Ульрих Шмидель. Путешествие к Рио де ла Плата. Ulrich Schmídel de Straubin. Viaje al Río de la Plata. 1534-1554

&pУльрих Шмидель. Путешествие к Рио де ла Плата.
Ulrich Schmídel. Viaje al Río de la Plata. 1534-1554.

Advertencia

Schmídel, el más conocido para nosotros de cuantos en el siglo XVI escribieron sobre la historia de la conquista y colonización del Río de la Plata, ha tenido la desgracia de ser el peor interpretado de todos ellos; y no sólo esto, sino también el de servir como original de muchos errores que se han hecho clásicos entre los escritores de las épocas posteriores. Los errores propios de él, aumentados por los que resultaban de las glosas latinas y las traducciones de éstas, han formado escuela. La versión castellana no iba más allá; la inglesa publicada por la Sociedad Hakluyt de Londres, acepta sin rectificación el texto del autor; y la edición alemana que ha servido de original para este trabajo, no se ha creído en el deber de corregir los lapsus frecuentes del famoso viajero y compañero de don Pedro de Mendoza, muy particularmente en aquello que se refiere a los nombres de los protagonistas en el drama de los acontecimientos previos [XIV] a la llegada de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.

Para llenar este vacío y subsanar las deficiencias y errores de este tan interesante relato, se ha traducido la obra de Schmídel de nuevo y directamente de la última edición alemana.

En el prólogo se da cuenta de las confusiones y deficiencias que aparecen en el texto del autor, y se explican, hasta donde ello es posible, mediante lo que sobre los mismos hechos nos han legado escritores contemporáneos.

En las notas al pie de la traducción se indican los puntos que requieren modificación, con llamada a los párrafos correspondientes del prólogo.

En los apéndices se reproduce la documentación en que se fundan los argumentos del prólogo; mucha parte de ella inédita hasta ahora, y la demás corregida según los mejores M. SS. que se han podido conseguir, o cotejada con ediciones como aquélla de las Cartas de Indias.

Finalmente, se incluye una reproducción de las láminas que embellecen la edición latina de Levino Hulsio, generosamente facilitada con este objeto por el Teniente General Bartolomé Mitre.

Se reproducen también tres mapas, uno de los cuales corresponde a la edición latina citada, que no es mejor ni peor que otros muchos de la época. El segundo es copia del que figura en el «Chaco», del abate Jolis, que, como mapa etnográfico [XV] del siglo XVIII, es de los mejores que tenemos. El tercero tiene por original un mapa de Delisle, el que, aunque del año 1700, es probable responda a datos del siglo XVI, por contener muchos nombres de lugar, etc., que hallamos en nuestro autor y otros contemporáneos.

De hoy en adelante no tendrán disculpa los que citaren a Schmídel para comprobar la conexión que existió entre ciertos personajes históricos y la actuación que se les atribuye en los hechos de la epopeya nacional en su primera época. Todo se aclara si con constante y verdadero empeño «lucem quaerimus». [1]

Ulrich Schmídel primer historiador del Río de la Plata

Notas bibliográficas y biográficas por el teniente general don Bartolomé Mitre

[3]

– I –

Schmídel y Bernal Díaz del Castillo

Con motivo del famoso libro de Bernal Díaz del Castillo, hemos señalado la coincidencia de que los dos primeros historiadores de Méjico y del Río de la Plata hayan sido dos simples soldados, tan ingenuos como incultos, héroes y testigos presenciales en los sucesos que narran, y que el género a que sus obras pertenecen constituye una singularidad en la literatura histórica de todos los tiempos.

Los grandes capitanes antiguos y modernos han contado lo que hicieron, lo que vieron y lo que pensaron, complementando así la acción con la pluma; pero eran hombres de mando y de pensamiento, cuya palabra es una vibración del temple de sus almas, que miraban las cosas desde arriba y [4] de su punto de vista, incorporándolas a la historia de su propia personalidad. Mientras tanto, ningún legionario de César, ninguno de los expedicionarios de las falanges macedónicas de Alejandro, ni uno solo de los diez mil de Jenofonte, ni veterano alguno de Federico o Napoleón, han escrito memorias geniales que trasmitan a la posteridad los sentimientos y las impresiones de las multitudes que acaudillaron, reflejando los juicios de la colectividad que obedecía.

Es un rasgo característico del descubrimiento del Río de la Plata y de Méjico, que sus dos primitivos y más genuinos historiadores sean dos obscuros soldados que, al contar lo que hicieron, se hayan hecho célebres por sus escritos, legando a la posteridad, no sólo un auténtico documento histórico, sino también una obra original, espontánea, hija del instinto y de la observación propia, y por lo mismo llena de la más imparcial y equitativa verdad, y uno de ellos, con una animación y colorido, cual el más consumado arte literario no ha podido jamás reflejar en sus páginas.

Las cartas de Hernán Cortés no nos darían una idea del espíritu de los aventureros que le seguían, si no tuvieran por comentario la Verdadera Historia, como la llama su autor, de Bernal Díaz del Castillo. Los comentarios del Alvar Núñez Cabeza de Vaca carecerían de sentido, si el Viaje de Ulrich Schmídel no nos suministrara los elementos de un juicio completo respecto del carácter de los primeros caudillos conquistadores del Río de la [5] Plata, desde don Pedro de Mendoza hasta Irala, porque les faltaría la opinión que de ellos y de sus actos formaron los soldados colonizadores que los acompañaban.

Bien que la obra de Schmídel pertenezca al género de la de Díaz del Castillo, la de éste le es muy superior, como producto de un genio nativo, siendo única en la literatura universal. La del primero, alemán de temperamento flemático, observador atento y tranquilo de la naturaleza, sin imaginación y despreocupado aunque no exento de preocupaciones vulgares y de prevenciones personales, narra seca y concisamente los hechos, establece las fechas, determina las distancias, describe lo que ve como lo comprende, sin ornamentos de estilo ni divagaciones, y sólo de vez en cuando formula un juicio, hace una reflexión o consigna datos etnográficos, geográficos, estadísticos, astronómicos o de historia natural, que en breves rasgos nos dan un retrato, bosquejan una comarca, describen un animal o una planta, señalan un punto en el espacio o dan idea de razas y costumbres perdidas, suministrando a la vez elementos preciosos para la cronología y para la historia de la colonización inicial del Río de la Plata por la raza europea. La obra de Díaz del Castillo, español de temperamento nervioso, es abundante en la palabra, prolija, animada, llena de colorido y eclipsa, como narración, como descripción y como pintura, todas las crónicas e historias escritas antes o después sobre el mismo asunto. [6]

Ambos libros tienen de común, el carácter militar de sus autores, la ingenuidad del relato, la libertad de los juicios respecto de los hechos, hombres y cosas; la pintura al natural de los caracteres sorprendidos en la acción; las pasiones de partido de que participan, y sobre todo, ser ellos la expresión fiel de la opinión de los soldados en guerra con los salvajes y envueltos en discordias civiles, que con el criterio de las multitudes, juzgaban las acciones de sus jefes y los hechos en que eran actores. Son documentos históricos a la vez que elementos morales, que explican los hechos y los ilustran, animándolos con cierto soplo democrático, que hace vibrar la fibra humana al través del tiempo.

– II –

Bibliografía de Schmídel

La obra de Schmídel fue escrita en alemán. La primera edición se publicó en 1567 en una colección de viajes en 2 volúmenes o partes, sin numeración de tomos, pero con distinta foliatura cada uno, en cifras arábigas y romanas. El título de la primera parte es como sigue:

Erst theil dieses Welt- / buchs von Newen / erfundnen Landtschafften: / Warhafftige / Beschreibunge aller theil der Welt etc. etc. [7] / Durck Sebastian Franck von Word etc. etc. / – (Dos viñetas representando guerreros asiáticos.) – Anno M.D.LX.VII. – (Primera parte de esta historia universal, de países nuevamente descubiertos. Verídica descripción de todas las partes del mundo… etc. Publicado por Sebastián Franck de Word, pero corregido y revisado nuevamente). I vol. fol., letra gótica.
El título de la segunda parte, abreviado, es textualmente como sigue:

Ander theil dieses Welt. / buchs von Schif- / fahrten. / Warhaffftige Be- / schreibunge aller / und mancherley sorgfeltigen Schif- / farten, auch viler unbekanten erfundnen Landtschafften, Insu- / len, Konigreichen, und Stedten… Durch Ulrich Schmidel von Straubingen, etc. -(Dos viñetas representando dos hombres de mar en paisaje marítimo). – Getruckt zu Franckfurt am Main, Anno 1567. (Otra parte de esta historia universal de navegaciones. Verídicas descripciones de varias navegaciones, como también de muchas partes desconocidas, islas, reinos y ciudades… también de muchos peligros, peleas y escaramuzas entre ellos y los nuestros, tanto por tierra como por mar, ocurridos de una manera extraordinaria, así como de la naturaleza y costumbres horriblemente [8] singulares de los antropófagos, que nunca han sido descriptas en otras historias o crónicas, bien registradas y anotadas para utilidad pública. Por Ulrich Schmídel de Straubing). – (Al fin:) Betruckt zu Franckfurt am Mayn bey Martin Lechler, in verle- / gung Sigmund Feirabends / und Simon Hue- / ters. / (Marca del librero). – Anno MD.LXVII. / – 1 vol. fol., letra gótica. – 5 fsf., prel., con dos foliaturas: 1.ª 1-110 ff. – 2.ª 1-29 ff., y una foja para el colofón ya descripto.
En la segunda foliatura (bis), desde la foja 1 a 26 inclusive, se registra la narración de Schmídel, con el siguiente título particular por encabezamiento de la primera página:

Warhafftige und liebliche Beschreibung etlicher furnemen Indianischen Landtschafften und Insulen, die vormals in keiner Chronicken gedacht, und erstlich in der Schiffart Ulrici Schmidts von Straubingen, mit grosser gefahr erkundigt, und von ihm selber auffs fleissigst beschrieben und dargethan. (Verídica e interesante descripción de algunos países indianos e islas, que no han sido mencionadas anteriormente en ninguna crónica, explorados por la primera vez en el viaje de navegación de Ulrich Schmídel de Straubing con mucho peligro, y descriptos por el mismo con mucho esmero). [9]
A esta edición le falta el preámbulo y el epílogo del autor. Es tan rarísima, que muy pocos la han visto en el espacio de cerca de tres siglos, y algunos han dudado de su existencia. León Pinelo en su Epítome, aunque dice que fue impresa en alemán, sólo menciona otra muy posterior en latín; y Barcia, en su Biblioteca adicionada, repite lo mismo con algunos pormenores más. Meusel, uno de los más eruditos bibliógrafos alemanes, dice en su Bibliotheca Historica, que jamás consiguió ver un ejemplar. Camus, en su estimada Memoria sobre los viajes de Thevenot y De Bry, dice: «No sé si el original de esta relación, escrito en alemán, ha sido impreso en esta lengua, en otra parte que en la colección de Teodoro De Bry». – Angelis, en su Col. de Documentos, decía en 1836: «De todas las obras que tratan de la conquista del Río de la Plata, la de Schmídel es la más rara, y casi puede tenerse por irreperible». Ternaux Compans en 1837, consignó por la primera vez el título abreviado de la segunda parte en su Bibliothèque Americaine. – En el catálogo de la Bibliotheca Grenvilliana, Payne señaló como casi desconocido un ejemplar completo, que actualmente existe en el Museo Británico. En 1861 apareció por la primera vez en el comercio de libros, ofrecido a la venta por Brockhaus, en Leipzig, y en 1864 en el catálogo de la librería de Franck, en París, de donde lo obtuvimos al precio de 100 francos. Brunet no parece haberlo visto, pues aunque lo mencionó en 1864, le da un título incorrecto, como lo [10] observa Quaritch, que es uno de los últimos que lo cita, señalándole el precio de 5 libras esterlinas. En 1878, Maisonneuve (Bib. Leclerc) le asignaba el precio de 450 francos. – En Buenos Aires existen tres ejemplares de esta edición.

La segunda edición alemana, apareció en la famosa colección de los grandes viajes de Teodoro de Bry, y forma la séptima parte de ella con el siguiente título:

Das VII. Theil America / Warhafftige und liebliche / Beschreibung etlicher furnemmen / Indianischen Landschafften und Insulen / die vormals in keiner Chronicken gedacht, und erst- / lich in der Schiffart Ulrici Schmidts von Straubingen mit grosser gefahr erkundigt, un von / ihn selber auffs fleissigste beschrieben / und dargethan. / -Und an Tag gebracht durch Dietterich / von Bry. / – Anno M.D.XCVII. / – Venales reperiuntur in officina / Theodori de Bry. – (Parte VII. América. Descripción verídica e interesante de algunos países e islas de importancia, de que no se ha hecho mención todavía en ninguna crónica, y cuyas exploraciones han sido llevadas a cabo por primera vez en el viaje de navegación del Ulrich Schmidt de Straubing, con grandes peligros y que han sido descriptos y explicados por él con toda diligencia. – Dado a luz por Teodoro de Bry). – 1 vol. [11] 4.º mayor, letra gótica. Con 2 fs., f. prel., incluso frontispicio grab., y 31 ff. de texto con una lámina en la primera página.
A esta edición le falta como a la primitiva, el preámbulo y el epílogo, como que es una reproducción de ella, con la sola diferencia de dividir el relato en XXXIII capítulos sin títulos.

Dos años después (1599), el mismo De Bry la incluyó en su serie de grandes viajes en latín, traducida a este idioma por Gothard Arthus, con este título:

Americae Pars VII. – / Verissima et Jvcvndissima Descriptio Praecipvarum Quarvndam Indiae / regionum & Insularum, quS quidem nullis an- / te hSc tempora visS cognitSque, iam primum / ab Virico Fabro Straubingensi, multo, cum periculo inuentae & ab eodem summa dili- / gentia consignatS fuerunt, ex germanico in la- / tinum sermonem conuersa autore M. Gotardo Artvs Dan- / tiscano. / -Illustrata vero pulcherrimis imaginibus, & in / lucem emissa, studio & opere Theodo / ridici de Bry piS memoriS relictS / viduae & filiorum.-Anno Christi, M.D.XCIX. – Venales reperiuntur in officina Theodori de Bry. – 1 vol. 4.º mayor con 82 pp. incluso la portada grabada igual a la anterior, y el prefacio, que ocupan dos fojas, y una lámina idéntica en la primera página del texto. [12]
Esta edición, salvo el idioma, está ajustada en un todo a la anterior alemana del mismo De Bry.

En el mismo año, fue incluida, en alemán también, en la 4.ª parte de la colección de Levinus Hulsius, con este título: Wahrhafftgen Historien einer Vunderbahen Schiffart welche Vlrich Schmiedel von Straubingen von anno 1534 bis 1554 in American oder Neuen Welt bey Brasilia und Rio della Plata gethan. – Nuremberg 1599. – (Verídica historia de una navegación maravillosa, llevada a cabo por Ulrich Schmidel de Straubing, desde el año 1534 hasta el año 1554, en América o Nuevo Mundo, en el Brasil y Río de la Plata).

Comparado el texto de esta edición con la alemana, de De Bry, vese que ambos editores tuvieron a la vista un original distinto, y en efecto, el mismo Hulsius declara que la hizo con arreglo a un manuscrito, de que daremos noticia más adelante, y que difiere en parte del primitivo texto.

Casi simultáneamente, el mismo Hulsius, publicó aparte una traducción latina, cuya portada, con el retrato del autor, montado en una llama, con lanza al hombro, y escoltado por indios del Chaco, que llevan el tembetá, reproducimos en facsímil en su formato en 4.º.

Esta portada, ocupa la 1.ª foja, y el reverso está en blanco. Sigue otra hoja, a cuyo reverso se encuentra el retrato del autor de cuerpo entero, con sus atributos guerreros, pisando un tigre, con blasón a la izquierda y una especie de serpiente a la derecha, cuyo facsímil damos también. [13]

La foliatura comienza con la dedicatoria del editor al obispo príncipe soberano de Bamberg (Baviera) con las armas de éste al frente, grabada en cobre como las anteriores. Sigue el Admonitio de Hulsius al lector, inserto en las páginas 3-5, a cuyo pie se encuentra el preámbulo del autor que falta en las primeras ediciones. Al reverso de la página 5 empieza el texto, que termina en la página 101, con la inserción del epílogo, que también faltaba en las ediciones indicadas. Está dividida en LV capítulos con títulos, en vez de los XXXIII de De Bry, pero su contenido es sustancialmente el mismo, salvo lo apuntado. Contiene 20 láminas sueltas, grabadas en cobre, incluso las ya citadas (dos intercaladas en el texto), y entre ellas, un mapa de la América, desde el trópico de Cáncer hasta el Estrecho de Magallanes y parte de la Tierra del Fuego.

Tales son las ediciones primitivas de la obra de Schmídel, hechas en el siglo XVI, todas las que hemos tenido a la vista al escribir estas notas. La de Hulsius es la más correcta y completa, y la más elegante como trabajo tipográfico. Ella ha servido de texto a las traducciones que posteriormente se han hecho al francés y al español. (1) [14]

– III –

El nombre de Schmídel

¿Cual es el verdadero nombre del primer historiador del Río de la Plata? He aquí una cuestión que todavía no ha sido resuelta.

En la primera edición alemana de 1567, se le llama Ulrici Schmidts y Schmidt; en la segunda de De Bry, se le llama sólo Schmidts; pero en la latina del mismo se latiniza su nombre, y se convierte en Ulrico Fabro. Hulsius, en la edición alemana, le llama Ulrich Schmiedel, y en la latina, Huldericus Schmidel. Por el nombre de Schmídel es universalmente conocido, y es el destinado a prevalecer, por cuanto a él está vinculada su celebridad.

El primero que promovió la duda acerca de este punto, fue el doctor Burmeister en su Description physique de la République Argentine.

La cuestión sinónimo-biográfica que se relaciona con este nombre (que significa herrero), había sido tratada antes en general por Goetz respecto de todos los escritores apellidados, en alemán Schmied, en inglés Smith, en francés Lefevre, en español Fabricio, y en latín Faber. Burmeister, contrayéndose especialmente al punto en discusión, sostiene, que Schmídel, es una falsificación, y que debe escribirse Schmidt, dando por razón ser un nombre muy generalizado en Alemania. [15]

Los nombres de Schmídel o Schmidl han sido, llevados por nobles familias teutónicas, sin que la adición final altere sustancialmente el significado de su origen. La t adicional en el bajo alemán y el en el alto alemán, es una partícula, equivalente a como, o proveniente de Schmidt, así como en castellano, Rodríguez significa hijo de Rodrigo y González hijo de Gonzalo. A veces la terminación se convierte en partícula comparativa, para formar un nombre diminutivo, como sucede con el famoso jefe de los ubicuitarios luteranos, que fue apellidado Schmidlin, o sea el herrerito, a causa de que su padre ejercía este oficio y él lo practicó en sus primeros años. Por lo demás, ambos reconocen el mismo origen con el mismo significado, pues derivan del gótico Smitha y del frísico Smeth, como puede verse en Webster. En el antiguo alemán era Smit o Smid, lo mismo que en el alto o bajo alemán. En el moderno alemán es Schmied, y así lo escribió Hulsius al tiempo de la muerte del autor, agregándole la terminación el. Esto por lo que respecta a la historia de los nombres y a su etimología con sus desinencias.

Considerada la cuestión bajo su aspecto puramente biográfico, ella se reduce a averiguar cómo se denominaban sus antepasados, cómo lo llamaban a él y cómo se llamaba él a sí mismo. Son los documentos escritos los que deben decidirla.

El último que sobre Schmídel haya escrito, es Johannes G. Mondeschein, rector de la Academia de Straubing y compatriota suyo, quien, después [16] de registrar todas las bibliotecas bávaras y especialmente los archivos de su ciudad natal, le llama constantemente Schmídel o Schmidl (que es lo mismo), exhibiendo en su apoyo los documentos más auténticos. En 1881 publicó su trabajo en alemán, en un folleto de 46 páginas y adelantó mucho las noticias biográficas y bibliográficas que acerca de él se tenían, con pruebas, que no dejan duda respecto de su genealogía. He aquí su título: Ulrich Schmidel von Straubing und seine Reisebeschreibung. (Ulrich Schmídel y su relación de viaje).

El nombre de Schmídel o Schmidl, según Mondeschein, era tradicional en Straubing y sus inmediaciones; está consignado en los árboles genealógicos de su nobleza, así como en los registros municipales de la ciudad, estando además registrado en algunos títulos de enfeudación que existen originales y grabado en las piedras tumularias de sus antiguos cementerios.

En la biblioteca real de Munich existe un manuscrito antiguo, que examinó el mismo Mondeschein, el cual había pertenecido a la de la ciudad de Regensburg (última residencia del autor), que parece ser una copia del original. Lleva el milésimo de 1564 en el lado interior de la tapa. Arriba del título, de letra distinta, que se supone con algún fundamento ser la del autor, se lee esta inscripción: It gehering ulich Sckmidl (pertenece a Ulrich Schmidl). Este manuscrito lleva el preámbulo que no se encuentra en la primera edición alemana de 1567, pero le falta el epílogo. Su relación es más [17] tosca que la del primer texto alemán impreso, como producto nativo antes que sus editores lo puliesen al publicarlo.

Hulsius hizo la impresión alemana y la traducción latina, de que hemos hecho antes mención, sobre un manuscrito distinto, que él consideraba original, y que parece indudable lo era. Llevaba el retrato del autor dibujado, con algunas láminas más, que él reprodujo fielmente por el grabado, aumentándolas con otras de su invención. A su frente puso el nombre de Schmidel, con que es conocido. El manuscrito, que sirvió de texto, fue adquirido por el barón de Moll, secretario de la Academia de Baviera, por el precio de 6 florines. Más tarde pasó a formar parte de la biblioteca pública del reino, de donde ha desaparecido, y «es de esperarse que no para siempre», dice su último y bien informado biógrafo.

Existen además otras pruebas escritas, y algunas de ellas grabadas en piedra dura que deciden la cuestión en favor del nombre de Schmídel o Schmidl. Los nombres de su padre, llamado Wolfgang Schmídel, y el de un hermano Tomás Schmídel, están grabados con todas sus letras en las piedras tumularias de los antiguos cementerios de St. Jacob y St. Peter en Straubing.

El sepulcro de Schmídel no se conoce, pero en la casa por él habitada en sus últimos años y edificada por él en Regensburg, existe en un vestíbulo del primer piso, una chapa de mármol con el blasón de su familia, y abajo esta inscripción: [18]

1563
ULRICH: SC
MIDL – VON
STRAVBING
En la pared exterior, en la parte más antigua de la casa, que da a la Wallerstrasse (calle de Waller), existe otra chapa de mármol, incrustada en ella con esta inscripción:

DIESES HAUS WAR DAS WOHNHAUS
DES
ULRICH SCHMIDL VON STRAUBING
DES
MITENTDECKERS VON BRASILIEN
UND
MITERBAUERS VON BUENOS AIRES
(Esta casa fue la residencia / de / Ulrich Schmidl de Straubing / co-descubridor del Brasil / y / cofundador de Buenos Aires).

Esta casa pertenecía en 1881 a un farmacéutico llamado Schmídel, que, a pesar de la analogía del nombre, no tenía ningún grado de parentesco con su antiguo propietario, pero que conservaba por tradición algunos recuerdos suyos, entre ellos el retrato de Schmídel, grabado por Hulsius, algunas conchas extrañas y un fragmento de piedra boleadora, [19] perteneciente tal vez a los antiguos querandíes que destruyeron la primera población de Buenos Aires. No se conoce en Europa ningún manuscrito auténtico de Schmídel, pues el que se reputaba por tal, y parece que lo era, se ha perdido, según queda explicado. Por acaso, encontrose en el archivo de la Asunción del Paraguay un documento con las firmas autógrafas de una gran parte de los antiguos conquistadores del Río de la Plata que acompañaron a don Pedro de Mendoza y a Cabeza de Vaca, que lleva la fecha de 13 de marzo, de 1549 y se encuentra en el archivo de don Andrés Lamas. Entre estas firmas se destaca por lo bien conservado de la tinta, el carácter elegante de la letra, la firmeza del pulso y la soltura del rasgo, la de Ulrich Schmídel, cuyo facsímil es éste:

Como este autógrafo pudiera dar todavía motivo para una cuestión paleográfica, queremos agotar la materia, demostrando histórica, ortográfica y gráficamente, que Schmídel se firmaba Ulrich Schmidl, lo que resuelve definitamente la cuestión. Utz es una abreviación de Ulrich, como Fritz de Friedrich, y existe como comprobante el antecedente histórico de un antiguo y legendario duque de Baviera llamado Ulrich, que en las antiguas crónicas [20] y poemas de la edad media se le llama Utz. Por lo que respecta al modo como está escrito el apellido, los dos rasgos que preceden a Smidl (que son clarísimos), representan la sh ligadas, que todavía se usa en la escritura alemana, distinguiéndose de la st ligadas, en que no se lleva el nudo o cruz indicante de la segunda letra. En cuanto a la ortografía del nombre en sí, Schmidl es lo mismo que Schmídel, como lo hemos apuntado antes, según consta de los documentos y originales citados. Después de esta demostración no quedará duda que Schmídel se llamaba Schmídel.

– IV –

Biografía de Schmídel

De la vida de Schmídel no se tenían más noticias que las que él mismo suministra en su concisa historia cuando en 1881 Mondeschein publicó la interesante biografía de que hemos hecho mención antes, merced a la cual puede seguírsele desde sus orígenes hasta sus últimos años, en que se pierde su rastro en la vida.

La familia de Schmídel era antiquísima en Baviera, y desde 1364 este nombre figura en su historia municipal. Sus antecesores fueron ennoblecidos por Federico III, quien les concedió por blasón un escudo de armas con la cabeza de un toro negro [21] en cuerpo blanco, con una corona alrededor de las astas, que es el mismo que se ve en el retrato grabado por Hulsius, y que éste copió del manuscrito original del autor, según lo declara.

El padre de Schmídel, que se llamaba Wolfgang, fue tres veces burgomaestre de la ciudad de Straubing, procurador de Azlburg y Augsburg, diputado a la Convención de los Estados en 1506 al final de la guerra de sucesión, y murió en 1511, según consta de su piedra tumularia. Hay motivos para creer que fue casado dos veces. Tuvo tres hijos varones: Federico, el primogénito, cuyo fin se ignora, y Tomás, de quien Ulrico hace especial mención en su historia, que heredaron sucesivamente las prerrogativas de su padre. Respecto del nacimiento del que debía dar celebridad a su nombre, no existen datos, pero es seguro que debió tener lugar antes de 1511, en que murió su padre, o sea a principios del siglo XVI; y que fue en Straubing no hay duda, pues él mismo lo declara: von Straubing.

Nada se sabe de la juventud de Schmídel. Parece que recibió alguna educación elemental, o por lo menos que frecuentó una escuela en su niñez, y el carácter correcto de su letra, así como algunas citas literarias de su obra (si es que no son ornamentaciones de sus copistas o editores), así lo harían suponer. Un cronista de Regensburg, ciudad donde el autor pasó los últimos años de su vida, deduce de algunos antecedentes vagos, que se trasladó muy joven a Amberes, en calidad de [22] dependiente de comercio. Lo sabido es que en 1534 se encontraba allí, según consta de su narración, cuando se alistó como simple soldado voluntario con el propósito de dirigirse al nuevo mundo, de que se contaban tantas maravillas.

Al embarcarse en Amberes debía tener por lo menos 25 años, pues hacía 23 que su padre había muerto, y por su retrato, hecho por los años 1564, se ve un hombre robusto en todo el vigor de la edad viril, con todo su pelo y barba entera, que no representa más de cincuenta años.

En el mismo año llegó a Cádiz, y el 1.º de septiembre de 1534, según él, salió de Sanlúcar con la expedición del Adelantado don Pedro de Mendoza, con destino al Río de la Plata, descubierto por Solís, explorado por Gaboto y visitado por Magallanes al dar la vuelta al mundo. Esta expedición, la más considerable y de gente más distinguida que hasta entonces hubiese salido de España para conquistar y poblar nuevas tierras, se componía de 14 grandes navíos, con 2500 hombres y 150 soldados de la alta Alemania, flamencos y sajones, armados como arcabuceros (bombardis traduce Hulsius) y lansquenetes, debiéndose contar él entre los últimos, según él mismo se ha representado en su retrato.

Su vida, durante sus peregrinaciones por América, es bien conocida por su propia relación, y puede seguírsele casi paso a paso en el espacio de veinte años, que forman su cómputo histórico (1534-1554). Es una odisea, sin más poesía que [23] la de los hechos descarnados, que empieza con el incendio de una nueva Troya de paja y termina, como la del héroe griego, en el hogar paterno.

La expedición de que Schmídel formaba parte, atravesó el Atlántico, y tocó en Río de Janeiro, a la sazón despoblado. Allí tuvo lugar la primera tragedia, precursora de la conquista y colonización del Río de la Plata, que debía ensangrentar su cuna y dar origen a sus revueltas intestinas. Por orden del Adelantado, fue muerto a puñaladas por cuatro de sus oficiales, su segundo Juan de Osorio, y su cadáver expuesto en la plaza, publicándose por bando que moría por traidor, y que en igual pena incurrirían los que se moviesen por su causa. La opinión de los soldados condenó este atentado, según nos lo hace saber el soldado historiador, con estas palabras: «En lo cual se procedió sin motivo justo, porque Osorio era bueno, íntegro, fuerte soldado, oficioso, liberal y muy querido de sus compañeros». Este fallo ha sido confirmado por la Historia.

En 1535 llegó al Río de la Plata. Fue uno de los primitivos fundadores de Buenos Aires en la embocadura del Riachuelo, y se halló en la batalla de Matanza, en que murió el hermano del Adelantado. En la edición de Hulsius está pintada esta batalla en una curiosa lámina, que reproducimos en facsímil. (Ver lámina cap. VIII.)

Padeció el hambre que afligió a los primeros fundadores de la nueva ciudad, y estuvo presente en el asalto que le llevaron los querandíes, presenciando [24] el incendio de sus ranchos y de parte de sus naves el día de San Juan de 1536. Más adelante publicamos la lámina de la edición de Hulsius, en que se representa la escena del asalto y del incendio de las naves, que por su interés histórico reproducimos también fielmente, lo mismo que la que conserva memoria de una de las atroces escenas de aquel primer sitio. (Ver láminas caps. IX y XI.)

Después de este contraste se pasó revista a las tropas, y sólo se hallaron presentes 560 hombres de los 2500 salidos de España. «Los demás, dice Schmídel con su habitual laconismo, habían muerto, y la mayor parte de hambre». Enseguida concurrió a la campaña contra los timbús, que dio por resultado su sometimiento, siendo uno de los fundadores de Corpus Christi, en el Paraná, que él llama Buena Esperanza, tercera estación de la colonización europea en el Río de la Plata.

En 1536-1537 formó parte de la expedición de Ayolas, sucesor de Mendoza, subiendo los ríos Paraná y Paraguay para descubrir nuevas tierras, y fue uno de los fundadores de la Asunción, después de asistir a todos los combates que precedieron a este establecimiento. Desde entonces continuó militando bajo la bandera de Domingo Martínez de Irala, de quien fue constante partidario, y a cuya proclamación como jefe de la reciente colonia, por el voto de los conquistadores, concurrió, haciéndole como historiador la justicia que la posteridad le ha hecho. Volvió a Buenos Aires; y enviado a la costa del Brasil formando parte de un [25] convoy en busca de víveres, naufragó a la entrada del Río de la Plata en 1538, presenciando el año 1541 el abandono de la primera población de Buenos Aires, fundada en el Riachuelo.

En el Paraguay continuó guerreando por el espacio de cuatro años. Desde 1542 sirvió con el Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, del que se muestra enemigo, y a quien trata con menosprecio, juzgándolo con su criterio de aventurero: «No era hombre para tanta empresa -dice en su historia,- y le aborrecían todos porque era perezoso y poco piadoso con los soldados». Por este tiempo navegó el Paraguay hasta sus nacientes en los Xarayes, penetrando tierra adentro con sus compañeros en busca del país de las Amazonas, del que dio noticias de oídas tres años antes que Orellana acreditase esta fábula. En esta expedición dice él que los soldados ganaron 200 ducados. De regreso de ella, Cabeza de Vaca pretendió despojarlos en provecho propio de su botín de guerra, y esto provocó la primera sublevación contra él, en que tomó parte activa Schmídel. «Nos tumultuamos, dice, contra el Adelantado, diciéndole cara a cara nos restituyese lo que nos había quitado, que de otro modo veríamos lo que habíamos de hacer». Cabeza de Vaca hubo de ceder, y desde entonces su autoridad, ya moralmente comprometida, quedó quebrada. Poco después (1544), el Adelantado fue depuesto por un pronunciamiento unánime de «nobles y plebeyos», según la expresión de Schmídel, y aclamado nuevamente Martínez de Irala, quien [26] con su autoridad y sus talentos consolidó la colonización emprendida y sometió todo el país a sus armas y a su ley.

Schmídel acompañó a Irala en todas sus empresas y trabajos, mereciendo su confianza, a pesar de no ser sino un soldado raso. En seguimiento de su caudillo cruzó el Chaco, en 1548, hasta el Alto Perú, donde los conquistadores del Río de la Plata se encontraron en la ciudad de La Plata con los del Perú, pasando los emisarios de Irala hasta Lima. En esta marcha extraordinaria llena de peripecias, en que los expedicionarios padecieron hambre y sed, llegaron a un lugar en que sólo existía un manantial por cuya posesión los naturales se hacían guerra entre sí. Schmídel fue nombrado centinela y distribuidor del agua por designación expresa de su general, y desempeñó su cometido con tanta firmeza, previsión y equidad, que se granjeó la estimación general, lo que indica el grado de consideración que gozaba entre oficiales y soldados. De regreso de esta expedición en 1549, tomó parte en las revueltas intestinas que agitaron al Paraguay, y fue entonces cuando suscribió en San Fernando, el 13 de marzo de 1549, el acta en que por el voto de todos los conquistadores se confirmaba el nombramiento de Irala como gobernador, y en la cual se registra la única firma autógrafa que de él se conoce, y de que hemos dado noticia ya con su facsímil. Afirmada la autoridad de Irala en 1552, la colonización se consolidó y la tierra entró en paz.

Por este tiempo recibió una carta de su hermano [27] en que le llamaba con instancia, y en consecuencia solicitó licencia para retornar a Europa, la que al principio le fue negada, y a sus ruegos concedida al fin con recomendaciones muy honrosas por sus buenos servicios. Después de veinte años continuos de navegaciones, fatigas, combates, exploraciones, descubrimientos y fundaciones de ciudades nuevas, se despidió de sus compañeros de armas y recorrió con veinte hombres y en veinte días en medio de peligros y combates, parte del camino mediterráneo que Cabeza de Vaca había andado en ocho meses con más de 400 hombres. Embarcose en el puerto de San Vicente en el Brasil, y pasando por Portugal, España e Inglaterra, regresó a su patria el 26 de enero de 1554, dando gracias al Todopoderoso por haber preservado su vida en medio de tantos trabajos, miserias y peligros.

Aquí terminan las aventuras y observaciones escritas por él mismo, y hasta aquí alcanzaban las noticias que de él se tenían, cuando en 1881 publicó Mondeschein su biografía completa.

A los ocho meses de restituido a su hogar, murió su hermano Tomás, que le había llamado, el 20 de septiembre de 1554, instituyéndole heredero de una parte de sus bienes a la par de su viuda, por testamento escrito tres días antes de morir, heredando a la vez el blasón de su familia como último representante de ella por línea directa.

En su testamento, Tomás legó un capital de 2000 florines, que debía producir una renta anual de 100 florines, con destino a los estudiantes de la familia [28] Schmídel, y en caso de no existir miembro alguno de ella, beneficiar con la renta a dos estudiantes de la universidad de Ingolstadt que diesen pruebas de saber bien el latín, lo que indicaría que Tomás poseía una fortuna bastante considerable y que era tradicional en su familia la cultura del espíritu. En la carta fundamental de la institución que aún existe, Ulrico aparece como ejecutor testamentario de la voluntad póstuma de su hermano. En 1558 figura como consejero de su ciudad natal, lo que indica que gozaba de popularidad y de consideración social entre sus conciudadanos.

La reforma de Lutero, que había agitado profundamente a la Alemania durante la ausencia del guerrero-historiador, tuvo una repercusión póstuma en Straubing, y vino a perturbar su descanso en su pacífico hogar. Schmídel se declaró reformista, y a consecuencia de la activa participación que tomó en las agitaciones que con tal motivo sobrevinieron, hasta en el seno del mismo consejo de que era miembro, fue desterrado de su país natal en 1562.

