Франсиско де Херес. Правдивое сообщение о завоевании Перу. 1534.
Francisco de Xerez / Jerez. Verdadera relación de la conquista del Perú. 1534.
FRANCISCO DE JEREZ
CRONISTA.- Nació en Sevilla, España, en 1498 aproximadamente. Hijo legítimo de Pedro de Jerez, ciudadano honrado del estado llano. Poco se conoce de su niñez y juventud que debió ser estudiosa, pues sabía leer y escribir con absoluta corrección.
De casi diecisiete años el 11 de Abril de 1514, salió por San Lúcar de Barrameda a las Indias, embarcado con Pedrarias Dávila. Llegado a Tierra Firme fue Escribano Público y de Cabildo, aunque sin título oficial, del puerto de Acla.
En 1524, cansado de ese insulso oficio, decidió acompañar a su amigo Francisco Pizarro como su Secretario, Escribano y Registrador de la Expedición en su primer viaje a la Mar del Sur y sufrieron graves penalidades, al punto que retornó a Panamá, en los buques de Tafur, debilitado y enfermo, no figurando por dicha causa entre los Trece Caballeros de la Fama de la Isla del Gallo.
En Panamá escribió una crónica al Rey y cuando volvió Pizarro de España y pasó a Perú en su tercer viaje, se le unió en Coaque y siguieron a la isla Puna, Túmbez y finalmente a Cajamarca, en cuyas andanzas demostró valor y bizarría, pues en la captura del Inca fue hombre de a caballo y recibió una herida en la pierna, a cuya consecuencia quedó cojeando de por vida.(1)
En el reparto del rescate de Atahualpa recibió 409 marcos de plata y 10.007 pesos de oro, unas 110 arrobas, que hizo conducir a España en nueve cajones.
El 3 de Junio de 1534 arribó a Sevilla, retirado de las armas y portando una Información que publicó ese año con el nombre de “Verdadera Relación de la conquista del Perú y provincia del Cusco, llamada la Nueva Castilla”, que prácticamente tuvo el carácter de relación oficial, pues Jerez tenía las funciones de secretario de Francisco Pizarro y en la que todo es de él, por haber sido testigo y actor en esos acontecimientos; anotándose solamente que la parte del viaje de Hernando Pizarro a Pachacámac fue tomada de la Crónica de Miguel de Estete.
En Sevilla empezó a llamar Francisco López de Jerez y luego Francisco López, en afán de obtener movilidad social; pero no se vaya a pensar que era un egoísta cualquiera; pues, a la par que gastaba humillos aristocratizantes y realizó una Información de Méritos y Servicios necesaria para obtener prebendas, se portó generosamente con los pobres y necesitados, a quienes socorrió siempre con largueza.
En 1540 fue Fiel Ejecutor del Cabildo de Sevilla, casado con la noble Francisca de Pineda en segundo matrimonio, pues había enviudado de su primera esposa, que debió fallecer pronto.
(1) Luis Andrade Reimers acaba de señalar que Jerez no pudo ser testigo presencial de la captura del Inca en Cajamarca, pues en la Colección de Documentos inéditos para la Historia de España aparece la transcripción de una Información iniciada el 13 de Abril de 1531 y enviada a España el 25 de Agosto de ese año, donde consta la firma autentica de Jerez haciendo de testigo a solicitud de Diego de Almagro en Panamá. En consecuencia, si estaba en Panamá en esas fechas, no pudo haberse incorporado a Pizarro en Coaque. Ahora bien, quedaría la posibilidad de que se le hubiera unido con Hernando de Soto en la isla Puna, pero como Soto partió desde Nicaragua, eso es improbable. Entonces, concluye Andrade Raimers, es probable que Jerez recién hubiere arribado a Cajamarca en Abril del 33 con su amigo Almagro, cuando Atahualpa estaba prisionero. De todo lo expuesto, solo queda una duda, si Jerez no participó en la captura, como es que dice que si lo hizo, que en dicha acción fue herido en una pierna de lo cual quedo cojeando para el resto de su vida y cómo es que fue gratificado con tanta esplendidez al efectuarse el reparto del rescate.
También se sabe que se dedicó a comerciar con Panamá y el Perú, manteniendo factores en el istmo; no le fue bien en sus negocios y hasta pensó en regresar a las Indias en 1554, pero no consta que hubiese vuelto.
Cronológicamente su Relación es la segunda sobre la conquista del Perú y prisión del Inca Atahualpa, le antecedió el Anónimo Sevillano de Febrero de 1534, que ahora se sabe que lo escribió Cristóbal de Mena, soldado que obtuvo el permiso de Pizarro para volver a España justamente porque llevaba una Relación que debía presentar al Rey.
La obra de Jerez fue muy aplaudida como historia oficial de los sucesos del Perú, habiéndola continuado con ese carácter Pero Sancho de la Hoz, autor de una “Relación para S. M. de lo sucedido en la conquista y pacificación de estas provincias de Nueva Castilla”.
El estilo de Jerez es sencillo, ingenuo, parco, objetivo, aburrido por oficinesco y si eso es un defecto desde el punto de vista netamente literario, constituye un mérito histórico, pues le muestra imparcial y veras hasta la saciedad. Fue pues, muy conciso, aunque tuvo genialidades, chispazos como hoy se dicen, “al tratar de describir el territorio y recoger la tradición histórica de los Incas”.
En 1547 el editor Juan de Junta republicó la Relación de Jerez en Salamanca y no puso todas las quintillas relativas a la vida del autor. Después se tradujo al italiano y al alemán y se volvió a imprimir en Madrid en 1740, mas como rareza bibliográfica que por necesidad de información. Entre 1837 y el 41 el erudito Henry Ternaux Compans la tradujo al francés, incluyéndola en su Colección de Viajes, Relaciones y Memorias para servir a la historia del Descubrimiento de América. En 1852 Enrique de Vedia publicó en Madrid una Colección de Clásicos denominados “Biblioteca de Autores Españoles” y el tratar de los “Historiadores Primitivos de Indias” incluyó la Relación de Jerez, enriqueciéndola con un sagaz prólogo.
También es necesario aclarar que entre 1842 y el 95 se editó en Madrid una Colección de Documentos inéditos para la Historia de España y en el Tomo V salió una Relación sobre el descubrimiento del Perú en cinco folios, al final de los cuales aparecen agregadas doce líneas en otra letra, con la firma de Juan de Sámano, secretario del Emperador Carlos V y del Consejo de Indias; pero como dicho secretario jamás estuvo en las Indias ni tenía razones para dar fe de ellas, cundió la duda sobre su posible autoría; quien la despejó fue el erudito A. Jiménez Placer, en su vida de Francisco López de Jerez, publicada en Madrid, en 1911, donde indicó que por la Información de Méritos y Servicios de Jerez, se sabe que fue Jerez el autor único de la Crónica, cuyo estracto firmara el secretario Sámano para conocimiento de algún miembro de la realeza de su tiempo. Así es que, desde 1911, la referida Crónica ha pasado a ser conocida como “Relación Sámano-Jerez” y siendo corta es de gran importancia e interés, pues describe los pueblos, costumbres y calidad de los habitantes de las actuales costas colombianas y ecuatorianas (que en siglo XVI recibieron el nombre genérico de Perú) y en la parte final refiere el hallazgo de una balsa a vela con indios comerciantes, efectuado por Bartolomé Ruiz, conteniendo vasos policromos, tejidos decorativos, balanzas y demás objetos, cuyo idioma pareció a los oídos de los españoles algo así como parecido al “arábigo”, que ellos recordaban haber escuchado en sus tierras.
Verdadera relación de la conquista del Perú
Francisco de Xerez
Verdadera relación de la conquista del Perú y provincia del Cuzco
llamada la Nueva Castilla: conquistada por el magnifico y esforzado
caballero Francisco Pizarro, hijo del capitán Gonzalo Pizarro,
caballero de la ciudad de Truxillo: como capitán general de la
cesarea y cathólica magestad del emperador y rey nuestro señor:
enviada a su magestad por Francisco de Xerez, natural de la muy
noble y muy leal ciudad de Sevilla, secretario del sobredicho señor
en todas las provincias y conquistas de la Nueva Castilla y uno de
los primeros conquistadores della.
Fue vista y examinada esta obra por mandado de los señores
inquisidores del arzobispado de Sevilla: e impresa en casa de
Bartolomé Pérez, en el mes de julio. Año del parto virginal mil y
quinientos y treinta y cuatro.
Porque a gloria de Dios nuestro soberano Señor, y honra y
servicio de la católica cesárea majestad, sea alegría para los
fieles y espanto para los infieles: y finalmente admiración a todos
los humanos, la Providencia divina y la ventura del César, y la
prudencia y esfuerzo y militar disciplina y trabajosas y peligrosas
navegaciones y batallas de los españoles, vasallos del invictísimo
Carlos Emperador del romano imperio, nuestro natural Rey y señor: me
ha parecido escrebir esta relación, y enviarla a su majestad para
que todos tengan noticia de lo ya dicho, que sea a gloria de Dios;
porque, ayudados con su divina mano han vencido, y traído a nuestra
santa fe católica tanta multitud de gentilidad; y a honra de nuestro
César, porque con su gran poder y buena ventura en su tiempo tales
cosas suceden; y alegría de los fieles que por ellos tales y tantas
batallas se han vencido, y tantas provincias descubierto y
conquistado; y tantas riquezas traídas para su rey y reinos y para
ellos; y será lo dicho, que los cristianos han hecho temor a los
infieles y admiración a todos los humanos; porque ¿cuándo se vieron
en los antiguos ni modernos tan grandes empresas de tan poca gente
contra tanta, y por tantos climas de cielo y golfos de mar y
distancia de tierra ir a conquistar lo no visto ni sabido? Y ¿quién
se igualará con los de España? No por cierto los Judíos, Griegos ni
Romanos, de quien más que de todos se escribe. Porque, si los
romanos tantas provincias sojuzgaron, fue con igual, o poco menor
número de gente, y en tierras sabidas y proveídas de mantenimientos
usados, y con capitanes y ejércitos pagados. Mas nuestros Españoles,
siendo pocos en número, que nunca fueron juntos sino doscientos o
trescientos, y algunas veces ciento y aun menos. Y el mayor número
fue sola una vez veinte años ha, que fueron con el capitán Pedrarias
mil trescientos hombres. Y los que en diversas veces han ido, no han
sido pagados ni forza dos, sino de su propia voluntad y a su costa
han ido. Y así, han conquistado en nuestros tiempos más tierra que
la que antes se sabia que todos los príncipes fieles e infieles
poseían; manteniéndose con los mantenimientos bestiales de aquellos
que no tenían noticias de pan ni vino; sufriéndose con yerbas y
raíces y frutas, han conquistado lo que ya todo el mundo sabe; y por
tanto, no escrebiré al presente más de lo sucedido en la conquista
de la Nueva-Castilla; y mucho no escrebiré, por evitar prolijidad.
[Comienza el autor]
Siendo descubierta la mar del Sur, y conquistados y pacificados
los moradores de Tierra-Firme. Habiendo poblado el gobernador
Pedrarias de Ávila la ciudad de Panamá y la ciudad de Nata, y la
villa del Nombre de Dios; viviendo en la ciudad de Panamá el capitán
Francisco Pizarro, hijo del capitán Gonzalo Pizarro, caballero de la
ciudad de Trujillo; teniendo su casa y hacienda repartimiento de
indios como uno de los principales de la tierra, porque siempre lo
fue, y se señaló en la conquista y población en las cosas del
servicio de su majestad. Estando en quietud y reposo con celo de
conseguir su buen propósito, y hacer otros muchos señalados
servicios a la corona real, pidió licencia a Pedrarias para
descubrir por aquella costa del mar del Sur a la vía de Levante; y
gastó mucha parte de su hacienda en un navío grande que hizo , y en
otras cosas necesarias para su viaje. Y partió de la ciudad de
Panamá a catorce días del mes de noviembre de mil y quinientos y
veinte y cuatro años; llevando en su compañía ciento y doce
Españoles, los cuales llevaban algunos indios para su servicio. Y
comenzó su viaje, en el cual pasaron muchos trabajos por ser
invierno y los tiempos contrarios. Dejo de decir mu chas cosas que
les sucedieron, por evitar prolijidad; sola mente diré las cosas
notables que más hacen al caso.
Setenta días después que salieron de Panamá saltaron en tierra
en un puerto que después se nombró de la Hambre; en muchos de los
puertos que antes hallaron habían tornado tierra, y por no hallar
poblaciones los dejaban. Y en este puerto se quedó el capitán con
ochenta hombres (que los demás ya eran muertos); y porque los
mantenimientos se les habían acabado, y en aquella tierra no los
había, envió el navío con los marineros y un capitán a la isla de
las Perlas (que está en el término de Panamá) Para que trajese
mantenimientos; porque pensó que en término, de diez o doce días
sería socorrido. Y como la fortuna siempre, o las más vedes es
adversa, el navío se detuvo en ir y volver cuarenta y siete días; y
en este tiempo se sostuvieron el capitán y los que con él estaban
con un marisco que cogían de la costa de la mar con mucho trabajo; y
algunos por estar debilitados cogiéndolo se morían; y con unos
palmitos muy amargos. En este tiempo que el navío tardó en ir y
volver murieron más de veinte hombres; cuando el navío volvió con el
socorro del bastimento dijeron el capitán y los marineros que, como
no habían llevado bastimentos, a la ida comieron un cuero de vaca
curtido que llevaban para zurrones de la bomba, y cocido, lo
repartieron. Con el bastimento, que el navío trujo, que fue maíz y
puercos, se reformó la gente que quedaba viva. Y de allí partió el
capitán en seguimiento de su viaje, y llegó a un pueblo situado
sobre la mar, que está en una fuerza alta, cercado el pueblo de
palenque. Allí hallaron harto mantenimiento, y el pueblo desamparado
de los naturales, y otro día vino mucha gente de guerra; y corno
eran belicosos y bien armados y los cristianos estaban flacos de la
hambre y trabajos pasados, fueron desbaratados, y el capitán herido
de siete heridas, la menor dellas peligrosa de muerte; y creyendo
los indios que lo hirieron que quedaba muerto, lo dejaron; fueron
heridos con él otros diez y siete hombres, y cinco muertos; visto
por el capitán este desbarato, y el poco remedio, que allí había
para curarse y reformar su gente, embarcóse y volvió a la tierra de
Panamá, y desembarcó en un pueblo de indios cerca de la isla de las
Perlas, que se llama Chuchama; de allí envío el navío a Panamá,
porque ya no se podía sostener en el agua, de la mucha broma que
había cogido. E hizo saber a Pedrarias todo lo sucedido, y quedóse
curando a sí y a sus compañeros. Cuando este navío llegó a Panamá,
pocos días antes había partido en seguimiento y busca del capitán
Pizarro el capitán Diego de Al magro su compañero, con otro navío y
con setenta hombres; y navegó hasta llegar al pueblo donde el
capitán Pizarro. fue desbaratado; y el capitán Almagro hubo otro
recuentro con los indios de aquel pueblo, y también fue desbaratado;
y le quebraron un ojo e hirieron muchos christianos; con todo esto,
hicieron a los indios desamparar el pueblo, y lo quemaron. De allí
se embarcaron y siguieron la costa hasta llegar a un gran río que
llamaron de Sant Juan, porque en su día llegaron allí; donde
hallaron alguna muestra de oro; y no hallando rastro del capitán
Pizarro, volvióse el capitán Almagro a Chuchama, donde lo halló. Y
concertaron que el capitán Almagro fuese a Panamá y aderezase los
navíos, e hiciese más gente para proseguir su propósito y aca bar de
gastar lo que les quedaba; que ya debían más de diez mil
castellanos. En Panamá hubo gran contradicción de parte de Pedrarias
y de otros, diciendo que no se debía proceder en tal viaje, de que
su majestad no era servido. El capitán Almagro, con el poder que
llevaba de su com pañero, tuvo mucha constancia en lo que los dos
habían comenzado, y requirió al gobernador Pedrarias que no los
estorbase, porque ellos creían con ayuda de Dios, que su majestad
seria servido de aquel viaje; a Pedrarias fue forzado consentir que
hiciese gente. Con ciento y diez hombres salió de Panamá, y fue
donde estaba el capitán Pizarro con otros cincuenta de los primeros
ciento y diez que con él salieron, y de los setenta que el capitán
Almagro llevó cuando le fue a buscar; que los ciento y treinta ya
eran muertos. Los dos capitanes partieron en sus dos navíos con
ciento y sesenta hombres, e iban costeando la tierra; y donde
pensaban que había poblado saltaban en tierra con tres canoas que
llevaban en las cuales remaban sesenta hombres; y así iban a buscar
mantenimientos. Desta manera anduvieron tres años pasando grandes
trabajos, hambres y fríos; y murió de hambre la mayor parte dellos,
que no quedaron vivos cincuenta, sin descubrir hasta en fin de los
tres años buena tierra, que todo era ciénagas y anegadizos
inhabitables. Y esta buena tierra que se descubrió fue desde el río
de Sant Juan, donde el capitán Pizarro se quedó con la poca gente
que le quedó, y envió un capitán con el más pequeño navío a
descubrir alguna buena tierra la costa adelante; y el otro navío
envió con el capitán Diego de Almagro a Panamá para traer más gente;
porque yendo los dos navíos juntos y con la gente no podían
descubrir, y la gente se moría. El navío que fue a descubrir volvió
a cabo de setenta días al río de Sant Juan, adonde el capitán
Pizarro quedó con la gente; y dio relación de lo que le había
sucedido, y fue que llegó hasta el pueblo de Cancebi, que es en
aquella costa, y antes deste pueblo habían visto, los que en el
navío iban, otras poblaciones muy ricas de oro y plata, y la gente
de más razón que toda la que antes habían visto de indios; y
trujeron seis personas para que deprendiesen la lengua de los
Españoles; y trujeron oro y plata y ropa. El capitán y los que con
él estaban recibieron tanta alegría que olvidaron todo el trabajo
pasado y los gastos que habían hecho; y como aquellos que deseaban
verse en aquella tierra, pues tan buena muestra daba de sí, venido
el capitán Almagro de Panamá con el navío cargado de gente y
caballos, los dos navíos con los capitanes y toda la gente salieron
del río de Sant Juan para ir a aquella tierra nueva mente
descubierta; y por ser trabajosa la navegación de aquella costa, se
detuvieron más tiempo de lo que los bastimentos pudieron suplir, y
fue forzado saltar la gente en tierra, y caminando por ella buscaban
mantenimientos, por donde los podían haber. Y los navíos por la mar
llegaron a la bahía de Sant Matheo y a unos pueblos que los
Españoles les pusieron por nombre de Santiago, y a los pueblos de
Tacamez que todos van discurriendo por la costa adelante. Vistas por
los christianos estas poblaciones que eran grandes y de mucha gente
y belicosa, que en estos pueblos de Tacamez, llegando noventa
Españoles una legua del pueblo, los salieron a recebir más de diez
mil indios de guerra; y viendo que no les querían hacer mal los
christianos ni tomarles de sus bienes, antes con mucho amor
tratándoles la paz, los indios dejaron de les hacer guerra como
ellos traían en propósito. En esta tierra había muchos
mantenimientos, y la gente tenía muy buena orden de vivir; los
pueblos con sus calles y plazas; pueblo había que tenía más de tres
mil casas, y otros había menores.
Pareció a los capitanes y a los otros Españoles que, siendo tan
pocos, no harían fruto en aquella tierra, por no poder resistir a
los indios; y acordaron que se cargasen los navíos del mantenimiento
que en aquellos pueblos había, y que volviesen atrás, a una isla que
se dice del Gallo; porque allí podían estar seguros entre tanto que
los navíos llegaban a Panamá a hacer saber al Gobernador la nueva de
lo descubierto, y a pedirle más gente para que los capitanes
pudiesen conseguir su propósito y pacificar la tierra. Y en los
navíos iba el capitán Almagro, porque por algunas personas fue
escrito al Gobernador que mandase volver la gente a Panamá, diciendo
que no podían sufrir más trabajos de los que habían sufrido en tres
años que había que andaban descubriendo; a lo cual proveyó el
Gobernador que todos los que se quisiesen venir a Panamá, que lo
pudiesen hacer, y los que se quisiesen quedar para descubrir más
adelante que tuviesen libertad para ello; y así, se quedaron con el
capitán Pizarro diez y seis hombres, y toda la otra gente se fue en
los dos navíos a Panamá. El capitán Pizarro estuvo en aquella isla
cinco meses, hasta que volvió el uno de los navíos, en el cual
fueron y descubrieron cien leguas más adelante de lo que estaba
descubierto. Y hallaron muchas poblaciones y mucha riqueza, y
trujeron más muestras de oro y plata y ropa de la que antes habían
traído, que los indios de su voluntad les daban, y así volvió el
capitán con ellos, porque el término que el Gobernador le habían
dado se le acababa; y el día que el término se cumplió entró en el
puerto de Panamá.
Como estos dos capitanes estaban tan gastados, que ya no se
podían sostener, debiendo como debían, mucha suma de pesos de oro.
Con poco más de mil castellanos que el capitán Francisco Pizarro
pudo haber prestados entre sus amigos se vino con ellos a Castilla;
e hizo relación a su majestad de los grandes y señalados servicios
que en servicio de su majestad había hecho; en gratificación de los
cuales le hizo merced de la gobernación y adelantamiento de aquella
tierra, y del hábito de Santiago y de ciertas alcaidías, y del
alguaciadgo mayor, y otras mercedes y ayudas de costa le fueron
hechas por su majestad como Emperador y Rey que a todos los que en
su real servicio andan hace muchas mercedes, como ha siempre hecho.
Por esta causa otros se han animado a gastar sus haciendas en su
real servicio, descubriendo por aquella mar del Sur y por todo el
mar Océano tierras y provincias que tan remotas están de la
conversión destos reinos de Castilla.
Despachado por su majestad el Gobernador y Adelanta do
Francisco Pizarro, partió del puerto de Sant Lucar con una armada; y
con próspero viento sin ningún contraste, llegó al puerto del Nombre
de Dios; y de allí se fue con la gente a la ciudad de Panamá, donde
tuvo muchas contradicciones y estorbos para que no saliese de allí a
ir a poblar la tierra que él había descubierto, como su majestad le
había mandado. Y con la firmeza que en la prosecución dello tuvo,
con la más gente que pudo que fueron ciento y ochen ta hombres y
treinta y siete caballos, en tres navíos partió del puerto de
Panamá; y tuvo tan venturosa navegación que en treze días llegó a la
bahía de Sant Matheo, que en los principios cuando se descubrió, en
más de dos años no pudieron llegar a aquellos pueblos; y allí
desembarcó la gente y los caballos, y fueron por la costa de la mar,
y en todas las poblaciones della hallaban la gente alzada. Y camina
ron hasta llegar a un gran pueblo que se dice Coaque, al cual
saltearon porque no se alzase como los otros pueblos; y allí tomaron
quince mil pesos de oro y mil quinientos marcos de plata y muchas
piedras de esmeraldas, que por el presente no fueron conoscidas ni
tenidas por piedras de valor; por esta causa los españoles les daban
y rescataban con los indios por ropa y otras cosas que los indios
les daban por ellas. Y en este pueblo prendieron al cacique señor
dél con alguna gente suya; y hallaron mucha ropa de diversas maneras
y muchos mantenimientos, en que había para mantenerse los españoles
tres o cuatro años.
