño, más no vieron indio ninguno, por que todos habían huido; más hallaron mucho maíz y raíces y carne de puerco y toparon más de seiscientos pesos de oro fino en joyas, y en las ollas que hallaron al fuego de los indios, entre la carne que sacaban dellas para comer, se vieron algunos pies y manos de hombres, por donde se creyó que los de aquella parte eran caribes y también tenían arcos y flechas con yerba de la que hacen con ponzoña. Los españoles comieron de lo que hallaron en aquel lugar y determinaron de dar la vuelta a la mar para embarcarse pues no habían podido tomar hombre ninguno de los naturales de aquella tierra. Entrados en el navío anduvieron costeando hasta que llegaron a un pueblo que llamaron Pueblo Quemado, donde con acuerdo de todos, se determinaron de entrar la tierra adentro, para ver si daban en pueblo que pudiesen tomar algunos indios, porque por entre los manglares veían caminos por donde era claro de conocer que había gente, pues, parecía estar muy seguido; y no se engañaban, porque por aquella parte había mucha gente y todos estaban avisados de cómo andaban en la tierra y tenían puestas sus mujeres y alhajas en cobro. Tomando los nuestros españoles por un camino de aquellos anduvieron poco más de una legua y dieron en un pueblo yermo porque los indios como de suso es dicho le habían desamparado y hallaron gran cantidad de maíz y muchos maizales, y otras raíces gustosas de las que ellos comen, y no pocas palmas de las de pixabaes, que es cosa muy buena; y estaba este pueblo en las cumbres de unas laderas o sierra asentado a su usanza, muy fuertemente, que parecía fortaleza. Como habían hallado tanto mantenimiento en aquel pueblo, pareciole así al capitán como a todos los españoles, que sería cosa muy acertada recogerse allí todos en aquel pueblo, pues era tan fuerte y estaba tan bien proveído de comida, y enviar la nave a Panamá a que trujese socorro de españoles y a que fuese adobada pues estaba -153- tan mal tratada, que por muchos lugares hacía agua; y pareciéndoles bien acertado, el capitán mandó a Gil de Montenegro, que con los españoles más sueltos y ligeros fuese a buscar algunos indios por entre el monte en los estalajes que tuviesen hechos, que acá llamamos ranchos, para que fuesen en el navío a ayudar a la bomba, porque todo era menester según había pocos marineros y el navío hacía agua. Los naturales de la comarca habíanse juntado y tratado entre ellos de la venida de los españoles, y como era grande afrenta suya andar huyendo de sus pueblos por miedo dellos, pues eran tan pocos, y determinaron de se poner a cualquier afrenta o peligro que les viniese por los expeler de sus tierras o matarlos sino quisiesen dejarlos, tratando mal de ellos, que eran vagabundos, pues por o trabajar andaban de tierra en tierra; y más que esto decían, como después lo confesaron algunos que dellos hobieron de venir a ser presos por los españoles; y como tuviesen esta determinación, tenían puestas escuchas y velas dellos mismos a la redonda del pueblo donde los españoles estaban para saber de (si) algunos dellos salían de allí a lo que determinaban de hacer; y como Gil de Montenegro con los españoles que fueron señalados para ir con él a la entrada que se había de hacer para tomar indios que yendo en la nave pudiesen dar a la bomba saliesen del pueblo, luego (de los) que estaban a la mira fue aviso al lugar donde la junta estaba con la determinación dicha, aunque tuviesen este designo los naturales en quien se hizo la liga para matar a los españoles o lanzarlos de sus tierras, todavía aunque no eran hábiles sesenta, les temían extrañamente; y este temor caber en tantos y que estaban en su tierra y la sabían y conocía, no sé a que se puede echar sino a Dios todopoderoso que ha permitido que los españoles salgan en tan grandes y dudosas cosas en tiempos y coyunturas que a no cegar el entendimiento a los indios, a soplos o con puños de tierra bastaban a los desbaratar; y creo que tampoco lo permitía por sus méritos sino que fue servido de volver por su honra y porque tenían su apellido; a muchos de los cuales por no conocer tan gran beneficio castigó poderosamente con brazo -154- de venganza, como hemos visto. Más como ya los montañeses tuviesen sus armas las que ellos usaban, y viesen divididos los cristianos, alegres por la división, pensaron de ir a dar en Montenegro y matar a los que con él venían, y luego ir adonde estaba el capitán y hacer lo mismo; pues si salían con lo primero, les sería lo demás fácil de hacer y así salieron a los nuestros llenos los rostros y cuerpos, porque ellos andaban desnudos, de la mixtura que ellos se ponen, que llamamos bija, que es como almagra, y de otra que tiene color amarilla y otros se untaron con bija que es como trementina (y a mí me han echado birmas con ella) parecían demonios y daban grandes alaridos a su uso porque así pelean y arremetieron a los españoles, que aunque vieron tantos enemigos delante y que ellos eran tan pocos, no desmayaron, más antes encomendandose a Dios y a su poderosa madre, echaron mano a sus espadas, hirieron en los indios que podían alcanzar diciéndoles Montegro, su caudillo, que los tuviesen en poco. Los indios procuraban de los matar; tiraban de sus dardos contra ellos, no osaban allegarse mucho por miedo de las espadas. Un cristiano a quien llaman (llamaban) Pedro Vizcaíno después de haber muerto algunos indios y herido, le dieron tales heridas, que murió luego dellas; y de un apretón que dieron mataron otros dos españoles y hirieron a otros. Los que quedaban se defendieron tan bien, que, espantados los indios que hombres humanos para tanto fuesen, mirando que por tres quellos habían muerto les faltaban tantos de los suyos, tornar, (sic) entre ellos a tratar de dejar aquellos y dar sobre los que había quedado; porque a razón por quedar enfermos no habían ido con aquellos que tanto daño les habían hecho; sin lo cual eran los menos a los que querían ir que no los que dejaban.

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Capítulo VI
De cómo los indios dieron con los españoles, y del aprieto en que se vio el capitán, y cómo los indios huyeron.

Habiendo los indios determinado de revolver sobre el capitán y los otros cristianos que con él quedaron, lo pusieron por obra y con grande estruendo y alaridos llegaron al lugar donde los cristianos estaban muy descuidados de pensar que los indios habían de venir a dar en ellos, mas, viendo los tiros de dardo y flechas que les tiraban con sus rodelas y espadas salieron para ellos yendo su capitán delante animándolos y poniéndoles esfuerzo para que tuviesen en poco a los muchos enemigos que sobrellos tenían; y encomendándose a Dios, Nuestro Señor y llamando en su ayuda al apóstol Santiago, resistieron a los indios con gran esfuerzo. Y el capitán estaba muy temeroso no hobieron los indios muerto a los cristianos que habían ido a entrar; los cuales, como los indios los dejaron, como mejor pudieron dieron la vuelta al real para se juntar con los demás compañeros. Los indios ahincábanse mucho por salir con su propósito matando a los cristianos; viendo lo que en ello les iba, peleaban valientemente y de los muchos golpes que recibieron de los indios fueron muertos dos españoles y heridos veinte, algunos mal. Fue Dios servido que los españoles que habían ido con Montenegro allegasen, que a tardarse algo más sin duda los unos y los otros corrieran riesgo; mas como se juntaron cobraron ánimo y defenderse (sic) de los indios. El capitán fuerte ánimo tuvo y con espada y rodela peleó siempre con esfuerzo, y este día lo tuvo harto conocían los indios que quien más mal les hacía era él, y deseando de le matar, cargaron muchos de tropel sobre él y diéronle algunas heridas, y tanto le fatigaron, que aunque tuvo siempre en la pelea una constancia, le hicieron ir rodando una ladera ayuso y abajaron algunos dellos muy alegres pensando que le habían -156- muerto, para le despojar y quitar las armas; más él llevó tan buen tino y tal aviso, que llegando a lo que era más llano, se puso en pie con su espada alta con determinación de vengar él mismo su muerte antes que los indios se la diesen; y a los primeros que llegaron hirió matando a uno o dos dellos. En esto los españoles habían visto lo que había sucedido a su capitán, y muy enojados de los indios les dieron tal mano, que les hicieron volver las espaldas dando aullidos y gemidos, espantados de ver como los españoles tenían virtud tan grande en pelear con silencio y juzgarán que en ellos había alguna deidad. Fueron algunos españoles a socorrer a Francisco Pizarro, al cual hallaron en el aprieto ques dicho, herido de algunas heridas y lo subieron arriba (a curar) dél y de los demás que estaban heridos, para los cuales había el refrigerio que el lector puede sentir, y aun para, curallos se hobo algún aceite para quemarles las heridas sería gran cosa. Visto por el capitán lo que les había sucedido y como no habían podido enviar el navío a Panamá por socorro y a lo aderezar porque estaba desbaratado y hacía por muchas lugares agua, tomando parecer con sus compañeros, se determinó por todos salir de aquel lugar, pues estaban en peligro, porque había muchos indios y los más dellos estaban heridos y todos muy flacos y que la tierra era mala y llena de trabajo y acordaron de embarcarse todos en la nao y arribar a Chicama, de donde enviarían a Panamá el navío; y como mejor pudieron se embarcaron y volvieron a Chicama. Y en el camino erraron a Diego de Almagro que habían salido de Panamá con socorro, como luego diré. Deste lugar se determinó por Francisco Pizarro y sus compañeros que volviese el navío a Panamá a lo que se ha dicho y que fuese en él Nicolás de Ribera tesorero con el oro que habían habido a dar cuenta al Gobernador como (tenían) tan buena noticia de adelante; y fue hecho así, que cuando todo el bastimento que había en la nao para que comiesen y pasaban de los trabajos dichos por ser tierra enferma y llena de montaña tan continua en llover y tronar como se ha dicho frío no hace ninguno, más la tierra es de grande humedad. Ribera -157- con los que había en la nave navegaron hasta que llegaron a las islas de las Perlas, donde supieron como Almagro había ido en busca dellos en una nao; y porque los cristianos que quedaron en Chicama se alegrasen con saber tal nueva despacharon una canoa con el aviso al capitán. Llegado a Panamá el navío, Nicolás de Ribera y los que iban con él dieron cuenta a Pedrarias de lo que hasta allí les había sucedido, desde que entraron en la tierra del cacique Pariquete (sic). En Panamá estaban con deseo de saber como les había ido en el descubrimiento a Pizarro y a sus compañeros, y espantáronse cuando oían de lo que habían pasado en los manglares donde andaban. Pedrarias mostró pesarle de que tantos españoles se hobiesen muerto; culpaba a Pizarro porque perseveraba en el descubrimiento, y por inducimiento de algunos malévolos que siempre se huelgan de tratar mal de los que bien lo hacen, publicó Pedrarias que le quería enviar un acompañado para que teniendo otro igual a él, se hiciese el descubrimiento sin tantas muertes; por esto y por otras causas dicen que Pedrarias quería enviar a Francisco Pizarro acompañado. Más viniendo a noticia del maestrescuela don Hernando de Luque su compañero, habló con Pedrarias diciéndole que no era cosa honesta lo que pensaba en aquello, y que le pagaba mal a Francisco Pizarro lo mucho que había trabajado y gastado en su servicio del rey y en otras cosas muchas le amonestó suplicándole no proveyere novedad ninguna hasta ver el fin de la jornada. Y tiniendo por justas las causas que le antepuso para que no lo hiciese el maestrescuela, no proveyó nada, y entendiose en adobar el navío. Así como lo he escrito me lo afirmó este Nicolás de Ribera que hoy es vivo y está en esta tierra y tiene indios en la ciudad de Los Reyes, donde es vecino. Y creed los que esto leyéredes, que en lo que escribo, antes me dejo mucho de lo que sé que más para, que no añadir tan solo una palabra de lo que no fue; y esto los varones buenos y honrados sin lo saber lo alcanzaran y contaron en ver la humildad y llaneza de mi estilo, sin buscar escrituras ni vocablos peregrinos ni otras retóricas que contar la verdad con sinceridad; porque para mí tengo, que el -158- buen escribir ha de ser como el razonar uno con otro y como se habla y no más. Y perdonadme si en esto me he alargado porque para lo de adelante servirá ser más (¿?) reiterar cosas destas. Y con tanto volveré al propósito.

Capítulo VIII
De cómo Diego de Almagro salió de Panamá en busca de su compañero con gente y socorro, y de cómo le quebraron un ojo y cómo se junto con él.

El capitán Francisco Pizarro salió (salido) de Panamá con su gente como se ha escrito, Diego de Almagro y el padre Luque entendieron en fornecer otro navío y allegar para que el mismo Almagro saliese a los buscar en aquel socorro; y como Almagro era tan diligente y de tanto cuidado, brevemente lo puso en orden pidiendo licencia a Pedrarias salió de Panamá antes que hubiese llegado Ribera el tesorero ni se supiese cosa ninguna del suceso de Francisco Pizarro ni que había hecho Dios dél. Dicen unos que sacó Almagro desta vez sesenta y cuatro hombres, otros dicen que sesenta; poco va en esto. Embarcáronse él y ellos en el puerto y navegaron la costa arriba en busca de los cristianos, los cuales estaban en Chisime (¿Chicama?) pasando su fortuna, curándose las heridas y los sanos buscando lo que les faltaba, y murieron algunos de enfermedad y otros estaban hinchados y los caimanes comieron dellos por los ríos cuando pasaban de una parte a otra. Los mosquitos los fatigaban demasiadamente. Pues como Diego de Almagro saliese de Panamá enderezaron su derrota por la costa arriba al Poniente -159- para buscar los cristianos porque no sabían cosa cierta adonde pudiesen estar, y tomando la costa saltaron en el batel en los puertos que hallaban sin dejar ninguno, y como no topasen con ellos, anduvieron hasta que llegaron al puerto del pueblo quemado donde primero había estado Pizarro con sus compañeros en los puertos que había visto conocido estaba por las cortaduras de machete y por pedazos de alpargatas y otras cosas como habían estado en los más dellas. En este pueblo quemado determinó Almagro con cincuenta españoles descubrir al pueblo y ver lo que había. Los naturales del habíanlo fortalecido con palenques fuertemente para defenderse de los cristianos si otra vez volviesen a ellas y sabían bien donde estaba Pizarro y de la venida de Almagro, y acaudillándose todos, se juntaron con determinación de procurar la muerte a quien por los robar y echar de sus casas y cautivalles sus mujeres y hijos se la venía a dar a ellos. Almagro con los que le acompañaron vieron la fuerza del pueblo y conocieron que había gente de guerra dentro, mas no por eso pensaron de se retirar, antes determinaron de dar en el pueblo y ganar la fuerza; mas como llegaron cerca, fue tan grande la grita y estruendo que los indios hicieron, y las voces que daban, que afirman algunos y lo cuentan por muy cierto, que ciertas españoles de los que iban, que los más eran naturales de cerca de Sayago, se espantaron y amedrentaron tanto de ver las fieras cataduras de los indios y la grita que daban, questuvieron por volver las espaldas de puro temor. Almagro con los que le siguieron arremetió para los indios que ya comenzaban de le tirar dardos y tiraderas, amenazándoles de muerte porque así entraban en su tierra contra la voluntad dellos sin les deber nada. Los españoles, teniendo en poco sus amenazas y grita, dieron en ellos con el silencio que suelen tienen (sic) cuando pelean, y mataron y hirieron a muchos dellos, y tanto los apretaron, que a su pesar les ganaron el palenque, habiendo primero un indio de aquellos arrojado una vara contra Almagro y apuntó tan bien, que le acertó en un ojo que se le quebró; y aun afirman que otros de los mismos indios venían contra él y si no fuera por un esclavo negro lo mataran. No desmayó aunque salió -160- herido tan malamente ni dejó de hacer el deber hasta que los indios de todo punto huyeron; y fue por los suyos metido en una casa y echaron en una cama de ramos que le pudieron hacer muy tristes por haber acaecido tal desgracia y con toda diligencia fue curado como mejor se pudo hacer; y estuvieron en aquella tierra hasta que sanó del ojo, aunque no quedó con la vista que primero en él tenía; y como estuviese sano se embarcaron en el navío no parecían (sic). Con esta congoja navegaron hasta que llegaron al paraje del río de Sant Juan, y hallaron de la una parte y de la otra del río algunos pueblos, y les pareció ser mejor tierra que toda la que habían visto. Los indios de la costa y de aquel río como vían el navío, espantábanse; no podían presumir que fuese y24 como subieron grandes panto (sic) algunos también haba que sabían y que no se holgaban de lo ver por la noticia que tenían. Pues como Almagro hubiese llegado al río de Sant Juan sin haber topado a sus compañeros ni rastro de donde estaban ni quel navío parecía, determinó de no pasar más adelante sino dar la vuelta a Panamá, creyendo sin duda alguna que Francisco Pizarro con los que con él salieron eran todos muertos; y así lo pusieron por obra con mucha tristeza, y ambaron hasta que llegaron a las Perlas; adonde consultasen (como saltasen) en tierra supieron como Ribera había vuelto a Panamá en el navío y cómo Pizarro con sus compañeros estaba en Chicama, donde habían quedado cuando el navío partió. Recibieron con esta nueva gran alegría y tornando a navegar fueron al puerto de Chicama, donde con mucho placer se recibieron los unos de los otros, contando los de tierra los trabajos grandes que habían pasado y los muchos que se habían muerto; los del navío y por el consiguiente decían lo mucho que había que andaban buscándolos y como habían llegado hasta el río de Sant Juan. Francisco Pizarro y sus compañeros mostraron que les pesaba mucho que hobiese perdido el ojo Almagro. Como se juntaron los dos compañeros Francisco Pizarro y Diego de Almagro, trataron -161- de muchas cosas tocantes al descubrimiento. Estaban mohínos porque no salían de manglares y montañas […] (preguntándose si) todo no fuera así (sic); mas como ya habían comenzado y estuviesen adeudados no les convenía salirse afuera sino echar el resto y con ello aventurar las vidas; y acordaron que Almagro volviese a Panamá a adobar los navíos y volver con más gente para proseguir el descubrimiento; y así como lo acordaron lo pusieron por obra, sacando en tierra todo el bastimento que había en la nao.

Capítulo IX
De cómo Diego de Almagro volvió a Panamá, donde halló que Pedrarias hacía gente para Nicaragua, y lo que le sucedió así a él como al capitán Francisco Pizarro su compañero.

Como se acordase que Diego de Almagro volviese a lo que se ha contado a Panamá, Francisco Pizarro con toda la gente, entendían en lo que solían, que era andar por entre aquellos ríos y manglares, donde había poca gente, porque los indios sus pueblos tienen pasadas las sierras, dellos al Norte y los más al Poniente; y si por entre aquellos ríos había algunos indios, como tenían noticia de los españoles está en la tierra y fuese tan grande y montañosa, desviábanse de no caer en sus manos, metiéndose en la espesura de los montes; más todavía se tomaban algunos de aquellos, hombres y mujeres de quien sabían por donde andaban, y como aquella costa es tan enferma y los trabajos fuesen grandes, cada día se les iban muriendo españoles y otros se hinchaban como odres. Tenían con los mosquitos su continuo tormento -162- y a algunos se les llagaban las piernas, y todos andaban mojados pasando ríos y ciénagas y recibiendo en si los grandes y pesados aguaceros. Con esta vida tan triste pasaban su tiempo congojándose muchos parque tan livianamente se habían movido a pasar tanto trabajo, y miseria. Pizarro siempre les puso ánimo con palabras de buen corazón y muy alegres, amonestándoles que sufriesen con paciencia aquellas cosas, porque nunca bien y gran provecho se alcanzaban livianamente y con facilidad, diciéndoles más, que como Almagro volviese con el socorro, irían todos juntos por mar a descubrir. Desta manera pasaban sus vidas con esperanza de lo que pensaban hallar y con la mala vida presente. Pues como Diego de Almagro se partió de Francisco Pizarro, volvió a Panamá, donde supo que Pedrarias, por ciertos movimientos que había hecho en la provincia de Nicaragua su capitán Francisco Hernández (de Córdoba) con gran saña que dél tenía, juntaba gente para le castigar; y como desembarcó se fue luego a le hablar y a dar cuenta adonde quedaba Francisco Pizarro y de lo mucho que habían trabajado por entre aquellos ríos y manglares por donde andaban, aunque todo lo querían pasar en la esperanza que tenían de que presto habían de dar en tierra de mucha gente y riqueza, y quel volvía a llevar de nuevo socorro y gente. El Gobernador dicen que oyó secamente lo que le contaba Almagro y que se conoció tener voluntad para no dar lugar a que más gente no saliese de Panamá; y Almagro que lo entendió, le tornó a hablar sobre el fin que había sido su venida, y como no le diese licencia para hacer gente, le hizo sobre ello algunos requerimientos y protestaciones; lo cual aprovechó, porque Pedrarias no estorbó lo que había dicho no querer, y Almagro y su compañero el padre Luque se dieron priesa a aderezar los navíos y hacer gente llamando todos a la tierra del Perú, por lo que se ha dicho en lo de atrás; y dicen algunos de los de aquel tiempo, que desta vez Pedrarias quería enviar acompañado a Francisco Pizarro y nombrar otro capitán para que juntamente con él hiciese el descubrimiento; y que como lo entendiese Almagro y el padre Luque procurar (sic) y estorbar -163- y lo acabaron con que se le diese a Diego de Almagro poder de capitán y provisión y que entrambos lo fuesen suyos. Otros dicen que no quería Pedrarias dar tal capitán y que Almagro tuvo sus inteligencias viendo que se había de ir a Nicaragua que hobo provisión de capitán. En esto no puedo afirmar cual dello ser lo cierto: sé que por mandar el padre niega al hijo y el hijo al padre. Desta vuelta de Diego de Almagro a Panamá volvió con título de capitán adonde quedó su compañero llevando dos navíos y dos canoas con gente y lo demás perteneciente para la jornada, y el piloto Bartolomé Ruiz que mucho había servido y sirvió fue con él; y con esta gente y navíos y canoas volvió Almagro en busca de Pizarro, adonde, cuando se vieron, se cuenta por cierto que Pizarro sintió notablemente haber Almagro procurado la provisión de capitán, creyendo que del había salido y no de Pedrarias; mas como no era tiempo de fingir enemistades, disimuló el enojo, aunque no lo olvidó; y fue leída públicamente la provisión dicha del capitán Diego de Almagro que también (¿tan bien?) se había justificado con su compañero y podía tener razón que porque a extraño no se diese tal cargo lo había tomado, pues si otra cosa fuera era grande afrenta dellos mismos; y quel no quería salir de lo que por él fuera mandado y ordenado. Y como se vieran con mucha gente y algunos caballeros (¿caballos?) determinaron salir a descubrir por mar, pues por la tierra, especialmente en lo estaba (sic) era tan trabajoso, así por el espesura de los manglares, como por los muchos ríos que había llenos de lagartos tan fieros y mosquitos que tanto les atormentaban; y con este acuerdo todos (en) los navíos se fueron a embarcar.

-164-
Capítulo X
De cómo Pizarro y Almagro anduvieron hasta el río de Sant Juan adonde se acordó que el piloto Bartolomé Ruiz fuese descubriendo la costa al Poniente y Almagro volviese por más gente.

Habiendo ido a embarcar a los navíos los cristianos españoles con sus capitanes, para salir a descubrir la costa adelante, alzaron las áncoras y tendidas las velas partieron de allí y anduvieron hasta que llegaron a un río que llamaron de Cartagena, cercano al río de Sant Juan, y dicen que saltaron en tierra algunos españoles con sus rodelas y espadas en las canoas que llevaban, y que, dando de súpito en un pueblo de indios que estaba a la orilla del río de Sant Juan, tomaron cantidad de quince mil castellanos, poco más o menos, y hallaron bastimentos y prendiéronse algunos cautivos, con que dieron vuelta a las naves muy alegres y contentos en ver que comenzaban a dar en tierra rica de oro y con mantenimientos; más todavía les daba pena en ver que la tierra era en una manera, llena de ríos y ciénagas con mosquitos, y que las montañas eran tan grandes y espantosas, que parecía que en algunas partes se escondían sus ramas entre las nubes, según eran altas; y determinaron de saltar en tierra y ver lo que había en ella y si hallaban más oro, ques la pretensión de los que de España venimos a estas Indias, habiéndose de anteponer todo por dar a estas gentes noticia de nuestra sagrada religión. Con las canoas tomaron tierra los de los navíos, los indios daban a entender ser aquella comarca montañosa, como verán, más que bien adelante había otra tierra y otra gente. Quisieron andar para ver si podían la tierra adentro ver campaña, que era lo que deseaban, mas los ríos que hay son tantos, que no basta ni se puede andar si no es por agua, y así lo acostumbran los naturales en canoas. Andan todos desnudos y moran en caneis grandes de sesenta e setenta, más o menos con sus mujeres y -165- hijos, y estos están desviadas unos de otros. Alcanzan en muchas partes cantidad de oro fino y bajo. Escrito he más largo sobre esto en mi parte primera. Pues como viesen que no había remedio para descubrir la tierra adentro por los muchos ríos, como sobre ello hubiesen tenido su acuerdo, determinaron que los españoles con el capitán Francisco Pizarro quedasen en ella, pues había mucho maíz y raíces que comer y tenían las canoas para andar de una parte a otra, y que Diego de Almagro con aquel oro que se había hallado diese la vuelta a Panamá a recoger más gente, y el piloto Bartolomé Ruiz navegase la costa arriba todo lo que pudiese para ver qué tierra se descubría; y así se hizo, partiéndose Almagro a Panamá y Bartolomé Ruiz a descubrir la costa. Los que quedaron con Pizarro andaban entre aquellos ríos bien mojados del agua que contino llueve y de los ríos; no hallaban sino caneis de los dichos, maíz no les faltaba y había batatas y palmitos que era medio mal; pero los mosquitos no los dejaban, y como siempre había enfermos moríanse algunos. El capitán puso tanto en este descubrimiento, que por parecerme no bastar en lo encarecer ni tener en mi escribir aquella audacia que requería temblándome la mano cuando aquí llegué considerándolo pasar adelante dejándolo para que a mí compete (sic); aunque no dejaré de decir que solos españoles pudieron pasar lo que estos pasaron. El piloto Bartolomé Ruiz descubriendo por la costa navegó hasta llegar a la Isla del Gallo, la cual dicen que halló poblada y aun los indios a punto de guerra, por el aviso que fue de unos a otros de cómo andaban los españoles por sus tierras de donde pasó y anduvo hasta que descubrió la bahía que llamaron de Sant Mateo y vido en el río un pueblo grande lleno de gente, que espantados de ver la nao la estaban mirando creyendo que era cosa caída del cielo sin poder atinar qué fuese. La nao prosiguió su viaje y descubrió hasta lo que llaman Coaque, y andando más adelante por la derrota del Poniente, reconocieron en alta mar venía una vela latina tan gran bulto, que creyeron ser carabela, cosa que tuvieron por muy extraña, y como no parase el navío se conoció ser balsa, y arribando -166- sobrella la tomaron; y venían dentro cinco indios y dos muchachos y tres mujeres, los cuales quedaron presos en la nave; y preguntábanles por señas de donde (sic) y adelante qué tierra había; y con las mismas señas respondían ser naturales de Túmbez, como era la verdad. Mostraron lana hilada y por hilar que era de las ovejas, las cuales señalaban del arte que son, y decían que había tantas que cobrían los campos. Nombraban muchas veces a Guaynacapa y al Cuzco, donde había mucho oro y plata. Destas cosas y de las otras decían tantas, que los cristianos que iban en el navío los tenían por burla, porque siempre mienten en muchas cosas destas que cuentan los indios; mas estos en todo decían verdad. Bartolomé Ruiz, el piloto, les hizo buen tratamiento holgándose por llevar tal gente de buena razón y que andaban vestidos, para que Pizarro tomase lengua. Y andando más adelante descubrió hasta punto de pasar (punta de Poseso o Paseau), de donde determinó de dar la vuelta a donde el capitán había quedado; y llegando, saltó en tierra con los indios. El capitán lo recibió bien holgándose con las nuevas que traía de lo que había descubierto. Los indios estaban firmes en lo que habían contado; fue alegría para los españoles que con Pizarro estaban verlos y oírlos.

Capítulo XI
Cómo saliendo en las canoas españolas por bastimentos, fueron muertos todos los españoles que iban en la una canoa con su capitán Varelor (Vareza) por los indios.

En el entretanto que Diego de Almagro había vuelto a Panamá por gente y socorro para proseguir el descubrimiento, -167- habían determinado el capitán y sus compañeros de andar por entre aquellos ríos. Comieron hartos dellos lagartos. Los enfermos vivían muriendo. Los que estaban sanos aborrían la vida, deseaban la muerte por no verse como se veían. El capitán esforzábalos diciendo que, venido Almagro, irían todos a la tierra que los indios que se prendieron en las balsas decían que (sobre este que); no querían oírlo ni creer a los indios cuando consideraban estas cosas; y como faltase mantenimiento fue necesario salirlo a buscar, pues no tenían que comer. Y en las canoas fueron los que señalaron, nombrando entrellos a uno por caudillo; los demás con el capitán se quedaron en la ranchería que tenían hecha. Los indios de aquellos ríos tenían por pesado estar los españoles en su tierra; juntáronse muchas veces para tratar de los matar; no osaban a los público dar en ellos porque los temían y habían miedo a las ballestas y espadas; más pensaron que cuando saliesen en sus canoas, como salían, por los ríos, de hacer algún gran hecho y matar a los que más pudiesen. Pues como saliesen las canoas, una de ellas donde iban catorce cristianos españoles con su caudillo, que había por nombre Varela, se adelantó de las otras por un caudilloso (sic) río por donde subían a buscar mantenimiento, más de una legua y era todo manglares y espesura, con grandes senagares de la contina agua. Y en aquella tierra andan los ríos como las mares de la mar austral, que es diferente del Océano, cada día menguaban y crecían; y como fuese bajamar, menguó tanto el río, que la canoa quedó en seco. Los indios viéronlas venir y como se había de las otras canoas adelantado la questaba en seco, y muy alegres, y bien almagrados y enjaezados, abajaron más de treinta canoas pequeñas el río abajo para matar los questaban en la grande. Los cristianos vieron los venir mas no tenían remedio para pelear ni para saltar en tierra, y encomendándose a Dios esperaron a ver en que paraba. Los indios con la grita y alarido quellos suelen dar, se juntaron con ellos y los cercaron por todas partes y les tiraban flechas las que podían, y como el tiro era cierto y no estaba lejos, acertaban donde apuntaban. La fortuna -168- de los españoles fue infelice, porque por una parte se veían cercados de los indios; la tierra estaba lejos el agua para que la canoa pudiera andar; las otras canoas también estaban en seco, y no pudiendo resistir a los tiros de los indios, fueron todos muertos; y con placer grande que los indios tenían los desnudaron hasta los dejar en carnes; y como ya el agua creciese pudieron las otras canoas subir el río arriba y conocer el daño que los indios habían hecho, de que recibieron mucha pena; y no apartándose unos de otros, en las canoas apesar de los indios, tomaron el bastimento que quisieron en los pueblos que toparon y con ello y con la canoa en que habían muerto a los cristianos, que por ser grande los indios no la pudieron llevar, volvieron adonde habían dejado el capitán, y como entendió la desgracia sucedida le pesó mucho.

Capítulo XII
Cómo Pedro de los Ríos vino por gobernador a Tierra Firme y de lo que hizo Almagro en Panamá hasta que volvió con gente.

Pedrarias Dávila había ido a Nicaragua adonde cortó la cabeza al capitán Francisco Hernández; según que tiene escrito el cronista Hernando (sic) de Oviedo, y d’España había enviado por su gobernador el Emperador a un caballero de Córdoba llamado Pedro de los Ríos, y llegó a Panamá andando Almagro descubriendo con Pizarro, su compañero; y fue admitido por los cabildos al cargo, y tenido por gobernador por los questaban en la provincia. Y esto entendido digo que volviendo a nuestra materia ya conté cómo Diego de Almagro, dejando en -169- el río de Sant Juan al capitán Pizarro con los españoles dio la vuelta a Panamá, y llegando a la isla de Taboga, supo estar Pedro de los Ríos por gobernador de la ciudad. Pesole, creyendo que sería estorbo para sacar gente de la tierra. No quiso entrar en el puerto hasta saber del padre Luque su compañero, lo que sobre aquello le parecía, y envió con prisa su mensajero, escribiendo con él a Luque, su compañero, su venida y a qué era, y el oro que traía y adonde dejaba a los españoles, y otras cosas. A Pedro de los Ríos escribió otra carta casi diciendo lo mismo, yendo con la de su compañero el maestrescuela, para que le dijese si conviniese o la rompiese si había de dañar. Mas como el clérigo Luque vio las cartas, habló con Pedro de los Ríos dándole la carta que Almagro le enviaba. Respondió que le pesaba el saber que tantos españoles se hobiesen muerto con aquella conquista. Prometió de dar el favor que pudiese, siendo servido Dios y del Rey. Mandó que luego viniesen a Panamá Diego de Almagro; a quien fue aviso de lo dicho y con su navío entró en el puerta de aquella ciudad, diciendo todos que venían del Perú. El Gobernador salió con algunos caballeros a le recibir hasta la marina, y por extenso le contó Almagro todo lo que había pasado y la esperanza que se tenía de que se había de descubrir tierra rica y muy poblada. Como esto entendió Pedro de los Ríos, confirmó los cargos que de mano de Pedrarias tenían Pizarro y Almagro; mandó darles provisiones dello, y permitió que se hiciese gente; y juntó Diego de Almagro con gran dificultad y trabajo hasta cuarenta españoles de los que habían venido de (sic) Panamá, porque en aquel tiempo no venían tantos como en este. Con esta gente y con seis caballos y el refresco que pudo haber de carnaje y alpargatas y camisas, bonetes, cosas de botica y más que convenían para los que estaban desproveídos tornó a salir de Panamá. En el inter questo pasaba, Francisco Pizarro y sus compañeros andaban como solían por entre aquellos ríos y manglares, comiéndose de mosquitos, pasando intolerables trabajos y desaventuras, y andaban aborrido de andar por aquel infierno; quisieran todos volverse a Panamá; como aún -170- el temor y vergüenza hubiesen consigo no osaban hacerlo contra la voluntad de su capitán; mas en tierra pobre no hay deslealtad, y adonde hay riqueza, la misma riqueza repuna contra la virtud, tanto que todo se rinde a la avaricia; y por haber dineros se meten muertos (se cometen muertes) y hacen robos y lo que habéis visto que ha pasado en estos años en este reino. Cuando estaban en corrillos los españoles, decían que los tenía Pizarro por fuerza; no lo inoraba él, mas disimulaba, porque tenían razón, y al hambriento no se puede remediar sino con hartallo. Aguardaba a su compañero con gran deseo de verlo. No se tardó muchos días cuando vieron el navío y salieron en tierra los que en él venían, espantándose los de la mar de ver a las de la tierra tan amarillos y flacos.

Capítulo XIII
De cómo los capitanes con los españoles se embarcaron y anduvieron hasta Tacamez y lo que les sucedió.

Habiendo Diego de Almagro juntádose con el capitán Francisco Pizarro, como se ha escrito en el capítulo pasado, determinaron de se embarcar todos los que habían venido y de antes estaban y procuraban de saber la tierra que decían los indios que Bartolomé Ruiz tomó en la balsa, a quien procuraban con diligencia mostrar la lengua nuestra, para que supiesen responder a lo que les preguntasen y fuesen intérpretes. Como se embarcaron, anduvieron hasta llegar a la Isla del Gallo adonde estuvieron quince días reformándose del trabajo pasado. Salieron luego, pasada este término, con los navíos y canoas -171- luengo de costa, y por un gran río que entraba en la mar, quiso Pizarro, que dentro de una canoa iba, a entrar (sic) para descubrir lo que había; más la canoa zozobró en una barra que estaba entre la mar y el río; la otra no corrió tanto riesgo, el capitán estaba en ella y veía andar a nado a los españoles de lo (la) que se había perdido, y con gran priesa llegó a la canoa para los recoger, y los tomaron todos sino fueron cinco que se ahogaron; y salieron de aquel lugar tan peligroso, se recogeron a los navíos y fueron hasta la bahía de Sant Mateo, donde saltaron todos en tierra y sacaron los caballos, y fueron la vuelta de Tacamez con ellos, porque antes por ser la tierra llena de manglares y de ríos, no habían sido menester. Deseaban mucho topar con algún hambre o mujer de aquella comarca, para tomar lengua de lo que habían (sic). Las de a caballo reconocieron buen trecho de allí questaba un indio ganoso (sic) de lo tomar pusieron las piernas para lo asir, mas como sintió la burla, espantado de los caballos, puso pies en huida con tanta ligereza, que los que le iban siguiendo se espantaron, y con temor de no quedar cautivo en poder de los españoles, cuya fama se extendía que de su crueldad, y con gana de no perder su naturaleza, corrió con tan gran denuedo, que me afirmó uno de los de a caballo, que el llegar suyo y el caer del indio en el suelo y salírsele el ánima perdiendo el aliento y vigor, fue todo uno. No dejaron de caminar los españoles pasando más trabajo que antes por los muchos mosquitos que había que eran tantos, que por huir de su importunidad, se metían entre la arena los hombres enterrándose hasta los ojos. Es plaga contagiosa la de los mosquitos. Moríanse cada día españoles dellas y de otras enfermedades que les recrecieron. Poco más adelante aquel lugar, tomaron tres o cuatro indios; dijeron medio por señas lo que había en aquella tierra. Prosiguiose el caminar por mar y tierra hasta llegar al pueblo de Tacamez, donde hallaron mucho maíz con otras comidas de las que usan las gentes de acá. Los naturales de la tierra sabían muy bien lo que pasaba, y como por la mar iban los navíos y por la tierra venían andando hombres blancos barbudos y que -172- traían los caballos que corrían como viento; preguntábanse unos a otros qué pretendían o qué buscaban, porque causa les robaban el oro que hallaban y les cautivaban sus mujeres, y a ellos hacían lo mismo; cobráronles gran desamor y entre muchos hicieron liga de los matar. Los españoles alegres con el mucho maíz que hallar (on) comían descansando; porque habiendo necesidad, como los hombres tengan maíz, no la sienten, pues del se hace miel tan buena como saben los que la han hecho y tan espesa como la quieren hacer, porque oy (¿yo?) habré hecho alguna en esta vida, y tienen pan y vino y vinagre, de manera con esto y con yerbas, que siempre las hay, no faltando sal, los que andan en descubrimiento llamábanse de buena dicha. Algunos de los indios habíanse puesto a vista con temor, porque su ánimo es poco; más deseaban (claro) para hacer algún daño a su salvo. Los españoles salieron parte dellos con rodelas y espadas, sin llevar más que dos caballos y fueron para los indios, más no osaron aguardar; por presto que se echaron a la mar se untaron las lanzas en la sangre de algunos dellos. Temerosos de tal gente no quisieron ponerse a la burla pasada. Estos, digo porque otros se acaudillaban para venir sobre los cristianos, que más de ocho días estuvieron allí; e un día oyeron soltar de los navíos un tiro, creyendo que venían sobrellos gran golpe de indios. Quiso el capitán revolver a la bahía, mas como lo comunicase con Almagro, no se supo en efecto, porque mandó algunos españoles que tomasen un cerrillo que acerca de allí estaba, para atalayar lo que hobiere, y era todo quince o veinte raposas grandes desde lejos como las veían, creían que eran indios. Yendo a reconocerlo que era uno de a caballo, lo entendió y avisó dello. E como hobiesen salidos todos del real, tenían (¿sed?) porque no había por allí ningún río ni xagüey de los muchos que en otras partes había sobradas, y por remediar la necesidad, mandó Pizarro que fuesen los questaban a caballo y que trujesen todos los cabacos (calabazos) que hubiese llenos de agua. De los naturales se habían juntado poco más de doscientos para dar guerra a los españoles, porque sin razón ni justicia andaban -173- por su tierra contra la voluntad dellos. Los que iban en los caballos, a la vuelta que volvían a la bahía, los vieron e determinaron dar en ellos; los indios los aguardaron por su mal, porque quedaron en el campo muertos ocho y cautivas tres; los demás huyeron espantados de las caballos. Los españoles fueron con el agua adonde los aguardaban sus compañeros bien fatigados de la sed, y todos fueron a la bahía donde hallaron bastimento y estuvieron nueve días; en los cuales platicaron mucho sobre rehacerse y juntar más gente para venir de propósito al descubrimiento de lo de adelante. Almagro lo contradecía diciendo que no se entendían en decir que sería acertado volver a Panamá, pues yendo pobres iban a pedir de comer por amor de Dios y a morar en las cárceles los questuviesen con deudas y que era harto mejor quedar donde hubiese bastimento y con los navíos ir por socorro a Panamá, que no desamparar la tierra. Dicen algunos que Pizarro estaba tan congojado con las trabajos que había pasado tan grandes en el descubrimiento que deseó entonces lo que jamás del se conoció que fue volverse a Panamá y que dijo a Diego de Almagro que como el andaba en los navíos yendo y viniendo sin tener falta de mantenimientos ni pasar por los excesivos trabajos que ellos habían pasado era de contraria/opinión para que no volviesen a Panamá y que Almagro respondió que/el quedaría con la gente de buena gana y que fuese/él a Panamá por el socorro y que sobresto hobieron palabras mayores tanto quel amistad y hermandad se volvió en rencor y que echaran mano a las espadas y rodelas con voluntad de se ir (sic) mas poniéndose/en medio el piloto Bartolomé (sic) Ruiz y Nicolás de Ribera y otros los apartaron y entreviniendo entrellos los tornaron a conformar y se abrazaron/olvidando la pasión dijo el capitán Pizarro que quedaría con la gente/en donde fuese mejor y que Almagro volviese a Panamá por socorro esto pasado salieron dallí y pasaron el río de la baya para ver unos pueblos que se parecían si era conveniente quedar en ellos/o buscar/otro lugar.

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Capítulo XIV
Cómo los españoles querían todos volverse a Panamá y cómo no pudieron, y Diego de Almagro se partió con los navíos quedando Pizarro en la Isla del Gallo, y de la copla que enviaron al gobernador Pedro de los Ríos.

Pasado el río los españoles no les contentó la tierra que vieron porque era muy cerrada de montaña y muy lluviosa y los ríos llenos de caneies de indios que bastaban a matar los que quedasen. Esto fue causa que la costa amba anduvieron hasta llegar a Tempulla, que llamaron Santiago, donde estaba un río caudaloso. Estuvieron por allí ocho o diez días; tuvieron temor a los indios y salieron con priesa daquella tierra. Todos los más hablaban mal de Pizarro y Almagro; decían que los tenían cautivos sin los querer dar licencia para salir dentre aquellos manglares; quisieron irse todos. Los capitanes con buenas palabras los divertían (desvelaban en el original) de aquello esforzándose los (claro) de lo de adelante; mas tenían sus pláticas por pesadas que por alegres. Con estas cosas volvieron a la bahía de Sant Mateo, donde tornaron a tratar en qué lugar sería seguro quedar entretanto que Almagro fuese a Panamá, y viniese a los buscar. Después de muchas consideraciones se acordó quel capitán Pizarro quedase en la Isla del Gallo hasta que el socorro viniese. Los españoles tornaron los más dellos a intentar que sería bueno volverse todos y no morir miserablemente adonde aun no tenían lugar sagrado para tener sepultura; y no más fuera parte sus importunidades, porque Dios permitió que de aquella vez se descubriese la grandeza del Perú. Almagro se aparejó para se ir, llevando grande aviso de recoger las cosas (¿cartas?) que fuesen, porque sabían que iban llenos (sic) de quejas de su compañero y del, porque perseveraban en el descubrimiento, y se embarcó en él un navío y se partió; en el otro lleva ron la gente a la isla -175- del Gallo, donde se habían de quedar todos eran ochenta y tantos españoles, porque ya se habían muerto las demás. Y a cabo de un mes que había que estaban en la Isla del Gallo, el capitán Pizarro determinó el otro navío fuese a Panamá, yendo en él veedor Carvayuelo, para que se adobase y viniese con el que llevó Almagro. Y como los españoles anduviesen de tan mala gana, afirman quescribieron algunos dellos cartas al gobernador Pedro de los Ríos, suplicándole que les quisiese libertar de la cautividad en que andaban, no embargante que Francisco Pizarro procuraba que no fuesen las cartas fueron algunas; y dicen que habiendo doña Catalina de Sayavedra, mujer del gobernador, enviado a pedir algunos ovillos de algodón hilado, porque le informaron que había en aquellas tierras mucho, que un español envió dentro de un ovillo una copla que decía:

A Señor Gobernador miradlo bien por entero
allá va el recogedor y acá queda el carnicero.

Aunque bien cuentan algunos que esta copla fue en el navío donde iba Almagro, entre otras que fueron para el Gobernador. También fue en el navío de Almagro un español llamado Lobato enviado de la gente para que procurase como fuesen puestos en libertad para salir dentre aquellos manglares; y este pudo salir para (¿por?) ser amigo de Almagro, que de otra manera no fuera. Partidos los navíos, como se ha dicho, y quedando en la Isla del Gallo Francisco Pizarro con los españoles, los indios isleños no quisieron tales vecinos y tuvieron por mejor dejalles sus casas y tierra que no estar entrellos, y pasáronse a la tierra firme, querellándose de aquellos advenedizos; lo cual decía por los españoles. Bastimento no había mucho en la isla; agua había tanta délos cielos que ordinariamente llovía lo más del tiempo, con andar la espesura de los nublados entre las nubes y la región del aire, el sol daba poca claridad y no veían el cielo aquella serenidad con que los hombres se conortan (confortan) y alegran sino oscuridad y ruido de truenos -176- con gran resplandor de relámpagos. Los mosquitos creanse abundantemente con estas cosas (¿en esas costas?) y como los naturales faltasen, cargaban todos sobre los tristes hombres que solos en la isla habían quedado; y muchos andaban medio desnudos y sin tener con que se cobrir y como anduviesen mojados y por entre aquellas montañas y malos caminos, murieron parte dellos: porque sin todas estas penalidades morían ya de hambre y casi no hallaban que comer. Y con razón se dijo por algunos la muerte ser fin de los males; cierta en algunos tiempos he pasado yo tal vida en semejantes descubrimientos, que la he deseado; y lo (¿la?) que estos pasaban considerarla (han) los leyentes, aunque uno es sentir y otro es decir. Visto por Francisco Pizarro la necesidad que tenían de comida, platicó con sus compañeros sobre que sería acertado hacer un barco para pasar a buscar maíz a la tierra firme. Como a todos conviniese luego se puso por obra, y aunque se pasó trabajo grande en lo hacer, se acabó, y pasaron algunos españoles a la Tierra Firme y volvieron con el cargado de maíz con que todos se sostuvieron algunos días.

Capítulo XV
De cómo llegado Diego de Almagro a Panamá el gobernador Pedro de los Ríos, pesándole de la muerte de tanta gente no le consintió que sacase más, y como envió a Juan Tufín (sic por Tafur) y que (¿a?) que pusiese en libertad a los españoles y lo que hizo Pizarro con las (¿?) que sus compañeros le enviaron.

Diego de Almagro, como salió en el navío, como se ha dicho, prosiguió su viaje a Panamá, donde llegó brevemente -177- y entendido por el gobernador Pedro de los Ríos a lo que venía no le agradó antes mostró sentimiento porque se hobieron muerto tantos españoles en aquella tierra sin hacer fruto los trabajos que habían pasado y pasaban, y determinadamente dijo que había de buscar remedio para evitar quel daño no fuese adelante. Diego de Almagro le ponía por delante lo que habían gastado y lo que debían y como tenían gran noticia de lo de adelante. Réyese de su dicho él y todos diciendo que en la tierra de Peruquete, ¿qué podía haber sino buenos ríos y hartos manglares? El maestrescuela don Hernando de Luque, procuraba con todas sus fuerzas con Pedro de los Ríos para que no estorbase el descubrimiento que hacía Pizarro. No bastó él ni Almagro, porque Pedro de los Ríos quería enviar por los españoles, puesto que acabaron con él con gran dificultad que si veinte españoles de su voluntad de los que estaban en la conquista quisiesen seguir a Francisco Pizarro, que daba licencia que con un navío pudiesen describir por la misma costa lo de adelante, con tanto que dentro de seis meses estuviesen en Panamá, y si no llegasen a veinte y subiesen de diez, que daba la misma licencia. Y entendiese que hizo este Pedro de los Ríos por cumplir con Luque y con Almagro; porque fue público que habló con Juan Tafur, que fue el que llevó el mandamiento, para que procurase que no quedase cristiano ninguno en aquellas montañas. Como esto se proveyó, recibieron grande pena Almagro y el padre Luque, ponderando desde el principio el negocio, cuanto habían trabajado y gastado, lo mucho que debían y lo poco que tenían para lo pagar. Determinaron de escribir a Pizarro para que no volviere a Panamá aunque supiere morir, pues si no se descubría algo que fuese bueno, para siempre quedarían perdidos y afrentados. Juan Tafur con los navíos se partió y anduvo hasta que llegó a la Isla del Gallo, a tiempo que habían traído e n el barco una barca de maíz.

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Revista Mensual de Ciencias Sociales y Letras

Director: Víctor Andrés Belaunde

Año XXI, Volumen XXVII – Número 233

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Capítulo XVI
Cómo llegó Juan Tafur adonde estaban los cristianos, y cómo fueron puestos en libertad quiriendo todos si no fueron trece (E) volviéronse y estos y Pizarro se quedaron.