El proscripto se refugió en la imperial ciudad de Regensburg, donde recibió de los habitantes y de sus autoridades una munificente hospitalidad, juntamente con otros ciudadanos de Straubing, extrañados por cuestiones religiosas. El 10 de marzo de 1563 tomó carta de ciudadanía en su nueva residencia, según consta de los registros municipales que aún se conservan. Allí, gozando de mucha consideración, y al parecer dueño de una regular [29] fortuna, compró un terreno con una casa en ruinas sobre las cuales edificó una nueva.

Fue probablemente por este tiempo cuando empezó a escribir sus memorias, consultando sus apuntes de viaje, pues así se deduce de la multitud de hechos, nombres, fechas y cantidades que cita en ellas, y cuya exactitud el tiempo ha confirmado.

El milésimo de 1564 que lleva el códice de Munich, juntamente con el nombre del autor que se tiene por autógrafo, prueba que en este año había terminado su obra, y que corrían de ella copias manuscritas, pues se conocen dos que corresponden a esa época.

Una especie de misterio acompaña esta última época de su vida. Al trasladarse a Regensburg, llevaba consigo una niña llamada Ana Weberin, de nueve años de edad, nacida en Landau, que le sobrevivió, muriendo a los 92 años. Todo esto induce a pensar, que vivió soltero, y que con él se extinguió su estirpe.

Aquí se pierden los últimos rastros de la vida de Schmídel. Es probable que terminase sus días en la casa por él edificada, como lo indicarían las piedras que atestiguan que la habitó y los recuerdos tradicionales que aún se conservan en honor de su memoria. Un anticuario bávaro le hace vivir hasta 1581, época en que se reedificaba la ciudad de Buenos Aires, de que había sido primitivo fundador, pero no existen documentos que lo comprueben.

El retrato de cuerpo entero de Schmídel da la [30] idea de un hombre de constitución robusta, con miembros bien distribuidos y una poderosa musculatura, apropiada para el ejercicio de las armas de que está revestido. En su fisonomía se hermana la benevolencia con la fuerza. Sus trabajos dan la muestra de su resistencia física. Su letra indica una mano firme y experta. Su relato revela el carácter sólido de un alemán de temperamento sanguíneo-linfático, con propensión instintiva a las aventuras, a la par de un juicio sano y un sentido moral que se subleva contra la injusticia en su medida. En medio de esto, cierta indiferencia del soldado de valor frío, que mata, incendia, saquea y cautiva hombres y mujeres, en cumplimiento del deber o su provecho propio. Como historiador, se limita por lo general a narrar lacónicamente los hechos, malos o buenos, sin reprobarlos ni aplaudirlos, y sólo una que otra vez formula una condenación relativa, o consigna el juicio de la colectividad a que pertenecía, y de cuyas pasiones participaba con una templanza rara en un aventurero de aquella época, tratándose de salvajes que sus contemporáneos consideraban poco menos que bestias. La fidelidad a su caudillo de elección es otro de sus rasgos característicos.

Las comisiones arriesgadas que desempeñó con éxito en varias ocasiones, a pesar de no ser sino un simple soldado, demuestran que mereció la confianza de sus jefes. De la consideración que gozaba entre sus camaradas, dan testimonio su influencia en los pronunciamientos en que fue actor, la circunstancia [31] de ser llamado a autorizar con su nombre las deliberaciones de los oficiales que figuraban en primera línea, y, sobre todo, el episodio del manantial de agua, de que se proveía el ejército en un desierto, cuando todos padecían sed, y de que él fue custodio y distribuidor.

La redacción de sus memorias es la de un hombre de acción, más apto para manejar las armas que la pluma, con poca imaginación y ninguna inclinación a lo pintoresco o adornos del estilo, que aún después de limadas por su primer editor y vertidas al culto idioma latino, acusan su nativa tosquedad. Empero, algunas de sus citas literarias indicarían cierta cultura, como, por ejemplo, cuando compara a Cabeza de Vaca a un personaje de Terencio, o dice que los tupis hacían una vida epicúrica (que Hulsius traduce: Vitam agunt, ut Epicurei de gregi porci). A veces se manifiesta algo crédulo respecto de las cosas que se le cuentan, con tendencia a exagerar el número de las tribus bárbaras con que combate. A la vez se nota en él un espíritu despreocupado, aunque religioso, y observador atento de todo lo que ve, aunque no muy penetrante. Lo que apunta de paso sobre los animales y las plantas, los paisajes que describe con un breve rasgo, la designación que hace de los astros para marcar posiciones geográficas en los mares y en la tierra, indican que los fenómenos de la naturaleza no pasaban para él desapercibidos y que llamaban fuertemente su atención. Un sentimiento de verdad en cuanto a los hechos, de [32] exactitud y precisión en cuanto a los lugares, fechas y distancias; un instinto de imparcialidad sin afectación, con tendencia a identificarse con la multitud de que forma parte, le caracterizan como historiador. Como lo hemos dicho antes, es, a la par de Bernal Díaz del Castillo, aunque en escala inferior, uno de los dos únicos historiadores-soldados que en su género cuenta la literatura universal.

– V –

La obra de Schmídel

La obra de Schmídel carece de un texto correcto que la presente ante la posteridad tal como es y como debe ser. El manuscrito que sirvió de original para la primera edición alemana, está plagado de errores ortográficos, que hacen ininteligibles los nombres de las personas, de las tribus y de los lugares, errores que fueron reproducidos en las dos ediciones de De Bry. Hulsius corrigió algunos nombres de personas y diversas inexactitudes de detalle, pero dejó subsistentes muchos lunares, que es muy fácil borrar. Barcia, que la tradujo sobre el texto latino de Hulsius, hizo algunas correcciones y anotaciones, pero desgraciadamente murió antes que saliese a luz su trabajo en su colección de los «Historiadores primitivos de Indias». Angelis, que la incluye en su colección de «Documentos para la [33] historia del Río de la Plata», se limitó a reproducir con muy poca diferencia el texto de Barcia, sin cotejarlo con las ediciones originales, que, a estar a su propia declaración, parece que entonces no conocía, ni siquiera la de Hulsius. Ternaux Compans, que la tradujo al francés, se ha ceñido al texto de Hulsius, ateniéndose alguna vez a la letra de la primera edición alemana, y ha procurado ilustrarla con algunas notas, pero ha adelantado muy poco, porque no estaba bien preparado para la tarea. En suma, está todavía por hacerse una edición de Schmídel, comparada, correcta y bien ilustrada, que fije su texto, a fin de que sea más útil a la Historia como documento.

El juicio respecto del libro de Schmídel está definitivamente formado y es unánime. Hulsius dice que leyó el manuscrito original «con placer y admiración». Camus, entre otros méritos, le reconoce el ser uno de los primeros que se hayan escrito sobre esta parte de la América meridional. Azara, tan severo con los cronistas del Río de la Plata, y juez competente en la materia como geógrafo y conocedor del país, declara que «su obra es la más exacta, la más puntual en las situaciones y distancias de los lugares, y la más ingenua e imparcial». Ternaux Compans, como americanista ratifica estos juicios y agrega que «su narración lleva un gran carácter de verdad». La opinión de Burmeister, no menos severo y competente que Azara, es que «su relación quedará como un documento importante de la colonización europea en América, y sería bien [34] precioso que existiesen otras relaciones de la misma época tan dignas de fe, sobre las demás comarcas de la América del Sud».

El libro de Schmídel, casi desconocido por el espacio de dos siglos y medio, a causa de los idiomas en que fue impreso, es muy poco conocido aún en la misma Alemania. «Puede asegurarse, dice su último biógrafo alemán, que la obra de Schmídel es más conocida y apreciada en la República Argentina que en su propia tierra. Su misma ciudad natal no posee siquiera un ejemplar del libro que apareció impreso en cantidad». Corresponde, pues, a los argentinos, a quienes interesa más y que lo aprecian en lo que vale, hacer una edición completa y correcta, que fije su texto definitivo y lo ilustre, confrontándolo con los documentos, y determinar sobre esta base la carta etnográfica del país al tiempo de la conquista, a la vez que el itinerario de su primer colono-historiador.

Para desempeñar cumplidamente esta tarea, sería necesario tomar por base el manuscrito antiguo que existe en la biblioteca de Munich, ya que el original que sirvió de texto a Hulsius ha desaparecido, y cotejarlo con el texto de la primera edición alemana. Prescindiendo de las ediciones de De Bry, que sólo tienen un valor relativo, debe tenerse presente en la comparación la traducción latina de Hulsius, que la corrige en parte, la abrevia en otras y la ilustra en algunos de sus parajes. Tomando en cuenta las correcciones y anotaciones que posteriormente se han hecho en las ediciones en español [35] y francés, sería fácil depurar el texto con presencia de la historia de Azara, que, escrita sobre documentos originales, da la llave de la nomenclatura geográfica y biográfica, de la cronología y de la etnografía de la época del descubrimiento, conquista y población del Río de la Plata. [37]

Prólogo

del traductor D. Samuel A. Lafone Quevedo

[39]

Prólogo del traductor

– I –

Preliminar

1. Este prólogo tiene por principal objeto tratar con algo más de extensión aquellos puntos del texto de Schmídel que no se prestan a ser aclarados en las cortas notas que nos permite el reglamento a que se sujetaron las publicaciones de nuestra Sociedad: ellas han de limitarse a una sencilla y breve explicación del texto, cuando éste lo requiera. La limitación es acertada, porque notas largas interrumpen la lectura y fastidian, sobre todo cuando sucede que el texto es de una o pocas líneas y la nota de todo el resto de la página. A este mal se aumenta otro, que la nota va en tipo diminuto, lo que cansa la vista. Quedaba el otro recurso, el de notas completas en un apéndice; mas esto también tiene sus inconvenientes: no siempre se siente uno con voluntad de revolver las páginas al fin de un volumen. Se ha creído, pues, que todos estos inconvenientes [40] convenientes se podrían salvar en un prólogo con párrafos numerados en que se presentasen al lector los fundamentos de las explicaciones dadas en resumen en las notas al texto. Para mayor facilidad de referencia, cada capítulo, a más de su número, llevará también un título alusivo a la materia de que se trata.

– II –

Cronología

2. Se le acusa a Schmídel de ser inexacto a este respecto, y seguramente las fechas que él da no siempre son las de los acontecimientos a que corresponden. La cuestión es si estos son errores de pluma, de ignorancia u olvido, o de computación por diferencia de calendarios; pero cierto es que el error de Schmídel de incluir la primera fundación de Buenos Aires en el año 1535 ha sido madre fecunda de muchos otros durante el siglo que acaba de terminar (XIX). Madero (2) en su conocida obra dejó establecido el año 1536 como el que correspondía a la tal fundación. Como se verá en la nota al pie de la página, Madero deduce que esto debió suceder a mediados del mes de marzo de 1536. Villalta (3) dice que Mendoza «llegó a la [41] isla de San Gabriel entrante el año de 536», mientras que Schmídel (4) cuenta que, Dios mediante, llegaron al Río de la Plata el año 1535. Una de las dos fechas está mal, y por cierto que no es la de Villalta. ¿Cómo se explica entonces la diferencia? Muy fácilmente. Para un bávaro, que escribía o dictaba en Baviera, y probablemente valiéndose de un clerical, el año 1535 duraba hasta el 28 de febrero del que para nosotros (y, para Villalta también) sería 1536. (5) Acostumbrados como estamos al calendario reformado, en uso actualmente, nos olvidamos que en otros tiempos y en otros países se computaba el año de distinta manera. De esto resulta que Schmídel en su relación arranca su cronología con atraso de un año. Veamos si este error es constante. Empecemos por eliminar la fecha 1538, (6) que es la de la llegada de Alonso de Cabrera al Río de la Plata. Pasemos al cap. XL en que se da la fecha de la prisión de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, día de San Marcos (abril 25) de 1553. Está visto que éste es un error de pluma por 1543, como está en la edición alemana de 1567. El hecho tuvo lugar en el día citado, pero del año 1544, (7) p. 181. Aquí, pues, tenemos nuevamente el año de diferencia y en el mismo sentido. Dos fechas más se dejan para tratarlas con la de arriba de 1538, y [42] son éstas: (1) el levantamiento de los carios, 1546, y (2) la expedición al Perú, 1548. El 25 de julio de 1552 recibe Schmídel cartas de España llamándolo a su país y el 26 de diciembre del mismo año parte de la Asunción. El 24 de junio de 1553 se embarca en el puerto de San Vicente (Santos), llega a Lisboa el 30 de septiembre, y el 26 de enero de 1554 desembarca en Amberes. Según la hipótesis ya enunciada, 1554 debería ser 1555, y en tal caso las dos fechas anteriores 1552 y 1553 serían respectivamente 1553 y 1554, sin que sea una dificultad la referencia al «día de año nuevo» en enero de 1554; porque las variaciones de calendario no impedían que se llamase así el 1.º de enero. (8)

3. En todas las fechas anteriores tenemos que dos de ellas llevan un año de retraso, y en las demás sospechamos que suceda lo mismo; pero quedan unas 3 en que el autor aumenta un año y son: -(1) 1539 (9) por 1538- llegada de Alonso Cabrera; (10) (2) 1546 por 1545 -guerra con los carios; y (3) 1548 por 1547- partida de Irala al Perú. (11) No nos explicamos cómo ha podido suceder esto, no siendo que Schmídel apuntaba las fechas sobre poco más o menos, como que probable es que hacía su relación de memoria, y que le perturbaba el diferente modo de computar el año.

4. La cosa no es de mayor importancia, y en los [43] casos de significación tenemos documentos a la mano que nos dan las fechas exactas.

5. Es curioso que en una de las ediciones alemanas (12) dice Schmídel que regresó a los 20 años (de 1534 a 1554), mientras que en la latina los años son 19 calculados entre los mismos 1534 y 1554.

– III –

Distancias

6. Schmídel siempre habla de «millas», y las más de las veces agrega esto -wegs- «de camino», que no es la misma cosa que distancia absoluta, o por altura, que sería la que calculaban los pilotos. El mapa en la edición latina de Hulsius (1599) trae una escala de millas, (13) en la que se ve que 60 millas italianas son iguales a 17 ½ españolas, así que las «millas» en nuestro continente son de a 17 ½ en grado, o sea una legua de algo más que tres millas. Algunas de las distancias se ve que resultan de error de pluma, como aquélla de 20 millas entre Sanlúcar y las Canarias, según la edición alemana de 1567. La del año 1889 da aquí 200 millas, pero no dice el editor si es corrección de él o transcripción exacta del MS. Las 500 millas del Janeiro al Río de la Plata serían unas 1500 a razón de [44] 3 por 1; pero aún aquí es probable que el «wegs» que califica esta distancia represente el aumento ocasionado por una derrota que no es la de nuestros vapores de los siglos XIX y XX. Al fin del capítulo VI habla del ancho del Paraná en la altura de San Gabriel, o la Colonia, y las ocho leguas que establece corresponden muy bien a las que se cuentan entre San Gabriel y la Punta de Lara. El explorador Boggiani, gran conocedor de muchos de los lugares citados por Schmídel, insiste en que las distancias citadas por nuestro autor son bastante exactas.

– IV –

Expedición de Mendoza

Número de hombres y embarcaciones

7. Schmídel dice terminantemente que fueron «2500 españoles y 150 alto-alemanes, neerlandeses, y sajones» y que 14 eran los navíos. No sé que el testimonio de Herrera (14) haga fe contra lo que dicen Schmídel, (15) Isabel de Guevara, (16) Oviedo (17) y otros. (18) El primero reduce a 800 más o menos la gente que se embarcó con Mendoza; pero él [45] escribía ateniéndose a lo que constaba de documentos oficiales, que no son el todo en esta clase de expediciones. Si se alega que Schmídel aumentaba, se puede contestar que Herrera disminuía, y que los agregados pudieron ser dos tantos más que los del escalafón oficial. Con 800 hombres no hubiesen quedado ni con quienes fundar la Asunción. Herrera tampoco nombra mujeres y sin embargo sabemos que las hubo; entonces deberíamos también asegurar que Isabel de Guevara ni existió ni vio los 1500 hombres a que se refiere, porque Herrera no se acordó de ella. Esto no quiere decir que Schmídel no exageró el número de los expedicionarios, y que en lugar de 2500 no fueron sólo 1500, como asegura la Guevara, los que con los 150 alemanes, mujeres, y otros, harían los 2000, que es el guarismo más general. Fácil es que se haya equivocado alguien escribiendo o leyendo 2 mil por 1 mil: las cifras 1 y 2 no siempre se distinguen muy bien en los MSS. viejos. Sea de ello lo que fuere, en este punto no se le puede refutar a Schmídel con datos precisos como en el caso de la fecha 1535 por 1536, que es (esta) la verdadera de la fundación de Buenos Aires. En el artículo citado de la Revista Paraguaya concluyó así: «Toda la ‘lucidez y erudición exquisita’ del señor Fregeiro no va más allá de establecer que, por el dato oficial, 2000 fueron los que Mendoza conducía por cuenta propia: Schmídel estaría, o no, en lo cierto cuando escribió que de San Lúcar partieron 2500 españoles y 150 tudescos en 14 naves. No se ha probado que esto no sea así». [46]

– V –

Las maravillas del mar

8. De admirar es que Schmídel se haya contentado con tan poca cosa, porque lo que cuenta de los peces raros poco discrepa de la realidad. El principal de ellos es ese Schaubhuetfischs, el Remora Remora, que Burmeister llama Echeneis naucrates. El nombre alemán significa -pez-sombrero-de-paja- y se llama así porque sobre la cabeza tiene una especie de chupón o fuente muy curiosa, ovalada, con la que se adhiere a otro cuerpo cualquiera. De ello nació el cuento de que atajaban los buques. Schmídel los describe dos veces, al principio y al fin de su relación, y en la segunda vez les da el nombre español de sumére, que no puede ser otra cosa que sombrero. Extraño es que sólo le hayan hablado de los golpes que estos peces daban contra los costados de las embarcaciones. (19)

9. Los peces sierra y espadas son tan conocidos hoy por las historias naturales que nadie se admira de ellos; mas en aquel tiempo las ballenas y los peces voladores eran lo que sería el pez sombrero para nosotros; y de los segundos se cuenta que una vieja se enojó con su nieto marinero cuando [47] éste le decía que en el mar había peces que volaban, y sólo se reconcilió con ella al inventarle que en el mar Rojo habían pescado una de las ruedas del carro de Faraón.

10. Precisamente es por la seriedad con que Schmídel cuenta lo que vio en alta mar, por lo que podemos confiar en él cuando nos hace la relación de sus viajes. En el curso de su historia se verá que era un hombre sensato, y que cuando se trataba de consejas, y cosas por el estilo, no les atribuía más importancia que la que tenían, como por ejemplo en el caso de los basiliscos a propósito de los yacaré. Lo de las Amazonas era creencia general, y así muchas otras tradiciones, como aquélla de que un poco más allá estaba el Paititi, el País de la Sal, la Ciudad de los Césares, -en una palabra- El Dorado; pero aún por este lado era muy sobrio el estraubigense.

– VI –

Mandioca, mandubí y batatas

(20)

11. Tanto la mandioca cuanto el maní (mandubí), y la batata, son plantas indígenas de América, como lo demuestra de Candolle, (21) y lástima es que [48] no haya conocido, o que no haya citado, las noticias que Schmídel nos da de estas importantes plantas de nuestro suelo americano. Los lugares remotísimos en que se hallaron estos productos ya antes del año 1550, demuestra hasta la evidencia, y sin lugar a la menor duda, que en nuestro continente, y no en el de África, se descubrieron. La obra de Candolle es tan conocida, y de tan fácil consulta que no hay para que reproducir sus argumentos, y baste con decir que se refuerzan con las noticias contenidas en el texto de nuestro Schmídel.

12. Según informes del doctor Manuel Domínguez, se distinguen hoy muchas más clases de mandioca que las que menciona nuestro autor, pero nos limitaremos aquí a éstas, que parecen ser las mismas que cita Ruiz de Montoya. (22)

13. La mandioca es la raíz de una de las euforbias, plantas por lo general venenosas, pero muy útiles, como por ejemplo el castor o tártago. Pohl la llama manihot utilissima, y Lineo, játropha manihot. (23)

14. Schmídel hace mención de la mandioca cinco o más veces, pero en sólo tres distingue entre las clases. (24) Yo las identifico así:

15. Manteochade o Manndeochade.- Mandióg eté o tapoû. (25) Ésta es la mandi-ó-tin del doctor Manuel Domínguez, (26) quien dice: «Es la [49] mejor mandioca. Es el pan de la mesa paraguaya». Ruiz de Montoya confunde la été con la tapoû.

Mandeoch mandepS o manndepone.- Ésta puede ser la pepirá, (27) que es la colorada y dulce.

Mandeos perroy.- Si ésta es la mandi-o-tapóyo-á de Domínguez (28) «es la mandioca más grande, un tanto insípida, pero se come: rinde mucho almidón». Ver arriba § 15.

Manteoch o manteos propie o propy.- Es la poropi de Montoya, (29) que él llama «dulce» y Schmídel dice «que sabe a castañas».

16. El manduiss (30) es nuestro maní.- Arachis hypogS de Lineo. Lo encuentra Schmídel en toda la tierra caliente del interior y lo nombra varias veces. Es otra de las plantas utilísimas originarias de América, como lo es también la batata que tantas veces nombra nuestro autor. (31)

17. Oviedo (32) en su historia da esta noticia del mandubí:- «se siembra y nasçe debaxo de tierra, y tirándose la rama se seca ó arranca, y en la rays está aquel fructo metido en capullos como los garbanços y tamaño como avellanas, y assados y crudos son de muy buen gusto». [50]

18. Sólo nos falta en esta lista ese Vachgekhue o bachakhue que yo identifico con el Mbacucú o Xiquima de Ruiz de Montoya, quien sólo dice de ella que es raíz conocida.

– VII –

Cerro de San Fernando
19. El Pan de Azúcar del mapa de Azara, en 21º30′. Se halla cerca del puerto de la Candelaria por donde Juan de Ayolas hizo su entrada. Alvar Núñez Cabeza de Vaca lo coloca en 21º «menos un tercio», es decir 21º 20′, y no 20º 40′ (33). Es un modo de decir, porque el que subía le faltaba un tercio de grado para alcanzar a los 21º. Que esto es así se prueba fácilmente: Oviedo, después de contar los regocijos cuando Salazar se juntó con Vergara (Irala), dice que bajaron a lo que «agora llaman ‘la Asunción’, questá en 25 grados menos un terçio». -Esta ciudad se halla en 25º 20′ de Lat. Sur -más o menos, y no en 24º 40′ (34). [51]

– VIII –

Los horrores del hambre
20. La traducción inglesa de 1891, publicada bajo los auspicios de la Sociedad «Hakluyt» (35) trata de exagerada y de increíble a la relación de Schmídel en su capítulo IX. He aquí lo que al respecto dice Villalta (36):

«Llegados al Pueblo los Bergantines i poca gente que beníamos hallamos que hera tanta la necesidad i hambre que pasaban que hera espanto por (que) unos tenían a su compañero muerto 3 i 4 días i tomaban la Ración por poderse pasar la vida con ella; otros de berse tan Hambrientos les aconteció comer carne humana (37), i así se bido que asta 2 ombres que hicieron justicia se comieron de la cintura para abaxo.»

En sus párrafos 6 y 11 Villalta agrega esto a propósito de las necesidades: – «digo los Soldados, porque los Capitanes i allegados a ellos estos nunca pasaron necesidad, etc.»

21. Ruy Díaz de Guzmán (38) confirma todo esto; entre otras cosas dice: [52]

«Comieron carne humana; así le sucedió a esta mísera gente, porque los vivos se sustentaban de la carne de los que morían, y aun de los ahorcados por justicia, sin dejarle más de los huesos, y tal vez hubo hermano que sacó la asadura y entrañas a otro que estaba muerto para sustentarse con ella, etc.»

Si se objeta que este historiador no es de los más fidedignos, acudamos a Herrera, quien compulsó la mejor documentación de su tiempo (39). Entre lo demás que conducía Antón López de Aguiar venía un indulto al que se refiere el historiador de Indias en estas palabras:

«Y porque se entendió que la extrema hambre que aquellos castellanos habían padecido, los había forzado a comer carne humana y que por temor de ser castigados se andaban entre los indios, viviendo como alárabes, el rey los perdonó y mandó que los recibiesen sin castigarlos por ello, teniéndolo por menos inconveniente, atenta la gran hambre que a ellos los necesitó que pasasen la vida sin oír los Divinos Oficios, ni hacer obras de cristianos.»

No hay para qué abundar en más citas: está visto que Schmídel describía lo que presenció como testigo de vista, y como ésta muchas otras cosas más. [53]

– IX –

Los comedores de carne humana
22. Parece increíble que aún haya personas que duden de la existencia en todos los tiempos de «comedores de carne humana», o sean antropófagos, llamados en América «caribes».

23. Alvar Núñez Cabeza de Vaca (40) describe la ceremonia de cebar y comerse a los enemigos entre los carios, y Schmídel hace otro tanto al pasar por los tupí del Brasil (41). Las declaraciones de los testigos en las informaciones que se levantaron contra Sebastián Gaboto (42) están llenas de datos sobre este rito de los indios de raza guaraní. Los chiriguanos, indios de la misma generación, tenían la misma horrenda costumbre, y aún se cuenta de algunos casos entre ellos en nuestros días. Los caribes, los mejicanos, los del Perú y los araucanos, unos más y otros menos, todos participaban de la carne de las víctimas que sacrificaban, ya sea a algún dios, ya a los manes de sus parientes que habían muerto a manos de los prisioneros o sus compañeros. [54]

24. Pero Hernández (43) acusa a Irala de permitir que los carios se comiesen a los agaces cautivos en su presencia, y la de Alonso Cabrera y García Venegas; y no es esta la única ocasión en que los españoles se lo permitieron a los indios. Este permiso otorgado por aquéllos a éstos cada y cuando les convenía, es más deshonroso para la humanidad que el hecho de comer la carne humana en los indios, puesto que ellos creían cumplir con un deber de su rito, mientras que los españoles compraban su provecho a precio de horrendo crimen.

– X –

Duchumeyen – Tucumán (44)
25. La edición inglesa de la Sociedad Hacluyt (p. 19), trae una nota en que se critica la identificación de Tucumán por Ternaux Compans.

26. Tucumán era una provincia muy conocida por los españoles desde los primeros días de la Conquista. Mendoza sabía que Almagro le había invadido su jurisdicción, y éste había pasado por las cabeceras del río Bermejo en la dicha provincia. Irala tenía que saber que entraba en sus 200 leguas de Norte a Sud. [55]

27. En 1536, mientras bajaba Juan de Ayolas a Buenos Aires con el objeto de conducir a don Pedro de Mendoza de allí a Buena Esperanza en los timbú, les sale un tal Gerónimo Romero (45), de la gente de Sebastián Gaboto, y les contó maravillas de las riquezas de tierra-adentro. Este sería uno de los compañeros del capitán César, quien se anduvo por el Tucumán, porque sólo por allí pudo penetrar al Perú. En 1545 la gente de la entrada de Diego de Rojas, al mando de Francisco de Mendoza, llegó a las juntas del Carcarañá con el Paraná, y al fortín que fue de Gaboto; allí habló con un indio de los de Francisco de Mendoza, de la gente de Irala (46), que también llevaba el mismo nombre.

28. En 1550 entró Juan Núñez de Prado y fundó la ciudad del Barco, unas pocas leguas al Sud de la vieja ciudad (47) de San Miguel de Tucumán, fundada cerca del río de Monteros. En algunos papeles viejos una que otra vez se habla de esta ciudad del Barco con el nombre de Tucumán.

29. Hay que tener presente que la palabra «Stat» en Schmídel por lo general dice «ciudad», pero es voz algo lata en su significación: aquí conviene traducirla así: «jurisdicción».

30. Mientras viajaba Schmídel a Europa se estaba fundando la ciudad de Santiago del Estero (1553), capital que fue por muchos años de la provincia del Tucumán, Juríes y Diaguitas. Por aquellos [56] tiempos era más cosa Tucumán que todo el Río de la Plata, sin que por ello faltasen algunos hombres que, como el licenciado Matienzo, presintiesen ya el espléndido porvenir de la cuenca de nuestro argentino río (48). En el tiempo de Schmídel empero no había oro ni plata, se moría la gente de necesidad, de pura hambre se convirtieron en antropófagos, y poco faltó para que no emigrasen todos al Tucumán en pos de las riquezas y abundancia que les prometía Gerónimo (49) Romero el de la entrada de Gaboto.

– XI –

Etnografía
31. Los datos etnográficos que contiene la relación de Schmídel son muy abundantes; falta saber si tienen valor científico. Esto es lo que se tratará de conocer en las siguientes consideraciones.

32. Para ser un buen etnólogo en el siglo XVI, como en todos, se necesitaba ser observador exacto y haber llenado las siguientes condiciones:

1.ª Conocer personalmente a los indios que se describen;

2.ª consignar sus rasgos físicos; [57]

3.ª describir sus usos y costumbres;

4.ª fijarse en la lengua o idioma;

5.ª precisar la distribución geográfica;

6.ª dar los nombres con que los conocían, propios y extraños.

Pedir más que esto serían exigencias impropias para aplicadas a un autor del siglo XVI, en que no se daba la importancia que nosotros les atribuimos a estas cosas. Veamos, pues, cómo se ajusta nuestro autor a las reglas a que pretendemos someterlo.

33. Llega Schmídel al Janeiro (cap. V) y se da con los thopiss (tupí), de la raza guaraní, que llamaban así en los dominios del rey de Portugal. Sobre estos indios algo más nos dice a la pasada por tierra de regreso a su país; pero en esta ocasión se contenta con nombrarlos como del Janeiro, y así cumple con las reglas 5.ª y 6.ª.

34. Puesto en San Gabriel del Río de la Plata se encuentra con los zechuruass (charrúas), comedores de carne y pescado, que huyen con mujeres e hijos sin dejar qué pudieran alzar los muy honrados recién llegados; éstos empero alcanzaron a ver que los hombres andaban desnudos, y que las mujeres se tapaban las vergüenzas con una especie de delantal. Aquí sólo faltan dos de nuestras reglas, 2.ª y 4.ª, pudiéndose completar los datos por autores tan célebres como Hervás, Azara y d’Orbigny.

35. Pasan los expedicionarios a la banda occidental del Río Paraná a fundar allí la primera Buenos [58] Aires, y se encuentran con los carendies (querandí), que comían y vestían como los charrúas, y andaban de acá para allá como los gitanos, «a noche y mesón», como dice Villalta (50), y hasta las 30 leguas y más a la redonda; a la sazón empero se hallaban como a 4 leguas del real, esto es, como por las Conchas. Los tales querandí tenían sus aliados y amigos, se defendían con arcos, dardos y boleadoras, usaban mantas de pieles y hacían acopio de pescado, de aceite y harina del mismo; sólo le faltó decirnos que eran hombres muy desarrollados y que hablaban la lengua tal o cual.

36. Eran los últimos días del primer año de la existencia de la sin suerte Buenos Aires (51) cuando acudieron a destruirla 23.000 guerreros de las 4 naciones: carendies (querandí), barenis (guaraní), zechuruas (charrúa) y zechaneís diembus (chaná-timbú) (52). De éstas la primera y la tercera nos son ya conocidas, no así las otras dos que para el editor de 1567 eran zechuas y diembus, y para Hulsius en su edición latina (53) bartenes y timbúes. Nadie atinaba a identificar esos bartenes desconocidos en la etnografía platense, y nos contentábamos con atribuirlos a la ignorancia de Schmídel; mas hoy que los bartenes de los editores se han trocado en los barenis del autor, ya sabemos dónde [59] estamos: a éste que de Paraguay hizo Pareboe, etc., guaraní tenía que sonarle barení (54) y, si no a él, a su amanuense, que tanto vale. Aquí pues tenemos representados los guaraní de las islas, quienes por otros conductos sabemos que no eran amigos de los españoles, y con sobrada razón, porque no era carga muy liviana dar de comer a 2.500 o 1.700, o sean sólo 800, huéspedes incómodos que se morían de hambre, por lo menos los que no eran capitanes, al decir de Villalta (55).

37. En cuanto a diembus y zechenaís diembus hay esta diferencia: este es un nombre que precisa los timbú que eran, porque el nombre solo de timbú es general de todo indio que horadaba las narices, de suerte que los hallamos hasta en los confines de Bolivia, sin que por esto sean de la misma generación o raza de estos zechenaís. Sabemos por otros conductos que en el Río de la Plata había ciertos indios a que los guaraní llamaban chaná (56), y de éstos había unos que eran chaná mbeguá, ubicados en la Banda Oriental y Entre Ríos, y otros que se decían chaná-timbú y vivían desde cerca de Buenos Aires hasta las inmediaciones de Santa Fe (la de Cayastá). En todo tiempo parece que hubo indios que se llamaban chaná, sin más calificativo. Los timbú derivaban su sobrenombre de los adornos que se ponían en las narices, [60] y fueron los guaraní quienes se lo aplicaron, como que por éstos fue por lo que los españoles conocieron a aquéllos. En cuanto a los mbeguá no podemos etimologar con la misma confianza (57); es sin embargo fundada la interpretación de «gente de tembetá o barbote». -Schmídel no trata de estos chaná-mbeguá así por este nombre; lo que no quita que los charrúa hayan podido formar parte de esta generación de indios.

38. Se ve, pues, que en la enumeración de los indios que él dice pusieron sitio a Buenos Aires, incluye precisamente a los únicos que pudieron hallarse presentes, indios que conocemos con todos sus pelos y señales, y en cuanto a la lengua de los querandí, sabemos que fue materia de un estudio, como idioma separado, por el bien conocido Padre Alonso de Bárcena S. J. (58) La lengua de los chanás ha sobrevivido (59), y Hervás habló con los que habían andado entre los charrúas como misioneros: aquella no es guaraní, esta según Hervás, Azara, d’Orbigny y otros no lo era tampoco.

39. En el Cap. XIII dice Schmídel que el principal de los timbú se llamaba Rochera Wassu o Zchera Wassu. -Esto es guaraní puro: «Nuestra Cabeza (Cacique) Grande» y de ello se ha deducido que los timbú hablaban guaraní. -Indudablemente [61] que lo hablaban, como nosotros francés cuando se ofrece; pero el argumento es como este otro: -Almirante se llama el que manda nuestras escuadras, desde luego somos moros todos, ingleses, franceses, españoles, italianos, etc. Andando veremos qué idioma hablaban los timbú.

40. Fundado el presidio de Corpus Christi, o sea de Buena Esperanza (60), se dispuso Ayolas a buscar los carios del río Paraguay, y sea que los vio en este viaje, sea que fue en algún otro, porque la relación es algo confusa en esta parte, entra Schmídel a darnos noticias etnográficas de la mayor importancia.

41. Antes de pasar adelante conviene que establezcamos una o dos distinciones. (1) No es necesario que los chaná-timbú que ayudaron al sitio de Buenos Aires sean unos con los timbú de Buena Esperanza, ni creo yo que lo fuesen, pues estaban separados por ciertos indios de raza guaraní, que pueden o no ser los carcará del Carcarañá y río de Corrientes (61). (2) El fortín de Gaboto estaba servido por naciones de los guaraní, que eran comedores de la carne de sus enemigos; mientras que Buena Esperanza y Corpus Christi estaban fundados en plena tierra de los timbú, que no se sabe hayan comido carne humana bajo ningún concepto. [62]

42. A 4 leguas de camino de los timbú de Buena Esperanza, coloca Schmídel a los karendos (62), los corondas de los autores modernos, que comían pescado y carne; muy parecidos a los timbú, con las mismas estrellas en las narices, altos como ellos, horribles las mujeres, sus vergüenzas tapadas, como las de los timbú, con delantales, y las caras arañadas y ensangrentadas (63). Eran diestros en trabajar mantas de pieles, y tenían muchas canoas. Con los carios eran enemigos, y dan a los españoles un cautivo de éstos para que les sirva de baqueano y de «lengua».