Deste pueblo de Coaque despachó el Gobernador los tres navíos
para la ciudad de Panamá y para Nicoragua, para que en ellos viniese
más gente y caballos para poder efectuar la conquista y población de
la tierra. Y el Gobernador se quedó allí con la gente reposando
algunos días hasta que dos de los navíos volvieran de Panamá con
veinte y seis de caballo y treinta de pie; y éstos venidos, partió
el Gobernador de allí con toda la gen te de pie y de caballo, y
anduvieron la costa adelante (la cual es muy poblada), poniendo a
todos los pueblos debajo el señorío de su majestad; porque los
señores destos pueblos, de una voluntad salían a los caminos a
recebir al Gobernador sin ponerse en defensa; y el Gobernador sin
les hacer mal ni enojo alguno, los recebía a todos amorosamente,
haciéndoles entender algunas cosas para los traer en conoscimiento
de nuestra santa fe cathólica por algunos religiosos que para ello
llevaba. Así anduvo el Gobernador con la gente española hasta llegar
a una isla que se decía la Pugna, a la cual los christianos llamaron
la isla de Santiago, que está dos leguas de la tierra-firme y por
ser esta isla bien poblada y rica y abundosa de mantenimientos, pasó
el Gobernador a ella en los dos navíos y en balsas de maderos que
los indios tienen, en las cuales pasaron los caballos.
El Gobernador fue recebido en esta isla por el cacique señor
della con mucha alegría y buen recebimiento, así de mantenimientos
que le sacaron al camino como de diversos instrumentos músicos que
los naturales tienen para su recreación. Esta isla tiene quinze
leguas en circuito; es fértil y bien poblada. Hay en ella muchos
pueblos y siete caciques son señores dellos, y uno es señor de todos
ellos. Este señor dio de su voluntad al Gobernador alguna cuantidad
de oro y plata. Y por ser el tiempo de invierno el Gobernador reposó
con su gente en aquella isla; porque caminando en tal tiempo con las
aguas que hacía, no podía ser sin gran detrimento de los españoles;
y entre tanto que pasó el invierno fueron allí curados algunos
enfermos que había. Y como la inclinación de los indios es de no
obedescer ni servir a otra generación si por fuerza no son atraídos
a ello, estando este cacique con el Gobernador pacíficamente,
habiéndose ya dado por vasallo de su majestad, súpose por las
lenguas que el Gobernador tenía consigo que el cacique tenía hecha
junta de toda su gente de guerra, y que había muchos días que no
entendía en otra cosa sino en hacer armas, demás de las que los
indios tenían; lo cual por vista de ojos se vio, porque en el mesmo
pueblo donde los Españoles estaban aposentados y el cacique residía,
se hallaron en la casa del cacique y en otras muchas mucha gente
toda puesta a punto de guerra, esperando a que se recogiese toda la
gente de la isla para dar aquella noche sobre los christianos.
Sabida la verdad, y habida información secretamente sobre ello,
luego mandó el Gobernador prender al cacique y a tres hijos suyos y
a otros dos principales que pudieron ser presos y tomados a vida; y
en la otra gente dieron todos los Españoles de sobresalto, y aquella
tarde mataron alguna gente; y los demás todos huyeron y desampararon
el pueblo; y la casa del cacique y otras algunas fueron metidas a
saco, y en ellas se halló algún oro y plata y mucha ropa. Aquella
noche en el real de los christianos hubo mucha guarda, en que todos
velaron, que eran setenta de caballo y ciento de pie; y antes que
otro día fuese amanescido se oyó en el real grita de gente de
guerra; y en breve tiempo se vio cómo se venían allegando al real
mucho número de indios, todos con sus armas y atabales y otros
instrumentos que traen en sus guerras; y venida la gente dividida
por muchas partes, que tomaban el real de los christianos en medio,
y siendo el día claro, viniendo la gente y entrándose por el real,
mandó el Gobernador que los acometiesen con mucho ánimo; y al
acometer fueron heridos algunos christianos y caballos. Y todavía,
como nuestro señor favoresce y socorre en las necesidades a los que
andan en su servicio, los indios fueron desbaratados y volvieron las
espaldas; y los de caballo siguieron el alcance hiriendo y matando
en ellos; y en este recuentro fue muerta alguna cuantidad de gente;
y recogidos los christianos al real, porque los caballos estaban
fatigados, porque desde la mañana hasta mediodía duró el seguir el
alcance.
Otro día envió el Gobernador la gente dividida en cuadrillas a
buscar a los contrarios por la isla, y a hacerles guerra; la cual se
les hizo en término de veinte días, de manera que ellos quedaron
bien castigados; y diez principales que fueron presos con el
cacique, porque él confesó que le habían aconsejado que ordenase la
traición que tenía urdida, y que él no quería venir en ello, y no lo
pudo estorbar a los principales. Destos hizo justicia, quemando
algunos, y a otros cortando las cabezas.
Por el alzamiento y traición que el cacique e indios de la isla
de Santiago tenían ordenado se les hizo guerra, hasta que apremiados
della, desampararon la isla, y se pasaron a tierra-firme y por ser
la isla tan poblada, abundosa y rica, porque no se acabase de
destruir, acordó el Gobernador de poner en libertad al cacique,
porque recogiese la gente que andaba derramada, y la isla se tornase
a poblar. El cacique fue contento, con voluntad de servir a sus
majestades de allí adelante, por la honra que en su prisión se le
había hecho. Y porque en aquella isla no se podía hacer fruto, el
Gobernador se partió con algunos españoles y caballos, que en tres
navíos que allí estaban cupieron, para el pueblo de Túmbez, que a la
sazón estaba de paces; dejando allí la otra gente con un capitán, en
tanto que los navíos por ella. Y para ayudar a pasar con más
brevedad, vinieron por mandado del Gobernador ciertas balsas de
Túmbez, que el cacique envió, y en ella se metieron tres christianos
con alguna ropa. En tres días arribaron los navíos a la playa de
Túmbez. Y como el Gobernador salió en tierra, halló la gente de los
pueblos alzada. Súpose de algunos indios que fueron presos que se
habían alzado y llevado los christianos y ropa que traían en las
balsas. Luego que la gente fue salida de los navíos, y los caballos
fueron sacados, mandó el Gobernador volver por la gente que en la
isla había quedado. Él y la gente se aposentaron en el pueblo del
cacique en dos casas fuertes, la una a manera de fortaleza. El
Gobernador mandó a los españoles que corriesen el campo, y que
subiesen por un río arriba, que corre por entre aquellos pueblos,
para que supiesen de los tres christianos que en las balsas habían
llevado, si se pudiesen hallar es que los indios los matasen. Y
aunque se puso mucha diligencia en correr la tierra de la primera
hora que los españoles desembarcaron, no se pudieron hallar los tres
christianos ni saber dellos. Esta gente se recogió en dos balsas con
toda la más comida que se pudo haber, y prendieron algunos indios,
de los cuales envió el Gobernador mensajeros al cacique y a algunos
principales, requiriéndoles de parte de sus majestades que viniesen
de paz, y trujesen los tres christianos vivos sin les hacer mal ni
daño, y él los recibiría por vasallos de sus majestades, aunque
habían sido transgresores; donde no, que les haría guerra a fuego y
a sangre hasta destruirlos. Algunos días pasaron que no quisieron
venir, antes se ensoberbecían, y hacían fuertes de la otra parte del
río que iba crecido y no se podía apear. Y decían que pasasen allá
los españoles, que a los otros tres ya los habían muerto. Como fue
llegada toda la gente que en la isla había quedado, el Gobernador
mandó hacer una grande balsa de madera, y por el mejor paso del río
mandó pasar a un capitán con cuarenta de caballo y ochenta de pie, y
pasaron en aquella balsa desde por la mañana hasta la hora de
vísperas, y mandó a este capitán que les hiciese guerra, pues eran
rebeldes y habían muerto a los christianos; y que si después, de
haber castigado conforme al delicto que habían cometido, viniesen de
paz, que los recibiese conforme a los mandamientos de sus
majestades, y que con ellos los requiriese y llamase. Así se partió
este capitán con su gente, y después de haber pasado el río,
llevando sus guías anduvo toda la noche hacia donde la gente estaba,
y a la mañana dio sobre el real donde habían estado aposentados, y
siguió el alcance todo aquel día, hiriendo y matando en ellos; y
prendió a los que a vida se pudieron tomar; y cerca de la noche los
christianos se recogieron a un pueblo, y otro día por la mañana
salió gente por sus cuadrillas en busca de los enemigos, y así
fueron castigados; y visto por el capitán que bastaba el daño que se
les había hecho, envió mensajeros a llamar de paz al cacique, y el
cacique de aquella provincia, que ha por nombre Quilimasa, envió con
los mensajeros un principal suyo, y por él respondió que por el
mucho temor que tenía de los españoles no osaba venir; que si fuese
cierto que no le habían de matar, que vernía de paz. El capitán
respondió al mensajero que no recibiría mal ni daño, que viniese sin
temor, que el Gobernador lo recibiría de paz por vasallo de sus
majestades, y le perdonaría el delicto que había hecho. Con esta
seguridad (aunque con mucho temor) vino el cacique con algunos
principales. El capitán le recibió alegremente, diciendo que a los
que venían de paz no se les había de hacer daño, aunque se hubiesen
alzado; y que pues él era venido, que no se les haría más guerra de
la hecha; que hiciese venir su gente a los pueblos. Después que
mandó llevar de la otra parte del río el mantenimiento que se halló,
el capitán se fue con los españoles adonde había quedado el
Gobernador llevando consigo al cacique y a los principales indios; y
contó al Gobernador lo que había pasado; el cual dio gracias a
nuestro Señor por las mercedes que les hizo, dándoles victoria sin
ser herido algún christiano, y díjoles que se fuesen a reposar. El
Gobernador preguntó al cacique que por qué se había alzado y muerto
los christianos, habiendo sido tan bien tratado dél y habiéndole
restituido mucha parte de gente que el cacique de la isla le había
tomado; y habiéndole dado los capitanes que le habían quemado su
pueblo para que él hiciese justicia dellos, creyendo que fuera fiel
y agradesciera estos beneficios. El cacique respondió: «Yo supe que
ciertos principales míos que en las balsas venían llevaron tres
christianos y los mataron, y yo no fui en ello; pero tuve temor que
me, echásedes a mí la culpa». El Gobernador le dijo: «Esos
principales que eso hicieron me traed aquí, y venga la gente a sus
pueblos». El cacique envió a llamar su gente y a los principales, y
dijo que no se podían haberlos que mataron a los christianos, porque
se habían ausentado de su tierra. Después que el Gobernador hubo
estado allí algunos días, viendo que no podían ser habidos los
indios matadores, y que el pueblo de Túmbez estaba destruido, aunque
parecía ser gran cosa, por algunos edificios que tenía y dos casas,
cercada la una con dos cercas de tierra ciega, y sus patios y
aposentos y puertas con defensas, que para entre indios es buena
fortaleza. Dicen los naturales que a causa de una gran pestilencia
que en ellos dio, y de la guerra que han habido del cacique de la
isla, están asolados. Y por no haber en esta comarca más indios de
los que están subjectos a este cacique, determinó el Gobernador de
partir con alguna gen te de pie y de caballo en busca de otra
provincia más poblada de naturales para asentar en ella pueblo; y
así, se partió, dejando en ella su teniente con los christianos que
queda ron en guarda del fardaje, y el cacique quedó de paz,
recogiendo su gente a los pueblos. El primero día que el
Gobernador partió de Túmbez, que fue a diez y seis de mayo de mil y
quinientos y treinta y dos años, llegó a un pueblo pequeño; y en
tres días siguientes llegó a un pueblo que está entre unas sierras;
el cacique señor de aquel pueblo fue llamado Juan; allí reposó tres
días, y en otras tres jornadas llegó a la ribera de un río que
estaba bien poblada y bastecida de muchos mantenimientos de la
tierra y ganado de ovejas. El camino está todo hecho a mano, ancho y
bien labrado, y en algunos pasos malos hechas sus calzadas. Llegado
a este río, que se dice Turicarami, asentó su real en un pueblo
grande llama do Puechio. Y todos los más caciques que había el río
abajo vinieron de paz al Gobernador, y los deste pueblo le salieron
a recibir al camino. El Gobernador los recibió a todos con mucho
amor, y les notificó el requerimiento que sus majestades mandan para
atraellos en conoscimien to y obediencia de la Iglesia y de sus
majestades. Entendiéndolo ellos por sus lenguas, dijeron que querían
ser sus vasallos, y por tales los recibió el Gobernador con la
solemnidad que se requiere, y dieron servicio y mantenimientos.
Antes de llegar a este pueblo un tiro de ballesta, hay una gran
plaza con una fortaleza cercada, y dentro muchos aposentos, donde
los christianos se aposentaron porque los naturales no recibiesen
enojo. Así en éste como en todos los otros que venían de paz mandó
el Gobernador pregonar, so graves penas, que ningún daño les fuese
hecho en personas ni en bienes, ni les tomasen los mantenimientos
más de lo que ellos quisiesen dar para el sostenimiento de los
christianos, castigando y ejecutando las penas en los que lo
contrario hacían; porque los naturales traían cada día cuanto
mantenimiento era necesario y yerba para los caballos, y servían en
todo lo que les era mandado. Como el Gobernador viese la ribera de
aquel río ser abundosa y muy poblada, mandó que se viese la comarca
della, y si había puerto en buen paraje; y fue hallado muy buen
puerto a la costa de la mar cerca desta ribera, y caciques señores
de mucha gente en parte donde podían venir a servir a este río. El
Gobernador fue a visitar todos estos pueblos; y vistos, dijo que le
parescía ser buena esta comarca para ser poblada de españoles. Y
porque se cumpla lo que su majestad manda, y los naturales vengan a
la conversión y conoscimiento de nuestra santa fe cathólica, hizo
mensajero a los españoles que quedaron en Túmbez, que viniesen para
que, con acuerdo de las personas que su majestad mandase hiciese la
población en la parte más conveniente a su servicio y bien de los
naturales. Y después de enviado este mensajero, parecióle que habría
dilación en la venida, si no fuese persona a quien el cacique y
indios de Túmbez tuviesen temor, para que ayudasen a venir la gente.
Y envió a su hermano Hernando Pizarro, capitán general. Después supo
el Gobernador que ciertos caciques que viven en la sierra no querían
venir de paz, aunque eran requeridos por los mandamientos de su
majestad; y envió un capitán con veinte y cinco de caballo y gente
de pie para traellos al servicio de su majestad, hallándolos el
capitán ausentados de sus pueblos. Él les fue a requerir que
viniesen de paz, y ellos vinieron de guerra, y el capitán salió
contra ellos, y en breve tiempo, hiriendo y matando, fueron
desbaratados los indios. El capitán les tornó a requerir que
viniesen a él de paz; donde no, que les haría guerra hasta
destruirlos; y así, vinieron de paz, y el capitán los recibió; y
dejando toda aquella provincia pacífica, se volvió donde el
Gobernador estaba, y trujo los caciques; el Gobernador los recibió
con mucho amor y mandólos volver a sus pueblos y recoger su gente.
El capitán dijo que había hallado en los pueblos destos caciques de
la sierra minas de oro fino, y que los vecinos lo cogen, y trujo
muestra dello, y que las minas están veinte leguas deste pueblo.
El capitán que fue a Túmbez por la gente vino con ella desde en
treinta días; alguna della vino por mar con el fardaje en un navío y
en un barco y en balsas. Estos navíos eran venidos de Panamá con
mercadurías, y no trujeron gente, porque el capitán Diego de Almagro
quedaba haciendo una armada para venir a esta población, con
propósito de poblar por sí. Sabido por el Gobernador que estos
navíos eran llegados, porque con más brevedad se descargase el
fardaje y se subiese el río arriba, él se partió del pueblo de
Puechio por el río abajo, con alguna gente. Llegado donde está un
cacique llamado la Chira, halló ciertos christianos que habían
desembarcado, los cuales se quejaron al Gobernador que el cacique
les había hecho mal tratamiento, y la noche antes no habían dormido
de temor, porque vieron andar alterados a los indios y acabdillados.
El Gobernador hizo información de los indios naturales, y halló que
el cacique de la Chira con sus principales, y otro llamado Almotaje,
tenían concertado de matar a los christianos el día que llegó el
Gobernador. Vista la información, el Gobernador envió secretamente a
prender al cacique de Almotaje y los principales indios, y él
prendió al de la Chira y algunos de sus principales, los cuales
confesaron el delicto. Luego mandó hacer justicia, quemando al
cacique de Almotaje y a sus principales y a algunos indios y a todos
los principales de la Chira: deste cacique de la Chira no fizo
justicia, por que pareció no tener tanta culpa y ser apremiado de
sus principales; y porque estas dos poblaciones quedaban sin cabeza
y se perderían. Al cual apercibió que de allí adelante fuese bueno,
que a la primera ruindad no le perdonaría, y que recogiese toda su
gente y la de Almotaje, y la gobernase y rigiese hasta que un
mochacho, heredero en el señorío de Almotaje, fuese de edad para
gobernar. Este castigo puso mucho temor en toda la comarca. De
manera que cierta junta que se dijo que tenían urdida todos los
comarcanos para venir a dar sobre el Gobernador y españoles se
deshizo; y de allí adelante todos sirvieron mejor, con más temor que
antes. Hecha esta justicia, y recogida toda la gente y fardaje que
vino de Túmbez, vista aquella comarca y ribera por el reverendo
padre fray Vicente de Valverde, religioso de la orden de señor Santo
Domingo, y por los oficiales de sus majestades, el Gobernador con
acuerdo destas personas, como sus majestades mandan (porque en esta
comarca y ribera concurren las causas y cualidades que debe haber en
tierra que ha de ser poblada de Españoles, y los naturales della
podrán servir sin padescer fatiga demasiada, teniendo principalmente
respecto a su conservación como es la voluntad de sus majestades que
se tenga), asentó y fundó pueblo en nombre de sus majestades. Junto
a la ribera deste río, seis leguas del puerto de mar, hay un cacique
señor de una ciudad que se llamaba Tangarara, a la cual se puso por
nombre Sant Miguel. Y porque los navíos que habían venido de Panamá
no recibiesen detrimento, dilatándose su tornada, el Gobernador, con
acuerdo de los oficiales de sus majestades, mandó fundir cierto oro
que estos caciques, y el de Túmbez habían dado de presente; y sacado
el quinto perteneciente a sus majestades, la resta perteneciente a
la compañía el Gobernador la tomó prestada de los compañeros para
pagarla del primer oro que se hubiese; y con este oro despachó los
navíos, pagados sus fletes; y los mercaderes despacharon sus
mercadurías, y se partieron. El Gobernador envió a avisar al capitán
Almagro su compañero, cuánto sería deservido Dios y sus majestades
de intentar su nueva población para estorbarle su propósito.
Habiendo proveído el Gobernador el despacho destos navíos, repartió
entre las personas que se avecindaron en este pueblo las tierras y,
solares; porque los vecinos sin ayuda y servicio de los naturales no
se podían sostener ni poblarse el pueblo; y sirviendo sin estar
repartidos los caciques en personas que los administrasen, los
naturales recibirían mucho daño; por que como los españoles tengan
conoscidos a los indios que tienen en administración, son bien
tratados y conservados. A esta causa, con acuerdo del religioso y de
los oficiales, que les pareció convenir así al servicio de Dios y
bien de los naturales, el Gobernador depositó los caciques e indios
en los vecinos deste pueblo, porque los ayudasen a sostener, y los
christianos los doctrinasen en nuestra santa fe, conforme a los
mandamientos de sus majestades; entre tanto que provean lo que más
conviene al servicio de Dios y suyo y bien del pueblo y de los
naturales de la tierra, fueron elegidos alcaldes y regidores y otros
oficiales públicos, a los cuales fueron dadas ordenanzas por donde
se rigiesen.
Tuvo noticia el Gobernador que la vía de Chincha y del Cuzco
hay muchas y grandes poblaciones abundosas y ricas; y que doce o
quince jornadas deste pueblo está un valle poblado que se dice
Caxamalca, adonde reside Atabaliba, que es el mayor señor que al
presente hay entre los naturales; al cual todos obedecen; y que
lejos tierra de donde es natural, ha venido conquistando; y como
llegó a la provincia de Caxamalca (por ser tan rica y apacible),
asentó en ella, y de allí va conquistando más tierra. Y por ser este
señor tan temido, los comarcanos deste río no están tan domésticos
al servicio de su majestad como conviene, antes se favorecen con
este Atabaliba, y dicen que a él tienen por señor y no a otro; y que
pequeña parte de su hueste basta para matar a todos los christianos;
poniendo mucho temor con su acostumbrada crueldad. El Gobernador
acordó de partir en busca de Atabaliba por traerlo al servicio de su
majestad, y para pacificar las provincias comarcanas; porque, éste
conquistado, lo restante ligeramente sería pacificado.
Salió el Gobernador de la ciudad de Sant Miguel en de manda de
Atabaliba a veynte y cuatro días de Setiembre. Año de M. Q. y
treynta y dos. El primero día de su camino pasó la gente el río en
dos balsas, y los caballos nadando; aquella noche durmió en un
pueblo de la otra parte del río. En tres días siguientes llegó al
valle de Piura, a una fortaleza de un cacique, adonde halló un
capitán con ciertos españoles, al cual él había enviado para
pacificar aquel cacique; y porque no pusiesen en necesidad al
cacique de Sant Miguel. Allí estuvo el Gobernador diez días
reformándose de lo que era menester para su viaje; y contando los
christianos que llevaba, halló sesenta y siete de caballo y ciento
diez de pie, tres dellos escopeteros y algunos ballesteros. Y porque
el teniente de Sant Miguel le escribió que quedaban allá pocos
christianos, mandó pregonar el Gobernador que los que quisiesen
volver a avencindarse en el pueblo de Sant Miguel que asignarían
indios con que se sostuviesen, como a los otros vecinos que allá
quedaban. Y que él iría a conquistar con los que le quedasen, pocos
o muchos. De allí se volvieron cinco de caballo y cuatro de pie, por
manera que se cumplieron con éstos cincuenta y cinco vecinos, sin
otros diez o doce que quedaron sin vecindades por su voluntad. Al
Gobernador quedaron sesenta y dos de caballo y, ciento y dos de pie.
Allí mandó el Gobernador que hiciesen armas los que no las tenían,
para sus personas y para sus caballos; y reformó los ballesteros,
cumpliéndolos a veinte, y puso un capitán que tuviese cargo dellos.
Proveído que hubo en todo lo que convenía, se partió con la
gente; y habiendo caminado hasta mediodía, llegó a una plaza grande
cercada de tapias, de un cacique llamado Pabor; el Gobernador y, su
gente se aposentaron allí. Súpose que este cacique era gran señor,
el cual al presente estaba destruido; que el Cuzco viejo, padre de
Atabaliba, le había destruido veinte pueblos y muerto la gente
dellos. Con todo este daño, tenía mucha gente. Y junto con él está
otro su hermano, tan gran señor como él. Estos eran de paz,
depositados en la ciudad de Sant Miguel. Esta población y la de
Piura están en unos valles llanos muy buenos. El Gobernador se
informó allí de los pueblos y caciques comarcanos y del camino de
Caxamalca; e informáronle que dos jornadas de allí había un pueblo
grande, que se dice Caxas, en el cual había guarnición de Atabaliba
esperando a los christianos, si fuesen por allí. Sabido por el
Gobernador, mandó secretamente a un capitán con gente de pie y de
caballo, para que fuese al pueblo de Caxas, porque si allí hobiese
gente de Atabaliba no tomasen soberbia no yendo a ellos; y mandóle
que buenamente procurase de los pacificar y traellos a servicio de
su majestad, requiriéndoles por sus mandamientos. Luego aquel día se
partió el capitán. Otro día se partió el Gobernador; y llegó a un
pueblo llamado Caran, donde esperó al capitán que fue a Caxas; el
cacique del pueblo trujo al Gobernador mantenimiento de ovejas y
otras cosas, a una fortaleza donde el Gobernador llegó a mediodía.