Llegado a la Isla del Gallo Juan Tafur con los navíos, como los españoles questaban con el capitán Francisco Pizarro entendieron a qué era su venida, lloraban de alegría. Parecíales que salían de otro cautiverio peor aquel de éxito. Echaban muchas bendiciones al Gobernador que tan bien lo miró. Presentó el mandamiento y fue obedecido, no dejando Francisco Pizarro de tener congoja grande, viendo por una parte como todos se querían ir, y mirando lo que sus compañeros le escribían, determinó de perseverar en su demanda, confiando en Dios que le daría aliento y aparejo para ello, y con semblante reposado dijo a sus compañeros cómo por virtud del mandamiento que había venido de Panamá podían volverse y era en su mano, y que si él no había consentido que dejasen la tierra, era porque, descubriendo alguna buena se remediasen, porque ir pobres a Panamá lo tenían (¿o tenía?) por más trabajo que no morir, pues iban a dar importunidad; y díjoles más que se holgaba de una cosa, que si habían pasado trabajo y hambres que (¿no?) se había él eximado de no pasarlos, sino hallarse en la delantera, como todos habían visto; por tanto que les rogaba lo mirasen y considerasen lo uno y lo otro y que les siguiesen para descubrir por camino de mar lo que hobiese pues los indios que tomó Bartolomé Ruiz decían tantas maravillas de la tierra de adelante. Aunque el capitán dijo estas palabras y otras a sus compañeros, no le quisieron oír, antes dieron prisa a Juan Tafur para que se volviese a Panamá y los sacase de entre aquellos montes, sino fueron trece, que de compasión que le tuvieron y por no querer volver a Panamá -182- , dijeron que le tendrían compañía para vivir o morir con él. Y porque permitiéndolo Dios, Francisco Pizarro con estos trece descubrió el Perú, como se dirá adelante, los nombraré a todos; y digo llamarse Cristóbal de Peralta, Nicolás de Ribera, Pedro de Candía, Domingo de Soria, Lucian (Soraluce), Francisco de Cuellar, Alonso de Molina, Pedro Falcon, García de Xérez, Antón de Carrión, Alonso Briceño, Martín de Páez, Juan de la Torre. Estos con toda la voluntad se ofrecieron de quedar con Pizarro, de que no poco se alegró, dando gracias a Dios por ello, pues había sido servido de ponelles en corazón la quedada. Y habló con Juan Tafur para que le diese uno de los navíos como el Gobernador mandaba, para los que le querían, seguir a descubrir lo de adelante. No quiso dar el navío Tafur, que fue otro dolor para el congojado Pizarro; ni bastó requerírselo ni protestárselo ni rogárselo ni aun partidos y promesas grandes que le hizo para que dejase uno de los navíos y como esto vio muy atribulado le dijo que se fuese con Dios, quel se quedaría con aquellos poquitos allí, hasta que de Panamá le enviasen navío. Tafur, no creyendo que quisiesen quedar entre indios tan pocos hombres, pues eran más temeridad que esfuerzo; le respondió que fuese en buen hora. Esto pasado, el capitán habló con los que habían de quedar con él para se determinar en qué lugar podrían quedar seguramente sin temor de los indios hasta que de Panamá les enviasen navío; y entrellos platicando (platicado) y bien pensando (pensado) acordaron de quedar en la isla de la Gorgona, aunque era mala tierra, porque no había gente y tenían agua y podrían con el maíz que tenían pasarse algunos días en ella. Y escribió a sus compañeros de la manera que quedaba y cuando convenía que con brevedad le enviasen navío para descubrir la tierra que decían los indios que se tomaron en la balsa. También escribió al Gobernador mostrando sentimiento por lo que había proveído; y metiéndose en los navíos Pizarro se quedó en la Gorgona con los ya nombrados e algunos indios e indias. Juan Tafur lo hizo tan mal, que dicen que aun no daba lugar para que sacasen el maíz que les había -183- de quedar, y que lo echaron en la marina con la prisa que daba, donde se perdió mucho dello; y se quería llevar los indios de Túmbez que tenía Pizarro para lenguas; mas, al fin los dio yendo Ribera por ellos al navío donde se estaban; y Juan Tafur con los españoles dio la vuelta a Panamá, habiéndole primero rogado Francisco Pizarro al piloto Bartolomé Ruiz, que volviese en el navío que había de venir, y quedó en la Gorgona con sus trece compañeros.

Capítulo XVII
Cómo el capitán Francisco Pizarro quedó en la isla desierta y de lo mucho que pasó él y sus compañeros y de la llegada de los navíos a Panamá.

Los que hobieren visto la isla de la Gorgona no se espantarán de ver cuanto encarezco lo que en ella pasaron los españoles y como no digo nada de su espesura tan cerrada y los cielos abiertos para echar agua encima della. En el mar Océano, entre las Indias, y la tercera estaba una isla a que llaman la Bermuda. Es mentada, porque en su paraje a la continua pasan tormenta los navegantes huyen della como de pestilencia. En la Mar del Sur la Gorgona tiene el sonido de no ser tierra ni isla sino aparencia del infierno. Y quiso Pizarro quedar en el lugar que conocía ser tan malo, por tenerlo por más seguro que la Isla del Gallo ni la tierra firme. Y fueron los trabajos que pasaron en ella en extremo grado grandes, porquel llover, tronar, relampaguear es contino; el sol dejase pocas veces ver, tanto que por -184- maravilla los nublados descubren para que las estrellas se vean en el cielo. Mosquitos hay los que bastaran a dar guerra a toda la gente del Turco. Gente no hay ninguno, ni fuera razón que poblar(a) en tierra tan mala. Montaña es mucha la que hay y tan espesa como espantosa. Lo que tiene de contorno esta isla en los grados questá, escrito lo tengo en mi primera parte. Los españoles sin perder la virtud de su esfuerzo, hicieron como mejor pudieron ranchos que llamamos «acá a» las chozas para guarecerse de las aguas; y de una ceiba hicieron una canoa pequeña, en la cual entraba el capitán con uno de los compañeros y tomaban peces con que algunos días comían todos. Otras veces salía con su ballesta y mataba de los que llamamos guadaquinajes, que son mayores que liebres y de tan buena carne; y dicen que hobo día quel solo con su ballesta mató diez destas. De manera questuvieron con gran paciencia entendían en no parar por buscar de comer para sus compañeros. Y tal fue su diligencia, que con la ballesta y canoa bastó a lo hacer sin mostrar sentimiento del agua ni de nunca enjugarse ni dejar de oír el continuo ruido de los mosquitos; questuvieron enfermos en esta isla Martín de Trujillo y Peralta, remediaron harto los guadatinajes para que comiesen. Hallaron en aquella isla una fruta que tenía el parecer casi a castaña, tan provechosa para purgar que no es menester otro ruibarbo, ni más que una dellas. Uno de los españoles comió dos y quedó, tan purgado, que aína se quedara bulrrado (sic). Vieron otra fruta montesina como ubillos; desta comían y era sabrosa. Entre las rocas y concavidades de las peñas questaban en la costa de la mar de la isla, tomaban pescado, e de día y de noche toparon culebras mostruos (sic) de grandes, mas no hacía daño ninguno. Monos los hay grandísimos, y gaticos pintados, con otras salvajinas extrañas muy de ver. De las sierras que hay en la isla abajan ríos que nacen en ella, de agua muy buena en todos los meses del año en la creciente de la luna, se ve que viene a esta isla por algunos cabos della, siendo ya pasado el día al poner del sol, enfinidad del -185- pece que llamamos aguja, a desovar en tierra. Los españoles alegres, aguardábanlos con palos y mataban los que querían; y pescaban muchos pargos y tiburones; y otras maricinas (sic) hallaban, y que fue Dios servido que, bastó a los sustentar con el maíz que les había quedado; de manera que nunca les faltó que comer. Todas las mañanas daban gracias a Dios y a las noches lo mismo, diciendo la salve y otras oraciones, como cristianos, y que Dios quiso guardar de tantos peligros. Por las horas sabían las fiestas, y teníanse (sic) cuenta en los viernes y domingos. Y con tanto los dejaré pasar esta vida hasta que el navío vuelva por ellos; y diré como llego Juan Tafur con los otros cristianos a Tierra Firme, que llamaban Castilla del Oro.

Capítulo XVIII
De cómo Jafur (sic por Juan Tafur) llegó a Panamá y cómo volvió un navío a la Gorgona al capitán Francisco Pizarro.

Habiendo dejado en la isla a Francisco Pizarro, Juan Tafur con los cristianos questaban embarcados en los navíos anduvieron hasta llegar a Panamá donde estaba el gobernador Pedro de los Ríos; y como supo que Francisco Pizarro con tan pocos españoles había quedado en la Gorgona pesole, diciendo, que, si se muriese o fuesen indios a lo matar, que sobrellos cargase la culpa, pues no habían querido venir en los navíos con Juan Tafur. Los que habían venido contaban las lástimas de los trabajos y hambres que habían pasado y era muy gran dolor oillos. El padre Luque y Diego de Almagro leyeron -186- las cartas de su compañero Francisco Pizarro y derramaron muchas lágrimas de compasión que del tuvieron, y con voluntad de le enviar con brevedad un navío para que con él pudiese descubrir lo de adelante o volverse a Panamá, fueron al Gobernador a pedille licencia para ello, poniéndole por delante grandes causas. Respondió que no quería dar tal licencia ni consentir que fuese navío de Panamá. Almagro con requerimientos se lo protestó, afirmando se hacía sin justicia, pues habiendo trabajado y gastado tanto en aquel descubrimiento, no quería dar lugar a que fuese navío a traer los que habían quedado en la isla. Con estas cosas y otras (que) dijo Almagro conociendo el Gobernador que tenía razón, dio licencia de que fuese el navío, de que se alegraron mucho los dos compañeros; y con mucha diligencia metieron en uno de los que estaban en el puerto mucho bastimento; y como estuviese presto para el viaje, volvieron al Gobernador a decille que diese lo que mandaba, porque lo querían enviar; y dicen que le había pesado por haber dado licencia para ello, y que respondió, que él enviaría a ver el navío y a lo que lo registrasen y le avisasen si estaba para navegar; y que habló de secreto con un Juan de Castañeda, para que yendo él con un carpintero a quien llamaban Hernando, a ver la nao, dijesen que no estaba para navegar ni salir del puerto hasta que la adobasen. Más cuentan que Castañeda, habiéndose cristianamente, lo hizo mejor que Pedro de los Ríos se lo había mandado, porque si hubiese traición aprovechó y no dañó nada, antes luego el mismo Pedro de los Ríos envió a llamar a Diego de Almagro, a quien dijo que fuese el navío con la bendición de Dios en busca del capitán, con tanto que cumpliesen lo quel les daría por una instrucción firmada de su nombre, que era la instancia della, que pudiesen navegar hasta seis meses los cuales pasados, viniesen a Panamá a dar cuenta de lo que habían hecho, so algunas penas que para ello puso. Esto hecho, el maestrescuela don Hernando de Luque y Diego de Almagro escribieron al capitán cartas alegres y que bien había mostrada su gran valor, pues así había osado con tan poca gente quedar en una tierra yerma y tan mala; y que habían trabajado harto de le enviar -187- navío, porque el Gobernador lo estorbaba; por tanto, que procurase de llegar con él a la tierra de Túmbez que los indios decían, pues llevaban a Bartolomé Ruiz en el navío por piloto, que fue el mesmo que les prendió en la balsa. Como lescribieron estas cosas y otras, se partió Bartolomé Ruiz con el navío, sin llevar más gente que los marineros, y se dio a priesa navegar camino de la Gorgona.
El capitán con los españoles que habían quedado en ella pasaban sus vidas con el trabajo que en el capítulo pasado se dijo, comiendo de lo que mariscaban y pescaban, y del maíz que les había quedado; estando aguardando el navío como si fuera la salvación de sus ánimas; tanto lo deseaban, que los selajes (sic) que se hacían bien dentro de la mar, se les antojaba que era él; y coma viesen que no venía a cabo de tanto tiempo que había que se partieron los navíos, muy congojados y trabajados estaban con determinación de hacer balsas para se volver a Panamá la costa abajo. Y habiendo (lo) concertado estuvieron un día bien adentro en la mar venir el navío; unos dellos los tuvieron (sic) por palo, otros por otra cosa, porque tanto lo deseaban, que aunque conocieron que era vela, no lo creían; más como llegó cerca blanquearon las velas y conocieron que era lo que tanto deseaban; de que recibieron tanta alegría que de gozo no podían hablar; y tomó puerto en la isla a hora de medio día saliendo luego en tierra el piloto Bartolomé Ruiz con algunos marineros y se abrazaron unos con otros con gran placer, contando los de tierra a los que venían por la mar lo que habían pasado en la isla, y ellos contaban lo que les había sucedido en el viaje, como se suele hacer.

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Capítulo XIX
De cómo el capitán Francisco Pizarro con sus compañeros salieron de la isla, y de lo que hicieron.

Después de haber llegado el navío a la Gorgona, como se ha contado, y que Francisco Pizarro hobo visto las cartas de sus compañeros lo platicó con los que con él estaban, que sería bien que en aquella isla se quedasen todos los indios e indias que tenían de servicio, pues había harto bastimiento de lo que había venido en el navío con el bagax que tenían, que no era mucho, y para en guarda dellos tres españoles de los más flacos. Este consejo fue loado de todos, y quedaron Peralta, Truxillo y Páez, los cuales con todo lo demás, se habían de tomar a la vuelta en el navío. Los indios de Túmbez fueron dentro, porque ya sabían hablar y convenía no ir sin ellos para tenellos por lenguas. El capitán con los demás se embarcaron, y derecho al Poniente, por la costa arriba, navegaron y fue Dios servido deles dar tan buen tiempo, que dentro de veinte días que había que navegaron, reconocieron una isla que estaba enfrente de Túmbez y cerca de la Puná, a quien pusieron por nombre Santa Clara; y como tubiesen falta de leña y de agua, arribaron a ella para se proveer. En aquesta isla no hay poblado ninguno, mas tomanla (sic) la comarca por sagrada, y a tiempos hacían en ella grandes sacrificios, ofreciéndole la ofrenda de la Capaciochi (sic) el demonio, quien estaba tan enseñoreado en estas gentes por la (hay un claro en la copia que debe llenarse con la palabra permisión) de Dios era visto por los sacerdotes (Aquí falta algo) tenían ídolos o piedras en que adoraban. Los indios de Túmbez que venían en el navío, como vieron la islata (sic) reconociéronla y con alegría decían al capitán cuán cerca estaban de su tierra. Echado el batal fueron allá el capitán con algunos de los españoles; e toparon la huata donde adoraban, que era su -189- ídolo de piedra poco mayor que la cabeza del hombre ahuesado con punta aguda. Vieron la gran muestra de la riqueza que tenían por delante, porque hallaron muchas piezas de oro e plata pequeñas a manera de figura, de manos, exetas (sic tetas) de mujer, e cabezas, e un cántaro de plata, que fue el primero que se tomó, en que cabía (sic) una arroba de agua, y algunas piezas de lana, que son sus mantas, a maravilla ricas e vistosas. Como los españoles vieron estas cosas y las hallaron, estaban tan alegres cuanto se puede pensar. Pizarro quejábase de los que fueron con Juan Tafur, pues por no venir con él, no serían parte para de aquella vez hacer algún gran hecho en la tierra. Recogéronse a la nao oyendo a los indios de Túmbez que no era nada aquello que habían hallado en aquella isla, para lo que había en los otros pueblos grandes de su tierra; y navegando su camino, otro día a hora de nona (tres de la tarde) vieron venir por la mar una balsa tan grande que parecía navío, y arribaron sobrella con la nao y tomáronla con quince o veinte indios que en ella venían vestidos con mantas, camisetas y en hábito de guerra, y dende a un rato vieron otras cuatro balsas con gente. Preguntaron a los indios que venían en la que había tomado, que ¿dónde iban y de dónde eran? Respondieron que ellos eran de Túmbez, que salían a dar guerra a los de la Puná, que eran sus enemigos; y así lo afirmaron las lenguas que traían. Como emparejaron con las otras balsas, tomáronlas con los indios que venían en ellas, haciéndoles entender que los detenían para los tener cautivos ni para los detener sino para que fuesen juntos a Túmbez. Holgáronse de oír esto, y estaban admirados de ver el navío y sus instrumentos y a los españoles como eran blancos y barbados. El piloto Bartolomé Ruiz fue con el navío arribando en tierra, y como vieron que no había montaña, ni mosquitos, dieron gracias a Dios por ello. Llegados en la playa de Túmbez surgieron, y díjoles el capitán a los indios que habían tomado en las balcas, que supiesen quel no venía a los dar guerra ni hacelles enojo ni mal ninguno, sino a conocellos para tenellos por amigos y compañeros, y que se fuesen con Dios a su tierra, que -190- así lo dijesen a sus caciques. Los indios con las balcas y todo lo que en ella trujeron sin les faltar nada, se fueron en tierra, diciendo al capitán, que ellos lo dirían a sus señores y volverían presto para ellos (sic) mandado suyo. Y esto que se les dijo a los indios y otras cosas bastaba para decirlo y responder sus respuestas los indios de Túmbez que habían tenido con ellos tantos días, que habían aprendido mucha parte de nuestra lengua.

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Mercurio Peruano
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Director: Víctor Andrés Belaunde

Año XXVI, Volumen XXXII – Número 289

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Capítulo XVIII
De cómo después que Gonzalo Pizarro fue recibido por gobernador en Quito determinó de ir a la conquista del Dorado, y la salida que hizo de Quito.

Ya contamos en lo de atrás como el marqués don Francisco Pizarro mandó al capitán Gonzalo Pizarro, su hermano, que se partiese para la ciudad de Quito, y que en ella, por virtud de una provisión de Su Majestad, se hiciese recibir por gobernador. Y, a la verdad, la provisión no decía que el Marqués pudiese dividir la gobernación, ni más que, si le pareciese, la pudiese dejar toda ella entera a cualquiera de sus hermanos o a la persona que le pareciese; mas el intento del Marqués fue apoderar a su hermano en aquella provincia para que Su Majestad no la diese en gobernación a Belalcázar, que ya se sabía de su ida por el río Grande abajo. Aunque esto sea así; quieren decir que el Marqués escribió a Su Majestad, que si le hobiese de acordar la gobernación, que Belalcázar era merecedor de cualquiera merced que le hiciese. Y también vino nueva a Los Reyes como el adelantado don Pascual de Andagoya venía por gobernador a la provincia del río de San Juan, y de sello recibió mucho enojo y proveyó por teniente de Gali e aún de Ancerma a un Isidro de Tapia, por grandes presentes, que, según se dijo, dio al secretario Antonio Picado; mas aunque éste fuera, no la recibieran ni dejaran a Robledo por él.
Pues volviendo a Gonzalo Pizarro, tanto anduvo que llegó a la ciudad de Quito, adonde halló a Lorenzo de Aldana, y por virtud de la provisión que hemos dicho le recibieron por gobernador del Quito, e San Miguel, e Puerto Viejo, e Guayaquil, e Pasto, y dende algunos días aportó a la costa de esta mar el capitán Pedro de Puelles, que en aquella ciudad había sido teniente de gobernador; y como Gonzalo Pizarro desease emprender alguna conquista e vido que había en aquella ciudad mucha gente, todos mancebos y soldados viejos, codició descubrir el valle del Dorado, que era la mesma noticia -194- que habían llevado el capitán de Añasco y Belalcázar, y lo que dicen de la Canela, que ya en ella había entrado poco tiempo había el capitán Gonzalo Díaz de Pineda. Éste, con cantidad de españoles, allegó descubriendo hasta unas sierras muy grandes, y en las faldas dellas salieron muchos indios a le defender el paso adelante y le mataron algunos españoles y entre ellos un clérigo, y tenían hechas grandes albarradas e fosadas; e anduvo algunos días por aquella tierra hasta que entró en los Quijos e valle de la Canela, y volviose a Quito sin poder descubrir enteramente lo que había tenido gran noticia, que los indios le decían que adelante, si anduviera más, hallara grandes provincias asentadas en tierra llana, llena de muchos indios que poseían grandes riquezas, porque todos andaban armados de piezas e joyas de oro, y que no había montaña ni sierra nenguna. Y como en Quito se toviese esta noticia, deseaban todos los que allá estaban hallarse en aquel descubrimiento; y luego el gobernador Gonzalo Pizarro, comenzó a se aderezar e salir de la ciudad haciendo gente e allegando caballos, y en pocos días juntó doscientos e veinte españoles de pie y de caballo, y nombró por su Maestre de campo a don Antonio de Rivera e a Juan de Acosta por su alférez general. Y después que la gente había de ir con él estaba aderezada, mandó al Maestre de campo don Antonio de Rivera que fuese delante con la avanguardia, y don Antonio respondió que era contento de lo hacer así, y todos se aparejaban para salir. En la ciudad de Quito quedó por teniente justicia mayor el capitán Pedro de Puelles. Salieron bien proveídos y aderezados o con mucho bastimento; e los naturales de Quito, por los ver fuera de los términos de sus provincias, decíanles que hallarían muy grande riqueza y engrandecían la tierra de que llevaban noticia, e los españoles ya lo tenían delante de sus ojos y así lo creían.
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Capítulo XIX
De cómo Gonzalo Pizarro salió de la ciudad de Quito para la ciudad de la Canela, que fue uno de los trabajosos descubrimientos que se han hecho en Tierra Firme e Mar del Sur.

Este descubrimiento y conquista que hizo Gonzalo Pizarro, no podemos dejar de decir que fue una de las fatigosas jornadas que se han hecho en estas partes de las Indias, y adonde los españoles pasaron grandes necesidades, hambres e miserias; que bien experimentaron la virtud de su nación las cosas que han acaecido en estas partes del mundo. A todos es público que muchas naciones superaron e hicieron sus tributarios a otros, e pocos vencían a muchos; e así decían del grande Alejandro, que con treinta e tres mil hombres macedones de su nación, trató y emprendió la conquista del mundo; y los romanos, muchos de sus capitanes que enviaban a guerrear las provincias acometían a los enemigos con tan poca gente, que es cosa ridiculosa creerlo; y como yo tengo harto que escribir en mi historia algunos ejemplos que pudiera traer para en loor de mi nación, remítome a lo escrito, adonde los curiosos lo podrán ver como yo. E digo que no hallo gente que por tan áspera tierra, grandes montañas, desiertos e ríos caudalosos, pudiesen andar como los españoles sin tener ayuda de sus mayores, ni más de la virtud de sus personas y el ser de su antigüedad; ellos en tiempo de setenta años, han superado y descubierto otro mundo mayor que el que teníamos noticia, sin llevar carros de vituallas, ni gran recuaje de bagaje, ni tiendas para se recostar, ni más que una espada e una rodela, e una pequeña talega que llevaban debajo, en que era llevada por ellos su comida, e así se metían a descubrir lo que no sabían ni habían visto. Y esto es lo que yo pondero de los españoles, y lo mucho que lo estimo, pues hasta agora, gente ni naciones que con tanta perseverancia pasasen tan grandes trabajos, -196- hambres tan largas, caminos tan prolijos como ellos, no los hallo; y esta jornada que hizo Gonzalo Pizarro, ciertamente se pasó en ella muy gran trabajo.
E determinado por él de enviar a su Maestre de campo don Antonio de Rivera, adelante, le mandó que luego se partiese derecho a la provincia de los Quijos; e luego se partió, e Gonzalo Pizarro, dende algunos días, hizo lo mismo, yendo a la rezaga Cristóbal de Funes. Don Antonio se partió e anduvo hasta que llegó al pueblo de Hatunquijo. Gonzalo Pizarro le fue siguiendo, y en este tiempo, como por la costa del Perú se supiese de cómo Gonzalo Pizarro hiciese aquella jornada, aportó a ella Francisco de Orillana, natural de la ciudad de Trujillo, acompañado de treinta españoles; fue luego en seguimiento de Gonzalo Pizarro, el cual ya había partido del Quito e atravesando por una montaña en la cual había un alpe nevado, adonde se murieron más de cien indios e indias heladas e aunque los españoles pasaron mucho frío, ninguno de ellos murió; y de allí caminaron por una tierra muy fragosa e llena de ríos e de montaña muy poblada. Iban por aquellos espesos montes abriendo caminos con hachas e machetes los mismos españoles, e así anduvieron hasta que llegaron al valle de Zumaque, que es adonde más poblado e bastimenta hallaron, y está treinta leguas de Quito. Orellana que venía, como decimos, en seguimiento de Gonzalo Pizarro, como iba tanta gente delante, aquellas treinta leguas que hay hasta Zumaque, pasó gran necesidad de hambre él e los que con él iban; e al cabo de algunos días llegaron a Zumaque, donde estaba Pizarro e toda su gente, e con ellos recibió mucho placer, e nombró por su teniente general a este Francisco de Orellana. Antes de que llegansen a este pueblo de Zumaque, había Gonzalo Pizarro mandado a su Maestre de campo, don Antonio, que le enviase algún bastimento, porque era mucha la necesidad que traían, e don Antonio mandó al capitán, Sancho de Caravajal que fuese a llevar socorro de comida con que pudiese llegar Orellana hasta allí; e Sancho de Caravajal se partió luego a se encontrar con él, e luego que se vieron se holgaron con él de verse, y más de la -197- comida que traían, de la cual tenía mucha necesidad, e volvieron a Zumaque donde pasó lo que hemos contado. E después de haber llegado el capitán Orellana, Gonzalo Pizarro e los demás principales que estaban allí entraron en consulta para lo que habían de hacer; e porque venía allí fatigado Orellana e los que con él habían llegado, e también porque había mucho días que allí estaban y era necesario de partirse, acordaron que Gonzalo Pizarro se partiese adelante descubriendo lo que había, e de ahí a algunos días saldría Orellana con la demás gente. Luego acordaron que no fuesen con Gonzalo Pizarro más de setenta españoles, sin llevar caballo ninguno consigo, porque siendo la tierra tan áspera e dificultosa no los podrían llevar; e dejando el real de Zumaque todos los caballos, Gonzalo Pizarro se partió con setenta e tantos españoles, entre los cuales iban algunos ballesteros e arcabuceros, e tomaron la derrota de donde el sol nace, llevando indios naturales que les guiasen por el camino que habían de llevar. E luego se partieron e anduvieron ciertos días por aquellas montañas, espesas e ásperas, hasta que llegaron a topar con los árboles que llaman canelos, que son a manera de grandes olivos, y de sí echan unos capullos con su flor grande, que es la canela perfectísima e de mucha sustancia, e que no se han visto otros árboles semejantes que ellos en todas estas regiones de las Indias, e tiénenlos los naturales en mucho, y por todo sus pueblos contratan con ella las poblaciones. Hay algunos indios entre aquellas montañas y viven en pequeñas casas muy mal compuestas e apartadas unas de otras; son muy bestiales e sin nenguna razón, usan tener muchas mujeres e andan por aquellos montes tan sueltamente, que parece cosa de espanto ver su ligereza.
Llegado que fue Gonzalo Pizarro adonde había aquellos árboles que de sí echaban la canela que decimos, tomó ciertos indios por guías, e preguntoles adonde había valles e llanadas que tuviesen muchos de aquellos árboles que tenían canela; respondieron que ellos no sabían más de aquellos, ni en otra tierra los habían visto. -198- También quisieron saber de estos indios la tierra de adelante e si los montes se acababan, e si darían presto en tierra llana y en provincias que fuesen muy pobladas; también respondieron que ellos no sabían nenguna cosa, porque estaban tan arredrados de otras gentes, que, si no eran algunas que habitaban entre aquellos espesos montes, no tenían otra noticia, que fuesen adelante y por ventura habría algunos indios de sus comarcas que los encaminasen e guiasen a la parte que dellos deseaban. Gonzalo Pizarro se enojó en ver que los indios no le daban respuesta nenguna que fuese conforme a lo que deseaba, e tornando a preguntarles otras algunas cosas a todo decían que no, por lo cual Gonzalo Pizarro mandó que, puestas unas cañas atravesadas con unos palos a manera de horquetas, tan anchas como tres pies e tan largos como siete, algo ralas, que fuesen puestos en ellas aquellos indios, y con fuego los atormentasen hasta que confesasen la verdad e no se la tuviesen oculta; e prestamente los inocentes fueron puestos por los crueles españoles en aquellos asientos o barbacoas, e quemaron algunos indios, los cuales, como no sabían lo que les decían, ni tampoco hallaban causa justa por donde con tanta crueldad les diesen aquellas muertes, dando grandes aullidos decían con voces bárbaras e muy entonadas: «¿Cómo nos matáis con tan poca razón, pues nosotros jamás os vimos ni nuestros padres enojaron a los vuestros? ¿Queréis que os mintamos e digamos lo que no sabemos?» E diciendo muchas palabras lastimosas, el fuego penetraba e consumía los cuerpos suyos. Y el carnicero de Gonzalo Pizarro, no solamente no se contentó de quemar indios sin tener culpa nenguna, más mandó que fuesen lanzados otros de aquellos indios, sin culpa, a los perros, los cuales los despedazaban con sus dientes e los comían; y entre estos que aquí quemó y aperreó oí decir hobo algunas mujeres, que es de temer a mayor maldad. Después que Pizarro hobo muerto aquellos indios, deseaba salir a alguna parte e que fuese el camino tal que pudiesen andar los caballos; y los españoles que con él estaban se habían entristecido en ver que no hallaban entrada para la tierra que ellos deseaban ver, y que los -199- indios no les diesen noticia de nenguna cosa. E partiéndose de allí anduvieron hasta que llegaron a un río que hacía pequeña playa de un arenal muy llano, y allí mandó Gonzalo Pizarro asentar el real aquella noche para dormir; la cual llovió tanto en el nacimiento del río, que vino una tan grande avenida, que, si no fuera por los que tenían cargo de velar, fueran ahogados algunos de ellos con la reciedura del agua. Como oyeron el estruendo e las voces que dieron las velas, Gonzalo Pizarro y los que con él estaban, todos se levantaron e tomaron sus armas, pensando que eran indios que venían de guerra contra ellos; y sabido lo que era se pusieron encima de unas barrancas que están cerca de allí, y aunque se dieron prisa hobieron de perder parte del fardaje que llevaban; e como se vieron desviados de donde habían dejado su real, e que a todas partes no había sino montañas e sierras ásperas, determinaron de volver atrás y ver si pudiesen hallar otro camino que los pudiese llevar al camino que deseaban.

Capítulo XX
De cómo Gonzalo Pizarro salió de aquel río e anduvo descubriendo por aquellas montañas y sierras sin topar poblado que fuese mucho, y de cómo se juntó todo el real en una puente de un brazo del Mar Dulce.

Muy congojado estaba Pizarro en ver que no podía dar en nenguna provincia fértil e abundante, y fuera de tanta montaña como por allí había, e pesábale muchas veces en haber entrado en aquel descubrimiento, pues desde el Cuzco o desde más arriba si él quisiera descubrir -200- lo pudiera hacer con mejor noticia que llevaba; y esto no lo daba a entender a los que con él estaban, antes les ponía mucho ánimo, e por consejo de todos ellos determinaron de volver hacía donde primero habían venido. Y luego aquel mesmo día partieron de allí y volvieron hacia el pueblo de Zumaque, y llegaron cuatro leguas de él. Gonzalo Pizarro no quiso llegasen a él, antes mandó que fuesen derechos al pueblo de Ampua, e antes que llegasen a él hallaron un río tan grande que no lo pudieron vadear, y los indios tenían canoas a sus riberas e los cristianos pudieron ver a algunos por las orillas del río, e los llamaban diciendo que viniesen de paz que no tuviesen temor nenguno. El cacique de ellos, que había por nombre Delicola, determinó de ir a ver a aquella gente que por su tierra había entrado, e con cantidad de quince o veinte indios fue para ellos; y como Gonzalo Pizarro lo vio y supo que él era el señor de aquel río en que estaba, se holgó e le hacía mucha honra dándole algunos peines e cuchillos, que ellos tenían en mucho, e preguntole que le dijese si hallaría alguna tierra que fuese buena, de que ellos toviesen noticia, para que él pudiese ir. El cacique se había arrepentido por haber salido de paz, y coma ya tenía noticia de la muerte que había dado a muchos indios, porque no les habían querido dar alegres nuevas de lo que les preguntaban, determinó, aunque fuese mentira, de les decir que adelante había grandes poblados e regiones muy ricas, llenas de señores muy poderosos. Gonzalo Pizarro y los españoles, como aquello vieron, estaban muy alegres y contentos de oírlo, creyendo que toda ello era verdad; e mandó Gonzalo Pizarro que sin dar a entender que miraban por el cacique, que tuviese cuidado los españoles de le velar y mirar de tal manera que no se les pudiese huir, e ansí lo hacían, y el cacique bien lo barruntaba más también disimulaba sin mostrar ningún recatamiento. Y porque por aquella parte el río iba grande y las canoas no estaban allí, pasaron adelante con voluntad de ir a ver lo que decía aquel indio si era verdad o no, y llegaron a una angostura que hacía el río, adonde hicieron una puente e por allí pasaron.
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Los bárbaros montañeses, como supieron la estada de los cristianos en aquella tierra, apellidáronse muchos de ellos, y tomando sus armas se pusieron de la otra parte del río, adonde hicieron sus albarradas e fuertes para se defender de ellos; y como aquello vido Gonzalo Pizarro, mandó a algunos arcabuceros que con él estaban que soltasen los arcabuces e procurasen de matar algunos de ellos, y ansí lo hicieron, e mataron seis o siete indios, y los demás viendo las muertes tan súpitas y prestas de sus compañeros, comenzaron de huir, dando muy grandísima grita. Pasados los cristianos de la otra parte del río anduvieron hasta que llegaron adonde no había montañas sino unas llanadas rasas, pero luego se veía el monte que por todas partes las cercaba, e hallaron algunas poblaciones e muy poca comida, los indios todos de una manera e traje; e determinó Gonzalo Pizarro de enviar a llamar a los españoles que estaban en Zumaque con el Real que allí llegó. E fueron dos españoles a ello, e, llegados a Zumaque, don Antonio y el capitán Orellana se vinieron a juntar con Gonzalo Pizarro en la parte desde donde habían ido a llamarlos; y después que todos los españoles estovieron juntos, Gonzalo Pizarro mandó a su Maestre de campo, don Antonio de Rivera que fuese con alguna gente a descubrir lo que adelante pareciese. Don Antonio se partió llevando consigo cincuenta españoles, e anduvo descubriendo hasta veinte leguas por aquellas montañas, y dio en un pueblo que se dice del Barco pequeño, e hallaron algún bastimento, que dio aviso de ello a Gonzalo Pizarro, e con todo el campo fue hasta él, y el cacique vino de paz y dio noticia de lo de adelante; e turbándose mucho en ver los caballos de tantos cristianos, quiso echarse al río por huir de la presencia de ellos y como Sancho de Caravajal sintió que quería huirse le echó mano e le llevó a Gonzalo Pizarro, el cual luego le mandó echar en una cadena a él y a otros dos caciques que le habían salido primero de paz. Y a aquel que dijimos que había dado la noticia de la tierra de adelante tenían cuidado de lo mirar, y hasta entonces no le habían echado en prisiones; e como los indios vieron que habiendo su cacique ido a los españoles -202- de paz y como amigo le habían prendido, indignáronse de ello, e tomando sus armas se metieron en cantidad de cuarenta canoas que había, e vinieron derecho a la parte donde vieron que estaba el cacique, el cual arremetió para ellos para que le amparasen. Más los españoles que vieron venir las canoas e oyeron el estruendo de los indios, salieron a ellos con sus armas y desbaratáronlos y Gonzalo Pizarro mandó que al cacique Delicola se echasen prisiones, que él con sus tratos era parte a que se pusiesen los indios en armas contra ellos, e lo echaron luego en la cadena con los otros.
Los españoles como se vieron en aquel río que ellos habían descubierto, que es muy grande e va a entrar en el Mar Dulce, parecíales que, pues ya de todo el servicio que habían sacado del Quito no les había quedado nenguno, ni en la tierra lo hallaban por ser tan mala, que será bueno hacer un barco para llevar por el río abajo el mantenimiento en él, e los caballos por tierra, deseando de dar en alguna buena tierra, y todos ellos lo suplicaban a Nuestro Señor. Luego hicieron el barco los oficiales que allí venían con los aparejos necesarios, e dieron largo de él a uno que se decía Juan Alcántara, e metieron dentro todo lo que en él cupo e podía llevar; e los españoles e caballos caminaron por aquel río abajo, e hallaron algunos pueblos pequeños, de los cuales se proveían de bastimentos de maíz e yuca, e hallaron cantidad e guabas, que no era poca ayuda para su necesidad. E andando caminando por aquel río abajo, quisieron alguna vez salir a una parte o a otra para ver lo que había, y eran tantas las ciénagas e atolladeros que no lo podían hacer, e por esto les era cosa forzada caminar por el mesmo río, aunque no sin mucha dificultad, porque de aquellas ciénagas se hacían los esteros tan hondos que era cosa forzosa pasallos a nado con los caballos; y se ahogaron algunos caballos y españoles. E para pasar por aquellos esteros las indias e indios de su servicio, e la más ropa que llevaban, no podían, e buscaban algunas canoas para ello de las que tenían los indios escondidas por allí, y donde eran angostos hacían -203- puentes de árboles y por ellos pasaban; y de esta manera anduvieron por el río abajo caminando cuarenta e tres jornadas, e no hobo día que no hallasen uno o dos de aquellos esteros, tan hondables que los ponían en el trabajo que decimos cada vez. E hallaban poca comida, e todo despoblado, e sentíase ya el trabajo que decimos cada vez. E hallaban poca comida, e todo despoblado, e sentíase ya el trabajo que decimos de la hambre, porque el ganado de puercos que sacaron de Quito, que fue de cinco mil puercos, ya lo habían comido todo. En este tiempo el cacique Delicola, que es el primero que les vino de paz, e los otros que venían presos, por miedo que no los matasen los españoles, les decían que adelante de allí hallarían tierra muy rica e poblada; e viendo un día que no había mucho cuidado en los mirar, se echaron con la cadena al río, e pasaron a la otra parte sin que los cristianos los pudiesen tomar, e como se viesen sin guías para pasar adelante, entraron en consulta para determinar lo que harían. E porque los indios habían dicho que quince jornadas de allí se allegaban a otro río muy grande e poderoso, e que por él abajo había grandes poblaciones e caciques muy ricos, e tanto bastimento que aunque fueran mil españoles hallaran para todos abasto; y por tener cierta noticia, Gonzalo Pizarro mandó al capitán general Francisco de Orellana, que con setenta hombres fuese a ver si era cierto aquello que los indios habían dicho, y que volviesen con el barco lleno de bastimentos, pues, veían en la gran necesidad que quedaban de comida, y que él con todo el campo se iría luego el río abajo para que presto se diese en lo poblado, y que mirase de la manera que lo dejaba a él e a todos los españoles, porque, a la verdad, grande era ya la necesidad que se pasaba, y viniese con toda la brevedad que pudiese a los remediar; e que no hiciese otra cosa, porque de sola su persona fiaba del barco y no de otra nenguna. Francisco de Orellana le respondió que él pondría toda la diligencia que se le mandaba, y se daría priesa en ir e volver con el bastimento que se pudiese haber, e que no tuviese duda de ello; y llevando en el barco algunas armas y ropa de Gonzalo Pizarro y -204- de otros que quisieron enviarla delante, se partió Orellana por el río abajo quedando Gonzalo Pizarro y los demás españoles con gran deseo de que su vuelta fuese con brevedad.

Capítulo XXI
De cómo Francisco de Orellana fue por el río abajo a dar al mar Océano y del grandísimo trabajo que pasó Gonzalo Pizarro de hambre.

Como Gonzalo Pizarro determinase, de enviar a Francisco de Orellana en el barco el río abajo; mandó que luego saliese con los que habían de ir con él, a los cuales encargó lo que a él había encargado, e, sin llevar bastimento casi nenguno, se partieron por el río abajo, e pasaron muy grandes trabajos, porque anduvieron algunos días navegando sin hallar poblado, al cabo de los cuales dieron donde lo había y trataron sobre dar la vuelta adonde habían venido, y parecioles cosa imposible por haber más de trescientas leguas; e diciendo algunas justificaciones Orellana prosiguió su camino, e descubrió por el grande e muy ancho río del Marañón o Mar Dulce, como algunos le nombran, grandes provincias e pueblos tan grandes que afirman que, en dos días, yendo caminando por el río abajo, no acababan de pasar lo poblado, e tuvieron algunas guerras con los indios e fueron heridos algunos españoles, e al padre fray Gaspar de Caravajal le quebraron un ojo. Nunca hallaron oro ni plata; de algunos indios que tomaban tuvieron noticia haberlo en gran cantidad la tierra adentro. E pasados otros trabajos mayores allegaron al mar Océano, desde -205- donde fue a España y Su Majestad le hizo merced de aquella provincia con título de Adelantado; e publicando mayores cosas de las que vio, allegó mucha gente, con la cual entró por la boca del gran río, y murió miserablemente y toda la gente se perdió.
Volvamos a Gonzalo Pizarro, que luego que hobo despachado a su teniente general, Francisco de Orellana, por el río abajo en el barco, como hemos contado, determinó de se partir de allí como mejor pudiese; y no tenía ningún bastimento, ni tenía parte cierta adonde pudiese ir, ni aún el camino para llevar no había nenguno. Los cielos derramaban tanta agua de sus nubes, que muchos días con sus noches se pasaban sin que dejase de llover, y de aquellos esteros que hemos contado, mientras más andaban más hallaban de ellos; e para poder caminar los españoles y llevar los caballos, iban delante los más sueltos mancebos abriendo el camino con hachas e machetes, y nunca dejaban de cortar de aquel tan espeso monte, e hender por él de tal manera que todo el Real lo mesmo pudiese hacer, e caminaban al nascimiento del sol. Y como hallasen tanta maleza e no nengun poblado, acordaron de aguardar a ver si respondía el capitán Francisco de Orellana, y por no perecer todos ellos de hambre, comían de los caballos que tenían y de los perros, sin que se perdiese parte nenguna de sus tripas, ni cueros, ni otra cosa, que todo por los españoles era comido. Habían hallado en este tiempo una isla que hacía el río, y en frente de ella, en la tierra firme, a la parte donde debían ir los españoles, hacíanse grandes ciénagas e atolladeros, que era imposible andar por ellos, y para dar en la buena tierra que descubrió Orellana, el río abajo hanse de hacer barcos e balsas muy grandes junto a esta isla, y han de ir bien proveídos de mantenimientos e meter los caballos en los barcos e toda lo demás, e irán por el río sin nengún peligro, e llegarán en breve tiempo adonde hallarán poblaciones tantas e tan grandes que es admiración decirlo ni afirmarlo, lo cual sabemos cierto que es verdad, y antes es más que menos.
Pues como Gonzalo Pizarro se viese cerca de aquella isla y no supiese el camino que tenía por delante, y la -206- gran falta de bastimento que había entre todos los españoles que con él estaban, mandó al capitán Alonso de Mercadillo que fuese con una docena de soldados, en unas canoas que traían, el río abajo, y supiese si había algún rastro del capitán Francisco de Orellana, y si había algún bastimento por la tierra o algunas raíces con que pudiesen sustentarse. Mercadillo anduvo ocho días sin hallar ninguna cosa ni rastro de indios; e como Gonzalo Pizarro e los que con él estaban lo supieron, grande fue la pena que recibieron, teniéndose ya todos por perdidos, porque no comían otra cosa que yerbas silvestres e frutas bravas, nunca vistas ni conocidas, e los caballos e perros, con tanta regla e orden que antes les acrecentaba la hambre que no quitarles la gana de comer. Como se viesen en tan gran necesidad, que no tenían remedio neguno para pasar adelante ni volver atrás, determinó Gonzalo Pizarro de tornar a enviar en las canoas a otras personas para ver si hallaban algún rastro de indios o poblado, donde pudiesen hallar comida, pues si mucho se tardaba sin hallar era imposible dejar de ser todos muertos, y luego mandó Gonzalo Pizarro al capitán Gonzalo Díaz de Pineda y otros algunos, que fuesen a ello, y entraron en las canoas, y caminando por el río abajo, en sus canoas, allegaron hasta que dieron en otro río mayor e más poderoso que aquel por donde venían, y que entrambos se hacían uno, e vieron quebradas y cortaduras de machetes y espadas y conocieron que estuvo allí Orellana y los que con él fueron. Y como fuesen tan ganosos y deseosos de dar en alguna parte que hobiese comida, y como viesen aquel río tan grande, parecioles que sería bien seguir por él arriba para ver lo que había; e haciéndolo así al cabo de haber andado diez leguas fue Dios Nuestro Señor servido que hallaron muchas e muy espesas labranzas de yucas, tan grandes, que los árboles que salían de sus raíces parecían una pequeña montaña, y esta yuca estaba allí de unos indios que pocos años había vivían en aquella comarca, y unos sus vecinos con guerra que les dieron, los hicieron retraer más adentro en unas montañas, y con esta causa aquella yuca que tenían sembrada tuvo lugar de -207- crecer e pararse tan grande como decimos; que no fue poco alivio ni conorte para los desbridos españoles. Y como los que iban en las canoas ciertamente conocieron la yuca, hincaron las rodillas en tierra y dieron muchas gracias a Dios Nuestro Señor por tan gran merced como les había hecho y comenzaron de arrancar y cargaron en dos canoas que llevaban; y de que ya las tuvieron llenas la yuca, se volvieron donde había quedado Gonzalo Pizarro, que ya los españoles estaban tan descaecidos y desmayados que neguno pensaba escapar con la vida. Y como vieron las canoas y supieron lo que traían, todos lloraban de placer diciendo: «bendito sea el Señor, Dios nuestro, que así se acordó de nosotros»; e hincábanse de rodillas, poniendo los ojos en el cielo, y le daban gracias por aquella merced que no tenían ellos por poco grande.
Veintisiete días había que Gonzalo Pizarro estaba allí con su gente, que no comía sino alguna carne de caballos y de perros y yerbas y hojas de árboles, y las sillas de los caballos, y los aciones, ya secos, habían comido cocidos con agua caliente, y después tostados en las brasas; de manera que bien con razón decimos que fue esta entrada y descubrimiento de mucho trabajo y necesidad. Aquella yuca que allí trujeron se repartió, no aguardaban a la lavar ni limpiar, así con su tierra luego se la comían; y como supieron todos que la yuca estaba cerca de allí, juntaron todas las canoas que había e atáronlas fuertemente con unas cuerdas muy recias, para pasar de la otra parte del río que sería tan ancho como tres tiros de ballesta, y los caballos pasáronlas a la otra parte muy bien, porque no iba furioso; e la gente e bagax que les había quedado, con mucho trabajo lo pasaron de la otra parte del río, adonde la yuca se había hallado. En este tiempo, como la rabiosa hambre fuese tanta, un español que había por nombre Villarejo, comió una raíz de color blanca algo gruesa; e no la hobo gustado cuando, perdiendo el juicio, se tornó loco. Y se dieron mucha priesa a caminar, pasando aquellos esteros e pequeños ríos, hasta que llegaron donde estaba la yuca; e todos -208- iban tan desabridos, por no haber comido había tantos días cosa alguna, que no hacían sino arrancar de la yuca, e con la tierra que sacaban, arrevuelta de las raíces25, se la comían; y allí asentaron el Real y estuvieron ocho días. Y los españoles estaban muy dolientes y enfermos, descoloridos y angustiados, que gran lástima era de los ver según estaban de mal traídos.

Capítulo XXII
De cómo Gonzalo Pizarro e su gente allegaron a una tierra adonde los indios habían primero habitado e con la guerra la habían desamparado, e hallaron muy grandísima cantidad de yuca con que se restauraron y escaparon las vidas e del trabajo que pasaban.