43. De los corondas, a las 30 leguas de camino, llegan a los gulgeissen, gente que se atienen (64) a pescado y carne, se horadan las narices, y hablan la misma lengua que los timbú y corondas. Lo demás se complementa, porque está visto que las tres naciones son de una sola raza o generación. El nombre gulgeissen, el ser laguneros, la distancia que media entre ellos y los corondas, todo hace comprender que estos indios eran los muy conocidos bajo el nombre de quiloazas o quilbazas (65). Sobre el río de este nombre se fundó la primera ciudad de Santa Fe. Los indios especiales de Santa Fe son los abipones, y sus rasgos físicos [63] corresponden perfectamente a los de las tres naciones citadas. Sabemos también que se metían plumas en las narices, desde luego que eran timbú. Serán o no serán estas tres naciones abipones, pero Schmídel establece que ellas eran de raza timbú, y que, por las señales que nos da, de ninguna manera podían ser de los guaraní. Por ahora, a falta de prueba documentada, es preferible clasificar a los timbú, corondas y quiloazas como naciones afines de los chaná del Baradero y Soriano, todos más o menos timbú, porque se horadaban las narices. Estas naciones vivían del lado de Santa Fe, que Schmídel llama la margen izquierda del Paraná, a la inversa de lo que se diría ahora.

44. De los gulgaises (66) caminaron 18 días sin encontrar gente, hasta llegar a los machkuerendes (67), distancia de 64 leguas, por las vueltas y revueltas del camino. Estos indios eran comedores de pescado, y de carne, pero poca; buenos canoeros y amigos de los españoles, lo que se confirma en la carta de Irala de 1541. Vivían sobre un río que se metía tierra adentro (sin duda el que separa las provincias de Entre Ríos y Corrientes) sobre el lado oriental del río Paraná; hablaban «otra lengua», es decir, que no era la de los corondas, gulgaises, etc., pero, por lo de las narices horadadas, no dejaban de ser timbú. Los hombres eran hermosos [64] de cuerpo, pero horrorosas las mujeres: en una palabra, eran de la raza non-guaraní que se había establecido en ambas márgenes del río Paraná, y que constaba de naciones que más se parecían en sus usos, costumbres y rasgos físicos que en su lengua o idioma (68). El río que desemboca en el Uruguay y separa Corrientes de Entre Ríos, aún conserva el nombre de estos mocoretá.

45. Aquí llegamos a una jornada de las más interesantes en todo el viaje, porque en este capítulo (XVIII) se trata de los indios llamados zechennaus saluaischco -en buen castellano: nuestros parientes salvajes-, que en boca de indios carios o raza guaraní equivalía a decir que los reconocían por paisanos. -¿Y si estos eran paisanos de los guaraní porque se llamaban chaná, por qué no lo eran los chaná-timbú, que oían también de chaná? -La contestación la hallamos en el texto mismo del autor nuestro. Era aquélla «una gente petiza y gruesa» (69), comía pescado, miel y toda clase de alimañas, y andaban hombres y mujeres, chicos y grandes, como la madre los largó al mundo. Vivían a 18 leguas de los machueradeis (70), y estaban de guerra con ellos; su morada quedaba a 20 leguas del río Paraná. No falta quien crea que los caracará de la laguna Iberá eran carios, y como se sabe que andaban por el río de Corrientes, no sería [65] extraño que fuesen carios-caracará, que Schmídel vio y llamó zechennaus saluaischco.

46. Oviedo (71) menciona a los barrigudos en seguida de los quiloaçes; mas como estos indios no figuran en el texto de Schmídel, no hay para qué nos ocupemos de ellos (72). Una cosa se debe observar, que ambas relaciones acusan un solo origen, y una a la otra se amplían y explican.

47. Según este historiador, los «chanaes salvajes» se hallaban «en la costa de Norte y par del Río Grande» en seguida o adelante de los quiloaçes y barrigudos, y más al norte recién aparecen los «mecoretaes». Schmídel invierte el orden, y nombra primero a los machueradeiss, y recién después a sus «zechennaus saluaischco». -Hay una explicación sencilla de todo esto. Los tales chaná serían los carcará de la laguna Iberá que habían bajado por el río Corrientes de 20 leguas tierra adentro, donde era su morada, rompiendo así la zona dominada por los mocoretá entre el Paraná y Uruguay, más o menos por los 30º. El mismo Schmídel los trata de advenedizos en el momento que los vio. La etnología de la costa occidental de lo que es hoy la provincia de Corrientes está sin aclararse por falta de documentación precisa; pero si hubiesen sido naciones de la estirpe guaraní o caria nos lo hubiesen hecho conocer. [66]

48. Las descripciones que de unos y otros indios hacen Oviedo y Schmídel concuerdan bastante bien, así que no hay dificultad alguna en identificar los mocoretá y chaná salvajes, de uno y otro autor.

49. Después de dejar a estos indios, anduvieron unas 95 leguas de camino, algo más de dos grados de latitud, que corresponde a la región al norte del río de Santa Lucía, entre las Garzas (73) y la embocadura del Paraguay, y allí dieron con los mapenus (mepenes) (74), una numerosa nación y muy canoera, que se extendía 40 leguas a todo viento. Por desgracia, nuestro autor sólo se ocupa de contar cómo pelearon (75), así que de esta relación no sacamos más que el nombre de ellos y su costumbre de pelear sobre el agua. Azara, en la edición francesa, dice que los españoles llamaban a los abipones, mepones (76); por el momento empero no hay más que dejar a los mepenes, indios acuáticos, como mepenes, y a los abipones, indios terrestres, como abipones. Todos los mapas colocan a los mepenes en el rincón entre el Paraná y el Bermejo, que muy bien puede haber sido ocupado por los abipones. Una cosa debe asegurarse, que no eran carios, porque, si hubiesen sido, Schmídel nos hubiese contado que tenían mandioca, maní, etc., [67] y en Corrientes, y no en la Asunción, se hubiesen asentado los españoles (77).

50. A los 8 días y 40 leguas de camino llegaron los españoles a los kueremagbeis (78), indios que siempre se mostraron amigos de los cristianos. Comían sólo pescado, carne y algarroba. Era gente alta y gruesa, hombres y mujeres. Se horadaban las narices para meterse plumas de papagayo; las mujeres tenían las mejillas tatuadas con rayas azules y las vergüenzas tapadas con delantales de algodón. He aquí una verdadera descripción de gente de raza guaycurú, ya sea ella toba, ya abipona. El mismo nombre de kueremagbeis o kurgmaibeis se presta a ser interpretado por este otro: kuru-meguá (79).

51. De los kuremagbeis caminaron 35 leguas hasta llegar a los aigeiss (80), que ocupaban el territorio bañado por el río Bermejo o Yepedy, como lo llama Schmídel (81). Comían los Agá (82) pescado y carne; eran altos y esbeltos, hombres y mujeres, éstas hermosas, pintadas y sus vergüenzas tapadas. Todo indica la raza pampeano-guaycurú, rama payaguá-mbayá. Eran ellos grandes guerreros por agua. [68]

52. Con estos indios se cierra la lista de las naciones que fueron del Río de la Plata en tiempo de la conquista, pero que han desaparecido, siempre que no se admitan algunas de las identificaciones que se han pretendido hacer, como ser aquella de mepenes convertidos en abipones, etc. De los aigeiss, aeiges o aygass (porque todas estas variantes y otras más se encuentran en el texto) adelante, ya trata Schmídel de indios que se han perpetuado hasta nuestros días, y nos servirán de piedra de toque para aquilatar el valor científico del saber y observación de nuestro autor.

53. De los «aygas» caminaron 50 leguas (83) río Paraguay arriba, hasta dar con la nación de los carios, como se llamaban en aquel tiempo los guaraní del Paraguay. ¡Cómo se saborea el autor en medio de esa abundancia de maíz, mandioca, batatas, maní, etc., y también pescado y carne y aves de todas clases, y miel para comida y bebida! Era una bendición, era el paraíso. Dejaban atrás las miserias de la raza pampeana (nómades, más o menos), y entraban en la tierra de promisión de la raza guaraní (sedentaria, más o menos). Raza extendida, como dice Schmídel; gente petiza, corpulenta, apta para la labor -como dirían los naturalistas de hoy-, hecha para servir de hormiga negra a la hormiga blanca que se presentaba a sojuzgarlos. Los varones se abrían el labio inferior [69] para ingerirle el barbote (84) de cristal (85), de dos jemes de largo. Hombres y mujeres andaban «como las madres los… y Dios los echó al mundo», cosa muy de los carios y de sus congéneres, los zennas saluaischco. Los padres, maridos y hermanos vendían sus hijas, mujeres y hermanas por cualquier baratija (86); pero, naturalmente, estos indios, como más civilizados que los pampeano-guaycurú, tenían que estar más al corriente de estas cosas, y que lo observe Schmídel es prueba de que era un relator fidedigno del medio en que actuaba. «Ítem más», como a veces decía nuestro autor, estos carios comían… carne humana, siempre que podían, a saber: cuando estaban de guerra y les caía algún prisionero, hombre o mujer, no importaba cuál, y se la saboreaban como a cualquier chanchito, y era ocasión de gran boda: sólo se escapaban las lindas, por su hermosura, y los viejos, ¡por su carne dura!! Era la nación más extendida de todas en el Río de la Plata, y sus «pueblos o ciudades» (87) ocupaban toda la parte elevada del río Paraguay. -Sus pueblos o ciudades estaban fortificadas de una manera muy curiosa, que el autor describe con toda minuciosidad, y que el artista de la edición latina de Hulsius (88) ha pretendido reproducir; guárdese el lector, empero, [70] de creer que los demás indios, como ser los timbú, etc., tenían pueblos así construidos. Esta es invención del que ideó las láminas. Las «demás naciones» no contaban con más palizadas que sus piernas largas para huir, cuando no se creían con poder bastante para triunfar del enemigo, cristiano o indio. Esta es una de las grandes diferencias que Schmídel establece con perfecta claridad, porque siempre habla de los pueblos (fleckhen) en general, mientras que a propósito de los carios ya los distingue con esta advertencia: pueblo o ciudad, fleckhen oder stet. Esto no obstante algunas tribus pueden haberle aprendido algo a los carios, y entre estas acaso debemos incluir a los indios timbú y carcará.

54. Desde Buena Esperanza hasta la Asunción cuenta Schmídel 335 leguas, de camino se entiende; unos 10 grados por «altura».

55. A las 100 leguas «de camino» de la Asunción estaban los piembas o paimbass, etc., como Schmídel llama a los payaguá (89), gente que vivía sólo de pescado, carne y algarroba…, que por lo tanto tenía que ser, como se ha visto que lo es, hasta por su lengua, rama de la raza pampeana-guaycurú.

56. Cerca de estos indios estaba otra nación, que Schmídel y otros apellidan de naperus (90), cuyo alimento de sólo pescado y carne los declara [71] nómades. Por la región que ocupaban es muy probable que sean nación de esa raza que hoy llamamos lengua-machicuy, que son los lenguas modernos, angaité, sanapaná y guaná (91), indios que corresponderían perfectamente a la descripción de nuestro autor.

57. La expedición de Ayolas en la parte a que se refiere Schmídel, concluye en San Fernando (92), y se reanuda cuando vuelve a este punto con Alvar Núñez Cabeza de Vaca (93). Caminan las 100 leguas de camino entre la Asunción y los payaguá, y otras 100 más, de la misma especie, hasta llegar a los guajarapos, que nuestro autor llama baschereposs, según su fonetismo bávaro; gente ésta que comía pescado y carne, era canoera, las mujeres se tapaban las vergüenzas, y, por consiguiente, no eran carios. Estos son los mismos indios que Azara (94), Hervás (95), Castelnau (96) y Martius llaman guachí o guachica. Vivían tierra adentro del río Paraguay, más o menos en el paralelo 20º y margen oriental de este río. Martius reproduce un corto vocabulario recogido por Castelnau, y, según éste, su clasificación debería buscarse entre la raza pampeana, rama guaycurú, [72] pero con sus diferencias, que acaso respondan a influencias de las vecinas naciones.

58. Schmídel abrevia su relación, y omite indios nombrados por Alvar Núñez, hasta que a las 90 leguas de los guajarapos dan con una nación que aquél llama sueruekuessis y éste describe, sin nombrarlos (97), como habitantes del puerto de los Reyes. Los varones usaban orejeras, y las mujeres, tembetá o barbote (98): eran hermosas, y andaban en cueros. Cada indio tenía su casa por separado, en la que vivía con su mujer y sus hijos, y eran agricultores. Por lo visto se trata de una nación zamuca o chamacoca, como parece que eran también los jarayes y siberis. Schmídel dice que el barbote de estas mujeres era del largo y grueso de un dedo. Que las mujeres usen tembetá parece extraño.

59. De este punto parte Schmídel con Hernando de Ribera, río arriba, y llegan a unos indios que vuelve a llamar sueruckhuessis, y que compara a los sueruckuissys ya nombrados; entre unos y otros mediaban 4 leguas. A los 9 días de viaje y 36 leguas de distancia, llegan a los acheress, nación de mucha gente, altos y desarrollados, hombres y mujeres, como ningunos otros del Río de la Plata; no comían otra cosa que pescado y carne; las mujeres no se tapaban más que las vergüenzas (99). [73] Por las señas, estos ajeres eran de raza pampeana.

60. A las 38 leguas de los ajeres llegaron a los scheruess o jarayes. Estos indios eran orejones, y usaban barbote de resina; se pintaban de azul hasta la rodilla, imitando ropa. Las mujeres se embijaban de otra manera, desde los pechos hasta las vergüenzas (100); son hermosas a su modo y nada mezquinas estando a obscuras. Algunos autores quieren que sean guarayos (101). Se trata de una nación chamacoca o zamuca, como se desprende de los usos y costumbres.

61. Lo que sean los jarayes serán también los syeberiss, porque Schmídel identifica las dos naciones, y otro tanto se puede asegurar de los orthuses, urtueses de Alvar Núñez, indios todos agricultores, y por este lado interesantes para los españoles, que buscaban indios útiles. Pueden ser los otuquis, indios de la raza de Chiquitos.

62. Después que Alvar Núñez Cabeza de Vaca fue derrocado de su mando y remitido a España los «carios» y «aigaiss», con otras naciones más, se sublevaron contra el español, o sean los cristianos, como los llama Schmídel y como los apellidan siempre los indios. Para conjurar este peligro se hizo alianza con los jheperus y batatheiss (102). [74] Esta gente sólo comía pescado y carne, y peleaba por agua y por tierra, lo más por tierra. Sus armas eran dardos con punta de pedernal, macanas y unos palillos con dientes de palometa, con que degollaban a los enemigos que volteaban con sus macanas. De las cabelleras hacían trofeos para memoria de sus hazañas. Se trata, pues, de indios que no eran de la raza de los guaraní. ¿Serían tobas, mataguayos (103) o lenguas? -En cualquier caso debieron ser pampeanos, más o menos guaycurú (104).

63. Concluida esta guerra con los carios y entrado el año 1547, en alianza con los mismos carios ya reconciliados, parte Schmídel, bajo las órdenes de Irala, con la expedición que se dirigía al Perú (105). Salieron del puerto de San Fernando (106), donde en aquel tiempo vivían los payaguá. De allí llegaron, después de 8 ó 9 días de viaje y 38 leguas de distancia, a una nación llamada naperus, que sólo comían pescado y carne; eran gente alta y corpulenta y sus mujeres feas, sin más adorno que un delantal. -Todos los rasgos son de raza pampeana, y lo probable es que hayan sido tribus de lenguas-machicuy (107). [75]

64. Un viaje de 7 días, o sea de 28 a 30 leguas, los puso en tierra de los maieaiess, los mbayá de los modernos: una gran multitud de gente, con vasallos que les servían, y, por consiguiente, bien surtidos de comida de todas clases, ni más ni menos que entre los guaraní, sin que ni los señores ni sus súbditos fuesen de esta raza. Los maijeaijs son altos, gallardos y guerreros, en aquel entonces como ahora, pampeanos de raza, y sus siervos los chaneses, mojo-mbaures de origen. Las mujeres eran hermosas, sin más vestido que el delantal, y nada mezquinas de sus favores. Estos mbayá son los caduveos de Boggiani, y los siervos, esos guaná-quiniquinao, etc., de Miranda, descriptos también por Escragnolle Taunay (108). Los mismos usos y costumbres prevalecen hasta el día de hoy, y en esta relación, como en todas las demás, se muestra Schmídel un observador digno de toda fe. Irala (109) confirma que esta entrada fue por los mbayá.

Estos indios estaban a 70 leguas de San Fernando, y de allí llegaron a los zchennte, vasallos de los mbayá, y los chané de los demás historiadores. Parece que es la misión de la raza chané-aruaca servir a sus vecinos más guerreros. ¿Acaso serían ellos los restos de una población americana sojuzgada por hordas invasoras? -Así parece, porque no se concibe cómo a la par de indios bravos suele haber otros más mansos. [76]

65. Irala, en su famosa carta del año 1555, se limita a decir que llegaron a la provincia de los tamacocas, y de allí a la de los corocotoquis (110), con referencia general a los «carios de la sierra», que son los chiriguanos. Schmídel, en esta parte, es muy parco de datos etnológicos, y, si no fuese por la carta de Irala ya citada, no sabríamos a qué atenernos, porque de los nombres de tribus o naciones poco se puede sacar en limpio: eran todas, o las más, agricultoras.

66. Si queremos darnos exacta cuenta de lo que eran los zamucos o chamacocos, los tumaná o tumanahá y los morotocos o moro (111), debemos estudiar lo que de ellos ha escrito el explorador Guido Boggiani (112), quien ha estado en contacto con ellos, y por lo tanto, me limitaré a reproducir algunas de las noticias de aquel viajero: en amplitud e importancia son únicas, como que ha vivido largo tiempo con estos indios.

67. Según este autor, los chamacoco son los más nomádicos y los tumanahá los menos; éstos algo entienden de labranza, pero sus parientes los moro o morotocos, mucho más, y estas tres naciones hablan dialectos de la misma lengua (113). Hoy estos indios ocupan parte del territorio que antes [77] fue de los mbayá, a los que eran inferiores en pujanza. Cardús, en su obra sobre las misiones en Bolivia (114), dice que los morotocos «honran a las mujeres con el título de señoras», y que son las que mandan, etc. Según Boggiani, los chamacoco, hombres y mujeres, son «orejones», esto es, se ponen rodelas en los lóbulos de las orejas, y los primeros usan el barbote largo, en este caso de hueso, y no de resina, como el de los carios. Se pintan, pero no se tatúan. Los hombres andan en cueros, las mujeres con un pequeño delantal.

68. Schmídel, después de nombrar thohannes, payhanas y maiehonas, pasa a los morronos, que sin duda son los moro o morotocos (115). Después vienen perronoss, sunennos, borkenes, leichonos (116), karchkonos, digeberis, peysennes, maygennos y karckhokies. Antes de llegar a tierra de estos últimos indios, dieron con unas salinas que pueden ser las que marca Jolis (117) en su mapa (118). Hasta aquí cuenta Schmídel unas 320 leguas desde San Fernando, lat. 21º 20′, hasta las salinas, distancia que, como máximum, no puede exceder de 5 grados, 2 de latitud y 3 de longitud: esto demuestra que anduvieron de acá para allá perdiendo tiempo y desandando camino, hasta enterar casi tres tantos de la verdadera distancia. [78]

69. De la Salina, como a las 36 leguas, llegaron a los karkhokhies, indios que usan el tembetá como botón de los chiriguanos. Pelean con dardos, arcos y flechas, y rodelas o paveses de anta. Las mujeres visten tipoy, y usan un canuto asegurado al labio, en que meten una piedra verde o gris. -Son hermosas, y no se mueven de las casas. Por lo visto se trata de una nación chiriguana, y precisamente a esa distancia de la Salina están los chiriguanos, según Jolis (119). De los karkhokhies a las pocas leguas, llegaron a los machkaises, y precisamente sobre el río Pilcomayo y en el paralelo 20º entre 315º y 316º, Jolis coloca el valle de Machareti, en la región de los chiriguanos.

70. Nada de lo que dice Schmídel se opone a lo que conocemos por otros conductos. Los mbayá (pampeano-guaycurú) y chané (pampeano-mojo-baure) se presentan con las señales características de su origen vario. Los muchos pueblos pampeano-zamuco llenan el vacío entre los chané y las salinas; y del otro lado (el oeste) de éstas empiezan los carios de la sierra o chiriguanos. Irala llama a éstos karkhokies y machkaisies «corocotoquis», y dice que estaban a 52 leguas de los tamacocas, distancia que concuerda con la que demuestra Jolis en su mapa. Resulta, pues, que las tales salinas dividían la nación zamuco-morotoca de la corocotoca, que yo identifico con los chiriguanos, en razón del botón en [79] el labio de los varones y el tipoy de las mujeres (120).

71. Cuando regresa Schmídel del Paraguay a Alemania, hace la descripción de los thopis; en nada discrepa de lo que ya sabemos de ellos por otros conductos. Eran comedores de carne humana, de los enemigos se entiende; mas para que no faltase andaban siempre en guerra; y por lo demás son como lo cuenta el capítulo LII, que es un complemento a lo que dice Alvar Núñez en sus Comentarios (121). El idioma es muy parecido al de los carios, y esta apreciación nos prueba que Schmídel lo entendía y hablaba, y por lo tanto, que era muy competente en eso de saber si tales o cuales indios eran del habla guaraní o no.

72. Largo y muy largo nos ha salido este capítulo, pero sólo así se podía establecer que los datos etnológicos que nos suministra Schmídel son de verdadero valor científico. En su relación se destacan dos grandes razas, la guaraní y la que no lo es. Esta, que es la pampeana de d’Orbigny, se subdivide en dos ramas, una nomádica (122) o guaycurú-patagónica, que sólo comía carne y pescado, y la otra semisedentaria (123), que sembraba y solía vivir a la par de la anterior en calidad de protegida o vasalla, como los chané con los mbayá. A la [80] guaraní sólo la encuentra Schmídel en el Brasil, en las inmediaciones de Buenos Aires; en el Paraguay, a la vuelta de la Asunción (124); y en el territorio que conducía del Alto Paraná al Atlántico. Los demás indios se hallaban desparramados en todo lo que anduvo nuestro autor.

73. Debemos fijarnos en que Irala, en su viaje al Perú por el país de los zamucos o chamacocos («tamacocas», como él los llama (125)), entró por donde habían andado ya Hernando de Ribera y Schmídel en tiempo de Alvar Núñez. Iban en pos de las fabulosas riquezas de los amazones, cuento éste que no es inventado por nuestro autor, sino que consta también en la relación de Hernando de Ribera (126). Se buscaba El Dorado, y los indios, cansados de sus molestos huéspedes, siempre los halagaban con noticias de algo mejor un poco más allá. Así se explica esa larga peregrinación por el país de los jarayes en las dos entradas. El viaje al Perú parece que fue cosa de última hora y por las razones que el mismo Irala da en su carta (127). Esta carta, los apuntes de Schmídel y las noticias ya citadas del explorador Boggiani, adquiridas in situ, bastan para determinar quiénes eran los indios que visitaron más allá de los mbayá, por el norte y el [81] oeste. Irala es algo confuso en su relación, pero esto es, más o menos, lo que dice: -Desde el puerto de San Fernando pasaron por diversas generaciones hasta llegar a los tamacocas. Allí supieron de las minas de plata en las sierras de los carcaxas, que, si no se explica mal Irala, son las de los charcas (chuquisaca). -De regreso para entre los corocotoquis, a 52 leguas de los tamacocas, y allí le confirman las noticias de las riquezas que había más al norte, «los naturales de la tierra y yndios carios de la sierra» (128). ¿Quiénes eran estos naturales? -Los corocotoquis, que según se ve, no eran carios, es decir, chiriguanos. Lo que hay de cierto es que los españoles al pasar de la tierra de los mbayá y chané entraron por la provincia de los chamacocos, chiquitos y chiriguanos, y que encontraron carios entre los jarayes. El mapa de Jolis, levantado por el abate Joaquín Camaño a fines del siglo XVIII es la mejor guía que podemos tener para darnos cuenta de los indios que visitaron Cabeza de Vaca e Irala con Schmídel. Concluiré con las palabras de López de Velazco:

«Así como estas provincias son grandes, son muchas las naciones de indios que hay, y más la diversidad de lenguas que platican, aunque se reducen a dos diferencias de naturales; unos que llaman gandules, por la mayor parte muy altos, más que españoles, bien hechos y de buenas facciones, enjutos y morenos, y bien proporcionados, [82] de buenas fuerzas aunque sin maña, mal vestidos; no siembran, y se sustentan de la caza y pesca, holgazanes, y su más continuo ejercicio es la guerra: los otros son los indios labradores guaraníes, que quiere decir guerreros, porque van muy lejos de su tierra a guerrear, de estatura de españoles, y bien agestados, que hacen sus sementeras, y entretanto que se crían también ejercitan la guerra, caza y pesca: entre ellos, los que están alrededor de la Asunción, son los que más se derraman por la tierra, y así la lengua de los que se llaman guaraníes es la que generalmente se habla en todas las provincias, aunque tienen lenguaje particular». Geografía y Desc. Univ. de las Indias. -Ed. Madrid 1894, p. 555.

– XII –

Los españolismos del autor
75. No hay cosa más convincente, en cuanto a la autenticidad de la relación de Schmídel, que el gran número de españolismos que encierra su MS. (129)

Prescindamos de la ortografía en los nombres propios y del thonn por don. Ahí están pot o podell, por bote o batel; pese espade y pese de [83] sere, que se explican solos; cardes, por cardos; dardes, por dardos; ordinirt und manndirt, por ordenó y mandó; nazión (de indios), por nación; bastamen o fastamen, por bastimento (víveres); palla saide, por palizada; abestraussen, por avestruz; con su Yandú (130), por Ñandú; pabessen, por paveses; y tantos otros ejemplos que se podrían citar. Cada palabra de éstas es una prueba que fue el mismo Schmídel que escribió o dictó su relación, y son justamente estos modos de decir los que dan colorido local a su historia, la más importante de todas las que tenemos de aquella época, por sus muchos detalles y buen sentido, sin perjuicio de que algunas veces incurra en error.

– XIII –

El sitio de Buenos Aires
76. «Más o menos al mes de haber vuelto» Jorge Luján de su viaje en busca de provisiones, dice Schmídel que los indios querandí, guaraní, charrúa y chaná-timbú atacaron la naciente ciudad de Buenos Aires, con el éxito que él mismo cuenta. A lo que sabemos hasta aquí por la documentación contemporánea que se conoce en el Río de la Plata, es él el único autor que nos da cuenta del [84] episodio, y desde luego, a falta de prueba en contrario, tenemos que aceptar los acontecimientos tal como él nos los refiere. El doctor Manuel Domínguez de la Asunción, prolijo compulsador de papeles, no ha podido hallar otra referencia de este interesante suceso, que por lo tanto debe juzgarse por sus propios méritos.

77. Según Schmídel el hecho aconteció antes de la subida de don Pedro de Mendoza con Ayolas a los timbú (Buena Esperanza). El adelantado estaba ya de regreso antes de fin de año (1536) en Buenos Aires, de donde despachó a Juan de Salazar en busca de Ayolas el 15 de enero de 1537 (131), y, ya antes de eso, había regresado Gonzalo de Mendoza de su viaje a Santa Catalina en busca de víveres: éste partió de Buenos Aires el 3 de marzo y estuvo de vuelta el 17 de octubre de ese mismo año (132). De estas dos fechas se deduce, (1) que Gonzalo de Mendoza se hallaba ausente de Buenos Aires el día de San Juan Bautista (el 24 de junio), razón por la que no pudo referirse a los acontecimientos ocurridos en esos días, y (2) que su presencia en la dicha ciudad el 27 de diciembre, día de San Juan Evangelista, y el hecho de no haber incluido en su interrogatorio una pregunta más a propósito de tan importante suceso, nos obligan a conceder que fue en la primera fecha y no en la segunda cuando sucedió lo del capítulo XI. La fecha 1535 es uno de [85] tantos errores de igual especie que notamos en el texto, debidos a olvido, descuido o diferencia de modo de computar el año.

78. El silencio de Villalta y Pero Hernández se explica por la índole de sus relaciones, y sólo podíamos esperar alguna noticia del ataque llevado por los indios contra la naciente ciudad de Buenos Aires en la información de Gonzalo de Mendoza: éste lo calla como suceso de junio, porque no se halló presente, y lo calla también en diciembre, sin duda, porque no sucedió en esta fecha. Queda, pues, establecido, hasta la presentación de mejor prueba en contrario, que el incendio de Buenos Aires tuvo lugar el 24 de junio de 1536, fiesta de San Juan Bautista.

– XIV –

Los viajes de Ayolas a los timbú
79. Después que don Pedro de Mendoza llegó a la margen occidental del Río de la Plata y fundó allí la primera ciudad de Buenos Aires, comprendió en seguida que poco podía esperar de los naturales para la alimentación de los suyos, y, en su mérito, despachó expediciones a todas partes. Una de ellas fue la de Gonzalo de Mendoza a Santa Catalina, de que se ha dicho algo en el capítulo anterior; la segunda hizo una entrada por las islas al [86] mando de un «caballero deudo» de don Pedro (133) que Schmídel llama Jerg Lichtenstein (134) y la tercera fue la primera de Juan de Ayolas río arriba al lugar que fue asiento del fortín de Sancti Spiritus (135). En la laguna de los timbú se establecen y regresa Ayolas a Buenos Aires en busca del adelantado. Más o menos en agosto o septiembre (136) se embarcó Mendoza en la escuadrilla de 8 bergantines y bateles con Ayolas y 400 hombres y subieron río arriba al asiento de Buena Esperanza, de donde regresó el adelantado a Buenos Aires antes del 15 de enero, época en que despachó a Juan de Salazar en busca de Ayolas. Este es el segundo viaje de Ayolas según Villalta y el único según Schmídel. Lo que nos importa saber es que Schmídel acompañó a Mendoza y a Juan de Ayolas cuando éstos con el grueso de la gente pasaron a los timbú y fundaron sus asientos en Buena Esperanza (137) y Corpus Christi. [87]

– XV –

Los 4 años del Cap. XIV y los 2 del Cap. XXX
80. «Inndiesem fleckhenn plieben wir 4 jhar lang» -«en este pueblo permanecimos durante 4 años»- dice Schmídel. El pueblo era el de los timbú, y los 4 años pueden computarse desde fines de 1536 hasta principios de 1539, es decir, son 4 años incompletos, faltándoles meses. Es entendido que el wir -nosotros- se refiere a los cristianos, y que no es necesario que los años sean enteros; porque las relaciones, como por ejemplo la de Villalta, se hacen cargo de expresar que el año 1539 hubo un abandono momentáneo de Buena Esperanza; pero se cae de su peso que éste abandono se haría definitivo cuando Irala retiró toda la gente de Buenos Aires y los puertos intermedios a la Asunción el año de 1541.

81. Los 2 años del cap. XXX son los que mediaron entre la subida de Cabrera con Ruiz Galán a la Asunción en 1539 y la llegada de Alvar Núñez Cabeza de Vaca a Santa Catalina. Si seguimos el orden del texto, parece que los 2 años deberían contarse desde la dejación de Buenos Aires; pero, como se demostrará más adelante, el episodio del naufragio corresponde al año 1538 (1.º de noviembre), [88] y durante estos 2 años tuvieron lugar los acontecimientos que se cuentan desde el cap. XX hasta el XXVIII.

– XVI –

Viaje de Ruiz Galán a la Asunción con Cabrera 1539
82. Al doctor Manuel Domínguez, de la Asunción, se debe el descubrimiento de que Ruiz Galán -después que llegó Cabrera a fines de 1538, y pasaron con él a Corpus Christi, donde le juraron obediencia a Ruiz el 28 de diciembre de 1538 (138)- en lugar de seguir viaje como equivocadamente lo supuso Madero (139), regresó a Buenos Aires, «donde le encontramos administrando justicia con Cabrera en febrero de 1539 (140), siempre con Juan Pavón al lado». (141) El 8 y 20 de abril del mismo año aún estaba Ruiz en Buenos Aires como lo confiesa el mismo Madero (142), y lo hace notar Domínguez (143), y su partida para la Asunción debió tener lugar en seguida del despacho a España del galeón Santa Catalina (144); porque, como dice el mismo (145), en julio, Ruiz ya firmaba [89] documentos en la Asunción (146). El viaje era de unos dos meses en aquella estación y basta esto para probar que Ruiz no pudo ir y volver a la Asunción para estar en Corpus Christi el 28 de diciembre de 1538, en Buenos Aires en febrero de 1539 y también en este puerto el 8 de abril del propio año.

83. Aparte de todo esto hay que tener en cuenta el desastre de Corpus Christi, que Domínguez ha probado no puede haber ocurrido sino entre diciembre 28 de 1538 y el 20 de abril de 1539, porque, para las condiciones del problema histórico, Ruiz Galán tenía que estar en Buenos Aires. Madero, a pesar de la documentación que invoca, se equivocó en esta parte: lástima que no la publicó.

– XVII –

Confusiones en el relato del autor
84. No se puede negar que Schmídel se enredó más de una vez al hacer la historia de su famoso viaje: entre digresiones, ampliaciones, omisiones y algunos errores que no ha dejado de cometer vemos que hay que estudiarlo a la luz de los demás documentos de la época, que, sea dicho de paso, no son tampoco inmaculados. Faltándonos por ahora parte de las informaciones a que se [90] refiere Madero, y que no publicó este señor, nos atendremos: (1) a las cartas de Irala, (2) a la memoria de Pero Hernández y Acta de 1538, (3) a la carta de Francisco de Villalta, (4) a la información de Gonzalo de Mendoza hasta donde la conocemos, y (5) a la historia de Oviedo en el Lib. XXIII y Caps. XII y siguientes.

85. Pero Hernández es muy breve en la primera parte de su relación. A los 7 meses de llegar don Pedro de Mendoza al Río de la Plata, despacha a su teniente Juan Ayolas a descubrir la tierra, con 3 navíos y 150 hombres. El 15 de enero de 1537 parte Juan de Salazar del puerto de Buenos Aires en busca de Ayolas. A los 4 meses después, regresa Mendoza a España (147), dejando a Juan de Ayolas de su lugarteniente, y al capitán Francisco Ruiz Galán de interino en Buenos Aires. Salazar (148) «viene» 6 meses después de salir Mendoza, y cuenta que Ayolas se había ido tierra adentro, dejando a Irala (149) con 30 hombres en el puerto de la Candelaria, asiento de los payaguá. Aparte de esto, avisa Salazar que al bajar había «asentado un pueblo en concordia de los naturales de generación carios», y en la ribera del río Paraguay. En abril de 1538 llega a Buenos Aires el navío de Pan Caldo, y en octubre del mismo año Alonso Cabrera (150), veedor, «con una nao e cierta gente». Se producen [91] «pasiones y contentaciones» entre Cabrera y Ruiz por el mando (151), y después parten los dos con 7 bergantines y 200 hombres para el Paraguay, «donde residía» Salazar, «para dar socorro a Juan de Ayolas, e llegados al puerto hallaron allí a Domingo de Irala, vizcaíno». Cabrera se entiende con Irala, destituyen a Ruiz, y queda mandando Irala (152).

86. Madero (153), citando una información de junio 1538, dice que Ruiz y Cabrera dejaron una pequeña guarnición en Buenos Aires, y que con el grueso de la gente (200 a 250 hombres) subieron al Paraguay, y en una acta levantada de paso en Corpus Christi, firma Juan de Salazar, entre varios otros, reconociendo a Ruiz de teniente gobernador interino. En enero de 1539 siguen viaje a la Asunción (154). Hay desacuerdo con Irala, se retira Ruiz, y en abril de 1539 estaba ya en Buenos Aires despachando el galeón Santa Catalina a España. De este viaje resultó la confirmación real de los títulos de Ayolas, que le llegaron a Irala más o menos a principios de 1540 (155). Hasta aquí Madero.

87. Francisco de Villalta (156) se extiende más, y suplementa mucho de lo que falta en los otros relatores: daré en resumen el contenido de sus párrafos: – [92]

1. 1536. Llegada de Mendoza a San Gabriel.

2. Fundación de Buenos Aires.

3. Número de gente: 1800; empiezan a morir de hambre.

4. Enfermedad de Mendoza y envío de Diego, su hermano, en busca de comida.

5. Pelea y muerte de Diego de Mendoza.

6. Manda Mendoza 200 hombres en busca de comida.

7. Regresan los bergantines. Grande hambruna. Comen carne humana, etc.

8. Mendoza envía a Sancti Spiritus al capitán Ayolas (157).

9 y 10. Pasan éstos grandes necesidades.

11 y 13. Llegan a los timbú y carcará, se remedian del hambre, y regresan a Buenos Aires.

18. Arribo de Mendoza con Ayolas a los timbú.

23. Regresa Mendoza a Buenos Aires, dejando a Alvarado en Buena Esperanza, porque Ayolas había partido con 160 hombres y 3 navíos río Paraná arriba.

[Aquí empieza la relación del verdadero viaje de Ayolas, reproducido por Herrera en sus Décadas.