Otro día partió de la fortaleza, y llegó al pueblo de Caran, en el
cual mandó asentar su real para esperar al capitán que había ido a
Caxas; el cual desde en cinco días envió un mensajero al Gobernador,
haciéndole saber lo que les había sucedido. El Gobernador respondió
luego cómo en aquel pueblo quedaba esperan do; que desque hubiesen
negociado viniesen a se juntar con él; y que de camino visitasen y
pacificasen otro pueblo que está cerca de la ciudad de Caxas, que se
dice de Gucabamba, y que tenía noticia que este cacique de Caran es
señor de buenos pueblos y de un valle abundoso, el cual está
depositado en los vecinos de la ciudad de Sant Miguel. En ocho días
que el Gobernador estuvo esperando al capitán, se reformaron los
Españoles, y aderezaron sus caballos para la conquista y viaje.
Venido el capitán con su gente, hizo relación al Gobernador de lo
que en aquellos pueblos había visto. En que dijo que había estado
dos días y una noche hasta llegar a Caxas sin reposar más de a
comer, subiendo grandes sierras por tomar de sobresalto aquel
pueblo. Y que con todo esto no pudo llegar (aunque llevó buenas
guías) sin que en el camino topase con espías del pueblo; y que
algunos dellos fueron tomados, de los cuales supieron cómo estaba la
gente; y puestos los christianos en orden, siguió su camino hasta
llegar al pueblo, y a la entrada dél halló un asiento de real donde
parecía haber estado gente de guerra. El pueblo de Caxas está en un
valle pequeño entre unas sierras, y la gente del pueblo estaba algo
alterada; y como el capitán les dio seguro, y les hizo entender cómo
venía de parte del Gobernador para los recebir por vasallos del
Emperador. Entonces salió un capitán, que dijo que estaba por
Atabaliba recibiendo los tributos de aquellos pueblos, del cual se
informó del camino de Caxamalca, y de la intención que Atabaliba
tenía para recebir a los christianos, y de la ciudad del Cuzco, que
está de allí treinta jornadas; que tiene la cerca un día de
andadura, y la casa de aposento del cacique tiene cuatro tiros de
ballesta, y que hay una sala donde está muerto el Cuzco viejo, que
el suelo está chapado de plata, y el techo y las paredes de chapas
de oro y plata entretejidas. Y que aquellos pueblos habían estado
hasta un año antes por el Cuzco, hijo del Cuzco viejo, hasta que
Atabaliba, su hermano, se levantó, y ha venido conquistando la
tierra, echándoles grandes pechos y tributos, y que cada día hace en
ellos muchas crueldades, y que, demás del tributo que le dan de sus
haciendas y granjerías, se lo dan de sus hijos y hijas. Y que aquel
asiento de real que allí estaba fue de Atabaliba, que pocos días
antes se había ido de allí con cierta parte de su hueste, y que se
halló en aquel pueblo de Caxas una casa grande, fuerte y cercada de
tapias, con sus puertas, en la cual estaban muchas mujeres hilando y
tejiendo ropa para la hueste de Atabaliba, sin tener varones, más de
los porteros que las guardaban; y que a la entrada del pueblo había
ciertos indios ahorcados de los pies; y supo deste principal que
Atabaliba los mandó matar porque uno dellos entró en la casa de las
mujeres a dormir con una; al cual, y a todos los porteros que
consintieron, ahorcó.
Como este capitán hubo apaciguado este pueblo de Caxas, fue al
de Guacamba, que es una jornada de allí, y es mayor que el de Caxas
y de mejores edificios, y la fortaleza toda de piedra muy bien
labrada, asentadas las piedras grandes de largor de cinco y seis
palmos, tan juntas, que parece no haber entre ellas mezcla, con su
acutea alta de cantería, con dos escaleras de piedra en medio de dos
aposentos. Por medio deste pueblo y del de Caxas pasa un río pequeño
de que los pueblos se sirven, y tienen sus puentes con calzadas muy
bien hechas. Pasa por aquellos dos pueblos un camino ancho, hecho a
mano, que atraviesa toda aquella tierra, y viene desde el Cuzco
hasta Quito, que hay más de trescientas leguas; va llano, y por las
sierras bien labrado; es tan ancho, que seis de caballo pueden ir
por él a la par sin llegar uno a otro; van por el camino caños de
agua traídos de otra parte, de donde los caminantes beben. A cada
jornada hay una casa a manera de venta, donde se aposentan los que
van y vienen. A la entrada deste camino en el pueblo de Caxas, está
una casa al principio de una puente, donde reside una guarda que
recibe el portadgo de los que van y vienen y páganlo en la mesma
cosa que llevan. Y ninguno puede sacar carga del pueblo si no la
mete. Aquesta costumbre tienen antiguamente, y Atabaliba la
suspendió en cuanto tocaba a lo que sacan para su gente de
guarnición. Ningún pasajero puede entrar ni salir por otro camino
con carga, sino por este do está la guarda, so pena de muerte.
También dijo que halló en estos dos pueblos dos casas llenas de
calzado y panes de sal, y un manjar que parecía albóndigas, y
depósito de otras cosas para la hueste de Atabaliba. Y dijo que
aquellos pueblos tenían buena orden y vivían políticamente. Con el
capitán vino un indio principal con otros algunos. Dijo el capitán
que aquel indio había venido con cierto presente para el Gobernador.
Este mensajero dijo al Gobernador que su señor Atabaliba le había
enviado desde Caxamalca para le traer aquel presente, que eran dos
fortalezas a manera de fuente, figuradas en piedra, con que beba; y
dos cargas de patos secos desollados, para que hechos polvos, se
sahume con ellos, por que así se usa entre los señores de su tierra,
y que le envía a decir que él tiene voluntad de ser su amigo, y
esperalle de paz en Caxamalca. El Gobernador recibió el presente y
le habló bien, diciendo que holgaba mucho de su venida por ser
mensajero de Atabaliba, a quien él deseaba ver por las nuevas que
dél oía. Que como él supo que hacía guerra a sus contrarios,
determinó de ir a verlo y ser su amigo y hermano, y favorecerlo en
su conquista con los españoles que con él venían. Y mandó que le
diesen de comer a él y a los que con él venían. Y todo lo que
hubiesen menester, y fuesen bien aposentados, como embajadores de
tan gran señor; y después que hubieron reposado, los mandó venir
ante sí, y que si querían volver o reposar allí algún día, que
hiciesen a su voluntad. El mensajero dijo que quería volver con la
respuesta a su señor. El Gobernador le dijo: Dirásle de mi parte lo
que te he dicho, que no pararé en algún pueblo del camino por llegar
presto a verme con él». Y diole una camisa, y otras cosas de
Castilla para que le llevase. Partido este mensajero, el Gobernador
se detuvo allí dos días, porque la gente que había venido de Caxas
venía fatigada del camino. Y entre tanto escribió a los vecinos del
pueblo de Sant Miguel la relación que de la tierra se tenía y las
nuevas de Atabaliba, y les envió las dos fortalezas y ropas de lana
de la tierra que de Caxas trujeron (que es cosa de ver en España la
obra y primeza della, que más se juzgara ser seda que de lana, con
muchas labores y figuras de oro de martillo, muy bien asentado en la
ropa). Como el Gobernador hubo despachado estos mensajeros para el
pueblo de Sant Miguel, él se partió, y anduvo tres días sin hallar
pueblo ni agua, más de una fuente pequeña, de donde con trabajo se
proveyó, Al cabo de tres días llegó a una gran plaza cercada, en la
cual no halló gente. Súpose que es de un cacique señor de un pueblo
que se dice Copiz, que está cerca de allí en un valle, y que aquella
fortaleza está despoblada porque no tenía agua. Otro día madrugó el
Gobernador con la luna, porque había gran jornada hasta llegar a
poblado; a mediodía llegó a una casa cercada con muy buenos
aposentos, de donde le salieron a recebir algunos indios; y porque
allí no había agua ni mantenimientos, se fue dos leguas de allí al
pueblo del cacique; llegando allá, mandó que la gente se aposentase
junta en cierta parte dél. Allí supo el Gobernador de los
principales indios de aquel pueblo, que se llama Motux, que el
cacique dél estaba en Caxamalca y que había llevado trescientos
hombres de guerra; hallóse allí un capitán puesto por Atabaliba.
Allí reposó el Gobernador cuatro días, y en ellos vio alguna parte
de la población deste cacique, que pareció tener mucha en un valle
abundoso. Todos los pueblos que hay de allí hasta el pueblo de Sant
Miguel están en valles, y asimesmo todos aquellos de que se tiene
noticia que hay hasta el pie de la sierra que está cerca de
Caxamalca. Por este camino toda la gente tiene una mesma manera de
vivir. Las mujeres visten una ropa larga que arrastra por el suelo,
como hábito de mujeres de Castilla. Los hombres traen unas camisas
cortas; es gente sucia, comen carne y pescado todo crudo; el maíz
comen cocido y tostado. Tienen otras suciedades de sacrificios y
mezquitas, a las cuales tienen en veneración. Todo lo mejor de sus
haciendas ofrescen en ellas. Sacrifican cada mes a sus propios
naturales y hijos, y con la sangre dellos, untan las caras a los
ídolos y las puertas a las mezquitas, y echan della encima de las
sepolturas de los muertos. Y los mesmos de quien hacen sacrificio se
dan de voluntad a la muerte, riendo y bailando y cantando; y ellos
la piden después que están hartos de beber, antes que les corten las
cabezas, también sacrifican ovejas. Las mezquitas son diferenciadas
de las otras casas, cercadas de piedra y de tapia muy bien labradas,
asentadas en lo más alto de los pueblos. En Túmbez y en estas
poblaciones usan un traje y tienen los mesmos sacrificios. Siembran
de regadío en las vegas de los ríos, repartiendo las aguas en
acequias; cogen mucho maíz y otras semillas y raíces que comen; en
esta tierra llueve poco.
El Gobernador caminó dos días por unos valles muy poblados,
durmiendo a cada jornada en casas fuertes cercadas de tapias; los
señores destos pueblos dicen que el Cuzco viejo posaba en estas
casas cuando iba camino. La gente desta tierra salía de paz. Otro
día caminó por una tierra arenosa y seca, hasta que llegó a otro
valle bien poblado por el cual pasa un río furioso grande; y porque
iba crecido: el Gobernador durmió de aquella parte, y mandó a un
capitán que lo pasase a nado con algunos que sabían nadar; y que
fuese a los pueblos de la otra parte, porque no viniese gente a
estorbar el paso. El capitán Hernando Pizarro pasó, y los indios de
un pueblo que está a la otra parte vinieron a él de paz, y
aposentóse en una fortaleza cercada, y como viese que estaban
alzados los indios de los pueblos, que aunque algunos indios
salieron a él de paz, todos los pueblos estaban yermos y la tropa
alzada. Él les preguntó por Atabaliba, si sabían que esperaba de paz
o de guerra a los christianos; y ninguno le quiso decir verdad, por
temor que tenían de Atabaliba, hasta que tomado aparte un principal,
y atormentado, dijo que Ataliba esperaba de guerra con su gente en
tres partes, la una al pie de la sierra y otra en lo alto, y otra en
Caxamalca, con mucha soberbia, diciendo que ha de matar a los
christianos; lo cual dijo este principal que él lo había oído. Otro
día por la mañana lo hizo saber el capitán al Gobernador. Luego
mandó el Gobernador cortar árboles de la una parte y de la otra del
río, con que la gente y fardaje pasase; y fueron hechos tres
pontones, por donde en todo aquel día pasó la hueste y los caballos
a nado. En todo esto trabajó el Gobernador mucho hasta ser pasada la
gente; y como hubo pasado, se fue a aposentar a la fortaleza donde
el capitán estaba; y mandó llamar a un cacique, del cual supo que
Atabaliba estaba delante de Caxamalca en Guamachuco, con mucha gente
de guerra, que serían cincuenta mil hombres. Como el Gobernador oyó
tanto número de gente, creyendo que erraba el cacique en la cuenta,
informóse de su manera de contar, y supo que cuentan de uno hasta
diez, y de diez hasta ciento, y de diez cientos hacen mil, y cinco
dieces de millares era la gente que Atabaliba tenía. Este cacique de
quien el Gobernador se informó es el principal de los de aquel río;
el cual dijo que al tiempo que vino Atabaliba por aquella tierra, él
se había escondido por temor. Y corno no lo halló en sus pueblos, de
cinco mil indios que tenía, le mató los cuatro mil, y le tomó
seiscientas mujeres y seiscientos mochachos para repartir entre su
gente de guerra. Y dijo que el cacique señor de aquel pueblo y
fortaleza donde estaba se llama Cinto, y que estaba con Atabaliba.
Aquí reposó el Gobernador y su gente cuatro días; y un día
antes que hubiese de partir habló con un indio principal de la
provincia de Sant Miguel, y le dijo si se atrevía a ir a Caxamalca
por espía y traer aviso de lo que hobiese en la tierra. El indio
respondió: No osaré ir por espía; mas iré por tu mensajero a hablar
con Atabaliba, y sabré si hay gente de guerra en la sierra, y el
propósito que tiene Atabaliba». El Gobernador le dijo que fuese como
quisiese; y que si en la sierra hobiese gente (como allí habían
sabido) que le enviase aviso con un indio de los que consigo
llevaba. Y que hablase con Atabaliba y su gente, y les dijese el
buen trata miento que él y los christianos hacen a los caciques de
paz, y que no hacen guerra sino a los que se ponen en ella. Y que de
todo les dijese verdad, según lo que había visto. Y que si Atabaliba
quisiese ser bueno, que él sería su amigo y hermano y le favorecería
y ayudaría en su guerra. Con esta embajada se partió aquel indio, y
el Gobernador prosiguió su viaje por aquellos valles, hallando cada
día pueblo con su casa cercada como fortaleza, y en tres jornadas
llego a un pueblo que está al pie de la sierra, dejando a la mano
derecha el camino que había traído, porque aquel va siguiendo por
aquellos valles la vía de a Chincha, y este otro va a Caxamalca
derecho; el cual camino se supo que iba hasta Chincha poblado de
buenos pueblos, y viene desde el río de Sant Miguel, hecho de
calzada, cercado de ambas partes de tapia, que dos carretas pueden
ir por él a la par, y de Chincha va al Cuzco, y en mucha parte dél
van árboles de una parte y otra, puestos a mano para que hagan
sombra al camino. Este camino se hizo para el Cuzco viejo, por donde
venía a visitar su tierra; y aquellas casas cercadas eran sus
aposentos. Algunos de los christianos fueron de parecer que fuese el
Gobernador con ellos por aquel camino a Chincha, porque por el otro
camino había una mala sierra de pasar antes de llegar a Caxamalca; y
en ella había gente de guerra de Atabaliba; y yendo por allí se les
podía seguir algún detrimento. El Gobernador respondió que ya tenía
noticia Atabaliba que él iba en su demanda desde que partió del río
de Sant Miguel; que si dejasen aquel camino, dirían los indios que
no osaban ir a ellos, y tomarían más soberbia de la que tenían; por
lo cual y por otras muchas causas, dijo que no se había de dejar el
camino comenzado, y ir a do quiera que Atabaliba estuviese, que
todos se animasen a hacer como dellos esperaba; que no les pusiese
temor la mucha gente que decían que tenía Atabaliba; que aunque los
christianos fuesen menos, el socorro de nuestro Señor es suficiente
para que ellos desbaratasen a los contrarios y los hacer venir en
conoscimiento de nuestra fe cathólica; como cada día se ha visto
hacer nuestro Señor milagro en otras mayores necesidades, que así lo
haría en la presente, pues iban con buena intención de atraer
aquellos infieles al conoscimiento de la verdad, sin les hacer mal
ni daño, sino a los que quisieren contradecirlo y ponerse en armas.
Hecho este razonamiento por el Gobernador, todos dije ron que
fuese por el camino que le pareciese que más con venía; que todos le
seguirían con mucho ánimo; y al tiempo del efecto vería lo que cada
uno hacía. Llegados al pie de la sierra, reposaron un día para dar
orden en la subida. Habido su acuerdo el Gobernador con personas
experimentadas, determinó dejar la retaguarda y fardaje, y tomó
consigo cuarenta de caballo y sesenta de pie; y los demás dejó con
un capitán, y mandóle que fuese en su seguimiento muy
concertadamente; y que él le avisaría de lo que hobiese de hacer.
Con este concierto comenzó a subir el Gobernador; los caballeros
llevaban sus caballos de diestro, hasta que a mediodía llegaron a
una fortaleza cercada, que está encima de una sierra en un mal paso,
que con poca gente de christianos se guardaría a una gran hueste,
porque era tan agro, que por partes había que subían como por
escaleras; y no había otra parte por do subir sino por sólo aquel
camino, Subióse este paso sin que alguna gente lo defendiese; esta
fortaleza está cercada de piedra, asentada sobre una sierra cercada
de peña tajada. Allí paró el Gobernador a descansar y a comer. Es
tanto el frío que hace en esta sierra, que, como los caballos venían
hechos al calor que en los valles hacía, algunos dellos se
resfriaron. De allí fue el Gobernador a dormir a otro pueblo; y hizo
mensajero a los que atrás venían, haciéndoles saber que seguramente
podían subir aquel paso; que trabajasen por venir a dormir a la
fortaleza. El Gobernador se aposentó aquella noche en aquel pueblo
en una casa fuerte, cercada de piedra labrada de cantería, tan ancha
la cerca como cualquier fortaleza de España, con sus puertas; que si
en esta tierra hobiese los maestros y herramientas de España no
pudiera ser mejor labrada la cerca. La gente deste pueblo era
alzada, excepto algunas mujeres y pocos indios; de los cuales mandó
el Gobernador a un capitán que tomase dos de los más principales, y
les preguntase a cada uno por sí de las cosas de aquella tierra y
dónde estaba Atabaliba, si esperaba de paz o de guerra. El capitán
supo dellos cómo había tres días que Atabaliba era venido a
Caxamalca y que tenía consigo mucha gente; que no sabían lo que
quería hacer; que siempre habían oído que quería paz con los
christianos, y que la gente deste pueblo estaba por Atabaliba. Ya
que el sol se quería poner llegó un indio de los que había llevado
el indio que fue por mensajero, y dijo que le había enviado el
principal indio que iba por mensajero desde cerca de Caxamalca,
porque allí había encontrado dos mensajeros de Atabaliba que venían
atrás, que otro día llegarían; y que Atabaliba estaba en Caxamalca,
y que él no quiso parar hasta ir a hablar a Atabaliba, y que él
volvería con la respuesta; y que en el camino no había hallado gente
de guerra. Luego el Gobernador hizo saber todo esto por su carta al
capitán que había quedado con el fardaje, y que otro día caminaría
pequeña jornada por esperalle, y de allí caminaría toda la gente
junta. Otro día por la mañana caminó el Gobernador con su gente,
subiendo todavía la sierra, y paró en lo alto della en un llano
cerca de unos arroyos de agua, para esperar a los que atrás venían.
Los españoles se aposentaron en sus toldos de algodón que traían,
haciendo fuegos por se defender del gran frío que en la sierra
hacía; que en Castilla en tierra de campos no hace mayor frío que en
esta sierra; la cual es rasa de monte, toda llena de una yerba como
esparto corto; algunos árboles hay adrados. Las aguas son tan frías,
que no se pueden beber sin calentarse. Dende a poco rato que el
Gobernador había aquí reposado llegó la retaguarda, y por otra parte
los mensajeros que Atabaliba enviaba, los cuales traían diez ovejas.
Llegados ante el Gobernador, y hecho su acatamiento, dijeron que
Atabaliba enviaba aquellas ovejas para los christianos y para saber
el día que llegarían a Caxamalca, para les enviar comida al camino.
El Gobernador los recibió bien, y les dijo que se holgaba con su
venida por enviarlos su hermano Atabaliba; que él iría lo más presto
que pudiese. Después que hobieron comido y reposado, el Gobernador
les preguntó de las cosas de la tierra y de las guerras que tenía
Atabaliba. El uno dellos respondió que cinco días había que
Atabaliba estaba en Caxamalca para esperar allí al Gobernador, y que
no tenía consigo sino poca gente, que la había enviado a dar guerra
al Cuzco, su hermano. Preguntóle el Gobernador en particular lo que
había pasado en todas aquellas guerras, y cómo comenzó a conquistar.
El indio dijo: «mi Señor Atabaliba es hijo del Cuzco vicio, que es
ya fallecido, el cual señoreó todas estas tierras; y a éste su hijo
Atabaliba dejó por señor de una gran provincia que está adelante de
Tomipunxa, la cual se dice Guito; y a otro su hijo mayor dejó todas
las otras tierras y señorío principal; y por sucesor del señorío se
llama Cuzco, como su padre. Y no contento con el señorío que tenía,
vino a dar guerra a su hermano Atabaliba, el cual le envió
mensajeros rogándole que le dejase pacíficamente en lo que su padre
le había dejado por herencia. Y no lo queriendo hacer el Cuzco, mató
a sus herederos y a un hermano de los dos que fue con la embajada.
Visto esto por Atabaliba, salió a él con mucha gente de guerra hasta
llegar a la provincia de Tumipomba, que era del señorío de su
hermano; y por defendérsele la gente, quemó el pueblo principal de
aquella provincia y mató toda la gente. Allí le vinieron nuevas que
su hermano había entrado en su tierra haciendo guerra, y fue sobre
él. Como el Cuzco supo su venida, fuese huyendo a su tierra.
Atabaliba fue conquistando las tierras del Cuzco, sin que algún
pueblo se le defendiese, porque sabían el castigo que en Tumepomba
hizo, y de todas las tierras que señoreaba se rehacía de gente de
guerra. Y como llegó a Caxamalca, parecióle la tierra abundosa, y
asentó allí para acabar de conquistar toda la otra tierra de su
herma no. Y envió con un capitán dos mil hombres de guerra sobre la
ciudad donde su hermano reside; y como su hermano tenía mucho número
de gente, matóle estos dos mil hombres; y Atabaliba tornó a enviar
más gente con dos capitanes, seis meses ha; y de pocos días acá le
han venido nuevas destos dos capitanes, que han ganado toda la
tierra del Cuzco hasta llegar a su pueblo, y han desbaratado a él y
a su gente, y traen presa su persona, y le tomaron mucho oro y
plata. El Gobernador dijo al mensajero: «Mucho he holgado de lo que
me has dicho, por saber de la victoria de tu señor; porque no
contento su hermano con lo que tenía, quería abajar a tu señor del
estado en que su padre le había dejado. A los soberbios les acaece
como al Cuzco; que no solamente no alcanzan lo que malamente desean,
pero aun ellos quedan perdidos en bienes y personas». Y creyendo el
Gobernador que todo lo que este indio había dicho era de parte de
Atabaliba, por poner temor a los christianos y dar a entender su
poderío y destreza, dijo al mensajero: Bien creo que lo que has
dicho es así, porque Atabaliba es gran señor, y tengo nuevas que es
buen guerrero; más hágote saber que mi señor el Emperador, que es
rey de las Españas y de todas las Indias y Tierra-Firme, y señor de
todo el mundo, tiene muchos criados mayores que Atabaliba, y
capitanes suyos han vencido y prendido a muy mayores señores que
Atabaliba y su hermano y su padre. Y el Emperador me envió a estas
tierras a traer a los moradores dellas en conoscimiento de Dios y en
su obediencia, y con estos pocos christianos que conmigo vienen he
yo desbaratado mayores señores que Atabaliba. Si él quisiere mi
amistad y recibirme de paz, como otros señores han hecho, yo le seré
buen amigo y le ayudaré en su conquista, y se quedará en su estado;
porque yo voy por estas tierras de largo hasta descubrir la otra
mar. Y si quisiere guerra, yo se la haré como la he hecho al cacique
de la isla de Santiago y al de Túmbez, y a todos los demás que
conmigo la han querido; que yo a ninguno hago guerra ni enojo si él
no lo busca». Oídas estas cosas por los mensajeros, estuvieron un
rato como atónitos, que no hablaron, oyendo que tan pocos españoles
hacían tan grandes hechos. Y de ahí a poco dijeron que se querían ir
con la respuesta a su señor y decille que los christianos irían
presto, porque les enviase refresco al camino. El Gobernador los
despidió. Otro día por la mañana tomó el camino todavía por la
sierra, y en unos pueblos que en un valle halló fue a dormir aquella
noche. Luego que el Gobernador allí llegó, vino el principal
mensajero que Atabaliba había primero enviado con el presente de las
fortalezas que vino a Caran por la vía de Caxas. El Gobernador
mostró holgarse mucho con él, y le preguntó que tal quedaba
Atabaliba; el respondió que bueno, y le enviaba con diez ovejas que
traía para los christianos, y habló muy desenvueltamente; en sus
razones parecía hombre vivi. Como hubo hecho su razonamiento,
preguntó el Gobernador a las lenguas qué decía. Dijeron que lo mesmo
que había dicho el otro mensajero el día antes, y otras muchas
razones alabando el gran estado de su señor, y la gran pujanza de su
hueste, y asegurando y certificando al Gobernador que Atabaliba le
recibiría de paz y lo quería tener por amigo y hermano. El
Gobernador le respondió muy buenas palabras, como al otro había
respondido. Este embajador traía servicio de señor y cinco o seis
vasos de oro fino, con que bebía; y con ellos daba de beber a los
españoles de la chicha que traía, y dijo que el Gobernador se quería
ir hasta Caxamalca.