Allegados del arte que hemos contado los españoles al yucal, parecíales en ver tantas raíces con que se podían sustentar que les había Nuestro Señor hecho la mayor merced del mundo, y era tanta la alegría que tenían que derramaban muchas lágrimas, dándole gracias por ello; y aquellos días que allí estuvieron, como el servicio les había faltado; ellos mesmos, de unos árboles que en aquellos montes se criaban, que echaban de sí unas púas muy agudas, con ellas rallaban la yuca e hacían de ella pan, teniéndole por más sabroso que si fueron blancas roscas de Utrera. E ciertamente, Gonzalo Pizarro fue mucho lo que trabajó en este descubrimiento, e si él no mancillara su fama con nombre de traidor, ella para siempre hablara lo mucho que había servido; más en esta grande historia, como sea el principio e niñez de las cosas por los españoles hechas en estos -209- reinos, pondremos las cosas como pasaron, no perdonando el contar la maldad ni atrocidad, ni dejar de decir los buenos hechos.
Y volviendo a nuestra materia, fue grande e provechosa aquella yuca que los españoles hallaron en aquella parte, que otra cosa no hay que montañas muy espesas e ceborunos muy malos, e como los indios antiguamente habían vivido en aquellas llanadas, e su principal mantenimiento fuese aquesta yuca, tenían muy grandes sementeras de ella que duraban más de cuarenta leguas, e dándoles sus enemigos comarcanos guerra hasta lanzarlos de allí, quedose toda aquella yuca para que los españoles pudiesen restaurar sus necesidades, que traían, con ellas; e, al cabo de haber estado allí ocho días, Gonzalo Pizarro mandó que se partiesen todos de aquel lugar e fuesen caminando el río arriba, para ver si Dios Nuestro Señor era servido de encaminarlas a parte que pudiesen dar en alguna tierra que fuese buena, o poder salir adonde habían venido. Allí en aquel yucal murieron dos españoles de la mucha yuca que comieron, y otros se hincharon e pararon tan malos, que por nenguna manera podían andar en sus pies, y en los caballos los ponían encima de las sillas, e atándoles una recia cuerda les daban un garrote para que no pudiesen caerse, pues, ni fuerza tenían para se tener en los caballos; y aunque se quejaban no eran ayudados, antes los mismos españoles decían que de bellacos lo hacían, e que no tenían nengun mal.
Delante del Real iban españoles abriendo el camino por aquellos montes con machetes e hachas, e muchos andaban ya descalzos que no tenían alpargates ni otra cosa que se poner; e a Orellana e a los que fueron río abajo tuviéronlos por muertos de hambre o por mano de los indios. En la retaguardia venían siempre españoles, no consintiendo que nenguno quedase atrás, antes a los enfermos llevaban en los caballos como dijimos; e anduvieron el río arriba cuarenta leguas, e siempre hallaron de aquella yuca que comían: los caballos iban tan flacos e sin fuerzas, que no eran de provecho. E acabado -210- de haber andado estas cuarenta leguas, allegaron adonde estaba una pequeña población, e para ver de hablar a los naturales no tenían lengua ni intérprete que los preguntase lo que querían de ellos saber. Los bárbaros, como los veían, espantábanse de verlos de aquella manera a ellos e a sus caballos, e poníanse en unas canoas e desde allí los hablaban por señas, trayéndoles de la comida que ellos tenían; rescatábanla con los españoles echándola en tierra y recibían el rescate de su mano, que eran cascabeles e peines e otras cosas comunes, que los españoles traen siempre consigo. De allí salieron e anduvieron ocho jornadas, descubriendo lo que había río arriba, e hallaban siempre poblado adradamente como el que habían pasado, y después que hubieron andado estos días no hallaron más poblado ni camino para ir a nenguna parte, porque la contratación de los indios es por el río en sus canoas, e por señas les decían cómo no había adelante más poblado ninguno, ni hallarían bastimento; lo cual oído por los españoles buscaban comida de la que tenían aquellos indios, e lo mejor que cada uno podía la llevaba a cuestas, y en los caballos. Gonzalo Pizarro estaba muy triste porque no sabía en qué tierra estaba, ni qué derrota podría tomar para salir al Perú o a otra parte, que fuese tierra en que ella estoviesen cristianos; e por consejo de don Antonio e Sancho de Caravajal e de Villegas e Funes, e Juan de Acosta, determinó de enviar a descubrir por el río al capitán Gonzalo Díaz de Pineda en dos canoas atadas fuertemente, e con indios que se las ayudasen a llevar por el río arriba, e que anduviesen todo cuanto pudiesen hasta ver si daban en algún poblado, y que él con todo el Real se iría siguiéndolos. Y el capitán Gonzalo Díaz se partió luego en la canoa, levando una ballesta e un arcabuz, e Gonzalo Pizarro hizo lo mesmo llevando muy grande trabajo, porque los españoles iban malos y como no comiesen otra cosa que aquella yuca, dábales cámaras que mucho les fatigaban, e sin esto, todos iban descalzos y en piernas, que no tenían que se calzar, si no eran algunos que de corazas de sillas hacían algunas abarcas; y como el camino era todo montaña e lleno de -211- trocones e árboles espinosos, los pies llevaban, llenos de grietas y las piernas pasadas muchos con las púas que hallaban. Y de esta suerte iban todos muertos de hambre, desnudos y descalzos, y llenos de llagas, abriendo el camino con las espadas; e llovía, que muchos días se pasaban que no se enjugaban ni los tristes veían sol; e maldecíanse muchas veces por haber venido a pasar tan grandes trabajos e necesidades, de las cuales se pudieran excusar, pues, el Perú era tierra tan larga e llena de poblado donde todos podían ser remediados.
Los que iban en la canoa cada noche hacían señal, para que por ella supiesen cómo iban adelante, e Gonzalo Pizarro e los españoles iban caminando por el monte con el trabajo que hemos contado, e anduvieron cincuenta y seis leguas, él por tierra e Gonzalo Díaz por el río, que no hallaron nengún poblado ni comían otra cosa que la yuca que habían sacado, e frutas silvestres, sin nengun gusto, que hallaban entre aquellas sierras. Gonzalo Díaz iba por el río, viendo que habían andado cincuenta leguas e no habían topado nenguna cosa, estaba muy triste, creyendo que él e todos los españoles que venían con Gonzalo Pizarro habían de ser muertos de hambre, pues no hallaban nenguna tierra que fuese poblada; e un día, a hora de completas, hallaron una corriente muy grande que no la podían pasar, y saltaron en tierra, y en un tronco de un árbol que allí había traído el río, se sentaron pensando que sería imposible que Gonzalo Pizarro ni los españoles pudiesen llegar hasta aquel paraje, por la mucha espesura de monte e grandes esteros que venían a entrar en el río. Y estando pensando en ello, levantose don Pedro de Bustamante, que iba con Gonzalo Díaz, e vido por un torno o vuelta que hacía el río, cerca de allí, asomar una canoa, e dende a un poquito parecieron otras catorce o quince, y en cada una venían ocho o nueve indios con sus armas e paveses; e luego que esto vieron, el capitán Gonzalo Díaz sacó con su eslabón candela y con ella encendió la mecha del arcabuz, e Bustamante tomó la ballesta poniendo en ella una jara, e se pusieron a punto para ver los indios qué harían, los cuales venían en sus canoas descuidados -212- de que hobiesen de topar con los cristianos. E como con ellos emparejaron, Gonzalo Díaz apuntó con el arcabuz e dio a un indio por los pechos e luego lo derribó en el río, muerto; Bustamante con la ballesta arrojó una saeta e dio a otro por el brazo, el cual con mucha presteza la sacó e la tornó a arrojar a quien se la había tirado, y dando muy grandísima grita les arrojaron muchos dardos e tiraderas. E de presto tornaron a cargar el arcabuz e armar la ballesta, e mataron otros dos indios, e tomaron sus espadas e rodelas, e movieron tras ellos con sus canoas.
Los indios, espantados de ver los cuatro que habían muerto, e temerosos, comenzaron de huir con sus canoas el río abajo; los españoles les fueron siguiendo a tirándoles con el arcabuz, e tanto les fatigaron, que desamparando las canoas se echaron al río, e tomaron algunas de ellas, en las cuales hallaron comida de la que los indios usan, e por ello dieron muchas gracias a Nuestro Señor, porque ya había muchos días que no comían otra cosa que yerbas e raíces que hallaban por la ribera del río. Habían salido aquellos indios en las canoas de un río que está apartado de este río, y, estando pescando dos de ellos con dos canoas, vieron a los cristianos, e fueron a dar mandado al pueblo, e salieron por un estero a dar en el río, creyendo que los mataban o prendieran, e sucedioles como habéis oído. Gonzalo Díaz e Bustamante, después que hobieron comido, con las espadas hicieron en unos árboles que estaban vera del río unas cruces, para que, viéndolas Gonzalo Pizarro e los cristianos que con él viniesen, entendiesen que ellos habían estado allí e que iban adelante. Luego, aquella noche, fueron por el río caminando, e ya que amanecía el día se mostró muy claro, y hacía la parte del mediodía, tendiendo los ojos vieron unas altas e grandes sierras, e de verlas, se holgaran mucho porque creyeron que era la cordillera de Quito, o la que está junto a las ciudades de Popayán o Cali, e que como los españoles no fuesen perdidos, que Dios Nuestro Señor les sacaría a tierra de cristianos; e hallaron en un raudal del río piedras que nunca, -213- en más de trescientas leguas que habían andado, no habían topado nenguna. E como hobiesen andado tanto por el río arriba determinaron de dar la vuelta de él abajo, para ver si venían los de Gonzalo Pizarro; e dejando en un arenal alguna de aquella comida e canoas volvieron río abajo, e lo que habían andado en once días anduvieron en día e medio.
Gonzalo Pizarro venía caminando con su gente, e padeciendo grandísima necesidad de comida, porque ya se había comidos los perros, que eran más de novecientos, e dos tan solamente habían quedado vivos, uno de Gonzalo Pizarro e otro de don Antonio de Rivera; caballos también habían comido muchos de los que habían traído, e los españoles venían tan cansados e fatigados del camino, que no se podían tener, e algunos se quedaban por aquellos montes muertos. E, yendo por el río abajo, Gonzalo Díaz entendió el ruido que traían cortando lo árboles con las espadas, e muy alegres salieron en tierra fueron onde estaban los cristianos, e holgáronse unos con otros. Gonzalo Pizarro venía con la retaguardia, con temor que algunos españoles no se quedasen muertos, e como los oyó Gonzalo Díaz, se volvió a meter en la canoa hasta que encontró con él, e como lo vido, no podemos contar el gran placer que recibió de verle, porque ya lo tenían por muerto; e dieron a Gonzalo Pizarro cuenta como por el río abajo habían vuelto por saber de él, porque yendo caminando por él arriba habían salido unas canoas con unos indios con armas, y Dios los libró de sus manos y dio tal esfuerzo, que, después que hobieron muerto cuatro de ellos, los compelieron, con los tiros que les tiraban con el arcabuz e ballesta, a huir de ellos y dejarles las canoas en las cuales hallaron alguna comida y que habían visto a la parte de mediodía unas muy altas sierras, y que creían que en ellas hallarían poblado o camino para salir a tierra de cristianos. También le dijeron como habían hallado una gran playa en el río llena de piedras. Y con saber estas cosas Gonzalo Pizarro mucho se holgó; y dejaremos de hablar agora de él por decir otras cosas mayores que sucedieron en el reino.

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Guerras civiles del Perú
por Pedro Cieza de León

Tomo II, Guerra de Chupas

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Capítulo LXXI
De las cosas sucedidas a Gonzalo Pizarro hasta que salió de la entrada de la Canela y allegó a la ciudad de Quito.

Ya se acordará el lector cómo en los libros de atrás hicimos mención del gran trabajo y necesidad que pasaba Gonzalo Pizarro y los que habían quedado vivos en el valle de la Canela, y del gran deseo que tenían que Dios, nuestro señor, les deparase algún camino para poder por él salir a tierra de cristianos. Y tomando relación de los dos cristianos que habían ido en la canoa por el río arriba, y de cómo habían visto aquella gran sierra o cordillera, para salir a ella con más brevedad, determinó Gonzalo Pizarro de caminar con el real el río arriba, todo lo más que él pudiese; y así, toda la gente se aparejó, yendo delante españoles abriendo el camino con machetes y hachas. Pasando no pocos esteros, llegaron, en fin de diez jornadas a donde habían dejado las señal los que por el río anduvieron; desde donde mandó Gonzalo Pizarro a Juan de Acosta que, con algunos españoles, fuese con la mayor brevedad que pudiese a donde los indios decían que estaba el pueblo. Juan de Acosta, con hasta diez y ocho españoles, se partió luego, llevando sus espadas y rodelas; y después de haber andado un buen rato, hallaron en un cerro alto el pueblo que buscaban, muy fuerte, y a los indios con voluntad de no los acoger en él si no fuese por más no poder; y así, con su alarido acostumbrado, salían con sus armas para ellos. Juan de Acosta y los que con él iban, aunque estuviesen del hambre muy descaecidos, todavía se mostraban ser españoles, y tuvieron un reencuentro con los indios, adonde después de haber herido a Juan de Acosta con otros dos españoles, hicieron lo que siempre que es huir; y subidos los españoles en lo superior del cerro entraron en el pueblo, donde hallaron mucho bastimento, y no poca alegría y placer fue para los tristes hambrientos, -218- y conocieron la tierra donde estaban ser un gran despoblado que había para llegar al Quito. Gonzalo Pizarro vino en seguimiento de Juan de Acosta, y pasando aquellos esteros se le murieron ocho españoles, y como conociesen en la parte donde estaban y como había tan gran despoblado, mucho se afligían los fatigados hombres pues tantos trabajos y necesidades por ellas habían pasado y maldecían su ventura pues tan siniestra les había sido; y, al fin, conformándose con su calamidad, se apercibieron los que quedaron vivos para pasar aquel trago infernal, llevando como mejor podían algunos españoles que había enfermos en los caballos que les habían quedado.
Y así iban por aquellos despoblados comiéndolos, sin dejar ninguno, ni perro, ni cuero de silla, ni otra cosa que con sus dientes ellos pudieran despedazar; y después de haber pasado infinitas fatigas y trabajos, que mayores que ellos que en pocos o ningún descubrimiento han pasado, allegaron al pueblo de la Coca, por donde primero había entrado, a pie, descalzos y transfigurados, que casi no podían unos a otros conocerse. Los bárbaros les salieron de paz proveyéndoles del bastimento que tenían, y, para reformarse algún tanto, acordaron de estar allí diez días. Tomando lengua de los indios, supieron que por otro camino y no el que habían entrado podrían con más brevedad salir al Quito, y así lo determinaron de hacer; y en el camino hallaban grandes ríos, y muy hondos, y en algunos les fue forzado hacer puentes y por encima de ellos pasaron. Y andando de esta manera allegaron a un río que iba tan furioso que estuvieron cuatro días en hacer allí la puente, y estando velando, porque los indios no viniesen y los tomasen descuidados, y les hiciesen algún daño, vieron un gran cometa atravesar por el cielo; Gonzalo Pizarro por la mañana dijo que le pareció entre sueños que un dragón le sacaba el corazón, y entre sus crueles dientes le despedazaba, y mandando llamar a un Jerónimo de Villegas, a quien tenían por medio astrólogo, para que dijese lo que sentía de aquello, dicen. que respondió que Gonzalo Pizarro hallaría muerta la cosa del mundo que -219- él más quisiese. Pasadas otras cosas, que más se pueden contar por chufetas que no por historia, Gonzalo Pizarro y su gente salieron a los términos de Quito. Dicen los que salieron de aquella jornada, que entraron para la descubrir docientos y cuarenta españoles, y que todos los más murieron de hambre, con sacar del Quito seis mil puercos, y trecientos caballos y acémilas, y novecientos perros, y muchos carneros y ovejas, que todo se comió y perdió.
Sabida por Gonzalo Pizarro la muerte tan desastrada del Marqués, no así ligeramente podemos afirmar el sentimiento notable que hizo, y aunque de la ciudad del Quito el teniente Sarmiento le envió, para él y para algunos de sus compañeros caballos, no los quiso, antes él y todos entraron en el Quito a pie, de tal manera que gran lástima era de los ver; y como Gonzalo Pizarro supiese que Vaca de Castro estaba recibido en todo el reino por gobernador pesole grandemente, imputando a los del Quito de incipientes, y decía que había de gobernar, y que el rey nuestro señor, había sido muy ingrato en no mandar que por muerte del Marqués la gobernación hubiera él. Y se comenzó de aparejar para ir en busca de Vaca de Castro a donde estuviese, porque entonces, no se sabía el fin de la guerra ni que él hubiese vencido la batalla.
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez
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Biografía de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez
Es sin disputa el más antiguo y respetable de los cronistas de Indias y el que más importantes datos nos ha dado sobre las tierras recientemente descubiertas y sobre los acontecimientos ocurridos en ellas. Baste recordar que le debemos la narración del descubrimiento del Amazonas escrita por fray Gaspar de Carvajal, de la Orden de predicadores, e incorporada por Oviedo en su obra histórica. Hasta que en el año de 1894 don Toribio Medina publicó el Descubrimiento del Río de las Amazonas, según la relación de fray Gaspar de Carvajal, edición que la hizo en Sevilla a expensas del señor Duque de T’ Serclaes de Tilly, no teníamos del magno acontecimiento otro relato que el que podíamos leer en la Historia natural y general de las Indias del gran Oviedo. Dijo a este propósito don Toribio Medina en la página XIII de su magno libro:
Fernández de Oviedo, que mejor que nadie estaba en situación de apreciar lo que aseveraba el padre -224- Carvajal, se hace solidario de su relato, expresando, no sin asomos de burla de críticos descontentadizos: «E digo que holgara de verle e de conocerle mucho, porque me parece que este tal es digno de escribir cosas de Indias, e que debe ser creído en virtud de aquellos dos flechazos, de los cuales el uno le quitó o quebró el ojo: e con aquel solo, demás de lo que su auctoridad e persona meresce, que es mucho según afirman los que le han tractado, creería yo más que a los que con dos ojos, e sin entenderse ni entender qué cosa sea Indias, ni haber venido a ellas, desde Europa hablan e han escrito muchas novelas».

El cuarto centenario de la muerte de Oviedo y Valdez dio ocasión para que los investigadores de temas históricos americanos volvieran sus miradas a esta insigne figura de las letras y las ciencias de España. No es del caso enumerar aquellos estudios, en un trabajo como el presente que es de mera vulgarización. Nos hemos de limitar a señalar dos trabajos, anteriores a la fecha cuatro veces centenaria, pero de valor perdurable. Son ellos: las páginas que escribió don Marcelino Menéndez y Pelayo sobre Oviedo y Valdez, en su estudio Los historiadores de Colón, publicado en la Revista El Centenario que con ocasión del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América vio la luz en capital de España, y la monografía que sobre nuestro cronista dio a luz don Ernesto Chinchilla Aguilar, en la notable Revista de Historia de América, órgano del Instituto Panamericano de Historia y Geografía, número vigésimo octavo, correspondiente a diciembre del año 1949. Es interesante resumir aquellos dos autorizados trabajos, porque en ellos se contiene lo que en esencia hay que conocer, sobre Oviedo.
Nació este historiador y naturalista español, vástago de una estirpe de hidalgos, en Madrid, hacía el mes de agosto, de 1478 y falleció en Valladolid en 1557, según Amador de los Ríos, el más autorizado de sus biógrafos. Don Julio César García, miembro de la Academia de la Historia de Colombia, en su estudio -225- sobre Oviedo con que ingresó en tan docto cuerpo, anota que la revista Clio, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, publicó una partida de defunción, según la cual habría fallecido nuestro autor en Santo Domingo, el día 26 de junio del ya citado año de 1557.
La familia de Oviedo, era oriunda de Asturias. Le crió y educó el duque de Villahermosa, don Alonso de Aragón, y a los trece años entró al servicio del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, como mozo de cámara, lo que le dio ocasión para recibir con él las lecciones de los latinistas, historiadores y moralistas que del palacio real hicieron un centro de estudios en que la misma Reina Isabel aprendió el latín. Oviedo aprovechó de este período, para componer el que llamó: El libro de la cámara real del príncipe Juan y oficios de su casa y servicios ordinarios, hechos y costumbres de su época (1534).
Tenía catorce años de edad en 1492, cuando asistió a la toma de Granada. Conoció y trató a Colón, fue amigo de Diego, Fernando y Luis Colón, así como de Vicente Yanez Pinzón. Murió don Juan en setiembre de 1497 y Oviedo partió a Italia, en donde fue testigo de las hazañas de Fernández de Córdoba, el Gran Capitán.
Marchó al Nuevo Mundo con el título de veedor de las fundiciones de oro de Tierra Firme, en 1514; tenía entonces treinta y seis años de edad. Volvió a España por poco tiempo, en varias ocasiones, como quiera que atravesó el océano doce veces. Contrajo matrimonio por tres ocasiones, porque según él mismo lo dijo no quería tener mancebas, como otros amigos suyos las tenían.
Decidió escribir una Historia natural y general de las Indias, dividida en cincuenta libros, de la que en Sevilla se imprimieron por vez primera diecinueve, en 1535. Estos componen la primera parte de su magna obra. Oviedo logró también imprimir el libro vigésimo -226- en Valladolid. La muerte le impidió publicar los demás, que se guardaron inéditos hasta los años de 1851-1855 en que la Academia de la Historia de Madrid dio a luz la obra completa, en edición magnífica, precedida de un estudio sobre el autor por Amador de los Ríos.
Antes de imprimir la primera parte de la Historia natural y general de las Indias, había ya publicado Oviedo en Toledo, en 1526, el Sumario de la Natural Historia, que es cronológicamente la primera obra escrita con fin determinado sobré la naturaleza de América y sobre su historia. En este aspecto Oviedo y Valdez tiene primacía sobre todos los otros escritores, pues, en efecto nadie antes de él había tratado de dar a conocer los productos del suelo americano, sus plantas y animales. Es el primer botánico del Nuevo Mundo; el primero de sus observadores y de sus naturalistas. Nadie como él conoció el territorio americano, pues, sus viajes le dieron ocasión para ello. Hemos señalado cómo desde 1514 hasta 1556, atravesó el Océano doce veces. Nada extraño, pues, que su Historia general de las Indias se haya traducido a los principales idiomas conocidos y que se la haya vuelto a reeditar en nuestros días, agotada como se halla la edición de la Academia de Madrid, desde hace muchos años, la misma que alcanza en el mercado precios altos.
Son numerosas las obras inéditas de Oviedo. Así la Biblioteca del Escorial conserva el manuscrito del Catálogo Real de Castilla, escrito en 1532 y en la de la Universidad de Alcalá de Henares se guarda el Memorial de la vida y acciones del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros.
Citamos antes el estudio que sobre Oviedo nos diera el insigne polígrafo don Marcelino Menéndez Pelayo. Dijo en efecto este infatigable investigador que la vida de Oviedo, de monstruosa actividad física e intelectual, da la medida de lo que podían y alcanzaban aquellos sublimes aventureros españoles, colocados -227- en el umbral de la historia moderna. Fue testigo presencial de la toma de Granada; de la expulsión de los judíos; de la entrada triunfal de Colón en Barcelona; de la herida del Rey Católico; de las guerras de Italia; de los triunfos del Gran Capitán; de la cautividad de Francisco Primero, y todo lo registró y puso por escrito. No siendo bastante para su curiosidad aventurera el espectáculo maravilloso de la Europa del Renacimiento, volvió sus ojos al Nuevo Mundo, pasó doce veces el Océano, conquistó, gobernó, litigó, pobló, administró justicia, disputó con fray Bartolomé de Las Casas, intervino en explotaciones metalúrgicas, tuvo bajo su mando y custodia fortalezas y gentes de armas. Se sentó como regidor en los más antiguos cabildos de América; arrastró las iras de los poderes y hasta el puñal del asesino. Fue gobernador de Cartagena de Indias; alcalde de la fortaleza de Santo Domingo, veedor de las fundiciones de oro del Darién y con todo esto encontró tiempo, en los setenta y nueve años que vivió, para escribir más de veinte volúmenes de historia, de cosas vistas por él o que sabía por relación de los que en ella intervinieron. Todos los compuso en estilo familiar. Según Menéndez Pelayo, no hay entre los primitivos libros sobre América ninguno tan interesante como la Historia natural y general de las Indias. En su obra acumuló todo género de detalles, sin elección ni discernimiento, lo que permite ahora conocer cosas que habríamos ignorado de otra suerte. Fue el primero que describió la fauna y la flora de regiones nunca imaginables por Plinio y el que fundó en verdad la Historia natural de América.
En punto a la historia civil, el eminente erudito don Marcelino Menéndez Pelayo dice que hay que distinguir lo que Oviedo pudo ver por sí mismo, durante sus repetidos viajes por el Nuevo Mundo, y lo que supo por relaciones de conquistadores y viajeros, parte esta última que puede contener errores. Y en punto a imparcialidad no hay duda de que escribió con -228- ánimo favorable a los conquistadores, a cuyo número pertenecía, pero tiene en su abono el hecho de haber sido pobre en todo tiempo, cuando todos hacían fortuna a río revuelto.
Logró que llegara al trono de Carlos Quinto la queja de las víctimas de la tiranía cruel de Pedrarias y ciertamente no mereció los terribles dicterios con que le flageló sin piedad alguna, fray Bartolomé de Las Casas, su enemigo. Oviedo no fue hombre de entendimiento superior, pero al menos no escribió su Historia bajo la obsesión de una idea dominante. Dijo Alejandro de Humboldt en su Cosmos: «El fundamento de lo que se llama hoy física del globo, dejando aparte las consideraciones matemáticas, está contenido en la obra del Jesuita José de Acosta, intitulada Historia natural y moral de las Indias, así coma en la de Gonzalo Fernández de Oviedo, que apareció veinte años solamente después de la muerte de Colón.».
Por su parte, don Ernesto Chinchilla Aguilar anota que en la obra de Oviedo, lo puramente histórico llenará las dos terceras partes de su obra total, sin olvidar, desde luego, de anotar fielmente sus observaciones acerca, del suelo, la fauna y la flora.
Oviedo ha conocido personalmente a muchos actores principales del descubrimiento y de la conquista y a su experiencia de América une vasto contacto con el mundo intelectual de su época, por ello al escribir su historia, tiene plena, conciencia de que cumple un deber ante la humanidad. Escribe, ante todo, por vocación definida de escritor, no por conseguir fama o dinero. La posición de Oviedo frente a la naturaleza americana fue de admiración por esta, y cuando la comparó con la del Viejo Mundo no pudo menos de hallar que la primera superaba a la segunda en variedad y riqueza de especies. Frente al habitante primitivo de América, expresó su desencanto: le halló lleno de defectos y juzgó que con dificultad llegaría a asimilar la civilización cristiana. Su polémica con -229- Las Casas se origina precisamente de la diversa manera como cada uno de ellos considera al indio. No sería justo decir que Oviedo hubiera visto con satisfacción el inhumano trato dado a los aborígenes americanos y que no lo hubiera denunciado llegado el caso, por ello hay que confesar que Las Casas le incluyó sin razones válidas entre los verdugos y opresores de la raza indígena.
Fue Oviedo cronista oficial, más no Cronista Mayor de Indias, como supusieron muchos. El cargo lo sirvió con profundo sentido de responsabilidad y acopió datos, documentos y relaciones de todo orden, para darnos una obra sin prejuicios, a diferencia de otros que escribieron para defender ideas, principios e intereses particulares. Concluye su valioso estudio sobre Oviedo Chinchilla Aguilar, del Colegio de México, y dice:
Fue uno de los grandes prosistas españoles del siglo XVI, y, ante todo, el primer descubridor del tema de la naturaleza de América, ya que llamó la atención sobre ella sistemáticamente. A su obra hemos de acudir perpetuamente no sólo en busca del dato curioso y de la información copiosa, lo hemos de considerar también como historiógrafo severo y original, hombre representativo del Renacimiento español y moderno, porque rompe con muchas tradiciones del pensamiento clásico. Como Plinio había dedicado su obra a Vespasiano, Oviedo la dedica al emperador Carlos Quinto. Sería un error querer circunscribir a sólo Plinio las influencias que Oviedo recibiera: otras fuentes puras del Renacimiento sirvieron también para que él bebiera en ellas y además de esto, el entusiasmo que le produjo la empresa del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo le lleva a hablar de ella en forma muchas veces elocuente.
En sus numerosos viajes a diversas partes del Nuevo Mundo, Oviedo recogió datos de primera mano, así sobre sus habitantes como sobre la fauna y la flora y los fenómenos naturales. De su libro se desprende -230- que poseía amplios conocimientos de astronomía, cosmografía, geología, física, botánica, zoología. Sus noticias son de primera mano y adquiridas por él. Se indigna con los que escriben sobre América relaciones fantásticas, sin haberla visitado jamás. No escribo, dice él, de autoridad de algún historiador o poeta, sino como testigo de vista en la mayor parte de cuanto aquí trataré, y agrega que lo que no hubiere visto, lo dirá por relación de personas fidedignas, no dando crédito a un solo testigo, sino a muchos en aquellas cosas que por sí mismo no hubiere experimentado.
Oviedo tuvo marcada influencia sobre los designios de la Corona española, así como sobre las ideas de sus contemporáneos. La historiografía de las Indias siguió muchas brechas abiertas por él.

No sería aceptable esta modesta noticia sobre Oviedo, ese que Julio Cejador llamó «el Plinio americano» y al que calificó como «el más transparente historiador de la época más importante de la vida de la nación española, que supo detenerse en pormenores que otros menospreciaran», si dejáramos de hablar, así sea brevemente, de lo que constituye una de las muestras mejores de su afán por las cosas del Nuevo Mundo: la Carta al cardenal Bembo sobre la Navegación del Amazonas, documento importante y particularmente precioso para nosotros los ecuatorianos, en cuanto en él, con fecha tan remota como la del 20 de enero de 1543, es decir hace más de cuatro centurias, ya se deja constancia expresa y clara de cómo desde la provincia de Quito, partió la expedición que había de descubrir el río-mar, el más grande de todo el universo.
De la carta de Oviedo se tenía ciertamente noticia. La mencionó el erudito chileno don José Toribio Medina, en ese libro fundamental para la historia de América: el Descubrimiento del río de las Amazonas, del que se ha hecho una versión al inglés, publicada en Nueva York en 1934.
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Dijo Medina: El cronista de Indias tomó, pues, la pluma, y en una larga carta, lo anunció a Italia al Cardenal Bembo, que entonces gozaba de los favores de la célebre Lucrecia Borgia, carta que el compilador Bautista Ramusio insertó en un corto extracto en tomo III de su colección Delle navigationi e viaggi, publicado en 1555: extracto que Don Gabriel Cárdenas Cano vertió a su vez al castellano, y cuyo manuscrito se conservaba en la librería de Barcia, según el autor de la Biblioteca oriental y occidental(Obra citada, página XXXVIII).
El original de la carta de Oviedo, se creía definitivamente perdido, por suerte un investigador español benemérito, don Eugenio Asensio, tuvo la fortuna de encontrarlo en la Biblioteca Vaticana, en la Miscelánea Barbeniniana Latina, Número 3619, dentro de esa sección nobilísima de la gran Biblioteca, adquirida por León XIII para la Vaticana, que como veremos oportunamente guardaba también inédito otro tesoro incomparable: la obra completa manuscrita de fray Antonio Vázquez de Espinosa, el Compendio y descripción de las Indias occidentales.
Don Eugenio Asensio ha reproducido la carta de Oviedo en copia fotográfica, en cinco páginas y nos ha dado también de ella la respectiva versión en español antiguo, con la puntuación y abreviaturas del autor. Todo ello consta en el tomo primero de la Miscelánea Americanista, editada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, el año de 1951, como «Homenaje» digno de don Antonio Ballesteros Beretta, con motivo de su fallecimiento ocurrido en el año de 1949. Asensio ha escrito en esa miscelánea la monografía titulada: La carta de Oviedo al cardenal Bembo sobre la navegación del Amazonas. El autor cita la opinión de un especialista en estudios amazónicos, don Emiliano Jos, sobre la importancia de este documento. Dice Jos:
Ofrece esta carta algo que no vemos registrado ni en la Historia general de las Indias, ni por los -232- demás tratadistas, como lo de serle imposible a los nautas tornar a Gonzalo Pizarro, porque no era hacedero ganar ni tres leguas al día en contra de la corriente; y que el móvil de esta entrada no fue tanto la canela cuanto encontrar al príncipe dorado.

Por su parte, don Eugenia Asensio dice:
A mi entender el rasgo más curioso de la carta, es la firme creencia de Oviedo en que Orellana, lejos de traicionar a Gonzalo Pizarro, se había alejado de él forzado por la dura necesidad. Esta convicción, nacida del diario contacto con los supervivientes del Amazonas, se había apagado -ignoramos por qué- cuando en su grande obra, reseñando la misma expedición, escribía: «Otros dicen que pudiera tornar, si quisiera, adonde Gonzalo Pizarro quedaba, y esto creo yo.»

He juzgado oportuno insertar toda la carta de Oviedo, poniéndola en español de nuestros días, porque si como dice don Ciriaco Pérez Bustamante, «en Historia no hay ningún dato, ninguna noticia, ninguna referencia que deba despreciarse», tratándose del descubrimiento del Amazonas, la gran empresa de Quito, que para ella dio no sólo los doscientos treinta vecinos de que habla Oviedo, si no cuatro mil indígenas y todos los víveres y vituallas que fueron necesarios, no podemos dejar de difundir y hacer conocer, por godos los medios a nuestro alcance, los documentos que se relacionan con la misma. Lo contrario equivaldría a despreciar el esfuerzo y afanes de los que nos precedieron en la vida; sería olvidar lo que a ellos les debemos y hacer poco caso de los títulos que, fundados en la historia, más auténtica y más pura y libre de pasiones, nos asignan derechos indiscutibles en el «Río de San Francisco de Quito». El descubrimiento y la navegación del Amazonas son esfuerzos de la gente de Quito, y de ello debemos vanagloriarnos siempre.
La carta de Oviedo al cardenal Pedro Bembo, es del tenor siguiente:
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Reverendísimo e Ilustrísimo Señor: Paréceme que de una cosa tan nueva a los cristianos y tan grande y maravillosa como es la navegación del grandísimo río llamado el Marañón, que yo incurriera en mucho descuido y culpa, si no diera noticia de ella a Vuestra Señoría Reverendísima que como más doctísimo y experto en las cosas de historia, más se gozará que otro alguno de oír un caso que no es de menor admiración que el de la nave Victoria que voló y anduvo todo lo que la redondez del universo contiene por aquel paralelo y camino que ella lo anduvo, entrando por el estrecho de Magallanes hacía occidente y llegó a la especiería, y cargada allí de clavo y otras especias, volvió por el oriente al Cabo de Buena Esperanza y fue a Sevilla. De esto de aquella nave ya Vuestra Señoría Reverendísima está bien avisado, oiga ahora sumariamente esta otra navegación y después que la haya oído juzgue si es de más estimarse y espantar, puesto que yo no diré aquí muchas particularidades, porque no tengo tiempo al presente para explicar lo que en XXIIII hojas tengo escrito, en la continuación de la General historia de las Indias, pero en suma diré alguna parte de lo más sustancial de este descubrimiento.
El capitán Gonzalo Pizarro, hermano del marqués don Francisco Pizarro, gobernador del Perú, partió de la Provincia de Quito, con 230 españoles de a pie y de a caballo, en busca de la canela; la cual no es como la que se trae de la Isla de Bruney que es en los Maluocos, pero aunque en la forma es diferente, cuanto al sabor es tan buena o mejor queda primera que todos sabemos que usan en Europa y Vuestra Señoría Reverendísima puede ver, aquella es de forma de cañutos y esta otra es que hay unos árboles grandes y hermosos y la fruta de ellos es unas bellotas gruesas y mayores que las de los robles, y aquél vasillo en que está esa bellota es la canela y das hojas todas del árbol son muy buena canela, pero la bellota o fruto no es bueno; la corteza del árbol no es de tan perfecto sabor como aquella vasillo u hoja que he dicho, más no es del todo -234- mala, antes en algunas partes la estimarían esa corteza. Alguna canela de estos vasillos, de mano en mano de indios había alegado a Quito y a otras partes del otro polo donde los españoles andan y era muy deseada, y en busca de esta y de los secretos de la tierra, salió el capitán y españoles que he dicho, y bajando por un río supieron que la tierra adelante era falta de mantenimientos y en ciertas sierras y partes muy fragosas hallaron algunas árboles de esta canela, pocos y no cultivados, sino producidos de la natura y muy desviados uno de otro de tal manera que no respondía el efecto con el deseo de los conquistadores, porque aquella canela que vieron era muy poca y no para hacerse mucho caso de ella, y como la hambre que padecían los nuestros era muy grande, acordó este capitán de enviar al capitán Francisco de Orellana con cincuenta compañeros, a buscar de comer y para que viesen la disposición de la tierra y el Gonzalo Pizarro quedó con toda la otra gente de su ejército en cierta parte, hasta saber lo que el Francisco de Orellana hallaba. El cual con sus cincuenta compañeros, el segundo día de la natividad de Cristo Nuestro Redentor, del año de 1542, salieron del real del dicho Gonzalo Pizarro por un río abajo en un barco y ciertas canoas y llevaron algunas cargas de ropa y algunos enfermos y la munición de la pólvora y algunos arcabuceros y ballesteros del número de los cincuenta hombres que he dicho. Aquel río nace en una provincia que se llama Atubquijo, a treinta leguas de la mar Austral y en el otro polo Antártico, el cual río ya le habían pasado el dicho Gonzalo Pizarro y todos los de su ejército. Así que procediendo con la corriente del río este capitán Francisco de Orellana, siempre el río se hacía mayor y más veloz por causa de otros muchos ríos que en ambas costas se juntaban con el que es dicho, de manera que por su mucha corriente y con no poca fatiga de los que remaban cada día andaban veinticinco leguas o más y así caminaron tres días sin hallar poblado, ni qué comer; y como vieron que se habían alejado tanto del real y -235- que se les había acabado esa poca comida que llevaban, platicaron este capitán y sus compañeros en la dificultad de la vuelta a su campo y ejército, la cual en ninguna manera era posible hacer, más porque les pareció que ya no podría ser que no hallasen alguna población de indios para tomar de comer, prosiguieron otro y otro día y tampoco hallaron pueblo ni vestigio humano y conocieron su perdición, porque si volvían no tenían qué comer ni bastaban las fuerzas de todos para remar en un día tres leguas al contrario, por la mucha fuga del agua; por tierra menos era posible, por muy cerrada y espesa de arboledas y ciénegas y otros muchos inconvenientes; su hambre era ya excesiva y el peligro de la muerte palpable y no se podía excusar por otra vía sino por la que escogieron, que fue determinarse a más no poder de seguir el río abajo, en confianza de la misericordia de Dios hasta la mar de este otra polo nuestro Ártico donde aquellas aguas pensaban que iban a lanzarse, en lo cual no se engañaron y entre tanto que otra cosa no tenían, a falta de mantenimientos comían cueros de sillas y arciones y también algunos de venados de las petacas o cestas que forradas en ellos usan los soldados en aquella tierra austral, en que traen su ropa, y algunos cueros de dantas y, cuantos tuvieron, de sus zapatos y suelas y en algunas partes comieron muchas yerbas no conocidas, por sustentar su miserable vida. Decir a Vuestra Señoría otros trabajos que esta gente padeció sería largo, y dejarlo he, como he dicho, ahora, mas, por lo que está dicho se puede comprender que no podrían ser sino muy grandes, allende de los cuales, ya que toparon gentes muchas y de diversas generaciones y lenguas, les convino por fuerza de armas ganar la comida las más veces que la hallaron, y en esto hay mucho que decir y que loar esta nación española, y hubo trances muy notables, de los cuales se cree que fuera imposible salir ni escapar hombre alguno de todos estas nuestros españoles, si Dios de su poder absoluto no les ayudara y, con la ayuda divina, en cierta parte hicieron un buen bergantín, donde hallaron -236- indios pacíficos que les dieron de comer y sin tener clavos ni los otros aparejos que para ello eran necesarios, mediante Dios y la buena industria que estos españoles se dieron, acabaron su obra sin la cual ellos se acabaran muchos días antes de llegar hasta el agua salada. Los unos hacían carbón, sin ser carboneros, y otros cortaban la leña y otros la traían a cuestas; y del hierro que llevaban y de estriberas y otras cosas hicieron clavos y otros pez para brear y en fin acabaron su bergantín y prosiguieron con él, con el barco su viaje, encomendándose a Dios, el cual era su piloto porque otro no lo tenían, ni aguja, ni carta, ni noticia alguna del camino, ni sabían a dónde iban ni habían de parar. En algunos reencuentros y batallas, que tuvieron muchas, les mataron algunos españoles, y ellos a muchas más indios, porque los arcabuces y ballestas, tanto cuanto a los indios les eran menos conocidas tales armas, tanto más descuidados padecían por ellas una muerte; que algunos de ellos pensaban que aquellos tiros y estrépito y olor del arcabuz eran rayos del cielo, y como veían el daño, luego huían en muchas partes y en otras esperaban y se ponían con mucho denuedo a su defensa; y tierra hubo en donde los indios se presentaron a la batalla con muy buenas pavesinas y targones de cuero de manatí y tales que las ballestas no los pasaban.
En algunas provincias los naturales eran flecheros y en otras peleaban con lanzas y con varas cerrojadizas, y en parte con hondas. En fin en todo el mundo se usa la guerra, y entre los indios pocas veces la paz; viéronse muy grandes poblaciones y muchas y grandes islas y muy pobladas; provincias con innumerables gentes y tuvieron noticia, por lengua de indios, que cierto número de cristianos estaban poblados en una provincia, los cuales se perdieron días ha, de la armada de un capitán llamado Diego de Ordás, con los cuales estos no pudieron haber habla, porque más aína se puede decir que estos venían huyendo de la muerte, que a buscar como se redimiesen -237- los otros, ni eran tantos que a ello pudiesen bastar hasta que el tiempo y el aparejo venga de la mano de Dios, y en cierta parte tuvieron una batalla muy reñida y los capitanes eran mujeres flecheras que estaban allí por gobernadores, a las cuales nuestros españoles llamaron amazonas, sin saber porqué. Como Vuestra Señoría Reverendísima mejor sabe, este nombre, según quiere Justino, se les da por falta de la teta que se quemaban aquellas que se dijeran amazonas; en lo demás no les es poco anexo el estilo de su vida, pues, estas viven sin hombres y señorean muchas provincias y gentes, y en cierto tiempo del año llevan hombres a sus tierras, con quienes han sus ayuntamientos y después que están preñadas los echan de la tierra, y si paren hijo o le matan o le envían a su padre, y si es hija la crían para aumento de su república; y en esto hay mucho que decir y todas esas mujeres obedecen y tienen una reina muy rica y ella y sus principales señoras se sirven en vajillas de oro, según por oídas y relaciones de indios se sabe. Así que, por abreviar, estos españoles con el capitán Francisco de Orellana que en estas naos va a dar relación particular de lo que vio a la Cesárea Majestad, dicen que desde aquella boca del río Marañón, por donde salieron a esta mar, hasta Cubagua, la cual isla la llamamos de las perlas, en la costa de la Tierra Firme, hay cuatrocientas leguas, y en el agua dulce, antes de topar la salada, navegaron mil setecientas y más, y no obstante este río tiene muchas bocas, todas se incluyen en más de cuarenta leguas de agua dulce y otras tantas y más en la mar; se coge agua dulce, y cincuenta leguas el río va sobre la marea, y de la dicha boca crece en alto más de cinco brazas, pero todavía dulce. Y cuando llegaron estos españoles a la mar fue a los veintiséis días de agosto; así estuvieron en su navegación de agua dulce ocho meses. Y salidos a la costa fueron a Cubagua y desde allí vino el capitán Francisco de Orellana y con él hasta trece o catorce de su compañía de esta nuestra ciudad de Santo Domingo de la isla española, con el cual y con los otros yo he tenido larga comunicación, informándome de lo dicho y de -238- lo que por su prolijidad y falta de tiempo no digo aquí; y porque, como digo, en esta historia lo verá Vuestra Señoría Reverendísima, más enteramente, la cual parece que mis pecados dilatan de salir a luz, porque a causa de esta guerra de Francia yo no puedo al presente dejar esta fortaleza, por servir al Emperador mi señor, que yo tenía gracia para ir a España y por este impedimento cesa mi partida hasta que Dios mejore la paz y los tiempos, mediante la Santidad del Papa Nuestro Señor, en quien yo tengo mucha esperanza; que Dios dará la quietud que es razón que haya entre los cristianos, según su santo celo y obras de verdadero Vicario de Cristo. Lo dicho en suma es cuanto al capitán Francisco de Orellana y sus consortes, de que se colige que por el dicho río que es dicho que nace en el polo Antártico, con tan grande discurso como está dicho, vinieron a buscar y hallar este otro Ártico, atravesando la equinoccial; y ha de saber Vuestra Señoría Reverendísima otra cosa, que después que está aquí en nuestra ciudad de Santo Domingo, han venido letras de la provincia de la Nueva Castilla, alias Perú, en que dicen que después que el capitán Gonzalo Pizarro vio gire este otro capitán Orellana no volvía, ni le enviaba de comer, se tornó de hambre constreñido a Quito, y con tanta necesidad que él y su gente se comieron más de cien caballos y mucho perros que tenían consigo, y de doscientos treinta hombres que sacó, no volvieron ciento y muy maltratados y enfermos. Así que estos y los que escaparon con Francisco de Orellana, se pueden contar por vivos, y los demás por muertos, y fueron treinta y siete. Y de esta manera acaece por estas partes, a los que con mucho afán buscan este oro, porque a la verdad, por la mayor parte se ha tornado en lloro a muchos, y esta demanda de la canela no era ella sola la que movió a Gonzalo Pizarro a buscarla, cuanto por topar junto con esa especia o canela, un gran príncipe que llaman El Dorado, del cual hay mucha noticia en aquellas partes. El cual dicen que continuamente anda cubierto de oro molido, o tan menudo como sal muy molida, porque le parece a él que ningún otro vestido -239- ni atavío es como éste, y que oro en piezas labradas es cosa grosera y común y que otros señores se pueden vestir y visten de ellas, cuando les place. Pero polvorizarse de oro es cosa muy extremada y más costosa, porque cada día nuevamente se cubre de aquel oro y en la noche se lava y lo deja perder, y porque tal hábito no le da empacho ni le ofende, ni encubre su linda disposición, ni parte alguna de ella; y con cierta goma o licor oloroso se unta por la mañana y sobre aquella unción se echa aquel polvo molido y queda toda la persona cubierto de oro desde la planta del pie hasta la cabeza, tan resplandeciente como una pieza de oro labrada de mano de un muy buen platero o artífice, de manera que se colige de esto y de la fama, que hay una tierra que es de riquísimas minas de oro. Así que Reverendísimo Señor mío, este Rey Dorado es lo que iban a buscar y su camino y diseños sucedieron como he dicho.
Dejo por falta de tiempo de decir otras muchas cosas que no se pueden oír sin dar gracias a Dios con mucho deleite, pues, que en nuestros tiempos tan grandes cosas se descubren en la buena ventura de César, para quien Dios tenía guardados tantos y tan grandes tesoros, pues, por su mano tan bien se desprende y los emplea en la defensa de la república cristiana, la cual sin él estaría a mal partido, según Mahoma y sus secuaces han aumentado, por culpa de la poca conformidad del pueblo cristiano.
A Vuestra Señoría Reverendísima beso millares de veces las manos, por las mercedes que me ha hecho y siempre me hace a cerca de las indulgencias de mi capilla, y de otras maneras. Plega a Nuestro Señor que yo pueda servir y merecerle alguna parte de lo que debo a su servicio. El cual ese mismo Señor y Dios Nuestro prospere y guarde su Reverendísima, y muy ilustre persona y estado, largos tiempos a su santo servicio.
De esta casa real fortaleza de la ciudad y puerto -240- de Santo Domingo de la Isla Española, a 20 de enero de 1543 años.
Reverendísimo y muy Ilustre Señor.
Las manos de Vuestra Señoría Reverendísima besa,
Gonzalo Fernández de Oviedo.

Oviedo debió haber conocida y tratado en Italia, en la que residió por algún tiempo, al gran humanista cardenal Pedro Bembo (1470-1547), cronista oficial de la República de Venecia y uno de los letrados y poetas más célebres del siglo décimo sexto en la Península. El que Oviedo hubiera mantenido correspondencia con tan conspicuo personaje es demostración de la valía de nuestro historiador. El cardenal Bembo es una de las figuras históricas y literarias sobre la que no ha caído el manto del olvido y que aún atrae la atención de los escritores de nuestros días.

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Historia general y natural de las Indias islas y Tierra Firme del mar Océano por el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez
Tercera parte de la general y natural historia de las Indias islas y Tierra Firme del mar Océano. Libro XLIX

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Capítulo I
En que se trata como e por quien fue fundada la cibdad de Sanct Francisco en la provincia e gobernación de Quito: e como el capitán Sebastián de Benalcázar, que allí estaba por mandado del Marqués don Francisco Pizarro, se fue sin licencia de la tierra a España, donde fue proveído por gobernador de Popayán; e como el Marqués envió a Gonzalo Pizarro, su hermano a Quito, e cómo fue en demanda de la Canela e del rey o cacique que llaman el Dorado. E como fue acaso descubriendo e navegando por la parte interior del río Marañón, desde sus nascimientos hasta la Mar del Norte, por el capitán Francisco de Orellana con ciertos compañeros, cuyos nombres se dirán, e otras cosas que convienen a la historia.

El capitán Diego de Ordás tuvo la empresa del descubrimiento e población del famoso e grandísimo río del Marañón, e de su mal subceso se tractó en el libro XXIV destas historias. Más para que se entienda lo que después se ha sabido deste río e por qué vía, conviene y es de notar que después quel marqués don Francisco Pizarro e sus hermanos quedaron victoriosos de aquella batalla mal pensada e peor efetuada, en que fue vencido e maltractado don Diego de Almagro e los de su opinión, quedaron muy orgullosos los que se vieron señores del campo; pero oso afirmar, según lo quel tiempo después ha mostrado, que esa victoria fue tanto o más dañosa para los vencedores como para los vencidos, y en los unos y en los otros cuadran bien aquellas palabras que Francisco Petrarca finge que pasaron entre él e Sophonisba, cuando ella respondió: «Si África lloró, Italia no se riyó: preguntadlo a vuestras historias».
Así que, si a Almagro injustamente e de hecho lo mataron los pizarros, en su muerte granjearon la perdición de los mesmos matadores; e antes que así fuese, yo se lo escribí al marqués con tiempo, cuando supe sus diferencias para que las dejase e se conformase con el adelantado e con la paz, porque me parecía que -246- los vía ir claramente a perderse. Pero si mis cartas rescibió, yo no fui respondido, y si no me creyó, de la ganancia que sacó verán si mal le consejaba. En fin, él estaba determinado de obedescer a su apetito, y a los tales incorregibles sus malos deseos les dan el pago a proporción de su seso, e con esos mesmos concuerda e ha lugar aquella sanctidad de la Sagrada Escriptura: «Quando el loco va por su vía, piensa que cada uno que ve, est loco como él». Yo no he lástima solamente destos dos compañeros don Francisco Pizarro e Diego de Almagro, que en un tiempo tracté e conoscí bien pobres e después los vi muy sublimados en títulos e señorío e grandísimas riquezas; pero téngola muy grande de los muchos pecadores cristianos que tras ellos e por ellos se han perdido.
Dejemos esto e tornemos a nuestro propósito de la gobernación de Quito, que fue el señorío quel gran rey Guaynacava dejó a su hijo Atabaliba. A la cual provincia envió por su capitán el marqués don Francisco Pizarro a Sebastián de Benalcázar, del cual en el libro XLV de la gobernación de Popayán se tracta. Y este fue en seguimiento de Orominavi, capitán de Atabaliba, que se fue con mucha parte del tesoro suyo, después que le vido preso; y en demanda dese oro fue Benalcázar, e hizo mucha guerra a los indios de Quito e sus comarcas. Y este fundó la cibdad de Sanct Francisco, ques el primer pueblo que hubo de cristianos y el principal, que al presente hay en la dicha provincia de Quito: e aqueste Benalcázar desde entonces tuvo noticia mucha de la canela, e aun según él me dijo en esta cibdad de Sancto Domingo, cuando tornaba de España proveído por gobernador de Popayán, su opinión era que hacía el río Marañón la había de hallar, e que aquella canela se había de llevar a Castilla e a Europa por el dicho río, porque según los indios le habían dado noticia del camino, pensaba él que no podía faltar, si su información no fuese falsa; la cual tenía por cierta e de muchos indios. Cuando fue de aquí este capitán, pensamiento llevaba de la ir a buscar; pero como ya Gonzalo Pizarro era ido mucho antes (o en tanto que Benalcázar por acá andaba -247- ) en la mesma demanda de la canela, siguiose de buscarla el descubrimiento della e del río Marañón por la parte interior de la tierra, e de sus nascimientos de aquel gran río, de la manera que se dirá en el siguiente capítulo.

Capítulo II
En continuación de lo ques dicho e apuntado en el título del capítulo precedente, e de la noticia que se tiene del rey Dorado, e como e por qué vía no pensada se descubrió el río Marañón por el capitán Francisco de Orellana, e con quinientos españoles le navegó hasta la Mar del Norte; e cómo el capitán Gonzalo Pizarro se tornó a Quito con mucha pérdida de la mayor parte de los cristianos que había llevado al descubrimiento de la Canela, e asimesmo se tocarán algunas cosas, demás de lo ques dicho, que son convinientes al discurso de la historia.