En el párrafo 36 deja a Ayolas, y narra lo que sucedía en los puertos de abajo (158).]

25 a 35. Sale Ayolas de viaje, pierde uno de los 3 navíos, llega a los carios, éstos le dan maíz, etc., sigue a los payaguá, 100 leguas [93] más arriba, y se mete tierra adentro con 130 hombres. Irala queda con los 30 restantes esperando.

36. Mendoza despacha a Juan de Salazar en busca de Ayolas, y regresa a España, 1537.

37. Salazar e Irala quieren entrar a socorrer a Ayolas. Las aguas y la mala voluntad de los indios se lo impiden.

38. Funda Salazar la «casa fuerte» en los carios, sin dar el nombre.

39. Deja allí 20 hombres, y se vuelve a Buenos Aires a dar cuenta a Ruiz.

40. Sube Francisco Ruiz al Paraguay con 200 hombres, en socorro de Ayolas.

41. Peleas de los españoles con los indios por comida.

42. Vuelta de Ruiz a los timbú.

43. Matanza de indios por orden de Ruiz. Regresa éste a Buenos Aires.

44. Desastre en los timbú, y abandono de ese pueblo.

45. Llegada a Buenos Aires de los dos bergantines que Ruiz mandó a los timbú. Arribo de un navío que no pudo seguir viaje al Estrecho y, más tarde otro de Alonso Cabrera. Pasiones y revueltas con Ruiz. Pasan Ruiz y Cabrera a la Asunción con 250 hombres, algunos de ellos de la gente de Pan Caldo.

46. Cabrera y demás capitanes quitan el mando a Ruiz.

47. Derrocado Ruiz, Irala (o sea «capitán Vergara») [94] hace una tentativa de socorrer a Ayolas, pero sin éxito, por el hambre y las inundaciones. Se les presenta un indio, y avisa de la muerte de Ayolas.

48. Interrogan a ciertos indios payaguá, y confirman éstos el testimonio del indio chané.

49. Regresa Irala a la Asunción, y manda 3 bergantines a rescatar comida.

50. Vuelven los bergantines, y despacha otros 2 adelante, y siguió él después a despoblar Buenos Aires.

88. Igual en importancia con la carta de Villalta es la Información levantada en la Asunción por Gonzalo de Mendoza el 15 de febrero del año 1545. Este Mendoza fue yerno y sucesor de Irala, pero sólo le sobrevivió unos dos años (159). Los declarantes son varios y entre ellos Francisco de Mendoza y Juan de Salazar, ambos protagonistas en la conquista (160). Según el Interrogatorio, casi en seguida de llegar Mendoza, y de haber asentado su real y pueblo en el puerto que dicen de Buenos Aires, despachó al capitán Gonzalo de Mendoza a la costa del Brasil a rescatar bastimentos para aliviar el hambre que empezaba a hacerse sentir; éste salió el 3 de marzo de 1536. De allí no sólo trajo los bastimentos y otras cosas necesarias, sino ciertos cristianos que allí vivían con sus familias y esclavos, [95] para que les sirviesen de intérpretes en sus tratos con los indios comarcanos. A Buenos Aires llegaron el 17 de octubre de 1536. Más o menos por el mismo tiempo regresó don Pedro de Mendoza de Buena Esperanza, y después que se concluyeron las naos que se estaban preparando (que eran 3), despachó a Juan de Salazar y a Gonzalo de Mendoza el 15 de enero de 1537 en busca de Juan de Ayolas, demorando ellos 6 meses hasta llegar al puerto de la Candelaria (161). Como habían dejado un navío en Buena Esperanza, los otros 2 con los 2 de Irala, en muy mal estado bajaron a un puerto de los carios. Mucho les sirvió de «lengua» el cristiano Juan Pérez, que Gonzalo de Mendoza había traído del Brasil. Aquí se fundó la «casa fuerte» origen de la ciudad de la Asunción (162). En seguida partió Juan de Salazar para Buenos Aires quedando Gonzalo de Mendoza al mando de la fortaleza.

89. Cinco o seis meses después de esto llegaron al dicho puerto los capitanes Francisco Ruiz y Juan de Salazar de Espinosa, de donde en seguida regresaron Ruiz y el capitán Gonzalo de Mendoza a Buenos Aires, y desde allí despachó Ruiz un galeón a la costa del Brasil por bastimentos el 4 de junio de 1538 al mando del dicho Mendoza. En Santa Catalina se encontraron con el veedor [96] Alonso de Cabrera y juntos se pusieron en viaje para el Río de la Plata, pero se perdió la nao de Gonzalo de Mendoza en la noche del 1.º de noviembre a la entrada del río, ahogándose 5 personas y perdiéndose lo más del cargamento; los sobrevivientes se reunieron en San Gabriel con Cabrera y la gente de la nao Marañona.

90. Subió Cabrera a los indios carios con Gonzalo de Mendoza, y después que se dio «la obediencia al capitán Domingo de Irala» (163), viendo que «estaba la tierra levantada» (164), encargaron a Mendoza de la pacificación de los indios, y partieron en seguida a «dar socorro al capitán Juan de Ayolas» (165).

91. Todo esto, más o menos, lo confirmaron los testigos Francisco de Mendoza y Juan de Salazar, con detalles interesantes, como por ejemplo: que Hernando de Ribera y Gonzalo Morán eran de los que Gonzalo de Mendoza trajera de Santa Catalina en su nao del mismo nombre; que éstos y Ruiz construían 3 bergantines para ir a presentarse a don Pedro de Mendoza en Buena Esperanza, pero antes de poderlos concluir bajó don Pedro a Buenos Aires y en tales bergantines despachó a Salazar y a Gonzalo de Mendoza en busca de Ayolas.

92. Según estas declaraciones, don Pedro permaneció muy poco tiempo en Buena Esperanza. [97] Más o menos en octubre (166) envió Mendoza a Ayolas desde este puerto río arriba; el 15 de enero de 1537 despachó de Buenos Aires a Salazar a buscarlo, el 17 de octubre de 1536 Gonzalo de Mendoza entró de regreso de Santa Catalina a este puerto, de suerte que entre estas dos fechas debemos colocar el regreso de don Pedro a dicha ciudad. Si el asedio de Buenos Aires hubiese tenido lugar el día de San Juan Evangelista (167) lo hubiese presenciado Gonzalo de Mendoza, e invocado para mayor aumento de méritos.

93. Nos queda por analizar lo que dice un historiador muy famoso acerca de la entrada de Ayolas. Oviedo en su Lib. XXIII y Cap. XII enreda la relación del viaje de Juan de Ayolas con la del de Alonso de Cabrera, y de una manera tal que medio justifica las confusiones de Schmídel. A propósito de la reunión de Cabrera con «Pancalvo, genovés» en el Río de la Plata pasa a contar lo de Juan de Ayolas en su entrada desastrosa. Llevaba Ayolas 160 hombres en 2 bergantines y una carabela mandadas respectivamente por Ayolas, don Carlos de Guevara y el capitán Domingo de Irala. En el camino se perdió la carabela, pero como pudieron llegaron a la «boca del Paraguay» donde encontraron una nación de indios dichos «mechereses», que estaban a la parte del oeste (168), dejando a la [98] parte del este «otras nasçiones e lenguas diferentes hasta llegar a la mar». Este curioso paréntesis (que aquí acaba) interrumpe la relación que corresponde al viaje de Cabrera, y esta palabra «mar» le sirve para volver atrás y para reanudar el hilo de la narración del veedor Alonso de Cabrera, y el capítulo entero se dedica a datos etnográficos del mayor interés; pero en la pág. 193 al llegar a los «mechereses ya dichos» vuelve a acordarse del «Capitán Juan de Ayolas», y lo hace llegar a los «llamados guaraníes (que) por otro nombre se diçen carios». De allí en el Cap. XIII lo hace subir a los «apayaguás», se entiende con ellos y con los «mataraes» de más arriba «y se entró la tierra adentro», dejando por teniente a Domingo de Irala.

94. Vuelve la relación a hablar de Mendoza y del envío de Salaçar y de Gonçalo de Mendoça con 60 hombres en 2 bergantines, que «llegaron hasta donde estaba Domingo de Irala, que por otro nombre assimesmo se deçia Domingo de Vergara». De allí bajaron juntos los 3 a «la cibdad que agora llaman de la Asunçion, que está en veynte é çinco grados, menos un terçio» (169) «é hicieron allí los nuestros una casa fuerte de madera, que llamaban ellos la fortaleça» (170).

95. Salazar regresó de allí en busca de don Pedro de Mendoza para darle cuenta de su comisión, pero halló que había partido para España dejando [99] a Francisco Ruiz Galán de su lugarteniente. Éste, desobedeciendo órdenes expresas que para el efecto tenía, en lugar de marcharse a España en pos de don Pedro, subió río arriba con Salazar a verse con Irala, y de paso se hizo jurar en «Buena Esperanza y Corpus Christi» (171). De allí pasaron a la fortaleza en la Asunción y se encontraron con Irala (Vergara) quien le negó el juramento de obediencia a Ruiz. Por este tiempo, y durante la ausencia de Irala en la fortaleza, llegó Ayolas al puerto, y él y toda su gente fueron muertos a traición. Vuelve a subir Irala y casi cayó él también en una celada de los indios.

96. Después de esto bajó Irala a la Asunción y fue mal recibido por Salazar, dejado allí por Ruiz Galán, quien bajó a Buenos Aires apurado por la falta de víveres. Éste a la pasada por el «asiento de los timbús» perpetró la histórica felonía contra estos indios y su principal «chararaguaçu», que quiere decir «capitán grande». Los demás indios le suplicaron que retirase a todos los cristianos porque era su intención matarlos a todos; mas Ruiz no hizo caso, sino que dejó allí a Antonio de Mendoza con 80 hombres y siguió viaje a Buenos Aires adonde lo esperaban una de las dos carabelas de Alonso Cabrera y la nao de «Pao Calvo».

97. Mientras esto sucedió la tragedia de Buena Esperanza tal y como la cuenta Schmídel pero con menos detalles, y sin fijarse en el orden cronológico. [100]

98. En el Cap. XIV se da cuenta de la llegada de Cabrera con «provisiones para que Johan de Ayolas gobernasse ó aquel que él oviesse nombrado, é que si el tal nombrado no oviesse, que era la voluntad de Su Magestad que la gente se juntasse, y en conformidad que eligiessen gobernador, etc.» Marcharon Ruiz y Cabrera a la Asunción en 17 bergantines y con 340 hombres y allí, derrocado el primero, dieron la obediencia a Domingo de Irala, «alias Vergara», quien en seguida despachó a Ruiz Galán con 3 navíos en busca de Juan de Ayolas, debiendo alcanzarlos él con la demás gente.

99. Cerciorados Irala y los demás de la muerte de Ayolas, regresaron a la Asunción y después de algún tiempo bajaron a despoblar Buenos Aires, como lo efectuaron, dejando cartas escritas en este lugar y en la isla de San Gabriel. Aquí intercala Oviedo cosas que ocurrieron en la Asunción durante su ausencia, y al concluir el capítulo, vuelve al viaje de Irala río arriba.

100. Así cuenta Oviedo los sucesos acaecidos entre los años 1537 y 1541, después de la partida de don Pedro de Mendoza para España, pero sin muchos de los detalles pintorescos que narra Schmídel. Restáurense los verdaderos nombres de los jefes en esta relación y veremos que la historia de Oviedo y el viaje de Schmídel nacen del mismo origen. No es probable que se hayan copiado el uno al otro, pero todo lo que se cuenta gira al rededor de Alonso de Cabrera y de sus informes.

101. Otro documento muy importante es el [101] Juramento de Obediencia al Capitán Francisco Ruiz Galán reproducido en la Colección de Blas Garay, página 19 a 24. Está fechado en el puerto de Corpus Christi, a 28 de diciembre del año 1538, y en él figura Antonio de Mendoza (pág. 23) (172). El acta habla de «las personas, etc., que están y residen en este dicho puerto», lo que prueba que aún no se había abandonado la colonia en los timbú; por otra parte, como Antonio de Mendoza estaba aún en vida, no podía tratarse de un renacimiento de la plaza fuerte, se impone que el desastre de Corpus Christi recién sucedió después de la bajada de Ruiz a Buenos Aires en enero de 1539, en esa misma vez en que fue jurado en dicho puerto y antes de emprender su viaje con Cabrera a la Asunción.

102. Todo esto parece muy claro y muy sencillo si no fuese que Villalta (§§ 40 a 44) en su relato introduce una nueva complicación. Según él, en seguida de la llegada de Salazar a Buenos Aires, de regreso del Paraguay, subió Ruiz río arriba para conocer el estado de las cosas. Poco tiempo permaneció con Irala y «llegados a los timbúes y hecho el asiento y pueblo» manda hacer la matanza de indios, a que se refieren todos, y baja al puerto de Buenos Aires «dejando 100 hombres en el pueblo y palizada questaba en los tinbues». A continuación cuenta el desastre ocurrido allí, sin hacer referencia al intervalo que pudo separar la matanza [102] de indios de la venganza de los sobrevivientes, y sin fijar una sola fecha. En el párrafo 45 se trata de la llegada de Alonso Cabrera, casi como si fuese un incidente intercalado en los sucesos del § 44; pero sin que se aclaren las vagas noticias de los demás autores.

103. No es sólo Schmídel que, por su modo confuso de contar las cosas, nos expone a errar en materia del orden cronológico de nuestra historia primitiva. Sobre los hechos parece que no cabe duda alguna, sólo las fechas son las que nos faltan. Ahora bien, los dos documentos citados son irreprochables, y por su calidad más expuestos a estar en lo justo que Schmídel. Es una prueba más de la necesidad de no limitarnos a la primera impresión que nos dejan los papeles consultados, y de tener en cuenta su índole. Schmídel hace la relación de un viaje; para él lo importante eran los incidentes pintorescos, sin necesidad de observar el orden cronológico en toda su rigidez; Villalta contaba los hechos de la entrada de don Pedro de Mendoza, y hasta donde cabía, empezaba y concluía cada episodio por sí. Pero Hernández era escribano, y establece que el 28 de diciembre de 1538 existían aún el puerto de Corpus Christi y el capitán Antonio González. Se deduce, pues, que así como se leen, ni Villalta ni Schmídel bastan para establecer el orden cronológico de los sucesos en los timbú. Este defecto no les quita méritos ni al uno ni al otro, sólo si tenemos que ocurrir a Pero Hernández para determinar que la dejación de Corpus Christi [103] no pudo tener lugar antes de 1539, año que integra los 4 que dice Schmídel duró el asiento en los timbú (Cap. XIV).

104. Por ahora estas son las principales fuentes que tenemos a la vista para el esclarecimiento del relato de nuestro autor Schmídel desde el arribo de Mendoza al puerto de San Gabriel, entrado el año 1536 hasta la dejación de la primera ciudad de Buenos Aires a mediados del año 1541 por Domingo Martínez de Irala.

105. Según lo que se ve, el itinerario que describe Schmídel corresponde al viaje con Alonso Cabrera en 1539, como se comprueba por lo que dice Oviedo en su historia (173). Otro punto más se establece, que el despueble de Corpus Christi se efectuó después que Ruiz bajó de allí en enero de 1539, después de haberse hecho jurar obediencia, según se dijo más atrás en el § 101. Ni Oviedo, ni Villalta, ni Schmídel, ni Ruy Díaz de Guzmán mencionan ese viaje de Ruiz Galán en diciembre 1538 a Corpus Christi, ni menos su regreso y permanencia en Buenos Aires y posterior partida en mayo de 1539 a la Asunción; siendo que justamente en este intervalo, es decir, entre diciembre de 1538 y mayo de 1539, es cuando debió suceder el desastre de Corpus Christi, según lo ha comprobado el doctor M. Domínguez con la documentación contemporánea en la mano. En la relación de Ruy Díaz hay puntos que esclarecer; porque Felipe de [104] Cáceres estaba en Corpus Christi el 28 de diciembre de 1538 (174), éste parece que se embarcó para España después del 20 de abril de 1539, fecha después de la cual debió partir Felipe de Cáceres, cuya partida precedió a la noticia del «notable aprieto» de Antonio de Mendoza en Corpus Christi (175). ¿Dónde queda, pues, la fecha del 3 de febrero del año 1539, único que cuadra al desastre de aquel puerto, si hemos de estar a que Ruiz Galán, y no otro, despachara socorro en los dos bergantines? No cabe más respuesta que una: es esta otra de las varias fábulas interesantes, pero poco auténticas, del simpático historiador platense.

106. Pero Hernández, el 28 de diciembre de 1538, en el acta citada, habla de las personas «que están y Resyden en este dicho puerto» (Corpus Christi), y uno de los que prestaron juramento de obediencia a Ruiz Galán fue ese mismo Antonio de Mendoza, quien, a estar al orden de la relación, ya debía haber muerto en el ataque llevado por los indios, como muy bien lo hace notar el doctor Manuel Domínguez, de la Asunción.

107. La verdad del caso es que el acta aludida se labró entre las dos series de acontecimientos que sirvieron de causa y efecto para los sucesos de Corpus Christi. Es curioso que así Oviedo y Villalta como Schmídel hayan concluido con Corpus Christi antes de ocuparse de la entrada de Cabrera [105] en todos sus detalles (176); pero siendo esto así en los tres casos citados, le cabe algo más de disculpa a Schmídel; que sí, es error exclusivamente de este autor equivocarse en muchos de los nombres de sus protagonistas en los diferentes episodios en que los hace actuar antes de la llegada de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Para él no había más jefes que don Pedro de Mendoza, Juan de Ayolas y Domingo Martínez de Irala. Pasa por alto a Francisco Ruiz Galán y a Juan de Salazar de Espinosa, atribuyendo a otros hechos que correspondían a estos dos. Este descuido u olvido del autor ha sido una de las causas de la confusión que hace siglos se ha implantado en la historia de la entrada de don Pedro de Mendoza. Era Ruiz, y no Ayolas, que fue el jefe de la expedición al Paraguay descripta por nuestro autor; era Ruiz, y no Irala, que mandaba en Buenos Aires cuando el viaje de Schmídel a Santa Catalina; no era Ayolas que tomó el «pueblo o ciudad» de Lambaré. -Son estos descuidos los que han expuesto a nuestro autor a la crítica adversa y no mal fundada del doctor Domínguez. Lo que no se explica es que nadie haya advertido antes que la verdadera relación del viaje de Ayolas era la de Villalta reproducida por Herrera.

108. Algo más hay, empero, en lo que nos cuenta Schmídel, que requiere explicación. Se ha [106] observado que es el único que refiere el ataque de los indios a la ciudad naciente de Buenos Aires, lo que es muy cierto, a juzgar por la documentación con que contamos por ahora (177). Este argumento negativo en contra de nuestro autor pierde algo de su fuerza por las siguientes consideraciones: Pero Hernández tenía por principal objeto denigrar a Irala; cuenta al galope los varios viajes río arriba y regreso de don Pedro de Mendoza a España, etc., hasta llegar a su vizcaíno. -Hace caso omiso de todos los detalles, tan conocidos, y, desde luego, su silencio en el caso del asedio no es de extrañarse.

109. Como Schmídel hace comprender que «el incendio de Buenos Aires por los indios tuvo lugar el día de San Juan, anterior a la subida de don Pedro a Buena Esperanza, el «San Juan» tiene que ser el Bautista (24 de junio); por este tiempo Gonzalo de Mendoza se hallaba en viaje a Santa Catalina, con cual motivo esta escaramuza no pudo ser causa de una pregunta en el Interrogatorio, ni menos de una contestación por parte de los testigos. Lo único que se prueba con la Información es, que el hecho pudo suceder el 24 de junio, y no el 27 de diciembre del año 1536. -Schmídel no ha inventado los demás incidentes del año aquel; justo es, pues, concederle que esta noticia curiosa y pintoresca sea auténtica. [107]

110. El silencio de Villalta es más grave; pero él mismo cuenta que por aquel tiempo andaba en viaje. Peleas con los indios eran cosas tan comunes que no merecían especial mención para ellos.

111. Lo referente a Lambaré es una intercalación, y al hacerla ha vuelto a enredarse en los nombres y fechas nuestro Schmídel. Los autores de cartas, relaciones y memorias son muy amigos de ponderar «las pacificaciones», pero eran éstas a costa de hecatombes de indios. La de Lambaré sería una de tantas.

112. En los siguientes párrafos se restablece el orden cronológico de los hechos que refiere Schmídel. Los números romanos dan los capítulos de las ediciones más conocidas, que se hallarán también en el texto de la traducción. Las omisiones se intercalan, pero van señaladas con este signo [ ].

113. Según Schmídel, pues: –

Llegó la expedición al Río de la Plata el año 1535 (178), y puerto de San Gabriel, donde se encontraron con los indios charrúa; y de allí pasaron a la banda argentina del Paraná Guazú (VI) (179). (VII) Se funda Buenos Aires en tierra de los querandí, nación de indios parecidos a los charrúa: éstos dieron de comer a los españoles, pero a los 14 días hubo sus diferencias, y se retiraron; Juan Pavón va en pos de los indios, y es corrido por [108] ellos, y con tal motivo Mendoza envió a su hermano don Diego a escarmentarlos (180). (VIII) Triunfaron los españoles, pero murieron varios, y entre ellos don Diego; los indios huyeron todos, dejando sólo sus reales con las provisiones (pescado) y peleterías que en ellos se hallaron (181).

114. (IX) Levantaron los españoles una casa fuerte y los muros de la nueva ciudad, pero en medio de todo arreciaba la escasez de provisiones, así que no se excusaban de comer hasta los zapatos, y más tarde se comieron la carne de los ajusticiados, etc. (182)

115. En tales apuros envió Mendoza a Jorge «Lichtenstein» (183) con gente a buscar comida, yendo Schmídel con ellos; pero les fue mal, porque perdieron mucha gente de pura necesidad, y trajeron poco o ningún auxilio de comida.

116. [Más o menos por este tiempo (184) debió marcharse Ayolas, en su primer viaje río Paraná arriba, a descubrir y poblar su presidio o fortaleza de Buena Esperanza, en los timbú, cerca de donde estuvo el fortín de Gaboto (Sancti Spiritus) (185)].

117. (XI) Por este tiempo 4 naciones de indios, a saber: querandí, guaraní, charrúa y chaná-timbú, pretendieron destruir la ciudad naciente [109] de Buenos Aires, pero fueron rechazados. Esto sucedió más o menos por San Juan (Bautista, de 1536) (186).

118. (XII y XIII) Acaecido todo esto, y hallándose Ayolas en Buenos Aires, delega Mendoza el mando en él. Se revista la gente, y dejando unos 160 hombres en Buenos Aires, se marchan los demás a los timbú en 8 bergantines, Ayolas y Mendoza con ellos (187).

119. [ (188) En esta parte se planta Schmídel en los timbú, y se debe ocurrir a la relación de Villalta para conocer los incidentes del viaje y desastroso fin de Juan de Ayolas (189). Lo que Schmídel más tarde cuenta al respecto, es lo que supieron de boca del indio chané y de los payaguá atormentados. Todo lo del viaje de Ayolas, y algo más, sucedió mientras pasaba lo que Schmídel cuenta en sus capítulos XIV, etc. La confusión nace del nombre Juan «Eyollas» por Juan de Salazar o Francisco Ruiz Galán, a mediados del capítulo XV.

120. Tampoco menciona Schmídel el envío por Mendoza de Juan de Salazar en busca de Ayolas; Madero (190), citando documentos de la época, hace que Salazar regrese a Buenos Aires en octubre (1537), y dé cuenta de la casa que había dejado en [110] el río Paraguay. Con los informes favorables de este capitán partió Ruiz Galán con150 hombres en 4 bergantines y 1 zabra, dejando en Buenos Aires 50 hombres y 3 navíos grandes: Santa Catalina, Trinidad y Anunciada. Al pasar por Corpus Christi sacaron 50 hombres, y siguieron viaje a la «casa» que estaba en el río Paraguay, donde se reunieron con Irala. Hizo iglesia, y dejó 50 hombres al mando de Juan de Salazar. De allí regresó a Corpus Christi con Gonzalo de Mendoza, dejando en el fortín 100 hombres al mando de Antonio de Mendoza, y en seguida pasó a Buenos Aires, adonde llegó en mayo de 1538 (191)].

121. (XIV) En los timbú permanecieron los españoles 4 años (de 1536 a 1539), y mientras esto, sucedieron muchas cosas. Mendoza volvió a bajar a Buenos Aires, de allí se embarcó para España, murió en el viaje, y en cumplimiento de promesas y disposiciones testamentarias, fue despachado Alonso Cabrera al Río de la Plata con socorro de gente y de toda munición.

122. (192) (XXIX y XXX) Estando, pues, Schmídel en Buenos Aires, según él dice, con Irala de jefe, pero en realidad con Ruiz Galán, llegó una carabela de Santa Catalina con noticias del arribo a ese puerto del capitán Alonso Cabrera con 200 hombres, y el capitán (no lo nombra) envió una nao pequeña a que lo encontrase, al mando de [111] Gonzalo de Mendoza: ésta debía cargar víveres a la vuelta. Schmídel acompañó la expedición. Todos llegaron bien a Santa Catalina, y de allí regresaron al Río de la Plata, perdiéndose la nave en que iba Schmídel, como a 10 leguas de San Gabriel. Los náufragos y Alonso Cabrera llegaron juntos a Buenos Aires y se reunieron con Martínez de Irala (193), según el texto de nuestro autor, lo que no es posible, desde que Ruiz Galán, y no Irala, estaba mandando en Buenos Aires (194), e Irala ausente en la Asunción.

123. Madero confirma el episodio del viaje a Santa Catalina, y más o menos como sigue: -El 4 de junio de 1538 Ruiz despachó el galeón Anunciada con Gonzalo de Mendoza de capitán y Juan Sánchez de Vizcaya de piloto, a Santa Catalina; allí se encontraron con la nao Marañona (195) de Alonso Cabrera, y después de cargar bastimentos y lo demás necesario, partieron para Buenos Aires. La Anunciada se perdió a la entrada del Río de la Plata, ahogándose 4 hombres; los demás se reunieron en San Gabriel con la Marañona el 1.º de Noviembre (196).

124. (XV) Habiendo llegado Cabrera a Buenos [112] Aires con sus navíos, se propuso ir en busca de Juan de Ayolas, quien por la muerte de Mendoza venía a ser el gobernador en propiedad. Aquí se ve que hay un error en el nombre, porque mal podía Alonso Cabrera hacer junta con Juan de Ayolas (197), a quien precisamente iba buscando, como perdido que estaba. Irala por aquel tiempo se hallaba en la Asunción, Ruiz Galán, empero, mandaba como interino en Buenos Aires, y sabemos que Juan de Salazar estaba allí también, o en Buena Esperanza, porque firma el acta de obediencia a Ruiz el 28 de diciembre de 1538 en Corpus Christi (198). El dilema está entre Ruiz y Salazar; éste, al firmar el acta, confesaba que no era más que uno de los otros capitanes (199); así, pues, lo cierto es lo del oberster hauptman (capitán general), que en cuanto al nombre le metió al que acababa de nombrar, Juan de Ayolas. La presencia de Irala fue en la Asunción, y no en Corpus Christi. En seguida pasaron revista de la gente, y encontraron que había 550 con los de Cabrera: es un error decir que se llevaron 400 consigo río Paraná arriba y que 150 quedaron en los timbú, con Carlos Dubrin de capitán (200). [113]

En esta relación se confunde Schmídel, porque no consta que al subir Cabrera y Ruiz Galán de paso a la Asunción hubiesen entrado a los timbúes, ni existía Corpus Christi.

Estos dos caudillos bajaron otra vez a Buenos Aires en los primeros días de enero de 1539, dejando a Antonio de Mendoza al mando de la fuerza en Corpus Christi, como dice el mismo autor en su Capítulo XXVII. La confusión nace de que Schmídel calla el primer viaje de los capitanes Ruiz y Cabrera a los timbúes, viaje que precedió al desastre. Consta que Mendoza dejó a Carlos Dubrin y a Gonzalo Alvarado mandando en Buena Esperanza o Corpus Christi (201). En un caso como éste el solo testimonio de Schmídel no basta, porque ya conocemos la fragilidad de su memoria en cuanto a los nombres de los caudillos en cualquier acontecimiento.

125. (XVI a XX) Después del acuerdo de los capitanes, marchan todos Paraná arriba en los 8 bergantines, sin decirse quien era el que los rnandaba, con ser que Schmídel es hasta cargoso en aquello de repetir nombres. Para él era «Bon Esperainso», y no «Corpus Christi», el punto de partida. Aquí sigue el famoso itinerario, que para todos ha sido el de Ayolas, pero que nunca lo pudo ser, por razones que iremos haciendo notar. A su tiempo llega la escuadrilla a los carios, y allí se planta el autor para describirlos (202). [114]

126. (XXI) Después cuenta cómo era la ciudad «Lamberé» de los indios carios y cómo estaba fortificada, y para hacer resaltar lo inútiles y contraproducentes que resultaron las zanjas con hoyos y estacas puntiagudas, que empalaban a los que en ellas caían, refiere lo que pasó cuando el asedio de Lambaré. Este curioso episodio se introduce con estas palabras, nemlich als -por ejemplo como cuando-, y, desde que Schmídel habla de los 4 años de miserias pasadas antes de llegar a esa tierra de promisión en los carios, se comprende que se trata del año 1539, y no del 1536. Esta misma mención de los 4 años hace imposible la presencia de Juan de Ayolas como caudillo de la jornada: sobre este punto no hay discusión posible, y Schmídel al nombrarlo cometió otro de esos errores inexplicables, que le han hecho acreedor a cargos muy graves. Para él Ayolas era «Eyollas» e Irala «Ayolla». Esto puede explicar en parte la confusión; pero queda siempre lo otro, que en cada caso decía «Jann Eyollas» y «Marthin Doménico Ayolla». Puede haber intervenido algún corrector de los MSS. a quien deba imputarse la confusión; pero ahí está ella.

127. No es esto lo único que hay que corregir, porque se dice que el nombre de «Asunción» se dio a la ciudad Lambaré porque fue tomada el 15 de agosto en el 4.º año de la conquista. Sabemos por acta del 28 de diciembre de 1538 (203) [115] que el puerto en los carios del Paraguay ya en esa fecha se llamaba «Nuestra Señora de la Asunción». Sabemos también que se fundó en paz y concordia con los naturales (204). No es imposible que los acontecimientos del año 1539 hayan ocurrido más o menos por la fiesta del Tránsito; pero esto podemos asegurar: que ni en la fundación de Juan de Salazar en 1537, ni en la época que cuenta Schmídel se halló presente Juan de Ayolas, para quien jamás había existido la Asunción del Paraguay.

128. (XXII y XXIII) Vencidos los carios, se prepara la campaña contra los agá. Estas guerras y expediciones tomaron tiempo, como lo dice el mismo Schmídel, y no sólo esto, sino que el capitán (205) se queda 6 meses en la Asunción y emplaza para 2 meses después de esto a la gente para la entrada de los jarayes. En sólo este párrafo se invierte un año de meses, sin tener en cuenta lo que corría desde Buena Esperanza hasta la toma de Lambaré.

A ser todo esto así, Juan de Salazar hubiese encontrado a Juan de Ayolas en la Asunción holgándose con las 6 indiecitas que le regalaron, la mayor de 18 años. Está visto, pues, que el Eyollas es por Ayolla (Irala), confusión del mismo Schmídel o de su amanuense (206).

129. (XXIV) Llega la expedición a los payaguá [116] y cerro de San Fernando (207) y trataron de averiguar cómo eran los jarayes y carcará.

130. Al fin de este capítulo se aumenta la confusión, porque aquí se ensambla la expedición de Irala (noviembre de 1539) en busca de Ayolas con la del mismo Ayolas. Todo esto queda claro si pasamos al capítulo XXVI, en que cuenta el autor cómo supieron el trágico fin del desgraciado lugarteniente de Mendoza.

131. (XXV) Aquí introduce Schmídel el episodio de la entrada de Ayolas, y su muerte, contado por el indio chané.

132. (XXVI) Con datos sueltos y enredados Schmídel da razón de cosas del año entero que permaneció Irala en la Asunción, antes de la llegada de Ruiz con Cabrera y concluye con la elección de Irala (208) para capitán general de la provincia, y en seguida (XXVII) nos presenta a Irala preparándose para bajar a despoblar Buenos Aires.

133. Sigue la relación y con un Und Zuvor -ya antes de esto- se remonta a la primera bajada de Ruiz a mediados del año 1538 y a la matanza que ordenó de los indios timbú y otros. Aquí debió Schmídel haber referido lo del viaje a Santa Catalina en busca de víveres y de Alonso Cabrera (XXIX); en lugar de esto, él, como Villalta y Oviedo, [117] pasa a concluir con el episodio de la pérdida de Corpus Christi, y hace figurar el nombre de Irala en lugar del de Ruiz; siendo así que Irala desde 1536 hasta marzo de 1541 no volvió a salir del Paraguay; y desde que Ruy Díaz da la fecha de un 3 de febrero como la del fracaso en Corpus Christi, si resulta esta ser cierta, no es posible la intervención de Irala en aquellos acontecimientos. Lo que hay es esto: Schmídel, a propósito de la bajada de Irala en 1541, se acuerda del episodio de Corpus Christi, que empezó antes y acabó después del viaje del autor con Gonzalo de Mendoza a Santa Catalina en 1538. Donde Schmídel dice «Irala» debe entenderse «Ruiz Galán»: -éste y no aquél tuvo que ver con todo lo de Corpus Christi y con el envío de Mendoza al Brasil.

134. La relación sigue dando curiosos e interesantes detalles hasta llegar a los capítulos XXIX y XXX, en que introduce el episodio del viaje a Santa Catalina. Este, como ya se ha visto, corresponde al año de la llegada de Alonso Cabrera (209) y debe intercalarse en los capítulos XV y XXVII.

135. Desde aquí, es decir, el despueble de Buenos Aires, el relato de Schmídel sigue con más orden. Schmídel no era literato, ni su época la de las exactitudes más o menos científicas de la nuestra; relata lo que se acuerda de sus viajes sin importarle demasiado el orden cronológico; y cuando habla de su capitán, o de su gobernador, no le [118] daba mucho cuidado si lo nombraba bien o mal. Según la Memoria de Pero Hernández y la carta de Villalta (210), podemos restaurar los verdaderos nombres y fechas, y vemos que, en lo general, lo que dicen estos escritores se ajusta bien a la relación de Schmídel y que unos a otros se suplementan y completan.

– XVI –

Corpus Christi y Buena Esperanza
136. ¿Eran éstos dos puertos o sólo uno? Mendoza en abril (1537) había de Buena Esperanza o Corpus Christi (211). Villalta, en la carta que se encontrará en el Apéndice, habla de varios cambios de asiento practicados por los españoles después que Juan de Ayolas, por mandato de don Pedro de Mendoza, subió a Sancti Spiritus (§ 8). Llegados los españoles a la laguna y casas de los timbú y carcará, ocupan una casa de éstos y regresa Ayolas a Buenos Aires (§ 13). En seguida, los que quedaron, hicieron un «asiento y pueblo» desviado de los indios (§ 14). Después del regreso de Ayolas con don Pedro de Mendoza mudan la población «4 leguas más abajo», a unos pantanos plagados de mosquitos (§ 19). Ya se llamaba el pueblo Buena Esperanza (§ 23). Partido Ayolas, vuélvese a mudar [119] el pueblo al «asiento y tierra de los timbú», que, sin duda, sería el que se llamó Corpus Christi, fecha en que más o menos se fundaría el primer asiento.

137. En la lámina al Cap. XIII, se ve la isla o estero de los timbú, más arriba una fortaleza con el nombre de Corpus Christi, y más abajo un pueblo rodeado por una palizada, a que se le pone el letrero Buena Esperanza. El dibujante pudo haberse guiado por alguna relación oral o escrita; pero la verdad es que la lámina concuerda con la carta de Villalta.

138. Esto, en cuanto a las mudanzas del asiento de Buena Esperanza, que estaba ya fundada el 20 de octubre de 1536, según consta en el título de veedor para el capitán Juan de Salazar de Espinosa, otorgado allí por el mismo don Pedro de Mendoza (212). En el momento que desaparece de la historia llamábase ya Corpus Christi, pero la fecha precisa de su dejación no consta de documento que conozcamos.

139. Pero Hernández no incluye mención en su memoria de los asientos en los Timbú, sin duda porque no le ayudaban a formular más cargos contra Irala; mas él firma el «Juramento de Obediencia» a Francisco Ruiz Galán, en Corpus Christi, el 28 de diciembre de 1538 (213); como Antonio de Mendoza es uno de los firmantes, el mismo que después murió en el asalto, podemos asegurar que el abandono de la colonia en Corpus Christi no [120] pudo efectuarse antes del año 1539, sino después que Ruiz regresó a Buenos Aires.