Otro día por la mañana se partió el Gobernador y caminó por
sierras como primero, y llegó a unos pueblos de Atabaliba, adonde
reposó un día. Otro día vino allí el mensajero que había enviado el
Gobernador a Atabaliba, que era un principal indio de la provincia
de Sant Miguel; y viendo al mensajero de Atabaliba, que presente
estaba, arremetió contra él; y trabóle de las orejas tirando
reciamente, hasta que el Gobernador mandó que lo soltase, que
dejándolos, hubiera entre ellos mala escaramuza. Preguntóle el
Gobernador por qué había hecho aquello al mensajero de su hermano
Atabaliba; él dijo: «Este es un gran bellaco, llevador de Atabaliba,
y viene aquí a decir mentiras, mostrando ser persona principal; que
Atabaliba está de guerra fuera de Caxalmaca en el campo, y tiene
mucha gente; que yo hallé el pueblo sin gente; y de ahí fui a las
tiendas, y vi que tiene mucha gente y ganado y muchas tiendas; y
todos están a punto de guerra. A mí me quisieron matar, si no porque
les dije que si me mataban, matarían acá a los embajadores de allá,
y que hasta que yo volviese no los dejaría ir; y con esto me
dejaron. Y no me quisieron dar de comer, sino que me rescatase.
Díjeles que me dejasen ver a Atabaliba, y decirle mi embajada; y no
quisieron, diciendo que estaba ayunando y no podía hablar con nadie.
Un tío suyo salió a hablar con migo y yo le dije que yo era tu
mensajero y todo lo que más mandaste que yo dijese. Él me preguntó
qué gente son los christianos y qué armas traen. Yo le dije que son
valientes hombres y muy guerreros; y que traen caballos que corren
como viento, y los que van en ellos llevan unas lanzas largas y con
ellas matan a cuantos hallan, porque luego en dos saltos los
alcanzan. Y los caballos con los pies y bocas matan muchos. Los
christianos que andan a pie dije que son muy sueltos, y traen en un
brazo una rodela de madera con que se defienden y jubones fuertes
colchados de algodón y unas espadas muy agudas que cortan por ambas
partes de cada golpe un hombre por medio, y a una oveja llevan la
cabeza, y con ella cortan todas las armas que los indios tienen; y
otros traen ballestas que tiran de lejos, que de cada saetada matan
un hombre; y tiros de pólvora que tiran pelo tas de fuego que matan
mucha gente. Ellos dijeron que todo es nada; que los christianos son
pocos y los caballos no traen armas, que luego los matarán con sus
lanzas. Yo dije que tienen los cueros duros, que sus lanzas no los
podrán pasar, y dijeron que de los tiros de fuego no tienen temor,
que no traen los christianos más de dos. Al tiempo que me quería
venir les rogué que me dejasen ver a Atabaliba, pues sus mensajeros
ven y hablan al Gobernador, que es mejor que él; y no me quisieron
dejar hablar con él, y así me vine. Pues mirad si tengo razón de
matar a éste; porque siendo un llevador de Atabaliba (como me han
dicho que es), habla contigo y come a tu mesa; y a mí que soy hombre
principal, no me quisieron dejar hablar con Atabaliba ni darme de
comer. Y con buenas razones me defendí que no me mataron». El
mensajero de Atabaliba respondió muy atemorizado de ver que el otro
indio hablaba con tanto atrevimiento; y dijo que si no había gente
en el pueblo de Caxamalca, era por dejar las casas vacías en que los
christianos se aposentasen: y «Atabaliba está en el campo porque así
lo tiene de costumbre después que comenzó la guerra, y si no te
dejaron hablar con Atabaliba, fue porque ayunaba como tiene de
costumbre; y no te lo dejaron ver, porque los días que ayuna está
retraído y ninguno le habla en aquel tiempo; y ninguno osaría
hacerle saber que tú estabas allí; que si él lo supiera él te
hiciera entrar y dar de comer». Otras muchas razones dijo,
asegurando que Atabaliba estaba esperando de paz. Si todos los
razonamientos que entre este indio y el Gobernador pasaron se
hobiesen de escrebir por extenso, sería hacer gran escritura, y por
abreviar va en suma. El Gobernador dijo que bien creía que era así
como él decía; porque no tenía menos confianza de su hermano
Atabaliba. Y no dejó de le hacer tan buen trata miento de ahí
adelante como antes; riñendo con el indio su mensajero, dando a
entender que le pesaba porque le había maltratado en su presencia;
teniendo en lo secreto por cierto que era verdad lo que su indio
había dicho, por el conocimiento que tenía de las cautelosas mañas
de los indios.
Otro día partió el Gobernador, y fue a dormir a un llano de
cavana por llegar otro día a mediodía a Caxamalca, que decían que
estaba cerca. Allí vinieron mensajeros de Atabaliba con comida para
los christianos. Otro día en amaneciendo partió el Gobernador con su
gente puesta en orden, y anduvo hasta una legua de Caxamalca, donde
esperó que se juntase la retaguarda; y toda la gente y caballos se
armaron; y el Gobernador los puso en concierto para la entrada del
pueblo, y hizo tres haces de los españoles de pie y de caballo. Con
esta orden caminó, enviando mensajeros a Atabaliba que viniese allí
al pueblo de Caxamalca para verse con él. Y en llegando a la entrada
de Caxamalca, vieron estar el real de Atabaliba una legua de
Caxamalca, en la halda de una sierra. Llegó el Gobernador a este
pueblo de Caxamalca viernes ahora de vísperas, que se contaron
quince días de noviembre año de 1532. En medio del pueblo está una
plaza grande cercada de tapias y de casas de aposento, y por no
hallar el Gobernador gente, reparó en aquella plaza, y envió un
mensajero a Atabaliba haciéndole saber cómo era llegado; que viniese
a verse con él y a mostrarle dónde se aposentase. Entre tanto mandó
ver el pueblo; porque si hobiese otra mejor fuerza asentase allí el
real; y mandó que estuviesen todos en la plaza, y los de caballo sin
apearse hasta ver si Atabaliba venía; y visto el pueblo no se
hallaron mejores aposentos que la plaza. Este pueblo que es el
principal de este valle, está asentado en la halda de una sierra;
tiene una legua de tierra llana; pasan por este valle dos ríos; este
valle va llano mucha tierra, poblado de una parte y de otra cercado
de sierras. Este pueblo es de dos mil vecinos; a la entrada dél hay
dos puentes, porque por allí pasan dos ríos. La plaza es mayor que
ninguna de España, toda cercada con dos puertas que salen a las
calles del pueblo. Las casas della son de más de doscientos pasos en
largo. Son muy bien hechas, cercadas de tapias fuertes, de altura de
tres estados. Las paredes y el techo cubierto de paja y madera
asentada sobre las paredes. Están dentro destas casas unos aposentos
repartidos en ocho cuartos muy mejor hechos que ninguno de los
otros. Las paredes dellos son de piedra de cantería muy bien
labradas, y cercados estos aposentos por sí con su cerca de cantería
y sus puertas, y dentro en los patios sus pilas de agua traída de
otra parte por caños para el servicio destas casas. Por la delantera
desta plaza a la parte del campo, está encorporada en la plaza una
fortaleza de piedra con una escalera de cantería, por donde suben de
la plaza a la fortaleza; por la delantera della a la parte del
campo, está otra puerta falsa pequeña, con otra escalera angosta,
sin, salir de la cerca de la plaza. Sobre este pueblo, en la ladera
de la sierra, adonde comienzan las casas dél, está otra fortaleza
asentada en un peñol, la mayor parte dél tajado. Esta es mayor que
la otra, cercada de tres cercas, hecha subida como caracol. Fuerza
son que entre indios no se han visto tales. Entre la sierra y esta
plaza grande está otra plaza más pequeña, cercada toda de aposentos;
en ellos había muchas mujeres para servicio de Atabaliba. Antes de
entrar en este pueblo hay una casa cercada de un corral de tapias, y
en él arboleda puesta por mano. Esta casa dicen que es del sol,
porque en cada pueblo hacen sus mezquitas al sol. Otras muchas
mezquitas hay en este pueblo, y en toda esta tierra las tienen en
veneración; cuando entran en ellas se quitan los zapatos a la
puerta. La gente de todos estos pueblos después que se subió a la
sierra, hace ventaja a toda la otra que queda atrás, porque es gente
limpia y de mejor razón. Y las mujeres muy honestas; traen sobre la
ropa las mujeres unas reatas muy labradas, fajadas por la barriga;
sobre esta ropa traen cubierta una manta desde la cabeza hasta media
pierna, que parece mantillo de mujer. Los hombres visten camisetas
sin mangas y unas mantas cubiertas. Todas en sus casas tejen lana y
algodón, y hacen la ropa que es menester, y calzado para los
hombres, de lana y algodón, hecho como zapatos. Como el Gobernador
hubo estado con los españoles gran rato en esta plaza esperando que
Atabaliba viniese o enviase darle aposento, y como vio que se hacía
ya tarde, envió un capitán con veinte de caballo a hablar a
Atabaliba y a decir que viniese a hablar con él al cual mandó que
fuese pacíficamente sin trabar contienda con su gente, aunque ellos
la quisiesen; que lo mejor que pudiese llegase a hablarle, y
volviese con la respuesta. Este capitán llegaría al medio camino
cuando el Gobernador subió encima de la fortaleza y delante de las
tiendas vio en el campo gran número de gente; y porque los
christianos que habían ido, no se viesen en detrimento si les
quisiesen ofender, para que pudiesen más a su salvo salirse de entre
ellos y defenderse, envió otro capitán hermano suyo con otros veinte
de a caballo; al cual mandó que no consintiese que hiciesen ningunas
voces. Desde a poco rato comenzó a llover y caer granizo, y el
Gobernador mandó a los christianos que se aposentasen en los
aposentos del palacio, y el capitán de la artillería con los tiros
en la fortaleza. Estando en esto vino un indio de Atabaliba a decir
al Gobernador que se aposentase donde quisiese, con tanto que no se
subiese en la fortaleza de la plaza; que él no podía venir por
entonces porque ayunaba. El Gobernador le respondió que así lo
haría, y que había enviado a su hermano a le rogar que viniese a
verse con él, porque tenía mucho deseo de le ver y conocer por las
buenas nuevas que dél tenía. Con esta respuesta se volvió este
mensajero; y el capitán Hernando Pizarro con los christianos volvió
en anocheciendo. Venidos ante el Gobernador, dijeron que en el
camino habían hallado un mal paso en una ciénaga que de antes
parecía ser hecho de calzada, porque desde este pueblo va todo el
camino ancho hecho de calzada de piedra y tierra hasta el real de
Atabaliba; y como la calzada iba sobre los malos pasos, la rompieron
sobre aquel mal paso, y que lo pasaron por otra parte; y que antes
de llegar al real pasaron dos ríos; y por delante pasa un río, y los
indios pasan por una puente; y que desta parte está el real cercado
de agua, y que el capitán que primero fue dejó la gente desta parte
del río, porque la gente no se alborotase; y no quiso pasar por la
puente porque no se hundiese su caballo, y pasó por el agua llevando
consigo la lengua, y pasó por entre un escuadrón de gente que estaba
en pie; y llegado al aposento de Atabaliba, en una plaza había
cuatrocientos indios que parecían gente de guarda; y el tirano
estaba a la puerta de su aposento sentado en un asiento bajo; y
muchos indios delante dél, y mujeres en pie, que cuasi lo rodeaban;
y tenía en la frente una borla de lana que parecía seda, de color de
carmesí, de anchor de dos manos, asida de la cabeza con sus
cordones, que le bajaba hasta los ojos; la cual le hacía mucho más
grave de lo que él es. Los ojos puestos entierra, sin los alzar a
mirar a ninguna parte; y como el capitán llegó ante él, le dijo por
la lengua o faraute que era un capitán del Gobernador, y que le
enviaba a lo ver y decir de su parte el mucho deseo que tenía de su
vista; que si le pluguiese de le ir a ver se holgaría el Gobernador;
y que otras razones le dijo, a las cuales no le respondió, ni alzó
la cabeza a le mirar, sino un principal suyo respondía a lo que el
capitán hablaba. En esto llegó el otro capitán adonde el primero
había dejado la gente y preguntóles por el capitán. Dijéronle que
hablaba con el cacique. Dejando allí la gente, pasó el río, y
llegando cerca de donde Atabaliba estaba, dijo el capitán que con él
estaba: «Este es un hermano del Gobernador, háblale, que viene a
verte.» Entonces alzó los ojos el cacique y dijo: «Mayzabilica, un
capitán que tengo en el río de Turicara me envió a decir cómo
tratábades mala los caciques, y los echábades en cadenas; y me envió
una collera de hierro, y dice que él mató tres christianos y un
caballo. Pero yo huelgo de ir mañana a ver al Gobernador y ser amigo
de los christianos, porque son buenos».Hernando Pizarro respondió:
«Mayzabilica es un bellaco, y a él y a todos los indios de aquel río
matara un solo christiano; ¿cómo podía él matar christianos ni
caballo, siendo todos ellos unos gallinas? El Gobernador ni los
christianos no tratan mal a los caciques si no quieren guerra con
él, porque a los buenos que quieren ser sus amigos los trata muy
bien, y a los que quieren guerra se la hace hasta destruirlos; y
cuando tú vieres lo que hacen los christianos ayudándote en la
guerra contra tus enemigos, conoscerás cómo Mazaybilicate mintió».
Atabaliba dijo: «Un cacique no me ha querido obedecer; mi gente irá
con vosotros, y haréisle guerra». Hernando Pizarro respondió: «Para
un cacique por mucha gente que tenga, no es menester que vayan tus
indios, sino diez christianos a caballo lo destruirán». Atabaliba se
rió y dijo que bebiesen; los capitanes dijeron que ayunaban, por
defenderse de beber su brebaje. Importunados por él, lo aceptaron.
Luego vinieron mujeres con vasos de oro, en que traían chicha de
maíz. Como Atabaliba las vido, alzó los ojosa ellas sin les decir
palabra, se fueron presto, y volvieron con otros vasos de oro
mayores, y con ellos les dieron a beber. Luego se despidieron,
quedando Atabaliba de ir a ver al Gobernador otro día por la mañana.
Su real estaba asentado en la falda de una serrezuela; y las
tiendas, que eran de algodón, tomaban una legua de largo; en medio
estaba la de Atabaliba. Toda la gente estaba fuera de sus tiendas en
pie, y las armas hincadas en el campo, que son unas lanzas largas
como picas. Parecióles que había en el real más de treinta mil
hombres. Cuando el Gobernador supo lo que había pasado mandó que
aquella noche hobiese buena guarda en el real, y mandó a su capitán
general que requiriese las guardas, y que las rondas anduviesen toda
la anoche alrededor del real; lo cual así se hizo. Venido el día
sábado, por la mañana llegó al Gobernador un mensajero de Atabaliba
y le dijo de su parte: «Mi señor te envía a decir que quiere venir a
verte, y traer su gente armada, pues tú enviaste la tuya ayer
armada; y que le envíes un christiano con quien venga». El
Gobernador respondió: «Di a tu señor que venga en hora buena como
quisiere; que de la manera que viniere lo recebiré como amigo y
hermano; y que no le envío christiano porque no se usa entre
nosotros enviar lo de un señor a otro». Con esta respuesta se partió
el mensajero; el cual en siendo llegado al real, las atalayas vieron
venir la gente. Dende a poco rato vino otro mensajero, y dijo al
Gobernador: «Atabaliba te envía a decir que no querría traer su
gente armada; porque aunque viniesen con él, muchos vernían sin
armas, porque los quería traer consigo y aposentarlos en este
pueblo; y que le aderezasen un aposento de los desta plaza, donde él
pose, que sea una casa que se dice de la Sierpe, que tiene dentro
una sierpe de piedra». El Gobernador respondió que así se haría; que
viniese presto; que tenía deseo de verle. En poco rato vieron venir
el campo lleno de gente, reparándose a cada paso, esperando a la que
salía del real. Hasta la tarde duró el venir de la gente por el
camino; venían repartidos en escuadrones. Pasados todos los malos
pasos, asentaron en el campo cerca del real de los christianos, y
todavía salía gente del real de los indios. Luego el Gobernador
mandó secretamente a todos los españoles que se armasen en sus
posadas y tuviesen los caballos ensillados y enfrenados, repartidos
en tres capitanías sin que ninguno saliese de su posada a la plaza;
y mandó al capitán de la artillería que tuviese los tiros asentados
hacia el campo de los enemigos, y cuando fuese tiempo les pusiese
fuego. En las calles por do entran a la plaza puso gente en celada;
y tomó consigo veinte hombres de pie, y con ellos estuvo en su
aposento, porque con él tuviesen cargo de prender la persona de
Atabaliba si cautelosamente viniese, como parecía que venía, con
tanto número de gente como con él venía. Y mandó que fuese tomado a
vida; y a todos los demás mandó que ninguno saliese de su posada,
aunque viesen entrar a los contrarios en la plaza, hasta que oyesen
soltar el artillería. Y que él ternía atalayas, y viendo que venía
de ruin arte, avisaría cuando hobiesen de salir; y saldrían todos de
sus aposentos, y los de caballo en sus caballos, cuando oyesen
decir: «Santiago».
Con este concierto y orden que se ha dicho estuvo el Gobernador
esperando que Atabaliba entrase, sin que en la plaza paresciese
algún christiano, excepto el atalaya quedaba aviso de lo que pasaba
en la hueste. El Gobernador y el Capitán General andaban requiriendo
los aposentos de los españoles, viendo cómo estaban apercebidos para
salir cuando fuesen menester, diciéndoles a todos que hiciesen de
sus corazones fortalezas, pues no tenían otras, ni otro socorro sino
el de Dios, que socorre en las mayores necesidades a quien anda en
su servicio. Y aunque para cada christiano había quinientos indios,
que tuviesen el esfuerzo que los buenos suelen tener en semejantes
tiempos, y que esperasen que Dios pelearía por ellos; y que al
tiempo del acometer fuesen con mucha furia y tiento, y rompiesen sin
que los de caballo se encontrasen unos con otros. Estas y semejantes
palabras decían el Gobernador y el Capitán Generala los christianos
para los animar: los cuales estaban con voluntad de salir al campo
más que de estar en sus posadas. En el ánimo de cada uno parecía que
haría por ciento; que muy poco temor les ponía ver tanta gente.
Viendo el Gobernador que el sol se iba a poner, y que Atabaliba
no levantaba de donde había reparado, y que todavía venía gente de
su real, envióle a decir con un español que entrase en la plaza y
viniese a verlo antes que fuese de noche. Como el mensajero fue ante
Atabaliba hízole acatamiento, y por señas le dijo que fuese donde el
Gobernador estaba. Luego él y su gente comenzaron a andar, y el
Español volvió delante, y dijo al Gobernador que ya venía, y que la
gente que traía en la delantera traían armas secretas debajo de las
camisetas, que eran jubones de algodón fuertes, y talegas de piedras
y hondas; y que le parecía que traían ruin intención. Luego la
delantera de la gente comenzó a entrar en la plaza; venía delante un
escuadrón de indios vestidos de una librea de colores a manera de
escaques; éstos venían quitando las pajas del suelo y barriendo el
camino. Tras éstos venían otras tres escuadras vestidos de otra
manera, todos cantando y bailando. Luego venía mucha gente con
armaduras, patenas y coronas de oro y plata. Entre éstos venía
Atabaliba en una litera aforrada de pluma de papagayos de muchas
colores, guarnecida de chapas de oro y plata.
Traíanle muchos indios sobre los hombros en alto, y tras desta
venían otras dos literas y dos hamacas, en que venían otras personas
principales.. Luego venía mucha gente en escuadras con coronas de
oro y plata. Luego que los primeros entraron en la plaza,
apartáronse y dieron lugar a los otros. En llegando Atabaliba en
medio de la plaza, hizo que todos estuviesen quedos, y la litera en
que él venía y las otras en alto: no cesaba de entrar gente en la
plaza. De la delantera salió un capitán, y subió en la fuerza de la
plaza, donde estaba el artillería, y alzó dos veces una lanza a
manera de seña. El Gobernador, que esto vio, dijo al padre fray
Vicente que si quería ir a hablar a Atabaliba con un faraute; él
dijo que sí, y fue con una cruz en la mano y con la Biblia en la
otra, y entró por entre la gente hasta donde Atabaliba estaba, y le
dijo por el faraute: «Yo soy sacerdote de Dios, y enseño a los
christianos las cosas de Dios, y asimesmo vengo a enseñar a
vosotros. Lo que yo enseño es lo que Dios nos habló, que está en
este libro. Y por tanto, de parte de Dios y de los christianos te
ruego que seas su amigo, porque así lo quiere Dios; y venirte ha
bien dello; y ve a hablar al Gobernador, que te está esperando.
Atabaliba dijo que le diese el libro para verle y él se lo dio
cerrado; y no acertando Atabaliba a abrirle, el religioso estendió
el brazo para lo abrir, y Atabaliba con gran desdén le dio un golpe
en el brazo, no queriendo que lo abriese; y porfiando él mesmo a
abrirlo, lo abrió; y no maravillándose de las letras ni del papel
como otros indios, lo arrojó cinco o seis pasos de sí. E a las
palabras que el religioso había dicho por el faraute respondió con
mucha soberbia diciendo: «Bien sé lo que habéis hecho por ese
camino, cómo habéis tratado a mis caciques y tomado la ropa de los
bohíos». El religioso respondió: «Los christianos no han hecho esto;
que unos indios trujeron ropa sin que él lo supiese; y él la mandó
volver». Atabaliba dijo: «No partiré de aquí hasta que toda me la
traigan». El religioso volvió con la respuesta al Gobernador.