Estando el capitán Sebastián de Benalcázar en la provincia de Quito debajo de la militar obidiencia que debía tener al marqués don Francisco Pizarro, que allí le envió, porque no se perdiese e deteriorase la mala costumbre que otros capitanes han tenido en las Indias de faltar a quien los elige e pone en tales cargos, e seguir otras derrotas e camino por donde no se llamen segundos sino primeros, e procurar para sí los mesmos oficios en ofensa de sus superiores, y tener manera cómo se entiendan con el Rey e pierda las gracias quien los puso en tales capitanías; así esto, como se sentía hombre más hábil quel Marqués, o por otra causa cualquiera que sea, salió de la cibdad de Sanct Francisco con cierta gente de pie e de caballo, e discurriendo por -248- la tierra adentro, fue a parar a los Alcázares e Nueva Reino de Granada, donde ya otros españoles tenían descubiertas las minas de las esmeraldas. Así que, iba alzado de su capitán general. Y con la mesma intención, apartándose del suyo, el capitán Fedreman había dejado a su gobernador en la provincia de Venezuela, llamado Jorge Espira; y cada uno de estos dos capitanes alterados se recogieron con la gente de Sancta María, que hallaron poblada en los Alcázares con el licenciado Gonzalo Ximénez (teniente del adelantado Pedro de Lugo), con el cual concertados todos tres se fueron a España cargados de nuevas trazas y deseos, e con el oro y esmeraldas que pudieron haber, como más largamente se dijo en el libro XXVI, capítulo XII, e dese viaje negoció cada uno en diferente manera, e Benálcazar volvió con la gobernación de Popayán. Pues cómo el marqués don Francisco Pizarro supo que Benálcazar se había partido de Quito sin su licencia, envió allá al capitán Gonzalo Pizarro, su hermano, y enseñoreose de aquella cibdad de Sanct Francisco e de parte de aquella provincia, e desde allí determinó de ir a buscar la Canela e a un gran príncipe que llaman el Dorado (de la riqueza del cual hay mucha fama en aquellas partes).
Preguntando yo por qué causa llaman aquel príncipe el cacique o rey Dorado, dicen los españoles, que en Quito han estado e aquí a Sancto Domingo han venido (e al presente hay en esta cibdad más de diez dellos), que la que desto se ha entendido de los indios es que aquel gran señor o príncipe continuamente anda cubierto de oro molido e tal menudo como sal molida; porque le paresce a él que traer otro cualquier atavío es menos hermoso, e que ponerse piezas o armas de oro labradas de martillo o estampadas o por otra manera, es grosería e cosa común, e que otros señores e príncipes ricos las traen, cuando quieren; pero que polvizarse con oro es cosa peregrina, inusitada e nueva e más costosa, pues que lo que se pone un día por la mañana se lo quita e lava en la noche e se echa o pierde por tierra; e esto hace todos los días del mundo. E es hábito que andando, como anda de tal forma vestido o cubierto, no -249- le da estorbo ni empacho ni se cubre ni ofende la linda proporción de su persona e dispusición natural, de quél mucho se prescia, sin se poner encima otro vestido ni ropa alguna. Yo querría más la escobilla de la cámara deste príncipe que no la de las fundiciones grandes que de oro ha habido en el Perú o que puede haber en ninguna parte del mundo. Así que, este cacique o rey dicen los indios ques muy riquísimo e gran señor, e con cierta goma o licor que huele muy bien se unta cada mañana, e sobre aquella unción asienta e se pega el oro molido o tan menudo como conviene para lo ques dicho, e queda toda su persona cubierta de oro desde la planta, del pie hasta la cabeza, e tan resplandeciente como suele quedar una pieza de oro labrada de mano de un gran artífice. Y creo yo que sí ese cacique aqueso usa, que debe tener muy ricas minas de semejante calidad de oro, porque yo he visto harto en la Tierra Firme, que los españoles llamamos volador, y tan menudo que con facilidad se podría hacer lo ques dicho.
Creía Gonzalo Pizarro que yendo aquel camino, había de resultar de su viaje una próspera e rica navegación, que con grandísima utilidad de las rentas reales e aumentación del estado e patrimonio de la Cesárea Majestad e de sus subcesores, e para quedar muy ricos los cristianos que se hallasen en la conclusión de la empresa, para este efeto, con doscientos e treinta hombres de caballo e de pie, fue la vuelta de los nascimientos del río Marañón, e hallaron árboles de canela; pero fue poca y en árboles muy lejos unos de otros y en tierra áspera e deshabitada, de forma que la calor desta canela ese enfrió, e perdieron esperanza de la hallar en cantidad (a lo menos por entonces) Pero aunque pensaron algunas que en aquello se hallaron, otros de los mesmos me han dicho a mí que no creen que la canela es poca, pues que se lleva a muchas partes. Y caso que los árboles que vieron desta especie, son salvajes e que por si los produce naturaleza, los indios dicen que la tierra adentro los cultivan e labran, e son muy mejores, e dan más e más perfeto fructo.
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Siguióseles tanta necesidad de bastimento, qué la hambre los hizo aflojar en los otros cuidados; e para buscar de comer envió el capitán Gonzalo Pizarro con cincuenta hombres al capitán Francisco de Orellana, e aqueste no pudo volver por ser tan frío un río por donde fue que en dos días se hallaron tan apartados del ejército de Gonzalo Pizarro, que le convino a este capitán e sus compañeros proceder adelante con la corriente a buscar la Mar del Norte, para escapar con las vidas. Así me lo dio él a entender; pero otros dicen que pudiera tornar, si quisiera, adonde Gonzalo Pizarro quedaba; y esto creo yo, por lo que adelante se dirá. Esta compañía, que así fue con el capitán Francisco de Orellana y él fueron los que hallaron e vieron el discurso deste río Marañón, e navegaron por él más que nunca otros cristianos que en él hayan andado, como se dirá más puntual e largamente en el libro último destas historias en el capítulo XXIV. La cual navegación e acaescimiento se principió impensadamente, e salió a tanto efeto, ques una de las mayores cosas que han acaescido a hombres; e porque donde he dicho estará escripto este viaje e descubrimiento del Marañón ad plenum, no me deterné aquí en ello, excepto en algunas particularidades que, demás de lo que escribió como testigo de vista un devoto fraile de la Orden de predicadores; yo he sabido después en esta cibdad de Sancto Domingo, del mesmo capitán Francisco de Orellana e de otros caballeros e hidalgos que con él vinieron. Las cuales el dicho fraile no escribió en su relación, porque no se acordó, o no le paresció que se debía ocupar en ellas; y decirlo he como deste capitán e sus consortes lo entendí. E aunque no vayan tan ordenadas las materias como convenía, irán tan ciertas e a la llana como a mí me las dijeron: algunas así como yo preguntaba, e otras como les venía a ellos a la memoria.
Y porque de un acaescimiento tan peregrino, tan largo e tan peligroso viaje, no es razón que se olvide ni se callen los nombres de los que en ellos se hallaron, los porné aquí, pues que algunos vi desos en esta nuestra -251- cibdad, adonde allegaron el capitán Orellana e diez o doce dellos un lunes veinte días del mes de diciembre de mil e quinientos e cuarenta y dos años más porque demás de los cincuenta compañeros que salieron del real de Gonzalo Pizarro con el capitán Orellana, hobo otros que se metieron en el mesmo barco para ir a esperar el restante ejército en cierta parte, donde el dicho capitán Gonzalo Pizarro había de ir luego, contaré todos los que en esta navegación se hallaron, los cuales son los siguientes:
El número de la gente con que el capitán Francisco de Orellana salió del Real de Gonzalo Pizarro e discurrió por el gran río Marañón

Primeramente:

1. 1.- El capitán Francisco de Orellana, natural de la cibdad de Trujillo en Extremadura.
2. 2.- El comendador Francisco Enríquez, natural de la cibdad de Cáceres.
3. 3.- Cristóbal de Segovia, natural de Torrejón de Velasco.
4. 4.- Hernánd Gutiérrez de Celis, natural de Celis en la montaña.
5. 5.- Alonso de Robles, natural de la villa de don Benito, ques tierra de Medellín, alférez de esta jornada.
6. 6.- Alonso Gutiérrez, de Badajoz.
7. 7.- Johan de Arnalte.
8. 8.- Johan de Alcántara.
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9. 9.- Cristóbal de Aguilar, mestizo, hijo del licenciado Marcos de Aguilar e de una india, en quien le hobo en esta Isla Española, e valiente mancebo por su persona e hombre de bien.
10. 10.- Johan Carrillo.
11. 11.- Alonso García.
12. 12.- Johan Gutiérrez.
13. 13.- Alonso de Cabrera, natural de Cazalla.
14. 14.- Blas de Aguilar, asturiano.
15. 15.- Johan de Hempudia, natural de Hempudia, el cual mataran los indios.
16. 16.- Antonio de Carranza, vecino de Frias, que asimesmo mataron las indios.
17. 17.- García de Soria, vecino de Soria, que también le mataron indios.
18. 18.- García de Aguilar, natural de Valladolid: murió en el viaje.
19. 19.- Otro Johan de Alcántara, del Maestrazgo de Santiago: murió asimesmo en el viaje.
20. 20.- Johan Osorio, del Maestrazgo: así mesmo murió en el viaje.
21. 21.- Pedro Moreno, natural de Medellín: murió también de enfermedad.
22. 22.- Johanes, vizcaíno, natural de Bilbao: también murió de enfermedad.
23. 23.- Sebastián de Fuenterrabia: murió enfermo en el viaje.
24. 24.- Johan de Rebolloso, natural de Valencia del Cid: murió de enfermedad.
25. 25.- Alvar González, asturiano, de Oviedo: murió de enfermedad.
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26. 26.- Blas de Medina, natural de Medina del Campo.
27. 27.- Gómez Carrillo.
28. 28.- Hernand González, portugués.
29. 29.- Antonio Hernández, portugués.
30. 30.- Pedro Domínguez, natural de Palos.
31. 31.- Antonio Muñoz, de Trujillo.
32. 32.- Johan de Yllanes, natural de la villa de Yllanes en Asturias.
33. 33.- Perucho, vizcayno del Passage.
34. 34.-Francisco de Ysasaga, vizcayno, escribano del armada, natural de Sanct Sebastián.
35. 35.- Andrés Martín, natural de Palos.
36. 36.- Johan de Palacios, vecino de Ayamonte.
37. 37.- Matamoros, vecino de Badajoz.
38. 38.- Johan de Arévalo, vecino de Trujillo.
39. 39.- Johan de Elena.
40. 40.- Alonso Bermúdez, de Palos.
41. 41.- Johan Bueno, natural de Moguer.
42. 42.- Ginés Hernández, de Moguer.
43. 43. Andrés Durán, de Moguer.
44. 44.- Johan Ortiz, del Maestrazgo.
45. 45.- Mexia, carpintero, natural de Sevilla.
46. 46.- Blas Contreras, del Maestrazgo.
47. 47.- Johan de Vargas, de Extremadura.
48. 48.- Johan de Mangas, del Puerto de Sancta María.
49. 49.- Gonzalo Díaz.
50. 50.- Alexos González, gallego.
51. 51.- Sebastián Rodríguez, gallego.
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52. 52.- Alonso Esteban, de Moguer.
53. 53.- Fray Gaspar de Carvajal, de la Orden de los predicadores, natural de Trujillo.
54. 54.- Fray Gonzalo de Vera, de la Orden de la Merced.
Que son todos, con el capitán Francisco de Orellana, cinquenta y cuatro personas: de los cuales los cincuenta, como es dicho, salieron con él para buscar de comer e mirar la tierra; e los frailes e los demás iban en el mesmo barco para esperar al ejército, donde el capitán Gonzalo Pizarro mandó, y él había de ir desde a pocos días. Y del número ques dicho mataron los indios tres, o se murieron ocho: así que los defunctos fueron once hombres.
Por cartas que vinieron después que este capitán Orellana llegó a esta cibdad de Sancto Domingo, escriptas en la cibdad de Popayán, a trece de agosto de mill e quinientos e cuarenta y dos años, hay noticia quel capitán Gonzalo Pizarro, envió a este capitán Francisco de Orellana adelante con los dichos cincuenta hombres a buscar de comer para todos, a una laguna que está muy poblada, donde se dice que está grandísima riqueza, para que mirase la dispusición de la tierra, e que le mandó esperar allí; e que desde a pocos días el mesmo Gonzalo Pizarro, con el restante de su gente, llegó allí donde le mandó esperar, cuasi tan presto como el Orellana. E como no halló a él ni a la gente, pensó que maliciosamente el dicho Orellana e sus compañeros se habían ido por un río muy poderoso a sus aventuras con un barco o bergantín que llevaban (a buscar la Mar del Norte); e que así quedó burlado el Gonzalo Pizarro, porque en el dicho barco iba la pólvora e toda la munición que tenía para su armada, e aún se ha escripto que también se llevaron los del barco mucha riqueza de oro e piedras. Si esto fue asó, como estas cartas dicen, adelante con el tiempo se sabrá.
Aquí este capitán e sus consortes publicaban que venían pobres, e que no fue en su mano volver al dicho -255- Gonzalo Pizarro, aunque quisieran, por la velocidad del río e por las caras que más largamente se declararán en la relación del fraile. Por manera que como quiera que lo pasase le fue forzado al Pizarro, desque se vido perdido, dar la vuelta para Quito; e hasta verse allí, por la falta de no hallar bastimento, se comieron más de cient caballos e muchas perros que llevaban; e así tornó a la cibdad de Sanct Francisco. Y escriben asimesmo que se decía que Gonzalo Pizarro dejaba poblado en alguna parte, e que fingía necesidades para recoger gente e caballos; e que su vuelta a Quito era por saber qué tal estaba la tierra, y entender las cosas del presidente Vaca de Castro e de don Diego de Almagro; pero túvose por más cierto queste capitán Gonzalo Pizarro volvió perdido, porque de doscientos e treinta hombres, que llevó, no tornaron sino ciento, maltractados y enfermos los más; y esos e los que con Francisco de Orellana escaparon por el río se tienen por vivos, e todos los demás por muertos, que según la verdad fueron más de ochenta e siete; porque en el barco entraron con el Orellana más de los questos compañeros han dicho, cuyos nombres no me acuerdo.
Visto este siniestro; que se siguió a Gonzalo Pizarro, escriben asimesmo que se daba mucha priesa el capitán Sebastián de Benalcázar en se armar e proveer para ir en busca del Dorado: lo que en ello subcediere el tiempo lo dirá, para que se acomule y escriba donde especialmente se tracta de aquella su gobernación de Benalcázar; e para allí se quede e tornemos a nuestra historia de Quito e a la relación queste capitán Francisco de Orellana e sus consortes dan de aquellas tierras.

-256-
Capítulo III
En que se da la relación de la calidad de la tierra e gente de la provincia de Quito, e que cosa son los árboles de la canela quel capitán Gonzalo Pizarro e los españoles vieron, e de la grandeza del río Marañón, e de las islas muchas que en el hay.

La tierra de Quito es fértil e muy poblada, e la gente natural de aquella provincia es sus comarcas belicosa e de buena dispusición, e la cibdad de Sanct Francisco, ques el principal pueblo de cristianos en aquella gobernación, está en algo menos de cuatro grados de la otra parte de la línea equinocial.
En sus batallas e guerras usan los indios traer banderas, y escuadras bien ordenadas, e muchas trompetas e gaitas o ciertos instrumentos musicales, que suenan muy al propósito como gaitas e atambores e rabeles; e sus personas con hermosos penachos: pelean con varas y estoricas e lanzas de treinta palmos e con piedras e hondas.
Supe deste capitán Orellana e sus consortes que la tierra de los árboles de la canela está de Quito septenta leguas al Oriente, e al Poniente de Quito está la Mar del Sur e la isla de la Puna cinquenta leguas, poco más o menos. La hoja destos árboles es muy buena especia, y el vasillo de la bellota que echa por fructo; pero ni la bellota ni la corteza del árbol no es tan buena. Son árboles tan altos como olivos, e la hoja como de laurel, algo más ancha: la color de la hoja es más verde que la del olivo, e vuelve sobre color amarilla. Los árboles que los españoles vieron en este viaje de Gonzalo Pizarro, fueron pocos e bien lejos unos de otros, en sierra estéril e fragosa; de la cual especia quedaron, muy satisfechos cuanto al sabor e bondad della, de muy fina canela, puesto que de otra hechura que la que hasta aquí suele llevarse a España e Italia de Levante e usa por el mundo. -257- La forma de aquesta, digo de aquellos vasillos del fructo, ques lo mejor della, ya yo lo escribí en el Libro IX, capítulo XXXI, y aun debujé la forma dellos. Pero muy descontentos los dejó a estos milites la poca cantidad que hallaron desta canela, e de aquí resultó que algunos han dicho ques muy poquita, e otros dicen lo contrario, porque se lleva a muchas partes e provincias; pero mucha o poca el tiempo lo mostrará, como mostró el oro en esta nuestra Isla Española, donde pasaron algunos años después que los españoles acá vinieron, que no hallaron sino poco oro, e después se descubrieron e hay muchas minas riquísimas y en muchas partes de la isla, e se han sacado innumerables millares de pesos de oro o nunca se agotará ni acabará hasta la fin del mundo; y con esto podría ser que también acaezca en la abundancia de aquesta canela.
De la grandeza del río Marañón me certificaron el capitán Francisco de Orellana e sus consortes, que aquí vinieron, que mil e doscientas leguas antes que allegue a la mar trae de anchura dos e tres leguas en partes; e así como venían por él abajo, siempre se ensancha e aumenta su latitud, a de causa de otras muchas aguas e ríos que de una e otra parte en ambas sus castas se lanzan en él; e que septecientas leguas antes de llegar a la mar tiene la latitud diez leguas e más. E de ahí adelante cresce su anchura más e más hasta la mar, donde entra por muchas bocas, haciendo muchas islas, el número de las cuales ni destas islas estos descubridores no supieron ni pudieron por entonces comprender. Pero todos afirman que en las bocas todas hasta la costa firme al Oriente e Poniente, lo que queda enmedio se puede decir ques el río, e son cuarenta leguas o más de boca e agua dulce, y ésta entra rompiendo la salada; e apartados de la costa más de otras veinte e cinco leguas se coge agua dulce de la que sale del dicho río.
Hallaron e vieron innumerables islas pobladas e llenas de gente de diversas armas, e unas que pelean con varas y estoricas e macanas, y en otras con arcos e flechas; pero los flecheros no tienen hierba hasta los que -258- están doscientas leguas de la mar, porque de allí abajo tiran con ella e la usan de diabólica e pésima ponzoña.
Todas aquellas gentes son idólatras, e adoran el sol, e ofrécenle palomas e tórtolas e chicha, ques el vino que beben fecho de maíz e de cazabi e otros sus brebajes: e pónenlo delante sus ídolos, que son unas estatuas e personajes de grandes estaturas. Sacrifican de sus enemigos algunos de los que toman en la guerra desta manera: córtanles las manos por las muñecas e a otros por los cobdos, e así los tienen hasta que se mueren; e después de muertos ásanlos en barbacoas o parrillas, e hácenlos polvos y échanlos al viento; e también de sus prisioneros reservan algunos, para se servir dellos por esclavos. No comen carne humana en todo el dicho río hasta los flecheros de la hierba, que son caribes e la comen muy de grado.
Cuando se mueren los naturales (en las provincias más arriba de los flecheras) amortájanlos en mantas de algodón, y entiérranlos en sus mesuras casas. Son gente bien proveída, e guardan los bastimentos para entretanto que cogen, e tien[en] otros en cámaras altas o barbacoas levantadas sobre tierra un estado e como les place que sean altas; e tienen allí su maíz e bizcocho, que hacen de maíz e de cazabi revuelto o junto de una pasta, e mucho pescado asado, e muchos manatís, e carne de venado.
En sus casas son ataviados, e tienen esteras muy gentiles de palma e mucha loza e muy buena. Duermen en hamacas: las casas están muy barridas e limpias e son de madera e cubierta de paja. Esto de las casas es en la costa o cerca de la mar; y en algunas partes el río arriba son de piedra: las puertas de las casas las tienen hacia donde sale el sol, por algún respecto cerimonioso.
La tierra de Quito es fértil de los mantenimientos ya dichos e asimesmo de todas las fructas que se saben de la Tierra Firme; y es sana e de buenos aires e buenas aguas e templada, e los indios bien dispuestos e de mejor color o no tan loros como los de la costa de la Mar -259- del Norte. Hay muchas e buenas hierbas e algunas como las de nuestra España; e las questos españoles compañeros de Orellana y él dicen que han visto son hierba mora, hervena, verdolagas, albahacas; mastuerzo, cerrajas, cardos de comer, poleo e zarzamoras; e otras muchas se cree questos no conocen e quel tiempo las manifestará. De los animales dicen que hay muchos ciervos, e gamas, e vacas, beoris, e osos hormigueros, e conejos, e pericos ligeros, e tigres; e leones, e todos los otros que son comunes en la Tierra Firme, domésticos e salvajes (así como de aquellas, ovejas grandes del Perú e de las otras menores), y encubertados, e zorrillas de las que hieden, e churchas, e de los perros de la tierra, que no ladran.

Capítulo IV
En el cual se tracta del señorío de la reina Conori e de las amazonas, si amazonas se deben decir, e de su estado e mucha potencia e gran señorío, e de los señores e príncipes que le son subjetos a la dicha reina; e del gran príncipe llamado Caripuna, en cuyo señorío dicen que hay mucha abundancia de plata e de otras cosas, con que se da fin a la relación de los descubridores, que navegaron el río Marañón con el capitán Francisco de Orellana.

En aquella relación que he dicho que escribió fray Gaspar de Carvajal, que está puesta en el capítulo XXIV del último libro destas historias de Indias entre otras cosas notables dice que hay señorío de mujeres que viven por sí sin varones, e militan en la guerra, e son poderosas e ricas e poseen grandes provincias. Ya en -260- algunas partes de aquesta General historia de Indias, se ha fecho memoria de algunas regiones, donde las mujeres son absolutas señoras, e gobiernan sus Estados, e los tienen en justicia, y ejercitan las armas, cuando conviene, así como aquella reina llamada Orocomaya, como lo dije y escrebí en el libro XXVI, capítulo X. E asimesmo en lo de la gobernación e conquista de la Nueva Galicia, como queda dicho en el libro XXXIV, capítitulo VIII del señorío de Ziguatan, e allí se pueden llamar amazonas (si a mí me han dicho verdad); pero no se cortan la teta derecha, como lo hacían las que los antiguos llamaron amazonas, según lo testifica Justino, el cual dice que se quemaban la teta derecha, porque no les estorbase al tirar con el arco. Lo uno e lo otro que en estas mis historias se ha tocado de los señoríos de Orocomay e de Ziguatan es poco, a respecto de lo questos que vinieron por el río Marañón dicen que se platica de las questos llaman amazonas. De un indio queste capitán Orellana trujo (que después murió en la isla de Cubagua), tovieron información que en la tierra questas mujeres son señoras, se contienen e incluyen más de trescientas leguas pabladas de mujeres, sin tener hombre consigo: de lo cual todo es reina e señora una sola mujer, que se llama Conori: la cual es muy obedescida e acatada e temida de sus reinos e fuera dellos, en los que le son camarcanos; e tiene subjetas muchas provincias que la obedescen e tienen por señora e la sirven, como sus vasallos e tributarios: los cuales están poblados, así como aquella región, que señorea un gran señor, llamado Rapio. E otra que tiene otro príncipe, que se dice Toronoy. E otra provincia que tiene otro señor que llaman Yaguarayo . E otra que tiene otro, que se dice Topayo. E otra que señorea otro varón Güenyuco. E otra provincia, quella, o el señor, cuya es, se llama Chipayo; e otra provincia que tiene otro señor que se dice Yaguayo.
Todos estos señores o príncipes son grandes señores e señorean mucha tierra, e son subjetos a las amazonas (si amazonas se deben decir) e las sirven e a su reina -261- Conori. Este Estado destas mujeres está en la Tierra Firme, entre el río Marañón y el río de la Plata, cuyo propio nombre es Paranaguazu.
A la mano siniestra de cómo estos españoles e su capitán Francisco de Orellana venían por el río Marañón abajo, dicen que está un gran señor frontero de la tierra de las amazonas, el río enmedio; el cual príncipe se llama Caripuna, el cual sojuzga e tiene mucha tierra; e son subjetos a él otros muchos señores que le obedescen, y es la tierra suya muy rica de plata. Pero porque la claridad e particular inteligencia no se sabe más puntual al presente, quise poner aquí esto, no porque competa a la gobernación de Quito, sino para acuerdo de lo que adelante subsediere e conviniere escrebirse, cuando estas regiones e provincias mejor estén sabidas e vistas, e porque, como dicha es, por estos hidalgos españoles que salieron de Quito se ha sabido e descubierto lo ques dicho. E así para lo mejor entender, consejaría yo al lector que llegando con su lesión hasta aquí, sin proceder adelante, vea el capítulo XXIV desta General historia de Indias, para que quede más satisfecho del descubrimiento deste río Marañón e de lo que en él vieron el capitán Francisco de Orellana e los que con él se hallaron en tan grande e tan nueva e peligrosa navegación. E atendamos en lo demás a lo quel tiempo mostrare e nos diere aviso, para que se aumente la historia del Marañón e también la de Quito, de que especialmente aquí se tracta.
-262-

Capítulo V
En que se tracta el mal subceso e muerte del capitán Francisco de Orellana e de otros muchos, que arrimados a sus palabras perdieron las vidas.

Este capitán Francisco de Orellana fue con cuatrocientos y más hombres y una gentil armada proveído por adelantado e Gobernador del río Marañón; e tocó en las islas de cabo Verde, donde así de enfermedades como por su mal recabdo perdió mucha parte de la gente que llevaba. E coma pudo, non obstante sus trabajos, pasó adelante en busca de aquellas amazonas, quél nunca vido e pregono por España, con que sacó de sentido a cuantos cobdiciosos le siguieron; y al cabo llegó a una de las bocas con quel río Marañón entra en la mar. E allí murió él y la mayor parte de la gente que llevaba; y esos pocos que quedaban, aportaron después perdidos a nuestra Isla Española, como se dijo de suso. E por que este capitán ninguna cosa hizo que sea digna de loársele ni de que merezca gracias, bástenos, lector, esta breve relación del mal evento queste caballero hizo, y que sus malos pensamientos se acabaron, conforme al seso que los movió. E pasemos a otras historias sangrientas e desabridas, quel tiempo nos trae a la memoria e discurso desta mi ocupación.

-[263]-
Agustín de Zárate
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Biografía de Agustín de Zárate
No fue Agustín de Zárate cronista de Indias, ni recibió, encargo especial alguno para consignar por escrito los sucesos de que tuvo noticia en América, pero su Historia del descubrimiento y conquista del Perú y de las guerras y cosas señaladas en ella, compuesta por impulso irresistible de su espíritu y vocación indudable para la narración histórica, han permitido a las letras castellanas tener, en hora feliz, un monumento de valor perdurable.
El benemérito don Enrique de Vedia que en 1853 ordenó los dos tomos de Historiadores Primitivos de Indias, dentro de la, «Biblioteca de Autores Españoles», con lo que prestó servicio invalorable a la cultura, dijo al hablar de Zárate que era su obra «una de las más bellas desde el punto de vista histórico y quizá la primera de nuestra lengua». De su autor aseveró que merecía ser tenido como «autoridad respetable en alto grado, en cuanto a los sucesos de que trata». Juicioso, conciso e imparcial, llama a Zárate -266- el publicista francés Eyries, que le dedica un importante estudio en la Biografía Universal, publicada por Michaud en París el año de 1828, y a la que hay que acudir siempre, como a una de las fuentes más serias en la materia a que ella está consagrada. Por su parte Guillermo Hickling Prescott, al hablar de Zárate en su Historia de la Conquista del Perú, dice que «su obra ocupa lugar preminente entre las más respetables autoridades, para la historia de aquel tiempo».
No conocemos ni el año ni el lugar de nacimiento de Agustín de Zárate y sólo sabemos por su propio testimonio, que habiendo servido durante quince años el cargo de secretario del Consejo Real de Castilla, en 1543 el emperador Carlos Quinto y el Consejo de Indias dispusieron que pasara al Perú, «a tomar cuentas a los oficiales de la Hacienda real que no las habían rendido en ningún tiempo».
Se embarcó el primero de noviembre de 1543 en San Lucar y llegó en enero de 1544 a nombre de Dios. Como anota Vedia, aunque no tuviéramos otro dato, la importancia de la comisión que traía a América, bastaría para apreciar la inteligencia, el seso y la prudencia de Zárate.
Partió nuestro autor al Perú en compañía del virrey Blasco Núñez Vela, cuando comenzaba la rebelión de Gonzalo Pizarro. Sin perjuicio de atender las funciones de su cargo, en extremo delicadas, iba observando atentamente y consignando por escrito los acontecimientos de esos días. Él mismo nos dice que lo hacía con gran reserva y cautela, porque Francisco de Carvajal había amenazado con la muerte al que se atreviera a relatar sus hazañas, seguramente, dice Zárate, convencido de que sus hechos «eran más dignos de la ley del olvido, que los atenienses llaman amnistía, que no de memoria ni perpetuidad».
Zárate estuvo en el Perú, escribe Porras Barrenechea, antes que Cieza, aunque publicara su obra dos -267- años después. Intervino nuestro autor activamente en los sucesos que relata y por ello su testimonio es muy valioso. Siguió el partido real en la disputa con Pizarro, luego de muerto Blasco Núñez de Vela, que con su carácter impetuoso y su falta de ductilidad y de tino, tantos desastres había provocado. En un momento dado Zárate tuvo que entrevistarse con Gonzalo Pizarro, para cumplir la delicada comisión que le dieron los oidores nombrados por el Virrey. Dice a este respecto Vedia:
Zárate pasó en una ocasión como comisionado de los oidores a hablar can Gonzalo Pizarro, que se acercó a Lima, y requerirle licenciase sus tropas y se retirase a sus haciendas. Ejecutó el historiador su comisión con poco gusto, según lo indica él mismo, pues, no dejaba de ofrecer bastante peligro, y cumplido este deber espinoso, parece que se pierde de vista y no suena en primer término; lo cual indica. que se redujo a desempeñar las funciones privativas de su empleo y a escribir su obra.

Nada tan oportuno como reproducir aquí el relato quede este importante suceso de su vida nos ha dejado el protagonista, Zárate, en el capítulo XIII del Libro Quinto de su Historia.- Dice así:
De cómo los oidores enviaron una embajada a Gonzalo Pizarro para que deshiciese su campo, y de lo que sobre esto acaeció
En haciendo a la vela el licenciado Álvarez, se entendió en los Reyes que iba de concierto con el Visorrey, así por algunas muestras que dello dio antes que se embarcase, como porque se fue sin esperar los despachos que los oidores habían de dar, que por no venir en ellos el licenciado Zárate se habían dilatado y se le hablan de enviar otro día. Lo cual los oidores sintieron mucho, sabiendo que Álvarez había sido inventor de la prisión del Visorrey y el que más lo trató y dio la ordenanza para ello, y entre tanto que esperaban a saber el verdadero suceso de aquel hecho, les -268- pareció enviar a Gonzalo Pizarro a le hacer saber lo pasado y a le requerir con la provisión real, para que, pues ellos estaban en nombre Su Majestad, para proveer lo que conviniese a la administración de la justicia y buena gobernación de la tierra, y habían suspendido la ejecución de las ordenanzas y otorgado la suplicación dellas, y enviado el Visorrey a España, que era mucho más de lo que ellos siempre dijeron que pretendían; para colorar la alteración de la tierra le mandaban que luego deshiciese el campo y gente de guerra, y si quería venir a aquella ciudad, viniese de paz y sin forma de ejército; y que si para la seguridad de su persona quisiese traer alguna gente, podía venir con hasta quince o veinte de caballo, para lo cual se le daba licencia. Despachada esta provisión, mandaron a algunos vecinos los oidores que la fuesen a notificar a Gonzalo Pizarro donde quiera que le topasen en el camino; y ninguno hubo que lo quisiese aceptar, así por el peligro que en ello había, como porque decían que Gonzalo Pizarro y sus capitanes les culparían, respondiéndoles que, viniendo ellos a defender las haciendas de todos, les eran contrarios. Y así, viendo esto los oidores, mandaron por un acuerdo a Agustín de Zárate, contador de cuentas de aquel reino, que juntamente con don Antonio de Ribera, vecino de aquella ciudad, fuesen a hacer esta notificación; y les dieron su carta de credencia, y con ella se partieron hasta llegar al valle de Jauja, donde a la sazón estaba alojado el campo de Gonzalo Pizarro, el cual ya hayla sido avisado del mensaje que se le enviaba; y temiendo que si se le llegaba a notificar se le amotinaría la gente, por el gran deseo que llevaban de llegar a Lima en forma de ejército, y aún para saquear la ciudad con cualquiera ocasión que hallase; y queriéndolo proveer, envió al camino por donde venían estos mensajeros a Hierónimo de Villegas, su capitán, con hasta treinta arcabuceros a caballo, el cual los topó, y a don Antonio de Ribera le dejó pasar al campo, y a Agustín de Zárate le prendió y tomó las provisiones que llevaba, y le volvió por el camino -269- que había venido, hasta llegar a la provincia de Pariacaca, donde le tuvo diez días preso, poniéndole su gente todos los temores que podían a efecto de que no dejase su embajada; y así, estuvo allí hasta que llegó Gonzalo Pizarro con su campo, y le mandó llamar para que dijese a lo que había venido. Y porque ya Zárate estaba avisado del riesgo que corría en su vida si trataba de notificar la provisión, después de hablado aparte a Gonzalo Pizarro, y dichole lo que se le había mandado, le metió en un toldo, donde estaban juntos todos sus capitanes, y le mandó que les dijese a ellos todos lo que a él le había dicho. Y Zárate, entendiendo su intención, les dijo de parte de los oidores otras algunas cosas tocantes al servicio de Su Majestad y al bien de la tierra, usando de la creencia que se le había tomado, especialmente que, pues el Visorrey era embarcado, y otorgada la suplicación de las ordenanzas, pagasen a Su Majestad lo que el visorrey Blasco Núñez Vela le había gastado, como se habían ofrecido por sus cartas de lo hacer, y que perdonasen los vecinos del Cuzco que se habían pasado desde su campo a servir al Visorrey, pues habían tenido tan justa causa para ello, y que enviasen mensajeros a Su Majestad para disculparse de todo lo acaecido, y otras cosas desta calidad, a las cuales todas ninguna otra respuesta se le dio sino que dijese a los oidores que convenía al bien de la tierra que hiciesen gobernador della a Gonzalo Pizarro, y que con hacerlo se proveería luego en todas las cosas que se les habían dicho de su parte; y que si no hacían, meterían a saco la ciudad. Y con esta respuesta volvió Zárate a los oidores, aunque algunas veces la rehusó llevar y a ellos les pesó mucho oír tan abiertamente el intento de Pizarro; porque hasta entonces no habían dicho que pretendían otra cosa sino la ida del Visorrey y la suspensión de las ordenanzas; y con todo esto, enviaron a decir a los capitanes que ellos hablan oído lo que pedían, pero que ellos por aquella vía no lo podían conceder ni aun tratar dello, si no parecía quien lo pidiese por escripto y en la forma ordinaria -270- que se suelen pedir otras cosas. Y sabiendo esto, se adelantaron del camino todos los procuradores de las ciudades que venían en el campo, y juntando consigo los de otras ciudades que estaban en los Reyes, dieron una petición en el audiencia, pidiendo lo que habían enviado a decir de palabra. Y los oidores, paresciéndoles que era cosa tan peligrosa, y para, que ellos no tenían comisión, ni tampoco libertad para dejarlo de hacer, porque ya en aquella sazón estaba Gonzalo Pizarro muy cerca de la ciudad, y les tenía tomados todos los pasos y caminos para que nadie pudiese salir della, determinaron dar parte del negocio a las personas de más autoridad que había en la ciudad y pedirles su parecer; y sobre ello hicieron un acuerdo, mandando que se notificase a don Hierónimo de Loaysa, arzobispo de los Reyes, y a don fray Juan Solano, arzobispo del Cuzco, y a don Garci Díaz, obispo del Quito, y a fray Tomás de San Martín, provincial de los dominicos, y a Agustín de Zárate y al tesorero, contador y veedor de Su Majestad, que viesen esto que los procuradores del reino pedían, y les dieron sobre ello su parecer, expresando muy a la larga las razones que a ello les movían; lo cual hacían, no para seguir ni dejar su parescer, porque bien entendían que en los unos ni en los otros no había libertad para dejar de hacer lo que Gonzalo Pizarro y sus capitanes querían; sino para tener testigos de la opresión en que todos estaban.

(Zárate: Historia del Perú. Edición de Vedia. Madrid 1853, páginas 520 y 521)

El modo tan tinoso con que Zárate ejecutó su comisión delicada y difícil, ha dado ocasión para que se dijera que su conducta, fue vacilante y equívoca y que no sabía por quién decidirse en definitiva, si por Pizarro o por el Rey, mas, parece que no pudo hacer otra cosa que lo que hizo sin peligro de su vida, que la iba a perder sin beneficio para nadie, por lo cual merece toda indulgencia. Su muerte nos habría privado de uno de los monumentos más notables de la Historia. Su actuación posterior a aquella comisión le valió el favor real, lo que demuestra que Zárate no -271- fue el «cambiabanderas» que se ha dicho, ni hombre de espíritu ambigua y desleal.
Zárate tuvo ocultos sus apuntes y papeles, hasta que en Flandes redactó su libro y lo presentó a Felipe Segundo, quien, dice el autor «me hizo a mi tamaña merced y a él tan gran favor, de leerle en el viaje y navegación que prósperamente hizo de la Coruña a Inglaterra y recibirle por suyo y mandarme que lo publicase e hiciese imprimir». Así lo verificó el autor en Amberes, «en los ratos desocupados de la labor de la moneda de Vuestra Majestad que es mi principal negocio».
Vio, pues, la luz el libro de Zárate en Amberes el año de 1555. La obra se compuso en siete libros, de los cuales el primero está dedicado a narrar las noticias que se tuvo del Perú y cómo se comenzó a descubrir y el séptimo a la pacificación del Perú por obra de la Gasca.
Se ha traducido a todas das lenguas cultas de Europa y se ha reimpreso innumerables ocasiones, lo que ha hecho que sea una de las grandes fuentes para el conocimiento del pasado. En los catálogos de libros de ocasión, se halla a menudo la edición francesa de este libro.
Don Enrique de Vedia, en el prólogo que puso a la obra de Zárate, dice que don Antonio de Alcedo en su Biblioteca Americana, manuscrita, trata a Zárate de historiador de gran mérito pero de poca exactitud y agrega que esta crítica, no le parece justa: conócese, añade, que pertenecía al partido real, pero sin embargo, habla sin ira ni encono; refiere los acontecimientos con imparcialidad y lisura, y sazona la narración con profundas reflexiones y comentarios que muchas veces dan lugar a pasajes oscuros de aquel tiempo.
El que un publicista como Vedia haya creído del caso rectificar la opinión de Alcedo, demuestra la importancia que daba al parecer del autor de la Biblioteca, -272- Americana, esa obra que yace inédita en la Biblioteca Pública de Nueva York desde hace tantos años, sin que los ecuatorianos nos interesemos en darla a luz, pese a que el autor se halla ligado tan estrechamente a la ciudad de Quito.
En el tomo cuarto de la Biblioteca, de Autores Españoles, figura otro trabajo de Agustín de Zárate: la «Censura, de la obra de Varones Ilustres de Indias, de Juan de Castellanos». Anotemos también que el nombre de Zárate consta en el Catálogo de Autoridades del Idioma, publicado por la Real Academia Española.

-[273]-
Historia del descubrimiento y conquista de la provincia del Perú y de las guerras y cosas señaladas en ella, acaecidas hasta el vencimiento de Gonzalo Pizarro y de sus secuaces, que en ella se rebelaron contra Su Majestad, por Agustín de Zárate
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Capítulo V
Cómo se dio la batalla contra Atabaliba, y cómo fue preso.

Luego, otro día de mañana, el Gobernador ordenó su gente partiendo los sesenta de a caballo que había en tres partes, para que estuviesen escondidos con los capitanes Soto y Benalcázar; y de todos dio cargo a Hernando Pizarro y a Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, y él se puso en otra parte con la infantería, prohibiendo que nadie se moviese sin su licencia o hasta que disparase la artillería. Atabaliba tardó gran parte del día en ordenar su gente, y señalando lugar por donde cada capitán había de entrar, y mandó que por cierta parte secreta, hacia la parte por donde habían entrado los cristianos, se pusiese un capitán suyo, llamado Ruminagui, con cinco mil indios, para que guardase las espaldas a los españoles y matase a todos los que volviesen huyendo. Y luego Atabaliba movió su campo tan despacio, que más de cuatro horas tardó en andar una pequeña legua. Él venía en una litera, sobre hombros de señores, y delante dél trecientos indios vestidos de una librea, quitando todas las piedras y embarazos del camino, hasta las pajas, y todos los otros caciques y señores venían tras él en andas y hamacas, teniendo en tan poco las cristianos, que los pensaban tomar a manos; porque un gobernador indio había enviado a decir a Atabaliba cómo eran los españoles muy pocos, y tan torpes y para poco, que no sabían andar a pie sin cansarse; y por eso andaban en unas ovejas grandes, que ellos llamaban caballos; y así, entró en un cercado que está delante del tambo de Caxamalca; y como vio tan pocos españoles, y esos a pie (porque los de a caballo estaban escondidos), pensó que no osarían parecer delante dél ni le esperarían; y levantándose sobre las andas, dijo a su gente: «Estos rendidos están»; y todos respondieron que sí. Y luego llegó el Obispo don fray -276- Vicente de Valverde con un Breviario en la mano, y le dijo cómo un Dios en Trinidad había criado el cielo y la tierra y todo cuanto había en ello, y hecho a Adán, que fue el primero hombre de la tierra, sacando a su mujer Eva de su costilla, de donde todos fuimos engendrados, y como por desobediencia destos nuestros primeros padres caímos todos en pecado, y no alcanzábamos gracia para ver a Dios ni ir al cielo, hasta que Cristo, nuestro redentor, vino a nascer de una virgen por salvamos, y para este efecto rescibió muerte, pasión; y después de muerto resuscitó glorificado, y estuvo en el mundo un poco de tiempo, hasta que se subió al cielo, dejando en el mundo en su lugar a San Pedro y a sus sucesores, que residían en Roma, a los cuales los cristianos llamaban papas y estos habían repartido las tierras de todo el mundo entre los príncipes y reyes cristianos, dando a cada uno cargo de la conquista, y que aquella provincia suya había repartido a Su Majestad del emperador y rey don Carlos, nuestro señor, y Su Majestad había enviado en su lugar al gobernador don Francisco Pizarro para que le hiciese saber de parte de Dios y suya todo aquello que le había dicho; que si él quería creerlo y rescebir agua de baptismo y obedecerle, como lo hacía la mayor parte de la cristiandad, él le defendería y ampararía, teniendo en paz y justicia la tierra, y guardándoles sus libertades, como lo solía hacer a otros reyes y señores que sin riesgo de guerra se le sujetaban; y que si lo contrario hacia, el Gobernador le daría cruda guerra a fuego y sangre, con la lanza en la mano; y que en lo que tocaba a la ley y creencia de Jesucristo y su ley evangélica, que si, después de bien informado della, él de su voluntad la quisiese creer, que hacía lo que convenía a la salvación de su ánima; donde no, que ellos no le harían fuerza sobre ello. Y después que Atabaliba todo esto entendió, dijo que aquellas tierras y todo lo que en ellas había las había ganado su padre y sus abuelos, los cuales las habían dejado a su hermano Guascar inga, y que por haberle vencido y tenerle preso a la sazón eran suyas y las poseía, y que no sabía él como san Pedro las podía dar a nadie; y que si las había dado, -277- que él no consentía en ello ni se le daba nada; y a lo que decía de Jesucristo, que había criado el cielo y los hombres y todo, que él no sabía nada de aquello ni que nadie criase nada sino el sol, a quien ellos tenían por dios, y a la tierra por madre, y a sus guacas; y que Pachacamá lo había criado todo lo que allí había, que de lo de Castilla él no sabía nada ni lo había visto; y preguntó al Obispo que cómo sabría él ser verdad todo lo que había dicho, o por dónde se lo daría a entender. El Obispo dijo que en aquel libro estaba escrito que era escriptura de Dios. Y Atabaliba le pidió el Breviario o Biblia que tenía en la mano; y como se lo dio lo abrió, volviendo las hojas a un cabo y a otro, y dijo que aquel libro no le decía a él nada ni le hablaba palabra, y le arrojó en el campo. Y el Obispo volvió a donde los españoles estaban, diciendo: «A ellos, a ellos»; y como el Gobernador entendió que si esperaba que los indios le acometiesen primero, los desbaratarían muy fácilmente, se adelantó, y envió a decir a Hernando Pizarro que hiciese lo que había de hacer. Y luego mandó disparar el artillería, y los de caballo acometieron por tres partes en los indios, y el Gobernador acometió con la infantería hacía la parte donde venía Atabaliba; y llegando a las andas, comenzaron a matar los que las llevaban, y apenas era muerto uno, cuando en lugar dél se ponían otros muchos a mucha porfía. Y viendo el Gobernador que si se dilataba mucho la defensa los desbaratarían, porque aunque ellos matasen muchos indios, importaba más un cristiano, arremetió con gran furia a la litera, y echando mano por los cabellos a Atabaliba (que los traía muy largos), tiró recio para sí y lo derribó, y en este tiempo los cristianos daban tantas cuchilladas en las andas, porque eran de oro, que hirieron en la mano al Gobernador; pero en fin el le echó en el suelo, y por muchos indios que cargaron, le prendió. Y como los indios vieron a su señor en tierra y preso, y ellos acometidos por tantas partes y con la furia de los caballos, que ellos tanto temían, volvieron las espaldas y comenzaron a huir a toda furia, sin aprovecharse de las armas, y era tanta la priesa, que con huir los unos derribaban los otros; y -278- tanta gente se arrimó hacia una esquina del cercado donde fue la batalla, que derribaron un pedazo de la pared, por donde pudieron salirse; y la gente de caballo continuo fue en el alcance hasta que la noche les hizo volver. Y como Ruminagui oyó el sonido de la artillería y vio que un cristiano despeñó de una atalaya abajo al indio que le había de hacer la seña para que acudiese, entendió que los españoles habían vencido, y se fue con toda su gente huyendo, y no paró hasta la provincia de Quito, que es más de docientas y cincuenta leguas de allí, como adelante se dirá.

Capítulo VI
De cómo Atabaliba mandó matar a Guascar, y cómo Hernando Pizarro fue descubriendo la tierra.

Preso Atabaliba, otro día de mañana fueron a coger el campo, que era maravilla de ver tantas vasijas de plata y de oro como en aquel real había, y muy buenas, y muchas tiendas y otras ropas y cosas de valor, que más de sesenta mil pesos de oro valía sola la vajilla de oro que Atabaliba traía, y más de cinco mil mujeres a los españoles se vinieron de su buena gana de las que en el real andaban. Y después de todo recogido, Atabaliba dijo al Gobernador que, pues preso lo tenía, lo tratase bien, y que por su liberación él le daría una cuadra que allí había llena de vasijas y de piezas de oro y tanta plata, que llevar no la pudiese. Y como entendió que de aquello que decía el Gobernador se admiraba, como que no lo creía, le tornó a decir que más que aquello le daría; y el Gobernador se le ofresció que él lo trataría -279- muy bien, y Atabaliba se lo agradesció mucho, y luego por toda la tierra hizo mensajeros, especialmente al Cuzco; para que se recogiese el oro y plata que había prometido para su rescate, que era tanto, que parescía imposible cumplirlo, porque les había de dar un portal muy largo que estaba en Caxamalca, hasta donde el mismo Atabaliba estando en pie pudo alcanzar con la mano todo el derredor lleno de vasijas de oro, según he dicho; y para este efecto hizo señalar esta altura con una línea colorada al derredor del portal; y aunque después cada día entraba en el real gran cantidad de oro y plata, no les paresció a los españoles tanto, que fuese parte para solamente comenzar a cumplir la promesa. Por lo cual mostraron andar descontentos y murmurando, diciendo que el término que había señalado Atabaliba para dar su rescate era pasado, y que no vían aparejo ellos de poderse traer; de donde inferían que esta dilación era a efecto de juntarse gente para venir sobre ellos y destruirlos. Y como Atabaliba era hombre de tan buen juicio, entendió el descontento de los cristianos, y preguntó al Marqués la causa dello, el cual se la dijo, y él le replicó que no tenía razón de quejarse de la dilación, pues no había sido tanta que pudiese causar sospecha, y que debían tener consideración a que la principal parte de donde se había de traer aquel oro era la ciudad del Cuzco, y que desde Caxamalca a ella había cerca de docientas leguas muy largas y de mal camino, y que habiéndose de traer sobre hombros de indios, no debían tener aquella por tardanza larga, y que ante todas cosas, ellos se satisfaciesen si les podía dar lo que les había prometido o no; y que hallando que era verdadera la posibilidad, les hacía poco al caso que tardase un mes más o menos; y que esto se podría hacer con darle una o dos personas que fuesen al Cuzco a lo ver; y que les pudiesen traer nuevas. Muchas opiniones hubo en el real sobre si se averiguaría esta determinación que Atabaliba pedía, porque se tenía por cosa peligrosa fiarse nadie de los indios para meterse en su poder; de lo cual Atabaliba se rió mucho, diciendo que no sabía él por qué había de rehusar ningún español de confiarse de su -280- palabra y ir al Cuzco debajo della, quedando él allí atado con una cadena, con sus mujeres y hijos y hermanos en rehenes. Y así, con esto se determinaron a la jornada el capitán Hernando de Soto y Pedro del Barco, a los cuales envió Atabaliba en sendas hamacas, con mucha copia de indios que los llevaban en hombros casi por la posta, porque no es en mano de los indios ir despacio con las hamacas; aunque no son más de dos los que las llevan, todo el número de los hamaqueros (que por lo menos serían cincuenta o sesenta para cada uno) van corriendo, y en andando ciertos pasos se mudan otros dos, en lo cual tienen tanta destreza, que lo hacen sin pararse. Pues desta manera caminaron Hernando de Soto y Pedro del Barco la vía del Cuzco, y a pocas jornadas de Caxamalca toparon los capitanes y gente de Atabaliba que traían preso a Guascar, su hermano; el cual, como supo de los cristianos, los quiso hablar y habló, y informado muy bien dellos de todas las particularidades que quiso saber, como oyó que el intento de Su Majestad, y del Marqués en su nombre, era tener en justicia así a los cristianos como a los indios que conquistasen, y dar a cada uno lo suyo, les contó la diferencia que había entre él y su hermano, y cómo, no solamente le quería quitar el reino (que por derecha succesión le pertenescía, como el hijo mayor de Guaynacaba), pero que para este efecto le traía preso y le quería matar, y que les rogaba que se volviesen al Marqués y de su parte le contasen el agravio que le hacían, y le suplicasen que, pues ambos estaban en su poder, y por esta razón él era señor de la tierra, hiciese entre ellos justicia, adjudicando el reino a quien pertenesciese, pues decían que este era su principal intento; y que si el Marqués lo hacía, no solamente cumpliría lo que por su hermano se había proferido de dar en el tambo o portal de Caxamalca un estado de hombre lleno de vasijas de oro, pero que le hinchiría todo el tambo hasta la techumbre, que era tres tantos más; y que se informasen y supiesen si él podía hacer más fácilmente aquello que su hermano lo otro; porque para cumplir Atabaliba lo que había prometido le era forzoso deshacer la casa del sol del Cuzco, que -281- estaba toda labrada de tablones de oro y plata igualmente, por no tener otra parte donde haberlo; y él tenía en su poder todos los tesoros y joyas de su padre, con que fácilmente podía cumplir mucho más que aquello; en lo cual decía verdad, aunque los tenía todos enterrados en parte donde persona del mundo no lo sabía, ni después acá se ha podido hallar, porque los llevó a enterrar y esconder con mucho número de indios que lo llevaban a cuestas, y en acabando de enterrarlos mató a todos para que no lo dijesen ni se pudiese saber, aunque los españoles, después de pacificada la tierra y agora, cada día andan rastreando con gran diligencia y cavando hacia todas aquellas partes donde sospechan que lo metió; pero nunca han hallado cosa ninguna. Hernando del Soto y Pedro del Barco respondieron a Guascar que ellos no podían dejar el viaje que llevaban, y a la vuelta (pues había de ser tan presto) entenderían en ello; y así, continuaron su camino, lo cual fue causa de la muerte de Guascar y de perderse todo aquel oro que les prometía; porque los capitanes que le llevaban preso hicieron luego saber por la posta a Atabaliba todo lo que había pasado, y era tan sagaz Atabaliba, que consideró que si a noticia del Gobernador venía esta demanda, que así por tener su hermano justicia como por la abundancia de oro que prometía (a lo cual tenía ya entendido la afición y codicia que tenían los cristianas), le quitarían a él el reino y le darían a su hermano, y aun podría ser que le matasen por quitar de medio embarazos, tomando ocasión para ello de que contra razón había prendido a su hermano y alzádose con el reino. Por lo cual determinó de hacer matar a Guascar, aunque le ponía temor para no lo hacer haber oído muchas veces a los cristianos que una de las leyes que principalmente se guardaban entre ellos era que el que mataba a otro había de morir por ello; y así, acordó tentar el ánimo del Gobernador para ver qué sentiría sobre el caso; lo cual hizo con mucha industria, que un día fingió estar muy triste y llorando y sollozando, sin querer comer ni hablar con nadie; y aunque el Gobernador le importunó mucho sobre la causa de su tristeza, se hizo de rogar en -282- decirla; y en fin le vino a decir que le habían traído nueva que un capitán suyo, viéndole a él preso, había muerto a su hermano Guascar, lo cual él había sentido mucho, porque le tenía por hermano mayor y aún por padre; y que si le había hecho prender no había sido con intención de hacerle daño en su persona ni reino, salvo para que le dejase en paz la provincia de Quito, que su padre le había mandado después de haberla ganado y conquistado, siendo cosa fuera de su señorío. El Gobernador le consoló que no tuviese pena; que la muerte era cosa natural, y que poca ventaja se llevarían unos a otros, y que cuando la tierra estuviese pacífica él se informaría quienes habían sido en la muerte y los castigaría. Y como Atabaliba vio que el Marqués tomaba tan livianamente el negocio, deliberó ejecutar su propósito; y así, envió a mandar a los capitanes que traían preso a Guascar que luego le matasen. Lo cual se hizo con tan gran presteza, que apenas se pudo averiguar después si cuando hizo Atabalipa aquellas apariencias de tristeza había sido antes o después de la muerte. De todo este mal suceso comúnmente se echaba la culpa a Hernando de Soto y Pedro del Barco por la gente de guerra, que no están informados de la obligación que tienen las personas a quien algo se manda (especialmente en la guerra) de cumplir precisamente su instrucción, sin que tengan libertad de mudar los intentos según el tiempo y negocios, si no llevan expresa comisión para ello; dicen los indios que cuando Guascar se vido matar dijo: «Yo he sido poco tiempo señor de la tierra, y menos lo será el traidor de mi hermano, por cuyo mandado muero, siendo yo su natural señor». Por lo cual los indios, cuando después vieron matar a Atabaliba (como se dirá en el capítulo siguiente), creyeron que Guascar era hijo del sol, por haber profetizado verdaderamente la muerte de su hermano; y asimismo dijo que cuando su padre se despidió dél le dejó mandado que cuando a aquella tierra viniese una gente blanca y barbada se hiciese su amigo, porque aquellos habían de ser señores del reino, lo cual pudo bien ser industria del demonio, pues antes que Guaynacaba muriese ya el Gobernador andaba por -283- la costa del Perú conquistando la tierra. Pues en tanto que el Gobernador quedó en Caxamalca, envió a Hernando Pizarro, su hermano, con cierta gente de a caballo a descubrir la tierra; el cual llegó hasta Pachacamá, que era cien leguas de allí, y en tierra de Guamachuco encontró a un hermano de Atabaliba, llamado Illescas, que traía más de trecientos mil pesos de oro para el rescate de su hermano, sin otra mucha cantidad de plata; y después de haber pasado por muy peligrosos pasos y puentes, llegó a Pachacamá, donde supo que en la provincia de Jauja, que era cuarenta leguas de allí, estaba el capitán de Atabaliba de quien arriba se ha hecho mención, llamado Cilicuchima, con un gran ejército, y él le envió a llamar, rogándole que se viniese a ver con él. Y como no quiso venir el indio, Hernando Pizarro determinó de ir allá y le habló, aunque todos tuvieron por demasiada osadía la que Hernando Pizarro tuvo en irse a meter en poder de su enemigo bárbaro y tan poderoso; en fin, le dijo y prometió tales cosas, que le hizo derramar la gente e irse con él a Caxamalca a ver a Atabaliba, y por volver más presto vinieron por las cordilleras de unas sierras nevadas, donde hubieran de perecer de frío; y cuando Cilicuchima hubo de entrar a ver a Atabaliba se descalzó y llevó su carga ante él, según su costumbre, y le dijo llorando que si él con él se hallara no le prendieran los cristianos. Atabaliba le respondió que había sido juicio de Dios que le prendiesen, por tenerlos él en tan poco, y que la principal causa de la prisión y vencimiento había sido huir su capitán Ruminagui con los cinco mil hombres con que había de acudir al tiempo de la necesidad.