140. En febrero de 1539 (214) Ruiz y Cabrera estaban en Buenos Aires administrando justicia (215) en lugar de haber seguido viaje a la Asunción, como lo suponía Madero (216), y allí permanecieron hasta después del 20 de abril de ese año, como se comprueba por actas del 8 y 20 de abril (217).

141. Como muy bien observa Domínguez, Juan Pavón era el fidus Achates de Ruiz, y en julio 11 de 1539 firma aquél un documento en la Asunción (218), lo que prueba que Ruiz salió de Buenos Aires más o menos a principios de mayo. Ahora, pues, como el auxilio que fue en socorro de la gente de Corpus Christi fue despachado por Ruiz, cuando éste mandaba en Buenos Aires, según Villalta, Oviedo, Herrera y Ruy Díaz (219), se impone que tuvo que ser en alguna fecha entre principios de enero y fines de abril del año 1539.

142. Ruy Díaz, expresamente dice que Ruiz supo del aprieto en que estaba Antonio de Mendoza en su casa fuerte de Corpus Christi después que partieron Felipe de Cáceres y Francisco de Alvarado a España (220). Ahora, como Madero supone que Cáceres partió en el galeón Santa Catalina para España [121] después del 20 de abril (221), mientras nos consta que el mismo Cáceres estaba en Corpus Christi el 28 de diciembre de 1538 (222), jurando obediencia a Ruiz Galán, si no sale a luz algún otro documento que más fe haga, habrá que interpretar muy latamente aquello de Ruy Díaz: -«y luego que desembarcaron (Alonso Cabrera y sus compañeros) se determinó volver a despachar la misma nao, por dar aviso a S. M., etc.», porque el «luego que» tiene que ser o después del 29 de diciembre de 1538 o fines de abril de 1539. No hay la menor prueba que entre enero y abril del año 1539 haya salido más embarcación para España que la consabida en la segunda fecha, abril, sea ella llamada Marañona, con Ruy Díaz (223), o Trinidad y Santa Catalina, con Madero (224), porque de los dos modos la llama.

143. Estas dos fechas son de mucha importancia para poder apreciar el valor de lo que a este respecto escribió Ruy Díaz. Si Cáceres partió en mayo se viene abajo la fábula del asalto y salvación de Corpus Christi el 3 de febrero de 1539; si hemos de estar a un viaje hipotético emprendido en enero, difícilmente se pueden meter tantos acontecimientos en tan corto plazo: -bajada a Buenos Aires, despacho de un galeón a España, noticia de los apuros de Antonio de Mendoza, despacho [122] de los 2 bergantines al socorro de los sitiados, tiempo consumido en el viaje por los mismos, y todo entre el 29 de diciembre en que se juraba y festejaban juramentos en Corpus Christi y el 3 de febrero inmediato. Yo le doy menos crédito a la fábula de esta fecha que lo que le concede Domínguez -es otra más de las tantas del ameno historiador del Río de la Plata. Domínguez ha probado hasta la evidencia en su Estudio sobre la materia que el asalto de Corpus Christi tuvo que suceder antes de la partida de Ruiz Galán con Cabrera; la cita de Ruy Díaz sola no abona la fecha del 3 de febrero, fiesta de San Blas; cabe, pues, esta hipótesis. En momentos (fines de abril) que Ruiz Galán se preparaba para subir con Cabrera a la Asunción, llegan las nuevas del «aprieto» en Corpus Christi. Preocupados como estaban los dos caudillos con sus pretensiones de mandar en jefe, despachan el socorro en los dos bergantines y sin más se lanzan río arriba, desentendiéndose de Corpus Christi, a socorrer a Ayolas, como pretexto, arrebatarse el mando, si ello cabía. Lo que pueda haber más allá, está enterrado en la documentación inédita de la época.

144. En Villalta se encontrará una relación exacta de lo ocurrido en Corpus Christi, y en Schmídel la misma historia con más pintorescos detalles. Oviedo y Herrera se refieren también a los mismos acontecimientos: aquél se comunicó con muchos de los descubridores y conquistadores, y éste compulsó la documentación oficial contemporánea. [123] Ruy Díaz consignó la historia legendaria y fabulosa, autor que debe ser prohibido, no siendo en una edición anotada a la luz de los documentos de la época.

– XVII –

Nombre de la Asunción
145. Es el doctor Manuel Domínguez quien ha puesto en limpio este punto interesante en la historia del Paraguay. «Puerto de Nuestra Señora de la Asunción» se llamaba ya el 28 de diciembre del año 1538, como se establece en el Juramento de Obediencia al Capitán Francisco Ruiz Galán (225). Juan de Salazar salió en busca de Ayolas el 15 de enero de 1537 (226). Seis meses demoraron en llegar al puerto de la Candelaria, es decir, hasta mediados de julio. En seguida bajaron e hicieron y asentaron «puerto y pueblo» en lo que es y fue la Asunción, en tierra de carios (227). Las fechas de arriba nos permiten suponer que la fundación pudo hacerse el 15 de agosto de 1537.

146. Todas estas noticias se confirman en la carta de Francisco Villalta, § 37 y 38 (228). Lo que [124] Schmídel cuenta en sus capítulos XXI y siguientes, es un episodio intercalado de una escaramuza con los indios del pueblo o ciudad de Lambaré, ocurrida 4 años después de la entrada, más o menos en 1539, época en que ya hacía mucho más de un año que el nombre de la Asunción figuraba en actas públicas de la gobernación. El dato contenido en el capítulo XXII que asigna el nombre de Nuestra Señora de la Asunción al pueblo, porque en ese día se rindieron los indios carios de Lambaré (229), es un simple error, siempre que se entienda que eso quiso decir Schmídel. No negaremos que por casualidad la escaramuza de Lambaré pudo suceder en un 15 de agosto también, pero si ese 15 de agosto fue del año 1539, mal pudo ser causa de llamarse así el puerto de la Asunción; y si se trata del año 1537, no pudo haber tal escaramuza, porque Ayolas llegó a los carios, trató de paz con ellos, le dieron «mucha comida de maíz y batatas i algunas abas por sus Rescates» y pasó de largo río arriba hasta los payaguá (230). La relación del capítulo XXII no está muy clara y bien puede suceder que Schmídel no quiso decir más sino que los cristianos se posesionaron del puerto en los carios el día de la Asunción, sin que necesariamente fuese consecuencia del episodio que precede. [125]

– XVIII –

Gobierno de Alvar Núñez Cabeza de Vaca
147. En el capítulo XXXI cuenta Schmídel como llegó Alvar Núñez a Santa Catalina y de allí a la Asunción con 300 hombres y el resto de los 30 caballos que habían salvado del viaje. En el capítulo XXXII refiere la muerte de Aracaré y en los siguientes trata de la guerra con Atabaré o Taberé. Concluida ésta sale Alvar Núñez al descubrimiento de la tierra. Schmídel cuenta las cosas a su modo, y en todo demuestra que era poco afecto a Cabeza de Vaca. Para poder juzgar cuál de las dos relaciones es la más verídica, ésta o la del mismo Alvar Núñez, sería necesario hacer un estudio detallado de los instrumentos que sirvieron en el juicio que se le siguió al adelantado en España. Si Schmídel no ha falseado los hechos, no era Cabeza de Vaca el hombre para dominar a la gente del Río de la Plata, y una vez producido el escándalo referido en el capítulo XXXVIII, quedaba de manifiesto la incompetencia de aquel jefe, cuya autoridad desde luego desaparecía por completo. El historiador Oviedo confirma el juicio desfavorable de Schmídel (231), lo que prueba que por algo se le retiró el [126] mando al jefe derrocado. Hombres buenos se valen de malos elementos, y éstos comprometen la fama y reputación de sus superiores; pero éstos tienen que ser responsables de los excesos de sus subalternos. La verdad histórica de los hechos no se establece ni con la relación de Schmídel ni con la de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, para ello nos faltan las piezas del proceso a que fue sometido éste; pero en todos los casos habrá que tener en cuenta lo que dice nuestro viajero, quien nos ha dejado una descripción pintoresca y al parecer exacta de todo cuanto vio y experimentó.

– XIX –

Los últimos años de Schmídel en el Río de la Plata
148. Después de la expulsión de Cabeza de Vaca pasa Schmídel a contar en el capítulo XLI lo ocurrido en la colonia bajo el mando interino de Domingo Martínez de Irala, hombre muy querido por todos los que no eran del bando del adelantado. Describe varias guerras contra los indios carios, etc., y marcha Irala a su famosa expedición a los chamacocas y corocotoquis, según él mismo nos la cuenta en su carta del año 1555. Creyeron llegar por allí a un «el Dorado», pero al fin se aproximaron al Perú. En la jornada medio se le sublevó [127] la gente, y algo de esto se desprende del capítulo XLVIII. Schmídel calla lo de la renuncia de Irala y su reelección en el puerto de San Fernando, pero sin duda, porque era cosa fea y que no conducía a nada. La gente quería hacer de las suyas mientras merodeaban entre los pobres indios, pero al saber que, en la Asunción, Diego de Abreu había usurpado el mando después de dar muerte a Francisco de Mendoza, lugarteniente de Irala, volvieron nuevamente a someterse a este caudillo.

149. Los tres viajes últimos de Schmídel deben ser anotados por personas que hayan andado por donde él pasó. Si el explorador Guido Boggiani no ha caído víctima de su temeridad (232), al meterse sin más defensa que su bondad entre los indios chamacocos y tuminahás, sabremos como eran los lugares y las naciones por donde se pasearon Irala, Hernando de Ribera y Ulrico Schmídel en busca de los amazones y su el Dorado; pero mientras este viajero (o algún otro) no nos traiga noticias frescas de aquellos lugares, quedarán las cosas como nuestro Schmídel las dejó.

150. Otro tanto se dirá del viaje de la Asunción al puerto de mar. Alvar Núñez tomó por el Iguazú, Schmídel por el Uruguay: uno y otro se encontraron con indios carios o guaraníes, antropófagos, amigos de los españoles a más no poder. [128]

– XIX –

Conclusión
151. Hemos llegado al fin de este Prólogo y no me resta más que llamar la atención a esa sencillez y claridad del relato, que contrasta tan bien con las noticias confusas (233) de los demás papeles viejos, que tantas veces repelen al lector y lo dejan en peor duda que antes. Schmídel no era literato ni pretendía serlo, pero la misma sencillez de su estilo le da méritos. Sus juicios son acertados y de un hombre de buen sentido. Para él Alvar Núñez carecía de méritos, a Irala le sobraban: y la verdad es que éste salvó la colonia española, mientras que al otro lo expulsaron indignamente. Por lástima se ensalzan los méritos, acaso negativos, de Cabeza de Vaca; pero por casi un cuarto de siglo el porvenir del Río de la Plata estuvo en manos de Martínez de Irala. Al fin son los éxitos, y no los fracasos, que la historia celebra, y ésta se ha hecho cargo de demostrar que no era Cabeza de Vaca el hombre para suceder a don Pedro de Mendoza, cuyo gobierno desde su cama de moribundo había triplicado las dificultades de la conquista de su gobernación del Río de la Plata, en aquel siglo, como en los posteriores, invadido por otras jurisdicciones. [129]

152. En la traducción se ha tratado de conservar el estilo del original, tal vez en algunos casos con menoscabo de la lengua castellana; pero hay que tener presente que el mismo texto alemán está plagado de españolismos, y que el autor, al pensar de nuestras cosas, escribía como pensaba; -en lengua mixta.

153. En algunas partes he introducido innovaciones en la traducción, porque el sentido de la frase así lo exigía: por ejemplo, como en el capítulo II donde dice -Unnd alda wirt feur gemacht- «muy abundantes de azúcar» en las ediciones corrientes, es más probable que sea «se hizo fiesta», feur por feir -fiesta; expresión ésta bastante usual en alemán.

En los capítulos XVI y XVII encontramos la frase -ennthaltenn sich von fischs und fleischs- traducida en la edición inglesa así: -se abstienen de pescado y carne. La edición de 1889 explica ennthaltenn como un bavarismo por ernähren o erhalten -mantener- y por lo tanto yo me atengo a la versión castellana, que dice que esto era lo que comían.

154. Los nombres de personas y de lugar se conservan en la misma forma del original, con las equivalencias del caso en el texto o en las notas.

155. Parece increíble que durante un siglo entero nos hayamos ocupado en el Río de la Plata de nuestro célebre Schmídel, y que recién a fines del XIX se haya levantado en el Paraguay la voz [130] del doctor Manuel Domínguez (234) contra las deficiencias de los datos históricos contenidos en el viaje de nuestro autor. ¿Con qué nos disculparemos? En la primera mitad del siglo que fue nuestro contábamos con las Décadas de Herrera, que contienen la relación del verdadero viaje de Ayolas, cuando marchó a esa muerte, justo castigo por otra de que fue autor él antes de entrar al Río de la Plata; eran también conocidas la Memoria de Pero Hernández, y algunas de las cartas de Irala. En la segunda mitad del mismo siglo se publicó la Historia de Oviedo, en que se reproduce todo, o casi todo, lo concerniente a la entrada de Alonso Cabrera: con esta crónica y lo que se halla en las Décadas, bastaban para establecer la verdad de los hechos citados por Schmídel. Más tarde se han conseguido la Relación de Villalta, original que le sirvió a Herrera, los documentos publicados por el doctor Garay en el Paraguay y algunas piezas más. Todo esto, no obstante, el año 1891, la Sociedad Hakluyt publicó una traducción inglesa en que no se utiliza para nada la luz que arrojan las historias y documentos conocidos por todos hasta esa fecha. Nadie se acordó de decir que la historia de la conquista del Río de la Plata no podía aceptarse como tal sin que primero se restaurasen los verdaderos nombres de los jefes y se asignasen sus fechas a los hechos narrados; porque de lo contrario se exponía a nuestro autor a los ataques bien fundados del ya citado doctor Domínguez. [131]

156. No es fácil darse cuenta de cómo Schmídel, tan exacto en sus otros detalles, pudo confundir tan lastimosamente los nombres de los jefes que acaudillaron las expediciones anteriores a la entrada de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Estas confusiones nos han inducido a todos en error, y recién, cuando el doctor Domínguez impugnó los hechos a consecuencia del error en los nombres de los jefes, me hice cargo yo que rectificados estos se ponía todo en su lugar, si bien con ciertas advertencias que a su vez se irán haciendo notar.

157. Ahora que sabemos que no fue con Juan de Ayolas, sino en busca de él, que partieron Francisco Ruiz Galán, Juan de Salazar y Alonso Cabrera a reunirse con Domingo Martínez de Irala en la Asunción a principios de 1539 (Capítulo XV), con Oviedo en la mano podemos seguir a Schmídel sin más interrupción que para cambiar el nombre de Juan de Ayolas por el de Irala, o de algún otro que corresponda, según los documentos contemporáneos, hasta que llegamos al 2.º párrafo del capítulo XXVII, en que lo deja a Irala preparándose para bajar a Buenos Aires, a despoblar esta ciudad y puerto.

158. Se ve, pues, como, en muy pocos renglones hemos podido dejar la relación de Schmídel clara y ajustada a la verdad. Ignoramos si fue él o alguno de sus secretarios o copistas quienes introdujeron los serios errores que se han notado; pero, por suerte, la documentación contemporánea no es escasa, y mucha parte de ella se ha utilizado, así [132] no será necesario ya que se invoque a nuestro Schmídel cuando se quiera hablar de un Buenos Aires fundado en 1535; de un Ayolas, quien con numerosa escuadrilla, después de merodear por los ríos Paraná y Paraguay y de fundar la ciudad de la Asunción, recién se metió tierra adentro por el país de los payaguá, a cuyas manos más tarde él y sus compañeros perecieron miserablemente; de un Irala, que regresara a Buenos Aires antes del año 1541; y de tantas otras cosas que tan lejos están de la verdad histórica, según la documentación contemporánea.

159. La traducción española del siglo XVIII, y las reproducciones por Angelis y Pelliza en el XIX, nos dejaron a Schmídel donde había quedado después de las ediciones latinas de Hulsius y de Bry a fines del siglo XVI.

160. El año 1891 la «Hakluyt Society» de Londres, agregó un tomo más (235) a su valiosa colección de textos raros sobre viajes. Las Notas e Introducción son de la pluma de don Luis L. Domínguez y el texto lo forman traducciones (1) del Viaje de Ulrich Schmídt a los Ríos de la Plata y Paraguay y (2) de Los Comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. La primera está basada en la edición alemana de 1567, y se atiene al texto con tal fidelidad que no se hace referencia alguna a la duda sobre si el año 1535 era o no el de la fundación de Buenos Aires; se acepta sin nota ni observación [133] que Ayolas estaba vivo en la Asunción 4 años después de la entrada de Mendoza al Río de la Plata; y muchas otras cosas más que ya en el año 1891 podían ponerse en duda. Se imponía, pues, la necesidad de una edición castellana que a la vez de ser fiel reproducción del nuevo MS. publicado en 1889, salvase en el comentario y notas los errores que indudablemente afean el texto, sobre todos, aquel de poner un nombre por otro cuando se trata de los caudillos que actuaron en los acontecimientos materia de la relación.

161. Razón tenía el doctor Manuel Domínguez cuando fustigaba al pobre Ulrico Schmídel (236), y su dura crítica ha producido su efecto, porque en la nueva traducción se deja ver que muchos de los defectos no eran del autor, que otros respondían a la inexactitud y criterio de la época, mientras que otros eran lisa y llanamente el error craso de atribuir a Juan de Ayolas o a Irala hechos que no eran hazañas de ellos, pero que como de otros, y en el propio lugar, quedaban subsistentes.

162. Todo esto va corregido en las notas con referencia a los párrafos correspondientes en el prólogo, y Schmídel dejará de ser un texto peligroso para los que lo han estudiado sin el cotejo indispensable con lo que dicen Oviedo, Herrera, Ruy Díaz de Guzmán y los documentos de la época, y esto sin haber perdido en nada lo útil y lo ameno por la infinidad de datos novedosos y [134] pintorescos con que, como buen viajero y observador, ha salado su relación.

163. Se ha creído conveniente reproducir la división en capítulos con el resumen de su contenido, que son los mismos que están señalados en el texto alemán del 89. La traducción inglesa ha prescindido de esta comodidad con el resultado de que esta parte del libro es una pampa sin un solo ombú -de suerte que el que busca una cita se pierde en ese maremágnum, sin faro ni pontón.

164. No será nuestro Schmídel la última palabra acerca del famoso Estraubigense y su obra; pero se han disminuido los escollos y se han abierto derroteros que podrán aprovechar otros cuando la documentación sacada a luz en el siglo XX venga a enriquecer la que tarde conocimos en el XIX.

SAMUEL A. LAFONE QUEVEDO.

Museo de La Plata, 13 de septiembre de 1902. [135]

Viaje de Ulrich Schmídel al Río de la Plata

(AMÉRICA DEL SUD)
[137]

En el año que se cuenta después de nacido Cristo nuestro amado Señor y Redentor 1534, (237) yo Ulerich Schmídel de Straubing he visto las siguientes naciones y tierras, partiendo de Andorff (Amberes) por mar, a saber: Hispaniam (España), Indiam (Indias), y muchas islas; con peligros varios por lances de guerra las he visitado y recorrido; y este viaje (que ha durado desde el susodicho año hasta el de 1554 (238) en que Dios el Todopoderoso me ayudó a llegar otra vez a mi tierra) juntamente con lo que a mí, y a los mismos mis compañeros aconteció y nos tocó sufrir, lo he descripto yo aquí con la brevedad posible.

[138]

Capítulo I

La navegación de Amberes a España
En primer lugar después de haber partido de Andorf (Amberes) llegué a los 14 días a Hispania, a una ciudad que se llama Khalles (Cádiz), hasta allí se cuentan 400 millas (leguas) por mar. (239)

En la costa de aquella ciudad vi una ballena o cetáceo de 35 pasos de largo, de la que se sacaron unos 30 cascos llenos de aceite, cascos como los de arenques.

Cerca de la susodicha ciudad de Khalles (Cádiz) estaban surtos 14 grandes navíos bien provistos de toda munición y de cuanto era necesario, que estaban por emprender viaje al Rieo delle Platta en Indiam (Indias). También se hallaban allí 2500 españoles (240) y 150 alto-alemanes, neerlandeses y sajones, junto con el capitán general de todos nosotros, que se llamaba tum Pietro Mandossa.

Entre estos 14 navíos estaba uno de propiedad de los señores Sewastian Neithart y Jacoben Welser de Niremburgo, quienes mandaban a su factor [139] Heinrich Paimen con mercaderías al Rieo delle Platta. Con estos partimos al Rieo delle Platta yo y otros alto-alemanes y neerlandeses, más o menos en número de 80 hombres armados de arcabuces y ballestas (241). Después de esto salimos de Sievilla en 14 navíos, con los susodichos caballeros y el capitán general en el susodicho año, y día de Sannt Bartholomei (242) y llegamos a una ciudad en Hispania llamada San Lucas (San Lúcar de Barrameda), que está a 20 millas (leguas) (243) de Sievilla. Allí tuvimos que demorar hasta el 1.º de septiembre del susodicho año (244), por causa de los temporales que corrían.

Capítulo II

La navegación de España a las Canarias
Después de esto salimos de allí y arribamos a tres islas que están cerca unas de otras, de las que la primera se llama Dennerieffe, la segunda, Cumero (Gomera) y la tercera, Polmant (Palma); y de la ciudad de S. Lucas (San Lúcar) a las islas se cuentan más o menos 200 millas (leguas). En estas islas se dispersaron los navíos. Las islas pertenecen [140] a la Cesárea Majestad, y las habitan sólo los españoles con sus mujeres e hijos. Y allá descansamos (245). Arribamos también con 3 de los navíos a la Palma y allí permanecimos unas 4 semanas haciendo provisión y reparando averías.

Mas después de esto, mientras nuestro general, tum Pietro Manthossa se hallaba a unas 8 ó 9 millas (leguas) distante de nosotros, resultó que habíamos tenido a bordo de nuestro navío a ton Jerg Manthossa primo del señor tonn Pietro Manthossa: este se había enamorado de la hija de un vecino en Palman (la Palma) y como estábamos por salir al día siguiente, el dicho thonn Jerg Manthossa bajó a tierra esa misma noche, a las 12, con 12 compañeros de los buenos, y sin ser sentidos se robaron de la isla Palman a la dicha hija de aquel vecino, con la doncella, ropa, alhajas y algún dinero, volviendo en seguida al navío muy ocultamente para no ser sentidos ni por nuestro capitán, Heinrich Paimen, ni por otra persona alguna de los del navío; sólo la guardia se apercibió de ello, por ser la media noche.

Y cuando nos hicimos a la vela de mañana, antes de andar más de unas 2 ó 3 millas (leguas) se armó un fuerte temporal que nos obligó a volver a entrar en el mismo puerto de donde acabábamos de salir. Mas después que largamos nuestras anclas al agua, se le antojó a nuestro capitán, el dicho Heinrich Paimen, desembarcar en un pequeño [141] esquife llamado pot (bote) o podell (batel). Eso que se acercaba y estaba ya por poner pie en tierra, lo esperaban allí más de 30 hombres armados con arcabuces, lanzas y alabardas, dispuestos a tomar preso a nuestro capitán Heinrich Paimen.

En el mismo instante uno de su gente le advirtió que no saltase a tierra sino que se volviese a bordo; entonces el capitán se dispuso regresar al navío, mas no le dieron tiempo; porque los de tierra se le habían acercado demasiado en otras barquillas, que estaban allí ya preparadas: con esto y todo logró escapárseles a otro navío que se hallaba más cerca de la tierra. Como la gente no pudo tomarlo en seguida hicieron tocar a rebato en la ciudad de Palman, cargaron 2 piezas de artillería gruesa, y con ellas hicieron 4 descargas contra nuestro navío, pues nos hallábamos no muy distantes de la tierra. Con el primer tiro nos agujerearon el cangilón que estaba en la popa lleno de agua fresca, de la que se derramaron 5 ó 6 baldadas. Después nos hicieron pedazos la mesana, que es el último mástil, el más inmediato a la popa. El tercero nos acertó abriéndonos un boquerón en el costado del navío, y nos mató un hombre. El cuarto nos erró del todo.

Estaba también otro capitán presente que tenía su navío a la par del nuestro, con rumbo a New-Hispanien (Nueva España), o sea, Mechssekhen (México): este se hallaba en tierra con 150 hombres, y cuando supo de nuestro combate, trató de hacer las paces entre nosotros y los de la ciudad, [142] bajo la condición de entregarles las personas de ton Jerg Manthossa, la hija del vecino y su sirvienta. No tardaron en presentarse el Stathalter (Regidor) y el Richter (Alcalde) en nuestro navío, pretendiendo llevarse presos a thon Jerg Manthossa (246) y a sus cómplices. Al punto les contestó él que era ella su legítima mujer, y a ella no se le ocurrió decir otra cosa, casándose en seguida, con gran disgusto del afligido padre; y nuestro navío quedó muy estropeado de resultas de los balazos.

Capítulo III

Viaje de la Palma a Santiago
Después de todo esto dejamos en tierra a ton Jerg Manthossa y a su mujer, porque nuestro capitán no quería tenerlos más a su bordo.

Volvimos a aprestar nuestro navío y navegamos hasta llegar a una isla o tierra que se llama de San Jacob, o sea en español Augo (Santiago) (247): es una ciudad que depende del rey de Portugal; los portugueses mandan en el pueblo y los negros les sirven. Esta ciudad está a 300 millas (leguas) de la dicha isla de Polman (Palma) de donde habíamos [143] salido (248). Permanecimos allí 5 días, y de nuevo abastecimos el navío de provisiones (249) frescas y de mesa, como ser: pan, carne, agua y todo lo demás que se necesita en alta mar.

Capítulo IV

Viajan por alta mar y describe sus maravillas
Así toda la flota, a saber los 14 navíos, se volvieron a reunir. Nuevamente salimos mar afuera y navegamos por dos meses hasta que arribamos a una isla en que no había más que aves que matábamos a garrotazos. En este lugar demoramos 3 días. La isla está del todo despoblada; tiene de ancho y largo unas 6 millas (leguas) (250) a todo viento y dista de la susodicha isla de San Augo (Santiago), de donde habíamos partido, 1.500 millas (leguas).

En este mar hay peces voladores, y otros muy grandes de la especie de las ballenas; otros también grandes, llamados Ichaub-huet-fischs (pez sombrero de paja) (251) en razón de que un disco extremadamente grande les tapa la cabeza, con el que pueden ofender a los demás peces en sus [144] peleas. Son peces de mucha fuerza y muy malos. Otros hay de cuyo lomo nace una especie de cuchilla de hueso de ballena, y se llaman en castellano pes espade (pez espada); y más otros con un serrucho de hueso de ballena que también arranca del lomo; son malos y grandes: se llaman pese de sere (pez sierra). Aparte de estos son muchos los peces raros que hay, cuya forma, tamaño y cualidades no puedo describir yo en esta vez (252).

Capítulo V

Llegada a Río del Janeiro y muerte de Osorio
Después navegamos de esta isla a otra (253) que se llama Río Genna (Río Janeiro) a 500 millas de la anterior (254), dependencia del rey de Portugal: esta es la isla de Río Genna (Río del Janeiro) en Inndia (Indias) y los indios se llaman thopiss (tupís) (255). Allí nos quedamos unos 14 días. Fue aquí que thonn Pietro Manthossa, nuestro capitán general, dispuso que Hanss Ossorio (Juan de Osorio), como que era su hermano adoptivo, nos mandase en calidad de su lugarteniente; porque él seguía siempre sin acción, tullido y enfermo. Así las cosas él, Hans (Juan) Ossorio, no tardó en ser malquistado [145] y calumniado ante thonn Pietro Manthossa, su hermano jurado, y la acusación era que trataba de sublevarle la gente a thonn Pietro Manthossa (256), el capitán general. Con este pretexto él, thonn Pietro Manthossa, ordenó a otros 4 capitanes llamados Joan Eyolas (Ayolas), Hanns Salesser (Juan Salazar), Jerg Luchllem (Jorge Luján) y Lazarus Sallvaischo que matasen al dicho Hanns Assario (Juan Osorio) a puñaladas, o como mejor pudiesen, y que lo tirasen al medio de la plaza por traidor. Más aún, hizo publicar por bando que nadie osase compadecerse de Assirio (Osorio) so pena de correr la misma suerte, fuere quien fuere. Se le hizo injusticia, como lo sabe Dios el Todopoderoso, y que Él lo favorezca; porque fue aquel un hombre piadoso y recto, buen soldado, que sabía mantener el orden y disciplina entre la gente de pelea.

Capítulo VI

Llegan al Río de la Plata y puerto de San Gabriel. Los charrúa.
De allí navegamos al Rio de le Platta y dimos con una corriente de agua dulce (257), que se llama [146] Parnau Wassu (Paraná Guazú), y tiene de ancho en la boca, donde deja de ser mar, una extensión de 42 millas (leguas) de camino (258), y desde Río Gena hasta esta agua se cuentan 500 millas (leguas) de camino (259).

En seguida arribamos a una bahía que se llama Sannt Gabriehel (San Gabriel) (260) y allí en la susodicha agua corriente Parnau largamos las anclas de nuestros 14 navíos. Y como tuviésemos que hacer quedar los navíos mayores a un tiro de arcabuz de la tierra, nuestro general thon Pietro Manthossa había ordenado y mandado que los marineros desembarcasen la gente en los pequeños esquifes, que con este fin estaban ya dispuestos, y se llaman podel o poet (batel o bote). Así pues, con el favor de Dios llegamos al Rio de la Platta el año 1535 (261).

Allí nos encontramos con un pueblo (262) de indios llamados zechuruass (charrúas) (263) que constaba como de unos 2.000 hombres, y que no tenían más de comer que pescado y carne. Estos al llegar nosotros, habían abandonado el pueblo huyendo con mujeres e hijos, de suerte que no pudimos dar con ellos. Esta nación de indios se anda en cueros vivos, mientras que sus mujeres se tapan las vergüenzas [147] con un paño de algodón que les cubre desde el ombligo hasta la rodilla.

Entonces el general thon Pietro Manthossa mandó que se vuelva a embarcar la gente, y que la hagan pasar a la otra banda del agua Pernaw (Paraná), que allí no tiene más anchura que 8 millas (leguas) de camino (264).

Capítulo VII

La ciudad de Buenos Aires y los indios querandí
Allí levantamos una ciudad que se llamó Bonas Ayers (Buenos Aires), esto es en alemán – gueter windt (buen viento) (265). También traíamos de España, en los 14 navíos, 72 caballos y yeguas.

En esta tierra dimos con un pueblo en que estaba una nación de indios llamados carendies (266), como de 2.000 hombres con las mujeres e hijos, y su vestir era como el de los zechurg (charrúa), [148] del ombligo a las rodillas; nos trajeron de comer, carne y pescado. Estos carendies (querandí) no tienen habitaciones propias, sino que dan vueltas a la tierra, como los gitanos en nuestro país; y cuando viajan en el verano suelen andarse más de 30 millas (leguas) (267) por tierra enjuta sin hallar una gota de agua que poder beber. Si logran cazar ciervos (268) u otras piezas del campo, entonces se beben la sangre. También hallan a veces una raíz (269) que llaman cardes (cardos) la que comen por la sed. Se entiende que lo de beberse la sangre sólo se acostumbra cuando les falta el agua o lo que la suple; porque de otra manera tal vez tendrían que morir de sed (270).

Estos carendies traían a nuestro real y compartían con nosotros sus miserias de pescado y de carne por 14 días sin faltar más que uno en que no vinieron. Entonces nuestro general thonn Pietro Manthossa despachó un alcalde (271) llamado Johann Pabón (272), y él y 2 de a caballo se arrimaron a los tales carendies, que se hallaban a 4 millas (leguas) de nuestro real. Y cuando llegaron adonde estaban [149] los indios, acontecioles que salieron los 3 bien escarmentados, teniéndose que volver en seguida a nuestro real.

Pietro Manthossa, nuestro capitán, luego que supo del hecho por boca del alcalde (quien con este objeto había armado cierto alboroto en nuestro real), envió a Diego Manthossa, su propio hermano, con 300 lanskenetes y 30 de a caballo bien pertrechados: yo iba con ellos, y las órdenes eran bien apretadas de tomar presos o matar a todos estos indios carendies y de apoderarnos de su pueblo. Mas cuando nos acercamos a ellos había ya unos 4.000 hombres, porque habían reunido a sus amigos (273).

Capítulo VIII

La batalla con los indios querandí
Y cuando les llevamos el asalto se defendieron con tanto brío que nos dieron harto que hacer en aquel día. Mataron también a nuestro capitán thon Diego Manthossa y con él a 6 hidalgos de a pie y de a caballo. De los nuestros cayeron unos 20 y de los de ellos como mil. Así, pues, se batieron tan furiosamente que salimos nosotros bien escarmentados. [150]

Estos carendies usan para la pelea arcos, y unos dardes (dardos), especie de media lanza con punta de pedernal en forma de trisulco (274). También emplean unas bolas de piedra aseguradas a un cordel largo; son del tamaño de las balas de plomo que usamos en Alemania. Con estas bolas enredan las patas del caballo o del venado (275) cuando lo corren y lo hacen caer. Fue también con estas bolas que mataron a nuestro capitán y a los hidalgos, como que lo vi yo con los ojos de esta cara, y a los de a pie los voltearon con los dichos dardes.

Así, pues, Dios, que todo lo puede, tuvo a bien darnos el triunfo, y nos permitió tomarles el pueblo (276); mas no alcanzamos a apresar uno sólo de aquellos indios, porque sus mujeres e hijos ya con tiempo habían huido de su pueblo antes de atacarlos nosotros. En este pueblo de ellos no hallamos más que mantos de nuederen (nutrias) o ytteren (277) como se llaman, iten harto pescado, harina y grasa del mismo (278); allí nos detuvimos 3 días y recién nos volvimos al real, dejando unos 100 de los nuestros en el pueblo para que pescasen con las redes de los indios y con ello abasteciesen a [151] nuestra gente; porque eran aquellas aguas muy abundantes de pescado; la ración de cada uno era de 6 onzas de harina de trigo por día y al tercero un pescado. La tal pesquería duró dos meses largos; el que quería aumentar un pescado a la ración se tenía que andar 4 millas (leguas) para conseguirlo.

Capítulo IX

Se fortifica Buenos Aires y se padece hambre
Y cuando volvimos al real se repartió la gente en soldados y trabajadores, así que no quedase uno sin qué hacer. Y se levantó allí una ciudad (279) con un muro de tierra como de media lanza de alto a la vuelta, y adentro de ella una casa fuerte para nuestro general (280); el muro de la ciudad tenía de ancho unos 3 pies; mas lo que un día se levantaba se nos venía abajo al otro; a esto la gente no tenía qué comer, se moría de hambre, y la miseria era grande; por fin llegó a tal grado que ya ni los caballos servían, ni alcanzaban a prestar servicio alguno. Así aconteció que llegaron a tal punto la necesidad y la miseria que por razón de la hambruna ya [152] no quedaban ni ratas (281), ni ratones, ni culebras, ni sabandija alguna que nos remediase en nuestra gran necesidad e inaudita miseria; llegamos hasta comernos los zapatos y cueros todos (282).

Y aconteció que tres españoles se robaron un rocín y se lo comieron sin ser sentidos; mas cuando se llegó a saber los mandaron prender e hicieron declarar con tormento; y luego que confesaron el delito los condenaron a muerte en horca, y los ajusticiaron a los tres. Esa misma noche otros españoles se arrimaron a los tres colgados en las horcas y les cortaron los muslos y otros pedazos de carne y cargaron con ellos a sus casas para satisfacer el hambre. También un español se comió al hermano que había muerto en la ciudad de Bonas Ayers (283). [153]

Capítulo X

Expedición de Jorge Luján
Ahora, pues, nuestro capitán general thon Pietro Manthossa vio que no podía mantener la gente por más tiempo allí, así ordenó y mandó (284) él a una con sus capitanes, que se aprontasen cuatro pequeñas embarcaciones que habían de navegar a remo, y se llaman parckhadiness (bergantines), en que entraban hasta 40 hombres; como también otras tres menores a que llaman podel (batel) o, potht (bote), y cuando los 7 navíos estuvieron listos y provistos hizo que el capitán nuestro reuniese toda la gente y envió a Jerg Lichtenstein (285) con 350 hombres armados (286) río Parnau arriba, a que descubriesen indios, que nos proporcionasen comida y víveres. Pero ni bien nos sintieron los indios nos jugaron una de las peores, porque empezando por quemar y destruir su pueblo, y cuanto tenían de comer, en seguida huyeron todos de allí; y así tuvimos que pasar adelante sin más de comer que tres onzas de pan al día en pischgosche (bizcocho). [154]

La mitad de la gente se nos murió en este viaje de esta hambre sin nombre, y la otra mitad hubo que hacerla volver al susodicho pueblo, do se hallaba nuestro Capitán General. Thonn Pietro Manthossa quiso tomar razón a Jergen Lichtensteinen (287), nuestro capitán en este viaje, porque tan pocos habíamos vuelto siendo que la ausencia sólo había durado 2 meses (288); a lo que le contestó éste que de hambre habían muerto, porque los indios habían quemado la comida que tenían y habían huido, como ya se dijo antes en pocas palabras.