Atabaliba se puso en pie encima de las andas, hablando a los suyos
que estuviesen apercebidos. El religioso dijo al Gobernador todo lo
que había pasado con Atabaliba, y que había echado en tierra la
sagrada Escriptura. Luego el Gobernador se armó un sayo de armas de
algodón, y tomó su espada y adarga, y con los españoles que con él
estaban entró por medio de los indios; y con mucho animo, con solos
cuatro hombres que le pudieron seguir allegó hasta la litera donde
Atabaliba estaba, y sin temor le echó mano del brazo, diciendo:
«Santiago». Luego soltaron los tiros y tocaron las trompetas, y
salió la gente de pie y de caballo. Como los indios vieron el tropel
de los caballos, huyeron muchos de aquellos que en la plaza estaban;
y fue tanta la furia conque huyeron, que rompieron un lienzo de la
cerca de la plaza, y muchos cayeron unos sobre otros. Los de caballo
salieron por encima dellos hiriendo y matando, y siguieron el
alcance. La gente de pie se dio tan buena priesa en los que en la
plaza quedaron, que en breve tiempo fueron los más dellos metidos a
espada. El Gobernador tenía todavía del brazo a Atabaliba, que no le
podía sacar de las andas como estaba en alto. Los españoles hicieron
tal matanza en los que tenían las andas, que cayeron en el suelo; y
si el Gobernador no defendiera a Atabaliba, allí pagara el soberbio
todas las crueldades que había hecho. El Gobernador, por defender a
Atabaliba, fue herido de una pequeña herida en la mano. En todo esto
no alzó indio armas contra Español; porque fue tanto el espanto que
tuvieron de ver entrar al Gobernador entre ellos, y soltar de
improviso el artillería y entrar los caballos de tropel, como era
cosa que nunca habían visto; con gran turbación procuraban más huir
por salvar las vidas que de hacer guerra. Todos los que traían las
andas de Atabaliba pareció ser hombres principales, los cuales todos
murieron, y también los que venían en las literas y hamacas. El de
una litera era su paje y gran señor a quien él mucho estimaba; y los
otros eran señores de mucha gente y consejeros suyos. Murió también
el cacique señor de Caxamalca. Otros capitanes murieron, que por ser
gran número no se hace caso dellos, porque todos los que venían en
guarda de Atabaliba eran grandes señores. El Gobernador se fue a su
posada con su prisionero Atabaliba, despojado de sus vestiduras, que
los españoles se las habían rompido por quitarle de las andas. Cosa
fue maravillosa ver preso en tan breve tiempo a tan gran señor, que
tan poderoso venía. El Gobernador mandó luego sacar ropa de la
tierra y le hizo vestir; y asentar cerca de sí, aplacándole del
enojo y turba-ción que tenía de verse tan presto caído de su estado.
Entre otras muchas palabras, le dijo el Gobernador: «No tengas por
afrenta haber sido preso y desbaratado, porque los christianos que
yo traigo, aunque son pocos en número, con ellos he sujetado más
tierra que la tuya y desbaratado otros mayores señores que tú,
poniéndolos so el señorío del Emperador, cuyo vasallo soy, el cual
es señor de España y del universo mundo, y por su mandado venimos a
conquistar estas tierras, porque todos vengáis en conoscimiento de
Dios y de su santa fe cathólica. Y con la buena demanda que traemos
permite Dios, criador de cielo y tierra y de todas las cosas
criadas: porque le conozcáis y salgáis de la bestialidad y vida
diabólica en que vivís, que tan pocos como somos subjetemos tanta
multitud de gente. Y cuando hubiedes visto el error en que habéis
vivido, conosceréis el beneficio que recebís en haber venido
nosotros a esta tierra por mandado de su majestad. Y debes tener a
buena ventura que no has sido desbaratado de gente cruel como
vosotros sois, que no dais vida a ninguno. Nosotros usamos de piedad
con nuestros enemigos vencidos, y no hacemos guerra sino a los que
nos la hacen, y podiéndolos destruir, no lo hacemos, antes los
perdonamos; que teniendo yo preso al cacique señor de la isla, lo
dejé porque de ahí adelante fuese bueno; y lo mesmo hice con los
caciques señores de Túmbez y Chilimasa y con otros, que teniéndolos
en mi poder, siendo merecedores de- muerte les perdoné. Y si tú
fuiste preso, y tu gente desbaratada y muerta, fue porque venías con
tan gran ejército contra nosotros, enviándote a rogar que vinieses
de paz. Y echaste en tierra el libro donde estála palabra de Dios,
por esto permitió nuestro Señor que fuese abajada tu soberbia, y que
ningún indio pudiese ofender al español».
Hecho este razonamiento por el Gobernador, respondióAtabaliba
que había sido engañado de sus capitanes, que ledijeron que no
hiciese caso de los españoles; que él de pazquería venir, y los
suyos no le dejaron, y que todos los quse lo aconsejaron eran
muertos; que bienhabía visto la boredad y ánimo de los españoles; y
que Mayzabilica mintió en todo lo que envió a decir de los
christianos.
Como ya fuese de noche, y viese el Gobernador que noeran
recogidos los que habían ido en el alcance, mandó tirar los tiros y
tañer las trompetas porque se recogiesen. Dende a poco rato entraron
todos en el real con gran presa de gente que habían tomado a vida,
en que había más de tres mil personas. El Gobernador les preguntó si
venían todos buenos. Su capitán general, que con ellos venía,
respondió que sólo un caballo tenía una pequeña herida. El
Gobernador dijo con mucha alegría: «Doy muchas gracias aDios nuestro
Señor, y todos, señores, las debemos dar, por tan gran milagro como
en este día por nosotros ha hecho. Y verdaderamente podernos creer
que sin especial socorro suyo no fuéramos parte para entrar en esta
tierra, cuanto más para vencer una tan gran hueste. Plega a Dios por
su misericordia, que pues tiene por bien de nos hacer tantas
mercedes, nos dé gracia para hacer tales obras, que alcancemos su
santo reino. Y porque señores, vernéis fatigados,vayase cada uno a
reposar a su posada, y porque Dios nos ha dado victoria no nos
descuidemos; que, aunque van desbaratados, son mañosos y diestros en
la guerra, y este señor(como sabemos) es temido y obedecido, y ellos
intentarán toda ruindad y cautela para sacarlo de nuestro poder.
Esta noche y todas las demás haya buena guarda de velas y ronda, de
manera que nos hallen apercebidos». Así, se fueron a cenar, y el
Gobernador hizo asentar a su mesa a Atabaliba haciéndole buen
tratamiento, y sirviéronle como a su mesma persona; y luego le mandó
dar de sus mujeres que fueron presas las que él quiso para su
servicio, y mandóle hacer una buena cama en la cámara que el mismo
Gobernador dormía, teniéndole suelto sin prisión, sino las guardas
que velaban. La batalla duró poco más de media hora, porque ya era
puesto el sol cuando se comenzó. Y si la noche no la atajara de más
de treinta mil hombres que vinieron quedaran pocos. Es opinión de
algunos que han visto gente en campo que había más de cuarenta mil
en la plaza y en elcampo, quedaron muertos dos mil sin los heridos.
Vióse en esta batalla una cosa maravillosa, y es que los caballos,
que el día antes no se podían mover de resfriados, aquel día
anduvieron con tanta furia, qué parecía no haber tenido mal. El
Capitán General requirió aquella noche lasvelas y rondas,
poniéndolas en conveniente lugar. Otro día por la mañana envió el
Gobernador a un capitán con treintade a caballo a correr por todo el
campo, y mandó quebrar las armas de los indios; entre tanto la gente
del real hicieron sacar a los indios que fueron presos los muertos
de las plazas. El capitán con los de caballo recogió todo lo que
había en el campo y tiendas de Atabaliba, y entró antes de mediodía
en el real con una cabalgada de hombres y mujeres, y ovejas y oro y
plata y ropa; en esta cabalgada hubo ochenta mil pesos y siete mil
marcos de plata y catorce esmeraldas; el oro y plata en piezas
monstruosas y platos grandes y pequeños, y cántaros y ollas y
braseros y copones grandes, y otras piezas diversas. Atabaliba dijo
que todo esto era vajilla de su servicio, y que sus indios que
habían huidohabían llevado otra mucha cuantidad. El Gobernador mandó
que soltasen todas las ovejas, porque era mucha cuantidad y
embarazaban el real, y que los christianos matasen cada día cuantas
hobiesen menester. Los indios que la noche antes habían recogido
mandó el Gobernador poner en la plaza para que los christianos
tomasen los que hobiesen menester para su servicio. Todos los demás
mandó soltar y que se fuesen a sus casas, porque eran de diversas
provincias, que los traía Atabaliba para sostener sus guerras y
paraservicio de su ejército.
Algunos fueron de opinión que matasen todos los hombres de
guerra o les cortasen las manos. El Gobernador no lo consintió,
diciendo que no era bien hacer tan grande crueldad; que aunque es
grande el poder de Atabaliba y podía recoger gran número de gente,
que mucho sin comparación es mayor el poder de Dios nuestro Señor,
que por su infinita bondad ayuda a los suyos. Y que tuviesen por
cierto que el que los había librado del peligro del día pasado los
libraría de ahí adelante, siendo las intenciones de los christianos
buenas, de atraer aquellos bárbaros infieles al servicio de Dios y
conoscimiento de su santa fe cathólica. Que no quisiesen parescer a
ellos en las crueldades y sacrificios que hacen a los que prenden en
sus guerras; que bien bastaban los que eran muertos en la batalla;
que aquellos que habían sido traídos como ovejas a corral, que no
era bien que muriesen ni se les hiciese daño; así fueron sueltos.
En este pueblo de Caxamalca fueron halladas ciertas casas
llenas de ropa liada en fardos arrimados hasta los techos de las
casas. Dicen que era depósito para bastecer el ejército. Los
christianos tomaron la que quisieron, y todavía quedaron las casas
tan llenas, que parecía no haber hecho falta la que fue tornada. La
ropa es la mejor que en las indias se ha visto; la mayor parte della
es de lana muy delgada y prima, y otra de algodón de diversas
colores y bien matizadas. Las armas que se hallaron con que hacen la
guerra y su manera de pelear es la siguiente. En la delantera vienen
honderos que tiran con hondas piedras guijeñas lisas y hechas a
mano, de hechura de huevos; estos honderos traen rodelas que ellos
mesmos hacen de tablillas angostas y muy fuertes; asimesmo traen
jubones colchados de algodón- tras destos vienen otros con porras y
hachas de armas; las porras son de braza y media de largo, y tan
gruesas como una lanza jineta; la porra que está al cabo engastonada
es de metal tan grande como el puño, con cinco o seis puntas agudas,
tan gruesa cada punta como el dedo pulgar; juegan con ellas a dos
manos; las hachas son del mesmo tamaño y con ellas a dos manos; de
un palmo como mayores; la cuchilla de metal de anchor de un palmo
como la alabarda. Algunas hachas y porras hay de oro y plata, que
traen los principales; tras estos vienen otros con lanzas pequeñas
arrojadizas, como dardos; en la retaguarda vienen piqueros con
lanzas largas de treinta palmos; en el brazo izquierdo traen una
manga con mucho algodón, sobre el que juegan con la porra. Todos
vienen repartidos en sus escuadras con sus banderas y capitanes que
los mandan, con tanto concierto como turcos. Algunos dellos traen
Capacetes grandes, que les cubren hasta los ojos, hechos de madera,
y en ellos mucho algodón, que de hiero no pueden ser más fuertes.
Esta gente, que Atabaliba tenía en su ejército, eran todos hombres
muy diestros y ejercitados en la guerra, como aquellos que siempre
andan en ella; mancebos e grandes de cuerpo; que solos mil dellos
bastan para asolar una población de aquella tierra, aunque tenga
veinte mil hombres. La casa de aposento de Atabaliba, que en medio
de su real tenía, es la mejor que entre indios se ha visto, aunque
pequeña hecha en cuatro cuartos; y en medio un patio, y en él un
estanque, al cual viene agua por un caño, tan caliente, que no se
puede sufrir la mano en ella. Esta agua nasce hirviendo en una
sierra que está cerca de allí. Otra tanta agua fría viene por otro
caño, y en el camino se juntan y vienen mezcladas por un solo caño
al estanque; y cuando quieren que venga la una sola, tienen el caño
de la otra. El estanque es grande, hecho de piedra. Fuera de la casa
a una parte del corral, está otro estanque, no también hecho como
éste; tiene sus escaleras de piedra, por do bajan a lavarse. El
aposento donde Atabaliba estaba entredía es un corredor sobre un
huerto, y junto está una cámara, donde dormía, con una ventana sobre
el patio y estanque, y el corredor asimesmo sale sobre el patio; las
paredes están enjalbegadas de un betumen bermejo, mejor que almagre,
que luce mucho; y la madera sobre que cae la cobija de la casa está
teñida de la mesma color. Otro cuarto frontero es de cuatro bóvedas,
redondas como campanas, todas cuatro encorporadas en una; este es
encalado, blanco como nieve. Los otros dos son casa de servicio. Por
la delantera deste aposento pasa un río.
Ya se ha dicho de la victoria que los christianos hobieron en
la batalla y prisión de Atabaliba, y de la manera de su real y
ejército. Agora se dirá del padre deste Atabaliba, y cómo se hizo
señor, y otras cosas de su grandeza y estado, según que él mesmo lo
contó al Gobernador.
Su padre deste Atabaliba se llamó el Cuzco, que señoreó toda
aquella tierra; de más de trescientas leguas le obedecían y daban
tributo. Fue natural de una provincia más atrás de Guito, y como
hallase aquella tierra donde estaba apacible y abundosa y rica,
asentó en ella; y puso nombre a una gran ciudad donde él estaba, la
ciudad del Cuzco. Era tan temido y obedescido, que lo tuvieron cuasi
por su dios, yen muchos pueblos le tenían hecho de bulto. Tuvo cien
hijos y hijas, y los más son vivos; ocho años ha que murió; dejó por
su heredero a un hijo suyo llamado así corno él. Éste era hijo de su
mujer legítima. Llaman mujer legítima a la más principal, a quien
más quiere el marido; éste era mayor de días que Atabaliba. El Cuzco
viejo dejó por señor de la provincia de Guito, apartada del otro
señorío principal, a Atabaliba, y el cuerpo del Cuzco está en la
provincia de Guito donde murió, y la cabeza llevaron a la ciudad del
Cuzco, y lo tienen en mucha veneración, con mucha riqueza de oro y
plata; que la casa donde está es el suelo y paredes y techo todo
chapado de oro y plata, entretejido uno con otro; y en esta ciudad
hay otras veinte casas las paredes chapadas de una hoja delgada de
oro por de dentro y por de fuera. Esta ciudad tiene muy ricos
edificios; en ella tenía el Cuzco su tesoro, que eran tres bohíos
llenos de piezas de oro y cinco de plata, y cien mil tejuelos de oro
que habían sacado de las minas; cada tejuelo pesa cincuenta
castellanos; esto había habido del tributo de las tierras que había
señoreado. Adelante desta ciudad hay otra llamada Collao, donde hay
un río que tiene mucha cuantidad de oro. Camino de diez jornadas
desta provincia de Caxamalca, en otra provincia que se dice Guaneso,
hay otro río tan rico como éste. En todas estas provincias hay muy
ricas minas de oro y plata. La plata sacan en la sierra con poco
trabajo, que un indio saca en un día cinco o seis marcos, la cual
sacan envuelta con plomo y estaño y piedra zufre, y después la
apuran, y para sacarla pegan fuego a la sierra; y como se enciende
la piedra zufre, cae la plata a pedazos; y en Guito y Chincha hay
las mejores minas. De aquí a la ciudad del Cuzco hay cuarenta
jornadas de indios cargados, y la tierra es bien poblada. Chincha
está al medio camino, que es gran población. En toda esta tierra hay
mucho ganado de ovejas; muchas se hacen monteses por no poder
sostener tantas como se crían. Entre los españoles que con el
Gobernador están se matan cada día ciento y cincuenta, y parece que
ninguna falta hace ni haría en este valle aunque estuviesen un año
en él. Los indios generalmente las comen en toda esta tierra.
Asimesmo dijo Atabaliba que después de la muerte de su padre,
él y su hermano estuvieron en paz siete años cada uno en la tierra
que les dejó su padre; y podrá haber un año poco más, que su hermano
el Cuzco se levantó contra él con voluntad de tomarle su señorío; y
después le envió a rogar a Atabaliba que no le hiciese guerra, sino
que se contentase con lo que su padre le había dejado. Y el Cuzco no
lo quiso hacer, y Atabaliba salió de su tierra, que se dice Guito,
con la más gente de guerra que pudo; y vino a Tomepomba, donde hubo
con su hermano una batalla, y mató Atabaliba más de mil hombres de
la gente del Cuzco; y lo hizo volver huyendo; y porque el pueblo
Tomepomba se le puso en defensa, lo abrasó y mató toda la gente dél,
y quería asolar todos los pueblos de aquella comarca, y dejólo de
hacer por seguir a su hermano; y el Cuzco se fue a su tierra
huyendo; y Atabaliba vino conquistando toda aquella tierra; y todos
los pueblos se le daban, sabiendo la grandísima destruición que
había hecho en Tomepomba. Seis meses había que Atabaliba había
enviado dos pajes suyos, muy valientes hombres, el uno llamado
Quisquis, y el otro Chaliachin, los cuales fueron con cuarenta mil
hombres sobre la ciudad de su hermano, y fueron ganando toda la
tierra hasta aquella ciudad donde el Cuzco estaba, y se la tomaron,
y mataron mucha gente, y prendieron su persona y le tomaron todo el
tesoro de su padre; y luego lo hicieron saber a Atabaliba; y mandó
que se lo enviasen preso, y tiene nueva que llegarán presto con el y
con mucho tesoro; y los capitanes se quedaron en aquella ciudad que
habían conquistado, por guardar la ciudad y el tesoro que en ella
había, y tenían diez mil hombres de guarnición, de los cuarenta mil
que llevaron, y los otros treinta mil hombres fueron a descansar a
sus casas con el despojo que habían habido; y todo lo que su hermano
el Cuzco poseía tenía Atabaliba subjectado.
Atabaliba y estos sus capitanes generales andaban en andas, y
después que la guerra comenzó han muerto mucha gente. Y Atabaliba ha
hecho muchas crueldades en los contrarios, y tiene consigo a todos
los caciques de los pueblos que ha conquistado, y tiene puestos
gobernadores en todos los pueblos, porque de otra manera no podría
tener tan pacífica y subjecta la tierra como lo ha tenido; y con
esto ha sido muy temido y obedecido, y su gente de guerra muy
servida de los naturales, y dél muy bien tratada. Atabaliba tenía
pensamiento, si no le acaesciera ser preso, de irse a descansar a su
tierra, y de camino acabar de asolar todos los pueblos de aquella
comarca de Tumepomba, que se le habían puesto en defensa, y poblalla
de nuevo de su gente; y que le enviasen sus capitanes, de la gente
del Cuzco que han conquistado, cuatro mil hombres casados para
poblar a Tumepomba. También dijo Atabaliba que entregaría al
Gobernador a su hermano, al cual sus capitanes enviaban preso de la
ciudad, para que hiciese dél lo que quisiese. Y porque Atabaliba
temía que a él mesmo matarían los españoles, dijo al Gobernador que
daría para los españoles que le habían prendido mucha cuantidad de
oro y plata; el Gobernador le preguntó qué tanto daría y en qué
término. Atabaliba dijo que daría de oro una sala que tiene veinte y
dos pies en largo y diez y siete en ancho, llena hasta una raya
blanca, que está a la mitad del altor de la sala, que será lo que
dijo de altura de estado y medio, y dijo que hasta allí henchiría la
sala de diversas piezas de oro, cántaros, ollas y tejuelos, y otras
piezas, y que de plata daría todo bohío dos veces lleno, y que esto
cumpliría dentro de dos meses. El Gobernador le dijo que despachase
mensajeros por ello, y que cumpliendo lo que decía no tuviese ningún
temor. Luego despachó Atabaliba mensajeros a sus capitanes, que
estaban en la ciudad del Cuzco, que te enviasen dos mil indios
cargados de oro y muchos de plata, esto sin lo que venía camino con
su hermano, que traían preso. El Gobernador le preguntó que qué
tanto tardarían sus mensajeros en ir a la ciudad del Cuzco.
Atabaliba dijo que cuando envía con priesa a hacer saber alguna
cosa, corren por postas de pueblo en pueblo, y llega la nueva en
cinco días, y que yendo todo el camino los que él enviaba con el
mensaje, aunque sean hombres sueltos, tardan quince días en ir.
También le preguntó el Gobernador que porqué había mandado matar a
algunos indios que habían hallado muertos en su real los christianos
que recogieron el campo. Atabaliba dijo que el día que el Gobernador
envió a su hermano Hernando Pizarro a su real para hablar con él,
que uno de los christianos arremetió el caballo, y aquellos que
estaban muertos se habían retraído, y por eso los mandó matar.
Atabaliba era hombre de treinta años, bien apersonado y
dispuesto, algo grueso, el rostro grande hermoso y feroz, los ojos
encarnizados en sangre; hablaba con mucha gravedad como gran señor,
Hacía muy vivos razonamientos, que entendidos por los españoles,
conocían ser hombre sabio; era hombre alegre, aunque crudo. Hablando
con los suyos era muy robusto y no mostraba alegría. Entre otras
cosas, dijo Atabaliba al Gobernador que diez jornadas de Caxamalca,
camino del Cuzco, está en un pueblo una mezquita que tienen todos
los moradores de aquella tierra por su templo general; en la cual
todos ofrecen oro y plata. Y su padre ta tuvo en mucha veneración, y
el asimesmo; la cual mezquita dijo Atabaliba que tenía mucha
riqueza; porque, aunque en cada pueblo hay mezquita donde tienen sus
ídolos particulares en que ellos adoran, en aquella mezquita estaba
el general ídolo de todos ellos; y que por guarda de aquella
mezquita estaba un gran sabio, el cual los indios creían que sabía
las cosas por venir, porque hablaba con aquel ídolo y se las decía.
Oídas estas palabras por el Gobernador (aunque antes tenía noticia
desta mezquita),dió a entender a Atabaliba cómo todos aquellos
ídolos son vanidad, y el que en ellos habla es el diablo, que los
engaña por los llevar a perdición, como ha llevado a todos los que
en tal creencia han vivido y fenescido; y diole a entender que Dios
es uno solo, criador del cielo y tierra y de todas las cosas
visibles e invisibles, en el cual los christianos creen, y a éste
solo debernos tener por Dios y hacer lo que manda, y recebir agua de
baptismo; y a los que así lo hicieron llevará a su reino, y los
otros irán a las penas infernales, donde para siempre están ardiendo
todos los que carecieron deste conoscimiento, que han servido al
diablo haciéndole sacrificios y ofrendas y mezquitas. Todo lo cual
de aquí adelante ha de cesar, porque a esto le envía el Emperador,
que es rey y señor de los christianos y de todos ellos, y por vivir
como han vivido, sin conoscer a Dios, permitió que con tan gran
poder de gente corno tenía, fuese desbaratado y preso de tan pocos
christianos. Que mirase cuán poca ayuda le había hecho su dios, por
donde conoscería que es el diablo que los engaña. Atabaliba dijo
que, como hasta entonces no habían visto christianos él ni sus
antepasados, no supieron esto; y que él había vivido como ellos; y
más dijo Atabaliba, que estaba espantado de lo que el Gobernador le
había dicho, que bien conocía que aquel que hablaba en su ídolo no
es dios verdadero, pues tan poco le ayudó.
Corno el Gobernador y los españoles hubieron descansado del
trabajo del camino y de la batalla, luego envió mensajeros al pueblo
de Sant Miguel, haciendo saber a los vecinos lo que le había
acaescido, y por saber dellos cómo les iba, y si habían venido
algunos navíos; de lo cual mandó que le avisasen. Y mandó hacer en
la plaza de Caxamalca una iglesia donde se celebrase el santísimo
sacramento de la misa, y mandó derribar la cerca de la plaza, porque
era baja y mandó hacer otra más alta. En cuatro días fue hecha de
tapias de altura de dos estados, de largura de quinientos y
cincuenta pasos. Otras cosas mandó hacer para guarda del real. Cada
día se informaba si se hacía algún ayuntamiento de gente, y de las
otras cosas que en la tierra pasaban.