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Capítulo VII
De cómo mataron a Atabaliba porque le levantaron que quería matar a los cristianos, y de cómo fue don Diego de Almagro al Perú la segunda vez.

Estando el gobernador don Francisco Pizarro en la provincia de Poechos, antes que llegase a Caxamalca (como está dicho), rescibió una carta sin firma, que después se supo haberla escrito un secretario de don Diego de Almagro desde Panamá, dándole aviso como don Diego había hecho un gran navío para con él y con otros embarcarse con la más gente que pudiese, y irle a tomar la delantera, y a posesionarse en la mejor parte de la tierra, que era pasados los límites de la gobernación de don Francisco la cual, conforme a las provisiones que había llevada de Su Majestad, duraba desde la línea equinocial docientas y cincuenta leguas adelante norte sur; de la cual carta el Gobernador a nadie dio parte; y así, se dijo y creyó que don Diego se había embarcado en Panamá con ciertos navíos y gente, y hecho a la vela para el Perú, con este intento, aunque tocando en la tierra de Puerto Viejo. Y sabido el buen suceso del Gobernador, y cómo tenía tanta cantidad de oro y plata, de lo cual le pertenescia la mitad, mudó el propósito (si es verdad que le traía). Y porque tuvo noticia del aviso que se había dado al Gobernador, ahorcó su secretario, y con toda aquella gente se fue a juntar con el Gobernador a Caxamalca, donde halló ya junta gran parte del rescate de Atabaliba, con grande admiración de los unos y de los otros, porque no se creía haber visto en el mundo tanto oro y plata como allí había; y así, el día que se hizo el ensaye y fundición del oro y plata que llamaban de la compañía, se halló montarse en el oro más de seiscientos cuentos de maravedís; y esto con haberse ensayado el oro muy de priesa, y con solamente las puntas, porque no había agua fuerte para afinar el ensayo; de cuya causa siempre se ensayaba el oro dos o tres quilates -285- menos de la ley que después paresció tener por el verdadero ensaye, en que se acrecentó la hacienda más de cien cuentos de maravedis. Y cuanto a la plata, hubo mucha cantidad; tanto, que a Su Majestad le perteneció de su real quinto treinta mil marcos de plata, blanca, tan fina y cendrada, que mucha parte della se halló después ser oro de tres o cuatro quilates; y del oro cupo a Su Majestad de quinto ciento y veinte cuentos de maravedis; de manera que a cada hombre de a caballo le cupieron más de doce mil pesos en oro, sin la plata, porque estos llevaban una cuarta parte más que los peones, y aún con toda esta suma no se había concluido la centésima parte de lo que Atabaliba había prometido dar por su rescate. Y porque a la gente que vino con don Diego de Almagro, que era mucha y muy principal, no le pertenencía cosa ninguna de aquella hacienda, pues se daba por el rescate de Atabaliba, en cuya prisión ellos no se habían hallado, el Gobernador les mandó dar todavía a mil pesos para ayuda de la costa, y acordose de enviar a Hernando Pizarro a dar noticia a Su Majestad del próspero suceso que en su buena ventura había habido. Y porque entonces no se había hecho la fundición y ensaye, ni se sabía cierto lo que podría pertenescer a Su Majestad de todo el montón, trajo cien mil pesos de oro y veinte mil marcos de plata; para los cuales escogió las piezas más abultadas y vistosas, para que fuesen tenidas en más en España; y así, trajo muchas tinajas y braseros y atambores, y carneros y figuras de hombres y mujeres, con que se hinchió el peso y valor arriba dicho, y con ello se fue a embarcar, con gran pesar y sentimiento de Atabaliba, que le era muy aficionado y comunicaba con él todas sus cosas; y así, despidiéndose dél le dijo: «Vaste, capitán, pésame dello; porque en yéndote tú, sé que me han de matar este gordo y este tuerto»; lo cual le decía por don Diego de Almagro, que, como hemos dicho arriba, no tenía más de un ojo, y por Alonso de Requelme, tesorero de Su Majestad, a los cuales había visto murmurar contra él por la razón que adelante se dirá. Y así fue, que, partido Hernando Pizarro, luego se trató la muerte de Atabaliba por medio de un indio que -286- era intérprete entre ellos, llamado Filipillo, que había venido con el Gobernador a Castilla; el cual dijo que Atabaliba quería matar a todos los españoles secretamente, y para ello tenía apercibida gran cantidad de gente en lugares secretos; y como las averiguaciones que sobre esto se hicieron era por lengua del mesmo Filipillo, interpretaba lo que quería, conforme a su intención. La causa que le movió nunca se pudo bien averiguar, mas de que fue una de dos: o que este indio tenía amores con una de las mujeres de Atabaliba, y quiso con su muerte gozar della seguramente, lo cual había ya venido a noticia de Atabaliba; y él se quejó dello al Gobernador, diciendo que sentía más aquel desacato que su prisión ni cuantos desastres le habían venido, aunque se le siguiese la muerte con ellos; y que un indio tan bajo le tuviese en tan poco y le hiciese tan gran afrenta, sabiendo él la ley que en aquella tierra había en semejante delito; porque el que se hallaba culpado en él, y aun el que solamente lo intentaba, le quemaban vivo con la mesura mujer, si tenía culpa, y mataban a sus padres e hijos y hermanos y a todos los otros parientes cercanos, y aun hasta las ovejas del tal adúltero; y demás desto, despoblaban la tierra donde él era natural, sembrándola de sal y cortando los árboles, y derribando las casas de toda la población, y haciendo otros muy grandes castigos en memoria del delito. Otros dicen que la principal causa de la muerte de Atabaliba fue la gran diligencia y maña que tuvieron para encaminarla esta gente que fue con don Diego de Almagro por su interés particular; porque les decían los que habían hecho la conquista que, no solamente no tenían ellos parte en todo el oro y plata que hasta entonces estaba dado, pero ni en todo lo que de allí adelante se diese, hasta que fuese cumplida toda la suma de rescate de Atabaliba, que parecía no poderse hinchir aunque se juntase para ello todo cuanto oro había en el mundo, pues resultaba todo ello del rescate de aquel príncipe, cuya prisión se había hecho con su industria y trabajo, sin que los de don Diego interviniesen en ello; y así, les paresció a los de don Diego que les convenía encaminar la muerte de Atabaliba, porque mientras -287- él fuese vivo, todo cuanto oro ellos allegasen dirían que era rescate, y que no habían de participar los otros en ello; y como quiere que fuese, le condenaron a muerte, de lo cual él se admiraba mucho, diciendo que él nunca tal cosa había pensado como se le levantaba, y que le doblasen las prisiones y guardas o le metiesen en uno de sus navíos en la mar. Y dijo al Gobernador y a los principales señores: «No sé por qué me tenéis por hombre de tan poco juicio, que penséis que os quiero hacer traición; pues si creéis que esta gente que decir que está junta viene por mi mandado y permisión, no hay razón para ello, pues estoy en vuestro poder atado con cadenas de hierro, y en asomando la tal gente, o sabiendo que viene, me podéis cortar la cabeza. Y si penséis que viene contra mi voluntad, no estáis bien informado del poder que yo tengo en esta tierra, y con la obediencia con que soy temido de mis vasallos; pues si yo no quiero ni las aves volarán, ni las hojas de los árboles se menearán en mi tierra». Todo esto no le aprovechó, ni ofrescer a dar muy grandes rehenes por el primero español que muriese en la tierra. Porque, demás desta sospecha, se le acumuló la muerte de Guascar, su hermano; y así, le sentenciaron a muerte y ejecutaron la sentencia, yendo él siempre llamando a Hernando Pizarro, y diciendo que si él allí estuviera no le mataran. Y al tiempo de la muerte se baptizó, por persuasión del Gobernador y Obispo.

Capítulo VIII
De cómo Ruminagui, capitán de Atabaliba, se alzó en la tierra de Quito, y como el Gobernador se fue al Cuzco.

Aquel capitán de Atabaliba llamado Ruminagui, que arriba dijimos que huyó de Caxamalca con cinco mil -288- indios, en llegando a la provincia de Quito tomó en su poder los hijos de Atabaliba, y se apoderó en la tierra, haciéndose obedescer por señor della; y después Atabaliba, poco antes que muriese, envió a su hermano Illéscas a la provincia de Quito para traer sus hijos, y el Ruminagui lo mató y no se los quiso dar; y después desto algunos capitanes de Atabaliba, conforme a lo que él dejó mandado, llevaron su cuerpo a la provincia de Quito a enterrar con su padre Guaynacaba, los cuales Ruminagui rescibió muy honrada y amorosamente, e hizo enterrar el cuerpo con gran solemnidad, según la costumbre de la tierra, y después mandó hacer una borrachera; en la cual, estando borrachos los capitanes que habían traído el cuerpo, los mató a todos, y entre ellos aquel Illéscas hermano de Atabaliba, al cual hizo desollar vivo, y del cuero hizo un atambor, quedando la cabeza colgada en el mismo atambor.
Después desto, habiendo el Gobernador repartido toda el oro y plata que hubo en Caxamalea, porque supo que uno de los capitanes de Atabaliba, llamado Quizquiz, andaba con cierta gente alborotando la tierra, partió contra él, y no le osó aguardar en la provincia de Jauja; por lo cual envió delante al capitán Soto con cierta gente de caballo, yendo él en la retaguardia, y en la provincia de Viscacinga dieron de súbito tantos indios sobre el capitán Soto, que estuvo muy cerca de ser desbaratado, matándole cinco o seis españoles; y como vino la noche, los indios se retrajeron a la sierra, y el Gobernador envió a don Diego de Almagro con cierta gente de caballo al socorro, y cuando otro dio amanesció, que tornaron a pelear, los cristianos se fueron mañosamente retrayendo para sacar los indios al llano, por excusarse de las piedras que les tiraban desde lo alto de las cuestas. Y los indios, entendiendo el engaño, no salieron y pelearon allí, sin reconocer el socorro que había venido, porque con la mucha niebla que aquella mañana hizo no le pudieron ver; y así, pelearon aquel día tan animosamente los cristianos, que desbarataron los indios y mataron muchos dellos. Y de ahí a poco llegó el Gobernador con la retaguardia, y allí le salió de paz un hermano de Guascar -289- y de Atabaliba, que por su muerte habían hecho inga o rey de la tierra, y dándole la borla, que era la insignia o corona real, llamado Paulo inga; y éste le dijo cómo en el Cuzco le estaba aguardando mucha gente de guerra, y llegando por sus jornadas cerca de la ciudad, vieron salir della grandes humos; y creyendo el Gobernador que los indios la quemaban, envió ciertos capitanes a gran priesa a lo defender con alguna gente de caballo, y en llegando a la ciudad salió sobre ellos gran número de indios, y comenzaran a pelear con los cristianos, tirándoles tantas piedras y tiraderas y otras armas, que, no pudiéndolos sufrir los españoles, se retrajeron a toda furia más de una legua hasta un llano donde se juntaron con el Gobernador, y allí envió sus dos hermanos Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, con la más gente de caballo, y dieron en los indios por la parte de la sierra tan animosamente, que los hicieran huir, y ellos los siguieron, matando en el alcance muchos dellos. Y como la noche vino, el Gobernador hizo recoger todos los españoles y los tuvo en arma; y cuando otro dio pensaron que en la entrada de la ciudad tuvieran alguna resistencia, no hallaron hombre que la defendiese; y así, entraron pacíficamente, y de ahí a veinte días tuvieron nueva cómo Quiquiz andaba con mucha gente de guerra robando y destruyendo una provincia llamada Condesuyo, y envió a lo estorbar el Gobernador al capitán Soto con cincuenta de caballo, y Quizquiz no le aguardó, antes se fue la vía de Jauja a dar sobre algunos españoles que allí supo haber quedado guardando su fardaje y haciendas, y con la hacienda real, que tenía a cargo el tesorera Alonso de Requelme. Los cristianos, sabiéndolo, aunque eran pocos, se defendieron animosamente en un lugar fuerte que para ello escogieron. Y así, Quizquiz se pasó adelante la vio de Quito, y tras él envió el Gobernador otra vez al capitán Soto con cierta gente de caballo, y después envió en su socorro a sus hermanos, y todos siguieron a Quizquiz más de cien leguas; y no le pudiendo alcanzar, se volvieron al Cuzco, y allí hubieron tan gran presa como la de Caxamalca, de oro y de plata, la cual el Gobernador repartió entre la gente y pobló la -290- ciudad, que era la cabeza de la tierra entre los indios, y así lo fue mucho tiempo entre los cristianos; y repartió los indios entre los vecinos que allí quisieron quedar, porque a muchos no les pareció poblar en la tierra, sino venirse con lo que les había cabido en Caxamalca y Cuzco a gozarlo en España.

Capítulo IX
De cómo el capitán Benalcázar fue a la conquista de Quito.

Ya dijimos arriba cómo al tiempo que el Gobernador entró en el Perú pobló la ciudad de San Miguel, en la provincia de Tangarara junto al puerto de Túmbez, porque los que viniesen de España tuviesen el puerto seguro para desembarcar; y porque le paresció que habían quedado allí pocos caballos después de la prisión de Atabaliba, envió por su teniente desde Caxamalca a San Miguel al capitán Benalcázar con diez de caballo, al cual por este tiempo se le vinieron a quejar los indios cañares que Ruminagui y los otros indios de Quito les daban muy continua guerra; lo cual fue a coyuntura que de Panamá y de Nicaragua había venido mucha gente, y dellos tomó Benalcázar docientos hombres, los ochenta de caballo, y con ellos se fue la vía del Quito, así por defender a los cañares, que se le habían dado por amigos, porque tenía noticia que en Quito había gran cantidad de oro, que Atabaliba había dejado. Y cuando Ruminagui supo la venida de Benalcázar salió a defenderle la entrada, y peleó con él en muchos pasos peligrosos con más de doce mil indios; y tenía hechos sus fosados, lo cual todo -291- contraminaba Benalcázar con grande astucia y prudencia; porque quedándoles él haciendo cara, enviaba en las trasnochadas un capitán con cincuenta o sesenta de caballo, que por arriba o por abajo, de cada mal paso se lo tenía ganado cuando amanescía; y desta manera los hizo retraer hasta los llanos, donde no osaron esperar, por el mucho daño que les hacían los de caballo; y cuando aguardaban era porque tenían hechos hoyos anchos y hondos, sembrados dentro de palos y estacas agudas, y cubiertos con céspedes y yerba sobre muy delgadas cañas, casi de la forma que escribe César en el sétimo comentario que los de Alexia le pusieron para defensa de la ciudad, en otra cava secreta, que llaman Lirios. Pero con todo cuanto hicieron, nunca pudieron engañar a Benalcázar para que cayese ni rescibiese daño en alguna fiestas cavas, porque nunca los acometía por aquella parte donde los indios le hacían rostro; antes rodeaba una o dos leguas para darlos por las espaldas o por los lados, yendo siempre con gran aviso de no pasar sobre yerba ni tierra que no fuese natural y criada allí. Y demás desto, tuvieron otra astucia los indios, viendo que la pasada no les aprovechaba, que por todas las partes por donde se sospechaba que habían de pasar los caballos, hacían unos hoyos tan anchos como la mano de un caballo, muy espesos, sin que hubiese en medio casi ninguna distancia; pero con ninguno destos ardides pudieron engañar a Benalcázar, y les fue ganando toda la tierra hasta la principal ciudad de Quito, donde supo que un día dijo Ruminagui a todas sus mujeres (de que tenía en gran número): «Agora habréis placer, que vienen los cristianos, con quien os podréis holgar»; y ellas, pensando que se lo decía por donaire, se rieron; y costoles tan caro la risa, que a casi todas las hizo descabezar, y determinó de huir de la ciudad, poniendo primero fuego a una sala llena de muy rica ropa, que allí tenía desde el tiempo de Guaynacaba, y se huyó, aunque primero una noche dio sobre los españoles de sobresalto, sin hacer en ellos ningún daño; y así, Benalcázar se apoderó de la ciudad. Y en este tiempo envió el Gobernador a don Diego de Almagro con cierta gente hacia la costa -292- de la mar y a la ciudad de San Miguel, para informarse verdaderamente de una nueva que le había venido de cómo don Pedro de Albarado, gobernador de Guatemala, se había embarcado la vía del Perú con una gruesa armada y gran número de caballos y gente para descubrir el Perú, como se dirá en el capítulo siguiente. Y llegado don Diego a San Miguel sin hallar nueva cierta de lo que buscaba, sabido que Benalcázar estaba sobre Quito, y la resistencia que Ruminagui le hacía, determinó irle ayudar; y así, fue aquellas ciento y veinte leguas hasta Quito, donde, se juntó con Benalcázar y se apoderó de la gente, conquistando algunos pueblos y palenques que hasta entonces se habían defendido; y visto que en aquella tierra el oro ni riqueza de que habían tenido noticia, se volvió al Cuzco, dejando por gobernador de la provincia de Quito a Benalcázar, como antes lo era.

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Libro cuarto
Que trata del viaje que Gonzalo Pizarro hizo al descubrimiento de la provincia de la Canela, y de la muerte del Marqués

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Capítulo I
De cómo Gonzalo Pizarro se aderezó para la jornada de la Canela.

Después desto, se tuvo noticia en el Perú que en la tierra de Quito, hacia la parte del oriente, había un descubrimiento de una tierra muy rica y donde se criaba abundancia de canela, por lo cual se llamó vulgarmente la tierra de la canela. Y para la conquistar y poblar determinó el Marqués enviar a Gonzalo Pizarro, su hermano; y porque la salida se había de hacer desde la provincia de Quito, y allí habían de acudir y proveerse de las cosas necesarias, renunció la gobernación de Quito en Gonzalo Pizarro, en confianza que Su Majestad le haría merced della; y así, se partió para allá Gonzalo Pizarro con mucha gente que para este descubrimiento llevaba, y en el camino le convino pelear con los indios de la provincia de Guanuco, que le salieron de guerra, y le pusieron en tanto aprieto, que fue necesario que el Marqués enviase en su socorro a Francisco de Chaves; y así llegó Gonzalo Pizarro a Quito. Y en este tiempo el Marqués envió a Gómez de Alvarado a conquistar y poblar la provincia de Guanuco, porque della habían ido ciertos caciques llamados los conchucos, con mucha gente de guerra, sobre la ciudad de Trujillo, y mataban cuantos españoles podían, y aun robaban y hacían mucho daño en los mismos indios sus comarcanos, y los que mataban y lo que robaban lo ofrescían todo a un ídolo que consigo traían, que llamaban la Cataquilla. Y así anduvieron hasta que de la ciudad de Trujillo salió Miguel de la Serna, vecino della, con la gente que pudo sacar, y juntándose con Francisco de Chaves, pelearon con los indios hasta que los vencieron y desbarataron.

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Capítulo II
De cómo Gonzalo Pizarro partió de Quito y llegó a la Canela, y de lo que acaesció en el camino.

Habiendo aderezado Gonzalo Pizarro las cosas necesarias para su viaje, partió de Quito, llevando consigo quinientos españoles bien aderezados, los ciento de caballo con dobladura, y más de cuatro mil indios amigos, y tres mil cabezas de ovejas y puercos. Y después que pasó una población que se llamaba Inga, llegó a la tierra de los quijos, que es la última que conquistó Guaynacaba hacía la parte del septentrión, donde los indios le salieron de guerra, y en una noche desaparecieron todos, que nunca más ninguno pudieron haber. Y después de haber allí reposado algunos días en las poblaciones de los indios, sobrevino un tan gran terremoto con temblor y tempestad de agua y relámpagos y rayos y grandes truenos, que, abriéndose la tierra por muchas partes, se hundieron más de quinientas casas; y tanto cresció un río que allí había, que no podían pasar a buscar comida, a cuya causa padescieron gran necesidad de hambre. Y después de partidos destas poblaciones, pasó unas cordilleras de sierras altas y frías, donde muchos de los indios de su compañía se quedaron helados. Y a causa de ser aquella tierra falta de comida, no paró hasta una provincia llamada Zumaco, que está en las faldas de un alto volcán, donde, por haber mucha comida, reposó la gente, en tanto que Gonzalo Pizarro, con algunos dellos, entró por aquellas montañas espesas a buscar camino; y como no le halló se fue a un pueblo que llamaron de la Coca, y de allí envió por toda la gente que había dejado en Zumaco, y en dos meses que por allí anduvieron, siempre les llovió de día y de noche, sin que les diese el agua lugar de enjugar la ropa que traían vestida. Y en esta provincia de Zumaco, y en cincuenta leguas al derredor, hay la canela de que llevaban noticia, que son unos grandes árboles con hojas como de laurel, y la fruta -297- son unos racimos de fruta menuda que se crían en unos capullos; y aunque esta fruta y las hojas y corteza y raíces del árbol tienen sabor y olor y sustancia de canela, pero la más perfecta es aquellos capullos que son de hechura (aunque mayores) de los capullos de bellotas de alcornoque; y aunque en toda la tierra hay muchos deste género de árboles silvestres que nascen y fructifican sin ninguna labor, los indios tienen muchos dellos en sus heredades y los labran, y así nasce dellos más fina canela que de los otros; y tiénenla ellos en mucho, porque la rescatan en las tierras comarcanas por los mantenimientos y ropa y todas las otras cosas que han menester para su sustentación.

Capítulo III
De los pueblos y tierras que pasó Gonzalo Pizarro hasta que llegó a la tierra donde hizo un bergantín.

Pues dejando Gonzalo Pizarro en esta tierra de Zumaco la mayor parte de la gente, se adelantó con los que más sanos y recios estaban, descubriendo el camino según los indios le guiaban, y algunas veces por los echar pie sus tierras les daban noticias fingidas de lo de adelante, engañándolos, como lo hicieron los de Zumaco, que le dijeron que más adelante estaba una tierra de gran población y comida, lo cual halló ser falso, porque era tierra mal poblada, y tan estéril, que en ninguna parte della se podía sustentar, hasta que llegó a aquellos pueblos de la Coca, que era junto a un gran río, donde paró mes y medio, aguardando la gente que en Zumaco había dejado, porque en esta tierra les vino de paz el -298- señor della. Y de allí caminaron todos juntos el río abajo, hasta hallar un saltadero que en el río había de más de docientos estados, por donde el agua se derriba con tan gran ruido, que se oía más de seis leguas, y dende a ciertas jornadas se recogía el agua del río en una tan pequeña angostura, que no había de una orilla a otra más de veinte pies, y era tanta la altura desde las peñas hasta llegar al agua, como la del saltadero que hemos dicho, y de una parte y de otra era peña tajada, y en cincuenta leguas de camino no hallaron por donde pasar sino por allí, que les defendían los indios el paso, hasta que, habiéndolo ganado los arcabuceros, hicieron un puente de madera, por donde seguramente pasaron todos. Y así, fueron caminando por una montaña hasta la tierra que llamaron de Guema, que era algo rasa y de muchas ciénagas y de algunos ríos, donde había tanta falta de comida, que no comía la gente sino frutas silvestres, hasta que llegaron a otra tierra donde había alguna comida y era medianamente poblada. Y los indios andaban vestidos de algodón, y en todas las otras tierras que habían pasado andaban en cueros, o por el demasiado calor que a la continua había, o porque no alcanzan ropa; solamente traían atados los prepucios con unas cuerdas de algodón por entre las piernas (que se iban a atar a unas cintas que traen ceñidas por los lomos), y las mujeres traían pañetes, sin otro ningún vestido. Y allí hizo Gonzalo Pizarro un bergantín para pasar a la otra parte del río a buscar comida y para llevar por el río abajo la ropa y otros fardajes y a los enfermos, y aun para caminar él por el río, porque en las más partes, a causa de ser la tierra tan anegada, que aun con machetes y hachas no podían hacer el camino. Y en hacer este bergantín pasaron muy gran trabajo, porque hubieron de cimentar fraguas para el herraje, en lo cual se aprovecharon de las herraduras de los caballos muertos, porque ya no había otro hierro, y hicieron hornos para el carbón. Y en todos estos trabajos hacía Gonzalo Pizarro que trabajasen; desde el mayor hasta el menor, y él por su persona era el primero que echaba mano de la hacha y del martillo; y en lugar de brea se aprovecharon -299- de una goma que allí distilan los árboles, y por estopa usaron de las mantas viejas de los indios y de las camisas de los españoles, que estaban podridas de las muchas aguas, contribuyendo cada uno según podía. Y así, finalmente, dieron cabo en la obra y echaron el bergantín al agua, metiendo en él todo el fardaje; y juntamente con él hicieron ciertas canoas, que llevaban con el bergantín.

Capítulo IV
De cómo Francisco de Orellana se alzó y fue con el Bergantín, y de los trabajos que sucedieron a causa desto.

Gonzalo Pizarro cuando tuvo hecho el bergantín pensó que todo su trabajo era acabado, y que con él descubriría toda la tierra; y así, continuó su camino, llevando el ejército por tierra, por las grandes ciénagas y atolladares que había por la orilla del río y espesura de montes y cañaverales, haciendo el camino a fuerza de brazos con espadas y machetes y hachas, y cuando no podían caminar por la una parte del río se pasaban a la otra en el bergantín; y siempre caminaban con tal orden, que los de tierra y los del río todos dormían juntos. Y cuando Gonzalo Pizarro vio que más de docientas leguas habían caminado el río abajo, y que no hallaban que comer sino frutas silvestres y algunas raíces, mandó a un capitán suyo, llamado Francisco de Orellana, que con cincuenta hombres se adelantase por el río a buscar comida, con orden que si la hallaba cargase della el bergantín, dejando la ropa que llevaba a las juntas de dos -300- grandes ríos que tenía noticia que estaban ochenta leguas de allí, y que le dejase dos canoas en unos ríos que atravesaban, para que en ellas pasase la gente. Pues partido Orellana, era tan grande la corriente, que en breve tiempo llegó a las juntas de los ríos, sin hallar ningún mantenimiento; y considerando que lo que en tres días había andado no lo podía subir en un año, según la furia del agua, acordó de se dejar ir el río abajo, donde la ventura le guiase, aunque se tuviera por medio más conveniente esperar allí. Y así, se fue sin dejar las dos canoas, casi amotinado y alzado; porque muchos de los que con él iban le requirieron que no excediese de la orden de su general, especialmente fray Gaspar de Carvajal, de la Orden de los predicadores, que porque insistía más que los otros en ello, le trató muy mal de obra y palabra. Y así siguió su camino, haciendo algunas entradas en la tierra, y peleando con los indios que se le defendían, porque salían a él muchas veces en el río gran número de canoas, y por ir tan apretados en el bergantín no podían pelear con ellos como convenía. Y en cierta tierra donde halló aparejo se detuvo, haciendo otro bergantín, porque los indios le salieron de paz y le proveyeron de comida y de todo lo más necesario. Y en una provincia más adelante peleó con los indios y los venció; y allí tuvo dellos noticia que algunas jornadas la tierra adentro había una tierra en que no vivían sino mujeres, y ellas se defendían de los comarcanos y peleaban; y con esta noticia, sin hallar en toda la tierra oro ni plata, ni rastro della, caminó por la corriente del río hasta salir por él a la Mar del Norte, trecientas y veinte y cinco leguas de la isla de Cubagua; y este río se llama el Marañón, porque el primero que descubrió la navegación dél fue un capitán llamado Marañón. Nasce en el Perú, en las faltas de las montañas de Quito; corre por camino derecho (contándole por la altura del sol) setecientas leguas, y con las vueltas y rodeos que el río hace, yéndolas siguiendo, hay dende su nascimiento hasta que entra en la mar más de mil ochocientas leguas, y en la entrada tiene de ancho quince leguas, y por todo el camino a veces se ensancha tres y cuatro leguas. Y -301- así llegó Orellana a Castilla; donde dio noticia a Su Majestad deste descubrimiento, echando fama que se había hecho a su costa e industria, y que había en él una tierra muy rica donde vivían aquellas mujeres, que comúnmente llamaron en todos estos reinos la conquista de las Amazonas; y pidió a Su Majestad la conquista y gobernación della, la cual le fue dada; y habiendo hecho más de quinientos hombres de caballeros y gente muy principal y lucida, se embarcó con ellos en Sevilla; y habiendo malas navegaciones y faltas de comidas, desde las canarias se le comenzó a desbaratar la gente, y poca adelante se deshizo de todo punto, y él murió en el camino; y así, se derramó la gente por las islas, yéndose a diversas partes, sin que llegasen al río, de lo cual le quedó gran queja a Gonzalo Pizarro, así porque con irse le puso en tan gran aprieto, por falta de comida y por no tener en qué pasar los ríos, como porque llevó en el bergantín mucho oro y plata y esmeraldas, con lo cual tuvo que gastar todo el tiempo que anduvo demandando, y aparejando esta conquista.

Capítulo V
De cómo Gonzalo Pizarro volvió a Quito, y de los trabajos que pasó a la vuelta.

Llegando Gonzalo Pizarro con su gente adonde había mandado a Orellana que le dejase las canoas para pasar ciertos ríos que entraban en aquel río grande, y no las hallando, tuvo gran trabajo en pasar la gente de la otra parte; y le fue forzado hacer nuevas balsas y canoas para ello, en que pasó muy gran trabajo. Y después, llegando -302- a la junta de los dos ríos, donde Orellana le había de esperar, y no le hallando, tuvo nueva de un español (que Orellana había echado en tierra porque le contradecía el viaje) de todo lo que pasaba, y cómo Orellana, teniendo intención de hacer el descubrimiento en su propio nombre, y no como teniente de Gonzalo Pizarro, se desistió del cargo que llevaba; y hizo que de nuevo la gente lo hiciese capitán. Y viéndose Gonzalo Pizarro desamparado de toda forma de navegación, que era la vía por donde se proveían de mantenimientos, y no hallando sino muy poco por rescate de cascabeles y espejos, fue tanta la desconfianza en que cayeron, que determinaron volverse a Quito, de donde estaban alejados más de cuatrocientas leguas de tan mal camino y montañas y despoblados, que no pensaban llegar allá, sino morir de hambre en aquellos montes; donde perecieron más de cuarenta dellos, sin que hubiese forma de ser socorridos, sino que, pidiendo de comer, se arrimaban a los árboles, y se caían muertos de la mucha flaqueza y desmayo que la hambre les causaba; y así, encomendándose a Dios, se volvieron, dejando el camino por donde habían venido, porque en aquel había a la continua muy malos pasos y falta de comida; y así, a la ventura buscaron otro que no estaba mejor proveído que el de la venida, y se pudieron sustentar con matar y comer los caballos que les quedaban, y algunos lebreles, y otros géneros de perros que llevaban; y también se ayudaron de unos bejucos, que son como sarmientos de parra, y tienen sabor de ajos. Y llegó a valer un gato salvaje o una gallina cincuenta pesos, y un alcatraz de aquellas gallinazas de la mar que arriba hemos contado, diez pesos . Así continuó Gonzalo Pizarro su camino la vía de Quito, donde mucho tiempo antes avisó de su tornada, y los vecinos de Quito habían proveído de mucha copia de puercos y ovejas, con que salieron al camino, y algunos pocos caballos y ropas para Gonzalo Pizarro y sus capitanes, el cual socorro los alcanzó más de cincuenta leguas de Quito, y fue recebido dellos con gran alegría, especialmente la comida. Gonzalo Pizarro y todos los de su compañía venían desnudos en cueros, por que mucho -303- tiempo había que, con las continuas aguas, se les habían podrido todas las ropas; solamente traían dos pellejos de venados, uno delante y otro atrás, y algunos muslos viejos, y calzados unas antiparas del mismo venado y unos capeletes de lo mismo; y las espadas venían todas sin vainas y tomadas de orín; y todos a pie, llenos los brazos y piernas de los rasguños de las zarzas y arboledas; y tan desemejados y sin color, que apenas se conocían. Y según ellos mesmos dijeron, uno de los mantenimientos cuya falta más tuvieron fue la sal, que en más de docientas leguas no hallaron rastro della; y así, rescibieron el socorro y comida en la tierra de Quito, besaron la tierra, dando gracias a Dios, que los había escapado de tan grandes peligros y trabajos; y entraban con tanto deseo en los mantenimientos, que fue necesario ponerles tasa, hasta que poco a poco fuesen habituando los estómagos a tener qué digerir. Y Gonzalo Pizarro y sus capitanes, viendo que en los caballos y ropas que les habían traído no había más de para los capitanes, no quisieron mudar traje ni subir a caballo, por guardar en todo igualdad, como buenos soldados; y en la forma que hemos dicho entraron en la ciudad de Quito una mañana, yendo derechos a la iglesia a oír misa y dar gracias a Dios, que de tantos males les había escapado; y después cada uno se aderezó según su posibilidad. Esta tierra donde nasce la canela está debajo de la línea equinocial, en el mismo paraje donde están las islas de Maluco, que crían la canela que comúnmente se come en España y en las otras partes orientales.
Antonio de Herrera y Tordesillas
Cronista Mayor de Indias

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Biografía de Antonio Herrera y Tordesillas, Cronista Mayor de Indias
En su celebrado estudio sobre Los historiadores de Colón, el eminente erudito y polígrafo don Marcelino Menéndez Pelayo anota, al hablar de don Antonio de Herrera y Tordesillas, que por el encargo que tenía de Cronista Mayor de Indias se le franquearon, sin restricción alguna, para su estudio todos los papeles originales y relatos de los conquistadores, hallándose en capacidad de redactar, a base de ellos, una verdadera historia del descubrimiento, conquista y colonización de América, de insuperable mérito. No lo hizo así el Cronista Mayor y se contentó, «por ser tarea más grata y más acomodada a su temperamento literario» con poner en orden y estilo las crónicas anteriores, tejiendo con ellas el hilo de sus Décadas. No realizó, pues, obra original: se limitó a utilizar trabajos anteriores al suyo, que no siempre respetó tampoco en su integridad. Cuando aún no se había establecido el grado de originalidad del cronista Herrera, -308- su nombre figuraba en primer término entre los de los historiadores de Indias y menudeaban los elogios y encarecimientos para su labor, que se calificaba de incomparable, definitiva y única. Conocidas suficientemente las fuentes que utilizó para sus Décadas, esa gloria y esas alabanzas y encarecimientos tienen que distribuirse, dice Menéndez Pelayo, entre muchos participantes. Ciertos autores fueron especialmente aprovechados por Herrera, tales como Cervantes de Salazar, Pedro de Cieza de León, Bartolomé de las Casas. A este último le utilizó no pocas veces a la letra y con escasa conciencia. El gran pecado de Herrera radica, sin embargo, en no haber indicado en cada caso en su obra las fuentes que había utilizado. Se contentó con dar una lista de autores que había consultado, más no indicó lo que de cada uno de ellos había copiado en sus escritos; de esta suerte, no es posible y de inmediato saber qué pertenece a Herrera y qué a otros cronistas. Hay que reconocer, desde luego, que el caso de Herrera no es el único en esta materia. También el inca Garcilaso de la Vega se apropió de escritos ajenos; el Palentino utilizó, sin citar, un relato que puso en sus manos «La Gasca» y lo propio parece que hizo con otros documentos Cristóbal Calvete de Estrella. El respeto por los trabajos ajenos y el citarlos en su oportunidad enunciando quien los había hecho, parece que no fue moneda corriente entre los escritores de historia del siglo XVI.
El reputado bibliógrafo e historiador don Joaquín García Icazbalceta, escribió sobre Antonio de Herrera y Tordesillas un estudio que figura en el tomo octavo de sus Obras editadas por Agüeros en México el año de 1898. Anota allí García Icazbalceta cómo Herrera, nombrado Cronista Mayor de Indias el año de 1596, ya a fines de 1598 presentaba concluida la mitad de su célebre obra, la Historia General de los hechos de los castellanos en las Islas y tierra firme del mar Océano. Las cuatro primeras Décadas se imprimieron así en Madrid en 1601. La rapidez con que se llenó -309- el encargo, no se explicaría sino fuera por haber utilizado el autor investigaciones y trabajos ya existentes. Las cuatro Décadas restantes se imprimieron en 1615. Entre todas abrazan un período de sesenta y dos años, pues, van desde 1492 hasta 1554. La reimpresión que hizo Barcia en Madrid en 1730, es muy estimada, por la extensa y utilísima tabla de materias que él preparó para la obra de Herrera, tanto más preciosa cuanto que, como anota, Icazbalceta, «el grave defecto del trabajo del Cronista consiste en el plan, arreglado tan servilmente al orden cronológico que, saltando sin cesar el lector de un punto a otro del inmenso continente y de sus islas, se pierde en un laberinto de relaciones diversas, en donde a duras penas puede reunir y coordinar todas las circunstancias de un suceso».
Con su autoridad de Cronista Mayor de Indias dispuso Herrera, como anotamos antes, de los papeles de la cámara real, de las relaciones de navegantes y conquistadores y de todas las obras editadas e inéditas sobre las Indias Occidentales. Le fue dable así incorporar en su libro muchos relatos cuyos originales se han perdido posteriormente o no se los halla hasta la fecha. La obra de Antonio de Herrera y Tordesillas ha venido a ser así el gran acervo de datos que sin ella habrían desaparecido totalmente; por esto es de obligada consulta y de valor permanente cuando de investigaciones sobre historia americana se trata.
Decíamos que no siempre respetó el texto original de los autores que hizo suyos. En efecto, García Icazbalceta expresa que tomó capítulos enteros de la Historia de fray Bartolomé de las Casas, sin más trabajo que mejorar el estilo y suprimir las violentas invectivas del padre. Se le acusa también de haber procurado atenuar las atrocidades de ciertos hechos de los españoles en América, sin llegar hasta ser panegirista del crimen.
Pese a todo ello, no hay cómo negar que Herrera prestó gran servicio a la historia de América, pues -310- que tampoco descuidó de anotar datos importantes sobre ritos y costumbres de los habitantes primitivos de ella, sacados de las mejores fuentes.
La vida, le fue siempre fácil y pocos pudieron disfrutar como él de comodidad para entregarse al cultivo de las letras. Nació en la villa de Cuéllar, en Segovia, el año de 1559 y falleció en Madrid el 27 de marzo de 1625. Fue hijo de Rodrigo de Tordesillas y de Inés de Herrera, habiendo tornado en primer lugar el apellido de su madre, como solía usarse en aquel tiempo.
Felipe Segundo le nombró en 1596 Cronista Mayor de Indias. Le valió para ello la calurosa recomendación que de sus méritos hiciera Vespasiano de Gonzaga, al que había servido Herrera como secretario y con el que se había vinculado en Italia, en la que se perfeccionó en estudios humanísticos. A más de cronista de Indias lo fue de Castilla, con buena renta. Sirvió en los reinados de Felipe Segundo, Tercero y Cuarto. Su muerte ocurrió cuando se le había nombrado Secretario de Felipe Cuarto. Ni aún sus restos se han perdido, pues, conducidos a Cuéllar se conservan hasta hoy día en el entierro en que fueron depositados en el siglo XVII.
Aparte de numerosos estudios históricos, opacados por la fama de su Historia General, vertió del italiano al español no pocas obras y del latín tradujo los cinco primeros libros de los Anales de Cayo Cornelio Tácito. Se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid el manuscrito de Herrera sobre la Vida y hechos de Cristóbal Vaca de Castro gobernador del Perú y de otros Conquistadores de América. Jamás estuvo en el Nuevo Continente. Figura su nombre en el Catálogo de Autoridades de la lengua, de la Academia Española.
En el Homenaje que en 1941 se editó en Buenos Aires en honor del doctor Emilio Ravignam, y en el que colaboraron eminentes investigadores de América, -311- consta el estudio del fecundo polígrafo don José Torre Revello, titulado: La expedición de don Pedro de Mendoza y las fuentes informativas del Cronista Mayor de las Indias Antonio de Herrera y Tordesillas.
Al estudiar así sea brevemente la obra del célebre cronista, forzoso es tomar en cuenta lo que escribió en aquella oportunidad el historiador argentino. Torre Revello anota que Juan Bautista Muñoz, Martín Fernández de Navarrete y Marcos Jiménez de la Espada, todos tres españoles, han emitido «los juicios más severos sobre los procedimientos utilizados por el llamado príncipe de los historiadores de América».
Muñoz fue el primero que puso en descubierto la forma como Antonio de Herrera redactó parte de su obra. Muñoz recibió de Carlos Tercero el encargo de redactar la Historia del Nuevo Mundo y en tal virtud se le franquearon todos los papeles y documentos necesarios para esta gran empresa. Le fue dable así verificar que en lo tocante a la vida y hechos del descubridor de América, Antonio de Herrera no había hecho otra cosa que atenerse a la Historia de las Indias de fray Bartolomé de las Casas y a la Vida del Almirante, atribuida a su hijo, Hernando Colón.
Martín Fernández de Navarrete, en su Colección de los Viajes y Descubrimientos que hicieron los españoles desde fines del siglo XV, luego de anotar que la Historia de Las Casas es digna del mayor crédito, y estima, declaró que ella era la fuente en que habían bebido muchos escritores y en especial Antonio de Herrera y Tordesillas.
Por fin, Marcos Jiménez de la Espada, «llamó la atención sobre la forma como Herrera había incorporado a su Historia, en la parte referente al Perú, los escritos de Pedro de Cieza de León, señalando las supresiones y variantes que el primero introdujo en las partes que transcribió del segundo». El mismo reputado americanista señaló en su Relaciones Geográficas -312- de Indias, tomo segundo, cómo un escrito de Juan Pérez de Zurita lo había copiado a la letra Herrera, cometiendo a la vez graves trastrueques. Indicó también Jiménez de la Espada que Herrera no hizo otra cosa que incorporar la Geografía y descripción universal de las Indias de Lope de Velasco, en su obra, con el título de Demarcación y división de las Indias.
El investigador don Manuel Magallón y Cabrera, que un tiempo fue Director del Archivo Nacional de Madrid, ha puntualizado también cómo la Crónica de la Nueva España de Francisco Cervantes de Salazar, pasó a engrosar los libros de Antonio de Herrera, con modificaciones en el texto original que el cronista de Indias tuvo a bien hacer. Igual denuncia hizo don Francisco del Paso y Troncoso, aportando referencias importantes sobre el autor de la Crónica y su obra.
José Torre Revello ha desmenuzado a su vez las fuentes que utilizó Herrera en sus Décadas, al referirse a Pedro de Mendoza y las alteraciones que en ellas creyó del caso hacer. El investigador argentino llega a la conclusión de que es «muy relativo» el valor de la Historia General de Herrera, la que, en todo caso, no puede mirarse como producto de un ingenio superior. Hace suyo el juicio de don Eduardo Madero, autor de la Historia del puerto de Buenos Aires, que dijo:
Herrera dio una interpretación errada a ciertos documentos, y al extractar otros, incurrió en inexactitudes y hasta en contradicciones, agregando datos de los historiógrafos que le precedieron, sin cuidarse de averiguar si eran exactos.

Con posterioridad al estudio de Torre Revello sobre Herrera, vio la luz en México, el año de 1945, el volumen titulado Estudios de Historiografía de la Nueva España, publicado en la capital de la República azteca por El Colegio de México. Allí se encuentra la monografía de don Carlos Bosch García, sobre -313- La Conquista de la Nueva España en las Décadas de Antonio de Herrera y Tordesillas.
Luego de interesantes datos biográficos sobre el hijo de Cuéllar, se aparta. del parecer de Rómulo Carbia que en su Crónica Oficial de las Indias expresó que Herrera usó para sus Décadas los escritos de todos los cronistas, «sin atarse a ninguno en particular aunque luego de someter sus aseveraciones a un cuidadoso análisis y a una discriminación que hoy mismo sorprende». Carlos Bosch García se expresa así:
Carbia nos presenta a Herrera como un moderno investigador que no se aventura a escribir sin tener suficientes documentos del tema estudiado. Esto no es cierto, al menos en lo que se refiere al relato de la conquista de México. Herrera en sus Décadas siguió un cronista de preferencia y no da la impresión de haber verificado mucho lo que escribía. Si hubiera sido consciente en la verificación, no hubiese seguido probablemente a Salazar sino a Bernal Díaz o al mismo Cortés, que fueron testigos presenciales de la conquista.

(Obra citada, página 149)

Bosch García ha acometido, luego, la tarea de establecer párrafo por párrafo la comparación del relato de Herrera en lo concerniente a la Conquista de México, con lo que al respecto escribieron Bernal Díaz del Castillo, Francisco Cervantes de Salazar, Lope de Gómara y Las Casas. Verificada esa comparación minuciosa, asoma como resultado de ella que Herrera utilizó literalmente en su obra la mayor parte del relato de Cervantes de Salazar: En las Décadas de Herrera entraron los tres tomos que constituyen la Crónica íntegra de Cervantes de Salazar. Por todo lo cual no puede Bosch García menos de citar las palabras de Jiménez de la Espada referentes al Cronista Mayor:
Ninguno de los historiadores de Indias ha llegado a donde Antonio de Herrera en eso de apropiarse -314- de los trabajos ajenos; se atrevió a sepultar en sus Décadas, una crónica entera y modelo de su clase. La Crónica de la Nueva España de Cervantes de Salazar se incorporó definitivamente a las Décadas y quedó sepultada en la obra de Herrera.

-[315]-
Antonio de Herrera. Historia General de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del mar Océano
-[316]- -[317]-
Descripción de las Indias occidentales de Antonio de Herrera Cronista Mayor de Su Majestad de las Indias y su cronista de Castilla

-[318]- -[319]- -[320]- -[321]-
Capítulo XVII
Del distrito de la Audiencia de San Francisco del Quito.