Capítulo XI

El sitio de Buenos Aires
Después de esto (289) seguimos un mes todos juntos pasando grandes necesidades en la ciudad de Bonas Ayers hasta que pudieron aprestar los navíos. Por este tiempo los indios con fuerza y gran poder nos atacaron a nosotros y a nuestra ciudad de Bonas Ayers en número hasta de 23.000 hombres; constaban de cuatro naciones llamadas, carendies, barenis (guaranís), zechuruas, (charrúas) [155] y zechenais diembus (chanás timbús) (290). La mente de todos ellos era acabar con nosotros; pero Dios, el Todopoderoso, nos favoreció a los más; a él tributemos alabanzas y loas por siempre y por sécula sin fin; porque de los nuestros sólo cayeron unos 30 con los capitanes y un alférez.

Y eso que llegaron a nuestra ciudad Bonas Ayers y nos atacaron, los unos trataron de tomarla por asalto, y los otros empezaron a tirar con flechas encendidas (291) sobre nuestras casas, cuyos techos eran de paja (menos la de nuestro capitán general que tenía techo de teja) (292), y así nos quemaron la ciudad hasta el suelo. Las flechas de ellos son de caña y con fuego en la punta; tienen también cierto palo del que las suelen hacer, y éstas una vez prendidas y arrojadas no dejan nada; con las tales nos incendiaron, porque las casas eran de paja (293).

A parte de esto nos quemaron también cuatro grandes navíos que estaban surtos a media milla (legua) de nosotros en el agua (294). La tripulación que en ellos estaba, y que no tenía cañones (295), cuando sintieron el tumulto de indios, huyeron de estos 4 navíos a otros 3, que no muy distante [156] de allí estaban y artillados. Y al ver que ardían los 4 navíos que incendiaron los indios, se prepararon a tirar y les metieron bala a éstos; y luego que los indios se apercibieron, y oyeron las descargas, se pusieron en precipitada fuga y dejaron a los cristianos muy alegres. Todo esto aconteció el día de San Juan, año de 1535 (296).

Capítulo XII

Padrón de la gente y preparativos
Habiendo sucedido todo esto, la gente no tuvo más remedio que volverse a meter en los navíos, y thonn Pietro Manthossa, nuestro capitán general, entregó la gente a Joann Eyollas y lo puso en su lugar, para que fuese nuestro capitán y nos mandase. En seguida Eyollas pasó revista de la gente y halló que, de 2500 hombres que habían sido, no quedaban con vida más de 560; los demás habían muerto y perecido de hambre. ¡Dios el Todopoderoso se apiade [de ellos] y nos favorezca!

Después de esto, Juan Eyollas, nuestro capitán, hizo aprestar 8 navíos pequeños, parckhadines (bergantines) y potteles (bateles) y se sacó 400 [157] hombres de los 560; los otros 160 dejó él en los 4 grandes navíos, para que ellos se cuidasen, y les puso de capitán un tal Joann Romero, y les dejó provisiones (297) para un año [de suerte que a cada soldado le tocase por día de a 8 onzas de pan], o harina; y si más quería comer que se lo buscase.

Capítulo XIII

Viaje de Mendoza con Ayolas a fundar Buena Esperanza
Más tarde partió él, Joann Eyollas con los 400 hombres en los parckhadienes (bergantines) o wasserbuegen (buques) aguas arriba del Paanaw, y thon (don) Pietro Manthossa, el capitán general de todos, iba también con nosotros (298). Y en 2 meses llegamos a los indios, a 84 millas (leguas) (299) de distancia; esta gente llámase tiembus, se ponen en cada lado de la nariz una estrellita de piedrecillas blancas y celestes (300), los hombres son altos y bien formados, pero las mujeres, por el contrario, [158] viejas y mozas, son horribles, porque se arañan la parte inferior de la cara que siempre está ensangrentada (301).

Esta nación no come otra cosa, ni en su vida ha tenido otra comida, ni otro alimento que carne y pescado. Se calcula que esta nación es fuerte de 15.000 o más hombres (302). Y cuando llegamos como a 4 millas (leguas) de esta nación, nos vieron y salieron a recibirnos de paz en 400 kanneonn (canoas) o barquillas con 16 hombres en cada una. Las tales barquillas se labran de un solo palo, son de 80 pies de largo por 3 de ancho y se boga como en las barquillas de los pescadores en Alemania, sólo que los remos no tienen los refuerzos de hierro.

Cuando nos juntamos en el agua (el río) nuestro capitán, Joann Eyollas, mandó al indio principal (303) de los tiembú, que se llamaba Rochera Wassú (304), una camisa, un gabán, un par de calzas y varias otras cosas más de reschat (rescate). Después de esto el dicho Zchera Wassú nos condujo a su pueblo y nos dio de comer carne y pescado hasta hartarnos. Pero si el susodicho viaje durara unos 10 días más a buen seguro que todos de hambre pereciéramos; y con todo, en este viaje, de los [159] 400 hombres, 50 sucumbieron (305); en esta vez nos socorrió Dios el Todopoderoso, y a Él se tributen loas y gracias.

Capítulo XIV

Regresa don Pedro de Mendoza a España y muere en el viaje
En este pueblo permanecimos por espacio de 4 años (306). Mas nuestro capitán general, thonn Pietro Mantossa, agobiado de sus dolencias, ya no podía mover ni manos ni pies, y había gastado en este viaje 4.000 ducados en oro (307); ya no podía quedarse más tiempo con nosotros en este pueblo y se volvió con dos pequeños parckhadienes (bergantines) a Bonas Ayers (308) a juntarse con los 4 navíos grandes [de los que tomó dos] con 50 hombres y partió para Hispanien. Mas cuando llegaron como a medio camino, la mano de Dios, que todo lo puede, cargó sobre él, así que murió miserablemente. ¡Dios le tenga misericordia! (309)

Él, empero, nos había prometido, antes de dejarnos, [160] que al punto de llegar él o los navíos a España, mandaría otros 2 al Rio della Plata, lo que también se consignó fielmente en su testamento y se cumplió. Así, pues, luego que los 2 navíos arribaron a Hispania y que lo supieron los del consejo de la Cesárea Majestad, sin demora y en nombre de Su Majestad hicieron aprestar y despacharon al Rio della Platta otros navíos con gente, comida y rescates y lo demás que podría faltarles.

Capítulo XV

Alonso Cabrera llega al Río de la Plata
El capitán de estos 2 navíos (310) se llamaba Aluiso Gabrero (Alonso Cabrera), y se traía 200 españoles y víveres como para 2 años; llegó a Bonas Ayers, a donde los otros 2 navíos habían quedado, con los 160 hombres, el año 1538 (311).

Y cuando llegó el capitán Aluiso (312) Gabrero a la isla de los Tyembús a verse con nuestro capitán Johan Eyollas (313) se dispuso a despachar un navío [161] nuevamente a Hispienia, porque así era la voluntad y mandamiento del Concejo de la Cesárea Majestad, que se le haga saber al dicho Concejo cómo eran los arreglos en aquella tierra y en qué estado se hallaba.

(314) Después de todo esto, Joann Eyollas, nuestro capitán general, hizo junta con Aluiso Gabrero y con Mart[i]no Thoming[o] Ayona (Domingo Martínez de Irala) y otros de sus capitanes. También se resolvió que se pasase revista de la gente, y se halló que con los nuestros y los otros recién llegados de Hispanien, había 550 hombres; se separó, pues, 400 hombres para sí, y los restantes 150 los dejaron en los tiembús, porque no alcanzaban los navíos; a éstos les nombraron un capitán llamado Carollus Doberin (315) para que los mande y gobierne (316): éste [162] en otro tiempo había sido paje de Su Cesárea Majestad (317).

Capítulo XVI

Parten en busca del Paraguay y llegan a los corondas
(318) Después de esto, pasado el acuerdo de los capitanes, partimos con los 400 hombres en 8 pequeños navíos (o) parchadines (bergantines) aguas arriba del Paranaw, en busca de otra agua corriente llamada Paraboe (Paraguay), adonde viven los carios (319) que tienen trigo turco (maíz), y una raíz con el nombre de manteochade (mandioca) y otras raíces como padades (batatas) (320) y manteoch propie y mandeoch mandepore. La raíz padades (batatas), se parece a la manzana y es del mismo sabor; mandeoch propie sabe a castaña; de mandeoch [163] poere se hace vino, que beben los indios. Estos carios tienen pescado y carne, y unas ovejas muy grandes (321) como las mulas de esta tierra (Alemania); iten más tienen chanchos del monte, avestruces y otras salvajinas; iten más gallinas y gansos en gran abundancia (322).

(323) Así, pues, partimos del puerto Bon Esperainso (Buena Esperanza) (324) con los dichos 8 navíos parckhadienes, y el primer día, a las 4 leguas de camino, llegamos a una nación con el nombre de karendos (corondas). Ellos se mantienen (325) de carne y pescado, son fuertes de 12.000 hombres, todos aptos para la pelea. Esta nación se parece a la anterior, es decir, a los tiembú (326), usan estrellitas en las narices, y son bien formados de cuerpo; iten las mujeres son horrorosas, viejas y mozas, con las caras arañadas y siempre ensangrentadas (327); iten visten, como los tiembú, un corto paño de algodón que las cubre del ombligo a las rodillas, como ya [164] se dijo antes. Estos indios tienen gran copia de pieles de nutria; iten muchas cannaon (canoas) o esquifes. Ellos se compartieron con nosotros de su pobreza, como ser, carne, pescado [y pieles]; nosotros les dimos abalorios, rosarios, espejos, peines, cuchillos [y anzuelos]; 2 días permanecimos con ellos, y nos dieron 2 carios (328) cautivos que eran de ellos: éstos deberían servirnos de baqueanos y ayudarnos con la lengua.

Capítulo XVII

Llegan a los gulgaises y machkuerendes
De allí, seguimos nosotros adelante hasta llegar a otra nación, que se llaman gulgeissen (329), que alcanzan a ser unos 40.000 hombres de pelea, se mantienen de pescado y carne, también tienen estrellitas en las narices; iten mas se hallan a unas 30 millas (leguas) de camino de los carendes (corondas); hablan una sola lengua con los tiembú y carendes; viven en una laguna que mide de largo 6 millas (leguas) por cuatro de ancho [165] del lado izquierdo (330) del Parnau; 4 días nos quedamos con ellos; compartieron también con nosotros de su pobreza, como igualmente nosotros de la nuestra con ellos.

De allí seguimos adelante sin encontrar más indios por 18 días; después dimos con un agua que corre tierra adentro, y allí encontramos mucha gente llamada Machkuerendes. (331) Estos no tienen más comida que pescado y algo de carne; son fuertes como de unos 18.000 hombres de pelea, tienen muchas canaen (canoas) o esquifes; nos recibieron bien a su modo haciéndonos parte de su miseria. Ellos viven del otro lado del Parnaw, esto es, a la derecha; hablan otra lengua, se ponen 2 estrellitas en las narices. Altos y bien formados los hombres, las mujeres empero son horrorosas, como se dijo ya. Están a 64 meil (leguas) (332) de los Gulgaises.

Y cuando se cumplieron los 4 días de estar con ellos, hallamos estirada en la tierra una serpiente extremadamente grande, que medía 25 pies de largo y gruesa como un hombre, overa de negro y amarillo; y la matamos con un arcabuz. Y eso que la vieron los indios se maravillaron de su tamaño, [166] porque jamás habían visto otra igual. Esta serpiente, según nos contaron, los tenía mal a los indios; porque cuando se bañaban en el agua siempre solía estar oculta en el agua, envolvía a los indios con la cola y zambullendo con ellos se los tragaba; así que muchas veces indios desaparecían sin que se supiese la suerte que habían corrido. Yo mismo medí esta serpiente con carne y todo, así que me doy cabal cuenta de como era de larga y gruesa. Esta serpiente después los indios la despedazaron, la asaron, la hicieron hervir y se la comieron en sus casas.

Capítulo XVIII

Llegan a los zechennaus saluaischco y mepenes

De allí navegamos el Paranaw arriba y después de 4 días de viaje llegamos a una nación que se llama Zeckennaus Saluaischco (Chaná-Salvajes) (333), [son] gente petiza y gruesa, no tienen más de comer que pescado y miel. Esta gente, tanto hombres como mujeres, mozos como viejos, andan en cueros vivos, así como fueron lanzados al mundo, [167] de suerte que no visten ni un trapillo ni cosa alguna que les sirva para tapar las vergüenzas; están de guerra con los Machueradeiss (334); y su carne es la de ciervos (335), chanchos del monte, avestruces y conejos (336), que parecen ratones, pero sin la cola.

Esta nación está a 18 millas (leguas) de los Mahueradeis. Esta jornada la hicimos en 4 días. Permanecimos sólo una noche con ellos, porque ni para ellos tenían de comer; es una nación que se parece a los salteadores (337) de caminos de nuestro país. Viven ellos a unas 20 millas (leguas) del agua (el río), para evitar que los tomen de sorpresa sus enemigos. Pero en esta ocasión habían bajado al agua 5 días antes de llegar nosotros para proveerse de pescado y para pelear con los Macharades; son fuertes de unos 2.000 hombres.

De allí partimos y llegamos a una nación que se llaman Mapenuss (338) (Mepenes). Estos son fuertes como de 100.000 hombres (339), viven en todas partes de aquella tierra, que se extiende por unas 40 millas (leguas) a uno y otro viento, pero se los puede reunir a todos por tierra y agua en 2 días; tienen más canoas o esquifes que cualquier otra [168] nación de las que hasta allí habíamos visto; en cada una de estas canoas o esquifes cabían hasta 20 personas (340).

Esta gente nos salió al encuentro por agua en son de guerra, con 500 canoas o esquifes, pero sin sacarnos mayor ventaja, les matamos a muchos con nuestros arcabuces, porque hasta entonces no habían visto arcabuces ni cristianos (341). Mas cuando llegamos a sus casas no les pudimos sacar ventaja alguna, porque el lugar distaba una milla (legua) de camino del agua Paranaw, donde teníamos los navíos, y sus pueblos estaban rodeados de agua muy profunda a todos vientos, así que no les pudimos hacer mal alguno, ni quitarles nada; y como bailamos 250 canoas, o esquifes, las quemamos y destruimos. Tampoco nos pareció prudente apartarnos demasiado de nuestros navíos, porque recelábamos que nos pudiesen atacar por el lado opuesto; así, pues, nos volvimos a los navíos; porque la guerra que ellos hacen es sólo por agua.

Hasta estos Mapenus, desde la antedicha nación que acabamos de dejar (se cuentan) 95 millas (leguas) (342) de camino. [169]

Capítulo XIX

Llegan a los kueremagbeis y agá

Desde allí a los 8 días llegamos a un agua corriente llamada Paraboe (Paraguay); por ella navegamos aguas arriba. Allí encontramos muchísima gente, (que se llaman) Kueremagbeis (343), que no, tienen más de comer que pescado y carne y pan de San Juan o cuerno de cabra (algarrobo), de lo que hacen vino; esta gente nos trató muy bien y nos proporcionó cuanto nos faltaba. Son altos y corpulentos, así hombres como mujeres. Estos hombres se horadan las narices y en la aberturita meten una pluma de papagayo; las mujeres se pintan la parte inferior de la cara con unas rayas largas de azul, que les duran por toda la vida (344); y se tapan las vergüenzas con un pañito de algodón desde el ombligo hasta las rodillas. Hay desde los dichos Mapenniss hasta estos Kurgmaibeis 40 millas (leguas) de camino; paramos 3 días con ellos.

De allí llegamos a una nación llamada Aigeiss (Agazes) (345), tienen pescado y carne; iten son altos [170] y bien formados, uno y otro sexo; las mujeres son lindas, se pintan y se tapan las vergüenzas.

Eso que llegamos adonde ellos estaban, se presentaron de guerra dispuestos a pelearnos; y con esto creían no dejarnos pasar adelante; cuando esto vimos y que no había más remedio, nos encomendamos a Dios, el Todopoderoso, y nos preparamos en orden de batalla por agua y por tierra, los peleamos y acabamos a muchísimos de los Aigas, y ellos nos mataron 15 hombres. Dios los favorezca a todos. Estos Aeiges son buenos guerreros, los mejores que hay, si es por agua, pero por tierra no lo son tanto.

Con tiempo habían hecho huir a sus mujeres e hijos, del mismo modo habían ocultado la comida y cuanto tenían, así que no les pudimos quitar ni aprovechar nada. Mas cómo les fue al fin es lo que a su tiempo se dirá.

Su pueblo está cerca de un agua corriente (río) (346) que se llama Jepedy (Ipiti) (347), se halla en la otra banda del Paraboe, nace de la sierra del Perú, de una ciudad llamada Duchkameyen (Tucumán) (348). A los Aeiges de los dichos Kuremagbeis son 35 milla (leguas) de camino.

[171]

Capítulo XX

Los pueblos carios

Después de esto tuvimos que dejar a estos Aygass y llegamos a una otra nación, llamada Caríes (Caríos) (349), están a 50 millas (leguas) de camino de los Aygas; allí Dios, él que todo lo puede, nos dio su santa bendición, porque estos carios tenían trigo turco o meys (maíz) y manndeochade (mandioca) (350), padades (batatas), manndeos perroy, mandeporre, manduris (manduvís) (351), vackgekhue (352), también pescado y carne, ciervos (353) y chanchos del monte, avestruces, ovejas de la tierra (guanacos), conejillos, gallinas y gansos; también tienen miel, de la que se hace vino, en mucha abundancia, iten hay muchísimo algodón en la tierra (354).

La tierra de estos caríos es de mucha extensión, casi 300 millas (leguas) de ancho y largo (355), son hombres petizos y gruesos y más capaces de servir [172] a otros. Iten los varones tienen en el labio un agujero pequeño en el que meten un cristal amarillo, que en lengua de ellos se llama parabol (356) (barbote), de dos jemes de largo y grueso como el canuto de una pluma. Esta gente, hombres y mujeres, andan en cueros vivos, tal como Dios los echó al mundo. Entre estos indios el padre vende a la hija, iten el marido a la mujer, si esta no le gusta, también el hermano vende o permuta a la hermana; una mujer cuesta una camisa, o un cuchillo de cortar pan, o un anzuelo o cualquier otra baratija por el estilo.

Estos carios también comen carne humana, cuando se ofrece, es decir, cuando pelean y toman algún enemigo, sea hombre o mujer, y como se ceban los chanchos en Alemania, así ceban ellos a los prisioneros; pero si la mujer es algo linda y joven, la conservan por un año o más, y si durante ese tiempo no alcanza a llenarles el gusto la matan y se la comen, y con ella hacen fiesta solemne, o como si fuese para una boda; mas si la persona es vieja la hacen trabajar en la labranza hasta que se muere.

Esta gente es la más caminadora de cuantas naciones (357) hay en el Río delle Plata; son grandes guerreros por tierra. Sus pueblos o ciudades están en las alturas del agua (río) Paraboe (358).

[173]

Capítulo XXI

Describe la ciudad de Lambaré y su captura

(359)Y este pueblo antes se llamó, en lengua de indios, Lambere (Lambaré) (360); la ciudad de ellos está rodeada con 2 pallersaide (palizadas) de madera, cada poste del grueso de un hombre; y la una pallersaide está a 12 pasos de la otra; los postes están enterrados o clavados en hondura de 6 pies, y se levantan del suelo lo que puede alcanzar un hombre con la punta de su tizona (361).

Iten habían cavado unos fosos (362), también a distancia de 15 pies del muro de esta su ciudad habían dejado unos hoyos en que podían pararse 3 hombres, adentro habían clavado (como para que no sobresaliesen) estacones de palo duro y puntiagudos como aguja; y habían tapado estos hoyos con paja y ramas cubiertas de tierra y pasto, a fin de que cuando nosotros los cristianos persiguiésemos a los carios o atacásemos su ciudad, cayésemos en estos hoyos; pero fueron tantos los hoyos cavados, que al fin los mismos indios se caían en ellos. [174]

Como por ejemplo cuando (363) nuestro capitán general Jann Eyollas (364) puso en orden a toda nuestra gente menos 60 hombres que dejó de guardia en los par (k) adiennes (bergantines), y con ella llevó el ataque contra Lambore (365) la ciudad de ellos, y nos divisaron estando nosotros como a un tiro largo de arcabuz de distancia, siendo ellos unos 40.000 bien armados con arcos y fleschen (flechas), y nos mandaron decir que nos retirásemos a los parckhadienes y nos volviésemos; porque así nos proveerían de comida y de lo demás que nos hacía falta, y que con esto nos fuésemos en sana paz, que de no se convertirían en enemigos nuestros; mas esto de ningún modo convenía a nuestro capitán general ni a nosotros; porque la tierra y su gente nos parecía bastante bien con su abundancia de comida; y sabido era que en los últimos 4 años (366) no habíamos probado ni visto siquiera bocado de pan, y sólo con pescado y carne nos habíamos alimentado.

Entonces empuñaron los caríos sus arcos y sus rodelas, con ellos en las manos nos recibieron y ésta fue la bienvenida que nos dieron. Ni aun así quisimos nosotros hacerles mal, y les rogamos por [175] tercera vez que se mantuviesen de paz [porque deseábamos ser sus amigos]; mas ellos no quisieron hacer caso, porque no habían experimentado lo que eran las rodelas y los arcabuces nuestros. Y cuando ya nos pusimos cerca de ellos les hicimos un descarga con nuestras bocas de fuego; eso que la oyeron y vieron que su gente caía al suelo, y, que no asomaban ni jara ni flecha alguna y sólo sí un agujero en el cuerpo, se llenaron de espanto, les entró miedo y al punto huyeron en pelotón y se caían unos sobre otros como perros; y tanto fue el apuro de meterse en su pueblo que como unos 200 caríos cayeron ellos mismos en sus ya dichos hoyos durante el descalabro (367).

Después de esto nosotros los cristianos nos acercamos al pueblo de ellos y lo atacamos, mas ellos se defendieron lo mejor que pudieron, hasta el tercer día. Como ya no podían resistir más y temían por las mujeres e hijos, que también tenían consigo en la ciudad, nos pidieron misericordia prometiendo complacernos en todo con tal que les perdonásemos las vidas. También le trajeron a nuestro capitán Jann Eyollass (368) 6 mujeres, de las que la mayor tendría unos 18 años; iten le presentaron (369) también 8 venados, ciervos y otras salvajinas más. De ahí se empeñaron con nosotros para [176] que nos quedásemos con ellos, y le regalaron a cada soldado 2 mujeres, para que nos sirvan en el lavado y cocina. También nos dieron comida y de cuanto nos hacía falta. Así de esta manera se hizo la paz entre nosotros.

Capítulo XXII

La asunción fundada. -Guerra de los agá

Después de esto (370) se vieron obligados los carios a levantarnos una gran casa de piedra, tierra y madera, para que si con el andar del tiempo llegase a acontecer que se levantasen contra los cristianos, tuviesen estos un amparo y pudiesen defenderse. Tomamos este pueblo de los carios el día de Nostra Singnora de Sunsión [ganado el año 1536] (371) y se llama todavía Nostra Singnora de Sunsión esta su ciudad; en esta escaramuza cayeron de los nuestros 16 hombres; y quedamos allí 2 meses largos. A estos carios desde los Aygaysen (Agaces) hay [177] 30 millas (leguas) (372) y desde la isla Bon Esperainso, esto es, Guete Hofnung (Buena Esperanza) (373) donde viven los tiembus, cerca de 335 millas (leguas) de camino (374).

Así celebramos un contrato con los caríos, por el que se obligaban y prometían acompañarnos a la guerra y auxiliarnos con 8.000 hombres contra los antedichos aygaissen (agaces) (375).

Después que nuestro capitán general hubo arreglado todo esto, sacó él 300 españoles con más los carios estos y navegó aguas abajo, y después por tierra las 30 millas (leguas), hasta donde los dichos aigais vivían, de quienes y de cómo nos trataron se dijo ya en el Cap. XIX. Los encontramos en el mismo lugar en que los dejamos, y los sorprendimos, sin que nos sintiesen, en sus casas, porque aún dormían, entre las 3 y 4 de la mañana; porque los carios los habían descubierto o espiado; allí matamos chicos y grandes dando muerte a todos; porque es costumbre de los carios, cuando guerrean y salen ganando, que matan a todos, y no se compadecen de nadie.

Después de esto tomamos nosotros 500 cannanon (canoas) o esquifes y quemamos todos los pueblos que pudimos hallar e hicimos mucho daño. A los 4 meses vinieron algunos de los aygaissen, [178] que no habían tomado parte en la tal escaramuza, por no haberse hallado en sus casas y pidieron perdón. Este se lo tuvo que conceder nuestro capitán general según orden de la Cesárea Majestad, que se había de perdonar a los indios hasta la tercera vez; pero había de ser así que si alguno se alzase por tercera vez, debería quedar preso [o de esclavo] por toda su vida.

Capítulo XXIII

Los payaguá. Viaje de descubrimiento

Después de esto permanecimos nosotros 6 meses más en esta ciudad (376). Nostra Singnora de Sunsión, en Alemán -Unnser Trauen Himelfart (El Tránsito de N. S.), y descansamos esa temporada. Por ese tiempo hizo nuestro capitán Jann Eyollas (377) que estos carios le contasen de una nación llamados Pienbaís (Payaguá); contestaron ellos, que de esta ciudad Sunsión hasta los pienbas había 100 millas (leguas) de camino (378), aguas arriba del Paraboe (Paraguay). Otra vez hizo preguntarles nuestro capitán a los carios, si también ellos, los [179] Pienbass (Payaguá) tenían comida, y qué era lo que no les gustaba (379); iten, la clase de gente que era y cuáles sus defectos; así contestaron ellos, los piembas no tienen más comida que pescado y carne, iten cuerno de cabra, o algorabo (algarroba) o pan de San Juan; de estos cuernos de cabra (vainas de algarroba) hacen ellos miel que comen con el pescado; también de esto hacen vino, y es dulce como la hidromel en Alemania.

Y luego que nuestro capitán Jann Eyollas supo todo esto de los carios les mandó (380) que cargasen 5 navíos con comida de trigo turco (maíz) y de lo demás que había en el país, lo que se había de hacer plazo de 2 meses, porque en este tiempo también él y los suyos se prepararían para el viaje, y visitarían en primer lugar una nación llamada charchareis (¿jarayes?) (381), la primera después de los paimbas (payaguá) (382).

Entonces se obligaron los carios a prestarse siempre y ser obedientes y a cumplir en todo lo que el capitán mandase. Así consiguió también nuestro capitán de los marineros que acabasen de aprestar los navíos para realizar este viaje (383).

Cuando todo aquello quedó arreglado y listo, [180] y cargado el bastimento en los navíos, hizo nuestro capitán que se reuniese toda la gente y de los 400 hombres separó 300 bien armados, y a los 100 los dejó en la antedicha ciudad Vordelesso (Fortaleza) (384), esto es, Nostra Singnora de Sunssión, donde en aquel tiempo vivían los susodichos carios.

De ahí navegamos aguas arriba y encontramos a cada 5 millas (leguas) de camino un pueblo de los dichos carios, asentados sobre el agua (río) Peroboe; [estos] nos trajeron a los cristianos lo necesario y comida de pescado y carne, gallinas, gansos, ovejas de los indios (385) [y] avestruces, mas cuando al fin llegamos al pueblo de los carios que se llama Weybingon (Guayviaño) (386) que cae a 80 millas (leguas) de la ciudad Nostra Singnora de Sunsión allí tomamos nosotros de estos carios comida y todo lo demás que nos hacía falta y de ellos pudimos conseguir. [181]

Capítulo XXIV

Cerro de San Fernando y viaje a los payaguá

De allí llegamos a un cerro llamado S. Ferdinannt (387), que se parece al Pogenperg (Bogenberg); allí encontramos a los susodichos pienbas; a estos de Weibingen (Guayviaño) hay 12 millas (leguas) de camino; y nos salieron a recibir de paz, pero con mala intención, como lo sabréis más tarde. Nos llevaron a sus casas y nos dieron de comer pescado y carne y cuernos de cabra, o pan de San Juan (algarroba). Así permanecimos nosotros 9 días con estos pienbass.

Después de lo cual nuestro capitán (388) hizo preguntar al principal de ellos lo que sabía de una nación que se llama Carchkareisso (389); dijo él, que no sabía nada de cierto de la tal nación, no siendo lo que por casualidad habían oído; que debían hallarse o vivir lejos de allí tierra adentro, y que debían también [182] tener mucho oro y plata; pero ellos, los pienbas, no habían visto nada. También nos contaron que los karkeis eran gente entendida, como nosotros los cristianos, y que tenían mucho de comer, trigo turco (maíz), mandeoch (mandioca), manduiss (maní), padades (batatas), wackekhue (390), mandeoch proprie, mandepore (391) y otras raíces más, carne de las ovejas de los indios (392), antas, esta una bestia como un burro, pero que tiene patas como una vaca, y el cuero grueso y obscuro; ítem venados, conejillos, gansos y gallinas en gran cantidad. Pero ni uno solo de los piembas lo había visto personalmente, y sólo lo sabía de oídas; mas nosotros experimentamos como era la cosa.

Después de esto nuestro capitán general (393) pidió algunos pyenbas, para que fuesen con él tierra adentro; se prestaron de buen grado, y al punto el principal pyenbas separó 300 indios para que lo acompañasen y cargasen la mantención, y lo demás que les hacía falta, y mandó nuestro capitán que se aprestase la gente esta, porque él partiría dentro de 4 días; en seguida hizo que de los 5 navíos los 3 zarpasen (394), y en los 2 metió él 50 (395) hombres de nosotros los cristianos, desde que nosotros deberíamos permanecer allí por 4 meses durante su [183] ausencia, y si llegase el caso que el capitán no se volviese a juntar con nosotros dentro del plazo estipulado, deberíamos nosotros regresar con estos 2 navíos a la ciudad Nostra Singnora de Sunsión. Aconteció, pues, que aunque nosotros permanecimos con los payenbas durante 6 meses no supimos nada de nuestro capitán Jan Eyollas; ya no teníamos cosa que comer, así que nos vimos obligados a viajar con este nuestro dicho capitán Marthin Thomingo Ayolla de vuelta a la ciudad Signora (Asunción), según lo mandado por nuestro capitán general (396).

Capítulo XXV

Ayolas viaja por tierra de los payaguá y naperú

Y primero (397) después que partió de los pyembas, llegó él a una nación llamada naperus (398), que son amigos de los pyembas y no tienen más que pescado y carne; es una nación de mucha gente. De estos naperus también nuestro capitán general se separó algunos que le sirviesen de baqueanos; pasaron [184] en seguida por muchas naciones con grandes penas y trabajo, y se les hizo gran resistencia; también murieron de hambre en este viaje la mitad del número de los cristianos; y en eso llegó a una nación llamada payssenos (payzunos) (399); de allí no pudo pasar más adelante, sino que se vio obligado a retroceder con la gente, menos tres españoles, que por estar enfermos tuvo que dejar atrás entre los paysennos. Así él, nuestro capitán Jann Eyollas salverende (sano y salvo) en cuanto a su persona, es decir gesunndt, regresó con la gente a los naperus; allí quedaron y descansaron hasta el tercer día, porque ]agente estaba muy cansada y enferma, y ya no les quedaba más munición.

Estando las cosas así convinieron los naperrus con los payenbas y se obligaron entre sí que al capitán Jann Eyollas y a los suyos les darían muerte o los acabarían, como que así más tarde también lo cumplieron. Y eso que Jann Eyollas, el capitán, con los cristianos, marchaban de los naperrus a los pyembas, a medio camino como estaban y al descuido fueron sorprendidos por los naperrus y pyembas con gran fuerza en un espeso bosque; porque los naperrus y pyennbas, según su convenio de sorprender[los] en la selva por donde tenían que pasar [los] cristianos, embistieron sin piedad al capitán y [a los] cristianos, como si fuesen perros rabiosos, y acabaron de matar y destruir a los debilitados cristianos junto con el capitán Jann [185] Eyollas (400), de suerte que ni uno de ellos escapó. Dios se apiade de ellos y de todos nosotros y nos tenga misericordia.

Capítulo XXVI

Se sabe de la muerte de Ayolas. -Eligen a Irala

(401)Ahora [pues] nosotros los 50 hombres, eso que fuimos al asiento Nostra Singnora de Sunsión y allí esperábamos a Jann Eyollas, el capitán, y a nuestros soldados, supimos como les había ido por un indio, que era esclavo del finado Jann Eyollas y que él había traído de los payse[n]os; este gracias a su lengua había escapado, nos contó todo de principio a fin como había sucedido; sin embargo no nos fue posible creerle. Y durante el año (402) que permanecimos [186] en la dicha ciudad Nostra Singnora, y sin poder conseguir la menor noticia ni voz alguna de como les había ido a nuestra gente, sólo los carios le anunciaban a nuestro capitán Domenigo Eyolla ser voz general que nuestros cristianos tenían que haber perecido todos a manos de los peyenbass, como se decía. Pero nosotros no queríamos creer que fuese cierto mientras no lo oyésemos declarar a un Payenbas que la tal cosa era así. A los 2 meses de este tiempo llegaron allí los carios y le trajeron a nuestro capitán Marthin Domenigo Eyolla (Irala) 2 payenbas, que habían tomado prisioneros; cuando nuestro capitán los vio les preguntó si ellos habían tenido parte en la muerte de los cristianos; aquí mintieron mucho y dijeron que él, nuestro capitán general, y su gente aún no habían llegado de tierra adentro. En seguida el capitán consiguió del justicia y del maestre de campo que se interrogase a los payenbas con apremio, porque así se averiguase la verdad; y se les dio tormento (403) a tal punto que declararon y confesaron ser verdad que ellos habían muerto a los cristianos con su capitán. Después de esto nuestro capitán Marthin Eyolla hizo condenar a los dos bayenbas y atarlos a un palo con una gran hoguera a la vuelta para quemarlos (404). [187]

Mientras esto (405) nos pareció bien a los cristianos todos tomarlo a Marthin Domenigo Eyolla (Irala) para capitán general nuestro, por lo mismo que se había portado tan bien con los soldados, hasta tanto que la Cesárea Majestad otra cosa proveyese.

Capítulo XXVII

Bajada de Irala a Buenos Aires en 1541. Tragedia de Corpus Christi

Así pues (406) mandó él, Marthin Eyolla (Irala), y ordenó que se preparasen 4 navíos de los parckhadienes (bergantines) y tomó de los [soldados 150 hombres], a los demás los dejó él en la dicha ciudad Nostra Singnora de Sunsión y nos dio a entender que quería reunir en la dicha ciudad, Nuestra Singnora de Sunsión, a la demás gente que había dejado en los tiembus (407), de qué se trató ya en la p. 12 (408), ítem 160 españoles, que habían quedado en Bonas Ayers en los 2 navíos, de los que se dijo ya en la p. 10.

En seguida partió Marthin Doménigo Eyolla [188] (Irala) con los 4 navíos parckhadines aguas abajo del Paraboe y Paraneu (409). Y antes de esto (410), cuando él aún no había llegado a los tienbus, se resolvió por los cristianos, que allí nos esperaban, a saber, un capitán, que se llamaba Francisco Riss (Ruiz), y también Jann Pabón, un sacerdote, y un secretario, que se llamaba Jann Eronandus (Hernández), como gobernadores sustitutos de los cristianos, que se había de dar muerte al indio principal de los tiembus, y a ciertos otros indios con él (411), como que ellos así ejecutaron tamaño crimen, y los indios, que por tan largo tiempo los habían servido en toda cosa buena, fueron pasados escandalosamente de la vida a la muerte, antes que llegáramos nosotros con Marthin Domenigo Eyolla (Irala) nuestro capitán (412).