Sabido por los caciques desta provincia la venida del
Gobernador y la prisión de Atabaliba, muchos dellos vinieron de paz
a ver al Gobernador. Algunos destos caciques eran señores de treinta
mil indios, todos subjectos a Atabaliba, y como ante él llegaban, le
hacían gran acatamiento besándole los pies y las manos. Él los
recebía sin mirallos. Cosa extraña es decir la gravedad de
Atabaliba, y la mucha obediencia que todos le tenían. Cada día le
traían muchos presentes de toda la tierra. Así preso como estaba,
tenía estado de señor y estaba muy alegre; verdad es que el
Gobernador le hacía muy buen tratamiento, aunque algunas veces le
dijo que algunos indios habían dicho a los españoles cómo hacía
ayuntar gente de guerra en Guamachuco yen otras partes. Atabaliba
respondía que en toda aquella tierra no había quien se moviese sin
su licencia; que tuviese por cierto que si gente de guerra viniese,
que él la mandaba venir, y que entonces hiciese dél lo que quisiese,
pues lo tenía en su prisión. Muchas cosas dijeron los indios que
fueron mentira, aunque los christianos tenían alteración. Entre
muchos mensajeros que venían a Atabaliba, le vino uno de los que
traían preso a su hermano, a decille que cuando sus capitanes
supieron su prisión habían ya muerto al Cuzco. Sabido esto por el
Gobernador, mostró que le pesaba mucho; y dijo que no le habían
muerto, que lo trujesen luego vivo, y si no, que él mandaría matar a
Atabaliba. Atabaliba afirmaba que sus capitanes lo habían muerto sin
saberlo él. El Gobernador se informó de los mensajeros, y supo que
lo habían muerto.
Pasadas estas cosas, desde algunos días vino gente de Atabaliba
y un hermano suyo que venía del Cuzco, y trújole unas hermanas y
mujeres de Atabaliba, y trujo muchas vasijas de oro, cántaros y
ollas y otras piezas, y mucha plata, y dijo que por el camino venía
más; que, como es tan larga la jornada, cansan los indios que lo
traen y no pueden llegar tan ahína; que cada día entrará más oro y
plata de lo que queda más atrás. Y así, entran algunos días veinte
mil, y otras veces treinta mil, y otras cincuenta, y otras sesenta
mil pesos de oro en cántaros y ollas grandes de tres arrobas y de a
dos, y cántaros y ollas grandes de plata, y otras muchas vasijas.
Todo lo manda poner el Gobernador en una casa donde Atabaliba tiene
sus guardas, hasta tanto que con ello y con lo que ha de venir
cumpla lo que ha prometido. Veinte días eran pasados de diciembre
del sobredicho año, cuando llegaron a este pueblo ciertos indios
mensajeros del pueblo de Sant Miguel con una carta en que hacían
saber al Gobernador cómo habían arribado a esta costa, a un puerto
que se dice Cancebi, junto con Quaque, seis navíos en que venían
ciento y cincuenta españoles y ochenta y cuatro caballos; los tres
navíos mayores venían de Panamá, en que venía el capitán Diego de
Almagro con ciento y veinte hombres, y las otras tres carabelas
venían de Nicoragua con treinta hombres, y que venían a esta
gobernación con voluntad de servir en ella; y que desde Cancebi,
como hobieron echado la gente y los caballos para venir por tierra,
se adelantó un navío a saber dónde estaba el Gobernador, y llegó
hasta Túmbez, y el cacique de aquella provincia no le quiso dar
razón dél ni mostralle la carta que el Gobernador le dejó para dar a
los navíos que por allí viniesen. Y este navío se volvió sin llevar
nueva del Gobernador, y otro que tras él había salido siguió la
costa adelante hasta que llegó al puerto de Sant Miguel donde
desembarcó el maestre y fue al pueblo, en el cual hubo mucha alegría
con la venida de aquella gente. Y luego se volvió el maestre con las
cartas que el Gobernador había enviado a los del pueblo, en que les
hacía saber la victoria que Dios había dado a él y a su gente, y la
mucha riqueza de la tierra. El Gobernador y todos los que con él
estaban hobieron mucho placer con la venida destos navíos. Luego
despachó el Gobernador sus mensajeros, escribiendo al capitán Diego
de Almagro y algunas personas de las que con él venían, haciéndoles
saber cuánto holgaba con su venida, y que, llegados al pueblo de
Sant Miguel (porque no le pusiesen en necesidad) se saliesen luego
dél, y se fuesen a los caciques comarcanos que están en el camino de
Caxamalca, porque tienen mucha abundancia de mantenimientos; y que
él proveería de hundir oro para pagar el flete de los navíos, porque
se volviesen luego.
Como de cada día venían caciques al Gobernador, vinieron entre
ellos dos caciques que se dicen de los ladrones, porque su gente
saltea a todos los que pasan por su tierra; éstos están camino del
Cuzco. Pasados sesenta días de la prisión de Atabaliba, un cacique
del pueblo donde está la mezquita, y el guardián della, llegaron
ante el Gobernador, el cual preguntó a Atabaliba que quién eran;
dijo que el uno era señor del pueblo de la mezquita y el otro
guardián della, y que se holgaba con su venida, porque pagaría las
mentiras que le había dicho; y pidió una cadena para echar al
guardián porque le había aconsejado que tuviese guerra con los
christianos, que el ídolo le había dicho que los mataría a todos; y
también dijo a su padre el Cuzco, cuando estaba a la muerte, que no
moriría de aquella enfermedad. El Gobernador mandó traer la cadena,
y Atabaliba se la echó diciendo que no se la quitasen hasta que
hiciese traer todo el oro de la mezquita; y dijo Atabaliba que lo
quería dar a los christianos, pues que su ídolo es mentiroso; y dijo
al guardián: «Yo quiero agora ver si te quitará esta cadena ese que
dices que es tu dios.» El Gobernador y el cacique que vino con el
guardián despacharon sus mensajeros para que trujesen el oro de la
mezquita y lo que el cacique tenía, y dijeron que volverían dende en
cincuenta días. Con todo esto, sabido por el Gobernador que se
ayuntaba gente en la tierra y que había gente de guerra en
Guamachuco, envió el Gobernador a Hernando Pizarro con veinte de
caballo y algunos de pie a Guamachuco, que está tres jornadas de
Caxamalca, para saber qué se hacía, y para que hiciese venir el oro
y plata que estaba en Guamachuco. El capitán Hernando Pizarro se
partió de Caxamalca víspera de los Reyes del año de mil quinientos
treynta y tres. Quince días después llegaron a Caxamalca ciertos
christianos con mucha cuantidad de oro y plata, en que vinieron más
de trescientas cargas de oro y plata en cántaros y ollas grandes y
otras diversas piezas. Todo lo mandó el Gobernador poner con lo que
primero habían traído, en una casa donde Atabaliba tenía puestas
guardas, diciendo que él lo quería tener a recaudo, pues había de
cumplir lo que había prometido, para que venido todo lo entregase
junto; y todo porque a mejor recaudo estuviese puso el Gobernador
christianos que lo guardasen de día y de noche; y al tiempo que se
mete en la casa lo cuentan todo por piezas porque no haya fraude.
Con este oro y plata vino un hermano de Atabaliba, y dijo que en
Xauxa quedaba mayor cuantidad de oro, lo cual traían y a por el
camino, y venía con ello uno de los capitanes de Atabaliba, llamado
Chilicuchima. Hernando Pizarro escribió al Gobernador que él se
había informado de las cosas de la tierra; y que no había nueva de
ayuntamiento de gente ni de otra cosa, sino que el oro estaba en
Xauxa, y con ello un capitán, y que te hiciese saber qué mandaba que
hiciese; si mandaba que pasase adelante, porque hasta ver su
respuesta no se partiría de allí. El Gobernador respondió que
llegase a la mezquita, porque tenia preso al guardián delta, y
Atabaliba había mandado traer el tesoro que en ella estaba, y que
despachase presto de traer todo el oro que en la mezquita hallase, y
que le escribiese de cada pueblo lo que te sucediese por el camino;
y así lo hizo. Viendo el Gobernador la dilación que había en el
traer del oro, envió tres christianos para que hiciesen venir el oro
que estaba en Jauja y para que viesen el pueblo del Cuzco, y dio
poder a uno dellos para que en su lugar, en nombre de su majestad,
tomase posesión del pueblo del Cuzco y de sus comarcas ante un
escribano público que con ellos iba; y con ellos envió a un hermano
de Atabaliba. Y mandóles que no hiciesen mal a los naturales ni les
tomasen oro ni otra cosa con-tra su voluntad, ni hiciesen más de lo
que quisiese aquel principal que con ellos iba, porque no los
matasen, y que procurasen de ver el pueblo del Cuzco, y de todo
trujesen relación. Los cuales se partieron de Caxamalca a quince
días de hebrero del año sobredicho.
El capitán Diego de Almagro llegó a este pueblo con alguna
gente, y entraron en Caxamalca víspera de Pascua Florida, a catorce
de abril del dicho año; el cual fue bien recebido del Gobernador y
de los que con él estaban. Un negro que partió con los christianos
que fueron al Cuzco volvió a veinte y ocho de abril con ciento y
siete cargas de oro y siete de plata; este negro volvió desde Xauxa,
donde hallaron los indios que venían con el oro, y los otros
christianos se fueron al Cuzco; y dijo este negro que vernía el
capitán Hernando Pizarro muy presto, que era ido a Jauja a verse con
Chilicuchima. El Gobernador mandó poner este oro con lo otro, y
contáronse todas las piezas.
A veinte y cinco días del mes de mayo entró en este pueblo de
Caxamalca el capitán Hernando Pizarro con todos los christianos que
llevó y con el capitán Chilicuchima. Fuele hecho muy bien
recebimiento por el Gobernador y por los que con él estaban. Trujo
de la mezquita veinte y siete cargas de oro y dos mil marcos de
plata, y dio al Gobernador la relación que Miguel Estete, veedor
(que con él fue en el viaje), hizo; la cual es la siguiente:
Verdadera relación de la conquista del Perú
Francisco de Xerez
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Central Hispano 1999-2000
Verdadera relación de la conquista del Perú
Francisco de Xerez
La relación del viaje que hizo el señor capitán Hernando Pizarro
por mandado del señor Gobernador, su hermano, desde el pueblo de
Caxamalca a Parcama y de allí a Jauja.
Miércoles, día de la Epifanía (que se dice vulgarmente la
fiesta de los tres Reyes Magos), a cinco de enero del año mil
quinientos y treynta y tres, partió el capitán Hernando Pizarro del
pueblo de Caxamalca con veinte de caballo y ciertos escopeteros; y
el mesmo día fue a dormir a unas caserías que están cinco leguas
deste pueblo. Otro día fue a comer a otro pueblo que se dice Ichoca,
donde fue bien recebido y le dieron lo que fue menester para él y
para su gente. Aquel día fue a dormir a otro pueblo pequeño que se
dice Guancasanga, subjecto del pueblo de Guamachuco. Otro día de
mañana llegó al pueblo de Guamachuco, el cuales grande y está en un
valle entre sierras; tiene buena vista y aposentos; el señor dél se
llama Guamanchoro, del cual el capitán y los que con él iban fueron
bien recebidos. Allí vino un hermano de Atabaliba que venía de dar
priesa a que viniese el oro del Cuzco; dél supo el capitán que
veinte jornadas de allí venía el capitán Chilicuchima y traía toda
la cuantidad que Atabaliba había mandado. Visto que el oro venía tan
lejos, el capitán hizo mensajero al Gobernador para saber lo que
mandaba que hiciese, que él no pasaría de allí hasta ver su
respuesta. En este pueblo se informó de algunos indios si venía tan
lejos Chilicuchima; y apremiando a algunos principales, le dijeron
que Chilicuchima quedaba siete leguas de allí en el pueblo de
Andamarca, con veinte mil hombres de guerra, y que venía a matar a
los christianos y a libertar a su señor; y el que esto confesó dijo
que había comido el día antes con él. Tomado aparte otro compañero
deste principal, dijo lo mesmo. Visto estopor el capitán, determinó
de ir a verse con Chilicuchima; y ordenada su gente tomó el camino
en la mano; y aquel día fue a dormir a un pueblo pequeño que se dice
Tambo subjecto de Guamachuco, y allí se tornó a informar; y a todo
cuantos indios preguntaba decían lo mesmo que los primeros. En este
pueblo hubo buena guarda toda la noche, y otro día por la mañana
continuó su camino con mucho concierto; y antes de mediodía llegó al
pueblo de Andamarca, y no halló al capitán ni nuevas dél, más que de
la que primero el hermano de Atabaliba había dado, que estaba en un
pueblo que se dice Xanca con mucho oro y que venía de camino. En
este pueblo de Andamarca lo alcanzó la respuesta del señor
Gobernador, en que decía que, pues tenía noticia que Chilicuchima y
el oro venían tan lejos, que ya sabía que él tenía en su poder al
obispo de la mezquita de Pachacama, y el mucho oro que había
mandado; que se informase del camino que había para ir allá, y que
si le parecía que sería bueno ir allá por ello, que fuese porque
entretanto llegaría lo que venía del Cuzco. El capitán se informó
del camino y jornadas que había hasta la mezquita; y aunque la gente
que llevaba iba mal aderezada de herraje y de otras cosas necesarias
para tan largo camino, visto el servicio que a su majestad se hacía
en ir por aquel oro, porque los indios no lo alzasen, y también por
ver qué tierra era, y si era dispuesta para poblar en ella
christianos. Aunque tuvo noticia que había en ella muchos ríos y
puentes de redes, y largo camino y malos pasos determinó de ir; y
llevó algunos principales que habían estado en aquella tierra; y así
comenzó su camino a catorce de enero (186); y el mesmo día pasó
algunos malos pasos y dos ríos; y fue a dormir a un pueblo que se
dice Totopamba, que está en una ladera. De los indios fue bien
recebido, y dieron bien de comer y todo lo que fue menester para
aquella noche e indios para las cargas. Otro día salió deste pueblo,
y fue a dormir a otro pequeño que se dice Corongo; al medio camino
está un gran puerto de nieve. Y por todo el camino mucha cuantidad
de ganados con sus pastores que lo guardan; y tienen sus casas en
las sierras al modo de España. En este pueblo dieron comida y todo
lo que fue menester y indios para las cargas. Este pueblo es
subjecto de Guamachoro. Otro día partió deste pueblo y fue a dormir
a otro pequeño que se dice Piga. No se halló en él gente que se
ausentaron de miedo. Esta jornada fue muy mata, porque había una
bajada de escaleras hechas de piedra muy agra y peligrosa para los
caballos. Otro día a hora de comer llegó a un pueblo grande que está
en un valle; en medio del camino hay un río grande muy furioso;
tiene dos puentes juntas hechas de red, desta manera, que sacan un
gran cimiento desde el agua, y lo suben bien alto; y de una parte
del río a otra hay unas maromas hechas de bejucos a manera de
bimbres, tan gruesas como el muslo; y tiénenlas atadas con grandes
piedras, y de la una a la otra hay anchor de una carreta; y
atraviesan recios cordeles muy tejidos y por debajo ponen unas
piedras grandes para que apesgue la puente. Por la una destas pasa
la gente común, y tiene su portero que pide portazgo, y por la otra
pasan los señores y sus capitanes. Esta está siempre cerrada, y
abriéronla para que pasase el capitán y su gente; y los caballos
pasaron muy bien. En este pueblo descansó el capitán dos días,
porque la gente y los caballos iban fatigados del mal camino. En
este pueblo fueron los christianos muy bien recebidos y servidos de
comida y de todo lo que fue menester. Llámase el señor deste pueblo
Pumapaecha. El día siguiente se partió el capitán deste pueblo, y
fue a comer a un pueblo pequeño donde dieron todo lo necesario; y
junto a este pueblo se pasó otra puente de red como la otra; y fue a
dormir dos leguas de allí a otro pueblo donde le salieron a recebir
de paz, y dieron comida para los christianos y indios que llevasen
las cargas. Esta jornada fue por un valle abajo de maizales y
pueblos pequeños de una parte y otra del camino. Otro día domingo
partió deste pueblo y por la mañana llegó a otro pueblo donde
recibió el capitán y los que con él iban mucho servicio; y a la
noche llegaron a otro pueblo, donde asimesmo les fue hecho mucho
servicio, y prestaron los indios de aquel pueblo muchas ovejas y
chicha y todo lo demás que fue menester. Toda aquella tierra es muy
abundante de ganados y maíz, que yendo los christianos por el camino
vían andar los hatos de ovejas por el camino. El día siguiente
partió el capitán de aquel pueblo, y por el valle fue a comer a un
pueblo grande que se dice Guarax, y el señor dél Pumacapllay; donde
dél y de sus indios fue bien proveído de comida y gente para llevar
las cargas. Este pueblo está en un llano, pasa un río junto a él;
desde él se parecen otros pueblos, adonde hay muchos ganados y maíz.
Solamente para dar de comer al capitán y a su gente, que con él iba,
tenían en un corral doscientas cabezas de ganado. De aquí salió el
capitán tarde y fue a dormir a otro pueblo que se dice Sucaracoay,
donde le hicieron buen recibimiento; llámase el señor deste pueblo
Marcocana. En este pueblo descansó el capitán un día, porque la
gente y los caballos venían cansados del mal camino. En este pueblo
hubo buena guarda, porque era grande, y Chilicuchima estaba cerca
con cincuenta y cinco mil hombres. Otro día partió deste pueblo, y
por un valle de labranzas y muchos ganados fue a dormir dos leguas
de allí, a un pueblo pequeño que se dice Pachicoto. Aquí dejó el
camino real que va al Cuzco y tomó el de los llanos. Otro día partió
deste pueblo fue a dormir a otro que se dice Marcara, el señor dél
se llama Corcara; éste es de señores de ganados que tienen en él sus
pastores, y en cierto tiempo del año los llevan allí a apacentar
como hacen en Castilla, en Extremadura. Deste pueblo corren las
aguas hacia la mar y se hace el camino difícil, porque toda la
tierra adentro es muy fría y de muchas aguas y nieves, y a la costa
muy caliente, y llueve muy poco; que no basta para lo que se
siembra, sino que de las aguas que bajan de la sierra riegan la
tierra, la cual es muy abundosa de mantenimientos y frutas. Otro día
partió deste pueblo y por un río abajo de frutales y labranzas fue a
dormir a un pueblo pequeño que se dice Guaracanga. Y otro día fue a
dormir a un pueblo grande que se dice Parpunga, que está junto a la
mar; tiene una casa fuerte con cinco cercas ciegas pintadas de
muchas labores por de dentro y por de fuera, con sus portadas muy
bien labradas ala manera de España, con dos tigres a la puerta
principal. Los indios deste pueblo anduvieron remontados de miedo de
ver una gente nunca antes vista, y los caballos de los cuales se
maravillaban más. El capitán les hizo hablar por la lengua que
llevaba asegurándolos, y ellos sirvieron bien. En este pueblo tornó
a tomar otro camino más ancho que está hecho a mano por las
poblaciones de la costa, tapiado de paredes por una parte y otra. En
este pueblo de Parpunga estuvo el capitán dos días porque la gente
descansase y por esperar herraje. Partiendo el capitán deste pueblo
pasaron él y su gente un río en balsas, y los caballos a nado; y fue
a dormir a un pueblo que se dice Guamamayo que está en un barranco
sobre la mar. Junto a este pueblo se pasó otro río a nado con harta
dificultad, porque iba muy crecido y furioso. En estos ríos de las
costas no hay puentes, porque van muy grandes y derramados. El señor
deste pueblo y su gente lo hicieron bien en ayudar a pasarlas
cargas, y dieron muy bien de comer a los christianos y gente para
las cargas. Deste pueblo partió el capitán con su gente a nueve días
del mes de enero, y fue a dormir a otro pueblo subjecto de
Guamamayo, que son tres leguas de camino la mayor parte poblado y
labranzas y arboledas y frutales; y el camino limpio y tapiado; este
día fue a dormir a un pueblo muy grande que está cerca de la mar que
se dice Guarva. Este pueblo está en un buen sitio, tiene grandes
edificios de aposentos. Los christianos fueron bien servidos de lo
señores del pueblo y de sus indios; y dieron todo lo que fue
menester aquel día. Luego el siguiente día se partió el capitán y
fue a dormir a un pueblo que se dice Llachu, que se le puso nombre
el pueblo de las Perdices , porque en cada casa había muchas
perdices puestas en jaulas. Los indios deste pueblo salieron de paz
y sirvieron bien. El cacique deste pueblo no pareció. Otro día
partió el capitán deste pueblo algo de mañana, porque tenía la
noticia que era grande la jornada y fue a comer a un pueblo grande
que se llama Suculacumbi, que hay cinco leguas de camino. El señor
del pueblo y los indios salieron de paz, y dieron todo lo necesario
de comida para aquel día; y a hora de vísperas salió deste pueblo
por llegar otro día al pueblo donde estaba la mezquita; y pasó un
gran río a vado, y por un camino tapiado y fue a dormir a un lugar
del sobredicho pueblo, legua y media dél. Otro día domingo a treinta
de enero partió el capitán deste pueblo, y sin salir de arboledas y
pueblos llegó a Pachalcami , que es el pueblo donde está la
mezquita. A medio camino está otro pueblo grande donde el capitán
comió . El señor de Pachalcami y los principales dél salieron a
recebir a los christianos de paz y mostraron mucha voluntad a los
españoles. Luego el capitán se fue a posentar con su gente a unos
aposentos grandes que están a una parte del pueblo; y luego dijo el
capitán que iba por mandado del señor Gobernador por el oro de
aquella mezquita, que el cacique había mandado al señor Gobernador;
y que luego lo juntasen y se lo diesen, o lo llevasen adonde el
señor Gobernador estaba. Y juntándose todos los principales del
pueblo, y los pajes del ídolo, dijeron que lo darían; y anduvieron
disimulando y dilatando. En conclusión que trujeron muy poco y
dijeron que no había más. El capitán disimuló con ellos y dijo que
quería ir a ver aquel ídolo que tenían, que lo llevasen allá; y así
fue. Él estaba en una buena casa bien pintada, en una sala muy
escura, hidionda muy cerrada; tienen un ídolo he-cho de palo muy
sucio y aquél dicen que es su dios el que los cría y sostiene y cría
los mantenimientos. A los pies dél tenían ofrecidas algunas joyas de
oro. Tiénienle en tanta veneración, que solos sus pajes y criados
que dicen que él señala, esos le sirven; y otro no osa entrar, ni
tienen a otro por digno de tocar con la mano en las paredes de su
casa. Averiguóse que el diablo se reviste en aquel ídolo, y habla
con aquellos sus aliados, y les dice cosas diabólicas que
manifiesten por toda la tierra. A éste tienen por dios, y le hacen
muchos sacrificios. Vienen a este diablo en peregrinación de
trescientas leguas con oro y plata y ropa, y los que llegan van al
portero y piden su don, y él entra, y habla con el ídolo, y él dice
que se lo otorga. Antes que ninguno destos sus ministros entre a
servirle, dicen que ha de ayunar muchos días y no se ha de allegar a
mujer. Por todas las calles deste pueblo y a las puertas principales
dél, y a la redonda desta casa, hay muchos ídolos de palo, y los
adoran a imitación de su diablo. Hase averiguado con muchos señores
desta tierra que desde el pueblo de Catamez que es al principio
deste gobernamiento, toda la gente desta costa, servía a esta
mezquita con oro y plata; y daban cada año cierto tributo; tenían
sus casas y mayordomos adonde echaban el tributo, adonde se halló
algún oro y muestras de haber alzado mucho más; averiguóse con
muchos indios haberlo alzado por mandado del diablo. Muchas cosas se
podrían decir de las idolatrías que se hacen a este ídolo más por
evitar prolejidad no las digo, mas de cuanto se dice entre los
indios que aquel ídolo les hace entender que es su dios; y que los
puede hundir si le enojan, y no le sirven bien; y que todas las
cosas del mundo están en su mano. Y la gente estaba tan
escandalizada y temerosa de solamente haber entrado el capitán a
verle, que pensaban que en yéndose de allí los christianos los había
de destruir a todos. Los christianos dieron a entender a los indios
el gran yerro en que estaban, y que el que hablaba dentro de aquel
ídolo es el diablo, que los tenía engañados; y amonestáronles que de
allí adelante no creyesen en él ni hiciesen lo que les aconsejase, y
otras cosas acerca de sus idolatrías. El capitán mandó deshacer la
bóveda donde el ídolo estaba, y quebrarle delante de todos, y les
dio a entender muchas cosas de nuestra santa fe cathólica, y les
señaló por armas para que se defendiesen del demonio la señal de la
cruz. Este pueblo de Xachacama es gran cosa; tiene junto a esta
mezquita una casa del sol, puesta en un cerro bien labrada, con
cinco cercas; hay casas con terrados, como en España. El pueblo
parece ser antiguo, por los edificios caídos que en él hay; lo más
de la cerca está caído. El principal señor dél se llama Taurichumbi.