El distrito del Audiencia, que reside en el Quito, y confina por el Norte con la de Panamá, en el Puerto de la Buenaventura, y por el Nordeste con el nuevo Reino, y por el Sur con la de Lima, tendrá de largo por la Costa del Sur, que es por donde más se prolonga, como 200 leguas, desde el puerto de Buenaventura, que es en el golfo de Panamá, o de San Miguel; el Puerto de Payta en la Costa del Perú, y desde allí de travesía, hasta la última de Popayán, más de otros 250, quedándolo los limites abiertos por la parte de Oriente: inclúyense en ella tres gobernaciones, sin las de la Audiencia, que son Popayán, los Quijos y la Canela, y la de Juan de Salinas, de los Pacamoros, y Igualsongo, divididas en dos obispados.
La provincia, y gobernación del Quito, que es lo que gobierna la Audiencia, tendrá de largo 80 leguas, desde junto a la equinocial, a la otra parte, y en ella los siguientes pueblos de Castellanos. Su cielo, y suelo, aunque está debajo de la equinocial, es semejante al de Castilla, claro y sereno, antes frío, que caliente, y en partes adonde dura la nieve todo el año. Llueve desde octubre a marzo, que llaman invierno, y los otros meses se agosta la yerba, que aunque no es muy grande, es a propósito para ganados de Castilla, de que hay muchos, y mucho trigo, y cebada, y oro, en algunas partes, y en esta región se vive muy apaciblemente; porque no hay cosa de más gusto la vida humana que gozar de cielo sano y alegre, porque no tienen invierno, que apriete can fríos, ni verano, que aflija con calores y los pueblos son, la ciudad de San Francisco del Quito, adonde nació Atahualpa, emperador del Perú; está medio grado de altura de la equinocial, y 82 del meridiano de Toledo, por un círculo mayor, 1686 leguas de él, y 60 de la Mar del -322- Sur, es de quinientos vecinos, reside en ella la Audiencia, para las cosas de justicia; porque las del Gobierno son a cargo del Visorrey. Residen asimismo en esta ciudad los oficiales de la hacienda, y Caja Real, y la Catedral de este Obispado, sufraganea del Arzobispado de Los Reyes; tres monasterios de dominicos, franciscos y mercedarios, y en su jurisdicción 87 pueblos, o parcialidades de indios. En el sitio adonde se fundó esta ciudad, había unos grandes aposentos, que edificó el Rey Topaynga, y los ilustró su hijo Guaynacapac, y se llamaban Quito, de donde tomó el nombre la ciudad, poblola el adelantado Sebastián de Belalcázar, soldado de don Francisco Pizarro, hombre leal al Rey, por orden del adelantado don Diego de Almagro, que le dejó por Gobernador de aquella provincia, cuando fue a ella, acabado el concierto con el adelantado don Pedro de Alvarado.
Este Riobamba en la provincia de los Purunáes, es Tierra semejante a Castilla en el temple, de hierbas, flores, y otras cosas, es un pueblo de pastores, está 25 leguas al Sudeste de San Francisco del Quito, camino de Los Reyes, en que hay, casi cuarenta mil cabezas de ganado, la mayor parte ovejas. Aquí tenían los ingas unos reales aposentos, y aquí tuvo el adelantado Belalcázar una porfiada batalla con los indios, y los venció; y en este lugar fue el concierto referido de don Diego de Almagro, y don Pedro de Alvarado, y en él estuvo primero fundada la ciudad del Quito.
La ciudad de Cuenca, que mandó fundar el marqués de Cañete, siendo Visorrey del Perú, que por otro nombre se llama Bamba, 51 leguas del Quito, al Sur, es corregimiento a provisión del Visorrey, con un monasterio de dominicos, y otro de franciscos, en su jurisdicción hay ricas minas de oro, algunas de plata y ricas de azogue, cobre, hierro y piedra azufre. La ciudad de Loja, por otro nombre la Zarza, 80 leguas de la ciudad del Quito, como al Sur, y 30 de Cuenca, es corregimiento proveído por el Visorrey, tiene monasterios de Santo Domingo, y San Francisco, está en el camino que va del Cuzco al Quito, de donde está 80 leguas, en el hermoso -323- valle de Cuxibamba, entre dos ríos: fundola en el año de 1546, el capitán Antonio de Mercadillo, para pacificar los naturales que estaban alterados. La ciudad de Zamora, que dicen de los Alciades, 90 leguas del Quito, como el Sueste, pasada la cordillera de los Andes, es corregimiento proveído por el Visorrey, tiene un monasterio de franciscos, no se coge trigo, por ser la tierra muy lluviosa, tiene ricas minas de oro, en que se hallan granos de cuatro libras de peso, y mar, poblola año de 1549 el capitán Mercadillo, por convención con el capitán Benavente, está 20 leguas de Loja, pasada la cordillera, que divide las vertientes de la Mar del Sur a la del Norte; los indios la llamaban Zamora, su sitio se llama Poroauca, que significa indios de guerra, sacase mucho oro, y se han traído a Su Majestad granos de doce libras, y hay salinas de agua salada.
La Ciudad de Jaén, 55 leguas de Loja, y 30 de los Chachapoyas, la fundó año de 1549, el capitán Diego Palomino, en las provincias de Chugimayo, en la de Chacaynga. La ciudad de San Miguel de, Piura, en la provincia de Chila, 120 leguas del Quito, como al Sueste, y 25 del puerto de Payta, adonde se acaba el distrito de esta Audiencia, es corregimiento a provisión del Visorrey, tiene un monasterio de la Merced; y aunque en esta tierra no llueve, sino por maravilla, hay buenos regadíos, adonde se da bien el trigo y el maíz, y las semillas, y frutas de castilla. Está en la jurisdicción de esta ciudad el puerto de Payta, en cinco grados australes, que es bueno, grande, y seguro, adonde hacen escala los navíos que van de Guatemala al Perú. Fundó esta ciudad el Marqués don Francisco Pizarro, año de 1531, la primera de estos reinos, y adonde se edificó el primer templo en honra de Dios, y de la Santa Madre Iglesia Romana. Toda la provincia, y comarca de los valles de Túmbez, es seca, y el camino real de los ingas pasa por estos valles de Piura, entre arboledas, y frescuras; y entre el valle principal se juntan dos, o tres ríos, al principio estuvo la ciudad fundada en Tangazala, de donde se mudó, por ser sitio enfermo, y ahora está entre dos valles, -324- y todavía es algo enferma, en especial de los ojos, por los grandes vientos, y polvaredas del verano, y grandes humedades del invierno.
La ciudad de Santiago de Guayaquil, por otro nombre la Culata, 60 leguas del Quito, y 15 de la mar, al Sudueste, es corregimiento proveído por el Visorrey, fundola el adelantado Belalcázar, y habiéndose rebelado los indios; y muerto a muchos castellanos, la volvió a poblar año de 1537, el capitán Francisco de Orellana, es tierra fertilísima, y apacible, y con mucha miel en las concabidades de los árboles; las aguas de este río, que corren casi debajo de la equinocial, son tenidas por saludables para el mal francés, y otros semejantes, y va mucha gente al río a cobrar salud, por la multitud de la raíz de zarzaparrilla, que hay en el río, no es muy grande, ni los que corren a la Mar del Sur son tan grandes, como los que desaguan en la Mar del Norte; porque corren poco espacio, pero son recios, y con súbitas avenidas, por caer de la sierra. Los indios usan de muchos artificios para pasarlos, tienen en algunas partes una maroma atravesada, y en ella un cesto; y metido en él el pasajero, le tiran desde la otra ribera. En otros ríos va el indio caballero en una balsa de paja, y ponen a las ancas al que pasa; en otras partes tienen una gran red de calabazas, sobre las cuales pone la ropa y las personas, y asidos con unas cuerdas los indios van nadando, y tirando como caballos de coche, y otros mil artificios usan para pasar los ríos. El puerto de esta ciudad está junto a ella, porque el río es muy ancho, por donde suben las mercaderías de la mar, y por tierra van al Quito. Año de 1568 pobló el capitán Contero la ciudad de Castro, en el valle de Vili, siendo gobernador de los reinos del Perú el licenciando Lope de García de Castro. Es Vili en las provincias de Bunigando, Imdinono y Gualapa, que llaman provincia de las Esmeraldas, y salió para ello de Guayaquil, y descubrió todas estas provincias, desde Passao, hasta el río San Juan, que entra en el Mar del Sur.
La ciudad de Puerto Viejo, como 80 leguas de San Francisco del Quito, al Poniente, aunque no de camino -325- abierto, y otras 50 de Santiago de Guayaquil, por donde se va desde el Quito, está en su distrito el Passao, que es el primer puerto de la tierra del Perú; y de él, y del río de Santiago, comenzó la gobernación del marqués don Francisco Pizarro, y por ser esta tierra tan vecina a la línea equinocial, que está en un grado, creen algunos, que es mal sana; pero en otras partes tan cercanas a la línea, se vive con mucha salud, fertilidad, y abundancia de todas las casas para el sustento de los hombres, contra la opinión de los antiguos; y es así, que los indios de esta tierra no viven mucho, y crían muchos de ellos unas berrugas bermejas en las frentes, y narices, y otras partes, que demás de ser mal grave, los afea mucho, y creese, que procede de comer algún pescado. En este distrito está el pueblo de Manta, adonde han acudido grandes riquezas de la tierra adentro; y se tiene por cierto, que aquí hay mina de las Esmeraldas, que son las mejores de las Indias, y nacen en piedras como cristal, y van haciendo como veta, y poco a poco cuajando, y afinádose, y de medio blancas, y medio verdes, van madurando, y cobrando su perfección. Pobló esta ciudad el capitán Francisco Pacheco, año de 1535, por orden de don Diego de Almagro, tiene muchos indios de guerra, hay en ella monasterio de la Merced, no se coge trigo, porque llueve los ocho meses del año, desde octubre para adelante, y hay muchas buenas muestras de oro.
Hay en la costa de esta gobernación los puertos, islas, y puntas siguientes: El Ancón de Sardinas, ante de la Bahía de Santiago, que será 15 leguas de la punta de Manglares al Sur; y luego la de San Mateo; y después el cabo de San Francisco, y pasado él los Quiximiés, cuatro ríos antes del Portete, adonde los negros que se salvaron de un navío, que dio al través, se juntaron con los indios, y han hecho un pueblo; y el Passao, una punta, o puerto de indios, por donde dicen, que pasa la equinocial, cerca de las sierras de Queaque, y la Bahía de Cará, que es antes de Puerto Viejo, un grado de la equinocial, al Sur, y cinco leguas de allí, el cabo de San Lorenzo; y cerca de allí, la Isla de la Plata; y adelante, los puertos -326- de Callao y Calango, antes de la punta de Santa Elena en dos grados de altura, el río Tumbes, en cuatro grados; y la isla de la Puná cerca de él; y la de Santa Clara algo más a la mar; y Cabo Blanco 15 leguas de Túmbez, al Sur; y luego punta de Parina; y al Sur isla de Lobos, cuatro leguas del puerto de Payta sobredicho; y la Silla, antes de la punta de la Aguja, y puerto de Tangora.
Los naturales de esta tierra dicen, que antiguamente llegaron allí, por la mar en balsas, que son muchos maderos juntos, y atados unos con otros, hombres tan grandes, que tenían tanto uno de ellos de la rodilla abajo, como un hombre ordinario en todo el cuerpo, y que hicieron unos pozos hondísimos en peña viva, que hoy día se ven, con agua muy fresca y dulce, en la punta de Santa Elena, que es obra de grande admiración; y que porque usaban nefandísimos pecados, cayó fuego del cielo, que los consumió a todos; y ahora se hallan en aquel sitio grandísimos huesos de hombre, y pedazos de muelas, de catorce onzas de peso; y en Nueva España, en el distrito de Tlascala, se hallan huesos de la misma grandeza. Hay en esta punta de Santa Elena ojos, y minieros de Alquitrán, tan perfectos que se podría calafatear con ellos, y sale muy caliente.
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Historia General de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra Firme del mar Océano
Escrita por Antonio de Herrera coronista mayor de Su Majestad, de las Indias y su coronista de Castilla

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Libro Cuarto

Capítulo XI
Que Sebastián de Belalcázar determina de salir de la ciudad de San Miguel a entrar en las provincias del Quito; y de lo que le sucedió, hasta una gran batalla que tuvo con los indios, adonde nadie quedó vencido.

Llegado Sebastián de Belalcázar a la ciudad de San Miguel, adonde el adelantado don Francisco Pizarro le había enviado por gobernador con las nuevas de las riquezas del Perú, halló soldados, que habían llegado a Panamá; y como después llegaron otros, y se vio Belalcázar con buen número de gente, y era hombre belicoso, y de ánimo levantado, propuso de ir la vuelta del Quito, descubriendo, porque también quería gloria de haber conquistado nuevas tierras; y tuvo forma, como sin pedirlo, le requirió el regimiento, que hiciese aquella jornada, por la nueva que había, que en aquellas provincias se tomaban las armas contra los castellanos, y por las grandes riquezas, que en ellas había. Llegó en esto el capitán Gabriel de Roxas, y por la vieja amistad, y por aviso que llevaba, del movimiento del adelantado Pedro de Alvarado, le dio a Pedro Palomino, y a otros que le acompañasen, hasta donde estaba el Gobernador, al cual dio -330- cuenta de su jornada, y de los motivos que había tenido, y que tanto más se había conformado en hacerla sin su licencia, cuanto los que llegaban de Nicaragua y Guatemala afirmaban, que el adelantado don Pedro de Alvarado tenía fin de ir la vuelta del Quito, pareciendo que aquello no entraba en su gobernación, y que no convenía dejar de ocupar primero aquella tierra, para quitarle la ocasión de meterse en ella; cosa, que sería de grandísimo daño, para todos los que entonces se hallaban en el Perú, habiendo padecido los peligros, y trabajos, que se sabían. Y gastando del oro, y plata, que tenía, comenzó a ponerse en orden para la jornada, creyendo, que los tesoros de Caxamalca eran pocos, para los que habían de hallar en el Quito; y esta opinión fundaban en haber estado tanto tiempo en aquellas partes el inga Guaynacaba con su corte, y ejército, cuyos tesoros quedaron allí; y en la fama, que se había levantado, de que Atahualpa quería fundar allí otro imperio, como el del Cuzco; el cual, cuando salió a la guerra de su hermano, también dejó su recámara en el Quito. Habiendo, pues, apercibido ciento y cuarenta soldados de a pie, y de a caballo, bien armados, llevando alférez real a Miguel Muñoz, su pariente; por Maese de Campo, a Halcón de la Cerda; y capitanes, Francisco Pacheco, y Juan Gutiérrez, salió de San Miguel, y fue a Carrochabamba, provincia de la Sierra, adonde hallaron buen acogimiento; y siguiendo su camino, en los despoblados pasaron increíbles trabajos, de hambre, y frío, hasta llegar a Zoropalta.
Ya sabían en el Quito, que estos castellanos andaban cerca de aquellas provincias; y demás de la grande alteración, que recibieron por la muerte de Atahualpa, maravillándose, como tan poca gente hubiese vencido a tan poderoso príncipe, los aborrecían, porque tenían aviso, que eran muy codiciosos de oro, y que vivían con imperio, y demasiada licencia; y al opiniones, que los capitanes Yrruminavi, y Zopezopagua, y otros, y los sacerdotes, desaparecieron más de seiscientas cargas de oro, porque no cayese en poder de los castellanos, y mucho más los -331- Mitimaes; porque como ya no tenían Rey, y los castellanos que dominaban la tierra, no entendían sus Quipos, o cuentas, para pedirles razón de lo que tenían a cargo, usurpaban cuanto podían, el aborrecimiento que en estas provincias tenían ya a los castellanos, les movió a la defensa de sus tierras, por las cuales se fueron convocando, aderezando armas, y proveyendo lo demás, que para la guerra convenía; y nombraron por su capitán general a Yrruminavi, el cual los daba mucho ánimo, persuadiéndolos a la conservación de su propia quietud, representándoles los daños de la patria, de las mujeres, hijos, y haciendas, de todo lo cual decía, que eran los castellanos grandes disipadores; y sobre todo les encarecía la libertad. Llegado, pues, Belalcázar a Zoropalta, se tuvo aviso; que estaba cerca la provincia de los Cañaris, fresca, y abundante; y hallándose a cuatro leguas de Tomebamba, que es lo principal de aquella tierra, el capitán Belalcázar se adelantó con treinta caballos, dejando toda la gente a cargo del capitán Pacheco.
Yrruminavi, y Zopezopagua, que era el capitán, y gobernador del Quito, determinaron de enviar a Chiaquitinta, capitán estimado, y del linaje de los ingas, para que con buen número de indios se pusiese cerca de Zoropalta, para que defendiese a los castellanos la entrada en las provincias; y él había prometido de hacer maravillas; pero en descubriendo a Sebastián de Belalcázar, el capitán Chiaquitinta fue el primero, que espantado de los caballos, se puso en huida; los castellanos los siguieron, y prendieron algunos, y entre ellos una señora, que fue de las mujeres de Guaynacaba, detúvose este pequeño ejército, descansando ocho días en Tomebamba; y en este tiempo los Cañaris, renovando la antigua enemistad con los señores del Cuzco, y acordándose de la destruición nuevamente recibida de Atahualpa, y crueldad con ellos usada con tantas muertes, por haber acudido a Guascar, pareciéndoles, que se les representaba buena ocasión de venganza, enviaron mensajeros a los castellanos, ofreciendo su amistad; y habiendo sido recibidos humanamente, enviaron su embajadores, con trecientos -332- hombres armados, para que asentasen su liga, y confederación, la cual fielmente siempre guardaron, y Belalcázar les prometió su ayuda, y amistad, y de defenderlos de sus enemigos. Quedaron admirados los castellanos, de ver la grandeza, traza, y labor sutilísima, y polida de aquellos palacios de Tomebamba, hechos por los ingas, y conocieron bien los muchos tesoros, que hubo en ellos; luego, por las postas, se supo en el Quito el desbarate de su gente, y la Confederación de los castellanos con los Cañaris; y no se perdiendo de ánimo, después de haber con grandes sacrificios consultado a los oráculos, y pedido, que los librasen de la perpetua servidumbre, y destruición, que esperaban, habido su consejo entre los capitanes, y sacerdotes, acordaron de juntar ejército de cincuenta mil hombres, e ir a ponerse en cajas, sitio aparejado para su deseo, y enviaron sus espías a saber de los enemigos.
Sebastián de Belalcázar, hombre diestro, y cuidadoso, se fue a poner en los Tambos de Teocaxas, y también procuraba de entender el número de los enemigos, su orden, su asiento, y su intención, envió a Ruiz Díaz a reconocer con diez caballos; y sabiéndolo Yrruminavi, que tampoco estaba descuidado, puesto en orden el ejército, repartido en dos partes, se puso cubierto de las sierras, y bajando a lo llano los diez caballos, un indio, con un gran grito, dijo: Veislos aquí, ¿qué aguardáis? Comenzó luego la temerosa vocería de los indios, como de ordinario lo es, cuando pelean; y apretando animosamente, con los caballos atropellaban, y con las lanzas hacían gran derramamiento de sangre, estando por todas partes rodeados, se hallaban en gran aprieto, por lo cual, rompiendo un caballo por los indios, se abrió camino, para dar aviso de la necesidad en que los nueve quedaban. Fue bien necesaria la diligencia con que fueron los castellanos al socorro, dejando bastante guarda en el cuartel; y allí se vio terrible coraje, y rabia en los unos, y en los otros; los indios se animaban, diciendo, que aquel era el punto para mantener, o perder su libertad. Los castellanos decían, que no les iba menos de las vidas. La constancia de los indios era grandísima; -333- porque no obstante que veían el campo regado de sangre, y cubierto de cuerpos muertos, y heridos, y que conocían su perdición, porfiaban en pelear con maravilloso esfuerzo, no les faltando fuerzas, ni ánimo; pero llegada la noche, los unos, y los otros, cansados de pelear, se apartaron, sin quedar la victoria por ninguno. Los indios mataron un caballo de Girón, y otro de Albarrán, y quedaron algunos castellanos heridos, los indios murieron muchos, los cuales, habiendo cobrado mayor brío, decían a los castellanos: Que no pensasen que había de ser lo de Caxamalea, porque todos habían de morir a sus manos entendieron en curar los heridos, y hacer fuertes para la defensa; y como no se pudieron llevar los caballos, cortaron a uno los pies, manos, y cabeza, y lo enviaron a mostrar por toda la comarca, como por trofeo, animando la gente, para que acudiese en su ayuda. Belalcázar, que había honradamente en esta batalla, que se llamó de Teocaxas, hecho oficio de prudente capitán, y valiente soldado, también entendió en dar recado a los heridos, y en pensar, qué orden podría tener para divertir del camino, que los indios tenían tan fortificado, y atajado, y sobre todo dar ánimo a su gente, y conocer los ánimos de los que tenía por más flacos.

Capítulo XII
Que Sebastián de Belalcázar procuraba pasar adelante; y el impedimento, que los indios le ponían.

Era tanta la fuerza, y constancia, que el día antes los indios habían mostrado, que Belalcázar conocía que convenía vencerlos, más con el arte, que con las armas; y aunque le ponía gran impedimento no saber bien la tierra, -334- determinó, de hacer el camino de Chimo, y de los Puruas; y saliendo de noche, caminando con gran trabajo por colinas, y con mayor cuidado, por no saber el camino, se ofreció un indio, que había estado en Caxamalca de guiar a los castellanos por camino seguro, sin topar con el ejército enemigo; cosa, que mucho contento dio a Belalcázar, y mucho le agradeció el indio lo hizo tan bien, que los llevó por buen camino, hasta un río, que aunque grande, como ya aquellos soldados estaban diestros en todo género de servicio militar, y de emprender con ánimo valeroso cualquier trabajo, presto se dieron maña en pasarse con balsas, que hicieron. Los indios, quedando muy sentidos de aquel suceso tan contrario de su esperanza, creían que los castellanos tenían el favor de alguna deidad, o que enteramente Dios peleaba con ellos; y hallándose en mucha angustia, determinaron de hacer en Riobamba el último esfuerzo, adonde asentaron su campo, y se fortificaron, y en particular con muchos hoyos, bien cubiertos de hierba, para que provocando a batalla, a los enemigos por aquella parte, cayesen los caballos. Sebastián de Belalcázar proseguía su camino, y siguiéndole otra multitud de indios, porque ya habían acudido infinitos de las comarcas, le ponían en confusión, mandó que quedasen treinta caballos de retaguarda, para entretenerlos, hasta que los de la vanguarda ganasen un collado, que le parecía buen sitio; la multitud, cargando sobre los treinta, enviaron a decir a Belalcázar, que los enviase más gente, respondió en voz alta, y con ánimo verdaderamente generoso; que si treinta caballos no bastaban, que se enterrasen vivos; y aunque los treinta peleaban con valor, Belalcázar, con cuidado proveía cuanto convenía para su salud, porque habiendo ganado el sitio de la loma, y juzgando, que convenía bajar a un llano, para tomar una laguna a un lado, los indios, habiendo llegado el ejército en diversas bandas, los iban rodeando; y con diligencia Yrruminavi, y Zopazopagua los ordenaban, y animaban, y echaban escuadras, que los provocasen a pelear por la parte a donde tenían hechos lo hoyos, con tan temerosa vocería, que ponía espanto a -335- los castellanos Visoños, que en las Indias llaman Chapetones, y a los platicos, vaquianos. Viéndose, pues, los castellanos en terrible aprieto, Dios Todopoderoso, y misericordioso, los envió un indio, que dijo, que se iba a ellos de su voluntad, el cual les descubrió todos los designios de los indios, y en particular el peligro de los hoyos cubiertos, en los cuales dijo, que estaban hincadas muchas estacas, y púas, con agudas puntas de durísima madera, a donde sin duda fuera imposible dejar de perecer; y esta obra tuvieron por cierto, que procedió por la intercesión de la Bienaventurada Virgen, Madre de Dios, a la cual continuamente invocaban para su ayuda; porque esta Madre de Misericordia, Reina del Cielo, es cierto, y así lo tienen castellanos, e indios por indubitado, que en semejantes conflictos apareció muchas veces su bendita Imagen, y que de ella han recibido incomparables beneficios; y si estas obras del cielo se hubiesen de referir por extenso, no bastara muy larga relación; pero esto poco se dice, para que se entienda, que tuvo Nuestro Señor cuidado de favorecer la fe, y la religión cristiana y católica, defendiendo a los que las tenían, aunque ellos, por ventura, no mereciesen por sus obras semejantes regalos, y favores del cielo.
Con el saludable aviso del indio, determinó Belalcázar de dejar el camino de Riobamba, con que excusaba el peligro, y caminar por las cumbres de unos collados, no fáciles; y cuando los indios lo echaron de ver, fue grande su grita, y lastimoso sentimiento, juzgando la gran ocasión que se les salía de las manos, para acabar a sus enemigos. Decían, quejándose de su fortuna: que de donde les había ido a los extranjeros aquel aviso, para salvarse, y que era imposible que no tuviesen alguna particular gracia de Dios, y proponían, que se les ofreciese Paz; pero los capitanes lo contradecían, persuadiendo la muerte, antes que verse en terrible sujeción con sus hijos, y mujeres; y caminando los castellanos, llegaron a los hermosos palacios, y aposentos de Riobamba, y alojada la gente, salió Belalcázar con treinta caballos a los indios; pero por el temor que habían cobrado, y por la -336- estimación en que ya tenían a sus enemigos, viéndolos salvar de peligros, que ellos tenían por imposibles, huyeron a los altos; y dejando Belalcázar a Vasco de Guevara, Ruy Díaz, Hernán Sánchez Morillo, Barela, y Domingo de la Presa, para que hiciesen la guarda, se volvió al cuartel con los demás. Los indios, temiendo que estos cinco solos quedasen en el campo, por gran afrenta; echaron algunos, que los llevaron adonde estaba su cuerpo de doce mil hombres, y picando en él con las lanzas, dejando algunos muertos, volvieron al cuartel; salió Belalcázar con todos los castellanos de a pie, y de a caballo; y habiendo peleado como media hora, los hizo volver las espaldas, y siguió hasta el río de Ambato, adonde acordaron de fortificarse, para volver a tentar la Fortuna. Los castellanos estuvieron doce días descansando en Riobamba, ayudados de los Cañaris, sus confederados, muy alegres, y contentos, por haber escapado de tantos peligros, y haber conseguido tales victorias; y habiendo rogado con la paz a los indios, pretendieron defenderles el paso del río, aunque pelearon como media hora, los castellanos le pasaron, y los enemigos se retiraron, siguiéndolos los castellanos, y haciendo gran matanza, hasta la Tacunga, a donde había grandes aposentos, y tenían hechos otros muchos hoyos con estacas, y púas agudas; pero la piadosa, y clementísima Virgen, que los libró de los otros, los defendió de estos, sin que ninguno peligrase.

FIN DEL LIBRO CUARTO

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Libro Quinto

Capítulo I
Que Sebastián de Belalcázar procura pacificar los indios, y sus capitanes los persuaden que continúen la guerra.

En ciertos sacrificios había algunos días, que los indios consultaron un oráculo; y respondió, que cuando reventase un volcán, que estaba en la Tacunga, entraría en aquella tierra gente extrangera, de región muy apartada, que mediante la guerra, sojuzgaría aquellas provincias y aunque el demonio no puede saber lo por venir, porque a sola la sabiduría de Dios está reservado, como es tan sutil, por la distancia grande a donde acaecen algunas cosas, las refiere tan anticipadamente a los hombres, que las tienen por pronósticos, y otras, que son naturales, las especula, y considera con tanta atención, que los hombres piensan, que proceden de adivinación; y fue así, que conociendo, que naturalmente había de reventar este volcán, sabiendo, que los castellanos estaban en la tierra muchos meses antes que los indios, aprovechándose de su antigua sutileza, se lo vendió por profecía, y acordándose los indios de ella, como estando los castellanos en el Riobamba, reventó este Volcán, con grandísimo ruido, y muertes de muchas gentes, por -338- el mucho fuego, y piedras que echaba, con mucha espesura de humo, y de ceniza, que duró muchos días, determinaron de pedir la paz a Belalcazar, pero sus capitanes se lo estorbaron. Caminaba, pues, con sus castellanos, y también el ejército de los indios, haciendo los caballos gran estrago en ellos, y pesando mucho a Belalcázar del derramamiento de tanta sangre, y deseando que también le dejasen en paz, puso a un indio una cruz en la mano, y le envió, para que dijese a los indios, que pues deseaba de serles buen amigo, y compañero, hiciesen la paz, que les prometía de guardársela fielmente, como ellos hiciesen lo mismo, y decirles tales cosas, para el bien de sus almas, que Dios sería servido, y ellos contentos.
Llegado el indio, puntualmente hizo su embajada: y viendo Yrruminavi, que muchos se inclinaban a la paz, mandó llamar a todos los que le pudieron oír, y mostrando mucha indignación, en voz alta, y clara, dijo: «Estas cautelas de nuestros enemigos, no van encaminadas, sino a sacarnos el tesoro, que ellos piensan, que está en el Quito, para en apoderándose de ello, hacer lo mismo de nuestras mujeres, e hijos, e privarnos absolutamente de la libertad, como la experiencia de Caxamalca lo ha demostrado, a donde no contentos con esto, en haciendo sacado de Atahualpa lo que tenía, hasta sacrílegamente despojar los templos, le privaron de la vida. Estas cosas nos muestran, que por nosotros ha de pasar lo mismo, con tantas afrentas, y deshonras, que antes que verlas, no quisiéramos ser nacidos; y pues que nuestras muertes han de ser a sus manos, padeciendo tan cruel, y terrible servidumbre, viendo con nuestros ojos nuestra infamia, cumpliendo sus deseos, obedeciendo a sus desatinos, y ejecutando, como en esclavos, sus tiranías, mejor es que muramos luego por sus manos, con sus armas, y debajo de sus caballos, quedándonos a lo menos este contento, de haber (por la defensa de nuestros dioses, de la patria, y de la libertad) hecho nuestro deber, como honrados y valientes». Todos loaron su consejo, llamándole Atundapo, que es nombre de gran Señor; -339- y con grande ira mataron al mensajero, y le rompieron la cruz, habiendo sido costumbre en el Perú de los castellanos, cuando enviaban a los indios mensajeros, darles una cruz, porque con esta santísima señal, se han visto en las Indias grandísimos efectos.
El número de volcanes, que al en las Indias, es grandísimo, y cosa monstruosa, y contra todo curso natural, que echen de sí tanta materia, algunos tienen opinión, que estos volcanes van gastando la materia interior, y que tendrán fin, en habiéndola gastado; y en verificación de esto, se ven algunos cerros, de donde se saca piedra quemada, y liviana, aunque recia, y buena para edificios. Contra esta opinión, se dice, que no se puede creer, que sea lo mismo en todos los volcanes, pues la materia que echan, es casi infinita, y que junta no la pueden tener en sus entrañas; allende de que hay volcanes, que en infinitos años se están en un ser, y que con la misma igual echan fuego, humo, y ceniza; y los que mejor lo sienten, dicen, que como hay en la tierra lugares, que tienen virtud de atraer a si materia vaporosa, y convertirla en agua, que son las fuentes, que siempre manan, porque atraen así la materia del agua; también hay lugares, que tienen propiedad de atraer a sí exhalaciones secas, y cálidas, que convirtiéndose en fuego, y humo, con la fuerza, echan también otra materia gruesa, que se resuelve en ceniza, o en piedra pómez, o semejante; y esta lo aprueba el ver, que a tiempos echan fuego, y a tiempos humo, y no siempre, porque es según lo que ha podido atraer, y digerir, como las fuentes, que en verano menguan, y en invierno crecen, y así los volcanes echan más, y menos fuego, en diversos tiempos.
Están los aposentos de en la provincia de los Puruaes, que es de buena gente, que andan vestidos hombres, y mujeres, y tienen las costumbres de sus comarcanos, llevando las señales dichas en las cabezas, para ser conocidos, y traen por la mayor parte los cabellos muy largos, y se los entrenzan bien menudamente. En la religión, sacrificios, y sepulturas, guardan lo que los otros del Perú, salvo, que algunos las hacen en sus casas, -340- y heredan los señoríos el hijo de la hermana, y no del hermano; algunos de estos confinan con el río de Marañón, y con la sierra de Tinguragua, y aunque tienen lengua propia, hablan la general del Cuzco.
Los famosos aposentos de Tomebamba están situados en la provincia de los Cañaris, y eran de los más ricos del Perú, con los mayores, y más primos edificios, a su Poniente está la provincia de Guanca Vilcas, términos de la ciudad de Guayaquil, y Puerto Viejo, y a su Levante, el gran río de Marañón; están los aposentos de Tomebamba asentados, a donde se juntan dos pequeños Ríos en un llano, de doce leguas de contorno, en tierra fría, y bastecida de mucha Caza. El Templo del Sol era labrado de grandes piedras, algunas negras, y otras jaspeadas, en las portadas había finísimas piedras de esmeraldas, y las paredes, por de dentro, estaban chapadas de oro, y entalladas muchas figuras. La cobertura era de paja, tan compuesta, y asentada, que no la gastando el fuego, duraba muchos años. Las mamaconas, vírgenes para el servicio del templo, eran más de docientas, y todo lo gobernaba un mayordomo del Inga, y proveía de lo que era menester; y junto a los templos, y palacios del Inga había aposentos, con las municiones, y bastimento, que eran los depósitos, y a donde se aposentaba la gente de guerra. Los naturales de esta provincia, que son los Cañaris, es gente de buen cuerpo, y rostro; traen los cabellos muy largos, revueltos a la cabeza, y con una corona redonda de palo, delgada, como aro de cedazo, se conoce ser Cañaris; y las mujeres, también en la compostura de los cabellos son conocidas. Visten como los maridos, y traen en los pies hojotas ellos, y ellas, y son hermosas, y para mucho, porque labran la tierra, y la cultivan, y los maridos suelen estar en casa hilando, y aderezando sus armas, y haciendo otros oficios afeminadas. Y después que Atahualpa usó con ellos aquella gran crueldad, que se ha referido, quedaron en aquella provincia quince veces más mujeres, que hombres. Es fértil de todo, el hijo de la mujer principal, es el heredero. Su religión es, como la de los otros, y usan lo mismo con los muertos. Eran grandes agoreros, y hechiceros, y ya son -341- todos cristianos. Hay en esta provincia ricas minas de oro, en ella se siembra trigo, y cebada, y se dan las frutas de castilla, y de la tierra las hay buenas, y desde San Francisco del Quito, a esa provincia, o a los palacios de Tomebamba, al cincuenta y cinco leguas; y dejando aquí la jornada de Sebastián de Benalcázar, se volverá a don Francisco Pizarro.
Libro Sexto

Capítulo I
Que el adelantado don Pedro de Alvarado va con su armada, la vuelta del Perú, y desembarca la gente en la bahía de los Caraques, y se resuelve de ir al Quito.

Vuelta la orden del Rey, que tanto había esperado don Pedro de Alvarado, y solicitado el obispo don Sebastián Ramírez, para que no impidiese a don Francisco Pizarro sus descubrimientos, aunque, como queda referido, el Rey mandaba, que el adelantado enviase sus navíos a Poniente, o navegase a las Islas de la Especería, conforme a la instrucción, que dio desde el principio, ordenando, que no entrase en ninguna parte descubierta por otros, ni que estuviese dada en gobernación, como ya eran mayores las nuevas de las riquezas del Perú, y ya se veían efectivamente grandes muestras de ellas, no se quiso apartar de su primero propósito, pareciéndole tan bien, que daba en ello mucho contento a la gente que lo deseaba; y entretanto que el armada acababa de aprestarse, envió a García Holguín, caballero de Cáceres, en un navío, para que tomase lengua de lo que había, y de lo que era la tierra, y halló tan grandes corrientes, y los -344- vientos tan contrarios, que no pudo pasar de Puerto Viejo, adonde entendió, que el adelantado don Francisco Pizarro andaba en la sierra, y tuvo grandes avisos de la riqueza, y prosperidad de la tierra.
Volvió García Holguín con este aviso, y halló, que el adelantado don Pedro de Alvarado estaba ya en el puerto de la posesión, y que tenía consigo al piloto Juan Fernández, de quien se dijo, que había andado con Sebastián de Belalcázar, y que fue uno de los que se volvieron de Caxamalca, el cual le había informado, que se tenía entendido, que en el Quito había grandes riquezas, y que aquella provincia no estaba ocupada por don Francisco Pizarro, ni caía en su distrito, con que se le había acrecentado la voluntad de hacer su jornada por aquella parte. Y ya se hallaba don Pedro de Alvarado con quinientos soldados muy bien armados, que llevaban docientos y veinte y siete caballos; y aunque había hecho diligencia por navíos, hasta enviar a Guatemala a comprar uno del Almoneda de Pedrarias, que allí se hacía, tuvo mucha falta de embarcación, porque se dejaron de embarcar más de otros docientos hombres; y los principales, que iban en esta armada, eran Gómez de Alvarado, y Diego de Alvarado, hermanos del adelantado, Garcilaso de la Vega, don Juan Enríquez de Guzmán, Luis de Moscoso, Lope de Idiaquez, Alonso de Alvarado; Gómez de Alvarado, de Zafra, Alonso de Alvarado Palomas, el capitán Benavides, Pedro de Añasco, Antonio Ruiz de Guevara, Francisco de Morales, Juan de Saavedra, Francisco Calderón, Miguel de la Serna, Francisco García de Tobar, Juan de Ampudia, Pedro de Puelles, Gómez de Estacio, García Holguín, Sancho de la Carrera, Pedro de Villarreal, el licenciado Caldera, Pedro de Villarreal, Diego Pacheco, Christóval de Aiala, Lope Ortiz de Aguilera, Juan de Rada, natural de Navarra, hombre de ingenio no vulgar, y otros muchos caballeros, y personas de cuenta, cuyos nombres no se hallan.
Salida esta Armada del Puerto de la Posesión, navegaron treinta días, hasta reconocer el, cabo de San Francisco en un grado de la equinocial, a la parte del Norte; -345- y aquí mostró Alvarado, que fuera su deseo pasar de la otra parte de Chincha, adonde se acababan los límites de la gobernación de don Francisco Pizarro, pareciéndole, que no deservía en ello al Rey; pero la gente iba muy inclinada al Quito, y la navegación salía trabajosa, por las muchas corrientes, por lo cual hubieron de sacar los caballos en la Bahía de los caraques, porque se morían, y allí habló el adelantado a la gente, mostrando, que por su acrecentamiento había gastado tanto, y emprendido aquella jornada, encargándoles la concordia, y fidelidad, como de ellos lo esperaba; y nombró por maese de Campo a Diego de Alvarado; por capitanes de caballos, a Gómez de Alvarado; Luis de Moscoso, y a don Alonso Enríquez de Guzmán; y de infantería, a Benavides, y a Mateo de Lescano; alférez general, a Francisco Calderón; capitán de la Guarda, Rodrigo, de Chaves; justicia Mayor, el licenciado Caldera, y Alguacil mayor, Juan de Saavedra. Hechas estas provisiones, se acordó, que los navíos fuesen a Puerto Viejo, y que la gente marchase por tierra; y el adelantado pasó con algunas caballos a Manta, pueblo, a donde se halló mucha riqueza, cuyo señor tenía una grande esmeralda, que los naturales adoraban, aunque nunca pareció, ni la mina de las esmeraldas, que hay en aquella tierra. Y el adelantado mandó al piloto Juan Fernández, que fuese navegando por toda la costa del Perú, hasta pasar los límites de la gobernación de don Francisco Pizarro, y que habiendo descubierto los puertos de ella, dejase señales de haberlo hecho, y tomada posesión, por auto, y testimonio de escribano, volviese con relación de todo, porque todavía echaba de ver; su exceso de meterse en gobernación ajena, contra lo que el Rey mandaba. Y con esto despachó los navíos, para que volviesen a Nicaragua, y Panamá por más gente, y el volvió al ejército, diciendo la mucha riqueza, que un indio refería, que había en el Quito, ofreciéndose de servir de guía, hasta aquella provincia, con lo cual se alteraron tanto los ánimos de todos, que se arrepintió el adelantado de haberlo dicho, porque no pudo después apartarlos de aquel propósito; cosa, que causó su perdición; y es gran prudencia -346- de un capitán saber disimular sus pensamientos, porque para él es gran bien tener a las gentes suspensas, tanto importa en un gobernador la prudencia, y las demás partes necesarias, para saber hablar, y callar, lo que para conseguir sus designios conviene.
Comenzando, pues, su camino, en dos jornadas llegaron a un lugar de ramadas; adonde sintieron alguna necesidad de agua. Pasaron la provincia de Xipixapa, a un pueblo, que tomaron descuidado, y le llamaron del Oro, por el mucho que hallaron, y plata, y joyas de esmeraldas, grandes, finas, y ricas, que por no conocerlas, no las estimaban; pero un platero, disimuladamente, compró muchas, por poco valor. Halláronse también armas de planchas de oro, para armar cuatro hombres, claveteadas con clavos del mismo oro, y con laonas de cuatro dedos de ancho, y los morriones con muchas esmeraldas, y todo les parecía poco, por lo mucho, que esperaban hallar en el Quito. Llegaron a otro lugar, que pusieron de las Golondrinas, por las muchas que hallaron, y allí se desapareció la guía, que les puso en mucha confusión, porque no sabían la tierra. El capitán Luis de Moscoso salió a descubrir, y halló dos pueblos, el uno dicho Vacain, y el otro Chionana, adonde se halló mucho bastimento, y se tomaron algunos indios, a los cuales, cuando los castellanos no lo podían impedir, se comían los indios, que se llevaban de Guatemala, para el servicio; y hallándose muy confuso Pedro de Alvarado, por no tener noticia de aquellas tierras, mandó a su hermano Gómez de Alvarado, y al capitán Benavides, que el uno fuese descubriendo al Norte, y el otro a Levante, con alguna gente de pie, y de a caballo, descubrió Benavides el pueblo de Dable, y Alvarado el de Guayal, adonde halló leones; y pasando adelante, llegó hasta la provincia de Mejor, adonde algunos indios que huían, y otros que resistían; pero luego eran rotos. De los que se prendieron hubo algunos que se ofrecieron de guiar al Quito; y queriendo enviar esta nueva a su hermano, supo que los indios habían muerto a un castellano, que se llamaba Juan Vásquez, y herido a otro, que por codicia -347- de robar, se habían desmandado; y porque los castellanos tuvieron por particular conveniencia no disimular estas cosas, aunque ligeras, y sucedidas por culpa de los suyos. Enviaron gente a castigar la muerte de Juan Vásquez, al cual hallaron cortada la cabeza, y no a los indios; y Gómez de Alvarado quiso volver a dar cuenta a su hermano del buen recado que hallaba de guías, para ir al Quito; también volvió Benavides con la misma razón, y esta quiso seguir el adelantado, y caminaron has ta el Río de Dable.
Una de las provincias de Puerto Viejo es la de Chumbo, de los mismos usos, y costumbres, trajes, y religión, que las demás del Perú; de esta provincia al catorce leguas de camino áspero, hasta llegar a un río, desde donde en balsas van a salir al paso, que llaman de Guaynacaba desde donde hay doce leguas a la Isla de la Puná, los indios de la provincia de Santiago de Puerto Viejo no viven mucho, por ser la tierra mal sana, son de medianos cuerpos, poseen fertilísima tierra, hay gran cantidad de melones, y otras frutas, y legumbres de Castilla, hay muchos puercos castellanos, y de los de la tierra, con el ombligo al espinazo, hay muchas perdices, tórtolas, palomas, pavas, y faisanes, y otro gran número de aves, zorras, leones, tigres, y culebras, y aves de rapiña, muchas arboledas y espesuras, y muchas pesquerías. En esta costa, sujeta a Puerto Viejo, y Guayaquil, hay dos maneras de gente, porque desde el cabo de Pasaos, a donde comenzaba la gobernación de don Francisco Pizarro, son los hombres labrados en el rostro, y las mujeres, y vestidos de mantas, y camisetas de lana, y algodón, con joyas de oro, y chaquira. Sus casas son de madera, cubiertas de paja. En tiempo de Inga, padre de Guaynacaba, fueron sus capitanes a sujetar estas provincias de Puerto Viejo, y los atrajeron a la obediencia de los ingas, por amor; y después de haber Topa Inga visitado la tierra, dejó capitanes, y personas, que los enseñasen la religión, y la policía, y la agricultura; y en pago de este bien, los mataron; y el Inga, por estar ocupado en otras cosas, disimuló esta crueldad para otra -348- ocasión, después acudió Guaynacaba en persona y aunque le mataron gente, los puso en sujeción, fueron grandes agoreros, y los mayores religiosos de toda la tierra del Perú; y muchos entendieron, que el demonio era falso, y malo, y le obedecían más por temor, que por amor; y engañados una vez por el demonio, y otras por los sacerdotes, los traían sometidos a su servicio, sacrificaban algunos de sus comarcanos, con quienes tenían guerra; la inmortalidad del alma, la creían, aunque tomaron de los ingas el adorar el Sol, sacaban a los hijos tres dientes de arriba, y tres de abajo, porque les parecía que hacían servicio grato a Dios. Sus matrimonios eran como los del Cuzco, salvo que no querían la novia virgen. Hereda el hijo del padre, y si no el segundo hermano, y por el consiguiente las hembras, tenían muchos cueros de hombres, embutidos de paja, y ceniza, eran de sus enemigos, y los tenían por triunfo, e memoria de sus victorias. Los Capitanes Pacheco, y Olmos, cuando gobernaron estas provincias, quemaron algunos sométicos, con que los espantaron de manera, que dejaron este gran pecado.

Capítulo II
Que don Pedro de Alvarado prosigue su viaje, buscando caminos para el Quito; y los trabajos, que padecía el ejército.

Habiendo don Pedro de Alvarado llegado al río Dable, y no hallando gente, envió cuadrillas a descubrir caminos, y salió también el capitán don Juan Enríquez; y a diez leguas topó con un lugar grande, con abundancia de bastimentos de maíz, raíces, y pescado, que -349- fue alegre nueva para Alvarado, porque la gente padecía mucha hambre, y había enfermos; y por compasión, el mismo adelantado se apeó de su caballo, y puso en él a un doliente, con cuyo ejemplo muchos hicieron lo mismo; porque da gran contento el hacer bien, y el ejemplo de superior es la verdadera ley. Llegados al lugar, que estaba rodeado de tantas ciénagas, que a ser invierno no pudieran entrar en él, se refrescaron, y aliviaron del trabajo del camino, y de la hambre algunos días; y porque no había camino cierto para el Quito, salieron escuadras a descubrir, y volvieron, diciendo que por todas partes no hallaban sino ríos, y ciénagas; lo cual, y ver mucha gente enferma de modorra, que sacaba a los hombres de juicio, angustiaba al adelantado; porque tal doliente hubo, que con su espada salió haciendo desatinos, y mató un caballo, en tiempo que en el Perú valían a tres, y a cuatro mil pesos. Salió de nuevo don Juan Enríquez, y después de haber pasado muchos ríos, ciénagas, y gran espesura de monte, halló un lugar, adonde por haberse puesto en resistencia, mataron algunos indios; y los otros, atónitos de los caballos, huyeron. Dieron aviso al adelantado, que llegó con el campo, y con la comida que hubo, se esforzaron algo, aunque murieron, en los días que allí estuvieron, algunos enfermos, y entre ellos este capitán don Juan Enríquez de Guzmán. Estando todos muy confusos, porque los indios no daban luz del camino del Quito, y porque Francisco García de Tovar era hombre diligente, salió con cuarenta caballos; y llevando un reloj, para no perderse en la montaña, se metió por aquellas grandes espesuras, cortando arboledas, y abriendo camino, llamándose dichoso, al que cabía lugar enjuto, para dormir las noches en algunas ramas. Y saliendo de las espesuras, hallaron un río, que pasaron, porque había muchos céspedes enredados en el agua; y poco después hallaron un lugar de veinte casas, con vitualla, y noticia de que adelante había más poblaciones. Y no dando crédito a los indios, siguieron su camino al Norte; descubrieron, al cabo de dos días, una gran población, con muchos sembrados, de que enviaron aviso al adelantado, con alguna carne de venado, -350- porque ya no comían ninguna, y siempre morían, y adolecían algunos castellanos. Salió el ejército del lugar, y en estos días, que iba caminando a juntarse con Tovar, había esparcido el aire tanta ceniza, o tierra del volcán, que reventó cerca del Quito, que parecía que lo echaban las nubes, creyendo algunos, que debía de ser algún gran misterio, por divina voluntad, la dificultad de los caminos cansaba los caballos, y afligía a los indios de Guatemala, de manera, que se iban muriendo. Llegados al río, aunque la gente de a pie pudo pasar, por estar todo ocupado de aquella yerba, no podían pasar los caballos, que no fue menor angustia que la pasada; pero la necesidad, que ha sido mayor maestra en las partes de las Indias, que en otras, los abrió los ojos, para que cortando mucha rama, atada con bejucos, y después a los céspedes, aunque no era trabajo para gente tan afligida. Al fin, hicieron puente de más de trecientos pasos de largo, y veinte de ancho; y estando en duda, si sería segura para los caballos, se soltó uno, y lo pasó corriendo, y volvió adonde había salido, con que quedaron fuera de la sospecha, y duda en que se hallaban. Llegado el adelantado al lugar de Francisco García de Tovar, que así le decían, por haberle él descubierto, en tanta necesidad, don Pedro de Alvarado envió a descubrir, y dieron en, un pueblo, llamado Chongo, y de los naturales entendieron, que a cuatro jornadas estaba un gran pueblo, que se decía Noa. Salió el adelantado con la mayor parte de los caballos, y ordenó al licenciado Caldera, que con el ejército le siguiese, encomendandole mucho los enfermos, porque en curar de ellos mostró siempre este capitán particular caridad. Llegó, pues, el adelantado, al río Chongo, grande, y poderoso, y halló, que los naturales estaban de la otra parte armados, para defender el paso, y con gran vocería tiraban con hondas, y hacían terribles demonstraciones de resistir valerosamente. El alférez real, Francisco Calderón, determinadamente se arrojó al agua con su caballo, enderezándose a los indios, siguiéronle otros caballeros, con la misma determinación, y con gran dificultad, y peligro pasaron el río. Los indios tiraban sus piedras, y dardos, y hirieron a Juan de Rada, y a su -351- caballo, y muy cuitados, y tristes, porque ni la dificultad del río, ni su resistencia hubiese podido impedir aquel paso, en que tenían puesta su esperanza, se pusieron en huida. Llegado al pueblo el adelantado, aguardó al licendiado Caldera, y luego salió Diego de Alvarado con algunos infantes, y caballos, a descubrir al Norte, por unas sierras; seguíale el adelantado con otra Tropa, y con el demás resto del campo iba caminando el licenciado Caldera, marchaba Diego de Alvarado por espesuras tan sombrías, y espantosas, que era cosa temerosa, y anduvieron todo un día sin ver campaña, y allí pasaron la noche; y aunque padecían gran sed, y descubrían a los lados quebradas, por donde iban, arroyos de agua, no podían salir, ni los caballos, que iban cansados, dejaran de perecer, por las malezas y bajadas, caminaron el día siguiente con la misma angustia, y trabajo, hasta que toparon con un cañaveral de cañas, más gruesas que el muslo de un hombre, y allí se les dobló su fatiga, y aflicción, viendo que se acrecentaba la sed, y faltaba el agua, adonde naturalmente se juzgaba, que la debía de haber; con todo eso, por ser ya tarde, convenía quedar allí la noche; pero Dios, que por su misericordia, en las mayores necesidades socorrió siempre a los castellanos, que anduvieron en estos trabajosos descubrimientos, quiso, que cortando un negro de aquellas cañas, para hacer un rancho, halló, que un cañuto tenía más de media arroba de agua, muy clara, y sabrosa, porque cuando llueve, entra por las aberturas de los nudos de las cañas, y cortando más, tuvieron bastante recado para la gente, y para los caballos.
El siguiente día siguieron su camino al Norte, y a puesta del Sol dieron, con mucha alegría, en una gran campaña, y acrecentó el contento ver manadas de ovejas, y un lugar, adonde se hacía mucha sal, para contratación. Los indios, que sabían la ida de los castellanos, teniendo por locos a hombres, que a tales trabajos se ponían, no los osaron aguardar. Descansaron los castellanos, y Diego García de Alvarado, envió Melchor Valdés, a dar aviso al adelantado, de lo que había descubierto, -352- con veinte y cinco ovejas, y alguna sal. El adelantado, y el licenciado Caldera iban caminando con tan extrema hambre, que tenían por buena comida los caballos que se morían, ni dejaban culebra, ni lagarto, y otras bascosidades, y con grandísimo dolor de los amigos, cada día morían castellanos, indios, y negros; y a tanto extremo llegó esta desventura, que el alférez Francisco Calderon determinó de matar una galga; que tenía muy estimada, para regalar a sus amigos, en tan urgente necesidad, y con un riñón de ella se purgó el capitán Luis de Moscoso, que iba enfermo, teniendo por más sabroso regalo, que una gallina. En fin, se topó Valdés con el adelantado, y fue grande el consuelo de los enfermos, con la carne de las ovejas, mucha parte de la cual se envió a los que llevaba el licenciado Caldera, y fue grandísimo el entender, que Diego de Alvarado había aportado a tierra rasa, y llana, con que tomaron esfuerzo, para llegar cuanto antes.