Ahora pues, cuando Martín Domenigo Eyolla (Irala), nuestro capitán, llegó con nosotros del asiento Nostra Singnora de Sunsión a los dichos tiembus [y cristianos, mucho le pesó esta matanza y la [189] huida de los tkyembus]; mas no halló qué hacerles y dejó bastimento y provisiones (413) en Corporis Christi, también 20 hombres de los nuestros con un capitán Anthoni Manthossa (414) y mandó, so pena de la vida, que no se fiase por nada de los indios, sino que de día y de noche se asegurase bien con guardias, y si sucediere que llegasen los indios y quisiesen volver a ser amigos que los tratasen bien y les mostrasen la vieja amistad; pero que todo fuese sin descuidarse, mirando bien que no les pasase ningún perjuicio ni a él ni a los cristianos.

Después de esto (415) nuestro capitán general Marthin Doménigo Eyolla (Irala) se llevó consigo de allí las (3) personas, como causa efficiens de la matanza, a saber, el Francisco Reyss, el sacerdote, Jann Pabón y Jann Eronandus (416), que era el secretario; y cuando estaban por partir y hacerse a la vela, se presentó allí un principal [del los tyembus, que se llamaba Zeiche Legemi (417), gran amigo que fue de los cristianos, pero que a pesar de esto tenía que hacerles el gusto a los indios por causa de su mujer e hijos y amigos, y dijo a nuestro capitán Marthin [190] Thoménigo Eyolla (Irala) (418), que debería llevarse a todos los cristianos consigo, porque toda la tierra estaba alzada contra ellos y querían matarlos y expulsarlos del país; a esto le contestó el capitán general Domenigo Eyolla (Irala) (419), que no tardaría en volver, que su gente se bastaba para con los indios; y dijo más, que Zeiche Leymi debería mudarse con mujer e hijos, amigos también, y con toda su gente a los cristianos; a lo que dijo él, Zeiche Lyemi, que así lo haría.

Al punto partió nuestro capitán general Marthin Doménigo Eyolla (420) (Irala) (421) aguas abajo y nos dejó solos allí.

Capítulo XXVIII

Traición de los timbú y asalto a Corpus Christi

Unos 8 días después sucedió que el dicho indio tyembus, Zeiche Lyemi, envió a uno de sus hermanos, llamado Suelaba (422), con engaño, y rogó a nuestro capitán Annthoni Mannthossa que le mandase 6 cristianos con arcabuces y otras armas, que [191] quería con ellos traernos su familia con los suyos, y en adelante vivir con nosotros; y además nos hizo saber, que él se recelaba de los tiembús, y que sin esto no podría él llevar a cabo su propósito con seguridad. Él se pronunció de tal manera [que nos convenció de sus muy buenas intenciones y nos prometió también] que él traería consigo comida y cuanto nos hacía falta; pero todo esto era picardía y engaño. En su mérito le prometió nuestro capitán que no sólo 6 hombres le daría sino 50 españoles bien armados con armas de defensa y ofensa; lo que encargó nuestro capitán a estos 50 hombres fue, que no se descuidasen y estuviesen bien prevenidos, a fin de que no cayesen en alguna celada de los indios.

Pero no había más que un medio cuarto de milla (legua) de distancia entre nosotros los cristianos y estos tyembus, y cuando estos 50 hombres nuestros llegaron a las casas de ellos en la plaza se les acercaron los tyembus y les dieron un beso, como Judas el traidor al Señor Chriesto y les trajeron de comer pescado y carne; mientras comían los cristianos se les fueron encima estos amigos y otros tyembus que estaban ocultos en las casas y en los rastrojos y les bendijeron la mesa de tal suerte que ni uno de ellos salió de allí con vida, salvo un solo muchacho que se llamaba Kalterón. Dios los favorezca y tenga misericordia de ellos y de todos nosotros. Amén (423). [192]

Una hora después marchó el enemigo, fuerte de 10.000 o más hombres, contra nuestro pueblo, nos asediaron y creyeron podernos vencer, mas esto no sucedió ¡Dios, el Señor sea loado! y durante 14 días acamparon fuera de nuestro pueblo y nos asaltaban día y noche. En esta ocasión ellos se habían fabricado lanzas largas con las espadas, como se lo habían aprendido a los cristianos; con estas nos embestían y se defendían. Y aconteció en el mismo día en que los indios con toda la fuerza nos llevaron el ataque nocturno y nos quemaron las casas, que al punto corrió nuestro capitán, Anthony Manthossa (424) con un montante (425) a un portón; allí estaban algunos indios tan ocultos que no se los podía ver, y estos ensartaron al capitán con las lanzas, de suerte que ni ¡ay! no dijo (426). ¡La misericordia de Dios le valga! Ya los indios no podían estarse más tiempo, porque no tenían qué comer, por lo que tuvieron que levantar campamento y mandarse mudar. Después de esto nos llegaron 2 bergantincitos con provisiones de Bonas Ayers que nos mandaba nuestro capitán Marthin Doménigo Eyolla (Irala) para que nos sostuviésemos allí hasta la llegada del dicho capitán (427), con lo que nos alegramos mucho, no así los que llegaron [193] con los 2 berg(en)tin (bergantines), que sentían la muerte de los cristianos. Así, pues, acordamos entre los dos bandos y tuvimos a bien no quedarnos más tiempo allí en Corporis Chriesti, en los tyembus (428), sino que nos fuimos todos juntos aguas abajo y llegamos a Bonas Ayers, donde estaba nuestro capitán Marthin Doménigo Eyolla (Irala) (429); con esto se alarmó mucho y fue grande (430) su pesar por la gente que se perdió; porque no atinaba a saber qué sería de él [ni lo que haría con nosotros], porque ya no teníamos víveres.

Capítulo XXIX

Llega la carabela de Santa Catalina y viaje del autor a encontrar a Cabrera

(431)Pero unos 5 días después de nuestro arribo a Bonas Ayers nos llegó de Hispanien una pequeña nao, llamada carabelle (caravela) y nos trajo buenas nuevas, a saber, que un navío más había arribado a Sannta Katarina, cuyo capitán, del mismo, llamado Aluiso Gabrero (Alonso Cabrera) (432) [194], había traído consigo de Hispanien 200 hombres (433). Ni bien supo nuestro capitán las tales nuevas hizo aprestar de los 2 navíos uno, que era un galiber (galeón) (434) y lo despachó con el primero a S. Katarina en Presael (Brasil), que está a 300 millas (leguas) de Bonas Ayers, y le nombró un capitán, llamado Consalto Manthossa (Gonzalo de Mendoza) para que mandase el navío, y le encargó que tan luego como llegase a S. Catarina, en Pressel (Brasil), donde estaba el navío, había de cargar su nao con víveres de arroz, mandeoch (fariña?) (435) y otra comida más que le pareciese bien.

Con esto el tal capitán Consaillo Mannthossa (Gonzalo Mendoza) pidió a nuestro capitán general Marthin Domenigo Eyolla (Irala) (436) que le diese o facilitase 6 compañeros de la gente de guerra, para que pudiese darse vuelta; él se lo prometió; así pues nos llevó a mí y a 5 Españoles consigo, más 20 hombres de la gente de guerra y marineros.

Eso que partimos de Bonas Ayers (437) al mes llegamos [195] a Sannt Katarina, allí nos encontramos con el susodicho navío, que de Hispania había llegado, y al capitán (438) junto con toda su gente; nos alegramos en grande, y nos quedamos 2 meses allí mismo, y cargamos nuestro galeón de arroz, mandeoch (fariña?) y trigo turco (maíz) en mucha cantidad, de suerte que ya no podíamos meter más en los 2 navíos; después de esto nosotros y los 2 navíos y el capitán Aluiso (Cabrera) y toda su gente juntos salimos en viaje de S. Katarina a Bonas Ayers en Inndiam (Indias), y de allí llegamos como a las 20 millas (leguas) y dimos con un agua corriente Parnaw Wassu (Paraná Guazú). Esta agua tiene de ancho en la boca 40 millas (leguas) (439) y sigue de este ancho por 80 millas (leguas) de camino (440) hasta que uno llega a un puerto llamado S. Gabriel; allí el agua Parnau tiene 8 millas (leguas) de ancho (441). Así pues llegamos, como se dijo, a 20 millas (leguas) en esta agua, la víspera de Todos Santos, y arribamos al anochecer a este punto con los dos navíos reunidos; y nos preguntamos el uno al otro si estábamos ya en el agua corriente Pernau; y aunque aseguraba nuestro piloto, que habíamos llegado ya al agua corriente, el otro piloto le decía a su capitán, que estábamos aún a 20 millas (leguas) de distancia de ese punto. Porque en el mar cuando 2, 3 o más navíos andan en compañía [196], siempre se juntan a puestas de sol; entonces se averiguan entre sí cuanto han caminado día y noche, y cual el rumbo a tomar en el siguiente, con arreglo a lo cual poderse reunir.

Después de esto el piloto nuestro volvió a preguntar al otro piloto, si quería seguirlo; mas éste le dijo que ya era casi de noche, y que por eso se quedaría mar afuera hasta la mañana de alba y que no estaba para tomar tierra a esas horas; este piloto era algo más avisado que el nuestro, como se verá más tarde. Así nuestro navío siguió su camino y se separó de la otra nao.

Capítulo XXX

Naufragio cerca de San Gabriel. Los sobrevivientes llegan a Buenos Aires y pasan a La Asunción.

De este modo caminamos nosotros a obscuras y se levantó un recio temporal en la mar; y fue el caso que a eso de las 12 de la noche vimos nosotros la tierra, pero antes que pudiésemos largar nuestra ancla. Después encalló el navío, y nos faltaba una buena milla (legua) de distancia para llegar a tierra. Entonces comprendimos que no nos quedaba más remedio que clamarle a Dios Todopoderoso que nos favorezca y nos tenga misericordia. Y fue en el mismo instante que nuestro navío [197] se hizo cien mil pedazos y se ahogaron 15 hombres y 6 indios (442); algunos escaparon sobre trozos de madera, yo y 5 compañeros más nos salvamos en el mástil; de las 15 personas no pudimos recoger un solo cuerpo. El Señor Dios nos favorezca, a ellos y a nosotros todos.

Después de esto nos vimos obligados a caminar a pie 10 millas (leguas); habíamos perdido toda nuestra ropa en el navío, y los víveres también; y nos tuvimos que remediar con las raíces y frutillas que hallábamos en el campo, hasta que llegamos a un puerto o ensenada llamada S. Gabrihel (443); allí, encontramos al susodicho navío con su capitán, que había llegado 3 días antes que nosotros.

Y se lo habían comunicado a nuestro capitán Marthín Domenigo Eyolla (Irala) en Bonas Ayers (444); él en persona se afligió sobremanera por nosotros y creyó que habíamos perecido, y por ello mandó decirnos algunas misas.

Y después que nosotros llegamos a Bonas Ayers, nuestro capitán Marthín Doménigo Eyolla (Irala) (445) hizo llamar a nuestro capitán y al piloto o timonel; y a no ser los grandes empeños (446) que por él se [198] hicieron, lo hubiese hecho ahorcar al piloto; así y todo tuvo que pasar 4 años largos en la barquilla pergentin (bergantín) (447).

Ahora ya que estaba toda la gente reunida en Bonas Ayers (448) mandó en seguida nuestro capitán general, que se aprontasen los pergantín (bergantines), y reunió toda la gente y quemó los navíos grandes y reservó la ferretería; y después navegamos nosotros aguas arriba del Parnau y al antedicho asiento Nostra Singnora de Sunssión; allí permanecimos 2 años largos esperando que la Cesárea Majestad otra cosa proveyese (449). [199]

Capítulo XXXI

Llega Alvar Núñez Cabeza de Vaca a Santa Catalina y pasa a La Asunción

Mientras esto llegó un capitán general de Hispania, que se llamaba Albernuso Capesa de Wacha (450); al tal capitán lo había nombrado la Majestad Cesárea y venía con 400 hombres y 30 caballos en 4 navíos, de los que 2 eran mayores y 2 Karabella (carabelas); y cuando él arribó con esta gente a un puerto o bahía en Presel, que se llama Wilsey (Mbiaçá?) (451) mas este puerto se llama también S. Katarinna; allí quiso él cargar bastimento o víveres; y cuando el capitán despachó 2 carabelas unas 8 millas (leguas) del dicho puerto a buscar víveres, les sobrevino tal tempestad, que las 2 tuvieron que quedar en el mar o piélago y lo único que de ellas volvió fue la tripulación que en ellas había (452); cuando el capitán general se impuso de la tal cosa, ya no se quiso exponer con sus 2 navíos mayores al viaje por agua; acaso porque no sería mucha la gana que tenía es que se recelaba [200] de la cosa; y pasó por tierra hasta el Río delle Platta, y llegó hasta nosotros en el asiento Nostra Singnora en El Paraboe y lo condujeron 300 de los 400 hombres; los demás habían perecido de hambre y de enfermedad.

Este capitán demoró 8 meses de tiempo en el camino (453) y hay 500 millas (leguas) de la ciudad Nostra Singnora hasta este pueblo o bahía de S. Katarina (454). Traía pues consigo de Hispania su gubernazión (provisión?) de la Cesárea Majestad, y decía que Marthín Domenigo Eyolla (Irala), nuestro capitán, tenía que entregarte su gubernazión (gobernación) y que toda la gente había de acatarlo.

A todo esto el capitán Marthín Domenigo Eyolla (Irala) y toda la gente se declaró estar pronta y obediente, pero con esta salvedad, que él Albe(r)nuso Capossa d[e] Wacha le mostrase algo como que él había obtenido y recibido la tal provisión de la susodicha Cesárea Majestad; misterio este que el común de la gente no pudo esclarecer, sino que los sacerdotes y 2 o 3 de los oficiales (455) lo verificaron y con ellos él, Albernuss Capossa etc., mandó y gobernó. Pero de cómo le fue es lo que se contará más tarde (456). [201]

Capítulo XXXII

Cabeza de Vaca manda una expedición a los suruchacuiss y otros indios

Ahora este dicho Capessa etc. (457) hizo pasar revista de toda la gente; y así halló él que eran 800 hombres por toda cuenta; también por este tiempo hizo él hermandad con Marthín Domenigo Eyolla (Irala) y se juraron fraternidad, así que este tenía que hacer y que entender con la gente no menos que antes.

En seguida él, Albernaso Capessa de Wacha mandó aprestar 9 navecillas pergentín (bergantines) (458) y quiso navegar el Paraboe aguas arriba, hasta donde se pudiese; y así por este tiempo, mientras se alistaban los navíos, envió 3 bergentín (bergantines) con 115 hombres (459), que deberían subir hasta donde pudiesen y hallasen indios que por allí tuviesen manndeoch (mandioca o fariña) y algo de trigo turco, esto es, maíz; y nombró para que los mandasen a 2 capitanes llamados Anthoni Gabrero (Antonio Cabrera) y Tigo Tobellino (Diego Tabellino?); y llegaron primero a una nación [202] que se llaman suruchakuiss; (cacocies chaneses?) (460) estos tienen algo de trigo turco (maíz) y mandeoch (fariña) (461) y otras raíces, como manduies (maní) que se parece a las avellanas, ítem pescado y carne. Los hombres usan en los labios una piedra lisa y grande como ficha de damas; las mujeres andan con las vergüenzas por adorno (462).

Con los de esta nación dejamos nuestras navecillas y algunos de nuestros compañeros en ellas para su resguardo, y en seguida nosotros nos metimos tierra adentro (463) unos 4 días de camino; así hallarnos un pueblo que era de los caríos, los que más o menos eran fuertes de 300 hombres; también tomamos nosotros noticia de la tierra y ellos nos dieron buenos informes. Después de esto volvimos nosotros a las navecillas y navegamos el Paraboe aguas abajo y llegamos a una nación llamada los [a] cherery; allí encontrarnos una carta de nuestro capitán general Albernuso Capessa de Bacha; esta carta decía, que había que ahorcar (464) al indio principal de allí, Achere (465). Nuestro capitán obedeció la tal orden sin perder un momento; por ello y en seguida se armó una guerra grande, como se oirá después. Ya que esto [203] se había cumplido, a saber que el dicho indio había tenido que recibir la muerte de esta manera, emprendimos nosotros viaje aguas abajo al asiento Nostra Singnora de Sunssión, y anunciamos a nuestro capitán general Albernuiso Capessa de Bacha lo que nosotros en este viaje habíamos hecho y visto (466).

Capítulo XXXIII

Guerra contra Tabaré. Éste es vencido

Después de esto, dijo él al principal de los indios que estaba en el asiento Nostra Singnora que tenía que facilitarle 2.000 indios y marchar con los cristianos aguas arriba; los indios se ofrecieron de buena gana y prometieron obedecerle, y agregaron esto más, que él, nuestro capitán general, debería pensarlo bien primero y no lanzarse así no más tierra adentro; porque toda a provincia Dabre (Tabaré) (467) de los carios estaba alzada con todo su poder y se disponían a marchar contra los cristianos; porque este Dabre (Tabaré) era hermano (468) del Acheres (Aracaré) que había sido ahorcado, por eso quería él vengar aquella muerte. [204]

Así pues, nuestro capitán general tuvo que dejarse de este viaje y a causa de esto prepararse y marchar contra sus enemigos. En seguida mandó (469) de acuerdo con su hermano de adopción Marthin Domenigo Eyolla (Irala), que tomase 400 hombres (470) y 2.000 indios y marchase contra los susodichos daberes (tabarés) o carios y que a todos ellos juntos los expulsase o destruyese. Marthin Doménigo Eyolla (Irala) obedeció la tal orden (471) y marchó con esta gente de la ciudad Nostra Singnora y avanzó contra los enemigos, y primero hizo requerir al Dabero (Tabaré) de parte de la Cesárea Majestad.. Mas este Dabere (Tabaré) no quiso ceder ni prestarse; tenía mucha gente reunida y su pueblo bien fortificado con palizadas (472) que es un muro hecho de maderos; de estos muros tenía el pueblo 3 a la redonda y zanjas muy anchas, como consta en el capítulo XXI; mas nosotros ya desde antes sabíamos qué valor darles a las tales cosas.

Así acampamos hasta el cuarto día en que ganamos la primera ventaja, y 3 horas antes de amanecer entramos al pueblo y matamos a todos los que encontramos y tomamos a muchas mujeres; que nos sirvieron de mucho después. En la tal escaramuza 18 (473) cristianos murieron y muchísimos de los nuestros fueron heridos; ítem sucumbieron [205] muchos de nuestros indios; pero no nos llevaron mucha ventaja, porque de la parte de ellos los muertos de los canibelless (474) (antropófagos) alcanzaron a los 3.000.

No se pasó mucho tiempo sin que viniesen Dabere (Tabaré) con su gente a pedirnos perdón y nos rogaron que les quisiésemos devolver sus mujeres e hijos, porque así también él, Dabere (Tabaré), y su gente nos servirían a los cristianos y serían nuestros súbditos. Lo cual tuvo que prometerle nuestro Capitán según las instrucciones de la Cesárea Majestad (475).

Capítulo XXXIV

Cabeza de Vaca sube a San Fernando a los payaguá, guasarapos y sacocíes

Después que estas paces se ajustaron volvimos a tomar aguas abajo del Paraboe (Paraguay) a reunirnos con el capitán general de todos (476), A[l]bernuso de Bacha y le hicimos relación de como nos había ido; así pues, resolvió él realizar su ya pensado viaje de marras, y pidió a Dabere (Tabaré), que ya estaba pacificado, 2.000 indios armados [206] que marchasen con él; y manifestaron su buena voluntad, y prometieron que siempre la tendrían; también mandó él que ellos, [los] carios cargasen 9 navecillas bergentin (bergantines). Eso que todo estuvo dispuesto, de los 800 hombres cristianos tomó él 500 (477) y a los 300 los dejó él, en la ciudad Nostra Singnora de Sunssión, nombró un capitán llamado Jan Salleysser (Juan de Salazar) (478), en seguida emprendió la marcha aguas arriba del Paraboe con los 500 cristianos y 2.000 indios.

Los carios tenían 83 conanen (canoas) o esquifes (479) y nosotros los cristianos teníamos 9 navíos bergentin (bergantines), y en cada uno de ellos 2 caballos (480); pero a estos se los hizo caminar por tierra 100 millas (leguas), y nosotros marchamos por agua hasta llegar a un cerro llamado Sannt Ferdinandt (481), allí se embarcaron los caballos y de allí caminamos y llegamos a los payenbas (Payaguá), enemigos nuestros; mas ellos no se dejaron estar sino que huyeron presto de allí con mujeres e hijos después de haber quemado sus casas. En seguida caminamos unas 100 millas (leguas) más de marcha, en que no encontramos gente alguna; [207] y después llegamos a una nación llamada baschereposs (guaxarapos) (482), tienen pescado y carne; es una gran nación y se extiende por unas 100 millas (leguas) y tienen hartas khannean (canoas), y baste con lo dicho de esto; sus mujeres se tapan las vergüenzas, no quisieron saber nada con nosotros, sino que huyeron de allí. De estos llegamos a otra nación, llamada de los sueruekuessis (483) (sacocíes) (484), donde en aquella ocasión estuvieron los 3 antedichos navíos; está a las 90 millas (leguas) de los basherepass (guaxarapos); nos recibieron muy de a buenas, cada cual tiene casa sola para sí con su mujer e hijos. Los hombres tienen una rodelita de madera como ficha de damero colgada en el lóbulo de la oreja; las mujeres tienen una piedra gris de cristal que les cuelga de los labios, es del largo y grueso de un dedo (485), son hermosas y andan en cueros vivos como nacieron. Item tienen algo de trigo turco (maíz), manndeoch (mandioca o fariña), manduiss (maní), padades (batatas), pescado y carne en abundancia; es una gran nación; nuestro capitán les hizo preguntar de una nación llamada [208] karkhareiss (486), Carcará, iten más de los caríos (487),pero ellos no le pudieron dar noticias de los karckhareiss, pero en cuanto a los carios dijeron ellos, que estos estaban aun en sus casas; mas esto no era así (488).

Después de lo cual (489), nuestro capitán mandó que se aprestasen; él quería marchar tierra adentro y dejó 150 hombres (490) allí con los navíos y víveres para 2 años y se llevó los 350 hombres cristianos (491) más los 18 caballos y los 2.000 carios, que con nosotros salieron de la ciudad de Nostra Singnora de Sanssión, y se metió tierra adentro; pero poco fue el provecho que él sacó, porque no era el hombre para tanta empresa; a esto se agregaba que los capitanes y caballeros todos eran sus enemigos; a tal grado de demasía había llegado él en su modo de portarse con la gente de guerra (492).

Así pues, caminamos durante 18 días, en que no hallamos ni carios ni otra población (493) alguna y no eran muchos los víveres [que nos quedaban], así que por eso nuestro capitán tuvo que contramarchar [209] a los navíos (494), y cuando dimos la vuelta nosotros envió él a un Español llamado Francisco Rieffere (Ribera) (495) con otros 10 españoles armados para que pasasen adelante un buen trecho, les encargó que caminasen por 10 días, y si fuese el caso que durante este tiempo no diesen con gente alguna habían de volver atrás a buscarnos en los navíos, donde nosotros los esperaríamos. Allí encontraron ellos una gran nación de los indios, que también tienen algo de trigo turco (maíz), manderoch (mandioca) (496) y otras raíces más. Los españoles no se atrevieron a dejarse ver y se volvieron a nuestro real y dieron relación de ello al capitán general. Así pues, no hubo más sino que él en persona había de marchar tierra adentro, y se vio obligado a desistir por causa de las aguas que se lo impedían.

Capítulo XXXV

Viaje de Hernando Ribera a los orejones «sueruchuessis» y a los «acharés»

Mandó empero y ordenó disponer un navío (497) con 80 hombres (498), y nos nombró un capitán, llamado [210] Ernando Rieffere (Ribera) y nos despachó aguas arriba del Paraboe a descubrir una nación llamada Scheruess (Xarayes) (499), de allí precisamente [deberíamos] meternos tierra adentro unos 2 días de camino, y no más, trayéndole en seguida relación de la tierra y de los mismos indios. Y fue que en el primer día que nos separamos de ellos, a las 4 millas (leguas) (500) llegamos nosotros a otra nación llamada de los sueruckuessis (orejones) (501) y situada en la otra tierra; ellos viven en una isla, [de] casi 30 millas (leguas) de ancho y la rodea el agua corriente Paraboe, tienen para comer mannderoch (mandioca) (502), meiss (maíz), manduischs (maní), padat[e]s (patatas), mandepore [mandeoch], porpy, buchakhu y otras raíces más, ítem pescado y carne, son los hombres y las mujeres precisamente como entre los antedichos sueruekuissy (sacocíes) (503). Nos quedamos este día con ellos y al otro volvimos a partir; y nos llevamos 10 kannanen (canoas) o esquifes de estos indios para que nos mostrasen el camino, cazaban salvajinas del campo dos veces por día, como también pescaban y con ello nos obsequiaban. En este viaje demoramos nosotros 9 días de tiempo y en seguida llegamos a una nación llamada de los acheress (vacaré) (504) [211]. Hay muchas poblaciones unas cerca de otras; es gente alta y gruesa, hombres y mujeres, que los iguale nada he visto en todo el Río delle Plata. Estos achares (yacarés) están a 36 millas (leguas) de los dichos sueruekuessis más inmediatos; no tienen más de comer que pescado y carne; las mujeres no se tapan las vergüenzas (505). Con estos acheress nos quedamos un día entero (506). Aquí los dichos sueruekuessis se volvieron otra vez con sus 10 cannanen (canoas) a su pueblo. En seguida Ernando Rieffere (Ribera), nuestro capitán, les hizo saber a los acheres (yacaré) que tenían que mostrarnos el camino a los scherues (jarayes), y se prestaron ellos gustosos, y nos acompañaron de su pueblo con 8 cananen (canoas) y nos procuraban, dos veces por día, pescado y carne, con lo que nosotros teníamos de comer en abundancia.

Por qué esta nación se llama acheres (yacaré), es la razón (esta): achere (507) es un pez que tiene el cuero tan duro que uno no lo puede herir con un cuchillo, ni menos penetrarle una flecha de los indios; es un pez grande, y les hace mucho mal a los demás peces; ítem sus huevas u ovas, que de suyo pone en tierra, a unos dos o tres pasos del agua, saben como a almizcle; es bueno para comer, [212] la cola es lo mejor; lo demás también no es dañoso; vive siempre en el agua. Ítem aquí en nuestra Alemania se lo tiene por una bestia dañosa y asquerosa y lo llaman basiliesckh (basilisco) y se cuenta, que si uno lo mira a este pescado de suerte que éste le haga llegar el aliento, por fuerza tiene él que morir, lo que es una verdad sin vuelta, porque el hombre tiene que morir y nada es más sabido. También se cuenta que si uno de éstos se cría y es visto en un pozo, que no hay más medio de acabar con este pez que el de mostrarle un espejo y tenérselo por delante, para que allí él mismo se mire, porque así al ver allí su propia fealdad tendrá que caer muerto al punto. (508) Pero las tales consejas del dicho pez son pura fábula y sin valor; porque de ser verdad, cien veces debería haberme muerto, porque más de 3.000 de estos peces he cogido y comido yo; no hubiese escrito tanto acerca de este pez si yo no hubiese tenido una razón conocida: en Munich, en la casa de campo del duque Alberto, nuestro finado señor […] (509). [213]

Capítulo XXXVI

Llegan a los «scheruess» y son bien recibidos por ellos

Después de esto llegamos a los scheruess (xarayes), hasta donde de los acheres se cuentan 38 millas (leguas), que las hicimos en 9 días (510); es una nación grande, pero no era esta justamente la nación en que vivía el rey (511); mas estos scherues (xarayes) con quienes habíamos dado usan bigote (512) y llevan un redondel de palo colgado en el lóbulo de las orejas y la oreja abraza el redondel de palo, cosa que maravilla de ver.

Ítem más los hombres tienen en el labio una piedra ancha de cristal azul muy parecida a una dama. Ítem más se pintan el cuerpo de azul desde arriba hasta las rodillas, y la cosa se parece a algo como calzas pintadas.

Pero las mujeres se embijan de otra manera, también de azul desde los pechos hasta las vergüenzas, tan artísticamente, que así no más, fuera de allí, no se hallaría un pintor que lo imitase; ellas andan como las echó al mundo la madre, y son hermosas [214] a su manera, y muy bien que saben pecar estando a obscuras.

Con estos scherues (xarayes) (513) nos quedamos un día y navegamos desde allí hasta llegar en 3 días a lo de un rey, que está a 14 millas (leguas) de allá [su gente]. Se llaman también scherues (xarayes), pero su tierra no tiene más que 4 millas (leguas) de camino de ancho; también tiene él un pueblo situado a orillas del agua Paraboe. Allí dejamos nuestro navío con 12 españoles, que lo cuiden, para que cuando llegásemos nos sirviese de amparo; les encargamos también a estos scherues (xarayes) en el propio pueblo, que tenían que portarse como buenos amigos con los cristianos, como que también así lo hicieron.

Así pues nos quedamos 2 días enteros en el pueblo y nos aprestamos para el viaje y nos tomamos cuanto nos hacía falta; después cruzamos el agua Paraboe y llegamos a lo del rey, allá donde vive en persona. Y allí cuando llegamos nosotros como a una milla (legua) de distancia, entonces nos salió al encuentro el rey de los scherues (xarayes) (514) con 12.000 hombres y tal vez más, en una pampa y en son de paz. El camino por donde andaban ellos era de 8 pasos de ancho; el tal camino estaba entapizado con puras flores y pasto hasta el pueblo, así que no se podía dar con una piedra, palo o [215] paja alguna; también el rey se traía su música (515) consigo, tal y como el caramillo (516) entre nosotros; también había mandado el rey que para esta ocasión se corriesen venados (517) y otras salvajinas, a uno y otro lado del camino; así por suerte ellos habían cogido 30 venados y 20 abestraussen (avestruces, o nandu (ñandú) (518)); y era cosa de alegrarse de ver.

Y cuando nosotros hubimos ya llegado a su pueblo, hizo el rey que cada 2 cristianos entrasen (519) en una casa, y que nuestro capitán junto con su servidumbre pasase a la casa real; después de esto el rey de los scherues encargó a sus súbditos, que nos diesen lo que nos hacía falta. También el rey reunió su corte a su manera (520) como el más poderoso señor de la tierra; hay que hacerle música a la mesa cuantas veces se le antoja; entonces los hombres y las mujeres más hermosas tienen por obligación que bailarle; el tal baile de ellos es cosa de verse como maravilla, en especial para nosotros los cristianos, de suerte que uno tiene que olvidarse hasta de su boca (521).

Esta gente se parece a los scherues (xarayes), de los que se dijo ya más atrás (522). Sus mujeres [216] hacen unas mantas grandes de algodón, tan sutiles como tela de Arlas (Arles), en las que ellas después, bordan varias figuras (523), como ser venados (524), avestruces, ovejas de Indias (llamas o guanacos), o lo que sea que se puede. En las tales mantas duermen cuando hace frío, o se sientan sobre ellas, según la necesidad o el antojo del momento. Estas mujeres son muy hermosas y grandes enamoradas (525); muy corrientes y de naturaleza muy ardiente (526) a mi modo de ver.

Allí (527) nos demoramos unos 4 días, y en ese tiempo el rey preguntó a nuestro capitán cual era nuestro deseo e intención, y hacia donde queríamos marchar. A esto contestó nuestro capitán que él buscaba oro y plata. También le dio el rey una corona de oro que pesaba casi un marco y medio (528), ítem una plenschen (plancha) (529) de oro, que alcanzaba a jeme y medio de largo y a medio jeme de ancho; también un prusseleh (brazalete) esto es, un medio harnischs (arnés) y otras cosas más de plata, y dijo después a nuestro capitán, que él ya no tenía más oro ni plata y que estas susodichas [217] piezas las había tomado de los amossenes (amazones) (530) en la guerra en tiempos atrás. Y entonces él se hizo oír acerca de los amossenes (amazones) y nos dio a entender cuán grande era su riqueza, así que nos alegramos mucho; y luego al punto preguntó nuestro capitán al rey si podríamos nosotros llegar allí por agua con nuestros navíos y qué distancia habría hasta los dichos amossenes (amazones). A lo que contestó el rey, que no podríamos nosotros llegar allí por agua, sino que tendríamos que marchar por tierra y habría que andar 2 meses de tiempo uno enseguida de otro. Así resolvimos nosotros caminar a los dichos amossenes (amazones), corno se pasará a contar (531). [218]

Capítulo XXXVII

Buscan a los amosenes y pasan por los syeberis y ortueses

Las mujeres de estos amossenes no tienen más que un pecho y sólo se juntan con sus maridos 3 ó 4 veces en el año, y si de este contacto con el marido quedan preñadas de varón, se lo mandan ellas a que se esté con el marido; mas si resulta mujer, la conservan a su lado y ellas no más le queman el pecho derecho, para que no pueda criarse más. Pero la razón es esta, para hacerse diestras y poder manejar sus armas, los arcos; porque son mujeres de pelea y hacen guerra contra sus enemigos.

También estas mujeres viven en una isla que está rodeada de agua a la vuelta y es una isla grande; si se quiere llegar allá hay que ir en cannaen (canoas); pero en esta isla los amossenes (amazones) no tienen ni oro ni [plata], sino en Terra ferma (tierra firme), esto es, tierra adentro, allí donde viven los maridos, ellos son los que tienen grandes riquezas. Es una nación grande y [un] rey poderoso (532), que parece llamarse Jegiuss (533), como también lo demuestra el lugar. [219]

Ahora nuestro capitán Ernando Rieffiro (Ribera) pidió al dicho rey de los scherueses (xarayes) que nos facilitase algunos hombres de su gente, porque él quería marchar tierra adentro y buscar a los susodichos amossenes (amazones), para que así los scherues (xarayes) cargasen nuestro botín y nos mostrasen el camino; de su parte el rey se hallaba dispuesto, mas demostró a las claras, que la tierra en este tiempo estaba anegada y que no era bueno por ahora viajar tierra adentro; mas nosotros no quisimos creer, sino que le exigimos los indios, así pues él le dio a nuestro capitán para su persona (534) 20 hombres, que debían cargarle el botín y los víveres, y a cada uno de nosotros 5 indios para que nos sirviesen y cargasen lo que hacía falta, porque teníamos que caminar 8 días en que no encontraríamos más indios (535).

Así llegamos a una nación llamada de los syeberiss (paresis?) (536); se parecen a los scherues (xarayes) en la lengua y en otras cosas. Estos 8 días caminamos nosotros siempre y siempre en el agua hasta la cintura y la rodilla, día y noche, así que de allí no podíamos ni sabíamos como salir. Si se nos ofrecía hacer fuego, teníamos que amontonar trozos grandes unos sobre otros y hacer el fuego encima; y aconteció muchas veces, que la olla en que teníamos la comida junto con el fuego [220] se caían al agua y nos quedábamos por lo tanto sin comer; tampoco teníamos descanso, ni de día ni de noche, a causa de las pequeñas moscas (mosquitos), que no nos dejaban dormir.

Así preguntamos nosotros a los syeberís si aun nos quedaba agua más adelante; dijeron ellos, que teníamos que andar aun 4 días enteros por el agua y de ahí todavía más de 5 por tierra, y que así llegaríamos a una nación llamada ortthuessen (urtueses) (537); y nos dieron también a entender que éramos nosotros muy pocos, y que convenía nos volviésemos. Mas nosotros no quisimos hacer tal cosa por considerar a los scherues (sarayes), antes bien estuvimos por despachar de vuelta a sus casas y su pueblo a los scherues (xarayes) que nos acompañaban, mas ellos, los dichos scherues se negaron a hacerlo, porque su rey les había encargado, que no nos dejasen sino que nos sirviesen mientras no regresásemos nosotros otra vez de tierra adentro. Así pues los dichos syeberís nos dieron 10 hombres para que junto con los scherues (xarayes) nos mostrasen el camino a los ortheuesen (urtueses). Así marchamos nosotros 7 días más por el agua que nos daba a la cintura o a la rodilla. La tal agua estaba tan caldeada como si hubiese estado al fuego; esta agua también teníamos que beber, visto que con otra no contábamos. Pero era cosa como para creer que se trataba de un agua corriente (538), lo que no era así, sino que [221] por aquel tiempo mismo había llovido tanto que la tierra estaba llena de agua, porque la tierra es una planicie llana; con el tiempo quedamos bien escarmentados de la tal agua, corno oiréis más tarde.

Después de esto el día 9 entre 10 y 11 del día llegamos al pueblo de los orttheueser (urtueses) (539), y eso que fueron ya las 12 recién llegamos a la plaza en el pueblo, allí donde estaba la casa del principal de los ortteuesen.