A este pueblo vinieron los señores comarcanos a ver al capitán con
presentes de lo que había en su tierra y con oro y plata;
maravilláronse mucho de haberse atrevido el capitán a entrar donde
el ídolo estaba y haberle quebrantado. El señor de Malaque , llamado
Lincoto, vino a dar la obediencia a su majestad y trujo presentes de
oro y plata; el señor de Hoar, llamado Alincay, hizo lo mesmo. El
señor de Guaico, llamado Guarilli, asimismo trujo oro y plata. El
señor de Chincha, con diez principales suyos, trujeron presentes de
oro y plata; este señor dijo que se llamaba Tambianvea. Y el señor
de Guarva, llamado Guaxchapaicho, y el señor de Colixa, llamado Aci,
y el señor de Sallicaimarca, llamado Ispilo, y otros señores y
principales de las comarcas traían sus presentes de oro y plata ,que
se juntó con lo que fue sacado de la mezquita noventa mil pesos . A
todos estos caciques habló el capitán muy bien, agradesciéndoles su
venida. Y mandóles en nombre de su majestad, que siempre lo hiciesen
así; y enviólos muy contentos.
En este pueblo de Xachacama tuvo el capitán Hernando Pizarro
noticias que Chilicuchima, capitán de Atabaliba, estaba cuatro
jornadas de allí con mucha gente y con el oro; y que no quería pasar
de allí, antes decía que venía a dar guerra a los christianos. El
capitán te envió un mensajero asegurándole, y envióle a decir que
viniese con el oro, que ya sabía que su señor estaba preso, y había
muchos días que le esperaba; y que también estaba enojado el señor
Gobernador de su tardanza; y otras muchas cosas te envió decir,
asegurándole para que viniese porque el no podía ir a verse con él,
porque había mal camino para los caballos; y que en un pueblo que
estaba en el camino el que más presto llegase, aguardase al otro.
Chilicuchima envió a decir que él haría lo que el capitán mandaba, y
que en ello no habría otra cosa. Y así, el capitán se despachó del
dicho pueblo de Xachacama para venir a juntarse con Chilicuchima; y
por las mesmas jornadas vino hasta el pueblo de Guarva, que está en
el llano junto a la mar; y allí dejó la costa y tornó a entrarla
tierra adentro. A tres días del mes de marzo salió el capitán
Hernando Pizarro del dicho pueblo de Guarva, y caminó por un río
arriba, cercado de muchas arboledas todo aquel día, y a la noche fue
a dormir a un pueblo que est en la ribera deste río; este pueblo
donde el capitán fue a dormir está subjecto al sobredicho pueblo de
Guarva. Y llámase Guaranga . El día siguiente partió el capitán
deste pueblo, y fue a dormir a otro pueblo pequeño que se dice
Aillón, que está situado junto a la sierra, el cual es subjecto a
otro pueblo más principal llamado Aratambo , de muchos ganados y
maíz.
Otro día, cinco días del dicho mes, fue a dormir a otro pueblo
subjecto de Caxatambo, que se dice Chincha .En el camino está un
puerto de nieve muy agro, la nieve daba a las cinchas de los
caballos. Este pueblo es de muchos ganados. Aquí estuvo el capitán
dos días. Sábado, a siete del dicho mes, partió desde pueblo. Y fue
a dormir a Caxatambo. Este es un muy gran pueblo, situado en un
valle hondo, donde hay muchos ganados, y por todo el camino hay
muchos corrales de ovejas. Llámase el señor desde pueblo Sachao.
Hízolo bien en el servicio de los españoles. En este pueblo tornó a
tomar el camino ancho por donde el dicho Chilicuchima había de ir;
hay tres días de travesía. Aquí se informó el capitán si había
pasado a juntarse con él, como había quedado. Todos los indios le
decían que había pasado, y llevaba todo el oro. Y según después
pareció, ellos estaban avisados que lo dijesen así, porque el
capitán se viniese. Y él quedaba en Xauxa sin pensamiento de venir.
Y como se cree destos indios que pocas veces dicen verdad, el
capitán determinó, aunque fue gran trabajo y peligro, de salir al
camino real por donde Chilicuchima había de venir, para saber si
había pasado, y si no fuese pasado, ira verse con él doquiera que
estuviese, así por traer el oro como por deshacer el ejército que
tenía y traerlo por bien; y si no quisiese, dar en él y prenderlo, Y
así, el capitán con su gente tomó la vía de un pueblo grande,
llamado Pombo, que está en el camino real. Lunes, a nueve de dicho
mes, fue a dormir a un pueblo que está entre unas sierras, que se
dice Oyu . El cacique del pueblo salió de paz, y dio a los
christianos todo lo que fue menester para aquella noche. Otro día de
mañana fue el capitán a dormir a un pueblo chico de pastores, que
está cerca de una laguna de aguadulce, que tiene tres leguas de
circuito, en un llano donde hay muchos ganados medianos, como los de
España, y de lana muy fina . Otro día miércoles por la mañana llegó
el capitán con su gente al pueblo de Pombo , y saliéronle a recibir
los señores del pueblo y algunos capitanes de Atabaliba que estaban
allí con cierta gente. Allí halló el capitán ciento y cincuenta
arrobas de todo oro que Chilicuchima enviaba, y él quedaba con su
gente en Xauxa. Luego, como el capitán se aposentó, preguntó a los
capitanes de Atabaliba qué era la causa que Chilicuchima enviaba
aquel oro, y no venía él, como había prometido. Ellos respondieron,
que porque él tenía mucho miedo de los christianos, no había venido;
y también porque esperaba mucho oro que venía del Cuzco; y no osaba
ir con tan poco. El capitán Hernando Pizarro hizo un mensajero desde
este pueblo a Chilicuchima asegurándole, y haciéndole saber que,
pues él no había venido, que él iba adonde él estaba, que no tuviese
miedo. En este pueblo descansó un día, por llevar los caballos algo
aliviados, para si fuese menester pelear.
Viernes, a catorce días de dicho mes de marzo, partió el
capitán con su gente de pie y de caballo del dicho pueblo de Pombo
para ir a Xauxa; y en este día fue a dormir a un pueblo llamado
Xacamalca , seis leguas de tierra llana del pueblo de donde partió.
Hay en el campo una laguna de agua dulce que comienza de junto a
este pueblo, y tiene de circuito de ocho o diez leguas, toda cercada
de pueblos; y cerca della hay muchos ganados, y hay en ella aves de
aguade muchas maneras y pescados pequenos. En esta laguna tuvo el
padre de Atabaliba y él muchas balsas traídas de Túmbez para su
recreación. Sale desta laguna un río que va al pueblo de Pombo, y
pasa por una parte dél muy sesgo y hondable, y pueden venir por él a
desembarcar a una puente que está junto al pueblo. Los que pasan
pagan portazgo como en España. Por todo este río hay muchos ganados,
púsosele por nombre Guadiana, porque le parece mucho.
Sábado, a quince días del dicho mes, partió el capitán del
pueblo de Xacamalca, y fue a comer a una casa que está tres leguas
de allí, donde tenían buen recibimiento de comida, y fue a dormir
otras tres leguas adelante, a un pueblo llamado Tarma, que está en
la ladera de una sierra. Allí le llevaron a aposentar en una casa
pintada que tiene buenos aposentos. El señor deste pueblo lo hizo
bien, así en el dar de comer, como en dar gente para cargas. Domingo
por la mañana se partió el capitán deste pueblo, porque era algo
grande la jornada, y comenzó a caminar su gente puesta en orden,
recelando que Chilicuchima estaba de mal arte, porque no le había
hecho mensajero. A hora de vísperas llegó a un pueblo llamado
Yanaimalca. Del pueblo le salieron a recibir. Allí supo que
Chilicuchima estaba fuera de Xauxa, de donde tuvo más sospecha, y
porque estaba una legua de Xauxa, en acabando de comer caminó, y
llegando a vista della, desde un cerro vieron muchos escuadrones de
gente, y no sabían si era de guerra o del pueblo. Llegado el capitán
con su gente a la plaza principal del dicho pueblo, vieron que los
escuadrones eran de gente del pueblo, que se habían juntado para
hacer fiestas. Luego como el capitán llegó, antes de apearse
preguntó por Chilicuchima, y dijéronle que era ido a otros pueblos y
que otro día vernía. So color de ciertos negocios, él se había
ausentado hasta saber de los indios que venían con el capitán el
propósito que los españoles llevaban; porque, como él vía que había
hecho mal en no cumplir lo que había prometido, y que el capitán
había venido ochenta leguas a verse con él y por estas causas
sospechó que iba a prenderle o matarle. Y por el miedo que este
capitán tenía a los christianos, especialmente a los de caballo, por
eso se absentó. El capitán llevaba consigo a un hijo del Cuzco
viejo, el cual, como supo que Chilicuchima se había ausentado, dijo
que quería ir adonde él estaba, y así fue en unas andas. Toda
aquella noche estuvieron los caballos ensillados y enfrenados, y
mandó a los señores del pueblo que ningún indio pareciese en la
plaza, porque los caballos estaban enojados y los matarían. Otro día
siguiente vino aquel hijo del Cuzco, y con él Chilicuchima, los dos
en andas bien acompañados, y entrando por la plaza se apeó y dejó
toda la gente, y con algunos que le acompañaban fue a la posada del
capitán Hernando Pizarro a verle a desculparse por no haber ido,
como lo había prometido, y cómo no le había salido a recibir,
diciendo que no había podido más con sus ocupaciones; y
preguntándole el capitán corno no había ido a juntarse con él, según
lo había prometido, Chilicuchima respondió que su señor Atabaliba le
había enviado a mandar que se estuviese quedo; el capitán le
respondió que ya no tenía ningún enojo dél; pero que se aparejase,
que había de ir adonde estaba el Gobernador, el cual tenía preso a
su señor Atabaliba; y que no le había de soltar hasta que diese el
oro que había mandado; y que él sabía cómo tenía mucho oro, que lo
allegase todo, y que se fuesen juntos; y que le sería hecho buen
tratamiento. Chilicuchima respondió que su señor le había enviado a
mandar que se estuviese quedo que si no le enviase a mandar otra
cosa, que no osaría ir; porque, como aquella tierra era nuevamente
conquistada, si él se fuese tornaríase a rebelar . Hernando Pizarro
estuvo porfiando con él mucho; en conclusión, quedó que él se vería
en ello aquella noche, y por la mañana le hablaría. El capitán lo
quería atraer por buenas razones, por no alborotar la tierra, porque
pudiera venir daño a tres españoles que eran idos a la ciudad del
Cuzco. Otro día por la mañana Chilicuchima fue a su posada; y dijo
que, pues él quería que fuese con él, que no podía hacer otra cosa
de lo que mandaba, que él se quería ir con él. Y que dejaría otro
capitán con la gente de guerra que allí tenía. Y aquel día juntó
hasta treinta cargas de oro bajo, y concertaron de irse desde a dos
días, en los cuales vinieron hasta treinta o cuarenta cargas de
plata. En estos días se guardaron mucho los españoles, y de día y de
noche estaban los caballos ensillados, porque aquel capitán de
Atabaliba se vido tan poderoso de gente que si hobiera dado de noche
en los christianos hiciera gran daño. Este pueblo de Xauxa es muy
grande y está en un hermoso valle; es tierra muy templada, pasa
cerca del pueblo un río muy poderoso, es tierra abundosa, el pueblo
está hecho a la manera de los de España, y las calles bien trazadas.
A vista dél hay otros pueblos subjectos a él. Era mucha la gente de
aquel pueblo y de sus comarcas que al parecer de los españoles se
juntaban cada día en la plaza principal cient mil personas, y
estaban los mercados y calles del pueblo tan llenos de gente, que
parecía que no faltaba persona. Había hombres que tenían cargo de
contar toda esta gente, para saber los que venían a servir a la
gente de guerra; otros tenían cargo de mirar lo que entraba en el
pueblo. Tenía Chilicuchirna mayordomos que tenían cargo de proveer
de mantenimientos a la gente. Tenían muchos carpinteros que labraban
madera, y otras muchas grandezas tenía acerca de su servicio y
guarda de su persona; tenía en su casa tres o cuatro porteros.
Finalmente, en su servicio y en todo lo demás imitaba a su señor.
Este era temido en toda aquella tierra, porque era muy valiente
hombre, que había conquistado por mandado de su señor, más de
seiscientas leguas de tierra, donde hubo muchos recuentros en el
campo y en pasos malos, y en todos fue vencedor, y ninguna cosa le
quedó por conquistar en toda aquella tierra.
Viernes, a veinte días del mes de marzo, partió el capitán
Hernando Pizarro del dicho pueblo de Xauxa para dar la vuelta al
pueblo de Caxamalca, y con él Chilicuchima, y por las mesmas
jornadas vino hasta el pueblo de Pombo, adonde viene a salir el
camino real del Cuzco; donde estuvo el día que llegó y otro.
Miércoles partieron del dicho pueblo de Pombo, y por unos llanos,
donde había muchos hatos de ganado, fueron a dormir a unos aposentos
grandes. Este día nevó mucho. otro día fueron a dormir a un pueblo
que está entre unas sierras, que se dice Tambo ; hay junto a él un
hondo río donde hay una puente, y para bajar al río hay una escalera
de piedra muy agra, que habiendo resistencia de arriba, harían mucho
daño. El capitán fue bien servido del señor deste pueblo de todo lo
que fue menester para él y para su gente, e hicieron gran fiesta por
respecto del capitán Hernando Pizarro, y también por que venía con
él Chilicuchima, a quien solían hacer fiestas. Otro día fueron a
dormir a otro pueblo llamado Tonsucancha, y el cacique principal dél
se llama Tillima; aquí tuvieron buen recibimiento, y hubo mucha
gente de servicio; porque, aunque el pueblo era pequeño, acudieron
allí los comarcanos a recibir y ver a los christianos. En este
pueblo hay muchos ganados pequeños de muy buena lana, que parece a
la de España. Otro día fueron a dormir a otro pueblo que se dice
Guaneso, que había de allí cinco leguas de camino, lo mas dél
enlosado y empedrado, y hechas sus acequias por do va el agua. Dicen
que fue hecho por causa de las nieves que en cierto tiempo del año
caen por aquella tierra. Este pueblo de Guaneso es grande y está en
un valle cercado de sierras muy agras, tiene el valle tres leguas en
circuito, y por la una parte, viniendo a este pueblo de Caxamalca,
hay una gran subida muy agra, en este pueblo hicieron buen
recibimiento al capitán y a los christianos; y dos días que allí
estuvieron hicieron muchas fiestas. Este pueblo tiene otros
comarcanos que le son subjectos; es tierra de muchos ganados. El
postrimero día del sobredicho mes partió el capitán con su gente
deste pueblo, y llegaron a una puente de un río caudal, hecha de
maderos muy gruesos; y en ella había porteros que tenían cargo de
cobrar el portazgo, como entre ellos es costumbre. Este día fueron a
dormir a cuatro leguas de aqueste pueblo donde Chilicuchima tuvo
proveído de todo lo que fue menester para aquella noche . Otro día,
primero del mes de abril, partieron deste pueblo, y fueron a dormir
a otro que se llama Picosmarca . Este pueblo está en la ladera de
una sierra agra. Llámase el cacique Parpay. otro día partió el
capitán de éste pueblo, y fue a dormir tres leguas de allí, a un
buen pueblo llamado Guari , donde hay otro río grande y hondo donde
hay otra puente. Este lugar es muy fuerte, porque tiene por las dos
partes hondos barrancos. Aquí dijo Chilicuchima que había habido un
recuentro con la gente del Cuzco, que le había aguardado en este
paso, y se le defendieron dos o tres días, y cuando los del Cuzco
iban de vencida, ya que era pasada alguna gente, quemaron la puente,
y Chilicuchima y su gente pasaron nadando; y mataron muchos de los
del Cuzco. Otro día partió el capitán deste pueblo, y fue a dormir a
otro lugar que se llama Guacango , que hay cinco leguas de camino.
Otro día fue a dormir a otro pueblo que se dice Piscobamba ; este
pueblo es grande, y está en la ladera de una sierra; llámase el
cacique dél Tanguame; deste cacique y de sus indios fue el capitán
bien recebido, y los christianos bien servidos. En el medio del
camino deste pueblo a Guacacamba hay otro río hondable, y en él
otras dos puentes juntas, hechas de red, como las que arriba dije,
que sacan un cimiento de piedra de junto al agua, y de una parte a
otra, hay unas maromas tan gruesas como el muslo, hechas de bimbres,
y sobre ella atraviesan muchos cordeles gruesos muy tejidos, y hacen
sus bordos altos, y por debajo están unas piedras grandes atadas
para tener recia la puente. Los caballos pasaron bien la puente,
aunque se andaba, que es una cosa temerosa de pasar para quien no ha
pasado; pero no hay peligro, porque está muy fuerte. En todas estas
puentes hay guardas, como en España, y tienen la mesma orden que
arriba dije. Otro día partió el capitán con su gente deste pueblo, y
fue a dormir a unas caserías que están cinco leguas dél. Otro día
vino a dormir a un pueblo que se dice Agoa, subjecto de Piscobamba;
es buen pueblo y de muchos maizales; está entre sierras. El cacique
y sus indios dieron lo que fue menester aquella noche, y a la mañana
dieron la gente de servicio que fue menester. Otro día fueron el
capitán y su gente a dormir a otro pueblo que se dice Conchucho, que
son cuatro leguas de camino muy agro. Este pueblo está en una hoya.
Media legua antes que lleguen a él va un camino muy ancho cortado
por peña, hechos en la peña escalones, hay muchos malos pasos, y
fuertes si hubiese defensa. Partiendo de allí el capitán y su gente,
fueron a dormir a otro pueblo, llamado Andamarca, que es donde se
apartó para ir a Pachacama; a este pueblo se vienen a juntar los dos
caminos reales que van al Cuzco. Del pueblo de Pombo a éste hay tres
leguas de camino muy agro; en las bajadas y subidas tienen hechas
sus escaleras de piedra; por la parte de la ladera tiene su pared de
piedra porque no puedan resbalar, porque por algunas partes podrían
caer, que se harían pedazos; para los caballos es gran bien, que
caerían si no hobiese pared . En medio del camino hay una puente de
piedra y madera muy bien hecha, entre dos peñoles; y a la una parte
de la puente hay unos aposentos bien hechos y un patio empedrado,
donde dicen los indios que cuando los señores de aquella tierra
caminaban por allí les tenían hechos banquetes y fiestas.
Deste pueblo vino el capitán Hernando Pizarro por las mesmas
jornadas que llevó hasta la ciudad de Caxamalca, donde entró, y con
él Chilicuchima, a veinte y cinco días del mes de mayo año de mil y
quinientos y treinta y tres. Aquí se ha visto una cosa que no se ha
visto después que las indias se descubrieron, y aun entre españoles
es bien notar: que al tiempo que Chilicuchima entró por las puertas
donde estaba preso su señor, tomó a un indio de los que consigo
llevaba y una carga mediana, y echósela encima, y con él otros
muchos principales de aquellos que consigo llevaba; y así cargado él
y los otros, entró donde su señor estaba, y cuando lo vio, alzó las
manos al sol, y dióle gracias porquese lo había dejado ver; y luego
con mucho acatamiento, llorando, se llegó a él y le besó en el
rostro y las manos y los pies; y asimesmo los otros principales que
venían con él. Atabaliba mostró tanta majestad, que con no tener en
todo su reino a quien tanto quisiese , no le miró a la cara ni hizo
dél más caso que del más triste indio que viniera delante dél. Y
esto de cargarse para entrar a ver a Atabaliba es cierta ceremonia
que se hace a todos los señores que han reinado en aquella tierra.
La cual dicha relación, yo Miguel de Estete, veedor que fui en el
viaje que el dicho capitán Hernando Pizarro, hizo truje de todo lo
susosdicho, de la manera que sucedió.-Miguel Estete.
Verdadera relación de la conquista del Perú
Francisco de Xerez
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Central Hispano 1999-2000
Verdadera relación de la conquista del Perú
Francisco de Xerez
Prosigue el primer autor
Visto por el Gobernador que seis navíos que estaban en el
puerto de Sant Miguel no se podían sostener, y que dilatando su
partida se podrerían los maestros dellos, que a él vinieron, le
habían requerido que los pagase y los despachase, el Gobernador hizo
ayuntamiento para despacharlos, y para hacer relación a su majestad
de lo sucedido. Y juntamente con los oficiales de su majestad acordó
que se hiciese fundición de todo el oro que hay en este pueblo, que
Atabaliba había hecho traer, y de todo lo demás que llegara antes
que la fundición se acabe, porque fundido y repartido, no se detenga
más aquí el Gobernador, y vaya a hacer la población, como manda su
majestad.
Año mil y quinientos y treinta y tres, andados trece días del
mes de mayo, se pregonó y comenzó hacer la fundición. Pasados diez
días, llegó a este pueblo de Caxamalca uno de los tres christianos
que fueron a la ciudad del Cuzco; éste es el que fue por escribano ,
y trujo la razón de cómo se había tomado posesión en nombre de su
majestad en aquella ciudad del Cuzco. Asimesmo trujo relación de los
pueblos que hay en el camino; en que dijo que hay treinta pueblos
principales, sin la ciudad del Cuzco, y otros muchos pueblos
pequeños; y dijo que la ciudad del Cuzco es tan grande como se ha
dicho, y que está asentada en una ladera cerca del llano. Las calles
muy bien concertadas y empedradas, y en ocho días que allí
estuvieron no pudieron ver todo lo que allí había; y que una casa
del Cuzco tenía chapería de oro. Y que la casa es muy bien hecha y
cuadrada y tiene de esquina a esquina trescientos y cincuenta pasos,
y de las chapas de oro que esta casa tenía quitaron setecientas
planchas, que una con otra tenían a quinientos pesos, de otra casa
quitaron los indios cuantidad de doscientos milpesos, y que por ser
muy bajo no lo quisieron recebir, que ternía a siete o ocho quilates
el peso; y que no vieron más casas chapadas de oro destas dos,
porque los indios no les dejaron ver toda la ciudad, y que por la
muestra y pare-cer de la ciudad y de los oficiales della creen que
hay mucha riqueza en ella; y que hallaron allí al capitán Quisquis,
que tiene esta ciudad por Atabaliba, con treinta mil hombres de
guarnición, con que la guarda, porque confina con caribes y con
otras gentes que tienen guerra contra aquella ciudad . Y otras
muchas cosas dijo que hay en aquella ciudad, y de la buena orden
della. Y que el principal que con ellos fue viene con los otros dos
christianos con setecientas planchas de oro y plata, y mucha
cuantidad que les dio en Xauxa el principal que allí dejó
Chilicuchima. Por manera que en todo el oro que traen vienen ciento
y setenta y ocho cargas, y son las cargas de paligueres, que las
traen cuatro indios, y que traen poca plata, y que el oro viene a
los christianos poco a poco y detiniéndose, porque son menester
muchos indios para ello, y los vienen recogiendo de pueblo en
pueblo; y se cree que llegará a Caxamalca dentro de un mes. El oro
que se ha dicho que venía del Cuzco entró en este pueblo de
Caxamalca a trece días de junio del año sobredicho ; y vinieron
doscientas cargas de oro y veinte y cinco de plata; en el oro al
parecer había más de ciento y treinta quintales; y después de haber
venido esto, vinieron otras sesenta cargas de oro bajo; la mayor
parte de todo esto eran planchas, a manera de tablas de cajas, de a
tres y a cuatro palmos de largo. Esto quitaron de las paredes de los
bohíos , y traían agujeros, que parece haber estado clavadas.