Capítulo III
Que el gobernador don Francisco de Pizarro, en el valle de Xaquixaguana hizo quemar a Chialiquichiama, capitán general de Atahualpa, y entra en el Cuzco, con notable sentimiento de los indios.

Entre tanto que don Pedro de Alvarado, peleando con la hambre, y con la sed, iba en demanda del Quito, don Francisco Pizarro, que ya se había juntado con Hernando de Soto, y con el mariscal Almagro en la Sierra del Vilcaconga, proseguía su camino al Cuzco, por haber sido avisado, que Chialiquichiama, a quien llevaba preso, hizo gran demonstración de alegría, por haber visto divididos -353- los castellanos; cuando iban la vuelta de la sierra, y que había enviado aviso de ello al Quizquis, para que como valiente capitán no perdiese tan buena ocasión de matar a sus enemigos, y cobrar la libertad de la patria, juntándose con brevedad con los que habían peleado en la sierra, mandó, que le tuviesen a buen recado, y envió algunos caballos, para que procurasen impedir, que el ejército del Quizquis, no se juntase con el otro. Después de esto fue avisado don Francisco Pizarro, que Chialiquichiama traía apretadas inteligencias con el Quizquis, y que a su instancia se había juntado aquella multitud, con fin de procurarle poner en libertad. Con estos avisos estaba don Francisco Pizarro muy perplejo, de una parte juzgaba, que siendo su principal fin asentar, y fundar aquel nuevo imperio, era para ello muy útil la fama de la clemencia, la cual traía a los súbditos a obediencia, y ganaba el amor de los comarcanos, y era el verdadero, y más firme fundamento del reino. De la otra consideraba, que este era hombre inquieto, de gran valor, y reputación con los suyos; y que pues estando preso tenía ánimo para maquinar lo que se decía, si aconteciese conseguir la libertad, había de ser el mayor estorbo, que podía tener para llevar adelante sus empresas; y con esta suspensión de ánimo acordó, de quitársele de delante, y luego le mandó quemar, aunque pareció a algunos cosa fuerte; pero los que siguen las razones del Estado, a toda cierran los ojos; y don Francisco Pizarro decía ser peligroso, no asegurar la vida, y estando de quien se estaba en duda, que guardaría la fe. Tuvo este capitán gran autoridad con Atahualpa, y por él venció cinco batallas dijeron los indios, que si se hallara en Caxamalca cuando la prisión del Inga, no salieran los castellanos la empresa. Los indios, sintiendo mucho que los castellanos se iban acercando al Cuzco, y que habían de ocupar aquella hermosa ciudad, cabeza de tan gran imperio, porque entre ellos había antigua opinión, que el que la dominase, quedaría general señor de todo; allende de la destruición, que conocían que se les aparejaba, volvieron a los sacrificios, para ver si aplacarían sus dioses, y acordaron de probar la fortuna con los castellanos en -354- un paso estrecho del Valle de Xaquixaguana, pegado a la sierra más oriental; y siendo avisado el gobernador de esta resolución, con acuerdo de los capitanes, ordenó, que el mariscal don Diego de Almagro, Hernando de Soto, y Juan Pizarro, con la mayor parte de los caballos, fuesen para hacer frente a los indios, y buscar oportuna ocasión de deshacerlos, y que lo demás de la gente los seguiría él. Las referidos tres capitanes salieron a ejecutar lo que se les había mandado; y acercándose a los indios, escaramuzaban con ellos, haciendo algunas acometidas, y picándolos con las lanzas, con muerte de muchos. Mango inga Yupanqui, Hijo de Guaynacaba, a quien todos decían, que con mayor derecho pertenecía el reino, salió del Cuzco con algún número de orejones, para juntarse con los suyos; y viendo que era imposible, que saliesen con lo que deseaban, y que a los castellanos no se podía impedir la entrada en el Cuzco, determinó de irse al Gobernador, que le recibió con mucha alegría, y mandó, que de todos fuese honrado, y respetado. De esta resolución de Mango hicieron gran sentimiento los indios, y desesperadamente se fueron a quemar el Cuzco, y esconder los tesoros que había. Fue avisado de esto el Gobernador, y ordenó luego, que Hernando de Soto, y Juan Pizarro, lo fuesen a estorbar; y aunque usaron diligencia, ya los indios habían saqueado el gran Templo del Sol, adonde había innumerables riquezas, y llevándoselas, y las sagradas vírgenes, y pusieron fuego en algunas partes de la ciudad; y entendiendo que los castellanos los seguían, se salieron con toda la gente moza, hombres, y mujeres, no dejando sino la vieja e inútil, pero los castellanos pusieron gran cuidado en matar el fuego.
El valle de Xaquixaguana es llano, entre cordilleras de sierras, no es muy ancho, ni largo. Había en este valle muy sumptuosos aposentos, adonde los reyes iban a deleitarse, y entretenerse, cuando se querían apartar de los negocios del Cuzco, y tenían grandes magacenes, y muy proveídos de bastimentos. Hay, desde el valle al Cuzco, cinco leguas, y pasa por allí el gran camino de -355- los ingas: del agua del río, que nace cerca de este valle, se hace un gran pantano, que dificultara mucho el paso, si los ingas no hubieran mandado hacer una muy fuerte, y ancha calzada, con paredes a los lados, tan fuertes, que es maravillosa cosa; era este valle muy poblado. Dase en este valle muy bien el trigo, y hay muchos ganados castellanos, algunas veces ha acontecido estar deshecha la puente de este río, que llaman de Abancay, y le pasan metido un hombre en un cesto, caminando por una maroma, que esta asida en dos pilares de las dos riberas, con más de cincuenta estados de distancia, tirando el cesto un indio con una soga; y es cosa de admiración el peligro en que aquellos hombres se ponen en aquellas indias, porque la mayor parte de los ríos se pasan de esta manera, o de otras tales.
Llegado don Francisco Pizarro al Cuzco, entró en aquella poderosa, y gran ciudad por el mes de octubre, de este año; y luego los castellanos comenzaron, sin impedimento alguno, a escuriñar las casas, hallaban gran cantidad de ropa, y mucho oro, y plata en grandes vasijas, y tejos, y joyas de diversas manera, y mucha cantidad de aquella chaquira, de indios tan estimada, y plumajería; y el Gobernador mandaba, que todo se pusiese en común, para que fielmente sacado el quinto del Rey, a cada uno se diese lo que justamente le pertenecía. Los yanaconas robaron mucha parte, y otros indios amigos, porque los castellanos, casi enfadados de ver tanto tesoro, no lo estimaban; y con todo eso, como se ha dicho, fue mucho más lo que se escondió; y sola la ropa que se robó, afirmaron, que valía dos millones. Quiso luego el Gobernador distribuir el tesoro, de lo cual, sacado el quinto, se hicieron 480 partes, muchos dijeron que cada parte montó cuatro mil pesos, otros dicen dos mil, y seteciento marcos de plata, de la pedrería no se hizo caso, cada uno tomaba lo que quería, y pocos la plata, sino fueron los más cuerdos. Don Francisco Pizarro, no olvidado el servicio de Dios, iba poniendo cruces por todos los caminos, y en el Cuzco derribó los ídolos, y limpió la ciudad de aquella idolatría, y señaló lugar adonde fuese -356- honrado el Altísimo Dios, y su Santo Evangelio predicado; y con gran solemnidad, por ante escribano, y testigos, tomó posesión por el invictísimo Rey de Castilla, y de León don Carlos, primero de este nombre.

Capítulo V
De la guerra, que hacían los capitanes Quizquiz y Yrruminavi a don Francisco Pizarro, en el Cuzco; y a Sebastián de Belalcázar en el Quito.

Asentado lo que toca a la religión en el Cuzco, coma mejor se pudo en aquel principio, y fundado pueblo de castellanos, con su concejo, conforme a los usos, y costumbres de Castilla, supo don Francisco Pizarro, que Quizquiz, y otros capitanes, con increíble dolor de ver a los castellanos apoderados de su ciudad, tenían gran multitud de gente de mitimaes, y de otras naciones, llorando sus hados, quejándose de sus dioses, que de tal manera habían permitido la disipación de su religión, de los templos, y cosas sagradas, la perdición de sus haciendas, y destierro de sus casas, con pérdida de sus mujeres y hijos, y muertes de tantos hombres, gemían por los ingas, maldecían a Guascar, y Atahualpa, que con sus pasiones, y diferencias , dieron lugar a que sus enemigos pudiesen ocupar el imperio; andaban entre ellos los Guamaraconas, descendientes de aquellos, que habitando los pueblos de Carangue, Otabalo, Cayambe, y otros de las comarcas del Quito, el inga Guaynacaba degolló a tantos, que se tiñó una laguna de su sangre, y habían salido tan valerosos, que eran privilegiados: el Quizquiz los representó, «que pues la mayor parte de -357- Chinchasuio estaba ya ocupado de los castellanos, que sería bien volverse al Quito, para vivir en los campos, que sus padres labraron, y ser enterrados en sus sepulturas»; y juró por el soberano Sol, y por la sagrada tierra, «que si le tomaban por capitán, y eran fieles, que los llevaría a sus tierras, y moriría por el amor de ellos». Respondieron, «que eran contentos de tomarle por capitán, con que se volviese a tentar la fortuna con los castellanos; y que si perdiesen, irían luego a sus tierras, como decía». Con esta determinación, el otro principal capitán, que se llamaba Incarabayo, con los demás capitanes, y los orejones, llamaban gente, aderezaban armas, y se ponían a punto para la guerra.
Habiendo llegado el capitán Sebastián de Belalcázar a Panzaleo, le dijo un indio, «que había tanto oro, y plata en el Quito, que todos sus caballos no se podrían llevar la veintena parte», con que se alegraron tanto los soldados, que ya les parecía, que habían de ser más ricos, que los de Caxamalca; y los indios, aunque Belalcázar los había desbaratado, siempre iban haciendo rostro; y en una quebrada, algo áspera, cerca del Quito, se hicieron fuertes, con buenas trincheas, desde donde tiraban piedras, y dardos, que hicieron reparar a los castellanos; pero acometiendo la trinchea ordenadamente, la ganaron, y los indios se retiraron al Quito, dando grandes voces a los del pueblo, que le desamparasen, y se fuesen, a la sierra; llegado Yrruminavi, habló a las vírgenes de los templos, y a muchas señoras de las mujeres de Guaynacaba, Atahualpa, y otros señores, que allí habían quedado, y las dijo: «Que ya venían los enemigos, vencedores, iban para entrar en el pueblo, que por tanto mirasen por sí, porque si allí se detenían, no podían esperar, sino toda deshonra, y muerte, de tan perversos enemigos», muchas se salieron luego del pueblo; otras, que serían como trecientas, con las mujeres de servicio, dijeron, «que en aquel lugar querían aguardar la fortuna buena, o mala, que los dioses las quisiesen dar». Airado Yrruminavi de tal respuesta, injuriándolas con afrentosas palabras, bárbaramente las mandó matar a todas, -358- y se salieron los indios del lugar, llevándose cuanto pudieron, y dejando encendido el fuego, para que se quemasen los reales palacios; entró Belalcázar en el Quito, sin dificultad, adonde se le fueron a juntar muchos Yanaconas, para servirle, y asimismo gran número de mujeres, entendiose luego en buscar con diligencia el tesoro, y ninguno se halló, fue grande la tristeza, y melancolía de los soldados, por hallar vana su esperanza, después de tantos y tan grandes trabajos preguntaba Belalcázar a los indios, y con cuidado inquiría «¿adónde estaba aquel gran tesoro, de que tantas nuevas habían dado?» y maravillados respondían: «Que no sabían, y que Yrruminavi lo debió de esconder». Túvose luego aviso, que a tres leguas del Quito, el capitán Yrruminavi se había hecho fuerte; y porque Sebastián de Belalcázar era hombre de ingenio, que en habiendo ocasión de trabajar no sabía tener quietud, ordenó al capitán Pacheco que con cuarenta infantes de espada, y rodela, fuese de noche a echar de allí aquellos indios, porque juzgaba sería poca reputación suya, que ni aún a muchas leguas hubiese nadie, que le osase hacer rostro; y como Yrruminavi tenía multitud de espías, dejó el puesto que tenía, y con diligencia se pasó a un pueblo, dicho Yurbo. Sabida esta mudanza, mandó Belalcázar al capitán Rui Díaz, que fuese contra él con sesenta castellanos, de lo cual también fue avisado Yrruminavi, porque había muchos Yanaconas en el Quito, que de todo le daban aviso.
Yrruminavi, que por vía de Yanaconas supo la salida de los referidos capitanes, con relación de que los que quedaban en el Quito eran los peores, y casi todos enfermos, teniendo esta por alegre nueva, y dando luego cuenta de ello al señor de la Tacunga, que se decía Tucomango, y a Quimbalembo, señor de Chilló, se juntaron con él con más de quince mil hombres; y caminando con diligencia de Quito, llegaron a lada guarda de la noche, adonde por aviso de los Cañaris, confederados de los castellanos, ya se sabía esta movimiento; y porque se habían puesto centinelas fuera de un foso, que había en el Quito, que para su seguridad habían hecho los -359- ingas, sintiéndose el ruido, mandó Sebastián de Belalcázar, que los caballos saliesen a la plaza, y puso la infantería en lugar conveniente, sin tocar cajas, ni trompetas; y con todo esto, conociendo los indios, que habían sido sentidos, daban grandes voces, con amenazas, conforme a su costumbre; y los Cañaris, sus enemigos, salieron a ellos, y peleaban, viéndose unos a otros, por el fuego de algunas casas de la campaña, adonde lo habían puesto; llegado el día, se retiraron, y dando en ellos los caballos hicieron gran matanza, siguiéndolos hasta meterlos en la montaña de Yumbo, de donde se huyó Yrruminavi, quedando todo cuanto tenía de vasos de oro, y plata joyas, ropa, y otras preseas, en poder de los castellanos, con muchas mujeres hermosas; y como los indios, que estaban en el Quito eran muy solicitados, para que descubriesen los tesoros, dijeron, que debía de estar parte de ello enterrado en Caxambe, salió Belalcázar con la gente, por darles satisfacción, y porque entendiesen que no era menor su sentimiento de haberse hallado frustrados de la esperanza de los tesoros del Quito; llegando a un lugar llamado Quioché, junto a Puritaco, no hallando en él hombre ninguno, sino mujeres, y niños, porque los hombres andaban en el ejército enemigo, los mandó matar a todos, con motivo de que sería escarmiento, para que los otros se volviesen a sus casas; flaca color para satisfacer a crueldad, indigna de hombre castellano; halláronse diez cántaros de fina plata, dos de oro, de subida ley, cinco de barro esmaltados, y entremetido en ellos algún metal, con gran perfección; y estas victorias todas fueron conseguidas por la extrema diligencia, y valor de Belalcázar, prompto, y resoluto en todo, y que con mucha industria advertía, y tenía a los soldados en fe, y constancia, y obediencia.

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Capítulo VI
De lo que se ofrece que decir de la provincia de San Francisco del Quito.

La ciudad de San Francisco del Quito está a la parte del Norte, en la provincia inferior de los reinos del Perú, tiene casi setenta leguas de longitud, y veinte y cinco, o treinta de latitud; está en unos aposentos reales de los ingas, que fueron ennoblecidos por Guaynacaba, y de aquí tomó el nombre la ciudad, es sitio sano, más frío que caliente, tiene su asiento en un hoyo que hacen unas sierras adonde está arrimada, entre Norte y Poniente, tiene por comarcanas a las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil, que están de ella a la parte de Poniente; de sesenta hasta ochenta leguas, y al Sur tiene las ciudades de Loja, y San Miguel, la una ciento y treinta; y la otra ochenta, a su Levante tiene las montañas y nacimiento del río, que en el Océano llaman Mar Dulce, que es el más cercano al Marañón, y la Villa de Pasto, y a la parte del Norte, la gobernación de Popayán, está la ciudad metida debajo de la línea equinocial, tanto que pasa a siete leguas, críanse en su tierra todo género de ganados y de bastimentos de Castilla, como pan, frutas, y aves; y la disposición de la tierra es muy alegre, y parece a la de Castilla en la yerba, y en el tiempo porque entra el verano por abril y marzo y dura hasta noviembre y se agosta la tierra como en Castilla; los naturales de la comarca son más domésticos, bien inclinados, y sin vicios, que otros de la mayor parte del Perú; son medianos de cuerpo, grandes labradores; vivían con los mismos ritos que los ingas, aunque no con tanta policía; hay muchos árboles calientes adonde se crían muchas frutas de la tierra y de Castilla y viñas y todo es mucho y muy bueno; hay cierta manera de especia que llaman canela que llevan de las montañas que están a la parte de Levante que es una fruta a manera de flor que nace en grandes árboles, -361- y es como aquel capullo de las bellotas salvo que es leonado y tira al negro y es tan sabroso como la canela; pero no se come sino en polvo porque en guisados pierde la fuerza, y es cálido y cordial y aprovecha para dolor de ijada, tripas, y estómago; hay mucha cantidad de algodón de que se visten, había muchas de las ovejas de la tierra, carneros, venados, conejos, perdices, tórtolas, palomas, y otras cazas; hay papas que es mantenimiento como criadillas de tierra y es pan con sabor de castaña, produce una yerba como amapola; hay otro bastimento que llaman Quimba que tiene la hoja como bledo morisco y echa una semilla menuda blanca y también colorada que se come guisada, como arroz y hacen de ella bebida.
Hay otras muchas semillas y raíces para sustentarse; pero el provecho del trigo las hace olvidar y de la cebada; los naturales hacen brebajes como los flamencos la cerveza, salía el gran camino que se ha dicho de esta ciudad, al Cuzco y otro que salía del que llegaba a Chile que está como mil y docientas leguas del Quito; y en estos caminos había a tres y cuatro leguas hermosos palacios; fue el Quito por aquella parte, la primera población del Perú y es siempre muy estimada, fundola Sebastián de Belalcázar, y diola el nombre de San Francisco en memoria del adelantado don Francisco Pizarro, capitán general, y gobernador del Perú, y desde entonces, por la misericordia de Nuestro Señor, se comenzó a predicar el Santo Evangelio, y la conversión de los naturales que ha ido adelante con mucha felicidad. Yo aquí pongo otra vez en consideración, atenta la pasada narración, e inclinación, que estos naturales tenían a sus ritos, por tantos años de ellos recibidos y las costumbres que tenían y la resistencia que hicieron, si fuera imposible introducir la fe católica con sola la predicación de los religiosos, antes que la tierra se allanara, y los indios se domesticaran, con el mucho conocimiento, trato, y conversación de los castellanos, aunque los viejos eran de gran impedimento; y porque adelante se dará más cumplida noticia de todo, no se dice más en este lugar.

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Libro séptimo

Capítulo XIV
Que el capitán Sebastián de Belalcázar proseguía en los descubrimientos de las provincias equinociales.

Entretanto que lo referido pasaba en el Cuzco, y en la ciudad de Los Reyes, Sebastián de Belalcázar, considerando, que la ciudad de Riobamba tendría mejor asiento en el Quito, acordó de mudarla con el nombre de San Francisco, como se dijo, desde donde con la buena gente que tenía de los primeros castellanos, y de los de Guatemala que con él se quisieron quedar, salió algunas veces contra los indios que le hacían guerra, y los ganó muchos peñoles, y fuertes que habían hecho; y saliendo, acaso a correr Juan de Ampudia, natural de Xerez, y sabiendo adonde estaba Zopezopagua, con sus parientes le envió a rogar, que se acomodase al tiempo y fuese amigo de los castellanos, sin dar lugar a que se usase con él de rigor, respondió: Que lo deseaba; pero que temía su crueldad, y la poca palabra que mantenían. Respondió Ampudia: Que le prometía, que no seria así, sino que se le cumpliría lealmente lo que se le prometiese. Zopezopagua, por una parte temía, que le habían de apretar por el oro y plata escondido, pues los castellanos no buscaban otra cosa; y por otra no se hallaba seguro, porque ya los naturales no se guardaban ley, ni parentesco, no pretendiendo más de conservarse con los vencedores; y así estaba confuso, sin saber qué determinación había de tomar; pero sabiendo Ampudia adonde se hallaba, fue con seis caballos, y le hubo a las manos, aunque algunos dicen, que él se fue de su voluntad; y llevándole, -363- salieron al camino a obedecer, Quingalimba, y otros capitanes, llevando buenos presentes de ganados.
Yrruminavi, habiendo sido echado de muchos Peñoles, y otros lugares fuertes, procuraba juntar gente para continuar la guerra; pero todos se hallaron muy cansados, y querían vivir en sosiego; y al fin hubo quien dio aviso a Sebastián de Belalcázar, de donde se hallaba; envió a él algunos caballos, halláronle con poco más de treinta hombres y muchas mujeres con las cargas de su bagaje, dieron en ellos de repente, huyeron los que pudieron; Yrruminavi se escondió muy triste en una pequeña choza y la guía le conoció, y avisó a valle, que le prendió sin mostrar el indio punto de flaqueza con que se acabaron las guerras del Quito; y Belalcázar para saber del oro y plata que escondieron, los dio crueles tormentos; pero ellos se hubieron con tanta constancia, que le dejaron con su codicia; y él, inhumanamente, los hizo matar, porque no desistiese su ánimo de la primera impresión que había concebido.
Salió en este tiempo el capitán Tapia de la provincia de Chinto, por orden de Belalcázar, a descubrir la parte del norte con treinta caballos, y treinta Infantes; y pasando por diversos pueblos, llegó al río de Angasmayo y volvió con relación de lo que había hallado, diciendo que en Tucale hicieron alguna resistencia; en la Tacunga tomó Luis Daza un indio extranjero, que dijo ser de una gran provincia llamada Cundirumarca, sujeta a un poderoso señor que tuvo los años pasados una gran batalla, con ciertos vecinos suyos, muy valientes, llamados los Chicas, que por haberle puesto en mucho aprieto, había enviado a éste, y a los otros mensajeros a pedir ayuda a Atahualpa, a tiempo que andaba en la guerra con Guascar; y que había respondido que lo haría en desembarazándose de ella y que entretanto anduviesen con él y que de todos sus compañeros solo este escapó en Caxamalca, y se había ido al Quito con Yrruminavi; y preguntándole diversas cosas de su tierra, decía la mucha riqueza de oro que en ella había, y otras grandezas, que ha sido causa de haber muchos emprendido aquel descubrimiento del Dorado, que hasta ahora -364- parece encantamento. Sebastián de Belalcázar, oída la relación del indio, ordenó a Pedro de Añasco que con cuarenta caballos y otros tantos infantes fuesen con él a descubrir su tierra que afirmaba estar doce jornadas, y no más, y con gran deseo de aquella riqueza pasaron Guallabamba, y caminaron entre los pueblos de los Quillacingas, y atravesaron por ásperos caminos, y montes cerrados, y temerosos, y no hallaron nada de lo que buscaban. Salió, dende a pocos días, por orden del mismo Sebastián de Belalcázar, que no sabía reposar, el capitán Juan de Ampudia para ir con buena compañía de caballos en seguimiento de Pedro de Añasco, y le halló, y tomó toda la gente a su cargo, e intentó otros descubrimientos porque no parecía cosa conveniente que dejasen de reconocer toda la tierra de sus confines, y penetrarla, hasta topar con el fin de ella.

Capítulo XV
Que Sebastián de Belalcázar salió de Quito, hacia las provincias de la Mar del Sur, y fundó la ciudad de Santiago de Guayaquil; y trata de Túmbez, y la Puna.

Queriendo Sebastián de Belalcázar abrir camino del Quito a la costa de la Mar, y asegurarle para la contratación, salió él mismo; y aunque tuvo algunos reencuentros con los indios, excusando todo lo que pudo la guerra, como en ella era ya muy experimentado. Viendo los naturales que no ganaban nada, y que había castellanos en el Quito, en San Miguel, y Puerto Viejo, como Belalcázar procuraba de llevarlos a obediencia por buenos modos, se dejaron persuadir, y pacificar, y acordó de fundar un pueblo que llamó Santiago de Guayaquil, nombrando -365- alcaldes, regidores, y los demás oficiales que se requieren para que un consejo o república sea bien compuesta; y dejando por gobernador a uno de los alcaldes, que se llamaba Diego Daza, se volvió al Quito; los que quedaron en Santiago de Guayaquil se dieron tanta priesa a enriquecer que por ser muy molestos e importunos no los pudieron sufrir los indios; y estando divididos, acordaron en sus juntas que para ello tuvieron de matarlos; y tomando las armas, lo hicieron, sin que escapasen más de cuatro o cinco que con su caudillo Diego Daza llegaron al Quito, de donde volvió con el capitán Tapia que no los pudo sujetar hasta que con buen número de gente fue el capitán Zaera. Más adelante de Puerto Viejo, hacia el Poniente, se fundó esta ciudad de Guayaquil; y luego que se entra en sus términos están los indios Guancavilcas que se sacaban los dientes por sacrificio; y teniendo Topa Inga Yupangui todo el reino pacífico mandó a sus capitanes que fuesen corriendo de largo la costa, y procurasen de poner en su servicio a todos los pueblos a ella, pacífica, y amorosamente; y algunos pueblos que querían conservar su libertad los mataron; y por otras ocupaciones reservó el hacer resentimiento de ellos hasta mejor ocasión; y sucediendo por su muerte en el imperio su hijo Guaynacaba, en una jornada, que hizo por los Llanos, llegó a Túmbez, y mandó hacer en aquel puerto una fortaleza, so color de la enemistad de los Tumbecinos, con los de la Isla de la Puná; y acabada, junto a ella se puso el Templo del Sol, con sacerdotes, y vírgenes Mamaconas, y lo demás conveniente para el servicio de las cosas sagradas; y afirman que allí llevaron a Guaynacaba un león y un Tigre, y que mandó que se guardasen en aquella fortaleza que debieron de ser los que echaron al capitán Pedro de Candía, cuando don Francisco Pizarro, con sus trece compañeros, andaba por aquella costa. Proveyó el Inga a esta fortaleza de Gobernador, y guarnición, y hizo grandes depósitos, y magacenes y había en ella muchos plateros que labraban vasos grandes, y chicos, y joyas de oro y plata, para el servicio del templo, y del Inga; y las mujeres del templo hilaban, y tejían ropa finísima, como en todos los demás templos.
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En habiendo Guaynacaba ocupado a Túmbez, envió a mandar a Tumbála, señor de la Puná, que le obedeciese y contribuyese; y pesándole de trocar la preciada libertad, por tan terrible yugo, pues no solo se había de contribuir con las haciendas, sino con las mujeres, e hijas, y tener en casa extranjeros, y consentir fortaleza, se hubo de acomodar con la necesidad, aunque con fin de cobrar la libertad lo más antes que pudiese; para lo cual comenzó sus pláticas secretas con los amigos, y vecinos. Pasó en este tiempo Guaynacaba a la Puná, adonde fue muy servido. Poco tiempo después, hechos grandes sacrificios, deseando también muchos de la Tierra Firme vivir como sus pasados, y como siempre es el dominio extranjero muy grave, y pesado, hicieron su confederación con los de la Puná, y mataron a los del presidio, y robaron quanta era de los orejones. Este caso sintió mucho Guaynacaba; y no lo queriendo dilatar, envió ejército contra esta gente, que mató, con diversos géneros de muertes, muchos millares de hombres, empalados, ahogados, ahorcados, y de otras maneras; y acabando el castigo, mandó Guaynacaba, que los hombres que tenía destinados para ordenar las cosas para eterna memoria compusiesen cantares y romances, y los hiciesen aprender, para que se cantasen en tiempos de tristeza; y mandó que por el río de Guayaquil (que es muy grande) se hiciese una calzada, que no se acabó; y esta se llamó el paso de Guaynacaba; y cuanto a la naturaleza de la tierra, usos y costumbres; es como en las demás partes, de que se ha tratado.
La Isla de Puná, que está muy cerca de Túmbez, tendrá más de diez leguas de contorno, hubo en ella antiguamente más de doce mil indios guerreros, y eran ricos, porque hacían sal, y la vendían a Guayaquil, y pasaba al Quito, hasta Cali, y contrataban algodón, con que estaban ricos; y por causas livianas tenían guerras con sus comarcanos, y cruelmente se mataban, y robaban; y Topa Inga no los sojuzgó enteramente, hasta que lo hizo Guaynacaba. Es gente de mediano cuerpo, y morena; andan vestidos ellos, y sus mujeres, y traen grandes -367- vueltas de Chaquira por el cuerpo, y otras joyas, por andar galanes. Hay en esta isla grandes florestas, frutas, y mantenimientos, aves de todos géneros, no tiene agua dulce, y el invierno se sustenta de agua llovediza, y para el verano no tienen sino un pozo solo, y el ganado no bebe sino de tres a cuatro días, porque haya para todos, y tiene muchos venados, que con los salitrales engordan, y la ternera es tan buena como la de Panamá, y los cabritos mejores que en otra parte; van a sembrar a la Tierra Firme, y por agua dulce tienen buen puerto para dar monte, y limpia playa; y cuando Atahualpa se declaró contra su hermano Guascar, con grandes diligencias que hizo, procuró llevar a su devoción a los de la Puná, porque las provincias del Tito, que los castellanos dicen Quito, no podían pasar sin la sal de aquella isla, que entraba en la tierra, navegada en canoas, y balsas, hasta chimbo, por el río arriba, con la creciente de la mar. El señor de la Puná, acordándose de los malos tratamientos recibidos de los del Cuzco, en tiempo de Guaynacaba, como siempre los forzados y afligidos desean mudanza de gobierno, pensando mejorar con la novedad, sin considerar los daños venideros, porque tampoco querían perder el interés de la contratación, acordó de admitir la confederación, y dar obediencia a Atahualpa, y como Caribes, y corsarios robadores, sin temor de ofensa ninguna, porque tenían fortificada la isla con un muro en las surgideras, a donde las balsas enemigas no podían tomar tierra, con muchos fuertes de tierra, piedras, y madera, salieron a hacer la guerra a todos los de la comarca, a los cuales eran insensísimos; y en esta ocasión permitió Dios que llegasen los castellanos. Eran los señores de esta isla muy llorados, cuando morían, y los enterraban como los otros del Perú con criados, mujeres, y hijas. Eran dados a la religión, y vicios, y tenían oráculos del demonio; tenían los templos en partes ocultas y en las paredes esculpidas cosas espantables, sacrificaban animales y aves, y a veces hombres tomados en guerra. En la Isla de la Plata, que está cerca de esta, tenían un grande y devoto templo, a donde ofrecían muchas cosas de oro, y plata, y ropa: nace -368- en los términos de Guayaquil mucha cantidad de zarza parrilla, que sale como zarza, y por todos sus ramos echa unas pequeñas hojas; y muchos acudieron a beber el agua de este río, hinchados y llagados, que volvieron a sus casas sanos y libres de dolor; en muchas partes de las Indias hay esta raíz, pero la mejor es de Guayaquil y la de la Puná.

Fin del Libro Séptimo.

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Libro Décimo

Capítulo XI
Que continua la relación de las cosas que hay para la vida humana en la provincia de San Francisco del Quito; y lo que han mejorado después de la entrada de los castellanos.

Está, como se ha dicho, la ciudad del Quito, debajo de la línea equinocial, y dicen que el día de San Bernabé, que era el solsticio, estuvo antes de la reformación del año solar (que es a 23 de junio) el hombre sin sombra: el vino, aceite, especería, y otras cosas de Castilla, van desde la mar el río arriba en balsas, y desde el desembarcadero se llevan recuas, y asimismo la sal, y el pescado, hasta el Quito, que son cuarenta leguas; los indios hacen sus mercados, a donde los castellanos se proveen de lo que han menester, entre ellos no tienen peso, ni medida, sino que su contratación es trocar una cosa por otra, a ojo, los castellanos se rigen por el peso, y marco de Ávila, y la hanega es algo mayor que en estos reinos. Los tratos y granjerías de la tierra de más de la labranza, y crianza, son, mucho queso de oveja, vaca y cabra, mantas de Algodón, paños blancos, negros y pardos, frazadas, sombreros, jerga, sayal, alpargates, y jarcía para navíos, cordobanes, sillas de brida, y gineta. Algodón en pelo, y estameñas blancas; hay mucho lino aunque se hila poco, hay muchas lanas, ingenios de azúcar, hay mucho número de oficiales castellanos de -370- todos oficios, y los que se sabe que son casados, son compelidos a venir a hacer vida con sus mujeres; la ciudad tiene pocos propios, tiene ejidos y los pastos son comunes, pasa por medio de la ciudad una gran barranca o quebrada, tiene puentes por todas las calles, la tierra es arenisca, y a medio estado se halla peña, el asiento no es húmedo; y el intento que tuvo Sebastián de Belalcázar, fue ponerla en sitio fuerte, para poderse defender de los indios, que eran muchos, y los castellanos pocos. Repartidos los solares, hicieron sus casas lo mejor que pudieron, cubiertas de paja; ahora sacan sus cimientos tres palmos encima de la tierra, y hacen las paredes de adobes con sus rasas de ladrillo, con las portadas de piedra, y las cubren de teja; tiene la ciudad tres plazas grandes, y cuadradas delante de la Iglesia Mayor, y de los monasterios de Santo Domingo, y San Francisco, y las calles son anchas, y derechas, y habrá más de cuatrocientas casas, y cada día crecen; la Iglesia mayor está muy bien labrada, es templo espacioso con tres naves, el monasterio de Santo Domingo, hecho de limosna, es muy sumptuoso, tiene sus casas de ayuntamiento, y de la chancillería, con sus corceles, y otras casas del público; y las principales, que son muchas, tienen de ordinario dos, y tres cuartos, con su patio, huerta y corral; los materiales se hacen cerca, y cuando más lejos, a tres leguas, y los llevan en carros, habiéndose quitado del todo el común uso del cargarse los hombres, aunque en la descarga de Guayaquil andan algunos voluntarios, ganando su vida, que no se les ha podido persuadir, que tomen otro oficio, y en efecto, también en Castilla, y en todo el mundo se cargan los Ganapanes, y faquines. Está proveída esta ciudad de armas, como coracinas, cotas, y escaupiles de algodón, que han valido mucho para las flechas emponzoñadas; hanse hecho petos y espalderas, y celadas de cuero de toro, que resiste a la lanza, y espadas, las armas de hierro, y de acero duran mucho, porque la tierra no es húmeda; han usado unas coracinas de laonas de -371- cuerno para infantes, que duran más que el hierro, y acero, y defienden tanto como los escaupiles de algodón, que fatigan mucho, porque el algodón en lo frío es frío, y en lo caliente es fuego, y muchas veces se han encalmado los hombres por tomar un alto, o hacer alguna cosa de priesa; y en sustancia, en esta ciudad se hace muy buena pólvora, y cuerda, y buenas rodelas de duelas de palma tostada, tejidas con algodón; hácense lanzas, y picas de todas maderas, y hácense de bejucos, que salen correosas, y fuertes, y se tienen por mejores que las otras; por todos los caminos hay tambos, o ventas a cinco y seis leguas, bien proveídas de mantenimientos, y a precio barato, conforme al arancel que han puesto las justicias. La Iglesia Mayor comenzó el primer obispo que fue don Garci Díaz Arias, y acabole el obispo don Francisco Pedro de la Peña, porque mandó el Rey, que la tercera parte del gasto pagase la ciudad, la otra los indios de su distrito, y la otra pagó Su Majestad. Hay otras dos iglesias parroquiales, que la una se llama San Sebastián, y la otra San Blas, y las casas episcopales están en la Plaza Mayor, junto a la Iglesia Catedral, que está bien proveída de ornamentos para el culto divino, y no tiene fábrica, sino que cuando es menester, se juntan los vecinos, y lo reparten entre ellos, sin que se pida limosna. Ya se dijo, que Santo Domingo está acabado, los otros monasterios de San Francisco, y la Merced se van labrando; la Orden de San Francisco ha hecho provincia al Quito, que antes se regía por Custodio, hay en esta Orden de los naturales, Frailes de buena vida, y ejemplo, y así mismo en las otras. El factor, tesorero, contador, y veedor de la real hacienda, residen en la ciudad, la cual no tiene más libertad, ni franqueza, que las otras de las Indias, la mayor parte de los habitadores son castellanos; hay algunos portugueses, y extranjeros; porque a todos admite, y da lugar la nación castellana, que en esto es más liberal, y excelente, que ninguna otra, aunque a indias no puede pasar otra nación, en los términos de esta ciudad son muchas lenguas que se hablan, y por la general del Cuzco, que introdujeron los ingas, se entienden todos, excepto los pastos, que es lengua -372- dificultosa; la general es buena, y fácil de aprender, especialmente después que se ha compuesto un arte para ello, habrá en el distrito de la ciudad cincuenta mil indios tributarios, antes más que menos, y cada día crecen, porque están muy descansados y relevados.

Capítulo XII
Que prosigue las cosas de la provincia de San Francisco del Quito.

Viven estos naturales apartados en sus parcialidades; son amigos de sus casas, y naturaleza; nunca la dejan, sino por mal tratamiento de sus caciques; son de buena estatura y natural; aprenden cualquier oficio que se les enseñe; son de medianas fuerzas, muy haraganes, mentirosos, y amigos que se les trate verdad, noveleros, e inconstantes; presentándolos por testigos, dicen cualquier falsedad; viven mucho, porque hay hombres, y mujeres de a noventa y cien años; casi siempre están borrachos; ninguna estimación tienen, ni policía de gente de razón; tienen agudeza en granjerías, y para trabajar conviene algunas veces compelerlos a que hagan sus labranzas para sustentar a sus mujeres, y hijos: junto a la ciudad habrá dos mil indios poblados, que viven con más razón; es su hábito una camiseta sin mangas, tan ancha de arriba como de abajo, brazos y piernas decubiertos; una manta cuadrada de vara, y tres cuartas, que sirve de capa; traen el cabello largo; y para poder ver sin que les embarace, atan una cuerda a la cabeza; los caciques, y principales, y los yanaconas, traen sombreros; solían traer ojotas, que solo guardaban la planta del pie; ahora -373- usan alpargates; su cama es un petate o estera de junco grueso, echado sobre paja, y cubierto con dos mantas; sus joyas son collarejos de chaquira, o de oro, o de plata, cuentas coloradas, y de hueso blanco, brazaletes de lo mismo; su ajuar es una piedra de moler el maíz, y ollas, y tinajuelas para hacer el vino, que llaman azua, y vasos para beber, a manera de cubiletes, que cabrán media azumbre. Cuanto a su religión gentílica, y a sus adoratorios y sepulturas, y creencias, bastantemente se dice en esta historia, la que tenían. Para oír la ley evangélica, son llevados por fuerza; suelen los viejos decir, cuando los predican los sacerdotes, que aquello se enseña a los muchachos, que ya ellos son viejos, y no podrán acabar con sus corazones, que crean lo que les dicen; y en el artículo de la muerte muchos piden el bautismo, porque nuestro Señor, de ellos tiene misericordia. La mayor fiesta, que estos naturales hacen, es una general junta de la comarca, que dura cinco, o seis días, no haciendo de día, y de noche sino beber, cantar y bailar, haciendo muchos corros de a cien personas cada uno, y quedan tan cansados, que han menester días para volver en sí; en los mortuorios hacían grandes llantos, y llevaban a enterrar en un barbacoa en hombros, y a modo del baile andaban, paraban, y volvían pasos atrás llorando; de manera que para llegar a una sepultura de un tiro de ballesta de distancia tardaban tres horas. El más estimado entre ellos era el cacique; luego el más valiente, y el que mejor labranza hacía; porque como lo gastaba en dar de comer, y beber a los otros, era el más rico, y más querido, su cuenta era por media luna, y una y dos Lunas, y los castellanos, para entenderse con ellos, tratan por esta cuenta; la mejor casa es la del cacique, que es como bohío, a manera de Iglesia, allí hacen presencia y se juntan a fiestas, y placeres, que todas son con beber; sus casas son muy muy pequeñas, de cuarenta, o cincuenta pies en largo, cubiertas de paja; las paredes de tapia; lo que más estiman, son sus joyas, las mantas, y hachas de cortar leña; no tienen provisión de más cosas de aquellas que no pueden excusar; si uno es principal, siéntase en tringa, que es silla, y sino en el suelo; su ordinario -374- mantenimiento es el vino de maíz cocido y todo lo cuecen con ají, y sal, y lo cogen al derredor de sus casas; sus ordinarias granjerías, son comprar algodón, y hacer mantas, y adonde hay obrajes, beneficiar la lana, y hacer paños, frazadas, sayal, jerga, y sombreros, que todo se lo han enseñado los castellanos; crían gallinas, y puercos; hacen alpargates, cinchas, jáquimas, cabestros, y cordaje; la herramienta con que labran la tierra son palas de recia madera de cinco y seis palmos en largo, y como uno de ancho, con su empuñadura, para dar mayor golpe, y son mejores que azadones porque desmenuzan más tierra. Por meterse unos en las tierras de otro, suele moverse una parcialidad contra otra, y descalabrarse muy bien. Nunca ordenaron escuadrones para pelear, sino en gruesas bandas socorrer a la parte flaca; sus armas son lanzas, tiraderas con estolica, macanas, y flechas, y la peor arma es la honda, en la cual son tan diestros, que pocas veces yerran. Tenían los caciques sus capitanes, a los cuales obedecían los indios de su parcialidad, y ya tienen alcaldes ordinarios, y alguaciles indios, que en las causas criminales prenden, y remiten a la justicia ordinaria de la ciudad, porque no tienen jurisdicción para más cosas de expediente ordinario. De los tributos que pagaban a los ingas, se trata en otro lugar; los que ahora pagan a sus encomenderos, son conforme a lo que el Rey tiene tasado, y paga cada uno, de lo que tiene, y viven más descansados, porque era incomportable la vejación, que recibían con la antigua, y ordinaria servidumbre personal; de tal manera, que les faltaba tiempo para hacer sus labranzas, ni vivían con el sosiego, y seguridad que hoy viven, los tesoros que hay en los enterramientos, los indios no los quieren descubrir, antes padecerán mil tormentos, que hacerlo, ni ellos se aprovechan de ellos. A los castellanos se ha permitido que los busquen, con que ante todas cosas pidan un factor real, que se halle presente, por el quinto que se ha de pagar al Rey, por su derecho. En algunas partes hay ganado de la comunidad, la lana benefician de común, y el valor se echa en un arca de tres llaves, y de allí se saca para comprar las cosas necesarias para el -375- obraje, y para ornamentos, y para algunos pobres, y viudas, que no tienen quien les haga sus labranzas; y son proveídos de maíz de un depósito que para este efecto tiene la comunidad. Las tierras entre los naturales están conocidas cuyas son; y el principio para aprehender propiedad, y posesión, fue señalarlas el cacique; y con haberlas antes rompido, y cultivado, son amparados en ellas, y los pleitos más ordinarios son sobre posesiones de tierras, y con probranzas y averiguaciones, hechas sobre las mismas tierras, en un momento se acaban. Es gente viciosa, y que no se afrenta de serlo, después de muerto no al para ellos mayor infamia, que cortarles el cabello; y no se precian de ningún género de virtud. Los mestizos tienen buen talle, aunque en algo se diferencian de los castellanos; son comúnmente noveleros, chismeros, mentirosas, y glotones, aunque hay muchos virtuosos.

Capítulo XIV
De las gobernaciones de los Quijos, o la Canela, e Iguarsongo; por otro nombre, de Juan de Salinas.

Para descubrir el río grande de la Magdalena, y otras provincias comarcanas, y las que entendía, que confinaban con ellas, envió el gobernador Sebastián de Belalcázar, a diversos capitanes con buenas tropas de gente, y entre los otros que pasaron la gran cordillera, fue el capitán Gonzalo Díaz de Pineda, que entró en la tierra de los Quijos, y la Canela, y fue el primero, que lo hizo, y la reconoció, y refirió, que de la otra parte de ella había riquísimas provincias; y esta relación movió a Gonzalo Pizarro, por deseo de honra, y de provecho, para entrar -376- a su descubrimiento, de donde no sacó más, al cabo de muchos meses, de haber padecido su gente trabajos de hambre, y de cansancio, y otras dificultades, cuales no se alcanza que ningunos hombres jamás hayan sufrido, como particular y exactamente se dirá en su lugar. Y lo que se puede referir de los quijos, se dirá aquí, por no partir esta historia en muchos pedazos. Y mucho después estando las cosas del Perú en sosiego; el marqués de Cañete, don Hurtado de Mendoza, ordenó a Gil Ramírez Dávalos, que el año de 1557, había poblado a la ciudad de Cuenca, y tenía la tierra, en quietud, que pasase a pacificar los quijos, y que poblase en esta gobernación, la cual cae en la jurisdicción, y distrito de la Real Audiencia de San Francisco del Quito, y está al Levante de esta ciudad, y al mediodía tiene la gobernación de Yguarzongo, por otro nombre Juan de Salinas, al Norte a Popayán, la tierra que corre hasta la Mar del Sur, y al Oriente las provincias del dorado, su altura de la equinocial, no llega a un grado, tiene de largo poco menos de cuarenta leguas, y menos de veinte de ancho. Toda la tierra de esta gobernación es muy caliente, y muy lloviosa, áspera, sin trigo, y poco maíz; tiene aquellos árboles que parecen canela, que comida en polvo, sabe a ella, y de otra manera pierde el sabor, y hay las ordinarias frutas del Perú, y particularmente son más preciadas las granadillas de esta provincia, que ningunas otras; hanse dado naranjas, y limas, y hortalizas de Castilla; cogen mucho algodón, y de ello se labra ropa bien fina, y también sacan oro; rígense por un gobernador, que es proveído por el Visorrey, y hay en esta provincia cuatro ciudades de castellanos; la primera es Baeza, que fundó Gil Ramírez Dávalos, caballero natural de Baeza, en Castilla, año de 1559. Está dieciocho leguas de la ciudad de San Francisco del Quito, como al Sueste, y en esta ciudad reside el Gobernador. Ávila, al Norte de Archidona, que es la tercera; y la cuarta Sevilla, que llaman del oro. Toda la gobernación, es del obispado de San Francisco del Quito, y los naturales reciben bien las cosas de la fe; tienen lengua propia, y usan la general del Perú; en su vestido, costumbres, -377- y religión, eran como los demás sus comarcanos, y han disminuido por enfermedades generales; y porque en la pacificación fueron algo inquietos, queriendo como nación de la otra parte de los Andes, mostrar su fiereza, y aún después de dada la obediencia, se volvieron algunas veces a inquietar, hasta que reconocidos de su hierro, viven con sosiego, gozando de los bienes de la justicia, y de la paz; y por la otra parte, Hernán Pérez de Quesada, que del Nuevo Reino salió a descubrir; llegó al valle de la Canela, y volvió, habiendo pasado casi los mesmos trabajos, que Gonzalo Pizarro, y salió a la Villa de Timaná.
Y para acabar con el distrito del Audiencia de San Francisco del Quito, queda la gobernación de los Pacamoros, o Bracamoros, e Iguarsongo, dicha por otro nombre de Juan de Salinas, y son sus límites, y términos, cien leguas, que se le señalaron al Oriente, desde veinte leguas más adelante de la ciudad de Zamora, que es la misma cordillera de los Andes, y otras tantas, Norte Sur; y es buena tierra, en temple, y disposición para trigo, y para todo género de semillas, y de ganados de ricas minas de oro, y se hallan granos muy grandes, y se ha sacado muy gran provecho del oro. Tiene esta provincia cuatro pueblos, que fundó el capitán Juan de Salinas Loyola, siendo su Gobernador. El primero, la ciudad de Valladolid, en siete grados de la equinocial, y a veinte leguas de la ciudad de Loza al Sueste, pasada la cordillera de los Andes.
El segundo, la ciudad de Loyola, o cumbinama, que está como diez y seis leguas al oriente de Valladolid. La tercera es la ciudad de Santiago de las montañas, cincuenta leguas de Loyola, como al oriente, y en esta comarca de Santiago, se halla más cantidad de oro, que en las otras, y es muy subido de ley, aunque no llega a lo de Carabaya en el Perú, ni a lo de Valdivia en Chile, porque esto suele pasar de veinte y tres quintales y medio; y porque de las diferencias del oro, que se halla en pepita, polvo, y en piedra, tratamos particularmente en nuestra Descripción General de estas Indias, se acabará en lo que toca esta gobernación de Iguarsongo, con -378- que los naturales de ella en sus inclinaciones, ingenios, costumbres, lengua, hábito y religión, y en todas las demás cosas fueron, y son como los otros, y que el capitán Juan de Salinas, demás de haber gastado mucho de su hacienda en pacificarlos, usó de mucho valor, prudencia, e industria.