Pero casualmente por ese tiempo había una peste grande entre los ortthuessen, de pura hambre, porque no tenían qué comer; a causa de que los duckhuss (tucus) (540) o langosta (541) por segunda vez y casi por completo les había comido y destruido el maíz y el fruto de los árboles. Cuando nosotros los cristianos tal cosa comprendimos y vimos nos alarmamos mucho y nos convencimos que no podíamos quedar mucho tiempo en la tierra, porque nosotros tampoco teníamos mucho de comer. Así pues nuestro capitán le averiguó al principal de ellos acerca de los amosenes (amazones), y él le contó, que necesitábamos un mes entero hasta llegar a los amossenes (amazones), y más aun, que toda la tierra estaba llena de agua, como que al fin y al cabo así se dejaba ver.

Aquí fue que el principal de los ortheueses dio a nuestro capitán 4 plenschen (planchas) de oro y [222] 4 argollas de plata, que se ponen en los brazos (542); pero las plenschen (planchas) (543) las usan los indios en la frente como adorno, así como en esta tierra (Alemania) los grandes señores usan ricas cadenas en los cuellos. En cambio de estas cosas nuestro capitán dio a este indio principal hacha, cuchillo, rosario, tijera y otras baratijas más, de las que se fabrican en Niremberga; de buena gana les hubiésemos sacado más cosas, pero no nos atrevimos, porque nosotros los cristianos éramos muy pocos, y por lo mismo había que desconfiar; los indios eran muchos, al grado que yo jamás en todas las indias he visto pueblo más grande ni más gente junta, y eso que he andado la ceca y la meca. Esta peste de los indios, por lo que tantos morían de hambre, fue, a no dudarlo, nuestra salvación, porque de lo contrario lo probable es que los cristianos no hubiesen salido de allí con vida.

Capítulo XXXVIII

Regreso de Hernando de Ribera. Sublevación de la gente

Después de esto contramarchamos a los antedichos syeborís y scherues (xarayes). Nosotros los cristianos también estábamos mal provistos de víveres, [223] no teníamos otra cosa de comer que una pämb (palma) llamada palmides (palmitos) y cardes (cardos) (544) y otras raíces del campo que se crían bajo de tierra.

Cuando llegamos nosotros a los scherues estaba nuestra gente a la muerte de enferma por causa del agua, y de las necesidades que en este viaje habíamos sufrido; porque por 30 días y noches seguidas habíamos estado en el agua, y de la misma habíamos bebido. Así nos quedamos allí entre los scherues, donde vive el Rey, unos 4 días; nos trataron (545) muy bien y nos sirvieron al pensamiento, y el Rey encargó a sus súbditos que nos cuidasen y nos diesen cuanto nos hacía falta.

Así en este viaje cada uno de nosotros se había ganado un valor como de 200 ducados sólo en mantas (546) de algodón de indias y plata, que les habíamos comprado a ocultas, y sin que se sepa, por cuchillos, rosarios, tijeras y espejos (547).

Después de todo esto volvimos a navegar aguas abajo a juntarnos con nuestro capitán general Alwiso Capessa de Bacha (548). [Luego que llegamos a los navíos, ordenó él, Albernunzo Capessa de Bacha] que so pena de la vida ni uno de nosotros [224] se moviese de los navíos, y se vino a vernos, él mismo in personâ, e hizo prender a nuestro capitán Ernando Rieffira (Hernando de Ribera), y nos quitó [a los soldados cuanto] habíamos traído de tierra adentro, y por último y para colmo de todo, quería hacer ahorcar en un árbol a nuestro capitán Ernando Rieffere (549). Mas nosotros, que aun estábamos en el navío bergentin (bergantín) cuando supimos de la tal cosa, armamos un gran alboroto, juntándonos con otros buenos amigos, con que contábamos en tierra, contra nuestro capitán dicho general Alberniso (Alvar Núñez) Capessa de Bacha, es decir, para obligarlo a que soltase y dejase libre a nuestro capitán Ernando Rieffere, como también que nos devolviese íntegramente lo nuestro que nos había robado (550) y quitado, y que si no, otro tanto le haríamos a él.

Cuando él, Aluiso Capessa de Bacha se apercibió del alboroto nuestro, y se dio cuenta de nuestras malas intenciones (551), tuvo a bien, porque ello no pasase de ahí, poner en libertad a nuestro capitán, nos devolvió también todo lo que nos había quitado y nos habló con buenas palabras, y sólo así quedamos satisfechos (552). Mas como le fue después bien se enteró él: va enseguida. (553) [225]

Y después de todo esto, cuando ya todo había sosegado, pidió él a nuestro capitán Ernando Rieffire (Ribera) y a nosotros que le diésemos una relación de la tierra y que le contásemos como había sucedido que tanto nos habíamos demorado, como que en seguida le dimos una relación, con la que quedó muy contento. Que él así nos había recibido, prendiendo a nuestro capitán, y quitándonos lo nuestro, sólo se debía a que nosotros no habíamos obedecido su mandato; porque él no nos había dado más orden, que la de no pasar más allá de los scheruyes (xarayes), y de allí 4 días de viaje la tierra adentro; de todo lo cual debíamos traerle relación y de allí volvernos. En lugar de lo cual anduvimos 18 días de los scherues tierra adentro (554).

Capítulo XXXIX

Impopularidad de Cabeza de Vaca. Matanza de los suerucuesis

Pero ahora se le antojó al dicho nuestro capitán general, por la relación que le habíamos hecho, marchar con toda la gente a la tierra que nosotros [226] habíamos visitado. Mas nosotros los soldados por nada quisimos consentirlo, ni menos en esta estación en que la tierra está anegada; por otro lado la mayor parte de la gente no solo estaba muy enferma y cansada, sino que tampoco tenía ya mayor respecto por el dicho capitán Aluiso Capessa de Bacha; algo más, era cosa bien sabida entre el común (555) de la gente o soldados, que se trataba de un hombre que jamás en la vida había tenido idea propia ni habilidad para mandar (556).

Así permanecimos nosotros unos 2 meses (557) entre los susodichos syeberis (suruchakuiss?). Por este tiempo una fiebre (558) lo tomó al capitán general Aluiso Capessa de Bacha, así que cayó gravemente enfermo; acaso no se hubiese perdido gran cosa si en esta vez hubiese fallecido; porque lo que era él bien poco valía para con nosotros. En esta tierra de los suerachkuesys no he visto indio alguno que alcanzase a los 40 ó 50 años de edad, porque en mi vida he visto tierra más mal sana, por hallarse en una región en que el sol se eleva más; es casi tan apestada como Santo Tomé (559). Allá entre los suerukhues vi yo la constelación Ursa Major; porque nosotros habíamos echado menos a [227] las tales estrellas en el cielo desde que pasamos la isla Sant Augo (560), como se dijo en la foja 4 (561).

Pero en esto, nuestro capitán general, con ser que estaba tan enfermo, mandó a 150 hombres cristianos y a 2.000 indios carios, a quienes envió con 4 navíos bergentín (bergantines), distancia de 4 millas (leguas) a la isla sueruekues y les ordenó que matasen y tomasen prisioneros a esta gente sueruekues, y que cuidasen de acabar con todo el que tuviese 50 ó 40 años de edad. De como los dichos sueruekues nos habían hospedado antes de esto, ya lo he contado en la foja 33 (562), mas como les correspondimos nosotros y las gracias que les dimos es lo que tengo que recordar. Dios sabe que les obramos injusticia (563).

Y cuando llegamos al pueblo de ellos, que no sospechaban tal cosa, salieron de sus casas a encontrarnos de paz, armados con sus armas, arcos y flechas; mas como en seguida se armase un alboroto entre los carios y los sueruekues, al punto nosotros los cristianos disparamos nuestros arcabuces y volteamos a muchos; también tomamos hasta unos 2.000 prisioneros, hombres y mujeres, chicos y chicas, después quemamos sus pueblos y les quitamos cuanto tenían: en esa vez se llevó a [228] cabo el pillaje como suele ser de práctica en tales malones (564).

En seguida volvimos a bajar adonde estaba nuestro capitán Aluiso Capessa de Bacha, quien quedó muy contento con esto que habíamos hecho. Después de lo cual, en vista de que la más de la gente nuestra se hallaba enferma, y que le tenía poca ley al capitán general, comprendió él con esto que no remediaría nada con ellos; así pues dispuso, e hizo que preparasen los navíos y juntos navegaron de allí aguas abajo del Paraboe y llegaron a la ciudad Nostra Singnora de Sunsión, donde nosotros más antes habíamos dejado a los otros cristianos (565). Allí se enfermó nuestro capitán general de fiebre y se estuvo 14 días metido en su casa: era más por pretexto, y por darse importancia, y no tanto por enfermedad, que no se comunicaba con la gente, pero se había portado con ella de una manera muy impropia; porque un señor o capitán que pretende gobernar un país ha de dar buena salida a todos, a los más chicos como a los más grandes, y mostrarse bien inclinado a todos los hombres.

Ítem más, a tal persona le ha de convenir que él se porte y obre según y como ha de ser él acatado y respetado, ser más discreto y saber más que los otros que él manda; porque sienta mal y es bochornoso que un hombre acreciente honores y no [229] también saber; tampoco deberá andar pavoneándose por su alto puesto, despreciando a los demás, como el muy fatuo y orgulloso (566) soldadote Traso en Terencio (567). Porque cada capitán se nombra para bien de sus lansquenetes y no se recluta la tropa para bien de su capitán.

Capítulo XL

Prisión de Cabeza de Vaca. -Su deportación a España. -Elección de Martínez de Irala

Mas en este caso no se guardó respeto (568) alguno a la persona, sino que este nuestro capitán en todas las cosas quiso obedecerá su propia inspiración lleno de humos y de arrogancia (569).

Entonces resolvió todo el común, nobles y plebeyos, hacer junta y asamblea; pretendían prender a este capitán general Aluiso Capessa de Bacha y mandárselo a la Cesárea Majestad, haciéndole saber a Su Majestad las bellas cualidades de aquél, cómo se había portado con nosotros, y cómo había entendido él que debía gobernar, con muchos otros cargos más. Enseguida, según lo convenido, [230] se buscaron a estos 4 señores, a saber: el veedor, tesorero y escribano, puestos por la Cesárea Majestad (570), cuyos nombres eran Aluiso Gabrero (Alonso Cabrera), thonn Francisco Manthossa, Gartzo Hannego (García Benegas), Pfielogo de Gastro (Felipe de Cáceres) y tomaron consigo 200 soldados o lanskenetes (571), y después se apoderaron de la persona de Aluiso Capessa de Bacha, nuestro capitán general, cuando él de tal cosa nada sospechaba. Y esto sucedió el día de San Marcos (Abril 25), año de 1553 (1543) (572). Tuvieron preso al dicho Aluisso Capessa de Bacha un año entero hasta que se dispuso un navío llamado Carabela, provisto de víveres y de marineros y de lo que éstos podían necesitar en la mar, en la que en seguida despacharon al tantas veces nombrado Aluiso Capessa de Bacha a Spania junto con dos señores más de los de la Cesárea Majestad (573).

Después de esto no hubo más que elegir a otro que rigiese y gobernase (574) en la tierra, hasta tanto la Cesárea Majestad misma proveyese alguno a la vacante; y en seguida tuvimos a bien, de acuerdo con el parecer y voluntad del común (575), que se efigiese [231] a Marthín Doménigo Eyolla de capitán (576), en la misma capacidad con que antes había gobernado la tierra, muy particularmente porque la gente de pelea se llevaba bien con él, y los más estaban contentos con él; esto no obstante, entre ellos había algunos, que habían sido amigos del ya dicho capitán general nuestro que fue Aluiso Capessa de Bacha; a éstos no les hizo mucha gracia la cosa, mas no hicimos mucho caso de ello.

Por este tiempo me sentí mal y enfermo de hidropesía que yo y mis camaradas conmigo habíamos sacado de los orthueses (577), allí donde por tanto tiempo anduvimos en el agua, como se dijo ya, y fue tan grande la miseria porque pasamos; en esa ocasión enfermaron 80 de los nuestros y sólo unos 30 escaparon con vida de sus dolencias. [232]

Capítulo XLI

Discordia entre los cristianos. -Alzamiento, de los carios. -Yapirús y batatáes ayudan a los españoles

Y cuando ya lo habían despachado a Aluiso Capessa de Bacha a Hispaniam nosotros mismos los cristianos entramos en tal discordia que ya no podíamos avenirnos, uno con otro nos peleábamos día y noche, de suerte que parecía como si el mismo diablo metido entre nosotros nos mandaba, y nadie se creía seguro con los demás (578). La tal guerra entre nosotros mismo duró dos años largos por causa de Aluiso Capessa de Bacha; y cuando en este estado de cosas vieron los carios, nuestros amigos de marras, que nosotros los mismos cristianos andábamos desunidos, y cómo nos traicionábamos y dividíamos, no quedaron con muy buena idea de nosotros, sino que se sacaron la cuenta que todo reino que está dividido y se desune tiene que perderse. Por esto entre ellos se arreglaron y convinieron e hicieron reunión al objeto de matarnos a los cristianos y arrojarnos de la tierra. Mas Dios, el Todopoderoso, ¡loado sea siempre y eternamente!, no condescendió con estos carios hasta dejarlos [233] que se saliesen con la suya. Porque toda la provincia (579) de los carios, y otras naciones más, los Aigaiss (agaces) [también] estaban alzados contra nosotros los cristianos. Mas cuando esto comprendimos tuvimos que hacer las paces entre nosotros los cristianos (580); hicimos también alianza con otras dos naciones llamadas, la primera de los jheperus (yapirus) (581), y la segunda de los batatheiss, (guatatas) (582); entre las dos serían fuertes como de 5.000 hombres, no tienen más comida que pescado y carne; es gente buena para la pelea por tierra y por agua, pero los más por tierra. Sus armas son tardes (dardos) del largo de media lanza, sin ser tan gruesos, y para puntas les hacen unas como de arpón o de centella (583) de un pedernal; y bajo del cinto llevan una clava, de 4 jemes de largo con una porra en la punta. Cada indio de éstos de pelea carga 10 o 12 palillos [o sea, tantos] como quiere, y de un buen jeme de largo, y adelante una punta, que es el diente ancho y largo de un pescado, llamado en español polmeda (palometa), se parece a una tenca; este diente corta como una navaja de afeitar. Pero ahora les contaré lo que con los palillos hacen o para qué les sirven. [234]

En primer lugar, pelean con los susodichos tardes (dardos), y es así que si triunfan de sus enemigos, y éstos tratan de huir, entonces se dejan de los tardes (dardos) y corren en pos de ellos, y en seguida arrojan aquéllos las macanas a los pies de éstos, que tienen que caer al suelo; y una vez que los han volteado, poco cuidado se les da, si los tales aun están medio vivos o muertos del todo, sino que al instante les siegan la cabeza con el dicho diente de pescado; y a la tal degollatina la hacen con tal rapidez, que en un instante puede uno acabar o pasar de una vida a la otra; después meten el diente bajo del cinto o lo que sea con que se ciñen.

Pero ahora véase lo que después hace él con la cabeza del hombre y para qué le sirve. Pues es el caso, si la ocasión se ofrece, después de una escaramuza como ésta, toma él la cabeza humana y la desuella, cabello y todo, de las orejas arriba, en seguida toma este pellejo, tal como se ha dicho, lo rellena y deja que se endurezca, en seguida toma el pellejo ya duro y lo arregla sobre una pértiga y lo planta en su casa o habitación para recuerdo, tal y como un caballero, o capitán, en este país (Alemania) que tiene un pendón lo cuelga en las iglesias.

Pero con esto vuelvo yo al asunto principal, y de estas cosas trataré muy en breve; este ejército de jeperuss y batateiss se nos juntó en número de unos 1.000 hombres de pelea; y con esto nos alegramos mucho. [235]

Capítulo XLII

Los cristianos, con auxilio de los yeperú y batatá, ganan los pueblos de la frontera y Carayebá

En seguida salimos de la ciudad Nostra Singnora de Sunssión, con nuestro capitán general, 350 cristianos y estos 1.000 indios, con los que a cada cristiano le tocaban de a 3 indios que le sirvan, como lo había dispuesto y ordenado nuestro capitán; y después de esto llegamos a 3 millas (leguas) de donde nuestros enemigos estaban acampados en la pampa (584) fuertes de unos 15.000 hombres de los carios y se habían colocado muy bien; cuando nosotros nos pusimos como a una media legua de ellos no quisimos hacer nada en ese mismo día, porque estábamos muy cansados y también llovía, por eso hicimos alto en el bosque, adonde acampamos esa misma noche; y al otro día les llevamos el ataque, como a las 6, y como a las 7 nos encontramos con ellos, los carios enemigos, y nos batimos como hasta las 10, hora en que tuvieron que disparar y tomaron hacia un pueblo a 4 millas (leguas) de distancia que ellos habían fortificado y se llamaba Frondiere (Frontera) (585); su capitán [236] indio se llamaba Machkaria (586). En esta escaramuza murieron de parte de los enemigos, es decir, de los que nosotros matamos, unos 2.000 hombres, cuyas cabezas allí no más se las llevaron los geberus (yapirú); también de nuestra parte sucumbieron 10 hombres de los geberus (yapirú) y batatheis (batatá) como unos 40 hombres, sin contar los que habían sido heridos por los enemigos, que nosotros [despachamos] a la ciudad Nostra Singnora de Sunssión. Mas nosotros con nuestras fuerzas [perseguimos] a nuestros enemigos hasta su pueblo Froendiere (Frontera), donde se hallaba el principal Marchkayrio de los carios. Pero sucedía que estos mismos carios habían defendido su pueblo con 3 palizadas (587) construidas de madera, en forma de muro; estos postes eran del grueso de la cintura de un hombre o más, y desde el suelo se levantaban unas 3 brazadas y lo enterrado sería como del alto de un hombre.

Ítem más tenían de aquellos hoyos en que habían clavado 5 ó 6 estacas pequeñas, afiladas como agujas, y plantadas en cada hoyo, de las que ya se dijo algo en el capítulo XXI (588); ahora este pueblo de ellos era muy fuerte, y en él había mucha chusma, para no decir nada de la gente de pelea. Aunque los asediamos durante 3 días, no les pudimos hacer nada, ni sacarles ventaja alguna hasta que Dios Todopoderoso nos prestó su Divina [237] ayuda contra ellos, con la que pudimos más que ellos (589). Con apuro fabricamos unas grandes rodelas o paveses (590) con cueros de venado o de annda (anta) (591): esta es una gran bestia, como mula de cuenta, es obscura, los pies como de vaca, pero en todo lo demás se parece a un burro; son buenos para comer, y los hay en gran cantidad en la tierra; el cuero es de medio dedo de grueso. Repartimos nosotros los tales paveses. Paveses como éstos dimos a cada un indio de los geberas (yapirú), y también una buena hacha a cada otro indio; para cada dos indios se dispuso también un arcabucero; paveses como éstos se habían preparado en número de 400.

En seguida volvimos a atacar el pueblo enemigo por tres puntos, entre las 2 y 3 del día; y antes que pasasen 3 horas ya estaban las 3 pallasaitenn (palizadas) del todo destruidas y franqueadas; después de esto llegamos con toda la gente al pueblo y dimos muerte a mucha gente, hombres, mujeres y niños, pero los más de la gente se escaparon de allí, porque huyeron a otro pueblo que estaba a 20 millas (leguas) de este pueblo Froendere (Frontera) y se llamaba Kharaieba (592). A este pueblo también lo habían fortificado ellos en toda regla y a [238] más una gruesa suma (593) de gente reunida de los carios éstos. Y estaba este pueblo situado muy cerca de la ceja de un espeso bosque, al objeto de que si llegase el caso de que nosotros los cristianos ganásemos también este pueblo, pudiesen los carios contar con el bosque de amparo, como se oirá más tarde.

Ahora después nosotros los cristianos con nuestro capitán Marthin Doménigo Eyolla (Irala) y los antedichos geberus y batatheis alcanzamos a nuestros enemigos los carios, en este pueblo Karaieba a eso de las 5 de la tarde, y emprendimos el sitio para atacar por tres costados del pueblo, dejamos también un pelotón (de soldados) escondidos en el bosque esa noche; a la noche también nos llegó refuerzo de la ciudad Nostra Singnora de Sunssión, 200 cristianos y 500 geberus y bathadeis; porque era el caso que mucha gente de la nuestra, cristianos e indios habían sido heridos delante del susodicho pueblo, así que los tuvimos que hacer volver, por eso nos venía esta gente de refresco, así que éramos nosotros 450 cristianos y 1.300 geberus y bathadeis.

Pero a esto nuestros enemigos habían fortificado y asegurado tan bien este su pueblo Karaiba, tal vez como jamás antes se había hecho, es decir con palasaiten (palizadas) y muchos fosos. Ítem más, habían ellos preparado unas cuevas (594) de [239] maderos en forma de trampas de ratones; si éstas hubiesen salido al colmo de sus deseos, cada una de ellas nos hubiese muerto hasta 20 ó 30; de las tales se habían construido muchas (595) cerca de este su pueblo. Mas Dios el Todopoderoso nada de esto permitió; ¡sea Él alabado y loado eternamente!

Delante de este su pueblo Karayeba estuvimos acampados 4 días, sin poderles sacar ventaja alguna, y al cabo por traición, que nunca falta en el mundo, allá vino un indio de los enemigos carios durante la noche a nuestro real a ver a nuestro capitán Marthin Doménigo Eyolla; era aquél un principal (596) de los carios y a él obedecía el pueblo. Este pidió que no le quemásemos ni destruyésemos su pueblo, que él nos mostraría cómo y de qué manera era de tomarlo; así le prometió nuestro capitán que no permitiría que le hiciesen mal. Después de lo cual este carios nos mostró un camino escusado en el bosque por el que deberíamos nosotros llegar al pueblo, y dijo que él encendería fuego en el dicho pueblo cuando llegase el momento de meternos en él. Como que todo sucedió tal cual se había arreglado y mucha gente pereció a manos de nosotros los cristianos y fue destruida; y los que a la fuga se dieron cayeron en manos de sus enemigos los geberus (yapirú) que destruyeron y mataron a los más; pero a las mujeres y a los niños no los tenían esta vez consigo, [240] sino a 4 millas (leguas) de allí en un bosque muy extenso.

Pero la gente de los carios que logró salvarse de esta escaramuza (597) huyó a lo de otro principal de los indios que se llamaba Thabere (Tabaré) y su pueblo Juberick Sabye (Yeruquihaba) (598), que estaba a 140 millas (leguas) de este pueblo Kharayeba. (599) Allá no pudimos ni perseguirlos ni seguirlos nosotros, porque todo lo que estaba en el camino se había talado y destruido, así que nosotros no pudiésemos hallar qué comer; con todo nos quedamos allí en el pueblo Karayeba 14 días enteros, mientras sanaban los que estaban heridos y descansaban esos días.

Capítulo XLIII

Toma del pueblo Juerich Sabayé. -Perdón de Thaberé

Entonces regresamos a nuestra ciudad, Nostra Singnora de Sunssión, con miras de navegar aguas arriba a buscar el susodicho pueblo Juerich Sabaye (Hieruquizaba) (600) donde vivía el principal [241] de los thabere. Cuando nosotros ya hubimos llegado a nuestra ciudad Nostra Singnora, nos quedamos allí 14 días mientras nos proveíamos para el viaje de toda clase de municiones y víveres (601). Así, pues, volvió a tomar nuestro capitán gente de refresco de los cristianos y de los indios, porque muchos estaban heridos y enfermos, y en seguida navegó aguas arriba del Paraboe a lo de nuestros enemigos juerich sabaoe (602) con 9 navíos pergentin (bergantines) y 200 canaen (canoas); y había los 400 cristianos nuestros y 1.500 indios de los geberus. Hay 46 millas (leguas) de la ciudad Nostra Singnora de Sunssión a los Jeruich Saboe (603) donde se habían refugiado nuestros enemigos los Karaeba (604). El mismo día nos salió al encuentro el antedicho principal (605) de los carios, el que nos había entregado el pueblo a traición, y se trajo consigo 1.000 carios para ayudarnos contra los dichos thaberes (tabarés).

Luego que nuestro capitán hubo reunido toda esta gente por tierra y agua, y como a 2 millas (leguas) de distancia de los enemigos juerich sabie, al punto envió nuestro capitán Marthin Doménigo Eyolla (Irala) dos indios de los carios a sus enemigos en el pueblo para anunciarles, que estos cristianos estaban otra vez por allá, y les hizo decir [242] que debían volverse a su tierra, cada cual a su mujer y a sus hijos, y que debían estar sujetos a los cristianos y volverles a servir, como lo habían hecho antes de eso; pero que si ellos no querían a todos los arrojaría de la tierra. A lo que contestó el caudillo carios, el Thaberé (Tabaré), que le anunciasen al capitán de los cristianos que no querían saber nada con los cristianos y que se atreviese no más a venir que ellos nos habían de dar la muerte con huesos (606); también castigaron a nuestros dos indios malamente con palos y les dijeron que se mandasen mudar presto (607) del real de ellos, porque de no los habían de matar.

Ahora pues estos dos mansseschere (mensajeros) se presentaron a nuestro capitán y le dieron el manssache (mensaje), de cómo les había ido, con esto nuestro capitán Marthin Domenigo Eyolla (Irala) se alzó, y nosotros con él, y marchamos contra nuestro enemigo Thabere y los carios, en seguida nos formamos y repartimos (608) la gente en 4 divisiones.

Así llegamos nosotros a un agua corriente, que en su lengua india se llama Schueschíeu (Xexuy) (609); es tan ancha como el Danubio aquí en este país (Baviera), y como hasta la cintura de un hombre de [243] hondura, o más en algunas partes; pero la tal agua se aumenta mucho en su tiempo, y causa grandes perjuicios en la tierra, así que no se puede viajar por ella.

Y como nosotros teníamos que pasar (610) esta agua, estaba el enemigo con su real del otro lado de ella y por eso nos hicieron gran resistencia y daño al pasar, así que creo yo que esta vez, (el favor de Dios mediante, se entiende) a no ser los arcabuces no hubiese escapado uno de nosotros con vida del lance. Y tanto nos favoreció Dios el Todopoderoso que nosotros pasamos al otro lado del agua, mediante su Divina bendición y pisamos tierra. Cuando los enemigos la tal cosa vieron, al punto huyeron a su pueblo, que estaba a media milla (legua) del agua. Luego que nosotros lo vimos los perseguimos con toda nuestra gente y llegamos al pueblo al mismo tiempo que ellos y le pusimos cerco, así que nadie podía salir ni entrar, nos armamos también después sin perder un momento con nuestros pawessen (paveses) y hachas, tal y como antes se dijo. Así no estuvimos más tiempo acampados delante del dicho pueblo que desde la mañana hasta la noche, en que Dios el Todopoderoso nos favoreció, de suerte que los derrotamos y salimos vencedores; tomamos el pueblo y matamos mucha gente. Pero ya antes de entrar en pelea nos había encargado nuestro capitán que no matásemos ni a mujeres ni a niños, sino que los tomásemos prisioneros, [244] como que así lo cumplimos nosotros y obedecimos su encargo. Los hombres, empero, cuantos pudimos alcanzar, tuvieron todos que morir. También nuestros amigos los geberus se trajeron unas 1.000 cabezas de nuestros enemigos carios.

Ahora, después que todo esto había sucedido, llegaron por aquel tiempo aquellos carios, que habían salvado de allí junto con su principal Thabere (Tabare) y otros de sus principales (611) y pidieron, perdón a nuestro capitán, con tal que les devolviese sus mujeres e hijos, que así volverían a ser los buenos amigos de antes y que nos servirían con toda humildad. Así, pues, nuestro capitán les prometió perdón y entró a favorecerlos; y después de esto se hicieron buenos amigos, hasta que yo salí de la tierra. Año y medio (612) duró esta guerra con los carios, así que durante este tiempo no hubo paz con nosotros y no podíamos estar seguros a causa de ellos. Esta campaña y guerra con los carios acaeció el año 1546 (613). [245]

Capítulo XLIV

Entrada de Irala al Chaco Boreal por los payaguá y mbayá

Después de esto regresamos a la ciudad Nostra Singnora de Sunssión y permanecimos dos años largos en aquella ciudad (614). Pero en todo este tiempo no había llegado ni navío ni correo alguno de Hispanienn; entonces (615) nuestro capitán Marthin Domenigo Eyolla (Irala) hizo consultar a la gente a ver si le parecía bien que él con alguna parte de ellos marchase tierra adentro y averiguase si había oro o plata que rescatar. A ello le contestó la gente, que marchase no más en nombre de Dios (616).

Así por ese tiempo hizo reunir unos 350 de los españoles y les preguntó si querían marchar con él, que él les proporcionaría todo lo necesario para este viaje, es a saber, en indios, rocines (617) o ropa; y ellos se prestaron de muy buena gana a marchar con él. Después también hizo llamar a junta a los principales o caudillos de los carios y preguntó [246] si ellos querían acompañarlo con fuerza de 2.000 hombres; y ellos contestaron que de muy buena gana y a su llamado marcharían con él.

Con este tan buen y tan amistoso acuerdo de ambas partes se aprestó dicho nuestro capitán general Marthin Domenigo Eyolla en poco más de 2 meses después, y emprendió la marcha con esta gente el año 1548 (618) aguas arriba del Paraboe con 7 navíos bergenntín y con 200 canaon (canoas). La gente que no podía caber ni en los navíos ni en las canaen (canoas) caminaron de a pie por tierra con los 130 caballos. Y cuando nosotros los hubimos reunido a todos por tierra y por agua cerca de un cerro alto y redondo llamado S. Ferdinando (619), donde en aquel tiempo vivían los antedichos peyenbas (payaguá), allí envió (620) nuestro capitán los 5 navíos bergenntín (bergantines) y las canaen (canoas) de vuelta a la ciudad Nostra Singnora de Sunssión.

A los otros 2 navíos pergentin (bergantines) los dejó allí cerca de S. Fernando, con 50 españoles, a quienes nombró él un capitán llamado Petter Diess (Pedro Díaz); les entregó también víveres y lo demás necesario para dos años, y tenían que esperar allí hasta que él volviese de tierra adentro, porque no le sucediese a él y a su gente como le [247] había sucedido al buen señor Joann Eyollas (Ayolas) y a los compañeros con él, a quienes los pyenbass (payaguá) habían asesinado tan cruelmente. ¡Dios los favorezca a todos! De ello se dijo ya en la f. [22] (621).

Después de esto marchó adelante nuestro capitán con 300 cristianos y 130 caballos y 3.000 carios unos 8 días enteros sin que nosotros hallásemos nación alguna. A los 9 días dimos con una llamada Naperus (622) no tienen más de comer que pescado y carne, es una gente alta y fuerte, sus mujeres andan con las vergüenzas destapadas (623); no son lindas.

Del dicho cerro S. Ferdinando hasta aquí hay 38 millas (leguas) (624); allí nos quedamos esa noche y de allí proseguimos la marcha, viaje de 7 días, y llegamos a una nación llamada Maieaiess (Mbayá) (625), es una gran muchedumbre de gente; sus súbditos (626) tienen que pescarles y cazarles y hacer lo que se les ofrece, tal y como aquí los paisanos se someten al que es noble. [248]

Esta nación tiene mucha provisión de trigo turco (maíz), mandeochade (mandioca), mandepoere, mandeos propys, padades (batatas), mannduiss (maní), bachakhue (627), y otras raíces más, que son aparentes para servir de comida. Ítem más tienen venados (628), ovejas de indias (guanacos) (629), avestruces (630), ennten (antas) (631), gansos, y muchas otras aves. También los bosques están llenos de miel, de la que se hace vino y lo demás que les hace falta; cuanto más adentro se busca en la tierra, tanto más feraz se la encuentra. Ítem año redondo cosechan en el campo trigo turco (maíz) y las demás plantas ya citadas. Estas ovejas, de las que tienen mansas (632) y ariscas, las usan como nosotros aquí a los rocines (633) para los cargar y montar; yo mismo también una vez en el viaje anduve más de 40 millas (leguas) montado en una oveja de estas (634), a saber cuando estuve enfermo de un pie; en el Perú las cargan con mercaderías como si fuesen acémilas (635).

Estos mayeaiess (mbayá) son altos, gallardos y [249] gente guerrera, cuya única ocupación es la guerra. Las mujeres son lindas y no se tapan las vergüenzas (636); ellas no trabajan en el campo, sino que el hombre tiene que buscarse la mantención; en la casa no hacen ellas más que hilar y tejer cosas de algodón; también preparan la comida y cualquier otra cosa que se le antoja al marido de ellas, y a otros buenos aparceros más, pedirles, cuando se ofrece; y baste con lo dicho del asunto. Quien verlo quiera que allá vaya, y si de otra suerte se niega a creerlo, yendo se convencerá que la cosa es así (637).

Cuando llegábamos a esta nación, como a una media milla (legua) de distancia nos salieron a encontrar en el camino, donde había una pequeña aldehuela, y dijeron ellos a nuestro capitán que debíamos nosotros reposar (638) esa noche allí en el dicho pueblo, y que ellos nos traerían todo cuanto nos faltaba; pero esto lo hacían ellos con mala intención, y para asegurarse más en seguida mandaron [ellos] a nuestro capitán 4 coronas de plata, que se ponen en la cabeza; también le dieron 6 plennschen (planchas), de plata, de las que cada una medía 1 1/2 jemes de largo y medio jeme de ancho; las tales planchas se las atan a la frente por lujo y como adorno, como también ya se dijo antes. Ítem más mandaron ellos a nuestro capitán 3 lindas doncellas, o mujeres, que no eran viejas. [250]

Durante el tiempo que descansamos (639) en este pueblo, después de la merienda, distribuimos nosotros la guardia, para que así estuviese la gente preparada contra los enemigos, y en seguida nos acostamos a dormir en paz. Más tarde, como a la media noche, sucedió que se le perdieron a nuestro capitán sus 3 doncellas; acaso no pudo satisfacer a todas 3, porque era un hombre de unos 60 años; si nos las hubiese entregado a nosotros los soldados, tal vez no hubiesen disparado; en suma, causa de esto se armó gran alboroto en el real.

Y tan luego como amaneció, nuestro capitán hizo tocar generala y mandó (640) a saber, que cada cual se estuviese en su puesto con sus armas.

Capítulo XLV

Visitan a los mbayá, chané, thohannes, payhonos, mayehonas, morronnos, perronoss

Así vinieron los antedichos mayaiess (mbayá) en número de 20.000 hombres y pretendieron sorprendernos, mas no nos sacaron mayor ventaja, sino que en esta misma escaramuza quedaron unos 1.000 muertos de la gente de ellos; enseguida huyeron ellos de allí y nosotros los perseguimos hasta [251] su pueblo, mas no encontramos nada allí, ni mujeres ni hijos.

Entonces mandó (641) nuestro capitán y tomó unos 150 arcabuceros y 2.500 indios carios y marchó en pos de los mayaiedess (mbayá) 3 días seguidos y 2 noches [a todo apurar], así que no descansábamos nosotros sino sólo para comer a medio día y dormir 4 ó 5 horas cada noche.

Y al tercer día dimos con los mayaeides (mbayá) todos juntos, hombres, mujeres y niños en un bosque; mas no eran ellos los maiaies (mbayá) que buscábamos, sino sus amigos (642). Ni cuidado que se les daba a ellos de nuestra llegada allí. Así tienen que pagar justos por pecadores (643); porque cuando nosotros llegamos a los mayaiess (mbayá) estos, matamos y apresamos hombres, mujeres y niños en número como de 3 mil personas (644), y si hubiese sido de día, así como fue de noche, no se escapa uno de ellos; porque había mucha gente junta en un cerro, en que había un bosque muy grande. Yo saqué de esta escaramuza más de 19 personas, hombres y mujeres, que no eran viejas; porque siempre me ha gustado más la gente moza que la vieja; también la parte que me tocó de las mantas de los indios y otras cosas más. Después de esto nos volvimos a nuestro real, allí nos quedamos 8 días, porque había [252] toda clase de buen bastimento. A esta nación de los mayaiess (mbayá) desde S. Ferdinando, donde dejamos los navíos, hay 70 millas (leguas) de camino.

Después de esto volvimos a marchar hasta una nación llamada Zchennte (Chané) (645), son vasallos (646) o súbditos de los antedichos mayaiess (mbayá), como en esta tierra (Baviera) los paisanos son siervos de sus señores. Nosotros encontramos en este camino muchos rastrojos sembrados con trigo turco (maíz), raíces, y otras frutas más, allí se tiene esta comida