Acabóse de hundir y repartir todo este oro y plata que se ha dicho
día de Santiago; y pesado todo el oro y plata por una romana, hecha
la cuenta, reducido todo a buen oro, hubo en todo un cuento y
trescientos y veinte y seis mil y quinientos y treinta y nueve pesos
de buen oro. De lo cual perteneció a su majestad su quinto, después
de sacados los derechos de fundidor, doscientos y sesenta y dos mil
y doscientos y cincuenta y nueve pesos de buen oro . Y en la plata
hubo cincuenta y un mil seiscientos y diez marcos, y a su majestad
perteneció diez mil y ciento y veinte y un mil marcos de plata. De
todo lo demás, sacado el quinto y los derechos del fundidor,
repartió el Gobernador entre todos los conquistadores que lo
ganaron; y cupieron los de caballo a ocho mil y ochocientos y
ochenta pesos de oro,.y a trescientos y sesenta y dos marcos de
plata; y los de pie a cuatro mil y cuatrocientos y cuarenta pesos y
a ciento y ochenta y un marcos de plata; y algunos a más y otros a
menos, según pareció al Gobernador que cada uno merecía, según la
cualidad de las personas, y trabajo que habían pasado . De cierta
cuantidad de oro que el Gobernador apartó antes del
repartimiento,.dio a los vecinos que quedaron en el pueblo de Sant
Miguel y a toda la gente que vino con el capitán Diego de Almagro y
todos los mercaderes y marineros que vinieron después de la guerra
hecha, por manera que a todos los que en aquella tierra se hallaron
alcanzó parte , y por esta causa se puede llamar fundición general,
pues a todos fue general. Viose en esta fundición una cosa de notar,
que hubo un día que se fundieron ochenta mil pesos, y comúnmente se
hundían cincuenta o sesenta mil pesos. Esta hundición fue hecha por
los indios, que hay entre ellos grandes plateros y fundidores, que
fundían con nueve forjas .No dejaré de decir los precios que en esta
tierra se han dado por los mantenimientos y otras mercaderías,
aunque algunos no lo creerán por ser tan subidos; y puédolo decir
con verdad, pues lo vi, y compré algunas cosas. Un caballo se vendió
por dos mil y quinientos pesos, y otros tres mil y trescientos. El
precio común de ellos eran dos mil y quinientos, y no se hallaban a
este precio. Una botija de vino de tres azumbres, sesenta pesos. Yo
di por dos azumbres cuarenta pesos. Un par de borceguíes treinta o
cuarenta pe sos, unas calzas otro tanto. Una capa cien pesos, y
ciento y veinte. Una espada cuarenta o cincuenta. Una cabeza de ajos
medio peso. A este respecto eran las otras cosas (es tanto un peso
de oro como un castellano); una mano de papel diez pesos. Yo di por
poco más de media onza de azafrán dañado doce pesos. Muchas cosas
había que decir de los crecidos precios a que se han vendido todas
las cosas; y de lo poco en que era tenido el oro y la plata. La cosa
llegó a que si uno debía a otro algo le daba un pedazo de oro a
bulto sin pesar. Y aunque le diese al doble de lo que le debía, no
se le daba nada; y de casa en casa andaban los que debían con un
indio cargado de oro buscando a los acreedores para pagar.
Dicho se ha cómo se acabó la hundición y se repartió el oro y
plata, y de la riqueza de aquella tierra, y cómo es tenido en tan
poco el oro y plata, así de los españoles como de los indios . Hay
lugar de los que subjectos al Cuzco, que agora estaba por Atabaliba,
adonde dicen que hay dos casas hechas de oro, y las pajas dellas,
con que están cubiertas, todas hechas de oro. Con el oro que aquí se
trujo del Cuzco trujeron algunas pajas hechas de oro macizo con su
espigueta hecha al cabo, propia como nasce en el campo . Si hobiera
de contar la diversidad de las piezas de oro que se trujeron, sería
cosa de nunca acabar. Pieza hubo de asiento que pesó ocho arrobas de
oro, y otras fuentes grandes con sus caños corriendo agua, en un
lago hecho en la mesma fuente, donde hay aves hechas de diversas
maneras, y hombres sacando agua de la fuente, todo hecho de oro.
Asimesmo se sabe por dicho de Atabaliba y de Chilicuchima y de otros
muchos, que tenía Atabaliba en Xauxa ciertas ovejas y pastores que
las guardan todo hecho de oro, y las ovejas y pastores grandes como
los que hay en esta tierra; estas piezas eran de su padre, las
cuales prometió dar a los españoles. Grandes cosas se cuentan de las
riquezas de Atabaliba y de su padre
Agora digamos una cosa que no es para dejar de escrebir, y es
que pareció ante el señor Gobernador un cacique señor del pueblo de
Caxamalca; y por las lenguas le dijo: «Hágote saber que después que
Atabaliba fue preso, envió a Guito, su tierra, y por todas las otras
provincias, a hacer ayuntamiento de gente de guerra para venir sobre
ti y tu gente y mataros a todos; y que toda esta gente viene con un
gran capitán llamado Lluminabe ; y que está muy cerca de aquí; y
verná de noche y dará en este real, quemándolo por todas partes, y
al primero que trabajarán de matar será a ti; y sacarán de prisión a
su señor Atabaliba. De la gente natural de Guito vienen doscientos
mil hombres de guerra y treinta mil caribes que comen carne humana;
y de otra provincia que se dice Pacalta, y de otras partes, viene
gran número de gente» . Oído por el Gobernador este aviso y
agradeciólo mucho al Cacique; y hízole mucha honra, y mandó a un
escribano que lo asentase todo, y luego hizo sobre ello información;
y tomó el dicho a un tío de Atabaliba y a algunos señores
principales y a algunas indias; y hallóse ser verdad todo lo que
dijo el cacique señor de Caxamalca. El Gobernador habló a Atabaliba,
diciendo: «¿Qué traición es ésta que me tienes armada, habiéndote yo
hecho tanta honra como a hermano, y confiándome de tus palabras?» Y
declaróle todo lo que había sabido y tenía por información.
Atabaliba respondió diciendo: «¿Búrlaste conmigo? Siempre me hablas
cosas de burlas; ¿qué parte somos yo y toda mi gente para enojar a
tan valientes hombres como vosotros? No me digas estas burlas». Y
todo esto sin mostrar semblante de turbación, sino riendo, por mejor
disimular su maldad. Y otras muchas vivezas de hombre agudo ha dicho
después que está preso, de que los españoles que se las han oído
están espantados de ver en un hombre bárbaro tanta prudencia. El
Gobernador mandó traer una cadena, y que se la echasen en la
garganta, y envió dos indios por espías a saber dónde estaba este
ejército; porque se decía que estaba a siete leguas de Caxamalca;
por ver si estaba en parte donde pudiese enviar sobre ellos ciento
de caballo; y supo que estaba en tierra muy agra y que se venían
acercando. Y súpose que luego que le. fue echada la cadena a
Atabaliba envió sus mensajeros a hacer saber a aquel su gran capitán
cómo el Gobernador lo había muerto; y que sabida esta nueva por él y
por los de su hueste, se habían retraído atrás; y que tras aquellos
mensajeros envió otros enviándoles a mandar que luego viniesen sin
detenerse, enviándoles avisos cómo y por dónde y a qué hora habían
de dar en el real; porque él estaba vivo; y si se tardaban, lo
hallarían muerto.
Sabido todo esto por el Gobernador, mandó poner mucho recaudo
en el real, y que todos los de caballo rondasen toda la noche,
haciendo tres cuartos cada noche, y en cada cuarto rondaban
cincuenta de caballo; y en el del alba todos ciento y cincuenta. Y
en todas estas noches no durmieron el Gobernador y sus capitanes,
requiriendo las rondas y mi rando lo que convenía, y los cuartos que
cabían de dormir a la gente no se quitaban las armas; y los caballos
estaban ensillados. Con este recaudo estaba el real, hasta un sábado
a puesta de sol vinieron dos indios de los que servían a los
españoles a decir al Gobernador que venían huyendo de la gente del
ejército, que llegaba tres leguas de allí; y que aquella noche o
otra llegarían a dar en el real de los christia nos, porque a gran
priesa se venían acercando,por lo que Atabaliba les había enviado a
mandar. Luego elGobernador, con acuerdo de los oficiales de su
majestad y de los capitanes y, personas de experiencia, sentenció a
muerte a Atabaliba ; y mandó por su sentencia, por la traición por
él cometida, que muriese quemado si no se tornase christiano, por la
seguridad de los christianos y por el bien de toda la tierra y
conquista y pacificación delta; porque muerto Atabaliba, luego
desbarataría toda aquella gente, y no ternían tan ánimo para ofender
y hacer lo que les había enviado a mandar. Y así, le sacaron a hacer
dél justicia, y llevándolo a la plaza, dijo que quería ser
christiano. Luego lo hicieron saber al Gobernador, y dijo que lo
bautizasen; y bautizólo el muy reverendo padre frey Vicente de
Valverde, que lo iba esforzando. El Gobernador mandó que no lo
quemasen, sino que lo ahogasen atado a un palo en la plaza, y así
fue hecho; y estuvo allí hasta otro día por la mañana, que los
religiosos y el Gobernador, con los otros españoles, lo llevaron a
enterrar a la iglesia con mucha solemnidad, con toda la más honra
que se le puedo hacer. Así acabó éste que tan cruel había sido, con
mucho ánimo, sin mostrar sentimiento, diciendo que encomendaba a sus
hijos al Goberna dor . Al tiempo que lo llevaban a enterrar hubo
gran llanto de mujeres y criados de su casa. Murió en sábado a la
hora que fue preso y desbaratado. Algunos dijeron que por sus
pecados murió en tal día y hora como fue preso; y así pagó los
grandes males y crueldades que en sus vasa llos había hecho; porque
todos a una voz dicen que fue el mayor carnicero y cruel que los
hombrés vieron; que por muy pequeña causa asolaba un pueblo, por un
pequeño delicto que un solo hombre dél hobiese cometido; y mataba
diez mil personas. Y por tiranía tenía subjecta toda aquella tierra.
Y de todos era muy mal quisto.
Luego tomó el Gobernador otro hijo del Cuzco viejo, llamado
Atabaliba, que mostraba tener amistad a los christianos; y lo puso
en el señorío en presencia de los caciques y señores comarcanos y de
otros muchos indios; y les mandó que lo tuviesen todos por señor, y
le obedeciesen como antes obedecían a Atabaliba, pues éste era señor
natural por ser hijo legítimo del Cuzco viejo. Y todos dijeron que
lo ternían por tal señor, y le obedecerían como el Gobernador les
mandaba.
Agora quiero decir una cosa admirable, y es, que veinte días
antes que esto acaesciese, ni se supiese de la hueste que Atabaliba
había hecho juntar, estando Atabaliba una noche muy alegre con
algunos españoles, hablando con ellos, pareció a deshora una señal
en el ciclo, a la parte del Cuzco, como cometa de fuego, que duró
mucha parte de la noche; y vista esta señal por Atabaliba, dijo que
muy presto había de morir en aquella tierra un gran señor.
Cuando el Gobernador hubo puesto en el estado y señorío desta
tierra a Atabaliba el menor (como ya está dicho), díjole el
Gobernador que le quería notificar lo que su majestad manda, y lo
que ha de hacer y cumplir para ser su vasallo. Atabaliba respondió
que había de estar retraído cuatro días sin hablar a ninguno; porque
así se usa entre ellos cuando un señor muere; para que el sucesor
sea temido y obedescido; y luego le dan todos la obediencia . Así,
estuvo los cuatro días retraído, y después asentó con él las paces
el Gobernador con solemnidad de trompetas; y le entregó la bandera
real, y él la recibió y alzó con sus manos por el Emperador nuestro
señor, dándose por su vasallo. Luego todos los señores principales y
caciques que presentes se hallaron, con mucho acatamiento lo
recibieron por señor y le besaron la mano y en el carrillo. Y
volviendo las caras al sol, le dieron gracias, las manos juntas,
diciendo que les había dado señor natural. Así fue recebido este
señor al estado de Atabaliba, y luego le pusieron una borla muy rica
atada por la cabeza que desciende desde la frente, que cuasi te tapa
los ojos; que entre ellos es corona, que trae el que es señor en el
señorío del Cuzco; y así la traía Atabaliba.
Y después de todo esto, algunos de los españoles que habían
conquistado la tierra, mayormente los que había mucho tiempo que
estaban allá, y otros que fatigados de enfermedades y heridas, no
podían servir ni estar allá, demanda ron licencia al Gobernador,
suplicándole que los dejase venir a sus tierras con el oro y plata y
piedras y joyas que les habían cabido de su parte. La cual licencia
les fue concedida, y algunos dellos vinieron con Hernando Pizarro
herma no del Gobernador, y a otros se les dio después licencia,
visto que cada día les venía gente de nuevo, que concurría a la fama
de la riqueza que habían habido . Y el Gobernador dio algunas ovejas
y carneros y indios a los españoles a quien había dado licencia,
para que trujesen su oro y plata y ropa; hasta el pueblo de Sant
Miguel, y en el camino perdieron algunos particulares oro y plata en
cuantidad de más de veinte y cinco mil castellanos, porque los carne
ros y ovejas se les huían con el oro y plata; y también huían
algunos indios. Y en este camino padescieron, desde la ciudad del
Cuzco hasta el puerto, que son cuasi doscientas leguas, mucha hambre
y sed y trabajo, y falta de quien les trujese su hacienda; y así,
embarcándose, vinieron a Panamá, y desde allí al Nombre de Dios,
adonde se embarca ron, y nuestro Señor los trujo hasta Sevilla,
adonde hasta agora son venidas cuatro naos, las cuales trujeron la
siguiente cuantidad de oro y plata.
Año de mil quinientos y treinta y tres a cinco días de
diciembre, llegó a esta ciudad de Sevilla la primera destas cuatro
naos, en la cual vino el capitán Cristóbal de Mena, el cual trujo
suyos ocho mil pesos de oro y novecientos y cincuenta marcos de
plata. Ítem vino un reverendo clérigo, natural de Sevilla, llamado
Juan de Sosa, que trujo seis mil pesos de oro y ochenta marcos dé
plata. Ítem vinieron en esta nao, allende de lo sobredicho, treinta
y ocho mil nove cientos y cuarenta y seis pesos.
Año de mil y quinientos y treinta y cuatro a nueve de enero,
llegó al río de Sevilla la segunda nao, nombrada Santa María del
Campo, en la cual vino el capitán Hernando Pizarro, hermano de
Francisco Pizarro, gobernador y capitán general de la
Nueva-Castilla. En esta nao vinieron para su majestad ciento y
cincuenta y tres mil pesos de oro y cinco mil y cuarenta y ocho
marcos de plata. Más trujo para pasajeros y personas particulares
trescientos y diez mil pesos de oro y trece mil quinientos marcos de
plata, sin los de su majestad. Lo sobredicho vino en barras y
planchas y pedazos de oro y plata, cerrado en cajas grandes.
Allende de la sobredicha cuantidad, trujo esta nao para su
majestad treinta y ocho vasijas de oro y cuarenta y ocho de plata,
entre las cuales había una águila de plata que cabrán en su cuerpo
dos cántaros de agua, y dos ollas grandes, una de oro y otra de
plata, que en cada una cabrá una vaca despedazada. Y dos costales de
oro, que cabrá cada uno dos hanegas de trigo, y un ídolo de oro del
tamaño de un niño de cuatro años, y dos atambores pequeños. Las
otras vasijas eran cántaros de oro y plata, que en cada uno cabrán
dos arrobas y más. Ítem en esta nao trujeron, de pasajeros, veinte y
cuatro cántaros de plata y cuatro de oro.
Este tesoro fue descargado en el muelle y llevado a la casa de
la contratación, las vasijas a cargas, y lo restante en veinte y
siete cajas, que un par de bueyes llevaban dos cajas en una carreta.
En el sobredicho año, el tercero día del mes de junio, llegaron
otras dos naos; en la una venía por maestre Francisco Rodríguez, y
en la otra Francisco Pabón; en las cuales trujeron para pasajeros y
personas particulares ciento y cuarenta y seis mil quinientos y diez
y ochos pesos de oro y treinta mil y quinientos y once marcos de
plata.
Allende de las vasijas y piezas de oro y plata sobredichas,
suma el oro destas cuatro naos setecientos y ocho mil y quinientos y
ochenta pesos. Es tanto un peso de oro como un castellano. Véndese
comúnmente cada peso por cuatro cientos y cincuenta maravedís. Y
contando todo el oro que se registró de todas cuatro naos, sin poner
en cuenta las vasijas y otras piezas, suma lo restante trescientos y
diez y ocho cuentos y ochocientos y sesenta y un mil maravedís.
Y la plata es cuarenta y nueve mil y ocho marcos. Es cada marco
ocho onzas, que, contándolo a dos mil y dos ciento y diez maravedís,
suma toda la plata ciento y ocho cuentos y trescientos y siete mil
seisciento y ochenta maravedís.
La una de las dos naos postreras que llegaron (en la cual vino
por maestre Francisco Rodríguez) es de Francisco de Jerez, natural
desta ciudad de Sevilla; el cual escribió esta relación por mandado
del gobernador Francisco Pizarro, es tando en la provincia de la
Nueva-Castilla, en la ciudad de Caxamalca, por secretario del señor
Gobernador.
Y porque en esta ciudad de Sevilla algunos con embidia o
malicia y otros con ignorancia de la verdad, en su absencia han
maltratado su honra un hidalgo, doliéndose de afrenta tan falsa
contra hombre que tan honradamente y tan lejos de su natural ha
bivido, hizo en su defensa los siguiente metros:
Dirige el autor sus metros al Emperador que es el Rey Nuestro Señor
O cesárea majestad
Emperador, Rey de España
y de la gran tierra estraña
nueva, y de más quantidad
que el gran Océano vaña.
Invicto, semper Augusto
suplico no os dé mal gusto
el poner exemplo en vos
como pocas veces Dios
favorece sino al justo.
Cuando vuestra majestad
niño començó a reynar
dexávase governar
conosciendo ser su edad
tierna para sentenciar.
Mas después como crescía
y mejor ya conoscía
a qué es obligado el rey
comencó a regir por ley
como la ley disponía.
Y en comencando a regir
puso el reino temeroso
y juntamente amoroso
porque començó a sentir
rey severo y piadoso:
Que la gran severidad
junta está con la piedad
porque la severa mano
con castigar al tyrano
pone al pueblo en libertad.
Hizo Dios de dos hermanos
ser el uno Emperador
y él hizo por sucesor
al otro Rey de Romanos
y de Ungría Rey señor.
Y a vos Carlo dio poder
con que pudistes vencer
al turco tan poderoso
pues justo, sabio, animoso
¿qué más puede rey tener?
Por estas virtudes tales
y por vuestra religión
quiso Dios no sin razón
daros tales naturales
que ponen admiración:
Tan sabia gente y tan buena
tan de esfuerzo y virtud llena
que cuando os sucede guerra
os defienden vuestra tierra
y os sojuzgan el ajena.
¿Queréis ver qué tales son
solos vuestros Castellanos?
digan Franceses, Romanos,
Moros, y cualquier nación
quáles quedan de sus manos:
Ningún señor tiene gente
tan robusta y tan valiente
christiano, gentil, ni moro
y este es el cierto thesoro
para ser el Rey potente.
Aventurando sus vidas
han hecho lo no pensado
hallar lo nunca hallado
ganar tierras no sabidas
enriquescer vuestro estado:
Ganaros tantas partidas
de gentes antes no oydas
y también como se ha visto,
hacer convertirse a Christo
tantas ánimas perdidas.
¿Quién pensó ver en un ser
guerra humana y divinal
toda junta en un metal
que vencen a lucifer
con el arma temporal?
No sé cómo se conciertan
cosas en que tanto aciertan
que solamente con ver
pocos a muchos vencer
les hazen que se conviertan.
De lo que hazen y traen
sin saber contar el quánto,
nos ponen tan gran espanto
que los pensamientos caen
que no pueden subir tanto:
Por lo cual tiene Castilla
una tal ciudad Sevilla
que en todas las de christianos
pueden bien los Castellanos
contaría por maravilla.
Della salen, a ella vienen
ciudadanos, labradores
de pobres hechos señores
pero ganan lo que tienen
por buenos conquistadores:
Y pues para lo escrebir
sé que no puede cumplir
memoria papel, ni mano
de un mancebo sevillano
que he visto quiero dezir.
Entre los muchos que han ydo
(hablo de los que han tornado)
ser éste el más señalado
porque he visto que ha venido
sin tener cargo cargado:
Y metió en esta colmena
de la flor blanca muy buena
ciento y diez arrovas buenas
en nueve cajas bien llenas
según vimos, y se suena.
Ha veynte años que está allá
los diez y nueve en pobreza
yen uno quanta riqueza
ha ganado y trae acá
ganó con gran fortaleza:
Peleando y trabajando
no durmiendo mas velando
con mal comer y beber,
ved si merece tener
lo que ansí ganó burlando.
Tanto otro allá estuviera
sin que allá nada ganara:
Sin duda desconfiara
y sin nada se bolviera
sin que más tiempo esperara:
De modo que su ganancia
procedió de su constancia
que quiso con su virtud
proveer su senectud
con las obras de su infancia.
Con ventura, que es juez
en qualquier calidad
se partió desta ciudad
un Francisco de Xerez
en quinze años de su edad:
Y ganó en esta jornada
traer la pierna quebrada
con lo demás que traía
sin otra mercadería
sino su persona armada.
Sobre esta tanta excelencia
hay mil malos embidiosos
maldicientes mentirosos
que quieren poner dolencia
en los hombres virtuosos:
Con esta embidia mortal,
aunque este es su natural.
Dicen dél lo que no tiene
de embidia de cómo viene
mas no le es ninguno ygual.
Y porque en un hombre tal
hemos de hablar forçado
debe ser muy bien mirado
porque no se hable mal:
En quién debe ser honrado:
Y pues yo escrivo quiero
ser autor muy verdadero
porque culpado no fuese
antes que letra escribiese,
me he informado bien primero.
Y he sabido que su vida
es de varón muy honesto
y que mil vezes la ha puesto
en arrisco tan perdida
cuanto está ganada en esto:
Y bien parece en lo hecho
y quien tan grande estrecho
ha salido con victoria
bien merece fama y gloria
con el mundano provecho.
Es de un Pedro de Xerez
hijo ciudadano honrado
yo en mi vida le he hablado,
sino fue sola una vez
de paso y arrebatado:
Al hijo nunca lo vi
mas por lo que dél oy
y que por quien es merece,
muy poquito me parece
que en su favor escrebí.
Dícenme que sin reproche
mílite sabio en la guerra
y en su tierra o no en su tierra
dizen que nunca una noche
sin obrar virtud se encierra:
Y que desde do ha partido
hasta ser aquí venido
tienen en limosna gastados
mil y quinientos ducados
sin los más que da escondido.
Esto he querido escrebir
para vuestra majestad
porque si alguna maldad
de envidia van a decir
sepa de mí la verdad:
Y estas tales el buen Rey
es obligado por ley
honrar y favorecellos
y justamente con ellos.
Domine memento mei
Y porque estoy obligado
que he de escrebir las hazañas
de los de vuestras Españas
cada hecho señalado
en nuestras partes o extrañas:
Pareciéndome esta cosa
digna de escrebir en prosa
y en metro como la embío
tómese el intento mío
sino va escrita sabrosa.
DEO GRATIAS
Verdadera relación de la conquista del Perú
Francisco de Xerez