-379-
Libro Octavo

Capítulo VI
De la gran necesidad, que pasaban los soldados de Chile, y que Gonzalo Pizarro comenzó el descubrimiento de la Canela y pasó adelante.

[…]
Partió Gonzalo Pizarro con los poderes del Marqués su hermano, como se dijo, para ser gobernador de las provincias de abajo, abusando de la facultad, que tenía para renunciar en uno de sus hermanos, o quien quisiese, la gobernación del Perú entera, y no para dividirla. Llegado, pues, Gonzalo Pizarro a la ciudad del Quito, habiendo estado primero en San Miguel, Puerto Viejo, y Guayaquil, fue también admitido en el Quito; y entre tanto que iba caminando, llegó nueva a Los Reyes, que Pascual de Andagoya se había entrado en Cali, y por lo mucho que pesó de ello al Marqués, proveyó por gobernador de esta ciudad, y de Ancerma a Isidro de Tapia, por apretada inteligencia con Antonio Picado, secretario del Marqués; pero no tuvo efecto este negocio, y aunque fuera a ello el Tapia, no le recibieran, porque Jorge Robledo era quisto, y se hallaban bien con él. Gonzalo Pizarro, habiendo entrado llanamente en la gobernación, parecía, que ya quedaba puesto bastante impedimento a Sebastián de Belalcázar, cuando habiendo conseguido el cargo de aquellas provincias en Castilla, volviese a ellas, porque la intención del Marqués era, que nadie, con provisiones del Rey, ni sin ellas, gobernase un palmo en aquel Nuevo Mundo, como lo mostró con don -380- Diego Almagro y con Diego de Alvarado. Y siendo hombre enemigo de reposo, por la información que Pedro de Añasco dio de los intentos de Sebastián de Belalcázar, en descubrir el valle, que llamaban del Dorado, y por la información que le dio Gonzalo Díaz de Pineda, que había entrado en la provincia de la Canela, y de los Quijos, y que más adelante se decía, que se hallaban tierras muy ricas, adonde andaban los hombres armados de piezas, y joyas de oro, y que no había sierra ni montañas, deseando de hacer alguna empresa, digna de mucha gloria, y ocupar mucha gente moza, y valerosa, que había en aquellas provincias, determinó de hacer la jornada, y comenzó a proveer de caballos, armas, y de todo lo demás que convenía, y en pocos días juntó doscientos y veinte soldados de a pie, y de a caballo, y nombró por su maese de campo a don Antonio de Rivera, y por su alférez general a Juan de Acosta. Estando, pues, todo a punto, ordenó a don Antonio de Ribera, que se fuese adelante con la vanguardia, a esperarle en la provincia de los Quijos; y dejando en el Quito en su lugar al capitán Pedro de Puelles, partió Gonzalo Pizarro, publicando, que hacía esta jornada, algunos acudieron por hallarse en ella, y entre otros Francisco de Orellana, caballero de Trujillo, con treinta caballos fue en seguimiento de Gonzalo Pizarro, el cual habiendo partido del Quito, y atravesado una sierra nevada muy fría, adonde se murieron más de cien indios de frío, caminó por una tierra de grandes ríos, y arboledas despoblada, y abriendo camino con hachas, y machetes, hasta el valle de Zumaque, treinta leguas del Quito, adonde hallaron poblaciones y vitualla.
Orellana, como iba tanta gente adelante, pasó grande hambre en aquellas treinta leguas, y al fin se juntó con Gonzalo Pizarro, y le hizo su teniente general; y habiendo consultado sobre lo que se había de hacer, se acordó, que Gonzalo Pizarro fuese adelante con setenta infantes rodeleros, arcabuceros, y ballesteros, por ser tierra fragosa, y comenzó su camino al Oriente, llevando guías de la tierra; y habiendo caminado algunos días, llegó a topar con los árboles que llamaban canelos, que -381- son a manera de grandes olivos, y echan unos capullos grandes con su flor, que es la canela, cosa perfecta, y de mucha sustancia; y árboles tales no se habían visto en todas las Indias, y en todas aquellas provincias contrataban con aquella canela; la gente vivía en pequeñas y ruines casas, y apartadas, y era de poca razón, tenían muchas mujeres y Gonzalo Pizarro preguntó, si sabían, que en otra tierra ¿hubiese de aquellos árboles? Dijeron, que no; y que tampoco sabían de la tierra que había adelante, porque no conocían sino la que habitaban en aquellas espesuras, y que fuese adelante, que por ventura, habría quien le diese la razón que pedían; y enojado Gonzalo Pizarro de que no le respondían, como deseaba, los volvió a preguntar, y porque siempre estaban en el mismo propósito, los mandó atar, y que con fuego los atormentasen; y no solo mataron algunos de aquellos tristes con fuego, pero despedazados de los perros, quejándose dolorosamente que morían sin culpa, y que sus padres, ni ellos no habían ofendido en nada; y mohíno Gonzalo Pizarro de no hallar camino por donde pasar adelante, y que de los indios no pudiese tener luz, fue a dormir en una playa de un río, y fue tanta la lluvia, que creció el río de manera, que si las centinelas no avisaran, se ahogaran todos; retirados a unas barrancas, sin esperanza de hallar camino para ninguna parte, acordaron de volver atrás, para ver si hallarían el que deseaban.

Capítulo VII
Que Gonzalo Pizarro con grandes trabajos proseguía su descubrimiento, y que Francisco de Orellana se apartó de Gonzalo Pizarro y se fue río abajo.

Muy arrepentido iba Gonzalo Pizarro, de hacer emprendido descubrimiento tan a ciegas, pues desde el -382- Cuzco o desde más arriba pudiera descubrir con más luz que la que llevaba, y con todo eso, sin dar a entender su ánimo, le daba muy grande a la gente; y volviendo al pueblo de Zumaque, no quiso, que fuesen sino al pueblo de Ampua, cuatro leguas de él, y antes toparan con un río, que por su hondura no hubo remedio de vadearle, ni pasarle, y llamando a los indios, pasó en canoas el señor del lugar, al cual hizo Gonzalo Pizarro muy buen acogimiento, y le dio peines, tijeras, y otras cosillas, que los bárbaros mucho estiman: pidioles razón de los caminos, y poblaciones que adelante había, y arrepentido de haber ido allí, porque sabía el mal tratamiento hecho a los otros indios, porque no respondieron a su gusto; por no se ver en aquel peligro (aunque mintiendo) dijo, que adelante había grandes poblaciones, con muy ricos, y grandes señores. Alegres los castellanos con estas nuevas mandó Gonzalo Pizarro, que mirasen por aquel señor, que no se les fuese, y que lo hiciesen con disimulación, y aunque él lo echaba de ver, también disimulaba; y queriendo pasar el río por la parte más angosta, gran número de aquellos indios montañeses con sus armas se pusieron a defenderlo, pero haciéndoles tirar algunos arcabuzazos, viéndose morir de muertes tan súbitas, con grandísima grita desampararon la defensa. Llegaron los castellanos a unas grandes campañas raras, pero luego se veían los montes, y con pequeñas poblaciones, y poca comida. Ordenó Gonzalo Pizarro, que fuesen allí los que habían quedado en el otro pueblo; llegados, mandó a don Antonio de Ribera, que fuese a descubrir, y a veinte leguas después de haber pasado grandes montes, espesos, halló un pueblo, que se llamaba Varco, con alguna comida. En teniendo este aviso Gonzalo Pizarro, fue con todo el campo, y el cacique se turbó de ver a los castellanos, y a los caballos, y quiso huirse, echándose en el río; por lo cual le mandaron echar prisiones, y a otros dos que habían ido de paz, y que habían dado noticia de las grandes poblaciones, también llevaban consigo, aunque no iba preso.
Los indios, que vieron presas a sus caciques, con muchas canoas fueron armados a procurarles la libertad, -383- pero poco les aprovechó; y pareciendo, que aquel río, que se había descubierto, que era muy grande, y que iba a entrar en el que llamaban Mar Dulce, que salía a la Mar del Norte, y que faltaba el servicio, que habían sacado del Quito, que no le hallaban en la tierra, sería bien labrar una barca, para llevar el bastimento. Diose cargo de ella a Juan de Alcántara, y brevemente fue hecha; caminando el río abajo se topaban algunos pueblos, y cantidad de yuca, maíz, y guahabas, que no era poca ayuda; pero las muchas ciénagas que había, y atolladeros, les daban trabajo, y por esto les era forzoso caminar con trabajo por el mismo río, porque de aquellas ciénagas se hacían los esteros tan hondos que convenía pasarlos a nado con los caballos, y algunos se ahogaran con sus dueños. Los indios de servicio buscaban las canoas escondidas, y hacían puentes de árboles, y se valían lo mejor que podían, y de esta manera anduvieron por aquel río abajo cuarenta y tres jornadas, y cada día hallaban uno, o dos de aquellos esteros, y ya se comenzaba a sentir el trabajo de la hambre, porque cinco mil puercos que sacaron del Quito, ya eran acabados. Los caciques presos, por miedo de la muerte, decían que adelante habría tierra poblada, y un día que les pareció que había descuido, se echaron con la cadena en el río, y se pasaron de la otra parte, sin que los pudiesen tomar; y porque siempre afirmaban los indios, que a quince jornadas se hallaría un gran río, mayor que aquel, con grandes poblaciones, y mucho bastimento, mandó Gonzalo Pizarro a Francisco de Orellana, que fuese a reconocerlo con sesenta soldados, y que con brevedad volviese con la barca llena de bastimento, pues veía la gran falta en que se hallaban, y que él seguiría con el campo el río abajo, y que por la mucha necesidad en que quedaban, de él solo fiaba la barca.
Partió Francisco de Orellana con su barca, en la cual iba ropa de Gonzalo Pizarro, y de algunos, que la quisieron enviar adelante, fue algunos días navegando sin hallar poblado, y al cabo dieron adonde lo había, y quisieron volver adonde habían salido; pero parecíales cosa -384- imposible, por haber trescientas leguas; y justificando Orellana esto con algunas razones, se determinó de pasar adelante, y dio en aquel gran río del Marañón, o Mar Dulce, como algunos le nombran, y lo que en este viaje le sucedió, se dirá adelante.
Gonzalo Pizarro, ido su teniente, quedó en grande angustia, por la hambre, por las continuas lluvias, por los esteros, por las espesuras, y otras dificultades, sin saber adonde, ni por donde iban caminando al Oriente. Y como hallasen tanta maleza sin poblado, aguardaban la vuelta de Orellana, y por no perecer de hambre, comían los perros, y los caballos, sin que se perdiese gota de sangre. En este tiempo hallaron una isla, que hacía el río, y enfrente de ella en la Tierra Firme, a la parte a donde habían de ir los castellanos, había grandes ciénagas, y atolladeros, que era imposible andar por ellos. Y los que se precían de saber esto, afirman, que para dar en la buena tierra, que descubrió Orellana, se han de hacer barcos, y balsas muy grandes, para pasar los caballos, y que han de llevar mucho mantenimiento, y que irán por el río sin ningún peligro, y llegarán a grandísimas poblaciones. Y como Gonzalo Pizarro se vio en tanto trabajo, envió al capitán Mercadillo con algunas canoas, que llevaban a ver si hallaba rastro de Orellana, volvió al cabo de ocho días, sin ninguna luz de él; cosa que a todos dio mucha pena, teniéndose por perdidos, porque ya no comían sino hierbas; y frutas silvestres no conocidas, y los caballos y perros, con tanta regla, que antes les acrecentaba la hambre.

-385-
Capítulo VIII
Que prosigue la trabajosa jornada de Gonzalo Pizarro.

Hallándose Gonzalo Pizarro en esta terrible congoja, determinó, que el capitán Gonzalo Díaz de Pineda volviese en las canoas, a reconocer si hallaba bastimento, y rastro de Orellana; y habiendo navegado algunos días, hallaron, que aquel río entraba en otro más poderoso; y vieron quebradas, y cortaduras de machetes, y espadas, y conocieron que había estado allí Orellana. Y como su deseo de hallar comida era grande, acordaron de subir aquel río arriba, y al cabo de diez leguas los deparó Dios muchas labranzas de yuca, y cargando con ellas las canoas, volvieron a los castellanos, que estaban tan des[c]aecidos, que no pensaban vivir, y viendo el socorro, dieron a Dios muchas gracias. Había veinte y siete días que allí estaba Gonzalo Pizarro con esta necesidad, comiendo hojas de árboles, hierbas, y las sillas de los caballos, y los arzones cocidos, y tostados, en la lumbre, y la yuca luego se repartió, y la comían sin lavarla, y limpiarla; y sabido que estaba cerca, juntaron las canoas, y atadas fuertemente unas con otras, pasaron el río con poco trabajo, porque iba manso. Y como la hambre era tanta, un castellano, llamado Villarejo, comió una raíz blanca, algo gruesa, y en gustándola, se volvió loco; llegados a donde estaba la yuca, hicieron alto, y aunque fue notable remedio, ya los castellanos iban con mucha angustia, dolientes, y descoloridos, que era cosa de gran compasión; y como les faltaba el servicio, rallaban la yuca con las púas de unos árboles, que las echaban espesas, e menudas, y hacían su pan más sabroso, que si fuera de Alcalá. Esta yuca procedió de que habiendo vivido los indios antiguamente en aquellas campañas, siendo su principal mantenimiento la yuca, tenían de ella tan grandes sementeras; y siéndoles necesario desamparar la tierra, por -386- la guerra que los hicieron sus enemigos, quedaron aquellos yucales desiertos.
Habiendo descansado ocho días en aquel lugar, y satisfecha la hambre, aunque de mucho comer de la yuca murieran algunos castellanos, y otros se hincharon de manera que no se podían tener en pie, Gonzalo Pizarro teniendo por muerto a Orellana, y a sus compañeros, quiso salir de allí, caminando el río arriba, para ver si Dios le deparaba alguna buena tierra, o camino para volver adonde había salido. Llevaba los enfermos en los caballos, aunque iban tan flacos, que no eran de provecho, agarroteados, porque no se podían tener; y los sanos iban adelante, cortando la maleza para abrir camino con los pies descalzos. Otros también sanos iban en la retaguarda, para que nadie se quedase, proveyendo Gonzalo Pizarro a todo, como capitán cuidadoso, y de gran ánimo, como lo mostró bien en esta jornada; porque cuando no fuera su diligencia y constancia, y el ejemplo que con su propia persona daba, con que se animaba la gente, muchos días antes hubieran todos perecido. Al cabo de cuarenta leguas que anduvieron por los yucales, llegaron a una pequeña población, sin intérprete, ni forma de entenderse con los moradores; los bárbaros, espantados de ver a los castellanos, desde unas canoas hablaban, y rescataban comida, echándola en tierra, por peines, cuchillos, y cascabeles, y otras cosas tales, que siempre llevaban los castellanos a los descubrimientos, otros ocho días anduvieron el río arriba por semejantes poblados, pero después no hallaron ni poblado, ni camino, para ninguna parte, y por señas se lo decían los indios, porque su contratación era por el río. Estaba Gonzalo Pizarro con mucha angustia, porque no sabía en qué tierra estaba, ni qué derrota podía tomar para salir al Perú, o otra parte, y platicando con don Antonio de Ribera, Sancho de Carvajal, Villegas, Funis, y Juan de Acosta, determinó de enviar a Gonzalo Díaz de Pineda a descubrir por el río arriba en dos canoas bien atadas. Partido Gonzalo Díaz con un arcabuz, y una ballesta, seguía Gonzalo Pizarro con gran trabajo, porque todos iban descalzos -387- de pie, y pierna, sino los que de las corazas de las sillas habían hecho abarcas, y demás de que por ser el camino de montaña, y lleno de troncones, y árboles espinosos, llevaban los pies con grietas, y las piernas heridas con las púas, iban la mayor parte enfermos, y con cámaras, por la mucha Yuca que habían comido, y con todo eso convenía abrir el camino con machetes, lloviendo tan de ordinario, que casi todos iban desnudos por caérseles los vestidos a pedazos de sus cuerpos; y de esta manera, unos llevando estos inmensos trabajos con gran paciencia, encomendándose a Dios; y otros con menos anduvieron cincuenta y seis leguas sin hallar poblado, ni cosa que comer sino la yuca que habían sacado, y frutas silvestres de mal gusto, y fue cosa digna de mucha admiración que estos soldados con la desesperación no diesen en algún motín, y por tanto fue más loable su constancia, fe, y sufrimiento. Y hallándose un día muy afligido Gonzalo Díaz, pareciéndole, que no hallando ningún remedio al cabo de tantas leguas, era cierto su acabamiento; y saliendo a tierra, considerando su miseria, y juzgando, que por la espesura grande, era imposible, que Gonzalo Pizarro pudiese llegar allí, a hora de vísperas vieron que bajaban por el río una canoa y tras ellas otras catorce, o quince, con ocho hombres en cada una, con sus armas, y paveses.
Con la vista de las canoas Gonzalo Díaz tomó el arcabuz, y Diego de Bustamante la ballesta, y emparejando los indios, que iban descuidados, con el arcabuz mataron a uno, y con la jara de la ballesta hirieron a otro en el brazo, que se la sacó, y arrojó al que se la tiró. Los indios con mucha grita arrojaron muchos dardos, y tiraderas, y volviendo a cargar los castellanos, mataron a otros dos indios, y tomando sus espadas, y rodelas, fueron a ellos; los indios, caminando el río abajo, se les iban, por lo cual volvieron a tomar el arcabuz, y la ballesta, y los seguían tirando. Los indios admirados de ver cómo los mataban, se echaron al agua y desampararon las canoas, y los castellanos hallaron comida en ellas, y dieron gracias a Dios, porque había días que se -388- sustentaban de hierbas, y raíces. Aquellos indios habían salido de un pueblo, que estaba apartado de la ribera, y un indio que pasaba, descubrió la canoa de Gonzalo Díaz, y fue a dar aviso, y salieron aquellas canoas a prenderla, y sucedió lo que se ha dicho. Gonzalo Díaz, y Bustamante, hicieron cruces en los árboles, para que llegando Gonzalo Pizarro, conociese que habían estado allí el día siguiente amaneció muy claro, y descubrieron grandes sierras, y dieron gracias a Dios, creyendo, que era la cordillera del Quito, o las que están junto a Popayán, o Cali, y hallaron piedras en un raudal del río, cosa que no habían visto en trescientas leguas. Volvieron el río abajo a buscar a Pizarro, que iba caminando con increíble angustia, y afán, porque de novecientos perros, ya no quedaban más de dos; uno de Gonzalo Pizarro, y otro de Antonio de Ribera, y cada día morían soldados. Y Gonzalo Díaz desde el río oyó el ruido que llevaban, talando y abriendo camino, y aguardó a Gonzalo Pizarro que iba en la retaguarda, ayudando a los más necesitados, para que nadie se quedase; y dándole cuenta de todo, lo oyó con gran alegría; y aquí se dejará esta jornada, pues no sucedió en ella otra cosa hasta el fin del año presente.

-389-
Libro noveno

Capítulo II
Del viaje que comenzó el capitán Orellana por el río, que llaman San Juan de las amazonas, hasta salir a la Mar del Norte.

Queda dicho atrás, como prosiguiendo Gonzalo Pizarro su descubrimiento, por no hallar tierra, ni disposición para poblar, conforme a lo que pretendía, envió por el río, al capitán Orellana, el cual unos dicen, que sin licencia se apartó de Gonzalo Pizarro, y otros, que con su voluntad continuó la navegación, y descubrimiento del río, con un barco, que se había hecho, y canoas, que a los indios se habían tomado; y caminando (según dicen) con propósito de volver con vitualla, si la hallase al ejército, anduvo 200 leguas; y viéndose tan empeñado, que no podía volver atrás, prosiguió su viaje, hasta salir a la Mar del Norte, en el cual le sucedió lo siguiente. El segundo día que salieron, y se apartaron de Gonzalo Pizarro, pensaron perderse en medio del río, porque el barco dio en un madero, y rompió una tabla; pero estando cerca de tierra vararon el barco, y le aderezaron, y volvieron al viaje, andando veinte, y veinte y cinco leguas cada día por la corriente, entrando muchos ríos por la banda del Sur, y así caminaron tres días, sin ver poblado; y acabándose el mantenimiento que llevaban, y viéndose tan lejos de Gonzalo Pizarro, en viaje tan incierto, en esta confusión tuvieron por mejor de pasar adelante con la corriente, encomendándose a Dios, por -390- medio de una misa, que dijo el padre Carvajal, religioso dominico, como se dice en la mar; siendo ya tanto su aprieto, que no comían sino cueros de cintas, y suelas de zapatos, cocidas con algunas hierbas; y esto sucedió hasta fin del presente año; y por no partir esta historia en tantas partes, se pasará adelante con este viaje. A ocho de enero del año siguiente, estando muy ciertos de la muerte, oyó el capitán atambores de indios, con que se alegraron, pareciendo, que ya no podían morir de hambre, y estando muy sobre aviso, al amanecer, andadas dos leguas, descubrieron cuatro canoas de indios, que luego dieron la vuelta, y descubriéndose un pueblo con mucho número de indios a punto para defenderse, el capitán mandó a toda la gente que saliese a tierra muy en orden, y con cuidado de no desamparar el uno al otro. Con la vista del pueblo, estos afligidos soldados tomaron tanto ánimo que acometiéndole con valor, los indios le dejaron con mucha comida, con que satisfacieron a la excesiva hambre, estando con cuidado, porque los indios, dos horas después de medio día volvieron pasmados en canoas, a ver lo que aquello era. El capitán los habló en lengua indiana, que aunque no del todo, le entendieron, que los aseguraba, y llegados, los dio algunas cosillas de castilla, y rogó, que llamasen al señor, el cual fue muy lúcido, y con los halagos, dádivas, y buen recibimiento quedó contento, y ofreció lo que hubiese menester; y porque no se le pidió sino comida, al momento hizo llevar mucha abundancia de pavas, perdices, pescados y otras cosas. El siguiente día llegaron otros trece señores, a los cuales se hizo el mismo acometimiento; iban empenachados, y con joyas de oro, y patenas en los pechos; hablolos muy cortésmente el capitán Orellana, pidiolos obediencia para la Corona de Castilla, y se la dieron; y en su nombre tomó posesión.
Y como conoció la buena voluntad de los indios y que de buena gana le proveían, estando la gente descansada, conociendo el peligro en que se iba en aquel barco, y canoas, saliendo a la mar, propuso de hacer otro bergantín; -391- y según refiere el padre fray Gaspar de Carvajal en este lugar, uno de aquellos señores dio noticia de las amazonas, y de las riquezas que abajo había, y de otro rico, y poderoso señor de la tierra de adentro. Comenzada la obra del bergantín, no se halló dificultad sino de clavazón; pero quiso Dios, que dos hombres hicieron lo que jamás aprendieron, y otro tomó a su cargo el carbón. Hicieron luego unos fuelles de borceguíes, y todo lo demás, unos acarreando, otros cortando, y otros haciendo diversas cosas, en que el capitán era el primero a poner las manos. Labrados más de dos mil clavos en veinte días, detención que les fue dañosa, porque se comieron la vitualla, que adelante les aprovechara; y andadas hasta allí doscientas leguas, en nueve días, y sin siete compañeros, que de la hambre pasada murieron, determinaron (por no cansar más a los indios) de partirse día de Nuestra Señora de la Candelaria, y a veinte leguas se juntó con aquel río otro menor, por la mano derecha, el cual venía tan crecido que en el juntarse con el río mayor, peleaban con tanta fuerza las unas aguas con las otras, que pensaron perderse. Salidos de este peligro, en otras doscientas leguas, que caminaron, no hallaron ningún lugar, y pasaron grandes trabajos, y peligros, hasta llegar a unas poblaciones, adonde los indios estaban muy descuidados, y por no alborotar, mandó el capitán, que saliesen veinte soldados que los rogasen por comida, de la cual llevaban gran necesidad. Los indios holgaron de ver a los castellanos, y los dieron mucha comida de tortugas, y papagayos, y el capitán se fue a otro pueblo de la otra parte del río, adonde no se le hizo resistencia; antes le dieron bien de comer; y caminando a vista de buenos pueblos, otro día se llegaron al barco cuatro canoas; y ofrecieron al capitán tortugas, y buenas perdices, y mucho pescado, el cual los dio de lo que tenía; y con esta, y con ver que los entendía, quedaron tan contentos, que convidaron al capitán a ver a su señor, que se llamaba Aparia, el cual ya venía en algunas canoas; salieron los indios a tierra, y los Cristianos, -392- y llegado el señor Aparia, el capitán Orellana le hizo buen acogimiento, y un razonamiento, tocante a la Ley de Dios, y a la grandeza de los Reyes de Castilla, i todo lo oyeron los indios con mucha atención. Preguntó Aparia, que si iban a ver las amazonas, que en su lengua dicen coniapuyara, que es lo mismo que grandes señores, mirasen que eran pocos, y ellas muchas; y continuando sus pláticas, el capitán pidió, que llamasen a todos los señores de la comarca; y habiendo venido veinte, volvió a lo mismo, y acabó diciendo, que todos eran hijos del Sol, y que como tales los habían de tener por amigos, con que ellos se holgaron, y proveyeron muy bien de vitualla; y mucho más se holgaban de hablar con el capitán; el cual, tomada posesión de la tierra, puso una cruz en un lugar alto, de que los indios mostraban admiración, y contento.

Capítulo III
De lo que iba sucediendo al capitán Orellana en el viaje, y descubrimiento de este río de las amazonas.

Viendo el capitán Orellana el buen tratamiento que se le hacía, acordó de hacer allí el bergantín, y quiso Dios que se halló en la compañía un entallador, que aunque no era su oficio, fue de mucho provecho. Cortada, y aparejada la madera, con mucho trabajo, que pasaron estos hombres con mucha alegría, en treinta y cinco días le echaron al agua, calafateado con algodón, -393- y breado con pez, que dieron los indios. En este tiempo llegaron al capitán cuatro indios, de muy grandes cuerpos, enjoyados, y vestidos, con los cabellos hasta la cinta, y con gran humildad, poniendo mucha comida delante del capitán, dijeron que un gran señor los enviaba a saber quien eran aquellos extranjeros, y ¿Adónde iban? dioles el capitán de los rescates que llevaba, que estimaron en mucho, y los habló en la forma que hacía hablado a los demás, y con esto se fueron, y en este lugar se pasó toda la Cuaresma, y con dos religiosos que iban en aquella compañía, se confesaron todos los cristianos, y los predicaban, y animaban a padecer con ánimo constante aquellos trabajos, hasta ver el fin de ellos. Acabado el nuevo bergantín y reparado el barco, que fue de nueve goas, bastante para navegar por la mar, salieron a veinte y cuatro de abril de este asiento de Aparia, y caminaron ochenta leguas sin hallar indios de guerra, y luego dieron en despoblados, y el río iba de monte a monte, no hallando adonde dormir, ni pescar, y caminando, con sustentarse de hierbas; algún maíz tostado, a seis de mayo llegaron a un asiento alto que parecía hacer sido poblado, y allí pararon a pescar, y sucedió, que el entallador, que tan provechoso fue para la fábrica del bergantín, tiró con su ballesta a una iguana, que estaba en un árbol junto al río, y saltó la nuez de la caja, y cayó en el río, y un soldado, llamado Contreras, echó un anzuelo en una vara, y sacó un pescado de cinco palmos, y como era tan grande, y el anzuelo pequeño, fue menester sacarle con la mano, y abierto se halló en el buche la nuez de la ballesta. A doce de mayo llegaron a las provincias de Machiparo que son de mucha gente, y confinan con otro señor, llamado Aomagua, un día por la mañana descubrieron muchas canoas con indios de guerra, armados de altos paveses de conchas de lagartos, y cueros de manatí, y danta, tocando atambores, y dando grita, amenazando, que habían de comer a los cristianos, los cuales juntando sus navíos, se pusieron a punto, para lo que pudiese suceder, aunque aconteció una gran desgracia, que fue hallar húmeda la pólvora; por lo cual no pudieron servir los arcabuces. -394- Los indios acercados desembrazaban sus arcos, y las ballestas los hacía algún daño, y con todo eso como les iba llegando gente de socorro, hacían gallardos acometimientos, y de esta manera fueron río abajo peleando hasta un lugar, en cuyas barrancas estaba mucha gente, a pesar de la cual y de las canoas, saltó en tierra la mitad de los castellanos, y llevaron los indios hasta el pueblo, que pareciendo grande, y la gente mucha, volvió el alférez a dar cuenta al capitán, que defendía los navíos, que aun los indios de las canoas los acometían.
Sabido que en el pueblo había mucha cantidad de comida, mandó el capitán a un soldado, llamado Cristóbal de Segovia, que con doce compañeros la fuese a tomar, y cargando de ella, acudieron sobre él más de dos mil indios; pero acometiolos con sus compañeros con tanto ímpetu, que los hizo retirar, y cobró su comida, y con dos compañeros heridos se iban con ella; pero revolviendo los indios, porque por momentos acudían muchos de las poblaciones, apretaron a los castellanos, e hirieron a otros cuatro, y queriéndose retirar adonde los navíos estaban, Cristóbal de Segovia dijo, que no pensasen aquello porque no convenía dejar a los indios con victoria, ni ponerse en tanto peligro con la retirada, y haciéndolos valerosa resistencia, en fin se retiraron salvos. Entretanto por dos partes otro gran número de indios había ido a dar en los bergantines, a cuya al arma salieron a ellos, y llevándolos de retirada, vieron el aprieto en que se hallaba Cristóbal de Segovia; y habiendo peleado más de dos horas, quiso Nuestro Señor ayudar a los castellanos, habiendo hecho cosas maravillosas algunos, de quien no se esperaba mucho, que fueron Cristóbal de Aguilar, Blas Medina, y Pedro de Ampudia. Retirados los indios, se mandó curar a los heridos, que eran diez y ocho, y no tenían otra cura, sino ensalmo, y todos sanaron, salvo el Ampudia, natural de ciudad Rodrigo, que murió de las heridas en ocho días; y en esta refriega se echó de ver, cuanto vale el ejemplo del capitán, porque Orellana, no por gobernar dejó de pelear, como -395- cualquiera soldado, aliende de que su buena disposición, y talle, su edad floreciente, la promptitud en ordenar, y proveer, daban grande ánimo a los soldados. Y pareciendo al capitán que no convine estar peleando con los indios, ni aquello servía de nada; acordó de seguir su viaje, y embarcada buena parte de comida, y desamarrados los navíos, cargaron más de diez mil indios, los de tierra (como no podían ofender) daban mucha grita, y por el río con muchas canoas, haciendo grandes acometidas, con mucho atrevimiento, y de esta manera siguieron, toda la noche hasta el amanecer, que se vieron entre muchas poblaciones, por lo cual (cansados de la mala noche) los castellanos determinaran de irse a comer a una isla despoblada, en la cual tampoco pudieron reposar, por la multitud de indios, que saltaban en tierra. Y por esto acordó el capitán de alargarse, aunque siempre le seguían ciento y treinta canoas en que habría ocho mil indios, en, las cuales andaban cuatro o cinco hechiceros, todos encalados, echando ceniza de las bocas, y agua con hisopos, y con el estruendo de sus atambores, cornetas, bocinas, y grita, era cosa temerosa ver lo que pasaba, y sino hubiera arcabuces, y ballestas, fuera imposible salvarse, porque llegando los indios muy determinados de barloar con los navíos, yendo delante su general, un arcabucero llamado Cales, le apuntó, y dio en los pechos, y viéndole muerto, acudieron a él todos, con que los navíos tuvieron lugar de salir a lo ancho del río, y con todo eso le siguieron, sin dejarlos descansar dos días y dos noches, y de esta manera salieron de las poblaciones de aquel gran señor, llamado Machiparo. Habiéndose quedado las canoas, llegaron a un pueblo, en cuya resistencia estaban algunos indios; y pareciéndole al capitán que convenía reposar cuatro días de los trabajos pasados, mandó zabordar los navíos, y disparando los arcabuces, y ballestas, los indios dieron lugar, y salió en tierra, y ganó el pueblo.

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Capítulo IV
Que el capitán Orellana prosigue el descubrimiento del río, que también llaman de su nombre.

En el referido pueblo se detuvieron tres días comiendo a discreción, y porque pareció, que de él salían muchos caminos reales, el capitán no se quiso detener mas, y desde Aparia (según la cuenta que llevaban) hasta este pueblo, habían andado trescientas y cuarenta leguas, las doscientas de despoblado, y habiendo embarcado mucho bizcocho, que los indios tenían de maíz, y de yuca, y muchas frutas, salieron de este lugar el domingo después del Ascensión, y a dos leguas de camino hallaron que entraba en el río otro más poderoso, y que en su entrada tenía tres islas, por lo cual le llamaron el río de la Trinidad, y había muchas poblaciones, y la tierra parecía muy buena, y fructífera, y todavía salían a ellos tantas canoas, que los hacían navegar por medio del río. Otro día descubrieron un lugar pequeño de muy linda vista, y aunque lo defendieron se entró, y en él se halló mucha vitualla, y una casa de placer, con muy buena loza de tinajas, cántaros, y otras vasijas vidriadas, y esmaltadas de todas colores muy vivas, con muy buenos dibujos, y pinturas, y allí dijeron los indios que todo aquello había la tierra adentro, con mucho oro, y plata, y hallaron dos ídolos tejidos de palma, por extraña manera, de estatura de gigante, con ruedas en los molledos de los brazos, y, pantorrillas, a manera de arandelas; también hallaron en este pueblo oro y plata, y como su intención, no era sino el descubrimiento, y salvar las vidas, no trataron de otra cosa. Salían de este lugar dos caminos reales, y el capitán anduvo como media legua por ellos, y hallando, que se ensanchaban más, volvió, y mandó que la gente se embarcase, y continuase su camino, porque en tierra tan poblada no -397- convenía estar de noche; y habiendo caminado más de cien leguas por esta tierra tan habitada, siempre por medio del río, por apartarse de los indios, llegaron a la de otro señor, llamado Paguana, adonde los indios eran domésticos, y daban de lo que tenían, y había ovejas de las del Perú; la tierra era abundante, y con muy buenas Frutas.
El día de la fiesta del Espíritu Santo, pasaron a vista de un gran pueblo de muchos barrios, y en cada barrio su desembocadero al río, adonde había mucha gente; y visto que los navíos se pasaban, se embarcó la gente en sus canoas, y por el d año que se les hacía con las ballestas, y arcabuces se volvieron. Otro día llegaron a otro pueblo, adonde se acabó el señorío de Paguana, y tomaron comida; y entraron en el dominio de otro señor de gente guerrera, cuyo nombre no supieron, y víspera de la Trinidad tomaron puerto en un pueblo, adonde los indios se defendían con grandes pavesas, y a su pesar entraron el pueblo y se proveyeron de comida, y luego por la mano izquierda vieron que entraba un río con el agua negra como la tinta, que en más de veinte leguas, por su fuerza hacía raya en la otra agua, sin mezclarse con ella, y vieron muchos pueblos, aunque no grandes, y entraron en uno, adonde hallaron mucho pescado, aunque fue menester ganar una puerta de una muralla de madera, que cercaba todo el lugar; y siguiendo su camino, pasaron por muy grandes poblaciones, y provincias, proveyéndose de comida; y cuando iban por la una vianda del río, por su anchura no veían la otra. Llegaron a un lugar adonde se tomó un indio, que dijo, que el señorío era de las amazonas, y en él hallaron una casa, adonde había muchas vestiduras de plumas de diversas colores, que vestían los indios para celebrar sus fiestas, y bailar. Pasaron luego por otras muchas poblaciones, estando los indios gritando, y llamando en la ribera, y a siete de junio tomaron tierra en un pueblo, sin resistencia, porque no había sino mujeres, y cargaron de mucho pescado que hallaron, y por las muchas importunaciones de los soldados, por ser víspera de Corpus Christi, acordó de -398- quedar allí; a puesta de sol vinieron los indios del campo, y hallando tales huéspedes, procuraron de los echar con las armas, pero los castellanos resistieron, y los maltrataron, y con todo eso el capitán Orellana quiso que la gente se embarcase, y prosiguió su camino, descubriendo siempre tierras pobladas, hasta topar otra gente más mansa, y pasando adelante descubrieron un gran pueblo, en el cual vieron siete picotas con cabezas de hombres clavados en ella, por lo cual la llamaran la provincias de las picotas; de este pueblo bajaban caminos empedrados con árboles de frutas puestos por los lados; y otro día hallando otro lugar de la misma manera, por la necesidad de comida hubieron de entrar en él, y los indios, por dejarlos desembarcar se escondieron, y cuando los vieron en tierra, los fueron a acometer, yendo delante su señor, o capitán; pero un ballestera le encaró, y derribó, con que todos huyeron, y hubo lugar de tomar comida de maíz, tortugas, patos y papagayos.
Con la buena provisión de mantenimientos que llevaban, se fueran a descansar en una isla, y de una india de buena razón, que aquí tomaron, se entendió, que la tierra adentro había muchos hombres como los castellanos, y dos mujeres blancas, con un señor, que los había llevado el río abajo, y se entendió, que podía ser de los de Diego de Ordás, o Alonso de Herrera, y navegando por poblaciones, sin tocar en ninguna, porque llevaban comida; al cabo de algunos días llegaron a otra gran población, por donde dijo la india, que se había de ir adonde estaban los cristianos; pero como no era su fin aquel, pasaron adelante. Salieron dos indios en una canoa, y estuvieron mirando los bergantines, y aunque los llamaron, no quisieron entrar, y al cabo de cuatro días fueron a tomar un pueblo, adonde los indios no se defendieron, y hallaron maíz, y avena de Castilla, de la cual los indios hacían vino a manera de cerveza, y hallose una bodega de este vino, y buena ropa de algodón, y un adoratorio con armas para la guerra, colgadas, y dos mitras, a manera de las obispales, tejidas de colores; y conforme a su costumbre; se fueron a dormir, -399- desde este pueblo a un monte de la otra banda del río, adonde acudieron muchos indios con canoas a inquietarlos.
A veinte y dos de junio descubrieron muchas poblaciones a la mano izquierda del río, y no pudieron pasar a ellas por la gran corriente. Miércoles siguiente hallaron un pueblo, por medio del cual pasaba un arroyo, y tenía una gran plaza, en él hallaron vitualla, y siempre descubrían lugares, que eran de pescadores, y en doblando una punta del río, descubrieron adelante muchos y muy grandes lugares, que estaban avisados de la ida de estos castellanos, y los salieron a recibir por el agua con mala intención; el capitán Orellana llamaba a los indios, y los ofrecía rescates, y cosillas; pero ellos se burlaban, y adelante había multitud de gente en diversas tropas. El capitán mandó, que los navíos se enderezasen adonde la gente estaba, para buscar comida, pero fue tanta la flechería que tiraron, que habiendo herido a cinco personas, y entre ellas al padre fray Gaspar de Carvajal, el capitán Orellana dio mucha priesa en zabordar con los navíos, y echar la gente en tierra, adonde pelearon los indios animosa, y porfiadamente, sin hacer caso de los muertos, y heridos; afirma el padre Carvajal, que se defendieron tanto estos indios, por ser tributarios de las amazonas, y que él, y los demás vieron diez, o doce de ellas, que andaban pelando delante de los indios, como capitanes, tan animosamente, que los indios no osaban volver las espaldas, y al que huía delante de las castellanos, le mataban a palos. Estas mujeres les parecieron muy altas, membrudas y blancas, con el cabello muy largo, trenzado, revuelto a la cabeza, en cueros, cubiertas sus partes secretas, con sus arcos, y flechas en las manos, de las cuales los castellanos mataron siete o, ocho, que fueron las que vieron, por lo cual huyeron los indios. Esto de las amazonas lo refiero, como lo hallé en los memoriales de esta jornada, reservando el crédito al albedrío de cada uno, pues no hallo, para ser estas mujeres amazonas, sino el nombre que estos castellanos las quisieron dar. Y porque acudía mucha -400- gente de los otros pueblos en su ayuda, se embarcaron con diligencia, y se alargaron, juzgando, que hasta aquel día tenían andadas mil e cuatrocientas leguas, sin saber lo que había hasta la mar, y aquí se tomó un indio trompeta de hasta treinta años, que refería muchas cosas de la tierra adentro; y cuanto a las amazonas, muchos juzgaron, que el capitán Orellana no debiera dar este nombre a aquellas mujeres que peleaban, ni con tan flacos fundamentos afirmar, que había amazonas, porque en las Indias no fue cosa nueva pelear las mujeres, y desembrazar sus arcos, como se vio en algunas islas de Barlovento, y Cartagena, y su comarca, adonde se mostraron tan animosas como los hombres.

Capítulo V
Del fin del descubrimiento del río de Orellana.

Hechos a lo largo del río, a poco trecho descubrieron un gran pueblo, y a importunación de los soldados, el capitán fue a él por tomar vitualla, aunque decía, que si bien no parecían indios, estaban emboscados, y así fue, que en llegando a la ribera, se descubrieron infinitos, que dieron una gran ruciada de flechas, y cuando no llevaran su pavesada, hecha desde la tierra de Machicaro, recibieran mucho daño, aunque fue muy grande el haber herido al padre fray Gaspar de Carvajal de un flechazo en un ojo, de manera que le perdió, cosa, que a todos dio mucha pesadumbre, porque este padre, demás de ser muy religioso, con su ánimo, y prudencia ayudó mucho en estos trabajos. La multitud de la gente, y las muchas poblaciones, que no distaban media legua unas de otras, así en la banda del sur del río, como en -401- la que se podía comprehender de la tierra a dentro, dieron conocimiento al capitán Orellana, de los peligros en que se había de ver; por lo cual acordó de recoger su gente, y no aventurarla a cada paso. Aquí tuvieron particular cuidado de considerar las calidades de la tierra, que pareció templada, y fértil. Los montes eran encinales, y alcornocales, con bellotas, y robledales; la tierra alta con muchas sabanas, y mucha caza de todos géneros, y llamando a esta provincia de San Juan, que tenía más de ciento y cincuenta leguas de costa poblada, porque en su día entraron en ella; caminaban por medio del río, hasta que dieron en muchas islas, que pensaron ser despobladas, de las cuales (en descubriendo a los navíos) salieron sobre doscientas piraguas, en cada una treinta, y cuarenta indios, lucidos con diversas divisas, con muchos atambores, trompetas, órganos, que tocaban con la boca, y rabeles de tres cuerdas, y con gran grita acometieron a los bergantines; pero las ballestas y arcabuces detuvieron su ímpetu, y en tierra había grandísimo número de gente con los mismos instrumentos. Las islas parecieron altas, fértiles, y muy graciosas, y les pareció que la mayor tendría cincuenta leguas de largo, y caminando los bergantines, siguiendo siempre las piraguas, no pudieron tomar bastimento. Salidos de aquella provincia de San Juan, cuando vieron que los dejaron las piraguas, acordaron de descansar en un robledal, y por un vocabulario, que el capitán Orellana había hecho, hizo muchas preguntas al indio que prendieron, del cual supieron, que aquella tierra era sujeta a unas mujeres, que vivían de la misma manera que amazonas, y eran riquísimas; poseían mucho oro, y plata; tenían cinco casas del sol, planchadas de oro, que las casas eran de piedra, y las ciudades muradas, y tantas particularidades, que ni me atrevo a creerlas, ni afirmarlas, por la dificultad que me pone saber, que las relaciones de los indios en estas cosas, siempre salieron inciertas, y que habiendo el capitán Orellana confesado, que ya no entendía a estos indios, en tan pocos días no parece que pudo ser su vocabulario tan copioso, y cierto, que tantas menudencias se pudiesen entender de este indio, y así creerá cada uno lo que le pareciere.
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Habiendo descansado en el robledal, prosiguieron su viaje, pensando no hallar más poblado; pero por la banda izquierda del río descubrieron poblaciones en tierra alta, grandes, y vistosas, y no quiso el capitán que se llegase a ellas, por no dar ocasión a los indios, pero sin ella salieron muchos hasta la mitad del río, mirando los bergantines como espantados, y dijo el indio que estas tierras, que tenían más de cien leguas, eran del señor Caripuna, que tenía mucha cantidad de plata; y hallando un pequeño lugar, por tomar vitualla saltaron en tierra, y los indios en la defensa mataron a Antonio de Carranza, natural de Burgos, y aquí descubrieron que los indios usaban la yerba ponzoñosa, y reconocieron la repunta de la marea, y pasando adelante, queriendo el capitán que se descansase, paró en un monte, y se hicieron barandas a los bergantines, para la defensa de las flechas emponzoñadas, y aunque allí se quisieron detener dos, o tres días, comenzaron a ir canoas, y gente de tierra. Afirma el padre Carvajal, que un ave los siguió más de mil leguas, y que en este asiento muchas veces gritó hui, hui, y que otras veces, cuando llegaban cerca de poblado, decía huis, que significa casas, y cuenta otras cosas maravillosas, y que en este asiento los dejó, que nunca más la vieron; y caminando un día entero, llegaron a otras islas pobladas, y conocieron, con mucho regocijo, la marea, y a poco trecho descubrieron un brazo del río no muy grande, del cual salían dos escuadrones de piraguas, que rabiosamente, y con gran alarido acometieron los bergantines, y las barandas fueron aquí de mucho provecho; pero cuando los indios probaron las ballestas y arcabuces, se apartaron, no quedando los castellanos sin daño, porque mataron a García de Soria, natural de Logroño, de una herida de flecha, que no entró medio dedos, porque era envenenada, y así murió en veinte y cuatro horas. Era esta tierra muy poblada de un señor, llamado Chipayo, y cargando de nuevo la multitud de las piraguas sobre los bergantines, que iban navegando, el alférez de un tiro de arcabuz mató dos -403- indios, y de miedo del trueno cayeron muchos en el agua; un soldado, llamado perucho, vizcaíno, derribó a un principal, con que las piraguas se pararon y dejaron los bergantines.

Capítulo VI
Que continua el fin del descubrimiento del río de Orellana; y que el capitán sale a la mar, y aporta a la isla de Cubagua.

Por las muchas poblaciones de la mano derecha se pasaron a la izquierda del río, que no las había, aunque bien echaban de ver, que lo interior de la tierra era muy poblado, y descansando tres días en esta ribera, envió el capitán soldados, que a lo menos una legua anduviesen por la tierra, y la reconociesen, y presto volvieron, diciendo que la tierra era buena, y fértil, y que habían visto mucha gente, que les parecía que andaban a caza, y desde aquí comenzaron a hallar tierra baja, y muchas islas pobladas, por las cuales se metieron para tomar de comer, y nunca más pudieron volver a tomar la Tierra Firme por ninguna ribera, hasta la mar, y les pareció, que debieron de caminar por entre estas islas como doscientas leguas, todas las cuales subía la marea con mucha furia, y mucha más; y caminando su acostumbrado viaje, llevando falta de comida, vieron un lugar, y fueron a él, y el mayor bergantín tomó bien el puerto, el otro topó en un madero, y rompiendo una tabla se anegó; salieron a tomar comida, y fueron tantos los indios que cargaron, que hicieron retirar a los cristianos a sus navíos, estando el uno anegado, y el otro en -404- seco, porque había bajado la marea. En esta gran necesidad, y peligro mandó el capitán Orellana, que la mitad de los compañeros peleasen, y la otra mitad pusiesen el navío grande en floto, de manera que nadase, y adobasen el menor navío; quiso Dios que esto se hizo con diligencia, echándole una tabla, y que al mismo tiempo, al cabo de tres horas que se trabajaba, los indios dejaron de pelear, y todos se embarcaron con alguna comida, que de allí sacaron, y se fueron a dormir en mitad del río. Otro día pararon en un monte, adonde estuvieron diez y ocho días, para adobar mejor los navíos, porque fue necesario hacer clavos, y padeciendo mucha hambre, los socorrió Dios con una danta tan grande como una mula, que sacaron ahogada, que iba por el río, y della se sustentaron cuatro, o cinco días.
Llegados cerca de la mar hicieron sus jarcias, y cordeles de yerbas, y velas de las mantas en que dormían, y en esto tardaron catorce días, no comiendo sino lo que cada uno mariscaba, y mal proveídos salieron de este asiento a ocho de agosto del año de 1541, fueron a la vela guardando las mareas, llevando por rejones unas piedras, que muchas veces, cuando volvía la marea, volvían a tras; pero quiso Dios sacarlos de estos peligros, porque caminando por tierra poblada, los indios los daban maíz, y raíces, y los trataban bien; metieron agua en sus bergantines, en cántaros, y tinajas, y cada uno el maíz que tenía tostado, y raíces, y de esta manera se apercibieron para la mar, adonde la ventura los quisiese echar, sin piloto, ni aguja, ni otra cosa para poder entender la navegación ni sabían por qué parte, ni rumbo, habían de echar. Afirmaron los dos padres religiosos, que en este viaje se hallaron, que toda la gente de este río es de mucha razón, y de buenos ingenios, lo cual parecía así, por las obras que hacen de bulto, dibujos y pinturas de todas colores muy vivas. Salieron de la boca del río por entre dos islas que había, de la una a la otra cuatro leguas. Parecioles, según juzgaron desde arriba, que la boca del río tendría cincuenta leguas, y que metía el agua dulce en la mar más de veinte leguas, y que -405- crece y mengua cinco, y seis brazas. Y salieron a veinte y seis de agosto del año de 1541, con tan buen tiempo; que ni por el río, ni por la mar tuvieron aguaceros; navegaban por la mar a vista de tierra de día y de noche, guardándose de ella, y vieron muchos ríos que entraban en la mar, y habiéndose apartado el barco pequeño del grande una noche, nunca más le pudieron ver, y al cabo de nueve días de navegación, se metieron en el golfo de Paria; y aunque remaron siete días no podían salir, y su comida no era sino fruta, a manera de ciruelas que llaman hogos, y con este trabajo los sacó Dios por las Bocas del Grago, y al cabo de dos días que salieron de aquella cárcel, sin saber adonde estaban, ni adonde iban, ni lo que de ellos había de ser, aportaron a la isla de Cubagua a once de septiembre, habiendo dos días que había llegado el bergantín pequeño. En Cubagua fueron muy bien recibido, y regalados, y desde allí acordó el capitán Orellana de venir a dar cuenta al Rey de tan gran descubrimiento, certificando, que no era el río Marañón, según dijeron los de Cubagua, y muchos le llaman, el Dorado; y según el padre Carvajal refiere, navegaron por él mil y ochocientas leguas, contando las vueltas que hace.

KUPRIENKO